José María Vilaseca LA EDUCACIÓN DE LA JUVENTUD POR

Transcripción

José María Vilaseca LA EDUCACIÓN DE LA JUVENTUD POR
José María Vilaseca
LA EDUCACIÓN DE LA JUVENTUD POR MEDIO DEL
CUARTO MANDAMIENTO DE LA LEY SANTA DEL SEÑOR
Segunda edición notablemente corregida y aumentada por el autor.
México
Tip. Religiosa.
C. M. Trigueros y Hno.
Esquina de la Concepción.
1889
México, Enero 11 de 1870.
Visto el parecer del R. P. Censor. D. Juan Masnou, concédenos nuestra licencia para la impresión y publicación de la obra titulada: La Educación de la Juventud por medio del
cuarto mandamiento de la ley de Dios. Lo decretaron y firmaron los Señores Gobernadores de la Mitra.
M. Moreno.
Cárdenas.
Dr. Tomás Barón, secretario.
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Prólogo
Son nuestros deseos, lector carísimo, contribuir a la educación de la juventud, procurando
hacerla eminentemente católica; y hacerla por consiguiente feliz en este mundo por medio
del exacto cumplimiento de sus deberes, y feliz después en el otro, por la eterna
recompensa que le dará Dios, en cumplimiento de sus promesas. Mas todo esto pensamos
lograrlo, no siguiendo nuevas teorías, que casi siempre conducen a la nada, y con mucha
frecuencia al error; sino mediante una explicación clara sucinta y exacta del cuarto
mandamiento de la ley santa del Señor, ya que según nuestra Madre la Iglesia, los santos
Padres y los Teólogos, él es el que entraña todo deber del superior para con su inferior y de
éste para con aquel; y por tanto, los deberes del marido y los de la mujer, los de los padres y
los de los hijos, de los amos y de los criados, los del maestro y los del discípulo, los propios
de un buen gobierno y los que convienen a los gobernados, y hasta los deberes de los fieles
con relación a sus pastores. Este plan que seguimos puntualmente en una de nuestras
misiones, y cuyos abundantes frutos, llamaron en gran manera nuestra atención, es el
mismo que vamos a desarrollar en la presente obrita: trabajo que emprendemos de nuevo
con la única intención de que solo sirva.
A la mayor honra y gloria de Dios, de la inmaculada y siempre Virgen María y de su
castísimo esposo el señor san José.
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Capítulo 1
Constitutivos de una educación católica
1. Obligaciones de los padres
Los padres de familia tienen grandes y muy importantes obligaciones que cumplir con
relación a sus hijos; y su exacto y prudente cumplimiento, es lo que siempre ha formado
una educación eminentemente católica. Como los hijos al mismo tiempo que son miembros
del Estado o Nación en la que han nacido; son hijos de la Iglesia destinados a cumplir las
solemnes promesas que hicieron en el santo bautismo, y son al propio tiempo ciudadanos
llamados a ocupar el puesto debido a su mérito civil; de ahí la doble obligación de los
padres de familia de educar a sus hijos religiosa y civilmente.
Por tanto, bajo este precepto debe dirigirse la educación de la juventud, teniendo empero
siempre presente, que la instrucción de ciudadano debe estar presidida por la que
corresponde al cristiano; todo lo temporal debe referirse a lo espiritual; la salud del cuerpo
debe sujetarse a la salud del alma; la vida actual a la vida eterna, y el estado de naturaleza al
estado de gracia. Así queda patentizado, que los padres de familia no deben criarla,
educarla, instruirla, formarla y establecerla según sus miras particulares; sino conforme los
designios de Dios, hábilmente encerrados en el exacto cumplimiento de sus deberes como
padres católicos.
¡Ojalá que los padres no lo olvidasen! Y ¡qué todos los cumplieran con la mayor exactitud!
¡Oh felices, felices padres les diríamos, porque seréis honrados y bendecidos de Dios, como
lo fue Abraham, santo Patriarca que habiendo cumplido todos sus deberes, mandando a sus
hijos y a todos los de su casa, que guardará los caminos del Señor y obrasen con juicio y
con justicia, fue en gran manera querido de Dios, y se le mostraba tan benévolo y familiar,
que para honrarlo, le descubría importantes secretos, y lo llenaba de las mayores
bendiciones, hasta multiplicar su descendencia como las estrellas del firmamento, y hacer
que brotara de ella el Mesías prometido: así premia Dios al buen padre de familia.
2. La madre debe alimentar a su hijo
A la manera que la madre es la que concibe a su hijo y la que lo da a luz, así la misma
madre debe darle el primer alimento. Por esto la naturaleza ha inspirado este tiernísimo
afecto que siente la madre al entregarle a su hijo; por esto luego que la mujer es madre,
llénanse sus pechos del alimento más propio y más sabroso para el paladar y estómago del
tierno niño: por esto sus balbucientes labios que apenas saben abrirse, saben sin embargo,
aplicarse al pecho y extraer todo el alimento que necesitan para nutrirse. ¡Oh Providencia!
eres del todo admirable, y tú sola obras con toda exactitud, maestría y acierto, y obras estos
prodigios no solo en los individuos de la especie humana, sino aun a favor de los mismos
animales.
Este hecho tan universal como prodigioso, condena la conducta de ciertas mujeres que, por
librarse de los trabajos que trae consigo la lactancia, y aun quizá por motivos tan
vergonzosos como criminales, entregan a sus hijos a manos mercenarias. ¡Ah! Ellas son
doblemente infelices: porque si por una parte con peligro de su salud y aun de su vida,
detienen en sí mismas el curso de la naturaleza, por otra exponen a sus hijos a que
juntamente con la leche mamen de sus amas, la leche de sus vicios y malas inclinaciones.
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No lo hizo así Sara la mujer de Abraham, sino que no obstante de ser anciana, y de ser la
principal señora como esposa queridísima del primer Patriarca, con todo, ella lo alimentó
en sus pechos; y al destetarlo celebró Abraham un gran banquete con sus amigos, como si
quisiera testificar en aquel hecho la fiel conducta de su esposa. Así obran las buenas
cristianas que quieten cumplir debidamente el deber más importante de la maternidad: y
obran así porque el mismo Dios se los manda por medio de las leyes de la naturaleza.
