1 - Biblioteca Virtual del Principado de Asturias
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CONSEJERIA DE EDUCACIÓN Y CULTURA DEL PRINCIPADO INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS (c. s. i. c.) BOLETIN DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS N.° 122 AÑO XLI OVIEDO Abril Junio 1987 S U M A R I O Págs. La corte asturiana de Pravia. Influencias visigodas en los testim onios arqueológicos, por F. J. Fernández Conde y M. C. Santos del Valle ... 315 San Salvador de Deva y su monasterio hasta la Edad Moderna, por Isi doro Cortina Frade .............................................................................................. 345 Localización y análisis funcional de las entidades de población del con cejo de Lena, por Inocencia Fernández Fernández ............................. 383 Aportaciones a la epigrafía de Valdediós, por Leopoldo González G utié rrez .............................................................................................................................. 411 Menéndez Pelayo, senador por la Universidad de Oviedo. Notas de su “Epistolario”, por Francisco Serrano Castilla ......................................... 429 Aspectos regionales en Jovellanos, Palacio Valdés y Clarín, por José Gon zález Fernández ..................................................................................................... 433 Las variantes textuales de El señorito Octavio, de Armando Palacio Val dés, por Brian J. Dendle .............................................................................. ... 463 Un soneto necrológico de Manuel Fernández Juncos, por J. I. Gracia Noriega ...................................................................................................................... 475 Los primeros naturales de Navia que viajaron a Indias, por Jesús Mar tín ez Fernández ..................................................................................................... 481 Las capitulaciones m atrim oniales en el concejo de Tineo durante los si glos XVIII y principios del XIX, por Ramona Pérez de Castro ....... 489 N uevas consideraciones en torno a varias malaterías asturianas, por José Ram ón T olivar Faes ............................................................................................ 519 El historiador Floro y la romanización de Asturias, por Narciso Santos Yanguas ..................................................................................................................... 527 Abadologio del monasterio de Santa María de la Vega, de Oviedo (11961862), por A ndrés M artínez Vega ................................................................... 565 La recuperación del queiso de bota y de pan de escanda, por Celso P eyroux ..................................................................................................................... 579 Asturias y América: La emigración, por Rafael Anes A lva re z ................ 587 CONSEJERIA DE EDUCACIÓN Y CULTURA DEL PRINCIPADO INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS (c. s. i. c.) BOLETIN DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS N.° 122 AÑO XLI OVIEDO A bril Junio 1987 Depósito Legal: O. 43-1958 I. S. B. N. 0020-0384 Imprenta "LA CRUZ” Hijos de Rogelio Labrador Pedregal Granda-Siero (Oviedo), 1987 B O L E T I N DE L I N S T I T U T O DE ESTUDIOS ASTURIANOS A ño xli A b r il -J u n io Núm. 122 LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA. INFLUENCIAS VISIGODAS EN LOS TESTIMONIOS ARQUEOLOGICOS POR F. J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE El estudio com pleto de las cortes de la m onarquía asturiana: Cangas de Onís, Pravia y Oviedo, está todavía sin hacer. Se ha es crito m ucho sobre la corte de Oviedo. La breve referencia de la Crónica A lbeldense: cuando afirm a que el rey Alfonso II (792-842) «om nem que G otorum ordinem sicuti Toleto fuerat, tam in eclesia quam in Palatio in Ovetao cuneta statuit» (1), ha sido analizada y desarrollada am pliam ente con noticias provenientes de la docum en tación diplom ática, de la literatu ra cronística, de la epigrafía y de los testim onios histórico-arqueológicos (2). Pero falta aún el aná lisis definitivo de los restos m ateriales disponibles, que h ab rá de enriquecerse, a buen seguro, con otros que, eventualm ente, pudie ran ap o rta r fu tu ras excavaciones arqueológicas (3) y,sobre todo, (1) “Chronica A lbendensia”, en Crónicas A sturianas (CA), edit. J. Gil Fernández-J.L. Moralejo-J.I. Ruiz de la Peña (Oviedo, 1985), p. 174. (2) El trabajo m ejor y m ás completo hasta el presente: H. R o d r í g u e z B a l b i n , Estudio sobre los prim eros siglos del desarrollo urbano de O viedo, Oviedo, 1977. (3) Las excavaciones del palacio de Alfonso II no fueron publicadas sis tem áticam ente. En torno a la catedral quedan todavía num erosas incógnitas, que sólo podría aclarar una investigación arqueológica hecha con rigor y de manera exhaustiva. Los restos de la iglesia románica de San Salvador no han 316 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE se echa de menos un estudio com parativo de los elem entos cono cidos con los de las cortes carolingias contem poráneas a la de Oviedo (4). ~ ...... • De .la corte de Cangas de Onís sabemos muy poco. La iglesia de Santa Cruz, edificada por Favila (737-39) y su m u jer FroiUuba so bre una construcción tum ular el año 739, es el único resto m aterial del prim er asentam iento de aquella incipiente m onarquía (5). De la corte de Pravia tampoco sabemos m uchas cosas hasta ahora. Las últim as historias com pletas de la Edad Media asturiana, publicadas en los últim os años, pasan prácticam ente por alto esta realización político-institucional de la m onarquía astü r o la despa chan en unas líneas de carácter generalizador (6). Con todo, exam inando m inuciosam ente los datos docum entales y arqueológicos existentes y contrastándolos adecuadam ente con las num erosas referencias bibliográficas, en las que se recogen tra diciones entreveradas a veces de noticias históricas de cierto interés, resulta todavía posible ofrecer una descripción relativam ente amsido analizados ni estudiados debidamente. Un grupo de jóvenes historiados, en contacto con el Area de Conocimiento de Historia Medieval, está ocupán d ose-de ellos actualmente. (4) Para que este estudio comparativo sea posible, parece im prescindible acometer una tarea previa de enorme envergadura: la recopilación y forma ción de un “Corpus” completo de todas las fuentes de la época, relacionadas con la Monarquía Asturiana. El Instituto de Estudios Asturianos está recon siderando la posibilidad de acometer este “O.pus Magnum”, apoyándose en un equipo.de. especialistas destacadas en diversas .disciplinas. . (5) Cfr. C.M. V ig il, A sturias monum ental, epigráfica y diplom ática (Ovie do, 1887), pp. 304-306. Esta inscripción aparecerá en b r e v e cón su estudio correspondiente en uñ trabajo largo sob ré'ep ig ra fía 'd e lá época asturiana, preparado por :los autores deteste artículo. (6) F . D i e g o S a n t o s . A sturias romana y visigoda ( S a l i n a s / A s t u r i a s , 1977), p : .. 236, d e d i c a u n p á r r a f o a l f a m o s o c a n c e l v i s i g o d o d e S a n t i a n e s . E , B e n i t o R u a n o , H istoria de A sturias. A lta Edad Media ( S a l i n a s / A s t u r i a s , 1979), t a m p o c o s e e x t ie n d e a l r e f e r ir s e a P r a v ia . C . S á n c h e z A lb o r n o z , e l in f a t ig a b le le c to r e in v e s t ig a d o r d e la s f u e n t e s a s tu r ia n a s , n o e s m u y e x p r e s iv o al ocu p arse El Reino de A sturias, v . I I ( O v i e d o , 1974), p p . 328 y s s . A . B á r b e r o -M . V i g i l . La formación del feudalism o en la Península ibérica ( B a r c e l o n á , 1978), p . 308, h a c e n a l g u n a s o b s e r v a c i o n e s m u y de e sta m in ic o r te : C. S ánchez A bo rno z, p e r tin e n te s . L o s ú ltim o s tr a b a jo s s o b r e la A lt a E d a d m á s e x p líc it o s . L o s h is to r ia d o r e s d e l A r te s u e le n ig le s ia de V auban; to s le S a n tia n e s . J . 1973, a s tu r ia n a no a p a r ta d o U A rt Préroman Hispanique, 1, S t. son a la L éger t a m b ié n la n o m b r a b r e v e m e n t e . M . B e r e n g u e r , “ L o s m o n u m e n p r e r r o m á n ic o s d e d ic a F o n t a in e , M e d ia d e d ic a r a lg ú n c ie r ta a s tu r ia n o s ” , e n a te n c ió n , e le m e n to s -d e c o r a tiv o s : A rte Asturiano, su b ra y a n d o la im p r o n ta v. I (G ijó n , v is ig o d a 1981), d e v a r io s p. 163, de su s LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 317 plia de esta m odesta corte, que acogió unos años a los m onarcas astures, cuando term inaba el siglo V III (7). La basílica de Santianes, restaurada recientem ente, el Palacio de Silo y Adosinda, en la m argen izquierda del río Nalón, y el cas tillo de San M artín de Soto, construido cerca de la desem bocadura de dicho río, en su m argen derecha, al igual que el conocido castro de doña Palla, son los cuatro elementos esenciales de este territoria que sirvió de asiento a la corte de Pravia. En realidad, esta com arca asturiana está situada en un espacio geográfico privilegiado. No lejos de la costa, a la que tenía fácil acceso por el río m ás im portante de la región, podía sentirse sufi cientem ente protegida de cualquier peligro proveniente del m ar gracias a la orografía propicia del últim o tram o del Nalóri. Por o tra parte, disponía de buenas comunicaciones con el centro y el occi dente de Asturias y era, adem ás, una zona que había experim en tado un proceso de rom anización notable, como Avilés, Gijón y Villaviciosa, las principales rías de la costa astu rian a (8). En este artículo nos ocuparem os exclusivamente de la iglesia de Santianes, dejando para estudios posteriores los resu ltad o s.d e nuestras investigaciones sobre el espacio geográfico de la com arca y los tres elem entos restantes, que enum erábam os m ás arriba. Tendrem os en cuenta toda la inform ación bibliográfica y docu m ental relativa a la obra histórica de los m onarcas astures, pero prestarem os una atención especial a los m ateriales arqueológicos, m ucho m ás abundantes desde la excavación que acom pañó la úl tim a restauración de la fábrica, llevada a cabo hace una decena de años (9). (7) J. Fernández Conde-M. Santos del Valle publicarán en breve un ar tículo sobre la tradición documental y bibliográfica de Pravia. (8) El palacio de Silo y Adosinda, situado a un Km. aproxim adam ente de la iglesia de Santianes, será objeto de investigaciones arqueológicas a partir de julio de 1987, por el Area de conocimiento de H. H edieval de la Universidad de Oviedo. El castillo de San Martín está demandando urgentem ente una ex cavación sistem ática. Aunque muchos de los restos actuales de esta fortaleza son m edievales, la opinión generalizada de la mayoría de los autores, que se han ocupado de ella, apuntan la preexistencia de una edificación anterior. Por lo demás, su vinculación con Pravia en plena Edad Media está suficientem ente demostrada. Una amplia descripción del mismo: J.L. A v e l l o A l v a r e z , Cons trucciones m ilitares de la Edad M edia en A sturias, v. II, pp. 1.250 y ss. (Tesis doctoral inédita, defendida en la Facultad de Geografía e Historia de Oviedo el año 1985). Está también en marcha un estudio preciso sobre toda la topo nim ia menor y los restos de cultura castreña y romana. (9) El responsable de la restauración y de las consiguientes excavaciones 318 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE Gráf. 1 : Lugares destacados en la comarca de Pravia. CORTES DE LA 2 MONARQUIA Gráfico ASTURIANA 320 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE En el análisis de este acervo de m ateriales, procedentes, en su mayor parte, de las obras de la citada restauración, nos hemos fijado de m anera particular en las relaciones de esta iglesia de Pravia con las tradiciones artístico-culturales de la época visigoda y destacarem os tam bién los aspectos que nós parezcan innovado res, porque ellos constituyen, seguram ente, un esbozo o anticipo de las prim eras realizaciones de la cultura m aterial características del prerrom ánico asturiano. Al fin y al cabo, Alfonso II el Casto (792-842), el soberano más representativo de esta m onarquía astur, comienza su ejecutoria políticá con la responsabilidad adm inistra tiva del palatium de P ravia. RESEÑA HISTORICA DE SANTIANES DE PRAVIA. San Juan de Pravia (Santianes) fue edificado por el rey Silo, según consta en la leyenda laberíntica de una inscripción citada o publicada por infinidad de autores y de la que se conserva un trozo original: «Silo princeps fecit» (10). E sta iglesia, situada no lejos del palacio real (11), había sido concebida como iglesia palatina y destinada, asim ism o, para pan teón regio, funcionalidad que puede percibirse a p a rtir del análisis fue el -arquitecto don Joié ÍVtenéndez Pidal. No elaboró una memoria estricta de las..excavaciones pero dejó alguna documentación,- la cual; unida a las no tas m ecanografiadas del entonces Sr. Cura párroco, Fidel Ibáñez, nos ha per mitido confeccionar el proceso completo de las obras realizadas. (10) Nos ocuparemos dé“' esta inscripción más adelante con denimiento. Se publicó completa, por primera vez, a finales del XVII: L.A. d e C a r v a l l o , A ntigüedades y cosas m em orables del Principado de A sturias (Madrid, 1695, ed. postuma), p. 149. , (11) La C. Albeldense dice expresamente del rey Silo: “Iste dum regnum accepit, in Prabia soíium firm avit” : CA, p. 174. Se ha creído que el citado palacio de Silo y Adpsinda debería de estar situado muy cerca, casi contiguo, a esta iglesia. En la actualidad, los indicios apuntan en otra dirección. “En donde hoy llaman la Magdalena de la Llera, un tiro de mosquete de la iglesia pasado el valle de Posada, al Oriente del cerro de Llanuces, un poco más alto del nivel de la Llera, y en una cañadita que se hace en aquel derrumbadero, hay vestigios, según algunos curiosos, no sólo de monasterio, sino de palacios anteriores...” : Juan de Bances y Valdés, “N oticias históricas del concejo de P ravia”, BRAH 58 (1911), 269-270. Cfr. también F. d e S e l g a s , “Santianes de Pravia (Oviedo) y su panteón regio”, Bol. de la Soc, Esp. de Excursiones, 10 (1901), 5-14; 28-34; 52-57. Las referencias documentales, aportadas por este autor, parecen decisivas para conocer el emplazamiento del palacio. LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 321 de 1?l propia planta y que tam bién se deduce de la docum entación escrita (12). A la m uerte de Silo (783) se convierte, adem ás, en resi dencia m onástica p ara la reina viuda Adosinda, obligada a d ejar el trono ante una coyuntura política adversa (13). La tradición posterior vinculará la supuesta realidad m onástica de Santianes de Pravia a la historia de San Pelayo de Oviedo, ha ciendo al cenobio ovetense su continuador. Se tra ta indudablem ente de un error. En Pravia no hubo más que un m ero proyecto de vida m onástica, circunscrito, cronológicam ente, a la h istoria personal de Adosinda, una soberana obligada a vivir «more m onástico», al caer en desgracia después de la m uerte de su m arido, siguiendo en esto viejas costum bres visigodas. Con todo, no conviene olvidar los aspectos convergentes de estos dos centros religiosos. El «cimiterium puellarum » de San Juan B autista y San Pelayo de Oviedo fue tam bién, desde finales del siglo X, residencia honorable y dis tinguido lugar de enterram iento para reinas y dam as nobles con problem as políticos. Santa María del Rey Casto, el panteón real de la m onarquía asturiana, estaba al lado (14). Y en la m ism a época, San Juan B autista y San Pelayo de León era, tam bién, un cenobio de m onjas de ascendencia aristocrática, para convertirse a lo largo del siglo XI en el m onasterio y panteón regio de San Isidoro (15). Desconocemos las m agnitudes y la estru ctu ra de aquel teórico (12) Más adelante se tratará pormenorizadamente de la planta. En un conocido falso pelagiano del año 905 se dice expresam ente: “ (Monasterium) Sancti Iohannis Evangelistae ubi iacet Silus rex et uxor eius Adosinda regi n a ...” : Líber Testamentorum, 1. 20v. A, public. S.G. L a r r a g u e t a , Colección de documentos de la catedral de Oviedo, n. 17, p. 63; estudio crítico : F.J. F e r n a n d e z C o n d e , El Libro de los Testamentos de la catedral de Oviedo (Roma, 1971); pp. 159-169. El Sebastián Pelagiano, también del siglo XII, recoge la misma tradición relativa al enterramiento de Silo en San Juan de Pravia, juntam ente con Adosinda y M auregato: J. P r e l o g , Die Chronik Alfons’III (Frankfurt am Main, 1980), pp. 88 y 90-91. (13) La tradición documental del siglo XII une en San Juan de Santianes la iglesia, el monasterio y el panteón regio de Silo, Adosinda y Mauregato. Por ello habrá que desestim ar la opinión de algunos autores que llevan el monas terio de Adosinda a las cercanías del palacio real. La pretendida profesión m onástica de Adosinda tiene lugar en noviembre del 785, cuando se reúnen en Pravia Beato, Eterio y el abad Fidel: Heterii et Sancti Beati ad Elipandum epístola, PL 9G, cois. 894-95. (14) F .J . F e r n a n d e z C o n d e , “Orígenes del monasterio de San Pelayo de Oviedo”, Semana de Historia del Monacato cántabro-astur-leonés (Monasterio de San Pelayo/O viedo, 1982), pp. C9 y ss. (15) A. V iñ a y o G o z a l e z , “Re’V as e infantas do León, abadesas y m onjes del monasterio de San Pelayo y de San Isidoro”, Semana..., pp. 123 y ss. 322 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE cenobio de Adosinda. Las futuras excavaciones arqueológicas tal vez puedan añ ad ir nuevas noticias a las pocas que nos ofrece la parca docum entación escrita. Probablem ente no fue m ás que una pequeña residencia contigua a la iglesia de San Juan Evangelista de Santianes, no muy diferente de aquel «locum orationis» cons truido por el mism o rey Silo en L u c ís , entre el Eo y el Masma, aprovechando un «cellario» propio, unos años antes (16). En cual quier caso, la iglesia de Santianes de Pravia perderá el carácter m onástico p ara convertirse en templo parroquial, cuando se fije con precisión el sistem a de adm inistración eclesiástica, basado en parroquias, arciprestazgos y arcedianatos. A finales del XIV los oficiales de don G utierre de Toledo copiaron en el Libro Becerro de San Salvador de Oviedo la siguiente reseña de esta parroquia: «Santianes de Pravia es ac o lla ro n e instituyción del obispo. Es capellán della Alvar Peláiz e beneficiados Diego Gutiérrez e Monín Alvarez e Pedro Alfonso e Pedro Alfonso e el abbad de Parana. Ha de manso diez días de bues. De los diezmos lieva la m etad el obispo, la o tra m etad los beneficiados, el capellán lieva un sétimo de los dichos diezmos. Paga de pro curación quarenta e quatro m rs. Riende esta capellanía m rs. e cada beneficio ». (17). En el siglo XVI L.A. de Carvallo pudo ver todavía la fábrica de la prim itiva iglesia, dejándonos de ella una descripción escueta, pero muy precisa y de gran valor, para conocer su estru ctu ra ori ginal, muy deteriorada po r las transform aciones que experim entará a lo largo de la Edad Moderna: «Fundaron y dotaron de m uchas possesiones el Rey Don Silo y Doña Adosinda su muger, la Iglesia que hem os referido de San lu á n Evangelista en el Lugar de Santianes de Pravia, tom ando el nom bre Sánete Ioannes. Consta su fundación y dotación de una piedra que está sobre el arco po r donde se en tra a la Capilla m ayor... Devió de ser esta Iglesia de San luán p o r aquellos tiem pos de las m ejores que avía, pues el Rey se preciava tanto de ser su fundador, como m u estra en esta artificiosa escritura. Permanece esta Iglesia hasta nues tros tiem pos en la m ism a traga y manera y figura que en(16) A. M illares Carlo, “El Diploma del Rey Silo”, T extos singulares de la España m edieval, v. I (Madrid, 1971). (17) A rch. Cap. Oviedo (A.C.O.), Libro Becerro (1385/86), f. 368v., public. y estudio de la Estadística parroquial que cierra este m anuscrito capitular: F.J. F ernandez Conde, La Iglesia de A sturias en la B aja Edad Media. Estruc turas económ ico-adm inistrativas (Oviedo, 1987), pp. 100 y ss. LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 323 tonces le dieron; y aunque toda ella es muy pequeña, tiene su Capilla m ayor, dos Colaterales, Cruzero, y tres Naves, to do de arcos y sobrepilares de sillería, y m u estra m ucha p ro porción y correspondencia. Noté, assim ism o o tra antigualla en esta Iglesia y es que tiene Altar m ayor enm edio de la capilla, de modo que se puede an d ar alrededor de él por todas partes, que todos po r aquellos tiem pos se hazían de esta m anera...» (18). A comienzos de la Edad Moderna, desde el siglo XVII, San Juan de Santianes sufrió profundas reform as que alteraro n notablem ente la prim itiva construcción prerrom ánica. Tenemos m uchas referen cias docum entales, que perm iten conocer, con cierta aproxim ación, el alcance de los cam bios. En 1637 fue d estruida la capilla m ayor por Fernando de Salas, que com ienza a edificar o tra más am plia, de acuerdo con el obispo de Oviedo Antonio de Valdés. Al parecer, la prim itiva fábrica era «indecente e incapaz de contener el vecindario». Y, adem ás, el pro cer, pariente del obispo, pretendía, a todo trance, conseguir el p ri vilegio de en terrarse con arm as en Santianes y ten er allí un sitio reservado p ara las funciones de culto, objetivos que llegaría a ver cum plidos a pesar de la oposición m anifestada p o r o tras fam ilias nobles de la tierra, especialm ente la de los M iranda (19). En esta prim era gran transform ación estru ctu ral se dispersan las inscrip ciones de Santianes, que ya se había encargado de o cultar «con cautela y m aliciosa disposición» un m iem bro de la citada fam i lia (20). (18) L.A. de Carvallo, Antigüedades..., pp. 149-150. Para estas fechas de bería de haber desaparecido ya el primitivo monasterio y el palacio regio. El erudito jesuíta no hace ninguna mención de sus restos. (19) Conocemos todos estos extrem os por una cédula real de 1638: G.M. de J ovellanos, Colección de Asturias, v. IV (Madrid, 1952), pp. 207-208. La igle sia era de patronato real, por eso el fiscal del rey ordena que se paren las obras de reconstrucción. Otra familia influyente de la comarca, los Miranda, ofrece su apoyo económico para la restauración de Santianes con una condi ción m uy significativa: que no fueran enterrados allí miembros de la casa de Salas, ni de otra fam ilia cualquiera. Al fiscal del rey le parece correcta la oferta de los Miranda y dió luz verde a las obras comenzadas. En 1694, Juan Suárez de Villazón, canónigo de León, hace unas m andas testam entarias a favor de su prim o Amador Miranda, a condición de que éste haga lo posible para que otra fam ilia noble, los Arango, no tenga regalías en la misma iglesia de San Juan de Santianes. Los problemas seguían todavía después del 1650, según consta en la documentación recogida por Jovellanos. (20 Cfr. el extracto de un documento del 1666: G.M. de J ovellanos, o.c., p. 208. 324 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE En el siglo XIX prosigue el proceso de intervención adquitectónica en la iglesia prerrom ánica. El año 1836 fue restaurado el crucero y sus brazos, am pliándose notablem ente la estru ctu ra ori ginal; y trein ta años más tarde, el 1868, culm ina la m utación de la iglesia antigua: desaparece su vestíbulo y la fachada principal, que se reconstruye para rem atarla con una tosca espadaña (21). La obra restau rad o ra de la década de 1970 tra ta rá de devolver a San Juan de Santianes una fisonomía más cercana a la original (Fig. 1). LA RESTAURACION MODERNA Y EXCAVACIONES PREVIAS. No existe una m em oria elaborada técnicam ente de las obras de restauración y de las excavaciones parciales que las precedieron. Pero se conservan varios documentos, gracias a los cuales es posible todavía conocer, de m anera bastante aproxim ada, todo el proce so (22). Primera fase de la excavación: 16 de agosto-24 de octubre: 1975 (23). Fue retirado el pavim ento m oderno del pórtico, del ábside y de las naves y se excavaron varios sepulcros, con los que había sido recrecido el suelo prim itivo de la iglesia. Se conservan varios documentos de los siglos XVII y XVIII, en los que consta la existencia de enterramientos de alguna fam ilia notable en el recinto de la iglesia. Así, en 1650 se da licencia a un miembro de la fam ilia de los Salas para trasladar a Santianes los restos de doña Palla, porque la parroquia de ésta, Santa María Magdalena de Llera, estaba arruinada: C.M. V i g i l , As turias monumental..., p 476. (21) F. d e S e l g a s , l.c., pp. 9-10 y 21. (22) El responsable de estas obras fue el arquitecto don José Menéndez Pidal, un trabajos-síntesis suyo: “La basílica de Santianes de Pravia (Oviedo)” : Actas del Simposio para el estudio de los códices del ’Comentario al Apoca lipsis’ de Beato de Liébana, v. I (Madrid, 1980), pp. 279-297. Hemos podido exam inar el “dossier” completo del Sr. Menéndez Pidal, que obra en el Minis terio de Cultura. El párroco de Santianes, Fidel Ibáñez, celoso conservador de todo lo relacionado con la iglesia, nos ha ofrecido dos textos suyos mecano grafiados, con noticias de interés para rehacer el prceso de restauración, lleva do a cabo en este templo: Algunos datos del día a día en la restauración de la basílica prerrománica de Santianes de Pravia (1975-1980); Basílica prerro mánica de Santianes de Pravia, siglo VIII. (23) Los datos ofrecidos por los documentos citados en la nota anterior LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 325 Estas prim eras obras perm iten conocer la superficie ••primitiva de la fábrica: del pórtico, de las naves, del crucero y del ábside. Al mism o tiem po fueron descubiertos los arcos de ladrillo que se paraban las tres naves. Q uedaron al descubierto las cimentaciones antiguas, los sillares de ángulo, las bases de los pilares de los arcos y el perfil semi circular del ábside, así como el suelo de opus signinum , que apa reció en diversos lugares de la fábrica. En una de las naves laterales, la del lado norte, fue hallada una piscina bautism al, de notable interés histórico, como tendrem os ocasión de indicar más adelante. Al liberar los m uros del pórtico de la carga m oderna de cal quedaron al descubierto trozos de tres de las paredes originales dé este recinto. A lo largo de estas prim eras prospecciones aparecieron tam bién m ateriales arqueológicos aislados, de im portancia para la com pren sión histórico-artística de todo el complejo constructivo. E n tre ellos destacan las cim entaciones de la prim itiva basílica, las basas de pilastras y colum nas, los sillares de ángulo que perm iten recons tru ir las dim ensiones de la fábrica prerrom ánica, y el perfil del ábside sem icircular. >■ En esta prim era fase de excavación-reconstrucción aparecieron tam bién algunos objetos de singular valor arqueológico: p arte de la piedra con la inscripción laberíntica fundacional, que ya se daba por perdida; cinco fragm entos del ventanal central de arco de he rrad u ra; piezas de ventanales de arco, tam bién de línea utrasem icircular y varias form as de ventana con el mismo tipo de arco (24); restos de colum nas y basas; ladrillos, tcgulcie e ím brices de trad i ción rom ana y 'a n precioso candelera de bronce policrom ado (25). no tienen un orden estricto. La recomposición del proceso, tal como aquí se describe, es obra nuestra, efectuada a base de recopilar y relacionar todos los elem entos aislados que aparecen en dichos documentos. (24) Este ventanal central y diversos trozos de ventana, un trozo de can cel, así como varios objetos de tradición romana, habían salido a la luz en unos trabajos de restauración, emprendidos por Fidel Ibáñez anies de 1975: J. M e n e n d e z P id a l , l.c., p. 288. Cfr. tam bién: F. I b a ñ e z , Basílica prerromá nica..., pp. 2-3. (25) También fueron halladas 12 dovelas de arco con sus impostas, sin que pudiera precisarse su funcionalidad concreta:' J. M e n e n d e z P id a l , l.c., p. 291. El autor tampoco precisa el momento o fecha de este hallazgo. 326 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE Segunda fase de la excavación: Julio 14 — — — : 1976. Fueron demolidos muchos recrecidos m odernos, p ara devolver a las distintas estructuras de la fábrica una traza más genuina y acorde, en lo posible, con sus orígenes históricos. Tercera fase de la excavación: 1978-1980 (Con largas interrupciones). Se realizaron diversas obras de acondicionam iento en la fábrica de la iglesia y en el ajuar, para devolverle sus funcionalidades cul tuales ordinarias (26). ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE SAN JUAN DE SANTIANES. En esta parte de nuestro trabajo intentarem os describir y ana lizar porm enorizadam ente los elementos estructurales de la iglesia y cada una de las piezas singulares que fueron descubiertas en las obras de restauración anteriores a 1975 y en los trab ajo s de excava ción-restauración comenzados entonces. Planta y alzados. San Juan de Santianes, según el testim onio de Carvallo, que pudo visitar la iglesia antes que com enzaran las obras de rem ode lación en el siglo XVII, tenía una fábrica de tres naves, separadas por arcos y pilares de sillería. El altar estaba colocado en el cen tro del ábside (27). Las excavaciones últim as, adem ás de confirm ar las noticias del jesuita-historiador, ofrecen nuevos datos com plem entarios sobre la form a originaria de la basílica palatina del siglo V III. Perfectam en te orientada hacia el este, constaba, efectivam ente, de tres naves (26) El 29 de julio de 1980 se hizo un inventario completo de todas las piezas recuperadas y fueron tomadas fotografías de las mismas. En total: 135 trozos pétreos, con o sin lab ra; 43 fragmentos cerámicos y dos láp id as: una con inscripción y la otra con un precioso bajorrelieve. Esta espléndida colec ción puede encontrarse en un recinto cerrado de la sacristía actual. (27) L.A. d e C arvallo, Antigüedades..., pp. 149-50. LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 327 diferenciadas p o r pilares y arcos, la central m ás ancha que las late rales, nártex o vestíbulo a los pies, un crucero y ábside (28). E ntre las posibles soluciones de las plantas visigodas: la basilical y la cruciform a, Santianes adopta fundam entalm ene la pri m era, m ás frecuente en el período inicial de la arq u itectu ra de aquella época, desde el 415 al 587 (29). El nártex, vestíbulo o pórtico, de 4,60 m. de ancho (Figs. 2, 3, 4), fue construido p o r sus fundadores p ara panteón regio. E staba abierto al exterior, y la en trad a al cuerpo de la iglesia p o r el m uro posterior del m ism o tenía un um bral de 2 m. con quiciales separa dos 1,05 m. p ara p u erta de dos hojas. En el pavim ento aparecieron restos de opus signinum y de zócalo de estuco rojo. La traza origi nal de esta p arte de la fábrica carecía de estancias laterales, como las que pueden verse aún en varias iglesias prerrom ánieas astu ria nas (30). Al parecer, a am bos lados de la p u erta de en trad a a la nave habían sido colocados dos sarcófagos de piedra, que podrían co rresponder, seguram ente, a los enterram ientos de los m onarcas asturianos Silo y Adosinda o M auregato (31). Sobre este pequeño vestíbulo o nártex se levantaba una peque ña trib u n a con suelo de m adera, sin que aparecieran, hasta ahora, restos de escalera. Es cosa sabida que la tribuna a los pies del edi ficio constituyó una de las innovaciones características del arte hispano-visigodo. Puede verse, p o r ejemplo, en San Pedro de Mérida, una basílica de tres naves, construida en el siglo VI. Por lo dem ás, este elem ento será una constante de la arq u itectu ra Caroli na y astu rian a (32). (28) Nos basamos de manera especial en la descripción de los trabajos de excavación que hace J. Menéndez Pidal y trataremos de indicar las filiaciones estilísticas de cada elem ento de la planta. (29) Adoptam os la división cronológica tradicional, formulada por Camps Cazorla: E. Camps Cazorla, “El Arte Hispanovisigodo”, en Historia de Es paña, dirig. por R. Menéndez Pidal, v. V (Madrid, 1940), pp. 433 y ss. En con creto, pp. 438-39. (30) D espués de la última restauración falta la habitación lateral del la do norte. (31) Cfr. F. de S elgas, l.c., pp. 11-12. Este autor establece una compara ción entre e l panteón regio de Santianes y el de Santa María del Rey Casto de Oviedo. Pero la disposición de ambos es notablem ente distinta. En las pp. 12-13 ofrece algunas referencias sobre los sarcófagos. (32) Sobre este elem ento estructural de las iglesias visigodas: P. de P alol, A rte hispánico de la época visigida (Barcelona, 1968), p. 124. 328 F.J. FERNÁNDEZ CÓNÜE Y M.C. SÁÑTOS DEL VALLE P L A N T A DE F. S E L G A S Gráf. 3: Planta realizada por F. Selgas sin haber hecho ningún, tipo i de excavaciones. v." Gráf. 4: Planta realizada por J. Menéndez Pidal a la vista de los resultados de sus excavaciones. 330 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE Quedan vestigios de las paredes que configuraban el recinto antiguo del pórtico. En la de la fachada sólo algunos sillares de cim entación; en la otras tres, medio m etro de m uro, con un apa rejo pobre de sillarejo (Fig. 5). La pared posterior que separaba el pórtico de la nave fue reforzada en época m oderna, p ara so p o rtar una pesada espadaña que sirviera de cam panario (33). Las habitaciones o cám aras laterales contiguas al pórtico, que presentaba la iglesia antes de sü restauración definitiva, debieron de ser añadidos m odernos. La del lado norte con toda seguridad. Y parece lógico que no existieran en la traza prim itiva de la iglesia, habida cuenta de la finalidad funeraria de este pórtico-panteón. Dos recintos colaterales comunicados por una en trada con el vestíbulo, para albergar peregrinos y monjes, como suelen verse en los tem plos visigodos y en los asturianos del prerrom ánico, eran innece sarios en el pórtico de Santianes (34). E ste pórtico de Santianes, que acabamos de describir (Fig. 6), no constituye, por sí mismo, ninguna innovación arquitectónica, E stan cias sem ejantes eran habituales en las basílicas paleocristianas, si bien con una finalidad bastante diferente. Y tiene antecedentes cla ros en varias iglesias visigodas. San Juan de Baños, constuida por el rey Recesvinto (661), presenta uno parecido al de Santianes, tam bién sin recintos colaterales (35). Igualm ente, San Pedro de la Nave, Santa Comba de Bande y Santa María de Q uintanilla de las Viñas, aunque éstas, en sus trazas prim itivas, tengan ya las habitaciones contiguas con finalidades ascéticas o m eram ente asistenciales (36). La estru ctu ra trip artita de las naves se conservó siem pre en Santianes, a p esar de las profundas transform aciones, a las que se vió som etida su fábrica en la época m oderna (Fig. 7). La central tie ne 5,60 m. de ancho. Las laterales sólo 2,50; y las tres 7,43 m. de lar go. E sta falta de longitudinalidad, perceptible a simple vista, parece (33) El arquitecto restaurador quiso respetar esta espadaña y después de desmontarla la reconstruyó en el lado sur, contigua a la cabecera de la iglesia. La celosía del ventanal del pórtico es moderna. El diseño depende de los ca racterísticos del prerrománico. (34) J. M e n e n d e z P id a l , l.c., p. 285 y pp. 289-90. El autor cree que el re cinto colateral de la derecha no es original, pero sí m uy antiguo. Quizá del siglo VIII. Se basa en la existencia de dos ventanas abiertas en uno de los muros de este recinto. Pero dichas ventanas parecen mucho m ás modernas. (35) H. S c h l u n k , “Arte visigodo”, Ars Hipanie, v. II (Madrid, 1947), pp. 273-280: esta iglesia, “una de las más originales creaciones del arte visigodo”, introduce la innovación del porche o vestíbulo sin “precedentes en el arte visigodo”. (36) Sobre las tres iglesias citadas: lbíd., pp. 285 y ss. LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 331 extraña a iglesias de p lanta basilical o a las cruciform es visigodas, que siriveron, seguram ente, de referencia a los m aestros de Pravia. Pero esta carencia aparece com pensada, en p arte al menos, con las dim ensiones del pórtico de entrada. En San Pedro de la Nave, es pléndido ejem plar de los últim os desarrollos de la arq u itectu ra visigoda, las naves laterales, muy cortas, se alargan tam bién a ex pensas de los dos recintos laterales del pórtico (37). El suelo prim itivo de Santianes fue realzado 0,67 m., cuando comenzó a ser utilizado como lugar de enterram iento a finales del Medievo y a comienzos de la Edad Moderna. El nivel de las tres naves es distinto: el más alto corresponde a la lateral del lado norte y el inferior a la lateral sur. La altu ra vuelve a subir en el crucero y en el ábside. E sta variedad de planos en la basílica del rey Silo parece im puesta p o r la necesidad de ad ap tar su superficie a las irregularidades del terreno, aunque no resu ltaría difícil for m ular una hipótesis explicativa más com pleja (38). Las tres naves prim ogenias estaban separadas —todavía apare cen así en la actualidad— por dos arcos com pletos de medio punto que descansan sobre p ilastras en los extremos y un p ilar central, todos de 2,50 m etros de altura. El pilar, de 0,42 m etros, presenta los ángulos achaflanados, bases sencillas y capiteles rectos, que ve rem os repetidos en las iglesias prerrom ánicas. Los arcos fueron construidos de aparejo mixto: sillarejo en los arranques y ladrillos gruesos en la parte central (39). Se ha querido ver en este sistem a de arquerías uno de los aspec tos novedosos del estilo arquitectónico de Santianes. N orm alm ente, las colum nas de las iglesias visigodas tienen fustes o capiteles ro manos reutilizados o im itados con más o menos fortuna, y los arcos son, po r lo general, de herradura, sobre todo en la segunda parte de la época visigoda, lo cual constituye, sin duda, una de las carac terísticas m ás conocidas de aquel estilo artístico-arquitectónico (40). (37) La planta de San Pedro de la N a v e : H. S c h l u n k , l.c., p. 292. (38) J. M e n e n d e z P id a l , l.c., p. 285. Uno de los sillares, adosados a un pilar, que formaba parte de una grada, construida entre la nave lateral norte y la central, era una basa, con perfiles muy conocidos en las iglesias asturia nas. (39) J. M e n e n d e z P id a l , l.c., p. 285, insiste en que “las arcadas del templo fueron m ás deprimidas, y se realzaron cuando se llevó a cabo la consabida utilización para enterram ientos”. (40) U n a b u e n a s i n o p s is d e l a s c a r a c t e r í s t i c a s g e n e r a l e s d e l a a r q u it e c t u r a h i s p a n o v i s i g o d a : E. C a m p s C a z o r l a , l.c ., p p . 442 y s s . C fr. t a m b ié n P . de P a l o l , o.c., p p . 23 y ss . 332 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE Con todo, no parece que esta supuesta innovación de Santianes sea determ inante, ella solo, de la pretendida novedad constructiva. También pueden encontrarse pilastras y arcos de medio punto, en los que no falta el ladrillo, como elementos integrantes de fábricas pertenecientes a iglesias visigodas (41). Desde el exterior se accede tam bién a las naves de San Juan Evangelista de Santianes por dos puertas laterales, abiertas no lejos del crucero. El carácter funerario del pórtico-panteón, de m andaba, lógicamente, alguna entrada distinta de la principal, construida en la fachada de dicho pórtico. La ilum inación del espacio central de nuestra basílica regia se efectúa m ediante dos ventanales pequeños, en form a de tronera hacia el interior y con arco ultrasem icircular o de h errad u ra en la parte exterior (Fig. 8). De hecho, todas las ventanas de la iglesia, de las que nos ocuparem os más adelante con alguna detención, tienen la m ism a form a, de fuerte sabor visigodo. El crucero prim itivo de la iglesia no estaba acusado en planta como el actual. Sabemos que tenía unas proporciones im p o rtan tes: 4,50 m etros, aunque no podamos reconstruirlo correctam ente a causa de los grandes cambios experim entados por el edificio, es pecialm ente en las restauraciones del siglo XIX. Este sector del mismo fue el más afectado juntam ente con el ábside. D urante la citada reform a desaparecieron las arquerías que lo com unicaban con la nave, pero gracias a las últim as excavaciones se ha podido com probar que el crucero de Santianes tenía tam bién una estru ctu ra de tres naves, continuando longitudinalm ente las arquerías del cuerpo central de la iglesia, es decir, de las naves. Es más, probablem ente estas arquerías del crucero eran más nobles que Jas de las naves, descansando, seguram ente, sobre columnas y semicolum nas, con fustes y basas bien trab ajad as (Figs. 9, 10, 11, 12^ (42). (41) En San Pedro de la Nave, por ejemplo, se utilizan grandes pilastras y ladrillos para los arcos de la nave, también de medio punto. Los capiteles de dichos arcos tienen cierto parecido con los de Santianes. (42) Adosado al muro, del lado de la epístola, apareció el arranque de una semicolumna con su basa, que testimonia el remate de la arquería del crucero. El prof. H. Schlunk pudo ver otra pieza similar, hoy perdida, cuya fotografía se conservaba todavía en el momento de las excavaciones: J. Men e n d e z P id a l , Le., p. 286. Hemos examinado detenidam ente la forma de esa semicolumna y coincide con otra, colocada ahora en el lado opuesto del cru cero. Además, una de las pilas de agua bendita descansa sobre otra basa completa de columna exenta, un poco m ás pequeña que las anteriores. Y la LA CORTE ASTURIANA DE PRAV1A 333 Ignoram os la form a precisa del alzado de dicho crucero. La ele vación de la cubierta posibilitaba la apertura de huecos altos que ap o rtaran la debida iluminación. En la actualidad presenta dos ventanales m odernos y muy sencillos. El proyecto original de nuestra iglesia palatina tenía un solo ábside. Por la parte in terio r era de traza sem icircular peraltada (Fig. 13), con un diám etro de 4,50 m etros: casi de idénticas dim en siones a las de la nave central (43). Después de las últim as excava ciones parece suficientem ente dem ostrado ya que careció de ábsides laterales. Las dos sacristías actuales que flanquean el presbiterio son m odernas. Por el exterior, el ábside único tenía form a cuadrangular, lo cual viene a corroborar la fuerte im pronta de visigotismo que im pregna toda la fábrica. Y es cosa sabida que el ábside único cuadrado o de estru ctu ra cuadrangular constituye una de las notas form ales más específicas y singulares del modelo arquitectónico hispano visigodo. El hecho de que el ábside sem icircular in terio r esté acogido en la parte exterior po r paredes rectas, tampoco resulta un fenómeno obsoleto. O curría así en m uchas basílicas paleocristianas y en al gunas visigodas, sobre todo de la prim era época. La basílica de Son Peretó en Mallorca, Son Bou en Menorca o la de Z orita de los Canes son sólo algunos de los m últiples ejem plos que podrían aducirse (44). En las plantas de num erosas iglesias posteriores, pertenecientes cronológicam ente a la denom inada época mozárabe, volverán a adoptarse soluciones idénticas. San Cebrián de Mazóte (V alladolid) será tam bién así (45). Persisten, con todo, algunas dudas sobre la configuración exac ta de la cabecera de San Juan de Santianes. En el transcurso de las últim as obras de restauración se comenzó una prospección segunda pila tiene como base un trozo de fuste de características similares. Si a esta serie de piezas, que pueden exam inarse todavía con detención, aña dimos la que vió el profesor Schlunk, tenemos la estructura casi completa de la arquería del crucero. (4 3 ) Cuando fue levantado el pavimento moderno del ábside, apareció el muro semicircular. El arquitecto conservador recubrió ese muro con una hi lada de losas, que perm iten observar perfectamente la prim itiva configuración del mismo. (4 4 ) C fr . P . de P a l o l , Arqueología cristiana de la España romana. Siglos IV-VI ( M a d r id , 1 9 6 7 ), p p . 10 y s s ., 16 y ss ., 90 y ss. (4 5 ) Cfr. J. F e r n a n d e z A r e n a s , La arquitectura mozárabe (Barcelona, 1 9 7 2 ), p. 116. Santiago de Peñalba también tenía un ábside de arco de herra dura, acogido por paredes rectangulares en el exterior. Su planta: l.c., p. 84. En San Miguel de Escalada (León) es la solución de los tres ábsides. 334 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE apresurada y asistem ática en la sacristía m oderna de la izquierda, apareciendo un enterram iento de lajas y algunas estru ctu ras inte resantes. Una fu tu ra excavación arqueológica en este lugar tal vez aporte nuevas referencias sobre la cabecera de n uestra iglesia (46). En cualquier caso, la existencia de un ventanal grande de tres arcos de herrad u ra, con ajimeces y alfiz y una inscripción votiva coloca da en la p arte central externa de dicho ábside parece evidenciar definitivam ente la form a recta del mismo (47). Por lo dicho anteriorm ente podemos considerar superada la te sis de H. Schlunk, el cual, analizando al m orfología arquitectónica de San Juan de Pravia mucho antes de las obras de restauración, em prendidas en la década del setenta, veía en la supuesta cabecera trip a rtita de esta iglesia una im portante innovación respecto a las m odas o usos arquitectónicos de las iglesias hispanovisigodas (48). Y nada tiene de extraño así que el profesor alem án considerara la cabecera de Santianes como el esbozo claro de m uchas iglesias prerrom ánicas asturianas. El suelo del ábside prim itivo era tam bién de opus signinum con zócalo de estuco rojo, como en el resto de la iglesia. Su cubierta llevaba bóveda de horno a base de sillares de toba. Y la del resto de la iglesia era de m adera y teja. La m ayoría de las iglesias his panovisigodas tenían espléndidas bóvedas de sillería o de ladrillo. Pero no faltan ejemplos de templos visigodos con una solución sim ilar a la de Santianes: bóveda en el ábside y tejado sobre m a dera en el resto de la fábrica. San Juan de Baños era uno de ellos (49). Quizá esta form a de construcción viniera im puesta po r deter m inadas deficiencias técnicas o económicas y en Santianes pudo suceder algo sem ejante. (46) Cfr. J. M e n e n d e z P id a l , l.c., p. 287. Su exposición no resulta nada clara en este punto. Selgas, al reconocer la iglesia a comienzos de siglo, creía que la cabecera de la iglesia terminaba en un muro recto al exterior, cerrando longitudinalm ente tres ábsides: F. de S e l g a s , l.c., p. 10. Una copia de la plan ta ideada por Selgas en nuestro apéndice gráfico. (47) Más adelante nos ocuparemos detenidam ente del análisis del venta nal y de su inscripción. (48) H. S c h l u n k , l.c., pp. 328-29. “Pudiera pensarse, acaso, para explicar este cambio en una corriente artística que hubiera llegado a Asturias desde el norte de los Pirineos o de otra parte de Europa occidental. El argumento principal que habla en favor de esta suposición es la cabecera tripartita, que aparece precisam ente desde 750 en casi todos los países de Europa occidental”. (49) E. C a m p s C a z o r l a , l.c., p. 448, refiriéndose a San Juan de Baños. LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 335 Los m uros eran, y son, de sillarejo pobre. Sólo aparecen sillares bien trab ajad o s en los niveles de cim entación y en las esquinas, contrastando Santianes en esto con los nobles aparejos de sillares, a veces colocados de form a muy sofisticada, que pueden verse to davía en m uchas de las iglesias hispanovisigodas. En el prerrom ánico asturiano se en co n trarán m uchas veces m uros de m am postería como los de la basílica de Silo (50). La limpieza sistem ática de los m uros de San Juan de Santianes perm itió conocer m ejor sus prim itivas proporciones volum étricas. La nave central tenía 7,18 m etros de altura. El pórtico 5,80 y 3/3 las naves laterales. No hem os podido precisar las altu ras del cru cero y del ábside a causa de las profundas transform aciones de estos sectores de la fábrica. El baptisterio. El baptisterio de Santianes, situado en la nave lateral del lado norte, casi al comienzo de la mism a, constituyó uno de los hallazgos de m ás interés. Es muy pequeño: 56,5 centím etros de ancho por 61,5 de largo y 28,5 de profundidad (Fig. 14). Sus paredes fueron revestidas con dos hiladas de sillares y en el suelo tiene un desagüe. Se trata, indudablem ente, de una piscina bautism al: la única que conocemos en las iglesias asturianas, muy vinculada, p o r supuesto, a la tradición litúrgico-arquitectónica de las iglesias hispanovisi godas. La variedad tipológica de esta clase de elem entos cultuales, dentro y fuera de España, no nos perm ite establecer paralelism os o posibles dependencias con el de San Juan de Pravia. Sabemos que las piscinas bautism ales podían estar ubicadas en cualquier p arte de la iglesia (51). Tenían, asimismo, las más variadas form as (50) Sobre el aparejo habitual en Las iglesias visigodas: E. C a m p s C a z o r l a , l.c., p. 443. El m ism o autor anota que en los edificios m erovingios y ostrogodos el aparejo de las fábricas era también de sillarejo, mampuesto y ladrillo, con sillares sólo en las esquinas. (51) Cfr. P . T e s t i n i , Archelogia cristiana. Notioni generali dalle origini alia fine del sec. VI (Roma, 1958), pp. 619 y ss. Por lo general, en Occidente estaban en la nave de la iglesia. En el ábside pueden encontrarse en Oriente, especialm ente en Siria y Palstina. P . de P a l o l , Arqueología cristiana..., p. 162. Adem ás: V. P ach e co - J .M . G a l a n J o r d á n , “El templo y el baptisterio”, A rte sacro y C. Vaticano II (León, 1965), pp. 212 y ss. 336 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE geom étricas. Y parece que las rectangulares eran menos abundan tes que las circulares en la Península durante la época visigoda (52). La presencia de baptisterios o piscinas bautism ales induce a pensar enseguida en el bautism o por inm ersión y en iglesias estre cham ente vinculadas a sedes episcopales. Conviene tener en cuenta, sin em bargo, que desde la prim era época de la historia de la Iglesia coexistieron las dos form as de adm inistración litúrgica de este sa cram ento: la inm ersión y la infusión o aspersión, aunque fuera más corriente la prim era en la Antigüedad. Por o tra parte, si adm i nistraban este sacram ento las sedes episcopales, tam bién lo hacían las basílicas o tem plos regentados únicam ente po r presbíteros. Nos consta que la iglesia hispanovisigoda bautizaba por inm er sión, aunque no siempre. Tenemos testim onios precisos de San Isi doro y de San Ildefonso. «La fuente bautism al, decía el arzobispo hispalense, es el origen de todas las gracias. Tiene siete escalones: tres en el descenso, por las tres cosas a las que renunciam os en el sacram ento; los otros tres en el ascenso, po r las tres que confesa m os...» (53). La form a y las dimensiones, la profundidad, sobre todo, de cada piscina bautism al está relacionada con el movim iento de los cate cúm enos en ella. La de Santianes de Pravia, poco profunda, podía ser utilizada para adm inistrar el bautism o sobre el fiel puesto de rodillas al borde o de pie en el interior de la mism a. En cualquier caso, nada nos perm ite afirm ar que San Juan de Santianes fuera alguna vez sede episcopal, como sugiere un au to r m oderno (54). (5 2 ) P. T e s t i n i , o .c ., pp. 63 2 -3 3 , enumera las siguientes form as: octogonal en el exterior y cruciforme o a “quadrifoglio” por la parte interior; circular; oval ; rectangular ; cuadrada ; exagonal ; cruciforme ; a “quadrifoglio” ; rosà cea o estalar”. Sobre las formas de las piscinas hispanovisigodas : P. d e P alol, Arqueología cristiana..., pp. 162 y ss. Aduco ejemplos de piscinas en forma de cruz, rectangulares, circulares y de forma intermedia. (5 3 ) S a n I s id o r o de S e v il l a , De ecclesiasticis officiis, II, 2 5 , 4 : P L 83, 82 1 . Sobre la administración del bautismo en las iglesias hispanovisigodas: J. F e r n a n d e z A l o n s o , La Cura pastoral en la España romanovisigoda (Roma, 1 9 5 5 ), pp. 2 8 3 -8 6 . (5 4 ) En las basílicas cristianas la profundidad de las piscinas podía osci lar entre 0,35 metros y 2 : P. T e s t i n i , o .c ., p. 635. El historiador local J. de Bances dice de Santianes: “...ellas (la Magdalena de Llera y S. Juan de San tianes) fueron la metrópoli antes que se fundase, como ha dicho, la Pola de la Villa vPravia) para cabecera de la jurisdicción” : J. d e B a n c e s y V a l d e s , l.c., p. 2 62. LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 337 Altar y canceles. El altar prim itivo de San Juan de Santianes (Fig. 15) estuvo co locado en el centro del ábside hasta el siglo XVII y el espacio del presbiterio fue aislado de las naves hasta la m ism a época po r un cancel de piedra muy trab ajad o (55). A finales del siglo pasado, al m ontar un retablo m ayor en la parte posterior del ábside, fueron encontradas las piezas del altar prim itivo y partes im portantes del cancel original. F. de Selgas trasladó estos elementos a la iglesia del Pito (Cudillero), donde aún pueden ser adm irados (56). La mesa de piedra perteneciente al altar, rectangular, de 1,5 m etros de larga y 1 de ancha, carece de ornam entaciones e ins cripciones. Descansaba sobre un fuerte pilar, tam bién de piedra, cuadrangular, con las aristas achaflanadas. El loculus p ara las re liquias fue esculpido en la parte superior. La m arca visigoda de esta pieza litúrgica ha sido reconocida más de una vez, aunque carezca de los ricos motivos ornam entales de algunas parecidas, pertenecientes a iglesias del siglo VII, como las p ilastras del altar original de San Pedro de la Nave, por ejem plo (57). Las dos piezas grandes de cancel, perfectam ente conservadas, con tablero y b arro te ra en piedra, tam bién están vinculadas a la tradición hispanovisigoda. La cenefa realzada o b arro te ra de la parte inferior (58) va decorada con tallos, flores, racim os y peque ños vástagos, en talla a bisel. La parte ancha, en form a de tablero, rectangular, lleva una serie de círculos secantes labrados con la (55) Una amplia descripción de estos elem entos: F . de S f l g a s . I.e.. pp. 17-20. (56) Según las noticias de este autor, el altar de Santianes, al ser arran cado en el siglo XVII, fue trasladado a una de las naves laterales. Posterior mente pasaría a formar parte del muro testero. El erudito asturiano, en el artículo citado, publica el acta notarial de dicho traslado y hace referencia a una caja, en la que podían verse algunas reliquias. (57) La pilastra del altar tiene 1,50 metros. Gran parte de la misma iba enterrada. Trozos de pilastra de altar de San Pedro de la N a v e : E. C a m p s C a z o r l a , I.e., p. 570. Sobre altares de iglesias visigodas: P. de P a l o l , “Altares hispánicos del siglo V al VIII. Observaciones cronológicas”, Beiträge zur Kungstgeschichte und Archäologie des Frühmittelalters (Colonia, 1962), pp. 100 y ss.; y Arqueología..., pp. 183 y ss. (58) Selgas y Schlunk publican estas dos piezas de cancel, colocándolas verticalm ente. Camps Cazorla, por el contrario, las reproduce correctamente, situando la cenefa o barrotera en la parte superior, como debería esta origi nariamente. En la reconstrucción del Pito también se colocaron horizontn1mente, pero al revés. F . D ie g o S a n t o s , Historia de Asturias, v. I I I : Asturias romana y visigoda (Salinas/A stur'as, 1977), p. 236, la reproduce, a nuestro entender, correctamente, y subraya su ascendencia visigoda. 338 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE m ism a técnica (Figs. 16, 17). Estos motivos pueden verse en num e rosos ejem plos de canceles, arranques de bóveda o frisos, pertene cientes a iglesias visigodas tan conocidas como San Juan de Baños, San Pedro de la Nave, Santa Comba de Bande o Q uintanilla de las Viñas (59). El parecido del cancel de Santianes con el de Santa Cristina de Lena es evidente, y ha sido ya puesto de relieve por varios autores. H. Schlunk cree que debe datarse en la segunda m itad del siglo VIL Los m aestros de Santianes no habrían hecho más que reutilizarlo (60). in s c r ip c io n e s (61). En la prim era fase de las excavaciones, casi al principio, al re mover los escom bros del presbiterio, apareció un trozo de piedra con la conocida inscripción laberíntica, a la que hacen referencia la m ayoría de los autores, sin haberla visto casi ninguno: SILO PRINCEPS FECIT Tiene las siguientes medidas: 52,96 centím etros de ancha y 32,15 de altura. El tipo de letra corresponde a la capital rom ana muy elegante, propia de un texto breve de estas características y con autoría regia (Fig. 18). Al parecer, esta inscripción había sido colocada sobre el arco principal de acceso al crucero, desde la nave, y debió de desapare cer en el siglo XVII, cuando las familias nobles de Pravia pujaban por la prem inencia honorífica en Santianes (62). Antes de com enzar las excavaciones de 1975, en el transcurso de unas obras de restauración, fueron hallados cinco trozos co rrespondientes a un ventanal de tres arcos de h erradura, con un (59) Las características de la ornamentación v isigod a: E. C a m p s C a z o r l.c., pp. 450 y ss. (60) H. S c h l u n k , l.c., p . 330. (61) En una obra, que ya se encuentra en preparación, ofrecemos el es tudio crítico de todos los epígrafes de la época prerrománica en Asturias, con aparato crítico, reproducción fotográfica, dibujos y análisis de cada uno. (62) En un documento relacionado con dichos problemas se dice expresa m ente que en la primera parte del siglo XVII Fernando de Salas “había desaparecido con cautela y maliciosa disposición la inscripción” : G.M. de Jo v e l l a n o s , l.c., v. IV, p. 208 (el texto del documento). la, LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 339 epígrafe conocido y tran scrito la prim era vez en el siglo XVI por Tirso de Avilés y citado posteriorm ente m uchas veces: IN HONORE(M) [SANCTI] IO[A]NNIS APOS[T]OLI ET EVA(N)G[LISTE HEC D]OMUS [SITA CO]NSISTI (63). M edidas aproxim adas: 1,08 m etros y la caja de las dos líneas 0,25 y 0,55 m etros respectivam ente. El tipo de letra, tam bién capi tal rom ana como la anterior, es mucho menos solemne que aquélla y presenta ya algunos rasgos de uncial, especialm ente la H, carac terísticos de la escritura epigráfica tardorrom ana y visigótico-mozárabe (Fig. 19) (64). La tercera inscripción, de la que tam bién abundan las referen cias, es la m ás difícil, porque sólo se conserva parcialm ente con una escritura en muy mal estado. Había sido colocada sobre el arco toral central (65) y antes de las restauraciones contem poráneas estaba adosada al m uro de una de las naves laterales, concretam en te en la norte: ...CONTRA...XPI ECLESIA ...O IUS GRATIAM AD .A D ...E l IUGIS A CRISTO ...R NOS DITATA DOMUS ...TAMUS FAMULI DEI ...UT NOS ADTOLLAT SION (66). Mide 0,57 X 0,56 m etros. Las letras tam bién son capitales ro m anas, m enos elegantes que las del conocido epígrafe laberíntico del rey Silo y con alguna influencia uncial, concretam ente en la V (63) Tenemos en cuenta la lectura de Tirso de A vilés para completar las partes [ ] que en la actualidad no se conservan : T. d e A v i l e s , A rmas y lina jes de Asturias y antigüedades del Principado (ed. Oviedo, 1956), p. 196. (64) Para la escritura de esta época: G. B a t e l l i , Lezioni di Paleografia (Città del Vaticano, 1949), pp. 45 y ss. (65) Esta afirmación se basa en un testimonio del P. Carvallo : “Consta su fundación y dotación de una piedra que está sobre el arco por donde se entra a la capilla mayor, que se puede leer m al” : Antigüedades..., p. 149. Cfr. tam bién: J. d e B a n c e s y V a l d e s , l.c., pp. 267-68. (66) Las letras de las dos primeras líneas están muy deterioradas y casi ilegibles. De todas las lecturas que hemos consultado, la más completa es la de F. de Selgas, l.c., p. 13. Nuestra lectura introduce algunas variantes. 340 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE y en la G. El rasgo corto y ondulado de esta últim a letra recuerda, asimismo, el estilo visigótico-mozárabe (Fig. 20) (67). Conviene recordar tam bién que varias iglesias visigóticas ta r días, San Juan de Baños y San Pedro de la Nave, por ejemplo, tenían textos epigráficos en sus arcos torales al igual que en Santianes. CONJUNTO DE ELEMENTOS DIVERSOS. Con los fragm entos y piezas sueltas encontrados en las distintas obras de restauración y acondicionamiento, antes o después de 1975, se ha ido form ando un museo sencillo, que en la actualidad puede encontrarse reunido en la mism a sacristía de la iglesia de San Juan Evangelista. Consta de 181 piezas, de desigual valor. Pero alguna de ellas tiene especial interés por su ornam entación, como tendrem os ocasión de com probar más adelante. Este conjunto de piezas arqueológicas constituye, como indicarem os, otro testim o nio expresivo del visigotismo arquitectónico-artístico que anim a to da la obra de la basílica fundada por el rey astu r Silo. Las partes integrantes de los ventanales hallados en Santianes corresponden a arcos de herradura, siguiendo tam bién en esto pau tas visigodas (Fig. 23). En las iglesias más características del siglo VII los arcos utrasem icirculares, cuando correspondían a ventanas pequeñas, solían tener un radio muy prolongado, incluso se alarga ba más de la m itad, y «en varios casos están sim plem ente recorta dos en un sillar y, por consiguiente, no tienen la verdadera función ni estru ctu ra de tales arcos» (68). La parte exterior de las ventanas pequeñas de nuestra iglesia, abiertas en las naves laterales, respon den perfectam ente a este diseño (Fig. 21). Los trozos del ventanal central a los que nos hemos referido repetidam ente, están tan in com pletos que no resulta fácil determ inar la naturaleza de sus ar cos. Parce que eran tam bién de form a ultrasem icircular (Fig. 22). La fragm entación de un conjunto de dovelas, 12 en total, que apare cieron en las últim as obras de restauración, no perm iten decidir la form a de su correspondiente arco. Probablem ente era de medio punto (69). Un cuadro con el alfabeto de la escritura visigótico-mozárabe: V. G a r L o b o , Las inscripciones de San Miguel de Escalada. Estudio crítico (Bar (67) cía celona, 1982), Apend. gráfico, cuadro 2. (68) E. C a m p s C a z o r l a , l.c., pp. 443 y ss. Los trabajos de don Manuel Gó mez Moreno sobre el arco de herradura son de sobra conocidos. (69) Así lo cree J. M e n e n d e z P i d a l , l.c., p. 291. LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 34 1 Varios fragm entos de piedra, labrados con m ucho esm ero y or nam entados con sencillos dibujos lineales, pertenecen a colum nillas de ventanal. Dos de ellas, en concreto, por sus dim ensiones, eran, seguram ente, parte integrante del gran ventanal de la cabecera o quizá del crucero (Figs. 24-27). O tra serie distinta de fragm entos (Fig. 28) form aban p arte de un conjunto trab ajad o prim orosam ente, de claras sem ejanzas con el cancel del presbiterio ya descrito más arriba, si bien no p erte necían a esta pieza de la fábrica. La cenefa exterior o b arro tera (Fig. 29) tiene, como aquél, zarcillos o tallos entrelazados con hojas. En la parte central o tablero lleva cruces y dibujos geom étricos, en los que no falta la flor de lis. Y el m aestro artesano utilizó, asim ism o, la técnica de talla en bisel. Sem ejante ornam entación reproduce motivos muy repetidos en las construcciones visigodas pertenecientes a las diversas areas geográfico-artísticas: la ta rra conense, la toledana, la em eritense y la castellano-leonesa. Baste recordar un detalle de pilastra utilizada como dintel en la alcazaba de M érida (70) y los frisos decorativos pertenecientes a G uarrázar, o las im postas, capiteles, frisos y arranques de bóveda de un grupo de tem plos, no muy alejados en el tiempo de Santianes de Pravia, tales como San Pedro de la Nave, Santa Comba y Q uintanilla de las Viñas, fábricas citadas m uchas veces en estas páginas (71). En una conocida placa que procede de Tarragona (72) encontram os tam bién esa franja, tallada en bisel con dos líneas de semicírculos, muy parecida a un fragm ento de ese cancel descubierto en nuestra iglesia basilical (Fig. 30). En otros dos trozos pequeños de piedra (Figs. 31-32) puede ver se, asim ism o, una ornam entación sim ilar a la anterior. Pero aquí las cruces y una especie de corazón ocupan el lugar de los motivos vegetales. Estas cruces, circunscritas en círculos y enm arcadas en rom bos regulares, volverán a utilizarse en las piezas laterales del gran cancel del iconostasio de Santa Cristina de Lena, cuya ascen dencia visigoda ha sido ya repetidam ente resaltada (73). E. C a m p s C a z o r l a . l.c., p . 435. (71) Dos detalles de un friso procedente de Guarrázar : H. S c h l u n k . o .c .. p. 263. Impostas, capiteles y frisos de San Pedro de la N ave: H S c h l u n k . o .c .. pp. 295 y s s .; P. d e P a l o l , A rte hispánico..., pp. 110 y ss. Para la rica decora ción de Quintanilla de las V iñ a s: H. S c h l u n k . o.c., pp. 300 y s s .; y P. d e P a l o l . Arte hispánico..., pp. 122 y ss. El arranque de bóveda de Santa Comba de Bande: E. C a m p s C a z o r l a . l.c.. p. 538. (72) H. S c h l u n k . o .c ., p. 262. (73) En San Juan de Baños puede verse una ornamentación con m otivos parecidos: H. S c h l u n k , l.c., pp. 274 y ss. (7 0 ) 342 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE Un m inúsculo candelero, de bronce, dorado a fuego, con pátina de color verde y esm altes (Figs. 33-34), pertenece igualm ente a la m ism a tradición artística hispanovisigoda (74). E ntre todas las piezas de piedra conservadas en el pequeño m u seo parroquial de Santianes destaca sobre m anera una: la lápida que sirvió de tablero a un artista desconocido para tallar a bisel el diseño de un edificio noble, un palacio sin duda, con casi todas sus líneas perfectam ente definidas (Fig. 35). El parecido de este diseño, realizado en piedra, y las fachadas de Santa M aría del Naranco es asom broso. Tiene tres plantas cla ram ente diferenciadas como el palacio ram irense de Oviedo. La central aparece ilum inada con tres grandes ventanales de medio punto que recuerdan las belvederes de Santa María. A la planta baja se accede por dos puertas de factura sim ilar a la de la balco nada superior. Pero la técnica de los dos edificios es diferente. En el llam ativo diseño de Santianes se pueden distinguir, con toda ni tidez, las hiladas de sillares perfectam ente alineados en la pared y en las arquerías de ventanas y puertas. Incluso la dovela central de los arcos inferiores tiene la form a de «tau» inequívocam ente dibujada. Por el contrario, los sillares utilizados en el palacio de Ram iro I son más pobres, irregulares, están peor alineados y en m uchas partes de sus paredes puede verse sillarejo de poca cali dad, en claro contraste con la riqueza ornam ental de otras partes del edificio. Todo parece indicar que nos encontram os ante dos form as de construcción que rem iten a dos épocas diversas: la fábrica ideal del m aestro artesano de Santianes refleja técnicas constructivas visigodas, herederas del clasicismo tardorrom ano. El palacio del Naranco, por el contrario, evidencia sin am bajes la ar quitectura del prerrom ánico, alejada ya de los pujos de clasicismo, característicos de épocas pasadas. ¿Podría pensarse que el diseño de Santianes responde a la traza del palacio real, construido en aquella com arca po r Silo y Adosinda? La hipótesis resulta sum am ente atractiva, pero no puede ir más allá de eso, de una sugestiva hipótesis o conjetura. En cual quier caso, creemos que el au to r del diseño estaba reproduciendo un edificio conocido, que recordaba o, sencillam ente, que tenía delante de sus ojos. El cuidado bajorrelieve de la parte inferior de (74) Este candelero, que está a buen recaudo en la casa rectoral de San tianes, tiene m otivos ornamentales, que recuerdan los esculpidos a bisel en el segundo de los dinteles que hemos descrito. LA CORTE ASTURIANA DE PRAVIA 343 la izquierda, que representa un árbol, parece rep resen tar un m o delo real con el que estaba familiarizado. Los fragm entos cerám icos de Santianes, 43 en total, apuntan igualm ente a técnicas tardorrom anas o visigodas. La m ayoría son trozos de ladrillo o tegulae de buen tam año (Figs. 36-40). Sólo unos pocos form aban p arte de vasijas. E incluso éstos (Fig. 41) se ap ar tan totalm ente de la tradición cerámica característica del prerrom ánico asturiano. CONCLUSION. Santianes de Pravia, su iglesia de San Juan Evangelista concre tam ente, no tuvo nada que ver con la m oda artístico-arquitectónica que triu n fab a en E uropa desde el año 750 aproxim adam ente, como había sostenido hace bastantes años el m aestro H. Schlunk (75). Los artífices de esta basílica regia tenían presentes en los dise ños y en su ejecución modelos visigodos, tardovisigodos especial m ente. Las relaciones de la corte de Pravia, em brionaria y elem ental en sus instituciones y en su funcionam iento, con el m undo u ltrap i renaico y en p articu lar con el carolingio resultan im pensables y no parecen justificadas po r fuentes fidedignas. Por el contrario, el m undo tardorrom ano y visigodo estaba m u cho m ás cercano. Por eso, nada tiene de extraño que las grandes iglesias hispanovisigodas del siglo VII —San Juan de Baños de Cerrato, San Pedro de la Nave, Santa Comba de Bande y hasta la m ism a de Q uintanilla de las Viñas— presenten sim ilitudes estilís ticas notorias con la fundación de Silo en su corte asturiana, como se ha ido sugiriendo repetidam ente a lo largo de este trabajo. Sin em bargo, los parecidos de San Juan de Santianes con las iglesias m ás representativas del prim er prerrom ánico asturiano, de m anera especial con San Julián de los Prados —tam bién iglesia palatina de un m onarca, Alfonso II, que había dado los prim eros pasos de su carrera política en la corte de Silo— , San Tirso de Oviedo y en algunos aspectos Santa C ristina de Lena, son innega bles y confieren a n uestra iglesia una significación histórica de notable relevancia. En la basílica de Silo y Adosinda tenem os, sin duda, el eslabón o punto de convergencia entre la arq u itectu ra y la cultura hispanovisigoda y la característica de la época del pre(75) Ya hicim os referencia a esta conocida tesis un poco más arriba. Cfr. H. S c h l u n k , l.c., pp. 328-329, y nt. 48 este trabajo. 344 F.J. FERNANDEZ CONDE Y M.C. SANTOS DEL VALLE rrom ánico asturiano, aunque en este m undo cultural nuevo, el de los m onarcas de Oviedo, incidan ya otras corrientes distintas y fo ráneas. Al fin y al cabo, el panoram a político de la sede regia de Oviedo era ya muy diferente al de Pravia. La perm eabilidad y las relaciones exteriores tam bién (76). Santianes de Pravia constituye, por lo tanto, el prim er hito de esas tendencias neovisigóticas que andando el tiempo, durante el reinado de Alfonso II (792-842) y de m anera especial a lo largo del m andato de Alfonso III el Magno (866-910) se convertirán en justificación ideológica de determ inados proyectos y situaciones políticas (*). (76) Don José Menéndez Pidal en el Proyecto de obras de restauración. firmado en 1976, afirmaba ya: “las singularidades que nuestro primer monu mento presenta desde su trazado de planta, hasca sus detalles decorativos, hacen de él un ejemplar de transición entre formas arcaicas de tradición ro mana tardía, que perdurarían en la aislada comarca asturiana, y que enlazan con el desarrollo magnífico de las construcciones conocidas de Alfonso II”. (*) Agradecemos a don Fidel Ibáñez el haber podido utilizar su magnífico “dossier” fotográfico, alguna de cuyas piezas publicamos aquí. Y también a Isidoro Cortina, que ha tenido la amabilidad y el placer de fotografiar todos los elem entos arquitectónicos y decorativos de S. Juan Evangelista de Santianes. La mayor parte de las fotografías publicadas en este tra bajo se deben a su conocida pericia. APENDICE GRAFICO Fig. 1: La iglesia de S a n tia n es an tes del com ienzo de la restauración de 1975. Fig. 2: La iglesia de Santianes en plena restauración. Figura 3 : L as obras de reconstrucción d el pórtico. Fig. 4: La iglesia de Santianes, una vez terminadas las obras de restauración. Fig. 5 : Restos del paramento del pórtico antiguo. Fig. 6 : Estado actual del pórtico reconstruido. Fig. 7: P an orám ica d el sector de la s n a v es de S an tian es. Fig. 8: Interior de una de las ventanas de las naves laterales, reconstruido por J. Menéndez Pidal. Fig. 9: B asa y fu ste de colum na reutilizada. Fig. 10: Basa y fuste de columna reutilizada. Fig. 11: F u ste de colum na reutilizada. Fig. 12: B asa de sem icolum na reutilizada. Fig. 13: El altar actual de Santianes, réplica del antiguo y la traza del muro semicircular del ábside. Fig. 14: El baptisterio o piscina bautism al de Santianes, desde un plano superior. La balustrada es moderna. Fig. 15: Altar y cancel originales, colocados actualmente en la iglesia del Pito (Cudillero). Fig. 16: D etalle d el cancel original. Fig. 17: Detalle del cancel original. Figs. 18, 19, 20: R estos de las lápidas con in scrip cion es. Fig. 19 Fig. 20 Fig. 21: Cara externa de la ventana de la nave lateral norte. Fig. 22: Trozo del ventanal de la cabecera oriental. Fig. 23: Ventanal reconstruido, quizá del crucero. Fig. 24 : F ragm en tos de colu m n illa o ajim ez de ventanal. Fig. 25: Fragmento de columnilla o ajimez de ventanal. Fig. 26 : Fragmentos de columnilla. Fig. 27: Fragm ento de colum nilla. Fig. 28: P ieza s de un can cel parecido al del presbiterio. Fig. 29: Barrotera del cancel anterior. Fig. 30: D etalle del cancel anterior. Fig. 31: Detalle ornamentales de otro cancel. Fig. 32: D etalle ornam ental. Fig. 33: C andelero visigodo. Fig. 34 : Base del candelero visigodo. Fig. 35: Diseño a bisel de un palacio. Figs. 36, 37, 38, 39, 40: Trozos de ladrillo tegulae e ímbrices y fragm entos sueltos de cerámica. Fig. 37 Fig. 38 Fig. 39 Fig. 40 Fig. 41: Trozos cerámicos de vasija. Fig. 31: Detalle ornamentales de otro cancel. Fig. 32: Detalle ornamental. Fig. 33: Candelero visigodo. Fig. 34: Base del candelero visigodo. Fig. 35 : Diseño a bisel de un palacio. Figs. 36, 37, 38, 39, 40: Trozos de ladrillo tegulae e ímbrices y fragm entos sueltos de cerámica. Fig. 37 Fig. 38 Fig. 39 Fig. 40 Fig. 41: Trozos cerámicos de vasija. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA POR ISIDORO CORTINA FRADE En el lado izquierdo de la nave de la iglesia de Deva sobre sale una lápida de reconocimiento dedicada por sus feligreses a la memoria de aquel venerable sacerdote, durante muchos años párroco de la misma, don Corsino Suárez Menéndez. El contenido de estas páginas está impregnado por ese> tri buto de trabajo que debo a Gi jón, pero en esta ocasión, además, mi tarea la comparto con la anterior dedicatoria, a la que rñe sumo de manera especial y se ve impulsada pOf 'el tá rlñ o 'y gratitud que le debo a aquel virtuoso ánciáhó,' eri cüyá co'rhí pañía pasaron los primeros y azarosos méSes' dé rrti vidar y. ~á quien nunca podré agradecer bástante el h ab er sidó párá tifví — junto con el íntimo y precedente Sacramentó de SotGrr**1 que me impartió mi padre— la fuente de vida espiritual y^déi esperanza, iniciada con su mano paternal, que vertió sobré mi cabeza las aguas del Bautismo en la Fe, fuerza irttpulsói^á ésta que dio sentido y significado a San Salvador de Deva. r 346 ISIDORO CORTINA FRADE La parroquia de San Salvador de Deva se encuentra situada en la zona Este y S ur del concejo de Gijón, a unos siete kilóm etros de la villa y lindando con el concejo de Villaviciosa. E stá casi cir cunvalada por un terreno alto y en gran parte m ontañoso. Este com prende la llam ada cabecera de Rioseco y la Sierra de Deva o M onte de la Olla, en la que sobresale el Pico de Deva, con sus 426 m etros de altitud. La zona Norte está constituida po r un fértil valle de tierras bajas encuadradas entre las citadas elevaciones, y su punto capital es la Fuente o «Güeyu» de Deva, nacim iento del arroyo de Peña de Francia, el cual aguas abajo se ju n ta con otros sim ilares form ando el río Piles. La dem arcación parroquial de Deva tiene una extensión de 13,12 kms. cuadrados, y según el censo de 1981 una población de 493 ha bitantes de hecho y una cifra igual de derecho. Existen lugares que desde siem pre tienen m arcada una im pronta indeleble que les caracteriza y les acom paña durante el transcurso de los tiempos. E sta señalización perpetua y definitoria puede tener orígenes diversos, preferentem ente naturales, si bien m uchas veces oscuros o de no com prensión general, por lo cual se im pone en la m ayoría de los casos el estudio profundo de su origen y de su esen cia. La nom enclatura y la toponim ia nos ilustran casi siem pre al respecto. San Salvador de Deva se encuentra en este caso. A lo largo de los siglos, Deva lleva en su nom bre el reconocim iento de una idea o un significado mítico-religioso que le da vida y peculiaridad. Con él ha nacido en la oscuridad de la Protohistoria y ha evo lucionado enm arcada por unos cauces concretos. Pocos pueblos poseen una concepción tan homogénea como esta parroquia gijonesa. La idea religiosa es el germen de su inicio y su ám bito dentro del cristianism o medieval. La idealización de una divinidad es su proyección en los tiempos antiguos. En la Edad M oderna el panoram a se m uta. Su arquetipo eclesiástico del medievo se tras planta a la hegemonía señorial. Las casas de los Ramírez de Jove, m arqueses de San Esteban del M ar y condes de Revillagigedo, en la línea de su troncal árbol genealógico, catalizan su devenir a p a rtir del siglo XVI. La propiedad territo rial de casi todo su ám bito dem arcacional impuso hasta los tiem pos actuales, en que se transform a por la enajenación de la tierra, unidad de criterio y tratam iento que m antiene la idea, en perfecto tracto sucesivo, del dom inio eclesiástico anterior. «Initium doctrinae sit consideratio nominis» decía Epicteto, y a la verdad, exam inar la significación de los térm inos suele ayudar SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 347 no poco a descubrir la naturaleza de las cosas por ellos represen tadas (1). La palabra Deva tiene una etimología muy clara y precisa y que constituye la base de p artid a histórica de un proceso evolu tivo enraizado en hondas creencias que la m arcan y la definen. Lingüísticam ente, afirm a María Lourdes Albertos, Deva es un nom bre genuinam ente indo-europeo, basado en «Deiva» (diosa di vina), frecuente en la form ación de hidrónim os, por el carácter divino atribuido a los ríos, sobre todo en las regiones de estirpe céltica (2). Los celtas adoraban los accidentes naturales, p ara ellos representantes de la divinidad. Altuser define a este respecto la religiosidad como una representación seriada de los ríos, los m on tes, determ inados lugares como cruces de vías, etc., que, adem ás de los astros, eran objeto del culto céltico. Uno de los elem entos esenciales de esta religión indígena es el naturalism o. Los acciden tes naturales eran m orada de los dioses y aunque no eran deidades en sí mism os, eran representaciones suyas o sus lugares de habi tación. En Deva y barrio que lleva su nom bre nace un río. El lugar de nacim iento o afloram iento es genuino como ninguno. B rota espon táneam ente debajo de una alta y escarpada roca, no como una simple fuente, sino con un notable caudal. Une al verdor y a la frondosidad virginal, la frescura de un rincón de ensueño. Es el núcleo germ inal de Deva, que aquí nace cara a la historia. El lugar es idóneo para la evocación de divinidades, ninfas y seres m itológicos. Constituye un ideal, como así fue, p ara la cim en tación de un habitáculo de deidad prim itiva o para el origen de una leyenda. Hoy sobre esta roca está radicada la capilla de Peña de Francia, como así se denom ina su pétreo basam ento y en donde se venera la imagen de la Virgen bajo esta advocación. Es el pan teón fam iliar de la estirpe de los hoy condes de Revillagigedo, sus fundadores y patronos, quienes a su vera tienen su feudo. La denom inación de Deva no es un caso insólito ni único; form a parte de una seriada repetición de advocaciones sim ilares. Muchos autores coinciden en la identidad e identificación de su naturaleza. Podemos resum ir sus apreciaciones en el sentido de la adoración que tenían los celtas a los ríos. Recuerdos de este culto son Jos nom bres de los Deva de Guipúzcoa y Santander y Riodeva en Teruel, cuya (1) M e n d iz a b a l M a r t i n . L .: Tratado de Derecho Natural. Madrid. 1928, pág. 13. (2) A l b e r t o s , M .L.: A lava prerromana y roma. Estudio lingüístico. Rev. “Estudios de Arqueología A lavesco”, n.° 4, 1970, pág. 169. 348 ISIDORO CORTINA FRADE raíz indoeuropea es la misma, del latín «Divus, deus» (3). M oralejo Caso recoge las referencias gallegas sobre Deva y nos dice: «este nom bre es igual al latín diva o dea, diosa, y se dio a los ríos divi nizados» (4). En Asturias, José Manuel González y Fernández-Valles ha estu diado el tem a en profundidad y coincide en las anteriores aprecia ciones al referirse a topónimos foráneos a nuestra región (5). En lo que respecta a su enum eración, encontram os el vocablo Deva con una abundante vinculación fluvial. Además de los ya se ñalados de Guipúzcoa y Teruel, el térm ino Fuente-Deva, ju n to a Salinas de Léniz, se repite en la provincia de S antander con el co nocido de Fuente-Dé, origen del río Deva que sirve de lím ite en un largo tram o entre Asturias y Cantabria. Existe otro río Deva, afluen te del Limia en Orense y otro Deva afluente del Miño. Con la m ism a denom inación existe aún uno más, trib u tario de la ría de Vigo. Fuera de España, y en países de influencia céltica se localizan ter minologías de igual significado. Tal sucede en Escocia, Inglaterra, Irlanda y Francia, realidad ésta que nos expresa una vivencia cul tural radicada en una extensa área del Occidente europeo. En Asturias, adem ás del epígrafe que ahora nos ocupa, se loca liza el río Deva en Covadonga, y en la desem bocadura del Nalón un islote costero situado frente al aeropuerto de Ranón. Muy recientem ente parece ser que en la antigua Bética ha apa recido una inscripción epigráfica en donde se consigna una alusión a Deva. Este descubrim iento, todavía no confirm ado po r el corres pondiente estudio científico, puede ab rir nuevos horizontes en un cam po carente de una influencia céltica directa. E sta rem iniscencia —llamémosla céltica o más simple y apro piadam ente indígena— se hace n o tar en Deva de Gijón, adem ás de lo antedicho, po r algún otro dato más positivo que la nom enclatura y la tradición. No hace todavía mucho tiempo y en com pañía de un amigo, don Rodrigo Suárez Pastor, entusiasta de la infrahistoria gijonesa, en un recorrido efectuado por la parroquia de Deva, exam inam os una tosca representación de cabeza hum ana em potrada en la pared de una casa de labor, sita en el lugar de Faro, B arrio de Pedroco, la (3) L a p e s a , R .: Historia de la Lengua Española. Ed. Gredos. Madrid, 1980, pág. 22. (4) M o r a l e jo C a s o , A .: Toponimia gallega y leonesa. El Pico Sacro. S a n t ia g o , p á g . 27. (5) G o n z á l e z y F e r n a n d e z V a l l e s , J.M .: Histeria de Asturias. V o l II. “A sturias Protohistórica”, pág. 96. -- SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 349 cual había pasado h asta entonces desapercibida a efectos de estudio y atención. Los propietarios de la finca le otorgan un origen desco nocido y han m anifestado que su radicación en el citado lugar data desde tiem po inm em orial. La pieza me llamó inm ediatam ente la atención y la asocié con la m em oria que tenía de las cabezas castreñas expuestas en el Museo Arqueológico de Lugo y con la fam i liaridad que irrad ia o tra cabeza, con la que me encuentro vinculado, aunque de diferente naturaleza, situada en el ábside de la iglesia de S anta Eulalia de B aldornón, cuya filiación indígeno-rom ana pre cisé por prim era vez (6). Este hallazgo de Deva puede calificarse como el p rim er testim o nio de una cabeza-trofeo en Asturias, como la califica la profesora Fernández Ochoa, a quien puse en antecedentes de las prim icias del hecho, con sus testim onios gráficos correspondientes y mis apreciaciones al respecto, con ocasión de encontrarse entonces en Gijón dirigiendo las excavaciones arqueológicas que llevaron al descubrim iento de la m uralla rom ana de la villa. E sta filiación ha sido unánim em ente com partida por mis com pañeros asistentes al Curso de Verano de 1983 sobre «Indigenismo y Romanización en el Conventus Asturum» celebrado en Gijón, con cuyo m otivo tuve el honor de presen tar una exposición fotográfica sobre la tem ática del Curso y en la cual se incluía la representación de la citada es cultura. Carm en Fernández Ochoa ha estudiado el tem a que le aporté en profundidad y la encuadra dentro de la plástica del perío do castreño rom ano del N orte y Noroeste en la Península Ibérica (7). Es, desde luego, el ejem plar más septentrional y oriental del N or oeste. E ste hallazgo nos hace reafirm arnos en la idea de la existencia de un asentam iento indígena en Deva corroborando las anteriores apreciaciones expresadas sobre un lugar de culto en torno al naci m iento del río. No existen noticias ni vestigios de tal radicación, al m enos de tipo castreño, si bien el punto central y culm inante de la actual finca del conde de Revillagigedo y sobre el lugar en donde se levanta un palacete constituye un em plazam iento no desdeñable p ara haber en su día constituido un h áb itat de no m uy extensas proporciones. En la catalogación que hace José Manuel González (6) I.C .F.: Catálogo Histórico y Monumental de Gijón. Sta. Eulalia de Baldornón. IDEA, 1981, pág. 315. F e r n a n d e z O c h o a , C .: Escultura de época romana hallada en Baldornón (Gijón). B. IDEA, n.