Jardines•Ciudad Rodrigo - conjuntos históricos de salamanca

Transcripción

Jardines•Ciudad Rodrigo - conjuntos históricos de salamanca
Ciudad Rodrigo Conjunto histórico
En el preámbulo del Decreto de declaración de
Ciudad Rodrigo como Conjunto Histórico –Monumento en el Decreto– se especificaba que se declaraba la población incluida en el recinto de murallas, si
bien se alude a monumentos como los conventos de
San Francisco y de Clarisas que están extramuros y a
otros que hoy resultan de difícil identificación, resaltando y destacando que es una de las declaraciones
en cuyo texto se especifican y enumeran casi todos
los monumentos y plazas de interés que la motivan.
Creo que hay pocas ciudades como Ciudad Rodrigo
que conserven en perfecto estado las murallas, el
foso y el alcázar y que además cuenten con una más
que interesante catedral, posiblemente éstas fueron
las razones determinantes para su declaración como
Monumento Histórico, aparte de los riquísimos y
originales ejemplos conservados de arquitectura
doméstica.
Introducción
Independientemente de los restos romanos que se
encuentran en Ciudad Rodrigo, las Tres Columnas, que
constituyen el escudo de armas de la ciudad, encontradas en 1557 cuando se construían las carnicerías en
la Plaza Mayor, donde permanecieron hasta la ampliación del ayuntamiento pasando posteriormente a
diferentes lugares del casco urbano, lo cierto es que la
ciudad comienza a sonar y a tener importancia histórica a partir de la Edad Media.
Vista aérea de Ciudad Rodrigo
En 1160 Fernando II repuebla Ciudad Rodrigo y
Ledesma con gentes llegadas de León, Zamora, Ávila
y Segovia. El carácter fronterizo con tierras de moros
y la proximidad al reino de su suegro, el belicoso
Alfonso I de Portugal, haría que inmediatamente se
acometiese la fortificación del nuevo núcleo de población, obras encomendadas al alarife Juan de Cabrera.
Casi de inmediato decidió restituirle su sede episcopal
trasladando a ella la de la Calabria, momento, finales
Vista aérea de conjunto
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de 1160, en que se pueden fijar los albores de la historia de la ciudad. El 13 de febrereo de 1161 el rey
manifiesta su propósito de establecer sede episcopal en
la ciudad facultando al arzobispo de Santiago de
Compostela para ordenar al prelado de la nueva diócesis, momento en que está en la mente del monarca la
fundación de una catedral que acogiese a la nueva dignidad eclesiástica, lo que coadyuvaría a engrandecer el
nuevo burgo, situado en una zona insegura, amenazado por el oeste por las huestes de su suegro y por el sur
por las tropas mulsumanas del reino de Toledo, y también con la diócesis salmantina que veía mermada su
jurisdicción, problemas que fueron solventados, como
narra la Crónica, entre 1163-1165 y 1174, momento en
que se fijaron los límites de ambas diócesis, sancionados por una bula de Alejandro III creando el obispado
de Ciudad Rodrigo. Los primeros obispos y la catedral
contaron con inumerables donaciones y mercedes que
permitieron acometer la construcción de la seo, surgiendo varias parroquias en las zonas donde se asentaron los nuevos pobladores. Ciertamente el reinado de
Fenando II supuso el nacimiento de la ciudad, a la que
concede Fuero en 1185, debiendo su génesis y rápido
desarrollo al interés estratégico de su emplazamiento y
al momento histórico en que surge.
Portada de la catedral
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La muralla y el alcázar
Los enfrentamientos entre salmantinos y mirobrigenses por la creación del obispado de Ciudad Rodrigo
obligaron a levantar un primer cercado protector descrito así en la Crónica: ...populatores quadrigas, et scrina,
dalia, arcas, et lectos et lignanima omnia in circuit
pasuerunt..., en tanto esperaban la ayuda del rey, quien
acude y procede a la construcción de las murallas, que
aguantarán el cerco de Alfonso I y más tarde el de las
tropas almohades. Las luchas entre los partidarios de
don Pedro y don Enrique, y la ayuda prestada por el
rey portugués a los seguidores del primero, entre los
que se encontraban los habitantes de Ciudad Rodrigo
y Zamora, terminaría en 1371 con la entrega de la primera a Enrique II, quien inicia de inmediato la construcción de un alcázar para asegurar el dominio de la
ciudad y el control del puente que salva el curso del
río Águeda.
La muralla forma un óvalo irregular, de mayor diámetro de noreste a sureste, con cuatro torres de escaso
resalte, y las que en igual número albergan las puertas
principales, conservándose algunas como la del Sol, la
Colada o el postigo de San Albín, reformadas seguramente en el siglo XIV. Se ha supuesto que el recinto
levantado por Fernando II surgió en poco tiempo,
construido con tapias de cal y canto, como vemos en
los socalzos de algunas iglesias mudéjares, de trece
metros de altura y dos de grueso, atribuyéndose la
obra y la reconstruccion del puente a Juan de Cabrera.
Un obra de esta envergadura es lógico que conociese
ampliaciones y reformas, que se documentan desde
comienzos del siglo XVI, especialmente las acometidas
en 1511 buscando la adecuación de una muralla
medieval a las nuevas técnicas de defensa y ataque
aparecidas a finales del XV y comienzos del XVI.
El 1 de diciembre de 1640 comienza el proceso de
Secesión de Portugal con la proclamación del duque
de Braganza como rey, iniciándose un período de
enfrentamientos con el país vecino que determinará el
refuerzo de la fortificación de Ciudad Rodrigo
siguiendo criterios y técnicas modernas, decantándose, tras muchas consultas e informes contradictorios,
por un sistema pentagonal a base de estructuras bastionadas que son las que hoy jalonan el perímetro
Alcázar
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Casas nobles y palacios jalonan las calles del casco urbano
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defensivo, que discurre paralelo a la antigua muralla
medieval excepto en la zona del alcázar donde el desnivel del terreno hacia el río las hacía innecesarias,
obras que en definitiva serán ejecutadas a partir de
1710, a las que se unirán, ya en el siglo XIX, otra serie
de fortificaciones levantadas en la Guerra de la
Independencia, bien conocidas por aparecer en los
planos de proyectos de fortificación, siendo significativos por su complejidad los que afectaban al barrio de
San Francisco y a la zona situada a la otra parte del río,
frente al alcázar.
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El alcázar se alza en lo más alto de la parte suroeste de
la ciudad, dominando y custodiando el vado del río
Águeda sobre el que se levanta el puente. Se erigió en
época de Enrique II, dirigiendo las obras el arquitecto
López Arias, activo en Zamora en esos años, aunque
algún autor supone que se debe a Gonzalo Arias
Genizaro, ingeniero del monarca. Independientemente
de los problemas de autoría se sabe con exactitud la
fecha y las circunstancias de su construcción pues una
inscripción en una lápida nos informa de la misma;
según la transcripción de Ponz, dice así: “Este álcazar
mandó facer el muy alto e muy noble Rey don Enrique fijo
del muy alto e muy noble Rey don Alfonso que venció a
Alboacen rey de Benameri con todo poder de Africa e gano
Algecira. Comenzose primero día del mes de Junio Era de
mil e CCCC e X años”, Lo compone un recinto pequeño, adosado a la ciudad, con torrecillas cuadradas y
redondas de cal y canto. La entrada, en acodo, se abre
en una de las cuadradas, al sureste, con arcos apuntados y con tres estancias de las que una se cubre con
sencilla bóveda de cruceros en tanto que las otras, en
los extremos, lo hacen con bóveda de cañón apuntado; sobre la puerta de entrada y debajo de la garita
campean las armas reales coronadas y la inscripción
antes comentada. En medio del recinto se alza el alcázar, un torreón de 17 metros de lado coronado de
almenas, de cal y canto salvo las esquinas que son de
sillería. Las dos grandes salas se cubren con bóvedas
apuntadas sobre perpiaños, con ventana de arquillos
góticos y pilar ochavado partiéndolas. Un tercer cuerpo, más estrecho, de mampostería y rafas de ladrillo,
contiene una cámara cuadrada, más baja, con bóveda
de ladrillo e impostas de nacela para los perpiaños,
suponiéndose que este cuerpo se levantó entre 1466 y
1474. Se completa la zona del alcázar con la barrera
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para la artillería que lo circunda hacia el núcleo de la
población, con dos pequeñas torres circulares en el
frente, obra que según una inscripción fue mandada
constuir en 1506 por Fernando el Católico tras la
muerte del rey Felipe y concluida en 1507 por el alcaide don Antonio del Águila.
