antología crítica de escritores representativos

Transcripción

antología crítica de escritores representativos
ANTOLOGÍA CRÍTICA
DE ESCRITORES REPRESENTATIVOS
DE LA LITERATURA MEXICANA
CONTEMPORÁNEA
MARÍA EUGENIA GAONA (COORDINADORA)
MARÍA DEL CARMEN BERMEJO
RITA DROMUNDO AMORES
MARGALIDA JIMÉNEZ
Universidad Nacional Autónoma de México
CENTRO
DE ENSEÑANZA
PROGRAMA
PARA
EXTRANJEROS
PAPIME
ANTOLOGÍA CRÍTICA
DE ESCRITORES REPRESENTATIVOS
DE LA LITERATURA MEXICANA CONTEMPORÁNEA
MARÍA EUGENIA GAONA (COORDINADORA)
RITA DROMUNDO AMORES
MARÍA DEL CARMEN BERMEJO
Margalida Jiménez
México, 2002
©® Universidad Nacional Autónoma de México
2
©® Centro de Enseñanza Para Extranjeros
©® María Eugenia Gaona (coordinadora); María del Carmen Bermejo
Martínez; Rita Dromundo Amores y Margalida Jiménez Tejeda.
Ciudad Universitaria, México, Distrito Federal, octubre de 2002-10-24
La presente antología se elaboró para el proyecto PAPIME de la Universidad
Nacional Autónoma de México.
® Derechos Reservados por las obras seleccionadas
Centro de Enseñanza Para Extranjeros
Dr. Guillermo Pulido González
Director General
Mtra. María del Carmen Bermejo Martínez
Secretaria General
Mtro. César Benítez Torres
Jefe del Departamento de Literatura y Publicaciones
Dra. Martha Jurado Salinas
Jefa del Departamento de Español
Mtro. Óscar Alatriste Guzmán
Jefe del Departamento de Historia y Ciencias Sociales
Mtra. Silvia Fernández Hernández
Jefa del Departamento de Arte
3
ANTOLOGÍA DE ESCRITORES REPRESENTATIVOS
DE LA LITERATURA MEXICANA CONTEMPORÁNEA
CONTENIDO
Introducción
I
II
1
El Ateneo de la juventud
Notas del Ateneo
5
Alfonso Reyes
7
La cena, de Alfonso Reyes
13
Acerca de La cena
19
José Vasconcelos
24
Ulises criollo (fragmento), de José Vasconcelos
30
Análisis de los capítulos de Ulises criollo
42
Julio Torri
46
Anywhere in the south, de Julio Torri
48
Acerca de Anywhere in the southk
49
Los unicornios, de Julio Torri
51
Acerca de Los unicornios
52
La novela de la Revolución
Notas acerca de la Novela de la Revolución mexicana
53
Mariano Azuela
54
Los de abajo (fragmento), de Mariano Azuela
60
Acerca de Los de abajo
69
Martín Luis Guzmán
72
“Pancho Villa en Veracruz”, de Martín Luis Guzmán
80
Acerca de “Pancho Villa en Veracruz”
89
Rafael. F. Muñoz
92
Oro, caballo y hombre, de Rafael F. Muñoz
95
Acerca de Oro, caballo y hombre
III
IV
5
102
La narrativa indigenista
Indigenismo
107
Antonio Mediz Bolio
111
Este es el libro de Uxmal y del rey enano, de Mediz Bolio
114
Acerca de Este es el libro de Uxmal...
123
Francisco Rojas González
131
La cabra en dos patas, de Rojas González
136
Acerca de La cabra en dos patas
145
Ramón Rubín
150
La mula muerta, de Ramón Rubín
153
Acerca de La mula muerta
163
Edmundo Valadés
167
La muerte tiene permiso, de Edmundo Valadés
171
Acerca de La muerte tiene permiso
177
De Yánez a Fuentes
Agustín Yánez
183
Isolda o la muerte, de Agustín Yánez
188
Acerca de Isolda o la muerte
210
José Revueltas
216
Dormir en tierra, de José Revueltas
221
Acerca de Dormir en tierra
244
Juan Rulfo
250
“Luvina”, de Juan Rulfo
254
Acerca de “Luvina”
263
Juan José Arreola
269
“Parábola del trueque” de Juan José Arreola
273
Acerca de “Parábola del trueque”
277
Octavio Paz
283
Acerca de El laberinto de la soledad
289
V.
VI.
VII
6
“Todos santos. Día de muertos”, de Octavio Paz
293
Acerca de “Todos santos. Día de muertos”
308
Carlos Fuentes
313
“Chac Mool”, de Carlos Fuentes
319
Acerca de “Chac Mool”
329
Literatura de la Onda
La onda
335
José Agustín
336
“Yautepec”, de José Agustín
344
Acerca de “Yautepec”
360
Literatura femenina
Literatura de mujeres en México. Antecedentes
365
Elena Garro
368
La culpa es de los tlaxcaltecas, de Elena Garro
372
Acerca de La culpa es de los tlaxcaltecas
388
Rosario Castellanos
391
“Lección de cocina”, de Rosario Castellanos
397
Acerca de “Lecciones de cocina”
408
Elena Poniatowska
416
“La ruptura”, de Elena Poniatowska
422
Acerca de “La ruptura”
428
María Luisa Puga
436
“La reina”, de María Luisa Puga
444
Acerca de “La reina”
462
El humor en la literatura mexicana
Jorge Ibargüengoitia
467
“La mujer que no”, de Jorge Ibargüengoitia
471
Acerca de “La mujer que no”
476
EL ATENEO DE LA JUVENTUD
María Eugenia Gaona
En las postrimerías del siglo
XIX
imperaba en la educación en México, y en especial en la
Escuela Nacional Preparatoria, la filosofía positivista1 de Comte, Mill y Spencer en la que se
fundamentaba la enseñanza. Lo que había sido una innovación educativa laica y liberal que don
Gabino Barreda implantó al fundar la Escuela Nacional Preparatoria en 1867, había caído en la
decadencia, pues se imponía como única forma de alcanzar la verdad, ahogando cualquier
manifestación que promoviese un cambio.
A principios del siglo
XX
empezaron a notarse síntomas de descontento frente a este sistema
educativo, principalmente en un grupo de jóvenes que ansiaba incursionar por otros senderos
del conocimiento y que se rebelaba contra la atmósfera asfixiante que emanaba del ya
anquilosado positivismo. Su rebeldía los llevaba a buscar precisamente las aportaciones
intelectuales de aquellos autores que habían sido proscritos de las aulas. Para ello se reunían en
pequeños cenáculos2 donde se leía, reflexionaba y discutía a autores como Platón, Kant,
Bergson, Hegel, Schopenhauer, Schiller, Nietzche y otros que eran como una bocanada de aire
fresco y de novedosas ideas de los que se nutrían su avidez intelectual. Además de sus lecturas,
estos jóvenes encontraron maestros que en el aula, en sus escritos y en sus discusiones
alentaron sus búsquedas, entre ellos destaca Justo Sierra.
1
Positivismo: sistema filosófico que admite exclusivamente el método experimental, rechazando toda noción
a priori y todo concepto universal y absoluto. Para el positivismo no cuenta sino el hecho como única realidad
científica. La experiencia y la inducción son los métodos exclusivos de la ciencia.
2
Cenáculo: reunión poco numerosa de personas que profesan las mismas ideas, y más comúnmente de
literatos y artistas.
¿Quiénes fueron estos jóvenes rebeldes que dejaron una huella perdurable en la vida intelectual
de México? Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Antonio Caso, Jesús T. Acevedo y Pedro
Henríquez Ureña, por mencionar sólo a algunas destacadas personalidades y que fueron
fundadoras del Ateneo de la Juventud. En 1907, a instancias de Jesús T. Acevedo, se creó una
Sociedad de Conferencias en la que se invitaba no sólo a quienes asistían a los cenáculos sino a
todos los literatos, musicólogos y pintores que destacaban en la época, con el fin de organizar
ciclos de conferencias públicas en las que se promovieran las bellas artes y se difundieran las
nuevas ideas filosóficas. El experimento se repitió un año después, y para dar cuerpo a lo que
era el estilo propio de pensamiento de estos jóvenes se fundó el 28 de octubre de 1909 el
Ateneo de la Juventud.
Hay que señalar que a medida que los ateneístas se alejaban del positivismo también tomaban
una distancia crítica hacia el régimen de Porfirio Díaz, y cuando estalló la Revolución, algunos
de ellos, como José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán, se enlistaron en las filas de los
rebeldes.
Al caer la dictadura porfirista, el Ateneo se incorporó al régimen de Madero y José
Vasconcelos fue nombrado presidente del mismo en 1912. Con esta designación, el Ateneo se
convirtió en Ateneo de México y entre sus logros estuvo la creación de la Universidad Popular
Mexicana, dirigida a los obreros y a quienes no podían tener una educación más amplia.
Es necesario mencionar la serie de características comunes que identificaron a la generación de
los ateneístas: entre ellas, la seriedad en el trabajo y en la obra, el interés por la filosofía, su
pasión por el humanismo y su afición por Grecia, su preocupación por lo mexicano y lo
hispanoamericano y su rechazo al positivismo.
Con estos rasgos compartidos los jóvenes del Ateneo de la Juventud lograron abrir nuevos
espacios a la cultura y al pensamiento en México; su influencia fue definitiva en la vida de
nuestro país.
FUENTES
1
CASO, Antonio, Alfonso Reyes et al., Conferencias del Ateneo de la Juventud, prólogo, notas y
recopilación de apéndices de Juan Hernández Luna, México, UNAM, 1962.
2
ALFONSO REYES
María Eugenia Gaona
Alfonso Reyes nace el 17 de mayo de 1889 en Monterrey. Su padre, el general Bernardo Reyes,
era por entonces gobernador del Estado de Nuevo León. “...mi padre, primer director de mi
conciencia ⎯dice Reyes⎯ creía en todas las mayúsculas de entonces ⎯el Progreso, la
Civilización, la Perfectibilidad Moral del Hombre⎯ a la manera heróica de los liberales de su
tiempo, sin darse a partido ante ninguno de los fracasos del bien”3.
El niño Alfonso crece entre ocho hermanos y una madre que era digna compañera de un
hombre que vivió todas las vicisitudes propias del ejército y la política.
Reyes tiene una infancia tranquila; no obstante, se delataban algunos rasgos de extrema
sensibilidad, como nos deja percibir en “Delirio y pesadillas”4.
En 1897 inicia los estudios primarios en la escuela Manuela Y. Viuda de Sada, el Instituto de
Varones de Jesús Loreto y el colegio Bolívar de su ciudad natal. En 1901 concluye estos
estudios en el Liceo Francés de la ciudad de México y empieza a escribir poesía. Para 1905
publica en Monterrey sus primeros poemas; aunque su padre decía que en la familia no se era
poeta de profesión, no por ello desalentó a su hijo.
Los años de 1906 a 1913 son los de su formación intelectual en la ciudad de México. Publica
en Savia Moderna ⎯la revista creada por Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón⎯ su poema
“Mercenario”. Conoce a Pedro Henríquez Ureña que fue de gran valor a lo largo de su vida:
3
4
Alfonso Reyes, Albores, “El Cerro de la silla”, México, 1960, pág. 85.
Cfr., op. cit., págs. 63-67.
3
En lo privado, era muy honda la influencia socrática de Henríquez Ureña. Enseñaba a
ver, a ver, a pensar, y suscitaba una verdadera reforma en la cultura, pesando en su
pequeño mundo con mil compromisos de laboriosidad y conciencia. Era, de todos, el
único escritor formado, aunque no el de más años. No hay entre nosotros ejemplo de
comunidad y entusiasmo como los que él provocó5.
En estos años Reyes pertenece al Ateneo de la Juventud en donde se revela con una cultura ya
bien definida. Es así como viene surgiendo su obra literaria, ya como poeta, ya como cuentista
o como crítico y ensayista. En el Ateneo colabora con “Los poemas rústicos de Manuel José
Othón” y “El paisaje en la poesía mexicana del siglo XIX”.
En 1911, contrae matrimonio con Manuela Mota, y un año después nace su único hijo; le pone
dos condiciones a su esposa: “que le diera un hijo más alto que él, y que le alcanzara los libros
que se encontraban en lo alto de sus estantes”6. Su esposa fue su brazo derecho, su consejera y
compañera que estuvo siempre a su lado entre las vicisitudes que le tocó vivir.
Los inicios de la Revolución Mexicana son años aciagos para la familia de Reyes. Don
Bernardo se levanta en armas contra el régimen de Madero y es encarcelado en Santiago
Tlaltelolco. Después cae muerto por los defensores de Palacio Nacional el 9 de febrero de
1913. La Decena Trágica había comenzado.
Alfonso Reyes, que había aceptado el cargo de secretario en la Escuela de Altos Estudios,
renuncia cuando mueren Madero y Pino Suárez y rehusa el cargo de secretario particular que
Huerta le ofrece:
Huerta me convidó para ser su secretario particular. Le dije que no era ese mi destino.
Mi actitud me hacía indeseable. Me lo manifestó así en Popotla. Adonde me había
citado a las 6 de la mañana y donde todo podía pasar. Yo me presenté lleno de recelo y
en vez de aquel Huerta campechano y hasta pegajoso (a quien yo me negaba ya a
recibir meses antes en el despacho de mi hermano, porque me quitaba el tiempo y me
5
Alfonso Reyes, “Pasado inmediato” en Conferencias del Ateneo de la Juventud, Prólogo, notas y
recopilación de apéndices de Juan Hernández Luna, UNAM, México, 1962, pág. 206.
6
Alicia Reyes, Genio y figura de Alfonso Reyes, FCE, México, 2000, pág. 54.
4
impacientaba con sus frases nunca acabadas), me encontré a un señor solemne, distante
y autoritario. ⎯Así no podemos continuar ⎯me dijo⎯ la actitud que usted ha
asumido...7
Reyes decide apresurarse a terminar su tesis Teoría de la sanción para recibir el título de abogado
y acepta el nombramiento de Secretario de la Legación en París. Sale de México con su esposa
e hijo el 10 de agosto de 1913 y dos días después aborda en Veracruz el Espagne, rumbo a su
destino.
En este velado destierro llega a París donde permanece hasta agosto del siguiente año; inicia
Visión de Anáhuac y el descubrimiento de La ciudad luz lo lleva a escribir “París cubista”. En
1914 es cesado todo el cuerpo diplomático mexicano destacado en Europa bajo la presidencia
de Venustiano Carranza. Reyes parte hacia España en donde comienza su labor periodística;
conoce a Azorín; nace la amistad con Diez-Canedo quien lo aproxima a los intelectuales más
destacados, entre ellos, Juan Ramón Jiménez.
Reyes continúa escribiendo, colabora en numerosos periódicos y revistas de Europa y América
y se sostiene exclusivamente de sus escritos. Sus primeros años en España son de algunas
penurias económicas, pero logra sobreponerse a ellas, gracias a su actividad constante en la
creación literaria. Por ejemplo, el año de 1917 es de gran producción editorial, aparecerán sus
libros Cartones de Madrid, El suicida, Visión de Anáhuac. Inicia su amistad con Amado Alonso y
Jorge Guillén y crea, con José Moreno Villa, Américo Castro y Antonio G. Solalinde, una
pequeña cofradía literaria y de esparcimiento bajo el título “El ventanillo de Toledo”. También
trabaja profesionalmente en el Centro de Estudios Históricos de Madrid que dirige don Ramón
Menéndez Pidal.
En junio de 1920 se reintegra al servicio diplomático en la Legación de Madrid, recibe un
ascenso sobre su antiguo grado y se queda cerca de cinco años como encargado de negocios. A
partir de ese año, la vida de Reyes se concentra en sus actividades diplomáticas y su obra
literaria; ascendido por el presidente Obregón a Primer Secretario de la Legación, procura
7
Alfonso Reyes, Diario 1911-1930, Prólogo de Alicia Reyes, nota del Dr. Alfonso Reyes Mota, Universidad
de Guanajuato, México, 1969, pág. 32.
5
mejorar las relaciones entre México y España, bastante deterioradas por los conflictos
revolucionarios.
En su Diario 1911-1930 nos dice: “Yo creo que un diplomático no tiene vida privada; no debe
tenerla: tanto porque sus actos trascienden todos a su representación oficial, como porque
debe procurar aprovechar en bien del nombre de su país y del éxito de su misión cuanto de
bueno le acontezca en lo privado”8.
Es así como Reyes desempeña su labor: sirviendo a México con entusiasmo y empeño, a la vez
que aprovecha sus viajes para aumentar su erudición y sus escritos que son innumerables.
En 1924, en el mes de abril, finalizará su misión diplomática en España y vuelve a México
donde recibe, por iniciativa hispana, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. A finales
del año vuelve a España en misión confidencial para entrevistarse con el Rey Alfonso
XIII.
Después de cumplir con esta misión se traslada a Francia, donde permanecerá como Enviado
Extraordinario y Ministro Plenipotenciario hasta 1927. Esta segunda estancia en París se hace
más grata por sus amistades, Reyes recibe en su casa a escritores españoles que van de paso,
franceses notables; asisten Gabriel Mistral, Palma Guillén, Paul Valery, que sienten un gran
afecto por el escritor. En París, “Mallarmé será frecuente punto de partida para meditaciones
alfonsinas sobre los problemas de la traducción, la creación poética, las angustias metafísicas”9.
En 1927 Reyes tiene que dejar Francia, pues es enviado a Argentina como Embajador
Extraordinario y Plenipotenciario; allí encuentra un ambiente de cordialidad y es saludado por
una serie de artículos periodísticos entre los que destaca el de Pedro Henríquez Ureña. Como
ya es costumbre, hace nuevas amistades, y en sus horas libres se dedica a sus tareas literarias.
Mantiene una relación muy estrecha con la intelectualidad que se halla en Argentina: Jorge Luis
Borges, Molinari, Petit de Murat, Victoria Ocampo, Martínez Estrada, Juana de Ibarborou,
Alfonsina Storni, Adolfo Bioy Casares, Guillermo de la Torre y muchos otros más. Aparece
8
9
Ibídem, pág. 132.
Alfonso Reyes, Prosa y poesía, edición de James Willis Robb, REI, México, 1988, pág. 16.
6
Cuestiones gongorinas y entre sus múltiples quehaceres se da tiempo para la realización de los
Cuadernos del Plata, unos bellos folletos en los que colaboran los más selectos escritores10.
En 1930 se le nombra Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de México en el Brasil, en
sustitución de Pascual Ortiz Rubio que es elegido Presidente de México. En su diario anota:
Buenos Aires, 6 de marzo.
...En Brasil voy a reposar de la excesiva mundanidad y a ocuparme de mi trabajo literario.
Mis ojos, frotados de paredes en Buenos Aires, descansarán con perspectivas más
espaciosas, podré con más comodidad pagar mi deuda, y rehacer la tranquilidad de mi
hogar, que sufrió un poco en Buenos Aires. Mi Manuela volverá a ser feliz. Me imagino
que voy a este semiparaíso del trópico en busca de alguno de sus secretos de felicidad o
juventud perenne que se dan en la virtud de ciertas plantas o yerbas maravillosas. En una
exposición tropical de París yo vi algunas de ellas. (Guaraná.)[...]
Extraña sobreexitación nerviosa, con opresión y palpitaciones en el corazón... ¡Este
oficio menos que errante! (Porque al Judío Errante, por lo menos, no le dan tiempo de
criar raíces para después arrancárselas, que es la tortura diplomática.)11
También es saludada con beneplácito su llegada a Brasil; los periódicos y sus amigos le dan la
bienvenida, y después de intentar de cambiar de casa en que se encontraba la Embajada, se
entrega de lleno a su tarea literaria.
Este será el periodo sudamericano de Alfonso Reyes, abarcando los años de 1927 a 1939;
encontramos en él al hombre que se ha cruzado con todas las culturas del mundo occidental y
que realiza una vasta obra en que se conjugan sus intereses universales.
En Brasil edita su Correo Literario Monterrey en donde se refleja su anhelo de interrelacionar lo
americano con lo europeo.
10
11
7
Alicia Reyes, op. cit.
Alfonso Reyes, Diario 1911-1930, págs. 302-304.
En 1939 regresa a México; su carrera diplomática ha terminado. Se hace construir una casa que
albergará su biblioteca, que será bautizada como “La Capilla Alfonsina” por su amigo Enrique
Díez-Canedo; allí tendrá su refugio intelectual con sus innumerables libros, pero su actividad
no cesa; funda El Colegio de México, inicialmente Casa de España; también es miembro
fundador de El Colegio Nacional.
En los veinte años que vive en México, antes de su muerte, recibe varios Doctorados Honoris
Causa, entre ellos: de la Universidad de Tulane, de la Universidad de Harvard, de la
Universidad de la Habana, de la Universidad de Michoacán y de Princenton. En 1951 recibe el
Doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional Autónoma de México; en 1957 es
electo Director de la Academia Mexicana de la Lengua correspondiente de la Española. Su
obra literaria se acrecienta, y en 1959, el 27 de diciembre, muere de un ataque cardiaco.
Alfonso Reyes es el escritor más fecundo y prolífico que ha tenido México; cuentista, ensayista,
filólogo, poeta, crítico y humanista en la más amplia extensión de la palabra, nos dejó una obra
que ha sido publicada por la editorial Fondo de Cultura Económica y que abarca veintiséis
volúmenes. Reyes es el ejemplo de un hombre que convirtió la literatura en su vida y su vida en
literatura.
8
LA CENA
Alfonso Reyes
La cena, que recrea y enamora.
San Juan de la Cruz
Tuve que correr a través de calles desconocidas. El término de mi marcha parecía correr
delante de mis pasos, y la hora de la cita palpitaba ya en los relojes públicos. Las calles estaban
solas. Serpientes de focos eléctricos bailaban delante de mis ojos. A cada instante surgían
glorietas circulares, sembrados arriates12, cuya verdura, a la luz artificial de la noche, cobraba
una elegancia irreal. Creo haber visto multitud de torres ⎯no sé si en las casas, si en las
glorietas⎯ que ostentaban a los cuatro vientos, por una iluminación interior, cuatro redondas
esferas de reloj.
Yo corría, azuzado13 por un sentimiento supersticioso de la hora. Si las nueve campanadas,
me dije, me sorprenden sin tener la mano sobre la aldaba14 de la puerta, algo funesto
acontecerá. Y corría frenéticamente, mientras recordaba haber corrido a igual hora por aquel
sitio y con un anhelo semejante. ¿Cuándo?
Al fin los deleites de aquella falsa recordación me absorbieron de manera que volví a mi
paso normal sin darme cuenta. De cuando en cuando, desde las intermitencias de mi
meditación, veía que me hallaba en otro sitio, y que se desarrollaban ante mí nuevas
perspectivas de focos, de placetas sembradas, de relojes iluminados... No sé cuánto tiempo
transcurrió, en tanto que yo dormía en el mareo de mi respiración agitada.
12
arriates: espacio estrecho y dispuesto para tener plantas de adorno junto a las paredes de los jardines y
patios.
13
azuzado: estimulado, irritado.
14
aldaba: pieza de hierro o de bronce que se pone a las puertas para llamar golpeando con ella.
9
De pronto, nueve campanadas sonoras resbalaron con metálico frío sobre mi epidermis.
Mis ojos, en la última esperanza, cayeron sobre la puerta más cercana; aquél era el término.
Entonces, para disponer mi ánimo, retrocedí hacia los motivos de mi presencia en aquel
lugar. Por la mañana el correo me había llevado una esquela breve y sugestiva15. En el ángulo
del papel se leían, manuscritas, las señas de una casa. La fecha era del día anterior. La carta
decía solamente:
“Doña Magdalena y su hija Amalia esperan a usted a cenar mañana, a las nueve de la noche.
¡Ah, si no faltara!...”
Ni una letra más.
Yo siempre consiento en las experiencias de lo imprevisto. El caso, además, ofrecía singular
atractivo: el tono, familiar y respetuoso a la vez, con que el anónimo designaba a aquellas
señoras desconocidas; la ponderación16: “¡Ah, si no faltara!...”, tan vaga y tan sentimental, que
parecía suspendida sobre un abismo de confesiones, todo contribuyó a decidirme. Y acudí, con
el ansia de una emoción informulable. Cuando, a veces, en mis pesadillas, evoco aquella noche
fantástica (cuya fantasía está hecha de cosas cotidianas y cuyo equívoco misterio crece sobre la
humilde raíz de lo posible), paréceme jadear a través de avenidas de relojes y torreones,
solemnes como esfinges en la calzada de algún templo egipcio.
La puerta se abrió. Yo estaba vuelto a la calle y vi, de súbito, caer sobre el suelo un cuadro
de luz que arrojaba, junto a mi sombra, la sombra de una mujer desconocida.
Volvíme: con la luz por la espalda y sobre mis ojos deslumbrados, aquella mujer no era para
mí más que una silueta, donde mi imaginación pudo pintar varios ensayos de fisonomía, sin
que ninguno correspondiera al contorno, en tanto que balbuceaba yo algunos saludos y
explicaciones.
⎯Pase usted, Alfonso.
Y pasé, asombrado de oírme llamar como en mi casa. Fue una decepción el vestíbulo. Sobre
las palabras románticas de la esquela (a mí, al menos, me parecían románticas), había yo
fundado la esperanza de encontrarme con una antigua casa, llena de tapices, de viejos retratos y
de grandes sillones; una antigua casa sin estilo, pero llena de respetabilidad. A cambio de esto,
me encontré con un vestíbulo diminuto y con una escalerilla frágil, sin elegancia; lo cual más
bien prometía dimensiones modernas y estrechas en el resto de la casa. El piso era de madera
15
16
sugestiva: que sugiere. Hacer entrar en el ánimo de alguno una idea.
ponderación: atención, consideración, cuidado con que se dice o se hace una cosa.
10
encerada; los raros muebles tenían aquel lujo frío de las cosas de Nueva York, y en el muro,
tapizado de verde claro, gesticulaban17, como imperdonable signo de trivialidad18, dos o tres
máscaras japonesas. Hasta llegué a dudar... Pero alcé la vista y quedé tranquilo: ante mí, vestida
de negro, esbelta, digna, la mujer que acudió a introducirme me señalaba la puerta del salón. Su
silueta se había colorado ya de facciones; su cara me habría resultado insignificante, a no ser
por una expresión marcada de piedad: sus cabellos castaños, algo flojos en el peinado,
acabaron de precipitar una extraña convicción en mi mente: todo aquel ser me pareció plegarse
y formarse a las sugestiones de un nombre.
⎯¿Amalia? ⎯pregunté.
⎯Sí⎯. Y me pareció que yo mismo me contestaba.
El salón, como lo había imaginado, era pequeño. Mas el decorado, respondiendo a mis
anhelos, chocaba notoriamente con el del vestíbulo. Allí estaban los tapices y las grandes sillas
respetables, la piel de oso al suelo, el espejo, la chimenea, los jarrones; el piano de candeleros
lleno de fotografías y estatuillas ⎯el piano en que nadie toca⎯, y, junto al estrado19 principal,
el caballete con un retrato amplificado y manifiestamente alterado: el de un señor de barba
partida y boca grosera.
Doña Magdalena, que ya me esperaba instalada en un sillón rojo, vestía también de negro y
llevaba al pecho una de aquellas joyas gruesísimas de nuestros padres: una bola de vidrio con
un retrato interior, ceñida por un anillo de oro. El misterio del parecido familiar se apoderó de
mí. Mis ojos iban, inconscientemente, de doña Magdalena a Amalia, y del retrato a Amalia.
Doña Magdalena, que lo notó, ayudó mis investigaciones con alguna exégesis20 oportuna.
Lo más adecuado hubiera sido sentirme incómodo, manifestarme sorprendido, provocar
una explicación. Pero doña Magdalena y su hija Amalia me hipnotizaron, desde los primeros
instantes, con sus miradas paralelas. Doña Magdalena era una mujer de sesenta años; así es que
consintió en dejar a su hija los cuidados de la iniciación. Amalia charlaba; doña Magdalena me
miraba; yo estaba entregado a mi ventura.
A la madre tocó ⎯es de rigor⎯ recordarnos que era ya tiempo de cenar. En el comedor la
charla se hizo más general y corriente. Yo acabé por convencerme de que aquellas señoras no
habían querido más que convidarme a cenar, y a la segunda copa de Chablis me sentí sumido
17
gesticulaban: hacían gestos.
trivialidad: calidad de trivial, común. Que carece de importancia.
19
estrado: lugar o sala de ceremonias donde se sentaban las mujeres y recibían visitas.
20
exégesis: explicación.
18
11
en un perfecto egoísmo del cuerpo lleno de generosidades espirituales. Charlé, reí y desarrollé
todo mi ingenio, tratando interiormente de disimularme la irregularidad de mi situación. Hasta
aquel instante las señoras habían procurado parecerme simpáticas; desde entonces sentí que
había comenzado yo mismo a serles agradable.
El aire piadoso de la cara de Amalia se propagaba, por momentos, a la cara de la madre. La
satisfacción, enteramente fisiológica, del rostro de doña Magdalena descendía, a veces, al de su
hija. Parecía que estos dos motivos flotasen en el ambiente, volando de una cara a la otra.
Nunca sospeché los agrados de aquella conversación. Aunque ella sugería, vagamente, no sé
qué evocaciones de Sudermann21, con frecuentes rondas al difícil campo de las
responsabilidades domésticas y ⎯como era natural en mujeres de espíritu fuerte⎯ súbitos
relámpagos ibsenianos22, yo me sentía tan a mi gusto como en casa de alguna tía viuda y junto
a alguna prima, amiga de la infancia, que ha comenzado a ser solterona.
Al principio, la conversación giró toda sobre cuestiones comerciales, económicas, en que las
dos mujeres parecían complacerse. No hay asunto mejor que éste cuando se nos invita a la
mesa en alguna casa donde no somos de confianza.
Después, las cosas siguieron de otro modo. Todas las frases comenzaron a volar como en
derredor de alguna lejana petición. Todas tendían a un término que yo mismo no sospechaba.
En el rostro de Amalia apareció, al fin, una sonrisa aguda, inquietante. Comenzó visiblemente a
combatir contra alguna interna tentación. Su boca palpitaba, a veces, con el ansia de las
palabras, y acababa siempre por suspirar. Sus ojos se dilataban de pronto, fijándose con tal
expresión de espanto o abandono en la pared que quedaba a mis espaldas que más de una vez,
asombrado, volví el rostro yo mismo. Pero Amalia no parecía consciente del daño que me
ocasionaba. Continuaba con sus sonrisas, sus asombros y sus suspiros, en tanto que yo me
estremecía cada vez que sus ojos miraban por sobre mi cabeza.
Al fin, se entabló, entre Amalia y doña Magdalena, un verdadero coloquio23 de suspiros. Yo
estaba ya desazonado. Hacia el centro de la mesa, y, por cierto, tan baja que era una constante
incomodidad, colgaba la lámpara de dos luces. Y sobre los muros se proyectaban las sombras
desteñidas de las dos mujeres, en tal forma que no era posible fijar la correspondencia de las
21
Sudermann, Hermann (30-sep-1857 a 21-nov-1928), uno de los escritores líderes del Movimiento
Naturalista alemán. Fue reconocido por sus obras de teatro.
22
ibsenianos: Ibsen, Henrik (20-mar-1828 a 23-may-1906). Poeta y dramaturgo noruego creador del drama
moderno realista. Uno de los grandes dramaturgos de todos los tiempos.
23
coloquio: conferencia o plática entre dos o más personas.
12
sombras con las personas. Me invadió una intensa depresión, y un principio de aburrimiento se
fue apoderando de mí. De lo que vino a sacarme esta invitación insospechada:
⎯Vamos al jardín.
Esta nueva perspectiva me hizo recobrar mis espíritus. Condujéronme a través de un cuarto
cuyo aseo y sobriedad hacía pensar en los hospitales. En la oscuridad de la noche pude adivinar
un jardincillo breve y artificial, como el de un camposanto.
Nos sentamos bajo el emparrado. Las señoras comenzaron a decirme los nombres de las
flores que yo no veía, dándose el cruel deleite de interrogarme después sobre sus recientes
enseñanzas. Mi imaginación, destemplada por una experiencia tan larga de excentricidades24, no
hallaba reposo. Apenas me dejaba escuchar y casi no me permitía contestar. Las señoras
sonreían ya (yo lo adivinaba) con pleno conocimiento de mi estado. Comencé a confundir sus
palabras con mi fantasía. Sus explicaciones botánicas, hoy que las recuerdo, me parecen
monstruosas como un delirio: creo haberles oído hablar de flores que muerden y de flores que
besan; de tallos que se arrancan a su raíz y os trepan, como serpientes, hasta el cuello.
La oscuridad, el cansancio, la cena, el Chablis, la conversación misteriosa sobre flores que
yo no veía (y aun creo que no las había en aquel raquítico jardín), todo me fue convidando al
sueño; y me quedé dormido sobre el banco, bajo el emparrado.
⎯¡Pobre capitán! ⎯oí decir cuando abrí los ojos⎯. Lleno de ilusiones marchó a Europa.
Para él se apagó la luz.
En mi alrededor reinaba la misma oscuridad. Un vientecillo tibio hacía vibrar el emparrado.
Doña Magdalena y Amalia conversaban junto a mí, resignadas a tolerar mi mutismo. Me
pareció que habían trocado los asientos durante mi breve sueño; eso me pareció...
⎯Era capitán de Artillería ⎯me dijo Amalia⎯; joven y apuesto si los hay.
Su voz temblaba.
Y en aquel punto sucedió algo que en otras circunstancias me habría parecido natural, pero
entonces me sobresaltó y trajo a mis labios mi corazón. Las señoras, hasta entonces, sólo me
habían sido perceptibles25 por el rumor de su charla y de su presencia. En aquel instante
alguien abrió una ventana en la casa, y la luz vino a caer, inesperada, sobre los rostros de las
mujeres. Y ⎯¡oh cielos!⎯ los vi iluminarse de pronto, autonómicos, suspensos en el aire
24
excentricidades: rarezas. Dicho o hecho anormal, raro o extravagante.
perceptibles: que se puede comprender o percibir. Percibir: recibir por uno de los sentidos las impresiones
del objeto.
25
13
⎯perdidas las ropas negras en la oscuridad del jardín⎯ y con la expresión de piedad grabada
hasta la dureza en los rasgos. Eran como las caras iluminadas en los cuadros de Echave el
Viejo26, astros enormes y fantásticos.
Salté sobre mis pies sin poder dominarme ya.
⎯Espere usted ⎯gritó entonces doña Magdalena⎯; aún falta lo más terrible.
Y luego, dirigiéndose a Amalia:
⎯Hija mía, continúa; este caballero no puede dejarnos ahora y marcharse sin oírlo todo.
⎯Y bien ⎯dijo Amalia⎯: el capitán se fue a Europa. Pasó de noche por París, por la
mucha urgencia de llegar a Berlín. Pero todo su anhelo era conocer París. En Alemania tenía
que hacer no sé qué estudios en cierta fábrica de cañones... Al día siguiente de llegado, perdió
la vista en la explosión de una caldera.
Yo estaba loco. Quise preguntar: ¿qué preguntaría? Quise hablar; ¿qué diría? ¿Qué había
sucedido junto a mí? ¿Para qué me habían convidado?
La ventana volvió a cerrarse, y los rostros de las mujeres volvieron a desaparecer. La voz de
la hija resonó:
⎯¡Ay! Entonces, y sólo entonces, fue llevado a París. ¡A París, que había sido todo su
anhelo! Figúrese usted que pasó bajo el Arco de la Estrella: pasó ciego bajo el Arco de la
Estrella, adivinándolo todo a su alrededor... Pero usted le hablará de París, ¿verdad? Le hablará
del París que él no pudo ver. ¡Le hará tanto bien!
(“¡Ah, si no faltara!”... “¡Le hará tanto bien!”)
Y entonces me arrastraron a la sala, llevándome por los brazos como a un inválido. A mis
pies se habían enredado las guías vegetales del jardín; había hojas sobre mi cabeza.
⎯Helo aquí ⎯me dijeron mostrándome un retrato. Era un militar. Llevaba un casco
guerrero, una capa blanca, y los galones27 plateados en las mangas y en las presillas28 como tres
toques de clarín. Sus hermosos ojos, bajo las alas perfectas de las cejas, tenían un imperio
singular. Miré a las señoras: las dos sonreían como en el desahogo de la misión cumplida.
Contemplé de nuevo el retrato; me vi yo mismo en el espejo; verifiqué la semejanza: yo era
26
Echave el Viejo. Nació en Zumaya en 1528 y se encuentra en México alrededor de 1582. Llegó a ser la
figura clave dentro de la escuela novohispana de pintura, creando modos expresivos y técnicas que perdurarán
hasta el siglo XVIII.
27
galones: distintivo que llevan en el brazo o en la bocamanga diferentes clases del ejército, hasta el coronel
inclusive.
28
presillas: cordón pequeño de seda en forma de lazo, con que se prende o asegura una cosa.
14
como una caricatura de aquel retrato. El retrato tenía una dedicatoria y una firma. La letra era
la misma de la esquela anónima recibida por la mañana.
El retrato había caído de mis manos, y las dos señoras me miraban con una cómica piedad.
Algo sonó en mis oídos como una araña de cristal que se estrellara contra el suelo.
Y corrí, a través de calles desconocidas. Bailaban los focos delante de mis ojos. Los relojes
de los torreones me espiaban, congestionados de luz... ¡Oh, cielos! Cuando alcancé, jadeante29,
la tabla familiar de mi puerta, nueve sonoras campanadas estremecían la noche.
Sobre mi cabeza había hojas; en mi ojal, una florecilla modesta que yo no corté.
Acerca de “La cena”
El epígrafe que encabeza el relato: “La cena que recrea y enamora” evoca la tradición poética y
mística del siglo de oro español. Sin embargo hay una distancia entre el verso de San Juan de la
Cruz y el cuento de Alfonso Reyes, que se nos aparece como una narración fantástica, que si
bien puede tener puntos de contacto con el poema, en el plano de la imaginación, no los tiene
en el desarrollo del relato.
“La cena” es uno de los cuentos de Alfonso Reyes escrito en 1912 y publicado hasta 1920 en
El plano oblicuo, título del libro donde aparece, insinuando así, el espacio resbaladizo en el que se
encuentra la narración: oscilante entre la realidad y la fantasía. Este texto lo publicó en su exilio
madrileño.
Si asumimos que “La cena” es un sueño cuyo desarrollo transcurre en el plano de lo onírico,
podemos considerar que todo es posible. El título se refiere a la situación central: la cena a la
que fue invitado Alfonso por las dos mujeres Amalia y doña Magdalena por medio de una
esquela misteriosa recibida en la mañana.
29
jadeante: que jadea. Respirar anhelosamente por efecto de un trabajo o ejercicio impetuoso.
15
El narrador que es a la vez protagonista y autor, nos hace entrar en un mundo donde lo
fantástico y lo cotidiano se entrelazan. Uno podría perderse y considerar el relato como un
cuento fantástico de no ser por su declaración: “...No sé cuánto tiempo transcurrió, en tanto
que yo dormía en el mareo de mi respiración agitada.”
Así entra en un mundo inusual en el que el tiempo se desdobla: “Yo corría, azuzado por un
sentimiento supersticioso de la hora... Y corría frenéticamente, mientras recordaba haber
corrido a igual hora por aquel sitio y con un anhelo semejante ¿cuándo?” (p. 31.)
Las nueve campanadas que señalan el inicio de la aventura misteriosa y las mismas que suenan
al final del cuento nos hace suponer que el tiempo no ha transcurrido. Las coordenadas
espacio-temporales son irreales. Aunque Alfonso entra a una casa que tiene un vestíbulo, una
sala, un comedor y “un jardincillo breve y artificial, como el de un camposanto” (p. 37).
Alfonso acepta la invitación porque le atrae lo imprevisto y llega a un mundo desconocido
donde los juegos de sombra y de luz van a desconcertar al protagonista, así como el hecho de
oírse llamar por su nombre por una desconocida. La mujer no puede ser más anodina, sólo se
destaca su expresión de piedad. No se sabe si ésta se debe a la situación, a que es un gesto fijo
en ella o es un sentimiento que le produce el protagonista.
La descripción del salón es minuciosa, llaman la atención los retratos que se encuentran tanto
en el caballete, como el que trae doña Magdalena en la joya antigua que reposa en su pecho.
Desconocemos a quién pertenece pero es una llamada de atención al que aparecerá al final del
cuento.
Alfonso se siente finalmente cómodo durante la cena, toma vino y el cuerpo responde
estimulado por la bebida y por la charla.
Después, el misterio y el suspenso vienen a romper la amable realidad anterior. Alfonso
desconoce por qué suspiran las dos mujeres. Se siente incómodo y asustado. Nuevamente
aparece el juego entre la luz y la sombra.
16
Pasan al jardín donde dice Alfonso: “Mi imaginación, destemplada por una experiencia tan
larga de excentricidades, no hallaba reposo” (p. 37), pues le parecen absurdas las explicaciones
que dan las mujeres sobre las flores que él no veía: flores que muerden, flores que besan o
tallos que se trepan como si fueran serpientes.
Alfonso se queda dormido. Cuando despierta empieza el tercer tiempo del cuento y el clímax.
Oye hablar sobre un desconocido que es capitán y quedó ciego en un accidente en Alemania y
cuyo único anhelo era conocer París. Y le muestran el retrato, y ve que entre él y el retrato hay
una enorme semejanza; en él había una dedicatoria y una firma con la misma letra de la misiva
que había recibido por la mañana. Alfonso no acepta identificarse con la imagen del retrato, y
corre despavorido a través de calles desconocidas. Suenan las nueve campanadas y el tiempo se
condensa, aunque Alfonso tiene en su ojal una florecilla que él no cortó.
La cena tiene una estructura cerrada y circular, dado que la narración tiene un fin, y de que
aparentemente ocurre fuera del tiempo.
El cuento es de personaje. Alfonso es el autor narrador que nos va presentando los
acontecimientos, además, es el protagonista.
El punto de vista está dado en primera persona. El narrador nos relata una aventura misteriosa
de la que es el principal personaje.
El tema es la razón por la cual Alfonso es invitado a la cena: contarle sobre París al capitán
ciego.
La idea que subyace en el relato es de que en un sueño todo lo que pasa es posible, pues el
campo del subconsciente tiene sus propias reglas. No obstante el sueño de Alfonso, a pesar del
suspenso y la intriga en que nos deja, tiene coherencia. Más bien parece un relato fantástico
donde lo irreal y el misterio se entrelazan con lo real y cotidiano.
17
Los elementos fantásticos son el paisaje que describe Alfonso mientras corre para acudir a la
cita a las nueve de la noche en el que destacan las calles solitarias, las glorietas circulares en
donde había torres que ostentaban cuatro redondas esferas de reloj.
El jardincillo como el de un camposanto en donde según la explicación de las mujeres había
flores que mordían y flores que besaban.
El retrato del capitán extrañamente parecido a Alfonso que tenía una dedicatoria y una firma
con la misma letra que aparecía en la invitación a cenar que el protagonista había recibido por
la mañana.
La intemporalidad en que se desarrollan los acontecimientos; pues Alfonso llega a la casa de
doña Magdalena y Amalia a las nueve de la noche y cuando sale espantado, corriendo a través
de calles desconocidas, y llega a la puerta de su casa, “nueve sonoras campanadas estremecían
la noche” (p. 40).
El personaje principal es Alfonso, quien en el sueño asume el papel de protagonista, él es el
que muestra más emociones: temor, curiosidad, miedo, zozobra, inquietud, sorpresa, y
finalmente terror.
Los personajes secundarios son doña Magdalena y su hija Amalia. Amalia es la que lo introduce
en su casa y quien inicia la charla. Doña Magdalena es una mujer de sesenta años. Ambas se
comunican sus expresiones de la cara y Alfonso queda sorprendido de sus sonrisas, sus
asombros y sus suspiros; ambas le dicen los nombres de las flores, y se regocijan ante la
confusión de Alfonso. Amalia es la que cuenta la historia del capitán que fue a Europa y perdió
la vista en Alemania al estallar una caldera. Sólo entonces fue llevado a París adivinando todo a
su alrededor.
Las dos mujeres le muestran el retrato del capitán y sonríen “como en el desahogo de la misión
cumplida”. Alfonso no quiere reconocerse en el otro, a pesar de la semejanza.
18
El capitán es un personaje ausente que es conocido por el protagonista a través de lo que
cuentan las mujeres de él y del retrato.
El estilo de Reyes es el de un hombre culto y entregado a la literatura. Desde el uso del epígrafe
se nota su conocimiento de los clásicos. Su relato es ameno, nos transmite con eficacia una
serie de emociones que nos van llenando de suspenso. Entre lo onírico y lo real, su capacidad
de descripción y su sensibilidad nos envuelve en su atmósfera mágica, de la que salimos
deslumbrados por su prosa.
FUENTES
Alfonso Reyes, Iconografía, investigación iconográfica documental y selección de textos de
Xavier Guzmán Urbiola, Héctor Perea y Alba C. De rojo, FCE, México,1989.
DÍAZ Arciniega, Víctor, compilador, Voces para un retrato. Ensayo sobre Alfonso Reyes,
FCE,
México, 1990.
GALLO, Marta, Proyección de “La cena” de Alfonso Reyes en “Aura” de Carlos Fuentes en
Sara Poot Herrera, El cuento mexicano. Homenaje a Luis Leal, UNAM, México, 1996. pp. 237256.
REYES, Alfonso, Albores, “El Cerro de la silla”, México, 1960.
REYES, Alfonso, Antología, FCE, México, 1985 (Colección Popular, 46). pp. 31-40.
REYES, Alfonso, Diario 1911-1930, prólogo de Alicia Reyes, nota del Dr. Alfonso Reyes Mota,
Universidad de Guanajuato, México, 1969.
REYES, Alfonso, “Pasado inmediato” en Conferencias del Ateneo de la Juventud, prólogo, notas y
recopilación de apéndices de Juan Hernández Luna, UNAM, México, 1962.
REYES, Alfonso, Prosa y poesía, edición de James Willis Robb, REI, México, 1988.
REYES, Alicia, Genio y figura de Alfonso Reyes, FCE, México, 2000.
19
José Vasconcelos
María Eugenia Gaona
José Vasconcelos nació en la ciudad de Oaxaca el 27 de febrero de 1882, pero pasó gran parte
de su infancia en la frontera de México con Estados Unidos. Vivió en Piedras Negras y
empezó sus estudios de primaria en Eagle Pass; después viajó con su familia por varias
ciudades del país debido al trabajo de su padre como empleado aduanal. En Campeche
continuó sus estudios y finalmente se instaló en la ciudad de México, donde ingresó a la
Escuela Nacional Preparatoria, para continuar en la Facultad de Jurisprudencia. Se recibió de
abogado en 1907, con la tesis Teoría dinámica del derecho.
Vasconcelos perteneció a la generación del Ateneo de la Juventud. En 1912 fue elegido su
presidente y lo transformó en Ateneo de México. Participó en la Revolución Mexicana y militó
dentro de las filas del maderismo y el villismo. En 1920 fue nombrado rector de la
Universidad, y de 1921 a 1924 desarrolló una labor excepcional como secretario de Educación
Pública. Apoyó el desarrollo de la pintura mural en México, organizó la educación popular,
promovió las artesanías y la cultura del pueblo, creó bibliotecas, publicó libros, formó las
misiones culturales e invitó al país a destacados intelectuales, como Gabriela Mistral, para
ayudarle en su tarea educativa. La popularidad y simpatía que alcanzó en América Latina lo
convirtieron en maestro de la juventud de América. Al renunciar a la Secretaria de Educación
realizó una serie de viajes al extranjero y vivió en los Estados Unidos entre 1926 y 1928, como
profesor de Sociología en las universidades de Chicago y California. En 1929 lanzó su
candidatura para presidente de la República y después del fracaso volvió al extranjero. De 1930
a 1932 Vasconcelos residió y viajó por los Estados Unidos, Centroamérica, Francia y España.
Desde Madrid y París dirigió la revista La Antorcha. En 1940 regresó a México y dirigió la
Biblioteca Nacional. En 1945 se encargó de la dirección de la Biblioteca México hasta su
muerte que ocurrió en la ciudad de México el 30 de junio de 1959.
20
La obra principal de Vasconcelos es su ciclo autobiográfico el Ulises criollo (1935), La tormenta
(1936), El desastre (1938), El proconsulado (1939). Escritor multifacético, escribió sobre filosofía,
sociología, ensayo, historia y autobiografía. En sus obras La raza cósmica (1925) e Indología
(1926), aparecen sus preocupaciones por la cultura hispanoamericana.
Ulises criollo, el primer libro autobiográfico que escribió José Vasconcelos, es el relato
apasionado de uno de los hombres más brillantes y dinámicos de la historia contemporánea de
México. En esta obra el autor recuerda con lucidez pasajes de su infancia, de su adolescencia y
juventud enmarcados entre el Porfiriato y la muerte del presidente Madero. Nos narra sobre
sus primeros años en Sásabe dominada por los apaches, lugar del cual recuerda la fervorosa
devoción de su madre y sus enseñanzas sobre la Historia Sagrada; asimismo la salida del lugar
forzada por los yanquis quienes no respetaban los límites fronterizos. Más adelante nos da
cuenta de su estancia en Piedras Negras en donde la familia pasa un periodo de prosperidad,
allí asiste a la escuela fronteriza de Eagle Pass y obtiene la experiencia de convivir con
estudiantes angloamericanos.
Desde temprana edad, adquiere el hábito de la lectura: la historia, la geografía, le hacen
reflexionar sobre la pérdida del territorio de México; en sus ensoñaciones piensa en
reconquistarlo. Describe cómo se van formando las diferencias entre una ciudad fronteriza
mexicana y una norteamericana que empieza a renovarse, a influir en las costumbres mexicanas
y a señalar la diferencia entre una nación y otra. El padre de Vasconcelos señaló siempre que el
verdadero México se encontraba en el sur, que al ostentoso progreso de los norteamericanos se
oponía la civilización de los estados de México. Finalmente salen de Piedras Negras; al joven
estudiante de trece años le ofrecen la oportunidad de terminar sus estudios en Eagle Pass y
conseguirle una beca en la universidad del estado en Austin. La familia rechaza esta oferta. “En
la frontera –dice Vasconcelos– se nos había acentuado el prejuicio y el sentido de raza; por
combatida y amenazada, por difícil y vencida, yo me debía a ella” (p. 64). Por fin emprenden el
viaje; son notables las descripciones que el autor va haciendo de cada uno de los estados por
los que atraviesa el ferrocarril. Llegan a la ciudad de México y deciden establecerse por una
temporada en Toluca, ciudad en la que destaca la religiosidad, allí Vasconcelos asiste al
Instituto donde estudiaron Altamirano e Ignacio Ramírez, que resultó inferior a la escuela de
Eagle Pass. Finalmente todos se trasladan a Campeche donde Vasconcelos disfruta del mar, de
21
las comidas, continúa sus estudios, aumenta el bagaje de sus lecturas y espera el futuro con la
ansiedad de destacar y hacer grandes obras. Campeche es el lugar en el que pasa horas felices y
de gran desasosiego. Cuando tiene que abandonarlo, deja atrás parte de su adolescencia.
Emprende una nueva vida en la capital, su familia tiene que volver a Piedras Negras en la que
el padre encontró una restitución de su empleo. Con dolor se despide de su madre quien
inquieta por las nuevas enseñanzas que recibirá el joven, le aconseja, y ruega a Dios por él.
Vasconcelos queda solo en la ciudad de México y entra a la Preparatoria en donde inicia los
estudios que proporcionaba el positivismo de la época; sin embargo, animado por el recuerdo
de su madre, continúa siendo exigente y se adentra en las diversas materias que debe cursar.
Esta primera etapa de autodominio y consistencia en su conducta se derrumba al recibir un
telegrama que le anuncia la muerte de su madre. De pronto siente que su mundo se ha
destruido. La figura que había llenado su infancia y orientado su juventud había desaparecido.
La rebeldía se apodera de él, lo embarga la pena, vive un periodo de disipación y finalmente se
hace el propósito de terminar el año y sacar adelante sus estudios.
La preparatoria que nos describe Vasconcelos es un sitio en que imperaba el despotismo; les
estaba prohibido reunirse en los patios, no podían formarse grupos de más de cinco
estudiantes sin que llegase el prefecto a disolverlos. Dice José Joaquín Blanco: “El odio de
Vasconcelos al Porfiriato, más que por la injusticia social o por la política de privilegios a
extranjeros, se definía por la opresión tiránica a los individuos especialmente dotados”30, a los
cuales el joven Vasconcelos creía pertenecer.
Después de sus estudios preparatorianos, se inscribe por eliminación a Jurisprudencia, dado
que no existía ni siquiera una cátedra de Historia de la filosofía, disciplina que realmente le
interesaba. En Jurisprudencia conoce al maestro de Derecho Civil, Jacinto Pallares, a quien
primero ignora y posteriormente aprecia por su independencia del régimen porfirista. Su vida
de estudiante se complica fundamentalmente por un erotismo insaciable y nunca satisfecho
con las mujeres que podía pagar. Finalmente se decide a trabajar y consigue un empleo de
ayudante en una notaría en donde la rutina del trabajo se le hacía penosa; después su jefe le
consigue un puesto en su juzgado. Con su salario mejoran un poco sus condiciones de
30
José Joaquín Blanco, Se llamaba Vasconcelos, FCE, México, 1977, pág. 34.
22
estudiante pobre; continúa sus estudios y ya próximo a recibirse se incorpora al Ateneo de la
Juventud: “Nuestra agrupación la inició Caso con las conferencias y discusiones de temas
filosóficos, en el Salón del Generalito de la Preparatoria, y tomó cuerpo de Ateneo con la
llegada de Henríquez Ureña, espíritu formalista y académico” (p. 232).
En sus discusiones empiezan a dar la batalla filosófica contra el positivismo. Caso fue el
iniciador y “...los literatos Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y Alfonso Cravioto,
imprimieron al movimiento una dirección cultista” (p. 233). Vasconcelos siente que no tenía
suficiente claridad en la concepción de sus ideas y dice que su acción en el Ateneo fue
mediocre. Sin embargo, es capaz de escribir una tesis original a los veinte años: Teoría dinámica
del derecho, la cual da a conocer a Caso quien se sorprende de que haya escrito bastantes páginas
sin hacer citas y sin perder de vista su tema. Lo felicita y Vasconcelos queda satisfecho de su
trabajo.
Después de recibirse consigue un puesto en Durango de fiscal federal, lugar del cual describe
sus bellezas geográficas, cuenta sus aventuras amorosas, pero donde no logra adaptarse.
Afortunadamente recibe un telegrama de la capital para trabajar en el bufete de la
norteamericana Warner, Johnson y Galston que se ocupaban de la legalización de negocios de
compraventa de terrenos y minas, del desarrollo de litigios, etc. En este bufete es apreciado su
trabajo y gana lo suficiente como para pensar: “Vengan cinco años de tarea intensa, bien
remunerada, y en seguida me retiro de los negocios para estudiar, para vivir” (p. 261).
Renuente a establecer lazos perdurables en cuestiones amorosas, tiene que cumplir la palabra
empeñada para casarse con su antigua novia. Se casa a pesar de su poca vocación para el
matrimonio, del cual se rebela interiormente.
En 1908 Francisco I. Madero publica La sucesión presidencial y Vasconcelos conoce a Madero
quien lo invita a participar en sus reuniones:
“Me tocó ser presentado a Madero en mi propio despacho... Allí lo llevó un amigo común: el
ingeniero Manuel Urquidi... Nuestra primera conversación fue breve. Buscaba hombres
23
independientes, decididos: me invitaba a la reunión a celebrarse en la casa del ingeniero Robles
Domínguez, edificio de la calle de Tacuba” (p. 309).
Se vincula a la causa maderista y es director del semanario del partido: El antirreeleccionista, que
tuvo gran éxito en toda la República y que pudo publicarse sin tropiezos dos o tres meses.
Asimismo aprovechaba los viajes profesionales para instalar clubes maderistas y encuentra
buena acogida, sobre todo en la zona del Istmode Tehuantepec.
Durante ese periodo, Vasconcelos tiene que trasladarse a Nueva York debido a que existía una
orden de aprehensión en su contra. Una vez en la ciudad norteamericana aprovecha su tiempo
libre en visitar museos y bibliotecas, aunque en el trabajo solamente ha sido empleado como
traductor. Regresa a México y encuentra el ambiente cargado por el descontento político.
Madero, desde San Antonio, Texas, enviaba el Plan de San Luis que en hojas sueltas se repartía
por todo el territorio. El 20 de noviembre de 1910 era el día elegido para el levantamiento
general. Una vez más, Vasconcelos se entusiasma, es llamado por Madero a San Antonio y
conoce a varios de los maderistas refugiados en ese lugar. Él es consciente de que todo ese
grupo ha abandonado familia, y puesto su fortuna o su inteligencia a favor de la República. No
obstante, el juicio que le merece Carranza es el de un viejo ambicioso que sólo está esperando
su oportunidad para llegar al poder.
Madero envía a Vasconcelos de secretario de la misión en Washington. Allí se ocupa de hablar
con los periodistas y difundir las noticias sobre el incipiente movimiento armado. Con los
Tratados de Ciudad Juárez se estableció la paz en el país, no obstante el interinato de León de
la Barra. Vasconcelos regresa a México a organizar, como vicepresidente, el Partido
Constitucional Progresista, que lanzó la fórmula electoral Madero–Pino Suárez.
Durante el primer año del régimen maderista, los ateneístas nombran a Vasconcelos su
presidente: “No por homenajes –dice él– sino en provecho de la institución, cuya vida
económica precaria yo podía aliviar” (p. 236). Se convierte en Ateneo de México y se crea la
primera Universidad Popular. Ahora el Ateneo había cambiado sus lugares de reunión y sus
sesiones terminaban cada viernes en algún restaurante de lujo: “Ya no era el cenáculo de
amantes de la cultura, sino el círculo de amigos con vistas a la acción política” (p. 397).
24
Vasconcelos vive todos los acontecimientos que derrocaron al gobierno de Madero y, como la
mayor parte del país, se vio impotente para ayudar a salvar a su admirado presidente. El golpe
de Estado y la traición de Victoriano Huerta, así como el asesinato de Madero y Pino Suárez,
requiere de una reacción del pueblo. Poco a poco ésta se va dando sobre todo con los
levantamientos que se dan en el norte del país.
El Ulises criollo termina diciendo: “No todo estaba perdido. Era el momento de conspirar y
repartir los fermentos. En mi bufete empecé a despedir clientes... el pormenor de estos días
pavorosos requiere, por su extensión, el espacio aireado de otro volumen...” Y cierra el libro
diciendo: “a semejanza del marinero de Coleridge:
till my ghostly tale is told
this heart within me burns∗.
Vasconcelos fue una figura brillante que a su labor de intelectual y escritor aunó la acción.
Apasionado maderista, defendió los principios de la democracia y la libertad en un México que
dolorosamente iba perfilando su imagen hacia el futuro.
∗
Mientras no concluya mi cruel relato /por dentro arderá mi corazón (p. 451).
25
ULISES CRIOLLO31
José Vasconcelos
EL COMIENZO
Mis primeros recuerdos emergen32 de una sensación acariciante y melodiosa. Era yo un
retozo33 en el regazo materno. Sentíame prolongación física, porción apenas seccionada de una
presencia tibia y protectora, casi divina. La voz entrañable de mi madre orientaba mis
pensamientos, determinaba mis impulsos. Se diría que un cordón umbilical invisible y de
carácter volitivo34 me ataba a ella y perduraba muchos años después de la ruptura del lazo
fisiológico. Sin voluntad segura, invariablemente volvía al refugio de la zona amparada por sus
brazos. Rememoro con efusiva complacencia aquel mundo provisional del complejo madrehijo. Una misma sensibilidad con cinco sentidos expertos y cinco sentidos nuevos y ávidos,
penetrando juntos en el misterio renovado cada día.
En seguida, imágenes precursoras de las ideas inician un desfile confuso. Visión de llanuras
elementales, casas blancas, humildes; las estampas de un libro; y así se van integrando las piezas
de la estructura en que lentamente plasmamos. Brota el relato de los labios maternos, y apenas
nos interesa y más bien nos atemoriza descubrir algo más que la dichosa convivencia hogareña.
Por circunstancias especiales, el relato solía tomar aspectos temerosos. La vida no era estarse
tranquilos al lado de la madre benéfica. Podía ocurrir que los niños se perdiesen pasando a
manos de gentes crueles. Una de las estampas de la Historia Sagrada representaba al pequeño
Moisés abandonado en una cesta de mimbre entre las cañas de la vega del Nilo. Asomaba una
esclava atraída por el lloro para entregarlo a la hija del Faraón. Insistía mi madre en la aventura
del niño extraviado, porque vivíamos en el Sásabe, menos que una aldea, un puerto en el
desierto de Sonora, en los límites con Arizona. Estábamos en el año 85, quizás 86, del pasado
31
José Vasconcelos, Ulises criollo, SEP/ Fondo de Cultura Económica (Lecturas Mexicanas, 11), 1983.
emergen: suben a la superficie, surgen.
33
retozo: brinco alegre, alegría inquieta.
34
volitivo: de la voluntad.
32
26
siglo. El Gobierno mexicano mandaba sus empleados, sus agencias, al encuentro de las
avanzadas, de los outposts35 del yanqui. Pero, en torno, la región vastísima de arenas y serranías
seguía dominada por los apaches, enemigo común de las dos castas blancas dominadoras: la
hispánica y la anglosajona. Al consumar sus asaltos, los salvajes mataban a los hombres,
vejaban36 a las mujeres; a los niños pequeños los estrellaban contra el suelo y a los mayorcitos
los reservaban para la guerra; los adiestraban y utilizaban como combatientes. «Si llegan a venir
⎯aleccionaba mi madre⎯, no te preocupes: a nosotros nos matarán, pero a ti te vestirán de
gamuza y plumas, te darán tu caballo, te enseñarán a pelear, y un día podrás liberarte.»
En vano trato de representarme cómo era el pueblo del Sásabe primitivo. La memoria
objetiva nunca me ha sido fiel. En cambio, la memoria emocional me revive fácilmente. La
emoción del desierto me envolvía. Por donde mirásemos se extendía polvorienta la llanura
sembrada de chaparros y de cactus. Mirándola en perspectiva, se combaba37 casi como rival del
cielo. Anegados38 de inmensidad nos acogíamos al punto firme de unas cuantas blanqueadas.
En los interiores desmantelados habitaban familias de pequeños funcionarios. La Aduana, más
grande que las otras casas, tenía un torreón. Una senda sobre el arenal hacía veces de calle y de
camino. Algunos mezquites indicaban el rumbo de la única noria de la comarca. Perdido todo,
inmergido39 en la luz de los días y en la sombra rutilante de los cielos nocturnos. De noche, de
día, el silencio y la soledad en equilibrio sobrecogedor y grandioso.
Una noche se me quedó grabada para siempre. En torno al umbral de la puerta familiar
disfrutábamos la dulce compañía de los que se aman. Discurría la luna en un cielo tranquilo; se
apagaban en el vasto silencio las voces. A poca distancia, los vecinos, sentados también frente a
sus puertas, conversaban, callaban. Por el extremo de la derecha los mezquites se confundían
con sus sombras. Acariciada por la luz, se plateaba la lejanía, y de pronto clamó una voz: «Vi la
lumbre de un cigarro y unas sombras por la noria40...» Se alzaron todos de sus asientos, cundió
la alarma y de boca en boca el grito aterido: «Los indios... allí vienen los indios...»
Rápidamente nos encerramos dentro de la casa. Unos «celadores», después de ayudar al
refuerzo de la puerta con trancas, subieron con mi padre a la azotea, llevando cada uno rifle y
canana. Cundió el estrépito de otras puertas que cerraban en el villorrio entero y empezaron a
35
outposts: puerto de avanzada.
vejaban: violaban, humillaban, maltrataban.
37
se combaba: se curvaba.
38
anegados: inundados.
39
inmergido: sumergido.
40
noria: pozo ovalado del que se saca agua.
36
27
tronar los disparos; primero, intermitentes; después enconados, como de quien ha cogido el
blanco. Mientras arriba silbaban las balas, en nuestra alcoba se encendieron velas frente a una
imagen de la Virgen. Aparte ardía un cirio de la «Perpetua», reliquia de mi abuela. De hinojos41,
niños y mujeres, rezábamos. Después del padrenuestro, las avemarías. En seguida, y dada la
gravedad del instante, la plegaria del peligro: «La Magnífica», como decían en casa. El Magnificat
latino que, castellanizado, clamaba: «Glorifica mi alma al Señor, y se regocija mi espíritu en
Dios mi Salvador...» «Cuyo nombre es Santo... y su misericordia, por los siglos de los siglos,
protege a quien lo teme...»
No fue largo el tiroteo; pronto bajó mi padre con sus hombres. «Son contrabandistas
⎯afirmaron⎯, y van de huida; ensillaremos para ir a perseguirlos.» Se dirigieron a la Aduana
para pertrecharse, y a poco pasó frente a la casa el tropel, a la cabeza mi padre en su oficio de
Comandante del Resguardo. Regresó de madrugada, triunfante. En su fuga, los contrabandistas
habían soltado varios bultos de mercancías.
Igual que una película, interrumpida porque se han velado largos trechos, mi panorama del
Sásabe se corta a menudo; bórranse días sin relieve y aparece una tarde de domingo. Almuerzo
en el campo, varias personas aparte de la familia. Sobre el suelo reseco, papeles arrugados, latas
vacías, botellas, restos de comida. Los comensales, dispersos o en grupo, contemplan el tiro al
blanco. Mi padre alza la barba negra, robusta; lanza al aire una botella vacía; dispara el
Winchester y vuelan los trozos de vidrio, una, dos, tres veces. Otros aciertan también; algunos
fallan. Por la extensión amarillenta y desierta, se pierden las detonaciones y las risas.
Gira el rollo deteriorado de las células de mi memoria; pasan zonas ya invisibles y, de
pronto, una visión imborrable. Mi madre retiene sobre las rodillas el tomo de Historia Sagrada.
Comenta la lectura y cómo el Señor hizo al mundo de la nada, creando primero la luz,
enseguida la Tierra con los peces, las aves y el hombre. Un solo Dios único y la primera pareja
en el Paraíso. Después, la caída, el largo destierro y la salvación por obra de Jesucristo;
reconocer al Cristo, alabarlo; he ahí el propósito del hombre sobre la Tierra. Dar a conocer su
doctrina entre los gentiles, los salvajes; tal es la suprema misión.
⎯Si vienen los apaches y te llevan consigo, tú nada temas, vive con ellos y sírvelos, aprende
su lengua y háblales de Nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros y por ellos, por
todos los hombres. Lo importante es que no olvides: hay un Dios todopoderoso y Jesucristo
41
de hinojos: de rodillas, hincado.
28
su único hijo. Lo demás se irá arreglando solo. Cuando crezcas un poco más y aprendas a
reconocer los caminos, toma hacia el sur, llega hasta México, pregunta allí por tu abuelo, se
llama Esteban... Sí; Esteban Calderón, de Oaxaca; en México le conocen; te presentas, le dará
gusto verte; le cuentas cómo escapaste cuando nos mataron a nosotros... Ahora bien: si no
puedes escapar o pasan los años y prefieres quedarte con los indios, puedes hacerlo;
únicamente no olvides que hay un solo Dios padre y Jesucristo, su único hijo; eso mismo dirás
entre los indios... ⎯Las lágrimas cortaron el discurso y afirmó⎯: Con el favor de Dios, nada
de eso ha de ocurrir...; ya van siendo pocos los insumisos...42
Me llevan estos recuerdos al de una misa al aire libre, en altar improvisado, entre los
mezquites, el día que pasó por allí un cura consumando bautizos.
No sé cuánto tiempo estuvimos en aquel paraje; únicamente recuerdo el motivo de nuestra
salida de allí.
Fue un extraño amanecer. Desde nuestras camas, a través de la ventana abierta, vimos sobre
una ondulación del terreno próximo un grupo extranjero de uniforme azul claro. Sobre la
tienda que levantaron, flotaba la bandera de las barras y las estrellas. De sus pliegues fluía un
propósito hostil. Vagamente supe que los recién llegados pertenecían a la comisión
norteamericana de límites. Habían decidido que nuestro campamento, con su noria, caían bajo
la jurisdicción yanqui, y nos echaban: «Tenemos que irnos ⎯exclamaban los nuestros⎯. Y lo
peor ⎯añadían⎯ es que no hay en las cercanías una sola noria; será menester internarse hasta
encontrar agua.»
Perdíamos las casas, los cercados. Era forzoso buscar dónde establecernos, fundar un
pueblo nuevo...
Los hombres de uniforme azul no se acercaron a hablarnos; reservados y distantes
esperaban nuestra partida para apoderarse de lo que les conviniese. El telégrafo funcionó; pero
de México ordenaron nuestra retirada; éramos los débiles y resultaba inútil resistir. Los
invasores no se apresuraban; en su pequeño campamento fumaban, esperaban con la serenidad
del poderoso.
Ignoro lo que hicimos en el nuevo Sásabe, que es el de hoy, ni sé cómo lo dejamos. La más
próxima visión que me descubro es una tarde, en Ciudad Juárez, o sea El Paso del Norte;
frondas temblorosas de álamos, paseo a la orilla de canales, llenos de agua corriente, fangosa;
42
insumisos: insubordinados, rebeldes.
29
casas de blanco y azul, aroma de tierra mojada. Mi madre camina, adelantándose con paso
nervioso; en su voz hay temor y congoja. No llegan noticias de mi padre, que fue con negocio
a México; en vano acudimos al correo. Nos quedamos mirando a los canales; hallaron en ellos
a un chino ahogado por esos días y yo pensaba con insistencia molesta: agua de chino ahogado.
Nada más descubro de ese periodo infantil. El hilo tenue de la personalidad se va
rompiendo sin que logre reanudarlo la memoria; sin embargo, algo aflora del río subterráneo
de repente y nos descubre otro remoto paisaje. De nuestra estancia en El Paso quedó en el
hogar un documento valioso: la fotografía de etiqueta norteamericana que nos retrató el día de
la fiesta. Mi padre, de levita negra, pechera blanca y puños flamantes. En el vientre, una
leontina43 de oro; en el pecho, barbas rizosas. Mi madre luce sombrero de plumas, aire
melancólico, faja de seda esponjada, mitones44 de punto y encajes negros al cuello. La abuela,
sentada, sonríe entre sus arrugas y sus velos de estilo mantilla andaluza. Siguen tres niñas
gorditas, risueñas, vestidas de corto y lazos de listón en el cabello, y por fin, mi persona, frente
bombeada, pero aspecto insignificante, metido en el cuello almidonado, redondo y ridículo, a
pesar de la corbata de poeta. Los hermanos éramos entonces cinco. El primogénito murió en
Oaxaca, antes de que la familia emigrara. Yo, como segundo, heredé el «mayorazgo», y seguían
Concha, Lola, Carmen e Ignacio. Nos cayó éste último no sé exactamente en cuál estación de
la ruta, y nos dejó a poco en otra, muriéndose pequeño. Cuando le preguntaban a mi madre
por su preferido, respondía:
⎯Son como los dedos de la mano: se les quiere a todos por igual.
Se me pierde mi yo y vuelvo a hallarlo en las gradas de una escalera espaciosa. Baja un señor
de perilla45 blanca; se ve pálido y alto, viste de negro, me toma de los brazos, me alza y me
besa; oigo decir:
⎯El abuelo, tu abuelo...
A poco nos despedimos, nos metemos en nuestra casa. Nuestra vivienda disfrutaba la mitad
de un patio con corredores y macetas. Y un día llegaron en cantidad ramos y coronas de flores.
Se nos prohibió la entrada a una de las habitaciones. Advertimos rumor de llantos.
Aprovechando un descuido materno, me asomé al cuarto del misterio. Sobre una mesa
enflorada vi un cuerpecito envuelto en encajes blancos. Un dedito asomaba y lo palpé muy
43
leotina: cadena que se usaba en el chaleco y de la cual colgaba un reloj.
mitones: guantes de punto que cubren de la muñeca a la mitad del pulgar y nacimiento de los otros dedos.
45
perilla: porción de pelo que se deja crecer en la punta de la barbilla.
44
30
tieso. Nunca supe más de este hermano. Mi padre salió llorando con la cajita blanca al brazo.
Lo acompañaban algunos amigos y se alejaron todos en coches. En la familia se solía recordar
a Nachito... «Cuando murió Nachito.»
Parece que durante los meses de aquella estancia nuestra en la capital estuve en el
departamento de párvulos en la Escuela Normal, por la Encarnación. Recuerdo un patio que
es, probablemente, el mismo en que después fundé la editorial de la Universidad.
EN LA ESCUELA
En Piedras Negras prosperaban los negocios. Se construían edificios públicos, se desarrollaba
la mecánica en los talleres extranjeros de reparación de locomotoras; abundaban los comercios
de lujo, almacenes y joyerías; pero no había una escuela aceptable. Del otro lado, los yanquis
no tenían un caudillo napoleónico, ni leyes de Reforma a lo Juárez; sin embargo, acompañaban
su progreso material acelerado, de una esmerada atención a la escuela. Libres de la amenaza del
militar, los vecinos de Eagle Pass construían casas modernas y cómodas, mientras nosotros, en
Piedras Negras, seguíamos viviendo a lo bárbaro. Los mismos mexicanos que lograban reunir
algún capital, preferían invertirlo del lado norteamericano para ponerlo a salvo de gobiernistas
del momento y revolucionarios del futuro. También los temperamentos rebeldes ⎯la levadura
del mejor progreso⎯ escapaban cuando podían al lado yanqui, bendito de paz alimentada en
libertades públicas.
Nosotros, en busca de escuela, nos trasladamos una temporada a la vecina Eagle Pass o,
como decían en casa, con total ignorancia y desdén del idioma extranjero, «El Paso del
Águila».
El río se cruzaba en balsas. Avanzaban éstas por medio de poleas46 deslizadas sobre un
cable tendido de una a otra ribera. A la chalana se entraba con todo y el coche de caballos.
Para el tráfico ligero había esquifes47 de remo. Estando nosotros en Eagle Pass, presenciamos
la inauguración del puente internacional para peatones y carruajes. Larga estructura metálica de
seis o más armaduras, apoyadas en dobles pilastras de cemento armado. Al centro pasan los
carruajes, y por ambos lados andadores de entarimados y barandal de hierro. Los habitantes de
las dos ciudades se congregaron cada cual en su propio extremo del nuevo viaducto. Las
46
47
polea: rueda en la cual van las bandas o cuerdas, sirve para mover objetos.
esquifes: barcos pequeños o lanchas.
31
comitivas oficiales partieron de su territorio para encontrarse a medio río, estrecharse las
manos y cortar las cintas simbólicas que rompían barreras y dejaban libre el paso entre las dos
naciones. No eran tiempos de espionaje oficial y pasaportes. El tránsito costaba una moneda
para la empresa del puente, y los guardas de ambas aduanas se limitaban a revisar los bultos sin
inquirir la identidad de los transeúntes. Un sinnúmero de carruajes, algunos enflorados, cruzó
en irrupción de visitas recíprocas. El pueblo se mantuvo reservado. Ni los de Piedras Negras
pasaron en grupos al «Paso del Águila» ni los de Eagle Pass se aventuraron a cruzar hacia la
tierra de los greasers48. En aquella época, cuando bajaba el agua del río, en ocasión de las sequías,
que estrechan el cauce, librábanse verdaderos combates a honda entre el populacho de las villas
ribereñas. El odio de raza, los recuerdos del cuarenta y siete, mantenían el rencor. Sin motivo, y
sólo por el grito de greasers o de gringo, solían producirse choques sangrientos.
Mi primera experiencia en la escuela de Eagle Pass fue amarga. Vi niños norteamericanos y
mexicanos sentados frente a una maestra cuyo idioma no comprendía. Súbitamente mi vecino
más próximo, tejanito bilingüe, dándome un codazo interpela:
⎯Oye, ¿y tú a cuántos de éstos les pegas?⎯. Me quedé sin comprender, pero el otro
insiste: ⎯¿Le puedes a Jack?⎯ y señala a un muchacho rubicundo.
Después de examinarlo, respondí modestamente que no.
⎯¿Y a Johnny, y a Bill?
Por fin, irritado de tanta insistencia, contesté al azar que sí. El señalado era un chico pecoso
más o menos de mi estatura. Imaginé que ya no había más que hacer.
Pero luego que salimos al recreo, se formó el ruedo. Se acercaban unos a verme de cerca;
otros requirieron mis libros; alguno me dio la mano y varios me empujaron. Entonces mi
vecino de banco gritó:
⎯Éste dice que le pega a Tom...
En seguida nos enfrentaron: marcaron en el suelo una raya entre los dos; el que primero la
pisara era el más hombre. Nos lanzamos, no ya a la raya, sino uno sobre el otro, y nos
pegamos; volvimos a contemplarnos y otra vez a reñir; por fin nos apartaron.
⎯Bueno ⎯exclamó mi vecino⎯, puedes quedar, en seguida de éste... ⎯. Luego,
volviéndose a mí: ⎯A éste le toca el número siete.
48
greasers: forma despectiva usada por los estadounidenses para nombrar a los mexicanos.
32
Muy extrañado y ofendido, no tuve, sin embargo, más remedio que sostenerme. Pocas
semanas después otro nuevo, un pequeño barrigoncito, que no quiso reñir, fue entre todos
zarandeado y cacheteado hasta que lo hicieron llorar. Me indignó el episodio y acentué mi
retraimiento. Era yo tímido y triste, pero sujeto a accesos de cólera, que, por lo menos, me
salvaban de transigir con lo que ya se me aparecía como una ignominia ambiente.
Por lo demás, me sentía la conciencia entre sombras: me asaltaban miedos angustiosos; me
ponía profundamente triste, sin motivo; me quedaba solo, largas horas, hurgando en el interior
de mi propia tiniebla. Me sobrecogían temores casi paralizantes y, de pronto se me soltaban
impulsos arrojados, frenéticos. Padecía la esclavitud de mis propias decisiones triviales. Cierta
vez que mis padres proyectaron un paseo dominical y a última hora lo suspendieron, hice un
disgusto casi lúgubre. No acepté ninguna distracción en reemplazo, y me estuve todo el día
repitiendo:
⎯Mamá, dijiste que íbamos... Papá, dijiste que íbamos...
Mi madre, aburrida, dijo por fin:
⎯Te voy a poner a ti, «dijiste», «dijiste»; no seas testarudo, vete a jugar.
Y no es que me importara tanto el paseo; me dolía y me desconcertaba el cambio del plan
ya convenido. De mi madre heredaba la resistencia a contrariar una resolución ya concertada.
Era ella capaz de los mayores sacrificios por llevar adelante cualquier convenio, no tanto por el
honor de la palabra empeñada, sino porque la voluntad es temple que se quebranta si no le
respetamos sus decisiones. Falta de flexibilidad, comentará alguien; y, en efecto, la vida nos
obliga a los cambios; por eso mismo hay que ser muy respetuoso de las resoluciones que
libremente adoptamos.
«Cuídate de tomar una decisión, porque en seguida serás su esclavo.» Si alguien me hubiera
susurrado al oído este consejo, en mucho se habría aligerado mi carga. Obscuridad, desamparo,
terrible pavor y comprensión vanidosa, tal es el resumen emocional de mi infancia.
EL ESTUDIO
La escuela me había ido ganando lentamente. Ahora no la hubiera cambiado por la mejor
diversión. Ni faltaba nunca a clase. Uno de los maestros nos puso expeditos49 en sumas, restas,
49
expeditos: listos, capaces.
33
multiplicaciones, consumadas en grupo en voz alta, gritando el resultado el primero que lo
obtenía. En la misma forma, nos ejercitaban en el deletreo o spelling, que constituye disciplina
aparte en la lengua inglesa. Periódicamente se celebraban concursos.
Gané uno de nombres geográficos, pero con cierto dolo. Mis colegas norteamericanos
fallaban a la hora de deletrear Tenochtitlán y Popocatépetl. Y como protestaran, expuse:
⎯¿Creen que Washington no me cuesta trabajo?
En todo, la escuela era muy libre y los maestros justicieros. El año que nos tocó una
señorita recibí mi primer castigo. No recuerdo por qué falta, se me obligó a extender la mano;
en ella cayó un varazo dado con ganas. Sin embargo, sin ira. Una vez azotado se me dijo:
⎯Ahora, a sentarse.
A poco rato, la misma maestra me hizo alguna pregunta como a los demás; el asunto se
había liquidado. Hay algo de noble en un castigo así, severo y honrado. Se paga la falta y se
sigue viviendo ya sin carga alguna de remordimiento. Nunca he sido partidario de la blandura
de cierta pedagogía posterior que suele convertir al maestro en juguete del niño y al estudiante
en censor50 del catedrático. Un manazo justo en la infancia, una explicación oportuna en el
colegio, en la Universidad, producen un efecto de saneamiento de higiene indispensable de
toda labor colectiva. La condición de eficacia está no más en ejercer la autoridad sin odio.
La ecuanimidad de la profesora se hacía patente en las disputas que originaba la historia de
Texas... Los mexicanos del curso no éramos muchos, pero sí resueltos. La independencia de
Texas51 y la guerra del cuarenta y siete dividían la clase en campos rivales. Al hablar de
mexicanos incluyo a muchos que aún viviendo en Texas y teniendo sus padres la ciudadanía,
hacían causa común conmigo por razones de sangre. Y si no hubiesen querido era lo mismo,
porque los yanquis los mantienen clasificados. Mexicanos completos no íbamos allí sino por
excepción. Durante varios años fui el único permanente. Los temas de clase se discutían
democráticamente, limitándose la maestra a dirigir los debates. Constantemente se recordaba el
Álamo, la matanza azteca consumada por Santa Anna, en prisioneros de guerra. Nunca me creí
obligado a presentar excusas; la patria mexicana debe condenar también la tradición miliciana
de nuestros generales, asesinos que se emboscan en batalla y después se ensañan con los
50
censor: crítico.
La independencia de Texas ocurrió en marzo de 1836, cuando este estado mexicano se declaró una
república independiente; en 1845, Estados Unidos la anexó a su territorio, lo que obligó al gobierno de
México a romper relaciones diplomáticas con este país.
51
34
vencidos. Pero cuando se afirmaba en clase que cien yanquis podían hacer correr a mil
mexicanos, yo me levantaba a decir:
⎯Eso no es cierto.
Y peor me irritaba si al hablar de las costumbres de los mexicanos junto con las de los
esquimales, algún alumno decía:
⎯Mexicans are a semi-civilized people.
En mi hogar se afirmaba, al contrario, que los yanquis eran recién venidos a la cultura. Me
levantaba, pues, a repetir:
⎯Tuvimos imprenta antes que vosotros.
Intervenía la maestra aplacándonos y diciendo:
⎯But look at Joe, he is a mexican, isn’t he civilized?, isn’t he a gentleman?
Por el momento, la distinción justiciera establecía cordialidad. Pero era sólo hasta nueva
orden, hasta la próxima lección en que volviéramos a leer en el propio texto frases y juicios que
me hacían pedir la palabra para rebatir. Se encendían de nuevo las pasiones. Nos hacíamos
señas de reto para la hora de recreo. Al principio me bastaba con estar atento en clase para la
defensa verbal. Los otros mexicanos me estimulaban, me apoyaban; durante el asueto se
enfrentaban a mis contradictores, se cambiaban puñetazos. Pero la pugna fue creciendo y llegó
a personalizarse. Un rubio sanguineo, agresivo, gringo acabado, la tomó directamente conmigo.
La consabida discusión sobre el valor de los mexicanos concluyó con un:
⎯Eso lo veremos a la salida.
Apenas terminó la lección, nos dirigimos al extremo del llano inmediato a la escuela. Un
numeroso grupo nos seguía. Se hizo el corro52. Empezamos a pegarnos con saña53. Desde el
principio llevé la peor parte. Para quitarme de la cara sus puños no hallaba mejor recurso que
enlazarme con él, para pretender derribarlo. Lograba él sacudirme; volvíamos al frente a frente
y otra vez hasta sacarme sangre de las narices. Perdí la serenidad y empecé a lanzar arañazos,
patadas. El otro me castigaba con método. Era costumbre que el vencido exclamase «basta»; en
ese instante se suspendía el combate y los adversarios se estrechaban las manos, como en el
ring. Los amigos me gritaban:
⎯Ríndete, basta.
52
53
corro: rueda, cerco.
saña: intención rencorosa
35
Pero la ira me hacía olvidar las heridas; no sentía el dolor, aunque me desangraba; por fin
vino el maestro a separarnos. Y como hubo shake hands, quedó pendiente el encuentro. Pero mi
estado era lamentable. Escoriaciones54, hinchazón, rasguños; de todo había en mi rostro. Al
cruzar el puente rumbo a mi casa iba ideando la fábula que urdiría para explicar mi condición.
Una caída desde la altura de un barranco. Mi madre me curó, escuchó la historia y la creyó o
hizo como que la creía. Pero al llegar a mi padre se armó el escándalo... «Seguramente se
trataba de uno más grande que yo...; era una salvajada, cómo me habían puesto; reclamaría,
acudiría al Consulado... no volvería a la escuela.»
En la mañana siguiente, sin embargo, nadie me dijo «no vayas». Tomé solo el rumbo de
siempre. La comida del mediodía solíamos llevarla en la mochila de los libros, y a pleno campo,
solos o en grupo, devorábamos los sandwiches, los huevos duros, la fruta. A esa hora no había
riñas; todas se aplazaban para el atardecer. Y mientras comía rumiando con el pan la amargura
de mi derrota de la víspera, se me acercó un condiscípulo mexicano, de los nacidos y criados a
orillas del río.
⎯Toma ⎯me dijo, enseñándome una potente navaja⎯; te la presto. Estos gringos le
tienen miedo al «fierro». Guárdala para la tarde.
Volvimos al aula. La maestra eludió gentilmente toda referencia al tema de la discusión
enojosa. La clase volvió a sentirse alegre, distraída en sus asuntos. Yo acariciaba dentro de la
bolsa del pantalón aquel instrumento que en ocasiones me había servido para cortar madera,
para afirmar las «horquetas» con que se cazan a liga los pájaros.
Al salir de clase, Jim, mi vencedor, se plantó ante su grupo. Yo me acerqué con los míos. Le
hice una seña, invitándole a pelear, a la vez que exhibía en la mano derecha y abierta la hoja, la
navaja del compatriota.
⎯No; así no ⎯dijo Jim.
⎯Busca tú otra, ⎯le dije.
⎯No; así no, Joe... Si quieres, como ayer.
⎯No, como ayer no; como ahora.
⎯Ya ves, ya ves ⎯me dijo mi aliado acercándose a recoger su instrumento⎯; cómprate
una... que sepan que siempre la traes contigo, y no te volverán a molestar estos gringos...
54
escoriación: herida en que se levanta la piel.
36
Fue una fortuna que así lograra hacerme respetar, porque las clases me fascinaban. Aparte
de los libros que nos daban a leer, con frecuencia se hacían lecturas comentadas. Uno de los
libros que me removió el interés fue el titulado The Fair God, «El Dios Blanco, el Dios
Hermoso», una especie de novela a propósito de la llegada de los españoles para la conquista
de México... Y era singular que aquellos norteamericanos, tan celosos del privilegio de la casta
blanca, tratándose de México siempre simpatizaban con los indios, nunca con los españoles. La
tesis del español bárbaro y el indio noble no sólo se daba en las escuelas de México; también en
las yanquis. No sospechaba, por supuesto, entonces, que nuestros propios textos no eran otra
cosa que una paráfrasis de los textos yanquis y un instrumento de penetración de la nueva
influencia.
La he recordado siempre. Una de las más fuertes sacudidas espirituales de mi infancia: La
Ilíada, con notas y explicaciones al verso inglés. Me la prestaron. Esforzándome por traducirla,
captaba, no obstante la maraña bilingüe, la acción maravillosa, el río de elocuencia del inmortal
poeta.
El alumno que presentaba una composition acerca del libro leído tenía derecho a otro préstamo.
Cortas se me hacían las horas empleadas en borronear unas notas para pedir otro libro, raro
artificio de recreación de sucesos maravillosos pretéritos.
37
ANÁLISIS DE LOS CAPÍTULOS DE ULISES CRIOLLO
Ulises criollo tiene una estructura abierta; con episodios dependientes entre sí, que no se agrupan
alrededor de una acción única. Como lo que aquí se muestra son algunos capítulos del inicio de
la biografía de José Vasconcelos, analizaremos cada uno por separado.
“El comienzo”
“El comienzo” es un capítulo de personaje, puesto que el autor narrador rememora lo que
fueron sus primeros años de infancia. Los recuerdos llegan sin orden. Predomina el ambiente
en el que vive el narrador, aunque también hay acción cuando pasan por el pequeño pueblo de
Sásabe unos contrabandistas a quienes los hombres del lugar salen a perseguir. Destacan
también dos acontecimientos: la invasión que hacen los norteamericanos del pueblo de Sásabe,
apoderándose de él, y la muerte del hermano más pequeño, Nachito. Hay en el capítulo una
fuerte atmósfera de religiosidad, la madre, figura predominante en la familia y que tiene una
gran influencia en el narrador, les enseña la Historia Sagrada y les inculca a los niños las
creencias de la fe cristiana.
Las ideas que predominan en este capítulo son las del amor filial; el narrador se siente una
parte de su madre que le da amor y protección. Asimismo el abuso que comete la comisión
norteamericana de límites al imponer la ley del más fuerte, y el primer encuentro con la muerte.
La época es el siglo diecinueve, entre 1885 y 1886, la forma de vestir, que nos describe de la
fotografía familiar, son indicios importantes de la época.
El tiempo objetivo está fragmentado; son recuerdos de la primera infancia del narrador que
salta de uno a otro sin orden cronológico.
El ambiente físico-geográfico es hostil: “una llanura sembrada de chaparros y de cactos” y una
única noria en toda la comarca.
38
Los personajes principales son la madre y el narrador. El padre está presente como personaje
secundario, pues aunque aparece en el capítulo no tiene una personalidad tan clara y definida
como la de la madre.
“En la escuela”
En este capítulo la familia de Vasconcelos está instalada en Piedras Negras, pero no hay una
escuela aceptable en este lugar, y el narrador tiene que asistir a la escuela del lado
norteamericano, Eagle Pass. Hay una descripción y una comparación de las dos ciudades
fronterizas en la que se alaba el progreso que existe en la ciudad norteamericana, “alimentada
en libertades públicas”.
En el capítulo predomina la descripción: cómo se cruzaba el río, cómo era el puente recién
construido que unió a Piedras Negras y Eagle Pass, cómo se mantenía entre los habitantes el
rencor por la guerra de invasión norteamericana.
El punto de vista es el del narrador. Ahora nos transporta en sus recuerdos al ambiente escolar,
y su experiencia entre niños norteamericanos, y algunos mexicano-americanos.
Las ideas principales son las de la rivalidad que se establece entre los niños para ver quien es
más valiente y se atreve a luchar contra algún compañero. También el rencor existente entre
mexicanos y norteamericanos.
Las emociones que predominan son las del narrador, que se ve, en ese ambiente hostil,
taciturno aunque sujeto a accesos de cólera. Le asaltaban miedos o tristeza sin motivo.
Nos habla asimismo de que “la voluntad es temple que se quebranta si no le respetamos sus
decisiones”. Finalmente el balance que hace el narrador sobre su infancia no es nada
halagüeño. “Oscuridad, desamparo, terrible pavor y comprensión vanidosa, tal es el resumen
emocional de mi infancia” (p.27).
39
“El estudio”
Poco a poco la escuela se convierte en algo esencial para la vida del niño Vasconcelos.
Aparentemente él era un niño aplicado. Nuevamente el punto de vista es el del narrador, quien
habla de sus recuerdos de una escuela que era bastante liberal. Habla sobre el primer castigo
que recibe y no le parece mal que se ejerza la autoridad sin odio. La independencia de Texas y
la guerra del cuarenta y siete son temas que dividían a los alumnos y la maestra dirigía los
debates.
Una de las apreciaciones que se le hacían intolerables al joven era que se dijera que los
mexicanos eran gente semi civilizada. Vasconcelos defendía ardientemente a su país, al grado
que se vio obligado a hacerlo fuera de la escuela, contra un niño norteamericano que lo retó
para que demostrara el valor de los mexicanos. El adversario era más grande que él y le puso
una paliza tremenda, pero Vasconcelos no se rindió y el maestro llegó a separarlos. Al día
siguiente continuaría el duelo.
El niño Vasconcelos no eludió a su rival, pero un condiscípulo mexicano le prestó su navaja
para la pelea y el niño norteamericano no aceptó el reto de pelear así; desde entonces dejaron
de molestarlo, a lo que comenta el narrador: “Fue una fortuna que así lograra hacerme respetar
porque las clases me fascinaban” (p.34).
Después hace un comentario de que era curioso de que los norteamericanos tan celosos de su
raza blanca, en los libros, tratándose de México, simpatizaban con los indígenas y no con los
españoles, al igual de lo que pasaba en México. Después comenta que entonces no podía darse
cuenta de que se trataba de una forma de penetración de esta tendencia que provenía de
Estados Unidos y llegaba a México. Hay que señalar, ante este comentario, que Vasconcelos
fue un defensor de la cultura española, pues la religión católica y la lengua son consecuencias
de ella.
La idea que predomina en el capítulo es la del nacionalismo del joven narrador acentuada por
la necesidad de defenderlo frente a la hostilidad norteamericana.
40
FUENTES
BLANCO, José Joaquín, Se llamaba Vasconcelos, una evocación crítica, FCE, México, 1977.
VASCONCELOS, José, Ulises criollo, SEP, México, 1983, (Lecturas Mexicanas 11, 12. Primera
y segunda partes).
OCAMPO, Aurora M. y Ernesto Prado Velásquez, Diccionario de escritores mexicanos, Centro de
Estudios Literarios, UNAM, México, 1967, pág. 403.
41
JULIO TORRI
MARÍA EUGENIA GAONA
Julio Torri nació el 27 de junio de 1889 en Saltillo, Coahuila. Realizó sus primeros estudios en
Torreón, donde su padre es nombrado tesorero municipal. Conoce a Manuel José Othón con
quien pasea frecuentemente. En Saltillo estudió la preparatoria y es su condiscípulo Artemio de
Valle Arizpe. En 1905, en la Revista de Saltillo, publica su primer cuento titulado “Werther”. En
1908 llega a la ciudad de México y conoce a Alfonso Reyes y a otros integrantes del Ateneo de
la Juventud. Allí se dedica con afán a la lectura; autores como Heine, Renard, Schowb, son sus
favoritos y le descubren posibles universos. Se involucra activamente con el Ateneo de la
Juventud. En 1913 obtiene el título de abogado con la tesis Breves consideraciones sobre el juicio
verbal. Asimismo, ese año recibe nombramiento como profesor adjunto a la clase de Lengua y
Literatura españolas en la Escuela de Altos Estudios. A partir de entonces permanecerá en la
Universidad durante cincuenta años, impartiendo diferentes cursos. De 1916 a 1923 dirige
junto con Agustín Loera Chávez la Editorial Cultura para difundir autores nacionales y
extranjeros. En 1917 publica en Ediciones Porrúa Ensayos y poemas. Cuando Vasconcelos es
secretario de Educación Pública, en 1921, Torri dirige el departamento editorial de la Secretaría
y edita “Los Clásicos” que pusieron al alcance popular las grandes obras de la literatura
universal. Durante esta época tiene la oportunidad de viajar por distintos estados de la
República, así como a los Estados Unidos, Brasil, Argentina, Chile y Uruguay. En 1925 es
profesor de literatura en la Escuela de Verano y en 1930 viaja a la Universidad de Texas como
profesor invitado. En 1940 aparece De fusilamientos que es traducido al alemán. Doce años más
tarde publica La literatura española. En 1952 es Académico de número de la Academia Mexicana
de la Lengua. En 1964 se publica Tres libros, que reúne Ensayos y poemas, De fusilamientos y Prosas
dispersas. Muere el 11 de mayo de 1970.
42
La creación de Julio Torri, dentro de la exuberancia de la prosa de la literatura mexicana, se da
con la brevedad, cuidado y delicadeza de la que es capaz un espíritu selecto que prefirió una
obra escasa pero cercana a la perfección. Sus textos son un deleite para la inteligencia y una
lección para quienes se desbocan irreflexivamente en pensamiento y palabra. Torri es el gran
estilista de la literatura mexicana, tiene el don de resumir en unas cuantas líneas ideas
complicadas y de aludir a la realidad con una mirada al sesgo, plena de ironía y sentido del
humor.
Fue un escritor que se nutrió con la literatura francesa, inglesa y española y sus textos
preconizan los de Arreola y Monterroso. Tuvo el culto por la frase justa y el uso constante de
citas y referencias literarias.
Los temas que aparecen en la obra de Torri son de lo más variados, pero siempre escritos con
buen gusto y espíritu selectivo, en donde el humor, la ironía, la inteligencia y cierto
escepticismo nos invita a la reflexión. “Al leer los escritos de Julio Torri uno descubre una
coherente y profunda interpretación del mundo y del hombre. Por encima de todo se destaca
una preocupación fundamental por la naturaleza humana. Le fascina apuntar tanto las
flaquezas como las virtudes de los hombres con el objeto de mejorar y elevar la vida”55.
Su obra es escasa pero cuidada. A los setenta y cinco años de edad dio a la prensa su antología
titulada Tres libros (1964) que reunía Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940), y una serie
de prosas, aforismos y reflexiones que aparecieron con el título de Prosas dispersas.
Posteriormente se reunieron otros textos como prólogos, traducciones y los epistolarios que
sostuvo con Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos, mismos que revelan
mucho de la vida del autor.
55
Serge I. Zaïzeff, El arte de Julio Torri, Oasis, México, 1983, p. 47.
43
ANYWHERE IN THE SOUTH56
Julio Torri
Mujeres fire-proof,57 a la pasión inertes,
Llenas de fortaleza, como las cajas fuertes.
El poeta José Juan Tablada
Yo que no traigo credenciales en regla del Parnaso, carezco ¡ay! de mensaje lírico, y que podría
contribuir con más de una a las Cien Peores Poesías Líricas Mexicanas; y ella: largos ojos
oblicuos, tez finísima, cuerpo de nadadora. Bebe coca cola y forma parte de una fraternidad
universitaria. ¿Es inteligente Miss Smith? Tal vez no; pero no importa porque es femenina con
femineidad perfumada, con suave intimidad de compañera sumisa.
En el cinematógrafo, ante mis malévolas58 dudas y mis fingidos celos retrospectivos,
poniéndose en pie y extendiendo el brazo, jura por su Dios, anabaptista59 y cándida.
Entreveo por un instante el interminable rosario de domingos, yo cantando himnos a su
lado en un templo de paredes desnudas; o la caravana de semanas, alimentando
preocupaciones crematísticas60 bajo el ventilador insomne61; o me represento contristado62 ante
sus iracundas63 miradas, en una abrasada carretera de Arizona, mientras el Ford ⎯no del todo
pagado⎯ se niega a caminar y persiste en crearme conflictos conyugales.
La tentación pasa como una banda militar, conturbando al alma, incorregible prisionera que
se deleita en el espejismo de las vidas imposibles.
56
Julio Torri, De fusilamientos, FCE, México.
fire-proof: a prueba de fuego.
58
malévolas: malintencionado.
59
anabaptista: seguidor de una secta protestante que no admite el bautismo de los niños antes del uso de
razón.
60
crematísticas: interés pecuniario de un negocio.
61
insomne: que no duerme, desvelado.
62
contristado: entristecido.
63
iracundas: propensas a la ira.
57
44
De mis divagaciones aterrizo con una de sus preciosas manos entre las mías. ¡Pobre orquídea
tejana a quien no arredra64 lo incierto de mi porvenir! Porque en resumen: no soy más que un
profesor adjunto65 que en los cursos veraniegos de este año explica en mangas de camisa la
Quijotita y el Periquillo.
ACERCA DE “ANYWHERE IN THE SOUTH”
“Anywhere in the South” es un texto que pertenece a De fusilamientos y que contiene mucho de
autobiográfico. Julio Torri fue uno de los primeros maestros que impartió cursos de literatura
desde 1925 en la Escuela de Verano, actual Centro de Enseñanza Para Extranjeros. Allí, y en
un viaje que realizó a Texas como profesor invitado, estableció amistad con sus alumnos
norteamericanos. De esta experiencia surgió el texto que tiene muchos puntos de vista en
común con una carta de 1921 en donde habla de Miss Brown, “tejana, profesora, metodista, de
sangre irlandesa, alta y grácil como un joven elefante”, la cual piensa permanecer un poco más
de tiempo en México, para hacerlo metodista, y de quien Ricardo Gómez Robelo y él están
enamorados.66
Aparte del título en inglés que hace referencia a la nacionalidad de Miss Smith, el texto tiene un
epígrafe de un poema de José Juan Tablada, poeta postmodernista, titulado “Quinta avenida”
que habla de las mujeres norteamericanas y que además corrobora el gusto que Torri tenía por
adornar sus textos con estas breves expresiones. “El epígrafe ⎯dice⎯ se refiere pocas veces
de manera clara y directa al texto que exorna67; se justifica, pues, por la necesidad de expresar
relaciones sutiles de las cosas”68.
64
arredra: amedrentar, atemorizar.
adjunto: nombramiento que se da en la Universidad.
66
Beatriz Espejo, Julio Torri, voyerista desencantado, UNAM, México, 1986, pp. 55-57.
67
exorna: adorna, hermosea.
68
Julio Torri, Ensayos y poemas, en Tres libros, FCE, México, 1981, p. 12.
65
45
El relato se inicia en primera persona, e irónicamente expresa que sus credenciales en las
moradas de las musas no están en regla y se burla de su capacidad poética para ofrecer como
contraste la descripción que hace de Miss Smith: “anabaptista y cándida”. Imagina lo que
podría ser la vida cotidiana si se uniera a ella, ya sea en el templo, en la casa o en un coche
descompuesto que se empeña en crearle conflictos conyugales. Y regresa al presente con la
conciencia bastante consoladora de que sólo es un profesor adjunto que imparte cursos en
“mangas de camisa” sobre dos de novelas de Fernández de Lizardi: La Quijotita y su prima y El
Periquillo Sarniento.
“Anywhere in the South” revela varios aspectos de la personalidad de Torri: su capacidad para
reírse de sí mismo, la facilidad para transformar en literatura situaciones relacionadas con su
vida, su vocación de enamorado y su pasión por la literatura.
46
LOS UNICORNIOS
Julio Torri
Creer que todas las especies animales sobrevivieron al diluvio es una tesis que ningún
naturalista serio sostiene ya. Muchas perecieron; la de los unicornios entre otras. Poseían un
hermoso cuerno de marfil en la frente y se humillaban ante las doncellas.
Ahora bien, en el arca, triste es decirlo, no había una sola doncella. Las mujeres de Noé y de
sus tres hijos estaban lejos de serlo. Así que el arca no debió de seducir grandemente al
unicornio.
Además Noé era un genio, y como tal, limitado y lleno de prejuicios. En lo mínimo se
desveló por hacer llevadera la estancia de una especie elegante. Hay que imaginárnoslo como
fue realmente: como un hombre de negocios de nuestros días: enérgico, grosero, con
excelentes cualidades de carácter en detrimento69 de la sensibilidad y la inteligencia. ¿Qué
significaban para él los unicornios?, ¿qué valen a los ojos del gerente de una factoría yanqui los
amores de un poeta vagabundo? No poseía siquiera el patriarca esa curiosidad científica pura
que sustituye a veces al sentido de la belleza.
Y el arca era bastante pequeña y encerraba un número crecidísimo de animales limpios e
inmundos. El mal olor fue intolerable. Con su silencio a este respecto el Génesis revela una
delicadeza que no se prodiga por cierto en otros pasajes del Pentateuco.
Los unicornios, antes que consentir en una turbia promiscuidad70 indispensable a la
perpetuación de su especie, optaron por morir. Al igual que las sirenas, los grifos, y una
variedad de dragones de cuya existencia nos conserva irrecusable71 testimonio la cerámica
china, se negaron a entrar en el arca. Con gallardía72 prefirieron extinguirse. Sin aspavientos73
69
detrimento: destrucción leve o parcial.
promiscuidad: mezcla, confusión. Convivencia con personas de distinto sexo.
71
irrecusable: que no se puede evitar.
72
gallardía: esfuerzo y arrojo en ejecutar las acciones y acometer las empresas.
73
aspavientos: demostración excesiva o afectada de espanto, admiración o sentimiento.
70
47
perecieron noblemente. Consagrémosles un minuto de silencio, ya que los modernos de nada
respetable disponemos fuera de nuestro silencio.
ACERCA DE “LOS UNICORNIOS”
“Los unicornios” es un bello relato de Julio Torri, donde rinde homenaje a los hermosos
animales que prefirieron perecer a enfrentar la grosería de la realidad. Empieza dando por
hecho el pasaje bíblico del diluvio y el arca de Noé. Hace el contraste entre la belleza de los
unicornios que tenían “un hermoso cuerno de marfil y se humillaban frente a cualquier
doncella”, en comparación a la rusticidad de las mujeres que rodeaban a Noé. Irónicamente
menciona que Noé era un genio y que, por lo tanto, limitado y lleno de prejuicios. Los
unicornios antes que aceptar una promiscuidad intolerable, optaron por morir: se negaron a
entrar en el arca y termina el relato pidiéndonos un minuto de silencio por ellos: “ya que los
modernos de nada respetable disponemos fuera de nuestro silencio” (p.73).
El relato de Torri está lleno de ironía y de añoranza por la extinción de las cosas bellas. Como
ya es común en él, se revela un contraste entre el ideal y la realidad. Noé, por ejemplo, es
incapaz de apreciar la belleza de los unicornios, de la misma manera que un gerente de una
fábrica yanqui desprecia los amores de un poeta vagabundo. En este relato lleno de
sensibilidad y de melancolía por la desaparición de lo bello, Torri se muestra como un poeta
dolido a quien siempre va a defraudar la realidad.
FUENTES
TORRI, Julio, Tres libros, FCE (Letras mexicanas), México, 1981, pp. 73-74.
ESPEJO, Beatriz, Julio Torri, voyerista desencantado, UNAM, México, 1986.
OCAMPO, Aurora M. y Ernesto Prado Velásquez, Diccionario de escritores mexicanos, Centro de
Estudios Literarios, UNAM, México, 1967, pág. 382.
48
LA NOVELA DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
María Eugenia Gaona.∗
El precursor de la novela de la Revolución fue don Mariano Azuela con Los de Abajo, relato
donde plasmó sus observaciones durante el tiempo en que fue médico militar de las tropas
villistas. Esta obra fue escrita en 1915, pero se dio a conocer por el gran público lector diez
años después, a causa de una disputa acalorada que se suscitó en los medios intelectuales,
acerca de el valor de la obra literaria de la época. Posterior al descubrimiento de Azuela como
escritor de la revolución, empezaron a salir varias novelas sobre la lucha armada en forma de
folletín, entre ellos El águila y la serpiente (1928) de Martín Luis Guzmán.
En la novela de la Revolución Mexicana encontramos varios aspectos de ruptura con la
tradicional formal de narrar del siglo
XIX,
aunque se acentúa la visión realista, pues los
acontecimientos de la lucha armada no se prestan para una visión idílica. A partir de Los de
Abajo se establecen las bases para una nueva narrativa en la que está presente, sobre todo en las
primeras novelas del ciclo, el carácter testimonial, es decir; el novelista narra acontecimientos
que le tocó presenciar, ya sea en primera o en tercera persona de la voz narrativa, destaca la
estremecida observación de los autores al describir sucesos que les tocaron muy de cerca, y que
se plasman con una intensa fuerza dramática.
Muchas de las novelas se estructuraron en diversos cuadros sucesivos que nos presentan una
realidad amplia y global. No se da continuidad en tiempo y espacio, sino que aparecen escenas
rápidas de diversos sucesos que nos remiten a una visión totalizadora de la lucha
revolucionaria. Con relación al tiempo del discurso los relatos son lineales. Es una novela en
que se reafirman los valores nacionales; en ella predomina el lenguaje popular y los
∗
María Eugenia Gaona es profesora en el CEPE...
49
protagonistas representan a un amplio sector de la sociedad. El paisaje se describe
extensamente. Los acontecimientos revolucionarios ocurren en distintos sitios de la república,
cuya geografía marca la acción.
Es importante señalar que para fijar el carácter objetivo del relato, la novela de la revolución
emplea técnicas periodísticas tales como la crónica y el reportaje.
La novela de la Revolución Mexicana nos da una visión más amplia de lo que fue este suceso
en la vida de México, que la que nos pueda proporcionar cualquier libro de historia. Los
diversos enfoques, las luchas entre las distintas facciones, las figuras de los caudillos, los
anhelos populares, el ideal de reivindicación social, se encierran entre sus páginas,
proporcionándonos un testimonio invaluable e imperecedero de lo que fue este
acontecimiento para nuestro país.
Mariano Azuela
MARÍA EUGENIA GAONA
Mariano Azuela nació en Lagos de Moreno, estado de Jalisco, el primero de enero de 1873, en
una familia con escasos recursos económicos. Su infancia transcurrió plácidamente y desde
muy joven sintió pasión por la lectura. Hizo sus primeros estudios en su pueblo natal y después
siguió en Guadalajara su carrera de Medicina. En su tercer año de la carrera publica sus
primeros cuentos titulados Impresiones de un estudiante (1896) con el seudónimo de Beleño. Se
recibe de médico en 1899 con una tesis sobre el tratamiento de la neumonía y regresa a su
pueblo a ejercer su profesión. Se casa con la joven Carmen Rivera y participa con entusiasmo
en distintas actividades literarias.
Cuando estalla la revolución, Azuela participa en ella y al triunfo de Madero en 1911 se le
designa Jefe Político de Lagos de Moreno, puesto que ocupa por poco tiempo. En octubre de
50
1914 se incorpora a las fuerzas villistas de Julián Medina; recibe el grado de teniente coronel y
trabaja como médico militar. Gran parte de su novela Los de Abajo se debe a esta experiencia,
en la que convivió con los revolucionarios en lucha. De derrota en derrota, seguidos muy de
cerca por los carrancistas, las tropas donde milita Azuela llegan a Chihuahua; de allí el escritor
se traslada a Ciudad Juárez y en El Paso, Texas, en 1915, en el diario El Paso del Norte, de
octubre a diciembre, publica Los de Abajo, que aparece en libro al año siguiente, editado por el
mismo diario. Finalmente, Azuela regresa a su patria; llega a Guadalajara, recoge a su familia y
se traslada con ella a la ciudad de México.
Después de sus experiencias revolucionarias ejerce nuevamente su profesión de médico
ocupando sus ratos libres para escribir. Se mantiene apartado de los círculos literarios y su obra
no llega a ser conocida sino diez años después de haber publicado Los de Abajo. Para entonces
ya tiene publicadas más de una decena de novelas, las cuales empiezan a darse a conocer. No
obstante el éxito, Azuela no cambia su forma de vida: continúa escribiendo y atendiendo a una
clientela pobre y necesitada de sus servicios.
Los reconocimientos no le faltaron en la última etapa de su vida; en 1940 el Ateneo Nacional
de Ciencias y Artes le otorga el Premio de Literatura; en abril de 1940 se convierte en miembro
fundador de El Colegio Nacional y en 1949 recibe el Premio Nacional de Artes y Ciencias. Hay
que señalar que la Academia Mexicana de la Lengua le ofrece una membresía en 1938, que
Azuela rehusa. Muere el 1º de marzo de 1952.
Los de Abajo
La novela Los de Abajo consta de tres partes. En la primera conocemos al personaje principal,
Demetrio Macías, guerrillero revolucionario que lucha en la sierra para unirse a otros
compañeros que combaten contra los federales. La acción inicial se ubica durante el gobierno
de Victoriano Huerta, cuando ya había sido asesinado Madero y el país ardía de indignación.
Demetrio se ve obligado a abandonar su casa porque los federales le prenden fuego y con
dolor se despide de su mujer y su hijo para internarse en la sierra. Ahí se encuentra con sus
hombres, quienes lo nombran su jefe. Poco a poco vamos conociendo a los personajes que
rodearán a Demetrio. Azuela nos los presenta caracterizándolos breve pero eficazmente, entre
51
ellos Anastasio Montañés “de barba y ojos espesos y muy negros”, que es su compadre;
Pancracio, de cara lampiña “inmutable como piedra”; el Manteca, con “ojos torvos de
asesino”; Venancio, el barbero que “en su pueblo sacaba muelas y ponía cáusticos y
sanguijuelas”, compañeros de Demetrio que van apareciendo a medida que avanza el relato y a
los que Azuela dota de vida. Las descripciones del escritor son breves pero precisas, los
personajes se delinean de manera inconfundible a lo largo de la novela, y acompañan a
Demetrio en todas sus aventuras. La primera de ellas será emboscar a los federales que llegan
por la hondonada del cañón de Juchipila. La puntería y el valor de los guerrilleros se demuestra
por la cantidad de bajas que les hacen a sus enemigos, hasta que hieren a Demetrio. Éste es
llevado a una ranchería donde vive la joven Camila, que le ofrece agua al herido, cuando éste se
encuentra sediento y temblando por la fiebre. A este lugar llega Luis Cervantes, quien ha
desertado de las filas de los federales y anda en busca de los revolucionarios. Cervantes es un
personaje que representa al oportunista que sólo ve por su propio provecho; sin embargo, por
pertenecer a la clase media y por haber recibido una educación, sabe aconsejar a Demetrio y a
sus hombres, y dotar de sentido a la lucha que ellos sostienen: “Mentira que usted ande aquí
por don Mónico, el cacique; usted se ha levantado contra el caciquismo que asola toda la
nación”, dice Cervantes cuando Demetrio le cuenta que por haberle escupido en las barbas a
don Mónico, el cacique de Moyahua, éste, en venganza, lo acusó de maderista y lo hizo
perseguir por los federales.
Una vez que ha sanado de su herida, Demetrio, a instancias de Luis Cervantes, decide unirse a
las tropas de Pánfilo Natera, donde destaca por su valentía en la batalla de Zacatecas.
Al final de la primera parte, en un diálogo que se entabla entre Cervantes y un conocido que
encuentra, Alberto Solís, escuchamos una crítica a la corrupción que existe dentro del
movimiento armado. El desencanto parece invadir los juicios de Solís, desencanto que es
probable que perteneciera a Azuela, quien en su cotidiana observación de los acontecimientos
revolucionarios, debe haberse percatado de las contradicciones entre los ideales y la realidad.
No obstante, Solís exclama conmovido: “¡Qué hermosa es la revolución, aún en su misma
barbarie!”
52
La segunda parte nos muestra otro aspecto de la lucha armada y de los componentes de la
tropa revolucionaria. Demetrio y sus hombres pertenecen ahora a las fuerzas villistas. La masa
revolucionaria destaca y muestra su configuración; a la libertad en el campo en que vivían los
hombres de Demetrio se opone el conglomerado y hacinamiento de la ciudad, a la que llega la
tropa, mostrando con crudeza el salvajismo y la violencia que la conforman. Hay dos
personajes que enfatizan este aspecto: el güero Margarito y La Pintada, ejemplos de las formas
más brutales de la Revolución. El güero Margarito es la caracterización de alguien que entró a
la Revolución para satisfacer sus instintos sádicos; es cruel, cínico y parece carecer de cualquier
rasgo de humanidad. La Pintada es un personaje para quien la Revolución es su medio natural,
pues se encuentra totalmente adaptada para vivir en ella; consigue los mejores “avances”, se
siente como pez en el agua entre la tropa, elige a sus amantes, entre ellos Demetrio, y hace gala
de una libertad tanto como prostituta como soldadera, que la coloca en un lugar de privilegio.
Entre el güero Margarito y La Pintada existe una comprensión cómplice que los hace amigos;
aunque La Pintada no llega a los rasgos de crueldad del güero, celebra la barbarie de éste y lo
defiende de las críticas de Camila quien, ahora, ocupa el lugar de la esposa de Demetrio.
El güero Margarito y La Pintada no son los únicos que carecen de escrúpulos; Luis Cervantes
aprovecha que la joven Camila se ha enamorado de él para raptarla de su casa y entregársela a
Demetrio. Cuando Camila se da cuenta del engaño, pues se sabe que después de una
borrachera aparece en la cama del guerrillero, ya es demasiado tarde. La joven se va
acostumbrando a su nueva situación, pero le guarda un gran resentimiento a Cervantes. La
Pintada se muere de celos, pues Camila la ha desplazado en la atención de Demetrio y mata a
ésta como venganza cuando la echan de la tropa.
La muerte de Camila produce una profunda depresión a Demetrio quien, no obstante,
continúa en las filas revolucionarias y se desplaza hacia Aguascalientes para participar en la
Convención y tomar consejo del general Natera, quien le informa que sigue la lucha, pero
ahora entre Villa y Carranza.
En la tercera parte vemos a Demetrio que continúa en las filas villistas. Luis Cervantes ha
logrado sus fines y se encuentra en El Paso, Texas, desde donde le escribe una carta a
Venancio, que le anuncia que se recibió de médico y se le acabó el dinero, le ofrece asociarse
53
con él, para que Venancio aporte los fondos para establecer un restaurante en Estados Unidos.
Venancio lee y relee la carta y exclama: “Este curro de veras que la supo hacer”.
Demetrio y sus hombres siguen peleando y se enteran de que Villa ha sido derrotado en Celaya
por las fuerzas al mando de Obregón. El estupor y desánimo se apodera de todos, se dan
cuenta que la lucha ya no tiene sentido, pero continúan en ella por inercia. Demetrio se
encuentra con su mujer, después de casi dos años de ausencia, y ésta le pregunta que por qué
pelean, a lo que responde el guerrillero arrojando una piedra al fondo del cañón: “Mira esa
piedra cómo ya no se para...”
En el cañón de Juchipila el ejército de Demetrio atraviesa el fondo del barranco. La mañana es
alegre y apacible y nadie piensa en la muerte. Demetrio recuerda cómo en ese mismo lugar, él y
veinte hombres, les hicieron más de quinientas bajas a los federales. Los hombres al escucharlo
se dan cuenta del peligro que corren ante una posible emboscada desde las alturas; cuando
suenan los primeros disparos ni siquiera se sorprenden de la trampa en que han caído.
Rápidamente, los hombres son aniquilados por las balas de los carrancistas y Demetrio ve con
rabia y dolor como muere su compadre Anastasio a su lado, se apresta a disparar su fusil y se
congratula de su buena puntería. Frente a la lucha de los hombres y la tragedia de la muerte, la
naturaleza permanece indiferente, y la vida de Demetrio termina como contraste trágico de una
hermosa mañana. Tal vez el fusil que sigue apuntando, nos lleve a pensar que la lucha
continuará.
Cada vez que leemos Los de Abajo, nos invade una sensación de asombro al encontrar en tan
pocas páginas una visión global de lo que fue la Revolución Mexicana. Para las generaciones
jóvenes que sólo de oídas han llegado a saber de ella, encontrarse con esta obra es un hallazgo
que se convertirá en conocimiento pleno de dinamismo y vida, que difícilmente podrían
reconstruir sin las extraordinarias páginas de Azuela. No en vano el escritor conoció la realidad
en la que se basa la novela y supo convertir en literatura aquellas impresiones que le tocaron a
fondo. Si uno lee las páginas autobiográficas de Azuela se asombrará de encontrar esos
imperceptibles vasos comunicantes que se dan entre la realidad y la imaginación, y el nuevo
fruto logrado en la obra literaria, al compenetrarse una con otra. El ejemplo más claro está en
la figura de Demetrio Macías, que basándose en el general Julián Medina y el coronel Manuel
54
Caloca, trasciende sus modelos y se convierte en un personaje inolvidable. Azuela nos dice:
“Podría decir que este libro se hizo solo y que mi labor consistió en coleccionar tipos, gestos,
paisajes y sucedidos, si mi imaginación no me hubiese ayudado a ordenarlos y presentarlos con
los relieves y el colorido mayor que me fue dable”.74
El escritor nos habla cómo fue que construyó a algunos de sus personajes basándose en varios
modelos de los cuales él consiguió caracteres únicos, y tan es así que nos dice: “...los mejores
personajes de una novela serán aquellos que más lejos estén del modelo...”75, pues añade: “Si yo
me hubiera encontrado entre los revolucionarios un tipo de la talla de Demetrio Macías, lo
habría seguido hasta la muerte”76.
En esta novela de escenas breves y estilo conciso y rápido, vamos a encontrar características
peculiares de la novela de la Revolución; por ejemplo, el paisaje será el escenario indispensable
que rodea a los revolucionarios desde la sierra hasta la llanura; Azuela describe el espacio por el
que deambulan sus personajes poniendo al ser humano en una continua relación con la
naturaleza. Los personajes, dada su condición humilde y de rebeldía en la lucha, aparecen con
dos vertientes: por un lado, la valentía, agresividad y violencia que se requiere para sobrevivir;
por otro, el fatalismo que los lleva a aceptar su destino y el de otros sin una queja. También
encontramos las hazañas de todo un pueblo que pelea por su propia redención, así como la
barbarie desatada sin freno de los resentidos por décadas. Hay en la obra una reflexión crítica
sobre los acontecimientos revolucionarios que posiblemente manifieste la conciencia lúcida
que Mariano Azuela tenía sobre la lucha armada y sus protagonistas.
74
Mariano Azuela, Páginas autobiográficas, prólogo de Francisco Monterde, FCE, México, 1974, p. 123.
Mariano Azuela, op. cit., p. 129.
76
Ibídem, p. 129.
75
55
LOS DE ABAJO77
Mariano Azuela
I
⎯Te digo que no es un animal... Oye como ladra el Palomo... Debe ser algún cristiano78...
La mujer fijaba sus pupilas en la oscuridad de la sierra.
⎯¿Y que fueran siendo federales? ⎯repuso un hombre que, en cuclillas, yantaba79 en un
rincón, una cazuela en la diestra y tres tortillas en taco en la otra mano.
La mujer no le contestó; sus sentidos estaban puestos fuera de la casuca.
Se oyó un ruido de pesuñas en el pedregal cercano, y el Palomo ladró con más rabia.
⎯Sería bueno que por sí o por no te escondieras, Demetrio.
El hombre, sin alterarse, acabó de comer; se acercó un cántaro y, levantándolo a dos manos,
bebió agua a borbotones. Luego se puso en pie.
⎯Tu rifle está debajo del petate80 ⎯pronunció ella en voz muy baja.
El cuartito se alumbraba por una mecha de sebo. En un rincón descansaban un yugo,81 un
arado,82 un otate83 y otros aperos84 de labranza. Del techo pendían cuerdas sosteniendo un viejo
molde de adobes, que servía de cama, y sobre mantas y desteñidas hilachas dormía un niño.
Demetrio ciñó la cartuchera a su cintura y levantó el fusil. Alto, robusto, de faz bermeja, sin
pelo de barba, vestía camisa y calzón de manta, ancho sombrero de soyate85 y guaraches.
Salió paso a paso, desapareciendo en la oscuridad impenetrable de la noche.
77
Mariano Azuela, Los de Abajo.
cristiano: término que se emplea para designar a un sujeto.
79
yantaba: comía.
80
petate: estera tejida de hojas de palma.
81
yugo: instrumento de madera que sirve para uncir los bueyes o las mulas.
82
arado: instrumento que sirve para labrar la tierra abriendo surcos en ella.
83
otate: planta gramínea de recios tallos nudosos que sirven para bastones.
84
aperos: instrumentos.
85
soyate: palma, hoja de la palmera, el material textil que se obtiene de ella.
78
56
El Palomo, enfurecido, había saltado la cerca del corral. De pronto se oyó un disparo, el
perro lanzó un gemido sordo y no ladró más.
Unos hombres a caballo llegaron vociferando y maldiciendo. Dos se apearon y otro quedó
cuidando las bestias.
⎯¡Mujeres..., algo de cenar!... Blanquillos, leche, frijoles, lo que tengan, que venimos
muertos de hambre.
⎯¡Maldita sierra! ¡Sólo el diablo no se perdería!
⎯Se perdería, mi sargento, si viniera de borracho como tú...
Uno llevaba galones en los hombros, el otro cintas rojas en las mangas.
⎯¿En dónde estamos, vieja?... ¡Pero con una!... ¿Esta casa está sola?
⎯¿Y entonces, esa luz?... ¿Y ese chamaco?... ¡Vieja, queremos cenar, y que sea pronto!
¿Sales o te hacemos salir?
⎯¡Hombres malvados, me han matado mi perro!... ¿Qué les debía ni qué les comía mi
pobrecito Palomo?
La mujer entró llevando a rastras el perro, muy blanco y muy gordo, con los ojos claros ya y
el cuerpo suelto.
⎯¡Mira no más qué chapetes86, sargento!... Mi alma, no te enojes, yo te juro volverte tu casa
un palomar; pero, ¡por Dios!...
No me mires airada...
No más enojos...
Mírame cariñosa,
luz de mis ojos−,
acabó cantando el oficial con voz aguardentosa.
⎯Señora, ¿cómo se llama este ranchito? ⎯preguntó el sargento.
⎯Limón ⎯contestó hosca la mujer, ya soplando las brasas del fogón y arrimando leña.
⎯¿Conque aquí es Limón?... ¡La tierra del famoso Demetrio Macías!... ¿Lo oye, mi
teniente? Estamos en Limón.
86
chapetes: mejillas.
57
⎯¿En Limón?... Bueno, para mí... ¡plin!... Ya sabes, sargento, si he de irme al infierno,
nunca mejor que ahora..., que voy en buen caballo. ¡Mira no más qué cachetitos de morena!...
¡Un perón para morderlo!...
⎯Usted ha de conocer al bandido ese, señora... Yo estuve junto con él en la Penitenciaría
de Escobedo.
⎯Sargento, tráeme una botella de tequila; he decidido pasar la noche en amable compañía
con esta morenita... ¿El coronel?... ¿Qué me hablas tú del coronel a estas horas?... ¡Que vaya
mucho a...! Y si se enoja, pa mí... ¡plin!... Anda, sargento, dile al cabo que desensille y eche de
cenar. Yo aquí me quedo... Oye, chatita, deja a mi sargento que fría los blanquillos y caliente las
gordas; tú ven acá conmigo. Mira, esta carterita apretada de billetes es sólo para ti. Es mi gusto.
¡Figúrate! Ando un poco borrachito por eso, y por eso también hablo un poco ronco... ¡Como
que en Guadalajara dejé la mitad de la campanilla y por el camino vengo escupiendo la otra
mitad!... ¿Y qué le hace...? Es mi gusto. Sargento, mi botella, mi botella de tequila. Chata, estás
muy lejos; arrímate a echar un trago. ¿Cómo que no?... ¿Le tienes miedo a tu... marido... o lo
que sea?... Si está metido en algún agujero dile que salga..., pa mí ¡plin!... Te aseguro que las
ratas no me estorban.
Una silueta blanca llenó de pronto la boca oscura de la puerta.
⎯¡Demetrio Macías! ⎯exclamó el sargento despavorido, dando unos pasos atrás.
El teniente se puso de pie y enmudeció, quedóse frío e inmóvil como una estatua.
⎯¡Mátalos! ⎯exclamó la mujer con la garganta seca.
⎯¡Ah, dispense, amigo!... Yo no sabía... Pero yo respeto a los valientes de veras.
Demetrio se quedó mirándolos y una sonrisa insolente y despreciativa plegó sus líneas.
⎯Y no sólo los respeto, sino que también los quiero... Aquí tiene la mano de un amigo...
Está bueno, Demetrio Macías, usted me desaira... Es porque no me conoce, es porque me ve
en este perro y maldito oficio... ¡Qué quiere, amigo!... ¡Es uno pobre, tiene familia numerosa
que mantener! Sargento, vámonos; yo respeto siempre la casa de un valiente, de un hombre de
veras.
Luego que desaparecieron, la mujer abrazó estrechamente a Demetrio.
⎯¡Madre mía de Jalpa! ¡Qué susto! ¡Creí que a ti te habían tirado el balazo!
⎯Vete luego a la casa de mi padre ⎯dijo Demetrio.
Ella quiso detenerlo; suplicó, lloró; pero él, apartándola dulcemente, repuso sombrío:
58
⎯Me late que van a venir todos juntos.
⎯¿Por qué no los mataste?
⎯¡Seguro que no les tocaba todavía!
Salieron juntos; ella con el niño en los brazos.
Ya a la puerta se apartaron en opuesta dirección.
La luna poblaba de sombras vagas la montaña.
En cada risco y en cada chaparro, Demetrio seguía mirando la silueta dolorida de una mujer
con su niño en los brazos.
Cuando después de muchas horas de ascenso volvió los ojos, en el fondo del cañón, cerca
del río, se levantaban grandes llamaradas.
Su casa ardía...
II
Todo era sombra todavía cuando Demetrio Macías comenzó a bajar al fondo del
barranco. El angosto talud87 de una escarpa88 era vereda, entre el peñascal veteado de
enormes resquebrajaduras y la vertiente de centenares de metros, cortada como de un
solo tajo.
Descendiendo con agilidad y rapidez, pensaba:
“Seguramente ahora sí van a dar con nuestro rastro los federales, y se nos vienen encima
como perros. La fortuna es que no saben veredas, entradas ni salidas. Sólo que alguno de
Moyahua anduviera con ellos de guía, porque los de Limón, Santa Rosa y demás ranchitos de la
sierra son gente segura y nunca nos entregarían... En Moyahua está el cacique que me trae
corriendo por los cerros, y éste tendría mucho gusto en verme colgado de un poste del
telégrafo y con tamaña lengua de fuera...”
Y llegó al fondo del barranco cuando comenzaba a clarear el alba. Se tiró entre las piedras y
se quedó dormido.