3. La madre debe educarlo con alegría, agrado y prudencia
Durante la lactancia del hijo, la buena madre debe principiar su educación, tratándole con
alegría, agrado y prudencia. No es necesario exhortar a las madres que los eduquen con
agrado alegría, porque la sola naturaleza les inclina lo bastante a hacerlo; pero sí es
necesario exhórtalas que lo hagan con la debida prudencia, porque faltando ésta, degenera
su amor, favorecen las pasiones de los niños y aun fortalecen sus malas inclinaciones. Un
niño de pecho, nos ha dicho san Agustín, es capaz de obstinación, de ira, de impaciencia, de
odio, de envidia, de deseos de venganza, y aun de todas las pasiones: y lo explica y
manifiesta con movimientos de cabeza, de manos y sobre todo con sus gritos.
Ahora bien: si la madre en vez de reprimir estos principios de la pasión con actos de
prudencia, testifica por el contrarío, que entra en los deseos del niño, aprobando lo que él
hace, claro está que tarde o temprano dará esta conducta los más fatales resultados.
Expliquémonos mejor con un ejemplo: Una persona se divierte con un niño, y por que le
quita un juguete o le hace otra cosa insignificante; él se echa a llorar, grita más recio, y hace
movimientos con el cuerpo como para tirarse de una a otra parte: más si la madre para
acallarlo hace ademanes de odio, de ira o enojo contra dicha persona, o toma asimismo la
mano del niño como para pegarle, en el mismo instante cesa de llora, y muchas veces
muestra su contento y satisfacción aun con la risa.
Todo esto que ha sido un puro juguete de la madre, ha manifestado bien las pasiones de su
hijo, el cual ha callado, por haber visto satisfechos sus deseos y sus venganzas. De ahí la
necesidad de que las madres procuren la educación de sus hijos desde sus más tiernos años,
valiéndose de medios razonables que deben aplicar con alegría, con agrado y con una
prudencia cristiana; y de ahí la necesidad de ser ellas y no personas extrañas quienes los
amamanten y eduquen.
Por más que parezca extraño afirmar que los niños tienen pasiones, siempre hemos de
concluir que lo ha dicho san Agustín, el gran conocedor del corazón humano; y nosotros
mismos sacaremos la misma conclusión, si consideramos las acciones de un niño y lo
seguimos en todos sus pasos. Sí, las pasiones están en los niños, como las semillas en los
cardos y abrojos: y como éstas nacen en los campos por sí mismos, así en el corazón
infantil nacen los actos de la pasión: y al modo que las plantas útiles han de ser plantadas y
sostenidas con el debido cultivo, así menester es sembrar en el corroan de los niños las
virtudes cristianas, reprimiendo las pasiones a medida que aparecen. No hacerlo así,
sufrírselo todo, darles en todo gusto, es educarlos mal, y echarlos a perder, como se echaría
a perder el campo que no se le arrancasen las malas yerbas: y al modo que este, bien
cultivado da óptimos frutos; a sí con la educación católica convertirán las madres el
corazón de sus hijos en un vergel de virtudes.
En las sagradas Escrituras, nos refiere san Marcos en su Evangelio, que cierto padre
presentó a Jesucristo un hijo suyo, que tenía el espíritu malo y le había quitado la facultad
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de hablar. Nuestro Dios y Señor antes de curarlo, preguntó al padre: ¿cuánto tiempo hace
que se apoderó de vuestro hijo el espíritu malo y lo hizo mudo? El padre respondió: desde
su infancia. Y san Pedro Crisólogo, al hacerse cargo de este pasaje, dice: que por haber sido
mal educado de su madre, por esto, como en castigo, fue entregado al demonio. ¡Ah! ¿a
cuántos hijos e hijas sucede una cosa semejante? ¿cuántos hacen a sus hijos sumamente
desgraciados por haberlos mimado en demasía?
4. La madre debe cuidar la salud de su hijito
Nada más común que ver a las madres cuidando de la salud de los hijos, y nada más común
que verlas faltar por defecto o por exceso. Faltan por defecto, las que no haciéndose cargo
de su debilidad, les exigen lo que aun no pueden darles, siendo muchas veces causa de que
se enfermen hasta con peligro de su vida; y faltan por exceso las que los crían con
demasiada delicadeza, so pretexto de que no se enfermen. Hacerlos delicados en la comida
bebida, y cama, es muchas veces destruir su salud, por el mismo camino que se les quería
fuertes y rollizos.
Importa, por tanto, conservarlos en buena salud para que puedan dedicarse a los estudios, al
comercio, a la milicia, o las faenas propias de un taller; pero esto se hace, no mimándolos y
haciéndoles delicados, sino con una santa prudencia procurando que sufran y experimenten
el frío y el calor, el hambre y la sed, el trabajo y la vigilia; y procurando principalmente que
solo tomen alimentos frugales y que los sazonen todo con un moderado ejercicio. Así obran
los labradores, por esto presentan a la sociedad hijos sanos, fuertes y rollizos; y las clases
acomodadas cuando hacen lo contrario, tienen el sentimiento de ver la temprana muerte de
su familia.
5. Los padres deben procurarles la conservación de la inocencia
Entre todos los bienes que los padres pueden proporcionar a sus hijos, uno de los más
importantes, y sin duda el mayor de ellos y el que entraña todos los demás, es ciertamente
el procurarles la conservación de la inocencia; porque ella es la reunión de todas las gracias
que recibieron en el santo bautismo, y como el tesoro que el Espíritu Santo ha colocado en
su corazón.
Para cumplir este deber, convienen que los padres de familia no pierdan de vista el modelo
de Tobías; pues según nos refiere la sagrada Escritura en su libro: siendo casado, tuvo un
hijo a quien enseñó desde su infancia a temer a Dios y a abstenerse de todo pecado.
Magnífica enseñanza, que entraña consigo la conservación de la inocencia ¡Ojalá que los
padres se miraran en un espejo tan excelente! ¡ojalá que lloraran de corazón los extravíos
sufridos! ¡ojalá que para lo sucesivo modelaran su conducta sobre él! Porque debe
asegurarse, que temiendo su familia a Dios y absteniéndose de todo pecado, conservaría su
inocencia con integridad entera.
Para facilitar, lector carísimo, a los padres el exacto cumplimiento de tan importante
obligación, vamos a darles los siguientes medios:
1º Hacerlos piadosos, y a este fin acostumbrarlos luego que sepan hablar, a pronunciar con
fervor los dulces nombres de Jesús, María y José, hace que respeten la presencia de Dios
que todo lo llena, mostrarles el cielo como el lugar principal de su residencia, y con una
santa industria servirse de estas grandes verdades para reprimir en ellos los asomos de la ira
y de la cólera, y para apartarlos de todo lo que no es bueno.