La catedral y las iglesias medievales
Parece claro que no se concibe una ciudad sin obispo
y que éste necesita una sede, de ahí que tengamos una
fecha, 1160, ante quan, y otra, 1166 post quan entre las
que hemos de fijar los prolegómenos del comienzo de
las obras de la catedral. Hay que suponer que en los
años de 1163 a 1165, aciagos para la ciudad, aunque
se hubiesen iniciado no pasarían de los cimientos, y
aunque las obras estuviesen en marcha sufrirían un
gran parón tras la invasión de la ciudad por los almohades en 1174, y la muerte del monarca, acaecida en
1188, lo que ha llevado a algunos investigadores a
retrasar el inicio de las obras hasta 1190. Es imposible
concretar y precisar el año en que se inician los trabajos, aunque sabemos que Alfonso IX confirmó los privilegios y donaciones de Fernando II y la repobló de
nuevo en 1210, y que San Fernando, en diciembre de
1230 concedió un privilegio de 200 marevedíes mientras durasen las obras. Una segunda etapa se iniciaría
con el privilegio de doña María de Molina fechado el
10 de junio de 1319, cuando de paso por la ciudad y
viendo suspendidas las obras hizo “...merced a la yglesia de Sancta Maria de Ciubdat Rodrigo, por que mas presto se fine su obra, de siete obreos horro de pechos e trebuto,
son a saber: un caretero e un ferrero e un mason e un carpentero e un portero e amen de dos maestres canteros...”
La planta sigue el modelo común en la mayoría de la
catedrales de la cuenca del Duero: tres naves de cuatro tramos más sendas torres flanqueando el hastial de
poniente, con otra de transepto poco saliente y cabecera tripartita con tres ábsides semicirculares abiertos
a él, no difiere pues de las de Zamora, Salamanca y
colegiata de Toro salvo en que el crucero es más alargado, lo que determina sendas capillas a ambos lados
del crucero y que en ésta no se había previsto cimborrio sobre él. De las torres que flanqueaban la portada
de la Gloria únicamente se conservan los cuerpos
bajos, convertidos hoy en las capillas del Sagrario y de
Nuestra Señora de los Dolores
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Portada románica en el claustro de la catedral
En la construcción de la catedral se aprecian diversos
momentos que se corresponden con aportaciones e
innovaciones bien diferentes. La primera etapa se iniciaría en los años postreros de la década de 1160,
entre 1168 y 1170, y concluiría en los primeros años
del siglo XIII, aunque hay quien retrasa el inicio de los
trabajos hasta 1190 pues se habla de un período de 35
años, tiempo más que escaso para la conclusión de
una obra de esta envergadura. A lo largo de estos años
se construiría o cimentaría la cabecera, conformada en
base a tres ábsides semicirculares escalonados en
planta y de mayor tamaño el central, y se alzarían los
muros hasta una altura de dos tercios, de manera que
es ahora cuando se proyectarían las portadas del crucero y la de acceso al claustro, siendo éstas las más
antiguas del conjunto catedralicio y respondiendo
estilísticamente al románico abulense. A mi juicio la
portada septentrional debe contarse entre lo más antiguo del monumento, aunque quizá la palabra exacta
sea la de retardataria. La rosca del arco, con tres arquivoltas y columnas acodilladas en las jambas es semejante a lo románico del siglo XII, especialmente a algu-
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Catedral. Detalle del claustro
nos ejemplos zamoranos. El vano de ingreso es pentalobulado, si bien es en la decoración de las arquivoltas
donde los detalles se hacen más originales pues son
muy retardatarios: un encintado a base de círculos
entrelazados; una labor a manera de cadeneta y, la
más externa, una serie de hojas de palma muy geométricas. La originalidad no reside en los motivos sino
en el sentido orientalizante de algunas de estas labores de encintado que nos acerca a las orlas de los
Beatos. Las columnas, con éntasis muy acentuado,
deben ser producto de una restauración del siglo XVIII,
no así los capiteles, en los que se efigian, siguiendo la
moda al uso, gallinaceas y aves que por su labra y estilo son anteriores a otras labores del interior de la nave.
El gran arco que cobija la portada es apuntado, con
decoración de losanjes en la rosca, a su izquierda un
arco ciego apuntado acoge en su rosca once pequeñas
cabezas de idéntica factura a las que existen en la portada meridional y como ellas relacionadas con el
maestro Mateo.
La portada meridional o de las Cadenas ha sido la que
ha llamado mayormente la atención de los investigadores. Su vano de ingreso se organiza en base a arquivoltas sobre tres columnas ornadas con ricos capiteles,
La catedral desde la muralla
vegetales los extremos y con arpías los centrales.
Sobre el arco de ingreso, cobijado por otro escarzano,
se disponen cinco magníficas esculturas que representan a El Salvador flanqueado por San Pedro y San
Juan, a la derecha, y a la izquierda por San Pablo y
Santiago el Mayor. Dado el descentramiento de la
portada con respecto al eje del hastial se ocupó este
espacio hacia la cabecera con un arco decorativo que
acoge la imagen de la Virgen con el Niño. Unas y otras
son obras realizadas en torno a 1200 y relacionadas
con la escuela del maestro Mateo, mostrando en ellas
las primeras formas protogóticas: pelo ensortijado,
cierto naturalismo patente en la sonrisa, pliegues finos
y cuidados y riqueza formal son algunas características de las que participan estas magníficas obras que
son, por otra parte, hermanas de las cabezas que
ornan el arco gemelo de éste que se encuentra en el
hastial norte. Este hastial recibió aún una decoración
complementaria pues en torno a 1230 se le añadió un
friso con doce esculturas bajo arquillos apuntados
con intradós profusamente ornamentado que efigían a
personajes del Antiguo Testamento: Abraham, Isaías,
la reina de Saba, Salomón, Ezequiel, Moisés,
Melquiseder, Balaam, David, Elías, Juan el Bautista y
Jeremías. Estamos ante un árbol de Jesse, trasunto del
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árbol genealógico de la Virgen, apareciendo ya María
como Madre compartiendo con Cristo la Redención.
Los ascendientes de la Virgen tienen aquí cabida y
quedan suficientemente explicados para el espectador
a través de los detalles iconográficos, aunque alguna
identificación ha sido cuestionada pues hay quien
piensa que la reina de Saba y Salomón son Alfonso IX
y su esposa doña Teresa, o quienes hacen presente la
figura de San Francisco vinculando así al santo con su
mítico viaje y estancia en la ciudad.
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Importante e interesante es la portada de poniente,
en el cuerpo bajo de la torre. Se la supone del segundo cuarto del siglo XIII, enlazando formalmente con
los grandes conjuntos de León, Burgos, Toro y con la
catedral Tudense. El tímpano de la portada de
Ciudad Rodrigo muestra la Coronación de la Virgen,
sentada a la derecha de Cristo, que la corona, mientras que en la mano izquierda mantiene un libro
abierto, apoyado entre sus piernas, cobijando el
grupo un conjunto de arcos de medio punto con
doseles; a los lados, tres ángeles, unos con candelabros y otros turiferarios. La estética es ya gótica, sin
acomodarse a la ley del marco románica, con marcado carácter naturalista y gran preocupación por la
belleza. El dintel está divido en dos fajas; en la inferior se representan, de izquierda a derecha, la entrada de Jesús en Jerusalén sentado en la pollina seguida de un pequeño borriquillo, y delante un grupo de
personajes que le reciben con las vestiduras en el
Catedral. Detalle de la portada
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suelo y, conforme a los Evangelios Apócrifos,
Zaqueo se sube al árbol en tanto que un coro de
ángeles contempla la escena y uno sostiene una
estrella sobre la cabeza de Jesús. Sigue la Santa Cena,
situando a seis apóstoles y uno echado en el suelo
ante la mesa alarga la mano para coger el pez, alusión a la comunión sacrílega de Judas. Muchos son
los detalles de interés que vemos en esta portada,
que no referiremos por no alargarnos, pero valga
para terminar los pedestales del apostolado de las
jambas donde se repite la representación de la Torre
del Gallo de la Catedral Vieja de Salamanca.
A los pies de la nave del evangelio se abre la llamada
capilla del Sagrario, el cuerpo bajo de una de las
torres, de la que Gómez Moreno destacó su interés.
Se trata de una estancia cuadrada de 7,34 metros de
lado, y todo hace suponer que es coetánea de las
portadas comentadas, como bien señala la labra de
los capiteles de las ventanas exteriores e interiores.