El río se arrastraba cantando en diminutas cascadas; los pajarillos piaban escondidos en los
pitahayos, y las chicharras monorrítmicas llenaban de misterio la soledad de la montaña.
87
88
talud: inclinación de un terreno.
escarpa: declive áspero de cualquier terreno.
59
Demetrio despertó sobresaltado, vadeó el río y tomó la vertiente opuesta del cañón. Como
hormiga arriera ascendió la crestería, crispadas las manos en las peñas y ramazones, crispadas
las plantas sobre las guijas de la vereda.
Cuando escaló la cumbre, el sol bañaba la altiplanicie en un lago de oro. Hacia la barranca se
veían rocas enormes rebanadas; prominencias erizadas como fantásticas cabezas africanas; los
pitahayos como dedos anquilosados89 de coloso; árboles tendidos hacia el fondo del abismo. Y
en la aridez de las peñas y de las ramas secas, albeaban90 las frescas rosas de San Juan como una
blanca ofrenda al astro que comenzaba a deslizar sus hilos de oro de roca en roca.
Demetrio se detuvo en la cumbre; echó su diestra hacia atrás; tiró del cuerno que pendía a
su espalda, lo llevó a sus labios gruesos, y por tres veces, inflando los carrillos, sopló en él. Tres
silbidos contestaron la señal, más allá de la crestería frontera.
En la lejanía, de entre un cónico hacinamiento de cañas y paja podrida, salieron, unos tras
otros, muchos hombres de pechos y piernas desnudos, oscuros y repulidos como viejos
bronces.
Vinieron presurosos al encuentro de Demetrio.
⎯¡Me quemaron mi casa! ⎯respondió a las miradas interrogadoras.
Hubo imprecaciones, amenazas, insolencias.
Demetrio los dejó desahogar; luego sacó de su camisa una botella, bebió un tanto, limpióla
con el dorso de su mano y la pasó a su inmediato. La botella, en una vuelta de boca en boca, se
quedó vacía. Los hombres se relamieron.
⎯Si Dios nos da licencia ⎯dijo Demetrio⎯, mañana o esta misma noche les hemos de
mirar la cara otra vez a los federales. ¿Qué dicen, muchachos, los dejamos conocer estas
veredas?
Los hombres semidesnudos saltaron dando grandes alaridos de alegría. Y luego redoblaron
las injurias, las maldiciones y las amenazas.
⎯No sabemos cuántos serán ellos ⎯observó Demetrio, escudriñando los semblantes⎯.
Julián Medina91, en Hostotipaquillo92, con media docena de pelados y con cuchillos afilados en
el metate, les hizo frente a todos los cuicos y federales del pueblo, y se los echó...
89
anquilosada: imposibilitada de movimiento una articulación móvil.
albeaban: mostraban su blancura.
91
Medina, Julián, General. De las fuerzas de Villa; llegó a ser gobernador de Jalisco. Parece haber sido el
modelo de Demetrio Macías.
92
Hostotipaquillo: municipio del Estado de Jalisco.
90
60
⎯¿Qué tendrán algo los de Medina que a nosotros nos falte? ⎯dijo uno de barba y cejas
espesas y muy negras, de mirada dulzona; hombre macizo y robusto.
⎯Yo sólo les sé decir ⎯agregó⎯ que dejo de llamarme Anastasio Montañés si mañana no
soy dueño de un máuser, cartuchera, pantalones y zapatos. ¡De veras!... Mira, Codorniz, ¿voy
que no me lo crees? Yo traigo media docena de plomos adentro de mi cuerpo... Ai que diga mi
compadre Demetrio si no es cierto... Pero a mí me dan tanto miedo las balas, como una bolita
de caramelo. ¿A que no me lo crees?
⎯¡Que viva Anastasio Montañés! ⎯gritó el Manteca.
⎯No ⎯repuso aquél⎯; que viva Demetrio Macías, que es nuestro jefe, y que vivan Dios
del cielo y María Santísima.
⎯¡Viva Demetrio Macías! ⎯gritaron todos.
Encendieron lumbre con zacate y leños secos, y sobre los carbones encendidos tendieron
trozos de carne fresca. Se rodearon en torno de las llamas, sentados en cuclillas, olfateando con
apetito la carne que se retorcía y crepitaba en las brasas.
Cerca de ellos estaba, en montón, la piel dorada de una res, sobre la tierra húmeda de
sangre. De un cordel, entre dos huizaches, pendía la carne hecha cecina, oreándose al sol y al
aire.
⎯Bueno ⎯dijo Demetrio⎯; ya ven que aparte de mi treinta-treinta, no contamos más que
con veinte armas. Si son pocos, les damos hasta no dejar uno; si son muchos aunque sea un
buen susto les hemos de sacar.
Aflojó el ceñidor de su cintura y desató un nudo, ofreciendo del contenido a sus
compañeros.
⎯¡Sal! ⎯exclamaron con alborozo, tomando cada uno con la punta de los dedos algunos
granos.
Comieron con avidez, y cuando quedaron satisfechos, se tiraron de barriga al sol y cantaron
canciones monótonas y tristes, lanzando gritos estridentes después de cada estrofa.
61
III
Entre las malezas de la sierra durmieron los veinticinco hombres de Demetrio Macías, hasta
que la señal del cuerno los hizo despertar. Pancracio la daba de lo alto de un risco de la
montaña.
⎯¡Ahora sí, muchachos, pónganse changos!93 ⎯dijo Anastasio Montañés, reconociendo los
muelles de su rifle.
Pero transcurrió una hora sin que se oyera más que el canto de las cigarras en el herbazal y
el croar de las ranas en los baches.
Cuando los albores de la luna se esfumaron en la faja débilmente rosada de la aurora, se
destacó la primera silueta de un soldado en el filo más alto de la vereda. Y tras él parecieron
otros, y otros diez, y otros cien; pero todos en breve se perdían en las sombras. Asomaron los
fulgores del sol, y hasta entonces pudo verse el despeñadero cubierto de gente: hombres
diminutos en caballos de miniatura.
⎯¡Mírenlos qué bonitos! ⎯exclamó Pancracio⎯. ¡Anden, muchachos, vamos a jugar con
ellos!
Aquellas figuritas movedizas, ora se perdían en la espesura del chaparral, ora negreaban más
abajo sobre el ocre de las peñas.
Distintamente se oían las voces de jefes y soldados.
Demetrio hizo una señal: crujieron los muelles y los resortes de los fusiles.
⎯¡Hora! ⎯ordenó con voz apagada.
Veintiún hombres dispararon a un tiempo, y otros tantos federales cayeron de sus caballos.
Los demás, sorprendidos, permanecían inmóviles, como bajorrelieves de las peñas.
Una nueva descarga, y otros veintiún hombres rodaron de roca en roca, con el cráneo
abierto.
⎯¡Salgan, bandidos!... ¡Muertos de hambre!
⎯¡Mueran los ladrones nixtamaleros!...94
⎯¡Mueran los comevacas!...
93
94
pónganse changos: ponerse listo.
nixtamaleros: insulto que se aplicaba a los federales.
62
Los federales gritaban a los enemigos, que, ocultos, quietos y callados, se contentaban con
seguir haciendo gala de una puntería que ya los había hecho famosos.
⎯¡Mira, Pancracio ⎯dijo el Meco, un individuo que sólo en los ojos y en los dientes tenía
algo de blanco⎯; ésta es para el que va a pasar detrás de aquel pitayo!... ¡Hijo de...! ¡Toma!...
¡En la pura calabaza! ¿Viste?... Hora pal que viene en el caballo tordillo... ¡Abajo, pelón!...
⎯Yo voy a darle una bañada al que va horita por el filo de la vereda... Si no llegas al río,
mocho infeliz, no quedas lejos... ¿Qué tal?... ¿Lo viste?...
⎯¡Hombre, Anastasio, no seas malo!... Empréstame tu carabina... ¡Ándale, un tiro no
más!...
El Manteca, la Codorniz y los demás que no tenían armas las solicitaban, pedían como una
gracia suprema que les dejaran hacer un tiro siquiera.
⎯¡Asómense si son tan hombres!
⎯Saquen la cabeza... ¡hilachos piojosos!
De montaña a montaña los gritos se oían tan claros como de una acera a la del frente.
La Codorniz surgió de improviso, en cueros95, con los calzones tendidos en actitud de
torear a los federales. Entonces comenzó la lluvia de proyectiles sobre la gente de Demetrio.
⎯¡Huy! ¡Huy! Parece que me echaron un panal de moscos en la cabeza ⎯dijo Anastasio
Montañés, ya tendido entre las rocas y sin atreverse a levantar los ojos.
⎯¡Codorniz, jijo de un...! ¡Hora adonde les dije! ⎯rugió Demetrio.
Y, arrastrándose, tomaron nuevas posiciones.
Los federales comenzaron a gritar su triunfo y hacían cesar el fuego, cuando una nueva
granizada de balas los desconcertó.
⎯¡Ya llegaron más! ⎯clamaban los soldados.
Y presa de pánico, muchos volvieron grupas resueltamente, otros abandonaron las
caballerías y se encaramaron, buscando refugio, entre las peñas. Fue preciso que los jefes
hicieran fuego sobre los fugitivos para restablecer el orden.
⎯A los de abajo... A los de abajo ⎯exclamó Demetrio, tendiendo su treinta-treinta hacia el
hilo cristalino del río
95
en cueros: desnudo.
63
Un federal cayó en las mismas aguas, e indefectiblemente siguieron cayendo uno a uno a
cada nuevo disparo. Pero sólo él tiraba hacia el río, y por cada uno de los que mataba,
ascendían intactos diez o veinte a la otra vertiente.
⎯A los de abajo... A los de abajo ⎯siguió gritando encolerizado.
Los compañeros se prestaban ahora sus armas, y haciendo blancos cruzaban sendas
apuestas.
⎯Mi cinturón de cuero si no le pego en la cabeza al del caballo prieto. Préstame tu rifle,
Meco...
⎯Veinte tiros de máuser y media vara de chorizo porque me dejes tumbar al de la potranca
mora... Bueno... ¡Ahora!... ¿Viste qué salto dio?... ¡Como venado!...
⎯¡No corran, mochos!...96 Vengan a conocer a su padre Demetrio Macías...
Ahora de éstos partían las injurias. Gritaba Pancracio, alargando su cara lampiña, inmutable
como piedra, y gritaba el Manteca, contrayendo las cuerdas de su cuello y estirando las líneas
de su rostro de ojos torvos de asesino.
Demetrio siguió tirando y advirtiendo del grave peligro a los otros; pero éstos no repararon
en su voz desesperada sino hasta que sintieron el chicoteo de las balas por uno de los flancos.
⎯¡Ya me quemaron!97 ⎯gritó Demetrio, y rechinó los dientes⎯. ¡Hijos de...!
Y con prontitud se dejó resbalar hacia un barranco.
96
mocho: hipócrita, partidario de la Iglesia Católica; expresión peyorativa para designar en política a los
conservadores (los mochos).
97
¡Ya me quemaron!: ya me hirieron.
64
ACERCA DE LOS DE ABAJO
Se han elegido los tres primeros capítulos de Los de Abajo para que el lector conozca el estilo
que Azuela emplea en esta novela que se inicia con un diálogo que anuncia la acción; como se
puede observar, los diálogos son cortos y plenos de sentido, pues presagian una situación de
alerta. Demetrio es el que tiene el presentimiento de que a su casa lleguen los federales, la
mujer lo apremia para que se esconda y el hombre toma su fusil y desaparece en la oscuridad.
Hay que señalar que desde el principio de la obra se nos van dando breves descripciones del
ambiente, aparecen dentro de la casa los instrumentos de trabajo de Demetrio y nos
percatamos de la pobreza en la que viven los campesinos. Asimismo vemos que las imágenes
sensoriales se van alternando; el oído, la vista hasta que se inicia la acción con la llegada de los
federales quienes gritan pidiendo de cenar. La atmósfera se vuelve violenta, saturada de la
barbarie con la que han actuado los federales contra los campesinos. Uno de los federales
intenta seducir a la esposa de Demetrio, cuando éste aparece amedrentando a los soldados.
Estos abandonan la casa y la mujer le reclama a Demetrio por qué razón no los mató. La
respuesta del hombre está llena del fatalismo característico del pueblo mexicano: “¡Seguro no
les tocaba todavía!” Como si un acto que depende de la voluntad humana, quedara en manos
del destino. Demetrio presiente que los federales van a regresar, lo cual ocurre, pues mientras
él y su mujer salen a esconderse, éstos regresan y queman la casa.
Hay que señalar que en un capítulo tan breve, Azuela nos da gran cantidad de información. El
personaje Demetrio se encuentra caracterizado desde el principio. Hombre de acción y de
pocas palabras “...alto, robusto, de faz bermeja, sin pelo de barba...” La economía de recursos
se percibe en cada una de las descripciones sin que esto signifique que el lector carezca de los
elementos necesarios para darse cuenta de lo que ocurre.
65
El capítulo dos nos muestra la naturaleza que rodea a Demetrio. Hay un barranco, un río,
pájaros y chicharras. En la cumbre a la que asciende Demetrio, se ven las rocas que adoptan
características humanas monumentales, áridas y secas, que presentan un contraste al
compararlas con las frescas rosas de San Juan. Es notable la descripción que se hace de la
sierra.
Demetrio llama a sus compañeros y les informa que le quemaron su casa. Estos responden con
indignación y dan saltos de alegría pensando en atacar a los federales. Hay que hacer notar la
solidaridad que presentan los hombres a pesar de su ruda condición. Ellos comparten alegrías y
tristezas y se unen en la desgracia. Asimismo tienen el plan común de luchar contra los
federales, no obstante la desventaja en armas y número.
La presencia de la música que acompaña muchos de los actos de los mexicanos, aparece en
estos dos primeros capítulos: el federal le canta a la mujer de Demetrio, y en la sierra los
hombres, después de comer, “cantaron canciones monótonas y tristes, lanzando gritos
estridentes después de cada estrofa”.
En el capítulo tres vemos a los hombres de Demetrio aprestarse para atacar a los federales.
Estos aparecen entre las rocas y en la hondonada por donde atraviesa el río. Los campesinos,
no obstante ser pocos, hacen gala de su puntería produciéndole continuas bajas al enemigo, y
los que no tienen fusiles, les ruegan a los que están armados que les presten su arma para darse
el gusto de matar a un federal. A pesar de que no pierden un tiro, el combate es desigual y
hieren a Demetrio, que había estado dirigiendo el ataque. En este capítulo se pone de relieve el
dinamismo de los diálogos que están señalando la rapidez de la acción en la que destaca la
valentía de los hombres de Demetrio y el desconcierto de los federales que, a base de insultos,
quieren amedrentar a los revolucionarios. El sentido del humor aparece en estas páginas, un
humor teñido de tintes sombríos, cuando la Codorniz aparece desnudo, con los calzones como
capote para torear a los federales, lo que atrae las balas hacia el escondite donde se encuentran
los campesinos.
La orden de Demetrio de que les disparen a los de abajo parece coincidir con el título de la
novela; sin embargo, éste toca un campo más amplio de significado. Los de abajo abarca a la
66
masa paupérrima y sin esperanza que entra a luchar en la Revolución para reivindicar sus
derechos. Los de abajo son los desposeídos, los que no tienen ni siquiera un nombre que los
identifique, los que carecen de lo más elemental para su superviviencia. A ellos alude el título
que empleó Mariano Azuela.
FUENTES
La novela de la Revolución Mexicana, selección, introducción general, cronología histórica, prólogos, censo de
personajes, índice de lugares y bibliografía por Antonio Castro Leal, Aguilar, México, 1960 (Tomo I).
AZUELA, Mariano, Los de Abajo, FCE, México, 1973 (Colección popular, 13).
67
MARTÍN LUIS GUZMÁN
María Eugenia Gaona
Martín Luis Guzmán nace en Chihuahua en 1887. Pasó su infancia en la ciudad de México, en
Tacubaya, y su adolescencia en Veracruz. En su discurso pronunciado en la Academia
Mexicana de la Lengua correspondiente a la Española, el 19 de febrero de 1954, titulado
“Apuntes sobre una nueva personalidad”, Guzmán dice:
Nació a la vida del espíritu quien hoy os habla como colega, en Tacubaya, rincón del Valle de
México hace más de sesenta años. Tacubaya era entonces una villa rústica y señorial. No conocía
el drenaje en sus calles ni el alumbrado eléctrico bajo sus techos, pero, en cambio, se deleitaba
mirándose a sí misma en la belleza de sus calzadas y sus fuentes y en la lozanía de sus alamedas y
sus parques, pues nada suyo carecía de luz.98
Guzmán, con su prosa excepcional, hace desfilar ante su auditorio esas primeras imágenes de
su infancia, descubriendo el bosque de Chapultepec y sus encuentros con el general Porfirio
Díaz, a quien veía “fulgurante de bordados y medallas de todos los brillos, viripotente por la
esbelta robustez de su estatura y lo ancho de sus hombros”99. Más adelante, en su juventud,
volverá a toparse con don Porfirio, y ya no le parecerá imponente, sino “artificial”.
Así como el bosque de Chapultepec deja honda huella en su memoria, cuando al cumplir los
once años se traslada con su familia a Veracruz, el mar lo conmueve profundamente:
Allí el espectáculo del mar ⎯era una visión magnífica y portentosa⎯ le dilató en el espíritu las
enseñanzas recibidas frente a las montañas y los paisajes de Tacubaya y lo condujo como de la
98
Marín Luis Guzmán, compilación e introducción de Andrés de Luna, Senado de la República, México,
1987, pág. 38.
99
Ibídem, pág. 40.
68
mano ⎯porque también era aquella una visión de anchura infinita⎯ al sentimiento y el amor de
la libertad.100
Allí, en Veracruz, empezó a formar su cultura literaria: Los miserables de Víctor Hugo, México a
través de los siglos, El contrato social de Rousseau, los Evangelios sinópticos, la Electra de Pérez
Galdós. Entra a la escuela cantoral Francisco Javier Clavijero, laica, pública y gratuita, y acorde
con las ideas de su padre recibe una formación liberal. A los catorce años, asociado con un
condiscípulo, publica un periódico: La juventud.
La empresa editorial no duró arriba de cuatro o seis meses, e igual suerte habían de correr otras
semejantes. Pero gracias a esas aventuras, que no por breves o precoces eran menos definitivas
dentro de su significado espiritual, el adolescente iba formándose y quedando apto para pisar con
pie firme los umbrales de la juventud...101
Un año después de traslada a la ciudad de México para ingresar a la Escuela Nacional
Preparatoria adonde asiste con verdadero entusiasmo, pues aunque no le atrajera la doctrina
positivista, sí encontraría los estímulos para el estudio riguroso de las ciencias. También
conoció allí a sus amigos con los que formó El Ateneo de la Juventud.
Guzmán se pregunta si durante esos años “apuntaba ya en él una vocación franca y resuelta”102.
Y recuerda que a los trece años supuso que su vocación, al igual que la de su padre, estaba en el
Colegio Militar, pero los concejos paternos lo llevaron a aguardar para decidir sobre su destino,
ya que sus capacidades le mostraban otra ruta que era la de las letras.
“De ser, pues, era la hora, otro el panorama social y político que la inercia de su actitud íntima
le mostraba, la devoción y el ejercicio de las letras, hubieran normado su vida desde
entonces”103. Pero Martín Luis Guzmán no podía ignorar la efervescencia social que se sentía
en todo México, la cual anunciaba la próxima revolución. Sobre don Porfirio dice que ya no
era el caudillo liberal sino que “de tanto mirarse a sí mismo, y de tanto consentir en que sólo
100
Idem, pág. 42.
Idem, pág. 44.
102
Idem, pág. 45.
103
Idem, págs. 45 y 46.
101
69
hacia él se mirase, o de exigirlo, se le había enturbiado la idea de su origen y de su razón de ser.
No percibía ya la realidad material y espiritual del país a quien gobernaba, sino lo que los años
habían pintado sobre la realidad para enmascararla...”104
EL 29 de diciembre de 1910 muere el padre de Guzmán, que era coronel del ejército federal, a
consecuencia de las heridas que recibió en el combate Malpaso, y de quien recibe las últimas
palabras, refiriéndose a los revolucionarios:”...y oye: no creo que esa sea la mala yerba”105. Para
entonces Guzmán ya se había casado con Ana West Villalobos, y el año de la muerte de su
padre, coincide con el del nacimiento de su primer hijo.
En 1911, reingresa en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y forma parte del Ateneo de la
Juventud; es nombrado profesor de lengua nacional en la Escuela Superior de Comercio y
bibliotecario de la Escuela Nacional de Altos Estudios. Durante 1913, en plena Decena trágica,
funda en unión de otros maderistas, el periódico El Honor Nacional.
Indignado por la traición de Huerta, Guzmán sale de México, vía Veracruz, hacia los Estados
Unidos, con la intención de unirse a las fuerzas revolucionarias que desde Sonora y Coahuila
combaten al huertismo. Por problemas económicos, regresa a la ciudad de México. Hace un
nuevo viaje y finalmente, en Culiacán, logra ingresar al Estado Mayor del general Ramón F.
Iturbe, a quien en El águila y la serpiente dedica un comentario elogioso: “Porque Iturbe era uno
de los poquísimos revolucionarios que habían pensado por su cuenta el problema moral de la
Revolución y que habían venido a ésta con la conciencia limpia. Aunque muy joven, su
impulso revolucionario arrancaba más de la convicción que del entusiasmo”106.
El año de 1914 es para Guzmán de gran actividad política y revolucionaria: en febrero forma
parte, por breve tiempo, del Estado
Mayor del general Álvaro Obregón; en marzo,
comisionado por Venustiano Carranza, se traslada a Ciudad Juárez, donde pasa a prestar sus
servicios a las órdenes del general Francisco Villa. El águila y la serpiente da cuenta de lo que para
Guzmán representó esta experiencia. En agosto es enviado por Villa a la ciudad de México
para asistir como representante de la División del Norte a la entrada de las tropas
104
Idem, pág. 46.
Idem, pág. 48.
106
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, Porrúa, México, 1987, pág. 99.
105
70
constitucionalistas; en septiembre, por órdenes de Carranza, Guzmán, junto con otros villistas,
es encerrado en la Penitenciaría del Distrito Federal y puesto en libertad por la Convención de
Aguascalientes, a donde se traslada.
En la Penitenciaría, aparte del forzado encierro, Guzmán y sus compañeros la pasan sin
penurias: “Fuera de la política, nuestra vida de reclusos no languidecía por falta de
distracciones. Lucio Blanco nos mandaba todas las tardes una banda militar. Los músicos
hacían rueda al pie de nuestros balcones y tocaban horas enteras las piezas que les
pedíamos”107; además, contaban con toda clase de comodidades, ya que el general Carlos
Plank, director de la Penitenciaría, era amigo de ellos y no los trataba como prisioneros sino
como huéspedes.
Una vez libre, y después de haber asistido a la Convención de Aguascalientes, llega a la ciudad
de México como consejero del general José Isabel Robles, secretario de Guerra y Marina
designado por el gobierno de la Convención.
En 1915, Guzmán decide expatriarse a causa de la lucha entre carrancistas, villistas y
convencionistas. Permanece en España poco más de un año. Escribe y publica La querella de
México. En 1916 sale de España para radicar en Nueva York. Dirige la revista mexicana El
Gráfico y colabora en Revista Universal, publicación neoyorkina en español. Regresa a México en
1919 y es nombrado jefe de la sección editorialista de El Heraldo de México.
En 1920 se embarca rumbo a San Diego, en compañía del general Iturbe. Al triunfar la
sublevación contra Carranza regresa a México, se reintegra a El Heraldo y publica A orillas del
Hudson. En diciembre es nombrado secretario particular de Alberto J. Pani, secretario de
Relaciones Exteriores del gobierno de Obregón.
En 1922 funda el diario vespertino El Mundo y es elegido diputado del sexto distrito de la
ciudad de México.
107
71
Ibídem, pág. 300.
Al designar Álvaro Obregón a Plutarco Elías Calles su sucesor a la Presidencia de la República,
Martín Luis Guzmán, como fundador del periódico El Mundo ⎯y posteriormente su director⎯
y en su calidad de diputado a la XXX Legislatura, abre una campaña en apoyo a Adolfo De la
Huerta. El conflicto, que se presenta públicamente como si fuera entre De la Huerta y Calles,
pero que significa, en última instancia, el enfrentamiento entre Obregón y De la Huerta, se
acentúa hacia finales de 1923.108
Alberto J. Pani, entonces secretario de Hacienda, amigo personal de Guzmán, le advierte a éste
que si no cambia de actitud política su vida peligra. Guzmán arregla con Pani su salida del país
y se conviene que el gobierno obregonista alquile El Mundo; de esta manera Guzmán y su
familia salen de la ciudad de México el 4 de diciembre y se dirigen hacia Nueva York, donde
viven con tranquilidad y desahogo económico. Pero el asunto no queda ahí; la familia decide
viajar a Italia y en México se desata una campaña de calumnias en la prensa en contra de
Guzmán. Se le acusa de que engañó a Pani en el traspaso de El Mundo y que se encuentra en
Italia para comprar armamentos destinados a la rebelión delahuertista.
Guzmán se defiende de estas acusaciones, pero vivirá exiliado los siguientes doce años, dos en
Nueva York y diez en España. Estos años son los más fecundos de su vida: en 1928 publica El
águila y la serpiente; en 1929, La sombra del caudillo; en 1931, Aventuras democráticas; en 1932, Mina el
mozo: héroe de Navarra; en 1933, Filadelfia, paraíso de conspiradores y otras historias noveladas. Fue
editor de varios periódicos españoles y se interesa por la política española. Es amigo personal
de Manuel Azaña.
Al romper Cárdenas con Calles y poco antes de estallar la guerra civil española, Guzmán
regresa a México en 1936. Continúa su incansable labor literaria: en 1938 publica El hombre y sus
armas, primera parte de las Memorias de Pancho Villa; en 1939, Campos de batalla, segunda parte de
las Memorias. En 1940 es nombrado individuo correspondiente de la Academia Mexicana de la
Lengua. Publica Panoramas políticos y La causa del pobre, tercera y cuarta partes de las Memorias de
Pancho Villa.
108
Fragmento de la entrevista realizada a Martín Luis Guzmán por Eduardo Blanquel el 16 de mayo de 1971.
Citado en Martín Luis Guzmán: Iconografía, selección de textos, prólogo y notas de Héctor Perea.
Investigación iconográfica y documental de Xavier Guzmán Urbiola, FCE, México, 1987, págs. 51 y 52.
72
Además se convierte en hombre de empresa, pues, junto con su amigo Rafael Jiménez Siles,
funda la empresa editorial y librería EDIAPSA, iniciadora de las Librerías de Cristal, así como
Empresas Editoriales S. A. y Compañía General de Ediciones S. A., las cuales dan vida al
mundo editorial en México.
Dedicado a su obra, que en su mayor parte tendrá como tema central a México con sus
conflictos políticos y su historia, recibe en 1958 el Premio Nacional de Literatura y al año
siguiente el Premio Manuel Ávila Camacho. Con estos estímulos, Guzmán decide publicar lo
que había quedado inédito o disperso de sus escritos y aparecen sus Obras completas en 1961.
Aún así, todavía publicará Febrero de 1913 y Crónica de mi destierro.
En 1969 es elegido senador, cargo que ejerce hasta el 31 de agosto de 1976. Muere el 22 de
diciembre de ese mismo año.
El águila y la serpiente
Dentro de la narrativa de la Revolución Mexicana, destaca la obra El águila y la serpiente de
Martín Luis Guzmán, por la excelente prosa y la capacidad crítica y analítica que se ejerce
frente a los hombres y acontecimientos. La preocupación del autor por descifrar la historia y
comprender los resortes del poder, lo llevan a indagar los móviles humanos y a profundizar en
sus motivaciones. Hay en Martín Luis Guzmán un observador de la realidad que se transmuta
en literatura donde se va ordenando el caos. La Revolución Mexicana fue un movimiento
complejo y contradictorio que acepta diferentes visiones, y la de Martín Luis Guzmán es la de
un intelectual objetivo que observó a los hombres involucrados en el conflicto revolucionario,
principalmente a aquellos a quienes les tocaba tomar decisiones y estar en el poder.
Mucho se ha discutido en qué género narrativo puede ubicarse El águila y la serpiente, aunque
algunos críticos afirman, junto con el autor, que es una novela; en todo caso, sería una novela
en la que tienen cabida la crónica, la biografía y la historia, así como algunos relatos que
aparecen tan redondos como los cuentos.
73
Así, El águila y la serpiente nos muestra hechos y personajes de la Revolución con una enorme
eficacia. La obra consta de dos partes: la primera, titulada “Esperanzas revolucionarias”, y la
segunda, “En la hora del triunfo”; ambas abarcan distintos episodios de la Revolución
ocurridos en el periodo de 1913 a 1915.
La obra se inicia con el viaje a los Estados Unidos que el autor narrador emprende para llegar
al norte de México y reunirse con las tropas revolucionarias.
Este viaje aparece como una aventura llena de peripecias en la que destaca el doctor Dussart y
la bella norteamericana que resulta ser una espía de Huerta. En realidad, toda la novela, que
tiene una cronología lineal, resulta de aventuras, las cuales vive el narrador con el entusiasmo
de quien está sumergido en los acontecimientos. Al narrador le toca conocer a distintas
personalidades importantes de la Revolución como son Carranza, Villa, Obregón, Eulalio
Gutiérrez, Lucio Blanco, entre otros y caracteriza a cada uno de ellos con su descripción física
y psicológica.
El retrato que hace de Villa es magistral, “cuya alma más que de hombre era de jaguar”.
Guzmán, observador acucioso e inteligente, nos introduce en los distintos ambientes en los
que conoce a los caudillos. A Carranza nos lo muestra como un autócrata que imponía sus
puntos de vista y su autoridad sobre todos los que lo rodeaban. Su figura le hace recordar a
Porfirio Díaz; con ironía señala que cada vez que Carranza iba a desayunar o a cenar, se tocaba
la marcha de honor, para que todos los habitantes del lugar se enteraran y regocijaran. A
Obregón no lo describe con rasgos más favorables: “Obregón no vivía sobre la tierra de las
sinceridades cotidianas sino sobre un tablado; no era un hombre en funciones sino un actor”.
Y más adelante nos dice: “Era en el sentido directo de la palabra, un farsante”. No en balde
Obregón va a ser el poder oculto de La sombra del caudillo; a Eulalio Gutiérrez, presidente
provisional de la Convención de Aguascalientes, lo considera valiente, sereno y astuto: “Eulalio
representaba el ideal del revolucionario mexicano que piensa en todo, menos en salvarse”.
Hay en Martín Luis Guzmán una obsesión por describir toda la atmósfera que rodea los
acontecimientos que le tocó vivir, o aquellos que le narran. Baste señalar la manera como rodea
de luz o de sombra los objetos y la naturaleza. Los trenes ⎯elemento inseparable de la
74
Revolución⎯ forman parte de la vida cotidiana y son un personaje indispensable en el medio;
Guzmán le dedica la atención que merece. Asimismo a la ciudad de México, al Ajusco, al
paisaje, a los edificios; sus descripciones son detalladas y no escapa a su visión el más mínimo
detalle.
En el pasaje “Los zapatistas en Palacio”, donde refiere de qué manera la elegancia de los
objetos es incompatible con los campesinos zapatistas, la figura ruda de Eufemio Zapata choca
con las escalinatas de Palacio; Guzmán dice que ese contraste simbolizaba los tiempos que se
estaban viviendo: “los simbolizaba por el contraste de su figura, no humilde, sino zafia, con el
refinamiento y la cultura de que la escalera era como un anuncio”.
A lo largo de El águila y la serpiente, Martín Luis Guzmán ejerce su conciencia crítica de lo que es
la Revolución. Su posición es la de un intelectual de la clase media que toma distancia y no se
compromete con ninguno de los bandos ⎯tal vez sólo con los de la Convención⎯, en aras de
un ideal difícilmente realizable en una época convulsionada por la guerra y las luchas por el
poder. Esto no es un impedimento para que El águila y la serpiente se ubique como uno de los
libros sobresalientes de la Revolución Mexicana, por su excelente prosa, que coloca a Martín
Luis Guzmán entre los mejores escritores que ha dado nuestro siglo.
75
PANCHO VILLA EN LA CRUZ109
Martín Luis Guzmán
No se dispersaba aún la Convención110, cuando ya la guerra había vuelto a encenderse. Es
decir, que los intereses conciliadores fracasaban en el orden práctico antes que en el teórico. Y
fracasaban, en fin de cuentas, porque eso era lo que en su mayor parte querían unos y otros. Si
había ejércitos y se tenían a la mano, ¿cómo resistir la urgencia tentadora de ponerlos a pelear?
Maclovio Herrera111, en Chihuahua, fue de los primeros en lanzarse de nuevo al campo,
desconociendo la autoridad de Villa.
⎯Orejón jijo de tal ⎯decía de él el jefe de la División del Norte⎯. Pero ¡si yo lo he hecho!
¡Pero si es mi hijo en las armas! ¿Cómo se atreve a abandonarme así este sordo traidor e
ingrato?
Y fue tanta su ira, que a los pocos días de rebelarse Herrera ya estaban acosándolo las
tropas que Villa mandaba a que lo atacasen. Los encuentros eran encarnizados112, terribles: de
villistas contra villistas, de huracán contra huracán. Quien no mataba, moría.
Una de aquellas mañanas fuimos Llorente y yo a visitar al guerrillero y lo encontramos tan
sombrío que de sólo mirarlo sentimos pánico. A mí el fulgor de sus ojos me reveló de pronto
que los hombres no pertenecemos a una especie única, sino a muchas, y que de especie a
especie hay, en el género humano, distancias infranqueables, mundos, irreductibles113 a común
109
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente.
La Convención de Aguascalientes se realizó del 10 de octubre al 13 de noviembre de 1914. Se acuerda
cesar a Carranza como Primer Jefe y a Villa como Jefe de la División del Norte. Nombra al general Eulalio
Gutiérrez presidente provisional.
111
Maclovio Herrera. General (1879-1915). Maderista combatió contra la sublevación de Pascual Orozco;
optó por el carrancismo.
112
encarnizados: batalla o riña muy porfiada y sangrienta.
113
irreductibles: que no se puede reducir.
110
76
término, capaces de predecir, si desde uno de ellos se penetra dentro del que se le opone, el
vértigo de lo otro. Fugaz como estremecimiento reflejo de Villa, el mareo del terror y del horror.
A nuestros «buenos días, general», respondió él con tono lúgubre:
⎯Buenos no, amiguitos, porque están sobrando muchos sombreros.
Yo no entendí bien el sentido de la frase, ni creo que Llorente tampoco. Pero mientras éste
guardaba el silencio de la verdadera sabiduría, yo, con inoportunidad estúpida, casi incitadora114
del crimen, dije:
⎯¿Están sobrando qué, general?
Él dio un paso hacia mí y me respondió con la lentitud contenida de quien reprime apenas
su rabia:
⎯Sobrando muchos sombreros, señor licenciado. ¿De cuándo acá no entiende usté el
lenguaje de los hombres? ¿O es que no sabe que por culpa del Orejón (¡jijo de tal, donde yo lo
agarre!...) mis muchachitos están matándose unos a otros? ¿Comprende ahora por qué sobran
muchos sombreros? ¿Hablo claro?
Yo me callé en seco.
Villa se paseaba en el saloncito del vagón al ritmo interior de su ira. Cada tres pasos
murmuraba entre dientes:
⎯Sordo jijo de tal... Sordo jijo de tal...
Varias veces nos miramos Llorente y yo, y luego, sin saber qué hacer ni qué decir, nos
sentamos ⎯nos sentamos el uno cerca del otro.
Afuera brillaba la mañana, sólo interrumpida en su perfecta unidad por los lejanos ruidos y
voces del campamento; en el coche, aparte el tremar115 del alma de Villa, no se oía sino el tictiqui del telégrafo.
Inclinado sobre su mesa, frente por frente de nosotros, el telegrafista trabajaba preciso en
sus movimientos, inexpresivo de rostro como la forma de sus aparatos.
Así pasaron varios minutos. Al fin de éstos el telegrafista, ocupado antes en transmitir, dijo,
volviéndose a su jefe:
⎯Parece que ya está aquí, mi general.
Y tomó el lápiz que tenía detrás de la oreja y se puso a escribir pausadamente.
114
115
77
incitadora: mover o estimular a uno para que ejecute una cosa.
tremar: temblar.
Entonces Villa se acercó a la mesita de los aparatos, con aire a un tiempo agitado y glacial116,
impaciente y tranquilo, vengativo y desdeñoso.
Interpuesto entre el telegrafista y nosotros, yo lo veía de perfil, medio inclinado el busto
hacia adelante. Le sobresalían de un lado, en la mancha oscura que hacía su silueta contra la luz
de las ventanillas, las curvas enérgicas de la quijada y del brazo doblado sobre el pecho, y del
lado de acá, al pie del ángulo poderoso que le bajaba desde el hombro, el trazo, corvo y
dinámico, de la culata de la pistola. Esa mañana no traía sombrero de ala ancha, sino salacot
gris, de verdes reverberaciones en los bordes. Prenda semejante, inexplicable siempre en su
cabeza, me pareció entonces más absurda que nunca. Cosa extraña: en lugar de quitarle
volumen, parecía dárselo. Visto de cerca y contra la claridad del día, su estatura aumentaba
enormemente; su cuerpo cerraba el paso a toda luz.
El telegrafista desprendió del bloque color de rosa la hoja en que había estado escribiendo y
entregó a Villa el mensaje. Él lo tomó, pero devolviéndolo al punto, dijo:
⎯Léamelo usté, amigo; pero léamelo bien, porque ora sí creo que la cosa va de veras.
Temblaban en su voz dejos de sombría emoción, dejos tan honda y terminantemente
amenazadores que pasaron luego a reflejarse en la voz del telegrafista. Este, separando con
cuidado las palabras, escandiendo117 las sílabas, leyó al principio con voz queda:
«Hónrome en comunicar a usted...»
Y después fue elevando el tono conforme progresaba la lectura.
El mensaje, lacónico y sangriento, era el parte de la derrota que acababan de infligir a
Maclovio Herrera las tropas que se le habían enfrentado.
Al oírlo Villa, su rostro pareció, por un instante, pasar de la sombra a la luz. Pero acto
seguido, al escuchar las frases finales, le llamearon otra vez los ojos y se le encendió la frente en
el fuego de su cólera máxima, de su ira arrolladora, descompuesta. Y era que el jefe de la
columna, tras de enumerar sus bajas en muertos y heridos, terminaba pidiendo instrucciones
sobre lo que debía hacer con ciento sesenta soldados de Herrera que se le habían entregado
«rindiendo las armas».
⎯¡Que ¿qué hace con ellos?! ⎯vociferaba Villa⎯. ¡Pues ¿qué ha de hacer sino fusilarlos?!
¡Vaya una pregunta! ¡Qué se me afigura que todos se me están maleando, hasta los mejores,
116
117
78
glacial: helado, muy frío.
escandiendo: medir el verso, contar el número de pie o de sílabas de que consta.
hasta los más leales y seguros! Y si no, ¿pa’ qué quiero yo estos generales que hacen boruca118
hasta con los traidores que caen en sus manos?
Todo lo cual decía sin dejar de ver al pobre telegrafista, a través de cuyas pupilas, y luego
por los alambres del telégrafo, Villa sentía quizá que su enojo llegaba al propio campo de
batalla donde los suyos yacían yertos119.
Volviéndose hacia nosotros, continuó:
⎯¿Qué les parece a ustedes, señores licenciados? ¡Preguntarme a mí que qué hace con los
prisioneros!
Pero Llorente y yo, mirándolo apenas, desviamos de él los ojos y los pusimos, sin chistar, en
la vaguedad del infinito.
Aquello era lo de menos para Villa. Tornando al telegrafista le ordenó por último:
⎯Ándele, amigo. Dígale pronto a ese tal por cual que no me ande gastando de oquis120 los
telégrafos; que fusile a los ciento sesenta prisioneros inmediatamente, y que si dentro de una
hora no me avisa que la orden está cumplida, voy allá yo mismo y lo fusilo, para que aprenda a
manejarse. ¿Me ha entendido bien?
⎯Sí, mi general.
Y el telegrafista se puso a escribir el mensaje para trasmitirlo.
Villa lo interrumpió a la primera palabra:
⎯¿Qué hace, pues, que no me obedece?
⎯Estoy redactando el mensaje, mi general.
⎯¡Qué redactando ni qué redactando! Usté nomás comunique lo que yo le digo y
sanseacabó. El tiempo no se hizo para perderlo en papeles.
Entonces el telegrafista colocó la mano derecha sobre el aparato trasmisor; empujó con el
dedo meñique la palanca anexa, y se puso a llamar:
«Tic-tic, tiqui; tic-tic, tiqui...»
Entre un rimero de papeles y el brazo de Villa veía yo los nudillos superiores de la mano del
telegrafista, pálidos y vibrantes bajo la contracción de los tendones al producir los suenecitos
homicidas. Villa no apartaba los ojos del movimiento que estaba trasmitiendo sus órdenes
118
boruca: escándalo.
yertos: aplícase al viviente que ha quedado rígido por el frío, y también al cadáver u otra cosa en que se
produce el mismo efecto.
120
oquis: lenguaje popular, de gratis.
119
79
doscientas leguas al norte, ni nosotros tampoco. Yo, no sé por qué necesidad ⎯estúpida como
las de los sueños⎯, trataba de adivinar el momento preciso en que las vibraciones de los dedos
deletrearan las palabras «fusile usted inmediatamente». Fue aquélla, durante cinco minutos, una
terrible obsesión que barrió de mi conciencia toda otra realidad inmediata, toda otra noción de
ser.
Cuando el telegrafista hubo acabado la trasmisión del mensaje, Villa, ya más tranquilo, se
fue a sentar en el sillón próximo al escritorio.
Allí se mantuvo quieto por breve rato. Luego se echó el salacot hacia atrás. Luego hundió
los dedos de la mano derecha entre los bermejos rizos de la frente y se rascó el cráneo, como
con ansia de querer matar una comezón interna, cerebral ⎯comezón del alma⎯, y después
volvió a quedarse quieto. Inmóviles nosotros, callados, lo veíamos.
Pasaron acaso diez minutos.
Súbitamente se volvió Villa hacia mí y me dijo:
⎯¿Y a usté qué le parece todo esto, amigo?
Dominado por el temor, dije vacilante:
⎯¿A mí, general?
⎯Sí, amiguito, a usté.
Entonces, acorralado, pero resuelto a usar el lenguaje de los hombres, respondí ambiguo:
⎯Pues que van a sobrar muchos sombreros, general.
⎯¡Bah! ¡A quién se lo dice! Pero no es eso lo que le pregunto, sino las consecuencias. ¿Cree
usté que esté bien, o mal, esto de la fusilada?
Llorente, más intrépido, se me adelantó:
⎯A mí, general ⎯dijo⎯, si he de serle franco, no me parece bien la orden.
Yo cerré los ojos. Estaba seguro de que Villa, levantándose del asiento, o sin levantarse
siquiera, iba a sacar la pistola para castigar tamaña reprobación de su conducta en algo que le
llegaba tanto al alma. Pero pasaron varios segundos, y al cabo de ellos sólo oí que Villa, desde
su sitio, preguntaba con voz cuya calma se oponía extrañamente a la tempestad de poco antes:
⎯A ver, a ver: dígame por qué no le parece bien mi orden.
80
Llorente estaba pálido hasta confundírsele la piel con la albura121 del cuello. Eso no
obstante, respondió con firmeza:
⎯Porque el parte122 dice, general, que los ciento sesenta hombres se rindieron.
⎯Sí. ¿Y qué?
⎯Que cogidos así, no se les debe matar.
⎯Y ¿por qué?
⎯Por eso mismo, general: porque se han rendido.
⎯¡Ah, qué amigo éste! ¡Pos sí que me cae en gracia! ¿Dónde le enseñaron esas cosas?
La vergüenza de mi silencio me abrumaba. No pude más. Intervine:
⎯Yo ⎯dije⎯ creo lo mismo, general. Me parece que Llorente tiene razón.
Villa nos abarcó a los dos en una sola mirada.
⎯Y ¿por qué le parece eso, amigo?
⎯Ya lo explicó Llorente: porque los hombres se rindieron.
⎯Y vuelvo a decirle: eso ¿qué?
El qué lo pronunciaba con acento de interrogación absoluta. Esta última vez, al decirlo,
reveló ya cierta inquietud que le hizo abrir más los ojos para envolvernos mejor en su mirada
desprovista de fijeza. De fuera a dentro sentía yo el peso de la mirada fría y cruel, y de dentro a
fuera, el impulso inexplicable donde se clavaban, como acicates, las visiones de remotos
fusilamientos en masa. Era urgente dar con una fórmula certera e inteligible. Intentándolo,
expliqué:
⎯El que se rinde, general, perdona por ese hecho la vida de otro, o de otros, puesto que
renuncia a morir matando. Y siendo así, el que acepta la rendición queda obligado a no
condenar a muerte.
Villa se detuvo entonces a contemplarme de hito en hito: el iris de sus ojos dejó de recorrer
la órbita de los párpados. Luego, de un brinco, se puso en pie para acercarse al telegrafista y
ordenarle, gritándole casi:
⎯Oiga, amigo; llame otra vez, llame otra vez...
El telegrafista obedeció:
121
albura: blancura perfecta.
parte: escrito, ordinariamente breve, que por el correo o por otro medio cualquiera se envía a una persona
para darle aviso o noticia urgente.
122
81
«Tic-tic, tiqui; tic-tic, tiqui...»
Pasaron unos cuantos segundos. Villa, sin esperar, interrogó impaciente:
⎯¿Le contestan?
⎯Todavía no, mi general.
⎯Llame más fuerte.
No podía el telegrafista llamar más fuerte ni más suave; pero se notó, en la contracción de
los dedos, que procuraba hacer más fina, más clara, más exacta la fisonomía de las letras. Hubo
un breve silencio, y a poco brotó de sobre la mesa, seco y lejanísimo, el tiqui-tiqui del aparato
receptor.
⎯Ya están respondiendo ⎯dijo el telegrafista.
⎯Bueno, amigo, bueno. Trasmita, pues, sin perder tiempo, lo que voy a decirle. Fíjese bien:
«Suspenda fusilamiento prisioneros hasta nueva orden. El general Francisco Villa.»
«Tic, tiqui; tic, tiqui...»
⎯¿Ya?
«Tic-tiqui, tiqui-tic...»
⎯... Ya, mi general.
⎯Ahora diga al telegrafista de allá que estoy aquí junto al aparato esperando la respuesta, y
que lo hago responsable de la menor tardanza.
«Tiqui, tiqui, tic-tic, tiqui-tic, tic...»
⎯¿Ya?
⎯... Ya, mi general.
El aparato receptor sonó:
«Tic, tiqui-tiqui, tic, tiqui...»
⎯...¿Qué dice?
⎯...Que va él mismo a entregar el telegrama y a traer la respuesta.
Los tres nos quedamos en pie junto a la mesa del telégrafo: Villa extrañamente inquieto;
Llorente y yo dominados, enervados123 por la ansiedad.
Pasaron diez minutos.
«Tic-tiqui, tic, tiqui-tic...»
123
82
enervados: con excesivo nerviosismo.
⎯¿Ya le responde?
⎯No es él, mi general. Llama otra oficina...
Villa sacó el reloj y preguntó:
⎯¿Cuánto tiempo hace que telegrafiamos la primera orden?
⎯Unos veinticinco minutos, mi general.
Volviéndose entonces hacia mí, me dijo Villa, no sé por qué a mí precisamente:
⎯¿Llegará a tiempo la contraorden? ¿Usté que cree?
⎯Espero que sí, general.
«Tic-tiqui-tic, tic...»
⎯¿Le responden, amigo?
⎯No, mi general, es otro.
Iba acentuándose por momentos, en la voz de Villa, una vibración que hasta entonces
nunca le había oído: armónicos, velados por la emoción, más hondos cada vez que él
preguntaba si los tiquis-tiquis eran respuesta a la contraorden. Tenía fijos los ojos en la barrita
del aparato receptor, y, en cuanto éste iniciaba el menor movimiento, decía, como si obrara
sobre él la electricidad de los alambres:
⎯¿Es él?
⎯No, mi general: habla otro.
Veinte minutos habían pasado desde el envío de la contraorden cuando el telegrafista
anunció al fin:
⎯Ahora está llamando⎯. Y cogió el lápiz.
«Tiqui-tic-tiqui, tiqui-tiqui...»
Villa se inclinó más sobre la mesa. Llorente, al contrario, pareció erguirse. Yo fui a situarme
junto al telegrafista para ir leyendo para mí lo que éste escribía.
«Tiqui-tic-tiqui, tiqui-tiqui...»
A la tercera línea, Villa no pudo dominar su impaciencia y me preguntó:
⎯¿Llegó a tiempo la contraorden?
Yo, sin apartar los ojos de lo que el telegrafista escribía, hice con la cabeza señales de que sí,
lo cual confirmé en seguida de palabra.
Villa sacó su pañuelo y se lo pasó por la frente para enjugarse el sudor.
83
Esa tarde comimos con él; pero durante todo el tiempo que pasamos juntos no volvió a
hablarse del suceso de la mañana. Sólo al despedirnos, ya bien entrada la noche, Villa nos dijo,
sin entrar en explicaciones:
⎯Y muchas gracias, amigos; muchas gracias por lo del telegrama, por lo de los prisioneros.
84
ACERCA DE “PANCHO VILLA EN LA CRUZ”
En “Pancho Villa en la cruz” encontramos un relato donde se puede observar lo imprevisible
de las reacciones de Villa. La sublevación de Maclovio Herrera, y el que los soldados villistas
estén peleando entre sí, lo llena de furia. En esta situación, una mañana van a visitarlo
Llorente124 y Guzmán. El narrador nos dice: “lo encontramos tan sombrío que de sólo mirarlo
sentimos pánico” (p.355).
Guzmán nos da una descripción de Villa que lo coloca como a alguien que se encuentra a gran
distancia de la normalidad dentro de la especie humana.
El relato se nos presenta con una estructura cerrada, ya que Villa acepta el consejo de sus
acompañantes y da la contraorden del fusilamiento en masa que había mandado a través del
telégrafo.
La narración es de personaje. Villa ocupa toda la atención y sus motivaciones y características
psicológicas llenan el relato.
El punto de vista está dado en primera persona: Guzmán es testigo de las reacciones de Villa y
las narra con sumo detalle. Así nos da una idea de las proporciones del guerrillero:
Interpuesto entre el telegrafista y nosotros, yo lo veía de perfil medio inclinado el busto hacia
delante [...] Esa mañana no traía sombrero de ala ancha, sino salacot gris, de verdes
reverberaciones en los bordes. Prenda semejante, inexplicable siempre en su cabeza, me pareció
entonces más absurda que nunca. Cosa extraña: en lugar de quitarle volumen, parecía dárselo.
124
Llorente, Enrique. Simpatizó con la causa constitucionalista, más tarde pasó al lado de la Convención. Fue
agente confidencial del Gobierno Convencionista en Washington. En 1923 se unió al movimiento
delahuertista en contra del gobierno del general Álvaro Obregón.
85
Visto de cerca y contra la claridad del día, su estatura aumentaba enormemente; su cuerpo
cerraba el paso a toda luz (p. 357).
El tema del relato es la capacidad que tiene Villa de escuchar consejos y de cambiar de opinión
ante las buenas razones de sus acompañantes.
Las ideas de la narración se nos dan a través de las actitudes de Villa. Primero, el que no
perdone la traición de Maclovio Herrera; segundo, que sin reflexionar, y lleno de ira, mande
fusilar a los ciento sesenta prisioneros que se rindieron. Tercero, su desconcierto al saber que
está violando las reglas del código de honor militar, y cuarto, su capacidad para retractarse ante
un error.
El tiempo objetivo es de aproximadamente dos horas en el ir y venir de los mensajes por
telégrafo. Villa se llena de inquietud al no recibir pronta respuesta a la contraorden que ha dado
del fusilamiento y se muestra impaciente ante la tardanza. Su angustia se hace evidente en sus
continuas preguntas al telegrafista sobre si le responden. Guzmán nos dice: “Iban
acentuándose por momentos en la voz de Villa, una vibración que hasta entonces nunca le
había oído: armónicos, velados por la emoción, más hondos cada vez que él preguntaba si los
tiquis-tiquis eran respuesta a la contraorden” (p. 363).
La época es el periodo de la Convención de Aguascalientes (1914) en el que difícilmente los
convencionistas logran ponerse de acuerdo y nombran como presidente provisional a Eulalio
Gutiérrez.
El ambiente físico es el vagón del tren en donde se encuentra el telégrafo. Un pequeño salón
en el cual destaca la presencia de Villa.
El ambiente moral o emotivo es de tensión. Los diversos cambios de emociones de Villa llenan
el relato. Contrastes que mantienen al lector en suspenso.
Los personajes son Villa, Llorente, Guzmán y el telegrafista. Villa es el personaje principal pues
en él se centra la acción; Guzmán y Llorente son personajes secundarios de suma importancia,
86
pues si no hubieran estado ellos con el guerrillero, seguramente se habría producido el
fusilamiento en masa. El telegrafista es un personaje ambiental.
El estilo de Guzmán es excelente: logra darnos una acuciosa descripción de Villa y de sus
reacciones. Su lenguaje es culto, adjetiva con precisión y logra crear una atmósfera de tensión y
suspenso que involucra al lector hasta el desenlace.
FUENTES
GUZMÁN, Martín Luis, El águila y la serpiente, Porrúa, México, 1987.
Martín Luis Guzmán. Iconografía, selección de textos, prólogo y notas de Héctor Perea,
investigación iconográfica y documental de Xavier Guzmán Urbiola, FCE, México, 1987.
87
RAFAEL F. MUÑOZ
María Eugenia Gaona
Nació el primero de mayo de 1899 en la Ciudad de Chihuahua. Su familia era de terratenientes
letrados y destacaron en sus funciones. Fueron propietarios de varios ranchos: El Pabellón,
Los Volcanes, La Casa Grande, donde el futuro escritor aprendió a andar a caballo, a
ejercitarse con armas de fuego y algunas bases de cómo cultivar la tierra.
Con el reparto agrario, los Muñoz perdieron sus propiedades: unas fueron confiscadas por los
agraristas, otras se malvendieron o se perdieron a causa de pleitos. Lo real fue que perdieron
todas sus posesiones, con lo cual quedó entre los Muñoz un resentimiento a los
procedimientos revolucionarios.
Rafael F. Muñoz hizo su primaria con los paulinos y en la escuela de la Sociedad Filomática de
Chihuahua, pero fue ante todo un autodidacta que devoraba libros en la biblioteca de su
abuelo. Hizo sus estudios secundarios en el Instituto Científico y Literario e inició los de
preparatoria allí mismo. Se hallaba en el segundo curso cuando la División del Norte ocupó
Chihuahua. Viajó a la capital de la República para seguir estudiando, pero el cuartelazo de
Huerta le obligó a regresar a su tierra. En Chihuahua empezó la carrera de periodista en el
diario Vista Nueva.
En 1916 por causas políticas emigró a los Estados Unidos, allí se dedicó a realizar humildes
faenas agrícolas.
Volvió a México en 1920 y continuó su labor periodística. Entró en la redacción de El
Universal. En 1921 fundó El Universal Gráfico donde aparecieron sus primeros cuentos cortos.
88
Por ese tiempo sirvió a Obregón como secretario, y durante el gobierno del licenciado Portes
Gil llegó a ser director de El Nacional.
Se casó en 1929 con Dolores Buckinham con quien tuvo dos hijos, Rafael y Eleonora. Su
actividad literaria empieza en 1923 con Memorias de Pancho Villa, que son una continuación de
las empezadas por el doctor Ramón Puente. En 1955 Populibros La Prensa editó cien mil
ejemplares cambiando sólo el título: Pancho Villa, rayo y azote.
En 1928 Muñoz comenzó a publicar en El Universal Gráfico sus primeros cuentos cortos, el
primero de ellos fue “El feroz cabecilla” y preparó una selección de sus mejores cuentos bajo
el título de El feroz cabecilla. Cuentos de la Revolución en el Norte.
En 1930 dio a la imprenta El hombre malo y otros cuentos; en 1931, en Madrid, se imprimió su
primera novela ¡Vámonos con Pancho Villa!, en 1933 Botas publicó Si me han de matar mañana.
Muñoz escribió también la biografía Santa Anna, de la cual se han hecho cuatro ediciones, dos
de ellas mutiladas en Espasa-Calpe de Madrid en 1936 y 1937; Botas editó en México el texto
completo en 1938.
Se llevaron el cañón para Bachimba es su segunda y última novela publicada en 1941. El último
libro de Muñoz se titula Obras incompletas, dispersas o rechazadas, de la editorial Oasis, México,
1967.
Entre sus propósitos estaba escribir un libro singular que se apartaba del tema revolucionario:
Yo, y el mar; llevaba preparadas 2,600 fichas y el prólogo.
En la entrevista que Emmanuel Carballo le dedica, Muñoz dice que es partidario de que los
textos se publiquen tal como fueron escritos: “El retoque es grotesco, revela insinceridad”; más
adelante añade: “Los cuentos son, quizá, mi obra más fresca, menos elaborada, no tuvieron
preparación alguna, ni modelos, ni moldes, ni retoques. Son la naturalidad. Cuando algunos
89
dicen despectivamente, que soy historiador, en mi fuero interno me conformo con ser firme
cuentista”.125
Muñoz reconoce que en su literatura influyó el periodismo, con sus vicios y virtudes. Además
ocupó varios cargos en la administración pública. En 1943, Jaime Torres Bodet, titular de la
Secretaría de Educación Pública, lo nombró jefe de publicidad y propaganda. En 1946 pasó
con la misma categoría a la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Era un hombre sencillo que disfrutaba de la amistad, no le preocupó demasiado el dinero,
aunque le gustaba la buena mesa, las diversiones y los viajes.
Muñoz murió el 27 de julio de 1972 cuando estaba preparando su discurso para ingresar a la
Academia de la Lengua.
125
Emmanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana, Ediciones El Ermitaño - SEP, México, 1986
(Lecturas Mexicanas, Segunda serie, # 48), pp. 342-343.
90
Oro, caballo y hombre
Rafael F. Muñoz
COMO EN CASAS GRANDES TERMINABA LA LÍNEA FÉRREA, LOS VILLISTAS QUE SE
DIRIGÍAN RUMBO A SONORA BAJARON DE LOS TRENES, ECHANDO FUERA DE LAS JAULAS
LA FLACA CABALLADA Y DESPUÉS DE ENSILLAR EMPRENDIERON LA CAMINATA HACIA EL
CAÑÓN DEL PÚLPITO.
La llanura estaba oculta bajo una espesa costra de nieve endurecida que crujía a la presión
de las herradas pezuñas de los animales; a veces, éstos resbalaban y caían sobre el húmedo
colchón, blanco e interminable; los jinetes se levantaban sacudiéndose y si la bestia había
quedado tirada en el fango helado, con las manos le cerraban la nariz y el hocico para que en
un supremo esfuerzo por libertarse y respirar, el animal volviera a ponerse sobre sus cuatro
patas.
¡Qué poco amiga del hombre es la tierra nevada, agradable solamente en las pinturas
alegóricas126 de Nochebuena! No se ve el terreno que se pisa; los pedruzcos del camino apenas
hacen una levísima ondulación en la cáscara de confeti cristalizado a bajo cero. Los peatones
dan traspiés y tocan el suelo con rodillas y manos; las armas se hunden en la nieve, se moja el
costal con pinole127 que tenía que servir de alimento por toda la semana, entran esquirlas de
hielo128 por todas las aberturas de la ropa. ¡Y hay que soltar algunas maldiciones para calentarse!
Luego, no se encuentra leña seca para hacer una lumbrada, ni piedra limpia para sentarse a
descansar un rato; aun bajo los pinos, cedros y encinos de copas anchísimas, hay nieve, no
queda sitio para tender una manta y acostarse. Aun cuando la tormenta haya cesado, el viento
hace caer los copos detenidos en las ramas y bajo los árboles siempre está nevando. El deshielo
es cruel, aún más que la tempestad: hace más frío y casi siempre más viento que levanta la
126
pinturas alegóricas: pinturas de ficción en las cuales una cosa representa o significa otra diferente.
pinole: harina o polvo de maíz tostado, propio para beberse batido con agua, frío o caliente, solo o
mezclado con azúcar.
128
esquirlas de hielo: astillas de hielo.
127
91
punta de las bufandas, el vuelo de los capotes, la vuelta de las pelerinas129 y se cuela a través de
las ropas hasta el pellejo.
⎯¡No hay que rajarse, muchachos! ¡Síganle, que ya verán cómo pa’ delante está pior...!
Y los deshilachados restos de la fastuosa División del Norte, los poquísimos que no se
habían “rajado” después de los combates de Celaya, echaban “pa’ delante, a buscar lo pior”,
con movimiento de hombros que decía “¿Qué más da?” y una contracción de labios que era
desdén para la vida y reto a la muerte.
Frente a Casas Grandes, a poco trotar, hay una laguna extensa, pero poco profunda, casi
una charca donde el viento no hace oleajes, rizando apenas la superficie pantanosa, que semeja
un cristal ahumado, porque bajo un metro de agua, el barro negro y arrugado da la idea de la
piel de una gran bestia que estuviera dormitando dentro de la laguna. En algunas partes, donde
el agua era menos, el bajo cero había puesto a la ciénega un cascarón de hielo.
El grueso de la columna se desvió prefiriendo hacer un gran rodeo por tierra firme, que
atravesar la sospechosa calma de las aguas oscuras. Pero un grupo de villistas, seis o siete, bien
montados en caballos de alzada, con gruesas mitazas130 que les cubrían hasta la mitad del
muslo, y ropas de invierno entre las que no faltaban los característicos sweater rojos, se
decidieron a marchar en línea recta a través de la charca.
A la cabeza del grupo iba un hombre alto, con el sombrero texano arriscado131 en punta sobre
la frente, tal como lo usan los ferrocarrileros, “los del riel”. Rostro oscuro completamente
afeitado, cabellos que eran casi cerdas, lacios, rígidos, negros: boca de perro de presa, manos
poderosas, torso erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los flancos del caballo
como si fueran garra de águila. Aquel hombre se llamaba Rodolfo Fierro; había sido
ferrocarrilero y después fue bandido, dedo meñique del Jefe de la División del Norte, asesino
brutal e implacable, de pistola certera y dedo índice que no se cansó nunca de tirar del gatillo.
⎯Los caballos andan mejor en el agua que en la nieve ⎯dijo y metió espuelas. El animal
dio un gran salto, penetró en la laguna levantando un abanico de agua con cada pata, siguió
adelante braceando a un metro de alto y chapoteando con regocijado estrépito.
129
pelerinas: capa militar de gala.
mitazas: calzoneras anchas.
131
arriscado: vuelto hacia arriba.
130
92
⎯Éste es el camino para los hombres que sean hombres, y que traigan caballos que sean
caballos...¡Adelante!
Los otros le siguieron, haciendo ruidos de cascada.
Fierro iba cargado de oro. Monedas americanas de veinte dólares, conocidas por “ojos de
buey”, inflaban un cinturón de los llamados “de víbora” que el bandolero llevaba apretado
poco más abajo que la canana de la pistola; oro en los bolsillos abultados del pantalón, oro en
el pliegue que hacía la camisola al voltearse sobre el cinturón ajustado... oro en las cantinas de
la silla de montar, hinchadas hasta el máximo... oro en bolsas de lona colgadas de la cabeza de
la montura... Una coraza de oro, un blindaje132 de oro...¡Kilos de oro!
Cuando caminaba en tierra firme, el caballo parecía no sentir sobre su lomo al hombre
enorme, parecía no llevar encima aquel tremendo cargamento: braceaba como un trotón inglés
de paseo, levantando las pezuñas delanteras a la altura del pecho.
Pero a cien metros, a ciento cincuenta, a doscientos metros de la orilla de la laguna, el
caballo fuese fatigando de no encontrar tierra firme bajo sus herraduras, de meter los cascos en
un lodazal negro, espeso, congelado. Y aun cuando el nivel del agua no le llegaba al vientre, ya
no sacaba las pezuñas al aire; seguía caminando firme, pero lento, recto pero fatigado,
resoplando como locomotora. De sus narices abiertas, dos grandes agujeros negros, salían
chorros de un vaho espeso. Las orejas enhiestas parecían percibir una misteriosa señal de
peligro que partiera de las aguas, agitadas en los círculos concéntricos que iban borrándose en
la distancia.
⎯Mi general, está el terreno muy pesado para los caballos ⎯aventuró a decir uno de los
acompañantes⎯ mejor es que nos devuélvanos y denos la vuelta por la orillita...
⎯¡Qué devuélvanos ni qué el demonio...! ¡Me canso de pasar este tal por cual charco! El
que tenga miedo, que se raje y dé media vuelta... no se vaya a dar un baño...
Y dio otro apretón de pies en el vientre del caballo. Las puntas de las espuelas hirieron la
piel, abriendo dos hilillos de sangre, y el animal se levantó sobre las patas traseras, quedando
casi vertical. Fierro se apoyó en la teja de la silla, pegó la cabeza al cuello del animal, y con el
puño cerrado dióle un golpe entre las dos orejas.
⎯¡Mula, mal nacida!
132
93
blindaje: planchas metálicas que sirven para proteger contra las balas, el fuego, etc.
El caballo volvió a caer sobre sus cuatro patas y se vio entonces que el agua le llegaba al
vientre. Los pies del hombre, prendidos a los ijares133 con los hierros implacables, quedaron
dentro del agua enturbiada por el pataleo.
⎯¡Cuidado, mi general! ¡El caballo se está hundiendo!
⎯Pos va a salir a puritito pulmón...
⎯No lo menee mucho, porque se le atasca...
⎯¡Vete a dar consejos a las viejas! ¡Yo sé lo que hago!
Fuese desarrollando una lucha tremenda: el caballo contra el fango y el hombre contra el
caballo. Los demás jinetes no se atrevían a acercarse y habían formado un semicírculo a cinco o
seis metros de distancia. El animal resollaba desesperadamente y en vigorosos movimientos
lograba levantar una mano y sacarla del agua, tirando luego un golpe terrible hacia abajo; pero
no encontraba resistencia en el barro y cada vez el impulso de sus músculos poderosos que
levantaban las manos era menos eficaz. Se fue hundiendo de la parte trasera y pronto quedó la
cola dentro del agua, agitándose violentamente como si fuera un remo cubierto de cerdas.
El jinete golpeaba al animal con ambos puños, dejando la rienda suelta sobre la silla
gritando los más duros insultos y acicateándolo furiosamente en la barriga. Ya se veían en el
agua revuelta, espesa de lodo, tonos rojizos de la sangre del caballo que manaba por los ijares.
⎯Mejor bájese, mi general... yo le presto mi penco134...
⎯Préstaselo a tu abuela, que lo necesita más que yo...
Llegó el momento en que el animal no pudo desprender las manos del lodo. Debía tenerlo
ya más arriba de la rodilla, porque el agua le llegaba hasta la mitad del cuerpo. Quedó un
instante inmóvil, dando unos bufidos que parecían respuesta a los insultos que le seguía
diciendo Fierro. Y entonces fue cuando éste pensó en desmontar: volvióse hacia las cantinas
de la montura, ya al nivel del agua, y sacó sendas bolsas de oro; tomó los dos costales
amarrados a la cabeza de la silla y echándoselos en el brazo izquierdo levantó la pierna derecha
sobre el lomo del animal y la sumergió en el agua tratando de tocar fondo; pero el pie se le
hundió en el barro que parecía mantequilla, y él quedóse prendido de la cabeza de la silla, con
la pierna izquierda doblada sobre el estribo135.
133
ijares: cualquiera de las dos cavidades simétricamente colocadas entre las costillas falsas y los huesos de
las caderas.
134
penco: caballo, en lenguaje popular.
135
estribo: pieza de metal, madera o cuero en que el jinete apoya el pie.
94
Sintió miedo, un miedo espantoso de quedarse ahí para siempre, con su caballo y con su
oro; volvió los ojos hacia sus hombres con una inmensa angustia. Todos estaban muy lejos
para tenderle la mano y se habían quedado inmóviles por temor a correr la misma suerte que
él. Y los demás de la columna, muy lejos, a la orilla de la laguna tersa y oscura como un espejo
ahumado, continuaban su marcha a rastras sobre la nieve, preocupado cada uno de ellos por su
propia marcha, mirando hacia abajo para evitar los preduzcos y los hoyancos y sin dirigir una
ojeada al grupo que se había atrevido a pasar en línea recta el manto de agua.
⎯¡Epa! ¡Imbéciles! A ver si hacen algo... ¿O qué, piensan dejarme aquí atascado136 en el
zoquete?137 ¡Búiganse138, démen un jalón!
Pero aquellos hombres no se movieron. En varios metros alrededor del caballo que se
sumergía y del jinete pálido por la angustia, el cieno estaba removido por los desesperados
esfuerzos que hacía el animal para escapar del peligro y quien se hubiera atrevido a avanzar en
esa zona, cayera también prisionero del fango movedizo y profundo. Así, los demás jinetes se
limitaron a dar consejos.
⎯No se mueva mucho...
⎯Párese arriba de la silla...
⎯Tire todo el peso que traiga encima...
⎯Procure venirse a nado...
Uno sacó la pistola y para avisar a la lejana columna del peligro en que Fierro se encontraba,
disparó al aire los seis cartuchos del cilindro. Inmediatamente se vio que la tropa en marcha se
detuvo y acercóse a la orilla de la laguna. Con sus prismáticos, los jefes vieron que un caballo
estaba sumergiéndose en las aguas y que un hombre intentaba escapar de un trance de muerte.
Varios jinetes trataron de ir al socorro y avanzaron sus caballos quebrando el hielo de la
superficie, mas a poco andar vieron que también para ellos había peligro, y se regresaron.
En el centro de la charca, el caballo seguía pataleando y agitándose en el barro. Pronto
quedó la montura bajo las aguas, y el animal no sacó ya sino el cuello y la cabeza mantenida en
alto.
Fierro estaba de rodillas sobre la silla, pálido, con los ojos desorbitados por el espanto. En
el brazo izquierdo sostenía aún cuatro bolsas repletas de oro.
136
atascado: quedarse detenido en un pantano o barrizal de donde no se puede salir sino con gran dificultad.
zoquete: lugar donde abunda el lodo o zoquete (Sonora).
138
búiganse: muévanse, en lenguaje popular.
137
95
⎯Una reata... ¡Echenme una reata! Le doy una bolsa a cada uno que me ayude a salir...
Algo por compasión y mucho por interés de la oferta, los villistas del grupo echaron mano a
los lazos amarrados en sus monturas y comenzaron a agitarlos en grandes círculos sobre sus
cabezas. El caballo acabó de sumergirse, soplando un bufido que alborotó las aguas; sus
pulmones potentes todavía echaron un chorro de burbujas que reventaron en pompas de
fango. El hombre había quedado en pie sobre la silla, sin sombrero, con los costales apretados
al pecho, salpicado de lodo de arriba abajo, pesadas las piernas por la costra que lo cubría hasta
la cintura.
⎯Pronto... pronto... el caballo ya se fue al diablo...
Las reatas partieron simultáneamente con un uniforme silbido, pero fuera por mal cálculo o
porque los lazadores tuvieran pocas ganas de verse envueltos en el peligro, todas quedaron
cortas y Fierro, sin soltar el oro, intentó alcanzarlas alargando el brazo derecho. Este
movimiento lo hizo perder el equilibrio y cayó al agua. A poco emergió enteramente cubierto
de lodo, agitando los brazos, ya libres del pesado cargamento. Su figura casi había perdido la
apariencia humana. Quiso decir algo, y medio ahogado por el cieno que le había penetrado en
la boca, sólo lanzó un alarido gutural como de un orangután en la selva. Instantes después
comenzó a hundirse despacio; bajó los brazos y quedó con la cabeza de fuera, nada más,
gritando.
Los villistas recogieron rápidamente sus reatas y volvieron a tirarlas, pero nuevamente
quedaron cortas. Pronto la cabeza quedó a ras de agua y luego se hundió. Surgieron los brazos
levantando la “víbora” hinchada de oro, en una última oferta por la salvación. Luego todo
desapareció bajo las aguas, que volvieron a quedar como un vidrio ahumado, sin oleaje, apenas
rizadas por el viento.
Muy despacio, con toda clase de precauciones, los testigos de la tragedia fueron saliendo
hacia la orilla. Un oficial japonés que iba entre los villistas, se devolvió a Casas Grandes para
buscar una lancha y salir a bucear en la laguna en un intento para rescatar el cuerpo.
La columna continuó su marcha en la nieve, y al ponerse el sol acampó en un bosque.
Tronchando139 ramas de pinos y cedros los villistas medio barrieron la nieve en algunos trechos
bajo los árboles más grandes, y se acostaron a descansar.
⎯¡Lástima de oro!
139
96
tronchando: partiendo o rompiendo sin herramientas un vegetal por su tronco, tallo o ramas principales.
Otros:
⎯¡Lástima de caballo!
Y ninguno lamentó la desaparición del hombre.
97
ACERCA DE “ORO, CABALLO Y HOMBRE”
En 1933, Rafael F. Muñoz publicó en Ediciones Botas, Si me han de matar mañana, libro de
cuentos donde aparece “Oro, caballo y hombre”. En este cuento, nos encontramos a un grupo
de soldados derrotados de la División del Norte que van rumbo a Sonora, con sus caballos en
la llanura nevada, dando traspiés y recibiendo todas las inclemencias del deshielo. La marcha es
fatigosa, a duras penas pueden caminar por el terreno, caen y se levantan sintiendo la helada
que se cuela por todos los intersticios de su vestimenta.
Su valentía se deja sentir al grito: “¡No hay que rajarse, muchachos! ¡Síganle que ya verán cómo
pa’ delante está pior...!” (p.234) Y los hombres siguieron para adelante con un gesto en el que
no importan la vida o la muerte.
Se topan con una laguna que la mayor parte de los hombres prefiere rodear, sólo un grupo
bien pertrechado y con buenos caballos se decide a atravesar la charca. Lo comanda Rodolfo
Fierro, “dedo meñique de Villa”, quien con su espléndido caballo se adelanta a todos echando
bravatas; pero a medida que avanza, su caballo se ve atascado por el fango del fondo.
Lentamente, por más que Fierro lo golpeé, el caballo se hunde y Fierro que va cargado de oro
“sintió miedo, un miedo espantoso de quedarse ahí para siempre, con su caballo y su oro” (p.
238).
Cargado con su oro, Fierro ofrece a sus hombres, que lo ven a la distancia, una bolsa repleta al
que lo ayude a salir. Los hombres empiezan a silbar las reatas, pero todas quedan cortas y
Fierro, sin soltar el oro, intenta alcanzarlas. Pierde pie, cae al agua y empieza a gritar cuando
emerge todo cubierto de lodo. Los villistas tratan de hacer un nuevo intento por salvarlo y
lanzan sus reatas que vuelven a quedar cortas. Lo único que ven es la “víbora” repleta de oro,
como desesperada oferta; después, todo desaparece y las aguas permanecen tranquilas.
98
Muy despacio los hombres que se metieron a la laguna van saliendo hacia la orilla. Los
soldados continúan su marcha en el terreno escabroso y al ponerse el sol acampan en un
bosque. El cuento termina con comentarios de los hombres que lamentan la pérdida del
caballo y del oro, “y ninguno lamentó la desaparición del hombre”, nos dice el narrador.
La estructura del cuento es cerrada dado que conocemos el fin de Fierro, quien se ahoga en la
laguna. El punto de vista está dado en tercera persona, el narrador nos relata todos los
acontecimientos.
El tema es la avaricia, pues Fierro antes de deshacerse de su oro se hunde con todo y su
caballo en la laguna. Las ideas más evidentes dadas en el relato son las consecuencias que tiene
la imprudencia que Fierro disfraza de valor y arrojo.
Otra idea es la de la entereza de los soldados que siguen adelante y no se arredran ante las
condiciones hostiles de la naturaleza. También hay que anotar que la brutalidad de Fierro
genera la poca estima que sienten los soldados por éste, pues al final nadie lamenta su muerte.
Los acontecimientos ocurren durante la Revolución Mexicana, en 1915, después de que los
villistas fueron derrotados por Álvaro Obregón en la batalla de Celaya.
El lapso en que transcurre la acción es de unas cuantas horas. El tiempo que se requiere para
que los hombres continúen su marcha en Casas Grandes, y Fierro y unos siete compañeros
cometan la imprudencia de querer acortar el camino atravesando la laguna. El clímax de la
narración está dado en los esfuerzos que hacen el caballo y Fierro para desatorarse del fango de
la ciénaga y su final hundimiento.
La narración termina con el ocaso del día, cuando los soldados se disponen a descansar. El
ambiente físico está magistralmente descrito y abundan las referencias a la hostilidad de las
tierras en deshielo. “El deshielo es cruel, aún más que la tempestad: hace más frío y casi
siempre más viento, que levanta la punta de las bufandas, el vuelo de los capotes, la vuelta de
las pelerinas y se cuela a través de las ropas hasta el pellejo” (p. 234).
99
El relato es esencialmente descriptivo. El retrato que se nos hace de Fierro nos da una idea
cabal del hombre. Se hace énfasis en el cargamento de oro que lleva Fierro con la constante
repetición “...oro en las cantinas de la silla de montar, hinchadas hasta el máximo... oro en
bolsas de lona colgadas de la cabeza de la montura... Una coraza de oro, un blindaje de oro...
¡Kilos de oro!” (p. 236)
El caballo es también objeto de atención del narrador y se nos presenta como un magnífico
ejemplar que aguanta el peso de Fierro y del oro que éste lleva por todos lados. La escena en
que el caballo está tratando de salir del fango es impresionante por sus detalles, así como el
trágico final de Fierro que nos sorprende por su realismo.
Si bien la masa anónima de los soldados juega un papel importante en el relato, Fierro es el
personaje principal del mismo, pues es el que, forrado de oro, se aventura a atravesar la laguna.
Unos cuantos compañeros lo siguen, que son los que inútilmente tratan de salvarlo.
Estos compañeros son personajes secundarios que aparecen brevemente en el cuento. Como
es de suponer, no sabemos nada de la vida interior de ellos; sin embargo, sí vemos a Fierro
como hombre de acción, que entra a la laguna con decisión y se niega a salir de ella a pesar de
las recomendaciones de sus compañeros.
Fierro es descrito como un hombre primitivo lleno de crueldad, que hace alarde de su valentía
y que aun para pedir que le salven la vida llama “imbéciles” a los que le pueden ayudar. Sin
embargo, siente miedo por su vida y no logra escapar de una muerte trágica.
El estilo de Muñoz en “Oro, caballo y hombre” es claro y preciso, usa un lenguaje sencillo,
aunque los diálogos emplean el habla popular con algunos regionalismos. Abundan las
descripciones detalladas pero, desde luego, lo que destaca es la acción que comprende todo el
episodio de la muerte de Fierro. Muñoz, con extraordinaria habilidad, nos lo presenta con
realismo y verosimilitud.
100
FUENTES
ANTOLÍN Monge, Francisco, La narrativa de Rafael F. Muñoz, tesis de maestría en la UNAM,
Facultad de Filosofía y Letras, Escuela para Extranjeros, México, 1975.
CARBALLO, Emmanuel, Protagonistas de la literatura mexicana, Ediciones El Ermitaño/SEP,
México, 1986 (Lecturas mexicanas, Segunda serie # 48).
MORTON, F. Rand, Los novelistas de la Revolución Mexicana, Cvltvra, México, 1949.
MUÑOZ, Rafael F., Relatos de la Revolución, Antología, Selección y prólogo Salvador Reyes
Nevares, SEP, México, 1974 (SEP Setentas Núm. 151).
MUÑOZ, Rafael F., Relatos de la Revolución, Cuentos completos, Enlace/Grijalbo, México, 1985
(Prólogo de Felipe Garrido).
101
INDIGENISMO
MARÍA DEL CARMEN BERMEJO∗
El indio como tema literario o la expresión de su propia visión del mundo en la literatura
mexicana resulta ser un tema de gran interés. De la literatura indígena anterior a la llegada de
los españoles se conservan pocos pero valiosos vestigios. El hombre natural de América fue
motivo de maravilla para los cronistas. Predominó, en términos generales, la visión del “buen
salvaje”. Fray Bartolomé de las Casas, Motolinia, Bernardino de Sahagún tradujeron y
transcribieron himnos religiosos, poesías líricas y poemas sacros. Para algunos frailes los indios
fueron criaturas racionales y libres, susceptibles de cristianizarse; en sus obras se retrata a los
indios como seres organizados, inteligentes, veneradores de sus tradiciones y de gran dignidad.
Algunos otros menospreciaron al indio declarando su inferioridad de cuerpo y alma;
denunciaron lo que ellos interpretaron como vicios, idolatría y dudaron de su naturaleza
humana. Recordemos a Bernal Díaz del Castillo, Cieza de León, Hernán Cortés.
Los prejuicios étnicos de la sociedad novohispana no permiten la libre expresión de los
indígenas, pero tampoco son de gran interés para los escritores criollos de este periodo, salvo
algunos personajes secundarios en el teatro de Sor Juana. La temática del pasado indígena y la
conquista de América siguió viviendo en los historiadores y cronistas del siglo XVIII; Boturini,
Clavijero, entre otros.
En el revolucionario siglo
XIX,
la figura del indígena prehispánico es proclamada como
símbolo de libertad nacionalista. El exotismo romántico idealizaba al indio, haciéndolo
poseedor de virtudes cívicas y morales en un tono heroico que no tiene nada que ver con la
problemática del indígena que, bajo las leyes de Reforma, pierde la protección de la propiedad
comunal y el apoyo de la obra humanitaria del clero. En general, en la novela realista, el
∗
María del Carmen Bermejo es profesora y actualmente Secretaria General del CEPE
102
indígena como personaje ocupa el último lugar, el de los más pobres e ignorantes, sujeto de
burla y diversión por sus costumbres contrastantes con el modelo europeo. Para los
modernistas, el indio representó una fuente de exotismo y un símbolo de universalidad que
expresa las raíces auténticas de América.
En la literatura hispanoamericana de fines del siglo XIX se observa un cambio de actitud frente
al problema indígena. En México, no es sino después del periodo revolucionario cuando se
reivindica a las masas indígenas, no sólo como fuente de inspiración o simpatía, sino para
integrarlos a la vida nacional. El indio aparece como motivo de protesta social, económica y
política que ha servido como fuente de inspiración, como símbolo de autenticidad nacional o
como emblema de aspiraciones igualitarias.
A partir de ese momento se han distinguido dos tendencias para abordar el tema del indio en
nuestra literatura: indianismo e indigenismo. En el primer rubro están todas las novelas en las
cuales los indios y sus tradiciones están presentados con simpatía. Van desde una mera
emoción exotista hasta matices religiosos, patrióticos o solamente sentimentales”140. El
indigenismo ⎯o neoindianismo⎯ presenta un exaltado sentimiento de reivindicación social
por el indio del siglo XX, tal cual es, sin idealizarlo, y se interesa por la problemática indígena
en su momento histórico.
El indigenismo no sólo es un movimiento de expresión literaria, también incluye una
concepción ideológica y artística, política y social, que considera al indio en el contexto de la
problemática nacional.
Según Luis Villoro141 el proceso intelectual que caracteriza al indigenismo puede dividirse en
tres etapas. Primero, los indigenistas intentan recuperar el universo indio para integrarlo al
mundo moderno. Después tratan de reconocerse en ese universo para identificar lazos
comunes. Por último, tras haberlo recuperado y reconocido como parte esencial de sí mismos,
se esfuerzan en restituirle todo su esplendor, lo cual implica una oposición a la cultura
140
Concha Meléndez, “La novela indianista en Hispanoamérica, 1832-1889”, imprenta de la librería y casa
Editorial Hernando, Madrid, 1934, pág. 9 en César Rodríguez Chicharro, La novela indigenista mexicana,
Universidad Veracruzana, Xalapa, 1988, pág. 11.
141
Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo, Ediciones de la Casa Chata, México, 1979.
103
occidental, de la que, sin embargo, el indigenismo es una manifestación. Es por ello que la
fuerza del indigenismo no reside en la persistencia de patrones culturales indígenas: depende de
la significación simbólica que esos valores puedan adquirir en nuestra sociedad.
El indigenismo es un movimiento progresista que no considera el porvenir como un regreso al
pasado precolombino. Intenta buscar las raíces culturales para construir una identidad como
nación, la cual integre la raíz indígena al ordenamiento de la sociedad actual. Más que una
teoría es una tendencia más o menos definida que se proyecta hacia varias disciplinas: pintura,
escultura, música, literatura.
Es difícil acotar estrictamente los límites de las obras indigenistas puesto que no hay una teoría
conceptualmente formulada:
En unos se manifiesta en un esqueleto conceptual y en una ideología dirigida principalmente a
los problemas sociales y antropológicos; en otros se orientará más bien hacia una recreación
histórica y poética. Las facetas serán varias, pero en todas encontraremos el mismo amor al
indígena, el mismo desvelo por su problema; unidos están por ese amor, por más separados
que permanezcan en otros aspectos teóricos. Todos ellos participan, quizá en parte de modo
inconsciente, de una actitud vital similar hacia el indígena, de una perspectiva común ante él
que los unifica y sitúa históricamente. 142
En esta selección de textos dedicada a la producción literaria indigenista en el siglo
XX
se ha
elegido a varios autores que comparten esta preocupación por la problemática del indio en sus
diferentes dimensiones. Se ha tratado de incluir en este apartado un muestreo de algunas
tendencias de autores indigenistas del siglo XX en México.
Desde un punto de vista indianista incluimos a Antonio Mediz Bolio con la leyenda “Este es el
libro de Uxmal y del Rey Enano” por su valor testimonial de la sabiduría de transmisión oral que
se conservó durante milenios en la cultura maya. Nos habla acerca del origen del hombre maya
y de cómo el hombre busca su destino histórico en la medida que responde a los designios de
142
Ibid, pág. 191.
104
los dioses para ir perfeccionando su propia existencia. La importancia que para los mayas tenía
el vivir, de acuerdo a su idea de perfección y armonía, siguiendo la voluntad de los dioses.
“La cabra en dos patas”, de Francisco Rojas González, responde al interés antropológico de
retratar ciertos pasajes de la vida de los otomíes, pero sobre todo trata uno de los temas más
recurrentes en la literatura indigenista: las relaciones problemáticas entre indígenas y mestizos.
En el cuento contrasta la moral del otomíe frente a la ambición y desprecio del hombre
citadino que no entiende los valores de una cultura que no conoce.
“La mula muerta”, de Ramón Rubín, corresponde a la visión indigenista de un hombre
comprometido profundamente con la denuncia de la marginación, no sólo de los indios seris,
sino con los grupos indígenas de todo el país; retrata la influencia del medio geográfico sobre la
definición de los caracteres humanos, así como la política de exterminio y odio racial de
sectores opresores contra los indígenas seris .
En “La muerte tiene permiso”, de Edmundo Valadés, se confronta la perspectiva indigenista del
escritor contra la del estado. Para algunos escritores, como sería el caso de José Revueltas o
Juan de la Cabada entre otros, el indigenismo radica en la profunda comprensión de la
problemática indígena, alejado del interés folklórico o exotista. En este relato, el indio se
enfrenta al poder del estado que busca someterlos a situaciones de despojo y marginación que
ellos en principio buscan resolver por la vía legal, pero ante la ausencia de justicia, la
comunidad se ve obligada a hacerse justicia por su propia mano. Cuento premonitorio del
levantamiento indígena actual que ya no admite someterse a los procesos burocráticos que van
en su contra y opta por la violencia.
Faltaría hacer un recorrido por la interpretación del indígena en las páginas de la literatura bajo
la óptica del marxismo y otras corrientes de interpretación de fines del siglo XX, pero sobre
todo, estar atentos a la expresión de los propios indígenas que, a diferencia de la mirada
externa, nos descubriría la propia voz del sujeto activo en el proceso de integración
intercultural de nuestro país en los albores del siglo XXI.
105
ANTONIO MEDIZ BOLIO
María del Carmen Bermejo
Nació en Mérida Yucatán el 13 de octubre de 1884. Murió en la ciudad de México el 15 de
septiembre de 1957. Realizó sus estudios iniciales en escuelas católicas de su estado y recibió el
título de abogado en la facultad de Jurisprudencia del Estado de Yucatán con la tesis El derecho
de huelga, en 1907; el tema, en ese momento histórico, fue considerado revolucionario y que
atentaba contra los intereses del capitalismo porfirista.
Su infancia y juventud transcurren durante el porfiriato, época en la cual Mediz Bolio
desarrolló una extraordinaria sensibilidad hacia los problemas sociales, la literatura y la política.
Su vocación se orientó a la defensa de la justicia social y de su idealismo democrático. Luchó al
lado de Madero, por lo cual llegó sufrir persecuciones y exilio en Cuba, lugar en donde
contrajo matrimonio con Lucrecia Cuartas y Tapia. Se desempeñó como abogado durante
algunos periodos. Ocupó diversos cargos diplomáticos desde 1919 y fue Diputado por el
estado de Yucatán de 1928 a 1930, y senador en los últimos años de su vida.
Mediz Bolio era un hombre de destacada personalidad, carismática por su sencillez, bondad
infinita e inquietud persistente por crear. Su talento y versatilidad le permitieron participar en
diversos medios intelectuales: político, diplomático, periodístico, cine, teatro, y por supuesto en
el mundo de las letras. En todos ellos manifestó siempre su armonía entre el intelecto y lo
afectivo.
Impulsó la restauración de la cultura yucateca. Creó el Ateneo Peninsular y la Escuela de Bellas
Artes. Perteneció a muchas corporaciones artísticas y culturales dentro y fuera del país; fue
miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Colegio de México
106
Desde muy joven, Mediz Bolio cultivó la literatura en casi todos los géneros. Publicó en La
Revista de Mérida y en Pimienta y Mostaza sus primeros poemas y leyendas mayas; a los veinte
años publicó su primer libro de poemas, Evocaciones (1903), su primer libro en prosa, Palabras al
viento (1916), las obras teatrales Suerte perra (1907), Mirza (1910), El marquesito enamorado (1916),
Vientos de montaña (1908), y La Ola (1917); incluso, algunas de ellas fueron musicalizadas. De su
considerable producción, La tierra del faisán y del venado (1922) es la obra más madura y hermosa.
El acervo legendario y poético de la tierra maya, la leve tristeza de su pueblo y la nostalgia por
el esplendor de los días lejanos, alcanzan en este libro su expresión más alta.
Su producción literaria recibe influencia del romanticismo por la idealización de la patria y del
indio como principio de identidad nacional; del modernismo, por su esmero en la renovación
del lenguaje y la recreación del exotismo, gérmenes de su futura obra de madurez. En su obra
aparecen por igual referencias del mundo hispánico y del mundo maya. Sintió gran admiración
hacia sus dos grandes raíces culturales, lo hispano y lo maya.
En su obra A la sombra de mi ceiba nos habla de su infancia en la hacienda Sacnité y de la doble
herencia que sella su espíritu: el cristianismo de los hispanos y el cariño a la tierra que lo vio
crecer y le sustenta.
Mi padre trabajaba el campo, que era su patrimonio físico, con un amor entrañable y con una
animosa fe que fueron su herencia espiritual. Y desde que nací, pensó en que yo, el mayorazgo de
su casa, debería ser un agricultor como él era y sus mayores habían sido. (…) Empezó a formarse
el alma y a fortalecer el cuerpo. Me hacía vivir dentro de la naturaleza y me enseñó a creer en
Dios y en la tierra que era nuestra y nos daba de comer.143
EN SUS ESCRITOS, PODÍA HABLAR DE LA PLAZA SEVILLANA , LA PLAZA DE TOROS
O DE VIEJAS LEYENDAS MAYAS.
EN PARTICULAR, LE INTERESÓ LA
REIVINDICACIÓN DE LA CULTURA DE SU TIERRA Y LOS DERECHOS DE LOS INDIOS:
143
Carlos Moreno Medina, “Breve semblanza del Maestro Antonio Mediz Bolio”, en Revista de la
Universidad de Yucatán, número 215, Yucatán, pág. 21.
107
...porque, sin darnos cuenta de ello, y aun cuando queremos glorificar al indio, la verdad es que lo
separamos de nosotros, nos ponemos a considerarlo desde la acera de enfrente y a estudiarlo
desde afuera, como si en la gran fusión de sangre y civilizaciones que están todavía creando
nuestra raza y nuestra civilización propia, él significara un elemento extraño… No hay que eludir
siquiera a las escasas gentes desorientadas y desmexicanizadas que dicen todavía que “el mejor
indio es el indio muerto” y otros bárbaros y descastados conceptos. Hay que referirse a la gran
mayoría de la gente de razón que, si no siempre se ufana de su abolengo indígena, cuando menos
lo respeta y aun extrae de él lo que puede significar vanagloria histórica y ornamento
patriótico.144
Mediz Bolio fue un estudioso de la lengua maya, dio cursos de esta lengua en la Escuela de
Verano de la UNAM (hoy el CEPE) para alumnos extranjeros. Don Antonio confesó que prefería
pensar en maya y expresarse en español, por sus posibilidades expresivas y estructura de la
lengua.
Mediz Bolio tradujo El libro de Chilam Balam de Chumayel (1930), un documento auténtico
escrito en la lengua antigua de los mayas y, a la vez, poseedor de una maravillosa poesía, que
representa un patrimonio artístico para la literatura americana.
Sus obras reflejan el profundo amor a su provincia y su interés por preservar su cultura. En
sus últimos años preparaba una Historia de las revoluciones en Yucatán, que pretendía registrar los
movimientos de emancipación del pueblo maya.
A la sombra de mi ceiba, el último libro que publicara don Antonio, contiene una serie de cuentos
y relatos escritos en tono amigable con una prosa sencilla y muy clara en los que hace un
recuento de su vida . En tono de sabiduría dice :
...creo que en mi vida ha llegado la hora de sentarme, al morir las tardes apacibles, al fresco de la
brisa y mientras van apareciendo las estrellas, a la puerta de mi antigua casa, bajo la sombra de
sagrada ceiba y ponerme a contar las cosas viejas a las gentes nuevas. Muchas cosas singulares han
sucedido en esta mi extraordinaria tierra de Yucatán.145
144
145
Ibid., pág. 22.
Ibid., pág. 19.
108
ÉSTE ES EL LIBRO DE UXMAL Y DEL REY ENANO
ANTONIO MEDIZ BOLIO
I
En el tiempo que no se cuenta, aquella tierra en donde estaban Nohpat y Sanahtah, era un
campo lleno de sementeras146 y caminos. Los cerros de los Uitzes florecían y en cada lugar de
siembra había una casa de labrador. Nadie sabía de guerras, que estaban olvidadas, desde que el
señor Kukulkán vino y fundó Mayapán, la ciudadela de los hombres fuertes y el estandarte de
los mayas.
Chichén Itzá, que era tres veces y una más grande y santa, ya había visto esculpir en sus
templos antiguos la serpiente de plumas de oro, que es la señal del Señor de la fuerza y la
sabiduría.
Los misterios sagrados de los tiempos primeros se verificaron con las palabras nuevas del
señor Kukulkán, que vino del mar grande y por él se fue, sin irse, de la tierra del Mayab, que le
había sido agradable, y en donde recibieron lo que enseñó como lluvia del cielo en el campo
que tiene sed.
Digamos ahora que en aquel tiempo ya era Uxmal, pero no se veía. La vista de los hombres
solamente conocía un pequeño templo blanco y una casa blanca, que era la casa del rey, en
medio de las sementeras. Esto estaba en el camino de Nohpat, que era pueblo de gente antigua
y numerosa, junto a los cerros de los Uitzes, donde moraban hombres corcovados147 y ágiles,
que no eran como los demás, porque a veces se mostraban, y a veces iban y venían sin que
nadie los pudiese ver.
Dicen que, antes de que fuera el Mayab, ya estos hombres habían hecho a Uxmal, para verla
y habitarla sólo ellos. ¡Quién puede saber si esto es verdad!
146
147
sementeras: tierra sembrada.
corcovados: jorobados.
109
Uxmal, para todos, era entonces nada más que el pueblo en que vivía el rey en su casa
blanca y desde allí mandaba sobre muchos señoríos, porque tenía muchos guerreros y muchas
sementeras. Y era el tiempo en que el indio del Mayab adoraba en su corazón Al que es el rocío
del cielo y el calor del día; pero no levantaba imágenes, como después, cuando ya tuvieron
muchos dioses y los nombraba, esto es, cuando fue lo que vamos a decir.
Vamos a decir cómo fue hecha y se mostró, para que los ojos se enorgullecieran de mirarla,
aquella Uxmal de la gran magnificencia, que reinó sobre el Mayab, para que cambiaran los
tiempos.
II
Oíd, oíd. Cuando era ese tiempo, dicen los que lo saben, que una vieja hubo en Nohpat que
hacía sortilegios148 y hablaba de noche con los corcovados de los cerros. Su casa era una cabaña
de tierra y hojas de palmera, en el confín del pueblo, y nadie vivió en ella nunca sino la vieja,
desde hace años y muchos años.
Esta vieja era la que conocía las hierbas que curan males y los causan, y sabía cocerlas a la
luz de la luna, como hacen hoy sus hijos los hechiceros. Y sabía también muchas cosas que
nadie supo entonces ni después.
Y fue que la vieja conoció un día que iba a morir y quiso tener un hijo. Para tenerlo, fuese
de noche a las cuevas de los cerros y allí le dieron los corcovados ágiles un huevo que ella trajo
escondido, y lo puso a incubar bajo la tierra.
De ese huevo brotó un niño con cara de hombre, que no creció más de siete palmos149 y
dejó de crecer. Pero era despierto como una ardilla, y desde que nació hablaba y sabía,
maravillando a las gentes. La vieja dijo que era su nieto, pues no quiso que rieran de que a sus
muchos años pudiera tener un hijo.
La vieja acostumbraba ir todos los días con su cántaro150 a traer agua del pozo público, y el
Enano quedaba solo en la casa y lo registraba todo.
Sucedió que él había puesto atención en que su abuela no se separaba nunca de las tres
piedras del hogar, y cuando iba a salir lo tapaba cuidadosamente. El Enano quiso saber lo que
allí había escondido.
148
sortilegios: adivinación supersticiosa.
palmo: medida de longitud de aproximadamente 20 centímetros.
150
cántaro: vasija grande barro.
149
110
Para esto, como era sagaz151 y malicioso, imaginó hacer un agujero en el fondo del cántaro,
para que cuando la vieja fuese con él por agua no lo pudiese llenar y tardara mucho y entonces
él tuviera tiempo de remover las cenizas del fogón.
Y aquel día, mientras la abuela estaba esperando que el cántaro agujereado se llenara, el
Enano fue y removió las cenizas y metió las manos adentro de ellas; y he aquí que sacó afuera
un címbalo152 de oro. Y fue y lo golpeó con una varita.
Y el címbalo resonó con su sonido terrible, como el de un trueno espantoso, que se oyó en
toda la tierra del Mayab y la estremeció.
Corre y viene la abuela y dice desolada al Enano:
⎯¿Qué has hecho, infeliz...?
Y él dice:
⎯Yo no he hecho nada, sino un pavo fue el que gritó dentro del monte⎯.
Y ya había ocultado presuroso el címbalo bajo las cenizas. Pero la vieja sabía la verdad y no
le creyó.
Y toda la comarca estaba en grande alboroto. Digamos, ahora, por qué:
III
DICEN LOS QUE SABEN, QUE EN EL TIEMPO ANTIGUO SE PROFETIZÓ QUE LA
GRANDE UXMAL APARECERÍA SOBRE EL LUGAR QUE ASÍ ERA NOMBRADO, Y QUE
EL REY QUE HABITABA EN LA PEQUEÑA CASA BLANCA SERÍA DESTRONADO
ENTONCES, Y HABÍA DE VENIR OTRO REY QUE DOMINARÍA EL MAYAB ENTERO.
Y así estaba dicho en profecía:
“Cuando sea llegado el tiempo, vendrá el rey de Uxmal, de donde nadie sabe.
“Está destinado que sea aquel para quien fue labrado un címbalo de oro, desde los años de
los años.
“El címbalo de oro será puesto en sus manos, cuando la hora llegue, y no antes ni después.
“Él sabrá hallarlo, dondequiera que esté escondido por quienes lo esconden. Y él sabrá
golpear en el címbalo para que suene.
151
152
sagaz: astuto.
címbalo: instrumento musical sonoro.
111
“Y sonará con un gran ruido que habrá de oírse en toda la tierra y no habrá quien pueda
dejar de escucharlo.
“Cualquier hombre de cualquier sangre que ese día esté sentado en el gobierno de Uxmal,
prepárese a dejarlo, porque el que viene llegará y no podrá nadie resistirle, porque no será
nacido de mujer. Entonces, es que es forzoso que los tiempos cambien.
“El que haya hecho sonar el címbalo que está oculto bajo la tierra y el fuego, ése será el rey.
En vano será no querer reconocerle y sujetarse a su mandato.
“Cuando el sonido del trueno de oro retumbe153, entre la gente de Uxmal aparecerá su rey.
Séale alzado su trono, y páguesele tributo, y sea obedecido, venga lo que haya de venir.
“Entonces será cuando los ojos de los hombres verán lo que no han visto. Uxmal se habrá
de mostrar con toda su magnificencia y en ella será puesto el dominio del Mayab, hasta que
llegue el tiempo de que así no sea.”
Así estaba dicho en profecía. Por eso, cuando oyeron sonar el trueno del címbalo de oro,
todos conocieron que el rey nuevo estaba allí.
El viejo rey, que estaba dormido en la casa blanca, despertó y de los pies a la cabeza tembló
de espanto.
Hizo marchar sus hombres por todos los caminos a buscar al que había tocado el
instrumento terrible de la terrible música. Y los caminos estaban llenos también de gente que
lo buscaba.
Al fin llegaron a la casa de la hechicera de Nohpat los hombres del viejo rey y el Enano se
mostró a ellos y sacó el címbalo de oro. Y así fue llevado delante del viejo rey, que estaba
sentado en su trono alto, en medio de la plaza, y debajo de una ceiba que tenía mil años.
Según el concejo de sus hombres ancianos, el rey determinó no ceder su reino sin antes
hacer pruebas de que el que venía era el que debía venir. Y cuando llegó el Enano delante del
viejo rey, todos lo miraron y se rieron, menos el viejo rey, que estaba triste y miedoso.
Entonces dijo el viejo rey al Enano:
⎯Si en verdad eres el que ha de ser rey de Uxmal, demuéstramelo.
Y el Enano contestó:
⎯Pregunto cómo he de demostrarlo.
Y dijo el rey:
153
retumbe: hacer mucho ruido.
112
⎯Si eres quien está anunciado para sucederme en mi lugar, has de tener más sabiduría que
yo mismo. Dime, pues, sin equivocarte en uno solo, cuántos frutos hay en las ramas de esta
ceiba154 que nos tiene a su sombra.
Y el Enano miró las ramas del árbol grande, lleno de frutos menudos, y respondió:
⎯Yo te digo que son diez veces cien mil y dos veces sesenta, y tres veces tres, y si no me
crees, sube tú mismo al árbol y cuéntalos uno por uno.
El viejo rey estaba confuso, y salió entonces de la ceiba un gran murciélago y voló y le dijo
al oído:
⎯El Enano ha dicho la verdad.
El viejo rey palideció y no dijo nada y bajó la cabeza.
Pero al poco rato levantó los ojos llenos de orgullo y dijo:
⎯Bien saliste, al parecer, de la primera prueba, pero esto no es bastante. Mañana he de
mandar que alcen un tablado en medio de esta plaza, para que todo el mundo pueda verlo. Allí
te pondrán y el ministro de justicia romperá sobre tu cráneo, con un mazo de piedra, una
medida llena de frutos de palma. Si sabes salir vivo, será verdad que eres el rey que ha venido.
Oyó el Enano y dijo:
⎯Consiento. Pero di tú que si quedo vivo, tú sufrirás la misma prueba.
⎯Yo sufriré todo igual que tú puedas sufrirlo ⎯dijo el rey viejo⎯. Y así, serán los dioses
los que decidan y no nosotros. Pero has de pasar una prueba cada día hasta tres días.
⎯Estoy conforme ⎯dijo el Enano.
⎯Pues vuelve por donde viniste y preséntate mañana ⎯repuso el viejo rey.
⎯Iré y volveré ⎯habló el Enano⎯. Pero el camino que trae aquí desde mi casa es estrecho
y pedregoso155. No es camino para que pase un rey. Yo haré uno digno de mí y por él vendré
mañana a buscarte. Descansa, te deseo.
Y el Enano se volvió a la cabaña de su abuela. Y no se sabe cómo; pero durante esa sola
noche, esa blanca calzada que va desde Nohpat hasta Uxmal fue toda hecha de piedra lisa y
brillante. Por ella caminó al amanecer el Enano con la vieja y gran cortejo de gentes
asombradas, hasta la presencia del rey, que muy espantado estábale esperando, sin haber
dormido en toda la noche.
154
155
ceiba: árbol de tronco grueso.
pedregoso: cubierto de piedras.
113
Delante de todo el pueblo, el Enano fue puesto en la picota156 y el ministro de la justicia
rompió, uno por uno, todos los frutos de la palmera que estaban separados, duros como
pedernal, golpeándolos con su pesado martillo de piedra sobre la cabeza del Enano.
El Enano no se movió ni hizo otra cosa que reír con una pequeña risa.
Él sabía que su abuela le había puesto secretamente una plancha de cobre encantado oculta
bajo los cabellos. Por eso no sintió nada.
Cuando el viejo rey lo vio levantarse vivo y sano, se estremeció en toda su carne. Y dijo
entre sus dientes: “éste es”.
Pero no cedió todavía, porque el tener poderío sobre los hombres es cosa muy dulce y no
se deja fácilmente. Sino que dijo al Enano:
⎯Bien está. Pero todavía es preciso que no quede duda. Permanece en Uxmal, duerme hoy
en mi casa blanca, y mañana hemos de ver.
Y dijo el Enano:
⎯Quedaré en Uxmal, pero no en tu casa, que no es digna de un rey como yo. Yo haré,
durante esta noche, un palacio para mí y de él me verás salir mañana.
Y así fue. Delante de la casa blanca del viejo rey apareció todo labrado y deslumbrante, de
piedra pulida, el gran Palacio de los Reyes de Uxmal, que no ha caído desde entonces. Y era
que estaba hecho, pero no se veía.
Salió de allí el Enano, por la soberbia puerta, y bajó la escalera con grande comitiva de
vasallos, que eran hombres desconocidos. Dicen los que lo saben, que eran los corcovados de
los cerros.
El viejo rey estaba turbado y tenía torcido el ánimo y sudaba de fiebre y de temor. Y dijo al
Enano:
⎯Hay que acometer la prueba. Hagamos, pues, cada uno, una estatua a nuestra propia
imagen y pongámosla a arder en el fuego. Si el fuego la respeta, será señal de que los dioses
están con aquel a quién la estatua representa. Y así cada uno.
⎯Bien está ⎯dijo el Enano ⎯. Comienza tú.
El viejo rey hizo su estatua de madera durísima. Puesta que fue en el fuego, se consumió en
ceniza y carbón.
Entonces, le dijo el Enano:
156
picota: columna en que se expone la cabeza de los ajusticiados.
114
⎯Te hago gracia. Puedes fabricar otra, si quieres.
El viejo rey, que temblaba, hizo afanosamente otra estatua suya. Ésta era de piedra apretada
y reluciente. Y cuando la pusieron en el fuego se deshizo en ceniza de cal.
⎯Déjame, por merced, hacer la última ⎯pidió al Enano con mucho suspirar.
El Enano reía con su pequeña risa y le dijo que sí.
Entonces el viejo rey hizo una estatua más, y ésta fue de metal brillante. Echáronla en el
fuego y se derritió como cera tierna.
⎯Vencido estoy ⎯dijo el rey⎯, a no ser que la estatua que tú hagas sea como éstas y se
queme, que es lo que ha de suceder. Porque, ¿de qué puedes hacerla que el fuego la respete?
Entonces el Enano, con su pequeña risa, fue y trajo barro mojado y con él hizo una figurita,
tal como la suya. Y la puso en el fuego. Y el fuego mientras más se cocía, más fuerte y fina era
la estatua de barro.
Maravillóse el pueblo y pidió fiestas para coronar al nuevo rey. Pero éste les dijo:
⎯Todavía no puedo coronarme, mientras aquí no haya un palacio para mi vieja madre, y
otros para los príncipes de mi corte, y muchos más para mis guerreros, y un monasterio para
las vírgenes del fuego, y una gran plaza para los espectáculos, un templo sin igual para los
dioses cuyas doctrinas yo os enseñaré. Mañana veréis todo esto y mucho más. Ahora, que el
viejo rey sufra en la picota la prueba que yo sufrí, porque está pactado.
El viejo rey fue puesto en la prueba del martillo, y al primer golpe muerto quedó.
Al amanecer del otro día, en aquellos lugares resplandecía la grande Uxmal, con todos sus
templos y sus palacios, llenos de primores, tal como luego admiró a todas las gentes, y tal como
ya estaba entonces hecha, pero no se veía.
El templo alto de los grandes misterios, en que moraron nuevos poderes invisibles y
desconocidos, se alzó sobre toda la ciudad. Allí, y no en el gran palacio, vivió el Enano desde el
día en que se coronó rey. En lo alto salía cada vez que la luna iba a volver y hablaba al pueblo,
en medio de los sacerdotes.
Hijos de la Luna eran los que con ese nuevo rey vinieron, y no hijos del Sol, como todos los
que antes había habido.
Floreció Uxmal como ninguna ciudad del mundo. Allí todas las artes más bellas tuvieron su
esplendor, y los que en ella vivían eran ricos y poderosos. Aprendieron a moldear los metales
que traían de lejos, y a dibujar en la piedra cosas delicadas, y a labrar los hilos de colores
115
vivísimos y variados, y a tejerlos, y a hacer con las pieles de los animales adornos y rodelas.
Aprendieron muchos secretos de curar con hierbas y supieron la virtud de las piedras verdes y
de las amarillas. Tuvieron conocimiento del hablar bonito, y jugaron con las palabras como con
las flechas en el aire, y fueron perfectos en la música, para la cual inventaron muchos
instrumentos nuevos.
Descubrieron la bebida dulce del árbol del balché157, que da sueños alegres y descanso, y todo
cuanto les era preciso lo sacaban de la tierra, de los árboles y de los animales, y eran dueños de
hacer muchas cosas secretas en el fuego.
Y más que nada, hicieron precioso y grande el arte de hacer figuras. Como habían
aprendido del Enano que fue su rey, manejaban diestramente el barro los hombres de Uxmal, y
así se multiplicaron los dioses, porque cada uno hacía su dios y lo adoraba. Por eso a los
hombres de esa época les llamaban “Kul-Katoob”, que son los adoradores del barro.
La grande Uxmal tuvo imperio sobre largas tierras y llegaba su mandato donde empieza el
gran mar en el Poniente. Por sus pueblos de ese lado entraban hombres de otras tierras, que
venían a cambiar cosas buenas, y atravesaban el gran mar en embarcaciones pintadas, hechas
en troncos de árboles. Se vieron en el Mayab muchas armas y muchos vestidos, que antes no
había iguales. También, por lo que los de Uxmal enseñaban, se aprendió a sembrar en la tierra
otras semillas diferentes, y todo era nuevo y abundante.
Pero en la oscuridad estaba escrito que esto era el cambio de los tiempos, porque los
hombres no se acordaban ya de lo que era la verdad.
Cuando después de setenta vidas de hombre murió el Enano rey, los hombres de Uxmal
hicieron estatuas suyas de barro fino, pintadas de colores brillantes, y las pusieron en los
templos y quemaron copal158 delante de ellas, y bailaron las danzas que en el viejo tiempo eran
sólo para los dioses altos. Esto no quedó sin castigo.
Llegado el día en que se llenó la medida de este tiempo, vinieron los guerreros de Mayapán,
con sus príncipes que tienen una paloma en la frente. Y entraron en Uxmal a golpe de hacha y
con mano dura. La grande Uxmal ya no fue la primera ciudad de la tierra, y el Mayab la vio
caer, y romperse como el barro que ella había adorado. Porque había comenzado a entrar el
tiempo de Maní, que quiere decir que todo pasó.
157
158
balché: bebida fermentada.
copal: incienso.
116
IV
INDIO DEL MAYAB, QUE HOY PASAS POR EL CAMPO EN QUE TODAVÍA ESTÁN LOS
RESTOS SUNTUOSOS DE LO QUE FUE UXMAL LA RESPLANDECIENTE, Y SIENTES
UNA GRAN TRISTEZA QUE SUBE DE TU CORAZÓN A TUS OJOS Y LOS HACE LLORAR;
INDIO DEL MAYAB, QUE TIENES MIEDO DE LOS CORCOVADOS INVISIBLES QUE
VIVEN DENTRO DE LOS TEMPLOS ARRUINADOS, Y HUYES DE AHÍ CUANDO BAJA LA
NOCHE; INDIO DEL MAYAB: RECUERDA LO QUE ESTÁ DICHO DE UXMAL, LA QUE
ESTABA HECHA, PERO NO SE VEÍA, Y MEDITA EN ELLO LARGAMENTE.
Indio del Mayab: tú has preguntado por la abuela del Enano de Uxmal, el que le dio su
esplendor, y te han dicho que ella vive todavía, sentada en el camino que va por debajo de la
tierra hasta Maní, la triste ciudad que dice que todo pasó. Y que ella está ahí para enseñar el
rumbo a los viajeros que se pierden. No vayas a buscarla. Ella vende una jícara159 de agua fría al
que tiene sed y se la paga dándole un niño, para que lo devore su fea serpiente de color de
enfermedad. Ella es el signo del mal tiempo y del negro poder. Indio del Mayab: medita en
todo esto y así entenderás muchas cosas que pasaron y todavía. ¡Medita, hijo del Mayab!
159
jícara: vasija hemisférica.
117
ACERCA DE “ÉSTE ES EL LIBRO DE UXMAL Y DEL REY ENANO”
La tierra del faisán y del venado (1922), consagra a Mediz Bolio como escritor defensor de la
cultura yucateca. En ella expresa la síntesis de sus conocimientos de la lengua, historia y
costumbres del pueblo maya. Su tono poético y su gran conocimiento de los mitos y
tradiciones autóctonas le permitieron hacer una recreación moderna, desde el punto de vista
occidental, de leyendas antiguas del mundo maya.
Mediz Bolio vivió con el pueblo maya, aprendió su lengua, de la cual fue un defensor,
traductor y estudioso. Intentó colaborar en la comprensión de los misterios de los pueblos
indígenas, sintetizando sus leyendas, su folklore, sus formas de pensamiento, su espíritu
creador y cosmovisión. Más que las particularidades históricas, La tierra del faisán y del venado nos
muestra la forma particular de los mayas de entender su origen e historia a través de mitos y
símbolos, celosamente transmitidos de generación en generación por tradición oral. Mediz
Bolio retoma esta sabiduría ancestral y la recrea con una prosa clara, con agilidad narrativa y
llena de imágenes poéticas.
La tierra del faisán y del venado es la denominación de un singular sentido místico alegórico, de lo
que hoy conocemos geográficamente como Yucatán o bien el Mayab160, refiriéndonos al
territorio poblado por la antigua civilización maya.
Mediz Bolio explica en una carta dirigida a Alfonso Reyes la intención de su obra :
He pretendido hacer una estilización del espíritu maya, el concepto que tienen todavía los
indios ⎯filtrado desde millares de años⎯ de sus orígenes, de su grandeza pasada, de la vida,
160
El Mayab: Ma, no; yab,muchos, es decir: la tierra de los pocos, la tierra de los escogidos. También lo que
hoy es propiamente Yucatán, tuvo por nombre La tierra del faisán y del venado. En Antonio Mediz Bolio, La
tierra del faisán y del venado, 9ª. edición, Costa Amic, México, 1997, pág. 7.
118
de la divinidad, de la naturaleza, de la guerra, del amor, todo dicho con la mayor
aproximación posible al genio de su idioma y al estado de su ánimo en el presente. Le repito,
para explicarme, que he pensado el libro en maya y lo he escrito en castellano. He hecho
como un poeta indio que viviera en la actualidad y sintiera, a su manera peculiar, todas esas
cosas suyas. Los temas están sacados de la tradición, de huellas de los antiguos libros, del
alma misma de los indios, de sus danzas, de sus actuales supersticiones ( restos vagos de las
grandes religiones caídas) y, más que nada, de lo que yo mismo he visto, oído, sentido y
podido penetrar en mi primera juventud, pasada en medio de esas cosas y de esos hombres.
Todo ello me rodeó al nacer, y fui impresionado, antes que por nada, por ese color, por esa
melancolía del pasado muerto, que se hace sentir, sin sentir, en las ruinas de las ciudades y en
la tristeza del hijo de las grandes razas desaparecidas, que tiene una continua evocación de lo
que fue delante de los ojos. Una poesía especialísima, autóctona, misteriosa y de fuentes
remotísimas hay en todo eso. Yo he querido aprovecharla y he hecho este primer ensayo.161
Mediz habla del esplendor de antiguas ciudades destruidas. Rescata leyendas de una delicada
belleza: la princesa Sac-Nicté, Xtabay, el príncipe Nazul, entre otras. En la introducción se
exalta al indio del mayab; le siguen siete libros y en cada uno de ellos narra una leyenda; al final,
se canta el vuelo del faisán y el salto del venado. En cada uno de estos episodios se exaltan los
valores propios del pueblo maya: laboriosidad, búsqueda de la verdad, respeto, exaltación de la
belleza, amor a la naturaleza. Al mismo tiempo se percibe una gran nostalgia por un mundo
idílico que se ha terminado.
El contenido del libro puede clasificarse en narraciones históricas y mitológicas; se incluyen
referencias a dioses y antiguas ciudades, leyendas de carácter lírico histórico, cantos elegíacos a
las glorias perdidas, descripción alegórica de las danzas mayas, ilustraciones sobre el genio del
indio maya. Las fuentes de La tierra del faisán y del venado son textos antiguos y de tradición oral;
en ellas se percibe un ansia por explicarse el mundo, una tendencia a proyectar la experiencia
comunitaria a formas religiosas. Los mitos expresados en estas leyendas nos remontan al
mundo maya idílico para encontrar nuestras raíces culturales.
Hemos seleccionado para incluir en esta antología el Libro de Uxmal y el rey enano, por su
interesante contenido mítico y simbólico. En él se trata uno de los temas más apasionantes de
161
Ibid. págs. 15-17.
119
la antigua cultura maya: el destino histórico del pueblo maya, como producto del designio de
los dioses o como experiencia humana.
La primera parte del relato nos sitúa en un tiempo ancestral en el cual los campos florecían y
estaban poblados de labradores. De entrada se advierte al lector que se trata de un tiempo
mítico con la frase: “En el tiempo que no se cuenta”. Tiempo donde predominaban los
campos sembrados por habitantes fuertes que vivían bajo el estandarte de los mayas. Tiempo
de esplendor, paz y prosperidad después de la llegada de Kukulkán, en la cual la ciudad de
Chichén Itzá162 “era tres veces una y más santa” pues se adoraba a la serpiente emplumada.
Se rememoran los misterios sagrados del tiempo primigenio cuando el señor Kukulcán “vino y
fundó Mayapán (…) vino del mar grande y por él se fue, sin irse, de la tierra del Mayab, que le
había sido agradable, y en donde recibieron lo que enseñó como lluvia del cielo en el campo
que tiene sed”163.
El autor subraya la creencia del pueblo maya de que el tiempo es cíclico, algo que permanece
continuamente en el universo: “en aquel tiempo ya era Uxmal, pero no se veía”. Recordemos la
concepción del tiempo y el devenir histórico muy particular del pueblo maya:
La idea del tiempo cíclico y, por tanto, la conciencia del devenir en la cosmovisión maya
desempeñan un papel fundamental. A diferencia de la concepción occidental, en donde la
experiencia individual de nacer y morir se traslada al ámbito cósmico, dándole al universo un
principio único y un fin último, los mayas, entre otros grupos, piensan en el proceso a la inversa:
insertan su propia existencia y la de la comunidad dentro de los eternos ciclos cósmicos, de
manera que la vida entera adquiere una dimensión mucho más amplia que la de un solo
individuo. Así, independientemente de los avatares que éste pueda tener lo que continúa en el
devenir universal es la comunidad. En otras palabras, el género humano se inscribe en los
grandes ciclos naturales y a las personas les sucede lo mismo que a las plantas: nacen, crecen y
mueren; en contraste, la comunidad y la naturaleza permanecen.164
162
Chichén Itzá, antigua ciudad maya de gran importancia
Antonio Mediz Bolio, La tierra del faisán y del venado, op. cit. pág. 72. Todas las referencias subsecuentes
al texto pertenecen a esta edición.
164
María del Carmen Valverde, Los mayas, CONACULTA, México, 2000, pág. 30.
163
120
De acuerdo con esta lógica, era importante registrar los hechos más relevantes porque con
seguridad se repetirían y era necesario estar preparados para enfrentar las adversidades. Para los
mayas, el hombre podía incidir en su propio destino, por lo cual también era fundamental
reverenciar a los dioses y actuar de acuerdo a un código de honor.
En este ambiente mítico, el narrador nos refiere que existía un pueblo de gente antigua: los
corcovados, seres singulares que a veces podía vérseles y a veces no, hombres que
construyeron Uxmal en un tiempo inmemorial. Ahí vivía el rey del Mayab y mandaba a mucho
señoríos y campos sembrados.
El relato anuncia cómo fue hecha y cómo se mostró Uxmal “para que los ojos se
enorgullecieran de mirarla, aquella Uxmal de la gran magnificencia, que reinó sobre el Mayab,
para que cambiaran los tiempos”165.
En el segundo apartado se cuenta la historia de una vieja hechicera en Nohpat que hablaba de
noche con los corcovados. La vieja poseía una gran sabiduría y trabajaba a la luz de la luna.
Cuando supo que iba a morir quiso tener un hijo; los corcovados le dieron un huevo que
incubó bajo la tierra y de ese huevo brotó un niño con cara de hombre, muy pequeño y de gran
vivacidad. Lo anunciaba como su nieto. Un día, en ausencia de la abuela, el enano se acercó a
las tres piedras del hogar, removió las cenizas y encontró un címbalo de oro. Cuando lo
golpeó, se produjo un trueno que se escuchó en todo el Mayab anunciando un cambio. El
enano quiso engañar a la vieja diciendo que era un grito de pavo, pero ella no le creyó.
En el tiempo antiguo se había profetizado que la grande Uxmal aparecería en un lugar señalado
y que su rey sería desplazado por otro:
...dicho en profecía: Cuando sea llegado el tiempo, vendrá el rey de Uxmal, de donde nadie sabe.
Está destinado que sea aquel para quien fue labrado un címbalo de oro, desde
los años de los años.
El címbalo de oro será puesto en sus manos, cuando la hora llegue, y no antes ni después.166
165
166
Mediz Bolio, op. cit., pág. 71.
Idem., pág. 75.
121
Se anuncia que irremediablemente , se cumplirá la profecía:
El que haya hecho sonar el címbalo que está oculto bajo la tierra y el fuego, ése será el rey. En
vano será no querer reconocerle y sujetarse a su mandato (…) es forzoso que los tiempos
cambien (…) Uxmal se habrá de mostrar con toda su magnificencia y en ella será puesto el
dominio del Mayab, hasta que llegue el tiempo de que así no sea.167
El viejo rey despertó con el estruendo del címbalo y se llenó de pavor, pues conocía la profecía
y sabía que su fin había llegado. Mandó a sus hombres a buscar al hombre que poseía el
címbalo para llevarlo a la corte y se reunieron debajo de una ceiba168 que tenía mil años.
El rey le pide al enano que demuestre ser el elegido para gobernar Uxmal. La primera prueba
es decir cuántos frutos tiene las ramas de la ceiba, a lo que responde el enano: “⎯Yo te digo
que son diez veces cien mil, y dos veces sesenta, y tres veces tres, y si no me crees sube tú
mismo al árbol y cuéntalos uno por uno”169. Sale un murciélago de la ceiba, como vocero del
inframundo y le dice al rey que el enano ha dicho la verdad. Pactan los dos contendientes que
aquel que salga derrotado será colgado enmedio de la plaza con el cráneo destrozado y se
sujetará a la voluntad de los dioses. El enano regresa a su casa. Durante la noche construye una
calzada de piedra blanca y lisa digna de un rey, todos quedan asombrados.
En la segunda prueba se pone al enano en la picota para romper los cocos sobre su cráneo,
pero como su abuela le había puesto una plancha de cobre encantada en la cabeza como
protección resulta vencedor.
El rey le pone una tercera prueba que consistió en hacer una estatua de la imagen propia y
ponerla al fuego; si éste la respeta será señal de que los dioses están con aquél a quien la estatua
representa. El rey hace una estatua de madera, la cual consume el fuego en cenizas; otra de
piedra que se convierte en cal, y una última de metal que se derrite. El enano hace una de barro
167
Idem. págs. 75-76.
Árbol milenario representativo de la vida de la comunidad que tiene contacto con el inframundo en sus
raíces profundas, con la tierra en su tronco y con el cielo al elevarse su copa hacia el cielo. La ceiba madre
representaba el eje del mundo y por ella transitaban las distintas deidades y seres, llevando la energía fría del
submundo subterráneo hacia arriba y la caliente del supramundo hacia abajo.
169
Mediz Bolio, op. cit. pág. 77.
168
122
que resiste la prueba de fuego, de lo cual se maravilla su adversario y finalmente dan muerte en
la picota al viejo rey.
El pueblo pide una fiesta para coronar a su nuevo rey, para lo cual el enano anuncia que
requiere de una ciudad digna para su madre, sus príncipes y guerreros. Al día siguiente aparece
Uxmal:
Al amanecer del otro día, en aquellos lugares resplandecía la grande Uxmal, con todos sus
templos y sus palacios, llenos de primores, tal como luego admiró a todas las gentes, y tal como
ya estaba entonces hecha, pero no se veía.
El templo alto de los grandes misterios, en que moraron nuevos poderes invisibles y
desconocidos, se alzó sobre toda la ciudad. Allí y no en el gran palacio, vivió el enano desde el
día en que se coronó rey. En lo alto salía cada vez que la luna iba a volver y hablaba al pueblo, en
medio de los sacerdotes.170
Mediz Bolio hace la diferencia entre los hijos de la luna, de religión matriarcal, descendientes
de los corcovados que son seres más cercanos a los seres que habitan el inframundo, y los hijos
del sol, hombres identificados con el culto a la religión solar, patriarcal, bajo el símbolo de la
serpiente emplumada de Kukulkán.
Floreció Uxmal cuando llegaron los hijos de la luna, los corcovados y su nuevo rey.
Aprendieron a curar con hierbas y cultivaron las más bellas artes; sus habitantes eran ricos y
poderosos. Sobre todo aprendieron a trabajar el barro y el arte de hacer figuras: “manejaban
diestramente el barro los hombres de Uxmal, y así se multiplicaron lo dioses, porque cada uno
hacía su dios y lo adoraba”171. Cuando se cumplió el plazo de setenta vidas de hombre murió el
Enano rey; los hombres hicieron figuras de barro fino representándolo y “quemaron copal
delante de ellas, y bailaron las danzas que en el viejo tiempo eran sólo para los dioses altos.
Esto no quedó sin castigo.”172 Cuando se termina la medida de tiempo, llegaron los guerreros
170
Idem, pág. 81.
Idem, pág. 82.
172
Ibid., pág. 83.
171
123
de Mayapán y destruyeron Uxmal, porque entonces entró “el tiempo de Maní, que quiere decir
el que todo pasó”173.
La parte final está dirigida concretamente al indio del Mayab, que siente tristeza ante los restos
de una suntuosa civilización y que tiene miedo de los seres corcovados y oscuros, para que se
aparte de los signos del mal tiempo y del negro poder. “Indio del Mayab. Medita en todo esto y
así entenderás muchas cosas que pasaron y otras que parece que pasaron y son todavía.
¡Medita, hijo del Mayab!”.
En esta leyenda, Mediz Bolio dirige un mensaje al indio del Mayab para crearle conciencia de la
grandeza de su historia, producto de las profecías y de un pensamiento mágico religioso, pero
también de las acciones de los hombres que se inscriben en estos ciclos cósmicos y naturales;
con sus acciones humanas, los indios pueden hacer del Mayab una tierra próspera o bien vivir
tiempos de destrucción. La nostalgia por la época de esplendor del imperio maya se manifiesta
el tono nostálgico del relato, pero la intención de Mediz es transmitir al indio la importancia de
rescatar el espíritu de grandeza de los habitantes originarios, seguidores de Kukulcán, amantes
de las artes, el trabajo agrícola y esforzados guerreros; no de los seres oscuros del inframundo
que por su soberbia desafiaron a los dioses, crearon cultos equivocados y practicaron
hechicerías.
La estructura cíclica del relato se corresponde con la concepción del tiempo para los mayas. Se
parte de un tiempo inmemorial que está a punto de cumplirse para iniciar otro que
cíclicamente se repetirá. Se narra la leyenda en cinco apartados: la ubicación del tiempo y
espacio en el primero; la presentación de los personajes principales (la vieja, el Enano y el rey)
en el segundo; continúa con la presentación de los hechos; el cumplimiento de la profecía, y,
finalmente, la exhortación al habitante del Mayab para que medite sobre su responsabilidad
histórica.
Personajes míticos son la vieja, el Enano y el rey. Más que seres humanos, tenemos personajes
prototipos enfrentados a un destino preestablecido por los dioses y cuyo papel es tratar de
interpretar los designios divinos para cumplir lo dispuesto en las profecías. No encontramos
173
Ibid., pág. 83.
