el escritorio delacan - PSILIGA (Liga Acadêmica de Psicanálise)
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el escritorio delacan - PSILIGA (Liga Acadêmica de Psicanálise)
EL ESCRITORIO DELACAN jorge Baños Orellana OrtCIO ANAllftCO Jorge Baños Orellana EL ESCRITORIO DE LACAN OFICIO ANALITICO Fotos de tapa: LACAN, Judith, Album jacques Lacan, Seuil, Paris, 1991. © Jorge Baños Orellana ISBN 987-43-1004-9 Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723. © Todos los derechos de la edición castellana pertenecen al autor: Av. Santa Fe 5131, Ciudad de Buenos Aires, 1425, [email protected] La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio, incluyendo fotocopia o cualquier sistema de almacenamiento de información, no autorizada por el autor viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. Se terminó de imprimir en el mes de agosto de 1999 en Imprenta Titakis, Manuel Rodríguez 2023, Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Es un hecho —al menos para mí— que es mientras escribo que encuentro. Esto no quiere decir que si no escribiera no encontraría nada. Pero, en definitiva, tal vez no me percataría de ello. JACQUES LACAN De acuerdo con mi creencia de que un conocimiento detallado frecuentemente nos torna más sabios que la posesión de fórmulas abstractas, por profundas que sean, he colmado este libro de ejemplos concretos, seleccionados entre las expresiones más extremas. Algún lector podrá pensar, en consecuencia, que ofrezco simplemente una caricatura del tema. Estas muestras, dirá, no resultan intelectualmente sanas. Sin embargo, si tiene paciencia de llegara! final, creo que entonces esa impresión desfavorable desaparecerá; porque he procurado combinar esos ejemplos con otras consideraciones que servirán como correctivo de la exageración y permitirán que cada lector llegue a conclusiones tan moderadas como pretenda. WILLIAM JAMES INDICE GENERAL POR QUÉ EL ESCRITORIO LACAN……………………………………………….11 DE EL MARKETING TAL COMO LACAN LO PRACTICABA…………………………… 29 LA GRAN CORRECCIÓN DE 1966…………………………………………………… 79 ¿TERGIVERSACIONES PRIVADAS Y RECTIFICACIONES PÚBLECAS? las siete maneras de Lacan de contar un caso de Kris……………………… 111 Los TRES LECTORES PSICOANÁLISIS………………………………………..203 EL FREUD AL QUE RETORNABA……………………………………..243 DEL LACAN NO EFECTOS SECUNDARIOS DEL LACAN-LECTOR: malas lecturas (misreadings) y lecturas malas de las epifanías de Joyce…………………………………………………………………… 269 CUANDO COMENTAR ES MOSTRAR: anotaciones de una lectura I”…………………………..299 de “Joyce BIBLIOGRAFÍA... ……………………………………………………………………....333 el síntoma POR QUÉ EL ESCRITORIO DE LACAN Sobre el escritorio, papeles, libros abiertos, hojas cubiertas de su fina escritura de agradable grafismo, a veces escrita con una delgada estilográfica de oro, regalo de una mujer según él, y que, siempre según él, únicamente Gloria sabía llenar. Al pie de su escritorio, pilas de libros. Jean-Guy Goldin, Jacques Lacan, calle de Lille nº 5 Sí, EN PRIMER LUGAR ESTÁ EL ESCRITORIO DE LACAN DEL CONSULTORIO de la calle de Lille nº 5, en el corazón de París. Mientras se encaminaban al diván, sus pacientes solían meter una larga bocanada de aire y echar una mirada de reojo. A la izquierda, dominaba la chimenea, con la repisa poblada de objetos arqueológicos y fotos familiares, el cuadro montado sobre un espejo que cubría la columna de tiraje y la abertura del hogar tapada por los libros apilados en el suelo, desde el día que instaló los radiadores. A la derecha, el panorama era algo más severo pero igualmente atractivo; en el robusto escritorio Luis XVI, cargado de libros abiertos y dispuestos en abanico, a veces se atisbaba alguna prueba de galera enérgicamente corregida u hojas de apuntes para la clase del miércoles del seminario. (Sí, ese es el escenario del famoso retrato de 1957, en el que Lacan posa sonriente, sentado en la butaca del escritorio, con la estilográfica abierta apoyada sobre el manuscrito de “La dirección de la cura y los principios de su poder”). Pero ellos sabían que ese no era el único escritorio. Cuando una señal de Gloria, la secretaria, los invitaba a encontrarse con su analista, desfilaban primero por un cuarto rectangular que separaba el bullicio de las dos salas de espera de la intimidad del consultorio. Entonces, en una anticipación invertida, a la derecha, notaban la acumulación de los libros y los objetos (esta vez, acomodados en una biblioteca y una vitrina vidriada) y el anzuelo a la mirada de otro cuadro (esta vez, uno pintado por el cuñado, André Masson: “Baigneuses à la cascade”); y, a la izquierda, una mesa de comedor vacía arrinconada contra la puerta ventana que a nadie podía engañar: la pesada lámpara extensible de resortes en una de las esquinas convalidaba el rumor de que Lacan disponía allí los papeles a sus anchas en cuanto concluía la última consulta y se quedaba a solas en Lille nº 5. Como es de costumbre, buena parte de ellos preferían imaginar que el hombre pasaba la vida guardado ahí dentro, entretenido en alguno de los dos escritorios, hasta verlos regresar. Descubrir al analista fuera del consultorio o de la institución de analistas nunca dejará de parecer desconcertante e indebido. Naturalmente, Lacan extendía sus recorridos y preferencias más allá; aunque no siempre alejándose de la configuración espacial que lo rodeaba la mayor parte de las horas. En el álbum armado por su hija Judith hay fotografías de las vacaciones de 1951 en Moleaude y las de 1960 en Porquerolles que lo descubren con los codos apoyados en escritorios improvisados en mesas de hotel en los que se reproduce el parapeto de libros, la disposición de los papeles y la costumbre de arrimar una banquetita auxiliar para tener todavía más libros al alcance de la mano. (1) Desde luego, no solamente leía o escribía sentado al escritorio y rodeado de las simetrías predilectas. ¿Dónde leía Lacan? Cuando hacía buen tiempo, al aire libre en la casa de campo de Guitrancourt, recostado en la chaise Iongue con rueditas y doble empuñadura, que arrastraba como una carretilla hasta el medio del jardín. La soledad, sin embargo, no era mayor requisito (“En Guitrancourt, era costumbre tomar el té en el estudio donde trabajaba mi padre. Le gustaba que estuviésemos allí. Nuestra charla no lo molestaba para nada. Continuaba trabajando, frente a la ventana que daba al jardín, y, en su fijeza de piedra, tenía algo de esfinge”, recuerda su hija Sibylle).(2) Como todo el mundo, también leía en la cama ( “<<Me creerán, si quieren», me dije esta mañana al despertarme, después de haber leído a Madeleine David hasta la una de la madrugada”, cuenta al pasar en el Seminario 18), (3) o tumbado en la playa (“Papá, echado sobre la arena a pleno sol, hundido en la lectura de alguna obra erudita, se levantaba de pronto, vestido con un brillante traje de baño verde esmeralda, corría hacia el agua a grandes zancadas y, con la parte superior del cuerpo en la posición adecuada —los brazos estirados, las manos juntas—, se lanzaba al mar con un gran “pluf”). (4) Otras veces, lo hacía en circunstancias desacostumbradas o mal toleradas: “Durante buena parte del almuerzo, Lacan se la pasó estudiando atentamente un abultado volumen apoyado a un lado de su plato; tornaba las páginas con una deliberada meticulosidad mientras comía y, ocasionalmente, hacía algunas anotaciones en un pequeño bloc. De vez en cuando emitía algún comentario, (...) aunque la mayor parte de la conversación la sostuvieron Dora y Sylvia. “, recuerda amargamente James Lord. (5) Y otra vez Sibylle: “Una tarde fuimos a pasear al mar. Una lancha equipada con un pequeño motor era conducida por un marinero. El espectáculo era magnífico: los acantilados vertiginosos, el azul profundo del Mediterráneo, la centelleante luz sobre el agua, el resplandor del sol —todo producía un estado de embriaguez-/. Mi padre, no obstante, no levantaba los ojos de su Platón. A veces, el marinero le lanzaba una mirada inquieta (6) ¿Dónde, cuándo escribía Lacan? Como Freud, y tantos más, al no disponer de continuidad en los días laborales, se veía empujado a sacar partido de las vacaciones (“Soy concienzudo, el trabajo [de escribir “El seminario sobre «La carta robada»] me lo tomé en el sitio que pongo al final: San Casciano. Queda en los alrededores de Florencia, el lugar es encantado, pero eso me arruinó mis vacaciones. Aunque ya tenía una inclinación para arruinar mis vacaciones. ¡Siempre la misma cosa!”); (7) si no, de los fines de semana (“La última vez les hice la confidencia de que la huelga me venía muy bien;(...) estaba demasiado trabado ahí, entre mis nudos y Joyce, como para que tuviese ganas de hablarles de la cuestión. Estaba embarazado. Ahora lo estoy un poco menos, porque creo haber encontrado algunas cosas transmisibles. Evidentemente, yo soy más bien activo, quiero decir que la dificultad me provoca, de manera que durante todos mis week-ends me encarnizo en romperme la cabeza con alguna cosa que no funciona ").(8) Y así podría seguir, con citas acerca de cómo escribía en trenes y aviones, con descripciones de sus rasgos caligráficos o la contabilidad de su voraz y gravosa bibliofilia. ¿Pero de qué serviría al psicoanálisis aumentar la colección de estas estampas biográficas? ¿Para qué el escritorio de Lacan? Contestar esta pregunta lleva todo el libro. De todas maneras, sin anticipar soluciones que resultarían vacías o caprichosas antes de recorrer su argumento, intentaré una apretada enumeración de los supuestos y una reseña de lo se va y no se va a encontrar en las próximas páginas. El escritorio del analista comprende un con Junto de operaciones y destrezas especificas que hacen a su trabajo, por más que no tomen lugar en la escena tradicional del sillón y del diván. «Consultorio» y «escritorio» son, en este planteo, dos momentos separados pero no ajenos. Lo que sucede entre el sillón y el diván está necesariamente sellado por la singularidad y la privacidad: para que alcance la generalización de la teoría y el pasaporte de la circulación pública, lo allí sucedido tendrá que ser repensado y ajustado en el escritorio. En lo esencial, el escritorio es una operación argumentativa y poética de mediación, que asalta en cualquier momento y lugar; sin embargo, no hay que desdeñar que su realización plena y concreta reclama, en algún momento, de una topografía y de una colección de útiles propios en la que y con los cuales el acto de la abstracción se corporiza (no en vano Virginia Wolf reclamaba “un cuarto propio” para las mujeres, homologable al cuarto de estudio de los hombres acomodados). A veces, el tránsito del sillón del consultorio a la butaca del escritorio requiere, como en la calle de Lille nº 5, de algo tan insignificante como dar un par de pasos en el espacio de un cuarto, o ni eso siquiera; pero epistémicamente equivale a dar un gran salto, no siempre logrado, por encima de la fractura que separa la práctica del psicoanálisis de su enseñanza. Una escena no va en desmedro de la otra. Es impensable la formación de un analista sin análisis personal y supervisión de casos (aunque habría que discutir en qué limbo, entre uno y otro escenario, ocurre la supervisión...); pero con esos dos pilares no alcanza, nunca alcanzó, para sostener el edificio analítico. El psicoanálisis progresa, se transmite y se enseña antes, durante y después de lo que sucede en los consultorios. Sí, se me concederá a manera de réplica, el psicoanálisis también transcurre más allá del consultorio, pero únicamente porque reclama, además, el espacio de las instituciones analíticas (y lo poco que la Universidad pueda colaborar al respecto). Sí, estoy deacuerdo en que desde la fundación del psicoanálisis hay sobradas pruebas de que su desarrollo y reproducción es inviable, inconcebible sin agrupaciones analíticas; y agreguemos que, en los últimos veinte años, se les suma la práctica de la experiencia colectiva del pase (que posiblemente acabe emparejada en el mismo rango que el análisis y la supervisión de casos). Coincido en que las instituciones son necesarias, e incluso perfectibles, al punto de haberme visto animado a escribir un libro anterior sobre el lacanismo como discurso social, (9) cuya lectura no es requisito para leer este otro, pero cuya escritura sí lo fue para poder producirlo. Pero no. la institución (con las operaciones y destrezas específicas que, a su vez, supone) tampoco es el escritorio. Como con el consutorio, la escena del escritorio guarda una relación de anticipación y remisión con la escena institucional, pero no se confunde es fácil de notarlo en el anecdotario de esas pequeñas historias de Lacan que, como se vio, ocurren sin excepción fuera de los horarios de consultorio y en los días en que las instituciones analíticas mantienen cerradas las puertas. “Es mientras escribo que encuentro”, (10) decía Lacan, a quien no puede imputarse indiferencia por la experiencia clínica ni por la gestión institucional. Y más lejos todavía llegaron los dichos de Freud cuando, en la urticante carta a Ferenczi del 4 de mayo de 1913, protesta porque “su trabajo”, el de reflexión y escritura, se veía interrumpido por el estorbo de las obligaciones cotidianas (oficiar de docente en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, contestar cartas, leer libros por cortesía, animar congresos e incluso atender pacientes): “Lamentablemente, puedo trabajar tan poco que debo esforzarme para mantener un estado de ánimo apropiado; esto lastima tanto mi estilo como lo hace el estar tantas horas vinculado a gente que habla tan mal el alemán Seguramente Melanie Klein, como otras cabezas fecundas de la historia del movimiento psicoanalítico’ habría suscrito mayoritariamente estas convicciones y quejas. Y Lacan también, pero uno de los obstáculos para hablar en particular del escritorio de Lacan es que, al mismo tiempo que reconocía que escribía para encontrar también se burlaba de la idea de publicar; describía su producción como brotada de raptos de automatismo e ironizaba agudamente a propósito de las esperanzas y alcances de la representación. La frase “ningún ejemplo construido podría igualar el relieve que se encuentra en la vivencia de la verdad” sirvió, en el momento de ser pronunciada en “La instancia de la letra”, (12) para saludar el valor de la anécdota comparado al de una fórmula algorítmica; pero incluida en el contexto de cualquiera de los seminarios de los últimos quince años, habría sido indicado interpretarla del modo más radical, como un acatamiento a lo indecible. Tomados al pie de la letra, obedecidos literalmente por lo que dicen, semegjantes resguardos antirrepresentacionistas nos conducirían aun mutismo metódico o a una fe en la espontaneidad del saber analítico que vuelven irrisorias las concienzudas tareas del escritorio. Sin embargo, lo que muestran es otra cosa. Muestran lo contrario, en la medida en que esas declaraciones se convirtieron una y otra vez en letra (en el sentido meramente tipográfico del término), y en que su período de mayor estridencia coincide con los años en que Lacan decide reunir sus artículos en el libro de los Escritos y en que avala el inmenso proyecto de publicar los veintisiete tomos de los seminarios (tarea que, por otra parte, era factible porque él se había ocupado de contratar estenotipistas por todos esos años y de guardar bajo llave la montaña de los registros). Si el título del escritorio de Lacan tiene algo de cómico, no lo es menos su contrapartida: pocos mensajes circularon con mayor redundancia, resultaron entendidos como más legibles y despertaron acuerdos más ecuménicos que los alegatos de Lacan a propósito de la imposibilidad de la comunicación... Pero Lacan sale airoso de este dilema que lo enfila hacia el ridículo si —como veremos— se presta atención a su escritorio, y se concibe su enseñanza (y el psicoanálisis que enseña) como una actividad y una mostración, antes que como un sistema clara y unívocamente formulado. No quiero sugerir que no haya en él una doctrina estructurada, sino que su reconocimiento exige dar un rodeo por su producción. Como en la obra de un vanguardista, el pasado genético forma parte del presente del resultado. ¿Qué distingue las etiqueta de las latas de las sopas Campbell’s de Warhol de las etiquetas de latas de las sopas Campbell’s, o la rueda de bicicleta de Duchamp de una rueda de bicicleta, sino el acto que las montó en la galería elevando lo vulgar a la singularidad y el aura del arte? Para decirlo más claramente, vale aquí recordar la indicación de James Joyce de que el genio se mide desde los borradores. Del, hasta ahora, escasamente explorado tópico del trabajo de Lacan con sus borradores, se ocupará el segundo y el tercer capítulo: “La gran corrección de 1966” y “¿Tergiversaciones privadas y rectificaciones públicas?: Las siete maneras de Lacan de contar un caso de Kris”. El objeto de “La gran corrección” es el de las cientos de correcciones que, durante el primer semestre de 1966, Lacan introdujo en los artículos que llevaba publicados antes de entregarlos para la recopilación de los Escritos. Confío en que el lector pueda compartir mi sorpresa al percatarse de que —como procuraré demostrar— la orientación dominante que rige esas correcciones va a contrapelo de lo que el lugar común esperaría de Lacan y de su presunta concepción del escrito analítico. Por su parte, “¿Tergiversaciones privadas y rectificaciones públicas?” es un seguimiento de la fase previa a la de los ajustes finales de los escritos, la correspondiente a las metamorfosis que Lacan introducía al transponer sus lecciones orales al papel. El cotejo de las diferencias que trajeron esas mudanzas vuelve patente que la relación Seminarios/Escritos (o Lacan oral/Lacan escrito) es apreciablemente más interesante de lo que acostumbran afirmar incluso estudiosos destacados, como Jean-Claude Milner. Esa transposición mantuvo fidelidades e introdujo tensiones internas, trajo enriquecimientos y rectificaciones empobrecedoras, cambios acerca de los que al analista probado, no menos que al principiante, le conviene estar notificado, según se verá en un dramático ejemplo. El principal y quizá único inconveniente de estos dos capítulos acerca del Lacan-corrector es que resultarán descorazonadores para los que aprecien a Lacan por su supuesta infalibilidad o cacareado autarquismo, antes que por su infatigable empeño o ávida curiosidad. Muy arrimado a la pose amilanada del escritor barroco, el consejo 231 del Oráculo Manual de Baltasar Gracián anota: “Contemplar cómo se cocina el alimento más exquisito, antes que apetito produce asco. El gran maestro evitará que vean sus obras en embrión. Debe aprender de la naturaleza a no exponerlas hasta que puedan gustar”. Desobedeciendo el 231, El escritorio de Lacan se mete en la cocina, y se siente autorizado a inmiscuirse en ella por el hecho de que no se ocupa de un escritor de la corte barroca sino del hijo que tuvieron las vanguardias del principio del siglo veinte con el psicoanálisis, vale decir, de alguien cuyo genio debe apreciarse desde los borradores. A continuación del Lacan-corrector, siguen los cuatro capítulos dedicados al Lacan-lector. Aunque cronológicamente la lectura precede en gran medida a la escritura, es el examen de Lacan-corrector lo que crea la necesidad argumentativa de prestar atención al Lacanlector. En el cierre del tercer capítulo, “¿Tergiversaciones privadas y rectificaciones públicas?”, quedará abierta la pregunta acerca del estatuto del cierto modo de Lacan de citar y reescribir textos ajenos, que nos empuja o bien a la denuncia indignada, o bien a los encubrimientos de un hiperlacanismo solidario, o bien a la urgencia de replantear la cuestión de la lectura, para discutir si hay acaso algún marco teórico que vuelva razonables y útiles tales desvíos de apariencia aberrante. Este replanteo tiene lugar en el capítulo que le sigue, “Los tres lectores del psicoanálisis”, que propone una solución esquemática pero estimo que esclarecedora, sacando partido de las discusiones de la teoría de la misreading [la “mala” lectura o lectura tergiversada] que mantienen enfrentados a semiólogos (como Umberto Eco), filósofos (como Jacques Derrida) y teóricos de la literatura (como Harold Bloom y Stanley Fish). Los capítulos 5, 6 y 7 se ocupan, respectivamente, de singularizar tres procedimientos desviantes y característicos del Lacan-lector: el de la omisión (“El Freud al que Lacan no retornaba”), el de provocar malos entendidos crónicos (“Efectos secundarios del Lacan Lacan-lector: Malas lecturas (misreadings) y lecturas malas de Las epifanías de Joyce”) y el de la emulación didáctica (“Cuando comentar es mostrar: anotaciones de una lectura de «Joyce el síntoma 1»’’). Sí, queda por reseñar el primer capítulo. Como es fácil de adivinar, su tarea será la de cubrir lo que el escritorio de Lacan pueda tener de obvio y manifiesto. Al situarse al comienzo de un desarrollo que va de lo más público y evidente (los capítulos que comparan versiones publicadas entre sí y escritos con seminarios) a lo más reservado e hipotético (los de las derivas de la lectura), al primer capítulo le corresponde esa suerte. El inconveniente es que lo más obvio del escritorio de Lacan (y del de la mayoría de los analistas) coincide con lo más desdoroso y lo más incómodo de tratar. No sería inexacto adelantar que el primer capítulo se ocupa de la autoproinoción del psicoanálisis o de cómo la enseñanza de Lacan se cita con su actualidad o, simplemente, del Lacan-promotor; de hecho, estos fueron títulos tentativos. Sin embargo, en lugar de suavizar o siquiera ser ecuánime, elegí realzar los vértices más molestos, titulándolo, con cierto exceso, “El marketing tal como Lacan lo practicaba”. El tema es el de cómo el psicoanálisis (y la obra de Lacan en particular) negocia su lugar en el mundo de las ideologías, las modas culturales y las disputas internas del psicoanálisis. Se trata de la dimensión más pedestre de la literatura analítica. No es la yeta de la elaboración teórica, sino la de las relaciones públicas; no es la razón del texto, sino lo que le permite circular socialmente. El marketing tal como Lacan lo practicaba encuentra su centro de atención en el primer capítulo, pero el primer capítulo no lo agota. Lo veremos emerger una y otra vez en el resto del libro; puesto que el estudio y la producción de los textos del psicoanálisis exigirían no olvidar sus direcciones múltiples. En la butaca del escritorio del analista (y notoriamente en la de Lacan) se sienta un monstruo de tres cabezas, la del corrector, el lector trinitario y el promotor. En el afán de ser tolerado e incluso promovido, la cita con la actualidad naturalmente también incidió en el escritorio de este libro y no quise enmascararlo, sino mostrarlo como un ejemplo más. Aunque reescritos profusamente para esta nueva ocasión, a cada capítulo lo anticipa —a manera de agradecimiento pero también por su valor de prueba— una nota a propósito de las circunstancias que hicieron posible y enmarcaron su primera aparición. En cada capítulo, el lector reconocerá intentos de hacer teoría flirteando con el ruido de fondo de los asuntos más solicitados del momento. Queriendo aprender de Lacan, procuré servirme de los temas y estilos de moda a manera de restos diurnos o elementos de bricolage. Tomados así, el trato con la coyuntura no significó un aburrido fingimiento sino la posibilidad de contar con una amable e incluso imprescindible compañía. Como ya lo admití más arriba, el debate extrapsicoanalítico de la misreading fue, por ejemplo, un auxilio decisivo para alcanzar la solución de “Los tres lectores”, y se prolonga más lejos todavía. Por su parte, la repercusión que adquirió últimamente el neopragmatismo, especialmente el animado por Richard Rorty, me ayudó para clarificar ciertos dilemas propios de la pregunta por el escritorio de Lacan y supo llamar mi atención sobre la figura precursora de William James, que acabé por adoptar como un comodín para varias analogías y contraposiciones, con lo cual fue conformándose una especie de capítulo acerca de psicoanálisis y pragmatismo seccionado en entregas que colabora con un poco de amalgama a unir los siete capítulos. La otra concesión, a mi entender provechosa es la del interés prestado a James Joyce, que la considerable popularidad del Seminario 23 convirtió en un visitante omnipresente de la actualidad lacaniana. Tal como ya lo evidencia esta misma introducción, el recurso a Joyce será una perseverante pieza de la argumentación. El zumbido de la filosofía norteamericana y de la obra de Joyce se escucha, en efecto, cada vez con más volumen en el lacanismo y no hay que descartar que esté causado no solamente por su genuino interés teórico y estético, sino porque vuelve presente al reto más importante que le espera al lacanismo en la próxima década: el de conseguir que Lacan interese a los analistas de lengua inglesa, y en particular en los Estados Unidos, o resignarse, caso contrario, a ser visto en el mundo anglosajón como una pintoresca escuela psicoanalítica latina. Por último, y no menos importante, el carácter externo y azaroso de la actualidad colaboró también a seleccionar los textos de Lacan que recibieron mayor dedicación. Desde el comienzo de las investigaciones que llevaron a este libro, yo contaba —si bien en su expresión más rudimentaria— con la hipótesis de que al escritorio de Lacan convenía abordarlo como una encrucijada de tres caminos, pero entendía que contar con una anticipación representaba un serio riesgo. Como la obra de Lacan es una muestra extensa y variada, iba a resultarme fácil encontrar entre sus veintiocho escritos, veintisiete seminarios y un número mayor de notas y conferencias, un recorte que encuadrara cómodamente con lo previsto. El voto casual de la coyuntura vino a oficiar de elector ciego. Aunque no cierran el corpus admitido, cada uno de los texto de Lacan que la contingencia editorial de 1995-1998 quiso traducir al castellano (El Seminario: libro 4, “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos” y “Joyce el síntoma I”) más la edición de 1996 de las Epifanías de Joyce merecieron trato privilegiado. Ahora bien, la cita con lo último no dejará plantado lo primero. Una y otra vez, el Freud-promotor, el Freud-corrector y el Freud-lector aparecerán con sus escritorios ocupando un espacio considerable. No podía ser de otra manera, Lacan es ininteligible separado de la saga freudiana. Lo que no se va a encontrar en este libro, a pesar de que serían actuales y pertinentes, son consideraciones acerca de los grafos, los maternas, las superficies topológicas y los nudos. El escritorio de Lacan no solamente contaba con hojas en blanco, fichas, libros, estilográficas y lápices, también guardaba compases, tijeras, cartulinas, goma de pegar, medias, tiras de neumáticos, hilos, cables, alicates y agujas de tejer. Pero su empleo de esas herramientas y materiales exceden los alcances de El escritorio de Lacan. Seguramente haría falta escribir algo así como El tablero, el taller y la tejeduría de Lacan. Quizá ya esté escrito; pero si me empeñara en hacerlo, procuraría abrir ese cajón de sastre con la menor reverencia posible: hay algo allí dentro que induce a la solemnidad religiosa. Como si los circuitos, las letras de las fórmulas, las gomas recortadas y pegadas, o los piolines que guarda fueran figuras platónicas y no figuras retóricas. Evidentemente, en ese volumen sería imprescindible subrayar con qué ventaja estos modelos y escrituras sirven como convenciones que ahorran tiempo, como fórmulas mnemotécnicas y como imágenes que revelan ingeniosa y elegantemente algunos aspectos. Pero la concentración del esfuerzo estaría en precisar los límites de su aplicación, en insistir dónde sus presentaciones conducen al absurdo, a partir de dónde dejan de ser homologables a las que sí soportan todas las reglas del cálculo aritmético, la gramática del álgebra o la arquitectura topológica; colocándolas, de esta manera, más cercanas a la didáctica de la analogía que al mapa del tesoro. Quizá el mismo Lacan fue en parte responsable de que frecuentemente se las tome por códigos secretos de lo real. Así como alentó el instructivo y vanidoso malentendido de que su prosa debía tomarse por poesía dadaísta (lo que está muy bien mientras no se la compare con poesía dadaísta), en compensación, fomentó un pitagorismo para sus otros garabatos. El privilegio concedido a ese cajón del escritorio es un asunto temprano. Puede reconocerse ya el 8 de julio de 1953, en la conferencia inaugural de la SFP, “Lo simbólico, lo imaginario y lo real”, cuando presenta en sociedad los tres registros apelando extensa y resueltamente a un grafo. En la discusión que le sigue, mantiene un diálogo con Didier Anzieu, cargado de malicia por ambas partes, en el que Anzieu (inaugurando la lista de los ciegos al Lacan-constructor) da a entender que la ocurrencia de emplear un grafo no es más que una concesión a la moda, y Lacan responde con un optimismo que alienta el malentendido de que ese recurso no es solamente lícito sino superior, acaso por expresarse en una lengua más pura: SR. ANZIEU: ¿Qué origen se puede dar a estos modelos? ¿Lo que usted propone hoy es un cambio de modelo.... mejor adaptado a la evolución cultural? DR. LACAN: Es algo más adaptado a la naturaleza de las cosas. Finalmente, la tematización del escritorio de Lacan y el trabajo mismo de escribir este libro, fue persuadiéndome de que nuestro escritorio de analistas de hoy, incluso o más todavía el de los que somos analistas lacanianos, es otro muy distinto que el de Lacan. Viene con pantallas, parlantes, micrófono, impresoras, diskettes, discos compactos, módem, estabilizador de tensión y scanner. La digitalización de textos (las de las obras completas de Freud y de Lacan, por ejemplo), el acceso económico a fuentes bibliográficas remotas, la edición de página, el correo electrónico, los foros virtuales, etc., convirtieron las escalas de los mapas, desbrozaron el camino hacia las autoridades y renovaron enormemente los pequeños el oficios de la escritura. Son cambios dramáticos e irreversibles. El no los habría desdeñado: en los cincuenta, obtuvo parte de su bibliografía para el seminario en mícrofilms; en los sesenta, estuvo entre los que cambiaron la Leica por la Minox y, en los setenta, celebraba los beneficios de volar al Japón por la vía traspolar. NOTAS: 1 Cf. LACAN, Judith, Album Jacques Lacan, Seuil, Paris, 1991. 2 LACAN, Sibylle, Un padre (puzzle), ed. la Flor, Buenos Aires, 1995; pp. 81-82. 3 LACAN, Jacques, EL SEMINARIO 18: De un discurso que no fuese semblante inédito; clase del 10-III-1971. 4 LACAN. Sibylle, pp. 75-76. 5 LORD, James, a Memoir, Weidenfeld & Nicolson, London 1993, p. 203. 6 LACAN, Sibylle, p. 81. 7 LACAN, Jacques; clase del 10-III- 1971. 8 LACAN, Jacques EL SEMINARIO 23: El sínthoma, clase del 11-y1976, inédito en castellano. En ed. francesa del establecimiento de J-A Miller en rey. Ornicar? Nº 11 1977; pp. 2-9. 9 BAÑOS ORELLANA, Jorge, El idioma de los lacanianos, Atuel, Buenos Aires 1995. 10 LACAN, Jacques, EL SEMINARIO 19...o peor, inédito; clase del 15-XII1971. 11 Carta de Freud a Ferenczi del 4-v- 1913: The Carrespondence of Sigmund Freud and Sándor Ferenczi, Vol. 1 (1908-1914), Harvard Univ. Press, Cambridge, Massachusetts, 1994; pp. 48 1-82. 12 LACAN, Jacques, “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, en Escritos 1, p. 185; Escritos v. corr. p. 480, siglo XXI. 1 El punto de partida de este capitulo es una participación, realizada el 13 de octubre de 1997, en el ciclo de reuniones preparatorias de las VI Jornadas de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL): “El analista y sus síntomas”, publicada en El Caldero de la Escuela, nº 57, nov-dic 1997. Buenos Aires. pp. 62-69, bajo el titulo de "La cita posmoderna", junto a las atrás dos intervenciones de esa mesa y una reseña del debate posterior. Con escasas modificaciones, reapareció en Cuaderno de Pedagogía - Rosario, ano II – nº 3, junio 1998; pp. 33-45. La versión actual duplica en extensión la original con la inclusión de respuestas a comentarios y una considerable amplificación de los paralelismos entre Freud y Lacan (en parte presentada el 14 de mayo de 1999 en las 1ras Jornadas Anuales de la EOL sección Rosario, bajo el titulo de “La peste del Padre”). Debido a la problemática que trata, creí oportuno mantener el encuadre circunstancial y el tono polémico en que se dio a conocer, aunque eso aparentemente desaliente las posibilidades de una mayor abstracción. EL MARKETING TAL COMO LACAN LO PRACTICABA La actualidad constante Convincente y sanguínea Aplaude en el trajín de la calle Su plenitud irrecusable De apoteosis presente Mientras la luz a puñetazos Abre un boquete en los cristales Y humilla las seniles butacas Y arrincona y ahorca La voz lacia De los antepasados. J. L. Borges, Prismas: "Sala vacía'' VOY A CENTRAR MI COMENTARIO EN UNA DE LAS REFERENCIAS Bibliográficas destacadas por la Comisión de Organización de las VI jornadas, la del fragmento de “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” que conclave, a propósito de la formación del analista, con una formula alarmante: “Mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”. Si no la entendernos como un exabrupto de Lacan o como una cláusula meramente especulativa, sino como una indicación concreta que afecta el ejercicio del psicoanálisis, cabe entonces preguntarse por el grado de su severidad. ¿Esta cita exigida con la actualidad de nuestra época es un rasgo que instala un binario del ser o no ser (cavando un abismo entre los aptos y los ineptos para ocupar el puesto), o se trata de una condición oscilante, que puede sufrir modulaciones sintomáticas que entrarían, como tales, en el capítulo que nos reúne de “El analista y sus síntomas”? A primera vista, la cuestión no trae muchas dificultades; uno da por descontado que, para bien o para mal, en la practica la posición del analista es algo que se arriesga y se debe volver a ganar cada día, con cada analizante, y que no hay prueba o grado que la habilite para siempre. Lo que, en cambio, sí se descubre difícil es como establecer si un analista (ni que hablar de si una ciudad de analistas como es nuestra escuela) satisface o no la condición de concurrir a la cita con la época. Se nos hace una misión impracticable e incluso inútil; ya sea por las dificultades del examen mismo o porque, incluso obteniendo un diagnostico certero, su veredicto se vuelve muy arriesgado de proferir. El acceso al dato, conseguido a través del dialogo confiado con otros colegas, la supervisión y el análisis de analistas; no da más de lo que quita. A cada paso que se avanza, se vuelve más tormentosa la perspectiva de hacer circular los resultados. El informe se volvería delación. Afortunadamente, hay un arreglo menos frontal, de un sesgo menos confrontativo (aunque mas chato), el de circunscribir la encuesta a los textos. Ya no se trata de pesquisar la cita con la actualidad en lo que transcurre efectivamente entre el sillón y el diván del consultorio, sino en lo que se produce un par de metros más allá con los papeles del escritorio de un analista (o de una escuela). Ciertamente no es la misma cosa, pero esa distancia nos aleja benéficamente de la delación y de lo imposible de hacerse escuchar. En este sentido, las VI Jornadas serán una fuente aventajada. No solo porque es predecible que algún trabajo aborde explícitamente la cuestión de la sintomatología del analista en su cita con la actualidad, sino por la promesa de que una cantidad de expositores tematizarán (adhiriendo a la convocatoria) aspectos de nuestra época, lo que equivaldrá a una puesta en acto de la ajenidad o la unión que guardan con los horizontes actuales de la subjetividad. Desde luego que cuando Lacan dice que el analista debe unir su horizonte al de su época, no se refiere a que deba necesariamente acordar o festejar el estado de cosas que le toca vivir. La unión no tiene que ser imperativamente una alianza, tampoco imperativamente un alzamiento, pero sí una disponibilidad. Estoy impaciente de que llegue el 31 de octubre. Y aguardo la fecha repasando las publicaciones de los últimos años para vaticinar, por proyección, los próximos acontecimientos. Esas proyecciones al futuro me llevan a pensar que, por ejemplo, en las Jornadas será observable algún síntoma de anacronismo. Todo mensaje supone una escena de interlocución. Y bien, hay un numero considerable de textos recientes no se puede pretender que otros similares estén absolutamente excluidos de las VI Jornadas) que se agitan en airados debates dirigidos contra un adversario difunto y malquerido del lacanismo, tal como si el estuviese presente en la sala o en el universo actual del auditorio. Apostrofan, pongamos el caso más corriente, a la caricatura de algún líder difunto de la IPA de los años cincuenta. El atraso no es menos conmovedor cuando se atribuye alguna actualidad semiótica a un resumen escolar de la semántica de los años treinta, o alguna vigencia epistémica a las tesis de algún círculo de la filosofía de la ciencia de la década del veinte. Por supuesto que un alto porcentaje de esos textos practica un anacronismo deliberado; son textos de batalla que sirven de munición a la época del psicoanálisis, y que no por menos fidedignos resultan menos leales para la conquista de la universidad, del mercado editorial o del reclutamiento de futuros analistas. Pero hay ocasiones, como cuando se concentran en temas muy eruditos o tienen un destino de publicación interna, en las que no se ve la meta militar de su fábula. Sus autores no estarían usando sino sufriendo anacronismos. En el reportaje de agosto pasado, publicado en La Carta y El Caldero de la Escuela, Jacques-Alain Miller señala: “...me pareció que la Egopsychology ya casi no tenia más defensores en el [ultimo] Congreso [de la IPA] mientras que [en tiempos de] Lacan estaba muy activa”. Se sobreentiende que, al resaltarlo, no pretende pacer pasar por una noticia de ultimo momento a una situación que lleva varios años; lo que hace -a mi entender- es despabilar a los lectores que demoran su cita con la actualidad en el sumo de servir de escuderos a las batallas imaginarias de la época del primer Lacan. Seguramente aparecerá también alguna exposición ya no anacrónica pero sí desencantada que dejara exhibir su nostalgia por un pasado heroico del psicoanálisis que a su autor le consta que nunca le tocara vivir como presente. Exposiciones dolidas por no haber nacido en el lugar y tiempo adecuados como para haber sido los alumnos de El seminario de Lacan, pacientes de Freud o, al menos, para haber tenido la ocasión de ejercer la profesión en una época en la que las familias eran familias; los neuróticos, neuróticos, y la mayoría de los hombres tenían nobles ideales. Una época, en fin, en la que los analistas eran vistos como héroes (Hollywood y las películas de complejos de los años cincuenta) y, a veces, hasta alcanzaban a serlo (“Cuando el Comisario nazi trajo el documento [en el que debía declarar que ni el ni su familia habían sido molestados en territorio austríaco], Freud por supuesto, no tuvo escrúpulos en firmarlo, pero pregunto si le permitirían agregar una frase, que fue la siguiente: <<De todo corazón puedo recomendar la Gestapo a cualquiera»”, cuenta Ernest Jones en su influyente biografía) (1) Si la pantalla anacrónica es el sueno de que el hoy es el ayer, la vigilia de la nostalgia no es menos riesgosa, puesto que conduce a la depreciación de la actualidad. Su hoy es menos que ayer priva igualmente del presente y el porvenir. La consecuencia de las fantasmagorías del anacronismo y del desencanto de la nostalgia es la incapacidad para catectizar la subjetividad de nuestro tiempo, y de esa forma el analista pierde la posibilidad de registrar e interpretar las discordias del nuevo malestar. Cada tanto recaigo en nostalgias modernas. Compro la última Uno por Uno, comienzo por la traducción de "Joyce el síntoma I", y en cuanto leo la línea en que Lacan dice: "a los diecisiete años, gracias al hecho de que frecuentaba la librería de Adrienne Monnier, coincidí con Joyce", me acuerdo, casi fotográficamente, de una página de las memorias de Sylvia Beach (primera editora del Ulises de Joyce y amante de Monnier), que recuerda como, precisamente entre 1918 y 1919, en esa librería: “Se organizaban lecturas para escuchar manuscritos que aun no estaban editados, leídos por sus propios autores o por sus amigos. Apiñados en el pequeño local, junto a la mesa y casi encima del lector, escuchábamos atentamente conteniendo la respiración. Pudimos oír a Jules Romains. Valery nos habló sobre el Eureka de Poe. André Gide estuvo varias veces. En ocasiones se incluía un programa musical con Erik Satie y Francis Pulenc”. Paso, entonces, a consultar un libro sobre Erik Satie, y me entero de que el 21 de marzo de 1919, en la librería de Monnier se estreno Socrates, un collage musicalizado de fragmentos de El Banquete, Fedro y Fedón. “Yo hago ten retorno cubista a lo Antiguo”, decía Satie, y con esa orientación resolvió su obra -que el joven Lacan bien pudo haber presenciado- con un acompañamiento musical discreto ("blanco") para tres sopranos; le urgía que los diálogos se escucharan como texto, de modo que despegó la representación de toda pregnancia dramática asignando los papeles de Socrates y sus discípulos a mujeres (los vanguardistas sabían llevar las cosas hasta las ultimas consecuencias). (2) Corro a Tower Records. De regreso, mientras escucho el CD, busco en la biblioteca el libro de Sylvia Beach. Es entonces -y a esto voy- que, en medio de las agudas votes del El Banquete, descubro que el dolor por no haber vivido en Montparnasse en la fecha en que las vanguardias modernas nacían, había sabido efectivamente preservarme esa pagina de Sylvia Beach como una reliquia, pero no intacta sino substrayendo prolijamente un par de líneas de mi memoria. Puesto que antes de largarse a enumerar los artistas que desfilan ante los nostálgicos que estábamos sentaditos, calladitos escuchando la pieza de Satie, Sylvia Beach aclara: “Durante los últimos meses de la guerra, mientras los cañones retumbaban cada vez más cerca de Paris, pasé muchas horas en la pequeña librería gris de Adrienne Monnier". (3) Los cañonazos resquebrajan, al menos por un tiempo, el mito feliz según el cual Lacan creció (y llegó a ser quien fue) en medio de (y gracias a) la última Edad de Oro de la historia. También los cañonazos me llevaron a recapacitar que, en algún momento de 1919 y no tan lejos de Paris, Freud vio regresar de la guerra a sus tres hijos; desde entonces tres desocupados en sus respectivas profesiones por el resto de sus vidas, que nunca dejaron del todo de recibir (al menos mientras los apremios de la hiperinflación no lo impidieron) ayuda del padre. Claro está que el espectáculo de un hombre desocupado no era novedoso para Freud. Su propio padre había estado sin trabajo desde que el tenía cuatro años de edad; se sabe que la familia era mantenida por sus medio-hermanos, que se volvieron prósperos en Inglaterra luego de haber quebrado en Moravia cuando la moda de sombreros femeninos dejó de colgarse plumas de avestruces sudafricanas de las que eran importadores. Continuando con las secuelas de la primera guerra mundial, en 1920, Sophia, la segunda hija de Freud, que había partido con un fotógrafo berlinés contra la voluntad de la familia, muere en la epidemia de gripe española; poco después, una tuberculosis miliar se lleva al pequeño Heins, el nieto del juego del carretel. Y mejor no hablar de los cañonazos de la segunda guerra mundial, que partieron en dos la carrera de Lacan y precipitaron la muerte de Freud en el exilio. En 1989, se encontró la declaración exigida por los nazis: estaba, en efecto, firmada de su puno y letra y, obviamente, vacía de cualquier agregado irónico. (4) Más poéticamente, el retumbe de los cañones en los vidrios de la librería en que se refugiaba el joven Lacan, se puede asociar al episodio del Ulises comentado en la novena clase del Seminario 23, “Pedazos-deReal”, (5) en el que el protagonista joven, Stephen Dedalus, discute con Mr. Deasy, director del colegio en el que trabaja de maestro. “La historia -dice Stephen- es una pesadilla de la que trato de despertar”. A lo que Mr. Deasy, con su fraseología conservadora, responde que la historia progresa hacia una gran meta, manifestación de Dios. En ese momento, un repentino griterío procedente del patio de los alumnos invade la oficina silenciosa del director. Stephen lo aprovecha para replicar que la historia no es un orden preestablecido, sino que se parece mas a eso, a una irrupción inopinada: “Eso es Dios. Un grito en la calle”, dice, señalando la ventana. Al respecto, no podemos menos que convenir que los ideales (o como se dice ahora, los meta-relatos) de la modernidad no trajeron siempre lo mejor a las calles de su tiempo, y reconocer que fue en esos paisajes, entre esos gritos e incertidumbres, que nació y prosperó el psicoanálisis. El Hombre de las Ratas murió en las trincheras; los bienes del Hombre de los Lobos fueron confiscados por la revolución bolchevique y la excomunión de Lacan por parte de la Asociación Psicoanalítica Internacional ocurrió en medio de la Guerra Fría, en 1963 a dos años de la construcción del muro de Berlín, cuando Europa parecía que iba a volar por los aires, dejando en un gran desamparo potencial a los seguidores que se arriesgaron a no abandonarlo. Mejor que renuncie el analista que pretenda escuchar lo que se dice en el interior del consultorio sin escuchar, también, lo que viene por la ventana, decía en otras palabras Lacan. Y entiendo que es así por dos razones. La primera, como se desprende de una lectura literal del fragmento de “Función y campo", para escuchar mejor a nuestros analizantes; la segunda, que es la que busco subrayar esta noche, para que el psicoanálisis se haga escuchar. Puesto que, si no quiere convertirse en una ciudadela que sirva de último refugio, la ciudad de los analistas debe estar al corriente del discurso de su tiempo para lograr participar en sus guiones de interlocución. En “El psicoanalista y las letosas” (otra de las referencias recomendadas por la Comisión), Colette Soler advierte muy precisamente que el psicoanalista es un objeto del mercado y que esta sometido a sus reglas de juego. Tan es así -precisa- que, para mantener vigencia mercantil, el analista “como todos los objetos del mercado, necesita promotores”. (6) Si bien a esta altura su exposición concluye y no avanza en más detalles, hay que hacer notar que diez páginas atrás había mostrado un elocuente ejemplo de cómo practicaba Lacan la promoción del analista y el psicoanálisis. Me refiero al momento en que ella precise que la expresión « discurso capitalista», acunada por Lacan como tecnicismo en 1972, era una concesión que el hacia a una época en la que “Nada de lo que se pensaba en Francia durante esos años podía ahorrarse la referencia marxista”. (7) “El psicoanalista y las letosas” es, edemas, una referencia doblemente interesante porque, con esa y otras aclaraciones, C. Soler no se limitaba a aconsejar acerca de cómo realizar una lectura contextual de Lacan sino que, en el mismo gesto, actualiza el acto promotor. ¿Cuál es el contexto mercantil de “El psicoanálisis y las letosas”? La aparición en librerías de uno de los seminarios. Es enero de 1991, Soler se encuentra en la ciudad de Nantes en la campana de lanzamiento de El Seminario 17: El reverso del psicoanálisis y su táctica es la de anticiparse a las objeciones o el escaso entusiasmo que, en 1991, podían provocar algunas expresiones muy convocantes veinte años atrás, pero que ya no atraían tanto, como lo era el adjetivo « capitalista». Ella busca renovar, mediante guiños y aclaraciones, la vigencia de ese seminario: “Actualmente estamos casi en la situación inversa: nada de lo que se pretende pensar osaría pasar por la referencia marxista” -subraya. (8) El horizonte de época está hecho de truenos de cañonazos y de gritos, pero también de una intertextualidad cuya urdimbre es tanto una red densa de conexiones como un filtro impiadoso, por el que los objetos teóricos pasan o no pasan al mercado de las ideas vigentes, según sepan o no sepan articularse con la arbitrariedad de las contraseñas de moda. Estoy hablando de vigencias, no de verdades. La validez de La nota italiana o de El reverso del psicoanálisis, se empeña en decir Colette Soler, es independiente a la suerte del marxismo, por mucho que lo haya tenido por interlocutor privilegiado. Pero despegar una verdad de su escena original es casi tan difícil como pegar una verdad recién originada a lo vigente de su actualidad. Es la inercia y el drama de la construcción enunciativa. Al respecto, habría que agregar las muchas pequeñas anécdotas a propósito de como Lacan se las arreglaba, a escala personal, para que no únicamente los marxistas, sino figuras reconocidas o en ascenso de diversos campos se sintieran implicadas por el psicoanálisis. Se recuerdan numerosos episodios en los que de ninguna manera son los matemáticos, los artistas, los filósofos o los psiquiatras los que toman la iniciativa para ir a ver al gran hombre al que le suponen un saber que les atañe, sino todo lo contrario: es Lacan quien los persigue, colmándolos de galanterías, llevándolos a pasear en auto, invitándolos a cenar, homenajeándolos con cartitas, y esto todavía cuando el era alguien maduro y consagrado. Baste con el reportaje a Umberto Eco del numero 50 de la revista L’Ane, donde el semiólogo recuerda sin perder el asombro la cordialidad con que se le acerco Lacan, siendo el un joven de treinta años únicamente conocido en círculos especializados. O con et recuerdo de Marie-Pierre de Cossé Brissac, de cuando ella apenas se asomaba a la redacción de Les Temps Modernes: Lacan había conseguido hablar, como todo el mundo sabe, en una sala del hospital Sainte-Anne. Me llamo para pedirme que fuera a escucharlo y darme el itinerario que me conducía hasta él. Apunte cuidadosamente sus indicaciones, que me parecieron de una minuciosidad tan singular como poco habitual, que aun recuerdo la sensación de creciente extrañeza al escucharlo. Por otra parte me hizo repetir cuanto me había dicho para asegurarse de que yo no había omitido nada. (9) En estas semanas, apareció la traducción de Resistencias del psicoanálisis, otro libro de J. Derrida, que vuelve a corroborarlo. Un largo capitulo titulado "Por el amor de Lacan" (subrayo el « de»), sirve a Derrida para, entre otras cosas, atestiguar sobre la generosidad enigmática de ese viejo y ufanarse de poseer un ejemplar dedicado de los Escritos: "a Jacques Derrida, este homenaje que lo puede tomar como guste". (10) A esta altura, se impone la pregunta acerca de sí, además de las cenas, los ejemplares dedicados, los paseos y las llamadas telefónicas, Lacan no se hizo cargo de otros costos más onerosos para construir un público propio. Concretamente, hasta que punto el mentado Retorno a Freud no produjo, además de una monumental puesta al día de Freud, un Freud trastornado, tergiversado por el afán de sintonizarlo mas espectacularmente con el mercado de las ideas de la época. En principio, la severidad tan poco complaciente de su estilo y los datos de algunos testimonios -hasta ahora no contradichos-, desautorizan enérgicamente la acusación de que haya buscado notoriedad a cualquier precio. La mencionada Cosse Brissac retrata un Lacan de cincuenta y cinco años tan decidido a hacerse escuchar como a no ceder en sus principios: Mi segunda imagen, lamentablemente, es menos agradable: se trata de dos sesiones en la Sociedad Francesa de Filosofía o en una asociación de ese tipo, una en Saint-Germain-des-Prés bajo la presidencia de Jean Wahl, y la otra, me parece, en la Sorbona. Jacques Lacan había ido a presentar sus ideas, pero las cosas no iban bien. Bajo la luz amarillenta o lívida de esas horribles salas de reunión, la asamblea de filósofos o intelectuales que habían consentido en desplazarse -estábamos lejos de las futuras multitudes de la gloria- manifestaba con un prudente silencio su reserva ante un hombre que no sabían muy bien lo que quería y que no formaba parte del rebano. Jacques Lacan se obstinaba, de pie, con los dedos hundidos en una miserable mesa, como para dejar bien claro que no se marcharía sin antes haber sido escuchado, si no entendido. A la universidad de aquella época no le gustaba el dinero ni los hombres bien vestidos. Esto jugaba en su contra, además de su lectura de Hegel. No obstante continuaba, imperturbable. Hablaba como si un día, ineluctablemente, la victoria debiera ser suya. La miserable sala se desvanecía, el público se esfumaba ante la fuerza de una palabra sin concesiones. El seguía su camino con una clase y un fervor admirables, hasta que salimos todos un poco tristes a la noche oscura, fría e indiferente. (11) Cuesta imaginarlo así, pero indudablemente se trata del recibimiento que merecieron “El psicoanálisis y su enseñanza”, el 23 de febrero del invierno de 1957 en la Société Française de Philosophic, y “La instancia de la letra”, el 9 de mayo de la siguiente primavera en el Groupe de Philosophic de la Fédération des éstudiants ès Lettres de la Sorbona. No pace falta decir que ni los filósofos ni los estudiantes de letras recapacitaron y organizaron, la semana siguiente, un acto de desagravio a la verdad ineluctable. Y todo hace suponer que, de haberse quedado Lacan cruzado de brazos, difícilmente hubiesen llegado hasta nosotros noticias de estas dos conferencias. Incluso (o especialmente) en los tiempos mas difíciles, la circulación de las ideas tiene tanto o mas de promoción y regateo de mercado que de disputa académica entre sabios. Para su supervivencia intelectual, un empeño deliberado por llamar la atención se hacia entonces recomendable. Sin embargo, para algunas sensibilidades delicadas, esta estampa de un Lacan doctrinariamente original e insobornable que se retira solitario en medio del frío de la noche, no guarda una relación de causalidad sino de incompatibilidad con otros retratos, igualmente veraces, que lo descubren, el día siguiente o el día anterior de sus participaciones publicas, jugando ambiciosamente al ajedrez de la repercusión: Ese congreso [de Roma de 1953], que constituyo una burla en el propio terreno para los ortodoxos de la IPA, fue un gran éxito para Lacan y los lacanianos de la primera hora. Hubo que invitar a los conserjes italianos para llenar la sala. Lacan me dijo en tono solemne: “Perrier, como usted es hijo de periodista, escríbame unas líneas sobre el congreso”. Lo que redacte se publico con el titulo “Voyage à Rome”. Avido de honores, de respetabilidad y de gloria (lo cual, por otra parte, le ocurría a menudo), Lacan logro haberse invitar por la embajada de Francia, y entonces me dijo al oído: “la embajada supo transformar está gracia de Estado en estado de Gracia”. (12) Las evidencias de que, en septiembre de 1953, inició contactos para llegar a aleccionar al Papa Pío XII sobre la importancia para el su jeto de la palabra y el lenguaje, 13 da una idea de la seriedad con que se tomaba a sí mismo y del vértigo de las apuestas. Pero más interesante que medir la magnitud de su ambición en la lucha contra el silencio, es detectar las marcas textuales de ese intento. Quiero decir, los lugares en los que la aspiración de construir un público propio no solamente comprometió el paratexto ampliado de notas periodísticas y favores personales, sino también la obra misma. Veamos un ejemplo muy mentado, que afectaría el escrito "La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis", tal come, figura en la biografía de Lacan de Elisabeth Roudinesco: Para apuntalar ese hipótesis de una naturaleza subversive del freudismo, de la que él era heredero gracias a su frecuentación de los surrealistas, de Bataille y de la obra nietzscheana, Lacan había tratado de hacer remontar su origen al propio Freud. Pero ¿cómo aportar la prueba de semejante afirmación cuando no se la encuentra en ninguna parte? Lacan había resuelto ese delicado problema haciendo una visita a Carl Gustav Jung en 1954. (...) El 7 de noviembre de 1955, en su conferencia sobre la “cosa” freudiana pronunciada en alemán en Viena, declaró por primera vez su visita a Küsnacht: “...la frase de Freud a Jung, de cuya boca lo he oído, cuando invitados ambos a la Clark University, llegaron a la vista del puerto de Nueva York y de la célebre estatua que ilumina el universo: <<No saben que les traemos la peste»” (...). Esta frase supuesta de Freud fue escuchada más Allá de toda aspiración. En nuestro país, en efecto, nadie duda de la realidad subversiva del freudismo; sobre todo, nadie se atreve a imaginar que Freud, sin duda, nunca pronuncio esa frase durante su viaje a Estados Unidos, en 1909, en compañía de Jung y Ferenczi. Sin embargo, el estudio de los textos, de la correspondencia y de los archivos muestra que Jung reservó únicamente a Lacan esa preciosa confidencia. En sus Memorias, cuenta el viaje pero no hace ninguna alusión a la peste. Por su lado, Freud y Ferenczi no emplean nunca la palabra. En cuanto a los historiadores del freudismo, de Ernest Jones a Max Schur pasando por Henri Ellenberger, Vicent Brome, Clarence Oberndorf, Paul Roazen, Nathan Hale y Peter Gay, anotan que Freud dijo simplemente: “Se sorprenderán cuando sepan lo que tenemos que decirles”. Apoyado en esa confidencia de la que el era el único depositario, Lacan invento pues una ficción mas verdadera que la realidad, destinada a imponer, contra el psicoanálisis llamado norteamericano, su propio relevo de la doctrina vienesa, marcada desde entonces con el sello de la subversión. (14) Hay que decir que esta especulación audaz de Roudinesco corrió con la mejor de las suertes, a pesar de faltarle cimientos positivos. Gracias a la sonrisa cómplice que supo desprender entre los que queremos bien a Lacan y a la carta de triunfo que en ella creyeron encontrar los que lo quieren poco, esta hipótesis se instaló sin mayores objeciones como si se tratara de un hecho probado e incontrovertible. Pero su aceptación no es una cuestión menor. Lo que está aquí en discusión es la expectativa con que conviene leer a Lacan. En el momento de discernir entre lo que Lacan busca decir y lo que dice para que su dicho sea escuchado, se instala la pregunta de cuales son los dominios de cada intención. La moraleja del comentario de Roudinesco sobre “La cosa freudiana”, es que el precio que pagaba para ser escuchado era considerable. Guiado por su cálculo, el bisturí de la partición verdad/promoción puede acabar resecando por accesorios a párrafos y aún a escritos o seminarios enteros, cargándolos enteramente a la cuenta de la política temporal de la enunciación (esto Lacan lo dice para aproximarse a Winnicott, debido a que Winnicott presidía la comisión ad hoc que evaluaba el ingreso de la SFP a la IPA; aquello otro, para desprestigiar a Lagache, debido a que Lagache polarizaba su escuela, etc.). De esa sombra tampoco se libran los tiempos prósperos de la consagración, de los que se ha dicho que pagó el precio de su edad (para F. Perrier, a partir del Seminario 21 sus lecciones son “casi una jerganofasia de un viejo canceroso “), y el de su afán por sintonizarse con los jóvenes mandarines del setenta (en términos de Roudinesco, eso lo condujo a la galaxia topológica de la búsqueda del absoluto). Esta tentación de reducir la interpretación de un texto exclusivamente a la explicación de su marco de producción o de recepción es un procedimiento de larga tradición y franca actualidad. En un reciente debate sobre deconstrucción y pragmatismo, realizado en París en 1996, Rorty opuso dos Derridas, de los cuales el que no le interesaba se explica exclusivamente por el marketing académico: Creo que lo mejor de Derrida está en obras como la sección “Envíos” de La tarjeta postal. De Freud a Lacan. (...) Mientras que, previsiblemente, sus seguidores anglófonos leen libros como De la gramatología como demostración de verdades filosóficas trascendentales, yo los veo como propedéuticos. La obra temprana, menos idiosincrásica, más “estrictamente filosófica” de Derrida -y en particular sus libros sobre Husserl- le fue necesaria para establecerse y ser publicado. (15) El problema de las explicaciones es que en muchos casos son acertadas y eso puede hacernos suponer que lo son todo. Derrida, creyendo merecer otras expectativas de lectura para sus primeros libros, le señala a Rorty que hay razones de la razón que el mercado no comprende: Rorty distingue mis primeras obras, a las que se juzga como más filosóficas, de las posteriores, calificadas como mis literarias. Rorty regresó a ese tópico cuando dijo que es necesario empezar a publicar libros que acepte la universidad y que es también cuestión de legitimación política y editorial. Es cierto, pero no se trata solo de eso. Creo que mis primeros textos, llamémoslos más académicos o menos arriesgados filosóficamente, estaban también más allá del campo editorial o de legitimación social y eran también una condición discursiva y teórica, una condición irreversiblemente necesaria para lo que vino después. (16) Quizá estemos de acuerdo con Derrida, eso dependerá de como juzguemos su obra; pero en otros casos, nos puede parecer muy bien que la interpretación no vaya más allá de la explicación ideolágica, económica o medica. Hay textos que no podemos convalidar, sino apenas justificar en razones ajenas a la razón. Por ejemplo, un lector no creyente no podrá adherir a William James cuando reclama, al comienzo de su libro Las variedades de la experiencia religiosa, que se admita la incidencia causal de una dimensión superior y sagrada: ...es la moda, coman hoy entre ciertos escritores, cuestionar las emociones religiosas demostrando una conexión entre ellas y la sexualidad. La conversión [religiosa] es una crisis de pubertad y de adolescencia. La mortificación de los santos y la devoción de los misioneros, nada más que ejemplos del instinto de sacrificio de los padres desplazados. Para la monja histérica, que anhela la vida sobrenatural, Cristo es nada más que el sustituto imaginario de un objeto afectivo más terrenal. Y otras cosas por el estilo. (...) Defender la causalidad orgánica de un estado de animo religioso, para rebatir su derecho a poseer un valor espiritual superior, es ilógico y arbitrario... (17) En la vereda de enfrente de la propensión a reducir a Lacan a una explicación exclusivamente mercantil, están los que encuentran herético discutir su mas mínima presencia. La chatura que lo denuncia como un embustero que no buscaba otra cosa que ser escuchado tiene enfrente la prepotencia de la idealización discipular que lo despoja de la ironía y sentido de la historia. Sin negar los riesgos, estoy a favor de una lectura que tolere la cohabitación de lo preposicional con lo político (de la idea con el aviso publicitario, de la voz con el megáfono), evitando adhesiones maniqueas. Ni Lacan genio solitario que se resiste a hacer negocios con el mundo, ni Lacan confabulador megalómano. Mas vale, en su lugar, recordar francamente que fue, en los comienzos de cada uno de nosotros, lo que primero nos atrajo hacia el psicoanálisis o hacia Lacan en particular, y admitir que esos anzuelos marketineros no son el meollo de ninguna enseñanza, pero sí la botella del mensaje; no el edificio entero, pero sí la puerta de acceso. En la historia corriente de las escuelas y los movimientos científicos, el valor de verdad de una idea nunca garantiza automáticamente su difusión, y la voluntad de hacerla escuchar se cruza, tarde o temprano, con pago de aranceles. El progreso del psicoanálisis, no queda exceptuado de este destino común. Más de una vez Lacan hostigó los retratos santurrones de la fundación del psicoanálisis, condenando cuanto menos por cómicos los esfuerzos de desentender la lectura de Freud de su voluntad ambiciosa. Lo hizo, por ejemplo, en el curso de El Seminario 3, seis meses después de pronunciar “La cosa freudiana” en Viena: Escuche un día hablar de Freud en estos términos: Sin ambición y sin necesidades. La cosa es cómica si se piensa en la cantidad de veces, a lo largo de toda su obra, en que Freud confiesa su ambición, avivada sin duda por tantos obstáculos, pero que va mucho más allá en el inconsciente, como el nos lo supo mostrar. ¿Será necesario, para que lo perciban, pintarles -como lo hizo Jung un día hablando conmigo- la recepción de Freud en la Universidad que el equiparaba a la atención mundial? Quiero decir, pintar el flujo -cuya significación simbólica el fue el primero en mostrar- que engalanó con una mancha que iba creciendo en su pantalón claro. (18) Escojo este ejemplo porque emplea, como material probatorio, otra anécdota freudiana que habría escuchado en la visita al caserón de Jung en Küsnacht, de cuyo testimonio Roudinesco tiene tan serias dudas. ¿Se tratará de una nueva sección del Freud apócrifo de Lacan? No seria temerario suponer que en esta oportunidad, como en otras, Lacan vivifico su relato incluyendo precisiones que narra como si fueran datos fumes a pesar de ser solamente conjeturales. El detalle de sastrería de que Freud llevaba puestos unos inoportunos pantalones claros que volvieron más inocultable su desgracia, podría ser de ese orden de invención realista. Lo que, en cambio, no se puede poner en tela de juicio es que Jung le haya efectivamente contado lo esencial -no importa con que patio y color- de esta anécdota de la incontinencia urinaria de Freud. Si bien es cierto que se trata de un episodio que tampoco aparece registrado en las cartas de Freud a su familia, ni en las memorias de Jung, (19) ni en el archivo de las cartas de Jung a su esposa; (20) desde 1992, contamos con el testimonio confirmatorio de Saúl Rosenzweig, un psiquiatra americano de la Washington University de Saint Louis sin vinculaciones conocidas con Lacan, que anota haber escuchado la tarde del 6 de julio de 1951, en Küsnacht y de boca de Jung, una historia inconfundible: ...abordé el tema de la visita a Estados Unidos en 1909. Primero Jung parecía algo reticente, pero sus vacilaciones no duraron mucho y pronto se mostró entusiasmado por tratar la cuestión. Parecía estar especialmente satisfecho de las revelaciones que hacía a propósito de Freud. Hay un asunto del viaje que me lo describió con especial detalle. Poco después de llegar a la ciudad de Nueva York, hubo una visita, concertada por el Dr. Brill, a la clínica psiquiátrica de la Universidad de Columbia, en donde Brill había estudiado y, en ese entonces, era medico asistente. Mientras contemplaban, desde la clínica, el paisaje de los montes Palisades de Nueva Jersey, Freud sufrió un contratiempo personal. En un descuido, se orinó en sus pantalones y Jung tuvo que auxiliarlo para superar el apuro. Por otra parte, según Jung, pronto se hizo evidente que Freud abrigaba temores de lamentar otro accidente semejante en el curso de alguna de sus conferencias en la Universidad de Clark. Entonces, Jung le preguntó a Freud si consentía que lo ayudara con este temor con una intervención analítica. Freud estuvo de acuerdo y Jung comenzó "el tratamiento". A su debido tiempo, Freud presentó un sueno cuya interpretación requería asociaciones con temas íntimos. Cuando Jung le pidió esos detalles, Freud hizo un silencio, lo pensó cuidadosamente, y renunció a hacerlo, explicando que “No podía arriesgar su autoridad" con confesiones semejantes. "Eso, concluyo Jung, me decepcionó, y fue el episodio que inicio nuestra separación”. (21) Desde luego, resta todavía la objeción de que Jung pudo haber engañado la curiosidad de los dos visitantes. Es sabido que, por ese entonces, venia progresando en la sistematización de su propia (y algo descabellada) mitología personal. La reseña de las Memorias, sueños, reflexiones que Winnicott escribe para el International Journal of PsychoAnalysis en 1964, lo dice elegantemente: “Puede ser que nosotros, los psicoanalistas, estemos tratando de recobrarnos del vuelo de Freud hacia la salud, de la misma manera en que los jungianos están tratando de recuperarse del self dividido de Jung y de la forma en que Jung se ocupó de eso”. Por cierto, la anécdota de la incontinencia (como la de la peste) encaja bien dentro de la matriz de relatos cortos que incluyen un dialogo breve entre dos hombres que tanto complacía a Jung. Afortunadamente, la prevención se vuelve innecesaria puesto que contamos con una confirmación indirecta aunque significativa en la biografía de Ernest Jones. Apenas por un día de retraso, Jones no llegó a ser testigo directo del accidente de Freud, ocurrido el 2 de septiembre de 1909 (“...Brill les mostró también la Universidad de Columbia. Al día siguiente me uní a ellos…”); (22) pero sí lo fue de las secuelas inmediatas que trajo: "Otro trastorno físico de esa época eran sus molestias prostáticas. Esto era, naturalmente, doloroso y embarazoso a la vez y por supuesto era todo culpa de las costumbres americanas. Recuerdo como se quejaba, dirigiéndose a mí, de la escasez y poca accesibilidad de los lugares adecuados para obtener alivio: « Os conducen a lo largo de kilómetros de corredores y al final os llevan al subsuelo, donde os espera un palacio de mármol, exactamente con el tiempo estricto»”. (23) A la luz de estas confirmaciones, se nos aparece ahora menos irrebatible el cargo de que Lacan "invento una ficción que es más verdadera que la realidad", cuando atribuyó a Freud el chiste de "No saben que les traemos la peste". Hay que lamentar que Saúl Rosenzweig no diga nada, ni confirmatorio ni que vaya en sentido contrario, acerca de lo que Freud habría manifestado cuando divisó el puerto de Nueva York desde la cubierta del vapor alemán “George Washington”. Aún así, algunos prolijos datos de su grueso libro acerca de la gira freudiana a los Estados Unidos, Freud, Jung and Hall the Kingmaker, dan nuevamente crédito al testimonio de Lacan. Está lejos de mi intención sugerir que Lacan era incapaz de tabular con fines didácticos y/o políticos: ¡uno de los ejes de El escritorio de Lacan (particularmente el tercer capítulo) es el de procurar demostrarlo y recomendar al lector que lo tome en -cuenta sin escandalizarse!; sin embargo, quisiera hacer a continuación un breve juego hipotético para hacer hincapié en que deben adoptarse serias precauciones antes de asegurar qué es y que no es fábula en su obra. Los dos reparos que siguen aún en pie no son demasiado sólidos. (1) Que ni Jung ni Jones hayan anotado en sus publicaciones el presunto chiste de Freud, podría explicarse razonablemente por las circunstancias internas del psicoanálisis de la década del 50. Como se puso de manifiesto, en sus respectiva maneras de narrar el accidente de la incontinencia, Jung era renuente a colaborar con imágenes que ilustraran la épica de Freud el conquistador (lo que procuraba era pintarlo como un amo positivista inmovilizado por sus prejuicios: “Freud me miro extrañado-su mirada estaba llena de desconfianza-y dijo: El caso es que no puedo arriesgar mi autoridad»”); y Jones, siendo uno de los primeros y principales responsables de la introducción del psicoanálisis a la lengua inglesa, no tenía por que cargar las tintas sobre el desprecio al nuevo rico y la incredulidad eurocentristas que Freud solfa mostrar, en privado, hacia los Estados Unidos. (2) En cuanto a la visita de Rosenzweig, cabe la suposición de que por cortesía o pereza Jung eligió ocultar, a un visitante nacido en Boston y con títulos honoríficos de Harvard, un chiste de europeos que contemplan la intelectualidad norteamericana por encima del hombro. Pero lo que pudo no haber sido dicho, en los setenta minutos que duro la única conversación que mantuvieron, (24) quizás haya aparecido tres años mas tarde durante la visita de Lacan. Como además de ser europeo, se había presentado con una carta de recomendación de Roland Cahen, el traductor de Jung al francés,” probablemente recibió un trato mas familiar y prolongado en su peregrinaje a Küsnacht. Por otro lado, es importante subrayar que el relato de Lacan no tambalea sino que se afirma en su credibilidad cuanto más lo tomamos al pie de la letra en su confrontación con los restantes testimonios. Es sabido que el ánimo exaltado de los tres viajeros, Freud, Jung y Ferenzci, invitaba efectivamente a las bravuconadas. A lo largo de la travesía habían conversado interminablemente, jugado a los naipes y conseguido que Jung renunciara a la abstinencia alcohólica. La ronda de correspondencia que los mantuvo unidos durante el primer semestre de 1909, da fe de las enormes expectativas confesadas por Freud en la “Presentación autobiográfica” de 1925: “Cuando en Wocester subí a la cátedra para dar mis Cinco conferencias sobre psicoanálisis, me pareció la realización de un increíble sueño diurno. El psicoanálisis ya no era, pues, un producto delirante, se había convertido en un valioso fragmento de la realidad”. (26) Entre los recaudos neuróticos levantados para distraerse de la importancia del viaje y la preocupación por conseguir el sí de los anfitriones, estaba el juego de “Vengo a América para encontrar un puercoespín”, (27) que avanzaba en la misma línea de sentido de “No saben que le traemos la peste”. Pero lo que más entusiasma a apostar a su valor de verdad es el impecable emplazamiento de la escena en que Lacan asegura que ocurrió el chiste. Según cuenta Lacan que le cuenta Jung, el comentario de Freud ocurre en el momento en que los viajeros divisan el puerto de Nueva York y están próximos a la estatua de la Libertad. El paisaje, naturalmente, obligaba al comentario ingenioso o altisonante, no se olvide que todo transcurre en los espacios teatrales y las velocidades lentas de un barco. Este alto grado de convencionalidad vuelve muy factible la “invención” de Lacan. Y más allá de estas generalidades del caso, hay una particularidad que muestra el chiste de la peste como hecho a la medida del 29 de agosto de 1909. Las condiciones meteorológicas adversas de ese día hacen pensar en que el momento señalado del comentario (“cuando llegaron a la vista del puerto de Nueva York y de la celebre estatua”) debió de ocurrir tardíamente. Seguramente no pudieron divisar la costa de Manhattan hasta que no se hallaron bastante próximos o incluso algo más allá de la estatua. Al cielo tormentoso de la última semana de viaje se había agregado una pesada niebla desde el arribo a las costas de Newfoundland. El mapa, las condiciones de visibilidad, la temática del chiste, todo sugiere que se encontraban a punto de tocar la isla de Ellis, situada a escasos trescientos metros pasando la estatua, o que estaban ya amarrados a esa isla para el trámite aduanero. Desde 1892 hasta 1954, Ellis funcionó como Oficina Federal de Inmigraciones. La pequeña isla se interponía entre los recién llegados y tierra firme, ejerciendo controles médicos y políticos que decidían el ingreso, la detención o la deportación. No admitía enfermos crónicos o contagiosos, homosexuales, prostitutas, mendigos, anarquistas ni dueños de libros comprometedores. Los pasajeros de tercera clase eras desembarcados en tropel y sometidos a requisas a veces humillantes; los otros, como Freud y sus acompañantes, pasaban por un trámite más cortes, habitualmente sin descender del barco. Se sabe que Brill facilitó incluso más las cosas, recomendando al psiquiatra suizo Bronislav Onuf, consultor de los exámenes inmigratorios, que aliviara el tramite de la comitiva freudiana; aun así, demoró un par de horas.