La estructura interior es completamente original. En
cada uno de los lienzos y en los ángulos surgen pilares, compuestos de tres columnas y aristas ornadas
con rosetas, tal como se ve en la obra de Fruchel en
Ávila y en Las Huelgas de Burgos, que sostienen cuatro cruceros y doble número de formaletes agudos
originando una bóveda de ocho cascos y plementería
de anillos, como las angevinas de la catedral de
Salamanca, decorando el exterior una sencilla arquería trilobulada.
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Todo permite aventurar que al final del siglo XII y en
el primer tercio del XIII la catedral no habría levantado
sus muros más allá de estas portadas, iniciándose un
segundo momento en el desarrollo de las obras. Los
privilegios de San Fernando, fechados en 1230, debieron dar gran impulso a la marcha de los trabajos de la
seo, permitiendo pensar en acometer el abovedamiento de las naves colaterales. Los pilares se habían
proyectado para recibir perpiaños y fajones doblados
sin prever, parece ser, ogivas, lo que avala la idea de
haber pensado en unas sencillas bóvedas de arista en
consonancia con otros templos de la zona. Las bóvedas
se voltean sobre cruceros agudos generando cubiertas
muy capialzadas, con formeros y perpiaños doblados y
muy agudos, soluciones muy originales por cuanto las
ligaduras que van a la cabecera de formeros y perpiaños
nacen de ménsulas a manera de canecillos. Las arquerías murales se extienden, ya como claristorio o simplemente decorativas, por los muros de las naves colaterales, interior del hastial occidental y por el brazo norte
del crucero, no el meridional, como tampoco aparecen
aquí dos arquerías ciegas ornamentales que sí aparecen
en el brazo norte del crucero, por encima del Coro de
Viudas, permitiéndonos afirmar que la parte superior
del muro es posterior al resto del templo. Estas arquerías, en grupos de tres en tres en las naves, de las que la
central, mayor y más amplia, hace la función de ventana, parecen decoradas con infinidad de detalles zoomorfos y fitomorfos que resultan retardatarios en su
labra. Esta arquería existe en el hastial occidental en
toda la anchura de la nave central, lo que nos permite
afirmar que este tramo es el más antiguo y coetáneo de
las naves colaterales.
Finalizadas las naves y el último tramo de la central
las obras debieron estar interrumpidas hasta la concesión de los privilegios de doña María de Molina, concluyéndose la nave central y el transepto, partes en las
que no era posible realizar muchas innovaciones
estructurales, que se limitaron al claristorio inudando
de luz la nave central. Únicamente en los formaletes,
sobre repisas profusamente decoradas, se nota alguna
innovación, pues los cascos y plementería siguen los
modelos de las naves laterales, introduciendo las
esculturas sobre los salmeres y efigiando, según parece, la figura de San Francisco y otras que representan
a personajes relacionados con Ciudad Rodrigo. Los
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Catedral. Detalle de una crujía del claustro
vanos presentan arcos góticos polilobulados y claraboyas sencillas resultando de bello efecto las formas
resultantes por el entrelazo de arcos.
En los últimos años del siglo XIV se procedió a levantar el tramo del crucero y seguramente la parte superior del meridional sea ya del siglo XV. Cada uno de
estos tramos se dividió en sendas capillas volteando
bóvedas octopartitas con anillos redondos concéntricos o elípticos, con fomaletes muy anchos que permiten tender andenes, tal y como se hacía en la
Champaña francesa, con pesados modillones que
soportan una galería con pretiles de claraboyas.
Concluidas las obras del crucero e incluso pensando
en la coetaneidad, se iniciarían las obras del claustro,
levantado al norte y condicionado en buena medida
en sus dimensiones por la muralla, solución que no es
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ajena a otras catedrales de la región como Ávila o
León donde seo y muralla quedan inmersas así en una
misma organización defensiva. Aclarado está el problema de la inscripción que figura en la lápida funeraria de Benito Sánchez, donde se indica que fue maestro de la obra, únicamente de la crujía occidental.
Cada una de las crujías se divide en cinco capillas rentangulares individualizadas por pesados y toscos
arcos agudos, con ogivas y polar decoradas con labores muy toscas, en tanto que las responsiones son
pilares fasciculados que se interrumpen a escasa altura del suelo apeando en ménsulas ornadas con relieves; los perfiles de arcos y nervios son de aspecto rudo
y primitivo. Las arquerías, cinco por crujía, resultan
interesantes y llamativas. Las extremas, más estrechas, aparecen partidas por fina columnilla a manera
de parteluz que genera dos arquillos trilobulados
sobre los que aparece un rosetón pentalobulado. Los
tres ventanales restantes, más anchos, resultan de la
conjunción de dos finas columnillas que generan
arquillos trebolados sobre los que se organiza una tracería con interior polilobulado y rosetón central. La
panda meridional se realizó a continuación, muerto
ya Benito Sánchez, aunque el artista se atuvo casi en
todo a lo ya construido aunque con mayor riqueza
formal en las arquerías, desarrollando verdaderos
ciclos narrativos en las impostas, algunos debidos a la
restauración de comienzos del siglo XX. Las crujías
septentrional y oriental son producto de las obras del
siglo XVI, siendo obispo don Pedro Manrique, cuando
el cabildo decide terminar las obras encargando a
Pedro de Güemes la conclusión del claustro, ateniéndose en líneas generales a lo existente e introduciendo
Catedral. Claustro. Sepulcro del maestro Benito Sánchez
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algunos detalles personales en los abovedamientos a
base de combados y terceletes y decoración plateresca, y en la portadita de acceso al vergel del claustro,
llena de labores platerescas y efigiando su retrato y el
del fabriquero Villafañe resaltando así el carácter renacentista del artista.
A lo largo del siglo XV continuaron las obras de la seo,
momento en que se levantará la antisacristía, una
dependencia de escaso interés arquitectónico de planta
cuadrada cubierta con sencilla bóveda de cruceros.
Según Hernández Vegas y tal como consta en una lápida que hay sobre un hueco, esta estancia fue materializada en 1474 por Miguel de Seguncia y Juan de
Vidamia, fechas en que también se debió levantar el llamado Coro de Viudas, en el brazo norte del crucero,
con original bóveda de crucería que nos recuerda la
existente en el cercano monasterio de El Zarzoso.
En el siglo XVI la seo sufrió una de sus principales
intervenciones pues modificó la estructura medieval
de la cabecera. Desde hacía años se venía arrastrando
el problema de la posible ruina de la capilla mayor
generando no pocos disgustos al cabildo y al ayuntamiento por los daños que podía acarrear su desplome,
de manera que en 1539 se decide derrocar la capilla
mayor y trasladar el Santísimo a una capilla de la
nave, consiguiendo tras un proceso no exento de problemas y contradiciones que se hicese la capilla mayor
siguiendo la traza de Rodrigo Gil y Juan Negrete,
rigiéndose los trabajos por el sistema de jornal y determinando que se proveyesen responsiones para el trascoro, dirigiendo las obras el aparejador Pedro de la
Puente y recibiéndose para el desarrollo de los trabajos cuantiosas limosnas del cardenal Tavera; el obispo
de Córdoba, don Pedro Manrique; del prelado don
Antonio del Águila y del Ayuntamiento, obras que
con los detalles decorativos y vidrieras estaban concluidas en 1556. El socalzo y el paramento de la capilla mayor reciberon algunas lápidas sepulcrales de los
obispos que habían regido la diócesis y otras con los
yacentes efigiando a los prelados se esculpieron de
nuevo para decorar el socalzo del basamento interior
de la capilla; unas y otras desaparecieron en una
desafortunada intervención llevada a cabo en la década de los sesenta, pasando aquéllas al claustro, donde
aún se puede ver la serie de yacentes, uno con su escu-
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do de armas, y algunas lápidas con inscripciones,
como la del obispo Juan, cercanos al estilo de Lucas
Mitata y dignas de mejor suerte que estar amontonadas en los arcosolios del claustro.
Las obras acometidas a lo largo del siglo XVI afectaron
también a algunas capillas y dependencias abiertas en
las crujías del claustro. En la occidental se levantaron la
llamada capilla de los Hierro, fundada en 1506 por
Bartolomé Sánchez Árevalo, dedicada en su día a la
Virgen de la Natividad, hoy en un arcosolio del claustro, que cambió el hombre por el que se la conoce por
la verja que rodeaba el sepulcro del fundador, que dada
su magnificencia llamó la atención de Sánchez
Cabañas. Adosada a la anterior se alza la capilla de la
Librería, que debió hacer las veces de cabildo, corriendo las obras a cargo de Rodrigo de Hermosa que la
materializó entre 1518 y 1526, conservando únicamente su puerta de acceso que la relaciona con la levantada
por Pedro de Güemes. Adosada y comunicada con ésta
encontramos la llamada del Crucifijo, conservando únicamente los arranques de las bóvedas góticas. En estas
capillas se han colocado algunas de las obras de arte
que poseen la catedral y la diócesis creando así el germen de lo que en su día será un gran museo, donde hay
pinturas renacentistas y barrocas de interés, al igual que
la riquísima colección de ropas litúrgicas y la serie de
orfebrería, especialmente las cruces parroquiales
medievales. Otras dependencias se levantarían en la
crujía septentrional, tales la capilla de San Jerónimo y la
de San Lorenzo, de las que únicamente conservan de
interés sus portadas, relacionadas con las últimas obras
de Juan de la Puente y con la de Pedro de Güemes.