124
perfiles humanos realistas, sino modelos de conducta a perfeccionar. En este contexto mítico
son muy importantes los símbolos que en él aparecen, como las noticias determinantes del
inframundo. Por ejemplo, el pavo que despliega su larga cola y en ella se representa el universo
cósmico en alerta al cambio; el murciélago que, como mensajero de los dioses, confirma que el
Enano ha dicho la verdad; el agua sucia que no debe beber el habitante del Mayab, es decir, no
debe regirse por un pensamiento supersticioso ni por la hechicería, sino por el amor al trabajo
y la humildad ante los dioses. Se señala la división entre el inframundo y la tierra con tres
piedras que están en el hogar de la casa, sitio en donde se conjuntan los elementos primigenios:
fuego, aire y tierra. Se asocia a la vieja madre del enano con el culto lunar de la fertilidad y la
hechicería; ambos son seres más parecidos en su apariencia a los animales que habitaban el
inframundo que a los seres humanos seguidores de Kukulcán.
Los mayas poseían la idea de que el mundo fue creado por los dioses para que fuera habitado
por lo seres humanos, quienes a su vez son parte de un proceso cíclico de construcciones y
destrucciones, a lo largo de las cuales, el hombre se va perfeccionando para convertirse en un
ser consciente, capaz de venerar, respetar y alimentar a los dioses, quienes también necesitan
del hombre para que pueda alimentarlos. Es por esto que es muy importante la relación entre
el ser humano y la divinidad, ya que ambos se necesitan para existir.
FUENTES
MEDIZ Bolio, Antonio, La tierra del faisán y del venado, México, Costa Amic, 1997.
MORENO Medina, Carlos, “Breve semblanza del Maestro Antonio Mediz Bolio”, en Revista de la
Universidad de Yucatán, No. 215, Yucatán, p. 21.
VALVERDE, María del Carmen. Los mayas, México, CONACULTA, 2000.
125
FRANCISCO ROJAS GONZÁLEZ
María del Carmen Bermejo
Francisco Rojas González vive en la primera mitad del siglo
XX
uno de los periodos más
apasionantes de la historia de México: la gestación del periodo revolucionario, la confrontación
armada y el constitucionalismo de 1917, y durante estos años transcurren su infancia y
adolescencia. A su juventud y madurez, corresponde el periodo de reconstrucción y
nacionalismo moderno hasta la consolidación del capitalismo con Miguel Alemán.
A Rojas González se le ubica en el grupo de narradores nacidos entre 1900 y 1910, junto con
Miguel Ángel Menéndez, Agustín Yáñez, Miguel N. Lira, Juan de la Cabada, Andrés
Henestrosa y Mauricio Magdaleno, entre otros. Esta generación incursionó en el relato en la
primera mitad del siglo XX y tuvo siempre presente la preocupación por edificar un México en
términos de justicia social, con profundas raíces nacionalistas y al mismo tiempo moderno. No
sólo fue un testigo sino también un protagonista apasionado del proceso histórico. Su
búsqueda de las raíces nacionalistas y culturales en el terreno artístico, antropológico y político
le llevó a incursionar en diferentes ámbitos de la vida nacional.
El arraigado nacionalismo de Rojas González se reflejará en su obra literaria. “(…) no se trata
de un nacionalismo de derechas, empleado para justificar los intereses de una clase privilegiada
sino de un patriotismo que establece una sinonimia entre los intereses de su propio país y las
necesidades universales del hombre “.174
174
Joseph Sommers, Francisco Rojas González: exponente literario del nacionalismo mexicano, traducción
de Carlo Antonio Castro, Universidad Veracruzana, México, 1966, pág. 37.
126
Nació en Guadalajara, Jalisco, en 1904 y murió en la misma ciudad en 1951; hijo mayor de
Francisco Rojas y María González, su primera infancia transcurre en La Barca, vecino pueblo
de Guadalajara, en donde su padre era el administrador de una gran hacienda. Siempre se
enorgulleció de su origen provinciano y, probablemente, parte de estos recuerdos formaron
parte de su simpatía hacia las virtudes del hombre sencillo de origen rural y su desconfianza
hacia el hombre citadino.
Joseph Sommers175 comenta que el padre de Francisco Rojas González se oponía a Madero,
pero su madre participaba de las causas populares. Un día, ella le dijo: “Estás muy chico para ir
a la bola... pero prométeme que siempre lucharás por los pobres”. Promesa que iba a tener
presente durante toda su vida.
Entre 1917 y 1920 asistió a la Escuela de Comercio y Administración en la ciudad de México.
Trabajó como escribiente en la Secretaría de Relaciones Exteriores, puesto que tal vez
consiguió por influencia de su tío, el diputado constituyente Luis Manuel Rojas, nacionalista y
patriota, a quien se le recuerda por haber increpado a Mr. Henry Lane Wilson, embajador de
Estados Unidos en México, ante la Cámara de Diputados por la muerte de Madero. La
orientación política de Rojas González tuvo una gran influencia de su tío.
A los 17 años, formó parte de la comitiva que acompañó a Carranza a Tlaxcalantongo, viaje en
el cual fue asesinado el presidente. Esta experiencia la reflejaría posteriormente en una breve
narración inconclusa e inédita, en donde recreaba este suceso histórico.
Tiempo después fue enviado a Guatemala a prestar sus servicios como canciller. De 1923 a
1924 fue vicecónsul en Sant Lake City, Utah, Denver, Colorado y San Francisco, California.
De regreso a México, en 1925, consiguió empleo en el Departamento de Estadística Nacional,
en donde se inicia en la investigación de campo en comunidades indígenas y rurales. Esta
actividad le ocupará toda su vida.
175
Ibid., pág. 21.
127
Al mismo tiempo, se dedicó a estudiar etnología en el Museo Nacional con Miguel Othón de
Mendizábal y Andrés Molina Enríquez, grandes maestros precursores de la etnología y la
antropología en México.
Rojas González publicó dos narraciones breves hacia 1928: “El último charro”, boceto
costumbrista sobre las tradiciones de los charros de Jalisco, y “Flirt”, de ambiente
metropolitano. En 1931 publica Y otros cuentos, su primer volumen de cuentos inspirados en los
recuerdos de su infancia, en los que predomina el tono realista con tema social.
En 1929 ingresa al Bloque de Obreros Intelectuales formado por pensadores, escritores, políticos y
funcionarios gubernamentales, donde estaba Agustín Yáñez. Este grupo editaba la revista
Crisol, que apareció entre 1929 y 1935, en la cual Rojas González publicó comentarios políticos
y cuentos. En general, los colaboradores de la revista seguían una línea ideológica
revolucionaria de vanguardia. Otras publicaciones, como El Universal Ilustrado, magazine de
cultura semanal, también recibieron sus trabajos.
Contrajo matrimonio con Lilia Lozano Tejeda en 1933. Su relación fue estable y armoniosa,
procrearon tres hijos y estuvieron unidos hasta 1951, año de su muerte.
Participó en diferentes proyectos sobre el estudio de grupos indígenas del país con eminentes
investigadores, como Manuel Gamio y Othón de Mendizábal. Las tareas de investigación
antropológica y de creación literaria fueron cultivadas durante el resto de su vida. Su escaso
salario le obligó a desempeñar otras actividades para nivelar el ingreso familiar, por ejemplo,
como editor de la Agencia Noticiosa Telegráfica Americana.
Posteriormente publicó El pajareador (1934), colección de cuentos, y Sed (1937). Según el
testimonio de su esposa, le fueron inspirados por su experiencia en el Valle del Mezquital.
En la década de los cuarenta su actividad literaria y antropológica se intensifica. En 1944
aparece su primera novela, La negra angustias, que trata sobre una mujer que participa en la
revolución; logra un retrato muy vivo de la revolución en el sur del país y con la cual gana el
Premio Nacional de Literatura en 1944. Su segunda novela, Lola Casanova, publicada en 1947,
128
trata sobre la vida de los indios seris. Su posición social cambió con este reconocimiento y su
aceptación en los ámbitos literarios de la época mejoró considerablemente. En años
posteriores formó parte de jurados para otorgar premios literarios; llegó a ser presidente de la
Sección de Poetas, Ensayistas y Novelistas de la Sociedad General de Autores de México
(Gregorio López y Fuentes era el vicepresidente). Su contacto con el mundo de escritores
promovió su interés en el cuento como género y publicó la conferencia “El cuento mexicano,
su evolución y sus valores” (1943), valioso documento en el cual expresa sus ideas estéticas
sobre el tema; publicó otras versiones más pulidas en 1944 y en 1955 en México en el arte
Aparecieron sus artículos con regularidad en la Revista Mexicana de Sociología, entre los más
interesantes mencionaremos “Los Tzotziles” (1941), “Totemismo y nahualismo” (1943),
“Estudio histórico-etnográfico del Alcoholismo entre los Indios de México” (1942).
Fue investigador de carrera del Instituto de Investigaciones Sociales de la
UNAM,
director de
Estadística, miembro distinguido de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, miembro
de la Asociación Mexicana de Sociología, miembro de la Sociedad Mexicana de Antropología,
así como de la Asociación Folklórica de México. Colaboró en las siguientes obras: Cuatro cartas
de geografía de las lenguas de México, Estudios etnológicos del Valle del Mezquital, Estudio etnológico de
Ocoyoacac, Etnografía de México, editadas por la UNAM en 1957; colaboró con el capítulo histórico
etnográfico de “Los tarascos”, la Carta etnográfica de México (1939), y el Atlas etnográfico de México.
Escribió en “Los zapotecas” la parte relativa a “Etnografía y folklore”.
Sus frecuentes viajes por diversas regiones del país lo pusieron en contacto directo con núcleos
indígenas, y sus investigaciones fueron de gran utilidad para la etnología. Esta experiencia
nutrió su obra literaria.
DENTRO DE LA LITERATURA DESTACÓ COMO CUENTISTA. PUBLICÓ HISTORIA DE
UN FRAC (1930), Y OTROS CUENTOS (1931), EL PAJAREADOR (1934), SED.
PEQUEÑAS NOVELAS (1937), CHIRRÍN Y LA CELDA 18 (1944), CUENTOS DE AYER Y
HOY (1946), Y EL DIOSERO (1952), OBRA PÓSTUMA, LA CUAL SE HA CONSIDERADO
EL VOLUMEN DE CUENTOS MÁS LOGRADO, DEL CUAL SE HAN HECHO MÚLTIPLES
129
REEDICIONES; ESTE LIBRO TIENE COMO TEMA CENTRAL LA VIDA Y COSTUMBRES
DEL INDIO DE MÉXICO Y ABARCA DIFERENTES REGIONES DEL PAÍS.
EN ESTA
COLECCIÓN DE CUENTOS TRATA CON CARIÑOSO CUIDADO, E INCLUSO CON
CIERTO PATERNALISMO, EL MUNDO INDÍGENA QUE HA SIDO DESVIRTUADO POR
LA INCOMPRENSIÓN Y DESCONOCIMIENTO QUE DE SU CULTURA TIENEN EL
MESTIZO Y EL HOMBRE CITADINO, AJENOS A LOS VALORES PROPIOS DE ESTAS
CULTURAS.
NACIONAL,
EL DIOSERO INSPIRÓ UNA DE LAS MEJORES PELÍCULAS DEL CINE
RAÍCES, Y LE BRINDÓ UN LUGAR ENTRE LOS MEJORES CUENTISTAS
DE LA LITERATURA MEXICANA DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX.
130
LA CABRA EN DOS PATAS
FRANCISCO ROJAS GONZÁLEZ
En un recodo de la vereda, donde el aire se hace remolino, Juá Shotá, el otomí,176 echó raíces.
Entre el peñascal177, donde el sol se astilla, el vagabundo hizo alto. Una roca le brindó sombra a
su cuerpo, como el valle le ofreció reposo y deleite a su vista. En torno de él, las cañas de maíz
crecían si acaso dos cuartas y se mustiaban enfermas de endebleces.178 El indio fue testigo
impávido179 de las lágrimas y del sudor vertidos sobre la sementera180 para apagar la sed de los
sembradíos y el hambre de los sembradores.
Pegado a la roca, aclimatado como los árboles peruleros,181 viviendo como el maguey, sobre
la epidermis de un manto calcáreo,182 Juá Shotá hacía su vida a un ritmo vegetal.
Ofrecía al peregrino una jícara183 de pulque,184 en los precisos instantes en que las piernas
flaqueaban y la lengua se pegaba al paladar. La gratificación por el servicio era modesta, aunque
constante, tanto, que un día del peñasco brotó un techado que era flor del temple,185 nata del
clima. Un techado que se ofrecía todo al caminante, quien nunca soslayaba186 la satisfacción de
permanecer un ratito bajo su sombra.
Cuando al fondo del jacal apareció un armazón de maderos atados con cabos de fibra de
lechuguilla187 y sus huecos cubiertos con botellas de etiquetas policromas: “limonada”,
176
otomí: grupo indígena que se encuentra en el Estado de Guanajuato, Querétaro, Hidalgo y México. Se cree
que fueron los más antiguos pobladores de la región.
177
peñascal: sitio cubierto de piedras.
178
endebleces: debilidad.
179
impávido: sin temor.
180
sementera: tierra sembrada.
181
peruleros: pirules.
182
calcárea: tierra cubierta de cal.
183
jícara: vasija hecha del fruto del árbol jícaro.
184
pulque: bebida alcohólica fermentada del maguey.
185
temple: templado.
186
soslayaba: dejar de lado.
187
lechuguilla: planta áspera semejante al maguey.
131
“ferroquina”, “frambuesa”, o con paquetes de cigarrillos de tabaco bravo o con latas de galletas
endurecidas o con mecapales y ayates188 ⎯utensilios estos últimos indispensables en el
ventorro, cuya clientela de cargadores y buhoneros189 los reclamaba⎯, entonces llegó María
Petra, obediente al llamado de Juá Shotá, su marido.
Una tarde, de entre los peñascos, como un hongo, surgió la mujer. Venía fatigada; sobre su
frente caían madejas negras de pelo; su cuerpo trasudaba la manta que lo cubría; los pies
endurecidos se montaban alternativamente uno sobre otro buscando descanso. Doblegada por
el peso de la impedimenta envuelta en un ayate,190 las tetas campaneaban al aire. La viajera no
traía las manos vacías; en ellas jugaba un malacate191 que torcía, torcía siempre un cordel que
acariciaba pulgar e índice: hilo de ixtle,192 que es urdimbre y es trama de la vida india.
Juá Shotá salió a su encuentro y tuvo para ella palabras de bienvenida. Luego preguntó por
algo que no veía; ella, haciendo una mueca, se descargó y del bulto extrajo un atado del que
brotaban vagidos.193 A poco Juá Shotá acariciaba a la hija desmedrada194 y feúcha María
Agrícola.
La madre, sin osar mirarlos, sonreía.
La grieta donde se encajaba la vereda se fue ensanchando al paso del atajo195 de años. La venta
de Juá Shotá había crecido y cobrado crédito: caminante que pasaba por aquella vía huraña,
caminante que detenía su paso en el tenducho para echar al gaznate196 un trago de aguardiente
o para refrescarse con una tinajilla197 de pulque. Juá Shotá era ya un hombre gordo, de
ademanes y decir desparpajados. Vestía ropa blanquísima y calzaba huaraches de vaqueta. Para
estar a la altura de su nueva condición, había traducido su patronímico, ahora la clientela lo
conocía por don Juan Nopal. En cambio, María Petra se agostaba en las duras labores de
188
mecapales y ayates: accesorios hechos de mecate para ayudar a soportar la carga.
buhoneros: vendedores ambulantes.
190
ayate: tela de hilo de maguey para soportar la carga.
191
malacate: cuerda.
192
ixtle: planta fibrosa para textiles.
193
vagido: llanto.
194
desmedrada: desaliñada.
195
atajo: senda para acortar el camino.
196
gaznate: garganta.
197
tinajilla: vasija.
189
132
puerta adentro, en lucha eterna con los pétreos cachivaches198 que formaban el menaje
doméstico.
La niña creció entre riscos199 y cabras. Sus carnes cobrizas asomaban por entre los
guiñapos200 que vestía, la cara chata hacía marco a los ojos de cervatillo y su cuerpo elástico
combinaba líneas graciosas con rotundeces prietas.
María Agrícola vivía aislada del mundo; don Juan Nopal y María Petra, el uno absorbido por
las atenciones del ventorro201 y la otra entregada a los cuidados del hogar, se olvidaban de la
rapaza,202 quien pasaba todo el día en el campo. Allí corría de peña en peña, mientras llevaba el
ganado al abrevadero.203 Comía tunas y mezquites; reñía con el lobo, espantaba al tigrillo y
lapidaba,204 despreciativa, al pastor su vecino que con sospechosas intenciones trató, más de
una vez, de salirle al paso. Cuando la tarde se iba, echaba realada y canturreando una tonadita
seguía a su rebaño, para dejarlo seguro en el corral de breñas, no sin antes conjurar a las bestias
dañinas con palabras solemnes y misteriosas. Entonces regresaba a casa, consumía una buena
ración de tortillas con chile, bebía un jarro de pulque y se echaba sobre el petate, cogida por las
garras del sueño.
La clientela de don Juan Nopal iba en aumento. Por la venta desfilaban los caminantes:
arrieros de la sierra, mestizos jacarandosos205 y fanfarrones,206 que llegaban hasta las puertas del
tenducho, mientras afuera se quedaban pujando al peso de la carga de azúcar, de aguardiente o
de frutas del semitrópico, las acémilas sudorosas y trasijadas.207 Aquellos favorecedores
charlaban y maldecían a gritos, comían a grandes mordidas y bebían como agua los brebajes
alcoholizados. A la hora de pagar se portaban espléndidos.
O los indios que cargaban en propios lomos el producto de una semana entera de trabajo:
dos docenas de cacharros208 de barro cocido, destinados al tianguis más próximo. Ocupaban
aquellos tratantes el último rincón del ventorro. Ahí aguardaban, dóciles, la jícara de pulque
198
cachivaches: utensilios viejos.
riscos: piedras.
200
guiñapos: trapos viejos.
201
ventorro: despectivo de venta, tienda.
202
rapaza: muchacha.
203
abrevadero: depósito de agua para el ganado.
204
lapidaba: lanzaba piedras.
205
jacarandosos: alegres.
206
fanfarrones: presumidos y mentirosos.
207
trasijadas: trabajadas arduamente.
208
cacharros: trastes.
199
133
que bebían silenciosamente. Pagaban el consumo con cobres resbaladizos de tan contados,
para irse, presto, con su trotecillo sempiterno.209
O los otomíes que, en plan de pagar una manda, caminaban legua tras legua, llevando en
andas a una imagen a la que escoltaban diez o doce compadritos, los que, por su cuenta,
arrastraban una ristra210 de críos, en pos del borrico cargado con dos botas de pulque cada vez
más ligeras, ante las embestidas de los sedientos.
Entonces los cohetes reventaban contra el cielo, las mujeres gimoteaban llenas de piedad y
los hombres alternaban alabanzas con canciones muy profanas, acompañadas por una guitarra
sexta y un organillo en melódica pugna. Llegados a donde Juan Nopal, se olvidaban del pulque
para dar contra el aguardiente.211 A poco aquello echaba humo; los hombres festejaban a
carcajadas la fábula traviesa y la ocurrencia escatológica212 o se empeñaban en toscos juegos de
manos. Las hembras se apretaban unas contra otras y, con la vista vidriada por las lágrimas
vertidas, seguían bebiendo con el mismo fervor con que elevaban plegarias y jaculatorias.213 El
santo de las andas yacía maltrecho en medio del recinto.
O la caravana que acompañaba a un cadáver de tres días, encaramado214 sobre los hombros
de los deudos que íbanse turnando periódicamente. A un cadáver que había trepado montañas,
atravesado valles, vadeado ríos y oscilado en la negrura de los abismos, con afán de cortar la
distancia medianera entre el pueblito perdido en la sierra y la cabecera del municipio donde el
“derecho de panteones” constituía el tributo más productivo. Esta multitud doliente llegaba a
la casa de Juan Nopal y, después de repetidas libaciones por “la salud del fiel difuntito”,
limpiaba la bodega, mientras el féretro tendido en medio camino, tronaba macabramente.
Con aquella clientela, Juan Nopal hacía su vida. La paz cubría el techo del hogar montero.
El horizonte se hacía mezquino, porque se estrellaba en la falda del cerro interpuesto entre los
terrenos del otomí y el valle anchuroso.
Cuando aquella pareja instaló su tienda de campaña frente al ventorro de Juan Nopal, éste, sin
saber por qué, sintió hacia los recién llegados una gran simpatía. El hombre era de un color
blancucho, prominente abdomen y movimientos un poco amanerados. Usaba lentes como
209
sempiterno: caminar silencioso.
ristra: fila o hilera.
211
aguardiente: bebida alcohólica.
212
escatológica: referencia a los excrementos.
213
jaculatorias: oraciones.
214
encaramado: encima de.
210
134
aquellos tipos que tanto hacían reír al indio, cuando los miraba retratados en los periódicos que
casualmente llegaban a sus manos.
Todas las mañanas, el nuevo vecino salía paso a paso en busca de piedras, que traía después
a su tienda. Por las tardes remolía los pedruscos y observaba el polvo cuidadosamente.
Ella era una joven delicada y tímida. Su físico no cuadraba con la indumentaria, pantalones
de burda tela que hacían resaltar grotescamente las protuberancias glúteas, para regocijo de
Nopal y de su clientela; botas de cuero aceitado y un sombrero de paja que se ataba al cuello
con un listón rojo. Sin embargo, cuando el dueño del ventorro observaba las desazones que la
vida cerril provocaba a la mujercita, sentía por ella inexplicable compasión.
El hombre parecía más acostumbrado a las molestias de la rusticidad; iba y venía con pasos
inalterables. En ocasiones cantaba con voz ronca y potente algo que a Juan Nopal le parecía
muy cómico.
Las actividades del extraño tenían intrigado al indígena. Los arrieros serranos le dijeron que,
por las botas, los pantalones bombachos y el sombrero de corcho, se podía sacar en claro que
el vecino era ingeniero. Desde ese día don Juan Nopal señaló al hombre de la casa de campaña
con el nombre de Ingeniero.
Una tarde, María Agrícola llegó sofocada.
⎯Eh, viejo ⎯dijo al padre en su lengua⎯, ése, al que tú llamas Ingeniero, me siguió por el
monte.
⎯Querría que le ayudaras a coger esas sus piedrotas que a diario pepena...
⎯¿Piedrotas? No, si parecía chivo padre... Daban ganas de persogarlo215 con bozal debajo
de un huizache216 y voltearle en el lomo un cántaro de agua fría...
Los ojos del indio se encapotaron.
El Ingeniero entró en la venta. Pidió limonada y empezó a beberla lentamente. Habló de muchas
cosas. Dijo que era minero, que venía a buscar plata entre el lomerío. Que su esposa lo
acompañaba nada más para servirlo... Que era rico y poderoso.
El indio sólo escuchaba: “Puesto que mucho habla, mucho quiere” ⎯rumiaba para sí la
sentencia que le enseñaron sus padres⎯. “Pero el que mucho habla, poco consigue”, agregaba
como coletilla217 de su propia cosecha.
215
216
persogarlo: detenerlo.
huizache: arbusto.
135
Cuando María Agrícola pasó frente a ellos, el indio notó en el Ingeniero un sacudimiento y
descubrió en sus ojos el brillo inconfundible.
Al otro día, el hombre repitió la visita, sólo que esta vez venía acompañado de su esposa. A
don Juan Nopal le cautivó la suavidad de modales de la hembra, igual que la tristeza que había
en el fondo de sus ojos verdes.
La voz apagada de ella acarició el oído del ventero, al mismo tiempo que las manos largas y
transparentes atrapaban su voluntad. Esa tarde la visita del minero le fue grata.
LAS
ESTANCIAS DEL
INGENIERO EN LA TIENDA MENUDEABAN. BEBÍA LIMONADA
MIENTRAS DECÍA COSAS RARAS QUE EL INDIO APENAS SI PENETRABA...
MAS,
DE TODAS
SUERTES, REÍA Y
reía por lo mucho de cómico que encontraba en el palique.218
⎯Bien, don Juan ⎯dijo el minero por fin⎯, tengo para ti un buen negocio.
⎯Tu mercé219 dirás ⎯respondió el otomí.
⎯¿Está muy caro el ganado por acá? ¿Cuánto, por ejemplo, sale costando una cabrita?
⎯El ganado en esta tierra no se vende. Los pocos animales que tiene nosotros, los
guardamos para cuando nos toque la mayordomía220 del Santo Nicolás, al que rezamos los de
Bojay que es mi tierra, allá, trastumbando221 el cerro más alto que devisas222 detrás de las ramas
de aquel pirul... O para el día en que nos vesita223 el Santo Niño del Puerto. Entonces hacemos
matanza y no respetamos ni las cabras de leche, porque viene harta gente.
⎯Bien, bien, ¿pero si yo te ofrezco diez pesos por una cabrita, tú serías capaz de
vendérmela?
⎯Pos pué224 que ni así ⎯respondió el indio aparentando pocas ganas de tratar.
⎯Diez pesotes, hombre; nadie te dará más... Porque lo que yo quiero pagar más bien es un
capricho.
Don Juan no respondió; pero hizo una mueca que, de tan equívoca cualquiera la hubiese
tomado por una aceptación.
217
coletilla: conclusión.
palique: plática.
219
mercé: merced. Forma respetuosa para dirigirse al patrón.
220
mayordomía: responsabilidad de organizar la fiesta.
221
trastumbando: atravesando.
222
devisas: divisas, miras.
223
vesita: visita.
224
pos pué: pues puede.
218
136
⎯Hay entre tu ganado, don Juan, una cabra que me gusta mucho, tanto, que ya ves el pago
que por ella te ofrezco.
⎯Si tu mercé la queres, tienes que pagarme en centavos y quintos de cobre... A nosotros no
me gusta el billete.
⎯En cobres tendrás los diez pesos, hombre desconfiado.
⎯Si ya tu mercé tienes visto el animalito, ve por él al monte.
⎯Sólo que ⎯dijo el minero con desfachatez⎯ la cabra que yo quiero tiene dos patas.
⎯Ja, ja, ja ⎯rió el indio estrepitosamente⎯. Y yo que no quería creer a los arrieros
serranos, ora sí estoy cierto; tu mercé estás loco... ¡y bien loco! Chivas con dos patas. ¡Será la
mujer del demonche,225 tú!
⎯Chiva de dos patas llamo a tu hija... ¿No lo entiendes, imbécil? ⎯preguntó amoscado el
forastero.
El indio borró la sonrisa que le había quedado prendida en los labios después de su
carcajada y clavó la vista en el minero, tratando de penetrar en el abismo de aquella propuesta.
⎯Di algo, parpadea siquiera, ídolo ⎯gritó enojado el blanco⎯. Resuelve de una vez. ¿Me
vendes a tu hija? Sí o no.
⎯¿No te da vergüenza a tu mercé? Es tan feo que yo la venda, como que tú la merques...226
Ellas se regalan a los hombres de la raza de uno, cuando no tienen compromisos y cuando
saben trabajar la yunta.
⎯Cuando se cobra y se paga bien no hay vergüenza, don Juan ⎯dijo el Ingeniero suavizando
el acento⎯. La raza no tiene nada que ver... y menos cuando se trata de la raza que ustedes los
indios quieren conservar... ¡Bonita casta que no sirve más que para asustar a los niños que van
a los museos!
⎯Pos las chivas de esa clase no han de ser tan feas, ya que tu mercé te interesas tanto por
una.
⎯Te he dicho que es tan sólo un capricho mío... A lo mejor tú sales ganando un nieto
mestizo. Un hijo de blanco que será más inteligente que tú. Un mestizo que valdrá más de diez
pesos en cobres.
225
226
demonche: demonio.
merques: compres.
137
⎯No, ese ganado no está a la venta ⎯repuso don Juan con un tonillo que denotaba no
haber entendido o no haber querido entender las últimas palabras de su cliente.
⎯Se necesita ser estúpido para no tratar. En la costa regalan a las indias vírgenes, sólo con
la esperanza de que tengan un hijo blanco, porque aquella gente entiende que la mezcla de los
hombres es tan útil como una buena cruza en los ganados; pero ustedes los otomíes son tan
cerrados, que ni pagándoles acceden a mejorarse.
Ahora en los ojos de don Juan había una chispa. Chispa en la que no reparó en su fogosidad
el blanco.
⎯Bueno, en vista de tu necedad, doblo la oferta. Veinte pesos por ella. ¡Veinte pesos en
cobres de a cinco! No, no me la voy a llevar, porque las criadas indias en la ciudad son inútiles
y puercas. Solamente quiero que le digas que se bañe y que la aconsejes para que no sea mala
conmigo, que no me arañe ni me tire de patadas... Después te la dejo. No pago más que el
silencio, porque a mí no me convendría que nadie se enterara, ¿sabes? ⎯dijo mientras miraba
hacia la tienda de campaña, donde la mujer blanca recosía ropa, sentada cerca de la puerta.
⎯No, tu mercé eres mala gente. Ya te digo que por’ay no l’entro... ¡Y de paso, pos pagas
tan pocos fierros!
⎯Veinticinco pesos en cobres... En cobres, oíste ⎯ofreció terminantemente el comprador.
⎯Te voy a enseñar a tu mercé a tratar ganados ⎯dijo pachorrudamente227 el otomí,
mientras sacaba una bolsa gruesa del cajón del mostrador⎯. Aquí hay cien pesos en cobres... Y
como yo creo con tu mercé que las cruzas son buenas, quisiera yo también mejorar mi casta.
Pero la mía, no la ajena. Cien pesos que te doy por tu mujer. Tráimela, yo no pongo
condiciones... Aunque me arañe, me muerda y me patié. Yo no pago el silencio, eso te lo doy
de ribete;228 puede tu mercé contarlo a todo el mundo. Tampoco te pido que la bañes, déjamela
así.
Entonces el que permaneció en silencio fue el Ingeniero.
⎯Tu mercé te la llevas, a mí aquí en el monte no me sirve... ¡Capaz de que se quebre!229 Tu
mercé cargas con ella; pero eso sí, con la garantía de que pronto tendrás un mestizo bonito y
trabajador que te diga papá... Son buenas las cruzas de sangre; pero lo mejor de ellas es que
227
pachorrudamente: despaciosamente.
ribete: regalo.
229
quebre: quiebre, desbarate.
228
138
pueden hacer lo mesmo230 de macho a hembra que de hembra a macho... ¿O qué opinas tu
mercé?
⎯Pero esto es bestial... Se te ha soltado la lengua, ídolo.
⎯Resuelve luego ⎯continuó Juan⎯, porque yo cuando me alboroto luego me da por
retozar.231 Cien pesos en cobres; nenguno232 te dará más, porque está tan canija, si apenas que
con su peso levanta la vara de la romana.233 No merco ni la carne ni el pellejo, sólo te compro a
tu mercé el modito de ella... Pero si no te gusta este trato, tengo otro que proponerte... ¡Tú
dirás!
La mirada de ambos coincidió entonces en un solo punto. Cuatro ojos se clavaron en un
machete que colgaba del mostrador al alcance de la mano del indio.
⎯¡Cien pesos por un modito, señor Ingeniero! ⎯repitió con retintín don Juan. En su boca
había una sonrisa que rivalizaba en frialdad con la hoja de acero.
A la mañana siguiente, don Juan Nopal se sorprendió de no encontrar frente a su casa la tienda
de campaña del Ingeniero. Había sido desmontada precipitadamente antes de la media noche. El
amanecer había sorprendido a los fugitivos blancos en la cumbre del cerro de El Jilote.
MARÍA AGRÍCOLA, IRGUIENDO EL CUERPO FINO Y FLEXIBLE, COMO LAS ARMAS
DE LOS FLECHEROS, DEJABA QUE EL AIRE REVOLVIERA EL NEGROR DE SUS
TRENZAS, MIENTRAS VEÍA CÓMO UNA POLVAREDA SE ALZABA POR ALLÁ, CERCA
DE LA BARRANCA DE EL CÁNTARO, PUNTO CERCANO A LA VÍA DEL FERROCARRIL.
230
mesmo: mismo.
retozar: jugar.
232
nenguno: ninguno.
233
la vara de la romana: se refiere a la aguja indicadora de la báscula.
231
139
Acerca de “La cabra en dos patas”
Francisco Rojas González nos presenta en el cuento “La cabra en dos patas” al indígena otomí
Juá Shotá, quien vende refrescos y cigarros a los caminantes en un peñascal donde se ha
establecido con su mujer e hija. El negocio de Juá Shotá prosperó pues los otomíes que
transitaban por el peñascal siempre estaban sedientos. Trabajaba muy duro para sacar adelante
a su familia. Su hija, María Agrícola, vivía de acuerdo a su condición natural, con gran libertad
entre el peñascal.
A este peñascal llega un ingeniero de piel blanca acompañado de su esposa con el propósito de
buscar minerales. Se instalan justo frente a la tienda del indígena que ahora se llama don Juan
Nopal. El ingeniero se dedicaba a buscar piedras que después molía y observaba. Un día trató
de violar a la hija de Juan Nopal, pero ella logra escapar. El ingeniero empezó a frecuentar la
tienda de Juan para platicar. Éste pensaba: “Puesto que mucho habla, poco consigue”. Un día,
el ingeniero hace el ofrecimiento a Juan Nopal de comprar a su hija por diez pesos, tal como si
se tratara de una cabra, argumentando que un nieto mestizo mejoraría la raza indígena. Juan,
indignado pero con una gran astucia, revierte la oferta y le ofrece una cantidad mayor por la
esposa del ingeniero con el mismo fin: mejorar la raza.
El narrador subraya la manera despreciativa y denigrante con la cual el ingeniero se refiere al
mundo indígena al comparar a la muchacha con una cabra de dos patas:
⎯Chiva de dos patas llamo a tu hija... ¿No lo entiendes, imbécil? ⎯preguntó amoscado el
forastero234.
234
Francisco Rojas González, El diosero, FCE, México, 1951, pág. 297. Todas las referencias a este texto
pertenecen a esta edición.
140
Se entabla un ingenioso diálogo en el cual se enfrenta la concepción obsoleta del ladino ⎯que
le ofrece a Juan mejorar su raza con la posibilidad de tener un nieto blanco⎯ con la actitud
firme e irónica del indígena, quien revierte la oferta ofreciéndole cuatro veces más dinero por
su esposa sin condiciones. El ingeniero, atónito, no puede creer que el indígena tenga mucho
más dinero del que esperaba. Juan Nopal le ofrece: “¡Cien pesos por un modito, señor
Ingeniero!”, refiriéndose a la amabilidad del trato de su esposa.
La actitud desafiante del indígena y la amenaza implícita de hacer uso del machete hacen al
ingeniero huir del lugar. Juan Nopal defendió con valentía y astucia a su hija y el ingeniero
recibió una lección de dignidad e integridad moral.
El desprecio del ingeniero blanco hacia la integridad física y moral del indígena es un ejemplo
de la mentalidad colonialista. Rojas González contrasta la degradación moral del hombre de
ciudad y piel blanca con la agudeza de pensamiento del indígena que, pese a las precarias
condiciones materiales de vida, ha sabido conservar los valores de su cultura.
En esta narración Rojas González describe el entorno geográfico en el que viven los otomíes
con un gran realismo. Subraya la relación del medio con la psicología de sus personajes. Juá
Shotá, que por cierto después de los tiempos de prosperidad cambia su nombre por Juan
Nopal, vive “aclimatado como los árboles peruleros, viviendo como el maguey, sobre la
epidermis de un manto calcáreo, Juá Shotá hacía su vida a un ritmo vegetal”235. La aridez del
paisaje forja hombres fuertes, rudos en su trato, trabajadores con un fuerte sentido de
solidaridad.
La dignidad y estoicismo del indígena no se vence ni se compra; a pesar de las adversas
condiciones que enfrenta protege la integridad de su familia. Es muy interesante observar los
caracteres delineados en este cuento por Rojas González: retrata al indígena marginado que no
domina el español y vive en condiciones materiales terribles, pero con un fuerte sentido
comunitario; se contemplan sometidos por la religión y el alcoholismo. El indígena que nos
235
op.cit. pág. 291.
141
presenta Rojas González, rudo por su escaso refinamiento social, nos recuerda el ideal
romántico del buen salvaje no contaminado por la civilización.
El Ingeniero ⎯se subraya su título profesional con ironía⎯ es incapaz de entender el mundo
indígena, el cual desprecia por ser diferente al suyo. Sin embargo, esta pretendida superioridad
étnica no se sostiene por sí misma. El ingeniero se muestra prepotente y poco astuto para
conquistar a María Agrícola. Su escaso criterio no le permite concebir al indígena como ser
humano ni respetar su dignidad. Rojas González nos enfrenta a la caracterización del hombre
natural frente al hombre citadino. La imagen de fortaleza de la mujer indígena resalta frente a la
débil caracterización de la esposa del ingeniero, incluso se habla del sufrimiento interior de la
mujer rubia. María Agrícola es descrita desafiante y libre al final del relato. Juan Shotá es más
fuerte y decidido que el ingeniero.
El narrador omnisciente utiliza tres momentos dentro de la narración. En el primero describe a
Juá Shotá y su esposa María Petra cuando iniciaban su vida y su hija era pequeña. En un
segundo momento, nos narra el tiempo cuando la familia se estableció, se dedicó al negocio y
María Agrícola vivía en completa libertad; en esta parte el autor aprovecha para presentar un
cuadro costumbrista de la vida del indígena otomí. El tercer momento de la narración, más
dinámico, cuenta el episodio del ingeniero que se instala frente a su jacal; ahí el narrador
intercala diálogos de gran realismo para acercarnos a sus personajes con un mayor realismo. Va
del pasado al presente para dramatizar la acción y acercar al lector a la problemática del
indígena.
Rojas González manifestó su oposición al “Arte por el arte” de las corrientes vanguardistas de
su tiempo y prefirió imprimir a su estilo literario un sentido humano más hondo. Cuidadoso de
la expresión apropiada, hace uso del lenguaje imaginativo y de las imágenes sugestivas.
La descripción animista del paisaje subraya la intención de vincular el carácter de sus
personajes con su medio: “donde el aire se hace remolino, Juá Shotá, el otomí, echó raíces.
Entre el peñascal, donde el sol se astilla”236. Obsérvese que el aire y el sol son dinámicos y Juá,
a semejanza de un vegetal, echa raíces. El autor introduce algunos elementos o sucesos
236
Ibid, pág. 291.
142
significativos como si no tuvieran importancia. Recordemos el diálogo entre Juá y el ingeniero
al tratar sobre la compra-venta de “la cabra” y la esposa: al no aceptar ninguno de los dos la
oferta, Juan Nopal pasa su mirada por el machete y el ingeniero entiende que el siguiente paso
es la violencia, por lo cual huye esa misma noche. Esta economía narrativa le da un gran
dinamismo al relato y hace participar al lector de este juego de astucia. Con frecuencia, Rojas
González utiliza la ironía, sobre todo en la designación de los nombres de sus personajes: Juan
Nopal, por su analogía con el cactus; María Petra, por su fuerza y rudeza; “el ingeniero”,
designado así por los serranos por las botas y pantalones que usaba, aunque en realidad no es
un ingeniero, sino un aventurero; María Agrícola, por su juventud y fertilidad, etcétera.
Rojas González matiza su narración con frases poéticas. Recordemos la primera parte, en la
cual se presenta al hombre enfrentado con la agreste naturaleza. La descripción de la esposa del
ingeniero: “A don Juan Nopal le cautivó la suavidad de modales de la hembra, igual que la
tristeza que había en el fondo de sus ojos verdes”237, o la descripción final: “María Agrícola,
irguiendo el cuerpo fino y flexible, como las armas de los flecheros, dejaba que el aire
revolviera el negror de sus trenzas”238.
El poder de evocación de su relato refuerza los elementos de una trama sencilla, un suceso de
la vida cotidiana que adquiere un resonancia casi legendaria por la conjunción del lenguaje
poético y cotidiano.
En la obra de Rojas González es común la formación de metáforas o símiles animalescas que
se establece entre los hombres y la naturaleza o viceversa. Los ejemplos más claros son Juan
Nopal y María Agrícola que, según el ingeniero, es “una cabra en dos patas”. Este símil que da
el título al cuento es también un juego de astucia, pues al final se observa que quien realmente
es una bestia en dos patas que va trepando al huir por el monte es el ingeniero y no María.
La preocupación social por las condiciones de marginación del indígena se entrelazan con la
admiración por su estoicismo y dignidad, al mismo tiempo que se va tejiendo con fino humor
este incidente que nos permite entender con simpatía un aspecto de la vida del indígena otomí.
237
238
Ibid, pág. 295.
Ibid, pág. 299.
143
FUENTES
ROJAS GONZÁLEZ, FRANCISCO, EL DIOSERO, FCE, MÉXICO, 1951.
SOMMERS, Joseph, Francisco Rojas González: exponente literario del nacionalismo mexicano,
traducción de Carlo Antonio Castro, Universidad Veracruzana, México, 1966.
144
RAMÓN RUBÍN
MARÍA DEL CARMEN BERMEJO MARTÍNEZ
Ramón Rubín nació en 1912, en Mazatlán, Sinaloa. Desde temprana edad ha ejercido los
oficios más variados: marinero, cuentista, corresponsal, defensor ecologista de los lagos,
pequeño empresario; entre estas actividades destaca el ser viajero incansable que ha recorrido
los más recónditos lugares de la República Mexicana para conocer y dar a conocer a sus
lectores el México profundo de los indígenas, blancos y mestizos que habitan el medio rural. Se
ha detenido a convivir en comunidades indígenas de huicholes, coras, tzoltziles, tarahumaras y
seris, y dichas comunidades están presentes en su obra, alejadas de la vida moderna, silenciosas
y sometidas. Una de sus preocupaciones fundamentales es reproducir en sus cuentos y novelas
la vida de estos grupos humanos; observar los diferentes medios geográficos de nuestro país y
cómo influyen en la conducta de sus personajes, en especial los indígenas, por los que siente
una gran simpatía.
Su formación literaria no estuvo relacionada con medios académicos, sino con un afán de
conocer, a través de la literatura, otros universos. Lector incansable de los más diversos autores
de la literatura mexicana y universal, se inicia en la literatura a los quince años de edad
escribiendo una novela de amor, pero la quemó por resultar demasiado cursi. Desde entonces
ha perseverado en el cuento corto y la novela. Ha manifestado en diversas ocasiones que se
considera un simple narrador, cuya única función es distraer y emocionar al lector:
...desahogo mis emociones relatando aquello que me impresiona hasta conmoverme. Creo que
siento cariño por el ser humano y por la naturaleza y que tengo la obligación de hablar de ellos, al
igual que una fuerza interior desconocida nos mueve a hablar sobre la mujer que amamos (…)
145
los epígrafes que he usado en los cuentos a modo de moraleja los pienso y coloco después,
cuando ya la historia está concluida.239
NO PERTENECE A NINGUNA CORRIENTE O GRUPO DE ESCRITORES CON UN
PROPÓSITO COMÚN.
VIVE EN GUADALAJARA ALEJADO DE LOS ESCRITORES Y
CRÍTICOS LITERARIOS, DE LOS ACADÉMICOS Y LA BUROCRACIA. TRABAJA EN UNA
PEQUEÑA INDUSTRIA DE SU PROPIEDAD QUE MANEJA CON GRAN GENEROSIDAD
PARA CON SUS TRABAJADORES Y ÉL SÓLO OBTIENE LAS GANANCIAS NECESARIAS
PARA VIVIR.
Ha cultivado el cuento y la novela con sencillez, siguiendo las técnicas de un escritor realista
tradicional: observación de los personajes y ambientes, para después registrarlo
minuciosamente. Sus relatos registran la vida cotidiana de los indígenas en interacción con
otros grupos sociales; en sus textos, se contemplan los graves problemas de rezago económico
y cultural que dificultan su integración. Resalta a los ojos de sus lectores anécdotas y detalles
que nos pueden parecer insólitos, pero que forman parte muy importante del panorama
nacional.
Ha sido considerado como un escritor tradicional. Su técnica y estilo no son innovadores ni
pretenden serlo. En entrevista con Emmanuel Carballo comenta:
Considero que un cuento debe ser el relato de un episodio incidental organizado de acuerdo con
una estructura de corte clásico: con su enunciación, desarrollo y desenlace. Sin estos tres
momentos, el futuro del cuento entra en el terreno de la disquisición.240
La estructura tradicional de sus cuentos y novelas, el lenguaje coloquial de sus personajes, sus
ambientes minuciosamente descritos y la emotividad derivada de esta visión profundamente
humana, hacen de la narrativa de Ramón Rubín una literatura de gran interés. Además de su
valor antropológico, sus relatos atraen al lector por su fuerza dramática.
239
Emmanuel Carballo, El cuento mexicano del siglo XX (antología), prólogo, cronología, selección y
bibliografía de E. Carballo, Empresas editoriales, México, 1964, p. 56.
240
Ibid, pág. 55.
146
Emmanuel Carballo ha señalado, acerca de la obra de Ramón Rubín, tres grandes fallos:
primero, que confunde los métodos etnográficos con la estética; segundo, sus personajes no
tienen vida interior ni profundidad psicológica, y tercera, que como narrador interviene en los
relatos para juzgar, opinar y dar su opinión sobre cada uno de ellos.
SIN EMBARGO, SUS LIBROS HAN SIDO BIEN ACEPTADOS, REEDITADOS Y ALGUNAS
VECES SE HAN HECHO ADAPTACIONES CINEMATOGRÁFICAS. SE INICIÓ EN 1934
EN REVISTA DE REVISTAS, CON LA PUBLICACIÓN DE CUENTOS. SU PRIMER LIBRO,
CUENTOS DEL MEDIO RURAL MEXICANO (1942), TUVO DOS EDICIONES EN EL
MISMO AÑO, LA SEGUNDA CORREGIDA Y AUMENTADA CON DIEZ RELATOS MÁS.
HA PUBLICADO OCHO VOLÚMENES DE CUENTOS Y DIEZ NOVELAS. CLASIFICA SUS
OBRAS COMO DEL MEDIO RURAL, DE MESTIZOS Y DE INDIOS, Y RELATA SUS
HISTORIAS DE MANERA DIRECTA, CON UNA MÍNIMA ELABORACIÓN ARTÍSTICA.
LA MAYORÍA DE SUS RELATOS SE UBICAN EN EL MEDIO RURAL, SALVO ALGUNOS
DE AMBIENTE MARINO.
ALGUNAS DE SUS NOVELAS MÁS CELEBRADAS SON: EL
CANTO DE LA GRILLA (1942), SOBRE LOS INDIOS CORAS DEL NAYAR; EL CALLADO
DOLOR DE LOS TZOTZILES (1948), SOBRE LA VIDA DE LOS INDÍGENAS DE
CHIAPAS; LA BRUMA LO VUELVE AZUL (1945) SOBRE LOS HUICHOLES. HA
PUBLICADO COLECCIONES DE CUENTOS, DONDE PODEMOS ENCONTRAR:
CUENTOS MESTIZOS (1942-1950), CUENTOS INDIOS (1954-1958), BURBUJAS EN EL
MAR (1956), EL HOMBRE QUE PONÍA HUEVOS (1960) Y LAS CINCO PALABRAS
(1969), LOS CUALES CONFIRMAN SU FILIACIÓN DE ESCRITOR INDIGENISTA.
147
LA MULA MUERTA
RAMÓN RUBÍN
⎯No siempre un perdedor ha de perder.
Volvía de Agibampo con mi troca241 cargada de sal, rasgando entre el achaparrado242 monte de
la planicie costera la cicatriz de un camino.
Un huracán de polvo nos pisaba los talones. Y de tanto huirle, la fatiga del motor venía
acezando243 con un borbollón de vapores que, surgiendo por los desajustes del capacete, iba en
seguida a diluirse entre las tórridas crenchas244 del aire.
Atrás, en la lejanía, ronroneaba el mar. Y por el frente desnudaba al sol su crispación rocosa
la sierra del Bacatete.
Bajo un mezquite solitario, a 50 pasos de la trocha, divisé tres indios seris245 reclinados en el
áspero tronco del árbol.
Contemplaban con expresión estólida246 una mula muerta.
Sorprendióme verlos tan al Sur. Y hube de atribuirlo a una de esas rachas de hambre que
periódicamente asuelan la comarca y los obligan a salir en busca de tunas, sahuaros y
pitahayas247 del monte o de cualquiera otra cosa comestible.
El estruendo del motor los rescató del ensimismamiento que los envolvía. Y pude advertir
que se miraban entre sí como estableciendo un convenio tácito. Después, el más viejo
241
troca: camión de carga.
achaparrado: de corta altura.
243
acezando:
244
tórridas: ondas.
245
seris: indios sonorenses que habitan la isla Tiburón.
246
estólida: tonta, estúpida.
247
tunas, sahuaros y pitahayas: frutos de cactáceas muy jugosos.
242
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zanqueó248 entre las chollas249 para acudir a la vera del camino y detenerme con un mugido y un
ademán displicentes.
Aminoré la marcha del vehículo. Y la nube de polvo que nos perseguía se precipitó sobre
ambos arropándonos en la sofocación de su aliento.
Contrariado, interpelé al indígena desde la bruma de aquella espesura:
⎯¿Qué se te ofrece?
Y apenas pude percibir su respuesta.
⎯Ven pa que mires la mula, yori250.
La construcción conminativa de la frase no era bastante para suponer que hubiese en ella
atisbos de insolencia, pues la permeaba un humilde tono de súplica.
Tenía deseos de estirarme un poco. De suerte que, sobreponiéndome a los temores que
inspiraba la soledad del paraje, me atuve a los fueros de la buena pistola que llevaba ceñida
sobre el cuadril y, apagando el torturado jadeo de la troca, me apeé para complacerle.
Caminamos hasta el árbol, a cuya sombra yacía el cadáver de la mula.
Tal vez la mató alguna peste. Comenzaba a hincharse y desde el cielo sin mácula la
nimbaba251 un vuelo en círculos de la zopilotera. En el anca pude ver una marca de fuego
conocida.
Sin duda los seris la arrastraron hasta allí por resultarles más confortable velar su
descomposición al amparo de la sombra proyectada por el mezquite.
Se trataba de tres aborígenes hieráticos252, altos, enjutos y medio desnudos, que se habían
embijado253 la cobriza tez en la frente y en los pómulos con tierra bermellón y blanca y cuyas
greñas apelmazadas y lacias ceñía cierto pañuelo decolorado por la intemperie y la mugre.
Contemplaban la acémila muerta con una flema apenas expresiva. Y calculo que hedían tanto o
más que ella.
Encandilado aún por la refracción de la luz en las salinas, traté, con ojos cegatos, de
descubrir lo que pudiera haber de particular en aquel cadáver. No pude. Y conviniendo en que
no acertaría con el motivo por el cual me detuvieron, le hice ver al que saliera a interceptarme,
sin otro propósito que el de abrirle las puertas a una explicación:
248
zanqueó: dio pasos largos.
chollas: plantas cactáceas.
250
yori: voz rencorosa con que los indios del norte llaman al blanco o mestizo.
251
nimbaba: rodeaba.
252
hieráticos: con solemnidad religiosa.
253
embijado: manchado, sucio.
249
149
⎯Trae el fierro de los Gurría, los dueños de todo esto.
Y señalé la posesión haciendo girar mi brazo extendido.
⎯Taba muerta ⎯advirtió enfáticamente el seri.
⎯Voy a avisarles ⎯consentí.
Y él, sonriendo agradecido, murmuró:
⎯Si me haces la favor.
Entonces pude intuir lo que se proponían al detenerme. Aguardaban el paso de algún
mestizo o blanco para que él constatara y atestiguase ante su propietario que la mula estaba
muerta ya cuando la habían descubierto, pues iban a comérsela y temían que aquél fuera a
imaginar que la habían sacrificado.
Quién sabe cuántas horas llevarían así. Mas, pese a los apremios del hambre, habrían
aguardado una semana entera, ya que no ignoraban lo desconfiado que es el yori en relación
con el indio y lo rabioso y vengativo que se muestra cuando se cree dañado en sus pertenencias
por él. Todo hubiera sido preferible a que los tomasen por cuatreros254.
Aparte de los andrajos que llevaban puestos, tenían otros, los de invierno colgando de las
ramas más bajas del árbol, así como unos bules255 de los que usan para transportar el agua en sus
correrías y las sucias guaripas256 con que suelen cubrir del sol apenas la coronilla de su espeso
greñerío257 sostenidos en unas estacas que empotraron en lo estoposo del tronco. Y sobre todo
ello, sobre la mula y en sus mismas carnes se agolpaban miriadas258 de moscas cuya
impertinencia no parecía producirles una gran preocupación.
Una vez que comprobé que la mula estaba intacta, los dos indios parsimoniosamente
reclinados en el tronco del mezquite259 se incorporaron. Y sacando sus cuchillos de la pretina,
se pusieron a destazar el cadáver para ir prendiendo en los aguijones de las ramas lonjas de su
carne nauseabunda.
La repugnancia ató un nudo en mi estómago. Y me hizo salir huyendo hacia la troca.
En alguna ocasión me aseguraron que esta decadente tribu indígena, otrora tan orgullosa,
había llegado en sus hábitos a un relajamiento tal que, antes de comerse el pescado del que
254
cuatreros: rateros.
bules: vasijas.
256
guaripas: sombreros de petate.
257
greñerío: voz despectiva de cabellera.
258
miriadas: gran cantidad.
259
mezquite: árbol de 2 ó 3 metros de altura; su follaje es áspero.
255
150
comúnmente vive, lo ponía a pudrir para que se ablandara y evitarse la molestia de cocinarlo.
No ignoro, tampoco, que en ciertos lugares de Europa existen comunidades de gitanos que
desentierran y devoran los animales que matan las pestes. Y que el poder persuasivo del
hambre es tan imperioso que hasta en los más refinados países de la Tierra se ha llegado a
comer carne humana durante las épocas de penuria que las guerras traen consigo... Y puesto
que el hambre que habitualmente padecen los seris alcanza esos y más grandes rigores, no
debió sublevarme tanto aquella escena. Pero la repulsión me subía desde el estómago y no era
fácil aplacarla con simples conjeturas. Acabó poseyéndome hasta hacerme sentir indignado
contra los tres aborígenes. Y, abordando el vehículo, le exigí todo lo que su enclenque260 motor
daba para escapar de allí cuanto primero.
Crucé el camino ante la casa de adobes de los Gurría. Y aún me ardía el asco en la garganta
y en el pecho la contrariedad cuando me detuve bajo el gran capule261 que sombrea el
tranquero de su corral, gritándoles a los que se hallaban dentro:
⎯¡Ey!... ¿Qué pasa con esa gente?
Abrochándose los pantalones con descoco salió a la puerta don Leonel Gurría, que era
amigo mío.
Estaba perceptiblemente molesto por mi intromisión, pues tenía en esos momentos a la
Petra atrincherada262 contra la pared y sobre el catre de tijera y mis voces le obligaron a
interrumpir el asalto. De modo que inquirió en tono ácido:
⎯¿Qué hubo?
⎯Allá pa’l263 mezquite solo, al pie del árbol ⎯dije⎯ dejé tres seris comiéndose una mula
tuya.
Sólo unos instantes se mantuvo perplejo.
Mi indignación debía tener algún elemento de contagio. Pues, al cabo, pareció molesto de
saberlos tan cochinos y tan rebajados como para disputarles a zopilotes y perros de carroña. Y
preguntó interesándose:
⎯¿Pa’l mezquite solo?
260
enclenque: débil.
capule: variante de capulín.
262
atrincherada: acorralada.
263
pa´l: para el.
261
151
⎯Sí ⎯repuse⎯. Me dio muina verlos como queleles264 sobre ella y te traigo la razón para
que los corras de por aquí y no dejes que estén dando ese espectáculo.
Volvió a cavilarlo. Y adujo:
⎯Hora ya es tarde... Pero mañana, después de misa, les caigo y les doy su calda265.
Luego de lo cual me dio la espalda y se introdujo en la casa para continuar sus regodeos
con la concubina.
Al otro día fue domingo.
Ya entrada la mañana don Leonel volvía de Navojoa sobre el Canario, un arrogante
palomino de la yeguada de don Jesús Iberri que adquirió en Sahuaripa y que por su alzada y su
brío era la envidia de cuantos en aquellos contornos se apasionaban por los buenos caballos.
Lo acompañaba el yaqui Leocadio Huitimea, el cual, aunque de padres indios, nació civilizado,
hizo a Gurría su compadre y posee más al norte del de éste un rancho triguero regado con
aguas del Oviáchic.
Aun cuando los seris son inofensivos, Gurría había sentido temor de ir a ahuyentarlos solo.
Y no ignorando que su vecino y compadre, por cristianizado y por yaqui era un enemigo
enconoso de aquellos aborígenes y afecto además a hacerla de sayón266 en las arbitrariedades,
solicitó que lo acompañara. Huitimea se había prestado a ello con gusto. E iba jineteando un
alegre prieto-mascarillo y armado de pistola y carabina por si los pacíficos adversarios se
ponían carrascalosos267.
Desde el rancho hasta el mezquite solo la brecha268 es larga y dura de andar. Pero esa
mañana la volvía más pesada el tiempo caluroso. De suerte que ya el Sol tramontaba el
meridiano cuando divisaron el árbol.
La distancia sólo les permitía distinguir aún una mancha oscura tendida al pie de éste. Mas, a
medida que se iban aproximando, los harapos, sombreros, bules y tiras de carne colgados del
ramaje tomaban forma; y aquella mancha oscura comenzó a moverse y pudieron advertirla
mucho más extensa de lo calculado. Finalmente, lograron comprobar que la formaban, además
264
queleles: quebranta huesos, zopilotes.
calda: castigo.
266
sayón: verdugo.
267
carrascalosos: sumamente susceptibles, dispuestos a pelear.
268
brecha: camino entre el campo.
265
152
de los tres indios a que yo me refiriese, otros 17 o 18 que se les habían reunido para gozar de la
comilona, quizá todo lo que queda de esa pobre raza en vías de extinción, incluyendo mujeres y
niños.
La mayor parte permanecía echada y durmiendo. Sólo uno de los hombres hacía guardia
reclinado de espaldas contra el tronco del árbol, pero en cuclillas y entretenido en arrojarles
puñados de polvo o guijas269 menudas a los más impacientes de los quebrantahuesos y las
auras270, los cuales no se resignaban a perder su parte en la carroña y rondaban obstinados el
cadáver a medio destazar de la mula.
Fue éste el primero en presentir a los recién llegados y quien dio aviso a los demás para que
se fueran previniendo.
Una vez que tuvo bien a la vista lo que de la acémila quedaba, Gurría la reconoció y le dijo
al yaqui:
⎯Es una alazana vieja que de tiempo atrás se me andaba muriendo, compadre.
⎯La rematarían ⎯supuso el aludido.
⎯O la encontraron muerta, porque ellos vienen más bien a las pitayas... El caso es que yo
no la contaba ya, y no me perjudica.
⎯¡No me va a decir que hicimos de oquis271 la andada!... ⎯se amoscó Huitimea.
⎯No ⎯resolvió Gurría⎯. De cualquier manera no es correcto que estén a’i haciendo sus
cochinadas... Los corretearemos hasta la playa.
El yaqui convino complacido.
Y desoyendo la actitud presta a explicaciones de los indios, sin dirigirles una sola palabra,
los dos compadres arrojaron brutalmente sus caballos contra los infelices, compeliéndolos a
emprender la huida.
Incorporándose con violencia, los seris se desparramaron medrosos. Y en tanto que los
pequeñuelos se refugiaban tras de las enaguas de pluma de pelícano de sus madres para eludir
la embestida, los hombres les daban protección resignándose a soportar en primera línea el
impacto de la acometida, estoicos ante la adversidad aunque sin propósito alguno de desafío.
El yaqui Huitimea empezó a azotarlos con el fuete. Mas Leonel Gurría lo contuvo:
⎯Son muchos y no se nos vayan a poner al brinco... Con los caballazos tienen, compadre.
269
guijas: pequeñas piedras.
auras: aves de rapiña.
271
de oquis: gratis.
270
153
Habíales parecido obvio entrar en explicaciones con gente tan desentendida. Pero el dueño
de los terrenos no se pudo contener, y acabó vociferando:
⎯Vamos; ¡fuera de aquí!.. ¡A tiznar madres a su isla!...
Y con los potreones de su opulento Canario los empujaba hacia el monte, rumbo a la playa,
secundado por Leocadio, el cual, lanzando eufóricos alaridos, revolvía entre los infelices a su
prieto-mascarillo con riesgo de pisotear algún buqui272.
A pesar de todo, sólo una de las mujeres resultó derribada y maltrecha, pues los pequeños
eran muy ágiles y se desparramaban como pajaritos a las arremetidas de aquellos dos bárbaros
con pantalones.
Pero una disposición tan brutal produjo el efecto que iba buscando al cabo.
Atemorizados los seris, rescataron de las ramas y estacas del árbol sus humildes
pertenencias y se dieron a la fuga, no sin antes dirigirles miradas llenas de tristeza a los restos
de la mula, hirvientes de moscas pero en los que quedaba aún carne suficiente como para
pasarse allí unos días más dormitando el hartazgo.
Los dos jinetes los persiguieron durante kilómetros entre el breñal273, empujándolos siempre
hacia la costa, donde debían tener sus canoas de tule y de carrizo274 en las que habían venido
desde la isla Tiburón.
Desentendiéndose del camino hollado, la tribu había partido a través del chaparral275. Y
además de las espinas del huizache, el nopal y la uña de gato276, por allí abundaban los
hoyancos que traicioneramente abiertos y ocultos en el piso de arena, contribuían a frenar la
brutalidad de la embestida de sus enemigos.
Una vez que consideró Gurría que los habían alejado lo suficiente, propuso a su compañero
que los dejasen y se volvieran.
El yaqui aceptó a regañadientes. Pero como conocía bien la obstinación de esos indios,
apenas los perdieron de vista cuando le sugirió a don Leonel que se ocultaran y aguardasen,
pues tenía por seguro que regresarían. El otro se avino. Y desmontando, amparáronse tras la
272
buqui: niño pequeño.
breñal: terreno abrupto o pantanoso.
274
tule y de carrizo: fibras naturales.
275
chaparral: conjunto de arbustos con hojas muy ásperas.
276
huizache, el nopal y la uña de gato: arbustos con espinas.
273
154
espesura de un bosquecillo de palofierro y paloverde277, donde ataron los caballos antes de
quedar tendidos en el suelo al acecho de los seris.
Los animales trataban de satisfacer la sed y el hombre mordisqueando brotes tiernos del
paloverde y ellos se confortaban con tragos del mezcal de una mulita o botella pequeña que
Huitimea sacase de las cantinas de su silla de montar, cuando hurgó en sus oídos el rumor de la
proximidad de los indios.
Dejáronlos acercar.
Y así que los detuvo el estupor ante la inesperada presencia de los caballos, los dos
compadres brincaron de improviso sobre éstos para atropellarlos y barrerlos de nuevo con los
animales y azotando ahora con las fustas y sin consideración los rostros y las espaldas de los
que quedaban a su alcance.
Durante más de una hora reanudaron la persecución. Y sólo cuando, desaparecido el breñal,
se presentó ante sus ojos una vasta planicie desnuda de árboles y arbustos, anticipo de la playa
y por donde les era dable alejarse hasta un lejano horizonte, desistieron.
Luego de prorrumpir en tonantes amenazas incitándolos a seguir de frente hasta el océano,
los dos jinetes se quedaron rezagados y a la expectativa.
No habían musitado los seris ni un rezongo.
Manteníalos dóciles a la exigencia su miedo a las armas de fuego y a los caballos, así como
un conocimiento empírico de las calamidades que suele costarle a un indio su oposición por la
violencia a los designios del hombre civilizado. Y sólo en un destello de sus miradas huidizas
asomaba a ratos el rencor.
Pero estaban maltrechos por la humillación y fatigados de la carrera. Y en cuanto se vieron
distantes amenguaron la marcha hasta detenerse para reposar.
Gurría y el yaqui lo presenciaban desde lejos, invadidos por una rabiosa exaltación.
Ellos no se habían metido en la brega278 para que los seris se salieran a la postre con la suya.
Deseaban arrojarlos hasta la playa misma... Y luego de lanzarles algunas amenazas sin que los
indios dieran muestra de oírlas o sin que las quisieran atender, se arrebataron de cólera; y otra
vez partieron al galope contra ellos, resueltos, ahora sí, a inferirles el mayor daño.
A medida que cabalgaban el piso se volvía más flojo y más falso. Pero aunque sus bestias lo
resintieran, el acicate de las espuelas no les daba ocasión de manifestarlo.
277
278
palofierro y paloverde: árboles de madera muy dura.
brega: lucha.
155
Y llevaban recorrida la mitad de la distancia que los separaba de los seris cuando el gallardo
palomino de don Leonel, aquel robusto y brioso Canario, metió sus remos anteriores en un
hoyanco cubierto de zacatal279 donde se disimulaba el raizón280 de un árbol muerto; de suerte
que tropezando en éste se fue de cabeza y azotó de vuelta entera, largando por entre las orejas
a su dueño y dando en el suelo un espantoso costalazo.
Al percatarse Leocadio se detuvo y acercó para asistir su compadre.
Éste había quedado muy molido. Mas conseguía flexionar todos sus miembros articulados,
lo que probaba que no sufría otras lesiones que el magullamiento281 natural de la caída. En
cambio, el caballo bregaba por levantarse sin conseguirlo. Y en su actitud y en el tenue y
angustiado relincho que emitía era fácil advertir asaz mayores sus quebrantos.
Al examinarle los dos hombres descubrieron que el pobre animal tenía rotos los huesos de
la articulación inferior de sus patas delanteras, tan completamente que los cascos le colgaban,
sostenidos apenas por unos cuantos nervios y por el pellejo.
Los dos compadres olvidaron a los seris mientras asistían al caballo en su tragedia. Mas éste,
al cabo de dolorosos y vanos esfuerzos por ponerse en pie, clavó el hocico y ya sin ánimos fue
entregándose tendido de costado.
Se hizo evidente que la hermosa bestia no tenía ya remedio alguno.
Gurría y Huitimea no necesitaron siquiera comentarlo. Se limitaban a mirarse entre sí con
desatino y a expresar el desaliento sacudiendo las cabezas.
De pronto, el yaqui desembocó en la ira. Trepó al mascarillo de un brinco y se dispuso a
lanzarlo contra los seris para vengar en ellos la desdichada contingencia. Gurría, sin embargo,
lo detuvo antes de que emprendiera el desmán:
⎯No canse al suyo, compadre. ¿Qué no ve que tiene que llevarnos a los dos de regreso?
Comprendiendo, Huitimea se sobrepuso al arrebato.
⎯Hágame el favor de que le pegue un tiro al Canario ⎯rogóle Gurría tras ligera vacilación y
alejándose para no presenciar muy de cerca el sacrificio⎯. A mí no me alcanza el valor, y no
consiento ese vágido282 con que se queja.
Y aun al duro yaqui Leocadio le costó trabajo decidirse a meterle al palomino una bala
piadosa entre los ojos.
279
zacatal: pastizal.
raizón: raíz enorme.
281
magullamiento: golpes, heridas.
282
vágido: gemido, llanto.
280
156
Tres días más tarde, recorriendo las playas con rumbo a las salinas, pude ver al grupo de seris
acampando a la sombra de cierta enramada de tabay que ellos mismos levantaron y
comiéndose los despojos de un espléndido caballo, muy parecido al que montaba y presumía
don Leonel los días de fiesta.
Aunque la carne no apestaba tanto, volvió a asaltarme el asco y la indignación. Y
desconociendo aún el dramático tropiezo, no perdí tiempo en ir con la noticia de mi
descubrimiento a casa de los Gurría. Sin embargo, esa vez no pude inducirles a que salieran a
ahuyentar y a escarmentar a los indios. Me recibieron con cierta mala disposición. Y no sólo se
negó don Leonel a hacerme caso, sino que desde entonces se ha mostrado rencoroso y hostil
conmigo, y no desperdicia la ocasión de crearme injusta fama de mitotero283 y enredador284.
Ello me ha reconciliado con los seris. Y, a decir verdad, casi me complace que se
comieran a su palomino.
283
284
mitotero: peleonero.
enredador: que confunde la información.
157
Acerca de “La mula muerta”
La colección de veintiún cuentos que componen Los rezagados presentan al lector una memoria
de viajes a través de distintas regiones con paisajes agrestes, sórdidos, en donde sus personajes
enfrentan una lucha cotidiana contra el hambre, la marginación y su imposibilidad de asimilarse
a una cultura que los contempla con desprecio. Rubín nos presenta en estos cuentos imágenes
fragmentarias de los pueblos huicholes, tarahumaras, coras, kikapús y seris, algunos de ellos en
extinción. El rezago al que alude el título del libro ilustra la condición del indígena.
Esta serie de cuentos de indios publicados con anterioridad, entre 1954 y 1958, ilustran su idea
de lo que debe ser el cuento. Están elaborados bajo el concepto clásico del cuento: presentar
los hechos de manera sintética, una estructura con su enunciado, desarrollo y desenlace,
además de explorar las relaciones entre el medio ambiente y el hombre. En todos los cuentos
se destaca el ambiente como elemento principal y determinante en la vida de quienes lo
habitan. De estos cuentos, hemos seleccionado “La mula muerta” por ser representativo de la
narrativa indigenista de Ramón Rubín y ser uno de los mejor logrados literariamente.
La historia de “La mula muerta” trata de un hambriento grupo de indígenas seris que esperan
en el camino a algún blanco para testificar que la mula que ha muerto no ha sido asesinada por
ellos. A pesar del hambre y del pésimo estado de la carne (está en proceso de putrefacción),
una vez que dan aviso, empiezan a comer con gran voracidad. El narrador testigo da aviso al
dueño de la mula. Al día siguiente, don Leonel, acompañado de Leocadio Huitemea, yaqui
158
amestizado, se dirige a castigar a los seris por comerse la carne descompuesta; el primitivismo
de los indígenas les resulta asqueroso e insultante, por lo cual los atacan cuando la comunidad,
hambrienta y totalmente depauperada, aprovecha la ocasión de comer carne. En el feroz
ataque, uno de los finos caballos con los que embisten a los seris para alejarlos del lugar y
replegarlos hacia la playa se lesiona una pata y tienen que sacrificarlo. El hacendado se muestra
muy conmovido por el sufrimiento del caballo, pero no demuestra ni el más mínimo gesto de
piedad con los seris. Sacrifican al caballo, que finalmente será un alimento más sano para los
indios, ya que éstos persisten en su costumbre de comer carne cruda, disputándose los
cadáveres con los perros y zopilotes.
El tema del hambre y la lucha por la sobrevivencia en extremas condiciones es presentado de
manera sintética, en cuadros descriptivos y narrativos de gran efectividad. El autor hace
hincapié en la descripción del paisaje agreste, árido con vegetación desértica, que se
corresponde con la descripción de la fisonomía del indígena:
Atrás, en la lejanía, ronroneaba el mar. Y por el frente desnudaba al sol su crispación rocosa la
sierra del Bacatete .
Bajo un mezquite solitario, a 50 pasos de la trocha divisé tres indios seris reclinados en el
áspero tronco del árbol.285
El diálogo sencillo y expresivo contribuye darle una mayor verosimilitud a los hechos, ya
que se reproduce con gran realismo el habla particular de indios, blancos y mestizos:
⎯Allá pa´l mezquite solo, al pie del árbol ⎯dije⎯ dejé tres seris comiéndose una mula
tuya.
(…)
⎯¿Pa´l mezquite solo?
⎯Sí ⎯repuse⎯. Me dio muina verlos como queleles sobre ella y te traigo la razón para que los
corras de por aquí y no dejes que estén dando ese espectáculo.286
285
Ramón Rubín, Los rezagados, FCE, México, 1991, págs. 198-199. (Todas las referencias pertenecen a esta
edición.)
286
Ibid., pág. 201-202.
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LOS PREJUICIOS E INSENSIBILIDAD DEL MESTIZO, ASÍ COMO LA FRÍA
INDIFERENCIA DEL BLANCO CON RESPECTO AL SUFRIMIENTO Y CARENCIAS EL
INDIO, SON EVIDENTES.
EL AUTOR SUBRAYA EL ODIO QUE EL INDIO YAQUI
SIENTE HACIA LOS INDÍGENAS, QUE ES MÁS FUERTE QUE EL DESPRECIO DEL
BLANCO, LO QUE HACE SUPONER QUE LA PRESENCIA PRIMITIVA Y COSTUMBRES
RUDAS DEL INDÍGENA MOLESTEN AL MESTIZO POR RECORDARLE SU ORIGEN
HUMILDE.
CONTRASTA EN EL TEXTO LA PRESENCIA DEL INDIO SILENCIOSO,
SUCIO, DESVALIDO, QUE TEME Y TOLERA EL ABUSO DE AUTORIDAD DEL BLANCO.
LOS INDÍGENAS APARECEN SIN NOMBRE Y COMO UNA MASA ANÓNIMA, LO CUAL
NO SUCEDE CON EL MUNDO MESTIZO.
LEONEL GURRÍA Y LEOCADIO HUITIMEA
APARECEN COMO HOMBRES FUERTES, PREPOTENTES Y AJENOS AL SUFRIMIENTO
DE LOS SERIS, POR QUIENES TIENEN MENOS CONSIDERACIÓN QUE POR EL
CABALLO QUE SE ACCIDENTA.
EL NARRADOR OCULTA SU NOMBRE, PERO
INTUIMOS SU RECHAZO E INCOMPRENSIÓN HACIA LA PROBLEMÁTICA INDÍGENA.
En el juego de contrastes que se presenta en el cuento, los personajes indígenas se muestran
respetuosos al no tocar la mula en tanto no se diera fe de su muerte natural. Recurren a esta
práctica por la escasez de recursos. Se manifiesta la solidaridad con su comunidad porque los
hombres protegen a los más débiles de la embestida de los caballos. Comparten
equitativamente los alimentos, por burda que nos parezca la práctica. En el ambiente
supuestamente civilizado se subraya el individualismo de los personajes: Leonel, el hacendado,
decide alejar a los indios hasta el día siguiente, después de ir a misa, para no interrumpir su
relación con la concubina; Leocadio Huitimea muestra su inclemencia hacia los indios
simplemente porque se siente asqueado ante una escena tan ajena a la vida civilizada y se
empeña en perseguir a los indios a la playa , para hacerlos regresar a su isla.
Rubín conserva la estructura clásica del cuento. En el planteamiento se nos presenta a los
indios hambrientos en su ambiente natural. La oportunidad de comer carne putrefacta y la
actitud hostil de los mestizos que los agreden plantean el conflicto a resolver. El desenlace es
fortuito y favorece al indio, que puede disfrutar de una carne más limpia, la del caballo. La
primera y última partes del cuento son narradas por un personaje testigo que es un
160
comerciante de sal, no así la segunda parte que se toma perspectiva con un narrador
omnisciente. El narrador también participa del choque cultural, ya que él es quien avisa al
hacendado de la presencia de los seris, porque siente repugnancia hacia sus primitivas
costumbres. El cuento lleva un orden lineal cronológico; las acciones transcurren durante tres
días.
El inesperado desenlace es más convincente con la sensación de asco que invade al
comerciante de sal cuando los ve devorar carne cruda, logrando en su conjunto un efecto
naturalista. La observación sistématica de este episodio conduce al lector a entender
objetivamente la problemática social ahí planteada.
Predomina el tono naturalista en las descripciones de ambiente y personajes, pues no se omiten
sensaciones desagradables o relacionadas con la sexualidad. Recordemos dos ejemplos: el coito
interrumpido de don Leonel y la descripción de la carne saturada de moscas apetecida por aves
de carroña y seres humanos.
Se muestra al hacendado y al indio occidentalizado, quienes, supuestamente, representan la
civilización y el progreso, exhibiendo actitudes que, aunque en distinta forma, son salvajes por
deshumanizadas.
El relato transcurre en el sur del estado de Sonora, al noroeste de México, a donde llegan los
seris de su remota isla “Tiburón” impulsados por el hambre. El autor logra compenetrar al
lector en el ambiente de exterminio al cual están sometidos los indios seris. Construye un
universo que sintetiza la problemática de este grupo en extinción con gran agilidad narrativa y
verosimilitud. No se induce al lector a una moraleja, simplemente se recrea artísticamente un
episodio de la vida indígena que la civilización occidental ha ignorado.
FUENTES
161
CARBALLO, Emmanuel, El cuento mexicano del siglo XX , prólogo, cronología, selección y
bibliografía de Emmanuel Carballo, Empresas editoriales, México, 1964.
RUBÍN, RAMÓN, LOS REZAGADOS, FCE, MÉXICO, 1991.
162
EDMUNDO VALADÉS
MARÍA DEL CARMEN BERMEJO
Las primeras impresiones y recuerdos de Edmundo Valadés (1915-1994) se remontan a su
ciudad natal, Guaymas, Sonora. Al morir su madre, cuando él tenía cinco o seis años de edad,
vino a la ciudad de México. Su padre lo llevó con dos de sus hermanas, quienes se encargaron
de su educación; entonces, el ambiente familiar se transformó en un círculo de frialdad y reglas
estrictas que cumplir. La ausencia de cariño y compañía que requería su sensibilidad, indujo al
niño a buscar en la lectura un espacio de libertad para recrearse con cuentos fantásticos y
aventuras que avivaron su imaginación de futuro escritor, y le hicieran menos difícil sobrellevar
su carencia de afecto. Cuando cursaba el quinto año, su maestra solicitó a todos los niños una
composición sobre la paz; la de Edmundo fue muy buena y recibió muchos elogios. Con gran
orgullo regresó a casa y al comentarles lo ocurrido a sus tías, recibió una respuesta
desconcertante: “Pobre de Edmundo, va a ser como su padre: un bohemio”. A partir de ese
momento cultivó en secreto la lectura y la escritura.
Valadés adolescente continuó con su afición literaria e incluso cultivó el periodismo y llegó a
publicar eventualmente. ”Su juventud significó una etapa de intensa búsqueda creativa, que fue
definiendo con el paso de sus múltiples experiencias y gracias al intercambio de ideas y lecturas
en un grupo de amigos ⎯ de la Secundaria Siete⎯ con inclinaciones literarias.”287
Esta afición, la ausencia de un ambiente familiar favorable a su sensibilidad y una constante
búsqueda de sí mismo, le provocó una crisis existencial, que lo hizo pensar en el suicidio y, más
adelante, en emprender los más diversos oficios: maestro rural, vendedor, cobrador, entre
otros.
287
Omar Raúl Martínez. Trazos biográficos a 85 años de su natalicio Edmundo Valadés tiene permiso.
Libreta de apuntes. Información obtenida en la página WEB.
163
En 1936 tuvo oportunidad de trabajar en la revista Hoy, primero como secretario y después
como jefe de redacción. A partir de ahí colaboró en diferentes revistas y diarios con gran
profesionalismo. Sus colaboraciones se encuentran en los suplementos culturales de Novedades,
El Nacional, Ideas de México y en Cuadernos Americanos.
En 1955, el Fondo de Cultura Económica recogió en su colección Letras Mexicanas su primer
libro de cuentos, La muerte tiene permiso, que ha resultado un clásico de la cuentística nacional.
Ha publicado, además, Antípoda (1961), Las dualidades funestas (1966) y los ensayos La Revolución
y las letras (1960), en colaboración con Luis Leal, y Por los caminos de Proust (1974).
Su gran conocimiento del cuento le permitió preparar antologías diversas, algunas de ellas: El
libro de la imaginación (1970), Los grandes cuentos del siglo XX (1979), Los cuentos de El Cuento (1981),
23 Cuentos de la Revolución Mexicana (1985), Con los tiernos infantes terribles (1988), La picardía
amorosa (1988), Ingenios del humorismo (1988), Amor, amor y más amor (1989), Los infiernos terrestres
(1989), Cuentos inolvidables I y II , entre otros.
Desde mayo de 1964 hasta sus últimos días, dirigió El Cuento, revista de imaginación, su principal
proyecto cultural, al cual dedicó gran parte de su vida con la idea de dar a conocer la obra de
grandes cuentistas y de los jóvenes escritores. Gracias a su generosidad y disciplinado trabajo,
siempre supo subsanar las carencias económicas y de recursos humanos, pues él mismo hacía
las tareas de director, editor, redactor y administrador. Obtuvo el reconocimiento en el medio
literario de México e Hispanoamérica por ser el promotor del compendio más importante de la
cuentística contemporánea. Reavivó el interés no sólo por la lectura, sino también por los
talleres de escritura para jóvenes escritores y en la revista El Cuento les ofreció la oportunidad
de publicar.
Él mismo fue un excelente narrador. Su obra más conocida, La muerte tiene permiso (1955), es
una colección de catorce cuentos, entre los cuales sobresale el del mismo nombre. Con base en
la experiencia propia y la observación elabora un universo sugerente de recuerdos y anécdotas;
recrea atmósferas y ambientes provincianos y citadinos; sus personajes se enfrentan con la vida
y la muerte, el amor y la venganza, el erotismo, la soledad, entre otros temas
164
En su último libro, Las dualidades funestas (Joaquín Mortiz,1966), encontramos una notable
superación en el manejo del lenguaje y en la técnica narrativa.
Valadés perteneció a la generación de Josefina Vicens (1911-1988), Elena Garro (1920),
Ricardo Garibay (1923), Luis Spota (1925-1985), Rosario Castellanos (1925-1974), Sergio
Galindo (1926-1993) y Amparo Dávila (1928), quienes “constituyen una generación bastante
compacta de narradores, que por primera vez en la historia de la literatura mexicana, gozaron
de una libertad de imaginación novelesca ajena a las obligaciones generalmente morales y
políticas que imponía el nacionalismo cultural”.288 En su diversidad, los unió la insistencia en
romper con la utopía natural que veneraba lo rural como paraíso intocable; entre sus temas
incluyen el cosmopolitismo, la legitimación definitiva del habla popular sin complejos ni
imitaciones burdas, y las experiencias intertextuales. La generación que les precedió fue la de
Yáñez, Revueltas y Arreola, quienes sintieron un gran compromiso por lo rural y el
compromiso nacionalista. Los narradores del medio siglo, como Edmundo Valadés, que
lograron liberarse de los dogmas nacionalistas, se vieron opacados por la generación
inmediatamente posterior, la de Fuentes, Paz y Rulfo que fue más innovadora y con mayor
proyección internacional.
El cuento que se ha seleccionado para esta antología es el más conocido y lleva el título de la
colección: La muerte tiene permiso. Trata sobre el desconocimiento del hombre de la ciudad sobre
el mundo indígena. Acerca del origen de este cuento, Edmundo Valadés ha comentado que un
amigo periodista le narró el incidente. Un político hizo un viaje a una comunidad indígena y la
comunidad, cansada de esperar justicia de las autoridades locales, le solicita permiso para matar
al presidente municipal del pueblo. Valadés recuerda: “Ortega me lo contó como una cosa
curiosa. A mí me llamó la atención la historia y me quedé con ella un buen tiempo, hasta que
se concretó en cuento cuando le hallé el desenlace, que consistió en conceder la petición, es
decir que le otorgaban el permiso para liquidar al presidente municipal, y algo más de lo que el
lector se entera al leer el texto. De allí me nació ese cuento, que fue uno de los primeros que
escribí del libro que tiene el mismo nombre”.289 Otros antecedentes importantes para Valadés
288
Christofer Domínguez Michael y José Luis Martínez. La literatura mexicana del siglo XX, CNCA,
México, 1995, pág. 213.
289
Juan Antonio Ascencio “Entrevista a Edmundo Valadés sobre la muerte tiene permiso” en El Cuento,
Revista de Imaginación, número 131, tomo XXVI, Año XXXI, octubre - diciembre, 1995, pág. 32.
165
fueron su experiencia como maestro rural y sus viajes como periodista, que le permitieron
acercarse a la problemática indígena y a su habla coloquial con gran realismo.
EL DESTINO DE ESTE LIBRO FUE AFORTUNADO: AL PASO DEL TIEMPO FUE
REEDITADO290 CADA VEZ MÁS Y EN MUCHAS ANTOLOGÍAS SE HA REPRODUCIDO EL
CUENTO QUE DA TÍTULO AL LIBRO.
ADEMÁS SE HAN HECHO VERSIONES PARA
RADIO, TEATRO Y TELEVISIÓN.
290
“La muerte tiene permiso” fue publicado por primera vez en la Revista América Núm 61, agosto de a1949.
En 1955 fue publicado por el Fondo de Cultura Económica, dentro de la prestigiada colección Letras
Mexicanas. Posteriormente ha sido incluido en numerosas antologías. Pág. 33.
166
LA MUERTE TIENE PERMISO
Edmundo Valadés
Sobre el estrado, los ingenieros conversan, ríen. Se golpean unos a otros con bromas
incisivas291. Sueltan chistes gruesos cuyo clímax es siempre áspero. Poco a poco su atención se
concentra en el auditorio. Dejan de recordar la última juerga292, las intimidades de la muchacha
que debutó en la casa de recreo a la que son asiduos. El tema de su charla son ahora esos
hombres, ejidatarios congregados en una asamblea y que están ahí abajo, frente a ellos.
⎯Sí, debemos redimirlos. Hay que incorporarlos a nuestra civilización, limpiándolos por
fuera y enseñándolos a ser sucios por dentro...
⎯Es usted un escéptico, ingeniero. Además, pone usted en tela de juicio nuestros
esfuerzos, los de la Revolución.
⎯¡Bah! Todo es inútil. Estos jijos293 son irredimibles. Están podridos en alcohol, en
ignorancia. De nada ha servido repartirles tierras.
⎯Usted es un superficial, un derrotista, compañero. Nosotros tenemos la culpa. Les hemos
dado las tierras, ¿y qué? Estamos ya muy satisfechos. Y el crédito, los abonos, una nueva
tecnología agrícola, maquinaria, ¿van a inventar ellos todo eso?
El presidente, mientras se atusa294 los enhiestos295 bigotes, acariciada asta por la que iza sus
dedos con fruición, observa tras sus gafas, inmune al floreteo296 de los ingenieros. Cuando el
olor animal, terrestre, picante, de quienes se acomodan en las bancas, cosquillea su olfato, saca
un paliacate297 y se suena las narices ruidosamente. Él también fue hombre del campo. Pero
291
incisivas: constantes, molestas.
juerga: fiesta, parranda.
293
jijos: despectivo de hijos.
294
atusa: acaricia.
295
enhiestos: alargados hacia arriba.
296
floreteo: jugueteo.
297
paliacate: pañuelo de algodón de colores.
292
167
hace ya mucho tiempo. Ahora, de aquello, la ciudad y su posición sólo le han dejado el pañuelo
y la rugosidad de sus manos.
Los de abajo se sientan con solemnidad, con el recogimiento del hombre campesino que
penetra en un recinto cerrado: la asamblea o el templo. Hablan parcamente y las palabras que
cambian dicen de cosechas, de lluvias, de animales, de créditos. Muchos llevan sus itacates al
hombro, cartucheras para combatir el hambre. Algunos fuman, sosegadamente, sin prisa, con
los cigarrillos como si les hubieran crecido en la propia mano.
Otros, de pie, recargados en los muros laterales, con los brazos cruzados sobre el pecho,
hacen una tranquila guardia.
El presidente agita la campanilla y su retintín diluye los murmullos. Primero empiezan los
ingenieros. Hablan de los problemas agrarios, de la necesidad de incrementar la producción, de
mejorar los cultivos. Prometen ayuda a los ejidatarios, los estimulan a plantear sus necesidades.
⎯Queremos ayudarlos, pueden confiar en nosotros.
Ahora, el turno es para los de abajo. El presidente los invita a exponer sus asuntos. Una
mano se alza, tímida. Otras la siguen. Van hablando de sus cosas: el agua, el cacique, el crédito,
la escuela. Unos son directos, precisos; otros se enredan, no atinan a expresarse. Se rascan la
cabeza y vuelven el rostro a buscar lo que iban a decir, como si la idea se les hubiera escondido
en algún rincón, en los ojos de un compañero o arriba, donde cuelga un candil.
Allí, en un grupo, hay cuchicheos. Son todos del mismo pueblo. Les preocupa algo grave.
Se consultan unos a otros: consideran quién es el que debe tomar la palabra.
⎯Yo crioque Jilipe298: sabe mucho...
⎯Ora, tú, Juan, tú hablaste aquella vez...
No hay unanimidad. Los aludidos esperan ser empujados. Un viejo, quizá el patriarca,
decide:
⎯Pos299 que le toque a Sacramento...
Sacramento espera.
⎯Ándale, levanta la mano...
La mano se alza, pero no la ve el presidente. Otras son más visibles y ganan el turno.
Sacramento escudriña al viejo. Uno, muy joven, levanta la suya, bien alta. Sobre el bosque de
298
299
crioque Jilipe: creo que Felipe.
pos: pues.
168
hirsutas cabezas pueden verse los cinco dedos morenos, terrosos. La mano es descubierta por
el presidente. La palabra está concedida.
⎯Órale, párate.
La mano baja cuando Sacramento se pone en pie. Trata de hallarle sitio al sombrero. El
sombrero se transforma en un ancho estorbo, crece, no cabe en ningún lado. Sacramento se
queda con él en las manos. En la mesa hay señales de impaciencia. La voz del presidente salta,
autoritaria, conminativa:
⎯A ver ése que pidió la palabra, lo estamos esperando.
Sacramento prende sus ojos en el ingeniero que se halla a un extremo de la mesa. Parece
que sólo va a dirigirse a él; que los demás han desaparecido y han quedado únicamente ellos
dos en la sala.
⎯Quiero hablar por los de San Juan de las Manzanas. Traimos300 una queja contra el
Presidente Municipal que nos hace mucha guerra y ya no lo aguantamos. Primero les quitó sus
tierritas a Felipe Pérez y a Juan Hernández, porque colindaban con las suyas. Telegrafiamos a
México y ni nos contestaron. Hablamos los de la congregación y pensamos que era bueno ir al
Agrario, pa301 la restitución. Pos de nada valieron las vueltas ni los papeles, que las tierritas se le
quedaron al Presidente Municipal.
Sacramento habla sin que se alteren sus facciones. Pudiera creerse que reza una vieja
oración, de la que sabe muy bien el principio y el fin.
⎯Pos nada, que como nos vio con rencor, nos acusó quesque302 por revoltosos. Que
parecía que nosotros le habíamos quitado sus tierras. Se nos vino entonces con eso de las
cuentas; lo de los préstamos, siñor303, que dizque andábamos atrasados. Y el agente era de su
mal parecer, que teníamos que pagar hartos intereses. Crescencio, el que vive por la loma, por
ai304 donde está el aguaje305 y que le intelige306 a eso de los números, pos hizo las cuentas y no
era verdá307: nos quería cobrar de más. Pero el Presidente Municipal trajo unos señores de
300
traimos: traemos.
pa: para.
302
quesque: por ser.
303
siñor: señor.
304
ai: ahí.
305
aguaje: especie de pozo donde se juntan los animales a beber agua.
306
intelige: entiende.
307
verdá: verdad.
301
169
México, que con muchos poderes y que si no pagábamos nos quitaban las tierras. Pos como
quien dice, nos cobró a la fuerza lo que no debíamos...
Sacramento habla sin énfasis, sin pausas premeditadas. Es como si estuviera arando la tierra.
Sus palabras caen como granos, al sembrar.
⎯Pos luego lo de m’ijo308, siñor. Se encorajinó309 el muchacho. Si viera usté310 que a mí me
dio mala idea. Yo lo quise detener. Había tomado y se le enturbió la cabeza. De nada me valió
mi respeto. Se fue a buscar al Presidente Municipal, pa reclamarle... Lo mataron a la mala, que
dizque311 se andaba robando una vaca del Presidente Municipal. Me lo devolvieron difunto,
con la cara destrozada...
La nuez de la garganta de Sacramento ha temblado. Sólo eso. Él continúa de pie, como un
árbol que ha afianzado sus raíces. Nada más. Todavía clava su mirada en el ingeniero, el mismo
que se halla al extremo de la mesa.
⎯Luego, lo del agua. Como hay poca, porque hubo malas lluvias, el Presidente Municipal
cerró el canal. Y como se iban a secar las milpas y la congregación iba a pasar mal año, fuimos
a buscarlo; que nos diera tantita agua, siñor, pa nuestras siembras. Y nos atendió con malas
razones, que por nada se amuina312 con nosotros. No se bajó de su mula313, pa perjudicarnos...
Una mano jala el brazo de Sacramento. Uno de sus compañeros le indica algo. La voz de
Sacramento es lo único que resuena en el recinto.
⎯Si todo esto fuera poco, que lo del agua, gracias a la Virgencita, hubo más lluvias y medio
salvamos las cosechas, está lo del sábado. Salió el Presidente Municipal con los suyos, que son
gente mala y nos robaron dos muchachas: a Lupita, la que se iba a casar con Herminio, y a la
hija de Crescencio. Como nos tomaron desprevenidos, que andábamos en la faena, no
pudimos evitarlo. Se las llevaron a fuerza al monte y ai las dejaron tiradas. Cuando regresaron
las muchachas, en muy malas condiciones, porque hasta de golpes les dieron, ni siquiera
tuvimos que preguntar nada. Y se alborotó la gente de a deveras, que ya nos cansamos de estar
a merced de tan mala autoridad.
308
m’ijo: mi hijo.
se encorajinó: se enojó.
310
usté: usted.
311
dizque: porque.
312
amuina: enoja.
313
no se bajó de su mula: no cambió de opinión.
309
170
Por primera vez, la voz de Sacramento vibró. En ella latió una amenaza, un odio, una
decisión ominosa314.
⎯Y como nadie nos hace caso, que a todas las autoridades hemos visto y pos no sabemos
dónde andará la justicia, queremos tomar aquí providencias. A ustedes ⎯y Sacramento
recorrió ahora a cada ingeniero con la mirada y la detuvo ante quien presidía⎯, que nos
prometen ayudarnos, les pedimos su gracia para castigar al Presidente Municipal de San Juan
de las Manzanas. Solicitamos su venia para hacernos justicia por nuestra propia mano...
Todos los ojos auscultan a los que están en el estrado. El presidente y los ingenieros,
mudos, se miran entre sí. Discuten al fin.
⎯Es absurdo, no podemos sancionar esta inconcebible petición.
⎯No, compañero, no es absurda. Absurdo sería dejar este asunto en manos de quienes no
han hecho nada, que quienes han desoído esas voces. Sería cobardía esperar a que nuestra
justicia hiciera justicia; ellos ya no creerán nunca más en nosotros. Prefiero solidarizarme con
estos hombres, con su justicia primitiva, pero justicia al fin; asumir con ellos la responsabilidad
que me toque. Por mí, no nos queda sino concederles lo que piden.
⎯Pero somos civilizados, tenemos instituciones; no podemos hacerlas a un lado.
⎯Sería justificar la barbarie, los actos fuera de la ley.
⎯¿Y qué peores actos fuera de la ley que los que ellos denuncian? Si a nosotros nos
hubieran ofendido como los han ofendido a ellos; si a nosotros nos hubieran causado menos
daños que los que les han hecho padecer, ya hubiéramos matado, ya hubiéramos olvidado una
justicia que no interviene. Yo exijo que se someta a votación la propuesta.
⎯Yo pienso como usted, compañero.
⎯Pero estos tipos son muy ladinos315, habría que averiguar la verdad. Además, no tenemos
autoridad para conceder una petición como ésta.
Ahora interviene el presidente. Surge en él el hombre del campo. Su voz es inapelable.
⎯Será la asamblea la que decida. Yo asumo la responsabilidad.
Se dirige al auditorio. Su voz es una voz campesina, la misma voz que debe haber hablado
allá en el monte, confundida con la tierra, con los suyos.
314
315
ominosa: terrible, fatal.
ladinos: astutos.
171
Se pone a votación la proposición de los compañeros de San Juan de las Manzanas. Los que
estén de acuerdo en que se les dé permiso para matar al Presidente Municipal, que levanten la
mano...
Todos los brazos se tienden a lo alto. También las de los ingenieros. No hay una sola mano
que no esté arriba, categóricamente aprobado. Cada dedo señala la muerte inmediata, directa.
⎯La asamblea da permiso a los de San Juan de las Manzanas para lo que solicitan.
Sacramento, que ha permanecido de pie, con calma, termina de hablar. No hay alegría ni
dolor en lo que dice. Su expresión es sencilla, simple.
⎯Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el
Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas está difunto.
172
ACERCA DE “LA MUERTE TIENE PERMISO”
Creo que la literatura se produce dentro de un contexto
social, como parte de una cultura, en un medio
ambiente. Creo, también, que la verdad social no da,
por sí misma, verdad artística, que una obra no vale
únicamente por lo que dice sino por la manera como lo
dice. Creo que la literatura no es imitación de la vida.
Creo en el influjo del autor sobre el lector y viceversa.
Carlos Monsiváis en Antología del
cuento mexicano del siglo xx.
El mundo que ofrece Edmundo Valadés en el cuento La muerte tiene permiso es insólito y
generoso. Las anécdotas están tomadas de testimonios reales, como ya se ha comentado, sin
por ello descuidar el aspecto de la originalidad y recreación artística.
Se trata de un tema de denuncia social escrito con una estructura clásica. En el planteamiento
se perfila a los antagonistas y protagonistas: mestizos opresores e indígenas marginados. En el
momento culminante, se denuncian los abusos y corrupción del cacique, sin aparente solución.
Se cierra con un desenlace ingenioso y humorístico que destaca la astucia del indígena y su
sentido comunitario.
El cuento transcurre durante una asamblea en la que participan algunos ingenieros, el
presidente municipal y los ejidatarios. Valadés inicia el relato con la imagen de los ingenieros
que hacen gala de sus recientes aventuras en un prostíbulo y como tema secundario de su
frívola conversación hablan de la necesidad de incorporar a la “civilización” a los indígenas ahí
reunidos, a quienes desprecian profundamente: “Estos jijos son irredimibles. Están podridos
173
en alcohol, en ignorancia. De nada ha servido repartirles tierras“.316 Otra voz considera que no
ha sido suficiente el reparto agrario ya que les “hemos dado las tierras, ¿y qué? Estamos ya muy
satisfechos. Y el crédito, los abonos, una nueva técnica agrícola, maquinaria, ¿van a inventar
ellos todo eso?”317 La masa de los campesinos, reunidos con gran solemnidad, conversa, fuma
y murmura sobre sus problemas cotidianos.
El presidente, de costumbres y origen campesinos, conduce la asamblea y se esfuerza por
aparecer con gran autoridad. Al sonar la campanilla se dirige a los campesinos para invitarlos a
plantear sus problemas.
⎯Queremos ayudarlos, pueden confiar en nosotros. 318
La participación de los indígenas no se hace esperar y comienzan a hablar de sus problemas:
agua, crédito, escuela. Sobresale el problema del cacique. Se proponen nombres de varios
campesinos para hablar a nombre de todos, hasta que finalmente se elige a Sacramento para
transmitir el problema más grave. Sacramento vence su timidez y habla por la comunidad de
San Juan de las Manzanas contra su Presidente Municipal, quien “nos hace mucha guerra y ya
no lo aguantamos“.319 Enumera los atropellos que ha cometido contra la población: despojo de
tierras, asesinato, violación de dos muchachas, maltrato físico, represión y acusaciones falsas,
entre otros abusos que se intentaron denunciar a las autoridades para exigir justicia. Nunca
hubo una respuesta favorable, por lo cual se solicita a la asamblea el permiso para hacer justicia
por propia mano:
Y como nadie nos hace caso, que a todas las autoridades hemos visto y pos no sabemos dónde
andará la justicia, queremos tomar aquí providencias. A ustedes (…) que nos prometen
ayudarnos, les pedimos su gracia para castigar al Presidente Municipal de San Juan de las
Manzanas. Solicitamos su venia para hacernos justicia por nuestra propia mano…”320
316
Edmundo Valadés, La muerte tiene permiso, 5ª edición, FCE, México, 1964, pág. 9. Todas las referencias
posteriores corresponden a esta edición.
317
Loc. cit.
318
Idem, pág. 10.
319
Idem, pág. 12.
320
Idem, pág. 14.
174
El auditorio queda a la expectativa; por un lado, se reconoce el derecho natural de la mayoría a
restablecer el estado de derecho que las mismas autoridades han quebrantado; por otro lado,
alguien recuerda que existen instituciones que no se pueden hacer a un lado y dar paso a la
barbarie. La reflexión de Valadés es muy interesante, ya que demuestra que realmente el estado
de barbarie es el que ha establecido la autoridad corrupta y no el de los indígenas, a quienes no
se les ha hecho justicia:
⎯¿Y qué peores actos fuera de la ley que los que ellos denuncian? Si a nosotros nos hubieran
ofendido como los han ofendido a ellos; si a nosotros nos hubieran causado menos daños que
los que les han hecho padecer, ya hubiéramos matado, ya hubiéramos olvidado una justicia que
no interviene. Yo exijo que se someta a votación la propuesta.321
Interviene el presidente con gran autoridad y asume que la asamblea sea quien decida si hay
permiso o no para matar al Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas. La asamblea
vota en pleno: que se dé permiso de hacer justicia por propia mano.
Cuando el lector puede pensar que el final lógico puede ser un ejercicio de democracia,
Sacramento con gran serenidad y aplomo remata: “⎯Pos muchas gracias por el permiso,
porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el Presidente Municipal de San Juan de las
Manzanas está difunto”.322
El cuento se publicó en 1955. El Estado Mexicano surgido de la Revolución, a pesar de su
política nacionalista y populista, se orienta más a constituirse en un Estado burgués, orientando
sus intereses hacia los del gran capital, dando por resultado una política en el ámbito rural
caracterizada por la explotación y la injusticia hacia el mundo indígena, el cual va enfrentar esta
política mediante una resistencia cuya trayectoria tiene su origen desde el encuentro del mundo
prehispánico con el mundo europeo.
En el cuento se sintetiza un desarrollo histórico caracterizado por el enfrentamiento del
mundo indígena con el mundo mestizo, desarrollo en el cual uno de los puntos más
321
322
Loc. cit.
Idem, pág. 15.
175
importantes ha sido el de incorporar al indígena al progreso sin tomar en cuenta su pasado
histórico, su identidad y su cultura, lo que ocasiona un movimiento de resistencia que no ha
podido ser resuelto hasta la fecha.
Así, el cuento nos propone, a partir de un hecho real como ya hemos visto, una configuración
imaginativa en la cual los indígenas exponen las injusticias a que han sido sometidos y solicitan
permiso para hacerse justicia ellos mismos ante la indiferencia del gobierno. Los ingenieros,
que simbolizan el progreso que transforma al país, y pese a la mala opinión que tienen del
indígena, reconocen el derecho que les asiste a los habitantes del pueblo de San Juan de las
Manzanas para castigar al Presidente Municipal que es un cacique. Tras deliberar sobre la
petición y autorizarla, rompiendo las reglas de la civilización que ellos representan, el cuento
configura un desenlace inesperado, pues tal decisión implica tomar partido por el mundo de
los explotados y no por el poder del cual ellos forman parte. El agradecimiento de los
indígenas por la autorización contrasta con el final en el que se advierte que los habitantes del
pueblo ya se habían hecho justicia y sólo como un acto de cortesía habían solicitado el
permiso. Con este final, el escritor Edmundo Valadés nos muestra una visión humorística del
enfrentamiento de los mestizos con los indígenas, legitimando la acción de tomar justicia por
propia mano en un momento en el cual la realidad indígena comienza a ser vista más como
algo histórico-social que como algo folklórico.
Así, el cuento, mediante el manejo de la ironía, pide al lector reconsiderar el mundo indígena
que sigue siendo, a pesar de la Revolución, un mundo sobre el cual se siguen ejerciendo la
explotación y la injusticia.
FUENTES
ASCENCIO, Juan Antonio, “Entrevista a Edmundo Valadés sobre ‘La muerte tiene
permiso’”, en El Cuento, Revista de Imaginación, número 131, tomo XXVI , Año XXXI,
octubre - diciembre, 1995.
DOMÍNGUEZ Michael, Christhoper y José Luis Martínez, La literatura mexicana del siglo XX,
CNCA, México, 1995.
176
MARTÍNEZ, Omar Raúl, Trazos biográficos a 85 años de su natalicio: Edmundo Valadés tiene permiso.
Libreta de apuntes. Información obtenida en la página WEB.
VALADÉS, EDMUNDO, LA MUERTE TIENE PERMISO, FCE, MÉXICO, 1964.
177
AGUSTÍN YÁÑEZ
Margalida Jiménez T.∗
En las décadas anteriores a 1940, nuestra literatura se enriqueció notablemente con las
aportaciones de grupos y corrientes literarias. Entre los primeros figuran los poetas que
formaron la generación llamada de Contemporáneos (1928-1931) por la revista que habían
fundado y que los reunió temporalmente. Este selecto grupo de poetas llevó a nuestra poesía al
vanguardismo. José Luis Martínez opina al respecto: “El grupo llamado estridentista ⎯réplica
mexicana del ultraísmo o del futurismo⎯ se le adelantó por poco tiempo”323. Representantes
de este movimiento fueron: Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide y Arqueles Vela,
autores de libros y revistas.
Los Contemporáneos fueron escritores de talento que vitalizaron nuestra cultura con las
aportaciones del saber universal; publicaron numerosas traducciones de poetas vivos en aquél
entonces como T. S. Eliot; frecuentaron a los autores ingleses, italianos, así como a algunos de
habla hispana y se interesaron también por la pintura. Estos poetas, entre los que se incluyen
Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Carlos Pellicer, Bernardo Ortiz de Montellano,
Gilberto Owen, Salvador Novo y José Gorostiza, produjeron “una poesía intensamente
preocupada por los problemas del subconsciente”324 o en la que se apela al mundo de los
sueños, escribieron interesantes obras narrativas y dramáticas, además de sobresalir como
críticos y ensayistas.
Existieron en estas décadas otras tendencias, como la de la literatura proletaria cuya temática
aborda la vida obrera, la campesina y de los bajos fondos de la ciudad que se dan a conocer en
∗
Margalida Jiménez es profesora del CEPE
323
324
José Luis Martínez, México en la cultura, SEP., México, 1961, pág. 402.
Jean Franco, Historia de la literatura hispanoamericana, Ariel, Barcelona, 1975, pág. 282.
178
revistas de la época (1929-1939), y la del Popularismo en que, como su nombre lo indica, los
escritores tratan los temas populares incluyendo los corridos en su obra dramática o poética.
Entre las corrientes literarias que brindaron valiosas aportaciones están las ya aludidas en esta
antología: la corriente de la novela de la Revolución y la indigenista; otros escritores se
consideran como independientes por no haber participado en ninguna de las corrientes o
pertenecer a un grupo determinado.
Al iniciarse la década de los cuarenta dan a conocer su obra dos grandes novelistas: Agustín
Yáñez (1904-1980) y José Revueltas (1914-1976) cuyas producciones van a marcar una nueva
época en la narrativa mexicana en muchos aspectos.
Su vida
Nació en Guadalajara, en el estado de Jalisco, el año de 1904. Su niñez y adolescencia
transcurren apaciblemente en compañía de su familia: los abuelos que le trasmitieron el amor a
su tierra natal, su madre a la que evoca con ternura, y sus tías, con las que compartía algunas
lecturas: “Yo asistía a esas sesiones y, posteriormente leía por mi cuenta obras. Entre ellas me
acuerdo de las Tardes de la granja y La cabaña del tío Tom”325.
Siendo de carácter retraído, entre sus pasatiempos estaba el armar teatros de títeres, organizar
espectáculos imaginarios de circo, y el del periodismo al crear su propio periódico, El mensajero
de San Luis.
De sus memorias de niñez y adolescencia va a surgir un personaje: Mónico Delgadillo, que
aparece en su libro Archipiélago de mujeres326 y que es fácil de identificar con el propio autor.
“Mónico Delgadillo, nos dice Yáñez, muere en 1935, fecha sin duda simbólica en la que el
autor se encuentra ya en plena madurez espiritual”327.
325
Emmanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana, Ediciones del Ermitaño- SEP, (Lecturas
mexicanas # 48, Segunda Serie), México, 1986, pág. 363.
326
Agustín Yáñez, Archipiélago de mujeres, UNAM, México, 1943.
327
Gloria Gamiochipi de Liguori, Yáñez y la realidad mexicana, México, 1970, p. 42.
179
Desde que cursa sus últimos años en la escuela preparatoria y los primeros en la carrera de
Derecho en su ciudad natal, forma parte de una notable generación literaria que en medida casi
absoluta era autodidacta y se manifiesta en un periódico que tomaría el nombre de Bandera de
Provincias.
Con la publicación de su periódico, Yáñez estuvo en contacto con el grupo de
Contemporáneos. “Cuando vine a México aproveché el viaje para conocer y pedir
colaboración a los miembros de ese grupo. Conocí a Villaurrutia, a Novo, a los Gorostiza y a
Ortiz de Montellano. Ya instalado en la ciudad de México seguí frecuentándolos”328.
De 1923 a 1929 el joven se desempeña como maestro en diversas instituciones, como la
Escuela Preparatoria de Guadalajara que constituirá el antecedente a una larga etapa de su vida
dedicada a la enseñanza.
Después de obtener el título como licenciado en Derecho, Yáñez viaja a Tepic, donde
desempeña el cargo de Director de Educación Pública; poco después se traslada a la ciudad de
México. A los veintisiete años inicia su difícil conquista de la capital, estudia filosofía en la
Universidad Nacional y se convierte en maestro de la misma institución en 1951. Publica
después ensayos filosóficos e inicia estudios que no concluirá. De 1932 en adelante se dedica a
la enseñanza en las escuelas y facultades universitarias y desempeña diversos cargos en la
Universidad.
Su visión política aunada a sus conocimientos lo llevó a ocupar diversos cargos y desempeñar
comisiones en México y en el extranjero, donde dictó conferencias. Como reconocido
intelectual, Agustín Yáñez recibió dos distinciones en 1952: la de ser designado miembro del
Colegio Nacional y en 1953 su recepción como Académico de número en la Academia
Mexicana de la Lengua.
En el año de 1953 se abre un paréntesis en su vida intelectual al ser elegido por sus coterráneos
gobernador de su estado natal, puesto que desempeñó con éxito gracias a su cultura y calidad
humana al servicio de la provincia que lo había inspirado constantemente. Terminada su
328
Emmanuel Carballo, op. cit., p. 381.
180
administración, ocupó el puesto de subdirector de la Presidencia, y en 1944 es designado
Secretario de Educación Pública, cargo en el que lleva a cabo una decisiva campaña de
alfabetización. Su fructífera existencia terminó en el año de 1980.
Obra literaria
La obra literaria de Agustín Yáñez nos brinda diversos aspectos: cultiva el ensayo, la crítica
literaria, el periodismo, la investigación histórica, dictó conferencia, escribió cuentos y novelas.
Su preferencia por las formas orgánicas lo llevó a ordenar sus obras novelescas dentro de un
sistema. Su propósito era: “Abarcar la vida mexicana en sus diversos aspectos: el arte, la vida
universitaria, el campo, el trabajo industrial, la vida obrera, la vida en la ciudad y en la
provincia, los problemas políticos y sociales de la historia. Asimismo quiero abarcar todos los
caracteres y todas las edades”329.
La narrativa de Agustín Yáñez se inicia con Baralipton (1930), que surgió no como libro sino en
una revista; más adelante publica ensayos e inicia obras que nunca terminará. Debido a sus
múltiples ocupaciones aparece hasta 1940 Espejo de Juchitán, y en 1941 publica Flor de juegos
antiguos, cuyos personajes son niños que se convertirán en adolescentes en Archipiélago de mujeres,
y adultos en Al filo del agua.
Una nueva aportación la hace en el año de 1943 con dos novelas, Pasión y convalecencia y
Archipiélago de mujeres, que marca el final de una etapa autobiográfica en la narrativa de Yáñez.
Archipiélago de mujeres
329
Emmanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX, citado en José Luis Martínez y
Christopher Domínguez Michael, La literatura mexicana del siglo XX, Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes, México, 1995, pág. 118.
181
Al frente de esta obra de título sugerente puso el autor un Montaje330 y Proyección de una
sombra entre sombras, en el que Mónico Delgadillo, personaje principal citado anteriormente
como el propio Yáñez, convive en forma irregular con los jóvenes de Bandera de Provincias; su
carácter es descrito con bastante acierto ya que para este propósito se combina su deseo de
pasar desapercibido en el grupo, con la fuerza de su sátira. Mónico se separa del grupo, viaja,
después desaparece y pasado un tiempo se sabe que está enfermo y finalmente que muere.
El autor, que ha perdido otros amigos, emprende un viaje al lugar donde reposa Mónico; en el
trayecto va encontrando porciones de libros, proyectos, escritos por su amigo y más o menos
completas siete novelas de amor.
Este Montaje y Proyección de Agustín Yáñez “es el primer esbozo semiautobiográfico en el
que bajo el nombre de Mónico Delgadillo escribe sus propios sueños y experiencias de
adolescente y los de su generación literaria”331. El Montaje descrito anteriormente es la
preparación para la obra literaria propiamente dicha en Archipiélago de mujeres y que Yáñez titula
“Escalas de Adolescencia”.
Mónico Delgadillo sirve como vínculo para unir a siete figuras femeninas protagonistas de
algunas leyendas famosas de la literatura universal: Alda, Melibea, Endrina, Desdémona,
Oriana, Isolda y Doña Inés, que cambian de tiempo y espacio para vivir otra vez sus
emociones en estas tierras mexicanas. “Estas mujeres arrancadas de la nebulosidad de la
leyenda, vienen a tener un profundo arraigo real en nuestro suelo. Sin perder un ápice de su
esencia universal, devienen profundamente nuestras”332. Por su originalidad esta obra
constituyó una novedad en la literatura mexicana.
330
Montaje: estructura.
José Luis Martínez, Agustín Yáñez. Obras escogidas, Aguilar, México, 1968, pág. 29.
332
Gloria Gamiochipi, op. cit., pág. 86.
331
182
ISOLDA O LA MUERTE333
Agustín Yáñez
Lunes, primer día del mes de abril, antes del alba, salimos de San Gabriel. Cuando
trastumbábamos334 las lomas de Venados, comenzaron a llamar para la primera misa, en
Azqueltán. Eran, pues, apenas las cuatro de la mañana. Lo dijo así, con voz de sueño, uno de
los mozos. Nadie añadió más. Nos esclareció de aquel lado de Mamatla, y llegábamos a la
ceja335 de la barranca cuando salió el sol. Ese día hicimos una jornada de dieciséis horas y
hubiéramos llegado hasta Juanatic, si en el paso del Río Grande halláramos a los balseros.
Tampoco pudimos otro día seguir cuesta arriba, sino hasta bien salido el sol, pues en que
vinieran del otro lado con la balsa, en pasar, ensillar336 y cargar, se nos fue mucho tiempo; sin
embargo, anduvimos quince leguas337 fragosas y dormimos en Chimaltitán; todas las bestias
estaban rendidas, aunque íbamos remudando338; el miércoles no fue posible madrugar, y
necesité imponerme con energía a los mozos, que también estaban rendidos, para que
pudiéramos llegar ese mismo día a Temastián. Yo no estaba menos cansado, pero pretendía
triturar ⎯con fatiga⎯ la tristeza, el desasosiego y la rabia que me dominaban.
Mientras nos acercábamos al cañón de Atemanica, nos iban llegando rumores de fechorías
atribuidas al Nagual. En cuarenta leguas a la redonda no se hablaba de otra cosa: que el Nagual
saqueó anoche Huejúcar y casi a la misma hora hizo una muerte en Monte Escobedo; que el
Nagual cayó al Teúl e impuso un préstamo de cien mil pesos; que el Nagual tiene pedida la
plaza de Tlaltenango; que el Nagual dañó la siembra de caña en las vegas de Juchipila; que el
Nagual echó realada339 de ganado en los agostaderos de la Estanzuela... El Nagual, forajido340
de carne y hueso, capitán de chusmas incontables; en otros relatos aparecía como un espíritu
maligno, hechicero, que tomaba forma de coyote, de tigre, de águila o de cuervo, para cometer
depredaciones; aquí mataba a un cristiano, allí raptaba a una doncella, más acá destruía una
333
Agustín Yáñez, Archipiélago de mujeres, México.
trastumbábamos: pasar al otro lado de una cumbre.
335
ceja: (figura) borde que sobresale de ciertas cosas.
336
ensillar: poner silla al caballo.
337
quince leguas: medida de 4 Km.
338
remudando: caballo de relevo.
339
realada: reunir ganado.
340
forajido: malhechor, criminal, delincuente.
334
183
sementera341 y envenenaba el agua de los pozos. Nadie podía con él. Sus asechanzas eran
alevosas. Cuando se le creía muy lejos, daba el zarpazo342. Las gentes sabían que no le entraban
las balas, los filos, ni los picos: se le resbalaban o los escabullía.
Un arriero juró, por el Santo Cristo de Temastián, que una vez pudo ver claramente cómo
acertó un hondazo, con toda el alma, en la mera frente del Nagual, que le salió al camino en
forma de perro lanudo, y ni siquiera se espantó; a no ser porque en ese momento el hombre
recordó las oraciones del Justo Juez y los conjuros de San Jorge, allí habría muerto. Corrían de
mano en mano y de boca en boca, exorcismos, amuletos y sortilegios, únicos medios para
librarse del Nagual. Los había en las tiendas de pueblos y ranchos, en las casas de viejas señoras
serviciales, pero sobre todo a la salida de las misas, los domingos, y en las plazas, el día de feria;
llevábanlos en su caja de mercancías los barilleros343 ambulantes que van de poblado en
poblado, y aún de casa en casa, por tierras abruptas; y hacían público, en donde llegaban, para
pregonarlos y cantarlos, juntamente con los corridos que ponían miedo en el rostro de los
aldeanos congregados alrededor del marchante.
En algunos sitios por donde pasábamos, los vecinos estaban poseídos de verdadera locura.
Todo les parecía encarnación y daño del Maligno: aires borrascosos, rayos, enfermedades,
sequías, pasajeros desconocidos, rumores de la noche, pérdidas vulgares. Atrancábanse las
puertas y las ventanas. Los animales domésticos eran encerrados en las habitaciones, y como
entre sí se sofocaran, no cabía duda: el Nagual traspasaba las paredes y nadie sino él mataba los
animales amontonados en seguro.
........................................................................................................................................................................
En vericuetos344 y pasajes sombríos, hasta las bestias paraban sus orejas, en acecho. Ruidos,
árboles meneados por el viento, rocas enhiestas, nos parecían formas humanas, hostiles.
En la jornada del jueves no más anduvimos ocho leguas. El mesón de Temascal345, a donde
llegamos, estaba lleno de arrieros que hacía varios días no se animaban a seguir su camino, ni a
volverse. Toda la noche fueron cuentos. No había quien dejara de querer convencernos para
que no nos detuviéramos. El Nagual no salía de por los rumbos a donde íbamos. Los árboles
341
sementera: tierra sembrada.
zarpazo: apoderarse de cosas con violencia.
343
barrilleros: vendedor ambulante de espejos, encajes, etc.
344
vericueto: camino estrecho.
345
temascal: baño indígena de vapor.
342
184
cargaban colgados346. En quince días nadie había entrado o salido de Atemanica. Reaccioné por
valentía, más artificial que efectiva. Piqué a mis hombres el amor propio. Y como no podíamos
dormir, dimos traza de marcharnos a eso de la media noche, con el asombro maldiciente de los
arrieros y las oraciones de la mesonera347.
¡Qué bueno es el valor y qué buenos los peligros cuando uno está triste y de malas! Me puse
a cantar. Lo más disparatado: canciones cuamileras348, misterios de rosario, corridos de amor,
pedazos de zarzuelas. Desahogué mi alma. Cantaron, cantamos todos. Y el alba resplandeció.
Resplandeció como nunca. En el puerto de los Mojones, al trastumbar la sierra de Atemanica,
desensillamos para comer el bastimento que nos echaron en Temascal. Y descabezamos al
sueño, con el gusto con que descabezaríamos a todos los Naguales de la tierra que se nos
atravesaran.
Fui el primero en despertar. A media escalera iba ya el sol trepando el cielo. Las nubes,
todas las nubes que al amanecer tendían fuertes colores de confín349 a confín, se habían
disipado. Un alto viento fresco, emulsionado, estremecía la cumbre de nuestro descanso y
chiflaba como doncel350 lleno de sangre, rubio. Si tuviera ojos, los de aquel viento serían de un
azul tan límpido y profundo como el cielo de aquella mañana, tan claros como el dilatado
paisaje desenvuelto cuesta abajo, desde los desfiladeros en que nos hallábamos. Podían
distinguirse los perfiles más remotos en el bajo e interminable escenario de sierras, montes,
valles, cuencas, por sobre cuyo espectáculo descendían los vuelos veloces de las miradas; pero
entre cuyas fragosidades nuestros pasos tardarían largas jornadas para tocar la linde azul del
panorama, término del viaje.
A contrapunto de la contemplación ⎯la vista fija en los sitios de nuestro destino⎯,
volvieron los temas del desasosiego y la nota de angustia. Objeto y término del viaje no eran
más que nuevo episodio en vida sin ventura.
Nací bajo el signo de la Tristeza. Nacía yo y mi madre comenzaba a morir; tres días después la
sepultaron. Crecí a solas con la naturaleza. Crecía yo y mi padre viajaba de feria en feria; un día
lo trajeron muerto.
346
colgados: personas ahorcadas.
mesonera: propietaria de un mesón, posada o venta.
348
cuamil: terreno dedicado al cultivo.
349
confín: sitio lejano.
350
doncel: joven noble.
347
185
Fui a las escuelas de la ciudad. Mientras estudiaba, la herencia se perdía; en unas vacaciones
hube de quedarme a trabajar en casa de mi tío. (...) San Gabriel comenzó a ser un pequeño
pueblo, rodeado por estancias y rancherías llenas de gente. Se empeño mi tío en hacerme
mayordomo351 y publicaba que yo sería el único heredero de su fortuna.
Esto me irritaba en lugar de gustarme; pero desató la envidia de parientes y allegados352, que
comenzaron a indisponerme con el amo. Enemigo de hablar ⎯días había que yo no
pronunciaba una sola palabra⎯ y, más aún, de discutir, hice maleta con mis avíos, cargué mis
armas, ensillé mi caballo y abandoné las tierras de San Gabriel, en busca de un lugar lejano
donde servir, sin que nadie supiera de mí.
........................................................................................................................................................................
Los instigadores353, al fin, clavaron en mí las miradas y adiviné su sospecha de que la salida
era recurso de mi astucia.
Ese día ni los otros que siguieron, por nada del mundo cambió la determinación de mi tío.
Serían excelentes los numerosos, cristianos partidos que se le señalaban, y haber podía muy
virtuosas, bonitas y pudientes mujeres en pueblos y haciendas vecinos; pero no se le hablara
más de boda que no fuese con la extranjera electa; si hallaban medio de comenzar las
negociaciones, el oro, el crédito y los recursos de San Gabriel estaban prestos. Derrochador
espléndido, esta vez mi tío maliciaba que sus tesoros quedarían intactos.
Al cabo de no sé cuántas conspiraciones, mis malquerientes propusieron que nadie como yo
tenía prendas que garantizaban el éxito de un buen servicio a mi tío, yendo a solicitar la mano
de la Blonda354: yo era fuerte, astuto, cauteloso; había vivido en la ciudad; entendía el idioma de
los extranjeros; hablaba ⎯cuando quería⎯ con destreza e insinuantemente.
Rabia y orgullo contra la hipócrita mezquindad empujaron mi aceptación irreflexiva. Largo
y peligroso era el camino; destinados al ridículo ⎯quién sabe si a la muerte⎯ mis esfuerzos.
(Entonces ignoraba lo que después supe y mis malquerientes conocían de antemano.)
El viaje se dispuso para la cena de Pascua.
⎯La Blonda es de las Europas, un lugar del otro mundo a donde no llega el mar: como
Jerusalén, que está entre cielo y tierra.
351
mayordomo: empleado de la hacienda, encargado de la dirección de los trabajos del campo.
allegado: cercano, próximo.
353
instigador: que incita o induce.
354
blonda: rubia.
352
186
⎯Ustedes no conocieron a la Blonda. Yo sí la conocí. No, no era el cometa que anunció la
revolución, como algunos confunden. Fue mucho después cuando pasó la Blonda. Yo estaba
en Bolaños lavando tierritas de la mina. Creíamos en un principio que era un ejército y nos
asustamos. Yo escondí unas bolitas de oro recién fundidas y me fui a la curiosidad: iban
delante doce mulas macizas que dizque llevaban los vestidos, no más de una princesa que allí
venía; luego, muchos señores, mujeres y mozos; bajaron en la plaza; de un caballo blanco, de
veras bonito, como en el que pintan a Santo Santiago, bajó una mujer de trenzas doradas; junto
a las ruinas de lo que iba a ser Catedral, se sentó, y era como un cuadro de las historias sagradas
que ponen en el catecismo; vino un mozo y ofreció de beber a la muchacha en unos vasos de
plata; no hablaban como cristianos; ¡ah, qué vestidos tan bonitos!...
⎯Diz355 que unos venían montados en camellos, como los reyes magos...
⎯Diz que la Blonda venía en una litera356 cubierta de seda...
⎯Diz que un cometa les marcaba el camino, en la noche, o una nube de fuego, no sé bien...
⎯Y en el día una nube de colores tapaba el sol...
⎯A las mujeres ⎯yo lo vi⎯ las cubrían unos caballerangos357 con sombrillas de seda. ¡Ah,
qué sombrilla más rica la que cubría la cabeza de la Blonda!
⎯Sería bonita mujer...
⎯¡Qué sería! Figúrensela: como virgen de porcelana... ¡qué resplandor de ojos! Con una
frente... ¡cómo brillaban sus aretes! y unas manos... ¡ah, sus anillos! Bien pensaban los que
decían que era una princesa, como la otra que trajeron cuando los franceses...
⎯Diz que...
La guillotina358 de mi violencia cortó las conversaciones de los espoliques y el bienestar de
nuestro descanso. Pronto llegamos a los desfiladeros. El paso de las bestias fue lento e
inseguro; resonante sobre los abismos. Era la bajada a tierras de desolación.
....................................................................................................................................
Lo mismo pudo ser un día o muchos. (⎯“Diz que todos los que han pretendido a la Blonda se han
vuelto locos...”) El mozo que nos guiaba ⎯¿cómo escapó de que le pegara un tiro? ⎯ no tenía
noción del tiempo ni de las distancias. (⎯“Diz que el Nagual se convirtió en Nagual porque lo
355
diz: dicen.
litera: vehículo sin ruedas llevado por hombres o caballería.
357
caballerangos: mozo encargado de las caballerizas.
358
guillotina: máquina para cortar.
356
187
despreció la Blonda...”) Llevábamos horas o días de caminar, mientras volaba la cabeza y el
estómago deliraba. (⎯“Diz que la Blonda tiene unos hechizos para beber...”) Los nervios crispados359:
⎯Al que vuelva a mentar a la Blonda o al Nagual, quienquiera que sea, le meteré un balazo.
Pudieron ser muchos días con sus noches interminables. En una de las cuales oímos el
aullar de los coyotes, cada vez más poderoso y cercano.
⎯Si de veras fueran coyotes, huirían al oír el paso de caballos.
El miedo al Nagual paralizaba la voz de mis compañeros. Dicen que los Naguales aúllan
como coyotes.
⎯Han de ser coyotes hambrientos y en lugar de ahuyentarlos hemos de emboscarlos360. Si
nadie me quiere seguir, yo solo iré contra la manada y la acorralaré en sus madrigueras.
Necesito matar un coyote.
Después de un descanso en que apuramos las reservas de las cantimploras361, comenzó la
batida.
........................................................................................................................................................................
Dormimos al raso362. Venida la mañana, tratábamos de orientarnos para rodear veredas que
no nos alejaran de Lirlanda363, cuando en la ceja de una barranquilla vimos a unos hombres
haciendo señas para que nos detuviéramos; poco a poco escuchamos sus gritos; con
precaución los esperamos. Dijeron que desde anoche los había mandado el colono364 mayor a
buscarnos; y él mismo, ahora, venía detrás, gustoso de que conociéramos las haciendas.
Fueron exquisitas las disculpas por la brusquedad con que los guardianes de Frontera nos
recibieron; pero no se disimulaba la satisfacción por el exacto cumplimiento de los alardes que
intimiden a cuantos se acerquen. Bien sabía el colono mayor quién era yo y de dónde venía;
mas le interesaba conocer el objeto de mi viaje. Pareció sorprenderse cuando con llaneza relaté
la muerte del coyote, que la superstición tomaba por hazaña sobrenatural. Convinimos que
valía sostener el prestigio de la leyenda para sosiego de los espíritus. El Nagual había muerto. Y
ninguno de los bandoleros que repitieran depredaciones, contaría en su favor el pánico
359
crispado: ponerse rígido.
emboscar: poner trampa o engaño.
361
cantimplora: vasija aplanada para llevar líquidos.
362
raso: llano, liso.
363
Lirlanda: lugar imaginario que asemeja a Irlanda.
364
colono: habitante de una colonia.
360
188
alucinado365 de la gente. Si no hubiera más ⎯opinó⎯, ese gran servicio me deberían la tierra y
los hacendados; y el hecho de aventurarme por caminos cuyo supuesto encantamiento
destruyó mi audacia, justificaba el que las gentes me miraran como héroe. Otra vez pareció
sorprenderse con mi mueca desdeñosa e irónica. Los terribles daños resentidos por las
haciendas lo hacían hablar de ese modo ⎯explicó. Cierto que el Nagual ni ha muerto, ni
existió. Pero libres de supersticioso temor, los campesinos querrán hacer frente, con eficacia, a
los merodeadores366.