(28) De manera que la frase atribuida a Freud tuvo sobradas razones para manifestarse en esas coordenadas meteorológicas y sociales. Por ultimo, localice otro dato que podría considerarse un indicio confiable de que el chiste de la peste fue efectivamente pronunciado y de que, como el de encontrar el puercoespín, alcanzó popularidad en el grupo. Se trata de unas líneas de la carta de Jung a Freud del 31 de marzo de 1911 desde el Hotel Central de Berlín: “Aquí he sido muy bien acogido y desde luego, no a Kraus, pero si a toda su clínica la he encontrado infectada con el psicoanálisis. Creo que la cosa ha comenzado bien en Berlín”. (29) Dos días mas tarde, Freud escribe a Ferenczi retransmitiendo la metáfora como si fuera una expresión gastada entre ellos: “Jung estuvo recientemente en la clínica de Kraus, en Berlín, y cuenta que allí están todos infectados. Fue espléndidamente recibido". (30). Ahora bien, el libro de Rosenzweig y la correspondencia de 1908-13, hacen algo mas que confirmar las inclinaciones uretrales de Freud en su sentido mas literal; muestran también como la ambición de reconocimiento del psicoanálisis afectó el escritorio de las dos versiones, muy próximas entre sí, de las Cinco conferencias sobre psicoanálisis de la Universidad de Clark; recordándonos en mucho el tema de las dos primeras versiones (son tres), también casi simultaneas, de “Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956” salidas del escritorio de Lacan, en el sentido de que también se diferenciaban según el target-diría un marketinero-, es decir según se dirigieran a un auditorio o al publico algo mas borroso de una revista especializada. A mediados de 1909, G. Stanley Hall, reconocido psicólogo experimental norteamericano y presidente de la Universidad de Clark, comenzó a temer, como organizador de los festejos de ese ano, que en el escritorio de Freud no estuviese ocurriendo nada. Al principio, le pareció que el vienés era alguien resuelto; entre el 15 de diciembre de 1908 y el 2 de febrero de 1909, un par de cartas de cada uno de ellos alcanzaron para renegociar exitosamente las fechas (septiembre, en vez de julio -tal como también lo habían solicitado otros invitados europeos-) y los honorarios ($750, en vez de $400 dólares de entonces). Unicamente habían quedado aplazados el temario de la participación de Freud y la precisión de si sedan “cuatro o cinco conferencias, en alemán o en ingles”, sólo que la importancia de este par de detalles fue abultándose a medida que pasaron los meses y continuaban pendientes. (31) El 9 de agosto, sobre las vísperas del viaje, Hall solicita de nuevo e infructuosamente enterarse de: “Si usted ya tiene decidido cuáles serán los temas o el tema en particular de sus conferencias y cuántas conferencias serán (...)” (32). Una vez enterado del arribo del vapor, el 31 de agosto insiste al Hotel Manhattan: “Será para nosotros un gusto si usted nos hace el favor de enviarnos, con: uno o dos días de adelanto, los temas de sus conferencias, y decidir si va a hablar en alemán o en inglés y qué número de conferencias prefiere dar” (33). Freud nunca dejará de responder, cordialmente, incluso durante toda su estadía norteamericana o hará en un trabajoso inglés, aunque sin ceder una respuesta completamente satisfactoria. Por fin, envía el aviso de que serán cinco conferencias y en alemán (“mi ingles es pobre, como lo estará notando en este momento “) y un pedido de disculpas por continuar sin adelantarle de que hablara (“Lamento mucho no poder informarle acerca de los temas de mis conferencias en el momento que usted quisiera. Me apresuro a decirle que, tentativamente, titulo mis conferencias: «Sobre el origen (¿o el desarrollo?) del psicoanálisis>>” (34). La respuesta a ¿de que va a hablar Freud? no se mantenía, sin embargo, suspendida por desidia o parálisis, sino debido a un esfuerzo de disponibilidad hacia el público. El escritorio de Freud trabajaba, desde hacia rato, alrededor de la pregunta sobre ¿quiénes son y que quieren los norteamericanos?, y en el equipaje llevaba más de una solución. Venía sopesando varios criterios; se sabe que escuchó a Jones, a Jung, a Ferenczi y al mismo Hall. En la carta de presentación, Hall le había prometido que se acercaría a escucharlo “una selecta audiencia de los mejores profesores norteamericanos de psicología y psiquiatría” (35). Le señalaba también que su rival Pierre Janet había visitado Clark y le advertía que los festejos de 1909 reunirían figuras muy destacadas. No exageraba, a los festejos de 1909 del vigésimo aniversario de la Universidad de Clark concurrieron veintinueve expositores renombrados; una lista de matemáticos, físicos, astrónomos, químicos, biólogos, psicólogos, pedagogos, antropólogos e historiadores que incluía, por ejemplo, a los don últimos premios Nóbel de Física (A. Michelson y E. Rutherford). Los invitados de las “Ciencias de la conducta”, el grupo mas entusiasmante para Stanley Hall, eran, además de Freud y Jung, el pedagogo vienés L. Burgerstein; el psicólogo experimental E.B. Titchener; Franz Boas, famoso antropólogo norteamericano; el psiquiatra Adolf Meyer; William Stern, precursor de los test de cociente intelectual, y el et6logo H. S. Jennings (36) Pero ir conociendo o adivinando la n6mina de los participantes no aplacó sino agitó la incertidumbre de los analistas en el intento de anticipar qué clase de público tendrían que enfrentar. Escuchemos sus conciliábulos. Jones, que en 1908 había emigrado de Inglaterra a Canada por peripecias legales y había establecido vínculos con el mundo académico bostoniano, ratificaba las promesas del interés que la visita de Freud despertaría entre los médicos: De ningún modo podría decirse que Nueva Inglaterra no estuviera preparada para escuchar las doctrines de Freud. En otoño de 1908, mientras permanecí con Morton Prince en Boston, di dos o tres clases a un auditorio compuesto por dieciséis personas, entre las cuales se hallaban: Putnam, el profesor de Neurología en la Universidad de Harvard, E.W. Taylor, que luego fue su sucesor, Werner Munsterberg, que era profesor de Psicología en la misma universidad, Boris Sidis y G.W. Waterman. El único con quien tuve realmente éxito fue con Putnam. (...) De modo que la llegada de Freud era esperada con cierto grado de impaciencia (37). Muy interesado en sus últimos contactos, Jones presionara para que se les de un lugar sobresaliente, dando a entender que son los únicos que merecen ser tornados en cuenta y, acaso, los únicos que podrían tomar en cuenta una visita de Freud: Veo que ninguno de los bostonianos, ni Putnam, ni Taylor, ni Prince, etc., están enterados de su próxima visita, y en su mayoría han hecho otros compromisos para esa época del año. Por que Stanley Hall no envía los anuncios a, digamos, los miembros de la American Neurological Association, etc.? El es demasiado remiso y el tiempo pasa. Por lo que escucho, temo que tendrá que hacerse a la idea de tener un pequeño publico (38). El 10 de junio, Ferenczi encuentra, en el número de mayo del New York Medical Journal, una resena de esas actividades proanalíticas (“Recent Discussions on Psychotherapy: The New Haven Discussion”): Querido Profesor: Creo que le interesará el extracto que le adjunto del New York Medical Journal. En primer lugar, resulta gratificante ver que los ánimos están tan dispuestos a recibirlo. Por otro lado, en Norteamérica, tierra de los negocios, la aparentemente extendida y creciente tendencia a redescubrir y “modificar” sus cosas esta volviéndose manifiesta. Como me entere, por una fuente confiable, de algo por el estilo en Jones, me alegro que haya sido el quien menciono su nombre al menos una vez. (...) Estoy convencido de que sin honestidad ningún progreso será posible en psicoanálisis (39). Pero Freud no estaba preocupado por obtener la obediencia del cuerpo medico norteamericano -del que dudaba incluso que le siguiera prestando alguna atención para el mes de Septiembre-, sino por conseguir despertar interés en un público universitario mas inespecífico a través de conferencias de un perfil mas abierto y no estrictamente clínico. El 18 de mayo, ya se lo había comunicado a Jones de más de tuna manera: Querido doctor Jones: Agradezco de todo corazón el envío de ese voluminoso paquete de material impreso conteniendo sus valiosos aportes a la neuropatología orgánica, envite que a su vez es preanuncio de otro envío no menor ni mucho menos valioso de comunicaciones suyas sobre neurosis y psicoanálisis que esperamos de usted los próximos años. (...) Todavía no he decidido cual ha de ser el tema de mis conferencias en Worcester. A ratos se me ocurre que la mejor solución sería que me ocupe de los sueños y su interpretación. Estoy dispuesto a escuchar su sugerencia, si no opina lo mismo que yo (40). El 3 de junio, le confiará la misma idea de solución a Jung: Me gustaría mucho hablar con usted acerca de América y que me sugiriese algo. Jones me amenaza, no sin tendenciosidad, con la presencia de todos los psiquiatras mas destacados. No espero nada de “figurones”. Pero pienso si no sería mas prudente basarse en general en la psicología, ya que Stanley Hall es psicólogo, y dedicar las tres o cuatro conferencias exclusivamente a los sueños.” Al día siguiente recibe el acuerdo de un Jung que se muestra confiado hasta el menosprecio: Si no quiere comportarse usted en sus conferencias americanas de un modo muy elementalmente docente, comparto por completo su opinión de que los sueños constituyen el material mas adecuado. De todos modos, no se ha de esperar mucho por parte de la psiquiatría americana, son mejores algunos psicólogos, pero desde luego tan solo pocos (42). Una vez en Clark, sin embargo, acabara por imponerse una propuesta aún más generalista sugerida en segunda instancia por Jones. En su biografía de Freud, lo recuerda así: Freud no tenía idea sobre el tema que iba a abordar, o así lo decía al menos, y al comienzo se mostró inclinado a aceptar la sugerencia de Jung en el sentido de dedicar sus clases al terma de los sueños, pero cuando me consultó a mí le aconseje que optara por otro mas amplio. Luego de reflexionar al respecto, estuvo de acuerdo en que los norteamericanos podrían considerar que el tema de los sueños no era bastante “práctico”, o incluso frívolo. De modo que se dispuso a hacer una exposición mas general del psicoanálisis (43). No había, entonces, improvisación sino más de una solución prevista. Si Freud evadía responder la pregunta de Hall, era para no comprometer el temario antes de pisar el terreno. Veamos que sucedió a su llegada y cómo se precipitaron las decisiones. El domingo 4 de septiembre, los viajeros llegan en tren a Worcester, Massachusetts, localidad de la Universidad de Clark y la acogida privada del presidente no los decepciona. Un mes más tarde, Freud le escribirá a Pfister: Así nos ocurrió con Stanley Hall. ¿Quién podía saber que allá, en los Estados Unidos, a una hora de ferrocarril de Boston, estuviese un venerable anciano que espera con impaciencia el Jahrbuch, que lee todo y entiende todo y que además, como el mismo dice, lanza nuestras ideas a los cuatro vientos? (44). El lunes, primer día de los festejos y jornada libre para el psicoanálisis, la diversidad de los asistentes lo inclina por el proyecto más introductorio. Según contó veinticinco años mas tarde, el temario de las cinco conferencias fue ajustado en pareja peripatética con Ferenczi: Cuando en 1909 fui llamado a Worcester, Massachusetts, para dictar unas conferencias durante una semana conmemorativa, lo invite [a Sándor Ferenczi] a acompañarme. La mañana del día en que yo iniciaba mis conferencias, paseábamos frente a los edificios de la universidad y le pedí que me propusiese el tema sobre el cual yo hablaría, y él me bosquejó lo que media hora después expuse en una improvisación. (45). A favor de la veracidad de este reconocimiento, se destaca que algunos meses antes Ferenczi había atravesado una experiencia parecida, dictando una serie de lecciones introductorias a un grupo de médicos de Budapest (46) Aun así, seguramente Freud exageraba un poco en homenaje a su seguidor. En este punto, creo que las conjeturas de Rosenzweig ofrecen una versión más plausible de lo que estuvo en juego en los paseos por los jardines de Clark. Lo interesante de Rosenzweig es que se le ocurrió comparar la versión impresa en 1910 de las Cinco conferencias con lo que había sido, según consta en las crónicas de testigos y periódicos, su puesta en escena oral. Por esta vía, corroborara solo parcialmente lo asegurado por Jones a propósito del juego de las semejanzas (que la prodigiosa memoria verbal de Freud consiguió reproducir por escrito en una versión que: “no se aparto mucho de la alocucion original”). Poniendo el acento en el juego de las disimilitudes, Rosenzweig descubre, en las transformaciones y omisiones de la versión publicada, el trabajo del Freud-promotor: Afortunadamente, la cobertura periodística de las celebraciones de Clark, que incluían las conferencias de Freud, es detallada. Allí se evidencia un cambio importante en el orden de los temas. Freud modificó aspectos esenciales de la tercera y la cuarta conferencia. Desplazó los temas de la interpretación de los sueños y la asociación libre de la cuarta a la tercera, y los del desarrollo sexual, incluyendo la sexualidad infantil, de la quinta a la cuarta conferencia. Algunos temas tratados en la quinta no pasaron a la versión publicada y otros fueron agregados (47). Con una argumentación envidiablemente documentada, atribuye estos movimientos de corrección a que, en el momento de componer la versión escrita, se encontraba liberado del peso de dos presencias que sobresalieron en el salón de Clark. Concretamente, el atraso de la exposición del tema de los sueños no habría respondido a una reflexión distinta acerca del orden de las razones, sino a eventualidades del orden de las invitaciones... en particular, la del psicólogo-filósofo William James: Freud se enteró que el renombrado William James iría a Worcester solamente por un día, el viernes 10 de septiembre, y el eligió esa fecha para exponer su teoría de los sueños. (...) Ese tópico había sido descuidado por no ser suficientemente "practico" para una audiencia americana. Pero James no era un americano típico, y para la lección del día de su concurrencia Freud decidió -lo digo como probabilidad- que el tema de los sueños sería particularmente apropiado (48). James era por entonces una celebridad académica internacional. Los principios de psicología, publicados en 1890 era una suma y actualización de los desarrollos de esa disciplina. En 1892 apareció una edición abreviada para estudiantes, conocida popularmente como Jimmy. En los diez primeros años vendió 50.000 copias. Aun así, Los principios no alcanzaron la notoriedad de Las variedades de la experiencia religiosa, sus veinte conferencias escocesas publicadas en 1902.49 En cuanto a las cuestiones que Freud descartó al pasar por escrito la quinta conferencia, Rosenzweig sospecha que la asistencia de la reformadora Emma Goldman habría sido determinante para que estos prosperaran en el escenario: The Worcester Sunday Telegram dejó constancia de que, en la conferencia del sábado (la quinta), Freud habló acerca del “suicidio racial”, en términos de las diferencias de las tasas de fertilidad entre Oriente y Occidente, y de la devastación de la guerra que elimina de la posibilidad de convertirse en padres a los jóvenes mas fuertes y brillantes, refiriéndose particularmente a la pérdida de dos millones y medio de hombres en las guerras napoleónicas. Se ocupó también de la eugenesia como herramienta esencial para el futuro de la sociedad. Estos dos aspectos de la sexualidad y la reproducción fueron omitidos en las conferencias publicadas. Que Freud tocara estos temas no es sorprendente -hay evidencias de que se interesaba en ellos-, pero su omisión en la versión definitiva lleva a preguntarse si el auditorio, en si mismo, no alentaba su tratamiento, por más que él no pretendía darles una importancia tal como para que siguieran presentes en la consecutiva publicación. Una posible explicación es la asistencia, a las conferencias, de la famosa Emma Goldman. Ella era una reformadora socialista radical cuyo interés precisamente por esos temas era bien conocido a través de una insistente propaganda. (...) Además, E. Goldman había conocido con anterioridad a Freud; en su paso por Viena, lo había ido a escuchar en 1896 (50). Valdría la pena insistir en que la redacción definitiva de las Conferencias se cumplió con presteza, sin que mediaran, entre la fecha de exposición oral y la entrega del escrito, otros acontecimientos teóricos o institucionales notorios. De regreso a Viena, Freud convino entregar las cinco lecciones antes de Navidad, de manera que alcanzasen los tiempos para tener lista su traducción inglesa revisada para el número de abril de 1910 del American Journal of Psychology: Viena, 21 de noviembre de 1909 Mi querido Dr. Hall: Estoy trabajando con todo patas para arriba para alcanzar la inminente fecha de entrega que me envió. Aquí esta la tercera de las cinco conferencias: con su permiso, le introduje algunas modificaciones; en las dos próximas también agregara varios detalles que en su momento fueron descuidados, pero que se necesitan para completar el asunto (51). Indiscutiblemente el progreso del psicoanálisis reclama un desenvolvimiento interno, una historia propia extraterritorial que sólo tenga ojos para sí misma; pero no es menos cierto que ello Jebe suceder sin descuidar el asentamiento intelectual y profesional de los analistas -o como diría más enérgicamente Colette Soler: sin descuidar al psicoanalista como objeto del mercado. Vigencia en la ciudad, vigencia mercantil del analista que viene dependiendo y seguirá dependiendo, en gran medida, de la capacidad del psicoanálisis de exhibir aquellas caras de su progreso que mejor se articulen a los temas y los estilos dominantes de la época. En estos dilemas, nada es más serio que ser un poco snob. Para no convertirse en una pesadilla, el sumo del futuro del psicoanálisis deberá tener las modas intelectuales como resto diurno. En lo temático ningún acontecimiento debería desalentar nuestras reflexiones internas a propósito, por ejemplo, de la ley de borde que separa el psicoanálisis de la ciencia. Pero habría que ver si actualmente se puede esperar algo de su promoción; ahora, que la escena de la historia y la filosofía de las ciencias se ha convertido temporariamente en un teatro vacío después de la desaparición de sus últimas dos grandes figuras, Feyerabend y Thomas Kuhn. En lo estilístico, por ejemplo, el éxito del ultimo libro de Jorge Alemán, La experiencia del fin (52), que -según el testimonio de los libreros- superó largamente las fronteras del Campo Freudiano, creo que se debió, en buena parte, a la ligereza (muy trabajada) de sus juegos derridianos de autorreferencialidad, composición en mosaico y zapping del lugar de la enunciación, vale decir, a su posmodernidad (53). Homologándolo con la arquitectura de la ciudad, los recorridos que preve La experiencia del fin se conjugan mejor con las fachadas posmo del Hotel Hyatt y de la Banca Nazionale del Laboro de Florida 40, que con las del Hotel Sheraton y el ex-banco de Londres de Reconquista al 100, últimos coletazos de la influencia de Le Corbusier en Buenos Aires. Leerlo es mas parecido a ver Animaniacs y Beavis and Butt-head que a ver al Pato Donald o aun Las aventuras de Tintín. Y no hace falta decir que la estética de la pagina de La Carta de la Escuela reservada para nuestras VI Jornadas adhiere con entusiasmo a la misma estética: amenazando (discretamente) la legibilidad del cuerpo del texto, su logo se emplaza descentrado, jugando (controladamente) con la serialidad, la fragmentación y el detalle de la distorsión nodal de una lupa (54). La nueva subjetividad está entre nosotros, o le abrimos la puerta o, sin pedir permiso, entrara rompiendo una ventana. Volviendo a “El psicoanalista y las letosas” de C. Soler, no puede menos que decirse que se trata de un texto que se une como conviene al horizonte de la época. Ningún anacronismo, ningún desencanto nostalgioso. Ahora bien, ¿su época sigue siendo la nuestra? Entre los historiadores, ha sido bastante bien recibida la hipótesis difundida por Hobsbawm acerca de que el siglo veinte acabo hace unos años, de que fue “un siglo corto” que duro desde mediados de 1914 (estallido de la primera guerra mundial) hasta fines de 1991 (autodisolución de la Unión Soviética) (55). “El psicoanalista y las letosas” es de enero de 1991, es del siglo pasado y se nota. Sus anticipos de una guerra de las galaxias afortunadamente no se cumplieron, su caracterización del mercado es hoy algo obsoleta y su definición de que “estamos en la época del trabajador” y de la adicción al trabajo, produce asombro: ¡estamos en la época del desocupado! Si Soler disculpaba a Lacan, subrayando que “Nada de lo que se pensaba en Francia durante esos años podía ahorrarse la referencia marxista”; ahora nos toca disculparla a ella, puesto que nada de lo que se piensa hoy osaría pasar por la referencia al workholic, al overworking de los yuppies de la era de Reagan. Lo que no es ningún cargo en contra de “El psicoanalista y las letosas”: Lacan nos mueve a cumplir la cita con el presente, no a adivinar el futuro. ¿Que grito llega hoy desde la calle? O ¿que voces, que murmullos? La historia no siempre irrumpe con el grito desgarrador del Guernica (Stephen Dedalus únicamente invita a Mr. Deasy a mirar por la ventana la anotación de un tanto de un partido de hockey). Una mirada desde lo alto de las ventanas de este salón o, para ser mas exacto, una vuelta a la manzana de este edificio, alcanzaría, a los que guardamos recuerdo de cómo era el paisaje hace unos diez años atrás, para sacar conclusiones acerca de cómo se instala y adónde se dirige una sociedad pos-industrial. Los cambios en el rol del Estado (aquella fachada francesa eran oficinas de la ahora privatizada empresa de aguas corrientes) y en el manejo del dinero (allí un cajero de la banca electrónica, sinécdoque de la nueva expansión capitalista); el crecimiento fenomenal de ]as comunicaciones (a metros de esa esquina, uno de los cientos de locutorios de teléfono, fax e internet) y de la oferta cultural (enfrente esta Tower Records -antes no se conseguía el Socrates de Satie en Buenos Aires-); el imperio de las grandes cadenas (de ropa deportiva, comida rápida y delicatessen) y la ultraespecialización de los pequeños comercios sobrevivientes (a la izquierda de la salida del edificio, un localcito de solamente cds de música clásica); la perimetralización de los bolsones de riqueza (el éxito de los cines de esta manzana de Barrio Norte, en desmedro de los del centro de la ciudad) y la consolidación de la medicina pre-paga (saliendo a la derecha, la sucursal de una de sus firmas mas poderosas) que va a liquidar la práctica privada del psicoanálisis; también el mapa incierto del mundo (a la vuelta, esta la embajada de Yugoslavia): todo esto y mas pasa por el marco de estas ventanas de Avenida Callao al 1000. Desde las del Marriot-Plaza, punto de reunión de las Jornadas, el panorama es quizás un poco menos didáctico, pero en su interior escucharemos varios retratos de un presente que, estemos o no de acuerdo los analistas, ha adquirido el nombre de Posmodernidad. ¿Desde donde se hablara de la posmodernidad en las Jornadas? ¿Se la nombrara con prevención o con confianza? ¿Se escuchara mencionarla con los labios fruncidos o con disponibilidad hacia lo nuevo? Hasta el momento, tengo la impresión de que todavía no se ha extinguido de todos los colegas la primera reacción temerosa y algo paranoica que generan las nuevas escenas intertextuales. Se hacen propios los lugares comunes del periodismo, se demora el acercamiento atento. Se prejuzga, por ejemplo, que Lyotard es light. No estudie a Lyotard, pero me parece muy sofisticado sospechar de light a alguien que debate, con la segunda generación de la escuela de Francfort, la posibilidad de sostener, a partir de ciertos textos desatendidos de Kant, la existencia de una cuarta Critica kantiana que daría cuenta de las condiciones de posibilidad de la legitimación política luego de los acontecimientos de los últimos veinte años de historia (56). Me pregunto, para terminar, si no habrá un factor interno al grupo de los analistas que hoy este sojuzgando el contacto con la actualidad. ¿Puede ser que nuestra timidez frente a la época este hoy alentada por los recelos de un Mr. Deasy contrariado con el curso de los hechos? No se en otros ámbitos, pero entre nosotros habría que tachar demasiadas líneas de J.-A. Miller para creerlo. Comenzando, si no antes, por las de su conferencia de Tel Aviv de octubre de 1988, en la que sostuvo, primero, que el posmodernismo encontró sus temas básicos en Lacan y, segundo, que “Lacan es un posmoderno” (57). Y terminando por las que se desprenden de sus ultimas visitas a Buenos Aires; en las Jornadas de 1995, tituló su seminario: “Adiós al significante" y, para el IX Encuentro de 1996, publicó “La interpretación al revés” anticipada por tres frases: “La interpretación está muerta. No la resucitaremos. Si la práctica es una práctica de hoy, sin saberlo bien todavía, es ineluctablemente postinterpretativa”. Si esto no es un guiño a los significantes de la posmodernidad, es el psicodiagnóstico de un hombre triste... Ahora bien, ¿será su autorizante insistencia correspondida en las Jornadas de la EOL? No me atrevo a apostarlo. Las cuestiones de la cita, el plagio y el intertexto, que son temas centrales de la retórica posmo y también centrales entre nosotros (galvanizaron los debates vía fax en 1996 y vía internet en 1997 de la Asociación Mundial de Psicoanálisis), deberían agregar, para incluir este dilema, una pregunta más a su agenda: ¿por que serd que no todo to que dice el Master alcanza un destino de Master-dixit? Después de escuchar esa explicación estrictamente marketinera que Rorty atribuía a sus primeros libros, Derrida le contestó: "Es cierto, pero no se trata solo de eso". Y, sí, más de un lector estará diciendo lo mismo de este capítulo. Objetándome que es cierto, pero el psicoanálisis no se trata solo de eso. En principio, justifico y adhiero al reparo, mis convicciones tampoco van más lejos. La meta de este primer capítulo es apenas la de insistir en que aunque no se trata solo de eso, lo cierto es que de eso también se trata. No es mucho, pero sería pertinente. La omisión del registro de la instancia promotora o marketinera de los textos analíticos es una costumbre que conduce a lecturas ingenuas y, por su arrogante sencillismo, probablemente también a posiciones clínicas desventajosas. Confío en que los ejemplos traídos hayan puesto en evidencia que en la mayoría de los casos (y siempre en Freud y en Lacan) no se trata -como bien subrayaba Derrida- de que haya, de un lado, el producto precioso (el psicoanálisis en sí mismo, de la doctrina y clínica) y, del otro, el aparato (institucional, editorial, etc.) que lo vende y del que uno podría (debería) desprenderse facilmente, como del envoltorio de un regalo. La vida del psicoanálisis avanza con movimientos en los que todas las dimensiones se mezclan convenientemente. Fue entreteniéndose con hipnotizadores, sacerdotes curadores y médiums, y pronunciándose equívocamente en las puertas del positivismo, como Freud consiguió demarcar la singularidad del psicoanálisis. Por su parte, en los años de la posguerra de la Segunda Guerra y luego en medio de la revolución sexual, Lacan habilitó un retorno a Freud con porvenir, invitando y visitando a existencialistas, jesuitas y marxistas, leyendo las lingüísticas de turno y jugando con las matemáticas recreativas de la era Atómica. ¿Por que no podríamos nosotros cumplir nuestra parte, habiendo -entre muchas otras cosas- un tour por la arquitectura de Las Vegas en compañía de neopragmatistas y posmodernistas? Como nos esta proscrito adivinar la escena del futuro, los analistas no tenemos otra salida que la de ocupar la escena en tiempo presente. No es ninguna desdicha. Es una suerte. La cita con la época además de un ejercicio de reescritura oportunista, es una oportunidad para el hallazgo de lo nuevo del psicoanálisis en lo nuevo del mundo. Cuando Freud, Jung y Ferenczi regresaron de Europa, no solamente lo hicieron habiendo cumplido la misión de infectar con la peste psicoanalítica, también volvieron -como se vera- infectados de una peste americana que los lleva a una crisis complicada y fecunda de no menos de cinco años. Del Lacan-promotor y de la promoción del psicoanálisis queda mucho por estudiarse. No se trata únicamente de los cambios de vientos del espíritu de época. También están las mutaciones del público. En los Estados Unidos, Freud y sus acompañantes notaron, tanto o más que en sus países, la importancia de la emergencia del publico femenino, que seria crucial en la historia futura del psicoanálisis (58). En una carta a Freud de fines de 1909, Ferenczi hace la siguiente observación acerca de unas charlas en la Escuela Libre de Ciencias Sociales de Budapest: “Las mujeres allí presentes eran quienes prestaban más atención (como en Worcester)” (59). A partir de 1964, el cambio de escenario, de la capilla de la Clínica de Sainte-Anne al auditorio universitario de la École Normale Supérieure, revolucionó igualmente el discurso de Lacan. Los cambios de soporte tampoco deberían subestimarse. El peso que tuvo la publicación del libro de los Escritos para que la enseñanza de Lacan adquiriera una escala mundial es incontrovertible. Aunque no tan dramáticamente, también fue decisiva para el psicoanálisis norteamericano la decisión de Freud de acordar, en 1920, que su sobrino Edward Bernays, residente en Nueva York y experto en relaciones públicas, se encargara del tramite de la publicación del libro de las Cinco Conferencias. Edward las tomó del número de la American Journal of Psychology donde reposaban desde hacía diez años y las convirtió en un libro que en 1926, en apenas seis años, alcanzó la décimo sexta reimpresión (60). Cada uno de estos movimientos de transposición (de lo oral a lo escrito o de la revista al libro) reclaman, a su turno, trabajo. A veces, apenas unos retoques. En 1920, bastó con que Edward le solicitara un prólogo a Hall para convertir las conferencias de una revista académica en las conferencias de un libro de alto tiraje. A veces, reclama muchísimo más. El próximo capítulo trata de lo que hizo Lacan cuando, en 1966, apiló sus viejos artículos sobre el escritorio y pasó meses corrigiéndolos hasta sacar de allí los Escritos. NOTAS: 1 Jones, Ernest, Vida y obra de Sigmund Freud, Paidós, Buenos Aires, 1976; t.3, p.266. 2 VOLTA, Ornella et al., Erik Satie: Del chat Noir a Dadá, Instituto Valenciano de Arte Moderno, Valencia 1996; p.39. 3 BEACH, Sylvia [1956], Shakespeare and Company, Nuevo Arte Thor, Barcelona 1984; pp. 16-19. 4 ROAZEN, Paul, Meeting Freud’s Massachusetts Press, Amherst, USA, 1993. Family, University of 5 “Lo increíble es que Joyce, que tenia el mas grande desprecio por la historia --la calificaba de pesadilla-- [...] no haya podido finalmente encontrar otra solución que escribir el Finnegans Wake, o sea un sueño que, como todo sueño, es una pesadilla.” (reunión del 16 marzo 1976, inédito). 6 SOLER, Colette [12-I-1991], El síntoma en la civilización (El psicoanalista y las letosas), en AA.VV. La diversidad del síntoma, col. Orientación Lacaniana, Buenos Aires 1996; p.101. 7 Ibíd., p. 91. 8 Loc. cit. 9 De COSSÉ BRISSAC, Marie-Pierre, “Lacan o la dicha de vivir”, incluido en AA.VV. [1992], ¿Conoce usted a Lacan?, Paidós, Buenos Aires, 1995; p. 21. 10 DERRIDA, Jacques [1996], Resistencias del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1997; p. 79. 11 DE COSSÉ BRISSAC, Marie-Pierre, Ibíd; pp. 20-21. 12 PERRIER François [19851, Viajes extraordinarios por Translacania, Gedisa, Buenos Aires, 1986; p. 44. 13 ROUDINESCO, Élisabeth [1993], Lacan (Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento), fce, Buenos Aires, 1994; p. 303. 14 Ibíd.; p. 390. 15 RORTY, Richard, “Notas sobre deconstrucción y pragmatismo”, incluido en CRITCHLEY, Simon, DERRIDA, Jacques, LACLAU, Ernesto y RORTY, Richard [1996], Deconstrucción y pragmatismo, Paidós, Buenos Aires, 1998; p. 42. Y más decididamente en p. 87: “...toda esa temática supuestamente profunda sobre la primacía del rastro en la obra temprana de Derrida en la que parece un joven profesor de filosofía todavía un poco inseguro de sí mismo, produciendo sonidos casi profesionales”. 16 DERRIDA, Jacques, “Notas sobre deconstrucción y pragmatismo”, incluido en Deconstrucción y pragmatismo; pp. 154-55. 17 JAMES, William [1902], Las variedades de la experiencia religiosa, Península, Barcelona, 1986; pp. 19-20. 18 LACAN, Jacques [16-v-1956], EL SEMINARIO 3: Las psicosis, Paidós, Barcelona, 1984; p. 337. 19 “Nuestro viaje a los Estados Unidos, que emprendimos en 1909 en Bremen, duro siete semanas. Estuvimos juntos todos los días y analizábamos nuestros sueños. (...) Freud tuvo un sueno cuyo contenido no estoy autorizado a exponer. Lo interpreté lo mejor que supe, pero añadí que se podrían deducir muchas más cosas si quería comunicarme algunos detalles de su vida privada. A estas palabras Freud me miro extrañado --su mirada estaba llena de desconfianza-- y dijo: ‘El caso es que no puedo arriesgar mi autoridad’. En este instante la perdió”. Cf. JUNG, Carl G. 11961], Recuerdos, sueños, pensamientos, Seix Barral, Barcelona, 3ra, ed., 1981; p. 167. Lo que Jung no revela es que, como enseguida se verá, ese sueño de Freud fue consecutivo al episodio que nos importa. 20 Carta de Jung a su esposa del 3-IX-1909: "Ayer vimos la Universidad de Columbia y su magnifica biblioteca. Todo es hermoso e impresionante. Desde la vecina Riverside Drive (un espacioso paseo) se ve las Palisades de la otra orilla del río Hudson. Es bastante lejos y bien en las afueras de los limites de la ciudad. Nueva York es simplemente enorme" cit. en ROSENZWEIG, Saul, Freud, Jung and Hall the Kingmaker: The Expedition to America 1909, Hogrefe & Huber, Seattle, 1992; p.292. 21 ROSENZWEIG, Saul, op. cit.; pp. 64-65. 22 JONES, Ernest, Vida y obra de Sigmund Freud, Paidós, Buenos Aires, 1976; t. 2, p. 67. 23 Ibíd.; p. 71. 24 Cf. ROSENZWEIG, Saul, op. tit.; p. 291. Por supuesto que Harvard y lodo el sistema universitario americano de entonces no era lo que es hoy. En 1909, a Freud le da gracia cuando lo invita una universidad que festeja sus primeros veinte años. Y, en 1901, a William James le pesa el provincianismo con que los europeos se figuran a su país: “No sin turbación me instalo detrás del escritorio enfrentándome a esta culta audiencia [escocesa en Edimburgo]. Para nosotros, los norteamericanos, la experiencia de recibir instrucción oral, o de eruditos libros europeos, nos es familiar. En mi universidad, Harvard, no pasa invierno sin que se realice una selección, pequeña o grande, de conferencias de escoceses, ingleses, alemanes o franceses, representantes de la ciencia o la literatura en sus respectivos países, a los que persuadimos de cruzar el océano para que nos hablen, o bien atrapamos al vuelo mientras visitan nuestra tierra. A nosotros nos parece natural escuchar mientras los europeos hablan; sin embargo, lo contrario, hablar mientras los europeos escuchan es una costumbre todavía no adquirida". JAMES, William [1901-02], Las variedades de la experiencia religiosa, Península, Barcelona, 1986; p. 13. Cuando, en 1966, Lacan viaja a los Estados Unidos, situación era muy distinta y no deja de sentir el golpe: “En Chicago vi una universidad completa; pero una Universidad ahí --como ustedes sabrán--algo muy grande. Completamente construida en gótico, un centenar de edificios de un gótico, debo decir, perfecto. Jamás vi gótico más bello, un -gótico más puro. Esta muy bien hecho. El falso gótico vale mucho más que el verdadero, se los aseguro”. (Seminario 13: El Objeto Del Psicoanálisis, clase del 23-III-1966, inédito.). 25 ROUDINESCO, Elisabeth [1993]; pp. 388-89. 26 FREUD, Sigmund [1909], Cinco conferencias sobre psicoanálisis, en Obras completas t. XX, Amorrortu, Buenos Aires, 1979; p. 49. 27 Cf. JONES, Ernest, Vida y obra de Sigmund Freud, Paidós, Buenos Aires, 1976; t.2, p. 70: “... [En la casa de campo de Putnam,] para gran contento de Freud, vieron un puercoespín, incidente este que tenía un sentido especial. Freud había hecho una manifestación interesante era el sentido de que, cuando se hallaba frente a una tarea difícil, tal como resultaba ser esta de presentar sus desconcertantes conclusiones a un auditorio extranjero, era conveniente procurarse una especie de pararrayos que desviara la propia atención hacia una finalidad secundaria. Es así como antes de partir a Europa sostenía que iba a América con la esperanza de ver un puercoespín salvaje y pronunciar además algunas conferencias. « Encontrar su puercoespín» se transformó en una frase corriente en nuestro círculo”. 28 Cf. ROSENZWEIG, Saul, op. cit.; pp. 57-58. 29 FREUD, Sigmund v JUNG, Carl, Correspondencia [1906-1923], Taurus, Madrid, 1978; p. 475. 30 FREUD, Sigmund and FERENCZI, Sándor, The Correspondence of Sigmund Freud and Sándor Ferenczi, Vol. 1, 1908-1914, Harvard Univ. Press, Cambridge, Massachusetts, 1994; p. 265. 31 44. “The Freud/Hall letters”, en ROSENZWEIG, Saul, op. cit.; pp. 339- 32 Ibíd., p. 351. 33 Ibíd., p. 354. 34 Ibíd., p. 355. 35 Ibíd., p. 339. 36 ROSENZWEIG, Saul, op. cit., pp. 120-25. 37 JONES, op. Cit., v.2, pp. 67-68. 38 Carta del 18-v-1909 de Jones a Freud, cf. FREUD, Sigmund and JONES, Ernest, The Complete Correspondence of Sigmund Freud and Ernest Jones, (1908-1939), Harvard Univ. Press, Cambridge, Massachusetts, 1995; p. 24. 39 FREUD, Sigmund and FERENCZI, Sándor, op. cit., p. 65. El tiempo le enseñará que ese no es un pecado exclusivo de los norteamericanos. En la entrada del 12-VI-1932 de su Diario clínico escribe: “Fracaso con alumnos. Dm. tiene ahora el coraje de reprocharme dejar caer a los alumnos al primer signo de una adaptación o de una sumisión incompletas. Debo reconocerlo, pero me disculpo haciéndole observar que los alumnos me roban mis ideas sin citarme” cf. FERENCZI, Sándor [1932], Diario clínico, Conjetural, Buenos Aires, 1988; p.176. 40 FREUD, Sigmund, Correspondencia, ed. de Nicolás Caparrós, T.3, “1909-1914: Expansión. La Internacional Psicoanalítica", Bib. Nueva, Madrid 1997; p. 43. 41 FREUD, Sigmund y JUNG, Carl, op. cit.; pp. 276-77. 42 Ibíd., p. 278. 43 JONES, Ernest, op. cit., p. 68. La correspondencia indica un recorrido más tortuoso. Luego de que Freud se muestra en franca alianza con Hall y poco convencido de los gustos de Jones y de sus temores acerca de la falta de repercusión, Jones cambia el consejo: “Ya debe hacer recibido mi carta acerca de Worcester y el terror de que el público no sea tan numeroso. Pero quizá, coma de costumbre, mis opiniones sean may pesimistas. (...) Usted podría hablar de algunos de los mecanismos psicológicos (Verdichtung, Verschiebung, Ersatzforniation, etc) en términos más generales, ilustrando su efecto en distintas esferas, los sueños, las psiconeurosis, la vida cotidiana, etc.; acercando, así, sus conferencias más al psicólogo que al clínico. (...) Lo que seria algo mucho más abarcativo que unas conferencias únicamente acerca de los sueños” (carta del 6-VI-1909: cf. FREUD, Sigmund and JONES, Ernest, op. cit.; pp. 26-27). 44 Carta de Freud a Pfister del 4-X-1909, cf. FREUD, Sigmund, Correspondencia, op. cit., p. 70. 45 FREUD, Sigmund [1933], “Sándor Ferenczi”, en Obras Completas, t. XXII, Amorrortu, Buenos Aires, 1976; pp. 226-227. 46 Según Jiménez Avello: “...hay un estilo común en las conferencias para médicos de Budapest y las conferencias Clark. Ferenczi sabe bien lo que es habérselas con médicos ignorantes y prejuiciados. La misma cautela de Ferenczi en “Las neurosis a la luz de la enseñanza de Freud y el psicoanálisis” está presente en las cinco conferencias de Freud” (Cf. JIMÉNEZ AVELLO, José, Para leer a Ferenczi, Biblioteca Nueva, Madrid, 1998; p. 59). La idea es atractiva, pero poco convincente: ese texto primerizo de Ferenczi (cf. FERENCZI, Sándor, Obras Completas, Espasa- Calpe, t. 1: 1908-1912, Madrid, 1981; pp. 19-38) me parece demasiado acumulativo, desorganizado, asertivo y obvio, como para merecer comparación con el saber pacer de Freud en 1909. 47 ROSENZWELG, Saul, op. cit.; p. 129. 48 Ibíd., cit. loc. 49 MENARD, Louis, “William James & the Case of the Epileptic Patient”, en The New York Review of books, Dec. 17, 1998. 50 ROSENZWEIG, Saul, op. cit., pp. 131-133. 51 Ibíd., p. 363. 52 ALEMÁN, Jorge, La experiencia del fin. Psicoanálisis y metafísica, Miguel Gómez ed., Málaga, 1997. 53 V. gr. los juegos de Jacques Derrida con los márgenes y las notas en “Tímpano” (1972); con el trazo manuscrito en “Firma, Acontecimiento, Contexto” (1971); con la organización alfabética en “Limited Inc abc...” (1977); con las ochenta y ocho paginas de prólogo de Mal de archivo (1995) para sus trece paginas de tesis; con el libro partido en dos, escrito junto a Geoffrey Bennington. 54 Para una descripción precisa de la poética posmoderna, puede consultarse: CALABRESE, Omar [1987], La era neobarroca, Cátedra, Madrid 1989. 55 HOBSBAWM, Eric [1994], Historia del siglo XX: 1914-1991, Crítica, Barcelona 1995. 56 para una crítica de J-F. Lyortard: NORRIS, Christopher, What’s Wrong with Postmodernism: Critical Theory and the Ende of Philosophy, The Jhons Hopkins Univercity Press, Baltimore 1992. 57 MILLER, Jacques-Alain [19881, “AIgunas palabras sobre Lacan y la modernidad”, incluido en nº4/5 de Seminario Lacaniano, Buenos Aires 1990; p. 51. 58 Para un informe acerca de “El momento en que la mujer Pasó del diván al sillón del analista en el psicoanálisis europeo; la hegemonía creciente de las mujeres en la escena internacional de posguerra (Anna Freud y Melanie Klein) y como influyó eso en la constitución del psicoanálisis argentino”, consúltese: BALAN, Jorge, Cuéntame lo vida: Una biografía colectiva del psicoanálisis argentino, Planeta, Buenos Aires, 1991; pp. 17-47. 59 Carta de Ferenczi a Freud del 26-XI-1909, cf. FREUD, Sigmund and FERENCZI, Sándor (1908-14), op. cit.; t. l, p.103. 60 ROSENZWEIG, Saul, op. cit.; p. 237. 2 Simpatizando con su propio tema, el de los estratos genéticos de la escritura, el siguiente capítulo atravesó tres etapas. Primero, fue una crítica bibliográfica breve a propósito de la edición bilingüe de las diferencias entre las versiones originales y definitivas de los textos reunidos en los Escritos de Lacan (“Las variantes textuales de Lacan”, rey. Agenda Letra Viva, año XVI, nº9, mayo 1997, pp. 14-15). Después, se convirtió en un artículo extenso para la revista sYc, cuyo número estaba enteramente consagrado a la cuestión de la corrección (“Lacan corrector”, en rey. sYc nº8, oct. 1997, Buenos Aires; pp. 109-124). Ahora, actualizado, expandido y, naturalmente, corregido, se convierte en un capítulo sobre la gran corrección de 1966 que guarda contrastes y continuidades con el capítulo que le sigue, “¿Tergiversaciones privadas y rectificaciones públicas?”, conformando juntos una introducción a los dos caminos practicados por Lacan-corrector. LA GRAN CORRECCIÓN DE 1966 Joyce era un discípulo de Ibsen, quien creía que un autor debe dramatizar incógnitas y abstenerse de contar sus soluciones, no porque él mismo pudiera tener dudas al respecto, sino porque esa sería la manera de influenciar más intensamente al público. William Empson, “Joyce’s Intentions” Yen este caso, Lacan no se dirige a los analistas, no se dirige a sus alumnos; se dirige más allá de a quienes un día había dirigido esos textos, más allá de quienes habían sido su público ocasional. Se dirige, más allá de ellos, a este lector nuevo que hará una nueva lectura de esos textos. Jacques-Alain Miller, “A treinta años de la publicación de los Escritos” HAY CIERTOS TEXTOS E INCLUSO CIERTOS AUTORES CUYA OBRA ENTERA irrumpe de tal modo en el escenario del arte o de la disciplina a la que pertenece que se constituye en centro irresistible de atención, renovación y culto. Sus desvíos, con respecto a las previsibilidades de su tiempo, acaban emplazándose como el nuevo standard, paradigma o cabeza de serie de lo que vendrá. La singularidad de la obra de Lacan ha merecido y sufrido este destino de punto de partida. La aparición de los Escritos originó innumerables comentarios, desarrollos, aplicaciones y emulaciones: el psicoanálisis dejó de ser pensado y de ser hablado como se lo hacía hasta entonces. Entre las transformaciones que impulsó, la del estilo fue la más inesperada, exitosa y enigmática. Blanco predilecto de la crítica, las peores acusaciones no fueron obstáculo para que se impusiera como su novedad más penetrante: el léxico, las preferencias temáticas, los giros enunciativos y la retórica de Lacan contagió en algún grado a todo el psicoanálisis latino, incluyendo a los que no querían saber nada con él. Si bien la asimilación veloz de las maneras y de los principales aforismos lacanianos no garantizaron que su letra llegara invariablemente a destino, tampoco la precipitó a un agotamiento de moda pasajera. Y uno de los indicios de la vigencia y de lo mucho que resta por hacer con la obra de Lacan, es la persistencia, todavía entre nosotros, del tabú de su autoridad. Quiero decir que si bien se avanza, buena parte de nuestros emprendimientos parecen progresar sin ser capaces de echar la vista atrás. Como si volverse hacia el resplandor del foco originario (la obra de Lacan haciéndose) repitiese, como en el mito y el cuento infantil, la ofensa de la tentación de Orfeo y de la ambición de Alí-Baba. A Orfeo se le concedió recuperar a Eurídice, siempre que desistiera de contemplar el rostro de la Muerte; a Alí-Baba, retirar tanto oro como pudieran cargar sus brazos, siempre que desistiera de regresar por más. Si desobedecían, la parálisis u otras denigraciones propias o del objeto estaban dispuestas para fulminarlos, aleccionando al infractor acerca de la interdicción radical que afecta los encuentros cercanos con el poder. No es éste, desde luego, un dilema exclusivamente lacaniano ni que afecte al lacanismo en su totalidad. Los fuegos del origen inquietan a cualquier parcialidad fundamentalista que reclame para su arte, escuela o ciencia la conclusividad del texto sagrado. Leídos como infalibles y vueltos objeto de culto, los textos germinales del fundador son disecados de la vitalidad de impertinencias y omisiones que un día les dio origen. La consagración los eleva al rango sentencioso del axioma, reprimiendo su condición primera, la de haber sido, ellos también, la entrega proyectada como transitoria del último borrador. ¿Estoy promoviendo una desacralización de la obra de Lacan, para que se me autorice, a continuación, a imputarle alguna falacia doctrinaria o algún fracaso en su estilo? No es eso precisamente. Lo que busco destacar es que la novedad que trajo, y particularmente la que hace al estilo, entrega su fuerza y sus designios no solamente cuando se la emplea como trampolín (la obra de Lacan como punto de partida, como modelo a emular), sino además cuando nos retrotraemos a lo que muestra de sí como el resultado de una trayectoria (la obra de Lacan como un punto de llegada, como última versión de ensayos y correcciones). Concretamente, intentaré subrayar que su lección del estilo no solamente vale estudiarla en los epígonos —como querían los formalistas—, (1) sino además en los borradores —como lo practican los genetistas textuales. Conjugar ambas perspectivas, la de la recepción con la de la producción, equivale a sumarie al método acostumbrado de leer los Escritos en sus efectos (leer los Escritos desde el après coup de los últimos seminarios de Lacan e incluso desde el lacanismo más actual), el de leerlos en el status nascendi de sus versiones descartadas (leer las ideas y el estilo de los Escritos como una forma que Lacan fue persiguiendo y resolviendo a partir de los borrones de sus primeros bocetos). Más allá de la invalorable discusión de si Jacques Lacan fue (de si el Hombre mismo es) amo, esclavo u hombre de paja del estilo que lleva su firma, se concederá que hay otros perfiles y otros acercamientos al estilo de Lacan de no menor incidencia analítica, como el de la investigación —que aquí intentaremos— de lo que Lacan quitó, agregó o mantuvo como corrector de sus propios escritos. Tales infidencias genéticas podrían llegar a decir algo más y algo nuevo sobre los legítimos vectores de su enseñanza. Por ejemplo, llegar a traer algo nuevo a propósito de su parecer acerca de la valiosa discusión de si Jacques Lacan fue (de si el Hombre mismo es) amo, esclavo u hombre de paja del estilo que lleva su firma. ¿Pero están abiertos a nuestra disposición los archivos de Lacan? No todavía, y lo más probable es que nunca accedamos a su colección, sencillamente porque esos borradores no están más. La investigación genética ideal únicamente es posible en oportunidades excepcionales, en las que el autor o sus allegados (cf. el elogio de Curt Janz a la odiosa hermana de Nietzsche) hayan vivido guiados por el interés de perpetuar cada huella de la construcción de la Obra. Tal fue el caso de James Joyce; él mismo acumuló cada línea escrita de sus últimos veinte años de producción, alentado no menos por su poética que por su situación financiera (obtener ingresos o favores de la venta y el obsequio de manuscritos y esquemas). Hasta hace muy poco, nada semejante cabía esperar del corpus del psicoanálisis. Por un exceso de celo de los Sigmund Freud Archives y porque sus autoridades no daban con el candidato apropiado que se hiciera cargo de la tarea (las dimensiones tragicómicas y jurídicas de la gestión de Jeffrey Moussaieff Masson son suficientemente conocidas) (2), se tenían noticias muy imprecisas acerca de la existencia de los manuscritos de Freud. La reciente publicación —de 1993 en alemán, traducida en 1996 al inglés— de las investigaciones de Ilse Grubrich-Simitis abren hoy un panorama novedoso y alentador. Habrá, ciertamente, que resignarse a que es muy poco lo que sobrevive de los borradores y las pruebas de galera anteriores a 1913; el mismo Freud le certificó a Abraham Schwadron, en una carta de 1936, que los manuscritos de La interpretación de los sueños los había “arrojado al tacho de la basura”. Aunque a ese destino escaparon muchas páginas del caso del Hombre de las Ratas, del estudio sobre Leonardo , del caso Schreber , de Tótem y tabú y de algunos artículos breves, el atesoramiento sistemático comenzó recién a mediados de 1913, cuando Paul Federn le comentó a Freud que la Biblioteca Morgan de Nueva York, solventada por el banquero americano John Pierpont Morgan, podía interesarse en adquirir sus manuscritos. Las gestiones de Federn y luego las de Edward Bernays se malograron por la Primera Guerra y la depresión; aún así, Freud perseveró en guardar los papeles y acabó legándolos a sus siete nietos (3). Lamentablemente, no hay noticias de que se conserve algo así de Lacan. Por culpa del descuido, la destrucción y el uso del teléfono (hábito al que Freud era afortunadamente reacio), de Lacan no hay indicios ni siquiera de que haya quedado un importante epistolario —la prudencia editorial, por otra parte, no publicó aún las 247 cartas contabilizadas en la “recensión no exhaustiva” realizada por É. Roudinesco—(4). Sin embargo, contamos con un material considerablemente voluminoso y fácilmente accesible que, aunque no merezca comparación con la pila descomunal de los cuadernos de Joyce ni con los archivos de Freud, resulta pleno de interés. Me refiero a las miles de correcciones que, en 1966, Lacan introdujo a unos seiscientos párrafos de los artículos que llevaba publicados desde los años treinta, antes de entregarlos para su inclusión definitiva en los Escritos. Algunas de estas correcciones ya han merecido estudios particulares y seguramente estarán en marcha otros más, que aportarán nuevas conclusiones poco posibles o imposibles de alcanzar por otro camino. Pero lo que todavía no se han dado a conocer son evaluaciones globales del trabajo de Lacan como corrector. Estimo que están diferidas por el detenimiento que requieren; pero, a treinta años de la publicación de los Escritos, esta demora impacienta, más aun cuando se cae en la cuenta de que el monto de palabras, flechas y signos diversos que sustituyen e incorporan las correcciones del 66 resulta, en extensión, equivalente a un nuevo escrito, y de que ese escrito (editado, pero simultáneamente inédito) habla o, mejor dicho, muestra en la orientación de sus decisiones el pensamiento vivo de Lacan acerca de cómo hacer posible la enseñanza del psicoanálisis a través de la escritura. Tampoco yo pude concluir la evaluación minuciosa de la totalidad de la muestra; aun así, creo que, debido a su carácter inesperado, sugerente y, me atrevo a calificar, incontrovertible, no sería imprudente adelantar esta primera observación: las correcciones de Lacan se dirigen prevalentemente hacia soluciones de mayor legibilidad. Sorprendentemente, el “Góngora del psicoanálisis” (como debidamente se autodefinió en “Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956”) se nos aparece sentado horas y horas en su escritorio, procurando quebrar la condensación hermética y reducir la ambigüedad gramatical de sus papeles. Una de las características más conocidas y evidentes de los borradores de Joyce es la de que progresaban, casi sin excepción, hacia una extensión y complejidad crecientes. Por sucesivos agregados, él expandía la incertidumbre a medida que abultaba los párrafos (5). En el comienzo estaba la legibilidad del sentido; el enigma venía después, como resultado de un calculado trabajo. La revisión del primer párrafo del cuarto capítulo del Finnegans Wake ilus na ejemplarmente ese procedimiento en un solo paso de revisión. A la primera versión, de 1927, le añadió límpiamente los agregados de 1937 (que destaco con subrayado): As the lion in our teargarten remembers the nenuphars of his Nile (shall Ariuz forget Arioun or Boghas the baregams of the Marmarazalles from Marmeniere?) it may be, tots wearsense full a naggin in twentyg have sigilposted what in our brievingbust, the besieged bedreamt him stil and solely of those lililiths undeveiled which had undone him, gone for age, and knew not the watchful treachers at his wake, and theirs to stay. Fooi. fooi, chamermissies! Zeepyzoepy. larcenlads! Zijnzijn Zijnziin! (6) Es innecesario un dominio exquisito de la lengua inglesa para advertir que estas inclusiones no ofician de incisos aclaratorios, y para adivinar que son ellas lo que mantiene más ocupados a los expertos en el Finnegans Wake. La documentación de las correcciones de Joyce se vuelve cada vez más escasa en lo que corresponde a los libros anteriores al Finnegans, pero ello no impide verificar los mismos hábitos en la composición del Ulises y hasta en la de Dublineses. Hay un repetido ejercicio escolar que consiste en contrastar los dos comienzos de “Las hermanas” (primer cuento de la serie de Dublineses). El primero, publicado en el Irish Homestead del 13 de agosto de 1904: Por tres noches sucesivas me encontré, a esa hora, en la calle Great Britain como llevado por la providencia. Por tres noches elevé mis ojos hacia el iluminado cuadrado de la ventana y me puse a especular. Parecía saber que sucedería por la noche. Sin embargo, a pesar de la providencia, que había guiado mis pasos, y a pesar de la respetuosa curiosidad de mis ojos, no logré descubrir nada. Cada una de esas noches, el cuadrado persistía iluminado de la misma tenue y desmayada manera. No era luz de velas, por lo que se podía ver. De manera que no había sucedido todavía. La cuarta noche, a esa hora, estaba en otra parte de la ciudad. Quizá fue la misma providencia la que me condujo allí —un tipo caprichoso de providencia— para colocarme en desventaja. De regreso a casa, iba preguntándome si aquel cuadrado de la ventana seguiría iluminado como antes o si revelaría los velones ceremoniales que deben alumbrar a los cristianos en su último sueño. No quedé sorprendido, por eso, cuando en medio de la cena me descubrí profeta (7). Y el segundo y definitivo, producto de una revisión fechada entre mayo y junio de 1906: Esta vez ya no había lugar para la esperanza: era el tercer ataque. Noche tras noche había pasado por la casa (estaba de vacaciones) para estudiar el iluminado cuadrado de la ventana, y noche tras noche la había encontrado iluminada de la misma tenue y desmayada manera. Si hubiera muerto, pensaba yo, se vería el reflejo de unas velas sobre las oscurecidas persianas, pues sabía que han de ponerse dos velas en la cabecera de un cadáver. El me decía con frecuencia: No me queda mucho tiempo en este mundo, y yo siempre consideré ociosas tales palabras. Ahora sabía que eran verdad. Todas las noches, al levantar la mirada hacia la ventana, me decía suavemente a mí mismo la palabra parálisis. Siempre sonaba rara a mis oídos, como la palabra gnomon en el Euclides y la palabra simonía en el catecismo. Pero ahora me sonaba como si fuese el nombre de algún ser maléfico y pecaminoso. Hacía que me saltaran las lágrimas, y sin embargo no paliaba mi deseo de estar cerca y observar su trabajo mortífero (8) El pequeño detective católico del Irish Homestead se ha convertido en un niño capturado por las palabras; la pequeña historia costumbrista se ha vuelto hacia las perplejidades del simbolismo. Si hay un joycismo para Dublineses, se debe a las correcciones de 1906. Recientemente, por ejemplo, Garry Leonard intentó esta solución a la moda para justificar la presencia del gnomon en “Las Hermanas”: Como resultado de este impulso (que puede ser visto como el Deseo, en el sentido que Lacan le da a este término) el protagonista es atraído por esos objetos cuya presencia está socavada por una ausencia (la figura geométrica del gnomon es el principal ejemplo) (9). (Gracias al popular Joyce Annotated de Don Gifford (10), desde 1967 todo estudiante conoce que en la geometría de Euclides el gnomon es “lo que queda de un paralelogramo cuando se le remueve un paralelogramo semejante con el que comparte una de sus esquinas”). Las especulaciones a que se dieron lugar estas variantes son muchas y apenas más seguras que las inducidas por las del Ulises y el Finnegans Wake (11). Pero lo que la temprana corrección de 1906 ya pone severamente en duda son ciertas viejas hipótesis genéticas —más guiadas por la mitomanía y la admiración que por el trabajo de archivo— acerca de cómo Joyce alcanzó su estilo y acerca de cómo escribía. Es el caso del descrédito que ahora merecen las declaraciones que, en 1930, el propio Joyce le habría confiado al dibujante checo Adolf Hoffmeister: En el primer relato de Dublineses, escribí que la palabra «parálisis» me llenaba de horror y miedo, como si ella designara algo demoníaco y pecaminoso. Amaba esa palabra y tenía que susurrármela a mí mismo al atardecer con la ventana abierta. Fui acusado de haber creado ciertas palabras por influencia de una concepción del universo que jamás tuve. Probablemente sea la debilidad de mi vista la responsable de que mi mente busque refugio en las imágenes evocadas por las palabras, y seguramente también sea el resultado de mi educación católica y de mi origen irlandés (12). Teniendo, como tenemos hoy, a nuestro alcance la copia del Irish Homestead, a este relato lo catalogamos del lado de la ambición del escritor de hacerse de un nombre en la historia de la literatura y no de la memoria fidedigna del nacimiento de su escritura. Este veredicto se refuerza si se consultan las correcciones de “Eveline”, el cuento entregado al Irish Homestead un mes después de “Las hermanas”. Su primera versión tampoco trae ninguna alusión a la parálisis, que ciertamente se convirtió en el leit-motiv alrededor del cual se estructuraría el libro definitivo. Será recién dos años más tarde que Joyce le agregará a “Eveline” la referencia a Santa Margarita María Alacoque, la santa que quedó paralítica por autoflagelación y que luego se recuperó milagrosamente con su ingreso a la vida monacal (13). La razón para detenernos, con cierta parsimonia, en las variantes de “Las hermanas” está en la vecindad que guardan con nuestro tema, puesto que: (a) cada título de los Escritos también tuvo una publicación previa que no sería reeditada al pie de la letra, y (b) Lacan también fue amigo de hacer circular anécdotas poco fiables y muy adecuadas al verosímil vanguardista de cómo es que nace una idea o una obra. Comenzaré, sin embargo, por lo que tienen de ajeno: (c) las correcciones de Lacan muestran una orientación inversa a de las de Joyce. O, para ser más preciso, Lacan-corrector no fue su exacto revés en un sentido cuantitativo: en varios casos (si no en la mayoría) él también elegía expandir sus párrafos; sí lo es en un sentido cualitativo, en cuanto al rango alusivo, a la carga de enigma. La puesta a punto de los Escritos reduce las expansiones de sentido, en lugar de agigantarlas a la manera de Joyce. No es difícil comprobarlo, si bien exponerlo es algo engorroso puesto que Lacan dedicó sus mejores cuidados a párrafos o cadenas de párrafos considerablemente extensos, que exigirían una presentación tanto más prolongada. Aunque no es de las más interesantes, confío en que la siguiente corrección breve de un fragmento de Variantes de la cura-tipo ilustre que las variantes introducidas en 1966 se inclinan por la legibilidad: VERSIÓN 1955 El mantenimiento de las normas cae más y más en el orbe de las necesidades de coherencia del grupo, como se manifiesta en cierto país, donde ese grupo representa un poder por la medida de la extensión de ese país, sin justificarse ya por otros motivos sino la preservación de un standard: preparándose por todas partes el advenimiento de un puro formalismo, para retomar los términos del autor ya citado, de un «perfeccionismo» técnico donde el análisis, dice, «pierde la medida de sus límites de aplicación», al mismo tiempo que lo lleva a criterios de su operación a la vez «perfeccionistas, inmotivados y por lo tanto fuera del alcance de todo control» por la experiencia, incluso a una «mystique (la palabra está en francés) que desafía el examen y escapa a toda discusión sensata» (14). VERSIÓN 1966 El mantenimiento de las normas cae más y más en el orbe de los intereses del grupo, como se manifiesta en los Estados Unidos donde ese grupo representa un poder. Entonces se trata menos de un standard que de un standing. Lo que hemos llamado más arriba formalismo es lo que Glover designa como «perfeccionismo». Basta para darse cuenta de ello señalar cómo habla de él: el análisis «pierde así la medida de sus límites», se ve conducido a criterios de su operación «inmotivados y por lo tanto fuera del alcance de todo control», incluso a una «mystique (la palabra está en francés) que desafía el examen y escapa a toda discusión sensata» (15). Resultaría excesivo afirmar que la versión para los Escritos nos libra del esfuerzo de una lectura atenta e inclusive de la necesita de relecturas; lo que es indiscutible es que el acceso está sensiblemente allanado en comparación con su versión anterior La distribución espacial es mucho más nítida después de los cortes del punto y aparte, y de los dos puntos seguidos; resultado al que colabora, además, la nueva presentación de as citas. Los sujetos del enunciado dejan de ser aludidos para pasar a ser llamados por su nombre propio: “cierto país (...) ese país” es “los Estados Unidos”; “el autor ya citado” es Glover”. Asimismo, la acusación de que justificar una práctica en un standard conduce al formalismo, se despliega en 1966 en el argumento añadido de que un standard (regla consuetudinaria) no es un standing (regla fundamentada en principios), etcétera. En su merecidamente muy divulgada biografía de Lacan, Élisabeth Roudinesco se ocupó de agrupar los móviles mas evidentes que habrian desencadenado la publicación de los Escritos (la política institucional, la insistencia de François Wahl desde la editorial Seuil y la aparición de De l’interpretation: essai sur Freud de P.Ricoeur) (16), sin embargo, su noticia de los hechos se resiente, a mi entender, por no haberse detenido a examinar en detalle las correcciones. Mi impresión es que, al adherir al lugar común según el cual el estilo de Lacan se regodeaba más o menos gratuitamente en la ilegibilidad, ella se ve llevada a sobredimensionar la injerencia de Wahl en las decisiones acerca de las variantes, atribuyéndole a su sensatez de editor toda iniciativa a favor de la legibilidad de los Escritos. Tanto es así que, a su entender, la corrección progresa a tirones, con Lacan pisando el freno y Wahl, el acelerador. Corrección frenada —nos cuenta— por la terquedad estilística de Lacan adversa a los consejos bien intencionados de Wahl (“Wahl quiso a veces poner orden en unas subo rdinadas manieristas y Lacan no cedió —era su estilo, su sintaxis, su cosa”) (17); apreciación ésta que descuida, entre otras pruebas de lo contrario, la enérgica corrección de 1955 a favor del orden legible que Lacan practicó, como redactor, al Comentario hablado sobre la Verneinung de Freud de Jean Hyppolite. Ejerciendo un intervencionismo fuera de lo común, Lacan-redactor explicita (o interpreta) referencias veladas (cuando Hyppolite dice “…me proporcionó la oportunidad de una noche de trabajo; y de traer el hijo de esa noche ante ustedes”, Lacan anota que estamos frente a una alusión al verso “Les traigo el hijo de una noche en Idumea” de Mallarmé) y añade, a las siete páginas del texto, nueve frases entre corchetes que: precisan la vaguedad de los sujetos del enunciado (“Tenemos en cierto modo aquí [la pareja formal de] dos fuerzas primeras”), completan en exceso su contenido (“...hay pues una operación que operación de expulsión y la operación de