° 107, 1982, págs. 759 y ss. (7) F e r n a n d e z O c h o a , C .: Escultura castreña hallada en Deva (Gijón). Revista “Archivo Español de Arqueología”, C.S.I.C., n.° 1982-83. 350 ISIDORO CORTINA FRADE de los Castros asturianos, solam ente se citan en Gijón el de la Campa de Torres —más que posible Noega— el Pico de Alba, el Castiello de Serín y el Castiello de Bernueces (8). El más cercano de éstos es, desde luego, el de Castiello de Bernueces, enclavado a unos tres kilóm etros en línea recta de San Salvador de Deva. LA ROMANIZACION Lo que sí podemos afirm ar como un hecho cierto es el de la rom anización del lugar y la posible existencia en el mism o de una villa rom ana. El terreno es adecuado e inm ejorable a tal fin. El concejo de Gijón ha sido una de las zonas de rom anización pre ferente de Asturias. El estudio del terreno y los hallazgos arqueo lógicos nos dem uestran la existencia de una n u trid a salpicadura de villas por toda su geografía. Lugares altos, bien orientados y con posibilidades de sum inistro de agua, son los principales con dicionantes para el establecim iento de estas explotaciones agrarias, base de la econom ía agrícola astu r en tiempos de la dominación. Las inm ejorables condiciones que presenta Deva no podían ser despreciadas, cuando consta su existencia en otros lugares del con cejo de inferiores posibilidades. El análisis de lo que hoy es la gran finca u n itaria de los Condes de Revillagigedo cubriría todas las aspiraciones que podrían exi girse para el establecim iento de una villa en la época del Im perio: situación y orientación, fertilidad y abundancia de agua con el nacim iento del río dentro de su enclave. ¿Podría haber tenido ta les antecedentes, nos preguntam os? Carecemos de toda prueba al respecto. Del examen del archivo de la casa de los Ramírez de Jove, fun dadora del señorío y mayorazgo allí asentados, no resulta funda m ento positivo alguno. Los antecedentes más antiguos datan de 1517 en que Juan García de Jove, llamado «El Fundador», adquiere «la casa de Arnado en Deva, con sus edificios y dos orrios y el molino debajo de ella, con la Torre de Deba, heredades, llantados, huertas, naranjos y limones, con los m ontes de G randeño y más que en dicha parroquia pertenecen al vendedor (Miguel de Valdés) por herencia de sus padres y por la del bachiller de Gijón su abue- ( 3) G o n z á l e z y F e r n a n d e z V a l l e s , J.M .: Catalogación de castros asturia nos. Rev. “Archivum ”, XVI, 1966, pág. 265. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 351 lo» (9). Posteriores com pras irán aum entando progresivam ente el dom inio territo rial de la fam ilia en la parroquia. Todas ellas cons tan reseñadas en el citado archivo. Se desconoce la naturaleza anterior de dichos bienes enum erados, pero es significativa la de signación de la T orre de Deva a efectos de consignar la preexisten cia de un posible feudo, cuya antigüedad e im portancia se ignoran. De lo que sí hay referencia es del hallazgo de un tesorillo de m onedas rom anas en el térm ino. Somoza nos da cuenta de ello: «En 1887 Francisco Suárez (a) Pachín de Cámpices, vecino de Rioseco, en Deva, halló en el Monte Coriscao un lote de ochocientas m onedas, en su m ayor p arte grandes y medianos bronces del Alto Im perio» (10). LA IGLESIA DE SAN SALVADOR Son sobradam ente conocidas las tinieblas que envuelven a As turias y concretam ente a Gijón durante la época visigótica, de la que ignoram os prácticam ente todo y solam ente vislum bram os una precaria perduración del régim en social legado por el Bajo Im perio en medio de un proceso de decadencia y degeneración. En la Alta Edad Media el panoram a cam bia, aunque no está totalm ente escla recido. Quedan aún m uchas incógnitas. La Diplom ática aparece, si bien adulterada en m uchas ocasiones, y la Arqueología nos perm ite adentrarnos en Deva con unos pasos más firm es que los an terio r m ente expuestos. En tiem pos de la M onarquía Asturiana, Deva es patrim onio re gio como tam bién parece que lo es la ciudad de Gijón y gran p arte de su territo rio . En sus térm inos se edifica la iglesia de San Salva dor, a unos trescientos m etros a lo más del nacim iento del río y en la parte superior derecha de su margen. Suponem os que tal construcción lo haya sido de nueva planta y sin vinculación alguna con preexistentes ritos paganos situados en sus inm ediaciónes, si bien este punto merece una consideración en otro aparte, en lo que se refiere a la actual erm ita de N uestra Señora de Peña de Francia. San Salvador de Deva es el único vestigio existente en Gijón, «in situ», del Arte genuinam ente asturiano. Como se ha podido (9) A rchivo Conde de Revillagigedo. Casa Ramírez de Jove. Legajo 5.°, parroquia de D eva, n.° 1. 1908. Vol. I, pág. 350. (10) S om o za y G a r c ía S a l a , J . : Gijón en la Historia General de Asturias. 352 ISIDORO CORTINA FRADE com probar, fueron edificadas, pero han desaparecido, otras igle sias de la época, como San Julián de Lavandera, de la cual sola m ente nos resta un pedazo de cancel, expuesto hoy en el Museo Arqueológico Provincial (11). La enigm ática —por lo indefinida, aunque de probable filiación— pieza ornam ental que constituye una lauda labrada con un animal ju n to un árbol, orlada po r una artística y laboriosa greca, procedente de la antigua casa solariega dé los Valdés-Sorribas de San M artín de Huerces, propiedad de don M anuel San Román y en el Tabularium Artis Asturiensis, en concepto de depósito, constituye o tra posible m uestra del arte de la época, ésta dentro del campo de la ornam entación profana. De la prim itiva iglesia de San Salvador de Deva solam ente nos .quedan vestigios que perduraron a través del transcurso de los (11) I.C.F. : Catálogo Histórico y Monumental de Gijón. IDEA, 1981. San Julián de Lavandera. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 353 siglos. Existen algunos estudios parciales sobre este tem a, objeto ahora de este planteam iento (12). Del edificio original solam ente queda hoy en pie una arcada y m edia en el lado N orte de la iglesia, resto de un conjunto de m a yores dim ensiones, de cuya existencia se conservan constancias docum entales. Los restos de esta arquería están constituidos por un arco com pleto y el arranque hasta el centro del otro. Su basa m ento son sendos fustes rectos que coronan im postas al estilo de los existentes en las naves centrales de Valdediós, Nora, Priesca y Goviendes. La altu ra de dicho fuste hasta la im posta es de 2,60 m etros. La im posta tiene una anchura de 65 cms., sobrevolando 5 por cada lateral de su soporte y una altura de 30 cms. El arranque del arco sigue la línea de 55 cms. que le m arca el basam ento infe rio r en su inicio, dism inuyendo en las dovelas superiores a 40 cms. El radio de dicho arco es de 80 cms., con lo que se obtiene una sum a total de 4,10 m etros, que es la altu ra de la arcada. Por testim onio del P. Risco, quien visitó la iglesia de Deva en 1790, sabemos que «éste advirtió que en la parte que m ira al occi dente había tres arcos tapiados que sirvieron, sin duda, de com u nicación p ara el m onasterio, cuyos vestigios se encuentran en tierra contigua «al mediodía», según se desprende de la letra de un apunte contenido en el Libro de Cuentas fechado en 1850 (folio 3.°)». Ciría co Miguel Vigil, que fecha su testim onio de visita en julio de 1852, dice al respecto: «Restaurado en diversas ocasiones, conserva de su prim itiva fundación tres arcadas con sus pilastras, unidas y ta piadas, en la pared del lado del evangelio de su nave única, dando vista al exterior» (13). Exam inada concienzudam ente la técnica constructiva, y realiza do un análisis com parativo con otras iglesias de la época, así como estudiada en profundidad la orientación del tem plo, nos perm iti mos discrepar de la apreciación de Risco, estim ando que la arquería en cuestión constituía la arquería izquierda o del lado del evangelio de la nave central de la prim itiva iglesia, que com unicaba con o tra nave lateral y que no constituyó una salida o pórtico de com uni cación con el ad ju n to m onasterio. La iglesia actual, que m antiene la m ism a orientación, fue levantada aprovechando al m enos dicho (12) 1972. I.C.F. : Gijón en el Arte Prerrománico Asturiano. B. IDEA, n.° 77. I z q u ie r d o C a r m o n a , J.S. : Parroquia de San Salvador de Deva, Gijón. Tra bajo académico. Curso 1982-83. Manuscrito. (13) V i g i l , C.M. : Epigrafía Asturiana. V o l. T e x t o , p á g . 374. 354 ISIDORO CORTINA FRADE lateral, lo que nos perm ite, teóricam ente y con base en elem entos com parativos existentes de la época, p racticar una reconstrucción, aunque sea aproxim ada de lo que pudo ser el tem plo original. Es posible que tal arcada triple fuera la com pleta del lado des crito de la nave mayor, siguiendo el modelo de Priesca y Tuñón, am bos pertenecientes al últim o período constructivo del ciclo es tilístico asturiano. Priesca sabemos que fue consagrada en el año 921, fallecido ya Alfonso II el Magno y trasladada la Corte a León. San Salvador de Valdediós, su precedente, tiene un tram o de cuatro arcadas sim ilares. Fue levantada en el siglo an terio r y es un moRESTOS DE LA ARCADA Lado Norte. num ento de relevante im portancia, que tom a como patró n a San Miguel de Lillo y que tiene la trascendencia de ser tem plo regio. Santiago de Goviendes, del mismo período aproxim ado a Priesca, del siglo X, tiene un tram o de cuatro arcos y no de tres como la anterior. Concebimos a Deva, a falta de otras pruebas, como su hom ónim a de Priesca y cubierta, salvo en la cabecera, por una techum bre de m adera, al igual que aquélla y la de Goviendes. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 355 Dada la estru ctu ra de dichos arcos la estim am os, como sus con géneres, de tres naves, con cabeza trip artita, con un pórtico a los pies dividido en tres cám aras, con las capillas abovedadas y una cám ara secreta en la p arte superior de la capilla mayor, con co m unicación por una triple ventana con el exterior y concebida dentro de los patrones de ese prim itivism o regresivo que caracte riza estos últim os ram alazos de nuestro prerrom ánico regional. Tenidas en cuenta las dimensiones del arco com pleto que nos resta, apreciam os que sus medidas aproxim adas eran las siguien tes: Nave central, siete m etros de longitud y tres y medio de ancho. Las laterales tendrían unos dos m etros de anchura, lo que sum ado a otros dos m etros de las capillas, obtenemos una longitud interior del tem plo de nueve m etros. El pórtico, a los pies, de existir, tendría o tra longitud sem ejante a las capillas, de dos m etros. Contando con el espesor de los m uros, podríam os aventurar una longitud exterior de unos trece m etros y una anchura cercana a los diez. La altu ra m áxim a del tem plo podría estim arse, de acuerdo con las no r m as constructivas del período, en tres veces y m edia la anchura de las respectivas naves. De las explicaciones que nos ha dejado Ciriaco Vigil parece desprenderse la existencia de una sacristía la teral. E sta estaría en el lado Sur. Recientemente, en 1985, se rea lizaron unas obras de parcial picado de la pared de yeso de la iglesia, p ara d ejar vista su fábrica de piedra, y un arreglo com pleto de la techum bre del templo. Con este motivo ha quedado al descu bierto parte de la obra antigua, original y prim itiva. En la fachada Sur han aparecido inesperadam ente unos vestigios, que pudieran ser ilustrativos y servir de prueba a las posibles dim ensiones y ca racterísticas, aunque muy precariam ente, de la iglesia pre-rom ánica. Al picar la pared de la iglesia y por su parte exterior —hoy pa ram ento de una adyacencia m oderna— se descubrió bajo la capa de cal que la cubría el sillajero del templo, con su rem ate final constituido po r una base externa de zócalo. Adosada a esta esquina exterior, ángulo Este-Sur, y perfectam ente conservada en su escuadram iento, tiene su base de p artid a una pared posterior, cuya parte inferior está reforzada por un zócalo rom ánico adornado con dien tes de sierra. En la p arte b aja de la confluencia de am bas cons trucciones quedó una especie de nicho u hornacina, la cual nos ha perm itido el examen y características de la antigua esquina. La pared rom ánica nos dem uestra una am pliación del prim itivo tem plo, en plena Edad Media. Nos inclinamos a d atar esta obra en la últim a m itad del siglo XII. Como más tarde se expondrá, en 1147 la iglesia de Deva estaba destruida y Jiménez de Rada nos 356 ISIDORO CORTINA FRADE confronta su existencia a principios del siguiente. Este añadido del lateral Sur se corresponde con el resto de la nave central. Su fá brica difiere de la obra pre-románica. El rem ate de la esquina de esta últim a es de sillar perfectam ente escuadrado y de buenas pro porciones volum étricas. La pared rom ánica es de m aterial de piedra más pequeño y su prolongación no guarda línea con la anterior, de la que hoy es prolongación. A simple vista se aprecia bien el quie bro que produce, el cual posteriorm ente se ha tratad o de disim ular aplicándole una gruesa capa de cal o yeso. No obstante, si obser vamos detenidam ente las paredes exteriores de la iglesia en su p arte R E C O N S TR U C C IO N PRIMITIVA DOR DE IG L E S IA ID E A L DE DE SAN LA SALVA D EVA alta, es apreciable fácilmente dicho cambio de rum bo, por parte de la nueva pared, adem ás de otras singularidades. Se desconocen los lím ites de esta am pliación al haber sido objeto la iglesia de otras obras posteriores de la mism a naturaleza. Solam ente por medio de trab ajo s de excavación podrían obtenerse nuevos datos sobre el particular. La esquina pre-rom ánica referenciada guarda paralelism o con el rem ate lateral del arco com pleto que hoy nos resta de la triple arquería del lado Norte, la cual sólo la concebimos como colum nata lateral izquierda de la nave central, nunca como pórtico tripartito . SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 357 La term inación a esta altu ra de la línea exterior prim itiva no es óbice, entendem os, p ara concebir, como la describim os an terio r m ente, la estru ctu ra del tem plo, a base de tres naves con sus tres capillas a la cabecera, que teóricam ente habrían de ir en la m ism a prolongación de la línea que se quiebra con la term inación de la arquería, en el lado N orte y con la esquina descubierta en el Sur. La casi totalidad de los m onum entos asturianos tienen tres ca pillas a la cabecera. La única excepción es Santa Cristina de Lena, la cual posee una sola. La esquina descubierta puede ser indicio, tam bién de un caso sem ejante, que no se puede descartar. De esta form a, el espacio que habría de ocupar la capilla correspondería al centro de la iglesia actual y el rem ate de la esquina en nada se opondría a que aquélla sobresaliera sobre la línea trazada entre la term inación de las dos naves y en la parte media de la misma. Com únm ente, como se dijo, la norm a general del arte asturiano nos m uestra la capilla trip artita, sin que con ello se rom pa la so lución de continuidad como la mayoría, aunque con una variante, del que tenem os un precedente en Santullano. Finalizadas las naves y salvada la esquina, el arranque de las capillas está un poco reti rado hacia el interior, sin ser prolongación de las paredes laterales de las naves. La situación actual del tem plo im pide excavaciones, único medio de solventar la exactitud de esta últim a afirm ación, o la alternativa anterior, supuestos ambos que no pueden pasar de m eras teorías basadas en la lógica. Un punto vital p ara la fijación de la prem isa que nos ha servido de pauta p ara el descrito proceso reconstructor ha sido el relativo a la orientación de la iglesia. Sabido es que los tem plos cristianos m edievales tenían el Este como norm ativa orientadora. El funda m ento teórico de este hecho lo tenemos en diversos pasajes evan gélicos referidos al Oriente. Por este punto cardinal nace el sol; Jesucristo que nace en Belén, situado en el Este, es la Esperanza, que nos viene de allí; Jerusalén m arca la trayectoria de la vida pública de Jesús, su m uerte, su resurrección y su ascensión. El cristianism o medieval lleno de veneración hacia los Santos Lugares tiende de continuo su m irada en aquella dirección, de la m ism a form a que, a im itación suya, los m usulm anes dirigen sus tem plos y m iran en sus oraciones hacia el mismo punto cardinal en donde se encuentra la Meca. Las Cruzadas son la plasm ación gráfica del fuerte significado representativo de Jerusalén. Es por tanto, hacia el Este, adonde debemos o rien tar la iglesia de San Salvador de Deva. Esta orientación nos conduce dentro de la lógica simple que nos había llevado antes por los mism os derro 358 ISIDORO CORTINA FRADE teros, a considerar la arcada existente como perteneciente a un lateral de la nave central y no considerarla como p arte de un pó r tico, el cual estaría, según toda norm ativa, a los pies del templo. La orientación buscada por los constructores no es exacta. El azim ut del eje m ayor es de 39 grados, es decir, el eje m ayor form a un ángulo con el Este de 51 grados hacia el Norte. Lo excepcional sería que estuviera correctam ente orientada. Unicam ente hemos podido precisar una orientación exacta al Este en otro m onum ento de arte asturiano, en Santa María de Bendones. Los dem ás que hemos orientado acusan, con m ayor o m enor variación, la m ism a tendencia que San Salvador de Deva. Santo Adriano de Tuñón nos ofrece una desviación de 36 grados, 27 San Pedro de Nora y 20 Santiago de Goviendes, todas ellas con el índice com ún de inclina ción hacia el Norte, teniendo en cuenta la oportuna corrección debido a la declinación magnética, para la fecha de observación, por haberse realizado las medidas con brújula. El fenómeno es perfectam ente explicable y lógico. En la Alta Edad Media aún no se conocía la b rújula en Occidente. La prim era referencia a su utilización la tenemos a fines del siglo X III. H asta entonces no se puede exigir exactitud en las operaciones orientativas, las cuales buscan simplemente el Este sin tener en cuenta que Jerusalén se encuentra en un cuadrante inferior a este punto, con tendencia al Sur, si lo buscamos desde nuestra latitud. La orientación a estos fines hasta la generalización del empleo de la brújula, se verificaba m ediante la observación del astro solar. El sol sale por el Este y se pone por el Oeste y, por tanto, si en un punto del terreno colocamos en el suelo una varilla vertical, su som bra nos señalará el Oeste a la saliad del sol y en el ocaso, el Este. La trayectoria aparente del sol es de 180° y la som bra de la va rilla pasará desde el Oeste al Este, discurriendo por el Norte al m ediodía, es decir, a las doce hora solar. La som bra describirá un arco de 180° en doce horas, que es la duración teórica del día y, en consecuencia, la dirección de la som bra variará 15° cada hora. Esta explicación tiene grandes variaciones, según la estación en que se lleve a cabo la operación, ya que los días no tienen durante todo el año la mism a duración. Si particularizam os el caso en el día de Navidad, 25 de diciembre, la duración del arco diurno es de nueve horas y treinta minutos. La som bra de la varilla arro ja rá una proyección que form ará un ángulo de 39° con el Norte cuando hayan transcurridos 156 minutos (2 horas y 36 m inutos) después de las doce, es decir, a las 14,36 hora solar, o a las 16,36 hora oficial SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 359 actUal. Estos 39° de diferencia con el N orte son los existentes en la orientación de San Salvador de Deva. Asturias es una región em inentem ente accidentada en su oro grafía. Es ésta una causa im pediente para la obtención de una com pleta exactitud en las operaciones orientativas a simple vista, máxime teniendo en cuenta los rudim entarios medios y escasos conocim ientos que se podían poseer en estas latitudes en el siglo X, en el cual tenem os la datación de la iglesia de Deva. El sol sale y se pone a efectos científicos por una línea im aginaria que m arca el horizonte real, que a efectos gráficos pudiera ser el m arino, co mo más clara expresión de carencia de obstáculos. Si en un valle como Deva observam os la salida del sol, este astro com enzam os a apreciarlo cuando ha rem ontado los m ontes de la Olla. H asta en tonces no podem os obtener som bra alguna. Otro tanto y a la in versa, podem os afirm ar, aunque en m enor grado, a la hora del poniente, dados los obstáculos que no perm iten conocer el ocaso verdadero, el cual se retrasa en invierno más de una hora sobre el horizonte aparente, constituido por una loma tom ado desde la iglesia de Deva, como hemos com probado. Esto es causa de gran des errores si nos basam os en la somera apreciación visual. Además de los citados restos de la arcada, obra de la fábrica en sí, cita tam bién Vigil la existencia en el testero de la iglesia de un ajim ez tapiado que com unicaba luz al altar principal, el cual está hoy desaparecido, sin duda alguna destruido como consecuen cia de las transform aciones posteriores habidas y de los avatares sufridos por la iglesia desde el pasado siglo. Este ajim ez estaba cons tituido por «dos colum nitas con capiteles de talla tosca y gruesa, con cornisa de adornos varios, cerrados por un arquillo circular». En el Libro de Fábrica de la Parroquia, que comienza en 1850 y en las anotaciones correspondientes al de 1860 (folio 8) se contie nen noticias de la existencia de piezas arqueológicas pertenecientes a la prim itiva iglesia, que por aquellos tiempos se estaba desm oro nando. Al respecto, se puede leer: «el cam panario antiguo contenía solam ente una tro n era de cortas dimensiones y era de cantería toscam ente labrada, sin relieves, cornisas ni adorno alguno. Al de molerlo se encontraron vestigios de otras obras, entre las que figuraban una colum nita redonda, como de una vara de alta, con su base y capitel en relieve sobre otra colum na cuadrada, todo de una pieza; una pieza cuadrada tam bién de una vara de diám etro y un palm o de ancho en la que se habían abierto dos troneritas arqueadas a medio punto con algún esmero; esta piedra se hizo pedazos por incuria de los peones. Por últim o el dintel de la p uerta 360 ISIDORO CORTINA FRADE m ayor parecía haber sido la piedra principal - de un sarcófago o sepulcro tosco». La prim era de estas piezas pudiera ser la que des cribe Vigil como colocada en el testero de la Iglesia. Cita tam bién Vigil la existencia de ménsulas, sin labores, de la fachada principal. Estas han desaparecido asim ismo, se cree que en las sucesivas y continuas reform as del tem plo habidas en la segun da m itad del siglo XIX. Existe constancia docum ental, en el citado libro, de que en 1854 se hace la capilla mayor, la cual costó 5.535 reales y de que en 1856 «se levantó el pórtico, se aum entó la sacris tía y se puso el tejeroz», con un costo de 3.964 reales y 22 m ara vedises. En 1860 «se demolió el antiguo cam panario, se hundió la m itad de la techum bre de la iglesia; como todo el techo estaba en muy m alas condiciones fue necesario hacer una reparación total, bajo la dirección del arquitecto don Cándido González, de Gijón, ju n to con una pila de agua bendita que se com pró en Santa M aría de la Cor te, ascendió todo a 1.605 reales con 42 m aravedises (folios 16 y 17). Seguidam ente se construyó la nueva espadaña. El libro en cuestión nos da datos concretos de cómo era la naturaleza del suelo sobre el que se construyó la iglesia. Dice: «A causa de ser el terreno falso, fué necesario ab rir una zanja de más de ocho pies de profundidad y seis de ancho para echar los cimientos de la nueva espadaña; y como no se hubiese hallado peña ni terreno que inspirase bastan te confianza, toda la pared hasta el nivel del pavim ento se hizo con grandes piedras, la m ayor parte de a cerro, que atraviesan el hollo en todas las direcciones y con una fuerte argam asa form ada de cal viva y de guijo. En el atrio, delante de la p uerta mayor, se encontraron enterrados muchos huesos». Como se ve, la transform ación y aum ento de la iglesia fue total. Este proceso continuó en 1910, en que el tem plo se am plió nota b lem en te/d án d o le a la iglesia dos capillas laterales y habiéndose elevado las paredes en el resto del edificio. En julio de 1936 la iglesia de Deva fue quem ada totalm ente y destruida, en su m ayor parte, hasta los cimientos. Su resconstrucción dio principio en 1938, siendo párroco don Corsino Suárez Menéndez, y procediéndose a su inauguración el 6 de agosto de 1941, festividad del Patrono y celebración de la Sacram ental de la parroquia. Las obras, a las que contribuyeron los vecinos con su trabajo personal, costaron 77.486,99 pesetas. En 1971 se quitó la cal y descubrió la piedra, adoptando la iglesia el aspecto exterior que hoy nos ofrece. Mapa topográfico de Deva y su entorno, dentro del concejo de Gijón. N acim ien to del río D eva y capilla de P eña Francia. Colum na y cap itel de San S alvad or de D eva, hoy en la cap illa del cem enterio. Cabeza de escu ela indígena de Pedroco. C apitel de San S a lv a d o r de D eva. Arcada de la primitiva iglesia de Deva. Lápida de consagración.—Versión original de D. Francisco de Paula Caveda Ilustración de Ciriaco M. Vigil. E s t a d o a c t u a l d e la l á p i d a . D e s c u b r i m i e n t o a r q u e o ló g ic o e n 1985. Esquina Este-Sur del primitivo templo. D ecoración rom ánica — dientes de sierra— del zócalo de la pared descubierta en 1985. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 361 Hoy podem os observar, como únicos restos ornam entales, otras piezas que perduran de la antigua iglesia. Vigil nos dice: «Dos ca piteles decorativos de la p u erta que po r el interior com unicaba con la sacristía, yacen po r el suelo; el uno horadado, servía de hornilla para la lum bre del incensario, y el otro, inm ediato a la pila del agua bendita; sus adornos principales están caracterizados p o r ram aje abultado en sus cuatro partes, con los ángulos en chaflán». Estos capiteles son los que hoy se conservan en la capilla del cem enterio colocados sobre sendos fustes redondos, con el máximo diám etro en su centro y rebajados proporcional y progresivam ente en sus extrem os, con su base y corona o im posta circulares, todo lo cual corresponde a la m ism a época. Otro capitel, tronco-piram idal se m ejante, fue encontrado hace dos años aproxim adam ente entre un m ontón de piedra en las inmediaciones de la iglesia, en terreno co lindante con su fachada N orte, en donde parece ser que radicaba el antiguo m onasterio. Este capitel está deteriorado en su volumen pero nos m uestra un dibujo en muy buenas condiciones. Represen ta un follaje prim orosam ente labrado, en línea realzada, al estilo de encaje. La técnica em pleada y la naturaleza de la ornam entación solam ente tienen paralelo en nuestro arte con los capiteles de la puerta principal y en los del pórtico real o lateral de San Salvador de Valdediós, con los que les une una estrecha fam iliaridad y en los que pueden estar inspirados. San Salvador de Valdediós nos ofrece como peculiaridad —en las ventanas del ábside y de la fachada principal, en su espadaña, m onum ental celosía y en la concepción decorativa de los capiteles antedichos y de su pórtico— una innegable influencia mozárabe, de origen m usulm án. Gómez Moreno opina de este trab ajo que per tenece a «un tracista andaluz». Schlunk nos habla sobre la origi nalidad de este escultor que «representando la form a general de los-m odelos 'astu ria n o s, los enriqúece con él’rico ácérbo de la o r nam entación cordobesa, llegando a la máxima p erfecció n . en los capiteles y celosías del pórtico» (14). • A nuestro juicio, los capiteles de Deva, si bien recuerdan el estilo lineal y la m otivación de los de Valdediós, carecen de la riqueza que depara Ja tupida densidad de aquéllos, por Jo que los creemos, aparte de ser posteriores, inspirados en la obra del a rtí fice del Conventín. (1 4 ) S c h l u n k , H. : Ars Hispaniae. Vol. II. “A rte A stu rian o”, p á g . 381. 362 ISIDORO CORTINA FRADE LA LAPIDA DE CONSAGRACION Y LA DATACION DEL TEMPLO La pieza arqueológica más im portante que nos resta de San Sal vador de Deva es su lápida de consagración. Se conserva sobre el dintel de la p u erta lateral de entrada, al lado Sur, y es vital para conocer el m om ento fundacional, aunque sobre su interpretación se han suscitado opuestas hipótesis. En la actualidad y como con secuencia de la destrucción de la iglesia en 1936, dicha piedra tes tim onial se encuentra en muy deplorable estado. Rota entonces ha sido recom puesta en no toda su integridad y ha quedado gravem en te m utilada, faltándole además parte del texto en sus extrem os laterales. Para su estudio fidedigno hay que acudir a tratad istas que la representaron en tiempos de su integridad. A este fin hay que citar el magnífico dibujo inédito de don Francisco de Paula Caveda y Solares, realizado a fines del siglo XVIII y que se conserva en la Biblioteca A sturiana del Colegio de la Inm aculada de Gijón, y una vez más la m onum ental obra de Ciríaco Vigil. Este au to r nos da la siguiente transcripción: «HINC NOMINE DOMINI IHESUCHRISTI PRO CUIS AMO«RE VELASQUITAE REGINAE PROLIS RA«NIMIRI EDIFICABIT TEMPLUM DOMINI SANCTI SALVA«TORIS ET RELIOUIE QUI HIC SUN RECONDITE «UT IN SINU SANCTE RECIPIAT PREMIA DIGNA ET IC «FELICITER VIVAT ET REGNUM DEI POSSIDEA«NT AMEN. QUOD CONSECRATUM EST TEMPLUM HOC». La traducción de este latín, no muy académico por cierto, viene a decir: «En el nom bre del Señor Jesucristo, por cuyo am or la Reina Velasquita, hija de Ramiro, edificó el Templo del Se ño r San Salvador, y depositó las reliquias que aquí están escondidas, para aue reciba dignos prem ios en el seno santo y viva y posean felizmente el Reino de Dios. Amen. Queda consagrado este Templo». La lápida tiene unas dimensiones de 1,53 m. de longitud por 53 cms. de altu ra y lleva en el centro una Cruz rehundida con las letras griegas Alfa y Omega pendientes de sus brazos, siguiendo la tradición m arcada por Alfonso III el Magno de su plasm ación en los edificios po r él m andados construir. Así la vemos en San Sal vador de Valdediós, San M artín de Salas, en la Foncalada y en su SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 363 propio palacio de Oviedo. También, y por un dibujo de Caveda, el cual se conserva, como el de Deva, en la biblioteca astu rian a que regenta el P. Patac, S.I., conocemos la existencia de o tra lápida orlada que lleva en su centro la Cruz de Alfonso III y que hoy desaparecida, estuvo en su día como blasón en la derru id a iglesia de San Z aom ín de Puelles. Después del reinado de Alfonso continuó esta costum bre de signar con la Cruz Astur edificios religiosos. Una Cruz de parecidas características a las de Deva la he contem plado recientem ente en un fragm ento pétreo adosado a la pared de uno de los claustros del m onasterio de San Julián de Samos —Lugo— que posiblem ente corresponda a las labores reconstructivas reali zadas en dicho m onasterio en el año 922, en tiem pos del reinado de Ordoño II (15). En el concejo de Gijón, la lápida de consagración de S anta Ma ría de Leorio ostenta tam bién en su centro este signo de la m onar quía asturiana. Como antes se apuntó, existen divergencias entre los autores en orden a la exacta inscripción del texto de la lápida. El punto más afectado y origen de las controversias es el de la interpretación de la sigla a m existente en el extremo inferior izquierdo de la pie dra. Caveda y Vigil la transcriben como «Amen», o que bien pu diera significar «Alfa y Omega». Comparto este criterio po r varias razones, la prim era de ellas po r pura lógica. El vocablo Amen sig nifica la coronación de una oración, invocación que tenem os en el presente caso perfectam ente term inada y, en segundo térm ino, por que creem os que la utilizada es la abreviatura más adecuada a este fin, cuando la reducción de espacio impone constricción del texto. Como corroboración de esta tesis, la diplom ática astu rian a ofrece ejem plos en idéntico sentido. Concretamente, en un docum ento perteneciente tam bién al concejo de Gijón, de 1216, obrante en el archivo de la Catedral de Oviedo, por el cual el obispo de Oviedo Juan cede a un tal Pelayo el m ortuorio de Castañera, en Cenero, podem os leer: «In nom ine Domini Amen». E sta últim a palabra vie ne indicada exactam ente igual que en la lápida de Deva «a m» (16). El em inente latinista jesuíta P. García Frutos realizó una tran s cripción del texto y consideró tal abreviatura como «Era milésima». (15) Y e p e s , Fray A’.: Crónica General de la Orden de San Benito. Edición de Fray Justo Pérez de Urbel. Madrid, 1950. Vol. I, pág. 325. (16) A.C.O. Serie A, carpeta n.° 5. En la revista del 25 aniversario de las fiestas del Santo Cristo de la Abadía de Cenero, Gijón, mayo de 1984, este mismo autor da la transcripción del documento en un artículo titulado: “La Abadía de Cenero en la Edad Media”. 364 ISIDORO CORTINA FRADE Somoza; a quien copia Alonso Bonete sigue esta teoría% Esta: tesif tiene un punto débil. La letra «a» que traducen-.como «Era». no tiene consistencia a estos fines; sí la tendría si 4a letra; fu e ra 'la «E». Aunque el texto no es académico y contiene inexactitudes or tográficas —transcribe con «b» el «edificabit»; convirtiendo el .pa sado en futuro y omite- la «t» .final del «sunt» de la cu arta lin e a d carece de sentido lógico el tener que acudir a la-artim añ a, de esti m ar la existencia de un erro r tan garrafal como sería el de suponer una confusión de tan vital im portancia como la sustitución • p o r erro r de tales vocales. Esta posición carece, a mi juicio, de consis tencia y merece el calificativo de gratuita invención. La aceptación de la apreciación de Somoza, de ser cierta, conllevaría riada-menos que a la solución exacta del mom ento fundacional 'de San Sálvador de Deva. En este caso habría sido en el año 962, descontados los treinta y ocho años de diferencia existentes en tre-la E ra hispánica o astúrica, entonces en vigor, y nuestro cálculo actual basado en;la cristiana. ■ , M '• ■' ■ Tanto la Arqueología como la Epigrafía y la D iplom ática-son ciencias auxiliares y com plem entarias de la H istoria; A ellas debe mos de acudir, como fuente, cuando la «M aestra de la Vida>$ ofrece lagunas o nos depara contradicciones. En el presente caso, la His toria es clara y contundente y hace caer por su base la tesis somo* cista, ya que el problem a atañe exclusivamente a datos de exactitud de un encuadram iento histórico como es el reinado o la vida-de Velasquita, durante la cual tuvo lugar el acto fundacional. . No existe unanim idad entre los historiadores acerca de la estir pe paterna de la reina Velasquita, dada la confusión existente eri torno a los m atrim onios y descendencia de Ram iro TI, ei cual reinó del 931 al 951. Este era hijo de Ordoño II (914-924) a quien sucedió en el trono su prim ogénito Alfonso IV." llam ado el M onje*(925-931), quien abdicó en su herm ano Ramiro II (931-950).'Este-venció a los m usulm anes en la batalla de Simancas y durante su reinado aplas tó la sublevación del conde de Castilla Fernán González-- Parece* ser que Ram iro estuvo casado con doña U rraca Teresa, hija-de Sancho Garcés y de doña Toda de “Navarra. .Casó en segundas nupcias :con una" dam a francesa llam ada Teresa, que fue la m adre de O rdoño III (17). A la m uerte de Ramiro II se entabla una lucha civil por el trono entre sus hijos Ordoño, el cual le sucede, y Sancho, a quien apoyan los navarros, y Fernán González. M uerto Ordoñó III (95095.6) le sucede su dicho herm ano Sancho, antiguo rival síiyó, Sancho (17) Aguado B l e y e , P .: Manual de Historia de España. T.: 488. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 365 I,'llam ado el Craso p o r su obesidad (955-958), el cual fue arro jad o del trono p o r la nobleza, quien colocó en el mism o a O rdoño IV, llam ado «El Malo», el cual era hijo de Alfonso IV y reinó del 958 al 960 y que estaba apoyado po r Fernán González, quien le dio po r esposa á su h ija U rraca, que ya había sido esposa de Ordoño III y repudiada po r éste, sin haberle dado descendencia. En el año 960 el destronado Sancho I, apoyado por los m usulm anes, con quienes había pactado, recupera el trono y vuelve a rein ar hasta el 965 en que fue envenenado. Le sucede su hijo Ram iro III (965-984), niño entonces de cinco años, cuyo reinado coincidió con el máximo es plendor y poderío de Almanzor. ; :. A provechando el debilitam iento producido por las luchas entre él m onarca y los m usulm anes, estalla una rebelión en Galicia que apoya y consigue poner en el trono a Berm udo II, llam ado el Go toso (984-999), el eual se consolida como m onarca con el apoyo de Almanzor. El leonés intentó, tiempo después, sacudirse el yugo de la sum isión‘ im puesta po r el caudillo m usulm án, quien le castigó terriblem ente enviando a su reino varias expediciones punitivas y devastadoras ’en los 987, 988, 995 y 997. En esta últim a expedición Almanzor tuvo por objetivo Santiago de Compostela, co razó n . m is mo de la fe de la reconquista y santuario de la cristiandad, cuya ciudad fue destruida, la basílica saqueada y sus cam panas —según lá tradición— llevadas a hom bros de prisioneros cristianos hasta Córdoba, en donde fueron instaladas en su m ezquita. Allí estuvie ron hasta la conquista de la capital del califato por el rey San Fer nando el año 1236; quien las hizo devolver a su lugaí* de origen, ésta vez a hom bros de m usulm anes cautivos. Este atribulado rey, Berm udo II, era hijo de Ordoño III y de su segunda esposa la as tu rian a Elvira. Como se observa, es éste un período abigarrado y confuso, lleno dé discordias, -sucesiones, repudios e intrigas y en los que se en tre mezclan los m ás dispares intereses de toda índole. Doña V elásquita R am írez fue la prim era esposa de Berm udo II. No está perfectam ente clara su filiación entre los historiadores. Pa ra Aguado Bléye, V elasquita era hija de Ordoño IV «El Malo» y de doña U rraca, h ija dél condé Fernán González y que antes había sido répudrada p o r "Ordoño III. Sánchez Cedeira opina que V elasquita era hija d e l ’c onde castellano García Fernández y, po r tanto, herm a na dé la reina Elvira, segunda esposa de su m arido, B erm udo (18). (18) S á n c h e z C a l d e ir a , A.: La Reina Velasquita de León y su descen dencia. Madrid, 1952, págs. 449-505. 366 ISIDORO CORTINA FRADE Se funda a tal fin en la siguiente frase: «... quas dedi suprino meo et privigno (h ijastro ) meo regí Adefonso». (Alfonso V el Noble). Es decir, en este soberano concurría un doble parentesco: ser sobrino e hijastro, aunque tales circunstancias pueden ser explicadas por o tra vía: la de ser su antiguo esposo sobrino suyo y po r tanto serlo tam bién en un grado más lejano el hijo de éste y considerarlo, a la vez, h ijastro suyo por ser hijo de su m arido, sin que ello supu siera una forzada fraternidad natural entre V elasquita y Elvira. Fray Justo Pérez de Urbel no lo ve así. Considera a Velasquita como hija de Ram iro III y de Urraca la N avarra. V elasquita era tía de su m arido, solam ente por un lado, puesto que B erm udo era nieto de Ram iro II y de su prim era m u jer Adosinda la Gallega. Para este autor, Velasquita tenía otra herm ana, Ildoncia, la cual contrajo m atrim onio con Gonzalo Bermúdez, conde de Luna, muy influyente en la política del reino leonés. V elasquita pudo nacer en una fecha muy cercana al 950 y, por tanto, tendría unos años más que Berm udo, dos o tres, el cual había nacido hacia el 953 (19). E sta últim a teoría apunta más que posibilidades de certeza in discutible, ya que la lápida de Deva es claram ente determ inante al calificar a Velasquita como «prolis Raminiri». El m atrim onio fue, desde luego, una m edida política, la cual te nía por finalidad atraerse alianzas y el apoyo a su causa de nobles influyentes, entre los que se encontraban los condes del Cea y del Pisuerga y el ya citado conde de Luna. El 22 de octubre del año 985 existe constancia docum ental de la actuación por prim era vez del rey Berm udo, con su m ujer Velasquita, ya reyes desde hacía poco tiempo, pues el m onarca había llegado al trono en el 984. En el docum ento se consigna una donación y en su texto se contiene la frase «in regno fultus», indicativo del aseguram iento del trono, ocu pado de form a irregular. Se ve claram ente, por la historia, que el acceso al trono de Ber m udo y la adquisición del rango de reina por V elasquita no pudo haber sido an terio r al año 984. Cae po r tanto, p o r su base, la teoría de Somoza y la transcripción del P. García F rutos de in terp retar «Era Milésima», con escueta exactitud, en donde se inscribió abre viadam ente el vocablo «Amen». En el año 962, al cual corresponde ría la hipotética fecha de la era milésima, ni B erm udo ni Velasquita habían llegado al trono, el cual fue conseguido en plena m ayoría de edad de am bos y como consecuencia de unas turbulencias civi(19) P e r e z de U r b e l , Fray J. : Historia de España dirigida por Menéndez Pidal. T. VI. “España Cristiana”. Ed. Espasa Calpe, págs. 164 y 192. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 367 les. En el año 962, antes indicado, Velasquita no tendría m ás de doce años, no llegando a dicha edad Bermudo. Del m atrim onio de Berm udo con Velasquita nació una hija, la infanta Cristina, la cual contrajo m atrim onio con el infante don O rdoño el Ciego, de cuya unión descienden los históricos infantes de Carrión. El m atrim onio de Berm udo con Velasquita no tuvo buen fin. La reina fue repudiada por su esposo, quizá po r el hecho de no haberle dado sucesión varonil en quien asegurar su descendencia m onárquica. Este hecho es repetición de otros b astante com unes en la época, uniéndose posteriorm ente el m onarca con doña Elvira, hija del conde de Castilla García Fernández y nieta, po r tanto, del legendario Fernán González que logró la independencia de Castilla. De este m atrim onio nació el futuro Alfonso V el Noble, quien reinó del 999 al 1028, y o tras dos hijas. En lo que respecta a las hijas que tuvo Berm udo es digna de hacer n o ta r una histo ria que tiene relación con Asturias. Según re fiere el h isto riad o r m usulm án Ibn Saldún, Almanzor, como ya había hecho en alguna o tra ocasión en otros reinos, exigió a Berm udo la entrega de una de sus hijas, a la que tom ó como concubina. Más tarde la liberó de esta condición ominiosa y se casó con ella (20). E sta afirm ación en tra de lleno en el terreno de lo legendario, al igual que sucede con el llam ado trib u to de las cien doncellas esta blecido en tiem pos del rey M auregato, en el presente parece estar basado en un hecho real, aunque no exactam ente determ inado. Es ta hija llam ada Teresa, según la Crónica del obispo Don Pelayo, escrita dos siglos después, había sido entregada a un rey toledano, no a Almanzor, como prenda de paz (21). Después de la m uerte de su m arido, Teresa regresó a Oviedo e hizo profesión religiosa en el m onasterio de San Pelayo. Como dichos datos son contestables, a falta de un fundam ento cierto científicam ente y que están adorna dos con visos legendarios, no se puede determ inar la auténtica filiación de la citada Teresa y sí pudiera ser hija de Velasquita. Por el tiem po en que sucedieron los hechos no pudo ser hija de la reina Elvira, dado que el m atrim onio de esta últim a con B erm udo debió de efectuarse después del 990. Como Almanzor falleció en M edinaceli en el 1002, se hace difícil esta hipótesis, aunque posible, pues de ser así a lo sumo que podría tener tal niña a la m uerte de (20) D o z y : Recherches. I, 101 y apéndice III, pág. XV. (21) Crónica del Obispo Don Pelayo. Ed. Sánchez Alonso. Madrid, 1924, págs. 63-65. 368 ISIDORO CORTINA FRADE Almanzor serían doce años. Solam ente hay constancia de una hija habida del m atrim onio de Bcrmudo con Velasquita, Cristina, como se dijo. Dada la convivencia posterior en San Pelayo entre Velasquita y Teresa, en caso de ser hija de aquélla hubiera quedado constancia del hecho, como lo hay de otros parentescos. En el mo nasterio de San Pelayo estuvo enterrada esta Teresa, según afirm a Tirso de Avilés, quien copia su epitafio. En el mism o se confirm a su paternidad al definirla como «Prolis Veremundi Regis et Giloriae reginae generi clara parentum » (22). Esta inscripción parece des p ejar la incógnita. Dice fray Justo Pérez de Urbel que fue, tal vez, a finales del 991 cuando se resolvió el divorcio del rey con V elasquita y su nue vo casam iento, en los tiempos en que León se estaba levantando de las ruinas en que fue convertido por las invasiones de Alman zor (23). Más de seis años hacía que Berm udo se había casado con Velasquita, m atrim onio que debió de serle muy útil a aquél, a la hora de los apoyos y alianzas, en los años de lucha contra Ram iro III. Salvadas estas motivaciones políticas la repudió. El obispo Don Pelayo, con un criterio común en aquellos tiem pos, ve como una punición divina los reveses producidos por el azote de Almanzor a los que se había hecho acreedor por sus crím enes, como fueron la unión ilegítima con Velasquita prim ero, bajo el im pedim ento de consanguinidad. Al no referir este mismo supuesto en el caso de Elvira, parece confirm arse la idea de oue am bas no eran herm anas. En segundo lugar, el arbitrario destierro del obispo de Oviedo Gudesteo —el mism o que coi sagró la iglesia gijonesa de Santo Tomás de Baones— y las afrentas al obispo de Santiago, Ataúlfo, a quien obligó a luchar con un toro bravo y que, según la leyenda, se am an só m ilagrosam ente dejando los cuernos en las m anos del prelado, como dice el historiador benedictino. La confrontación docum ental del tiem po del divorcio puede deducirse por la existencia de una escritura otorgada el 2 de sep tiem bre de 992, en la que Berm udo hace donación a la diócesis de Oviedo del castillo de M iranda en unión de su m u jer «la sierva de Dios Elvira» (24). (22) G o n z á l e z G a r c ía , J.V .: “El Oviedo antiguo y m edieval”, pág. 128. (23) P e r e z de U r b e l , Fray J .: Historia de España dirigida por Menéndez Pidal. T. VI. “España Cristiana”. Ed. Espasa Calpe, pág. 163. (24) R isco: España Sagrada, XXXVIII, apéndice V, pág. 278. P e r e z de U r b e l . Fray J.: Historia del Condado de Castilla. II, págs. 770 y ss. R isco: Historia de León. I, pág. 237. V i g i l , C .: Asturias Monumental, pág. 357. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 369 Repudiada Velasquita, ésta ingresó en el m onasterio de San Pelayo de Oviedo, «Conventus dom inarum », en donde tam bién residía la reina Teresa Ansúrez, m ujer de Sancho I el Gordo. Sentadas todas estas cuestiones históricas aclaratorias del mo m ento, podem os preguntarnos acerca del m om ento fundacional del tem plo de San Salvador de Deva por la reina doña Velasquita. He mos visto que no consta en la lápida la fecha del mismo; solam ente poseemos los datos concretos del hecho de la edificación y de su consagración po r Velasquita. El vocablo «Regina» es in titu lato rio y señala un tope m arginal máximo de antigüedad del 984. En buena lógica cabría suponer que la titulación real que consta en la ins cripción es la plasm ación de una posesión efectiva de un status real y por tanto h abría que encuadrarlo entre dicha fecha y la del 991 en que V elasquita fue repudiada y, consiguientem ente, dejó de ejercer sus funciones reales. Estudiado el caso en profundidad la cuestión resulta más com pleja. De la diplom ática se desprende que hasta su m uerte Velasquita siguió utilizando la nom inación real a pesar de vestir hábito religioso. Desde el punto de vista canónico de aquellos tiem pos no estim am os que esto fuera ningún inconveniente. San Pelayo no era ningún centro m onástico de estricta observancia; era un refugio de dam as de alta alcurnia y de viudas, entre otras, y el ingreso en dicha com unidad no supondría una ru p tu ra radical ni una des vinculación personal con antiguas situaciones, así como tam poco llegará a im pedir la libre disposición patrim onial por p arte de sus acogidas y m ucho m enos en orden a actos fundacionales píos como el de San Salvador de Deva, al menos hasta que asum ió la discipli na de San Benito, después de la Reforma Gregoriana. En el siglo X pudo haber sido poco más que una residencia fem enina, «Cimiterium puellarum » como se la denominó. A este respecto cita Fer nández Conde el hecho de que en la donación que hace Berm udo II, antigüo m arido de Velasquita, en Oviedo en el año 996 al mo nasterio de San Pelayo, en la validación del docum ento aparece «Velasquita Regina» confirm ándolo (25). El mism o au to r afirm a en sus com entarios al respecto que Velasquita fue repudiada el año 991. E sta tesis se ve confirm ada por su propio testam ento del año 1006, en el cual se lee textualm ente: «Ego V elasquita Regina...». (25) F e r n a n d e z C o n d e , F .J .: Orígenes del Monasterio de San Pelayo. “Se mana de Historia del Monacato Cántabro-Astur-Leonés”. Monasterio de San Pelayo. 1982. 370 ISIDORO CORTINA FRADE Da la im presión, por otro lado, de que la ru p tu ra m atrim onial no supuso una relación violenta perdurable. E sta apreciación se desprende del favorecim iento directo que hizo Berm udo a San Pelayo, en donde está su antigua esposa, de la prem isa en la utiliza ción de la titulación y de la recíproca consideración habida po r la reina hacia el hijo del segundo m atrim onio de su esposo, al que llama sobrino e hijastro, como prueba de parentesco y afinidad. La otra fecha m arginal que sirve para encuadrar el hecho fun dacional y la consagración de San Salvador de Deva, adem ás de la del 984, viene constituida por la del año 1006, dado que el 29 de agosto otorga Velasquita su testam ento ante el obispo Gudesteo, ya rehabilitado, al parecer desde la m uerte de Berm udo. En el testa mento no se menciona la iglesia pero sí el m onasterio, criterio éste, a nuestro parecer, más amplio y que lleva incluido el templo como una de las esencias de su concepto. EL MONASTERIO DE SAN SALVADOR DE DEVA El citado testam ento nos da la prim era referencia que tenemos de su existencia. Habíam os dicho que había constancia de la iglesia de San Salvador, pero «contrario sensu» a lo que se desprende del testam ento, en la lápida no existe indicación alguna referente al cenobio. El texto testam entario no deja lugar a dudas sobre su rea lidad. «In claris non fit interpretado». Al hacer donación «m ortis causa» dice: «... et de m onasterio Sancti Salvatoris de Deva cum óm nibus bonis et hereditatibus suis...». Incluye tam bién a conti nuación la villa llam ada Summco (Somió). Estim am os se tra ta de una antigua villa rom ana cuyo centro bien pudiera estar radicado —dada la toponim ia existente— en el lugar de Villamanín, único vocablo de la parroquia de San Julián existente que pueda relacio narse con esta concepción. Posteriorm ente, concede tam bién a la iglesia de San Salvador de Oviedo, como los anteriores, y a Poncio, titu la r de la sede «Arzobispal», el m onasterio de San Juan de Aboño. Fernández Conde, máxima autoridad en la m ateria, estudia en profundidad el citado testam ento (26). Tras un m inucioso análisis de su term inología, del estudio de sus signatarios participantes y de ciertas irregularidades observadas en el mismo, llega a la con clusión de que el docum ento incluido en el Liber T estam entorum (26) F e r n a n d e z C o n d e . F . J . : El libro de los testamentos de la Catedral de Oviedo. Roma, 171, págs. 218 y ss. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 371 de la C atedral de Oviedo es «una falsificación fo rjad a por la oficina pelagiana al servicio de los intereses de la Iglesia, a p a rtir de un docum ento preexistente, no necesariam ente de la reina Velasquita». Estim am os que la concordancia entre el citado testam ento y la lápida de Deva es fundam ental para creer, no la integridad de la versión del docum ento pelagiano sino la realidad de la fundación de V elasquita y de la facultad de disposición que sobre su patrim o nio tenía. Sánchez Candeira, a pesar de hacerse eco de las irregu laridades que contiene, sostiene que el testam ento es auténtico, en contra de lo dicho anteriorm ente y de la apreciación de Floriano (27). Independientem ente de que el testam ento hubiera sido m anipu lado en el «scriptorium » ovetense, el fondo de la cuestión que nos atañe, la existencia real del m onasterio, no creo que sea discutible. Podrá serlo en plano relativo, solam ente la preexistencia del mism o al siglo X II, du ran te el cual pudieron efectuarse tales m anipula ciones docum entales. Otros docum entos medievales posteriores aluden a la existencia real del m onasterio, si bien de una form a indirecta. La situación de Gijón en la época es oscurísim a. Se nos habla de que era una ciudad desierta. Es posible que si bien creem os que tal despoblam iento afectaría a la vida ciudadana en sí, el hecho no ten dría grandes repercusiones sobre la vida rural desarrollada en una zona privilegiada por la antigua radicación de explotaciones agrícolas y pecuarias y de donde existe constancia de la realidad de una convivencia social. Los templos de Deva, Baones, Lavandera y Leorio, así como Veranes son testim onios h arto elocuentes que pertenecen a los siglos X y XI. Más al interior sí parece estar des tru id a Lucus A sturum po r la frase de «Civitatem Lugo destructum » que se contiene en el testam ento de Ordoño II —tam bién falso— , si bien Santa M aría de Lugo se erigía en aquel lugar, como lo dan a entender los hallazgos arqueológicos encontrados recientem ente. En estos tiem pos en que la línea de la reconquista se había desplazado hacia la llanura, el peligro en las costas astu rian as venía del m ar. Si en tiem pos de la m onarquía asturiana eran frecuentes las incursiones norm andas, luego lo fueron las p iraterías m usulm a nas. La rica y poblada tierra de la costa era fácil presa, a pesar de las fortalezas existentes en los puntos estratégicos, como lo eran el castillo de San M artín en Soto del Barco en la desem bocadura del Nalón, el de Gauzón a la entrada de la ría de Avilés y el peñón de (27) F l o r i a n o C u m b r e ñ o , A.: EsUtdios de Historia. págs. 68-69 y nt. 33. 372 ISIDORO CORTINA -FRADE Santa Catalina en Gijón, el cual había sido convertido en recinto am urallado en tiempos del Bajo Imperio. Existe al respecto un curioso relato, escrito por un clérigo, qué data del año 1147, contenido en un códice que se conserva en el Colegio del Corpus Christi de la Universidad de Cambridge, en donde se n arran los sucesos de una expedición de cruzados a Tierra Santa, una de cuyas naves, dispersada del resto por un tem poral en el m ar Cantábrico, arribó al puerto que llam a de «Mala Rupis», el cual, por muy diversas razones, Uría Ríu identifica como Gijón. Al referirse a la citada Mala Rupis (Mala Roca), nos dice: «Ibídem enim ecclesia a m auris ante parum tem poris fuerat destructa, monachorum cenobio celeberrima» («Allí hay una iglesia muy célebre por un convento de monjes, que hacía poco había sido destruida por los m oros») (28). • ., > No sabemos a ciencia cierta de qué m onasterio pudiera tratarse'. En este año de 1147 en el núcleo urbano de Gijón no existía nin guno. En sus alrededores está enclavado el de San Salvador de Deva, el de San Juan de Aboño y el recién levantado, dos años an tes, de San Juan de Fano, el cual no podía m erecer el título de m onasterio «celebérrimo» y que ostentaba solam ente la condición de priorato del de San Vicente de Oviedo. Por exclusión, cabe pen sar que tal cenobio habría de ser el de Deva o el de Aboño. Este últim o estaba radicado bajo la Campa de Torres y en la desembo cadura del río del cual tom a su nombre. Había pertenecido, como se dijo, a la reina Velasquita, quien lo había donado al conde don Sancho de N avarra; después perteneció a Alfonso V, siendo parte integrante del patrim onio real hasta el 7 de noviem bre de 1053 en que el rey Fernando I de Castilla y de León y su esposa doña San cha lo donan al m onasterio de San Pelayo (29). Esta donación, perfectam ente docum entada y autenticada, parece d esb aratar la te sis apuntada por el testam ento atribuido a V elasquita del año 1006. El m onasterio de Aboño, como el mismo docum ento especifica, es taba cerca de la orilla del m ar, en la villa de Aboño, en el territo rio de A sturias y poseía edificios, hórreos, lagares, pom aradas, saltos, prados, pastos, pesquerías y molinos, m ontes y fuentes con- sus acueductos. El m onasterio pervive en el año 1158 después de esta narración. Es el 25 de agosto de este año cuando la reina doña (28) U ria Riu, J . : Los cruzados del Norte en las costas asturianas en 1147. “R evista Universidad de Oviedo”. Año 1, n.° 3, Set. 1940, págs. 27 y ss. (29) F e r n a n d e z C o n d e , F.J.; T o r r e n t e , I,. y d e l a N o v a l , G: El Monas terio de San Pelayo. Vol. I, pág. 23. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 373 Sancha, herm ana de Alfonso VII el Em perador, en cuyo patrim onio de infantazgo figuraba San Juan de Aboño —el cual se supone fue objeto de o tra enajenación anterior por parte de San Pelayo— , hace d o n ació n .del mism o al m onje Gonzalo Menéndez, con la condición de. que a su m uerte revierta de nuevo íntegram ente a la propiedad de San Pelayo. En la citada escritura se especifica muy explícita m ente que tal m onasterio radica en Carreño, en el alfoz de Gozón. Se ignora hasta cuándo continuó allí la vida m onástica. En 1346 se considera desaparecida. El cellero de Aboño lo tiene arrendado San Pelayo, según consta en sendas escrituras de dicho año y del siguiente (30). . ■' E l'm onasterio de Aboño, aunque muy cerca, no radicaba en Gi jón sino en Carreño como se dijo, si bien inm ediato a sus límites constituidos p o r él río Aboño, en aquellos tiem pos un estero de m uchísim a m ás am plitud que el que todavía conocimos y el cual está ahora canalizado y su cauce convertido en zona industrial. Marifto Busto, Cronista Oficial de Carreño, opina que el lím ite no lo constituía el- río sino que estaba en la Campa, aguas vertientes a Carroño, y que el m onasterio se asentaba en la base de la falda de dicha Campa de Torres. Esta península, antigua urbanización rom ana y posiblem ente sede de la legendaria Noega, es un obstáculo natu ral qué rom pe la continuidad orogràfica entre Gijón y Carreño, hecho éste que inclina el ánimo a creer en unas m ayores posibili dades de que el cenobio aludido sea el m onasterio de Deva. Semefante conclusión es a la que llega Uria por otros cam inos. Lo que ignoram os és s i1el m onasterio de Aboño estaría radicado en el lu gar utilizado' como em barcadero en los tiem pos antiguos por los habitantes del poblado de la Campa. La corroboración de qüe Deva era la iglesia citada podem os tènerfà' éh la exposición que nos ha dejádo el histo riad o r don Ro drigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo y prim ado dé Éspañá, en su'obra «De rebus Hispaniae». Don Rodrigo (1170-1247) escribía á°p rin cipios del siglo X III respecto de Gijón: ; «Licet autem civitas sit deserta: Giion te rra vulgariter apellanatur, in qua est m onasterium Sancti Salvatoris» (31). (3 0 ) F e r n a n d e z C o n d e , F .J .; T o r r e n t e , I., y m~. l a N o v a l , G .: El Monas terio de San Pelayo Vol. I, págs. 61 y ss., y Vol. II, págs. 228 y 229. (3 1 ) X i m e n e z de R ada , R .: “De Rebus Hispaniae”. Libro IV, cap. IV. 374 ISIDORO CORTINA FRADE Este m onasterio no podía ser otro que el de San Salvador de Deva. Lo que ignoram os es si el arzobispo histo riad o r tom aba los datos por propio conocimiento o narrab a precedentes referencias. Es posible que, dando como válida la narración del cruzado b ritá nico, unos cincuenta años antes hubiera sido destruido el m onaste rio de Deva. N uestra docum entación asturiana nada nos aclara. Una explícita referencia a Deva sí la tenemos en un docum ento catedralicio del 29 de noviembre de 1117, an terio r por tanto al m a nuscrito de Cambridge, por el cual el obispo don Pelayo da a los canónigos de San Salvador de la capital el arcedianato de Oviedo, fijando su dem arcación. Esta principiaba en la actual playa de España, en el concejo de Villaviciosa, seguía el río hasta Peón, en lazaba después Sariego y Nava y continuaba el curso del Nora hasta Trubia, en donde se ju ntaba con el Nalón. Luego ascendía hasta Olalies (Proaza) y Valle de Quirós y bajab a luego con el curso del Trubia hasta el Nalón, el cual servía de frontera hasta su de sem bocadura en el m ar por San Juan de la Arena. Todo el territo rio com prendido dentro de esta línea constituía la jurisdicción del nue vo arcedianato. Los diezmos que se percibían en el mism o revertían a los canónigos, en la form a establecida, salvo dos excepciones: «Exceptis his duobus prandiis de Deva et de Sarego que iure deben tu r episcopo» (Excepto los beneficios de Deva y de Sa riego que por derecho son debidos al obispo) (32). Esta reserva parece tener fundam ento en su título original de fundación real, cuyos bienes no son objeto de enajenación por inalienables. El caso de Deva nos parece claro, pero el de Sariego no es tan meridiano. El Valle de Sariego, como unidad patrim onial, fue objeto de la prim era gran donación real recibida por el m onasterio de San Pelayo otorgada en el año 996 por Berm udo II. En 1256 prevalece el señorío de San Pelayo en el valle. El 28 de mayo de ese año la abadesa recupera por com pra una heredad en el lugar, y que antes ya le había pertenecido (33). En 1272 la jurisdicción del valle se repartía entre Valdediós y San Pelayo, cuyos privilegios reconoce un m andam iento de Alfonso X el Sabio (34). Si el obispo de Oviedo (32) G a r c í a L a r r a q u e t a . S.: Colección de Documentos de la Catedral de Oviedo, pág. 357. (33) F e r n a n d e z C o n d e . F.J.; T o r r e n t e , I, y d e l a N o v a l , G . : El Monaste rio de San Pelayo. Vol. I, pág. 197. (34) F e r n a n d e z C o n d e , F.J.; T o r r e n t e , I., y d e l a N o v a l , G . : El Monas terio de San Pelayo. Vol. I, pág. 238. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 375 tenía alguna concesión real en Sariego, ésta habría de ser San Juan de Lamas, que se identifica como Sanctianes de Lama en una es critu ra de San Pelayo, iglesia existente en el citado valle y obtenida por testam ento de Ordoño II, del 921, al que Fernández Conde tam poco considera legítimo, al menos en su versión pelagiana. Lo que no se explica fácilm ente es la exclusión de estas dos donacio nes cuando dentro del arcedianato existían m uchísim os lugares, sobre los que no se hace ni mención, en idénticas circunstancias que los dos expresados. Sólo basta leer la larguísim a enum eración de iglesias, villas y lugares donados por los reyes, constantes en el Liber Testam entorum , para darse idea del enorm e conjunto p atri m onial de la Iglesia de Oviedo y con el mismo título adquisitivo que Deva y Sariego. En el citado docum ento se alude exclusivamen te a los derechos m ateriales dim anantes del señorío feudal sobre Deva, «prandiis», y no se cita en absoluto la existencia del m onas terio y al cual dam os como existente en estos inicios del siglo XII, vistos los testim onios expuestos. No obstante, su pervivencia no pudo ser muy prolongada. Las citas desaparecen y lo más que que da es un recuerdo en los escritos de los historiadores. En 1305 el m onasterio ya no existe. Con fecha 8 de m arzo de ese año se dicta una carta traslado de sentencia del Obispado de Oviedo dirigida a los feligreses de San Salvador de Deva y a los m oradores de Las Faces, por la que se com unica el fallo del pleito entre el abad de San Vicente y Johan Pérez, capellán de Deva, sobre las feligresías de San Salvador y San Jorge y la distribución de los diezmos p o r parte de los feligreses de Faces (35). La iglesia de San Jorge es la parroquial de Santurio, contigua a Deva y que entonces era trib u ta ria de San Vicente. En la relación de m onasterios asturianos que nos ha legado el P. Yepes, Cronista General de la Orden de San Benito, monopolizadora ésta de la vida m onástica regular durante un largo período en la Edad Media, no menciona tan siquiera a San Salvador de Deva, no obstante haber pasado el historiador benedictino seis años en Asturias, entre viejos m onum entos y archivos de gran ri queza. Sí, en cam bio, y en el concejo de Gijón, referencia el de «San Tianes de Zenero» y el de Fano. Una justificación a este silencio nos la da este mismo autor cuando afirm a que muchos m onasterios que existían en tiempos de la m onarquía asturiana desaparecieron cuando la reconquista bajó a la tierra llana, con servándose muy poco, «y los más o se han vuelto parroquias o (35) Archivo de San Pelayo. Fondo de San Vicente. Leg. XLVI, n." 1.366. 376 ■ISIDORO CORTINA FRADE reducido a erm itas, como los que agora viven en A sturias podrán conocer fácilm ente de este catálogo que aquí les he puesto» (36). La concepción m onástica en la Alta Edad Media defiere mucho, en cuanto a su estru ctu ra interna y regular, de la estable consolida ción que obtuvo más tarde con la im plantación generalizadora de la Orden Benedictina y luego con la vinculación cluniacense. En el siglo X o principios del XI y en Asturias, época del posible na cim iento m onástico de Deva, es de aplicación al mism o lo referido antes respecto de los prim eros tiempos del de San Pelayo. Proba blem ente tal m onasterio lo era, en su form a y norm ativa, un tanto heterodoxo y habría de regirse por un pacto m onástico en tre el abad y sus monjes. Se desconoce si era masculino, femenino o dúplice, figura ésta no infrecuente en dicha época. Por ello puede decirse que Deva nació y vivió m onásticam ente dentro de una línea indefinida y sin proyección de futuro como tal. Salvo los grandes mo nasterios que en Asturias pervivieron, consolidados por unas bases firm es —San Vicente, San Pelayo, Cornellana, Villanueva, Celorio, Obona, etc.— , los demás se esfum aron, de acuerdo con el fenómeno explicado por Yepes. De haber llegado a la benedictinización hu biera existido, al menos, referencias dentro de su Orden. Esto nos lleva a pensar que el m onasterio de Deva nació acogido a una iglesia erigida bajo el régimen privado de la reina V elasquita y al am paro de la situación del derecho regulador de las «Iglesias pro pias», com únm ente conocido en Asturias por el nom bre de «Régi-* men de herederos», cuyas características esenciales tan bien detalla Floriano (37). Este paralelism o lo encontram os un siglo después en el m onasterio de Lapedo, luego puesto bajo la advocación de Santa M aría, en Belmonte, antes de som eterse aquél a las norm as regulares de San Bernardo, bajo el m anto cisterciense, y en ‘ cuyo tiem po estaba ya caduca, por la evolución, esta antigua figura ju rídica del patrono. Aunque con el nom bre de m onasterio, nada se opone a que San Salvador de Deva fuera una simple iglesia incluida en el patrim o nio de su fundadora y sin sujeción a ninguna regla m onástica y servida solam ente por un clérigo o capellán, aunque esta aprecia ción parece contradictoria con la idea y atención prestada por Ximénez de Rada al referirse a él con la frase «M onasterium Sancti Salvatoris» y muchísimo más con la de «M onachorum Cenobio celeberrim a» del cruzado británico. (36) Y e p f s : Crónica General OSB. Vol. I, pág. 240. (37) F l o r i a n o C ü m b r e ñ o , A.: Colección Diplomática del Monasterio de Belmonte. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 377 LOS BIEN ES ECLESIASTICOS Las grandes vicisitudes sufridas en la política del Reino de Cas tilla en el siglo XIV, m otivadas por las luchas fratricidas que llevaron al trono a los Trastam aras, tuvieron una enorm e reper cusión en A sturias y concretam ente en Gijón. Hay que aludir a ellas forzosam ente porque el nom bre de Deva aparece vinculado al se ñorío de N oreña, del que fue desposeído el conde don Alfonso Enríquez en favor del obispo de Oviedo don G utierre de Toledo, el cual fue investido como nuevo conde de Noreña po r el m onarca Juan I, dados los servicios prestados por el prelado a su causa. Desaparecido lo que podíam os llam ar coto m onasterial o pose siones de la fundación por la disolución del cenobio, sus bienes pasan a denom inarse Cellero. Este conjunto patrim onial lo encon tram os vinculado al señorío de Noreña en la segunda m itad del siglo XIV, desconociendo el m otivo y la fecha de su enajenación por parte de la jurisdicción eclesiástica a la señorial civil. El señorío de N oreña constituía un poder feudal de prim era m agnitud en Asturias, am parado en la prepotente figura de su ti tu lar don Rodrigo Alvarez de las Asturias. A su m uerte se transm ite su sucesión a don Enrique de Trastam ara, a quien había prohijado, y a sus descendientes. En el testam ento de don Rodrigo, fechado el 16 de agosto de 1331, no consta expresam ente, entre sus inm en sas posesiones, m uchas de las cuales cita, las radicadas en Deva. Es posible que la transm isión del dominio haya sido posterio r a esta fecha. En la carta que en 1381 envía el rey don Juan a «los Concejos et llugares; et cotos del Obispo de Oviedo p ara que non den yantar nin pecho, nin pedido Din trebuto alguno al Conde Don Alfonso nin a sus m erynos e enque defienda a ellos que nono lo tomen», se citan una serie de tierras del obispo de Oviedo y de su Iglesia,, entre las que no se menciona a Deva y sí, en el concejo de Gijón, a Santa Eulalia de Baldornón, hecho éste que viene a con firm ar la no pertenencia en estos tiempos de Deva al Obispado (38). Sí se nom ina, en cam bio, en un privilegio que Juan I otorga en las Cortes de Segovia el 20 de septiem bre de 1383, por la que concede la casa y señorío de Noreña, «con todos sus cotos, et aldeas, et iuguerias et yantares, et comiendas, et presentaziones et con todos los otros sus derechos a Don G utierre Obispo de Oviedo e a su (38) Colección Asturias de Jovellanos. Vol. I, pág. 232. 378 ISIDORO CORTINA FRADE Iglesia». E ntre los bienes que constituyen la concesión figura: «... et con el Cellero de Deva...» (39). En la división que hizo don G utierre al año siguiente, el 31 de mayo de 1384, con el deán y Cabildo, de la casa y señorío de Noreña, se adjudica de nuevo al obispo el señorío sobre estas tierras con las siguientes palabras: «... et asignam us dicto Domino Episcopo, et constituim us plenarie dom inium et m erum et iuxtum im perium in tota iurisdictione... item. Cellarium de Deva quod est in Concilio de Gigion» (40). En el Libro M aestro de la Catedral de Oviedo constan dos asientos referenciales de últimos del siglo XIV relacionados con este Cellero. Dice el prim ero: «Un pergam ino por el que Alvar Rodríguez, vecino de Mareo en Gijón, se aparta del derecho que podría tener al Cellero de Deba, en fuerza de una donación que le havian hecho los Reyes de dicho cellero, y otros junto con la Casa de Noreña, Su fecha en 5 de enero de 1393, ante Juan Fernández nota rio». El otro es del tenor siguiente: «Un pleito con sentencia a favor del Obispo, Deán y Cabildo sobre el Cellero de San Salvador de Deba. Su fecha en el año de 1397; y una concordia otorgada en el mism o año so bre el propio asumpto» (41). Los bienes de la Iglesia de Oviedo en Deva estaban constituidos por el dicho cellero y por la llam ada yuguería de San Servando, repartida por la parroquia y la vecina de San Jorge de Santurio. Tal dedicación le venía por la existencia de una capilla dedicada a este Santo y que estaba situada en el barrio de Lloreda, lindante con el concejo de Villaviciosa. La pesquisa, apeo y formalización de los bienes que com prende dicha yuguería se contienen en un docum ento conservado en el Archivo de la C atedral y fechado el 5 de julio de 1454. Un antecedente de esta relación y deslinde aparece tam bién en el cuaderno de «Pesquisas de los préstam os, yuguerías y rentas de los concejos de Gijón y Carreño, pertenecientes a la (39) Colección Asturias de Jovellanos. T. I, pág. 297. (40) Colección Asturias de Jovellanos. T. I, pág. 250. (41) Libro Maestro Catedral Oviedo. Concejo de Gijón. Bienes de San Sal vador de Deva, págs. 752-3. SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 379 Iglesia de Oviedo», que data de 1433 y conservado en el m ism o a r chivo catedralicio. El Libro de Pesquisas de las Rentas de la Mesa C apitular o «Li bro del Prior» de la Catedral de Oviedo, del año 1494, v u elv e'a repetir el apeo de la yuguería de San Servando y a continuación, y en otro apartado, la titulación y contenido de «El Cellero de Sant Salvador de Deva». Ya adentrados en la Edad Moderna, y a título referencial, po demos decir que existen diversas anotaciones referidas a am bas unidades patrim oniales en el «Libro Maestro» de la Catedral, y un apeo y deslinde com pleto de la parroquia y de la yuguería de San Servando datado en 1763. En esta fecha el cellero de Deva estaba com puesto por un conjunto de «cerca de trein ta piezas m aiores y menores». La yuguería de San Servando constaba de un total de dieciséis heredades. A P E N D I C E DOCUMENTAL Gijón, 8 de marzo de 1305 Archivo de San Pelayo Fondo de San Vicente Leg. XLVI, n.° 1.366 Original.—Pergam ino: 18 x 497. Gótica cursiva. Lectura deficiente por man cha. INEDITO. Concierto sobre los diezmos entre las iglesias de San Salvador de Deva y San Salvador de Deva y San Jorge, toca al monasterio. Connoscida cosa sea a quantos esta carta viren commo en presenta de my Gutier Pelaiz escusador de Iohan Alffonso notario del Rey publico en Oviedo de las testam unnas de iuso escripias, don Menen Rodriguez por la gracia de Dios abbat del m onasterio de San Vicenti de Oviedo mostro e fizo leer una carta scripta en papel e seellada en cuesta con un seello de cera verde, que yera de don Iohan Perez arcediano de Tineo, e las letras derredor del seello dizian assi -I- .S. Iohannis Petri cantoris ovetensi e en medio del seello sia figura del annus Dei, enna dicha carta fecha so nomne de Iohan Perez escripto con sua mano, la qual yera fecha en esta manera. De mi Iohan Perez archediano de Tineo e vigario general del onrrado padre e sennor don Fernando por la gracia de Dios obispo de Oviedo, a los feligreses de la iglesia de Sant Salvador de Deva e a los ornes moradores en el logar que dizen las Fages, salut vos fago saber que ante my vinieron en juyzio don Menen Rodriguez abbat de San Vicenti de la una parte, e Iohan Perez capellan dessa iglesia de Deva de la otra. E el dicho abbat demando a Iohan Perez por nomme de si e del monesterio e dixo que vos los ornes moradores e Fagces yerades feligreses de la iglesia 380 ISIDORO CORTINA FRADE de Sant Georgio que yera'su a, e esti Iohan Perez que levara los dezftios de vos de vinti annos a aca contra sua veluntat e en periudigio del monesterio, e pedio a my que lo constrinniesse que lli entregasse todos los bienes que de vos, levara del tiempo passado e daqui en delante que les non levas, Otrossi dixo que algunos de vos los feleligreses de San Salvador de Deva veniades lavrar so la campana e que levaran los dezmos de vos entregam iente e non dava a el la m eatat dellos assi como yera costume dél obispado. E pedio a my que lo confirm asse que lli diese la meatat de los dezmos passádos. E daqui en delante que lli mandase que lli diese la meatat. Otrossi assi commo yera derecho enno obispado. E Iohan Perez dixo que connosgia que levara la meatat de los dezmos de vos los ornes moradores ennas Faces por una composición que fra fecha por los capellanes de las dichas eglesias e los dichos ornes mo radores ennas Fages que yeran feligreses de San Georgio e que daqui endelante que lli plazgia qué se partissen los dezmos e vos los ornes moradores ennas Fages por medio entre las eglesias de San Salvador e de San Georgio e vos los ornes que fosedes feligreses de Sant Georgio. Otrossi dixo que. lli plazia que los ornes feligreses de San Salvador que veniesen lavrar so la feli gresía de San Georgio que diessen y la meatat de los dezmos assi commo yera costumme del obispado. E el abbat dixo que lli plazia que se pagassen los dezmos assi commo Iohan Perez dizia, e ambas las partes pediron a my argediano ia dicho que lo diesse assi entre las por juyzio. E yo visto esto todo sobredicho julgando mande que vos los ornes moradores ennas Fages fossedes feligreses de la eglesia de San Georgio, e que los dezmos de vos los partiessen por medio a ambas las eglesias de San Salvador e de Sant Georgio, e que vos los feligreses de Sant Salvador que veniessedes lavrar so la campana de San Georgio que diessedes i la meatat del dezmó de lo que y lávrassedes assi commo yera costumme del obispado, porque ammesto á todos e a cada uno de vos por tres plazos de tres dias cada plazo del dia que esta carta virdes que vos los moradores ennas Fages vayades a la eglesia de San Georgio e diedes y todos los derechos de Sancta eglesia salvo la m eatat de los dezmos e diedes a la eglesia de San Salvador e obedescades al capellan de San Georgio commo a vuestro capellan. Otrossi qué vos los feligreses de San Salvador que fordes lavrar so la campana de San Georgio que diedes y la meatat dél dezmó assi commo yera costumme del obispado. E aquellos a aquel de vos que lo assi non fezferdes dé los nueve d ias'en delantre yo vos escommungó én este scnpto. E mando al capellán de San Georgio e dé Sant Salvador e a aqualquier delíos a quien esta carta fuer mostrada so pena descommonion que vos la lea y del plazo en delantre aquellos qué énna dicha seritengia cayerdes que vos denuncié por escominúrigados cada domingo e~ cada fiesta de /.../> al que la llieVa. É porqué yo non fizi fazer seello despos que fuy archediano mando seellar esta carta con él seello con que seellaba cuando yera chantre. marzo Dada en Oviedo doze días de Era M.CCC.XXX.VIIII. Iohan Perez. E esta carta leida el sobredicho abbat pidió a my Gutier Peláis escusador ia dicho que lli diesse el trasllado della escripto en pergamino e signado con temiendo que lli derramasse .......... ........... muyo signo porque dixo que lo avia mester . marzo SAN SALVADOR DE DEVA Y SU MONASTERIO HASTA LA EDAD MODERNA 381 la dicha carta porque yera escripta en papel. Esto fue ocho días de / ............/ era de m ili treszientos e quarenta e tres annos, presentes don Iohan Rodríguez prior / . . . / Fernandiz monges, Fernán Iohaniz e Pero Iohannis moradores enna pobla grado, Pero Menendez e Gongalo Peláis Filio de P eley Perez de la Nozeda e otros ornes. Hyo Gutier Pelai escusador ia dicho fuy presente a esto e por rogo e ha pidomiento del dicho abbat fiz escribir este trasllado desta carta e fiz en ella esty signno sem ellante al de Iohan Alfonso notario sobredicho. LOCALIZACION Y ANALISIS FUNCIONAL DE LAS ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA POR INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ Cuando en el Boletín (BIDEA) núm. 119 de 1986 se abordó el análisis funcional de las entidades de población del concejo de Aller, se explicaron los fines perseguidos con este estudio y se de finieron conceptos tan im portantes como «Teoría de los Lugares Centrales» y «Sistem as Territoriales». Pues bien, utilizando esta m ism a Metodología, efectuarem os el análisis funcional de las enti dades de población del concejo de Lena y tam bién establecerem os una jerarq u ía y una tipología de núcleos que luego localizaremos sobre el espacio para com probar si se cumple o no el modelo de Christaller. Pero en esta colaboración, a diferencia de la anterior, no anali zarem os un concejo aisladam ente sino que tratarem os de establecer com paraciones p ara apreciar la posible existencia de analogías y diferencias entre los dos concejos. Esas analogías y esas diferencias irán quedando patentes a m edida que vayamos avanzando en el análisis del sistem a territo rial del concejo de Lena. LOCALIZACION Y DELIMITACION DE LAS ENTIDADES DE POBLACION En la an terio r colaboración (véase BIDEA 1986, núm. 119) ha cíamos referencia a los problem as que se nos plantean cuando intentam os localizar y, sobre todo, delim itar entidades de pobla 384 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ ción. Sin embargo, en el concejo de Aller, al estar muy poblado, la integración de esas entidades es mucho más compleja que en el de Lena, pues en este último la mayor parte de la población se concentra en la capital del municipio, que cuenta con 7.863 habi tantes, mientras que Campomanes sólo tiene 782, existiendo asi mismo una gran diferencia entre éste y Vega del Ciego. Las mismas fuentes utilizadas para el estudio del concejo de Aller dieron como resultado el número de núcleos que debemos analizar en Lena, los cuales aparecen —ordenados de mayor a me nor, según el número de habitantes— en el cuadro I, el cual se corresponde con la figura 1, que es el mapa donde se encuentran situados. ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA CUADRO I: 385 ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA (Complemento de la figura 1) N.° 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 Núcleo Pola de Lena Campomanes Vega del Ciego V illallana Carabanzo Zureda Muñón Fondero Sotiello Palacios Vega (La) Piedraceda Puente de los Fierros Vega del Rey Palacio (El) Pajares Jomezana de Arriba Columbiello Corrona (La) Jomezana de Abajo Tiós Casorvida Piñera de Abajo Telledo Parana Felgueras Malvedo Retrullés Llanos de Somerón Frecha (La) V allinas Espinedo San Miguel del Río Carraluz Riospaso Mamorana San Feliz Padrún (El) B rañillín (El) Muñón Cimero M odín Valle Pobla. N.° 7.863 782 349 335 297 274 215 213 181 173 153 144 137 122 117 108 103 96 96 95 93 89 83 77 75 73 73 71 64 64 62 61 57 54 52 48 48 44 43 42 42 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 81 82 Núcleo Valle (El) Tuiza de Abajo Congostinas Cruz (La) Peridiello Iglesia (La) Reconcos Alcedo Herías Tuiza de Arriba San Martino Navedo Armada Piñera de Arriba Maderada (La) Maramuñiz Reconcos Sorribas Buelles Redondo (El) Cortina (La) Corradón Cobertoria (La) Romía de Arriba Culquera de Abajo Corraona (La) Linares Cornellana Cotorraso Tablado Culquera de Arriba Otero Venceyal Campos (Los) Castiellu (El) Brañalamosa Pontones (Los) Traslacruz Retrunal Puente (El) Heros Pobla. 41 40 39 39 37 37 37 33 33 33 33 32 31 30 30 28 28 27 27 26 26 25 24 24 24 23 21 20 20 20 18 18 18 18 18 17 16 16 16 15 14 386 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ CUADRO 1 (Continuación) N.° 83 84 85 86 87 88 89 90 91 92 93 94 95 96 97 98 99 100 101 102 103 104 105 106 107 108 109 Núcleo Campas (Las) Campas (Las) Trechorio (El) Corras (Las) Miera (La) Castañera Renueva Fueyos (Los) Muela (La) Requejo Ferreras Santa Cristina Flor de Acebo Villar Castro (El) Salas Pandiella (La) Rasa (La) Santomedero Pedrosas (Las) Rónzón Mal ved a (La) Campo (El) Collado (El) Rasa de Abajo Malpique Romía de Abajo Pobla. 14 13 13 12 12 11 11 11 10 10 9 9 9 9 9 8 8 8 8 8 7 7 7 6 6 6 5 N.u 110 111 112 113 114 115 116 117 118 119 120 121 122 123 124 125 126 127 128 129 130 131 132 133 134 135 Núcleo Bendueños Cabo Caseta (La) Corradavieja Fresnedo Mi siego s Sopera (La) Nocedo (El) Santa Marina Fresnedo Armada Nozala (La) Pegas (Las) Rúa (La) Torre (La) Ablano Monas (Las) Villar Figares (Las) Collada (La) Viña (La) Cabezón Navidiello Bayo (El) Viscarrionda Vega-Muro Pobla. 5 5 5 4 4 4 4 3 3 3 3 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 1 1 1 1 1 Fuentes: Nomenclátor, 1970. Padrón de habitantes, 1981. Elaboración propia. CARACTERISTICAS DEL ESPACIO ESTUDIADO En el análisis del concejo de Aller (véase BIDEA 1986, núm. 119) hacíam os alusión a la incidencia que tiene el relieve, las vías de com unicación y la densidad de población en la estru ctu ra de los sistem as territoriales y en la aplicación de la Teoría de los Luga res Centrales de Christaller. ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA a) 387 E l relieve. Los concejos de Aller y Lena tienen unas características físicas sem ejantes, pues am bos son lim ítrofes y adem ás están enclavados dentro de la Cuenca Carbonífera Central; por esa razón, el relieve de Lena se estudió en la colaboración an terio r conjuntam ente con el de Aller, lo cual hace que sea innecesario extendernos en este apartado al haber sido abordado y analizado anteriorm ente (véase BIDEA 1986, núm. 119). b) Las vías de comunicación. El concejo de Lena está m ejor com unicado que el de Aller. Con tribuye a esta com unicación la existencia de la carretera nacional 630, por la que circulan mayores flujos de tran sp o rte al ser la más im portante de la región, pues es la principal vía que une Asturias con León. Atraviesa el concejo de N orte a Sur; es decir, desde Mieres hasta internarse en la provincia de León a través del puerto de Pajares. De esta arteria principal —que com unica a Pola de Lena con Mieres y Oviedo m ediante una red de autobuses constante— salen a su vez varias ram as de acceso a las distintas parroquias del concejo. Así, la capital del m unicipio Pola de Lena se halla si tuada en una encrucijada de carreteras que se dirigen hacia varias direcciones: a Quirós, El Valle, a Carabanzo; tam bién existen otros ram ales que van a Columbiello, Otero, Alcedo, y siguiendo la carre tera general hasta Campomanes —que tam bién está en una encru cijada por ser un núcleo im portante— se bifurcan los dos ram ales m ás im portantes: uno hacia Pajares y otro hacia el pu erto de la Cubiella pasando por Tuiza; de aquí parten asim ism o carreteras a Tiós, Sotiello, Zureda, Casorvida, Herías —pequeño ram al que p ar te de La Frecha— , Las Puentes, Parana; de Fierros p arte otro ram al hasta Llanos de Som erón, etc. Además, Lena se com unica con todos los concejos lim ítrofes me nos con el de Aller, al no existir vías de com unicación entre am bos a causa de la dificultad que impone el relieve. Con Riosa se com u nica a través de una carretera que pasa por Muñón Fondero hasta atravesar la Soterraña, y con Quirós por medio de la que parte de Pola de Lena, atravesando Palacios, Piedraceda hasta internarse en dicho concejo. Tam bién hay una red de caminos que sirven al resto de los nú cleos situados en lugares menos accesibles a las vías de tran sp o rte 388 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ y algunas líneas de autobuses que recorren casi todo el m unicipio. Por o tra parte, la autopista del H uerna contribuye a evitar el difícil acceso que supone el puerto de Pajares y a descongestionar el tráfico entre nuestra región y la Meseta. Asimismo, esta m ejor comunicación está facilitada por la línea de ferrocarril RENFE que atraviesa el concejo de N orte a Sur sir viendo toda la parte Este del mismo y favoreciendo la com unicación con Mieres y León. Las vías im portantes de comunicación inciden en la funciona lidad y jerarq u ía de los núcleos. Así, si nos fijam os en el m apa (figura 2) vemos que los lugares centrales exportadores de bienes y servicios —Pola de Lena, Villallana, Campomanes, Puente de los Fierros, Pajares, etc.