Para eso principalmente quería ver al colono mayor y a los otros terratenientes, de San
Gabriel al mar, en nombre de mi tío ⎯expliqué⎯; pues una estrecha cooperación facilitaría el
exterminio de los malvivientes, cuyas guaridas predilectas eran las barrancas367 por donde se
viene al Malpaís.
Fui calando368 el anzuelo del mentiroso proyecto a medida que caminábamos por tierras de
Lirlanda. Primera victoria: la confianza del extranjero, ganada muy poco a poco, astutamente.
Yo debía descansar ⎯propuso⎯ en alguna de sus fincas. Desentendiéndome, rogó.
Ingeniándome en la conversación, quiso que me conociera su hija. Mis excusas fueron
incentivo. Muy vagamente, hablando de las riquezas y crédito de mi tío; muy remotamente,
hablando de los arraigos familiares por fuerza y amor de la tierra, insinué ⎯leve,
ambiguamente369, con equívocos⎯ la posibilidad de un enlace venturoso entre los dos feudos
más ricos de las provincias occidentales. Un camino seguro, sin rodeos, abierto por la unión de
Lirlanda y San Gabriel, desde la altiplanicie al mar, sería un milagro de riqueza y el golpe
decisivo en la conquista del Malpaís. Dejándome llevar, alcanzamos la vista de Cuspala, blanca
de cal en el verde recuesto de los naranjales. Era la finca del corazón lirlandés, morada de
⎯Isolda, mi hija.
El feudatario completó la presentación:
⎯El héroe, matador del Nagual.
Tan súbita fue la presencia de la extranjera, que no pude concertar gesto y palabras. Me
salvó su mohín370 despectivo, que mis labios reprodujeron con proporciones de sarcasmo. La
365
alucinado: asombrado.
merodear: vagar por un sitio.
367
barranca: precipicio.
368
calando: examinar para ver lo que hay, descubrir.
369
ambiguo: incierto, confuso.
370
mohín: gesto, mueca.
366
189
hurañez371 envolvió a mi persona. Pero cuantas veces nuestras miradas se encontraban, era más
sensible la colisión de orgullos. Llenas de paulatinos372 propósitos, mis palabras ⎯dirigidas al
feudatario⎯ esquivaban cualquier cortesía para la doncella.
.......................................................................................................................................................................
Han ido resonando, pausadamente, los cuartos de hora: en no sé cuál, Isolda se levanta de la
mesa, da las buenas noches y sin más tornar la cara sale del comedor.
El amo me propone salir a pie por los alrededores de la finca. Es preciosa la noche.
Desvelados peones rondan la plazoleta.
⎯Quieren ver al héroe ⎯dice socarronamente373 mi huésped⎯, y hay que contarles el
milagro con todo detalle.
⎯Un héroe no es juglar y debe mantener la distancia de toda familiaridad, si quiere que su
fama no sucumba ⎯replicó⎯; vayamos apartados como fantasmas de naturaleza superior: el
misterio es la condición de lo sobrehumano.
Bisbiseos, reverentes, a nuestro paso. Dentro de mí sigue hablando un personaje mordaz,
ingenioso, enredador, que cautiva serpentinamente la atención del extranjero. Mas mi yo
soterrado desconfía de la fácil confianza del colono. Bruscamente le confieso mi pena por el
disgusto que mi presencia ha causado a su hija. Me abruman las excusas. Isolda es así: extraña,
reservada, ensimismada; pero puedo estar seguro de que mi conversación y presencia, lejos de
molestarla, le interesan; tiene tan pocas oportunidades para oír hablar de música, de libros, de
costumbres; he recordado tan bellos versos; yo mismo soy tan extraño, tan contradictorio;
provocan de tal modo mi mal disimulada soberbia y el cambio brusco a la exaltación lírica o a
la suavidad lenitiva374...
Es preciosa la noche. Cuando volvemos, un hombre rasguea una guitarra. El coro de viejas
canciones bulle dentro de mí, como concurso de ríos crecidos, en verano. Sin rienda, mis
sentimientos ⎯la guitarra entre mis manos⎯ mueven dedos y voz, ligeros en el vastísimo
campo de la noche. ¿Quién canta en mí, quién canta con mi pobre voz, quién dio destreza a
371
huraño: poco sociable.
paulatino: lentamente.
373
socarronamente: con burla.
374
lenitivo: que calma y suaviza.
372
190
mis dedos torpes, quién da gracia a mis manos callosas, y de miserable instrumento arranca
sonidos de laúd375?
La noche, Cuspala, yo, nos estremecimos. Mi estremecimiento fue sorpresa. Las viejas
melodías criollas vibraban con timbres universales, eternos; y mis asombradas orejas
escuchaban la serenata como música de recuerdo, lejanísima. Tan viva y presente, la serenata
incorporó a muchos dormidos. Ni sé cuánto duró el embrujo que se valía de mi voz y mis
manos. Cuando todo yo estuve de nuevo en mí, la excitación pasada, el silencio y aromas de la
alcoba, la albura de las sábanas, el mullido lecho, conturbaron al montaraz que soy.
Miedo mío de ajar aquellas ropas y sentirme entre aquellos muebles de rancia376 nobleza.
Miedo del cuerpo mío hecho a dormir en campo raso. Desvanecimiento de los sentidos por el
perfume del sahumerio377 contra los mosquitos. Hundimiento en las blandas almohadas
olorosas, y en el pozo de la noche rural, en tierra y casa extrañas. Insomnio por la difícil
empresa que mi orgullo aceptó. Callejones de los arbitrios378, sin salida: he de raptar a Isolda es
imposible suponiéndolo nada se ganaría San Gabriel no es lo que esperan gritarían deslealtad
no hay otro camino el rapto qué gran héroe de veras me choca Isolda se reiría de la franca
propuesta y me repugna su orgullo qué de veras princesa y bonitas sus blondas pero blondo
quiere decir rubio y sus cabellos parecen llamarada de alcohol será maldad soterrarla379 en San
Gabriel pero mi tío Marcos edificaría un palacio mejor que el de Cuspala pero no lo creo mejor
será salir al mar y escaparme de mí de mí el rapto para qué si yo los vestidos y el perfume de
Isolda pero su mirada insoportable será cobarde huir qué ganas de ser héroe cuando corriera la
noticia raptaron a la Blonda más que un sacrilegio380 ni cómo hablar a derechas con el colono
irlandés qué se propone con tanta cortesía me estará durmiendo hay que madrugar el rapto no
es posible qué ganas pero yo para mí cuánto me choca me da miedo este lecho y la pieza huele
a cedro381 si oyó la serenata me estarán durmiendo y hay que madrugar...
⎯No imaginaba que nuestro héroe fuera tan magnífico cantante. Me gustaría oírlo de
nuevo. La serenata fue deliciosa. ⎯Con estas palabras y un cierto gesto bondadoso ⎯la
375
laúd: instrumento de cuerdas.
rancia: antigua.
377
sahumerio: que da humo.
378
arbitrio: que tiene la facultad de elegir.
379
soterrarla: poner bajo tierra.
380
sacrilegio: falta de respeto a algo o alguien.
381
cedro: árbol conífero de tronco grueso.
376
191
mirada sin orgullo⎯, Isolda me saludó a la mañana siguiente. Yo había despertado sin tomar
ninguna resolución. Las palabras de Isolda me la inspiraron súbitamente:
⎯Lástima que no pueda complacerla. Dentro de breves momentos continuaré mi viaje.
Creo que no había orgullo en mis ojos ni en mi voz; pero sí una comedida indiferencia que
quise acentuar: ⎯No sabe usted cuánto me complace descubrir que sinceramente le gustaron
las canciones.
⎯¿Sinceramente? ¿Juzga usted que yo pueda obrar de otro modo?
Estuve por decir “quizás”: pero nuevos descubrimientos en la fisonomía de Isolda me
contuvieron.
⎯Es que yo mismo dudo que a otros complazca lo que a mí me gusta. Y más, tratándose
de usted.
Llegó a ese tiempo el colono, e Isolda se apresuró en comunicarle mi resolución de partir.
Expliqué mis pretextos. Volví al tema de unir el esfuerzo de los hacendados comarcanos.
Como el dueño de Lirlanda manifestara su adhesión plena, quedé comprometido a volver a
Cuspala y terminar el convenio382. Aún quisieron detenerme un día más. El interés de Isolda
era visible: mi decisión, inquebrantable383.
⎯Sería un mayordomo magnífico. Debías ofrecérselo ⎯dijo Isolda en inglés.
⎯Sería del todo inútil el ofrecimiento, porque me es imposible siquiera pensar en aceptarlo
⎯respondí, sorprendiendo a mis interlocutores384 la comprensión de su lengua. Y derivando la
plática, rogué que aceptaran los testimonios de afecto que mi tío les ofrecía por mi conducto,
como principio de relaciones amistosas: el mejor de los caballos de San Gabriel, para el señor,
y una alhaja ⎯tal vez de inadecuado mérito⎯ para Isolda. Cuando volví con el estuche y la
joya estuvo en manos de la bella, ésta no reprimió su admiración. Era, en verdad, un regalo
digno de princesa: un broche de antigua orfebrería385, recamado386 de esmeraldas y brillantes.
⎯¡Esmeraldas de milagro! ¡Qué cinco prodigios!
⎯Incomparables con sus ojos.
382
convenio: arreglo, contrato.
inquebrantable: invariable, constante.
384
interlocutores: cada una de las personas que toma parte en la conversación.
385
orfebrería: trabajo en oro o plata.
386
recamado: bordado, adornado.
383
192
Mi trivial387 galantería, por inusitada388, fue otra sorpresa. El recelo no disimuló sus signos en
el rostro del hacendado. Yo daba por común la dádiva389; el ser obsequioso era el mayor placer
de mi tío, que tomaría a desdén la delicadeza del colono en rehusar los presentes. El
panegírico390 de mi deudo y patrón continuó durante la hora del almuerzo.
Si conseguí que los regalos fueran aceptados, quedé con la seguridad de que persistía el
recelo por su esplendidez. Al azar391 del tiempo fié la terminación del negocio. Y emprendí el
camino de tierra caliente, rumbo al mar.
No sé qué demonios precedían mi marcha, sembrando consejas y rumores: que la Blonda,
faltando a su palabra, despreció al matador del Nagual... que la Blonda es insensible por los
hechizos que le da su criada de confianza... no, el matador es un hechicero392... sí, un hechicero
menos poderoso que la criada... tan menos poderoso, que la Blonda no le hizo caso... le hiciera,
si su poder llegara a convertir en oro las arenas para salvar los compromisos de Lirlanda...
Fui buscando a los otros colonos para el falso proyecto de colaboración defensiva y
económica. Tras de mí venían los espías de Lirlanda. Los colonos me fueron enterando de las
condiciones comprometidas que amenazaban el aparente bienestar del feudatario irlandés.
Ahora comprendía muchas de sus preguntas y el cálculo de sus conversaciones. En Amatlán
pude comprobar que Lirlanda estaba al borde de la ruina: préstamos hipotecarios393, embargos,
qué sé yo cuántos líos con una empresa norteamericana; el trabajo tesonero394, de por vida, en
el destierro del Malpaís, corría peligro inminente.
Llegué al mar y una morosa indolencia me paralizó quién sabe cuántos días. Calor y brisa
llevaban de un lado a otro mi letargo, hasta casi el olvido de todo lo pretérito y lo porvenir; ni
sentía los perjuicios de la costa, que a mí, como a mis espoliques, nos tenían enronchados395 y
maltrechos. Era un vivir fuera de la conciencia, según ha de ser el vivir de los locos. Era el vivir
con sola una inquietud: la de hallar el color esmeralda del océano, interrumpido por otros
colores y por la presencia de la noche. Grises, leches cremas, rosas, rojos, azules
profundos....¡no!... quiero el verde esmeralda, como sus ojos, Isolda, ¿por qué has venido?
387
trivial: común, vulgar.
inusitada: no usada.
389
dádiva: regalo.
390
panegírico: discurso de alabanza.
391
azar: destino, accidente.
392
hechicero: brujo.
393
hipoteca: retención de bienes.
394
tesonero: firme, constante.
395
enronchado: que tiene un bulto, una erupción, en la piel por picadura.
388
193
........................................................................................................................................................................
El colono se desconcertó. Aun dije dos o tres elogios de mi deudo. Insistí en la necesidad
de un gobierno femenino que centuplicara las riquezas de San Gabriel y las fundiera con las de
Lirlanda, para afianzar y generalizar la colonización del Malpaís. Lívido396, el extranjero cortó
mi discurso, anunciándome que lo pensaría.
Isolda no volvió más. Transcurrieron largos días. Tampoco el hacendado se presentaba en
Fortín.
Decidí resolver la situación y me encaminé a Cuspala; mostré poderes de mi tío para
solicitar la mano de Isolda, estipular el dote397 y formalizar el matrimonio.
........................................................................................................................................................................
De San Gabriel vinieron espléndidos regalos y la fortuna de las alhajas familiares, tanto
tiempo guardada en oculto sitio: esmeraldas, rubíes, ópalos, aguas de mar, zafiros, perlas398, en
viejas montaduras de asombro, lucirían de nuevo sobre el pecho, en las orejas, los brazos, la
frente de una mujer, tan extraña a las mujeres que fueron sus primitivas poseedoras, hace
tantos años; pero más bella que todas juntas.
A Isolda no la vi sino hasta la noche, al momento de la ceremonia. ¡Qué absurda y aún
ahora cuán inverosímil me parece mi presencia, mi ridícula presencia, mi execrable399 presencia,
en aquel trance donde fungiría ⎯fingiría, mitad payaso, mitad reo⎯ como novio fantasmal!
¡Qué deplorable400 mi catadura ⎯cómo pude consentirlo⎯ frente al garbo de la rubia princesa!
El rumor de los asistentes zumbaba en mis oídos a burla. Yo no sabía qué hacer con los ojos,
las manos y las piernas. Creo que rechinaban mis zapatos. Me había puesto saco y corbata. Me
había peinado.
Como al descuido, sin poderme vencer, miré a la novia. Ninguna de las alhajas de las
abuelas españolas lucía la irlandesa. Era sensible la negligencia de su atavío. Más parecía un
espectro melancólico. Ni siquiera el broche de esmeraldas y brillantes ornaba su figura.
Desnudas las orejas. El cuello, los brazos desposeídos de joyas. A punto de estallar, en los ojos,
el rencor. Lívida, sin afeites, la cara.
396
lívido: pálido.
dote: regalo, bienes.
398
perlas: piedras preciosas.
399
execrable: detestable.
400
deplorable: infeliz.
397
194
Cuando estuvo cerca de mí, aceradas, imantadas401 con frío despecho, sus palabras silbaron
en inglés:
⎯Ahora ya estará usted satisfecho.
Y comenzó la ceremonia.
Cuando ⎯todo a nombre de mi tío⎯ en las heladas manos puse un anillo de platino con
enorme solitario y áureas402 monedas coloniales, advertí una contracción de horror y de odio.
Las palabras extranjeras contundían403 mi cerebro. Ya no era un payaso que obraba por
ajena cuenta: era un reo, un confeso de ingratitud, canalla y traidor. En los labios de Isolda
presentía los calificativos.
Transcurrido el matrimonio, fue dispuesta una cena. La obligada cortesía no fue parte a
quitarle su carácter fúnebre. Isolda, su padre, yo, dijimos unas cuantas palabras desabridas,
insignificantes. La verbosidad404 pueblerina de algunos invitados: el notario y el médico de
Amatlán, el cura de Atemanica, los colonos vecinos que habían traído a sus familias, derrochó
adulaciones y votos por la prosperidad de Lirlanda y la conquista del Malpaís, que irían viento
en popa405, gracias a la poderosa unión con el más próspero y el más espléndido de los
terratenientes en el altiplano, emparentado con las familias de mayor abolengo en el país.
Isolda se levantó violentamente de la mesa, pretextando indisposición; de buena gana
hubiera despedido a los concurrentes y hecho cesar el holgorio406 de las peonadas407,
entretenidas con juegos de pólvora y con las músicas de Atemanica y Amatlán. Desconocí o he
olvidado el capricho, el respeto, el sofisma408 mental o la atrofia del sentimiento que durante
una o dos horas me retuvieron en Cuspala, después que Isolda se retiró. Tan monstruoso fui,
que acepté cantar. Cierto que mi vil condescendencia me despertó e impulsó a marcharme,
cuando la animación comenzaba y la fiesta de los peones ascendía el tono.
Camino de Atemanica, me alcanzaban los gritos del clarinete y el restallido de la pólvora.
Florecían en el cielo las rosas de bengala, policromas409.
401
imantadas: que atraen.
áureas: de oro.
403
contundían: pegar, golpear.
404
verbosidad: abundancia de palabras.
405
ir viento en popa: todo va perfectamente.
406
holgorio: diversión.
407
peonada: peones, trabajadores.
408
sofisma: que induce a error.
409
policromas: de diferentes colores.
402
195
Aceleraba mi fuga. Devoraba distancias. Pero las laderas prolongaban los ecos agudos del
clarinete, persiguiéndome. Y en el cielo sereno, sin fronteras; en el silencio universal de la
noche, restallaban los cohetes y se rompían los gajos de luz.
Así fue como poco antes de amanecer llegué a Atemanica y me tiré a dormir en el jergón de
la posada, la noche del matrimonio.
Pasados ocho días, terminaron los preparativos del viaje a San Gabriel. Nutrida sería la
comitiva. Con Isolda vendrían la esposa y la hija del colono de Jora; cinco de las más antiguas,
leales sirvientas de Cuspala; el mayordomo y doce mozos de Lirlanda, mis espoliques, más la
recua410 con equipajes, muebles y despensa. La seguridad en el camino se confiaba a mis
cuidados. El padre de la novia fijó la ruta más cómoda y segura; pero más larga, entre Lirlanda
y San Gabriel. Mediaba el mes de junio.
Desde aquella noche, no más había visto a Isolda. En Atemanica esperé y dejé ir por delante
a la comitiva. Bruna, la más allegada de las sirvientas, vino a buscarme. Decía su ama que,
contra toda voluntad, solicitaba de mí un favor: que no me le acercara, sería capaz de matarme;
sobre tantos y tantos agravios411, uno, recién descubierto, la tenía desesperada: yo era el asesino
del hombre con quien por gusto y amor se hubiera casado; la trágica certidumbre se la dio uno
de mis mozos; algunas de las joyas que tuve la osadía de regalar a Isolda y las armas que
obsequié a su padre, la víspera del viaje, no daban lugar a duda: yo era el asesino del hacendado
de Acahuisco, verdadero y único amor del ama. Si la ruina inminente de Lirlanda y el cariño a
su padre la obligaron a aceptar el infando412 comercio de su persona, yo no tenía derecho a que
mi presencia la colmara de mayor vergüenza y horror. Si no me devolvía las prendas413 del
muerto y entre ellas el anillo del gran solitario con que selló su destino, era porque las tomaba
como sacramento de su culto y desposorio con la memoria de mi víctima.
Era capaz de matarme si le hablara.
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⎯...Todo ha sido una desgracia. Lo que le toca a cada quien...
⎯Basta ya, señora. Diga usted a nuestra ama que no la molestará mi presencia.
410
recua: conjunto de animales de carga.
agravio: ofensa.
412
infando: indigno.
413
prendas: la ropa y lo que llevaba puesto el difunto, entre ellas un anillo, una alhaja.
411
196
Pero todavía en la puerta seguía mascullando414:
⎯Todo ha sido una desgracia. Qué lástima. Una maldición de hechiceros negras entrañas...
Yo había dispuesto una confortable litera y suficientes mozos para el transporte de la
desposada, quien rehusó aquello, prefiriendo viajar a cuestas de su caballo favorito. Era uno de
aquellos caballos blancos, legendarios.
En lugar de subir directamente hasta la sierra de Mojones, tomamos el camino de Ixcatán,
que bordea los pantanos415 del Malpaís, entre la selva. Menos áspero, tan desolado como el
otro, es trayecto malsano, poblado de alimañas416. El primer día la caravana recorrió escasas
tres leguas y acampó en la hacienda de Florencia, muy al principio de la tarde. Discutí con el
mayordomo la necesidad de acelerar la marcha, ya por los peligros de la comarca, ya porque las
aguas podían venírsenos encima, echarían a perder los caminos, crecerían los ríos y el paso de
la sierra sería penosísimo y punto menos que imposible.
A la mañana siguiente ⎯jueves tercero de junio⎯, la comitiva logró ponerse en marcha
cerca del medio día. Exasperado, la seguí a distancia de media legua, muy lentamente, haciendo
grandes paradas, pues a la menor prisa me ponía en sus alcances. Terminé por echarme al suelo
a mirar el paso de las nubes. Largo tiempo. Desesperante. Apretaba el calor. Monté al fin. En
quince días, en tres semanas no llegaríamos a San Gabriel, ni yo sería capaz de resistir el
dilatado suplicio. Me quemaba el sol y la sed fue atormentándome creciente, implacablemente.
Mis ojos y todos mis sentidos tendían su angustia en busca de un jacal, de un arroyo, de un
rastro de agua. El viento era de lumbre. Llameaba la tierra. Después de una eternidad, bajando
una hondonada417, lo húmedo del camino anunció la cercanía de un venero418. Me desvié
buscándolo, y al encontrarlo, me arrojé del caballo, frenéticamente; bebí con avidez, metiendo
la cara, empapando el cabello y los brazos, turbando la quieta claridad del regato y el silencio
del sitio.
Desaforados419 gritos interrumpieron mi gozo. Uno de mis espoliques me conminaba a no
beber, con voces y gestos de espanto. Explicó que lo habían dejado allí para que nadie se
acercará a la fuente hasta la puesta del sol; pero se había dormido con la sofocación del calor.
Ignoraba el motivo de lo que se le mandó; pero debía ser una cosa terrible. Bruna me lo diría.
414
mascullar: hablar sin claridad.
pantano: lugar donde se acumulan aguas lodosas.
416
alimañas: animales dañinos para la caza menor.
417
hondonada: terreno hondo, depresión.
418
venero: fuente de agua abundante.
419
desaforado: excesivo, violento.
415
197
Cuando alcanzamos la comitiva y Bruna supo que yo había bebido en aquella fuente,
mesándose420 los cabellos vino hacia mí, desencajada, trágica.
⎯¡Pero qué ha hecho, señor! Maldita sea la hora en que se le ocurrió llegar al ojo de agua.
Desgraciado. Desgraciada. Desgraciados todos los que aquí nos hallamos. Desgraciado este día
infeliz, que no amaneciera nunca. Desgraciada yo, más que todos, yo que confundí los frascos
y vacié los bebedizos421 de amor, en lugar de las esencias frutales. Pero usted no se da cuenta de
la desgracia. Deben matarme y matar al mozo infiel. Nadie había de beber allí mientras el sol
no se metiera. ¡Y usted se vio en el ojo de agua! ¡Y usted bebió!...
⎯Pero usted no se da cuenta. ¿Usted no sabía lo que sabe cualquier peón de estos rumbos?
La mujer y el hombre que juntos, o uno después de otro, miren y beban en ese ojo de agua,
sufrirán el mismo mal incurable. Isolda fue la última que bebió, y yo, para hacerle más
agradable la bebida, quise vaciar esencias de frutas que mejor calmaran su sed y quitaran el
hechizo del ojo de agua.
........................................................................................................................................................................
El viento se llevó las voces y trajo ruido de cabalgaduras422: el mayordomo y Bruna se
acercaban.
⎯La mujer y la hija del colono de Jora ya no quisieron seguir acompañándonos por estos
caminos malditos; hoy mismo se volvieron con parte de la servidumbre; imagínese cómo
vendrá mi amita linda; tampoco anoche pudo pegar los ojos, ni a fuerza de los remedios423 que
le hice.
Y apartándome, la criada continuó en voz baja, solemne:
⎯Usted no quiere entender ni creer lo que sucede. Mientras no venga cerca de la linda, no
llegaremos nunca y el camino se hará más penoso para todos. Aunque no lo crea ⎯¡es una
maldición!⎯, pero no tiene más pensamiento que usted. Tiemblo de pensar en qué pare todo
esto; la desgracia es que se hallan unidos en la vida y en la muerte, sin remedio.
⎯La aborrezco.
420
mesándose: arrancar el cabello con las manos.
bebedizo: veneno, bebida.
422
cabalgaduras: caballería.
423
remedio: medicina, cura.
421
198
⎯Ella también dice lo mismo; pero lo peor es que los sentimientos son más fuertes cuando
se disimulan. ¡Yerba de la Milagrosa!, ¿qué irá a suceder cuando lleguemos a San Gabriel?
¡Todo ha sido una maldición! En la vida y en la muerte, en la vida y en la muerte, sin remedio.
Transcurrida la mañana en espera, llegó al fin el resto de la comitiva; descendió Isolda y se
puso a mirar las lejanas tierras de Lirlanda; era otra mujer distinta de aquella soberana princesa
que conocí entre jardines. Cuando se dio cuenta de que estaba junto a mí, rompió a llorar y me
extendió los brazos.
La eternidad, la vida y la muerte, la alegría y el dolor más intensos, quedaron cifrados en
medio minuto. Tan inesperada y súbita424 como el abrazo; pero más brusca, fue la separación.
Isolda me rechazó con violencia, me lanzó una mirada fulminante425 y corrió a esconder sus
lágrimas entre las cortinas de la litera. Mi hombro estaba húmedo por el llanto de los ojos
verdes. ¡Eran verdes los ojos de Isolda! Pero mis piernas flaqueaban y fallaba mi respiración,
como si hubiera soportado al mundo entre mis brazos o como si una centella426 descargara luz
en mis ojos, fuego en mis entrañas y arterias.
........................................................................................................................................................................
Como en el súbito abrazo y en el repudio427 violento de la mañana, también durante la
contemplación se me perdieron los límites de tiempo y espacio. Todo era Isolda ⎯y no podía
ocurrirse que antes no fuese o que después faltara. Recuerdos y porvenir se anulaban428 en la
realidad inmarcesible de aquella contemplación. Siempre, siempre, Isolda había sido y sería
parte de mí, con un sentimiento tan natural, que lo contrario parecía quimera.
Deshecho el encanto de aquellas horas venturosas y terribles, persistió la perennidad429
infinita de mi sentimiento.
(...)Isolda estaba en mí aún antes de que yo naciera; de que la buscaba en aquellos
conturbadores430 días de la ciudad, en las fatigas del campo, en los abandonos de pereza,
mucho antes de oírla nombrar por boca de aldeanos perplejos y de que a mi tío se le ocurriera
enviarme a este viaje sin retorno. La sensación de Isolda me era familiar antes de llegar a los
jardines de Lirlanda, muy antes del día en que puso sus manos en mi cuerpo agonizante, de la
424
súbita: rápida, violenta.
fulminante: destructora.
426
centella: rayo, cosa rápida.
427
repudio: rechazo.
428
anular: quitar efecto, hacer desaparecer.
429
perenne: permanente.
430
conturbar: intranquilidad.
425
199
traidora noche en que me le acerqué con las prendas nupciales y de la mañana ⎯esta mañana
de hoy⎯ en que tuve su cuerpo entre mis brazos. Isolda es mi angustia perpetua, mi paradoja
vital, mi fuerza y mi abatimiento. Por eso la odio y la necesito. Es mi yo desdoblado y fugitivo,
inasible aunque interno.
Por modo natural y sin malicia, sin premeditación, ayudé a Isolda para que descendiera de la
cabalgadura: estreché sus manos y su talle: rocé su cara. Un calosfrío recorrió todo mi cuerpo;
la sed me atormentaba; me dolía la cabeza. También Isolda se estremecía, sudaba, encendidas
las mejillas, ardientes las manos. Fue tan amoroso el cuidado con que la puse en el suelo y la
abrigué, que sus labios, al fin, se desataron; dijo mi nombre traducido al inglés y pronunciado
con suavidad cariñosa, como preámbulo de su queja, en español:
⎯Tengo frío... ⎯y tras una breve pausa doliente: ⎯Un frío extraño, atroz431.
De mi más remoto pasado surgía el timbre de las palabras, que un tiempo, en vano, busqué
tras de los versos, aprendidos, recitados y cantados con obsesión maníaca: Isolda, poesía
presentida, música dispersa en los más nobles acentos del mundo y del arte. ¡Voz de Isolda,
paradigma432 y resumen de instrumentos melodiosos que han servido a la ensoñación de los
hombres! Ahora sonaba con dulzura de flautas y en ella se me entregaba la estremecida
doncella.
⎯Lo esperaré a cenar ⎯me dijo; pero la fiebre la postró en el lecho, y cuando más tarde fui
llamado, parecía una epiléptica433.
⎯El mal del ojo de agua ⎯prorrumpió la sorda voz de Bruna.
Embriaguez de la noche.
Quise retirarme; Isolda hizo señas para que me sentara, y con los ojos brillantes por la
calentura, inició el mudo diálogo de nuestra pasión. Delirábamos a impulso del mismo mal y
volvió a perdérsenos la circunstancia. Nuestras miradas estaban poseídas por una ansiedad
incontenible y eran como relámpagos, o como esplendor de la luz que se apaga. Las
convulsiones434 fueron dando reposo a Isolda; entrecerró los ojos; tendió sus manos a las mías;
se las oprimí en un rapto de locura; fue una gran opresión de manos consumidas; Isolda, en
sueños, murmuraba palabras incoherentes; nuestros dedos fueron desligándose; la bella
431
atroz: cruel, horrible de soportar.
paradigma: ejemplo, modelo.
433
epilepsia: enfermedad crónica acompañada de convulsiones.
434
convulsión: contracción violenta.
432
200
dormía, presa de calentura: fatigosa su respiración; fui a buscar el agua de todas las fuentes que
pudiera saciar el espanto de mi sed; castañeteaban435 mis dientes; mi pobre cuerpo temblaba
una danza sin frenos, llena de alucinaciones; legión436 maligna descargaba golpes furibundos en
mi cabeza; nada podía sacarme del horno que me devoraba.
Con la mañana, Isolda me buscó y rompió mi somnolencia; sobre mi frente sus manos,
frías:
⎯Ya pasó la calentura. El paludismo.
⎯No es el paludismo ⎯repliqué.
⎯¿Luego?...
⎯No, no es el paludismo ⎯insistí.
Había recobrado su señorío. Con voz de acero, mandó:
⎯Este día irá usted por delante.
Me sobrepuse al estado de languidez437 en que la calentura me había puesto y di trazas de
continuar el camino. Experimentaba un sabroso cansancio de convaleciente, extrema debilidad
que teñía las cosas con sutil trasparencia. Marchando como autómata, no vi a Isolda en todo el
día; pero la sentía conmigo, que ni siquiera necesitaba pensar en ella.
Como de mundos imposibles, como del país de las pesadillas, comenzaron a llegar las
sombras de recuerdos desagradables: Lirlanda, San Gabriel, mis insatisfacciones, la orgullosa
feudataria, el mercado nupcial, el descubrimiento de Isolda, los malquerientes438 de San
Gabriel, mi tío Marcos...
....................................................................................................................................
Pude levantarme, salí a los corredores, anduve por el pueblo. Isolda se negaba a proseguir el
viaje hasta que yo me restableciese completamente. Me servía de Lazarillo y se lo pagaba con
rosarios de versos. En las mañanas íbamos a los huertos439 aledaños440. Campo y montes
reverdecían. Supimos los nombres de los sitios comarcanos. Nuestra ruta predilecta, cuando ya
pude caminar con cierta firmeza, era río arriba, entre limoneros, duraznos, aguacates, nogales;
el momento más dulce, cuando al saltar las acequias, la mano de Isolda se me tendía y me
435
castañetear: sonarle a uno los dientes.
legión: gran número de personas.
437
languidez: debilidad enfermiza prolongada.
438
malquerientes: con mala voluntad, antipatía.
439
huerto: terreno donde se cultivan verduras, frutas.
440
aledaño: vecino, próximo.
436
201
apoyaba; el júbilo mayor, descubrir en el rostro de mi compañera una nueva mirada de dichosa
ingenuidad y asombro, como de niña perdida entre maravillas. Casi no hablábamos; pero no
había sorpresa de color, aroma o murmullo, que los ojos dejaran de comunicarse.
Temiendo el enojo del ama, era a mí a quien Bruna reconvenía:
⎯Más que una imprudencia es una locura. Como son estos pueblos moscas-muertas. Esos
paseos dan que hablar a las gentes. Ustedes parecen unos chiquitos que han perdido el juicio.
Ya sé que lo han perdido.
Yo había perdido el juicio y la voluntad porque todo yo era sólo emoción.
Una mañana Isolda no vino a buscarme. De lejos, hallé al odio y al orgullo en sus miradas.
El fulgor del día se me desvaneció. La noticia de que mi tío, alarmado por el retraso, había
salido en busca nuestra, según Bruna vino a contarme, puso fuera de sí a la bella y le volvió su
frialdad orgullosa: ⎯”que ojalá durara siempre... ¡qué imposible! Para cortar la yedra441 tendrán
que tumbar el rosal, porque nada puede separarlos ni en la vida ni en la muerte: ¡póbrecita de
mi ama linda! Cuando la rabia le pase, el amor le volverá con más fuerza...”
¿El amor? Un piquete de la más peligrosa alimaña no me habría causado los suplicios que
me produjo la repugnante palabra.
El amor, el amor... Taladraba la cabeza, congestionaba las arterias, distendía los nervios. El
alma se revolvía convulsamente y ponía negaciones en los labios. ¡Qué absurdo vocablo
desconocido u olvidado!...
....................................................................................................................................
No faltó quien revelara mi escapatoria y rastro. A la orilla del infernal torrente, Isolda,
intrépida, me dio alcance. Buscamos dónde guarecernos; pero nuevas crecientes cortaban la
retirada. Sobre una colina, bajo unos árboles, nos pusimos a esperar que descendieran las
aguas. Cesó de llover y la noche fue aclarándose, primero por la limpieza de las estrellas, luego
por los destellos de la luna, cuya salida hizo decir a uno de los mozos que Isolda trajo consigo:
⎯Han de ser ya las once.
Los ojos verdes ⎯borrascosos442 y desteñidos cuando me sorprendieron junto al arroyo⎯
se habían serenado con húmeda ternura. El tiempo, la luna y el silencio transcurrían frente a
nuestra inmovilidad. Cabeceaban los mozos y en las pupilas de Isolda despertaban vivas
441
442
yedra: planta pequeña que sube.
borrascosos: agitados, deshechos.
202
fulguraciones443. Al fin, los mozos quedaron profundamente dormidos, e Isolda y yo
afrontamos nuestro insomnio delirante.
¡Miedo mío terrible de aquella soledad y compañía! ¡Miedo cruel de aquella vigilia! ¡Terror
en la clara noche de estío!
Dulce pena...
Gozo amargo...
Verde felicidad y negra desventura...
Muerte nefasta444 y existencia divina...
Desfallecimiento445 y vigor...
Nos contemplábamos inmóviles con creciente inquietud; pero las miradas languidecían de
turbación, echábanse al suelo y presto el deseo las levantaba, como juego de olas, insaciable.
Bajo las cenizas crepitaban los leños, encendidos por los mozos; del casi apagado rescoldo
brincaban chispas, como pupilas de la tierra; y los tizones446 eran imagen de mis huesos en
consunción.
....................................................................................................................................
⎯Nuestras bocas son amargas y están frías como nuestras manos.
⎯Pero las lenguas son de fuego.
⎯Doloroso fuego imposible.
⎯El fuego de la muerte, que es la eterna gracia. ¿Está aquí tu corazón?
Silencio solemne447 de la muerte.
⎯¡No lo siento! ¿Está aquí tu corazón? ¡Por qué no me respondes!
Plenitud augusta del aniquilamiento.
⎯¿Hay dolor semejante al de tocarte y no tenerte, llamarte y no encontrarte, hacerme
esclava y repudiarme, sentirte próximo y lejano, tímido y pérfido448, arrogante y cobarde, puro e
infiel, predilecto y aborrecible449, tan aborrecible? ⎯Las palabras arrastrábanse fatigosamente.
443
fulgor: brillo, claridad.
nefasta: triste, desgraciada.
445
desfallecimiento: debilitarse.
446
tizón: leño.
447
solemne: importante, con seriedad.
448
pérfido: cínico, sin vergüenza.
449
aborrecible: odiado.
444
203
⎯¿Por qué no me respondes? El miedo ha consumido tu lengua y otra vez me traicionas. ¡Te
odio, como siempre odié tu fama de valiente y tu altanería de forajido!
Las manos extrañas ⎯casi mías⎯ oprimían con ternura; y la voz, más dulcemente aún, más
fatigada, proseguía:
⎯Cómo te he aborrecido y cuán inútilmente. Así la yegua450 encabritada contra el poder y la
fatal astucia del domador. Amigo, amigo, no te jactes451 de haberme domado y vendido; no te
jactes de haberme traído a la noche. Bien sabes que no fuiste tú, sino la Desgracia.
⎯Nuestra común Desgracia.
⎯Has vuelto a hablar, amigo; has vuelto a hablar. ¡Nuestra dulce Desgracia embriagadora,
irresistible! Has vuelto a hablar: dime aquellos versos de conturbación. Acércateme y canta al
oído aquellas canciones venenosas.
⎯Canciones y versos que inspiró la Tristeza.
La voz de Isolda, como si se ahogara, como si estuviera a punto de extinguirse, prorrumpió:
⎯La tristeza es el Amor.
Mi cólera rompió el nudo de nuestras manos y rugí espantosamente...
....................................................................................................................................
...se estaría haciendo la desmayada por orgullo y me iba a asustar con que yo la maté
padecíamos calenturas los dos dijo que era paludismo452 forma mortal ya estaba muerta y
deliraba, deliberaba mi debilidad una escena de resurrección... ¡No, Isolda; eras tú, viva, quien
me hablaba en la noche; tuyas las manos que me acariciaron, porque la Noche fue nuestro
destino!
Cuando salió el sol y la dorada cabellera resplandeció453 victoriosamente, oí que gritaba el
último de mis esfuerzos:
⎯Apaguen la luz y se reanimará. Su reino es el misterio de la Noche.
Pero ya caía sobre nosotros la confusión de la turba, entre cuyas voces dominaba el
plañido454 tenebroso455 de Bruna:
⎯¡El amor la mató! ¡El amor hizo la muerte! ¡Murió de amor!
450
yegua: hembra del caballo.
jactes: presumir, ser vanidoso.
452
paludismo: enfermedad con fiebre causada por un mosco (malaria).
453
resplandeció: brilló.
454
plañido: llanto.
455
tenebroso: oscuro, secreto.
451
204
ACERCA DE ISOLDA O LA MUERTE
Es la sexta “Escala de Adolescencia” en Archipiélago de mujeres. La obra toma el nombre de la
leyenda en que fue inspirada y se remonta a la época feudal en Inglaterra.
En la obra de Yáñez, el protagonista, un joven huérfano que ha sido desdichado desde su
nacimiento, vive al lado de un tío por el que siente mucho afecto y por ello hace prosperar sus
tierras a base de arduo trabajo. Al saberlo heredero de las propiedades del tío que es soltero,
los parientes resentidos urgen al viejo a contraer matrimonio; éste, después de mucho meditar,
accede de mala gana poniendo como condición, hacerlo con la hermosa hija de un colono
importante, de los extranjeros que viven en el camino a la costa.
Los mismos parientes eligen al joven sobrino por su conocimiento de la lengua para solicitar la
mano de la dama, el muchacho parte a su misión no sin peligros en la travesía, entre los que se
encuentra el nahual456, que en realidad es un coyote457, al que mata y con ello logra la amistad
del padre de la pretendida esposa de su tío. Más tarde y por convenir a sus intereses, el padre
de la bella Isolda concede la mano de ésta y el matrimonio se lleva a cabo por poder, siendo el
joven emisario el representante de su tío en la ceremonia. Inician el viaje de regreso a casa del
esposo, durante el cual, por equivocación, beben un cocimiento de yerbas destinado a los
consortes y que los hace enamorarse.
Este amor les ocasiona innumerables sufrimientos y antes de llegar a su destino la bella y joven
esposa muere de amor.
456
Nahual: según los campesinos e indígenas, monstruo en figura de viejo que se transforma en bestia; perro
que arroja lumbre por los ojos.
457
Coyote: mamífero carnívoro del tamaño del perro
205
En Isolda o la muerte, Agustín Yáñez logró con técnica maestra y en una versión muy original, la
transposición de la leyenda medieval a tierras mexicanas: las accidentadas del estado de Jalisco
y las selvas del candente trópico del sur de la república.
Los personajes y sus actitudes son los mismos que se encuentran en la leyenda, puesto que los
valores y las pasiones humanas son de carácter universal: las estrechas relaciones familiares, la
fidelidad, la pasión del amor adolescente, la envidia, el interés, la ambición.
El joven e infatigable viajero de la obra de Yáñez, por ganar a Isolda, se enfrenta al “nahual”
hechicero que toma forma de coyote, de tigre, de águila, “que no le entraban las balas, los filos,
los picos”458. El nahual sustituye a la perfección al legendario dragón que vomitaba fuego y
poseía una piel con escamas. “En forma sorprendente ha sido trasladada la antigua leyenda a
nuestro medio. Sin menoscabo de su exotismo, es sin embargo, una narración auténticamente
mexicana”459.
Lirlanda (nombre semejante a Irlanda) es el nombre del lugar donde viven los colonos
extranjeros y cuya presencia es explicable ya que desde el siglo pasado existían colonias de
extranjeros en algunos estados de México, como Puebla y Veracruz.
El final de esta “isla” es distinto al de la leyenda, Agustín Yáñez lo modificó y en su versión
Isolda no llega a San Gabriel a conocer a su esposo, pues muere de amor siendo aún virgen, a
diferencia de la protagonista de la leyenda que comparte su vida con el tío de Tristán.
Agustín Yáñez consideró las narraciones de Archipiélago de mujeres como novelas cortas. Este
género, por medio de su procedimiento, permitió al autor llevar a cabo su deseo de expresar en
forma artística la visión que tenía de la realidad. Siete mujeres no solamente reales dentro de la
realidad viviente del mundo sino simbólicas y típicas e incorporadas ya por ello mismo al juego
popular de la lengua460.
458
Agustín Yáñez, op. cit, pág. 148.
Gloria Gamiochipi, op. cit., pág. 91.
460
Mauricio Magdaleno, Gaceta de Cultura, México, núm. 13, 2ª época, enero de 1964.
459
206
Isolda o la muerte nos presenta otra “Escala de Adolescencia” diferente a las anteriores, donde se
advirtieron el idealismo en el amor, el deseo o la atracción por el misterio; ahora el adolescente
va a experimentar una pasión dolorosa que lo acercaría más a la madurez.
El título de la obra, destaca la importancia del personaje femenino: Isolda, que es una figura
íntimamente ligada al paisaje sin el que no puede explicarse; en él se describe al principio de la
obra, la fogosidad del suelo, las laderas interminables, las cimas peligrosas donde se escuchan
incesantemente con pavor las consejas de los habitantes de esas regiones en relación con el
“nagual”.
Este ambiente psicológico lleno de terror, dispone a los viajeros al encuentro con la mujer...
“⎯Diz que el nagual de convirtió en nagual porque lo despreció la Blonda. Diz que la Blonda
tiene unos hechizos para beber”461.
Isolda se presenta como una figura mítica poseedora de una belleza asombrosa, desconocida
en esos lugares, es una mujer altiva y de recia voluntad ante su triste destino y aún ante la
muerte.
Narrada por el protagonista, la historia adquiere más verosimilitud y emotividad; este joven del
que no tenemos descripción en cuanto a su fisonomía, posee amplia cultura sin haber hecho
estudios formales. Es audaz y en él predominan los sentimientos nobles. Al encontrarse con
Isolda, inicia una lucha contra sí mismo por el interés que ella despierta en él.
La semejanza entre protagonistas y tierras continua al describir las emociones interiores del
joven. Después de la boda el emisario se aleja del lugar: “Aceleraba mi fuga... Pero las laderas
prolongaban los ecos agudos del clarinete”. También refleja la pasión que lo devora en tierras
del trópico: “Apretaba el calor... no llegaríamos a San Gabriel ni yo sería capaz de resistir el
dilatado suplicio... El viento era lumbre... Llameaba la tierra”462.
461
462
Agustín Yáñez, op. cit., pág. 158.
Ibid., pág. 172.
207
Isolda se convierte para el joven en una pasión atormentadora y llena de avidez, debida a los
constantes rechazos de ella, así el amor de ambos por su caracterización es un estudio de
voluntades. “El lirismo agudo, sostenido en toda relación hace de Isolda, más que una novela,
una narración poemática”463.
Además de los protagonistas, toman parte en la novela: el tío, los parientes, el padre de Isolda y
Bruna la sirvienta.
La descripción del medio rural nos permite conocer ciertas condiciones sociales y económicas.
El padre de Isolda y el dueño de San Gabriel son feudatarios464 en cuyas tierras prevalece la
autoridad de la iglesia: “...recurrieron al cura de Azqueltán y al Vicario de San Gabriel para que
vinieran a convencerlo...”465
Habitaban en esas tierras otras clases sociales: el médico, el notario, los mayordomos, mozos y
arrieros. El emisario, al llegar a tierras de Lirlanda, pronto comprueba que están al borde de la
ruina debido a préstamos hipotecarios, embargos y líos con una empresa norteamericana.
Con relación al lenguaje, a través de la lectura de Archipiélago de mujeres, se pueden advertir
cambios notables en el mismo.
Agustín Yáñez en las primeras Escalas (Alda, Melibea, Endrina y Desdémona), pasa de la prosa
poética a una prosa recargada por el uso de un lenguaje que se ha calificado como barroco,
arcaico, punzante e intelectual; éste cambia en las últimas novelas (Oriana, Isolda y Doña Inés)
por una narrativa más equilibrada y mesurada. Esta modificación se explica puesto que “los
distintos niveles de sugerencia encontrados en esta etapa reflejan el desarrollo mental del joven
protagonista con respecto a la mujer”466.
463
María de los Ángeles Mendieta, El paisaje en la novela de América, SEP (Biblioteca Enciclopédica
Popular. 3ª época), México, 1949, pág. ¿?
464
Feudatario: Fig. Zona en la que se ejerce gran influencia.
465
Agustín Yáñez, op. cit., pág. 152.
466
Cynthia Ma. Chlebick, La mujer en la obra de Agustín Yáñez, UNAM, Escuela de Verano, México, 1965,
pág. 25.
208
En Isolda o la muerte se emplea un lenguaje de tipo rural y otro poético con diversas figuras
retóricas. La descripción se utiliza en pequeños poblados o paisajes de provincia.
Entre los recursos narrativos de Yáñez se encuentran el uso del discurso directo, el diálogo, el
monólogo interior en forma adecuada: “Me había rendido a la evidencia de que Isolda estaba
en mí antes de que naciera; de que la buscaba en aquellos conturbados días de la ciudad...
Isolda es mi angustia perpetua, mi paradoja vital, mi fuerza y mi abatimiento, por eso la odio y
la necesito”467.
Los sucesos que se narran en esta obra se llevan a cabo en la década de los 20’s lo que explica
el uso de algunos arcaísmos en lugares alejados de provincia: “...los aldeanos congregados
alrededor del barrillero”468, “...uno de mis espoliques”469.
La estructura de la novela es lineal con felices momentos retrospectivos que nos ponen al tanto
de hechos pasados en la vida del protagonista. En las últimas páginas ocurre el desenlace e
inmediatamente el final.
En el año de 1947, Agustín Yáñez publica Al filo del agua, novela importante porque va a iniciar
una nueva etapa en la narrativa mexicana.
El autor en esta obra, abandona las técnicas conocidas, los temas probados y adopta
estructuras complicadas siguiendo los pasos de maestros europeos y norteamericanos. Es
además la primera novela que rompe con toda una tradición unilateral de ver la realidad.
Al filo del agua es una obra que revolucionó la narrativa mexicana y consagró a Yáñez como
novelista. Cabe mencionar aquí, que Archipiélago de mujeres es un libro muy importante porque
completó la preparación del autor para escribir Al filo del agua470.
467
Agustín Yáñez, op. cit., pág. 183.
Barrillero: vendedor ambulante.
469
Espolique: mozo que camina a pie delante del caballo de su amo.
470
J. S. Brushwood, México en su novela, FCE, (Breviarios, núm. 23), México, 1973, pág. 394.
468
209
Posteriormente, Yáñez publica otras obras, que junto con Al filo del agua conforman la trilogía
dedicada al tema de la tierra: La tierra pródiga en 1960 y Las tierras flacas en 1962.
La primera es la pintura de los litorales de Jalisco, obra en la que el hombre domina y modifica
la naturaleza. En Las tierras flacas se plantea el drama de la gente de un campo agotado y una
naturaleza que les ofrece pocas seguridades para optar por el mundo de la técnica y la
industrialización triunfando ésta última como símbolo de una nueva vida.
Otras novelas hechas por Agustín Yáñez son: La creación, de 1959, en la que desarrolla algunos
personajes de Al filo del agua y por parte de la vida cultural en México de 1920 a 1935, y Ojerosa
y pintada en 1960.
FUENTES
BRUSHWOOD, J.J., México en su novela, FCE (Breviarios, núm. 230), México, 1973.
CARBALLO, Emmanuel, Protagonistas de la literatura mexicana, Ediciones del Ermitaño-SEP, México, 1985.
CHLEBICK, Cinthia Ma., La mujer en la obra de Agustín Yáñez, UNAM, Escuela de Verano (Tesis), México, 1965.
FRANCO, Jean, Historia de la literatura hispanoamericana, Barcelona, (Instrumenta, núm.7), 1975.
GAMIOCHIPI de Liguori, Gloria, Yáñez y la realidad mexicana, México, 1970.
HERRERA Petere, José, “Archipiélago de mujeres”, Letras de México, Vol. I, Año VII, núm. 9, 15 de septiembre
de 1943.
Las humanidades en el siglo XX. La literatura II, núm. 8, UNAM, México, 1978.
MAGDALENO, Mauricio, “Archipiélago de mujeres”, Nivel. Gaceta de cultura, México, núm. 13, 2ª época, 25 de
enero de 1964.
MARTÍNEZ, José Luis y Christopher Domínguez Michael, La literatura mexicana del
siglo XX, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1995.
MENDIETA, María de los Ángeles, El paisaje en la novela de América, SEP (Biblioteca Enciclopedia Popular),
México, 1949.
México en la cultura. México, SEP, 1961.
NADAL Gaya, Carlos, Leyendas Universales, Gasso Hnos., México, 1960.
SANTAMARÍA, Francisco J., Diccionario de mejicanismos, Porrúa, México1983.
TORRES Bodet, Jaime, “Archipiélago de mujeres”, Nivel. Gaceta de cultura, México, núm. 13, 2ª época, 25 de enero
de 1964.
YÁÑEZ, Agustín, Archipiélago de mujeres, UNAM, México, 1943.
YÁÑEZ, Agustín, Obras escogidas, Prólogo de José Luis Martínez, Aguilar, México,1968.
210
JOSÉ REVUELTAS
Margalida Jiménez
José Revueltas nació el 20 de noviembre de 1914 en la ciudad de Durango. Su padre, don José,
había establecido a su familia en esa ciudad mientras viajaba ejerciendo el oficio de
comerciante, que le permitía satisfacer las necesidades de su hogar y el deseo de sostener las
carreras de sus hijos Silvestre y Fermín que se encontraban en la ciudad de Chicago, E.U.,
estudiando música y pintura respectivamente.
En 1920 los Revueltas llegan a la ciudad de México y cierta holgura económica les permite vivir
en la elegante colonia Roma. El pequeño José asiste al Colegio Alemán por disposición de su
padre pero lo exasperan la disciplina del plantel y algunas burlas de sus compañeros. Muy
pronto el niño, por diversas circunstancias, conoce la otra cara de la ciudad cuando transita por
la colonia de los Doctores donde halló “la miseria de la vida y la muerte, los canales
putrefactos471, las vecindades leprosas... Fue como si de un solo golpe se le revelaran las
necesidades de cambiar el mundo y la exigencia de escribirlo”472.
A la muerte de don José en 1923, debido a la escasez de dinero, la familia se va a vivir por el
rumbo de La Merced473. José ya es un adolescente que observa atentamente las injusticias que
se cometen en el mundo que lo rodea. Las carencias económicas se agravan y su madre,
preocupada por su futuro, lo mete a trabajar en oficios sencillos; por influencia de sus
hermanos y compañeros de trabajo, abraza las doctrinas comunistas y simpatiza con el mismo
partido.
471
putrefactos: descompuestos.
Alvaro Ruiz Abreu, José Revueltas: Los muros de la utopía, Cal y Arena, México, 1993, pág. 50.
473
La Merced: antiguo mercado de la ciudad de México.
472
211
En 1929 toma parte en un mitin en El Monte de Piedad474, lo detienen por rebelión, sedición y
motín, y lo mandan a una correccional para jóvenes. Dicha experiencia le serviría más tarde
para escribir su cuento “El quebranto”, de su libro Dormir en tierra.
La estancia de José en la correccional afirmó su decisión revolucionaria, pierde interés por los
estudios. “José Revueltas fue autodidacta, ni siquiera terminó la secundaria... abandonó la
escuela para poder leer libremente lo que le interesaba en la Biblioteca Nacional. Es allí donde
tuvo sus primeros contactos con el marxismo”475.
Su familia sabía que ya no podía detenerlo cuando abandonó su hogar debido a su militancia;
participó en huelgas, mítines y movilizaciones campesinas y al fin es admitido en 1930 en el
Partido Comunista Mexicano. Dos años después, durante una manifestación, detuvieron a José
junto con otros camaradas, y por ser reincidente lo llevaron al puerto de Manzanillo donde lo
embarcaron rumbo al penal de las Islas Marías.476 Cinco meses después fue dejado en libertad
en el puerto de Mazatlán; su madre le manda algún dinero pero se encuentra enfermo y
desamparado; sus compañeros lo rescatan y llega a la ciudad de México. “Cuando José regresó
de las Islas Marías por primera vez... estaba muy enfermo de paludismo; además se había
vuelto hermético, preocupado por la enfermedad que lo inutilizaba periódicamente para
realizar sus actividades”477. Esta deportación le inspira el tema de su primera novela: Los muros
de agua.
La dura experiencia de Revueltas en el penal no hace menguar su pasión por la lucha
revolucionaria. En el año de 1935 fue nombrado secretario juvenil de la Confederación
Sindical Unitaria. Participa activamente en misiones peligrosas y llenas de privaciones; deseaba
con afán luchar con su partido por la clase obrera. En una de esas misiones, a los 20 años, en
un pueblo de Nuevo León, fue aprendido y deportado nuevamente a las Islas Marías donde
padeció debido al excesivo trabajo de varias horas, después del cual el joven se daba tiempo
para asistir a la modesta biblioteca donde leía y escribía.
474
El Monte de Piedad: antigua institución benéfica de la ciudad de México.
Gustavo Sainz y otros, Conversaciones con José Revueltas, Universidad Veracruzana, México, 1977, pág.
55.
476
Islas Marías: penal de México en el Océano Pacífico.
477
Rosaura Revueltas, Los Revueltas, Grijalbo, México, 1979, pág. 142.
475
212
A su regreso del penal en 1935, Revueltas se reintegra al Partido, es nombrado delegado al
Congreso Mundial Internacional en Moscú, ciudad en la que convivió con camaradas de varios
países. Su estancia, a diferencia de la de sus compañeros, se prolongó seis meses en Rusia.
Nuevamente en México, fiel a su partido, se encarga de hacer folletines y hojas volantes,
publica artículos con fines de denuncia y en 1937 contrae matrimonio con la profesora Olivia
Peralta; al año siguiente se convierte en reportero del periódico El Popular, viaja y colabora para
El Diario del Sureste, de Mérida.
Desde su estancia en las Islas Marías, Revueltas escribe poemas y posteriormente relatos
basados en sus propias experiencias, ensayos y crónicas sobre escritores, así como su novela El
quebranto, que pierde durante un viaje. Más adelante, en 1937, escribe un cuento: “Foreing
Club”; “Las cenizas” en 1939, y en 1941 publica Los muros de agua.
A partir de entonces participa en periódicos y revistas literarias, en la revista Tierra Nueva
“dirigida por Alí Chumacero... José Luis Martínez y Leopoldo Zea... en Taller, revista literaria...
dirigida por Octavio Paz, Efraín Huerta y los sudamericanos Julio Cortázar y Nicanor Parra,
nacidos también en 1914”478.
En el año de 1943 ocurrieron varios sucesos importantes en la vida de José Revueltas: en
calidad de reportero viajó a Sudamérica, a algunos estados del norte de México y a la ciudad de
Los Ángeles (E.U.). Publicó su segunda novela: El luto humano, que mereció el codiciado
Premio Nacional de Literatura, además de ser traducida a tres idiomas. Después de varios años
de entrega y dedicación al Partido Comunista Mexicano, José es expulsado del mismo, hecho
que le causa una profunda pena.
Revueltas, que ha luchado por formar otro partido, logra en 1944 fundar el grupo marxista “El
Insurgente”. Después de haber reunido varios cuentos publicados años antes en diarios y
revistas, los publica en un libro que titula Dios en la tierra. Su afición por el cine desde pequeño
y que había abandonado debido a sus diversas actividades renace cuando le piden adaptaciones
de películas, trabajo que realizó con personalidades como el camarógrafo Gabriel Figueroa y el
478
Álvaro Ruiz Abreu, op. cit., pág. 155.
213
director Roberto Gavaldón, obteniendo además buenas ganancias, no sin tropiezos debido a
sus desacuerdos con personas del medio; fruto de esta experiencia en el cine fueron sus
importantes ensayos sobre el montaje y el fotograma, y la relación literatura y cine.
José se casa en segundas nupcias con María Teresa Retes el año de 1947 y continúa su trabajo
en el cine y ahora en el teatro, género para el que escribe las obras Israel y El cuadrante de la
soledad; también escribe crónicas y reportajes. En 1948 ingresa al Partido Popular que dirige
Vicente Lombardo Toledano y en 1949 publica Los días terrenales, obra que sufrió duros ataques
de las filas de la izquierda. “Ante la acumulación de insultos, denuestos y acusaciones y toda
clase de apostasías,479 Pepe retiró de la circulación aquella novela de cuya primera edición sólo
se salvaron contados ejemplares”480.
Después del fracaso de su obra, Revueltas viaja por el sur de la República haciendo guiones
para el cine, sus ratos de ocio los ocupa en leer y sobre todo en escribir. Ya en la ciudad de
México abandona el Partido Popular y después de hacer gestiones reingresa al Partido
Comunista Mexicano en 1956, año en que publica En algún valle de lágrimas. Al año siguiente
regresa a Europa visitando las ciudades de Berlín, donde vive con su hermana Rosaura,
destacada actriz; Moscú que le recuerda su juventud y donde convive con intelectuales,
Budapest y Trieste. A su regreso publica en 1957 Los motivos de Caín, y en 1958 México:
democracia bárbara.
Revueltas analiza la situación de su partido al que le encuentra errores, se enfrenta a éste y
renuncia al Partido Comunista Mexicano. En 1960 ingresa al Partido Obrero Campesino al que
renuncia meses más tarde para fundar La Liga Leninista Espartaco, que es su propio
organismo político; ese mismo año publica su segundo libro de cuentos, Dormir en tierra.
Debido a sus logros en el cine, Revueltas viaja a Cuba invitado por el Instituto de
Cinematografía en el año de 1961, en dicho país escribe su diario y varios artículos. A su
regreso vive en una precaria situación que mejora en parte cuando lo llaman a colaborar en el
periódico El día; un año después publica El ensayo sobre un proletario sin cabeza.
479
apostasías: deserción de un partido, cambio de opinión o doctrina.
Gerardo de la Torre, “Revueltas o la premonición del derrumbe” en Generación, número 6, año VIII,
Tercera época, marzo-abril 1996, pág. 13.
480
214
La Liga Leninista Espartaco, que había fundado Revueltas, le comunica el año de 1963 que ha
sido expulsado por diversas faltas; en esa época sufre de una pobreza atroz que lo lleva a
cambiar de domicilio constantemente. En 1964 publica otra novela, Los errores, obra que tuvo
comentarios encontrados, y en 1965 publica El conocimiento cinematográfico y sus problemas. Obtiene
gracias al escritor Mauricio Magdaleno un empleo fijo en la Secretaría de Educación Pública,
que le publica sus Apuntes para una semblanza de Silvestre Revueltas, su hermano, un famoso
músico mexicano muerto años atrás.
El año de 1967, a iniciativa del escritor mexicano Martín Luis Guzmán, Revueltas edita su obra
literaria y posteriormente recibe de manos del Secretario de Educación Pública, el escritor
Agustín Yañez, el premio Xavier Villaurrutia, motivo por el cual fue atacado por sus
excamaradas que lo acusaron de ser “cómplice del presidente y de la burguesía mexicana”.
Viaja nuevamente a Cuba en el año de 1968 como jurado del Premio Casa de las Américas y
después participa activamente en el movimiento estudiantil de ese año. “Yo me siento parte
integral del movimiento, qué ‘abismo generacional’ ni qué carajo, no es asunto de edades sino
del tiempo y del cambio y la revolución, de probar la validez de nuestras tesis”481. Revueltas es
enviado a prisión varios años, lugar donde se dedica con afán a sus quehaceres literarios. Así
publicó El apando (1969), Dialéctica de la conciencia (1970), Material de los sueños (que se publica en
1974) y otros textos.
Es hasta el año de 1971 en que es puesto en libertad bajo palabra con otros presos políticos; se
divorcia de su esposa y en 1973 contrae matrimonio con Ema Barrón, su admiradora, con
quien viaja a Estados Unidos y Europa; al año siguiente le rinde homenaje la Universidad
Veracruzana y publica su antología personal.
Revueltas, con la salud muy quebrantada, asiste en 1976 a la reinhumación de los restos de su
querido hermano Silvestre, acto que le causa mucho dolor; se encuentra además solo, sin
familia y sin hogar, situaciones que aceleran su muerte acaecida el 14 de abril de 1976. Su
entierro se convierte en un acto político.
481
Carlos Monsiváis, Amor perdido, Era, México, 1977, pág. 123.
215
José Revueltas “fue controvertido y polémico: escritor, político, militante marxista, agudo
analista, crítico de la realidad, comprometido con su tiempo y con la transformación política y
social de México”482.
DORMIR EN TIERRA
José Revueltas
1
Pesado, con su lento y reptante cansancio bajo el denso calor de la mañana tropical, el río se
arrastraba lleno de paz y monotonía en medio de las dos riberas cargadas de vegetación. Era un
deslizarse como de aceite tibio, la superficie tersa, pulida, en una atmósfera sin movimiento,
que sobre la piel se sentía igual que una sábana gigantesca a la que terminaran de pasar por
encima una plancha caliente.
Las casitas de madera del puerto, montadas en zancos sobre la orilla del río para quedar a
salvo de las crecientes, parecían temblar, con ligeras y cambiantes distorsiones, vistas a través
del vaho483 abrumador, quieto, de un aire que no se movía, de un aire que estaba ahí,
empozado484, muerto como el agua de un estanque. De las casitas se elevaba trabajosamente,
vertical y despacioso, trazando sobre el agresivo azul del cielo una apenas ondulada línea
blanca de gis, un humo concreto, corporal, macizo, que no terminaría de salir nunca de las
pequeñas chimeneas de lámina que se veían encima de los techos. Aquellas casas formaban,
paralelas al Coatzacoalcos485, la primera fila de un conjunto de callejuelas miserables, en la
proximidad del muelle.
La calle, tendida al borde del río con sus tabernas, sus burdeles, sus barracas para comer,
tenía una quietud extraña, un ruido, una delirante inmovilidad ruidosa, con aquella música de la
482
José Martín Suárez, Gaceta UNAM, México, 1992, pág. 36.
vaho: vapor tenue que se eleva de una cosa.
484
empozado: estancado.
485
Coatzacoalcos: río de México que nace en el estado de Chiapas y desemboca en el Golfo de México.
483
216
sinfonola486, en absoluto una música no humana, que no cesaba jamás, como si la ejecutaran
por sí solos unos instrumentos que se hubieran vuelto locos. Eso hacía que las propias gentes
⎯también los perros y los cerdos, irreales hasta casi no existir⎯ parecieran más bien cosas
que gentes, materia inanimada desprovista totalmente de pensamiento, en medio del calor
absurdo que lo impregnaba todo.
Nadie abrigaba el menor propósito, ni lo abrigaría en este mundo, de que la música se
dejase de oír un solo instante, pero lo que era más extraordinario todavía, que dejara de ser la
misma canción inexorablemente repetida y, sin embargo, ya tan soberana y autónoma como
una ley de la naturaleza.
La tortuguita se fue a pasear...
Los obreros sin trabajo, despedidos de la refinería de petróleo unos meses antes,
escuchaban como muertos, sentados a la sombra de las casas, casi sin hablar, hartos los unos
de los otros, con una indiferencia pesada y triste de esclavos. Parecían tener una cierta
convicción sorda, instintiva, de que ya no podrían abandonar esta calle, este refugio
desamparado, igual que si estuvieran sujetos por un cepo487, unidos por la indolente esperanza
de un barco que descargar o cualquier otra ocupación improbable, inconcreta, que pudiese
serles remunerativa, pero de la que les resultaba imposible precisar nada. Allá en sus hogares,
entretanto, sus mujeres acumularían lentamente hacia ellos ese rencor herido, resignado, de
darles algo de comer, en cualquier forma ⎯“rajándose el alma”⎯, a su horrible, a su vil
regreso cada día, puntuales como si salieran de la fábrica. Esa calle. Esa calle.
La tortuguita se fue a pasear...
La calle de los sin trabajo y de las prostitutas baratas, sin zapatos, de las prostitutas que no
tenían zapatos.
Ahí estaban algunas de ellas en lo alto de sus casas, a horcajadas488 sobre el pasamanos en la
parte superior de la escalera, o apoyadas sobre un hombro en el marco de las puertas, con los
486
sinfonola: aparato que reproduce música poniéndole una moneda.
cepo: madero que, fijo a la pierna del reo, le servía de prisión.
488
horcajadas: echando una pierna por cada lado como a caballo.
487
217
vestidos de tela corriente que les ceñían los cuerpos desnudos en absoluto por el sudor,
jadeantes extrañas vacas sagradas y sucias, lentas, ociosas, todas con la misma expresión de
desesperanzado aburrimiento, húmedas.
Miraban sin moverse, con atenta y anhelante estupidez, hacia el río, donde El Tritón, un
viejo remolcador489, maniobraba para sujetar una gran barcaza averiada que había traído desde
Puerto México. Una mirada entendida, sabia, que deducía con precisión, del estado de la
maniobra, cuándo terminaría la faena, en espera de que después vinieran algunos de los diez o
doce tripulantes, antes de zarpar nuevamente El Tritón, a poseerlas, apresurados y sumisos, a
cambio de las toscas monedas de cobre y los pegajosos billetes que llevarían encima.
⎯¡Les faltan como seis horas! ⎯comentó alguna, la entonación vacía, lenta, llena de
paciencia desesperada.
Nadie añadió una palabra más; no había por qué hacerlo. La cosa era segura, de cualquier
modo. Vendrían. Los tripulantes de El Tritón vendrían antes de zarpar. Ellas miraban,
solamente. Eso era lo único que les quedaba en la vida por ahora: no apartar los ojos de aquel
remolcador negro, ese feo barco ancho, y como mutilado. Ahí estaba y no podían hacer otra
cosa que mirarlo, mirar ese destino que se aproxima, quedarse quietas ahí, como a mitad de la
vía por donde viene la locomotora que no podrá salirse nunca de sus rieles.
Entre las prostitutas y los tripulantes del barco existía aquella prerrelación íntima, concreta,
casi doméstica y familiar, que existe entre el astrónomo y el cuerpo cósmico que
inevitablemente entrará en la órbita de la tierra y que entonces se volverá de inmediato un
sujeto palpitante y real ⎯largamente destinado a que el hombre lo posea⎯ bajo la primera
mirada terrestre. Los hombres del remolcador, sin conocerlas, las habían pensado, establecido,
elaborado en todos sus detalles, desde el momento mismo en que supieron que El Tritón se
dirigía a Minatitlán, y ellas por su parte los aguardaban, todo esto de un modo tan específico y
determinado, que el encuentro era ya, desde ahora, el acto único, particular y amoroso de dos
sentenciados a muerte. Entonces miraban hacia el remolcador. No podían hacer otra cosa;
estaban condenadas a mirarlo, como en el infierno.
La tortuguita se fue a pasear...
489
remolcador: embarcación con motores potentes que arrastra embarcaciones.
218
LA ÚLTIMA DE SEIS MONEDAS HACÍA GIRAR POR SEXTA VEZ EL DISCO DE LA
SINFONOLA CUYA CANCIÓN ESTABA POR TERMINARSE. NINGUNA DE LAS
MUJERES HUBIERA COMPRENDIDO ESA LIBERTAD DE QUE LA MÚSICA SE DEJARA
OÍR. ERA UNA DE ESAS COSAS IMPOSIBLES QUE HAY EN LA VIDA. ENTRE LAS
MUJERES HUBO ALGO PARECIDO A UNA LEJANA Y PEREZOSA ANIMACIÓN, ESA
ANIMACIÓN DE BESTIAS SONÁMBULAS QUE TIENEN LOS ANIMALES DENTRO DE
UNA JAULA.
⎯¿Y ora a quién le toca ser la pendeja...? ⎯se escuchó que alguna preguntaba.
Ese calificativo merecía, por convención tranquilamente aceptada, aquella a quien le
correspondiera el turno de recoger las monedas para alimentar a la sinfonola hasta el fin de los
siglos. Los rostros casi giraron hacia una mujer de toscas proporciones y baja estatura que tenía
ese horrorizante atractivo de ciertas piezas arqueológicas, la piel llena de gruesos poros y unos
muslos breves bajo el cerámico vientre atroz.
⎯¡Le toca a La Chunca490! ⎯gritaron.
No, no le correspondía el turno a La Chunca, pero como era tan fea, la maliciosa injusticia
regocijaba a todas.
⎯¡A La Chunca, a La Chunca!
Era curioso verlas a cada una, sucias palomas impuras, en aquellos palomares sórdidos, no
todos con escaleras sino muchos de ellos tan sólo con unos travesaños491 clavados en los
horcones492 sobre los que descansaba la casa, quietas y opacas, pero con algo que no era del
todo lo que corresponde a una prostituta, cierta cosa no envilecida por completo, tal vez la
actitud infantil de jugar como si fuesen chiquillas, o por el contrario, como si se tratara de
chiquillas que se habían entregado a la prostitución y aún no estaban seguras, todavía no
dominaban de un modo absoluto los secretos del oficio.
⎯¡A La Chunca, a La Chunca! ⎯en las expresiones disimuladas de su rostro había ese aire
malo y satisfecho que proporciona la alegre impunidad de los delitos cometidos en común.
490
Chunca: persona de tez muy morena, de aspecto tosco.
travesaño: barra horizontal que atraviesa de una parte a otra en un armazón.
492
horcón: palo rematado en dos puntas para diversos usos.
491
219
⎯¿Y luego? ⎯replicó La Chunca, indiferente desde el vacío mental donde se
encontraba⎯. ¿Por qué no había yo dir...493?
Con todo, se trataba de moverse, de romper aquella inercia increíble, nadar en esa atmósfera
de fuego hasta la cantina, bajo el espantoso sol.
La Chunca bajó por cada uno de los travesaños de su casa con la pausada lentitud y la
melancólica obediencia de un chimpancé enfermo que se somete a las órdenes del domador.
En seguida, con el aire de una limosnera ciega, fue recogiendo las monedas que le arrojaban
desde lo alto cada una de las prostitutas y luego se alejó hacia la taberna, en la esquina de la
calle, donde estaba la sinfonola.
Un griterío soez y entusiasta se elevó entre los sintrabajo al paso de la prostituta, mientras
algunas manos, detenidas en el aire, fingían, para asustarla, el intento de una nalgada procaz
sobre sus animales e impúdicas posaderas empapadas de sudor. Con los ojos bajos, la mirada
fija en el suelo, La Chunca soslayaba el cuerpo, ajena y sin ver, exactamente una ciega que se
defendía tan sólo con el oído, torpe y concentrada.
Al extremo de la fila de los sintrabajo uno de ellos se deslizó a espaldas de la prostituta,
perversamente alegre, agazapado en tanto pedía silencio con el índice sobre los labios,
dispuesto a ejecutar alguna divertida broma que los demás aguardaban ya, con un brillo
cómplice en los ojos y cierta sonrisa llena de envidiosa admiración.
Se aproximaba con una cautela maligna, anhelante, las comisuras de la boca distendidas
hacia abajo y la actitud de quien contiene la respiración, sucio y cómico, sin que La Chunca
pudiese advertirlo. Aquello sucedió con una desenvuelta rapidez, jubilosa y brutal, en medio de
los aullidos frenéticos, casi dolientes de gozo, que lanzaban los sintrabajo. El hombre había
logrado levantar la falda de La Chunca y hacerle una prolongada caricia obscena, entre la carne
desnuda, pero con una suerte de tal maestría, que el espectáculo resultó para todos algo de lo
más extraordinario que habían visto nunca en su vida. Una espesa felicidad les resbalaba por
dentro, una dicha llena de rencor que salía de sus gargantas en esos alaridos agrios y sexuales,
como en un velorio, en igual forma que si al mismo tiempo estuviera ahí, de cuerpo presente,
algún difunto muy triste y suyo, y ellos debieran llorar con una furia misericordiosa y
arrebatadora, despojados para siempre por el amor de Dios. Igual que en la iglesia, igual que
cuando se arrodillaban en la iglesia.
493
había yo dir: había yo de ir.
220
La Chunca no se pudo defender, inerme y atontada, idéntica a las iguanas494 que no aciertan
a discernir de dónde proviene el peligro cuando se les arroja una piedra, y permanecen
inmóviles, pétreas, poseídas de una antigua angustia telúrica, con el desamparo de los primeros
tiempos zoológicos, el rostro estúpido de impotencia, borracha perdida, es decir, no que lo
estuviera, sino igual que una borracha imbecilizada hasta lo último por el alcohol, hasta donde
ya no se puede más.
No comprendía, evidentemente aquello estaba más allá de lo que podía comprender en esta
tierra y en esta existencia. Clavó sobre los hombres una mirada remota, una mirada loca y
turbia de dulzura a causa de la estremecida piedad, de la compasión sin límites que la
embargaba hacia su propio ser. Se había replegado contra uno de los horcones y por sus
mejillas de piedra rodaban unas lágrimas extrañas, sin sentido, no suyas, no pertenecientes en
modo alguno a su sagrado cuerpo de infame prostituta.
La tortuguita se fue a pasear...
Otra de las prostitutas apareció ahí de pronto, junto a La Chunca, después de lanzarse de un
salto desde el palomar. Respiraba con una agitación galopante, la morena piel del rostro muy
pálida, amenazando a los hombres con una navaja, pero sin que se alterase una voz queda,
precisa y llena de agravio, que parecía subirle desde la planta de los pies hasta los labios.
⎯¿Qué hijoputas quieren con ella, malditos? ¡Digan! ¿Quién fue ése que ofendió a La
Chunca?
Los sintrabajo se volvieron de espaldas, con el aire del que no escucha, la mirada muy
atenta, como si algo muy importante y complicado solicitase de ellos una concentrada reflexión
en el punto opuesto. La Chunca, entretanto, había desaparecido en el interior de la cantina, y
ahora estaría ya ante la sinfonola, con las monedas.
⎯¡Todo lo quieren de balde495! ¿Eh? ⎯continuaba su imprecación la prostituta, sin
abandonar la navaja⎯. Se pasan el día oyendo la música que nosotras pagamos con nuestro
dinero, que nuestro dinero nos cuesta, y todavía quieren maloriarnos496... ¿Muy fácil, no? ¿Qué
dijeron?
494
iguana: reptil saurio de América Central.
de balde: gratis.
496
maloriar: malorear, hacer travesuras.
495
221
Un hondo sentido de justicia y de ira hacía fulgurar las pupilas de la hembra, pero al mismo
tiempo se notaba cierta inseguridad en su actitud, como si le fuese imposible encontrar razones
incontestables, de un valor absoluto, para su protesta. No podía remitir el agravio, la baja
ofensa sufrida por La Chunca, sino al dinero, a que aquello se hizo de un modo gratuito,
cuando lo que justificaría cualquier cosa, puesto que ellas eran tan sólo unas simples
prostitutas, “mujeres de la calle” y nada más, habría sido el pago correspondiente. De este
modo la mujer tuvo entonces una transición súbita, en la cual lo primero que hizo fue
guardarse la navaja en el refajo497. Hablaba ahora con un extraño tono persuasivo.
⎯El que traiga con qué, ya sabe... ⎯la voz aquí se volvió afectuosa del todo, con un leve
toque de amargura humilde⎯, ...pues para eso somos lo que somos, pero siempre que se nos
brille “la de acá” ⎯y al decir “la de acá” flexionaba el pulgar y el índice en círculo para indicar
la forma de las monedas⎯. Pero así, a la brava, ¡niguas! ¡No hay que ser! ¡Una cosa es una cosa
y otra cosa es otra cosa! ⎯concluyó por fin a tiempo que giraba hacia la dirección por donde
ya venía hacia ella La Chunca, el paso miedoso y apresurado.
Con una solapada sonrisa los hombres permanecían en su misma actitud, atentos a fingir
esa divertida indiferencia que los relevaba de sentirse blanco individual de cualquier acusación.
La mujer echó un brazo en derredor del cuello de La Chunca.
⎯¡Cuenta siempre conmigo, manita498! ⎯dijo con bronca y ríspida dulzura⎯. ¡No hagas
aprecio de estos pinches güeyes499!
Entonces ambas subieron, una después de la otra, al palomar de La Chunca, pero no sin
antes recoger la parte posterior de sus faldas, a través de las piernas, para sujetarla por delante
con una mano, mientras subían, y de este modo no dar pie a nuevas procacidades de los
sintrabajo.
⎯¡No sé para qué me lo trujeron500! ⎯exclamó La Chunca al entrar la primera en aquella
especie de mísero tapanco a que se reducía toda su casa. Era un único cuarto de madera con las
paredes tapizadas de papel periódico donde se veían los titulares, fotografías, anuncios y
noticias de las más diversas publicaciones del país y del mundo. Hasta un periódico de Shangai,
497
refajo: enaguas, falda de ropa interior.
manita: hermanita.
499
pinches güeyes: insulto.
500
trujeron: arcaísmo siglo XVI, significa trajeron.
498
222
con sus extraños caracteres, sin duda proveniente de los chinos propietarios de comercios y
cafés en la localidad, que eran numerosos. En un rincón estaba la cama de tablas, cubierta tan
sólo por una raída colcha de algodón, y plegada junto a su cabecera, pendiente de un alambre
sujeto entre el ángulo de las dos paredes, una mugrosa manta, quién sabe para qué, servía de
cortina, acaso nada más como un símbolo de cierto misterioso pudor. El resto de los muebles
lo formaban una mesa de ocote501, un brasero502 de lámina, algunos cajones y dos sillas. Esto
era todo.
Fija a mitad del cuarto, con un aire de obstinada incredulidad, sin atreverse a dar un paso
adelante, La Chunca meneaba la cabeza con bruscos sacudimientos intermitentes, arrítmicos.
⎯¡No sé pa503 qué me lo trujeron! ⎯repitió doliente.
Se refería al niño. Ahí estaba el muchachito, como de siete años, quieto, los negrísimos ojos
agrandados por una incertidumbre atenta, sin aventurarse a decir una sola palabra, dispuesto a
recibir con silenciosa sorpresa todo cuanto pudiera ocurrirle de inesperado y desconocido, en
este sucederse de hechos incomprensibles que él no podía sino aceptar. Era el hijo de La
Chunca.
Apenas unos días antes, después de que dio sepultura a su pobrecita madre muerta, con la
que el niño viviera allá en el pueblo, La Chunca había encomendado al muchacho con unos
vecinos, bajo la promesa de mandarles algunos centavos, y ahora resultaba que estas buenas
gentes, se lo devolvieron ayer sin explicar nada, nomás porque sí.
Ni La Chunca ni su hijo podían comprenderlo.
La otra prostituta se acordó de que anoche, cuando supo esta desgracia de La Chunca, no
había tenido oportunidad de preguntarle cómo se llamaba el niño.
⎯¡Ulalio504! ⎯respondió La Chunca⎯, se nombra así porque lo tuve el mero día de San
Ulalio.
Miró a la criatura un instante más, con un rencor tierno y amoroso, pues toda la enervante
tristeza suya de las últimas horas tenía su origen en la infeliz presencia de aquel niño.
⎯¡Escuincle505 de porra506! ⎯añadió, para rematar luego con una voz sumisa y
desgarrada⎯. ¡Ya estaría de Dios, ora sí como quien dice, que hijo de puta507 bías508 de ser
aunque yo no lo quisiera!
501
ocote: especie de pino (árbol).
brasero: recipiente con carbón, sirve como medio de calefacción y para calentar la comida.
503
pa: para.
504
Ulalio: Eulalio.
502
223
2
A bordo de El Tritón el contramaestre509 descargaba toda la furia de su negra cólera sobre los
fatigados tripulantes, que hacían lo imposible por trabajar más de prisa.
⎯¡Cárguenle calor, güevones510! ⎯gritaba, ronco, torvo⎯. ¡A l´hora del rancho sí que son
buenos...! ¿Pero qué tal pa trabajar, jijos de un chigao511...? ¡Cárguenle!
Se hubiera podido trabajar a un ritmo menos febril, pero el capitán había decidido que
zarparan hoy mismo para atracar al día siguiente en Veracruz. Ésa era la causa de la cólera del
contramaestre, y como las gallinas de arriba siempre cagan a las de abajo512, pensaba, no había
más remedio que fastidiar a los “boludos” aquellos. También él había sido boludo, esto es,
marinero raso, en tiempos de don Porfirio, y la cosa no era mejor entonces en la Armada, sino
todo lo contrario, bajo la salvaje disciplina que reinaba en cada barco. Aquello no era ninguna
broma; no era ninguna baba de perico513.
Pero éstos qué iban a saber de aquellos sufrimientos, ni tantito así, comparados con las
blanduras de hoy, donde hasta un simple grumete514 puede levantarle acta a todo un oficial si
éste le pega. Antes uno se aguantaba y si llovían los golpes era de ley mantenerse firmes, con la
mano en posición de saludo, hasta no caer hecho un guiñapo515. Por no hablar del pañol516 de
cadenas, donde lo encerraban a uno con cualquier pretexto o sin pretexto. Una fiesta de los
cien mil carajos, durante noches y días enteros, dentro de un pedazo de medio metro. Lo
rodeaba a uno el montón de eslabones, como serpientes enroscadas unas con otras, sin dejarlo
moverse, sin permitirle el más insignificante cambio de postura. Luego había que añadir la
peste; ese olor que no se da en ninguna otra parte, que se desprende de las vegetaciones
505
escuincle: del náhuatl escuintl (perro), se aplica en forma despectiva a los niños.
porra: (figura) persona pesada.
507
puta: prostituta.
508
bías: habías.
509
contramaestre: oficial que manda a los marineros.
510
güevones: perezosos.
511
jijos de un chingao: hijos de la chingada, insulto.
512
las gallinas de arriba siempre cagan a las de abajo: manchar con excremento; en este caso, molestar a los
inferiores.
513
baba de perico: cualquier cosa.
514
grumete: aprendiz de marinero.
515
guiñapo: sucio, roto; en este caso, caer maltratado.
516
pañol: compartimiento.
506
224
nacidas sobre las cadenas en el fondo del mar. Un olor de pescado descompuesto, de hierro
podrido, que lo hacía a uno deshacerse de náuseas. Cuando sacaban al prisionero de ahí, era
para que se portara en adelante muy derechito, muy comedido, con un miedo horrible, un
pavor espantoso, que hasta a los más machos hacía llorar, de que lo pudieran devolver a ese
infierno. Bueno, descontando las veces, que no fueron pocas, en que se les olvidaba que ahí
estaba un hombre dentro del pañol, en los momentos de soltar las anclas, cuando el barco se
fondeaba. Desde la cubierta, por la parte de proa, veíamos subir entonces, de abajo del mar
una nube roja, que se extendía poco a poco hasta llegar a la superficie como un gran manchón.
Era la sangre del cristiano. Así todos nos dábamos cuenta de que las cadenas, al salir disparadas
como de rayo, habían arrastrado al que estaba metido dentro no dejándole ni madre. No; esos
“boludos” de hoy no podían quejarse.
⎯¡Cárguenle calor, jijos de su pelona517!
El contramaestre resoplaba de un lado para otro, también aturdido por la fatiga. Era un
animal lleno de pelos por todas partes, en la frente, en los pómulos, un oso hirsuto cuyos ojos
apenas eran visibles entre las semicanosas cejas enmarañadas. Sentía una cólera enorme, capaz
de cualquier cosa, pero que distaba mucho de satisfacerse con los insultos y gritos que lanzaba.
Ese capitán de todos los diablos; los viejos güinches518 mal engrasados del remolcador, que se
atoraban en el momento más preciso; el maldito sol que parecía tener enfrente un cristal de
aumento del tamaño de todo el cielo para calentar más, hasta que hirvieran los malditos sesos;
la orden de zarpar este mismo día; zarpar hoy, no dormir en tierra, seguir navegando.
Hubiese querido romper algo, destrozar algún objeto, alguna materia eterna, resistente hasta
la eternidad, pero que él podría convertir en polvo a puñetazos, a dentelladas; la embarcación
misma. Se detuvo, jadeante, del lado de la banda de estribor y volvió la vista hacia el muelle.
Algo como una fascinación aplastante le hizo sentir que todos los músculos del cuerpo se le
aflojaban con una especie de frío repulsivo, lleno de precisión fisiológica. Ahí estaba el infeliz,
ahí estaba el desgraciado. Ahí estaba, en el muelle, aquel niño inverosímil y espantoso, quieto
como desde un principio, como desde hacía tres o cuatro horas, igual que una estatua, sin
apartar la mirada muda que salía de sus dos grandes ojos atónitos de la figura del
contramaestre, fijos sobre él como los de un pájaro disecado que lo persiguiera completamente
517
518
jijos de su pelona: hijos de su madre, insulto.
güinche: grúa.
225
sin expresión. Estaban separados apenas por unos tres metros de distancia, el viejo oso
colérico en la cubierta del remolcador y el niño allá abajo, sobrenatural como un ángel
castigado.
⎯¡Lárgate de una vez al carajo519! ⎯gritó con un odio extraño el contramaestre⎯. ¡Ya te
dije que a bordo no hay lugar para nadie más. Este barco no es asilo. ¡Cabrón520 escuincle tan
necio! ¡Lárgate te digo!
A pesar suyo el contramaestre temblaba. Eso, eso y no otra cosa era el origen de la rabia
que sentía desde que se encontró con el chiquillo en el muelle, al venir de la Capitanía hacia el
remolcador, cuatro o cinco horas antes. Ahí lo estaba esperando el niño.
⎯Mi mamá dice que por el amor de Dios me lleve en el barco ⎯le había dicho el niño⎯.
No quiere tenerme porque soy hijo de puta.
Lo dijo así, simplemente, como algo superior, fatal y divino, que no estaba obligado a
comprender.
El contramaestre se había estremecido con una especie de ahogo blando, y ahora se daba
cuenta de que ahí fue donde comenzó a nacer en él esa cólera, esa rabia, ese odio que sentía
hacia su piedad, la cólera de que algo le hiciera sentir dolor por otro, por un semejante, por
otro perro podrido como él. El niño era hijo de eso, pero había dicho las inocentes y malditas
palabras separándolas de su madre; su madre era una cosa y él era hijo de otra muy distinta.
Una ira desgarradora cegaba al contramaestre. El niño permanecía inmóvil, ahí estaba en el
muelle desde hacía muchos años, desde antes de nacer, desde antes de ser un hijo de puta.
⎯¿No entiendes? ¿Qué ganas con estar ahí parado, terco como una mula? ¿Estás sordo?
¡Orita521 verás si no entiendes!
En esos momentos el contramaestre había visto salir de la cocina al galopín522, quien llevaba
en una mano el balde de los desperdicios, lleno de agua gris, de escamas, de tripas, de sangre
sonrosada, que debía arrojar por la borda.
⎯¡Daca523! ⎯ordenó a tiempo que le arrebataba el balde.
Con el balde en las manos hizo un extravagante movimiento de vaivén hacia atrás, que se
antojaba lentísimo, escultórico, como el del atleta que dispara el disco, y luego un rápido
519
carajo: exclamación que denota sorpresa desagradable.
cabrón: persona molesta.
521
orita: ahora mismo.
522
galopín: ayudante de cocina.
523
daca: dame.
520
226
contramovimiento en un corto espacio hacia delante, que detuvo de pronto, y entonces los
desperdicios se proyectaron en el aire cayendo sobre el cuerpo del chiquillo.
“¡Quihubo!524 ¿No que no?”, iba a exclamar con aire de triunfo, pero desde lo alto del
puente la voz del capitán lo hizo girar de golpe como si alguien hubiese tirado de una palanca
invisible. Por encima de la cubierta inclinada el balde vacío de los desperdicios rodó, al modo
de un cuerpo vivo que tuviera impulso propio, hasta detenerse a los pies del galopín como por
efecto de una cierta estupefacción súbita.
⎯¡Venga usted! ⎯ordenó el capitán al contramaestre, quien se apresuró a trepar la
escalerilla. Entraron en la cámara de radiotelegrafía.
El capitán llevaba la gorra caída hacia atrás y hacia la oreja, sonriente, semialcoholizado,
conforme a su costumbre. Era prieto, la cara mofletuda525, indígena y de expresión feliz. El
total estrabismo526 de un ojo, condenado en definitiva a mantenerse en un rincón de su cuenca,
tirando hacia la sien, cosa que en otras personas da a sus fisonomías un aire de asustada
severidad, en él, por el contrario, expresaba una malicia cínica y juguetona, cierto sarcasmo
alegre.
Hasta este momento el contramaestre no se dio cuenta de que el capitán tenía ⎯lo habría
tenido desde antes de que entraran en la cámara⎯ un papel en la mano. El capitán se lo
tendió.
El radiotelelegrafista, con sus dos negras ventosas527 auditivas que le succionaban las orejas,
atento a las sagradas voces interiores que le venían del más allá, los miraba con una mirada
distante, pura, de faquir, una mirada sin ojos.
⎯Mire ⎯el capitán sonreía con su parte estrábica⎯: es el “metereológico” de hace unos
minutos ⎯explicó respecto al papel⎯, de apenas unos minutos antes de que usted bañara en
mierda al muchacho ⎯era la forma efusiva, mañosa, de reprenderlo.
El contramaestre juntó los talones y se llevó la mano a la gorra, sin tomar el boletín
meteorológico que se le ofrecía.
⎯A su disposición, mi capitán; me doy por arrestado ⎯repuso. Era en verdad un oso de
circo, con la mano en alto, torpe y aturdido.
524
quihubo: ¿Qué hubo?
mofletuda: persona con carrillos (cachetes, mejillas) muy gruesos.
526
estrabismo: defecto de la vista: el eje óptico derecho se dirige en sentido opuesto al izquierdo.
527
ventosa: pieza que oprimida queda adherida a una superficie.
525
227
El capitán insistió aproximándole el boletín al rostro con leve intención provocadora,
mientras el ojo se burlaba.
⎯¡Léalo! Veracruz reporta viento moderado del norte. Tendremos una navegación
cómoda. ¿Estará listo para que zarpemos a las seis de la tarde?
Después de tomar el boletín, el contramaestre lo había mirado concentradamente por unos
segundos, sin leerlo, y ahora clavaba la vista en el capitán en la actitud de quien acepta un reto.
⎯Mucho mejor ⎯dijo⎯. La maniobra terminará a las cinco en punto.
⎯De no cumplir su promesa, entonces sí habrá arresto, y de ese modo pagará usted por lo
del chamaco también.
La mirada diagonal del ojo torcido irradiaba ahora una especie de inocencia triste. Tal vez
este hombre habría tenido un hijo así, como el muchacho del muelle.
Abajo se escuchó el silbato del cabo de turno que llamaba para la comida del mediodía.
⎯Si quiere comer en tierra, contramaestre ⎯propuso el capitán⎯, ahí lo alcanzo en El
Gato Negro y nos echamos un dominó. Puede retirarse.
El oso peludo dio las gracias. Después descendió las escalerillas del puente. En cubierta, al
girar hacia el punto de la banda donde los marineros ya tendían una pasarela de madera encima
del muelle, se detuvo con un asombro amargo.
Era imposible creerlo, pero el espantoso niño permanecía en el mismo lugar, un niño de
madera, un niño preorgánico no perteneciente al reino.
Atrás, a unos cuantos pasos, ahora también se encontraba La Chunca, el rostro inclinado
sobre el pecho, la mirada tonta y sin luz hundida en el suelo con la obstinación homicida de un
cuchillo terrible, la hoja de pedernal con que los antiguos mexicanos arrancaban a sus hijos el
corazón.
El contramaestre dudó unos instantes. Hubiera querido no cruzar junto a ese niño de
pesadilla, junto a esa mujer. La blusa de manta del chiquillo estaba llena de porquería, manchas
amarillentas y despojos orgánicos, como si alguien hubiese vomitado sobre él. No se había
limpiado siquiera; no se había movido.
El contramaestre procuraba dominarse, ocultar una rara turbación que lo sacudía por
dentro. ¿Esa mujer, esa dolorosa bestia idiotizada, sería la madre del niño?
228
Precisamente fue la mujer quien le salió al paso con una escalofriante humildad, sin levantar
los ojos. Sabía, dijo La Chunca, que el barco zarpaba para Veracruz. En la mano extendida la
mujer mostraba unas monedas de cobre y dos o tres arrugados billetes de a peso.
⎯¡Llévese al muchacho en el barco, mi jefe! En Veracruz lo deja con una amiga mía que
por allá vive. El muchacho lleva la dirección. ¿Qué tanto perjuicio puede causarle hacerme esta
caridá528? Le doy estos poquitos centavos, aparte si tiene gusto en pasarla529 conmigo sin que
nada le cueste.
Hablaba con una entonación dulce, susurrante y tibia, llena de amor. Su ofrecimiento de
“pasarla” con aquel hombre, de entregársele, era casto, sin mácula. Lo que ella no quería era
tener ese hijo infortunado, que ese hijo fuese suyo; lo que anhelaba era despojarse de él como
en una especie de aborto tardío, después de siete años.
Sentía el contramaestre que una piedad atroz se le untaba en la garganta, nauseabunda y
dolorosa, haciéndole nacer otra vez en el alma esta ira insensata que lo movía a golpear, a
destrozar el rostro de aquella hembra envilecida y sucia.
⎯¡Hazte a un lado! ⎯exclamó apartándola de un empellón⎯. Por causa de tu mugroso
escuincle por nada y me plantan un arresto. ¡Ya estuvo! ¡A volar!
Lo dijo con un aire seguro, firme y autoritario, para en seguida encaminarse hacia El Gato
Negro.
La Chunca y su hijo Eulalio no se volvieron para mirarlo alejarse. Ya para qué; la cosa no
tenía remedio. Sus ojos estaban puestos nuevamente sobre la turbia masa del remolcador.
De pronto, por primera vez en su vida, La Chunca escuchó que su hijo sollozaba. Una
negra ola de soledad le abrasó el corazón con su lumbre inmisericorde.
⎯¡No llore, papacito santo...! ⎯balbuceó junto al niño a modo de consuelo.
Papacito santo. Sin darse cuenta La Chunca se valía, para con su hijo, de la misma expresión
de cariño mercenario con que trataba a los clientes, allá en su palomar.
Desde la terraza de madera de El Gato Negro, el contramaestre, sentado ante una mesa en
espera del capitán, miró en dirección del muelle. Ya no estaban ahí ni la mujer ni el niño. Un
hondo suspiro lo hizo descansar con satisfecha y tranquila plenitud.
528
529
cariad: caridad.
pasarla: tener relaciones sexuales.
229
3
Esbeltas y marineras, La Gaviota y La Azucena, embarcaciones de pescadores, seguían la misma
derrota de El Tritón, a corta distancia, después de que éste hubo traspuesto la desembocadura
del Coatzacoalcos.
La cinta del río, de un color tan diferente a las aguas del mar, formaba un largo camino
sobre el Golfo, hundiéndose en su seno cual una espada luminosa que hubiese desgarrado, con
una herida de ámbar, aquella profunda piel sombría.
El contramaestre había cumplido su ofrecimiento de terminar anticipadamente la maniobra
y en estos instantes, un poco más de hora y media después de haber zarpado de Minatitlán a las
cinco en punto, El Tritón navegaba en pleno mar abierto.
El segundo “metereológico”530 ⎯que recibiera el radiotelegrafista en los momentos mismos
de zarpar⎯ anunciaba que el viento había arreciado allá, en Veracruz, a esa hora precisa, a las
cinco.
“Tardaremos todavía en encontrarnos con él”, pensó el contramaestre. Con él. Cobraba
corporeidad, como si se tratase de un ser humano, alguien que vendría, una persona esperada,
conocida, que llegará a la casa. ⎯¿Dónde estás ahora? ⎯masculló⎯531. ¿Dónde estás, viejo
perro, viento maldito?
Antes de que llegara, apenas al presentirlo, le inspiraba un miedo embriagante, un miedo
con sopor, un abandono, esa aterrorizada laxitud532 que provoca el vaho del coyote sobre sus
víctimas para que ya no ofrezcan resistencia. Quería verlo, sin embargo. Encontrarse con él,
pelear en su contra a brazo partido, igual que con un toro, retarlo, incitarlo, ver su impotente
rabia enloquecida de toro furioso, derribarlo y oír sus bramidos de bestia sangrante y el
retumbar de su cuerpo rodando hacia el abismo, en la negrura del hemisferio, al otro lado del
mar. El segundo boletín no dejaba dudas: Viento fuerte del norte, con rachas huracanadas.
Vendría. Se encontrarían.
530
metereológico: meteorológico, informe sobre el clima.
mascullar: hablar en forma poco clara.
532
laxitud: debilidad.
531
230
El contramaestre se aproximó a la bitácora533 para apreciar el rumbo. Trescientos ochenta
grados. Esto quería decir que iban enfilados hacia el nor-noroeste. Después debían tomar norte
franco.
Miró al mar con una expresión seria, grave, interrogándolo en silencio como si aguardara
una respuesta honrada, veraz, que no podía negársele a él de ningún modo. Las gruesas olas se
desplazaban en masas profundas, empujadas desde abajo por los hombros de un gigante ciego,
algún dios condenado a ese castigo para siempre.
“Dime algo, mar”, pidió de pronto extrañamente, en silencio, con un raro sosiego y una
tensa unción534, que resultaban sorprendentes y conmovedoras en un oso peludo como él, en
un oso que casi podía llorar.
⎯Otra vez el infierno ⎯dijo en seguida en voz muy queda y misteriosa. Estaba solo en el
puente y hablaba con el mar. La tierra había desaparecido. La tierra⎯. Dime cualquier cosa, lo
que se te antoje ⎯volvió a pedir, la vista clavada en las olas, en esos torsos, en esos pedazos de
cíclope que inútilmente querían recobrar otra vez su forma completa, enlazados, desesperados.
Debía sufrir; el mar también debía sufrir, grande y esclavo, sin reposo, insomne desde el
principio de los siglos. Debía sufrir de eternidad⎯. Acuérdate. Ella salió de noche. Acuérdate,
mar. Dime algo. En esa ocasión quiso dormir en tierra. Dormimos. Después salió. Dime, mar.
Se entregaba a este recuerdo con una ferocidad suicida, libre, sin trabas, una ciega ferocidad
de toxicómano vencido. Era una siniestra perturbación de su alma, un fascinante morbo que
iba y venía en el tiempo para aparecer cuando menos lo esperaba, sin evocarlo, igual que un
planeta del martirio que repitiese su órbita de vez en vez.
Ella había insistido en dormir en tierra, cuando menos esa noche de aniversario, después de
tres años de vivir con él a bordo del balandro. El balandro535 era su casa, una patria única, una
posesión inalienable.
Fue por los tiempos en que él estuvo fuera de la Armada, cuando lo dieron de baja por
haber participado en la sedición de una fragata536 que había secundado a ciertos locos generales
de tierra adentro, sublevados contra el régimen. Se hizo patrón del balandro, entonces, y así
vivió.
533
bitácora: aparato en que se suspende la brújula para que se mantenga siempre horizontal en la
embarcación.
534
unción: devoción.
535
balandro: velero de recreo.
536
fragata: barco de tres palos.
231
Se habían mirado larga y osadamente en el muelle, sin decirse una palabra, y luego ella subió
a bordo para quedarse ahí en el barco a vivir. Casi no iba vestida, descalza, la ropa en jirones,
bella y escalofriante como una tempestad. El caso es que durante esos tres años nunca habían
dormido juntos en tierra.
Era hermosa como un relámpago y amaba como si matara, como una criminal que ya no
tiene nada en el mundo sino ese amor, suyo hasta el exterminio y la ceniza.
Quería que durmieran en tierra esa única vez. Había en ella algo maduro y terrible, una
profundidad hermética, de bestia melancólica, rodeada de silencios. Durante las largas travesías
lo acompañaba junto a la caña del timón, echada boca abajo sobre la cubierta, con los ojos
inyectados y abiertos y los labios pegados contra el piso, como si lo besara o lamiera, igual que
un perro enyerbado.
Salió de noche. Al día siguiente el balandro ya no estaba en el puerto. El timonel537 había
olvidado su gorra junto a la bita538 donde atracaban539. Era un muchacho bello y sombrío, que
tenía una bárbara mirada negra, de pedernal.
El contramaestre entrecerró los párpados temblorosos. Ella estaba hecha para amar como
nunca lo había amado a él.
Fue entonces cuando comprendió lo que significaba ese perro enyerbado con los labios
abiertos contra el suelo y la mirada fija como un hachazo, esa mujer que permanecía horas
enteras sin moverse, avasallada, derribada al pie de la caña del timón junto al hermoso
mancebo sombrío.
“Dime algo mar..., cualquier cosa, lo que sea, aunque no venga a cuento...” La había sentido
deslizarse fuera de la cama con un aire predeterminado, alucinante, de helada hipnosis. Luego
la miró salir del cuarto, cerrar la puerta a sus espaldas, perderse, en fin. Iba con los pies
desnudos, desnuda toda bajo el solo corpiño de gasa. Esperó a que sus pasos se alejaran. Si no
se hubiera ido la habría estrangulado al amanecer, antes de que volvieran al balandro, pasada
esa noche en que dormían juntos en tierra por vez primera. El cuarto de la posada estaba vacío
y a cada instante con menos paredes, sin paredes ya, sin aliento, un cuarto como el mar,
solitario como el mar. Miró largamente por la ventana, inmóvil hasta deshumanizarse, hasta
que se hubo desangrado por completo. La blanca figura de gasa caminaba por el muro del
537
timonel: hombre que maneja el timón (pieza que maneja la embarcación).
bita: lugar donde se asegura el cable cuando atraca un barco.
539
atracar: cuando se arriman las embarcaciones a tierra o entre ellas.
538
232
rompeolas en dirección al muelle. La sombra recia del timonel se desprendió del balandro,
donde la aguardaba, para salir a su encuentro. Los vio unirse y zarpar.
Era cosa de salir de este recuerdo venenoso. Hacía esfuerzos por evadirse de aquel cuarto
sin paredes, en la posada del puerto, desde donde los vio embarcar. Pero ese cuarto era lo
mismo que el puente del remolcador donde ahora se encontraba, ceñido por las aguas,
abandonado, solo, con la mirada fija sobre los dos jóvenes amantes que iban a entregarse en
alta mar.
El balandro no volvió a aparecer ni nunca se tuvieron noticias de su destino. Quizá mar
adentro ellos mismos habrían hundido la nave, para no volver jamás después de haberse
amado. Ella se lo habría propuesto al timonel en alguno de esos pardos crepúsculos en que se
quedaba con los labios abiertos contra el suelo, muerta de amor. Ella misma se lo habría
pedido. “Tú debes saberlo, mar...”
Sintió de súbito que el barco cabeceaba muy hondo. Esto debía haber comenzado algunos
minutos antes de que él se hubiera dado cuenta. Escuchaba el zumbar angustioso de la propela
que giraba fuera del agua mientras la proa se hundía. Luego el movimiento inverso silenciaba
este zumbar, la proa en alto y la cubierta barrida por las gruesas olas.
Al abrir los párpados pudo darse cuenta, como entre sueños, que La Gaviota y La Azucena
viraban al sur, enfilando hacia tierra, en la derrota opuesta a El Tritón, como si huyeran. “Algo
han de haber venteado estos pescadores ⎯se dijo⎯; saben más que uno, pertenecen más al
mar...” No obstante, este cabeceo de El Tritón pudiera significar tan sólo que ya habían tomado
norte franco y que el mar los golpeaba de frente. Pudiera ser. Miró la bitácora para cerciorarse.
Trescientos sesenta grados, en efecto; con todo, no acertaba a sentirse tranquilo. El aire se veía
ceniciento y rebotado como el agua sucia, un aire que comenzaba a perder la luz, ciego y con
harapos, igual que un viejo mendigo implorante, a punto de romper en largos sollozos, después
en alaridos.
El contramaestre se encaminó a la cámara del radiotelegrafista. Abrió la puerta.
⎯¿Qué dice Veracruz...?
El operador se volvió hacia él con ese rostro siempre cansado e irreal de las personas que
no hablan sino consigo mismas, que sólo dialogan por dentro, como los buzos. Se quitó los
audífonos con una sonrisa triste. Iba a decir algo pero se puso en pie, súbitamente alerta,
sorprendido.
233
⎯¡Mire! ⎯señalaba hacia fuera de la cámara, con el mentón. El contramaestre giró de
soslayo.
Eran unas nubes bajas, trozos desgarrados de nube que corrían, que pasaban huyendo con
siniestra rapidez, como un hato de ovejas perseguido por los lobos.
Los dos hombres se leían los pensamientos uno al otro con una precisión enfermiza. La cita
era para después, para dos horas más tarde, según los cálculos, de acuerdo con la velocidad que
llevaba el viento al pasar por Veracruz a las cinco. Pero ahí estaba ya; ahí estaban los aullidos
sin garganta del ciclón.
El radiotelegrafista se inclinó con suavidad hacia el aparato. Su voz se hizo de pronto
monótona, profesional.
⎯Veracruz. Veracruz. Veracruz. ¡Cambio!
Respondieron, de quién sabe qué punto, de quién sabe qué rincón del cosmos, unos gritos
inhumanos, gargantas degolladas, el taladro eléctrico de un dentista, perros con hidrofobia,
roncos, alguien que raspaba un vidrio con arena. El operador empujó la palanca. Silencio.
⎯Hay mucha estática540. No me oyen ⎯dijo con aire tranquilo. Se secó sobre las piernas las
manos que chorreaban sudor.
⎯¿Tienes miedo? ⎯preguntó el contramaestre sin saber por qué hacía esta pregunta.
Acaso por las manos empapadas en sudor. El telegrafista sonrió.
⎯Sí ⎯repuso con la misma tranquilidad.
Volvió a inclinarse sobre el aparato:
⎯¡Veracruz! ¡Veracruz! ¡Veracruz!
Se acordó de Genaro, su amigo, el radiotelegrafista de Veracruz. Debía estar de servicio a
estas horas.
⎯¡Veracruz! ¡Veracruz! ¿Genaro? ¿Genaro? Veracruz. Veracruz, conteste Veracruz. ¿Me
oyes, Genaro? Llamando a Veracruz. Conteste. ¡Cambio!
Otra vez un cacareo541 de gallinas encolerizadas, el ruido de alguna trepanación, silbidos.
Los dos hombres esperaban tensos, sin parpadear, a que aquello terminará algún día. El barco
ahora daba bruscos bandazos.
540
541
estática: interferencia en la transmisión de radio.
cacareo: sonido de las gallinas.
234
⎯¿Morales? ¿Morales? ⎯el aparato había respondido por fin. Los dos hombres se
cambiaron una mirada rápida, sin comentar⎯. ¡Aquí, Veracruz! ¡Habla Genaro!
De pronto la voz del aparato pareció sorprenderse bajo el efecto de una duda inconcebible.
⎯¿De dónde me estás hablando, Morales? ¡Cambio!
Exigía una respuesta perentoria542 con ese tono aprensivo, casi maternal. El telegrafista
Morales imaginó a Genaro en la oficina de Veracruz, inclinado sobre los aparatos, la expresión
llena de asombro. Obedeció al requerimiento de Genaro y empujó la palanquita de cambio
para que lo escucharan allá, a quién sabe cuántas millas de distancia.
⎯¡Aquí, El Tritón! Hablo desde El Tritón, Genaro. Está aquí el contramaestre Galindo, que
te saluda... ⎯en seguida quiso bromear⎯: ¿Qué tal se nos irá a poner con esta brisita que se ha
soltado...? ¡Cambio!
Veracruz repuso con una maldición: ⎯¡Den máquina atrás! ⎯gritó⎯. ¡Puede que todavía
tengan tiempo! El ciclón no tarda en alcanzarlos ⎯aquí la voz se hizo afectuosa, a pesar de las
circunstancias⎯. ¡Muy buenas, contramaestre Galindo!
El contramaestre clavó una intensa mirada cariñosa, fraternal, sobre Morales.
⎯Sigue reportándonos ⎯dijo con súbito afecto⎯. Voy con el capitán.
Al salir, la puerta de la cámara se cerró con gran estrépito por la fuerza del viento. Apenas
se podía caminar sobre cubierta. El barco bailaba. Las altas paredes del mar subían, ora a
babor, ora a estribor, para hundirse en seguida y volver a subir, vertiginosas.
Con grandes trabajos el contramaestre llegó hasta el capitán, que maniobraba con la caña
del timón. Lo recibió a gritos, como un condenado.
⎯¡Vamos a intentar la ciaboga! ¡Póngase su chaleco salvavidas! ¡Se lo ordeno! ¡Y ahora
lárguese pa que regrese en seguida!
La ciaboga, es decir, una máquina avante y otra atrás, que los haría girar sobre su propio eje
ciento ochenta grados. Una maniobra audaz, que significaba ganar un tiempo precioso.
Era lo único que podía salvarlos. El ciclón casi los alcanzaba ya. La atmósfera se había
vuelto líquida, empañada y golpeaba en derredor móvil y ondulante, con la agilidad cruel de un
látigo. Un viraje simple se llevaría mucho tiempo; en cambio la ciaboga era rápida.
542
perentoria: terminante.
235
Bajó de un salto a su camarote y entró como una racha543. Lo dominaba una excitación
animal, mezcla de miedo y alegría, ante la lucha venidera. Algo de odio ⎯un deseo rabioso de
matar al adversario, de tenerlo en un puño y apretar hasta que se ahogase⎯. El camarote
estaba en tinieblas, negro, sin límites. Tiró del interruptor de la luz. Nada. Alguna avería en las
instalaciones, se dijo. Bien; esto podía implicar muchas cosas ⎯graves todas ellas⎯ pero ya no
quiso detenerse a juzgarlas. Lo más idiota de todo era que se le hubiese olvidado en dónde
demonios podía estar el chaleco salvavidas. Echó mano de la linterna que llevaba en el bolsillo
trasero del pantalón y en seguida arrojó sobre la pared del camarote un círculo de luz que fue a
detenerse encima de la percha vacía. El círculo giraba en todas direcciones, como el ojo de un
Polifemo544 impaciente. Se detuvo sobre la litera y en seguida avanzó como para precisar mejor
aquello que miraba y que hacía temblar su luz con leves vibraciones de espanto. Era un extraño
animal, un bulto encogido sobre sí mismo, una especie de mico545 aterrorizado, con dos ojos
redondos y salvajes que no se movían, que no acertaban siquiera a parpadear.
⎯¡No me haga nada, señor! ⎯suplicó de pronto el mico replegándose todavía más en la
litera⎯. ¡Me metí a escondidas! ¡Déjeme ir a Veracruz, no me vaya a echar al mar!
Era el hijo de La Chunca. El contramaestre no podía articular una sola palabra. Sintió que
sobre sus peludas mejillas resbalaban unas lágrimas gruesas. Tenía una necesidad atroz de
arrodillarse.
⎯¿Y de dónde diantres546 sacas que quiero echarte al mar? ⎯acertó a decir por fin, con una
patética entonación de payaso a causa de que al mismo tiempo sollozaba.
Se aproximó al muchacho para sentarse junto a él en la litera, con la actitud más
tranquilizadora que pudo adoptar.
⎯Mira. Te llevaré a Veracruz, no faltaba más, ya que te colaste547 a bordo. ¡Yo no quería
embarcarte, pero ya estás aquí, qué diablos!
El niño rebuscó entre sus ropas y luego tendió un papel al contramaestre.
⎯En Veracruz tengo gente que me tenga. Mire.
543
racha: ráfaga de aire.
Polifemo: nombre del cíclope (gigante de un solo ojo) al que engañó Ulises en la Odisea.
545
mico: mono.
546
diantres: ¡Diablos!
547
te colaste: te metiste.
544
236
Pasaban los minutos. Pronto tendrían encima al ciclón. El contramaestre desdobló el
papelito las tres veces que era necesario para extenderlo por completo. Era un papelito santo,
un papel sagrado. Lo examinó a la luz de la lámpara:
Señora Felipa Martínez. Puerto de Veracruz, Ver. Cuida mucho a mi hijo. Felipa.
Esto era todo.
⎯¡Malhaya548 tu madre! ⎯estalló el contramaestre⎯. ¿A qué casa, a qué dirección, con qué
gente vas a llegar? ¡Se necesita ser animales, indios cerreros, bestias!
El muchacho volvió a replegarse contra el rincón, poseído de un miedo horrible. Temblaba
castañeteando549 los dientes, encogiendo el cuerpo con toda su alma a fin de librarse de aquel
hombre inclemente, lleno de odio, que volvía a maldecir a su madre, que volvía a insultarla
como todos los demás. Bajo el cuerpo del niño, al replegarse hacia el rincón, quedó al
descubierto el chaleco salvavidas que había venido a buscar el contramaestre.
Los alaridos del viento llegaban hasta el camarote, ululantes, desatados, atormentadores
como en una visión de fiebre. Un golpe de mar hizo caer al hombretón sobre el chiquillo.
Pensó entonces el contramaestre que todo aquello era haber perdido mucho tiempo, ahí
dentro del camarote.
Tomó el chaleco salvavidas y violentamente, con brusca energía, zarandeando550 al niño sin
consideración, lo hizo introducir los brazos y luego ató en torno de su cuerpo aquella
vestidura. El niño parecía haber enloquecido, pateaba, mordía, arañaba, con una desesperación
delirante. Con el muchachito en brazos el contramaestre salió a cubierta.
El barco comenzaba a escorar551. Aquello no tenía remedio y entonces el contramaestre se
aproximó a la borda con el niño a cuestas552. Éste le clavaba los dientes en una oreja, sin
desprenderse de ella, rabioso, feroz, atado a la vida con una fuerza milenaria. Se la arrancaría,
claro está. Con un fuerte impulso el hombre tiró del niño y lo arrojó al mar. Acaso se salvara.
El desgarrón de la oreja fue como el ruido de un árbol gigantesco al caer derribado, unos
círculos concéntricos de dolor, que se abrían, que se extendían como luces fosforescentes
dentro de la negra noche del cráneo.
548
malhaya: maldita(o).
castañetear: sonar los dientes.
550
zarandear: sacudir.
551
escorar: inclinarse el buque con el viento.
552
a cuestas: sobre los hombros.
549
237
El Tritón dejó de responder durante un lapso muy prolongado a los requerimientos de la
estación radiotelegráfica de Veracruz. Después se escuchó la voz del telegrafista Morales.
⎯¿Genaro? Perdona. No te contesté porque trataba de abrir la puerta. El viento no me deja.
Estoy herméticamente encerrado en la cámara de radiotelegrafía, sin poder salir. Parece que en
estos momentos comenzamos a hundirnos. Despídeme de mi mujer. Saludos a todos los
muchachos.
Al amanecer y en compañía de un grupo de infantes de marina, Genaro recorría las playas
de Antón Lizardo en espera de que pudiese aparecer alguno de los náufragos de El Tritón. No
apareció nadie, no encontraron a nadie, aunque El Tritón se había hundido a esas alturas y
apenas a escasas tres millas de la costa. Por cuanto al niño que habían descubierto en la playa,
su presencia era inexplicable porque nadie había reportado que fuese a bordo de El Tritón; era,
en cierto modo, un niño inexistente, del cual resultaba imposible informar a las autoridades
superiores que había sido el único ser humano que se salvara de la catástrofe. Sin embargo, en
el chaleco salvavidas del niño se veían impresas con toda claridad las letras de El Tritón.
Genaro tomó en brazos a la criatura, interrogándola con suavidad, con afecto.
⎯¡Me tiró al mar! ⎯exclamó el niño con odio⎯. El hombre me tiró al mar. No quería que
yo fuera en el barco. Era un hombre lleno de pelos, que me daba miedo. Quiso que me
ahogara en el mar...
Genaro estrechó al niño contra su pecho. “Un hombre peludo y que daba miedo”, pensó.
“Era él, era él. Era el contramaestre Galindo, el mejor hombre que había conocido en la
tierra.”
238
ACERCA DE “DORMIR EN TIERRA”
“Dormir en tierra” es un cuento largo que presenta tres apartados que corresponden a la
estructura tradicional de introducción, desarrollo, clímax y un final admirable.
El primer apartado se inicia con la descripción del río Coatzacoalcos553, las casitas del puerto y
una calle de los barrios miserables cercanos al muelle: “La calle tendida al borde del río con sus
tabernas, sus burdeles, sus barracas para comer”554; lugares miserables de una ciudad petrolera
donde vive el lumpen proletariado, los obreros desempleados de la refinería en espera de
trabajo con sus resignadas mujeres y de las prostitutas sin zapatos.
Revueltas no trata de hacer la presentación de un color local sino de transmitirnos un ambiente
extenuante e insoportable y el desaliento de sus habitantes, para ello crea una “atmósfera sin
movimiento”555 como él mismo la llama; así lo consigue, valiéndose de dos o tres adjetivos: del
río dice que es pesado, lento y reptante; del aire, empozado y muerto. Otras veces se vale de
adjetivos que parecen opuestos: el humo concreto, el calor absurdo y la calle, un refugio
desamparado.
Los obreros tienen una indolente esperanza, una ocupación improbable, un desesperante
aburrimiento y las prostitutas que miran con atenta y anhelante estupidez o comentan con
entonación llena de paciencia desesperada. Durante ese tiempo, no deja de escucharse una
canción, “La tortuguita se fue a pasear...”, un leit motif para mostrar que persiste esa atmósfera
fascinante.
De los personajes que Revueltas creó en sus obras, son las prostitutas por las que tiene una
especial preferencia, llámense Chole en “El corazón verde”, o La tortuguita en “Hegel y yo”; él
553
Coatzacoalcos: río de México que nace en el estado de Chiapas y desemboca en el Golfo de México.
José Revueltas, Dormir en tierra, Era, México, 1971, pág. 103.
555
Ibídem, pág. 103.
554
239
hizo una mística que usó para mostrar la agonía y la dicha, la soledad y el pecado que había en
esos seres desamparados556.
Durante el lapso que esperan al remolcador, las prostitutas que no pueden dejar de oír la
música, eligen para que ponga monedas en la sinfonola557 a “La Chunca”, protagonista de la
que Revueltas hace una magnífica caracterización física: “una mujer de toscas proporciones y
baja de estatura que tenía ese horrorizante atractivo de ciertas piezas arqueológicas, la piel llena
de gruesos poros y unos muslos breves bajo el cerámico vientre atroz”558. En el trayecto a la
taberna uno de los “sintrabajo”, con una caricia obscena, humilla impunemente a “La
Chunca”, acto que hace rodar por las mejillas de la mujer lágrimas de impotencia que dejan ver
el pudor que puede existir en estas mujeres; otra de las prostitutas aparece de pronto y con
violencia defiende a su compañera; “son textos en los que la figura de la prostituta cobra una
dimensión compleja”559.
Al final de esta primera parte se revela el hilo de la trama, cuando “La Chunca” no puede
explicarse los motivos por los que le han devuelto a su hijo que estaba con unos vecinos en su
pueblo.
El segundo apartado nos lleva al espacio del barco donde el contramaestre Galindo, iracundo,
da órdenes. “Era un animal lleno de pelos por todas partes, en la frente, en los pómulos, un
oso hirsuto cuyos ojos apenas eran visibles entre las cejas enmarañadas”560. En la narrativa de
Revueltas es muy común encontrar la animalización de los personajes, unas veces en su
dimensión real y otras como términos de comparación o como adjetivos; así, en este cuento,
hay diversos ejemplos: “Entre las mujeres hubo... esa animación de bestias, La Chunca no se
pudo defender... idéntica a las iguanas, las prostitutas son sucias palomas impuras, el
contramaestre era un animal lleno de pelos y el niño tiene ojos fijos como de pájaro disecado”.
556
Álvaro Ruiz Abreu, op. cit., pág. 191.
sinfonola: aparato que reproduce música poniéndole una moneda.
558
José Revueltas, op. cit., pág. 106.
559
Felipe Mejía en José Revueltas, Material de lectura, Serie El cuento contemporáneo. UNAM, México, S/
fecha, pág. 5.
560
José Revueltas, op. cit., pág. 112.
557
240
Este recurso no es gratuito: “A través de la animalización lo que el autor hace es presentar una
imagen degradada de lo humano”561.
En medio de su trabajo y en momentos retrospectivos, Galindo recuerda los sufrimientos e
injusticias que había padecido en su juventud; de pronto, al volver los ojos hacia el muelle,
descubre a Eulalio que le pide lo lleve con él, a lo que Galindo, sin motivo aparente, lo humilla
en forma terrible. “Es el pasado oculto, esa historia que como la parte sumergida de un iceberg
permite vivir y funda... las actitudes, las reacciones, los sentimientos de la persona”562.
A bordo de la nave, se encuentra el capitán, único personaje que expresa felicidad y del que
Revueltas destaca un completo estrabismo563 de un ojo, característica que encontramos en
varios personajes de las obras de Revueltas. “Los seres deformes como producto y símbolo de
la deshumanización a que han sido sometidas las capas sociales que representan”.564
La última aparición de “La Chunca” en esta narración es conmovedora: después del agravio a
su hijo, ella y él permanecen en espera del contramaestre quien no podía creer lo que veía, la
mujer con “una escalofriante humildad” le pide que se lleve a su hijo a Veracruz, a lo que el
hombre se niega.
“La Chunca”, que ha caído muy bajo, es una madre que se siente culpable por haber concebido
a su hijo y no puede permitir que él siga siendo testigo de su degradación; decide deshacerse de
Eulalio y cuando esto no es posible escucha por primera vez a su hijo sollozar con lo que
siente “una soledad atroz”.
El tercer apartado del cuento nos conduce al desenlace. A bordo de “El Tritón”, el narrador a
través de una bella descripción nos ubica en la desembocadura del río y después en pleno mar
abierto, donde se recibe la noticia de que el viento había arreciado en Veracruz. Este anuncio
561
Evodio Escalante, José Revueltas, una literatura del lado moridor, Era, Serie Claves, México, 1979, pág.
79.
562
Jorge Ruffinelli, José Revueltas, Universidad Veracruzana, Jalapa, 1977, pág. 122.
563
estrabismo: defecto de la vista: el eje óptico derecho se dirige en sentido opuesto al izquierdo.
564
Edith Negrín, Nocturno en que se oye todo, Difusión Cultural UNAM – Era, México, 1999, pág. 250.
241
entusiasma a Galindo que considera esto como un desafío con el mar, al cual interroga para
buscar el fondo de sí mismo.
La joven que había amado durante tres años lo engañó y huyó con un muchacho “bello y
sombrío”, pero su recuerdo perduraba como experiencia imborrable.
“Revueltas cree, al igual que Faulkner, que un personaje se muestra con absoluta claridad en
una situación sexual extrema. He aquí como se muestran en este sentido sus criaturas...
amantes que viven únicamente para recordar la infamia de que fueron víctimas”565. La
evocación de este pasaje de su vida le hace comprender al contramaestre la relación entre el
hijo de “La Chunca” en el muelle y la joven que permanecía inmóvil en el barco y de la que no
volvió a saber nada.
La tensión va creciendo gradualmente cuando Galindo advierte que el tiempo ha cambiado y el
barco cabecea; la comunicación con Veracruz se dificulta y tardíamente saben que se aproxima
un ciclón. Al buscar su salvavidas, el contramaestre encuentra a Eulalio que atemorizado le
pide que no lo arroje al mar:
”¡Yo no quería embarcarte, pero ya que estás aquí, qué diablos!”566, palabras con las que el
contramaestre expresa la solidaridad existente entre los miserables.
El remolcador se hunde y unos hombres rescatan a Eulalio; un niño abandonado desde
pequeño, marcado por su propia madre como hijo de puta y humillado por el contramaestre,
sólo puede pensar con odio que “el hombre lleno de pelos” quería que se ahogara; este niño
“que en realidad conduce la historia, la trama y se vuelve el motivo central”567.
Al final, el contramaestre Galindo, el mejor hombre que había conocido Genaro, se convierte
en un héroe anónimo.
565
Emmanuel Carballo, “José Revueltas visto en 1960”, en Revueltas en la mira, UAM, Molinos de viento,
23, México, 1984, pág. 11.
566
José Revueltas, op. cit., pág. 125.
567
Álvaro Ruiz Abreu, op. cit., pág. 354.
242
Debido a la genialidad y recursos con que Revueltas presenta la historia, podemos citar las
palabras de Julio Cortázar: “Y ese hombre que en determinado momento elige un tema... será
un gran cuentista si su elección contiene esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande,
de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana”568.
El lenguaje de “Dormir en tierra” es accesible, la descripción predomina sobre la narración y el
diálogo. Se utiliza un lenguaje adecuado para cada circunstancia, en ocasiones se recrea el habla
popular y en otras abunda el lenguaje violento con maldiciones e interjecciones y es bello en
algunas descripciones.
El cuento está narrador en tercera persona y Revueltas se vale de la introspección para penetrar
en la mente de sus personajes.
Narrativa de José Revueltas
Cuento
Dios en la tierra, 1944.
Dormir en tierra, 1960.
Material de los sueños, 1974.
Novela
Los muros de agua, 1941.
El luto humano, 1943.
Los días terrenales, 1949.
Los motivos de Caín, 1956.
Los errores, 1964.
Las cenizas, 1981 (libro en que se agrupan narraciones inacabadas dispersas).
568
Julio Cortázar, “Algunos aspectos del cuento” en Teorías del cuento I, Difusión Cultural UNAM, México,
1993, pág. 313.
243
FUENTES
CARBALLO, Emmanuel, “José Revueltas visto en 1960”, en Revueltas en la mira, UAM, Molinos de viento, núm.
23, México,1984.
ESCALANTE, Evodio, José Revueltas, una literatura del lado moridor, Era, México, Serie Claves, 1979.
MEJÍA, Felipe en José Revueltas, Material de lectura, Serie El cuento contemporáneo, UNAM, México, S/ fecha.
MONSIVÁIS, Carlos, Amor perdido, Era, México, 1977.
NEGRÍN, Edith, Nocturno en que se oye todo, Difusión Cultural UNAM – Era, México, 1999.
REVUELTAS, Rosaura, Los Revueltas, Grijalbo, México, 1979.
RUFFINELLI, Jorge, José Revueltas, Universidad Veracruzana, Jalapa, 1977.
RUIZ Abreu, Álvaro, José Revueltas: Los muros de la utopía, Cal y Arena, México, 1993.
SAINZ, Gustavo, y otros, Conversaciones con José Revueltas, Universidad Veracruzana, Jalapa, 1977.
SUÁREZ, José Martín, Gaceta UNAM, México, 1992.
TORRE, Gerardo de la, “Revueltas o la premonición del derrumbe” en Generación, número 6, año VIII, Tercera
época, marzo-abril 1996.
244
JUAN RULFO
Rita Dromundo Amores
La literatura es una mentira para decir la verdad.
Juan Rulfo
Me llamo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Me apilaron todos los nombres de
mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos…569
Así alude Rulfo al inicio de su vida, la cual ingresa dentro del mito y la leyenda del autor desde
el principio. Según su acta de nacimiento y su fe de bautizo, nació en Sayula, Jalisco, el 16 de
mayo de 1917,570 pero en la entrevista que le hizo Jorge Ruffinelli, Rulfo dijo que había nacido
no en Sayula, sino en Apulco, el 16 de mayo pero de 1918, y que únicamente lo registraron en
Sayula571. Un año después la familia se cambió a San Gabriel, pueblo donde pasó su infancia el
escritor y al que considera su tierra natal.
Rulfo era el apellido de la abuela materna de nuestro autor, y a solicitud de ella, quien no
había tenido hijos varones y no quería que se perdiera su apellido, se lo pusieron a todos sus
nietos.
Su infancia transcurrió en medio de los habitantes de San Gabriel y sus alrededores;
aquellos eran seres silenciosos, duros en apariencia, marcados por la pobreza y una
desesperanza que se impregnó de manera definitiva en su vida y en su obra.
Su familia tenía casas en Sayula, San Gabriel y Apulco, y debido a la Revolución sus padres
cambiaron varias veces de residencia y perdieron la mayor parte de sus propiedades.
En 1923 (1924 según Rulfo y Ruffinelli) su padre fue asesinado, según sus hermanos Eva y
Severiano, por el hijo del presidente municipal de Tolimán, Guadalupe Nava: “Mi papá había
569
Juan Rulfo, Obra completa, Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 1977, p. 214.
Vid. Felipe Cobián, “Recuerdos, infancia, paisanos” en Los murmullos, p.58-59.