introyección [no tendría sentido]”) y corrigen las traducciones en alemán al francés ( a pesar del prestigio de Hippolite como comentarista y traductor de Hegel) (18). Y corrección acelerada por Walh –continúo Rodinesco-, cada ves que La can cedía a sus propuestas, como de modificar la puntuación (“Walh tuvo que ‘inventar’ una puntuación para casi la totalidad de los textos”) (19). Ejemplo, este último, del que nos cuesta todavía más convencernos. Ciertamente, los cambios de puntuación de 1966 son números y decisivos; sin embargo, en las nuevas variantes se reencuentran inalterables los hábitos más idiosincrásicos de Lacan: ignora el punto y la coma; construir secuencias complejas de dos puntos; combinar el guión largo y la coma de una forma alejada a la noema; agregar y eliminar signos de interrogación de un modo misterioso. Nos resulta más probable el siguente recuerdo de Walh que va en sentido contrario, y que la misma E. Roudinesco tuvo la entereza de citar: Cada día, enviaba a Lacan un fragmento de texto acompañado de interrogaciones y, a vuelta de correo, recibía las páginas modificadas acompañadas, abajo, de notas suplementerias que eran respuestas directas a sus preguntas: “Veía llegar el texto escrito y modificado”, subraya Walh, “pero sin saber porqué caminos de pensamiento Lacan habia llegado allí” (20). Inclinando la balanza hacia este otro platillo, el testimonio de JacquesAlain Miller —registrado en una entrevista de un viejo número de la revista belga Litrura (mayo de 1981) y en una reciente conferencia en Buenos Aires (julio de 1996)— da una visión muy distinta del mismo episodio, atribuyendo menos fatalismo y más funcionalidad al poder de maniobra que Lacan mantenía con su estilo. A su entender, dos cosas gobiernan el montaje y el terminado de los Escritos: la plasticidad estilística de Lacan (“su tacto de no emplear en toda oportunidad el mismo tono, de no apuntar siempre al mismo blanco sino de saber; en cada ocasión, a qué punto dirigirse”) (21) y la decisión de 1966 de girar el rumbo de sus textos más allá de la comunidad de lectores de revistas especializadas y del círculo de sus alumnos analistas parisinos para los que habían sido originariamente escritos, para dirigirlos así—subraya Miller— a un lector nuevo: Y en este caso, Lacan no se dirige a los analistas, no se dirige a sus alumnos; se dirige más allá de a quienes un día había dirigido esos textos, más allá de quienes habían sido su público ocasional. Se dirige, más allá de ellos, a este lector nuevo que hará una nueva lectura de esos textos (22). Ese movimiento encontraría, por otra parte, su origen o su antecedente dos años antes de la gran corrección; en 1964, fecha en que Lacan es separado de la Asociación Psicoanalítica Internacional y en que se produce la mudanza de su seminario, desde la geografía hospitalaria de la capilla de Sainte Anne a la del aula universitaria de la École Normale Supérieure: Me parece que el interés del estudiantado de la École Normale Supérieure (ENS) de aquel entonces, así como el del público intelectual que allí asistía, modificó el destinatario de la enseñanza —del discurso devenido enseñanza— de Lacan (...) reordenando su seminario. Ciertamente, el seminario de Los cuatro conceptos estaba dirigido a un nuevo público, y Lacan lo dice con todas las letras (...) A lo largo de diez años, él encontró en la ENS la oportunidad de retomar las cosas de manera sistemática. Los cuatro conceptos es, además, el primero de sus seminarios no organizado como el comentario de un texto de Freud — por más que muchos textos de Freud estén allí implicados, particularmente los metapsicológicos. Es el primer seminario en el que Lacan —si se me permite decirlo— se emancipa de la lectura de los textos freudianos, abriendo la segunda época de su enseñanza; en la cual cada nuevo seminario gira en torno a alguno de sus propios términos: el objeto a, el Otro, el sujeto, etc. Allí se había producido una mutación del destinatario. En ese momento Lacan se encuentra excluido de la comunidad analítica a la que había pertenecido (...) Como, aún para polemizar, es necesario contar con un terreno en común, su alejamiento conduce a que, dentro del seminario, ocurra una progresiva desatención por los referentes del movimiento analítico internacional. Poco a poco, se orientará principalmente a dar mayor coherencia a sus nociones y a sus maternas (23). ¿Pero quién era ese nuevo lector? ¿Quién era ese Hombre al que el estilo de Lacan se dirigió en 1966? Si nos ajustamos al análisis textual, únicamente podremos afirmar que hay ahí un aumento de los índices de legibilidad, y que eso sugiere la prefiguración de un lector más masivo, más universal. ¿Eran las señas de ese lector las de los concurrentes al salón de la ENS? En parte, seguramente lo eran. Miller destaca además que las autoridades del nuevo escenario también lo habrían incitado a Lacan, por razones curriculares, a que se pusiese a trabajar en esa dirección: Es la decisión de los demás lo que lo llevan a Lacan a interrumpir su seminario en Sainte Anne y lo que lo animan, a través de la invitación de Althusser, a continuarlo en la Ecole Normale; la Ecole Practique des Hautes Etudes le otorga, con ese propósito y gracias a Lévi-Strauss, el título de Encargado de conferencias. Lucien Fevre habría aspirado, al parecer, verlo algún día con el grado de Director de estudios, y le traspasa este anhelo a su sucesor, Fernand Braudel, quien no pudo llevarlo a cabo. Se prepararon, en efecto, los expedientes para alcanzar la meta; Lacan estaba totalmente decidido a presentar su candidatura. Althusser se ocupó de obtener apoyo entre los profesores de izquierda, pero los sondeos de Braudel y Lévi-Strauss concluyeron que no saldría elegido. El proyecto de nombrarlo Director sin goce de sueldo resultaba muy incómodo pues fijaría precedentes. (...) Por ese entonces Lacan tuvo en la mira escribir un tratado sistemático, que no llegó a tomar forma o que, en todo caso, nunca publicó (24). En mayo de 1964, llegó a firmar un contrato con la editorial Le Seuil, luego anulado por incumplimiento de Lacan, por el que se comprometía a entregar un volumen titulado Cuestionamiento del psicoanalista, que sería una obra original y no una recopilación de material anteriormente publicado (25). Sin embargo, los resultados de la corrección del 66 parecen querer remitir a un público todavía más amplio que el atraido por los seminarios en la ENS, a uno definido por marcas más ligeras y lejanas, a uno que coincide mucho mejor con aquel otro también supuesto, años después, por Miller, en citada conferencia de Buenos Aires, cuando comparó la edición de los Escritos con el acto de arrojar un mensaje adentro de “una botella en el mar del futuro” (26). Claro que más acá del análisis textual está el recurso a la historia y, en esta oportunidad, a la historia interna del Seminario que nos tienta a conjeturar un lector modelo efectivamente algo menos próximo que el de la ENS, pero algo más particularizado que el de los difusos pescadores que recogerán la botella arrojada al antojo de las mareas del futuro. Nuestro sentimiento localista nos invita, naturalmente, con el recuerdo de El seminario de Caracas de diciembre de 1980 y sus preparativos parisinos (“Esos latinoamericanos que nunca me han visto, a diferencia de los que están aquí ni escuchado de viva voz, (...) de seguro, son e/porvenir”) (27), para así responder que ese lector nuevo somos nosotros mismos. Lamentablemente, cuando se presta atención al dato de que las correcciones a los Escritos fueron hechas entre marzo y octubre de 1966, una hipótesis descorazonadora se impone con mayor convicción: la de que el lector nuevo tenía el inglés por lengua materna y residía en la ciudad de Nueva York... Esta es, en efecto, la solución más aceptable, si se investigan las circunstancias inmediatamente anteriores a las vísperas de la gran corrección. Lo primero que sorprende de esas fechas es que el seminario se interrumpe entre la tercera semana de febrero y la segunda de marzo (hay, en efecto, una reunión el 23 de febrero de 1966, pero está a cargo de Perrier-Roufiet). El misterio no tarda en aclararse para los que no estuvimos presentes. Lacan retorna su puesto el 23 de marzo y se pasa la clase entera detallando el motivo del ausentismo: su primer viaje a América (movimiento pasado por alto en la minuciosa biografía de Roudinesco). Comienza admitiendo que bien puede provocar extrañeza que él haya esperado a la edad de 65 años para hacerlo, tomando en cuenta de que se trataba de un viajero activo (en 1963, por ejemplo, había hecho una de sus visitas al Japón), y pasa a contar la estadía de ocho días “de turista” en México y la de veinte días “de misionero” en los Estados Unidos. Roman Jakobson le había programado seis ponencias en distintas universidades norteamericanas. El recuento de Lacan no está libre de precauciones, pero lo cierto es que, de vuelta al seminario, no puede ocultar el orgullo por la atención que había suscitado, tampoco las ilusiones exportadoras con que quiere contagiar al auditorio, ni sus expectativas —a esto quería llegar— de ser leído en aquel país, especialmente en Nueva York: [En los Estados Unidos] tuve la sensación de una apertura muy grande a las cosas que yo presentaba, aunque eran cosas que, a sus oídos, resultaban indiscutiblemente inéditas. Y hablo así con respecto al ambiente universitario, exceptuando lo que se llama el medio highbrow, el de la alta inteligencia, localizado —por lo que vi— en la ciudad de New York. En New York mi enseñanza es inédita —aunque probablemente no lo será por siempre—, y sin embargo, está lejos de ser desconocida. Como, sin duda, lo he dicho muy frecuentemente: New York no es América. En New York se sabe perfectamente lo que pasa aquí y el lugarcito que yo tengo no es ignorado (26). A esto siguen recuerdos y recomendaciones a propósito de las ventajas de ir allá con un discurso “más organizado, más simple y más contundente”. Ciertamente, los acontecimientos de los siguiente años no le darán toda la razón a estos entusiasmos de marzo del 66, la historia no armonizará con su breve sueño americano. Del tercer viaje, en 1973, Lacan obtendrá más renuencias que consagraciones, y todavía no se puede decir que los Estados Unidos resulten hoy amigables con su obra. Pero el peso de estas evidencias posteriores no destruye la posibilidad de que aquellos espejismos del primer contacto con ese “cierto país” —corno lo llamaba en 1955, hasta que en la corrección de 1966 prefirió designarlo por su nombre— hayan modulado, ellos también, el estilo del libro de los Escritos. Como se adelantó en el capítulo anterior, la cuestión norteamericana fue desde el principio un tópico complicado en la historia del psicoanálisis, que se ha inmiscuido en sus textos y en los cálculos de la promoción. Hoy contamos con mayores detalles de los comienzos, con nuevos episodios de las altas y bajas de esa relación. Hubo momentos rabiosos, como el señalado por el trabajo de Ilse Grubrich-Simitis con los papeles de Freud, que sacó a la luz las tres páginas eliminadas del manuscrito del Apéndice de “Análisis profano” (esas tres páginas equivalían a la tercera parte...). Freud las había tachado luego de escuchar a Ernest Jones y Max Eitington que las juzgaron, con alguna razón, excesivamente antinorteamericanas (29). Y también hubo fotos sonrientes; como las rescatadas por la crónica de Saul Rosenzweig de las andanzas de Freud por Nueva York y Massachusetts. “Los museos, los parques, las calles; todo me provocó una fuerte impresión. También la Universidad de Columbia, donde está Brili, pertenece a esta categoría”, le escribía a su esposa desde el cuarto del Manhattan Hotel (30); y días más tarde, después de su primera conferencia en Worcester, le envía el telegrama de una sola palabra: “Success”. Recapitulando, entre marzo y octubre de 1966, en un laborioso esfuerzo que desveló sus noches en París y que lo mantuvo prisionero durante las vacaciones en un cuarto de hotel italiano, Jacques Lacan, por iniciativa propia y alentado por el editor de Seuil, corrige unos seiscientos párrafos de los artículos que llevaba publicados desde 1936, siendo la colección de los Escritos la última versión de esa tarea. Ahora bien, si se lo juzgara por el interés que despertó hasta ahora en la bibliografía psicoanalítica, se diría que fue un episodio casi irrelevante. Aunque no hay que dejar de subrayar que se trata de una frialdad inducida por el mismo Lacan, que no perdió ocasión de disimular esa aplicación suya de corrector detrás de las cortinas de la ventriloquia surrealista (cf. “No soy un poeta, sino un poema. Y que se escribe pese a que tiene aires de ser sujeto”) (31), de la posesión religiosa (cf. “Las jaculaciones místicas y los Escritos de Jacques Lacan son del mismo registro”) (32) y de las ironías contra las ilusiones de la comunicación (“Lo que salva, sin embargo, mis Escritos del accidente que tuvieron, o sea, que se los leyera enseguida, es que son de todas maneras un worst-seller” (33); “Estos Escritos, ya se sabe, no se leen fácilmente ... y a lo mejor la cosa llega hasta al punto de que no son para leer”) (34). ¿Habrá que atribuir todas estas pistas falsas a una voluntad de distraer la autorrefutación de alguna de sus hipótesis preferidas sobre la escritura? Nada de eso. Pero justificarlas exige volver al libro de donde tomamos las dos versiones de “Variantes de la cura tipo”. La cuestión, en efecto, sólo puede discutirse seriamente después de estudiar cuidadosamente Los “Escritos” de Jacques Lacan: variantes textuales, el libro de Angel de Frutos Salvador que da la posibilidad invalorable de conocer, una por una y en edición bilingüe, las quinientas cuarenta y cinco correcciones que detecta en lo que fue el ajuste definitivo de los Escritos (35). O más precisamente las miles de correcciones que las variantes introducidas a quinientos cuarenta y cinco párrafos retomados por Lacan, las cuales van desde el agregado mínimo de un signo de interrogación omitido o la reparación de un error minúsculo (Juan Luis Borges por Jorge Luis Borges), hasta casos de intensa reescritura con soluciones que se alejan notablemente del punto de partida (v.g. las variantes de Kant con Sade). Es solamente a partir de este producto de archivista que se puede desprender el invisible “escrito inédito” de la corrección. Entendido así, resulta poco menos que escandaloso que el libro de Frutos Salvador haya tenido, hasta la actualidad, una repercusión insignificante. Publicado en 1994, no se advierte todavía el torrente de citas, reseñas y debates que cabía esperar de su novedad documental. Ni las aparentes dificultades de distribución, ni el precio de tapa (que triplica el de una novela corriente) alcanzan a explicar el muro de silencio que se levantó alrededor de las variantes textuales de los Escritos. ¿A qué responde semejante indiferencia? En parte, a ese desaliento inducido por los velos de misterio interpuestos por el mismo Lacan, pero seguramente también a las dificultades de leer un trabajo de corrección. La agotadora perspectiva de detenerse a evaluar cada variante debió disuadir a los menos dispuestos. De los más diligentes, en cambio, cabe suponer el desencanto del final, después de que sus previsiones más auspiciosas quedaron rotas al comprobar que, por abrumadora mayoría, las correcciones de Lacan no respresentan ninguna actualización doctrinaria (excepto en unos pocos casos de los que ya se viene ocupando, con ventaja, la École Lacanienne de Psychanalyse) (36).Por último, los epígonos de su estilo, que abrieron el libro buscando lecciones paso a paso de cómo Lacan rizaba aun más el rizo del jardín manierista, debieron cerrarlo amargamente, al atrapar al maestro con tijeras de podar y ocupado en volverse legible. Por si quedan dudas, me remitiré a un segundo ejemplo breve, el de las correcciones que Lacan introduce a un párrafo del final de “Juventud de Gide, o la letra y el deseo”: les miennes Le mouvement de cette main n’est pas en elle-même, mais en ces lignes, qui ici continuent celles que Gide a tracée, /et qui déjà sont/ celles de ce Nietzsche que vous nous annoncez, Jean Delay. /les vôtres qui seront/ Analicémoslo deteniéndonos primero en la versión publicada en 1958: El movimiento de esa mano no está en ella misma, sino en estas líneas, que aquí continúan aquellas que Gide trazó, y que son ya las de ese Nietzsche que usted nos ha anunciado, Jean Delay. La identidad de los cuatro dueños de las manos que aquí se turnan, en los relevos de una sola escritura, resulta confusa, de fronteras gramaticales equívocas. Ciertamente, no nos cuesta identificar detrás de “el movimiento de esa mano” a la madre de André Gide. Esa información la traemos del párrafo anterior, que se ocupa de un triste fragmento del Journal de Gide en el que el escritor recuerda, de la agonía de su madre, cierta pantomima de escritura en que ella se agitaba en un inútil esfuerzo de anotar el último consejo: “el lápiz que tenía en la mano corría sobre la hoja de papel blanco, pero sin trazar ya ningún signo” (37). Resulta, en cambio, trabajoso reconocer al dueño y el soporte de “estas líneas” Ijces lignes]. ¿Son, todavía, las del garabato de la moribunda o son ya las del artículo de Lacan o, acaso, son siempre idénticas a las de ese otro libro sobre Nietzsche, que no se sabe bien si Jean Delay escribió, escribe, escribirá o simplemente se ocupa de difundir? En la versión corregida de los Escritos estos titubeos se suprimen. Con el añadido de los dos posesivos y el cambio de un tiempo verbal, Lacan renueva su apuesta a lo legible: El movimiento de esa mano no está en ella misma, sino en estas líneas, las mías, que aquí continúan las que Gide trazó, las de usted que serán las de ese Nietzsche que usted nos ha anunciado, Jean Delay. Con los posesivos (“las mías”, “las de usted”) la coordinación del párrafo se resuelve inequívocamente: el movimiento conocido de las manos de ella (la madre) se sucede en las líneas “mías” (de Lacan), “las de usted” (Delay) y las de él (“Gide”). Asimismo, los planos verbales resultan más netos, porque además de mantener el presente histórico de la madre (“no está en ella misma”), en un lugar obviamente anterior al pretérito del Journal del hijo (“que Gide trazó”), y libre de superposiciones con el presente efectivo de Lacan (“que aquí continúan”), la versión 1966 refuerza el plano temporal del cuarto escenario; por obra de la corrección, la escritura de J. Delay se aleja hacia el futuro imperfecto: su mano no está escribiendo todavía (o no alcanzó a escribir en su totalidad) las líneas “que serán” el libro que anuncia bajo el título de Nietzsche. Primero descubriéndolo con incredulidad y después comprobándolo hasta el cansancio, uno va convenciéndose de que a Lacan, que supo hacer del neo-barroco el estilo más propio para la enseñanza del psicoanálisis, le importaban mucho también ciertos acotamientos del sentido en el momento de exponer sus ideas. Comprobarlo es una experiencia que puede ser decepcionante o muy rica en consecuencias. Cada cual es dueño de hacer su lectura y poner la nota; sin embargo, es difícil de tolerar que, por encontrarse entre el grupo de los desilusionados, Frutos Salvador haya comprometido, hasta límites casi imperdonables, su tarea de crítico y, lo que es más grave, de traductor. De su falta de estima por la orientación de las variantes, resulta que al término de las cien páginas de su “Comentario crítico” y “Conclusión” uno se pregunte si Frutos Salvador leyó a Frutos Salvador o si sus reflexiones son previas al trabajo de evaluar las correcciones de Lacan. Y a propósito de cómo esto afectó su traducción, me limito a presentar las soluciones que da al caso citado: VERSIÓN 1958 El movimiento de esa mano no está en ella misma, sino en estas líneas, las mías, que aquí continúan las que Gide trazó, y que son ya las de ese Nietzsche que nos ha anunciado Jean Delay. VERSIÓN 1966 El movimiento de esa mano no está en ella misma, sino en estas líneas, las mías, que aquí continúan las que Gide trazó, las de usted que serán las de ese Nietzsche que nos ha anunciado Jean Delay. Como se ve, el descuido es doble. Por una parte, al adoptar sistemáticamente, sin ninguna caución ni aparato de notas, la traducción oficial de los Escritos como equivalente a la versión 1966, sus resultados quedan expuestos a esporádicas imprecisiones; es lo que sucede aquí: obsérvese que la coma que Lacan antepone al nombre de Jean Delay con el propósito de situarlo en vocativo está ausente; al olvidarla o suprimirla, el texto en castellano deja a Delay colocado en una equivocadísima tercera persona. No podrá objetarse que es un pecado venial, es uno que va en la dirección contraria de la política del Lacan-corrector... Pero la displicencia de Frutos Salvador para con las molestias que se tomó Lacan es mucho más elocuente en su traducción personal de la versión 1958, en la que una de las novedades de 1966 (el agregado del posesivo “las mías”) aparece ya anticipada. Muchos descuidos filológicos semejantes insisten con una molesta frecuencia a lo largo de esta edición, obligándonos a una tediosa vigilancia y cotejo con las columnas de las versiones francesas, que son confiables aunque incompletas (38). Aún así, seamos optimistas, estos descuidos constituyen una molestia afortunada: nos obligan a repetir, con nuestras manos, los movimientos del Lacan corrector —lo que resulta un ejercicio muy instructivo. Volviendo; la perplejidad que genera admitir que en Lacan hay un cuidado por una cierta legibilidad, puede conducirnos, por otra parte, a la formulación de una hipótesis acerca del motivo por el que prefirió hacer circular el mito nocturno del ensueño inspirado, en vez de testimoniar sus horas bajo la lámpara encendida del escritorio. Una interpretación conciliatoria diría que después de un cálculo pesimista y amable, él puede haberse decidido a ahorrarnos las evidencias de otra perplejidad más de su enseñanza: la de que cuando se muestra con ambigüedades la ambigüedad, no se deja lugar a ambigüedad alguna. Pero el modelo de lector que reclaman los Escritos no necesita de tales condescendencias, sino de la vigilia que le deje sacar provecho de las mitologías y apólogos del libro sin pagar el precio de tomarlos literalmente, como se discutirá y ejemplificará detenidamente en el próximo capítulo. Una vigilia que sepa complicar la versión órfica para consultorio, según la cual el estilo es pura ventriloquia, con la versión voluntarista para escritorio que Lacan enarbola triunfante en “La instancia de la letra”: Me basta en efecto con plantar mi árbol en la locución: trepar al árbol, e incluso con proyectar sobre él la iluminación irónica que un contexto de descripción da a la palabra: enarbolar, para no dejarme encarcelar en un comunicado cualquiera de los hechos, por muy oficial que sea, y, si conozco la verdad, darla a entender a pesar de todas las censuras entre líneas por el único significante que pueden constituir mis acrobacias a través de las ramas del árbol, provocativas hasta lo burlesco o únicamente sensibles a un ojo ejercitado, según que quiera ser entendido por la muchedumbre o por unos pocos (39). Lacan practicó, entonces, una voluntad de legibilidad. Y si esta conclusión despierta incredulidad no es sin motivo; se debe a que la suya era una voluntad avisada de que la legibilidad para escolares, la de la comunicabilidad sencilla, no siempre alcanza para aproximarse más a la verdad, darla a entender mejor o atrapar la atención del destinatario acertado. Esta defensa a favor de una didáctica de la complicación necesaria no es, por otra parte, un hallazgo lacaniano; tiene largos antecedentes en el campo de la producción teórica, ya se encuentra presente en el Menón (76d-77a) de Platón si no antes: MENÓN —Magníficamente me parece, Sócrates, has expresado tu respuesta. SÓCRATES —Es que está expresada de un modo que te es familiar. MENÓN —Pues me quedaría, Sócrates, si dijeras muchas cosas de ese estilo. SÓCRATES —Pues no es, desde luego, buena voluntad lo que me va a faltar, tanto por ti como por mí mismo, para hablar así, sino que temo que no voy a ser capaz de decir muchas cosas en ese estilo. Con todo, las soluciones del estilo de Lacan resultaron renovadoras, porque llevó adelante el viejo juego con los límites de lo legible asumiendo los riesgos (y los excesos) a los que eran capaces los hombres de las vanguardias de principios del siglo XX. Pero como no era un escritor, como Joyce, sino un analista que escribe de psicoanálisis, en el momento de la corrección estaba más ocupado en amanecer sin olvidar los sueños que en avanzar otro paso más hacia el centro de la noche. NOTA: 1 Fue lo que ensayé en El idioma de los lacanianos, si bien forzando la recomendación formalista a cruzar sus propios límites, hacia los lugares en que el discípulo debe (incluso por obediencia) resignar o transfigurar el modelo del maestro. 2 Cf. MASSON, Jeffrey Moussaieff El asalto a la verdad: la renuncia de Freud a la teoría de la seducción, ed. Seix Barral, Barcelona, 1985, y el imperdible: MALCOLM, Janet, [1983] In the Freud Archi ves, Vintage Books, New York, 1985, publicado originariamente en entregas por The New Yorker. 3 GRUBRICH-SIMITIS, Ilse [1993], Back to Freud’s Text. Making Silent Documenis Speak, Yale University Press, New Haven and London, 1996; pp. 86-89. 4 Roudinesco, Élisabeth, Lacan (Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento), Buenos Aires, FCE, 1994; pp. 750-55. 5 Las escasas excepciones son muy tomadas en cuenta por los joyceanos: “El muy señalado método acumulativo de Joyce, con su aparente alergia a la eliminación, lleva a que los escasos pasajes que él eligió desplazar o descartar cobren una importancia inmensa para la crítica. (...) Esto es tan cierto que el mero acto de borrar parece invariablemente denotar una crisis creativa o aun familiar. (...) El caso más conmovedor es el relacionado estrechamente con la preocupación de Joyce por la salud mental de su hija; aludo, obviamente, a la Gramática y la Geografía de Issy de la primera mitad de la sección 11.2 (conocida por “Storielia”) del Finnegans Wake” HAYMAN, David [1998], “Epiphanies/Epiphanoids. Joyce’s Shaping and Observing Eye”, texto en preparación (reproducido con la autorización del autor). 6 Cf. BARGER, Jorn et al, Annotations to Finnegans Wake, Chapter 4, Paragraph 1, URL http://www.mcs.net/∼jorn/html/jj/fwdiges.html (Last Modified 22-II-95). 7 La versión del Irish Homestead se puede encontrar como anexo de varias ediciones de Dubliners, v. gr. la de Vintage International o la Viking Critical Library; para su reproducción facsimilar, la Illustrated Edition de St Matin’s Griffin, New York 1995. (Tr. del A.) 8 JOYCE, James, Dublineses, edición de Fernando Galván, traducción de Eduardo Chamorro, Madrid, Cátedra, 1993 (es la traducción que permite seguir más escrupulosamente los estudios de los joyceanos); p. 81. 9 LEONARD, Garry, Reading ‘Dubliners’ Again: A Lacanian Perspective, Syracuse, New York, Syracuse University Press, 1993; p. 26. 10 GIFFORD, Don, Joyce Annotated: Notes for Dubliners and A Portrait of the Artist as a Young Man, 2nd revised and enlarged, Berkeley. University of California Press, 1982. 11 Para un panorama acerca del surgimiento del joycismo de Dublineses, cf. Stanley, Thomas F., “A Begining: Signification, Story, and Discourse in Joyce’s ‘The Sisters’ “.Incluido en Bernard BENSTOCK (ed), Critical Essays on James Joyce, Boston, Massachusetts, G.K. Hall & Co, 1985; pp. 176-190. 12 HOFFMEISTER, Adolf, “Portrait of Joyce”. Incluido en: Willard Potts (cd), Portraits of the Artist in Exile: Recollections of James Joyce by Europeans, Portmarnock County Dublin, Wolfhound Press, 1979, p. 132. 13 Cf. SCHOLES, R. y LITZ,A. Walton “Revisioris of «Eveling»”. Incluido en de la edición de Dub/iners de la Viking Critical Library, New York, Viking Press, 1976, pp. 238-240. 14 Trad. de Angel de FRUTOS SALVADOR, cf. Los Escritos de Jacques Lacan: Variantes textuales, siglo XXI, Madrid 1994; p. 123. 15 LACAN, Jacques, Variantes de la cura -tipo, en Escritos 2, p. 95; Escritos V. corr. p. 315, siglo XXI. 16 Traducido al castellano como Freud: una interpretación de la cultura (siglo XXI, México 1970). Una reciente defensa de Ricoeur contra las acusaciones de haber plagiado a Lacan se encontrará en: RICOEUR, Paul (entretien avec François AZOUVI et Marc de LAUNAY), La critique et la conviction, Calmann-Lévy, Paris, 1995. 17 ROUDINESCO, Élisabeth, op. cit.; p. 476. 18 HYPPILITE, Jean [1954], “Comentario hablado sobre la Verneinung de Freud”, incluido en LACAN, Jacques Escritos 2, pp. 859-866; Escritos V. corr.pp. 393-401, siglo XXI 19 ROUDINESCO, Élisabeth, loc, cit. 20 Ib., p. 475. 21 MILLER, Jacques-Alain, “A 30 años de la publicación de los Escritos”, rey. El Caldero de la Escuela nº 47, nov. 1996, Buenos Aires: p. 64. 22 Loc. Cit. 23 MILLER, Jacques-Alain , “Entretien sur la lecture de Lacan” avec Serge ANDRE, Yves DEPELSENAIRE & Christian VEREEKEN, rev. Littura, Bélgica, s/f., p. 10. 24 Ib., pp. 10-11. 25 ROUDINESCO, Élisaheth, op.cit., p. 473. Llama la atención, sin embargo, que el 15 de enero de 1964 Lacan anunciara en su seminario un proyecto tan cercano al de los Escritos: “Este artículo [“Variantes de la cura-tipo”] va a ser recogido en la edición que trato de hacer de alguno de mis textos, y podrán juzgar si acaso ha perdido actualidad. No creo para nada que la haya perdido.” 26 MILLER, Jacques-Alain, “A 30 años de la publicación de los Escritos”; p. 64. 27 LACAN, Jacques, “El malentendido”, Seminario del 10-VI-80, rev. Analítica nº 3-4, Caracas, Venezuela, dic. 1980; p. 5. 28 LACAN, Jaquecs [1965 -66], EL SEMINARIO 13: El objeto del psicoanálisis, inédito, clase el 23-III-1966. 29 GRUBRICH-SIMITIS, Ilse [1993], Back to Freud’s Text. Making Silent Documents Speak, Yale University Press, New Haven and London, 1996; pp. 176-81. 30 ROSENZWEIG, Saul, Freud, Jung and Hall the King-maker: The Expedition to America 1909, Hogrefe&Huber, Seattle, 1992, p. 66. 31 LACAN, Jacques [1976], “Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI”, incluido en intervenciones y Textos vol. 2, Buenos Aires, Manantial, 1988, p.61. 32 LACAN, Jacques, El Seminario 20: Aun, clase del 20-n-73, Paidós, Barcelona 1981; p. 92. 33 LACAN, Jacques, Seminario 17: El reverso del psicoanálisis, clase del 17-VI-70, Buenos Aires, Paidós, 1992; p. 208. 34 LACAN, Jacques, El Seminario 20: Aun, clase del 9-I-73, Barcelona, Paidós, 1981; p. 37. 35 de FRUTOS SALVADOR, Angel Los Escritos de Jacques Lacan: variantes textuales, Madrid, Siglo XXI, 1994. 36 V.gr. J. Allouch, desde la monumental reconstrucción de fuentes y registros de la tesis doctoral de Lacan (ALLOUCH, Jean [1990/1994], Marguerite: Lacan la llamaba Aimée, EPEL-Sitesa, México, 1995), hasta su reciente discusión acerca de los títulos de “La cosa freudiana” (ALLOUCH, Jean, Le sexe de la vérité: Erotologie analytique II, EPEL, Paris, 1998; pp. 92-97). También los cotejos de E. Porge de las versiones del escrito “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada” (PORGE, Erik, Se compter trois (le temps logique de Lacan), éditions ÉRÈS, Tolouse, 1989). 37 cf. ACEVEDO, Hugo y VICENS, Antoni, “Apéndice” para “Juventud de André Gide o la letra y el deseo”, incluido en Suplemento de Escritos, Barcelona, Argot, 1984. 38 ¿Cuántos párrafos reescribió verdaderamente Jacques Lacan? Lo ignoramos, pero algunos más que los que se encuentran en Variantes textuales. Al examen de ese libro se le pasan por alto, por ejemplo, veintidós correcciones de las cuarenta páginas del artículo original de “El seminario sobre «La carta robada»” o, lo que resulta asombroso, olvida cotejar los diecinueve párrafos de “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” que Lacan admitió, en expresas notas al pie fechadas en 1966, como “párrafos reelaborados”. Es imprescindible que Frutos Salvador lleve hasta el final sus esfuerzos en una segunda edición corregida y aumentada. 39 LACAN, Jacques [1957] “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, en Escritos 1, p. 190; Escritos y. corr. p. 485, ed. Siglo XXI. 3 “¿Tergiversaciones privadas y rectificaciones públicas?: Las siete maneras de Lacan de contar un caso de Kris” fue lo último que salió como producto acabado del escritorio de este libro; sin embargo o por eso mismo, es el capítulo que más abiertamente expone el problema primogénito que me llevó a escribir El escritorio de Lacan. Desde mediados de los ochenta vengo ocupándome de caracterizar las dificultades del estilo de Lacan, estimando que se trata de un paso preliminar para volver legible su obra y sacar, de esa manera, el mayor provecho de sus enseñanzas. Después de obtener algunos resultados satisfactorios en la descripción de sus procedimientos y efectos, los avances en esta dirección quedaron detenidos al borde de una grave dificultad: cómo explicar que cada tanto Lacan “mentía”. A pocos meses de publicarse El idioma de los lacanianos, que reunió el fruto de esos primeros esfuerzos, confié en la Biblioteca Freudiana de La Plata el límite que no había cruzado y mi esperanza de superarlo: “Estoy en medio de la redacción de un nuevo libro que probablemente se titulará El Joyce de Lacan: Elogio de la falsificación de casos clínicos. Es una vuelta a pensar el estilo de Lacan, pero esta vez privilegiando una sola característica, ciertamente polémica, que es la del recurso a la fabulación. No es un secreto, pero tampoco un tópico del que se hable con tranquilidad, que Lacan retocaba y construía casos clínicos a los fines de la enseñanza. Al elegir este tema, podría parecer que busco manchar la fama del Lacan-clínico; sin embargo, de lo que se trata es de elogiar y presentar con el mayor detalle, una de las maniobras más geniales e incomprendidas del Lacan-teórico. (...) El asunto podría relacionarse con las impugnaciones hechas a Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci. Como todo el mundo sabe, se ha probado que, desde el punto de vista de la documentación iconográfica y filológica, ese libro de Freud es disparatado: que toma de punto de apoyo una mala traducción, etcétera. Sin embargo, también se conoce que esta objeción no invalida el lugar que Leonardo merece dentro de la teoría analítica: allí se esboza nada menos que la cuestión del narcisismo y de la madre fálica. A mi entender con Lacan ocurre a veces lo mismo, excepto que tenía pleno conocimiento de que empleaba datos incorrectos o por él inventados. Es una técnica muy sutil y riesgosa, en la que la conclusión no pretende ninguna clase de garantía de sus «premisas»” (cf. “Un idioma de los lacanianos: Entrevista con Jorge Baños Orellana”, rev. Anamorfosis nº 3 diciembre 1995, La Plata; pp. 49-50). El anunciado Joyce de Lacan está escrito, se convirtió en los últimos dos capítulos de este libro y en las varias menciones a James Joyce que aparecen a lo largo de los restantes; pero si me hubiese limitado al ejemplo ilustre de Joyce, El escritorio de Lacan se habría convertido en una nueva estación de espera antes de alcanzar las fabulaciones más inquietantes de Lacan, las que llevó a cabo con historiales clínicos del psicoanálisis. Probablemente en ese limbo habría quedado todo de no haber sido por una sugerencia de Hugo Vezzeti en el Coloquio de Historia de las Ideas en Psicoanálisis de San Pablo en octubre de 1998, donde presenté uno de los borradores del capítulo 6, con el nombre de “El Joyce de Lacan: ¿Psicoanálisis de la vanguardia o psicoanálisis vanguardista?”. Vezzeti me sugirió que expandiera una escueta mención que hacía allí a propósito de los comentarios de Lacan de un caso de Kris (“Mucho del atractivo y del progreso que Lacan trajo al psicoanálisis reside en este balanceo suyo entre la interpretación y el uso, entre el close-readingy elmis-reading. El ejemplo más comentado es el de sus variaciones en torno al Hombre de los Sesos Frescos de E. Kris. Se trata de uno de los rasgos más osados, más divertidos y de mayor potencia heurística de su estilo; pero también el que despierta mayor prurito: la moralina positivista que sobrevive en nosotros se siente ultrajada por el padre si el Joyce de Lacan no es el señor James Joyce”) y que clarificara una indicación a pie de página (“V. gr. la respuesta escandalizada de LEIBOVICH de DUARTE, Adela, «Crónica de una distorsión en Psicoanálisis», rev. Asoc. Esc. Arg. de Psicotet para Graduados, nº 17, 1991, Buenos Aires; pp. 47-60”). Este fragmento que estaba, efectivamente, envuelto en los velos de lo fugaz y del sobreentendido, se convierte ahora en el tema central y casi excluyente del capítulo más voluminoso del libro. Su largo desarrollo reúne dos conferencias. Una, titulada “Elogio de la falsificación de casos clínicos en Lacan”, fue organizada para el 9 de junio de 1999 por la Secretaría de Cultura y Comunicación de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Allí pude plantear extensa y libremente todas mis objeciones al artículo de la profesora Leibovich de Duarte. La otra conferencia, “Lacan y la teoría posmoderna de la lectura”, está planificada para el 25 de agosto de 1999 para el ciclo “El Otro contemporáneo y las nuevas formas de expresión” organizado por la biblioteca de la EOL Sección Córdoba, y coincide con la fecha de cierre de este libro. Apelando al mismo ejemplo del Kris de Lacan, en esta nueva ocasión mi propósito será señalar que la llamada “disciplina del comentario” (que tanto provecho trajo al estudio de Lacan, y muy especialmente en las publicaciones de la ciudad argentina de Córdoba) se viene practicando bajo ciertas limitaciones —¡que han sido también las mías!— en la medida en que nos obliga a privilegiar el Lacan de párrafos asertivos y veraces. Como posible solución señalaré que su práctica podría potenciarse con ventaja, logrando que se haga cargo también de los pasajes del otro Lacan, si se toman en consideración ciertas teorías de la escritura y la lectura que adquirieron notoriedad (o merecieron tolerancia) en estos años de la llamada posmodernidad. A mi entender, el comentario “moderno” se disciplina bajo la exigencia de limitarse al corpus de los textos definitivos y de esforzarse en la dura e imaginativa tarea de comprenderlos como si fueran sistemas deductivos cerrados y veraces, lo que conduce fatalmente a la decisión de apartar ciertos párrafos que no encajan. En dirección inversa, la disciplina “posmoderna” se niega a convalidar esa dureza de fetiche del texto definitivo, y retrotrayéndolo a la serie genética de traspiés y contradicciones de sus borradores, lo “degrada” a la condición inestable de no ser más que la última versión entregada. De allí viene su (para algunos) perversa y ofensiva predilección por destacar los pasajes más indecisos u oscuros de un autor —predilección que, hay que reconocerlo, a veces se aplica de un modo lamentablemente excluyente. Para la reunión cordobesa, elegiré el siguiente pasaje de la “La dirección de la cura” de Lacan: “Esa mostaza después de cenar que el paciente respira, me parece que dice más bien al anfitrión que faltó durante la cena. Por muy compulsivo que sea para olfatearla, se trata de un hint; síntoma transitorio sin duda, advierte al analista: erró usted el blanco (1)” El cual contrasta y complementa el espíritu de la elección de los dieciocho pasajes que, de ese mismo escrito, aparecen glosados en lo que es seguramente la más resuelta y consecuente muestra de disciplina del comentario moderna aplicada a Lacan: los seis primeros volúmenes de los Cuadernos del Colegio Freudiano de Córdoba (2). Adhiriendo a la terminología de Hans Reichenbach, podría concluirse que los comentarios modernos se concentran en hallar (o construir) el contexto de la explicación, mientras que los comentarios posmodernos se concentran en el contexto del descubrimiento (3). Claro que, alejándose de Reichenbach, los posmodernos no creen que los accidentes azarosos del descubrimiento sean irrelevantes para abordar lo explicado en la última versión entregada. Puesto que las explicaciones de los textos tenidos por definitivos (como lo son los de la edición de 1966 de los Escritos de Lacan) constituyen indudablemente una superación pero también, en parte, una máscara del caos inicial de sus momentos de descubrimiento. Particularmente en la explicación de objetos tan complejos como los que caen bajo la consideración del psicoanálisis, el paso a paso de la inducción/deducción difícilmente acierta en anotar lo principal de las piruetas de la abducción inaugural, y sería irresponsable censurar o pasar ese límite por alto. Por último, este capítulo ofrece una respuesta enérgica a quienes continúan dubitativos acerca de qué beneficio podría traer a la práctica de consultorio el demorarse en las cuestiones algo abstrusas del escritorio de Lacan. Puesto que lo que las siguientes páginas persiguen es cómo desentrañar el parecer de Lacan acerca de uno de los temas más espinosos de la clínica: el acting out ¿TERGIVERSACIONES PRIVADAS Y RECTIFICACIONES PÚBLICAS? LAS SIETE MANERAS DE LACAN DE CONTAR UN CASO DE KRIS No son la misma especie de escrito los escritos en los que hago, de tiempo en tiempo, algún hallazgo y los escritos en los que preparo lo que voy a decir aquí, en mi seminario. También están los escritos para la imprenta, que son absolutamente otra cosa, que no tienen ninguna relación con los anteriores. Sería enojoso creer que lo que pude haber escrito tina vez para hablarles constituya un escrito absolutamente aceptable que yo retomaría. Jacques Lacan Solamente leemos bien lo que está relacionado con algún propósito personal. Puede darse por la intención de adquirir poder Puede darse asimismo por odio al autor Paul Valéry EN EL CAPÍTULO ANTERIOR NOS DETUVIMOS EN DOS DE LAS PRINCIPALES metas de la gran corrección de los Escritos, en la del insospechado cuidado por la legibilidad (a expensas del consabido manierismo de Lacan) y en la de la fidelidad al documento (a expensas de las aspiraciones de una puesta al día de la doctrina). Ahora bien, este considerable trabajo de 1966, que no es exagerado equiparar al de la redacción de un escrito inédito, se cumplió sin mudanzas de soporte: los Escritos no son otra cosa que una recopilación corregida de escritos publicados con anterioridad. Eso no lo vuelve una operación menos decisiva ni más sencilla pero, por trascendente que sea, la corrección de lo escrito con anterioridad representa solamente la mitad en la tarea del Lacan-corrector. Queda pendiente el hecho de que la mayoría, o acaso todos, los escritos originales habían sido, a su vez, el resultado de la transposición al papel de exposiciones orales (seminarios y conferencias), y que en este cambio de soporte se agregaron un sinnúmero de correcciones y retoques conceptuales. Simplificando demasiado las cosas, Lacan se lo explicó a un periodista en los siguientes términos: “Yo hablaba, daba cursos muy hilvanados y muy comprensibles, pero como los transformaba en escrito sólo una vez por año, naturalmente surgía un escrito que, en relación con la masa de lo que había dicho, era una especie de concentrado increíble (4)” Esos concentrados, resultantes muchas veces de la pretensión de admitir veintipico de reuniones del seminario embutidas en unas pocas decenas de páginas, son efectivamente increíbles sobre todo por la manera en que, en beneficio de la acumulación, se atreven a arriesgar la legibilidad (no tan hilvanados, no tan comprensibles como sus puntos de partida). Lo que Lacan no le contó al periodista es que ese “apretamiento” — como también lo calificaba— era, simultáneamente, una expansión hecha de enmiendas y novedades. De lo que se desprende que la transposición (acumuladora y revisionista) de lo oral a lo escrito avanzaba en dirección inversa a la de los esfuerzos (atentos a lo legible y respetuosos de lo ya dicho) de la gran corrección del 66. Pocos ejemplos ilustran más dramáticamente el salto que podía traer el paso del seminario al escrito que el de la transcripción realizada entre mayo y agosto de 1956 en los escritorios de la casa de campo de Guitrancourt y de un hotel de San Casciano. En esa ocasión las clases del 23 y el 30 de marzo, y el 26 de abril de 1955 del Seminario 2 se convirtieron en cuarenta y cuatro páginas del segundo número de la revista La Psychanalvse, bajo el título de “El seminario sobre «La carta robada»”. La comparación de las tres clases con su escrito sorprende menos por el concentrado informativo que por la opulencia de la puesta al día. Es una transposición con muchísima reescritura. Jean-Claude Milner parece, entonces, haberlo dicho todo cuando, comparando los dos grandes bloques de la obra de Lacan, el oral y el escrito, subraya (a) esa caída de la legibilidad: “Los primeros [los seminarios] están tejidos de protréptica —alusiones, ornamentos literarios o eruditos, diatribas, deconstrucción de la doxa—; los segundos [los critos] tienden a despojarse de ella: (...) el lector (que tiene todo por hace,ç menos proyectarse como oyente ficticio) debe descifra, entre líneas, una tesis de saber”; y (b) esa actualización doctrinaria: “Desde el punto de vista del pensamiento, no hay ni habrá nunca en los seminarios nada más que en los Scripta Pero siempre puede haber algo más en los Scripta que en los seminarios (5)”. Las cosas, sin embargo, no son tan sencillas, y afortunadamente de los seminarios se puede conseguir algo más que un poco de entretenimiento. En primer lugar, refutando la descripción de Milner, los Scripta no son reacios sino que se sirven permanentemente de llaves protrépticas, tales como la amplificación de citas, la enunciación alzada de las diatribas, las espirales del ornamento y las zancadillas al sentido común como vías regias para dar entrada a sus tesis de saber. Tal fue el caso cuando, para el número lanzamiento de La Psychanalyse, Lacan convierte en escritos las dos breves intervenciones con que había abierto y cerrado la clase del 10 de febrero de 1954 del Seminario 1 reservada a una conferencia de Hyppolite. La redacción de la “Introducción” y la “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung” no trajo ningún despojamiento, sino una expansión eufórica que duplica en extensión y condimento el punto de partida oral. Citas de Freud ahorradas en la clase del seminario aparecen transcritas; por ejemplo, “Respuesta” incluye un párrafo del caso del Hombre de los Lobos de Freud: Cuando tenía cinco años jugaba en el jardín al lado de su criada, (...) de pronto notó con un terror imposible de expresar que se había seccionado el dedo meñique de la mano (¿derecha o izquierda? No lo sabe) y que ese dedo sólo colgaba ya por la piel. No sentía ningún dolor, sino una gran ansiedad. No se animaba a decir nada a su criada que estaba a sólo unos pasos de él; se dejó caer sobre un banco y permaneció así, incapaz de lanzar una mirada más a su dedo. Al fin se calmó, miró bien su dedo, y —¡fíjese nomás!— estaba totalmente indemne. Y hay que destacar que no lo transcribe por la simple gentileza de ahorrarnos la molestia de ir a buscar el libro de Freud, aunque tampoco para cifrarlo a continuación en una fórmula, sino para entrometerse en su texto: para fingir con su prosa lo que el caso insinúa pero no alcanza a decir. En medio del recuento que hace Freud del episodio en el jardín del pequeño Sergei Constantinovich, Lacan inserta lo que cinematográficamente llamaríamos una secuencia subjetiva de la fenomenología íntima del niño. El propósito es nada menos que el de prestar palabras a ese “terror imposible de expresar”. Sirviéndose de las convenciones del montaje del cine de complejos de los años cincuenta, lo que hace Lacan es anteponer un primerísimo primer plano de los orificios de las pupilas de Sergei para zambullirse, entonces, por sus ventanas abiertas (“no pestañea”) en el vértigo interior: ...no pestañea; lo que describe de su actitud sugiere la idea de que no es sólo en un estado de inmovilidad en lo que se hunde, sino en una especie de embudo temporal de donde regresa sin haber podido contar las vueltas de su descenso y de su ascenso, y sin que su retorno a la superficie del tiempo común haya respondido para nada a su esfuerzo (6). Al avanzar un poco más en la lectura de “Respuesta”, se hace evidente que este descenso por “una especie de embudo temporal de donde regresa sin haber podido contar las vueltas” no es pura literatura, por mucho que recuerde el comienzo de Alicia en el país de las maravillas, sino un elemento que adquiere la estatura de hecho clínico cuya acentuación es decisiva para la argumentación. Lo que demuestra que la protréptica ni es ajena a los Scripta ni es simple ornamento retórico; puede ser también (y lo es frecuentemente en Lacan) un acelerador epistémico. Contrariando la descripción de Milner, los Scripta sobreabundan de protréptica y no es excepcional que para despejar sus tesis de saber haya que pedir auxilio a los seminarios. Lo que sí se puede comprobar, cuando oponemos unos a otros, es que los Scripta soslayan el recurso más atrevido y potente de la protréptica de los seminarios, el de la tergiversación de casos clínicos. El embudo temporal es apenas un aditamento, no una tergiversación, como sí lo sería si afirmara que Sergei no se encontraba en el jardín sino en el dormitorio de sus padres; como veremos enseguida, los seminarios se arriesgan a hacer estas cosas. Por no atreverse a ir tan lejos los Scripta suelen ser doctrinariamente más cándidos que las fuentes orales que se ocupan de transponer al papel, muy a pesar de la máxima de Milner (“Desde el punto de vista del pensamiento, no hay ni habrá nunca en los seminarios nada más que en los Scripta Pero siempre puede haber algo más en los Scripta que en los seminarios”). Ocurre que los Scripta están lejos de ser simplemente una expansión apretada, actualizada y algo ilegible de las clases y conferencias que les toca trasponer: son también su reducción censora hecha de enmiendas prudentes y silenciamientos de la enseñanza oral. Intentaré demostrar esta hipótesis comparando las insistentes alusiones que, a lo largo de catorce años, Scripta y seminarios hacen a un artículo de Ernst Kris, “La psicología del Yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica”, particularmente en las maneras contrastantes con que, Scripta por un lado y seminarios por otro, cuentan un bien conocido caso allí presentado, el del Hombre de los Sesos Frescos (7). Nuestro ejercicio precisa que se tenga muy presente el relato original de ese caso. Se trata dice Kris, de un “científico” de unos treinta años con una trayectoria académica exitosa hasta que encuentra un tope por la imposibilidad de acreditar publicaciones propias. No es que sea incapaz de pensar y hacer avanzar un proyecto intelectual, tampoco es que le dé vértigo el vacío de la página en blanco; al contrario, el Hombre de los Sesos Frescos guarda “prolongadas investigaciones” en los cajones del escritorio. Lo que sucede es que no se atreve a entregarlas por temor de que, al volverse públicas, se descubra que inadvertidamente cometió un plagio, que es plagiario a su pesar. Se sabe apto para conseguir tutores entre las autoridades de su campo y para sostener parejamente conversaciones diarias con un colega exitoso, pero estas son circunstancias que en lugar de elevar su confianza por carácter transitivo, le sirven para darle más credibilidad a las sospechas que mantiene con respecto a sus papeles. Empantanado en estas contrariedades decide retomar el tratamiento analítico. Unos pocos años atrás, probablemente tres o cuatro y seguramente no más de diez, lo había analizado una mujer pero, a pesar del recuerdo agradecido que conserva de esa experiencia, esta vez cree más adecuado confiarse a un hombre. Procurando que la decisión no llegue a oídos de su ex-analista, la nueva elección recaerá sobre Ernst Kris. No tenemos noticia de cuánto tardó ella en enterar-se del cambio, pero los lectores somos informados a vuelta de página de quién se trata: es Melitta Schmideberg, la hija de Melanie Klein. Kris cita —revelando puntillosamente la fuente— el único párrafo que Schmideberg había publicado del caso en un artículo de 1934, “Inhibición intelectual y perturbaciones en el comer”. Sin dejar de admitir los efectos benéficos sobrevenidos al término de ese primer análisis, la primera cura pasa a ocupar, dentro del artículo de Kris, el poco honroso casillero de los análisis emprendidos: “en una época en la que los problemas de la psicología del Yo no habían influido todavía en la técnica analítica, o habían sido realizados por un colega que para entonces no apreciaba su importancia (8)”. Al respecto, no hay que perder de vista el carácter combativo de la prosa de Kris. Originariamente “La Psicología del Yo y la interpretación de la terapia psicoanalítica” fue su participación en una mesa sobre Implicancias técnicas de la psicología del Yo, realizada en la sede neoyorquina de la Asociación Psicoanalítica Americana en diciembre de 1948, con el firme propósito de promover las ventajas comparativas de la nueva orientación sobre las demás. El caso del Hombre de los Sesos Frescos constituía la pieza demostrativa principal del annafreudismo de Kris contra la terapéutica de la fracción rival, la del kleinismo (9), y contra la persona de su fundadora, a la que ataca aludiendo indirectamente al perfil menos presentable de su hija Melitta, el vinculado al tema de las acusaciones de plagio. En lo manifiesto lo que se discute es, desde luego, las vueltas que da el Hombre de los Sesos Frescos alrededor del plagio; sin embargo, al seleccionar a esa analista y ese caso en particular, Kris también enviaba un guiño cruel a toda la comunidad analítica, que estaba muy al tanto de las acusaciones de plagio con que Melitta Schmideberg había atacado reiteradamente a su propia madre y a sus seguidores: El 11 de mayo de 1936 Jones informaba a la Comisión de Formación de la acusación de plagio formulada por Melitta Schmideberg a propósito del libro [On Bringing Up of Children de M. Klein et al.]; se formó una comisión, integrada por Jones, Brierley y Payne para llevar a cabo la investigación correspondiente. Lo que se descubriese se comunicaría personalmente a la doctora Schmideberg y a los seis autores que habían colaborado en la colección. Las actas no revelaban la naturaleza específica de los cargos, pero sean cuales fueren estos últimos, Majorie Brierley me dijo que la comisión estableció que no se podían demostrar. Melitta continuó su estridente campana. El 19 de marzo de 1937 Joan Riviere escribía a James Strachey: “El miércoles Melitta leyó una comunicación verdaderamente ofensiva en la que atacaba personalmente a «la señora Klein y sus seguidores» y decía simplemente que todos ellos eran malos analistas: indescriptible (10)”. Las ventajas terapéuticas de las técnicas de la Psicología del Yo sobre las del primer kleinismo (representado, a pesar de todo, por Schmideberg) son puestas en evidencia sin mayores reparos en “La psicología del yo y la interpretación”. Por mucho que el primer análisis hubiese dilucidado apropiadamente la importancia que tenía para el canibalismo oral infantil en el Hombre de los Sesos Frescos, era notorio que su sola interpretación había resultado pobre en consecuencias. Evidentemente, el temor paralizante de llegar a cometer plagio quedó intacto. Como autora, Schmideberg había sabido destacar en su artículo el daño potencial de esa “inhibición de gran alcance” del paciente; pero como analista no había conseguido levantarlo: eso permaneció enquistado esperando el momento en que las consecuencias de la imposibilidad de publicar se volvieran insostenibles. El análisis de Kris, en cambio, nada dejaba librado al reproche. A pesar de verse interrumpido por la guerra y no poder ser retomado, sus efectos terapéuticos habrían sido de un éxito pronto y duradero: El análisis del caso que aquí presentamos fue interrumpido por la Segunda Guerra Mundial. Durante su transcurso el paciente publicó al menos una de las contribuciones que había previsto publicar desde hacía tiempo. Intentó reanudar su análisis después de la guerra lo que no fue posible. Desde entonces he sabido que ha hallado satisfacción en su vida familiar y en su carrera (11). Varias diferencias técnicas, teóricas y polfticas separaban a Kris de Schmideberg. Para nuestros propósitos, bastará detenerse en una, en la del veredicto implícito del analista. Si bien ninguno de los dos consideran al Hombre de los Sesos Frescos un criminal latente, sus posiciones diferían mucho al respecto. Debido a que ella —en palabras de Kris— privilegiaba la “interpretación referida al Ello”, todo la inclinaba a destacar el núcleo de verdad pulsional del cual el neurótico se defiende. Quizá por eso la definición que da del caso está situada entre el historial y el prontuario: “Un paciente que ocasionalmente en la pubertad había robado sobre todo golosinas y libros, y mantuvo posteriormente cierta inclinación al plagio “. Es cierto que inmediatamente la modera: “Dado que para él la actividad estaba conectada con el robai y el trabajo científico con el plagio, él pudo eludir estos impulsos censurables recurriendo a una inhibición de amplio alcance en su actividad y esfuerzos intelectuales (12)”; pero si la cárcel de su inhibición es tenida por demasiado severa, no queda por eso menos justificada: el joven había robado y lo asechaban inclinaciones deshonestas. Kris subraya, en cambio, —dicho en sus palabras— el papel de “la identificación como mecanismo de defensa”. A su parecer, la construcción del síntoma se sostiene principalmente en el malentendido de las identificaciones y la doble trampa que le tienden al neurótico: la de apresarlo en injustificados remordimientos (al confundirlo con sus espejismos sin dejar que se percate de su ajenidad) y la de prometer liberarlo por la falsa puerta de adoptar alguna identificación como pasaporte al ser. Por eso, Kris desdramatiza los fatalismos del paciente y de Schmideberg, con respecto a la tendencia al plagio, interpretando que si es cierto que el Hombre de los Sesos Frescos se siente desprovisto de talento, no se debe a que sea efectivamente un incapaz o lo domine un canibalismo intelectual incoercible, sino a que no se percata de los efectos nefastos de su identificación con el padre incompetente que le tocó; y que si es cierto que busca el consejo de padrinos y de un eminente colega, es sólo debido a que persevera en el anhelo infantil de conseguir el gran padre que no tuvo. Tan es así que, en el momento crucial del segundo análisis una idealización se desvanece: ni él era plagiario, ni su vecino era como se le aparecía (“...todo el problema del plagio se presentó bajo una luz nueva. Resultó que el eminente colega había tomado en repetidas ocasiones las ideas del paciente, las había adornado y repetido sin otorgarle a él el debido reconocimiento (13)”). No es que la pulsión no cuente en su esquema de la Psicología del Yo, lo que sucede es que se transustancializa en estilos de defensa: te diré de qué te defiendes si me dices cómo te defiendes. En palabras de Lacan, Kris analiza la defensa antes que la pulsión suponiendo “que defensa y pulsión son concéntricas y están, por decirlo así, moldeadas la una sobre la otra (14)”. Luego, más que como un caso de un Ello severamente canibalístico, Kris entiende al Hombre de los Sesos Frescos como un Yo severamente enajenado en la identificación canibalística con un padre infecundo. Más que la delincuencia pulsional, es el genio yoico lo que la neurosis guardaba inhibido (15). A modo de resumen, no sería gran atrevimiento pensar, entonces, que los dos rumbos contrapuestos con que fue pensado y tratado este caso entre dos escuelas, fueron los mismos que encaminaron el destino que sus dos analistas tuvieron en Nueva York en la última etapa activa de sus vidas. Schmideberg se dedicó a los jóvenes delincuentes en la Asociación para el Tratamiento Psiquiátrico de Delincuentes de Nueva York, de la que fue fundadora (16); y Kris fue la cabeza del Proyecto de Investigación de Adolescentes Dotados, asociado al Instituto Psicoanalítico de Nueva York, donde se daba atención analítica a jóvenes artistas con problemas (17). En cuanto a la coincidencia de ambos en Nueva York, el almanaque permite suponer que, más acá de la guerra global entre dos corrientes analíticas, el ataque público de Kris a la primera cura del Hombre de los Sesos Frescos obedecía muy concretamente a una lucha territorial. El, que se había instalado en Nueva York en 1940, se encontró en 1945 con que la tenía como vecina a ella, a Melitta Schmideberg, quien había emigrado al descubrir que no tenía mucho que esperar en Londres luego de la caída en desgracia de Edward Glover, su padrino en las luchas contra el presunto sadismo de su madre y su sexto analista (si contamos a la misma Klein como la primera). Las convicciones doctrinarias y el carácter iracundo de Schmideberg representaron seguramente una aparición amenazante para la hegemonía neoyorquina de Kris sobre los temas de la infancia y la adolescencia. De manera que si, como veremos seguidamente, hoy se acusa con cierta razón a Jacques Lacan de practicar una distorsión tendenciosa del artículo de Kris para sustentar sus posiciones, no es menos cierto que Ernst Kris practicó una selección tendenciosa del artículo de Schmideberg para sustentar las propias. Sí, Lacan tuvo de quién aprender que la vida del psicoanálisis es algo más que un simple y desinteresado debate de ideas. Del 2 al 8 de agosto de 1936, la semana en que se reunió el XIVº Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional, debió de ser uno de los momentos culminantes de ese aprendizaje. En ese hotel inmenso de la escenografía del Congreso de Marienbad (Checoslovaquia), a lo largo de sus corredores, por los salones y galerías de una construcción de otro siglo, lujosa, barroca, pisando alfombras tan espesas que absorbían los pasos (como si —al decir de Robbe-Grillet— la oreja no avanzara acompañándolos), los principales personajes de toda esta historia se cruzan y los conflictos preanuncian. El kleinismo inglés y el annafreudismo vienés elevan el tono de una discusión que culminará en las llamadas Grandes Controversias de 1940-44; Melitta Schmideberg protagoniza uno de los primeros enfrentamientos públicos contra su madre fuera de Inglaterra, contando con el respaldo visible de Edward Glover; Jacques Lacan debuta internacionalmente exponiendo la primera (y perdida) versión de su estudio sobre el estadio del espejo —Ernest Jones lo interrumpe en cuanto excede los diez minutos previstos—, luego de lo cual mantendrá una conversación casual con Ernst Kris. A lo largo de un corredor transversal cargado de boiseries, estuco, mármol, espejos negros y pinturas, los dos hombres caminan juntos alejándose del salón de recepción del XVIº Congreso y protagonizan un diálogo que, con cierta impudicia, Lacan reproducirá en “La dirección de la cura”. Antes de recordarlo, detengámonos en la imagen muda de los dos hombres. Vale la pena resaltar que ambos tienen la edad del Hombre de los Sesos Frescos. A veces se exagera con personificar a Lacan como un niño terrible; pero no, en esta oportunidad, con sus comentarios acerca del artículo de Kris, Lacan no puede ser tomado por un entrometido en el banquete de los mayores. Ernst es apenas un año mayor que Jacques, y Jacques tiene tres años más que Melitta. Jacques es el único de los tres con una formación psiquiátrica clásica. Ernst morirá en 1957 y Melitta en 1983, sobreviviendo dos años a Jacques. Las consideraciones de Lacan acerca del Hombre de los Sesos Frescos no se distinguen por ser conciliatorias —la de Kris ya no lo era—, ni tampoco, entonces, por cometer desacato. Retomando el caso: para Kris, la piedra del escándalo estaba en las desmesuras de las defensas yoicas, lo que lo anima a la tarea de develarle a ese Yo, afortunadamente más tratable que el Ello, la insensatez de sus identificaciones y soluciones mágicas. Para Schmideberg, prevalecía la fiereza del Ello o, para ser más precisos, la fiereza del Ello y del Superyó de la primera concepción kleiniana. Su artículo, “Inhibición intelectual y perturbaciones en el comer”, es un diario de guerra del cosmos del sadismo pregenital entre: “fuertes deseos orales”, “anhelos voraces”, “temores al propio sadismo”, “escapes de la envidia de los demás” y “ansiedades de retaliación” contra los ataques del severísimo Superyó temprano (18), según la versión que prevaleció en M. Klein hasta el viraje conciliatorio de 1935 de la concepción de posición depresiva, al cual Schmideberg nunca adhirió. En “La dirección de la cura”, Lacan introduce el asunto separando nítidamente los dos polos que acabamos de ver: Se trata de un sujeto inhibido en su vida intelectual y especialmente inepto para llegar a alguna publicación de sus investigaciones, esto en razón de un impulso a plagiar del cual parece no poder ser dueño. Tal es el drama subjetivo. Melitta Schmideberg lo había comprendido como la recurrencia de una delincuencia infantil; el sujeto robaba golosinas y libros, y fue por ese sesgo por donde ella emprendió el análisis del conflicto inconsciente. (.,.) Ernst Kris cambia la perspectiva del caso y pretende dar al sujeto el insight de un nuevo punto de partida desde un hecho que no es sino una repetición de su compulsión, pero en el que Kris muy loablemente (...) va a las piezas probatorias y descubre que nada hay allí aparentemente que rebase lo que implica la comunidad del campo de las investigaciones (19). El se coloca, a su vez, en un punto tácitamente intermedio o discretamente inclinado hacia Schmideberg, aunque es notorio que prefería no aliarse a ninguno de los dos (20). Claro que no nos detendríamos tanto en Lacan si hubiese seguido la costumbre de permanecer en el centro de la escala de los grises. No lo hacía y esta oportunidad no fue la excepción; como en Schmideberg y en Kris, reinaban también en él las posibilidades (y los límites) de una lectura fuerte, ajena a las prudencias del término medio. Sus consideraciones acerca del Hombre de los Sesos Frescos, decíamos, no se distinguen de las de esos dos compañeros de su generación ni por tener un tono conciliador ni por ser más irreverentes o aguerridas. Si tienen el touch Lacan es porque son (previsiblemente) impredecibles. Antes que bueno o malo, del todo alienado o en predecible vías hacia la razonabilidad, lo que hace Lacan es volver sorprendente aquello que toca. Lo que se tiene por sabido y controlado, adquiere, bajo su indagación, una segunda naturaleza paradojal y grandiosa. Pasear por el Museo del Prado puede llevarlo, como a cualquier turista, hasta “Las Meninas” de Velázquez; pero no será para que se detenga en los sentidos consagrados de la época, sino para desplazarlos de eje o trastornarlos. En su comentario (21), “Las Meninas” dejarán de pertenecer al género de la pintura dentro de la pintura; y Velázquez no posará más como pintando al Rev y la Reina, por mucho que el espejo de los últimos planos capture a la pareja real parada frente al bastidor del artista; y resultará que el plano más esencial del cuadro se le ha escapado a Michel Foucault en el minucioso comienzo de Las palabras y las cosas; y la composición del cuadro será metáfora de una carta dada vuelta y de un circuito de dos vueltas pulsionales; y constituirá una buena excusa para distinguir a los hombres de los perros; y su escena de bienestar cortesano será angustiante (a la inversa, en los cuadros de Zurbarán del martirio de Santa Lucía y Santa Ágeda él no encontrará del orden de la angustia: allí la mutilación despertaría indiferencia porque ojos y senos están mostrados en bandejas de plata) (22). O la sorpresa estará —siempre manteniéndonos en el ejemplo de los museos— en encontrar lo consagrado en lo desapercibido; como en la colección permanente de arqueología de Saint-Germai n-en-Laye, en que el milagro epifántico sucederá en una sala perdida, la Sala Piette, en el momento en que Lacan se tropieza con las vitrinas de una colección de pequeñas tallas en hueso reunidas por un juez de paz. En una costilla marcada por unos palotes agrupados rítmicamente, afluirán los cimientos del registro simbólico, desde la lengua hasta los sistemas del parentesco: ¿Cómo expresarles la emoción que me embargó cuando inclinado encima de una de esas vitrinas vi una costilla delgada, manifiestamente una costilla de mamífero no sé muy bien cuál del género corzo cérvido (y no sé si alguien lo sabrá mejor que yo), con una serie de pequeños palotes: dos primero, luego un pequeño intervalo, y enseguida cinco, y luego eso mismo que recomenzaba? “He ahí —me decía dirigiéndome a mí mismo por mi nombre secreto o público— en suma, he ahí por qué, Jacques Lacan, tu hija no es muda, he ahí por qué tu hija es tu hija, por qué si fuésemos mudos ella no sería tu hija. “ (...) La diferencia cualitativa [de los trazos de sus palotes] puede incluso venir a subrayar la mismidad significante. Esta mismidad está constituida justamente porque el significante como tal sirve para connotar la diferencia en estado puro (23). Esta monotonía de lo inesperado y de lo espectacular, de la que también son resultado sus comentarios acerca del caso de Kris, ofrece a los lectores renuentes la tentación para hacer psicología y atribuirlo todo a una proyección de la personalidad desmesurada de Lacan. El intento suyo de desautomatizar e invertir los lugares comunes del psicoanálisis no merecería estudio, sino que reclamaría un diagnóstico clínico. ¿Pero no cometen, de esta manera, la falacia de matar al mensajero para refutar el mensaje? Que haya habido algo extemporáneo, caprichoso y grandilocuente en la relación que Lacan mantenía con las cosas y con la que procuraba contagiar a los demás, no garantiza Que sus impresiones estén menos adaptadas a la naturaleza de las cosas que las nacidas de un talante más moderado. Además, mutatis mutandis, lo mismo vale para la tormentosa Schmideberg, para el pacifista Kris y para cualquier analista, de Freud en adelante, con lo cual la teoría psicoanalítica no sería más que una lucha de fantasmas privados. Claro que sería igualmente impropio amordazar la psicologia. Sobran testimonios acerca de exhibiciones y atrevimientos de Lacan que apuntan a hacerlo ingresar en el ateneo de lo mórbido o la caricatura (24); me limitaré al que se desprende de la continuación de la anécdota de un almuerzo en Guitrancourt citada en la Introducción: Después de almorzar, fuimos acompañados fuera de allí hasta una pequeña edificación separada de la casa: el escritorio de Lacan. Dora me susurró: “Te va a mostrar el Courbet”. Dentro de un gran marco dorado, a la derecha de la puerta, colgaba una abstracción inacabada