Dulce María Loynaz: Entre Bestiarium y Carta a Julio Orlando
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Dulce María Loynaz: Entre Bestiarium y Carta a Julio Orlando
Dulce María Loynaz: Entre Bestiarium y Carta a Julio Orlando por Mikel Jauregui Decir que todos llevamos un niño dentro y resaltar la importancia del saber mantenerlo despierto, es recurrir a un lugar común al que a menudo se acude para justificar las piruetas más o menos caprichosas de una madurez que se entiende siempre sensata y juiciosa. Sin embargo, si recurro a este tópico es porque estoy convencido de que aquellos que tienen la capacidad de despertar la frescura, ingenuidad y atrevimiento de su yo primero, están poniendo en marcha los mecanismos fundamentales para alcanzar la meta que en definitiva se propone todo artista: crear. Un buen ejemplo de lo que acabamos de decir podemos encontrarlo en la extraordinaria figura de Dulce María Loynaz (La Habana, 19021995). La poetisa del agua que se escurre, que se va..., premio Cervantes 1987, reúne en su persona la doble posibilidad de contemplar su labor creativa desde dos tiempos muy distintos (Adolescencia y Vejez), pero íntimamente ligados por su aliento ingenuo y delicada ternura: Bestiarium y Cartas a Julio Orlando. A pesar de los primeros versos publicados en 1919 por Dulce María (Vesperal e Invierno) en el periódico habanero “La Nación”, puede considerarse a Bestiarium como su opera prima. Corrían los años veinte cuando Dulce María, estudiante de bachillerato, se presentó a examen de su asignatura preferida: Historia Natural. No había sido advertida de que tenía que presentar un cuadernillo donde hubiera descrito previamente veinte ejemplares del reino animal, veinte del vegetal y veinte del mineral y por consiguiente omitió este requisito. Aunque su examen oral fue correcto, aquella omisión fue la causa de que la suspendieran en el curso, suspenso que, por cierto, habría de ser el único de su carrera. Muy amargada por este fracaso, decidió vengarse y, cuando por segunda vez compareció ante el tribunal, entregó los cuadernillos exigidos y que eran fruto de su venganza: Bestiairum. Dulce María había realizado todas las descripciones solicitadas en verso. “La Arama Común”, “El ciempiés”, “El Cocuyo”, “La abeja”, “El mosquito”, “El Gusano de seda”, “La mariposa”, etc. Todos ellos, versos rebosantes de frescura, ingenuidad y atrevimiento en donde ya se vislumbraba el nacimiento de un genio. Dulce María Loynaz contaba ya setenta y cinco años cuando inició una curiosa correspondencia con un muchacho de apenas seis años, recopiladas por Aldo Moro en un volumen con el título de Cartas a Julio Orlando. Había pasado ya más de medio siglo desde que escribiera Bestiarium y el camino hasta aquellos días había quedado jalonado por su inmensa obra y aún conservaba la mente lúcida y la mano firme. La autora de “El Jardín”, quién en una ocasión dijera: “Los niños tienen una poderosa imaginación. Bastaba muy poco exaltar la mía y convertirla en realidad...”, recurre a la esencia de sus primeros días para hacerse comprender, expresándose con sencillez, ingenuidad ternura y valentía y así provocar la fascinación de aquel muchacho. Dulce María Loynaz. 76 La Habana, 4 de mayo de 1987 Querido Julio Orlando: Pronto han hecho las penas su aparición en tu vida. Pierdes a tu padre en el momento en que te era más necesario, en que con su ayuda y su consejo te hubiera sido menos difícil traspasar los umbrales de tu nueva vida de hombre. No sé si hay alguien cerca de ti que pueda asumir tan grave responsabilidad, consciente de lo que eso significa. Los que pudieran ser quizás te quieren demasiado para ejercer su misión con comprensión pero con firmeza. Las dos cosas son necesarias, pero es menester balancearlas con cuidado. No hay nada más frágil que el alma de un adolescente. Quiera Dios ayudarte y ayudarlos a ellos en esa nueva responsabilidad, y tú procura hacérsela menos ardua: de ti también depende ahora tu futuro. No necesito decirte cuánto he pensado en ti en estos días: en ti más que en nadie. Te lo dice muy sinceramente. Dulce María Loynaz 77 BESTIARIUM dulce maría loynaz Lección primera «Tegenaria doméstica» (Araña común) La Araña –gris de tiempo y de distancia– tiende su red al mar quieto del aire, pescadora de moscas y tristezas cotidianas... Sabe que el amor tiene un sólo precio que se paga pronto o tarde: La Muerte. Y Amor y Muerte con sus hilos ata... Lección segunda «Scolopendra Morsitans» (Ciempiés) ¿Qué hará el Ciempiés con tantos pies y tan poco camino? Lección tercera «Lampyris Limbipennes» (Cocuyo) poemas de Cocuyo de las noches tropicales doble esmeralda viva Lámpara sin aceite y sin fanal que no lo apaga el viento ni se enciende. Y que da paso siempre: ¡Paso en la noche!... 78