Tríptico

Transcripción

Tríptico
Tríptico
Marco Jerez
I. Miluna
Miluna no había encontrado su lugar en el afecto ajeno, en el mundo. Oía el viento triste
de enero entre las ramas desnudas, y añoraba el pavoroso ruido de Venus en su órbita
solar. Pero a la distancia todo parece tan calmado, tan silente. La lejanía inmoviliza las
cosas. Desde lejos todo parece estático. Esto no le gustaba a Miluna. Lo que le gustaba
era sentir la hipotética nostalgia del Big Bang, la creación del universo encapsulada en
una onomatopeya de estruendosa resonancia publicitaria. Le gustaban los pequeños
torbellinos, aquellos diminutos vendavales humanos, mostrar su efectividad huracanada en
el acelerador de su automóvil, en el rápido cambio de velocidades, en repentinas reversas y
vueltas buscando las rutas más cortas para cubrir las más reducidas distancias.
Perentoria, impaciente, sus manos iban de una parte a otra, su rápido paso era la
forma de reafirmarse, a las miradas que la miraban, como una mujer de acción.
El sentarse era una epilepsia de gestos descualifadores. Sus ojos se entornaban hacia
arriba con ese lenguaje mudo dirigido a minimizar tu presencia, la proposición de tu
palabra.
Eso que me dices no es lo importante. Lo esencial es esta llamada que necesito
hacer ahora, sin dilación: Es apremiante que envíe estas copias a Tal Parte. Espérate aquí
sentadito. Cuando tenga tiempo te atenderé más de cerca, al microscopio, si quieres—te
dice con una encantadora sonrisa. Te aseguro que entonces podré magnificarte ante mi
vista, ver con curiosidad tus antenas, tus patas peludas, tus ojos saltones, tu cómica forma
de caminar. La forma como te haces el muertito.
Por lo pronto pásame esos sobres color manila, esas estampillas.
Ahora estoy de prisa. Chao.
II. Sala de Emergencia
Esperar es siempre largo, sobre todo en la sala de emergencias, oxímoron cuantioso.
Lo de menos son los males que cundieron en la tierra cuando Pandora abrió su caja:
se nos olvida que al cerrarla, en ella quedó atrapada la esperanza, mal postrero que nos
deparaba el destino.
Ahora la dejo escapar con su fuerza salvaje en este pabellón, los pacientes cargando
a cuestas, pacientemente, la serie infinita de los números.
Pero después de transitar desde - µ hasta + µ ; descubrimos de pronto la verdad:
El espacio es en realidad curvo, insospechadamente circular en el intervalo 1 ≤ x ≤ 12 ;
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el minutero más veloz que el horario dando vueltas y vueltas mientras las horas pasan,
interminables. Se trata sólo de una reducción fenomenológica—pienso.
Entonces suspendemos el juicio y deviene el paréntesis, la epojé. Disminuyen las
luces del recinto; se esfuman las paredes, las puertas y ventanas; y cuando el sillón es más
blando y cómodo que nunca; siento la flecha del segundero clavarse, con un dolor agudo,
en mi corazón.
III. Carta
Austreberto Guzmán, Hermano en Cristo:
Después de haberte recomendado la lectura de Platón, no comprendo tu sorpresa.
¿Que la Fulana mató a tres profesores porque no le dieron tenure y además la iban a
despedir al finalizar el semestre? ¡Hombre! Estos no son más que gajes del oficio. A ver,
dime: ¿Posee la Academia mecanismos para librarse de tanto carcamán universitario
enseñando teorías del Año del Caldo? El Caldo—como es sabido—fue inventado por los
caldeos; allá cuando todavía la gente marchaba con guitarras. ¡Caramba!
Mira, Austreberto, ahora las cosas están cuidadosamente calculadas. El Sistema,
autónomo, providencial y omnisciente; actúa con precisión y siempre en favor de la cultura.
Date cuenta: nuestra época es de los desertores—en el Matrimonio, la Iglesia;
en la Escuela Primaria, Secundaria, Preparatoria; en la Universidad, en el Ejército, en la
Medicina y en el Senado.
Existe una manera rápida y personal de desersión: el suicidio. Y si no te desertas a ti
mismo, a la vuelta de la esquina te hace desertar cualquier matón, y listo.
Así que no me vengas con lágrimas de cocodrilo. ¡Que la Fulanita mató a los
Zutanitos! Es cuestión de profilaxis, hombre. Así otros profesores, más jóvenes y con
nuevas ideas, podrán renovar la Academia.
En primer lugar, a estos nuevos elementos hay que irlos educando poco a poco en la
envidia, el rencor, la puñalada por la espalda, el resentimiento. Ahí estarán para complir su
función educativa los profesores de más experiencia, los más zorros, los más colmilludos,
los más perversos. Ellos enseñarán a los novatos el misterio de la ciencia infusa transmitida
paulatinamente, de generación en generación, por la Universal Alma Mater.
¿Y eso de los vejestorios que hacen una fortuna en la Academia engañando a todo
mundo? Por el amor de Dios y de María Santísima, querido Hermano. ¿Se te olvidó ya
el Menón o de la virtud? Ahí pregunta Sócrates a Anito—uno de los discípulos que lo
iban a traicionar: “¡Qué! ¿Entre los que hacen profesión de ser útiles a los hombres, sólo
los sofistas habrán de diferenciarse de los demás, puesto que no sólo no hacen mejor lo
que se les confía, sino que lo empeoran?” Y luego, de pilón, “¿ y se atreven a exigir por
esto dinero?” Y Sócrates agrega: “porque yo conozco a un hombre, Protágoras, que ha
amontonado en el oficio de sofista más dinero que Fidias, de quien poseemos tan preciosas
obras; y hasta de diez estatuarios más.”
Fíjate bien, Austreberto, este Protágoras era un sofista, uno de esos charlatanes
que cobraban por no enseñar nada. El olvido, Austreberto, es padre de la ingenuidad;
tu puerilidad, y otras cosas que mejor ni menciono: ¿Cómo es que enseguida me sales
quejándote de los profesores que se la pasan por cuatro décadas cobrando sueldo y
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CONFLUENCIA, FALL 2010
burlándose del pueblo? Ay, hijo mío. Por las Almas del Purgatorio, lee con atención el
diálogo: “Es singular que los que echan remiendos a trajes y calzados, devolviéndolos
peores a sus dueños, al notarlos éstos al cabo de treinta días, se desacreditan y perecen de
hambre; y que de Protágoras, quien ha corrompido a los que trataban con él y los ha hecho
peores después de recibir sus lecciones, nada haya sospechado la Helade entera, y esto en
el largo espacio de cuarenta años. Hijo mío: subrayo aquí los 40 años para que sepas que el
verdadero mal consiste en el vicio consuetudinario del error, el precado de Onán.
Vuelve a leer completo el discurso de la virtud y encomiéndate con devoción a San
Agustín y a Tomás de Aquino para que el Espíritu Santo alumbre tu inteligencia.
Tuyo en Cristo,
Roberto Ariza, S.J.
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