pintada sobre fondo marrón por Masson. Entonces, Lacan se dirigió a mí prácticamente por primera vez y me dijo: “Ahora voy a mostrarle a usted algo extraordinario “. Tirándola desde la izquierda, la pintura de Masson, que estaba realizada sobre un panel delgado, se deslizó fuera del marco revelando detrás un detallado y hermosamente pintado primer plano de los genitales de una carnosa y casi corpulenta mujer. Hice las exclamaciones de admiración que obviamente se esperaban de mí, pensando para mis adentros si Lacan no podía estar dándome esa sorpresa con la ligera presunción de que una imagen semejante difícilmente pudiera excitarme sexualmente. Había otras pinturas mediocres de Masson, un pequeño y extraordinario estudio de una calavera hecho por Giacometti, y un cuadro grande y aburrido de un sauce del último Monet. Lacan había traído consigo su volumen desde el comedor y pronto se sentó al escritorio, despidiéndose de Dora y de mí con una cortesía tan exagerada que resultaba casi grosera (25). El problema de este y otros pequeños relatos que certifican el argumento psicodiagnóstico es que descuidan el empeño epistémico que podía estar (también) guiando tales encuentros y su ceremonia. Pretenden convencernos de que sus episodios sólo atestiguan de lo que pudieron tener de rapto megalómano, de exhibicionismo que nadie solicitaba y de exigencias que no correspondían. El arquitecto Maurice Kruk, contratado para levantar en Guitrancourt un pabellón de reposo estilo japonés donde realizar la ceremonia del té, tuvo una aproximación más simpática a la aparatosidad de Lacan: “Tengo la impresión de que [las obras de arte] las había reunido bajo su techo simplemente para interrogarlas a sus anchas. Por la manera en que reivindicaba a veces las razones del apego a algunas de las revelaciones que le proporcionaban, en función de su poder de provocación y de las reacciones del prójimo que permitía desencadenar; siempre me pareció que todo lo que poseía le era útil en todo momento para su reflexión (26)” Pero más allá de cómo se evalúen, obsérvese cómo unos y otros reconocen la importancia que tenía para él convocar la atención y provocar sorpresas. ¿Qué estatuto habrá que darle a esta inclinación a montar espectáculos que se prolonga llamativamente a su obra, y en particular cuando habla de historiales clínicos? Parecería razonable juzgarla como un rasgo subalterno o una característica didáctica secundaria; es lo que en Milner queda asimilado a la protréptica de los fuegos artificiales de la retórica, en contraste con la luz diurna y clara de la tesis de saber. Lo que sería una respuesta razonable, excepto en un caso. En el caso en que su tesis de saber quisiera afirmar lo sorprendente de su objeto y quisiera transmitir, en su exposición misma, la capacidad de sorprenderse. Si esto último ocurriese en la obra de Lacan —y creo que en buena parte así es— los cuadros de Courbet que ella expone serían de una importancia no superior a la de sus dispositivos mecánicos de ocultación y los sobreavisos de: “Ahora voy a mostrarle a usted algo extraordinario”. La división entre protréptica y tesis de saber sería, por esta vez, irrelevante e incluso dañina para su estudio; algo que me parece evidente cuando se leen los comentarios a propósito del caso de Kris. Veamos cómo comenzaron y cómo mostraron lo previsible de su autor. El Hombre de los Sesos Frescos no se hace esperar aparece en el Seminario 1 y luciendo una encarnadura mas realista y vital que en la descripción despojada del relato original. Por ejemplo, Kris hace la siguiente transcripción de un parlamento de su paciente: “camino por la calle X (una calle bien conocida por sus pequeños y atractivos restaurantes) y miro los menúes en las vidrieras. En uno de esos restaurantes habitualmente encuentro mi plato preferido: sesos frescos”. (27) En el Seminario 1, Lacan-narrador geográficas, sabores y pintoresquismo: la adereza con precisiones: “…me fui a la calle X—esto sucede en Nueva York, y se trata de una calle donde hay restaurantes extranjeros y donde se pueden comer cosas un tanto condimentadas— y busqué un lugar donde pudiese encontrar ese plato que me gusta particularmente, los sesos frescos (28)”. Semejante transcripción, didácticamente más animada, es cada Tanto censurada por sus licencias. No hace mucho, en 1991, Adela Leibovich de Duarte, profesora titular de la cátedra de Psicoanálisis: Psicología del Yo, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, observó severamente: “Lacan, dueño de una total certeza, nos asegura que el análisis transcurre en Nueva York (?), que los restaurantes vecinos al consultorio de Kris son extranjeros (?), que en ellos se pueden comer cosas un tanto condimentadas (?) y que el paciente buscó uno donde encontrar sesos frescos. (...) Lo único seguro es que Kris no menciona lugar alguno y que Lacan, sin embargo, adorna a su gusto y parecer el relato (29)”. Ella sugiere razonablemente que ese análisis debió transcurrir en Londres. De buena gana, yo agregaría a estos cargos el agravante de la reincidencia. Porque aunque no es el rasgo más comentado de Lacan, es una característica notoria de su estilo la afición por reconstruir acontecimientos del psicoanálisis suponiéndoles pormenores que les agregan verosimilitud, siguiendo las mañas de escritorio de la novela realista francesa (30). Lo acabamos de ver, unas páginas atrás, en la secuencia subjetiva que añade al recuerdo infantil del Hombre de los Lobos y, más atrás (en “El marketing tal como Lacan lo practicaba”), cuando viste sospechosamente a Freud con un traje claro para volver más calamitoso el accidente de la visita a la Universidad de Columbia. Al respecto, un par de años antes que Leibovich de Duarte, Carlos Faig —de la misma universidad— hizo observaciones en esta dirección a propósito de cómo recordaba Lacan el libro de Schreber (31). Pero mientras Faig encontraba (en todo caso, preanunciando a Milner) que: “La reconstrucción de Lacan es ingeniosa y literaria; tal vez, un tanto novelesca”, lo que hace Leibovich de Duarte es alertar que esas pequeñas añadiduras al caso de Kris son el huevo de la serpiente. Esos pequeños agregados preanunciarían y asistirían otro mecanismo distorsivo más enérgico, que llamaremos: tergiversación (teóricos de la lectura como Harold Bloom lo llaman: misreading), y que, al entender de Duarte, hieren de muerte la posibilidad de la disputa en psicoanálisis al no respetar criterios objetivos: “Cuando se abandona la confrontación (...) y se produce el aislamiento queda el espacio abierto para posturas autosuficientes y discursos oscurantistas desde donde es fácil recurrir a opiniones tendenciosas, a ataques arbitrarios y a distorsiones de la producción ajena para sostener la propia (32)”. El lado flaco de su crítica está en que se para frente a Lacan como si el artículo de Kris estuviese libre de todo comercio terrenal; o las Grandes Controversias no hubiesen ocurrido y no hubiesen probado, desde hace cincuenta años, la complicación (por no decir la imposibilidad) de la confrontación en psicoanálisis: aquellos debates no condujeron a ninguna síntesis superadora, sino apenas a una convivencia pacífica mejor reglamentada. De todos modos, su punto de partida merece nuestra atención. El planteo de la profesora Duarte resulta ser, al menos a primera vista, impecable; nos entrega, primero, una traducción de “La Psicología del Yo y la interpretación de la terapia psicoanalítica” de Kris y, a continuación, agrega un artículo suyo, “Crónica de una distorsión en Psicoanálisis”, en el que subraya seis menciones que hace Lacan del Hombre de los Sesos Frescos, entre 1954 y 1967, como pruebas visibles de que ninguna de ellas es fiel a los dichos de Kris y ni siquiera son del todo compatibles entre sí, aunque todas coincidan, a su entender, en orientarse a favor de las ambiciones de Lacan de llevar agua a su propio molino: sorprendentes son las seis versiones diferentes que Lacan maneja en distintos textos escritos o exposiciones orales del caso de Kris. Estas versiones, que no guardan similitud con el original, ni en general entre sí, (...) se orientan en un mismo sentido el de la distorsión tendenciosa en la cual Lacan se instala para sustentar sus posiciones (33). Es una afirmación que, en lo esencial, me atrevo a suscribir. Ella está en lo cierto al insistir en que hay algo que no encaja en las seis (en realidad son siete) maneras en que Lacan cuenta el caso de Kris. Resulta, en cambio, impensable seguirla en las dos conclusiones que deriva de esa comprobación. La de que la violencia ejercida por la lectura de Lacan sobre el caso de Kris representa un simple y lamentable abandono de las reglas del examen objetivo motivado exclusivamente por una ambición de dominio. Y la de que, como todo engaño, esa lectura tiene sus perjudicados, que se concentrarían especialmente entre los propios lacanianos. Duarte cree comprobar en los seguidores de Lacan los peores efectos oscurantistas de esa distorsión. Ella encuentra y cita —reconozcámoslo, sin ninguna distorsión— a lacanianos que estudian el caso clínico del Hombre de los Sesos Frescos partiendo de alguna de las versiones inventadas por Lacan y pasando por alto la fuente original de Kris: “[Aquí tenemos un] ejemplo altamente elocuente del uso de la palabra del maestro como verdad”, dice muy incómoda a propósito, por ejemplo, de un artículo de Eric Laurent. Extendiendo ese hábito y presunta confusión a todo el lacanismo, nos coloca a sus adeptos en una situación que ni siquiera es la del cómplice: “[Con] los lamentables manipuleos y distorsiones (...) [Lacan] tampoco pareciera respetar a aquellos que, sin una actitud cómplice, candorosamente, no sospechan que alguien de la talla de Lacan recurra a modificaciones o agregados al trabajo ajeno (34)”. No seríamos cómplices, sino los sonámbulos de una secta hipnotizada que, según reza el epígrafe del artículo de Duarte, anda por el mundo “con el aplomo de quienes ignoran la duda”. Hay que tener cuidado con las delicias de la indignación y la injuria. Yo creo que eso es lo que arruina la “Crónica de una distorsión en Psicoanálisis”. Cuando se habla de los rivales, la atribución de la maldad y la estupidez es una hipótesis demasiado placentera como para ser cierta, y demasiado imprudente como para ser publicada, nunca se sabe en manos de quién puede caer. “Crónica” no generó ningún debate hasta la fecha, lo que es una suerte porque sería sencillo mostrar su fragilidad y apagar sus humos. En primer lugar, si su traducción al castellano del artículo de Kris en 1991 no trajo ningún terremoto ni corriente de aire civilizadora al aplomado lacanismo, no es porque suframos de una sordera o ceguera incoercible, sino porque desde 1977 todo el mundo viene usando la traducción (que no tiene nada que envidiarle a la suya) de Gustavo Dessal, para la serie “Referencias” de la Escuela Freudiana de Buenos Aires (EFBA), que tiene la gran ventaja de venir acompañada de: “Inhibición intelectual y perturbaciones en el comer” el artículo de Melitta Schmideberg de 1934 que Kris cita. Como las acusaciones de Duarte se extienden a los franceses, vale la pena mencionar que, en 1988, la revista francesa Ornicar? también se había ocupado de traducir y poner a la vista de todos el artículo de Kris (35). Es casi inconcebible que la profesora ignorara en 1991 la traducción Dessal y la existencia la biblioteca de la EFBA, abierta en 1974 y que por unos pocos años fue la sede única del lacanismo argentino. ¿De dónde obtuvo, sino, la versión castellana de los seminarios inéditos de Lacan (el 10 y el 14) que cita generosamente en su trabajo? Además, está la traducción parcial de 1986 que Vicente Palomera, de Barcelona, incluyó en su artículo “Consideraciones sobre la anorexia mental: «El hombre de los sesos frescos»” en la revista Analiticón nº 1 (36). Nuestra crítica nombra este trabajo solamente para reprobar detalles de su traducción de Kris, pero ella no dice nada, no reconoce ninguna deuda con el hecho de que el artículo de Palomera tiene, entre sus principales méritos, el de señalar los lugares en que Lacan habló del Hombre de los Sesos Frescos. Que tenga esa deuda, cuyo no reconocimiento la acerca peligrosamente al plagio (en 1991 todavía no se había digitalizado a Lacan), queda puesta en evidencia en que “Crónica de una distorsión” únicamente encuentra las seis versiones de Lacan que subraya Palomera y no una séptima, la de la clase del 1 -VII- 1959 del Seminario 6, que le hubiese servido —como veremos en seguida— maravillosamente a los fines de su denuncia. El empleo políticamente incorrecto de los textos no tiene el lacanismo como primera ni única residencia. Sí, a nuestros propósitos es totalmente irrelevante medir la autenticidad de la erudición lacaniana de Duarte, o llevar la cuestión a un juicio legalmoral, o incluso convertir a “Crónica” en una entrada de la historia o la sociología posible del movimiento psicoanalítico. Nos importa exclusivamente (y mucho) por el problema de lectura que nos trae. Me refiero al problema que el planteo inicial de Duarte deja atisbar nítido, antes de cerrarlo con el portazo de la indignación: el que a la comprobación —sabida desde antes del artículo suyo e incluso que el de Palomera, pero no por eso mal señalada— de que Lacan da seis (incluso siete) versiones del caso del Hombre de los Sesos Frescos, ninguna de ellas fiel al texto de Kris ni demasiado compatibles entre sí. ¿Cuáles fueron esas tergiversaciones o distorsiones tendenciosas que cometió Lacan? La lectura de Lacan se focaliza en dos segmentos del relato que hace Kris a pro-posito de lo ocurrido en una sola sesión. En el primero de estos segmentos, Kris procede a constatar, con una maniobra que llama de “superficie”, la realidad de los dichos del paciente. El Hombre de los Sesos Frescos acaba de comunicarle que suspenderá la inminente publicación de una de sus investigaciones, porque descubrió que lo esencial de su tesis lo había tomado sin querer de un volumen consultado tiempo atrás y que ahora reencontró en la biblioteca: Su tono paradójico de satisfacción y excitación me llevaron a preguntar [to inquire about] con todo detalle acerca del texto que temía plagiar. En un proceso de prolongada indagación [scruting] se pudo ver que la mencionada publicación contenía un útil respaldo para su tesis pero no había alusión alguna a la tesis misma. El paciente había hecho decir al autor lo que el mismo quería decir. Una vez que este indicio estuvo seguro, todo el problema del plagio se presento bajo una luz nueva (37). A partir de ahí, se precipita a una segunda comprobación, la de que si acaso había algún plagiario ese era —como sabemos— su colega exitoso. A esta altura de la sesión, Kris estima que llegó el momento para interpretar las consecuencias de la identificación del paciente con la mediocridad del padre; para traerle de vuelta un sueño que retrataba esa encrucijada edípica, y para refrescarle un recuerdo infantil de la tendencia a comer y/o robar lo ajeno (en tanto que sólo lo ajeno sería valioso). Al término de esta interpretación escalonada, en el sentido de que va de la superficie del cotejo de la realidad presente al rescate de lo profundo del pasado, Kris se detiene a la espera de una respuesta del paciente que procure alguna forma de validación. El Hombre de los Sesos Frescos abre, entonces, la boca y alcanzamos así el segundo segmento privilegiado por Lacan y la anécdota que da nombre al caso: A esta altura de la interpretación yo estaba esperando la reacción del paciente. El paciente estaba en silencio y la misma duración del silencio tenía una significación especial. Luego, como si comunicara un repentino insight, dijo: “Todos los mediodías, cuando salgo de aquí, antes del almuerzo, y antes de volver a mi oficina, camino por la calle X (una calle bien conocida por sus pequeños y atractivos resto tirantes) y miro los menúes en las vidrieras. En tino de esos restaurantes habitualmente encuentro mi plato preferido: sesos frescos (38).” Por muy poco que se siga adelante con el artículo de Kris, se vuelve indiscutible que el “como si” del “como si me comunicara un repentino insight” es un eufemismo (39). La cura ha alcanzado, a su entender, una de sus cumbres de felicidad. Imaginamos —si se nos permite novelar un poco más— un segundo silencio. El corpulento, por no calificarlo de obeso, Hombre de los Sesos Frescos acaba de pronunciar su parte y continúa echado en el diván; falta poco para tener que girar el trasero, incorporarse y desaparecer por la puerta, pero todavía no se cumplieron los 50 minutos. Fue una sesión inmensa. Cierra los párpados, sí, nunca se sintió tan aliviado, el rostro se le ilumina como si contemplara la vidriera de los restaurantes. Detrás suyo Kris, no menos complacido, ve premiada su laboriosa interpretación con una de las maneras más elegantes de confirmación, si le hace caso a lo que leyó en “Construcciones en psicoanálisis” de Freud. En vez de recibir una hosca negación, el paciente acaba de reaccionar transportando la intervención del analista hasta los dominios de una predilección hasta ese momento libre de toda pregunta, elevándola al rango analítico de acto sintomático (40). —Me parece, Ernst, que usted dio en el blanco con eso de que yo veo lo valioso solamente en lo ajeno. Sin ninguna necesidad, de chico robaba los caramelos de mis compañeros de juegos, de estudiante robaba los libros de mis condiscípulos y, ahora que soy un profesor; solamente tengo ojos para las ideas de mis colegas. Y anote esto que me acabo de dar cuenta ahora y que le va a gustar Cuando salgo de aquí a las 12:20, muchas veces hago lo siguiente... Como era predecible, Lacan invertirá como un guante la estimación de estas dos escenas. La astucia de acudir al cotejo de la realidad la juzgará como una torpeza técnica, y la ocurrencia del paciente de mencionar la historia de los sesos frescos, como una confirmación de esa misma torpeza. Para las páginas más duramente lacanianas (que nacen de dos seminarios y se retraen en la protréptica menos audaz de los Escritos), el relato del paseo por los restaurantes no equivale más a ningún insight, a ninguna coautoría con la intervención del analista, sino a una invalidación, a una burla sabia a sus empeños. Es que la historia de los sesos frescos pierde el rango de acto sintomático contado y autointerpretado en sesión, para acabar degradada a un acting out realizado fuera del consultorio después de la sesión. Desde esa plataforma crítica, Lacan abrirá las puertas a las ventajas comparativas del empleo de otra técnica que la de la Psicología del Yo; al diagnóstico diferencial de la neurosis obsesiva con la anorexia; a la complicación del estatuto del objeto en su relación con la nada; a la discusión de que la pulsión sea concéntrica a la defensa, y a algunas finas disquisiciones como la de que: “No es que su paciente no robe lo que importa aquí Es que no... Quitemos el «no»: es que roba nada. Yeso es lo que habría que haberle hecho entender (41)” y la de que: “Lo que es esencial, no es que el sujeto sea realmente o no un plagiario, sino que todo su deseo sea plagiar (42)”. Pero, en este capítulo, nos desentenderemos de qué hizo Lacan una vez que invirtió el valor de esos dos segmentos del relato de Kris, nuestro interés es el de cómo llegó a esa evaluación. ¿Qué clase de lectura practicó Lacan a “La psicología del Yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica” para lograr invertir hasta ese punto el valor del caso? Responderlo lleva directamente a revisar las pruebas que lo acusan de haber cometido una colección de penosas tergiversaciones para así impugnar a su antojo la técnica de Kris. A grandes rasgos, esas tergiversaciones se agrupan en dos juegos de diferencias. Las que afectan el primer segmento atendido por Lacan, y que responden al propósito de caricaturizar a Kris, atribuyéndole una prolijidad en el cotejo de la realidad de los temores del paciente que nunca dijo haber llevado adelante. Y las que afectan el segundo segmento, que se ocupan de invertir la secuencia de los hechos, cambiando el emplazamiento del paseo a los restaurantes como si se tratara de un episodio posterior y no anterior a la sesión narrada. El siguiente resumen lacaniano muestra nítidamente ambos delitos: En determinado momento, cuando su paciente se queja de que copia todo, Kris saca un libro de la biblioteca y le muestra, prueba en mano, que no copió nada. El paciente lo acepta y —episodio célebre— va a comer algo al salir de sesión: sesos frescos (43). ¿Cómo llega Lacan a eso, en qué régimen de lectura, en qué legalidad se sostiene? Buscamos en vano las respuestas en los mencionados artículos de Duarte y de Palomera. Evidentemente, el interés de Palomera no es el de estudiar cómo llegó Lacan ahí; le importa precisar qué hizo Lacan una vez que invirtió el valor de esos dos segmentos del relato de Kris y qué se puede agregar al respecto. Duarte sí parece interesarse en el cómo llegó a semejante evaluación; sin embargo su solución es insuficiente. Se limita a yuxtaponer el artículo de Kris con las menciones que Lacan hace del caso, como si todo lo interesante que pudiese decirse de las diferencias que guardan con el original fuera autoevidente y los modos en que divergen esos comentarios entre sí fueran irrelevantes. Desde su antilacanismo no ve en todo esto más que la esperada prueba de que Lacan no es serio ni bueno ¿Y desde el lacanismo, qué se dice al respecto? No encuentro que nos hayamos ocupado detenidamente del asunto. En ciertos casos, como el de Palomera, el desinterés se explicaría por la ambición y el deber de ir más allá de Lacan tomando a Lacan como punto de partida seguro. Indudablemente, hay también algunos que callan porque cayeron, como quiere Duarte, en la trampa de realizar una lectura candorosa de Lacan. Pero hay todavía otros más, que tengo la impresión de que son mayoría, que callan porque mantienen un diagnóstico pesimista acerca del público que egresa de las universidades, considerándolo epistemológicamente inmaduro, demasiado naif como para presentarle una cuestión tan resbalosa como la de que algunas premisas de los desarrollos de Lacan son ficciones, sin que eso afecte el reclutamiento de candidatos. Aunque el retrato del lacanismo que pinta Duarte sea muy parcial, es indiscutible que la idealización discipular puede atentar contra la inteligencia de la lectura. Valéry creía incluso que una buena lectura tiene más posibilidades de nacer del odio, y quizá no sea otro el caso del Lacan lector de Kris. Pero es una ecuación que no siempre funciona. Intentaré, por eso, completar el trabajo abortado prematuramente por la indignación de “Crónica de una distorsión en Psicoanálisis”. Repasaremos, aunque sea a vuelo de pájaro, cómo fue que: “en un proceso de prolongada indagación se pudo ver que la mencionada publicación contenía...” (lo que no permite suponer más que a Kris empleando varios minutos de esa sesión pidiendo un resumen y algún detalle puntual acerca de un tema “científico” que probablemente no dominaba) se convirtió para el lacanismo en: “Kris saca un libro de la biblioteca y le muestra, prueba en mano”. Y cómo fue que el recuerdo de una rutina: “Todos los mediodías, cuando salgo de aquí (...) miro los menúes en las vidrieras. En uno de esos restaurantes habitualmente encuentro mi plato preferido: sesos frescos”, se convirtió en un acto inédito y emplazado en el futuro de la sesión: “El paciente lo acepta y — episodio célebre— va a comer algo al salir de sesión: sesos frescos”. La primera referencia al caso aparece en la mencionada clase del 10 de febrero de 1954 del Seminario 1 reservada a Hyppolite. Por esta vez, y únicamente por esta vez, Lacan no cargará las tintas sobre el episodio del cotejo (44); el emplazamiento temporal del paseo por los restaurantes resulta, en cambio, indisimuladamente tergiversado: “...la reacción inmediata del sujeto es la siguiente: guarda silencio, y en la sesión siguiente dice: «El otro día, al salir de aquí me fui a la calle X. ...» (45) ¿Podemos atribuirlo a un simple error? Como ser a una confusión con el sueño de la Monografía botánica del que Freud cuenta, entre sus restos diurnos, el haber encontrado algo que le apetece en una vidriera de librería; o con el caso de Abraham en el que un depresivo que se sacude de su impavidez frente a la vidriera de una panadería que exhibe un pan regional de su niñez. No, sería una solución demasiado inocente. Ahora bien, tampoco es lícito sostener que el trastrocamiento del Seminario 1 está al servicio de allanar el diagnóstico de un acting out. Ciertamente cuando, más adelante, Lacan juzgue el episodio de los sesos frescos como un acting out, este corrimiento al futuro colaborará a darle mayor verosimilitud; pero no hay méritos para afirmar que se creó premeditadamente con esa postergada intención. No, y no es así puesto que en esta primera mención del caso se reconoce que: “Sin duda, la interpretación [de Kris] es válida”; apreciación que —al menos en Lacan — desbarata la posibilidad del diagnóstico de un acting out. Esto no significa, sin embargo, que no se le pueda suponer a la transformación del relato un propósito, incluso uno bastante evidente. Convertida en un episodio nuevo y posterior a la intervención del analista, la respuesta de ir por sesos frescos deja de ser una rutina cuya resignificación confirma amistosamente la interpretación, y puede entenderse —sin pedirnos demasiado— en una reacción dirigida a negarla: Usted me asegura que no soy un plagiario... Bueno, qué alivio, me voy a comer sesos. El paseo por los restaurantes arrojado al futuro, oficia como una negación, vale decir como una confirmación antipática de una interpretación oportuna: “Tienen aquí paseo por los restaurantes] el tipo de respuesta evocada por una interpretación justa”, dice Lacan (46). Negación claro está que, al contrastarla con la Verwerfung del Hombre de los Lobos niño, adquirirá unas dimensiones constitutivas que desbordan las de una simple resistencia en análisis: “¿Por qué es aquí justa esta interpretación? ¿Se trata acaso de algo que está en la superficie? (...) El sujeto, en su manifestación a través de esa forma especial que es la producción de un discurso organizado, en la que está siempre sometido a ese proceso que se denomina la denegación y en el que la integración de su ego culmina, no puede reflejar su relación fundamental con su yo ideal más que en forma invertida. (...) Creo que el comentario de Hyppolite lo ha mostrado hoy magistralmente (47)”. La segunda referencia al caso nos presenta un enigma de escritorio. ¿Tomaremos comosegunda a la mencion hecha en la clase del 11 de enero de 1956 del Seminario 3 o a la que aparece en “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”? La “Respuesta” es —como se sabela transposición (expansiva) del cierre de la clase de 11 de febrero de 1954 que acabamos de revisar, la disyuntiva está en que recién sería publicada en marzo de 1956. ¿Fue escrita antes o después de la clase del 11 de enero? Difícilmente pudo haber sido escrita muchos días después. El cierre de las entregas para La Psychanalyse de marzo no pudo haberse prolongado más allá de mediados de enero; además, “Respuesta” no era la única participación de Lacan para ese número: se sumaban la “Introducción al comentario de Jean Hyppolite”, las correcciones y notas que practicó sobre el comentario mismo de Hyppolite y la espinosa traducción del “Logos” de Heidegger, que no pudo haber iniciado antes de septiembre de l955 (48). Tampoco parece muy creíble que la haya escrito con anterioridad y que no haya cambiado ni una coma sobre las vísperas de la entrega, especialmente luego de haber hablado un buen rato acerca del caso en su seminario. La simultaneidad parece ser la hipótesis más ecuánime; incluso no sería descabellado suponer que si la clase del 11 de enero vuelve al caso de Kris eso se debió, en gran medida, a que Lacan estaba trabajando en esos días en el último borrador de “Respuesta”. Esta circunstancia vuelve tanto más interesantes las licencias de lectura que encontramos el 11 de enero, puesto que ningún olvido ni distracción puede servir, en esta ocasión, de atenuante. La preparación de “Respuesta” obligó a un repaso concienzudo de búsqueda de citas, con el artículo de Kris abierto sobre la mesa del escritorio: “Pido excusas —escribirá allí—por seguir paso a paso el texto. Pues es preciso aquí que no nos deje duda alguna sobre el pensamiento de su autor”. Lo interesante, entonces, es que de esta producción simultánea hayan salido dos resultados tan diferentes como los que ahora veremos. El 11 de enero se completa la distorsión que el lacanismo ha vuelto clasica. Kris es sacado del sillón del consultorio y arrastrado hasta la biblioteca. Simulando la voz de Kris, Lacan reescribe de esta forma el primer segmento: “Cuando el sujeto alude al trabajo de uno de sus colegas al que nuevamente habría plagiado, nos permitimos leer ese trabajo, y, percatándonos de que nada hay en ese colega que merezca ser considerado como una idea original que el sujeto plagiase, se lo señalamos” En cuanto al corrimiento temporal del segundo segmento, establecido por el Seminario 1, su modificación se mantiene vigente: “Por suerte, somos suficientemente honestos y ciegos —continúa diciendo el Kris de Lacan — como para considerar como prueba de lo bien .fundado de nuestra interpretación el hecho de que el sujeto traiga la vez siguiente esta linda historieta: saliendo de la sesión, fue a un restaurante, y saboreó su plato preferido, sesos frescos (49)”. Pero no es lo mismo: a partir de ahora Lacan entiende que la interpretación del analista no es justa sino improcedente y, entonces, que el paseo gastronómico no es una negación sino un acting out: “Estamos encantados, la cosa funcionó. ¿Pero qué quiere decir? Quiere decir que el sujeto no entendió nada del asunto (...) Kris apretó el botón adecuado. Apretar el botón adecuado no basta. El sujeto sencillamente hace acting out. (...) ¿qué hace el sujeto? Responde del modo más claro, en un nivel más profundo de la realidad. (...) Uno le demuestra que ya no es plagiario, y él demuestra de qué se trata haciéndole comer a uno sesos frescos”. Nótese que Lacan admite el hallazgo de Kris de que ahí no se había cometido verdaderamente ningún plagio (“Kris apretó el botón adecuado”), lo que le cuestiona es otra cosa, es la oportunidad terapéutica practicar semejante cotejo en el consultorio y de comunicar los resultados al analizante; como si un cuadro neurótico tuviese más que ver con el atontamiento que con el deseo. Entre la interpretación inoportuna de Kris y el apetito selectivo del Hombre de los Sesos Frescos, Lacan entiende que el segundo es más fiable y que habla de una realidad más cierta; analíticamente más cierta que la Realidad en la que Kris está impaciente ver entrar a sus casos. En contraste, “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite” constituye un retroceso en beneficio de la exactitud. Publicar la revista La Psychanalyse equivalía a poner en circulación lo que había sido dicho para ser escuchado bajo la campana de cristal de la capilla de Sainte Anne, y ese cambio de público reclamaba compromisos y ajustes a otra convencionalidad; no era únicamente el paso del soporte oral al escrito —lo que hoy sería una desgrabación prolija—, se trataba de vérselas con un cambio de receptor. Para la versión en papel de marzo, Lacan se inclina por entregar una lectura menos fuerte (menos “lacaniana”) que la del enero pasado e incluso, en ciertos aspectos, que la del Seminario 1. La “Respuesta a Hyppolite” se ajusta obediente al relato de Kris. El “proceso de prolongada indagación”, imprecisamente narrado por Kris, sigue siendo imaginado en su escenificación más filológica (“Kris, con su ciencia y con su audacia interviene (...). Pide ver ese libro. Lo lee. Descubre que nada justifica en él lo que el sujeto cree leer allí”) (50); el emplazamiento temporal, en cambio, no admitía márgenes: la secuencia original será juiciosamente mantenida. Lacan no se atreve a ninguna tergiversación y, en su lugar, cita asépticamente el fragmento de Kris en que se cuenta cómo y cuándo reaccionó el Hombre de los Sesos Frescos. ¿Tergiversaciones privadas (los seminarios) y rectificaciones públicas (los Scripta)? Sí, pero no del todo, puesto que la rectificación no renuncia totalmente a los beneficios de la tergiversación. El reacomodamiento de los tiempos no lo hace sentirse obligado a Lacan a dejar de lado la impresión de que allí hubo un acting out, y en esto la “Respuesta” va más lejos que su punto de partida de 1954. La versión del Seminario 3, según la cual el paciente permanecía mudo hasta el final de la sesión y respondía saliendo inopinadamente del consultorio en busca de su manjar, tenía ventajas evidentes; se acomodaba sin roces al uso consagrado del término acting out, el cual supone: un acto de trámite impulsivo realizado fuera del consultorio. Por lo general hay acuerdo en cuanto a la impulsividad y a que esa impulsividad se mantiene en límites del mediano riesgo. En cuanto a la condición de que ocurra fuera del espacio del consultorio suele ponerse más en tela de juicio; el diccionario de Laplanche-Pontalis, por ejemplo, intenta disuadirnos a dejar de lado esa restricción: “El sentido original, sólo espacial, de la preposición out ha podido inducir a algunos psicoanalistas, erróneamente, a entender acting out como un acto realizado fiera de la sesión analítica y a contrapelo del acting in, que tendría lugar en el curso de la sesión (51)”. Pero, casi treinta años después, el diccionario de E. Roudinesco recoge una comprobación imbatible: “Los psicoanalistas de lengua inglesa distinguen el acting in del acting out propiamente dicho. El acting in designa la sustitución de la verbalización por un actuar en el interior de la sesión psicoanalítica (...) mientras que el acting out caracteriza el mismo fenómeno fuera de la sesión (52)”. Tampoco las pesquisas que se hen hecho del empleo de Freud de la palabra Agieren son alentadoras para contrariar el use más extendido (53). Aunque se actualiza con respecto al diagnóstico (ya no es una negación, sino un acting out), "Respuesta al comentario de Jean Hyppolite" no se permite sacar partido de eras licencias narrativas de las tergiversaciones de 1954 y 1956; sus dos ultimas páginas son, por eso, una prueba de fuerza por mantener en pie el veredicto del acting out, aun cargando con la pesada capa de la exactitud. Se proponen nada menos que llamar acting out a un comentario inteligente de un analizante en sesión a propósito de una rutina pacifica... ¿Llegó la hora de darle la espalda a Jacques Lacan? Antes de catalogar este escrito como una argucia política contra el annafreudismo y desecharlo porque no ten dría otro alcance, concedamos que aunque sea efectivamente así, quizás no se trate solamente de eso; de la misma manera como, con toda razón, Duarte parece entender que “La Psicología del Yo y la interpretación de la terapia psicoanalítica" de Ernst Kris es algo más que una chicana contra el desembarco del kleinismo en los Estados Unidos. Claro que la defensa que podemos hacer de Lacan, hay que ensayarla desde un sistema de garantías diferente al de Duarte. Acertadamente ella defiende a Kris tomando como juez supremo un cotejo poco problematizado entre lo que es y lo que se dice (entre lo que Kris dice que es y lo que Lacan dice que Kris dijo). Con Lacan eso resultaría inútil. Al respecto, al mismo Lacan no se le ocurre, a pesar de su inquina, desautorizar a Kris por hacer literatura, lo ataca exclusivamente por hacerla mal. No es un chiste. La “Respuesta” introduce a E. Kris anteponiendo una observación que más que maligna hay que calificar como llamativa; lo anuncia advirtiendo que pasará a hablar de un caso, el del Hombre de los Sesos Frescos, que no admite el mismo vuelo que el que acaba de permitirle el anterior, el del Hombre de los Lobos de Freud (v. gr. “embudo temporal de donde regresa sin haber podido contar las vueltas”) debido a la diferente calidad de sus autores: “Si no ha de permitirnos llegar tan lejos, es que el autor del que lo tomamos no muestra el poder de investigación y de penetración adivinatoria de Freud, y que para sacar de él más instrucción pronto nos faltará materia (54)” En vistas de lo que sabemos que viene a continuación, es como si Lacan nos previniera con estas palabras: si Kris no cuenta exactamente lo que yo adivino que ocurrió después de su intervención “de superficie “, eso no demuestra que tal cosa no haya sucedido, sino simplemente que Kris, apoltronado en su satisfacción, no tuvo la penetración suficiente como para percatarse de ello. Con lo cual se corre dramáticamente el punto fijo desde el cual medir y discutir un caso psicoanalítico. La verdad de un caso hablaría menos desde el registro detallado de su acontecimiento que desde la credibilidad que hace resonar en mí, que lo leo desde mi experiencia con los casos que tengo a mi haber. La documentalidad, la literalidad del caso se eclipsa. Si Kris hizo tal cosa con su paciente, entonces, de alguna manera, de alguna forma tuvo que haberse desencadenado un acting out: esta es la lección de técnica que Lacan pretende dar. Y si en ese artículo falta material que lo corrobore, será por la falta de penetración de su autor. ¿Estaba tan equivocado? Visto de este modo, el espíritu de sus tergiversaciones guardarían fuertes semejanzas con el de una anécdota escrita por William James unos pocos meses después de conocer a Freud en Worcester: En los lejanos días del anfiteatro Sanders de Harvard, una vez tuve a mi cargo un corazón acerca de cuya fisiología el profesor Newell Martin daría una conferencia de divulgación. Este corazón, que era el de una tortuga, sostenía un puntero que se movía acompasadamente con sus pulsaciones arrojando una sombra amplificada sobre una pantalla. Según el conferencista lo iba adelantando, en respuesta a la estimulación de ciertos nervios, el corazón modificaba su desempeño. Pero el pobre corazón estaba acabado. (...) Me aterroricé por el fiasco que vendría. No había tiempo para deliberaciones, entonces me vi con mi dedo índice bajo la parte no visible del puntero impulsiva y automáticamente imitando los movimientos rítmicos que mi colega iba profetizando. No sólo salvé a mi colega (y a la tortuga) de la humillación, sino que le permití al auditorio tener un panorama verdadero de la cuestión. No hay peor mentira que la verdad mal entendida (55). Claro que el truco de Lacan es más complicado y especialmente difícil de disimular en un escrito. En cuanto a los seminarios, la diferencia está en que no puede suponer allí algo semejante a un engaño paternal a un auditorio poco avisado. Cuando el 11 de febrero de 1956 Lacan salva esa “falta de material” (ese corazón que no respondía como verdaderamente responde) con el par de licencias que daban buen crédito al diagnóstico de acting out ¿merece ser acusado de mentiroso (al menos de mentiroso de mentiras “blancas”)? No exactamente. Para atreverse a suspender de esa manera la exactitud, él contaba no con la ingenuidad sino con la complicidad activa de su público habitual, que no era precisamente un grupo de curiosos sueltos que asisten a conferencias de divulgación, ni siquiera un grupo de alta calificación intelectual tomado por sorpresa: ellos habían sido animados anticipadamente a leer ese artículo de Kris (56). Es evidente que ellos consentían que ese no fuera el lugar donde instruirse mejor acerca de las Obras Completas de Kris, porque lo que valorizaban era la elocuencia con que allí aprendían, por ejemplo, que no es técnicamente la mejor idea refutar a los neuróticos en su apreciación afectiva de la realidad. Para el escrito de la “Respuesta a Hyppolite”, con el borroso público de la revista La Psychanalyse no cabía semejante solución. Siempre podía aparecer alguno que, creyéndose más sagaz que todos los discípulos juntos de Lacan, saliera a agitar el artículo de Kris por las calles, anunciando que el rey estaba desnudo. Veamos, entonces, cómo fue que la “Respuesta” defendió el diagnóstico de acting ow’ ateniéndose a las limitaciones del material. Y mídase, de paso, la sorprendente diplopía del escritorio de Lacan de ese momento. Prácticamente el mismo día armaba dos soluciones distintas, la más potente (más lacaniana) para la exposición oral del seminario y la otra para el escrito que publicaría la revista. Naturalmente sería descabellado conjeturar que el 11 de enero Lacan pudo haber pretendido sacar partido de un dominio hipnoide sobre sus seguidores. Estaba condenado a que dos meses después descubrieran el fraude: si La Psychanalyse tenía un mercado cautivo de lectores era precisamente el de esa gente que iba los miércoles a Sainte-Anne. La traducción al castellano de los Escritos hace poco favor para continuar nuestro ejercicio. El párrafo que abre la conclusión de “Respuesta” es desconcertante: “Pero el muy vivo interés que siento por los casos de generación sugerida de los ratones por las montañas, los detendrá a ustedes… (57)”. Es uno de esos momentos en que se pone a prueba qué suponemos de Lacan y del libro de los Escritos en particular. Si creemos que está en su grandeza (o en su pequeñez) el derecho a la ilegibilidad, seguiremos de largo sin detenernos en esta habitación oscura, repitiéndonos que hay que leer los Escritos sin el afán de encontrarle un sentido y dejar que las cosas que deben escapar se escapen. Si no es así, la simple tarea de localizar el original (“Mais 1 ‘intérêt très vif que je porte aux cas de génération suggérée des souris par les montagnes, vous retiendra...”, Écrits, pp. 397-98) y consultar cualquier diccionario de dichos franceses nos librará del absurdo. Porque el caso es que no se trata de ningún lenguaje privado sino de un empleo de la expresión popular “La montagne est accouchée d’une souris” [La monatña pario un raton], usada para reírse de proyectos ambiciosos de los que sólo resultan pequeñeces (58). Sería necesario, entonces, cambiar: “el muy vivo interés que siento por los casos de generación sugerida de los ratones por las montañas” por: “el muy vivo interés que siento por los casos de la generación de los ratones concebidos por las montañas”, con una nota al pie que aclare el sentido consagrado del dicho. La montaña es, naturalmente, la interpretación escalonada de Kris, y el ratón, la reacción que obtiene del paciente. Ahora bien, Lacan no dice únicamente que la ocurrencia que trae el paciente a propósito de sus paseos es apenas un ratón comparándola con las altas ambiciones que depositaba en ella Kris; él precisa además que se trata de un ratón chiquito: “Se trata de todo a todo de un individuo (...) sin duda de pequeño tamaño “. ¿Acaso un ratón de tamaño normal no equivalía a burla suficiente? No, no es eso, esta vez la cuestión del tamaño juega para que nos riamos también un poco de él. Hay que decir que el humor no es muy frecuente en Lacan (en un sentido estrictamente freudiano, el chiste tiene como blanco un tercero, mientras que en el del humor el ridículo recae sobre uno mismo); sin embargo, en esta oportunidad se ríe del aprieto en que él mismo se ha metido. Como venimos viendo, al no atreverse a tergiversar a Kris, la “Respuesta” tiene que arreglárselas para demostrar que hay una o un acting out en ese parlamento educado del paciente dicho en sesión que cuenta una rutina pacífica que no es (si lo es) un acting out muy manifiesto. Por eso el chiste a Kris del ratón concluye apuntalándose en una autodefensa humorística: “Se trata de todo a todo de un individuo de la especie llamada acting out, sin duda de pequeño tamaño, pero muy bien construido “. Y lo que sigue es un chiste a expensas del lector. Porque el tema del que se ocupa la última página restante de “Respuesta” es, por cierto, la pequeñez y la buena constitución de ese acting out, sólo que lo hace de una manera tal que el asunto queda sin enunciado. Es en vano buscar allí las razones por las cuales sostiene que el ratoncito está bien constituido. Lacan no se ocupa de demostrar, se limita a asegurar del modo más estridente sus convicciones. A esta altura, “Respuesta” se olvida de que los Scripta no acuden a la protréptica, y concentra sus fuerzas en alzar el tono pendenciero de la enunciación. Acusa a Kris de norteamericanismo y hace caer sobre él, sobre el plato de los sesos frescos, sobre la posible originalidad del Hombre de los Sesos Frescos (¡ni siquiera sería capaz de crear un acting out sin espiar al vecino!), y sobre las membranas meníngeas de todos ellos un ataque desopilante y críptico (que recuerda mucho la tormenta que arrojaría contra las meninges de I. A. Richards en la nota 9 de La instancia de la letra) (59): Parece accesorio preguntar cómo va a arreglárselas con los sesos frescos, los sesos reales, los que se rehogan con mantequilla y pimienta, para lo cual se recomienda mondarlos previamente de la piamadre, cosa que exige mucho cuidado. No es ésta sin embargo una pregunta yana, pues supónganse que hubiera sido por los muchachitos por los que hubieran descubierto en sí el mismo gusto, exigiendo no menores refinamientos, ¿no habría en el fondo el mismo malentendido? Y ese acting ant, como quien dice, ¿no sería igualmente ajeno al sujeto? (60). ¿Esto cómo se lee? (¿Con qué se come?). Con sentido del humor. Es por no querer saber nada con esta clase de salidas que el antilacanismo es necesariamente solemne y rezongón. Pero no es todo. No, las conclusiones de Lacan no se suspenden necesariamente en un chiste. No vamos a simular asombro de que, tres años más tarde, la clase del 1 de julio de 1959 del Seminario 6 retome sin inmutarse las tergiversaciones del Seminario 3 (“Kris le explica que no es para nada un plagiario, mediante lo cual el otro se arroja fuera y demanda un plato de sesos frescos para la alegría del analista quien ve allí una reacción verdaderamente para su intervención”). Tampoco de que, antes o después del Seminario 6, el Lacan de los Scripta prepare los comentarios del caso en “La dirección de la cura y los principios de su poder” retomando una lectura comparativamente prudente. De nuevo, no sabemos si lo que nos incumbe de “La dirección de la cura” fue escrito un año antes (considerando que fue originariamente un informe pronunciado en un coloquio de julio de 1958) o si lo fue dos años después (puesto que la versión conocida es la publicada en La Psychanalyse n°6 de 1961). En síntesis, el Lacan del seminario del 59 se “olvida” de los cuidados con que había escrito en el 56, y probablemente en el 58, en vistas al Coloquio; mientras que el Lacan que envía en 1961 “La dirección de la cura” al sexto número de La Psychanalyse, recupera su memoria y los tiempos vuelven a ser regidos por las agujas del reloj de Kris. En el Scripta de 1961, apenas se transmuta la entonación con que el Hombre de los Sesos Frescos pronuncia su parte. No será un relato orgulloso y obediente entregado como un regalo confirmatorio, sino como una replica desafectada del analizante al parlanchín del analista: “...en el momento en que cree poder preguntar al enfermo lo que piensa del saco así volteado, éste, soñando un instante, le replica [lui rétorque] que desde hace algún tiempo, al salir de la sesión, ronda por una calle que abunda en restaurancitos atractivos, para atisbar en los menús, el anuncio de su plato favorito: sesos frescos (61)”. Con tan escasa ventaja, vuelve igualmente a asegurar que hubo acting out: “Confesión que, más bien que digna de considerarse como sanción de la felicidad de la intervención por el material que aporta, nos parece tener el valor correctivo del acting out, en el informe mismo que da de ella” Luego, emulando la “Respuesta a Hyppolite”, “La dirección de la cura” no se sentirá exigida a fundar la sentencia de su parecer, sino únicamente a proclamarla, a martillarla en nuevos arranques enunciativos de tono subido hechos de metáforas médicas (“...no es la mejor continuidad que se puede dar a la lección de Freud. Ni el medio de terminar con la profundidad, pues es en la superficie donde se ve como un herpes en los días de fiesta floreciendo en el rostro (62)”) y culinarias (“Esa mostaza después de cenar que el paciente respira, me parece que dice más bien al anfitrión que faltó durante la cena. Por muy compulsivo que sea para olfatearla, se trata de un hint; síntoma transitorio sin duda, advierte al analista: erró usted el blanco (62)”). En esta reconstrucción, el Hombre de los sesos Frescos más que hablar eructa. Y esta vez, el final áspero que pone término a su desarrollo no se puede disculpar en la prisa: no es, como en la “Respuesta”, un escrito al que le queda una sola página por delante, todavía le quedan cuarenta y seis. Nunca más los Escritos volverán a ocuparse del Hombre de los Sesos Frescos; y así se cierran, sin explicitar en qué se sostienen para afirmar que el ratoncito está bien constituido. Pero Lacan volverá a hablar de ellos (del Hombre, del ratón y de la reanimación de corazones de tortuga) en los seminarios 10 y 14. Allí su tesis de saber se volverá clara. No en vano en sus líneas está el abrevadero de donde la media docena de diccionarios de psicoanálisis lacaniano toman las definiciones y precisiones acerca del acting out. Dos años después de “La dirección de la cura”, la clase del 23 de enero de 1963 del Seminario 10 mantendrá el gusto de arrastrar a Kris hasta la biblioteca (“Ha leído su libro, y su libro es completamente original. Fueron los otros, por el contrario, quienes lo copiaron”), así como la costumbre de los seminarios de invertir los tiempos para que el acting out ocurra fuera del consultorio y con posterioridad a la sesión (“El sujeto no puede discutirle. Sólo que le importa un bledo. Y al salir ¿qué hará? Como ustedes saben —pienso que algunas personas, una mayoría, de vez en cuando leen lo que escribo—, se va a comer sesos frescos”). Pero a diferencia de los otros dos seminarios, no se conforma ni detiene en la tergiversación; y, a diferencia de la “Respuesta” y “La dirección de la cura”, no se ensaña injuriando las meninges o el aliento a mostaza. En su lugar, Lacan ofrece una aclaración inédita y de un enorme sinceramiento: “No estoy recordando el mecanismo del caso. Les enseño a reconocer un acting out “. Y pasa a exponer, desprendido de las amarras del caso de Kris, las relaciones del acting out con la oralidad, con la melancolía; las diferencias que guarda con el síntoma en su relación con la interpretación y la transferencia; y las posibles intervenciones del analista frente aun acting out “en sesión”. Por otra parte, como es sabido, más de la mitad de las restantes clases del Seminario 10 se ocupan de desplegar otros aspectos del mismo tema. Finalmente, la clase del 8 de marzo de 1967 del Seminario 14 vuelve a traer más del saber no dicho en los Scripta. Como de costumbre, Kris vuelve a ser llevado a la biblioteca pero el emplazamiento del episodio de los restaurantes obedece al curso establecido por el recuento de Kris (“Después de un pequeño tiempo de silencio, el sujeto para que Kris acuse el golpe, anuncia este menudo hecho, cada vez que sale del consultorio va a sorber un buen platillo de sesos frescos”). Esta solución que no saca provecho de la tergiversación no puede inquietarnos; si bien se trata de un seminario, es muy distinta su circunstancia: el libro de los Escritos había aparecido el 15 de noviembre del año anterior, y no sigue siendo el seminario hospitalario de Sainte Anne, sino el universitario de la École Normale Supérieure. Como en “La dirección de la cura”, el Seminario 14 apenas tuerce el matiz enunciativo: el Hombre de los Sesos Frescos habla “para que Kris acuse el golpe”. Pero a diferencia de los Scripta, avanza con nuevas precisiones acerca del acto analítico como espina disparadora del acting out, y ensaya una definición a propósito de en qué el ratoncito es un acting out bien constituido: “...desde un principio remarqué el hecho de que sea un acting out. ¿En qué? En lo que no era articulable en ese momento como puedo hacerlo ahora, que el objeto oral está presentificado, llevado en bandeja por el paciente con relación a esta intervención”. Con todo, como el ratón es más pequeño de lo conveniente y los seminarios más rigurosos de lo que parecen, el cierre de la clase es una pulseada lexicológica acerca de la expresión acting out, procurando imponer un nuevo empleo. Lo que intenta, esta vez, es acordar el pacto de otro significado. Un nuevo convenio en el que «acting out» sea ajeno a la connotación espacial de “to go out for lunch” o de “to go out for a walk” [salir fuera a almorzar/ a pasear], y a la del desenfreno impulsivo de “to cry out” [dar alaridos]; y que envíe, en cambio, a un actuar atravesado por el lenguaje: a un act que no sea un mero agitarse, sino un representar un papel y representarlo para alguien —por mucho que el sujeto sea ciego de su texto y represente ese papel sin haberlo leído o sin saber leer. En otras palabras, una definición del término actingout en la que el ratoncito habita a sus anchas y con la que nuestro consultorio se abre, me parece, a una escucha más sutil. ¡Pero el debate sobre un caso clínico no se resuelve con un nuevo vocabulario!, podrá objetarse con una razón quizá más dudosa de lo que parece. Además —podría continuar nuestro objetor imaginario— ¿por qué el analista no debería escudriñar la irracionalidad privada de las creencias de sus neuróticos? Y, antes que nada, ¿por qué en toda esta discusión no parece contar el axioma médico de que «la clínica es soberana»? Después de todo, el paciente se curó. “Desde entonces he sabido que ha hallado satisfacción en su vida familiar y en su carrera” — asegura Kris. ¿O es que, para seguir a Lacan, vamos a tener que poner bajo sospecha la palabra de Kris? No, no hace falta dudar de nadie, así como tampoco seria Justo circunscribir estas últimas preguntas a los comentarios de Lacan. Desde muy temprano ellas acompañaron al psicoanálisis y frecuentemente sus dos dilemas coincidieron en la agenda de los debates. Las cuestiones acerca de hasta qué punto es lícito subordinar la verdad a la eficacia terapéutica, y acerca de cuál es la manera (y la posibilidad) de cotejar con la Realidad la realidad de los dichos del paciente son desde largo tiempo motivo de debates recurrentes. La competencia en la promoción de éxitos terapéuticos y distintos puntos de mira desde donde demostrar y ampliar la doctrina analítica, viene convirtiendo la topografía del movimiento de un paisaje de varias colinas, desde las cuales sus ocupantes aseguramos estar en las mejores condiciones para la observación y el ejercicio clínico. Los intentos de contraponer posiciones por lo general no llevan muy lejos, y quizá no solamente por razones institucionales y mercantiles sino por la inconmensurabilidad de las diferencias. Las subas y bajas parecen depender tanto o más de azares biográficos que de la potencia intrínseca de la teoría o su incontrovertible acierto objetivo. La muerte prematura de Karl Abraham, por ejemplo, desaceleró la certidumbre de que el punto de mira predilecto sea el de los analistas con trato cotidiano con los cuadros psiquiátricos más duros. Desde su galería de casos, Abraham se colocaba en el lugar del ilustrador y garante clínico de los textos de Freud, los cuales, a su entender, correspondían más a intuiciones geniales que a observaciones. De su obra más extensa y citada, “El desarrollo de la libido”, no siempre se recuerda el título completo, “Un breve estudio del desarrollo de la libido, observada a la luz de los desórdenes mentales”. En sus páginas suena una y otra vez el leit-motiv: el profesor Freud piensa y yo, Abraham, el psiquiatra concienzudo y de enorme experiencia, ilustro y demuestro sus aciertos: Me gustaría referirme particularmente a un comentario de Freud a propósito del análisis de la homosexualidad. El sostiene el parecer (si bien no lo apuntala con ningún material clínico) de que estaríamos en condiciones de rastrear, en ciertos casos de homosexualidad, el hecho de que el sujeto introyectó al progenitor del sexo opuesto. Hasta ahora nosotros reconocíamos otra etiología de la homosexualidad. En los análisis de tales casos, aparecían como regla hombres que habían tenido una decepción amorosa con la madre y la dejaban dirigiéndose al padre, hacia el que se acercaban adoptando la actitud propia de una hija. (...) Hace muy poco, tuve un caso en el que me encontré en condiciones de establecer la presencia de ambos caminos posibles de progreso mental (64). Paciente y discípula de Abraham, pero sin un grado que le permitiera una práctica semejante, Melanie Klein elevará la clínica con niños como la nueva colina del cotejo garante. Lo que el profesor Freud y el psiquiatra Abraham deducían y (re)construían de sus pacientes adultos, ella lo observaba en estado naciente en el niño de corta edad. Si ellos dos eran una suerte de paleontólogos exquisitos, que se ufanaban al comparar sus modelos de dinosaurios con los dragones de la mitología, ella, a su turno, los miraba con piedad porque se sabía instalada en medio de Jurassic Park (65). No analizaba el recuerdo infantil, sino la infancia misma. Lugar desde donde creía, a la vez, estar en las mejores condiciones para ensanchar las pretensiones y (re)construir recuerdo del big-bang de fases más precoces. El mismo año que escribe la viñeta acerca del Hombre de los Sesos Frescos, Melitta Schmideberg publica “El análisis del juego de una niña de tres años”, en que se muestra altivamente sentada en esta novedosa platea preferencial: Supongo que los determinantes de los síntomas que descubrí [en mi paciente] a los tres años habían operado de manera continua desde la primera aparición de los síntomas. Esto no es susceptible de prueba. Pero Freud hizo lo mismo en el análisis de adultos para explicar síntomas que habían ocurrido en la niñez (66). Claro que pasan quince años y Kris escribe “La psicología del Yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica”, donde se acuerda afectuosamente de “el conspicuo adoctrinamiento intelectual del Hombre de las Ratas” practicado por Freud (67), como si hablara de la Edad de Piedra, y donde empuja a Schmideberg hasta las filas más atrasadas del teatro psicoanalítico, el de los inadvertidos de las consecuencias técnicas y teóricas vislumbradas desde la colina, desde hace años elevada, de la Psicología del Yo. ¿Pero cuántos años habían pasado realmente para llegar a esta nueva metamorfosis, quince o cinco? Depende si contamos o no el hueco dejado por el sacabocados de la segunda guerra mundial: el XVº Congreso de la IPA se reunió en París en 1938 y el XVIº se Zurich tuvo que esperar hasta 1949. Lacan, por su lado, teniendo acceso a la clínica psiquiátrica y habiendo leído a M. Klein y a la Psicología del Yo, se subirá a su propia colina o, mejor, se convertirá en un cartógrafo que dibuja esa topografía al revés. Si Schmideberg y Kris en el fondo coincidían en que “la condición más favorable para la producción intelectual es una identificación con una madre buena que brinda comida y conocimiento, y —en el nivel genital — con un padre potente (68)”, tenemos que Lacan, sin negarlo terminantemente, prefería poner el acento en las consecuencias nefastas de la madre que no quita la teta antes que en la que la niega; y en el vacío del objeto, antes que en su plenitud; y en el horizonte ficticio de la relación sexual, antes que en su satisfacción adecuada, y en el sin sentido, antes que en el sentido de los síntomas. Desde esta perspectiva, no se dejaba impresionar fácilmente por los resultados del segundo análisis del Hombre de los Sesos Frescos: a su entender, eran el producto de un adiestramiento bajo los ideales del analista, la identificación con el Yo de Ernst Kris, antes que una emancipación de las inhibiciones neuróticas. Visto de este modo, la certeza yoica desde la que Kris se habilitaba para establecer lo que es y no es plagio, resultaba particularmente tentadora para ser puesta en evidencia y en ridículo. Algo de lo cual, como se sabe, Lacan no se privará. De allí el chiste de imaginárselo saltando del sillon para tomar de su biblioteca personal el libro citado como fuente de plagio. A Leibovich de Duarte no se le escapa que, en la “Respuesta”, Lacan comete otro “rapto de inventiva” al suponerle al Hombre de los Sesos Frescos una “profesión intelectual que parece no estar muy alejada de la nuestra (69)” Con el propósito de subrayar que detrás de tanta seguridad no había más que una pequeña moralina, en La dirección de la cura se atreve incluso a cruzar la línea de lo reservado, confiando una anécdota personal que guarda de su rival, la de la conversación que los dos mantuvieron en 1936 en Marienbad. Lacan que —como se recordará — acaba de salir del compromiso de leer su participación, confía divertido sus planes de abandonar inmediatamente el hotel y huir a Berlín para asistir a la inauguración de las Olimpíadas, a lo que Kris, asumiendo un lugar rector (justificándose seguramente en su mayor antigüedad dentro del movimiento y larga familiaridad con Freud) le recrimina falta de compromiso con el psicoanálisis: Yerra usted el blanco en efecto, proseguiré yo, dirigiéndome a la memoria de Ernst Kris, tal como la he conservado del Congreso de Marienbad, del que me despedí después de mi comunicación sobre el estadio del espejo, preocupado como estaba de ir a husmear la actualidad, una actualidad cargada de promesas, en la Olimpíada de Berlín. Me objetó amablemente, en francés: “Ça ne sefait pas!” [¡Eso no se hace!], ganado ya por esa tendencia a lo respetable que es tal vez la que da aquí ese sesgo a su actitud (70). Pero no hace falta recorrer tantos años de historia. En 1909, el parto de la internacionalización del psicoanálisis es asistido por las dos comadronas que aquí nos interesan: la que sostiene que la verdad está en la eficacia terapéutica y la que enseña la manera más potente de compulsar con la realidad neurótica. Freud se opuso, sin dudar, al pragmatismo de la primera con la respuesta que dio aun periodista del Boston Evening Transcript, al término de su conferencia inaugural en Clark. Con la segunda, en cambio, lo primero que hace Freud es pagarle para verla más de cerca. Es lo que sucede cuando regresa a Europa y, en vez de dirigirse con prontitud a Viena, hace una escala de un par de días en Berlín para asistir a una entrevista con la telépata Frau Seidler. “Eso no se hace”, le objetará muy pronto Jones. Estuve allí por un día, para ver cómo era Freud (...) Le confieso que, en lo personal, me impresionó como un hombre obsesionado con ideas fijas. En mi caso no puedo sacar nada de su teoría de los sueños y, obviamente, el “simbolismo” es un método de los más peligrosos. Hay una nota de un diario, a propósito del congreso, que dice que Freud condenó la Terapia Religiosa Americana (la cual tan importantes resultados ha dado) por ser muy “peligrosa” debido a “no ser científica”. ¡Bah! (71) Con estas líneas, William James le informaba a Théodore Flournouy (médico y psicólogo suizo en aquel entonces bien conocido por sus trabajos acerca del espiritismo) sus impresiones a propósito del breve contacto personal que había tenido con Freud y de su asistencia a la cuarta conferencia de Clark en Worcester; la cual —según Rosenzweig— Freud habría planificado pensando en él. Flournouy seguramente estaba al tanto de la Terapia Religiosa Americana (TRA), pero es improbable que supiera que en Boston y en sus zonas de influencia, como la del pueblo de Worcester, prosperaba una de sus versiones: el emanuelismo. Consistía en un servicio de consejeros religiosos para patologías mentales organizado por la Iglesia Episcopal, iniciado oficialmente en 1906 con el apoyo de varias figuras universitarias, entre las que destacaba James (72). Hacia 1909, había crecido lo suficiente como para estorbar a la Christian Science y alentar el debate público; fue dentro de este marco de actualidad que el Boston Evening Transcript hizo sus preguntas a Freud. ¿Comprendía Freud el carácter polémico que adquirirían sus respuestas? ¿Estaba al tanto de que sus declaraciones iban a contrapelo de los cuidados que ponía para atraer a W. James, o se complicó involuntariamente por su ignorancia de recién llegado? Sí, Freud estaba advertido. Desde hacía meses sabía del emanuelismo gracias a Jones (73), sólo que no estaba dispuesto a promover el psicoanálisis a cualquier precio. Aún así, es casi seguro que Freud no pudiese explicarse tan nítidamente como Flournouy cuestiones tales como las del porqué era inevitable, incluso de haber estado ausente el hostigamiento periodístico, que a James le causara tan mala impresión su teoría de los sueños; o cómo se las arreglaba James para sostener la TRA; o de dónde provenía esa ligereza del americano de juzgar la validez de una teoría, como la de los sueños, según pudiera o no “sacar algo”, y no según se demostrara objetivamente verdadera o falsa. Las respuestas a estas preguntas estaban en el corazón de la obra de James, que Freud no dio señas de haber leído. En Las variedades de la experiencia religiosa su libro de mayor venta y renombre, James previene desde las primeras páginas contra el “materialismo médico” que, al proponerse explicar la religión como una experiencia derivada del sexo, comete, a su modo de ver, la falacia de reducir lo superior a lo inferior, el color y el sabor de “los frutos” a la amargura monótona de “las raíces”: Estas crueles asimilaciones parece que amenazan revelar los secretos vitales de nuestras almas, como si el espíritu que debería explicar su origen tuviese que justificar simultáneamente su significado (...). Es la moda, común hoy entre ciertos escritores, de cuestionar las emociones religiosas demostrando una conexión entre ellas y la sexualidad. La conversión es una crisis de pubertad y de adolescencia. La mortificación de los santos y la devoción de los misioneros, nada más que ejemplos del instinto de sacrificio de los padres desplazado. Para la monja histérica, que anhela la vida sobrenatural, Cristo es nada más que el sustituto imaginario de un objeto afectivo más terrenal (74). Como lector de ese libro, Flournouy también estaba al corriente de que James no tuvo que esperar la llegada del emanuelismo a Boston en 1906 para enterarse de la TRA. Las variedades, que son la transcripción de unas conferencias dictadas en Escocia en 1900-01, ya describen y promueven ese nuevo fenómeno social de los Estados Unidos, reuniendo sus manifestaciones heterogéneas bajo título de mind-cure (75). ¿Pero cómo pudo que alguien medico de profesión y con la sofisticada educación filosófica y la orientación experimentalista de William James, apoyara semejante conjunto inconsistente de plegarias efusivas y llamadas al orden a la voluntad? Después de todo, el mismo había reconocido lo basto y empalagoso de ese nuevo discurso (“...la verborrea de gran parte de la literatura sobre la curación mental, que a veces parece tan obstinada en el optimismo y está tan vagamente expresada, a un intelectual educado académicamente le resulta casi imposible de leer")." Sin embargo, al menos a primera vista, James lo consigue con un giro de pensamiento que se declara deudor del pragmatismo de su compatriota Charles S. Peirce, que consiste en la subordinación de la verdad a la eficacia (77). Entendiéndose, claro está, la verdad como lo que tiene verdadero sentido para la vida y no como un vasallaje a ninguna forma de objetivismo, y la eficacia como lo que Libra de Los sinsabores: la supresión del dolor y el síntoma. Obsérvese que la carta a Flournouy representa cabalmente el enfrentamiento entre Los reclamos de objetivismo científico (de Freud) y Los reclamos del subjetivismo pragmático que pone el acento en el logro de “importantes resultados" (por el lado de James). La TRA, también bautizada "terapia de la despreocupación”, se abastece de una despreocupación sistemática por cualquier pretensión de ir más lejos del beneficio terapéutico demandado (“Nada importa que, al igual que hay multitud de personas que no pueden rezar, también existan otras que no pueden, de ninguna manera, verse influidas por las ideas de la mind-cure; para nuestro propósito actual lo importante es que exista un numero igualmente grande que si puede ser influida...”). (78) A nivel de las intervenciones, cualquiera es bienvenida si resulta eficaz, incluyendo el mandato prepotente de desinteresarse de todo lo desagradable, por muy evidente (“verdadero”, objetivamente hablando) que eso sea: "Se oye hablar del <<Evangelio de la Relajación>>, del <<Movimiento de la despreocupación>>, de gente que repite <<¡Juventud, Salud, Fuerza!