— se encuentran situados a lo largo de dichas vías, las cuales están a su vez adaptadas a las características físicas del concejo. ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA c) 389 La densidad de población. El m apa de densidad p ortante de población en fuerte inm igración de los la capital del m unicipio, (figura 3) refleja una concentración im la parroquia de Pola de Lena debido a la habitantes del resto de las parroquias a increm entando ésta su población de los 5.760 habitantes en 1970 a los 7.863 en el año 1980, m ientras que el resto de las parroquias la fueron perdiendo progresivam ente. E sta em igración hacia la capital Pola de Lena hace que vayan que dando en el concejo espacios casi vacíos, como es el caso de las p arroquias situadas al Sur y al Este, las cuales ya cuentan con me nos de 10 habitantes por Km2. Este trasvase de población desde las áreas m ás desfavorecidas orográficam ente hacia las zonas don de existen m ejores m edios de comunicación y un relieve más favo- 390 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ rabie com prom ete el futuro demográfico de m uchas entidades, pues si tenemos en cuenta que en 1970 el concejo tenía 14.921 ha bitantes y en 1980 un total de 14.553, la pérdida de población es poco significativa; sin embargo, el descenso es im portante en la m ayor parte de las parroquias. Al igual que en el concejo de Aller, las m ayores densidades de población se encuentran en los valles más im portantes donde se hallan las vías de comunicación principales y las m ejores condi ciones desde el punto de vista orogràfico, siendo muy bajas en las zonas m ontañosas de ambos concejos. Sin em bargo, Lena, a pesar de tener una extensión m enor —312,5 Km2, m ientras que Aller tiene 376 Km 2— , cuenta con un mayor núm ero de parroquias y tam bién de núcleos debido a las distintas form as de poblam iento (1), exis tiendo en Aller un hábitat más concentrado y unas densidades m a yores de población que superan en Caborana los 700 habitantes por Km2. Al ser Aller un concejo más poblado sólo cuenta con dos parroquias casi vacías, m ientras que Lena tiene ya un total de seis parroquias cuyas densidades de población son inferiores a los 10 habitantes por K m 2. LA JERARQUIA DE NUCLEOS EN EL CONCEJO DE LENA SEGUN LA DOTACION DE ACTIVIDADES, ESTABLECIMIENTOS Y FUNCIONES Para efectuar el estudio de la funcionalidad de las entidades de población del concejo de Lena hemos utilizado la m ism a m eto dología y consultado la misma fuente que em pleam os para el aná lisis del concejo de Aller; es decir, obtuvim os la inform ación de la Lista C obratoria del Im puesto Industrial, la cual fue definida y com entada en la anterior colaboración (véase BIDEA 1986, núm. 119). A través de la mencionada Lista C obratoria del Im puesto In dustrial hemos podido conocer el núm ero de núcleos que cuentan con actividades, establecim ientos y tam bién las funciones de cada uno de ellos, lo cual es im prescindible para establecer una je ra r quía de los mismos. Los que serán objeto de estudio aparecen en la figura 4. (1) Véase el origen del poblamiento en G a r c ía F e r n a n d e z , Jesús: “Orga nización del espacio y economía rural en la España A tlántica”, Madrid. 1975, pág. 15, y en el libro del mismo autor: “Sociedad y organización tradicional del espacio en A sturias”, Silverio Cañada, 1930, págs. 61-79. ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA a) 391 Análisis de las actividades. El número total de actividades de cada núcleo están recogidas en el cuadro II, donde, a pesar de que los núcleos no siguen un orden decreciente de actividades por estar ordenados según el nú mero de habitantes de mayor a menor, existe una jerarquía de actividades. Así vemos que Pola de Lena, con 287, y Campomanes, con 40, son los mejor dotados; les siguen Villallana que tiene 18, Pajares 13, Vega del Ciego 12, Puente de los Fierros 9, Sotiello 6, etc., hasta llegar a los 17 núcleos de una sola actividad. Por otra parte, existen en el concejo 87 núcleos con una dedica ción agraria exclusiva y son, por tanto, totalmente dependientes de otros (véase cuadro III). Para conocer la relación que hay entre la población y las activi dades hemos elaborado un gráfico (figura 5) semejante al que rea lizamos para el concejo de Aller (véase BIDEA 1986, núrn. 119) que representa una nube de puntos, es decir, se trata de un eje de 392 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ coordenadas en el cual colocamos la población én las abscisas y las actividades en las ordenadas, para luego hallar la recta de re gresión y poder conocer la media. Como ya hemos com entado, el gráfico nos perm ite hablar de núcleos de tipo A, B y C, según su situación en relación a dicha recta, la cual tiene muy poca pen diente, siendo casi horizontal, pues a excepción de Pola de Lena, el resto de los núcleos tienen poca población y pocas actividades. Eso nos obligó a establecer una discontinuidad en el gráfico que nos perm itiera pasar de los 1.000 habitantes (aunque Campomanes no llega a dicha cantidad) a los 7.863 existentes en la capital para poder efectuar la escala. Como vemos, éste es un hecho significa tivo que nos indica la m ayor concentración de habitantes y activi dades dentro del sistem a que estam os analizando. Aparte de Pola de Lena, existen otros núcleos de tipo A, es decir, que están por encima de la media, como Campomanes, Villallana, Puente de los Fierros, etc., algunos de los cuales están menos poblados que, por ejemplo, Carabanzo, Zureda, Muñón Fondero, Palacios, etc., y, sin em bargo, éstos pertenecen al grupo B. Como ya sabemos, esto es debido a la existencia de otros factores diferentes a la población, que inciden en el núm ero de actividades de un núcleo concreto. Así, la situación geográfica en relación con el relieve, el ser más o menos favorecidos por las vías de comunicación y la m ejor accesi ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJÓ DE LENA 393 bilidad a los m ism os de m edios de transporte, m ercancías, etc., son circunstancias que favorecen las actividades com erciales y de ser vicios en unas entidades de población determ inadas, m ientras que otras están perjudicadas po r carecer de las ventajas de dichos fac tores. Por o tra parte, al igual que nos ocurre con Aller, los núcleos que cuentan con pocas actividades y tienen una población sim ilar se acum ulan, dando lugar a un am ontonam iento de puntos que nos obliga a q u itar algunos de ellos, no pudiendo aparecer todos re presentados, pero este problem a no dificulta la posibilidad de establecer una clasificación de la totalidad de los mismos. FIGURA 4: CORRESPONDENCIA DE LAS CLAVES NUMERICAS QUE APARECEN EN LAS FIGURAS (Complemento) N.° 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 Núcleo Pola de Lena Campomanes Vega del Ciego V illallana Carabanzo Zureda Muñón Fondero Sotiello Palacios Vega (La) Piedraceda Puente de los Fierros Vega del Rey Pajares Jomezana de Arriba Columbiello Corrona (La) Jomezana de Abajo Tiós Casorvida Piñera de Abajo Telledo Parana Felgueras N.‘> 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 - 46 47 48 Núcleo Malvedo Llanos de Somerón Frecha (La) Espinedo San Miguel del Río Riospaso Mamorana Brañillín (El) Muñón Cimero V alle (El) Tuiza de Abajo Congostinas Iglesia (La) Tuiza de Arriba Navedo Armada Piñera de Arriba Maderada (La) Sorribas Buelles Redondo (El) Cobertoria (La) Culquera de Abajo Pontones (Los) 394 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ CUADRO II: NUMERO DE ACTIVIDADES POR NUCLEO EN EL CONCEJO DE LENA N.° Núcleo Act. N.° 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 Pola de Lena Campomanes Vega del Ciego V illallana Carabanzo Zureda Muñón Fondero Sotiello Palacios Vega (La) Piedraceda Puente de los Fierros Vega del Rey Palacio (El) Pajares Jomezana de Arriba Columbiello Corrona (La) Jomezana de Abajo Tiós Casorvida Piñera de Abajo Telledo Parana Felgueras Malvedo Retrullés Llanos de Somerón Frecha (La) V allinas Espinedo San Miguel del Río Carraluz Riospaso Mamorana San Feliz Padrún (El) Brañillín (El) Muñón Cimero M odín V alle Valle (El) Tuiza de Abajo 287 40 12 18 5 3 5 6 4 4 4 9 5 — 13 4 4 2 2 1 1 4 4 3 2 2 — 4 4 — 4 1 — 2 1 — 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 81 82 83 84 85 86 — 1 1 — — 1 3 Núclee Congostinas Cruz (La) Peridiello Iglesias (La) Reconcos Alcedos Herías Tuiza de Arriba San Martino Na vedo Armada Piñera de Arriba Maderada (La) Maramuñiz Reconcos Sorribas B uelles Redondo (El) Cortina (La) Corradón Cobertoria (La) Romía de Arriba Culquera de Abajo Corrona (La) Linares C om ellana Cotorraso Tablado Culquera de Arriba Otero Venceyal Campos (Los) Castiellu (El) Brañalamosa Pontones (Los) Traslacruz Retrunal Puente (El) Heros Campas (Las) Campas (Las) Trechorio (El) Corras (Las) Act. 1 — — 1 — — — 1 — 1 1 1 1 — — 1 1 1 — — 2 — 2 — — — — — — — — — — — 3 — — — — — — — -- 395 ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA CUADRO II (Continuación) N.° 87 88 89 90 91 92 93 94 95 96 97 98 99 100 101 102 103 104 105 106 107 108 109 110 111 112 Núcleo Miera (La) Castañera Renueva F ueyos (Los) Muela (La) Requejo Ferreras Santa Cristina Flor de Acebo Villar Castro (El) Salas Pandiella (La) Rasa (La) Santomedero Pedresas (Las) Ronzón Malveda (La) Campo (El) Collado (El) Rasa de Abajo Malpique Romía de Abajo Bendueños Cabo Caseta (La) Act. N.° Núcleo Act. — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — 113 114 115 116 117 118 119 120 121 122 123 124 125 126 127 128 129 130 131 132 133 134 135 Corrada Vieja Fresnedo M isiegos Sopera (La) Nocedo (El) Santa Marina Fresnedo Armada Nozala (La) Pegas (Las) Rúa (La) Torre (La) Ablano Monas (Las) Villar Figares (Las) Collada (La) Viña (La) Cabezón N avidiello Bayo (El) Viscarrionda Vega-Muro — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — I Total ....... _ ,, 483 — Fuentes: Lista Cobratoria del Impuesto Industrial, 1980. Nomenclátor de po blación, 1970, y Padrón de habitantes, 1981. Elaboración propia. CUADRO III: ENTIDADES DE POBLACION TOTALMENTE DEPENDIENTES EN EL CONCEJO DE LENA N.° Núcleo 1 2 3 4 5 6 7 Palacio (El) R etrullés V allinas Carraluz San Feliz Padrún (El) M odín Pobla. N.° 122 73 64 57 48 48 42 8 9 10 11 12 13 14 Núcleo Valle Cruz (La) Peridiello Reconcos Alcedo Herías San Martino Pobla. 42 39 37 37 33 33 33 396 a : ' ïn o c ë n c ià F e r n á n d e z fe r n a n d íz z CUADRO III (Continuación) N.° 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 N úcleo M aram uñiz R econcos C ortina (La) Corradón R om ía de A rriba C orraona (La) L in ares C om ella n a C otorraso Tablado C ulquera de Arriba Otero V en ceyal (El) C am pos (Los) C astiellu (El) B rañalam osa T raslacruz R etrual P u en te (El) H eros C am pas (Las) C am pas (Las) T rechorio (El) Corras (Las) M iera (La) C astañera R enueva F u ey o s (Los) M uela (La) R equejo F erreras San ta C ristina F lor de A cebo V illar C astro (El) Salas P an d iella (La) Pobla. N.° N úcleo 28 28 26 25 24 23 21 20 20 20 18 18 18 18 18 17 16 16 15 14 14 13 13 12 12 11 11 11 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 81 82 83 84 85 86 87 R asa (La) Santom edero P ed rosa s (Las) Ronzón M alveda (La) Campo (El) C ollado (El) R asa de A bajo M alpique R om ía de A bajo B endueños Cabo C aseta (La) Corrada V ieja F resnedo M isiegos Sopera (La) N ocedo (El) Santa M arina F resnedo A rm ada N ozala (La) P eg a s (Las) Rúa (La) Torre (La) A blano M onas (Las) V illar F igares (Las) C ollada (La) V iña (La) Cabezón N a v id iello B ayo (El) V iscarrionda V ega-M uro 10 10 9 9 9 9 9 8 8 Pobla. 8 8 8 7 7 7 6 6 6 5 5 5 5 4 4 4 4 3 3 3 3 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 1 1 1 1 1 N ota: V a llin a s está integrada en V illa lla n a ; L as Cam pas, La M iera y L as Figares son en tid ad es ya absorbidas por P ola de L ena. M od ín , La Torre, La Rúa está n integradas en C am pom anes. F u en tes: N om en clátor de población, 1970, y Padrón de h ab itan tes, 1981. L ista Cobratoria d el Im puesto Industrial, 1980. E laboración propia. ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA b) 397 Análisis de los establecimientos. El cuadro IV nos indica la existencia de una jerarq u ía de nú cleos, según la dotación de establecim ientos, sim ilar a la de las actividades. Por ello, podem os hablar de una jerarquización, siendo Pola de Lena el más im portante y siguiendo Campomanes, Villallana, Pajares, Vega del Ciego, Puente de los Fierros h asta llegar a los que cuentan con un solo establecimiento. El haber ordenado estos núcleos según sus habitantes, no es suficiente para ver la relación entre el núm ero de establecim ientos y la población de cada uno de ellos; por eso realizam os una repre sentación gráfica sim ilar a la anterior, con el fin de obtener una inform ación más clara y precisa acerca de dicha relación (figura 6). Así podem os observar que la semejanza entre am bos gráficos es muy grande, y adem ás, si exceptuamos Vega del Ciego, que tiene un núm ero de actividades en relación con la población superior al de establecim ientos, los núcleos de tipo A, B y C son los mism os, tanto en actividades como en establecim ientos, por eso la je ra r quía no sufre variación alguna. 398 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ CUADRO IV: CLASIFICACION DE LOS NUCLEOS SEGUN EL NUMERO DE FUNCIONES Y OTRAS VARIABLES Núcleo Pola de Lena Campomanes V illallana Puente de los Fierros Vega del Ciego Pajares Carabanzo Muñón Fondero Vega (La) Piedraceda Vega del Rey Piñera de Abajo Frecha (La) Zureda Sotiello Palacios Jomezana de Arriba Columbiello Corrona (La) Telledo Parana Felgueras Llanos de Somerón Espinedo Tuiza de Abajo Pontones (Los) Jomezana de Abajo Tiós Casorvida Malvedo San Miguel del Río Riospaso Mamorana Brañillín (El) Muñón Cimero V alle (El) Congostinas Iglesia (La) Tuiza de Arriba Navedo Armada Piñera de Arriba Maderada (La) (1) F 50 16 8 6 5 5 3 3 3 3 3 3 3 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 I.D. 1.109,17 151,78 56,4 22,39 18,16 15,87 9,5 10,02 6,71 25,75 4,5 3,01 2,25 3,01 6,02 3,77 3,74 3,77 2,25 4,5 3,74 2,25 3,77 3,01 0,76 3,01 0,76 0,76 1,49 0,76 0,76 1,52 0,76 0 0,76 0 0,76 0,76 0,76 0,76 0,76 0,76 0,76 E H 245 37 14 8 9 11 5 5 4 3 5 4 3 3 6 4 3 4 2 4 3 2 4 3 2 3 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 32 21,1 23,9 18 38,7 10,6 59,4 43 43,2 51 27,4 22,25 21,3 91,3 35,5 45,2 36 25,75 48 20,75 25,6 37,5 17,75 20,6 20 5,3 96 95 93 73 61 27 52 44 43 41 39 37 33 32 31 30 30 L 26 15 7 4 9 9 —4 —2 —1 —1 1 1 2 —6 —1 —2 1 1 —1 1 1 —0 2 2 2 2 —1 —2 —2 0 —1 0 —1 —0 —0 —0 —0 0 0 0 0 0 0 T A A A A B-C A B C B B B-C C C B C B C C B C B B C B-C B-C C C B B B B B B B B B B B B B B B B P 7.863 782 335 144 349 117 297 215 173 153 137 89 64 274 213 181 108 103 96 83 77 75 71 62 40 16 96 95 93 73 61 54 52 44 43 41 39 37 33 32 31 30 30 399 ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA CUADRO IV (Continuación) Núcleo (1) F Sorribas B uelles Redondo (El) Cobertoria (La) Culquera de Abajo (1) I.D. 0,76 0,76 0,76 1,49 1,52 E H 1 1 1 1 2 27 27 26 24 12 L 0 0 0 1 1 T P B B B B B 27 27 26 24 24 F: número de funciones. I.D .: Indice de Davies. E: número de estableci m ientos. H: número de habitantes por establecim iento. L: número de li cencias básicas. T : tipo de núcleo. P : número de habitantes. Fuentes: Lista Cobratoria del Impuesto Industrial, 1980. Nom enclátor de po blación, 1970. Padrón de habitantes, 1981. Elaboración propia. c) Análisis de las funciones. Como ya hem os com entado, conocer el núm ero de funciones con las que cuenta un núcleo es muy im portante p ara poder esta blecer una je ra rq u ía y efectuar el análisis correspondiente. P or esa razón, en el cuadro IV los núcleos están ordenados según el núm ero total de funciones existentes en cada uno de ellos. La ubicación geográfica tam bién tiene incidencia en la función e incluso en el origen de un asentam iento hum ano. En Lena esto sucede con El Brañillín, que nació como consecuencia del deporte y éste a su vez favoreció la instalación de una tienda de artículos deportivos en dicho lugar. Por ello, podemos hab lar de una entidad de población que tiene una función, un establecim iento y una ac tividad. d) N úm ero de habitantes por establecim iento. En el cuadro IV aparece el núm ero de habitantes por estable cim iento en cada núcleo del sistem a que estam os analizando. Para conocer este dato y los correspondientes a los apartados siguientes hem os utilizado los mism os criterios que anteriorm ente cuando analizam os el concejo de Aller, p o r ello no creemos necesario vol ver a rep etir aquí cómo elaboram os cada uno de los cuadros, pues ya lo hem os explicado en la colaboración an terio r (véase BIDEA 1986, núm . 119). 400 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ- La media de establecim ientos para el concejo de Lena es de 34,65 (m edia muy sim ilar a la de Aller). Teniendo en cuenta esto, existen en el sistem a un total de 27 núcleos que están por debajo de ésta, es decir, tienen establecim ientos suficientes. Es éste el caso de Po la, Campomanes, Villallana, Puente de los Fierros, Pajares, Vega del Rey, etc. Pero estos datos no son fiables cuando los aplicam os a núcleos que tienen pocos habitantes y cuentan con un solo establecim iento, ya que al efectuar la división nos sale un núm ero inferior a la me dia y, sin em bargo, sus habitantes no están totalm ente abastecidos. Esto sucede con Navedo, Armada, Tuiza de Arriba, Piñera de Arriba, La M aderada, Sorribas, Buellcs, El Redondo y La Cobertoria. e) N úm ero de licencias básicas y número de establecim ientos básicos. En este apartado hemos querido analizar, para luego poder com parar, las licencias básicas y los establecim ientos básicos co rrespondientes a cada núcleo estudiado. Para ello realizamos los cuadros V y VI, que sirven para indicarnos la no existencia de diferencias sustanciales en lo referente a los núcleos exportadores de bienes y servicios, es decir, en ambos casos son los mismos si exceptuam os Vega del Ciego. Por ello, existen un total de 18 núcleos con un núm ero positivo de licencias básicas y 17 establecim ientos básicos, pues en este caso Vega del Ciego está en el límite. Como sabemos, esto quiere decir que abastecen a sus habitantes y a la vez exportan otros núcleos deficitarios o carentes de actividades comerciales. f) Indice de centralidad de Davies. Para evitar distorsiones producidas por las funciones esporádi cas, tam bién en este caso hemos rectificado el índice de Davies, tal como lo hicimos cuando efectuamos el análisis del sistem a te rrito rial an terio r (véase BIDEA 1986, núm. 119). Los resultados de estos índices se pueden ver en el cuadro IV, que resum e todos los datos analizados, pero dando prim acía al núm ero de funciones por ser fundam entales a la hora de establecer una jerarq u ía de núcleos. ENTIDADES. DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA 401 La jerarquización es muy clara en el concejo de Lena, siendo Pola de Lena y Cam pomanes los que dom inan sobre el resto por poseer un núm ero m ayor de funciones. A éstos les siguen Villallana, Puente de los Fierros, Vega del Ciego y Pajares. Todos ellos son de tipo A —según la tipología resultante del análisis de regre sión— y tam bién poseen un núm ero m ayor de actividades y esta blecim ientos. En el cuadro VII aparecen reflejados los núcleos de tipo A y B, que se clasifican según um brales de población determ inadas, te niendo en cuenta las funcionales, los establecim ientos y otras va riables, lo cual nos perm ite establecer grupos y tipologías distintas. Partiendo de A-l hasta A-4 y de B-l a B-4 percibim os la jerarq u ía y el escalonam iento en pisos de las entidades —tanto vertical como incluso horizontalm ente— m ediante el establecim iento de grupos y niveles que incluyen núcleos diferentes. CUADRO V: NUMERO DE LICENCIAS BASICAS POR NUCLEO N.° 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 Núcleo Pola de Lena Campomanes Vega del Ciego Villallana Carabanzo Zureda Muñón Fondero Sotiello Palacios Vega (La) Piedraceda Puente de los Fierros Vega del Rey Pajares Jomezana de Arriba Columbiello Corrona (La) Jomezana de Abajo Tiós Casorvida Piñera de Abajo Telledo Parana Felgueras L.B. N.° 26 15 1 7 —4 —6 —2 —1 —2 —1 —1 4 1 9 1 1 —1 —1 —2 —2 1 1 1 —0 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 Núcleo Malvedo Llanos de Somerón Frecha (La) Espinedo San Miguel del Río Riospaso Mamorana Brañillín (El) Muñón Cimero Valle (El) Tuiza de Abajo Congostinas Iglesia (La) Tuiza de Arriba Navedo Armada Piñera de Arriba Maderada (La) Sorribas Buelles Redondo (El) Cobertoria (La) Culquera de Abajo Pontones (Los) L.B. 0 2 2 2 —1 Ò —1 —0 —0 —0 2 —0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 1 1 2 Fuentes: Lista Cobratoria del Impuesto Industrial, 1980. Nomenclátor de la población, 1970, y Padrón de habitantes, 1981. Elaboración propia. 402 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ CUADRO VI: NUMERO DE ESTABLECIMIENTOS BASICOS POR NUCLEO EN EL CONCEJO DE LENA N.° 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 (1) Núcleo Pola de Lena Campomanes Vega del Ciego Villallana Carabanzo Zureda Muñón-Fondero Sotiello Palacios Vega (La) Piedraceda Puente de los Fierros Vega del Rey Pajares Jomezana de Arriba Columbiello Corrona (La) Jomezana, de Abajo Tiós Casorvida Piñera de Abajo Telledo Parana Felgueras (1) E.B. N.° 25 15 0 5 —3 —5 —1 0 —1 —1 —1 4 1 8 0 1 —1 —2 —2 —2 2 2 1 0 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 Núcleo Malvedo Llanos de Somerón Frecha (La) Espinedo San M iguel del Río Riospaso Mamorana Brañillín (El) Muñón Cimero Valle (El) Tuiza de Abajo Congostinas Iglesia (La) Tuiza de Arriba Na vedo Armada Piñera de Arriba Maderada (La) Sorribas B uelles Redondo (El) Cobertoria (La) Culquera de Abajo Pontones (Los) (1) E.B. —1 2 1 1 —1 1 0 0 0 0 1 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 1 3 E.B.: Número de establecim ientos básicos. Fuentes: Lista Cobratoria del Impuesto Industrial, 1980. Nomenclátor de la población, 1970, y Padrón de habitantes, 1981. Elaboración propia. 403 ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA CUADRO V II: CLASIFICACION DE NUCLEOS POR TIPOS Y GRUPOS EN LENA A Tipo B Variable 4 1 2 3 100 50 400 200 100 50 50 10 200 100 50 10 8 2 3 2 1 5 2 2 1 2 1 1 1 14 4 4 2 1 9 3 4 3 2 2 1 1 1.109,17 151,78 56,4 3,77 4,5 1,52 3,01 0,76 26 15 9 2 2 1 1 0 0 —6 Umbral 1 2 3 M áximo Mínimo 8.000 700 700 100 Máximo Mínimo 50 16 Estableci m ientos Máximo Mínimo 245 37 Ind. D avies Máximo Mínimo Máximo Mínimo Población Funciones Licencias básicas H abitantes/E stableci m ientos N.° de núcleos por grupo Menor Menor Menor Menor 2 5 7 12 18,16 3,01 2 25,75 3,74 1 —2 1 2,25 0,76 4 0,76 0 0 0 —2 —0 Mayor Mayor Mayor Mayor 5 4 8 5 Grupo A - l : Pola de Lena y Campomanes. Grupo A-2: V illallana, Puente de los Fierros, Vega del Rey, Pajares y Columbiello. Grupo A-3: Piñera de Abajo, Telledo, Parana, Llanos de Somerón, Frecha (La), Espinedo y Riospaso. Grupo A -4 : Tuiza de Abajo, Tuiza de Arriba, Navedo, Armada, Piñera de Arriba, Maderada (La), Sorribas, Buelles, Redondo (El), Cobertoria (La), Culquera de Abajo y Pontones (Los). Grupo B -l Vega del Ciego, Carabanzo, Zureda, Muñón Fondero y Sotiello. Grupo B-2 Palacios, Vega (La), Piedraceda y Jomezana de Arriba. Grupo B-3 Corrona (La), Jomezana de Abajo, Tiós, Casorvida, Felgueras, Malvedo, San Miguel del Río y Mamorana. Grupo B -4 : Brañillín (El), Muñón Cimero, Valle (El), Congostinas e Igle sia (La). 404 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ CONCLUSIONES La figura 7 nos perm ite conocer la ubicación de los lugares centrales en el espacio, así como sus relaciones de dominio-depen dencia y su posición jerárquica. Los dom inantes en el sistem a son Pola de Lena y Campomanes, los cuales están situados en la p arte septentrional del concejo, form ando una línea recta a lo largo de las vías de comunicación y en una encrucijada de carreteras, ya que si superponem os la figura 7 con la 8 observam os que de ellos salen carreteras hacia diversos puntos del espacio y tam bién po demos apreciar cómo la mayoría de los núcleos que cuentan con funciones, sobre todo los de tipo A, se hallan ubicados a lo largo de las m ism as —tal como sucede en Aller—, bien sea de la Nacional 630 o de otras secundarias. ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA 405 Por ser los más im portante, Pola y Campomanes extienden sus áreas de influencia a todo el conjunto, al mism o tiem po que se im pone entre ellos una fuerte competencia. No obstante, la influen cia de la capital es m ayor sobre todo en lo referente a cierto tipo de actividades y funciones que se desarrollan exclusivamente en ella —bancarias, jurídicas, adm inistrativas...— absorbiendo en este caso el área de influencia de Campomanes y extendiendo la suya a la totalidad del concejo al tener que trasladarse los consum ido res a Pola de Lena para satisfacer ciertas necesidades. Además de estos dos núcleos de tipo A-l, existen otros de tipo A-2 y A-3 que tienen unas áreas de influencia locales, relacionadas con unos servicios y un tipo de comercio concreto. Así, Villallana extiende su área a un gran núm ero de núcleos rurales, como a La Vega (caso único de unidad funcional), San M artino, Retrullés, El Padrún, La Collada..., al mismo tiempo que en tra en com petencia 406 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ con Pola de Lena. Columbiello y Vega del Rey tam bién com piten entre ellos. Por o tra parte, Puente de los Fierros y Pajares ejercen una gran atracción sobre sus respectivas parroquias e incluso abarcan núcleos de otras lim ítrofes. Además, estas dos entidades de pobla ción, al ser paso obligado hacia León, conocen flujos de circulación muy intensos, lo cual hace que tengan una situación privilegiada para el desarrollo del comercio. Pero esta jerarq u ía de núcleos tan fuerte en Lena no podem os aplicarla a las áreas de influencia, ya que éstas no aparecen nítidas debido a las interferencias, solapam ientos y com petencias, p o r lo cual es difícil establecer una jerarquización de las mismas. No obs tante, en la figura 9 hemos intentado plasm ar las posibles áreas de influencia existentes en el sistema, señalando las principales y las secundarias. También podemos observar cómo los núcleos de tipo B están próximos e incluso rodean a los de tipo A (figura 9). ENTIDADES DE POBLACION DEL CONCEJO DE LENA 407 La adaptación de la red viaria al relieve, las irregularidades existentes en la densidad y distribución de la población, etc., hace que el espacio no sea isotrópico, lo cual evita la existencia de cual quier rigidez geom étrica y no se cumple el modelo de C hristaller en su form ulación original y más im portante. Tam poco debemos olvidar en este caso la im portancia que dio C hristaller a las vías de com unicación como alteradores de la estru ctu ra regular y geo m étrica, es lo que él llamó el principio de circulación, del cual hablam os extensam ente en la com unicación an terio r dedicada al concejo de Aller (véase BIDEA 1986, núm. 119). O tra cuestión a tener en cuenta en nuestro caso, ya que conta mos con dos capitales de municipio como son, en Lena, Pola y, en Aller, Cabañaquinta, es lo que C hristaller llam a principio de adm i nistración, respecto al que dice lo siguiente: «El sistem a de lugares centrales puede ser tam bién modificado m ediante m edidas políti cas y adm inistrativas. M ientras que cuando se im pone sólo el prin cipio de m ercado, el anillo de lugares centrales de un determ inado rango lim ite el área de influencia del lugar central de rango inm e diatam ente superior, la estru ctu ra jerárquica de la adm inistración exige que los distrito s adm inistrativos dependan de un distrito su perior. Cuando se im pone este principio, el lugar elegido como sede adm inistrativa se desarrolla favorablem ente, tendiendo a convertir se en el m ás im portante aunque su localización no sea la adecuada». El principio de m ercado es, sin em bargo p ara C hristaller, el facto r principal de la explicación locacional de las ciudades, te niendo los principios de circulación y de adm inistración el carácter de factores secundarios. F U E N T E S Licencia Fiscal o Lista Cóbratoria del Impuesto Industrial, 1980. Ayunta m iento de A ller y Lena. Nomenclátor de la Población, 1970. Instituto Nacional de Estadística. Padrón Municipal de Habitantes, 1981. Ayuntam iento de A ller y Lena. La renta de los municipios asturianos, 1978. Sadei. Caja de Ahorros de As turias, Oviedo, 1981. Mapa Topográfico Nacional, escala 1:50.000. Instituto Geográfico Nacional, Madrid. De las hojas 52, 53, 77, 78, 79, 102 y 103 la parte correspondiente a los concejos de A ller y Lena, publicadas en años distintos. Mapa Geológico de España, escala 1 :50.000. Instituto Geológico y Minero (IGME). Hoja número 78, Pola de Lena. Atlas de Asturias. Ayalga Ediciones, Salinas, 1977. Gran Enciclopedia Asturiana. Silverio Cañada, Gijón, 1970. 408 INOCENCIA FERNANDEZ FERNANDEZ 1 B I B L I O G R A F I A ' J.W. (1954): “The basic non-basic concept of urban economic functions”, en Economic Geography, 1954. A l o n s o y o t r o s (1931): Los supuestos centros locales: un análisis funcional y gravitacional. Departamento de Geografía, Oviedo. A n d r e w s , J. (1955): “Mechanics of the urban economic base”, en Land Eco nomics, 1955. B e a v o n , K.S.O. (1981): Geografía de las actividades terciarias. Una reinterpretación de la teoría de lugares centrales. Oikos Tau, Barcelona. B e c k m a n n (1958): “Structural proportions in a hierarchy of cities”. Economic Development and Cultural Change, vol. 6, págs. 243-248. B e l l , T . L . ( 1 9 7 3 ) : Central Place Theory as a mixture of the functions pattern principles of Christaller and Lösch. U niversity Microfilms, A. Serox Comp., Ann Arbor, Michigan. B e r r y , B . (1976): Geografía de los centros de mercado y distribución al por menor. 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(1941): National unity and desunity. Principia Press, Blomington. L úsc h , FE DE ERRATAS En la colaboración anterior (BIDEA 1986, núm. 119, págs. 839-877) apare cen algunas erratas que es necesario señalar y corregir, son las siguientes: Página Página Página Página Página Página 840: 843: 849: 854: 858: 866: “Sistem as Terirtoriales” por “Sistem as Territoriales” profundicar por profundizar. difirente por diferente y ete por este. Sistem a Urbana por Sistem a Urbano. eje de las ordenas por eje de las ordenadas. En el cuadro III aparece repetido Máximo Máximo en los distin tos umbrales y es Máximo y Mínimo. Página 872: la Enfistiello por la Enfistiella y absorven por absorben. Pagina 875: “teoría de oís centrales” por “teoría de los lugares centrales”. En las Fuentes u tilizad as: Lista obratoria por Lista Cobratoria. APORTACIONES A LA EPIGRAFIA DE VALDEDIOS POR LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ El suceder de los años va añadiendo mil pequeños detalles, que adquieren la categoría de testigos, a los edificios que podíam os denom inar nobles y que se m antienen aún en pie, a p esar de la barbarie, inclusive la que parte de organism os m ás o m enos ofi ciales. Quizá uno de los testigos más im portantes lo constituya el cuer po de inscripciones de todo tipo, que por m últiples razones van incorporándose a la fábrica del edificio. En las centurias que van del siglo IX al XV, decir cu ltu ra en España equivale a decir Iglesia. Y la Iglesia era fundam entalm en te: m onasterios, ab ad ías; colegiatas, catedrales. Toda la ciencia conocida se conserva e increm enta, durante un período bárbaro, por un gran eclesiástico: San Isidoro de Sevilla. Le siguen sus dis cípulos, Ildefonso, Justo de Urgel, Julián, Braulio, Fructuoso, ecle siásticos y santos darán vida a las escuelas de Toledo, Sevilla, Braga, Zaragoza, Barcelona. M onjes y eclesiásticos son los prim eros cronistas de España: Sam piro, obispo de Astorga; El Najerense, que escribe una historia curiosam ente dem ocrática; el m onje de Silos que redacta la p ri m era historia literaria. Monje fue el prim er poeta castellano, Gon zalo de Berceo. M onje el au to r del poem a de Fernán-González. M onje el fundador de la única com unidad dedicada al estudio y la predicación, Santo Domingo de Guzmán. Monje quien dispuso de los destinos del reino de Aragón, San Vicente Ferrer. Monje el en- 412 LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ cauzador de las energías bélicas en las Ordenes m ilitares, R aim un do de Fitero. Clérigo quien prim ero intuyó la idea de H ispanidad, el arzobispo Ximénez de Rada, gran benefactor del m onasterio cisterciense de S anta María de H uerta. Religioso, un gran m ístico, Raim undo Lulio. Monjes, ascetas, hum anistas, quienes llevaran a su apogeo el m ovim iento intelectual más im portante del siglo XV: Alonso de Cartagena, Pablo de Santa María, Juan de Segovia, Alonso de Ma drigal, Fernando de Córdoba, a quien po r su m ucho saber acusaran de un pacto con el demonio. M onjes fueron los espíritus anim adores de las grandes catedra les españolas: el arzobispo don Rodrigo en Toledo, don M auricio en Burgos, el inquieto y revoltoso don Diego Gelmírez en Compostela. En la espesa selva de la cultura medieval española sólo cantan las aves, m agistralm ente por cierto, de la Iglesia. Cuando éstas ca llan, el silencio es total. Un estudio, aun tan parcial como puede ser éste, sobre el edi ficio que albergó uno de estos focos del saber nos puede acercar, de una m anera im perfecta, a este tiempo ya historia, pero enorm e m ente sugestivo. El presente trab ajo tra ta rá de recoger las inscripciones conoci das, o no, del antiguo cenobio cisterciense de Santa M aría de Valdediós. Algunas razones lo aconsejan; prim ero, han sido varios los estu diosos que se ocuparon de la epigrafía de Valdediós: Risco, Tirso de Avilés, Yepes, Quadrado, Romey, Caveda, Vigil y M anzanares. Sus lecturas no siem pre coinciden, algunas inscripciones se dan por desaparecidas, otras ya no existen, m ientras que las m odernas han sido desdeñadas, cuando ya son historia. Independientem ente de ello tam poco son recogidas las inscrip ciones en m adera, pintadas en m uros, etc. En segundo lugar, la mayoría de estas inscripciones se encuen tran en condiciones que hacen tem er su desaparición, situación que, unida a las obras que en la actualidad se pretenden realizar en el m onasterio, puede provocar su desaparición definitiva. Es m uy frecuente encontrarse con un erro r generado al tra ta r de enjuiciar las soluciones arquitectónicas de un edificio histórico y consistente en caer en la tentación de enm endar dichas soluciones bajo la disculpa de «indignidad» o no entonar con la nobleza del conjunto. APORTACIONES A LA EPIGRAFIA DE VALDEDIOS 413 El e rro r es asum ido p o r la propia A dm inistración al aceptar proyectos de restauración a profesionales, que ante determ inadas soluciones funcionales y realizadas, en muchos casos, de acuerdo con las constituciones y definiciones de la Orden en siglos pasados, no vacilan en proponer su desaparición con santa ingenuidad, que sólo puede derivarse de una ausencia preocupante de conocim ien tos y criterios históricos-artísticos. C ualquier estudiante de prim er año de H istoria sabe que no se puede analizar un hecho, un objeto, sin situarlo previam ente en su contexto. Así un objeto arqueológico cuya procedencia y estatigrafía se ignore, es nulo. Si el valor de un objeto, un edificio, reside en el m ensaje que nos tran sm ite como testigo histórico, ¿cuál será su valor u n a vez que se le haya adecuado a los cánones de laboratorio que algunos «profesionales» de la restauración tienen? METODO He optado p o r ag ru p ar las inscripciones po r los lugares donde se encuentran, p o r ejem plo la iglesia. En cada una se hace constar los autores que la han recogido; algunas aparecen tam bién en la docum entación del m onasterio, pe ro como es lógico ésta no tiene autor; los copistas raram en te dejan su firm a en el docum ento. Tam bién se hace constar las distintas lecturas, siem pre que exis tan diferencias notables entre una y otra. Finalm ente, recoger la opinión del P. Juan M aría de la Torre (O.C.S.O.) ante las peculiaridades que presenta alguna de las ins cripciones de Valdediós. Dice el citado m onje (1) que «ante una obra cisterciense debe m os precavernos co ntra cualquier indicio de tendencia gnóstica y mágica, ya que al ser el hom bre quien crea los sím bolos, las cosas no son hierofánicas p o r sí mismas». Sí acepta que el m undo de los símbolos nace en el ám bito cis terciense a la p a r que el carism a, pero su florecim iento será poste rior, y este «posterior» no siem pre es fácil de evaluar. Carism a y símbolo im plican un apoyo en la propia experiencia de la vida que siem pre está tejida de incongruencia. Y precisam ente (1) Juan María d e l a T o r r e : El carisma cisterciense y bem ardiano. 414 LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ tendría que ser en este m om ento, que supone varios años, cuando el carism a espiritual se reviste del símbolo en su expresividad. El m onje cisterciense com prueba en su actitud de sinceridad radical que la persona hum ana, y la suya lo es, adolece de una incongruencia suprem a. H ablar de ocultism o o gnosticismo en las obras cistercienses de nota un desconocimiento total de la Orden y su carism a. No existe un solo caso de m onje o persona cercana a la Orden que haya tra tado, aun de referencia, el tem a del ocultismo. CLAUSTROS Y DEPENDENCIAS El claustro es un espacio fundam ental en todo m onasterio, en cierta m anera el símbolo de una form a de vida. Para el m onje cisterciense, Cristo es la piedra angular y con ella se form a el claustro que encarna la cifra «cuatro». La disciplina claustral que es la de Cristo estabiliza a la Comunidad (2). La disciplina del «cuatro» es la auténtica pedagogía de la expe riencia profunda del m isterio del hom bre, una aproxim ación a la cifra tres y al uno. La cu ad ratu ra de la disciplina claustral desbarata la otra cua d ratu ra, origen de la ruina del hom bre, según San Bernardo. La «cruz de salvación», m ediante la disciplina del claustro, va a desplazar el signo de perdición. El claustro llega a ser «schola caritatis, schola hum ilitatis, schola Christi, schola Verbi» (3). Cristo es el m aestro (4). La im portancia dada a este recinto explica la m agnificencia que de ordinario posee y su carácter de espacio central en cuyo entorno se ubican las principales estancias. Penetram os en el claustro de Valdediós por una p u erta situada en su ángulo noroeste. La crujía que pisam os recibía el nom bre de «claustro del m andato», en el extremo opuesto está la p u erta de la iglesia, que los m onjes denom inaban «speciosa» (preciosa), no po r su belleza, sino porque ante ella, y en determ inadas fiestas de la Virgen, la com unidad entonaba la antífona «Speciosa facta est» antes de p en etrar procesionalm ente en el tem plo. Torciendo a la derecha nos encontrarem os con varias estancias «reglares» en el (2) (3) (4) San Bernardo: Cartas 385,3. San Bernardo: Cart. 420,2; Id.: Cart. 341,1; Id.: Gr. H. 21. San Bernardo: Var. 40.1. APORTACIONES A LA EPIGRAFIA DE VALDEDIOS 415 plano cisterciense; nos fijarem os solam ente en la antigua sala capi tular, que da la im presión de no haberse term inado y ser coetánea al claustro; que sospecho obra de Diego de Isla y el cual forzosam en te hubo de ser construido en un período de tiem po p osterior a 1550 y an terio r a 1575, ya que en esta fecha lo encontram os trab ajan d o p ara las cistercienses de Ferreira de Pantón. La destrucción del capítulo rom ánico supuso tam bién la de todas las inscripciones existentes en él, salvándose solam ente el epitafio de un deán de la catedral de Oviedo de nom bre Ordoño. «OVETENSIS ERAT ORDONIUS ISTE DECANUS QUEM GENUS EXTULLERAT MENS SACRA LARGA MANUS QUI RELEVANS INOPES VIRTUTUM FLORE REPLETUS SEDIS DISCRETOS MULTIPLICAVIT OPES UT FACERET TOTUM CELESTEM PROSPERA FIN IS CLAUSTRIS DEVOTUM SE MONOCHAVIT IN H IIS HIC LATUIT SUPLEX POST MC TER AUFER I DUPLEX». «Era Ordoño deán de la iglesia de Oviedo, elevado a esta digni dad po r su nobleza, observancia y liberalidad, alivió a los pobres, enriqueció la catedral, p ara llegar a m ayor perfección y acabar su vida santam ente se hizo m onje en este m onasterio. De 1300 años quita dos unidades y sabrás la era de su retiro, que es 1298 de la era» (año 1260). La recogen: M asdeu, Risco, Flórez, Yepes, Tirso de Avilés, Quadrado, Romey y Vigil. Vigil corrige a Masdeu que lee MC Era en vez de MC TER, con lo que anticipaba en dos siglos la fecha de la lápida. El sepélido aparece en varios docum entos de la catedral, siendo obispo don Rodrigo II, h asta febrero del año 1256. Su apellido era Díaz. La profesión de don Ordoño en Valdediós debió tener lugar en la prim avera del año 1256. Debe proceder tam bién de esta sala el trozo de lauda sepulcral que hoy podem os ver p artid a en dos en una de las instancias del Conventín. Tiene el epitafio grabado en letra gótica e incom pleto, dice: AQUI YAZE DON JUAN D E ............ Por el tipo de letra, principios del XVI, podem os afirm ar que pertenece a don Juan de Cano, que debió fallecer en los prim eros meses de 1515 y fue el últim o abad com endatario de Valdediós. La recoge M anzanares. 416 LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ ESCALERA PRINCIPAL. En el descanso de la mism a y a la izquierda de una hornacina ocupada p o r una imagen de la Virgen se encuentra una lápida de m árm ol m oderna. «ALUMNOS DE ESTE SEMINARIO QUE DIERON SU VIDA POR DIOS Y POR ESPAÑA». Más abajo y a dos columnas. MARTIRES D. D. D. D. D. D. D. D. D. D. D. D. D. D. José Méndez Méndez (f 6-X-34). Angel C uartas Cristóbal (f 7-X-34). M ariano Suárez Fernández (f 7-X-34). Jesús Prieto López (f 7-X-34). Gonzalo Zuño Fanjul (f 7-X-34). José M.a Fernández M artínez ( t 7-X-34). Juan Castañón Fernández (f 7-X-34). M anuel Olay Colmega ( t 22-IX-37). José A. Ortea Méndez (f 17-VIII-38). Luis Campomanes García ( t 13-XI-36). Vicente García Posada (f 15-V-37). Sixto Alonso Hevia ( t 26-V-37). Enrique Carús Lueje (f 28-11-37). Luis Prado García (f 4-IX-36). HEROES D. José Rodríguez González (f 21-X-37). D. M anuel E spiritusanto (f 7-VI-38). D. Emilio Delgado Fernández (f 28-11-37). D. Eloy Redondo Tesier (f 24-IX-37). D. José M.a Vigo García ( t 4-III-37). D. M arcos Fernández Galán (f 18-X-37). D. Blas R ebollar Campo ( t l-X-36). D. H erm inio Fernández Alvarez ( t 25-11-37). En su p arte inferior: «VISI SUNT OCULI INSIPIENTIUM MORI, ILLI AUTEM SUNT IN PACE» (SAP 111-2,3) OVIEDO ABRIL DE 1940. «Son vistos a los ojos de los necios como m uertos, mas ellos descansan en paz» (Sabiduría 111-2,3). APORTACIONES A LA EPIGRAFIA DE VALDEDIOS 417 Debajo del nicho de la Virgen una lápida dice: «OFRENDA DE CARIÑO A SU EXCELSA PATRONA LA PURISIMA CONCEPCION DE LOS PROFESORES Y ALUMNOS DEL COLEGIO SEMINARIO DE VALDEDIOS». 8-XII-1925 En el p rim er piso, grabadas en la puerta de la antigua sala aba cial, estas iniciales: T d V. C orresponden a las palabras «Teatro de Valdediós».—E sta am plia sala fue utilizada, prim ero como teatro y posteriorm ente como dorm itorio, denom inándose Santo Tomás. Saliendo al claustro, a la altu ra del prim er piso nos encontra mos en la c ru jía que recibía el nom bre de «claustro de la lección», ya que aquí se hacía la lectura de Completas. En el caso de Valdediós se le conocía como «claustro de la Maristella», ya que en él se encontraba un cuadro de B ustam ante (hoy desaparecido) que representaba el alim ento m ístico de San B ernar do y que era llevado en las procesiones que m anda la liturgia en tanto se entona la antífona «Ave Maris Stella». Desde aquí se asciende al segundo y últim o piso. Sobre la am plia en trad a del salón de estudios una inscripción m oderna dice: «Sala de estudio». En el ángulo diagonalm ente opuesto, sobre la p u erta allí exis tente: HIZOSE ESTE CLAUSTR. AÑO DE 1776. La recoge M anzanares. En este m ism o piso, y en el arquitrabe de la galería norte, so bre el hueco que la centra dando al jardín: AÑO DE 1777. La recoge M anzanares. En este m ism o piso, galería sur del «patio de oficinas», sobre el dintel de una puerta, una lápida m oderna: LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ 418 «AL M. I. Sr. Dn. ALFONSO RIVERO GLEZ. QUIEN DURANTE 25 AÑOS OCUPO COMO PROFESOR ESTA CELDA HOMENAJE DE LA HERMANDAD DE A N T o s ALUMNOS» 18-VII-1963. Medidas de la lápida: 0,75 X 0,39. En esta m ism a galería y sobre el dintel de la puerta sureste: AÑO DE 1828 La recoge Manzanares. IGLESIA E ntrando en la iglesia, en el machón que h asta 1949 ocultó el retablo de San B ernardo, hoy en la antecueva de la Virgen de Covadonga, se encuentra esta inscripción: AQUI LLEGOL AGUA EN AGTO DE 1691. Se encuentra a 2,57 m. de altura. Vigil da como desaparecida esta inscripción, es posible que en su tiem po se encontrara cubierta de lanilla. En el tercer machón del lado del Evangelio, ocupado en la ac tualidad por un retablo con la imagen de Cristo atado a la columna que procede la sala capitular moderna, hay o tra inscripción: AQUI LLEGOLO AGUA 1691. En el brazo norte del crucero, y ante la «puerta de los m uertos», una lápida en letra gótica del siglo XVI dice: ESTA SEPULTURA ES DE ....... (ilegible) DE NAVA. Debajo figuran las arm as de la casa de Nava. Leída po r don Joaquín M anzanares el 12 de febrero de 1952. En la actualidad es im posible su lectura. Al ser sustituido el suelo de la iglesia, a cargo y por el organismo oficial correspondiente, quedó la lápida a unos ctms. por debajo del nuevo suelo; p ara igualar fué recubierta de una capa de cemento. En el crucero de la iglesia, colocados en los arranques de la bóveda, cuatro jinetes a caballo. Las esculturas son de Francisco de Nava. Fueron realizadas por encargo del abad don Carlos Vallejo (1763-67), un m onje de Osera que desplegó una enorm e activi dad renovadora en Valdediós. Cada jinete lleva en la base una inscripción. El situado sobre el púlpito dice: APORTACIONES A LA EPIGRAFIA DE VALDEDIOS 419 S. R A I M d u s ABB. FUNDA TOR ORDINIS CALATRABA. Su opuesto al lado de la Epístola dice: D. F. DIDACUS VELAZ QVEZ COMES STI RA IMUNDI. R epresentan a los fundadores de la Orden de Calatrava. San Raim undo, de quien no se sabe demasiado, fue el fundador de la abadía de Fitero (N avarra). En el año 1147, Alfonso V II había con quistado la plaza de Calatrava que entregó a los Tem plarios. Diez años m ás tarde llegó a Toledo el rum or que los alm ohades venían sobre el valle del Guadiana. Los caballeros del Temple, pensando ser incapaces de defender la plaza, la devuelven al rey Sancho III. Se encontraban en Toledo, en aquel mom ento, el abad de Fitero con un m onje llam ado Diego Velázquez que había sido soldado, antes de ser m onje, ju n to al rey don Sancho. Nadie había querido hacerse cargo de la plaza, a p esar de que el rey había prom etido darla a quien la defendiera. Se enteró de esta prom esa Diego Velázquez, quien aconsejó al abad que la so licitara. Este se resistió en principio, pero term inó aceptando. El rey tam bién aceptó. Entonces los m onjes acudieron al prim ado de To ledo, Juan, quien ordenó predicar la Cruzada, otorgando el perdón de sus pecados a quienes acudieran en la defensa de Calatrava. El apoyo fue unánim e, y la respuesta m ayor de lo esperado. Se realizaron las obras de defensa, pero el ejército árabe no se pre sentó. Varios de los caballeros que habían acudido no quisieron regre sar, pidiendo al abad que los adm itiera en su com pañía, iniciándose con éxito algunas cam pañas contra los árabes. Ante la necesidad de recursos, S. Raimundo viajó a Fitero, don de hizo acopio de ganado y otros bienes de su m onasterio. El abad contagió a su com unidad. En Fitero sólo quedaron los m onjes m ás ancianos y débiles, para atender las obligaciones de la abadía. 420 LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ A los m onjes se les unieron otras gentes, siendo en estos m o m entos cuando al abad de Fitero se le ocurrió la idea de conjugar la unión m onástica con la guerra contra el infiel (5). Así redactó unos estatutos inspirados en las Constituciones cistercienses po r los que había de regularse la Orden M ilitar de Calatrava (1158). Sus constituciones fueron aprobadas po r Alejandro III en 1164. Custodiando la capilla mayor, otros dos caballos. En la base del situado al lado del Evangelio: D. S. FERDINANo III REX BENEFACTOR CJEN B II HUIUS Al lado de la epístola: D. D. ILDEPHONSUS IX REX FUNDor C EN O B II HUIUS Se tra ta de un recuerdo al rey fundador y a su sucesor y bene factor del m onasterio Fernando III el Santo. (5) La idea de San Raimundo no era enteramente original en aquellos momentos. El monje cisterciense era un caballero “de la m ejor caballería existen te”, la de Dios. No hacía m uchos años que San Bernardo de Claraval había redactado “De laude novae m ilitiae ad m ilites Templi”, opósculo qué es tenido por la Regla de los Caballeros del Templo (templarios). La autoría de San Bernardo ha sido bastante discutida, ya desde los primeros m omentos de conocerse el es crito y también se discute el sentido del mismo. Godofredo de Auxerre, biógrafo y secretario de San Bernardo, lo inventa ría como un sermón: “exhortatorius sermo ad M ilites Tem pli”, atribuyéndolo sin dudar al abad de Claraval, pero el comienzo del escrito, con la fórmula epistolar en dativo “Hugoni m iliti Christo et Magistro M ilitiae Christo”, a mí, modestamente, m e hace sospechar m ás bien en una carta. La fecha de su redacción es otra incógnita, y no se puede precisar m ás allá del tiempo comprendido entre el Concilio de Troyes (1128) y la elección del sucesor de Hugo, Roberto de Craon (1136), segundo gran maestre de la Orden del Temple. En definitiva, San Raimundo de Fitero, cuyo origen francés se sospecha, no hace m ás que continuar una tradición que procedía de la propia jerarquía de la Orden. APORTACIONES A LA EPIGRAFIA DE VALDEDIOS 421 Al efectuar las obras que se realizaron en 1918 se descubrió sobre el arco toral restos de pinturas y una inscripción que decía: «REITER PINXIT. Año de 1782». Sabem os p o r los cargos en los libros de cuentas, que en esas fechas R eiter pintó las bóvedas de la iglesia y San Salvador. Sería una decoración muy sim ilar a la que presenta hoy la igle sia del m onasterio de Osera (6). De la obra de R eiter no queda en Valdediós m ás que un ange lote sobre el alta r central de San Salvador, al que ya he tenido que salvarle la existencia en cierta ocasión, y un gigantesco escudo en el techo de la estancia del segundo piso que estim o fue la biblioteca del m onasterio. En el salm er derecho del arco que da en trada a la capilla de San José hay una inscripción de difícil lectura p o r su posición y lugar donde se encuentra. Dice: EN EL AÑO DE 1746 SE HAN COMP UESTO ESTAS CAPILLAS ALTAR MAR Y CLAUS TRO P.P. Finalm ente la inscripción más notable de la iglesia. Se encuen tra en el exterior, en el dintel de la «puerta de los m uertos» (7); es sin duda la inscripción fundacional, redactada de una form a cu riosa que nos lleva a pensar en una inscripción boustrofédica. Fue recogida po r Risco, Tirso de Avilés, Flórez, Caveda, Q uadrado y Vigil. Sólo conozco otro ejem plar tan curioso como éste en A sturias y se tra ta de la lápida sepulcral que hoy se encuentra em potrada en el pórtico de la iglesia de Bárcena del M onasterio. La lectura propuesta p ara esta inscripción de Valdediós es la siguiente: (6) Importante m onasterio cisterciense en la provincia de Orense. Una fundación de 1141. Se trata de un notable ejemplo de tenacidad, gusto, es fuerzo y cariño demostrado por la comunidad cisterciense que lo habita y que ha conseguido ponerlo en pie, algo que parecía imposible. (7) Recibía este nombre la puerta, por ser la salida al cem enterio de la comunidad. Por ella salían los cadáveres de los monjes fallecidos. LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ 422 TERIO QUI BASILICAM ÍSTAM CONSTRX RTVS POSITUM EST HOC FVNDAMENTVM PRESENTE MAGISTERIO GAL EPC AVTEM PVETENSIS IOANES ABBAS VALLIS DI IOANES QVA VI KALENDAS JVNII ERA MCCV1 RENATE DN ALFONSO IN LEGIONE. «El día 6 de las kalendas de junio de la era 1256 (año 1218), en el reinado de D. Alfonso de León, siendo obispo de Oviedo Juan y abad de Valdediós Juan Quarto, se coloca la prim era piedra, es tando presente el m aestro Galterio que fue quien construyó esta basílica». SACRISTIA En los lunetos de la bóveda se han pintado, con un estilo ingenuo, en el siglo XVIII escenas sobradam ente conocidas de la vida de San Bernardo. La escena que encontram os de frente, según entram os, corres ponde a la llegada del futuro abad y santo a Cister. Le recibe a la puerta del m onasterio San Esteban Harding, abad de Cister. Los personajes tieneti unos «bocadillos» a'la' m anera de los mo dernos «corrtic» que salen de sus bocas. ' ' San E steban dice: «VIDERUNT OCULI MEI SALUTARE TUUM» (Luc., cap. 2). «Mis ojos han visto tu salvación». Se trata- de .unos versos tom ados del «Nunc dim ittis» o cántico de Simeón. ' .\ ' ‘ San B ernardo responde con estas palabras de Isaías: «L^ETARE STERIVS QU/EN PARIS» (Is., cap. 54). «Alégrase estéril que no pariste». La escena, muy repetida en la iconografía cisterciense, se tra ta de un m om ento capital en la historia de Cister. Según el Exordium Parvum , la vida en el nuevo m onasterio (Cister) no presentaba unos comienzos fáciles. C onjurada una prim era prueba de ham bre, la crisis de vocaciones tomó una agudeza alarm ante. El Exordium Magnum relata una m ortandad excepcional. No se puede precisar si se trató de una epidemia, el resultado de la penuria pasada, o fallecim ientos por m uerte natural a intervalos relativam ente cortos. APORTACIONES A LA EPIGRAFIA DE VALDEDIOS 423 La angustia de la com unidad llegó a ser tal, que los textos em plean el térm ino «desperatio» para describir el estado de ánim o de los m onjes. El Exordium M agnum n arra la escena del abad San Esteban ordenando a un herm ano que estaba a punto de m orir que, en vir tud de santa obediencia, regresara después de m uerto a com uni carle si Cister debía continuar. El fallecido se le apareció posteriorm ente para anunciarle la llegada de B ernardo y sus com pañeros. Así, poco antes del día de Pascua (21 de abril) del año 1112 Ber nardo de Fontaines se presenta a las puertas de Cister seguido de trein ta de sus fam iliares y amigos. Sólo conocemos el nom bre de algunos: sus tíos Gaudry de Touillón y Miles de M ontbard; sus herm anos Guido, G erardo, Andrés y Bartolom é; su prim o Godofredo de la Roche, Hugo de Vitry, Godofredo de Aignay, A rturo, Hugo el pobre de M ontbard y Arnaldo, que será el prim er abad de Morim ond. Recientem ente el Museo Provincial ha adquirido un cuadro de R eiter que describe esta m ism a escena. Se trata, a mi entender, de un ejem plar perteneciente a la serie de 16 que R eiter pintó preci sam ente p ara Valdediós. En el luneto de la derecha se describe otro m om ento muy co nocido de la vida del santo, el recibim iento de su herm ana, Humbelina, a la puerta de Clara val. San B ernardo sale de un reducido edificio que quiere repre sen tar al m onasterio y se encara con su herm ana, que aparece lujosam ente ataviada. Su herm ano le recrim ina el lujo con estas palabras: DEVS, OBSECRO SANA EAM (Num., cap. 12). « ¡Oh D ios!, te pido que la sanes». Su herm ana le responde: NE DESPICIAT, SERVUS DEI, ANIMAM MEAM. «No despre cies, siervo de Dios, mi alma». La entrevista de los dos herm anos la conocemos p o r las trad i ciones cistercienses, y se sabe que fue b astante menos poética que la descrita aquí. La única herm ana de San B ernardo se hizo m onja en Jully, entonces no había m onjas cistercienses, y es considerada como santa. En el espacio que queda entre las dos ventanas, a nu estra iz quierda, hay un escudo que norm alm ente no es fácil de ver por el reflejo de la luz. Es uno de los dos que representan la heráldica del m onasterio, hasta ahora desconocida. En un cam po con m on 424 LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ tañas lejanas, un brazo arm ado sostiene la Cruz de la Victoria, de la que penden el alfa y omega. En prim er plano crece un lirio (fi gura muy común en la heráldica cisterciense). O rlando el escudo las siete m itras de los obispos que consagraron San Salvador. De bajo del escudo, VALLIS DEI. En el campo del escudo, ALPHA / OMEGA. La sacristía ha tenido hasta fechas muy recientes unos retablos encima del mueble que ocupa todo el frontal de ésta. Estos reta blos fueron desarm ados y resultaron muy dañados en una de las últim as inundaciones. Se tratab a de los antiguos retablos de la iglesia, a mi entender piezas no excesivamente interesantes de la escuela vallisoletana del XVI, reutilizados p ara decorar la sacristía. En el banco de uno de ellos se representa a San Ambrosio con un libro abierto en las manos. En la izquierda del libro la página apa rece ocupada por renglones. La página derecha ostenta la siguiente inscripción hoy incompleta: RESTAUROSE Y (D)OROSE AÑO DE 1777 ROD ........... En el techo de la antigua biblioteca del m onasterio, segundo piso, existe un gran escudo, obra de Reiter. Resulta una pieza muy interesante, ya que es la segunda y últim a representación de la heráldica del m onasterio que conozco. Es un escudo partido en dos que aúna la heráldica de la Congregación de Castilla (el brazo cubierto con la cogulla que sostiene un báculo, una m itra como caída y tres flores de lis, todo ello partido por las b arras del cas tillo de Fontaines) y la de Valdediós. Es una com posición bonita. Se encuentra amenazado. En su parte inferior se lee: VALLIS DEI CONSECRATA JERA 931 DIE 16 OCTOBRIS «Consagrada Valdediós el día 16 de octubre de la era 931 (año 893)». Se refiere la fecha a la fundación de San Salvador. APORTACIONES A LA EPIGRAFIA DE VALDEDIOS 425 ANTIGUA CARCEL DEL COTO Posee en el frontis dos escudos; uno real, otro de la Congrega ción de Castilla con una cartela que se leía muy bien hace unos años y ahora cuesta trab ajo descifrarla. Dice: REYNANDO LA MAGESTAD D. CARLOS III SEIZO ESTA CARZEL Año DE 1788 A la en trad a de la abadía existe una cruz, ha sido desplazada de su sitio al levantar las edificaciones que hay a continuación de la antigua cárcel. Su prim itivo em plazam iento era cercano al ca m ino de Puelles. En su base, una cruz grabada y una fecha: t 1692 El recinto m onástico se encuentra aún hoy cercado. En otras abadías este cercado suele tener el aspecto de un recinto am uralla do, incluidas torres y algunas veces almenas. El de Valdediós es una sim ple tapia. En su esquina, en Santi, se encuentra em potrada una pieza de 1,10 p o r 0,54. Tiene una inscripción que dice: AÍO DE 1790 Creo se tra te del rem ate de la antigua arqueta que protegía el m anantial, destruido p o r el Ayuntamiento de Villaviciosa hacia el año 1930. INSCRIPCIONES FUERA DE VALDEDIOS En el Postigo Alto de Oviedo, fuera de las m urallas, tuvieron los m onjes de Valdediós una pequeña casa, de la m ism a m anera que poseyeron o tra en Avilés que sabemos estaba al lado del con vento de las B ernardas; no se conserva, pero sí la de Oviedo. En la fachada de la casa figura el escudo de la Congregación de Castilla, debajo suyo una cartela con la siguiente inscripción: BALDDIOS Año de 1791 426 LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ En Arbazal, muy próxim o al santuario de N tra. Señora de las Angustias, existe aún, muy modificado, el edificio del antiguo me són. Por este lugar pasaba el Camino Real. Por tradiciones locales se sabe que el mesón estaba atendido p o r un m onje que cam biaba cada semana. Sobre la puerta principal tiene un escudo circular de la Congregación de Castilla orlado po r esta inscripción: BERNARDUS FIDEI VEXILLO FVLGI: AVREO LILIO: BALTEO MULTIPLICIOR BELLICA CRUCE: MITRA BIS TRIPLICI: ET BACVLO: 1640. «Bernardo brilla con el estandarte de la fe, con el lirio de oro, con el tahalí: mucho más con la Cruzada: con las seis m itras y el báculo.— 1640». INSCRIPCIONES DESAPARECIDAS El gran atentado contra la cultura y el patrim onio histórico-artístico español durante el siglo XIX se llamó Desamortización. A los m ilitares españoles del siglo XIX les resultaba m ás cómodo, y sobre todo más seguro para su integridad física, quedarse en Ma drid que ir al norte a «batir el cobre» con los carlistas, que no entendían de remilgos cortesanos y hasta utilizaban balas de ver dad en la contienda. En uno de estos mom entos, en que extrañam ente todos los ge nerales estaban en el norte, pudo Mendizábal poner en m archa la Desamortización. No vamos a insistir en sus consecuencias, aunque sí es curiosa la versión que de ella da José Luis L. Aranguren (8) cuando afirm a que: «La Desamortización, amén de una oficina del ram o en cada provincia y de algunos cuartos que produjo al Teso ro Público, lo que hizo principalm ente fue p ro cu rar negocios a los banqueros y trab ajo a los jornaleros que se ocuparon de los de rribos. El derribo fue la últim a sopa que se repartió en los conven tos». En Valdediós tuvo también consecuencias que se traducen en atentados contra la integridad del edificio y su contenido. No tiene nada de extraño la constancia en docum entos de ins cripciones que existieron y que hoy sólo podem os conocer a través de los mismos. (8 ) José Luis L. A r a n g u r e n : Moral y sociedad. APORTACIONES A LA EPIGRAFIA DE VALDEDIOS 427 Jovellanos vio este trozo de inscripción en una piedra que servía de um bral a una de las celdas. La que se encontraba «al salir del claustro alto, sobre la izquierda, qe en 21 de abril de 1791 habitaba Fr. Angel, donde yo la copié». Decía así: FVNDATORES HVIVS CENOBII ALFONSVS REX LEGIONE ET BE (9). En algún lugar del claustro existió una esquila que se utilizaba para anunciar la agonía de un monje y que tenía grabados sobre sí estos versos: «HIC CUM QUIS MORITUR, AD ME CURRENDO VENITUR; ET ME CLAGENTE TURBANTUR CORDA REPENTE. SIGNA FERO MORTIS, ET SUM PRAENUNTIA LUCTUS: IAM HIC CUR TENEOR VOS BENE SCIRE REOR». «Aquí, cuando alguien agoniza, se viene a mí deprisa; Y cuando me lam ento, son turbados repentinam ente los corazo[nes. Porto los signos de la m uerte y soy preanunciadora del dolor: Yo pienso que vosotros bien sabéis por qué estoy aquí». En la iglesia, y más concretam ente en el retablo de San Blas, existió una tablilla donde constaban las indulgencias que tal a ltar tenía y la form a de ganar el Jubileo del citado santo. (9) “Esta letra, dice Jovellanos, aparecía representada por puntos”. Corres ponde a las dos prim eras letras del nombre de su esposa D.a Berenguela. MENENDEZ PELA YO, SENADOR POR LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO NOTAS DE SU «EPISTOLARIO» POR FRANCISCO SERRANO CASTILLA La Fundación U niversitaria Española prosigue con adm irable diligencia la publicación del «Epistolario» de Menéndez Pelayo, bajo el cuidado de don M anuel Revuelta Sañudo, d irecto r de la biblioteca santanderina del polígrafo. La acredita la reciente apa rición de su duodécim o volumen. Compuesto el mism o, se ha pro ducido la m uerte de don Pedro Sainz Rodríguez, presidente de la Fundación, a quien con toda justicia Revuelta y sus colaboradores llam an «im pulsor» y «verdadero padre» de la edición y afirm an que la term inación será en su m om ento hom enaje postum o a don Pedro, el sabio hom bre de letras, una de las grandes figuras en la historia de la Universidad de Oviedo. Las 669 cartas escritas de julio de 1892 a mayo de 1894, unas de don M arcelino, o tras de sus corresponsales, constituyen el tomo, lleno, como siem pre, de nom bres asturianos, entre los que figuran el propio padre del genio de nuestras letras; el obispo de Oviedo, M artínez Vigil; «Clarín», Luanco, el rector de la Universidad, Aramburu; otros catedráticos y profesores, como Altamira, Canella, Díaz Ordóñez o Inocencio de la Vallina; el jovellanista Somoza, el m a tem ático Vallín y Bustillo o el m arqués de la Vega de Anzo. Especial interés merece lo relativo al triunfo de Menéndez Pelayo en las prim eras elecciones de las tres en que se presentó y fue 430 FRANCISCO SERRANO CASTILLA elegido senador po r la Universidad ovetense, las de 1893 —las otras dos fueron en 1896 y 1898— que son las correspondientes al perío do que abarca el volumen. La entusiasta colaboración de Leopoldo Alas y del rector Aramburu, el proyectado viaje —que no pudo realizar— de don Marce lino a Oviedo y otros temas relacionados con Asturias, llenan de interés las cartas del gran polígrafo que siem pre hacía honor a su preclara ascendencia asturiana. E ra m ucho lo que suponía Menéndez Pelayo p ara «Clarín». En carta de octubre de 1892 le pedía Alas a su amigo y condiscípulo una «síntesis de su sentir acerca de Renán», con m otivo del folleto que preparaba sobre éste, y le decía: «Es Vd. —entonces la am is tad y el com pañerism o no impedían el tratam iento— de los pocos europeos cuya opinión podría influir en la m ía h asta el punto de hacerm e re-pensar mi juicio acerca de este francés tan extraño». En febrero de 1893, habla Alas a Menéndez Pelayo de la buena acogida por el claustro de profesores universitarios de su candida tura. «Si la cosa fuera por votos de calidad ya era Vd. senador», afirm aba. Se hablaba de la situación en cuanto a votantes y nece sidad de que contase con el apoyo de Pidal y Mon. Don M arcelino le contestó seguidam ente, diciéndole que había hablado con él, m ostrándosele m uy favorable Pidal, pero sin dar la cara por com prom isos y exigencias de sus amigos de aquí, y que aun sin estar bien enterado de las cosas políticas de Oviedo, «vine a sacar en limpio que lo que él desea es que Vds. trab ajen por su parte pre sentando mi candidatura como universitaria, lo cual será una de fensa para él y le librará de las em bestidas de Covadonga —el barón— y otros candidatos, y que llegado el caso, él me dará sus votos». Le añadía que podían presentar su candidatura «sin escrú pulo alguno, en la seguridad de que no hemos de salir derrotados». «A él le com placería mucho que yo saliese senador p o r esa Univer sidad». Alas correspondió a esta carta en 18 de febrero, m ostrándose optim ista y dándole cuantos datos y orientaciones creía convenien tes, y en 23 de dicho mes, volvía a hacerlo. Hay nuevas epístolas entre ambos. «Clarín» le com unicaba que la opinión general era que don M arcelino no tendría lucha y que p o r unanim idad se reconocía la excelencia de su candidatura, que cabía creer que el barón de Covadonga, don Francisco Valdés Mon, se retiraría, aunque convenía seguir trabajando en el asunto. En 8 de marzo, don Marcelino decía a don Leopoldo que creía «asegurado el éxito de la elección de Oviedo, puesto que el barón MENENDEZ PELAYO, SENADOR POR LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO 431 de Covadonga se retira. Le encontré ayer en la calle y él m ism o me lo dijo». «Clarín» en el mism o mes, tras explicarle que su candidatura era ya la única y que sólo se tratab a de reu n ir el m ayor núm ero p ara m ás lucim iento, le sugiere que venga a Asturias, que se cele b raría una gran solem nidad cantábrica de Asturias y S antander en el teatro Cam poam or e incluso le hablaba de que podía venir con Pidal y de que desde S antander lo hicieran Pereda, Pérez Galdós, el padre de Menéndez Pelayo y otros amigos. El 19 de m arzo de 1893 fue elegido don Marcelino senador por la U niversidad de Oviedo. Recibió muy num erosas felicitaciones, entre ellas del recto r A ram buru, de Canellas, «Clarín», M oret, m i nistro de Fom ento, departam ento del que entonces dependía la educación, y un largo etcétera. Al contestar el rector, Menéndez Pelayo proclam ó su ligazón con la U niversidad y con Asturias. En junio, Alas le escribe sobre el proyectado viaje y le reitera que «no deje de venir dispuesto a visitar Covadonga», añadiéndole: « ¡Im presión solem ne de las que hacen época! Yo no la había visto hasta el año pasado. G ran emoción». Le participa el leal don Leopoldo en carta de septiem bre, que le habían dicho que llegaría «un día de éstos, que es en efecto el me jo r tiem po, porque ya hay estudiantes». Le expresa la satisfacción con que era esperado y que tendrá cómodo albergue en casa del obispo, «que le recibirá con mil amores». Prim ero había decidido el rector A ram buru hospedarlo en su casa, pero ante im posibilidad surgida, lo haría el prelado M artínez Vigil. D esgraciadam ente el viaje no pudo realizarse. Una enferm edad del padre de don M arcelino y los exámenes en la Facultad m adri leña que estaba «en cuadro», entre otras cosas, hicieron que el sabio polígrafo tuviese que regresar a M adrid sin detenerse en Oviedo, aunque, dado su interés por la visita, pensaba entonces que en las vacaciones de Navidad podría cum plir su claro deseo. ¡Lástima grande que tuviese que quedar en ello! Term inarem os estas líneas rindiendo hom enaje al genio de nues tras letras en este año de 1987, en que se cumple el setenta y cinco aniversario de su m uerte, acaecida en su S antander natal el 19 de mayo de 1912, y recordando, una vez más, su gran vinculación a A sturias. Su padre, don M arcelino, y cinco herm anos de éste, tíos carna les del polígrafo, nacieron en Castropol; su abuelo paterno, en San 432 FRANCISCO SERRANO CASTILLA Julián de Lavandera, eri el concejo de Gijón, y su abuela paterna, en Oviedo, po r citar sólo los ascendientes más próximos. En San Julián de Moldes, de Castropol, vivió y m urió su prim o herm ano y tocayo, don Marcelino Menéndez M artínez, quien nos honró con su am istad, que conservamos con su hija Victoria y fa m iliares residentes en el bello pueblo del occidente astur. N uestro Principado estuvo siem pre muy presente en el creador de la H istoria crítica de la L iteratura española. ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN POR JOSE GONZALEZ FERNANDEZ I N T R O D U C C I O N Es incuestionable que Asturias es un tem a que está de m oda y que aspectos de ella b ro tan por todas partes como motivos litera rios, incluso en las páginas de escritores, que oriundos de aquí, em plearon el castellano como medio de com unicación. Con este convencim iento me he dedicado a escrutar cuáles son los aspectos regionales que aparecen en tres de esos autores del país: el gijonés Jovellanos, A rm ando Palacio Valdés, del que están recordando constantem ente las gentes de Pola de Laviana que es de allí, y Clarín, que n atu ral de Zam ora, se le puede considerar tan astu ria no como el que más, pues su lugar de nacim iento, algo que él m ism o reconocía, es un puro accidente, ya que, y casi es tedioso repetirlo po r sabido, vivió desde los nueve años y estudió en Ovie do, de cuya U niversidad fue catedrático, desde la provincia, con escasas salidas, siguió la m archa del intelecto español y extranjero y de la vida nacional y descansa en el cem enterio del Salvador, al lado de su m ujer, que, todo hay que dcirlo, era de El Entrego, un con ju n to muy de acuerdo p ara aplicarle lo que pone en «La Re genta» en palabras de don V íctor Q uintanar, que repite al príncipe de E squiladle: «Porque es la p atria al que dichoso fuere donde se nace no, donde se quiere». 434 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ Lo prim ero que salta a los ojos después de un examen es que, aunque la m ateria de este estudio, que ya se ha enunciado, es úni ca, en ella, como en todo, si bien se coincide en lo esencial, los puntos de vista varían de una persona a otra, po r ser diferente el prism a afectivo-estético con que se ha observado, diversidad que siem pre añade novedades sobre el asunto del que nos ocuparem os. Por todo esto y como preám bulo para lo que luego irem os desme nuzando, se podrían trazar las líneas m aestras de cómo es y de qué tiene de peculiar el regionalismo de cada una de esas tres figuras, en lo que reincidirem os en ciertos apartados, m ientras que, en otros, el trab ajo se lim itará a la constatación de esos elementos nuestros. Jovellanos vive en el S. XVIII, el de las luces, filantropism o y racionalism o y, por eso, se lim ita a dar datos sobre política, topo nimia, arte, raza o economía, y, por otra parte, el que su obra sea fundam entalm ente didáctica y en pequeña proporción im aginativa pudo constitu ir una cortapisa para que se explayara en recuerdos hacia su sitio de origen; por esta razón, quizás, en él hay que bus car a Asturias en su correspondencia o en sus diarios casi exclu sivamente. Por su lado, Palacio Valdés cultiva, en cierta m edida, un asturia nismo costum brista, un poco al estilo del tono dulzón de Mesonero, perdiéndose, en mom entos, en bucolismos y sin querer m irar el m undo que le rodeaba, sometido entonces a profundas transform a ciones, o al de Pereda, pues no olvidemos que la publicación de «José» coincidió con la de «Sotileza». Como ocurre con cualquier costum brista, aspira a p in tar tipos y costum bres y confesión suya es que nunca se lam entó de lo que le rodeaba y de que nunca había aspirado a moverse de su patria, pues padres, deudos, vecinos, am i gos y com pañeros habían sido genios propicios para él; sin em bar go, a esto le habría que contestar que no es del todo cierto, que su plum a no fue una cám ara fotográfica como la de Fernán Caballero, valga la m uestra, pues, como se ha apuntado, tiende a idealizar lo que le rodeaba. Finalm ente, Clarín practica un regionalism o crítico y de ten dencia universalista, con un tipo de n arrativa intelectual, cuyo m ayor peligro es la frialdad, que no llega a surgir gracias al espí ritu astu r que la im pregna. Por ese camino seguirá más tarde Pérez de Ayala, de lo que sería una m uestra el que en «La p ata de la raposa» hace que se desarrolle una discusión profunda en un chi gre, m ientras que, y como si quisiese huir de un fácil cosmopoli ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 435 tism o, lo más superficial de la novela se desenvuelve en Londres y Suiza. Y después de estas declaraciones de principios generales, en tra mos ya en el análisis de los variados puntos, p ara los que se ha seguido el orden: entorno, economía, hom bre, como nudos funda m entales de estructuración. PARTE 1.a. EL ENTORNO EL PAISAJE Pasando por alto a Jovellanos, encontram os diferencias sustan ciales entre Palacio Valdés y Clarín a este respecto. En el prim ero dom ina la porm enorización y el ir dando nom bres de pueblos y sus detalles curiosos, pero nunca ahonda en él y lo convierte en una especie de pintoresco decorado con escaso sentim iento, sirva de modelo su retra to del valle del Nalón, con un río m ajestuoso que surca las vegas de maíz, con un Entralgo envuelto en frondo sas pom aradas, en donde entre los árboles blanqueaban las casas con sus techos rojos y cuyos vecinos utilizaban una b a rra para pasar, o con los caseríos de Villoría esparcidos por la falda de las m ontañas. Frente a esto, Clarín, en el que es notable el lirism o de la n atu raleza, que nos la presenta juntam ente con el ataque sarcástico y cuyas descripciones se han convertido ya en clásicas, nos ofrece el verdadero paisaje astur, ese paisaje sobre el que Pérez de Ayala nos ha hablado del verde en todos sus m atices como tono dom i nante o de la fusión de los paisanos y él, de nuestro pretendido panteísm o, de lo que sería una m uestra la Telva de «La Dama del Alba», de Casona, que después de que le m ueren los hijos en la m ina, planta en el huerto siete árboles para que los sustituyan y le hagan com pañía como si fuesen ellos, y que ha llevado a Salva dor de M adariaga a explicar el carácter de los asturianos por el determ inism o de la tierra, según el cual nuestra elevación de m iras se debe a que los ojos están acostum brados a los altos picos, la fantasía a los tortuosos valles, el espíritu generoso y abierto al m ar y la sutileza y el sentido del m atiz a la suave atm ósfera. Del m ism o modo, volviéndonos al m ar, al Cantábrico, si quere mos algo fiel tenem os que rem itirnos a un creador como Pérez de Ayala, que nos cuenta que rodea, llena y lo em papa todo o en «Luna de miel, luna de hiel» que sus resacas repercuten como una sierra JOSE GONZALEZ FERNANDEZ 436 que m ordiese los cimientos de una casa, pues Palacio Valdés nos proporciona únicam ente anécdotas, como ocurre en «José», en don de aparece que no tran scu rren muchos años, sin que cobre su tri buto de carne durante las grandes «vagas de mar», nom bre que los pescadores dan a los tem porales, como ocurrió en el invierno de 1852, en el que perecieron ochenta hom bres. EL MARCO A) Jovellanos En el «Canto guerrero para los asturianos» y preferentem ente en sus «Diarios», Jovellanos menciona casi todos los sitios de esta tierra, a causa de que nos refiere los traslados que tuvo que reali zar: el concejo de Carreño, y dentro de la parro q u ia de Avilés, la iglesia de San Nicolás y la capilla de Carbayedos; con motivo de un viaje a León, El Padrún, Mieres, Pola de Lena, los ríos Aller, Lena o Turón, y en más de un pasaje, la capilla de S anta Cristina, acom pañando su p in tu ra de tres dibujos; en otros m om entos, de Covadonga, Caldas, Barco de Soto, etc., etc. Con todo, hay dos lugares en los que se detiene con m ayor mo rosidad: Gijón y Oviedo. El que trate el prim ero con detenim iento, es lógico, p o r ser la villa de donde era originario y, por ello, desde las parroquias cercanas, como Granda, Roces o Trem añes o desde los m ontes de Castiello y San Pablo, pasa a la población p ara hablar de la calle de Las Cruces, en la que se encontraba la Escuela de Ni ñas H uérfanas de N uestra Señora de los Dolores; de El Musel, puer to po r cuya construcción dem uestra gran interés en varios escritos; de la playa de San Lorenzo, en donde juegan sus alumnos; del río Piles o de la calle Corrida o la de San Esteban, y como, indudable mente, uno de sus am ores fue el Real Institu to Asturiano, nos pro porciona. abundantes detalles sobre su inauguración y comienzo de las actividades, nos m uestra sus tem ores de que quieran atacarlo, a pesar de que sólo hubiese sido fundado para la cultura y nos deja tres oraciones que pronunció en él: 1.a) p ara anunciar la apertura, con recuerdos al sitio de nacimiento, prim eros estudios y com pa ñeros de la niñez; 2.a) sobre la necesidad de u n ir el estudio de la literatu ra al de las ciencias; 3.a) p ara señalar el comienzo de la enseñanza de las ciencias naturales. De Oviedo, aparte de los «Diarios», es una breve guía la «Carta cuarta a don Antonio Ponz», y de ésta, la m ayor p arte la ocupa la ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 437 descripción e histo ria de la Catedral; de todos los rincones y esta blecim ientos de la ciudad, hay dos que tienen un peso p articu lar en la vida ovetense y asturiana: la ya m encionada Catedral y la U niversidad, y relacionadas con ellas hay am plitud de inform acio nes. De la p rim era describe y juzga en cuanto a lo artístico las capillas de S anta B árbara y Santa Clementina, el Panteón de Reyes, claustro, las galerías de la bóveda... Con relación a la segunda, tiene dos cartas, una al doctor San Miguel sobre el origen y auto ridad legal de nuestros códigos, en la que hace un examen de «Las Partidas», y o tra al doctor Prado sobre los m étodos de aprender el Derecho, con una apología del castellano como instrum ento de ese estudio y consejo p ara fijarse en los ju ristas españoles, con lo que vemos la im portancia que ya por entonces tenían las discipli nas legales en dicha institución. B) Palacio Valdés Respecto a Palacio Valdés, seguiremos lo más posible el orden cronológico de la publicación de sus novelas am bientadas en nues tra región p ara ubicarlas, ya que, en ocasiones, enm ascara los nom bres de los lugares. Pero antes y por la correspondencia en tre lo escrito y la realidad, sobre todo en sus últim as obras, y, aunque a veces aplique los rasgos de un pueblo a otro, surge la pregunta de si es que carecía de im aginación para crear los escenarios o si fue m ovido p o r el am or hacia su país; la respuesta posiblem ente esté en aquella frase «la realidad sirve de tram polín p ara el nove lista», en considerar que lo fundam ental y algo m ás es resultado de la m ente del creador, y como constatación de ello y más cerca en el tiem po, ahí tenem os el prefacio de «Nosotros, los Rivero», de Dolores Medio, en donde se lee, concretándolo sólo a la capital, que es deseo de la au to ra que nadie se sienta aludido ni ridiculiza do en la novela, pues, aunque ésta se desarrolla en Oviedo y por ella van desfilando sus calles, sus plazas, sus m onum entos y ciertos sucesos históricos, los personajes y la tram a son im aginarios. Term inado este inciso, comencemos a situ ar esas narraciones: «M arta y María» está localizada en Nieva (Avilés) y el palacio de Llano-Ponte, en el b arrio de la villa propiam ente dicha, m ientras que el de Sabugo, el de los m arineros y pescadores, se rem em ora en «La novela de un novelista», cuando se cuenta que había sido un gesto dem ocrático encantador el que el príncipe de Asturias hubiese bailado con unas pescadoras de él, durante una visita. JOSE GONZALEZ FERNANDEZ 438 «José» se desarrolla en Rodillero (Candás), donde él mism o dijo que se desenvolvía, y no Cudillero, como se ha interpretado en oca siones, de lo que no podemos extrañarnos, pues, al trazar el marco, nos cita el fondo de un barranco con las casas colocadas unas en cima de las otras, lo que se corresponde con este fragm ento de Jovellanos que reproducim os literalm ente: «Bajamos a Cudillero por una penosísim a cuesta a una gran barranca donde se unen las aguas que bajan de las dos Piñeras (San Juan y Santa M aría), y unidas form an un torrente. La población está en las laderas de esta barranca. La b arranca term ina en el puerto». «El cuarto poder» se localiza en Sarrio (Gijón), «La fe» en Pe ñascosa (Luanco) y el comienzo de «La alegría del capitán Ribot» tam bién en Gijón, que aquí se llama por su verdadero nom bre. Lancia, su Oviedo, surge en dos relatos. En «El m aestrante» se acuerda de la travesía de Santa B árbara, cerca del palacio del obis po y por donde cae el pararrayos de la Catedral, de la calle de Santa Lucía, de las más cénticas, y cerrada por la base de la torre de la basílica y de la del Pozo, a la que se califica de lóbrega. En «La novela de un novelista», cuando es enviado a la ciudad para estudiar la segunda enseñanza, ve las calles estrechas e irregulares y el caserío mezquino, con pocos edificios notables que la decoren, y de ella m enciona el arco del Ayuntamiento, la Fortaleza (la anti gua cárcel de Oviedo, cuyo solar ocupa hoy la Telefónica) adonde es llevado el escribiente Figaredo por una brom a del literato, el Hospicio, que se pone para indicarnos que, a causa de una visita de la reina, un tío suyo hizo una canción a la que puso m úsica el director de la banda de esa entidad, o el parque de San Francisco, en el que fue fundado por los m onjes de San Vicente un m onasterio, em brión de la fu tu ra ciudad, y que por dentro debía perm anecer en bastante abandono, pues escribe que se consideraron magnas reform as el establecim iento de jardinillos o de un camino enare nado que lo com unicaba con la localidad. Por últim o, «El idilio de un enfermo» tiene recuerdos del valle de Laviana, en donde se encuadran «La aldea perdida» y «Sinfonía Pastoral». C) Clarín Finalm ente, Clarín, como Pérez de Ayala, nos han dejado con sus narraciones una verdadera geografía espiritual, que nos lleva a tra ta r de ir reconociendo las casas o puntos en que se desenvuel ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 439 ven las acciones; sin em bargo, en el prim ero y posiblem ente por su tendencia al asturianism o universalista, su V etusta podría ser el prototipo de cualquier ciudad provinciana, no una población concreta, tanto po r los lugares, como por el am biente. Veamos lo que es real y lo que tiende a la generalización en su obra. E ntre los elem entos reales de «La Regenta» estarían: la p in tu ra de la to rre de la Catedral, cuya fotografía fidedigna está corrobo rada por Palacio Valdés, que tiene igualmente una visión de ella, y am bos coinciden en que es maciza, aunque esbelta y arm ónica o que sube hasta el segundo piso como un fuerte castillo, lanzán dose desde allí en una pirám ide de inim itables proporciones, las referencias a la plaza de esa Catedral, las calles de La Rúa y San Pelayo, la Plaza Nueva, el casino, que en un tiem po era un caserón de piedra ennegrecida por la hum edad, los conventos de las Herm anitas de los Pobres y las Salesas, la parte nueva con sus casas a la m ism a altu ra y galerías de cristales chillones; de «Su único hijo», en donde si no se da nom bre a la localidad en que ocurren los acontecim ientos, pero que muy bien se podría tra ta r de o tra V etusta, la Academia de Bellas Artes, el teatro del Fontán, del que se nos inform a que era un viejo corral de comedias que am enazaba ruina y daba en trad a a todos los vientos, o C abruñana, y en « ¡Adiós, Cordera! » se cita El Humedal de Gijón, adonde Antón de Chita va a vender la vaca. A la tendencia a hacer de V etusta algo tópico y prototípico res pondería el modo como divide a la población, que se puede aplicar a grandes rasgos a casi todas: 1.