571
Jorge Ruffinelli, “Cronología” y “La leyenda de Rulfo ” en Juan Rulfo. Toda la obra, edición crítica,
coordinador Claude Fell, CONACULTA, México, 1992, (Colección Archivos) p.468.
570
245
hablado con él sobre un asunto de unas reses de ellos que se habían metido en la labor de mi
padre…572 después Nava lo siguió y le disparó por la espalda. No detuvieron al asesino porque
lo protegía su padre”573. 574
Después murieron varios de sus tíos en forma trágica y por diferentes motivos. La escuela
donde estaban en San Gabriel cerró y su madre lo llevó con su hermano mayor a un
orfanatorio, donde tuvo que repetir el tercer año de primaria. No volvió a ver a su madre, pues
dos meses después falleció de un infarto (en 1927 según Severiano, y en 1930 según Rulfo). Un
amigo de Severiano recuerda: “Juan siempre fue muy suavecito, muy bueno de carácter y,
sobre todo, muy estudioso”575.
En las vacaciones iba a la casa de su abuela materna, quien se había hecho cargo de sus
hermanos pequeños. Siguió estudiando y empezó su formación autodidacta en la literatura,
gracias a que un cura que huía de la guerra le encargó su biblioteca a la abuela de Rulfo y él
tuvo acceso a todos esos textos.
Después trató de ingresar a la Universidad de Guadalajara, pero ésta entró en una
prolongada huelga y tuvo que ir a la Ciudad de México para continuar su formación. Ahí no le
revalidaron sus estudios y asistió como oyente al Colegio de San Ildefonso, mientras vivía con
su tío, militar del Estado Mayor. Intentó acreditar sus estudios en exámenes extraordinarios
para ser abogado como había sido su abuelo, pero ya había pasado tres años sin estudiar y no
pudo aprobar el examen.
Empezó a trabajar como agente de inmigración en la Secretaría de Gobernación, labor que
implicaba viajar por todo el país, lo que le permitió compenetrarse en la realidad mexicana.
Cuando tenía 18 años descubrió su inclinación por la literatura: “Elegí la ficción porque creo
que en un escritor lo importante es su poder imaginativo. La fuerza de la imaginación es tan
poderosa que puede acondicionar los hechos reales” (Entrevista de José Emilio Pacheco).
Después vivió con su abuela, su tía Lola y su hermana Eva en la calle de Morelos, en
Guadalajara. Le cambió su cuarto a la sirvienta para estar solo en la azotea y pasarse las noches
572
Guillermo Aguilera Lozano, “Así era Juan Rulfo”, internet.
Este parece ser el detonador de la historia narrada en Pedro Páramo, donde el padre del protagonista es
asesinado. Por otra parte la invasión de las reses y el asesinato posterior son contados por el autor en su
cuento “Díles que no me maten”.
574
Vid. Felipe Cobián, p. 50
575
Aguilera, Idem.
573
246
tomando café, leyendo o platicando con otros escritores. Además tenía gran afición por el
alpinismo y la fotografía.
Dicen quienes lo conocieron entonces que era un muchacho triste y retraído, y “demasiado
culto” para su edad por lo que tenía fama de raro.
En 1938 inició su novela El hijo del desaliento. En 1942 empezó a colaborar en la revista
América junto a Efrén Hernández, escritor y compañero de trabajo, quien le publicó su primer
cuento “La vida no es muy seria en sus cosas”, y en 1945 “Nos han dado la tierra” y “Macario”
en la revista Pan de Guadalajara.
En 1947 se casó con Clara Aparicio, con quien tuvo cuatro hijos, y se fueron a vivir a
México. Para sobrevivir trabajaba como agente de ventas en una fábrica de llantas.
Continuó dando a conocer sus cuentos en la revista América y en 1953 los publicó reunidos
bajo el título de El llano en llamas, en el Fondo de Cultura Económica.
En 1955 publicó Pedro Paramo en la Colección Letras Mexicanas y dos cuentos que se
incorporaron posteriormente a El llano en llamas: “La herencia de Matilde Arcángel” y “El día
del derrumbe”.
En primer lugar, fue una búsqueda de estilo. Tenía yo los personajes y el ambiente. Estaba
familiarizado con esa región del país, donde había pasado la infancia y tenía muy ahondadas esas
situaciones. Pero no encontraba forma de expresarlas. Entonces simplemente lo intenté hacer
con el lenguaje que yo había oído de mi gente, de la gente de mi pueblo…” (Entrevista de
Joseph Sommers).
Respecto a su novela El hijo del desaliento, Rulfo la tiró a la basura porque, según él, era un
poco convencional e hipersensible, centrada en la soledad. Al menos se conserva un fragmento
que Hernández le había pedido desde 1943 y que no se publicó sino hasta 1959 en la Revista
Mexicana de Literatura con el título “Un pedazo de noche”. Desgraciadamente no podemos
juzgar la novela porque el autor se deshizo del texto, aunque el fragmento publicado parece
improvisado y poco pulido con relación a otras de sus obras.
Fundó en 1958 la colección de discos Voz viva de México, dentro de la cual hizo más de 30
grabaciones de diferentes autores.
Trabajó en Televicentro de Guadalajara por dos años y programó la edición de libros sobre
el Estado de Jalisco.
247
Fue asesor literario del Centro Mexicano de Escritores, desde 1961 hasta su muerte.
En 1964 comenzó a trabajar en el Instituto Nacional Indigenista y empezó su novela La
cordillera, la que no concluyó y de la que no se conserva nada.
Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1970. En 1976 ingresó como miembro a la
Academia Mexicana de la Lengua. Recibió el premio Príncipe de Asturias en 1983. Murió el 7
de enero de 1986.
Es un autor muy conocido internacionalmente, quizá el escritor mexicano más célebre y
traducido, a pesar de su escasa producción: El llano en llamas (17 cuentos); una novela: Pedro
Páramo; un fragmento de una supuesta novela, y 3 guiones para cine. Sin embargo, no obstante
la brevedad, la calidad que alcanzó en sus textos basta para colocarlo dentro de los mejores
escritores del mundo. Cada una de sus obras es un perfecto ejemplo de escritura
contemporánea, en cuanto a pureza de estilo y dominio de la lengua es una joya literaria.
Pedro Páramo es sin duda una de las mejores novelas contemporáneas. En ella la historia de
un cacique cobra especial relevancia al insertarse en el realismo simbólico, a partir de una serie
de conversaciones entre varios muertos quienes cuentan sus historias en un panteón por medio
de alternancia de tiempos y polifonía. Los soportes centrales de la novela son su lenguaje,
estructura y los mitos.
La narrativa de Rulfo es fundamentalmente de reflexión. Sus personajes más que actuar
recuerdan y dejan al descubierto su desamparo. El amor está ausente. El tema unificador es la
impotencia de los seres humanos ante una realidad y un destino que los lleva al extremo del
sufrimiento hasta doblegarlos. No pueden esperar recibir auxilio humano ni divino.
Los personajes aceptan su destino ineludible sin quejarse, sólo ahondan su silencio. La tensión
se marca entre la esperanza raquítica y fugaz y la decepción y pérdida de ilusiones. Son seres
casi siempre viejos y acabados, habitantes de pueblos en ruinas, con iglesias vacías.
248
LUVINA576
Juan Rulfo
⎯De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado577 de
esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún
provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran cuesta de la
Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla, de modo que la tierra de por
allí es blanca y brillante como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer; aunque
esto es un puro decir, porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se
cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.
“...Y la tierra es empinada578. Se desgaja por todos lados en barrancas hondas, de un fondo
que se pierde de tan lejano. Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños;
pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina579, como si allá abajo lo tuvieran
encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras580: esas
plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra, agarradas con todas sus
manos al despeñadero de los montes. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra,
escondido entre las piedras, florece el chicalote581 con sus amapolas blancas. Pero el chicalote
pronto se marchita. Entonces uno lo oye rasguñando el aire con sus ramas espinosas, haciendo
un ruido como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar.
“Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra
arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina
prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las
casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados.
576
Juan Rulfo, El llano en llamas.
plagado: que existe en exceso.
578
empinada: inclinada.
579
tremolina: movimientos circulares.
580
dulcamaras: plantas de tallos ramosos que crecen hasta 2 o 3 metros y tienen flores y bayas.
581
chicalote (del náhuatl chicalotl): planta mexicana herbácea de hojas dentadas y espinosas.
577
249
Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye a mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso,
raspando las paredes, arrancando tecatas582 de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo
de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de
nuestros mismos huesos. Ya lo verá usted.”
El hombre aquel que hablaba se quedó callado un rato, mirando hacia fuera.
Hasta ellos llegaban el sonido del río pasando sus crecidas aguas por las ramas de los
camichines; el rumor del aire moviendo suavemente las hojas de los almendros, y los gritos de
los niños jugando en el pequeño espacio iluminado por la luz que salía de la tienda.
Los comejenes583 entraban y rebotaban contra la lámpara de petróleo, cayendo al suelo con
las alas chamuscadas.
Y afuera seguía avanzando la noche.
⎯¡Oye, Camilo, mándanos otras dos cervezas más! ⎯volvió a decir el hombre. Después
añadió:
⎯Otra cosa, señor. Nunca verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está
desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío
pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para descansar los ojos; todo envuelto en el calín
ceniciento. Usted verá eso: aquellos cerros apagados como si estuvieran muertos y a Luvina en
el más alto, coronándolo con su blanco caserío como si fuera una corona de muerto...
Los gritos de los niños se acercaron hasta meterse dentro de la tienda. Eso hizo que el
hombre se levantara, fuera hacia la puerta y les dijera: “¡Váyanse más lejos! ¡No interrumpan!
Sigan jugando, pero sin armar alboroto.”
Luego, dirigiéndose otra vez a la mesa, se sentó y dijo:
⎯Pues sí, como le estaba diciendo. Allá llueve poco. A mediados de año llegan unas
cuantas tormentas que azotan la tierra y la desgarran, dejando nada más el pedregal flotando
encima del tepetate. Es bueno ver entonces cómo se arrastran las nubes, cómo andan de un
cerro a otro dando tumbos como si fueran vejigas infladas; rebotando y pegando de truenos
igual que si se quebraran en el filo de las barrancas. Pero después de diez o doce días se van y
no regresan sino al año siguiente, y a veces se da el caso de que no regresen en varios años.
“...Sí, llueve poco. Tan poco o casi nada, tanto que la tierra, además de estar reseca y
achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras y de esa cosa que allí llaman ‘pasojos de
582
583
tecata: trozo pequeño.
comejenes: nombre de diversas especies de termes. Insectos que se alimentan de madera.
250
agua’, que no son sino terrones endurecidos como piedras filosas, que se clavan en los pies de
uno al caminar, como si allí hasta a la tierra le hubieran crecido espinas. Como si así fuera.”
Bebió la cerveza hasta dejar sólo burbujas de espuma en la botella y siguió diciendo:
⎯Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se
dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa,
como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere puede ver esa tristeza a
la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve, pero no se la lleva nunca. Está allí como si
allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno,
apretada contra de uno, y porque es oprimente como una gran cataplasma sobre la viva
carne584 del corazón.
“...Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las
calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver,
cuando había luna en Luvina, fue la imagen del desconsuelo... siempre.
“...Pero tómese su cerveza. Veo que no le ha dado ni siquiera una probadita. Tómesela. O
tal vez no le guste así tibia como está. Y es que aquí no hay de otra. Yo sé que así sabe mal; que
agarra un sabor como a meados de burro. Aquí uno se acostumbra. A fe que allá ni siquiera
esto se consigue. Cuando vaya a Luvina la extrañará. Allí no podrá probar sino un mezcal que
ellos hacen con una yerba llamada hojasé585, y que a los primeros tragos estará usted dando de
volteretas como si lo chacamotearan586. Mejor tómese su cerveza. Yo sé lo que le digo.”
Allá afuera seguía oyéndose el batallar del río. El rumor del aire. Los niños jugando. Parecía
ser aún temprano, en la noche.
El hombre se había ido a asomar una vez más a la puerta y había vuelto.
Ahora venía diciendo:
⎯Resulta fácil ver las cosas desde aquí, meramente traídas por el recuerdo, donde no tienen
parecido ninguno. Pero a mí no me cuesta ningún trabajo seguir hablándole de lo que sé,
tratándose de Luvina. Allá viví. Allá dejé la vida... Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y
volví viejo y acabado. Y ahora usted va para allá... Está bien. Me parece recordar el principio.
Me pongo en su lugar y pienso... Mire usted, cuando yo llegué por primera vez a Luvina...
¿Pero me permite antes que me tome su cerveza? Veo que usted no le hace caso. Y a mí me
584
la viva carne: el músculo sin piel.
hojasé: arbustillo de las zonas desérticas. Con sus hojas se prepara té amargo o mezcal.
586
chacamotear: darle chacamotas, vueltas, borrachinas.
585
251
sirve de mucho. Me alivia. Siento como si me enjuagaran la cabeza con aceite alcanforado...
Bueno, le contaba que cuando llegué por primera vez a Luvina, el arriero que nos llevó no
quiso dejar ni siquiera que descansaran las bestias. En cuanto nos puso en el suelo, se dio
media vuelta:
“⎯Yo me vuelvo −nos dijo.
“⎯Espera, ¿no vas a dejar sestear tus animales?587 Están muy aporreados588.
“⎯Aquí se fregarían más ⎯nos dijo⎯. Mejor me vuelvo.
“Y se fue, dejándose caer por la cuesta de la Piedra Cruda, espoleando sus caballos como si
se alejara de algún lugar endemoniado.
“Nosotros, mi mujer y mis tres hijos, nos quedamos allí, parados en mitad de la plaza, con
todos nuestros ajuares589 en los brazos. En medio de aquel lugar donde sólo se oía el viento...
“Una plaza sola, sin una sola yerba para detener el aire. Allí nos quedamos.
“Entonces yo le pregunté a mi mujer:
“⎯¿En qué país estamos, Agripina?
“Y ella se alzó de hombros.
“Bueno, si no te importa, ve a buscar dónde comer y dónde pasar la noche. Aquí te
aguardamos ⎯le dije.
“Ella agarró al más pequeño de sus hijos y se fue. Pero no regresó.
“Al atardecer, cuando el sol alumbraba sólo las puntas de los cerros, fuimos a buscarla.
Anduvimos por los callejones de Luvina, hasta que la encontramos metida en la iglesia: sentada
mero en medio de aquella iglesia solitaria, con el niño dormido entre sus piernas.
“⎯¿Qué haces aquí, Agripina?
“⎯Entré a rezar ⎯nos dijo.
“⎯¿Para qué? ⎯le pregunté yo.
“Y ella se alzó de hombros.
“Allí no había a quién rezarle. Era un jacalón vacío, sin puertas, nada más con unos
socavones590 abiertos y un techo resquebrajado por donde se colaba el aire como por un
cedazo.
587
sestear: dejar descansar a los animales en la sombra.
aporreados: golpeados, maltratados por el camino.
589
ajuar: toda la ropa que tienen.
590
socavones: agujeros.
588
252
“⎯¿Dónde está la fonda?
“⎯No hay ninguna fonda.
“⎯¿Y el mesón?
“⎯No hay ningún mesón.
“⎯¿Viste a alguien? ¿Vive alguien aquí ⎯le pregunté.
“⎯Sí, allí enfrente... Unas mujeres... Las sigo viendo. Mira, allí tras las rendijas de esa puerta
veo brillar los ojos que nos miran... Han estado asomándose para acá... Míralas. Veo las bolas
brillantes de sus ojos... Pero no tienen qué darnos de comer. Me dijeron sin sacar la cabeza que
en este pueblo no había de comer... Entonces entré aquí a rezar, a pedirle a Dios por nosotros.
“⎯¿Por qué no regresaste allí? Te estuvimos esperando.
“⎯Entré aquí a rezar. No he terminado todavía.
“⎯¿Qué país es éste, Agripina?
“Y ella volvió a alzarse de hombros.
“Aquella noche nos acomodamos para dormir en un rincón de la iglesia, detrás del altar
desmantelado. Hasta allí llegaba el viento, aunque un poco menos fuerte. Lo estuvimos oyendo
pasar por encima de nosotros, con sus largos aullidos; lo estuvimos oyendo entrar y salir por
los huecos socavones de las puertas; golpeando con sus manos de aire las cruces del
viacrucis591: unas cruces grandes y duras hechas con palo de mezquite que colgaban de las
paredes a todo lo largo de la iglesia, amarradas con alambres que rechinaban a cada sacudida
del viento como si fuera un rechinar de dientes.
“Los niños lloraban porque no los dejaba dormir el miedo. Y mi mujer, tratando de
retenerlos a todos entre sus brazos. Abrazando su manojo de hijos. Y yo allí, sin saber qué
hacer.
“Poco antes del amanecer se calmó el viento. Después regresó. Pero hubo un momento en
esa madrugada en que todo se quedó tranquilo, como si el cielo se hubiera juntado con la
tierra, aplastando los ruidos con su peso... Se oía la respiración de los niños ya descansada. Oía
el resuello de mi mujer ahí a mi lado:
“⎯¿Qué es? ⎯me dijo
“⎯¿Qué es qué? ⎯le pregunté.
591
cruces de viacrucis: se ponen en los muros de las iglesias para marcar las etapas de la Pasión de Cristo.
253
“⎯Eso, el ruido ese.
“⎯Es el silencio. Duérmete. Descansa, aunque sea un poquito, que ya va a amanecer.
“Pero al rato oí yo también. Era como un aletear de murciélagos592 en la oscuridad, muy
cerca de nosotros. De murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo. Me levanté y se oyó el
aletear más fuerte, como si la parvada de murciélagos se hubiera espantado y volara hacia los
agujeros de las puertas. Entonces caminé de puntitas hacia allá, sintiendo delante de mí aquel
murmullo sordo. Me detuve en la puerta y las vi. Vi a todas las mujeres de Luvina con su
cántaro al hombro, con el rebozo colgado de su cabeza y sus figuras negras sobre el negro
fondo de la noche.
“⎯¿Qué quieren ⎯les pregunté⎯. ¿Qué buscan a estas horas?
“Una de ellas respondió:
“⎯Vamos por agua.
“Las vi paradas frente a mí, mirándome. Luego, como si fueran sombras, echaron a caminar
calle abajo con sus negros cántaros.
“No, no se me olvidará jamás esa primera noche que pasé en Luvina.
“...¿No cree usted que esto se merece otro trago? Aunque sea nomás para que se me quite el
mal sabor del recuerdo.”
⎯Me parece que usted me preguntó cuántos años estuve en Luvina, ¿verdad...? La verdad es
que no lo sé. Perdí la noción del tiempo593 desde que las fiebres me lo enrevesaron; pero debió
haber sido una eternidad... Y es que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las
horas ni a nadie le preocupa cómo van amontonándose los años. Los días comienzan y se
acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para
ellos es una esperanza.
“Usted ha de pensar que le estoy dando vueltas a una misma idea. Y así es, sí señor... Estar
sentado en el umbral de la puerta, mirando la salida y la puesta del sol, subiendo y bajando la
cabeza, hasta que acaban aflojándose los resortes y entonces todo se queda quieto, sin tiempo,
como si se viviera siempre en la eternidad. Eso hacen allí los viejos.
592
aletear de murciélagos: las mujeres envueltas en sus rebozos negros parecen en la noche murciélagos y al
caminar hacen un sonido semejante a cuando estos mueven las alas.
593
perdí la noción del tiempo: se usa para expresar que no se sabe cuánto tiempo transcurrió.
254
“Porque en Luvina sólo viven los puros viejos y los que todavía no han nacido, como quien
dice... Y mujeres sin fuerzas, casi trabadas de tan flacas. Los niños que han nacido allí se han
ido... Apenas les clarea el alba y ya son hombres. Como quien dice, pegan el brinco del pecho
de la madre al azadón594 y desaparecen de Luvina. Así es allí la cosa.
“Sólo quedan los puros viejos y las mujeres solas, o con un marido que anda donde sólo
Dios sabe dónde... Vienen de vez en cuando como las tormentas de que le hablaba; se oye un
murmullo en todo el pueblo cuando regresan y uno como gruñido cuando se van... Dejan el
costal del bastimento para los viejos y plantan otro hijo en el vientre de sus mujeres, y ya nadie
vuelve a saber de ellos sino al año siguiente, y a veces nunca... Es la costumbre. Allí le dicen la
ley, pero es lo mismo. Los hijos se pasan la vida trabajando para los padres como ellos
trabajaron para los suyos y como quién sabe cuántos atrás de ellos cumplieron con su ley...
“Mientras tanto, los viejos aguardan por ellos y por el día de la muerte, sentados en sus
puertas, con los brazos caídos, movidos sólo por esa gracia que es la gratitud del hijo... Solos,
en aquella soledad de Luvina.
“Un día traté de convencerlos de que se fueran a otro lugar, donde la tierra fuera buena.
‘¡Vámonos de aquí! ⎯les dije⎯. No faltará modo de acomodarnos en alguna parte. El
gobierno nos ayudará.’
“Ellos me oyeron, sin parpadear, mirándome desde el fondo de sus ojos de los que sólo se
asomaba una lucecita allá muy adentro.
“⎯¿Dices que el gobierno nos ayudará, profesor? ¿Tú no conoces al gobierno?
“Les dije que sí.
“⎯También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de
la madre del gobierno.595
“Yo les dije que era la Patria. Ellos movieron la cabeza diciendo que no. Y se rieron. Fue la
única vez que he visto reír a la gente de Luvina. Pelaron sus dientes molenques596 y me dijeron
que no, que el gobierno no tenía madre.
“Y tienen razón, ¿sabe usted? El señor ese sólo se acuerda de ellos cuando alguno de sus
muchachos ha hecho alguna fechoría597 acá abajo. Entonces manda por él hasta Luvina y se lo
matan. De ahí en más no saben si existe.
594
azadón: instrumento para la labranza en el campo.
De lo que no sabemos nada es de la madre del gobierno: alusión a la expresión mexicana de “no tener
madre” que significa ser de lo peor.
596
molenques: raquíticos, rotos y desgastados.
595
255
“⎯Tú nos quieres decir que dejemos Luvina porque, según tú, ya estuvo bueno de aguantar
hambres sin necesidad ⎯me dijeron⎯. Pero si nosotros nos vamos, ¿quién se llevará a
nuestros muertos? Ellos viven aquí y no podemos dejarlos solos.
“Y allá siguen. Usted los verá ahora que vaya. Mascando bagazos de mezquite seco y
tragándose su propia saliva para engañar el hambre. Los mirará pasar como sombras,
repegados al muro de las casas, casi arrastrados por el viento.
“⎯¿No oyen ese viento? ⎯les acabé por decir⎯. Él acabará con ustedes.
“⎯Dura lo que debe de durar. Es el mandato de Dios ⎯me contestaron⎯. Malo cuando
deja de hacer aire. Cuando eso sucede, el sol se arrima mucho a Luvina y nos chupa la sangre y
la poca agua que tenemos en el pellejo. El aire hace que el sol se esté allá arriba. Así es mejor.
“Ya no les volví a decir nada. Me salí de Luvina y no he vuelto ni pienso regresar.
“...Pero mire las maromas que da el mundo. Usted va para allá ahora, dentro de pocas
horas. Tal vez ya se cumplieron quince años que me dijeron a mí lo mismo: ‘Usted va a ir a San
Juan Luvina.’ En esa época tenía yo mis fuerzas. Estaba cargado de ideas... Usted sabe que a
todos nosotros nos infunden ideas. Y uno va con esa plasta encima para plasmarla en todas
partes. Pero en Luvina no cuajó eso598. Hice el experimento y se deshizo...
“San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el
purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le
ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el
silencio que hay en todas las soledades. Y eso acaba con uno. Míreme a mí. Conmigo acabó.
Usted que va para allá comprenderá pronto lo que le digo...
“¿Qué opina usted si le pedimos a este señor que nos matice unos mezcalitos? Con la
cerveza se levanta uno a cada rato y eso interrumpe mucho la plática. ¡Oye, Camilo, mándanos
ahora unos mezcales!
“Pues sí, como le estaba yo diciendo...”
Pero no dijo nada. Se quedó mirando un punto fijo sobre la mesa donde los comejenes ya sin
sus alas rondaban como gusanitos desnudos.
597
fechoría: una mala acción.
no cuajó eso: cuajar es cuando un líquido cambia a sólido, como la leche para elaborar queso. Se dice
cuando algo no se concluye como se esperaba.
598
256
Afuera seguía oyéndose cómo avanzaba la noche. El chapoteo del río contra los troncos de
los camichines. El griterío ya muy lejano de los niños. Por el pequeño cielo de la puerta se
asomaban las estrellas.
El hombre que miraba a los comejenes se recostó sobre la mesa y se quedó dormido.
257
ACERCA DE “LUVINA”
Este cuento forma parte de El llano en llamas publicado en 1953 y permite diversos
acercamientos. Es un texto denso y lleno de significados a pesar de su brevedad.
Nos enteramos de la historia a partir de la voz narrativa de un narrador personaje que
cuenta su propia experiencia. Él, como muchos jóvenes idealistas, un maestro, lleno de
ilusiones y deseos de mejorar al mundo, llega a un pueblo aislado e inhóspito donde reinan el
abandono y la desesperanza, que en poco tiempo demuestran ser más fuertes que él y logran
vencerlo. Quince años después, amargado y derrotado cuenta su historia a alguien que va a ir a
Luvina, para prevenirlo.
El autor emplea dos narradores: uno fuera de la historia que nos cuenta en tercera persona
lo que ocurre; para el segundo narrador utiliza la técnica llamada “del testigo oyente”. En ésta
el narrador se refiere a un receptor que aparentemente lo escucha e interactúa con él, aunque
en realidad no aparece ningún diálogo emitido por el testigo, quien se limita a escuchar. Ello
produce una sensación de ambigüedad sobre quién es el destinatario de la narración, pues
podría ser otro joven maestro, alguien imaginario, o bien el mismo lector, quien mediante esta
técnica se acerca más al narrador y se involucra más directamente en los acontecimientos.
El resto de los personajes no tiene nombre; son mujeres, viejos, jóvenes... Se mueven en
grupos informes y más parecen espíritus que personas: “Era como un aletear de murciélagos…
las vi. Vi a todas las mujeres de Luvina… sus figuras negras sobre el negro fondo de la noche
… como si fueran sombras…” (p.64)
Se dice que todos los jóvenes emigran y que hay niños, pero estos no aparecen, para que no
haya nada de vida.599
599
Cuenta Rulfo que todos los jóvenes de San Gabriel emigraban a Guadalajara y se quedaban sólo los más
viejos y arraigados a la tierra.
258
Los viejos confirman la desesperanza y aguardan sólo a que llegue la muerte. Son también la
imagen de la tristeza. La única vez que sonríen es para expresar una ironía dolorosa que
acentúa su desamparo.
El relato inicia en el presente y se intercalan retrospecciones que remiten a la descripción de
Luvina. Se cuenta una historia ocurrida 15 años atrás y se actualiza a través del uso del estilo
directo para hacerla más cercana al lector, por medio de diálogos.
El tiempo de la historia abarca 15 años, aunque no hay referencias a lo ocurrido entre
Luvina y el presente de la narración. El tiempo del discurso dura unas cuantas horas, mientras
el narrador personaje cuenta su historia. Aunque no se especifica alguna fecha, el cuento podría
ubicarse durante el gobierno de Lázaro Cárdenas quien dio un gran impulso a la educación
rural y propició que miles de maestros fueran a lugares remotos con el propósito de educar
para mejorar al país, aunque hubo pocos avances por las condiciones precarias prevalecientes.
El sentido global del texto se establece a partir del contraste que nos presenta el narrador, a
manera de antítesis, entre Luvina y el pueblo, del que no sabemos su nombre, donde se realiza
la narración. Los dos espacios permiten determinar lo que se desea pero no se tiene (la
existencia), y la falta de todo (carencia) en Luvina. Ésta nos es presentada siempre como un
pueblo muerto o casi muerto: “…aquellos cerros apagados como si estuvieran muertos y a
Luvina en el más alto, coronándolo con su blanco caserío como si fuera una corona de
muerto…” (p.61).
Todos las referencias a Luvina se conforman en torno a la línea de sentido que
denominaremos carencia:
•
•
Los personajes no tienen identidad, ni siquiera nombre.
Es tan inhóspita, que el arriero que los lleva no permite descansar a sus
animales, porque permanecer ahí sería peor.
•
Aún los cerros están apagados, como si estuvieran muertos, sin vida.
•
En lugar de la tierra apta para cultivo que requiere todo campesino, existe una
piedra gris que podría ser cal pero ni siquiera se usa para eso.
•
Además, aunque la tierra fuera buena no se podría sembrar, porque es
empinada y se desgaja por todos lados.
•
El clima también está en contra, pues los días son tan fríos como las noches,
tanto como el frío que se percibe en una tumba.
259
•
El viento, que en otras circunstancias es grato y benéfico, aquí siempre es hostil.
No deja crecer ni a las pequeñas y modestas dulcamaras: no permite que se desarrolle la
vida. Se personaliza como una figura macabra para acentuar su maldad. Es un aire negro
que se prende de las cosas como si las mordiera, y rasca como si tuviera uñas, hora tras
hora, sin descanso. Escarba con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta que se
siente dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos.
Es un viento como la muerte, que siempre está arañando con su guadaña, o un enterrador
amenazante con su pala, que lucha por destruir los restos de fe y religión, golpeando con
sus manos de aire las cruces del viacrucis, a todo lo largo de la iglesia. Para lo único bueno
que sirve el viento es para evitar que se acerque el sol y les chupe la sangre.
•
No hay vida, la poca que se da es tan escuálida y escasa que más que significar
existencia acentúa la carencia, pues ya no hay más que eso, como cuando florece el
chicalote, pero pronto se marchita.
•
No hay comida, ni la hospitalidad representada por una fonda o un mesón.
•
No hay color ni vida, todo el horizonte está desteñido, sin una cosa verde
donde descansar los ojos. No hay árboles
•
Si el viento es negativo el agua también lo es, además de escasa. No hay agua,
llueve poco, y cuando llega la lluvia lo hace en forma violenta: son sólo unas cuantas
tormentas que azotan la tierra y la desgarran, dejando nada más el pedregal flotando
encima del tepetate. Después de diez o doce días se van uno o varios años. Aún el rocío se
cuaja en el cielo antes de que llegue a caer sobre la tierra. Pareciera que el cielo no deja que
llegue lo que podría ser grato.
•
La tierra está reseca y achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras y
piedras filosas. Tampoco hay cervezas. No hay ninguna posibilidad de refrescarse.
•
No hay risas.
•
No existe la felicidad. Es un lugar muy triste. Es donde anida la tristeza, encima
de uno, oprimente como una gran cataplasma sobre la carne viva del corazón.
•
No hay esperanzas, sólo la imagen del desconsuelo… siempre.
•
No hay religión ni esperanza de ayuda. Allí no hay ni siquiera a quien rezarle,
incluso Dios está ausente.
•
260
No hay ruido, ni palabras. Es el territorio del silencio, como el cementerio.
•
No existe el tiempo convencional, sólo el día y la noche, porque no hay
campanas que indiquen la hora como en otros pueblos:
“Perdí la noción del tiempo… pero debió haber sido una eternidad… nadie
lleva la cuenta de las horas… Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte,
que para ellos es una esperanza”.
•
No hay más que soledad y abandono. En contraste, y con el propósito de
acentuar la carencia en Luvina, el pueblo desde donde se narra es muy distinto.
• En él la vida se da en diversas manifestaciones. La tierra es buena, pues permite que
crezcan los almendros y camichines.
• En lugar de silencio, hay sonidos gratos, como los del río, los árboles y los niños que
juegan.
• Hay agua abundante, cervezas y mezcal.
• Existe esperanza, representada por la naturaleza plena, los niños y las estrellas que
asoman en el cielo.
Con relación a la ideología del autor, ella está presente en la breve alusión que hacen los
viejos al papel del gobierno:
⎯¿Dices que el Gobierno nos ayudará, profesor? ¿Tú conoces al Gobierno?
Les dije que sí.
⎯También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre del
Gobierno.
…Y tienen razón, ¿sabe usted? El señor ese sólo se acuerda de ellos cuando alguno de sus
muchachos ha hecho alguna fechoría acá abajo. Entonces manda por él hasta Luvina y se lo
matan… (p.65-66).
Es la imagen de un gobierno que abandona a los pobres a su suerte. No da ningún apoyo a
los campesinos y sólo aparece como un represor que siega la poca vida que hay
ocasionalmente. Los habitantes de Luvina no pueden poner sus esperanzas en él.
Tampoco pueden esperar ayuda de Dios, pues del cielo sólo les caen desgracias y la iglesia
está abandonada, no hay alguien ahí que los escuche.
261
En los personajes predominan la desesperanza, la soledad y el desamparo, presentes
también en otros textos de Rulfo.
Prevalece también la fuerte atadura formada por los muertos. Para personas de otras
culturas sin un culto a la muerte tan arraigado como el nuestro sería lo más natural dejar el
sufrimiento cotidiano en Luvina y tratar de encontrar algo mejor, pero para los mexicanos su
tierra, y por lo mismo su lugar y destino, es donde están sus muertos. Sus raíces los atan, en
este caso, no a la vida, sino a la muerte.
Es la inversión de la manera como se conciben la vida y la muerte, pues en Luvina se vive
como si se estuviera muerto y se espera la muerte como único posible alivio del sufrimiento.
Otra constante es la concepción de la vida como un peregrinar que tiene como único
destino la muerte. Aquí el maestro se enfrenta al purgatorio representado por Luvina, pero
después de éste no se encuentra el cielo, sino la desolación que ha quedado en su interior sin
remedio. Esta idea es explicitada por el narrador a través del proceso degradante sufrido por
los comejenes, quienes al principio del relato tienen sus alas (como los ideales del joven
maestro) y vuelan en torno a la luz (sus ideales); sin embargo, a medida que la realidad de
Luvina se hace más fuerte y presente se van quemando sus alas, para quedar convertidos sólo
en gusanitos que se arrastran como el protagonista, a quien ya no le importa estar en un lugar
con vida, porque quedó marcado por dentro con la desolación de Luvina, y sus ilusiones se
quemaron como las alas de los comejenes, en tanto que los viejos, mujeres y niños se quedan
desamparados: Solos en aquella soledad de Luvina.
FUENTES
COBIÁN, Felipe, “Recuerdos, infancia, paisanos” en Los murmullos. Antología periodística en torno a la muerte de Juan
Rulfo, pp. 49-59.
DURÁN, Manuel, “Juan Rulfo cuentista: la verdad casi sospechosa” en Para cuando yo me ausente, Grijalbo, México,
c 1982.
DROMUNDO, Rita, Estructura y sentido en “Nos han dado la tierra” de Juan Rulfo, UNAM, México, 1987.
Juan Rulfo. Un mosaico crítico, UNAM/ INBA, México, 1988, 204 p. (Textos de Humanidades).
Los murmullos. Antología periodística en torno a la muerte de Juan Rulfo, Selección de Alejandro Sandoval, Felipe de Jesús
Hernández y Arturo Trejo, Delegación Cuauhtémoc, México, 1986. 260 p.
MARTÍNEZ, Pilar, “Técnica del testigo-oyente en los monólogos de Rulfo” en Análisis de la literatura
hispanoamericana, números 2 y 3, Facultad de Filosofía y Letras, Madrid, 1973-1974.
262
Para cuando yo me ausente, Grijalbo, México, c 1982, 313 p.
PERALTA, Violeta y Liliana Befumo Boschi, Rulfo, la soledad creadora, García Cambeiro, Buenos Aires, 1975.
RULFO, Juan, Obras completas, Prólogo y cronología Jorge Rufinelli, Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 299 pp.
263
JUAN JOSÉ ARREOLA
Rita Dromundo Amores
Si alguna virtud literaria poseo, es la de ver en el idioma una materia, una materia plástica ante
todo… El pensamiento opera como dedos y manos sobre la materia impalpable del lenguaje,
ejerce presión, ordena las palabras… las palabras son inertes de por sí, y de pronto la pasión las
anima, las levanta: es decir, las incluye en el arrebato del espíritu.600
Así se expresa Arreola, quien nació en Zapotlán el Grande (actualmente Ciudad Guzmán),
Jalisco, en 1918. Su infancia y su adolescencia quedaron marcadas por la Revolución Mexicana
y sus consecuencias, tales como la falta de escuelas religiosas. Como él era sobrino de monjas y
curas no podía entrar a escuelas oficiales porque lo considerarían hereje. Sólo pudo estudiar de
1926 a 1929, escasos cuatro años durante los cuales afirma el autor que tuvo excelentes
maestros quienes lo inclinaron desde entonces a la literatura. Cuenta que escribió sus primeros
versos a los diez años y ello le hizo merecedor de cierto prestigio en su escuela601. Después el
resto de su formación fue autodidacta, lo que no significó para él una reducción en su cultura,
sino la libertad para elegir:
Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años, y en Zapotlán el Grande, leía a Baudelaire, a
Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo, Papini y Marcel Schwob, junto con
medio centenar de otros nombres más y menos ilustres…Y oía canciones y los dichos populares
y me gustaba mucho la conversación con la gente de campo.602
La necesidad de que tuviera una ocupación para ayudar con la economía familiar (era el
cuarto de 14 hermanos) decidió a su padre a ponerlo a trabajar desde los doce años de edad,
600
Emmanuel Carballo, “Juan José Arreola” en Protagonistas de la literatura mexicana, Ediciones del
Ermitaño / SEP (1965), México, 1986 (Lecturas Mexicanas, Segunda Serie, 48) p. 443.
601
Vid. Gabriel Agraz García de Alba, Biobibliografía de los escritores de Jalisco. Tomo I A, UNAM,
México, 1980, p. 490.
602
Juan José Arreola “De memoria y olvido”en Confabulario, Joaquín Mortíz, México, 1971, pp. 9-10.
264
primero como aprendiz de encuadernador y después en una imprenta, situación que lo
enfrentó a quienes serían sus compañeros inseparables y los causantes de su mayor pasión: los
libros. De hecho, nuestro autor dice sobre sí mismo: “Que no se me reconozca ningún otro
mérito sino el ser un lector de primer orden”603.
Después recorrió diversos oficios, más de veinte en diez años, entre ellos fue empleado en
una tienda de abarrotes, donde se fueron sus primeros versos en los papeles donde envolvía la
sal, el azúcar y el piloncillo, pues no desperdiciaba oportunidad para escribir.
En 1934 escribió sus primeros tres textos literarios, y tres años después se trasladó a la
Ciudad de México y se inscribió como estudiante de teatro en el Instituto Nacional de Bellas
Artes, donde tuvo como maestros a notables escritores, como Rodolfo Usigli y Xavier
Villaurrutia.
En 1941 publicó un texto suyo por primera vez, “Sueño de Navidad”, en el periódico El
vigía, de su ciudad natal, a donde había regresado para trabajar como maestro, otra de sus
vocaciones fundamentales.
En 1943 trabajó en el periódico El occidental; publicó “Hizo el bien mientras vivió”, y
conoció a Juan Rulfo y Antonio Alatorre, con quienes colaborará en 1945 para publicar la
revista Pan. Obtuvo una beca y viajó a París donde conoció a varios de los escritores más
importantes de la época.
En 1946 regresó a México y publicó “Gunter Stapenhorst”. Dos años después trabajó en el
Fondo de Cultura Económica y obtuvo una beca en el Colegio de México.
Publicó “Pablo” y Varia invención en 1949. Con este libro Arreola definió un estilo personal
de escritura, una posición estética que afinará en su siguiente obra. En 1950 funda la colección
Los presentes que dirigirá hasta el número 50 y recibió la Beca Rockefeller.
En 1952 publicó Confabulario, el libro de cuentos que lo consagró como uno de los mejores
escritores de habla hispana; un año más tarde recibió el Premio de Literatura Jalisco y en 1955
el Premio del Festival Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes. Publicó Confabulario
(Obra completa).
En 1962 Confabulario total y en 1963 recibió el premio Xavier Villaurrutia y publicó La feria.
En 1964 inició su labor como maestro en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Sus cursos se llenaban de jóvenes deseosos de contemplar el espectáculo que era Arreola.
603
“Arreola: desde que la recité, de cuerito en cuerito, la Suave Patria vive en mí.” Cultura. La Jornada. 12
de junio de 1998 p. 24.
265
Nadie esperaba un curso tradicional, pero todos salían contagiados por la pasión del autor
hacia la literatura y la cultura universal.
En 1971 se hace la edición definitiva de Confabulario, La feria y Varia invención en las Obras de
Juan José Arreola, y en 1972 se agrega Bestiario que completa la serie iniciada en 1958 con Punta de
plata.
En 1973 publica La palabra educación, en 1975 Y ahora, la mujer… y en 1976 Inventario. En
1979 recibe el Premio Nacional de Letras (México).
Arreola ha sido, al mismo tiempo, escritor, actor, jugador de ajedrez, maestro, editor, un
hombre que disfruta de la buena comida, los buenos vinos y de la belleza en todas sus formas.
Ha sido además un apasionado promotor de la literatura. Esta última labor la desarrolló a
través de los talleres literarios que dirigió, por medio de las numerosas revistas que fundó o en
las que colaboró, en sus cursos en la UNAM, y en sus frecuentes apariciones en radio y
televisión. Arreola ha sido siempre sinónimo de la literatura, la cultura universal, aunada a lo
mexicano, y una muy personal visión del mundo.
La fuente temática para sus textos se nutre de la propia literatura y de los principales
escritores de todas las épocas y países, a los que logra vincular con lo cotidiano. Consigue
plasmar las preocupaciones y pensamientos que han sido las constantes en los seres humanos
desde siempre, en un estilo original y utilizando la lengua con perfección y belleza.
Los temas centrales en las obras de Arreola son la soledad, la difícil convivencia entre
los seres, la incomunicación, y la imposibilidad del verdadero amor, a pesar de que hombre y
mujer son seres complementarios, según él.
Sus mujeres no tienen vida propia, sólo existen en función del hombre, y aún cuando sean
víctimas se les muestra como culpables, en una visión semejante a la del pecado original en la
Biblia, donde Adán y Eva comen de la manzana del árbol prohibido pero se le culpa a ella. A
causa de las mujeres la pareja hombre-mujer está en permanente desencuentro, y los hombres
son las víctimas.
En algunos de sus cuentos aborda problemas estéticos como el de la creación artística en
“Parturient montes”, y filosóficos como “Sinesio de Rodas” y “Pablo”. Aborda este tipo de
temas en forma sutil y elegante, por medio de la cual muestra asuntos planteados por el
existencialismo y otras corrientes filosóficas y por escritores como Kafka, Dante, Quevedo,
Góngora y Goethe, entre otros.
266
La ironía es el hilo conductor que nos conduce como lectores, a partir de una serie de
historias de apariencia fantásticas, a analizar el deterioro de una sociedad que se encamina a la
autodestrucción. Con un dominio perfecto de la técnica cuentística y una prosa altamente
poética, Arreola nos introduce en el alma de sus personajes en busca de respuestas a su
angustia existencial.
267
PARÁBOLA DEL TRUEQUE604
Juan José Arreola
Al grito de “¡Cambio esposas viejas por nuevas!” el mercader recorrió las calles del pueblo
arrastrando su convoy605 de pintados carromatos606.
Las transacciones fueron muy rápidas, a base de unos precios inexorablemente607 fijos. Los
interesados recibieron pruebas de calidad y certificados de garantía, pero nadie pudo escoger.
Las mujeres, según el comerciante, eran de veinticuatro quilates. Todas rubias y todas
circasianas608. Y más que rubias, doradas como candeleros.
Al ver la adquisición de su vecino, los hombres corrían desaforados609 en pos610 del
traficante. Muchos quedaron arruinados. Sólo un recién casado pudo hacer cambio a la par. Su
esposa estaba flamante y no desmerecía ante ninguna de las extranjeras. Pero no era tan rubia
como ellas.
Yo me quedé temblando detrás de la ventana, al paso de un carro suntuoso. Recostada
entre almohadones y cortinas, una mujer que parecía un leopardo me miró deslumbrante,
como desde un bloque de topacio611. Presa de aquel contagioso frenesí, estuve a punto de
estrellarme contra los vidrios. Avergonzado, me aparté de la ventana y volví el rostro para
mirar a Sofía.
Ella estaba tranquila, bordando sobre un nuevo mantel las iniciales de costumbre. Ajena al
tumulto, ensartó la aguja con sus dedos seguros. Sólo yo que la conozco podía advertir su
tenue, imperceptible palidez. Al final de la calle, el mercader lanzó por último la turbadora
604
Juan José Arreola, Confabulario.
convoy: grupo de carruajes que marchan en fila o de vagones que van en un tren.
606
carromato: carruaje grande, rústico e incómodo, con dos ruedas, jalado por caballos.
607
inexorable: que no se puede evitar.
608
circasianas: pertenecientes a Circasia, una región de Rusia.
609
desaforado: sin respetar ninguna ley, atropellando.
610
en pos: en busca de, detrás de.
611
topacio: piedra preciosa dura, de color amarillo.
605
268
proclama: “¡Cambio esposas viejas por nuevas!” Pero yo me quedé con los pies clavados612 en
el suelo, cerrando los oídos a la oportunidad definitiva. Afuera, el pueblo respiraba una
atmósfera de escándalo.
Sofía y yo cenamos sin decir una palabra, incapaces de cualquier comentario.
⎯¿Por qué no me cambiaste por otra? ⎯me dijo al fin, llevándose los platos.
No pude contestarle, y los dos caímos más hondo en el vacío. Nos acostamos temprano,
pero no podíamos dormir. Separados y silenciosos, esa noche hicimos un papel de convidados
de piedra.
Desde entonces vivimos en una pequeña isla desierta, rodeados por la felicidad
tempestuosa. El pueblo parecía un gallinero infestado613 de pavos reales. Indolentes614 y
voluptuosas615, las mujeres pasaban todo el día echadas en la cama. Surgían al atardecer,
resplandecientes a los rayos del sol, como sedosas banderas amarillas.
Ni un momento se separaban de ellas los maridos complacientes y sumisos. Obstinados en
la miel, descuidaban su trabajo sin pensar en el día de mañana.
Yo pasé por tonto a los ojos del vecindario, y perdí los pocos amigos que tenía. Todos
pensaron que quise darles una lección, poniendo el ejemplo absurdo de la fidelidad. Me
señalaban con el dedo, riéndose, lanzándome pullas616 desde sus opulentas trincheras. Me
pusieron sobrenombres obscenos, y yo acabé por sentirme como una especie de eunuco617 en
aquel edén placentero.
Por su parte, Sofía se volvió cada vez más silenciosa y retraída. Se negaba a salir a la calle
conmigo, para evitarme contrastes y comparaciones. Y lo que es peor, cumplía de mala gana
con sus más estrictos deberes de casada. A decir verdad, los dos nos sentíamos apenados de
unos amores tan modestamente conyugales.
Su aire de culpabilidad era lo que más me ofendía. Se sintió responsable de que yo no
tuviera una mujer como las otras. Se puso a pensar desde el primer momento que su humilde
semblante de todos los días era incapaz de apartar la imagen de la tentación que yo llevaba en
la cabeza. Ante la hermosura invasora, se batió en retirada hasta los últimos rincones del mudo
612
clavados: fijos como si estuvieran detenidos con clavos.
infestado: lleno en exceso, al grado que molesta o causa daño.
614
indolentes: insensibles, que no se conmueven.
615
voluptuosas: que incitan a los placeres sensuales.
616
lanzándome pullas: decir cosas para provocar la molestia de otro.
617
eunuco: hombre castrado que se dedicaba a vigilar a las mujeres en un harén, entre los musulmanes.
613
269
resentimiento. Yo agoté en vano nuestras pequeñas economías, comprándole adornos,
perfumes, alhajas y vestidos.
⎯¡No me tengas lástima!
Y volvía la espalda a todos los regalos. Si me esforzaba en mimarla, venía su respuesta entre
lágrimas:
⎯¡Nunca te perdonaré que no me hayas cambiado!
Y me echaba la culpa de todo. Yo perdía la paciencia. Y recordando a la que parecía un
leopardo, deseaba de todo corazón que volviera a pasar el mercader.
Pero un día las rubias comenzaron a oxidarse618. La pequeña isla en que vivíamos recobró su
calidad de oasis, rodeada por el desierto. Un desierto hostil, lleno de salvajes alaridos de
descontento. Deslumbrados a primera vista, los hombres no pusieron realmente atención en
las mujeres. Ni les echaron una buena mirada, ni se les ocurrió ensayar su metal. Lejos de ser
nuevas, eran de segunda, de tercera, de sabe Dios cuántas manos... El mercader les hizo
sencillamente algunas reparaciones indispensables, y les dio un baño de oro tan bajo y tan
delgado, que no resistió la prueba de las primeras lluvias.
El primer hombre que notó algo extraño se hizo el desentendido, y el segundo también.
Pero el tercero, que era farmacéutico, advirtió un día entre el aroma de su mujer la
característica emanación del sulfato de cobre. Procediendo con alarma a un examen minucioso,
halló manchas oscuras en la superficie de la señora y puso el grito en el cielo.
Muy pronto aquellos lunares salieron a la cara de todas, como si entre las mujeres brotara
una epidemia de herrumbre619. Los maridos se ocultaron unos a otros las fallas de sus esposas,
atormentándose en secreto con terribles sospechas acerca de su procedencia. Poco a poco salió
a relucir la verdad, y cada quien supo que había recibido una mujer falsificada.
El recién casado que se dejó llevar por la corriente del entusiasmo que despertaron los
cambios, cayó en un profundo abatimiento. Obsesionado por el recuerdo de un cuerpo de
blancura inequívoca, pronto dio muestras de extravío. Un día se puso a remover con ácidos
corrosivos los restos de oro que había en el cuerpo de su esposa, y la dejó hecha una lástima,
una verdadera momia.
618
oxidarse: desgaste de algunos metales por el oxígeno y la humedad, con lo que cambia su aspecto exterior
y se cubren de herrumbre.
619
herrumbre: óxido de hierro.
270
Sofía y yo nos encontramos a merced de la envidia y del odio. Ante esa actitud general, creí
conveniente tomar algunas precauciones. Pero a Sofía le costaba trabajo disimular su júbilo, y
dio en salir a la calle con sus mejores atavíos, haciendo gala entre tanta desolación. Lejos de
atribuir algún mérito a mi conducta, Sofía pensaba naturalmente que yo me había quedado con
ella por cobarde, pero que no me faltaron las ganas de cambiarla.
Hoy salió del pueblo la expedición de los maridos engañados, que van en busca del
mercader. Ha sido verdaderamente un triste espectáculo. Los hombres levantaban al cielo los
puños, jurando venganza. Las mujeres iban de luto, lacias620 y desgreñadas621, como
plañideras622 leprosas. El único que se quedó es el famoso recién casado, por cuya razón se
teme. Dando pruebas de un apego maniático, dice que ahora será fiel hasta que la muerte lo
separe de la mujer ennegrecida, ésa que él mismo acabó de estropear a base de ácido sulfúrico.
Yo no sé la vida que me aguarda al lado de una Sofía quién sabe si necia o si prudente. Por
lo pronto, le van a faltar admiradores. Ahora estamos en una isla verdadera, rodeada de
soledad por todas partes. Antes de irse, los maridos declararon que buscarán hasta el infierno
los rastros del estafador. Y realmente, todos ponían al decirlo una cara de condenados.
Sofía no es tan morena como parece. A la luz de la lámpara, su rostro dormido se va
llenando de reflejos. Como si del sueño le salieran leves, dorados pensamientos de orgullo.
620
lacias: flojas, débiles, sin vigor.
desgreñadas: despeinadas, con el cabello en desorden.
622
plañideras: mujeres a quienes se contrataba en algunas culturas para llorar en los entierros, por extensión
llorosas y lastimeras.
621
271
Acerca de “La parábola del trueque”
Este cuento forma parte del libro Confabulario, y lo elegimos porque contiene las
preocupaciones centrales del autor presentes en la mayoría de los textos.
La historia cuenta que un mercader llega a un pueblo cambiando esposas viejas por nuevas.
Los hombres, deslumbrados por la belleza de las mujeres nuevas, no dudan en cambiar a sus
esposas, con excepción de uno, aunque éste no puede decir por qué no lo hizo, factor que
produce un distanciamiento entre su mujer y él. En un principio este hombre es criticado y
marginado por el resto de los varones pero al paso del tiempo, las mujeres canjeadas empiezan
a deteriorarse y a mostrar su mala calidad por lo que los hombres se van del pueblo en busca
del mercader para vengarse. La pareja se queda sola en el pueblo y solos entre sí.
El espacio donde se ubica la narración es un pueblo del que no se da información.
Suponemos que es pequeño porque todos se conocen y se comunican entre sí. Con relación al
tiempo de la historia tampoco hay referentes precisos. Las expresiones de circunstancias son
tan vagas como: esa noche, un día, hoy. Consideramos que la ausencia de datos sobre el lugar y
el tiempo permiten ubicar la historia en cualquier espacio y época, para que el lector pueda
sentirse más identificado con lo narrado y, por otra parte, la ambigüedad acerca la historia al
terreno de la fábula y del mito.
En cuanto al tiempo del discurso se trata de un relato que comienza en el principio de la
historia y se desarrolla en forma lineal.
La historia es contada en 1ª y 3ª persona por un narrador personaje, que como tal está
dentro de la historia y tiene una visión subjetiva, porque opina sobre lo ocurrido y toma
partido.
Los personajes son de dos tipos: hay tres colectivos: los esposos, las esposas de carne y
hueso y las, por así llamarlas, de imitación, y cuatro personajes individuales: el mercader, el
recién casado, Sofía y el narrrador−personaje. Analicemos cada uno por separado:
272
Los esposos. Aunque tradicionalmente se acusa a las mujeres de sucumbir a la publicidad y
dejarse llevar por las ofertas llamativas, sin reflexionar antes de hacerlo, son en este caso los
varones quienes se dejan seducir por el brillo aparente.
No les importa que ni siquiera se permita el regateo, tan común en México, ni el costo tan
elevado que hace que algunos queden en la ruina. Ni los detiene que no pueden elegir su
compra y, lo más importante, nunca se detienen a pensar en sus verdaderas esposas, ni en lo
que significan para ellos, ni en la humillación que esto representa para ellas, ni en el futuro que
les espera. Arreola ha dicho en repetidas ocasiones que la mujer es traicionera, pero aquí lo son
los hombres: “En cierta manera, las mujeres indefectiblemente nos traicionan: siempre dan
algo de sí mismas, aunque sea como espectáculo”623.
Desde el punto de vista masculino las mujeres representan, según Arreola, la frustración que
produce lo real, que es por naturaleza imperfecto, en contraste con el ideal de perfección
buscado. Para el autor las mujeres sólo son un premio de consolación, un mero sustituto de lo
que los hombres anhelan, y ello lo plantea incluso con relación a su propia vida: “Claro que
todos perseguimos a la mujer ideal pero finalmente, por fortuna, nos conformamos con una de
carne y hueso”624.
La diferencia con el cuento es que los varones en él dejan a sus mujeres en busca del
ideal soñado y lo que obtienen es sólo una imitación de segunda. Así, “por culpa de las
mujeres”, aunque sean falsas, que los hacen caer en la trampa, se quedan sin su esposa y sin su
ideal.
La traición de los hombres se extiende también a las mujeres que compran, pues las
desechan en cuanto sufren deterioro, como los hombres viejos que buscan jovencitas porque
su mujer ha dejado de gustarles al envejecer, porque lo único que les importa es el aspecto. O
los hombres que consideran que traer del brazo a una hermosa mujer les da prestigio, aunque
ella no los ame.
El colmo de la locura e inmadurez lo representa el recién casado, porque aún en apariencia,
si es lo único que le importa, su esposa puede competir con las doradas, además de que
seguramente tenía muchas otras cualidades, pero también la cambia y cuando se da cuenta de
su error se vuelve loco y acaba de dañar a su mujer comprada y se queda con ella para siempre,
a manera de penitencia.
623
624
Carballo, ibid., p.464.
Carballo, op. cit., p. 459.
273
En realidad los hombres del cuento, y un buen número en la realidad, como parece ser el
autor, son tremendamente egoístas, superficiales, e inmaduros, lo que los hace correr tras lo
primero que brilla, sin pensar en las consecuencias.
Las esposas de carne y hueso. No tienen identidad ni voluntad, Arreola sólo las
menciona, como a muchos de sus personajes femeninos, pero no les da vida
propia, pues como afirma en la entrevista citada: “La mujer es un ser
desasosegado, un ser sin equilibrio. Hasta que no se le mete un hombre
adentro, la mujer es un ser vacilante. Por eso la niña es un proyecto de ser…”625
Así, según Arreola, el sentido de la vida de una mujer depende de ser penetrada por el
hombre. Si esto no ocurre, ella simplemente no es. Entonces no sorprende que las mujeres del
cuento ni siquiera puedan opinar, ni importe cuál será su destino con el mercader. Son tratadas
como las percibe el autor, como meros objetos que cobran utilidad sólo si el hombre las
emplea, y que dependen en absoluto de la voluntad masculina.
No con el propósito de justificar a Arreola en su postura misógina, pero también vale la
pena reflexionar sobre el hecho de hasta qué punto las mujeres han permitido ser convertidas
en eso, y contribuido a ello con su pasividad.
Las mujeres de imitación. Si los hombres estuvieran solos y desesperados podríamos
decir que estas bellezas doradas son como los espejismos que atraen a las
personas perdidas en el desierto y que les hacen concebir por un momento la
ilusión de haber llegado al agua y a la sombra, lo que sería la gloria para ellos.
Ellas son indolentes y voluptuosas, y pasan todo el día acostadas, pero a los
hombres no les molesta atenderlas. El artificio que representan responde a lo
que dijo Arreola en la ya citada entrevista, sobre las mujeres reales: “Yo
sostengo que la mujer es la trampa de la carne y que está hecha para capturar al
espíritu: incluso tiene de trampa el ser oquedad, agujero donde uno se mete o
cae fatalmente”626.
Estas venus doradas representan lo que para muchos hombres sería la mujer ideal, una
siempre bella, sin voluntad, complaciente y sensual, pero como ellas no son realidad, sino
625
626
Carballo, Ibid., p.466.
Carballo, op.cit., p.465.
274
ilusión, pronto empiezan como se dice coloquialmente “a enseñar el cobre”, aunque en el
cuento realmente ocurre, porque no eran de oro, sino muy ligeramente doradas.
Estas mujeres a las que amaron hasta la locura los hombres, quienes por ellas fueron
capaces de abandonar a sus esposas y quedar en la ruina, a quienes les toleraban no hacer otra
cosa más que exhibir su belleza, mientras ellos las atendían, también son desechadas cuando se
deterioran. Tal vez también son una crítica a las mujeres que sólo se ocupan de su belleza
exterior, sin darse cuenta de que ésta es efímera, y que con ello contribuyen a ser tratadas como
objeto.
Tal vez al autor le sucedió algo similar a los personajes. Se dejó guiar por la ilusión, y lo real
le pareció poca cosa: “He tratado de expresar fragmentariamente el drama del ser… La
imposibilidad del amor que puede ser en mí el fruto de cierto resentimiento… al no encontrar
el amor absoluto…”627
El narrador- personaje. Tenía pocos amigos antes de la llegada del mercader y ninguno
después. Tiene una esposa con la que lleva, en apariencia, una buena relación.
Cuando escucha el anuncio del cambio y ve a una mujer que parecía leopardo
tiene que hacer un esfuerzo para no irse con ella, pero se retira avergonzado.
Con este comportamiento parece ser el único sensible, consciente y bueno, pero cuando su
esposa le pregunta por qué no la cambió, él no puede responderle, con lo que queda de
manifiesto que no la ama, sólo es cobarde.
Después de eso él se atreve a quejarse de que ella ya “cumplía de mala gana con sus
más estrictos deberes de casada”. Es tan insensible e inmaduro como los otros, pero además es
miedoso.
Sofía (La esposa). Es la única mujer con nombre y de quien sabemos un poco más. Cuando
interroga a su marido por el motivo para no cambiarla, ella está esperanzada en recibir como
respuesta que porque la ama, pero ante el silencio de él, ella sólo impone un silencio mayor.
Ante su decepción calla y sólo coloca mayor distancia entre ambos. Se sume en su silencio y
deja traslucir primero tristeza y molestia y después orgullo, cuando ve el deterioro de las
mujeres doradas y al compararse con ellas esta vez, sale ganando. El aumento en su autoestima
hace que el narrador personaje le vea “dorados pensamientos de orgullo”. Para el narrador él
627
Carballo, Ibid., p. 457.
275
es una víctima de Sofía, porque para Arreola: “…toda mujer, aún la mujer víctima tiene algo de
devoradora”628.
La mujer es sólo la belleza material, y eso por breve tiempo, le ha tocado lo burdo, lo
cotidiano y al varón lo excelso: “De la materia original del ser bisexual, absoluto, el hombre se
ha escapado por medio de las alas y del espíritu, y la mujer ha quedado más recargada de
materia… ha sido comparada desde siempre con la arcilla… de la cual se pueden hacer las
formas vitales”629.
La mujer es para el autor materia dúctil, que tiene como propósito que el hombre la modele
a su gusto y está alejada de la belleza y el espíritu.
Aunque Sofía está sumamente resentida no actúa, no hace algo al respecto, sólo ahonda su
silencio y acepta la voluntad del hombre, aunque no sea lo que ella quiere.
El cuento se da a partir de una serie de oposiciones entre el ser y el parecer que, al
contrastarse, dan lugar a las ironías que prevalecen en todo el cuento. Las principales son:
•
Las mujeres doradas parecen una buena oferta y no lo son porque son de mala calidad.
•
Las esposas lucen avejentadas y son ya muy conocidas, pero cuando Sofía adquiere un
poco de autoestima al final, también brilla.
•
Los hombres parecen víctimas del engaño, pero las verdaderas víctimas son las esposas
y las mujeres doradas.
En este cuento aparecen varios de los temas centrales en la narrativa de Arreola: la difícil
convivencia, la imposibilidad del amor, la decadencia física, el aislamiento y la soledad, la
incomunicación.
Su misoginia es notable aunque dice adorar a las mujeres y requerirlas para ser completo,
pero las considera un producto masculino cuya creación depende de ser poseídas.
Para Arreola la pareja, como el amor ideal, no puede existir. Toda alma está construida para
la soledad. Los personajes centrales no sólo están solos porque están aislados del resto del
pueblo, sino también están solos porque la decepción los aísla, al no encontrar en el otro lo
que desean.
628
629
Carballo, Ibid., p. 460.
Carballo, op. cit., pp. 461-462.
276
A través del recurso de la ironía, el autor se burla del deseo de los hombres de buscar
siempre algo nuevo, más llamativo, y se burla también de su miedo a envejecer y de cómo
buscan mujeres jóvenes para sentirse jóvenes ellos y se ríe de estos varones que con la ilusión
de poseer a una bella mujer se dejan deslumbrar y luego tienen que afrontar las consecuencias.
Se burla también de las mujeres que sólo cultivan el exterior y de las que se quedan calladas
y se someten a la voluntad masculina sin proveerse de una identidad propia.
Arreola acierta en la manera como aborda toda esta problemática, pues en unas cuantas
páginas nos brinda numerosos temas para la reflexión y con el uso de la ironía provoca
mayores reacciones en los lectores. El lenguaje es tan cuidado como en el resto de sus cuentos,
pero sin las figuras retóricas que embellecen muchos de sus textos.
Para concluir, los cuentos de Arreola abordan temas diversos, que van de lo filosófico a la
ironía divertida de “El guardagujas”. Puede uno estar de acuerdo o no con algunas de las ideas
del autor, pero no es posible negar la calidad de sus textos y el hábil narrador que nos obliga a
leer con avidez sus cuentos sin dejarlos hasta terminar la lectura y que nos dejan al final un
grato placer estético. Arreola, ante todo nos contagia de su amor por la lectura, pues como
dijo: “No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles
para amarla”630.
FUENTES
ARREOLA, Juan José, Obras de Juan José Arreola, Joaquín Mortíz, México, 1971.
AGRAZ GARCÍA de Alba, Gabriel. Biobibliografía de los escritores de Jalisco. Tomo I A, UNAM, México, 1980.
CARBALLO, Emmanuel, “Juan José Arreola” en Protagonistas de la literatura mexicana. Ediciones del Ermitaño/
SEP (1965), México, 1985 (Lecturas Mexicanas, 2ª Serie, 48), págs. 441-489.
“El cuento latinoamericano contemporáneo. Juan José Arreola” en Historia de la literatura latinoamericana. Fascículo
14, Planeta/ Agostini, Madrid,1985.
Diccionario de escritores mexicanos.
630
Juan José Arreola, “De memoria y olvido”, p. 10.
277
OCTAVIO PAZ
María del Carmen Bermejo
Octavio Paz nació en la ciudad de México el 31 de marzo de 1914. Octavio Paz Solórzano, su
padre, fue notable intelectual de ascendencia criolla; su madre, Josefina Lozano, era de origen
andaluz.
El abuelo paterno, Ireneo Paz (1836-1924), hombre de acción, intelectual y masón,
participó en la Guerra de Intervención francesa y obtuvo diversos cargos de gobierno. Sus
primeras lecturas, Octavio Paz las hizo en la biblioteca ilustrada del abuelo: los clásicos
españoles y la obra de poetas modernistas. Ahí comenzaría también su exploración del arte y la
literatura francesas. “Pertenezco ⎯dice en su texto Mutuas inspiraciones⎯ a una familia
‘afrancesada’ de la clase media de México.”
Su padre fue un activo periodista político. Participó en la Revolución Mexicana dentro del
movimiento zapatista. Estuvo exiliado en Estados Unidos acompañado de su esposa e hijo.
Defendió la Reforma Agraria y colaboró en la fundación del Partido Nacional Agrarista. Murió
en 1934. Persiste en la memoria del hijo el recuerdo de un padre alejado, una familia
empobrecida, una rica herencia cultural y una casa deteriorada por el tiempo y los recuerdos.
Octavio Paz, adolescente, se asoma a un mundo a veces inexplicable, destruido y poblado
de recuerdos, el cual necesita la inteligencia y entusiasmo del joven para renovarlo.
Entre los recuerdos abundan las fiestas populares y la vida cotidiana del antiguo Mixcoac.
El poeta recuerda: “Una tarde, al salir corriendo del colegio, me detuve de pronto; me sentí en
el centro del mundo. Alcé los ojos y vi, entre nubes, un cielo abierto, indescifrable, infinito. No
supe que decir: conocí el entusiasmo, y, tal vez, la poesía.”
En la escuela secundaria mostró su inquietud por participar en movimientos sociales.
Recibió la influencia anarquista de un viejo militante de la Federación Anarquista Ibérica. Su
278
hijo, José Bosch, y Octavio intentaron organizar una huelga con sus compañeros de la
Secundaria No. 3. El director llamó a la policía y los dos huelguistas terminaron en una celda
durante dos noches.
Ingresa en 1931 a la Escuela Nacional Preparatoria, Antiguo Palacio de San Ildefonso.
Ahí conoció a Carlos Pellicer, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, y al filósofo de
lo mexicano Samuel Ramos.
Fundó y dirigió su primera revista: Barandal (1931-1932). Ahí publica su primer ensayo,
“Ética del artista”. Más tarde publica en Cuadernos del Valle de México (1933-1934). En esta
revista formula su necesidad de superar el concepto de “poesía pura”. En 1933 publica su
primer libro, Luna silvestre, intento por unir rigor intelectual y lirismo.
En 1937 abandona la casa familiar, los estudios universitarios de derecho y viaja a
Yucatán para fundar una escuela progresista para trabajadores. Ya había participado antes en la
Unión de Estudiantes Pro Obreros y Campesinos.
La presencia de lo indígena en Yucatán conmueve al joven Paz, quien reconoce la
permanencia y la fuerza de la cultura maya en la península. Condena al imperialismo, a los
latifundistas, al espíritu de casta. El henequén es para el joven poeta el símbolo de vida y
muerte. “Se cumple aquí, como en todo régimen capitalista, aquello de que el hombre vive de
la muerte del hombre. A veces, en la noche, uno se despierta como sobre escombros y sangre.
El henequén, invisible y diario, preside el despertar.”
Sobre Raíz del hombre (1937), poesía de amor y erotismo, Jorge Cuesta publicó una nota
(Letras de México, No. 2, 1º de febrero de 1937), en la cual reconoce el porvenir de Paz como
poeta y la presencia de las voces inconfundibles de López Velarde, Carlos Pellicer, Xavier
Villaurrutia y Pablo Neruda. Este comentario propició que se le vinculara con el Grupo
Contemporáneos.
En 1937 Octavio Paz milita a favor de la República Española desde México. Escribe su
poema social “¡No pasarán!”. En Yucatán funda un Comité Pro Democracia Española.
A su regreso de Mérida contrae matrimonio con Elena Garro, quien tiempo después
sería novelista, coreógrafa, dramaturga y periodista. Se fueron a España para asistir al II
Congreso Internacional de Escritores Antifascistas para la Defensa de la Cultura que se
celebraría en Valencia. Años de ebullición social y de utopía, de guerra. Los escritores
279
defendían la nueva cultura en contra del fascismo. Conoce, entre otros escritores, a Neruda,
Vallejo, Huidobro, Miguel Hernández, André Gide.
Su matrimonio duraría varios lustros, tiempo en el que la pareja tuvo una hija de
nombre Laura Elena. Hacia l959 Octavio envía a Elena Garro, por correo, una petición de
divorcio y expresa su deseo de no volver a tener ningún contacto personal con ella.
A su regreso de Europa, Paz no sólo ha colaborado en la lucha contra el fascismo,
también se ha enriquecido con el arte europeo tradicional y de vanguardia.
La revista Taller, en la cual colaboró de 1938 a 1941, proyectó su inquietud por hacer
una poesía que no fuera ajena la historia ni limitada por los dogmas políticos y estéticos de la
época. En Taller colaboró al lado de Rafael Solana, Efraín Huerta, Alberto Quintero Alvarez.
En el texto “Razón de ser” se mostraban ya las diferencias con el grupo Contemporáneos. Paz
reconocía la herencia artística recibida de la generación anterior, pero lamentaba su
escepticismo. Taller, con espíritu de cambio, se enfrentaba a nuevos retos: nueva conciencia
histórica, cosmopolitismo y una preocupación por la depuración del lenguaje poético. La
lectura de T.S. Eliot y de Ezra Pound enriquecería su obra. Sus polémicas políticas se
intensificaron.
Paz explora los límites entre el sueño y la vigilia en su tercer libro de poesías: A la orilla
del mundo (1942).
Junto con Octavio G. Barreda colaboró en la fundación de la revista El hijo pródigo. Ahí
publica el ensayo Poesía de soledad y poesía de comunión y reflexiona entre otras cosas, sobre el
papel del poeta en la sociedad. Señala que el reto del poeta es “unir conciencia e inocencia,
experiencia y expresión, el acto y la palabra que lo revela.”
En 1943 recibe la beca Guggenheim y sale del país durante diez años. Con este viaje, Paz
cierra un ciclo de su vida y de su producción. Llega a Estados Unidos y encuentra un país en
guerra. Su economía esta orientada a la producción bélica, motivo por el cual se permite la
migración de trabajadores mexicanos para el campo y la industria, pero siempre en calidad de
marginados. El pachuco es el prototipo del joven rebelde, marginado y estrafalario. Paz es testigo
de su problemática, la cual tendrá un espacio en El Laberinto de la soledad. El vislumbrarse a sí
mismo como mexicano en el reconocimiento del otro, le permitió observar la cultura
americana “con admiración, envidia y a veces, horror.”
280
Durante su estancia en E.U. se familiariza con la poesía inglesa y norteamericana modernas.
Cuando terminó su beca desempeñó diversas ocupaciones, entre otras, el doblaje de películas
al español y como profesor invitado en Vermont.
Ingresa en 1945 al servicio diplomático, donde colaboraría durante veintitrés años hasta
1968. Fue enviado a la embajada de México en París. Conoce a grandes personalidades como
Camus, Breton, Sartre. Participó en varias actividades y publicaciones del grupo surrealista.
En Corriente Alterna expresa: “En muchas ocasiones escribo como si sostuviese un diálogo
silencioso con Bretón; réplica, respuesta, coincidencia, divergencia, homenaje, todo junto.”
Para Paz el surrealismo era “un foco secreto de pasión poética en nuestra época vil, un
movimiento de liberación radical en todos los aspectos, una aventura vital...” Renuncia al
dogmatismo surrealista pero retoma la libertad expresiva.
En 1949 publica Libertad bajo palabra, su libro de madurez poética, en el cual introduce una
nueva forma artística: el simultaneísmo. Este libro sufrió varias transformaciones y al final
recopila la obra más importante entre 1935 y 1947. Por su lenguaje coloquial, por su
alejamiento de la poesía social y su manera de situarse en la historia, representó un
rompimiento con la manera de escribir poesía en México.
Paz recibirá la influencia de la poesía japonesa, la espiritualidad oriental y un constante
contacto con la poesía del siglo XX. Publicó Semillas para un himno (1954), “Piedra de sol”
(1957), considerado uno de los poemas más importantes en lengua hispana, en el cual se habla
del encuentro con la amada y con el mundo en ruinas, cuando el sol abre las mentes como
piedras y hace brotar de ellas la vida. El poema es autobiográfico, y, al mismo tiempo, una
retrospectiva histórica. En 1958 aparece La estación violenta incluyendo “Piedra de sol”. En
1960, nueva edición de Libertad bajo palabra. La poesía de plenitud escrita entre 1958 y 1961 fue
publicada en Salamandra (1962), donde su voz poética se recrea en el erotismo y la reflexión
crítica. Publica también Ladera Este (1969), El mono gramático (1970) texto de prosa poética y
Árbol adentro (1987) testimonio poético de 1967 a 1987. El libro Vuelta reúne la poesía escrita
entre 1969 y 1975, momento de la memoria y la melancolía. Se publicó Poemas, una nueva
edición de la poesía escrita entre 1935 y 1975.
Como ensayista, la labor de Octavio Paz no fue menos importante. En 1950 publica El
laberinto de la soledad, obra en la cual habla sobre la naturaleza del mexicano. El gran tema del
libro es la soledad en sus dos vertientes: la soledad como pueblo inserto en un tiempo histórico
y la soledad individual como destino de todos los hombres. Este libro trata de descifrar
281
algunos mitos de los mexicanos. Se convirtió rápidamente en un clásico y es el libro más leído
de Paz.
Su labor como ensayista se prolonga durante toda su vida y publica innumerables
ensayos. Algunos de los más importantes son: Águila o sol (1951), El arco y la lira (1956), libro en
el cual reflexiona sobre el hecho poético y con el cual obtiene el Premio Xavier Villaurrutia,
Las peras del olmo (1957), Puertas al campo (1966), Corriente alterna (1967), Los signos en rotación
(1969), Conjunciones y disyunciones (1969), El signo y el garabato (1973), Claude Lévi–Strauss o el nuevo
Festín de Esopo (1965). En el ensayo Posdata (1970), Paz impugnó el ilusorio progreso de
México, y lo consideró como una prolongación de El laberinto de la soledad; y se continuará en El
ogro filantrópico (1979). Tiempo nublado (1983) reúne ensayos sobre política internacional, las crisis
de la democracia imperial estadounidense y el sistema burocrático ruso. Inmediaciones (1974).
Otros libros importantes son Sombras de obras (1983), Hombres en su siglo (1984), Primeras letras
1931-1943 (1988), Los hijos del limo (1974) libro fundamental sobre la tradición moderna de la
poesía, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982). En 1987 aparece en tres volúmenes la
obra de Octavio Paz sobre México: I El peregrino en su patria, II Generaciones y semblanzas y III Los
privilegios de la vista, bajo el título México en la obra de Octavio paz, Poesía y fin de siglo (1990).
Retomando la trayectoria vital de Octavio Paz, ubiquémonos en 1952, cuando viaja a
Nueva Delhi, Tokio y Ginebra en misiones diplomáticas. Después de nueve años, permanece
en México hasta 1958. En Japón siente una gran atracción por el haikú, que le ayuda a
contrarrestar los excesos del surrealismo, por la concisión y brevedad del poema. En entrevista
con Masao Yamaguchi declaró: “en la tradición japonesa encontré, primero la idea de la
concentración, segundo la idea de lo no terminado, de la imperfección. Dejar algo fuera, no
terminarlo todo... Un poema japonés dice con muy pocos elementos algo que tiene gran
intensidad.”
En el periodo 1953-1958, aún en el servicio diplomático, Octavio Paz se convierte en figura
central de la vida cultural. Se encuentra con algunos intelectuales de diversas corrientes
ideológicas, entre ellos Carlos Fuentes, con quien intentó renovar los cánones estéticos y
literarios. Impulsó la Revista Mexicana de Literatura, dirigida por Carlos Fuentes y Emmanuel
Carballo. Funda junto con Juan Soriano y Leonora Carrington el grupo Poesía en voz alta.
Publica su única obra de teatro, La hija de Rapaccini.
282
La obra de Octavio Paz se extiende también al arte y la pintura. Como crítico de arte ayudó
a entender la obra de pintores mexicanos modernos. Sus aportaciones sobre el arte
prehispánico también fueron importantes.
Se desempeña como embajador en la India en 1962. Su permanencia en este país le
permite entrar en contacto con un nuevo tipo de espiritualidad. Ahí conoce a Marie José
Tramini con quien contrae nupcias en 1964. En palabras del poeta:
Después de nacer es lo más importante que me ha pasado. (...) Nos casamos debajo de un gran
árbol. Un nim muy frondoso. Estaba lleno de ardillas y arriba, en las ramas más altas, a veces se
posaban aguiluchos y también muchos cuervos[...] En las tardes de invierno el jardín aquel se
iluminaba con una luz pareja, más allá del tiempo. Recuerdo que le decía a Marie Jo: ‘Será difícil
que olvidemos las lecciones de este jardín.’ Lecciones de amistad, de fraternidad con las plantas y
los animales. Todos somos parte de lo mismo[...] La India nos enseñó a Marie Jo y a mí la
existencia de una civilización distinta a la nuestra y aprendimos no sólo a respetarla sino a
amarla.631
Para Octavio Paz una de las grandes lecciones de este periodo es el descubrir la fuerza del
erotismo convertida en la elección de una persona. Marie Jo será su compañera inseparable
durante el resto de su vida.
Su estancia en la India es interrumpida a raíz de los sucesos sangrientos de Tlaltelolco en
1968. Paz renuncia al cargo de embajador y abandona la India como protesta. Se dirige a París
y a diferentes ciudades de Inglaterra y E.U., en las cuales dicta conferencias y continúa con su
labor literaria y política. Su postura fue abrir espacios “para la imaginación crítica.”
Paz fue un traductor infatigable. En su libro Versiones y diversiones (1974) reúne parte de su
trabajo de traducción.
Muy relevante fue su participación como director y promotor de la cultura a través de dos
revistas de gran importancia para la vida literaria de México: Plural (1976-1977) y Vuelta (19771998).
631
Alberto Ruy Sánchez, Una introducción a Octavio Paz. México, Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1990,
pp.98-99.
283
En 1990 recibe el Premio Nobel de Literatura, el más importante de numerosos
reconocimientos y premios nacionales e internacionales, así como la distinción Doctor Honoris
Causa por las Universidades de Boston, Harvard, Oklahoma, Nueva York y México.
Su obra de poeta ensayista, analista político, traductor y la proyección internacional de
nuestra cultura, a través de su intensa labor cultural, concluyó el 18 de abril de 1998.
Acerca de El laberinto de la soledad
La historia es conocimiento que
se sitúa entre la ciencia propiamente
dicha y la poesía. El saber histórico
no es cuantitativo ni el historiador
puede descubrir leyes históricas. El
historiador describe como el hombre
de ciencia y tiene visiones como el
poeta.
OCTAVIO PAZ
Escrito hacia 1945, durante su estancia en París, este libro tuvo dos ediciones 1950 y 1959. Ha
sido un libro polémico y al mismo tiempo revelador de ciertas facetas de la identidad del
mexicano.
El momento histórico en el cual fue escrito es de suma importancia para su interpretación.
Ha terminado la Segunda Guerra Mundial, el mundo no acaba de recuperarse de los daños
ocasionados. Alemania, derrotada, queda dividida y a merced de dos grandes potencias: E.U. y
la Unión Soviética. Este último acontecimiento tendrá una gran repercusión, no sólo en
Alemania, sino en el mundo entero, pues de hecho el mundo entero tendrá que reorientar su
economía en función de los dos grandes bloques: socialismo y capitalismo. Las dos grandes
potencias comenzaron su expansión imperialista y mantuvieron como telón de fondo la
llamada Guerra fría, con la amenaza de una guerra atómica y la competencia tecnológica en
materia armamentista para demostrar su poderío.
La influencia de estas potencias en los países vecinos ⎯como es el caso de México⎯ hace
que se vuelvan a replantear su situación histórica, social y nacional, frente a la influencia
284
ejercida en ellos por los cambios en el mundo. Los países hispanoamericanos se enfrentan a la
política imperialista, inspirada en la Doctrina Monroe de los Estados Unidos, algunas veces con
promesas de ayuda y desarrollo, otras veces con violencia. El socialismo prometía un modelo
de justicia social, frente al modelo de desarrollo urbano norteamericano.
México, por su cercanía fronteriza con los Estados Unidos, desde los inicios de su vida
independiente se vio enfrentado de muy distintas maneras con el llamado coloso del norte. A
mitad de siglo la sociedad mexicana sintió la atracción del mundo capitalista, cuando aún se
encontraba en transición hacia un régimen político nacionalista surgido de una revolución
burguesa.
Al periodo presidencial de Miguel Alemán (1949-1952) corresponde enfrentar no sólo los
cambios a nivel nacional, sino un cambio en la política y la economía a nivel mundial. México
debe unirse al mundo capitalista, sin prever las consecuencias de ello en el futuro, deslumbrado
por la utopía capitalista y la perspectiva democrática del país del norte.
Este viraje de México como nación hacia un nuevo modelo de desarrollo trajo como
consecuencia una necesidad de saber cuál era la identidad del mexicano y qué significaba su
transformación. Para ello era necesario remontarse en el conocimiento de la historia y de los
mitos que nos proporcionan una identidad, tener una visión de ellos. Corresponde a la obra de
Octavio Paz, El laberinto de la soledad (1950), ser la obra que va a situarse en esa encrucijada
histórica del medio siglo y que va a ofrecer una visión del sentido y ser de la historia de México
y del mexicano, sintetizando múltiples planteamientos. Es un extenso ensayo que participa de
un enfoque multidimensional en la comprensión e interpretación de la historia de México y del
“carácter del mexicano”, como se ha señalado en la nota biográfica. Octavio Paz posee una
amplia formación humanística que le permite utilizar diferentes teorías para su propósito,
aunado a un estilo literario muy singular, en el cual expresa con una gran claridad de
pensamiento y frases poéticas su reflexión sobre la realidad histórica de México a mediados del
siglo XX y el problema de la identidad del mexicano.
El laberinto de la soledad se ubica dentro de la tradición ensayística hispanoamericana como un
clásico. En esta obra, Octavio Paz no pretende llegar a verdades definitivas ni generalizar a
todos los mexicanos de todas las épocas. Nos advierte en el primer capítulo sobre la diversidad
de realidades que cohabitan en nuestro país. Trata de iluminar aspectos de gran polémica
dentro de la problemática del nacionalismo mexicano. La construcción de una nueva nación
que logre conjuntar los ideales revolucionarios de una clase burguesa en el poder, y el rescate
285
del pasado prehispánico, como símbolo de la identidad mexicana. Se discute sobre la esencia
de lo mexicano y el arte está en función de una expresión auténtica.
El laberinto de la soledad es uno de los primeros ensayos escritos en México en el cual se
plantea el problema del enfrentamiento de un país como México con la modernidad del siglo
XX, que surge como resultado de un sincretismo cultural del encuentro entre el Viejo y el
Nuevo Mundo, y que lleva dentro de su historia un pasado lleno de mitos que sobreviven en el
siglo XX, no sólo por la pervivencia de un pasado prehispánico indígena, sino por la presencia
de etnias indígenas que mantienen su visión del mundo en un país que ha hecho una
revolución burguesa apoyada por la población indígena. El conflicto entre una cultura
tradicional de raíces míticas y una cultura moderna que se proyecta dentro de la sociedad con
nuevos mitos, sobre todo el mito del progreso, es una de las reflexiones centrales del autor.
El encuentro de valores de una cultura tradicional y una moderna se plantea desde
diferentes perspectivas: la actitud del mexicano ante la muerte, el sentimiento de ser una nación
conquistada, el choque del mexicano con la cultura de un país industrializado (los pachucos), el
mundo del poder, la visión religiosa del mexicano, el sincretismo religioso, son algunos de los
temas que Octavio Paz nos presenta en este libro.
El laberinto de la soledad es una nueva manera de ver el pasado de México y una
reinterpretación de cómo el mexicano asume ese pasado. Es evidente que el ensayo desborda
los límites histórico-políticos y se plantea como una filosofía de la historia en México, pues
busca el sentido metafísico de la historia de la nación mexicana.
El laberinto... responde a dos preguntas: ¿qué sentido tiene ser mexicano en el siglo XX?, y
¿qué significa México en esta época? El gran tema del libro es la soledad en sus dos vertientes:
la soledad como pueblo inserto en un tiempo histórico al cual debe dar una respuesta que lo
integre como nación moderna, sin olvidar sus raíces, y la soledad individual como destino de
todos los hombres, el reto del hombre que debe encontrarse a sí mismo en una búsqueda
existencial; el conocimiento del otro, que permite distinguirse y reconocerse a todo hombre a sí
mismo.
Este libro que trata de descifrar los mitos de los mexicanos (la virgen de Guadalupe, el
pachuco, el culto a la muerte, el sentido de lo festivo, el ensimismamiento del mexicano, las
máscaras) se ha convertido también en un mito, objeto de múltiples polémicas. Si no originales
del todo las ideas expresadas en él, sí es importante su reflexión por el momento histórico que
se vive y por la prosa poética en que lo expresa.
286
Es indiscutible la influencia de varios autores en la obra de Octavio Paz, entre ellos Roger
Caillois, además de las lecturas de Georges Bataille y del antropólogo Marcel Mauss en cuanto
a las ideas expresadas sobre el significado de lo festivo, la concepción de lo sagrado en el
hombre y el sentido ritual de ciertas celebraciones; El perfil del hombre de Samuel Ramos y las
aportaciones sobre “el relajo” mexicano, de Portilla, y de la ontología de Emilio Uranga, son
antecedentes dignos de tomarse en cuenta.
Lo que Octavio Paz intentó en su ensayo fue sistematizar estas aportaciones previas en una
reflexión crítica sobre la filosofía y sociología del mexicano en un momento histórico en el cual
era importante definir, como se señaló anteriormente, ¿quiénes somos y hacia dónde vamos?
El problema de la identidad del mexicano se planteaba como algo urgente por definir. México
ante el umbral del mundo industrializado viviendo aún una economía colonialista y con
atavismos sociales e históricos reales.
Según Paz: “Mi libro quiso ser un ensayo de crítica moral: descripción de una realidad
escondida y que hace daño.” Cierto o no, la intención crítica y de denuncia ha causado gran
polémica, pues muchos de sus juicios parecieran generalizar una realidad irrevocable, cuando,
como él mismo señala, los criterios expresados en este libro son parciales y particulares a
ciertos grupos de la población. Subrayemos que su argumentación no es del todo objetiva y
que se podrían señalar muchos casos de excepción.
La incursión en esa realidad oculta intenta dar una respuesta a los múltiples
planteamientos que lo lleven a descubrir la esencia del mexicano.
Sobre el texto que presentaremos a continuación, “Todos santos día de muertos“,
observamos que es uno de los más representativos de este ensayo. En él, Octavio Paz
reflexiona sobre el carácter festivo del mexicano quien festeja triunfos o derrotas con el mismo
entusiasmo:
La fiesta para el mexicano es una oportunidad de mostrarse a sí mismo en un grito abierto,
carcajada o llanto, que le permite renovarse en un espíritu de festividad continua. El tiempo
−pasado, presente y futuro− se anula para instaurarse en un tiempo originario.
287
TODOS SANTOS DÍA DE MUERTOS
Octavio Paz
El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse632.
Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y
ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia beneficia a
nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad, siempre afinadas y despiertas. El arte de
la Fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros. En pocos lugares
del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México,
con sus colores violentos, agrios y puros, sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes
insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos
días en plazas y mercados.
Nuestro calendario está poblado de fiestas. Ciertos días, lo mismo en los lugarejos más
apartados que en las grandes ciudades, el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata
en honor de la Virgen de Guadalupe633 o del general Zaragoza634. Cada año, el 15 de septiembre
a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la Fiesta del Gritoa; y una
multitud enardecida efectivamente grita por espacio de una hora, quizá para callar mejor el
resto del año. Durante los días que preceden y suceden al 12 de diciembre, el tiempo suspende
su carrera, hace un alto y en lugar de empujarnos hacia un mañana siempre inalcanzable y
mentiroso, nos ofrece un presente redondo y perfecto, de danza y juerga635, de comunión y
632
Octavio Paz, El laberinto de la soledad.
La Virgen de Guadalupe es la advocación de la Virgen María. Es una representación cristiana que asimila
el culto a Tonantzin, la Gran Madre en el pueblo azteca.
634
Ignacio Zaragoza, general – participó en la lucha contra la intervención francesa en Puebla, el 5 de mayo.
a
Se refiere al Grito de Dolores, celebrado todos los 15 de septiembre en México, para conmemorar la
rebelión del cura Miguel Hidalgo en Dolores (estado de Guanajuato) en 1811 contra los españoles. Es
tradicionalmente el Día de Independencia en México. [Nota: para lo siguiente, las notas marcadas con una
letra son las que aparecen originalmente en la edición de la que se extrajo el presente capítulo].
635
Juerga – fiesta.
633
288
comilona con lo más antiguo y secreto de México. El tiempo deja de ser sucesión y vuelve a ser
lo que fue, y es, originariamente: un presente en donde pasado y futuro al fin se reconcilian.
Pero no bastan las fiestas que ofrecen a todo el país la Iglesia y la República. La vida de cada
ciudad y de cada pueblo está regida por un santo, al que se festeja con devoción y regularidad.
Los barrios y los gremios tienen también sus fiestas anuales, sus ceremonias y sus ferias. Y, en
fin, cada uno de nosotros ⎯ateos, católicos o indiferentes⎯ poseemos nuestro santo, al que
cada año honramos. Son incalculables las fiestas que celebramos y los recursos y tiempo que
gastamos en festejar. Recuerdo que hace años pregunté al presidente municipal de un poblado
vecino a Mitlab: “¿A cuánto ascienden los ingresos del Municipio por contribuciones?” “A
unos tres mil pesos anuales. Somos muy pobres. Por eso el señor gobernador y la Federación
nos ayudan cada año a completar nuestros gastos.” “¿Y en qué utilizan esos tres mil pesos?”
“Pues casi todo en fiestas, señor. Chico como lo ve, el pueblo tiene dos santos patronos”.
Esa respuesta no es asombrosa. Nuestra pobreza puede medirse por el número y
suntuosidad de las fiestas populares. Los países ricos tienen pocas: no hay tiempo ni humor. Y
no son necesarias; las gentes tienen otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en
grupos pequeños. Las masa modernas son aglomeraciones de solitarios. En las grandes
ocasiones, en París o en Nueva York, cuando el público se congrega en plazas o estadios, es
notable la ausencia de pueblo: se ven parejas y grupos, nunca una comunidad viva en donde la
persona humana se disuelve y rescata simultáneamente. Pero un pobre mexicano ¿cómo podría
vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las
fiestas son nuestro único lujo; ellas sustituyen, acaso con ventaja, al teatro y a las vacaciones, al
week end636 y al cocktail party637 de los sajones, a las recepciones de la burguesía y al café de los
mediterráneos.
En esas ceremonias ⎯nacionales, locales, gremiales o familiares⎯ el mexicano se abre al
exterior. Todas ellas le dan ocasión de revelarse y dialogar con la divinidad, la patria, los amigos
o los parientes. Durante esos días el silencioso mexicano silba, grita, canta, arroja petardos,
descarga su pistola al aire. Descarga su alma. Y su grito, como los cohetes que tanto nos
gustan, sube hasta el cielo, estalla en una explosión verde, roja, azul y blanca y cae vertiginoso
dejando una cauda de chispas doradas. Esa noche los amigos, que durante meses no se
b
Mitla – zona arqueológica en el estado de Oaxaca, cerca de Tlacoluca. Su nombre significa “ciudad de las
flechas, o de los guerreros”.
636
Week end – fin de semana.
637
Cocktail party – fiesta de coctel.
289
pronunciaron más palabras que las prescritas por la indispensable cortesía, se emborrachan
juntos, se hacen confidencias, lloran las mismas penas, se descubren hermanos y a veces, para
probarse, se matan entre sí. La noche se puebla de canciones y aullidos. Los enamorados
despiertan con orquestas a las muchachas. Hay diálogos y burlas de balcón a balcón, de acera a
acera. Nadie habla en voz baja. Se arrojan los sombreros al aire. Las malas palabras y los chistes
caen como cascadas de pesos fuertes. Brotan las guitarras. En ocasiones, es cierto, la alegría
acaba mal: hay riñas, injurias, balazos, cuchilladas. También eso forma parte de la fiesta. Porque
el mexicano no se divierte: quiere sobrepasarse, saltar el muro de soledad que el resto del año
lo incomunica. Todos están poseídos por la violencia y el frenesí. Las almas estallan como los
colores, las voces, los sentimientos. ¿Se olvidan de sí mismos, muestran su verdadero rostro?
Nadie lo sabe. Lo importante es salir, abrirse paso, embriagarse de ruido, de gente, de color638.
México está de fiesta. Y esa Fiesta, cruzada por relámpagos y delirios, es como el revés brillante
de nuestro silencio y apatía, de nuestra reserva y hosquedad.
Algunos sociólogos franceses consideran a la Fiesta como un gasto rituala. Gracias al
derroche, la colectividad se pone al abrigo de la envidia celeste y humana. Los sacrificios y las
ofrendas calman o compran a dioses y santos patronos; las dádivas y festejos, al pueblo. El
exceso en el gastar y el desperdicio de energías afirman la opulencia de la colectividad. Ese lujo
es una prueba de salud, una exhibición de abundancia y poder. O una trampa mágica. Porque
con el derroche se espera atraer, por contagio, a la verdadera abundancia. Dinero llama a
dinero. La vida que se riega, da más vida; la orgía, gasto sexual, es también una ceremonia de
regeneración genésica639; y el desperdicio, fortalece. Las ceremonias de fin de año, en todas las
culturas, significan algo más que la conmemoración de una fecha. Ese día es una pausa;
efectivamente el tiempo se acaba, se extingue. Los ritos que celebran su extinción están
destinados a provocar su renacimiento: la fiesta del fin de año es también la del año nuevo, la
del tiempo que empieza. Todo atrae a su contrario. En suma, la función de la Fiesta es más
utilitaria de lo que se piensa; el desperdicio atrae o suscita la abundancia y es una inversión
como cualquiera otra. Sólo que aquí la ganancia no se mide, ni cuenta. Se trata de adquirir
638
Embriagarse de ruido, de gente de color – saturarse o llenarse de ruido, gente o color.
1ª. Ed.: “Es concisa la interpretación sociológica de la escuela francesa. La Fiesta es un exceso, un gasto”.
(pag. 41).
La fórmula empleada en la 1ª edición da a entender la fuente de estas observaciones de Paz: el
llamado College de Sociologie y, en particular, las obras de Roger Caillois y Georges Bataille. Ver sobre todo,
de éste, el célebre ensayo, “La notion de dépense”, en su La part maudite (1949), y de Caillois, El mito y el
hombre (1938)
639
Regeneración Genésica – renovación de la vida.
a
290
potencia, vida y salud. En este sentido la fiesta es una de las formas económicas más antiguas,
con el don y la ofrenda.
Esta interpretación me ha parecido siempre incompleta. Inscrita en la órbita de lo sagrado,
la Fiesta es ante todo el advenimiento de lo insólito. La rigen reglas especiales, privativas, que
la aíslan y hacen un día de excepción. Y con ellas se introduce una lógica, una moral, y hasta
una economía que frecuentemente contradicen las de todos los días. Todo ocurre en un
mundo encantado: el tiempo es otro tiempo640 (situado en un pasado mítico o en una
actualidad pura); el espacio en que se verifica cambia de aspecto, se desliga del resto de la tierra,
se engalana y convierte en un “sitio de fiesta” (en general se escogen lugares especiales o poco
frecuentados); los personajes que intervienen abandonan su rango humano o social y se
transforman en vivas, aunque efímeras641, representaciones. Y todo pasa como si no fuera
cierto, como en los sueños. Ocurra lo que ocurra, nuestras acciones poseen mayor ligereza, una
gravedad distinta: asumen significaciones diversas y contraemos con ellas responsabilidades
singulares. Nos aligeramos de nuestra carga de tiempo y razón.
En ciertas fiestas desaparece la noción misma de Orden. El caos regresa y reina la licencia.
Todo se permite: desaparecen las jerarquías habituales, las distinciones sociales, los sexos, las
clases, los gremios. Los hombres se disfrazan de mujeres, los señores de esclavos, los pobres
de ricos. Se ridiculiza al ejército, al clero, a la magistratura. Gobiernan los niños o los locos. Se
cometen profanaciones rituales, sacrilegios obligatorios. El amor se vuelve promiscuo. A veces
la Fiesta se convierte en Misa Negra642. Se violan reglamentos, hábitos, costumbres. El
individuo respetable arroja su máscara de carne y la ropa oscura que lo aísla y, vestido de
colorines, se esconde en una careta, que lo libera de sí mismo.
Así pues, la Fiesta no es solamente un exceso, un desperdicio ritual de los bienes
penosamente acumulados durante todo el año; también es una revuelta, una súbita inmersión
en lo informe, en la vida pura. A través de la Fiesta la sociedad se libera de las normas que se
ha impuesto. Se burla de sus dioses, de sus principios y de sus leyes: se niega así misma.
La Fiesta es una Revuelta, en el sentido literal de la palabra. En la confusión que engendra,
la sociedad se disuelve, se ahoga, en tanto que organismo regido conforme a ciertas reglas y
principios. Pero se ahoga en sí misma, en su caos o libertad original. Todo se comunica; se
mezcla el bien con el mal, el día con la noche, lo santo con lo maldito. Todo cohabita, pierde
640
El tiempo es otro tiempo – habla de un tiempo sagrado que se opone al tiempo histórico.
Efímeras – pasajeras.
642
Misa Negra – ritual satánico.
641
291
forma, singularidad, y vuelve al amasijo643 primordial. La Fiesta es una operación cósmica: la
experiencia del Desorden, la reunión de los elementos y principios contrarios para provocar el
renacimiento de la vida. La muerte ritual suscita el renacer; el vómito, el apetito; la orgía, estéril
en sí misma, la fecundidad de las madres o de la tierra. La Fiesta es un regreso a un estado
remoto e indeferenciado, prenatal o presocial, por decirlo así. Regreso que es también un
comienzo, según quiere la dialéctica inherente a los hechos sociales.
El grupo sale purificado y fortalecido de ese baño de caos. Se ha sumergido en sí, en la
entraña misma de donde salió. Dicho de otro modo, la Fiesta niega a la sociedad en tanto que
conjunto orgánico de formas y principios diferenciados, pero la afirma en cuanto fuente de
energía y creación. Es una verdadera recreación, al contrario de lo que ocurre con las
vacaciones modernas, que no entrañan rito o ceremonia alguna, individuales y estériles como el
mundo que las ha inventado.
La sociedad comulga consigo misma en la Fiesta. Todos sus miembros vuelven a la
confusión y libertad originales. La estructura social se deshace y se crean nuevas formas de
relación, reglas inesperadas, jerarquías caprichosas. En el desorden general, cada quien se
abandona y atraviesa por situaciones y lugares que habitualmente le estaban vedados. Las
fronteras entre espectadores y actores, entre oficiantes y asistentes, se borran. Todos forman
parte de la Fiesta, todos se disuelven en su torbellino. Cualquiera que sea su índole, su carácter,
su significado, la Fiesta es participación. Este rasgo la distingue finalmente de otros fenómenos
y ceremonias: laica o religiosa, orgía o saturnal644, la Fiesta es un hecho social basado en la
activa participación de los asistentes.
Gracias a las Fiestas el mexicano se abre, participa, comulga con sus semejantes y con los
valores que dan sentido a su existencia religiosa o política. Y es significativo que un país tan
triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. Su frecuencia, el brillo que alcanzan, el
entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin ellas, estallaríamos. Ellas nos
liberan, así sea momentáneamente, de todos esos impulsos sin salida y de todas esas materias
inflamables que guardamos en nuestro interior. Pero a diferencia de lo que ocurre en otras
sociedades, la Fiesta mexicana no es nada más un regreso a un estado original de
indiferenciación y libertad; el mexicano no intenta regresar, sino salir de sí mismo,
sobrepasarse. Entre nosotros la Fiesta es una explosión, un estallido. Muerte y vida, júbilo y
643
644
Amasijo – mezcla.
Saturnal – se refiere a las Saturnalias, fiestas romanas de carácter carnavalesco.
292
lamento, canto y aullido se alían en nuestros festejos, no para recrearse o reconocerse, sino
para entredevorarse645. No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero también no hay
nada más triste. La noche de fiesta es también noche de duelo.
Si en la vida diaria nos ocultamos a nosotros mismos, en el remolino de la Fiesta nos
disparamos. Más que abrirnos, nos desgarramos. Todo termina en alarido y desgarradura: el
canto, el amor, la amistad. La violencia de nuestros festejos muestra hasta qué punto nuestro
hermetismo nos cierra las vías de comunicación con el mundo. Conocemos el delirio, la
canción, el aullido y el monólogo, pero no el diálogo. Nuestras Fiestas, como nuestras
confidencias, nuestros amores y nuestras tentativas por reordenar nuestra sociedad, son
rupturas violentas con lo antiguo o con lo establecido. Cada vez que intentamos expresarnos,
necesitamos romper con nosotros mismos. Y la Fiesta sólo es un ejemplo, acaso el más típico,
de ruptura violenta. No sería difícil enumerar otros, igualmente reveladores: el juego, que es
siempre un ir a los extremos, mortal con frecuencia; nuestra prodigalidad en el gastar, reverso
de la timidez de nuestras inversiones y empresas económicas; nuestras confesiones. El
mexicano, ser hosco, encerrado en sí mismo, de pronto estalla, se abre el pecho y se exhibe,
con cierta complacencia y deteniéndose en los repliegues vergonzosos o terribles de su
intimidad. No somos francos, pero nuestra sinceridad puede llegar a extremos que
horrorizarían a un europeo. La manera explosiva y dramática, a veces suicida, con que nos
desnudamos y entregamos, inermes casi, revela que algo nos asfixia y cohibe. Algo nos impide
ser. Y porque no nos atrevemos o no podemos enfrentarnos con nuestro ser, recurrimos a la
Fiesta. Ella nos lanza al vacío, embriaguez que se quema a sí misma, disparo en el aire, fuego
de artificio.
La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa
abigarrada646 confusión de actos, omisiones, arrepentimientos y tentativas ⎯obras y sobras⎯
que es cada vida, encuentra en la muerte, ya que no sentido o explicación, fin. Frente a ella
nuestra vida se dibuja e inmoviliza. Antes de desmoronarse647 y hundirse en la nada, se esculpe
y vuelve forma inmutable648: ya no cambiaremos sino para desaparecer. Nuestra muerte ilumina
nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida. Por eso
645
Entredevorarse – consumirse mutuamente.
Abigarrada – reunión compleja.
647
Desmoronarse – disolverse.
648
Forma inmutable – la vida adquiere una forma que no cambia.
646
293
cuando alguien muere de muerte violenta, solemos decir: “se la buscó”. Y es cierto, cada quien
tiene la muerte que se busca, la muerte que se hace. Muerte de cristiano o muerte de perro son
maneras de morir que reflejan maneras de vivir. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala
manera, todos se lamentan: hay que morir como se vive. La muerte es intransferible, como la
vida. Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no
nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime cómo mueres y te
diré quien eres.
Para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para
nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de
la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso
cósmico, que se repetía insaciable. La vida no tenía función más alta que desembocar en la
muerte, su contrario y complemento; y la muerte, a su vez, no era un fin en sí; el hombre
alimentaba con su muerte la voracidad de la vida, siempre insatisfecha. El sacrificio poseía un
doble objeto: por una parte, el hombre accedía al proceso creador (pagando a los dioses,
simultáneamente, la deuda contraída por la especie); por la otra, alimentaba la vida cósmica y la
social, que se nutría de la primera.
Posiblemente el rasgo más característico de esta concepción es el sentido impersonal del
sacrificio. Del mismo modo que su vida no les pertenecía, su muerte carecía de todo propósito
personal. Los muertos ⎯incluso los guerreros caídos en el combate y las mujeres muertas en el
parto, compañeros de Huitzilopochtlia, el dios solar⎯ desaparecían al cabo de algún tiempo, ya
para volver al país indiferenciado de las sombras, ya para fundirse al aire, a la tierra, al fuego, a
la sustancia animadora del universo. Nuestros antepasados indígenas no creían que su muerte
les pertenecía, como jamás pensaron que su vida fuese realmente “su vida”, en el sentido
cristiano de la palabra. Todo se conjugaba para determinar, desde el nacimiento, la vida y la
muerte de cada hombre: la clase social, el año, el lugar, el día, la hora. El azteca era tan poco
responsable de sus actos como de su muerte.
Espacio y tiempo estaban ligados y formaban una unidad inseparable. A cada espacio, a
cada uno de los puntos cardinales, y al centro en que se inmovilizaban, correspondía un
“tiempo” particular. Y este complejo de espacio-tiempo poseía virtudes y poderes propios, que
influían y determinaban profundamente la vida humana. Nacer un día cualquiera, era
a
Huitzilopochtli – divinidad mesoamericana, del sol y de la guerra.
294
pertenecer a un espacio, a un tiempo, a un color y a un destino. Todo estaba previamente
trazado. En tanto que nosotros disociamos espacio y tiempo, meros escenarios que atraviesan
nuestras vidas, para ellos había tantos “espacio-tiempos” como combinaciones poseía el
calendario sacerdotal. Y cada uno estaba dotado de una significación cualitativa particular,
superior a la voluntad humana.
Religión y destino regían su vida, como moral y libertad presiden la nuestra. Mientras
nosotros vivimos bajo el signo de la libertad y todo ⎯aun la fatalidad griega y la gracia de los
teólogos⎯ es elección y lucha, para los aztecas el problema se reducía a investigar la no
siempre clara voluntad de los dioses. De ahí la importancia de las prácticas adivinatorias. Los
únicos libres eran los dioses. Ellos podían escoger ⎯y, por lo tanto, en un sentido profundo,
pecar. La religión azteca está llena de grandes dioses pecadores ⎯Quetzalcóatl, como ejemplo
máximo⎯, dioses que desfallecen y pueden abandonar a sus creyentes, del mismo modo que
los cristianos reniegan a veces de su Dios. La conquista de México sería inexplicable sin la
traición de los dioses, que reniegan de su pueblo.
El advenimiento del catolicismo modifica radicalmente esta situación. El sacrificio y la idea
de salvación, que antes eran colectivos, se vuelven personales. La libertad se humaniza.
Encarna en los hombres. Para los antiguos aztecas lo esencial era asegurar la continuidad de la
creación; el sacrificio no entrañaba la salvación ultraterrena, sino la salud cósmica; el mundo, y
no el individuo, vivía gracias a la sangre y la muerte de los hombres. Para los cristianos, el
individuo es lo que cuenta. El mundo ⎯la historia, la sociedad⎯ está condenado de
antemano. La muerte de Cristo salva a cada hombre en particular. Cada uno de nosotros es el
Hombre y en cada uno están depositadas las esperanzas y posibilidades de la especie. La
redención es obra personal.
Ambas actitudes, por más opuestas que nos parezcan, poseen una nota común: la vida,
colectiva o individual, está abierta a la perspectiva de una muerte que es, a su modo, una nueva
vida. La vida sólo se justifica y trasciende cuando se realiza en la muerte. Y ésta también es
trascendencia, más allá, puesto que consiste en una nueva vida. Para los cristianos la muerte es
un tránsito, un salto mortal entre dos vidas, la temporal y la ultraterrena; para los aztecas, la
manera más honda de participar en la continua regeneración de las fuerzas creadoras, siempre
en peligro de extinguirse si no se les provee de sangre, alimento sagrado. En ambos sistemas,
295
vida y muerte carecen de autonomía; son las dos caras de una misma realidad. Toda su
significación proviene de otros valores, que las rigen. Son referencias a realidades invisibles
La muerte moderna no posee ninguna significación que la trascienda o refiera a otros
valores. En casi todos los casos es, simplemente, el fin inevitable de un proceso natural. En un
mundo de hechos, la muerte es un hecho más. Pero como es un hecho desagradable, un hecho
que pone en tela de juicio todas nuestras concepciones y el sentido mismo de nuestra vida, la
filosofía del progreso (¿el progreso hacia dónde y desde dónde?, se pregunta Schelera) pretende
escamotearnos su presencia. En el mundo moderno todo funciona como si la muerte no
existiera. Nadie cuenta con ella. Todo la suprime: las prédicas de los políticos, los anuncios de
los comerciantes, la moral pública, las costumbres, la alegría a bajo precio y la salud al alcance
de todos que nos ofrecen hospitales, farmacias y campos deportivos. Pero la muerte, ya no
como tránsito, sino como gran boca vacía que nada sacia, habita todo lo que emprendemos. El
siglo de la salud, la higiene, los anticonceptivos, las drogas milagrosas y los alimentos sintéticos,
es también el siglo de los campos de concentración, del Estado policíaco, de la exterminación
atómica y del murder story649. Nadie piensa en la muerte, en su muerte propia, como quería Rilke,
porque nadie vive una vida personalb. La matanza colectiva no es sino el fruto de la
colectivización de la vida.
También para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser
tránsito, acceso a otra vida más vida que la nuestra. Pero la intrascendencia de la muerte no nos
lleva a eliminarla de nuestra vida diaria. Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la
muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio,
la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y
su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros;
mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o
ironía: “si me han de matar mañana, que me maten de una vez”a.
La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. El
mexicano no solamente postula la intrascendencia del morir, sino la del vivir. Nuestras
a
Se refiere al filósofo alemán Max Scheler (1975-1928), autor de Resentimiento (1912) y otras obras
influyentes.
649
Murder story – cuento policiaco.
b
Se refiere a los Cuadernos de Malte Laurids Brigge (1924), diario poético del poeta alemán Rainer María
Rilke (1875-1926), donde el autor imagina una muerte individualizada dentro de cada ser como hipérbole de
la individualidad.
a
Cita de “La Adelita”, famoso corrido de la revolución Mexicana. [Nota: Expresa un desafío a la muerte].
296
canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca que
la muerte no nos asusta porque “la vida nos ha curado de espanto”. Morir es natural y hasta
deseable; cuanto más pronto, mejor. Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de
nuestra indiferencia ante la vida. Matamos porque la vida, la nuestra y la ajena, carece de valor.
Y es natural que así ocurra: vida y muerte son inseparables y cada vez que la primera pierde
significación, la segunda se vuelve intrascendente. La muerte mexicana es el espejo de la vida
de los mexicanos. Ante ambas el mexicano se cierra, las ignora.
El desprecio a la muerte no está reñido con el culto que le profesamos. Ella está presente en
nuestras fiestas, en nuestros juegos, en nuestros amores y en nuestros pensamientos. Morir y
matar son ideas que pocas veces nos abandonan. La muerte nos seduce. La fascinación que
ejerce sobre nosotros quizá brote de nuestro hermetismo y de la furia con que lo rompemos.
La presión de nuestra vitalidad, constreñida a expresarse en formas que la traicionan, explica el
carácter mortal, agresivo o suicida, de nuestras explosiones. Cuando estallamos, además,
tocamos el punto más alto de la tensión, rozamos el vértice vibrante de la vida. Y allí, en la
altura del frenesí, sentimos el vértigo: la muerte nos atrae.
Por otra parte, la muerte nos venga de la vida, la desnuda de todas sus vanidades y
pretensiones y la convierte en lo que es: unos huesos mondos650 y una mueca espantable. En
un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Pero
afirmamos algo negativo. Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de
fuegos de artificio, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida,
afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestras casas
con cráneos, comemos el día de los Difuntos panes que fingen huesos y nos divierten
canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa fanfarrona familiaridad
no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿qué es la muerte? No hemos
inventado una nueva respuesta. Y cada vez que nos la preguntamos, nos encogemos de
hombros: ¿qué me importa la muerte, si no me importa la vida?
El mexicano, obstinadamente cerrado ante el mundo y sus semejantes, ¿se abre ante la
muerte? La adula, la festeja, la cultiva, se abraza a ella, definitivamente y para siempre, pero no
se entrega. Todo está lejos del mexicano, todo le es extraño y, en primer término, la muerte, la
extraña por excelencia. El mexicano no se entrega a la muerte, porque la entrega entraña
sacrificio. Y el sacrificio, a su vez, exige que alguien dé y alguien reciba. Esto es, que alguien se
650
Huesos mondos – huesos limpios que se han exhumado.
297
abra y se encare a una realidad que lo trasciende. En un mundo intrascendente, cerrado sobre
sí mismo, la muerte mexicana no da ni recibe; se consume en sí misma y a sí misma se
satisface. Así pues, nuestras relaciones con la muerte son íntimas ⎯más íntimas, acaso, que las
de cualquier otro pueblo⎯ pero desnudas de significación y desprovistas de erotismo. La
muerte mexicana es estéril, no engendra como la de aztecas y cristianos.
Nada más opuesto a esta actitud que la de europeos y norteamericanos. Leyes, costumbres,
moral pública y privada, tienden a preservar la vida humana. Esta protección no impide que
aparezcan cada vez con más frecuencia ingeniosos y refinados asesinos, eficaces productores
del crimen perfecto y en serie. La reiterada irrupción de criminales profesionales, que maduran
y calculan sus asesinatos con una precisión inaccesible a cualquier mexicano; el placer con que
relatan sus experiencias, sus goces y sus procedimientos; la fascinación con que el público y los
periódicos recogen sus confesiones; y, finalmente, la reconocida ineficacia de los sistemas de
represión con que se pretende evitar nuevos crímenes, muestran que el respeto a la vida
humana que tanto enorgullece a la civilización occidental es una noción incompleta o hipócrita.
El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son
inseparables. Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar a la vida. La perfección de
los criminales modernos no es nada más una consecuencia del progreso de la técnica moderna,
sino del desprecioa a la vida inexorablemente implícito en todo voluntario escamoteo de la
muerte. Y podría agregarse que la perfección de la técnica moderna y la popularidad de la
murder story no son sino frutos (como los campos de concentración y el empleo de sistemas
de exterminación colectiva) de una concepción optimista y unilateral de la existencia. Y así, es
inútil excluir a la muerteb de nuestras representaciones, de nuestras palabras, de nuestras ideas,
porque ella acabará por suprimirnos a todos y en primer término a los que viven ignorándola o
fingiendo que la ignoran.
Cuando el mexicano mata ⎯por vergüenzac, placer o capricho⎯ mata a una persona, a un
semejante. Los criminales y estadistas modernos no matan: suprimen. Experimentan con seres
que han perdido ya su calidad humana. En los campos de concentración primero se degrada al
hombre; una vez convertido en un objeto, se le extermina en masa. El criminal típico de la
gran ciudad ⎯más allá de los móviles concretos que lo impulsan⎯ realiza en pequeña escala lo
a
1ª ed.: “Una consecuencia del progreso de la técnica moderna y de la boga de las novelas policiacas, sino del
desprecio...” (pag. 62):
b
1ª ed.: “Es inútil incluir a la muerte” (pag. 54).
c
1ª ed.: “por venganza” (pag. 54).
298
que el caudillo moderno hace en grande. También a su modo experimenta: envenena, disgrega
cadáveres con ácidos, incinera despojos, convierte en objeto a su víctima. La antigua relación
entre víctima y victimario, que es lo único que humaniza al crimen, lo único que lo hace
imaginable, ha desaparecido. Como en las novelas de Saded, no hay ya sino verdugos y objetos,
instrumentos de placer y destrucción. Y la inexistencia de la víctima hace más intolerable y
total la infinita soledad del victimario. Para nosotros el crimen es todavía una relación ⎯y en
ese sentido posee el mismo significado liberador que la Fiesta o la confesión. De ahí su
dramatismo, su poesía y ⎯¿por qué no decirlo?⎯ su grandeza. Gracias al crimen, accedemos a
una efímera trascendecia.
En los primeros versos de la Octava elegía de Duino, Rilke dice que la criatura ⎯el ser en su
inocencia animal⎯ contempla lo Abierto, al contrario de nosotros, que jamás vemos hacia
delante, hacia lo absolutoa. El miedo nos hace volver el rostro, darle la espalda a la muerte. Y al
negarnos a contemplarla, nos cerramos fatalmente a la vida, que es una totalidad que la lleva en
sí. Lo Abierto es el mundo en donde los contrarios se reconcilian y la luz y la sombra se
funden. Esta concepción tiende a devolver a la muerte su sentido original, que nuestra época le
ha arrebatado: muerte y vida son contrarios que se complementan. Ambas son mitades de una
esfera que nosotros, sujetos a tiempo y espacio, no podemos sino entrever. En el mundo
prenatal, muerte y vida se confunden; en el nuestro, se oponen; en el más allá, vuelven a
reunirse, pero ya no en la ceguera animal, anterior al pecado y a la conciencia, sino como
inocencia reconquistada. El hombre puede trascender la oposición temporal que las escinde651
⎯y que no reside en ellas, sino en su conciencia⎯ y percibirlas como una unidad superior.
Este conocimiento no se opera sino a través de un desprendimiento: la criatura debe renunciar
a su vida temporal y a la nostalgia del limbo652, del mundo animal. Debe abrirse a la muerte si
quiere abrirse a la vida; entonces “será como los ángeles”.
d
Conde Donatien Alphonse Francois Sade (1740-1814), más conocido como el Marqués de Sade, autor
francés de escritos eróticos y filosóficos. Entre sus novelas se destacan sobre todo Justine y Los 120 días de
Sodoma.
a
En efecto, los primeros versos de la octava de las Elegías de Duino (1923), una de las obras maestras del
poeta alemán, dice: “Con todos sus ojos todas las criaturas miran hacia⁄ lo Abierto... Lo que está afuera, sólo
lo conocemos a través⁄ de los animales, porque hasta al niño más joven⁄ le damos vuelta y forzamos a ver el
pasado⁄ como forma y no esa apertura que⁄ yace profunda en el rostro de los animales”.
651
Escinde – divide.
652
Limbo – lugar donde están las almas esperando la redención del género humano. En el limbo también
habitan las almas de quienes no recibieron el bautismo.
299
Así, frente a la muerte hay dos actitudes: una, hacia adelante, que la concibe como creación;
otra, de regreso, que se expresa como fascinación ante la nada o como nostalgia del limbo.
Ningún poeta mexicano o hispanoamericano, con la excepción, acaso, de César Vallejob, se
aproxima a la primera de estas dos concepcionesc. En cambio, dos poetas mexicanos, José
Gorostiza y Xavier Villaurrutiad, encarnan la segunda de estas dos direcciones. Si para
Gorostiza la vida es “una muerte sin fin”, un continuo despeñarse en la nada, para Villaurrutia
la vida no es más que “nostalgia de la muerte”.
La afortunada imagen que da título al libro de Villaurrutia, Nostalgia de la muerte, es algo más
que un acierto verbal. Con él, su autor quiere señalarnos la significación última de su poesía. La
muerte como nostalgia y no como fruto o fin de la vida, equivale a afirmar que no venimos de
la vida, sino de la muerte. Lo antiguo y original, la entrañae materna, es la huesa y no la matriz.
Esta aseveración corre el riesgo de parecer una vana paradoja o la reiteración de un viejo lugar
común: todos somos polvo y vamos al polvo. Creo, pues, que el poeta desea encontrar en la
muerte (que es, en efecto, nuestro origen) una revelación que la vida temporal no le ha dado: la
de la verdadera vida. Al morir,
la aguja del instantero
recorrerá su cuadrante
todo cabrá en un instante
...
y será posible acaso
vivir, después de haber muertoa.
Regresar a la muerte original será volver a la vida de antes de la vida, a la vida de antes de la
muerte: al limbo, a la entraña materna.
Muerte sin finb, el poema de José Gorostiza, es quizá el más alto testimonio que poseemos los
hispanoamericanos de una conciencia verdaderamente moderna, inclinada sobre sí misma,
b
Gran poeta peruano, autor de varios influyentes libros de poemas, entre ellos Trilce (1922) y Poemas
humanos
c
1ª ed.: “... dos concepciones. La ausencia de una mística −única capaz de alimentar expresiones poéticas
como la que nos propone Rilke− nos advierte hasta qué punto la cultura moderna de México es insensible a la
religión” (pag. 64).
d
(1903-50) y (1901-1966), respectivamente. Dos de los más importantes poetas de llamado grupo
Contemporáneos que editaban, en México, la revista del mismo nombre.,
e
1ª ed.: “extraña” por “entraña”.
a
Cita de los versos 1-2 y 9-10 de la décima VI de “Décima muerte”, en Nostalgia de la muerte (1938) de
Villaurrutia.
300
presa de sí, de su propia claridad cegadora. El poeta, al mismo tiempo lúcido y exasperado,
desea arrancar su máscara a la existencia, para contemplarla en su desnudez. El diálogo entre el
mundo y el hombre, viejo como la poesía y el amor, se transforma en el del agua y el vaso que
la ciñe, el del pensamiento y la forma en que se vierte y a la que acaba por corroer. Preso en las
apariencias ⎯árboles y pensamientos, piedras y emociones, días y noches, crepúsculos, no son
sino metáforas, cintas de colores⎯ el poeta advierte que el soplo que hincha la sustancia, la
modela y la erige Forma, es el mismo que la carcome y arruga y destrona. En este drama sin
personajes, pues todos son nada más reflejos, disfraces de un suicida que dialoga consigo
mismo en un lenguaje de espejos y ecos, tampoco la inteligencia es otra cosa que reflejo,
forma, y la más pura, de la muerte, de una muerte enamorada de sí misma. Todo se despeña en
su propia claridad, todo se anega en su fulgor, todo se dirige hacia esa muerte transparente: la
vida no es sino una metáfora, una invención con que la muerte ⎯¡también ella!⎯ quiere
engañarse. El poema es el tenso desarrollo del viejo tema de Narciso653 ⎯al que, por otra
parte, no se alude una sola vez en el texto. Y no solamente la conciencia se contempla a sí
misma en sus aguas transparentes y vacías, espejo y ojo al mismo tiempo, como en el poema de
Valéryc: la nada, que se miente forma y vida, respiración y pecho, que se finge corrupción y
muerte, termina por desnudarse y, ya vacía, se inclina sobre sí misma: se enamora de sí, cae en
sí, incansable muerte sin fin.
En suma, si en la Fiesta, la borrachera o la confidencia nos abrimos, lo hacemos con tal
violencia que nos desgarramos y acabamos por anularnos. Y ante la muerte, como ante la vida,
nos alzamos de hombros y le oponemos un silencio o una sonrisa desdeñosa. La Fiesta y el
crimen pasional o gratuito, revelan que el equilibrio de que hacemos gala sólo es una máscara,
siempre en peligro de ser desgarrada por una súbita explosión de nuestra intimidad.
Todas estas actitudes indican que el mexicano siente, en sí mismo y en la carne del país, la
presencia de una mancha, no por difusa menos viva, original e imborrable. Todos nuestros
gestos tienden a ocultar esa llaga, siempre fresca, siempre lista a encenderse y arder bajo el sol
de la mirada ajena.
b
Se publicó por primera vez en 1939. Paz escribió un comentario pormenorizado del poema para una segunda
edición mexicana de 1952. Posteriormente fue recogido como ensayo en Las peras del olmo (1957).
653
Narciso – personaje de la mitología griega enamorado de su propia imagen.
c
Se refiere al poema “La joven parca” de Paul Valéry.
301
Ahora bien, todo desprendimento provoca una herida. A reserva de indagar cómo y en qué
momento se produjo ese desprendimiento, debo apuntar que cualquier ruptura (con nosotros
mismos o con lo que nos rodea, con el pasado o con el presente) engendra un sentimiento de
soledad. En los casos extremos ⎯separación de los padres, de la Matriz o de la tierra natal,
muerte de los dioses o conciencia aguda de sí⎯ la soledad se identifica con la orfandad. Y
ambos se manifiestan generalmente como conciencia del pecado. Las penalidades y vergüenza
que inflige el estado de separación pueden ser consideradas, gracias a la introducción de las
nociones de expiación y redención, como sacrificios necesarios, prendas o promesas de una
futura comunión que pondrá fin al exilio. La culpa puede desaparecer, la herida cicatrizar, el
exilio resolverse en comunión. La soledad adquiere así un carácter purgativo, purificador. El
solitario o aislado trasciende su soledad, la vive como una prueba y como una promesa de
comunión.
El mexicano, según se ha visto en las descripciones anteriores, no trasciende su soledad. Al
contrario, se encierra en ella. Habitamos nuestra soledad como Filoctetesa su isla, no
esperando, sino temiendo volver al mundo. No soportamos la presencia de nuestros
compañeros. Encerrados en nosotros mismos, cuando no desgarrados y enajenados, apuramos
una soledad sin referencias a un más allá redentor o a un más acá creador. Oscilamos entre la
entrega y la reserva, sin entregarnos jamás. Nuestra impasibilidad654 recubre la vida con la
máscara de la muerte; nuestro grito desgarra esa máscara y sube al cielo hasta distenderse,
romperse y caer como derrota y silencio. Por ambos caminos el mexicano se cierra al mundo: a
la vida y a la muerte.
a
Célebre guerrero griego, distinguido en el sitio de Troya y desterrado a una isla; Sófocles escribió una obra
basada en su figura, paradigma de la soledad trágica.
654
Impasibilidad – imperturbable, tranquilo.
302
ACERCA DE “TODOS SANTOS DÍA DE MUERTOS”
Paz señala la disposición de los mexicanos a destinar los pocos recursos que se tienen en
fiestas, a festejar de manera ruidosa y beligerante, incluso a llegar a matar. Su disposición a lo
festivo puede entenderse como un signo de atraso y una actitud irracional. Lo que olvida
nuestro autor es el fuerte sentimiento comunitario que une a estos mexicanos, y que como una
manera de reforzar lazos sociales y regionales, la gente se organiza para compartir gastos y
tareas. Esta costumbre de origen prehispánico es también una manera de igualar status sociales
y no fomentar la acumulación de la riqueza de ciertos individuos. Paz señala: “Nuestra pobreza
puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares”, con lo cual se explica el
origen de la pobreza del mexicano por su afición a las fiestas y no por las estructuras de
explotación prevalecientes en nuestro medio. No sólo se festeja para desahogar lo silenciado y
oprimido, también el pueblo mexicano festeja, según Octavio Paz, para compensar la miseria
del resto del año.
Cita a algunos sociólogos franceses655 quienes han señalado el carácter ritual y sagrado
de estas celebraciones. El lujo de la fiesta es una demostración de salud, opulencia y poder que
renueva el espíritu de una comunidad. Paz se apoya en las consideraciones de Caillois y Bataille
para hacer una reflexión en torno a la trascendencia del carácter ritual de la fiesta.
“Toda festividad ⎯nos explica Paz⎯ no sólo radica en el sentido de regeneración, son
una pausa dentro del transcurso histórico del tiempo, que también tienen una función utilitaria.
La fiesta es una forma de inversión para atraer potencia, vida y salud” (p.186). La celebración
de la fiesta implica una licencia en la que todo se permite: “desaparecen las jerarquías, las
distinciones sociales, las clases, los gremios...” es una especie de liberación de las ataduras
cotidianas, un regreso al caos inicial. Después de este periodo el grupo sale purificado y
655
Se refiere a Roger Caillois y a Georges Bataille. Véase la nota del editor Enrico Mario Santí en la edición
de El laberinto de la soledad, Madrid, Cátedra, 1993, p.185. Todas las referencias al texto pertenecen a esta
edición.
303
fortalecido, se han restablecido las relaciones sociales, después del desorden festivo la sociedad
se reestructura.
Las fiestas continuas permiten al mexicano, triste por naturaleza, abrirse y participar.
Con las fiestas los mexicanos nos liberamos. Paz observa que la fiesta es muerte y vida, alegría
y tristeza:
Gracias a las Fiestas el mexicano se abre, participa, comulga con sus semejantes y con los valores
que dan sentido a su existencia religiosa o política. Y es significativo que un país tan triste como
el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. Su frecuencia, el brillo que alcanzan, el entusiasmo
con que todos participamos, parecen revelar que sin ellas estallaríamos.656
Lo curioso de nuestra cultura, según nuestro autor, no es sólo la necesidad de
recreación y regeneración de las relaciones sociales, sino el carácter de ruptura con lo
establecido, el estallido parcial que nos permite salir de nuestro hermetismo y mostrarnos al
mundo.
Su reflexión se dirige también al concepto de la muerte y la vida para el mexicano. Para
ello se remonta a la antigua concepción prehispánica, en la cual vida y muerte no se disocian,
sino son fuerzas que se corresponden. Dice Paz: “Nuestra muerte ilumina nuestra vida[...] Para
los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para
nosotros. La vida se prolongaba en la muerte.”657 De esta manera, la muerte es sólo una fase
dentro de un ciclo vital que se continúa en un proceso cósmico incesante. De ahí que el
sacrificio tuviese un carácter de reintegración a la vida con la muerte, la sangre que alimenta la
vida.