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2º Enseñarlos a orar, o lo que es lo mismo, ponderarles la necesidad de la oración, fundada
en la absoluta dependencia en que vivimos de Dios nuestro Señor. A este fin enseñarles el
rezo de algunas oraciones, rezarlas con ellos con la mayor devoción, hacerles sentir que
Dios es nuestro Padre, que nos concederá lo que le pidamos debidamente, que los ángeles
están orando de continuo, y que esta ocupación ha sido la de todos los santos, y de un modo
especial la del señor san José que siempre supo juntar al continuo trabajo una oración
continua; y principalmente la de María santísima que siendo la augusta Madre de Dios, es
al propio tiempo nuestra tierna Madre.
3º Sensibilizarles las cosas espirituales, quiero decir, valerse de lo sensible para elevarlos a
las verdades espirituales, servirse del fuego para señalarles la terribilidad de las penas del
infierno; de la hermosura del firmamento, como una prueba de las delicias de la gloria; de
la salida y puesta del sol, para que noten la adorable Providencia de Dios, y de la comida y
bebida como tiernas dadivas suyas, destinadas a conservar nuestra salud y nuestra vida:
sentimientos admirables que producen siempre adoración, amor y reconocimiento hacia el
Autor de tanto bien.
4º Prevenirles contra la doblez: porque los niños casi siempre pierden su inocencia sin
pensar que van a perderla. Por esto convienen presentar a los niños la sencillez con todas
sus glorias, mostrarles al mentiroso como el hijo primogénito de Satanás, y al niño de
sinceridad y de candor como el destinado a ser un ángel del cielo. Conviene al mismo
tiempo, ser severo e inexorable al sorprenderlos con alguna mentira; así como en gran
manera indulgente al confesar su falta de una manera ingenua y con la debida humildad.
5º Hablarles según los principios de la fe: y en consecuencia, hablarles de las costumbres en
sentido cristiano y según las máximas de Jesucristo; ponderarles la estimación de que es
digna la virtud por su admirable belleza, por los mil y mil bienes que nos reporta, por el
amor que siempre le ha profesado los santos, porque su práctica nos asemeja a Jesucristo y
porque nos hace acreedores a los bienes eternos del cielo.
Con esta conducta se conservará la inocencia de los niños, porque se les va dando poco a
poco noticias exactas de Dios, se les acostumbrar a la oración, se les hace juzgar según los
principios de la fe; se les previene contra los enemigos del alma, que son mundo, demonio
y carne, y se les hace comprender que el vicio siempre es malo, al paso que la virtud
siempre es buena y apreciable. ¡Dichosos los hijos que así son educados de sus padres,
porque ellos conservarán la inocencia! Así una educación admirablemente perfecta recibió
de sus piadosos padres el grande Samuel, hijo de los venturosos Elcana y Ana. Esta, aun
antes de concebirlo ya lo consagró a Dios, lo consideró siempre como una dádiva del cielo,
lo instruyó atentamente en los deberes religiosos, lo entregó al sumo sacerdote Heli luego
que supo andar por sí mismo, y sirviendo a Dios en el templo llegó a ser el hombre más
considerable de su nación, no solo como sacerdote piadoso y santo, sí que también como
juez justo integérrimo.
6. Los padres deben apartar a sus hijos de lo que es capaz de corromperlos
Deben los padres partir de este principio, que serán vanos cuantos esfuerzos hicieren para la
conservación de la inocencia de sus hijos, si a los medios dados no añaden el de apartarlos
de lo que es capaz de corromperlos. Este punto que es el más importante es para muchos el
más difícil porque no pudiendo tenerlos en sus casas, ven se obligados a enviarlos a las
escuelas en las que quizás en muy poco tiempo aprenden lo que siempre debiera ignorar.
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¡Ah! Cuántas llagas las que se abren en sus almas! ¡cuántas son tan malignas que parecen
ser imposible poderlas cancelar! ¡cuántos niños a los cuatro días de colegio han corrompido
ya su corazón! Ellos salieron de su casa con la inocencia en la frente, y poco después se
vieron perdidos: semejantes a Eva que perdió su inocencia cuando excitada por la
curiosidad de ver el paraíso y separándose del lado de Adán, se encontró con el tentador
que en el árbol de la ciencia del bien y del mal estaba aguardando. Para que los padres y
madres, lector carísimo, en medio de los peligros que rodean a sus hijos los conserven
libres de la corrupción, pongan en práctica los medios siguientes:
1. Escoger maestros que no tanto profesen el saber, como la verdadera piedad del
catolicismo; y maestros que procuren con el mayor celo posible el exacto cumplimiento de
los deberes religiosos en sí mismos y en sus recomendados. ¡Oh padres! ¿qué sacarán
vuestros hijos de la instrucción si ella no es hija de la devoción? ¿qué fruto recogeréis de
verlos sabios si su corazón está perdido? ¡Ojalá que la triste experiencia no enseñara que
los hijos que se perdieron en los estudios, siempre han sido la pesadilla de sus desgraciados
padres!
2. Velar sobre las malas compañías: y sobre esto jamás pondrán los padres un cuidado
excesivo; porque se ha visto en no pocas ocasiones inocular el vicio en breves días a la
incauta juventud, y salir con el tiempo más corrompida que sus maestros mismos.
3. Buscar árbitros para tener ocupados a los jóvenes: la mucha ocupación libra a la
juventud de la ociosidad que es la madre de todos los vicios. Procúrense, pues, que cumplan
ante todo con sus cátedras; y no dejarlos luego libres para que se vayan a pasear, sino que
les debe ocupar en algún trabajo ligero, pero que sea útil para ellos y aun para la casa.
Convienen repetimos, tener a la juventud ocupada, y por lo común, inclinarla a diferentes
estudios, para que a su tiempo pueda aplicarse en aquellos a los que se sintiere más
inclinada y con mayor disposición.
4. Darles una cristina idea de la instrucción: ya previniéndoles que los conocimientos
humanos deben ordenarse a los espirituales; ya trayéndoles a la memoria los tristes efectos
que producen la ciencia sin religión; ya simplificándoles lo dicho con algún joven de su
época. Los padres deben exhortar a sus hijos al estudio, no proponiéndoles las riquezas o
los placeres que pueden adquirirse con él, sino sirviéndose de medios morales, y dirigirles
poco a poco a que obren por ser esta la voluntad de Dios.