>>, cuando se viste a la mañana, como lema del día. En muchas familias se comienza a prohibir lamentaciones sobre el estado del tiempo (79)" Y esto cuenta para verdades de cualquier talla. La existencia misma de Dios se deriva de su eficacia, de allí la famosa conclusión pragmática del Las variedades: < God is real since he produces real effects» [Dios es real en vista de que produce efectos reales]. En esta entronación de la eficacia, las diferencias entre la toma de conciencia y el embauque de la sugestión son disquisiciones gratuitas. No importan los caminos, solo el resultado. De allí el desprecio (metódico y no caprichoso) de James ante la alarma de Freud de que la TRA no sea “científica”: Es indiferente que consideréis a los pacientes como víctimas de su imaginación o no (...) ¿Que debemos pensar de todo esto? ¿Ha exigido la ciencia una confirmación demasiado amplia? Creo que las peticiones del científico sectario son, como mínimo prematuras. Las experiencias que hemos estudiado muestran el universo sencillamente como un asunto mucho mas complejo de lo que ninguna secta, ni siquiera la científica considera (80). No es sencillo refutar este reproche; pero lo desconcertante del pragmatismo -o de cualquier otra posición mas tímida que anteponga de alguna forma los resultados como juez supremo, es que sea tan severamente agnóstico con respecto a la búsqueda de la verdad (“Al fin y al cabo, ¿ que son nuestras verificaciones sino experiencias acordes con sistemas de ideas mas o menos aislados (sistemas conceptuales) que nuestras mentes han estructurado (81)") y simultáneamente tan ingenuamente confiado para señalar que es verdaderamente bueno (" [con la TRA] los inválidos crónicos recuperan la salud y los frutos morales no han silo menos considerables (82)"). El reparo de Lacan contra los efectos del análisis de Kris no discute el hecho de que el Hombre de los Sesos Frescos haya “desde entonces (...) hallado satisfacción en su vida familiar y en su carrera”. No discute su eficacia, sino el camino por el que esa eficacia es alcanzada; a su entender, ese éxito ocurrió por la vía de la identificación del analizante con el Yo del analista y eso no sería irrelevante. Hacia 1900, W. James todavía contaba con que podía sacar algo de Freud. Las variedades mencionan con entusiasmo “los cuentos de ha das” de los Estudios sobre la histeria, sin dudar de catalogarlos dentro de la bibliografía de terapias por sugestión (83), lo cual no era precisamente la idea que Freud se hacía de sus intervenciones, y tanto menos de la técnica analítica hacia 1909. Por aquel entonces, Sandor Ferenczi era su campeón contra semejante malentendido. Ferenczi escribió sus primeros artículos y conferencias abanderándose en la diferencia de que el psicoanálisis no era sugestión (84). Llegaba incluso a inmiscuirse en el escritorio de Freud si le parecía que el maestro olvidaba su propia consigna. Cuando, en enero de 1910, Freud le envía un prefacio para los Lélekelemzés [Escritos sobre psicoanálisis], el agradecido Ferenczi le responde que al traducirlo al húngaro aprovechó para insertarle una palabra: “Donde usted habla a propósito de los métodos terapéuticos anteriores (dieta, hidroterapia) le agregué «sugestión», para enfatizar las diferencias con el psicoanálisis (85)” Dos años después, lo amonestará al entender que en “Dinámica de la transferencia” había párrafos algo ambiguos al respecto (86). Es por eso que Ferenczi encuentra su adversario ideal en un crítico que ataca los Lélekelemzés destacando la mayor eficacia e inocuidad de la técnica de Pierre Janet por sobre la del psicoanálisis (“El resultado de las curas por sugestión dirigidas al olvido del psicotrauma son al menos exitosas; el psicoanálisis es frecuentemente dañino (87)”). Este crítico asoma en la reseña de una revista húngara de medicina, pero se trata de un parecer del todo coincidente con las opiniones de William James. El paradigma que James rescataba de sus colegas europeos, se encuentra en el caso Marie, publicado por Janet en 1889: Marie es una joven de veinte años, que sufre de crisis convulsivas que se producen particularmente en el momento de aparición de sus menstruaciones y desaparecen apenas se inician. En períodos intermenstruales, presenta los trastornos menos graves de ciertas anestesias. Además sufre de una ceguera total y permanente del ojo izquierdo. Janet la transporta a un estado hipnótico de sonambulismo, haciéndola revivir el hecho de que durante su menarca, a la edad de trece años, había sentido una vergüenza tal que se había sumergido en una cubeta de agua fría. De lo que resultaba la interrupción de su menstruación acompañada con grandes escalofríos, que se repetirá cada mes bajo Ia apariencia de una crisis convulsiva. “Se imponía hacerla regresar por sugestión a la edad de trece años e introducirla dentro de las condiciones inaugurales del delirio y, allí, convencerla de que sus menstruaciones habían durado tres días y no habían sido interrumpidas por ningún accidente desgraciado “. Todo anduvo bien, desde entonces, a propósito de ese punto. Seguía pendiente la ceguera del ojo izquierdo. Janet utiliza nuevamente la exploración hipnótica y el psicodrama: “Al convertirla en una niña de cinco años, según los procedimientos conocidos, ella vuelve a tener la misma sensibilidad que tenia a esa edad, y es posible constatar que ella ve muy bien con ambos ojos. Luego, el comienzo de la ceguera será a los seis años” Descubre, así, el acontecimiento traumático: “Durante el sonambulismo y gracias a esas transformaciones sucesivas, durante las cuales la hago jugar las escenas de su vida de entonces, constato que la ceguera comienza en un momento preciso debido a un incidente fútil. Habla sido forzada, a pesar de sus crisis, a acostarse próxima a un pequeño de su edad que padecía un impétigo en la mitad izquierda del rostro”. Faltaba todavía curarla de eso utilizando, naturalmente, el mismo procedimiento hipnótico: “La hice volver junto al pequeño que la horrorizaba, y le hice creer qué él era muy bueno y que no tenía las lesiones del impétigo; pero ella solo se con venció parcialmente. Después de dos repeticiones de la escena, tengo éxito y ella acaricia sin temores al niño imaginario”. Al despertar, está curada. Cinco meses más tarde, no había presentado recidivas (88). No se trata de delatar lo inconsciente, sino de engañarlo. Para Ferenczi nada podía ser más ajeno. Al punto de que si algo habría que reprocharle, eso serla —como se lo reprocha Lacan— que se resistiera a concebir lo contrario: que el inconsciente pueda engañar (89). Consecuente hasta el final, Ferenczi nunca abandonó, por eso mismo, la teoría del trauma. En su carta del 26 de julio de 1913 enviada a Marienbad, donde Freud cumple un tratamiento “de desintoxicación”, confía que entre sus planes para el próximo congreso de Munich está el de “discutirle a Jung la falsa presunción de que usted renunció a la teoría del trauma, en lugar de simplemente expandirla (90). Ahora bien, esa inclinación por el esclarecimiento de la verdad no lo volvía indiferente a la eficacia, al contrario, él hacía idénticos ambos términos: “las píldoras de la verdad, a veces amargas, son siempre provechosas”, concluía uno de sus escritos más encendidos (91). En contrapartida, lo que le resultaba inaceptable era que pudiese haber cierta eficacia en la mentira. Sus embestidas contra las terapias de sugestión no solamente ponían bajo sospecha cualquier testimonio a favor de su presunta eficacia, atacaban además su presunta inocuidad. La neurosis se le hacIa equivalente a un oscuraritismo que no podía ser tratado con todavía más oscurantismo, y entendía el análisis a una emancipación, comprendiéndolo dentro de un proyecto iluminista a gran escala: En la actualidad dos filosofías chocan en el lecho del neurótico; se enfrentan desde hace mucho tiempo, y no solo en patología sino también en el terreno social. Una de ellas pretende acabar con los males prescindiendo de ellos, disimulándolos y rechazándolos; actúa estimulando la compasión y manteniendo el culto a la autoridad. La otra, por el contrario, combate “la mentira vital” dondequiera que la halle, no abusa del peso de la autoridad y su objetivo final consiste en hacer penetrar la luz de la conciencia humana hasta los resortes más escondidos de los móviles de actuación; sin retroceder ante las tomas de conciencia dolorosas, desagradables o repugnantes, desvela las verdaderas fuentes de los males. Una vez alcanzado este objetivo, no es difícil armonizar con total autonomía los intereses personales y los de la sociedad, basándose solamente en la razón lúcida (92). No hace falta dar más que un paso para vincular esta declaración con su participación en la movida cultural que acompaño la revolución húngara de Mihaly Károiyi y Repüblica de los Soviets de Bela Khun, que trajo como resultado la inauguración de la primera (y muy fugaz) primera cátedra de psicoanálisis de la historia. En claro contraste con el análisis ultra-iluminista de Ferenczi, el pragmatismo de la sugestión y la despreocupación de la mind-cure se acomodaba sin escándalo al liberalismo de James, hoy actual izado en el de las esperanzas moderadas de Richard Rorty: …no he estado nunca en un bazar kuwaití (ni tampoco en un club de gentlemen inglés). Por ello puedo dar rienda suelta a mi fantasía. Imagino a muchas personas en semejante bazar como personas que prefieren morir antes de compartir las creencias de muchos de aquellos con los que regatean, y sin embargo regateando provechosamente. Obviamente un bazar así no es una comunidad, en el vigoroso aprobatorio sentido del término en que lo utilizan algunos críticos del liberalismo (...). Pero se puede tener una sociedad civil de tipo democrático burgués. Todo lo que se necesita es la capacidad de controlar nuestros sentimientos cuando una persona radicalmente diferente se presenta en el ayuntamiento, en la verdulería o en el bazar. Cuando esto sucede, lo que hay que hacer es sonreír, hacer el mejor trato posible y, tras un esforzado regateo, retirarnos a nuestro club. Allí nos sentiremos reconfortados por la compañía de nuestros partenaires morales. (...) Si olvidamos el ideal ilustrado de la autorrealización de la humanidad como tal, podemos disociar la libertad y la igualdad de la fraternidad. (...) La síntesis política definitiva del amor y la justicia puede resultar así un collage de densa textura del narcisismo privado y el pragmatismo público (93). No importa la manera, lo que cuenta para Rorty es que los hombres se las arreglen con eficacia para hacer sus negocios y encontrar un lugar de pertenencia al que identificarse: salvarse del hombre y de la locura. Lo cual es una traducción desacralizada de “La voluntad de creer (94)” uno de los trabajos pilares de W. James, en que se establece la perspectiva teológico-filosófica que le conviene a la Terapia Religiosa Americana. A su entender, el objetivo humano no es alcanzar ninguna verdad en sí misma, sino una verdadera unión con el mundo de tal manera que: “El universo deja de ser una cosa para convertirse en un Tu” [The universe is no longer a mere It to us, but a Thou]. O, como decía uno de los testimonios clfnicos de Las variedades: "El alma, que puede sentir y afirmar con serena confianza, jubilosa, como hizo el Nazateno: «Yo y mi Padre somos uno», ya no necesita curación (95)" ¿Y si ese Tu o ese Padre no existieran? Sirviéndose de una lógica que podría resumirse con la formula: la insistencia precede la existencia y el deseo genera su propia verificación, James sale al cruce de la objeción atea con una notable solución creacionista, echando mano a un argumento digno de atención, el de que Dios es una mujer que no sabe lo que quiere: ¿Los corazones de cuántas mujeres son vencidos por la mera insistencia esperanzada de un hombre que clama que ellas deben amarlo y que no consentirá que no lo hagan? El deseo de cierto tipo de verdad da existencia a esa verdad; y así es en muchísimos otros casos de otro tipo. ¿Quién gana ascensos, beneficios y citas sino el hombre para el que tales cosas juegan el papel de hipótesis vitales, y hace sacrificio para conseguirlas y se adelanta arriesgándose por ellas? Su fe, como un reclamo, actúa sobre poderes que están encima suyo y genera su propia verificación (96). Pero, ayer no menos que hoy, sería una torpeza o una argucia de escasa proyección concebir a los Estados Unidos como un campo intelectual provinciano y unificado. El panorama de 1909 no dibujaba una oposición sencilla entre el pragmatismo norteamericano de hombres de negocios y el iluminismo de sabios europeos. Lo que había era una discusión cosmopolita. James, por su parte, se había educado tantos o más años en Europa que en su patria, como se adivina de su estilo adepto al empleo de fórmulas alemanas; y de su alianzas locales hay que subrayar que eran bastante menos seguras de lo que podría suponerse. Peirce, el fundador del pragmatismo, siempre hizo odiosas reseñas de sus libros y nunca se mostró agradecido ni se sintió cómodo (aunque si acomodado) con la promoción que James realizaba de su pensamiento; al punto de acabar cediéndole la marca de <<pragmatismo>> para mudarse a otra menos eufónica: <<pragmatisismo>>, cuya fealdad esperaba que lo librara de futuros “secuestradores” (97).Claro que, a nuestros fines, de la interna norteamericana nos interesa mucho más la rivalidad que James mantenía con Stanley Hall y la prolongada batalla cabaileresca de la que participaron sus respectivas revistas y discípulos (98). Hasta es tentador sospechar que Hall invitó a Freud a dictar las conferencias norteamericanas con el objetivo encubierto de atacar a James. Indudablemente, Freud cumplió ese papel maravillosamente con sus declaraciones al Boston Evening Transcript. Pero el cálculo anti-James de Hall dejaría un resto inesperado. Hubo un elemento extraño que se agregó a la trama y que acabó alentando al más espectacular de los intentos de cotejar o verificar un psicoanálisis. Un elemento que provoca asimismo la alquimia de alinear a Ferenczi del lado de James. Ese resto traerá consigo tantas repercusiones inmediatas en el movimiento analítico, que merece decirse que el viaje americano de Freud no llevó únicamente la peste del psicoanálisis a los nativos, sino que además cargo de regreso a Europa con otra peste en la valija. Una peste que los tres viajeros creían conocer y mantener a raya, solo que no resultaron inmunes a la cepa americana: la de la peste de la telepatía y del espiritismo trasmitida por la inteligente fascinación que James exhibía por ellas. La noche del 2 de diciembre de 1910, a un año de la vuelta a Hungria, Ferenczi se sentía irritado y aturdido. Habla enviado, hacia ya diez días, una de sus cartas más importantes a Freud, con el que mantenía un intercambio de dos mensajes semanales, y no había recibido todavía respuesta. O peor, solamente una respuesta incómoda y evasiva que no aludía para nada a lo que él le había anunciado ruidosamente: “Estimado Profesor: Interesantes noticias en la historia de la transferencia. ¡Imagínese, yo soy un gran adivino, es decir un lector de pensamientos! Leo los pensamientos de mis pacientes (99)” Ferenczi se vuelve, entonces, hacia su escritorio y le escribe: “Indudablemente el mal humor de su última carta me ha infectado. Quizá, como en ese caso del ruso Naum Kotik, la “emanación psicofísica” se entrometió en su papel y me infectó (100)”. Freud responde al día siguiente colocándolo en cuarentena: “Quisiera pedirle que continúe investigando en secreto a lo largo a lo de dos años enteros sin decir nada hasta 1913, en ese momento, no le quepa duda, podrá publicar lo suyo abiertamente y a la vista de todos en el Jahrbuch (101)”. En 1913, un episodio absolutamente menor ocurrido en la Sociedad Psicoanalítica de Viena (invitan a un telépata y resulta ser un fraude) volverá a alargar indefinidamente los plazos (102)) Sabemos que cuando James descubría un fraude en cuestiones espirituales, él lo disculpaba recordando su anécdota como ayudante de fisiología con el corazón de la rana; Freud, en cambio, era mas afín a la posición desconfiada de Stanley may (103). Para Freud la lectura o transferencia de ideas nunca dejarán de ser una cuestión puramente especulativa; la dejara entrar varias veces en salón de juegos, pero nunca al consultorio. A los ojos de James, Stanley Hall era uno de esos autores que participaban de la moda de subordinar las experiencias religiosas -entre las que James incluía los trances espiritistas- a la sexualidad. No se equivocaba. Para animar el primer día de estadía de los viajeros en su casa de Worcester, Hall organizó un ateneo privado para refutar los poderes de una médium. Pocos meses atrás, se había acercado a su despacho una jovencita declarando que quería ver al profesor para que midiera sus facultades extrasensoriales. Aplicándose a los rigores del experimentalismo, al término de los exámenes, Hall y sus colaboradores quedaron convencidos de la presencia del sexo detrás de todo eso. En septiembre, se hicieron los arreglos para que la muchacha regresara en presencia de Freud y su comitiva, de los qua se obtuvo rápidamente el esperado aval acerca de la etiología sexual y no extrasensorial de sus manifestaciones (104). James, por su parte, no llego de visita a Worcester con las manos vacías. En medio de los saludos, le entrega a Hall un informe de más de cien paginas recién publicado, el “Report on Mrs, Piper’s Hodgson-Control” acerca de las revelaciones del espíritu del finado señor Hodgson a través de la médium Leonore Piper. No era un caso cualquiera; se trataba del conocido Richard Hodgson, que durante su gestión como secretario de la American Society for Psychical Research [Sociedad Norteamericana de Investigaciones Parapsicológicas] les había prometido a sus colegas, entre los que se encontraban James y Hall, la cortesía de visitarlos desde el más allá si su muerte se anticipaba a la de el los. La desgracia ocurrió y la señora Piper comenzó a sentir señales de su presencia una semana mas tarde. ¿Fraude o verdad? Al cabo de una meticulosa transcripción-discusión de once ejemplos, seleccionados de sesenta y nueve sesiones, James se inclina por creer: “En lo personal, debo decir que tomando el caso aisladamente y considerando solamente las sesiones que presencia, no hay pruebas contundentes de la presencia de una “voluntad de comunicar” [will to communicate] detrás de las manifestaciones que la médium pareció recibir de Hodgson; sin embargo, el efecto dramático global que el conjunto de fenómenos similares tiene en mi mente es el de hacerme creer que una voluntad de comunicación está de alguna manera allí. No puedo demostrarlo, pero en los hechos estoy inclinado a <<ir>> por eso, a apostar por eso y a asumir los riesgos (105)”. La respuesta pública de Hall no se hizo esperar, apareció en octubre del año siguiente; lamentablemente James no alcanzó a Ieerla, la muerte interrumpió la discusión. El informe critico de Hall es llamativo, luego de difíciles negociaciones había conseguido que la señora Piper le concediera seis sesiones (a veinte dólares por sesión: a Hall le encantaba revelar estos detalles contables), en las que, ayudado por Amy E. Tanner, se dedicó a aplicar ingeniosamente la maquinaria analítica como dispositivo de cotejo: Tanner y Hall habían usado <<el test Jung-Freud>> de asociación de palabras como una herramienta principal de su metodología (...) con el propósito de determinar hasta qué punto el estado de posesión revelaba algo realmente diferente a la personalidad primaria de la médium. En un apéndice reproducen la lista de palabras y respuestas (...). Las asociaciones sexuales eran prácticamente idénticas no importa si la señora Piper se encontraba en estado normal o de trance (106). Luego, o bien el pobre Richard Hodgson sufría los mismos complejos que la señora Piper, lo que parecía muy raro o, como concluyeron los autores, en Leonore Piper sólo habitaba Leonore Piper. El efecto que la escena parapsicológica norteamericana tuvo sobre Freud, Jung y Ferenczi no fue, sin embargo, ni el de la repulsa que había generado en Jones ni el de la sonrisa de superioridad que Hall tenía pronosticada en ellos. De regreso a Europa, Freud no insistirá en sumar la transmisión de pensamientos como otra perla del collar del sentido sexual, algo que ya había hecho en 1906 en su libro sobre “La Gradiva” de Hensen. Jung, bien se sabe, tampoco corrió a perfeccionar su test para convertirse en el campeón de los cazafantasmas. Y Ferenczi, campeón del psicoanálisis contra las sombras oscurantistas, festeja el primer aniversario de la expedición americana anunciando por carta a Freud que posee poderes extraordinarios para capturar el alma del paciente casi sin hacerle abrir la boca. La suerte que corrió la aventura espiritista y telepática entre los analistas se encuentra contada con notable rigor documental en el tercer tomo de la biografía de Freud de Jones, por mucho que Balint insista con que se trata de una leyenda infame. Quizá sea otro ejemplo de buena lectura alentada por el odio. Se especula con que a Jones le disgustó encontrar en la correspondencia de Ferenczi (su analista), comentarios poco agradables acerca de su persona; a lo que habría que sumar otras molestias, como la de la circular de noviembre de 1923 en que Ferenczi se quejaba al Comité Secreto de que Jones había publicado un artículo sobre autosugestión sin citarlo. Jones se defenderá ardorosamente de esa acusación de plagio: él introdujo a Ferenczi a la lengua inglesa, al mandó con anticipación ese articulo al examen del Comité antes de publicarlo, etc. En enero las aguas se calman; para satisfacción de Ferenczi, una revista estadounidense publica un artículo sobre el asunto otorgándole los créditos de la prioridad (107) Nada seria más lejano a los hechos que sugerir que, antes del viaje a los Estados Unidos, ellos ignoraban el vasto temario de la transmisión de pensamientos. La tesis doctoral de Jung, defendida en 1902, se titulaba “De la psicología y de la patología de los llamados fenómenos ocultos”, y estaba centrada en las experiencias mediúnicas y el don de voces de cierta señorita S.W., que resultaba ser prima suya (108) En 1899, luego de practicar un ejercicio de escritura automática, Ferenczi obedece el mandato de redactar y publicar en un periódico medico de Budapest el artículo “Sobre el espiritismo”, donde apuesta a que: “Es bien posible que la mayor parte de los fenómenos espiritistas se expliquen por un clivaje, simple o múltiple, en el funcionamiento mental”. Freud mismo había tenido curiosidad por el tema. Sin embargo, en vísperas del viaje, Jung no estaba particularmente ocupado en el asunto; sabemos que en 1908, Ferenczi lee displicentemente un numero de la colección alemana Cucstiones en la frontera de la vida mental y nerviosa, del ruso Naum Kotik: “La emanación de la energía psicofísica: Una investigación experimental en transferencia directa de pensamiento en conexión con la radioactividad del cerebro”; y en las actas de la reunión del miércoles 4 de marzo de 1908 de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, encontramos a Freud y a su circulo haciendo ironías a propósito de un caso de premonición y telepatía que Adler les acerca sonriendo (109). De vuelta a Europa todo cambia. El rumbo de Jung se conoce ampliamente; en cuanto a Freud y Ferenczi, hacen juntos escala en Berlín para visitar a la señora Seider, dando lugar a largas cartas en que intercambian sus animadas opiniones. Ferenczi queda convencido de que la Seider adivinó ciertos pensamientos suyos, y con respccto aI rcsto dc sus lecturas mentales, di la favorece con el beneficio de la duda. Si bien no reconoce como propio parte de lo que dijo, concede que puede deberse a que ella extrajo pensamientos reprimidos: “la mayoría de sus afirmaciones a propósito de usted, del profesor Philipp, etc. correspondían a líneas de pensamiento que yo realmente produje, pero también a otros que yo pude haber reprimido. (...) Podrían corresponder a mis ideas de grandeza más inconscientes (110)” Reavivado su vicejo entusiasmo, Ferenczi explora la biblioteca con otra mirada: “En la colección de Lowenfeld hay un volumen de un ruso acerca de clarividencia que trabaja de una manera notablemente semejante a la nuestra con Seider. Leí apresuradamente el pequeño volumen antes de ir a Norteamérica; lo leeré nuevamente (111)”. Freud permanece ambivalente; por ejemplo, en 1911 acepta ser miembro de la Society of Psychical Research (la de Richard Hodgson) para escándalo de Jones (112); pero frente al progreso acelerado que advierte en sus dos compañeros del viaje, retrocede. Un año más tarde, refiriéndose a Jung como a Ferenczi, pronunciará un sorprendente lamento: “El hábito psicoanalítico de sacar conclusiones importantes a partir de pequeños signos, es difícil de superar (113)”. En cuanto a lo que nos importa, eso que en sus cartas denominan “transferencia de pensamientos” pasará por diferentes caracterizaciones antes de llegar a pensarse como una vía de escudriñamiento colosal, superior al test de Jung para acorralar al neurótico. Primero, de vuelta de la experiencia de Berlín, Freud deduce que sólo podría ser permeable a tales flujos de transferencia ideacional una persona intelectualmente débil (“inactiva que hace imágenes de lo que de otra forma quedarla suprimido por su propia actividad personal (114)”). Meses más tarde, Ferenczi encuentra en un paciente de inteligencia probada que esa permeabilidad, o mejor, que esa aptitud de dejarse penetrar por lo ajeno, se explicarla más acertadamente por una inclinación ala homosexualidad pasiva (“Este masoquismo (posiblemente) le permita percibir impulsos para los demás imperceptibles (115)”) El siguiente y último paso, que Ferenczi dará en solitario, corona la adivinanza de inconsciente a inconsciente prescindiendo de La pasividad mental o anal: las debilidades se transmutan, entonces, en poder y llega el conocido anuncio: Estimado Profesor: Interesantes noticias en la historia de la transferencia. ¡Imagínese, yo soy un gran adivino, es decir un lector de pensamientos! Leo los pensamientos de mis pacientes (a través de mis asociaciones libres). La metodología futura del psicoanálisis deberá hacer uso de esto. Después de unos poco ensayos con Frau G. —que fueron absolutamente estimulantes— hoy me aventuré con mi paciente homosexual. Un éxito completo. Hice cuatro experimentos. El tenía que pensar en gente que yo desconozco (...) Este método será apropiado para atrapar los complejos más activos de un paciente. Puede ser afinado aun más! Cuando vaya a Viena, me introduciré como “el astrólogo de la corte del psicoanálisis”. William James también tenia la voluntad de creer en poderes supranormales que darían acceso a soluciones más altas (“No creo que nuestra experiencia humana sea la más alta forma de experiencia (...) Más bien estamos en la misma relación con la totalidad del Universo que nuestros perros y gatos lo están con la totalidad de la vida humana, andando por nuestros recibidores y bibliotecas (116)”; sin embargo, nunca había gozado de la gracia de experimentarlos y solo los presentía en las experiencias religiosas ajenas. Ferenczi, mas contundentemente, testimoniaba en primera persona la posibilidad de cruzar la raya. Más hercúleo todavía que ese analista con Yo certificado, que Lacan denunciaba en la posición de Kris, el analista de la transferencia telepática podía tomar atajos para ganarle en la carrera a las derivas de la asociación libre del analizante y podía romper los remolinos de las resistencias. Aunque mantuviera sesiones de cincuenta minutos dominadas por el sentido común, se nota igualmente en Kris cierta impaciencia ferencziana cuando corta la rumiación del obsesivo o el hambre del anoréxico poniendo las cosas en su lugar. La Realidad entra a su consultorio algo apresuradamente de la mano de la presunta objetividad del Yo maduro del analista. Espiar los secretos del Ello, objetar el Yo, apaciguar el Superyó, desenterrar el trauma, apresar el complejo, son algunos de los nombres de las intervenciones analíticas que han sabido convertirse eventualmente en procedimientos totalitarios. Elevadas a superpoderes, acechan al analista murmurándole cómo enseñorearse del inconsciente. En psicoanálisis hay tantos modos de saber demasiado, como de no saber lo suficiente. Y su historia los va recorriendo todos. El escritorio del analista sufre de imprudencias y enigmas semejantes. Por ejemplo las de cómo leer a Jacques Lacan, en la medida en que hay extensos y desconcertantes fragmentos suyos que pueden obedecer a la siguiente formula que él mismo declaró: “Obviamente, el carácter sofistico de este pequeño juego de prestidigitación no se me escapa. Traten de comprender sin embargo, la verdad que oculta, al igual que todo sofisma (117)”. Como hemos visto, no tiene caso avanzar sobre exposiciones semejantes practicando un cotejo sencillo. Hacerlo solamente lleva ala comprobación tautológica de que allí—en ese sofisma declarado— hay efectivamente un juego de prestidigitación sofística. W. Auden decía que: “Un mal lectores como un mal traductor: interpreta literalmente cuando debería parafrasear y adopta la paráfrasis cuando debería interpretar literalmente (118)”. Lo que hace falta para leer a Lacan es otra concepción más aguda de la lectura que la de la filología tradicional. Encontrarla es el desafío del próximo capitulo. NOTAS: 1 LACAN, Jacques [1958/1961] “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 1, p. 232; Escritos V. corr. p. 580. 2 cf. Cuadernos del Colegio Freudiano de publicados entre julio de 1992 y marzo de 1994. Córdoba, nº 1-6, 3 La navaja de Reichenbach hace un corte limpio: “El acto del descubrimiento escapa al análisis lógico; no existen reglas según las cuales pudiera construirse una «máquina descubridora» que asumiera la función creadora del genio. Pero la tarea del lógico no es explicar los descubrimientos; todo lo que puede hacer es analizar la relación que existe entre los hechos dados y una teoría que se presente con la pretensión de que explica estos hechos. En otras palabras, a la lógica sólo le importa el contexto de justificación” (REICHENBACH, Hans [1951], La Filosofía Científica, FCE, reimpr de la 2da cd., México, 1985; p. 240). Lamentablemente tanta claridad no siempre resulta esclarecedora. El psicoanálisis se anima con hechos que deben mucho a recortes conjeturales, y la relación entre esos hechos y la teoría es igualmente inconclusa. 4 LACAN, Jacques [29-X-1974], Conferencia de prensa del Dr. Lacan, incluido en Actas de la Escuela Freudiana de París, Petrel, Barcelona 1980; p. 25. 5 MILNER, Jean-Claude [1995], La obra clara: Lacan, la ciencia, la filosofía, Manantial, Buenos Aires 1996; pp. 23-24. 6 LACAN, Jacques [1956], “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, en Escritos 2, pp. 152-153; Escritos y. corr. pp. 374-75, Siglo XXI. 7 Cf. KRIS, Ernst [1948], “Ego Psychology and Interpretation in Psychoanalytic Therapy”, Psychoanalytic Quarterly, 1951, y. 20, nº 1, pp. 15-30, que dio lugar a tres traducciones al castellano. La de 1977, de Gustavo Dessal, para la serie “Referencias” de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, fichas nº 1-2, pp. 9-22; la de 1986, de Vicente Palomera, para la serie “Textos de Referencia” de la Asociación de Psicoanálisis Biblioteca Freudiana de Barcelona; y la de 199], de Adela Leibovich de Duarte, en rev. Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, nº 17, 1991, Buenos Aires, pp. 29-45. Tomará las citas de Kris de esta última versión porque estimo que acabará siendo la mejor difundida al no pesarle las restricciones de publicación reservada a circulación interna de las anteriores. 8 KRIS, Ernst , p. 34. 9 La toma de partido de Kris por Anna Freud era un hecho público, muy visible en “La psicología del Yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica” al comenzar su sección clínica citando un trabajo de Anna como lugar autorizado. Se trató de una alianza temprana que la partida de Kris a Nueva York no interrumpirá. El continuará participando a distancia de las llamadas Grandes Confrontaciones contra el kleinismo: “En otoño de 1945, [Anna Freud] había estado reuniéndose regularmente con sus discípulos más íntimas para analizar la situación. A Ernst Kris se lo incluyó por correspondencia en estas conversaciones porque él esperaba regresar pronto a Inglaterra con su familia para trabajar con Anna y terminar el psicoanálisis que había empezado con ella en 1938” (Cf. YOUNG-BRUEHL, Elisabeth Anna Freud, Emecé, Buenos Aires, 1991; p. 243); llegando a cumplir un destacado papel como estratega remoto. Anna responderá a una de sus cartas: “Usted sabe lo que invariablemente sien te uno cuando tiene la impresión de que alguien ha dicho o escrito algo sumamente valioso e inteligente: que eso es exactamente lo que uno piensa, y que por una u otra razón nunca le llevo el momento de ponerlo por escrito, Eso mismo siento yo en este caso. Lo que usted escribió es exactamente lo que me da vueltas por la cabeza desde hace uno o dos anos" (Ib., p. 244). En febrero de 1946, ella escribirá en su carpeta de sueños: tengo un bebe... como el de la mujer de Kris (lb.; p. 256). En 1949, Kris organizará el viaje de Anna a los Estados Unidos, donde había sido invitada por la Universidad de Clark, como cuarenta anos atrás lo había sido su padre (íb.; p. 306-10) 10 GROSSKURTH, Phyllis [1986], Melanie Klein: Su mundo y su obra, Paidós, Buenos Aires, 1990; p. 247. “Su esposo, Walter Schmideberg, sumaria su voz en 1942: «Cuando llegué a este país (...) encontré ideas de Freud, Ferenczi, Abraham y otros bajo nuevos nombres. Incluso el “pene escondido (de Boehm” (así solíamos llamar [en Viena] a la fantasía del pene del padre escondido en la madre) se hallaba --honi soit que mal y pense-- en el equipaje de la señora Klein»” (íb., p. 311). Las iras de Melitta apuntaban preferente aunque no solamente a su madre. La misma Melanie Klein especulaba en una carta en 1942: “Otra de sus víctimas fue Anna Freud en el Congreso de Lucerna, en el verano de 1935, y estoy segura de que Anna Freud se acuerda muy bien de esa exposición; este es, por cierto, un plinto que puede mencionarse... [lo que] no debe ser mencionado, ni si quiera sugerido por ninguno de nosotros, a saber, la enfermedad de Melitta. Estoy convencida, por verdadero que ello resulte, que si se menciona se empleará contra nosotros” (íb., p. 315). 11 KRIS, Ernst [1948], p. 41 nota L. 12 Cf. Schmideberg, Melitta [1934], “Inhibición intelectual y perturbaciones en el comer” (“lntelektuclle Memmung und Ess-störung” en el Zeitschrift für psa Pädagogik VIII- 1934; luego en International Journal of Psychanalysis 1938) trad. Gustavo Dessal, para la serie “Referencias” de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1977, pp. 3-8. Citado por Kris, E. [1948], p. 36. 13 KRIS, Ernst [1948], p. 35. 14 LACAN, Jacques [1958-1961] “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 1, pp. 231; Escritos V. corr. pp. 579, siglo XXI. 15 Sus conocidos intentos de articular arte con psicoanálisis, son tributarios del mismo argumento: asimila el estado de buena salud a la capacidad de hacer obra y la caída neurótica (y tanto más la psicótica) a la sequedad de inspiración: “El artista progresa mediante el ensayo y el error; aprende y sus modos de expresión cambian, o su estilo se transforma. El artista psicótico… no busca un público y sus modos de expresión permanecen inmutables en cuanto el proceso psicótico ha alcanzado cierta intensidad. Por motivos que no se analizarán aquí, la búsqueda del genio en el insano ha llegado a ser tina moda. Pero la experiencia clínica demuestra que el arte como fenómeno estético --y por ende social-- está relacionado con la integridad del yo. Aunque hay muchas transiciones, los extremos son claros”. Cf. Kris, Ernst [1952], El arte del insano, Paidós, Buenos Aires, 1964; p. 139. 16 GROSSKURTH, Phyllis [1986], p. 371. 17 RITVO Samuel y RITVO, Lucille, “Ernst Kris (1900-1957)”, incluido en EKSTEIN y otros, Historia del psicoanálisis, y. 6, Paidós, Buenos Aires, 1968; pp. 122 y 127. 18 En “Consideraciones sobre la anorexia mental: «El hombre de los sesos frescos»”, rev. El Analiticón, nº 1, 1986, Barcelona, p. 70, Vicente Palomera observa que: “En definitiva, su interpretación es tributaria de la introducción del superyó en la teoría y se basa en la simple idea de que a un superyó cruel mayor inhibición intelectual”. Creo que, al respecto, merece especial interés un artículo de M. Klcin de 1927: “Tendencias criminales en niños normales” (incluido en Obras (‘ompletas, t. 1: “Amor, culpa y reparación”, Paidós, Buenos Aires, 1990: pp. 178-192) con su notable conclusión: “encontré que la disposición criminal no se debía a un su peryó menos severo sino a un superyó que actúa en otra dirección. Son justamente la angustia y el sentimiento de culpa los que conducen al criminal a sus actos delictivos (…) no es la falta de superyó sino un desarrollo diferente del superyó --probablemente la fijación del superyó en un estadio muy temprano- lo que resultará el factor principal” (pp. 191-92). 19 LACAN, Jacques [1958/1961], “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 1, p. 231; Escritos y. corr. p. 579, siglo xxi. 20 En la página siguiente de “La dirección de la cura”, en medio de un alzado diálogo imaginario contra Kris, llega incluso a defender a Schmídeberg abiertamente: “Habla usted de Melitta Schmideberg como si hubiese confúndido la delincuencia con el Ello. Yo no estoy tan seguro y, si he de referirme al artículo donde cita ese caso, la formulación de su título me sugiere una metáfora.” (p. 580). Pero en “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud” había sostenido que: “El analista (la analista) que le hizo su primer tratamiento tenía bastante razón cuando le decía aproximadamente «quien ha robado robará», puesto que también en su pubertad birlaba de buen talante libros y golosinas.” (p. 378) y que: “este análisis [de Kris]… no me parece muy diferenciado de lo que se reporta del modo de abordamiento que habría seguido la primera analista” (p. 380). 21 Cf. LACAN, Jacques [1965-66], EL. SEMINARIO 13: El objeto del psicoanálisis, inédito; clases del 11 y el 25-v-1966. 22 LACAN, Jacques [1962-63], El. SEMINARIO 10: La angustia, inédito; clase del 6-XII- 1963. 23 Cf LACAN, Jacques [1961-62], EL SEMINARIO 9: La identificación, inédito; clase del 6-XII- 1961. 24 Para continuar con los museos véase, a propósito de su tercer viaje a los Estados Unidos: ROUDINESCO, Elisabeth [1993], p. 548; y de su viaje a Estocolmo: PERRIER, François [1985], Viajes extraordinarios por Translacania, Gedisa, Buenos Aires, 1986, p. 46. 25 LORD, James, a Memoir, Weidenfeld & Nicolson, London 1993; p. 204. 26 Declaración recogida en: ROUDINESCO, Élisabeth [1993], pp. 51516. A la que Roudinesco prolonga con el siguiente catálogo: “Entre las innumerables maravillas que escondía aquella gran cueva de Alí Babá, citemos desordenadamente una biblioteca de 5. 147 volúmenes, cuadros de Masson, Renoir, Balthus, Derain, Monet y Giacometti, dibujos de Picasso, estatuillas alejandrinas y grecolatinas, esculturas de marfil, terracotas eróticas, jarrones pintados, cerámicas nazca, muñecas kachina de los indios Pueblo, una edición original de la Enciclopedia de Diderot, etc.”. 27 KRIS, Ernst [1948], p.36. 28 LACAN, Jacques [1953-54] EL SEMINARIO 1: Los escritos técnicos de Freud, ed. Paidós, Barcelona, 1981; p. 100. 29 LEIBOVICH de DUARTE, Adela, “Crónica de una distorsión en Psicoanálisis”, rev Asoc. Esc. Arg. de Psicoter. para Graduados, nº 17, 1991, Buenos Aires p. 50. 30 Cf.BARTHES, Roland [1968] “El efecto de realidad” AA.vv., Lo verosimil, Tiempo contemporáneo, Buenos Aires, 1970: “La literatura realista es, sin duda, narrativa, pero lo es porque el realismo es en ella sólo parcelario, errático, confinado a los «detalles» y porque el relato más realista que se pueda imaginar se desarrolla según vías irrealistas. Aquí reside lo que se podría llamar la ilusión referencial” (p. 100). 31 “En el escrito llamado “De una cuestión preliminar”, Lacan cita (o, en otros casos, menciona sin abundar en precisiones) alrededor de cincuenta veces Memorias de un enfermo nervioso de Daniel Paul Schreber [e] incurre en una serie de incorrecciones más o menos curiosas. Y esto, en principio, porque Lacan critica los errores de la lectura y traducción de Macalpine y Hunter. Sería deseable, entonces, que el crítico no cayera en la misma tentación que descubre. Sin embargo --y, tal vez, histeria mediante como anotaría Freud--, Lacan comete los mismos errores: cita y traduce mal, inventa e incluso fábula un poco”. Cf. FAIG, Carlos, “Schreber de memoria”, en Refutaciones en Psicoanálisis, Alfasi, Buenos Aires, 1989: p. 47. 32 LEIBOVICH de DUARTE, Adela, op. cit.; p. 56. 33 Ib; p. 49. 34 Ib., p. 52. 35 20. Ornicar?, revue du Champ freudien, nº 46, jul.- sept. 1988, pp.5- 36 V. supra nota 14. 37 KRIS, Ernst [1948], p. 35. 38 lb., p. 36. 39 En los dos siguiente párrafos todo es claridad: “...el punto crucial era la «exploración de la superficie». El problema era, entonces, establecer cómo aparecía la sensación: «Estoy en peligro de plagiar». (...) La comparación entre la productividad propia del paciente y la de los otros tuvo que establecerse detalladamente; después se pudo aclarar el papel que tales comparaciones habían desempeñado en su desarrollo temprano. Finalmente se pudo analizar la distorsión de atribuirle a otros sus propias ideas y se logró que el mecanismo de «dar y tomar» se hiciera consciente”. 40 Aunque no siempre lo aplico metódicamente, Freud solfa diferenciar las acciones o acto sintomáticos [Symptomhandulug] de los actor fallidos [Fehlleistung]: los primeros son pequeñas acciones de mascara inocente en las que no se comete, como los segundos, error alguno pero que sí implican, como aquellos, un sentido inconsciente. 41 LACAN, Jacques [1958-1961] “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 1, p. 232; Escritos V. corr. p. 580, siglo XXI. 42 LACAN, Jacques [1966-67], EL SEMINARIO 14: La lógica del fantasma, inédito; clase del 8-III-1967. 43 LAURENT, Eric, Concepciones de la cura en psicoanálisis, Manantial, Buenos Aires, 1984; p. 24. Citado en LEIBOVICH DE DUARTE, Adela, op. cit., p. 55. 44 “¿En qué consiste la pretendida interpretación en la superficie que nos propone Kris? Probablemente en esto: Kris se interesa efectivamente en lo que ha sucedido y en lo que hay en ese artículo. Examinándolo más de cerca, se da cuenta que para nada contiene lo esencial de las tesis elaboradas por el sujeto “. Cf. LACAN, Jacques [1953-54] EL SEMINARIO 1: Los escritos técnicos de Freud, cd. Paidós, Barcelona, 1981; p. 99. 45 lb.; p. 100. 46 Loc. cit. 47 Ib., pp. 100-01. 48 Cf. ROUDINESCO, Élisabeth [1993], p. 333. A propósito de Lacantraductor, véase también: rey. Redes de la letra nº 4, “Logos: Políticas de transmisión del psicoanálisis”, Koop, Guillermo et al., Buenos Aires, junio 1995. 49 LACAN, Jacques [1955-56], EL SEMINARIO 3: Las psicosis, cd. Paidós, Barcelona, 1984; pp. 116-17. 50 LACAN, Jacques [1956] “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, en Escritos 2, p. 155; Escritos V corr. p. 378, ed. siglo XXI. 51 LAPLANCHE, J. y PONTALIS, .J-B [1968], Diccionario de Psicoanálisis, Labor, Barcelona, 1971; p. 6-7. 52 ROUDINESCO, Elisabeth Y PLON, Michel [1997], Diccionario de psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1998; p. 22. 53 “Es muy indeseable para nosotros que el paciente, fuera de la transferencia, actúe [agiert] en lugar de recordar; la conducta ideal para nuestros fines seria que fuera del tratamiento el se comportara de la manera más normal posible y exteriorizara sus reacciones anormales .solo dentro de la transferencia.” FREUD, Sigmund [1939], Esquema del psicoanálisis, en Obras Completas t. XXIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1980; pp. 177-78. 54 LACAN, Jacques [1956], op. Cit., p. 377. 55 JAMES, William [1909], Essays in Psychical Research, en The Works of William James, Harvard University Press, Cambrigde, 1986; pp. 36465. 56 La indicación expresa se encuentra en la clase del 20 de enero de 1954, es decir, tres semanas antes de la primera mención de todo este asunto: “En el Psychanalytic Quaterly de 1951, encontrarán tres artículos de Loewenstein, Kris y Hartmann sobre este tema que merecen ser leídos. No podemos decir que lleguen a una formulación totalmente satisfactoria, pero investigan en este sentido y plantean principios teóricos que implican aplicaciones técnicas muy importantes que, según ellos, no se habían percibido. Es muy interesante seguir este trabajo que se elabora a través de artículos que vemos sucederse desde hace algunos años, especialmente desde el fin de la guerra. Creo que en ellos se evidencia un fracaso muy significativo, que debe sernos instructivo” (LACAN, Jacques [1953-54], EL SEMINARIO 1; pp. 45-46). 57 LACAN, Jaques [1956], op. Cit., p. 381 58 Según REY, Alain et CHANTREAU, Sophie, Dictionnaire des Expressions et Locutions, Le Robert, Paris, 1989; p. 858: “La montagne est accouchée d’une souris” es una expresión empleada y difundida por La Fontaine, derivada de la locución más abstracta “de grand dessein une sonris” [de un gran proyecto, un ratón]. 59 Se encontrará un extenso comentario a propósito de esa oscura nota en mi libro El idioma de los lacanianos, pp. 84-87. 60 LACAN, Jacques [1956], “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite”; p. 382. Es versión corregida: el traductor de los Escritos, olvidándose de la anatomía, convierte la membrana de la pie-mère en una devota pía madre. 61 LACAN, Jacques [1958-1961] “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 1, p. 231; Escritos V. corr., p. 579, cd. siglo XXI. 62 Ib, p. 233/p.581. 63 lb., pp. 231-32 / p. 580. 64 ABRAHAM, Karl [1925], “A Short Study of the Development of the Libido, viewed in the light of mental disorders”, incluido en Selected Papers of Karl Abraham [1907-1925], The Hogarth Press, London, 1948; p. 438. 65 Tomo prestada la comparación con la película de Spilberg de un capítulo de Renato Mezán a propósito del estilo de los historiales kleinianos: “<<El empieza a tomar una bebida con una pajita y he Iooks (...) every bit a baby [parece enteramente un bebé]»: esta es una frase característicamente kleiniana. Más abajo, en otra sesión, dirá: «evrery inch a schoolboy [a cabo a rabo un escolar]». Las cosas son siempre descritas con superlativos, adquieren el mismo grado de intensidad que la teoría atribuye a los acontecimientos internos. Es la forma kleiniana de presentar el mundo psíquico (...) El mundo kleiniano es siempre Jurassic Park.” MEZAN, Renato, Escrever a Clínica, Casa do Psicólogo, São Pablo, 1998; p. 323. 66 SCHMIDEBERG, Melitta [1934], “The play analysis of a three-yearold girl”, Int. J. Psycho-Anal. 15, pp. 245-64. Citado en HINSHELWOOD, R.D. [1989], Diccionario del pensamiento kleiniano, Amorrortu, Buenos Aires, 1992; p. 135. 67 Cf. KRIS, Ernst [1948], op. cit., p. 31. 68 SCHMIDEBERG, Melitta [1934], “inhibición intelectual y perturbaciones en el comer”, incluida en serie “Referencias” de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1977; p. 8. 69 LEIBOVICH de DUARTE, Adela, op. Cit.; p. 51. 70 LACAN, Jaeques [1958-1961], “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 1, pp. 232; Escritos V. corr. p. 580, siglo XXI. 71 Cit. en ROSENZWEIG, Saul, Freud, Jung and Hall the King-maker: The Expedition to America 1909, Hogrefe & Huber, Seattle, 1992; p. 174. 72 “James era un activo promotor de esas aplicaciones no médicas de la psicoterapia. Había firmado una petición oponiéndose a un proyecto de ley de la legislatura de Massachusetts para limitar la práctica de la medicina a individuos con título”, Ib., p. 313. 73 De la carta de Jones a Freud del 10-XII- 1908: “Estoy muy pendiente de que nuestro movimiento se mantenga dentro de un cauce estrictamente científico, de esta manera acrecentará su “respetabilidad” y capacidad de ser escuchado. Siempre me mantendré lejos de todos esos charlatanes de la Christian Science y del movimiento de la Emmanuel Church; es prácticamente imposible convertir estos fanáticos religiosos.” (FREUD, Sigmund and JONES, Ernest, The Complete Correspondence of Sigmund Freud and Ernest Jones, (1908-1939), Harvard Univ. Press, Cambridge, Massachusetts, 1995, p. 10). De la carta de Freud a Jones del 1-vi- 1909: “Permítame que lo corrija lo antes posible acerca de Pfister. El no tiene nada que ver con el emanuelismo ni cosa que se le parezca; lo conozco personalmente, luego de una visita que me hizo el mes pasado. Es un científico de una intachable honestidad, sumamente amable, además de encantador y muy modesto.” (lb., p. 25). 74 JAMES, William [1902], Las variedades de la experiencia religiosa, Península, Barcelona, 1986; pp. 18-19. 75 “En mi opinión, la corriente más importante e interesante, religiosamente hablando, que viene imponiéndose es la extendida hace poco por Norteamérica --y cada día parece más fuerte--, que denominare <<Movimiento de curación mental» (mind-cure). Existen diversas sectas de este <<Nuevo Pensamiento>> --otro de Los nombres que se aplica-- (...). Una de sus fuentes doctrinales son Los Cuatro Evangelios, otra el transcendentalismo de Nueva Inglaterra o emersonianismo, otra el idealismo de Berkeley, otra el espiritismo, con sus mensajes de «ley», <<progreso>> y «desarrollo>>; otra el evolucionismo optimista de la ciencia popular, y finalmente el hinduismo" (Ib., p. 80). 76 Ib., p. 81. 77 “Un filosofo norteamericano de eminente originalidad, Charles Peirce, ha hecho un gran servicio al pensamiento ... [al formular] el principio del pragmatismo, que lo define como sigue: « El pensamiento en movimiento tiene, como único objetivo el logro de la creencia, o del pensamiento en reposo. Solo cuando nuestro pensamiento ha encontrado su reposo en la creencia, nuestra acción puede ser firme y segura. En resumen, las creencias son reglas para la acción y la función entera del pensamiento solo es un elemento en la producción de hábitos activos. Si hubiera alguna fracción de un pensamiento que no produjera ninguna diferencia en las consecuencias practicas del pensamiento mismo, entonces esta fracción no sería un elemento propio del significado del pensamiento. Para desarrollar el significado de un pensamiento, por consiguiente, hemos de determinar que conducta puede producir; esta conducta es para nosotros su único significado»” (Ib., pp. 332-33). 78 lb., p.82. 79 Ib., p. 81 80 lb., p. 100. 81 Loc. cit. 82 lb., p. 81 83 “En los extraordinarios experimentos de Binet, Janet, Breuer, Freud, Mason, Prince y otros sobre la consciencia subliminar de los pacientes histéricos, se han revelado sistemas completos de vida subterránea en la forma de recuerdos dolorosos, (...) alterad o eliminad por sugestión estos recuerdos subconscientes, y el paciente sanará inmediatamente. Estos historiales clínicos parecen cuentos de hadas la primera vez que los leemos, a pesar de que es imposible dudar de su exactitud” (íb., p.l8l). 84 V. gr. la carta que le envía a Freud el 16-II-1911: “Estimado profesor: En la conferencia que di en la Asociación Médica, emplee la táctica de limitarme a exponer la diferencia metodológica entre sugestión y psicoanálisis” (FREUD, Sigmund AND FERENCZI, Sándor, The Correspondence of Sigmund Freud and Sándor Ferenczi, Vol.1 (19141919), Harvard Univ. Press, Cambridge, Massachusetts, 1996; p. 255). 85 Carta del 2-I-1910, íb., p. 120. 86 Carta del 7-II-1912: “Su afirmación a cerca de la sugestión y el análisis será empleada contra nosotros por nuestros adversarios. «Entonces, es sugestión, después de todo.», dirán” (íb., p. 342). 87 Carta del 15-III-1910, íb., p. 151. 88 PRÉVOST, Claude M., Janet, Freud et la psychologie clinique, Payot, Paris, 1973; pp. 57-58. Las citas de Janet corresponde a Automatismo psychologique, Alcan, 1889, pp. 436-440. 89 Cf. LACAN, Jacques [1967-68], EL SEMINARIO 15: El acto psicoanalítico, 21-II-68, inédito: “Cuando Freud protesta contra la protesta --porque es exactamente eso lo que hace-- que se levanta a su alrededor el día en que dice que [en “sobre la psicogénesis de un caso de homesexulidad femenina”] que un sueño es mentiroso, el repite en ese momento: si esta gente se escandaliza de esta forma porque el inconsciente puede ser mentiroso, es porque no hay nada que hacer; a pesar de lo que dije sobre el sueño, el los seguirán queriendo mantener el mystique element, a saber que el inconsciente no puede mentir”. 90 FREUD, Sigmund AND FERENCZJ, Sándor, op. cit., p. 503. 91 FERLNCZI, Sándor, “Sugestión y psicoanálisis” en Completas, Espasa-Calpe, t.1 (1908-1912), Madrid, 1981; p. 269. Obras 92 Según Ferenczi, la sugestión no solo era de una eficacia nula o pasajera, sino que traía corno efecto secundario un aumento de la religiosidad y de la credulidad por la magia: “…hay que saber que la hipnosis o (a sugestión fijan de alguna forma el estrechamiento del campo de la consciencia, (...) quien se abandona totalmente al hipnotizador llegara fácilmente a creer en la Virgen de Lourdes o en la vidente del barrio de 0-Buda de Budapest”. (lb., p. 161). 93 RORTY, Richard [1958], “Sobre el etnocentrismo: respuesta a Clifford Geertz”, incluido en Objetividad, relativismo y verdad, Paidós, Buenos Aires, 1996; pp. 283-84. Pero la imagen del bazar kuwaití no es más que una traducción pintoresca del mito fundador norteamericano, tal como lo describe en “Una ética sin obligaciones universales”: “Es lo que los Padres Fundadores de mi país intentaron hacer cuando le pidieron a la gente que se pensara no como cuáqueros de Pennsylvania o católicos de Maryland sino como ciudadanos de una república tolerante, pluralista, federal.” cf. R0RTY, Richard [1994], ¿Esperanza o conocimiento? Una introducción al pragmatismo, FCE, Buenos Aires, 1997; p. 101. 94 JAMES, William [1897], “The Will To Relieve”, incluido en Internet Enciclopedia of Philosophy: http://www.utm.edu/research/iep/text/james/ will/will.htm (acceso 20 de Julio de 1996). 95 JAMES, William [1902], p. 86. De allí el valor terapéutico que le atribuye a la plegaria: “El trato con Dios se establece por medio de la plegaria, la plegaria es la religión en acto; es decir, la plegaria es la religion real”. Ib., p. 347. 96 Cf. punto 9 de “La voluntad de creer”. 97 “La publicación del libro Pragmatismo de James hizo súbitamente famoso Peirce, filósofo bastante olvidado que desde 1887 vivía solitariamente en Milford (Pensilvania), y en efecto, le obligó a aclararse (...) y a formular explícitamente su posición en diversos ensayos y conferencias (...), siempre bajo las muy delicadas circunstancias de su situación personal: por un lado debla sentirse agradecido (...), por otro lado, sin embargo, tampoco podía ser infiel a su propia concepción filosófica general, que le habla llevado par derroteros tan distintos a los de so viejo y siempre solícito amigo W. James. La solución a es/c conflicto la encontrarla Peirce en 1905 al adoptar el nombre de <<pragmaticismo>> para definir su teoría”. Cf. APEL, Karl-Otto [1975], El camino del pensamiento de Charles S. Peirce, Visor, Madrid 1997; p.38. 98 En Las variedades, James anota a propósito de H.H. Goddard de la Universidad de Clark: “Sus tesis sobre <<Los efectos de la mente en el cuerpo según lo evidencian las curaciones de fe>> están publicadas en el American Journal of Psychology en 1899 (vol. X). Este critico, después de estudiar ampliamente los hechos, concluye que los éxitos de la mindcure son posibles pero no se diferencian en nada de los conocidos oficialmente en medicina como curaciones par sugestión. La Ciencia Cristiana, Curación Divino o (a Ciencia Mental no curan, ni pueden hacerlo jamás, par la misma naturaleza de las cosas.” (pp. 82-83, n. 14). En 1894 James y los suyos fundan la Psychological Review, porque la American Journal dirigida por Hall se negaba a publicar parapsicología. 99 Carta del 22-XI-1910. Cf. FREUD, Sigmund and FERENCZI, Sándor [1914-1919], pp. 235-3 6. 100 lb., p. 237. 101 lb., 3-XIII- 1910, p. 240. 102 lb. 23-XI-1913, pp. 436-37. 103 En obvia alusión a los últimos trabajos de James y a las máximas de “La voluntad de creer”, Hall había publicado, en diciembre de 1908, el artículo “Espectros y telepatía” donde reproduce sus conversaciones con un espiritista. Hall denuncia que en la sesión se había realizado un truco empleando un aparatito que conoce bien y vio vender a cinco dólares, pero su interlocutor le replica que el cree profundamente que, aunque el aparatito este allí, en esa oportunidad habían intervenido los espíritus: “El tenía --ironiza Hall--una invencible voluntad de creer [will to belive]. Si el pragmatismo tiene razón: el está en lo correcto y yo soy el equivocado” cf. ROSENZWEIG, Saul [1992], p. 87. 104 El relato del caso, “Una médium en capullo”, se publico en 1918 en la American Journal: “La motivación erótica era obvia y los sabios germanos vieron poco de nuevo como para interesarse en el caso. Y yo quede un poco mortificado de que el motivo largamente oculto se había vuelto tan consciente y confeso. Ellos sospecharon la posibilidad de una demencia precoz incipiente, algo que nos irritaba un poco aceptar”. Cf. ROSENZWEIG, Saul [1992]; p. 104. 105 JAMES, William [1909], Essays in Psychical Research, en The Works of William James, Harvard University Press, Cambrigde, 1986; p.356. 106 ROSENZWEIG, Saul [1992]; pp. 88-89. El test de Jung tuvo un papel importantísimo en los primeros años de la promoción del psicoanálisis. Según Balint, el mismo Ferenczi habla leído a disgusto La interpretación de los sueños y sólo se encarrila hacia el psicoanálisis luego de enterarse del test y entretenerse con las listas y el cronómetro. Cf. JIMÉNEZ AVELLO, José, Para leer a Ferenczi, Biblioteca Nueva, Madrid, 1998; pp. 47-48. 107 Cf. GROSSKURTH, Phyllis, The Secret Ring: Freud’s Inner Circle and the Politics of Psychoanalysis, Addison-Wesley, 1991; pp. 136-37. 108 Cf. MOREAU, Christian [1976], Freud y el ocultismo, Gedisa, Buenos Aires, 1983; p. 54-55. 109 FREUD, Sigmund [1906-08], Las reuniones de los miércoles: Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, tomo 1: 1906-1908, Nueva Visión, Buenos Aires, 1979: pp. 350-51. 110 Carta del 5-x- 1909; FREUD, Sigmund and FERENCZI, Sándor [1914-1919], p. 76. 111 Carta del 20-XI-1909; íb., pp. 104-05. 112 Carta del 17-III-1911: “Me pregunta por la Society of Psychical Research. (...) ¿Aceptó la oferta de convertirse en miembro corresponsal? No me parece que sus investigaciones den mayor sustento al espiritismo, a pesar de las ardientes esperanzas de William James. Pobre James.” FREUD, Sigmund AND JONES, Ernest [1908-1939], pp. 97-98. 113 Carta del 23-I- 1912; FREUD, Sigmund and FERENCZE, Sándor p. 333. 114 “Yo tampoco excluyo que ella pueda, llamémosle, reproducir sus pensamientos (...); puede que sea bastante imbécil o incluso una persona inactiva que hace imágenes de la que de otra forma quedaría suprimido par su propia actividad personal. (...) Coma ye suscribo so interpretación de que ella adivina los pensamientos y probablemente los pensamientos inconscientes del sujeto de (a experiencias, con las correspondientes incomprensiones y mezclas de cierta distorsión en el paso de una psique a la otra.” Carta del Il-x-1909 (lb., p. 80). 115 “Mi homosexual es un masoquista de primera. Este masoquismo (posiblemente) le permita percibir impulsos para los demás imperceptibles. Yo proyecto palabras-estímulo inconscientes, él las introyecta. Actúo coma un hombre, él como una mujer; es, desde luego, un homosexual”. Carta del 17-VIII,-1910 (íb., p. 209). 116 JAMES, William [1907, Pragmatismo, Sarpe-Aguilar, Madrid, 1984; p.235. 117 LACAN, Jacques [1959-60] EL SEMINARIO psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1988; p. 239. 7: La ética del 118 Auden, W.H. [1948], “Ler”, incluido en A mão do artista, Siciliano, São Pablo, 1993; p. 15. 4 En mayo de 1995 fui invitado por Germán García a presentar El idioma de los lacanianos en una reunión del Centro Descartes anunciada como “El estudio de los lenguajes hoy”. El título de la reunión venía al caso porque mi libro formaba parte de la colección del Círculo Buenos Aires para el Estudio de los Lenguajes Contemporáneos (al cual sigo perteneciendo), y porque Mario Carlón y José Luis Fernández, dos semiólogos (de la radio y de las artes visuales respectivamente), estaban también allí invitados como miembros del Círculo y como autores de la misma colección. En lo que me tocaba, la escena de una mesa y un público mixto de analistas y semiólogos era propicia para justificar o refutar la pertinencia analítica y/o semiótica de El idioma de los lacanianos. Siendo los vínculos entre el psicoanálisis y la lingüística o la semiótica una asociación no siempre posible, muchas veces inconveniente y en los últimos años sospechosa, la oportunidad era estimulante. Había detrás una historia. En la Argentina de mediados de los sesenta, la difusión de la semiología (particularmente la francesa) y del psicoanálisis lacaniano había ocurrido casi simultáneamente y, en su primer momento, no solamente coincidieron en varios temas y en el uso de una bibliografía y una terminología afín, sino que compartieron autoridades. Buena parte de los principales protagonistas del lacanismo local ocupaban un lugar en los foros semióticos y viceversa, hasta que, una década más tarde, se produjo un divorcio de mutuo acuerdo entre ambas disciplinas. Por parte de los analistas, la distancia la puso un reflejo de reserva metodológica (separar el campo del psicoanálisis de cualquier metamodelo o pretendida “ciencia piloto”), así como una apuesta de organización institucional (crear una agrupación de analistas alternativa a la red de la International Psychoanalytic Association (IPA), de la que Lacan había sido expulsado y a la que los analistas no-médicos seguían sin poder ingresar). La profesionalización y el triunfo universitario de la semiótica generaron, por su lado, un repliegue paralelo. Entrados los noventa, la lejana aventura de los orígenes compartidos es vista como un pecado de promiscuidad juvenil, y el horror a su condición utópica constituye uno de los primeros lugares comunes enseñados a los nuevos aprendices. Prestándole cada vez menos atención, los lacanianos pasamos a acusar de comunicología a una semiología que se autodefine por su falta de ingenuidad, y los semiólogos a aburrirse del lacanismo por descubrirlo poco advertido de las sutilezas de la enunciación. Lo que sigue no pretendió volver a unir lo que es más racional y estratégico que permanezca separado, sino ser un aviso de que hay al menos una cuestión, la de la lectura, en la que resultaría beneficioso que en las líneas de fronteras lacanianosemióticas pueda establecerse alguna conversación (en el sentido de Grice) y no exclusivamente cabalgatas de gendarmes. La exposición original apareció publicada, bajo el mismo título, en la revista Descartes n º14, dic. 1995, Buenos Aires, pp. 57-69. Lo que sigue es una versión corregida y considerablemente actualizada —para las nuevas páginas mantuve el tono de conferencia y el cálculo de enfrentar un público de analistas y semiólogos. LOS TRES LECTORES DEL PSICOANÁLISIS Pero, ¿quién será el amo? ¿el escritor o el lector? Denis Diderot, Jacques el fatalista. CUANDO SUPE DEL TÍTULO CONVENIDO PARA ESTA REUNIÓN, “EL ESTUDIO de los lenguajes hoy”, me pregunté dónde podía estar la actualidad del abordaje de El idioma de los lacanianos, este libro que acaba de publicarse y que no hace todavía tres meses era una montaña de hojas convertidas en archivos de computadora que no paraba de corregir y rediseñar en un nuevo formato de página. El dilema es que ser actual, pertenecer a la propia época no es una mera cuestión de almanaque y actualización técnica; o al menos debió dejar de serlo desde que, en 1932, Borges sacó “El escritor argentino y la tradición”. Preguntándose acerca de una paradoja semejante, ¿cómo hace un argentino para escribir como un argentino?, Borges responde que la argentinidad no es un atributo provisto por la fatalidad (que se merece por el simple hecho de haber nacido o de vivir aquí); puesto que ser argentino, y tanto más si uno escribe, puede ser una pura afectación. El había alcanzado esta conclusión incómoda retomando los planteos de una conferencia pronunciada cinco años antes, “El idioma de los argentinos”, en la que aseguraba que tener un idioma, una entonación o una voz es mucho menos una cuestión de fatalidad que de esperanza, y que para que las esperanzas se realicen es oportuno hacer propia y perseguir alguna causa. Se trata, como se ve, de la actualización y de la actualidad concebidas como deseo y decisión, y no como un mero acomodamiento al estado de cosas del día de hoy. No alcanza con escribir hoy para decirse actual, con escribir (por ejemplo de psicoanálisis) de cualquier manera y en cualquier dirección para protagonizar el (psicoanálisis) presente. Nada es más sencillo, bajo las exigencias del joven Borges, que convertirse en un anacronismo viviente. A favor de la hipotética actualidad de El idioma de los lacanianos, circunscribiré mi defensa a lo más ostensible, al hecho de que el tema de la lectura sea una de sus entradas temáticas predilectas. Desde la tapa y las primeras páginas es la cuestión que se impone, y estimo que en esta preferencia, así como su forma de abordarla, se reconocerá la influencia de y el compromiso con los estudios contemporáneos del lenguaje, en la medida en que últimamente buena parte de las líneas de investigación semiótica vienen siendo atraídas, como es sabido, por la pregunta acerca del estatuto del lector. También en el psicoanálisis de los últimos tiempos hay una interrogación creciente a propósito de qué se lee en un análisis, de qué se escribe (o se inscribe) en la cura y de cuál es la función del escrito y de lo escrito; sin embargo, sería imprudente exagerar presuntas homologías. Borges hacía bien en desconfiar de la equivalencia de los sinónimos. Hace tiempo que el psicoanálisis y la semiótica dejaron de mantener, si alguna vez realmente los tuvieron, desarrollos simultáneos; de manera que hoy cualquier semejanza debe ser tomada, a prima facie, como un artefacto de la casualidad o, más probablemente, del malentendido. Si es cierto que el psicoanálisis y la semiótica tienen todavía algo que decirse, hay que señalar que sus protagonistas estamos, desde hace 20 años, demasiado separados por la desconfianza o el desaliento como para alcanzar escuchar la otra orilla con nitidez. Que esta noche nos reúna es una dichosa excepción. Pero si es un error alentar falsas sinonimias o imaginarnos tomados de la mano en la ronda de un campo unificado, otro error podría ser el de extremar los reparos de la asepsia. Como analista que ensaya breves paseos por la semiótica, intentaré mostrar — de una manera coincidente pero más formalizada que como figura en mi libro— que hay una zona, la de los mencionados estudios sobre la lectura, de la que se pueden importar algunas ideas que serían pertinentes para discutir y hacer progresar las cuestiones del psicoanálisis y su enseñanza. El tema de la lectura agita, desde no hace tanto, los nombres de Rifaterre (con su concepción de un archilector); de Iser (con su lector implícito, correlato de la concepción de la lectura como operación diferida); de Jauss (con el “horizonte de expectativas” de la estética de la recepción); así como ciertos recorridos de Umberto Eco (desde Obra Abierta, de 1962, hasta Los límites de la interpretación de 1990, pasando por su intento de clausura del Lector Modelo de Lector in fabula de 1979) y del último Roland Barthes; también están la dialéctica de la productividad textual de Julia Kristeva, el lector real de Michel Picard, el autor implicado de Wayne Booth, etcétera. Son desarrollos que, cuando los psicoanalistas hablamos de la lectura, no los tomamos muy en cuenta, ni siquiera para la pelea, aun en aquellos casos en que el texto y el lector de los que hablamos coinciden, en gran medida, con los que ellos toman en su muestra. Admito que, en El idioma de los lacanianos, tampoco yo los nombré en cada oportunidad que se prestaba para hacerlo, aunque varias ideas suyas aparecen en distintos capítulos. Pero no sería una omisión por ingratitud, sino por una cuestión de tono. Sucede que esas ideas se hacen presentes, por lo general, de una manera muy poco académica: a través de personajes. Por una decisión didáctica —o porque no pude evitar que así salieran las cosas—, las hipótesis centrales de estos estudios a propósito de la lectura pasaron al libro personificadas en breves anécdotas. Su ilustración (y su eventual crítica) se realiza a través de pequeños episodios en los que invariablemente algún lector es primera figura. Una vez puede ser un estudiante imaginario de los noventa que hojea displicente, desde la mirada de hoy, la primera introducción a Lacan llegada a Buenos Aires. Otras veces, son personas de carne y hueso, como J. D. Nasio en una historia que podría caratularse como “el seminario robado”. El reparto de personajes incluye desde traductores y editores que se precipitan a corregir a Lacan, hasta analistas que se alejan tercamente o quedan oscilantes entre la emulación y la paráfrasis de su estilo y sus aforismos; sin faltar otros lectores que, a una primera mirada, parecen entrar en escena menos por su condición profesional o su adhesión lacaniana que por su estado civil o su grado de dedicación al estudio. Los autores también pasan por allí, pero ellos también protagonizando el papel de lectores. Reúno, por ejemplo, una cantidad de comentarios de Lacan en los que se despacha acerca de sus títulos, prólogos, contratapas y de la singularidad de su estilo, y lo hago con el cuidado de yuxtaponer observaciones suyas muy iluminadoras con otras que, a mi entender, son bastante menos entusiasmantes, a fin de relativizar (ni consagrar, ni denigrar) la autoridad crítica que el autor tiene sobre su propia obra. Tampoco quedan fuera de este juego (¡Borges diría que es un libro más poblado que una novela rusa!) las lecturas diversas hechas por ese otro personaje, supuestamente unitario, que es el de la ficción de la primera persona. Esta noche, en cambio, procuraré alejarme de tales alegorías didácticas para poner a consideración de ustedes la aplicación de un esquema abstracto de tres dispositivos de lectura. Tres dispositivos o protocolos de lectura que, según intentaré demostrar, la literatura psicoanalítica practica regularmente en sus comentarios, al menos desde que Lacan entró en escena. Llamémoslos “las tres lecturas” o — como última concesión a mi gusto por la prosopopeya—, “los tres lectores del psicoanálisis”. Me apresuro a declarar, antes de que me lo reprochen, que esta tipología de los tres lectores encuentra su inspiración directa en el último libro de Umberto Eco, Interpretación y sobreinterpretación (1); aunque no sería desacertado considerar que parte de lo que sigue es también una larga paráfrasis de un aforismo de un artículo de Germán García acerca del arte del comentario que, en efecto, no me resultó ajeno al momento de juzgar esta tipología de los tres lectores. Es un artículo publicado en el volumen del año 1986 de la revista El analiticón y el fragmento en cuestión es el que sigue: Entre una significación que se propone infinita —un significante siempre remite a otro—y unas sentencias que la delimitan, el comentario encuentra su vel (2). Comenzaré por lo más embarazoso, comenzaré por una pose de lectura que es bien nuestra, aun que se aparte sensiblemente de las poses en que nos complace retratar al analista. Me refiero a una manera de leer que no está reservada al psicoanálisis ni permite, de nuestra parte, reclamar prioridad ni un futuro monopolio; puesto que se trata ni más ni menos que de la manera de leer alentada por la instrucción universitaria convencional; la proveniente de la protocolización de la filología clásica y que se la entiende corrientemente, y con alguna razón, como la forma seria o científica de abordar un texto. No, no nos pertenece con exclusividad y, sin embargo, sería desastroso que los analistas nos declaráramos exceptuados de practicarla: la posibilidad de seguir las reglas del argumento de los principales textos de psicoanálisis depende, en buena parte, de que se la ejerza con destreza. Para sacudir la apatía que genera esta primera y prolija disciplina de lectura, fui a buscar su actualización en el Lacan del Seminario 4: La relación de objeto. Como acaba de publicarse la versión castellana de su establecimiento, somos muchos los que ahora volvimos a su estudio. El ejemplo lo encuentro en la última clase, la del 3 de julio