°) La Encim ada, el b arrio noble y el b arrio pobre, que sería la p arte vieja; 2.°) el Campo del Sol, con sus barriad as y en donde levantaba sus chim eneas la Fábrica Vieja, que sería como el núcleo de una ciudad industrial del S. XIX, con relación a lo cual hay que decir que hoy en Oviedo no se ven esas chim eneas po r ninguna parte; y 3.°) La Colonia, con las calles tira das a cordel, la zona nueva; de la mism a m anera, respondería a eSta tendencia el referirse al Paseo de los Curas, en un principio patrim onio de sacerdotes y m agistrados, pero que, m ás adelante, de octubre a Pascua, se convirtió en el Paseo de Invierno, un ape lativo que sirve p ara cualquier sitio, la tendencia a desfigurar los nom bres propios, como «La Corralada» por Corrada o Corfín por Morcín, aunque esto tenga menos valor, pues ya hem os visto que es una práctica general en Palacio Valdés sin ir más lejos, y para term in ar una cosa del orden del espíritu y de gran valor, que con siderarem os seguidam ente: la censura del am biente provinciano. 440 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ LA CENSURA DEL AMBIENTE PROVINCIANO Se ha expuesto que el asturianism o de Clarín es crítico y, de acuerdo con ello, sintetiza el pueblerinism o de las personas que form an «la capital», de sus actitudes y de su modo de vida, en una serie de notas: 1.°) el m antenim iento de las apariencias a toda costa y, así, Ana Ozores com prende que sus tías lo perdonaban todo, m ientras que no se las quebrantase o, cuando está a punto de fa llecer un personaje y se acuerda enterrarlo en el cem enterio civil, rápidam ente vienen las interrogaciones: «Pero ¿y la familia?, ¿y la sociedad?, ¿y la honra?»; 2.°) la rutina m ental, el seguir los lugares com unes y la frase hecha, como el mismo au to r com enta del modo cómo el M agistral consiguió tener m ayor fam a de predicador que el obispo Fortunato Camoirán; 3.°) el afán de sem ejarse a todo lo que viniese de Madrid, considerándolo como el no va más allá y juzgando que allí las posibilidades eran más am plias p ara figuras como un don Alvaro, que a su vuelta adem ás estarían aureolados por el prestigio que proporcionaba el haberla corrido en la corte, como sucede, por ejemplo, con Paquito Vegallana. Con esto, no debe producir extrañeza su opinión negativa sobre la ciudad, y si en un m om ento se indica que en una bolsa del teatro se reunían los hom bres de mundo, es para añadir sarcásticam ente que en V etusta el m undo se andaba pronto; la cristalización de todas estas cosas en «La Regenta» es una com unidad baja, de fa tuos y de frustrados en el deseo de pertenecer al gran m undo, como el Pepe Ronzal, que siem pre tiene razón porque grita más fuerte, o en sus deseos eróticos que ocultan bajo una capa de conocimien tos que no interesan a nadie, como Saturnino Bermúdez, o de bea tería bullanguera, organizadora de novenas y bailes de caridad a puerta cerrada, al frente de la cual lleva la bandera doña Obdulia. LAS CLASES SOCIALES En Clarín son, como ocurría con otros aspectos, las típicas de cualquier capital provinciana con algunas reservas que ya veremos, y el que se coloque su examen aquí, en el lugar del análisis del entorno, tiene su sentido, pues la sociedad se puede considerar un ingrediente más de él, por lo menos en «La Regenta», en cuanto coacciona la actuación de los protagonistas: don Ferm ín y Ana; es por esta causa, aparte de alguna otra más, como la tendencia al descripcionism o o el que aparezca una figura del estilo de don Al ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 441 varo, un don Juan positivista que tom a reconstituyentes p ara con tra rre sta r sus excesos eróticos, po r lo que se puede hab lar de cierto naturalism o en el relato, no olvidemos que esa escuela postula el que el hom bre es un ser determ inado por la herencia, la educación y el am biente. Pero dejem os este tem a de la coacción social y estu diemos las clases sociales que aparecen en esos escritores. La aristocracia era un coto cerrado para advenedizos, dentro del cual se realizaban los m atrim onios, y cuyo clasismo o el de los clé rigos que se expresan po r boca de ella resulta, a veces, repelente, com o ocurre con el canónigo Glocester que llega a decir que «la Regenta» representaba una alianza nefasta en la que la sangre azul de los Ozores se mezcló en m ala hora con sangre plebeya, aunque sus representantes no sean, en ocasiones, más que caciques, mangoneadores políticos, con una m ano ejecutoria p ara disfrazarlo, tal cual el m arqués de Vegallana. De la clase levítica se nos da un cuadro despiadado en «La Re genta», si bien en ella no son sólo dignos de crítica los clérigos, sino tam bién los m alos católicos que se conducen tan escandalosa m ente y, de acuerdo con ello, si en un pasaje se escribe que los canónigos cum plen con su misión de alabar a Dios en tre bostezo y bostezo, con el aire aburrido de todo funcionario que desem peña cargos oficiales m ecánicam ente, sin creer en la utilidad del esfuer zo con que gana el pan de cada día, en otro se señala que en el Cabildo sucede lo que es ordinario en muchas corporaciones y círcu los cerrados, que algunos no se hablaban y otros no se saludaban ni siquiera, y cuando se presenta a un hom bre de verdadera fe co mo el obispo Cam oirán, es para servir de escarnio p ara ellos. El resto, en éste y en las restantes figuras exam inadas son tra bajadores de bancos, periodistas, oficinistas, estudiantes y aldeanos, dem asiado idealizados en Palacio Valdés y de los que Dolores Me dio, tan idílica como él en su visión, afirm a que tienen una vida sosegada por lo fértil de la tierra, porque ésta se encuentra muy repartida y, si no, porque pagan una renta escasa. LAS DOS CLASES SOCIALES TIPICAS Las reservas, que se han mencionado, son dos grupos sociales muy propios de la región: los indianos y los m ineros. Sobre los am ericanos, po r m ucho que Jovellanos argum ente que A sturias es tierra rica, en el sentido de que la medida de las riquezas de un país lo da la población y que el nuestro la tiene en abundancia, 442 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ incluso después de que casi todas las fam ilias hayan enviado a alguno de sus hijos a U ltram ar, lo cierto es que esa em igración se producía p o r el deseo de hacer fortuna, aunque la realidad, como señala Palacio Valdés, era otra, pues, llegadas las personas, por ejemplo, a Cuba, el cincuenta por ciento m oría al poco tiem po de vómito negro, los que quedaban trab ajab an toda sil vida sin lograr o tra cosa que com er y, finalmente, sólo algunos pocos favorecidos por la suerte conseguirían, ya m aduros, restituirse ricos a sus pue blos; esos eran los indianos, como el Cortés de Cangas o el don Vicente Duyos, seres reales que cita Jovellanos, al lado de los cuales estarían otros literarios, como el padre de la Angelina de «Sinfonía Pastoral». Sobre ellos se nos han dejado unas notas que sirven p ara ca racterizarlos: a) el deseo de em parentar con las fam ilias linajudas, que hace concebir esperanzas de m atrim onio todavía a cuarento nas o perm ite que aparezcan frases como esta de un cuento de Clarín: «Animo, hom bre; si te la llevarán... No faltan indianos», refiriéndose a alguna hija mayor; b) las abundantes burlas de que eran objeto p o r querer parecerse a la aristocracia en sus modales, como se ve en «La Regenta»; c) la ostentación de la riqueza, pues hasta tal punto era grande el lujo desplegado por ellos que, p o r reacción, un m iem bro de la nobleza como es el don Pedro Quiñones de «El m aestrante» no se cuida de la decoración de su casa sola m ente p o r el desprecio que siente hacia aquéllos; d) la avaricia, y, de esta m anera, Palacio Valdés expone: «Como muchos de los in dianos, a p esar de ser inm ensam ente rico, tenía fam a de avariento y no injustificada-. En cuanto a los mineros, de las difíciles condiciones de su tra bajo en el S. XIX resultaría su brutalism o y poco respeto hacia las situaciones establecidas, todavía Pérez de Ayala los considera seres envidiosos y cobardes, frente a los nobles cam pesinos. A te no r de ello, Clarín en «La Regenta» nos indica que aquellos indivi duos que salían de las cuevas negras, sudando carbón y con los ojos hinchados, eran adustos y blasfemos, o en «Teresa», su ensayo de dram a, nos ofrece a un Roque com pletam ente alcoholizado y Palacio Valdés en «La aldea perdida» hace que uno de los perso najes de la obra se sobrecoja cuando se tropieza con una cuadrilla de m ineros, porque piensa que aquellos cafres no se distinguían pre cisam ente p o r un respeto exagerado hacia el clero y la nobleza y, en efecto, le lanzaron una piedra y, luego, o tra contra la gente que estaba en una esfoyaza, aunque para descargo nuestro se añade ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 443 que aquellas personas no eran asturianos, sino de afuera, y un tipo /semejante al Plutón de esta novela lo hace reaparecer en «Santa Rogelia». MEDIOS DE COMUNICACION SOCIAL No resulta de m ás considerarlos, aunque sea muy p o r encima, p ara concluir este apartado y, así, por Palacio Valdés nos en tera mos de que Oviedo fue una ciudad rica en periódicos durante el S. XIX, ya que existían nada menos que once, seis diarios y cinco semanales. EL AMBIENTE Del orbayu, fenóm eno general en el N orte de España, pero cuyo nom bre es exclusivo de aquí, explica Jovellanos que es la niebla y tam bién rocío que em papa los campos y los vidrios de las casas, lo que no es muy preciso, pues el orbayu es una lluvia fina y deli cada que, por ligera, sirvió a Alfonso Camín, es solam ente una m uestra, p ara expresar las quejas de am or de un m odo gracioso: « ¡Si hasta el orbayo tiene m ucha más suerte que Pinón de Juana! ». Respecto a la lluvia, sin que sea una constante como ocurre en la trilogía a stu r de Víctor Alperi —Sueño de Som bra, Agua India, Cristo habló en la m ontaña— , en donde pasa a ser el recuerdo de las cosas queridas, lo eternam ente recurrente, la naturaleza frente a la razón o acentúa determ inadas situaciones, en Clarín nos en contram os con frases como «esta tierra m aldita del agua», «llueve como latigazos furibundos, como castigo bíblico» o « ¡Era un di luvio que anegaba la hum anidad entera! », en las que es de n o tar su tono intelectual y la línea de no localismo que venimos seña lando en él. Con relación a la niebla, sin llegar al pródigo y m ultiform e uso que hace de ella Pérez de Ayala, Palacio Valdés la em plea como sím bolo de la nostalgia de la infancia y de los amigos, de los que pregunta si sólo fueron fantasm as que se disiparon com o la niebla, de la querencia de la tierra abandonada, al com pararla con Castilla o del paso de una edad a otra, de lo que es ejemplo: «se disiparon 444 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ las nieblas en que se envolvía mi infancia» y en Clarín se ve cómo ella hace desvanecerse las siluetas de las m ontañas o se funde con los picos en el capítulo XVIII de «La Regenta», lo más interesante de él en este sentido es la neblina de incienso que envuelve el des p e rta r de Ana Ozores, o en «Su único hijo» el abism o en el que cae el hijo de Em ma, aún no nacido, durante el sueño que tiene ella en un viaje. PARTE 2.a. LA ECONOMIA EL TRIUNFO DE LA REVOLUCION INDUSTRIAL Si se hojea a estos creadores nos enteram os, del mism o modo, del cam bio industrial, y como exponente de ello, en «La aldea per dida» se señala que todo eran fábricas, chimeneas y carbón, cosas que hicieron desaparecer los valles deleitosos y virgilianos, los p ra dos húm edos y los bosques de castaños, de recogim iento religioso, de leyendas y de encantam ientos, a lo que contribuyó igualm ente el ferrocarril, que se convierte en la síntesis de todas las tran sfo r maciones y que para Clarín es algo que proviene de la civilización, de la ciudad, y llega al campo para dejar solas y sin com unicación a las personas, dañándoles su vida. Con ese cambio se produjo el triunfo com pleto del capitalism o que m ultiplica las sociedades anónimas, como la Unión Carbone ra, de la que habla Palacio Valdés, que tenía denunciados dos cotos m ineros en Tiraña y Villoría, y los accionistas de ellas, que, a veces, recibían chascos con sus participaciones, como le sucede a la Em m a de Clarín, a causa del constante saqueo a que era som etida. LA AGRICULTURA Sobre ella es interesante la correspondencia de Jovellanos con González Posada sobre «La agricultura asturiana» y un discurso pronunciado en la Sociedad de Amigos del País del Principado, en el que señala lo que ya ha sido hecho, como el h ab er reducido a cultivo hasta las zonas más quebradas o el esm ero del labrado y abono de los cam pos, pues como bien ha dicho Pérez de Ayala, el labriego astu r es esclavo para con la tierra, pero no con la servi dum bre del siervo de la gleba, sino con el renunciam iento hum ano del am ante a su querida. Al contrario, en la «Carta sexta a don ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 445 Antonio Ponz» m uestra los problem as que aquejan a nuestro agro y da algunas soluciones p ara ellos, como el que sean los m onaste rios e iglesias casi los únicos propietarios, p ara lo cual propone como rem edio el que se suprim a de un modo casi absoluto los bie nes vinculados y en m anos m uertas, no olvidemos que, si bien hoy nos resulta hasta desfasado, Jovellanos fue un progresista p ara la época, y el que las explotaciones fuesen esencialm ente m inifundistas, con respecto a lo que propugna la concentración de bienes. P or el m ism o a u to r sabemos de la existencia del tríente, que se puede considerar un instrum ento típico, porque tiene cu atro dien tes, en la región, y él y Palacio Valdés nos inform an de las diferen tes faenas agrícolas: la secha, palabra que viene de una cuchilla que iba delante del arado, el sechorio, y que consiste en a ra r sin surcos, el a b atir o p asar un rastro de m adera, el abono, la reco lección de la hierba, de la que se advierte que el heno p ara el ganado se siega m ejo r de m adrugada o que aquélla se revuelve a las horas de m ás sol con una horquilla y que se seca en los hala gares, la cosecha del maíz, cuyo cultivo tiene una serie de opera ciones, como el sallarlo, esto es, rem over la tierra, el arriendo o arranque de las plantas que estorban, el co rtar las panoyas y te nerlas algunos días en pirám ides llam adas cucas y la esfoyaza, y como térm ino de esas faenas, estaba la recogida de la castaña, en la que solía haber desgracias, porque los mozos se encaram aban a lo alto de los árboles y se caían. Los dos, del mism o modo, nos explican otros productos de nuestro cam po: habas, arvejos, panizo en algunas partes y, en me nor proporción, calabazas que se sem braban con el maíz, y adem ás legum bres, berzas, patatas, cebollas y frutas. Con relación a éstas se cuenta que A sturias no es zona de naranjos, pero que en la orilla del m ar, p o r la parte de Oriente, crecen algunos que dan una fru ta bastante aceptable, sobre todo si se la come con azúcar, que es llevada a Oviedo en la fiesta de la Candelaria p o r la carretera de Gijón y que, en el polo opuesto, son abundantes las m anzanas y peras, y así, se m enciona a Aces, la patria de las ricas peras pestañinas, aunque con esta designación se bautizan todas las de Candamo. 446 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ EL GANADO De él, fundam entalm ente, estos literatos se han ocupado de las vacas, de las que Pérez de Ayala afirm a que son resignadas y tristes, sesudas y pensadoras, una m uestra de las cuales sería la «Cordera» de Clarín, la vieja vaca m atrona y filósofa, que m editaba más que com ía y que era tan doctoral como una obra de Horacio; por su parte, Palacio Valdés las divide en lecheras, es decir, aque llas que al m azar su leche, ésta da poca m anteca, y m antequeras. A su lado, tam bién se ha llegado a asegurar que hay caballos especial m ente asturianos y de alma asturiana. El alim ento de ambos es la hierba, y es Palacio Valdés nueva m ente quien nos indica que los caballos comen la larga y dura y las vacas la corta, mezclada con manzanilla, y que ni unos ni otras la quieren m ojada, por lo que si es recogida en ese estado, se hace con ella una vara que se guarda en la tenada, encima del establo, para proporcionarles comida durante el invierno; con todo, Clarín escribe que p o r falta de prados propios, el ganado se veía obligado a salir «a la gramática», esto es, a apacentarse por las rapadas p ra deras del común. En cuanto a la trashum ancia, aparece reflejada en «Sinfonía Pastoral», en la que vemos cómo durante los meses de calor se llevaba a las vacas a las altas m ontañas, en donde pacían en los pastos com unales, y al llegar el mes de octubre y con el otoño se bajaba el ganado del monte. LA PESCA Sobre la fluvial, Jovellanos en uno de sus diarios nos enum era las especies que se capturan en nuestras corrientes y hace algunas observaciones sobre los salmones, como el instinto de volver cada uno al río en que nació, sobre su form a, pues los del Nalón son más cortos, más anchos y más claros, o sobre la rapidez de su cre cimiento. De la pesca en el m ar, los principales detalles los encontram os en «José», como el que las lanchas asturianas llevan siem pre cinco velas, que son, por orden de magnitud, la mayor, la cebada, el trin quete, el borriquete y la unción, que cuando las presas andaban escasas p o r las costas de Vizcaya —solían venir lanchas de aquellas tierras a faenar por estos pagos—, y que las principales tem poradas eran la costera del bonito y del besugo, la de la sardina, m ás des ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 447 cansada y de m enos peligro que la del bonito, y que si no había Sardina, tam poco tenía la gente cebo p ara salir al congrio y a la m erluza o p ara pescar, cerca de la costa, la lubina, el rollo y el salm onete. LA INDUSTRIA Tal como la p in ta Jovellanos hasta el S. X V III era fundam ental m ente artesana, de tejidos, m im bre y cerámica. La prim era estaba rep artid a un poco p o r todas partes, pues apenas había concejo en que no se hilasen y tejiesen los lienzos, sayales y calzados que los habitantes necesitasen p ara sí, aparte de los muebles e instrum en tos rústicos que ellos precisaban. Respecto a la segunda, existió m ucha cestería en Piñera, ju n to a Sorribas y en Villaviciosa, en donde se hacían m uchos cedazos de cerda y buenos aros. Por ú lti mo, la cerám ica, cuyas operaciones preparatorias se reducían a m a chacar el b arro, pasarlo seguidam ente con un tamiz, am asarlo en unos duernos con agua y, al fin, llevarlo a los tornos p ara darle form a, se localizaba en una serie de puntos, de los que m enciona dos: Ceceda y M iranda, en la parroquia de Avilés. La ollería de Ceceda era de color am arillento y vasijas de diferentes tam años que fabricaban solam ente las m ujeres debajo de los hórreos y en las corradas de sus casas y M iranda presentaba una cerám ica de color rojo que se conservaba después de cocida, aunque un poco m ás claro y, a veces, tirando a blanco, si bien no lo era del todo po r su vidriado blanco y am arillento y algunos rasgos verdes y azules, y o tra de un negro fijo y brillante, para obtener el cual b astab a cerrar el horno com pletam ente y dejar que el hum o penetrase por todos los poros del b arro; en este lugar había en aquel tiem po trein ta hornos de b arro negro y cuatro de blanco y todo cuanto se producía se arreb atab a de las m anos de los fabricantes y se con sum ía en A sturias y en toda la costa septentrional, desde Vizcaya a Galicia. La situación era ésta h asta el S. X VIII, pero ya Jovellanos en el discurso m encionado m ás arrib a y en la «Carta séptim a a don Antonio Ponz» apunta la conveniencia de establecer en el país al gunas fábricas, cuya vida estaba asegurada por la riqueza en m a terias prim as, sin pen sar aún en los ram os que se deberían fom entar con preferencia; el tiem po acabó dándole la razón y si en «M arta y María» hay inform aciones concretas sobre la de arm as de Trubia y ya se ha hablado de los hum os y chimeneas, que aparecen en o tra novela, hoy es la in d u stria uno de los puntales de n uestra economía. 448 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ EL COMERCIO Palacio Valdés nos m arca los días en que se celebraban ciertos m ercados: los lunes en Sama de Langreo, los m artes en Pola de Siero, los jueves en Pola de Laviana, jueves y domingos en Oviedo, viernes en Cabañaquinta y sábados en Mieres, y respecto a los lu gares en que se instalaban, que en Pola de Laviana había dos plazas, una en la p arte de abajo cruzada p o r la carretera que conduce a Sobrescobio y Caso, en donde vendían sus géneros los m ercaderes am bulantes, y otra, la m ás antigua, en la zona de arrib a del pueblo, en la que se encontraba el mercado de ganado; y de Oviedo se acuerda del de Trascorrales, de pescado y verdura, en el que tenía su puesto «La Mirla»; por otra parte, el mism o escritor nos pinta pequeñas tiendas, como la de la m adre de Elisa en «José», y en «La Regenta» el comercio de objetos religiosos propiedad de la m adre del M agistral es un ingrediente de sum a im portancia en la estruc tu ra de la narración. LAS MINAS Son lo m ás característico de la economía asturiana; las noticias sobre ellas son p ara constatar realidades objetivas hasta el S. XIX y desde entonces se usaron como motivo de inspiración literaria; en la prim era época estaría Jovellanos y en la segunda Palacio Val dés y Clarín. Los trab ajo s de Jovellanos sobre el asunto corresponderían a las etapas de descubrim iento casual y beneficio; él sentó las bases de la m oderna legislación m inera y nos habla, entre otras m uchas cosas, del derecho de propiedad, del valor de las m inas, de la ubi cación de algunas y de la navegación po r el Nalón. Sobre la prim e ra propone que se examine si el terreno es com ún o particular; si es com ún, que se vea si es baldío o concejil, y expone los caracteres de uno y otro, y si es particular, que se observe si la propiedad es del suelo o sólo del arbolado, puesto que las m inas estaban ordi nariam ente en los montes; con respecto a lo segundo, preconiza que las m inas no tienen todavía valor conocido, pero que lo ten drán muy grande con el tiempo, y de los sitios de ellas, menciona las ya cegadas en su centuria de Piñera, Mones, Soto, Ovio o Riera de Colunga y las de Langreo y Carbayín, m uy ricas y de un carbón que juzga superior a los de Newcastle. ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 449 El hacer navegable el Nalón fue un proyecto apasionante, aun que resultase un fracaso; Jovellanos no se m ostraba muy partid ario de la em presa, y no porque pretendiese m onopolizar el com ercio de carbones hacia Gijón, sino porque le parecía quim érica. Comien zan las noticias sobre ella al final del «Diario Cuarto», indicándo nos que había sido aprobada la idea y que vendrían delineadores a levantar el plano topográfico y a nivelar la corriente, si bien se m antendrían las carreteras necesarias p ara conducir los carbones, y en el Apéndice pone que la canalización se haría desde Sam a a Pravia, estrechando el cauce con estacas, lim piándolo y dándole capacidad para una lancha yente y otra viniente. Sin em bargo y en otras obras, ya señala que se empiezan a ver las dificultades de ese transporte, como el que las chalanas llevasen poco carbón y que se necesitasen de cuatro a siete hom bres para m anejarlas, se gún su tam año, e incluso más gente cuando había repuntam iento de agua, el que se moviesen con lentitud y el que la subida fuese casi im practicable, por lo que las chalanas pequeñas tard ab an dos días en b a ja r y seis en subir y las grandes seis días en hacer el trayecto com pleto, el que hubiese dificultades en los puntos no com puestos y que la llena hiciese destrozos y, así, en una carta se le com unica que se habían arruinado las obras del río hechas de firm e en Barco de Soto, y el que los barcos no quisiesen ir a cargar a San E steban porque tem ían el puerto y que exigiesen m ás alto flete si lo realizaban. Por todo esto, term ina señalando en una carta que la navegación por el Nalón era una em presa más larga, más incierta y m ás dispendiosa de lo que se creyó en un principio. P osteriorm ente, llegaría la explotación capitalista y el aprove cham iento de las m inas como asunto literario, de lo que se han proporcionado datos anteriorm ente y a lo que se podría añadir que Palacio Valdés toca el tem a concretam ente en «La aldea perdida» o que Clarín escribe en «La Regenta» que en las m inas y en las fábricas que las rodeaban había empleo para los niños en cuanto podían sostener en la cabeza un cesto con un poco de tierra, buena m uestra de lo inhum ana que debía ser esta labor en aquellos mo m entos, según se ha esbozado con anterioridad. 450 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ PARTE 2 .\ EL HOMBRE LA RAZA Sobre la pretendida celtización de nuestro territorio, aceptada por m uchos, tal es el caso de Alfonso Camín de quien son estos versos: «Pero los lobos celtas, valerosos centauros de la red, piedra y salitre» es innegable que se considera que el prototipo a stu r o, por lo me nos, el más característico es el que presenta sus rasgos, de lo que es exponente la Lena de «Nosotros, los Rivero», que piensa: «En verdad podía estar orgullosa de su herm ano. E ra un m uchacho herm oso: blanco, rubio, etc». De acuerdo con esto, Clarín en «La Regenta» nos ofrece a Petra, la criada de los Ozores, rubia azafra nada, y en el cuento «Cambio de luz» a las tres hijas del protago nista, tres cabezas rubias, de las que él decía igualm ente que eran tres almas rubias, y Palacio Valdés nos cita a una niña llam ada F raternidad, hija de un librepensador de Avilés, que excitaba la adm iración de los que la veían, por su cabecita blonda y rizada y sus ojos azules, en «Marta y María» retra ta a la segunda con una cabeza rubia, de ro stro blanco y ojos azules, y el Quino y el Jacinto de «La aldea perdida» o la Josefina de «El m aestrante» y su padre Luis presentan los mismos rasgos. Aquí es tam bién interesante referirnos a un pueblo m aldito, el de los vaqueiros de alzada, de los que Jovellanos dice que se les llam a de ese modo porque alzan su m orada y em igran anualm ente con sus fam ilias y ganado hacia las m ontañas altas y de los que se ocupa en «El origen y costum bres de los vaqueros de alzada en Asturias» y en la «Carta novena a don Antonio Ponz», en donde expone algunas de sus costum bres como las nupciales, discute tes tim onios, añade observaciones particulares y los defiende, muy dentro del espíritu de la Ilustración, no sólo preocupada po r lo etnográfico, sino tam bién por la dignidad del hom bre, y en el «Dia rio Cuarto» com enta un pleito escandaloso con los vaqueiros, a quienes no se les quiere dar la Sagrada Comunión, sino a la puerta de la iglesia, ni se les deja internarse en ella a los oficios divinos, y que como los hijosdalgo tienen lugar preferente en la iglesia pa ra toda concurrencia, los plebeyos la pretenden con respecto a los vaqueros y éstos luchan por no ser menos. ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 451 ONOMASTICA Como ocurría con la raza, se da m ayor cantidad de casos típicos en Palacio Valdés que en Clarín; uno de los nom bres que m ás se repite es el de Pachu o Pachín, tal el de un personaje de «Sinfonía Pastoral», el tío Pacho, que va a vender sus gorrinos a la Pola y que disputa sobre su valor con Xuan de la Ortigosa, otro apelativo muy corriente; en tre los dim inutivos, que en asturiano son en in, tenem os Alvarín, Pinín, Florín, y entre los aum entativos, el Toribión de «La aldea perdida», para no ir más lejos. EL HUMOR Es uno de los rasgos que se ha señalado como más propio de nuestro carácter y del que nos da sus notas Palacio Valdés en «La novela de un novelista», en donde lo ve con una agudeza ni ligera ni aparatosa ni espum ante como la de Sevilla o Málaga, pero con m ás profundidad en su ingenio, que es más penetrante y más des piadado y con una malicia más espiritual. Con todo, si Pérez de Ayala es el verdadero teorizador del hum or asturiano en su to ta lidad, Palacio Valdés, a pesar de que nos haya legado los rasgos generales que han sido señalados, se centra fundam entalm ente en el de los ovetenses, del que nos da sus caracteres en la obra ya m encionada, como el donaire malicioso, la burla y la caza del ri dículo, a los que acom paña una maledicencia m ucho m enos agresiva que en otras partes y el decir a la cara frases que se acogen con carcajadas y que en o tra p arte harían funcionar las pistolas; tam bién en «El m aestrante» nos repite que Lancia es una población en donde abundan los espíritus hum orísticos. Aparte de esta doctrina, Palacio Valdés nos lega su aplicación en sus escritos. Con respecto a su hum orism o se debe n o tar que es ante todo irónico y que se basa en dos procedim ientos: 1.°) el uso de los contrastes, como la aplicación de un tono elevado, que no se corresponde, a cosas pequeñas, sirvan de ilustraciones el es tilo épico del comienzo de «La aldea perdida», aunque quizá creyó el novelista que era necesario para contar la epopeya del nacim ien to de las m inas, o lo que dice de la prim era de los dos vejestorios Carm elita y N uncita, de que la prim era «apareció con los ojos res plandecientes y el adem án m ajestuoso que conviene a los que nece sitan dictar leyes a los seres que la providencia les ha confiado», después de una discusión entre ellas sobre si la segunda, «la pe 452 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ queña», debía p articipar o no en un juego; 2.°) la melancolía, el suave sentim entalism o y un escepticismo sin am argura, de lo que está plagada «La novela de un novelista», sea la confesión en la que el autor, de niño, no quiso decir quién era su novia para que no se la quitasen como había ocurrido con un nido, sea en la descrip ción del m aestro de Avilés, don Juan de la Cruz. El hum or de Clarín es de una socarronería intelectual y nace, por lo menos, en «La Regenta», de razones psicológicas de acuerdo con la gran penetración que tiene el relato en este sentido; está, por ejemplo, en el complejo de paletos que m uestran los Infanzo nes, al comienzo, y en su reacción cuando se sienten burlados y llevados por sótanos y sitios oscuros durante su visita a la Cate dral, en la envidia frívola que siente Obdulia hacia la piel de tigre que Ana Ozores tiene a los pies de su cama, o en el tratam iento del canónigo Ripamilán, con sus chocheces inteligentes, sus leccio nes de baile a los jóvenes de la ciudad y sus epigram as am orosos. LA LENGUA Jovellanos, muy dentro de su época, presenta la corresponden cia m antenida con González Posada sobre «El dialecto asturiano» y a él se debe el térm ino bables para referirse a nuestras hablas, pero como hace Clarín y en el polo opuesto de Pérez de Ayala, no las emplea, lo más que encontram os es alguna palabra suelta, de lo que es un caso el que en el «Diario Quinto» esté antroxo, es decir el nom bre que se aplica en algunas partes de Asturias al antruejo o m artes de carnaval, y en el «Diario Sexto» escribe «to provechu», pero indicando que se lo ha dicho una m ujer o «¿Díxolo? Pos faralo», pero en letra cursiva, como para señalar que es algo ajeno a él. Por su lado, Clarín en «Su único hijo» pone que em pezaron a aprender el español en el dialecto del país oscuro y corrom pido, tiene una opinión por el estilo acerca de él en «La Regenta» y nun ca llega a utilizar asturianism os completos, y así, dice «prao So monte», pero no prau, si usa xatu coloca toro entre paréntesis, como para aclarar el significado del térm ino, aunque el exacto no sea ése, y si en el cuento «Benedictino» m enciona los llacones, añade que cree que son pem iles, pero resulta muy interesante co mo m uestra de localismo que se conjuga con la tendencia univer salista de «La Regenta» el « ¡Anday, judíos! » que grita una moza de partido durante el entierro de don Santos. ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 453 COSTUMBRES Las encontram os en Jovellanos y Palacio Valdés, pero hay dife rencias entre ellos al exponerlas; el prim ero las cuenta objetiva m ente, se detiene incluso en la más prosaicas y es aceptable sin reservas que se practican realm ente; el segundo parte, de la m ism a m anera, del entorno, pero las somete a una reelaboración literaria; por eso o por la naturaleza mism a de las que describe es po r lo que suenan a algo externo. De ellas, un bloque interesante está form ado por las de la noche de San Juan, la versión cristianizada del hábito pagano de celebrar el solsticio de verano, sobre la que Palacio Valdés nos ha dejado una serie de datos, sin llegar a la profundización de Pérez de Ayala en «Tigre Juan» o de Casona en «La Dama del Alba», en la que se recogen las tradiciones de que aquel día el B autista bendice las aguas, las propiedades del rocío que traía am ores y libraba de da ños a personas y anim ales, el coger la flor del agua o buscar las m uchachas p ara engalanarse el trébole, que si era de cuatro hojas proporcionaba riqueza p ara toda la vida. Aquél se lim ita a p in tar las hogueras, alrededor de las cuales se cantaba y bailaba y que saltaban los mozos, nos recuerda la creencia de que si se echa un huevo en un vaso de agua, se ve un barco al am anecer ese día, pero para com entar en el capítulo «Rosas tem pranas» de «La novela de un novelista», que él sólo encontró un licor am arillento y asque roso, sin figura de barco, o hace que se planten ram os delante de la ventana de la joven preferida, aunque en «Sinfonía Pastoral» lo hacen los mozos de Villoría frente a la habitación de Angelina des pués de la rom ería de San Roque y, a pesar de que no sea sanjuanero, sí era festivo el vestir el ramo, de lo que se ocupa tam bién el m ism o literato, que nos relata que eran unos arm atostes de palo, adornados con flores y cintas, de los que se colgaban panes que vendidos servían para el culto a la Virgen y que iban precedidos por una novilla y escoltados por las m uchachas cuyas fam ilias los habían costeado. E ntre las costum bres sobre el trabajo, Jovellanos cita la muyenna, que era una figura de m ujer con un zarcillo en la mano, que se colocaba para satirizar a la esposa del colono que no hubie se acabado el sallo para San Juan y el arriendo para la Magdalena, o que si algún lab rad o r estaba enfermo, el cura perm itía que, en un día festivo, los convecinos fuesen a realizar su trabajo, y Palacio Valdés m enciona la de llevar a los segadores «la parva», un ligero desayuno com puesto de queso, pan y aguardiente, la esfoyaza del 454 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ maíz, que se hacía por turnos en las casas de los labradores y en la que las m ujeres desenvolvían las hojas y los hom bres las tejían unas con otras, form ando ristras, todo lo cual iba acom pañado de cantares, retozo y m erienda de tortilla de sardinas o jam ón con borona, queso, peras y manzanas, o de un panecillo o de garulla, según los lados, y que term inaba avanzada la noche, y el filandón o reunión de m ujeres de uno o más pueblos en la cocina de un veci no, en la que pasaban las noches invernales hilando, debiendo ejecutarlo una vez a la semana para el dueño de la casa, a fin de costearle el gasto de luz, y a donde acudían generalm ente viejas, pero tam bién jóvenes de ambos sexos, y solían haber canciones burlonas o laudatorias. Respecto al noviazgo, el mismo Palacio Valdés afirm a que el que la m uchacha entregase al novio la cinta del justillo es «el gran de y tierno testim onio que las nobles doncellas asturianas suelen dar de su amor», y con relación al m atrim onio, si Jovellanos nos cuenta que cuando hay boda, va la novia con su m adre po r casa de los vecinos y cada uno les regala un piñón o ristra pequeña de maíz, la m itad para la m adre y la otra para la hija, de modo que la nueva fam ilia ju n ta para sem brar y com er el prim er año y las ganancias del trab ajo le quedan libres, en «José» aparece que cuan do un mozo m arinero pedía a una muchacha, lo hacía de un modo simbólico, enarbolando en su barca la pañoleta de su preferida, que los padres de la novia brindaban al novio una red y que el patrón de la barca concedía que la pesca de un día con aquella red se dedicase a los gastos de boda. FIESTAS Y ROMERIAS A ellas dedica Jovellanos la «Carta octava a don Antonio Ponz», en la que es de destacar la defensa que hace del derecho del pueblo a gozar librem ente de sus diversiones contra los censores y la legis lación existentes, y Palacio Valdés señala que en Avilés las ferias principales eran las de San Agustín, de las que com enta con chanza que, como todo el m undo sabe, tienen la m ism a significación his tórica que los juegos olímpicos en la antigua Grecia y que en Oviedo se celebraba el 2 de febrero, en el m onasterio de San Pelayo, la feria de la Candelaria o Romería de las naranjas. ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 455 LA GAITA En esas fiestas y rom erías se interpretaban tonadas y bailes, de lo que tratarem o s seguidam ente, pero prim ero será referirnos a la gaita, el instrum ento musical, si no exclusivo, pues es com ún a todos los pueblos de ascendencia celta, sí típico astur, que se tocaba en las celebraciones cívicas y en la misa, pero en «La Re genta» se lee que en un lugar que se encuentra en cualquier p arte de la tierra, como es una catedral, son la gaita y el tam b o r los que llenaban las bóvedas verdes con sus chorretadas, prim ero alegres, luego m elancólicas, pero cargadas siem pre de ideales perfum es cam pestres, o es el órgano, algo de difusión m undial, el que suena como ella; nueva m uestra del específico regionalism o de Clarín. CANCIONES Admitiendo la teoría de separar la danza prim a del rom ance « ¡Ay! un galán de esta villa», encontram os dos menciones de él en «La aldea perdida»; una, cuando Jacinto se separa de Flora, la no che en que ésta le confiesa que lo quiere, la voz del mozo, al sepa rarse, rom pió el silencio cantando: ¡Ay, que su amigo la espera! ¡Ay, que su amigo la aguarda! Al pie de una fuente fría, al pie de una fuente clara. Entonces una sonrisa iluminó el sem blante de la niña y cantó muy queda siguiendo el romance: Que por el oro corría, que p o r el oro m anaba. La segunda, es el caso del capitán don Fernando que un día se tropieza con tres hom bres que iban cantando una de nuestras b a ladas m ás conocidas, se expone, la del galán d'esta villa, lo que motivó en él una serie de sentim ientos indefinibles. En o tra obra, en «La Regenta», y fijémonos nuevam ente en el binom io fiesta católica, es decir, universal-canción propia, al co mienzo del capítulo X X III y con motivo de la m isa de gallo, el ór gano deja los m otivos sacros y grita: La casa del señor cura nunca la vi como ahora. 456 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ BAILES Tres son los que se nom bran: la danza prim a, la giraldilla y la m uñeira, que no sólo es gallega, sino tam bién del occidente de la provincia. De la danza prim a, el prim er testim onio válido es el de Jovella nos en la ya aludida carta octava, en la que intercala algunas can ciones en bable, y en otra a González Posada, pero su descripción está en Palacio Valdés, que nos cuenta que en ella los hom bres se colocan a un lado y las m ujeres a otro, cogidos por el dedo meñi que, y que la canción es una antigua balada asturiana, de la que las m ujeres interpretaban un par de versos, los hom bres respondían con otros dos y así se iba desenvolviendo la historia, y en «El maestrante» se escribe que fray Diego prefería la danza prim a a los bailes extranjeros, como el zapateado inglés que interp reta un am i go suyo en plena borrachera. En cuanto a la giraldilla, típica de Avilés, que se baila tam bién algo en Laviana, quien nos la pinta con más precisión, como co rrespondía a un gesto de fidelidad hacia el sitio en que nació y hacia el que se crió, es Palacio Valdés, que inform a que p ara ella los bailarines form an un círculo cogidos de la mano, dentro del cual quedan unos cuantos, que se cantaba dando vueltas y que, cuando llegaba un cierto pasaje convenido, los que estaban dentro elegían pareja entre los de fuera con un signo de la mano; enton ces se rom pía el círculo y bailaban uno frente a otro, abrazándose después para dar las últim as vueltas, y que si intervenían los dos sexos, los hom bres quedaban una vez dentro del corro y o tra las m ujeres. La m uñeira la encontram os en Clarín, pero fijém onos en que m ientras Palacio Valdés hace que las danzas sean interpretadas por paisanos, él, de acuerdo con la línea en que se insiste, pone: «Edelm ira y Paco, espalda con espalda, como se baila la m uñeira, sobre todo en el teatro». JUEGOS Es interesante m irar cuáles son los propios de Asturias, como colofón de este pasaje dedicado a las diversiones; de ellos, se lle van la palm a los bolos, a pesar de que no sean únicos de aquí, a los que ya se refiere Jovellanos en la «Memoria para el arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas», que se p ractica ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 457 ban en las boleras, como las fam osas literariam ente de Villoria y Entralgo y en las que m ostraban sus habilidades personas muy consideradas po r ellas, p o r ejem plo del K órner de «Su único hijo» se señala que jugaba a los bolos con singular destreza, medio del que se sirvió, entre otros, p ara hacerse popular entre las personas. Y ju n to a los bolos, debía tener m ucho éxito el de la b arra, lo que notam os p o r los recuerdos a él, como el de Palacio Valdés so bre un tal Jacinto de Fresnedo que en un día del Carm en venció tirándola a todos los mozos de Langreo. ENFERMEDADES E ntre las m ás características de los astures están la erisipela, con relación a la cual Jovellanos en el «Diario Sexto» nos dice que encontró su pierna algo erisipelada y la M aría Josefa de «El maestrante» tiene, del mism o modo, el rostro hinchado p o r ella, y el asm a, como corresponde a una zona húmeda, que aparece en «La alegría del capitán Ribot», en donde la señá Ram ona «cayó en un espasm o de risa, seguido del correspondiente ataque de tos asm á tica». ESPIRITUALIDAD No encontram os en ninguno de estos escritores las creencias o deidades propias del fondo celta de nuestro pueblo, que se pierden en las tinieblas de los siglos, como la güestia, el N uberu o las xa nas; los detalles son todos sobre el cristianism o, como los de Pa lacio Valdés en «La novela de un novelista», sobre la adoración a un cristo m ilagroso en dos calles de Avilés, la prom esa de ir de peregrinación a Covadonga o la referencia a San Nicolás de Campiellos, y es que incluso todo el final de «José» es una verdadera apoteosis del Cristo de Candás, aun cuando todo suene a cartón-pie dra y no a algo profundo, si bien los datos sobre el hallazgo de la imagen o la descripción de la escalera de caracol, del cam arín de la Virgen, etc., sean absolutam ente exactos. 458 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ EL HORREO Lo que resta de la exposición se va a dedicar al estudio de los aspectos domésticos, pero debido a la im portancia que tiene, como m uestra de la prim itiva arquitectura asturiana, parece conveniente decir antes unas palabras sobre el hórreo. De él encontram os m en ciones en los tres autores, bien sean irónicas, como la de Clarín en «Su único hijo», en donde escribe que el p ad re de Em ma, teniendo que hablar en una ocasión de los pies del hórreo o pegollos, prefi rió decir los sustentáculos del artefacto, antes que p ro ferir seme jante palabrota, o sean de carácter práctico, como la de Palacio Valdés que rem em ora el que delante de la casa en la que había nacido se levantaban dos grandes hórreos que servían p ara deposi ta r el trigo, porque en aquella época las rentas se pagaban en espe cie. Sin em bargo, quien m ejor nos inform a sobre ellos es Jovellanos, que en sus «Diarios» ofrece una com pleta enum eración de todas sus partes, que parece ocioso reproducir aquí, aunque confunda lo que es una panera, de seis patas, y un «horrio», como él dice y como se dice en Asturias, de cuatro. LA CASA Y LA QUINTANA Da la casa típica se citan una serie de utensilios de la cocina, co mo «les tayueles» o asientos de tres patas, que son los tajuelos de los que habla Jovellanos y, a su vez, Palacio Valdés hace aparecer las cucharas de m adera, la m asera que servía p ara am asar el pan y la borona, las herradas, en las que se m etía el agua, y los cagilones de m etal am arillo suspendidos de ellas. La casería, la unidad de explotación económ ica y de vivienda, es citada frecuentem ente, pero mucho más llena de ecos astures es la quintana, que según se desprende de lo que escribe Clarín en «Doña Berta», al retratarn o s un palacio, es un corral, y como sinó nim o de corraliza emplea igualmente la palabra Pérez de Ayala en «Tigre Juan». Con todo, la quintana es el espacio que queda en las aldeas entre las casas y otras construcciones como los hórreos, un lugar donde se pueden reunir las personas; con razón Casona en «La Dama del Alba» nos señala que en la quintana y en la taberna se critica a su Adela y a su M artín porque viven bajo el mism o techo sin estar casados y sin ser familia e, incluso, contrariando la afirm ación anterior, el mismo Clarín en «Su único hijo» indica que Bonis llegó a Raíces a una plazoleta que servía de quintana a varias de las casas más viejas, pero de las de aspecto más noble. ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 459 EL ATUENDO Haciendo un am asijo de datos, podem os saber cómo es el traje regional, sobre todo p o r Palacio Valdés, pues Clarín sólo viste de esa m anera a Petra. El masculino, el de Quino de Entralgo, Manín, Nolo o el de Toribión de Lorio, constaba de las siguientes prendas: borceguíes de becerro, medias de lana, ligas de color, faja, chaqueta de m angas ceñidas h asta la muñeca, chaleco o xileco que p ara una ocasión solem ne es floreado y con botones plateados y la m ontera, de paño grueso y pardo, aunque tam bién se señalan las de pana negra y las de terciopelo, de lujo. La m ontera podía ser reem pla zada por el som brero calañés, y para las bodas el novio llevaba una abrum adora capa, aunque fuese en lo más riguroso del verano. Respecto al tra je femenino, el de Petra, Griselda, Telva, Ange lina o Rosa tenía como partes: zapatos de cuero, m edias blancas o azules, m andil de color, saya que podía ser negra, verde o encar nada y que se guarnecía con varias franjas de terciopelo, cam isa blanca, blusa o cham bra sobre la camisa, justillo o corpiño, que en la m ayor cantidad de ocasiones se nos cuenta que es de seda y de colores como el escarlata o el rojo y, finalm ente, el dengue, de per cal p ara los días de labor y de paño para los de fiestas y del que se aclara que era una especie de m anteleta o chal estrecho, de picos largos que cubría el pecho y parte de la espalda, anudándose po r detrás a la cintu ra y dejando descubiertos los brazos y p arte del tronco; entre los adornos estaba un pañuelo p ara la cabeza, que se prendía con broche o alfileres o se sujetaba con un lazo al estilo aldeano, pendientes largos, collar y sarta de corales y, aun cuando no form en parte del traje típico, no falta en Palacio Valdés un re cuerdo p ara «les m adreñes», nuestro calzado para la lluvia. LA COMIDA Hoy no es posible decir que haya una peculiar de aquí, pero de lo que no hay duda es de que existen unos platos que en un tiem po fueron exclusivos de la región. Los asturianos debim os te ner fam a de tragones, y por lo menos Clarín parece ser de esa opi nión, pues si en un pasaje pinta, un poco a lo Zola, la despensa de los Vegallana repleta de todo, un detalle poco significativo porque es la de una casa rica, sin em bargo en «Su único hijo» indica de K orner que para lucirse entre los m ontañeses del país tiene que aprovechar cualidades apreciadas en la tierra, como la gran capa 460 JOSE GONZALEZ FERNANDEZ cidad de estóm ago; la verdad, posiblemente, esté en un fragm ento de Palacio Valdés, indicio más bien de penuria, cuando escribe que los paisanos, m uy sobrios durante su vida, que se alim entan con un plato de alubias o patatas guisadas y una escudilla de leche, al llegar una boda están comiendo horas seguidas y no les hace daño. El pote peculiar asturiano es la fabada, que lleva al M anín de «El m aestrante» a sentenciar que a su lado todo lo dem ás son per fum erías que deben callarse; luego, están los callos, que si no p ar ticulares, tienen m ucho éxito en Asturias; con razón, al principio de «La alegría del capitán Ribot», éste com enta que todos los que le han servido en diferentes puntos, de ningún modo se pueden com parar con los que son guisados en una casa de com idas de Gijón; de cualquier m anera, en el campo los alim entos eran m ás pobres: nabos, berzas y puches de harina de maíz, «les farrapes» de una ocasión de «La aldea perdida». De los pescados ya se han expuesto cosas, pues las especies que más se capturaban debían de ser a la fuerza las m ás consum idas, y de las carnes son de destacar los jam ones que dieron fam a a Avilés, hasta el punto de hacer avergonzarse a Palacio Valdés p o r que sólo fuese conocida en España por ellos la villa poética por excelencia, la de las canciones rom ánticas y las m ujeres herm osas. En lugar de pan de trigo, en Asturias se comió la boroña y el pan de escanda. La prim era llegó a ser tan popular que en el cuento «Boroña», de Clarín, un em igante que vuelve a su Prendes natal lo da todo p o r bien empleado sólo por el m ero hecho de volver a saborearla, y Palacio Valdés nos cuenta el proceso p ara su obten ción, que consistía en am asar la harina de maíz, colocar sobre el la r las boronas en form a de grandes quesos, cubrirlas con hojas de castaño y echar sobre ellas una capa de ceniza enrojecida y dejar las cocer. En cuanto al pan de escanda, lo encontram os en «Sinfo nía Pastoral», pues el padre de Román, el don Juan pueblerino de la obra, percibía su pequeña renta en él. Junto al pan era la leche alim ento im portante de los aldeanos, si bien la pobreza llegaba hasta aquí, y, así, en Palacio Valdés, de nuevo, encontram os el testim onio de dos que se quejan de que hace tiem po que no prueban una escudilla de leche caliente, sino siem pre fría, explicándosenos que los paisanos llam an leche fría al suero que queda después de extraída la m anteca de la leche y ca liente a la que aún no se ha mazado. En lo referente a las bebidas, es curiosa la inform ación que da Palacio Valdés sobre el vino de Nava, del que se hiperboliza h asta llegar a afirm ar que no cedía en arom a y energía ni al Falem o ni al ASPECTOS REGIONALES EN JOVELLANOS, PALACIO VALDES Y CLARIN 461 Siracusa, todo ello sin servir de obstáculo p ara que sea la sidra la m ás fam osa. Finalm ente y con relación a los postres, ya se han señalado indi caciones sobre los frutos, pero queda hab lar de las castañas que se com ían en el invierno cocidas o asadas al farol, un artefacto de hojalata con agujeros, todo ello según atestigua don Armando que, a su vez, enum era ciertos dulces característicos de Avilés: las rosquillas bañadas de Nepomuceno, las tabletas, las crucetas, las rosquillas que se fabricaban en el convento de San B ernardo em butidas de crem a y el confite llam ado flor de azahar, y de los que sos, es m uy conocido el de Cabrales, sobre el que Jovellanos hace observaciones que todavía m antienen su actualidad en la «Carta séptim a a don Antonio Ponz». C O N C L U S I O N Y term ino rum iando un pensam iento, el de que p reten d er re ducir a A sturias casi únicam ente a la lengua, como se ha hecho en m om entos no lejanos y h asta la saciedad, es verdaderam ente dis m inuirla, pues los elem entos que la caracterizan y que pueden ser objeto de examen son muchos, tal como hemos visto, e incluso creo que existan otros que a mí no se me han ocurrido, lo que es una prueba indudable de su riqueza y personalidad, y no sólo eso, sino que tam bién esos m ism os ingredientes es posible enfocarlos desde distintos ángulos, algo que igualmente se ha esbozado a lo largo de estas páginas. LAS VARIANTES TEXTUALES DE E L S E Ñ O R I T O O C T A V I O , DE ARMANDO PALACIO VALDES POR BRIAN J. DENDLE La p rim era edición de El señorito Octavio, publicada en M adrid p o r la L ibrería de Fernando Fe en 1881, contiene 385 páginas de texto (1). Una edición revisada, publicada por la Librería de Victo riano Suárez en M adrid en 1896 como tercer tom o de las Obras com pletas de Armando Palacio Valdés, es bastante m ás corta que la prim era; contiene 294 páginas de texto, im presas en caracteres ligeram ente m ás grandes que los de la prim era edición. P ara esta edición revisada (la cual form a el texto de toda im presión subsi guiente de la novela), Palacio Valdés corrigió con esm ero el texto de 1881; casi no hay página que no contenga cam bios. Unas 380 de estas variantes textuales son de poca significancia (om isión de alguna que o tra p alabra o frase, sustitución de palabras o frases p o r otras de igual sentido, etc.). Sin embargo, existen gran núm ero de otras variantes de más im portancia; éstas no han sido notadas po r la crítica. El cam bio que m ás inm ediatam ente llam a la atención del lector es la elim inación sistem ática —p o r omisión, por la sustitución de de «nosotros», p o r el uso de la voz pasiva— del «yo» del n arrad o r, cuya presencia tan to se hace n o tar en la edición de 1881. Aparte de unas 54 elim inaciones del yo narrativo que introduce o se interpola (1) Todas las citas en este artículo son de esta edición. Hubo, al parecer, cuatro im presiones de El señorito O ctavio en 1881. 464 BRIAN J. DENDLE dentro de una frase, hay supresiones bastante significativas de la intervención del autor. Por ejemplo, se elimina en la edición de 1896 el pasaje (págs. 106-07) en el cual Palacio Valdés evoca joco sam ente la tentación que siente de introducirse en la novela como pretendiente de Carmen, en cuyo caso se hubiera convertido en ten dero en vez de novelista (para el texto de este pasaje, véase el Apéndice I); esa intervención del au to r anticipa, pero de m anera cómica, el procedim iento de Unamuno en Niebla, confundiendo la distinción entre novela y «realidad», entre n arrad o r y personaje de novela. En otras ocasiones, el n arrad o r se refiere al juicio del lec tor; así no quiere describir «una escena muy viva y muy conm o vedora, pero muy repugnante» (págs. 136-37), alaba las perfecciones de Laura (180-81), y se niega a dar más detalles sobre el conde: En cuanto a la m anera que el conde tenía de p asar el tiem po en su palacio, ni lo sé ni creo que a nadie le sería fácil saberlo. Y, sobre todo, ¿qué nos im porta? Me parece que a los lectores les será tan sim pático este señor como a mí, y que no tendrán m ucho gusto en tra b a r relación más íntim a con su excelencia. Lo mismo digo respecto a la blon da in stitutriz (págs. 235-36). Muy afín a esta eliminación del yo narrativo está la supresión en la edición revisada de toda referencia a autores y políticos con tem poráneos. En la prim era edición, por el contrario, se mencio nan: Galdós, Alarcón, Valera (novelistas con quienes se com para el narrad o r) (pág. 107); Salmerón, Castelar, Silvela, Alarcón (conoci dos m adrileños de Homobono Pereda) (pág. 131); Pérez Escrich (el au to r favorito de doña Rosario) (pág. 168); Ponsson [sic] du Terrail, Paul Feval y Gaborieau [sic] (las lecturas de Octavio) (pág. 170); Octave Feuillet y Pérez Escrich (cuyos personajes es criben diarios que son el modelo p ara el diario de Octavio) (pág. 215); Salm erón, Sanz del Río, Ahrens (com entados en carta dé H om obono Pereda) (págs. 273-75); Ayala, García Gutiérrez, Tamayo (dram aturgos mencionados por Homobono Pereda) (pág. 278), y Azcárate, Moreno Nieto, Sim arro y M ontoro (ateneístas amigos de H om obono Pereda) (pág. 278). En la edición de 1896 quedan elim inados tam bién unos 80 pa sajes que varían de dos frases a cuatro páginas en extensión; estas supresiones, que consisten sobre todo en la abreviación de m onó logos y de descripciones, contribuyen por regla general a aligerar el texto. Los ejem plos más im portantes son: la elim inación de dos páginas y m edia del pomposo discurso del conservador Lino Pereda LAS VARIANTES TEXTUALES DE «EL SEÑORITO OCTAVIO», DE A. P. V. 465 en defensa de las clases dirigentes (págs. 112-15), y la elim inación de una página del diario de Octavio, en la cual co n trasta en prosa exaltada las bellezas de la religión y del heroísm o caballeresco con las exigencias de «una tu rb a de hom bres sucios, que sueltan las h erram ientas del trab ajo p ara ir a vociferar delante del ayunta m iento, pidiendo sus derechos» (págs. 221-22). A veces, la prim era edición contiene detalles que exageran los rasgos de los personajes principales (la fatuidad de Octavio, la ferocidad del conde, la b ru talidad de Pedro); de esta m anera, el au to r nos inform a que Pedro había m atado con «placer» al negro que le había herido (págs. 15960), que el conde había m atado a un hom bre que había proferido una «palabra grosera» en la presencia de Laura (págs. 190-91), y que Pedro se sirve de su garrote para echar varios mozos al suelo durante la rom ería (pág. 208). En la edición revisada se suprim e toda mención del «noviazgo» del krausista H om obono Pereda y de Adela, «la doncella de m i ca sa». P ara cum plir «uno de los fines racionales y fundam entales de la vida», el fatuo H om obono Pereda, deliberadam ente haciendo caso omiso de la diferencia de categoría social y desafiando la oposición de sus padres, decide casarse con la criada (págs. 274-76). Como educador (y egoísta), Homobono Pereda se siente atraíd o por la m ism a ignorancia de Adela, a quien quiere m oldear a su gusto: Por lo m ism o que carecía enteram ente de instrucción, pa recíam e que debía tener el ánimo más dócil y m ás abierto p ara recibir la cu ltu ra proporcionada a sus facultades in telectuales, carácter y destino. No puedo negarte que me seducía la idea de ir form ando po r mí m ism o su espíritu, p ara que fuese el regocijo y el sol de mi vida dom éstica (pág. 364). D esgraciadam ente p ara el cándido krausista, sus sueños desapare cen cuando se descubre a un hom bre en el cuarto de Adela. Otro cam bio significativo es la supresión en la edición revisada del segundo sueño de Octavio en el capítulo IX. En la p rim era edi ción, Octavio sueña que rem a por un m ar silencioso y negro m ien tras el sol se pone; al llegar a un palacio, ve a L aura reclinada, quien le m ira irónicam ente. El barco se hunde poco a poco; Octa vio, en el m om ento de ahogarse, ve al conde en la ventana. El sueño es bastante evocador, revelando los tem ores subconscientes de Oc tavio y presagiando el destino final de él y de Laura en las aguas del Lago Ausente. (P ara el texto de este sueño, véase el Apéndice II.) 466 BRIAN J. DENDLE El cam bio más im portante ocurre en el capítulo XIV. En la edición de 1896, Florencia, la querida del conde, subraya su des contento con su situación de «doméstica distinguida»; se com porta con tern u ra hacia el conde, aunque hay algo de siniestro en su ac titud. En la prim era edición, el encuentro entre el conde y Florencia es muy distinto; es una escena de m elodram a rom ántico del más exagerado. La sangre de los Médicis corre en las venas del conde vengador, quien se expresa en térm inos exaltados: —Estoy conform e con m orir a tus manos, y quisiera más allá de la tum ba seguir sintiéndolas eternam ente en la gargan ta... ¡Oh, qué herm osa e re s !... Te has apoderado de todo mi ser, como un veneno que va m atando, sin sentirlo... Mi alm a es de otro temple que la de los demás hom bres... p o r mis venas corre la sangre de los M édicis... y esta sangre pide un am or inquieto, palpitante, feroz. En ti sola pude hallarlo, porque eres aún más incom prensible y más lógica que yo... (pág. 307). Florencia no quiere más ser la querida del conde, revelando su verdadera identidad aristócrata, la de la baronesa Zohiloff. El con de, como un tigre, se agarra de ella, quien se defiende con un cu chillo. En su degradación erótica, el conde se a rra stra por el suelo. Al fin del capítulo se deja entender que Florencia ha pedido el asesinato de Laura. (Para el texto de la prim era edición de este capítulo, véase el Apéndice III.) O tras supresiones ocurre en el capítulo XVI, el penúltim o. Lau ra había añorado «volar a la cima de la Peña Mayor, llevada po r un ángel... pasar la vida acariciada por Dios y acariciando a sus hijos» (pág. 79); en la prim era edición Octavio aparece sobre la Peña Ma yor ante la pecadora Laura «hermoso y siniestro como el ángel que guarda las puertas del Paraíso» (pág. 353); es curioso que esta fra se, que continúa el tem a de la expulsión del Paraíso, desaparezca en la edición de 1896. Supresión más com prensible es la de las cuatro últim as páginas de este capítulo en la edición revisada. En estas páginas (357-61), de exagerado efecto m elodram ático, Pedro apare ce ante el conde, quien se regocija en su doble asesinato; Pedro proclam a que fue él quien deshonró al conde, arrojando a los pies de su amo las cartas de Laura. Negándose a m a tar al conde, le per m ite volver a su concubina; el conde term ina en la locura: —Ahora me retiro, conde. Ya sabes que he sido yo el que te ha deshonrado. Si fuese como tú, un asesino, te m ataría, por que estás en mi poder. Por no m anchar mi conciencia, te LAS VARIANTES TEXTUALES DE «EL SEÑORITO OCTAVIO», DE A. P. V. 467 perm ito que vayas a ju n tarte otra vez con la p ro stitu ta que tienes en casa. Adiós, señor conde... ¡Ah, m aldito, tienes el corazón de hiena! El conde lo m iró alejarse por la pendiente arrib a saltan do sobre la maleza como un corzo. La desesperación, la ira y la im potencia le tenían clavado al suelo, m ordiendo rabio sam ente las m anos trém ulas. En sus airados ojos brillaba el fuego de la locura (pág. 360). El señorito Octavio es, como ha señalado la crítica (2), la obra de un principiante. Aunque contiene elementos de valor literario —las evocaciones de la triste juventud de Laura y de la tertulia de la tienda de don M arcelino, un simbolismo sexual bastante sugestivo (3), y la interesante m etáfora (desgraciadam ente insufi cientem ente desarrollada) de la lóbrega Peña Mayor y del paraíso perdido— E l señorito Octavio fracasa como novela p o r su falta de intriga coherente, po r su visión satírica desprovista de m ensaje aparente (la prim era edición llevaba apropiadam ente el subtítulo «novela sin pensam iento trascendental»), y por sus personajes de una sola faceta o con contradicciones internas. La com paración de las ediciones de 1881 y de 1896 revela la m anera en que el Palacio Valdés m aduro trató de corregir su obra juvenil. La abreviación de num erosas descripciones y discursos aligera considerablem ente el texto; la elim inación del «yo» del n arrador, aunque llevada a cabo con exceso, libera la novela de la práctica periodística de la graciosa charla con el lector. El cam bio de más beneficio es la eli m inación del absurdo m elodram a rom ántico del am or apasionado y frenético del conde y de la baronesa Zohiloff. Las únicas enm en daciones poco afortunadas son la elim inación del proyecto de m atri monio del k rausista Homobono Pereda (sus infortunios corroboran la sátira de los am ores librescos, ejem plificada en el cortejo de Octavio a Carm en y a Laura), y la eliminación del segundo sueño de Octavio, vislum bre de la m ente subconsciente que iba a ser un rasgo de las novelas del Palacio Valdés m aduro. (2) Véase, por ejemplo, Andrés G o n z a l e z B l a n c o , Historia de la novela en España desde el rom anticism o a nuestros días (Madrid : Sáenz de Jubera, 1909), págs. 516-17. (3) Véase el excelente estudio de Noël M. V a l i s , “Palacio Valdés, First N ovel”, Rom ance N otes, X X (1980), .317-21. 468 BRIAN J. DENDLE APENDICE I Este ejem plo de la intervención imaginativa y graciosa del narrador en la novela ocurre en las páginas 106-07: Confieso mi debilidad; estas mezclas de tierra y cielo en las muje res, siempre me han hecho un efecto extraordinario. Así que, no diré una, sino muchas veces estuve tentado a soltar la pluma del narrador e introducirme como uno de tantos personajes secundarios de la histo ria insignificante que voy relatando, tan sólo por el gusto de galantear a la hija de don Marcelino. Supongamos que no me hubiese dado cala bazas (todo cabe en el terreno de las suposiciones); pues ya saben u s tedes que, dejando aparte las antedichas curvas, la niña no estaba en la calle, como decían en Vegalora. Y si don Marcelino me hubiese acep tado por yerno, a estas horas seguramente me tendrían ustedes, para lo que gustasen mandar, en su acreditado establecim iento, despachando con toda solemnidad cam isetas de algodón y percal francés. D e esta suerte hubiera podido evitar el humillante calvario que en España se ven obligados a recorrer los que, como yo, se dedican a las letras con más afición que in gen io; aunque tal vez cayesen sobre mi cabeza otros m ales de los cuales ruego a Dios les libre a todos ustedes, amén. Pero entonces, ¿quién hubiera escrito la novela del señorito Octavio? Galdós Alarcón y Valera son llamados a más altas empresas, y adem ás estoy seguro de que no han entrado una vez siquiera en la tienda de don Marcelino ni han puesto los pies jamás en la Segada. Y lo que es en Vegalora y seis leguas a la redonda afirmo, aunque parezca inmodestia, que no hay un solo novelista que me llegue a la suela del zapato. Por no privar, pues, a las generaciones futuras de obra tan interesante y por cierto contrato que sobre ella tengo hecho con un librero, me pro pongo relatar fielm ente la historia sencilla de nuestro amigo Rodríguez. APENDICE II El segundo sueño de Octavio, páginas 231-32: Mas de im proviso y sin saber cómo, encontróme sentado en una barca en medio de un mar verdoso y sombrío. El sol que se estaba po niendo le hería de través con sus pálidos rayos. El agua no se m o v ía ; el viento callaba. Creíme perdido y empecé a remar marchando a la ventura. Remé durante mucho tiempo sin percibir orilla ninguna, y ya me iban abandonando las fuerzas cuando acerté a ver las agujas de dos elevadas torres. Caminé hacia allá y pronto divisé un magnífico palacio que las aguas del mar lamían, y detrás de él se vislumbraban soberbios y frondosos jardines. Acerquéme cuanto puede, y ¿cuál fue mi sorpresa al observar que en una de sus ventanas ojivales estaba ella reclinada, hermosa como nunca y deshaciendo con sus dedos afi lados una rosa cuyas hojas arrojaba con desdén a la mar? Se posaron sus ojos sobre mí, pero con una expresión m uy singular. Parecían a LAS VARIANTES TEXTUALES DE «EL SEÑORITO OCTAVIO», DE A. P. V. 469 primera vista risueños y benévolos, pero reparando m ejor se observaba allá en el fondo mucha ironía. Miréla también y nos estuvim os con templando un gran rato en silencio. No sé por qué me acom etió enton ces una tristeza profunda. La barca se balanceaba suavem ente. Noté que se iba hundiendo poco a poco, pero no me importaba nada. Me era im posible separar la vista de aquellos ojos brillantes y cargados de m alicia que estaban clavados en los míos. Parecía que ellos eran los que tenían la culpa de que me fuera hundiendo. Ya el agua iba alcanzando los bordes de la barca, ya penetraba dentro, ya me llegaba a la cintura. Entonces, sin dejar de mirarme fijam ente, extendió su mano y señalando con el dedo los abismos de aquella mar siniestra, dijo con acento penetrante: “ ¡A h í!... ¡a h í!... ¡a h í!”. El agua me lle gaba al pecho, a la garganta, a la boca, a los ojos... Al tiempo de sumergirme por completo, vi con sorpresa y horror que ya no era ella la que estaba a la ventana, sino el conde. No fue más que un relámpago. APENDICE III La versión original del encuentro entre el conde y Florencia, páginas 306-18: El hombre le tomó una mano y la llevó suavem ente a sus labios. Tampoco el aya hizo el menor movimiento. Entonces el hombre sacu dió ligeram ente aquella mano, m ientras con acento de cólera reprimida exclam ab a: — ¿No escuchas, di, no escuchas? Soy yo, el conde de Trevia, el que te habla. — ¿Y qué tienes que decirme tú, el conde de Trevia? — repuso el aya, volviendo lentam ente la cabeza. —Que hay en la tierra un hombre que se ha atrevido a escupir so bre el honor de don Carlos de Montreal, y que ese hombre todavía respira el aire puro de la atmósfera, y su sangre, sin faltar una gota, circula aún librem ente por sus venas m alditas... que m ientras tanto la mía recorre a brincos el cuerpo como un corcel desbocado, y algu nas veces se me atraviesa en la garganta y amenaza ahogarm e... que aún faltan m uchas horas para que amanezca... que tengo el humor negro, m uy negro, y que necesito que hoy al menos seas hum ilde... ¿Lo oyes, di, lo oyes?... De otro modo no respondo de m í... — Y yo te digo — repuso el aya mirándole a la cara— que me río de ti, de tu cólera, de ese hombre y de todas las necedades que acabas de pronunciar. El cuerpo del conde se estremeció de arriba abajo, y se advirtieron en él im pulsos de ejecutar algo bárbaro, pero se contuvo al instante, y mirando a la institutriz con rabia mezclada de admiración, exclam ó sordam ente: — ¡Eres una fiera! —Lo sé —contestó ella con acento tranquilo. 470 BRIAN J. DENDLE —Te amo y te aborrezco a un mismo tiem po... Te amo hasta el punto de que por un cabello tuyo daría cien vidas si las tuviera... A pesar de eso, el día que te ahogue entre mis manos sentiré un placer inmenso. Los ojos de la hermosa se suavizaron y pasándole con dulzura un brazo alrededor del cuello, le dijo al oído: — No lo sentirás tal, porque antes te ahogaré yo a ti. — Estoy conforme con morir a tus manos, y quisiera más allá de la tumba seguir sintiéndolas eternamente en la garganta... ¡Oh, qué hermosa e r e s!... Te has apoderado de todo mi ser, como un veneno que va matando, matando sin sentirlo... Mi alma es de otro temple que la de los demás hombres... por mis venas corre la sangre de los M édicis... y esta sangre pide un amor inquieto, palpitante, feroz. En ti sola pude hallarlo, porque eres aún m ás incomprensible y más loca que yo... El conde m ientras decía esto acariciaba con la suya una de las ma nos primorosas del aya. De pronto un recuerdo fatal acudió a su me moria y quedó inmóvil. Sacó una carta estrujada del bolsillo, y después de desplegarla entrególa a miss Florencia d iciend o: —Lee eso. El aya la aproximó a la chimenea y pasó rápidamente la vista sobre ella. Era el anónimo que no hacía aún dos horas escribiera el señorito Octavio. — ¿Y qué tengo yo que ver en esto? —dijo con soberano desdén de volviendo la carta al conde. —Nada, pero ¿ves estas manos?... Mañana, antes que el sol se pon ga, las verás rojas de sangre... Hoy están nerviosas, convulsas y no pueden acariciarte como otras veces, hermosa m ía... ¡Qué ajeno an dará ese hombre de que mañana dormirá para siem p re!... Un amigo me lo dice... ¡Oh, si yo supiera quién es el amigo, am igablem ente le mandaría a acompañar al otro am igo!... No hay duda que la venganza es el placer de los dioses, pues con sólo pensar en ella siento bañarse de dulzura el corazón... Ven. acércate un poco... déjame besar tus ojos... no los hay más admirables sobre la tierra... Dime, ¿conoces tú a ese hombre? —Quizá. •—Pues di luego su nombre. • . — ¿Y a ti qué te importa su nombre? ¿No aseguras que ha escupido sobre tu honor? ¿Qué más da que se llame de un modo o de otro para morir? —Tienes razón, más vale ignorarlo hasta que no se llam e ya más que... un cadáver... Pero, mira, aquí en los oídos me está sonando desde que leí este papel. No necesito que me lo digas... Pensem os ahora en otra cosa... pensemos en ti. Hace ya algún tiempo que me tratas con mucha crueldad, ingrata; te encuentro casi siempre fría, desde ñosa ; m is caricias no logran despertar en tu corazón un m ovimiento de ternura, ni en tus labios una son risa; y a medida que mi amor crece, parece debilitarse el tuyo... Yo no sé de qué medio te has valido para ejercer sobre mí tal imperio... ¿Por qué lo ejerces de un modo tan tirano, dueña mía? LAS VARIANTES TEXTUALES DE «EL SEÑORITO OCTAVIO», DE A. P. V. 471 La bella extranjera sonrió corro una diosa que percibe el olor del incienso, y fue a sentarse sobre las rodillas del conde, con el silencio y la delicadeza de una gata. Los ojos opacos de aquél brillaron al reci bir el blando peso. El fuego lanzaba sobre ellos reflejos maliciosos. —No es verdad nada de eso —dijo la bella tomándole la barba en la punta de los dedos— . Ya sabes, Carlos, que mi corazón es insensible y duro para todo el mundo, m enos para t i ; que Dios me ha criado orgullosa, fría, áspera y que me ha puesto en el pecho un poco de fero cidad como a las fieras. Pero tú no puedes quejarte, porque al cabo te has logrado introducir en el único rincón apacible que hay en é l ; has arrancado la única flor que ha crecido y crecerá en mi a lm a ; conse guiste acariciar a la fiera. Si tú no me hubieses enseñado lo que es amor, moriría sin conocerlo, porque ningún otro hombre haría por mí lo que tú has hecho. Acuérdate de las hum illaciones que has sufrido, las lágrim as de fuego que has derramado, las noches en vela que pa saste, temblando de frío, a la puerta de mi cuarto. Pero ya te las he pagado con usura; ¿no es verdad, querido m ío?... Tú eres como yo; por satisfacer un capricho das con gusto la vida... Tú tienes el corazón más grande que los demás hombres; eres valiente como un león, sin perder jam ás tus maneras cortesanas; eres orgulloso como un r e y ; tie nes el corazón de bronce y la voluntad de acero. ¡Desgraciado el hom bre que te ofenda! — ¡ D esgraciado! — repitió el conde. El aya acercó los labios a su oído y le preguntó en voz baja: — ¿Morirá él solo? — ¿Pues quién quieres que le acompañe? — repuso un poco espan tado. — Ella. — ¡ Ella, n o ! — ¿Por qué? —Porque no tengo ningún derecho para hacerlo; porque tú sabes m ejor que yo hasta dónde le he clavado el puñal de los celos, hasta qué punto, bárbaro, inconcebible, he ofendido su d ign id ad ; porque el mismo sol se nublaría al presenciar una acción tan baja y tan cobar d e... ¿No te bastan las indignidades que me has obligado a llevar a cabo? Miss Florencia se había puesto en pie rápidamente desde las prime ras palabras del conde, y clavaba en él sus ojos coléricos. — ¿Y tienes derecho a degradarme a mí, haciéndome representar el papel de concubina?... —Nadie lo sabe. — ¡Lo sé y o !... ¿Tú no comprendes que cada una de las m uestras de respeto que prodigas a tu mujer en público, son otras tantas saetas envenenadas que van a clavarse en mi corazón, y que son tantas las que me has lanzado que ya no tengo corazón para llevarlas? ¿Tú no comprendes que mi vida es un martirio continuado, y que la caricia que me haces con una mano es borrada al instante por la herida que me haces con la otra?... — Esas heridas están bien compensadas por las que tú causas con tinuam ente a la condesa. 472 BRIAN J. DENDLE — ¡La condesa!... ¿Lo ves?... Ni aún conmigo prescindes de ese tí tulo, que me trae a la memoria la hum illación en que vivo ¡Ah! No has medido aún la extensión de mi orgullo... Vamos, mírame bien. ¿No tengo porte de condesa?... ¿Mis manos, no son finas y delicadas como las de una dama encopetada?... ¿Mi cuello, no es erguido y esbelto?... ¿Tengo por ventura los ojos humildes y rastreros como una sirviente?... Contempla ahora mi marcha; di, ¿no es distinguida y m ajestuosa?... ¡Qué pobre diablo eres! ¡Cómo me río de t i! ... Cuando m e recibiste de manos de las monjas venerables que me educaron, creiste llevar a tu casa a la hija de algún desgraciado m enestral a quien el fuego del horno hubiese tostado el rostro y el uso de la herram ienta encallecido los dedos... Ibas muy engañado, conde de Trevia: mi fam ilia es tan ilustre por lo m enos como la tuya. Llevabas a formar parte de tu ser vidumbre a la baronesa de Zohiloff, a quien su padre había arruinado, y que antes de mendigar el socorro hum illante de sus parientes, o ser vir de dama de compañía a alguna prima imbécil, prefería ganar el sustento fuera de la patria. Las monjas de Dublín te enterarán de todo cuando se lo exijas. Si ha salido tal secreto de mis labios, es por que ésta será nuestra última entrevista: de otra suerte, nunca lo hu bieras conocido. Puedo bajarme a desempeñar los oficios más viles, pero no tengo derecho a humillar un nombre insigne, respetado y te mido durante m uchos siglos... ¿Qué te parezco ahora? ¿No es verdad que tengo figura aristocrática? De seguro adviertes en mí perfecciones que jamás habías visto. Ya puedes quedar tranquilo; no has arrastrado tu dignidad implorando el amor de una v illa n a ; la piel en que has posado los labios, oculta una sangre depurada por el heroísmo de ilus tres capitanes; los pies que acariciaste tantas veces, están m ás aveza dos a hundirse en las alfombras que en el barro de las calles .. Pero ahora, ni una palabra más. La baronesa de Zohiloff corre a ocultar su vergüenza entre la muchedumbre. Para darle satisfacción cumplida ne cesitas cometer un crimen, y prefieres la paz de tu conciencia a la de mi honor. Sea en buena hora. El mundo es grande y puede esconder perfectamente mi deshonra. Hazte cuenta que has poseído al aya de tus hijos, a miss Florencia, a una advenediza nacida entre las telas de arañas de alguna buhardilla... En cuanto a la baronesa de Zohiloff, es orgullosa como el águila que sus abuelos llevaban sobre el casco cuando marchaban a la guerra, y ten por cierto que sabrá morir antes que prostituir su nombre... Adiós. La extranjera al decir estas palabras se había erguido con altivez, y su figura aparecía más arrogante y m ajestuosa que otras veces: bri llaban sus ojos con inusitado fuego, y la sangre acudiendo a las m eji llas, las había teñido ligeramente de carmín. El conde vio efectivam ente en ella algo superior que se le había escapado hasta entonces, y que hizo de repente crecer su admiración. Fue para él un ser nuevo rodeado de todos los atractivos del antiguo y de Otros muchos más. Y aquel ser extraordinario que tanto había apetecido, aquel mundo vivo de place res infinitos huía para siempre de su vista. Los deseos que ya estaban despiertos se le encendieron, y despertaron los dormidos briosamente. Dio un paso adelante, y con los ojos extraviados y la frente acalorada LAS VARIANTES TEXTUALES DE-«EL SEÑORITO OCTAVIO», DE A. P. V. 473 ' e x te n d ió ‘íás m años'con vulsas hacia aquélla m ujer (Jüé fascinaba sus sentidos,5exclam ando: ' '* ' ■— ¡Oh1, no m e1 había-engañado mi in stin to !... Eres lo qué debías ser..."M i alma no te desconocía; ya lo sabes. El amor te-h a tratado como a una reina, porque tiene m ejor vista que la fría razón.' No creas que deploro las horas en que no eras para mi m ás que una pobre m ujer ' - abandonada, no; entonces te amaba con delirio y m e sabían tus besos como si bajasen del mismo cielo: en esas horas yo no echaba de menos nada y me consideraba tan feliz como un ángel... Pero ahora te amo más, mucho más, y alcanzo con los ojos del alma horas dé mayor dicha que las pasadas, horas que alguna vez se sueñan en la vida y que jam ás se realizan... Tú tienes poder bastante para’ dar forma a los sueños de : '' mi fantasía, para levantarm e sobre el resto dé los m ortales... ¿Por qué me pides una infam ia tan horrenda én‘ cambió de esa dicha? .. Pide cualquier otra cosa... cualquier otra in fam ia...'P or ti estoy pronto a ser un héroe o'un m alvado... La institutriz dio un paso atrás y repitió secam en te: — Adiós. —Escucha... tú no puedes separarte de m í; tú no puedes romper el lazo de hierro que forjó el demonio para unirnos... Cerca de ti m e en venena tu aliento, y lejos de ti me envenenaría el aire puro de la atmós fera... ¿Piensas, desdichada, que te voy a dejar partir con la serenidad de una estatua? ¿Has visto alguna vez a un tigre hambriento abando nar su presa?... Pues hazte cuenta que soy un tigre y que te echo la zarpa... ¿Lo ves?... ya estás cogida... El conde había cogido, en efecto, a su querida por las m uñecas y la arrastraba hacia sí con fuerza. La embriaguez del apetito triunfante estaba pintada en su rostro. — D éjam e... ¡ suelta, m iserable!... — N o... eres m ía... mía para siempre. La institutriz forcejeaba por desasirse de las tenazas que la sujeta ban, y volvía el rostro para no recibir los besos abrasados de su amante. Al cabo, el orgullo, la rabia y la indignación le prestaron tal fuerza, que logró rechazarlo con una violenta sacudida. El conde tropezó al m ism o tiempo en el pie de una butaca y fue a dar con la cabeza en el mármol de la chimenea. Cuando se levantó corrían algunas gotas de sangre por su frente. — Has conseguido herirm e... me alegro... Los tigres al amarse se hacen sangre... —Yo no te amo, te aborrezco... mejor dicho, te desprecio... Eres un cobarde... Quiero borrar de mi memoria hasta el recuerdo de tu ima gen ... la imagen del marido más condescendiente de la tierra... ¡Si supieras cuánto te desprecio! ¡Parece mentira que yo haya llegado a amar a un tonto como tú !... Ven, acércate... prueba a retenerm e otra vez y sentirás mi última caricia... La extranjera se había apoderado vivam ente de un cuchillo de mon te que había sobre la chimenea y lo apretaba con mano crispada. El conde exclam ó con voz ron ca: —Ya sabes que no temo a la muerte; la que tú me dieras, además, sería tan dulce, que antes debiera desearla... Pero no... no la deseo: BRIAN J. DENDLE yo necesito vivir todavía algún tiempo. Todavía me restan m uchas ho ras de placer en este mundo... Hoy, como nunca, apetezco sentir el calor de tus m anos en mis sienes, y la humedad de tus labios en los m íos... Es preciso que viva, y que te am e... y que me am es... ¡Qué desgraciados son los dem ás hombres que cruzan por esta vida, y se m ueren sin recibir una caricia tu y a !... ¿Te acuerdas, hermosa, del via je que hicim os solos de Nápoles a Sorrento? La tarde era tibia y des pejada. El rumor del carruaje convidaba a dormir. Yo, que te amaba ya con frenesí, iba depositando besos tímidos sobre tu ropa con miedo de que despertases. Una vez me atreví a besarte en el pelo, y desper taste. La mirada que lanzaron tus ojos al comprender lo que había sucedido me hizo desgraciado mucho tiempo. ¡Cuánto me has hecho padecer!... Pero no me quejo... al contrario, me alegro. Yo no merezco que me am es; no soy digno de tanta dicha... pero ya me la has otor gado, y te juro por el cielo que no m e la arrancarás... Perdónam e... no sé lo que digo... Mírame a tus pies. No te vayas, no te vayas... Ten compasión de m í... Si te vas, húndeme antes ese cuchillo en el corazón, y déjame bien muerto para que no pueda recordarte... ¿Lo harás, sí, lo harás?... El conde se arrastraba por el suelo, trémulo, palpitante, con los sen tidos alterados, y besaba con frenesí las rodillas y los pies de la dama. Esta se inclinó lentam ente sobre él y le hizo al oído una pregunta. La cabeza del conde se m ovió afirmativamente. El sem blante de la baro nesa de Zohiloff, cuando tornó a alzarse, estaba iluminado por una feroz satisfacción. La lumbre fenecía, y antes de morir arrojaba sobre él algunos destellos rojos que lo hacían más hermoso y siniestro. UN SONETO NECROLOGICO DE MANUEL FERNANDEZ JUNCOS POR J.I. GRACIA NORIEGA La influencia de Manuel Fernández Juncos (1846-1928), asturiano de Tresm onte, Ribadesella, que emigró a Puerto Rico a los once años de edad, en la vida cultural y literaria de la isla antillana (y en la social, filantrópica y política) es cuantiosa; acaso sea en Es paña, su patria, a cuya nacionalidad nunca renunció, donde m enos se conoce y se reconoce su obra: pues como ya escribía J. Mercado en el sem anario llanisco «El Pueblo», el 27 de mayo de 1911: «Su obra tuvo resonancia en todas partes más que en España. H om bres em inentes de E uropa y de América estuvieron en correspondencia con él desde que apareció la inolvidable «Revista P uertorriqueña», que tenía corresponsales en París, Londres, Berlín, M adrid, Roma y Bruselas. Don Jacinto Octavio Picón y don Juan V alera tenían a su cargo en dicha revista la inform ación m ensual sobre el movi m iento artístico y literario de España». De esta revista, Menéndez y Pelayo proclam ó en su «Antología de poetas hispanoam ericanos» que era una de las m ejores revistas científicas y culturales del Nuevo Mundo. La personalidad de Fernández Juncos excedía el m arco isleño, e incluso el de la lengua española, ya que, según Mercado, «fundó y propagó entre las más altas intelectualidades del país la Alianza Latina, de acuerdo con V íctor Hugo y M istral, que estuvieron a la cabeza de este generoso movimiento». C onstantino Suárez, en «Escritores y artistas asturianos», t. III, atribuye el relativo olvido de Fernández Juncos en España a su 476 J.I. GRACIA NORIEGA condición de autodidacta: «Entre los abundantes casos de astu ria nos de form ación intelectual autodidáctica en tierras de América, el de Fernández Juncos es uno de los más ilustres y m em orables. No se suele en España, donde tanto abundan los galopines salidos de las universidades, acoger con favorable disposición de ánimo a los hom bres que no se form an en ellas, y m enos si la factura es am ericana. Si no se han recibido estudios oficiales, si no se es por lo menos licenciado en algo, como si sólo en los libros de texto estuviera contenido todo el saber hum ano, supone un titánico es fuerzo hacerse resp etar entre los españoles como intelectual». Sin em bargo, Fernández Juncos, aparte de fundar el sem anario «El Buscapié» y la «Revista Puertorriqueña», dos publicaciones presti giosas en todo el ám bito am ericano, creó tam bién bibliotecas e instituciones culturales, y no es exagerado considerarle como uno de los iniciadores de la literatu ra puertorriqueña. Ocupó, asimismo, altos cargos, tanto culturales como políticos, como los de presiden te de la Academia de la Lengua y del Ateneo puertorriqueños, y m inistro de Hacienda en el gobierno autonóm ico de 1898; y es au to r de veintiséis libros, de carácter literario, educativo, científico o antològico, como «Cuentos y narraciones», «Galería P uertorrique ña. Tipos y caracteres», «Galería Puertorriqueña. Costum bres y tra diciones» (reunidos posteriorm ente en un solo volumen, «Galería Puertorriqueña», In stituto de Cultura P uertorriqueña, 1958), «Don B ernardo de Balbuena, obispo de Puerto Rico. Estudio biográfico y crítico», «Varias cosas», «Semblanzas puertorriqueñas», «Habana y Nueva York», «De Puerto Rico a Madrid», «Los prim eros pasos en castellano», «La lengua castellana en Puerto Rico», «Hostos, co mo educador», «Compendio de moral», «Canciones populares», «Lec turas escogidas», «Epístola satírica en verso», «Clemencia Real», «The visión of sir Laufal» (en colaboración con Mary E. Beckwith), «La últim a hornada», etc. Cultivó el cuento, la biografía, el ensayo, el artículo de periódico, la semblanza, el relato costum brista, la poesía, la recopilación folclórica, etc.: como escribe Josefina Ri vera de Alvarez en «Literatura puertorriqueña. Su proceso en el tiempo»: «Desplegó en Puerto Rico, su p atria adoptiva, una extra ordinaria labor periodística y literaria que abarcó distintas facetas, entre las cuales figuraron diversos aspectos del relato —cuadros de costum bres, tradiciones y leyendas, cuentos— vinculado al suelo isleño»; la cual añade: «Como prosista, dem ostró dotes de ver dadero m aestro, de lenguaje pulcro y decoroso, y espíritu sereno desbordante de hidalguía y elevación». En cuanto a su influencia literaria, anota la m encionada autora: «Fueron m uchos los poetas UN SONETO NECROLOGICO DE MANUEL FERNANDEZ JUNCOS 477 y prosistas noveles —entre otros, Luis Muñoz Rivera, José A. Negrón Sanjurjo, M atías González García, etc.