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TEMA
NATURALEZA
CON ESCORPIÓN
Nicolas Bouvier, un viajero irreductible
Bouvier es uno de los escritores de viajes que más huella han dejado en los lectores del
género. “El pez escorpión” (Altaïr), donde cuenta una visita a Ceilán mezclada con sangre, sudor y lágrimas, nos ofrece una oportunidad extraordinaria para ver el mundo a
través de este viajero mítico. texto GABI MARTÍNEZ
A
lbert Padrol y Pep Bernadas, fundadores de
Altaïr, lanzaron no hace
mucho la colección Heterodoxos con la idea de ofrecer los
mejores libros de viajes, por más
dispares que éstos fueran, y la publicación de El pez escorpión de Nicolas
Bouvier viene a constatar la versatilidad del sello. Bouvier es un referente
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QUÉ LEER
de la literatura de viajes con ese Los
caminos del mundo, indispensable
en la biblioteca fundamental del género. De Venecia a Estambul, y después a Afganistán al volante de un
Fiat Topolino... desde el principio,
el autor demostró que su curiosidad
avanzaba hacia el Este, y así fue como llegó a Ceilán, aunque no en las
condiciones más óptimas.
El reposo del guerrero
En 1955, Bouvier recaló en la isla
buscando un lugar donde reposar –o
quizás algo más– y luchando por sobrevivir después de dos años de un
viaje que había arrancado en los Balcanes. Debilitado por la fiebre, escaso
de dinero y a la espera de los permisos
que le permitieran continuar su ruta,
el suizo comenzó a tomar notas de la
excéntrica realidad que enfrentaba en
un estado no exactamente de equilibrio. Había accedido a su particular
Zona de Silencio –tanto geográfica
como espiritual– y desde ahí iba a
recurrir al infalible consuelo de la literatura para contrarrestar en lo posible
su distorsionado momento.
Agitado en tierra extraña, Bouvier
aparca la piedad para verter juicios
aplastantes sobre el entorno, sobre
todo las personas, devastando a fuerza de palabras al ejército de “fútiles”
y “despreciables” que, según él, le rodea. El calor y la tranquilidad hacen
de la isla un espejismo que deforma
las imágenes y aumenta de tamaño
lo minúsculo y lo habitualmente
al margen, de modo que la escolopendra, el escarabajo o el escorpión
adquieren una importancia distinta,
más amigable que monstruosa, pero
alucinante al fin y al cabo.
Los insectos se convierten en unos
compañeros inesperadamente inspiradores para un hombre en tinieblas que desprecia a casi todos los
hombres cercanos, a quienes describe
refugiado en su emblemática prosa
precisa a la que esta vez añade unos
toques de genio delirante, y que alcanza alturas memorables cuando, enclaustrado en un pabellón de reposo,
desata su humor más oscuro. Para los
anales quedan esas sesiones de “cine”
vespertinas en las que los enfermos
asisten a la proyección de sus respectivas radiografías y vitorean a Bouvier
al descubrir que sus entrañas no están
tan mal y probablemente les sobrevivirá a todos. “Todos esos achacosos
se regocijaban en suma al verme tan
bien equipado para sobrevivirles”.
“No se imaginan hasta qué punto
mi vida aquí puede ser cansada”, dice,
reconociendo que con frecuencia llora
sin saber por qué, abrumado por la
arrogancia de los funcionarios que le
pierden unas cartas de Europa que
necesita “como la sangre”. Pero, como
antídoto contra el desfallecimiento,
recuerda que “viajo para aprender y
nadie me había enseñado lo que estoy
descubriendo aquí”.
A fuerza de humor tenebroso y
demolición del entorno, Bouvier destila la impotencia de siete meses. Es
su forma de vengarse del clima, la
burocracia y la salud que le tienen
más o menos postrado en aquel
rincón, pese a que no escribiría este
libro hasta muchos años después, y
él mismo reconoce la utilidad de una
experiencia que no sólo le reforzaría
como hombre, sino que además le
impulsó a esta obra sin duda atípica,
a veces cruel, en la que las ideas
Con humor tenebroso
se venga del clima, la
burocracia y su salud.
deslumbrantes dejan paso a descripciones tan raras como en ocasiones
originales y que al final sume en un
titubeo que tiene algo de exquisito.