La concepción espacio-tiempo para los antiguos mexicanos asignaba a cada momento
una designación precisa en el espacio; es decir, a cada tiempo corresponde un espacio
específico, por eso la vida estaba determinada por la voluntad divina y no por la voluntad
humana, la armonía cósmica tenía preestablecida la vida humana, de ahí las prácticas
adivinatorias y mágicas.
De ahí infiere el autor que para el mexicano la muerte está presente en su vida y se nutre de
su indiferencia. Señala algunos ejemplos del folclore mexicano en los cuales se desafía a la
656
657
Octavio Paz, op cit., p. 188.
Ibid, p. 189.
304
muerte, como “la vida nos ha curado de espanto”. El mexicano se recrea ante la muerte y juega
con ella, en calaveras de azúcar, panes o papel de China; al jugar con la muerte el mexicano no
se entrega a ella con horror, la vuelve intrascendente y le resta su carácter ritual. A diferencia
del norteamericano o europeo, cuando el mexicano mata, mata a un semejante, no suprime a
un desconocido como sucede en los campos de exterminio o en las murder story.
Finalmente, Paz subraya la concepción de la muerte de dos poetas mexicanos del siglo XX:
José Gorostiza y Xavier Villaurrutia. Gorostiza, en su poema “Muerte sin fin“, concibe la vida
como una muerte sin fin y para Villaurrutia la vida es una nostalgia de la muerte. Reconoce en
ambos el abrir su inteligencia y enfrentar a la muerte de frente, no como sucede comúnmente
con el mexicano quien se cierra y aparta el carácter trascendente y filosófico de la muerte.
Al final de este capítulo, concluye que el mexicano se abre con tal violencia ante la fiesta
como si ésta fuese una llaga que deja al descubierto. La muerte, incorporada a este carácter
festivo y cotidiano, conforma otra máscara que el mexicano utiliza para no enfrentar su
realidad, de tal suerte que para Octavio Paz, el mexicano se enfrenta al problema ontológico de
todo ser humano: la soledad.
Hay que señalar que es importante la confrontación de los criterios expresados en este
ensayo con el momento histórico actual, ya que si bien fue importante la polémica suscitada y
la reflexión en torno al problema de la autenticidad como pueblo y como individuo, algunas de
las consideraciones ahí expresadas no son vigentes para todos los mexicanos ni para todas las
épocas.
Señalemos como particular del texto la tendencia a hacer generalizaciones subjetivas tales
como: “Esa noche los amigos, que durante meses no pronunciaron más palabras que las
prescritas por la indispensable cortesía, se emborrachan juntos, se hacen confidencias, lloran
las mismas penas, se descubren hermanos y a veces, para probarse, se matan entre sí.” Tal
generalización nos describe a los mexicanos como seres hoscos y semibárbaros; repetimos: es
importante contextualizar las aseveraciones hechas por el autor.
Es importante observar, también, tratándose de un ensayo, que las referencias temporales
en las cuales se caracteriza al mexicano no siguen una línea cronológica muy clara, pues en
algunos momentos se hace referencia al pachuco, en otras al pueblerino, al antepasado azteca o
bien al mexicano de mediados de siglo, por lo cual es importante ubicar al personaje de quien
se habla en su momento y su espacio, ya que éste resulta una abstracción en el texto.
305
En este capítulo la estructura del texto nos ofrece tres grandes bloques de ideas. El primero
de ellos sobre el sentido de la fiesta, con su carácter de estallido y ruptura. El segundo
momento de la reflexión está dedicado a la particular concepción de la muerte para el
mexicano, para quien la muerte no es principio ni es fin, sino parte de la vida misma, como una
forma de ocultamiento de trascendencia. La última parte nos conduce a la conclusión de que la
tendencia del mexicano a la festividad continua y su actitud desenfadada ante la muerte lo
conducen a la soledad.
Como ya se había señalado en la biografía, la vocación de poeta de Octavio Paz se trasluce
en su excepcional prosa, en la cual logra una singular expresión llena de frases poéticas tales
como llamar a la fiesta “trampa mágica”, decir que la “muerte es un espejo que refleja las vanas
gesticulaciones de la vida”, refiriéndose a la vida que lleva en sí a la muerte, o que lo “abierto es
el mundo en donde los contrarios se reconcilian y la luz y la sombra se funden.”
Su expresión se enfatiza con abundantes enumeraciones: “Durante esos días el silencioso
mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola al aire, o bien: Conocemos el
delirio, la canción, el aullido y el monólogo, pero no el diálogo.”
Las descripciones que nos presenta están llenas de movimiento y de impresiones personales
del autor:
En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas
religiosas de México, con sus colores violentos, agrios y puros, sus danzas, ceremonias, fuegos de
artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de sorpresas de los frutos, dulces y
objetos que se venden esos días en plazas y mercados.
Su expresión es al mismo tiempo clara y concisa. Utiliza la oración breve, o bien el periodo
sintáctico extenso, conformado por frases y oraciones cortas, para agilizar el texto:
Más que abrirnos, nos desgarramos. Todo termina en alarido y desgarradura: el canto, el amor, la
amistad... [el mexicano] Descarga su alma. Y su grito, como los cohetes que tanto nos gustan,
sube hasta el cielo, estalla en una explosión verde, roja, azul y blanca y cae vertiginoso dejando
una cauda de chispas doradas.
Otro recurso constantemente empleado es la pregunta retórica, que permite la reflexión
simultánea a la lectura y la participación en la reflexión expuesta: ¿Se olvidan de sí mismos,
306
muestran su verdadero rostro?, ¿qué es la muerte?, [el mexicano] ¿se abre ante la muerte?, ¿qué
me importa la muerte?
Obsérvese en el texto la constante simetría que se guarda con expresiones binarias tales
como: “El caos regresa y reina la licencia[...] Religión y destino regían su vida, como moral y
libertad presiden la nuestra[...] Nuestra muerte ilumina nuestra vida...” Este recurso imprime al
texto un ritmo binario que coincide con la oposición vida/muerte, abierto/cerrado, tiempo
cotidiano/tiempo sagrado, fiesta/renovación, compañía/soledad, los cuales son ejes temáticos
del texto.
El laberinto de la soledad, a casi cincuenta años de su publicación y en un fin de siglo, vuelve a
ser vigente, no sólo como obra clave dentro de la cultura literaria mexicana, sino como una
obra cuyos planteamientos vuelven al tema central: cómo una cultura como la nuestra, que
sigue manteniendo un pasado prehispánico cada vez con mayor conciencia de ello, va a
enfrentar un mundo globalizado, no sólo en lo económico, sino en lo cultural; ¿qué impactos
va a tener en nuestros modos de vida y ser, el participar de una visión de mundo indígena que
ya de manera pasiva, o activa ⎯zapatismo⎯, permea nuestra cultura con una visión de mundo
posmoderna que choca con nuestra identidad? Bastaría tener presente esta pregunta para
convertir la lectura de El laberinto de la soledad en una tarea necesaria, que nos permite ver que si
bien los dos bloques hegemónicos (capitalismo y socialismo) han desaparecido para dar lugar a
un capitalismo globalizador, la preocupación sobre nuestra identidad y el impacto del mundo
ultramoderno dentro de nuestra cultura, siguen siendo vigentes.
FUENTES
PAZ, Octavio, El laberinto de la soledad, edición de Enrico Mario Santí, Cátedra, Madrid, 1993.
RUY Sánchez, Alberto, Una introducción a Octavio Paz, Joaquín Mortiz, México, 1990.
SANTÍ, Enrico Mario, El acto de las palabras. Estudios y diálogos con Octavio Paz, FCE, México, FCE, 1997.
VERANI, Hugo J., Octavio Paz: bibliografía crítica, UNAM, México, UNAM, 1983.
307
CARLOS FUENTES
Rita Dromundo
Carlos Fuentes es una de las figuras centrales del boom de la novela latinoamericana; indaga
sobre la identidad mexicana y los medios adecuados para expresarla.
Su compromiso político y social es un rasgo fundamental de su obra: "Lo que un escritor
puede hacer políticamente ⎯afirmó en un ensayo para la revista Tiempo Mexicano, en 1972⎯
debe hacerlo también como ciudadano. En un país como el nuestro el escritor, el intelectual,
no puede ser ajeno a la lucha por la transformación política que, en última instancia, supone
también una transformación cultural."
Sus novelas se caracterizan por la incorporación de procedimientos narrativos de la
literatura inglesa y norteamericana, y de escritores mexicanos como Rulfo y Revueltas, como la
fragmentación de escenas, el monólogo interior, la mirada retrospectiva y la alternancia
temporal, que permite la convivencia del pasado prehispánico con el colonial y el presente.
La cultura es el producto de muchas razas y tradiciones. Considera que debemos analizar
todas nuestras raíces para descubrir quienes somos hoy. Le interesa que haya continuidad en la
búsqueda del autoconocimiento como nación. Plantea que debemos ir al pasado y tratar de
conocerlo y entenderlo para poder conformar nuestra identidad en el presente.
Piensa que en el futuro debemos jugar un papel muy importante, pues los americanos
somos seres únicos, descendientes de grandes y diversas culturas, y todas ellas forman parte de
cada uno de nosotros.
308
CARLOS FUENTES
Margalida Jiménez
Carlos Fuentes nació en Panamá en 1928, país donde su padre Rafael Fuentes, diplomático
mexicano, era encargado de negocios. Al año siguiente, la familia viajó por diversos lugares de
América del Sur: Quito, Montevideo, Río de Janeiro, donde su padre es secretario del entonces
embajador de México Alfonso Reyes.
En 1933 la familia se traslada a la ciudad de Nueva York en la que reside hasta 1940.
Durante esa época Carlos asiste a la escuela primaria, funda, redacta y dibuja un periódico
personal; en el verano estudia en México. La educación que recibió en Norteamérica le deja
una profunda huella en su personalidad: “Tengo un defecto puritano y calvinista porque soy un
mexicano criado en Estados Unidos en regiones muy protestantes donde el sentido del deber
es el del pecado. Si no trabaja uno todos los días se va al infierno. . . Tengo que cumplir con mi
deber, tengo que escribir”658.
Don Rafael y su familia vuelven a América del Sur en 1941 a ocupar él cargos en la
diplomacia, visitando Valparaíso, Barranquilla, Panamá y Quito. Realiza estudios en la escuela
secundaria en Santiago de Chile donde tuvo como compañero a José Donoso, futuro escritor.
En el Boletín del Instituto Nacional de Chile publica sus primeros cuentos y artículos. Un
nuevo cargo de su padre en Buenos Aires el año de 1943, lo hace apasionarse por la
cinematografía, la literatura gótica y el terror, descubre la literatura argentina especialmente los
textos de Jorge Luis Borges; vive la vida nocturna de esa capital y se apasiona por las orquestas
de tango famosas entonces. De 1944 a 1949 reside en la ciudad de México, conoce la obra de
autores mexicanos de esa época: Reyes, Gorostiza, Yáñez, Paz y lee la obra de los grandes
maestros de la novela moderna en Norteamérica y Europa, pública sus primeros cuentos en
México y redacta su primera obra de teatro. Los fines de semana los pasa en Cuernavaca en
compañía de Alfonso Reyes con quien ha iniciado una amistad. “Gracias a la amistad de
658
Carlos Fuentes, Ámbitos literarios, Premios Cervantes 13, Anthropos, España, 1988, pág. 46.
309
Alfonso Reyes. . . Fuentes accede a la literatura a través de su mayor oficiante vivo cuya
formación clasicista, vida literaria, sabiduría verbal y humanismo genuino serán una poderosa
gravitación659 familiar”660.
Al margen de estas actividades se apasiona por al vida nocturna de la ciudad de México: los
burdeles, los cabarets, suele tener de compañeras a prostitutas, magos, exóticas y mariachis que
le darán posteriormente material para su primera novela.
Don Rafael, preocupado por el futuro de su hijo, le reprocha sus hábitos, y Carlos, que ya
tenía afición por el periodismo desde niño, pide trabajo en la revista Siempre y el periódico
Novedades donde se inicia como periodista.
En 1950 hace estudios en el Instituto de Hautes Etudes Internationales de Ginebra, Suiza,
es secretario de la Delegación Mexicana ante la Organización Internacional del Trabajo y
secretario del embajador de la Comisión de Derecho Internacional de la O.N.U. Tiene amistad
con el escritor Octavio Paz. “La correspondencia con Paz es un extraordinario documento de
admiración y respeto mutuos. . . por Paz tuvo una amistad plena y clara”661.
Por consejo de Alfonso Reyes y presiones de tipo familiar, Carlos inicia estudios formales
en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde tiene
amistad con Víctor Flores Olea, Sergio Pitol y Salvador Elizondo. Gracias a su preparación,
ocupa varios puestos en la misma Universidad, colabora con la revista Universidad de México y
frecuenta a Juan Rulfo y Daniel Cosio Villegas.
Su carrera de leyes queda truncada pues elige la de escritor al publicar su primer libro de
cuentos: “y un día recoge media docena de cuentos y se los da a Juan José Arreola quien los
publica en su colección ‘Los presentes’. Se titula Los días enmascarados (1954) y muestra a
todas luces la preocupación de Fuentes por los orígenes y mitos mexicanos”662.
Continua desempeñando puestos en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Funda y dirige
con Emmanuel Carballo la Revista Mexicana de Literatura, además colabora con revistas de
Bogotá, La Habana y Roma, vive como periodista y cronista, obtiene una beca del Centro
Mexicano de Escritores donde inicia su primera novela, La región más transparente, que publicará
en 1958 y que es recibida con críticas favorables por varios escritores del momento.
659
gravitación: atracción.
Julio Ortega, Retrato de Carlos Fuentes, Círculo de lectores, Barcelona, 1995, pág. 47.
661
Julio Ortega, op. cit., pág. 53.
662
Ángel Flores, Narrativa Hispanoamericana 1816-1981, IV, Siglo XXI, México, 1982, pág. 450.
660
310
De 1959 a 1963 publica las novelas Las buenas conciencias (1959), Aura (1962) y La muerte de
Artemio Cruz (1962). Contrae matrimonio con la actriz Rita Macedo y nace su hija Cecilia. Al
triunfo de la Revolución Cubana viajó a La Habana y se muestra partidario de Fidel Castro,
posteriormente es jurado en el concurso literario de la Casa de las Américas.
Funda la revista mexicana de política El espectador y tiene amistad con los escritores Alejo
Carpentier y Guillermo Cabrera Infante. En México trabaja en el observatorio de Tonantzintla
y entabla amistad con los escritores mexicanos José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis. A
pesar de habérsele negado la visa a Estados Unidos por su apoyo al gobierno de Cuba, con un
permiso limitado a cinco días, asiste a Manhattan para la publicación de su novela La muerte de
Artemio Cruz. Durante un viaje a Europa conoce en Belgrado a Nehru, Tito, Nasser y Sukarno
e inicia las amistades más fieles que ha tenido: Julio Cortazar y Mario Vargas Llosa.
Desde 1964 inicia estrecha amistad con Gabriel García Márquez con quien escribe guiones,
en ese mismo año publica un libro de cuentos Cantar de Ciegos (1964) y participa en al
fundación de la editorial Siglo XXI de México. A fines de los sesenta vive en Europa: Venecia,
París, Londres, ciudades donde tiene una intensa vida social e intelectual. De regreso a México
edita sus novelas Zona sagrada (1967), Cambio de piel (1967) y Cumpleaños (1969) así como su
ensayos París la revolución de mayo (1968) y la Nueva novela hispanoamericana (1969).
En la década de los setenta Fuentes obtiene gracias a su actividad premios de diversos
países, se publican sus obras completas y es famoso. “En los Estados Unidos. . . Artemio Cruz
es un libro de texto obligatorio para la agregación del Español”663.
Viaja nuevamente a Europa para asistir al estreno de su primera obra de teatro Todos los
gatos son pardos, asimismo reúne textos críticos sobre Austen, Melville, Faulkner, Cuevas y
Buñuel en Casa con dos puertas, y publica sus ensayos Tiempo mexicano (1971), Cervantes o la crítica
de la lectura (1976).
En México es elegido miembro del Colegio Nacional y es recibido por Octavio Paz.
Después de la separación de su primera esposa, Fuentes contrae matrimonio con la periodista
Silvia Lemus, nace su hijo Carlos Rafael. En 1975 es nombrado embajador en Francia, cargo
que abandona a los dos años en protesta por el nombramiento del ex -presidente mexicano
Gustavo Díaz Ordaz como embajador en España, al cual considera responsable de los trágicos
663
James Fortson R., Perspectivas Mexicanas desde París. “Un diálogo con Carlos Fuentes”, Corporación
Editorial S.A., México, pág. 48.
311
sucesos en Tlatelolco en 1968. A fines de la década publica las novelas Terra Nostra (1975) y La
cabeza de la hidra (1979).
Al iniciarse los ochenta, hay un descenso en su actividad literaria aunque sigue
publicando artículos, colaboraciones y aparece su novela Una familia lejana (1980), vive
nuevamente en Europa y después de levantar las publicaciones para su estancia en Estados
Unidos, vuelve a impartir cátedra en Princenton y Harvard.
Publica en el lapso de 1981 a 1989 el cuarteto narrativo Agua Quemada (1981), la obra
de teatro Orquídeas a la luz de la luna (1982), las novelas Gringo viejo (1985), Cristóbal nonato (1987)
y Constancia y otras novelas para vírgenes (1989). Obtiene el doctorado en Harvard, da cursos en
Cambridge y Essex, en Inglaterra, donde vive; recibe en España el premio Miguel de Cervantes
y doctorado de universidades de Estados Unidos.
Amigo de Octavio Paz y su defensor en los sucesos del 68, ve deteriorarse su amistad
con éste por disentir en cuestiones políticas, y sobreviene el rompimiento en el año de 1988.
La década de los noventa inicia con la transmisión de El Espejo enterrado (1992) que apareció
con motivo del Quinto Centenario del encuentro de culturas del Nuevo Mundo y también se
publica el libro del mismo nombre en seis idiomas. En los años siguientes recibe la legión de
honor del gobierno de Francia y los premios Menéndez Pelayo y Príncipe de Asturias en
España.
Publica a lo largo de esta misma década La campaña (1991) y El Naranjo o las vueltas del tiempo,
libro de novelas cortas (1993), Diana o la cazadora solitaria (1994), un libro de cuentos, La
Frontera de Cristal (1995) y Los años con Laura Díaz (1999).
En el año de 1999, el matrimonio Fuentes Lemus lamenta la muerte de su hijo Carlos
Rafael, pintor, poeta, fotógrafo y cineasta.
“Los días enmascarados”664
La afición literaria define y destina a Carlos Fuentes desde su niñez, pero se da a conocer como
escritor con dos cuentos: “Pastel Rancio”, 1949 y “Pantera en jazz” en 1954, año en que
publica su primer libro, Los días enmascarados. Esta colección de cuentos tiene un título muy
significativo, se refiere a cinco días del año azteca en que se interrumpían las actividades entre
el final de un año y el principio de otro en espera de que el mundo se destruyera o la vida
664
Carlos Fuentes, Los días enmascarados, Era, México, 1982.
312
continuara. Este nombre recoge además los intereses del autor que ligan su obra a la tradición
mexicana.
Fuentes ha considerado a Los días enmascarados como un criadero665 de sus novelas. “Son
para mí, parafraseando a Fuentes, un semillero666 que contiene... rasgos de su estilo... consolida
una gama667 de sus intereses temáticos y técnicos y sobre todo marca los derroteros668 que
seguirá su pensamiento”669.
La obra consta de seis cuentos: “Chac Mool”, “En defensa de Trigolibia”,
“Tlactocatzine del jardín de Flandes”, “Letanía de la orquídea”, “Por boca de los dioses” y “El
que inventó la pólvora”. El tema primordial del libro es la venganza del pasado, que tiene
como emisarios encargados de su destrucción a criaturas sobrenaturales. También nos ofrece la
crónica de la decadencia, de la ciudad de México a medida que los viejos fantasmas regresan.
665
criadero: lugar para criar animales.
semillero: lugar donde se guardan las semillas.
667
gama: variedad, serie de cosas.
668
derrotero: camino, dirección.
669
Georgina García Gutiérrez, Los disfraces, El Colegio de México, México, 1981, pág. 6.
666
313
CHAC MOOL670
Carlos Fuentes
Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque
despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de
ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el choucrout671 endulzado por el sudor de
la cocina tropical, bailar el sábado de gloria en La Quebrada, y sentirse “gente conocida” en el
oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había
nadado bien, pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, y a
medianoche, un trecho tan largo! Frau Müller no permitió que se velara ⎯cliente tan
antiguo⎯ en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada,
mientras Filiberto esperaba, muy pálido en su caja, a que saliera el camión matutino de la
terminal, y pasó acompañado de huacales672 y fardos673 la primera noche de su nueva vida.
Cuando llegué, temprano, a vigilar el embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo674
de cocos; el chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos de
lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al viaje.
Salimos de Acapulco, todavía en la brisa. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz.
Con el desayuno de huevos y chorizo, abrí el cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior,
junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico
derogado en México; cachos de la lotería; el pasaje de ida ⎯¿sólo de ida? ⎯. Y el cuaderno
barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol.
Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómito y cierto sentimiento natural de
respeto a la vida privada de mi difunto amigo. Recordaría ⎯sí, empezaba con eso⎯ nuestra
670
Chac Mool: dios de la lluvia.
choucrout: ensalada de col agria.
672
huacal: especie de caja hecha de varas amarradas con cordeles.
673
fardo: paquete, bulto.
674
túmulo: monte pequeño para cubrir sepulturas.
671
314
cotidiana labor en la oficina; quizá, sabría por qué fue declinado, olvidando sus deberes, por
qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo”. Por qué, en fin, fue corrido,
olvidada la pensión, sin respetar los escalafones.
“Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que decidí
gastar cinco pesos en un Café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca
concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía darme más lujos que a los cuarenta.
Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cualquier
opinión peyorativa hacia los compañeros ⎯de hecho librábamos la batalla por aquellos a
quienes en la casa discutían la baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos (quizá
los más humildes) llegarían muy alto, y aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades
duraderas en cuya compañía cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas.
Muchos de los humildes quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que pudimos
pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que perecíamos prometerlo todo,
quedamos a la mitad del camino, destripados675 en un examen extracurricular, aislados por una
zanja invisible de los que triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme
en las sillas, modernizadas ⎯también, como barricada de una invasión, la fuente de sodas⎯ y
pretendí leer expedientes. Vi a muchos, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón,
prósperos. Con el Café que casi no reconocía, con la ciudad misma, había ido cincelándose a
ritmo distinto del mío. No, ya no me reconocían, o no me querían reconocer. A lo sumo
⎯uno o dos⎯ una mano gorda y rápida en el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo,
mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé en los expedientes. Desfilaron
los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y también todas las omisiones que
impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar
los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se va olvidando, y
al cabo, quién sabrá a dónde fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de
madera. Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo había habido
constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? No dejaba, en ocasiones,
675
destripar: reventar, sacar lo que hay en el interior.
315
de asaltarme el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la aventura de juventud debe ser la
muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros secretos. Hoy, no tendría que volver la
vista a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos de propina.”
“Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me vio salir de Catedral,
y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta: en media cuadra tuvo
que fabricar una teoría. Que si no fuera mexicano, no adoraría a Cristo, y ⎯No, mira, parece
evidente. Llegan los españoles y te proponen adores a un Dios, muerto hecho un coágulo, con
el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que
aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a toda tu vida?... Figúrate, en cambio,
que México hubiera sido conquistado por budistas o mahometanos. No es concebible que
nuestros indios veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le
basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba,
jaque mate a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y
liturgia, se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos de
caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay que
matar a los hombres para poder creer en ellos.
“Pepe sabía mi afición, desde joven, por ciertas formas del arte indígena mexicano. Yo
colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala, o en
Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías que elabora para mi consumo
con estos temas. Por cierto que busco una réplica razonable del Chac Mool desde hace tiempo,
y hoy Pepe me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece que
barato. Voy a ir el domingo.
“Un guasón676 pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente
perturbación de las labores. He debido consignarlo677 al Director, a quien sólo le dio mucha
risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a mis costillas el día
entero, todos en torno al agua. Ch...!”
676
677
guasón: bromista.
consignar: remitirlo.
316
“Hoy, domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en la tienducha que
me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante678 asegura su
originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello no aminora la elegancia de la postura o
lo macizo del bloque. El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga para
convencer a los turistas de la autenticidad sangrienta de la escultura.
“El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero ya está aquí, por el momento en
el sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras necesitan
sol, vertical y fogoso; ese fue su elemento y condición. Pierde mucho en la oscuridad del
sótano, como simple bulto agónico679, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz. El
comerciante tenía un foco exactamente vertical a la escultura, que recortaba todas las aristas, y
le daba una expresión más amable a mi Chac Mool. Habrá que seguir su ejemplo.”
“Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto680, dejé correr el agua de la cocina, y se
desbordó, corrió por el suelo y llegó hasta el sótano, sin que me percatara681. El Chac Mool
resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron, y todo esto en día de labores, me ha obligado a
llegar tarde a la oficina.”
“Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el Chac Mool, con lama en la
base.”
“Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en ladrones. Pura imaginación.”
678
marchante: vendedor.
agónico: que muere.
680
incauto: ingenuo.
681
percatara: se diera cuenta.
679
317
“Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlos, pero estoy nervioso. Para
colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las lluvias se han colado, inundado el
sótano.”
“El plomero no viene, estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más vale no
hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y viene a dar a mi
sótano. Los quejidos han cesado: vaya una cosa por otra.”
“Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto grotesco, porque
toda la masa de la escultura parece padecer de una erisipela682 verde, salvo los ojos, que han
permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para raspar el musgo683. Pepe me ha
recomendado cambiarme a un apartamento, y en el último piso, para evitar estas tragedias
acuáticas. Pero no puedo dejar este caserón, ciertamente muy grande para mí solo, un poco
lúgubre en su arquitectura porfiriana, pero que es la única herencia y recuerdo de mis padres.
No sé qué me daría ver una fuente de sodas con sinfonola en el sótano y una casa de
decoración en la planta baja.”
“Fui a raspar la lama del Chac Mool con una espátula. El musgo parecía ser ya parte de la
piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No era posible
distinguir en la penumbra, y al dar fin al trabajo, con la mano seguí los contornos de la piedra.
Cada vez que raspaba el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta.
Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la
682
683
erisipela: enfermedad de la piel.
musgo: planta que crece en lugares con sombra.
318
humedad acabará por arruinarla. Le he puesto encima unos trapos, y mañana la pasaré a la
pieza de arriba, antes de que sufra deterioro total.”
“Los trapos están en el suelo. Increíble. Volví a palpar al Chac Mool. Se ha endurecido pero no
vuelve a la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne, lo aprieto
como goma, siento que algo corre por esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe
duda: el Chac Mool tiene vello en los brazos.”
“Esto nunca me había sucedido. Tergiversé684 los asuntos en la oficina; giré una orden de pago
que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme la atención. Quizá me mostré hasta
descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico, saber si es imaginación, o delirio,
o qué, y deshacerme de ese maldito Chac Mool.”
Hasta aquí, la escritura de Filiberto era la vieja, la que tantas veces vi en memoranda y formas,
ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, parecía escrita por otra persona. A veces como
niño, separando trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo ininteligible. Hay
tres días vacíos, y el relato continúa:
“todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más que lo creído por mí. Si
es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o estar, si pinta un
bromista de rojo el agua... Real bocanada de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un
espejo de circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... Si un hombre
atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si
al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la
quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar allá, la cola aquí, y nosotros no conocemos más
que uno de los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real cuando
se le aprisiona en un caracol. Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse
684
tergiversar: enredar.
319
borrado hoy: era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que
un día tiembla para que recordemos su poder, o la muerte que llegará, recriminando mi olvido
de toda la vida, se presenta otra realidad que sabíamos estaba allí, mostrenca685, y que debe
sacudirnos para hacerse viva y presente. Creía, nuevamente, que era imaginación: el Chac
Mool, blando y elegante, había cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía
indicarme que era un Dios, por ahora laxo686, con las rodillas menos tensas que antes, con la
sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa
de que hay dos respiraciones en la noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el
propio. Sí, se escuchaban pasos en la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto
tiempo pretendí dormir. Cuando volví a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a
horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara, hasta detenerme en dos
orificios de luz parpadeante, en dos flámulas687 crueles y amarillas.
Casi sin aliento encendí la luz.
Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga encarnada. Me paralizaban
los dos ojillos, casi bizcos, muy pegados a la nariz triangular. Los dientes inferiores, mordiendo
el labio superior, inmóviles; sólo el brillo del casquetón cuadrado sobre la cabeza
anormalmente voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó hacia la cama; entonces empezó a
llover.”
Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría, con una recriminación
pública del Director, y rumores de locura y aun robo. Esto no lo creí. Sí vi unos oficios
descabellados, preguntando al Oficial Mayor si el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al
Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe qué explicación
darme; pensé que las lluvias excepcionalmente fuertes, de ese verano, lo habían crispado688. O
que alguna depresión moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de
los cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes siguientes son
de fines de septiembre:
685
mostrenca: ruda.
laxo: flojo.
687
flámula: llamas.
688
crispado: contraído.
686
320
“Chac Mool puede ser simpático cuando quiere, ...un glu-glu de agua embelesada... Sabe
historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias ecuatoriales, el castigo de los desiertos;
cada planta arranca su paternidad mítica: el sauce, su hija descarriada; los lotos, sus mimados;
su suegra: el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana de esa carne
que no lo es, de las chanclas689 flamantes de ancianidad. Con risa estridente, el Chac Mool
revela cómo fue descubierto por Le Plongeon, y puesto físicamente en contacto con hombres
de otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro y la tempestad, natural; otra cosa es su
piedra, y haberla arrancado al escondite es artificial y cruel. Creo que nunca lo perdonará el
Chac Mool. Él sabe de la inminencia del hecho estético.
He debido proporcionarle sapolio para que se lave el estómago que el mercader le untó de
ketchup690 al creerlo azteca. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tláloc, y,
cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a
dormir al sótano; desde ayer, en mi cama.”
“Ha empezado la temporada seca. Ayer, desde la sala en que duermo ahora, comencé a oír los
mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos terribles. Subí y entreabrí la puerta
de la recámara: el Chac Mool estaba rompiendo las lámparas, los muebles; saltó hacia la puerta
con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño... Luego bajó jadeante
y pidió agua; todo el día tiene corriendo las llaves, no queda un centímetro seco en la casa.
Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido no empapar la sala más.”*
“El Chac Mool inundó hoy la sala. Exasperado, dije que lo iba a devolver a la Lagunilla. Tan
terrible como su risilla ⎯horrorosamente distinta a cualquier risa de hombre o animal⎯ fue la
bofetada que me dio, con ese brazo cargado de brazaletes pesados. Debo reconocerlo: soy su
689
chancla: zapato viejo.
ketchup: catsup.
*
Filiberto no explica en qué lengua se entendía con el Chac Mool.
690
321
prisionero. Mi idea original era distinta: yo dominaría al Chac Mool, como se domina a un
juguete; era acaso, una prolongación de mi seguridad infantil; pero la niñez ⎯¿quién lo dijo?
⎯ es fruto comido por los años, y yo no me he dado cuenta... Ha tomado mi ropa, y se pone
las batas cuando empieza a brotarle musgo verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le
obedezca, por siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo doblegarme. Mientras no
llueva ⎯¿y su poder mágico? ⎯ vivirá colérico o irritable.”
“Hoy descubrí que en las noches el Chac Mool sale de la casa. Siempre, al oscurecer, canta una
canción chirriona y anciana, más vieja que el canto mismo. Luego cesa. Toqué varias veces a su
puerta, y cuando no me contestó, me atreví a entrar. La recámara, que no había vuelto a ver
desde el día en que intentó atacarme la estatua, está en ruinas, y allí se concentra ese olor a
incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos: huesos de
perros, de ratones, de gatos. Esto es lo que roba en la noche el Chac Mool para sustentarse.
Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.”
“Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mío; ha hecho que telefonee a una fonda para que
me traigan diariamente arroz con pollo. Pero lo sustraído de la oficina ya se va a acabar.
Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero
Chac ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aquí; todos los días hago diez o doce
viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que si intento huir me fulminará;
también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es que estoy al tanto de sus correrías nocturnas...
Como no hay luz, debo acostarme a las ocho. Ya debería estar acostumbrado al Chac Mool,
pero hace poco, en la oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las
escamas de su piel renovada, y quise gritar.”
“Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse en piedra otra vez. He notado su
dificultad reciente para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado, y parece ser, de
nuevo, un ídolo. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si
pudiera arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables en
que relataba viejos cuentos; creo notar un resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios
322
que me han puesto a pensar: se está acabando mi bodega; acaricia la seda de las batas; quiere
que traiga una criada a la casa; me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones. Creo que el Chac
Mool está cayendo en tentaciones humanas, incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía
eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac se humaniza, posiblemente todos sus siglos de
vida de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado. Pero también, aquí, puede germinar
mi muerte: el Chac no querrá que asista a su derrumbe, es posible que desee matarme.”
“Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco;
veremos qué puede hacerse para adquirir trabajo, y esperar la muerte de Chac Mool; sí, se
avecina; está canoso, abotagado. Necesito asolearme, nadar, recuperar fuerza. Me quedan
cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo el
Chac Mool: a ver cuánto dura sin mil baldes de agua.
Aquí termina el diario de Filiberto. No quise volver a pensar en su relato; dormí hasta
Cuernavaca. De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de
trabajo, con algún motivo psicológico. Cuando a las nueve de la noche llegamos a la terminal,
aún no podía concebir la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro a
casa de Filiberto, y desde allí ordenar su entierro.
Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un
indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía
un olor a loción barata; su cara, polveada, quería cubrir las arrugas; tenía la boca embarrada de
lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido.
⎯Perdone... no sabía que Filiberto hubiera...
⎯No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.
323
ACERCA DE “CHAC MOOL”691
Es el nombre del primer cuento de Los días enmascarados. Fuentes revela su origen en 1952,
cuando una exposición de arte mexicano visitó el Viejo Continente, en ella figuraba el Chac
Mool, que a su paso desataba lluvias y tormentas, lo que atrajo la atención de Fuentes al hecho
innegable: “hasta qué grado siguen vivas las formas cosmológicas de un México perdido para
siempre... y se manifiesta... a través de un misterio, una aparición”692.
El cuento narra la historia de Filiberto, un burócrata que por su afición al arte indígena
encuentra en la Lagunilla693 una réplica de Chac Mool, la lleva a su casa y la coloca en el sótano;
éste se va inundando. Con el paso de los días, Chac Mool se va cubriendo de lama y
adquiriendo además condición humana, hasta que una noche Filiberto descubre que se ha
introducido en su recámara, a partir de entonces, Chac Mool lo domina haciéndolo su esclavo.
Para librarse de su amo, Filiberto huye al puerto de Acapulco donde muere ahogado.
En “Chac Mool“ “encontramos por primera vez un tema inspirado por la mitología
prehispánica involucrado en la temática de una obra fantástica”694.
El cuento principia por el final cuando un amigo de Filiberto que traslada el cuerpo de éste
a México, descubre entre otras pertenencias del difunto, su diario gracias al cual en momentos
retrospectivos se conocen algunos aspectos de su vida.
A los cuarenta años, como un insignificante burócrata, Filiberto recuerda su juventud y la de
sus compañeros de escuela, llena de promesas que en su caso no llegan a cumplirse. Anota
además que tiene un amigo, Pepe, con el que camina por el centro de la ciudad hablando de
diversos temas; este amigo, que conoce la afición de Filiberto por coleccionar objetos de arte
691
Chac Mool: dios maya y tolteca de la lluvia en forma yacente.
Emmanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana, Empresas Editoriales, México, 1965, pág.
428.
693
Lagunilla: mercado de antigüedades al norte de la ciudad de México.
694
René Rebetez, Lo fantástico en la literatura mexicana, Espejo, número 2, Segundo Trimestre, México,
1967, pág. 40.
692
324
indígena y sus viajes a Tlaxcala y Teotihuacan695, por esta misma afición le informa que en la
Lagunilla venden una estatua de Chac Mool.
Un fin de semana Filiberto adquiere la estatua del dios del agua y la coloca en el sótano
de su casa: “Ciertamente muy grande para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura
porfiriana”696. Con el paso de los días Filiberto sufre varios trastornos debido a que al sótano
ha llegado el agua proveniente de la calle y por descomposturas en la tubería de su propia casa.
“Fuentes inventa un ambiente ficticio pero verosímil, fantástico pero real”697, en el que
continúan ocurriendo hechos inexplicables para el dueño de la casa, se oyen lamentos extraños
en la noche y el agua que ya ha inundado el sótano hace que la estatua se cubra de lama y luego
se vaya reblandeciendo. Al principio Filiberto piensa que la pieza no es de piedra sino de otro
material, sin embargo poco a poco descubre que su torso parece de carne y tiene vello en los
brazos. “Llegamos así al corazón de lo fantástico. En un mundo que es imposible de explicar
por las leyes de ese mismo mundo familiar”698. Filiberto anota la serie de dificultades que se le
presentan en su oficina todas inexplicables, su letra inclusive cambia hasta el punto de hacerse
ininteligible y piensa ya en la posibilidad de deshacerse del Chac Mool.
Al paso de los días, el dueño de la estatua tiene una verdadera obsesión por ella, primero se
figura que es su imaginación, pero después observa que ésta se ha vuelto blanda y que ha
cambiado de color, hasta que una noche, después de un sueño intranquilo y escuchar pasos en
la escalera, enciende la luz y descubre que: “Ahí estaba Chac Mool erguido sonriente... Chac
Mool avanzó hacia la cama, entonces empezó a llover”699.
Las dificultades de Filiberto aumentan a partir de su cercanía a la estatua, en su oficina
después de ciertos cargos que incluyen el robo y la locura lo despiden. Chac Mool va
adquiriendo cualidades humanas, narra historias acerca de su descubrimiento, dialoga con su
dueño y prefiere la recámara al sótano. “Otro procedimiento fantástico... consiste en dotar
animales y cosas con un alma semejante a la humana”700.
Filiberto que se ha atrevido a amenazar a Chac Mool recibe como respuesta una agresión y
desde ese momento pasa a ser su esclavo. La estatua adquiere hábitos como el de usar jabón,
695
Tlaxcala y Teotihuacan: centros de civilizaciones prehispánicas.
arquitectura porfiriana: de la época del dictador Porfirio Díaz.
697
Emmanuel Carballo, “El Carlos Fuentes de Los días enmascarados”, Uno más uno, XII, 4242, agosto 231989, pág. 23.
698
Tzvetan Todorov, Introducción a la literatura fantástica, Tiempo Contemporáneo, Argentina, 1972,
pág. 34.
699
Carlos Fuentes, “Chac Mool” en Los días enmascarados, op. cit., pág. 21.
700
María Elena Bermúdez, Cuentos fantásticos mexicanos, Universidad de Chapingo, México, 1986, pág. 19.
696
325
lociones y vestirse, se alimenta de perros, gatos y ratones. El dueño de la casa tiene que servir a
su amo alimentándolo y trayendo agua de una fuente pública.
A falta de lluvia, Filiberto tiene la esperanza de que Chac Mool se convierta en piedra
nuevamente, pero teme que antes le dé muerte, razón por la cual decide irse a Acapulco donde
muere ahogado misteriosamente.
El día en que el amigo de Filiberto lleva el cadáver de éste a su casa, se sorprende cuando lo
recibe un indio de aspecto repulsivo que de manera autoritaria le manda, lleven el cadáver al
sótano, momento en que finaliza la narración.
“Chac Mool” es un cuento con todas las características del género fantástico: se inicia
en un espacio familiar que se va contaminando con elementos inexplicables que rompen lo
cotidiano y hacen que el lector se sienta intranquilo. El cuento en el que ha permanecido el
misterio tiene un final abierto: “Los cuentos plenamente fantásticos al no tener solución del
misterio tampoco tienen por lo general un desenlace”701.
Como la mayoría de las historias con elementos sobrenaturales, se recurre al narrador en
primera persona, Filiberto, que cuenta la mayor parte de los sucesos en su diario, y su amigo
cuyo nombre desconocemos y que tal vez sea Pepe, quien nos relata todos los hechos que
ignoramos, al final del cuento Chac Mool habla también en primera persona.
Filiberto es un hombre solitario, aislado. “Los personajes deber ser solteros... solos,
aislados, Filiberto en “Chac Mool”, para que el Chac Mool se posesione de su casa”702.
Descendiente de una familia aristócrata, sólo conserva la casa donde vive pues ha venido a
menos; ya que pertenece a la clase media, posee cierta cultura, profesa la religión católica y no
tiene grandes ambiciones; desconocemos su descripción física pero a medida que la historia se
va desarrollando, sufre cambios notables en su personalidad, pues la rutina de su vida se altera
con la presencia del dios al que termina adorando después de ser un ferviente católico.
Chac Mool también se transforma cuando tiene contacto con el agua, pierde su
consistencia de piedra y adquiere características humanas que lo degradan y lo hacen perder su
poder divino para hacer llover, además de ser parte de una colección de objetos prehispánicos,
se convierte al final del cuento en un coleccionador.
La mayor parte de las acciones del cuento se llevan a cabo en la casa de Filiberto que se
encuentra en la ciudad de México. En esta morada también se advierten cambios, pues la
701
Flora Botton Baurlá, Los juegos fantásticos, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 1994, pág.
40.
702
Vivir del Cuento, Serie destino arbitrario, 12, Universidad Autónoma de Tlaxcala, México, 1995 pág. 178.
326
estatua de Chac Mool que llegó primero al sótano sube a la recámara y el cuerpo del dueño de
la casa termina en el sótano.
Por lo que respecta al tiempo, los hechos suceden en la década de los 50’. La narración del
amigo dura unas horas desde Acapulco hasta el regreso a la casa de Filiberto.
Los datos que nos proporciona la lectura del diario comprenden “ocho meses desde la
temporada de lluvia hasta la temporada de sequía”703.
El cuento de “Chac Mool” está escrito con un lenguaje accesible, sus párrafos son largos y
algunos muy cortos. Se recurre al monólogo interior en el personaje de Filiberto y a un breve
diálogo al final.
Fuentes al referirse a Los días enmascarados declara: “Allí se encuentra... mi principal
preocupación literaria; la del realismo simbólico. Aspiro a expresarme mediante un realismo
que sólo puede ser comprensible... a través de símbolos”704. Efectivamente la obra tiene varios
elementos simbólicos, entre otros, el agua que influye en Filiberto y Chac Mool; los lugares que
ocupan en la casa la estatua y el dueño de la misma representando dos culturas, y los sitios que
frecuenta Filiberto en el centro de la ciudad, la Catedral y el Palacio Nacional que simbolizan la
religión y el poder.
Carlos Fuentes ha llamado al proceso de su extensa obra narrativa “La Edad del Tiempo” y
la ha vuelto a ordenar en la siguiente forma:
La Edad del Tiempo
El mal del tiempo.
1) Aura
2) Cumpleaños
3) Una familia lejana
4) Constancia
Terra nostra (Tiempo de fundaciones)
703
Georgina García Gutiérrez, op. cit., pág. 28.
Emmanuel Carballo, Protagonista de la literatura mexicana, Lecturas Mexicanas #48, Ediciones del
Ermitaño, SEP, México, 1968, pág. 536.
704
327
El tiempo romántico
1) La campaña
2) La novia muerta
3) El baile del Centenario
El tiempo revolucionario.
1) Gringo viejo
2) Emiliano en Chinameca
La región más transparente.
La muerte de Artemio Cruz.
VII.
Los años con Laura Díaz.
VIII. Dos educaciones
1) Las buenas conciencias
2) Zona sagrada
IX.
Los días enmascarados
1) Los días enmascarados
2) Cantar de ciegos
3) Agua Quemada
4) La frontera de cristal
X.
El tiempo político
1) La cabeza de la hidra
2) El sillón del águila
3) EL camino de Texas
XI.
328
Cambio de piel.
XII.
Cristóbal Nonato.
XIII.
Crónica de nuestro tiempo.
1) Diana o la cazadora solitaria
2) Aquiles o el guerrillero asesino
3) Prometeo o el precio de la libertad
XIV.
El naranjo o los círculos del tiempo.705
FUENTES
BERMÚDEZ, Ma. Elena, Cuentos fantásticos mexicanos, Universidad de Chapingo, México, 1986.
BOTTON Burlá, Flora, Los juegos fantásticos, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 1994.
CARBALLO, Emmanuel, El Carlos Fuentes de los días enmascarados, Uno más Uno, XII, 4242, agosto 23-1989.
FLORES, Ángel, Narrativa Hispanoamericana 1816-1981, IV, Siglo XXI, México, 1982.
FORTSON R., James, Perspectivas mexicanas desde París, Corporación, México, 1973.
FUENTES, Carlos, Ámbitos literarios, Premios Cervantes 13, Anthopos, España, 1978.
FUENTES, Carlos, Los días enmascarados, Era, México, 1982.
GARCÍA Gutiérrez, Georgina, Los disfraces, El Colegio de México, México, 1981.
ORTEGA, Julio, Retrato de Carlos Fuentes, Círculo de lectores, Barcelona, 1995.
REBETEZ, René, Lo fantástico en la literatura Mexicana, Espejo, #2, Segundo Trimestre, México, 1967.
TODOROV, Tzvetan, Introducción a la literatura fantástica, Tiempo Contemporáneo, Argentina, 1972.
705
Julio Ortega, op. cit., pág. 42.
329
LA ONDA
MARGALIDA JIMÉNEZ
A mediados de los años sesenta se inicia entre los jóvenes de México un movimiento que se
conoce como La Onda y que se extiende hasta los años setenta.
Dicho movimiento tuvo su origen en el culto por el rock and roll, música proveniente
de los Estados Unidos, popularizada por el cantante Elvis Presley, y que había sido difundida
ampliamente a través de la radio y la televisión; el rock desde sus inicios fue para los jóvenes
una forma de liberar su energía, una descarga emocional.
En México, el rock tuvo una gran acogida y se popularizó; algunos de sus seguidores se
dejaban el pelo largo, vestían en forma estrafalaria y fumaban mariguana, lo cual motivó que
fueran reprimidos y algunas veces encarcelados. El movimiento de La Onda, con el tiempo,
fue más complejo pues llegó a contener en sí expresiones de tipo político, religioso, filosófico,
económico, social y artístico; en éste último rubro se ubica la corriente literaria llamada La
Onda, término que usaban los jóvenes para referirse a un plan, una fiesta o a un ambiente
(aunque posteriormente “una onda” llegó a tener amplias significaciones).
Los jóvenes autores que representaron en su inicio a este movimiento literario fueron José
Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña, en quienes se puede percibir la rebelión
a todo lo establecido, el gusto por la música rock y el jazz, con influencia de la filosofía
existencialista y de los cineastas italianos de esa época.
En un ambiente urbano, los “chavos” de la clase media de estos cuentos y novelas usan
para comunicarse un lenguaje que ya predominaba en la ciudad y que constituye una rebelión
contra las reglas establecidas, creado de lo efímero y para el momento. Es también un lenguaje
propio de la frontera norte de México, las “pocherías”, así como el “argot” y el “albur” con
que se expresaba el lumpen en las zonas marginadas.
Los escritores de esta corriente literaria llevan un ritmo musical en su narrativa, un diálogo
descriptivo y crean una atmósfera mediante el lenguaje, mismo que se convierte en el personaje
330
principal de la historia. Sus temas son apropiados a los personajes, y los de tipo sexual son
epidérmicos.
La generación de La Onda logró una apertura en las letras mexicanas; los escritores de las
siguientes generaciones la han reconocido por haber hecho posibles cambios significativos en
la literatura de nuestro país.
JOSÉ AGUSTÍN
MARGALIDA JIMÉNEZ
José Agustín nació en Guadalajara, Jalisco, el 19 de agosto de 1944, lugar en que su padre don
Augusto era piloto aviador del ejército mexicano; siguiendo la costumbre familiar, el niño fue
llevado al puerto de Acapulco, en el Estado de Guerrero, donde lo registraron con el nombre
de Agustín Ramírez Gómez.
Tiempo después la familia se instaló definitivamente en la ciudad de México; José Agustín
asistió al Colegio Simón Bolívar, destacando en los primeros años por su aplicación al estudio.
La vida del niño transcurría felizmente en compañía de sus padres y sus hermanos Augusto,
Alejandro, Hilda y Yolanda; don Augusto llevaba a sus hijos algunas ocasiones en sus viajes,
además de proporcionales agradables estancias en Acapulco en compañía de sus primos.
El año de 1955 fue significativo en la vida de José Agustín, pues, como recuerda, ya vivía en
casa propia en la colonia Narvarte, lugar donde pasó su adolescencia, asistiendo a sesiones de
teatro donde estudiaban y actuaban sus hermanos y más tarde él mismo en un pequeño papel;
jugaba béisbol y empezó a escribir obras cortas de teatro y cuentos que no obtuvieron ningún
premio. Por ese tiempo fue adquiriendo afición por el Rock and Roll: “Los intérpretes
favoritos de Agustín eran Bill Haley... y Elvis Presley. Estaba enterado de todo lo que sucedía
en materia de rocanrol, puesto que su papá le traía muchos discos y revistas de música de
Estados Unidos”706.
706
Ana Luisa Calvillo, José Agustín: una biografía de perfil, Blanco y negro, México, 1998, pág. 32.
331
En la adolescencia, los hábitos de José Agustín fueron cambiando, y aunque estudiaba, ya
no le agradaba asistir a la escuela, en la que observaba pésima conducta, fumaba y se iba de
pinta707, motivos por los cuales fue expulsado, con gran disgusto de su padre.
Ya en otro plantel, al que asistía en forma irregular, organizó un grupo de teatro y publicó
un periódico: “Ya había dejado la etapa rebeca708 ⎯chamarra con calavera pintada en la
espalda y mirada torva y para entonces entraba en la etapa-de-la-dulce-incomprensión⎯...
suéter negro con cuello de tortuga y expresión melancólica”709. Como en las tardes no había
clases pudo ensayar y representar “El casamiento”, de Gogol, dirigido por Juan Ibáñez710.
Siempre había tenido José Agustín facilidad para aprender el inglés y lo practicaba con un
amigo: “Pero además de frases de otros idiomas, le gustaba reproducir las groserías que
escuchaba en la calle o en boca de sus amigos. A sus hermanos les molestaba esto”711.
En el año de 1960 José Agustín ingresó al Círculo Literario Mariano Azuela invitado por sus
hermanos y por Gerardo de la Torre712; en ese grupo, y aunque eran condescendientes con él
por su corta edad, se halló por primera vez ante la crítica y pudo publicar en el segundo y
último periódico del Círculo una pieza teatral: Lo negro; más tarde tuvo la oportunidad de
montar dos de sus obras en el canal 11 de televisión e inició un cuento, “Tedio”, y luego
“Tedio” 2 y 3, que fueron el inicio de su primera novela: La tumba.
En esa época ya había conocido a Margarita Dalton, maestra de inglés, de quien fue novio y
gracias a la cual entró a un colegio como maestro del mismo idioma con beneplácito de su
familia. Continuó sus estudios en la Preparatoria No. 7, donde con René Avilés Fabila713, a
quien ya conocía, formó parte de una planilla que triunfó.
Todos los planes de José Agustín se interrumpieron al encontrarse nuevamente a Margarita
en una fiesta, en la que ella le planteó la posibilidad de casarse con él e irse a Cuba para huir de
la penosa situación por la que pasaba en su casa. Pese a lo descabellado del proyecto, Agustín
aceptó y no sin dificultades contrajeron matrimonio.
A los 16 años y casado viajó a Cuba; en el trayecto escribió una obra teatral, La miel
derramada. Ya en la isla, fue alfabetizador y profesor de inglés, organizó un grupo de teatro y
707
pinta: faltar a la escuela e irse de paseo.
rebeca: rebelde.
709
José Agustín, El rock de la cárcel, Planeta, México, 1999, pág. 27.
710
Juan Ibáñez: director cinematográfico y teatral mexicano (1938- )
711
Ana Luisa Calvillo, op. cit., pág. 29.
712
Gerardo de la Torre: escritor mexicano (1938- )
713
René Avilés Fabila: escritor mexicano (1940- )
708
332
montó su obra La almohada, visitó varios lugares de la isla donde aró la tierra y ordeñó vacas;
trabajaba y se divertía, pero ya había terminado y anulado su matrimonio. Su estancia en Cuba
terminó, ya que miembros de su familia se encontraban delicados de salud, aunque él siempre
pensó regresar a la isla como lo hizo después. “En La Habana dejé todos mis libros... porque
estaba seguro de regresar. Me habían ofrecido... becas en Berlín, Praga o en las universidades
cubanas”714.
Regresó a México en 1962, año en que murió su abuela y su hermana estaba enferma. Se
inscribió otra vez en la preparatoria donde presentó sus exámenes de primer año, y como
miembro de la planilla, le dio un lugar en ella a su compañera Margarita Bermúdez, joven
perteneciente a una familia conservadora, de quien se hizo novio con el consiguiente enojo del
padre de ella, que optó por vigilarlos.
La tragedia perseguía a la familia de José Agustín: doña Hilda, su madre, repentinamente
enfermó y murió en pocos días el mismo año. Este dolor se vio reflejado en la vida de Lucio,
protagonista de la novela Cerca del fuego, que escribiría años más tarde José Agustín. El padre de
Margarita, decidido a terminar la relación de su hija, la confinó en casa de un tío y los jóvenes
tuvieron que separarse.
José Agustín tuvo acceso al taller literario de Juan José Arreola, figura destacada de la
literatura mexicana, gracias a su hermana Hilda quien se lo presentó. En ese taller tuvo una
excelente formación como escritor junto con otros compañeros:
⎯¿Con quiénes estuviste en ese taller?
⎯Pues somos una generación que se llama Mester. Era una linda revista. Ahí estaba gente como
Parménides García Saldaña, Juan Tovar, René Avilés Fabila, Gerardo de la Torre, Jorge Arturo
Ojeda... Elsa Cross, Alejandro Aura...715
Después de la muerte de su madre y la disolución de su familia, José Agustín abandonó la
preparatoria e inició su preparación de forma autodidacta; asistió a “Los cafés literarios de la
Juventud”, montó obras en La Casa de la Asegurada del IMSS y ocupó varios empleos.
Margarita Bermúdez volvió a encontrarse con José Agustín y decidió salirse de su casa para irse
714
José Agustín, Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos, Empresas editoriales,
México, 1969, pág. 45.
715
Reinhard Teichmann, De la Onda en adelante, Posada, México, 1987, pág. 40.
333
a vivir a un departamento con él; sin embargo, a petición de la familia de ella, volvió a su hogar
y después de ocho meses se casaron, el 9 de septiembre de 1963.
En el taller de Juan José Arreola y a instancias de éste, José Agustín prosiguió haciendo
modificaciones a La tumba, pero debido a presiones económicas no asistía con regularidad al
taller; cuando regresó después de estar trabajando en Acapulco, Arreola apoyó su obra y fue
editada como primer título de Ediciones Mester con la firma de José Agustín; con anterioridad,
en revistas y periódicos y ahora con su primera novela, él omitió su apellido paterno para evitar
alguna confusión, ya que un tío paterno del mismo nombre era un reconocido compositor en
el estado de Guerrero.
La obra no estuvo lista para el mes de julio y José Agustín perdió en esa ocasión la
oportunidad de obtener una beca en el Centro Mexicano de Escritores.
Las presiones de tipo económico eran muy fuertes para el autor de La tumba, quien ya vivía
separado de su familia en un departamento, por lo que pidió una beca en El Centro Mexicano
de Estudios Cinematográficos, donde conoció a Gustavo Sainz, de quien se hizo amigo y a
quien recuerda por haberle prestado muchos libros que él no hubiera podido comprar.
Con Gustavo Sainz dejó El Centro y empezó a trabajar para la revista Claudia como
redactor, donde conoció a Vicente Leñero716 que hizo observaciones y críticas a la nueva
novela que había iniciado Agustín con el título De perfil. José Agustín hizo una segunda
solicitud para obtener la beca del Centro Mexicano de Escritores, pero la obtuvo René Avilés
Fabila.
Gustavo Sainz publicó en 1965 su primera novela, Gazapo, y obtuvo éxito; los editores
descubrieron un filón en las obras de los nuevos creadores y dieron importancia a la obra de
José Agustín. Éste, más adelante, tuvo que enfrentar serias dificultades con jefes de casas
editoriales hasta que La tumba inauguró la colección de Los Nuevos Valores y apareció su
novela De perfil.
En tres meses se publicaron más de treinta artículos, críticas, menciones, chismes y
entrevistas; hubo domingos en que todos los periódicos hablaban de La tumba o De perfil. “Esto
permitió que el libro... cayera en manos de gente, jóvenes en especial, que no sabían leer
literatura mexicana717.” Posteriormente, en una entrevista, la escritora Silvia Molina explicaría:
716
717
Vicente Leñero: dramaturgo mexicano (1933José Agustín, El rock de la cárcel, pág. 71.
334
)
⎯Comencé a leer tardísimo: en la preparatoria.
⎯¿Cuáles eran tus autores preferidos?
⎯No encontré el placer de la lectura sino hasta la preparatoria, y no fue con los autores clásicos,
porque no supieron dárnoslos, sino en los escritores de La Onda, como José Agustín y Gustavo
Sainz.718
Esa fue una época feliz para el joven escritor al lado de su esposa que lo comprendía y a
quien él admiraba, en buenas relaciones con sus familiares y rodeado de amigos. Su fama crecía
y con ella las múltiples invitaciones a diversos eventos. El excesivo tiempo que dedicaba a su
trabajo en la revista Claudia lo hizo renunciar a ésta, siguió escribiendo y aceptó la invitación
para colaborar en la página cultural del periódico El Día sobre rock, espacio que José Agustín
aprovechó para escribir sobre José Revueltas.
En 1967 se inició el proyecto para publicar la obra literaria completa de Revueltas; José
Agustín fue encargado de la edición y de escribir un epílogo. Gracias a la amistad que lo unía
con el hijo del cineasta Carlos Velo, se relacionó con éste para llevar a la pantalla De perfil; en
casa de Velo conoció a su esposa, Angélica Ortiz, y a su famosa hija, la cantante del momento,
Angélica María, que lo cautivó con su belleza y talento. Los compromisos abundaban y José
Agustín tenía que pasar mucho tiempo al lado de Angélica Ortiz, quien no desaprovechó la
oportunidad para insinuar un noviazgo entre él y su hija Angélica María, como figuras del
momento. La relación, efectivamente, se dio, pero le trajo serias consecuencias al autor, pues
Margarita, su esposa, lo abandonó y se fue a Acapulco, donde tuvo experiencia con las drogas
para evadirse, sin poder olvidar a José Agustín. Debido a las presiones de la señora Ortiz para
que José Agustín escribiera un guión para su hija, una noche surgió, sin proponérselo, el
famoso cuento “Cuál es la onda”, famoso por su lenguaje y su tipografía.
El trabajo que desempeñaba José Agustín en ese tiempo era extenuante, pues ya había
obtenido, en un tercer intento, la beca del Centro Mexicano de Escritores, donde debía
terminar un libro además de entregar las notas para el diario El Día, al que renunció a finales
de 1967, año en que murió su hermana Yolanda, esposa de Gerardo de la Torre. En el Centro
conoció a grandes figuras de la literatura mexicana, como don Francisco Monterde, Juan Rulfo,
Salvador Elizondo y Amparo Dávila, además terminó su novela Inventando que sueño, con la que
inició la serie Nueva Narrativa Hispánica.
718
Reinhard Teichmann, op. cit., pág. 295.
335
Su relación con Angélica María terminó y también su matrimonio con Margarita Bermúdez.
Trabajó entonces en publicidad sin éxito, haciendo guiones de rock, escribió su obra de teatro
Abolición de la Propiedad y la primera versión de su libro La nueva Música Clásica, y también
frecuentaba a intérpretes de música rock. “En esos momentos me hallaba en los peores niveles
de mi vida... desinterés, frivolidad, superficialidad, depresiones aplastantes, sentía un terrible
complejo de culpa... y la coexistencia de estados de inferioridad y de grandeza”719. Gracias al
escritor Paco Ignacio Taibo I, el cuento “La lluvia”, del libro Inventando que sueño, fue adaptado
y filmado en España; a José Agustín le pagaron muy bien los derechos de la obra.
Durante los acontecimientos sociales y estudiantiles que ocurrieron en México en 1968, José
Agustín simpatizó con los jóvenes estudiantes, participó en los mítines de la Universidad con
Gerardo de la Torre y René Avilés Fabila, y apoyó al movimiento en su programa
“Happenings” del canal 5 de televisión.
Margarita Bermúdez volvió a México y se unió ocasionalmente con José Agustín, él vivió un
tiempo la terrible pesadilla de las drogas; después, comprendió que su mundo era el de
Margarita, con la que volvió para no separarse.
En los años 70’ aparecieron dos libros, Narrativa joven de México y Onda y escritura en México,
en los que surgió el término “Literatura de la Onda” para los escritores René Avilés Fabila,
Parménides García Saldaña, Juan Tovar, Gerardo de la Torre, Gustavo Sainz y José Agustín,
teniendo como características de su estilo la antisolemnidad, la rebeldía, los coloquialismos, la
ironía, la influencia del rock, la falta de pericia en la redacción y una diagramación tipográfica
fuera de lo común. El libro desató una serie de polémicas, ya que los autores eran muy
distintos entre sí en cuanto a sus preferencias o su estilo; con el tiempo, los nombres de los
integrantes de “La Onda” fueron disminuyendo y sólo quedó José Agustín, quien siguió la
discusión hasta 1980. “En realidad nosotros nunca nos juntamos los tres para decir: ‘Somos de
La Onda’, ‘Vamos a escribir el manifiesto de La Onda’.”720 (Refiriéndose a él, a Gustavo Sainz
y a Parménides García Saldaña.)
Con las ganancias que obtuvo con la filmación de la película “Ya sé quién eres (te he estado
observando)”, José Agustín viajó con su esposa a Acapulco; a su regreso, fueron a visitar a su
amigo Salvador Rojo a Cuernavaca, Morelos, donde los sorprendió la policía judicial en
719
720
José Agustín, El rock de la cárcel, pág. 96.
Reinhard Teichmann, op. cit., pág. 61.
336
posesión de mariguana. Pese a las gestiones de sus familiares, los dos amigos fueron
encarcelados en Lecumberri721 el año de 1970, cuando José Agustín cumplía 26 años.
Durante su permanencia en la cárcel, Agustín recibió diariamente la visita de su esposa
Margarita y, ocasionalmente, de parientes y amigos; para mitigar su pena, se dedicó a escribir,
así terminó la novela Se está haciendo tarde (final en laguna); al salir de Lecumberri un año
después, Agustín se ocupó de divulgar su novela en diversos recintos culturales. Al finalizar
estos compromisos, se retiró con su esposa a Cuautla, Morelos, donde recibió la más grata
noticia desde su confinamiento: su próxima paternidad. Continuó escribiendo y no sin
dificultad pudo presentar su obra teatral Círculo Vicioso; poco a poco recuperaba su fama, viajó
a Argentina con un grupo de artistas, apoyados por el gobierno mexicano; después se dedicó
por un largo tiempo a hacer adaptaciones para el cine, a las que siguieron la publicación de la
novela El Rey se acerca a su templo y el libro de cuentos La mirada en el centro.
Desde 1977, José Agustín y su familia vivieron en los Estados Unidos, gracias a las becas de
la fundación Guggenheim, para escribir una novela, y la fundación Fulbrith, para impartir
clases; después su estancia se alargó debido a múltiples invitaciones de varias instituciones,
hasta que la nostalgia por su patria lo hizo volver en 1980.
A su regreso, trabajó en televisión, talleres literarios, publicó una novela, Ciudades Desiertas, y
con mucho éxito su obra de teatro Abolición de la propiedad. En 1984, José Agustín y su esposa
Margarita sufren las pérdidas, con escasa diferencia de tiempo entre ambas, de don Augusto
Ramírez y don Luis G. Bermúdez, padres de ambos, respectivamente.
Un año después, La Casa de las Américas, prestigiada institución cubana, lo invitó como
jurado para una serie de premios; ahí convivió con Fidel Castro, a quien había conocido en su
primer viaje a la isla. A su regreso, realizó su primera antología personal con el nombre de
Furor Matutino, y un guión cinematográfico, “Ahí viene la plaga”; después se sucedieron una
serie de viajes a Guatemala, Colombia, Argentina y, más tarde, a países europeos.
El rock de la cárcel, su segunda autobiografía, y su novela Cerca del fuego, aparecieron en 1986;
la segunda, a la que había dedicado ocho años, alcanzó la nominación al premio internacional
Rómulo Gallegos. Entre sus últimas publicaciones se encuentran Tragicomedia mexicana, en dos
tomos, Contra la corriente, La panza del Tepozteco, Dos horas de sol y No pases esa puerta.
721
Lecumberri: antiguo penal de la ciudad de México, donde actualmente está el Archivo General de la
Nación.
337
Se le han hechos varios homenajes en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la
Universidad de Zacatecas y en la Universidad Veracruzana; ha sido profesor invitado en
Francia e Inglaterra, y su obras, pese a sus detractores, han sido traducidas al italiano, al inglés,
al alemán, al francés y al noruego. “De acuerdo al investigador de literatura Lauro Zavala, es
uno de los cuatro escritores cuyos cuentos han sido traducidos a más idiomas en toda la
historia del cuento mexicano”722.
José Agustín, figura central del movimiento de La Onda, consolida y ejerce una literatura
trascendente que se propone, muy concientemente, continuar su búsqueda de recursos y
formas de experimentación, con medios narrativos que le permitan proseguir, no sin énfasis,
sus preocupaciones medulares: los jóvenes, los conflictos de la gran metrópoli, las crisis
sociales y morales de sus habitantes, la confrontación del hombre consigo mismo. En
conjunto, la diversidad y riqueza de la obra imaginativa de Agustín dan cuenta de una vasta
reflexión sobre la cultura y la contracultura, la lengua y el habla mexicanas en continuo proceso
y las extraordinarios registros de una sociedad urbana de cambio723.
Cerca del fuego
José Agustín inició la más ambiciosa de sus novelas, Cerca del fuego, en 1978 y la concluyó ocho
años después. Para su realización tuvo varias dificultades.
⎯Qué fue lo que te llevó más tiempo, ¿la estructura?...
⎯La estructura fue un problema porque inicialmente la historia era lineal pero tenía demasiados
elementos... me di cuenta que lo que tenía que hacer era trabajar los textos en forma interna
como si fueran cuentos a crear.724
En la novela se narra la historia de Lucio, que ha olvidado los últimos seis años de su vida; la
obra es una búsqueda externa e interna sobre lo que ha ocurrido en ese tiempo. Cerca del fuego
se divide en 64 partes que corresponden en el índice a los títulos Blanco, Negro y Rojo.
722
Ana Luisa Calvillo, op. cit., pág. 207.
Ignacio Díaz Ruiz en Diccionario Enciclopédico de las letras de América Latina, Biblioteca Ayacucho,
Monte Ávila, Caracas, 1995, pág. 2532.
724
La Jornada Semanal (nueva época), número 33, 28 de enero de 1990, págs. 15-18.
723
338
YAUTEPEC
José Agustín
⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯AÑOS ANTES, Lucio y su mujer (digámosle Aurora) deciden pasar unos
días en un pueblo del Estado de Morelos. Victoria, una amiga, les ha prestado una casa, es
vieja, no vayas a creer que es la gran maravilla, no te vas a parar de pestañas725 al verla, las
paredes son de adobe726, ves, y hay que sacar agua del pozo, pero creo que ya tiene luz eléctrica
y el pueblo, eso sí, es algo lindo, habías de ver los alrededores tú, hay un río precioso, te va a
encantar. Gracias, suena bien, dice Aurora al recibir las llaves de la casa.
Suben en el auto, entusiasmados porque al fin podrán tomar unas vacaciones fuera del
esperpento727 esmogangoso728 que se ha vuelto la ciudad de Mexicalpán729 de los Tecos,
Detritus Defecal730. Creo que dijo Victoria que en la casa orita731 está tu hermano Julián con un
amigo que se llama Salvador, dijeron que iban a pasar unos días en esos rumbachos732. ¡Que se
vayan, que se vayan!, exclama Lucio, deseándolo en verdad, pues no tiene el menor deseo de
encontrar conocidos allí, ¡y menos al azotadísimo de su hermano! Pero si son re733 buenas
gentes, intercede Aurora. Buenas gentes mis arrugados cojones734, precisa Lucio. Aurora no
hace caso a los exabruptos735 de su marido, quien generalmente no es afín a ningún tipo de
violencia verbal, pero ahora piensa que en los ojos de Lucio hay una expresión que muy pocas
veces ha advertido: destellos que revelan tensiones monumentales, inabordables, fuerza
725
pararse de pestañas: enojarse, molestarse.
adobe: ladrillo elaborado con lodo y paja que se deja secar al sol.
727
esperpento:
728
esmogangoso: expresión compuesta de smog (gas producto de la contaminación) y gangoso (sonido nasal).
729
Mexicalpán: México.
730
Detritus Defecal: Distrito Federal; se compone de Detritus (residuos o restos orgánicos de vegetales y
animales en descomposición) y Defecal (defecar: expulsión de heces fecales).
731
orita: ahorita, diminutivo de ahora.
732
rumbachos: rumbos.
733
re: muy.
734
cojones: testículos.
735
exabruptos:
726
339
demoniaca. Lucio de veras das miedo cuando te pones así, involuntariamente acostumbra decir
Aurora en esos rarísimos casos. Cállate la boca y no estés chingando736. Eso era exactamente lo
que yo estaba diciendo.
Aurora empieza a contar, para no prestar atención a la velocidad vertiginosa con que Lucio
maneja, las historias de fantasmas de la casa de su amiga Victoria (¡qué nombre!).
Histerias fantasmales737 en la casa de la amiga Victoria. Dice Victoria (dice la Sigámosle Diciendo
Aurora) que en su familia, como en las viejas-viejas historias ad hoc738, en una época ocurrieron
crímenes, y que por eso ahora la casa es patrullada por varios fantasmas. Fantasmas, mis
cuasirredondas739 bolas740. Lucio no manejes tan rápido, por favor, nos vamos a matar. Sé
manejar, no jodas741. Bueno, parece que uno de los tíos abuelos de Victoria de las Tunas742, que
se llamaba Tachito743, odiaba a su madre, porque la señora en cuestión de minutos se quedó
viuda cuando era muy joven y profundamente enamorada de la vida en rosa, tralay lalay744. Su
viudez la amargó por completo, tú sabes. Su familia le dijo que se metiera de monja, cual debía
de ser, pero ella se apasionó con un galán y entonces sí le gustó mucho... ¿El galán? No, coger745.
Fue el escándalo del pueblo porque la ñora746 llegó a tener más amantes que fajas y corsés;
estaba enferma Lucio, agarraba ondas malísimas747. Dice Victoria que a su tíabuela primero le
dio por ponerse todo tipo de disfraces, exclusivamente para coger; le gustaba vestirse de
amazona, ¿tú crees? Yo creo, replicó Lucio, pero no creo que se haya rebanado una teta748,
¿verdad? Claro que no. Luego le dio por vestirse de Carlota Corday749 en su fase cuchilladora, y
más tarde le gustaron los trajes de militar: se agenciaba de esos uniformes estilo Chema
736
chingando: molestando.
Histerias fantasmales: se refiere a las “historias fantasmales” que ocurrieron a la familia de Victoria en la
casa que les han prestado. Existe un juego de palabras (como ocurre con frecuencia en el cuento) entre
“historias” e “histerias”.
738
ad hoc: que conviene a tal objeto.
739
cuasirredondas: casi redondas.
740
bolas: testículos.
741
joder: molestar.
742
Victoria de las Tunas: Lugar al Este de Cuba; sin embargo, en el texto tiene la función de nombrar a la
amiga Victoria y hacer una especie de nombre compuesto.
743
Tachito: diminutivo de Anastasio.
744
tralay lalay: especie de tonada musical.
745
coger: en lenguaje popular, tener relaciones sexuales.
746
ñora: señora.
747
ondas malísimas: conductas extrañas.
748
teta: seno.
749
Carlota Corday:
737
340
Morelos y Pavón Real750, con sable, faja y toalla La Josefina en la cabeza, y ese fue el escalón
previo de la Etapa Sádica. Esa pinche751 Victoria ha estado leyendo libros del Marqués de
Stekel752... Lucio, vas a ciento cuarenta, no exageres... Bueno/ Óyeme, si vuelves a decir bueno
te rebano una tetiux753. Bueno... ¡Pinche Aurora! Como tenía dinero y seguramente era una
belleza, o al menos estaba que se caía de buena, no le faltaban los huehuenches754
patarrajados755 que le daban lo que quería, ¿no?, y qué crees... Esta Devoradora Dhombres
acostumbraba despertar a su hijo Tachito, el tío abuelo victorioso756, para que el entonces niño
viera cómo ella latigueaba a sus pobres amatrostes757, y luego obligaba al pequeñín Tachete758 a
que la viera en el acto carnal también llamado coito. O paliacate759. Sí, como quieras. Tachito,
imagínatelo, entonces tenía seis años, era delgaducho y amariconado760, amaba a su mamá hasta
la masturbación, pero como el amor es odio no te quepa duda después la detestó, aunque dice
Victoria que más bien detestaba a los tipos que se tiroteaban a su sagrada jefecita761, y que,
claro, personificaban en realidad la misma debilidad y sumisión que el buen Tacho padecía,
¡Lucio, por Dios, no rebases en curva! Usted aguántese como las buenas. Como las buenas
suicidas, querrás decir, palabra que ora sí me espanté. ¿Y luego? Pues un buen día a la
Devoradora le entró la onda de flagelar a su hijo, ¿tú crees?, porque éste ya estaba más
crecidillo y además calzaba grande762... Pues fíjate que Tachito no pudo decir que no, como
buen masocas763 edipuspús764, y por supuesto después de los latigazos y las patadas en la panza
y en el culo sea la parte, el jovencito acabó copulando con su pinche madre/ ¡Pinche Aurora,
no te mediste con ese copulando! Lucio, ¿no te parece una chingadera que una madre haga
750
Chema Morelos y Pavón Real: José María Morelos y Pavón, caudillo de la Independencia de México; el
último apellido del caudillo está con otra palabra, dando Pavón Real, que hace alusión al Pavo Real, ave
grande que tiene un llamativo plumaje.
751
pinche: insulto.
752
Marqués de Stekel:
753
tetiux: teta, seno.
754
huehuenches: danzante indígena disfrazado de viejo.
755
patarrajada: pie con hendiduras; despectivo de los hombres descalzos, generalmente indígenas y gente
muy pobre.
756
tío abuelo victorioso: tío abuelo de Victoria.
757
amatrostes: amantes.
758
Tachete: otra forma de aludir a Anastasio.
759
paliacate: pañuelo grande adornado con vivos colores; sin embargo, en el texto tiene otra significación: al
acto sexual, en lenguaje popular, también se le llama “palo”; en el habla popular es fácil jugar con los sonidos
y cargar del mismo significado semántico a palabras muy parecidas, “paliacate” en este caso.
760
amariconado: maricón, homosexual.
761
los tipos que se tiroteaban a su sagrada jefecita: los hombres que tenían relaciones sexuales con su madre.
762
calzaba grande: que tenía el órgano sexual grande.
763
masocas: masoquista, que obtiene placer recibiendo dolor.
764
edipupús: con complejo de Edipo.
341
eso? Me parece que eres una vieja lépera765. El niño, más bien: el muchacho, no pudo resistir el
Terrible Impacto de transgredir el natural tabú llamado incesto, salió de la cámara o recámara y
se chupó cuatro botellas de anís del mono. Prestas766. Del mono Prestas. Ya entonces,
debidamente estupidizado por el alcohol, que como has de saber es muy malo, regresó a buscar a
su señora madre, tomó uno de los fierros o implementos que sirven para atizar el fuego de la
chimenea y ¡moles!767 se lo estrelló en la choya768 de su mamis, quien, con el cráneo abierto
como flor de huitlacoche, alcanzó a decir ¡más más! No, noscierto769, le dijo, severamente: vas a
ver cabrón770 Tacho de Carnitas771, todas las noches voy a venir a jalarte las patas... Carajo, esa
Victoria debería leer algunas historias de terror que cuando menos alcancen el gallardo nivel
místico de E.T.A. Hoffmann o de Gustav Meyrink y no se queden en vulgares refritos772 del
jefe Poe Poe. ¿Quieres que te siga contando o no? Síguele, al fin que siempre me deleita ser
testigo de la estupidez humana. Oye, qué te pasa, comiste gallo773 o qué. Tú síguele. Sígole,
pero maneja más despacio, vamos a quedar embarrados en la carretera. Aurora, confía en tu
charro774 y llegarás a vieja. Lucio, ¿todavía me necesitarás y me alimentarás cuando tenga
sesenta y cuatro años? ¡No ma-mes!775 Bueno, para seguir haciéndote el cuento largo, que por
lo demás es lo único largo que se te puede hacer, a Tacho le gustó eso de rajar cabezas y se
volvió el terror del pueblo, y no sé a cuántos se echó, hasta que un primo suyo, abochornado
por tal sarta de malvadeces o malvaviscosidades776, un buen día nomás tres tiros le dio al tío
abuelo de la Victoriadora de Hombres777. Fíjate que la gente del pueblo oyó los balazos y como
ya estaba hasta la coronilla de esa familia la multitud fue a la casa y lincharon al primo
765
vieja lépera: mujer grosera, mal hablada.
anís del mono. Prestas: el anís del mono es un licor, bebida embriagante; mas aquí tiene otra función la
frase: “anís” significa “ano” y “mono” órgano sexual femenino (asociación que se hace debido al vello
púbico). Al completar la frase con la palabra “prestas” se hace un albur, es decir, se le dice en doble sentido a
la mujer que le “facilite” su órgano sexual, o sea, tener relaciones sexuales.
767
¡Moles!: expresión que indica golpe, como “¡Zoc!” o “¡Pum!”
768
choya: cabeza.
769
noscierto: no es cierto.
770
cabrón: persona molesta.
771
Tacho de Carnitas: Tacho es tío abuelo de Victoria, pero al quitar la letra “h” al nombre queda “Taco”, que
es una tortilla de harina (de maíz o de trigo) con algún alimento, en este caso “Carnitas”, o sea carne de cerdo
frita en aceite.
772
refritos: versiones malas de alguna obra artística.
773
comer gallo: ser peleonero o agresivo.
774
charro: jinete que practica la equitación a la usanza nacional; aquí con el sentido de “hombre”.
775
¡No ma-mes!: “no molestes” en forma despectiva del lenguaje popular.
776
malvadeces o malvaviscosidades: en ambos casos se refiere a “maldades”.
777
Victoriadora de Hombres: devoradora de hombres; el juego, esta ocasión, es con las palabras “Victoria” y
“devoradora”.
766
342
vengador. ¡Ah!, dijo Lucio, y desde entonces se dice que las ánimas rulfianas778 y en penuria de
la Devoradora, del Tachuelo y del Primo Vengador circulan por la casa, ¿no es así?
Exactamente, Lucio, ¡qué sagaz eres! ¡Qué inteligente! ¡Qué penetración! Calma Aurora, no te
me subleves. Fíjate que Victoria me contó esto ayer en la noche, cuando me dio las llaves de la
casa, y me dijo que si te aparecía el fantasma de la Devoradora no fueras a someterte a sus
encantos, porque resultaría fatal. ¿Y si a ti se te aparece el ánima de Tachito?, ¿qué? Victoria me
explicó que debo darle un poco de lechita, porque Tacho estuvo privado de amor maternal.
...Lucio ha vuelto a rebasar en curva (yo tengo un tobogán) y apenas logra meter su datsun
en la cuneta porque un enorme camión de Aurrerá viene en sentido contrario y casi llega a
estrellarse contra ellos. Aurora grita, histérica, pero Lucio, aún en la cuneta, acelera aún más
para salir de la curva. ¡Ay Lucio, qué cerquita la vimos! Pero salimos, Aurorita, es que tenemos
buen karma779. Buen karma mis ovarios, especifica Aurora, aún muy pálida.
Llegan al pueblo (¿por qué no Yautepec?) a las doce del día, cuando el sol está más fuerte
que nunca y hace que los filos de las hojas de los árboles aparezcan completamente blancos,
vibrando intensamente. En casa de Victoria, en efecto, encuentran a Julián y a Salvador. Lucio
se indigna al ver que su hermano se instaló en la recámara principal. Óyeme gran cabrón, te
sacas tus chivas780 de aquí y te largas a otra recámara, porque aquí nos vamos a quedar Aurora y
yo. No me grites, advierte Julián, quien no parece de buen humor (pero en escasas ocasiones
parece de buen humor). ¡Pues si no quieres que te grite!, grita Lucio, ¡saca tus porquerías de
aquí, pero ya! ¿Qué te parece?, vocifera Lucio a Aurora, ¡este cabroncornio781 llega con un
huevón782 y se apropia de la mejor recámara, qué falta de respeto! ¿Esta es la mejor recámara?
¡Cómo estarán las otras!, comenta Aurora, ¡sí, que se larguen!, añade luego, muy satisfecha
porque puede tratar mal, abiertamente, a su cuñado. Miren, interviene Salvador, muy serio; si
quieren Julián y yo nos vamos de la casa, para acabar pronto. Eso estaría perfecto, carajo, ya la
han engordado mucho en esta ratonera783, y además a nosotros nos prestaron la casa, ¡pírense a
778
ánimas rulfianas: las ánimas son espíritus que penan, sufren y pagan sus acciones en el mundo de los vivos
para poder acceder al perdón y al descanso eterno, pero sin conseguirlo; esto es lo que les ocurre a varios de
los personajes de Juan Rulfo, escritor mexicano, que sufren en vida y en la muerte, sin poder descansar de
ninguna manera.
779
buen karma: buena suerte.
780
chivas: cosas, objetos.
781
cabroncornio: juego de palabra de “capricornio”, signo zodiacal, y “cabrón”, persona molesta.
782
huevón: holgazán.
783
ya la han engordado mucho en esta ratonera: ya la han disfrutado mucho en este lugar.
343
este ritmo!784, indica Lucio chasqueando los dedos. Te vas a arrepentir de esto, gruñe Julián con
los ojos apagados. Te vas a arrepentir tú si me sigues amenazando; de niño me podías pegas
pero ahora te rompo el hocico. Vámonos Julián, no le hagas caso, pide Salvador el
conciliatorio deteniendo a Julián, quien ya estaba a punto de lanzarse contra su hermano.
Mientras Julián y Salvador hacen sus maletas, recogen sus enseres y enrollan sus sacos para
dormir, Aurora y Lucio revisan la casa. Óyeme, esta maldita Victoria no nos dijo que la casa
está pudriéndose de vieja, aquí ni los fantasmas podrían vivir. ¿Y ya viste la estufa?, señala
Aurora, es de carbón. Está bien, nomás no me digas patrón. ¿Hay luz eléctrica, tú? Pues yo no he
visto ningún foco ni ningún apagador. Revisan una vez más y comprueban que en toda la casa
no hay electricidad. Y todo está húmedo y lleno de tierra, ¿tú puedes creer que Victoria me
decía que esta casa era un palacio? Habrá sido un protopalacio785, anterior al Paleolítico,
comenta Lucio; un utopalacio786, continúa, indulgente;
Ob-úgrico, un Ur-palacio... Todo
está muy oscuro, pues casi no hay ventanas, y las que hay son muy pequeñas. Y la indignación
de ambos no conoce límites al ver que los baños por supuesto consisten en unos cajones
maltrechos, sin agua corriente, con tablas agujeradas: en los hoyos redondos del retrete se
vislumbra la viscosidad de una fosa rudimentaria. ¡Qué horror! Aquí mero es donde
seguramente duermen los fantasmas familiares, considera Lucio. La casa es muy grande, de un
piso, con su riguroso patio teménico787 y con una fuente central, seca, sucia, agrietada. Todo es
muy viejo, los muebles crujen lastimosamente. Fíjate que la malvada Victoria me dijo que sí
había luz eléctrica: se ve que no se para por aquí desde hace siglos. Vamos a hablarle por
teléfono para mentarle la madre. ¿En qué teléfono, Lucio? Yo creo que ni siquiera los conocen
en el pueblo, ya no digamos aquí... Bueno, qué hacemos, ¿te quieres quedar en esta casa? Pues
cuando menos hoy sí, ¿no? Qué flojera salir a buscar hotel, además ya hasta corrimos a tu
hermano. Mira, vamos a pasar la noche en esta alacranera y mañana nos vamos a Cuernavaca,
al Casino de la Selva788, es preferible ver al fantasma del viejo Malcomio, chance hasta nos
invita un mezcalito.
Julián y Salvador se han ido ya, sin indicarles dónde están las lámparas. ¡Qué groseros!
Aurora y Lucio las buscan, para que nos los sorprenda el crepúsculo sin tener con qué
784
¡pírense a este ritmo!: váyanse rápido.
protopalacio: prototipo o modelo de palacio, claro, sin terminar.
786
utopalacio: palacio utópico, ideal.
787
patio teménico:
788
Casino de la Selva: balneario en la ciudad de Cuernavaca.
785
344
alumbrarse, e incluso para antes de que se haga de noche, pues sólo en la estancia hay
ventanas, y en algunos cuartos la oscuridad es casi total a esas horas de la tarde, mutatis
mutandis789, porque ya es la tarde, y es hora de comer.
Antes de subir en el datsun advierten que, en unas de las casas vecinas ⎯que están divididas
por tecorrales790 con milpas tristonas⎯ hay un hombre que los mira. Cuando están a punto de
arrancar éste se les acerca, haciendo señas. ¿Qué querrá este enano?, musita Lucio, impaciente.
Ay Dios, está vaciadísimo, parece Eduardo Mejía. El hombre es bajito de estatura y viste un
traje viejo, que le queda corto. Una canosa barba de candado enmarca la ausencia de incisivos
en su boca. Llega a ellos, jadeando. ¿Ustedes son familiares de la señora Victoria? ¿Por qué?,
contrapregunta Lucio, seco. Permítanme presentarme, soy el doctor Salvador Elisetas, siquiatra
retirado. El hombre se inclina y espera un poco para que ellos le digan sus nombres pero como
no lo hacen continúa: yo vivo allí enfrente. La señora Victoria me ha encargado que cuide su
casa. Pues no la cuida usted bien, ataja Aurora, está hecha un desastre. Bueno, señores, ignoro
cómo esté en el interior, yo sólo procuro que no se metan algunos indios a refocilarse791 o... a
hacer sus necesidades, especifica el doctor Elisetas con una risita apagada. El doctor entrecierra
los ojos al hablar y tartamudea ligeramente, inclinando un poco la cabeza hacia la derecha
como si con ese movimiento fuera a destrabar las palabras. Bueno, sólo quiero decirles que
estoy a su disposición en caso de que se les ofrezca algo. ¿Tiene teléfono?, inquiere Lucio, al
instante. Sí, pero está descompuesto, tengo ya varios días reportándolo a la Compañía de
Teléfonos para que lo arreglen, pero aún estoy esperando. Pues sígalos esperando, dice Lucio
al arrancar el auto. Joven, su comportamiento no es normal, si quiere puedo darle unas píldoras
tranquilizantes. Lucio responde con un arrancón que levanta nubes de polvo.
Cómo eres, ríe Aurora, lo bañaste de polvo. No merecía otra cosa, mira que ofrecerme
tranquilizantes. Ha de pensar que estás loco. Lo cual sería una obvia proyección, cualquiera
sabe que se necesita estar loco para ser siquiatra. Pero éste exagera, en todo caso; ¿te fijaste
cómo meneaba la cabecita al hablar? Sí es cierto, y qué ojos, recuerda Aurora, sonriendo;
parecería salido de la temblorosa película El pueblo cubano contra los demonios, de Gutiérrez
789
mutatis mutandis:
tecorral: cercado de piedra.
791
refocilarse: en el acto sexual, regocijarse.
790
345
Alea Jacta792. Además, agrega Lucio, tenía babas en la barba. ¡No es cierto! ¡Sí es cierto!, y
mocos en el bigote.
En el zócalo del pueblo (sigámosle llamando Yautepec) encuentran un restorán, pero antes
de entrar en él Lucio averigua dónde está la Compañía de Teléfonos. En ella, pide una
conferencia (¡por cobrar!) con la amiga Victoria, y a ésta le grita, ante los oídos escandalizados
de los sombrerudos793 que aguardan turno para entrar en las casetas, que los mandó a un
basurero, la casa es una porquería, se necesita ser hija de puta y madre de mongólico para
prestar esa casa y, para acabar pronto, que chingue a su madre. Cuelga de golpe, satisfecho,
aunque un poco agitado. Aurora sonríe salomónicamente794. ¿Qué te dijo?, pregunta. Me dijo
¿bueno? y nada más, porque no la dejé abrir la boca. Nos va a odiar, dice Aurora. Uy qué
preocupación tan grande.
En el restorán les sirven caldo de pollo, cecina795 de Yecapixtla796 con crema y frijoles.
Señorita, dice Lucio a la mesera, ¿no tiene unos panes que sean de ayer? ¿Qué sean de ayer?,
pregunta la mesera, sorprendida. Sí, porque éstos que nos dio seguramente son de hace una
semana. Y la comida es pésima, niña: me gustaría saber de qué fosa séptica797 sacaron el caldo y
de qué huarache798 cortaron la carne, ¿no les da vergüenza servir estas atrocidades? ¡Ni crea que
le voy a dar propina, y con suerte tampoco le pague! Ya agarraste vuelo, dice Aurora cuando la
mesera, sonriendo nerviosamente, se ha ido.
Salen del restorán y deambulan por el zocalito. ¿Y ahora qué vas a hacer, estrangular a las
ardillas de los árboles? En vez de eso, en una esquina del parque compran los vasos más
grandes de nieve de leche, no sin antes protestar por lo caro de la nieve, y luego suben en el
quiosco799 donde se dedican a criticar, entre risas, a los campesinos morelenses que abajo
ocupan las bancas.
Regresan a la casa, después de comprar cajas de velas, comestibles y varias botellas de vino,
¿cómo es posible que nada más vendan vinos del país?, vocifera Lucio, ¿qué creen que somos
792
Gutiérrez Alea Jacta:
sombrerudos: hombres que utilizan sombrero; forma despectiva para referirse a los provincianos.
794
salomónicamente: referencia al rey bíblico Salomón, quien era muy justo para decidir sobre asuntos y
pleitos. Cuando se dice que algo se resolvió salomónicamente, se alude a que se hizo de manera muy justa.
795
cecina: carne salada y seca.
796
Yecapixtla: municipio del estado de Morelos, al sur de la República Mexicana.
797
fosa séptica: sanitario rudimentario.
798
huarache: especie de sandalia con correas tejidas y suela gruesa de caucho.
799
quiosco: pequeño edificio con techo sostenido por columnas que adorna los parques.
793
346
nacos800 oligarcas801 del rumbo? ¡Qué falta de respeto para el turismo nacional! Ustedes, pobres
malincheros802, se tiran al suelo como alfombra nomás ven a los gringos, pero a los pobres
paisanos se nos discrimina vilmente, por eso estamos como etcéteras. Mi amor, no te mediste
con la arenga que te echaste en la vinatería. ¿Y los fantasmas?, pregunta Lucio cuando
distribuyen velas en la recámara y en la sala. Pues deben estar esperando que oscurezca, ¿no?,
para seguir la tradición. ¡Fantasmas tradicionalistas, qué horror!, exclama Lucio; yo creo que los
de aquí deben estar más decrépitos y desdentados que el vecino siquiatra. Por cierto, pregunta
Aurora, ¿compraste la lechita de Tacho? La tachita de leche803, responde Lucio.
Hace calor, y se quitan toda la ropa. A Aurora parece gustarle mucho circular desnuda por
la casa. Enciende las velas, pues aunque el sol vespertino reverbera con violencia allá afuera,
dentro está casi a oscuras. Envueltos en oscuridad, parafrasea Lucio, oscuridad divino tesoro804.
A la luz de las velas, y después de beber dos botellas de vino, se disponen a hacer el amor.
Lucio está a punto de penetrarla cuando ella propone que en esa ocasión el acto carnal (o palo)
sea anal (o por chicuelinas)805. A Lucio le cuesta trabajo (y a Aurora varios gritos) entrar en ella
sin ninguna lubricación, y apenas se halla a punto de lograr la penetración total cuando tocan
en la puerta. ¡Carajo! ¿Quién podrá ser? Yo creo que los fantasmas no, sólo que las ánimas
morelenses salgan a trabajar en los maizales durante el día. Ha de ser el pendejo806 de mi
hermano, seguro se le olvidó algo, considera Lucio empujando un poco más. No les hagas caso
mi amor, ya me la metiste casi toda, dice Aurora. Pero los toquidos son insistentes, insolentes.
¡Me lleva el diablo!, exclama Lucio, fastidiado; sale de su mujer y se dirige a la puerta. Vístete,
¿no?, le recuerda Aurora mientras busca una camisa para cubrirse. A regañadientes807, Lucio se
pone un pantalón. Los toquidos continúan, cada vez más violentos, cimbrando la puerta, cuyo
marco deja caer repetidas capas de polvo.
800
naco: individuo burdo, vulgar. Indígena mal incorporado a la vida urbana.
oligarcas: de oligarquía; gobierno de unas cuantas personas que asumen el poder.
802
malincheros: malinchistas, que no quieren lo nacional, lo mexicano (referencia a la Malinche, mujer
indígena que toma partido con los españoles en la conquista de México).
803
tachita de leche: tacita de leche; al agregar “h” intermedia en tacita el autor obtiene otra palabra,
resultando el “femenino” del tío Tacho: tachita. La respuesta es un juego, también, con la frase anterior.
804
oscuridad divino tesoro: paráfrasis de “juventud divino tesoro”, frase de
805
chicuelinas: término taurino; sin embargo, en el texto no tiene esa significación: “chicuelinas” remite a
“chico”, que en lenguaje de doble sentido se refiere al ano, esto con la intención de burlar al interlocutor e
insinuarle la relación sexual.
806
pendejo: imbécil, idiota, insulto grave.
807
regañadientes: con desgana.
801
347
Quien toca es nada menos que el doctor Elisetas. Antes de que Lucio pueda decir algo, el
siquiatra se mete en la casa, diciendo ¿qué no oían?, estuve tocando horas. ¡Claro que oíamos,
¿qué diablos quiere? Buenas tardes, señora, saluda el doctor al parecer sin inmutarse porque
Aurora se halle semidesnuda. Bueno, qué quiere, ¿nadie le ha dicho que tiene que esperar a que
lo inviten antes de meterse en las casas? Hombre, yo soy de confianza. Le traje sus
tranquilizantes, joven. Óigame, usted está orate, casi grita Lucio. Aurora ríe, repitiendo
quedamente: orate... Usted es el que debería tomarse esos chochos, viejo ídem. No tiene por
qué agradecérmelo, avisa el siquiatra con exagerada corrección mientras toma asiento y se
equilibra en una silla tambaleante. ¿No creen que es muy temprano para ponerse a beber?,
agrega después, mirando a Lucio con ojo clínico. Este ríe. Mire viejito, no lo corro a patadas
nada más porque me divierte su temeridad. Joven, advierte el doctor, modérese: debo
prevenirle que, aunque retirado, soy delegado honoris causa de Salud Pública del municipio y
puedo ordenar que lo encierren en el manicomio. A usted es al que hay que encerrar, viejito,
¡qué atrevimiento! ¡Delegado honoris causa! ¡No es posible! Señora, dice el doctor Elisetas
dirigiéndose a Aurora, ¿desde cuándo le dan estos ataques a su marido o concubino? Desde
que tenía seis años, bromea Aurora, fíjese que en casa siempre tengo a la mano una camisa de
fuerza para cuando se pone grave. Muy chistosa, comenta Lucio. Había de verlo, continúa
Aurora, hasta le sale espuma de las orejas y cerilla808 de la boca, y rompe todo, señor, así que en
mi casa los muebles son de hule. Muy interesante, juzga el siquiatra tomando el vino, del cual
bebe un largo trago, a pico de botella. ¡No se beba mi vino, viejo chilapastroso809!, grita Lucio,
¡espérese a que lo inviten! Mi vida es un calvario, prosigue Aurora, no tiene usted idea... Dígale
a su marido, o amasio810, que se tome las medicinas que le he traído. Lucio, por su parte, está
revisando los frasquitos. Mi amor, que dice el viejito pendejito que te tomes las medicinitas que
te trajo. ¿Sabes qué son, Aurora? ¡Anfetaminas! ¡Y este barbasconbabas cree que son
tranquilizantes! ¡No puede ser!, ¿de veras?, ríe Aurora mientras se levanta para leer las etiquetas
de los frascos. El doctor continúa bebiendo. Mire joven, dice, imperturbable si no fuera por el
meneo de la cabeza que se sincroniza con sus tartamudeos; cada vez más tengo la certeza de
que usted está enfermo y de que requiere hospitalización inmediata. En Cuernavaca hay una
clínica a la que podemos llevarlo en, digamos, veinte minutos. Deveras está loco, dice Lucio a
Aurora. Quien está loco es usted, afirma el doctor, lo supe desde el primer instante; bastaba
808
cerilla: cerumen de los oídos.
chilapastroso: desarreglado y sucio, mugroso.
810
amasio:
809
348
con ver cómo corrió usted a las personas tan pacíficas que estaban en esta casa. Lucio y Aurora
se miran, atónitos. No me mire usted así joven, sus gritos se oían hasta mi casa. Más bien,
repone Lucio, usted estaba espiando en el jardín, con razón me pareció advertir que algo se
movía entre las plantas. ¿Considera normal lo que hizo?, pregunta el doctor, bebiendo de la
botella. Mire imbécil, yo hago lo que se me da la gana y ningún baboso me va a llegar a
molestar, ¡lárguese inmediatamente de aquí antes de que lo saque a rastras! No me voy, afirma
el siquiatra enfáticamente, y continúa: y después, cuando hablé con usted hace unas horas me
di cuenta de que me hallaba ante un caso peligroso. Yo no estoy dispuesto a que ningún loco
furioso, como su misma esposa lo cataloga, ponga en peligro a la comunidad, así es que es mi
melancólico deber avisarle que he mandado llamar a una ambulancia para que lo lleven a
Cuernavaca.
Lucio y Aurora vuelven a mirarse, considerando por primera vez que ese tipo está tan loco
que bien pudo haber hecho lo que dice. Estese usted en paz, no presente resistencia, tómese
los calmantes que le di y todo saldrá bien; si usted colabora le aseguro que con unos seis meses
de electrochoques diarios quedará usted curado, finaliza el doctor Elisetas y vuelve a beber más
vino; bebe tanto que se atraganta y el licor le escurre por la barba. Está de remate, sentencia
Aurora, ya sácatelo de aquí. ¡Y está fumando mariguana!, ¿ya te fijaste?, exclama Lucio al ver
que, en efecto, el doctor Elishongos811 sacó un cigarrillo delgadito cuyo humo delata la
presencia de una yerba petatesca812. En ese momento el doctor salta con una agilidad
insospechada, corre a la puerta y la cierra con llave. ¡De aquí no sale usted!, vocifera, ¡hasta que
venga la ambulancia! Lucio no puede concebir que sea posible lo que está ocurriendo, pero
finalmente su indignación es mayor que el azoro. Toma al viejo de las solapas y lo sujeta
firmemente. ¡Deme esa llave! ¡De dónde sacó esa llave, además! ¡No me toque! ¡Mientras más
violencia ejerza más tiempo se va a pudrir electrochocado en la casa de la risa813! Lucio trata de
meter su mano en el bolsillo del viejo, pero éste, con una fuerza inconcebible, le propina un
derechazo en la mandíbula. ¡Me has estado buscando todo el día!, chilla, ¡pues ya me
encontraste, ya me encontraste! Lucio se repone del golpe y, atrapado por la ira, se lanza contra
el doctor, le pega como puede, pero el viejo tiene un vigor insospechable y lucha rabiosamente,
811
Elishongos: palabra compuesta del apellido Elisetas (si se observa, la terminación “setas” remite a los
hongos, aunque se escribe con diferente grafía) y hongos; así, se refiere al doctor como a un hombre que
alucina con los hongos.
812
yerba petatesca: mariguana; el olor que despide la mariguana al quemarse es muy penetrante, como si se
quemara un “petate”, que es una especie de tapete tejido con palmas.
813
casa de la risa: manicomio, lugar donde están los enfermos mentales.
349
sus ojos destellan con un fuego que rebasa la irritación, y Lucio pronto se da cuenta de que el
viejo no sólo se defiende bien sino que puede llegar a dominarlo. Quiere abrazarlo con tal
fuerza que Lucio ya no se pueda mover. Como en un delirio (un relámpago, un resplandor)
Lucio comprende que la fuerza del viejo sólo es posible porque se trata de un loco
peligrosísimo, y que tendrá que luchar por su vida. Es increíble, alcanza a pensar, cómo en un
instante todo se vuelve decisivo. Logra colocar su antebrazo como una cuña sobre el cuello del
doctor y lo empuja contra la puerta, pero comprende que no va a poder continuar sujetándolo,
pues el siquiatra ahora lo golpea, con fuerza, en los costados, y en un instante, ya en el pánico
absoluto, Lucio ve que junto a la puerta carcomida hay un enorme clavo oxidado, doblado
como pico de buitre. Lo busca, lo encuentra, lo saca con facilidad de la pared de adobe porque
aún conserva un poco de fuerza ⎯los puñetazos del siquiatra están a punto de doblarlo⎯ y
también porque ve que Aurora, su mujer, ha tomado el atizador de la chimenea y con eso lo
asalta la idea aterradora de que ella va a intervenir, pero en contra de él. Lucio esgrime el clavo y
lo entierra repetidas veces, primero en los hombros y después en el cuello del siquiatra. La
sangre irrumpe en chorros, salpica por todas partes, pronto es un arroyo que fluye, hacia fuera,
por debajo de la puerta. El viejo se lleva las manos al cuello, como si quisiera tapar los
borbotones de sangre, y abre los ojos al máximo; en verdad sus ojos giran en redondo y las
pupilas se fijan dentro mientras afuera quedan las conjuntivas igualmente ensangrentadas.
Finalmente se desploma, yerto, porque en ese momento Aurora ha llegado con el atizador de
hierro y con él propina un golpe devastador en la cabeza del viejo.
¡Qué bueno que lo mataste!, ¡qué bueno que lo mataste!, chilla Aurora, y Lucio, al verla jadeante,
sudando, semidesnuda, blandiendo el atizador ensangrentado, comprende que ella también
enloqueció a causa de la excitación; ésa no puede ser Aurora, esa mujer es la imagen viviente de
la maldad...
Lucio se desploma, exhausto, junto al cadáver que aún sangra; siente un dolor lacerante,
intolerable, en las sienes, y un zumbido que llena todo y que sigue creciendo de volumen. En
ese momento grita, con toda su desesperación: ¡No puede ser, no puede ser! ¡Esto tiene que ser un
sueño, una pesadilla insoportable! ¡Dios mío, Dios mío, por favor, haz que despierte, haz que despierte por lo
que más quieras!
...Lucio despierta. Se halla en un cuarto blanco, donde la luz del sol vespertino entra a
través de un gran ventanal y rebota, se multiplica con fuerza en todos los rincones. Lucio, en
un catre, se halla hecho un nudo, con todos los músculos contraídos a causa de la tensión del
350
sueño y respira profusamente; toda la sábana está empapada. Se da cuenta de que ha
despertado y abre los ojos. Ve que en el cuarto blanco no hay ningún mueble, a excepción del
catre donde yace aún contraído, fetal. Estira el cuerpo y todos sus músculos le duelen a causa
de la tensión tan tremenda a la que estuvieron sometidos durante el sueño. La sensación de
alivio porque logró despertar hace que no repare inmediatamente en el lugar donde se halla,
pero después, un tanto extrañado, piensa que el sitio parece Yautepec. ¿Yautepec?
Lucio está vestido de blanco, pantalón y camisa blancos, y cuando verifica que sus zapatos
también son blancos se da cuenta, con un estremecimiento que le devuelve cruda,
dolorosamente, el terror, que en el suelo de tierra también se halla el clavo torcido, oxidado,
goteando aún la sangre del siquiatra. Febril, mira todo el lugar. Durante unos segundos el
terror es insuperable, está a punto de hacer que la cabeza de Lucio se desintegre en astillas,
y en ese momento,
Lucio está en la puerta,
una puerta que antes no existía, o que no vio; Lucio está
viéndose a sí mismo sentado en el catre con el clavo torcido y ensangrentado en la mano; hay
una palidez mortal en ese rostro desencajado por el terror. Y enfrente se encuentra un espejo,
¡cómo no lo vio antes!, y allí ve su cuádruple imagen: Lucio está sentado en el catre, pálido por
el terror, y Lucio viéndose en el espejo, con el estupor máximo;
Lucio se levanta del catre y corre a la puerta; mira hacia fuera, se ve una parte del pueblo
(digámosle Yautepec): las calles sin pavimentar, algunas con casas de adobe, tecorrales con
yerbas crecidas, platanares, mangos y dos hules inmensos, ominosos814; un corral donde varios
cerdos duermen la siesta de la tarde,
y Lucio, que se ve a sí mismo mirando hacia afuera, ahora sabe que los crímenes van a
continuar; el otro saldrá de allí para asesinar a quien se le ponga enfrente, nada más porque sí,
porque ya agarró vuelo, porque el cerdo flaco ha engordado y hace destrozos, porque ese
impulso que lo hizo levantarse y correr a la puerta no se puede frenar,
y Lucio, que se ve a sí mismo viendo hacia fuera, tiene en la mano un puñal de plata,
con forma de cruz: lo ve, lo alza, y, con serenidad perfecta, con una resolución impecable, lo
tira con fuerza hacia el otro, que ha corrido hacia fuera;
Lucio apenas ha recorrido unos pasos cuando el puñal se clava en su espalda; el dolor
quema, el desgarramiento de la piel y la carne lo hacen emitir un alarido de sufrimiento; se lleva
814
ominosos:
351
las manos a la espalda, para tratar de quitarse el puñal, sin dejar de correr, corriendo ahora con
más velocidad, trastabillando815 alcanza a tomar el mango del puñal pero, al tratar de sacarlo,
sólo hace más grande la herida en su espalda que ahora sangra profusamente, quizá con la
velocidad con que Lucio corre, pegando alaridos de dolor y desesperación.
Los gritos de Lucio han convocado la presencia de mucha gente que sale de sus casas,
campesinos muy morenos, quienes, al verlo, gritan: ¡ése es el chilango que nos mató al
doctorcito! ¡Doctorcito! ¡Pobres estúpidos, acaso no sabían que ese viejo estaba loco de
remate! Lucio corre con más fuerza. La gente de las casas ha empezado a perseguirlo; algunos
recogen piedras y se las tiran, ¡agarren al asesino, agárrenlo! De todas partes sale gente, todos
recogen piedras y las tiran, golpean los pies, las piernas, los brazos, la espalda de Lucio. Una
piedra se estrella en la nariz, y el dolor, las lágrimas y la sangre que explotan, simultáneos,
nublan la vista de Lucio que ya no sabe por dónde va, sólo sigue corriendo, zigzagueante816,
perdiendo la velocidad, ¡se va a caer, agárrenlo!, el torso inclinándose cada vez más hacia el
suelo, hacia el lodo formado por las lluvias de verano; de su boca penden hilillos de sangre,
pero Lucio ya no los ve, y si ve, no le importa; la lluvia de piedras continúa mientras advierte
que ha llegado a un árbol inmenso, otro hule, y algo le indica que ése es el sitio apropiado para
morir.
Llega al hule, y se desploma. Pero sigue vivo, y eso es algo que Lucio no puede creer. La
gente del pueblo, muchos niños también y perros flacos, excitados, que ladran, está exacerbada
y grita, se acerca a él. Igualmente llegan dos policías y Lucio sólo puede pensar cuán absurdo,
grotesco, es que los policías de Yautepec vistan uniformes color tamarindo, casi del color de su
piel...
Bueno, para no hacerte el cuento más largo, lo cual es lo único largo que se te puede hacer,
has de saber que Lucio es conducido a la cárcel del pueblo (Yautepec) y después es sujeto a un
juicio y se le condena a pasar muchos años en prisión, en una celda oscura, de paredes
pétreas817, en el centro del pueblo, y aunque hay una ventana Lucio no se atreve a ver hacia
fuera, porque el pobrecito pretende, durante todos esos años, volver su atención hacia dentro;
está convencido de que todo ha sido necesario para que se purifique, y pague. Con el tiempo
pierde la esperanza de salir, se acostumbra a la oscuridad, incluso llega a gustarle, y después de
mucho, mucho tiempo, le corresponde salir libre.
815
trastabillando: tropezando.
zigzagueante: de un lado a otro.
817
pétreas:
816
352
El día en que sale de la cárcel es portentoso, una bóveda celeste llena de luz expansiva,
grandes nubes desplazándose con rapidez, cordilleras en incesante metamorfosis. La fuente del
zócalo se puede escuchar, no; más bien se trata de un arrollo cercano; y en el pueblo hay una
gran excitación, la banda municipal toca pasodobles818 a todo volumen, y una feria iluminada
por el sol exhibe sus monstruos amansados: la mujer tortuga, la niña que se volvió serpiente, tú
sabes. Pero Lucio se siente aún peor que cuando el puñal se hundió en su espalda; ni el
linchamiento, ni los años de cárcel mitigaron las grietas de su alma. Lo primero que ve es la
pared lateral de una iglesia que está enfrentada a la cárcel; es una pared de piedra vieja, con
yerbas que crecen entre las rendijas, golpeada con tanta fuerza por la luz solar que Lucio casi se
ciega, tiene que cerrar los ojos ante el impacto de esa luminosidad. Lucio piensa que toda su
vida estará condenado a ese tormento: el cuerpo entero corroído por un incendio interminable;
a veces, muy a menudo en realidad, ha percibido el olor de su propia carne chamuscada, y eso
siempre ahonda el vacío oscuro de su interior, la sensación de que está muerto, sin nada que lo
alegre, así toda la eternidad, aunque circule sin impedimentos por cualquier sitio, para siempre,
como caracol, en esa celda oscura que acaba de abandonar, sin miedo, sin dolor, pero con la
desolación que brota del abismo, por donde se cuelan ventarrones como latigazos, la casa de su
espíritu en ruinas, todo devastado, sin vestigios de vida, la tierra resquebrajada, arrasada por el
sol.
Lucio vuelve a alzar la vista. Allí está la pared de la iglesia, con sus millones de pequeñas
resquebrajaduras más claras que nunca a causa de la luz. Y en ese momento una voz se yergue,
con un brote de esperanza, y le susurra con vehemencia: ¡a la iglesia, a la iglesia! En un instante
(un relámpago, un resplandor) Lucio cree comprender por qué se encuentra allí, y una
esperanza pequeña pero tan viva que lo quema, lo hace correr por toda la extensión de la pared
de piedra hasta que, sin aliento ya, dobla la esquina y contempla el atrio de esa iglesia del siglo
XVI con su zaguán inmenso, de herrería oxidada. Lucio atraviesa el atrio, sin fijarse en los
tabachines819 que florean ni en las jacarandas ni en las parotas820 ni en los cedros ni en el jardín
descuidado, pero cuando llega al portón una fuerza le impide entrar, un poder colosal lo toma
de los hombros y lo sujeta, a pesar de que él, entre lágrimas desesperadas, hace un último
esfuerzo, lucha con todo su ser porque ésa es la batalla decisiva de su vida. Finalmente la
818
pasodobles:
tabachín: árbol
820
parotas: árbol de Morelos.
819
353
fuerza cede y Lucio entra en la iglesia, y en ese momento, señoras y señores, todo es oscuridad,
un perfecto
BLACK OUT
354
ACERCA DE “YAUTEPEC”
“Yautepec” es el primer cuento del título Negro. En él se narra el viaje de un matrimonio a
Yautepec821, donde va a descansar, encontrándose con una serie de situaciones imprevistas que
terminan por llevar a la cárcel al protagonista.
El título del cuento es sugerente pues evoca un lugar tranquilo y lleno de vegetación;
además (detalle perceptible para los amantes y conocedores de la literatura mexicana), es el
pueblo donde tienen lugar parte de los sucesos de la novela El zarco, de Ignacio Manuel
Altamirano.
El cuento inicia cuando Lucio y su mujer deciden emprender el viaje a la casa que les ha
prestado su amiga Victoria. Ya en el auto, el matrimonio está entusiasmado porque sufre del
stress propio de la ciudad y desea salir de ella: “al fin podrán descansar del esperpento
esmogangoso que se ha vuelto la ciudad de Mexicalpan de los Tecos, Detritus Defecal”822. Este
principio es un acierto de José Agustín en el arte del cuento, pues sigue uno de los preceptos
de Juan Boch: “El cuento debe iniciarse con el protagonista en acción física o psicológica pero
en acción...”823
La narración continúa y se refleja en la tensión de Aurora, debido a la velocidad con que
conduce su esposo, por lo que decide relatarle las historias fantasmales de la casa de su amiga
Victoria. Así, se intercalan, en el mismo cuento, historias de horror de los parientes de su
amiga; por ejemplo, Tachito da muerte a su madre con “uno de los fierros... que sirven para
atizar el fuego de la chimenea... se lo estrelló en la choya a su mamis... (que) alcanzó a decir
severamente vas a ver... todas las noches voy a venir a jalarte las patas”.
Ya en la casa de Victoria, el matrimonio se encuentra con el hermano de Lucio y su amigo
Salvador, se enfrascan en una disputa y éstos últimos se retiran; Lucio y Aurora deciden
821
Yautepec es un pueblo del estado de Morelos, al sur de la ciudad de México.
José Agustín, “Yautepec” en Jaula de Palabras, Grijalbo, México, 1980, pág. 44.
823
Juan Boch, “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos” en Teorías de los cuentistas, Lauro Zavala,
compilador, textos de Difusión Cultural UNAM, serie El estudio, México, 1993, pág. 253.
822
355
quedarse en la casa a pesar de las carencias y al salir a buscar velas descubren a un hombre que
se presenta como el psiquiatra retirado Salvador Elisetas.
Los elementos descriptivos en esta parte del cuento se ajustan a los del género fantástico: la
casa a la que llega el matrimonio carece de electricidad, “esta pudriéndose de vieja, aquí ni los
fantasmas podrían vivir... y todo está húmedo y lleno de tierra... todo está muy oscuro pues casi
no hay ventanas... todo es muy viejo, los muebles crujen lastimosamente”824. El único habitante
del pueblo con el que hablan, el doctor Elisetas, parece también personaje del mismo género:
“es bajito de estatura y viste un traje viejo... Una canosa barba de candado enmarca la ausencia
de incisivos en su boca... El doctor entrecierra los ojos al hablar y tartamudea ligeramente
inclinando un poco la cabeza... como si con ese movimiento fuera a destrabar las palabras”825.
En los cuentos de José Agustín podemos apreciar ciertas constantes: la violencia, que ya
hemos advertido, el erotismo, el humor y la muerte.
Para comprar velas, Lucio y su mujer van al pueblo, comen, pasean y hacen una llamada
telefónica a Victoria. Regresan a la casa donde “después de haber bebido dos botellas de vino
se disponen a hacer el amor”826, pero los interrumpe alguien que llama a la puerta; Lucio,
enfadado, abre y se encuentra con el doctor Elisetas.
El médico se introduce en la casa para llevarle a Lucio tranquilizantes, éste se enfurece y el
doctor pregunta a Aurora el origen de esos ataques, a lo que ella, bromeando, responde: “fíjese
que en casa siempre tengo a la mano una camisa de fuerza para cuando se pone grave... hasta le
sale espuma por la boca, y rompe todo, señor, así es que en mi casa los muebles son de
hule”827. El doctor la escucha y afirma que Lucio verdaderamente está loco, motivo por el que
ha llamado una ambulancia, cierra la puerta y se inicia una lucha entre los dos hombres, en la
que el médico demuestra una fuerza inusitada, capaz de someter a Lucio, quien se defiende
enterrándole un clavo de la muerta; “en ese momento Aurora llega con el atizador de hierro y
con él propina un golpe devastador en la cabeza del viejo”828. Tal como lo hizo Tachito con su
madre.
La historia continúa con sucesos en que fluctúa el elemento onírico, el delirio o la realidad.
824
José Agustín, “Yautepec”, op. cit., pág. 49.
Ibidem, pág. 50 y 51.
826
Loc. cit.
827
Ibidem, pág. 53.
828
Ibidem, pág. 55.
825
356
Lucio, que cae junto al cadáver del doctor, exclama: “¡No puede ser, no puede ser! ¡Esto tiene que
ser un sueño, una pesadilla insoportable! ¡Dios mío, Dios mío, por favor, haz que despierte... Lucio
despierta”829, se halla en un cuarto blanco y él mismo vestido de blanco, con los músculos
adoloridos, pero sin saber exactamente dónde se encuentra, aunque el sitio puede ser
Yautepec. Al ver que sus zapatos también son blancos, descubre que en el suelo se encuentra
tirado el clavo ensangrentado con el que dio muerte al psiquiatra: “Lucio está en la puerta, una
puerta que antes no existía o que no vio... y enfrente se encuentra un espejo... allí ve su
cuádruple imagen. Lucio sentado en el catre, pálido por el terror, y Lucio viéndose en el espejo
con estupor máximo... corre a la puerta; mira hacia fuera, se ve una parte del pueblo (digámosle
Yautepec)”830.
Después se ve a sí mismo con un puñal de plata y siente que éste se le clava en su propia
espalda, corre y grita; sus gritos sacan a los indígenas de sus casas, lo acusan de haber matado al
doctor Elisetas, lo persiguen hasta que lo llevan a la cárcel. Su condena lo recluye en una celda;
un día queda libre y sale al pueblo que sigue su vida cotidiana, aunque él tiene su alma
adolorida.
Lucio ve la pared de una iglesia que lo ciega con su luminosidad, piensa que su tormento
será su cuerpo corroído por un incendio que no termina; todavía la sensación de estar muerto
no ha cesado y animado por una voz corre a la iglesia. “Lucio cree comprender por qué se
encuentra allí... pero cuando llega al portón una fuerza le impide entrar, un poder colosal lo
toma de los hombros y lo sujeta... hace un último esfuerzo, lucha con todo su ser porque esa es
la batalla decisiva de su vida”831.
Las dudas que asaltan al lector con respecto a esta última parte del cuento son disipadas
cuando “el autor señala que fue una trampa que puso a los lectores, ya que el cuento se inicia
con un relato que contiene cierta hilaridad, sin embargo, en un momento cambia. ‘Es un
experimento de hacer un cambio sin que se sienta’, aseguró José Agustín”832.
Al respecto, el crítico Ignacio Trejo Fuentes señala al referirse a la obra de Agustín: “Otras
constantes son los guiños al lector, las sugerencias para que descubra por sí mismo cosas, datos
829
Loc. cit.
Ibidem, pág. 56.
831
Ibidem, pág. 59.
832
José Agustín, “Soy escritor por vocación”, Excélsior, “La Cultura al día”, LXIX 24, 828 18-mayo-1985,
pág. 2.
830
357
y hechos no especificados en la narración: en ese sentido José Agustín desborda inteligencia y
quienes leen deben ejercer su capacidad si no quieren quedarse fuera de la jugada”833.
Como en sus narraciones de La Onda, José Agustín usa un lenguaje violento, procaz,
atrevido, con albures (palabras de doble sentido), palabras de su propia invención, así como
juegos tipográficos; un estilo indirecto que acelera el del cuento. “La de Agustín es una de las
prosas más veloces de aqueste fin de siglo... su lectura no solo fluye sino que puede adquirir un
ritmo desorbitado y salvaje como conviene a la vida desaforada de algunos de sus
protagonistas”834.
Su vasta cultura se proyecta al citar autores de la literatura universal como E.T.A. Hoffman
y Edgar Allan Poe; por último, se puede advertir la presencia de la corriente existencialista, de
la que no se habla por no ser la intención del presente trabajo.
FUENTES
AGUSTÍN, José, “Soy escritor por vocación”, en Excélsior, “La Cultura al día”, LXIX 24, 828 18-mayo-1985.
AGUSTÍN, José, “Yautepec” en Jaula de Palabras, Grijalbo, México, 1980.
AGUSTÍN, José, Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos, Empresas editoriales, México, 1969.
AGUSTÍN, José. El rock de la cárcel, Planeta, México, 1999.
BOCH, Juan, “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos” en Teorías de los cuentistas, Lauro Zavala, compilador,
textos de Difusión Cultural UNAM, serie El estudio, México, 1993
CALVILLO, Ana Luisa, José Agustín: una biografía de perfil, Blanco y negro, México, 1998.
DÍAZ Ruiz, Ignacio en Diccionario Enciclopédico de las letras de América Latina, Biblioteca Ayacucho, Monte Ávila,
Caracas, 1995.
ESCALANTE, Evodio, Las metáforas de la crítica, Joaquín Mortíz /Planeta , México, 1998.
La Jornada Semanal (nueva época), número 33, 28 de enero de 1990.
TEICHMANN, Reinhard, De la Onda en adelante, Posada, México, 1987.
TREJO Fuentes, Ignacio, en El Semanario, Novedades, 727, marzo 24, 1996.
833
834
Ignacio Trejo Fuentes, El Semanario, Novedades, 727, marzo 24, 1996, pág. 6.
Evodio Escalante, Las metáforas de la crítica, Joaquín Mortíz /Planeta , México, 1998, pág. 94.
358
LA LITERATURA DE MUJERES EN MÉXICO. ANTECEDENTES.
RITA DROMUNDO AMORES∗
La literatura escrita por mujeres ha tenido que recorrer un arduo camino en México. Escribir fue,
durante muchos años, un privilegio destinado a quienes por su condición social elevada o por su
encierro, en el caso de las religiosas, podían utilizar esta forma de expresión, siempre dentro de las
restricciones que imponían la sociedad y la iglesia.
Se sabe que hubo escritoras, por lo menos en lo que hoy es México, desde la época
prehispánica. Sin embargo, la historia nos ofrece pocos elementos para conocer las condiciones en
que éstas escribían entonces.
La Época Colonial significó un retroceso en lo que a reconocimiento y difusión de la literatura
femenina se refiere. La escritura se volvió exclusiva de las damas de la nobleza y de algunas
monjas. Las mujeres fueron obligadas por la iglesia y las rígidas normas de la sociedad a
permanecer la mayor parte del tiempo recluidas en su casa o en el convento.
El encierro probablemente avivó su deseo de expresión y dio lugar a numerosas obras, de las
cuales sólo tuvieron una limitada difusión las crónicas de conventos, las biográficas y la poesía,
casi siempre religiosa. Las excepciones, como tales, sólo confirman la situación generalizada,
como Sor Juana, quien si bien tuvo la posibilidad de escribir y publicar sus obras, fue víctima de
severas críticas y presiones, producto de la envidia y falta de criterio de algunas autoridades
religiosas.
La llegada del Romanticismo trajo nuevas esperanzas para las escritoras, quienes incorporaron
dentro de su temática las aventuras de heroínas que realizaban en la ficción lo que la mayoría de
las mujeres sólo llevaban a cabo en sus sueños. Aún estaban condicionadas por la presión social,
por lo que la mayor parte de sus escritos era de temas patrióticos, del hogar o poéticos, y en ellos
moderaban la expresión de sus sentimientos.
∗
Rita Dromundo Amores es profesora del CEPE...
359
El Modernismo, con su tendencia cosmopolita y esteticista, dio cabida a muy pocas escritoras;
por otra parte, el escape a la realidad que representaba, no pudo sostenerse ante la sacudida que
significaron la Revolución Mexicana y la Primera Guerra Mundial. La literatura dio un giro para
ubicarse en la realidad mexicana, y se realizaba en Yucatán, el Primer Congreso Feminista del País
en 1916.
La toma de conciencia sobre la realidad social dio lugar a que mujeres, como Nellie
Campobello, pusieran en evidencia las condiciones de vida de los indios, los negros, y los
trabajadores de la ciudad y el campo; pero la mayoría de las escritoras seguían produciendo
melosas historias sentimentales o de moral cristiana, que promovían como principios básicos para
la mujer la obediencia y la pureza.
Con el siglo nació Antonieta Rivas Mercado, quien dedicó su entusiasmo, su talento e
incluso su dinero para promover actividades culturales. Trajo a México muchas de las
novedades surgidas de las literaturas de vanguardia. Su preocupación por la condición de las
mujeres en México se hizo evidente en su artículo "La mujer mexicana", publicado en El sol, de
Madrid, en 1928, donde habla de la falta de dignidad de la mujer, porque acepta ser tratada
como esclava o como objeto, sin tener vida propia, y es incapaz de erigirse en un ente
consciente. Cuando tenía sólo 31 años, Antonieta se suicidó, como muchas artistas
incomprendidas.
Durante los años 30 y 40 se dio en México, por primera vez, una participación intensa de la
mujer en la cultura nacional y durante el gobierno de Lázaro Cárdenas ⎯quien propuso al
Congreso la autorización del voto a la mujer en 1937⎯ surgió un número importante de
escritoras, la mayoría de ellas con la intención de hacer crítica social, pero con una cultura muy
limitada, por lo que la literatura de este periodo es en general muy pobre. Baste como ejemplo
Benita Galeana, nacida en 1907, dedicada durante toda su vida a la lucha social. Ella considera
como la mayor desgracia ser mujer y pobre, porque ello implica ser doblemente explotada.
Anteriormente, la narrativa de gran parte de las escritoras mexicanas se distinguía poco de la de
otros países. Las barreras geográficas desaparecían ante la confinación de la mujer al ámbito
doméstico y la búsqueda del amor como única forma de realización personal.
A partir de la década de los 50 la complejidad formal y lingüística, resultado de la incorporación
de las ideas de vanguardia, además de las contribuciones del psicoanálisis, y la necesidad de
participación para promover cambios sociales, influyen en las autoras y dan lugar a muy diversas
tendencias. Las mujeres escriben más que nunca.
360
Las escritoras adquieren una mejor formación profesional. La mayoría de ellas son
universitarias. Por otra parte, la aparición del erotismo en general, y la inclusión de los temas
sexuales, aumentó la demanda de obras escritas por mujeres.
Patricia Spacks afirma:
...parece existir lo que podríamos llamar un punto de vista femenino... sin duda resultado
fundamentalmente de condicionamientos sociales, pero lo suficientemente específico como para
ser reconocido a través de los siglos... Las mujeres han escrito libros sólo durante la era de su
subordinación social, libros que necesariamente refractan los efectos de esta subordinación de
una forma que el hombre difícilmente podría reproducir835
No se pretende separar la literatura de mujeres del resto de ésta, ni negar el individualismo de
cada autora, pero sí considerar que los determinismos literarios, históricos y culturales,
necesariamente influyen en la manera como se construye y se interpreta un texto y en el
sentido que éste adquiere, pues las bases en las que se sustenta parten de la visión particular de
mundo de las que autoras, quienes prestan su saber al narrador, para interpretar la realidad.
Esto se enfatiza más en las escritoras, pues buscan entenderse a ellas mismas a través de sus
escritos.
835
Patricia Spacks, La imaginación femenina, pág. 10.
361
Elena Garro
RITA DROMUNDO AMORES
Elena Garro, quien se define a sí misma como “partícula revoltosa”836, nació en la ciudad de
Puebla, México, en 1920. Su padre era español y su madre mexicana. Ambos “vivieron siempre
fuera de la realidad... sólo les gustaba leer”837, Por ello la educación de Elena y su hermana estuvo
centrada en las artes: literatura, música, danza... así como en la filosofía y las religiones orientales.
De todo ello quizá las que dejaron mayor huella en Garro fueron la literatura y la danza.
La autora vivió sus primeros años en la Ciudad de México y después en Iguala, donde
no había escuela, y un profesor iba a su casa a impartirle clases. Más tarde hicieron una escuela
pública en el pueblo y ella ingresó allí, pero sus padres querían que estuviera en una escuela
exclusiva y adquiriera disciplina, así que cuando Elena, dotada de una gran imaginación y
espíritu de aventura, empezó a asaltar a sus vecinos y provocó varios incendios, la enviaron a
México a un internado, de donde escapó a los dos meses, para volver a Iguala.
Su familia era conservadora y de buena posición económica. Elena era además rebelde.
Afirma que en su infancia era admiradora del Padre Pro y de los cristeros, y enemiga de Plutarco
Elías Calles838.
Fue alumna de un bailarín discípulo de Pavlova. Ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras
en una época en la que no era bien visto que las mujeres fueran a la Universidad. Mientras
estudiaba fue coreógrafa del teatro de la UNAM, y en Bellas Artes trabajó con personalidades
como Julio Bracho y Rodolfo Usigli cuando era muy joven. A los diecisiete años interrumpió sus
estudios porque se casó con un joven y aún desconocido escritor: Octavio Paz. La nostalgia por el
baile y el teatro, a los que no volvió, está presente en varias de sus obras: “Siempre he sentido
nostalgia por la danza, día y noche desde que era niña”839.
836
Emmanuel Carballo, “Elena Garro” en Protagonistas de la literatura mexicana, Ediciones el Ermitaño
/SEP (Lecturas Mexicanas 2ª Serie,48), México, pág. 495.
837
Idem,
838
Ibid., pág. 497.
839
Ibid., pág. 504.
362
Viajó mucho con su marido por el trabajo académico y diplomático de éste. Recién casada
estuvo en España durante la Guerra Civil, suceso que relata en sus Memorias de España 1937,
donde se describe a sí misma como una jovencita ingenua, totalmente apolítica e ignorante de lo
que ahí ocurría y en momentos espontánea e irracional. En 1948 nació su hija Elena, quien no se
separó de ella el resto de su vida.