Como en conclusión, añadiremos, que pongan en sus manso libros buenos, que se les
acostumbre a sacar fruto de sus lecturas, que se les alimente con máximas del Evangelio
que se parte de ellos toda novela, romance y demás escritos de esta naturaleza, y que se les
confíe a un sabio y prudente confesor, el cual no solo los confiese y los disponga de este
modo para la sagrada comunión, sino que con sus buenos consejos los forme. Con la
práctica de semejantes medio, los jóvenes quedarán apartados no solo de todo lo malo sino
aun de lo que es capaz de corromper el corazón.
7. Los padres deben alabarles lo bueno y castigarles lo malo
Mucha es la discreción y sabiduría que los padres necesitan para formar debidamente el
corazón de sus hijos; y al paso que los entreguen a la nación hechos ciudadanos de
provecho, los presenten a la Iglesia muy piadosa cristianos; porque para lograrlo deben los
padres alabarles lo bueno y castigarles lo malo; pero deben hacerlo según las reglas
cristianas que vamos a marcarles, aunque muy sucintamente.
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1. No alabarles ni reprenderles sino aquello que según el Evangelio es digno de alabanza o
de reprensión: y no imitar por tanto la conducta de ciertos padres que alaban o reprenden a
sus hijos según las máximas del mundo; porque esto los hará mundanos y aun corrompidos.
2. Alabarles lo bueno que hacen, pero dirigir el encomio tan cristianamente, que no le sirva
de veneno que nutra su orgullo: para esto que eleven su pensamiento a Dios como el Autor
de todo bien, y que no se gloríen sino en el Señor.
3. Reprenderles lo malo de modo que lo reconozcan, castigárselo cuando no basta el aviso;
añadir el castigo un santo enojo cuando repitan la falta y concluir siempre dándoles
esperanza de que serán mejores si ponen en práctica los medios que se les da y se
encomiendan a nuestro Señor.
4. Convienen excitar a los niños con premios; pero estos deben ser a propósito, y no
prometerles ni menos darles lo que fomenten sus pasiones. Son premios muy acertados, una
pintura que represente un hecho histórico, una imagen que nutra su devoción, una historia
que los edifique, un buen libro de moral que sea su compañero y aun su ayo: darles dinero,
casi siempre les fomente la gula, el juego, la embriaguez y aun el feo vicio de la
deshonestidad.
5. Los padres deben distinguir entre defectos y defectos, al modo que los sacerdotes de la
antigua Ley distinguían entre lepra y lepra. Los niños tienen defectos de pura ligereza, que
se les quitan poco a poco, a media que creen en edad; y basta por parte de los padres un
poco de cuidado en advertírselos y mucha paciencia en saberlo sufrir, sin escandalizarlos
con modos indignos de un cristiano. Hay otros defectos que preceden de una inclinación
viciosa, como la doblez e hipocresía que los sepulta en sus mismo vicios, la indocilidad que
cierra la puerta a la corrección verdadera, la obstinación que replega toda la malicia, la ira
que los trasforma en pequeños tigres, la pereza que les engendra viciosas costumbres, la
gula que les perjudica la salud, y la costumbre de mentir que los hace incorregibles, pues
estos y otros vicios pueden los padres combatirlos tenazmente; ora advirtiéndoselo con
animo mesurado; ora repitiéndoselos con firmeza y algo de acrimonia; ora haciéndoles
entrever la amenaza y aun el justo castigo. Todo esto ha de efectuarse, sirviéndose siempre
de los motivos que presenta la religión, y hace sentir los efectos del castigo, por la
privación de lo que más le agrada: y cuando esto no basta, no olviden los padres de familia,
que es necesario que los corrijan fuertemente, y que añadan a la corrección un castigo
conveniente a sus faltas. ¡Oh qué ideas tan distintas fueran las de los niños si así fuesen
educados!
Mas ahora ¿por qué la juventud se corrompe? ¿por qué los jóvenes de mejores esperanzas
se nos pierden? ¿por qué muchachos desvergonzados se entregan al juego y a la
borrachera? ¿por qué las riñas, los duelos y los suicidios son tan frecuentes? ¿por qué los
robos nos tienen en continuo sobre salto¿ ¿por qué el desenfreno de las pasiones se extiende
más y más todos los días? ¿por qué la revolución tiene al mundo en continuo trastorno?
¿por qué la miseria, cual plaga mortífera asola a las ciudades mismas? No, no hay otro
porque, que el descuido que tuvieron los padres en la educación de sus hijos. ¡Oh Salvador!
Haz que los padres y madres lo conozcan, y haz que comiencen a educar a su familia según
las saludables máximas que nos enseñaste en el santo Evangelio.
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8 Malísima educación de L. Aymé Martín
A mediados del pasado siglo apareció al mundo uno de aquellos astros tan fatales, que a ser
seguidas sus luces acabarán con la destrucción del género humano: tal fue el desgraciado L.
Aymé Martín en su triste obra: Educación de las madres de familia o civilización del
género humano por medio de las mujeres.1 En ella tiene la osadía de presentarse como el
único maestro del género humano, de destruir todas las creencias, de acabar con los sanos
principios y presentar a la mujer siendo el todo de la educación; mas no a la mujer religiosa
que cumple los deberes que prometió a Dios al recibir el santo bautismo; sino una mujer sin
fe, sin creencia divina, libre del suave yugo del Evangelio y conducida por la pasión del
amor.
El cien y cien veces infeliz, se contradice repetidas veces en su obra; porque ya habla del
Evangelio, como de un libro que, comparado con la naturaleza, ha de presentar el conjunto
de sus deberes; ya lo presenta no como divino, sino como un libro adulterado y no teniendo
la verdad; ora dice de la naturaleza que es un todo tan magnífico, cual convienen a una obra
de Dios, ora embrolla la inmortalidad del alma y la eterna recompensa; ora oscurece y
confunde las sublimes ideas que de ellas tenemos.