Durante el siglo XVIII se acometieron ciertas obras
importantes debidas a la iniciativa de los obispos
fray Gregorio Téllez y don Clemente Comenge, fallecido en 1747, quienes promovieron la construcción de
las capillas de los Dolores y del Pilar, las dos intervenciones de mayor empaque e interés arquitectónico
que se realizaron durante el Barroco. En 1728 el deán
don Juan Laso Santos pidió permiso, en nombre del
obispo don Gregorio Tellez, para levantar una capilla
en honor de Nuestra Señora de los Dolores en correspondencia con la del Santísimo, capilla que convertiría en su enterramiento y que era, al igual que la del
Santísimo, el cuerpo bajo de una de las dos torres que
flanqueaban la portada de la Gloria. El proyecto se
encargó a Manuel de Larra Churriguera, quien con
motivo de un pleito por la colocación del escudo del
prelado realiza un informe en el que explica que se
trataba del cuerpo bajo de una de las dos torres y que
estaba cubierta con bóveda de cañón, espacio que
parece no fue modificado por el arquitecto quien sólo
debió actuar en la cubierta transformándola en una
bóveda de crucería, levantando también el retablo
barroco que la preside, donde se colocaron algunas
esculturas cercanas a Pedro de Mena. La capilla del
Pilar se abre en el primer tramo de la nave de la epístola y se debe al mecenazgo del obispo don Clemente
Comenge, de origen aragonés, que estableció en su
testamento la fundación de una misa en
honor de la Virgen. El prelado falleció
en 1747 y en 1752 ya estaba finalizada, a falta únicamente de
colocar sus armas en el exterior y del abovedamiento,
que por diversas razones
se retrasó hasta 1782. La
traza se debe a Antonio de San José Pontones, natural de
Liérganes, hijo del
maestro de cantería
Antonio Pontones
Ruvalcaba. El interior es uno de los
conjuntos barrocos más importantes de la ciudad, no
en vano su testero
lo preside un precioso retablo de
Miguel Martínez
con es cuturas de
Francisco Gutiérrez, y el exterior
aparece como un
gran camarín flanqueado por sendas
columnas rococós entre las que
se cobijan sencillas esculturas.
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No podemos concluir si aludir a la torre de las campanas, una de las mejores obras neoclásicas del siglo XVIII
realizada por Juan de Sagarvinaga. El terremoto de
Lisboa de 1755 causó profundos estragos en la torre
de la catedral, decidiendo el cabildo llamar a consultas
a una serie de ingenieros militares presentes en la ciudad y al arquitecto que trabajaba en el cercano monasterio de la Caridad para que evaluasen los daños que
había sufrido el templo, determinando que la obra
indespensable y urgente era la de la torre, que amenazaba ruina. Sabemos que las obras se habían iniciado
antes de 1760, cuando ya estaba concluido el primer
cuerpo, y que en 1770 ya habían finalizado. Se ubicó
sobre el pórtico de la Gloria, y Sagarvinaga, bien atento a las nuevas corrientes artísticas, apostó en el
cuerpo bajo por un pórtico
tetrástilo con
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tomando
como modelo
obras serlianas y más cercanamente
las del clasicismo castellanoleonés, todo
dentro del
más puro
neoclasicismo. El
tercer
cuerpo es
en realidad
un gran cubo carente
de vanos,
qu e s e
ubican en
el cuerpo
de campanas, con dos
en cada lado y
remate cupuliforme
con linterna,
Catedral. Virgen de Calabria
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todo dentro del academicismo creando una estructura
pesada y amorfa que nada aportó a la arquitectura de la
catedral.
La situación estratégica de la ciudad, en una zona
fronteriza que ha conocido diversos y cruentos
enfrentamientos desde el siglo XV, explica la inexistencia de grandes obras de arte en el templo, pese a
que hasta finales del siglo se consevó in situ el magnífico retablo de Fernando Gallego, hoy en el Museo
de Tucson ( Arizona ), conservándose la Virgen con
Niño que lo presidia, obra del siglo XV realizada en
alabastro que hoy se encuentra en el retablo de la
capilla del Sagrario. En los brazos del crucero se han
conservado dos obras de cierto interés, una por ser la
única escultura yacente que ha llegado hasta nuestros días, que aquí se supone corresponde al obispo
Domingo, primero que rigió la diócesis; la otra es el
sepulcro de Fernádez de Gata y Carabeo, del siglo
XVI , quizá el yacente de más calidad que se conserva en la ciudad. Hay que destacar en la nave del
evangelio el sepulcro de Fernando Chaves de Robles,
obra de 1560 en la que interviene Pedro de Ibarra,
que proyecta la estructura del arcosolio; Lucas
Mitata, a quien se debe el relieve de alabastro de la
Quinta Angustia, y Juan de Borgoña el joven que
pinta una serie de figuras de santos en el intradós y
trasdós del arco.
Sin duda la obra más importante e interesante es el
coro, situado en la nave central ocupando las dos primeras capillas desde el crucero. La obra escultórica se
inicia en 1498, cuando se contrata el modelo de las
sillas con Rodrigo Alemán y a continuación se materializaría la sillería completa, lo que obviamente
imponía la existencia de un espacio acotado, que
debió iniciarse al finalizar el siglo XV o al comienzo del
XVI, quizá ya en el pontificado de Valeriano Ordoñez
de Villaquirán, cuyas armas se ven en las escalerillas
centrales de la sillería. El exterior del coro ha sufrido
profundas transformaciones pues ya en el siglo XVIII se
modifica el trascoro con la intervención de Pasqual
Díaz, y obviamente las partes altas debieron serlo al
colocar los órganos: el Mayor y el Realejo, de manera
que la costanera de la epístola ha perdido parte de su
crestería. En la parte que se ha conservado lo que
vemos es una obra hispanoflamenca sin ningún atisbo
JARDINES, SITIOS Y CONJUNTOS HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
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Catedral. Crujía del claustro
renacentista, con cardinas y otros detalles naturalistas,
y de la época son el Calvario y la Anunciación. No
conocemos a Rodrigo Alemán en la faceta de cantero
pero es evidente que las labores de la sillería presentan muchos detalles renacentistas, en algún caso
tomados de obras conocidas, pensemos en Pollaiollo,
cuya huella se ve en algunas misericordias, o el bucraneo que luce en uno de los remates laterales del coro.
Ciertamente en el siglo XVIII se intervino en el coro
afectando únicamente al trascoro y quizá a los vanos
donde se ubican los retablos de la Virgen del Carmen
y de la Virgen de Calabria, pero resulta evidente que
los enmarques de los batientes de acceso son de finales del XV o comienzos del XVI y del mismo estilo y
mano que la cornisa que se conserva.
Las iglesias medievales
Paralelamente a la construcción de la catedral se
levantaron algunas iglesias en torno a las cuales se
asentarían los nuevos pobladores de la ciudad, templos que se alzaron intramuros y en los arrabales y de
los que tenemos noticias pues en algún caso como la
de San Juan se conservó en pie hasta comienzos de
siglo XX y en otros tras las pertinentes excavaciones se
ha podido recuperar la planta y parte del alzado de los
ábsides y naves. En el arrabal de San Francisco se erigió en el siglo XII la de San Andrés, de una nave, conservando sus dos portadas, una de la cuales, la abierta
al sur, se resuelve en dos arcos semicirculares decorados con rosetas y arquivoltas con ajedrezado, como lo
zamorano de entonces; la del hastial, posterior, presenta seis columnas ornados sus capiteles con anima-
les y detalles vegetales, con arquivoltas de baquetones, arco interior apuntado y semicirculares los otros.