Le dieron insignes premios por ella.
Así que Altaïr también es capaz de
rarezas como ésta. Y sigue ampliando su ecléctico catálogo con, por
ejemplo, Un naturalista y otras bestias de George B. Schaller, a quien
National Geographic definió como
“El Más Grande”.
Defensor de la Naturaleza
Dotado de soltura narrativa y gran
amigo del escritor Peter Mathiessen,
con quien fue a buscar al leopardo de
las nieves al Hindu Kush, Schaller ha
reunido desde reflexiones existenciales a didácticos comentarios técnicos
escritos en el Himalaya, el Ártico
o la sabana africana a lo largo de
treinta años para transmitir, sobre
todo, el sentimiento de amor que le
ha impulsado a dedicar su vida a los
animales. Se trata de un testimonio
tan modesto como apasionado de
alguien que reconoce el privilegio de
haber podido asistir a una cópula de
gorilas tras una tormenta de granizo;
de haber contemplado el espectáculo de las manadas de caribús o las
esquivas concentraciones de gacelas
de Mongolia. Y todo sin exhibirse,
desmitificando el romanticismo del
observador de campo, subrayando
la rutina hasta sacudirse la fachada
aventurera, tan sólo aspirando a reclamar la atención para sus queridas
bestias, sabedor de que hay demasiado en juego.
Bouvier o Schaller son paradigma
de la flexibilidad de Altaïr, una firma
que se impone como antídoto letraherido contra la banalización de lo natural, además de como una ventana que
demuestra que los libros de viajes son
terreno propicio para la sorpresa. ■
n ALTAÏR “PRODUCTIONS”
L
El pez escorpión
Nicolas Bouvier
Altaïr
126 págs. 15 ¤.
a obra de Norman Lewis ha hallado en Altaïr una editorial a su
medida, y por eso ahora regresa con Misión en La Habana, Sevilla
y otros relatos. Crónicas de viaje 2, segundo libro de una trilogía
de crónicas que inició con El expreso de Rangún. Esta vez, Lewis se
adentra en parajes de Goa, Panamá o Cerdeña para hablar de bandidos
sardos y misioneros asesinos mientras propone escaramuzas con
Hemingway o Ian Fleming, el escritor que creó a James Bond. Y, a
cada crónica, Lewis sigue mostrándose inacabable, siempre fiel a esa
prosa “como el placer de comer cerezas”, que dijo un colega; un perfecto estuche de
golosinas, a veces envenenadas.
Este verano también ha aparecido Cinco viajes al infierno. Aventuras conmigo y
ese otro, firmado por una Marta Gellhorn que, antes de cumplir 20 años, marchó
de Estados Unidos a París con una máquina de escribir y 75 dólares, dispuesta
a enviar las mejores crónicas periodísticas a su alcance. Luego se convirtió en
corresponsal de guerra y, entre otras particularidades, fue esposa durante cinco años
de Ernest Hemingway. Una de las crónicas recogidas en este volumen habla de su
viaje con Hemingway por una China en guerra. “Nada mejor para la autoestima que
la supervivencia”, afirma la Gellhorn, que rescata lo mejor de sus peores momentos
desde Creta a Rusia, Kenia o el Caribe.
Y, en el libro de relatos Carretera abierta, el escritor indio Ruskin Bond homenajea
al hecho de vagar por su India. El monzón, los bosques de mangos y los ríos divinos
ponen el paisaje a historias de camioneros, propietarios de salones de té, un director
de banco amante de los pájaros... con un estilo tan escueto como cristalino que ha
situado a Bond entre las celebridades literarias de la India y subraya la cada vez
mayor apuesta de Altaïr por la ficción.
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