Poco después afirma que el hombre es libre; y a pocas páginas, haciéndose cargo de su
decantada libertad, la reduce a una verdadera servidumbre, y a obrar en fuerza de una dura
necesidad: lo vemos admitiendo a un Dios infinitamente bueno, y leemos luego que es un
Dios de palo, porque lo despoja de su justicia. En fin, entre la multitud de verdades que
niega, aparecen negadas la fe, la eternidad de las penas, el pecado original, la autenticidad
de las Escrituras, la necesidad de la penitencia, la santidad, la virginidad, el celibato
eclesiástico y la unidad del dogma católico. Y un hombre sin fe, y que corona todos sus
errores asegurando que todas las religiones son lo mismo, ¿podría ser el maestro único de
todo el género humano? ¿podría educar debidamente a la mujer? Convenimos que la mujer
está llamada a grandes cosas; pero que jamás será más que lo que Dios la hizo, es decir, la
compañera del hombre. Nosotros deseamos la verdadera educación; pero hemos intentado
llevarla a cabo, haciendo que el hombre y la mujer, de común acuerdo, cumplan con los
deberes que Dios les impuso, a cuyo fin determinamos explicárselos en la presente obrita.
9. Práctica de la malísima educación de L. Aymé Martín
Mairan, socio de la academia de las ciencias, refiere haber conocido en Beziers a un
pretendido espíritu fuerte que queriendo reducirlo todo a las leyes de la naturaleza, educaba
a tres hijos que tenía, según las máximas filosóficas, inspirándoles desprecio por todo
sentimiento religiosos y enseñándoles a dirigirse por las luces de una razón pura y libre de
las que él llamaba preocupaciones. No obstante, como sin advertirlo corregía los preceptos
con sus ejemplos, por ser su corazón mejor que su espíritu, tardó algún tiempo en notarse la
inmoralidad con que había envenenado la educación de sus hijos. Mas, en fin, llegó para
ellos la edad de las pasiones que fue la de la independencia. El padre se apresuró a
emanciparlos: quisieron casarse los tres según su capricho, y nada había más natural; pues
así, decían ellos, obran los animales, así se unen los salvajes: y el padre nada tenía que
1
AIMÉ-MARTIN, L. Educación de las madres de familia, ó de la civilización del linage humano por medio
de las mugeres, 2 vol. Impr. de D. Juan de Oliveres: Barcelona, 1849. (Tesoro de Autores Ilustres XCVI y
XCVII).
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contestar. Una vez casado estos impíos, pidiéronle cuenta de la herencia de su madre y se la
pidieron muy exacta y rigurosa. Las leyes escritas en el corazón del hombre imponen al hijo
el deber de dar al padre o lo menos de que vivir con decencia. Mas ellos creyeron hacer
mucho dejándole algo para no morir. En vano quiso recordarles el beneficio de la vida, la
tierna solicitud que de ellos había tenido en la infancia y tantos otros rasgos y pruebas de
amor; sus hijos desnaturalizados le contestan si había hecho por ellos más de lo que hacen
con sus pequeñuelos las fieras en las selvas; a ver si el león, el oso y el tigre dan jamás en
rostro a sus compañeros el haberlos dado a luz, alimentado, guardado y defendido... ¡He
aquí a qué punto conduce el olvido de los principios religiosos!... Pero no: los efectos de
esta educación filosófica fueron mucho más lejos. Mientras el anciano padre envejecía en la
miseria y en el abandono, su hijo mayor se entregaba a los más vergonzosos desordenes, y
viéndose arruinado, se hizo salteador de caminos y fue a morir en un cadalso. La hija,
filósofa como su hermano, habiéndose casado con un hombre de quien se cansó bien
pronto, acorándose del principio filosófico que es temerario todo ligamen perpetuo y que el
derecho de libertad es natural e imprescriptible, usó tanto de ella, que fue preciso oponerle
las rejas de una cárcel: mas escapándose de la prisión, fue a París, donde bien pronto fue
echada en el triste y vergonzoso asilo del dolor y de los pesares... Bicetre, el segundo de los
dos hijos, en virtud de la igualdad natural, había tomado en el pueblo una mujer
despreocupada como él, a tal punto que filósofa perfecta y excesivamente libre en sus
gustos, sumergió al marido con la amargura... Y llevándose por derecho de conveniencia y
comunidad lo que había de más rico en casa, fue al puerto de Marsella a reunirse con un
marinero que ella prefirió a su marido filósofo. Pero por fin ¿en qué vino a parar el padre?
Al ver las ruinas de su familia deshonrada, consumido de miseria, de vergüenza y de
remordimientos, se volvió loco. En el delirio parecía se quería despedazar: cruel para
consigo mismo, después de haberse acardenalado el seno, el pecho y la cara, nos alargaba la
mano, dice el citado autor, mirándonos con un ojo que hacia compasión. Tenía momentos
lúcidos; y entonces: “¡Mis hijos! me decía ¿qué se han hecho? ¡Ah! Yo soy el que los he
perdido; sí yo soy... Pero por esto soy castigado... Desgraciado padre, yo los he engañado.
¡Ah! Su padre era bueno, ¡pero ha echado a perder a sus hijos! ¡Mire usted cómo me ha
despojado! ¡Ellos me han sumido en la miseria, mis hijos! ¡Ah! Dígales usted que ya les
perdono... más Dios a quien he despreciado tanto, este Dios de quien nunca he hablado a
mis hijos, ¿me perdonará? ¡Ay! ¿dónde están? ¿dónde están?... ¡En el abismo!...¡Y yo soy
quien de lo ha abierto!... Sí, yo se lo he abierto con mis manos. Tened compasión de mí, mi
desgraciada cabeza está perdida, lo conozco... Mas no; no es ahora que estoy loco. ¡Ah!
Muchos más lo estaba cuando me creía sabio y me llamaban filósofo.” Merault (Meró)
apolog, involunt.
10. Idea general de la educación que debe darse a las niñas
Mucho de lo que hemos explicado en los otros párrafos como útil y conveniente a los niños,
conviene igualmente a las niñas; pero hay instrucciones que son propias en orden a su
crianza, y son las que vamos a presentar aunque de un modo muy sucinto, ¿Tienes hijas?
Dice el Espíritu Santo en el libro del Eclesiastés. Si las tienes, procura conservar en ellas la
pureza de su cuerpo, y jamás les muestres tu rostro alegre en demasía, no sea que de ahí
nazca la familiaridad, y de ésta el pecado.
Deben, pues, criarse las hijas con una dulce severidad, sin hacerlas pusilánimes; deben no
perderse de vista para cortar los desórdenes que les podrían sobrevenir; casi nunca tienen
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los padres un motivo justo para dejarlas en libertad, permitiéndolas separarse de su
compañía, y ellos mismo podrán conocer el por qué si reflexionan sobre su juventud. ¡Ah!