de 1957, donde el aplicado y brillante lector filológico que había en Lacan se manifiesta nítida y pasionalmente. La ocasión se la ofrece (¿o debo decir: la presión la recibe de?; hace doscientos años Diderot ya se preguntaba: “Pero, ¿quién será el amo? ¿el escritor o el lector?”) su retorno a un libro de Freud, Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910). No voy a demorarlos con un resumen de este título bien conocido. Como se sabe, Freud examina un recuerdo infantil de Leonardo y lo interpreta como un falso recuerdo que encubre una fantasía disfrazada. Como sea, hay ahí un pájaro que se acerca al Leonardo niño y le introduce la cola en la boca, lo cual, si se lo interpreta como una fantasía homosexual tardía, permite ver una escena de felatio apenas disimulada. En cuanto a la elección del pájaro, Freud subraya que se trata de un buitre, una especie renombrada antiguamente por su dedicación maternal y por la lengendaria ausencia de machos, de lo cual deriva la conclusión de que el pájaro de la fantasía es tanto un sustituto del pene como de la madre. Recordarán, igualmente, que Freud sostiene la coincidencia de esta doble interpretación y doble temporalidad (de cuya superposición se genera la madre fálica), en dos pilares: en el del axioma de la universalidad del pene de las teorías sexuales infantiles y en el de la documentación histórica según la cual Mut, diosa egipcia de la maternidad, era adorada en una figura con falo y cabeza de buitre (3). La segunda edición (1919) de Un recuerdo infantil incluye un hallazgo ingenioso que pareció venir a confirmar su hipótesis de manera un tanto espectacular. El pastor Oskar Pfeifer había descubierto que dándole medio giro a “Santa Ana, la Virgen y el Niño” se llegaba a distinguir, atendiendo a la posición y el movimiento de pliegues del manto azul de la Virgen, la imagen de un buitre, y todavía más: la de un buitre que proyecta su cola hacia la boca del Niño Jesús. Pero para nadie es un secreto que, después de la euforia inicial, aparecieron expertos de historia del arte que, revisando y completando la documentación a la que Freud se había remitido, objetaron duramente Un recuerdo infantil. En 1923, un estudiante inglés de historia del Renacimiento, Erie Maclagan, publicó “Leonardo in the consulting room” en una revista del circuito de museos, la Burlington Magazine (nº 42, pp.54-5’7), con la decepcionante noticia de que la referencia freudiana acerca de los maternales buitres y de la diosa Mut estaba sostenida en un descuido garrafal. El buitre del recuerdo infantil de Leonardo solamente era «buitre» en la traducción alemana que había comprado Freud; en el manuscrito italiano, en cambio, resultaba ser otro pájaro: un milano; no precisamente conocido —y el propio Leonardo lo sabía bien— por sus cuidados maternales. “Puede leerse por ejemplo en sus notas [las de los Cuadernos de notas de Leonardo] que el milano es una animal muy propenso a la envidia y que maltrataba a sus hijos. Vean lo que hubiera resultado si Freud hubiera tropezado con esto, y la distinta interpretación que podríamos dar de la relación de la madre a partir de ahí” (4), dice Lacan en uno de los momento más entretenidos de su clase; y obsérvese que en esta especulación él supone —creo que acertadamente— un Freud respetuoso y atento a este tipo de comprobaciones filológicas, al punto de tenerlas por garante o fiscales de la argumentación. A esta pifia de buitre por milano se sumarán luego la evidencia de varias más, por obra de un amable y demoledor artículo, “Leonardo and Freud: An art-historical study”, escrito por un destacado profesor de la Universidad de Columbia de Nueva York, Meyer Schapiro (llamado Mejer Schapiro hasta los tres años, cuando vivía en Lituania y aún no había pasado por los escritorios de la Isla de Ellis). El encuentra otros varios puntos filológicamente insostenibles en Un recuerdo infantil: señala, entre otras cosas, que el registro bautismal de Leonardo cuenta con la presencia de diez padrinos, todos vecinos de Ser Piero, lo que invalidaba la hipótesis de que por un tiempo Leonardo no había sido reconocido por su padre; también que la solución de representar a Santa Ana y a su hija, la Virgen María, como dos mujeres de la misma edad no era una rareza de Leonardo, sino que provenía del repertorio de una larga tradición pictórica que se remontaba desde fines del siglo XV; y que el recuerdo mismo de Leonardo no sería ni un recuerdo y ni siquiera un fantasma privado, sino la puesta en imágenes del dicho popular del Renacimiento de que los niños talentosos traían en su boca pájaros, abejas o granos de trigo (5). ¿Freud se llegó a enterar del artículo de Eric Maclagan? La respuesta es todavía terreno de conjeturas; si acaso no fue así, Schapiro sospecha que Ernest Jones debió ser uno de los responsables del ocultamiento, aunque también nos da pistas para que sospechemos de Ernst Kris — debido a sus vínculos profesional con la museología y su todavía mayor dedicación por relacionar arte con psicoanálisis (6). Del resto de los analistas contemporáneos a Freud sería prudente concederles la posibilidad de que ignoraran el asunto. Por ejemplo, encuentro que Melanie Klein, residente en Londres, escribe en 1923 “Análisis infantil” refiriéndose sueltamente a propósito de Un recuerdo infantil como si nada lo hubiese rozado (7). Todo lo contrario le ocurre a Lacan con el “Leonardo and Freud de Shapiro. El articulo aparece en el Journal of the History of Ideas nº 2 de 1956 (pp. 147-178) y él lo cita meses después en la mencionada clase del 3 de julio de 1957. Es cierto que, a primera vista, parece desentenderse rápidamente del asunto: lo nombra a Schapiro una única vez y como si se tratara de un simple repetidor de Maclagan (8); sin embargo, hay que decir que en el desarrollo de esa clase lo sigue puntillosamente, con tanto ensimismamiento que acaba contando los descubrimientos del otro como si fueran propios. Como Schapiro, Lacan elogia y emplea el “Leonardo da Vinci” [1942] de Kenneth Clark, carta de Pietro da Novellara a Isabel d’Este, y la referencia a Plinio el Viejo, y habla del auge de Santa Ana entre 1485-15 10 y su relación con el mercado de indulgencias, y —como vimos— especula a propósito del párrafo de los Cuadernos de Leonardo que a Freud se le escapó y en el que el pintor anota que el milano no es un pájaro muy solidario. ¿Plagio? Sería uno muy torpe, puesto que declara detalladamente la fuente de su delito. Me inclino por la explicación de que, como en otras oportunidades, lo que pretende Lacan al apropiarse de hallazgos filológicos debidos a otros, es mostrar al analista ideal (un mostrar corno gesto didáctico y no un pequeño mostrarse como campaña egocéntrica). Analista ideal del que muestra ahí una sola pero muy importante yeta: la de ser un buen filólogo. Mientras el latiguillo de Schapiro era: “No me propongo investigar su significado psicoanalítico —esto trascendería mi conocimiento—, pero en algo puede conocerse su contenido manifiesto mediante un estudio textual ordinario. (...) De nuevo aquí un en lo que filológico nos será de ayuda”, la respuesta de Lacan será proponer un modelo de analista que no tiene que quedarse a esperar el artículo del filólogo, porque él mismo no es ajeno a sus destrezas. Lo insospechado es que lo dice sirviéndose del atajo de la identificación que su público mantiene con él. No dice expresamente que haya que apropiar-se de las habilidades de un Meyer Schapiro: él es Meyer Schapiro. Pero la apropiación de la erudición ajena no es su única manera de enseñar eso con el ejemplo, es solamente la más graciosa. Había también en Lacan una erudición genuina. Es lo que se pone en evidencia cuando pasa a referirse a la Hierogyphica de Horapolo citada por Freud. En esta oportunidad, no se cumple la sospecha de que, desde el punto de vista del filólogo, no hay nunca en el Seminario 4 nada más que en Schapiro; pero siempre puede haber algo más en Schapiro que en ese seminario. Marcado por la adicción del filólogo, Lacan deja relucir la gravedad de su propia bibliofilia: Esta obra, Hierogyphica, de la que ven ustedes aquí la edición de 1519, hecha en vida de Leonardo por Aldo Manucio, debería resultarles familiar a todos ustedes, porque de aquí tomé el dibujo que adorna la portada de la revista La Psychanalyse. Horapolo da la descripción que veo escrita aquí —Una oreja pintada significa la obra hecha o por hacer (9) Lacan se convierte, además, en el analista ideal de Schapiro. Atento a la crítica que hace Schapiro, a propósito de los anacronismos cometidos por los analistas, él se aferra a Koyré procurando no cometer ninguno en su clase. Y siguiendo las recomendaciones expresas de Schapiro, centra su análisis por el lado de la genética de Santa Ana, la Virgen y el Niño, deteniéndose puntualmente en el peso del cuarto protagonista y en sus indicios en el cuadro (10). Desde luego, tanta obediencia conduce a un destino clínico insospechado por Schapiro: la de la dedución de ese cuarto término y de esa doble madre como nuevo paradigma para reinterpretar el caso Juanito) (11). Por último, y no menos importante, es que para la reconstrucción del escritorio del Seminario 4 hace falta destacar que ambos, Schapiro y Lacan, tenían un rival en común: Ernst Kris. No hay que perder de vista que “Leonardo and Freud: An art-historical study” fue originariamente un acto público (una conferencia pronunciada, en enero de 1955, en el William Alason White Institute de Nueva York) y que su secuencia está organizada como una impugnación dirigida mucho menos contra Freud que contra Kris. Las tres primeras extensas partes del artículo se agolpan para lanzarse, en la cuarta y anteúltima parte, a desprestigiar concretamente a Ernst Kris, quien había empezado a llamar la atención en la materia de Shapiro luego de publicar Psychoanalitic Explorations in Art en un sello neoyorkino en 1952. Como de costumbre, la verdad corre con más posibilidades de ser dicha y publicada cuando afecta una lucha territorial. Lacan, por motivos bien conocidos, buscó sacar ventajas de ese litigio neoyorkino y tuvo la inteligencia de convertir todo lo que había de antipsiconalítico en el contundente artículo de Schapiro en una crítica que solamente dañaba a la Psicología del Yo. Por ejemplo, hacia el cierre de su clase se sirve de la embestida filológica que trae a cuenta a Leda y el cisne (una pintura de Leonardo, por entonces recientemente descubierta, que desmiente la hipotética ausencia de erotismo en su obra) para quitar, por esa vía, apoyo al modelo de la sublimación como neutralizador libidinal que sostenía el último libro de Kris no citado directamente por Schapiro: Neutralization and Sublimation de 1955. Tal alianza no representa un compromiso gravoso: aún haciéndolas suyas, todas las noticias de Schapiro no consiguen persuadirlo a Lacan a que deje de considerar Un recuerdo infantil como un texto valedero. El tendrá el mérito de rescatar el libro de Freud de tantas objeciones sin caer en las debilidades de ocultar a Erie Maclagan y a Meyer Schapiro o de desacreditarlos con el argumento de que ellos, por su condición de lectores del primer tipo, no habían sabido leer a Freud. Ahora bien, para conseguirlo le será necesario apartarse de la lectura filológica, cuya importancia no ignora y cuya disciplina domina con talento. El cambio no ocurre inmediatamente. En un primer mometo —él mismo lo confiesa y lo reproduce el 3 de julio— pasa por una fase de reproches a Freud y de un intento algo desesperado de salvar Un recuerdo por su cuenta sin salirse de las artes y las reglas de la primera posición de lector. Por momentos Lacan pierde la paciencia y no se priva de amonestar a Freud por el descuido de no haber consultado las fuentes originales (los manuscritos de Leonardo guardados en el Codex Atianticus de Milán), y da pruebas indirectas (sus críticas a la traducción francesa) de que él sí lo ha hecho (12). ¿Acaso el fragmento prolijamente anotado (Codice Atlantico 145 r.a., trad. francesa de Gallimard, tomo II, p. 400) de los Cuadernos de Leonardo, que sirven de epígrafe de “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, escrito sólo cuarenta días antes del 3 de julio, no es otra huella del escritorio de esa clase y otro reproche velado al maestro acerca de cómo se debe proceder? Pero mucho más importante y enternecedor es su embestida, en el campo de batalla de la filología, queriendo rescatar el libro de Freud. Esa ambición lo había llevado lejos, a una singular aventura egipcia. Naturalmente, todo comienza con un incunable, la Histoire de la nature des oyseaux de 1555 de Pierre Belon, el precursor francés de la anatomía comparada: Belon, que compuso una obra muy bella sobre los pájaros y había estado en Egipto, así como en otros lugares del mundo, por cuenta de Enrique u, había visto algunos milanos en Egipto y nos los describe como sórdidos y poco amables, Debo decirlo, por un momento tuve la esperanza de que todo iba a arreglarse, es decir, que el buitre de Freud, por muy milano que fuese, iba a tener alguna relación con Egipto, y acabaría siendo a fin de cuentas el buitre egipcio (13). Una vez instalado en el terreno, como le corresponde al arqueólogo, Lacan comprueba un par de cosas en Egipto. Primero, que allí también hay efectivamente milanos. Está desayunando al aire libre en el hotel de Luxor y uno de estos pájaros atraviesa velozmente su mesa, metiendo no la cola sino, por esta vez, el pico y le roba una naranja. Segundo, que —como también lo adelantaba Belon— en ese país hay una variedad de buitres, con el nombre de Hierax, que se parece muchísimo a los milanos. Las esperanzas crecen: “Hay un buitre egipcio que se le parece mucho y hubiera podido arreglarlo todo”. Queremos mucho a Lacan, pero hay que convenir que la solución que creció en él debió ser el fruto de una crecida súbita del entusiasmo partidista o de la temperatura sofocante del lugar. Es mejor no detenerse a pensar a qué simbolismo colectivo e iletrado tenía que adherir para llegar a sostener que esa similitud, entre los milanos y una familia de buitres de la pajarera egipcia, que la Naturaleza le daba a ver, podía garantizar la equivalencia milano= buitre en el inconsciente florentino del siglo XV de Leonardo. No hay vuelta posible, para que el híbrido Hierax disimule la diferencia entre el milano del manuscrito de Leonardo y el buitre de la mala traducción alemana hay que afrontar un precio inmenso. Felizmente, Lacan no tuvo que hacerse cargo de tales gastos, porque fue rescatado por un nuevo progreso de su inquietud filológica, que se desentendió de esas semejanzas entre el milano y el buitre Hierax, para fijarse en la ventaja que, de las diferencias entre el buitre Hierax y el buitre convencional (el Fulvus), sacaban estos dos pictogramas: Hacerlo lo liberó de su primera solución tan embarazosa. Así, cuando, en julio del 57, muestra estas dos láminas al público del seminario, resume el cambio de su parecer de primer lector con esta explicación: Todo iba muy bien si hubiera sido éste [el Hierax] el que se empleaba para la diosa Mut, mencionada por Freud a propósito del buitre. Pero eso no va, y Freud se equivocó de verdad, porque el buitre que se emplea para la diosa Mut es éste que está aquí Fulvus]. La variedad Hierax no tenía nada que hacer; en la escritura jeroglífica únicamente había servido de soporte para el pictograma de la letra aleph. Ninguna madre, ningún falo que la adorne. “Freud se equivocó de verdad”. Aún resignado a no dar con una coartada clásica que salve a Freud, Lacan no entregará Un recuerdo infantil a los buitres; puesto que él advierte (o admite), a continuación, que es posible rescatar su validez (solamente) si uno se aleja de la discusión con los filólogos e invoca la legalidad de otra vía de lectura, la que veremos en tercer lugar. Ahora bien, su apelación a otro modelo que el filológico, no implicará, de su parte, un abandono definitivo del ejercicio de la primera posición de lector que vengo ejemplificando, ni la menor sugerencia de que ésta sea ajena al psicoanalista. Tan es así que inmediatamente después de reivindicar por otros caminos a Freud, continuará utilizándola. Como se vió, hacia el final de la clase reaparece el Lacan con letra de Schapiro (Leda y el cisne y el augue de Santa Ana entre 1485 y 1510) empleando la lectura filológica como única táctica argumental para refutar la concepción de la sublimación de la Psicología del Yo. “Basta con tener una mínima noción de lo ocurrido en aquella época, basta con haber leído un poco de cualquier historia…”, le reprocha Lacan a las metidas de pata de Kris, haciendo coro con Shapiro (14). Lo que equivalía a un tiro certero al nimbo del prestigio de su rival; en el ambiente psicoanalítico Kris estaba, justificadamente, reconocido como el más conocedor en las cuestiones de las bellas artes. Antes de ingresar al psicoanálisis, había obtenido un doctorado en historia del arte y nada menos que Julius Schlosser había dicho de él: “Es mi alumno más original”. Todavía por esos años de la década del cincuenta combinaba su tarea analítica con el trabajo de consultor del Museo Metropolitano de Arte de Nueva Cork (15). En resumen, Lacan adopta hacia el cierre de la disputa formas argumentativas que tienen como magister, como juez, el protocolo de la filología. El comentario respeta y hace respetar el vallado referencial de la sentencia —para usar la polarización de G. García—. Esa es la regla del “primer lector” del psicoanálisis. En el horizonte de su posición de lectura brilla la remisión al referente (y esto no es una crítica); aspira capturar lo que de antiguo se viene llamando la intentio auctoris. Vale decir, lo anima el propósito de verificar y reconstruir (más que de conjeturar y construir) aquello que el autor intentó efectivamente decir; o en términos más amplios: aquello que el autor y su mundo fue, y su tema es. Pero si la formación del analista no puede descuidar el perfeccionamiento de las destrezas del primer lector, ello no debe hacer pasar por alto la insistencia con que Lacan recomienda y ejemplifica una segunda manera de lectura, la de la intentio operis. Es decir, la busca de lo que la obra dice en sí misma, por el formato de su lógica, por la orografía de su estilo. Derrida, en un trabajo tan interesante como amargo, La tarjeta postal, señaló, teniendo en mente el libro de Marie Bonaparte sobre Poe, que: “En Francia la crítica literaria marcada por el psicoanálisis no se había planteado el problema del texto”, admitiendo, a continuación y en referencia a El Seminario de “La carta robada” de Lacan, que: …podemos reconocer en el seminario un avance muy claro con respecto a toda la crítica posfreudiana. Sin precipitarse hacia el contenido semántico, incluso temático, la organización significante es tomada en cuenta tanto en su materialidad como en su formalidad) (16). Desde esta segunda posición, saber leer un texto es ver el signo, sopesando la materialidad del estilo y ver la lógica, trazando el circuito de su argumentación. Como habrán advertido quienes le dieron una ojeada a El idioma de los lacanianos, éste es el tipo de lectura que mi libro más alienta; no por porque la tenga por superior, sino porque me parece que su ejercicio es todavía insuficiente entre nosotros. En “El comentario” G. García también destaca, como otros autores, la fuerte incidencia de esta segunda modalidad dentro de la obra de Lacan y, por su parte, le da el título de «comentario estructuralista». Lo que no está nada mal; pero hoy preferiría llamarla «lectura semiótica» (o lectura del «lector semiótico»), para poder incluir con menos violencia a casi todos los autores que mencioné al principio; que se ocupan indudablemente de la obra en sí misma, pero privilegiando el eje pragmático de una manera que no se encuentra en el estructuralismo consagrado en la década del sesenta. Lo que ellos hacen es poner el acento en la cuestión del cómo es que las obras proponen, desde su estructura formal, instrucciones al lector. En El límite de las interpretaciones, por ejemplo, Umberto Eco define al Texto como: ...una organización de significantes que, en vez de servir para designar un objeto, designan instrucciones para la producción de un significado (17). Para explicarme mejor, y pasar luego más fácilmente a la tercera forma de lectura, voy a hacer una última referencia a los seminarios de Lacan que será más complicada y picante que la del Seminario 4 y su Leonardo. Se trata de un pasaje del Seminario 23, Le Sinthome, correspondiente al 13 de enero de 1976. Ese día Lacan trae consigo el libro del Ulises de Joyce y juega a dramatizar, en el espacio de la clase, el episodio escolar del segundo capítulo en el que Stephen Dedalus plantea una adivinanza absurda a sus alumnos. Lacan la repite a su auditorio (leyéndola en inglés para no perder la rima): The cock crew, The sky was blue The bells in heaven Were striking eleven Tis time for my poor soul To go to heaven (18). — ¡A que no adivinan cuál es la respuesta!, arriesga a continuación. Y, en efecto, nadie parece capaz de encontrarle solución (igual que los niños de la clase de Dedalus). Ante el calculado silencio, Lacan prosigue: “Joyce nos suministra la respuesta: The fox burying his grandmother under the bush [El zorro en tierra a su abuela bajo un matorral].” Concluyendo con esta breve y muy citada consideración: “Aparte de la coherencia de la enunciación —les hice observar que está en verso, que es un poema y, de allí, que es una creación—, aparte de eso, el fox, ese pequeño zorro que entierra a su abuela bajo un matorral, es verdaderamente una cosa miserable.” No es una novedad que, entre nuestros colegas, hay gente muy respetable que se ha puesto a leer Le Sinthome como si se tratara de un esfuerzo psicobiográfico de Jacques Lacan para demostrar que Joyce estaba chiflado. En otras palabras, asumen que el modelo de autor y de lector que el Seminario 23 nos propone es el del filólogo interesado en la psicología de la intentio auctoris. En consecuencia, toman el absurdo del enunciado de la respuesta a El gallo cantó / el cielo estaba azul como un comportamiento que hay que colocar en serie con los síntomas que la nosografía enseña a reconocer como patognomónicos de las psicosis. A eso apuntaría el comentario de Lacan. Decididos por esa vía, no encuentran (no pueden permitirse encontrar) ninguna diversión en el Ulises, sino ilustraciones de que eso no se comprende, de que no se puede hacer empatía con un autor así. E interpretan, consecuentemente, el episodio de la adivinanza como si la escena novelesca de Stephen Dedalus con sus alumnitos fuera una misma y única cosa con la escena virtual que une a Joyce con los que somos sus lectores. ¡No puede extrañar, entonces, que tomen a los joyceanos, más aún si son “estructuralistas”, por universitarios poco despabilados! Dicho sea de paso, este vivo interés por la maniobra diagnóstica de comprobar los agujeros negros de la ausencia de sentido tiene, frecuentemente, el serio inconveniente de distraer y hacer olvidar una distinción no menos importante —la que demuestra la imposibilidad clínica de alcanzar un diagnóstico contando únicamente con un texto. Me refiero a la distinción entre lo que es significativo para el lectorintérprete y lo que es significativo para el autor; diferencia que cobra particular interés cuando algo (un texto, un fallido, un sueño, una fantasía) tiene algún o algunos sentidos para el primero, pero ninguno para el segundo. Es la circunstancia protagonizada por el propio Lacan cuando comenta el episodio en el jardín del Hombre de los Lobos niño: La castración, que es precisamente lo que ha existido para él, se manifiesta en la forma en que él se imagina: haberse cortado el meñique, tan profundamente, que sólo se sostiene aún por un pedacito de piel. Le invade entonces el sentimiento de una catástrofe tan inexpresable que ni siquiera se atreve a hablar de ello a la persona que se encuentra a su lado. Aquello de lo cual no se atreve a hablar es lo siguiente: es como si esa persona a quien le relata enseguida todas sus emociones se hubieran anulado. Ya no hay otro. Existe algo así como un mundo exterior inmediato, manifestaciones percibidas en lo que llamaré un real primitivo, un real no simbolizado, a pesar de la forma simbólica, en el sentido corriente del término, que adquiere este fenómeno (19). Evidentemente, Lacan (el intérprete) no titubea —y no es una temeridad de su parte— al atribuirle a la ensoñación o a la alucinación del meñique cortado una figuración de la castración. Para el pequeño Sergei (el autor), en cambio, eso (eso, no todo: ¡no es un afásico!) se le aparece ilegible, eso no le dice nada, simplemente sucede y su certeza de que ahí hay un vacío de sentido lo atrapa en embudo (20). ¿Cómo se desempeñaría, con este mismo material, el lector semiótico orientado hacia la intentio operis? En contraste con el lector filológico, se preguntará primero acerca de lo que esa adivinanza dentro de esa obra de Joyce le dice a él (cómo lo invoca Joyce en tanto lector) y no acerca de lo que eso le dice acerca del señor James Joyce. El acertijo es cuál es el lector que el Ulises propone, y no el de cómo es el autor que propuso el Ulises si la vida fuera simplemente texto. Seguramente, de continuar por esta vía, reconocerá la yeta realista de la poética del libro (21), que invita a hacerse de una idea precisa (a veces excesivamente precisa) del Dublín de aquel entonces, de su política, de sus tradiciones. Continuando en esta dirección, tendrá altas probabilidades de enterarse de que hay una popular colección de canciones de cuna de lengua inglesa que funcionan como adivinanzas con soluciones absurdas, y de las que no se sabe muy bien si son así porque sus planteos fueron perdiendo letra por accidentes de la transmisión oral o porque, lo que parece más probable, la inventiva de las nodrizas las hizo directamente de esa forma para agotar con rompecabezas incompletos la energía que mantiene a los niños despiertos. Si nuestro lector semiótico es emprendedor, acabará por enterar-se de que entre esos riddles tradicionales se encuentra el propuesto por Stephen Dedalus. (Así como Leonardo no inventó el trío de Santa Ana, la Virgen y el Niño como tópico de la pintura, Joyce tampoco puso en boca de Stephen ningún riddle nuevo). Entre los joyceanos se conoce, hace tiempo, que esa adivinanza con esa misma respuesta idiota figura en una recopilación irlandesa de 1910, English As Wc Speak It, firmada por un tal P.W. Joyce; que no era pariente directo de James Joyce, pero que igualmente él conocía bien, al punto de incluir en uno de sus poemas, Gas from a Burner, un verso que nombra otro título de P.W (22). Vale decir que un lector orientado hacia la obra como artefacto literario difícilmente tentará catalogar los enigmas de Stephen Dedalus como una creación desquiciada de su autor. Aunque tenga escasa erudición, es metodológicamente reacio a apurar soluciones biográficas. Aunque lo desconozca todo acerca de los estudios joyceanos sobre las fuentes del Ulises, el lector de la intentio operis sospechará que la adivinanza del zorro envía, en términos generales, al pequeño género popular de las falsas adivinanzas y reconocerá que, en lo particular, ese fragmento juega el mismo juego de las alusiones inter e intratextuales que notoriamente definen la composición del Ulises. Nunca lo diagnosticará corno una intromisión de lo ajeno, ni se le aparecerá como un sobresalto en la página. Desde luego que con tales logros y precauciones no cierran los placeres y los goces de la lectura. Un análisis del cómo de la escritura del Ulises resguarda —como se ha visto— al segundo lector de las impaciencias del psicologismo, pero no ha de ser al precio de hacerle olvidar la pregunta acerca del porqué del autor. Un analista debe poder moverse ágilmente de una a otra plataforma giratoria de las tres posiciones de lectura. El ejercicio intermitente de la lectura semiótica no trae como secuela la prohibición ni la imposibilidad de preguntarse por el sujeto, de otra forma sería refractario al psicoanálisis. Tomar a Joyce como caso clínico no es ningún pecado mortal. Lo único que exige el pasaje previo por la razón “estructural” es tener que hacerlo desde una clínica más advertida. Pero más allá del enfrentamiento y complementación de arqueólogos y semiólogos, de intentio auctoris e intentio operis, se levantan todavía los misterios de por qué el 13 de enero de 1976 la concurrencia del seminario permaneció callada cuando Lacan formuló el acertijo de Stephen. Hay una primera solución fácil y segura. Cuando Lacan dice: “!A que no adivinan la respuesta!”, más que estar haciendo una pregunta, él está dando una instrucción. Luego, para no estropear la puesta en escena didáctica, el auditorio debía cumplir con la cortesía de no adivinar. De otra manera, cuesta creer que a dos meses de comenzado el seminario sobre Joyce nadie, entre sus seguidores, hubiese leído las primeras quince páginas del Ulises como para poder responder: “El zorro entierra a su abuela bajo un matorral”, por absurda que esa respuesta pareciese. Todavía más llamativo e incómodo podría resultarnos, al respecto, el silencio de los joyceanos que estaban presentes en el seminario después de escuchar el comentario sentencioso de Lacan: “Joyce nos suministra la respuesta (...) Aparte de la coherencia de la enunciación (...) es verdaderamente una cosa miserable”. La fila presidida por J. Aubert o alguno de sus colegas, debió morderse la lengua para no mencionar la difundida historia de la recopilación de P.W. Joyce. Podría sospecharse de la timidez, la desidia y de la ausencia de otras virtudes de la ética de la disputa; sin embargo, me inclino a suponer que ellos simplemente colaboraron, por segunda vez, con su silencio porque habían descubierto, luego de la extrañeza que les habían provocado ya otros comentarios previos de orientación semejante, que Lacan leía a Joyce de un modo voluntariamente infiel, de espaldas a las cláusulas compositivas de su obra y a los documentos que informan de su vida. Obedeciendo otra legalidad que las que rigen para los dos primeros lectores. Entramos así en la tercera forma de lectura, en el territorio de la intentio lectoris. El de los dominios de la iniciativa del lector; donde no hay punto de apoyo sino semiosis infinita, deriva imprevisible de la significación. Un significante siempre podrá remitir a otro, desobediente del espectro de un sentido autorizado, original o final. Para el tercer lector del psicoanálisis, el texto funciona como resto diurno: el texto no es más ni un fósil ni una máquina, sino un paisaje sin los mojones de las sentencias firmes o las instrucciones implícitas. Los productos de la intentio lectoris no resultan, por eso (y no hay que escandalizarse), del avance pautado deductivo o inductivo, ni del veredicto de alguna forma consagrada de confirmación empírica; sino de saltos vertiginosos, animados por el tipo de razonamiento que Peirce llamaba abducción. Saltos de la atención flotante que cortan el aliento y que dan felices en el blanco sin importar de momento el porqué. Naturalmente no son infalibles; a veces (o en la mayoría de las veces), se precipitan en atribuciones arbitrarias de la omnipotencia del pensamiento. Una cosa es que a las lecturas derivantes haya que saber rescatarlas con patrones blandos de validación, y otra es creer devotamente en sus presagios. Incluso cuando aciertan, su argumentación está ausente o es irrelevante, resultando esquivas a las disciplinas de la disputa y la enseñanza, puesto que les es indiferente partir de premisas falsas y avanzar por conexiones inválidas (o “inexactas”, para usar el adjetivo de Glover). Tienen como única ley la comprobación de que eventualmente un enunciado verdadero puede llegar a adivinarse por los atajos de aspecto más inconsistente. ¿Vale, entonces, la pena escuchar al tercer lector? Para algunos es imprescindible. Entre los más entusiastas, Peirce defendió ardorosamente la creencia en la alta incidencia de sus aciertos: Negarle a su propia conciencia adivinar las razones de los fenómenos sería tan tonto para el hombre como sería para un pichón negarse a confiar en sus alas (...). Todas las teorías de la ciencia fueron producidas de este modo. Pero ¿no habrían podido aparecer fortuitamente o por alguna modificación accidental como el darwinista supone? Yo respondo que tres o cuatro métodos de cálculo independientes muestran que sería ridículo suponer que nuestra ciencia nació de esta manera. (...) La mente del hombre debe haber sido puesta en el diapasón de la verdad de las cosas para descubrir lo que descubrió (23). No hace falta creernos en diapasón con lo Real, para admitir la abducción. Puede bastar con tomar en consideración su gran iniciativa de renovación y la envidiable economía de su trámite. “No conquistaremos el mundo con la escalera de los lógicos sino con las alas de la conjetura “, decía Peirce, y no cuesta tanto seguirlo si se adoptan dos precauciones: (a) la de ser elásticos en el momento de valorar la lateralidad de los aciertos (de Un recuerdo infantil nos quedamos con la incipiente conceptualización del narcisismo y de la madre fálica, pero no con su psicoanálisis de Leonardo; del Seminario 23, con las posibilidades de la representación nodal de la clínica, pero no con el psicoanálisis de Joyce), y (b) la de no olvidar la irrelevancia del camino seguido por el vuelo de la abducción (fue con las alas de una mala traducción como Freud alcanzó lo suyo en Un recuerdo infantil —y no le faltan antecesores ilustres: Santo Tomás de Aquino únicamente supo de Aristóteles a través de la traducción latina y literal de Guillermo de Moerbeke, pero le bastó para organizar siglos del pensamiento cristiano). Aceptar la abducción obliga, por otra parte, a hacerse una imagen menos despejada y voluntarista de lo que efectivamente sucede en el proceso secundario. La intentio lectoris, muchas veces desconoce su condición: Freud no alcanzó a enterarse de las críticas iconográficas de Meyer Schapiro, pero le habrían provocado desazón (24). De haber estado Ernst Kris mejor informado acerca de las convenciones de la pintura del Renacimiento italiano, el libro de Leonardo quizá nunca hubiese alcanzado la publicación; difícilmente Freud habría sacado a la luz un comentario del tercer tipo sin pensar que contaba con un respaldo adicional. Con Lacan hay otra permisividad. El no habla de la abducción, pero reconoce sus casos, por ejemplo, acabará festejando el valor del error «buitre» por «milano», por las novedades a las que esa puerta falsa abrió al psicoanálisis (“A menudo ocurre que, aun con toda clase de fallos, la visión del genio se ha guiado con algo muy distinto que esas pequeñas investigaciones, y ha llegado mucho más lejos que esos apoyos puestos a su alcance deformación accidental”) (25);y aunque para nombrarla no recurra a la nomenclatura de Peirce, sí emplea su equivalente de la doctrina cristiana: la felix culpa. Preocupado de que su mecenas, Harriet Shaw Weaver, no reconociera esa expresión que aparece en la página 23 del Finnegans Wake, el 13 de mayo de 1927 Joyce le envió la siguiente explicación de enciclopedia: “O felix culpa!: La famosa exclamación de San Angustín en favor del pecado de Adán. ¡Culpa dichosa! Sin ella el Redentor no habría nacido. Lo mismo puede decirse del pecado anterior de Lucifer sin el que Adán no habría sido creado ni habría podido pecar” (26).Lacan, siendo también un niño educado por los curas, la emplea con familiaridad a propósito de los errores filológicos de Freud: Ahora bien, en todo este asunto ocurrió lo que podemos llamar un accidente, incluso una culpa —pero es una culpa dichosa. Freud sólo leyó este recuerdo infantil en la cita que de este pasaje hizo Herfeld, o sea que lo leyó en alemán (27). Aunque su formación decimonónica le impedía ir muy lejos, Freud no siempre admitía, a pesar de todo, que sus hipótesis quedaran automáticamente invalidadas cuando caían alguno de sus respaldos interdisciplinarios. Ese fue el caso cuando lo sorprende el desprestigio en que habían caído las observaciones etnográficas de Robertson Smith (que Freud había tomado por cimiento antropológico de la identificación canibalística); en lugar de entender que eso invalidaba, por caracter transitivo, sus observaciones en psicoanálisis, se puso a reflexionar en la firme posibilidad de que una teoría que hubiese perdido vigencia en su propio campo, podía seguir funcionando como valedera en otro. Vale decir, contempló la alternativa de que la verdad no tenga uno, sino varios diapasones: Sigo sosteniendo esa construcción. Repetidas veces tuve que oír violentos reproches por no haber modificado mis opiniones en posteriores ediciones del libro [Tótem y tabú], no obstante que etnólogos mas modernos han desestimado de manera unánime las tesis de Robertson Smith y postulado en parte otras teorías por entero divergentes. Tengo para replicar que me son bien familiares estos presuntos progresos, pero no he quedado convencido en absoluto ni de la corrección de tales novedades ni de los errores de Robertson Smith. Una contradicción no es todavía una refutación, ni tampoco una novedad es necesariamente un progreso. Pero, sobre todo, yo no soy etnólogo, sino psicoanalista. Tenía el derecho de espigar entre la bibliografía etnológica aquello que pudiera utilizar para el quehacer analítico. Los trabajos del genial Robertson Smith me ban proporcionado valiosos contactos con el material psicológico del análisis, anudamientos para su valoración. Con sus oponentes nunca he coincidido (28). Volviendo a Un recuerdo infantil, esta el mencionado debate de si el artículo de Maclagan llegó o no a Freud, y de que pensó al respecto, si acaso se enteró de que su buitre era milano. Lo concreto es que Freud no hizo nada: en 1923 salió la tercera edición de Un recuerdo infantil con varias correcciones y agregados sin mencionar esa novedad, que tampoco figuró entre las variantes hechas para su inclusión de 1925 en los Gasammelte Schriften. Indeciso, Peter Gay apuesta, por un lado, que “[Maclagan] nunca fue reconocido por Freud ni por ningún psicoanalista en vida de Freud” y, por el otro, conjetura que “podemos considerar sumamente probable que Freud supiera que una traducción errónea había convertido en buitre al milano, no obstante lo cual nunca se corrigió” (29). Mas inteligentemente, Jutta Birmele ofrece una solución posible que desdramatiza esa eventual omisión: “Mucho se dijo, asumiendo que Freud conoció el articulo de Maclagan de 1923, (...) [Pero] la meta de Freud era la de distinguir el empleo del psicoanálisis en investigaciones biográficas, enseñando su metodología con un caso ideal, sin reclamar total certeza para su biografía del Leonardo histórico” (30). De este mismo registro es la última opinión de M. Shapiro, que en 1994 concedió que: Si Freud hubiera sabido el error, no podría haberlo reconocido en una nota a una edición posterior sin poner en cuestión un argumento clave del libro. Hubiera resultado escandaloso dar a conocer a la opinión pública la debilidad de un método que, procediendo por inferencia a partir de un único detalle dudoso, pudiera, no obstante, construir con sus resultados un sistema tan comprensivo y consistente de principios psicoanalíticos. En física un error así no afectaría a un consenso sobre los principios; pero, como al psicoanálisis se lo atacaba en general por su enfoque acrítico y especulativo, el fracaso del libro sobre Leonardo tendería a utilizarse mas como un arena en el debate (31). De todas formas, los argumentos de Freud nacían bajo las pretensiones de la filología; sólo después se veían en el apuro de buscar su justificación en la legalidad de la tercera modalidad de lectura. En comparación, la adopción de la tercera forma de lectura se presenta mucho más soberana en Lacan, quiero decir: congénita y deliberada. Lo fue así desde los primeros seminarios —como se vió en el capítulo anterior a propósito de Kris— y fue progresando en audacia con el paso del tiempo —como lo veremos en los capítulos 6 y 7 a propósito de Joyce. Con todo nunca habrá una hegemonía absoluta del tercer lector. Es cierto que en los años cincuenta todavía luchaba en Egipto para que Un recuerdo infantil rindiera los estándares de la filología, y se conformaba a regañadientes con practicar una interpretación débil (más lateral, más alegórica) del libro de Freud, mientras que con los años parece ceder su empeño de confirmación empírica; sin embargo, no hay que exagerar. La aspiración confirmatoria nunca abandonó del todo su escritorio, tal como lo revela un episodio ocurrido algunas horas después de la conferencia “Joyce el síntoma”, según lo cuenta el joyceano estadounidense David Hayman, dedicado desde los años cincuenta al estudio de los borradores del Finnegans Wake: Nos llevaron al consultorio de Lacan, ubicado más allá de la esperada colección de objetos de arte expuestos en una vitrina iluminada. No recuerdo mucho la habitación, pero dos cosas sobresalían: en lugar del diván corriente había lo que me pareció más un sillón de peluquero en posición semirreclinada, y en un escritorio estaba apoyado mi A FirstDraft Version of Finnegans Wake[Una primera versión en borrador del Finnegans Wake], abierto en el lugar de mi” Introducción” en que doy, como ejemplo, un pasaje de la página 114 del capítulo 15 del Finnegans Wake, procurando ilustrar de qué forma Joyce se las había arreglado para incorporar en el propio texto una descripción del método con que lo corregía, identificando el proceso de construcción con el producto terminado. (...)Lacan me condujo hacia el escritorio y señaló ese fragmento ilustrativo de mi libro. La urgencia [de su invitacion], la razón de mi presencia allí, en lo que parecía ser un evento social programado, era indudablemente el párrafo ahí citado, dentro del cual él quería encontrar uno de sus términos fetiche: «Symptom». Yo estaba para rellenar, con garantías, ese hueco suyo. “Mire aquí,” —me dijo— “¿está Joyce diciendo «symptomy»?” Hayman traga saliva y, con una precisa argumentación que sigue la vía de la intentio operis, le responde que eso no sería posible: Su disgusto fue notorio, como lo fue el relincho de sorpresa de mi mefistotélico amigo Philippe Sollers. “Oh... ¡Fue una gran cosa que yo no haya mencionado el asunto esta mañana! (32)”. No es tan contradictorio o tan “dividido” como puede parecer que Lacan mantuviera simultáneamente la vigencia del mandamiento de la comprobación y un ejercicio cada día más abierto y premeditado de la intentio lectoris. Estimo que su coincidencia más que confundir, aclara. Por un lado, tomar en consideración esta innovación suya de practicar deliberadamente la tercera lectura, que sería inédita en la literatura analítica anterior, permite que cobren sentido las declaraciones órficas que tantas veces hizo acerca de su propia escritura. Me refiero a esas mismas declaraciones que se vieron contrariadas, en nuestro capítulo de la gran corrección de 1966, hasta el punto de sugerirnos la sospecha de que las guiaba una mera afectación de un analista con nostalgias de haber sido un escritor vanguardista (al menos si disimulamos que ahora se sabe que los textos de la escritura automática de Breton habían recibido algunos retoques antes de ir a la imprenta y que el espontaneismo de Jack Kerouac no escribió En el camino con la única compañía de la benzedrina, sino también con prolijas sinopsis de cada uno de los capítulos preparadas anticipadamente y a la vista sobre el escritorio). Si se toman esas declaraciones como confesiones de sus aventuras de tercer lector, todo encaja en su sitio. Por otro lado, parece que la causa de la comprobación de una fuente- referente no está completamente perdida en dichas aventuras. Todo sugiere que las grandes libertades con que Lacan pensaba a Joyce tenían como punto de apoyo seguro historiales de su propia casuística, y que es, entonces, a esos casos suyos no contados (o contados en otra parte) adonde debería dirigirse el primer lector del psicoanálisis en la busca del “referente” del Seminario 23. Por ejemplo, la cuestión de las palabras impuestas en Joyce, tratada en la clase del 17 de febrero de 1976, deriva claramente de una presentación clínica hecha poco antes, la del llamado señor Primeau (33). Lacan no lo disimula: “Es difíciles su caso [el de Joyce] no evocar a mi propio paciente (...); no se puede decir que algo no estaba impuesto a Joyce (...).Me parece, en razón de ese enfermo, cuyo caso consideraba la última vez que hice lo que se llama mi presentación en Sainte-Anne, me parece ciertamente indicativo de algo de lo que diré que Joyce testimonia en ese punto mismo, que es el punto que designé como siendo el de la carencia del padre “. Más explícita es todavía su aclaración de la clase anterior, la del 10 de febrero, a propósito de la sexualidad de Joyce: Joyce escribía gran cantidad de cartas. De ellas, hay tres volúmenes gruesos (...). El conjunto de ese fárrago es tal que uno allí no se encuentra. En todo caso, confieso que allí yo no me encuentro. Por supuesto, allí me encuentro por medio de un cierto número de pequeños hilos: sus historias con Nora. Me hago una cierta idea de eso a partir de mi práctica; quiero decir a partir de las confidencias que recibo, puesto que me ocupo de personas a las que dirijo a que les produzca placer decir lo verdadero (...). Es evidente que yo no lo sé todo, y en particular al leer a Joyce (...) ¿cómo saber lo que él se creía? Porque es completamente cierto que yo no lo he analizado —y lo lamento. Todo esto ocurre en plena marcha del seminario, no es una aclaración a posteriori forzada por la aparición del artículo de algún Maclagen del joycismo. Lacan no se siente obligado a estudiar la correspondencia de Joyce; Freud, en cambio, que también escribía sobre Leonardo pensando en lo que había escuchado en su consultorio, estaba mucho más pendiente de no forzar las analogías. Le escribe a Jung en octubre de 1909: Desde que he vuelto de Estados Unidos] ha ocurrido una cosa: el enigma del carácter de Leonardo da Vinci se me ha aclarado de pronto. Ello supondría, por tanto, un primer paso en la biografía. Pero el material sobre Leonardo es tan escaso que dudo de exponer a otros, de forma accesible, mi sólida convicción. Espero ahora, con gran interés, una obra italiana sobre su juventud que he encargado. [cf. Ricercha e Documenti sulla Giovinezza di Leonardo da Vinci de N. Smiraglia Scognamiglio] Mientras tanto, quiero revelarle el secreto: ¿Recuerda usted mi observación en las Teorías sexuales infantiles (segunda parte) acerca del necesario fracaso de esta primitiva investigación por parte de los niños y del paralizante efecto que emana de este primer fracaso? Lea las correspondientes palabras; no fueron entonces tan seriamente entendidas como las entiendo ahora. Uno de los que han transformado tan precozmente su sexualidad en afán de saber y que han permanecido fijados en el modelo de lo inconcluso, es también el gran Leonardo, el cual era sexualmente inactivo o bien homosexual. No hace mucho me he encontrado en un neurótico su vivo retrato (pero sin su genio) (29). ¿Pero, para qué embarcarse —deliberadamente o no— en análisis imposibles de Leonardo o de Joyce en vez de informar directamente los propios casos clínicos? El lector no podrá olvidar aquí la instancia de la promoción en el escritorio del analista: Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci se dirige a círculos de lectores mucho más extensos que el caso Dora o el del Hombre de los Lobos o el de algún otro neurótico sin genio. Buena parte de la popularidad del Seminario 23 se debe, indiscutiblemente, a que se trata de James Joyce y no del pobre señor Primeau o de las infelicidades de algún pequeño matrimonio parisino. Es cierto, pero no se trata sólo de eso. En 1975, Lacan no podía aspirar a ser más famoso; y la redacción de Un recuerdo infantil ocurre a la vuelta de la conquista americana, cuando todavía, aunque por no mucho tiempo más, no asomaban las nubes de las disensiones internas ni las humaredas de las grandes guerras. Lo que ocurre probablemente es que, más allá de la respetable promoción mercantil, hay un núcleo épico, un sueño grandioso que abre y agita las alas de la abducción fijándose horizontes diferentes al del mercado, incluso asumiendo riesgos de perderlo de vista (si se piensa en la jauría de filólogos que ellos presentían que se les vendrían encima para desgarrar sus profesías). Lo que recuerda que las mejores paginas de Peirce sobre la abducción son las de un artículo de 1908 que busca sacudirse de la subita celebridad en que William James lo había colocado y en el que culmina con una certeza que contraría el ideario de final abierto por el que se lo festeja; me refiero a cuando asegura que la abducción tiene alas cortas y recorridos bien previstos, puesto que: “sea como fuere, en el Puro Juego de la Meditación [o sea de la abducción], la idea de la Realidad de Dios aparecerá por cierto tarde o temprano” y esa persistencia sería la demostración misma de su Realidad (30). NOTAS: 1 Tanto el rescate de la oposición clásica entre intentio auctoris/intentio operis como su triangulación con la pregunta acerca de las restricciones de la intentio lectoris los tomo de: Eco, Umberto [1992], interpretación y sobreinterpretación, Cambridge University Press, Gran Bretaña 1995; p 66 y SS. 2 GARCÍA, Germán, “El comentario”, rev. El analiticón nº 1, Barcelona, 1986; pp. 53-56. 3 El prólogo para la edición inglesa (incluido en: Freud, Sigmund [1910], Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, en Obras Completas T. XI, Amorrortu, Buenos Aires, 1979; pp. 55-58), James Strachey especula con la incidencia de un puntal clínico de la interpretación de Freud. En una carta enviada a Jung el 17-x-1909, Freud menciona efectivamente haber conocido “un neurótico que es el vivo retrato de Leonardo (pero sin su genio)”. Cf. Freud, Sigmund y JUNG, Carl, Correspondencia [1906-1923], Taurus, Madrid, 1978. Sin embargo, dejo para el final este valioso dato genético, que constituye la mejor defensa de la validez filológica de Un recuerdo infantil, porque no fue tomado en cuenta por Lacan en el Seminario 4; quizá debido a que lo ignoraba: la colección de la Standard Edition comenzó a salir en 1957 y la correspondencia Freud-Jung recién tomó dominio público en 1973. 4 LACAN. Jacques [1955-56], EL SEMINARIO 4: La relación de objeto, Paidós, Barcelona, 1994; p. 429. 5 SCHAPIRO, Meyer, “Freud y Leonardo: un estucho histórico del arte” [1956], en Estilo, artista y sociedad: Teoría y filosofía del arte, Tecnos, Madrid, 1999; pp. 163-200. Para una crítica puesta al día, puede consultarse: NEIVA, Eduardo, “Tell me what you see, Rrose Sélavy”, rev. Semiotica, v.104 nº 3/ 4, 1995, New York, pp. 3 17-53. 6 “¿No había leído Jones, lector empedernido interesado también por el arte, el artículo de Maclagan en la Burlington Magazine o habría oído al menos hablar de él en Londres? ¿No habría llegado alguna información al respecto a Viena a través de los círculos de los museos y de los aficionados para quienes la revista Burhington era algo familiar?” (SCHAPIRO, Meyer, “Unas cuantas notas más de Freud y Leonardo” [1994], op. cit., p. 201). 7 KLEIN, Mehanie [1923], “Análisis infantil”, incluido en Obras Completas, T. 1: “Amor, culpa y reparación”, Paidós, Buenos Aires, 1990; pp. 97-98. 8 “Freud sólo leyó este recuerdo infantil en la cita que de este pasaje hizo Herfeld, o sea que lo leyó en alemán. Pero Herfeid tradujo como buitre algo que no es en absoluto un buitre. El hecho fue señalado por diversos eruditos y últimamente por Meyer Shapiro, en un artículo aparecido en el Journal of History of Ideas, nº 2, 1956” (LACAN, Jacques, op. cit., p. 425). 9 LACAN, Jacques [1955-56], p. 428. Agreguemos que: “…Horapollo se convirtió en un auténtico éxito [en el Renacimiento]. Apenas alcanzó Florencia, el manuscrito Hierogyphica fue inmediatamente copiado y entró en circulación; a pesar de la forma deficiente en que el texto se transmite, y de su griego tardío y oscuro, fue entusiastamente leído y comentado. Su errónea y confusa concepción de la escritura egipcia fue aceptada enteramente con una confianza acrítica, y el libro permaneció por siglos como la autoridad imbatible sobre la cuestión de los jeroglíficos. El texto griego fue por primera vez impreso por Aldo en Venecia en 1505, y apareció una traducción latina en 1515. El libro no solamente animó estudios teóricos y literarios; su elaborada descripción de los signos indujo a muchos artistas a reconstruirlos, y esos esfuerzos fueron creando una tradición decorativa de imágenes jeroglíficas” (IVERSEN, Erik [1916], The Myth of Egypt and its Hieroglyphs in European Tradition, Princeton University Press, New Jersey, 1993; p. 65). 10 “…existen, sin embargo, rasgos verdaderamente originales en el cuadro. Pero éstos han sido ignorados por Freud, aunque tienen un interés psicológico y requieren quizá de la utilización de los conceptos de Freud para su explicación. Algo excepcional de las imágenes del tema es la presencia de San Juan Bautista como amigo del Niño Jesús. (...) En el cartón de Londres el emparejamiento de las dos figuras ofrece el efecto de una correspondencia de lo viejo y lo nuevo, como si Ana fuera la madre de Juan. Su dedo señalando hacia arriba, indicando quizás el origen divino de Cristo, es también el gesto tradicional del Bautista” (SCHAMPIRO, Meyer [1956], p. 187-88). 11 “Lo que he querido indicarles, para que quede como punto de apoyo, es la singular necesidad de un cuarto término que vemos ahí como un residuo bajo la forma de este cordero, término animal donde encontramos e/propio término de la fobia” (LACAN, Jacques [1955-56] P. 390). 12 Freud, en efecto, no se había tomado el trabajo de reasegurarse. Strachey informa, a modo de defensa, que no sólo en la traducción alemana del Codex, debida a Herfeld, aparecía «buitre», sino también en otro libro que Freud tenía por principal fuente de consulta: la biografía novelada de Leonardo del poeta ruso Merejkowski; ahí la palabra rusa que traducía correctamente el milano italiano, había pasado al alemán como Geier [buitre] en vez de acertar con Milán... En 1994, Schapiro (ib., p. 203) nuevamente aclarara que el error solo estaba en el Merejkowski en aleman: la traduccion del Codex preparada por Marie Herfeld es una antología que no contiene el famoso pasaje. 13 LACAN, Jacques [1955-56], p. 226. 14 LACAN, Jacques [1955-56], p. 436 15 Fue precisamente en su carácter de especialista en tallas como conoció a Freud, y de allí al psicoanálisis (Kris era también yerno de Oscar Rie, el amigo Otto del sueño de la inyección a Irma). 16 Hay dos versiones en uso: la del artículo para la revista Poétique, nº 21: DERRIDA, Jacques [1975], El concepto de verdad en Lacan, Homo Sapiens, Buenos Aires, 1977; p. 21. Y la del libro Le facteur de la vérité de 1980: La tarjeta postal: de Freud a Lacan y más allá, siglo XXI, México, 1986; p. 163. 17 Eco, Umberto [1990], Los límites de la interpretación, Lumen, Barcelona, 1992; p. 28. 18 La traducción casi literal de Salas Subirat es la siguiente: El gallo cantó / el cielo estaba azul: / las campanas del cielo / estaban dando las once. / Es tiempo de que esta pobre alma /se vaya al cielo. La versión de J.Mª Valverde es, en cambio, atenta a la poesía (El gallo canta, / el sol se levanta: / las campanas del cielo/están tocando a duelo. /Es hora de que esta pobre alma /se vaya al cielo.); pero, como se verá, nos perjudica con una pequeña ayuda [de duelo] que hace a la solución de la adivinanza más verosímil. 19 LACAN, Jacques [1953-54], EL SEMINARIO 1: Los escritos técnicos de Freud, Paidós, Barcelona, 1981; p. 97. 20 Cuando las lecturas de escritorio se alejan mucho del consultorio (lo que es frecuente, incluso entre quienes trabajan a consultorio lleno), le llega el turno a las deducciones inútiles que asumen como verdaderas caricaturas simplificadoras (que no tienen otro acierto que el de ser fáciles de dibujar y calcar): los delirantes crónicos se convierten en afásico, o en lógicos capturados por una paradoja, o en entes incapaces de armar un soneto, de inventar un chiste O incluso de mentir! Le llega así también el turno a la indistinción entre un artista de vanguardia y la esquizofasia. 21 Realismo o naturalismo señalado tempranamente por Harry Levin en 1941. Cf. LEVIN, Harry [1994], James Joyce: introducción crítica, FCE, México, 1973; Pp. 17-50. 22 En rigor la respuesta recopilada por P.W. dice: The fox burying his mother under a holly tree. Modificación que se tiene como un fallido de Stephen para eludir las acusaciones que le había hecho Mulligan, en el capítulo anterior, acerca de la responsabilidad que le cabría por la muerte de su propia madre. Es sabido que Joyce había leído a Freud. 23 PEIRCE, Charles S. [1908], “La realidad de Dios”, Coilected Papers 6.456-485, incluído en DELADALLE, Gérard Leer a Peirce hoy, Gedisa, Buenos Aires, 1996; pp.203-04. 24 El 13 de febrero de 1919, a propósito de la recién publicada 2” edición de Un recuerdo infantil, Freud le escribe a Ferenczi: “Seguramente Leonardo es la única cosa hermosa que escribí en mi vida “. (The Correspondence of Sigmund Freud and Sándor Ferenczi, Vol.2, 1914-1919, Harvard Univ. Press, Camhridge, Massachusetts, 1996; carta 790, p 332). 25 LACAN, Jacques [1955-56], p. 429. 26 Joyce, James [1915-1941], Cartas escogidas, vol. 2, Lumen, Barcelona, 1982 p. 174. 27 LACAN, Jacques [195-56], p.425.(He y tomado la traducción tomando en cuenta el doble sentido de la palabra francesa faute (falta y culpa), en lugar de por “una falta feliz”, traduzco “heureuse faute” por “una culpa dichosa”. A propósito del uso literal de la expresión latina Ofelix culpa! por parte de Lacan en el Seminario 22 y de las consecuencias de ese episodio sobre el Seminario 23, consúltese: RODRÍGUEZ PONTE, Ricardo, “Para volver a la pregunta de si Joyce estaba loco”, en: Lectura del seminario «Le sinthome», Fabrica de texto, Cartel abierto, ficha interna de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1988. 28 FREUD, Sigmund [1939], Moisés y la religión monoteísta, en Obras Completas t. XXIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1980; p. 127. 29 GAY, Peter, Freud, una vida de nuestro tiempo, Paidós, Buenos Aires, 1989; p. 314. 30 BIRMBLE, Jutta, “Strategies of Persuasion: The Case of Leonardo Da Vinci”, en GILMAN, S. et al., Reading Freud’s Reading, New York Univ. Press, 1994; pp. 144-45. 31 SCHAPIRO, Meyer [1994], pp. 201-02 32 HAYMAN, David, “My Dinner with Jacques “, rev. Lacanian ink nº 11, 1997, New York. La traducción de este artículo y de los otros que, a la luz de lo que luego fue el Seminario 23, suponemos que responden otras preguntas que Lacan pudo haberle hecho a Hayman, aparecerán reunidos en el próximo título de esta colección: Mi cena con Lacan. 33 Cf. “Una psicosis lacaniana”, en rev. El Analiticón, nº 1, pp. 16-41, 1986 29 FREUD, Sigmund, Correspondencia, cd. de Nicolás Caparrós, T.3, “1909- 1914: Expansión. La Internacional Psicoanalítica”, Bib. Nueva, Madrid 1997; pp. 74-75. 30 PEIRCE, Charles S. [19081, op. cit., pp. 196-97. 5 Incluso en alguien con lecturas tan exhaustivas como Lacan o, mejor dicho, especialmente en alguien con lecturas tan exhaustivas como Lacan, conocer cuáles fueron los libros que él dejó de lado o prefirió olvidar, puede tener un valor tan positivo como el de conseguir la lista de los volúmenes más gastados de su biblioteca. El capítulo que sigue es un conjunto de reflexiones a propósito de la omisión más llamativa del Lacan-lector, que es la que afecta a su impresionante colección de comentarios acerca de la obra de Freud que llevó adelante en treinta años de enseñanza. Y trata también de otra significativa omisión o aparente omisión del psicoanálisis de hoy: la del sexo. “El Freud al que Lacan no retornaba” es una versión extendida de “Sobre una degradación general del erotismo en la literatura analítica”, ponencia presentada el 26 de septiembre de 1998 en las Primeras Jornadas de Bibliotecas del Campo Freudiano en Argentina, organizadas por la Sección Santa Fe de la EOL a propósito del tema “La erótica en la literatura”. Sus conclusiones derivan, en parte, del módulo de investigación “La clínica como literatura” que coordiné en el Centro Descartes de Buenos Aires en 1996-97, cuyos primeros resultados aparecieron en la revista Pliegos (cf. “Freud: de la adquisición de un estilo a la fundación de un género”, rey. Pliegos de la Sección Madrid de la Escuela Europea de Psicoanálisis, nº 4, 2da época, enero 1997; pp. 8387). EL FREUD AL QUE LACAN NO RETORNABA Entonces estoy aquí, en la mitad del camino, habiendo pasado / veinte años Veinte años en buena medida malgastados, los años de l’entre /deux guerres Tratando de aprender a usar las palabras, y cada intento Es enteramente un nuevo empezar y un diferente tipo de fracaso Porque uno solamente aprendió a sacar lo mejor de las palabras Para las cosas que ya no tiene que decir o del modo en el que Uno no está más dispuesto a decirlas. Y entonces cada empeño Es un nuevo comienzo, una incursión en lo inarticulado (...) Para nosotros, sólo queda el intento. El resto no es cosa nuestra. T.S. Eliot, “East Coker” (1940) Desde el comienzo, desde las discusiones entre Freud y Breuer a propósito de la publicación de sus Estudios sobre la histeria, la literatura analítica tuvo que vérselas con los riesgos y beneficios de quedar asimilada a la literatura erótica. Una cosa era hablar, como quería Breuer, de estados segundos o estados hipnoides, emparentando psicoanálisis la histeria a disfunciones neurológicas y al síndrome confusional; otra cosa muy distinta era vincularla con los suspiros de una mujer por su cuñado. Lo que vino después, la teoría del trauma y la seducción sexual precoz, enseguida eclipsada por el retrato del niño como perverso polimorfo incestuoso, no hizo más que empeorar la situación. Más allá de los resultados médicos que el psicoanálisis prometía, a esa práctica de conversaciones privadas acerca del sexo y a esa teoría que apuntaba a un orden que, por enrevesado que fuese, se inclinaba por los beneficios de la satisfacción, les faltaba el decoro de la literatura científica. Las convenciones del género científico daban por hecho y hasta exigían que la verdad fuera atea, pero todavía no indecente. Un día primaveral de marzo de 1898, Freud observa en la vidriera de una librería de Viena una monografía botánica y esa noche sueña que hojea satisfecho un libro suyo que tiene todo el aspecto de una monografía botánica. Se sabe que el libro que estaba escribiendo por entonces era La interpretación de los sueños; él mismo asocia que esa tarde había recibido la carta de Fliess que dice: “Me ocupo mucho de tu libro sobre los sueños. Lo veo terminado frente a mí y yo lo hojeo”.’ Conseguir que un libro de psicoanálisis pueda ser tomado por la comunidad de lectores como un libro de botánica seguía siendo, por lo visto, una de sus grandes preocupaciones. No creo excesivo interpretar este anhelo de inscripción en el género científico como uno de los sentidos del sueño de Freud. Cincuenta años más tarde, en 1948, los primeros pasos hacia la profesionalización del psicoanálisis despertaban en Buenos Aires igual clase de suspicacias. 