Sin proponérselo ingresó a la literatura como autora; era una actividad demasiado
tranquila para ella: “Yo no pensaba ser escritora. La idea de sentarme a escribir en lugar de leer me
parecía absurda...Yo quería ser bailarina o general”840.
En 1953, cuando tuvo que permanecer en cama porque estaba enferma, escribió Los
recuerdos del porvenir y guardó la novela en un baúl, donde permaneció varios años, hasta que Paz la
rescató.
Ante las críticas de los intelectuales por su ignorancia de la política y la filosofía marxista,
se puso a estudiar y a trabajar de manera comprometida con los pobres, aunque sin perder su
personalidad. Años después apoyó a un grupo de campesinos de Morelos que había sido
despojado de sus tierras, y ello motivó que fuera calificada por el gobierno como peligrosa. En
1959 el presidente López Mateos la envió a Nueva York para aislarla de la política. Paz fue
nombrado embajador en Francia y cuando Garro iba a reunirse con él, recibió una solicitud de
divorcio por correo. Las relaciones entre ella y Paz se mantuvieron tensas y fueron conflictivas
hasta el final.
La escritora incrementó su participación política al lado de Madrazo, gobernador de
Tabasco. Lanzó severas críticas al gobierno en la revista Sucesos, donde escribía con García
Márquez y otros.
Se dijo que en 1968 había denunciado a los líderes intelectuales del movimiento estudiantil
en México, lo que provocó que encarcelaran a algunos y vigilaran a otros. Aunque ella lo negó, fue
señalada como traidora. El dolor que le causaron las acusaciones, el temor a ser perseguida, así
como el rechazo de sus amigos, la obligaron a exiliarse y marcaron de manera definitiva su vida y
sus obras posteriores. Desde esa fecha vivió con su hija en Estados Unidos y Europa, aislada del
resto del mundo. No fue sino hasta 1993 cuando regresó a México, y al año siguiente se estableció
en este país en forma definitiva. Murió el 22 de agosto de 1998.
Su producción literaria ha sido muy abundante:
840
Michéle Muncy, “The Author Speaks” en A Different Reality. Studies on the work of Elena Garro,
Lewisburg Bucknell, University Press, London and Toronto, pág. 27.
363
Teatro: Canalizó su amor por el teatro a través de la escritura, con las obras: Un hogar sólido y otras
piezas en un acto, La mudanza, El rey mago, La señora en su balcón, El árbol, La dama boba, Los perros y
Felipe Angeles.
Cine: Escribió además varios guiones para el cine, algunos en colaboración con Manuel
Barbachano, aunque ninguno de éstos últimos se filmó. En 1958 escribió los guiones para: Sólo de
noche vienes y Las señoritas Vivanco, y en 1964 con ¿Qué pasa con los tlaxcaltecas?, con los que tuvo un
gran éxito.
Narrativa: Publicó las novelas: Los recuerdos del porvenir (1963), Testimonios sobre Mariana (1981),
Reencuentro de personajes (1982), La casa junto al río (1983), y Y Matarazo no llamó (1991), Inés (1995),
Un corazón en un bote de basura (1996), Un traje rojo para un duelo (1996). Un libro de cuentos: La
semana de colores (1964), y tres relatos: Andamos huyendo Lola (1980), Busca mi esquela & Primer amor
(1996), El accidente y otros cuentos inéditos (1997) y uno de memorias: Memorias de España 1937 (1992).
Sus obras pueden clasificarse en dos etapas. La primera que incluye Los recuerdos del porvenir,
La semana de colores. Algunos cuentos publicados posteriormente en Andamos huyendo Lola y varias
obras de teatro. Esta etapa se caracteriza por el uso del realismo mágico. La ilusión como un
elemento cotidiano. Lo soñado es más real o importante que lo vivido. Hay además gran frescura
y espontaneidad y una enorme riqueza poética en el lenguaje.
En la segunda etapa, que se da a partir de los sucesos de 1968, la autora sustituye los
elementos citados por un realismo psicológico, hábilmente empleado para darnos a conocer el
dolor, el enojo y la impotencia de quienes son víctimas de fuerzas superiores a ellos. Por sus
novelas y relatos transitan personajes débiles, desposeídos, perseguidos y víctimas de la
injusticia. Expuestos a un mundo para el que no están preparados. Hay una denuncia contra la
opresión a los débiles, especialmente a las mujeres, y una propuesta implícita del derecho a la
libertad y al libre albedrío que corresponde al género femenino no sólo en las palabras sino en
los hechos. Si bien la denuncia es clara, no deja de llamar la atención la pasividad de sus
mujeres, quienes toleran las mayores humillaciones y sufrimientos sin protestar, y siempre
requieren del auxilio de los hombres. Si no lo reciben sólo huyen sin sentido o se dejan
perecer.
Como constantes en las obras de Elena Garro encontramos: una técnica narrativa siempre
en renovación, el tiempo circular o ambiguo, la combinación de las diversas formas del realismo,
364
la lucha por la justicia, elementos autobiográficos, la sensación de ser extranjera, diferente, el
empleo de gran número de personajes, la fatalidad, el predominio masculino, la impotencia de las
mujeres y los débiles en general, la magia como única forma de solución para los problemas
complejos, la memoria como forma de permanencia y elemento esperanzador, el deseo de volver
al origen. En la segunda se presentan además: la persecusión constante, y la angustia derivada de
ello, la amargura, el temor y la certeza de que la única liberación posible está en la muerte.
365
LA CULPA ES DE LOS TLAXCALTECAS
Elena Garro
Nacha oyó que llamaban en la puerta de la cocina y se quedó quieta. Cuando volvieron a
insistir abrió con sigilo841 y miró la noche. La señora Laura apareció con un dedo en los labios
en señal de silencio. Todavía llevaba el traje blanco quemado y sucio de tierra y sangre.
⎯¡Señora!... ⎯suspiró Nacha.
La señora Laura entró de puntillas y miró con ojos interrogantes a la cocinera. Luego,
confiada, se sentó junto a la estufa y miró su cocina como si no la hubiera visto nunca.
⎯Nachita, dame un cafecito... Tengo frío.
⎯Señora, el señor... el señor la va a matar. Nosotros ya la dábamos por muerta842.
⎯¿Por muerta?
Laura miró con asombro los mosaicos blancos de la cocina, subió las piernas sobre la silla,
se abrazó las rodillas y se quedó pensativa. Nacha puso a hervir el agua para hacer el café y
miró de reojo843 a su patrona; no se le ocurrió ni una palabra más. La señora recargó la cabeza
sobre las rodillas, parecía muy triste.
⎯¿Sabes, Nacha? La culpa es de los tlaxcaltecas.
Nacha no contestó, prefirió mirar el agua que no hervía.
Afuera la noche desdibujaba a las rosas844 del jardín y ensombrecía a las higueras. Muy atrás
de las ramas brillaban las ventanas iluminadas de las casas vecinas. La cocina estaba separada
del mundo por un muro invisible de tristeza, por un compás de espera.
⎯¿No estás de acuerdo, Nacha?
⎯Sí, señora...
841
abrió con sigilo: abrió sin hacer ruido.
la dábamos por muerta: pensábamos que ya había muerto.
843
miró de reojo: miró de lado, aparentando no mirar.
844
la noche desdibujaba a las rosas: la noche borraba los contornos de las rosas, impedía verlas con claridad.
842
366
⎯Yo soy como ellos: traidora... ⎯dijo Laura con melancolía.
La cocinera se cruzó de brazos en espera de que el agua soltara los hervores845.
⎯¿Y tú, Nachita, eres traidora?
La miró con esperanzas. Si Nacha compartía su calidad traidora, la entendería, y Laura
necesitaba que alguien la entendiera esa noche.
Nacha reflexionó unos instantes, se volvió a mirar el agua que empezaba a hervir con
estrépito, la sirvió sobre el café y el aroma caliente la hizo sentirse a gusto cerca de su patrona.
⎯Sí, yo también soy traicionera, señora Laurita.
Contenta, sirvió el café en una tacita blanca, le puso dos cuadritos de azúcar y lo colocó en
la mesa, frente a la señora. Esta, ensimismada, dio unos sorbitos.
⎯¿Sabes, Nachita? Ahora sé por qué tuvimos tantos accidentes en el famoso viaje a
Guanajuato. En Mil Cumbres se nos acabó la gasolina. Margarita se asustó porque ya estaba
anocheciendo. Un camionero nos regaló una poquita para llegar a Morelia. En Cuitzeo, al
cruzar el puente blanco, el coche se paró de repente. Margarita se disgustó conmigo, ya sabes
que le dan miedo los caminos vacíos y los ojos de los indios. Cuando pasó un coche lleno de
turistas, ella se fue al pueblo a buscar un mecánico y yo me quedé en la mitad del puente
blanco, que atraviesa el lago seco con fondo de lajas blancas846. La luz era muy blanca y el
puente, las lajas y el automóvil empezaron a flotar en ella. Luego la luz se partió en varios
pedazos hasta convertirse en miles de puntitos y empezó a girar hasta que se quedó fija como
un retrato. El tiempo había dado la vuelta completa, como cuando ves una tarjeta postal y
luego la vuelves para ver lo que hay escrito atrás. Así llegué en el lago de Cuitzeo, hasta la otra
niña que fui. La luz produce esas catástrofes, cuando el sol se vuelve blanco y uno está en el
mismo centro de sus rayos. Los pensamientos también se vuelven mil puntitos, y uno sufre
vértigo. Yo, en ese momento, miré el tejido de mi vestido blanco y en ese instante oí sus pasos.
No me asombré. Levanté los ojos y lo vi venir. En ese instante, también recordé la magnitud
de mi traición, tuve miedo y quise huir. Pero el tiempo se cerró alrededor de mí, se volvió
único y perecedero y no pude moverme del asiento del automóvil. “Alguna vez te encontrarás
frente a tus acciones convertidas en piedras irrevocables847 como ésa”, me dijeron de niña al
enseñarme la imagen de un dios, que ahora no recuerdo cuál era. Todo se olvida, ¿verdad
845
que el agua soltara los hervores: que hirviera.
lajas blancas: tipo de piedras que al ser muy lisas y brillantes reflejan la luz.
847
piedras irrevocables: piedras que no pueden dejar de serlo, cosas sin remedio.
846
367
Nachita?, pero se olvida sólo por un tiempo. En aquél entonces también las palabras me
parecieron de piedra, sólo que de una piedra fluida y cristalina. La piedra se solidificaba al
terminar cada palabra, para quedar escrita para siempre en el tiempo. ¿No eran así las palabras
de tus mayores?
Nacha reflexionó unos instantes, luego asintió convencida.
⎯Así eran, señora Laurita.
⎯Lo terrible es, lo descubrí en ese instante, que todo lo increíble es verdadero. Allí venía él,
avanzando por la orilla del puente, con la piel ardida por el sol y el peso de la derrota sobre los
hombros desnudos. Sus pasos sonaban como hojas secas. Traía los ojos brillantes. Desde lejos
me llegaron sus chispas negras y vi ondear sus cabellos negros en medio de la luz blanquísima
del encuentro. Antes de que pudiera evitarlo lo tuve frente a mis ojos. Se detuvo, se cogió de la
portezuela del coche y me miró. Tenía una cortada en la mano izquierda, los cabellos llenos de
polvo, y por la herida del hombro le escurría una sangre tan roja, que parecía negra. No me
dijo nada. Pero yo supe que iba huyendo, vencido. Quiso decirme que yo merecía la muerte, y
al mismo tiempo me dijo que mi muerte ocasionaría la suya. Andaba malherido, en busca mía.
“⎯La culpa es de los tlaxcaltecas ⎯le dije.
“Él se volvió a mirar al cielo. Después recogió otra vez sus ojos sobre los míos.
“⎯¿Qué te haces? ⎯me preguntó con su voz profunda. No pude decirle que me había
casado, porque estoy casada con él. Hay cosas que no se pueden decir, tú lo sabes, Nachita.
“⎯¿Y los otros? ⎯le pregunté.
“⎯Los que salieron vivos andan en las mismas trazas que yo848 ⎯vi que cada palabra le
lastimaba la lengua y me callé, pensando en la vergüenza de mi traición.
“⎯Ya sabes que tengo miedo y que por eso traiciono...
“⎯Ya lo sé ⎯me contestó y agachó la cabeza. Me conoce desde chica, Nacha. Su padre y
el mío eran hermanos y nosotros primos. Siempre me quiso, al menos eso dijo y así lo creímos
todos. En el puente yo tenía vergüenza. La sangre le seguía corriendo por el pecho. Saqué un
pañuelito de mi bolso y sin una palabra, empecé a limpiársela. También yo siempre lo quise,
Nachita, porque él es lo contrario de mí: no tiene miedo y no es traidor. Me cogió la mano y
me la miró.
“⎯Está muy desteñida849, parece una mano de ellos ⎯me dijo.
848
andan con las mismas trazas que yo: tienen la misma apariencia que yo.
368
“⎯Hace ya tiempo que no me pega el sol ⎯bajó los ojos y me dejó caer la mano.
Estuvimos así, en silencio, oyendo correr la sangre sobre su pecho. No me reprochaba nada,
bien sabe de lo que soy capaz. Pero los hilitos de su sangre escribían sobre su pecho que su
corazón seguía guardando mis palabras y mi cuerpo. Allí supe, Nachita, que el tiempo y el
amor son uno solo.
“⎯¿Y mi casa ⎯le pregunté.
“⎯Vamos a verla ⎯me agarró con su mano caliente, como agarraba su escudo y me di
cuenta de que no lo llevaba. ‘Lo perdió en la huida’, me dije, y me dejé llevar. Sus pasos
sonaron en la luz de Cuitzeo iguales que en la otra luz: sordos y apasibles. Caminamos por la
ciudad que ardía en las orillas del agua. Cerré los ojos. Ya te dije, Nacha, que soy cobarde. O tal
vez el humo y el polvo me sacaron lágrimas. Me senté en una piedra y me tapé la cara con las
manos.
“⎯Ya no camino... ⎯le dije.
“⎯Ya llegamos ⎯me contestó. Se puso en cuclillas850 junto a mí y con la punta de los
dedos acarició mi vestido blanco.
“⎯Si no quieres ver cómo quedó, no lo veas ⎯me dijo quedito.
“Su pelo negro me hacía sombra. No estaba enojado, nada más estaba triste. Antes nunca
me hubiera atrevido a besarlo, pero ahora he aprendido a no tenerle respeto al hombre, y me
abracé a su cuello y lo besé en la boca.
“⎯Siempre has estado en la alcoba más preciosa de mi pecho851 ⎯me dijo. Agachó la
cabeza y miró la tierra llena de piedras secas. Con una de ellas dibujó dos rayitas paralelas, que
prolongó hasta que se juntaron y se hicieron una sola.
“⎯Somos tú y yo ⎯me dijo sin levantar la vista. Yo, Nachita, me quedé sin palabras.
“⎯Ya falta poco para que se acabe el tiempo y seamos uno solo... por eso te andaba
buscando ⎯se me había olvidado, Nacha, que cuando se gaste el tiempo, los dos hemos de
quedarnos el uno en el otro, para entrar en el tiempo verdadero convertidos en uno solo.
Cuando me dijo eso lo miré a los ojos. Antes sólo me atrevía a mirárselos cuando me tomaba,
pero ahora, como ya te dije, he aprendido a no respetar los ojos del hombre. También es cierto
849
mano desteñida: sin color (blanca).
se puso en cuclillas: se agachó con las piernas flexionadas.
851
en la alcoba más preciosa de mi pecho: en mi corazón.
850
369
que no quería ver lo que sucedía a mi alrededor... soy muy cobarde. Recordé los alaridos y volví
a oírlos: estridentes, llameantes en mitad de la mañana. También oí los golpes de las piedras y
las vi pasar zumbando sobre mi cabeza. Él se puso de rodillas frente a mí y cruzo los brazos
sobre mi cabeza para hacerme un tejadito852.
“⎯Este es el final del hombre ⎯dije.
“⎯Así es ⎯contestó con su voz encima de la mía. Y me vi en sus ojos y en su cuerpo.
¿Sería un venado el que me llevaba hasta su ladera? ¿O una estrella que me lanzaba a escribir
señales en el cielo? Su voz escribió signos de sangre en mi pecho y mi vestido blanco quedó
rayado como un tigre rojo y blanco.
“⎯A la noche vuelvo, espérame... ⎯suspiró. Agarró su escudo y me miró desde muy
arriba.
“⎯Nos falta poco para ser uno ⎯agregó con su misma cortesía.
“Cuando se fue, volví a oír los gritos del combate y salí corriendo en medio de la lluvia de
piedras y me perdí hasta el coche parado en el puente del Lago de Cuitzeo.
“⎯¿Qué pasa? ¿Estas herida? ⎯me gritó Margarita cuando llegó. Asustada, tocaba la
sangre de mi vestido blanco y señalaba la sangre que tenía en los labios y la tierra que se había
metido en mis cabellos. Desde otro coche, el mecánico de Cuitzeo me miraba con sus ojos
muertos.
“⎯¡Estos indios salvajes!... ¡No se puede dejar sola a una señora! ⎯dijo al saltar de su
automóvil, dizque para venir a auxiliarme.
“Al anochecer llegamos a la ciudad de México. ¡Cómo había cambiado, Nachita, casi no
pude creerlo! A las doce del día todavía estaban los guerreros y ahora ya ni huella de su paso.
Tampoco quedaban escombros. Pasamos por el Zócalo silencioso y triste; de la otra plaza, no
queda ¡nada! Margarita me miraba de reojo. Al llegar a la casa nos abriste tú. ¿Te acuerdas?”
Nacha asintió con la cabeza. Era muy cierto que hacía apenas dos meses escasos que la
señora Laurita y su suegra habían ido a pasear a Guanajuato. La noche en que volvieron,
Josefina la recamarera y ella, Nacha, notaron la sangre en el vestido y los ojos ausentes de la
señora, pero Margarita, la señora grande, les hizo señas de que se callaran. Parecía muy
preocupada. Más tarde Josefina le contó que en la mesa el señor se le quedó mirando
malhumorado a su mujer y le dijo:
852
para hacerme un tejadito: para cubrirme como un techo.
370
⎯¿Por qué no te cambiaste? ¿Te gusta recordar lo malo?
La señora Margarita, su mamá, ya le había contado lo sucedido y le hizo una seña como
diciéndole: “¡Cállate, tenle lástima!” La señora Laurita no contestó; se acarició los labios y
sonrió ladina853. Entonces el señor, volvió a hablar del presidente López Mateos.
“⎯Ya sabes que ese nombre no se le cae de la boca ⎯había comentado Josefina,
desdeñosamente.
En sus adentros ellas pensaban que la señora Laurita se aburría oyendo hablar siempre del
señor presidente y de las visitas oficiales.
⎯¡Lo que son las cosas, Nachita, yo nunca había notado lo que me aburría con Pablo hasta
esa noche! ⎯comentó la señora abrazándose con cariño las rodillas y dándoles súbitamente la
razón a Josefina y a Nachita.
La cocinera se cruzó de brazos y asintió con la cabeza.
⎯Desde que entré a la casa, los muebles, los jarrones y los espejos se me vinieron encima y
me dejaron más triste de lo que venía. ¿Cuántos días, cuántos años tendré que esperar todavía
para que mi primo venga a buscarme? Así me dije y me arrepentí de mi traición. Cuando
estábamos cenando me fijé en que Pablo no hablaba con palabras sino con letras. Y me puse a
contarlas mientras le miraba la boca gruesa y el ojo muerto. De pronto se calló. Ya sabes que se
le olvida todo. Se quedó con los brazos caídos. “Este marido nuevo no tiene memoria y no
sabe más que las cosas de cada día.”
“⎯Tienes un marido turbio y confuso ⎯me dijo él volviendo a mirar las manchas de mi
vestido. La pobre de mi suegra se turbó y como estábamos tomando el café se levantó a poner
un twist.
“⎯Para que se animen ⎯nos dijo, dizque sonriendo, porque veía venir el pleito.
“Nosotros nos quedamos callados. La casa se llenó de ruidos. Yo miré a Pablo. ‘Se parece
a...’ y no me atreví a decir su nombre, por miedo a que me leyeran el pensamiento. Es verdad
que se le parece, Nacha. A los dos les gusta el agua y las casas frescas. Los dos miran al cielo
por las tardes y tienen el pelo negro y los dientes blancos. Pero Pablo habla a saltitos, se
enfurece por nada y pregunta a cada instante: ‘¿En qué piensas?’ Mi primo mi marido no hace
ni dice nada de eso.”
⎯¡Muy cierto! ¡Muy cierto que el señor es fregón!854 ⎯dijo Nacha con disgusto.
853
sonrió ladina: sonrió astutamente, con malicia.
371
Laura suspiró y miró a su cocinera con alivio. Menos mal que la tenía de confidente.
⎯Por la noche, mientras Pablo me besaba, yo me repetía: “¿A qué horas vendrá a
buscarme?” Y casi lloraba al recordar la sangre de la herida que tenía en el hombro. Tampoco
podía olvidar sus brazos cruzados sobre mi cabeza para hacerme un tejadito. Al mismo tiempo
tenía miedo de que Pablo notara que mi primo me había besado en la mañana. Pero no notó
nada y si no hubiera sido por Josefina que me asustó en la mañana, Pablo nunca lo hubiera
sabido.
Nachita estuvo de acuerdo. Esa Josefina con su gusto por el escándalo tenía la culpa de
todo. Ella, Nacha, bien se lo dijo: “¡Cállate! ¡Cállate por amor de Dios, si no oyeron nuestros
gritos por algo sería!” Pero, qué esperanzas, Josefina apenas entró a la pieza de los patrones
con la bandeja del desayuno, soltó lo que debería haber callado.
⎯¡Señora, anoche un hombre estuvo espiando por la ventana de su cuarto! ¡Nacha y yo
gritamos y gritamos!
⎯No oímos nada... ⎯dijo el señor asombrado.
⎯¡Es él...! ⎯gritó la tonta de la señora.
⎯¿Quién es él? ⎯preguntó el señor mirando a la señora como si la fuera a matar. Al
menos eso dijo Josefina después.
La señora asustadísima se tapó la boca con la mano y cuando el señor le volvió a hacer la
misma pregunta, cada vez con más enojo, ella contestó:
⎯El indio... el indio que me siguió desde Cuitzeo hasta la ciudad de México...
Así supo Josefina lo del indio y así se lo contó a Nachita.
⎯¡Hay que avisarle inmediatamente a la policia! ⎯gritó el señor.
Josefina le enseñó la ventana por la que el desconocido había estado fisgando y Pablo la
examinó con atención: en el alféizar855 había huellas de sangre casi frescas.
⎯Está herido... ⎯dijo el señor Pablo preocupado. Dio unos pasos por la recámara y se
detuvo frente a su mujer.
⎯Era un indio, señor ⎯dijo Josefina corroborando las palabras de Laura.
Pablo vio el traje blanco tirado sobre una silla y lo cogió con violencia
⎯¿Puedes explicarme el origen de estas manchas?
854
855
el señor es fregón: molesta mucho.
el alféizar: ángulo recto formado por una ventana y el borde del muro donde está colocada.
372
La señora se quedó sin habla, mirando las manchas de sangre sobre el pecho de su traje y el
señor golpeó la cómoda con el puño cerrado. Luego se acercó a la señora y le dio una santa
bofetada. Eso lo vio y lo oyó Josefina.
⎯Sus gestos son feroces y su conducta es tan incoherente como sus palabras. Yo no tengo
la culpa de que aceptara la derrota ⎯dijo Laura con desdén.
⎯Muy cierto ⎯afirmó Nachita.
Se produjo un largo silencio en la cocina. Laura metió la punta del dedo hasta el fondo de la
taza, para sacar el pozo negro del café que se había quedado asentado, y Nacha al ver esto
volvió a servirle un café calientito.
⎯Bébase su café, señora ⎯dijo compadecida de la tristeza de su patrona. ¿Después de
todo de qué se quejaba el señor? A leguas se veía que la señora Laurita no era para él.
⎯Yo me enamoré de Pablo en una carretera, durante un minuto en el cual me recordó a
alguien conocido, a quien yo no recordaba. Después, a veces, recuperaba aquel instante en el
que parecía que iba a convertirse en ese otro al cual se parecía. Pero no era verdad.
Inmediatamente volvía a ser absurdo, sin memoria, y sólo repetía los gestos de todos los
hombres de la ciudad de México. ¿Cómo querías que no me diera cuenta del engaño? Cuando
se enoja me prohibe salir. ¡A ti te consta! ¿Cuántas veces arma pleitos en los cines y en los
restaurantes? Tú lo sabes, Nachita. En cambio mi primo mi marido, nunca, pero nunca, se
enoja con la mujer.
Nacha sabía que era cierto lo que ahora le decía la señora, por eso aquella mañana en que
Josefina entró a la cocina espantada y gritando: “¡Despierta a la señora Margarita, que el señor
está golpeando a la señora!”, ella, Nacha, corrió al cuarto de la señora grande.
La presencia de su madre calmó al señor Pablo. Margarita se quedó muy asombrada al oír lo
del indio, porque ella no lo había visto en el Lago de Cuitzeo, sólo había visto la sangre como
la que podíamos ver todos.
⎯Tal vez en el lago tuviste una insolación, Laura, y te salió sangre por las narices. Fíjate,
hijo, que llevábamos el coche descubierto ⎯dijo casi sin saber qué decir.
La señora Laura se tendió boca abajo en la cama y se encerró en sus pensamientos, mientras
su marido y su suegra discutían.
⎯¿Sabes, Nachita, lo que yo estaba pensando esa mañana? ¿Y si me vio anoche cuando
Pablo me besaba? Y tenía ganas de llorar. En ese momento me acordé de que cuando un
373
hombre y una mujer se aman y no tienen hijos están condenados a convertirse en uno solo. Así
me lo decía mi otro padre, cuando yo le llevaba el agua y él miraba la puerta detrás de la que
dormíamos mi primo marido y yo. Todo lo que mi otro padre me había dicho ahora se estaba
haciendo verdad. Desde la almohada oí las palabras de Pablo y de Margarita y no eran sino
tonterías. “Lo voy a ir a buscar”, me dije. “¿Pero a dónde?” Más tarde cuando tú volviste a mi
cuarto a preguntarme qué hacíamos de comida, me vino un pensamiento a la cabeza: “¡Al café
de Tacuba!”856 Y ni siquiera conocía ese café, Nachita, sólo lo había oído mentar.
Nacha recordó a la señora como si la viera ahora, poniéndose su vestido blanco manchado
de sangre, el mismo que traía en ese momento en la cocina.
⎯¡Por Dios, Laura, no te pongas ese vestido! ⎯le dijo su suegra. Pero ella no hizo caso.
Para esconder las manchas, se puso un suéter blanco encima, se lo abotonó hasta el cuello y se
fue a la calle sin decir adiós. Después vino lo peor. No, lo peor iba a venir ahora en la cocina, si
la señora Margarita se llegaba a despertar.
⎯En el café de Tacuba no había nadie. Es muy triste ese lugar, Nachita. Se me acercó un
camarero. “¿Qué le sirvo?” Yo no quería nada, pero tuve que pedir algo. “Una cocada.” Mi
primo y yo comíamos cocos de chiquitos... En el café un reloj marcaba el tiempo. “En todas
las ciudades hay relojes que marcan el tiempo, se debe estar gastando a pasitos. Cuando ya no
quede sino una capa transparente, llegará él y las dos rayas dibujadas se volverán una sola y yo
habitaré la alcoba más preciosa de su pecho.” Así me decía mientras comía la cocada.
“⎯¿Qué horas son? ⎯le pregunté al camarero.
“⎯Las doce, señorita.
“’A la una llega Pablo’, me dije; ‘si le digo a un taxi que me lleve por el periférico, puedo
esperar todavía un rato.’ Pero no esperé y me salí a la calle. El sol estaba plateado, el
pensamiento se me hizo un polvo brillante y no hubo presente, pasado ni futuro. En la acera
estaba mi primo, se me puso delante, tenía los ojos tristes, me miró largo rato.
“⎯¿Qué haces? ⎯me preguntó con su voz profunda.
“⎯Te estaba esperando.
“Se quedó quieto como las panteras. Le vi el pelo negro y la herida roja en el hombro.
“⎯¿No tenías miedo de estar aquí solita?
856
Tacuba: nombre de una calzada donde se llevó a cabo una batalla durante la conquista, y de un café que
hay en el centro de la ciudad, ubicado en la calle de Tacuba.
374
“Las piedras y los gritos volvieron a zumbar alrededor nuestro y yo sentí que algo ardía a
mis espaldas.
“⎯No mires ⎯me dijo
“Puso una rodilla en tierra y con los dedos apagó mi vestido que empezaba a arder. Le vi los
ojos muy afligidos.
“⎯¡Sácame de aquí! ⎯le grité con todas mis fuerzas, porque me acordé de que estaba
frente a la casa de mi papá, que la casa estaba ardiendo y que atrás de mí estaban mis padres y
mis hermanitos muertos. Todo lo veía retratado en sus ojos, mientras él estaba con la rodilla
hincada en tierra apagando mi vestido. Me dejé caer sobre él, que me recibió en sus brazos.
Con su mano caliente me tapó los ojos.
“⎯Este es el final del hombre ⎯le dije con los ojos bajo su mano.
“⎯¡No lo veas!
“Me guardó contra su corazón. Yo lo oí sonar como rueda el trueno sobre las montañas.
¿Cuánto faltaría para que el tiempo se acabara y yo pudiera oírlo siempre? Mis lágrimas
refrescaron su mano que ardía en el incendio de la ciudad. Los alaridos y las piedras nos
cercaban, pero yo estaba a salvo bajo su pecho.
“⎯Duerme conmigo... ⎯me dijo en voz muy baja.
“⎯¿Me viste anoche? ⎯le pregunté.
“⎯Te vi...
“Nos dormimos en la luz de la mañana, en el calor del incendio. Cuando recordamos, se
levantó y agarró su escudo.
“⎯Escóndete hasta el amanecer. Yo vendré por ti.
“Se fue corriendo ligero sobre sus piernas desnudas... Y yo me escapé otra vez, Nachita,
porque sola tuve miedo.
“⎯Señorita, ¿se siente mal?
“Una voz igual a la de Pablo se me acercó a media calle.
“⎯¡Insolente! ¡Déjeme tranquila!
“Tomé un taxi que me trajo a la casa por el periférico y llegué...”
375
Nacha recordó su llegada: ella misma le había abierto la puerta. Y ella fue la que le dio la
noticia. Josefina bajó después, desbarrancándose857 por las escaleras.
⎯¡Señora, el señor y la señora Margarita están en la policia!
Laura se le quedó mirando asombrada, muda.
⎯¿Dónde anduvo, señora?
⎯Fui al café de Tacuba.
⎯Pero eso fue hace dos días.
Josefina traía el Ultimas Noticias. Leyó en voz alta: “La señora Almada continúa
desaparecida. Se cree que el siniestro individuo de aspecto indígena que la siguió desde
Cuitzeo, sea un sádico. La policia investiga en los estados de Michoacán y Guanajuato.”
La señora Laurita arrebató el periódico de las manos de Josefina y lo desgarró con ira.
Luego se fue a su cuarto. Nacha y Josefina la siguieron, era mejor no dejarla sola. La vieron
echarse en su cama y soñar con los ojos muy abiertos. Las dos tuvieron el mismo pensamiento
y así se lo dijeron después en la cocina: “Para mí, la señora Laurita anda enamorada.” Cuando
el señor llegó ellas estaban todavía en el cuarto de su patrona.
⎯¡Laura! ⎯gritó. Se precipitó a la cama y tomó a su mujer en sus brazos.
⎯¡Alma de mi alma! ⎯sollozó el señor.
La señora Laurita pareció enternecida unos segundos.
⎯¡Señor! ⎯gritó Josefina⎯. El vestido de la señora está bien chamuscado858.
Nacha la miró desaprobándola. El señor revisó el vestido y las piernas de la señora.
⎯Es verdad... también las suelas de sus zapatos están ardidas. Mi amor, ¿qué pasó?, ¿dónde
estuviste?
⎯En el café de Tacuba ⎯contestó la señora muy tranquila.
La señora Margarita se torció las manos y se acercó a su nuera.
⎯Ya sabemos que anteayer estuviste allí y comiste una cocada. ¿Y luego?
⎯Luego tomé un taxi y me vine para acá por el periférico.
Nacha bajó los ojos, Josefina abrió la boca como para decir algo y la señora Margarita se
mordió los labios. Pablo, en cambio, agarró a su mujer por los hombros y la sacudió con
fuerza.
857
858
bajó desbarrancándose: bajó sin cuidado, casi cayéndose.
bien chamuscado: muy quemado.
376
⎯¡Déjate de hacer la idiota! ¿En dónde estuviste dos días?... ¿Por qué traes el vestido
quemado?
⎯¿Quemado? Si él lo apagó... ⎯dejó escapar la señora Laura.
⎯¿Él?... ¿El indio asqueroso? ⎯Pablo la volvió a zarandear con ira.
⎯Me lo encontré a la salida del café deTacuba... ⎯sollozó la señora muerta de miedo.
⎯¡Nunca pensé que fueras tan baja! ⎯dijo el señor y la aventó sobre la cama.
⎯Dinos quién es ⎯preguntó la suegra suavizando la voz.
⎯¿Verdad, Nachita, que no podía decirles que era mi marido? ⎯preguntó Laura pidiendo
la aprobación de la cocinera.
Nacha aplaudió la discreción de su patrona y recordó que aquel mediodía, ella, apenada por
la situación de su ama, había opinado:
⎯Tal vez el indio de Cuitzeo es un brujo.
Pero la señora Margarita se había vuelto a ella con ojos fulgurantes para contestarle casi a
gritos:
⎯¿Un brujo? ¡Dirás un asesino!
Después, en muchos días no dejaron salir a la señora Laurita. El señor ordenó que se
vigilaran las puertas y ventanas de la casa. Ellas, las sirvientas, entraban continuamente al
cuarto de la señora para echarle un vistazo. Nacha se negó siempre a exteriorizar su opinión
sobre el caso o a decir las anomalías859 que sorprendía. Pero, ¿quién podía callar a Josefina?
⎯Señor, al amanecer, el indio estaba otra vez junto a la ventana ⎯anunció al llevar la
bandeja con el desayuno.
El señor se precipitó a la ventana y encontró otra vez la huella de sangre fresca. La señora
se puso a llorar.
⎯¡Pobrecito!... ¡pobrecito!... ⎯dijo entre sollozos.
Fue esa tarde cuando el señor llegó con un médico. Después el doctor volvió todos los
atardeceres.
⎯Me preguntaba por mi infancia, por mi padre y por mi madre. Pero, yo, Nachita, no sabía
de cuál infancia, ni de cuál padre, ni de cuál madre quería saber. Por eso le platicaba de la
859
anomalías: cosas que salen de lo normal.
377
conquista de México. ¿Tu me entiendes, verdad? ⎯preguntó Laura con los ojos puestos sobre
las cacerolas amarillas.
⎯Sí, señora... ⎯y Nachita, nerviosa, escrutó el jardín a través de los vidrios de la ventana.
La noche apenas si dejaba ver entre sus sombras. Recordó la cara desganada del señor frente a
su cena y la mirada acongojada de su madre.
⎯Mamá, Laura le pidió al doctor la Historia... de Bernal Díaz del Castillo. Dice que eso es lo
único que le interesa.
La señora Margarita había dejado caer el tenedor.
⎯¡Pobre hijo mío, tu mujer está loca!
⎯No habla sino de la caída de la Gran Tenochtitlán ⎯agregó el señor Pablo con aire
sombrío.
Dos días después, el médico, la señora Margarita y el señor Pablo decidieron que la
depresión de Laura aumentaba con el encierro. Debía tomar contacto con el mundo y
enfrentarse con sus responsabilidades. Desde ese día, el señor mandaba el automóvil para que
su mujer saliera a dar paseítos por el Bosque de Chapultepec. La señora salía acompañada de
su suegra y el chofer tenía órdenes de vigilarlas estrechamente. Sólo que el aire de los
eucaliptos no la mejoraba, pues apenas volvía a su casa, la señora Laurita se encerraba en su
cuarto para leer la conquista de México de Bernal Díaz.
Una mañana la señora Margarita regresó del Bosque de Chapultepec sola y desamparada.
⎯¡Se escapó la loca! ⎯gritó con voz estentórea860 al entrar a la casa.
⎯Fíjate, Nacha, me senté en la misma banquita de siempre y me dije: “No me perdona. Un
hombre puede perdonar una, dos, tres, cuatro traiciones, pero la traición permanente, no.”
Este pensamiento me dejó muy triste. Hacía calor y Margarita se compró un helado de vainilla;
yo no quise, entonces ella se metió al automóvil a comerlo. Me fijé que estaba tan aburrida de
mí, como yo de ella. A mí no me gusta que me vigilen y traté de ver otras cosas para no verla
comiendo su barquillo y mirándome. Vi el heno gris que colgaba de los ahuehuetes y no sé por
qué, la mañana se volvió tan triste como esos árboles. “Ellos y yo hemos visto las mismas
catástrofes”, me dije. Por la calzada vacía, se paseaban las horas solas. Como las horas estaba
yo: sola en una calzada vacía. Mi marido había contemplado por la ventana mi traición
permanente y me había abandonado en esa calzada hecha de cosas que no existían. Recordé el
860
voz estentórea: voz muy fuerte, retumbante.
378
olor de las hojas de maíz y el rumor sosegado de sus pasos. “Así caminaba, con el ritmo de las
hojas secas cuando el viento de febrero las lleva sobre las piedras. Antes no necesitaba volver
la cabeza para saber que él estaba ahí mirándome las espaldas”... Andaba en esos tristes
pensamientos, cuando oí correr al sol y las hojas secas empezaron a cambiar de sitio. Su
respiración se acercó a mis espaldas, luego se puso frente a mí, vi sus pies desnudos delante de
los míos. Tenía un arañazo en la rodilla. Levanté los ojos y me hallé bajo los suyos. Nos
quedamos mucho rato sin hablar. Por respeto yo esperaba sus palabras.
“⎯¿Qué te haces? ⎯me dijo.
“Vi que no se movía y que parecía más triste que antes.
“⎯Te estaba esperando ⎯contesté.
“⎯Ya va a llegar el último día...
“Me pareció que su voz salía del fondo de los tiempos. Del hombro le seguía brotando
sangre. Me llené de vergüenza, bajé los ojos, abrí mi bolso y saqué un pañuelito para limpiarle
el pecho. Luego lo volví a guardar. Él siguió quieto, observándome.
“⎯Vamos a la salida de Tacuba... Hay muchas traiciones...
“Me agarró de la mano y nos fuimos caminando entre la gente, que gritaba y se quejaba.
Había muchos muertos que flotaban en el agua de los canales. Había mujeres sentadas en la
hierba mirándonos flotar. De todas partes surgía la pestilencia861 y los niños lloraban corriendo
de un lado para otro, perdidos de sus padres. Yo miraba todo sin querer verlo. Las canoas
despedazadas no llevaban a nadie, sólo daban tristeza. El marido me sentó debajo de un árbol
roto. Puso una rodilla en tierra y miró alerta lo que sucedía a nuestro alrededor. Él no tenía
miedo. Después me miró a mí.
“⎯Ya sé que eres traidora y que me tienes buena voluntad. Lo bueno crece junto con lo
malo.
“Los gritos de los niños apenas me dejaban oírlo. Venían de lejos, pero eran tan fuertes que
rompían la luz del día. Parecía que era la última vez que iban a llorar.
“⎯Son las criaturas... ⎯me dijo.
“⎯Este es el final del hombre ⎯repetí, porque no se me ocurría otro pensamiento.
“Él me puso las manos sobre los oídos y luego me guardó contra su pecho.
“⎯Traidora te conocí y así te quise.
861
pestilencia: muy mal olor.
379
“⎯Naciste sin suerte ⎯le dije. Me abracé a él. Mi primo marido cerró los ojos para no
dejar correr las lágrimas. Nos acostamos sobre las ramas rotas del pirú. Hasta allí nos llegaron
los gritos de los guerreros, las piedras y los llantos de los niños.
“⎯El tiempo se está acabando... ⎯suspiró mi marido.
“Por una grieta se escapaban las mujeres que no querían morir junto con la fecha. Las filas
de hombres caían una después de la otra, en cadena como si estuvieran cogidos de la mano y el
mismo golpe derribara a todos. Algunos deban un alarido tan fuerte, que quedaba resonando
mucho rato después de su muerte.
“Faltaba poco para que nos fuéramos para siempre en uno sólo cuando mi primo se
levantó, me juntó ramas y me hizo una cuevita.
“⎯Aquí me esperas.
“Me miró y se fue a combatir con la esperanza de evitar la derrota. Yo me quedé
acurrucada862. No quise ver a las gentes que huían, para no tener la tentación, ni tampoco quise
ver a los muertos que flotaban en el agua para no llorar. Me puse a contar los frutitos que
colgaban de las ramas cortadas: estaban secos y cuando los tocaba con los dedos, la cáscara
roja se les caía. No sé por qué me parecieron de mal agüero y preferí mirar el cielo, que
empezó a oscurecerse. Primero se puso pardo, luego empezó a coger el color de los ahogados
de los canales. Me quedé recordando los colores de otras tardes. Pero la tarde siguió
amoratándose, hinchándose, como si de pronto fuera a reventar y supe que se había acabado el
tiempo. Si mi primo no volvía, ¿qué sería de mí? Tal vez ya estaba muerto en el combate. No
me importó su suerte y me salí de allí a toda carrera perseguida por el miedo. ‘Cuando llegue y
me busque...’ No tuve tiempo de acabar mi pensamiento porque me hallé en el anochecer de la
ciudad de México. ‘Margarita ya se debe haber acabado su helado de vainilla y Pablo debe de
estar muy enojado’... Un taxi me trajo por el periférico. ¿Y sabes, Nachita?, los periféricos eran
los canales infestados863 de cadáveres... por eso llegué tan triste... ahora, Nachita, no le cuentes
al señor que me pasé la tarde con mi marido.”
Nachita se acomodó los brazos sobre la falda lila.
⎯El señor Pablo hace ya diez días que se fue a Acapulco. Se quedó muy flaco con las
semanas que duró la investigación ⎯explicó Nachita satisfecha.
Laura la miró sin sorpresa y suspiró con alivio.
862
863
acurrucada: encogida, con los brazos tocando las rodillas.
infestados: apestados, enfermos por los cadáveres.
380
⎯La que está arriba es la señora Margarita ⎯agregó Nacha volviendo los ojos hacia el
techo de la cocina.
Laura se abrazó las rodillas y miró por los cristales de la ventana a las rosas borradas por las
sombras nocturnas y a las ventanas vecinas que empezaban a apagarse.
Nachita se sirvió sal sobre el dorso de la mano y la comió golosa.
⎯¡Cuánto coyote! ¡Anda muy alborotada la coyotada! ⎯dijo con la voz llena de sal.
Laura se quedó escuchando unos instantes.
⎯Malditos animales, los hubieras visto hoy en la tarde ⎯dijo.
⎯Con tal de que no estorben el paso del señor, o que le equivoquen el camino ⎯comentó
Nacha con miedo.
⎯Si nunca los temió, ¿por qué había de temerlos esta noche? ⎯preguntó Laura molesta.
Nacha se aproximó a su patrona para estrechar la intimidad súbita que se había establecido
entre ellas.
⎯Son más canijos que los tlaxcaltecas ⎯le dijo en voz muy baja.
Las dos mujeres se quedaron quietas. Nacha devorando poco a poco otro puñito de sal.
Laura escuchando preocupada los aullidos de los coyotes que llenaban la noche. Fue Nacha la
que lo vio llegar y le abrió la ventana.
⎯¡Señora!... Ya llegó por usted... ⎯le susurró en una voz tan baja que sólo Laura pudo
oírla.
Después, cuando ya Laura se había ido para siempre con él, Nachita limpió la sangre de la
ventana y espantó a los coyotes, que entraron en su siglo que acababa de gastarse en ese
instante. Nacha miró con sus ojos viejísimos, para ver si todo estaba en orden: lavó la taza de
café, tiró al bote de la basura las colillas manchadas de rojo de labios, guardó la cafetera en la
alacena y apagó la luz.
⎯Yo digo que la señora Laurita no era de este tiempo, ni era para el señor ⎯dijo en la
mañana cuando le llevó el desayuno a la señora Margarita.
⎯Ya no me hallo864 en casa de los Almada. Voy a buscarme otro destino ⎯le confió a
Josefina. Y en un descuido de la recamarera, Nacha se fue hasta sin cobrar su sueldo.
864
ya no me hallo: expresión muy común entre las sirvientas para expresar que ya no se sienten a gusto en la
casa donde trabajan.
381
ACERCA DE “LA CULPA ES DE LOS TLAXCALTECAS”
Este cuento pertenece a la primera etapa de la autora. En él encontramos la intercalación de
dos historias, ubicadas en diferente época. La trama es la siguiente: una mujer indígena (Laura),
contempla horrorizada la conquista de México y aunque ama a su marido huye por temor y se
refugia en la época actual. Ahí encuentra a un hombre (Pablo), quien le recuerda a su esposo y
por ello se casa con él. Después de un tiempo, las líneas de comunicación entre las dos épocas
se fortalecen y Laura regresa al pasado en dos ocasiones y encuentra a su marido, pero el
miedo vuelve a dominarla y huye. Entonces él tiene que venir a nuestro presente a buscarla
para decirle que los tiempos de ambos están por unirse. Finalmente esto ocurre y la
protagonista va a su encuentro atemporal con la persona amada.
La narración comienza in extremas res, o sea cuando los acontecimientos
fundamentales han ocurrido. Inicia en la época actual, con un diálogo entre Laura y Nacha (su
nana e intermediaria entre ambos mundos). Conocemos los antecedentes de la historia a partir
de varias retrospecciones (o vueltas al pasado), intercaladas en el diálogo, como evocación.
Esta forma de presentación del discurso, como una plática informal, permite que el lector
reciba lo narrado con naturalidad, como si la protagonista se estuviera dirigiendo a uno y no a
Nacha, lo que reduce la distancia entre narrador y lector y favorece la asimilación de los
sucesos contados, aunque éstos formen parte del realismo mágico.
Un recurso empleado por la autora como forma de enlace entre los dos tiempos es el
color. El contraste establecido entre el negro y el blanco preludia el cruce de las épocas. Así ella
es blanca (desteñida), y el indio es moreno (con cabellos negros, sangre negra y ojos que son
chispas negras). Son blancos los mosaicos de la cocina, en contraste con la noche. El puente
blanco, el lago seco con lajas blancas y la luz blanca abren el camino de la protagonista hacia el
pasado. Él viene de la noche por ella que es blanca. El vestido de Laura sirve para marcar el
proceso de transformación. A medida que el destino de ambos se acerca, el vestido blanco se
382
torna más oscuro al quemarse por los incendios que encuentra cada vez que viaja al pasado,
hasta que, finalmente Laura se adentra en la noche con su marido.
Nacha es un personaje interesante, aunque en apariencia su papel es sólo pasivo.
Pertenece al tipo de nanas o sirvientas que encontramos a menudo en la literatura
latinoamericana, las cuales están enlazadas con la magia, al tiempo que constituyen una
realidad. La cocina es siempre el laboratorio perfecto, el punto de enlace entre los distintos
tiempos, porque el simple acto de cocinar implica traer desde el pasado toda la tradición
presente en la elaboración del platillo. Además la combinación de olores, sabores y texturas
propicia la inserción en el realismo mágico. Nacha es la única que entiende a Laura, y en
cuanto ésta se ha ido, ella también se va, sin cobrar su sueldo. Esto es, una vez concluida su
labor mágica de enlace entre los dos mundos, se va.
Una isotopía, entendida como línea de sentido que se prolonga a lo largo del texto, de
acuerdo con Greimas, es la traición, planteada desde el título del texto. La protagonista alude,
en repetidas ocasiones, a los tlaxcaltecas, grupo indígena que se alió al conquistador Hernán
Cortés durante la Conquista de México, por lo que se emplea el adjetivo tlaxcalteca como
sinónimo de traidor. Laura se refiere a ese pueblo para justificar su propia traición, porque
abandona a su pueblo y a su marido en los momentos difíciles.
La traición es enfatizada por el hecho de que cuando su esposo viene a buscarla, ella ha
dejado de ser indígena. Ahora es blanca, del color del enemigo. También es otra mujer:
Josefina, quien traiciona a Laura y avisa a Pablo de la presencia del indio. Cabe mencionar que
el elemento traición se convirtió en una constante en las obras de Garro posteriores a 1968,
cuando fue acusada de lo mismo.
La autora emplea el color rojo, repetido a lo largo del texto para simbolizar la culpa de
la mujer por su traición. Culpa reiterada por la sangre que encuentra en los cadáveres, en los
ríos y casas, y especialmente donde le resulta más doloroso: en las heridas del ser amado. Al
final del cuento el color rojo es la única huella dejada por Laura, en su cigarro y en la taza.
La protagonista, como muchas otras mujeres-personajes de Elena Garro, además de ser
traidora, muestra poco carácter. Necesita que los hombres tomen las decisiones por ella. Laura
huye cuando siente temor. Es totalmente débil, dependiente e inútil, y aunque no está
satisfecha con su forma de ser, no hace algo para cambiar. Es la víctima que necesita ser
auxiliada por un hombre.
383
Otra isotopía es el amor, tema casi inexistente en obras posteriores de la autora. Aquí el
amor es una fuerza capaz de traspasar los límites del tiempo y el espacio, que obedece a un
destino ineludible: “...cuando un hombre y una mujer se aman y no tienen hijos están condenados
a convertirse en uno solo”.
Este destino influye también en el desarrollo de la narración. A medida que se acerca la
unión de Laura y el indio se incrementan las referencias a este hecho, y la reiteración de la
espera acelera el ritmo del relato, e involucra al lector en ella.
Por otra parte, las informaciones sobre la temporalidad son imprecisas, para permitir la
sensación atemporal buscada al contar que ocurren, en forma simultánea, sucesos desarrollados
en épocas tan diversas. La historia de los protagonistas se inicia en el pasado, continúa en el
presente y se dirige hacia otro tiempo, para producir una sensación perceptible en la mayor parte
de las obras de Garro: la concepción del tiempo como algo ambiguo y circular, determinado por
los sentimientos de los personajes, quienes son capaces de imponer su propio tiempo a su
entorno, e incluso a todo un pueblo, como ocurre en la novela Los recuerdos del porvenir, también de
Garro.
El cuento estudiado es sumamente complejo. La interrelación entre los tiempos, el paso
de una realidad a otra, planteado de manera natural, el compás de espera; son elementos muy
difíciles de manejar. Sólo la gran habilidad de Garro como narradora y la acertada selección y
empleo de los recursos literarios que llevó a cabo la autora, hicieron posible este espléndido texto,
uno de los mejores de la literatura contemporánea. Un cuento en donde con sólo palabras puede
hacerse verosímil el hecho de que: “el tiempo y el amor son uno solo”.
FUENTES
A different reality. Studies in the work of Elena Garro, Edited by Anita K. Stoll, Lewisburg Buckknell University
Press, London and Toronto,1990.
BRADU, Fabienne, Señas particulares: escritora, Ensayos sobre escritoras mexicanas del siglo XX, FCE, México,
1987.
CARBALLO, Emmanuel, Protagonista de la literatura mexicana, Ediciones del Ermitaño/SEP, México, 1986.
GALVÁN, Delia, La ficción reciente de Elena Garro 1979-1983, UNAM, México, 1988 (Centro de Estudios
Lingüísticos y literarios).
MILLER, Beth, 26 autoras del México actual, Costa -Amic, México, 1978.
384
PFEIFER, Erna, Entre vistas. Diez escritoras mexicanas desde bastidores, Vervuert Verlag, Frankfurt,1992.
ROBLES, Martha, La sombra fugitiva. Escritoras en la cultura nacional, 2 tomo, UNAM, México, 1986.
Spanish american women writers. Edited by Diane E. Marting, New York,Greenwood Press, 1990.
ROSARIO CASTELLANOS
Rita Dromundo Amores
Mi madre en vez de leche
me dio el sometimiento.
(Rosario Castellanos, Salomé y Judith)
Rosario Castellanos, quien dedicó su vida a crear espejos donde las mujeres pudiéramos
mirarnos para conocernos y hacer algo para mejorar nuestra vida, nació el 25 de mayo de 1925
en la Ciudad de México, porque sus padres llegaron a esta ciudad en busca de atención médica,
pero ella siempre se consideró de Comitán, en el Estado de Chiapas, donde pasó sus primeros
años.
GRAN PARTE DE SU INFANCIA ES NARRADA EN SU NOVELA BALÚN-CANÁN. FUE UNA
NIÑA SOLITARIA MARCADA POR LA MUERTE DE SU ÚNICO HERMANO, DE LA QUE SE CREYÓ
CULPABLE.
SU AISLAMIENTO LA LLEVÓ A REFUGIARSE EN LA MUJER DE QUIEN RECIBIÓ
MÁS AFECTO: SU NANA, Y POR EXTENSIÓN, EN EL MUNDO INDÍGENA DE ÉSTA.
HIJA DE UN HACENDADO, ROSARIO VIVIÓ EN CARNE PROPIA Y EN LA DE LOS INDIOS,
TAN QUERIDOS POR ELLA, LA DISCRIMINACIÓN Y EL ABUSO, DISIMULADOS PARA ELLA Y SU
MADRE, PERO MUY MARCADOS Y EN MUCHAS OCASIONES BRUTAL PARA LOS INDÍGENAS,
EN ESPECIAL PARA LAS MUJERES, A QUIENES DEDICA GRAN PARTE DE SU OBRA
NARRATIVA. SE SENTÍA CULPABLE POR PERTENECER AL GRUPO DE LOS BLANCOS RICOS Y
EXPLOTADORES, POR ESO CUANDO MURIERON SUS PADRES COMÍA FRUGALMENTE COMO
LOS INDIOS Y LES REGALÓ SUS TIERRAS.
Su vida estuvo determinada por la lucha interna entre la sumisión impuesta por siglos de
adoctrinamiento y la rebeldía surgida de su conciencia plena. Con relación a sus padres,
385
Rosario tuvo que enfrentar por un lado la dureza de su padre y por el otro el sometimiento y la
frustración de su madre:
Su padre, César Castellanos, que fue el primer director de la Escuela Secundaria de Comitán, era
un hombre ilustrado, cuyo título de ingeniero había sido logrado en una Universidad de los
Estados Unidos. Era un hombre de alta estatura y carácter duro, inflexible, chapado a las
antiguas tradiciones de su pueblo. Poseedor además de una vasta herencia... El característico
latifundista de los primeros años del siglo, que compraba fincas del modo usual: “con todo y la
indiada” y que valían ¡claro!, infinitamente menos que el ganado. Dueño... de dos fincas.865
La madre se consideraba en deuda con su esposo pues la había sacado de su pobreza y del
trabajo manual y la había hecho parte de la clase alta: “¿Y la madre de Rosario?, bueno, ella se
llamaba Adriana, una mujer bonita pero consciente de ser ‘harina de otro costal’ pues
pertenecía a la oscura clase media. Una de las Figueroa, costurera del barrio pobre de San
Sebastián”866.
Rosario trataba de agradar a su padres pero no parecía conseguirlo. Su padre fue su maestro
de matemáticas, materia que odiaba Rosario y en la que sólo obtuvo seis a pesar de sus
espléndidas calificaciones en las demás materias. En cuanto a su madre parece que buscaba
hacerla insegura y la trataba como a un ser inferior; aparentaba ternura, pero en realidad era
dura, cruel y destructiva con su hija:
...mi mamá antes de cualquier salida me decía: “¿Para qué vas?” ... A los nueve años como que
eso no se entiende, como que además uno sí quiere ir a la fiesta y comer los caramelos. Además
me decía mi madre: “Mira, tu papá y yo porque tenemos la obligación te queremos”. Porque
tenemos la obligación. Pero ninguna otra gente, nadie en el mundo, nunca, nunca te va a querer.
¿Cómo va uno a ir a las fiestas así?...867
La muerte de su hermano dejó a sus padres desolados, como si la vida se hubiese acabado
para ellos con la pérdida del hijo varón y la trascendencia de su apellido. Sobre la imagen que
guarda de ellos la autora respondió en una entrevista:
865
Oscar Bonifaz, Rosario, pp. 14-15.
Idem., p. 15.
867
Elena Poniatowska, ¡Ay vida no me mereces¡, p. 118.
866
386
Murieron hace veinte años. Conservo de ellos una imagen estereotipada que no corresponde a
ninguna realidad. Es la única que puedo transmitir. Mi padre era un hombre profundamente
melancólico, incapaz de presenciar el sufrimiento ajeno, débil ante la adversidad. Mi madre debe
haber tenido una juventud y un temperamento poderosos que el matrimonio destruyó. Cuando
los conocí, se encontraban tanto física como espiritualmente en plena decadencia. Me crié en el
ambiente de una familia venida a menos, solitaria, aislada, una familia que había perdido el interés
por vivir.868
Sus padres no sólo estaban lejos de ella, sino también del resto de las personas y entre ellos.
Así afirma en una entrevista que le hizo Samuel Gordon en 1973: “No recuerdo nunca haber
visto que se tocaran la mano. Yo no sé dónde dormía mi mamá. Yo sé que mi papá dormía en
el cuarto nuestro, con mi hermano y conmigo”869.
Niña y joven, solitaria, débil y enferma, eximida de practicar deporte en la escuela, vive con
la culpa por la muerte de sus hermano Benjamín, con la que no tuvo nada que ver y anhelando
ser amada por sus padres.
En enero de 1948, cuando ella va a cumplir 23 años, de una manera súbita y casi simultánea,
mueren sus padres: “La orfandad significó, ante todo, la brusca ruptura de afectos y relaciones
patológicas en las que yo fungía al mismo tiempo como víctima y como verdugo y en las que
me agotaba en remordimientos estériles...”870
La vida sin el amor de sus padres marcó definitivamente a Rosario especialmente en su
infancia y juventud:
...hija única, sin asistencia regular a ninguna escuela... en la que me fuera posible crear amistades.
Abandonada durante la adolescencia a los recursos de mi imaginación, la orfandad repentina y
total me pareció lógica. Permanecí soltera hasta los treinta y tres años durante los cuales alcancé
grados de extremo aislamiento, confinada en un hospital para tuberculosos... Añada usted a todo
ello que soy muy tímida...871
868
Beatriz Espejo, Palabra de honor, p. 136.
Poniatowska, op. cit., p. 116.
870
Bonifaz, op. cit., p. 31.
871
Poniatowska, op. cit., p. 58.
869
387
Al no sentirse amada centró su atención en los estudios, la ayuda a los indígenas y la
escritura. Estudió la Licenciatura y la Maestría en Filosofía en la Universidad Nacional
Autónoma de México, y más tarde gracias a una beca del Instituto de Cultura Hispánica
estudió cursos de posgrado sobre estética en la Universidad de Madrid. Fue becaria Rockefeller
en el Centro Mexicano de Escritores de 1954 a 1955.
Promotora cultural en el Instituto de Ciencias y Artes en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas;
directora de Teatro Guiñol en el Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil, en el Instituto Nacional
Indigenista en San Cristóbal, Chiapas; Directora General de Información y Prensa de la
Universidad Nacional Autónoma de México (1960-1966); profesora en la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (1962-1971).
Después de años de evitar el matrimonio con varios pretendientes, en 1958 se casó
sorpresivamente con el filósofo Ricardo Guerra con quien tuvo un hijo: Gabriel, en quien
centró toda su ternura y a quien dedicó varios poemas.
Aunque Rosario habla de sí misma como una mujer triste y solitaria, Beatriz Espejo y sus
compañeros en la Facultad de Filosofía y Letras hablan de ella como una joven cordial, de fácil
sonrisa, con muchas amigas y numerosos admiradores.
Obtuvo los siguientes reconocimientos, entre otros: el Premio Chiapas por Balún Canán en
1958, el Premio Xavier Villaurrutia por Ciudad Real en 1961, el Premio Sor Juana Inés de la
Cruz en 1962 por su libro Oficio de tinieblas, el Premio Carlos Trouyet de Letras en 1967 y el
Premio Elías Sourasky de Letras en 1972.
Su obra ha sido incluida en diversas antologías y traducida a varios idiomas.
Murió en Tel Aviv el 7 de agosto de 1974 cuando era embajadora de México en Israel en un
accidente doméstico.
Con relación a su obra, podemos considerarla en cuatro grupos:
• El llamado “ciclo de Chiapas”, conjunto de textos narrativos donde se resalta la
problemática indígena en este Estado, en particular la de las mujeres, sometidas y
menospreciadas por todos, quienes recibían un trato semejante al de las bestias y eran
consideradas por los hacendados como artículos desechables para disponer de ellas
sexualmente. Esta etapa se ubica, fundamentalmente en la época del gobierno de Cárdenas
(1934-1940), quien trató de hacer cambios a favor de los indígenas, lo que dio lugar a
388
mayores conflictos por la resistencia de los hacendados. A este ciclo corresponden sus tres
novelas y su libro de relatos Ciudad Real.
• Los textos “de ciudad”, ubicados en épocas más recientes donde Rosario Castellanos nos
presenta, de manera irónica, una galería de personajes femeninos, para que nos veamos
reflejadas en ese espejo y observemos cuán absurdas son ciertas posturas asumidas por las
mujeres, y busquemos la manera de cambiarlas. Su ironía abarca todas las clases sociales.
• Su obra poética, donde muestra el yo interno de la autora, el dolor por ser mujer en las
circunstancias en que a ella le tocó serlo, el gozo efímero del amor, el dolor por la pérdida
de éste y la felicidad por la maternidad.
• Textos de ensayo y crítica literaria.
La mujer es el centro del pensamiento y la obra literaria de Rosario. Dirige hacia ella
distintos tipos de miradas que pueden ser de ternura y compasión hacia las mujeres indígenas o
las jóvenes de clase media o alta obligadas a permanecer en el encierro y a casarse con quien
conviene a los intereses de la familia; o bien se burla de quienes por comodidad o temor al
cambio admiten situaciones indignantes.
Dentro de los tipos representados por sus personajes femeninos destacan las mujeres que,
de alguna manera, se venden o son vendidas, sin que importe su clase social; las que son
acosadas por no tener hijos varones, las indígenas violadas cruelmente, las jóvenes de clase alta,
que al no ser requeridas para el matrimonio pasan a engrosar las filas de las “quedadas” con
menos libertad que las solteras, las que son crueles con otras mujeres, las que toleran la
infidelidad, y por último las que quieren atreverse a hacer lo que les está vedado como tener un
amante o saber sobre la sexualidad, lo que provoca que sean excluidas de la sociedad para
siempre. Dentro de este último grupo, pero con características especiales, están las
intelectuales, quienes enfrentan una lucha consigo mismas y con la sociedad, entre su deseo de
realizarse profesionalmente y las presiones exteriores. En “Álbum de familia”, ubicado en una
época reciente, los personajes analizan el punto:
En México las alternativas y las circunstancias de las mujeres son muy limitadas y muy precisas.
La que quiere ser algo más o algo menos que hija, esposa y madre, puede escoger entre
convertirse en una oveja negra o en un chivo expiatorio; en una piedra de escándalo o de
tropiezo; en un objeto de envidia o irrisión (p.149).
389
La mayoría de las mujeres de nuestra autora, ya sean blancas o indígenas, ricas o pobres,
con excepción de unas cuantas en Álbum de familia, son ignorantes, sumisas y silenciosas.
Rosario nos enseñó no sólo con sus textos, sino con su vida, a buscar el camino para el
encuentro con nosotras mismas y para nuestra realización personal. A no quedarnos como su
personaje Idolina, encerradas, inmóviles, rumiando la amargura, sino a salir a enfrentar la vida:
“¿Cuáles son las constantes de la vida y de la obra de Rosario Castellanos? El sentirse víctima e ir
superando este sentimiento o neurosis o modo de estar sobre la tierra a través de la ironía, la
inteligencia y la creación. Se identifica con los indígenas porque también son víctimas... En Israel,
Rosario Castellanos, sola y libre, estaba aprendiendo a completarse sola; crecía una Rosario a
quien no le importaba perder al hombre puesto que se había ganado a sí misma.”872
Su talento queda resumido en el comentario que hace sobre ella Emmanuel Carballo:
Rosario Castellanos desterró el lugar común de la inferioridad de la mujer respecto al hombre: Su
inteligencia, coherencia y aptitud para las letras estuvieron muy por encima de casi todos los
miembros de su generación.873
872
873
Elena Poniatowska, op. cit., p. 131.
Emmanuel Carballo, Protagonistas... p. 533.
390
LECCIÓN DE COCINA
ROSARIO CASTELLANOS
La cocina resplandece de blancura. Es una lástima tener que mancillarla con el uso. Habría que
sentarse a contemplarla, a describirla, a cerrar los ojos, a evocarla874. Fijándose bien esta nitidez,
esta pulcritud carece del exceso deslumbrador que produce escalofríos en los sanatorios. ¿O es
el halo875 de desinfectantes, los pasos de goma de las afanadoras, la presencia oculta de la
enfermedad y de la muerte? Qué me importa. Mi lugar está aquí. Desde el principio de los
tiempos ha estado aquí. En el proverbio alemán la mujer es sinónimo de Küche, Kinder,
Kirche876. Yo anduve extraviada en aulas, en calles, en oficinas, en cafés; desperdiciada en
destrezas que ahora he de olvidar para adquirir otras. Por ejemplo, elegir el menú. ¿Cómo
podría llevar al cabo labor tan ímproba877 sin la colaboración de la sociedad, de la historia
entera? En un estante especial, adecuado a mi estatura, se alinean mis espíritus protectores,
esas aplaudidas equilibristas que concilian en las páginas de los recetarios las contradicciones
más irreductibles: la esbeltez y la gula, el aspecto vistoso y la economía, la celeridad878 y la
suculencia879. Con sus combinaciones infinitas: la esbeltez y la economía, la celeridad y el
aspecto vistoso, la suculencia y... ¿Qué me aconseja usted para la comida de hoy,
experimentada ama de casa, inspiración de las madres ausentes y presentes, voz de la tradición,
secreto a voces de los supermercados? Abro un libro al azar y leo: “La cena de don Quijote.”
Muy literario pero muy insatisfactorio. Porque don Quijote no tenía fama de gourmet880 sino
de despistado. Aunque un análisis más a fondo del texto nos revela, etc., etc., etc. Uf. Ha
corrido más tinta en torno a esa figura que agua debajo de los puentes. “Pajaritos de centro de
874
evocar: pensar en algo que no está presente.
halo: círculo de luz o resplandor como el que rodea a los santos.
876
Küche, Kinder, Kirche: en alemán cocina, jardín de niños e iglesia. Frase que expresa lo que consideran
deberían ser los únicos espacios para la mujer.
877
ímproba: malvada o deshonrosa.
878
celeridad: rapidez, apresuramiento.
879
suculencia: sabrosura.
880
gourmet: experto en el buen comer.
875
391
cara.” Esotérico881. ¿La cara de quién? ¿Tiene un centro la cara de algo o de alguien? Si lo tiene
no ha de ser apetecible. “Bigos a la rumana.” Pero ¿a quién supone usted que se está
dirigiendo? Si yo supiera lo que es estragón882 y ananá883 no estaría consultando este libro
porque sabría muchas otras cosas. Si tuviera usted el mínimo sentido de la realidad debería,
usted misma o cualquiera de sus colegas, tomarse el trabajo de escribir un diccionario de
términos técnicos, redactar unos prolegómenos884, idear una propedéutica885 para hacer
accesible al profano el difícil arte culinario. Pero parten del supuesto de que todas estamos en
el ajo886 y se limitan a enunciar. Yo, por lo menos, declaro solemnemente que no estoy, que no
he estado nunca ni en este ajo que ustedes comparten ni en ningún otro. Jamás he entendido
nada de nada. Pueden ustedes observar los síntomas: me planto, hecha una imbécil, dentro de
una cocina impecable y neutra, con el delantal que usurpo887 para hacer un simulacro de
eficiencia y del que seré despojada vergonzosa pero justicieramente.
Abro el compartimiento del refrigerador que anuncia “carnes” y extraigo un paquete
irreconocible bajo su capa de hielo. La disuelvo en agua caliente y se me revela el título sin el
cual no habría identificado jamás su contenido: es carne especial para asar. Magnífico. Un plato
sencillo y sano. Como no representa la superación de ninguna antinomia888 ni el planteamiento
de ninguna aporía, no se me antoja.
Y no es sólo el exceso de lógica el que me inhibe el hambre. Es también el aspecto, rígido
por el frío; es el color que se manifiesta ahora que he desbaratado el paquete. Rojo, como si
estuviera a punto de echarse a sangrar.
Del mismo color teníamos la espalda, mi marido y yo después de las orgiásticas asoleadas en
las playas de Acapulco. Él podía darse el lujo de “portarse como quien es” y tenderse boca
abajo para que no le rozara la piel dolorida. Pero yo, abnegada889 mujercita mexicana que nació
como la paloma para el nido, sonreía a semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio cuando dijo
“mi lecho no es de rosas y se volvió a callar”. Boca arriba soportaba no sólo mi propio peso
881
esotérico: conocimiento oculto. Reservado para los iniciados.
estragón: hierba usada como condimento.
883
ananá: piña.
884
prolegómenos: tratado al principio de un libro donde se explican las ideas fundamentales.
885
propedéutica: curso para preparar a un estudiante antes de iniciar el estudio formal de una materia.
886
estar en el ajo: expresión coloquial que implica conocer muy bien algo.
887
usurpar: tomar por la fuerza algo que no nos pertenece, como un trono.
888
antinomia: contradicción.
889
abnegada: sacrificada.
882
392
sino el de él encima mío. La postura clásica para hacer el amor. Y gemía, de desgarramiento, de
placer. El gemido clásico. Mitos, mitos.
Lo mejor (para mis quemaduras, al menos) era cuando se quedaba dormido. Bajo la yema
de mis dedos ⎯no muy sensibles por el prolongado contacto con las teclas de la máquina de
escribir⎯ el nylon de mi camisón de desposada resbalaba en un fraudulento esfuerzo por
parecer encaje. Yo jugueteaba con la punta de los botones y esos otros adornos que hacen
parecer tan femenina a quien los usa, en la oscuridad de la alta noche. La albura890 de mis
ropas, deliberada, reiterativa, impúdicamente simbólica, quedaba abolida transitoriamente.
Algún instante quizá alcanzó a consumar su significado bajo la luz y bajo la mirada de esos ojos
que ahora están vencidos por la fatiga.
Unos párpados que se cierran y he aquí, de nuevo, el exilio. Una enorme extensión arenosa,
sin otro desenlace que el mar cuyo movimiento propone la parálisis; sin otra invitación que la
del acantilado al suicidio.
Pero es mentira. Yo no soy el sueño que sueña, que sueña, que sueña; yo no soy el reflejo de
una imagen en un cristal; a mí no me aniquila la cerrazón de una conciencia o de toda
conciencia posible. Yo continúo viviendo con una vida densa, viscosa891, turbia, aunque el que
está a mi lado y el remoto, me ignoren, me olviden, me pospongan, me abandonen, me
desamen.
Yo también soy una conciencia que puede clausurarse, desamparar a otro y exponerlo al
aniquilamiento. Yo... La carne, bajo la rociadura de la sal, ha acallado el escándalo de su rojez y
ahora me resulta más tolerable, más familiar. Es el trozo que vi mil veces, sin darme cuenta,
cuando me asomaba, de prisa, a decirle a la cocinera que...
No nacimos juntos. Nuestro encuentro se debió a un azar892 ¿feliz? Es demasiado pronto
aún para afirmarlo. Coincidimos en una exposición, en una conferencia, en un cine-club;
tropezamos en un elevador; me cedió su asiento en el tranvía; un guardabosques interrumpió
nuestra perpleja y, hasta entonces, paralela contemplación de la jirafa porque era hora de cerrar
el zoológico. Alguien, él o yo, es igual, hizo la pregunta idiota pero indispensable: ¿usted trabaja
o estudia?893 Armonía del interés y de las buenas intenciones, manifestación de propósitos
890
albura: blancura.
viscosa: pegajosa.
892
azar: destino, suerte.
893
¿usted trabaja o estudia?: frase común que se empleaba para iniciar una conversación entre un hombre y
una mujer desconocidos.
891
393
“serios”. Hace un año yo no tenía la menor idea de su existencia y ahora reposo junto a él con
los muslos entrelazados, húmedos de sudor y de semen. Podría levantarme sin despertarlo, ir
descalza hasta la regadera. ¿Purificarme? No tengo asco. Prefiero creer que lo que me une a él
es algo tan fácil de borrar como una secreción y no tan terrible como un sacramento.
Así que permanezco inmóvil, respirando rítmicamente para imitar el sosiego, puliendo mi
insomnio, la única joya de soltera que he conservado y que estoy dispuesta a conservar hasta la
muerte.
Bajo el breve diluvio de pimienta la carne parece haber encanecido894. Desvanezco este
signo de vejez frotando como si quisiera traspasar la superficie e impregnar el espesor con las
esencias. Porque perdí mi antiguo nombre y aún no me acostumbro al nuevo, que tampoco es
mío. Cuando en el vestíbulo del hotel algún empleado me reclama yo permanezco sorda, con
ese vago malestar que es el preludio895 del reconocimiento. ¿Quién será la persona que no
atiende a la llamada? Podría tratarse de algo urgente, grave, definitivo, de vida o muerte. El que
llama se desespera, se va sin dejar ningún rastro, ningún mensaje y anula la posibilidad de
cualquier nuevo encuentro. ¿Es la angustia la que oprime mi corazón? No, es su mano la que
oprime mi hombro. Y sus labios que sonríen con una burla benévola, más que de dueño, de
taumaturgo896.
Y bien, acepto mientras nos encaminamos al bar (el hombro me arde, está despellejándose)
es verdad que en el contacto o colisión con él he sufrido una metamorfosis897 profunda: no
sabía y sé, no sentía y siento, no era y soy.
Habrá que dejarla reposar así. Hasta que ascienda a la temperatura ambiente, hasta que se
impregne de los sabores de que la he recubierto. Me da la impresión de que no he sabido
calcular bien y de que he comprado un pedazo excesivo para nosotros dos. Yo, por pereza, no
soy carnívora. Él, por estética, guarda la línea. ¡Va a sobrar casi todo! Sí, ya sé que no debo
preocuparme: que alguna de las hadas que revolotean en torno mío va a acudir en mi auxilio y
a explicarme cómo se aprovechan los desperdicios. Es un paso en falso de todos modos. No se
inicia una vida conyugal de manera tan sórdida. Me temo que no se inicie tampoco con un
platillo tan anodino898 como la carne asada.
894
encanecer: cuando el cabello se pone blanco por la edad o las penas.
preludio: principio de una cosa.
896
taumaturgo: mago, persona que hace cosas maravillosas.
897
metamorfosis: transformación.
898
anodino: insignificante.
895
394
Gracias, murmuro, mientras me limpio los labios con la punta de la servilleta. Gracias por la
copa transparente, por la aceituna sumergida. Gracias por haberme abierto la jaula de una
rutina estéril para cerrarme la jaula de otra rutina que, según todos los propósitos y las
posibilidades, ha de ser fecunda. Gracias por darme la oportunidad de lucir un traje largo y
caudaloso, por ayudarme a avanzar en el interior del templo, exaltada por la música del órgano.
Gracias por...
¿Cuánto tiempo se tomará para estar lista? Bueno, no debería de importarme demasiado
porque hay que ponerla al fuego a última hora. Tarda muy poco, dicen los manuales. ¿Cuánto
es poco? ¿Quince minutos? ¿Diez? ¿Cinco? Naturalmente, el texto no especifica. Me supone
una intuición que, según mi sexo, debo poseer pero que no poseo, un sentido sin el que nací
que me permitiría advertir el momento preciso en que la carne está a punto.
¿Y tú? ¿No tienes nada que agradecerme? Lo has puntualizado con una solemnidad un
poco pedante y con una precisión que acaso pretendía ser halagadora pero que me resultaba
ofensiva: mi virginidad. Cuando la descubriste yo me sentí como el último dinosaurio en un
planeta del que la especie había desaparecido. Ansiaba justificarme, explicar que si llegué hasta
ti intacta no fue por virtud ni por orgullo ni por fealdad sino por apego a un estilo. No soy
barroca. La pequeña imperfección en la perla me es insoportable. No me queda entonces más
alternativa que el neoclásico y su rigidez es incompatible con la espontaneidad para hacer el
amor. Yo carezco de la soltura del que rema, del que juega al tenis, del que se desliza bailando.
No practico ningún deporte. Cumplo un rito y el ademán de entrega se me petrifica en un
gesto estatuario.
¿Acechas mi tránsito a la fluidez, lo esperas, lo necesitas? ¿O te basta este hieratismo899 que
te sacraliza900 y que tú interpretas como la pasividad que corresponde a mi naturaleza? Y si a la
tuya corresponde ser voluble te tranquilizará pensar que no estorbaré tus aventuras. No será
indispensable ⎯gracias a mi temperamento⎯ que me cebes901, que me ates de pies y manos
con los hijos, que me amordaces902 con la miel espesa de la resignación. Yo permaneceré como
permanezco. Quieta. Cuando dejas caer tu cuerpo sobre el mío siento que me cubre una lápida,
llena de inscripciones, de nombres ajenos, de fechas memorables. Gimes inarticuladamente y
quisiera susurrarte al oído mi nombre para que recuerdes quién es a la que posees.
899
hieratismo: lo vinculado con lo sagrado o lo muy solemne.
sacraliza: hace sagrado algo.
901
cebes: des comida como a los animales para aumentar su peso.
902
amordaces: cubras la boca.
900
395
Soy yo. ¿Pero quién soy yo? Tu esposa, claro. Y ese título basta para distinguirme de los
recuerdos del pasado, de los proyectos para el porvenir. Llevo una marca de propiedad y no
obstante me miras con desconfianza. No estoy tejiendo una red para prenderte. No soy una
mantis religiosa903. Te agradezco que creas en semejante hipótesis. Pero es falsa.
Esta carne tiene una dureza y una consistencia que no caracterizan a las reses. Ha de ser de
mamut. De esos que se han conservado, desde la prehistoria, en los hielos de Siberia y que los
campesinos descongelan y sazonan para la comida. En el aburridísimo documental que
exhibieron en la Embajada, tan lleno de detalles superfluos, no se hacía la menor alusión al
tiempo que dedicaban a volverlos comestibles. Años, meses. Y yo tengo a mi disposición un
plazo de...
¿Es la alondra? ¿Es el ruiseñor? No, nuestro horario no va a regirse por tan aladas criaturas
como las que avisaban el advenimiento de la aurora a Romeo y Julieta sino por un estentóreo e
inequívoco despertador. Y tú no bajarás al día por la escala de mis trenzas904 sino por los pasos
de una querella minuciosa: se te ha desprendido un botón del saco, el pan está quemado, el
café frío.
Yo rumiaré905, en silencio, mi rencor. Se me atribuyen las responsabilidades y las tareas de
una criada para todo. He de mantener la casa impecable, la ropa lista, el ritmo de la
alimentación infalible. Pero no se me paga ningún sueldo, no se me concede un día libre a la
semana, no puedo cambiar de amo. Debo, por otra parte, contribuir al sostenimiento del hogar
y he de desempeñar con eficacia un trabajo en el que el jefe exige y los compañeros conspiran y
los subordinados odian. En mi ratos de ocio me transformo en una dama de sociedad que
ofrece comidas y cenas a los amigos de su marido, que asiste a reuniones, que se abona a la
ópera, que controla su peso, que renueva su guardarropa, que cuida la lozanía de su cutis, que
se conserva atractiva, que está al tanto de los chismes, que se desvela y que madruga, que corre
el riesgo mensual de la maternidad, que cree en las juntas nocturnas de ejecutivos, en los viajes
de negocios y en la llegada de clientes imprevistos; que padece alucinaciones olfativas cuando
percibe la emanación de perfumes franceses (diferentes de los que ella usa) de las camisas, de
los pañuelos de su marido; que en sus noches solitarias se niega a pensar por qué o para qué
903
mantis religiosa: insecto que devora al macho después del acto sexual.
la escala de mis trenzas: se refiere al cuento clásico Rapunzel donde un príncipe usaba las trenzas de una
joven encerrada en una torre para visitarla.
905
rumiaré: consideraré despacio.
904
396
tantos afanes y se prepara una bebida bien cargada y lee una novela policiaca con ese ánimo
frágil de los convalescientes.
¿No sería oportuno prender la estufa? Una lumbre muy baja para que se vaya calentado,
poco a poco, el asador “que previamente ha de untarse con un poco de grasa para que la carne
no se pegue”. Eso se me ocurre hasta a mí, no había necesidad de gastar en esas
recomendaciones las páginas de un libro.
Y yo, soy muy torpe. Ahora se llama torpeza; antes se llamaba inocencia y te encantaba.
Pero a mí no me ha encantado nunca. De soltera leía cosas a escondidas. Sudando de emoción
y de vergüenza. Nunca me enteré de nada. Me latían las sienes, se me nublaban los ojos, se me
contraían los músculos en un espasmo de náusea.
El aceite está empezando a hervir. Se me pasó la mano, manirrota906, y ahora chisporrotea907
y salta y me quema. Así voy a quemarme yo en los apretados infiernos por mi culpa, por mi
culpa, por mi grandísima culpa. Pero, niñita, tú no eres la única. Todas tus compañeras de
colegio hacen lo mismo, o cosas peores, se acusan en el confesionario, cumplen la penitencia,
las perdonan y reinciden. Todas. Si yo hubiera seguido frecuentándolas me sujetarían ahora a
un interrogatorio. Las casadas para cerciorarse, las solteras para averiguar hasta dónde pueden
aventurarse. Imposible defraudarlas. Yo inventaría acrobacias, desfallecimientos908 sublimes,
transportes como se les llama en Las mil y una noches, récords. ¡Si me oyeras entonces no te
reconocerías, Casanova!
Dejo caer la carne sobre la plancha e instintivamente retrocedo hasta la pared. ¡Qué
estrépito! Ahora ha cesado. La carne yace909 silenciosamente, fiel a su condición de cadáver.
Sigo creyendo que es demasiado grande.
Y no es que me hayas defraudado. Yo no esperaba, es cierto, nada en particular. Poco a
poco iremos revelándonos mutuamente, descubriendo nuestros secretos, nuestros pequeños
trucos, aprendiendo a complacernos. Y un día tú y yo seremos una pareja de amantes perfectos
y entonces, en la mitad de un abrazo, nos desvaneceremos y aparecerá en la pantalla la palabra
“fin”.
906
manirrota: derrochadora, persona que gasta en exceso.
chisporrotear: echar chispas.
908
desfallecimientos: desmayos.
909
yace: permanece quieta como muerta.
907
397
¿Qué pasa? La carne se está encogiendo. No, no me hago ilusiones, no me equivoco. Se
puede ver la marca de su tamaño original por el contorno que dibujó en la plancha. Era un
poco más grande. ¡Qué bueno! Ojalá quede a la medida de nuestro apetito.
Para la siguiente película me gustaría que me encargaran otro papel. ¿Bruja blanca en una
aldea salvaje? No, hoy no me siento inclinada ni al heroísmo ni al peligro. Más bien mujer
famosa (diseñadora de modas o algo así), independiente y rica que vive sola en un apartamento
en Nueva York, París o Londres. Sus “affaires” ocasionales la divierten pero no la alteran. No
es sentimental. Después de una escena de ruptura enciende un cigarrillo y contempla el paisaje
urbano al través de los grandes ventanales de su estudio.
Ah, el color de la carne es ahora mucho más decente. Sólo en algunos puntos se obstina en
recordar su crudeza. Pero lo demás es dorado y exhala un aroma delicioso. ¿Ira a ser suficiente
para los dos? La estoy viendo muy pequeña.
Si ahora mismo me arreglara, estrenara uno de esos modelos que forman parte de mi
trousseau y saliera a la calle ¿qué sucedería, eh? A la mejor me abordaba un hombre maduro,
con automóvil y todo. Maduro. Retirado. El único que a estas horas puede darse el lujo de
andar de cacería.
¿Qué rayos pasa? Esta maldita carne está empezando a soltar un humo negro y horrible.
¡Tenía yo que haberle dado vuelta! Quemada de un lado. Menos mal que tiene dos.
Señorita, si usted me permitiera... ¡Señora! Y le advierto que mi marido es muy celoso...
Entonces no debería dejarla andar sola. Es usted una tentación para cualquier viandante910.
Nadie en el mundo dice viandante. ¿Transeúnte? Sólo los periódicos cuando hablan de los
atropellados. Es usted una tentación para cualquier x. Silencio. Sig-ni-fi-ca-ti-vo. Miradas de
esfinge. El hombre maduro me sigue a prudente distancia. Más le vale. Más me vale a mí
porque en la esquina ¡zas! Mi marido, que me espía, que no me deja ni a sol ni a sombra911, que
sospecha de todo y de todos, señor juez. Que así no es posible vivir, que yo quiero
divorciarme.
¿Y ahora qué? A esta carne su mamá no le enseñó que era carne y que debería de
comportarse con conducta. Se enrosca igual que una charamusca912. Además yo no sé de dónde
puede seguir sacando tanto humo si ya apagué la estufa hace siglos. Claro, claro, doctora
Corazón. Lo que procede ahora es abrir la ventana, conectar el purificador de aire para que no
910
viandante: peatón, caminante.
no dejar ni a sol ni a sombra: cuidar o controlar en exceso.
912
charamusca: dulce que se tuerce para formar distintas formas.
911
398
huela a nada cuando venga mi marido. Y yo saldría muy mona a recibirlo a la puerta, con mi
mejor vestido, mi mejor sonrisa y mi más cordial invitación a comer fuera.
Es una posibilidad. Nosotros examinaríamos la carta del restaurante mientras un miserable
pedazo de carne carbonizada, yacería, oculta, en el fondo del bote de la basura. Yo me cuidaría
mucho de no mencionar el incidente y sería considerada como una esposa un poco
irresponsable, con proclividades a la frivolidad pero no como una tarada. Ésta es la primera
imagen pública que proyecto y he de mantenerme después consecuente con ella, aunque sea
inexacta.
Hay otra posibilidad. No abrir la ventana, no conectar el purificador de aire, no tirar la carne
a la basura. Y cuando venga mi marido dejar que olfatee, como los ogros de los cuentos, y diga
que aquí huele, no a carne humana, sino a mujer inútil. Yo exageraré mi compunción913 para
incitarlo a la magnanimidad. Después de todo, lo ocurrido ¡es tan normal! ¿A qué recién casada
no le pasa lo que a mí acaba de pasarme? Cuando vayamos a visitar a mi suegra, ella, que
todavía está en la etapa de no agredirme porque no conoce aún cuáles son mis puntos débiles,
me relatará sus propias experiencias. Aquella vez, por ejemplo, que su marido le pidió un par
de huevos estrellados y ella tomó la frase al pie de la letra y... ja, ja, ja. ¿Fue eso un obstáculo
para que llegara a convertirse en una viuda fabulosa, digo, en una cocinera fabulosa? Porque lo
de la viudez sobrevino mucho más tarde y por otras causas. A partir de entonces ella dio rienda
suelta a sus instintos maternales y echó a perder con sus mimos914...
No, no le va a hacer la menor gracia. Va a decir que me distraje, que es el colmo del
descuido. Y, sí, por condescendencia yo voy a aceptar sus acusaciones.
Pero no es verdad, no es verdad. Yo estuve todo el tiempo pendiente de la carne, fijándome
en que le sucedían una serie de cosas rarísimas. Con razón Santa Teresa decía que Dios anda
en los pucheros915. O la materia que es energía o como se llame ahora.
Recapitulemos. Aparece, primero el trozo de carne con un color, una forma, un tamaño.
Luego cambia y se pone más bonita y se siente una muy contenta. Luego vuelve a cambiar y ya
no está tan bonita. Y sigue cambiando y cambiando y cambiando y lo que uno no atina es
cuándo pararle el alto. Porque si yo dejo este trozo de carne indefinidamente expuesto al fuego,
se consume hasta que no queden ni rastros de él. Y el trozo de carne que daba la impresión de
ser algo tan sólido, tan real, ya no existe.
913
compunción: sentimiento o dolor por haber cometido un pecado.
mimos: cariños, atenciones excesivas.
915
puchero: caldo con carne y verduras o el recipiente en el que se hace.
914
399
¿Entonces? Mi marido también da la impresión de solidez y de realidad cuando estamos
juntos, cuando lo toco, cuando lo veo. Seguramente cambia, y cambio yo también, aunque de
manera tan lenta, tan morosa que ninguno de los dos lo advierte. Después se va y bruscamente
se convierte en recuerdo y... Ah, no, no voy a caer en esa trampa: la del personaje inventado y
el narrador inventado y la anécdota inventada. Además, no es la consecuencia que se deriva
lícitamente del episodio de la carne.
La carne no ha dejado de existir. Ha sufrido una serie de metamorfosis. Y el hecho de que
cese de ser perceptible para los sentidos no significa que se haya concluido el ciclo sino que ha
dado el salto cualitativo. Continuará operando en otros niveles. En el de mi conciencia, en el
de mi memoria, en el de mi voluntad, modificándome, determinándome, estableciendo la
dirección de mi futuro.
Yo seré, de hoy en adelante, lo que elija en este momento. Seductoramente aturdida,
profundamente reservada, hipócrita916. Yo impondré, desde el principio, y con un poco de
impertinencia, las reglas del juego. Mi marido resentirá la impronta de mi dominio que irá
dilatándose, como los círculos en la superficie del agua sobre la que se ha arrojado una piedra.
Forcejeará por prevalecer y si cede yo le corresponderé con el desprecio y si no cede yo no seré
capaz de perdonarlo.
Si asumo la otra actitud, si soy el caso típico, la femineidad que solicita indulgencia para sus
errores, la balanza se inclinará a favor de mi antagonista y yo participaré en la competencia con
un handicap que, aparentemente, me destina a la derrota y que, en el fondo, me garantiza el
triunfo por la sinuosa vía que recorrieron mis antepasadas, las humildes, las que no abrían los
labios sino para asentir, y lograron la obediencia ajena hasta al más irracional de sus caprichos.
La receta, pues, es vieja y su eficacia está comprobada. Si todavía lo dudo me basta preguntar a
la más próxima de mis vecinas. Ella confirmará mi certidumbre.
Sólo que me repugna917 actuar así. Esta definición no me es aplicable y tampoco la anterior,
ninguna corresponde a mi verdad interna, ninguna salvaguarda mi autenticidad. ¿He de
acogerme a cualquiera de ellas y ceñirme a sus términos sólo porque es un lugar común
aceptado por la mayoría y comprensible para todos? Y no es que yo sea una “rara avis”. De mí
se puede decir lo que Pfandl dijo de Sor Juana: que pertenezco a la clase de neuróticos
cavilosos. El diagnóstico es muy fácil ¿pero qué consecuencias acarrearía asumirlo?
916
917
hipócrita: persona que aparenta ser como no es.
repugnar: molestar en extremo.
400
Si insisto en afirmar mi versión de los hechos mi marido va a mirarme con suspicacia, va a
sentirse incómodo en mi compañía y va a vivir en la continua expectativa de que se me declare
la locura.
Nuestra convivencia no podrá ser más problemática. Y él no quiere conflictos de ninguna
índole. Menos aún conflictos tan abstractos, tan absurdos, tan metafísicos como los que yo le
plantearía. Su hogar es el remanso918 de paz en que se refugia de las tempestades de la vida. De
acuerdo. Yo lo acepté al casarme y estaba dispuesta a llegar hasta el sacrificio en aras de la
armonía conyugal. Pero yo contaba con que el sacrificio, el renunciamiento completo a lo que
soy, no se me demandaría más que en la Ocasión Sublime, en la Hora de las Grandes
Resoluciones, en el Momento de la Decisión Definitiva. No con lo que me he topado hoy que
es algo muy insignificante, muy ridículo. Y sin embargo...
918
remanso: lugar tranquilo donde nada rompe la tranquilidad.
401
ACERCA DE “LECCIÓN DE COCINA”
Como mencionamos antes, la obra de Rosario comprende distintas modalidades en torno a la
mujer. Como ejemplo de su obra narrativa elegimos este cuento que resume, de alguna
manera, su filosofía sobre este tema.
Desde el título nos ubica en el territorio considerado como propio de la mujer. En el único
laboratorio donde todas las mujeres tienen la posibilidad de dar rienda suelta a su creatividad
sin que ello parezca mal a alguien.
La historia es muy simple: una joven, recién casada, está en la cocina pensando qué va a
hacer para comer y decide asar un trozo de carne. Esta sencilla operación da la pauta para una
serie de retrospecciones que permiten a la protagonista, y a nosotros como lectores, analizar su
vida y la congruencia entre sus ideales y la vida que inicia.
Conocemos los acontecimientos a partir de las reflexiones de la narradora- personaje en un
monólogo interior en primera persona que, como dice Mignolo, es en realidad un diálogo
consigo misma. Un yo que le habla a un yo. La narración se desarrolla en estilo indirecto.
Estos recursos permiten que los lectores estemos muy cerca de la protagonista.
El espacio apenas si es descrito. Se hace referencia a las playas de Acapulco donde
suponemos que estuvieron de luna de miel, el vestíbulo de un hotel, y en especial a la cocina de
la protagonista. Estos lugares no tienen ninguna importancia por sí mismos, por ello no aluden
a un lugar en particular porque podrían ser los de cualquier lugar y tiempo. Quizá menciona
Acapulco porque en esa época casi todas las parejas iban a este lugar después de casarse. Esto
los hace una de tantas.
En lo que se refiere a la cocina, sitio donde se ubica el discurso, esta está determinada por
expresiones que aluden a su limpieza inmaculada a manera de los anuncios de productos para
la limpieza:
402
La cocina resplandece de blancura
Nitidez, pulcritud
Cocina impecable y neutra
Esta pureza será alterada por alguien sin el derecho ni los méritos para estar ahí: la
protagonista.
La mirada se centra casi todo el tiempo en la carne que cocina la narradora a la que
compara con su propia carne quemada por el sol. No hay alejamientos para mantener nuestra
mirada fija en la carne y sus transformaciones.
El tiempo de la historia nos remite a un año atrás cuando conoció a su pareja, aunque hay
una alusión a su etapa de soltera y sus lecturas “a escondidas”, sobre temas no permitidos
socialmente, igual que lo hacían sus compañeras de colegio.
El tiempo del discurso suponemos que dura menos de una hora (el tiempo que tarda en
cocinarse la carne). Existe alternancia de tiempos. Hay tres breves retrospecciones para darnos
algunos antecedentes: cuando se conocieron, la luna de miel y sus lecturas; y dos
prospecciones, una donde dice que le gustaría que para la siguiente película le asignaran otro
papel, quisiera el de mujer independiente y rica, y la segunda cuando se plantea que si saliera a
la calle a lo mejor la abordaría un hombre maduro y con automóvil.
Como podemos ver el tiempo y el espacio no son importantes. Lo fundamental es el
sentido que se desprende de la reflexión de la protagonista mientras cocina.
La carne que se cocina funciona a manera de espejo que muestra las transformaciones que
sufre una mujer en el matrimonio de ser una joven llena de ilusiones y aspiraciones a una mujer
amargada y acabada, que sólo vive en su imaginación:
1.carne roja
2.rociadura de
3.diluvio de
4. se pone a
5. yace
(nueva, viva)
sal
pimienta
fuego lento
silenciosa-
(menos roja)
(encanece)
(dureza
mente
anormal)
(cadáver)
Una joven con
Deja de ser
Pierde su actitud
sueños
ingenua y de
joven
Trata de rebelarse No logra cambiar Reduce sus
nada y se somete
soñar
7.su color es
403
8.suelta humo
9. se enrosca
6. se encoge
10.miserable
11. se consume
expectativas
más decente.
negro
Sólo algunos
como
pedazo de
hasta que no
charamusca
carne
queda ni rastro
puntos
carbonizada en
mantienen su
la basura
crudeza
Acepta el rol
Se amarga
Se achica y sufre
asignado aunque
Ya dejó de ser lo
Desapareció
que era
surgen destellos de
rebeldía
La protagonista del cuento va haciendo, a lo largo de su reflexión, una comparación entre
los roles masculino y femenino en el matrimonio. De él son la libertad, las órdenes, los
intereses, el control de la vida y el cuerpo de la mujer, el desarrollo profesional; en cambio ella
debe conformarse y ser feliz con el sometimiento, el silencio, la clausura de sus sueños y la
pérdida de identidad.
Rosario retoma en Mujer que sabe latín la definición de Virginia Woolf de lo que se esperaba
que fuera la mujer perfecta, cuyo encanto reside fundamentalmente en su ignorancia, factor
que la hace subordinada y controlable:
...lo que Virginia Woolf llamaba “el hada del hogar”, dechado en el que toda criatura femenina
debe aspirar a convertirse... ‘es extremadamente comprensiva, tiene un encanto inmenso y carece
del menor egoísmo... Se sacrifica cotidianamente... no tiene nunca un pensamiento o un deseo
propio... Y, sobre todo... es pura. Su pureza es considerada como su más alto mérito...’
¿Qué connotación tiene la pureza en este caso? Desde luego es sinónimo de ignorancia... en
particular de... ’los hechos de la vida’... Pero más que nada ignorancia de lo que es la mujer
misma. Se elabora entonces una moral muy rigurosa y muy compleja para preservar la ignorancia
femenina... 919
La moral conservadora se une a las propuestas de San Pablo, quien conmina a las mujeres a
permanecer en silencio, y reducir su aprendizaje a lo que sus esposos les enseñen: “Al través
919
Rosario Castellanos, Mujer que sabe latín... p. 12.
404
del mediador masculino la mujer averigua acerca de su cuerpo y de sus funciones, de su
persona y de sus obligaciones todo lo que le conviene y nada más”920.
La joven reflexiona sobre el hecho de que sin información sobre su cuerpo y sin ninguna
consideración a sus aspiraciones se asume que debe someterse en todo a su esposo e iniciar
una vida de fingimiento, donde debe aparentar que es feliz, que no sufre, que es ajena a la
sexualidad y que le basta con compartir el mundo y los intereses de su marido, aunque deba
sacrificar sus sueños. Fingirá también ignorar la infidelidad de éste y su falta de consideración
hacia ella. Por último pretenderá que no le importa perder su nombre y su identidad:
...perdí mi antiguo nombre y aún no me acostumbro al nuevo, que tampoco es mío. (p. 11)
Soy yo. ¿Pero quién soy yo? Tu esposa, claro. Y ese título basta para distinguirme de los
recuerdos del pasado, de los proyectos para el porvenir. Llevo una marca de propiedad... (p. 14)
Dentro de las funciones que se le imponen dentro del rol femenino está la de cocinar,
aunque reconoce que esta obligación se le impuso, en contra de su deseo y sus capacidades, no
sólo tiene que hacerlo, sino asumir su culpa si no es buena cocinera. Por cierto, Rosario
mostró la rebeldía de su personaje desde pequeña: “De su madre, Rosario ha heredado la
pequeña estatura, pero no la afición al quehacer doméstico, al manejo de ingredientes en la
cocina, quehaceres para los que la niña revela una terca y total aversión”921.
Volviendo al personaje del cuento, ella alude a las contradicciones que se establecen entre
los recetarios y lo que se pretende sea la mujer. Por una parte se le pide que se mantenga
esbelta para lucir bien ante su esposo, pero por otra que conozca y domine las recetas de los
platillos más suculentos. Se le pide también que sepa hacer comida exótica y muy bien
presentada pero que cuide la economía, y por último que cocine con rapidez, pero que haga
guisos deliciosos, de ahí que tenga que negar su capacidad de maga para cumplir con esos
requerimientos.
El cuento es también una consideración en torno a la frustración de las mujeres que
quieren hacer grandes cosas con su vida y no se atreven por temor a la crítica, como dice
Rosario:
920
921
Idem., p. 15.
Oscar Bonifaz, op. cit., p. 16.
405
¿En cuántos casos las mujeres no se atreven a cultivar un talento, a llevar hasta sus últimas
consecuencias la pasión de aprender, por miedo a la soledad, al juicio adverso de quienes las
rodean, al aislamiento, a la frustración sexual y social que todavía representa entre nosotros la
soltería?
Porque no se elige ser soltera como una forma de vida sino que, la expresión ya lo dice, se queda
uno soltera... ningún hombre consideró a la susodicha digna de llevar su nombre ni de remendar
sus calcetines.922
El temor al rechazo social y a la soledad mantiene a gran cantidad de mujeres en la
ignorancia. Muchos hombres pretenden minimizarlas, anular sus mejores cualidades, para
poder manejarlas mejor: “Antítesis de Pigmalión el hombre no aspira, al través de la belleza, a
convertir una estatua en un ser vivo, sino un ser vivo en una estatua... para inmovilizarla, para
convertirle en irrealizable todo proyecto de acción, para evitar riesgos”923.
Así la historia narrada es en realidad el contraste entre los sueños y aspiraciones de la
narradora y la realidad:
SUEÑOS
REALIDAD
Mujer famosa
Anónima,
Independiente
Subordinada
Rica
Sin dinero propio
Creativa
Sólo en la cocina
Dueña de su cuerpo
Propiedad exclusiva
Libre sexualmente
Fiel y tolerante a la infidelidad
Atractiva
Recatada y conservadora
Libre para desempeñarse en el mundo y su Limitada a su hogar
profesión
Decide sobre su vida
922
923
Rosario Castellanos, Mujer que sabe latín… p. 33.
Idem., p. 12.
406
Se somete a las decisiones de su esposo
La narración, que va en aumento de ritmo e intensidad, va marcando la transformación de
la pureza, lo blanco para la joven, lo rojo para la carne, en un desecho negro inservible.
Para cambiar los hábitos tan largamente arraigados la autora propone convertir las
conductas absurdas en motivo de burla, para hacer ver su inoperancia. En sus textos nos hace
reír, en ocasiones mover la cabeza ante lo ocurrido, y especialmente nos hace pensar.
El día 15 de febrero de 1971... Rosario pronuncia su discurso en el Museo Nacional de
Antropología e historia. Habla del trato indigno entre hombre y mujer en México... denuncia la
injusticia en contra de la mujer y declara que no es equitativo ni legítimo que uno pueda educarse
y el otro no; que uno pueda trabajar y el otro sólo cumple (sic) con una labor que no amerita
remuneración, el trabajo doméstico; que uno es dueño de su cuerpo y dispone de él como le da
la real gana mientras el otro reserva ese cuerpo no para sus propios fines sino para que en él se
cumplan procesos ajenos a su voluntad. Este grito de Rosario ⎯porque grito fue⎯ tuvo una
amplia resonancia... toda su obra, a partir de 1955, estaba encaminada hacia ese grito de
denuncia. De hecho el grito era su obra misma, ya que Rosario se la pasó tratando de explicarse a
sí misma y de explicarnos qué significaba ser mujer y ser mexicana... veintitrés libros a lo largo de
veintiséis años.924
Sobre las críticas que recibió la autora por su feminismo, que para algunos significaba
rechazo e incluso odio a los hombres, Rosario dijo:
Vivir con lucidez lo que ahora únicamente se experimenta como malestar implicaría un cambio
radical de actitud interna que se reflejaría inmediatamente en la conducta exterior... Los hombres
no son nuestros enemigos naturales... Tienen que comprender... que nada esclaviza tanto como
esclavizar, que nada produce una degradación mayor en uno mismo que la degradación que se
pretende infligir a otro.925
BIBLIOGRAFÍA DE ROSARIO CASTELLANOS
924
925
Elena Poniatowska, “Rosario Castellanos” en ¡Ay vida no me mereces!, p. 46.
Rosario Castellanos, Mujer que sabe latín… p. 38.
407
Novela
Balún-Canán, FCE (colección popular, núm. 92), México, 1968, (1ª 1957), 291p. Oficio de
tinieblas, Joaquín Mortíz, México, 1962, 368 p.
Rito de iniciación, Alfaguara, México, 1997, 383 p. (escrita en 1966 y publicada hasta 1997.)
RELATOS
Album de familia, Joaquín Mortíz, México, 1990 (1ª 1971), 155 p.
Los convidados de agosto, Era, México, 1975 (1ª 1964), 201p.
Ciudad real, Universidad Veracruzana, Jalapa, 1990 (1ª, 1960), 194p.
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Bella dama sin piedad y otros poemas, FCE/SEP (Lecturas Mexicanas, núm. 49), México, 1984.
Poemas:1953-1955, Metáfora, México, 1957.
Poesía no eres tú. Obra poética: 1948-1971, FCE, México, 1975.
Teatro
El eterno femenino, estrenada en 1976, FCE (colección popular, núm. 144), México, 1975.
Ensayos
El mar y sus pescaditos, prólogo Emilio Carballido, Editores Mexicanos Unidos, México, 1987,
202p.
El uso de la palabra, Excélsior, Serie Crónicas, México, 1974; Editores Mexicanos Unidos,
México, 1987.
Juicios sumarios I. Ensayos sobre literatura, FCE/CREA, México, 1984, 215 p.
Juicios sumarios II. Ensayos sobre literatura, México, FCE/CREA, México, 1984, 224p.
La novela mexicana contemporánea y su valor testimonial, Instituto Nacional de la Juventud,
Cuadernos de la Juventud, México, 1966.
Mujer que sabe latín... SEP (SepSetentas, núm. 83), México, 1973, 213 p.
Sobre cultura femenina, Ediciones de América. Revista Antológica, México, 1950, 127p.
Al pie de la letra, Universidad Veracruzana, Jalapa, 1959.
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408
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Spanish American Women Writers. A Bibliographical Source Book, edited by Diane E Marting, Greenwood Press, New
York, 1990, pp. 199-209.
409
Elena Poniatowska
RITA DROMUNDO AMORES
Siempre he dicho que sin las mujeres, México se caería a pedazos
E. P.
A Elena sí la trajo la cigüeña de París, pues nació en esa ciudad el 19 de mayo de 1932926. Su
madre era mexicana y su padre de la nobleza, pues un antepasado suyo, August Poniatowski,
fue el último Rey de Polonia, nombrado por Catalina la Grande. Sin embargo ella es feliz
mascando chicle y diciendo libremente los mexicanismos que aprendió de sus nanas y
sirvientas. Ha centrado su vida en la de los marginados, los perseguidos, los asesinados y todas
las víctimas de la injusticia. Su reino está entre los pobres y desprotegidos.
Ella con pluma fuerte y valiente y entrega sin límite, interpreta los silencios de todos ellos,
capta sus voces de dolor, rabia e impotencia, las hace parte de sí misma y nos las transmite con
maestría.
Sus primeros pasos en la literatura los dio en un periódico semanal para niñas, llamado La
semana de Suzette, que recibía gracias a su tía, quien le obsequió la suscripción. También leyó
libros de moda, según dice con verdadera pasión.
Elena nos cuenta sobre su primera infancia, en torno a sus institutrices y a su hermana:
“veíamos más a nuestra institutriz que a nuestros padres, porque así era la educación en esos
tiempos” 927.
Al inicio de la segunda guerra mundial se fueron al sur de Francia a la casa de sus abuelos.
Su abuela paterna era estadunidense y como quería mucho a sus nietas, cuando se planteó la
idea de ir a vivir a México, fue quien más se opuso. Enseñaba a Elena y a su hermana Kitzia la
Revista National Geographic:
926
Según Beth Miller fue en 1933.
Vid. Esteban Ascencio, Me lo dijo Elena Poniatowska. Su vida, obra y pasiones, contadas por ella misma,
Ediciones del Milenio, México, 1997, pág. 15.
927
410
…donde aparecían hombres y mujeres con huesos atravesados arriba de la cabeza, las tetas
caídas, los labios deformados con platos…nos decía Miren niñas, esto es México. Nos contaba
que llegando allá nos iban a sacar la sangre y nos iban a comer crudas 928.
Así que nuestra autora llegó a México con un gran temor y a los nueve años de edad. De esa
etapa cuenta: “Mis primeros recuerdos de México son los de un país lleno de luz y de sol. Al
llegar, mi abuela materna nos estaba esperando…Toda esa etapa fue muy feliz para mí. La
ciudad de México me encantó porque era bellísima”929.
Llegó a México sin saber español y nunca lo estudió, porque su madre consideró que
no era necesario. Ingresó al Liceo Francés y estudió inglés.
Por otra parte, el inicio de la guerra significó, además, el distanciamiento de su padre, quien
era paracaidista. Mientras estuvieron en Francia las visitaba ocasionalmente, pero después de su
llegada a México pasaron casi cinco años antes de volver a verlo. Todo este tiempo vivió
angustiada por él y rezaba diariamente para que regresara a salvo. “No sé si la guerra lo
tergiversa todo, pero a mí me marcó sobre todo por la ausencia, durante muchos años, de mi
padre” 930.
Cuando finalmente viene éste a México, llega marcado por la guerra y sin saber qué hacer:
Llega vestido de militar... Le cuesta trabajo adaptarse...Yo tampoco entiendo qué hace uno con
este papá que quisiera besar todo el tiempo entre bocado y bocado, con este papá antes
inventado y ahora de a deveras... en el fondo es un hombre tímido, inseguro... mi padre no
conoce el camino, no sabe por dónde entrarle a la vida… Papá sólo sabe hablar con sus ojos,
sólo sus ojos albergan una esperanza, pero un instante después, en un parpadeo, sus ojos
parecen decir: de qué sirve albergar esperanzas... Su entusiasmo jamás crece... Porque mi padre
es un hombre que tiembla; desde que se levanta a la vida 931.
Por la gran similitud entre su novela La Flor de Lis, que asume como parcialmente
autobiográfica, su vida y los comentarios que hace sobre sus institutrices, se percibe también
928
Ibid., pág. 14.
Ibid., pág. 18.
930
Ibid., pág. 16.
931
Elena Poniatowska, La Flor de Lis, Era, México, 1988, págs. 87 y 91.
929
411
una gran distancia entre ella y su madre, quien tenía una importante vida social y convivía muy
poco con sus hijas:
Yo era una niña enamorada como loca... Una niña como un perro... El sólo verla, justificaba
todas mis horas de esperanza... Claro, hacía otras cosas; iba a la escuela, me esmeraba... quería
merecerla... Era una ilusión: estar con ella... Mamá no nos peina... Tampoco se fija si nos
cambiamos de ropa. A ella la invitan a muchas cenas... Al rato va a salir, siempre se va, no
tenemos la fórmula para retenerla… Entre sueños veo su falda caminar... me hago la ilusión:
“allí viene, viene hacia mí” pero sus pasos la llevan hacia la puerta de la calle, la abre presurosa,
sin verme, sale, cierra tras ella, ya está fuera y me he quedado atrás…932
Su abuela materna, Elena Iturbe de Amor, en cambio, fue una figura sólida con quien
convivió bastante en su adolescencia y a quien quiso mucho. También fueron fundamentales
para ella sus nanas mexicanas. Le dieron la atención, el cariño y la alegría que requería, y quizá
de esta buena relación surgió su amor por los pobres. Elena se describe así en su infancia:
Fui una niña muy obediente, temerosa, preguntona, no tenía mucha conciencia de que me
quisieran, creo que no… Sin embargo le debo a esa inseguridad todo lo que soy… nunca creí
que cumplía con los requisitos que me exigían la sociedad y el mundo al que yo pertenecía 933.
Cuando tenía poco de haber convivido con su padre, ante el nacimiento de su hermano, su
madre decidió enviar a Elena y a su hermana a estudiar al Convento del Sagrado Corazón en
Eton Hall en Filadelfia, E.U.A. Como su madre tenía un carácter fuerte, era valiente y atrevida,
quería lo mismo de sus hijas:
Nace nuestro hermanito Fabián... Sofía le lleva trece años y yo catorce... Nos mandan a estudiar
a Estados Unidos... A mamá le chocan las lágrimas. Es casi imposible que llore, por eso le
irritan sobremanera los que pierden el dominio de sí mismos 934.
932
La Flor de Lis, passim.
Ascencio, op. cit., pág. 19.
934
Elena Poniatowska, op. cit., pág. 93.
933
412
En el Convento aumenta la sensación de soledad y vacío de Elena acentuada por la lejanía
de sus padres, aún mayor, durante los dos años y medio que estuvieron ahí. Para aligerar su
vida empezó a escribir en una revista escolar, y ahí se hizo amiga de la sobrina del Jefe de
Sociales del periódico Excélsior, quien le daría empleo a su regreso.
No deja de sorprender el compromiso social que ha adquirido Elena y cómo se ha
identificado con los desprotegidos a pesar de la educación que recibió en su casa y en el
Convento donde la ideología que regía todo era:
…aquí es muy alto el nivel de excelencia y se estimula la libre empresa. Por eso venimos las
niñas bien, las elegidas, las que siempre estaremos arriba, a recibir la última capa de esmalte…
Es justo que sólo los mejores subsistan y nosotras estamos aquí porque somos the top of the
top, la creme de la creme… 935
No nos planteamos problema alguno. Nunca hablamos de la injusticia, jamás de diferencia de
clases. Hay unos que nacieron para servir a otros y sanseacabó… Cada hombre llega hasta
donde puede: las que limpian los excusados y las estufas cochambrosas irán al cielo más pronto
936
.
A su regreso a México no pudo seguir estudiando porque sus padres no querían que
estudiara una carrera, y por otra parte no le revalidaron sus estudios, así que entró a trabajar al
periódico Excélsior.
Se casó muy enamorada, según dice, con el astrofísico Guillermo Haro, a quien conoció al
entrevistarlo. Era muy inteligente, alegre y simpático, pero odiaba a los periodistas y terminó
casado con una. Elena tuvo su primer hijo, Emmanuel cuando tenía 21 años, ahora su hijo es
un físico destacado. Después tuvo otros dos, Felipe, quien se dedica al cine en Barcelona y
Paula, centrada en la fotografía. Su marido murió en 1988.
Un año después de haber regresado a México, cuando tenía 21 años de edad publicó su
primer libro, Lilus Kikus, que fue reseñado por Carlos Fuentes y García Terrés, y Octavio Paz
se convirtió en su guía para sus lecturas literarias.
A fines de 1955 entró a trabajar al suplemento cultural del periódico Novedades, donde se
hizo amiga de José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis. En 1957 recibió una beca en el Centro
935
936
Ibid., pág. 99.
Ibid., pág. 105.
413
Mexicano de Escritores y de ahí en adelante vivió rodeada de literatos de la talla de Alfonso
Reyes, Elizondo, Arreola, Fuentes, Paz y Rulfo, y de su tía Pita Amor.
Colaboró también en varias revistas como: Artes de México, Revista mexicana de literatura,
Estaciones, Revista de la Universidad de México, La palabra y el hombre… El periodismo le dio la
posibilidad de estar cerca de los escritores, de conocerlos y platicar sobre la literatura y la
escritura. Ella así lo expresa:
Todo lo que soy se lo debo al periodismo, si algo he hecho en la escritura ha sido gracias al
periodismo… Claro, soy muy curiosa, todo me llama mucho la atención, pero mi inclinación
más fuerte es hacia la gente de la calle, son las voces que siempre me han alimentado. Escribir
sobre esos temas no lo veo como un compromiso ni como un deber, porque recibo muchísimo
más de lo que doy.937
En particular estableció una relación muy fuerte con Jesusa, la protagonista en su novela
Hasta no verte Jesús mío. Esta mujer fue vencida con la perseverancia de Elena, quien iba
pacientemente a verla con frecuencia, aunque la corría de mal modo, hasta que logró
convencerla de que le contara su vida. Cuando terminó el libro siguió yendo a visitarla pues la
admiración y el afecto que surgieron iban más allá de la escritura de la obra:
Si me preguntaran quién más me ha enseñado o enriquecido respondería que Jesusa
Palancares. Nadie en mi clase social en ningún momento me ha dado lo que ella: su fuerza,
carácter, templanza, originalidad, toda su manera de ser creativa e inesperada938.
Elena admira a las mujeres fuertes y se compadece de las débiles. Ha luchado toda su vida
por contribuir a mejores condiciones de vida para la mujer, por ejemplo, colaborando para
crear un sindicato que protegiera a las costureras, pues como dice: “soy una feminista por
inclinación natural”939.
Ha recibido los premios: Mazatlán en 1970, Xavier Villaurrutia en 1970, Nacional de
Periodismo (1978), Manuel Buendía en 1987, Coatlícue en 1990, Mazatlán de Literatura (1992),
Nacional Juchimán (1993).
937
Ascencio, op. cit., págs. 63-64.
Idem.
939
Ibid., pág. 84.
938
414
Poniatowska ha aportado mucho a la literatura, a la cultura y a los derechos humanos, en
especial de la mujer. Se ha desempeñado con la misma maestría en la narrativa que en la
crónica. Considera el haber nacido en París como algo circunstancial, pues afirma que desde
que llegó a México en su infancia: “Siempre me he sentido mexicana… Ser mexicana era una
cosa totalmente inherente a mi persona, en todo me sentía mexicana”940.
Si le preguntaran qué es para ella lo fundamental en la vida seguramente respondería: “Creo
muchísimo en el amor, creo que es lo más importante… y no sólo el uno por el otro, también
por causas”941.
940
941
Ibid., págs. 92-93.
Ibid., pág. 79.
415
LA RUPTURA
Elena Poniatowska
Ella sintió que las palabras aleteaban en el cuarto antes de que él las dijera. Con una mano se
alisó el cabello, con la otra pretendió aquietar los latidos de su corazón. De todos modos, había
que preparar la cena, hacer cuentas. Pero las palabras iban de un lado a otro revoloteando en el
aire (sin posarse) como mariposas negras, rozándole los oídos. Sacó el cuaderno de cocina y un
lápiz; la punta era tan afilada que al escribir rompió la hoja, eso le dolió. Las paredes del cuarto
se estrechaban en torno a ella y hasta el ojo gris de la ventana parecía observarla con mirada
irónica. Y el saco de Juan, colgado de la percha tenía el aspecto de un fantasma amenazante.
¿Dónde habría otro lápiz? En su bolsa estaba uno, suave y cálido. Apuntó: gas $18.00; leche
$2.50; pan $1.25; calabacitas $0.80. El lápiz se derretía tierno sobre los renglones escolares, casi
como un bálsamo942. ¿Qué darle de cenar? Si por lo menos hubiera pollo; ¡le gustaba tanto!
Pero no, abriría una lata de jamón endiablado. Por amor de Dios, que el cuarto no fuera a oler
a gas.
Juan seguía fumando boca arriba sobre la cama. El humo de su cigarro subía
perdiéndose entre sus cabellos negros y azules.
⎯¿Sabes, Manuela?
Manuela sabía. Sabía que aún era tiempo.
⎯Lo sé, lo sé. Te divertiste mucho en las vacaciones. Pero ¿qué son las vacaciones, Juan?
No son más que un largo domingo y los domingos envilecen943 al hombre. Sí, sí, no me
interrumpas. El hombre a secas944, sin la dignidad que le confieren945 sus dos manos y sus
obligaciones cotidianas... ¿No te has fijado en lo torpe que se ven los hombres en la playa, con
942
bálsamo: pomada para curar las heridas
envilecen: hacen despreciable a algo o alguien, que pierda su valor.
944
a secas: expresión que se emplea para indicar que algo o alguien se presenta sin adornos o agregados.
945
confieren: otorgan, dan.
943
416
sus camisas estampadas, sus bocas abiertas, sus quemaduras de sol y el lento pero seguro
empuje de su barriga946? (¡Dios mío! ¿qué es lo que digo? ¡Estoy equivocándome de camino!)
⎯¡Ay, Manuela! ⎯musitó947 Juan⎯, ¡ay mi institutriz inglesa! ¿Habrá playas en el cielo,
Manuela? ¿Grandes campos de trigo que se mezclan entre las nubes?
Juan se estiró, bostezó de nuevo, encogió las piernas, se arrellanó948 y volvió la cara hacia la
pared. Manuela cerró el cuaderno y también volvió la cara hacia la pared donde estaba la repisa
cubierta de objetos que se había comprado con muchos trabajos. Como tantas mujeres solteras
y nerviosas, Manuela había poblado su deseo de “objetos maravillosos” absolutamente
indispensables a su estabilidad. Primero una costosa reproducción de Fra Diamante, de
opalina949 azul con estrellitas de oro. “¡El Fra Diamante, cielito santo, si no lo tengo me
muero!” El precio era mucho más alto de lo que ella creía. Significó horas extras en la oficina,
original y tres copias, dos nuevas monografías, prólogos para libros estudiantiles y privarse del
teatro, de la mantequilla, de la copita de coñac con la cual conciliaba el sueño. Pero finalmente
lo adquirió. Después de quince días jubilosos en que el Fra Diamante iluminó todo el cuarto,
Manuela sintió que su deseo no se había colmado. Siguieron la caja de música con las primeras
notas de la “Pastoral” de Beethoven, el supuesto paisaje de Velasco pintado en una postal con
todo y sus estampillas, el reloj antiguo en forma de medallón que debió pertenecer a una joven
acameliada y tuberculosa950, el samovar951 de San Petersburgo como el de “La dama del perrito”
de Chejov. Manuela paseaba su virginidad por todos estos objetos como una hoja seca.
Hasta que un día vino Juan con las manos suaves como hojas tersas952 llenas de savia.
Primero no vio en él más que un estudiante de esos que oyen eternamente el mismo disco
de jazz, con un cigarro en la boca y un mechón sobre los ojos, ¿cómo se puede querer tanto un
mechón de pelo? de esos que turban a las maestras porque son pantanosos y puros como el
unicornio, tan falso en su protección de la doncella.
⎯Maestra, podría usted explicarme después de la clase...
946
barriga: vientre prolongado.
musitó: susurró, dijo en voz baja.
948
arrellanó: se encogió para estar más cómodo en un sillón, o en este caso en la cama.
949
opalina: de ópalo, mineral entre blanco y azulado.
950
joven acameliada y tuberculosa: alusión a la obra literaria La dama de las camelias, donde la protagonista
muere de tuberculosis.
951
samovar: recipiente ruso para calentar agua o té.
952
tersas: limpias, lisas.
947
417
El tigre se acercó insinuante y malévolo. Manuela caló a fondo sus anteojos. Sí, era de esos
que acaban por dar rasguños tan profundos que tardan años en desaparecer. Se deslizaba a su
alrededor. A cada rato estaba en peligro de caerse, porque cruzaba delante de ella, sin mirarla
pero rugiendo cosas incomprensibles como las que se oyen en el cielo cuando va a llover.
Y un día le lamió la mano953. Desde aquel momento, casi inconscientemente, Manuela
decidió que Juan sería el próximo objeto maravilloso que llevaría a su casa. Le pondría un
collar y una cadena. Lo conduciría hasta su departamento y su cuerpo suave rozaría sus piernas
al caminar. Allá lo colocaría en la repisa al lado de sus otros antojos. Quizá Juan los haría
añicos954 pero ¡qué importaba! la colección de “objetos maravillosos” llegaría a su fin con el
tigre finalmente disecado955.
Antes de tomar una decisión irrevocable, Manuela se fue a confesar:
⎯Fíjese, padre, que sigo con esa manía de comprar todo objeto al que me aficiono y esta
vez quisiera llevarme un tigrito...
⎯¿Un tigre? Bueno, está bien, también los tigres son criaturas de Dios. Cuídalo mucho y lo
devuelves al zoológico cuando esté demasiado grande. Acuérdate de San Francisco.
⎯Sí, padre, pero es que este tigre tiene cara de hombre y ojos de tigre y retozar de tigre y
todo lo demás de hombre.
⎯¡Ah, ese ha de ser una especie de Felinantropus peligrosamente erectus! ¡Hija de mi alma! En
esta Facultad de Filosofía y Letras les enseñan a los alumnos cosas extrañas... El advenimiento
del nominalismo o sea la confusión del nombre con el hombre ha llevado a muchas jóvenes a
desvariar y a trastocar956 los valores. Ya no pienses en tonterías y como penitencia rezarás un
rosario y trescientas tres jaculatorias957.
⎯¡Ave María Purísima!
⎯¡Sin pecado concebida!
Manuela rezó el rosario y las jaculatorias: “¡Tigre rayado, ruega por mí! ¡Ojos de azúcar
quemada, rueguen por mí! ¡Ojos de obsidiana, rueguen por mí! ¡Colmillos de marfil,
953
lamió la mano: pasó la lengua por encima de su mano, como un felino.
hacer añicos: romper algo en pedazos pequeños.
955
disecado: un animal muerto preparado para que se vea como si estuviera vivo.
956
trastocar: cambiar de orden o lugar algo.
957
jaculatoria: oración breve en forma de invocación para pedir ayuda.
954
418
muérdanme el alma! ¡Fauces, desgárrenme por piedad! ¡Paladar rosado, trágame hasta la
sepultura! ¡Que los fuegos del infierno me quemen! ¡Tigre devorador de ovejas, llévame a la
jungla! ¡Truéname los huesitos! ¡Amén!”
Terminadas las jaculatorias, Manuela volvió a la Facultad. Juan sonreía mostrándole sus
afilados caninos. Esa misma tarde, vencida, Manuela le puso el collar y la cadena y se lo llevó a
su casa.
⎯Manuela, ¿qué tienes para la cena?
⎯Lo que más te gusta, Juan. Mameyes y pescado crudo, macizo y elástico.
⎯¿Sabes, Manuela? Allá en las playas perseguía yo a muchachas inmensamente verdes que
en mis brazos se volvían rosas. Cuando las abrazaba eran como esponjas lentas y absorbentes.
También capturaba sirenas para llevarlas a mi cama y se convertían en ríos toda la noche.
Juan desaparecía cada año en la época de las vacaciones y Manuela sabía que una de esas
escapadas iba a ser definitiva... Cuando Juan la besó por primera vez tirándole los anteojos en
un pasillo de la Facultad, Manuela le dijo que no, que la gente sólo se besa después de una larga
amistad, después de un asedio constante y tenaz de palabras, de proyectos. La gente se besa
siempre con fines ulteriores958: casarse y tener niños y tomar buen rumbo, nada de
pastelearse959. Manuela tejía una larga cadena de compromisos, de res-pon-sa-bi-li-da-des.
⎯Manuela, eres tan torpe como un pájaro que trata de volar, ojalá y aprendas. Si sigues así,
tus palabras no serán racimos de uvas sino pasas resecas de virtud...
⎯Es que los besos son raíces, Juan.
Sobre la estufa, una mosca yacía inmóvil en una gota de almíbar. Una mosca tierna, dulce,
pesada y borracha. Manuela podría matarla y la mosca ni cuenta se daría. Así son las mujeres
enamoradas: como moscas panzonas960 que se dejan porque están llenas de azúcar.
958
ulteriores: posteriores.
pastelearse: dar elementos para que se burlen de uno, como en las películas cómicas donde se arrojaban
pasteles.
960
panzonas: con vientre prominente como embarazadas.
959
419
Pero sucedió algo imprevisto: Juan en sus brazos empezó a convertirse en un gato. Un gato
perezoso y familiar, un blando muñeco de peluche. Y Manuela, que ambicionó ser devorada, ya
no oía sino levísimos maullidos961.
¿Qué pasa cuando un hombre deja de ser tigre? Ronronea962 alrededor de las domadoras
caseras. Sus impetuosos saltos se convierten en raquíticos963 brinquitos. Se pone gordo y en
lugar de enfrentarse a los reyes de la selva, se dedica a cazar ratones. Tiene miedo de caminar
sobre la cuerda floja. Su amor que de un rugido poblaba de pájaros el silencio, es sólo un
suspiro sobre el tejado a punto de derrumbarse.
Ante la transformación, Manuela aumentó a cuatrocientos siete el número de jaculatorias:
“¡Tigre rayado, sólo de noche vienes! ¡Hombre atigrado, retumba en la tormenta! ¡Rayas
oscuras, truéquense964 en miel! ¡Vetas sagradas, llévenme hasta el fondo de la mina! ¡Cueva de
helechos, algas marinas humedezcan mi alma! ¡Tigre, tigre zambúllete en mi sangre! ¡Cúbreme
de nuevo de llagas deliciosas! ¡Rey de los cielos, únenos de una vez por todas y mátanos en una
sola soldadura! ¡Virgen improbable, déjame morir en la cúspide965 de la ola!” Si las jaculatorias
surtieron efecto, Manuela no lo consignó en su diario. Sólo escribió un día con pésima letra
⎯seguramente lo hizo sin anteojos⎯ que su corazón se le había ido por una rendija en el piso
y que ojalá y ella pudiera algún día seguirlo.
Juan prendió un nuevo cigarro. El humo subió lentamente, concéntrico como holocausto.966
⎯Manuela, tengo algo que decirte. Allá en la playa conocí a...
Ya estaba: el río apaciguado se desbocaba y las palabras brotaban torrenciales. Se
desplomaban como frutas excesivamente maduras que empiezan a pudrirse. Frutas redondas,
capitosas967, primitivas. Hay palabras antediluvianas968 que nos devuelven al estado esencial:
entre arenas, palmeras, serpientes cubiertas por el gran árbol verde y dorado de la vida.
Y Manuela vio a Juan entre el follaje, repasando su papel de tigre para otra Eva inexperta.
961
maullidos: sonidos que realizan los gatos para comunicarse.
ronronear: hacer los gatos un sonido como de ronquido para expresar placer.
963
raquíticos: débiles.
964
truéquense: cámbiense o transfórmense.
965
cúspide: parte más alta de algo.
966
holocausto: final.
967
capitosas: caprichosas, tercas.
968
antediluvianas: son tan antiguas que existían antes del Diluvio Universal citado en la Biblia.
962
420
Sin embargo, Manuela y Juan hablaron. Hablaron como nunca lo habían hecho antes y con
las palabras de siempre. A la hora de la ruptura se abren las compuertas de la presa. (A nadie se
le ha ocurrido construir para su convivencia un vertedor de demasías969.) Después de un
tiempo, la conversación tropezó con una fuerza hostil e insuperable. El diálogo humano es una
necesidad misteriosa. Por encima de las palabras y de todos sus sentidos, por encima de la
mímica de los rostros y de los ademanes, existe una ley que se nos escapa. El tiempo de
comunicación está estrictamente limitado y más allá sólo hay un desierto y soledad y roca y
silencio.