Yo sé muy bien la inocencia de costumbres que han conservado las niñas criadas con los
principios que acabamos de indicar; así como cuán estragadas son las de no pocas luego
que obran libremente. Hay algunos padres que haciendo cien vejaciones a sus hijas, hacen
que disgustadas de la casa paterna, la abandonen y aun a veces que se expatríen. ¡Oh!
¡cuántos desórdenes! ¡De todos los cuales son ellos responsables! De todos los cuales son
ellos responsables en el terrible tribunal de Dios. En suma, los padres deben estar tan
unidos a sus hijas como el talo lo está a la flor; y como la cabeza lo está al tronco, el tronco
al brazo, el brazo a la mano, la mano al dedo y el dedo a la uña. Jamás, jamás os separéis de
vuestras hijas, padres y madres.
Además, nosotros deseamos que todos los padres y madres tengan por sabido que las niñas
son capaces de instrucción, y que deben instruirse según el rango que ocupan en la
sociedad, y conforme al talento que han recibido de Dios; estando ellos bien persuadidos,
que la instrucción sólida y la educación eminentemente católica, las revestirá de grandes
ventajas; ora sea que abracen el santo matrimonio; ora que reciban la vocación gloriosa de
consagrarse a Dios, Por esto cuando las madres han sido bien instruidas y educadas,
establecen el buen orden en las familias, los ejercicios de piedad que distinguen a los
buenos cristianos, la formación de sus hijos para Dios y la sociedad, las virtudes domésticas
que forman su gloria y buen gobierno, y la acertada economía de toda la casa; porque todo
esto rueda sobre el cuidado de las madres de familia. Pero si la madre ha recibido una
instrucción superficial; si ha sido educada según las máximas del mundo; si el canto, el
piano, la danza, la moda y la lectura de novelas han sido sus entretenimientos, claro es que
perderá a su familia, y que no le dará otra educación que la que ella recibió: tanto conviene
y es necesario educar e instruir religiosamente a las niñas.
Cuenta la santa Escritura, por medio de san Marcos, la nefanda conducta de una joven
perversa, que tuvo la imprudencia indescriptible de pedir por premio de su desenvoltura en
un baile, la cabeza del mayor de los santos, del glorioso san Juan Bautista: y todo aconteció
por la pésima educación que recibió de sus padres. ¿Qué otra cosa podía hacer una joven
educada en el baile, en los banquetes, en el escándalo y en las diversiones el mundo? Una
joven si piedad y sin religión, sin solidez en sus actos, y del todo orgullosa, de corazón
corrompido y de alma degradada, apenas se concibe que pudiera obrar el bien. Por esto la
desgraciada en el convite de Herodes en el día de su cumpleaños, después de haber bailado
con agrado del monarca, pidió en premio de su desenvoltura la cabeza de san Juan.
¡Desgraciada hija y desgraciad madre! Ambas murieron del modo más infeliz en este
mundo; y ambas, siguiendo vida tan mala, fueron condenadas a eternos tormentos: tan triste
y lamentables son los efectos de una mala educación.
11. La hija víctima de la irreligión de su padre
Si la madre influye tanto en la perdición de su hija, debemos convenir que no influye
menos, cuando el mal ejemplo es dado por su padre, siendo de lo dicho claro testimonio el
siguiente caso:
Un corifeo de la filosofía moderna tenía en casa escuela pública de ateismo, creciendo allí
sus hijos entre máximas y sistemas impíos. La más joven de las hijas, atenta a las lecciones
paternales, grababa en su espíritu las doctrinas que oía repetir cada día. Y aunque por su
tierna edad parecía incapaz de toda impresión funesta, no obstante un día, llena su cabeza
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de un sermón que acaban de predicar en el consistorio filosófico, sobre el suicidio, se retira
a su cuarto, y fuera de sí, dice a una de sus criadas: - Acabo de nacer, y detesto ya la vida; y
nada hay tan propio de ánimo valeroso y sabio, como cortar el hilo de la vida; cuando ésta
hace nuestro tormento. ¡Ah! Mi querida amiga, ¡si tú hubieses oído lo que ha dicho mi
padre! Y ¡es tan aplaudido de cuantos le oyen! A mí me ha hecho tal impresión, que si en
este momento hallase una pistola, la tomaría con gozo para quitarme la vida.
La confidente quedó atónita.
Parece que tienes miedo, mi querida amiga, continuó la muchacha filósofa. ¡Ah! Si tú
supieses lo que yo sé, te matarías quizás conmigo.-Eso no, señorita; yo no tengo bastante
espíritu.
Pronto supieron los padres el asunto de semejante conversación. La madre se horrorizó,
pero el padre quedó maravillado, y quiso ver hasta dónde llegaba la fuerza del espíritu de su
hija. ¿Qué hace el imprudente? Pone una pistola sobre una mesa en un lugar de la casa a
donde iba la joven; pero a se comprende que estaría el arma sin pólvora ni bala. Cuando la
hija vio la pistola la cogió, la apoyó sobre su frente, suelta el gatillo y cae desmayada en los
brazos de las criadas que tenían orden de seguir todos sus pasos. Estaba animada de un
movimiento convulsivo y tan impresionada de su acción, que cayendo repetía sin cesar.
¡Estoy muerta! ¡Estoy muerta!- En vano trataron de desengañarla, en vano quisieron
disuadírselo; la imagen de la muerte quedó de tal modo impresa en su alma, que el frenesí
se apoderó de ella, y el día siguiente expiró en los brazos de su padre. ¡Infeliz! ¡Qué
satisfacción hubiera tenido viendo a su hija crecer en edad y en virtud en su presencia, si en
lugar de aleccionar su espíritu con máximas impías la hubiese ilustrado y dirigido con las
verdades de la región!-Crillon, Memir, filosofi.
Capítulo 2
Los padres deben alimentar a sus hijos y enseñarles los deberes propios de
un cristiano
12. Qué cristianos niegan la fe
En el capítulo pasado, lector carísimo, presentando los constitutivos de una buena
educación, dijimos en general los deberes de los padres para educar bien a sus hijos; pero
como se trata de un asunto de tanta entidad, claro está que no basta hacerlo de un modo
genérico, sino que es indispensable bajar al particular; examinando por decirlo así, una por
una las graves obligaciones que según el catolicismo, contraen los padres con respecto a sus
hijos. El apóstol san Pablo, escribiendo a los cristianos de Efeso, notifica a los padres de
familia ciertos deberes cuando les dijo: Padres educad a vuestros hijos en la disciplina del
Señor: como si dijera, dadles una educación cristiana o hacedlos eminentemente católicos.