Más interés tiene la de San Pedro y San Isidoro, cerca de
la Plaza Mayor, pues en su fábrica se encuentran
representados todos los estilos arquitectónicos que
van del siglo XII al XVIII. Medieval, de la misma época,
semejante a la de San Andrés y coetánea de la catedral
Catedral. Capilla del Pilar
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es su portada septentrional y la nave del evangelio,
que remata en un ábside semicircular de ladrillo sobre
hiladas de piedra. El exterior se resuelve en cinco
arcos semicirculares que acogen otros de menor
anchura, estructura que se repite en el exterior del
tramo presbiterial. Las restauraciones acometidas en
el interior y exterior han permitido recuperar la portada del hastial y los arquillos ciegos del interior de la
capilla mayor y del tramo presbiterial. A esta nave se
le añadió ya en el siglo XVI una capilla mayor gótica
donde una inscripción en el friso nos indica que fundada por Francisco Velázquez, el indiano, que junto
con sus progenitores reposan en los arcosolios practicados en los paramentos de la capilla mayor, cubierta
con una sencilla bóveda de crucería atribuida a
Henando de Balbás, y no terminaron aquí las reformas pues hacia 1560 los Pacheco y Maldonado la
ampliaron con una nave más adosada al lado de la
epístola, momento en que se documenta la intervención de Rodrigo Gil, y a su estilo corresponde la portada, oculta tras un pórtico de la segunda mitad del
siglo XVIII. Conserva un cuadro de la Virgen de
Guadalupe firmada por Juan Correa.
La arquitectura religiosa de los siglos XVI y XVIII
A lo largo del siglo XVI y al igual que otras ciudades
castellanoleonesas Ciudad Rodrigo conoce un
momento de esplendor motivado en buena medida
por la bonanza económica y por la pacificación del
Convento de San Francisco. Capilla de los Águila
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reino. La existencia de mecenas eclesiáticos o de la
nobleza que toman bajo su protección algunos conventos para convertirlos en panteones familiares o
levantan ex novo iglesias en las que intervienen los
maestros más afamados del reino, nos permite afirmar que convirtieron e hicieron de la ciudad un foco
renacentista de primerísimo orden del que aún restan
magníficos ejemplos.
La capilla de Cerralbo. La fundó el cardenal don
Francisco Pacheco y Toledo, hijo del matrimonio formado por Juan Pacheco y Ana de Toledo, arzobispo
de Burgos y antes embajador en Roma y virrey de
Nápoles. Por más que conozcamos algunos detalles
documentales sobre la historia de su construcción ésta
no deja de ser harto compleja y la intentaremos resumir por la importancia e interés de los arquitectos que
intervinieron en su materialización y por su significado en la historia de la arquitectura de estas tierras,
aunque hay muchos interrogantes y no pocas lagunas
que hasta ahora se han pasado por alto y que debían
ser reconsideradas en toda su amplitud. En un primer
momento su idea era que sus restos reposasen en la
proyectada girola de la catedral, negociaciones que
fueron llevadas a cabo por su hermano y que no llegaron a fructificar haciendo que se elegiese otro sitio
para tal fin, oponiéndose el cabildo a que la capilla
proyectada se levantase tan cercana a la seo, inconvenientes que motivaron la intervención del nuncio.
Gómez Moreno resalta que las obras se iniciaron el 3
de mayo de 1561, fecha muy temprana si tenemos en
cuenta que el testamento del fundador está fechado
en 7 de junio de 1577 y en él se dispone todo lo concerniente a su capilla funeraria, que tomaría por
modelo la del colegio del Arzobispo Fonseca de
Salamanca, deseos que serían asumidos y materializados por sus herederos, aunque los trabajos de cimentación y acarreo de materiales se retrasaron hasta casi
diez años depués, cuando Juan de la Puente aparece
en 1586 delineando la traza, abriendo los cimientos
y acarreando los materiales para su materialización, y
en estos prolegómenos debió ocuparse un buen tiempo, aunque exactamente ignoramos hasta cuándo y
en qué consistió exactamente su trabajo. A su muerte
e incluso antes se hizo cargo de la dirección de las
obras el maestro Juan de Valencia, quien debió modificar la traza, si es que existía, y a quien generalmen-
JARDINES, SITIOS Y CONJUNTOS HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
te se atribuye el carácter clasicista del conjunto, no sin
antes hacer patente la intervención de Juan de Ribero
en 1595, a quien se le dejó total libertad para innovar
aquello que creyese necesario y que sabemos falleció
en 1600 sin que en su prolijo y detallado testamento
aluda para nada a esta obra, aunque sí lo hace a otras
muchas que estaban inconclusas cuando falleció. Si a
esto añadimos que las obras no se consagraron hasta
1685 no está de más que los investigadores nos planteemos y hagamos algunas preguntas pues son
muchos los arquitectos de prestigio que intervienen
en ella y hay más de 85 años, entre 1600 y 1685, en
blanco, tiempo más que dilatado para interrogarnos
sobre qué aconteció en ese largo período. Ya se resaltó en su día la dificultad que existe en determinar si
Rada modificó lo proyectado por Juan de Valencia y la
imposibilidad de concretar los detalles y partes que se
deben a cada arquitecto, pues no olvidemos que
ambos habían trabajado juntos en el puente de la
Segoviana, aunque es evidente que Juan de Valencia
estaba precedido de una aureola de prestigio al haber
sido ayudante de Juan Bautista de Toledo y Juan de
Herrera, sucesivamente. En esta iglesia se desarrolla el
clasicismo hasta sus últimos detalles, como es el trasdosamiento de la cúpula anillada del crucero, toda de
piedra, obra única en la región que hay que relacionar
con uno de los proyectos para el crucero de la catedral
segoviana. Importante e innovador es el
uso del orden jónico, muy del
gusto de Ribero. Sea como fuere
ahí está la capilla, obra única en
su género, con su planta de cruz
latina de brazos muy acusados,
con capillas hornacina abiertas en
los muros de la nave entre sendas
pilastras dóricas, sistema binario
que Ribero empleará también en
el claustro de la catedral de
Zamora, y tribuna en alto a los
pies. A ambos lados de la capilla mayor se abren sendas
capillas de menor altura, destinada una a relicario y la
frontera a panteón del XVII
marqués de Cerralbo, cuyo
magnífico sepulcro fue labrado por Mariano Benlliure, que
Palacio de Cartago
lo efigió como estatura orante sobre una gran urna a
manera de arcón tenido por dos esculturas de bronce
de claro sabor clásico. Bien patente queda su cáracter
funerario que se acusa en los volúmenes del crucero y
capilla mayor, resaltado con un precioso pavimento
único en la zona. El cardenal ordenó levantar casa para
el capellán mayor, que se adosa a lo largo de la costanera del evangelio en tanto que en la de la epístola parece
se había proyectado un claustro. El hastial de poniente
es único por lo que supone de innovación en esta zona,
inspirado en la arquitectura palladiana y recordándonos
el segundo cuerpo la fachada de la iglesia de El Escorial,
completado el conjunto con el escudo de armas del cardenal labrado en 1627 por Francisco Gallego.
La capilla mayor y las colaterales del crucero las presiden unos retablos que se deben al ensamblador
Alonso Balbás, sobresaliendo la arquitectura del
mayor, resuelto en tres calles individualizadas por
columnas corintias y dos cuerpos más ático, con profusión de detalles clásicos que se completan con un
mágnifico expositor. Ponz llegó a ver las pinturas originales que se ensamblaban en él, que supuso eran de
Ribera y así lo recoge Gómez Moreno, quien añade
que fueron traidas de Roma por el cardenal y trasladadas a la colección del marqués de Cerralbo cuando
cedió la capilla al
obispado.
En su
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lugar se colocaron otros de no escaso mérito: un
Bautismo de Cristo, obra italiana de la segunda mitad
del siglo, y Santiago en la Batalla de Clavijo, de 1649
pintada por de Francisco Camilo.
de ventanas flanqueados por relieves que representan, entre otros, a los Padres de la Iglesia y a Santa
Elena, todo ello muy ennegrecido por el humo y
suciedad pues durante mucho tiempo en la capilla
estuvo establecido un bar y oculta la parte alta por
un falso techo que impedía ver esta joya del siglo
XVI. Las bóvedas responden a una tipología salmantina formando los nervios un dibujo que vemos en
monumentos de la capital, a base de cruceros, terceletes, pies de gallo y combado circular en torno a la
polo, ornada ésta y las secundarias con relieves de
difícil indentificación. El exterior llama la atención
por la riqueza decorativa y la cuidada labra de su
sillería, sobresaliendo el entablamento decorado con
espejos y los candeleros sobre el talud de los contrafuertes y la que debió ser una elegante balaustrada
jalonada con esbeltos y agradables candeleros sobre
la vertical de los machones. La dirección de las obras
corrió a cargo de Pedro de Ibarra, bien lo pregonan
los detalles decorativos y las bóvedas, quien la
levantaba entre los años 1558 y 1560 interviniendo
seguramente escultores salmantinos en las labores
decorativas.