1948 es también el año de la publicación de El túnel, la novela del escritor argentino Ernesto Sábato; allí se cuenta que cuando su protagonista, Juan Pablo Castel (pintor de éxito y loco del lugar común), es invitado en el cuarto capítulo a un cóctel de la Asociación Psicoanalítica Argentina, él no tarda en detectar la sintonía inestable del nuevo grupo: Todo era tan elegante que sentí vergüenza por mi traje viejo y mis rodilleras. Y sin embargo, la sensación de grotesco que experimentaba no era exactamente por eso sino por algo que no terminaba de definir. Culminó cuando una chica muy fina, mientras me ofrecía unos sándwiches, comentaba con un señor no sé qué problema del masoquismo anal. (...) Damas y caballeros tan aseados emitiendo palabras génito-urinarias. Castel, entonces, huye (El túnel es un incansable maratón) precipitadamente escaleras abajo hacia la calle Rodríguez Peña, seguramente llevándose por delante —aunque Sábato se haya olvidado de contarlo— la mesa de librería dominada por una pila del volumen IV nº 3 de 1946 de la Revista Argentina de Psicoanálisis, puesto que el cuarto capítulo de El túnel transcurre, en efecto, en la primavera del 46. Con los años, ese será uno de los números más curioseados de la revista. El analista fundador Arnaldo Rascovski publicó en sus páginas, bajo el título de “Interpretación psicodinámica de la función tiroidea”, el caso de su paciente Emilio Rodrigué, quien se convertiría en uno de los analistas didactas más influyentes de los setenta en la Argentina. Muy a lo Breuer, Rascovski documenta científicamente la remisión del mixedema, del edema palpebral, de la macroglosia y el ascenso de las cifras del metabolismo basal luego de 400 horas de análisis. (Por no mencionar las radiografías de la solución de un proceso flemonoso en una muela incluida.) ¿Pero cómo lo ha conseguido? A la manera de Freud. Anotando que al niño Rodrigué lo vistió la niñera hasta los 9 años; que el joven Rodrigué exhibe una: “intensa tolerancia por expresiones pregenitales de la sexualidad marcadamente pueril y masoquística”, y sufre de: “un intenso temor a la castración donde aparecían volcados sus propios contenidos sádico orales hacia la mujer en la forma de la clásica fantasía de la vagina castrante... que veía como un conducto tortuoso lleno de piedras que trituraban al pene “. Sin omitir los brillantes resultados de la cura: no solamente mejora la función tiroidea y la dentadura de Rodrigué sino además, y como condición determinante, el paciente alcanza “una genitalidad suficiente que le permitió la elección de objetos adecuados”. En El antiyo-yo, su primera autobiografía, Rodrigué evocará ese artículo, levantando la reserva de su identidad (el paciente N.N. de Rascovski soy yo), respaldando la veracidad de los datos clínicos y admitiendo: “me daban calor las cosas que decía de mí” (2).Es en este contexto que Borges definirá el psicoanálisis como la rama erótica (le la ciencia ficción. Ahora bien, Freud no había retrocedido ante el semblante chistoso de la interpretación de los síntomas ni ante lo novelesco de la cura; en su lugar respondió escribiendo sucesivamente El chiste y su relación con lo inconsciente en 1905 y El delirio y los sueños en la Gradiva de Jensen en 1906. Y hay que destacar que el Guión Maestro del la primera caso Rodrigué no se alejaba substancialmente del de Freud. A Freud le habia parecido acertado comparar la novela de Jensen con el relato de una cura analítica exitosa debido a que Norbert, el joven arqueólogo reprimido, evoluciona alegremente en sus páginas hacia la genitalidad. La peripecia se desencadena, como es sabido, a partir de un vivo interés, arqueológicamente injustificable, que a Norbert le despierta el bajorrelieve de una doncella romana, y Freud festeja sin reparos que todo acabe en una elección de objeto adecuada en el sentido más casamentero: “Es con todo derecho una mujer antigua, la figura de piedra de una mujer la que lo arranca a nuestro arqueólogo de su extrañamiento respecto del amor y lo amonesta a pagar a la vida la deuda que con ella tenemos desde nuestro nacimiento (3)”. Ese joven aburrido que observaba con desprecio a las parejitas de su edad en viaje de bodas, “absolutamente incapaz de comprender su obrar y trajinar (4)”—subraya Freud—, progresa, por mediación de intervenciones semianalíticas, a una inesperada simpatía por los tortolitos y finalmente acaba convertido en uno de ellos. Considerando una pérdida de tiempo la discusión de si a Norbert le toca el diagnóstico de “erotomanía fetichista (5)” u otra etiqueta de la nosografía psiquiátrica, Freud prefiere definir el caso como una “huida del amor (6)”, y a su cura como “el triunfo del erotismo (7)”. Y de un erotismo, agreguemos, felizmente correspondido. Norbert encuentra (o reencuentra) en Zoe a una mujer que lo comprende, que se arrima a sus dislates con la paciencia de una analista: “...esta muchacha reflexiva y prudente ha resuelto ganar para marido a su amado de la niñez después de comprobar tras su delirio, su amor como fuerza pulsionante (8)”. Además, Zoe se insinúa como una amante complaciente. La Gradiva cierra con un detalle prometedor. Obedeciendo el capricho de Norbert, y para el beneplácito de Freud lector, la muchacha posa muy dispuesta bajo el sol pleno del mediodía del verano pompeyano. Norbert Hanold se detiene y le ruega a la muchacha que lo preceda. Ella lo comprende “y recogiendo un poco su vestido con la mano izquierda, Zoe Bertgang, Gradiva rediviva, envuelta por los ojos de él que la miran entrecerrados, cruza las piedras de la calzada hasta el otro lado de la calle con su andar calmoso y grácil, en medio del resplandeciente brillo solar”. El triunfo del erotismo lleva a reconocer lo que habíade bello y valioso también en el delirio (9). Peter Rudnytsky observó que en la copia de la novela que guardaba su biblioteca, Freud había garabateado, en ese lugar, con un lápiz verde: “Erotik! Aufnahme der Phantasie - Versöhnung” [Erótica! aceptación de la fantasía – reconciliación] (10). En 1948, Castel, el protagonista de El túnel, habría leído con convicción y envidia la posibilidad de semejante armonía conyugal (11). El también había conocido una mujer que lo comprendía. Una que iba derechito a mirar en sus pinturas lo que nadie podía ver. “Existió una persona que podría entenderme. Pero fue precisamente la persona que maté. Todos saben que maté a María Iribarne”. ¿Que ocurriría si hoy, vale decir 50 años después, Castel octogenario saliera con permiso de la reclusión psiquiátrica en donde había acabado y visitara la Escuela de la Orientación Lacaniana? Hace un mes atrás, mientras escuchaba allí el testimonio de uno de los A.E. de la AMP, me acordé de Castel y me imaginé lo asombrado que se pondría. No tanto al notar que hay pacientes promovidos para contar sus propios casos, sino al comprobar que las suyas son historias decentes. Quizá tristes, pero decentes, de las que no da calor contar. Nada de detalles escabrosos acerca del masoquismo anal. Ciertamente en un momento escuchamos mencionar el agujero del grito, pero falsa alarma: se trata de el agujero de “El grito”, el cuadro de Munch. Por otra parte, ningún triunfalismo del objeto adecuado y completo; en su lugar la sensatez resignada de que el Otro no existe y el sujeto está solo. De haberme analizado con un lacaniano —piensa Castel— habría terminado consintiendo que todos vivimos en un túnel y que era insensato, tal como me lo gritó su esposo ciego, matar a María Iribarne porque ella no quería ser mi tortolita. Con el sobresalto de los aplausos del cierre, el viejo se despeja e inicia la marcha hacia la salida del gran salón del quinto piso de avenida Callao 1033. Antes de alcanzar el ascensor se deja atraer por la estantería de nuestras publicaciones y su concentración paranoica, que no ha menguado con la edad, verifica de una hojeada que lo que acaba de escuchar no es privativo de los testimonios del pase de los A.E., sino que corresponde a un giro generalizado del Gran Relato, del Guión Maestro de nuestros historiales clínicos. Supongamos que, desde que se lo declaró mentalmente insano, una de las ocupaciones rutinarias de Castel haya sido la de estudiar a Freud. De ser así, es muy probable que, una vez recobrado de las novedades de la noche de la EOL, le haya venido a la mente la hipótesis de que los lacanianos somos una secta estudiosa que mantiene la cuestión sexual soterrada, igual que Norbert antes de tropezarse con la piedra de la Gradiva. Nuestra situación también le recuerda, naturalmente, el artículo de 1912: “Sobre una degradación general de la vida erótica”, donde Freud habla de «degradación» en su acepción cuantitativa de reducción de grado, de tendencia al cero, de erotismo eliminado, depuesto del objeto idealizado. Adicto a las demostraciones, de vuelta en el hospicio busca en la biblioteca la obra de Lacan y se pone a averiguar cómo empezó todo eso. En su visita, no se le había pasado por alto nuestra simpatía por la fórmula no hay relación sexual, que seguramente hacía a la cuestión, pero advierte que, como tal, se trata de una expresión tardía, no muy anterior al Seminario 16. Con lectura implacable y visión de túnel, marca una página del Seminario 1 como el primer indicio firme del recelo lacaniano hacia los tortolitos. Es la clase del 30 de Junio de 1954, en la que Lacan reinterpreta el sueño de “La monografía botánica”. En vez de conjeturar, a la manera clásica, el cumplimiento de algún deseo sexual infantil de Freud —como hicieron Gristein, Anzieu y muchos otros—, Lacan da un breve recuento de los restos diurnos y sentencia: “Estos, fueron los puntos fonemáticos vividos, si así puedo decirlo, a partir de los cuales se puso en funcionamiento la palabra que se expresa en el sueno. ¿Quieren que la formule? Es, para decirlo crudamente: Ya no amo a mi mujer (12)”. Repuesto de la noticia de que Sigmund no amaba más a Martha, Castel continua sus hallazgos: SEMINARIO 4, CLASE 22da: Mantengámonos firmes y en el terreno de nuestra experiencia. Si esta ha hecho hacer algún progreso al problema sexual (...) es en la medida en que ha sido capaz de situar las relaciones entre los sexos (...). Para tener una perspectiva salubre sobre el progreso de nuestra investigación, hay que darse cuenta de que en la relación del hombre y la mujer queda siempre abierta una hiancia (13). “LA DIRECCIÓN DE LA CURA”: [En] la novela rosa [de Abraham] del « paso de la forma pregenital a la forma genital>>, las pulsiones « no tornan ya ese carácter de necesidad de posesión incoercible, ilimitada, incondicional, que supone un aspecto destructivo. Son verdaderamente tiernas, amantes, y si el sujeto no por ello se muestra oblativo, es decir desinteresado, y si esos objetos>> (...) [Pero] lo que hace que el objeto se presente como quebrado y descompuesto, es tal vez otra cosa que un factor patológico. ¿Qué tiene que ver con lo real ese himno absurdo a la armonía de lo genital? (...) ¿Nos tocara a nosotros camuflar de cordero rizado del Buen Pastor a Eros el Dios negro? (14). SEMINARIO 9, CLASE 13ra Lo que ustedes tienen que hacer, no es predicar una erótica, sino arreglárselas con el hecho de que incluso entre la gente más normal y dentro de la aplicación mas plena de las normas, eso no marcha (15)” SEMINARIO 14, CLASE 12da: "Si algo nos revela la experiencia, es la heterogeneidad radical del goce masculino y del goce femenino (16)”. Cerremos la lista con la clase 13ra del Seminario 15: ...un hombre, una mujer, normalmente constituidos, (...) ¿es natural que se besen? He aquí la cuestión. (...) Esta es la pregunta que hago. ¿Por que? No para que se vayan a pasear por todo París a contar que lo que Lacan enseña es que el hombre y la mujer juntos no tienen nada que ver. (...) Es molesto que no pueda enseñarlo sin que se produzca un escándalo. [Pero] es justamente porque no tienen nada que ver que el psicoanalista tiene algo que ver en este asunto [cette affaire In]. Escribámoslo de esta manera en el pizarrón: staferla. Hay que saber utilizar una cierta forma de escritura (17). Castel opina, y quizá tenga razón, que este «staferla» es el primer balbuceo dirigido a despejar una fórmula de mayor abstracción para el desencuentro de los tortolitos. Pero no terminan aquí sus pesquisas. Les cuento que durante esa marcha en busca de citas, llevo adelante una investigación paralela —a su entender incluso más decisiva— que se ocupa de la performance de Lacan lector de Freud. Su primera conclusión es que el llamado “Retorno a Freud” no es un simple slogan, sino el empeño de un trabajador incansable. Castel comprueba que incluso ciertos tópicos de la obra de Freud habitualmente dejados de lado merecieron algún comentario de Lacan. Es el caso de los artículos sobre telepatía. Si bien el tratamiento que les da es de una autorreferencialidad teórica que, incluso para Castel, es un poco risueña. En los cincuenta, Lacan asegura que los fenómenos telepáticos prueban que “el inconsciente es el discurso del otro (18)”; y encierra las misteriosas coincidencias entre la clínica de dos pacientes o entre los dichos de un paciente y los recuerdos guardados del analista —que tanto llegaron a inquietar a Freud y a Ferenczi— en un dibujo de la geometría de circuitos (19); más tarde, en los seminarios de los años setenta, las experiencias telepáticas serán otro indicio de la no-relación, del goce y de lo Real (20). Como fuere, según la contabilidad de Castel, Lacan alcanzó a comentar expresamente noventa y siete títulos de Freud, los correspondientes al grueso de sus artículos y a todos sus textos extensos, excepto uno. No le extrañó a Castel que el libro de Freud con el que Lacan no había querido saber nada sea el de El delirio y los sueños en la Gradiva de Jensen. Le fastidió mucho, en cambio, puesto que eso destartalaba su hipótesis inicial de que los lacanianos sufrimos el mal de Norbert, el cerciorarse de que Lacan no se había desentendido de las diez paginitas de “Sobre una degradación general de la vida erótica”; antes bien, las cita puntualmente cada vez que la cuestión staferla asoma seriamente. Pero hay que hacer una precisión, Lacan lee este artículo freudiano de un modo muy peculiar, transformandolo en la premisa de lo que podría llamarse —parodiando a J.A. Miller— (21) “una clínica universal de la perversión”. Con Lacan, “Sobre una degradación general de la vida erótica” deja de ser la descripción recortada de un cuadro de impotencia selectiva (22). No, la « degradación» en ciernes, según la lectura de Lacan, no es -o no es solamente- degradación cuantitativa del objeto idealizado (que se “degrada” porque es catectizado en menor grado que otros), sino una degradación cualitativa del objeto en general (por su condición misma de objeto). Es la degradación del envilecimiento y es un trastorno universal de la vida erótica que afectaría a todo sujeto. Puesto que el erotismo humano no es, a pesar de las quejas del neurótico, el de la Have y la cerradura del erotismo zoológico: “[El neurótico] quiere saber- dice Lacan- lo que hay de real en eso que lo apasiona, es decir lo que hay de real en el efecto del significante, (...) [quiere] el advenimiento de... una erótica, finalmente constituida (...) quiere retransformar el significante en (...) signo (23). Desconfiado y a un mismo tiempo dócil, como buen paranoico, castel recapacita y admite que el primer diagnóstico que se había hecho de la situación actual del psicoanálisis es algo (y para su sistema algo es todo) desacertado. Reconoce que esta ingeniosa misreading de Lacan de “Sobre una negra dación general de la vida erótica”, junto a su silencio con respecto a El delirio y los sueños en la Gradiva de Jensen, no apuntan precisamente al sepultamiento del erotismo, no promueve un erotismo soterrado como el de Norbert, sino que agita un erotismo diferente al de “la novela rosa” de Abraham. Lo que tiene en el horizonte es un erotismo oscuro, azorado, órfico que arruina los ideales de comunicación plena. ¿Acaso no puede haber un erotismo semejante? Desde luego que lo hay —concede Castel— y su memoria comienza a vislumbrar borrosamente que algo de eso había en lo que escuchó en la EOL; pero puesto que es un hombre mayor, que tiene más disponibles sus recuerdos remotos, pasa a acordarse del giro metafísico que la literatura erótica francesa había dado por los años cuarenta. Porque, ¿qué llevó a Lacan a semejante posición? De creerles a las citas que acabamos de repasar, lo condujo la experiencia, nuestra experiencia; sin embargo, la experiencia clínica—objeta Castel—, eso de atender hombres y mujeres, estaba a disponibilidad de todos los otros analistas. Por supuesto que la práctica de la clínica permite, como en el caso de la pintura, que se distingan practicantes mejor dotados como agentes de progreso. Lacan pudo haber estado tocado por ese don de unos pocos. ¿O habrá sido favorecido por experiencias más privadas? Más líos con las mujeres parece que tuvo Ernest Jones y sin embargo... —se responde Castel, al que tampoco se le escapó el epistolario freudiano. Será mejor, concluye, dejar entonces en segundo plano los elogios al empirismo clínico, la cacería de talentos y la escuela de la calle: si Lacan pudo tener un otro registro de la clínica y de su vida íntima, eso fue debido seguramente a que él recorrió el atajo de leer la literatura erótica elegante de su tiempo. En un comienzo —continúa monologando Castel que a esta altura de sus estudios habla mas parecido a un lacaniano de los noventa que a un pintor de los cuarenta— yo había asumidoque, en el sistema Lacan, el relato ejemplar de la Gravida de Jensen habia sido sustituido por “la carta robada” de Poe. Ese cuento de una reina infiel (como María Iribarne) y un rey ciego (como su esposo), ciego de imbecilidad, “de la imbecilidad que corresponde justamente al Sujeto”, precisa Lacan (24). Pero al avanzar mis estudios encontré candidaturas mucho más acertadas en las novelas eróticas y los ensayos asociados de Bataille, Klossowski y Blanchot —influencias que Lacan no ocultó ni se ahorró de elogiar. Recuerdo de Bataille sus lúgubres y paradójicas definiciones del éxtasis y el erotismo para una enciclopedia de 1947: ÉXTASIS: Goce que es insoportable, inútil, imposible y carente de goce. EROTISMO: todo aquel que no haya optado por la obscenidad, reconociendo en la obscenidad la presencia y la conmoción de la poesía, y más íntimamente, el brillo elusivo de una estrella, no vale lo suficiente para morir (25). Por su parte, Klossowski fue recién a mediados del cincuenta que sacó Roberte, esta noche. Primero parecía una novelita erótica clásica, por recurrir al tópico de ofrecer la esposa a otro hombre; pero lo nuevo es que esta vieja historia se imponía a partir de una deducción aristotélica de la hiancia de los sexos. Octave, eminente profesor de escolástica, quiere acercarse al conocimiento de la esencia de su mujer Roberte, pero sabe (no al final, sino desde la primera página) que él no podrá abrir tal cerradura de la identidad—son sus palabras— desde su lugar de marido debido a que, razonaba: “Si la esencia de la esposa residiera en la infidelidad, por más que el esposo juegue, habrá perdido de antemano (26)” A propósito de la influencia de Blanchot, Lacan no puede ser más claro. En la última clase del Seminario 9 lee más de medio capítulo de Thomas el oscuro (versión 1950). Novela organizada como una serie de variaciones alrededor de la siguiente aritmética: “Si al menos [dice Anne] pudiera encontrarme ante ti, completamente ajena a ti, tendría alguna oportunidad de reunirme contigo. Pero sé que no te alcanzaré nunca. La única posibilidad de disminuir la distancia que nos separa sería alejarme infinitamente (27). Hasta aquí Castel. Primero, llevándose la impresión de que el descubrimiento freudiano del sentido sexual de los síntomas estaría hoy siendo desplazado, “degradado” por las ironías del argumento de la nocomplementariedad de los sexos. Luego, especulando acerca del contexto cultural de Lacan, recapacita que su primer diagnóstico fue apresurado y es concebible pintar la actualidad analítica en relación a un erotismo deja hiancia y el sentido de un goce del sin sentido sexual. No hace falta decir que tanto la recusación como la absolución de los dichos de Castel serían materia muy discutibles. El se desentiende, por ejemplo, demasiado rápidamente de la posibilidad de que la clínica psicoanalítica tenga una historia interna que puede prescindir en gran medida del Otro de su tiempo. Castel no toma en cuenta que es igualmente razonable invertir la flecha de las influencias y mantener que fue en todo caso el marco del psicoanálisis lo que posibilito el surgimiento de esa literatura que comenzó a llamar la atención desde fines de los años cuarenta. ¿No comenzó Georges Bataille a escribir Historia del ojo en el curso de su análisis de 1926 a alentado por su analista Adrien Borel? (28) ¿Acaso las reticencias de Maurice Blanchot a exhibirse en público y sus equivalencias narrativas, son del todo ajenas al ataque despiadado de 1943 que lanzó contra los avances del psicoanálisis aplicado de Charles Mauron (en su intento de vincular la doctrina de la impersonalidad de Mallarmé con la vida privada del poeta)? (29). También podríamos objetar la solución de Castel yendo más lejos en la misma dirección, exacerbando su apelación al contexto cultural, hasta entender todo el asunto staferla como un efecto del cambio de lugar de la mujer occidental a partir de la dos posguerras europeas; nueva circunstancia social de la que las transformaciones del psicoanálisis y de la literatura erótica serían a su vez meros síntomas. Las reformas a favor de la igualdad de derechos civiles habrían alentado los fantasmas de otras equivalencias entre los sexos que no se vieron tan buenamente cumplidas. O podríamos reordenar psicobiográficamente la novedad, subrayando el protagonismo de la subjetividad de Lacan. Su vida domestica ofrece algunas pistas. Sylvia Maklès, la segunda mujer de Lacan, con quien vivió a partir de 1940, era la ex-esposa de Bataille y formaba parte del círculo de amistades del reservado M. Blanchot. Hay una picante anécdota acerca del vínculo de Lacan con Blanchot, referida por un paciente suyo: Su muy reciente lectura de La escritura del desastre lo hundió en tal estado que no puede hacer de otro modo que comunicar a Lacan su turbación. No es totalmente ignorante, por supuesto, de la proximidad, tanto amistosa como teórica, entre Lacan y Blanchot. Respuesta de Lacan, completamente inesperada. —II connaît mieux mafemme que moi (Literalmente sería: El conoce mejor a mi mujer que yo) Luego, percibiendo el equívoco gramatical, en francés, agrega: —Quiero decir... él conoce mejor a mi mujer de lo que me conoce a mí (30). Para encontrarle motivos privados a su interés por P. Klossowski, hay que escarbar apenas un poco más en las coincidencias e indiscreciones. En los primeros años del matrimonio, Sylvia mantuvo a su lado a su hija Laurence Bataille. Laurence, antes de ser actriz, activista política y una analista de desacostumbradas cualidades, se convirtió en 1946, a los dieciséis años, en la modelo predilecta y amante de Balthus (31). Difícilmente la curiosidad y las preocupaciones de Lacan pudieron haberse sustraído al atractivo de la relación de su hijastra con ese pintor pedófilo y genial. Y quizá no haya sido un dato indiferente que Baithus fuera hermano de Pierre Klossowski —su verdadero nombre era Balthasar Klossowski. Inclinado a fantasear y habitar los otros amores de María Iribarne, estos datos apasionarían a Castel hasta la certeza. Pero el matrimonio Lacan tenía una intensa vida social. ¿Por qué las inclinaciones epistémicas de la celotipia y el voyeurismo habrían de preferenciar a esos tres candidatos? ¿Por qué no considerar que si eventualmente el interés cayó sobre ellos fue recién después de haberlos leído? Si aceptamos que la lectura de esos libros de erotismo oscuro pudieron tener algún papel en su tarea de analista, es decir, si la hipótesis absolutoria de Castel fuera cierta, entonces podría concluirse que, con Lacan, la literatura analítica habría sabido esquivar la maldición de la literatura erótica y, en vez de dejarse incluir incómodamente en su género, esta vez habría aprendido a servirse de ella. Pero sería de muy corto alcance asimilar la lectura que Lacan practica de esos libros a aquella otra que el ojo de Castel cumplía, en la novela de Sábato, cuando espiaba por la ventana del dormitorio de Hunter para ver lo que hacía, cómo se las arreglaba Hunter con María Iribarne. No hay que descuidar el hecho de que Lacan avanza sobre el staferla desplegando simultáneamente dos frentes, el de su interpretación cualitativa de la degradación de la vida erótica y el de su insistencia en la no-complementariedad del significante y el significado. Puesto que, a su entender, en la sexualidad humana hay otra cosa que lo que se puede observar desde afuera de la ventana de un escritorio: está su relación con el significante. Al punto de que no sería un desatino deducir, entre otras cosas, que a cada erótica le corresponde una política de lectura. La transformación de la literatura erótica de los cuarenta se corresponde, nítidamente, con un giro declarado en la concepción de la lectura. De modo llamativo, la obra ensayística de Blanchot se encarga de explicitarlo hasta el agotamiento (32). Pero incluso sin necesidad de consultar, por ejemplo, a El espacio literario o La escritura del desastre, uno encuentra un capítulo entero de la novela Thomas el oscuro interesado sólo en eso. Es el cuarto capítulo, que no casualmente es el que elige Lacan para leer en la despedida del Seminario 9. Thomas, echado en su cama, entabla con la página de un libro una relación que no es ni más ni menos tortuosa sino idéntica a la que mantiene con Anne a lo largo de nueve capítulos. Como fue dicho, es precisamente este cuarto capítulo el elegido para concluir el Seminario 9. De haber concebido la sexualidad sólo literalmente, y no también como algo radicalmente literal, Lacan hubiese hecho mejor en preferir la anécdota de alcoba del décimo capítulo (en el que la staferla es llevado a un paroxismo casi cómico); pero no es así, se queda con el del desencuentro de Thomas con el signo. Lacan lee: Los que entraban, viendo el libro abierto siempre por las mismas páginas, pensaban que fingía leer. Pero leía. Leía con un cuidado y una atención insuperables. Estaba, ante cada signo, en la situación en que se encuentra el macho cuando la mantis religiosa va a devorarlo. Uno y otra se observaban. Las palabras, extraídas de un libro que cobraba una fuerza mortal, ejercían sobre su mirada, que las tocaba, una atracción dulce y placentera a la vez. (...) El lector consideraba felizmente aquella chispa de vida que no dudaba haber avivado. Se veía con placer en aquel ojo que lo veía. Su placer se hizo incluso demasiado grande. Se hizo tan grande, tan implacable, que lo soportó con una especie de terror y que, incorporándose, momento insoportable, sin recibir de su interlocutor ningún signo cómplice, percibió toda la extrañeza que había en ser observado por una palabra como por un ser vivo, y no únicamente por una palabra, sino por todas las palabras que habitaban aquella palabra, por todas aquellas que la acompañaban y que, a su vez, contenían en sí mismas otras tantas palabras, como una procesión de ángeles desplegándose al infinito hasta el ojo de lo absoluto. (...) En aquel estado se sintió mordido o golpeado, no podía saberlo, por lo que le pareció ser una palabra, pero que se asemejaba más bien a una rata gigantesca de ojos penetrantes, de dientes puros, un animal todopoderoso. Viéndola a algunas pulgadas de su rostro, no pudo evitar el deseo de devorarla, de arrastrarla consigo a la intimidad más profunda (33). En este fragmento se encuentran ilustrados (o de aquí parten):, el “antes y más allá del acto de comprender”; “la mentira de toda identificación”; la faena semántica de Sísifo y la desconfianza órfica por los poderes de la palabra, que constituyen el temario de lo escrito por Blanchot desde Comment la littérature esí-ell possible? (1942) en adelante (34). En su dramatización de la vida erótica y del revés de su trama, que es el trabajo de la lectura, Thomas el oscuro se ubica en las antípodas del desenlace seguro, solar y feliz de la Gradiva. A su vez, Blanchot en las antípodas del Freud de El delirio y los sueños en la Gradiva de W Jensen, donde a Freud, sombra de Zoe, lo encontramos más solar, feliz y seguro que nunca de sus interpretaciones. Para concluir, cabe preguntarse si la justificación alcanzada por Castel para el estado actual del Gran Relato analítico nos deja conformes. Hay que decir, a su favor, que la indecencia original de la literatura analítica reaparece, de esta manera, intacta detrás de un erotismo menos evidente pero cierto. Y que el acento puesto sobre el staferla aligera la pesada carga de tener que exhibir resultados de novela, que tanto pesó sobre la literatura analítica de los tiempos de la conquista del mercado profesional. A principios de siglo, en Viena, agobió a Freud y lo sentó a escribir su psicoanálisis en clave de fábula de la Gradiva; a mediados de siglo, en Buenos Aires, a Rascovski lo sentó a escribir la gloriosa cura del hijo de ricos Emilio Rodrigué. Hoy, retornando a los inicios más tempranos, el horizonte de un tratamiento analítico vuelve a ser la promesa inaugural pronunciada por Freud en “Psicoterapia de la histeria” en 1895: «Usted mismo me lo dice; es probable que mi sufrimiento se entrame con las condiciones y peripecias de mi vida; usted nada puede cambiar en ellas, y entonces, ¿de qué modo pretende socorrerme?». A ello he podido responder: «No dudo de que al destino le resultaría por fuerza más fácil que a mí librarlo de su padecer. Pero usted se convencerá de que es grande la ganancia si conseguimos mudar su miseria histérica en un infortunio ordinario. Con un sistema nervioso restablecido usted podrá defenderse mejor de este último.» Sólo que la entonamos de otra manera. Aunque el progreso interno del análisis permite alcanzar actualmente resultados más felices, tenemos una imagen más espinosa de lo que es el infortunio ordinario, o dicho con más optimismo, entendemos que la descripción que se tenía del infortunio ordinario estaba algo sometida a la miseria histérica. Además, con muchas más reservas subsumiríamos la cura a una intervención en el sistema nervioso —el mismo Freud reemplazó, para la edición de 1925, ese “con un sistema nervioso” por “con una vida anímica (35)” Sin embargo, en la medida en que el nuevo relato se empecina en multiplicar las ilustraciones de su hazaña negativa, aumentan los riesgos de que se implante una nueva monotonía. Del viejo relato fogoso del cumplimiento de los deseos se pasa al nuevo relato avisado de la serenidad del desapego. Me explico, en el último número (septiembre de 1998) de una publicación mensual de novedades bibliográficas de Buenos Aires, se reproduce la contratapa de un nuevo libro acerca de la psicopatología de la vida erótica que alza la siguiente advertencia: “Pero la hiancia incolmable entre el hombre y la mujer en tanto expresión de no-complementariedad sexual, persiste y se tiende a llenar con síntomas neuróticos, actuaciones perversas y discursos fragmentarios del amor manifestaciones sobre las cuales el libro ofrece testimonio psicoanalítico (36)” En principio, no habría nada que objetarle, pero —al menos para el analista formado— tanta impaciencia del autor por mostrarse dueño de la clave universal de la hiancia resulta desalentador. Es sencillo y eventualmente provechoso alinearse detrás de las grandes fórmulas: aún sabiendo de su parcialidad, las adhesiones enérgicas a cualquiera de ellas es y será un requerimiento didáctico y político irremplazable en la historia del movimiento psicoanalítico. Pero el relato de un caso siempre debería tener algo de incómodo y disruptivo para lo que se le quiere hacer ilustrar. Oscilando entre la disciplina de la comprobación de lo universal y la iniciativa del descubrimiento de lo único, un verdadero psicoanálisis siempre debería ser algo impredecible. NOTAS: 1 FREUD, Sigmund La interpretación (le los sueños, en Obras Completas T. IV, Amorrortu, Buenos Aires, 1976; p. 188. 2 RODRIGUÉ, Emilio y BERLIN, Martha, El antiyo-yo, Fundamentos, Madrid, 1977; pp. 98-104. 3 FREUD, Sigmund [1907], El delirio y los sueños en la “Gradiva” de W. Jensen, en Obras Completas, T. IX, Amorrortu, Buenos Aires, 1976; p. 42. 4 Op. cit., p. 14. 5 Op. cit., p. 38. 6 Op. cil., p. 58. 7 Op. cit., p. 33. 8 Op. cit, p. 59. 9 Op. cit., p. 33. 10 Cf. RUDNYTSKY, Peter, “Freud’s Pompeian Fantasy”, en GILMAN, S. et al, Reading Freud’s Reading, New York Univ. Press, 1994. 11 MC. Melgar tipificó acertadamente el romance de Zoe y Norbert con la categoría de “el amor feliz”. Y no desafía el ánimo del libro de Freud cuando su análisis permite oír el freudismo más optimista: “El descubrimiento de la diferencia de los sexos deja en la memoria humana una atracción formidable por lo diferente. A esta atracción podría llamársela: la belleza de lo diferente” (cf. MELGAR, Mª Cristina, Amor Enamoramiento - Pasión, Kargieman, Buenos Aires, 1997; p. 61.) 12 LACAN, Jacques [1953-54], EL SEMINARIO 1: Los escritos técnicos de Freud, Paidós, Barcelona, 1981; p. 391. Contrástese con la formulación que da Freud a la palabra que se expresa en el segundo sueno de Norbert Harold: “Y ahora nos gustaria ensayar la sustitución de ese sueno «singularmente disparatado» de Hanold por los pensamientos inconscientes que tras el se esconden (...): «¿Por que juega este juego conmigo? ¿Quiere burlarse de mí? ¿O acaso me ama y quiere tornarme por marido?». FREUD, Sigmund [1907], op. cit., p. 68. 13 LACAN, Jacques [1955-56], EL SEMINARIO 4: La relación de objeto, Paidós, Barcelona, 1994; p. 376. 14 Lacan, Jacques [1958-1961] “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos I, pp. 237-238; Escritos v. corr. pp. 585-587, ed. siglo XXI. 15 LACAN, Jacques [1961-62], EL SEMINARIO 9.: La identificación, clase del 14 -III-1962, inédito. 16 LACAN, Jacques [1966-67], EL SEMINARIO 14: La lógica del fantasma, inédito; clase del 1-III-1967, inédito. 17 LACAN, Jacques [1967-68], EL SEMINARIO psicoanalítico, clase del 27-III-1968, inédito. 15: El acto 18 “Que el inconsciente del sujeto sea el discurso del otro, es lo que aparece más claramente aun que en cualquier otra parte en los estudios que Freud consagró a lo que él llama la telepatía”: LACAN, Jacques [1953], “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos 1, p. 85; Escritos y. corr. p. 254, siglo XXI. 19 “...por ser agentes integrados, eslabones, soportes, anillos de un mismo círculo de discurso, es que los sujetos ven surgir al mismo tiempo tal acto sintomático o revelarse tal recuerdo”: LACAN, Jacques [195455], EL SEMINARIO 2: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Paidós, Barcelona, 1983, p. 140. 20 a clase del 20-XI 1973 se inicia con estas dos consideraciones, a propósito de los textos de Freud sobre telepatía: “Lo oculto es, aunque parezca imposible, seguramente esto: esa ausencia de la relación” y “No es impensable que el cuerpo, en tanto que lo creemos vivo, sea algo mucho más difícil de lo que saben los anatomofisiólogos. Habrá quizá una ciencia del goce, si cabe la expresión”. La semana siguiente: “... si la vez pasada los aburrí con esa historia de lo oculto, es justamente por esto, porque para Freud es, en cierto modo, la confirmación patente Sobre estas tres dimensiones [Imaginario, Simbólico, Real], de las cuales el nos denuncia tan bien dos. , Que es para Freud lo Real?. Y bien, se los diré hoy: es, justamente, lo oculto. Y lo es precisamente por cuanto Freud lo considera como lo imposible. Pues acerca de la historia del ocultismo y la telepatía, el nos previene, e insiste, que no cree en ella para nada”: LACAN, Jacques [1973-74], SEMINARIO 21: Los desengañados se engañan o los hombres del padre, inédito. 21 Cf. la expresión «clínica universal del delirio» incluida en: Miller, Jacques-Alain, “Ironia”, rev. Uno por Uno nº 34, Buenos Aires, marzo 1993. 22 En la clase del 27-III-1968 del Seminario 15, su operación esta franca y sistemáticamente expuesta: “...lo que el psicoanálisis sabe es que todos los hombres aman no a la mujer sino a la madre. Esto, por supuesto, tiene toda suerte de consecuencias, incluido que puede suceder, al extremo, que los hombres no puedan hacer el amor con la mujer que aman porque es su madre, mientras que, por otra parte, pueden hacer el amor con una mujer a condición de que sea una mujer degradada, es decir, la prostituida. Quedémonos en el sistema. Quisiera plantear la siguiente pregunta: en el caso de que un hombre pueda hacer el amor con, la mujer que ama -lo que también sucede, ¡uno no siempre es impotente con las mujeres que ama, caramba! (...) Supongamos que no hay impotentes, supongamos que no hay degradación de la vida amorosa; les planteo una pregunta que...” 23 LACAN, Jacques [1961-62], EL SEMINARIO 9: La identificación, clase del 14-ni-1962, inédito. 24 LACAN, Jacques [1956], “El seminario sobre «La carta robada»”, en Escritos 2, p. 38; Escritos y. corr. p. 32, siglo XXI. 25 BATAILLE, Georges, LEIRIS, Michel, GRIAULE, Marcel y DESNOS, Robert [1929/1947], Encyclopaedia Acephalica, Atlas Press, London, 1995; p. 156 y p. 129. 26 KLOSSOWSKl, Pierre [1953], Roberte, esta noche, Tusquets, 1997; p. 20.Para una introducción a las correspondencias de Lacan con Klossoswski, véase: ALEMÁN, Fátima, Pierre Klossowski/El erotismo del gesto, ficha de circulación interna de la Biblioteca Freudiana de La Plata, 1996. 27 BLANCHOT, Maurice [1950], Thomnas el oscuro (nueva versión), Pre-textos, Valencia, 1982; pp. 40-41. 28 Cf. “El placer glacial”, introducción de Mario Vargas Llosa a la edición de la Historia del ojo de G. Bataille, Tusquets, Barcelona 1978; pp. 35-37. 29 Cf. DE MAN, Paul, Blindness and Insight: Essays in Rhetoric of Contemporary Criticism, Univ. of Minnesota Press, 1983; pp 68-69: “Mucho más que otros críticos que se ocuparon de Mallarmé, Blanchot subraya muy enfáticamente, desde el comienzo, que la impersonalidad de Mallarmé no resulta de un conflicto interno de su persona. (...) La alienación de Mallarmé no sería social ni psicológica, sino ontológica; ser impersonal no significa, para él, que uno comparta la conciencia o el destino de algunos otros, sino que uno se reduce a no ser más una persona, a ser ninguno; en la medida en que uno se define a sí mismo en relación a estar o no en relación con alguna entidad particular”. 30 ALLOUCH, Jean, 213 ocurrencias con Jacques Lacan, Sitesa, México, 1992; p. 240. 31 “Los amigos que visitaban la casa de Balthus recuerdan que Laurence se guía vistiéndose como una preadolescenle (puntillas, medias tres cuartos, zapatos de charol) aunque ya tenía cerca de veinticinco años. Balthus le prohibía fumar, beber alcohol y hasta café (...) Laurence es la mnodelo de “La habitación”, la tercera pieza de la trilogía erótica de Balthus”. Cf. Juan FORN, “El sensualista”, supl. cultural diario Página 12, 7-XIII-1997; pp. 11-13. Una versión más discreta en: ROUDINESCO, Elisabeth [1993], Lacan (Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento), FCE, Buenos Aires, 1994; p. 278. 32 Paul de Man (op. cit., p. 67) llega a arriesgar que: “La relación entre su obra crítica y su narrativa debe ser entendida en los siguientes términos: la primera como una versión, preparatoria de la segunda.” 33 G. Poulet resume así la fábula: “La tarea consiste en descifrar el enigma esencial, en conferir el conjunto de lo que es su significación plena. Ahora bien, dicha significación nunca es adecuada, puesto que siempre es parcial, superada)’ desmentida (...) De ahí, en la novelas de este tipo, la multiplicidad de actuaciones y cuestionamientos, las carreras interminables a lo largo de vacíos corredores (...) La novela de Blanchot es pues la novela de un eterno fracaso (...) sin embargo, no hay desesperación final, no hay ni muerte ni conclusión(...) Obra desolada, una de las más tristes de todas las literaturas y, sin, embargo, obra no trágica, marcada por una serenidad esencial” (cf. POULET, Georges [1971], La conciencia crítica: De Mme de Staël a Barthes, Visor, Madrid, 1997; pp. 167 y 170-71). 34 Cf. del prólogo de Anna Poca ala edición española de El espacio literario: “Los órficos pensaban que la permanencia del alma en el cuerpo no era sino su caída (...) protestaban así contra la esclavización del hombre por la palabra, ya que el abandono del cuerpo equivalía a la liberalización del espíritu de su instrumento parlante, cuya alma podía finalmente callar. La figura de Orfeo ocupa centralmente El espacio literario de M. Blanchot, cuya obra crítica y literaria parece concentrar todo su esfuerzo en la actualización de este mito”. (BLANCHOT, Maurice [1955], El espacio literario, Paidós, Barcelona, 1992; p. 6). 35 FREUD, Sigmund[1983-95] Estudios sobre la histeria, en Obras Completas t. II, Amorrortu, Buenos Aires, 1976; p. 309 n.22. 36 Agenda Letra Viva nº 23, septiembre 1998, segunda era, año 8, Buenos Aires; p. 6. 6 ¿Quién es M’Intosh? He aquí uno de los enigmas clásicos que entretienen y torturan a los especialistas del Ulises de James Joyce. ¿Quién es ése al que Lacan llamaba James Joyce? He aquí el enigma al que este capítulo intenta introducir y resolver. Empecemos por la pregunta joyceana, puesto que sirve de preparación para la lacaniana. ¿Quién es M’Intosh? M’Intosh hace su aparición en el capítulo 6 deI Ulises, capítulo del que Joyce había anticipado una primera versión con el título de “Hades”. Tenía buenos motivos; las semejanzas que guarda con el canto de la Odisea del viaje de Ulises al País de los Muertos son manifiestas. Leopoid Bloom hace el mismo viaje siguiendo el cortejo fúnebre de Paddy Dignam hasta el cementerio de Glasnevin; la amistad de Bloom con Dignam remeda a la de Ulises con Elpenor; los cuatro ríos que atraviesa el cortejo, a los cuatro ríos del Hades; la inutilidad de Cunnungham, a la de Sisyphus; el carácter canino del Padre Coffey, al de Cerberus, etc. Pero hay otros detalles que no encajan tan fácilmente. Como el de la presencia fugaz de un hombre delgado cubierto con un impermeable que Bloom advierte entre los asistentes sin alcanzar identificarlo. Este episodio insignificante dará lugar a una comedia de errores cuando el periodista Joe Hynes lo consulta para hacer la lista de los presentes: -Cuéntame dice Hynes, ¿sabes que quién era ese tipo con el, el, el tipo que estaba ahí con el... Mira a su alrededor. —Impermeable [Macintosh]. Sí, lo vi, dijo Mr. Bloom. ¿Dónde estará ahora? —M’Intosh, dijo Hynes anotando apresuradamente. No sé quién es. ¿Ese es su nombre? Hynes no espera la respuesta y desaparece súbitamente (quizá porque adivina que si la conversación se demora un segundo más Bloom volverá a recordarle que le debe dinero), el malentendido queda, entonces, sin aclararse. M’Intosh es mencionado unas pocas veces en los siguientes capítulos, siempre de manera equivocada o confusa (el periódico recoge el informe de Hynes, y M’Intosh queda anotado como el concurrente número trece; en el capítulo 12, “Los cíclopes”, se sabrá que M’Intosh “ama a una mujer que murió”). A partir de estos indicios, se han tejido diversas soluciones para la identidad de M’Intosh. El número con que aparece en la lista, la delgadez de su figura y el hecho de que se esfume una vez que entierran a Dignam, alientan la apuesta de que M’Intosh sea la Muerte en persona. Otros ven en la imagen del impermeable casi vacío una sombra, y lo identifican con un fantasma; que podría ser el del pobre Dignam o el de algún otro que salió a festejar el aniversario de su entrada al Hades un 16 de junio. La posibilidad del fantasma también alienta a los que rastrean los paralelos del Ulises con Hamlet; en clave shakespeariana, M’Intosh es el fantasma del padre de Bloom (¡él era uno que amaba a una mujer que murió!!), de cuyo suicidio nos enteramos en este viaje. También están los que destacan que “El hombre con impermeable” era una canción popular de ese momento (son varios los títulos de canciones registrados en el Ulises), o que en “Circe” se alude a un patriota de la independencia de Irlanda llamado John M’Intosh, apresado en el incendio de un polvorín que dirigía (“Leopold M’Intosh, el famoso incendiario”). Hay partidarios de que el nebuloso M’Intosh sería la forma con que la novela se las arregla para poner en imágenes la abstracción «cualquiera» o «nadie». A Nabokov se le atribuye la autoría de la solución de que M’Intosh es James Joyce. Finalmente, para la mayoría de los especialistas se trata de un enigma al que Joyce deliberadamente dejó sin solución; vale decir, adhieren a una expectativa de lectura inversa a la que prevalece en la mayoría del lacanismo con respecto quién es ése al que Lacan llamaba James Joyce, en la medida en que se asume que Lacan no puso ahí enigma alguno. Buena parte de la producción lacaniana se comporta, en efecto, como si esta pregunta careciese de sentido: ¡ése al que Lacan llamaba James Joyce es, naturalmente, el famoso escritor irlandés! En algunos casos estimo que la negación del enigma es deliberada. Tal como se discutió en el tercer capítulo, a propósito del Hombre de los Sesos Frescos, el juego especulativo de asumir como cierta alguna premisa débil de Lacan no va a contrapelo del progreso del psicoanálisis, ni tiene que llevar a figurarnos que los que juegan ese juego desconocen necesariamente su condición de jugadores y se mueven “con el aplomo de quienes ignoran la duda”. Sin embargo, en esta oportunidad me atrevo a pensar que hay más inadvertencia que complicidad. Afortunadamente, cada tanto se levantan voces contra la certeza de que el James Joyce del que habla Lacan sea el señor James Joyce o, más exactamente, se hace notar que lo que Lacan dice de Joyce no es siempre lo mismo. La primera oportunidad que presencié avances en este último sentido fue en dos reuniones organizadas por un cartel de la Escuela Freudiana de Buenos Aires (EFBA) el 26 de noviembre de 1987 (“Para volver a la pregunta de si Joyce estaba loco” de Ricardo Rodríguez Ponte) y el 14 de enero 1988 (“Enigmas y neologismos” de Norberto Rabinovich) (1). Lo que allí se puso en tela de juicio fue si Lacan decía o no decía que Joyce era un psicótico. Se trataba de un cuestionamiento estrictamente interno, restringido a la pesquisa erudita de las variaciones sobre el tema que se encuentran en los seminarios 22 y 23. En sus numerosas citas y notas bibliográficas no se encontraba ningún envío a documentos biográficos de Joyce ni indicios de lecturas de sus libros, evitándose escrupulosamente la pregunta de si Joyce era o no era un psicótico. Mi primera impresión, la que todavía mantengo, fue la de que debía darse ese segundo paso y sacar provecho a las fuentes joyceanas para probar, sin escandalizarse, que el Joyce de Lacan es ficticio. Si bien esta es una hipótesis que vengo anunciando y prefigurando en los capítulos anteriores, los dos siguientes representan intentos sistemáticos de llevar adelante la demostración. Por diversos accidentes, complicaciones o rechazos, los esfuerzos por hacer circular esta hipótesis no tuvieron la suerte de alcanzar publicación hasta 1998, en que encontraron un lugar tolerante en El Caldero de la Escuela. El artículo “Primeros apuntes acerca de las epifanías joyceanas” (El Caldero de la Escuela, nº 60, junio 1998, pp. 7079; luego incluido en la página de la World Associaton of Psychoanalisis: http:// wapol.org/news/e-text) se reproduce a continuación con escasas ampliaciones y un título nuevo, “Efectos secundarios del Lacan-lector”, más adecuado para destacar la unidad de este libro. De aquellas lejanas reuniones de la EFBA, mi intervención a propósito de que no habría que tomar muy en serio la adhesión de Lacan a Surface and Symbol de Robert Adams y acerca de la conveniencia de revisar documentación biográfica de James Joyce, no alcanzó el papel impreso porque cayó bajo un cono de sombra técnico (“La reunión prosiguió por 30 minutos aproximadamente, pero no pudo ser grabada”). La siguiente oportunidad malograda fue la de una exposición pronunciada el 11 de octubre de 1991 en el Hospital Ameghino de la ciudad de Buenos Aires. Por alguna razón editorial se consideró inoportuno incluirla en el libro que juntó eras reuniones (AA.VV., Joyce o la través (a del lenguaje: Psicoanálisis y literatura, LASIC, Nada y SZUMIRAJ, Elena [comp], FCE, Buenos Aires, 1993). Con el titulo de “Cómo está hecho el «Cómo está hecho el Ulises» de Ricardo Piglia”, yo tomaba como excusa una conferencia del escritor argentino R. Piglia para precisar que clase de joycismo era el del Seminario 23. A partir de la permisiva indicación de Piglia de que hay que leer el Ulises “sin el afan de encontrarle un sentido y dejar las cosas que se deben escapar que se escapen”, trace un primer mapa del joycismo donde poder ubicar a Lacan (“El caso es que las recomendaciones de Piglia se anotan, de esta forma, en una de las parcialidades que dividen en dos a la interna joyceana, desde que salio el Ulises. Al renegar de los universitarios, de los exegetas y de los monomaníacos, elige el grupo heterogéneo de los agnósticos, de los ultravanguardistas y de los conservadores. Pero guardando dentro de esa fracción, insisto, una posición débil: Piglia nunca dice que las alusiones a la Odisea sean ajenas a la construcción del Ulises, afirma solamente que son irrelevantes para la lectura corriente; porque aunque fueron los andamios, ya no son el edificio terminado de la novela. Quien lo necesite no tendrá dificultad en encontrar párrafos enteros del Seminario 23 donde Lacan parece adoptar, en la misma dirección, una posición bastante más intransigente. Allí, por ejemplo, están sus preferencias por Robert Adams o las ironías que, en la reunión del 20 de enero de 1976, le hace a Jacques Aubert por haber orientado la filología del Ulises como una aplicación de los grandes relatos del psicoanálisis lacaniano”). No habiendo realizado todavía un acercamiento interesado a los debates de la teoría de la lectura, mi exposición de entonces encontraba su salida sacando partido de un chiste de Joyce que permite balbucear algo semejante al concepto de misreading: “Joyce, por su parte, se atrevió a ayudarnos con una definición positiva de nuestro oficio. Ocurrió el 3 de enero de 1920, en una carta a su amigo Frank Budgen, donde Joyce cuenta que acaba de conocer a un tal Schie. Lo dice así: «Schie (el tipo de la Sra. Piazza) está aquí. Un hombre decente, no un psicoanalista». ¡Eso es! La lectura de un psicoanalista no debe ser ni la lectura formalista de un taller de escritores ni el contenidismo de los críticos comprensivos, la lectura psicoanalítica será una lectura indecente”. Tampoco tuve mejor suerte con el lacanismo de lengua inglesa. El comité de redacción de la revista Lacanian ink rechazó, a mediados de 1995, “Lacan’s Joyce”, un artículo en el que desarrollaba “tres recomendaciones básicas: 1. No ubique el Seminario 23 en el estante de los estudios joyceanos de su biblioteca; 2. No lea el Seminario 23 a mucha distancia de los estudios joyceanos de su biblioteca; 3. Sepa reconocer la dimensión heurística de las misreadings “. En contrapartida, en 1998, fue a través de su directora, Josefina Ayerza, que tomé contacto con David Hayman, lo que fue decisivo para la redacción del último bloque de las próximas páginas. ¿Por qué elegí las epifanías para exponer la problemática del Lacan lector de Joyce? Porque la cuestión de las epifanías resulta ser una prueba de fuego para quien se acerca al conjunto de los comentarios de Lacan acerca de la vida y obra de Joyce. Abordarlas nos atrapa en un acertijo (¿quién es ese Stephen Dedalus que recoge voces de los barrios bajos de Dublín? ¿es seguro que debajo de su impermeable se oculta el mismísimo James Joyce alucinado?) que según quede resuelto quedará decidida nuestra posición de lectores. Todavía escucho la voz de uno de los asistentes de la reunión de noviembre de 1987: lo que Joyce escuchaba, lo que se le imponía, y los neologismos que escribía para hacer alguna operación con eso que a él se le imponía (...) El neologismo, eso que Joyce escribía, escribía neologismos, y a mí me parecía que eso tenía que ver algo con una operación que él hacía sobre lo que escuchaba, sobre lo que se le imponía. Entonces, diferenciaba el neologismo de las palabras que a él se le imponían, el neologismo operando sobre esas palabras que a él se le imponían, que no es lo mismo que galopiner. (2) ¿Credulidad o complicidad? Lo que sigue es una colaboración para que los analistas mantengamos una honesta complicidad y no una creyente perplejidad con los trucos y recursos del escritorio de Lacan. ¿Por qué privilegié la bibliografía francesa y particularmente la colección de artículos del volumen Joyce avec Lacan? Por la gran autoridad que irradia y para verificar que el enigma de ¿quién es ése al que Lacan llamaba James Joyce? es obstinado y no se trata de un espejismo de las traducciones. Una última cuestión es si detrás de la serie de preguntas y respuestas que componen esta nota y que se prolongan a largo de todo el capítulo (y en la que algunos reconocerán un homenaje a “Ítaca”) no hay un riesgo inútil. ¿Detrás de el prolijo desfile de pruebas que ahora vendrá, dirigido a refutar una a una, las razones de los adversarios de mi hipótesis no hay, acaso, un exceso pendenciero o una mueca pedante? Es probable. Sin embargo, el lector reconocerá que en toda disputa hay magullones y fanfarronadas, y que los combates cumplidos con las armas de la lógica y la exposición alientan, a largo plazo, efectos más productivos que los del espectáculo del combate con las armas de la injuria y el disimulo. En cuanto al pecado de pedantería o de inconsecuencia que supondría el enfrentar opiniones consagradas por autoridades del movimiento o la institución a los que uno pertenece, dejo mi entera defensa en manos de Stanley Fish que asegura que: “Cuando el profesional que «es hablado» por una institución, tanto en sus pensamientos como en sus acciones, «habla» en nombre de esencias que la trascienden y que le dan a él una perspectiva más amplia para criticarla, no actúa contradictoriamente; solamente está actuando de la única forma en que pueden hacerlo los seres humanos” (3) EFECTOS SECUNDARIOS DEL LACANLECTOR MALAS LECTURAS (MISREADINGS) Y LECTURAS MALAS DE LAS EPIFANIAS DE JOYCE Un ángel habla al oído de Mateo que, viejo, barbado, pluma en mano, mira el vacío delante suyo. El ángel no puede estar hablando arameo porque entonces Mateo no tendría nada que pensar: copiaría lo que el ángel le dicta. Murmura el ángel frases sin sentido en cuya oscura música celeste el anciano ve saltar a veces los peces, fugitivos de su tema. Daniel Samoilovich, "San Mateo inspirado por el ángel" Si bien James Joyce hizo todo lo posible en los últimos veinte anos de su vida para alentar el joycismo, fue recién después de su muerte, acaecida el 13 de enero de 1941, que el paulatino desciframiento de cartas, cuadernos de notas y primeros manuscritos dejo abrir episodios y hojas de su obra olvidados o solapados. En ese escritorio de los objetos perdidos estaban las epifanías, a las cuales las trescientas cincuenta paginas de la biografía autorizada de Joyce de 1939, escrita por H. Gorman y dictada por el propio Joyce, solo les habían dedicado un par de lineas apuradas.' Precisamente en 1941, caen en manos de Harry Levin las mil páginas de los manuscritos de Stephen Hero, el único lugar donde Joyce se explayó —y muy extensamente— acerca de su concepción de las epifanías. Stephen Hero es el borrador de una novela interrumpida, abandonada hacia 1907, y el punto de partida del Retrato del artista adolescente, que es su versión más compacta y elusiva (“más estética” le adelanta Joyce a Stanislaus, su hermano confidente, en una carta de septiembre de 1907). Uno de los pasajes que esa reescritura simbolista del Retrato dejó en el camino fue la exposición didáctica y oscilante —embebida en nomenclatura tomista y entusiasmada con Flaubert y Baudelaire— que el personaje Stephen Dedalus hacía, en el capítulo 25 de Stephen Hero, a su amigo Cranly a favor de una poética de la epifanía que, en la práctica, consistía en la anotación de breves instantáneas naturalistas y autorretratos líricos: “Por epitánía entendía una súbita manifestación espiritual, ya fuere en la vulgaridad de la alocución o del gesto, ya fuere en una faz memorable del mismo espíritu. Creía que el hombre de letras debía dejar registradas tales epifanías con sumo cuidado, dado que son los momentos más delicados y evanescentes” (2). De una extensión que rara vez superaba la docena de líneas, estos apuntes generalmente registraban muestras sintomáticas de la vida cotidiana, pero también podían ser relatos poetizados de sueños y de recuerdos lejanos. Generalmente se decidían por el costumbrismo crítico o por la expresión sentimental, aunque no eran excepcionales las filiaciones mixtas como la de la epifanía nº 26 según Scholes (nº 28 según Hayinan): Está comprometida. Va bailando con todos ellos en círculo —un vestido blanco que se alza ligero mientras baila, un ramillete blanco en su pelo; la mirada algo esquiva, un ligero brillo en sus mejillas. Su mano es mía por un momento, la más suave mercancía. —Ahora vienes muy poco por aquí. —Sí, me estoy volviendo una especie de recluso. —Vi a tu hermano el otro día Se parece mucho a ti. —¿Lo crees? Va bailando con todos ellos en círculo —ecuánime, discreta, sin entregarse a ninguno. El ramillete blanco se le desarma al bailar, y cuando queda en la sombra el brillo de sus mejillas se intensifica. Lacan habría realizado un solo y breve desarrollo acerca de las epifanías de Joyce en la ultima clase del Seminario 23 (Sem. Le Sinthome, II mayo 1976, clase 11ª “El ego de Joyce”): …sería necesario que diga algunas palabras de la famosa epifanía de Joyce (...) Cuando él da una lista de ellas, todas esas epifanías están siempre caracterizadas por lo mismo, que es precisamente esto: la consecuencia que resulta del error de que el Inconsciente esté ligado a lo Real. Cosa fantástica, Joyce mismo no habla de ello de otra manera. Es completamente legible en Joyce que la epifanía hace que, gracias a la falta, lo Inconsciente y lo Real se anuden. Pero según la llamada versión Chollet del mismo seminario, a Este párrafo hay que sumarle acotadísima mención de la clase del 20 de enero de 1976, la reservada a la conferencia del joyceano francés Jacques Aubert. El tema aparece en el momento en que Aubert está señalando que Joyce empleó provocativamente el término «epifanía» y Lacan lo interrumpe para solicitarle que precise si esa apropiación para el campo de la literatura de un término religioso había sido o no una originalidad de Joyce. ¿Es un término de Joyce?, pregunta Lacan, y hay que decir que su visitante elude dar una respuesta. Once años después, en la transcripción de la conferencia publicada en Joyce avec Lacan — antología dirigida por el mismo Aubert—, esa participación será tachada; quedando, en cambio, curiosamente en pie la otra interrupción de Lacan, esta vez una confirmación a Aubert algo deshilvanada y de menos consecuencias (J. Lacan —…y sobre lo cual Jones insistió bastante; Jones el discípulo de Freud) (3). A mi parecer, la pregunta suprimida guarda interés porque revela ignorancias y saberes del Lacan del Seminario 23. Pone de manifiesto que su erudición joyceana era limitada; unjoycismo más aplicado le habría recordado, por ejemplo, que la primera parte de El fuego de Gabriele D’Annunzio, uno de los libros más admirados por el joven Joyce, se titula: “Epifanía del fuego” (4). A la vez, esa interrupción nos obliga a recapacitar acerca de los móviles que pudieron alimentar su pregunta y a recordar, entonces, los contactos de primera mano que Lacan mantuvo a lo largo de toda la vida con las vanguardias artísticas: a el no se lo podía convencer fácilmente de que el empleo de una terminología religiosa en la literatura de principio de siglo fuera algo inusitado. La pregunta a Aubert no está sostenida únicamente por cierta falta de familiaridad con la bibliografía joyceana sino, además, por las prevenciones del conocedor. Igualmente poco sorprendido, al respecto, se había mostrado el joyceano mayor Richard Ellmann, para quien « epifanía» es apenas un termino más llamativo o sobrecogedor [a new and more startling descriptive term] (5) preferido por Joyce entre otros términos, más o menos místicos o imaginistas, que circulaban en ese entonces para nombrar de otra forma los ejercicios de prosa poética puestos en boga desde Baudelaire. En 1944, Stephen Hero fue publicada como novela inconclusa; esta novedad académica junto con la información de que entre 1900 y 1904 el mismo Joyce había juntado epifanías, alentó las interpretaciones en clave biográfica así como la hipótesis de que se podía encontrar la genética y el manifiesto oculto de la obra completa de Joyce en aquel dispositivo confesado en borradores por Stephen (6). Esas esperanzas venían, además, prefiguradas por Así I Was Going Down Sackville Street, las memorias de un condiscípulo de Joyce, Oliver Gogarty, publicado en 1937. El libro de Gogarty había adelantado el tema (“Probablemente el Padre Darlington le enseñó —puesto que Joyce no sabía griego— que Epifanía significa «manifestación ». Luego él catalogó como Epifanía cualquier manifestación que considerara suficientemente reveladora para su mente”), y había asimismo llamado la atención acerca de la diversión y el terror que los hábitos escriturales del joven Joyce despertaban entre sus amistades (“Joyce se deslizó amablemente fuera del aposento con un “Disculpen”. —iCállense, se fue a anotarlo todo! — ¿A anotar qué? —A anotarnos a nosotros ... Y seguro que lo publicará”) (7). Lo cierto es que él jamás intentó publicar sus epifanías; lo que sí hizo fue exhibirlas en círculos privados, donde su contexto y estética eran conocidos, y más tarde incluyó varias dentro del marco de sentido de algunas de sus siguientes obras, introduciéndoles previamente los cambios que necesitaran. Un ejemplo es la epifanía Scholes nº 21/ Hayman nº 23 (y. Epifanías, p.39) fechada a mediados de 1903, tres meses después de la muerte de la madre de Joyce: Dos figuras de luto se abren paso entre la multitud. La chica, una mano prendida a la falda de la mujer, corre delante. La cara de la chica es la cara de un pescado, descolorida y con los ojos oblicuos; la cara de la mujer es pequeña y cuadriculada, la cara de una regateadora. La chica, torcida la boca, mira a la mujer para ver si es el momento de llorar; la mujer, manteniendo en su sitio una cofia plana, se apresura hacia la capilla mortuoria. Este apunte se acomodará con recatadas variaciones en Stephen Hero (y. Esteban el héroe, p. 181) para el capítulo de la muerte de Isabel: Dos de sus acompañantes, que habían llegado tarde se abrieron paso entre la muchedumbre. Una niña, que asía la falda de una mujer, se adelantó unos pasos. El rostro de la niña se asemejaba al de un pez, un rostro descolorido y de ojos oblicuos; el rostro de la mujer era cuadrado y contraído, era el rostro de alguien dedicado a la compra y venta de objetos varios. La niña, que tenía la boca torcida, miró a la mujer para ver si había llegado la hora de llorar. Poniéndose un sombrero chato, la mujer apresuró el paso y se dirigió a la capilla mortuoria. Y reaparecerá bastante más modificado en el Ulises. Manteniéndose completo aunque con visibles cambios de estilo en “Hades” (Ulises, p. 101): Unas enlutadas salieron por la verja: mujer y una niña. Arpía de quijadas flacas, mujer dura para regatear, con el sombrero torcido. Cara de niña manchada de suciedad y lágrimas, del brazo de la mujer levantando los ojos hacia ella en busca de una señal para llorar. Cara de pez, lívida y sin sangre. Y asomando una esquirla en “Circe” (Ulises, p. 568), para retratar a la hija de Dignam: “Susy, con la boca de un bacalao condolido”. Con respecto a las restantes epifanías, está confirmada la inclusión de otras ocho en Stephen Hero, hay un número semejante en el Retrato y tres o cuatro en el Ulises; de las otras, los comentaristas se empeñan convincentemente en encontrarle funciones germinales: sospechan sus ecos en el tono o la atmósfera de tal o cual párrafo, semejanzas en los gestos de algún personaje y alusiones temáticas, o bien se sorprenden de cómo puede ser que Joyce no haya aprovechado esta epifanía en aquel pasaje de esa novela. La línea 11 de la página 508 del Finnegans Wake, “-How culious an epiphany!”, vendría a definir, treinta anos mas tarde, el merito y el Ifmite de las epifanías como ensortijamientos [curliness] curiosos [curious] o curiosos floreos caligráficos [curlicue]. En los anos cincuenta, la hegemonía de la Nueva Crítica en el ambiente universitario norteamericano, con la fuerza de su doctrina de la falacia intencional, la autonomía y la inmanencia autorreferida [autotelic] del texto, consiguió desalentar la exégesis biográfica que dominaba los estudios literarios y, como se ha visto, también el primer joycismo de las epifanías. La nueva corriente supo poner en evidencia la figura de la ironía y las diferencias entre personaje, narrador y autor -especialmente cuando el estilo emplea el recurso de la primera persona. Era una posición crítica que armonizaba, por ejemplo, con el phylum de Borges, a quien le gustaba subrayar a modo de elogio que: “durante mucho tiempo se creyo que Walt Whitman, el autor, era Walt Whitman, el protagonista de Hojas de Hierba. Son muy distintos. Whitman, por lo que yo he leído sobre él, era un hombre tímido, desdichado” (8). El frente del New Criticism tomo como banderas algunas declaraciones de Joyce ("estuve algo duro con ese muchacho [Stephen]") y subrayo ciertas descripciones de su personaje protagónico inconciliables con los rasgos de su persona. Este textualismo abrió a una lectura de notables logros, como el hallazgo de Hugh Kenner del “Principio del tío Charles” (a propósito de la técnica joyceana de encomendar ciertos adjetivos de la narración al gusto del personaje descrito y no a las preferencias léxicas del autor) (9) Desde esta perspectiva literaria y anti -biográfica, se pudo leer como una acentuación novelesca, y no como una declaración bajo juramento, la única referencia expresa del Ulises ala poética de las epifanías, presente en el monólogo interior del tercer capítulo: “¿Recuerdas tus epifanías en hojas verdes ovaladas, profundamente profundas, copias para enviar si morías, a todas las bibliotecas del mundo, incluida Alejandría. Alguien las habría de leer al cabo de unos pocos miles de años...” La postura americana que se vio favorecida en 1958 con la aparición de la biografía de Stanislaus Joyce, My Brother’s Keeper, puesto que allí se subrayaba lo muy inserta que estaba la concepción de las epifanías en el intertexto de la literatura de su tiempo, tan cercana a la imagen como adversa al argumento, así como las diferencias que separaban a James Joyce de la identidad de sus personajes (v. gr. precisando por qué “mi hermano no era el débil, estremecido niño que aparece en el Retrato” (10), o cómo el irritado viaje a Cork de Stephen con su padre no fue idéntico al de James con el suyo: “las cartas que mi hermano escribió a casa en ese momento tenían un tono divertido”) (11). Pero el antibiografismo y los privilegios dados al distanciamiento irónico llegaron a ser tan disciplinados que, a principios de los sesenta, Robert Scholes debió librar una batalla en muy duros términos cuando publicó la primera lista anotada de las epifanías de Joyce, que incluía necesariamente precisiones acerca de su vida y especulaciones sobre la posible supervivencia de ese recurso en sus obras mayores. Una de esas batallas fue contra el jesuita William Noon, autor de Joyce an Aquinas [Yale Univ. Press, 1957]. Noon,subrayaba el papel de la educación jesuítica del joven Joyce y el tomismo que suponen las reflexiones políticas puestas en boca de Stephen Dedalus. Vale decir, privilegiaba la presión del intertexto escolar sobre el texto de autor. Scholes, en cambio, se inclinaba por la particularidad de Joyce como autor e individuo. En 1964, el Padre Noon apeló a influencias para evitar que Scholes llegara a publicar sus puntos de vista en la prestigiosa PMLA (12); en represalia, Scholes reescribe mas severamente su articulo original, que consigue sacar en el Sewanee Review. La guerra estaba declarada: "Yo sugiero que tanto Joyce como Stephen ingresaron, en cierto momento, a estas oscuridades platónicas con la llave de la epifanía, y que luego ambos emergieron de allí como resultado de sus propias conclusiones. Son los críticos los que se niegan a emerger de allí porque aman esos vapores pesados. A ellos solamente puedo decirles [glosando el comienzo del Ulises] << Asómense, asómense ustedes, temerosos .jesuitas» (13). Todavía hay los estudios genéticos de los manuscritos y los cuadernos de Joyce encuentran resistencia en los Estados Unidos, excepto en la escuela de Madison (Wisconsin) dirigida por David Hayman (14). Las numerosas apelaciones del seminario Le Sinthotne a la vida y obra de Joyce, como ilustraciones de una clínica nodal, alcanzaron amplia repercusión bibliográfica en los últimos veinte anos. Con respecto al tema de las epifanías, un sobrevalorado articulo de Catherine Millot, “Épiphanies” (incluido en la mencionada antología Joyce aver Lacan, pp. 87-95, y luego, con ligeras modificaciones, en su libro La vocación del escritor de 1991) se convirtió en el lugar común en el que muchos delegaron la molestia de visitar las fuentes joyceanas. “Épiphanies” parte de dos premisas basicas: (a) cargando las tintas sobre la mencionada observation de Aubert, Millot califica de extravagante [bizarre] la election de Joyce de reunir sus pequeños ejercicios bajo el título de «epifanías»; y (b) buscando apoyos aislados en la monumental biografía de Joyce escrita por Ellmann, ella diagnostica en el joven escritor una afección megalómana o mística por haber supuesto de sus epifanías alguna señal de genio literario. Por lo que se vio hasta aquí, ni Stanislaus ni Ellmann ni probablemente Lacan coincidirían con (a). En cuanto a (b), a los veinte años Joyce traía algo más que un puñado de epifanías en el bolsillo: dos premios nacionales de inglés —a los quince y dieciséis años—, un par de ensayos que habían alcanzado repercusión en su universidad, un artículo premiado por Fortnightly Review de Londres que mereció comentarios de Ibsen, y una obra de teatro. Como única prueba, C. MilIot destaca una declaración que habría hecho Yeats —según la entrada del 30 de noviembre de 1903 del diario de su amigo Francis Sheehy Skeffington— con respecto al joven Joyce: “Jamás vi combinados en una sola persona tal colosal vanidad y semejante genio literario liliputiense” (15). Pero lo que ella pasa por alto son los numerosos datos, también presentes en el mismo capítulo que cita del libro de Ellmann, que indican palmariamente lo contrario. Me limito a dos fragmentos del diario de Stanislaus Joyce: “...mi hermano le llevó sus poemas y «epifunías». Yeats los leyó cuidadosamente y luego le escribió una larga carta de cuatro páginas aconsejándole que se dedicara a la literatura” (16). “Yeats escribió a mi hermano, en carta fechada el 18 de diciembre de 1902: «Su técnica poética es mucho mejor que la de ningún otro dublinés de mi época. Merecería ser la obra de un joven en contacto con el ambiente literario de Oxford»” (17). Testimonio al que hay que añadir la fidelidad con que Yeats siguió alentando y promoviendo a su joven compatriota en el medio literario y editorial irlandés e inglés (v. gr. el 6 de diciembre de 1902, lo presenta a A. Symonds y a los directores del Speaker y Academy). Este respaldo se prolongó hasta, por lo menos, 1914; la publicación por entregas del Retrato del artista adolescente fue gestionada a través suyo en alianza con Ezra Pound. Aunque el artículo entero de Miliot está construido de audacias y olvidos semejantes, su credibilidad se mantiene alta. Como sus conclusiones parecen demostrar verosímilmente los dichos de Lacan acerca del ego de Joyce y su desanudamiento del registro imaginario, “Épiphanies” consigue seducir todavía la confianza de lectores muy advertidos. Así es como en una conferencia de diciembre de 1997, C. Soler sostuvo que: “El escritor inglés Yeats, que conoció a Joyce cuando éste tenía 20 años, reparó en que nunca había visto a un joven tan seguro de su propia importancia con tan pocas razones para estarlo; subrayando el hecho de que no había producido todavía nada. Entonces, no se trata de decir que Joyce no tenga narcisismo sino que, justamente, hay que colocarlo del lado de la inflación megalómana y no del de la fijación del narcisismo al propio cuerpo. Esto es Joyce: el retrato del autista que acabo de hacer, y no el retrato del artista” (18). Pero más allá de la inconsistencia documental de ese artículo vuelto clásico, lo que se precisa decidir aquí es hasta qué punto el Seminario 23 reclama o no una demostración por la biografía. ¿Hasta qué punto hace falta creer que, para sacarle provecho a su lección de psicoanálisis, el Seminario 23 deba referirse efectiva y necesariamente a la vida de James Joyce? En 1956, Oscar Silverman publicó, de la colección de manuscritos de la Universidad de Buffalo (New York), una transcripción de las veintidós epifanías existentes de puño y letra de Joyce, fechadas hipotéticamente entre 1900 y 1904) (19). Pero en los siguientes diez años se hicieron dos descubrimientos que descompletaron su colección y aumentaron el número. Peter Spielberg, a cargo de los Archivos de Buffalo, advirtió que al dorso de las hojas de las veintidós epifanías estaban escritos unos números, del 1 al 71, que las ordenaban en una cronología muy atendible; el hallazgo reveló que faltaban, en el mejor de los casos —en el que la número 71 es efectivamente la última de todas—, al menos cuarenta y nueve epifanías... Afortunadamente, Scholes encuentra en la colección de Cornell dieciocho de los epifanías perdidas en las entradas de un cuaderno de citas de Stanislaus Joyce. En 1965, Robert Scholes y Richard Kain publican en The Workshop of Daedalus las cuarenta epifanías reunidas junto a otros documentos del joven Joyce (20). Si bien hay sospechas de que ciertos fragmentos o diálogos breves de Stephen el héroe, del Retrato, el Ulises o aún el Finnegans Wake atesoran las no menos de treinta y una epifanías aún faltantes, su identificación se limita a especulaciones únicamente formales. Las cuarenta confirmadas son seguramente “la lista” de la que habla Lacan el 11 de mayo del 1976, y son las que desde 1996 se pueden encontrar en la primera parte de la edición David Hayman de las epifanías preparada para lengua española (21). Contando con ese número y su amplia variedad, no deja de sorprender, entonces, que la mayor parte de la bibliografía analítica insista, siguiendo a C. Millot, en citar y tomar como modelo una sola epifanía que, además, no es seguro que lo sea realmente puesto que no está entre las cuarenta certificadas... Me refiero a la única que aparece como ilustración de qué es una epifanía en Stephen Hero. Como se recordará, se trata de un breve diálogo entrecortado que Stephen alcanza escuchar de una pareja de jóvenes en los suburbios de Dublín: La Mujer Joven (arrastrando discretamente las palabras):… Oh, sí… Estaba… en la… ca… pi… lla… El Hombre Joven (con voz inaudible):… Yo… (de nuevo voz inaudible)… Yo… La Mujer Joven (suavemente):… Oh… pero usted es… muy… Ma… lig… No… (22) Varios han sido los esfuerzos por demostrar que este fragmento está ausente de significación (desanudado de amarras imaginarias). En los últimos años tuve ocasión de escuchar a tres expositores, de distintas pertenencias lacanianas, que se obligaban a leerlo con un deletreo monocorde (transitando más cerca del ridículo que de la demostración), como si no se tratara de un diálogo y ni siquiera de una lengua conocida. Otro intento, a mi entender desesperado, es el de Jacques Aubert en su nombrada conferencia para el Seminario 23, cuando invita a que leamos solamente los puntos suspensivos: “[El capítulo 25 de Stephen el héroe] se refiere a un diálogo que escucha, un diálogo entre una joven y un muchacho; una de las escasas palabras que aparecen es la palabra capilla, aparte de eso, en ese diálogo no hay prácticamente nada sino puntos suspensivos” (23). Por cierto, podemos convenir que si a esta epifanía o pseudo-epifanía se la lee recortada de todo contexto, su resultado queda —como sostiene C. Miliot— confinado al sin sentido. ¿Pero por qué habría que hacer tal cosa? ¿Qué escrito soportaría, además, un aislamiento semejantes sin enrarecerse? Solamente los de los cables de las grandes agencias noticiosas están inmunes a ese resultado, porque sus redactores aprenden el engorroso oficio de escribir de tal manera que cualquier párrafo se sostiene como informativamente autosuficiente, listo para someterse sin resultados desconcertantes a las privaciones del corte y pegado que le reservan los periódicos. Ahora bien, incluido en el contexto de descubrimiento en que se asienta en el Stephen Hero, el diálogo de la parejita dublinesa es de una legibilidad patente. Stephen, el joven que observa la escena, viene del capítulo anterior de ser rechazado por Emma Clery, una muchacha nacionalista y muy católica, que lo planta alarmadísima luego de escuchar su invitación sexual (“Emma intentó soltar su brazo y murmuró como si repitiera algo de memoria: —Usted ha enloquecido, Stephen”); (24) de allí surge que el espectáculo de ese diálogo callejero, que duplica los que él había tenido en sus primeros escarceos con Emma, no es más que una presentificación redundante de que en todo Dublín a las parejitas les pasa lo mismo por culpa de los curas: ningún vértigo de la significación, apenas una didáctica machacona (25). Lo que no extraña en Joyce, puesto que —como nos detuvimos a comprobarlo en el capítulo 2— se sabe que sus borradores iban siempre del sentido al sin sentido y no lo contrario. A la inversa de, por ejemplo, las de Lacan (26), sus correcciones eran un esfuerzo de desplazar el documentalismo realista por la ilegibilidad simbolista: la forma relato por el relato de la forma. Para llegar al Retrato del artista adolescente, Joyce debió escribir primero y sacarse de encima Stephen Hero, la cándida novela de las epifanías. Pero más allá de las ligerezas de la lectura de Millot, lo que se precisa decidir aquí es hasta qué punto el Seminario 23 reclama o no una demostración por el análisis literario. ¿Hasta qué punto hace falta creer que, para sacarle provecho a su lección de psicoanálisis, el Seminario 23 deba referirse efectiva y necesariamente a lo escrito por James Joyce? ¿Si el Seminario 23 no es ni un aporte de Lacan a la psicobiografía de James Joyce ni a la psicocrítica literaria de su obra, cuál es, entonces, su tema y su campo? El del psicoanálisis. En principio, el asunto podría relacionarse con las impugnaciones hechas a Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci. Como todo el mundo sabe, se ha comprobado que, desde el punto de vista de la documentación iconográfica y filológica, este libro de Freud es algo disparatado: que toma de punto de apoyo una mala traducción alemana, etcétera. Sin embargo, también hay coincidencia en que esta objeción no invalida el lugar que Un recuerdo infantil merece dentro de la teoría analítica: allí se esboza nada menos que la cuestión del narcisismo y de la madre fálica. Ahora bien, con Lacan ocurre a veces algo parecido excepto que, a mi entender, él empleaba deliberadamente datos incorrectos o inventados. No es ningún secreto, aunque tampoco es un tópico del que se hable con tranquilidad, que Lacan no solamente fue un arqueólogo genial del detalle clínico, sino además un fabulador no menos genial que solía retocar y construir casos clínicos a los fines de la enseñanza, y no solamente por la imposibilidad narratológica y epistémica de poder contarlo todo. Mucho del atractivo y del progreso que Lacan trajo al psicoanálisis reside en este balanceo suyo entre la interpretación y el uso, entre el close-reading y el mis-reading. El ejemplo más comentado es el de sus variaciones en torno al Hombre de los Sesos Frescos de E. Kris (27). Se trata de uno de los rasgos más osados, más divertidos y de mayor potencia heurística de su estilo; pero también el que despierta mayor prurito: la moralina positivista que sobrevive en nosotros se siente ultrajada por el padre si el Joyce de Lacan no es el señor James Joyce. ¿La lectura interna del Seminario 23 debería renunciar, entonces, a todo joycismo? No, siempre que sepa procurarse un joycismo a su medida. Porque no se trata de validar o invalidar a Lacan desde los estudios de Joyce (¡Joyce no es el tema!), sino de buscar o conjeturar el joycismo que estaría bien para leer a Lacan en sus supuestos. Esta fue, implícitamente, la recomendación de Jacques-Alain Miller en Barcelona a fines de 1996 (28). Según Miller, ese joycismo debería cumplir tres condiciones: (1) ocuparse exclusivamente del estudio genético del Finnegans Wake (“De la misma manera que Raymond Roussel ha podido escribir su texto Cómo he escrito alguno de mis libros, que ha comentado Michel Foucault, estaría bien inventar un Cómo Joyce ha escrito Finnegans Wake. ¿Cuál es el procedimiento o los procedimientos? Eso ha sido estudiado...”) (29); (2) renunciar a la exégesis biográfica (“…en Joyce nos encontramos con un enunciado que no es interpretable. Los equívocos están ya previstos y explicitados, uno está despojado del arma de la interpretación, todo es buscar las fuentes, y nadie puede pensar que son las fuentes de vivencias infantiles: son frentes de lectura, de biblioteca. Es su vida, son sus amigos, sus experiencias, pero como de una novela, no de una vivencia. No se puede interpretar porque no hay función de verdad: los que trabajan sobre Joyce lo hacen en la dimensión de la exactitud”) (30); y (3) restringir la búsqueda a esas fuentes de biblioteca (“Los lectores de Joyce, ¿qué hacen? Hacen una cierta computación, enumeración, pero esencialmente buscan de dónde ha sacado Joyce eso. En ese sentido, la Bedeutung es el conjunto del saber”) (31). Nótese que, en estas tres oportunidades, Miller habla como si ese joycismo existiese, ¿un nuevo truco lacaniano? No, de ninguna manera; la escuela de Dublín liderada por Danis Rose (que desde mediados de los setenta se sirve del FW Circular), se define por esos tres requisitos, y es secundada por la corriente inglesa que viene del desaparecido A Wake Newslitter y el grupo belga de Geert Lernout. Su enemigo natural es el “French Joyce”, el grupo francés de la ITEM, al que le reprochan estar más interesado en ilustrar a Derrida y a Lacan que en revisar los manuscritos y las fuentes; entre ellos se encuentra Jean-Michel Rabaté (colaborador de Joyce avec Lacan y luego autor de Joyce upon the Void) (32).En “The Finnegans Wake Notebooks and radical philology”, Lernout resume estas internas y ejemplifica una de esas crueles batallas contra París con un uso virtuoso de ejemplares del Irish Times de octubre de 1922 en el abordaje de las primeras líneas del cuaderno VI.B.10 (33). Conociendo esta metodología fue que señalé, hace un tiempo atrás, que la adivinanza The cock crew/The sky was blue, mencionada por Lacan el 13 de enero de 1976, es apenas un riddle tradicional irlandés que Joyce tomó de una recopilación que tenía en su biblioteca (English As We Speak It) y no “El primer enigma del universo” del escritor, como lo llama Annie Tardits (34). Pero esta descarnada y triunfal búsqueda de las fuentes ha encontrado un rival complicado: David Hayman, a quien nadie le discute su lugar de pionero, desde 1956, en el trabajo concienzudo con los cuadernos de Joyce, ni los méritos de su A FirstDraft Version ofFWde 1963. (En 1975, Lacan se acercó a este libro e incluso lo consultó personalmente a Hayman, en una reunión cuyos detalles él ha recordado para Lacanian Ink) (35). No es casual, por eso, que el mencionado artículo de Lernout tenga a Hayman como editor. Ahora bien, Hayman cuestiona nuestro joycismo predilecto de dos maneras: destacando la importancia de ciertas experiencias biográficas como timón de las elecciones de biblioteca de Joyce (cf. su estudio de la parodia de The Art of Being Ruled de Wyndham Lewis presente en 466.17-1 8 del FW) (36) y, particularmente, destacando el lugar que en la génesis del FW habrían tenido las epiphanoids, las anotaciones epifanoides: epifanías no pulidas que Joyce habría seguido confeccionando aun después de 1904 (37). Según Hayman, los cuadernos de Joyce guardan más de quinientas epifanoides... (38). Pero su detalle, y eventual aplicación para leer otro Lacan que el del Seminario 23, será objeto de futuros apuntes acerca de las epifanías joyceanas. NOTAS: 1 De la colección de fichas de la biblioteca de la EFBA, bajo el título de “Lectura del seminario «Le sinthome», Fabrica de texto, Cartel abierto”. 