El apóstol Santiago supone padres exactos en el cumplimiento de este deber, y no puede
menos que bendecirlos como lo fueron Abraham y Sara por la educación religiosa, perfecta
y cabal que dieron a sus hijos Isaac. Poco después se hace cargo de unos padres
descuidados que por pereza, por ignorancia o por malicia no educan bien a sus hijos. Y
¿qué dice de ellos? ¿qué idea emplea para hacer sentir a todas las generaciones la
culpabilidad de conducta tan mala? ¿con qué palabras lo expresa? Notemos bien su
lenguaje y quedaremos convencidos que lo ejecuta con la mayor maestría posible; así como
manifiesta lo muy culpables que se hacen los padres que no educan bien a sus hijos. Estos,
dice, pedieron la fe y son peores que los infieles ¿Qué pecado pues, será el de los padres
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que no educan a sus hijos? Es un pecado tan grande, que todo un apóstol compara al que
comente hereje: y así como la herejía es de los más graves pecados que puede cometer un
cristiano, así uno de los mayores pecados de los padres de familia, es con toda verdad, no
educar bien a sus hijos. ¡Ay! ¡ay de mí! ¡cuántos padres están en el infierno por no haber
cumplido tan importante deber!
Y no es extraño, porque el apóstol san Pablo, escribiendo a su discípulo Timoteo, como ya
dijimos, afirmó que si alguno no tuviere cuidado de sus hijos o de sus domésticos, era peor
que un infiel. ¿No parece más bien una paradoja este modo de hablar? ¡cómo! ¡pero que un
infiel! ¿no es la infidelidad el mayor de los pecados de un cristiano? Pues así tan
gravemente peca un padre que no educa a sus hijos, que el Espíritu Santo, por medio de su
apóstol, compara su pecado al de la infidelidad. San Juan Crisóstomo explica el
pensamiento de san Pablo, diciendo: Cuando tú, oh cristiano, dejas de hacer lo que hace un
infiel, eres ciertamente peor que él. Ahora bien: ¿cuál es la conducta de los bárbaros y
paganos? Aun sin la luz de la fe y con solo la ayuda de la luz natural, ya procurarán educar
bien a sus hijos; por esto cuando un cristiano que tiene la luz del Evangelio, descuida tan
sagrada obligación, debe decirse con san Pablo, que semejante padre de familia es peor que
un infiel; porque si no guarda la fe en cumplir aquellas cosas que le manda la ley natural, es
evidente que mucho menos cumplirá con los deberes que le impuso el santo bautismo, y
claro está que faltando al cuidado de sus hijos, falta más gravemente que un infiel que se
hiciera reo del mismo delito.¡Oh padres y madres de familia! ¿Cuándo será el día que para
educar debidamente a vuestros hijos, pondréis en práctica los medios que os inspira la
prudencia cristiana? ¿cuándo será el día que, conducidos por la prudencia divina, avisaréis
a vuestros hijos, los reprenderéis, los corregiréis, los argüiréis, los amenazaréis, los
premiaréis o los castigaréis conforme lo exigen las circunstancia del tiempo, lugar y
negocio?
Para ayudarnos en lo que nos sea dable, hemos emprendido esta obrita; y nos fijamos en
este capítulo en el doble deber de alimentar a los hijos y enseñarles las obligaciones del
cristiano, dos obligaciones santas y sagradas, dignísimas a la verdad, de toda la atención
paternal. Con el objeto de animar a tan desgraciados padres e familia, que prácticamente
niegan su fe, les referiremos la constancia de algunos padres sacerdotes.
Nada quizás de más glorioso para la religión y para sus ministros, que el brillante triunfo
que obtuvo el clero de Francia en la famosa sesión en que, según decretó la asamblea
nacional, todos los eclesiásticos que eran miembros de ella, debían ser nominalmente
llamados ante el cuerpo legislativo a presentar el juramento de mantener la constitución
civil del clero, es decir, de renunciar solemnemente a los verdaderos principios de la fe
católica. Nada habían olvidado los enemigos de la religión para preparar la derrota y
asegurar la victoria. Habían colocado al derredor y a las entadas de la sala una horda de
hombres perversos, quienes después de haber proferido mil injurias y amenazas contra los
obispos y sacerdotes fieles a su vocación, atronaban a todos con espantosos aullidos: ¡A la
hoguera los obispos y sacerdotes que no presten juramento! Advertido el presidente por esa
señal, de que era ya tiempo de empezar el ataque, se levanta y toma la lista de los
eclesiásticos que no habían jurado. El primero a quien llama, es el Señor de Bonac, obispo
de Agen: “Señores, contestó el prelado, los sacrificios de la fortuna me cuestan poco; más
hay uno que no puedo hacer, el de vuestra estimación y el de mi fe. Seguro estoy que una y
otra perdería si hiciera el juramento que se me pide.” Llamado en seguida el reverendo
Forunel, de la diócesis de Agen, se expresó en estos términos:”Digo con la sencillez de los
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primeros cristianos, a la cual vosotros queréis que volvamos, que es suma gloria para mí
seguir las huellas de mi prelado, como lo fue para san Lorenzo ir en pos de san Sixto, su
pastor le seguiré hasta el martirio.” Al oír estas repuestas, empezaron a arrepentirse los
motores de haber dado al clero ocasión de dar un testimonio tan público y brillante de su
constancia en la fe. No obstante, como esperaban no hallar en todos la misma firmeza,
llama el presidente al reverendo Leclerc, párroco de Cambre. Levantase éste, e impertérrito
dice: “He nacido católico apostólico, romano, quiero morir en esta fe, y no podría hacerlo si
prestara el juramento que me pedís.” El obispo de Poitiers, temiendo que le privasen de tan
bella ocasión de dar testimonio de su fe, se adelanta hacia la tribuna y allí, delante del
presidente, pide se le escuche, y dice: “Señores, tengo setenta años de edad y treinta y cinco
de obispado: no mancharé mis canas con el juramento que me pedís, no juraré.” Todos se
negaron igualmente, a excepción de un solo párroco. (Lacretelle).