El convento de San Francisco. Extramuros, a las afueras
de la ciudad, se alzan las ruinas de lo que antaño fue
uno de los conventos más importantes de la ciudad,
y a juzgar por las descripciones que nos han dejado
los historiadores que alcanzaron a conocerlo y por la
planta que se aprecia en los planos de Ciudad
Rodrigo del siglo XVIII era un monumento excepcional. Hoy únicamente subsisten algunos lienzos de la
capilla de los Centeno y la capilla de los Águila y a
ellas dedicaremos estas breves líneas. De la primera,
adosada a la anterior, tienen interés una ventana
gótica y algunos lucillos sepulcrales sólo visibles tras
una construción moderna que hace las veces de
garaje. De la segunda hay que decir que es una de las
grandes obras renacentitas que conserva la ciudad,
casi íntegra en su arquitectura. La capilla, abierta
mediante dos arcos de medio punto a la costanera de
la epístola de la capilla mayor, fue fundada por don
Antonio del Aguila, obispo de Zamora y antes de
Guadix. Presenta planta ligeramente rectangular,
cubierta con dos bóvedas de crucería con arcos carpaneles que apean en columnas dóricas. En los
muros se abren arcosolios y en alto óculos a manera
El convento de San Agustín. Se trata de unos de los
pocos conventos del siglo XVI que ha llegado en pie
hasta nuestros días. Se levantó bajo la protección de
los Chaves, quienes en 1534 donan sus casas sitas en
la judería para erigirlo. Una inscripción que figura en
el entablamento de la capilla mayor nos informa que
extramuros de la ciudad hubo un monasterio fundado por Francisco de Chaves y que su bisnieto Juan de
Herrera comenzó el actual, terminado en 1588 por
Garci López de Chaves, lo que no entra en contradicción y más bien corrobora la noticia publicada por
Píriz de que el contratro para hacer la capilla mayor se
firmó en 1581 entre Juan de la Puente y Garci López
de Chaves y Herrera. La planta de la iglesia es de nave
única que remata en cabecera semihexagonal y tramo
presbiterial cuadrado, esquema muy del gusto de la
época, y tres tramos a los que se abren capillas hornacina hasta media altura cubiertas con originales veneras. Los tramos de la nave están individualizados por
arcos apuntados que apean en semicolumnas acanaladas sobre altos pedestales y cuyos capiteles se funden
con la imposta que recorre los muros del templo. Los
nervios de las bóvedas dibujan figuras muy complejas
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Cabecera del convento de San Agustín
JARDINES, SITIOS Y CONJUNTOS HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
que incluyen siempre un cuadrado en torno a la polo
que al entrecruzarse con los cruceros y terceletes da
lugar en planta a un precioso dibujo. Se completan
estos abovedamientos con una profusión de claves
donde vemos las armas de los Chaves y de todos los
entronques familiares, repetidas en los escudos de
armas que ornan lo alto de los muros de cada una de
las capillas, vamos, ninguna duda sobre el patronazgo
de los Chaves y que éste es su panteón familiar, pues
en los arcosolios abiertos en sus muros las inscripciones no dejan lugar a dudas. Sólo dos de estos arcosolios conservan estatuas funerarias, dos yacentes, idénticos, representando a sendos caballeros vestidos con
armadura y como en otros casos con las manos sobre
la espada, constando que uno había fallecido en 1521
y el otro en 1559, aunque las esculturas son de finales
del siglo XVI.
La capilla mayor la preside un magnífico retablo que
pena es haya sido marmoleado y despojado de sus
imágenes originales, pues es obra de comienzos del
siglo XVII, seguramente salido de la misma gubia que
el que luce en la capilla mayor de la parroquial de
Lumbrales. Las dependencias conventuales poco tienen de interés, salvo alguna puerta de Juan de la
Puente que recuerda a una de las capillas que se abrían en el claustro catedralicio.
De otros conventos como el de Santo Domingo o el
de Sancti Spiritus, bien conocidos a partir de la
documentación, nada o casi nada ha llegado hasta
nuestros días, y el de las madres franciscas, en pie,
en la plaza de San Pedro, en el centro de la ciudad,
ha sido convertido tras una meditada y acertada
intervención en una moderna residencia para la tercera edad. En pie está el monasterio de Santa Clara,
a las afueras, muy alterado y renovado en la segunda mitad del siglo XVIII, pese a ser uno de los más
antiguos, fundado al igual que el de la capital por las
damianitas.
Capilla de la Tercera Orden de San Francisco. Al lado del
ayuntamiento se levanta esta capilla, construida en
1780 por Ventura Muiños, que dejó aquí una obra de
indudable interés, especialmente por su pórtico hexástilo que precede al interior, de una nave con dos tramos
cubiertos con bóveda de cañón y lunetos.
La arquitectura civil
Ciudad Rodrigo conserva uno de los focos más importantes de arquitectura doméstica, en la que casas y
palacios constituyen un patrimonio único en Castilla
y León, pero ha mantenido igualmente otra serie de
monumentos civiles de singular importancia, ya sean
edificios asistenciales, institucionales y militares, pues
no podemos olvidar el papel estratégico que tuvo esta
plaza fortificada a lo largo fundamentalmente de los
siglos XVII, XVIII y comienzos del XIX.
El Ayuntamiento. Preside la Plaza Mayor y constituye
uno de los ejemplos del esplendor que alcanzó la ciudad en el siglo XVI. Se ignora su fecha de construcción
aunque se sabe que estaba finalizado en 1559,
momento en que se acuerda poner la campana y el
reloj, de todas formas lo fue en el reinado del
Emperador pues sus armas, las de la ciudad y las del
corregidor aparecen en una de las torrecillas que flanquean el cuerpo central. La planta actual, en L, es fruto
de la ampliación llevada a cabo en 1904, cuando sobre
el solar de la iglesia de San Juan se realiza la ampliación que hoy vemos que intenta ser una mimetización
de la original. La parte central, entre torrecillas que
evocan la solución de la logia del convento de san
Pedro de Alcántara construida por Pedro de Ibarra,
levanta dos logias de tres diáfanos arcos carpaneles
con medallones en las enjutas, solución muy de la
época aunque en éste las aludidas torrecillas le confieren una gran originalidad.
Iglesia de San Pedro y San Isidro
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Casas y palacios. El elevado número de casas y palacios
de finales del siglo XV y del XVI que encontramos en las
innumerables plazas y calles de la ciudad hace imposible reseñarlos todos con la amplitud que se merecen.
El panorama social y político en que se mueve y desarrolla la vida de la nobleza mirobrigense a finales del
siglo XV y comienzos del XVI no difiere de la salmantina, con dos bandos, encabezado uno por los Centeno,
los Chaves y los Pacheco, y el otro por los Águila y los
Silva, enfrentados por el reparto de los puestos y cargos concejiles y como en Salamanca tomando partido
a favor o en contra de las Comunidades, pues no olvidemos que aquí los Pacheco unidos al obispo y a
Diego de Chaves encastillan la catedral tomando partido por los Comuneros, vamos un calco de lo acontecido en la capital: enfrentamientos constantes originando las mismas banderías y edificando una arquitectura doméstica torreada de gran interés.
Conocemos la protesta en mayo de 1518 de los regidores ante la reina Juana por la torre y casa fuerte que
levantaba Diego García de Chaves en la calle de la Rúa,
identificada con la conocida como casa del cañon montado, aludiendo el documento a que “...estar proybido por
cartas dadas... para que no se pueda fazer casas ni torres fuertes en esa dicha cibdad...” lo que evidencia que existieron
o se quisieron levantar.