⎯Manuela, ¿sabes lo que quisiera hoy de cena?
⎯¿Qué?
(En el silencio ya no hubo pájaros.)
⎯Un poquito de leche.
⎯Sí, gato, está bien.
(Había en la voz de Manuela una cicatriz, como si Juan la hubiera lacerado970, enronquecido;
ya no daría las notas agudas de la risa, no alcanzaría jamás el desgarramiento del grito, era un
fogón de cenizas apagadas.)
⎯Sólo un poquito.
⎯Sí, gato, ya te entendí.
Y Manuela tuvo que admitir que su tigre estaba harto de carne cruda. ¡Cómo se acentuaba
esa arruga en su frente! Manuela se llevó la mano al rostro con lasitud971. Se tapó la boca. Juan
era un gato, pero suyo para siempre... ¡Cómo olía aquel cuarto a gas! Tal vez Juan ni siquiera
notaría la diferencia... Sería tan fácil abrir otro poco la llave972 antes de acostarse, al ir por el
platito de leche...
969
vertedor de demasías: por donde se libera agua cuando está muy llena una presa, para evitar que se rompa.
lacerado: herido con una lanza.
971
lasitud: lentitud.
972
llave: instrumento para abrir o cerrar una puerta, el agua, y en este caso el paso del gas.
970
421
ACERCA DE “LA RUPTURA”
Este cuento forma parte del libro De noche vienes, donde Poniatowska narra espléndidamente las
historias de varias mujeres vinculadas de alguna manera a una relación de pareja. La mayor
parte de ellas son sumisas y abnegadas. Aceptan que los hombres decidan por ellas y se
conforman con lo que ellos quieran concederles, aunque sufran por esa situación. La crítica a
esta actitud pasiva se da a partir de la ironía, sutil en momentos e incisiva en otros. Hay
excepciones como la mujer del ferrocarrilero, quien aguanta mucho tiempo las imposiciones y
la falta de atención de su pareja, pero termina dejándolo por otro y el extremo de la excepción
es el de la protagonista en “De noche vienes”, una mujer cuyos cinco esposos la quieren
muchísimo y ella los hace felices a todos.
Elegimos el cuento “La ruptura” para analizarlo porque también en éste, como en los
citados anteriormente, es la mujer quien decide establecer una relación y quien establece la
manera en que se dará el término de ésta. Sobre la pareja dice la autora:
Yo creo que la pareja es difícil que funcione, yo conozco pocas parejas que funcionan y creo
que cuando funcionan es casi siempre en detrimento de uno; es decir, es porque uno capitula,
uno de los dos capitula, uno de los dos se entrega. Ahora, yo estuve casada durante 17 años
con Guillermo Haro973.
La historia se desarrolla en una época reciente, sólo marcada por la presencia de gas
doméstico y latas de comida y especialmente las actitudes de los personajes en particular las de
ella.
La protagonista es una maestra universitaria, soltera, virgen y suponemos que no muy joven,
quien se consuela de su soledad coleccionando objetos que para ella son maravillosos y
poseerlos le causa placer. Cuando un alumno suyo se acerca a ella con actitud de Don Juan, lo
973
Poniatowska, Confrontaciones, págs. 48-49.
422
visualiza como un tigre y se propone sumarlo a su colección. Con el tiempo el tigre se vuelve
gato y trata de volver a ser tigre con otras mujeres.
Los referentes temporales no son tales sino expresiones como un día, después de clase,
desde aquél momento, esa misma tarde, cada año en la época de vacaciones… El tiempo se da
a partir de formas poco precisas, porque carece de importancia saber con precisión cuándo
ocurrió y cuánto duró la relación. Lo importante es el proceso que se da. Además esto permite
ubicar la historia en cualquier momento para que el lector la sienta vigente y cercana.
En cuanto al tiempo de la historia con relación al discurso la historia comienza in extremas
res, esto es, cuando casi todo ha pasado. Nos enteramos de los hechos previos a través de los
recuerdos de la protagonista, quien emplea los siguientes retrocesos en el tiempo o
retrospecciones para darnos a conocer lo que pasó antes del momento en el que se inicia la
narración:
1. Compra los objetos maravillosos
2. Conoce a Juan
3. La besa por primera vez
4. Se confiesa
5. Incorpora a Juan a su colección
6. Vacaciones de Juan
El presente de la narración se desarrolla con rapidez. Predominan los diálogos y los
resúmenes, para provocar una aceleración del ritmo del relato, a medida que aumenta la
tensión en el personaje femenino.
El relato es fundamentalmente singulativo, esto es, se cuenta una vez lo que sucede una vez,
con excepción del comentario sobre las vacaciones de Juan que es iterativo, porque se dice una
vez lo que pasó varias veces y las repeticiones vinculadas con las palabras y la acción de fumar
para acentuar la tensión.
El espacio casi no se describe. En las retrospecciones se hace referencia a la playa, la iglesia,
una escuela que es una Facultad de Filosofía y Letras, y un salón y un pasillo de ésta, pero
nada de eso es descrito.
El presente de la narración se desarrolla en un cuarto que habita la pareja, donde hay
paredes, una cama, una repisa cubierta de objetos y una estufa. Esto podría ubicarse en
423
cualquier lugar. Lo único que da elementos para el análisis es la austeridad, no extraña en una
maestra, y el espacio cerrado que centra las acciones y las hace más densas. No hay escapatoria
ni siquiera para las palabras. No hay visiones a distancia. Por lo reducido del espacio todos son
acercamientos.
La narración se hace a partir de un narrador extradiegético en 3ª persona, o sea que no
participa en los hechos contados. Su visión no es objetiva porque domina la visión de Manuela.
El narrador se ubica la mayor parte del tiempo en la conciencia de la protagonista y en su
mirada, aunque se separa en momentos para mostrarnos a ambos, pero sólo desde la
perspectiva de ella. Nunca nos introduce en la conciencia ni en la mirada de Juan.
Con relación a los personajes sólo hay tres:
El cura. Quien tiene una breve participación. Representa la moral ingenua y conservadora
en contraste con el deseo exacerbado de Manuela, confesado por ella misma, quien además
transforma las oraciones y jaculatorias que le deja como penitencia en expresiones de su deseo.
Juan. Quien en su nombre lleva el destino. Le gusta el papel de Don Juan y alardear de ello.
Es un joven estudiante de cabello negro a quien le gusta el jazz, fuma, y tiene “las manos
suaves como hojas tersas llenas de savia” (p.12), seguramente porque nunca había trabajado en
su vida.
Tiene un mechón sobre los ojos: “De esos que turban a las maestras porque son
pantanosos y puros como el unicornio...” (p.12). En esta descripción alude Manuela a la
turbación que le causa y al símbolo de lo erótico en la mitología, porque Juan es además
sensual y atrevido: “El tigre se acercó insinuante y malévolo... Sí era de esos que acaban por dar
rasguños tan profundos que tardan años en desaparecer” (p.12).
Para Juan, Manuela representa un reto: conquistar a la maestra. Después le resulta muy
cómodo vivir mantenido por ella a cambio de complacerla sexualmente. Lo malo para ambos
es que tener una pareja estable y muchos mimos lo transforman de tigre en gato. Entonces
siente la necesidad de volver a ser quien seduce y conquista a otras mujeres, y alardea de sus
conquistas ante Manuela para que vea que aún es tigre.
Manuela. Es una mujer madura, solitaria, maestra universitaria, soltera, y lo que es peor:
virgen. Es además nerviosa, conservadora y muy ordenada. Vive en medio de la rutina y trata
de compensar su soledad con posesiones a las que llama objetos maravillosos, que no son tales
sino en su imaginación.
424
Ante el deseo incontrolable que le despierta Juan sigue, por costumbre, el camino que le
dicta la moral conservadora y va a confesarse, pero la confesión y las oraciones se desvanecen
ante la fuerza del deseo que todo lo traspasa.
Se lleva a Juan como un objeto más para su colección, pero aunque el deseo la inunda ella
quiere tenerlo controlado parcialmente en un principio, y después por completo: “Le pondría
un collar y una cadena… la colección de objetos maravillosos llegaría a su fin con el tigre
finalmente disecado” (p. 13).
Ambos quieren seguir los roles que se supone les corresponden:
HOMBRE
MUJER
activo
pasiva
agresivo sexualmente
receptiva
fuerte
débil
libre
restringida
conquistador
conquistada
seductor
amada
dominante
también quiere dominar
quien tiene los privilegios
Cuando él deja de ser tigre pierden interés el uno en el otro, y al darse cuenta Manuela de
que él está a punto de dejarla, se compara a sí misma con un insecto atraído por la miel:
“…una mosca yacía inmóvil… podría matarla y ni cuenta se daría. Así son las mujeres
enamoradas: como moscas panzonas que se dejan porque están llenas de azúcar” (p.14).
Hay un proceso de transformación que implica, en principio, un mejoramiento para ambos,
pero después una degradación también para los dos, pues al deteriorarse él como objeto
preciado también ella pierde:
ANTES
tigre
425
DESPUÉS
gato
pasión
hastío
carne cruda
leche
uvas
pasas
objeto maravilloso
objeto inútil
objeto exclusivamente suyo
objeto compartido
Finalmente, ella (haciendo uso del derecho que tiene sobre sus objetos) decide matarlo.
Llama la atención en particular la línea de sentido o isotopía conformada por las palabras,
tanto cuando inicia la pasión, como cuando está a punto de darse la ruptura:
Juan amenaza a Manuela con que si no se deja llevar por la pasión:
“Tus palabras no serán racimos de uvas sino pasas resecas”
Ella acepta, pero se da cuenta de que no tiene el control como ella quería :
“Manuela aumentó a cuatrocientos siete el número de jaculatorias”
“Escribió un día que su corazón se había ido por una rendija”
.
En el momento de la ruptura las palabras vuelan sin límites, y al hacerlo se dicen cosas que
nunca se hubieran dicho si hubiera control:
“Las palabras aleteaban en el cuarto”
“Las palabras iban de un lado a otro revoloteando”
“Las palabras brotaban torrenciales, se desplomaban”
“Hablaron como nunca lo habían hecho antes y con las palabras de siempre”
426
Una vez que brota el torrente de palabras ya no queda nada. Han roto los hilos que los
unían. La voz de ella indica que el fuego de la pasión se ha consumido por completo, y ante
este vacío vale más cerrarle la puerta a las palabras:
“El tiempo de comunicación está estrictamente limitado y más allá sólo hay desierto y
soledad y roca y silencio”
“En el silencio ya no hubo pájaros”
“Había en la voz de Manuela una cicatriz… era un fogón de cenizas apagadas”
“Manuela… se tapó la boca”
En este cuento, Poniatowska emplea un discurso irónico para burlarse de los roles tanto del
Don Juan como de la mujer pasiva que se deja conquistar por éste. Se ríe también de la falsa
moral de algunas mujeres que reprimen sus deseos y se alejan de la vida.
Aquí no hay víctima y victimario, ambos se utilizan, con provecho mutuo y los dos se
equivocan. Ella al mimarlo demasiado y quitarle su naturaleza de fiera, y él a dejarse
domesticar.
También se advierte el riesgo de no comunicarse y dejar que las palabras se acumulen en
nuestro interior, porque al juntarse muchas pueden desbordarse sin control y decir cosas que
nunca hubiéramos dicho. Para ellos al terminarse las palabras se acabó la vida.
Finalmente la protagonista llega a la decisión definitiva:
“Juan era un gato, pero suyo para siempre”.
BIBLIOGRAFÍA DE ELENA PONIATOWSKA
Narrativa
Lilus Kikus, Ilustraciones de Leonora Carrington, Era, México, 1985, c1954,62 p.
Querido Diego, te abraza Quiela, Era, México, 1978.
427
De noche vienes. México, Era, México, 1985, c 1979, 165p.
Hasta no verte Jesús mío, Era, México, 1969.
La “Flor de Lis”, Era, México, 1988, 261p.
Tinísima, Era, México, 1992. 660p.
Paseo de la Reforma, Plaza y Janés, México, 1996.
CRÓNICAS Y PERIODISMO
Palabras cruzadas, Era, México, 1961.
Todo empezó en domingo, Dibujos de Alberto Beltrán, FCE (Volumen especial de la Colección
Vida y Pensamiento de México), México, 1963.
La noche de Tlatelolco, Era, México, 1971.
Gaby Brimmer, Grijalbo, México, 1979.
Fuerte es el silencio, Era, México, 1980.
La casa en la tierra, INI/FONAPAS, México, 1980.
DOMINGO 7, OCÉANO, MÉXICO, 1982.
El último guajolote, SEP/Cultura y Martín Casillas (colección Memoria y Olvido, X), México,
1982.
José Emilio Pacheco y el derecho a la lectura, 1984.
¡Ay vida, no me mereces!, Carlos Fuentes. Rosario Castellanos. Juan Rulfo. La literatura de la onda, Joaquín
Mortíz (Contrapuntos), México, 1985.
Nada, nadie, Las voces del temblor, Era, México, 1988.
Todo México (tomo I), entrevista, Diana, México, 1991.
Todo México (tomo II), entrevista, Diana, México, 1994.
Luz y luna, las lunitas, con fotografías de Graciela Iturbide, Era, México, 1994. 206p.
Todo México (tomo III), Gabriel Figueroa. La mirada que limpia, (entrevista), Diana, México,
1996.
Juan Soriano, niño de mil años, 1998.
Teatro
Melés y Teleo (apuntes para una comedia), Revista Panoramas, núm. 2, verano, 1956.
Interview (inédita)
428
FUENTES
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suplemento cultural del periódico unomásuno, núm. 593, 11 de febrero de 1989, pp.1-4.
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Laberinto ,núm. 8), pp. 11-50.
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BRADU, Fabienne, Señas particulares: escritora. Ensayos sobre escritoras mexicanas del siglo XX, FCE, México, 1987.
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Frontera Norte, México, 1990, pp.93-97.
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ROBLES, Martha, La sombra fugitiva. Escritoras en la cultura nacional, UNAM, tomo I, 1985. Tomo II, 1986.
429
MARÍA LUISA PUGA
Rita Dromundo Amores
Nos decimos a través
de lo diferente
Mª Luisa Puga
Narradora y crítica literaria, cuya vida ha estado determinada por los viajes, la exposición a
diferentes culturas y grupos sociales, y además por el mar como entidad presente en gran parte
de su vida: “…mi primer cuarto, el primer lugar en donde me sentí sola para poder espiar eso
que era el mundo fue la playa”974.
Nació el 3 de febrero de 1944 en la ciudad de México, aunque vivió en Acapulco desde
pequeña, por lo que conoció la capital del país durante unas vacaciones cuando tenía siete años
de edad.
Cuando apenas contaba con nueve años murió su madre y la llevaron a vivir con su abuela
materna, también en Acapulco. Su vida no volvió a ser igual desde esta pérdida: ya no podía
hablar con ella y su padre y sus dos hermanos no vivían ahí. Se sentía muy sola.
Después su padre se volvió a casar y llevó a sus hijos a vivir a Mazatlán, donde María Luisa
descubre la barrera que puede significar una puerta: “Era la casa de las puertas cerradas a causa
del aire acondicionado, pero quizá también a causa de la madrastra”975.
Ante la falta de comunicación con los adultos, la futura autora desarrolló su creatividad y su
imaginación, que después se volverán literatura, y escribe historias que crean entre ella y su
hermana (la única a la que se mantiene unida). Así terminó la secundaria y luego trabajó como
974
975
Puga, Ma Luisa, De cuerpo entero, UNAM/ Corunda, México, 1990 p. 11.
Ibid., p. 12.
430
cajera en un banco. Volvieron a la ciudad de México en 1963 ó 64. “...regresamos al D.F., en
donde nos pusieron un cuarto muy bonito, pero en donde éramos francamente infelices...”976
A los dos años se independizaron ella y su hermana, cuando María Luisa tenía 20 años y su
hermana Patricia 18. En su pequeño departamento empezó a escribir ya formalmente.
Después estrechó su contacto con la literatura cuando trabajó en una editorial de textos
para niños y por las tardes estudiaba literatura inglesa en el Instituto Anglo Mexicano.
En 1968 se fue a vivir a Europa. No había duda sobre lo que deseaban hacer las hermanas.
Patricia quería casarse y tener hijos y María Luisa sólo escribir. Eligió Londres para empezar a
hacerlo. Tenía que trabajar para mantenerse pero escribía durante la noche.
Algo curioso es que en México leía a muchos autores europeos, y al estar en Europa tuvo la
necesidad de leer a los hispanoamericanos, quizá como una forma de no perder su identidad.
También salía todos los días para registrar en su cuaderno lo que la vida le iba presentando.
Empezó a vivir en pareja con otro escritor, un colombiano, y en esta etapa ella centró sus
lecturas en los autores mexicanos. Después fueron a París, a Roma, Grecia y Puga volvió a la
universalidad en sus lecturas. Otra vez París, Madrid, Roma... a lo largo de cinco años.
Más tarde, el entusiasmo por regresar a México para apoyar un proyecto de la FAO, para
capacitar campesinos, junto con su nuevo compañero, un húngaro, y un grupo de amigos. El
gusto duró poco porque no llegaron a México sino a Cuernavaca, y a través de su registro
diario en su cuaderno entendió que todo era una farsa: “Fue la novela, escribir la novela lo que
me hizo entender que todo aquello era pura ficción. Que no era cierto ni el empeño del
gobierno por descentralizar algunas dependencias, ni el deseo de capacitación ni el espíritu
comunal del grupo”977.
Junto con la decepción llegó la propuesta a su compañero para ir a Kenya a formar una
revista sobre medio ambiente y desarrollo. Decidió ir con él por un año, pero pasó en ese país
cinco años. De ahí, dice: “Fue toda una manera distinta de ser extranjera”978.
Aunque estaba escribiendo una novela sobre México, enfrentarse a la verdadera África, no a
la de las películas y novelas de aventuras, le permitió entender mejor a su propio país: “Algo
que me permitió ver México por primera vez. Las contradicciones, los racismos, los
976
Ibid., p. 14.
Ibid., p. 43.
978
Ibid., p. 45.
977
431
colonialismos de México. La gente con sus mil identidades, los disfraces, las mentiras. El
maquillaje tramposo, en una palabra”979.
En Kenya trabajó como secretaria en una empresa canadiense, mensajera en la ONU,
miembro de una comuna de ceramistas africanos. Finalmente ingresó a la Universidad de
Nairobi donde impartía cursos de literatura latinoamericana y tomaba otros de literatura
africana.
Su novela sobre México no fue aceptada. No podía publicarla si los personajes se ubicaban
en este país, así que se dedicó a escribir su novela africana, la cual terminó al llegar a Oxford en
una nueva asignación de las Naciones Unidas. De ese entonces nos cuenta: “Tenía 32 años ya.
No me había embarazado nunca. Mi compañero no podía tener hijos…Todo sirve para la
escritura, todo lo que los demás hacen y son”980.
Regresó a México en 1978. Desde entonces: “México todo se convirtió en escritura”981.
Desde 1985 vive en Michoacán. Ha sido coordinadora de talleres literarios en Pátzcuaro y
Morelia, Michoacán.
Sus obras
La alteridad está en el centro de su obra como tema y como reflexión acerca de la escritura. Sus
personajes deben buscar a otro o emplear la literatura como espejo para contar su propia
historia y a través de ella conocerse y entenderse.
La alteridad, o “la visión del otro”, según Todorov982, llamada por algunos teóricos de la
literatura otredad, implica un cambio en el punto de vista. Ver algo desde diferentes ángulos, e
incluso desde distintos observadores, para establecer comparaciones. Todorov establece tres
pautas: un juicio de valor, el acercamiento o alejamiento con lo que es el otro y el
reconocimiento o negación de la identidad de éste.
979
Ibid., p. 47.
Ibid., p. 51.
981
Ibid., p. 54.
982
Tzvetan Todorov. La conquista de América. El problema del otro, Siglo XXI, México, 1987, p. 195.
980
432
Una persona es vista por otros, y lo que los otros ven en ella, se une a lo que ella ve en sí
misma y al resultado de la comparación entre lo que piensa que es ella, y lo que observa que
son los otros, para, con todo ello, definir y conformar su propia identidad.
Puga emplea el recurso de la alteridad con diversos propósitos, pero todos orientados a
marcar las particularidades de personas o grupos, para contrastar los rasgos distintivos sociales
e incluso raciales entre diversos grupos, como las diferencias entre negros amigos de los
ingleses, negros nacionalistas, ingleses, hijos de ingleses nacidos en África, mexicanos nacidos
en provincia o en la ciudad de México.
También emplea la alteridad para mostrar cómo vamos conformando nuestra personalidad
los seres humanos a partir de la comparación con los otros: entre niños y adultos, hombres y
mujeres, miembros del primer mundo y del tercero.
En Las posibilidades del odio, cada uno de los capítulos representa una ubicación social y racial,
y por lo mismo una visión de mundo particular al aportar su propia visión de lo que son los
otros. Cada uno de los distintos grupos raciales contribuye a la expresión de la alteridad.
Ello nos permite entender cómo uno puede verse a sí mismo de manera totalmente
diferente a como es visto por los otros. Por ejemplo, el joven mexicano del capítulo tercero, así
como la mexicana del capítulo sexto, se sienten diferentes de los ingleses e identificados con
los negros, pero resulta que, como le ocurrió a Mª Luisa Puga cuando estuvo en Kenya, los
ingleses los rechazan por ser un poco morenos y latinoamericanos, y los africanos no los
aceptan porque ella es rubia y tiene facciones de blanca y él es más bien blanco.
José Antonio se quedó solo... Por un lado, los negros a quienes había que imaginar para poder
sentir; por el otro los blancos, seguros de sí, dentro de su superioridad, pisoteándolo todo... El
había escogido su lado, claro, pero se sentía solo. (Las posibilidades... p.76-77.)
En Cuando el aire es azul, la alteridad se da fundamentalmente en dos líneas. Una es la
oposición entre quienes están conformes con su vida y quieren preservar lo que tienen. Otra es
de los que quieren abrirse a posibilidades distintas. El pueblo donde el aire es azul es una
especie de utopía al estilo Puga, donde no existe televisión, se lee y se conversa mucho. Se
dedican 4 horas al día para meditar y en la escuela se enseña a vivir. Todo parece perfecto,
hasta que esta sociedad, que no se ha ido adaptando a los cambios, se encuentra de pronto ante
la necesidad de abrirse al exterior.
433
En La forma del silencio, hay dos oposiciones básicas: las diferencias entre la educación y la vida
de un hombre y una mujer, y el contraste entre la vida en la ciudad de México y en la provincia.
En Pánico o peligro y Antonia, la alteridad se da fundamentalmente a partir de lo individual.
Aunque en los dos casos se alude a un grupo de amigos, lo importante es cómo cada persona va
logrando separarse lo suficiente para establecer sus diferencias y definir su identidad. La amistad se
mantiene gracias al proceso de evolución en el desarrollo de la personalidad individual.
Puga, basada en su experiencia personal, contrasta a su país con otros donde vivió,
especialmente con las ciudades de Londres y Kenya. La comparación que necesariamente
establece al conocer otros países la
lleva al análisis del propio. El distanciamiento y la
confrontación propician una reflexión mucho más profunda .
El cambio de perspectiva, no sólo ver a los demás como otros, sino ser visto por ellos como
parte de los otros, lleva a reafirmar la identidad propia. Ninguno de sus personajes mexicanos
plantea nunca la posibilidad de tener otra nacionalidad, y en muchos de sus textos se hace
presente una gran nostalgia por México, al que la autora ama, aunque no es como ella quisiera.
Consideremos ahora a las mujeres en las obras de Puga. La autora nos muestra
fundamentalmente tres tipos:
Las que prácticamente no tienen vida propia y se someten a los hombres y la sociedad. Puga
enfatiza su inmovilidad provocada por el temor al cambio.
Quienes están empezando a preguntarse cosas y analizarse.
Aquéllas que ya encontraron o están por hallar el camino para su plena realización.
La escritora pone en tela de juicio, a través de sus personajes, tanto el papel desempeñado por
la mujer, quien ha permitido ser marginada del mundo para servicio de los hombres, como la
incomunicación a que ello ha dado lugar. “Cuando me cuentan su historia... las imagino
pisoteadas, maltratadas, y ahí siguen, ni se quitan, ni protestan. No hacen otra cosa que estar
ahí.”(Intentos, p.104.)
Asumir la propia vida implica una seria responsabilidad y causa temor, pero se debe enfrentar
ese miedo para lograr la plena existencia.
En Pánico o peligro, se da un paralelismo entre la vida de cuatro amigas, quienes siguen caminos
muy distintos, y representan diversas maneras de enfrentar la realidad como mujer, desde Lola, la
más apegada al rol tradicional, Socorro, la más bonita, quien se convierte en una modelo muy
434
cotizada, pero con conciencia social, Lourdes, inquieta, curiosa, quien desea realizarse intelectual y
emocionalmente, y por último Susana, la narradora de la novela, quien se va transformando y
tomando conciencia de sí misma, de lo que quiere ser y su entorno, y de la actitud que debe
asumir para lograr sus objetivos.
En cuanto a la ideología de la autora, ella afirmó:
Yo milité originalmente en el partido comunista, después en el PSUM y ahora, pues, soy
cardenista. Considero que el feminismo es una válida vía, aunque no he militado ni estoy de
acuerdo con muchos de sus postulados, pero soy mujer y creo que el feminismo ha hecho un
bien tremendo en México, sobre todo porque se ha convertido en una bandera social para las
mujeres del pueblo. El feminismo de las clases medias está lleno de contradicciones, como el
izquierdismo...983
Sobre la política en México afirmó: “La imposibilidad de participación; la retórica
gubernamental; la corrupción son una bofetada constante a hombres y mujeres por igual”984.
Sin embargo puso en evidencia su optimismo al construir una utopía mexicana en una de
sus novelas:
...con Cuando el aire es azul que yo quería saber qué se sentía vivir en un mundo supuestamente
liberado, libre ya, es decir, la revolución victoriosa, ¿no? Entonces, pues, armé un lugarcito en
donde hubiera triunfado la revolución marxista... y empecé a ver qué pasaba en cuatro
generaciones en un sistema económico social de ese tipo985
Aunque el pueblo que conformó tiene elementos de marxismo, tiene también una gran
dosis de idealismo, del mundo que le gustaría que existiera, pero aún ese mundo ideal debe
estar en constante transformación para mantener su carácter.
Todo el recorrido que hizo Puga como mujer y como escritora conformó su visión de
mundo y la llevó a entender que: “El espacio de la escritura está en uno. Para propiciarlo a
veces es preciso recorrer mucho kilometraje”986.
983
Ibid., p. 133.
Ma Luisa Puga “El solapado realismo…” en Literatura mexicana hoy, pp. 172-173.
985
Ibid., p. 128.
986
Ibid., p. 56.
984
435
Obra publicada
BIOGRAFÍA:
María Luisa Puga. De cuerpo entero (autobiografía), Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM)/ Corunda, 1990.
CUENTO:
Inmóvil sol secreto, La Máquina de Escribir, 1979.
Accidentes, Martín Casillas, 1981.
El tornado, Centro de Información y Desarrollo de la Comunicación y la Literatura Infantil,
1985.
Intentos, Grijalbo, 1987.
Los siete pecados capitales (colectivo), Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
(CNCA)/Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA)/Secretaría de Educación Pública (SEP),
1989.
ENSAYO:
La cerámica de Hugo X. Velázquez: cuando rinde el horno, Martín Casillas, 1983.
Itinerario de palabras (crónica, con Mónica Mansour), Folios, 1987.
Lo que le pasa al lector, Grijalbo, 1991.
NOVELA:
Las posibilidades del odio, Siglo XXI, 1978.
Cuando el aire es azul, Siglo XXI, 1980.
Pánico o peligro, Siglo XXI, 1983.
La forma del silencio, Siglo XXI, 1987.
Antonia, Grijalbo, 1989.
Las razones del lago, Grijalbo, 1991.
La ceremonia de iniciación, FCE, Travesías, 1994.
La viuda. Grijalbo, 1994
La reina. Seix Barral, 1995 (Biblioteca Breve)
436
Ha colaborado en Revista de la Universidad de México, Revista de Bellas Artes, Nexos, La Plaza
(Crónica de la vida cultural de Coyoacán), La Jornada, Unomásuno , El Universal, entre otros.
RECONOCIMIENTOS:
Premio Xavier Villaurrutia, 1983, por Pánico o peligro.
437
La reina
María Luisa Puga
Calma. Comencemos por el principio. Ana Cecilia Gómez. Veinticinco años. Casada (sí,
casada) desde hace dos años, pero el principio no es ése. ¿Cuándo fuiste reina la primera vez?
¿A los seis? ¿Cinco? No te acuerdas. O te acuerdas de que fuiste reina siempre. La primera o la
segunda vez, no es fácil precisar los detalles, pero esa sensación de estar aparte, de ser
especial... no tanto eso, sino reina. La más bonita. Fue en la escuela, a los seis años, por el día
de las madres. Hubo un desfile de disfraces, ¿no? y tú ibas adelante con el cetro987. Los demás
niños gritaban ahí viene la reina, ahí viene la reina y pasaste tú. Entraste en la certidumbre de
ser reina. Pero no significaba más que una palabra que te impedía volverte a mirar a los niños
con los disfraces divertidos. Los que sí eran juego: los vaqueros, las brujas, los osos. Un
marciano, un payaso, una bailarina de ballet. Lloraste mucho cuando te vestían. “Pero mija988,
si usted es la reina, no llore, no sea tonta.” La risa de tu padre: “Ah, qué muchacha”. Luego,
cuando terminó el desfile y las madres recibieron sus carpetitas tejidas y ceniceros pegosteosos,
los niños jugaron en el patio. Como en un recreo de todos los días, y tu vestido largo, rosa
pálido y todas esas crinolinas989 que te pusieron, y la cola del manto, y la corona y el cetro ⎯de
cartón, cubierto con papel dorado. “No, ella que no corra porque se le cae la corona. Es la
reina. Ella que decida quién gana. Tú te quedas aquí” ⎯era el vaquero⎯ “y das la salida y
todos tienen que llegar a la reja, tocarla y volver a entregarte la prenda.” No querías. Querías
correr. “Pero no, tú eres la reina, si no, no juegas.” “Yo me quedo contigo.” Era Jacinto, el
niño de siete años. El de tercero que decía que eras su novia. Y se sentaba a tu lado. Los demás
niños corrían y gritaban y tú los mirabas. Era cuando todavía mirabas. Luego ya no pudiste
porque comenzaron a mirarte a ti. “Oye Chole, qué bonita se está poniendo esta muchacha,
987
cetro: bastón pequeño que indica autoridad o realeza.
mija: deformación coloquial de la expresión “mi hija” (se expresa en forma oral).
989
crinolinas: fondos rígidos para dar mayor volumen a la falda.
988
438
¿ya viste?” “Si por eso fue la reina.” Y Gastón y Gerardo, tus dos hermanos, decían: “Dicen
que es la más bonita de la escuela. La quieren de reina para el equipo de futbol de sexto, pero
que está chiquita todavía”. Tu padre se reía: “¿Ya viste, Chole? Va a romper corazones esta
muchacha”. Te diste cuenta un día a la hora de la comida: era de ti que hablaban. Tus padres y
tus hermanos, quienes te molestaban cada vez menos. Ellos ya tenían diez y once años. Tú
nueve, y una amiga en la escuela te había dicho que los bebés crecen en el estómago de la
madre ⎯y el estómago de tu mamá había crecido, pero un poco nada más. “No te confundas”,
te había dicho tu amiga, “a veces no es más que gordura.” Y que por eso un día a ti te iba a
salir sangre. Que te iba a salir sangre, ¿aunque por dónde? Tu amiga no sabía bien cómo. Y tú
tenías miedo y no sabías si preguntarle a Gastón, que era al que más querías, o a tu madre, que
te podía dar una cachetada, para que no ande de vivilla, qué cosas son esas. Y pensabas y
sentías un poquito de asco porque Jacinto, el niño que siempre decía que eras su novia, un día
en el recreo te había convencido de que lo acompañaras al corredor y ahí te había querido
besar. Tú dijiste: “Estúpido. Le voy a decir a Gastón para que te pegue”, y Jacinto había dicho:
“Qué me importa.” En ese momento te diste cuenta de que hablaban de ti en el comedor de tu
casa y te miraban. Instintivamente bajaste las manos de la mesa porque creíste que te iban a
regañar por eso, sólo que tu padre te miró un poco más y dijo: “Bueno, ya me voy a la tienda”,
y tus hermanos se levantaron también. Tú tenías que ayudar a tu mamá a recoger las cosas. Esa
vez tu madre dijo: “Dice tu papá que mejor ya no bajes a ayudarlo en la mercería990 porque si
no no estudias.” Ya estabas comenzando a conocer esa sensación de que las cosas se te iban de
las manos. La mercería te encantaba, con sus cajoncitos delgados, llenos de madejas de todos
los colores del mundo. Los cartones de botones que te gustaba sacar y alinear en el mostrador
para que el cliente escogiera. Los carretes991 de distintos tamaños, los dedales992, los ganchos de
tejer, desde el más grueso hasta el más fino. Los estambres, las tijeras (todo iba del más grande
al más chico), y todo estaba acomodado en cajoncitos delgados que se deslizaban corriendo,
aunque nunca se salían por completo. “Ana Cecilia, ven a acomodar estos botones. Ven a
recoger estos hilos.” Y había que alinearlos otra vez, del más grande al más chico. Los
elásticos, los bieses993 de todos colores. La voz de tu padre que hablaba horas con cada cliente.
La máquina de coser en donde tu padre parchaba. Los huevos de madera para zurcir y, la
990
mercería: comercio pequeño donde se venden hilos, telas, botones, etc.
carrete: cilindro de madera o plástico donde se enreda el hilo.
992
dedal: protector de metal para el dedo que se usa para coser.
993
bieses: pedazo de tela angosto que se emplea para hacer dobladillos.
991
439
delicia mayor, la verdadera fascinación de la tienda: el escaparate de bisutería. Desde hebillas
para zapatos, hasta collares, pulseras, anillos, broches. Estaban en un escaparate de vidrio sobre
un terciopelo azul y tú pedías permiso para sacudirlos y acomodarlos. Había otro escaparate
que te gustaba, pero no te dejaban tocar: era el de figuras de porcelana. “Todavía estás chiquita,
mija”, decía tu padre, “no alcanzas y se te pueden romper.” Y lo tenías que mirar de lejos, sin
abrir la puerta del escaparate. Cuando llegaban los pedidos de hilo, dejabas lo que estuvieras
haciendo y te acercabas a ver. Venían en unas cajas de cartón delgado, gris (la tapa del mismo
tamaño, exacto, había que abrirla con las dos manos, sacudiendo un poco para que la caja fuera
bajando). Azules, rojos, amarillos. Los carretes parecían dormidos, nuevecitos. Y la etiqueta de
Cadena tapando el agujerito. Tu mamá siempre les regalaba a tus hermanos los vacíos y ellos
hacían carritos. A ti te encantaba abrir el agujerito. “Si no tengo mucha tarea, mamá, a mí me
gusta estar allá abajo.” “Pues tu padre me dijo eso y hay que obedecerlo. Dice que si quieres,
puedes bajar a la hora de cerrar, para ayudarle a guardar.” No era lo mismo. Con la puerta de la
calle cerrada, tu padre silbando lejano mientras hacía las cuentas, tú guardabas carretes y
botones sin ninguna ilusión. No era lo mismo. Poco a poco fuiste adelantando la hora de bajar.
Te hacías la distraída. Un ratito antes de que cerraran. La calle todavía con gente. Muchas veces
ya no había clientes en la tienda. Cada vez bajabas más temprano. Nadie parecía darse cuenta.
Era cuando ibas a ser la reina de las flores en el colegio y en esa época ya no te hacía llorar. Te
habías acostumbrado a no correr, a no ser como los demás niños. Sabías que cuando llegabas
en la mañana, los niños de sexto estaban apoyados en el muro de la entrada ⎯junto al que
vendía los dulces⎯, para verte. Gastón y Gerardo entraban contigo. “No sé cómo va a hacer
cuando nos vayamos a la secundaria”, le decían a tu padre, “la andan siguiendo a todas horas.”
Tu padre ya no se reía tanto diciendo: “Ah, qué muchacha.” Te miraba por encima de sus
anteojos y tú bajabas los ojos con una indefinible sensación de culpa. Sabías que te miraban
todos. Que las otras niñas se interrumpían cuando llegabas. Que eran los niños los que te
buscaban más. Sabías que eras linda. Cuando eras la reina y te colocaban en tu sitio, mirabas
todo un rato y luego tenías que bajar los ojos, mirar al aire, conformarte con oír los sonidos sin
fijarte en nada. “La reina no se puede poner ahí con la boca abierta a ver qué hacen los demás.
Tienes que sentarte derechita, con la cabeza en alto, van a estar todos los papás, es la fiesta más
importante del colegio. Vienen representantes de la Secretaría de Educación.” Ese año salía
Gerardo, Gastón pasaba a sexto y tú a quinto. Eras muy bonita. A veces te lo decían los
hombres en la calle y Gastón, que se estaba quedando chaparrito ⎯parecía tu hermano
440
menor⎯, se ponía como león, queriendo pelear con todo el mundo. Los hombres se reían y se
alejaban y Gastón llegaba a la casa furioso y se quejaba con tus padres: “La molestan, le dicen
cosas.” “Si sólo es una chamaca.” “Pero le dicen.” Y tu madre, una tarde que no había bajado a
la mercería, se sentó junto a ti en el comedor, mientras fingías hacer la tarea, y te había dicho:
“¿Qué tanto sabes ya de la vida, a ver, dime, qué sabes?” Pensaste en la sangre, en los
estómagos que crecen, te dio vergüenza. “Nada.”
Tu madre suspiró, acomodándose mejor en la silla, sin nada en las manos, alineando tus
libros en un montoncito muy derecho, procurando que los bordes quedaran parejitos por un
lado, luego los giraba un poco y al alinearlos por el otro lado, debía empujarlos y emparejarlos
otra vez y así. “Fíjate bien en lo que te voy a decir, ya va siendo hora de que sepas.” No te
acuerdas bien si empezó diciendo: “Los hombres son...”, o si fue: “Las mujeres no son...” En
todo caso te dijo lo mismo que tu amiga, aunque sin tanto misterio, con otras palabras y, no
sabías por qué, un poco más sucio. Amenazante. “Hay que tener cuidado, ser muy consciente”,
y de todo eso, lo más grave pareció ser que si llegaba a suceder algo (no dijo qué), tu padre
tendría un ataque al corazón. Al día siguiente llegaste a la escuela horrorizada, sorprendiéndote
un poco, porque si los hombres eran tan terriblemente malignos (y los muchachos también,
había dicho tu madre), ¿por qué los dejaban que anduvieran sueltos por ahí? Jacinto comenzó a
producirte un franco pavor: “Lárgate de aquí o llamo a mi hermano”, y te fuiste quedando más
y más sola, porque las demás niñas, que ya se empezaban a emperifollar994 y hablaban de fiestas
y novios y paseos, comenzaron a comentar cómo eras coqueta y cómo no era posible invitarte
a ninguna parte. Las tardes, por eso, te las pasabas encerrada en tu casa “estudiando”, sola.
Espiando la hora en que podrías bajar a la tienda. Tus padres parecían haberse acostumbrado a
verte aparecer, aunque de vez en cuando tu papá decía: “Ana Cecilia, súbete, ahorita no te
necesito”, y los dos jóvenes que estaban en la mercería te veían partir y luego se salían ellos sin
comprar nada. Después Gastón también tuvo que pasar a la secundaria, pero también Jacinto y
te pasaste todo un año sintiéndote como en el trono, tremendamente solitaria, sabiéndote
mirada permanentemente y luchando contra las risas de las niñas cuando no sabías contestarle
a la maestra. Alzabas los ojos y mirabas, te confundías y tratabas de explicar qué era lo que no
habías entendido bien, no que no hubieras estudiado, y la maestra se suavizaba de inmediato:
“Silencio, niñas”, y al terminar la clase te explicaba con toda paciencia por qué los godos y los
visigodos. Menos mal que en esa época hubo una niña que te desafiaba todo el tiempo, que, a
994
emperifollar: arreglarse con cuidado, adornarse.
441
fin de cuentas se metía contigo aunque no fuera más que para odiarte. Eugenia, que no había
hecho ahí la primaria, sólo ese año: sexto. Que era de una familia rica y ahora estaba en esa
escuela federal porque, decían, las monjas la habían expulsado al encontrarla fumando. Había
entrado casi al final del semestre y rápidamente se había hecho de un grupo que la seguía por
todas partes. Contaba historias fabulosas, decían, de otros países, del mar, de casas en la
montaña. Había viajado en avión y tenía bicicleta. Fue la primera vez que te diste cuenta de que
ustedes eran pobres. Comenzó por la ropa. Eugenia venía vestida de manera muy sencilla. Al
principio hasta te daba lástima. Azul, rojo, blanco. Tu mamá a ti te cosía blusas floreadas,
faldas con rayas de colores, vestidos con mangas abombadas, anchas, largas, cortas. Estrenabas
algo cada semana prácticamente. Eugenia no. Tenía unas faldas azul marino, que usaba con
unas camisetitas de hilo o con unas blusas de manga larga, blancas, sin ningún chiste, pero
había algo en esa ropa que te hacía sentir que la tuya era fea. Tal vez fuera Eugenia la que te
hacía sentir eso. La única que te hizo sentir que eras fea. La que te hizo notar el aspecto
desaliñado, demasiado aparatoso o a veces francamente humilde de las otras niñas. Antes de
Eugenia, jamás te habías fijado en la ropa. Desde que llegara a la escuela, comenzaste a fijarte
cómo se veía ese día con su camisa blanca, sus calcetas azules o rojas, la cadenita que llevaba al
cuello, los aretes de bolitas de plata que no se cambiaba nunca. Al final del día no tenía ese aire
inmaculado y fresco de la mañana, pero ella se despeinaba de otra manera y de otra manera
también se le salía la blusa de la falda o se le ensuciaban los zapatos, sentías. Comenzaste a
notar que tus compañeras llevaban ropa muy vieja, muy usada, a veces sucia. Mal hecha. Y la
mirabas a ella tanto como ella te miraba a ti. “Cómo va a ser reina de la fiesta de fin de año”,
había dicho, “si es cursilísima, con todos esos olancitos.” Era un poco lo que estabas
comenzando a sentir tú, para quien era cada vez más obvio que Eugenia tenía que ser la reina.
Te parecía natural. Podría hacer un discurso y todo. Llevaba sólo tres meses en al escuela y ya
todos sabían quién era Eugenia la de sexto. Y no era bonita, pero eso te lo decías muy al final y
como que no te convencía. Tenías ganas de que fuera ella la reina, porque entonces podrías
mirarla todo el tiempo que quisieras y descubrir qué era lo que tenía. Sentías que en el trono
nunca había tiempo. Había que mirar para otro lado o los demás se burlarían, te molestarían y
Eugenia misma, porque lo que ella buscaba desde el primer día era pelearse contigo: “A ver esa
reinita”, decía y todos se reían y tú te morías de la vergüenza, no sólo porque nunca te habías
peleado con nadie en la escuela, sino porque no tenías ganas de pelearte con Eugenia, y
entonces te ibas. Te apartabas. La mirabas de lejos. En la clase, desde tu asiento, que era muy
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adelante, la mirabas de ladito cuando la regañaban las maestras, que la odiaban. La llamaban
por su apellido. Era a la única. “Retamar.” “Presente”, contestaba petulante Eugenia y
comenzaban las risas. “Pase al pizarrón.” Le hablaban de usted. La única. “Con todo gusto”, y
caminaba segura, suave, deslizándose más que moviéndose. Contestaba bien (lo que hacía que
las maestras la quisieran todavía menos) y luego volvía a su asiento tranquila, sonriente,
contenta, haciendo toda clase de muecas que hacían reír a todos. La castigaban mucho, aunque
estaba llegando a ser la primera de la clase. Tú la admirabas. Ella te odiaba y cuando podía te
molestaba, aunque los niños (sólo los niños) le decían: “Déjala, ella es la reina, no cuenta.” Y
eso parecía incitarla más: “Reina de qué. No hace nada.” “Reina de belleza, pues, ¿qué no ves?
Déjala. Vamos a jugar.” “Pero cómo va a ser reina de belleza.” “Déjala en paz, vámonos a
jugar.” Tú no le habías contado a nadie porque no sabías cómo decirte esa nueva extrañeza.
Quizá si Gastón hubiera estado en la escuela todavía, habría sabido hablar de Eugenia. ¿Cómo
lo habría hecho? Las maestras decían: “Es una riquilla insoportable.” Algunos niños decían:
“Es una marimacha995.” Otros decían: “Es feísima y le tiene envidia a la reina.” A ti nada de eso
te la decía. No te decía tu sorpresa de encontrar a alguien que no te admirara ⎯y te miraba
mucho todo el tiempo. Ése era otro de los motivos por el que tú no podías mirarla (le tenías
un poquito de miedo). Te buscaba los ojos, como si quisiera sacudirte. Muy raro. Fue en la
época en que te vino la sangre y el primer día que fuiste a la escuela así, caminabas muy
despacio, teniendo un miedo horrible de que se te fuera a salir por todas partes, aunque tu
mamá te había comprado las toallas sanitarias y te había asegurado que no pasaba nada. Sólo
que no corrieras mucho. Te sentías absolutamente asquerosa. Cruzabas el patio de recreo sin
mirar a nadie y te ibas a ir a sentar en la banca con sombra (“Con las piernas muy juntas”, te
había dicho tu madre), cuando un tropel de niños se dejó venir y en un segundo te rodearon y
sin saber ni cómo, Eugenia se vino de frente y te dio un empujón que te lanzó al suelo. Sentiste
que la sangre tenía que haber salpicado por todas partes, que debías tener todo el vestido
empapado ⎯ni sentiste la caída. Te levantaste precipitadamente, empavorecida, sacudiéndote y
revisándote por todos lados (no se veía ninguna mancha), y en ese instante te diste cuenta de
que Eugenia estaba ahí, riéndose. Fue muy extraño. No lo pensaste. Fue sumamente sencillo.
Sólo diste un paso y la abofeteaste con todas tus fuerzas. Una sola vez. “Para que te fijes por
donde vas”, dijiste. Y no te quitaste, te quedaste ahí, mirándola a los ojos y viendo cómo se
995
marimacha: mujer que actúa como hombre.
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agrandaba la sorpresa en los suyos mientras se acariciaba la mejilla. Y reconociste en su mirada
la admiración que siempre encontrabas en las de los demás. Se dio media vuelta y se fue. Le
viste una lágrima que a lo mejor era por el golpe. Ese día, con una sensación temblorosa en el
cuerpo, como porosa, que tú no sabías que era por la menstruación, sino que creías que era por
tu nueva idea, llegaste a tu casa y a la hora de la comida se la anunciaste a tu madre: “Quiero
que me compres una blusa y una falda.” Y los cuatro, tu padre, tu madre, Gastón y Gerardo, te
miraron a un tiempo. “Estás loca”, dijo tu madre casi riéndose, “tú crees que el dinero crece en
los árboles o qué.” “Mira nada más la señorita”, se burló tu padre. Y Gerardo: “Ya sabía que se
le iba a subir lo reina.” Sólo Gastón preguntó: “¿Por qué?” Pero ya tu madre decía: “¿No te
hago suficiente ropa? ¿Qué más quieres? Dime cómo es la falda y te la hago, pero qué es eso de
comprar.” Fue como verificar algo que habías estado sospechando vagamente. Esa diferencia
entre Eugenia y tú. “Bueno”, dijiste a tu madre, “quiero que sea azul.” “¿Azul? ¿Azul por qué?
¿Es algo que les pidieron en el colegio?” Cuando llegaste con tu falda y tu blusa nuevas, ya
sabías que no era lo mismo y temías que Eugenia se burlara. Sólo que Eugenia había dejado de
venir a la escuela porque, según decían los demás niños, en su casa no gustaron los nuevos
amigos que tenía. Había dos niñas que habían ido a visitarla un día. Les pediste: “Cuéntenme.”
Las niñas se sentían heroicas. Querían contarlo a todo el mundo. “Tiene jardín y sirvientes
todos vestidos iguales, de negro, y en su cuarto hay de todo y la casa es gigantesca y la mamá es
una señora elegante que no se puso contenta cuando nos vio llegar. Nos dijo que no nos
podíamos quedar mucho porque Eugenia tenía clase de francés, pero luego nos dieron
refresco.” “¿Y qué más?” “Nada pues. Jugamos un rato en el jardín, en donde Eugenia tiene
una casita de madera para guardar sus juguetes ⎯tiene luz eléctrica y todo⎯ y ahí nos llevaron
los refrescos. Los trajo una sirvienta. Tiene un hermano chiquito, bebé, vestido de olanes,
como muñeco.” “¿Y ella ya sabía que no iba a volver a la escuela?” “No sabemos.” Te diste
cuenta de que no te vería ser reina, no estaría en la fiesta de fin de año. Te desesperaste. El día
se te hizo larguísimo, aunque luego reconociste que para qué esperabas la salida. Por la tarde
bajaste a la mercería y descubriste que era oscura y olía a viejo. Y también que las señoras que
se quedaban horas hablando con tu padre y madre decían siempre lo mismo: “Qué vida, don
Matías, qué vida, no gana una para tanta preocupación.” “Qué me dice a mí, doña Eduviges,
pregúntele nomás a Chole cómo tenemos que hacerle para llegar a fin de mes. Esta mercería ya
no da como antes. Con todas esas tiendas grandotas, y hasta los supermercados. Ya venden
hilos junto con las verduras, imagínese y qué hilos, además. Esa es otra. Pero la gente compra y
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mi negocito se está muriendo. Con los chamacos apenas en la secundaria... Hoy han venido
tres personas nada más, en todo el día. Dicen que en los almacenes todo es más barato.” Tu
madre en el otro rincón, con la lucecita de su máquina de coser, y tú con tu falda azul y tu
blusa blanca, entrando y saliendo sin saber qué hacer. “¿Qué tiene, pues, mija, por qué no se
está?” “Mañana voy a ir a casa de una amiga en la tarde”, dijiste, y esperaste. No era normal
que fueras a casas de amigas. No tenías amigas. No salías en las tardes. Tenías doce años. Doña
Chole dijo: “Qué bueno que la muchacha salga un poco, que vea gente.” Don Matías hacía el
corte de caja. La verdad era que andaban tan preocupados que no se fijaban mucho en ti.
Parecían hacer cuentas todo el día, preparándose para el nacimiento de ese otro hijo. “Yo te
dije Matías que ya para qué, éstos al fin ya están grandes.” “Pues mira tú, a buena hora me lo
dices, como si uno pudiera planear esas cosas. Además, qué caray, ya nos arreglaremos.” “Pero
cómo, si apenas cabemos en este apartamento. Ya los muchachos están grandes, no está bueno
que sigan durmiendo con Ana Cecilia.” “Bueno, bueno, ya veremos cómo nos arreglamos,
ahora lo importante es que el chamaco nazca bien.” A ustedes no les habían dicho nada,
aunque ya habías notado esa forma abultada en el vientre de tu madre y sabías que esa vez no
era gordura. Aunque a lo mejor tus hermanos sí sabían, y desde hacía bastante, que tu madre
estaba encinta. A lo mejor lo habían comentado a la hora de comer y tú ni te habías enterado.
Oyéndolos esa tarde, desde la escalera, durante un segundo sentiste con toda claridad que algo
iba a cambiar. Tuviste un ligero temor y enseguida lo olvidaste porque estabas pensando en
que al día siguiente irías a visitar a Eugenia y tenías que averiguar primero en dónde vivía, y
segundo, llegar hasta allá. Era la primera vez que ibas a salir sola y el mundo, te había dicho tu
madre, “está lleno de hombres ociosos que no andan sino buscando problemas”. Gastón se
sorprendió: “¿Va a ir sola?” Durante un segundo todos parecieron asombrarse y te miraron. Tú
alzaste la cabeza, vagamente defendiendo algo que se te podía ir para siempre: “Sí”, dijiste, “no
es lejos y ya va siendo hora de que aprenda”. Y tal vez fue la amenaza de la cuenta pendiente
de electricidad, o todo el día anterior sin clientes, lo que contribuyó a que don Matías,
distraído, dijera: “Pues claro, ni que fuera una bebita.” Tu madre pareció dudar un segundo y
luego dijo: “Más vale que aprenda”, y tú, con el corazón latiéndote como loco, los odiaste sin
querer porque te soltaban de esa manera, aunque esa misma mañana te habías prometido
escapar si no te dejaban ir. Gerardo ni se fijaba, comía atrabancado, como siempre. Era Gastón
el que parecía desconcertado: “¿Sabes cómo llegar? ¿En dónde queda la casa de tu amiga?” Te
habría gustado pedirle que te acompañara, pero no querías arriesgarte a que se siguiera
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hablando de lo mismo y, además, cómo explicarle a Gastón quién era Eugenia y por qué ibas a
visitarla. Te miraba sorprendido, incrédulo. Quisiste adivinarle todas esas calles que no
conocías y que él cruzaba a diario. Quisiste contagiarte de algo que él tenía casi sin darse cuenta
y tú ibas a tener que conquistar, con todo y tu miedo encima, y por primera vez le mentiste:
“La verdad es que voy con otras dos compañeras que ya estuvieron ahí una vez.” Eso fue
suficiente, y luego no quedó más que decir: “Ya me tengo que ir porque se me hace tarde”, y te
levantaste. Tu falda azul nueva y la blusa blanca. Te habías puesto unas calcetas rojas que
nunca te habían gustado y ahora te resultaban insustituibles, pero no sabías cómo moverte,
porque te parecía estar hecha de pedazos que no tienen que ver unos con otros. “Nos vemos
más tarde”, y te acercaste a besar a tu padre. Qué rápido te habían olvidado. Discutían el
nombre de tu nuevo hermano. Besaste a tu padre, sintiéndote trágica y a tu madre, abrazándola
fuerte. Ya habías salido cuando alguien dijo ⎯Gerardo⎯: “¿Tienes para el camión?” Te
volviste desconcertada: “¿Para el camión?” Gastón se reía a carcajadas: “Ni sabe, ni sabe.” Y tu
padre y madre se miraron. “¿Tienes por ahí cinco pesos?” “Deja ver.” Sin embargo esa tensión
fugaz no fue a causa tuya. No te diste cuenta. No era por tu culpa. Cuando bajaste a la calle
con las monedas bien afianzadas en la mano, todavía los oías y te sentías peor que cuando te
sentaban en el trono, porque de pronto, al cerrar la puerta de tu casa, dejaste de ser parte de
ella. Una niñita, ya no tan chiquita, en plena calle, como tantas otras, por lo demás, que
buscabas con los ojos, ávida, no queriendo sentirte la única. No dejó de sorprenderte que la
gente no se diera cuenta de que era la primera vez que salías sola. La calle que cruzabas a diario
para ir a la escuela se sumió en una maraña que el camión fue dejando atrás. “¿Me dice cuando
lleguemos a la calle de Castellanos?” “Sí, chula.” La gente en el camión te miraba. Temiste que
te fueran a decir que te volvieras a tu casa, que qué hacías ahí sola. Con alivio los veías bajar del
camión y te sentías con ventaja sobre los que subían, como si fueras más vieja que ellos. “Ésa
es la calle de Castellanos”, te dijo una mujer con una canasta, y bajaste sin mirar a nadie,
sabiendo que te miraban y acordándote de pronto que eras muy bonita. Que tu pelo negro,
largo, siempre hacía que las maestras te lo acariciaran: “Qué pelo más lindo.” Que tu cara,
decían, era preciosa. Sólo al comenzar a buscar el número veintidós de la calle, te acordaste de
lo que habían dicho tus compañeras: “Una calle de ricos.” Entre un número y otro había que
caminar mucho porque había muros larguísimos que eran todos el número siete apenas, y
luego el nueve, altísimos, como de muchos apartamentos, pero era sólo el nueve y seguías
buscando, caminando, sintiendo una extrañeza enorme ante esa ausencia de misceláneas y
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portalitos y mil entradas con números por todas partes, ya que detrás de cada número vivía una
familia y a veces dos. En tu calle las casas eran mucho más bajitas, nada más que aquí era estar
como en un mundo de gigantes. Cuando llegaste al veintidós (que era del otro lado de la calle,
sólo que tuviste que caminar hasta el veinticinco para darte cuenta y luego volver despacito
para que no se te fuera a escapar. “Es que los números pares están de aquel lado”, te dijo el
jardinero al que le preguntaste), no se te había ocurrido que podías arrepentirte si querías. Irte.
Nadie sabría nada. No habías pensado una sola vez que Eugenia ni te esperaba, ni era tu amiga,
ni quería verte tal vez. Tampoco se te había ocurrido preguntarte para qué habías venido, qué
le ibas a decir. Qué querías de ella. Caminabas hacia allí porque querías verla, y aunque todo
aquello fuera tan distinto a lo que conocías, no dudaste en tocar el timbre. La puerta se abrió
casi de inmediato. Era una mujer ya mayor que te miró un segundo y dijo: “La puerta de
servicio es por allá”, y luego te volvió a mirar, un poco sorprendida: “¿Qué quieres?” “Vine a
ver a Eugenia.” Te miró más. A la cara y luego toda, y como que no sabía qué hacer. “¿No
está?” De pronto pareció como si se le hubiera ocurrido algo. Dejó la puerta abierta ⎯tú,
deslumbrada por la luz de la calle, no distinguías nada de lo de adentro⎯ y volvió con otra
mujer, más alta, más joven y que no estaba vestida de negro. Esa otra mujer sonrió: “¿Vienes a
ver a Eugenia?” “Sí, señora. ¿No está?” “¿Quién eres?” Te miraba mucho, más que la señora
de negro. “Soy de su escuela. Me dijeron que ya no va a venir y quería despedirme de ella.” En
la cara de la mujer joven hubo sorpresa y luego más atención. Una sombra de desagrado. Te
miró los zapatos, suspiró, te volvió a mirar a la cara y, estirando la mano, te la puso en la
cabeza, te acarició el pelo apenas y te hizo pasar. “Llámela, Marta, a ver si acabamos de una vez
con esto.” Sentiste cómo cerraban la puerta detrás de ti y luego un segundo de pánico, como si
perdieras el equilibrio. Había tanto espacio adentro, los techos eran tan altos. La mujer joven
(la otra había desaparecido), te tomó de la mano y te llevó a una especie de salón con muebles
muy brillantes y muchas cosas brillantes, todo brillaba como si no fuera de verdad. “¿Eres
amiga de mi hija?” y te acariciaba el pelo, mirándote a la cara. “No, señora.” “¿Entonces por
qué viniste?” “No sé, porque ya nunca la voy a ver. Me dijeron que ya no va a volver a la
escuela.” “¿No te mandó nadie? ¿Viniste sola? ¿Cómo supiste en dónde vivía?” Oíste el llanto
de un bebé y lo buscaste un poco con los ojos. La mujer te dijo: “Qué cara más bella tienes.”
La miraste sorprendida. ¿Las mamás también se fijan en eso? “Soy la reina de la escuela”, le
explicaste. Ella te miró curiosa. El bebé seguía llorando. “¿Es el hermanito de Eugenia?” “Sí,
¿lo quieres ver?” “Yo también voy a tener un hermano, o hermana, no sé.” Se oyeron unos
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pasos atrabancados y apareció Eugenia toda agitada y con el aire aún revuelto en el pelo.
Cuando te vio, se detuvo en seco, frenó, más bien: “¡Cámara, la reina!” Y su madre de
inmediato se puso seria: “¡Eugenia, te he dicho mil veces que dentro de la casa no se corre y
que me exaspera que digas cámara!” Tú mirabas a Eugenia como queriendo comprobar algo
inasible y ella, sin hacer el menor caso a su madre, te dijo: “¿Qué haces aquí, reinita? ¿Te
mandaron tus súbditos?” Sin dejar de mirarla (y el bebé seguía llorando), dijiste: “¿Es cierto
que no vas a volver a la escuela?” Eugenia te sonreía divertida: ”¿Y tus olancitos de colores?”
Te pusiste roja, muy muy roja. Supiste que sabías que se iba a dar cuenta. La madre de Eugenia
las miraba estupefacta. El bebé seguía llorando. “Marta”, llamó la mujer, y Marta apareció
como por detrás de un sofá. “¿No le toca ya la botella a Federico?” “Voy a ver, señora.” Dijiste
aturdida (pero querías ver a Federico): “Te voy a extrañar. ¿Me perdonas por la cachetada?” La
madre no perdía detalle. Eugenia se rió: “Claro, ya se me olvidó. Estuvo grueso, pero/”
“¡Eugenia, ese lenguaje!” Eugenia hizo un exagerado gesto de resignación. “¿Te vas a quedar a
jugar conmigo un rato?” “¿No tienes clase de francés?”, preguntaste orgullosa de acordarte.
“No, no, hoy no. Vamos a mi cuarto.” “Eugenia”, comenzó a decir la madre incierta, pero
Marta entró con un bebé de expresión solemne pese a las lágrimas todavía frescas. A ti se te
olvidó todo. “Creo que es cosa de cambiarlo, señora”, dijo Marta, y Eugenia con un salto se le
puso enfrente: “Espérate, espérate Marta, déjame presentárselo a la reina.” En cuanto el bebé
oyó la voz de Eugenia, soltó risitas gozosas. “Éste es Federico, mi hermano.” Lo miraste con
enorme atención. El bebé no apartaba los ojos de Eugenia. “Yo también voy a tener un
hermano que se va a llamar Federico”, decidiste. “No va a ser tan lindo como el mío y a lo
mejor ni es niño. A lo mejor es niña.” “No, va a ser niño y se va a llamar Federico. Yo lo sé”,
insististe, sintiéndote segura porque estabas en casa de Eugenia y ella ni sabía en dónde vivías.
La madre te miraba medio sonriendo. “¿Quién te trajo?¿Tus papás?” “No, señora, me vine sola
en el camión”, dijiste triunfante y sin necesitar verificar la envidia de Eugenia. “¿Pero van a
venir por ti?” “No, señora, mi papá no puede dejar la mercería sola y mi mamá está cosiendo.
Me voy a regresar igual, en camión.” Eugenia te miraba abiertamente, pero su madre perdía el
brillo de la curiosidad por segundos. “Llévese a cambiar a Federico, Marta, ahora vengo yo...
bueno”, les dijo a las niñas con una sonrisa tibia, “vayan a jugar, pero no te quedes mucho para
que no se te oscurezca.” “¿Y ella sí puede venir a jugar otra vez, mami?”, preguntó Eugenia. Tú
te llenaste de ternura. Ibas a tener una amiga e iba a ser nada menos que Eugenia. “No sé”, dijo
la madre fría, lejana, yéndose. “Lo vamos a discutir.” “¿Mañana? ¿Puede venir mañana?”
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“¡Eugenia, ya te dije que no estoy tan contenta contigo y ya lo sabes!” Eugenia se encogió de
hombros y, tomándote de la mano, te llevó hacia la escalera. “Vamos, pues, antes de que me
saquen de onda aquí.” “¡Eugenia!” Pero Eugenia ya corría arrastrándote, sin darte tiempo a
mirar nada, haciéndote sentir que te perdías, que la parada del camión sería irreconocible, que
jamás serías capaz de encontrar la puerta de salida de la casa. Que ese mundo de objetos en el
que te introdujo, de juegos que había que ir entendiendo poco a poco, de movimiento
interminable: “¡Vamos al jardín, vamos a la cocina a que nos den cocoa, vamos a ver cómo
bañan a Federico, vamos a ver televisión!”, te arrastraba, abriéndote puertas que nunca habías
imaginado y que se te iban confundiendo en la conciencia, sepultando vertiginosamente los
cajoncitos con carretes y madejas de colores. “Niña, ¿no se te hizo muy tarde ya? Ya son las
ocho”, dijo la madre de pronto, sacándote de golpe de ese inconcebible mundo que la
televisión te estaba mostrando. “Pero, mamá, no le digas niña, si es la reina.” “Creo que lo
mejor es que te lleve el chofer.” “¡Yo voy, yo voy!”, brincoteó Eugenia. “¡Silencio, Eugenia, no
grites así! ¿Sabes tu dirección, por dónde es?” El gesto de la mujer se suavizó cuando vio tu
expresión totalmente desconcertada, los ojos medios somnolientos por la televisón, tu cara
encendida, el pelo revuelto. “¿Les dieron de cenar?”, preguntó de pronto. “¡Yo voy, yo voy!”,
volvió a brincotear Eugenia, echando cojines al aire y aumentando tu confusión. El juego se
había terminado, disecado, evaporado. Eugenia quedaba allá enfrente y tú tenías que volver y
explicar. Te diste cuenta de que en ese instante la madre estaba mucho más cerca de ti que de
Eugenia, quien parecía haberse vuelto loca: “¡Yo voy, yo voy, yo voy!” “¡Eugenia, por favor!
¿Le podrás explicar al chofer cómo llegar?” “Creo que sí, señora, es muy cerca de la escuela.”
Inesperadamente la mujer se inclinó y te arregló el pelo, te metió la blusa en la falda, te hizo
una caricia en la mejilla. “No te preocupes, tus papás van a entender. ¿Quieres que los llame
por teléfono?” “No tenemos teléfono, señora.” Eugenia miraba todo esto sorprendida. “¿Qué
pasa?” “Nada. Ya se va. Despídete de ella. ¿No trajiste suéter? ¿Cómo te llamas?” “¡La
reinaaa!” “¡Eugenia, p-o-r-f-a-v-o-r.” “Ana Cecilia.” “Que Eugenia te preste uno y bajen
pronto, voy a llamar al chofer.” Y cuando arrancó el coche tuviste miedo de la calle, del aire
que volvía a ser desconocido, de ese chofer uniformado que silbaba suavemente y buscaba, en
el radio, una música tropical. Te abrazaste del suéter de Eugenia (lo reconociste, era uno de los
que llevaba a la escuela), y sólo entonces te empezaste a preocupar por tus padres. Cuando
abrieron la puerta, con las cabezas de Gastón y Gerardo asomándose detrás, atónitos,
preguntaron: “¿Y eso?” “Es el chofer de mi amiga, es que nos dieron de merendar y se hizo
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tarde, por eso me trajo.” En la puerta de tu casa. Te miraban estupefactos y supiste que no te
reconocían. “¿Y ese suéter?” “Me lo prestó mi amiga. Su mamá le dijo porque dijo que hacía
mucho frío.” Don Matías, que entró por delante, sacudía ligeramente la cabeza: “Qué susto
nos diste, muchacha...”, y tu mamá: “Nos tenías acongojadísimos.” Y tú estabas notando la
diferencia en la casa, los techos tan bajos, la luz amarillenta, el espacio estrecho. “Tienen
televisión”, dijiste, “estábamos viendo la televisión.” “¿Qué no está en tu escuela esa niña?”,
preguntó Gerardo admirado. “Ya no, si por eso fui, para despedirme.” Era como volver de un
viaje larguísimo, y de tanto que contar, no hacías más que mirarlos, sintiendo que eran
demasiado distintos, que era imposible explicar; buscabas alguna grieta por donde meterlos,
pero descartabas cosas, hasta el momento en que todo lo visto se sumió intacto en tu
inconsciente y sólo quedó el deber de decir algo: “Tienen un bebé también.” “El nuestro se va
a llamar Esteban, y si es mujer, Flora”, dijo Gastón, y sentiste que se cerraba el paso
definitivamente, que tu casa era la de siempre, que no habría nunca otra cosa que esa casa y
quisiste salvarte: “¿Por qué si es hombre no le ponemos Federico, mamá?” “¿No te gusta
Esteban?”, se extrañó Gastón. “No, Federico me gusta más.” Les daba igual, ya se vería más
adelante. Tu padre y tu madre se fueron al fin a dormir y tú, con tus hermanos, a la otra
habitación, en donde dormían los tres. Siempre había sido así, pero a ti te pareció más triste,
feo, desesperante, esa camita con una mesa de noche toda manchada, y el desorden, y la pared
descarapelada y Gerardo que dejaba caer los zapatos, y Gastón que se echaba así, vestido, a
leer, y los odiaste. Jamás podrías decirle a Eugenia que viniera a ver tu cuarto, y esa cómoda de
otro color, y las colchas zurcidas. “Qué feo.” “¿Qué?”, preguntó Gerardo. “Fíjate”,
interrumpió Gastón, “que mi papá ya quería llamar a la policía. Creíamos que te habías
perdido.” “Ya cállense”, dijo Gerardo debajo de las cobijas, “vamos a dormir.” Sí, a dormir, a
dormir. Te desesperaste más. Se te agolpó de pronto la exasperación. Algo se resquebrajó.
Vamos a dormir, decía Gerardo, pero ya sabías que en algún momento, cuando Gastón
durmiera, se iba a pasar a tu cama, despertándote: “Tengo frío, ¿me dejas meterme contigo?”
Tú apenas si te despertabas. Te hacías a un lado para que cupiera. Siempre había sido así, desde
que eran muy niños, cuando ellos te cuidaban porque eras la más chica. En los últimos tiempo,
era sólo Gerardo el que se pasaba, y cuando creía que dormías ⎯o dormías, pero te despertó
esa sensación cosquilleante de su mano que te había desabrochado la camisa del pijama,
sentiste su respiración fuerte, te apartaste un poco y él se quedó quieto. A la noche siguiente
otra vez. Su mano estaba en tu pecho, muy despacio te acariciaba ahí en donde tu seno apenas
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se formaba. Te pasaba la palma de la mano. Volviste a moverte y esa vez él se quedó quieto sin
quitar la mano. Te dormiste sin darte cuenta. Amanecías siempre con la camisa desabrochada y
no sabías por qué no decías nada. Durante el día casi no lo veías. Él se iba a su escuela, tú a la
tuya. Llegaba tarde, casi a la hora de la cena. Había algo que esperabas, que querías ver, que no
sabías cómo decirte, y al mismo tiempo, desde la otra orilla de tu curiosidad, querías detenerlo,
te daba rabia y cada noche se producía la misma tensión. “Ya apaguen la luz, vamos a dormir.”
Gastón dijo: “Dicen que nos vamos a cambiar de casa.” “¿Cómo, adónde?” “Todavía no se
sabe.” “Apaguen la luz, caray.” Y cuando despertaste, la mano estaba ahí, más temblorosa que
nunca, la respiración agitada, muy cerca, la mano trazaba círculos en torno al seno, círculos que
se iban abriendo cada vez más, que al establecer su circunferencia, descendían hasta el
estómago, rozando el elástico de tu pantalón. Una sensación de espera, de curiosidad, de
angustia, te golpeteaba en los oídos. La mano volvía a descender, empujando el elástico,
levantándolo apenas, deteniéndose un poco, temblando junto con la respiración, mientras que
tu propia respiración había quedado suspendida muy atrás, espiando esa mano que ahora
alzaba el elástico, se detenía un momento, como si titubeara, y luego comenzaba a descender
más y más, adquiriendo una autonomía nueva, impaciente, llegando al borde de tu sexo y
arrojándote al horror, al disgusto, al descubrimiento: “¡No!”, exclamaste furiosa. “Sh, sh.”
“Salte de mi cama”, dijiste en voz alta, “salte.” Gastón se revolvió en sueños; con un susurro
apretado dijiste amenazante: “Si te vuelves a meter aquí le digo a mi mamá, conste”, y te
quedaste sola, en ti, confusa, asustada, odiando, inquieta. Te obligaste a revisar paso a paso tu
visita a casa de Eugenia, cada detalle, cada gesto de la madre de Eugenia, cada objeto de la casa
que por algún motivo se te habían quedado mucho más grabados en la memoria que los
juguetes de Eugenia. Esas figuras de bronce, esos jarrones, los ceniceros, los cuadros, la
alfombra de la escalera, los cubiertos tan pesados. Querías olvidar la súbita fealdad que
acababas de sentir. Te había asustado esa emoción que se había roto en mil pedazos
desagradables. Recordabas la risa de Eugenia y te parecía transparente, llena de luz. Ese gesto
rápido que tenía, de brillo, cuando decía vamos para allá, vamos arriba, vamos abajo. Esa
enorme casa que era toda ella. Querías dormirte ahí, en ese recuerdo, y no volver a salir jamás,
pero te sacudían, te sobresaltaste, ibas a gritar furiosa, ibas a llamar a tu madre con todas tus
fuerzas, cuando oíste su voz: “Ya hija, es hora, levántate.” Le viste la cara muy cerca. No era
joven como la madre de Eugenia. No era bonita ni dejaba una fragancia dulce. Su pelo muy
negro y grueso, nunca completamente apaciguado, enmarcaba su rostro ancho, tan familiar
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para ti, que no era cara, no tenía ojos o boca, como la madre de Eugenia, sino que era ella, tu
madre, que te acariciaba la frente: “Ya es hora, ya tus hermanos desayunaron.” Sus manos
rugosas un poco, tan frescas sin llegar a ser frías, su falda marrón y su blusa, las blusas que ella
hacía y que parecían siempre la misma. Qué distinta a la mamá de Eugenia. Cuando te había
acariciado el pelo había dejado tras sí un tintineo como lejano, de muchas pulseras y un olor
dulce, extraño. Sus dedos finos, cuidados, suaves que, en tu sorpresa al descubrir que ya era
tarde y oír a Eugenia brincotear jugueteando como niña chiquita, en un instante te habían
calmado, te habían asegurado que todo se arreglaría. Se habían convertido en algo maravilloso,
todopoderoso, pero como desde afuera, como ayudándote a ponerte de pie y sentirte fuerte.
Ayudándote sin permitirte salir de la admiración y acercarte, como cuando tu madre te
acariciaba dejando sólo calor y confianza y el poder cerrar los ojos un rato: “No quiero ir a la
escuela, mamá, me duele el estómago.” “Ah, seguro algo que te dieron ayer. ¿Qué cenaron?” Se
sentó a tu lado, te tocó la frente: “No, no tienes calentura.” “No me siento bien, mamá, de
veras.” Tu madre te creía siempre. Te escuchaba con atención. “Bueno, te quedas un rato
acostada. Te voy a hacer una manzanilla a ver si te compones.” “Nos dieron un vaso de cocoa
con tostadas con mantequilla y mermelada.” “Ah, entonces es hambre lo que tienes, con
razón.” “No, no tengo hambre, nada de hambre. Me duele el estómago un poco.” “Voy a
traerte la manzanilla y luego te duermes un rato.” La miraste levantarse pesadamente y caminar
hacia la puerta sin gracia, voluminosa, y en el instante en que percibías su fealdad ⎯siempre
había sido gorda, pesada, ancha, y con el embarazo, además, arrastraba un poco los pies,
moviéndose como una barcaza de carga⎯ apartaste la vista, sentiste ternura y el último hilo de
tu recuerdo del día anterior se soltó. El suéter que te habían prestado se te olvidó por
completo. De no haber sido así, tal vez habrías vuelto a casa de Eugenia para devolverlo, pero
tu madre, con su respiración fatigosa, cada vez que entraba en tu cuarto a recoger cosas y
meterlas en un cajón o en el ropero, te distraía. Luchaba todo el tiempo contra un desorden
tenaz, interminable como su deseo de ver comenzar el día desde el principio. Soñaba con
mañanas de pisos lavados, camas bien estiradas, ventanas abiertas para que entrara el sol y el
aire. Contaba siempre que así había sido en su casa en el campo. Mucho agua, que era la única
que apaciguaba el polvo. Sin embargo don Matías siempre estaba diciendo: “La tienda es más
importante. Hay que limpiar las ventanas, hay que barrer el piso.” Y tus hermanos y tú se
habían acostumbrado a entrar y salir de ese desorden voraz, que parecía extenderse por todos
los rincones de la casa. Las camisas asomaban de la cómoda, como atrapadas luego de un
452
desesperado intento de fuga. El ropero había perdido una bisagra y tenía un aire gordo
derrotado. Tu visión del mundo, la primera, había sido ese conjunto de líneas alborotadas,
caídas, enmaranañadas, y ver a tu madre inclinarse mil veces al día, no parecía tener ninguna
relación con los objetos en torno. Para ti era natural que éstos germinaran en donde cayeran.
La ausencia de pedazos en casa de Eugenia te había tomado por sorpresa. Toda la tarde habían
entrado y salido de su habitación y ésta había comenzado a vivir, a parecer humana, pero
cuando después habían subido por el suéter, te sorprendió percibir el orden nuevamente, la
cama quieta, sobria, abierta para la noche. Los cajones enmudecidos. Y todo eso que
recordabas, lo estaba apagando el lento arrastrarse de tu madre, que de pronto te resultaba tan
tuya, tan tú. Y no es que en los días siguientes no pensaras en Eugenia o no tuvieras una vaga
intención de volver, pero es que la manera en que las cosas se precipitaron una tras otra,
ruidosamente, sacudiéndote hasta cambiarte, te lo impidieron. Porque, para empezar, los
exámenes de fin de año que la maestra (que se preocupaba tanto por ti) quería que pasaras a
toda costa y quería que te quedaras un rato en las tardes porque ella te iba a ayudar a estudiar.
Era una mujer ya mayor, para quien resultaba una cuestión de honor que tú ⎯la reina⎯
pasaras de año. Ibas a ser la reina de la escuela, de toda la ceremonia del fin de año escolar,
date cuenta, y no podías reprobar el año, hasta la directora lo había dicho. Tú explicabas que sí
estudiabas ⎯o cuando menos, sí te sentabas toda la tarde en el comedor con tus libros y los
abrías y los leías, pero siempre sometiéndote a un rito un tanto inexplicable (la verdad era que
no entendías nada de lo que leías); las cosas, decías, se te atravesaban en la conciencia
distrayéndote y lo que hacías para salvarte era acumular horas de “hacer la tarea”, sentada ante
esos libros, a veces copiando párrafos enteros, mirando como hipnotizada una frase que te
bailoteaba hermética ante los ojos, mientras el sonido de los ruidos en torno tuyo, en la calle,
se iba agudizando, picoteándote para que los siguieras y pudieras así eliminarlos de tu atención.
A veces era una voz que por su tono te hacía ir hasta la ventana. O el ruido de una puerta del
baño del departamento de arriba. Te decías: voy a esperar a que suelte el agua, y al dejar entrar
los minutos de espera, estos se hinchaban y como que se coloreaban; vivían como animalitos
atrapados en una jaula, y luego el sonido del agua diluía todo y tus ojos hastiados volvían a
posarse en la página del libro para encontrar ahí la obligación de estudiar, de llegar a un
momento en que ya hubieras estudiado y no temieras tanto los exámenes. Por tus compañeros
sabías que era posible llegar a ese momento. Y no era tanto que tu visión de la historia
universal, por ejemplo, pudiese llegar a ser una especie de lento hecho a tu medida (medida de
453
sexto año) para permitirte entender el mundo, sino que cuando repartieran esas hojas mal
impresas, amarillentas, con esos cuestionarios numerados, no te paralizaras de terror. Sabrías
leer cada pregunta y luego escribir la respuesta. La maestra te explicaba con toda paciencia el
periodo bizantino o el renacimiento de Europa y todo te sonaba extraño, a palabras que no se
relacionaban con exámenes y que te dejaban un mal sabor de boca. La historia de Europa o del
Asia Menor, te sabían a incomodidad y miedo, a un día de escuela en que todo era distinto,
solemne, callado, y por eso no te diste cuenta sino hasta el último momento de que en tu casa
esa tarde pasaba algo. Estabas en el comedor tratando de memorizar unas líneas del Mio Cid, y
a ratos, entre palabra y palabra, te acordabas de Eugenia, veías tu vestido de reina ya listo, que
tu madre había colgado ahí porque lo iba a planchar, y tratabas de imaginar la secundaria (“es
muy distinto”, te había dicho Gastón, “ya no tienes que estar todo el día metida en el salón,
sino que después de cada clase te puedes salir un rato. Nadie se fija en ti. Entras, sales, es
mucho mejor”). Y entonces oíste a tu padre subir tosiendo, carraspeando, a lo mejor venía al
baño. Voy a esperar hasta que baje, pensaste. Y perseguiste sus pasos, sintiendo cómo pasaba
junto al calentador, a la mesita de los periódicos, a la puerta del baño, entraba en su cuarto,
cerraba la puerta. Tú esperabas (en cuanto baje, sigo). Luego oíste los pasos de tu madre,
pesados, respirados, lentos y de pronto: “¿quién se quedó en la tienda?” “¿Quieres que baje a la
tienda, mamá?” “No hija, no hace falta.” La voz. Te asomaste. Te asomaste. Se apoyaba en la
escalera porque se había puesto enorme. En dos meses más iba a nacer el bebé. “¿Qué pasa?”
“¿Nada, hija.” “¿Quién se quedó en la tienda?” “Nadie, está cerrada.” “¡Cerrada! ¿Y por qué, es
fiesta?” “No... es que, bueno, luego tu papá les quiere hablar. Termina tu tarea ahora.” Ya
cómo. Era tan raro. Sentías lo estruendoso de la cortina bajada en plena tarde (la gente va a
creer que alguien se murió). No podías estudiar. Los ojos se te resbalaban. La extrañeza.
Gerardo nunca volvió a tu cama después de aquella noche, sin embargo seguías sintiendo un
vago sentimiento de culpa. ¿Lo descubrieron? Y sonó el timbre. “¡Yo voy!” y te encontraste
con el chofer de Eugenia: “Que dice la niña que si quiere venir a jugar y a merendar allá con
ella, que luego yo la traigo.” Don Matías se asomó. Tenía los ojos enrojecidos. “¿Quién es,
Anita?” Subiste corriendo. Te asustó la cara de tu padre. “Que si puedo ir a jugar a casa de mi
amiga Eugenia.” “Ahorita no, otro día.” Tu mamá salió con la misma cara que ponía cuando
regañaban a Gerardo por vago. “Dile que hoy no, mijita, además tienes que estudiar para los
exámenes.” “Que hoy no puedo. Que muchas gracias.” No se te pasó por la mente protestar.
Tenían un aire demasiado serio.
454
Luego se cambiaron de casa.
En medio de toda la tragedia, tú te angustiabas porque Eugenia no podría encontrarte y el
apartamento nuevo era muy lejos. Durante la fiesta de fin de año, en el trono, recordabas
cómo tu madre te había puesto colorete mientras lloraba. “No llores, mamá, vas a ver cómo las
cosas se arreglan.” “Que se van a arreglar, si es la mala suerte, ahora sí, cuando empieza, no
hay quien la pare.” Don Matías andaba entristecido y hosco. “Lo único bueno de todo esto es
que Gerardo le ha respondido bien a tu papá. Los dos. Gastón también. Pero Gerardo hizo
todo el inventario él solo, tu papá no tenía fuerzas para nada.” “Pues ya ves cómo no está todo
tan mal. Hasta pasé los exámenes y todo.” “Sí, hijita, si no fuera por ustedes no sé qué
haríamos. Ya estamos demasiado viejos para empezar otra vez. Mira nomás a tu padre. Su
trabajo de toda la vida.” “No tengo ganas de ser reina, mamá, de veras, no quiero ir.” “Pero si
se han portado tan bien contigo, mijita, y es tu último año en la escuela, no les podemos hacer
eso.” “Van a entender, mamá. Yo no quiero ir si ustedes no van a estar.” “Tienes que ir, mija.
Hay que hacerlo por nosotros. Más que nunca nos tienes que ayudar. Además, no vas a ir sola.
Gastón te va a acompañar.” Esa cruzada a pie de tu casa a la escuela, la gente mirándote, el
pobre de Gastón tan serio ⎯definitivamente se estaba quedando chaparrito. Antes te había
gustado ir por la calle vestida así. Era distinto que te miraran en la calle a que te miraran en la
escuela. Te emocionaba. Esa vez te sentiste mal, todas esas lentejuelas, esos colores, esa corona
que brillaba con el sol, mientras en tu casa tu mamá lloraba y hacía paquetes. Gastón estaba
muy triste. “Total, a lo mejor la casa nueva nos gusta”, dijiste. “Es que es muy lejos. Para ir a la
escuela voy a tener que tomar tres camiones.” “Yo también. Nos vamos a ir juntos ¿no?”
Caminaban rápido, olvidados de que tú eras la reina. Hubieras querido que Gastón te
prometiera que te iba a cuidar, que no te iba a dejar sola nunca, pero sólo dijo: “Apúrate.” Y la
fiesta en la escuela fue como todos los años. Los niños, por allá, a veces te miraban y tú oías:
“Es la reina.” Sólo a veces podías mirarlos tú, allá lejos, jugando, divirtiéndose mientras tú eras
la reina y los papás comentaban: “Qué bonita chamaquita.” Entre tanto en tu casa todo estaba
siendo empacado y se sentía ese aire serio de cambio que a ti secretamente te entusiasmaba.
No sabías que habían decidido no mandarte a la escuela el próximo año porque tendrías que
ayudar en la casa ya que tu mamá iba a trabajar. Que estudiaran los muchachos, habían
decidido tus padres.
455
ACERCA DE LA REINA
ELEGIR
UN FRAGMENTO DE LA OBRA DE
PUGA
PARA ESTA ANTOLOGÍA IMPLICÓ UNA
GRAN DIFICULTAD, PUES CONSIDERAMOS QUE LO MEJOR DE SU PRODUCCIÓN SON SUS
NOVELAS, EN ESPECIAL
AIRE ES AZUL Y
LAS POSIBILIDADES DEL ODIO, PÁNICO O PELIGRO, CUANDO EL
LA VIUDA. ABORDAR UNO DE SUS CUENTOS NO REFLEJARÍA EL TALENTO
NARRATIVO DE LA ESCRITORA.
NOVELA
LA
ELLO NOS LLEVÓ A ELEGIR EL PRIMER CAPÍTULO DE SU
REINA, DONDE APROXIMA NUESTRA MIRADA A LA CONFORMACIÓN DE UNA
REINA DE LA BELLEZA DESDE QUE ES PEQUEÑA; SI BIEN LO QUE PRESENTAMOS ES SÓLO
UN CAPÍTULO, ÉSTE TIENE SENTIDO POR SÍ MISMO Y NOS PERMITE ENTENDER CON
CLARIDAD HACIA DÓNDE SE ORIENTA LA VIDA DE LA PROTAGONISTA.
EN ESTA NOVELA CONOCEMOS PARCIALMENTE A ANA CECILIA GÓMEZ,
UNA RETROSPECCIÓN QUE SE INICIA CUANDO ELLA TIENE
CASADA.
LA
25
A PARTIR DE
AÑOS DE EDAD Y DOS DE
NARRACIÓN SE HACE A PARTIR DE UNA SEGUNDA PERSONA QUE ESTÁ
ANALIZANDO LO QUE HA SIDO LA VIDA DE ANA CECILIA. SU VIDA ES CONTADA POR JORGE,
NARRADOR–PERSONAJE, ENAMORADO DE ELLA.
Como se dice al principio de la novela, ella no sabe cuándo empezó a ser reina, siempre lo
ha sido y para contar lo que es ella no se comienza por el principio de su vida, sino de su
reinado, porque es lo único que la identifica.
En este primer capítulo contemplamos la infancia de Ana Cecilia, marcada por la diferencia
que se establece entre ella y la gente común, por su belleza. Situación que establece una
distancia a su alrededor. El narrador delimita un espacio que la separa del resto de las personas.
Sin embargo, en el caso de la protagonista de La reina, la alteridad se da de manera distinta a otros
de los personajes de Puga. Ella no tiene que diferenciarse de los otros, porque nació distinta, es la
reina por su ineludible belleza, y está por encima de todos y por lo mismo separada, marginada:
“...esa sensación de estar aparte, de ser especial...no tanto eso, sino reina. La más bonita.” (p. 9.)
456
Desde niña se le impide jugar porque las reinas no corren, ni se divierten y están separadas de
los otros. Ella llora, pero el reinado se le impone. Es algo inevitable. Siempre es la reina.
En la escuela conoce a Eugenia, una niña rica, segura de sí misma y bastante libre, distinta
de las demás: “...sorpresa de encontrar a alguien que no te admirara y te miraba mucho todo el
tiempo. Ese era otro de los motivos por el cuál tú no podías mirarla (le tenías un poquito de
miedo). Te buscaba los ojos, como si quisiera sacudirte.” (p.17.)
El conocerla la lleva a ver por primera vez quienes son ella y su familia, y al conocer la casa
de su compañera la compara con la suya: “Fue la primera vez que te diste cuenta de que
ustedes eran pobres.” (p. 15.)
Como las reinas verdaderas, la niña y después la joven, no puede tomar decisiones por sí
misma. Así sus padres van orientando su vida sin que ella pueda participar. Por ejemplo,
deciden no mandarla a la escuela para que cuide a su hermanito, piensan que lo importante es que
estudien sus hijos varones, pero también prefieren tenerla encerrada para esconder su belleza y
protegerla, como protegen a las figuras de porcelana del escaparate que no dejaban que tocara.
Su madre no sólo no le da información sobre la sexualidad sino que además la hace sentirse
culpable por atraer a los hombres y porque podría causarle un ataque al corazón a su padre si algo
(no dijo qué) sucedía. Esta brusquedad tal vez es producto de la propia ignorancia de la madre y
de cómo fue educada. Reprimida sexual, transmite sus complejos a su hija en lugar de darle
amor.
El temor que le inculcaron hacia los hombres y la envidia de las mujeres la sumergen en la
soledad. La reina siempre está sola, porque está allá arriba, en su trono, mientras el resto de las
personas vive y la contempla, pero no convive con ella: “Pero estabas sola y lo sentías al salir
del curso todos los días.” (p. 77.)
Aunque su madre tiene ingresos propios por la costura, no le interesa que su hija se prepare
para valerse por sí misma. Le impone su rol sin ninguna consideración y a veces con violencia, y
cuando la reina se hace famosa y rica su madre no quiere ir a donde ella vive porque ahora es de
otra clase social. El lado amable de esta mujer es cuando la acaricia y la confianza que tiene en su
hija: “Tu madre te creía siempre. Te escuchaba con atención.” (p. 31.)
A partir de que casi no la dejan salir (desde los 9 años), cuando conoce a Eugenia, la reina se
da más cuenta de la diferencia entre ella y sus hermanos:
HOMBRES: Hermanos
457
MUJER: La reina
Libres
sometida
ámbito: la ciudad
ámbito: el hogar y la escuela
dan su opinión
calla
Cuestionan
se somete
rechazan a sus maestros
acepta todo
son consultados
recibe órdenes
planean su vida
no puede elegir
expresan sus deseos
deseos disimulados o inconscientes
aprenden lo que quieren
aprende lo que puede
Su única acción donde se muestra atrevida y decidida, es cuando al saber que Eugenia ya no
irá a la escuela y decide ir a buscar su casa para visitarla. Ella que nunca había salido sola a sus
12 años. Entonces se compara con su hermano: “Quisiste adivinarle todas esas calles que no
conocías y que él cruzaba a diario. Quisiste contagiarte de algo que él tenía casi sin darse cuenta
y tú ibas a tener que conquistar, con todo y tu miedo encima…(p.21.)
En Cuando el aire es azul, la autora presenta dos tipos de personajes: los inmóviles y los que
simbolizan análisis, cambio, audacia y fuerza y muestra la tensión y oposición que surge entre sus
diferentes posturas. Establece un contraste entre lo que ha sido la vida de su abuela, a pesar de
estar metida en el rol convencional, y la de su tía, caso extremo de la inmovilidad densa y quieta,
quien se conforma con vivir, no quiere notarse: “Mientras ella ha vivido, mi tía ha estado al ladito,
viéndolo todo para después meterse en su cuarto.” (La forma del... p.41.)
Como parte del proceso de conocimiento, la autora analiza en La forma del silencio, la educación
que se brinda al sexo femenino, culpable en gran parte de su inmovilidad y sumisión. Desde
pequeñas se les acostumbra a tratar en forma distinta a los hombres, a manera de pleitesía: “Y era
una curiosa mezcla entre matriarcado y corte en perpetua espera de los emperadores: ellos. Mis
tíos, mi hermano o mi padre de vacaciones.” (p. 62.)
En esta misma obra la narradora asigna gran parte de la responsabilidad en el sometimiento de
las mujeres a las madres:
Tengo la impresión de que las mujeres no ven a sus hijas como herederas, como continuadoras
de una estirpe, sino simplemente como reforzamiento del mundo femenino. De esa cosa voraz y
ensimismada, amorfa, que es el ser mujer... Cuánto mejores, más libres, más enteros y envidiables
458
me parecían los hombres. Que además eran cuidados por mujeres (a nosotras no nos cuidaba
nadie). (p. 60.)
En La reina, el resto de los personajes no ayuda mucho: su padre es un comerciante frustrado,
protector, que somete a la hija a su voluntad. Su hermano Gerardo es abusivo, en tanto que
sólo Gastón es protector y bueno. Es al único a quien parece importarle Ana Cecilia.
Poco tiempo después, aunque los padres habían decidido que no estudiara, dos hombres
dedicados al cine (Jorge y Julio), impresionados por su belleza le ofrecieron una beca para
estudiar cine: “Se tiene que dar cuenta de que su hija tiene un futuro impresionante con esa
cara. Lo que le vamos a ofrecer es enseñarla, entrenarla, hacerla...” (p.45.)
Lo hacen porque son cautivados por ella, y aún así no le plantean nada a la joven, sino a sus
padres. Ella quiere aceptar para poder salir de su casa, donde la tienen aislada, pero no lo dice,
sólo: “Te dejabas llevar por los acontecimientos sin mostrar qué tanto te interesaban.” (p. 53.)
Permaneció becada en la escuela durante tres años, pero no hizo nada en ella, porque no le
interesaba: “...tal parecía que tú no tenías nada más que dar que el espectáculo de tí misma...”
(p.120.)
Durante esos años se da una complicación amorosa y un desencuentro entre los fines que
persiguen los personajes y lo que consiguen. El resultado siempre es la insatisfacción:
La reina quiere salir de su casa. Va a la escuela y luego se casa con Julio. No es feliz porque
es una creación de Julio y no tiene identidad propia.
Julio quiere una reina hecha a su medida. Conoce a Ana Cecilia y se casa con ella. No es
feliz porque no la puede controlar por completo.
Jorge quiere una amiga y compañera. Se relaciona con Mónica y tiene una buena
comunicación con ella. No es feliz porque no siente pasión por Mónica, y en cambio está
enamorado de Ana Cecilia, aunque es 20 años mayor que ella.
Mónica quiere vivir con una pareja que se interese en ella. Se lleva bien con Jorge por
mucho tiempo. Tampoco es feliz porque él sólo la ve como amiga.
La novela termina en la juventud del personaje, simplemente es cortada sin que se den marcas
claras que nos indiquen cuál va a ser el camino que seguirá el personaje. Como si la autora quisiera
dejarnos la responsabilidad de lo que ocurra.
459
Mónica, un personaje con cierto parecido a Puga y pareja del narrador, habla así sobre Ana
Cecilia, lo grave es que lo hace extensivo a todas las mujeres: “...para ella, como para toda
mujer, la asociación, el todo, la no-identidad, es lo natural.” (p. 62.)
El mismo narrador-personaje, enamorado de ella, se da cuenta de que no se sabe quién es la
joven, porque en realidad no es: “Eras la obra maestra de alguien. De Julio, sí, pero también de un
mercado, de una idea inoculada tan hábilmente que todo el que te veía aceptaba que fueras tú,
salvo que tu no estabas por ningún lado...” (p.187.)
A diferencia de Juan, el protagonista de La forma del silencio quien elige el fracaso por
decisión propia, la reina es llevada por quienes la rodean, tanto al éxito como al fracaso, sin que
a alguien le interese saber cuales son sus sueños.
Sorpresivamente, después de varias novelas en la que Puga muestra mujeres fuertes,
decididas, en la lucha por encontrar y hacer valer su identidad, publica La reina. En esta novela,
Ana Cecilia nace muy bella y ello la marca para el resto de su vida. Todos le dan un trato
especial y la colocan a distancia, pues a las reinas se les puede admirar pero no convivir con
ellas.
En las novelas de nuestra autora, donde las protagonistas se encuentran en busca de su
autodefinición, ellas son las narradoras; en cambio, la reina no puede hablar sobre sí misma,
porque ni siquiera ha pensado en lo que es o quiere ser. La autora suspende la narración con una
Ana Cecilia ya famosa como modelo, pero sin identidad y que por primera vez se queja de que
Julio, su esposo, le quiere imponer nuevas formas de ser todo el tiempo. Si bien ya hay una
expresión de molestia, dista mucho de haber conformado su identidad, o tener un proyecto de
vida
Si tomamos literalmente este personaje, estaría rompiendo los modelos a los que nos tiene
habituados Puga. Como lo interpreto es que el propósito es hacer una crítica a la educación que
se brinda a las mujeres muy bellas. A la manera de el Frankenstein, escrito con la intención de
prevenir a las madres sobre como una educación equivocada puede convertir a su hijos en
monstruos, el educar a una hija como reina sólo la puede conducir al fracaso como ser humano, y
como le dice Jorge a la reina: “Yo sé que todos necesitamos creernos algo, pero es la
responsabilidad de cada cual el aprender a ser.” (p.148.)
FUENTES
PUGA, María Luisa, “El solapado realismo…” en Literatura mexicana hoy.
460
PUGA, María Luisa, De cuerpo entero, UNAM/ Corunda, México, 1990.
TODOROV, Tzvetan, La conquista de América. El problema del otro, Siglo XXI, México,
1987.
461
EL HUMOR EN LA LITERATURA MEXICANA
JORGE IBARGÜENGOITIA
MARÍA EUGENIA GAONA
La narrativa de Jorge Ibargüengoitia es atípica en el marco de la literatura mexicana; su sentido
del humor y su constante ironía son empleados para hacer una crítica jocosa de la realidad del
país. Ibargüengoitia fue miembro de la generación de la mitad del siglo XX, contemporáneo de
escritores como Carlos Fuentes, Amparo Dávila, Vicente Leñero, Sergio Galindo, Juan Vicente
Melo, Inés Arredondo, Rosario Castellanos y otros más que le estaban dando significativos y
variados aportes a la narrativa mexicana.
Ana Rosa Domenella considera que Ibargüengoitia “fue pionero de una literatura que
miraba de una manera distinta, con ojos críticos, irreverentes y con ironía tanto a la Revolución
Mexicana de 1910, como otros aspectos de carácter social que sus antecesores y
contemporáneos trataban con solemnidad”996. Esta fue su aportación más importante.
Ibargüengoitia, con su ironía, hizo una parodia jocosa del poder, de la historia, de la
vida en provincia, de sus propias experiencias. Los temas que trató fueron siempre novedosos
y un regocijo para el lector.
996
Héctor García Chavero, “En el 70 aniversario de su natalicio Jorge Ibargüengoitia pionero de un estilo
literario”, tomado de internet.
462
Jorge Ibargüengoitia
María Eugenia Gaona
Jorge Ibargüengoitia, quien murió en un accidente de avión en Madrid en 1983, dejó trunca
una original y fructífera carrera literaria. Es uno de nuestros escritores que tiene un
incomparable sentido del humor, cualidad rara dentro de la literatura mexicana; aunque él
negaba sus dotes de humorista. Decía que la suya era “una capacidad para ver la realidad
dentro de una perspectiva peculiar, algo que se puede alterar hasta convertirlo en un
instrumento crítico”997.
Nació en la ciudad de Guanajuato el 22 de enero de 1928 e hizo inicialmente estudios de
ingeniería, aprendizaje alejado de cualquier vocación literaria, pero a los diecinueve años se fue
a Europa y todo cambió. “Entonces me pareció una pérdida de tiempo estudiar ingeniería, dejé
la carrera y me fui al rancho que mi familia tenía en Guanajuato. Estuve tres años. Algún día
escribiré un pequeño libro sobre esta experiencia”998. Posteriormente entró a la Facultad de
Filosofía y Letras para obtener la maestría en Arte Dramático en 1957. Su vocación literaria se
despertó con toda intensidad en un curso que tomó con Rodolfo Usigli, “Teoría de
composición dramática”, del que después él fue profesor. Ibargüengoitia dice que cuando salió
de la carrera era ya un escritor hasta cierto punto profesional. Después de salir de la
Universidad “no hubo vuelta de hoja, ya fui escritor toda la vida”999.
Sobre la vida privada de Ibargüengoitia no se sabe mucho excepto aquello que trasciende
ésta; en una entrevista que le hace Margarita García Flores, declara que más de lo que escribe
en el periódico y lo que aparece en La ley de Herodes no puede contar; más adelante añade que
sus personajes tienen mucho de él.
997
Margarita García Flores, Cartas marcadas, Difusión Cultural, Departamento de Humanidades, Textos de
Humanidades/ 10, México, pág. 12.
998
Ibídem, pág.187.
999
Loc. cit.
463
Ibargüengoitia fue un escritor con éxito, recibió numerosas becas, premios y distinciones
tales como la de la Casa de las Américas en 1963 por su obra de teatro El atentado, y en 1964
por su novela Los relámpagos de agosto, en 1974 el Premio Novela México por Estas ruinas que ves.
Él entraba a un concurso esperando ganarlo, y a pesar de la competencia que hay en este tipo
de eventos, su originalidad y talento se imponían.
Fue colaborador de numerosas publicaciones periódicas como Universidad de México y en los
suplementos culturales de los principales diarios. De 1969 hasta el golpe contra Excelsior en
junio de 1976, escribió más de seiscientos artículos en la página editorial de este diario.
Después del golpe vivió con su mujer, la pintora Joy Laville, en Europa y cuando regresó a
México colaboró en Vuelta con una columna mensual intitulada “En primera persona”. Murió
el 27 de noviembre de 1983.
Gran parte del humorismo de Ibargüengoitia puede deberse a que no se hace muchas
ilusiones sobre la condición humana. Declara:
Creo que el hombre es un animal rapaz. Es una bestia peligrosísima. Gracias al pensamiento
se ha logrado que la humanidad no se acabe, pero el pensamiento se usa también como
instrumento de dominio y de engaño. Creo que el hombre es muy antipático como especie
animal. Es mucho más antipático y más perverso que la mayoría de los animales.1000
Sin embargo este juicio tan severo para caracterizar a los seres humanos no aparece en su
obra, en la que hay una visión menos pesimista que la anterior declaración y hasta una
comprensión afectuosa de los errores de sus personajes. De no ser así, Ibargüengoitia nos
presentaría otra visión del mundo en que la ironía y el humor no tendrían cabida. Esta visión
escéptica del ser humano se anula con lo que dice su mujer Joy Laville al describir la vida
cotidiana que ambos llevaban en París.
“Jorge estaba trabajando en una novela que, tentativamente, iba a llamarse Isabel cantaba
cuando llegó la invitación para el encuentro de escritores en Colombia. Camino a ese
encuentro, ya se sabe, ocurrió el accidente”1001. Su esposa nos habla sobre sus hábitos de
trabajo, de sus amistades, de lo que disfrutaba en hacer la cena para sus amigos, ir de compras,
caminar por París y conocer la ciudad. Caminar al lado del río y recorrer los puestos de libros
1000
1001
Ibid., pág. 206.
Jorge Ibargüengoitia, Instrucciones para vivir en México, Joaquín Mortíz, México, 1992, pág. 12.
464
viejos sobre los muelles del Sena. Gozaba de la vida y era sumamente metódico en su trabajo.
“Disfrutaba enormemente el largo proceso de escribir y reescribir sus libros. Era un hombre
fundamentalmente alegre: llevaba un sol adentro. Jorge era agudo, dulce y alegre”1002.
1002
Loc. cit.
465
LA MUJER QUE NO
Jorge Ibargüengoitia
DEBO SER DISCRETO. NO QUIERO COMPROMETERLA. La llamaré... En el cajón de mi escritorio
tengo todavía una foto suya, junto con las de otras gentes y un pañuelo sucio de maquillaje que
le quité no sé a quién, o mejor dicho sí sé, pero no quiero decir, en uno de los momentos
cumbres de mi vida pasional. La foto de que hablo es extraordinariamente buena para ser de
pasaporte. Ella está mirando al frente con sus grandes ojos almendrados, el pelo restirado hacia
atrás, dejando a descubierto dos orejas enormes, tan cercanas al cráneo en su parte superior,
que me hacen pensar que cuando era niña debió traerlas sujetas con tela adhesiva para que no
se le hicieran de papalote; los pómulos salientes, la nariz pequeña con las fosas muy abiertas, y
abajo... su boca maravillosa, grande y carnuda. En un tiempo la contemplación de esta foto me
producía una ternura muy especial, que iba convirtiéndose en un calor interior y que terminaba
en los movimientos de la carne propios del caso. La llamaré Aurora. No, Aurora no. Estela,
tampoco. La llamaré ella.
Esto sucedió hace tiempo. Era yo más joven y bello. Iba por las calles de Madero en los días
cercanos a la Navidad, con mis pantalones de dril1003 recién lavados y trescientos pesos en la
bolsa. Era un mediodía brillante y esplendoroso. Ella salió de entre la multitud y me puso una
mano en el antebrazo. “Jorge”, me dijo. Ah, che la vita é bella!1004 Nos conocemos desde que nos
orinábamos en la cama (cada uno por su lado, claro está), pero si nos habíamos visto una
docena de veces era mucho. Le puse una mano en la garganta y la besé. Entonces descubrí que
a tres metros de distancia, su mamá nos observaba. Me dirigí hacia la mamá, le puse una mano
en la garganta y la besé también. Después de eso, nos fuimos los tres muy contentos a tomar
café en Sanborns. En la mesa, puse mi mano sobre la suya y la apreté hasta que noté que se le
torcían las piernas; su mamá me recordó que su hija era decente, casada y con hijos, que yo
1003
1004
dril: tela fuerte de hilo o de algodón crudos.
Ah, che la vita é bella!: ¡Ah, la vida es bella!
466
había tenido mi oportunidad trece años antes y que no la había aprovechado. Esta aclaración
moderó mis impulsos primarios y no intenté nada más por el momento. Salimos de Sanborns y
fuimos caminando por la alameda, entre las estatuas pornográficas1005, hasta su coche, que
estaba estacionado muy lejos. Fue ella, entonces, quien me tomó de la mano y con el dedo de
enmedio me rascó la palma, hasta que tuve que meter mi otra mano en la bolsa, en un intento
desesperado de aplacar mis pasiones. Por fin llegamos al coche, y mientras ella se subía,
comprendí que trece años antes no sólo había perdido sus piernas, su boca maravillosa y sus
nalgas tan saludables y bien desarrolladas, sino tres o cuatro millones de muy buenos pesos.
Fuimos a dejar a su mamá que iba a comer no importa dónde. Seguimos en el coche, ella y yo
solos y yo le dije lo que pensaba de ella y ella me dijo lo que pensaba de mí. Me acerqué un
poco a ella y ella me advirtió que estaba sudorosa, porque tenía un oficio que la hacía sudar.
“No importa, no importa.” Le dije olfateándola. Y no importaba. Entonces, le jalé el cabello, le
mordí el pescuezo y le apreté la panza... hasta que chocamos en la esquina de Tamaulipas y
Sonora.
Después del accidente, nos fuimos al Sep´s de Tamaulipas a tomar ginebra con quina y nos
dijimos primores.
La separación fue dura, pero necesaria, porque ella tenía que comer con su suegra. “¿Te
veré?” “Nunca más.” “Adiós, entonces.” “Adiós.” Ella desapareció en Insurgentes, en su
poderoso automóvil y yo me fui a la cantina el Pilón, en donde estuve tomando mezcal de San
Luis Potosí y cerveza, y discutiendo con mis amigos, hasta las siete y media, hora en que
vomité. Después me fui a Bellas Artes en un taxi de a peso.
Entré en el foyer tambaleante y con la mirada torva. Lo primero que distinguí, dentro de
aquel mar de personas insignificantes, como Venus saliendo de la concha... fue a ella. Se me
acercó sonriendo apenas, y me dijo: “Búscame mañana, a tal hora, en tal parte”; y desapareció.
¡Oh, dulce concupiscencia1006 de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los
afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparcimiento de los
intelectuales, lujo de los ancianos. ¡Gracias, Señor, por habernos concedido el uso de estos
artefactos, que hacen más que palatable1007 la estancia en este Valle de Lágrimas en que nos has
colocado!
1005
pornográficas: obras obscenas, ofensivas al pudor.
concupiscencia: apetito desordenado de placeres deshonestos.
1007
palatable: agradable.
1006
467
Al día siguiente acudí a la cita con puntualidad. Entré en el recinto y la encontré ejerciendo el
oficio que la hacía sudar copiosamente. Me miró satisfecha, orgullosa de su pericia y un poco
desafiante, y también como diciendo: “Esto es para ti.” Estuve absorto durante media hora,
admirando cada una de las partes de su cuerpo y comprendiendo por primera vez la esencia del
arte a que se dedicaba. Cuando hubo terminado, se preparó para salir, mirándome en silencio;
luego me tomó del brazo de una manera muy elocuente, bajamos la escalera y cuando
estuvimos en la calle, nos encontramos frente a frente con su chingada madre.
Fuimos de compras con la vieja y luego a tomar café a Sanborns otra vez. Durante dos
horas estuve conteniendo algo que nunca sabré si fue un sollozo o un alarido. Lo peor fue
cuando nos quedamos solos ella y yo, empezó con la cantaleta1008 estúpida de: “¡Gracias, Dios
mío, por haberme librado del asqueroso pecado de adulterio que estaba a punto de cometer!”
Ensayé mis recursos más desesperados, que consisten en una serie de manotazos, empujones e
intentos de homicidio por asfixia, que con algunas mujeres tienen mucho éxito, pero todo fue
inútil; me bajó del coche a la altura de Félix Cuevas.
Supongo que se habrá conmovido cuando me vio parado en la banqueta, porque abrió su
bolsa y me dio el retrato famoso y me dijo que si algún día se decidía (a cometer el pecado), me
pondría un telegrama.
Y esto es que un mes después recibí, no un telegrama, sino un correograma que decía:
“Querido Jorge: búscame en el Konditori, el día tantos a tal hora (p.m.). Firmado: Guess who?
(advierto al lector no avezado1009 en el idioma inglés que esas palabras significan “adivina
quién”). Fui corriendo al escritorio, saqué la foto y la contemplé pensando en que se acercaba
al fin la hora de ver saciados mis más bajos instintos.
Pedí prestado un departamento y también dinero; me vestí con cierto descuido pero con
ropa que me quedaba bien, caminé por la calle de Génova durante el atardecer y llegué al
Konditori con un cuarto de hora de anticipación. Busqué una mesa discreta, porque no tenía
caso que la vieran conmigo un centenar de personas, y cuando encontré una me senté mirando
hacia la calle; pedí un café, encendí un cigarro y esperé. Inmediatamente empezaron a llegar
gentes conocidas, a quienes saludaba con tanta frialdad que no se atrevían a acercárseme.
Pasaba el tiempo.
1008
1009
cantaleta: repetición monótona de alguna frase o expresión.
avezado: acostumbrado, diestro.
468
Caminando por la calle de Génova pasó la Joven N., quien en otra época fuera el Amor de
mi Vida, y desapareció. Yo le di gracias a Dios.
Me puse a pensar en cómo vendría vestida y luego se me ocurrió que en dos horas más iba a
tenerla entre mis brazos, desvestida...
La Joven N. volvió a pasar, caminando por la calle de Génova, y desapareció. Esta vez tuve
que ponerme una mano sobre la cara, porque la Joven N. venía mirando hacia el Konditori.
Era la hora en punto. Yo estaba bastante nervioso, pero dispuesto a esperar ocho días si era
necesario, con tal de tenerla a ella, tan tersa, toda para mí.
Y entonces, que se abre la puerta del Konditori, entra la Joven N., quien fuera el Amor de
mi Vida, cruza el restorán y se sienta enfrente de mí, sonriendo y preguntándome: “Did you
guess right?”
Solté la carcajada. Estuve riéndome hasta que la Joven N. se puso incómoda; luego, me
repuse, platicamos un rato apaciblemente y por fin, la acompañé a donde la esperaban unas
amigas para ir al cine.
Ella, con su marido y sus hijos, se habían ido a vivir a otra parte de la República.
Una vez, por su negocio, tuve que ir precisamente a esa ciudad; cuando acabé lo que tenía
que hacer el primer día, busqué en el directorio el número del teléfono de ella y la llamé. Le dio
mucho gusto oír mi voz y me invitó a cenar.
La puerta tenía aldabón1010 y se abría por medio de un cordel. Cuando entré en el vestíbulo,
la vi a ella, al final de una escalera, vestida con unos pantalones verdes muy entallados, en
donde guardaba lo mejor de su personalidad. Mientras yo subía la escalera, nos mirábamos y
ella me sonreía sin decir nada. Cuando llegué a su lado, abrió los brazos, me los puso alrededor
del cuello y me besó. Luego, me tomó de la mano y mientras yo la miraba estúpidamente, me
condujo a través de un patio, hasta la sala de la casa y allí, en un couch, nos dimos entre
doscientos y trescientos besos... hasta que llegaron sus hijos del parque. Después, fuimos a
darles de comer a los conejos.
Uno de los niños, que tenía complejo de Edipo, me escupía cada vez que me acercaba a ella,
gritando todo el tiempo: “¡Es mía!” Y luego, con una impudicia1011 verdaderamente irritante, le
abrió la camisa y metió ambas manos para jugar con los pechos de su mamá, que me miraba
1010
1011
aldabón: aldaba, objeto de bronce que sirve para llamar a la puerta.
impudicia: descaro, desvergüenza
469
muy divertida. Al cabo de un rato de martirio, los niños se acostaron y ella y yo nos fuimos a la
cocina, para preparar la cena. Cuando ella abrió el refrigerador, empecé mi segunda ofensiva,
muy prometedora, por cierto, cuando llegó el marido. Me dio un ron Batey y me llevó a la sala
en donde estuvimos platicando no sé qué tonterías. Por fin estuvo la cena. Nos sentamos los
tres a la mesa, cenamos y cuando tomábamos el café, sonó el teléfono. El marido fue a
contestar y mientras tanto, ella empezó a recoger los platos, y mientras tanto, también, yo le
tomé a ella de la mano y se la besé en la palma, logrando, con este acto tan sencillo, un efecto
mucho mayor del que había previsto: ella salió del comedor tambaleándose, con un altero de
platos sucios. Entonces regresó el marido poniéndose el saco y me explicó que el telefonazo
era de la terminal de camiones, para decirle que acababan de recibir un revólver Smith &
Wesson calibre 38 que le mandaba su hermano de México, con no recuerdo qué objeto; el caso
es que tenía que ir a recoger el revólver en ese momento; yo estaba en mi casa: allí estaba el ron
Batey, allí, el tocadiscos, allí, su mujer. Él regresaría en un cuarto de hora. Exeunt severaly:1012 él
vase a la calle; yo, voyme a la cocina y mientras él encendía el motor de su automóvil, yo
perseguía a su mujer. Cuando la arrinconé, me dijo: “Espérate” y me llevó a la sala. Sirvió dos
vasos de ron, les puso un trozo de hielo a cada uno, fue al tocadiscos, lo encendió, tomó el
disco llamado Le Sacre du Sauvage, lo puso y mientras empezaba la música brindamos: habían
pasado cuatro minutos. Luego, empezó a bailar, ella sola. “Es para ti”, me dijo. Yo la miraba
mientras calculaba en qué parte del trayecto estaría el marido, llevando su mortífera Smith &
Wesson calibre 38. Y ella bailó y bailó. Bailó las obras completas de Chet Baker, porque
pasaron tres cuartos de hora sin que el marido regresara, ni ella se cansara, ni yo me atreviera a
hacer nada. A los tres cuartos de hora decidí que el marido, con o sin Smith & Wesson, no me
asustaba nada. Me levanté de mi asiento, me acerqué a ella que seguía bailando como poseída y,
con una fuerza completamente desacostumbrada en mí, la levanté en vilo y la arrojé sobre el
couch.
Eso le encantó. Me lancé sobre ella como un tigre y mientras nos besamos
apasionadamente, busqué el cierre de sus pantalones verdes y cuando lo encontré, tiré de él... y
¡mierda!, ¡que no se abre! Y no se abrió nunca. Estuvimos forcejeando, primero yo, después
ella y por fin los dos, y antes regresó el marido que nosotros pudiéramos abrir el cierre.
Estábamos jadeantes y sudorosos, pero vestidos y no tuvimos que dar ninguna explicación.
1012
Exeunt severaly: salieron con rudeza.
470
Hubiera podido, quizá, regresar al día siguiente a terminar lo empezado, o al siguiente del
siguiente o cualquiera de los mil y tantos que han pasado desde entonces. Pero, por una razón
u otra nunca lo hice. No he vuelto a verla. Ahora, sólo me queda la foto que tengo en el cajón
de mi escritorio, y el pensamiento de que las mujeres que no he tenido (como ocurre a todos
los grandes seductores de la historia), son más numerosas que las arenas del mar.
ACERCA DE “LA MUJER QUE NO”
La ley de Herodes (1967) consta de once relatos; según la crítica y declaraciones del propio
Ibargüengoitia, de fondo autobiográfico. De ellos se ha escogido el cuento “La mujer que no”
para analizarlo.
El título, que no forma una oración, sugiere varias posibilidades como “La mujer que no
seduje”, o más probablemente dentro del estilo humorístico y alburero del autor, cabe imaginar
“La mujer que no me cogí”1013.
La primera línea del cuento explica la razón por la que el título aparece incompleto:
“DEBO SER DISCRETO. NO QUIERO COMPROMETERLA” (p.25). Todo en
mayúsculas como para acentuar su reserva y decisión.
El narrador recuerda que guarda una foto suya, de la que describe el rostro en el que a la
enumeración de los atributos de belleza hace contraste la mención de las orejas, que nos hace
pensar que eran tan grandes “que cuando era niña debió traerlas sujetas con cinta adhesiva para
que no se le hicieran de papalote” (p.25). Para guardar el incógnito de la mujer trata de
inventarle un nombre que primero es Aurora, que sería similar a los primeros rayos de sol con
que despunta el día, o Estela, que nos lleva a pensar en la marca que dejan los barcos en el
agua, marca que pudo haber quedado en el interior del narrador. Finalmente decide llamarla
ella.
1013
Coger significa, en lenguaje popular, tener relaciones sexuales.
471
Hay dos tiempos en el relato: el presente en el que saca la fotografía de ella y hace la
descripción de su rostro; y el segundo, en el pasado, donde rememora su aventura de seductor
frustrado; nos advierte que todo pasó hace tiempo, cuando era más joven y más bello. Aquí
vale la pena señalar que todo el cuento está impregnado de ironía en que el narrador utiliza el
recuerdo como una especie de catarsis para liberarse de la frustración.
Los personajes principales son Jorge y ella. Hay personajes secundarios como la madre que
se convierte en el primer obstáculo para que el narrador consiga sus deseos: “su mamá me
recordó que su hija era decente, casada y con hijos, que yo había tenido mi oportunidad hace
trece años y que no la había aprovechado” (p.26).
Ella tiene una actitud provocativa que hace que el narrador abrigue esperanzas. Hay una
diferencia económica entre los dos personajes principales: el narrador pertenece a una clase
media venida a menos y ella tiene todo: marido, hijos, coche, y “tres o cuatro millones de muy
buenos pesos”. El narrador se da cuenta de que hace trece años no sólo había perdido a ella
sino también todo su dinero. Sin embargo hace todo lo posible por seducirla aunque sus
intentos se ven frustrados ya sea por los personajes secundarios o por situaciones cómicas.
El ambiente físico es la ciudad de México con sus calles y sus restaurantes, se menciona la
avenida Madero y las calles de Tamaulipas y Sonora. También se menciona a Sanborns, el Sep,
el Konditori y el Palacio de Bellas Artes.
Sin embargo, lo más importante es la atmósfera de erotismo que satura el relato. En primer
lugar los deseos del narrador de hacer el amor con ella, las enumeraciones que hace de su
cuerpo: “sus piernas, su boca maravillosa y sus nalgas tan saludables y bien desarrolladas”
(p.26). En estos recuentos el narrador convierte a la mujer en un simple objeto erótico, lo cual
la cosifica.
La promesa de que la verá al día siguiente le hace exclamar: “¡Oh, dulce concupiscencia de
la carne!”, etc... que se muestra como una letanía irreverente.
La eficacia cómica del párrafo se refuerza por la mezcla de palabras correspondientes al
modelo original y otras que se apartan del mismo para transgredirlo: “pecadores afligidos y Valle
de Lágrimas”, junto a “enfermos mentales”, “intelectuales” y “artefactos” (éste último utilizado
como eufemismo de sexo).1014
1014
Ana Rosa Domenella Amelio, La narrativa de Jorge Ibargüengoitia, tesis de doctorado, El Colegio de
México, México, 1982, pág. 194.
472
En varias ocasiones el narrador está a punto de hacer el amor con ella pero siempre va a
haber un obstáculo que lo impida, entre ellos la madre de ella o el equívoco en que Jorge cae
cuando recibe un telegrama en que le dan cita en el Konditori. El narrador supone que es de
ella: “Fui corriendo al escritorio, saqué la foto y la contemplé pensando que se acercaba al fin la
hora de ver saciados mis más bajos instintos” (pag.28). Existe una aceptación de que no se
trata de amor sino de un simple deseo sexual que pronto va a satisfacerse. Cuando acude a la
cita se ríe de sí mismo al ver que la que se presenta es una joven que en otro tiempo fue el
Amor de su Vida. Nueva frustración del narrador quien ya había pedido prestado un
departamento y dinero.
Después de este incidente sabemos que ella y su familia se han trasladado a otra parte de la
República.
El juego erótico continúa sin dejar de dirigirse a cada uno de los personajes del relato. Va a
buscarla cuando realiza un viaje de negocios al sitio donde ella vive. Lo recibe, lo hace recorrer
un patio, entran a la sala y en un couch se dan de besos. Es significativo que no lo conduzca al
dormitorio, espacio vedado que pertenece al matrimonio, sino a un couch donde se hace más
permisible el adulterio. Pero nuevamente no pasa nada. Llegan los hijos y uno de ellos parece
burlarse de él jugando con los pechos de su madre. Ella parece disfrutar de la situación, pues el
hecho apunta a la amoralidad y ligereza en que se mueve.
Finalmente parece que el narrador va a cumplir su deseo; se suceden una serie de escenas en
que van a la cocina a preparar la cena, él ataca, llega el marido, lo invita a platicar en la sala, el
marido se va porque le acaban de enviar un revólver desde México; ellos se quedan solos y el
narrador se dedica a perseguir a la mujer.
Toda esta parte del clímax del cuento está llena de dilaciones antes de que el narrador se
decida a atacar. “Me lancé sobre ella como un tigre”, pero el cierre de los pantalones de ella no
se abre y “no se abrió nunca”. El marido regresa, los encuentra vestidos y ellos no tienen que
dar ninguna explicación. Aquí acaba el tiempo de la historia y se regresa al tiempo del discurso
en donde se cierra el relato. El seductor no ha logrado su empeño y no vuelve a intentarlo. Se
queda con el retrato y el pensamiento “de que las mujeres que no he tenido (como ocurre a
todos los grandes seductores de la historia), son más numerosas que las arenas del mar” (p.32).
Es importante destacar los siguientes elementos de la obra, aunque en forma muy
esquemática:
473
Título. Desde el título vemos que hay una negación que nos deja en suspenso. “La mujer que
no” y que al final de la historia se aclara.
División: El cuento consta de cinco partes.
El inicio, que empieza con “DEBO SER DISCRETO”... hasta su decisión de llamarla
simplemente ella.
La segunda con “Esto sucedió hace tiempo”, hasta la parodia de la oración: “¡Oh dulce
concupiscencia de la carne!” etc...
La tercera parte en que el narrador piensa que va a acostarse con ella. “Al día siguiente acudí
a la cita con puntualidad”. La frustración que sufre por culpa de la madre de ella. Tiene un leve
consuelo cuando ella le regala el retrato. Termina esta parte con el párrafo: “...me dijo que si
algún día se decidía (a cometer el pecado) me pondría un telegrama”.
En la cuarta parte existe el equívoco en el que el narrador espera que llegue ella y la que
aparece es “quien en otra época fuera el Amor de mi Vida”. Hay, entonces, una nueva
frustración, ahora causada porque la mujer que lo cita y se presenta ante él no es la deseada.
La quinta parte es el clímax del cuento en el que el narrador parece que va a cumplir su
deseo hasta que el cierre de los pantalones de ella se traba.
La estructura interna del cuento es cerrada y circular. El narrador es la figura central del
relato y su punto de vista es el que predomina.
El punto de vista en “La mujer que no” presenta varios problemas, por un lado hay un
narrador, pero éste se desdobla en el autor dado que el relato tiene un fondo autobiográfico e
incluso aparece el nombre de Jorge.
De esta manera la distancia que existe normalmente entre el lector y las obras de ficción se
anula, y el lector se convierte en copartícipe de los sucesos que se narran.
Uno podría preguntarse ¿por qué el narrador no tiene éxito en sus propósitos? Hay que
considerar que en primer lugar transgrede las normas sociales, pues trata de acceder a lo
prohibido dado que ella está casada. En segundo lugar se topa con una serie obstáculos como
son la presencia de la madre de ella y más adelante con la de sus hijos y el marido. El último y
más cómico de éstos es que el cierre de los pantalones de ella se atore y no se abra.
El tema será el de la aventura amorosa frustrada de un seductor.
474
Las ideas centrales que destacan en el relato son: no es tan fácil transgredir las normas de la
sociedad. Los seductores no siempre tienen suerte. El placer sexual hace más agradable la
existencia y más vale tomar con sentido del humor los fracasos amorosos.
Hay dos sentimientos que predominan en el cuento, el de la esperanza y el de la frustración.
El cuento transcurre en la época actual; probablemente a fines de la década de los sesenta o
a principios de los setenta, cuando el restaurante Konditori, de la calle de Génova, en la Zona
Rosa, estaba de moda.
El tiempo objetivo o interno del relato se inicia en unos días cercanos a la Navidad y dura
algunos meses. Hay que señalar que el narrador tiene muy presente el transcurso del tiempo,
sobre cuando todo cree que va a cumplir sus deseos. “Él regresaría en un cuarto de hora, dice
el narrador. Habían pasado cuatro minutos; A los tres cuartos de hora decidí que el marido,
con o sin Smith & Wesson, no me asustaba nada”.
Como ya se señaló, la Ciudad de México es el espacio donde se desarrolla parte de la
historia. El narrador nos habla de las calles, de la Alameda, de Bellas Artes y de algunos
restaurantes conocidos. En general no hace descripciones, solamente califica de
“pornográficas” las estatuas de la Alameda. La otra parte de la historia, transcurre en alguna
parte de la República, en la casa de ella. Se hace mención de algunos lugares entre los que
destaca la sala de la casa con un couch donde está a punto de cometerse el adulterio.
La atmósfera que predomina en el relato es el humor y la visión irónica. El narrador se burla
de sí mismo, de los personajes que participan en la historia y de las situaciones. Además hay
también un erotismo latente, sobre todo en las apreciaciones que el narrador hace sobre ella:
“Me puse a pensar cómo vendría vestida y luego se me ocurrió que en dos horas más iba a
tenerla entre mis brazos desvestida... Cuando entré en el vestíbulo, la vi a ella, al final de una
escalera, vestida con unos pantalones verdes muy entallados, en donde guardaba lo mejor de su
personalidad”.
Los personajes principales son el narrador y ella. El narrador es soltero, de clase media, con
pocos recursos económicos, no parece tener alguna ocupación fija. Cuando se encuentra con
ella se obsesiona por obtenerla y pone en juego todos sus recursos para ello.
Ella es casada y con hijos, tiene dinero, además es bailarina, en otras palabras tiene todo lo
que pueda desear. Además cuenta con un admirador que no le es indiferente. Ella está tentada
a cometer el adulterio; si éste no se llega a consumar es por situaciones fortuitas: la aparición
de su madre o la descompostura del cierre de sus pantalones.
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Los personajes secundarios juegan el papel de obstaculizar las intenciones del narrador.
Primero aparece la madre como guardiana de la honra de su hija. Después serán los hijos y
finalmente el marido.
El lenguaje que Jorge Ibargüengoitia usa en el cuento es coloquial, teñido de humorismo;
para ello emplea diversos recursos estilísticos que conforman el humor: la hipérbole, la
parodia, la ironía que puede ser de lenguaje o de situación, la sátira, la caricatura o la burla.
Tiene un agudo sentido de la observación y no se le escapa detalle significativo de la realidad
cotidiana. Se ríe de todo y de todos en un país de solemnes y nadie se escapa de su crítica
incluyéndose a sí mismo.
El humorismo de Ibargüengoitia hace pensar, emplea todos los recursos expresivos para
presentarnos textos que a la vez que provocan la risa dejan al lector reflexionando sobre la
verdad y el absurdo de muchas situaciones humanas y de la interrelación social.
FUENTES
BUBNOVA, Tatiana, “El impostor ante el espejo: Ibargüengoitia y su interlocutor en La ley de Herodes” en Sara
Poot Herrera, El cuento mexicano. Homenaje a Luis Leal, UNAM, México, 1996, pp. 309-338.
Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX, Tomo IV, UNAM, México, 1997, pp.153-154
DOMENELLA Amadio, Ana Rosa, La narrativa de Jorge Ibargüengoitia. Análisis de Los relámpagos de agosto y La ley de
Herodes, El Colegio de México, México, 1982 (tesis de Doctorado).
IBARGÜENGOITIA, Jorge, La ley de Herodes, Joaquín Mortíz (serie El volador), México, 1979.
JOHNSTON, Laura M., Jorge Ibargüengoitia, usted es humorista, Dirección General de Extensión Académica,
Departamento de Extranjeros, México, 1978 (tesis de Maestría).
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