2 Id., p. 40. 3 Fish, Stanley, Doing What Comes Naturally. Change, Rheioric, and the Practice of Theory in Literary and Legal Studies, Duke University Press, 1989; p. 246. NOTAS DE “EFECTOS SECUNDARIOS DE LACAN-LECTOR”. 1 “...la creación de una docena o más de sketches sin argurnento, destellos de vida, manifestaciones de genio que denominó Epifanías. Años después, varios de estos fragmentos, muy corregidos y llevados a la perfección que carecían en 1902 y 1903, fueron incluido en el Retrato del artista adolescente” GORMAN, Herbert [1939], James Joyce, Santiago Rueda, Buenos Aires, 1945; p 98. 2 JOYCE, JAMES [1907, ed.1944], Esteban, el héroe, Sur, Buenos Aires, 1960; p.228. 3 Cf. AUBERT, Jacques (dir.), Joyce avec Lacan, Navarin, Paris, 1987; p 56. Me queda pendiente revisar si la supresión ya había sido realizada en una primera versión publicada en el suplemento de Ornicar? Nº 9: rey. Analytica nº 4, 1977, pp.3-15. 4 “En cuanto a D’Annunzio, Joyce estaba convencido de que II Fuoco cruel logro más importante desde Flaubert (...). En el examen final italiana], pese a que apenas estaba preparado para responder las preguntas que le hicieron, había estudiado tan profundamnente a D ‘Annunzio que pudo imitar su estilo, y los examinadores, tras una larga discusión lo aprobaron” ELLMANN, Richard [1959, red. 1983], James Joyce, Anagrama, Barcelona, 1991; p. 77. 5 ELLMANN, Richard, J a m e s J o y c e , new and revised edition, Oxford University Press, New York, 1983. 6 SCHOULES, Robert [1964], “Joyce and the Epiphany: The Key to the Labyrinth?”, incluido en su libro: I n S e a r c h o f J a m e s J o y c e , U . of Illinois Press, Chicago, 1992; p.59. 7 Cit. en SCHOLES, Robert and KAIN, Richard (ed.), Time Workshop of Daedalus, Northwestern U.P., Evanston, Illinois, 1965; p.7. 8 BORGES, Jorge L. conversaciones con CARRIZO Antonio [1979], Borges el memorioso, FCE, Buenos Aires, 1982; p.40. 9 KENNER, Hugh, Joyce’s Voices, Univ. of California Press, Berkeley, 1978; pp. 15-38. 10 JOYCE, Stanislaus [1958] Mi hermano James Joyce, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires 1961; p 42. 11 Op. cit., p. 85 12 “Los miembros de la Modern Language Association forman el grupo mas numeroso de profesores de literatura inglesa y norteamericana de institutos y universidades. La MLA es una asociación profesional con una cierta influencia sobre las condiciones de empleo, reflotamiento, mejora de currículum, etc. en la enseñanza superior norteamericana. También publica una gruesa revista trimestral, densamente impresa a doble columna, dedicada a las investigaciones de los eruditos y conocida como PMLA, y una extensamente utilizada bibliografía anual de trabajos publicados en libros o periódicos en todas las muchas áreas temáticas que recaen en su campo de acción. (...) Y la MLA es un mercado al mismo tiempo que un circo, es un lugar donde jóvenes eruditos reción obtenida su licenciatura, buscan esperanzadamen te sus primeros empleos, y otros académicos mas veteranos olisquean el aire en busca de otros mejores”. cf. LODGE, David [1984], El mundo es un pañuelo, Anagrama, Barcelona, 1996; pp. 389-90. 13 SCHOLES, Robert [1964], p. 69. En su nota introductoria de 204, detalla: “Escribí este articulo esperando verlo aparecer en la PMLA, donde fue rechazado por consejo del Padre jesuita William Noon, quien me recomendó alejarme de la critica y permanecer en la pesquisa bibliogrdfica, hacia la que parecía tener alguna aptitud. Eso me dolió, y condujo a cierta pelea entre nosotros que lamento profundamente y de la que me disculpe ante el en sus últimos dial. Me respondió que yo no era el único que debía cargar la culpa y que « el viejo pecado de Adán había sido de ambos». (...) Es un artículo pendenciero, lleno de lo que Bill Noon llamaba el pecado de Adán o de las ansiedades de un crítico joven queriendo dejar su marca. Sin embargo, su argumentación me sigue pareciendo correcta, aunque el tono sea desafortunado" (p. 59). 14 Cf. LERNOUT, Geert, “The Finnegans Wake Notebooks and radical philology”, incluido en Probes: Genetic Studies in Joyce, eds. David Hayman and Sam Slote, Rodopi, Amsterdam, 1995; pp. 19-48. También: HARKNESS, Marguerite, A portrait of the Artist as a Young Man: Voices of the Text, Twayne Publishers, Boston, 1990; p.14. 15 ELLMANN, Richard [1959, red. 1983], James Joyce, Anagrama, Barcelona, 1991; pp. 121-24. 16 JOYCE, Stanislaus, íd.; p 206. 17 Op. cit., p. 124. 18 SOLER, Colette [2 dic 1997], “Os nós do sintoma”, en Agente, revista de psicanálise nº 10, abril 1998, Escola Brasileira de PsicanáliseBahia; p8. 19 JOYCE, James, Epiphanies, introduction & notes by O. SILVERMAN, Lockwood Memorial Library, Univ. of Buifalo, NY, 1956. A. 20 SCHOLE5, Robert and KAIN, Richard (ed.), The Workshop of Daedalus, Northwestern U.P., Evanston, Illinois, 1965. 21 JOYCE, James [1900-1939], Epifanías, ed. de David HAYMAN, Montesinos, Barcelona 1996. 22 Considerando las acepciones de wicked, a esa altura del Stephen Hero, quizas: tú eres... muy... tra... vie...so sería una traducción más fiel para: you’ re... ve...ry...wick...ed... que la de R. Bixio: usted es... muy... ma...lig...no... o la de J.M. Valverde: usted… es... muy... ma... lo... 23 “Séminaire du 20 janvier 1976”, en Joyce avec Lacan, p 59. 24 JOYCE, James [1907, ed. 1944], Esteban, el héroe; p. 214. 25 En “Du syptôme à son épure: le sinthome” (también incluido en Joyce ayee Lacan, pp. 159-221) Jean-Guy Godin (que sí consulta la lista de Scholes) hace una reconstrucción mucho más sesgada y ambiciosa del contexto de este dialogo, con la esperanza de probar, de un solo golpe, el acierto de Lacan y la solución Godin a la sonrisa de Gioconda del Ulises: el enigma «U.p.» (que, como el del punto final de “Ithaca” ola identidad de «M’Intosh», los joyceanos vienen discutiendo desde hace décadas). 26 BAÑOS ORELLANA, Jorge, “Lacan corrector”, en rey. sYc nº 8, octubre 1997, Buenos Aires; pp.109-124. 27 V. gr. la respuesta escandalizada de LEIBOVICH de DUARTE, Adela, “Crónica de una distorsión en Psicoanálisis”, rey. Asoc. Ese. Arg. de Psicoter. para Graduados, nº 17, 1991, Buenos Aires; pp.47-60. 28 MILLER, Jacqucs-Alain, “Lacan con Joyce: Comentario sobre la conferencia de Lacan ‘Joyce el síntoma’ “, rey. Uno por Uno, nº 45, primavera 1997; pp. 15-34. 29 Op. cit., p. 19. 30 Op. cit., p. 28. 31 Op. cit., pp.27-28. 32 RABATÉ, Jean-Michel, RABATÉ, “Notes sur les ex-ils”, incluido en Joyce ayer Lacan; pp.97-106. Y Joyce upon the Void: The Genesis of Doubt, St. Martin’ s Press, New York 1991. Para más detalles, consúltese: LERNOUT, Geert [1990], The French Joyce, The University of Michigan Press, 1992. 33 V. supra nota 14. 34 BAÑOS ORELLANA, Jorge, “Los tres lectores del psicoanálisis”, en rey. Descartes nº 14, dic.1995, Buenos Aires; pp.57-69. Cf. TARDITS, Annie, “L’appensée, le renard et l’hérésie”, incluido en Joyce ayee Lacan, p. 115. 35 HAYMAN, Dayid, “My Dinner with Jacques”, rev. lacanian ink nº 11, 1997, New York.. 36 HAYMAN, David, “Enter Wyndham Lewis Leading Dancing Dave. Joyce’s Unpublished Letters and Dave the Dancekerl”, inédito, 1998. 37 HAYMAN, David, “Epiphanies/Epiphanoids. Joyce’s Shaping and Observing Eye”, inédito, 1998. 38 Ib.: “Inicialmente pesaba que podía haber unas cincuenta y cinco de estas anotaciones en los cuadernos. Hasta hoy (y sólo hasta el momento) tengo aisladas más de quinientas; la mayor concentración se encuentra en el gran cuaderno Scribbledehobble, particularmente en la entrada: «Penélope», en donde Joyce parece haber compilado un álbum de recortes (verbales y gestuales) atribuibles a su esposa Nora y a unas pocas mujeres más”. Para la preparación de estos apuntes David Hayman tuvo la gentileza de enviarme artículos inéditos y permitirme el acceso a sus archivos de las epiphanoids. 7 Según Samuel Beckett, el tema del Finnegans Wake es el Finnegans Wake. Por eso le parecía ocioso reseñarlo como una novela acerca de alguna cosa: la cosa en cuestión estaba, a su entender, comprendida en la escritura misma de ese libro (“Finnegans Wake is not about something, it is that something itself”). La fórmula de Beckett es brillante, aunque también demasiado inespecífica (podría decirse lo mismo a propósito del simbolismo francés) o demasiado acotada (seguramente el Finnegans Wake es algo más que autorreferencialidad). En cuanto al psicoanálisis, todo ensayo de exportar la fórmula de Beckett para la descripción de la obra de Lacan sería un ejercicio igualmente ingenioso, pero de una imprudencia todavía mayor. Las enseñanzas de Lacan no son un salón vacío de paredes de espejos. De todas maneras, intentarlo daría la oportunidad de destacar la importancia de las remisiones y los bucles internos de su retórica de exposición. La reflexibilidad de la vuelta del discurso sobre sí mismo es, indiscutiblemente, uno de los rasgos de estilo más distintivos, audaces y obstinados de Lacan, y es también —como intenta probarlo el capítulo que sigue— el más lábil de todos, el de transmisión más frágil. La tautología es el pecado predilecto de los estilos autotélicos, pero no conducen obligadamente a ella. Al respecto, por encima de los regodeos significantes de Lacan hay una pasión demostrativa de Lacan que los antecede y domina. Su proclividad a las reverberancias es por eso didáctica; él habla de otra cosa que de su propio discurso (¡no escribe música sino psicoanálisis!), sólo que, como si no alcanzara con decir algo de esa otra cosa, sus escritos y seminarios están exigidos, además, por la pretensión de que esa otra cosa esté presente en el dicho mismo, de que aparezca allí exhibida, mostrada y no únicamente referida por el nombre. A la docencia usual de la definición y la demostración se le superpone una docencia de la mostración. Parafraseando libremente a Beckett, la obra de Lacan no es solamente acerca de algo, sino que es también ese algo por sí misma. Se me reprochará, con razón, que esta fórmula es tan inespecífica como lo es su predecesora para el Finnegans Wake. Por ejemplo, alguien que la leyera sin conocer previamente ni una línea de Lacan tendría buenos motivos para esperar de sus textos el colmo de la legibilidad. Imaginaría con optimismo el aditamento de esta docencia de la mostración permaneciendo como fondo redundante de lo dicho (tal como en el modelo elemental de «una frase de cinco palabras», en la que la forma de la descripción trae en sí misma una muestra de lo descrito) o emergiendo, excepcionalmente, desde el fondo a la figura cada vez que hace falta dar un giro al volante, porque la sentencia llana de la definición muerde el abismo de sus límites. En una palabra, la mostración como remedio de la ambigüedad y como garante de la referencialidad del signo. No hace falta decir que semejante lector virginal que se hiciese tales conjeturas acabaría desconcertado por la experiencia. Pero no sería por culpa de la inexactitud de la fórmula la obra de Lacan no es solamente acerca de algo, sino que es también ese algo por sí misma, ni porque a Lacan le faltara oficio en la didáctica de la mostración; sino debido a la paradoja de que lo que él quería mostrar con su obra era la ajenidad y la errancia del objeto del psicoanálisis y el lenguaje. Es decir, mostrar lo ilegible. El dilema es evidente: para mostrar lo ilegible hay que proceder exactamente al revés de cómo se hace para volver legible lo ilegible. El mandato de mostrar para sumar claridad a través de la autorrepresentación encuentra en este encargo su autodestrucción. Desde luego, tampoco se trata de que nuestra expectativa de lectura se exceda en desconfianza, dejándose abrumar por las exigencias de semejante propósito de Lacan de volverse ilegible para presentificar lo ilegible. Que su obra no sea solamente acerca de algo, sino también ese algo por sí misma no implica que este recurso domine como el único y absoluto. Las enseñanzas de Lacan no son, después de todo, un salón en medio de la oscuridad. Primero, porque se ocupan de estudiar varias caras de su cosa y no exclusivamente la del gesto de asombro frente a lo ilegible. De lo contrario estaríamos equiparándolas a las enseñanzas de René Guénon, de las que U. Eco concluyó que son “un secreto vacío” —coincidiendo de esta forma, seguramente sin proponérselo, con la opinión de Lacan, como se verá en las próximas páginas—. (1) Y, segundo, porque él alterna párrafos herméticos con otros imprevistamente claros es uno de los principales recursos con que cuentan para volver más patente lo ilegible. La suya no es una enseñanza totalmente esotérica. Buena parte de su exposición se resuelve, al fin y al cabo, a favor del consentimiento de la complementariedad entre el decir y lo dicho: la sentencia y su mostración concurren entonces simultáneas a la cita, superponiéndose sin sobras -como en «una frase de cinco palabras». La didáctica de la mostración de Lacan se efectúa así en la dirección tranquilizadora de la redundancia. Tampoco es totalmente exotérica. En no pocas ni intrascendentes ocasiones, la sentencia y la mostración se desparejan. Ocurre una torsión y, en lugar de espejarse en recorridos paralelos como los que dejan los surcos trazados por una parejita arrobada de patinadores, el dúo sentencia-mostración se cruza, se tacha, se choca como dos payasos queriendo patinar al unísono. Entonces, en lugar de ilustrar, confirmar y machacar, lo Queridos mamá y papá: la forma del argumento consigue es poner en vilo el contenido de su propia afirmación. La didáctica de la mostración de Lacan se efectúa así en la dirección de la desautorización íntima. Los procedimientos para llevar esto último a cabo son variados y largamente conocidos por sus precursores, a veces la firma de la enunciación no quiere respaldar el enunciado (como en la célebre paradoja de Epiménides de Creta, cuando afirmaba: «Todo los cretenses son mentirosos»), en otras, el significante confiesa públicamente sus simulacros (como en «Esto no es una pipa» de la pintura de la pipa de Magritte) o hace alarde de sus poderes (como en la mentira «Esto es una frase de cinco palabras») y sus desvíos (como en la figura sintáctica, el neologismo, etc.). Esta segunda forma de la mostración, la de la complementariedad cruzada, es naturalmente la mejor dispuesta para sostener la escenificación del obstáculo analítico y para actualizar la caída de las ilusiones de la comunicación. Ahora bien, su puesta en escena es, por eso mismo, de un alto riesgo. Son muchas las ocasiones (hay pilas de antipáticos ejemplos para demostrarlo) en que su aparición es pasada límpiamente por alto. El lector corriente, educado para desentrañar y aun construir la legibilidad, tiende a esquivar o postergar indefinidamente las contradicciones en el empeño de encontrar un sentido firme en lo que va leyendo. Víctimas de la impaciencia del aula, son muchos los pasajes de Lacan que acaban descosidos y vueltos a confeccionar por los comentaristas en procura de implicaciones esquemáticas y urgentes. En nombre de la claridad, su obra pasa a ser solamente acerca de algo, sin ser también ese algo por sí misma. El otro trabajo de la mostración, el de la complementariedad paralela, si bien es menos lábil, también suele quedar desmantelado por la indiferencia. Claro que se trata de una ceguera menos grave; si bien no deja ver lo que el juego de Lacan enseña del saber-hacer con la palabra, es un descuido que al menos no arrasa con lo que, a través suyo, busca informarse. La información queda intacta, en la medida en que lo que la geometría del paralelismo pretende mostrar es siempre redundante. A estos ciegos les da lo mismo «una frase de cinco palabras» que «una frase que tiene cinco palabras», porque se imaginan esas cinco palabras en el no-lugar de las abstracciones, en vez de encontrarlas en el texto situado ahí, a centímetros de sus narices. Si bien aflige que no se detengan a contar cuántas palabras hay en «una frase de cinco palabras» (porque no se les ocurre, nunca los instruyeron a hacerlo o porque la leen en una traducción que suma seis palabras), eso nunca será tan catastrófico como que no lo haga con la ironía de «las frases verdaderas son de cinco palabras»: ¡la ceguera de la complementariedad cruzada es una enfermedad de consecuencias mucho más severas! Cada vez que se lee a Lacan confiando en que sus textos adoptarán en todo momento la “seriedad” de la didáctica llana, el lacanismo corre el riesgo de entrar en sus horas más aburridas y más peligrosas. Son momentos en los que se nos vuelve invisible la coreografía del dúo sentencia-mostración y, con el aplomo de los que ignoran la duda, recitamos a viva voz una afirmación sin notar que en ella anida astutamente su contraejemplo. Y la aventura no concluye ahí. El lenguaje ofrece una tercera alternativa, que la didáctica del escritorio de Lacan tampoco desaprovechó, en la cual la mostración ya no viene a ilustrar o a contrariar, a envolver con un sí o con un no la definición y sus inferencias, sino a ocupar su lugar, a funcionar como suplencia antes que como complemento. En tales casos, el asunto (la cosa de la que se habla) se nos aparece prácticamente sin el aviso ni la mediación del comentario. El teatro del decir la exhibe solitaria y desnuda, sin la etiqueta de la definición ni la lista argumentativa de sus consecuencias lógicas. Expuesta como si el título y los pensamientos a los que su sola presencia puede convocar fueran siempre los mismos y se impusiesen automáticamente por añadidura: como si se esperara o se exigiera que solamente una única conclusión tuviese que desprenderse de la mera exposición de esas premisas. La cosa en cuestión se aparece apenas señalada con el dedo del icono del colofón (hablemos, por eso, de mostración colofón). No hace falta decir que esta forma corresponde a las páginas más opacas de Lacan. No las más complicadas, puesto que la complicación es algo visible, incluso demasiado visible. El estudiante escribe en sus márgenes un gran signo de interrogación. Son las más opacas en el sentido de que pasan desapercibidas, no dejan ver ni escuchar nada, como dando la espalda al tema y al público. En alarmante vecindad con lo que Beckett descubría en el Finnegans Wake, el asunto no llega a ser tratado por el enunciado, porque la sola entrada en la escena del asunto lo acapara y se adueña de él. Al respecto, “Joyce el Síntoma 1”, la conferencia de Lacan acerca del Finnegans Wake y acerca de sus lecturas de Joyce y del joycismo, ofrece en sus escasas páginas el repertorio completo y exacerbado de estos tres recursos. Constituyendo, a mi entender, un texto modelo de enorme provecho para enseñar al principiante los pasos básicos de cómo recorrer la arquitectura de la obra entera de Lacan. Alternativamente, “Joyce el Síntoma 1” (a) describe el Finnegans Wake, haciendo al mismo tiempo un pastiche (= mostración paralela) de su estilo; (b) ironiza buena parte de los estudios joyceanos, cometiendo como si fueran propios sus errores más criticados (mostración cruzada), y (c) se sumerge, de a ratos, en una emulación muda (mostración colofón). Y, en cada uno de estas tres laboriosas tareas, el hercúleo Lacan se empeña en enseñarse como un lector aturdido, que es más objeto que sujeto de sus lecturas, más el poseído que el tramoyista de la función. En el siguiente capítulo la incidencia de (a) y (b) se encontrará profusa y detalladamente indicada; en cuanto a (e), el comentario final a propósito de FW 531 .26 creo que resultará sobradamente elocuente. Contagiadas también por la naturaleza del objeto, estas “Anotaciones de una lectura de «Joyce el síntoma 1» no pudieron sustraerse de la tentación de echar mano a una de las prácticas escolares del joycismo, la del comentario línea por línea. Las limitaciones de este método para introducir a la lectura de un texto de Lacan se harán en seguida patentes, confío que lo mismo suceda con sus beneficios. Con el agregado de dos breves actualizaciones, el siguiente capítulo reproduce un artículo escrito a mediados de 1997 gracias al aliento de Dudy Bleger. Su publicación está prevista para la edición latinoamericana del nº 46 de Uno por Uno; si bien la discontinuidad que viene suspendiendo esa revista en los últimos dos años hace temer que las páginas del nº 46 continuarán inéditas para cuando aparezca este libro. CUANDO COMENTAR ES MOSTRAR ANOTACIONES DE UNA LECTURA DE “JOYCE EL SÍNTOMA 1” Porque —dijo el dodo— la mejor manera de explicarlo es hacerlo. Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas Obviamente, Lacan sabía que lo que él encontraba en el Finnegans Wake era lo que él quería encontrar Lo que es lícito, si se considera la recomendación que allí da el mismo Joyce: “Limpien sus anteojos-glosas con lo que sepan” you know]. Sin embargo, Lacan siguió esta recomendación quizá un poco demasiado literalmente... David Hayman, “My dinner with Jacques”. LA CONFERENCIA DADA POR JACQUES LACAN EL 16 DE JUNIO DE 1975 en la inauguración del 5º Simposio Internacional James Joyce festejado en París se publicó, por primera vez, como discurso de abertura de las Actes du 5ème Symposium James Joyce, éditions du CNRS, 1975; luego, como “Joyce le symtôme” en la revista L’Ane nº 6, Automne 1982, pp. 3-5; y cinco años más tarde fue incluida en el libro Joyce avec Lacan, Jacques Aubert (dir.), Navarin, Paris, 1987, pp. 21-29—donde se le agregó el número “1” para distinguirla de “Joyce le symptóme II”, un texto aparecido en Joyce & Paris, Presses universitaires de Lilli et éd. du CNRS, 1979. La traducción al castellano a la que me remitiré es la publicada en el nº 44 de Uno por Uno, Revista Mundial de Psicoanálisis, otoño 1997, pp. 9-16, puesto que seguramente se convertirá en la versión standard. Se conocen otras traducciones anteriores, comenzando por la de Ana M. Gómez, publicada en 1982 en Carpeta de psicoanálisis 2 de la clínica psicoanalítica: El síntoma, Letra Viva, Buenos Aires, pero están agotadas o encuentran legalmente inhibida su difusión. La puntuación de “Joyce el síntoma 1” representa una de las aplicaciones más estrictas de las reglas que Jacques-Alain Miller adoptó para el establecimiento de las intervenciones orales de Lacan. Especialmente en lo que hace a la regla detallada en su entrevista con Françoise Ansermet: “...le escribí una carta a Lacan para decirle que yo no utilizaría deliberadamente ni el punto y coma ni los dos puntos —salvo algún error usted no los encontrará en El Seminario—, sino un signo más ambiguo, un signo de pausa distinto al punto y a la coma, que es el guión. Por otra parte, yo aludía, en esa misma carta a Lacan, al hecho de que esa manera de puntuar había sido la de Laurence Stern —el autor de Tristam Shandy— en particular; tanto es así que la crítica inglesa habla del shandean dash —del guión shandiano. Yo utilizo el shandean dash para la transcripción de El Seminario de Lacan en lugar de apelar —quiero subrayarlo— a todos los recursos de puntuación de la escritura. Este rasgo dejaría marcado el origen oral que le es propio”. (1) Este proceder de la transposición da lugar a un uso no solamente abundante sino inesperado del guión; puesto que a su empleo habitual en nuestra lengua (el de intercalar expresiones parénticas) se agregan otros dos. (a) El de subrayar las entradas de los términos de una enumeración; por ejemplo, en la página once, sexto párrafo (de ahora en más 11∫6) de “Joyce el síntoma 1” se lee: en la trama de los personajes de Finnegans, están esos dos gemelos —Shem, me permitirán llamarlo Shémptoma —y Shaun. Obsérvese que los guiones están allí para introducir los nombres propios de los gemelos y no para encerrar el comentario me permitirán llamarlo Shémptoma. Y (b) el de indicar un corte de la lógica de la argumentación por efecto de alguna digresión; por ejemplo, en 10∫2 se lee: Lo importante no es para mí pastichear Finnegans Wake —nunca estaremos a la altura de la tarea—, es decir en qué le doy a Joyce, al formular este título, Joyce el síntoma nada menos que su nombre propio. Obsérvese que el segundo guión de 10∫2 no sólo cierra un comentario paréntico, está abriendo paso, además, a una digresión que se instala de espaldas a la lógica del párrafo, provocando esa forma de inconsistencia (tan fácil de encontrar en cualquier exposición oral) que la tradición llama anacoluto. En su lugar, una transposición “más escrita” y menos fidedigna a los orígenes orales hubiese reemplazado, allí, el —, es decir en qué le doy... por un; sino en qué le doy... La concisión del establecimiento tampoco cedió ante los problemas traídos por la caída de la gesticulación con que Lacan acompañaba su ponencia; lo que se hace sentir en 11ʃ 1 Siempre llevé a cuestas (...) una cantidad enorme —los hay hasta esta altura— una cantidad enorme de libros entre los cuales los de Joyce no llegan más arriba que así —los demás, son libros sobre Joyce. Una transposición más intervencionista y menos taquigráfica, hubiese preferido un resultado más amigable como: Siempre llevé a cuestas (...) una pila enorme de libros joyceanos, en la que la obra de Joyce suma poco lugar y todo lo demás son libros acerca de Joyce. En las consideraciones que siguen a propósito de la nueva versión castellana no hay que poder de vista que estamos ante una de las pruebas más complicadas de la traducción de textos psicoanalíticos: la de traducir el francés(?) del Jacques Lacan de los últimos seminarios imitando el inglés(?) del James Joyce del Finnegans Wake. Para superarla, la versión publicada en Uno por Uno apeló a soluciones diversas que, naturalmente, son materia opinable. En cuanto a los frecuentes neologismos, sus soluciones menos objetables son las que comprometen palabras de nuestra lengua que provienen directamente del francés (como «popurrí» de «pot pourri») yio que comparten con el francés raíces grecolatinas (como el todo y el tout derivado del totus latino); así el neologismo tout-pourri queda eficazmente convertido en 9ʃ 4 todpurrí. Aunque también en las condiciones más favorables habrá que resignarse a alguna pérdida. Por ejemplo, no es seguro que las palabras todpurrí - podredumbre -podrespera - pudrir esperando - Nombre-del-Padre resuene entre sí con la misma plenitud con que lo hacen tout-pourri -pourriture - pourspère pourrir en espérant - Nom-du-Père. Cuando las dos lenguas se vuelven más ajenas, el traductor —que se inclinó por no usar ningún juego de notas— no tiene más remedio que decidirse, una veces, por el lado de la música (ptom, p’ titom, p’ titbonhomme será 9ʃ 5 tom, tombre, tombrecito) y, otras veces, por el de la semántica (que cette jouasse, cette jouissance será 14ʃ 3 esa jugancia, ese goce), lo que en ciertas ocasiones obliga a pequeños retoques (Joyce le sinthomefait hommophonie avec la sainteté será 9ʃ 7 Joyce el sinthome hace homofonía en francés con la santidad del santo varón), a la inclusión de información adicional para el lector extranjero (Sortant d’un milieu assez sordide, Stanislas será 10ʃ 4 Proviniendo de un medio bastante sórdido, el colegio Stanislas), y hasta al agregado de verdaderos comentarios (Hi han a pas, à écrire comme celui de l’âne será 16ʃ 2 Hihan a pas, no hay, que se escribe con el «i-a» del asno). De toda esta complicada operación solamente cabría disentir con una omisión, la de 15ʃ 4, que traduce: “une structure qui est celle méme de bm, si vous me perinettez de l’ écrire tout simplement d’un l.o.m. “por: una estructura que es la misma de lombre —se lo reprocho por el protagonismo que «LOM» cobrará después en “Joyce el síntoma II” (2). Y señalar tres erratas: en 9ʃ 5, donde dice coitincidente debería decir simplemente coincidente; en 10ʃ 1, donde dice del síntoma hizo debería decir del sinthoma hizo; en 12ʃ 2, donde dice se lo digo debería decir se los digo. 10ʃ 4 a los diecisiete años, gracias al hecho de que frecuentaba lo de Adrienne Monnier, coincidí con Joyce. Los siguientes recuerdos de Sylvia Beach transcurren precisamente entre 1917 y 1919. … Se veía una pequeña librería de color gris con las palabras <<A. Monnier>> encima de la puerta. Contemplé lo atractivos libros del escaparate y, escudriñando hacia el interior de la tienda, vi todas las paredes cubiertas de estantes llenos de volúmenes recubiertos de brillante papel de celofán (…) había también interesantes retratos de escritores. Una joven estaba sentada junto a una mesa; A Monnier sin duda. Al verme indecisa cerca de la puerta, se levantó con rapidez y me abrió invitandome a pasar al interior, dándome calurosamente la bienvenida, lo que estaba raro en Francia donde, por lo general, la gente se muestra muy reservada con los desconocidos (…) Durante los últimos meses de la guerra, mientras los cañones retumbaban cada vez más cerca de París, pasé muchas horas en la pequeña librería gris de Adrienne Monnier. A ella acudieron muchos autores Franceses –algunos venían del frente y de uniforme- entablando con Adrienne vivas discusiones. Se organizaban lecturas, en las que nunca dejaba de asistir. Algunos socios [abonnés] de la librería eran invitados la Casa de los Amigos del Libro para escuchar manuscritos que aún no estaban editados, leídos por sus propios autores o por sus amigos, como cundo Gide leía a Valery. Apiñados en la pequeña tienda, junto a la mesa y casi encima del lector, escuchábamos atentamente conteniendo la respiración. Pudimos oír a Jules Romains, de uniforme, leer sus poemas pacifistas <<Europae>>. Valery nos hablo sobre el Eureka de Poe. André Gide estuvo varias veces leyendo. Otros que también vinieron a leer para nosotros fueron Jean Schlumberger, Valery Larbaud y LéonPaul Fargue. En ocaciones se incluia un programa musical con Erik Satie y Francis Pulec; más tarde –pero esto ya fue después de que Shakespeare and Co. se uniera a la Casa de los Amigos del Libro- , James Joyce. (3) Lacan habría comenzado a frecuentar esa librería en el último tramo de su educación secundaria (4), y seguramente el hábito lo reforzó luego la comodidad: el número 7 de la calle de l’Odeon quedaba a sólo trescientos metros de la Escuela de Medicina de la calle Dupuytren. “Construida en tiempos de destrucción”, según palabras de la misma A. Monnier, la librería abrió en noviembre de 1915: “Teníamos muy poco dinero y este detalle nos llevó a especializamos en literatura moderna; de haber tenido mucho dinero, seguramente hubiésemos querido comprarlo todo, para levantar una especie de Biblioteca Nacional “. En 1951 ella se desprenderá del local debido aun reumatismo invalidante; en junio de 1954, sufriendo además de un severo síndrome de Méniere, se quitará la vida (5). 10ʃ 4 Del mismo modo que asistí cuando tenía veinte años, a la primera lectura de la traducción francesa de Ulises cuando apareció. De nuevo Sylvia Beach —a partir de 1920 dueña de la librería de lengua inglesa Shakespeare and Co. y primera editora del Ulises— nos informa: Fue fijada la fecha de la primera lectura del libro de Joyce, en la librería de Adrianne, para el día 7 de diciembre de 1921, aproximadamente dos meses antes de su aparición. (...) Larbaud se sintió un poco asustado y colocó en el programa la siguiente advertencia: Advertimos al público que alguna de las páginas que se leerán son de una crudeza poco común y pueden legítimamente herir su sensibilidad. La lectura fue un éxito. Tanto los cálidos elogios de Larbaud, como su lectura de los fragmentos traducidos de Ulises, así como la excelente versión hecha por Jimmy Ligth del episodio de «Las sirenas», fueron largamente aplaudidos por todos los oyentes, reproduciéndose aún con más fuerza los aplausos cuando Larbaud, después de buscar a Joyce por todas partes, descubrió que estaba detrás de la cortina en la trastienda y le hizo salir totalmente ruborizado” (6). 10ʃ 5 no es seguramente por casualidad, aunque sea difícil hallar el hilo, que me encontré con James Joyce en París, cuando él estaba aqut por algún tiempo todavía. Alternando con algunos viajes veraniegos y otros cumplidos por razones de salud, Joyce permaneció en París entre 1920 y 1940. Seguramente el azar de los encuentros se vio favorecido porque Lacan continuó visitando las dos librerías; de no haber sido así no podría haber hecho alarde, en una nota al pie de “El seminario de La carta robada”, de ser propietario de uno de los escasos ejemplares de la primera edición de Our Exagmination Round his Factficationfor Incamination of “Work in Pro gress” (en la página 19 de los Escritos anota: “Shakespeare and Company, 12, rue de l’Odeon, Paris, 1929”), libro en el que conocerá por adelantado —el Finnegans Wake recién apareció en mayo de 1939— el juego de A lette, a litter 16ʃ 2 Que Joyce se delectase con Isis Unveiled de Madame Blavatski es algo que me entero en Atherton, y que me deja estupefacto. Helena Petrovna Blavatski (1831-1891) fue una teosofista rusa divulgadora de una mezcla poco erudita de espiritismo, cábala judía y cristiana, y doctrinas ocultistas de la India. Isis Unveiled [1876] (7), que llevaba el elocuente subtítulo de Una llave maestra de los misterios de la Teología y la Ciencia Antigua y Moderna (8), circuló como manual teosofía y fue objeto de curiosidad de las vanguardias literarias de fines del siglo pasado y principios de éste (9). Valdría la pena subrayar que esa “delectación” de Joyce con Isis Unveiled –bien conocida desde Ulisses- fue del orden de lo cómico; v. g. el Finnegans Wake saca partido de que el apellido de soltera de Blasvatsky era Hahn [gallina, en alemán] y de que entre sus primeros desacreditadores estaban los hermanos Hare [libre, en ingles] (10). Según Stanislaus Joyce: “… su interés por la teosofía duró muy poco y se divirtió con mi irrespetuosa transformación de los miembros mas ilustres teósofos: Col. Old Cod [bacalao viejo], Madame Bluefatsky (un hombre que le quedaba bien porque tenia la cara y los ojos como si espiara a través del humo del cigarrillo) y Mr. Wifwbeaten (señor maltratado por la esposa). La Teosofía fue la única aventura intelectual de su juventud que luego consideró un derroche de energia” (11). En la novena clase del Seminario 23 (16-III -1976), Lacan se muestra más afín a esta clase de consideraciones: Detrás de la Historia, de la historia de los hechos en los cuales se interesan los historiadores, está en mito, y el mito siempre cautivante. Lo prueba el hecho de que Joyce, después de haber testimoniado cuidadosamente el sinthome de Dublín (...), no deja —cosa extraordinaria— de caer en el mito ciclos históricos] de Vico, que es lo que sostiene el Finnegans Wake. Lo único que lo preserva es que, a pesar de todo, el Finnegans Wake es presentado como un sueño y, no solamente eso, sino que además señala allí a Vico como otro sueño más; tal como lo son, al fin de cuentas, las habladurías de Mme. Blavatsky, el Mahanvantara y todo lo que de eso se deriva. Es la idea de un ritmo, en la que yo mismo caí… Una reciente y bien informada novela de R.A. Wilson,Maskof the Illuminati, eleva a rasgo definitorio este desprecio de Joyce hacia el ocultismo en boga entre los intelectuales de su tiempo. La trama reúne ficticiamente al escritor irlandés con un acaudalado caballero inglés, Sir John Babcock, encaminándolos a la solución de una serie de enigmas. Este es el momento del encuentro: Joyce advirtió que Babcock no solamente era un ardiente admirador de la pueril (aunque elegante) poesía de William Butler Yeats, sino de la detestable (aunque amable) persona de Yeats, y que además era miembro (como el mismo Yeats) de la Orden Hermética de la Rama Dorada, un grupo londinense de ocultistas por el que Joyce guardaba, desde hacía bastante tiempo, una opinión decididamente desfavorable. (...) A Babcock, por su parte, le pareció injustificadamente malicioso el desdén con que Joyce contemplaba a Yeats y con él a los de La Rama Dorada, a Madame Blavatsky y a la totalidad de el misticismo moderno”) (12) 16ʃ 2 poco después de la época en que, gracias al cielo, me había encontrado con Joyce, fui a encontrar a un llamado René Guénon, que no valía mucho (...) en lo tocante a la iniciación. Hi han a pas, Este encuentro debió suceder antes de 1930, año en el que Guénon (1886-195 1) parte definitivamente de París para radicarse en El Cairo. En los años veinte, había surgido como un divulgador del hinduismo y del esoterismo cristiano considerablemente más instruido que Mme Blavatski. A diferencia de ésta, a la que dirigía parte de sus diversos ataques, él era adverso a toda práctica espiritista y, a diferencia de la mayoría de los teósofos, no se enfrentó al catolicismo (“la adhesión a un exoterismo es la condición inicial para llegar al esoterismo”, recomendaba Guénon); pero tenía por decisivas las jerarquías espirituales y las experiencias de iniciación—v.g. participa en una revista llamada La Voile d’Isis (juego de opuestos con Isis Unveiled). Lo que Guénon divulgaba era que lo valioso es imposible de ser divulgado. No sería muy aventurado conjeturar que Lacan haya conocido a Guénon en mayo de 1924 en un publicitado debate organizado por Nouvelles Litteraires que contaba, además, con las participaciones de J. Maritain, R. Grousset, E Ossendowski) (13) ¿Qué quedó en Lacan de ese encuentro? Aparentemente, muy poco. Solamente material para ironías, como cuando lo recuerda en el Seminario 9: “Les juro que en una época, en el comienzo del siglo del que formo parte, toda la diplomacia francesa encontraba en René Guénon, ese imbécil, su maestro de pensamiento. Ustedes ven el resultado... Es imposible abrir una de sus obras y encontrar algo que hace, porque lo que siempre dice es que se debe cerrar el pico.” (clase del 20-VI-1962); o restos para escribir la mampostería de alguna de sus futuras líneas: en El simbolismo de la cruz de Guénon, por ejemplo, se encontrarán varios ejemplares de los árboles enumerados en el bosque de “La instancia de la letra” (14). 16ʃ 2 Hi han (...) del asno al cual Joyce alude como punto central Que en la solución de un acertijo esté envuelto un asno, es un recurso alegórico tradicional. Lacan ya lo había aludido en el Seminario 8, a propósito de El asno de oro de Apuleyo, donde subraya la misión esotérica de ese texto erótico, en el que Isis es invocada, y la situación verbal del asno Lucio —que quiere hablar en primera persona su nuevo saber, pero de sus labios sólo se escapan rebuznos: ¡Hi han!— (15). Esa interjección también nos remite al Seminario 19, clase del 15-XII- 1971 (inédito): la relación sexual no hay [n’ y a pas], que habria que escribirlo así: <<H-I-H-A-N appât>> [appât:cebo,carnada, señuelo]”. 9ʃ 2 van a perdonarme que podrestichee (…) el Joyce de Finnegans Wake, Lacan acostumbraba emplear neologismos como anticipaciones misteriosas que iban ganando legibilidad y riqueza semántica, conforme avanzaba la argumentación. A través de sucesivas variaciones de transliteración y de homofonía, daba pie a fijaciones melódicas de nuevos neologismos y a acentuaciones rítmicas de ciertos términos; así fue urdiendo, a lo largo de la conferencia, un aire de familia entre poursticher - pourriture - pourspère - tout-pourri - Non-du Père. Por eso uno de los dilemas de su traducción es el de convenir hasta dónde el traductor puede sacar partido de su condición de lector de segunda lectura. Quiero decir que, en el momento de empezar a traducir línea por línea (o de corregir la primera versión de su trabajo), el traductor debería oscilar entre recordar y olvidar que conoce de antemano hacia dónde se dirigen los juegos de sentido, por haber realizado al menos una lectura previa de la totalidad del texto. Conociendo los cálculos del après coup de Lacan, su oficio deberá arreglárselas para administrar prudentemente el secreto en vez de entregarlo impacientemente. La traducción ideal es la que preserva la misma tensión, el mismo misterio que se encuentra en el texto original. Al respecto, me parece que traduciendo poursticher por podrestichee, nuestra versión castellana muestra más de lo conveniente. En el contexto del apenas segundo párrafo de la conferencia, me parece que poumsticher solamente da para un pobrestichee, leído como condensación de la palabra inglesa pour /pobre/ con la francesa pasticher /hacer pastiches/: es Lacan disculpándose retóricamente de estar haciendo un pobre pastiche del estilo del Finnegans Wake. El inconveniente de podrestichee sería que no deja tiempo para que este primer neologismo se pudra bien, unos párrafos más tarde, ante a los ojos mismos del lector. 9ʃ 2 Finnegans Wake(...) el sueño que éllega Buena parte de Finnegans Wake, el último libro de Joyce, es el sueño de sus protagonistas, pero, más todavía, es el sueño de la lengua en que está escrito. Cuando Beckett le preguntó acerca del estilo del nuevo libro, Joyce respondió: “He puesto el lenguaje a dormir”, y a August Suter le había dicho: “Je suis bout de l’ anglais” (16). 9ʃ 4 ¿qué le puede importar todo eso al bosom de Abraham...? Del inglés bosom: pecho, seno. No solamente en un sentido anatómico, sino también concebido como centro de los sentimientos y ámbito de la intimidad o la confidencialidad. 9ʃ 7 la santidad (...) algunas personas aquí recordarán acaso que la televisioné. A propósito de la última sentencia del El oráculo manual de Baltasar Gracián (recordada en la fórmula: “En una palabra: ser un santo”) que Lacan retoma en Televisión (17). 10ʃ 4 Proviniendo de (...) el colegio Stanislas (...) de curas menos serios que los suyos, que eran jesuitas, y Dios sabe lo que supo hacer de ellos Lacan cursó sus primeros estudios en el colegio Stanislas, dirigido por el clero secular en el barrio de Montparnasse. Excepto por una breve interrupción, Joyce fue educado por los jesuitas en los colegios de Clongowes Wood y Belvedere de Dubín. La impronta de esa formación está omnipresente en su obra, e insiste particularmente en los primeros cuatro capítulos del Retrato y en “Ítaca”, el penúltimo capítulo del Ulises. 11ʃ 3 Joyce había dicho: “Lo que escribo no cesará de dar trabajo a los universitarios” A la famosa declaración “Puse tantos enigmas y rompecabezas, que mi obra mantendrá ocupados a los profesores discutiendo por siglos lo que quise decir: es la única manera de asegurarse la propia inmortalidad”, hay que sumarle la declaración, no menos conocida, de las líneas 12 a 14 de la página 120 del Finnegans Wake (de ahora en más, FW 120.12-14) que reclama para sí: “un lector con un insomnio ideal que, sentenciado por siempre y una noche, lee el libro un trillón de veces hasta que la cabeza le da vueltas”. Por otra parte, está la cuestión secundaria de si Joyce dijo efectivamente eso que Lacan repite. El problema es que el único testimonio original de que él haya dicho algo parecido proviene de un tal Jacob Schwartz, un librero de pésima reputación. En abril de 1999, William S. Brockman, bibliotecario de la University of Illinois, hizo el siguiente resumen: Schwartz era un vendedor de libros interesado en el provecho económico y no en las disciplinas de la biografía académica. En los años treinta adquirió la reputación de tramposo, lo que se volvió notorio en los años cincuenta con sus ventas inescrupulosas de manuscritos de Samuel Beckett. (...) La autenticidad es dudosa: Richard Ellmann nos entrega dos versiones de la misma en su James Joyce (1982 ed.). En la página 521, cita a Jacques Benoist-Mechin, según el cual Joyce habría dicho, a propósito del Ulises: “Puse tantos enigmas y rompecabezas como para mantener a los profesores ocupados por siglos discutiendo entre ellos lo que quise decir esa es la única manera de asegurarse la inmortalidad”. Y, en página 703, a Jacob Schwartz, a propósito del Finnegans Wake: “«¿Porqué escribió este libro de semejante manera?», fue otra de mis preguntas, a lo que Joyce mne contestó: «Para mantener ocupado a los críticos por trescientos años»”. Dado que, en ambos testimonios, la fuente original es el poco fiable Schwartz y que Ellmann tomó ambas entrevistas recién en los años cincuenta, yo no confiaría de su exactitud (18). 11ʃ 4 los cuatro maestros analistas (...) que fundaron las bases de los anales de Irlanda. Soy otra especie de analista. A propósito de The Annals of FourMasters escritos, entre 1632-36, por cuatro maestros franciscanos en el monasterio de Donegal. En la carta a Mrs. H. Shaw Weaver, fechada el 12-x1923, Joyce esquematiza la participación de los cuatro analistas en FW 398-399 (19). 11ʃ 6 en la constelación del sueño del que no hay despertar, a pesar de la última palabra, Wake, Seguramente Lacan se refiere a que la novela concluye sin que la lengua inglesa alcance su total despertar. En cuanto a la trama, en cambio, hay un acuerdo bastante generalizado entre los joyceanos de que: Todo [el sueño] concluye en la cuarta parte del tercer libro con un gritito infantil que despierta a los padres quienes, luego de acudir a consolar al niño, vuelven al lecho y se entregan a un encuentro amoroso. El canto del gallo cierra el libro tres. (...) El día clarea. “El Ricoroso” (libro 4) representa el alba de una nueva era, con un despertar simbolizada por el arribo de San Patricio a Irlanda. El cartero entrega el diario y la carta (cuyo contenido será recién develado) y la mujer del tabernero, semidespierta, pasa revista a su vida y a su familia hasta abrir los ojos (20). 12ʃ1 En alguna parte en Ulises, Stephen Dedalus habla de agenbite of inwit Stephen lo piensa en el primer capítulo (p. 16 en The Gabler Edition; p. 91 entrad. de cd. Bruguera-Lumen). Luego, la expresión reaparece tres veces en el noveno y una más en el décimo (21). 12ʃ 5 Clive Hart, en Structure and Motif in Finnegans Wake, Se trata de HART, Clive, Structure and Mot if in Finnegans Wake, Faber & Faber, London 1962. 12ʃ 5 .J. S. Atherton, en su libro The books at the Wake, Se trata de ATUERTON, James S., Books at the Wake: A Study of Literary Allusions in James Joyce’ s Finnegans Wake, Faber & Faber, London 1959. Reimpr.: Viking, New York 1960. 13ʃ 3 el equívoco con el cual suele jugar Joyce —letter, litter. La letra es desecho. Referencia expresa a: The letter! The litter! (FW 93.24); pero también a: hithaways writing andwith lines of litters slittering up and louds of latters (FW 114.17-18), type by tope, letterfrom litter word at ward (FW 615.1) y One would say him to hold whole a litteringture (FW 570.18). 13ʃ 4 «Who ails tongue coddeau aspace of dumbillsilly?» Si hubiera encontrado este escrito, ¿hubiera o no percibido —«Où est ton cadeau, esptèce d’imbécile?»? Este juego (FW 15.18) de homofonías translingüísticas, entre el inglés(?) y el francés reaparece, por ejemplo, en (FW 528.27) Shysweet, she rest. que es posible pronunciar como la frase francesa J’y suis, j’y reste (22). 14ʃ 3 ese trenzamiento de tierra y de aire con que abre Chamber Music, su primer libro publicado, libro de poemas Luego de algunas publicaciones parciales, esos poemas se reunieron en un libro en 1907. Comienza así: Cuerdas en la tierra y en el aire / hacen dulce música; ¡cuerdas cerca del río / donde los sauces se acogen (traducción de Lilia Babachano) (23) 15ʃ 6 Es sorprendente que Clive Hart ponga el acento sobre lo cíclico y sobre la cruz como aquello a lo que Joyce substancialmente se apega El mismo Lacan nos amplía esta referencia en la clase decimoprimera (11 -y- 1976) del Seminario 23: “Joyce no tenía la menor idea acerca del nudo borromeo. [Sin embargo,] no es que él no haya hecho uso del círculo y de la cruz. ¡No habla de otra cosa que de eso! Un tal Clive Heart, espíritu eminente que se ha consagrado al comentario de Joyce, se apoya mucho sobre este uso del círculo y de la cruz (...) en el libro que tituló Structure in James Joyce, hecho especialmente a propósito de FinneganS Wake “. Para un resumen, coetáneo a “Joyce el síntoma 1”, de las hipótesis joyceaflaS acerca de la estructura de Finnegafls Wake, consultar HAYMAN, David 111975], “Nodality and the Infra~Structh1te of FinnegaflS Wake” en: J. Joyce Quartely, 16, Fail 1977-Win.78 (24). 15ʃ 6 con ese círculo y esa cruz, yo dibujo el nudo borromeo Cf. Seminario 22, RSI, clase del 8-iv-1975 (inédito): “me he paseado por Joyce, porque se me solicitó que tome la palabra para un congreso sobre Joyce que tendrá lugar en junio. (...) No es Joyce el responsable de estar pegoteado en la esfera y la cruz; se puede decir que fue así porque había leído mucho a Santo Tomás, porque esa era la enseñanza de los jesuitas, donde hizo su formación. Pero no es debido solamente a eso (...). He puesto, ahí, un círculo (que es la sección de una esfera) y, en el interior, la cruz. Ustedes no pueden saber hasta qué punto están retenidos en ese círculo y en ese signo más, (...) nadie se percata de que eso es ya el nudo borromeo”. Consultar también “La tercera” (25) 16ʃ 1 la conversación con los espíritus, que Atherton coloca bajo el título general de spiritualism, cosa que me sorprende, pues hasta el presente yo había denominado eso espiritismo. En lengua inglesa no se acostumbra distinguir «espiritismo» de «espiritualismo» —v.g. el Random House Unabridged Dictionary define “spirºitºism: the doctrine or practices of spiritualism” y “spirºitºuºalºism: the beliefor doctrine that the spirits of the dead, surviving after the mortal life, can and do communicate with the living, esp. through a person (a medium) particularly susceptible to their influence”. —Lo mismo vale para el Webster’ s, que lo define como: “A beliefthat departed spirits hold intercourse with mortals”. El malentendido idiomático probablemente se consolidó en la insistencia con la que Guénon aspiraba a un esoterismo espiritual desentendido de espiritismos. 16ʃ 3 su última palabra no puede reunirse sino con la primera, el the con el cual termina y que echa el gancho al riverrun con el que se principia Lacan se está refiriendo al lazo sintáctico que se establece entre la última frase del Finnegans Wake (A way a lone a last a loved a long the) y la primera (riverrun, past Eve and Adam ‘s, from swerve of shore to bend of bay, brings us by a commodius vicus of recirculation back to Howth Castle and Environs.) Así se lo explicaba el propio Joyce a su mecenas Harriet Shaw Weaver, en la carta del 8-xi1926: “En realidad el libro no tiene ni principio ni fin. (...) Acaba a la mitad de una oración y comienza a la mitad de la misma” (26). 10ʃ 2 Lo importante no es para mípastichear Finnegans Wake En efecto, luego de un comienzo cargado de retruécanos (de puns), la conferencia pasa a un registro comparativamente mucho más legible. A partir de la línea 10ʃ 2, Lacan deja casi completamente de pastichear a Joyce. ¿Pero este giro significa, acaso, el punto final para la diversión o es sólo un pasaje a otro modo de mantenerse en la dimensión del chiste? A mi entender, la conferencia deja de pastichear a Joyce sólo para pasar a pastichear o, mejor dicho, a parodiar las monografías de los joyceanos. Es como si, por esta vez, Lacan siguiera todo el tiempo la táctica del dodo de Lewis Carroll: “Porque —dijo el dodo— la mejor manera de explicarlo es hacerlo”. Creo que todo el comentario que va del párrafo 11ʃ 5 al 12ʃ 2, en el que se sacan conclusiones a partir de una posible identidad del gemelo Shaun, es producto de un empleo deliberado de los tics de la literatura joyceana menor —en la que obviamente no se encuentran, por ejemplo, los trabajos de los mencionados James Atherton y Clive Hart. Puede que tenga su riesgo decirlo, pero creo que en el ejercicio hermenéutico de Lacan con el nombre propio de Shaun hay la misma apelación pusilánime a tesis consagradas, el mismo acopio de soluciones previsibles y débilmente consistentes, y los mismos anacronismos que caracterizan la producción del medio pelo universitario. Me explico: —En 11ʃ 5 Lacan llama la atención (como si se tratara de una novedad) acerca de la existencia de declaraciones de autores digno de fe que conocía bien a Joyce que coinciden en subrayar cierta aversión del escritor al psicoanálisis. —Luego asume que esas declaraciones necesitan (¡todavía más!) demostraciones textuales, como si creyera insuficiente la literatura crítica que, desde hacía años, venía notándolo; señalándolo, por ejemplo, en varios puns del Finnegans (como el de FW 522-32, donde psicoanalizado se convierte enpsicoano-lizado; o el de FW 460.20, donde el libro de interpretación de los sueños de Freud y Jung se convierte en el fraude del libro de mentiras de señoritas ungfraud’s Messongebook]). Como si buscara sumarse a esa tradición escolar, Lacan anuncia en el 5º Simposio nternacional James Joyce su aporte a la lista de demostraciones del mal encuentro de Joyce con el psicoanálisis: 11ʃ 6 Encontraré testimonio de ello en (...) esos dos gemelos Shem (...) y Shaun. ¿Y dónde lo encuentra? En indicios de que Joyce habría asimilado al psicoanalista Ernest Jones a la figura de Shaun (el gemelo antipático del Finnegans): 11ʃ 6es a Shaun a quien Joyce le cuelga la etiqueta de doctor Jones. —¿Se trata de un hallazgo novedoso o significativo? No precisamente. Era bien sabido que Joyce se había interesado por el psicoanálisis durante sus años en Trieste (Octave Manoni escribió unas divertidas páginas al respecto en Ficciones Freudianas) y que compró un ejemplar de The problem of Halet and the Oedipus de Ernes Jones –presumo que con la esperanza de sacar algo para el capítulo 9 de Ulises, que por eso entonces venía escribiendo (27). En cuanto a la presencia de Jones en el Finnegans es algo muy incierto. Lacan afirma que a Shaun… Joyce le cuelga le cuelga la etiqueta de doctor Jones, pero omite decir cómo dónde está eso escrito. De hecho, en las trece oportunidades en la que aparece el término <<doctor>> nunca se encuentra muy cercano a un <<Shaun>>, ni tampoco alguno de los once <<jones>>, cuyas localizaciones entrego para que las estudie el lector desconfiado: FW 48.12; 149.10; 160.18; 210.17; 275.f8; 302.4; 431.12; 487.10; 521.13; 543.20 y 576.36. Por supuesto que, tratándose de Finnegans, esto no significa gran cosa, tanto <<doctor>> como <<jones>> puede estar transformados de cine maneras. Lo que Lacan sí expone es que el apellido de Ernes Jones mantiene una homofonía (parcial) son /Shaun/; si bien, tratándose de Finnegans, esto no significa gran cosa, como lo revela muy bien FW 169.1: Shem is as short for Shemus as Jem is joky for Jacob. Y, en segundo lugar, que el nombre Ernest estaría indirectamente presente en las alusiones que el libro hace (entre las otras que hace a otros trescientos cincuenta autores) a Oscar Wilde que (entre muchas otras cosa) fue el autor de La importancia de llamarse Ernesto (O La importancia de ser serio u honesto, como también permite ser entregado en inglés /ernest/~/earnest/). Lo desalentador es que pocos joyceanos estarían dispuestos en adherir seria a que, como dice Lacan en 12ʃ 2, [a] la obra de teatro de ese título tan sorprendente, de Wide, (…) Joyce [la] toma mucho en cuenta. De la misma manera en que pocos analistas estamos dispuestos a creer que Lacan hablaba en serio cuan do sostiene que: 12ʃ 1Freud le dio [a Jones] la carga de hacer su biografía. El sabido que esa biografía comienza con la advertencia de que: “este libro no podría haber contado con la aprobación de Freud” y que en curso de su presentación Anna Freud se mostró, por un buen tiempo, reticente a colaborar, y que su hermana Mathilda nunca lo hizo, expresando que así cumplía el mandato paterno (28). En cuanto a la observación de que el bueno del doctor Jones era confiable porque: 12ʃ 2 Jones –se los digo por que me en contre con él- hacía remilgos sobre el hecho de llamace Ernest, no pudo ser otra cosa que una muestra de la ironía de Lacan. El no podia ignorar los confusos antcedentes penales de Jones (que o corrieron una vez de su país y otra de Canadá), ni mucho menos las criticas a los políticas de su administración de la Asociacion Británica. En la introducción a la correspondencia Freud-Jones, Riccardo Steiner no dudó en definirlo como “el entrepeneur más astuto e institucionalmente exitoso de la primera generación de los seguidores de Freud” (29). Los capítulos anteriores permitieron comprobarlo, a propósito de los preparativos del viaje a Worcester y los pleitos por plagio. A Freud nunca se le escaparon tales complicaciones, por más que también encontró muy buenas razones para promover a Jones y seguir alguno de sus consejos. En una carta de 1927 dirigida a Eintingon dice: “No creo que Jones sea concientemente mal intencionado, pero es una persona desagradable, muy dispuesto a dar órdenes, agitarse y enfurecerse, para lo cual su deshonestidad galesa dishonesly] le viene bien” (30). Otra de 1915, le cuenta a Ferenczi que: “Jones ha publicado un artículo en la Internatioflale RundschaUn (de Zurich) acerca de “Guerra y sublimación”, en el que figura una nota que dice: Ver también “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte” de Freud. Pero el ensayo de Jones es una indisimulable traducción del mío” (31). Y detengo la lista en la primera carta que le dirigió al mismo Jones, a su regreso de las conferencias de Clark, el 31-x-1909: Noté sus inhibiciones y creo que fueron la razón por las que no estuvo a favor de mi viaje a Norteamérica. Temía que yo fuera a desbaratar sus intenciones, y ahora admite que el viaje fue únicamente para promover nuestra causa. Tiene usted una necesidad particular de complicar los planes, en lugar de elegir el camino directo. Puede que muchas cosas por el estilo se oculten detrás de semejante predilección constitucional (32) ¿Tiene este chiste homofórlico otros usos en Lacan? Creo que sí. Me parece que está sutilmente presente en el Seminario 3, cuando haciéndose el ventrílocuo con Ernst Krís, le hace decir: “Por suerte, somos suficientemente honestos [honnêtes] y ciegos como para considerar como prueba de lo bien fundado de nuestra interpretación” (33). Sería, entonces prudente reflexionar acerca de cuál es la posición enunciativa que sostiene las líneas de 11ʃ 5 -12ʃ 2 , antes de aprehenderlas como si constituyeran un enunciado estrictamente informativo y un aporte digno de alguna consideración para el estudio de la vida y obra de James Joyce. Mi hipótesis es que más que como una llave maestra de los misterios del Finnegans Wake, a estas líneas habría que leerlas como una exhibición (una mostración) de lo chata que puede llegar a ser la producción llamada universitaria y, entonces, como una prueba de la sinceridad de Lacan cuando, en el umbral de 11ʃ 5, advierte: Yo no soy un universitario, contrariamente a lo que se me atribuye de profesor, de maestro y otras bromas (11ʃ 4). Al respecto, los interesados por el Verdadero Sentido del Finnegans Wake deberían saber que la llave de ese libro está, efectivamente, en la relación que James Joyce guardó con el psicoanálisis. Pero que su secreto no se encuentra ni en la equivalencia lexical de la palabra inglesa joy(ce) con la palabra alemana freud, ni en la esporádica aversión que Joyce sintió hacia los psicoanalistas en los peores momentos del derrumbamiento de su hija Lucía, ni en el libro que leyó de Ernest Jones en Trieste, sino en otras dos cosas. En el temprano e intenso interés que tuvo para Joyce el psicoanálisis de los sueños — mucho más influyente para su poética que, por ejemplo, el espiritismo— (34) y en la equivalencia lexical de los nombres propios James y Jacques (Joyce solía llamarse a sí mismo Jacques le joyeux). Puesto que la clave de bóveda del Finnegans Wake de James Joyce, que se sepa, se encuentra en el único lugar del libro en que se lee «lacan», vale decir en la página 531, línea 26 que reza: Fuddling fun for Fullacan’s sake! Una vez que se sacude a FW 531.26 de sus connotaciones alcohólicas más manifiestas —las cuales, por otro lado, no contradicen e] ánimo festivo de lo que sigue— y se la escucha en su contexto inmediato (FW 53 1.25: panapan kickakickkak. Hairhorehounds, shake up pfortner; FW 531.28: enough, genral, of finicking about Finnegan andfiddling with) se hace la luz. Se vuelve incuestionable que allí James Joyce escribió: Finding fun for full Lacan’s shake! Lo que debe traducirse como: ¡Encuentro divertida toda la movida del doctor Lacan!, o bien, para complacer a los detectores de anacronismos: ¡Encontré muy divertido estrecharle la mano al joven Lacan! NOTAS: 1 Eco, Umberto [1990], Los límites de la interpretación, Lumen, Barcelona 1992; p. 114. 1 MILLER, Jacques-Alain, Entretien sur Le Séminaire avec Françoise Ansermet, Navarin, Paris 1985; p 31. 2 LACAN, Jacques, “Joyce el Síntoma II”, incluido en rey. Uno por Uno nº 45, primavera 1997, Buenos Aires; pp.7-l4. 3 BEACH, Sylvia [1956], Shakespeare and Company, Nuevo Arte Thor, Barcelona, 1984, P. 16-19. 4 Cf. Roudinesco, Elisabeth [1993], Lacan (Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento), FCE, Buenos Aires, 1994; p33. 5 Cf. MONNIER, Adrienne, The very rich hours of Adrienne Monnier, con introd. y notas de Richard McDougall y Brenda Wineapple, Univ. of Nebraska Press, Lincoln, 1996; pp.S, 64 y 71. 6 BEACFI, Sylvia, op. cit., p. 85. 7 8 9 Hay trad. al castellano: Isis sin velo, 4 vols., Colofón, México, 1997. Para un panorama introductorio consúltese: GIOVETTI, paola [1991], Madame Blavatsky y su teosofía, Grijalbo, Mexico. Cf. GIFFORD, Don with SEIDMAN, Robert, “Ulisses” Annotated (Notes for James Joyce’s Ulisses), 2nd ed, revised and expanded, University of California Press, 1988; pp. 83 146 y 211. 10 Cf. TERUGGI, Mario, El Finnegans Wake por dentro, Tres haches, Buenos Aires 1995; p 181. 11 JOYCE,Stanislaus [1958], Mi hermano James Joyce, Copnpañia General Fabril Editora, Buenos Aires 1961; p . 156. 12 Cf. Wa.soN, Robert Anton, Masks of the ¡Iluminan, Dell Books, 1990; p.48. 13 Cf. CILAc0RNAc, Paul , La vida simple de René Guénon, Obelisco, Barcelona 1987 y AA.vv., Dossier René Guénon, Cuadernos del Obelisco nº 1,Barcelona 1991. 14 Cf. LACAN, Jacques [1957], “La instancia de la letra en el inconciente o la razón desde Freud”. En Escritos I, pp. 189 -190; Escritos V. corr. Pp 483- 584, siglo XXI. 15 LACAN, Jacques [clase 12- IV- 1961], Le Séminaire, livre VIII: La trasnfert, Seuil, Paris, 1991; p. 264. 16 ELLMANN, Richard [1983], James Joyce, Anagrama, Barcelona, 1991; p. 607. 17 LACAN, Jacques [1974], Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión, ed. Anagrama, Barcelona, 1977; p. 98. 18 Cf. archivos de http://www.andover.edu/englishIjoYce/j0y5ea1ch.html. 19 JOYCE, James [1915-1941], Cartas escogidas vol. II (selecc. R. Ellmann), Lumen, Barcelona 1975; p. 135. 20 TERUGGI, Mario, op. cit.; p. 54. 21 Cf. TI-IORNTON, Weldon, Allusion in “Ulysses” (An Annotated List), The Univ. of North Carolina Press, Chapel Hill, N. Carolina 1968. También en GIFFORD, Don, op. cit. 22 Ejemplo señalado en RABATÉ, Jean-Michel, Joyce upon the Void: The Genesis of Doubt, St. Martin’s Press, New York 1991; p. 89. 23 JOYCE, James Chamber Music, incluido Poesía cornpleta de James Joyce (trad. Lilia Babachaflo), Premia, México 1981. 24 Luego incluido en BENsTOCK, Bernard (cd.), Critical Essays on James Joyce, G.K. Hall & Co., Boston 1985; pp. 163-176. Traducido al castellano en: La casa de la ficción, Espiral, 1977, pp. 259-284. 25 [1974], “La tercera”, incluido en Actas de la Escuela Freudiana de París: Vil Congreso -Roma 1974, Petrel, Barcelona 1980; p. 178. 26 27 JOYCE, James [1915-1941], op. Cit.; p. 163. Cf. Ellmann, Richard [1983, op. Cit.; p. 377. 28 Cf. ROAZEN, Paul, Meeting Freud’s Family, University Massachussets Press, Amherst 1993; pp. 22,90, 99, 117-18 y 128. of 29 FREUD, Sigmund and JONES, Ernesr, The complete Correspondence of Sigmund Freud and Ernes Jones, (1908-1939), Harvard Univ. Press, Cambridge, Massachussets, 1995; p XXIII. 30 Cit, en ROAZEN, Paul, op. cit.; p. 102. 31 FREUD, Sigmund and FERENCZI, Sándor, The Correspondence of Sigmund Freud and Sándor Ferenczi, Vol.2, 1914-1919, Harvard Univ. Press, Cambridge, Massachusetts, 1996; p. 98. 32 FREUD, Sigmund and JONES, Ernest (1908-1939) op. cit., p. 32, 33 LACAN, Jacques EL SEMINARIO 3: Las psicosis, cd. 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