Ayuntamiento
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Uno de los ejemplos más importantes y representativos de la arquitectura de esta época de luchas, banderías y enfrentamientos es la casa de los Chaves, de la
que se conserva solamente su torreón, muy alterado y
deteriorado, tónica general de algunas casas nobles de
la ciudad. Se alza en la Rúa del Sol, junto a la puerta
de la muralla, relatando Sánchez Cabañas que perteneció a los Garci López, “que agora tienen por apellido
Chasves”, sirviendo en el siglo XVII como cuartel de
caballería. Sabemos que la casa se levantaba en 1518,
motivando la protesta de los regidores, que acudieron
ante la reina Juana y el rey Carlos por el carácter de
casa fuerte que iba adquiriendo. El torreón es de planta cuadrada, sobresaliendo sus seis escudos con las
armas de los Chaves colocados a la alemana, única
parte que se ha conservado de lo que fue el gran palacio que se describe en el siglo XVIII. La casa de los
Herrera Maldonado sigue modelos capitalinos, con portada de medio punto de grandes dovelas y escudos en
los riñones con alfiz enmarcando el conjunto. Ejemplo
excepcional es la casa de la Cadena, entre las calles de
la Colada y Diez Taravilla, con un gran arco de medio
punto con grandes dovelas enmarcado por alfiz que
acoge en su parte interna una cadena labrada, motivo
que recorre la casa a manera de friso, con los escudos
de los Lugones-Pacheco y Guiral, suponiendo que per-
JARDINES, SITIOS Y CONJUNTOS HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
la galería, cerrada. Los capiteles llevan labrados escudos de armas de los distintos entronques familiares:
Chaves, Robles, Osorio y Pachecho. Se ha publicado
que la casa la comenzó a construir el canónigo
Miranda en 1552, volviendo a referirse a ella al testar
el regidor Martín de Miranda, hijo de Diego de
Miranda y nieto de Álvaro de Miranda y Mayor
Sánchez Cambax, fundadores del mayorazgo, resaltando que ninguno de los blasones se corresponden
con estos apellidos, suponiéndose que fue reconstruida en el siglo XIX por don Clemente Velasco y que
entonces se rehizo la fachada y el conjunto de la casa.
Casa de los Vázquez
teneció a don Fernando de Loaysa, corregidor entre
1541 y 1542.
La casa de los Gómez de Silva y la de los Miranda son
ejemplos claros de la libertad y originalidad a la hora
de interpretar modelos conocidos. La primera, en la
calle de la Rúa del Sol, frontera a la de los Chaves, sorprende por su extraña y original portada, a base de
vano adintelado de grandes dovelones enmarcada por
un alfiz quebrado que llega hasta la cornisa. La Casa
de los Miranda, en la plaza de San Salvador, frente a
la catedral, es otro de los ejemplos originales y no
exento de controversia por suponerse fruto de una
restauración decimonónica. Su fachada concentra
toda su decoración e interés en la portada, blasonada
con tres precisos escudos, de dintel adovelado y
enmarcada con un alfiz formado por pilastras cajeadas
que se quiebran hasta rematar en los capiteles que tienen el dintel que forma la ventana de la planta noble,
abierta en la vertical de la puerta, con flameros a
plomo sobre las pilastras que rematan en capiteles
renacentistas. El patio, casi cuadrado, porticado en el
piso bajo en sus cuatro lados, con columnas toscanas
que soportan zapatas de madera sobre las que se alza
Otros ejemplos como la casa de los Vázquez y la de
Soria-Sotomayor presentan algunas peculiaridades como
son la portada en ángulo de la primera, conociendo que
fue levantada por Pedro Vázquez, el padre del fundador
de la capilla mayor de la iglesia de San Pedro y San
Isidoro, y que en el siglo XX sufrió una reforma en la
que se incorporaron algunos sillares del derruido convento de San Francisco reutilizando el escudo de los
Águila que lo incorporó a los muros de su mansión. La
portada de la Casa de los Soria-Sotomayor, conocida
como de los Silva, muy alterada tras las intervenciones
efectuadas en 1948, sigue el modelo de la anterior
introduciendo detalles más renacenctistas.
Los grandes palacios
Sin duda hay que referirse a ellos pues por su monumentalidad y empaque arquitectónico como tales se
les puede considerar. La casa del I marqués de Cerralbo
Casa de los Miranda
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es una de las más conocidas, quizá por levantarse en
la Plaza Mayor, esquina a las calles Rúa Vieja y
Campo del Lino. Se atribuye su construcción a
Rodrigo Pacheco y Osorio, I marqués de Cerralbo,
casado con Ana Enríquez de Toledo, hija de Diego
Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste, y de
Leonor de Toledo, quienes la edificaron entre 1533 y
1540, cuando Carlos V le concede el título de marqués
por sus servicios de armas en las campañas de
Alemania. Solamente parte de la fachada, excepcional, parece original, con cinco escudos colocados a la
alemana y dos ventanas en ángulo de las que únicamente se conserva su mainel, torso y decorado con
pomas. Importante es el friso que la ciñe, con relieves
que efigian temas platerescos que alternan con cinco
tondos en los que se han querido ver representados a
miembros significativos de la familia, y los blasones
con las armas de sus propietarios: Pacheco, Osorio,
Manuel, Maldonado, Rodríguez de las Varillas,
Monroy, Cueto, Álvarez de Toledo y Enríquez, apellidos que se corresponden con los sucesivos entronques
familiares de la casa de Cerralbo desde la época de
Esteban Pacheco, en el siglo XIV, hasta 1533. En realidad
parece que estamos ante un gran árbol genealógico que
muestra el orgullo de la familia por sus sucesivos
entronques. Las portadas que se abren a la plaza, de
diferente anchura, son trilobuladas, siguiendo una tipología muy extendida en la arquitectura religiosa del primer tercio del siglo XVI y que creo originales aunque
algún autor las considera producto de una restauracion.
El palacio de los Nieto de Silva o del conde de Alba de
Casa del marqués de Cerralbo
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Yeltes se alza junto al de los Castro y enfrente de un
convento de descalzas hoy desaparecido y del que
parece se han descubiertos algunos restos al derrocar
las construcciones actuales. Ha sido restaurado hace
unos años y su análisis plantea no pocos problemas de
interpretación llegando a barajarse una cronología bastante dispar según los autores que de él se han ocupado. Todo apunta a que en su solar existió un palacio del
siglo XVI que fue rehecho en época barroca, poco después de 1700, sin que quede bien explicado el carácter
manierista que se aprecia en las columnas que flanquean la portada, inspirada, como es conocido, en los
numerosos dibujos de Libro IV de Serlio, sin que le sea
ajeno el suave almohadillado de los sillares.
El palacio de los Castro. Es de finales o comienzos del
siglo XVI y el más monumental de la ciudad, excepcional y uno de los grandes y mejores exponentes de la
arquitectura civil española. Situado en la plazuela de
San Isidoro, hoy del Conde, lugar emblemático pues
estuvo rodeado de edificios monumentales. Como en
otros casos ignoramos a qué familia puede atribuirse
su construcción pues el nombre con el que se le conoce proviene de quien era su propietario a mediados
del siglo XVIII, el caballero hijodalgo Tomás de Castro,
aunque se ha supuesto, siguiendo la Historia de
Cabañas, que se trata del palacio de los Ávila y Tiedra,
señalando la imposibilidad de relacionar la heráldica
con estos apellidos. El palacio se organiza tomando
como base un patio cuadrado en torno al cual se disponen las distintas salas, paralelas a las pandas del
mismo, excepto en su lado meridional que acoge la
caja de la escalera, siendo éste uno de los detalles planimétricos más significativos. La fachada principal es
de sillería de perfecta esterotomía y está flanqueda
por dos torres desmochadas, como bien pregonan los
vanos cortados y el cilindro que acogería una escalera
de caracol. La portada y las ventanas de la planta
noble centran el interés del espectador por diversos
motivos pues responden a modelos que dentro de un
esquema compositivo común introducen grandes y
significativas variantes, en línea con la Casa de las
Conchas de Salamanca. Al igual que en el ejemplo salmantino se alternan las decoraciones de los antepechos, en unos casos dibujan complicadas formas geométricas hispanoflamencas; en otros los detalles son
plenamente platerescos, con roleos, amorcillos y figuras
JARDINES, SITIOS Y CONJUNTOS HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
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Palacio de los Castro
humanas con extremidades vegetales, y en unas y otras
incorporando detalles heráldicos. Las arquivoltas de
una de las ventanas presentan una decoración a base
de flores de lis alternando con un lucero de seis puntas; en otra la decoración se basa en temas platerescos
pero en el escudo aparece igualmente la flor de lis y el
lucero. La portada es de dintel adovelado ligeramente
redondeado, con baquetones góticos, enmarcándola
una moldura a manera de arco escarzano que casi se
funde con el alfiz que ciñe el escudo central flanqueado por tenantes de preciosa factura. El conjunto lo
enmarcan semicolumnas torsas sobre las que reposan
sendos leones, todo sin precedentes cercanos conocidos. El patio, al que se accede tras pasar el zaguán,
destaca y sobresale por su sencillez, sin relación formal ni cronológica con la fachada. Presenta planta
cuadrada, con columnas toscanas y zapatas de madera en las que cargan los dinteles sobre los que apea la
galería superior, cerrada, en la que se abren sencillas
ventanas, suponiéndose obra tardía y cercana al palacio de los Miranda. La caja de la escalera, de tres tiros,
es monumental y se abre en una de las pandas ocupándola casi completamente y desembocando en la
galería alta.