— que se vieron alentados por la crítica p atern al de este extraordinario p ro m o to r del d esarro llo literario isleño, quien adem ás daba acogida a sus producciones prim erizas en las colum nas de «El Buscapié». Tam bién fueron nu m erosos los ensayos de justipreciación literaria que en ése y otros periódicos y revistas hubo de publicar este mism o au to r sobre obras varias en el cam po de las letras insulares. Asimismo vieron la luz con el espaldarazo prologal de Fernández Juncos diversos li bros de plum arios nuestros como Francisco Alvarez, Salvador Brau, M anuel Padilla Dávila, José Gordils Vassallo, Sebastián Dalmau Canet, etc.». Más radical, J. Mercado asegura en el artículo citado: «D urante los últim os 50 años, raro fue el libro que no tuviera al frente un prólogo de Fernández Juncos». Josefina Rivera de Alvarez 478 J.I. GRACIA NORIEGA llega a la conclusión de que «la m agnitud y generosidad que revis te esta particu lar fase de la labor escrita del literato y periodista que nos ocupa le concede en su tiem po indudables calidades de pre claro anim ador de nuestras letras criollas, como señala Pedreira». A esta labor ha de añadirse el esfuerzo de Fernández Juncos para preservar la lengua española de las acechanzas del inglés. «Fernández Juncos acom etió y realizó en el plazo angustioso de dos meses la tarea de crear los libros nuevos en castellano», escribe Rafael A ltam ira en «Epaña en América», y añade: «N uestro idioma se ha salvado en Puerto Rico. No lo han salvado las arm as ni la diplomacia, sino el patriotism o inteligente de un español». E n tre la ingente obra de Manuel Fernández Juncos se cuentan algunos poem as m anuscritos, que la am istad de sus fam iliares pu so a m i disposición. Uno de ellos es el soneto titulado «A Salvador Brau, a los pocos días de su muerte». No puedo asegurar que sea enteram ente inédito, pero la copia de que me he servido es de puño y letra de su autor, cuya firm a se estam pa al final; la ausencia de tachaduras hace suponer que se tra ta de una versión definitiva, pasada a limpio. Su texto es como sigue: Salvador, si en el cielo donde m oras Hay libertad y luz; si las pasiones No saturan de hiel los corazones Y es apacible el curso de las horas; Si del am or las leyes redentoras Rigen en esas plácidas regiones, Y no hay necios ni críticos ram plones Ni enem istades bajas y traidoras. Si hay ju n to a donde estás un lugarejo En donde quepa el ánim a de un viejo, Sin tus vivos fulgores de poeta, Pídele un pase a Dios om nipotente P ara un amigo y com pañero ausente Que ya tiene arreglada la maleta. No es ésta la prim era vez que Fernández Juncos se ocupa en verso de Salvador Brau; en el poema satírico «En el Parnaso», le m enciona en los versos: — ¿Y qué hace Brau? —Cuenta cuartos. — ¡Buen provecho! UN SONETO NECROLOGICO DE MANUEL FERNANDEZ JUNCOS 479 —No son suyos. — ¿Pues de quién son? —Del Estado. Igualm ente le dedica una de sus «Semblanzas puertorriqueñas», en la que le presenta con: «Rostro sereno y a veces algo som brío, sin d ejar de ser agradable; frente cuadrada, espaciosa y un tanto m archita p o r la constante labor intelectual; ojos grandes, negros y de m udable expresión... cejas arqueadas, cabello abundante, ne gro, bigote ralo y sedoso que tiende como a ocultar Una boca entre hu rañ a y displicente, m ás dispuesta al silencio que a la conversa ción». Salvador B rau (1842-1912), según Josefina Rivera de Alvarez, «em inente historiógrafo, valiente periodista, y adem ás au to r dra m ático, novelista y ensayista, encuadra como poeta dentro de los cánones del Rom anticism o, pero cierto esm ero p o r la corrección form al lo acerca tam bién a las norm as de perfección clasicista al estilo de Núñez de Arce». E ntre sus poem arios se cita «Hojas caídas» (1909), y, de su obra teatral, «Héroe y m ártir» (1871), am bientada durante la rebelión de los Comuneros de Castilla; «De la superficie al fondo» (1874), juguete cómico; «La vuelta al hogar» (1877) y «Los horro res del triunfo» (1887), pieza sobre p iratería y aventuras en el m a r Caribe. Probablem ente este poeta y dram aturgo en verso, que se apro xim ara a la m anera de hacer de Núñez de Arce, no contaba, en el m om ento de su m uerte, con que a los pocos días ese acontecim iento inspiraría un soneto necrológico casi festivo del asturiano, y buen amigo suyo, M anuel Fernández Juncos, en el que destaca la total ausencia de dram atism o y truculencias. LOS PRIMEROS NATURALES DE NAVIA QUE VIAJARON A INDIAS POR JESUS MARTINEZ FERNANDEZ Las grandes corrientes m igratorias del concejo de Navia acon tecieron en el siglo X IX y prim er tercio del siglo XX. Recientem ente nos hem os ocupado del fenómeno en sendas publicaciones estu diando su volum en, significado, resortes determ inantes y eventuales retornos (1). Intentam os m o strar y dem ostrar cómo los datos ofi ciales disponibles no reflejaban la realidad de los m ontantes debido a la clandestinidad de las salidas, falsificación de respuestas o sim ple negligencia adm inistrativa. Y para aproxim arnos a la realidad hubim os de recu rrir a laboriosas encuestas y pesquisas de difícil verificación. En los tres siglos anteriores (XVI, XVII y X V III) se inició el éxodo de los prim eros aventureros de una m anera esporádica y paulatina. Pocos debieron regresar. Y si algunos volvieron, habrían tardado en hacerlo tantos años que sería im pensable que hubieran deslum brado a ulteriores im itadores diciéndoles lo que podrían encontrar allí. El viaje, por o tra parte, constituía un auténtico sa-’ crificio. Además de las peripecias y riesgos que pudiera depararles la navegación, las gentes del norte de España tenían que atravesar todo el territo rio nacional p ara llegar a Sevilla y p rep arar los em barques luchando contra toda suerte de dificultades. Se precisaban grandes dosis de audacia para realizar una proeza que iba a ser (1 ) M a r tín e z F e r n a n d e z , Jesús: “La emigración a las A m éricas”,. 1982.- 482 JESUS MARTINEZ FERNANDEZ patrim onio de unos pocos. Sería difícil contabilizarlos si no exis tiera —po r contra a lo que habría de suceder m ás tarde— un control riguroso de pasajeros que debían inscribirse en las corres pondientes oficinas de contratación. En los catálogos se consigna ban las referencias de cada uno y otras circunstancias particulares si las hubiere (2). Algunos viajaban por su cuenta. Otros como criados de altos funcionarios o llevados por éstos para poblar, cual consta en algu nos casos. La dependencia servil siem pre explícita pudo haber sido tam bién un subterfugio p ara obtener el perm iso de salida; pues no se explica fácilm ente que el personaje oficial llevase consigo, adem ás de su familia, un séquito de 10-12 personas. Se ha publicado últim am ente un trab ajo sobre estos albores de la em igración asturiana a las Américas en el que, tras una glosa y sucinta revisión de los hechos, se ordena una relación nominal de algunos protagonistas (3). Ello nos ha im pulsado a analizar el fenóm eno centrándolo en nuestra dem arcación m unicipal, con apor tación de nuevos patroním icos al rol de los expedicionarios. Apor tación que si num éricam ente resulta insignificante (sin tener valor de m uestra a efectos estadísticos) cobra cierta dim ensión y un evidente valor histórico-anecdótico a la luz de las circunstancias, cultura y situación económica de la época, que convertían a los pioneros en unos verdaderos héroes. Parece ju sto no olvidar sus nom bres, que deben figurar en letra im presa p ara adm iración de m uchas generaciones. Un intento de clasificación de los contingentes estudiados perm i te discernir dos grupos de em igrantes: los indudablem ente nativos a la vista de las filiaciones correspondientes y los sospechosam ente naviegos en atención a los apellidos toponím icos evidentem ente reveladores. La procedencia de las noticias la especificam os en la lista bibliográfica insertada al final. (2) En el prólogo del Vol. IV del “Catálogo de pasajeros a Indias” (vide Bibliografía) la prologuista Rosario Parra aclara cómo e l Archivo de la Casa de Contratación de Sevilla, inventariado por Agustín Ceán Bermúdez, consta de una sección de informaciones y licencias y otra de libros de asientos. En la primera se aportan pruebas de bautismo y matrimonio, datos genealógicos y constancia de ser los solicitantes cristianos viejos y no ser judíos, moros ni reconciliados con la Inquisición. En la segunda, que se efectuaba en el mo mento de embarcar, se constataban las filiaciones y se anotaba e l nombre de la nave, de su capitán, etc. (3) C asariego, J.E .: “Transmigraciones asturianas. Asturianos en el des cubrimiento de América”, BIDEA núm. 120, 1986. LOS PRIMEROS NATURALES DE NAVIA QUE VIAJARON A INDIAS 483 En el segundo ap artad o encontram os a DIEGO NAVIA LOPEZ que participó con Alvar Núñez Cabeza de Vaca en la conquista del Río de la Plata, en 1542, resultando herido de un flechazo p o r los indios tam acois. CATALINA SUAREZ DE NAVIA fue m adre del licenciado Vasco López de Vivero, n atu ral de Mondoñedo, que partió p ara Nueva E spaña el 1 de julio de 1590 como Corregidor de Méjico con su esposa y tres hijos. 484 JESUS MARTINEZ FERNANDEZ El licenciado Vasco López llevó como criado a JUAN FERNAN DEZ DE NAVIA, soltero, hijo de ARIAS FERNANDEZ DE NAVIA y de M aría Vázquez, el 1 de julio de 1590. FRANCISCO DE NAVIA, natural de Sevilla, soltero, hijo de CRISTOBAL DE NAVIA y de Juana Ortiz, em barcó para Nueva Es paña el 28 de agosto de 1567. PEDRO DE NAVIA, emigró a Méjico como Fiscal de la Real Audiencia el 4 de mayo de 1634. En el año 1728 encontram os un expediente de Fray Francisco Caballero, de la Orden de Predicadores, sobre la fundación en la villa de Santi Spiritus de un convento de su Orden en un oratorio intitulado Jesús Nazareno que con licencia del O rdinario habían erigido en ella ANDRES NAVIA CASTELLO, presbítero, y Cristóbal Díaz, donándolo a su religión p ara el expresado efecto. VICTORIO DE NAVIA, ilustre m ilitar, aparece frecuentem ente citado en el «Catálogo de docum entos del Archivo General de In dias» (Santo Domingo, 1787) por sus intervenciones durante la época española de Luisiana. En el «Catálogo XXII del Archivo de Simancas» hay un FRAN CISCO DE NAVIA, Teniente de Milicias de infantería de Cuba y Bayamo (1799), y un JOAQUIN DE NAVIA, Sargento de los Drago nes de Buenos Aires (1787). JOSE MARIA DE NAVIA (1787) y JOSE BERNARDO DE NAVIA (1786) fueron escribanos en el Consejo de Indias. El últim o citado hizo un testim onio el 29 de diciembre de 1786 de las características físicas de la tilm a del indio Juan Diego en la que quedó estam pada la imagen de la Virgen de Guadalupe. La cuantificación de los nacidos en Navia que salieron con dirección a las Indias se traduce en una docena de nom bres propios hallados en los trein ta y ocho años analizados del siglo XVI que abarcan los siguientes períodos: 1535-1538, 1541-1542, 1560-1566, 1567-1574; 1567-1577, 1586-1599. He aquí las relaciones individuales: CRISTOBAL LEBRON, de Puerto de Vega, prim er Togado de Indias en Santo Domingo (1511). ALVARO HERNANDEZ, hijo de Gonzalo de Ribera y de Teresa H ernández, vecino de Navia, a Veragua el 9 de abril de 1535. ' ALONSO LEBRON, de Puerto de Vega, participó con Alvar Núñez Cabeza de Vaca en la conquista de Paraguay (1541), siendo el prim er m isionero franciscano que predicó la fe de Cristo, consi guiendo la conversión de la provincia de Vera. LOS PRIMEROS NATURALES DE NAVIA QUE VIAJARON A INDIAS 485 Licenciado ALVARO GARCIA DE NAVIA, natural de Navia, hijo de FRANCISCO GARCIA DE NAVIA y de MAYOR GARCIA DE NAVIA, con doña Antonia de Ruenes, natu ral de Valladolid, hija de Francisco de Ruenes y de María Rodríguez, y sus hijos Alvaro y Catalina. 28 septiem bre 1560. El licenciado antedicho lleva consigo como criados al Perú a 20 personas, entre ellas a su herm ano ALFONSO GARCIA DE NAVIA, n atu ral de Navia, soltero, hijo de Francisco y Mayor, anteriorm ente citados. El licenciado SANTIAGO GARCIA, natural de Navia, hijo de Diego G arcía y de Francisca Rodríguez, va a Santo Domingo como Fiscal de la Real Audiencia el 17 de mayo de 1566. JUAN ALONSO DE NAVIA viaja a Chile en 1573. Otro JUAN ALONSO DE NAVIA, contem poráneo del anterior, fue G obernador de La Habana. JUAN LOPEZ DE QUIROS, natural de Navia, con su m u jer M ar ta H ernández, natu ral de Luarca, a Nueva Andalucía como pobla dores con Francisco de Vides, el 13 de octubre de 1592. ADAN DIAZ, n atu ral de Navia, soltero, a Nueva E spaña como criado del licenciado G utierre Bernaldo de Quirós, el 14 de junio de 1599. FERNANDO TRELLES DE VILLAIZ, n atural de Villapedre, ocu pó el cargo de Corregidor en Perú desde 1764 h asta 1777. LA CASA DE LIEN ES contribuyó con m uchos e ilustres nom bres a la em igración a p a rtir del siglo XVI: ANTONIO NAVIA BOLAÑO, Oidor de la Real Audiencia de Mé jico, 2 m arzo 1695. FRAY MATEO NAVIA BOLAÑO Y MOSCOSO, Obispo de Nica ragua (21 septiem bre 1757). ÑUÑO NAVIA BOLAÑO, Oidor de Santo Domingo (18 junio 1764). ALVARO NAVIA BOLAÑO Y MOSCOSO, Oidor de Las Charcas (1705) y de Lima (1720) y Auditor General de G uerra del Perú (16 junio 1709). ANTONIO DE NAVIA MOSCOSO Y BOLAÑO, Oidor de Guate m ala y Méjico (fines del siglo XVII). 486 JESUS MARTINEZ FERNANDEZ OBRAS Y FONDOS CONSULTADOS 1.—“Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII”, Vol. II (1535-1538), por Cristóbal Bermúdez Plata, C.S.I.C., Sevilla, 1942, III-193, núm. 692. 2.—Id. Id. Id., Vol. IV (1560-1566), por Luis Romera Iruela y M.a Carmen Galbis Diez, D.G.B.A.A.B., 1980, págs. 547, 548, 561, 564, 589. En la pág. 279, núm. 2.283, se habla del licenciado Cristóbal Lebrón y de un hijo suyo, Cris tóbal Lebrón de Quiñones, Oidor y Alcalde Mayor de la Audiencia de Nueva Galicia, natural de Guadalupe, que va con Sebastián de Olano y cuatro cria dos a Nueva Galicia el 7 de marzo de 1560. 3.—Id. Id. Id., Vol. V, T° I (1567-1574), por Luis Romera Iruela, pág. 373, núm. 2.541, 1980. 4.— Id. Id. Id., Vol. V, T° II (1567-1577), por Luis Romera Iruela y M.a Car men Galbis Diez, D.G.B.A., núms. 2.541 y 2.542, 1980. 5.— Id. Id. Id., Vol. VI (1578-1585), por M.a Carmen Galbis Diez. Se consig na un Antón Lebrón que figura como padre de un hijo llamado Alonso Muñoz y sale para Quito el 29 de enero de 1582. No sabemos qué conexión podría tener con los Lebrón de Puerto de Vega. 6.—Id. Id. Id., Vol. VII (1586-1599), por M.a Carmen Galbis Diez, D.G.B.A. A.B., 1986, págs. 440-441. 7.— “Catálogo de los Fondos Cubanos del Archivo General de Indias. Expe dientes diarios”, T° II, 1642-1799, Sevilla, 1935, pág. 112. 8.— “Catálogo parcial de los fondos de la Sección XI — Cuba— del Archivo General de Indias”, por César García del Pino y Alicia Melis Cappa, Habana, 1978. Datos referentes al General Victorio de Navia (1777-1782) y al Teniente del Regim iento de Luisiana José Bernardo de Navia, que pasa a La Habana sin licencia (1805) desde el puerto de Santa Elena. 9.— “Catálogo de los documentos de la Sección Novena. Archivo General de Indias”, Vol. V (1724-1834), Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico, Luisiana y Florida, Sevilla, 1935, pág. 219. 10.—“Catálogo de documentos del Archivo General de Indias. Sobre la épo ca española de Luisiana”, D.G.B.A.A.B., T° I, 1968, págs. 246, 247, 400, 472, 1968. 11.—“Catálogo XXII del Archivo de Simancas. Secretaría de Guerra (Siglo XVIII). Hojas reservadas de América”, Valladolid, 1958, pág. 211. 12.— “Títulos de Indias”, Catálogo X X del Archivo General de Indias, por Ricardo Magdaleno, Valladolid, 1954, págs. 22, 68, 139, 248, 272, 301, 519, 536. 557, 573, 618, 625. 13.— “El m isterio de Guadalupe”, por J.J. Benítez, 1982, pág. 56. 14.—“La emigración a las Américas”, por Jesús Martínez Fernández, 1982. 15.— “Memorias históricas del Principado de Asturias y Obispado de Ovie do”, por C. González de Posada, 1794. Referencia a Alonso Lebrón (pág. 54) y a Antonio Navia Bolaño (pág. 383). De Cristóbal Lebrón hay una cita al final del libro IV de la primera parte de la “Historia General de las Indias” (1535) de Gonzalo Fernández de Oviedo. 16.— “Conquistadores del Río de la Plata”, por De la Fuente Machaín. Hay una alusión a Diego Navia López. Citado por J.L. Pérez de Castro en “Huella y presencia de Asturias en el Uruguay”, 1961, pág. 9. LOS PRIMEROS NATURALES DE NAVIA QUE VIAJARON A INDIAS 487 17.— “Catálogo de las consultas del Consejo de Indias” (1600-1604), por An tonio Heredia Herrera, Javier Rubiales Torrejón y M.a Dolores Vargas Zúñiga, Sevilla, 1983. 18.—'“Catálogo de las expediciones y viajes científicos españoles” (Siglos XVIII y X IX ), por M.a de los A ngeles Calatayud Arinero, C.S.I.C., Madrid, 1948. 19.— “Historia m undial de la Marina”, por M. Barjot, Madrid, 1965. En la pág. 72 publica la ilustración que adjuntamos al texto representando un navio en la época del descubrim iento de Las Antillas, según dibujo que se atribuye al propio Colón (1494). 20.— “Pasajeros de Indias”, J.L. Martínez, Madrid, 1984. LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO DURANTE LOS SIGLOS XVIII Y PRINCIPIOS DEL XIX POR RAMONA PEREZ DE CASTRO INTRODUCCION Los protocolos notariales son fiel reflejo de la vida y costum bres de nuestros pueblos, y expresión inequívoca de la Legislación a través de la historia. No podem os d u d ar de la gran im portancia que representa el es tudio de los m ism os, ya que nos dan a conocer de form a ordenada y precisa, y de generación en generación, los datos que conform an la vida de los otorgantes y de su época. Así nos lo confirm a el es tudio sobre el valor de los protocolos ofrecido po r don Agustín G. de Amezúa y Mayo en las prim eras páginas de «La vida privada española en el protocolo notarial» (1). Con gran riqueza y erudición nos recrea en ese estudio prelim inar sobre el notariado, su gran im portancia y extraordinario valor histórico; ya reconocidos en Real Decreto del M inisterio de Justicia de 12 de noviem bre de 1931. Es por ello, que teniendo a nuestra disposición estos escasos, pero expresivos docum entos sobre capitulaciones m atrim oniales, no hem os dudado en darlos a la luz, conocedores de su interés en (1) G. d e A m e z u a y Mayo, Agustín: La vida privada española en el pro tocolo notarial, Madrid, 1950, pp. IX-XLI. 490 RAMONA PEREZ DE CASTRO cuanto que aportan algún dato nuevo p ara la historia de una de las instituciones jurídicas de Asturias. Antes de com enzar el estudio de algunos docum entos que nos perm itan conocer cómo se hacían las capitulaciones m atrim oniales y, sobre todo, saber qué bienes eran los que po r lo general confor m aban el patrim onio que los novios aportaban p ara contraer su futuro m atrim onio, creo que es preciso analizar qué artes em plea ban para conocerse y conquistarse y cómo se iba desarrollando el noviazgo hasta form alizar su situación. Aunque p ara nosotros lo interesante es el «trato» o concierto entre los padres de los novios, que solía ser muy peculiar y que recibió distintos nom bres, según las zonas. Constituyen el noviazgo y los conciertos prem isas p ara el cono cim iento de las capitulaciones m atrim oniales, por o tra p arte no muy frecuentes, por hacerse generalm ente de form a oral y m ante nerse la palabra entre las partes sin necesidad de otorgarlas por escrito. No contam os con muchos docum entos previos al otorgam iento de las capitulaciones m atrim oniales que se refieran al concejo de Tineo en el siglo XVIII y principios del XIX; pero sí con los sufi cientes p ara com probar los bienes que se solían otorgar, la form a de hacerlo, la cantidad que se estipulaba y el tiem po en que se eje cutaban las m andas po r razón de m atrim onio; del mism o modo que com probam os cómo se transm itían las legítimas y herencias. Pero todos estos datos los analizaremos una vez hayam os visto el interesante y atractivo tem a de conocer, como hemos dicho, el no viazgo y el «tratau». -El fondo docum ental pertenece a un archivo particular, y si bien hemos consultado-los archivos provinciales en que pudiese apare cer. algún otro docum ento de nuestro interés referido a este con cejo, el rastreo resultó infructuoso; razón p o r la que nos hemos decidido a tra b a ja r solam ente con aquellos de que disponíam os. EL NOVIAZGO El folklore asturiano es muy rico en este tem a, siendo varios los autores que lo estudiaron, contando principalm ente con el cancio nero y refranero, tan expresivos de la costum bre popular. E ra corriente reflejar por símbolos visibles la soltería de una moza, p ara que de esta form a los mozos se fijasen en ella. E ntre estos símbolos de soltería destaca el de llevar el pelo suelto, «moza LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 491 en cabellos»; costum bre rem ota que ya recoge el Fuero Real en el Libro TV, Título XI, Ley V III. Son muchos los cantares y refranes populares que hablan del pelo en relación con la soltería, como m anifiesta el siguiente: 1■< . «Ayer estabas soltera con el cabello tendido, y estás hora prisionera a la som bra del marido» (2). -Otro sím bolo de la soltería es que la moza «no cuelgue pendien tes»; expresión que recoge M artínez Torner en su cancionero m u sical de la lírica popular asturiana.- • V ariadísim os resultaban los m étodos o ritos de adivinación en torno al noviazgo y posterior casam iento. Y entre otros: Se escuchaba el canto del cuco, al que la moza le preguntaba para saber cuánto tard aría en casarse: «Cuquiellín del rey rabuiquín d ’escoba, ¿cuántos años faltan pa la mió boda?» (3). Y cuantas veces cantase el cuco, tantos eran los años que tendría que esperar p ara con traer m atrim onio. Tam bién se deshojaban las m argaritas, y se arrancaba el fila m ento de un helecho, que si salía recto presagiaba el casam iento antes de un año. En los pueblos de Somiedo se dobla una hierba, se m ete en el puño y se va tirando po r una punta, p ara que salga entera y no se rom pa, lo que anuncia, que el.cariñ o de la persona am ada está firm e. . a„ __ ... ' Servían los naipes para el mismo fin (4); y había adem ás otras fórm ulas, como la. de soplar a la flor denom inada «farol» .de la (2) Recogido en varias localidades asturianas y que solía cantarse a las novias cuando acaban de casarse. C a b a l, Constantino: El individuo, Madrid, 1925, p. 225. (3) P e r e z d e C a s t r o ; José Luis: El cuclillo en la tradición asturiana. Ac tas del 2.° Congreso Nacional de Artes y Costumbres Populares, Zaragoza, 1974, pp. 185-211. Recoge hasta trece fórmulas distintas para preguntarle al cuco sobre la fecha de la boda. (4) Estas artes adivinatorias son recogidas por Constantino Cabal en su obra ya citada - pp. 238-242; así- como por Elviro M a r t í n e z Costumbres astu rianas, León, 1982, pp. 46-48. ; •; ■.. 492 RAMONA PEREZ DE CASTRO cam piña, a rro ja r la «pulga» de la m anzana o pera y ver en qué po sición cae, utilizar la «pebida» o semilla de una fru ta y com probar hacia qué p arte va, etc. Del mismo modo presagian enam oram ien to: el conseguir el alfiler del tocado de una novia, encontrar al sallar un maíz blanco (5), coger una rosquilla y tira r dos novios de ella p ara saber cuál de ellos quiere más. Contando nueve estre llas del cielo durante nueve noches seguidas se lograba novio, aun que caso de nublarse alguna, había que com enzar a contar desde el principio. O tras esperanzas de casam iento eran: el salto de la hoguera en la noche de San Juan, el beber en la fuente de Covadonga, tom ar el agua de la ruda una vez cocida; y, po r supuesto, el ruego a al gunos santos p ara que concedan novio: la Virgen de Covadonga, la del Carmen, el Cristo de Candás, la Virgen de la Consolación en Caravia, San H ilario en Llanes y la del Cristo de la Espina, que en su advocación dice: «Adiós, Cristo de la Espina; adiós, cam arín florido, que no pienso verte más a no ser con mi marido» (6). Pero el que m ayores ruegos recibió siem pre fue San Antonio, al que rezaban no sólo las jóvenes, sino incluso las m adres; que ala baban al Santo de esta forma: «San Antonio, patines y manines, cara de cielo; ¿con quién casaré a la fia que tengo?» (7). Todas estas esperanzas de casam iento se podían ver truncadas p o r circunstancias que presagiaban malos augurios y m aldiciones; como sucedía cuando si al salir una boda de la iglesia, alguien ce rrab a la p u erta del todo, porque eso quitaba las esperanzas de casarse a las solteras asistentes a la boda. El hecho de pisarle la (5) C a b a l, Constantino: Op. cit., p. 242; y M a r t í n e z , Elviro: Ibidem. (6) M a r t í n e z , Elviro: Op. cit., p. 53. (7) Cabal, Constantino: Op. cit., pp. 246-248, y Martínez, Elviro: Op. cit., pp. 52-53. LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 493 cola a un gato significaba otro año de espera; si les b arre alguien los pies, o tro año; y si se enganchan a un escajo, no pueden sino casarse con un viudo (8). E ran lugares propicios p ara conocerse los mozos, las fuentes, molinos, rom erías y filandones. En las fuentes, m ientras la m uchacha iba a p o r agua, el mozo que la pretendía se acercaba hasta allí, y m ientras la «ferrada» se llenaba, charlaba con ella. La herrada constituía en algunos luga res prueba de la limpieza de la moza que fregaba los aros con arena hasta dejarlos como espejos para contem parse en ellos. Un can tar al respecto dice así: «Una moza de este pueblo, po r m irarse en la ferrada, tuvo miedo a les narices, y p o r co rrer vertió el agua...» (9). En los m olinos, al am paro de la noche y con la excusa de m oler los granos, acudían los mozos. Del mismo modo, en fechas señala das las rom erías eran el m arco adecuado p ara conocerse y enam o rarse, bailando y jugando hasta el anochecer. En m uchas aldeas incluso el día de San Silvestre, últim o del año, se celebraban las «estrechas», consistentes en un sorteo de novios. Se m etían en una bolsa los nom bres de los solteros y en o tra los de las chicas in teresadas y se iban sacando por parejas; que term inaba con un baile (10). Los filandones constituían lugares adecuados en que se reunían las mozas p ara h ilar y charlar, para la que las m iradas lanzadas a hurtadillas de los mozos que acudían a ellos surtiesen los efectos am orosos deseados. El día más frecuente p ara los filandones y p ara el cortejo era el sábado: «Hoy es sabadito alegre, últim o día de semana; es el día en que visitan los galanes a sus dam as...» (11). C a b a l , C o n s t a n t in o : Op. cit., p p . 2 4 5 -2 4 6 . (9) Cabal, Constantino: Op. cit, p. 250. (10) Martínez , Elviro: Op. cit., p. 49. (11) Cabal, Constantino: Op. cit., p. 251, y Martínez, Elviro: p. 66. (8 ) Op. cit., 494 RAMONA PEREZ DE CASTRO Las noches de ronda que los mozos hacían bajo la ventana de la moza que les gustaba (12), la correspondencia (13), el empleo del palo (14) que la moza escogía sabiendo cuál era su dueño y que una vez elegido dejaba el mozo afortunado a la en trada de la casa de la moza en señal de que la estaba cortejando; así como el grito que lanzaba el mozo cuando se aleja (iju jú ) (15), que tam bién se em pleaba p ara re ta r al rival, constituían actos de gran significación en la conquista y cortejo de la moza. - Costum bres muy 'en raizad as en la tradición popular asturiana eran las de co rtejar-en la cocina de la.casa de la moza, a la que iban pasando por turno todos los enam orados (16), así como la de co rte jar en la cama, que si bien puede parecer contrario a la m oral, resultaba su práctica corriente y frecuente (17). Una vez efectuada la elección entre los pretendientes, y cuando el noviazgo era serio y com prom etido, los novios solían hacerse entrega m utua de presentes: pañuelos, cintas, anillos, corales, me didas (cintas que se cortan al tam año de una imagen y que llevan estam pado el nom bre de la moza) (18), alfileres, ligas :y navajas, etc., que si bien dem ostraban todo su, am or, en caso de ru p tu ra del com prom iso se devolvían m utuam ente (19). Conocido es a este respecto el can tar que dice: «Los corales que me diste vuélvelos al coralero, si yo quiero más corales tiene mi padre dinero». - •• (12) C a b a l , Constantino: Op. cit., p p . 228 y s s .; L l a n o R o z a d e A m p u d i a , Aurelio d e : Del folklore asturiano. Mitos, Supersticiones. Costumbres, en I.D.E.A., Oviedo, 1972, p . 170, y M a r t í n e z , Elviro: Op. c i t . , p p . 58-65. (13) M a r t í n e z , Elviro: Op. cit., pp. 71-74. — .... . . (14) C a b a l , Constantino: Op. cit., pp. 269 y ss., y P e r e z d e C a s t r o , J .L .: El alarido y el palo en la cultura asturiana, “Revista de Dialectología y Tradi ciones Populares”, T. XVII, 1961, Cuaderno 3, Madrid, 1961. (15) C a b a l , Constantino: Op. cit., pp. 269 y ss., y L l a n o R o z a d e A m p u d i a , Aurelio de: Op. cit., pp. 171 y ss. (16) C a b a l , Constantino: Op. cit., pp. 255 y 256. ■ (17) C a b a l , Constantino: Op. cit., pp. 274 y ss., y M a r t í n e z , Elviro: Op. cit., ------pp. 80-83. (18) P e r e z S a n M a r t i n , Elsa, y P e r e z d e C a s t r o , J.L .: Las “cintas” en la tradición asturiana, Actas 2.° Congreso Iberoamericano de Antropología (1983), Las Palm as de Gran Canaria, 1985, pp. 509-516. (19) C a b a l , Constantino: Op. cit., pp. 243 y 263 a 269, y M a r t í n e z , Elviro: Op. cit., pp. 83-87. 495 LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO LOS TRATAOS O CONCIERTOS , Las conversaciones previas al m atrim onio celebradas entre los padres de los novios, p ara estipular la dote y lo que han de ap o rtar cada uno en consideración al m atrim onio, reciben en A sturias di versos nom bres: «tratau», «tratao», «humaza», «concierto» o «compostorio». Estos acuerdos tienen a veces lugar en situaciones en que los futuros cónyuges han de quedar separados cada uno en su casa, por no tener todavía edad suficiente p ara co n traer m atrim o nio, reservándose lo pactado hasta el m om ento en que aquel acto tenga lugar (20). Aunque son los propios novios los que deciden casarse, no por ello hay que negar que la m ayor parte de las veces los m atrim onios tienen lugar por conveniencias económicas, planificados po r los padres. El origen de estos conciertos puede rem ontarse al derecho visi godo, en el que la m u jer es propietaria de su dote, asegurada por el m arido sobre sus propios bienes, que puede tran sm itir a sus hi jos y, de no tenerlos, disponer librem ente al te sta r (21). Como tam bién expresa Elviro M artínez, la dote ex-marito figura en los fueros de la Reconquista, y entre ellos en el de Oviedo (1145). El «trato» puede celebrarse bien antes de la petición de la moza o bien en el mism o acto, suponiendo el «concierto» la petición y concesión de la m ano de la moza (22). En algunos m unicipios asturianos como Somiedo, Belmonte, Tineo y Valdés, aunque poco frecuente, en ocasiones era el novio el que hacía la petición y regateaba el «trato»; costum bre ésta más — G a r c ía R e n d u e l e s , Enrique: Liturgia popular, Oviedo, 1950, p. 17. M a r t í n e z , Elviro: Op. cit., p. 93. (20) F e r n a n d e z M a r t í n e z , R afael: La — realidad de la casa asturiana, Ovie do, 1953, p. 24. Respecto de la “hum aa” consultar: — I n c l a n S u a r e z , Fernando: Voz: “Humaza”, en “Gran Enciclopedia Astu riana”, T. VIII, p. 161. — P e r e z d e C a s t r o , J .L .: Instituciones del D° tradicional asturiano, “Re vista de Etnografía”, núm. 22, Oporto. — P r ie t o B a n c e s , Ramón: “Cocktail” asturiano, B.I.D.E.A. X X IX , O vie do, 1956. — T u e r o B e r t r a n d , Francisco: Instituciones tradicionales en Asturias, Gijón, 1976, p. 70. (21) A este respecto ver: M a r t í n e z , Elviro: Op. cit., pp. 93 y 94. (2 2 ) F o n t R i u s , José María: Voz: Arras, en el “Diccionario de Historia de España”, E d it.: R evista de Occidente, Madrid, 1968, T. I, pp. 370 y 371. 496 RAMONA PEREZ DE CASTRO generalizada en Gijón, Ribadesella, Villaviciosa y Colunga, y que se refleja en algunas canciones populares como la que reza: «—Agora ya no se estila el pedir la moza al padre: en tra el mozu en la cocina. —Esta moza, ¿cuánto vale...?» (23). «En Oviedo non se estila el pedir la fía al padre: éntrase por la ventana. —Y esta gocha, ¿cuánto vale?». La form a de celebrar el «tratao», aunque parecida, no era igual en todos los municipios. En Tineo se llam a «ir de chonganiza», recibiendo tal denom ina ción porque en la casa donde se celebraba el acto, cuando estaban todos reunidos, se freía una longaniza, com iéndola al final, cuando el acto concluye (24). En Ponga integran el «compostoriu» los padres de am bos mo zos, y como testigos o consejeros, los parientes más ancianos o amigos de los chicos, dos po r cada uno de ellos. Después de con versar duran te unos instante de otros tem as, el padre del novio com enzaba con el objeto que allí les llevó, llegando o no a celebrar se el trato (25). E ntre los vaqueiros de alzada los «conciertos» tienen lugar en casa de la novia. Allí asiste el padre del novio y se determ ina y regatea lo que cada cónyuge ha de ap o rtar al m atrim onio. En oca siones, los padres del novio dan una com isión a un amigo para que medie y procure los conciertos, personaje éste que p o r sus exageraciones en pro de una de las partes se conoce con el nom bre de «em bustero» (26). En Oviedo, el sábado antes de «echar el prim er pregón» —o lectura de proclam a— se reunían los padres de los novios para hacer el trato . Solía tener lugar en un establecim iento público de (2 3 ) F o n t R i u s , José María: Voz: Dote, en el “Diccionario de Historia de España”, E d it.: R evista de Occidente, Madrid, 1968, T. I, pp. 1.167 y 1.168. (2 4 ) F o n t R i u s , José María: Voz: Matrimonio, en el “Diccionario de His toria de España”, Edit.: Revista de Occidente, Madrid, 1968, T. II, pp. 963-965. (25) C a b a l , Constantino: Op. cit., pp. 298 y 299. (26) A c e v e d o y H u e l v e s , B .: Los vaqueiros de alzada en Asturias, Ovie do, 1915. LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 497 com idas y bebidas. «Al principio nadie se atreve a h ablar del asunto que la m otiva, pero después de tom ar un poco de vino, uno de ellos rom pe a hablar. Intervienen los futuros consuegros y llegan otros hijos casados a ver si el «tratau» les perjudica a ellos, y entre tanto, los novios, o presencian la escena, o están en una esquina de la calle esperando el resultado de aquella reunión» (27). Es costum bre parecida a esta últim a, la de Cangas de Narcea. Los sábados, coincidiendo con los días de m ercado, «se dan cita los padres de los novios en una confitería de la localidad, adon de acuden acom pañados de sus hijos, y m ientras los padres discu ten «el tratao», los futuros cónyuges, que en un gran núm ero de ocasiones se ven p o r prim era vez en ese día, se encuentran aparte, en el m ism o local, sin intervenir para nada en la conversación de sus m ayores, siendo costum bre el que al final de la reunión, los padres de la novia paguen los pasteles y los del novio el vino. Si en esta reunión se ponen de acuerdo sobre el capital que ha de a p o rta r como dote la novia o como capital propio el m arido (según cuál de los dos sea el que se casa en la casa), es frecuente el que, ya desde la confitería, se trasladen los futuros cónyuges, acom pa ñados de sus padres, a la N otaría a otorgar la escritura de capitula ciones m atrim oniales, o que quede ya señalada la fecha en que dicho otorgam iento ha de tener lugar» (28). A veces no llegan las partes a un acuerdo y no se celebra el «tratao», y aún así, si bien muy excepcionalmente, puede o cu rrir que los novios se casen igual; como expresa el siguiente cantar: «Aunque tus padres no quieran y los míos digan no, si tú quieres y yo quiero eso será y otro no» (29). LA FORMA DEL CONCIERTO: CAPITULACIONES MATRIMONIALES El resultado del «tratao» o «concierto» va a q uedar reflejado en una escritura de capitulaciones m atrim oniales, form a frecuente en la zona occidental de la región; en un docum nto privado, con lo que se evitan liquidar al Fisco; o como en otros lugares, de form a (27) (28) (29) L l a n o R o z a d e A m p u d ia , F ernandez A u relio de: Op. cit., pp. 173 y 174. Op. cit., p. 26. Op. cit., p. 98. M a r t ín e z , R . : M a r t ín e z , E lv ir o : 498 RAMONA PEREZ DE CASTRO tácita, «la sociedad fam iliar tácita» (S.A. T erritorial de Oviedo de 5 de m arzo de 1948); que no difiere en cuanto a su organización y fines, en absoluto, «de la que existe allí donde su escritura cons titucional se encuentra en las capitulaciones m atrim oniales» (30). De los siete docum entos de que disponíam os sobre bienes que van a conform ar la dote de los futuros contrayentes, no todos ellos son propiam ente lo que podríam os denom inar capitulaciones m a trim oniales; sólo dos lo son en sentido estricto (Docs. 6 y 7), los restantes contienen: una carta de pago de haber recibido cierta cantidad ofrecida a la contracción de m atrim onio (Doc. 5), una de claración respecto a una dote ya prom etida (Doc. 4), una escritura m atrim onial p o r la que se hacen m andas de bienes al contraer m a trim onio (Doc. 3), convenios sobre bienes y liquidación de una dote (Doc. 2) y una cláusula de escritura m atrim onial otorgada para contraer m atrim onio (Doc. 1). Como puede apreciarse, se trata de docum entos variados por su significado aunque no en su contenido y fines. La variedad exis tente entre ellos nos perm ite conocer las distintas y posibles form as de otorgar una dote por razón del m atrim onio de futuro. En todos ellos las m andas de las legítimas van a constituir el grueso de la dote que se otorgue a los hijos por cada una de las partes para que, con ello y una vez contraído m atrim onio, puedan sustentar las cargas fam iliares. Todos pertenecen a distintos lugares del concejo de Tineo. En cuanto a sus fechas, el prim ero carece de ella, los cuatro siguientes van de 1726 a 1760 y los dos restantes son del siglo XIX (1811 y 1813). Antes de analizar lo que podríam os denom inar puntos comunes y ahondar con m ayor énfasis en algunos que p ara nosotros tienen m ayor interés, intentarem os exponer el contenido de cada uno de form a un tanto esquem ática y muy concisa. (30) F u r j i a n d e z M a r t í n e z , R .: Op. cit., p. 45. Este autor se refiere al con tenido de las capitulaciones matrimoniales que hace Constantino Cabal en su obra ya citada, pp. 299 y 300, que dice: “En el lugar de tal...fecha de tantos...reunidos los firm antes y previa la conformidad de los interesados en el caso acordaron...y a fin de que puedan llevar con tranquilidad las cargas matrim oniales somos gustosos en darles la finca A. valorada en tal cantidad, la finca B. valorada en tal otra, una pareja de vacas, valoradas en tanto”...y a veces añade aún “tal cantidad de dinero”. Aurelio de Llano (sigue diciendo Fernández Martínez en su nota 53, p. 45), op. cit., p. 192, señala también, al hablar del “tratao” que “en los concejos de Grandas de Salime, Pola de Allande, Tineo, Cangas de Tineo (hoy Cangas de LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 499 Documento 1. Sin lugar, ni fecha. Cláusula de la escritura m atrim onial otorgada por doña M agda lena García^ y doña M aría Antonia Vidal para casarse don Juan Carrizo, hijo de- doña Magdalena, con doña M aría Francisca Arango, hija de doña M aría Antonia. — Sin datar. — Atribución de dote «en cuenta y pago de lexítimas». — Se com puta la donación hecha por su tío, que se viene a su. m ar a la p arte correspondiente de la legítima de la herencia ^ _ de su m adre. — La dote se fija en dinero. — La entrega de la dote se hará cuando vayan a con traer m a trim onio. — De la cantidad asignada, una parte (440 ducados), ha de sa tisfacerse en bienes muebles o raíces de su elección, de los que existan en la herencia, o de otros ajenos a ella. -r— Quedan en la escritura presente, a salvo, los derechos asig nados como dote. — La m adre de la novia se com prom ete a no disponer de los derechos m encionados, ni m ejorar a ninguna o tra de sus hijas. Narcea) y otros de occidente, los labradores y jornaleros otorgan escrituras de capitulaciones m atrim oniales porque así les conviene, debido a la costum bre que tienen de casar (entroncar, como ellos dicen) para casa de los padres al hijo o hija que m ás les convenga, que suele ser, por lo general, el varón de más edad". . . El propio Fernández Martínez, en su obra citada, nota 69, p. 59, refirién dose a las., capitulaciones m atrim oniales en Pola de Allande, incluye en su contenido las siguientes cláusulas: “ 1.a. Vivirán los nuevos cónyuges en la casa y compañía de los padres del novio, constituyendo con ellos la sociedad universal de ganancias y pérdi das acostumbrada en el país. 3.a. En consideración a dicho m atrimonio D on... y D oña... (los padres del novio) mejoran a su hijo D on... en la tercera parte de todos sus bienes, derechos y acciones, cuyas mejoras serán efectivas desde el día de la celebración del matrimonio y se valoran en la cantidad d e... cada una, que el D on... acepta. 4.a. En atención también al m ism o enlace, D oña... constituye a favor de su hija D oñ a..: dote inestimada por valor d e... pesetas y a su vez D on... dota también a su hermana en la cantidad d e... renuncian do ésta por dicha suma a los derechos que le corresponden en la herencia de su fallecido padre D on... aceptando estas dotes que son entregadas en este acto a mi presencia, para su administración y restitución familiar, el cual da de ellas la más completa carta de pago”. 500 RAMONA PEREZ DE CASTRO Documento 2. Vega de Urdial, 20 de octubre de 1726. Convenio celebrado entre Alvaro Fernández, vecino de Conto, y Domingo Suárez, vecino de Foyedo, en representación de su m ujer M agdalena García, sobre bienes y liquidación de la dote que a la dicha M agdalena le correspondía. — — — — Lugar y fecha de celebración. Efectuada ante el escribano y testigos. Liquidación de dote y gananciales. Designación de bienes correspondientes a Alvaro Fernández, herm ano del fallecido Domingo, prim er m arido de Magdale na García. - Bienes raíces que lleva, goza y posee dicha herencia. - Llevar el suelo de un hórreo sito en Foyedo. - Llevar lo correspondiente a la legítima de la herm ana de su m ujer en Barzanallana. - Llevar las dos tierras de heredad de la Vega de la Dueña, en precio de 36 ducados. En el concejo de Carreño las escrituras públicas de capitulaciones matri m oniales, corrientemente contienen las cláusulas siguientes, según García Rendueles, op. cit., p. 61: “Que la novia pasará a vivir con el novio en la casa de los padres de éste, formando todos sociedad familiar. Raro es el caso de que el novio vaya para casa de la novia, y sólo ocurre cuando los padres de ella no tienen hijo varón, o, caso de que lo haya, el dueño de los bienes no quiera continúe él la llevanza al fallecim iento de sus padres. Los bienes de todas clases que aportan al matrimonio cada uno de los cónyuges. Los bienes de todas clases que éstos y los padres del novio aportan a la sociedad familiar, incluso créditos, activos y pasivos, si los hay. La proporción en que se han de repartir las ganancias de la sociedad fam i liar y de pagar las deudas. Que los bienes aportados por las mujeres a la sociedad fam iliar responde rán de las deudas de ésta cuando no llegue a cubrirlas el valor de todos los que tenga e l marido. Que aun cuando por la vejez se inutilicen para el trabajo los padres del novio, los tendrán en su compañía los nuevos esposos, tratándolos con cariño, alimentándolos, asistiéndolos, etc., como si estuvieran aptos para el trabajo. Que han de procurar que los bienes de la sociedad fam iliar no desm erez can y que vaya en aumento su valor. Que al hacerse la partición de las herencias de los padres del novio se liquidará en ella, primero, la sociedad familiar y, luego, la conyugal (Archivo del autor)”. LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 501 - Lo que sobrepase los 36 ducados ha de ser p ara Domingo Suárez y p ara Magdalena. - En caso de que dichas tierras no valgan esa cantidad, que darán p ara Domingo Suárez, que habrá de satisfacer los 36 ducados a Alvaro Fernández. - Alvaro Fernández tiene tres censos: censo redim ido de 10 ducados que los bienes de esta herencia debían a los here deros de Francisco Tineo Osorio; censo de 10 ducados que debe a la Cofradía del Santísim o Sacram ento de S anta Ma ría de Cerdaín; censo de 9 ducados que debe a la Cofradía de N uestra Señora de la Caridad de Nabelgas. — Deja a Domingo Suárez y a Magdalena su m ujer: - Todos los dem ás bienes que están poseyendo. - Los bienes correspondientes a las legítimas de las herm a nas de M agdalena, Francisca y Leonor. - La h u erta y castañedo del «Posadoiro». - Censos a cargo de Domingo y su m ujer: censo de 20 duca dos con sus réditos que debe a las capellanías que poseye ron los capellanes Arangos, de Cortina. — Domingo Suárez se obliga a pagar y entregar p o r dichas ra zones a Alvaro Fernández 30 ducados de vellón, quedando redim idos de cualquier censo que pudiera tener éste contra aquéllos. — Obligan sus personas y bienes muebles y raíces, presentes y futuros, en cum plim iento de lo aquí expresado. Documento 3. Zervo, 22 de abril de 1754. E scritura m atrim onial por la que María Antonia Suárez hace m anda de bienes a su hijo Salvador García al contraer m atrim onio con M aría Rodríguez, hija de Juan Rodríguez, que a su vez le hace m anda. — Lugar y fecha de celebración. — Ante el escribano y testigos. — El objeto de las m andas hechas en capitulaciones es el de tener rentas propias con que sustentar las cargas del m a trim onio. 502 RAMONA PÉREZ DE CASTRO - — M anda de bienes hecha: en favor del hijo por sil m adre, esti pulados p arte en bienes inmuebles y o tra p arte én dinero. — La entrega de la m anda se efectuará el día en que contraiga m atrim o n io .' , ...i. ■ — Hace asim ismo la m adre una m anda en concepto de m ejora, sobre la que im pone una carga. — La m anda es condicionada. — Se establece una relación sucesoria en la que prevalecerá el varón a la hem bra. — En el mismo docum ento se hace una m anda a favor de Ma ría Rodríguez, su hija, de los bienes correspondientes a sus legítimas, de los que entrará en posesión al fallecim iento de su m adre. Documento 4. Troncedo, 29 de agosto de 1754. Declaración que se hace respecto a la dote prom etida a Ana Carrizo por don Juan Antonio y Pedro Carrizo. — Lugar y fecha de celebración. — Satisfacción de la dote, prom etida en escritura m atrim onial. — El objeto de la dote lo constituyen bienes o dinero. Documento 5. San M artín, 3 de octubre de 1760.. Carta de pago dada por B ernardo Rodríguez, juntam ente con su m ujer, vecinos de Vega de Rey, de haber recibido del licenciado don Felipe Santos Fernández cierta cantidad ofrecida a la contrac ción de m atrim onio. • • — — — — — Lugar y fecha de celebración. ¡ .. ^ ~ Ante escribano y testigos. '' Se estipula la cantidad y se especifica la form a de entrega. Recibieron esta cantidad al día siguiente de la boda. Para pagar esta cantidad se hizo renuncia de las legítimas paterna y m aterna a favor del prestam ista. — Se obligan al cum plim iento de todo lo referido con sus per sonas y bienes muebles y raíces presentes y futuros. — La carta de pago se otorga voluntariam ente. LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 503 D ocum ento 6, Troneedo, 23 de febrero de 1811: Capitulaciones m atrim oniales entre doña M aría Francisca Arango y José Pérez, con motivo del m atrim onio entre doña Juana Carrizo y Francisco Pérez. — Lugar y fecha. — Ante escribano y testigos. — Dote de doña Juana en pago de sus legítimas y de un legado de cincuenta ducados. — La fecha de entrega será «el día de bodas solemnes». — Se le dona tam bién cierta cantidad para su acom odo y sub sistencia. — Don José Pérez da a su hijo la facultad p ara d isfru tar de los bienes heredados de su m adre y una m anda de su capital. — Se obligan am bos futuros contrayentes a cum plir la presen te escritura con su persona y bienes. D ocumento 7. Troncedo, 3 de enero de 1813. C apitulaciones m atrim oniales con motivo del m atrim onio de doña B ernarda Carrizo y don Manuel García del Valle, otorgadas entre éste y doña Francisca Arango en com pañía de sus hijos. — Lugar y fecha. — Ante el escribano y testigos. — M anuel G arcía del Valle, mayor, nom bra sucesor a su hijo del m ism o nom bre. ' — Se sigue orden de preferencia de varón a hem bra y de p ri m ogénito (m ayorazgo) al segundo, según los llam am ientos regulares de los vínculos y mayorazgos de estos reinos. — Im posición de cargas. — Manuel G arcía del Valle, mayor, m ejora a su hijo en: El 1/3 y rem anente de 1/5 de todos los bienes fincables de doña Ana, su esposa fallecida. Y en el 1/3 y rem anente de 1/5 de sus bienes presentes y futuros. — Im pone a esta segunda m anda una condición. — La m ejora que hace su padre de sus propios bienes debe entenderse una vez fallecido. — Doña Francisca Arango, m adre de B ernarda, da a ésta a cuen ta de la legítim a 400 ducados de vellón en metálico. 504 RAMONA PEREZ DE CASTRO — La fecha de entrega será «el día de bodas solemnes». — Don José Carrizo, herm ano de B ernarda, da a ésta en dote a cuenta de la legítima paterna: 300 ducados de vellón en m etálico. La entrega será de 100 ducados el día de bodas, y los doscientos restantes dentro de dos años contados desde dicho día de bodas. — Don Manuel Carrizo, herm ano de B ernarda, hace una m anda a ésta, para aum ento de dote; que se entregará en p arte el día de boda y el resto dentro de cuatro años. — Don Pedro Carrizo hace una m anda a su herm ana B ernarda que se entregará cuando su herm ana lo solicite. — Además de estas cantidades, en total 1.500 ducados, llevará B ernarda al m atrim onio: ropas de ajuar, caudal y efectos que tiene de su propio peculio y los que adquirió de su in d u stria fuera de la com pañía de sus padres. — Ambos futuros contrayentes dan fe de cum plir con el pro yectado m atrim onio. Del análisis del contenido de cada uno de estos docum entos po demos deducir unos rasgos comunes a todos ellos. En prim er térm ino, al comienzo del otorgam iento del docum en to se indica el lugar y la fecha, así como que se realiza ante un escribano y unos testigos, cuyo núm ero suele ser de tres. A conti nuación, las personas que constituyen las partes en el docum ento, con sus nom bres, apellidos, lugar en que habitan y en ocasiones la relación o parentesco entre ellos. Después, se concretan el objeto y los fines propios del mismo. Estos que hemos escogido constituyen atribuciones de dote en cuenta y pago de legítimas, m andas y donaciones hechas tanto por los padres respectivos de los futuros contrayentes del m atrim onio, como por sus herm anos, parientes próxim os e incluso por otras personas. Las atribuciones de legítimas como dote respetan en cual quier caso las legítimas de los otros herm anos y se sigue una prelación sucesoria, un orden de preferencia de varón a hem bra y de prim ogénito al segundo, según los llam am ientos regulares de los vínculos y mayorazgos de estos reinos (Docs. 3 y 7) que no pode mos olvidar es uno de los aspectos sucesorios de m ayor interés en nuestra región por darse tanta im portancia y gozar de tanto arrai go, aún en nuestros días, la perm anencia en la casa petrucial del hijo mayor, que seguirá m anteniéndola ju n to con sus tierras y LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 505 transm itiéndola de generación en generación: la llam ada «casería asturiana» (31). El objeto de la concesión de la dote, según parece desprenderse de form a clara de todos estos docum entos, no es otro que el dispo ner de rentas propias con que su sten tar las cargas fam iliares y alim entar la descendencia que pueda tener, en el futuro, el m atri monio. La dote se fijaba en metálico, bien en su totalidad o parcial m ente, caso este últim o más frecuente. La m oneda em pleada era la de la época, ducados, reales u onzas; dependiendo su cuantía de varios factores: las legítimas, m andas y donaciones que se otorga sen, o de los bienes que poseyese la familia. R esulta p o r tanto os cilante su cuantía, en unos casos de unos trescientos ducados vellón (Doc. 5), en otros de mil quinientos ducados adem ás de otros bie nes (Doc. 7), etc. Tam bién se fijaba la dote en especie, generalm ente como hemos dicho en form a parcial. La constituían fincas y ganado (adem ás del dinero ya m encionado). Los muebles, joyas y ropas constituyen el ajuar. Se daban a la vez dote y ajuar. «Cuando la dote sum aba una cantidad igual a la que el aju ar valía, de la que llevaba tal fo rtu n a se decía que llevaba «doble ajuar» (32). E ntre los bienes en especie de la dote figuran: lino en ram a, trigo y centeno (Doc. 6); todos ellos productos apreciados en aque lla época en que la actividad era fundam entalm ente agrícola y ganadera. El lino era aprovechado para la confección de ropa, una vez convertido en hilo después de un largo proceso; labores éstas del hilado que eran ejercidas por m ujeres, que se reunían p ara tra bajarlo y ch arlar en los denom inados «Blandones». Los sem ovientes tam bién figuraban como bienes dótales, no siendo rara la donación de alguna vaca de leche o cerdo (Doc. 6), anim ales útiles y necesarios para una región ganadera p o r excelen cia como era Asturias. Como lo eran asim ismo los bienes inm uebles que frecuentem ente se donaban para constituir la dote: tierras (31) Sobre este tema se pueden consultar: M odesto: Estudio Jurídico de la Sociedad Familiar A s turiana (llamada también “al estilo del país” o “a mesa y m antel”), Oviedo, 1957. — I n c l a n S u a r e z , F em a n d o : La casería asturiana (Historia y perspecti vas), Oviedo, 1984. — P r i e t o B a n c e s , Ramón: Casa y casería en la vieja Asturias, Coimbra, 1964. (32) C a b a l , Constantino: Op. cit., p. 307. — B lanco G a r c ía , 506 RAMONA PEREZ DE CASTRO (Doc. 2), diversos prados o una parte de alguno de ellos (Docs. 3 y 6), una huerta, un castañedo, o incluso la llevanza del suelo de un hórreo (Doc. 2), que servían para p ro cu rar alim ento tanto a las personas como al ganado. El aju a r estaba compuesto: por ropa para la casa, ropa para la novia y muebles. Las ropas de casa solían ser: sábanas, cobertores, fundas, col chón, alm ohadas, m antas (Docs. 6 y 7), m anteles (de tupido y de medio uso), paños de manos, servilletas (Doc. 7)... cuyo núm ero y calidad eran variables. La cantidad no era muy abundante; y en cuanto a la calidad se diferenciaba entre nuevas o usadas, o incluso de medio uso. Las ropas de vestir para la novia solían estar sin estren ar y se las regalaba su padre. No era extraño incorporar entre los bienes del aju ar un jergón y /o un arca (Doc. 6), siendo ya más raro encontrar cubiertos de plata (Doc. 7) u otros enseres de más valor y que no fuesen de prim era necesidad. También, y aunque no figuren relacionados en estos docum entos, solían incluirse en el aju ar una m asera, una fe rrada, una caldera de cobre, etc. (33). Al enum erar cada uno de estos bienes en la escritura, se ponía al lado de cada uno de ellos el precio correspondiente al bien u objeto citado, a fin de evaluar en su conjunto el total de la dote asignada. Como regla general, la entrega de la dote tenía lugar el día de la boda (Docs. 1, 3, 6 y 7), al día siguiente (Doc. 5), el día en que se solicite (Doc. 7), o en otra fecha posterior al día de celebración del m atrim onio que se fija en la escritura (Docs. 6 y 7). La entrega de la dote puede hacerse en su totalidad o en pagos fraccionados, así lo expresa el docum ento núm ero 6: «...excepto una de las dos arrovas de lino que se dara den tro de un año despues, y ciento y cincuenta ducados de los prom etidos que se entregaran dentro de seis años». Y dice este mismo documento: «...se obliga tam bién a dar a la m ism a ó a quien la repre sente seiscientos ducados de vellón, a saver los ciento de ellos en el dia de bodas; otros ciento en todo el mes de mayo que viene de este año; y los otros cuatrocientos restantes dentro de seis años, contados tam bién desde el dia de bo das». (33) Cabal, Constantino: Op. cit., pp. 306 y 307. LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 507 De form a parecida se expresa el pago fraccionado de la dote en el docum ento núm ero 7: «...tres cientos ducados de vellón en metálico que se oblig» a entregarle,...a saver en el dia de vodas cien ducados, y los dos cientos restantes dentro de dos años contados des de dicho dia». Y de form a sem ejante: «De cuyos setecientos ducados que prom ete el Dn. M anuel se obliga a entregar los trescientos en dicho dia de vodas y los cuatrocientos restantes dentro de cuatro años». En ocasiones al recibir las donaciones, m andas y legítim as, el otorgante im pone ciertas cargas y condiciones que han de ser cum plidas para poder hacer uso del bien, gozarlo y disfrutarlo. Una de las cargas que solían im ponerse era la celebración de misas de aniversario y responsos po r el alm a de la persona donan te, una vez fallecida (Docs. 3 y 7). Las condiciones p ara recibir la m anda podían ser genéricas, como la de no ser vendidos, cedidos, partidos, troncados, ni enaje nados y hechos siem pre en llam am ientos regulares (como se expresa en el docum ento 3); o más específicas como la de obligar a dar alim entos a una herm ana soltera, en el m om ento en que deje de vivir con ella, m ientras viva la susodicha y no se le entreguen o pida sus legítim as, m om ento en el que cesarán esos alim entos (Doc. 7). Obligan sus personas y bienes muebles y raíces, presentes y fu turos, en cum plim iento de lo expresado en la escritu ra (Docs. 2 y 5). Por últim o firm an las partes, los testigos y el escribano dando fe de todo lo que queda dicho en el documento. No nos resta con esto más que concluir afirm ando la gran im portancia que tenía la fijación de la dote en siglos pasados, como dejan traslu cir claram ente los docum entos que acabam os de ana lizar. Por o tra parte, nos dan m uestra del tipo de sociedad que existía antaño en nuestra región, dedicada al cultivo de la tierra y a la ganadería como fuentes prim ordiales de la econom ía y como form a de vida de la m ayor p arte de los asturianos de la época. D ejando tam bién patente la unidad fam iliar y el concepto tan arrai gado que de la casa (34) y de la form ación de un hogar tenían, así como del sentim iento religioso que presidía cualquiera de sus actos. (34) F ernandez M a r t ín e z , Rafael: Op. cit., pp. 54-62. 508 RAMONA PEREZ DE CASTRO APENDICE DOCUMENTAL DOCUMENTO N ° 1 Sin lugar, ni fecha. Cláusula de la escritura matrimonial, otorgada por doña Magdalena Gar cía y doña María Antonia Vidal, para casarse don Juan Carrizo, hijo de doña Magdalena, con doña María Francisca Arango, hija de doña María Antonia. “Clausula al pie de la letra sacada de la scriptura matrimonial que otor garon Dña. Magdalena García madre de Dn. Juan Carrizo, Dn. Pedro Carrizo y Dn Francisco Carrizo para se casar dicho Dn. Juan con Dña. María Fran cisca Arango cuya scriptura también otorga Doña Maria Antonia Vidal madre de la citada Dña. Maria Francisca. Y para que este matrimonio tenga efecto en consideración a ser la citada Dña. Maria Francisca subzesora en los derechos, que con llam am iento regular vincularon sus ascendientes y desear la referida su madre lo sea igualm ente en los que vincularon Pedro Pertierra el maior, e Isabel García su muger, y agrego a este vinculo Pedro Pertierra el menor. Los dichos Dña. Magdalena, Dn. Pedro y Dn. Francisco, juntos y amancomun a voz de uno y cada uno por si y por el todo renunciando, como renunciaron las leies “de duobus res de bendi y la absintea pres. hoc ita de fide jus oribus” en la mejor forma que pueden, y en dicho lugar aia prometen por dote en quenta y pago de sus lexitim as, de el legado, que resulta de el testam ento de Dn. Juan Vidal tio de la nominada Dña. Maria Antonia, y otro qualesquiera derecho, que les competa a Dña. Theresa, Dña. Josepha y Dña. Luisa Arango y Vidal herma nas de la m encionada Dña. Maria Francisca; m ili seiscientas y cinquenta du cados, los quinientos y cincuenta para dote de cada una de ellas, que se obligan a entregarles luego que lleguen a edad, y se les proporcione tomar estado de m atrimonio en dinero efectibo y que no lo entreguen a cada una en esta es pecie dichos 440 ducados se los han de satisfacer en bienes m uebles o raizes a su elecion y tasación de hombres = ya sean en los que dexo en su herencia dicho Dn. Juan Vidal ya de los que tengan espirituales o tem porales los ex presados Dn. Pedro y Dn. Francisco sin exzepcion de unos ni de otros asta el cum plimiento de los 440 ducados a cada una de dichas Dña. Teresa, Dña. Jo sepha y Dña. Luisa, quienes y cada una por su respectivo haber pueda hazer librem ente la tal asignación de bienes caso de no entregarlas en dinero efec tibo para su matrimonio, y al tiempo de contraherle. Y la referida Dña. María Antonia Vidal desde ahora para quando llegue el caso de haberse entregado a cada una de las nominadas sus hijas la cantidad de dote, que les va asig nada elige, y nombra por subzesora en los vienes que vincularon los m encio nados Pedro Pertierra el menor a dicha Dña. Maria Francisca su hija, y los descendientes de esta sin que le quede acción para llam ar a la subzesion otra hija o nieto al que por testamento u otra disposición; esto con tal que a las tres sobredichas se halle satisfecha la dote que les ba asumida, para que la primogénita o el que lo sea suio pueda entrar en el gozo y posesion de los tales vienes, y ademas se obliga a entregar a dicho Juan los correspondientes por sus lexitim as y derechos a las otras tres pagados, que sean a cada una LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 509 los 440 ducados de que ba echo expresión para que los disfrute a su voluntad entregándoselos al respecto de lo que los referidos Dn. Pedro y Dn. Francisco satisfagan, esto es, que pagada la dote a una, la ha de entregar los dos dere^ chos a esta correspondientes, y asi por lo que respecta a las otras dos; y es de la razón de esta scriptura y precisa condicion con que se otorga que los 1640 ducados, que de ella resultan los ha de pagar en la forma que ba asigna do el citado Dn. Pedro Carrizo, cuios derechos quedan los prim eros obligados a su pagamento y satisfacción sin que m ientras estos alcanzen se pueda pedir en m anera alguna contra los de dicha Dña. Magdalena García Villademoros, y su hijo Dn. Francisco, como también lo es, que al siguim iento de ella han de estar siempre sujetos todos los derechos de dicho Dn. Juan Vidal y la ex presada Dña. Maria Antonia sin que esta pueda disponer de unos, ni otros para distinto efecto, ni mejorar a ninguna de sus hijas cumplida que sea la dote, que les ba prometida en cuia conformidad lo otorgaron. A la letra.” DOCUMENTO N.° 2 Vega de Urdial. 20-oct.-1726. Convenio celebrado entre Alvaro Fernández, vecino de Conto, y Domingo Suárez, vecino de Foyedo, en representación de su m u jer Magdalena García, sobre bienes y liquidación de la dote que a la dicha Magdalena le correspondía. “En el sitio de Vega de Urdial feligresía de Santa Eulalia de Miño del quarto de Tineo a veinte dias de el m es de octubre deste año de m il setecien tos y veinte y seis, ante mi escribano del numero publico y testigos infra escriptos parescieron presentes de la una parte Albaro Fernandez vezino del lugar de Conto desve dicho quarto y de la otra Domingo Suarez Figueroa vezino del lugar de Foyedo asim ism o deste dicho quarto por lo que le toca y en nombre de Magdalena García su lexitim a m ujer por quien presta cauzion en forma y se obliga a que la susodicha estara y pasara por lo aqui contenido, lo aprobara y ratificara en todo y por todo e dijeron los susodichos que por cuanto la dicha Magdalena García estubo casada de prim er matri monio con Domingo Fernandez hermano del dicho Alvaro Fernandez y de quien asido unibersal heredero sin a ver dejado descendiente ni ascendiente alguno el dicho Domingo Fernandez y sobre la liquidación de los vienes dotales capitales y gananciales an tenido diferenzias de que se podían seguir pleitos y gastos para evitarlos conservar la paz por aver intervenido de pormedio personas de vuen zelo y de toda autoridad y especialm ente por el ser vicio de Dios nuestro Señor sean convenido y ajustado dichos otorgantes en la m anera siguiente en que el dicho Alvaro Fernandez por la persona del diho Domingo Fernandez su hermano aya de llevar y lleve desde aora para ensienpre jam as todos los vienes raizes que hoy lleva goza y posee de dicha herencia del referido su hermano y asimismo lleve el suelo de un orrio que esta en dicho lugar de Folledo que al presente lo lleva Santiago López y asi mismo lleve de el mismo modo lo correspondiente a la lexitim a de Francisca García hermana de la dicha Magdalena García en los términos del lugar de Barzanallana que se entiende en la comunidad para poder usar de ella como 510 RAMONA PEREZ DE CASTRO le convenga. Asim ism o a de llevar las dos tierras de heredad de la Vega de la Dueña que la una de ellas se llama el Lleron y la otra la Blinga que va al monte en precio de treinta y seis ducados la parte que de ellas fuere bas tante para dicha satisfazion y lo que balieren mas que los dichos treinta y seis ducados es y a de ser para los dichos Domingo Suárez y su conjunta y para la tasazion de las dichas dos tierras nombran a Diego Fernandez de Conto y a Santiago López de Foyedo y en caso que dichas tierras no balgan dicha cantidad se queda con ellas el dicho Domingo Suarez y entregue dichos treinta y seis ducados al referido Alvaro Fernandez quien tiene redimido un zenso principal de diez ducados que los bienes de dicha herencia devian a los herederos de Dn. Francisco Tineo Osorio queda asimismo por cuenta y a cargo de dicho Alvaro Fernandez otros dos censos el uno principal de diez ducados que se debe a la Cofradia del santísim o Sacramento de la parroquia de Santa María de Cerdain y el otro principal de nuebe ducados que se debe a la Cofradia de Nuestra Sra. de la Caridad de Nabelgas que dichos princi pales y réditos cargo del dicho Alvaro Fernandez y de sus bienes. Y queda para los dichos Domingo Suarez y Magdalena su mujer todos los dem as bie nes que están poseyendo y los correspondientes a las lexitim as de Francisca y Leonor Garcia hermana de dicha Magdalena Garcia y la guerta y castañedo que llaman del posadoyro con los bienes que quedaron de las susodichas esceuto los que ban reservados y queda por quenta y a cargo de los dichos Domingo Suarez y su mujer un zenso principal de veinte ducados con sus réditos que se esta deviendo a los subcesores en las capellanias que poseyeron y gozaron los capellanes Arangos de Cortina y ademas de lo referido el dicho Domingo Suarez se obliga a entregar y pagar por dichas razones a dicho AiMaro Fernandez treinta ducados vellón para desde el dia de hoy en un año pena de ejecución costas y que se aga entero pago de sus bienes y quedan redimidos desde aora para ensienpre jamas qualquier zenso y sus réditos que el dicho Alvaro Fernandez tenga contra los dichos Domingo Suarez, sus bie nes, los de su m ujer y de dichas herenzias y la referida guerta y castañedo del Posadoyro como ba dicho queda para los expresados Domingo Suarez y su mujer y en esta conformidad se convenieron y ajustaron quieren y con sienten que todo lo aqui contenido sea sienpre llevado apura, devida ejecución y a total cumplimiento sin que lo enbaraze excepción que en contrario se ale-gue y para cumplir todo lo aqui contenido los dichos otorgantes obligan sus personas y todos sus bienes muebles y raizes presentes y foturos con poder y sumisión a las justicias del Rei nuestro Señor se lo agan cumplir como si fuera definitiva dada por Juez competente pasada en autoridad de cosa juz gada sobre que renuncian todas leyes, fueros y derechos de su favor en gene ral cada una en espezial y la ley que proybe la renunciación y assi otorgaron esta escriptura siendo testigos Dn. Bartolomé de Mera regidor deste quarto Dn. Pedro Garcia de San Frechoso, Juan Rui Coronas de Yerno y Pedro Rui de Muñalen todos deste diho quarto a quienes ya dichos otorgantes que lo firmaron yo escribano doy fe e conozco = Alvaro Fernandez = Domingo Sua rez = Pedro Garcia de San Frechoso = Bartolomé de M era= Ante m i= Diego Garcia de M era= Concuerda este traslado con su original y registro que es mi oficio y poder que da o que me refiero y de pedimento el dicho Albaro Fernandez y el dicho Diego Garcia de Mera escribano publico del numero y aiuntam iento perpetuo por su Magestad, Dios le guarde, y el signo y firmo como acostumbro en este pliego del sello tercero por no le aber en el estanco LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 511 Real deste quarto del segundo, donde con toda diligencia le busque en e l lu gar de Marabal de dicho quarto a veinte y quatro del referido m es de otubre de dicho año de m il setezientos y veinte y seis = En testim onio de verdad Diego Garcia de Mera.” En el reverso figura la siguiente inscripción: “Rescriptura de conposicion entre Domingo Suarez Figueroa y Albaro Fernandez vecinos de Conto y Fozedo”. DOCUMENTO N.° 3 Zervo. 22-abril-1754. Escritura matrim onial por la que María Antonia Suárez hace manda de bienes a su hijo Salvador García al contraer matrimonio con María Rodríguez, hija de Juan Rodríguez, que a su ve z le hace manda. “Embargo y Autos de el molino de aquel cavo puestos por Juan Garcia y su madre Maria Rodríguez contra Pedro Rodriguez su hermano. Escriptura m atrim onial= En el lugar de Zervo d el concejo de Tineo a veinte y dos dias del m es de abril deste año de m il setecientos zinquenta y quatro ante mi escrivano y testigos parecieron presentes Maria Antonia Suarez Valentin, viuda de Fran cisco Garcia de Miranda, y Maria Sánchez viuda de Juan Rodriguez vecinas deste dicho lugar: dijeron que por quanto esta capitulado el que mediante la voluntad de Dios nuestro Señor y para su santo servicio contraygan ma trimonio solennem ente según se dispone por nuestra Santa Madre Iglesia y Santo Concilio de Trento, salvador Garcia de Miranda yjo lexitim o de los dichos Francisco de Miranda y Maria Suarez; con Maria Rodriguez hija tam bién lejitim a de los dichos Juan Rodriguez, su muger Maria Sánchez con Josefa Suarez Valentin y de Cathalina Garcia Valentin también difunta; y para dichos m atrim onios surtan el devido efecto y que los que an de contraerle tengan vienes propios para sustentar las cargas dellos y los hijos que Dios les diere dyo la dicha Maria Sánchez que manda a dichos sus hijos ademas de lo que tienen heredado de su padre al referido su hijo la tercera parte de todos sus vienes, derechos y pertenencias los que se obliga a entregar el dia que contrajere m atrimonio y adem as desto le manda por via de mejora ade mas de sus legitim as, paterna y materna el tercio y quinto de todos dichos sus vienes y demas pertenencias para que los entre a llevar y gozar despues del fallecim iento de la susodicha y sobre los bienes correspondientes a dicha mejora las que valgan asta la cantidad de cien ducados por lo m ejor y mas bien parado dellos a elección de dicho su hijo, funda una misa de aniverzario rezada y perpetua, dicha cada año en la Iglesia parroquial de Santa Eulalia de Miño el dia del glorioso San Juan veinte y quatro de junio, con limosna de tres reales de vellón para que se diga con cada misa un responso cantado 512 RAMONA PEREZ DE CASTRO las que han de comenzar a celebrarse luego que fallezca, los vecinos corres pondientes y sujetos ha dicha misa despues que fallezca dicho Pedro Rodrí guez han de suceder en su primer hijo varón y afata de varón en embra y siempre en un solo llevador, y con prohibición de poder ser vendidos, cedidos, partidos, troncados ni enajenados y siempre con llam am ientos regulares. Y a la referida Maria Rodríguez su hija le manda los vienes correspondientes a sus legitim as los que le entregara y pueda entrarse en la posesion de helios luego que fallezca la prometiente y la dicha Maria Antonia Suarez Valentín manda para dicho efecto al espresado Salvador de Miranda su hijo allende de lo que tiene heredado asta cantidad de cien ducados por via de donacion, mejora o como m ejor el derecho la permita pagar por lo m ejor de sus vienes apeticion y voluntad de dicho su hijo quien los ha de entrar a llevar y gozar luego que fallezca la referida su madre y esta se obliga en forma a no hacer otra manda ni mejora a hijo ni otra persona alguna que no entre con ygual porcion al m as mejorado, el mencionado Salvador Garcia su hijo hademas de dicha m ejora de dichos cien ducados y en atención a que los vienes de la dicha Maria Rodríguez heredados y por heredar escenden en valor, en buena cantidad a los que la dicha Josefa Suarez Valentín tiene heredados y que están conbenidos el que las dos han de permutar sus lexitim as y vienes para que la dicha Maria Rodríguez no vaya dannificada ni aminorada los dichos Maria Sánchez y Pedro Rodríguez, su madre y hermano respective le mandan para que los lleve y goze perpetuamente ademas de los correspondientes a la dicha Josefa su cuñada que ha de ser el prado nombrado de el banzado del molino de aquel cavo, y la parte que tienen en el que llaman de la Veyga de Zervo, que es la mitad de todo el y la otra mitad de Manuel Rodríguez de Santa Maria y el termino de prado avertal que llam an de las Rivas pesado y a la parte de abajo de el prado nombrado de Leyniella que es de dicho Salvador, Item la tierra que ese dice la Longa y de Cotariel sita en la sienrra de Llaneces y la tablada de tierra que llaman los Barganos, sita en la lavoria de abajo. Y asim ism o le mandan el poder y facultad de poder m oler sus gra nos perpetuam ente forro, que se entiende sin maquila, en el molino de aquel cavo; y las dichas Josefa Suarez y Maria Rodríguez en cumplimiento de lo capitulado antes de aora entre todas dichas partes y en atención a ambas se les sigue utilidad siendo como dicen son savidoras de el derecho que a cada una pertenece y por escusar los costos de liquidarlos y partirlos se les avian de ocasionar por que permanezcan incorporados y por que con m as coneniencia los podran administrar degen que como m ejor aya lugar en derecho true can y permutan sus vienes de modo que la dicha María Rodríguez, además de dichos vienes espresados ha de llevar y gozar perpetuamente los que tiene heredados la referida Josefa Suarez, y esta en satisfación de ellos, ha de llevar y poseer los correspondientes a las legitim as pterna y m terna de la d ich a ...” (Doc. incompleto). LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 513 DOCUMENTO N.° 4 Troncedo. 29-agosto-1754. Declaración que se hace respecto a la dote prometida a Ana Carrizo por don Juan Antonio y Pedro Carrizo. “Junto a casa de Pedro Menendez vecino de dicho lugar de Villa pro mas toda la arboleda toda de Junto a casa cohmenzando por el camino, que biene de junto a casa de el cura asta la reguera de Lantero siguiendo el camino derecho desde dicha casa de el cura asta dicha reguera, y desde dicha reguera asta la Cruz de Maricalba siguiendo derecho arriba dicha reguera, y desde la Cruz de Maricalva asta dicha casa por el lado de arriba todos los que se hallaren ser m ios y los que contiene el foro Corias com prehendidos en este termino que se nombra de la fuente de el fonton, mas decim os que anuestra hija Ana Carrizo se le de satisfacción de la dote prometida en la escritura m atrim onial o en bienes o en dinero de lo que le faltase de los bienes que lleba; asi lo otrogaron y firmaron dichos Don Juan Antonio y Dn. Pedro Carrizo y por dicha Dña. Magdalena lo firmo a su ruego un testigo, de que fueron Dn. Juan Feito vecino del lugar de Arvederas, Dn. Thomas Garcia Pajares, Francisco Rodriguez, y Francisco Perez, y Lorenzo Ganzedo todos vecinos de este coto de Barzena y de este concejo de Tineo. y lo firmaron en el lugar de Tronzedo a veinte y nuebe dias de el m es de agosto año de m ilsietecientos y cinquenta y quatro años, y para el cum plimiento de esta nombraron todos los tres otorgantes por sus testam entarios a sus hijos y so brinos Dn. Francisco Lorenzo, Dn. Manuel Antonio y Dn. Juan Carrizo de Elano, y por los testigos que no supieron firmo un testigo= Juan Carrizo D. Pedro Carrizo de Llano Como testigo y a ruego del otorgante = Thomas Garcia. Como testigo y por los que no supieron firmar Juan Feito. Francisco Rodriguez.” DOCUMENTO N.° 5 S. Martín. 3>-octubre-1760. Carta de pago dada por Bernardo Rodríguez, juntamente con su mujer, vecinos de Vega de Rey, de haber recibido del licenciado don Felipe Santos Fernández cierta cantidad ofrecida a la contracción de matrimonio. 514 RAMONA PEREZ DE CASTRO “En el lugar de San Martin de Semproniana conzejo de Tineo a tres dias del m es de octubre año de m il setecientos y sesenta, ante mi escribano público de el numero y testigos presentes Bernardo Rodriguez y Antonia Fernandez su lexixima muger vezinos de el lugar de Vega de Rey de este mismo conzejo y precedida la lizencia que de uno a otro se requiere dada y aceptada a pre sencia de mi escribano y testigos de que doi fe; juntos y de mancomún a voz de uno y cada uno de por si y nsolidum y por el todo renunciando como renunciaron las leies de duobus reis debendi y la autentica presente hoc ita de fide y uxoribus excursión y dibision de bienes según y en cada una de ellas se contienen; y bajo de dicha mancomunidad dijeron; que mediante por la escriptura de capitulaciones que paso a testimonio de mi escribano en los veinte de septiembre proximo pasado deste presente año ha que se refie ren, Dn. Phelipe Fernandez cura de este lugar y parroquia y Nicolás Fernan dez vezino de el lugar de Conto de este mismo conzejo y hermano de dicha Antonia como apoderados de Dn. Phelipe Santos Fernandez tio de la susodi cha, y Capellan Mayor en el Conbento de los Angeles de la villa de Madrid les mandaron para ayuda de sustentar las cargas de el matrimonio, a los otorgantes por cuenta de Dn. Phelipe Santos, entre otras cosas que de su voluntad les mandaron trescientos ducados vellón y por quanto el dia prime ro de el que corre dia de bodas solemnes recibieron por mano de Dn. Carlos Fernandez presbitero residente en este dicho lugar en nombre de el zitado Dn. Phelipe Santos, y con consentimiento de sus apoderados los referidos trescientos ducados vellón en diez doblones de a ocho en oro y lo restante en pesos de la misma especie excepto el resto de uno que fue en plata todo ello moneda usual y corriente y de todos ellos dan y otorgan carta de pago rasa, finiquito y enforma, a fabor del zitado Dn. P helipe Santos Fernandez y por aver sido cierto su entrega aunque la paga no pareze de presente renun ciaron las leies de la non numerata pecunia prueba para herror de cuentas dolo y engaño por darse como se dan de dicha cantidad por pagos contentos y satisfechos a su voluntad; y mediante la referida Antonia al tiempo del otorgamiento de la zitada escriptura de capitulaziones como mayor de veinte y cinco años hizo zesion y renuncia por razón de esta manda y cantidad de todas sus lexitim as paterna y materna a fabor de el nominado Dn. Phelipe Santos su tio y sus herederos por habérseles entregado como va dicho bajo de la misma mancomunidad de nuebo hacen y otorgan dicha renuncia de le xitim as en el predicho Dn. Phelipe Santos y los suios para que puedan hacer de ellas a su voluntad, y se obligan que al susodicho y sus herederos no les sern pedido ni demandado otra cosa por razón de dichos trescientos ducados como ni tampoco por razón de estas lexitim as; y 'a l cumplimiento de todo lo referido se obligan con sus personas y vienes m uebles y raizes presentes y futuros con poder y sumisión a las justicias de Su Magestad para que asi se lo hagan cumplir como sentencia definitiba pasada en cosa juzgada, re nunciaron todas leies, fueros y derechos de su fabor con la general de el dere cho en form a; y la dicha Antonia las de el Veleyano, Emperador Justiniano Senatus Consultus Toro Madrid Partida Segundas nucías nueba y vieja cons titución las de la recopilazion y mas que hablan en favor de las m ujeres de que fue avisada por mi escribano y sabidora quiere no le valgan ni aprobech en ; y declaro como en derecho se requiere de que para otrogar esta es criptura no fue forzada, atraida ni atemorizada por dicho su marido ni otra persona sino que la haze y otorga de su espontanea voluntad por conbertirse LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 515 en su probecho y que de este juramento no tiene pedido ni pedirá absoluta m ente ni relaxacion a su Santidad ni a otro que conzedersela pueda y si de propio motu le fuere conzedida de ella no usara pena de perjuro y cada vez que lo hiziere un juramento mas añade y a la conclusion dijo amen si juro, asi lo otorgaron y no firmaron por no saber de que fueron testigos Pedro Garcia, Luis Albarez, y Francisco Pelaez todos vezinos de este diho lugar, firmo uno de ellos por dichos otorgantes que a unos y otros yo escribano doi fee, conozco = Como testigo: Francisco Pelaez = Ante m i: Simon Francisco Rodriguez = Concuerda este traslado con el original que en mi poder y oficio queda ha que m e refiero: En cuia fee yo el predicho Simon Francisco Ro driguez escribano de el numero perpetuo y antiguo de la villa y conzejo de Tineo doi el presente que signo y firmo como acostumbro en dicho lugar de San Martin, dia, mes y año de su otorgamiento, y en este pliego de papel de el sello quarto por no lo haber de el correspondiente en el estanco de el c’e este consejo donde lo busque, y de de pagos los derechos de Su Magestad de que doi fee = En testim onio de verdad. Simon Francisco Rodríguez.” En el reverso figura la siguiente inscripción: “Carta de pago de la dote que recivio Antonia Fernandez vezina de Vega de R ey.” DOCUMENTO N.° 6 Troncedo. 23-febrero-1811. Capitulaciones matrimoniales entre doña María Francisca Arango y José Pérez con m otivo del matrimonio entre doña Juana Carrizo y Francisco Pérez. “En el lugar y parroquia de Troncedo coto de Barzana incluso en el con cejo de Tineo a veinte y tres de febrero año de m il ochocientos y once ante mi escribano y testigo de la una parte Dña. María Francisca de Arango viu da honesta de Don Juan Carrizo de Llano, y con ella sus hijos lexitim os y de dicho su marido, Don Josef, Don Manuel y Doña Juana Carrizo de Llano vecinos de este coto; de la otra parte Don Josef Pérez, Don Francisco Perez soltero hijo primogénito también lexitim o suyo, y de Doña Joaquina García Pajares difunta vecinos del lugar de Genestosa de dicho concejo, d ix ero n : Que m ediante la voluntad de Dios nuestro Señor, y para su santo servicio tienen determinado que contrahigan matrimonio los m encionados Dn. Fran cisco Perez y D.a Juana Carrizo de Llano; a cuyo fin otorgan que capitulan lo siguiente = Prim eram ente los comparecientes D.a María Francisca Arango y Dn. Josef Carrizo de Llano su hijo primogénito mandan en dote a la D.a Jua na a buena cuenta de sus lexitim as, y en pago de un legado de cinquenta ducados que la hizo D.a Maria Fernandez Baquero vecina que fue de la ciudad de O vied o; y por razón también de cualquier derecho que pudiere repetir por sus servicios la D.a Juana los bienes y cantidades siguiente = Doscientos y cinquenta ducados de vellón en m etálico; una vaca de leche de valor de una onza de oro. Dos arrovas de lino en rama de valer doscien 516 RAMONA PEREZ DE CASTRO tos cinquenta reales; una hemina de trigo, y otra de centeno que valen con equidad en el año presente cien reales, un cerdo de sesenta, quatro savanas, quatro almoadas, un cobertor, dos mantas, un colchon, dos fundas, y un gergon, todo nuevo, tasada toda esta ropa en seiscientos noventa y seis reales que unidas dichas partidas ajustan en una quatro m il doscientos quarenta y dos reales; y ademas en ropas de vestir compradas para la novia, sin las estrenadas y de su uso ordinario un m il doscientos y doce reales; todo lo qual y una arca de valer seis ducados, que van inclusos en la suma anterior, se obligan los prom itentes a entregar a quien sea la parte lexitim a para el recibo en el dia de bodas solemnes; excepto una de las dos arrovas de lino que se dara dentro de un año despues, y ciento y cincuenta ducados de los prometidos que se entregaran dentro de seis años uno y otro vajo las penas de derecho= Y el cootorgante licenciado Dn. Manuel Carrizo de Llano en cumplimiento de lo que Dn. Francisco Carrizo de Llano presvitero su tio y de la D.a Juana mandó en sus dias y vida entregar a esta para su acomodo y subsistencia, se obliga también a dar a la misma ó á quien la represente seiscientos du cados de vellón, á saver los ciento de ellos en el dia de bodas; otros ciento en todo el m es de mayo que vienen de este año; y los otros quatrocientos restantes dentro de seis años, contados también desde el dia de bodas, pena de execución, y m as de derecho = Y el Dn. Josef Perez, por cuanto su hijo citado tiene heredado de su difunta madre considerables bienes vinculados y libres con que puede subsistir con decencia, teniendo aplicación y govierno, desde ahora le havilita y da facultad para que los disfrute, y con ellos se mantenga, sin mandarle por ahora de los de su capital cosa alguna, mas que la mitad del prado que llaman de Carril, sito en el casco del mismo lugar de Genestosa que es vinculado, tapin de una jugada de yerva, fértil en pa ciones y en verde, para que en el tenga el Dn. Francisco en proporcion y cerca de su casa, donde segar el verde que necesite: de cuyo prado vincular, ó de su dominio y acciones a disfrutarle se aparta el Dn. Josef, transfiriendo en el hijo para siempre, y que después de sus dias recaiga todo en el susodi cha, consolidándose la mitad restante con la que ahora cede, y de que se constituye inquilino y posehedor precario m ientras el Dn. Francisco se casa y posesiona del dicho medio prado, que podra hacerlo con solo la copia de esta escritu ra: Vajo de cuyos pactos y promesas los referidos Dn. Francisco y D.a Juana se dan su fé y palabra de contraher promesa las de presente el proyectado matrimonio, no resultando impedimento canonico, dentro de un mes desde esta fecha: Y a la promesa de la presente cada uno por lo que le toca obligan sus personas y bienes: sometense a los Jueces com petentes: Recibenlo contra si por sentencia d efin itiv a : Renunciaron las leies de su y la que da por nula la general renunciación. Asi lo otorgan, a quienes doy fe conozco, firmaron los que supieron, y a rruego de las que dixeron no haber un testigo que lo fueron arlos Menendez vecino de Lavandera, Ra món Mendez vecino de Corias, y Manuel Perez de este lugar: Doy f e = testigo y a ruego Manuel P erez= Ante mi Manuel Rodríguez. V illadem oros= Entre renglones= de cinquenta d u ca d o s= ” LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES EN EL CONCEJO DE TINEO 517 DOCUMENTO N.° 7 Troncedo. 3-enero-1813. Capitulaciones matrimoniales con motivo del matrimonio de doña Bernar da Carrizo y don Manuel García del Valle otorgadas entre éste y doña María Francisca Arango en compañía de sus hijos. “En el lugar y parroquia de Troncedo coto de Barzana incluso en el con cejo de Tineo el dia tres de enero de mil ochocientos trece ante mi escribano de esta jurisdicción y testigos de la una parte Dn. Manuel Garcia del Valle su hijo lexitim o primogénito, y de D.a Ana Alvarez de la Reguerina su mujer difunta vecinos del lugar y parroquia de Naraval de dicho con cejo; de la otra D.a Maria Francisca Arango viuda onesta de Dn. Juan Carrizo de Llano, D.a Bernarda Carrizo de Llano hija suya lexitim a y de dicho su marido, Dn. Jo sé, Dn. Manuel y Dn. Pedro Carrizo de Llano hermanos germanos todos tres, é hijos respectivam ente de los dos proximos citados vecinos de este coto y parroquia d ix ero n : Que a honra y gloria de Dios nuestro Señor y para su santo servicio tienen determinado que contraigan matrimonio los expresados Dn. Manuel Garcia de Valle menor en dias y D.a Bernarda Carrizo de Llano; y para que tenga efecto otorgan que capitulan lo siguiente = Prim eram ente el Dn. Manuel Garcia de Valle mayor en uso de las facultades que le han conferido sus padres Dn. Francisco Garcia de Valle, y D.a Blasa Garcia hoi difuntos, por la escritura matrimonial que en 15 de febrero de mil setecientos setenta y ocho otorgaron por testimonio de Juan Ignacio de Ñera numerario que fue de este concejo para haverse de casar el comparecente desde ahora nombra e dixe a su hijo del mismo nombre por subcesor para despues de los dias y vida del elector en la mejora vincular del tercio y rem anente de quin to que contiene la citada escritura matrimonial, y a sus hijos y descendientes lexitim os por el orden y preferencia del varos a la hembra, y del hijo primo génito al segundo según los llam am ientos regulares de los vinculos y mayo razgos de estos rein o s; y con la obligación a todos los llam ados de cumplir perpetuam ente la carga de las dos misas de aniversario con que fue hecha dicha mejora. E igualm ente el Dn. Manuel Garcia de Valle mayor en uso de la facultad que le ha conferido la citada su muger difunta por el testamento con que falleció autorizado por Alvaro López numerario de este concejo hace cosa de nueve años m ejora en el tercio y remanente de quinto de todos los bienes fincables de la D.a Ana al Dn. Manuel su hijo; y finalm ente le mejora también el Dn. Manuel su padre en el tercio y remanente de quinto de todos sus bienes presentes y fu tu ros; con la precisa condicion u obligación de que en el caso de que D.a Maria Garcia del V alle de estado soltera permaneciendo en el se separe de la compañía del mejorado su hermano, heste haya de con tribuirla, y la contribuya por razón de alim entos cada año nueve hem inas de pan en grano, a saver cinco de maiz dos de trigo y dos de centeno m ientras viva la susodicha y no se le entreguen o pida sus lexitim as, pues entregadas cesaran estos alim entos; cuya mejora hecha al contrayente Dn. Manuel de los bienes de su padre es, y debe entenderse también para despues de los dias y vida de e s te = Y la D.a Maria Francisca Arango dota y manda a la D a Ber narda su hija en quenta de la lexitim a materna cuatrocientos ducados de vellón en metálico, y se obliga a entregarlos en el dia de vodas solemnes á 518 RAMONA PEREZ DE CASTRO quien sea parte lexitim a para el recivo= Igualmente el Dn. Josef Carrizo de Llano hermano primogénito de la contrayente la promete también en dote a quenta de la lexitim a paterna otros tres cientos ducados de vellón en m etá lico que se obliga a entregarla, o a el Dn. Manuel su futuro esposo o a saver en el dia de vodas cien ducados, y los dos cientos restante dentro de los dos años contados desde dicho d ia = Y el Dn. Manuel Carrizo de Llano manda también a la referida su hermana D.a Bernarda para aumento de dote sete cientos ducados de la propia especie, los seiscientos de ellos en conformidad y cum plimiento que la hizo su tio Dn. Francisco Carrizo de Llano presvitero y los cien a cuenta de la lexitim a paterna de la susodicha si la cupiese; y no la caviendo por via de donacion o como mas firme sea: De cuyos setecientos ducados que promete el Dn. Manuel se obliga a entregar los trescientos en dicho dia de vodas y los cuatrocientos restantes dentro de cuatro años: Y el Dn. Pedro Carrizo de Llano manda también a la misma su hermana por au mento de dote otros cien ducados de su propio caudal, que promete entregar cuando ella lo solicite. Y finalmente la D.a Bernarda se obliga a llevar al ma trimonio y compañia de dicho su futuro esposo a m as de los m il y quinientos ducados que van prometidos las ropas de ajuar caudal y efectos que de su propio peculio tiene y adquirió con su industria fuera de la ctimpañia de sus padres, y con asenso de estos; que son trece cubiertos de plata de peso de mas de cinco onzas cada uno, y de valor todos de un m il trescientos y mas reales, un colchon de valer seiscientos quarenta reales, tres cobertores dobles doscientos cu arenta; tres fundas con su lana sesenta reales, doce sabanas nuevas de tu p id o; siete ydem de medio uso, doce camisas nuevas, doce al mohadas también nuevas, seis de medio uso; cuatro m esas de mantel de tu pido también n u ev a s; diez paños de manos, siete servilletas n u ev a s; cuatro m esas de mantel de medio u so = Unos y otros se obligan a entregar lo ex puesto a quiensea parte lexitim a para el recibirlo vaxo las penas de derecho: Y vaxo las m ism as el Dn. Manuel Garcia de Valle menor en dias se obliga a tener por dote y capital propio de dicho su futura esposa todas las cantida des y efectos que esta lleve al matrimonio y compañia suya constando de ella en cualquier form a; y a otrogar de uno y otro la correspondiente carta < cartas de pago; como también de cualesquiera otras partidas o efectos o í” la susodicha entregue o por sus derechos o representación reciva el Dn. Ma nuel su esposo: Vajo de cuyas mandas y capitulaciones los mencionados Dn. Manuel y D.a Bernarda se dan su fe y palabra de contraher por las de pre sente el proyectado matrimonio no resultando impedimento canonico. Y a la firmeza de lo capitulado cada uno por lo que le toca obligan sus personas y bienes con poder a las Justicias de S.M. para que se lo hagan cumplir como sentencia pasada en juzgado que así lo reciven contra si. Renuncian las leyes de su favor contra la general que anula tal renunciación. Asi lo otorgaron £ quienes doife conozco firmaron las que supieron y por las que digeron rsaver un testigo a su ruego y lo fueroin Dn. Antonio Cuervo. Dn. Narciso Garcia Rayón y Ramón de Llano todos de este coto doife = Manuel Garcia de Valle = José Carrizo de Llano = Manuel Carrizo de Llano = A ruego Narciso León Garcia Rayón = Ante mi Manuel Rodríguez Villademoros.” NUEVAS CONSIDERACIONES EN TORNO A VARIAS MALATERIAS ASTURIANAS POR JOSE RAMON TOLIVAR FAES Desde la publicación de nuestro trabajo sobre las m alaterías asturianas (1) hem os podido anotar diversas noticias aportadas por distintos autores en relación a estos antiguos hospitales. De entre ellas seleccionamos, p ara com entar aquí, las que creemos encierran más im portante novedad o exigen alguna rectificación p o r n uestra parte. CAÑAMAL A pesar de saber por Canella, M ijares, C arrera y otros autores que a esta m alatería le era atribuible una antigüedad igual o m ayor que la de Ardisana, la prim era noticia fehaciente que de ella había mos hallado era ya del siglo X VIII, lo que, naturalm ente, no quería decir que negásem os la existencia de otras noticias anteriores no halladas por nosotros. Así, el m eritísim o trab ajo de Luis Fernández M artín sobre las escrituras del m onasterio de Celorio (2), recoge la venta, fechada en 1317, «que a favor de García Pérez y su m ujer, otorgó U rraca Díaz de Parres, de la casería de Cué, que su m adre (1) Hospitales de leprosos en Asturias durante las edades Media y Mo derna (466 p., IDEA, Oviedo, 1966). (2) Registro de escrituras del Monasterio de San Salvador de Celorio (1270-1567). publicado en BIDEA, 78, 1973, pp. 33-139. JOSE RAMON TOLIVAR FAES 520 doña Sancha dejó por su alma a los m alatos de la m alatería de Cañamal». Y más recientem ente, Fernández Conde (3) viene a ade lan tar en diecisiete años la docum entación de esta m alatería al hallarla m encionada en el testam ento del m aestrescuela de Oviedo Roy Diez. En este testam ento, de 1300, catalogado po r García Larragueta con el núm. 558, hemos podido verla, em parejada con la de Ardisana, detrás de las dos m alaterías ovetenses y seguida de la de M arcenado. CORNELLANA Supuesta m alatería que Fernández Conde (4) da como om itida en nuestro trab ajo y que él cree hallar m encionada en el testam en to del canónigo don Bartolom é (17-11-1275). Tal creencia se debe, sin duda, a una lectura no correcta del docum ento, ya que donde él lee Cornellana lo que realm ente dice es Ceruiellas (línea 19 del testam ento). Por o tra parte, ése habría sido, po r ahora, el único docum ento en que se hablase de una m alatería en Cornellana. CORROS DE CANDAMO Aunque no dudábam os que su antigüedad tenía que ser mucho mayor, era de 1618 la prim era docum entación que hallábam os de esta leprosería. Gracias a Ignacio Ruiz de la Peña sabemos ahora que en testam ento otorgado en 23 de octubre de 1402 por Lorenzo Martínez y confirm ado —m uerto ya el otorgante— po r su m ujer Teresa Alfonso, m oradora en Candamo, ante el juez y el notario de la puebla de Grado, aparece la siguiente m anda: «a los m alatos de Corros un gelemin de pan» (Arch. Cat. Oviedo, Serie A, carp. 25, núm. 20). ENTRECAMINOS Sobre esta vieja leprosería ovetense, cuya existencia —con el nom bre de Cervielles— data cuando menos de la prim era m itad del siglo X III, debemos añadir que en escritura de 1242 relativa a (3) (4) La clerecía ovetense en la Baja Edad Media, IDEA, Oviedo, 1982, p. 62. La clerecía..., p 62. CONSIDERACIONES EN TORNO A VARIAS MALATERIAS ASTURIANAS 521 una casa de la Noceda se menciona entre los testigos a «Roderico Petriz, p rio r conventu de Cerviellas», y en o tra de 9-6-1245 p o r la cual Domingo Domínguiz de Paderni vende a M artín Gonzaluiz, presbítero, toda cuanta heredad tiene en Paderni «por precio que recibi de vos XXXVII m orabetinos monete regis que ovi m ester por dolor grant que he en mió corpo por com prar ración en Castiella en una m alateria», figuran entre los testigos «los ornes bonos de la casa de Cerviellas, Pedro Gonzaluiz, Pedro Abril, Alfonso Pedriz filio de Pedro Ordonniz pellitero», nom bres que aum entan la más antigua nóm ina de enferm os de Cervielles (5). Si donde se lee «Castiella en una m alateria» se hubiera querido escribir «Cervie llas enna m alateria» (?), Domingo Domínguiz de Paderni sería uno más entre los prim eros leprosos de Cervielles cuyos nom bres han llegado hasta nosotros. Por o tra parte, en docum ento de 1-12-1267 po r el que se vende una casa en el Portal, figura entre los testigos «Johan Estevaniz capellan de los m alatos de Cerviellas», capellán que viene a ser el prim ero que conocemos de esta m alatería (6). En los siglos inm ediatam ente posteriores es copiosa la docu m entación que se refiere a Cervielles, entre ella cierta escritura de 1323 relativa a una llosa de San Cipriano que confinaba con «here dam iento de los malatos» (7). Llegado el siglo X V III, los libros de acuerdos m unicipales si guen registrando peticiones de vecinos para ingresar en la m alatería de San Lázaro de Entrecam inos; tales la «de Ana Fernandez haziendo relazion en ella estaba padeziendo enferm edad de Lepra», o la de M agdalena Galán, por padecer «el achaque de lepra», acor dándose «pedir inform e de cualquiera de los médicos titulares de esta ciudad» (8). (5) Estas noticias, recogidas por Juan Ignacio Ruiz de la Peña en los fon dos de San Vicente que obran en el Archivo de San Pelayo, han sido parcial m ente publicadas en “La Balesquida” de 1983. (6) F e r n a n d e z C o n d e , T o r r e n t e y d e l a N o v a l , Monasterio de San Pelayo de Oviedo, Colección Diplomática, I, Oviedo, 1978, p. 226. (7) Ibidem, doc. núm. 246. (8) A yuntam ientos de 16 enero y 1 abril de 1705, Acuerdos, fols. 12 y 47v. (Arch. A yunt0 Oviedo). 522 JOSE RAMON TOLIVAR FAES LA LLORAZA Don Fernando de Valdés Sorribas, Capitán y Alférez m ayor de Villaviciosa, que m urió en 1627, había defendido el derecho de la casa de Sorribas a esta m alatería, por haberla fundado y dotado, según decía, Alonso Pérez del Busto, citando siete generaciones siguientes al don Alonso que habían ostentado el patronazgo y ad m inistración de dicho hospital (9). Sabido es que la m alatería es taba fundada ya desde el siglo X III cuando menos. LA REBOLLADA Al hablar del hospital del monte Copián como posible prece dente de esta m alatería, citábam os (pág. 124, nota 4) la m erced hecha en 1138 po r Alfonso VII, pero es de advertir que ya en 16-3-1103 Alfonso VI había hecho donación de la población de Baíña a la Iglesia de Oviedo con cláusula de edificar una alberguería en el referido m onte Copián (10). LENDELAPILA Al redactar el térm ino Allande en la «Gran Enciclopedia Astu riana», A. G. Linares añade a los datos que ya conocíamos la precisa ubicación que en la parroquia de Villaverde tenía la desaparecida capilla de la m alatería: «la H uerta de La Pila, entre los regueros de M alacanar y Vachexunto». LINARES Sin asegurar que se refiriera a ella, puesto que tam poco con creta el docum ento de qué Linares está hablando, decíamos en nuestro trab ajo (pág. 146) que «esta m alatería parece aludida por el canónigo don Bartolom é en su testam ento de 17 de noviembre de 1275». Pero Fernández Conde (11) advierte: «La existencia de la (9) M a r t í n e z , Elviro, Los hospitales asturianos de Patronato Real en el siglo XVII, BIDEA núm 98, pp. 602 y 603. (10) M iguel V igil , “Epigrafía”, p. 84. (11) La clerecía..., p. 63. CONSIDERACIONES EN TORNO A VARIAS MALATERIAS ASTURIANAS 523 [m alatería] de Linares (Proaza) no consta docum entalm ente h asta época tardía. Creemos que la referencia a la m ism a, deducida po r Tolivar Faes del testam ento de don Bartolom é (1275) corresponde a una lectura no correcta del testam ento». Efectivam ente, donde no sotros leíamos «que sien en palacio de Linares sont de Thomas Perez e del costo de las casas de las lazrades», él lee —y lee bien— «que sien en palacio de Linares, sont de Thom ás Périz e del costo de las casas de las lámpades». De modo que si las casas son de las lámpadas y no de supuestas enferm as, tam poco el palacio debe ser considerado como sinónim o de la m alatería que en aquella aldea hubo. Queda, pues, pendiente de docum entación la existencia de esta leprosería antes del siglo XVIII. LODOS Incluíam os esta m alatería entre las de oscura existencia (pág. 256) porque, aunque de existencia indudable ya que la hallábam os m en cionada en testam entos de 27-7-1267 y 19-9-1348 (que tran scrib ía mos), no habíam os encontrado otros docum entos relativos a ella y sí tan sólo la noticia, aportada por Canella (12), de h ab er estado enclavada en la parro q u ia de Tamón (Carreño) y ser sus patronos los señores de Solís. Y aunque M arino Busto (13) ha llegado a es tablecer la situación de dicha «Malatería de San B artolom é en el lugar de V illar (Tamón)», su existencia, a p a rtir del siglo XIV, se guirá pareciéndonos oscura hasta que surjan nuevos docum entos. MARCENADO H abíam os hallado noticias de esta m alatería en todos los siglos, a p a rtir del X III, excepto del siglo XV. Gracias a Ignacio Ruiz de la Peña sabem os que en 13-2-1435 Alvar Rodríguez y su m u jer Ma ría Pérez, de H uergo (Siero), hacen en su testam ento una m anda «a los m alatos de M arcenado» (Arch. Cat. Oviedo). Ver tam bién nota de Cañamal. (12) (13) Asturias, III, p. 220. Historia del concejo de Carreño en la general de Asturias, p. 103. JÓSE RAMON TOLIVAR FAES 524 PANICERES El «Libro de Aniversarios de la Cofradía del Rey Casto» (códice núm . 7 del A.C.O.) estudiado por Ignacio Ruiz de la Peña (14), se ñala en 1297 cómo «algunos m alatos e m alatas depoes que entraren en Panizeras e avian la ración se casavan e se fazia hy luxuria e m aluestat e perdían mucho del bien fazer de la tierra». Esta noti cia confirm a la libertad de que en la práctica gozaban los enferm os y la frecuente «conversación» que entre ellos se establecía, según indicábam os, entre otras, en las páginas 64, 186 y 301 de nuestros Hospitales de leprosos... RETUERTAS Aunque docum entada ya a p artir de 27 de julio de 1267, el in ventario de parroquias ordenado por el obispo don G utierre de Toledo (1385-86) y publicado por F. J. Fernández Conde (15) nos da la única noticia que po r ahora tenemos de esta m alatería en el siglo XIV: «San M artino de R etuertas húsala ap resen tar el abbad de Corias. Es capellán Iohán Rodríguez. E sta eglesia es m alatería e de las elimosnas que ganan los m alatos lieva el capellán todo el diezmo». La sospecha que teníam os de que la docum entación de esta m a latería debía de hallarse en el m onasterio de Corias fue confirm ada por Emilio Marcos Vallaure, el cual, en 1972, tuvo la atención de com unicarnos el hallazgo allí de, al menos, un libro de Apeos de finales del siglo XVI. lú J E D E s............... '' '' ' Gracias a la corrección que nos hace Fernández Conde (16) he mos revisado la lectura del testam ento que el arcediano don Fer nando Alfonso otorgó en 7-4-1274 y hallam os que en la línea 22, donde leíamos Rodes (Ruedes) realm ente dice Lodes (Lodos). Acaso nos sirva de disculpa el haber sido los prim eros en tran scrib ir estos (14) (15) p. 181. (16) “La Balesquida”, 1983. La Iglesia de Asturias en la Baja Edad Media, IDEA, Oviedo. 1987, La clerecía..., p; 63. CONSIDERACIONES EN TORNO A VARIAS MALATERIAS ASTURIANAS 525 testam entos, pero la acertada rectificación que se nos hace obliga a considerar, p o r ahora, la fecha 9 de junio de 1289 del testam ento de don Pedro Díaz de Nava como la de la más antigua docum enta ción de Ruedes, es decir, la antigüedad de esta m alatería es, por ahora, quince años m enor de la que habíam os señalado. O tras noticias que m erecen ser añadidas a las que ya teníam os de los siglos XVI y XVII son las siguientes: Un censo perpetuo, foro y venta que, en 4-2-1557, Gonzalo Menéndez de Pravia, p rio r de la orden y m alatería de San Lázaro de Ruedes y Alonso Pérez de Villaviciosa, cura de dicha m alatería, e Inés Fernández de Gabelles, m alata, otorgan a Diego de Valdés, vecino de Gijón (17). En 1608 era p rio r o m am postor de Ruedes el licenciado Toribio Vigil de Quiñones, herm ano del gijonés don Juan que fue obispo de Va lladolid. Previam ente lo habían sido, po r Su M ajestad, Santiago de Argüelles (15-1-1606) y Pedro de Cifuentes Valdés (18). VALDEVENERO La relación de esta m alatería con la p arroquia de San Juan de Riom era (Santibáñez de la Fuente), a cuya iglesia parece h ab er sido trasladado el Santín de Valdevenero, se pone de m anifiesto en el ya citado inventario de don G utierre de Toledo que publicó Fer nández Conde (19), inventario en el que una m ano del siglo XVI anotó: «Sant B artholom é de Valdevenero es de presentación de padroneros. Llévala toda el clérigo. E es m alatería anexa esta yglesia a Ruidemera». La advocación de San Bartholom é, al cual per tenece, probablem ente, la imagen del Santín, la hallam os tam bién en Colm illera y Lodos, así como en San Bartolom é del Puente de las Rozas (Cangas de Onís). (17) de Luis (18) (19) Comunicación de M.a Blanca Alvarez Pinedo, referida al Protocolo de Valdés Bango, año 1610, caja 15 bis. (Arch. Hist. Prov.). M a r t í n e z , Elviro, ob. cit., pp. 599-603. La Iglesia de Asturias..., p. 136. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS POR NARCISO SANTOS YANGUAS Universidad de Oviedo De m anera tradicional se han venido considerando las afirm a ciones del histo riad o r latino Floro, enm arcadas en el contexto de las consecuencias derivadas de la finalización de las guerras asturcántabras, y p o r consiguiente de la anexión definitiva del territo rio peninsular ibérico p o r p arte del Estado rom ano, como un indica dor y exponente evidentes del fenómeno de la rom anización en el cuadrante noroccidental de la Península Ibérica (1). El contenido del escueto texto, en el que se trazan las líneas m aestras de dicho proceso, es el siguiente: «Tal fue el final de las cam pañas de Augusto y tam bién de la revuelta de H ispania; su fidelidad fue asegurada al punto, lo mism o que una paz eterna, gracias al cam bio sobrevenido en el tem peram ento mismo de sus habitantes, más dispues tos desde entonces a llevar una vida pacífica, así como a las m edidas tom adas por Augusto: tem iendo la confianza que les inspiraban sus m ontes, refugio seguro p ara ellos, les obli gó a h ab itar y vivir en el em plazam iento de su cam pam ento, puesto que estaba en el llano; allí se celebraría la asam blea de la gente y deberían conservar este lugar como capital». (1) II, 33, 59-60. 528 NARCISO SANTOS YANGUAS Antes de p asar a analizar el marco geográfico-histórico corres pondiente a la Asturias antigua, con sus tres regiones culturales claram ente delim itadas, se hace preciso referirnos al concepto de rom anización, así como a las peculiaridades más destacadas que encierra la figura y la personalidad de nuestro historiador. En pri m er lugar hemos de hacer alusión a lo que supone el fenómeno de la rom anización: desde hace algunas décadas existe consenso entre los investigadores contem poráneos a la hora de concretar lo que significa dicho concepto, a pesar de que, tras la lectura de ciertos trabajos de los últim os años, difícilmente podemos llegar a tal con clusión (2). De cualquier modo no resulta posible concretar con nitidez en todas las ocasiones los elementos de alteración, cambio o transform ación que la romanización traería consigo en cuanto a las estructuras de la organización propia de los diferentes pueblos indígenas prerrom anos, y menos aún en el caso de los que habita ban el cuadrante noroccidental hispano (3). El concepto de romanización se com prende, como ya lo hizo el Prof. Vigil de form a m agistral y con una clarividencia inigualable, como una evolución y desarrollo de las form as de vida de las po blaciones ibéricas antiguas, que deben ser com prendidos a su vez en la confluencia de dos aspectos fundam entales, constituidos res pectivam ente p o r las estructuras de organización correspondientes a los rom anos y las propias de los grupos sociales indígenas p rerro m anos (4). Ahora bien, esta definición en modo alguno puede pre suponer el hecho de que la romanización im plique y conlleve en sí m ism a una ru p tu ra total y absoluta de las tradiciones indígenas (5), aun cuando resulta evidente que traería consigo una alteración y transform ación paulatina y gradual de sus estru ctu ras a los distin tos niveles, hecho que se vería aum entado adem ás a m edida que tran scu rrían los años y la presencia y contacto con el Estado y ad m inistración rom anos se iban haciendo cada vez más intensos. (2) Ver, por ejemplo, J. F e r r o C o u s e l o : “La romanización en la parte bracarense del Sur de Galicia”, Bol. Aur. IV, 1974, pp. 255 y ss., quien trata de analizar este hecho entre un grupo de poblaciones septentrionales his panas. (3) G. F o r n i : “Dalle difficoltà di assoggettamento agli effetti della roma nità: sinossi asturo-caleca”, Actas del coloquio internacional sobre el bimilenario de Lugo, Lugo, 1977, pp. 47 y ss. (4) Historia de España Alfaguara. I : Edad Antigua, Madrid, 19752, p. 271. (5) J.M. V á z q u e z V a r e l a y F. A c u ñ a C a s t r o v i e j o : “Pervivencia de las formas culturales indígenas”, La romanización de Galicia, La Caruña, 1976, p. 79. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 529 Toda esta serie de características supondrán, desde el punto de vista de las poblaciones indígenas, y quizás de form a m ás acentua da todavía en el caso de los pueblos septentrionales ibéricos, la adopción de form as nuevas de vida, que de m anera progresiva irían alterando, desplazando, transform ando e, incluso, elim inando las propias de la organización de la cultura castreña (6). En este sentido el territo rio correspondiente a la A sturias actual durante la Edad antigua constituía un m arco de características es peciales geográficas e históricas, en el que puede observarse la asim ilación o rechazo de los elementos implícitos en el concepto de rom anización. Para ello se hace necesario p a rtir de las peculia ridades que encierra el testim onio de Floro (entorno histórico, com posición, época...), al parecer redactado ya en una fase avanzada del Alto Im perio, en concreto en los años finales del reinado del em perador Adriano o aún después, en la que algunos elem entos de la organización rom ana debían haber encontrado ya arraigo en tre las poblaciones astures y sus vecinas galaicas. Desde el punto de vista estrictam ente literario la influencia de la sofística griega resulta b astante apreciable, a diferentes niveles, entre los escritores latinos más caracterizados del siglo II: de esta m anera, p o r ejem plo, es posible observarlo en el caso de Floro, sobre cuya personalidad y aspectos particulares de su vida apenas conocemos muy pocos detalles con exactitud (7), y m enos aún de la fecha precisa en que vivió; la obra de dicho h istoriador rom ano parece haberse circunscrito a simple vista a resum ir la h istoria ro m ana bajo el señuelo de un ejercicio de oratoria (8). Como sucesor directo de Suetonio, y casi un contem poráneo suyo, Floro com pondría su obra histórica en dos libros (Cuadro o E pítom e de la historia romana), que no podem os considerar exclu sivam ente como un com pendio abreviado de la H istoria titoliviana y en la que parece poner un énfasis especial en los enfrentam ientos bélicos, tanto interiores como exteriores. A pesar de revelarse como un asiduo lector de Livio, a quien llega casi a plagiar en algunas ocasiones, nuestro au to r se m anifiesta al mismo tiem po como un (6 ) N. S a n t o s : “Organización social y económica de la Asturias castreña en época prerrom ana”, BIDEA núm. 107, 1982, pp. 785 y ss. (7) Para un grupo de investigadores actuales el historiador Floro puede identificarse con Floro el retor y Floro el poeta. (8) En este contexto sabem os que la obra de Tito Livio (Ab Urbe condita) sería objeto de abreviaciones, m ás o menos originales, desde una época muy antigua. Cf. J.M. A nré y A. H us: La historia en Roma, Madrid, 1975, p. 185. 530 NARCISO SANTOS YANGUAS recopilador cuasi perfecto de noticias procedentes de Catón, César, Salustio o Séneca el viejo (9). Por razones no sólo de form a sino tam bién de contenido, así como por su concepción literaria y puntos de vista políticos, la obra de Floro parece identificarse bastante bien con el am biente ideológico y cultural de la época de Adriano (10). No obstante, esta opinión no resulta coincidente en el caso de todos los autores, puesto que p ara algunos de ellos el Epítom e de Floro, considerado como una obra única de la literatura latina y que se distingue de la de Veleyo Patérculo sobre todo por su optim ism o y su confianza en el valor de la senectus, podría fecharse entre los años 144 y 148, cuadrando por tanto su pensam iento de form a casi perfecta con la época de Antonino Pío (11). Ahora bien, el historiador Floro parece oponer al pacifism o de Adriano el glorioso belicismo de las épocas anteriores, denunciando sin em bargo al mismo tiempo las guerras civiles del pasado (12). En cualquier caso su erudición llega a m ostrarse intencionadam en te geográfica, pudiendo destacar entre otros ejem plos la descripción correspondiente a las cam pañas de César en territo rio peninsular ibérico o la de la batalla de Accio; de esta m anera, aunque renun cia, al igual que sucede en el caso de Suetonio, al encadenam iento analítico, este hecho parece responder más a deficiencias de carác ter técnico que a la presencia como línea m aestra de un plan destinado a reagrupar, sim plificar o invertir ciertos acontecim ien tos históricos (13). Así, pues, es posible considerar a este h istoriador más como un artista que como un historiador propiam ente dicho, es decir como un panegirista que busca como objetivo p rio ritario m agnificar los acontecim ientos m ilitares vinculados con la historia del pueblo rom ano, al que denomina, al igual que hace Tito Livio, con el cali ficativo de populus princeps (14). En esta m ism a línea más que un (9) Junto a ello cultivaría con intensidad la erudición, aunque añadiendo igualm ente toda una serie de preocupaciones políticas y convicciones de signo netam ente patriótico. (10) A . G a r z e t t i : “Floro e l’età adrianea”, Athenaeum XLII, 1964 (Me langes Malcovatti), pp. 136 y ss. (11) L. B e s s o n e : “Ideologia e datazione d ell’Epitome di Floro*’, GFF II, 1979, pp. 33 y ss. (12) II, 6-9. (13) P. J a l : “Nature et signification politique de l ’oeuvre de Florus”, REL XLIII, 1965, pp. 358 y ss. (14) V. A l b a : La concepción historiográfica de Lucio Anneo Floro, Ma drid, 1953. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 531 simple abreviador de este últim o au to r Floro representa típicam en te a la historiografía retórica del siglo II y las ideas corrientes en la época, es decir el am or por un pasado glorioso, la tentativa de una nueva interpretación de las conquistas rom anas, así como el gusto po r lo pintoresco y lo ram ántico (15). A pesar de todo, nuestro autor deja traslucir una cierta propen sión hacia la m editación histórica, de m anera que su obra se halla ordenada de acuerdo con la teoría biológica de las 4 edades de la vida (infantia en tiem pos de los reyes (m onarquía), adulescentia en el transcurso de la conquista de Italia o fase de la República pri m itiva, iuventus h asta el final de la etapa republicana, y senectus desde la form ación del segundo triunvirato) (16). En este sentido, al igual que sucede en el caso de Tácito y Ammiano M arcelino, el h istoriador se preguntaría acerca de la fragilidad y la perennidad del Im perio rom ano (17). En resum en, pues, podem os afirm ar que la estru ctu ra central del E pítom e de Floro parece estar constituida por la com paración que realiza entre las edades del hom bre y las fases de la historia de Roma, al igual que encontram os, por ejemplo, en Séneca reto r o en Lactancio, entre otros (18). En este contexto los tem as funda m entales que configurarían dicha obra parecen identificarse con la antítesis existente entre virtus y fortuna, así como con la depen dencia de la prim era con respecto a la libertas (19). ¿Cómo aparecen aplicados estos principios generales de su obra en las noticias de Floro que nos disponem os a analizar? Ante todo hem os de tener presente que este historiador, originario de Africa, p ara algunos autores de nuestros días sentiría una gran atracción por el territo rio hispano, casi tanto como por la propia Roma (20) (15) W. d e n B o e r : “Florus und die römische Geschichte”, Mnemosyne XVIII, 1965, pp. 366 y ss. (16) Sobre esta cuestión a lo largo de la literatura latina cf. N. S a n t o s : “La concepción de la historia de Roma como sucesión de edades en los histo riadores latinos”, CFC XVII, 1981-1982, pp. 173 y ss. (17) N. S a n t o s : “Tácito y la decadencia del Imperio”, Emérita L, 1982, pp. 17 y ss., y “La decadencia del Imperio romano en Ammiano Marcelino”, MHA VIII, 1987 (en prensa). (18) I. H a h n : “Prooemium und Disposition der Epitome des Florus”, Eire ne IV, 1965, pp. 21 y ss. (19) J. S c h o l t e m e i j e r : “Lucius Annaeus Florus. ’N annalise van strukturele tem as ’n nuw e perspektief”, AClass XVII, 1974, pp. 81 y ss. Cf. J. S t r a u b : “Im perium -Pax-Libertas”, Gymnasium LXXXIV, 1977, pp. 136 y ss. (20) E. M a l q o v a t t i en Colloquio sulla Hispania Romana, Roma, 1974, pp. 122-125. 532 NARCISO SANTOS YANGUAS El prim er aspecto que destaca es el vinculado con las peculiaridades que en general encierra la docum entación literaria concerniente a la cultura castreña del N orte peninsular; así, del mism o modo que sucede en el caso de las noticias transm itidas po r el geógrafo Estrabón con respecto a las estructuras de organización propias de las poblaciones indígenas septentrionales (21), la síntesis que nos ofrece Floro en el testim onio objeto de nuestro análisis adolece de varios defectos, entre ellos el de que quizás no estuviese en ningún m om ento de su vida en territorio ibérico, o si lo hizo no sería de form a prolongada, por lo que sus fuentes de inform ación serían indirectas o de segunda mano, básicam ente en lo que respecta a los pueblos del N orte peninsular. Es posible igualmente que, debido a ello, dicho pasaje nos pre sente un carácter generalizador, aplicable en todos sus extrem os a un territo rio excesivamente amplio, el correspondiente a las pobla ciones indígenas del área septentrional de la Península Ibérica, sin poder precisar las peculiaridades que dicho proceso pudo im plicar, de form a más o menos arraigada, entre cada una de ellas (galaicos lucenses, galaicos bracarenses, astures transm ontanos y augustanos, cántabros...), a pesar de que nos ofrezca en otros pasajes de su obra una visión de conjunto bastante com pleta sobre las diferentes provincias del Im perio romano, incluidas las hispanas (22). La conquista y anexión territorial del N.O. peninsular ibérico por parte de los ejércitos rom anos tras los años de enfrentam ien tos bélicos correspondientes a las guerras astur-cántabras (23) traerían consigo sin duda una transform ación gradual de las es tru ctu ras indígenas en todos los niveles de su organización, lo que se haría ostensible tanto en el plano económico como en el social, político-adm inistrativo e ideológico-religioso. Ahora bien, en el caso concreto de los astures transm ontanos (habitantes de la Asturias actual), así como de los galaicos lucenses asentados en la región del Occidente asturiano que se extiende desde el río Navia hasta el Eo, se hace necesario concretar el grado de asim ilación, integra ción o rechazo de las estructuras rom anas po r el que atravesarían (2 1 ) III, 3, 5 y 7 -8 . Cf. A . G a r c ía y B e l l i d o : España y los españoles hace dos mil años según la Geografía de Estrabón, M a d r id , 1 9 6 8 4, p p . 1 1 4 -1 2 5 . (2 2 ) J. S t r a u b : “Reichsbewusstein und Nationalgefühl in den römischen Provinzen Spanien und das Imperium Romanum in der Sicht des Florus”, JRGZ XXV, 1 9 7 8 , pp. 173 y ss. (2 3 ) N. S a n t o s : “La conquista romana del N.O. de la Península Ibérica”, Latomus XLI, 1982, pp. 5 y ss. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 533 dichos pueblos indígenas y el proceso dialéctico y cronológico se guido en cada caso. P ara ello es preciso delim itar, aunque sólo sea a grandes rasgos, las características de las tres zonas claram ente definidas que se distinguen en la A sturias antigua. La separación entre cántabros y astures se suele situ a r en el río Sella, a pesar de que p ara algunos autores podría aceptarse como línea fronteriza la zona de Villaviciosa (24); de cualquier form a se trata de una zona escasam ente investigada desde el punto de vista arqueológico, tanto po r lo que respecta a la época prerrom ana como a los tiem pos rom anos, a pesar de que la presencia en la mism a de aproxim adam ente una tercera p arte de las inscripciones rom anas de Asturias (25) ha sido considerada en ocasiones como un testim onio claro de rom aniza ción y penetración rom ana, quizás de form a equivocada. Por su parte la región central asturiana, la propiam ente astur, presenta síntom as de corresponder al territo rio más rom aniza do (26). No obstante, carecem os por com pleto h asta la fecha de inform ación arqueológica adecuada acerca de los em plazam ientos castreños prerrom anos de dicha zona, de los que únicam ente co nocemos su existencia a través de ciertos hallazgos esporádicos, aislados y sin contexto histórico preciso, en tanto que disponem os de bastantes m ateriales correspondientes a tiem pos rom anos. Finalm ente el lím ite de los astures con los galaicos se ha venido situando tradicionalm ente en el río Navia (27), aunque la existencia de poblados fortificados como el de Illaso, en el concejo de Villayón en la m argen derecha del Navia (así como el de Armental, que ju n to con el de Coaña controlaría la ría de dicha corriente fluvial), y el de H endelcastillo en Ranón, concejo de Luarca, en la m argen derecha del río Esva-Canero, parecen aconsejar la situación de di cho lím ite en esta últim a cuenca fluvial, lo que había sido aceptado va, al m enos en parte, p o r J.M. González (28) cuando afirm aba que los albiones se extenderían hasta la sierra de Panondres, cuyas (24) J.M. G o n z á l e z : El litoral asturiano en la época romana, Oviedo, 1954, pp. 59-61. (25) F. D i e g o S a n t o s : Epigrafía romana de Asturias, Oviedo, 19852. (26) F. J o r d á : “La cultura de los castros y la tardía romanización de As turias”, Actas del coloqu,io sobre el bimilenario de Lugo, p. 29. (27) C. S á n c h e z A l b o r n o z : “D ivisiones tribales y adm inistrativas del so lar del reino de Asturias en época romana”, BRAH XLV, 1929, p. 5, y J.M. G o n z á l e z : El litoral asturiano en la época romana, pp. 86-87. (28) El litoral asturiano en la época romana, p. 89. 534 NARCISO SANTOS YANGUAS estribaciones orientales vierten sus aguas precisam ente en el río Esva (29). Del testim onio de Floro parecen desprenderse en prim er lugar las consecuencias correspondientes a las form as de hábitat. En este sentido tendríam os que destacar el hecho de que, en el transcurso de los años del gobierno de Augusto, los recintos castreños expe rim entarían una gran expansión entre las poblaciones indígenas septentrionales de la Península Ibérica, lo que parecen confirm arlo tanto las reform as llevadas a cabo en el m arco de los poblados ya existentes como el surgim iento de muchos otros de nueva plan ta (30). De cualquier form a es posible observar que el recinto castreño en cuanto centro de hábitat se m antiene como el modelo más pres tigioso e idóneo de poblado, especialm ente si tenem os presente que a p a rtir de estos m om entos (época julio-claudia) la cultura castreña llegaría a ad q u irir definitivamente la categoría de una cultura de piedra; en este contexto no podía resultar extraño que se produ jese una am pliación de los asentam ientos poblacionales que ya habían surgido en época prerrom ana en la región, uniéndose a este hecho el de la fundación de otros nuevos. En el área geográfica correspondiente al convenías bracarense tenemos constancia de que, hasta los comedios del siglo I d.n.e., el núm ero de castros y casíella aum entaría significativam ente, pro duciéndose a un mismo tiempo un proceso de transform ación u r banística en el interior de los mismos (31), lo que traería consigo que un grupo num eroso de los surgidos en esta época se ubicasen en prom ontorios de m ediana o baja altitud, desde los que se domi naban las tierras de labranza circundantes, contando igualmente g ara su defensa con toda una serie de aterrazam ientos y fosos, que ofrecen una inspiración evidente en los cam pam entos rom anos (321 (29) También hacia el interior existen asentam ientos castreños de este mismo tipo en la región de Pola de Allande, como el de San Chuis, por ejemplo. (30) En este sentido C.A. F e r r e i r a (“Arquitectura e arte castreja. A sua liagao para os fenómenos de assimilagao e resistencia”. Asimilación y resis tencia a la romanización en el Norte de Hispania, Vitoria, 1986, p. 80) asegura que, sin temor a equivocarnos, es posible afirmar que desde la finalización de la conquista romana del territorio ibérico y hasta la época de los Flavios la cultura castreña alcanza su floruit y, por consiguiente, un desarrollo de carac terísticas excepcionales. (31) Uno de los ejemplos más sobresalientes lo constituye sin duda el re cinto fortificado de Sanfins. (32) Quizás haya que interpretar en este sentido las palabras de Floro (II, EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 535 Esta incuestionable influencia de origen rom ano constituye una gran novedad en cuanto a las técnicas defensivas utilizadas en los poblados castreños del N.O. peninsular (33). Los problem as surgen a la hora de trazar el proceso concreto que se desarrollaría en tales centros de hábitat, puesto que desco nocemos las leyes po r las que se regían, pudiendo deducirlo única m ente de testim onios aislados de algunos autores antiguos y de las consecuncias que se seguirían del mismo. A este respecto resulta enorm em ente significativo el pasaje de Dión Casio (34) en el que asegura que, una vez finalizadas las guerras astur-cántabras, Augusto tra ta ría por todos los m edios de que los indígenas se establecieran en los cam pos, confirm ando de esta m anera las palabras de Floro en el sentido de que el em perador ordenaría que las poblaciones castreñas se concentrasen en poblados de llanura, a los que dotaría de una cierta capacidad adm inistrativa (35). A través de esta política augustea, y sin duda tam bién de otra serie de determ inaciones de esta mism a naturaleza, se pondrían las bases p ara el nacim iento de todo un conjunto de centros de hábitat de tipo agrícola, que podem os identificar con los castella (36), que se diferenciarían claram ente de los recintos poblacionales de carác ter m inero, muy extendidos sin em bargo por el interior de Asturias en su región occidental como analizarem os más adelante (37). E jem plos de este tipo de h áb itat los hallamos en buen núm ero en el territo rio correspondiente a las poblaciones galaicas y astures, arrancando todos ellos de la época de Augusto (38). 33, 53) cuando asegura que Augusto, “temiendo la confianza que les inspira ban sus montes, refugio seguro para ellos, les obligó a habitar y vivir en el em plazam iento de su campamento, puesto que estaba en el llano”. (33) Al mismo tiem po este hecho constituye un claro exponente del des arrollo de los intereses agrícolas, así como la presencia cada vez más abun dante de pan de m ijo o trigo en la alimentación, vinculado todo ello a unas perspectivas económ icas y político-adm inistrativas muy claras por parte del Estado romano. (34) LIV, 11, 5. (35) II, 33, 60: ibi gentis esse consilium illud observari caput. Cf. C.A. Fer r e i r a : op. cit., p. 81. (36) G. P e r e i r a : “Los castella y las comunidades de G allaecia”, Zephyrus XXXIV -X XX V , 1982, pp. 249 y ss. —II Seminario de Arqueología del Noroeste, Madrid, 1983, pp. 167 y ss. (37) N. S a n t o s : “Poblam iento y minería romana del oro en la Asturias castreña (el concejo de Cangas del Narcea)”, MHA VIII, 1987 (en prensa). (38) Los restos arqueológicos de Coaña y Mohías parecen confirmarlo, en especial este último. 536 NARCISO SANTOS YANGUAS En este contexto parece lógico pensar que esta especie de des doblam iento de los poblados castreños, que conllevaría a su vez la concentración de gentes con vistas a nuevas fundaciones, úni cam ente tendría realidad en el caso de que contasen con ciertos alicientes, como la adjudicación, a título individual y privado, de ciertas parcelas de terreno para su explotación y cultivo (39). Ahora bien, la im portancia de estos castros de tipo agrícola parece haber decaído con cierta rapidez, quizás ya desde los mo m entos finales de la prim era centuria de n uestra era, posiblem ente como consecuencia de la entrega del ager a conductores particula res, según parece desprenderse de la inscripción de Ram eseiros (40); tal vez fuese tam bién ésta la causa por la que las alusiones al origen personal ligado a los castella comenzasen a desaparecer en torno a estas mism as fechas (41). En cualquier caso resulta evi dente que desde los prim eros m om entos de la centuria siguiente em pezaría a tom ar cuerpo un nuevo elem entos vinculado al apro vecham iento de los recursos agrícolas, las villas, que pasarían a convertirse de esta form a no sólo en centros de h áb itat sino tam bién en los núcleos de las formas económicas agropecuarias en los siglos siguientes. Los años inm ediatos a la finalización de las guerras astur-cántabras parecen coincidir con la petrificación com pleta de los re cintos am urallados, que a p artir de entonces presentan paredes verticales y aplom adas (42). Junto a ello la estructuración urb a nística de los em plazamientos castreños, que parece m anifestarse ya claram ente a p a rtir de dicha época, pone de m anifiesto todo un conjunto de influencias rom anas, que se hacen ostensibles en el aspecto reticular de la planta de dichos recintos poblacionales, así como en la presencia de una tendencia bastante acusada hacia la configuración cuadrangular de las m urallas. (39) Se potenciaba así la forma de propiedad privada frente a la comu nitaria existente en los siglos anteriores a nuestra era. (40) C.A. F e r r e i r a y G. P e r e i r a : “A grande in s c r ip to do Penedo de Ram eseiros”, Arqueología núm. 4, 1981, pp. 142-145. (41) G. P e r e i r a y J. S a n t o s : “Sobre la romanización del Noroeste de la Península Ibérica: las inscripciones con mención del origo personal”, Actas do Seminario de Arqueología do Noroeste, Guimaraes, 1980, vol. III, pp. 117 y ss. (42) Algunas de estas m urallas del Norte de Portugal se impondrían más como síntoma de prestigio de los poblados, así como de valoración simbólica de los espacios habitados, que por razones estrictam ente bélicas, como es el caso de Mozinho. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 537 ¿Cómo se plasm an estos principios en las tres regiones de la As turias de época rom ana? En el caso de la zona cán tab ra antigua correspondiente al territo rio asturiano actual destaca el escaso nú mero de construcciones rom anas detectadas, lo que resulta extraño si lo com param os con los testim onios epigráficos (43). Por lo que respecta a la parte interior de dicha región hay que destacar la presencia de inscripciones vadinienses a am bos lados de la cordi llera cantábrica, en concreto en los valles altos de los ríos Sella y Esla, respectivam ente (44), lo que parece ponernos en conexión con una población trashum ante, dedicada de form a casi exclusiva al sector ganadero, contando quizás en sus rebaños con un núm ero m ayor de ovejas que de caballos. Sus estru ctu ras sociales estarían basadas en el avunculado, que ha sido considerado po r muchos investigadores contem poráneos co mo síntom a de tipo m atriarcal en conexión con las características de organización de dicho pueblo que nos presenta E strab ó n (45). De esta m anera, aunque las conclusiones definitivas acerca de esta región perm anecen todavía en el aire, su rom anización sería bas tante tardía, puesto que los restos más antiguos de la m ism a no parecen anteriores al siglo II d.n.e. (46). Por lo que respecta a la zona central de la A sturias actual (te rrito rio ocupado por los astures transm ontanos) la penetración rom ana se produciría ya en tiempos de Augusto; como testim onio de este hecho contam os con la inscripción del cabo Torres, que se fecha en los años 9-10 d.n.e. (47) y que corrobora la llegada de tropas rom anas a la costa gijonesa, señalando así un hecho que no parece reflejado en las fuentes literarias, que parecen circuns cribirse a reseñar los enfrentam ientos bélicos referidos únicam ente a la Asturia augustana (48); este m onum ento epigráfico m arcaría el final de una vía de penetración por la que el ejército rom ano alcanzaría la región litoral asturiana. (43) Hay que destacar que este nivel de romanización, más o menos ele vado, únicam ente se alcanzaría en Ja rasa litoral y a partir del siglo III d.n.e. (44) J. S a n t o s y M.a C. G o n z á l e z : “La epigrafía del conventus cluniense. I: Las estelas vadinienses”, MHA VI, 1984 (1985), pp. 85 y ss. (45) III, 4, 17-18. (46) En este sentido, a pesar de que estas inscripciones se venían fechan do en dicha centuria en su gran mayoría, quizás muchas de ellas pertenezcan ya a la siguiente. (47) F. D i e g o S a n t o s : “Salutación Imperator X X Augusto según la ins cripción del cabo Torres (CIL II, 2703)”, BIDEA núm. 12, 1958, pp. 234 y ss. (48) N . S a n t o s : El ejército romano y la romanización de los astures, Ovie do, 1981, pp. 18-29 y 59-63. 538 NARCISO SANTOS YANGUAS Junto a ello sobresale igualmente el carácter m ilitar de las p ri m eras edificaciones rom anas, quizás como consecuencia inm ediata de la inestabilidad existente en dicho territo rio a causa de las más o menos frecuentes sublevaciones de los astures, como lo confirm a la que tuvo lugar a mediados del siglo I, siendo som etidos rápi dam ente po r la legión VI Victrix (49). Será precisam ente dicha inestabilidad la que im pulsará a los Flavios al robustecim iento de sus bases m ilitares en el N orte peninsular, dándose paso así al surgim iento del cam pam ento de la legión VII Gemina en un em plazam iento apropiado para llegar en poco tiem po a la Asturia transm ontana (50). De esta m anera la adm inistración rom ana contaría con un trián gulo defensivo-ofensivo con base en la costa, que se extendería entre Flavionavia (posiblem ente Santianes de Pravia), el cabo To rres y Lucus Asturum , y cuyos objetivos estarían dirigidos hacia la zona m ontañosa del interior, sin duda la más inestable en sus relaciones con los rom anos (51). Esta situación de inseguridad parece prolongarse todavía du rante los años de la dinastía de los Antoninos, por lo que se m antendría en vigor e, incluso, se potenciaría aún más la presencia m ilitar rom ana en ciertas regiones: como indicador de ello conta mos con el descubrim iento en Ujo de la inscripción de G. Sulpicio Ursulo, prefecto de los symmachiarios astures (52), así como con la lápida perteneciente a un soldado enrolado en la legión VII Ge m ina (53), que constituyen exponentes claros de la presencia de contingentes de tropas rom anas destinados a vigilar algún punto neurálgico vinculado con la vía de penetración hacia la costa gijonesa. Igualm ente como síntom as de inseguridad hay que resaltar la ocultación de ciertos tesorillos, como por ejem plo el de Coyanca en Perlora. concejo de Carreño (54), cuya serie recogida acaba con m onedas del em perador Adriano, m ientras que el tesoro de doña (49) CIL IX, 395 = ILS 2648. Cf. A. S c h u l t e n : Los cántabros y astures y su guerra con Roma, Madrid, 19622, p. 190. (50) A. G a r c í a y B e l l i d o : “Nacimiento de la legión VII Gem ina”, Legio V i l Gemina, León, 1970, pp. 321 y ss. (51) F. J o r d á : “La cultura de los castros y la tardía romanización de As turias”, p. 33. (52) N. S a n t o s : “L o s s y m m a c h ia r ii a s t u r e s e n e l e j é r c i t o r o m a n o ” , Durius 1979, p p . 77-81. Cf. B. D o b s o n : “G. S u l p i c iu s U r s u lu s , s y m m a c h i a r ii a n d t h e b e l l u m D a c i c u m ” , ES 8, 1969, p p . 122-124. (53) CIL II, 5733. (54) M. E s c o r t e l l : “Tesorillo de áureos im periales hallado en Coyanca”, BIDEA núm. 71, 1973, pp. 3-7. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 539 Palla, en el concejo de Pravia, tiene como lím ite final denarios de tiem pos de T rajano (55). La vida agrícola con toda su intensidad no se d esarrollaría has ta el siglo III d.n.e. en el N.O. peninsular, puesto que será entonces cuando contem os con inform ación más o menos am plia acerca de las villas, debido a lo cual en modo alguno pudo co n statar y reco ger este hecho el h istoriador Floro (56). Por últim o, en el territo rio galaico de la Asturias antigua no disponem os hasta la fecha de yacimientos sim ilares a los del área astu r propiam ente dicha, que nos perm itan llevar a cabo una cla sificación de las diferentes etapas rom anizadoras (en p arte pode mos vislum brarlo en los castros de época rom ana, como es el caso de los de Coaña y Mohías). Las inscripciones rom anas aparecidas en estas zonas son poco abundantes, al tiem po que los centros de población continúan siendo similares a los recintos fortificados de todo el cuadrante noroccidental hispano. Sin em bargo, aun cuando el núm ero de prospecciones realiza das en los castros no sean muy ampios y éstas se hayan llevado a cabo de m anera incom pleta, han ido sacando a la luz m ateriales de gran interés a la hora de valorar la im portancia y significado de la penetración cultural rom ana; éste es, po r ejem plo, el caso de la cerám ica (57), cuyos fragm entos nos llevan a distinguir las si guientes fases de uso: la sigillata sudgálica durante todo el siglo I, sigillata hispánica desde m ediados de dicha centuria hasta los años finales de la siguiente y la sigillata clara con form as que van del siglo II al IV. Más interesante resulta, sin duda, la organización político-ad m inistrativa de dicho territorio; al parecer los rom anos aceptarían la organización castreña y el recinto fortificado como unidad bá sica de funcionam iento, estableciéndose una especie de p ro tecto ra do, de m anera que p ara algunos autores habría que referirse, más que a la rom anización de esta región en sentido am plio, a un proce so de aculturación m ediante el cual los distintos elem entos rom anos irían siendo aceptados en m ayor o m enor grado p o r p arte de las (55) M . M a l l o : “Tesorillo de denarios de doña Palla (Pravia)”, Archivum X IX, 1969, p. 93. (56) Para F . J o r d á (“La cultura de los castros y la tardía romanización de A sturias”, p. 35) hasta el siglo IV no se produciría una verdadera coloniza ción agrícola entre las poblaciones astures transmontanas. (57) C.A. F e r r e i r a : “Cerámica castreja”, RG LXXXIV, 1974, pp. 171 y ss. 540 NARCISO SANTOS YANGUAS poblaciones castreñás, que continuarían viviendo a la m anera an tigua (58). De acuerdo con estas características es posible afirm ar que el N.O. hispánico en general se hallaría en una situación de subdesarrollo con respecto al resto del territo rio peninsular ibérico y al correspondiente a otras provincias rom anas del Im perio (59). En este sentido desde hace ya algunos años se había form ulado la existencia de un bajo nivel de romanización en las regiones septen trionales de H ispania (60), lo que se vería com plem entado con las alusiones de otros investigadores a la existencia de una p arte de la Península Ibérica no romanizada, en cuyo territo rio perdurarían las form as de organización económicas y sociales ya vigentes en tiem pos prerrom anos, y, como consecuencia de ello, no se produ cirían cam bios profundos en sus estructuras (61). Por lo que concierne a la organización económ ica de Asturias durante los años de nuestra era anterior a Floro hay que p a rtir sin duda de los condicionam ientos geográficos, ya existentes en época prerrom ana (62). En las zonas en las que tiene lugar el sur gim iento de recintos castreños de nueva planta, que coinciden con terrenos aprovechables desde el punto de vista agrícola, se produ ciría no sólo un aum ento de las actividades agrarias con respecto a las tareas de recolección sino tam bién la utilización cada vez más frecuente del pan de m ijo y /o trigo en la alim entación. Este hecho nos lleva a delim itar la unidad de producción: por lo general en los em plazam ientos poblacionales m ejor excavados de Galicia y el N orte de Portugal correspondientes a la época julio-claudia pode mos descubrir que las casas aparecen estructuradas en pequeños conjuntos, delim itados cada uno de ellos por medio de un m uro que las rodea, al tiempo que disponen de una sola en trada que da a la vía pública (63); cada uno de tales conjuntos estaría integrado por tres o más edificaciones, que po r lo general no son uniform es (58) F. J or d á : “La cultura de los Castros y la tardía romanización de As turias”, p. 37. (59) A. D em a n : “Matériaux pour servir à une étude du développem ent et du sousdéveloppem ent dans les provinces de l’Empire romain”, A N R W II, 3, Berlin-Nueva York, 1975, pp. 3 y ss. (6 0 ) M. C a r d o z o : “A romanizaçao do Noroeste da Peninsula H ispanica”, Etnos IV, 1965, pp. 75-82. (61) M. V i g i l : Historia de España Alfaguara 1, p. 388. (62) Strab. III, 1, 2 y 3, 8... (63) C.A. F e r r e i r a : “A c a s a c a s l r e j a ” , MH A VI, 1984 (1985), p . 38. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 541 (unas redondas y otras cuadrangulares; unas con en trad a a nivel del suelo y otras no...). Todas estas características se relacionarían con la función dife rente asignada a cada una de dichas construcciones, que parecen corresponder al espacio habitable propio de una fam ilia; así, pues, no resulta descabellado pensar que cada uno de estos conjuntos equivaldría a una unidad de producción y consumo, pudiéndose explicar esta situación a través de los cam bios sociales y económ i cos que se producirían en estos mom entos, así como gracias a una serie de influencias m eridionales (64). El testim onio de Floro concerniente a las consecuencias de las guerras astur-cántabras consta de dos apartados claram ente defi nidos: las alteraciones producidas en el m arco de la organización político-adm inistrativa indígena y las transform aciones que en el cam po de la producción lleva consigo la presencia rom ana. En este segundo caso hay que considerar en prim er térm ino el sector eco nómico agropecuario, a p esar de que dicho testim onio no esté cla ram ente conectado con dichos objetivos, pudiéndose vincular más bien con los aspectos referidos a la m inería del oro (65). En las décadas previas a la época de Augusto la explotación y aprovecham iento del suelo, ju n to con las actividades relacionadas con la recolección, se llevarían a cabo en el m arco del territo rio perteneciente a cada uno de los centros fortificados, es decir en el territo rio circundante, fácilm ente vigilado y constituido en todos los casos por un espacio reducido, dedicado a h uertas y no a ex plotaciones de carácter extensivo (66). Sin em bargo, a m edida que nos adentram os en la época julio-claudia se produciría cada vez más una asignación del territo rio cultivable a los diferentes grupos sociales gentilicios superiores, cuyos integrantes h ab itaban en dis tintos recintos fortificados; continuando en esta dirección es po sible que, desde el últim o tercio del siglo I, las diferentes parcelas (64) Este tipo de construcciones parece haberse generalizado desde los com edios del siglo I d.n.e. en los castros gallegos y del Norte de Portugal, acentuándose dicho proceso en tiempos de la dinastía flavia, que parece co rresponderse con la época de la cultura castreña de mayor auge del colectivo de personas dedicado al trabajo de la piedra. (65) El historiador se conforma con afirmar que “Augusto ordenó que se explotase el su e lo ; de esta manera los astures, esforzándose en trabajar la tierra para el provecho de otros, comenzarían a conocer sus propios recursos y riquezas” (II, 33, 60). (66) N. S a n t o s : “La arqueología castreña y el sector económ ico agrope cuario”, MHA VI, 1984 (1985), p. 52. 542 NARCISO SANTOS YANGUAS territoriales fueran asignadas a arrendatarios particulares, dando origen de esta form a, al menos en parte, al nacim iento de las villae (67). En el contexto de las actividades propias de la econom ía pre datoria o de adquisición simple, y en concreto las vinculadas a la recolección, antes de las guerras astur-cántabras la bellota consti tuiría un producto enorm em ente abundante en el territo rio astu riano, corroborando de esta m anera los testim onios de E strabón y Plinio (68) en el sentido de que los habitantes de los poblados castreños se alim entarían durante las tres cuartas partes del año de tal producto; no obstante, y quizás al contrario de lo que suce dería en otras zonas de la cultura castreña, el cultivo de trigo y /o m ijo no sería dem asiado abundante en esta época (69). Algunos años después, ya en tiempos de la dinastía julio-claudia, junto a indicios muy claros de utilización casi masiva de bellotas, quizás sea posible destacar una producción cerealística más am plia, según parece desprenderse de la existencia de silos y hórreos, a los que se refiere Plinio el Viejo (70). De cualquier form a no podemos llegar a creer que la bellota, como elemento integrante de la ali m entación castreña, experim entaría un descenso tan espectacular como el que llegaría a acusarse en el caso de los recintos fortifi cados del N orte de Portugal, aun cuando sin duda se intensificaría la producción cerealística (71). Por lo que respecta al sector económico m inero, Floro se m ani fiesta algo m ás explícito al señalar que las regiones septentrionales hispanas dispondrían de gran cantidad de oro y otros m etales de m enor im portancia (72); en este sentido sabemos que los indígenas (67) Recordamos, por ejemplo, que la villa de Beloño tendría su origen ya en esta centuria, a pesar de que intensificaría su importancia en las si guientes. Cf. F . J o r d á : Las Muñas de Beloño (Certero, Gijón). Una villa ro mana en Asturias, Oviedo, 1957. (68) III, 3, 7 y N.H. XVI, 15 respectivamente, mientras que Aulo Gelio (N .A. VI, 16, 5) afirma que se consumía en ocasiones como postre en algunas regiones hispanas. (69) Al menos el escaso número de excavaciones llevadas a cabo hasta la fecha en los recintos fortificados de la región asturiana no corrobora la pre sencia sistem ática de dichos productos. (70) N.H. XVIII, 30, 306 y XXII, 24, 120 en cada caso. (71) Quizás la abundante presencia de piedras de cazoletas en los castros del Occidente asturiano de época romana (Coaña y Mohías fundam entalmen te) constituya un testim onio fehaciente de la importancia m antenida por la recolección de frutos. Cf. N. S a n t o s : “Significado de las piedras de cazoletas halladas en los castros asturianos”, BIDEA núm. 111, 1984, pp. 3 y ss. (72) II, 33, 60: “Estas medidas (las tomadas por Augusto) se veían refor- EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 543 aprovecharían los recursos auríferos (casi exclusivamente en los pláceres de los ríos), así corno los de plata y otros m etales (funda m entalm ente el estaño), con anterioridad a los tiem pos de Augusto, habiendo adquirido dichas tareas una cierta dim ensión económica de acuerdo con la profusión de joyas castreñas prerrom anas (73). Debido a esta actividad indígena podemos afirm ar que el tes timonio de Floro en el que se asegura que los astures com enzarían a conocer sus propias reservas económicas y recursos al buscarlos para los rom anos, especialm ente al esforzarse en las profundida des (74), no debe com prenderse en modo alguno en el sentido de que la explotación de los recursos m ineros del N.O. peninsular se iniciaría p o r parte de la adm inistración rom ana inm ediatam ente después de la anexión de la zona, sino que lo que haría ésta sería acelerar e intensificar la producción que tradicionalm ente venían realizando ya los indígenas durante los siglos previos a n uestra era (75); ju n to a ello la innovación rom ana consistiría en la apli cación de unos m ecanism os de aprovecham iento de los recursos auríferos totalm ente diferentes a los que habían sido com unes has ta entonces. Ahora bien, el testim onio de Floro en cualquier caso resulta b astante laudatorio de la labor de Augusto, ya que asigna a los años de su reinado una realidad económica que no le corresponde; en efecto, los astures conocerían ya, y explotarían en la m edida de sus posibilidades, desde la época del Bronce las riquezas de su sub suelo, añadiéndose adem ás el hecho de que la intensificación de los aprovecham ientos m ineros de oro no arrancan de la época de dicho em perador sino de al menos 50 años después de la pacifica ción definitiva de la región noroccidental (76). En consecuencia, a pesar de que tales actividades económicas com enzarían a in tro ducir y aplicar los nuevos mecanismos técnicos en el transcurso de la época julio-claudia, la extracción y aprovecham iento intensivos zadas por la naturaleza del país: teda la región vecina contenía efectivam ente oro, m alaquita, minio y otros productos”. (73) Para el caso de Asturias remitimos a M .a P. M o n t e r o y N. S a n t o s : “Introducción al estudio del arte castreño prerromano en A sturias”, BIDEA núms. 109-110, 1983, pp. 394-399. (74) II, 33, 60: Sic Astures nitentes in profundum opes suas atque divitias dum aliis qu aeru nt, nosse coeperunt. (75) Aunque sin duda estas actividades prerromanas se desarrollarían un poco de forma artesanal y no industrial. (7 6 ) C. D o m e r g u e : “Les exploitations aurifères du Nord-Ouest de la Pé ninsule Ibérique sous l’occupation romaine”, VI Congreso Internacional de Minería, León, 1970, pp. 151 y ss. 544 NARCISO SANTOS YANGUAS de los recursos auríferos no entrarían plenam ente en funcionam ien to hasta los años correspondientes a la dinastía de los Flavios (77). Paralelam ente a ello se produciría, desde el punto de vista in dustrial, una evolución enorm em ente significativa: en p rim er lugar, por lo que respecta a la artesanía de oro y plata (piezas de orfe brería castreña) asistirem os en los años inm ediatos a la presencia de Augusto en el N orte peninsular a un florecim iento extraordina rio de las joyas de oro, lo que vendría acom pañado de todo un conjunto de técnicas, como la soldadura, el granulado o la filigrana, siem pre dentro de un m arco local de elaboración (78). Sin em bargo, la fabricación de piezas de orfebrería de este tipo, que seguiría en todos los casos los modelos prerrom anos, decaería bruscam ente en tiem pos de la dinastía julio-claudia, de m anera que acabaría por producirse su total extinción a p a rtir de los años iniciales de la dinastía de los Flavios, coincidiendo con el m om ento en que el Estado rom ano se apropiaría por completo de dichos recursos auríferos y no perm itía en modo alguno su empleo por parte de las poblaciones indígenas. Por lo que respecta a la utilización de otros m etales, los objetos de bronce, que en las últim as décadas anteriores a n uestra era se hallaban inm ersos en una artesanía de carácter local b astante des arrollada, en la que se aplicaban técnicas como el modelado y el repujado, experim entarían un decaimiento como industria artesanal a p a rtir de los años de los em peradores julio-claudios, aun cuando siga existiendo todavía una cantidad abundante de instrum entos de este m etal, elaborados como resultado de una producción local (79); finalm ente, durante la dinastía de los Flavios se acentuaría aún más esta decadencia de producción local de piezas de bronce. Frente a ello el proceso que experim entarían los objetos de hie rro sería el contrario, puesto que, si con anterioridad a la época de Augusto los testim onios de la presencia de una m etalurgia del hierro y de utilización de instrum ental de esta naturaleza son muy escasos, a m edida que nos adentram os en las décadas correspon(77) Como ejemplo en el Occidente de Asturias rem itimos al concejo de Cangas del Narcea, en la actualidad objeto de estudio por un equipo interdisciplinar dirigido por nosotros, cuyo modelo de poblamiento castreño y minería aurífera romana es aplicable en general a todos los concejos occidentales de la Comunidad asturiana cuyo territorio se hallaba incluido en el filón esquis toso de oro aprovechable en época romana. (78) J.L. M a y a : “La cultura castreña asturiana”, Indigenismo y romaniza ción en el conventus Asturum, Madrid-Oviedo, 1983, p. 36. (79) C.A. F e r r e i r a : “Arquitectura e arte castreja.. p. 100. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 545 dientes a los em peradores julio-claudios se van haciendo m ucho más abundantes, corroborando de esta m anera la presencia del arte de la fo rja h asta desem bocar en los años de la dinastía de los Flavios, etapa en la que pasarían a convertirse en algo com ún no sólo la elaboración de productos de hierro sino tam bién su utilización. Por últim o, en lo que concierne a este terreno industrial, la fabricación de la cerám ica típicam ente castreña, de color oscuro, en las décadas previas a los enfrentam ientos de las guerras asturcántabras se elaboraría a mano, sin la utilización del torno, y presentando una cocción im perfecta; sin em bargo, a m edida que avanzamos en la época julio-claudia se produciría la introducción del torno de alfarero con vistas a la fabricación de la cerám ica castreña y, de form a especial, en el caso de una vajilla alternativa a las sigillatas rom anas y /o a la cerám ica de paredes finas (80). Como paso final de esta evolución, en tiempos de la dinastía de los Flavios se daría paso a la rom anización de las cerám icas locales, tanto por lo que respecta a sus form as y aspectos como al proceso de estandardización de las mism as (81), continuando este hecho igualm ente duran te las prim eras décadas de la centuria segunda de n u estra era. En el m arco de las actividades económicas, y sin extendernos dem asiado, hem os de hacer alusión igualmente al consum o y a la com ercialización de los productos; en prim er térm ino hem os de destacar, duran te la época prerrom ana, la celebración de com idas en com ún (82), lo que deja traslucir al mismo tiem po la im portan cia de la vida social en el ám bito de estos grupos gentilicios de carácter tribal en cuanto al consum o de bienes. No obstante, a m edida que nos adentram os en la época de los em peradores julioclaudios la casa (m ás bien los conjuntos de tres o cuatro de ellas) com enzaría a erigirse en el entorno y unidad de producción y con sumo p o r excelencia, culm inándose este proceso en las décadas finales del siglo I (83). En este contexto los restos arqueológicos perm iten destacar un hecho enorm em ente significativo: con anterioridad al desarrollo de (80) N. S a n t o s y M .a P. M o n t e r o : “Introducción al estudio del arte castreño en A sturias”, pp. 400-401. (81) J.L. M a y a : “La cultura castreña asturiana: su etapa romano-provincial”, Lancia I, 1983, pp. 238-239. (82) Strab. III, 3, 7. (83) El primer tercio de la centuria siguiente, ocupado por la dinastía de los An toninos, se regiría por unas pautas de comportamiento sim ilares de acuerdo con lo que pudo haber constatado Floro. 546 NARCISO SANTOS YANGUAS las guerras astur-eántabras las cerámicas indígenas de producción local no sobrepasarían el terreno correspondiente a cada uno de los poblados fortificados, de m anera que no llegarían a ser inter cam biadas entre los habitantes de los diferentes recintos castreños (84). Sin em bargo, avanzando un poco en el tiem po, ya en la época de los em peradores julio-claudios algunas form as cerám icas indígenas llegarían a ser comercializadas dentro de un ám bito re gional de form a más intensa, teniendo que esperar h asta los tiem pos de la dinastía de los Flavios para asistir a una producción más 0 menos sistem atizada de cerámicas locales, algunas de las cuales llegarían incluso a adquirir el papel de alternativa frente a las va jillas de im portación, tanto en estos mom entos como en las décadas iniciales del siglo II. Por otra parte, en la etapa castreña prerrom ana hemos de des tacar la escasa variedad de formas cerámicas, hecho que se vincu laría con la presencia de hábitos muy elementales en cuanto a las comidas, así como en relación con la escasa variedad de vajillas utilizadas. Sin em bargo, en torno a los años de los comedios del siglo 1 d.n.e. nos topam os con una diversidad m ayor de form as en la ce rám ica indígena, a lo que hemos de añadir los intentos de im itar los ejem plares de la cerám ica rom ana ya conocidos en la región (85) Por últim o, a p a rtir de la época de los em peradores flavios las va riedades de las form as cerámicas, tanto foráneas como de im por tación, son abundantes, indicándonos un cambio casi sustancial en cuanto a las costum bres de los comensales, lo que parece confir m arse igualmente en tiempos de los prim eros em peradores de la dinastía de los Antoninos. Por lo que concierne a la cerám ica de im portación, un núm ero muy reducido de testim onios nos docum enta acerca de la presencia de fragm entos cerámicos m editerráneos y m eridionales en las déca das previas a la presencia de Augusto en territo rio peninsular ibérico; algunos años después (mediados de la prim era centuria de nuestra era) asistirem os a una presencia relativa de sigillatas aretinas y subgálicas, e incluso de piezas de vidrio sem ejantes a (84) Quizás únicamente estos objetos serían com ercializados de forma esporádica durante las últimas décadas anteriores a nuestra era en los cen tros de mercado, que se potenciarían después en época romana (los jora de Ptolomeo) hasta llegar a asignarles unas funciones político-adm inistrativas. Cf. N. S a n t o s : “Organización social y económica de Asturias castreña en épo ca romana”, p. 815. (85) Ver, para el caso de Coaña, J.L. M aya : “La cultura castreña asturia n a : su c'.apa romano-provincial”, p. 233. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 547 otras portuguesas (86). Como paso fina], en tiempos de la dinastía de los Flavios parece generalizarse la presencia masiva de cerám i cas sigillatas, así como de lucernas y objetos de vidrio (87). De todos estos datos parece deducirse que, durante la etapa prerrom ana de la cu ltu ra castreña, la circulación de bienes alim en ticios sería extrem adam ente lim itada, de acuerdo con la rareza de ánforas de tiem pos republicanos halladas en los recintos castreños de Asturias. Ahora bien, en el territo rio del N orte de Portugal se han encontrado abundantes fragm entos de ánforas vinarias, lo que nos induce a pensar en la existencia de una cierta producción de vino, hecho que se increm entaría a lo largo de las décadas corres pondientes a n u estra era (88). No obstante, no parece ser éste el caso de Asturias, puesto que los fragm entos de cerám ica detectados en las excavaciones arqueo lógicas no confirm an este hecho, debido quizás a la escasez de acti vidades de esta naturaleza. En concreto algunas de tales ánforas castreñas asturian as resultan incalificables, destacando únicam ente los ejem plares hallados en los poblados de Coaña y Arancedo (89). De cualquier form a, el aspecto m ejor reseñado en el testim onio de Floro que estam os analizando, encuadrado en el m arco de las consecuencias de la presencia rom ana en el N orte peninsular, lo constituyen las alteraciones, cambios y transform aciones operados en la organización socio-política de los indígenas septentrionales como consecuencia de la im plantación de los elem entos adm inis trativos rom anos (90). La prim era fase de presencia rom ana en el cuadrante noroccidental de la Península Ibérica no parece haber constituido un (86) J.L. M a y a : “La cultura castreña asturiana: su etapa romano-pro vincial”, p. 237, donde se consignan ejemplares de Coaña y Arancedo. Cf. J. A l a r c a o : “Vidrios romanos do Museu de Martine Sarm entó”, RG LXXIII, 1963, pp. 188-189 y 197-198. (87) C. F e r n á n d e z O c h o a : “Notas sobre lucernas romanas de A sturias”, BIDEA núm. 99, 1980, pp. 323-330. (88) Tales testim onios se hacen mucho más abundantes aún en tiempos de los em peradores flavios, de manera que el pan y el vino pasarían a con v en irse en el símbolo m ás representativo de dichas poblaciones. (89) J.L. M a y a : “La cultura castreña asturiana: su etapa romano-provin cial”, pp. 239-240. (90) En cualquier caso la síntesis que nos presenta el historiador es ex traordinaria: “Tem iendo la confianza que les inspiraban sus montes, refugio seguro para ellos, les obligó a habitar y vivir en el emplazamiento de su cam pamento, puesto que estaba en el llano: allí se celebraría la asamblea de la nación y c eberían conservar este lugar como capital” (II, 33, 59). 548 NARCISO SANTOS YANGUAS abandono brusco de las form as de vida de tipo com unitario, que continuarían vigentes en casi toda su am plitud en el interior de los recintos castreños durante las décadas correspondientes a la dinastía julio-claudia (91). Sería únicam ente a p a rtir de los em pe radores flavios cuando dicho tipo de vida llegaría a ser absorbido cada vez más por los elementos característicos de la política, de m anera que el com ponente social perdería buena parte de su im portancia. Paralelam ente a ello, en el transcurso de la época castreña pre rrom ana no existirían edificios destinados inequívocam ente a fun ciones político-adm inistrativas, como el que podía dar acogida al consejo de la organización gentilicia correspondiente a cada recin to poblacional o las construcciones destinadas a baños de carácter público. Sin em bargo, a los años de la dinastía julio-claudia co rresponderían las prim eras edificaciones de esta naturaleza, que pudieron ser utilizadas tanto para reuniones públicas como para baños (92). Como fase final de dicho proceso, a p a rtir de las ú lti mas décadas del siglo I d.n.e. no sólo se haría m ucho más am plia la existencia de construcciones con fines públicos sino que incluso en algunos casos los poblados fortificados llegarían a d ar acogida a algunos santuarios (93). Si profundizam os un poco más en los aspectos sociales veremos que en la época castreña anterior a Augusto hallam os una sociedad con síntom as de presencia del m atrilinealism o o m atrilocalism o, que para algunos investigadores constituirían restos del m atriarcado. Frente a ello, a m edida que avanzamos en la época julio-claudia esa m ism a sociedad iría adquiriendo una organización de tipo m ascu lino (quizás a través del avunculado) o patriarcal, de m anera que en el últim o tercio del siglo I y en las prim eras décadas de la cen tu ria siguiente la única autoridad reconocida en el m arco de la organización social indígena sería la del paterfam ilias (94). (9 1 ) J . C aro B a r o j a : “Organización social de los pueblos del Norte de la Península Ibérica en la Antigüedad”, Legio VII Gemina, pp. 45 y ss. (92) Cabe destacar los existentes en los recintos castreños de Coaña y Pendia, que equivocadamente venían siendo considerados hasta ahora como pertenecientes a la arquitectura funeraria. (93) Hasta la fecha no podemos afirmar que sea éste el caso de Asturias, posiblem ente como consecuencia de la escasez de excavaciones y de la falta de sistematización con que se llevaron a cabo las pocas practicadas hasta nues tros días. (94) M. F a u s t : “Tradición lingüística y estructura social”, Actas del II coloquio sobre lenguas y estructuras prerromanas de la Península Ibérica. Salamanca, 1979, pp. 435 y ss. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 549 En consonancia con esto se pasaría de una originaria y prim i tiva fam ilia de tipo mixto padre-hijas a o tra de naturaleza m ucho más extensa en tiem pos de los em peradores julio-claudios, para acabar desem bocando por últim o en una clase de fam ilia mucho más nuclearizada a m edida que nos aproxim am os a las décadas finales de la prim era centuria de nuestra era. En este mism o sentido cabe destacar el hecho de que, m ientras que en época prerro m an a la sociedad castreña presenta una ten dencia igualitaria b astan te acusada en el m arco de sus estru ctu ras com unitarias, en la que la jerarquización estaría basada únicam en te en la edad, la dignidad y el sexo (95), a p a rtir de los años de la dinastía julio-claudia algunas edificaciones castreñas, que aparecen decoradas en el caso del N orte de Portugal y Galicia, quizás tengan que ser identificadas con elementos correspondientes a una nueva jerarquización (96). Como hito final de este proceso en algunas zonas de la cultura castreña los recintos defensivos com enzarían ya a convertirse en form as de h áb itat residuales desde las décadas finales del siglo I, hecho que se m anifiesta bastante claro en el caso del territo rio correspondiente al conventus bracarense, pero que en A sturias pre senta una situación algo diferente: m ientras que en el interior (fundam entalm ente en la zona occidental, vinculada a la m inería) el abandono de los castros como principales centros de h áb itat no se com enzaría a producir hasta bien avanzada la centuria siguiente a causa de los aprovecham ientos m ineros de oro (97), en la zona litoral asturiana pudo llevarse a cabo este fenómeno a un mism o tiem po que en el territo rio portugués emplazado al N orte del Due- (95) La jerarquización en ningún caso tendría una base económica (la apropiación desigual de las riquezas), hecho que privaría tras la desaparición de la organización gentilicia y la integración de las poblaciones castreñas en una sociedad de base em inentem ente urbana. Cf. M. V i g il : Historia de Espa ña Alfaguara I, p. 392. (96) Tales construcciones constituirían las casas habitadas por los llam a dos “guerreiros galaico-m inhotos” y el grupo de personas que, de una forma o de otra, colaborarían con la administración romana y han de identificarse en m uchos casos con los fundadores de los nuevos recintos poblacionales. (97) En contrapartida se crearían nuevos recintos de este mismo tipo, al tiempo que se daría paso a la romanización de los ya existentes, como sucede por ejemplo en los concejos de Cangas del Narcea, Allande, Tineo... Cf. J.L. M a y a : “La cultura castreña asturiana: su etapa rom ano-provincial”, mapa de la p. 230. 