El palacio de los Águila. Es uno de los palacios más
emblemáticos e importantes de Ciudad Rodrigo,
quizá debido a su monumentalidad y al haber llegado hasta nuestros días en perfecto estado de conservación, y conocido desde antiguo con distintos nombres: del marqués de los Altares, del marqués de
Espeja, dependiendo de los moradores del momento.
Su planta se extiende por una amplia manzana, sin
edificios anejos, con un extenso jardín y dos amplios
y majestuosos patios. Los solares para levantar la
casa se adquieren a Cristóbal Álvarez en vida de don
Antonio del Águila, fallecido en 1513, y se encontraban en la calle de la Rinconada a los que se añadieron los comprados a Elvira González. En el inventario de escrituras del mayorazgo que manda hacer
Beatriz Enríquez, segunda mujer de Antonio del
Águila, se da a conocer una en la que consta que la
casa la realizó Hernando de Güemes y que existía un
parecer de la obra redactado por Pedro de Ibarra. Las
obras las iniciaría el tal Hernando de Güemes, que
estaría al frente de ellas hasta 1553 ó 1554 en que se
fija el año de su muerte, siendo continuadas por su
hijo Juan, que tampoco las concluye como se deduce
de la escritura de concierto matrimonial entre María
del Águila, hija de Alonso del Águila, y Antonio de
Ocampo, quienes se comprometen a terminar las
casas principales del mayorazgo, a lo que contribuiría el obispo Antonio del Águila que dejó a su sobrina una cuantiosa manda para tal fin, deduciéndose
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que faltaban muchas partes por concluir y proponiendo a un tal Herrera para que haga una traza para
finalizarla, lo que permite conjeturar que en 1558 el
proyecto primigenio con el que se inició el palacio ya
no era seguido ni tenido en cuenta y se pensaba en
otro maestro para que diese nuevas trazas con las
que finalizarlo.
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Hoy tenemos nuevas noticias que arrojan alguna luz
sobre el particular. En 1580 Alonso de Mora, “maestro
del rrey de las obras del Escorial se ocupó en delinear la
planta de la casa del dicho mayorazgo e calles de las rredonda”, trazas que materializó Juan de la Puente quien
seguramente dirigió las obras hasta su fallecimiento,
aunque sabemos que también intervino Lucas Mitata.
La fachada principal, entre dos torreones, es de sillería
y está orientada al mediodía. En ella se abre la portada, descentrada hacia levante, muy interesante por los
detalles que incopora e indicarnos perfectamente el
momento en que se proyecta. La conforma un gran
arco de medio punto adovelado enmarcado por un
alfiz quebrado que llega hasta la cornisa y acoge la
ventana, hoy balcón, con escudos en la clave y en los
riñones; a plomo, sobre los laterales del alfiz, hay flameros que soportan un águila y un león, muebles
heráldicos de los titulares del mayorazgo. La planta
del palacio se organiza en torno a un patio ligeramente rectangular, doblemente porticado en tres de sus
lados en tanto que el lienzo septentrional es ciego,
Palacio de los Águila
A N T O N I O
C A S A S E C A
abiertas en él ventanas y una puerta y ornándolo tres
escudos que parecen de finales del XVII. En origen el
patio presentó tres crujías en la planta baja y dos en la
alta, pues la oriental es obra de 1910, con antepechos
y escudos realizados por J. Tarabella. Las galerías apoyan en columnas toscanas que sostienen arcos rebajados en la superior y de medio punto en la inferior, con
antepechos ornados con detalles platerescos de cuidada labra. En las enjutas de los arcos hay medallones
dentro de veneras enmarcados por láureas alternando
con las armas de los Águila, Enríquez y Calderón. La
escalera se sitúa en uno de los ángulos del patio, entre
la fachada y la galería de poniente, con una portadita
de arco escarzano con finos baquetones de los que
uno, a manera de tallo, aparece envuelto en una filacteria, con infinidad de detalles platerescos en ambas
caras de los pasamanos. En el piso noble se encuentran las salas, sobresaliendo por su monumentalidad
la principal, con rica techumbre plana a base de grandes vigas que sostienen los pares, con asnados mudejarizantes y ornada con estrellas y rombos, destacando la campana de la chimena en la que campea un
escudo con las armas de los Águila y Calderón dentro
de láurea. A partir de 1558 se debió completar la obra
del patio y se amplió la fachada y las dependencias
que aparecen adosadas a la crujía de poniente, entre
ellas el patio exterior, de dos pandas con arcos de
medio punto en el cuerpo bajo y escarzanos en el
superior apeando en pilares rectangulares, obras que
JARDINES, SITIOS Y CONJUNTOS HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
supongo son las más tardías del palacio, ya en época
barroca. A finales del siglo XVI se continuaría la ampliación de las dependencias anexadas a la crujía de naciente, entre ellas la capilla, una estancia de planta cuadrada que voltea cúpula octogonal sobre pechinas, sin trasdosar y rematando en cupulín, con tribuna que comunica con el palacio y sacristía adosada a naciente, obras
que supongo corresponden a la intervención de Alonso
de Mora. En el altar de la capilla recibía culto el
Calvario de Juan de Juni trasladado aquí desde la capilla de los Águila sita en San Francisco, al igual que el
cuadro del Cristo de Burgos y seguramente también el
Cristo que vimos aquí. En los muros de las crujías altas
del patio había algunas inscripciones que recordaban
hechos históricos de gran relevancia acontecidos en el
palacio, como que en él se hospedó un general francés
durante la Guerra de la Independencia y otra en que se
informa que en 1692 sirvió de residencia a la reina de
Inglaterra cuando se dirigía a Portugal.
Poco se puede decir del Palacio Episcopal, salvo que
en es obra de finales del siglo XVIII, del que sobresale
su neoclásica fachada donde destaca su sobrio balcón, y poco más en el interior salvo las excepcionales tablas del siglo XVI ensambladas en el retablo de
la capilla.
La arquitectura asistencial cuenta en la ciudad con ejemplos de gran interés. El Hospital de la Pasión se alza junto
al convento de San Agustín y es uno de los monumentos más interesantes e importantes de la época. Su origen está en la donación que hacen los Reyes Católicos
al cabildo y a los cofrades de la Pasión de la sinagoga. A
lo largo del siglo XVI se levantó la iglesia, de tres naves
separadas por columnas dóricas, obra que materializó
Juan de la Puente y García de Abendaño. De esta época
es el patio y una portada de medio punto abierta a él. A
lo largo del siglo XVIII Juan de Sagarvinaga rehizo la fachada y añadió algunas casas para la labor asistencial, hoy
todo ello muy desfigurado salvo la precitada fachada y la
iglesia, donde se puede admirar un Calvario del que
sobresale el Cristo de Lucas Mitata; un San Sebastián, y
la Virgen del Buen Suceso, de marfil, obra Filipina que fue
regalada por Juan Pachecho Maldonado en 1615.
El Seminario Conciliar. El obispo Quadrillero y Mota,
consciente de la necesidad de contar con un semina-
Hospital de la Pasión
rio, planteó en 1764 la adquisición de unas casas
sitas entre la catedral y la puerta del Rey, cerca pues
del palacio episcopal y de la seo, a las que se sumarían las de algunos nobles y otras que se terminaron
de adquirir en 1765, momento en que Juan de
Sagarvinaga realiza el proyecto, uno de los monumentos que creo de gran interés. Se trata de un gran
edificio, con iglesia incluida, en el que sobresalen
dos pequeños claustros, uno con arcos rebajados
entre columnas toscanas y bóvedas de arista, y tras
éste otro de parecidas dimensiones pero con pilares,
y en torno a ellos las aulas.
Casa de los Niños Expósitos. Al desvelo del obispo
Cayetano Quadrillero y Mota debe Ciudad Rodrigo el
poder contar con un edificio de gran interés arquitéctonico, extramuros, junto a la entonces ermita de San
Sebatián, contigua al convento de San Francisco. El 15
de julio de 1769 inicia los trámites para levantar la
casa que serviría de albergue a los niños expósitos, y
el 6 de septiembre se enviaba el plano delineado por
Juan Marcelino de Sagarvinaga, aunque las obras no
se iniciaron hasta el 7 de julio de 1777, en una ceremonia presidida por el obispo y don Luis de Nieulant,
mariscal de Campo, gobernador y corregidor de la
Plaza y Ciudad de Ciudad Rodrigo. Se proyectó un
edificio dúplice pues tenía que acoger a niños y niñas,
con una entrada común que daba paso a ambas partes
del edificio, y un patio en cada una al que se abrían las
dependencias. Lo construido se reduce a menos de la
mitad, sobresaliendo su escalera, que va cubierta con
cúpula oval, y el claustro de arcos rebajados y bóvedas
de arista en las crujías inferiores.

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