550 NARCISO SANTOS YANGUAS ro, como nos testim onia por ejemplo la villa de Beloño en Cenero (concejo de Gijón) (98). En cualquier caso es posible afirm ar que, como resultado de ello, los poseedores (dueños) de los nuevos centros poblacionales, que se convertirían igualmente en las nuevas unidades económ icas de producción y consumo, acabarían por ad q u irir un significado y prestigio socio-económicos especiales en relación con el conjunto de la población de la región. En este hecho estrib aría sin duda el asentam iento de la población en el llano en el caso de Asturias, ya que no conocemos hasta la fecha num erosos y am plios centros urbanos, por lo que dicho proceso com enzaría a tener fuerza ya en una fase avanzada del siglo II (99). Si pasam os al plano de las relaciones socio-políticas existentes entre los grupos gentilicios que habitaban cada uno de los centros fortificados, nos darem os cuenta de que, a una etapa an terio r a Augusto, en la que la idiosincrasia localista, las rivalidades, los enfrentam ientos y las situaciones tensas entre los diferentes pobla dos sería la norm a más común de com portam iento, seguiría, desde aproxim adam ente los años medios del siglo I d.n.e., una fase nueva, caracterizada por el reconocimiento, por parte de las autoridades político-adm inistrativas rom anas, de los consejos de tribu, así co mo de la existencia y realidad de los poblados indígenas, hecho que se vería fortalecido aún más desde el punto de vista fiscal y de rea lización de nuevas construcciones (100). Siguiendo en esta mism a dirección, aun cuando en tiem pos de la dinastía de los Flavios existiría todavía un control fiscal por p arte del Estado rom ano a través de una serie de contribuciones aplicadas a las diferentes com unidades o grupos gentilicios, hemos de contar ya con la presencia de una fiscalidad que recaería sobre algunas personas de form a particular (101). (98) Hemos de tener en cuenta a este respecto que dicho concejo, em inen tem ente llano, contaría con el sector agropecuario como fundam ental en su organización de época romana, al tiempo que el Estado romano trataría de controlarlo con unas perspectivas m ilitares muy marcadas, por lo que no puede extrañarnos que en su suelo se erigieran abundantes villae desde los primeros momentos. (99) N. S a n t o s : “Introducción al estudio y significado de las villas roma nas en A sturias”. BIDEA núms. 105-106, 1982, p. 115. (100) Es posible que im plícitamente haga alusión a ello Floro cuando afir ma que en los asentamientos del llano deberían celebrarse los consejos de la gens, pasando a convertirse dichos lugares en capitales de cada región admi nistrativa (II, 33, 59). (101) La aparición de la propiedad privada sería en esa época, y en las EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 551 Por lo que se refiere a los aspectos puram ente jurídicos, las di ferentes com unidades castreñas, con anterioridad a los años de presencia rom ana en las regiones septentrionales hispanas, conta rían con un derecho de tipo tradicional por el que se regirían, propio y exclusivo en cada caso de cada uno de los grupos étnicos (derecho tribal). Sin em bargo, a m edida que nos adentram os en los años correspondientes a la dinastía julio-claudia, ju n to a ese dere cho tradicional, controlado en m ayor o m enor m edida en el ám bito de cada uno de los recintos fortificados, la vida en el in terio r de los m ism os se vería com plem entada cada vez más con la presencia y aplicación de los elem entos propios del derecho rom ano (102). Como culm inación de este proceso de destribalización desde el punto de vista del derecho político (debilitam iento y desaparición de los rasgos tribales propios de cada com unidad que habitaba un castro) asistirem os en la época de los Flavios a la concesión del ius Latii, en concreto po r parte de Vespasiano, a todos los h abitan tes libres del Im perio (103), m edida que se vería acom pañada a un mism o tiem po p o r el intenso proceso de m unicipalización en que estaría envuelto durante esta época todo el N.O. peninsular (104). En conexión con este hecho hemos de referirnos a la im planta ción del nuevo sistem a de adm inistración del territo rio basado en los conventus jurídicos, así como su aplicación concreta en el caso del territo rio noroccidental hispano (105); en este sentido las tres regiones diferenciadas de la Asturias antigua a que hem os hecho alusión más arriba, habitada por cántabros (Oriente), astures (zona central) y galaicos (Occidente), se corresponderían respectivam ente con p arte de los conventus cluniense, asturicense y lucense, de m a nera que Floro tendría conciencia de ello, a pesar de que no se refiera a este hecho en ninguno de los pasajes de su obra (106). prim eras décadas de la centuria siguiente, un hecho contrastado, ligado sin duda al proceso de urbanización más o menos profundo en que se vio envuel to el N.O. peninsular. (102) J. S a n t o s : Comunidades indígenas y administración romana en el Noroeste hispánico, Vitoria, 1985, pp. 86 y ss. (103) A. M o n t e n e g r o : “Problemas y nuevas perspectivas en el estudio de la España de V espasiano”, HAnt V, 1975, pp. 7 y ss. (104) E. S chof .n b a u e r : “Municipia und coloniae im Principatszeit”, A A W W XCI, 1954, pp. 13 y ss. Estos aspectos los analizaremos a continuación. (105) N. S a n t o s : “La administración romana del N.O. de la Península Ibé rica hasta finales del siglo I d.C.”, Boletín Brigantium núm. 2, 1981, pp. 60-71. (106) Es posible que haya que ver una conexión directa entre dicha or ganización y la puesta en funcionam iento completa de las actividades vincu ladas al aprovecham iento de los recursos auríferos. Sobre los distritos de la 552 NARCISO SANTOS YANGUAS Ahora bien, en las regiones más atrasadas, como es el caso que venimos analizando, incluso los centros de población más destaca dos carecerían de los recursos necesarios p ara llegar a constituirse en municipios, por lo que la medida anteriorm ente señalada (la concesión del ius L atii) no alcanzaría prácticam ente efectos nota bles (107), a pesar de que los com ponentes de la aristocracia local de tales regiones tendrían acceso tanto al derecho latino como al derecho rom ano. De acuerdo con esto, siguiendo las indicaciones del Prof. Vigil (108), hay que afirm ar que las medidas derivadas de la actuación de Vespasiano favorecerían de form a especial a las m inorías dirigentes de los distintos grupos sociales, tanto a las que habitaban en regiones urbanizadas como a las que vivían en zonas rurales. Pese a todo, para algunos investigadores actuales la concentra ción de nom bres de dioses indígenas en la región noroccidental hispana, incluida Asturias, constituiría un síntom a evidente de la escasa rom anización alcanzada por dichas regiones (109); a ello hay que añadir el hecho de que los nom bres de personas que indi can una rom anización de los individuos no son excesivamente nu m erosos, fechándose en su gran m ayoría en las décadas avanzadas del siglo II y la centuria siguiente para el caso de las regiones septentrionales, lo que nos perm ite com prender una etapa de la transform ación de la vida de dichas gentes, ligadas a una prom o ción jurídica asociada con relativa frecuencia a los servicios pres tados al E stado y /o a la ciudad (110). Sin em bargo, la pervivencia de las estructuras sociales propias de la etapa prerrom ana tal v como podemos rastrearla en las ins cripciones latinas de los dos prim eros siglos de nuestra era (111), Hispania Citerior, que completarían la reorganización del territorio peninsular ibérico por parte de Augusto tras su segunda venida a nuestro suelo cf. E. K o r n e m a n n : “Die Diözesen der Hispania Citerior”, Klio III, 1903, pp. 323 y ss. (107) R.K. M c E l d e r r y : “Vespasian’s Reconstruction of Spain”, JRS VIII, 1918, pp. 33 y ss. Cf. T.R.S. B r o u g h t o n : “Municipal Institutions in Roman Spain”, CHM IX, 1965, pp. 127 y ss. (108) Historia de España Alfaguara 1, p. 424. (109) J.M. B l á z q u e z : “Las religiones indígenas del área Noroeste de la Península Ibérica en relación con Roma”, Legio VII Gemina, pp. 63 y ss. (110) P. le R oux y A. T r a n o y : “Rome et les indigènes dans le Nord-Ouest de la Péninsule Ibérique. Proèmes d’épigraphie et d’histoire”, MCV IX, 1973, pp. 117 y ss. (111) M .a L. A l b e r t o s : Organizaciones suprafamiliares en la Hispania an tigua, Valladolid, 1975- B S AA V 40-41, 1975, pp. 5 y ss., y 47, 1981, pp. 208-214. Cf. M .a C. G o n z á l e z : Las unidades organizativas indígenas del área indoeuro pea de Hispania, Vitoria, 1986. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS '553 así como la p erd u ració n . de buena p arte de las actividades econó micas indígenas de época prerrom ana significaría que en las" regio nes septentrionales no se extenderían los elem entos característicos de la vida u rban a antigua (propiedad privada de la tierra, utiliza ción del trab ajo esclavo- a gran escala, elaboración de m ercancías y com ercio basado en la m oneda acuñada), de m anera que tan sólo en los centros urbanos creados de form a artificial p o r p arte de los rom anos arraigarían parcialm ente, aun cuando no afectarían de m anera profunda a las estructuras organizativas de toda la- pobla ción (112). ' De cualquier form a la intervención de los em peradores flavios sería de capital im portancia para el proceso de rom anización de esta región ibérica tardíam ente anexionada al E stado rom ano. En este sentido el culto im perial, ju n to con el de los lares y el genio contribuirían enorm em ente a la transform ación de la sociedad cel ta o celtizada en una sociedad céltico-romana (113), erigiéndose de este modo en una fase necesaria para alcanzar una rom anización más o m enos com pleta, que al mismo tiem po incidiría en la tran s form ación de su m entalidad. Sin embargo, los Flavios serían p ar tidarios de una evolución no brusca, perm itiendo que el proceso de rom anización se vinculase más con la transform ación de, la deno m inación que con la m entalidad de las personas. Ahora bien, la pervivencia de las organizaciones indígenas du rante todo el siglo I d.n.e. traería consigo la presencia de una doble realidad social en el territo rio de Asturias: por un lado la existen cia de centros urbanos (de escasa entidad), asim ilados a las form as propias de la adm inistración rom ana, y por otro la persistencia de las organizaciones indígenas .(114). Si echamos una ojeada al' con ju n to de pueblos y ciudades que aparecen reflejados en las Tablas geográfico-históricas de Ptolomeo correspondientes al siglo IT po demos observar q u e ' aparecen mencionados centros urbanos del N oroeste peninsular que en la m ayoría de los casos se corresponden con organizaciones gentilicias (115), lo que nos llevaría a suponer que la vida Urbána, con todo lo que conllevaba, sé h abría exten dido realm ente en dicha zona. No obstante, en el caso concreto del territo rio asturiano hem os de pensar más,.bien en una simple (112) M. V ig il: Historia de España Alfaguara I, pp. 392-393. '. ' V' (113) J. A LA R gA O , R. É t i e n n e y G. F a b r e : “Le cuite des Láres' a Conimbriga (Portugal)”, CRAI 1969, pp. 231 y ss. ' (114) J. S a n t o s Comunidades indígenas- y administración romana en el ■Noroéste- hispánico,- pp. -.72-73. ’ ;. .I*?-' . .' *: r:.'.. (115) II, 6, 4-6, 28, 32 y 50/ -v .A " c ,:zr.w 554 NARCISO SANTOS YANGUAS regularización adm inistrativa, puesto que realm ente no existirían grandes y num erosos núcleos de población (116). Si tuviéram os que sintetizar lo más posible el carácter de la si tuación histórica de los indígenas tal y como la venimos analizando hasta aquí, deberíam os afirm ar que, sin duda, la m unicipalización constituiría un elemento esencial en la política de los em peradores flavios, lo que representaría a su vez un progresivo avance en la rom anización; ah o ra bien, esta opinión no resulta uniform e, pues to que p ara algunos autores hay que hacer hincapié en la falta (o al menos escasez) de urbanización a la hora de explicar la casi nula rom anización del cuadrante noroccidental de la Península Ibérica. En este sentido hemos de tener presente que la m ayor p arte de los m unicipios flavios aparecen registrados en la Bética (117), por lo que resulta difícil pensar que los em peradores de dicha di nastía contaran en su program a político con el objetivo p rio ritario de extender la m unicipalidad a zonas ajenas o escasam ente rom a nizadas (118). A ello hemos de añadir el hecho de que la gran m ayoría de las personas que portan nom bres flavios se correspon den con m ilitares o funcionarios de la adm inistración rom ana. Esta circunstancia nos puede llevar a pensar que razones de índole mi litar constituirían la base de la extensión del ius Latii a toda la Península Ibérica, de m anera que se explicaría así en gran parte la relativa abundancia de nom bres flavios en unas regiones que habían pasado a convertirse en cantera de reclutam iento de ele m entos auxiliares p ara el ejército hasta el punto de que, a p a rtir de esta época, contam os con la presencia de num erosos soldados de origen septentrional hispano enrolados en los cuerpos de ejérci to rom anos destacados en las líneas fronterizas, en especial en las renano-danubianas (119). Sin em bargo, m ientras que para algunos autores hay que hablar de un cierto proceso de desarrollo urbano durante la época de los (116) M. V ig il : Historia de España Alfaguara I, pp. 425-426. (117) B. D etlefsen : “Die Geographie der Provinz Bätica bei P linius (N.H. III, 6-17)”, Philologus X X X, 1870, pp. 281 y ss. Cf. H. B raunert : “Ius Latii in den Stadrechten von Malaca und Salpensa”, Corolle memoriae F. Swoboda dedicata, Graz-Colonia, 1966, pp. 68 y ss. (118) J.M. B l ä z q u e z : “La romanización del N.O. de la Península Ibérica”, Actas del coloquio internacional sobre el bimilenario de Lugo, p. 71. (119) N. S a n t o s : El ejército romano y la romanización de los astures, Oviedo, 1981; “Soldados lucenses en el ejército romano”, Boletín Brigantium núm. 5, 1984-1985, pp. 41 y s s .; y “Soldados brancaraugustanos en el ejército romano”, Bracara Augusta XL, 1986 (en prensa). EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 555 Flavios en el cuadrante noroccidental, para otro grupo de ellos (120) existiría una revolución urbana de características espectacu lares, concentrada casi de form a exclusiva en el N.O. y llevada a cabo en un espacio de tiem po aproxim adam ente de un siglo (desde el m om ento en que Plinio el Viejo escribe sobre los núcleos u rb a nos peninsulares h asta la época correspondiente a la descripción de Ptolom eo a m ediados del siglo II). Si com param os las cifras que sobre centros urbanos y com uni dades rurales nos ofrecen am bos autores podrem os llegar a alguna conclusión: m ientras que para Plinio (N .H . III, 18) en toda la p ro vincia tarraconense existirían en su época 197 núcleos urbanos y 114 rurales o populi, Ptolom eo recoge los nom bres correspondien tes a 248 ciudades y solam ente 27 com unidades rurales (121). Debido a ello quizás haya que pensar que el problem a de la m unicipalización del N.O. en general y de Asturias en p articu lar no se encuentra ligado al de la rom anización en sentido estricto, de form a que am bas civilizaciones, la indígena y la rom ana, se m antendrían vigentes tras m uchas décadas de contacto entre sí; como consecuencia de ello, una vez superada esta extensa etapa, los elem entos rom anos serían poco num erosos entre una población indígena bastan te abundante (122). Los com ponentes de los estra tos m ás bajos de la m ism a se encontrarían escasam ente influen ciados por unas actividades que a duras penas m odificarían sus condiciones de vida; adem ás, en los centros urbanos h ab itaría una aristocracia indígena superficialm ente rom anizada. Por o tra parte, p ara un núm ero muy elevado de indígenas la condición social sería idéntica a la de los tiem pos prerrom anos; desde el punto de vista económico la recolección de frutos, agricul tu ra y ganadería seguirían constituyendo las principales fuentes de recursos; y, por últim o, el Estado rom ano trataría de im plantar sus estru ctu ras únicam ente con vistas al m antenim iento de la paz (120) A. G a r c í a y B e l l i d o (Urbanística de las grandes ciudades del mun do antiguo. Madrid, 1966, pp. 188-191) sería el m ejor exponente. (121) Este notable descenso experimentado en cuanto al número de nú cleos de hábitat rural nos llevaría a pensar en que se habría producido un proceso de urbanización en las décadas anteriores a la época de Ptolomeo, no necesariam ente en el transcurso de los años correspondientes a los Flavios. (122) Plin., N.H. III, 28: “Con estos últim os (los cántabros) lim itan los 22 pueblos de los astures, que se hallan divididos en augustanos y transmonta nos, con Asturica (Astorga), que es una gran ciudad; entre estos pueblos es taban los gigurros, pésicos, lancienses y zoelas; la población total alcanza los 240.000 hombres libres”. 556 NARCISO SANTOS YANGÜAS y el orden, así como a la explotación y el aprovecham iento de los recursos m ineros de oro (123). En este mism o sentido hay que destacar las apreciaciones de otros historiadores actuales, para quienes la adm inistración rom a na buscaría, a través de la política, la asim ilación de las poblacio nes indígenas m ediante la utilización y perfeccionam iento de los elem entos de las estructuras locales que podían servir netam ente a sus objetivos; de esta m anera, en lo concerniente al cam po pa rece deducirse que las actividades propias del medio ru ral continua rían vinculadas a hábitos y costum bres tradicionales, im perm eables a cualquier clase de transform ación o cambio (124). Así, pues, la no existencia de un núm ero am plio de municipios y colonias en el territo rio hispano al N orte del Tajo parece consti tu ir un indicador evidente de la escasa rom anización alcanzada por dichas regiones, lo que no im plicaría la presencia de un núm ero reducido de centros de población asimilados a ciudades (125). Qui zás este déficit de núcleos urbanos típicam ente rom anos pueda subsanarse en nuestro análisis si tenemos en cuenta la presencia de otros centros (los fora de Ptolomeo) que pudieron cum plir di chas funciones político-adm inistrativas; en este sentido el propio Ptolom eo enum era, en varios pasajes de su obra, al referirse al territo rio correspondiente a las poblaciones septentrionales, una serie de lugares destinados a congregar a varias com unidades gen tilicias y que serían utilizados como m ercados (126). Los grupos de población así reunidos continuarían viviendo de acuerdo con las norm as de su organización prim itiva, al tiem po que la adm i nistración rom ana fom entaría de esta m anera una política de rasgos sim ilares a una concentración urbana. ~ ' Los lugares así elegidos pasarían a ser considerados cómo nú cleos Urbanos de prim era clase, puesto que á través de ellos era posible alcanzar una cierta regularización adm inistrativa del terri torio que les rodeaba; por medio de esta política se haría posible no sólo la expansión cultural sino tam bién la extensión de un buen (123) J. S a n t o s : “Formas de propiedad y producción en el Noroeste his pánico en época romana altoimperial”, MHA III, 1979, pp. 63 y ss. (124) P. le R oux y A. T r a n o y : “Contribution á l’étude des régions rura les du N.O. hispanique au H aui-Em pire: deux inscriptions de P en afiel”, Actas del III CNA, Porto, 1974, vol. I, pp. 249 y ss. (125) J.M. B l á z q u e z : “Astures y cántabros bajo la administración roma na”, Studia Histórica I, 1983, pp. (126) II, 6, 37, 42-43 y 48. Igualmente los lem avos se concentrarían 'en uno de estos foros (Plin., N.H. III, 28). EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 557 núm ero de elem entos rom anizadores: como consecuencia de ello estos nuevos centros poblacionales lograrían que zonas caracteri* zadas p o r un régim en de vida básicam ente cam pesino se viesen favorecidas p o r los beneficios que alcanzaban a las actividades u r banas (127). De acuerdo con lo que acabamos de exponer en las páginas precedentes, el proceso de romanización en el territo rio asturiano se iniciaría a través de una serie de signos externos, como la lati nización de los nom bres de personas y de los dioses indígenas (128), la utilización de la toga como elemento indicador de la asim ilación de los elem entos rom anos (129)... Sin em bargo, si tenem os en cuen ta las apreciaciones de E strabón (130), la plena rom anización llevaría em parejado el status jurídico rom ano, así como el cam bio de constitución política. De esta m anera, el grado tan bajo de rom anización en que se vería envuelto el N.O. peninsular hasta el siglo III, p o r lo que el h istoriador Floro nunca pudo apreciar el alcance com pleto de las instituciones rom anas en el ám bito de las estru ctu ras indígenas, aparece claram ente reflejado en la escasez de té rra sigillata y mo nedas aparecidas en los recintos castreños que pueden fecharse en las dos prim eras centurias de nuestra era (131); este hecho consti tuiría a su vez un indicador evidente de la existencia de un com er cio extrem adam ente reducido con el exterior, por lo que en modo alguno la econom ía de intercam bio con base en la m oneda habría llegado a generalizarse. Frente a ello pervivirían en dicha época en te rrito rio asturiano las form as de vida características de las poblaciones indígenas que nos describe el geógrafo de Amasia, asignándolas a los inicios del Im perio, por lo que en las relaciones (127) A . G a r c ía y B e l l i d o : Urbanística de las grandes ciudades del mun do antiguo, pp. 188-189. (123) N. S a n t o s : “Soldados astures en el ejército romano. Estudio prosopográfico”, B1DEA núm. 102, 1981, pp. 281 y ss. Para el caso del sincretism o operado entre las divinidades indígenas y los principales dioses del panteón romano basta con aludir a la existencia del Iupiter Candamius (J.M. G o n z á l e z : “Iupiter Candamius”, BIDE A núm. 10, 1956, pp. 370 y ss. = Miscelánea histó rica asturiana, Oviedo, 1976, pp. 187 y ss. (129) En e l caso de A sturias el testimonio más fehaciente lo constituye la lápida del togado aparecida en Los Cabos (Pravia), a pesar de que se fecha a finales del siglo II o en las primeras décadas del siguiente. Cf. F. J o r d á : “Una nueva estela romana en Asturias”, BIDEA núm. 35, 1958, pp. 430 y ss. (130) III, 2, 6 y 3, 8. (131) J.M. B l á z q u e z :. “La romanización del N.O. de la Península Ibérica”, p. 77. 558 NARCISO SANTOS YANGUAS com erciales, en lugar de la moneda, utilizarían el trueque (intercam bio de especies) o la transacción de pequeñas lám inas recortadas de plata, cuya existencia no ha podido ser confirm ada arqueoló gicamente h asta ahora (132). En este sentido hemos de contar con un factor igualm ente sig nificativo: las tropas estacionadas en las regiones septentrionales hispanas llegarían a convertirse no sólo en un elem ento de pacifi cación sino tam bién de civilización y, por consiguiente, de rom ani zación ya desde los prim eros mom entos de su presencia en dicho territorio; no obtsante, para algunos autores de nuestro siglo esta influencia no alcanzaría una gran intensidad h asta el punto de lle gar a rom anizar profundam ente a las gentes de la región (133). En lo que respecta a las explotaciones m ineras, las actividades desarrolladas en el cuadrante noroccidental de la Península Ibé rica no tendrían nada que ver con la colonización de elementos itálicos descrita po r Diodoro de Sicilia para el caso del Sur penin sular duran te la época republicana (134); este grupo de gentes, que en ocasiones llegarían a constituir com pañías m ineras y apro vecharían los recursos del subsuelo del S.E. y Sierra Morena, unido al que estaría dedicado a las actividades agrícolas, se m ezclarían con los indígenas y en breve tiempo rom anizarían las regiones meridicionales y levantinas del territorio ibérico (135). Por consiguiente, la no presencia en las regiones noroccidentales hispanas de este colectivo de personas, en conexión con el aprovecham iento de los recursos mineros, traería consigo el hecho de que los m ercaderes, que llegaron a convertirse en un elemen to destacado de rom anización (136), nunca llegaran a interesarse (132) Strab. III, 3, 7. (133) Más bien hay que pensar que este hecho tendría su im portancia a partir del siglo II y que ni Estrabón (III, 3, 8) ni Floro pudieron llegar a ca librar su alcance. (134) V, 35-38. Cf. J.M. Blázquez: “Explotaciones m ineras en Hispania durante la República y el Alto Imperio”, AHES II, 1969, pp. 3 y ss. ; C. D o m e r gue: “Un temoignage de l’industria m inière et m étallurgique du plomb dans la région d’Azuaga (Badajoz) pendant la guerre de Sertorius”, IX CAN, Zara goza, 1970, pp. 608 y ss.... (135) Strab. III, 2,6. Cf. C. D o m e r g u e : “Rapports entre la zone minière de la S. Morena et la plaine agricole du Guadalquivir à l ’époque rom aine”, MCV VIII, 1972, pp. 614 y ss. ; y M. Ponsich: Im plantation rurale sur le Bas G uadalquivir, Paris, 1974. (136) A. G a rcía y Bellido: “Los m ercatores, negotiatores y publicani co mo vehículo de romanización en la España romana preim periai”, H ispania núm. 109, 1966, pp. 497 y ss. EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 559 vivam ente p o r el m antenim iento de unas relaciones com erciales intensas y regulares con las regiones septentrionales de n uestra Península (137). Junto a ello hem os de destacar igualm ente la ausencia de esta blecim ientos destinados a d ar acogida a grupos de colonos rom a nos, cuyos objetivos estuviesen cifrados en la explotación agrícola del suelo; en este sentido al parecer la Península Ibérica en su conjunto no hab ría interesado de form a especial a la adm inistra ción rom ana con posterioridad a la época de Augusto como lugar de establecim iento de elem entos de la plebe de Roma y licenciados de los ejércitos (138), por lo que desde entonces su núm ero no sería muy am plio, y en el caso del N orte peninsular estarían en relación con la política de organización adm inistrativa y m ilitar llevada a cabo p o r el E stado romano. En este contexto sería, sin duda, la falta de una explotación agrícola intensiva y que alcanzase una producción elevada lo que incidiría en el hecho de que el N.O. peninsular no se convirtiera en un polo de atracción p ara gentes procedentes de o tras regiones hispanas (139), y en todo caso únicam ente lo sería p ara un grupo de personas que procedían de regiones de escaso interés y atrac tivo p ara los rom anos desde el punto de vista económico, como sucedía con la M eseta (140). En resum en, la rom anización del territo rio asturiano no sería intensa durante los dos prim eros siglos de n u estra era, acentuán dose m ás esta influencia en el campo de la explotación económica que en el de la cu ltu ra (form a de vida, h áb itat de tipo urbano, edificios típicam ente rom anos, alto nivel de vida...). En tal sentido no resulta descabellado pensar que el objetivo del E stado rom ano con respecto a dicha zona no consistiría en la fundación y conso lidación de centros de población im portantes creados ex novo, sino en el aprovecham iento de los recursos m ineros y agropecuarios de (137) J.M. B l á z q u e z : “Exportación e importación en Hispania al final de la República romana y durante el gobierno de Augusto y sus consecuencias”, AHES I, 1968, pp. 37 y ss. (1 3 8 ) A . G a r c í a y B e l l i d o : “Una pausa en el proceso de romanización de Hispania durante los julio-claudias”, Homenaje a X. Zubiri, Madrid, 1960, pp. 607 y ss. (139) J.M. B l á z q u e z : “La romanización del N.O. de la Península Ibéri ca”, p. 80. (140) C!. G a r c í a M e r i n o : “Las tierras del N.O. de la Península Ibérica foco de atracción para los em igrantes de la Meseta en época rom ana”, HA nt III, 1973, pp. 9 y ss. 560: NARCISO SANTOS YANGL'AS la región, aquéllos en una prim era fase y éstos a m edida que las reservas auríferas y sus condiciones de extracción iban dejando de ser rentables, ya en las últim as décadas del siglo II y las prim e ras del siguiente (141). CONCLUSIONES Sin adentrarnos en el análisis de los aspectos ideológico-religiosos, a los que no hace alusión Floro en su escueto testim onio sobre la incidencia de la presencia rom ana en el territo rio septentrional hispano tras las guerras astur-cántabras, pero que sin duda cons tituyen un hecho constatado, del que el h istoriador tendría un conocim iento más o menos profundo, vamos a sintetizar lo ex puesto hasta aquí. Ante todo hemos de afirm ar que la descripción generalizadora de Floro se ve com pletada con los docum entos arqueológicos y epigráficos. A p a rtir de ellos se descubren claram ente las diferentes etapas de lá cultura castreña en Asturias, coincidiendo las referen cias del histo riad o r con las características básicas y definitorias de la cultura de los castros de época rom ana con respecto a la fase prerrom ana. Las peculiaridades que nos presenta la docum entación literaria (escasez de testim onios, carácter generalizador de los mismos, inconcreción geográfica...) se ven subsanadas, al menos en parte, por la epigrafía como elemento destacado a la hora de analizar las es tru ctu ras socio-políticas de la organización castreña. Frente a ello los resultados obtenidos de las excavaciones arqueológicas practi cadas hasta la fecha en el territorio asturiano no alcanzan un gran significado a causa de su escasez en núm ero, por lo que se ve clara la necesidad de nuevas actividades en este campo, así como la com paración con lo que sucede en otras áreas culturales de los castros, como Galicia y el N orte de Portugal. El h áb itat correspondiente a los años de n uestra era anteriores a Floro nos presenta diferentes tipos de asentam ientos: en prim er lugar descubrim os una pervivencia de los recintos prerrom anos tras su remodelación; junto a ello tendría lugar igualm ente el sur gim iento de nuevos núcleos de poblam iento en conexión con el aprovecham iento de los recursos auríferos de la zòna (construc(141) N. S a n t o s : “La provincia Hispania nova Citerior A ntoniniana”, Bo letín Brigantium núm. 4, 1983, pp. 47 y ss. > ........ EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 561 ciones y edificaciones de carácter castreño, por lo general en el Occidente asturiano); y, por últim o, desde el siglo II asistirem os a un abandono paulatino del h áb itat castreño (en las regiones cos teras sobre todo) y a un asentam iento de la población en zonas llanas, lo que conllevaría a su vez la aparición de las villas como nuevos centros de aprovecham iento de los recursos económicos (agropecuarios y no m ineros) y nuevas form as de poblam iento. En este sentido la síntesis histórica que nos presenta Floro y el sentido de su som era descripción se sitúan en un m om ento clave, tras m ás de un siglo de intentos de im plantación del sistem a ro m ano en el te rrito rio de Asturias. Desde el punto de vista económico hay que destacar los aprovecham ientos m ineros de oro» centrados básicam ente en la intensificación de dicha explotación, así como en la introducción de nuevos mecanismos técnicos en el Occidente de la región; este hecho incidiría en el m antenim iento del tipo de hábitat castreño m ientras se llevaran a cabo dichas actividades (hasta finales del siglo II al menos). Por lo que respecta al sector económico agropecuario, con res pecto a la época prerro m an a podemos afirm ar que, al m argen de esas labores m ineras de gran alcance en el Occidente asturiano, el resto del territo rio , y en especial las regiones litorales, asistiría a una introducción paulatina de los nuevos m ecanism os y adelantos técnicos en el terreno agrícola, lo que no supondría necesariam ente un retroceso acusado del sector ganadero. Quizás a p a rtir de m e diados del siglo II, y sobre todo durante la centuria siguiente, se produciría el asentam iento definitivo de la población en el llano y el reforzam iento de las actividades agrarias (en este sentido las villae se erigen en los nuevos centros de aprovecham iento intensivo de las tierras llanas y vegas de los ríos). De cualquier form a hay que destacar el desarrollo cada vez más am plio de ciertas activida des industriales (m etalurgia, cerám ica...). En cuanto a los aspectos socio-políticos de la organización de los indígenas de la Asturias antigua hay que destacar un arraigo más bien débil de las estructuras político-adm inistrativas rom anas, por lo que, aun cuando el territo rio estaría integrado en el m arco adm inistrativo de las provincias y conventus hispanorrom anos, no contam os con un gran núm ero de centros urbanos, de m anera que la asim ilación de la organización rom ana en este sentido no sería am plia (y adem ás a través de otras form as distintas a la civitas). En cualquier caso hay que contar con la pervivencía y reforza m iento de ciertas realidades políticas indígenas po r p arte de la adm inistración rom ana como la asam blea o consejo de la gente,- 562 NARCISO SANTOS YANGUAS que sería utilizado po r parte del Estado rom ano con vistas a la integración de dichas poblaciones en el engranaje político-adm inis trativo del Im perio. De esta m anera la vida urbana se erigiría en desintegradora de las estructuras gentilicias, a pesar de que el asentam iento de las poblaciones en lugares llanos no constituye una fase uniform e en Asturias, puesto que no se produciría un abandono rápido ni sistem ático de los castros como centros de h ábitat en todo el territorio. Se m anifiesta, a p a rtir del siglo I, la presencia de nuevos grupos sociales, en p arte potenciados y propiciados p o r la m ism a adm inis tración rom ana, como la aristocracia gentilicia indígena. De este modo arraig ará cada vez más la propiedad privada de la tierra, lo que trae ría consigo una incidencia acusada tanto en la configura ción como en la diferenciación de los nuevos grupos. Ahora bien, ¿a qué obedece esta som era y generalizadora des cripción de Floro? Es posible que el h istoriador no tuviera con ciencia del proceso de romanización (por o tra p arte no muy amplio, si exceptuam os los aprovecham ientos m ineros de oro) que se venía operando entre las poblaciones de las regiones septentrionales de la Península Ibérica; quizás este hecho obedecería a no conocer «directam ente» las fases e intensidad de este proceso de asim ila ción y /o rechazo de las estructuras sociales por p arte de los indí genas. De cualquier form a es posible que en la época de Floro aún no fuera palpable ni cuantificable la am plitud de dicho proceso de rom anización entre las poblaciones castreñas en general, y menos aún las que habitaban el territorio asturiano. Estas y otras hipótesis y conclusiones sim ilares parecen despren derse de una lectura exhaustiva del corto relato de dicho historia dor, en el que no se vislum bran, más que de form a esquem ática, las bases en que debería apoyarse el proceso rom anizador (y por ende tam bién colonizador) y que se observan sin em bargo con cla ridad en el caso de otras regiones hispanas. Así, pues, hay que contar con una introducción paulatina de los elem entos de rom anización en el territo rio asturiano a lo largo del siglo I, al tiem po que la resistencia o rechazo p o r p arte de los in dígenas sería bastante fuerte. No obstante, a p a rtir del siglo II (y siem pre teniendo en cuenta las tres regiones claram ente diferencia das de la A sturias antigua) se iniciaría un proceso de asim ilación de los elem entos o factores de la romanización p o r p arte de dicha población. En síntesis, pues, la romanización del territo rio de la Asturias antigua sería distinta en el caso de cada una de las tres circuns EL HISTORIADOR FLORO Y LA ROMANIZACION DE ASTURIAS 563 cripciones geográficas aludidas. Sin duda la región que alcanzaría una asim ilación m ayor de las estructuras rom anas sería la central, la correspondiente al territo rio astur, aun cuando los asentam ien tos de población m ás abundantes se encontrarían en la costa y no en el interior, donde la ocupación rom ana se realizaría m uy lenta m ente (de m anera que el siglo IV coincidiría con la fase de m ayor propagación de los elem entos romanos). En este sentido el proceso rom anizador se llevaría a cabo en el territo rio de la A sturias central, habitado po r los astures transm on tanos, a través de varias etapas históricas: a un período de ocupa ción m ilitar del territo rio po r parte de la adm inistración rom ana, hasta aproxim adam ente m ediados del siglo II, seguiría una fase de m ayor estabilidad, en la que se irían im poniendo poco a poco los modelos rom anos, en especial los relacionados con la explotación agrícola del suelo (a lo largo aproxim adam ente de una centuria), p ara acabar con una etapa más am plia de rom anización, provocada como resultado de una intensa colonización agrícola (siglos IV y V). Por lo que respecta a la zona oriental, parece haberse rom ani zado con cierta fuerza en la región litoral, a pesar de hacerlo ya en una época po sterio r a la que vivió Floro, lo que no im pide pen sar que existirían elem entos rom anizadores más antiguos; en este contexto la zona m ontañosa de la región se vería inm ersa en un proceso de rom anización vinculado con el de la vertiente sur de la cordillera cantábrica, en relación con los pueblos ganaderos de la M eseta norte. Por últim o, la p arte occidental del territo rio de A sturias se nos m uestra como la menos rom anizada, contem plándose en ella un proceso de aculturación, en el que se observa una pervivencia de la organización indígena de los castros, que serían aceptados por parte de los rom anos como elemento fundam ental de su organi zación; salvo algunas inscripciones aisladas carecem os hasta el m om ento de estru ctu ras y edificaciones de carácter u rbano bien definidas. ABADOLOGIO DEL MONASTERIO DE SANTA MARIA DE LA VEGA, DE OVIEDO (1196-1862) POR ANDRES MARTINEZ VEGA S I G L A S A.C.O. A.H.N. A.S.P. A.C.G. B.I.D.E.A. F.S.M.V. F.S.P. F.S.V. L.B. = = = = = — ==. = — Archivo de la Catedral de Oviedo. Archivo H istórico Nacional. Archivo del m onasterio de San Pelayo. Actas del Capítulo General (Silos); Boletín del Institu to de Estudios Asturianos; Fondo docum ental de Sta. M aría de la Vega Fondo docum ental de San Pelayo. Fondo docum ental de San Vicente. Libro Becerro. > El presente trab a jo tiene por objeto, tal como su título indica, exponer el catálogo de las abadesas que han regido la com unidad de m onjas benedictinas del m onasterio de Santa M aría de la Vega, desde sus prim eros tiem pos hasta la segunda m itad del siglo XIX. El tem a form a parte de un estudio mucho más am plio y p ro fundo que como tesis doctoral estoy realizando en el D epartam ento de H istoria medieval de la Universidad de Oviedo, dirigido por el Dr. Francisco Javier Fernández Conde, y que pretende ab o rd ar la historia de este cenobio, así como presentar la colección diplom á tica que guarda su archivo, en gran, parte inédito. 566 ANDRES MARTINEZ VEGA Al presen tar este abadologio somos conscientes de una publi cación an terio r (1), ofrecida en este mismo Boletín sobre el mismo tem a, que nos ha servido en gran m edida p ara ju stificar nuestro trabajo, ya que no podríam os quedarnos indemnes ante un trab ajo realizado sin el más mínimo rigor científico, basado en gran p arte en fuentes im presas, parciales, m uchas veces equivocadas, y otras tantas fundam entadas en simples conjeturas. En realidad, p erm itir todo esto sería contribuir a la reconstrucción de una historia to talm ente artificiosa. N uestro estudio es fruto de una labor de investigación reali zada, en su totalidad, sobre fuentes m anuscritas que integran el archivo de San Pelayo de Oviedo (2) fundam entalm ente. Con verda dera m eticulosidad hemos revisado, sobre todo, la docum entación del archivo del m onasterio de la Vega, y así hem os podido recons tru ir la relación más completa, no po r ello exenta de lagunas, de las abadesas de este cenobio, fundado a m ediados del siglo X II (3), extram uros de la ciudad de Oviedo, por doña G ontrodo Petri, v sujeto en un principio a la disciplina de Fontevrault (4). E sta de pendencia hizo que fuera regido el m onasterio en sus comienzos por prioras, en vez de abadesas, som etidas a la suprem a autoridad de la abadesa de Fontevrault (5). A finales del siglo X II en nuestro m onasterio ya aparece docu m entado el cargo de abadesa (6), lo que nos hace suponer la total independencia del yugo fontevrista. Es, pues, a p a rtir de este mo(1) Z a r a g o z a P a s c u a l , E., “Abadologio del monasterio de Santa María de la Vega de Oviedo (1220-1862)”. B.I.D.E.A., núm. 108, pp. 127«-136. (2) En el archivo de San Pelayo se han revisado los fondos de este mo nasterio, así como los de Santa María de la Vega y San Vicente. (3) A .S .P .: F.S.M.V., Leg. 1, núm. 2. Public.. L. S e r r a n o , “Cartulario del monasterio de Vega con documentos de San Pelayo y Vega de Oviedo”. Ma drid, 1927. Apéndice núm. 16, pp. 166-168. A. d e Y e p e s : “Crónica general de la Orden de San Benito”. Valladolid, 1615-1621. Vol. VII, fol. 437 (fragmento). (4) “Ego igitur Gontrodo Petri...do et concedo monasterium Sánete Marie...que vulgo Fons Ebraudi vocitatur”. A .S .P .: F.S.M.V., Leg. 1, núm. 2. (5) Tenemos documentado el nombre de algunas de estas prioras. En el año 1157 ocupaba el cargo “priorisse domne Aleaidi et domne Gontrodi et priori domno A ngoto...”. A.S.P.: F.S.M.V., Leg. 1, núm. 6. Public., L. S e r r a n o , o.c. núm. 20, pp. 172-174. En el año 1175, “domne Mahalde”. A.H.N., Carp. 1594, núm. 15. (6) No conocemos el nombre de tal abadesa, pero sí aparece como con firm ante — “abaíissa de la Vega”— en un documento de donación que realiza la abadesa de San Pelayo a su propio monasterio. A .S .P .: F.S.P., Leg. B, núms. 38 y 39. Public., F.J. F e r n a n d e z C o n d e , I. T o r r e n t e F e r n a n d e z y G. d e l a No- ABADOLOGIO DEL MONASTERIO DE SANTA MARIA DE LA VEGA, DE OVIEDO 567 m entó cuando comienza nuestro catálogo de abadesas, que h asta el siglo XVI no es todo lo com pleto que hubiésem os deseado por la falta de docum entación al respecto. Las fechas extrem as de m andato señaladas, en esta prim era época, a cada abadesa están confirm adas en fuentes docum entales, lo que no quiere decir que entre esas dos fechas extrem as no haya existido el nom bram iento de alguna o tra que nos resulta im posible relacionar por la carencia absoluta de m ención en las fuentes consultadas. D urante estos prim eros cuatro siglos (XII-XVI) la com unidad de la Vega, en estricta correspondencia con la sociedad feudal y el resto de las organizaciones religiosas, aparece muy jerarquizada, siendo el abad, en nuestro caso la abadesa, el máximo responsable del m onasterio así como su representante (7), y la encargada de todos los asuntos concernientes tanto a lo espiritual como a lo tem poral (8). A ella le corresponde la adm inistración del m onas terio —y a la prio ra en su ausencia (9)— quien, aunque debe tener en cuenta los consejos de la com unidad, decide en últim a instancia. Los fondos docum entales del m onasterio, objeto de estudio, aluden prim ordialm ente a las funciones tem porales del grupo mo nástico, nos sum inistran datos con un m arcado carácter económico, y no son lo suficientem ente explícitas en cuanto a cuestiones espi rituales, hecho po r el que no pudim os com probar aspectos tan im portantes com o podrían ser la elección de abadesa, las causas de su cese en el cargo, etc. Suponemos que eran elegidas libre m ente p o r todos los m iem bros de la com unidad, según las norm as de la regla benedictina, y que su m andato era perpetuo hasta el siglo XVI. Tam poco hem os podido ofrecer una sem blanza biográ fica, tal como hubiese sido nuestro deseo, de aquellas religiosas M e n e n d e z , “El monasterio de San Pelayo de Oviedo, historia y fuentes”. Oviedo, 1978. Vol. I, doc. núm. 43, pp. 94-96. L. S e r r a n o , o .c . núm. 3 2 , pp. 1 9 1 -1 9 2 . Por un error de transcripción este autor cree que la abadesa de la Vega es “dompna Geloira”, y en realidad ésta no es más que una confirmante m ás del documento, al igual que lo es la “abatissa de la V ega”. (7 ) M a t t o s o , J., “Le monachisme Iberique et Cluny. Les m onasteres du diocese de Porto de l’an mili a 1200”. Lovaina, publications universitaires, 1968, p. 195. (8 ) Jean-Berthold M a h n afirma que el abad es el jefe indiscutible de la abadía y que “una cierta imprecisión de la Regla de S. Benito le da un carác ter casi ilim itado” (en “L ’ordre cistercien et son gouvernem ent des origines au m ilieu du X lIIe Siecle (1098-1265)”. París, E. de Boccard Editeur, 1951, p. 81). (9) A.S.P.: F.S.M.V., Leg. 2, núm. 31. Arriendo que otorga la priora del m onasterio de la Vega a Fernán Rodríguez. Año de 1319. val 568 ‘ andres M artínez vega que; ocuparon el máximo cargo de este m onasterio, precisam ente por esa fa lta 'd e noticias. De todos modos ofrecerem os uña aproxi mación al estudio de todas cuantas nos sea posible.. Abadologio del m onasterio de Santa María de la Vega hasta el siglo XVI: 1196 1216 1221232 1248 1253-1260 1265-1283 1293 1313-1320 :' «Abatissa de la Vega» (10). G ontro Roderici (11). Berengaria (12). Toda Muñiz (13). M aría Díaz (14).' Teresa Alvarez (15). Mayor Guilelmiz (16). Sancha Alvarez (17). La lápida sepulcral de esta abade sa ha sido objeto de m últiples estudios e investigaciones que no contribuyeron más que a perp etu ar un erro r debido a la falsa lectura de su inscripción y a las con jeturas sin fundam ento que sobre ella se hicieron (18). Se pensó que era de Sancha A lvarez,-m adre de Alvar Díaz, hijo de Rodrigo Alvarez de Asturias, que fue m on ja en este monasterio. Sin em bargo es necesario aclarar que no se trata de ésta, sino de o tra Sancha Alvarez que fue abadesa de la Vega, herm ana del obispo don F ern án 'Alvarez y tía de Rodrigo Alvarez de Aguilar (19). La citada lápida lleva las arm as de Aguilar y de los -Al- (10) Vid. nota núm. 6. (11) A.S.P.: F.S.V., Cap. XXXIX, núms. 1144 y 1145. (12) A .S.P :: F.S.M.V., pergaminos núms. 10'y 14. (13) A .S .P .: F.S.M.V., pergamino núm. 17. ( 1 4 > -A .S .P .: F.3.M.V., pergaminos núms. 19, 22, 23, 24, 25. (15) • A .S .P .: F.S.M.V., pergaminos núms. 109,’ 30. (16) A .S .P .: F.S.M.V., pergamino núm. 28 y doc. en papel: Benaventfe (C. 16-L. 3-L. 1). En el pergamino núm. 53 (9 de febrero del 1348) se mencio na su fallecim iento, pero no se especifica el año en que ocurrió. (17) A.S.P.: F.S.M.V., pergaminos núms. 29 y 38. (18) Ciriaco M i g u e l V i g i l en su obra “Asturias, monumental, épigráfica y diplom ática”, 2 vol. Oviedo, 1987, p. 148, afirma que la inscripción de esta lápida no proporciona otro dato más que el de haber muerto en la era 1329 (1291), y cita I05 razonamientos, confundidos, de Tirso de Avilés, el P. Luis Carballo y el abate Juan Francisco Masdeu. U nos y otros conjeturan aeerca de quién puede ser esta Sancha Alvarez, pero ninguno lo resuelve. (19) A.S.P.: F.S.M.V., Leg. 2, núm. 36; Lám ina A : Lápida Sepulcral de D.a Sancha Alvarez. (Museo Arqueológico Provincial.) Lám ina B : Retablo del monasterio de Santa María de la Vega de Oviedo, actualm ente en la iglesia de Solís (Corvera). (Foto cedida por Javier González Santos.) ABADOLOGIO DEL MONASTERIO DE SANTA MARIA DE LA VEGA, DE OVIEDO 1322-1341 1350-1421 (20) 569 varez de Asturias y está fechada en el año 1320 (20) véase lám ina A). El 19 de noviem bre de 1319 ya otorga un arriendo la priora, Sancha Fernández (21), quizás por indisposición ya de la citada abadesa y en el mes de enero del año 1326 consta que había m uerto (22). V alesquida Díaz (23). D urante los tres prim eros años que ocupa el cargo figura en la docum entación como «eleyta e confirm ada», siendo a p a rtir de esa fecha cuando se la cita como abadesa. Mencía López (24). E ra herm ana de don Pedro Bernaldo (25) y sobrina de doña Teresa Alvarez (26), abadesa del m onasterio de San Bartolom é de Nava. D urante su m andato al frente del m onasterio tuvo lugar en éste la celebración de una reunión de todos los defensores de la causa de Pedro I contra su rival, E nrique de Trastám ara (27). Además otros dos hechos im portantes afec taron al cenobio en su abadiato, la reclusión en el mism o de unas m onjas de Santa María de V illam ayor y San M artín de Soto, cuyos m onasterios habían sido supri m idos po r el obispo don G utierre (28), y la prom ulgación de las Constituciones de reform a ordenadas p o r el mis mo prelado (29) para este m onasterio. No se trata, tal como apunta V i g i l , o . c., p. 149, de tomar la era por I año, sino de interpretar lo que él llama “guarismo X ” por la abreviatura C hristi” (era Christi 1320) y no darle un valor numérico (IX-XI) al citado guarismo. (21) Vid. nota núm. 9. (22) A.S.P.: F.S.M.V.. Leg. 2, núm. 36. (23) A .S.P.: F.S.M.V., pergaminos núms. 32. 33, 34, 37, 38, 39. 40, 41, 42, 44, 46, 48. (24) A .S .R : F.S.M.V., pergaminos núms. 54, 56, 57, 58, 60, 64, 65, 67, 68, 69, 70, 71, 73, 74, 76, 77. (25) A .S .P .: F.S.M.V., Leg. 3, núm. 95. (26) A.S.P.: F.S.M.V., Leg. 3, núm. 61. Cfr. T o r r e n t e F e r n a n d e z , Isabel, “El dominio del m onasterio de San Bartolomé de N ava”. Oviedo, 1982, pp. 276-277. (27) Ruiz de la P e ñ a S o l a r . J.I., “Historia de A sturias”. A yalga/E diciones, 1977. Vol. V, pp. 36-37. (28) Esta decisión de don Gutierre se lleva a cabo entre los años 1377-1381. A.C.O.: L.B., fols. 40-42. Public., F .J . F e r n a n d e z C o n d e , “Gutierre de Toledo, obispo de Oviedo (1377-1389”). Oviedo, 1978, pp. 462'-463. (29) Estas Constituciones fueron promulgadas el 16 de m ayo de 1379 se gún F e r n a n d e z C o n d e , o . c ., pp. 422-427. ANDRES MARTINEZ VEGA 570 1428-1451 M aría Fernández (30). 1453-1468 Inés Fernández de Grado (31). 1472 M aría de Quirós (32). 1378-1500 Teresa González de Vigil (33). En esta época el m onas terio sufre una nueva crisis económica, y entre los principales bienhechores que tratan de aliviar su esta do de pobreza figuran los Reyes Católicos que, po r Cédula Real de cinco de julio de 1486, lo favorecen con la unión perpetua de los beneficios simples de San Juan del Campo, en Caso, y de Santa M aría de Pelúgano, en Aller (34), e incluso el mism o obispo de Oviedo, don Juan Arias, en 1491 se ve obligado a unirle perpetua m ente el beneficio de la iglesia de M onesteruelo, en Benavente (35). Con la alborada de un nuevo siglo asistim os a un hito signifi cativo en la historia de la Vega. Nos referim os a su integración en la Congregación de Valladolid, hecho que tiene lugar en 1529, con la visita que realiza a este m onasterio fray Alonso de Toro (36). A p a rtir de este m om ento las abadesas serán nom bradas po r el Capítulo General de Valladolid y su m andato será po r tres años, y renovable «si la abbadesa es buena religiosa y ha bien governado su offigio» (37). La relación de abadesas durante este siglo XVI es la siguiente: 1501-1537 M arina González de Vigil (38). (30) A.S.P.: F.S.M.V., pergaminos núms. 80,' 87, 90, 92, 93, 94. (31) A .S .P .: F.S.M.V., pergaminos núms. 96 y 91 (folio 5). ' (32) A.S.P.: F.S.M.V., pergamino núm. 98. (33) A partir dé esta abadesa nos vemos obligados a registrar en las no tas solamente los documentos que marcan el principio y el fin dél cargó dé abadesa, pues la documentación ahora es en papel y resulta imposible citar todos aquellos documentos en los que aparecen. A.S.P.: F.S.M.V., Caia 18, C. 14. Leg. 4. NN. 1. C. 18. Libro 5.° de foros, fol. 21v. (34) A .S .P .: F.S.M.V., pergamino núm. 102. (35) A .S .P .: F.S.M.V., pergamino núm. 104. (36) Z a r a g o z a P a s c u a l , E., “Los Generales de la Congregación de San Be nito de Valladolid”. II (Silos, 1976), p. 234. (37) A.C.G., I, fol. 124r. (38) A.S.P.: F.S.M.V., C. 18-L. 5.° de foros, fols. 33 y 33v. V illavieiosa: (C. 15-L. 2-A) y (C. 15-L. 2-A). En este último documento figura como abadesa ABADOLOGIO DEL MONASTERIO DE SANTA MARIA DE LA VEGA, DE OVIEDO 15404547 1547-1556 1556-1558 1558-1562 1562-1574 1575 1575-1578 571 M arquesa Estébanez de Valdés de la Plaza (39). Aparece como abadesa en la docum entación a p a rtir del 4 de noviem bre de 1540 (40), aunque es nom brada p ara el cargo po r el Capítulo General del año 1541 (41). Es la prim era abadesa nom brada por el Capítulo, una vez realizada la integración en la Congregación de Valla dolid. M aría Menéndez de Prendes (42). M arquesa Estébanez de Valdés (43). M arquesa de Hevia (44). Juana González de Hevia (45). Fue confirm ada en su cargo en los Capítulos Generales de 1565, 1568 y 1571. Cecilia de Prendes. Esta abadesa sólo aparece nom bra da en docum entos del mes de febrero de este año (46). Juana González de Hevia (47). Fallece en el año 1578, y consta por un docum ento del 25 de septiem bre del citado año la actuación de la priora, doña E ufrasia de Cangas (48). Esta situación debió ser aprovechada por el abad de San Vicente para traslad ar la com unidad de la Vega a San Pelayo y apropiarse del m onasterio (49). Marina González de V igil y como presidenta marquesa Estébanez. Quizás en los últim os años de esta abadesa, incapacitada para dirigir la comunidad, ésta fuese regida por marquesa Estébanez que la sucederá en el cargo. (39) Esta abadesa figura desde el año 1537 ejerciendo funciones de aba desa con el título de presidenta. A.S.P.: F.S.M.V. (C orvera: C. 4-L. 1-B), fol. 129. .......... - ......... ' (40) A.S.P.: F.S.M.V. (Corvera: C. 4-L. 1-B), fol. 130. - (41); íA.G.G., I; fol.- S5rf ■•■■■ ; •••. ;* : ' (42) A.S.P. í F.S.M.V. (Gijón :•• C.. 5-L.. 1-H. 4), Caja núm. -3-8, doc. suelto sin clasificar: “Abadesa que ha tenido esté Real Monasterio de Santa María de la : V ega”. : A .C .G .: Capítulo General de 1547. (43) A.S.P.: F.S.M.V., Doc. suelto citado en la nota anterior. (44) A.S.P.: F.S.M.V., Caja núm. 22, Libro 2.° de apeos, fols. lv-2v. (45) A .C .G .: Capítulo General de los años 1565, 1568, 1571. A.S.P.: F.S.M.V., Libro de foros núm. 1, fol. 27. (46) A .S .P .: F.S.M.V., Doc. Oviedo (C. 10-L. 2-M). Doc. V illaviciosa (C. 15L.2-A). (47) A.S.P.: F.S.M.V., Libro 1.° de foros, fols. 8, 11, 14, 17, 20, 30, 40, 37, 6, 302v, 33. (48) A.S.P.: F.S.M.V., Libro 1,° de foros, fol. 310. (49) . ..S i t g e s , J.B., “El monasterio de religiosas benedictinas de . San Pelayo el Real de Oviedo”. Madrid, 1913, pp. 164-165. Este autor dice que él hecho ocurrió el 27 de noviem bre de 1578 y que intervino el rey Felipe II, en Cédula 572 1580-1583 1583-1586 1586-1589 1589-1592 1592-1595 1595-1598 1598-1601 ANDRES MARTINEZ VEGA Catalina de Balbuena (50). E sta fue la prim era abadesa nom brada tras el incidente de traslación de las m onjas a San Pelayo. M aría Estébanez de Argüelles y Santillana (51). Isabel de Carreño y Valdés (52). E ufrasia de Cangas Quiñones (53). María de N ora (54). Isabel de Carreño y Valdés (55). M aría Estébanez de Argüelles y Santillana. Esta abade sa es herm ana del canónigo de la Iglesia de Oviedo Diego de Argüelles. Durante el abadiato de esta religio sa tiene en su com pañía a una sobrina llam ada Catalina de Argüelles que quiere ser m onja, y p ara dote de esta sobrina, el canónigo y tío, Diego de Argüelles, dona al m onasterio el patronazgo de San Esteban de los Caba lleros (Aramil) (56). El siglo XVII será la época en la que las sucesivas abadesas van a proseguir con la reedificación del m onasterio que había co menzado en el siglo anterior, llegando incluso a finales del siglo XVII esta reedificación a transform ar el prim itivo tem plo m onás tico (57). En los prim eros años de esta decim oséptim a centuria el cargo de abadesa es trienal, pero pronto pasará a ser po r un pe ríodo de cuatro años, siendo reelegidas m uchas de ellas. de 27 de marzo de 1579, pidiendo al General de la Orden de San Benito que restituyese, en plazo de veinte días, las monjas a su propio m onasterio así como todos los bienes que les habían sido usurpados. (50) A.S.P.: F.S.M.V., Oviedo (C. 10-L. 3-DD. 2). Las Regueras (C. 12-L. 1B. 3). (51) A.S.P.: F.S.M.V., Siero (C. 14-L. 2-L. 3). (52) A.S.P.: F.S.M.V., C. de Onís (C. 10-L. 4-PP.). (53) A.S.P.: F.S.M.V., Corvera (C. 4-L. 1-A. 5). (54) A .S .P .: F.S.M.V., Caja 8, Leg. 2, fol. 53. C. 18, Libro 1.° de foros, fols. 442, 449, 456, 469. A.C.G.: Capítulo General de 1592. (55) A.C.G.: Capítulo General de 1595. A .S .P .: F.S.M.V., Libro 1.° de foros, fols. 41, 66v. (56) A .S .P .: F.S.M.V., Siero (C. 16-L. 1-A. 2). (57) R u b ia n o , Yldefonso Fray, “Indice del archivo de Santa María de la V ega”. Vol. I, fols. 6-6v. A.H.N., Secc. Clero. Leg. 5076. ABADOLOGIO DEL MONASTERIO DE SANTA MARIA DE LA VEGA, DE OVIEDO 573 Ocupan el cargo de abadesas a p a rtir del año 1601 las siguien tes: 1601-1604 1604-1607 M aría de N ora (58). Isabel de Hevia y Cerón (59). E ra hija de G aspar de Avilés, escribano y vecino de Oviedo, y de Catalina Alonso de Hevia (59A); herm ana, p o r tanto, del canóni go de la catedral de Oviedo Tirso de Avilés. 1607-1610 M aría Estébanez de Argüelles y Santillana (60). 1610-1613 Escolástica de Cifuentes (61). 1613-1615 Isabel de Llano (62). 1615-1617 Isabel de Hevia y Cerón (63). 1617-1621 M aría Estébanez de Argüelles (64). 1621-1625 Isabel de Hevia y Cerón (65). 1625-1629 Isabel de Omaña Quiñones (66). 1629-1632 Inés del Llano (67). 1632-1636 Catalina de Argüelles (68). 1637-1641 Isabel de Omaña y Quiñones (69). 1641-1645 Catalina de Argüelles (70). 1645-1647 Francisca de la Rúa (71). En el año 1646 otorga una escritu ra la p riora por hallarse indispuesta la abade sa (72). (58) A .S.P.: F.S.M.V., C. 18, Libro 2.° de foros, fols. 115v, 114. (59) A.S.P.: F.S.M.V., C. 18, Libro 2.° de foros, fols. 47v, 95v. (59A) A .S .P .: F.S.M.V., Doc. Siero (C. 14-L. 1-T). (60) A.S.P.: F.S.M.V., C. 18, Libro 2.° de foros, fols. 98v, 107v. Libro 1.° de foros, fols. 269, 273, 278, 282, 285. (61) A.S.P.: F.S.M.V., Libro 1.° de foros, fols. 289v, 290v, 282v. (62) A.S.P.: F.S.M.V., Doc. Siero (C. 14-L. 3-V. 1). (63) A .S .P .: F.S.M.V., C. 18, Libro 1.° de foros, fols. 324, 345, 347. (64) A.S.P.: F.SM.V., Doc. Oviedo (C. 10-L. 2-L. 3). (65) A.S.P.: F.S.M.V., Carreño (C. 3-L. 1). (66) A.S.P.: F.S.M.V., Doc. Gijón (C. 5-L. 1). Doc. Oviedo (C. 10-L. 4MM. 4). (67) A.S.P.: F.S.M.V., Doc. Llanera (C. 8-L. 3-Y). Doc. Gozón (C. 5-L. 2N. 4). (68) A.S.P.: F.M.S.V., Doc. Llanera (C. 8-L. 1-H. 9). Doc. Candamo (C. 6L. 1-A. 2). (69) A.S.P.: F.S.M.V., Doc. Oviedo (C. 10-L. 4-MM.2). (70) A.S.P.: F.S.M.V., Caja núm. 38, Doc. suelto sin clasificar: “Abadesas que ha tenido este Real Monasterio de Santa María de la V ega”. (71) A .S .P .: F.S.M.V., Doc. Oviedo (C. 10-L. 2-N). (72) A .S .P .: F.S.M.V., Doc. Oviedo (C. 10-L. 1-G. 1). 574 ANDRES MARTINEZ VEGA 1647-1649 Isabel de Sierra (73). 1649-1653 Antonia de Rojas (74). 1653-1657 Isabel de Omaña Quiñones (75). 1657-1661 Ana M aría B ernardo de Quirós (76). 1661-1665 Isabél de Sierra (77). 1665-1669 Isabel de Balcarce (78). 1669^1670 Catalina de Arango (79). 1670-1673 M aría de Yebra (80). 1673-1677 B ernarda G ertrudis de Argüelles (81). 1677-1681 Inés de Villamarín. Es nom brada abadesa el seis de ju nio de 1677 y cesa en el cargo el 24 de febrero de 1681 (82).Muere el 14 de mayo de 1693 (83). 1682-1685 Vicenta de Cancio. Es nom brada abadesa el 14 de mayo de 1682 hasta el 9 de mayo de 1685 (84). D urante su m andato es ayudada por las consejeras (85), cargo que contem plan las Constituciones de la Congregación del siglo XVII (86). Muere el 22 de junio de 1689 (87). (73) A.S.P.: F.S.M.V., Doc. Oviedo (C. 10-L. 2-M. 3), ;C. 18, Libro 2.° de ventas, fol. 541. (74) A.S.P.: F.S.M.V., Doc. Llanera (C. 8-L. 1-G. 2). Doc. Oviedo (C. 10L. 1-A. 2). (75) A.S.P.: F.S.M.V., Doc. Siero (C. 14-L. 3-Y). Doc. Grado (C. 3-L. 1A. 36). ! (76) A .S .P .: F.S.M.V., Doc. Llanera (C. 8-L. 1-D. 1). Doc. Llanera (C. 8L. 1-D. 2). (77) A .S .P .: F.S.M.V., Doc. Llanera (C. 8-L. 1-E. -1), Dóc. Lena (C. 7L. 2-D. 2). (78) A .S .P .: F.S.M.V., Doc. Gijón (C. 5-L. 1-H.7). (79) A.S.P. t F.S.M.V.j Doc. Gijón (C. 5-L. 5). (80) A.S.P.: F.S.M.V., Doc. Lena (C. 7-L. 2-D. 3). (81) A.S.P.: F.S.M.V., Doc. Oviedo (C. 10-L. 2-N). (82) A.S.P.: F.S.M.V., Libro de Consejo. (83) A.S.P.: F.S.M.V., Libro de Gradas. (84) A.S.P.: F.S.M.V., Libro de Consejo. (85) A .S .P .: F.S.M.V., C. 18, Libro 2.° de ventas, fol. 579. (86) “Ordenamos, que en cada monasterio aya señalada para el Consejo la tercera parte de las m onjas que tuvieren quarenta años de edad, y la que huviere de ser del Consejo, se elija con parecer de la mayor parte del”. Cons tituciones de la Congregación de Nuestro glorioso Padre San B enito... que desde el año 1610 hasta el de 1701 han sido establecidas y aprobadas en di versos capítulos. Impresas en Madrid, Año de 1706, fol, 281. (87) A .S .P .: F.S.M.V., Libro de Gradas, fol. 150v.' ABADOLOGIO DEL MONASTERIO DE SANTA MARIA DE LA VEGA, DE OVIEDO 575 1685-1689 Juana M aría de Valdés y Cobián (88). «Fue electa en el Capítulo General que se celebró en San Benito el Real de Valladolid en 19 de marzo de 1685. Contaba el mo nasterio en esta época con 50 m onjas, tres novicias y siete religiosas de medio velo» (89). 1689-1693 Catalina de Villazón. N om brada el 12 de junio de 1689 hasta el 8 de noviem bre de 1693 (90). En su tiem po ha bía en el m onasterio 50 religiosas de velo negro, siete de velo blanco y cinco novicias (91). 1693-1697 Isabel de Arango. Electa en el Capítulo General celebra do en Valladolid el 18 de abril de 1693. Contaba el mo nasterio, durante su abadiato, con 54 m onjas de velo negro, tres novicias y ocho herm anas legas. En el año 1694 com ienzan las obras de la iglesia, poniendo la p ri m era piedra el día 4 de junio (92). 1697-1701 Catalina de Villazón. Electa en el Capítulo General de V alladolid el 4 de mayo de 1697. «En su tiem po se hizo la iglesia de este m onasterio, el coro, la sacristía y la torre». Las obras de la iglesia habían com enzado en el año 1694 y «la últim a cornisa se acabó de poner el día * 14 de agosto de este año de 1697» (93).■ En los dos últim os siglos de existencia de nuestro m onasterio, las abadesas que lo rigen se verán inm ersas en el acontecer político y social de la época. A finales del siglo X VIII, la com unidad sufre la expropiación de diversos bienes (94), y en la decimonovena cen tu ria es objeto de una nueva y grave crisis económ ica (95), con dicionada en gran p arte por las diversas obras realizadas en el transcurso del p rim er cuatrienio 1801-1805, entre las que figuran un noviciado nuevo, el archivo del m onasterio y la construcción . (38) A .S .P .: F.S.M.V., Libro de Consejo. (89) A.S.P.: F.S.M.V., Libro de Gradas, fol. 4v. (90) A.S.P.: F.S.M.V., Libro de Consejo. (91) A .S .P .: F.S.M.V., Libro de Gradas, fols. 4v-5. (92) A .S .P .: F.S.M.V., Libro de Gradas, fols. 5-5v. (93) A .S .P .: F.S.M.V., Libro de Gradas, fol. 5v. (94) A .S .P .: F.S.M.V., “Indice del archivo de Santa María de la V ega”. Vol. I, fols. 162v-272v. Se le expropian heredades en Trubia para la ubicación de la Fábrica de Armas, y se le priva del derecho sobre el portazgo de Olioniego. (95) A.S.P.: F.S.M .V .: Es un documento en Papel, sin catalogar, fechado en 1809 donde se indica que el monasterio tenía numerosas deudas. 576 ANDRES MARTINEZ VEGA de una nueva cerca p ara el cenobio (96). E sta crisis se agravará durante las dos prim eras décadas del siglo, al verse inm erso en el escenario de la guerra de la Independencia. Así parece colegirse de un docum ento en papel fechado en 1815 en el que se afirm a textualm ente que las m onjas «se ven obligadas a vender varias ca sas para pagar contribuciones extraordinarias de guerra y hacer reparaciones en el m onasterio, que se encuentra en ruina» (97), pues sirvió de hospital durante esa guerra (98) y fue ocupado al ternativam ente por tropas francesas y españolas debido muy pro bablem ente a su situación estratégica (99). Todas estas vicisitudes, así como la distinta evolución de los dos frentes en la contienda, originan traslados tem porales entre las com unidades benedictinas ovetenses. El 2 de octubre del año 1810 la com unidad de la Vega se desplaza al m onasterio de San Pelayo, perm aneciendo hasta el día 14 de junio, en que se m archa ron los franceses. Ese mismo día «a las cinco de la m añana salió la señora abadesa de la Vega con seis m onjas y una herm ana lega a tom ar posesión de su m onasterio, y perm aneció allá; las demás religiosas perm anecieron aquí por espacio de un mes por estar muy destrozado su m onasterio» (100). Nuevamente tendrán que trasladarse a San Pelayo, ante la am e naza de ser invadida la capital por las tropas carlistas, y en este tiem po fallece en el citado m onasterio la que había sido abadesa, doña Bonifacia García de San Pedro, debiendo ser en terrad a en San Pelayo (101). El regreso a su m onasterio será po r poco tiem po, pues definitivam ente la com unidad de la Vega se traslada a San Pelayo en el año 1854, siendo gobernada en este m onasterio po r doña An tonia Palacio, en calidad de presidenta (102). El seis de enero de 1863 fallece tam bién en San Pelayo Angela de la Vara, m onja de velo blanco (103), y tan sólo quedaba como religiosa de la Vega, M anuela Mier Castañón, que fue agregada canónicam ente a la co(96) A .S .P .: F.S.M.V., Libro de Depósito (sin paginar). Datos extraídos de un resumen del cuatrienio 1801-1805. (97) A .S .P .: F.S.M.V., Doc. sin catalogar. (98) A .S .P .: F.S.M.V., Doc. sin catalogar, fechado en el año 1828. (99) A .S .P .: F.S.M.V., Libro de Depósito (sin paginar). Documento fecha do en 1818. (100) A.S.P.: F.S.P., Libro de defunciones: años 1670-1876, fol. 163v. (101) A.S.P.: F.S.M.V., Libro de Gradas, fol. 168. Fallece el 9 de diciem bre de 1838. (102) A.S.P.: F.S.M .V.: Fallece esta religiosa el 9 de marzo de 1862, a la edad de 90 años. Libro de Gradas, fol. 172. (103) A.S.P.: F.S.M.V., Libro de Gradas, fol. 172v. ABADOLOGIO DEL MONASTERIO DE SANTA MARIA DE LA VEGA, DE OVIEDO 577 m unidad de San Pelayo en el año 1891, falleciendo en el m ism o año (2 de junio), con cuya fecha queda extinguida la com unidad de S anta M aría de la Vega (104). La relación de abadesas de estos dos siglos está fielm ente refle jada en el Libro de Gradas del m onasterio, al igual que sus tom as de hábito, sus nom bram ientos y sus respectivos fallecim ientos; por ello no consideram os necesario reg istrar con notas anexas sus abadiatos; lim itándonos tan sólo a exponer sus nom bres, así como las fechas en las que ocupan el cargo: 1701-1705 1705-1709 1709-1713 1713-1717 1717-1721 1721-1725 1725-1729 1729-1733 1733-1737 1737-1741 1741-1745 1745-1749 1749-1753 1753-1757 1757-1761 1761-1764 1764-1769 1769-1773 Isabel de Arango. En su tiempo se hizo el retablo del altar mayor, «que le fabricó Fr. Pedro M artínez, reli gioso de San Pedro de Cardeña, m aestro de arq u itectu ra de gran fam a...» (105), y actualm ente en la iglesia pa rroquial de Solís (Corvera) (106). (Véase lám ina B). Teresa de las Marinas. Antonia Andrea Velarde. M anuela de Velarde. Eulalia de Vigil. M anuela de Merás. Jesefa B ernardo Argüelles. M anuela de Merás. Ana Isabel de Hevia. M anuela Juana de las Marinas. M anuela Ortiz. Isabel B ernardo. Teresa González. M.a Teresa de Benavides. Juan a de Uría. Eulalia Fernández de Zardain. M anuela G ertrudis Merás. Juana M aría de Uría. (104) A.S.P. (S.P. Leg. 12-1). Esta religiosa ingresa como educanda el año 1830 en el m onasterio de Santa María de la Vega de Oviedo, quedando luego en el mismo como novicia, donde profesó en 1831. Era hija legítim a de don Antonio Mier y Castañón y de doña Teresa González de Lena, naturales de San V icente de Columbiello, en el concejo de Lena. Al ingresar en el monas terio contaba con 16 años. (105) “Monasticon Hispanicum ”, de la Biblioteca Nacional de París. Sec. m anuscrits espagnols, núm. 321, fol. 399v. Cfr. Z ar a g o z a P a s c u a l , E., o . c ., pp. 131-132. (106) Archivo Diocesano: Libro de fábrica de la iglesia de Solís. 578 1773-1777 1777-1779 1779-1781 1781-1785 1785-1789 1789-179,3 1793-1797 1797-1801 1801-1805 1805-1814 1814-1818 1818-1824 1824-1828 1828-1832 1832-1839 ANDRES MARTINEZ VEGA M.a Teresa de Benavides. Juana M aría de Uría. ' M.a Joaquina González de Arango. Teresa Menéndez Luarca. M.a Benita Merás. Jacinta Sánchez. Teresa Menéndez de Luarca. Micaela Sánchez Fano. M.a Alfonsa García de San Pedro. Plácida de Salas Omaña. B enita Palacios. Plácida de Salas y Omaña. M aría del Carmen Infanzón. Bonifacia García de San Pedro. Nicolasa de Cañedo y M iranda. Ultima abadesa que tu vo el m onasterio de Santa María de la Vega. No quisiera poner punto final a este trab ajo sin reconocer mi agradecim iento a la directora del Archivo H istórico Provincial de Oviedo, doña Blanca A. Pinedo; y a la facultativa Isabel" Aguirre por lo m ucho que me facilitaron esta labor de investigación. No menos he recibido de la archivera del m onasterio de San Pelayó, sor Guadalupe de la Noval; a ella le debo m ultitud de ideas, datos, sugerencias y el descubrim iento de muchos de los secretos que guarda el archivo que tan fielmente custodia, po r todo ello mi ex preso y eterno agradecim iento a su persona. LA RECUPERACION DEL QUEISO DE BOTA Y DE PAN DE ESCANDA POR CELSO PEYROUX Cronista Oficial de Teverga y M iembro Correspondiente del I.D.E.A. ...La m ás antigua erm ita tiene en Berm iego un tejo se sabe el siglo que labró la piedra m as no la m ano que plantó el renuevo... No es que Alfonso Camín sea mi poeta predilecto pero valga esta paráfrasis de uno de sus poemas para ab rir el pregón de fiesta en esta II MUESTRA DEL QUEISO DE BOTA Y DE PAN DE ESCANDA. Pero es que el m ítico árbol de más que conocidas re miniscencias célticas no puede pasar desapercibido en jornadas como ésta donde un dinámico grupo de gente in ten ta recuperar el tiem po perdido, de tal suerte y beneplácito p ara todos nosotros que nos vamos a encontrar con la grata simbiosis del folclore astu r en todo su esplendor con el grupo de Valdesoto y las incon fundibles notas del puntero y del roncón de un quirosano de re nom brado prestigio: Manolo «el de Ricao», que acertó a ser profeta en su tierra —m isión h arto difícil—. Una concelebración religiosa en bable, la nuesa tsingua, p ara la cual tengo un am plio paréntesis a la vuelta de la página, y el recuperar de nuestros m enesterosos ancianos el queiso de bota y el renacer a la siem bra de las espigas de escanda que antaño se veían doradas bajo el cielo de Bermiego y en los cortinales de todas las aldeas de Asturias. Y de ello, de 580 CELSO PEYROUX nuestros mayores, de estos patriarcas de m anos rugosas y frentes surcadas po r el paso del tiempo, hemos de aprender, recuperar y m antener como un legado vivo sus ricas m anifestaciones culturales, refranes y consejos. ¿O es que nos olvidamos, amigos berm eganos, de cuando la «noblina» cubre el pico de Pelitrón? Pues el refrán se repite muy a menudo: «Cuando Pelitrón pon capa, nun dexes la tuya en casa». Y el aprender de nuestros abuelos no ha de limi tarse a aforism os y a cultos paganos o religiosos como el de hoy en honor de San Antonio o de San Roque, a los que ellos veneran po r fieles guardianes de sus animales, sino que bueno sería recoger las enseñanzas de nuestra rica artesanía popular con sus mesorias, cachapos, goxas, madreñas, escaños, murgazas, cotsares y cibietsas, pregancias y hasta carrancas para que los perros se defiendan de los lobos; si bien es verdad que son más frecuentes los lobos y lobas de dos patas. Hay que seguir recuperando, para que Asturias siga teniendo una identidad y nuestras generaciones venideras se sientan orgullosas, las antiguas creencias y los seres que anim an nuestra m itología: desde el Nubeiru al Sum iciu pasando por el Cuélebre, Las Xanas, El Diañu Burlón, la Santa Compaña, Xuan Barbeiru y el Trasgu, entre otros, porque bien está el rock duro en la evolución de la música, si bien me encuentro un poco confun dido entre la evolución del juego infantil de la peonza, la pañarruca, la pedriquina, la maya y las m áquinas tragaperras y los sofisticados juegos electrónicos, donde los niños, como m eras m á quinas, no tienen ninguna creatividad. Mas volvamos al tejo, a ese herm oso árbol, el más bello ejem plar que jam ás haya visto y que tenéis la suerte de guardar como una reliquia. Porque el tejo es tan nuestro y guarda tan ta historia y leyenda a través de centurias de años que se dice que cuando se construía una erm ita se plantaba uno de estos bellos árboles. Sin em bargo, hay gentes que sostienen que las iglesias se levanta ban al lado del tejo por su personalidad señera y po r lo que el m ajestuoso árbol representaba para los del lugar: ...E ternam ente verde, bajo, callado y grueso, áspera rama oscura, fruto com o el cerezo, todos los habitantes de la aldea pasarán junto a él: niños y viejos. Mecerá muchas cunas con el rum or del viento; LA RECUPERACION DEL QUEISO DE BOTA Y DE PAN DE ESCANDA 581 verá secarse en las cercanas huertas los cerezales viejos, caer el roble, en cuyas fuertes ramas se refugian el pájaro y el trueno, hundirse entre las hiedras las viejas casas com o los ojos ciegos porque allá en el camposanto descansan ya los dueños. Aún tendrem os oportunidad de dar unas pinceladas a ese árbol m onje de largas barbas, de igual m anera que tendríam os que de dicarle un capítulo a otros árboles de la rica flora de nuestra geografía, entre ellos el roble, nom bre que da a vuestra asociación cultural por ser árbol de m adera noble y robusta, si bien es cierto que el que tenem os aquí en Bcrmiego, al decir de los viejos del pueblo: el rebosu «nunca valíu nin pa faer cibietsas». Pero este colectivo entusiasta que form áis en pro de la cultura y de la con vivencia entre los hom bres, no solam ente vale para hacer una sola cibietsa sino que son muchas, unas unidas a las otras, en una larga cadena de ilusiones. Sueños hechos realidad como la rom ería de hoy en la que se rescata, resurge y se hace potenciar un queso popular que se une a la ya larga lista de quesos asturianos, reali zado laboriosam ente por manos artesanas a p a rtir de la deliciosa leche del buen ganado vacuno de estos valles, elaborada con esme ro p ara que dejándola ferm entar en la piel del cordero extraer un producto grato al paladar. Y quién sabe, por qué no habría de form arse —en estos tiem pos difíciles a encontrar labor— entre la juventud una cooperativa de cuyo trabajo —en honrada andecha— pudieran extraerse beneficios para poder sobrevivir en este picaro mundo. Y si de pan necesita el vino para recorrer el cam ino, el queso, a este queiso nuestro de bota nada m ejor para form ar un excelente y com pleto plato gastronóm ico que el pan de escanda o pan de sucu. Espigas doradas que, a golpe de mesoria, se recogían o tro ra en anim ados grupos llenando maniegos y goxas que machadas con el mazo de m adera o m etidas en el rabil p ara sep arar el grano de la poxa iban luego, en los esterones de los burros, a la vieja noria del m olino cuya piedra, después de vueltas y m ás vueltas, hacía b ro ta r la harina tan blanca como los mismos copos de la nieve, m ientras que el m olinero o la m olinera con el cliente de tu rn o re tozaban am orosam ente entre los juncos y los avellanos del arroyo, 582 GELSO PEYROUX cuyas aguas parlanchínas iban contando a su paso de pueblo en pueblo los devaneos eróticos que se traían la pareja am parados por el rum or del río: ...vengo de moler morena de los m olinos de arriba, dorm í con la molinera no me cobró la maquila... Pero ya queda dicho que no ha de servir esta fecha sólo para dar a conocer las delicias de un queso vetusto o de un pan que ya se am asaba en la noche de los tiempos; a ellos, los dos productos de la tierra, les ocurre —como en la literatu ra— igual que a los buenos libros, que sobreviven por su m ensaje. Hoy es una fiesta de asturianía con sabor a cultura popular, como popular fue nues tra lengua vernácula, a la que hay que seguir buscando «ente lus hom es ya m ucheres de las nuesas quintanas. Purque la cultura ya cum ’un hurru onde etsa tien la xaceda inrriba lus cuatru pegochus que la sufitan; ya si un día cun l’aire un pegocho rabila, Vhurru da’l balto ya esbaldrónase en m ediu la caleicha. Pur esu hai quaperuchala ya naide m ichor que la xente de la Asociación E l Roble ya outras paicías pa em pubinar cousas ya puxar pur lu que ia de nuesu». Y dentro de la cultura cabe destacar, por servir de nexo entre los hom bres, el habla; esto es, la lengua que nuestros padres y los padres de nuestros padres nos enseñaron y que hay que recuperar las m últiples lenguas de Las Asturias. Bien es verdad que la lengua hablada difiere de la escrita y ésta de la literaria, pero esto es cuestión del pueblo y una lengua vive si el pueblo la habla y la escribe. ........... Por eso, ya en las postrim erías de estos sencillos renglones —escritos a vuela plum a— , perm itidm e n arraro s una anécdota en el lenguaje de nuestros valles (Quirós, Teverga y Somiedo), no sin antes desearos un feliz día, donde sobre todo proliferen sinceros apretones de m anos y sonrisas honestas en estos tiem pos de tedio propios al odio, que diría Angel González. Pido tam bién disculpas a todos aquellos presentes que no pue dan seguir al com pleto esta anécdota que recogí hace ya varios años, pero estoy seguro que si se presta un poco de atención se term inará com prendiendo en su contexto global: LA RECUPERACION DEL QUEISO DE BOTA Y DE PAN DE ESCANDA 583 «...N ’algunus conczichus los gochus déixanse — pò lo m enos deixábanse, de magar you m acuerdo— escalechar ya fucicar pul m ediu la quintana, a la veriquina lus zarros o pur lus castañeos escontra d ’alguna castaña o d ’outras plantas melicinales que son m ucho bonas pa la barriga. Ya cuandu tsega l’atardecerina ya lus gochus fozarun abondo, la xente tsámalus cum u el que tsama a outra res pa trancalu na cubil ya pa que nun s ’abece a tirar pai m onte ya tsi pase cum u a la gocha d ’una paisana de Teberga, que tandu detrás d ’un barganaz unus cazadorucus \reniegal pecaul afuracárunla a posta tsim pia pensandu que iara un xabaril. Vamus, que la xente, las mucheres en xeneral, dicen asina m ien tras ximielgan dellas panochas de maizus nun maniegu pa faer ruidu: \ina-in\ \ina-in\ \ai-non\ \ai-nonl y a l gochu gurniandu ya cui rabu enroscau cum u si fora una cibietsa, vien apriesa pai duernu a apurrile bonas tsam betadas a la chabaza. El casu ya que — fai d ’istu abondo tiem pu— vinu nuna ocasión un rapaz de Teberga a cortexar a Bermiegu ya cuandu pasaba pur Vitsamarcel, na mai trascantiar la pena Sobia, al m ozu apretotsi las ganas de tir a i pantalón. Abríu la cancietsa d ’una güerta ya pùxuse esclicau detrás d ’un barganaz pa em picipiar a faer la tsabor de la que naide s ’escapa. N ’estas, una mucheraca asomouse al cuar terón de la puerta ya empicipiou a vocinglar, a l’altu la tseva, a lus gochus qu andaban espenando una fuechas de cairuetas: \ai-non\ \aí-noni Y a l rapaz, na mai uila xu bíu’l pantalón en un tras ya salíu el probe de la güerta cum u alma que tseva’l diañu, sin poder cu char las berzas a la muchereta. El rapaz tiró pul camin pa baxu, cun unus puxus que paquei, ya sin m ás entrón n ’outra güerta del curtinal. Acurrucouse detrás d ’un zarnt ya gulvtu a - em picipiar la faena de xuru ista vez de tsevala hasta lu cab eira. Más n ’estas, el m ucheretu aquél volvou a las andadas: \aí-nonl \ai-nonl, vucinglaba dende la ponte l’hurru, esfregandu las panochas pal maniegu: \ai-nonl \ai-nonl E l m ozu empetanau y a la sangre feicha un fervedeiru tiró’l probetaco pul pantalón parriba ya salíu sin gurgutar del curtinal esgazandu lu qu atoupaba pur delantre. Cumu la cousa taba que trinaba ya nun iara cuestión d ’ir corte xar feicho un fedor, el probetón entelau cum u una mosea cuandu come m iruxa caliente p u xu ’l culu a l’aire ya atsí m esm u tiro u l pantalón bien tirau. Cuandu taba n ’estas tsabores, la m ucher que vulvíu a vocinglar a lus gochus: \aí-nonl \aí-nonl Nestas, el rapaz que taba engafentau va feichu un chichu respondiotse a l’altu la tseva: \mecaguntall \eiquí sil \eiqui si, que la boina ya miai ». 584 CELSO PEYROUX Y term ino volviendo —como al principio— al poem a del tejo con unos versos que concluye con un vecino de Bermiego que acier ta a pasar al lado del árbol, varios años después de haberse m ar chado de la aldea donde había nacido. Viene en busca de descanso o de dinero; no se sabe. Al cam inante le ocurre como a m ucha gente, que lejos de colaborar en las labores de m ejora del pueblo y hacer suyas las inquietudes de sus parroquianos, como lo hacen los que participan en los colectivos de las antiguas estaferias o en la Asociación del Roble, critican la labor de los dem ás y llegan con aires de presunción y de soberbia. El tejo, grave y sereno, le dice: Detente, pasajero: Soy el que hace el balance de los siglos, soy el depositario de los vientos. ¿Vienes del mar lejano? ¿Qué buscas? ¿La heredad? Igual que el fuego se anima si se sopla en las cenizas, mi ramazón te animará el recuerdo. Ahí. Ahí estaba la casa; ahí estaban tus padres; eran buenos. Trabaja que trabaja en el verano canción y fogaril en el invierno, alegres o contritos, sembraron, cosecharon, vivieron y murieron. Yo, yo presencié sus bodas y presencié su entierro. Murieron con los ojos m irando hacia lo lejos, al camino del mar por donde un día despidieron a un hijo que no ha vuelto. Bajará la cabeza el visitante, saldrá al camino y, al mirar al pueblo, guardián de las cenizas familiares, volverá a ver el árbol misionero. LA RECUPERACION DEL QUEISO DE BOTA Y DE PAN DE ESCANDA 585 ...La m ás antigua erm ita tiene en Berm iego un tejo, se sabe el siglo que labró la piedra mas no la m ano que plantó el renuevo. Nota: El fo n e m a /ts/ que recoge con esta grafía / l j / la Academ ia de la Llingua Asturiana, es el que corresponde a la “ch” vaqueira y a este sonido característico de la zona occidental de Asturias. ASTURIAS Y AMERICA: LA EMIGRACION POR RAFAEL ANES ALVAREZ Catedrático de la Universidad de Oviedo En este trabajo nos proponem os analizar, principalmente, la emigración de asturianos a América en las dos décadas últim as del siglo X I X y en las tres prim eras del siglo X X , pre guntándonos acerca de las causas de esa em i gración, del número de em igrantes y de las consecuencias que tal fenóm eno social ha te nido. Lo que tal vez haya sido el fenómeno social más im portante de la A sturias contem poránea, las transm igraciones a América, se ha cen m asivas a p a rtir de la década de 1880 y duran hasta 1930. E ntra, pues, esa em igración en lo que se conoce como segunda oleada em igradora, cuando en España se facilita, al rem overse los obstáculos legales y dejar de ser fraudulentos los pases a las re públicas am ericanas. En España, hasta 1853, estuvo prohibida la em igración a las repúblicas de América del Sur y México, cesando, por Real Orden de 16 de septiem bre, la prohibición para los habitantes de las Islas Canarias, al h ab er en m uchas de esas repúblicas «agentes diplom á ticos» y representantes del Gobierno español, que en todo caso protegerán los intereses, los derechos y las personas de los súbdi tos de S.M. Católica»; por tener que dejar «a los naturales de 588 RAFAEL ANES ALVAREZ Canarias bu scar con seguridad en otros países el sustento que no encuentran en su patria, y dar conveniente salida al exceso que, lejos de ser un elemento de prosperidad, sirve de rém ora a sus adelantos». A la p ar que se autorizaba la em igración, se fijaban una serie de requisitos: una fianza de 320 reales al arm ador por cada em igrante; acreditación, ante la autoridad civil, p ara obtener el pasaporte, de que el em igrante salía voluntariam ente y de que disponía del perm iso pertinente del padre, tu to r o esposo, si lo necesitaba p o r razón de edad o estado; que ningún barco llevase más pasajeros de los que podía tran sp o rtar, y que llegados los pa sajeros a su' destino quedasen en libertad plena de dedicarse al trabajo u ocupación que más les conviniese. Con el fin de garan tizar el cum plim iento de lo establecido, fue dictada la Real Orden de 7 de septiem bre de 1856, que exigía una responsabilidad m ayor a las autoridades gubernam entales de los puertos. E ra esa la prim era medida de una serie de ellas tendentes a liberalizar la em igración, que culm inarían con la Ley de 21 de di ciem bre de 1907, debida a Juan de la Cierva, que consagra la liber tad de em igrar. Por Real Orden de 12 de enero de 1865, queda reconocida la facultad de em igrar a todos los españoles, aunque se continuase sosteniendo el derecho estatal en m ateria m igratoria. En 1873, po r Real Orden de 30 de enero, queda suprim ida la fianza de 320 reales en metálico, que debían depositar los dueños o arm a dores de los barcos. Aunque no había comenzado la em igración masiva, preocupa el fenómeno y el Gobierno, por medio del m inistro de Fomento, José Luis Alvarez, elabora un proyecto de Decreto, que es aproba do el 18 de julio de 1881, en el que se llam a la atención acerca de los perjuicios que ocasionaba la emigración creciente, «que lleva a las playas extranjeras preciosos contingentes de inteligencia, de esfuerzos y de brazos»; se acusa a los agentes que «fom entan la em igración, halagando el espíritu tradicionalm ente aventurero de nuestro pueblo», y para estudiar las causas y efectos de la em igra ción y regularla crea una Comisión Especial de Em igración. Esa Comisión, p o r Real Orden de 16 de agosto de 1881, envió a las auto ridades de las provincias afectadas por la em igración un in terro gatorio, en el que se preguntaba: el núm ero anual de em igrantes, su edad y sexo; las causas de esa emigración; qué podría contri b u ir a contener o hacer variar la corriente m igratoria, y si había agencias de em igración y, en su caso, qué ventajas y garantías ofrecían. ASTURIAS Y AMERICA: LA EMIGRACION 589 Se trata, en definitiva, de fren ar el fenómeno em igratorio y, po r Real Decreto de 6 de mayo de 1882, se crea la Sección de em igra ción, dentro de la Dirección General de A gricultura y el Negociado de em igración, dependiente del Institu to Geográfico y Estadístico. Pero esa corriente, que se consideraba era una sangría que debili taba al país, no se detenía y la Real Orden de 11 de julio de 1891 tra ta de que los agentes diplom áticos españoles en Africa y Amé rica conociesen la situación en que se encontraban los em igrantes. En ella se reconoce que habían caído en desuso las m edidas ten dentes a reducir la em igración, porque toda persona tenía derecho a «buscar el sustento donde su voluntad le lleve», pero el Gobierno debía conocer las condiciones de trab ajo de los em igrantes y ver si era posible la contención de la corriente m igratoria o, al menos, dirigirla a las provincias ultram arinas. Parecía ya consagrado el principio de libertad de movim iento, pero seguía preocupando la emigración y el conocim iento de las causas y faltaba una Ley de emigración. En 1901 José Piernas H ur tado elaboró un proyecto, que no prosperó. Por Real Orden de 8 de abril de 1903 se facilita la adquisición del pasaje, al no ser ya necesario el perm iso especial de la autoridad gubernativa y poder obtenerlo con la presentación de la cédula personal. La Ley de em igración fue aprobada el 21 de diciem bre de 1907 y establecía la libertad de em igrar, un mecanismo de vigilancia de em presas y buques, así como facultaba al Gobierno p ara suspender la em igra ción de los m ayores de quince años que no hubiesen cum plido el servicio m ilitar. H asta que se crean la Sección y el Negociado de em igración no com ienzan a levantarse las estadísticas, pero el interrogatorio ela borado por la Comisión Especial de Em igración fue rem itido a las provincias de Alicante, Valencia, Murcia, Almería, Málaga, G ranada, Baleares, Canarias, La Coruña, Lugo, Pontevedra, Oviedo, Guipúz coa, Vizcaya, Alava y N avarra, po r considerarlas las m ás afectadas. No toda la em igración era a los países am ericanos. Según la Reseña Geográfica y Estadística publicada en 1888 (1), el núm ero de es pañoles que residían en países extranjeros, «según los datos más recientes», era de 332.485, sin incluir los residentes en Portugal, que se estim an en m ás de 14.000. El núm ero m ayor residía en América, 140.822, y los países am ericanos que tenían m ás españoles eran Argentina, Uruguay y México. Los 59.022 residentes en Argentina (1) Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico, Reseña Geo gráfica y Estadística de España, Madrid, 1888, II, p. 52. 590 RAFAEL ANES ALVAREZ sólo eran superados por los 114.320 que estaban en Argelia y los 73.781 que había en Francia. Al ser una estadística de residentes en países extranjeros, no están incluidos los que vivían en Cuba, P uerto Rico y Filipinas. Desde el comienzo de esa corriente m igratoria no participan todas las regiones, sino que es «un hecho localizado en una m íni m a parte del territo rio español», precisam ente el que tenía una densidad de población mayor, por lo que cabe pensar «que el ex ceso dem ográfico ha sido la principal causa del fenómeno» (2). Asturias participó activam ente en esa corriente m igratoria, pues si la Comisión creada para que elaborase la contestación al inte rrogatorio recibido en 1881 sostiene que los asturianos no salen por sistem a de la provincia, excepto para Cuba, ni en núm ero gran de (3), y Ferm ín Canella, vocal ponente de la Comisión, que «los habitantes de esta provincia no em igran sistem áticam ente fuera de España» y que las «emigraciones al extranjero son muy lim ita das y variables, y las que se verifican con frecuencia son a las an tiguas colonias, hoy Repúblicas de la América» (4), después sí tuvo emigraciones masivas. Sí parece era ya sistem ática entonces la emi gración a Cuba. La m ism a Comisión, al señalar las causas generales de la emi gración, coloca en prim er lugar «el exceso de población». Asturias tenía, según el censo de población de 1877, 576.352 habitantes, lo que daba 54,6 habitantes por kilóm etro cuadrado, cuando la media española era de 32,6 y estaba creciendo la población a una tasa m edia anual acum ulativa del 0,5 por 100. Pero la superpoblación relativa derivaba, según la Comisión, del atraso en que se encon traban las industrias agrícolas, de la falta de capacitación técnica de los cam pesinos y de la falta de inversiones, al no ser com petiti vos los productos asturianos, por los im puestos altos y las malas comunicaciones, adem ás de la carestía de los productos, p o r los «tributos mal llam ados protectores de la industria nacional». El «exceso de población» en el campo asturiano hubo de aum entar, (2) Jordi N a d a l , La población española (siglos X V I a X X ), Editorial Ariel, Barcelona, 1984, p. 182. (3) La Junta de Agricultura, Industria y Comercio creó una Comisión compuesta por: José García-Alegre y Alvarez, Félix de Aramburu y Zuloaga, Fermín Canella y Secades, César Argüelles y Piedra y Adolfo Alvarez-Builla y García-Alegre. “La emigración en Asturias”, Revista de Asturias, t. IV, año V, núm. 18 (30 de septiembre de 1881), p. 310. (4) Fermín C a n e l l a y S e c a d e s , “Emigración asturiana”, Revista de Astu rias, t. IV, año V, núm. 21 (15 de noviembre de 1881), p. 357. ASTURIAS~Y AMERICA: LA EMIGRACION 591 porque proseguía la «especialización ganadera». Al desarrollarse la actividad m inera y la siderúrgica, en la segunda m itad del siglo XX, aum entó la cabaña de vacuno y la producción de leche, dis m inuyendo las tierras dedicadas a cereales, a no ser el maíz, p ara disponer de m ás pastos. Con ello tendería a descender la p ropor ción de m ano de obra necesaria para la actividad agraria. Parte de esa población que no era necesaria en el cam po pudo em plearse en la m inería y en la siderurgia, pero estos dos sectores no tenían capacidad suficiente p ara absorber ese «exceso de población», por que si bien la m ano de obra em pleada en la m inería del carbón aum entó un 227 po r 100, entre 1880 y 1900, y la em pleada en la industria siderúrgica un 100 por 100, en el últim o de los años la prim era em pleaba 12,1 miles de personas y la segunda 3,8 miles. Las posibilidades que el campo asturiano no presentaba, las ofrecía América, de ahí que fuese una constante que los padres tratasen de im buir en el ánimo de sus hijos la idea de em igrar, como señala Pérez de Castro: «se puede afirm ar, con exactitud, que nuestra em igración era voluntaria, no po r ser p articular, pues en ésta suele pesar m ás que la propia voluntariedad la inculcación de los padres sobre sus hijos, desde la tierna infancia, de que llegados a los quince años tienen que p a rtir para América, al lado del pa riente o del amigo» (5). Esto tam bién nos lo refiere un em igrante liebaniego, al relatarnos que América era asunto «de constante conversación en veladas y reuniones. No había fam ilia que no tu viera un hijo, un herm ano o un tío en América... Allí m archaba toda la juventud; apenas contaba uno doce años, nuestros padres ya nos inculcaban la idea» (6). Porque América se m ostraba como «im án irresistible, panal de prom esas y faro de esperanza» (7). En ello tenía que incidir el ejem plo de los que regresaban «cargados de oro», los que, como ya escribía Jovellanos, con «su vajilla, sus alhajas, sus dádivas a los templos, sus socorros y regalos a la pa rentela, su ostentación y el crédito de su opulencia, siem pre aum en tado y difundido po r la opinión hasta los últim os rincones, ofrecen en este país laborioso y sencillo un espectáculo que deslum bra, y cuya triste influencia no puede esconderse a la reflexión del pa ís ) José Luis P e r e z de C a s t r o , Huella y presencia de Asturias en el Uru guay, Centro Asturiano de Montevideo, 1961, p. 15. (6 ) Eloy V e jo V e l a r d e , Memorias de un emigrante, Santander, 1 9 7 6 , p. 4 5 . Nació en 1901 y en 19 1 8 embarcó para México, camino que habían emprendido antes tres de los seis herm anos varones. (7 ) Eloy V e jo V e l a r d e , Memorias de un emigrante, p. 34. 592 RAFAEL ANES ALVAREZ triotism o» (8). No podía desconocerse que la fo rtu n a era alcanzada sólo po r unos pocos, que el esfuerzo requerido era mucho, que las dificultades a vencer grandes, pero la confianza de todos suficiente para esperar que el éxito sonriera. Pero p ara que los padres inculcasen a sus hijos la idea de emi grar, había o tra cuestión de im portancia no m enor, el servicio m ilitar. Un servicio m ilitar que podía suponer p ara el «quinto» sorteado siete u ocho años, tiempo que podía ser suficiente para em prender en América el camino que condujese a hacer fortuna, si las circunstancias eran favorables y el em igrante ponía en ello la capacidad y el esfuerzo necesarios. El «quinto» sorteado tenía la posibilidad de no hacer el servicio m ilitar si ponía un sustituto o pagaba la redención, 6.000 reales u 8.000 reales, si le había co rrespondido el ejército colonial (9), pero po r poco m ás de la décima p arte se adquiría pasaje p ara América. Además de los años de du ración del servicio m ilitar están las guerras, como riesgo añadido. Podríam os citar m uchas referencias a estas cuestiones, con testi m onios de los propios em igrantes, pero creemos son suficientes las de Eva Canel y Alfonso Camín. La prim era les decía a sus pai sanos en el Centro Asturiano de La H abana, en 1893, «habéis salido por miedo al uniform e de soldado que un tiem po fue te rro r de las m adres» (10). Camín, que llegó a La H abana el 4 de octubre de 1905, refiriéndose a sus prim eros años en Cuba, dice: «Los barcos llegaban casi a diario al puerto de La H abana con los em igrantes en racim os, todos de catorce a quince años, huyendo de la guerra de M arruecos, que era im popular en la Península, desangraba el país y llenaba de luto los hogares, especialm ente los hogares cam pesi nos, de donde salían los mayores contingentes p ara la guerra y para los barcos negreros de la emigración a la aventura» (11). Pero si esos testim onios no se consideran suficientes, tenem os el por(8) Gaspar M e lc h o r de J o v e l l a n o s , Cartas del viaje de Asturias (Cartas a Ponz), Edición de José M . Caso González, Colección Popular Asturiana, Ayalga Ediciones, Salinas (Asturias), 1981, I, Carta Sexta, pp. 146-147. (9) José María M o r o B a r r e n a d a , “La ’Contribución de Sangre’ en Astu rias: servicio militar, traficantes y sustitutos de quintos”, Asturias, 2 (1984), p. 38. Con la Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército, de 1912, fue suprimida la redención a metálico, pero seguían existiendo “mozos de cuota”, que podían rebajar el tiempo de servicio en filas si pagaban 1.000 ó 2.000 pe setas. (10) Eva C a n e l , “A sturias y los asturianos”, Magosto, Est. Tip. F. Nozal, Madrid, 2.a ed., 1899, p. 76. (11) Alfonso C a m ín , Entre palmeras (vidas emigrantes), Revista Norte, M é xico, 1958, p. 281. ASTURIAS Y AMERICA: LA EMIGRACION 593 centaje de «mozos» declarados prófugos en el sexenio 1915-1920, que es el de 38,4 p o r 100, sólo sobrepasado por Canarias; tam bién tenían porcentaje alto de prófugos las cuatro provincias gallegas, Málaga, Almería (12). Para los contem poráneos no había duda de que la incom parencia de los mozos del reem plazo era debida a que em igraban p ara evitar el servicio m ilitar. Que fuesen «especialmen te los hogares cam pesinos» los afectados, se explica p o r estar la m ayor p arte de la población en el medio rural. En 1900 el 69,76 por 100 de la población activa y el 75,48 po r 100 de los hom bres, dentro de esa población activa, correspondía al sector prim ario (13). Además, era difícil que el cam pesino pudiera pagar la redención, como ejem plifica Eva Canel en carta de un cam pesino a su hijo que está en La H abana: «Tu abuelo era labrador, desem peñado, y no era poco. N ada debía a nadie; cogía maíz p ara el año, pagaba poca renta y tenía ganado suyo; pero no quería p edir prestado para ponerm e sustitu to porque decía, con razón muy ju sta, que jam ás acabaría de pagar los réditos cuanto más el préstam o que tom ase para redim irm e» (14). Sin duda el haz de causas de la emigración es m ucho más am plio (15) y las interrelaciones com plejas, po r lo que es muy difícil co n stru ir una representación abstracta que incluya, no todas, la m ayor parte de las variables y sus interdependencias. A las causas que hem os hecho referencia se les pueden añadir más, pero cree mos son las que han actuado en m ayor medida, estando im plícita la inform ación que necesitaba el em igrante, inform ación que no suponía llevase la form ación que le sería precisa. Hubo intentos de crear centros de preparación de los em igrantes, pero las realiza ciones no alcanzaron la m agnitud suficiente, ni la podían tener, por el núm ero de asturianos que em prendieron el cam ino de la em igra ción. Respecto a la falta de preparación del em igrante, escribía Rafael Altam ira, que había sido catedrático de la U niversidad de (12) Antonio G ó m ez M e n d o za y Vicente P e r e z M o r e d a , “Estatura y nivel de vida en la España del primer tercio del siglo X X ”, Comunicación presen tada al III Congreso de Historia Económica, Segovia, 3-5 de octubre de 1985. (13) Concepción M. C r ia d o H e r n á n d e z y Ramón P e r e z G o n z á l e z , Notas sobre la dinámica y estructura de la población de Asturias (1857-1970), Depar tamento de Geografía, Universidad de Oviedo, 1975. (14) Eva C a n e l , “Carta de un aldeano instruido a un hijo com erciante”, Magosto, Est. Tip. F. Nozal, Madrid, 2.a ed., 1899, p. 85. (15) Luis A lfonso M a r t ín e z C a c h e r o , “Historia económica de la em igra ción asturiana”, Conferencias sobre economía asturiana, III, Instituto de Estu dios Asturianos, Oviedo, 1959, pp. 19-36, y La emigración asturiana a América, Ayalga Ediciones, Salinas (Asturias), 1976. 594 RAFAEL ANES ALVAREZ Oviedo desde 1897 hasta 1910: «salen de España, en el 90 por 100 de los casos, analfabetos o con escasísima instrucción. La causa de ello está, de una parte, en la carencia de escuelas en núm ero sufi ciente; de otra, en la edad, a veces muy tem prana, en que se em i gra, com binadam ente con la sustracción del niño a la escuela... Esa desventaja cultural con que sale nuestro em igrante sería sufi ciente para colocarlo en la m ayor inferioridad posible para la lucha en las sociedades am ericanas, donde hay com petencia de elem entos europeos, y en todo caso se exigen condiciones más rigurosas que las que aquí solemos pedir al trab ajad o r en muchos sectores de la vida com ercial e industrial» (16). Quizá no se deba term inar este apartado sobre las causas de la em igración asturiana a América sin hacer referencia a lo que ha sido un tópico, que el asturiano salía de su tierra im pulsado por la m iseria, cuando no por el ham bre (17). Esto lleva a que se deba plantear la cuestión del nivel de renta de los em igrantes. A falta de inform ación cuantitativa hay que recu rrir a la cualitativa. Los que sostienen que la miseria hacía huir a los asturianos de su tierra siguen una corriente que ya defendía Feijoo, quien se pre guntaba: «¿Qué se ve en toda esta provincia, sino gente que con lágrim as y gemidos buscan pan para su sustento? ¿Qué se ven por estas calles de Oviedo, sino denegridos y áridos esqueletos, que sólo en los suspiros con que explican su necesidad dan señas de vivien tes?... El cielo, que decretó el daño, dispuso por o tra parte el consuelo. Poco ha tem íam os ver desierto este país, porque ya m u chos de sus habitantes se iban a buscar la conservación de la vida en otros» (18). También son frecuentes las referencias al Mani fiesto del hambre, de José María Bernardo de Quirós, m arqués de Cam posagrado, publicado en El Industrial, en 1854, a las crisis de subsistencia, a los efectos de la venta de com unales con la (16) Rafael A ltam ira y Crevea, Ideario pedagógico, Editorial Reus, Ma drid, 1923, p. 224. Cuando, en septiembre de 1908, la Universidad de Oviedo celebró el tercer centenario de su inauguración se hizo firm e el propósito de que un catedrático marchase a América en misión cultural. El Rector Canella comisionó a Altamira, quien embarcó en Vigo el 13 de junio de 1909, regre sando al puerto de La Coruña el 30 de marzo de 1910. En los m eses que estuvo en América visitó y dictó lecciones en Argentina, Uruguay, Chile, Perú, Mé xico, Estados Unidos y Cuba. (17) Véanse los trabajos dedicados a la emigración asturiana en Indianos, Monografías de Los Cuadernos del Norte, Caja de Ahorros de Asturias, Ovie do, 1984. (18) Benito J e r o n im o F e ij o o , Cartas eruditas y curiosas, Imprenta de los Herederos de Francisco del Hierro, Madrid, 1742, t. I, p. 3. ASTURIAS Y AMERICA: LA EMIGRACION 593 desam ortización de Madoz y, en general, a que «la pobreza era endém ica entre la población rural» y a que «ante estas condiciones no es sorprendente que Asturias fuera, incluso a finales del siglo X V III, una de las principales fuentes de em igración de España» (19). Lo prim ero que se puede decir es que todas esas m anifesta ciones se refieren a épocas anteriores a la de la em igración masiva, m ientras que para ésta no se pueden em plear, en principio, los mism os argum entos. Pero, además, desde Jovellanos, quien expli caba que aquellos que salían de la región que procedían en su m ayor parte de los concejos que dedicaban m ás tierras a pastos y prados, lo hacían porque al quedar menos tierras de labor había menos posibilidades de establecer familias nuevas (20), son m uchas las opiniones co n trarias a que la m iseria era la causa de la emi gración. Bástenos lo que decía, en 1893, Eva Canel en el Centro As turiano de La H abana: «Dicen ciertas gentes, mal avenidas por sistem a, con todo lo que crece y se desarrolla y se engrandece, como la colonia astu rian a en esta isla, que habéis salido de vuestra provincia arrojad o s por el ham bre. No es cierto: Habéis salido para d ar rienda a las aspiraciones vuestras de ser y tener; habéis salido por miedo al uniform e de soldado...; habéis salido porque vuestros padres, haciendo lo que la cangreja del cuento, quieren em pujaros en los adelantos, m ientras ellos continúan apegados a lo viejo sin dárseles un bledo que la ley haya destruido los mayo razgos y las prim ogenituras que conservan; pero arrojados po r el hom bre, no. En vuestras casas había pan; de maíz, bien, pero pan, y valiéndom e de una palabra provincial diré, salvo tristísim as ex cepciones, que seguram ente no faltaba algo para acompangar. Te níais leche, fruta, castañas, caza y pesca a vuestra disposición. ¿Podríais ser arro jad o s po r el ham bre? ¿Em igran los manchegos que tienen m uchísim o menos? ¿Em igran los castellanos que viven eternam ente sirviendo por m ísero jornal a los grandes cosecheros? No. ¿Em igran los catalanes po r ham bre? Tampoco. Luego vosotros em igráis po r vuestro carácter, poco conforme con lo pequeño, y por vuestro deseo de salir fácil, digna y rápidam ente de la esfera en que habéis nacido» (21). (19) Adrián S h u b e r t , Hacia la revolución. Orígenes sociales del m ovi miento obrero en Asturias, 1860-1934, Editorial Crítica, Barcelona, 1984, p. 29. (20) Gaspar Melchor de J o v e l l a n o s , Cartas del viaje de Asturias, vol. 2, p. 19. (21) Eva C a n e l , “Asturias y los Asturianos”, pp. 75-76. 596 RAFAEL ANES ALVAREZ Tampoco em igraban, generalmente, los que pertenecían a fam i lias de ren ta alta. Como le dice su padre al naviego Rafael Calzada cuando, term inada la Licenciatura de Derecho, le com unica su vo luntad de em igrar, «a la América se van los hijos de los pobres labradores, que no tienen más arm as que sus brazos, ni más por venir que el del trab ajo m aterial...; pero eso de gastarse m uchos años y m ucho dinero en adquirir el título de abogado e irse po r el m undo con la casi seguridad de que no ha de servir p ara nada, me parece el m ás garrafal de los disparates» (22). Los hijos de los labradores, p ara em igrar, debían tener la inform ación necesaria y poder costearse el pasaje, que tuvo una elevación del precio del 34 por 100 en el últim o cuarto del siglo XIX y un 31 por 100 entre 1900 y 1923 (23). Si en 1887 en las fábricas de fundición de Oviedo, La Amistad y B ertrand, los salarios de los em pleados iban de 1,75 a 4,50 pesetas diarias (24), los que cobraban el salario más bajo no conseguían reunir en un año para adq u irir un pasaje La Coruña a La H abana, aunque no gastasen nada en o tra cosa que no fuera en comer. Fernando García Arenal estim a que la ración fisiológica de un obrero costaba 0,6592 pesetas, lo que suponía al año 241 pe setas, m ientras que podía ingresar, el de 1,75 pesetas de salario/día, 415, si conseguía 237 días de trabajo (25). Debió ser frecuente que la familia del em igrante vendiese o hi potecase sus bienes, o parte de ellos, para sufragar los gastos del viaje. A m ediados del siglo XX, Antonio F errer del Río, refiriéndose a un em igrante tipo gallego, asturiano o m ontañés, escribe que lle gaba al puerto correspondiente, adonde «le acom paña su padre o pariente más cercano, siendo portad o r del producto de su últim a aranzada de tierra, vendida para satisfacer el flete del viajero y para la m anutención de ambos, m ientras una velera fragata cierra su registro y sopla viento favorable» (26). Eva Canel nos lo ejem plifica así: « ¡Cuántos afanes, cuántos empeños, cuántos pasos de (22) Librería (23) ruña-La Rafael C al z a d a , Cincuenta años de América. Notas autobiográficas. y Casa Editora de Jesús Menéndez, Buenos Aires, 1926, vol. I, p. 143. En pesetas constantes, con base 1913=100, e l coste del pasaje La CoHabana, era: en 1876, 193 pesetas; en 1900, 259 y e n 1923, 340. (2 4 ) Fermín C a n e l l a y S e c a d e s , El libro de Oviedo. Guía de la ciudad y s^i concejo, Imp. de Vicente Brid, Oviedo, 1887, pp. 309-310. (25) Fernando G a r c ía A r e n a l , Datos para el estudio de la cuestión social. Información hecha en el Ateneo-Casino Obrero de Gijón, Imp. del Comercio, Gijón, 1885, pp. 38 y ss. (2 6 ) Antonio F e r r e r del R io , “El Indiano”, Los españoles pintados por sí mismos, Gaspar y Roig, Editores, Madrid, 1851, p. 17. ASTURIAS Y AMERICA: LA EMIGRACION 597 acá p ara allá costó a la pobre viuda del escribano lo que necesitaba para h ab ilitar el viaje de sus hijos! Encontró, po r fin, el dinero necesario, pagando un interés del siete por ciento, hipotecando la casa en que vivían» (27); y V entura Pérez Suárez, los padres de Antonio M artínez determ inaron m andarle a América y «para lograr lo viéronse precisados a em peñar su pobrísim a hacienda, inclusive la casa en que vivían» (28). Una de las aspiraciones del em igrante era poder g irar pro n to dinero a su familia para que se desem peña sen, si esa era su situación, así como para dem o strar que el éxito le acom pañaba. E m barcaban los asturianos, en muchos casos, en S antader o La Coruña y desde la segunda década del siglo XX en m ayor núm ero en Gijón. H abían tom ado, generalmente, pasaje de tercera clase, y «se hundían en los inm undos sollados de los buques trasatlán ti cos» (29), preparados para ese transporte, como describe un emi grante: «Las literas en el fondo del barco. Los com edores y el servicio para la distribución del rancho estaba concebido tan prác tico y utilitario, que bien podía pensarse que había sido tom ado el modelo de aquellos barcos de cuando los piratas ingleses reclu taban negros en Africa p ara luego llevarlos a vender como esclavos a la recién descubierta América» (30). Con la aspiración de ser y tener, como diría Eva Canel, puede que hayan tom ado el cam ino de América 360.000 asturianos entre 1884 y 1930. A esa cifra llegamos tom ando las de em igrantes, pa sajeros, que han declarado asturiana su últim a vecindad. Para los años com prendidos entre el de 1899 y el de 1911, en que falta tal inform ación, creem os se puede hacer una interpolación lineal, en tre la m edia de 1896-1898 y 1912-1914, lo que supone no ha habido descenso de la em igración en la prim era década del siglo XX. No hay nada que perm ita sostener hubo tal descenso; es más, hay re ferencias a «desbandada de españoles». Pudo haber, después de las guerras coloniales, tendencia al retraim iento en la em igración a Cuba, pero si no descendió inm ediatam ente la exportación de pro ductos españoles a esa isla, no tuvo por qué darse un retroceso notable en la transm igración. Por otro lado, estaban los demás (27) Eva C a n e l , “El Esfoyón”, Magosto, Est. Tip. de F. Nozal, Madrid, 2.a ed., 1899, p. 19. (28) Ventura P e r e z S u a r e z , El oro de América (Historia de un emigrante Español), Imp. Manuel León Sánchez, México, 1923, pp. 28-29. (29) Antonio L. O l iv e r o s , Asturias en el resurgimiento español (Apuntes históricos y biográficos), Madrid, 1935, p. 50. (3 0 ) Eloy V e jo V e l a r d e . Memorias de un emigrante, p . 55. RAFAEL ANES ALVAREZ 598 países receptores de asturianos. Para aju star las cifras de salidas reales a las que nos dan esas estadísticas, hay que aum entarlas en más de un 10 por 100, ya que había un porcentaje así de los que aparecían como de vecindad desconocida. Dado ese gran núm ero de am igrantes, no son exageradas las palabras de Valentín Andrés Alvarez cuando escribía que, «en Cuba, en México, en la Argentina, disem inados por todo el orbe hispánico, hay miles de asturianos y cientos de colonias del pueblo astur. N uestra región tiene, acaso, tantos hom bres y tantas riquezas, tantas propiedades y tan ta san gre fuera de sus límites como dentro de ellos» (31). El asturiano, «niño aún tom aba las rutas del m ar sin otro ba gaje defensivo que sus alientos» (32). Además de esas referencias a la juventud de los em igrantes, entre los que había muy pocas m ujeres, se conoce la edad de los que em igraron del concejo de Navia, entre los 14 y 17 años estaban los que salieron en el últim o EMIGRANTES ASTURIANOS A AMERICA, 1884-1930 Años Em igrantes (1) 1884-1900 1901-1910 1911-1920 1921-1930 73.072 81.255 89.542 80.574 N ota: Prom edio anual 4.298 8.126 8.954 8.057 (1) La cifra de emigrantes de los años 1899-1911 se estimó por inter polación lineal entre las medias de los años 1896-1898 y 1912-1914. Fuentes: Estadística de la emigración e inmigración de España, 1884-1898 y Estadística de pasajeros por mar, 1912-1930. tercio del siglo XIX y entre los 17 y los 20 los que lo han hecho en la prim era p arte del siglo XX; el porcentaje de m ujeres em i grantes de ese concejo fue del 13,5 por 100 (33). Que se em igrase a edad tan tem prana parece lógico, si una de las causas de la emi- (31) Valentín Andrés A l v a r e z y A l v a r e z , “La obra de los americanos de Asturias. La primera ’ayuda americana’ a la economía española”, Asturamérica, año III, 2.a época, núm. 27 (mayo, 1956). (32) Antonio L. O l iv e r o s , Asturias en el resurgimiento español, p. 50. (33) Jesús M a r t ín e z F e r n a n d e z , La emigración a las Américas (1870-1970), Imprenta La Cruz”, Oviedo, 1982, BIDEA, núms. 105-106, pp. 504 y ss. ASTURIAS Y AMERICA: LA EMIGRACION 599 gración era evitar el servicio m ilitar; tam bién lo puede explicar esa inculcación de los padres, la preparación de los hijos p ara que em barcasen en cuanto tuviesen edad para hacerlo. Destino tradicional de los em igrantes asturianos era la Isla de Cuba, po r ser muy im portante la tradición creada de cuando era uno de los pocos lugares adonde se podía ir e im portante, por tanto, la colonia astu rian a existente. Cuando se quitaron las res tricciones a la em igración, según fueron removiendo los obstáculos existentes, aparece con toda fuerza la atracción de otros países, que, adem ás de sus posibilidades, ofrecían una salubridad mayor. Así, con el «país fabuloso, de onzas de oro, de centenes, de m ontañas de azúcar» (34), pero tam bién de la latente fiebre am arilla y del «gusto cubano», una erupción que afectaba a los que llegaban, com petirán otros, especialm ente los del Río de la Plata y, sobre todo, Argen tina, el «país ancho y luminoso», como le definió José M aría Salaverría (35). Eso nos lo relata perfectam ente Rafael Calzada, quien, en 1875, con la Licenciatura en Derecho, conseguida a los 21 años, debiendo esperar cuatro para poder ejercer, se le ocurrió pensar que tal vez su porvenir podría estar en América y, nos dice, «pensé a orillas del Nalón, en aquella tarde, m em orable para mí como muy pocas: ¿es, acaso, Cuba el único país de América?, ¿no había en el Nuevo Mundo países cuya salubridad nada tenían que envidiar a la de E spaña? Y pasaron po r mi imaginación el Uruguay, la Argen tina, Chile... E ran países nuevos, de inmenso porvenir, y acaso fuese más fácil abrirse camino y ganarse la vida en ellos que en aquella nada próspera España» (36). Decidido, al fin, po r el Uru guay, en Montevideo le recom endaron, porque ofrecía posibilidades mayores, que se trasladase a Buenos Aires. Cuba y Argentina pa rece han recibido el núm ero mayor de asturianos; el 35 por 100 de los em igrantes de Navia lo han hecho a la República Argentina y el 31 por 100 a Cuba (37). Aquélla fue captando rápidam ente em i grantes, po r presen tar m uchas posibilidades de desarrollo y por las m edidas adoptadas p ara el fomento de la inm igración, entre las que destacan los del general Roca, elegido presidente el 12 de octubre de 1880. Resultado de ello fue el establecim iento de líneas regulares de vapores; a finales de enero de 1888 llegó el «Buenos (34) A ngel L a z a r o , Retratos familiares. Editorial Prisma, La Habana, 1945, pp. 46-47. (35) José María S a l v e r r ia , “El canto al em igrante”, Paisajes argentinos, Gustavo Gili, Editor, Barcelona, 1928, p. 123. (36) Rafael C a l z a d a , Cincuenta años de América, vol. I, pp. 141-142. (37) Jesús M a r t ín e z F e r n a n d e z , La emigración a las Américas, p. 518. 600 RAFAEL ANES ALVAREZ Aires», m andado po r el capitán santanderino José Venero, prim er vapor que enviaba la Compañía Transatlántica Española, de Anto nio López, m arqués de Comillas. En medida m enor tam bién Uruguay recibió em igrantes y, al menos, en 1919 había sem analm ente vapor con España. México, tradicionalm ente, era país predilecto po r as turianos de la parte oriental de la región y Puerto Rico tuvo el contingente m ayor de inm igrantes de Oviedo, Gijón, Infiesto y Navia (38). El em igrante, que salía muy joven de su región, con el afán de ser y tener, llevaba como aspiración prim era poder m andar pronto algún dinero a su familia, bien para que se librasen de las deudas que habían contraído con su viaje o para que m ejorasen su nivel de vida, y al cabo de los años poder regresar con la condición de «americano». Como versificaba Conrado V illar Loza, n atural de Taram undi, que vivió quince años en la República Argentina, en «Lonxe d'aquí»: Lonxe, muy lonxe d ’aquí, donde ye cham an a H abana, teño al meu fiyo querido, teño al meu Pedro del alma. V eint'años ha que se foi, empuxado por a idea de xuntar ahí unhos cuartos, y volver longo p r’aldea. P ara facilitarle su inserción en la sociedad en la que iba a en trar, el em igrante era, teóricam ente, «reclamado» po r un pariente o amigo, aunque la realidad dem ostrase, en la m ayor p arte de los casos, que eso era algo puram ente teórico. Al menos sí servía, a los que llegaban a Cuba, para que no fuesen internados en el Cam pam ento de Tiscornia, si ese pariente o ese amigo se presentaba a la llegada del barco con «una carta de colocación». Rafael Calzada (3 8 ) J o s é M a r ía G a r c ía - R o d r íg u e z . Sociedad Española de Auxilio Mutuo: Los años fundacionales, S a n J u a n . P u e r t o R ic o , 1983, p . 113. N o o b s t a n t e , la e m ig r a c ió n a C u b a t e n ía u n a in c id e n c ia m u y g r a n d e : “L a v i l l a d e M ir a c ie lo e s t a b a l e v a n t a d a m á s c o n n o s t a l g i a s d e e m ig r a d o s a C u b a q u e c o n la d r il lo y p ie d r a . T o d a s l a s f a m i l i a s t e n í a n d e u d o s , m á s o m e n o s a lle g a d o s , e n la is la . S e h a b la b a e n la v i ll a , d e C u b a , c o n m á s a f e c t o q u e d e m u c h a s p r o v in c i a s e s p a ñ o la s . U n v i a j e a C u b a d a b a p a r e c id a s e n s a c ió n S u a r e z ( E s p a ñ o lit o ) , q u e a C a s t i l l a ” , C o n s t a n t in o Un hombre de nuestro tiem po, E s t. T ip . d e S á e z H e r m a n o s , M a d r id , 1931, p . 59. 601 ASTURIAS Y AMERICA: LA EMIGRACION se refiere a los «recom endados» que debió atender, lo que califica como «un verdadero azote», «a la enorm idad de em igrantes que, día a día, me han venido asediando en busca de colocación, siem pre bien recom endados, los unos, po r el amigo íntim o, los otros, por el antiguo condiscípulo, aquéllos, por el pariente, los dem ás allá, por el correligionario, lo que me ponía, o me pone siem pre en el caso de atenderlos y am pararlos. Además, en general, suele ser buena gente, salvo raras excepciones; y como yo no puedo ver su frir a nadie, no es p ara dicho el tiempo que he tenido que invertir en rem ediar sus lástim as y recom endarles» (39). E ntraba así el em igrante en una sociedad que le exigía un modo de vida muy distinto al que estaba acostum brado, una «existencia vertiginosa y llena de afanes» (40), estar dispuesto a ocuparse en todo, porque, como escribía Salaverría, «la vida difícil de estas ciudades cartaginesas no da plazo, como la m iseria se avalanza a pasos largos, el joven inteligente hallará trab ajo y vivirá. Si la suerte le es favorable, hasta puede o cu rrir que alcance una posi ción». Pero esa posición no la conseguiría «con esfuerzo mínimo, sino con un esfuerzo máximo. Se ha de despedir de las horas del café, de las tertulias con los amigos, de la conversación... Si en tra en una casa de com ercio, trab a jará desde la m adrugada h asta la noche intensam ente; qu errá ascender en su cargo, y p ara eso se sobrepasará, hasta poder ganarse las sim patías de sus amos. Con versará siem pre de negocios, de cosas prácticas. Leerá los anuncios de subastas; estará atento a una coyuntura que le proporcione una com pra de terren o s... Siem pre atentos a la ganancia, con un ideal único de codicia, no pensando sino en tra b a ja r y aceptando las ocu paciones que se presenten, por duras y extrañas que sean, los indi viduos de la fam ilia irán progresando, si antes no revientan al rigor de su afán» (41). Eso 1o resum ía así un em igrante: «Poco saben ustedes, los que nunca han salido de este m aravilloso rincón, las calam idades y privaciones que habrá tenido que p asar el «indiano» antes de poder volver con toda su carga de sacrificios y sinsabo res» (42). Quien se consideraba reunía las condiciones m ejores párá ello era el cam pesino, porque «tiene la fortaleza, el tesón, el carác ter indom able, la capacidad de trabajo, de sacrificio y de ahorro (39) (40) (41) R afael C a l z a d a , Cincuenta años de Am érica, vol. I, p . 413. Rafael C a l z a d a , Cincuenta años de Am érica, vol. I, p . 7. José María S a l a v e r r í a . A lo lejos. Renacimiento, Madrid, 107-108. (42) 1914, pp. . Eloy V e jo V e l a r d e . Memorias de un em igrante, p. 198. : ■ ’ . 602 RAFAEL ANES ALVAREZ que le falta a eso que en España se llam aba un señorito de la cla se media» (43). La aspiración de volver, de regresar, como triu n fad o r muy po cos la han podido ver realizada. El modelo de «americano» que se presenta es el que describe Clarín en «Boroña», un hom bre que ha conseguido una gran fortuna, pero que con ella no podía hacer na da de lo que quería (44). El tipo es el de «unos señorones... avieja dos y achacosos, am arillentos, con dentadura postiza, secos como espartos, y enferm os incurables. No hay uno de esos «americanos» que no parezca tísico. Diríase que han trocado la salud po r el di nero» (45). Frente a esos retirados o jubilados, se coloca a los que reto m aro n después de la segunda guerra de Cuba, jóvenes y ricos, dispuestos a seguir en su tierra en el m undo de los negocios, unos «hombres con el temple, la experiencia y el dinam ism o de jefes de em presa y capitanes de industrias bien dotados y probados, pues habían triunfado ya en América» (46). Con ellos llega «una riqueza en oro que va a levantar de su postración a la econom ía nacio nal» (47). M ucha im portancia se ha dado a esas rem esas de América, que en A sturias y en otras partes de España han contribuido a la crea ción y desarrollo de sociedades industriales y de servicios. Son relacionadas esas rem esas con la diversificación de la actividad económica que se da en Asturias en los años finales del siglo XIX y los prim eros del siglo XX y con el gran núm ero de sociedades que entonces se crean. E ntre 1898 y 1903 han sido creadas 284 so ciedades domiciliadas en Asturias, con un capital social de 214.313 (48) miles de pesetas, aunque el desembolsado fuese mucho menor. Sin duda, la participación de los «americanos» en ese alza de los negocios ha sido notable, pero no se puede olvidar a los capitales de vascos, catalanes, m adrileños y asturianos no em igrantes. Tampoco cabe m inusvalorar las pequeñas rem esas que antes de esos años y después llegaban a Asturias y que debieron hacer meA ngel L a z a r o , Retratos fam iliares, p. 105. Leopoldo A l a s (Clarín), “Boroña”, Cuentos m orales, Editorial Bruguera, Barcelona, 1982. (45) Ventura P e r e z S u a r e z , El oro de Am érica, p. 24. (46) Valentín Andrés A l v a r e z y A l v a r e z , Guía espiritu al de A sturias, Ca ja de Ahorros de Asturias, Oviedo, 1982, p. 18. (4 7 ) Antonio L. O l iv e r o s , Asturias en el resurgim iento español, p . 51. (48) Francisco E r ic e S e b a r e s , La burguesía industrial asturiana (18551920), A proxim ación a su estudio, Silverio Cañada, Editor, Asturias, 1980, Cua dros V y IX. (4 3 ) (4 4 ) ASTURIAS Y AMERICA: LA EMIGRACION 603 jorase el nivel de vida, especialm ente el de los cam pesinos, lo que inspiró los versos de Marcos del Torniello: «Asturies sin indianos, la pro b itin a... / lo que fos sin indianos non se adevina; / i con los habaneros tá q u ’escentella, / porque non hai deyures o tra como ella» (49). E ran esos giros, cantidades no muy grandes, que rem i tían los em igrados a sus fam iliares, como los que recibía Juana de la Garvexa o del Camiso de sus dos hijos que desde La H abana «le m andaban dinero sin tasa para que no trabajase», aunque «ella continuaba haciendo su vida habitual, levantándose antes del alba para ord eñ ar las vacas y trae r la leche a la villa en hora tem prana, como cuando era una pobre labradora» (50). En las rem esas de los em igrantes hay que distinguir, pues, las constituidas por cantidades grandes, que podían llegar a cientos de miles de pesetas, de las cantidades pequeñas, rem itidas con al guna periodicidad o sin ninguna. Aquéllas, relacionadas con el retorno del «am ericano» o con el establecim iento de algún negocio, no solían ser enviadas de una sola vez, pues había que aprovechar el m ejor cam bio, y frecuentem ente quedaban depositadas en Lon dres, sin duda p o r las garantías que ofrecían la libra esterlina y el sistem a bancario inglés, hasia que se necesitaba disponer de ellas. Los giros pequeños eran expedidos por banqueros de U ltram ar al cargo de banqueros asturianos, o de otras capitales españolas, que abonaban directam ente o por medio de sus corresponsales, que en algún caso tenían el encargo de entregar una cantidad m ensual m ente (51). Ni unas ni otras de esas remesas han sido cuantificadas, aunque no se duda de su im portancia e incidencia en la econom ía asturiana. Prueba de esa im portancia puede ser la constitución del Banco H ispano Americano, que según proyecto presentado p o r An tonio Basagoiti y Arteta, Florencio Rodríguez, Bruno Zaldo y Luis Ibáñez, em igrados con negocios en Cuba y México, el 16 de junio de 1900, tendría como objeto principal fom entar la unión de los intereses económ icos entre España y América. (49) José Benigno G a r c ía (Marcos del Torniello), “Entre habaneros”, Or bayos de la Quintana, Imprenta Helénica, Madrid, 1925, p. 231. (50) César F e r n a n d e z C a l za d a , Recuerdos del Terruño, Prologo, notas y epílogo de Jesús Martínez Fernández y José Luis Pérez de Castro, Oviedo, 1977, pp. 14 y 15. (51) José Ramón G a r c ía L ó p e z , Com erciantes-banqueros y banqueros en los orígenes de la banca regional asturiana. Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Oviedo, 1985, Tesis doctoral inédita, estudia las operaciones realizadas por la Casa Masaveu. 604 RAFAEL ANES ALVAREZ Esos capitales remesados, adem ás de servir p ara crear algún negocio o m ejo rar las condiciones de vida de la familia, parece que en p arte se destinaron a adquirir tierras. Jovellanos escribía que el p rim er objeto de los «indianos es arraigarse com prando tierras, labrando casas, fundando patrim onio» (52). Eso se repite en diferentes m om entos del siglo XIX y del siglo XX, hasta con vertirse en un lugar común. Ello tuvo que hacer subir el precio de la tierra, aunque no se conoce en qué medida, y lo más probable es que los precios variasen mucho de unos lugares a otros, en fun ción de las tierras que hubiese libres y com ercializables. Con esos capitales tam bién se han labrado casas, en el medio rural y en el urbano. Son muchos los palacetes que los «am erica nos» levantaron e im portantes las urbanizaciones que llevaron a cabo: «Campomanes, Santa Susana, Fruela I, JJría y la urbaniza ción del Sr. González del Valle, son casi de ayer y ocupan los solares adquiridos p o r activos asturianos enriquecidos en América, o por castellanos y catalanes com erciantes en n uestra capital» (53). Ade más de lo invertido en esas construcciones están las rentas indirec tas generadas p o r dichas inversiones. Si Félix de A ram buru, antes de que term inase el siglo XIX, se refería, tratan d o de dar una idea de la im portancia de los recursos m etálicos llegados de América, a «las edificaciones urbanas m oder nas de m ás lujoso aspecto, las quintas de recreo más ostentosas», añadía, «las m ejoras obtenidas en los servicios públicos locales (alum brado, comunicaciones, templos, escuelas, asilos, hospitales, etc.)» (54). En efecto, ha sido muy im portante la obra de los «ame ricanos» en esos campos, que indudablem ente debió generar bene ficios directos y tam bién indirectos p ara la región, aunque sea muy difícil cuantificarlos, especialm ente en lo que se refiere al efecto m ultiplicador. Quizá ha sido en el campo de la enseñanza donde esa obra fue más notable. E ran conscientes de la falta de preparación de los que em igraban, que participaban de la falta de preparación gene ral, y trataro n de m ejorarla. Ese debía ser un problem a general, pues en el preám bulo del Real Decreto de 1 de enero de 1911, que creaba la Dirección General de Prim era Enseñanza, debido al mi(52) Gaspar Melchor de J o v e l l a n o s , Cartas del via je de Asturias, I, pp. 146-147. (5 3 ) Fermín C a n e l l a y S e c a d e s , El libro de Oviedo. Guía de la ciudad y su concejo, Imp. de Vicente Brid, Oviedo, 1887, p. 132. (54) Félix de A r a m b u r u y Z u l o a g a , Monografía de Asturias, Est. Tip. de Adolfo Brid, Oviedo, 1899, pp. 462-463. ASTURIAS Y AMERICA: LA EMIGRACION 605 nistro Julio Burell, se decía: «La existencia de un núm ero verda deram ente aterrad o r de analfabetos y —lo que es más grave— de un estado medio de cultura muy inferior al de la inm ensa m ayoría de las naciones civilizadas y, desde luego, a lo que exigen la H istoria y la representación en el m undo del pueblo español, plantea un sin núm ero de problem as relativos a la enseñanza p rim aria de niños y adultos, en otros países ya resueltos, y aquí, por iniciar o satis fechos deficientem ente». Los em igrantes, como relatab a Antonio de las B arras, «en el contacto con una sociedad adelantada, muchos adquieren algunos rudim entos de educación y un barniz puram ente exterior de refinam iento de costum bres y gustos» (55). Ese con tacto con sociedades más adelantadas debía hacerles ver m ejor la pobreza cultural de su región de origen. El Inspector de la Prim era Enseñanza Benito Castrillo Sagredo (56), en su estudio de la in fraestru ctu ra escolar, da m uchas referencias a las construcciones debidas, en todo o en parte, a los «americanos». El censo de Castrillo fue estudiado p o r Jorge Uría (57), quien llega a la conclu sión de que esa obra fue muy im portante en concejos como Boal, El Franco, Navia, Luarca, Cudillero, Llanes y Ribadesella. Las cons trucciones fueron llevadas a cabo por particulares, quienes crearon incluso fundaciones, o p o r sociedades, como la de N aturales del Concejo de Boal, constituida en La H abana en 1912 (58), que levan tó la m ayor parte de las escuelas del concejo. En los casos más notables, el modelo era norteam ericano, tanto en la estru ctu ra de los edificios como en el m aterial pedagógico. Tam bién estaban los em igrantes, aquellos que habían tenido éxito, dispuestos a p restar auxilios a la región cuando las circuns tancias lo requerían. Como m uestra sirvan los dos ejem plos si guientes: en el mes de marzo de 1885 llegan noticias a Buenos Aires de que el invierno estaba siendo muy riguroso en A sturias y se prom ueve una suscripción de «socorros para Asturias», creándo se una com isión com puesta po r Rafael Calzada, José M aría Jardón, Cayetano Sánchez, Manuel G. Llamazares, Angel Rom án Cartavio, (55) Antonio de l a s B a r r a s y P r a d o , La Habana a m ediados del siglo X IX . M em orias, Imprenta de la Ciudad Lineal, Madrid, 1926, p. 81. (56) Benito C a s t r il l o S a g r e d o , El aporte de los “indianos” a la Instruc ción Pública y al progreso en general de España y su historia hecha en la prensa de Buenos A ires, Oviedo, 1926. (57) Jorge U ria, “Los indianos y la Instrucción Pública en A sturias”, In dianos, Monografías de Los Cuadernos del N orte, Oviedo, 1984, pp. 102-119. (58) Celestino A l v a r e z G o n z á l e z , R eflector sobre España, La Habana, 1946. 606 RAFAEL ANES ALVAREZ Alejandro Caribe, Alejandro San Pedro, Ambrosio Rodríguez, An tonio González, Aniceto López, Alfredo G. Fernández, Aquilino Ro dríguez, Claudio Rodríguez, Casimiro Polledo, Esteban Cartavio, Francisco Suárez Aguirre, Francisco Llames, José Rodríguez, José Q uintana, José Caribe, José Arroyo, Luciano Q uintana, Manuel Méndez de Andrés, Manuel Magdalena, Manuel Caribe, Valerio Pico, Wenceslao García y Francisco Mier Alonso; que pronto reunieron más de 130.000 pesetas; en febrero de 1899, la noticia de los daños producidos en los m ontes de Quirós, Turón y Mieres por el incen dio de la noche del 9 al 10 de ese mes, que afectó a m uchas familias, llevó a que el 17, en el Club Español, se crease una ju n ta de astures para que promoviese una suscripción, y al día siguiente, el 18, gi raba a Ferm ín Canella 15.000 pesetas (59). Como parte negativa de la emigración se le achaca que provocó falta de m ano de obra. A comienzos de la década de 1890, cuando Asturias había perdido su posición hegemónica en la producción de hierro y los intereses se centraban más en la m inería del carbón, se señalan las dificultades existentes para disponer de una pobla ción m inera, culpándose de ello a la em igración: «Si en todas p ar tes se ha luchado con dificultades para la creación de la población m inera, y ésta ha sido el resultado de una larga y penosa elabora ción, júzguese lo que sucederá para conseguir este em peño cuando se observa el fenómeno de que no sólo se sostiene una activa e im portante em igración entre los pueblos de la costa y de las regio nes oriental y occidental... y hasta de pueblos enclavados en las m ism as zonas mineras» (60). No creemos que eso pueda ser sosteni do, pues en esa década de 1890 los em pleados en las minas de carbón asturianas más que se doblan, ya que pasan de 5.378 a 12.100, y en la de 1910, cuando la emigración alcanza su cota m á xima, vuelve a más que duplicarse la mano de obra em pleada en la m inería del carbón, pues pasa de 15.315 personas a 34.093. Si una de las causas de la emigración es la superpoblación relativa, tuvo que actu ar como válvula de escape. Por otro lado, si había escasez de m ano de obra, los salarios deberían m o strar una ten dencia al alza muy acusada, y no es así. H asta los años de la pri m era guerra m undial el salario medio de la m inería del carbón asturiana tiene aum entos muy uniform es; entre 1870 y 1880 crece un 20,8 por 100; un 20,7 por 100 entre 1880 y 1890; un 25,7 por (59) Rafael C a l zad a , Cincuenta años de Am érica, vol. I, pp. 321-322, vol. II, pp. 69-70. (60) E stadística Minera y Metalúrgica de España (1892), p. 248. ASTURIAS Y AMERICA: LA EMIGRACION 607 100 entre 1890 y 1900, y un 25,0 por 100 entre 1900 y 1913. E ntre 1913 y 1920, cuando la m ano de obra em pleada tiene el aum ento mayor, así como la em igración, el salario medio de la m inería del carbón asturian a crece un 137,3 por 100. No hace falta decir que, después de la agricultura, era la actividad que más em pleo gene raba. Ricos en ilusiones, cientos de miles de asturianos han salido muy jóvenes de su tierra persiguiendo otra riqueza, que sólo han conseguido aquellos que a su actividad inteligente, sin escatim ar esfuerzo, vieron unirse lo que se conoce como «buena estrella». Por su m agnitud y po r las consecuencias que tuvo, a esa em igración se le considera el fenómeno social más im portante de la A sturias contem poránea. LIBROS R e s e ñ a d e V íc t o r H. E lbern LAS CRUCES DE OVIEDO.—El últim o libro de H elm ut Sehlunk, prim er D irector del In stitu to Arqueológico Alemán en M adrid, sobre El Culto de la Vera Cruz en el Reino asturiano. En agosto de 1977, en el curso de un robo en la Cám ara Santa —Cám ara del tesoro de la Catedral ovetense—, fueron sustraídos y destrozados preciadísim os objetos, que se hallaban catalogados entre las más venerables joyas de la Europa altom edieval: la Cruz de los Angeles, la Cruz de la Victoria y la Caja de las Agatas. Las tres pudieron ser posteriorm ente restauradas, tras la recuperación de los restos del robo. Los desgraciados sucesos acaecidos a estas inestim ables obras del arte y el culto de los comienzos del Reino asturiano en los siglos IX y X, hacen que el libro aquí reseñado proporcione una docu m entación y estudio insustituibles: H elm ut Sehlunk, «Las Cruces de Oviedo. E l Culto de la Vera Cruz en el Reino asturiano». Oviedo, In stitu to de E studios Asturia nos 1985. Pp. 112, figs. 102, 6 en color. El au to r se dedicó en sus trabajos científicos, como es sabido, a lo que de sustancial e im portante tuvo lugar en esta p arte de España, rebuscando e investigando más veces los fundam entos de los antiguos tesoros del arte asturiano. En este sentido, deben ci tarse dos de sus im portantísim os trabajos: el libro «La pin tu ra — 610 — m ural asturian a de los siglos IX y X» (conjuntam ente con Magín Berenguer), aparecido en M adrid en 1957, y el ensayo «The Crosses of Oviedo» (The Art Bulletin 32/1950). El estudio que tenem os aho ra delante, de nueva factura, vio la luz como obra postum a del infatigable investigador. El profesor Otto Feld, Achim A rbeiter y don Luis Vázquez de Parga tienen un gran m érito al haber ultim ado la preparación de los originales para su publicación. Las cerca de cuarenta páginas de rico texto se com pletan de form a decisiva, gracias a una parte gráfica de gran lujo y exten sión, con num erosas ilustraciones, algunas de ellas en color. De esta form a, el carácter docum ental del libro queda definitivam ente confirm ado. Nos encontram os ante una obra que perm ite un estu dio com parativo, con detallado, abundante y accesible m aterial fo tográfico que, con su disposición inteligente y sim ultánea de las imágenes, facilita de form a inm ejorable el conocim iento de las cruces de Oviedo. El tem a central del proyecto, al que se hace referencia en el comienzo del estudio, son las fuentes y testim onios principales de la veneración de la Cruz en la España altomedieval. Resulta p ar ticularm ente instructivo para Asturias que la más antigua construc ción eclesial de Cangas de Onís (737) tuviese la advocación de la Santa Cruz. La probada existencia de reliquias de la Cruz en el país corrobora la existencia de relaciones con el Oriente cristiano, de la m ism a form a en que éstas se atestiguan, ya en el siglo VI, bajo la reina Radegunda, en el suroeste de la Galia. La Cruz de los Angeles y la Cruz de la Victoria son las dos joyas que, de form a conjunta, enérgica y brillante, atestiguan en la in terpretación de Sehlunk el culto de la Cruz en el Reino asturiano. En este caso no se han repetido los anteriores estudios del au to r sobre el tema, pues éste ha realizado una obra encuadrada con nuevo enfoque, com pletada con una clara concepción de conjunto, teniendo en cuenta los resultados de investigaciones realizadas des de diversos puntos de vista. Esa disposición del au to r p ara plantear los nuevos interrogantes es uno de los más relevantes m éritos de la nueva interpretación. Nueva es por ejemplo, p ara la Cruz de los Angeles, la discusión sobre su utilización práctico-litúrgica, dado que en su estado original carecía de cualquier mecanismo de colo cación o suspensión. La referencia a la imagen en mosaico del arz obispo Maximiano de Ravenna, localizada entre las decoraciones de San Vital, llevando una cruz de piedras preciosas como cruz de mano, nos presenta una explicación creíble y posible po r lo tanto. — 611 — Más adelante, resultan esenciales las reflexiones sobre esa mis ma cruz que conduce a una definición de su carácter de relicario, como prueban las imágenes fotográficas de la vieja alm a de m adera que, ahora m ás que nunca, nos sugiere las únicas explicaciones. Con particu lar interés se dedica tam bién Sehlunk a los problem as téc nicos, como p o r ejem plo a los diferentes modelos de filigranas y, sobre todo, a la disposición de las piedras preciosas en los brazos de la cruz. Su estructuración, con un total de cuarenta y ocho pie dras, se constituye en un verdadero significado simbólico, cuyo m ás relevante aspecto es la distribución en una cuádruple ordena ción duodecim al. Pero en los diferentes grupos num éricos (diez o, en su caso, nueve) pueden encontrarse indicaciones ocultas, sim bo lismos num erológicos, cuyo descifram iento por de pronto perm a nece pendiente, como es el caso de la com prensión de la form a en que se articulan los brazos de la cruz, m ediante rom bos alineados. La destacada significación histórica de la «Cruz de los Angeles» se afirm a con los num erosos ejemplos sim ilares a los de Asturias y en diferentes técnicas artísticas, como es el caso de docum entos ilustrados. Con esto cobra entidad la hipótesis de que el pasado arriano del reino godo del Oeste jugase todavía en aquel entonces un papel en suelo español. Pero el hecho de que tanto en el Im perio Carolingio, en el ám bito franco, se encuentren gran núm ero de cru ces de pedrería, habla antes en favor de esta segunda hipótesis, como fue puesto de relieve po r el autor refiriéndose al em perador Teodosio II, que hizo una cruz con gemas en Jerusalén; la señal de la victoria «kat'exochén». De esto hubiera podido desprenderse tam bién una interesante tesis, si se hubiera dem ostrado que en el ca mafeo de la parte tresera de la Cruz de los Angeles, en su silueta fem enina, hay una representación de Santa Elena, lo que conduci ría o tra vez a la tradición de la «Verdadera Cruz». El últim o tercio del libro está dedicado a la «Cruz de la Victo ria», donada po r Alfonso III a la Catedral de Oviedo en el año 908, un siglo más joven que la Cruz de los Angeles. Las explicaciones e incógnitas sobre esta cruz especialm ente lujosa y de com pleja téc nica, desveladas po r el autor, proporcionan im portantes estím ulos para futuras investigaciones. Nunca hasta ahora habían sido tan pre cisos los diagnósticos técnicos sobre la Cruz de la Victoria. Se han puesto de relieve algunos problem as: en el engaste de las piedras observó Sehlunk cuatro tipos diferenciados, sobre los que prom e tió interesantes explicaciones, en p articular sobre sus paralelism os con otras piezas de orfebrería carolingia. Esto es válido tam bién para la filigrana, que en esta joya aparece como fenómeno singular — 612 — dentro de la orfebrería española. Aquí tam bién se m uestra fru ctí fera la confrontación con los trabajos carolingios, especialm ente con las obras que encontram os en el ám bito de la escuela cortesana de Carlos el Calvo. O tras dos particularidades técnicas son puestas de relieve por el autor, relaciones más o menos directas establecidas con los círculos artísticos ubicados fuera de España. Por una parte se citan los m otivos realizados en alvéolos rellenos de pasta vitrifica da (verróterie cloisonnée) que se encuentran en la cruz en gran núm ero. La continuidad de esa técnica que encontram os muy esti m ada antes ya de la época carolingia y en la propia orfebrería carolingia, encuentra en la «Cruz de la Victoria» un últim o testi monio, que se puede encontrar tam bién todavía en los trab ajo s de los talleres otónicos del arzobispo Egberto en Trier. Junto a esto hay que destacar tam bién como desde siempre, los esm altes alveo lados (ém aillerie cloisonnée), que han concitado sobre ellos el ma yor interés. Se encuentran en lugar sacro, el más im portante, el punto donde se cruzan los brazos de la cruz: sobre el medallón central y los cuatro cuadrantes divididos en diagonal. Cierta inse guridad en la com prensión de los motivos animales y vegetales de las placas esm altadas que se conservan indica que no se encuen tran colocadas en su orden original (en la restauración se rectificó este erro r) —en lo que Sehlunk tenía razón—. El resto com pleta la interpretación de la representación animal, en el sentido de la iconografía de los «tria genera anim antium » a través del capítulo prim ero del Génesis que en la cruz de la m uerte de Cristo provocan la «nueva creación». El grupo de m onum entos sim ilares de la Alta Edad Media que fueron citados como ejem plo de esta interpre tación sobre los motivos esm altados de la Cruz de la Victoria (M adrider M itteilungen 1961) se hizo con el tiem po transcurrido aún más extenso y pudo quedar establecido definitivam ente, que la m ism a iconografía se halla en otra obra de la orfebrería an terio r encontrada en Oviedo, la «Placa franca» de la «Caja de las Agatas», que desgraciadam ente fue víctima del robo en 1977, y afortunada m ente recuperada. El au to r dio las indicaciones decisivas en la historia del arte, para el conocim iento de los esmaltes de la Cruz de la Victoria, lla m ando la atención sobre el altar dorado de M ailand y su entorno. De hecho las sim ilitudes son grandes, sobre todo en las tres placas con m otivos vegetales que rodean la (renovada) gran piedra del — 613 — centro de la cruz. Por últim o, la concordancia con lo s. correspon dientes esm altes en diferentes partes del altar de oro parece muy convincente, no sólo respecto a los colores de esm alte. Por otra parte, se distinguen algunos de estos esm altes en diseño y colora ción, de form a definida, de las restantes plaquitas esm altadas en la cruz, que fueron recibidas de diferentes manos. Debe estim arse sobre todo la crítica del autor, en principio, cuando se pronuncia contra una localización puram ente astur-hispánica de los esm altes de la Cruz de la Victoria, que pudieran haber sido sustituidos a favor de una —como escribía el autor— «colaboración decisiva de artistas extranjeros». Quizá perm ite la cita m encionada una preci sión m ás am plia; acaso sobre un (anterior) trab ajo conjunto entre orfebres de Milano. Se sabe bien que —con excepción de la precarolingia Roma— sólo en Milano se cultivaba la alta orfebrería de esm alte de celdilla en el reino Carolingio, en una tradición de trab ajo de taller que duró hasta el siglo XI, como Sehlunk afirm a. Muy útil en este sentido podría ser la posibilidad de un origen posterior del Altar de Oro, indicado por Sehlunk con el año 835. Porque el arzobispo Angilbert II, como com itente, habiendo m uer to en el 859., la fecha de producción de este altar podría aproxi m arse unos 20 años más a los esmaltes ovetenses. Tam bién podem os establecer «a priori» que las diferencias que se perciben en los motivos esm altados, tanto en diseño y elabora ción, por artistas nacionales o por franco-nortealpinos, sobre todo en la m encionada escuela cortesana de Carlos el Calvo, son eviden tes. La sem blanza de este considerable paso sobre el carácter caro lingio de la Cruz de la Victoria —de ahora en adelante distinto— indudablem ente es una im portante aportación del libro de H elm ut Sehlunk. En resum en, por parte del autor se pone ante los ojos del lec tor, una vez más, el decisivo entendim iento. El lo consiguió con el profundo conocim iento de la historia de la veneración en Espa ña, o bien en Asturias, y de la notable relación con el oriente cristiano, o bien Bizancio. De aquí viene m ejor conocida tam bién la posible influencia de tendencias iconoclastas: el pliego de con troversia no está tem poralm ente lejos, y como es sabido ha tenido su repercusión en el reino Carolingio. De esta conexión se percató el au to r por la ausencia de representación de figuras historiadas de cruces en relieve inscritas en Asturias, y halló un p rim er visible final en la Cruz de Marfil para San Isidoro de León del año 1063. — 614 — Esto significa un cambio decisivo, y a la vez una más estrecha unión entre el arte y la iconografía de la Edad Media centroeuropea. Con ello term ina a la vez una fascinante época de la tem prana Edad Media en Asturias, donde la Cruz de las Gemas está tam bién instalada en la M onarquía, y jugó un destacado papel como im portante escudo y signo de victoria en la lucha de la ortodoxia y Reconquista. Su reflejo no sólo se reconoce en las inscripciones de am bas cruces ovetenses, sino que tam bién en no pocos m anus critos de la época: HOC SIGNO TUETUR PIUS — HOC SIGNO VINCITVR INIMICUS Finalm ente, es oportuno poner de relieve el m eritorio trab ajo de la señora M arianne Sehlunk en la realización conveniente de esta publicación. Ella misma en su concisa observación acentúa tam bién el destacado m érito del profesor Magín Berenguer, viejo y entrañable amigo y científico com pañero de su desaparecido es poso. Hay que añadir que la edición fue realizada por el In stitu to de Estudios Asturianos, a quien hay que agradecer de m anera especial el prim oroso equipo del libro. NECROLOGICAS JOSE MARIA FERNANDEZ PAJARES Puede parecer tópico de nota necrológica, pero José M aría Fer nández era un hom bre bueno: «en el buen sentido de la palabra, bueno», que escribió Antonio Machado. Siem pre cordial, siem pre atento, siem pre m aestro, como si padeciera la deform ación profe sional de haber sido m aestro en ejercicio durante m uchísim os años: en escuelas rurales de Pajares (cuyo nom bre añadió a su apellido), de Parres de Llanes, o en las de Llanes y del Fontán, de Oviedo, y en la Facultad de Filosofía y Letras de la U niversidad ovetense, en la que ejerció como profesor de semántica. Y era m aestro tam bién en las tertulias, entre los amigos, en la calle. Le recuerdo, hace m uchos años, en la tertulia del café «Alvabusto», en la que, como quien no quiere la cosa, hacía alardes de la erudición más sorprendente. E ra erudito y culto a la vez (porque erudición y C ultura m uchas veces no son la mism a cosa), m esurado y en tra ñable. «José M aría Fernández Menéndez nació en S anta Cruz de Mieres, en 1907, y aunque huérfano desde muy tem prana edad en hogar hum ilde, estudió en el Colegio-Seminario de Valdediós el ba chillerato y H um anides —escribe José Luis Pérez de Castro en la presentación de su libro «Del folklore de Pajares»— ; de ahí su especial form ación en lenguas y clásicos de la antigüedad. Más — 616 — tarde obtiene los títulos de M aestro Nacional y Licenciado en Fi losofía y Letras, y desempeña sendas carreras, ya como m aestro y director del Grupo Escolar del Fontán, ya como profesor de la Universidad de Oviedo». La actividad erudita y literaria de José María Fernández fue muy variada: está entre los adelantados de los estudios folklóricos en Asturias, publicó trabajos de investigación histórica, fue un es pecialista en orfebrería y arqueología medieval y preparó la edición y puso prólogo a la «Biblioteca asturiana o Noticia de los autores asturianos», de González Posada; pero adem ás cultivó la literatu ra de creación, bajo las form as de novela, teatro infantil y greguería. Igualm ente, su labor de colaboración en los periódicos es im por tantísim a, y dirigió, con sabiduría y acierto, este Boletín. José Manuel Gómez Tabanera, en una nota necrológica, señala que José M aría Fernández preveía, desde hacía meses, su m uerte. En cualquier caso, sí m ostraba cierto apresuram iento en recopilar su obra, la m ayor parte dispersa. En el BIDEA de noviembre-di ciem bre de 1986 reim prim e su notable trabajo «Lo excepcional de Santa María del Naranco», con una advertencia al frente: «A peti ción de varios interesados, repetim os lo que hace algunos años escribíam os, porque creemos que sigue teniendo vigencia». Ultima m ente, estaba en contacto conmigo para recopilar una suerte de greguerías publicadas en el sem anario «El Oriente de Asturias» en los años de la República (durante los cuales estuvo de m aestro en el concejo de Llanes e hizo buena am istad con mis padres) con el título de «Plecas», con objeto de reunirías en uno de los tom os de «Temas Llanes»: precisam ente en la reseña de un libro mío se preguntaba hace unos años: «¿Se acordará algún lector de las ’Plecas’ de 'Mesor'?». Las últim as «Plecas» originales de José Ma ría Fernández se publicaron en 1968, en el núm ero que conm emo raba el centenario de «El Oriente de Asturias». Asimismo, otro de sus proyectos era un catálogo de seudónimos de escritores astu rianos. Todo hom bre es irrepetible y toda m uerte, una pérdida irrepa rable. José María Fernández, singular erudito y hom bre de letras que supo au n ar lo universal y lo local, es una sugestiva figura irrepetible y una pérdida irreparable para la cultura asturiana. J o s e I g n a c io G r a c ia N o r ie g a RECUERDO DE LA VIDA Y LA OBRA DE JOSE MARIA FERNANDEZ, DIRECTOR DEL BOLETIN DEL I.D.E.A. Cuando se m uere un verdadero amigo con quien uno convivió a lo largo de más de medio siglo, nos parece (y es verdad) que se nos m uere algo de nosotros mismos. Eso me ha ocurrido con don José M aría Fernández Menéndez, de seudónim o literario «Pajares», quien durante varios años ejerció con sumo acierto la dirección de este prestigioso Boletín del IDEA, y que hace días que se nos fue a la o tra orilla irrem ediable de la existencia terrena. No quisiera in cu rrir ahora en los tópicos com unes de una nota necrológica. Mi am istad, verdadera herm andad, con José M aría, tan sentida y auténtica, rechaza todo eso. El m ejor elogio de José Ma ría está en su vida y en su obra, vida y obra que pueden servirnos de ejem plo a todos. Como es bien sabido, José María ejerció una de las más nobles y fecundas profesiones que pueden caberle a un hom bre: la docen cia. la enseñanza. Y la ejercitó en todos sus grados, desde una escuela rural a una cátedra universitaria. Y en ellas dem ostró su altísim a calidad hum ana, su superior form ación intelectual, y sus no frecuentes cualidades didácticas. Fue tam bién escrito r público de gran crédito a través del periódico diario, la revista especiali zada y el libro. En la Universidad explicó sem ántica y entre sus quehaceres de estudioso, investigó en torno a las joyas de la Cám ara Santa, sobre las que publicó trabajos cuya consulta es ya indispen — 618 — sable para cuantos se interesen seriam ente sobre esa parcela de nuestra arqueología. Como pedagogo publicó varios im portantes ensayos y fundó la revista «La Escuela», que fue, vistos su m érito e interés, subvencionada por la UNESCO e incorporada a su biblio grafía internacional. En la obra de José María tampoco faltan m uestras de pura literatu ra creadora, a la que dio un sentido de tern u ra y hum or muy asturiano. Así publicó en su juventud una novela corta, «Ba chiller elemental», que tuvo un éxito grandísim o, pues su edición se agotó en pocos días. Desgraciadamente para las letras astu ria nas, José M aría no quiso insistir en esa ram a de la literatu ra en la que tantos frutos de prim era calidad nos hubiese dado. José M aría fue uno de los escritores con m ejor sentido del hu m or y la gracia que tuvo Asturias en el presente siglo. Y este hum or fluía tam bién de su palabra amena, siem pre oportuna, con finísi ma ironía cuando era necesaria, con el chiste de buena calidad cuando venía a cuento y encajaba, con la nota erudita exacta, siem pre con la m edida y corrección de los que piensan bien y por lo tanto bien hablan y escriben. De ese modo venía a ser siem pre el centro de las varias tertulias literarias a las que concurrió a lo largo de m uchos años. José M aría y yo nos conocimos en Oviedo hacia el año 1930. Yo contaba entre los dieciséis y diecisiete años y estudiaba el prim er curso de Derecho. José María, seis años mayor, había dejado no hacía m ucho el Seminario, estudiaba la carrera de M agisterio y tra bajaba como redactor en el inolvidable diario ovetense «Región». • A José M aría y a- mí nos unían dos vínculos: - la afición ar las letras y las ideas políticas. Los dos fuimos asiduos contertulios de la tertu lia literaria del «Café Pasaje», donde po r los dos reales que costaba el café, podíam os estar una o dos horas charlando de todo lo de tejas arrib a y tejas abajo. Pero nuestros tem as preferidos eran los que acabo de decir: la literatu ra y la política, am bas bas tante agitadas por aquellos años. La tertu lia era heterogénea y pintoresca: allí acudían com u nistas, socialistas, republicanos de varios matices, m onárquicos alfonsinos y carlistas; todavía no se habían iniciado en España los grupos fascistas. <. — 619 — En literatu ra predom inaban los seguidores de Rubén Darío en verso y de Pérez de Ayala en prosa. La m ayoría eran estudiantes, em pleados, periodistas y algún catedrático de instituto. Tampoco faltaban «intelectuales» de los pueblos, que a su paso p o r Oviedo no dejaban de hacer acto de presencia p ara en terarse de cosas y presum ir luego en la villa o aldea de donde procedían. En general éram os todos jóvenes y yo el más joven de todos. El poeta allí presente m ás adm irado era José M.a Uncal, que acababa de llegar de La H abana con una m aleta cargada de versos y dos libros ya publicados. Pero de Uncal (gran poeta de sonoras estrofas) me ocu paré o tro día. En esa tertulia, José María descollaba por su cultura hum anís tica y su agudeza, y po r esas mism as cualidades ante un público muy num eroso de lectores a través de sus artículos en «Región». En ellos, adem ás del interés, am enidad y conocim ientos con que desarrollaba el tem a, había siem pre una frase ingeniosa, rápida, a veces m ordaz, que resultaba definitiva. Recuerdo un com entario suyo al fracaso de las gestiones para hacer una autopista de Oviedo a Gijón, fracaso debido en gran parte a la inhibición de las que en tonces se llam aban «fuerzas vivas» de la provincia. Pues bien, José María term inaba su editorial con este párrafo: «Está visto que nuestras fuerzas vivas están com pletam ente m uertas». Y en otra ocasión, discutiendo en la tertulia sobre la dilatación del hierro que había sido causa de que reventase un depósito en Langreo, y ante la cerrilidad de un contertulio que se negaba a ad m itir que el hierro pudiese dilatarse a causa de un gran calor veraniego, José M aría le atajó rápido: «No seas burro, el calor 'estira' el hierro y lo estira todo. ¡No ves que hasta los días son más largos en verano que en invierno! ». De esa form a convenció totalm ente al cerril in crédulo. En o tra ocasión se com entaba el m ostruoso incesto de un gran canalla, prim ero con una herm ana y luego con una hija. José María, que había escuchado en silencio, intervino de pro n to y dijo muy serio: «Es un caso digno de azotes y horca y sobre él hay un refrán muy conocido: 'El que hace un incesto, hace ciento...'». En o tra ocasión se hablaba de un tal Pepe, que dejó novia guapa pero pobre para casar con o tra rica pero fea. Todos decían que se casaba «por interés». José M aría discrepó y dijo: «No es cierto, Pepe no se casa p o r el in terés..., se casa 'por el capital'». La frase, certera y espontánea, tuvo fortuna y se repitió m uchas veces. Una vez to mó un taxi en M adrid y el amigo dio la dirección: «Santa Engracia, 3, 2.°-A». Y José M aría advirtió al taxista: «Escalera de la derecha». Todo esto dio fam a a José María de ocurrente, despejado, agudo, de inteligencia rápida y oportuna. — 620 — — III — José M aría era un lector infatigable y leía correctam ente en la tín, francés, italiano, portugués e inglés. E staba suscrito a num e rosas revistas culturales extranjeras y ello le tenía al día del estado del pensam iento universal, del últim o «ismo», de la últim a polémi ca. Por eso nos inform aba a todos y aclaraba nuestras dudas. El atendía a todos, incluso a gentes que no conocía y que iban a con sultarle, seguros de la firmeza y actualidad o «puesta al día» de sus conocimientos. Así era juez o árb itro de m uchas discusiones. En 1933, José María ganó con el núm ero uno las oposiciones del m agisterio en busca de una posición y porvenir económ icamen te más seguros que los de la literatu ra y el periodism o y se fue a servir una escuela a Llanes (antes había estado de interino en Pa jares, de donde tom ó el seudónimo). Allí, en Llanes, se encontraba al com enzar la guerra. Estuvo largo tiempo escondido en una pane ra y luego logró «emboscarse» en unas oficinas. Al fin le llegó la hora de la liberación, cuando las brigadas navarras entraron victo riosas en la capital llanisca. Yo iba en la sexta de N avarra al m ando de una com pañía de am etralladoras. Me tocaron las durísim as jo r nadas de Sierra de Cuera y la sangrienta tom a del Mazuco. José María se enteró que yo estaba allí por una prim a mía que era tam bién m aestra y perseguida. Y un día, cuando bajé a Llanes, nos dimos el más grande y emocionado abrazo. José M aría se incorpo ró inm ediatam ente al ejército y poco después era alférez provisio nal. D urante el resto de la cam paña tuvimos poca relación personal, pues operam os en fuerzas distintas, pero nos escribíam os con frecuencia. José M aría, al desmovilizarse, volvió a su noble oficio, sin que rer nunca cargos ni sinecuras. Al cabo de años fue, por oposición, director del grupo escolar del Fontán y, ya en Oviedo, se licenció en Filosofía y Letras, aprobando con las máximas notas todas las asignaturas en dos convocatorias. Poco después pasó al profesora do universitario, como ya queda dicho. D urante esa etapa fue uno de los fundadores de la tertulia llam ada de «los Clarisos» que tanto luchó por la cultura, especialmente po r la restauración y respeto de los grandes m onum entos de Oviedo y resto de Asturias. Dedicó alguna vez parte de sus ocios (en la fecunda acepción del otium latino) a la investigación demosófica. Y fruto de ella fue su libro «Del folklore de Pajares» en el que hace im portantes apor taciones, publicado po r el IDEA y prologado po r el hoy máximo especialista en la m ateria y polígrafo don José Luis Pérez de Castro, — 621 — m iem bro y directivo del Instituto. Igualm ente estudió el folklore asturiano en relación con los animales que conviven y ayudan a vivir a nuestros aldeanos, en prim er lugar la vaca. Estos trab ajo s inéditos y algunos sin term inar ofrecen un especialísimo interés y aportan tam bién datos muy interesantes. Dios m ediante, serán publicados p o r el IDEA. — IV — José M aría fue un hom bre que se hizo a sí mismo. Perdió a sus padres (su padre era m inero del concejo de Mieres) y quedó al cuidado de una tía. Muy joven ingresó en el Sem inario, donde rea lizó los cursos de latino, filósofo y teólogo, en el que, siem pre, estudiante inteligente y afanoso, se construyó los cim ientos de su extensa y profunda cultura filológica y hum anística. Conocía a fon do la lengua latina, tanto la clásica como la medieval. P or eso yo siem pre acudía a él p ara que me hiciese el honor y el m agisterio de ser correcto r de las galeradas de mis traducciones latinas. — V — José M aría, era: — En su vida privada austero, sobrio en el com er y m odesto, den tro de la corrección, en el vestir. — Padre de fam ilia, supo crear la suya uniéndose a una m u jer en todo digna de él. Fue un m atrim onio verdaderam ente ejem plar. Dios se lo bendijo con varios hijos y lo probó con el dolor de perder uno de ellos de una prolongada y angustiosa enferm e dad que llegó a conm over a todo Oviedo. — Católico «a m acham artillo», como decía Menéndez y Pelayo, vi vió en todo como correspondía a su fe. E ra caritativo, perdonó y aún am paró a los que le habían perseguido, acallando sus fechorías y dándoles avales. Conocía y am aba el sentido y la belleza de la liturgia tradicional y estaba contra las reform as im prudentes, frívolas y demagógicas que tanto daño hicieron a la fe y a las costum bres. Sobre todo le dolían las alteraciones r— 622 r-. innecesarias que se im pusieron en la esencial liturgia de la San ta Misa. — En política era escéptico y desconfiado. En sus prim eros años había m ilitado en la Juventud Tradicionalista, de la que yo fui presidente en el Oviedo de 1931 y 32. Nos dio varias conferen cias en el Círculo de la calle Canóniga. Pero nunca fue eso que se llam aba «un activista». Más que «hombre de acción» fue siem pre «hom bre puram ente intelectual». — Su gran afición y su gran recreo era la tertulia, el diálogo. Era conversador am enísim o y resultaba delicia y aprendizaje el oírle especular sobre los más variados temas. A últim a hora, cuando sus achaques no le perm itían deam bular por sí propio, eran sus hijos los que le llevaban y traían a la «peña» del «Café Rialto», adonde asistió hasta pocos días antes de su m uerte. — E ra un crítico benévolo, más dispuesto al elogio cordial que a la censura áspera. N aturalm ente servicial y optim ista, sabía ver siem pre el lado bueno y amable de las cosas. Ejerció, con gran autoridad, la crítica de libros en «Región» y en la revista «Covadonga». — Todo su lujo fue un «seiscientos» de segunda m ano que le duró m uchísim os años y que llevaba siem pre lleno de libros y revis tas, cubriendo los exiguos asientos. Para poder sentarse en él había prim ero que ordenar aquella librería-hem eroteca am bu lante. — A veces, sobre todo en su juventud, le venían aficiones raras. Por ejem plo, allá po r los años treinta se interesó por la historia y las técnicas del tatu aje y llegó a reunir una copiosa bibliogra fía sobre tan extraño tema. — José M aría no era aficionado a la caza. Pero una vez le llevé a las codornices, allá en las anchas y soleadas llanuras del Reino de León p o r la parte de Sahagún, donde él veraneaba. Pues bien, él conocía la vida y costum bres de aquellas aves y teóricam ente las técnicas de su caza como un n aturalista y un cazador consu mado. Y eso le pasaba con infinidad de actividades hum anas. Como en el verso de Terencio, él era hum ano y nada de lo hu mano le resultaba ajeno. r-, 623 — Aunque, como ya queda dicho, benévolo y tolerante, siem pre dispuesto a la com prensión y el diálogo, había algunas cosas que le indignaban y a las que solía asaetar con los flechazos de su ironía. Por ejemplo: los hipócritas de la Adoración N octurna que del tem plo de Dios se iban a otros tem plos; los políticos renegados, trepadores y perjuros que sólo buscaban m ed rar a costa de los contribuyentes; los cobardes que fingían gran celo patriótico y se em boscaban en la retaguardia; los pedantes vanidosos que pretendían arreglar el m undo con fórm ulas doc trinales teóricas, siem pre sacadas del extranjero y siem pre infe cundas en España (él era por naturaleza y hábito anti-pedante); los neobablistas del bable standard ( ¡ ¡ \bable standardl ! !) que con sus chanchullos pseudolingüísticos sabían acap arar cargos y organizar concursos para quedarse con los prem ios. En cam bio respetaba y colaboraba con las instituciones serias, laborio sas y eficaces como el Tabularium artis Asturiensis, el IDEA, la Cátedra Feijoo, las sociedades de bibliófilos, etc. La obra de José María, como la de m uchos de su generación y de la generación an terio r a él, es una obra sum am ente valiosa, im portante en algunos aspectos, pero con el defecto, o m ejor dicho la dificultad externa, de ser una obra dispersa. José M aría consti tuye un caso parecido al del ilustre h istoriador don Juan Uría o de los eruditos ju ristas Traviesas y E strada Acebal. José María escribió trab ajo s y ensayos muy notables en varias revistas de cul tu ra regionales, nacionales, extranjeras, publicados en castellano y otras lenguas. Escribió sobre arqueología y filología principalm en te. H abrá que hacer una lista, una relación de sus títulos con sus datos técnicos bibliográficos, lo que representa una labor dificul tosa y lenta; y h ab rá que publicar una selección de su obra. Como gran parte de su literatu ra se refiere a Asturias, es lógico que sea el IDEA quien se encargue de eso. Volveremos en este «Boletín» a ocuparnos de ello. José M aría fue, pues, un hom bre sabio, un hom bre de conducta rectilínea, en fin, un hom bre bueno. Yo diría que uno de los ú lti mos representantes, en el campo de la cultura, de una generación cientifista en sus m étodos, idealista en política, heroica en el es fuerzo bélico y de una form ación intelectual sólida y rigurosa. — 624 — José M aría m urió en el mes de junio de 1987, cuando le faltaban dos meses p ara cum plir los ochenta años. Las ventanas de la vida se cerraron p ara él cuando la naturaleza se adornaba con las pom pas del verano. Recemos todos por el alma de José María. —Padre nuestro que estás en los cielos... J. E. C a s a r ie g o MEMORIA DE JOSE MARIA FERNANDEZ M EN E N D EZ Mi prim er recuerdo del amigo que acaba de fallecer es lejano en el tiem po y no supuso entonces ninguna relación personal: creo que la guerra civil había term inado poco antes y fue en una asam blea diocesana de la Acción Católica juvenil donde corrió a su cargo una disertación sobre el cardenal Pedro Inguanzo y Rivero; leía sus cuartillas José María con acento entusiasm ado, poniendo tal pasión en la lectura que diríase pretendía hacer en tre sus oyen tes prosélitos de la figura evocada. E ran las suyas cuartillas doc tam ente trabajad as, señal clara por otra p arte de algo que uno corroboraría tiem po después y m uchas veces: su rico y variado saber asturianista. Pero nuestra am istad nació años más tarde cuando él ejercía ya como m aestro nacional en Oviedo, director del grupo escolar del Fontán, colaborador asiduo en la prensa capitalina, fundador de la revista pedagógica Escuela. Y como si no bastasen sem ejan tes actividades p ara llenar su tiempo, decidió en los últim os años cuarenta cu rsar Filosofía y Letras (sección de Filología Rom ánica) en nuestra U niversidad y aquí fue donde yo, recién estrenado pro fesor, anim oso e inexperto «Ayudante interino y g ratuito de clases prácticas», le conocí personalm ente. El m aduro y sapiente alum no acudía con regularidad a mis clases de L iteratura Española y Uni versal y m ostrab a un decidido interés po r lo que en ellas se decía y hacía. Con frecuencia dichas clases se prolongaban en paseos por el claustro del edificio de la calle de San Francisco (que la Facultad de Letras com partía, como en situación de realquilada, con las de — 626 — Derecho y Ciencias Químicas, más antiguas, num erosas y privile giadas) y, tam bién, por la calle Uría o por algunos paseos del vecino Campo de San Francisco. Pronto se estableció entre los integrantes, alum nos y profesores, de grupo tan variopinto una cordial relación am istosa que aplacía el ánimo y alim entaba nues tra curiosidad intelectual. No estoy inventando un pasado de irreal m aravilla sino recor dando una gozosa realidad, fatalm ente irrepetible. Como testim o nio de la m ism a puede servirnos una ya muy rara publicación titulada Tertulia y aparecida (edición de 105 ejem plares) en Oviedo, a cargo de Gráficas Summa y con el patrocinio de la Librería Co lón, en 1949; se tra ta de un centenar de páginas en dieciseisavo, encuadernadas a la rústica, donde se recogen colaboraciones de sum a brevedad, ya en prosa ya en verso, a dos por persona, de hasta once autores, los cuales éram os asistentes habituales de una reunión sabatina —confitería Machado, calle Jesús 3— y el librito fue una consecuencia, alentada y llevada a térm ino principalm ente por José M aría Fernández, de tal reunión. Copio ahora unas pala bras de la explicación que abre el volumen: «(...) los sábados a la tarde charlam os agrupados ante una mesa de m árm ol blanco. Muchachas —una línea siquiera para las tres bellas, inteligentes y sensitivas m uchachas que nos acom pañan— y muchachos. Se habla de versos, de li bros, de comedias, de cine; se plantean los trem endos pro blemas insolubles; nunca nadie pontifica ni, engolado, se exhibe; proyectam os, soñamos y creamos. Sábado tras sá bado, de com ún acuerdo, se m arca un tem a. Una cuartilla v una sem ana para el tema propuesto, libertad com pleta de enfoque, de tratam iento, y prosa o verso. Al sábado que sigue, llegamos todos con nuestro mar, o n uestra aldea, o nuestros pájaros en el bolsillo. Se leen, se com entan, se votan; hay un ansiado y disputado prem io y un no menos glorioso accésit. (...)» A su salida Tertulia fue bastante y diversam ente com entado en la ciudad y sus colaboradores convertidos p o r unos días y a su pesar en los más recientes y vivaces escritores que V etusta alber gaba por entonces. De esos com entarios recojo palabras de uno (en Región del l-V-1949, por el poeta y novelista Luis Landínez) por referirse directam ente al entusiasm o y m agisterio de nuestro amigo m uerto: — 627 — «Como en toda asamblea, allí hay, más o m enos constitucio nalm ente, un jefe, una cabeza. José M aría Fernández está siem pre insistiendo en que en el M achado no m anda nadie o m andan todos; en realidad, quien dirige es él, con el bene plácito de todos. Pero tiene el buen tacto de no parecerlo.» Cuántas cosas po r el estilo pudieran traerse a la hora de recor dar —y elogiar— el talante generoso, abierto, siem pre joven de José M aría Fernández Menéndez. Precisam ente su perm anente ge nerosidad, su com prensión, su interés por lo que los dem ás estaban haciendo, su sentido del hum or, su inextinguible ánim o joven se echaban de ver como en ningún otro lugar, en la tertulia, reunido con amigos y colegas. Desde hace unos días y ya en adelante todo esto será ya sólo un melancólico recuerdo... J ó s e M a r ía M a r t í n e z C a c h ero Págs. LIBROS Las cruces de Oviedo, por H elm ut Schlunk ...................................................... 609 NECROLOGICAS José María Fernández Pajares, por José Ignacio Gracia Noriega ............ 615 Recuerdo de la vida y la obra de José María Fernández, director del Boletín del IDEA, por J. E. Casariego ........................................................... 617 Memoria de José María Fernández Menéndez, por José María M artínez Cachero ..................................................................................................................... 625 INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS PRESIDENTE J I ltm o. S r . D . M a n u e l F er n a n d ez de la Cera DI R E C T O R : D . J e s ú s E v a r is t o C a s a r ie g o secretario en funciones : D . E f r e n G a r c ía F e r n a n d e z PRECIO DE SUSCRIPCION ANUAL España. 2 000 pesetas. Extranjero, 2.400 pesetas. Número suelto: España. 500 pesetas. Extranjero. COI) pesetas. Dirección: Plaza Porlier.—OVIEDO E sta revista no es responsable de las opiniones expuestas por sus colaboradores IDE A