13. Los padres deben alimentar a sus hijos
La más clara de las obligaciones de los padres para con sus hijos, es, a no dudarlo, la que
nos ocupa; porque todos sienten grabada en la parte más delicada de su corazón, y el mismo
Jesucristo concede su cumplimiento a todos cuando dijo:¿Por ventura podrá un padre dar
una piedra a un hijo que le pide un pedazo de pan? El cumplimiento de esta obligación la
concede aun a los animales, cuando afirma que no dejan a sus hijos morir de hambre, sino
que guiados de solo su instinto, los alientan. Pues si esto lo hacen todos los hombres, aun
los hipócritas, aun los infieles, y aun los mismo animales,¿cuánto más deberían hacerlo los
cristianos? Convenimos que así lo hacen casi todos; pero también debe convenir que de vez
en cuando se levantan algunas tristes excepciones, que no cumplen esta obligación como
les exige su deber, lo cual nos ha excitado a dar los siguientes medios:
1º El trabajo de los padres
Todo padre debe trabajar tanto si es pobre, como si es rico: sí, lector carísimo, si eres pobre
debes trabajar para ti y para tu familia; y debes hacerlo no solo en lo necesario para no
morir de hambre, sino aun debes trabajar de modo que ahorres algunos reales, y éstos te
sirvan en tus enfermedades y en otras desgracias que pueda haber en tu familia, pues como
dice san Pablo, no deben los hijos atesorar para los padres, sino los padres para los hijos.
¿Eres rico? Tú también debes de trabajar, ya cuidando tus bienes, ya dedicándote al
comercio, ya en alguna otra ocupación o empleo que te facilite el vivir; porque si por tu
pereza, ociosidad, abandono, o mala cabeza como dicen, disipas tus haberes con notable
perjuicio de tus hijos, pecas mortalmente. De ahí es que hacen reos de graves pecados
aquellos ricos que se dan al juego, a la bebida, a las diversiones a los paseos, y abandonan
la conservación de su hacienda: se hacen reos de graves pecados los que no teniendo más
que su triste jornal, no trabajan porque no quieren, o trabajando emplean su diario con los
amigos, con los parientes y aun quizás en el vicio o en mujeres que no les pertenecen. ¡Ay
de mí! Y ¿cuántos pecados? Y pecados que brotan a millares de sus escándalos, de la
carencia de lo necesario en la familia, de la continua discordia, de la desnudez y aun de la
poca salud. Sí, todo esto son armas que empuña para multiplicar los pecados, porque excita
a los hijos al robo, a engañar a los demás, a dedicarse a cosas prohibidas y a la venta de la
conciencia y del honor. ¡Oh Salvador! Envía una gracia eficaz a semejantes padres que por
sus pecados se han tornado monstruos de la naturaleza.
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No hace mucho que en una misma misión encontramos un hombre antes rico, que perdió su
fortuna en el vicio, y su pobre familia que después de haber sufrido las mayores privaciones
acabó miserablemente en medio de los furiosos gritos del hambre y de la más completa
desnudez: y encontramos un padre que por no haber sustentado a sus hijos, vio a su mujer
morir en la aflicción y en el sentimiento; vio a sus hijos abandonar por el vicio la casa
paterna, y vio a sus hijas vender su honor en las calles públicas. ¡Desgraciados padres que
tanto mal produjeron! ¡dichosos ellos si hubiesen sabido hacer penitencia de sus pecados!
2º Ayudarse de los hijos
Los padres deben trabajar y trabajar siempre, así como siempre deben ser los directores de
la familia; pero deben ayudarse del trabajo de sus hijos. Para esto deben comunicar a toda
la familia un movimiento santo, no permitirles el sueño sin limites, porque le daña la salud
del cuerpo y del alma; mandarlos desde muy pequeños a los asilos; luego que hayan crecido
llevarlos a la escuela; y de la escuela pasarlos al cultivo de la ciencia o al trabajo.
¡Oh!, si supierais padres, los grandes bienes que reporta a vosotros y a vuestros hijos el
llevarlos a la escuela. De ahí provienen los hombres aptos para el gobierno, de ahí los
sabios en todas las ciencias y de ahí la paz, la abundancia en las familias y aun el buen
suceso en negocios de la mayor importancia. En suma, un joven acostumbrado al trabajo, es
un excelente labrador, un inteligente artesano, un hombre que sabe buscar su vida con
decencia y cristianamente.
Los padres deben procurar la instrucción de sus hijas enviándolas a las escuelas, y
procurando que aprendan a leer, escribir y contar y las labores propias de su sexo, y con
esta instrucción los padres se ayudan en gran manera para lo necesario del alimento de sus
hijos. ¡Nada más fatal para un padre que tener hijos dados a la ociosidad! Y ¡nada más útil
y consolador que verlos a todos ocupados en su trabajo!
3º Darles correspondiente estado
Este es el tercer medio, oh padre, para que alimentes a tu familia. Tanto el hijo como la
hija, no están destinados para vivir siempre en la casa paterna; por consiguiente, tan pronto
como los hijos estén en edad, deben los padres proporcionarles estado. Pero por esto es
preciso que el hombre sepa trabajar lo necesario para sobrellevar los gastos de la casa y que
la mujer sepa su obligación, para ayudar a su esposo, y así vivan los dos con una santa
unión, porque si al marido no le gusta el trabajo, y la mujer no sabe, ¿qué ha de suceder
sino uno de tantos desgraciados matrimonios?
Dando los padres a los hijos el correspondiente estado, aligeran los gastos de la familia, y
cumplen además con las leyes importantísimas de la Providencia que así lo determinan;
más cuando descuidan darles correspondiente estado, atendidas sus inclinaciones y su
vocación, cuando no les han enseñado a trabajar, y ellos mismo lo descuidan, no pocas
veces, en este caso, ¿qué diré de semejantes padres de familia? ¡Ah! Sólo me ocurre
decirles como san Juan Crisóstomo en semejantes circunstancias: “Dime, ¿te atreves a
llamarte padre tú que has obrado la perdición de tus hijos? Tú, padre te apellidas, ¿y no
los alimentas con el sudor de tu rostro? Padre suyo te llamas, ¿y los criaste ociosos sin
enseñarles el trabajo?” ¡Ah! ¿descuidaste tus deberes para con tus hijos? Pues si así es, no
eres su padre, eres su asesino, diste la muerte a su alma, y aun abandonaste a su cuerpo.
¡Tales son las consecuencias de no alimentar a los hijos, de no trabajar para sustentarlos, de
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no inclinarlos al trabajo desde jóvenes y de no dar el debido estado! ¿Cuántos males de ese
descuido? Son innumerables para los padres, para los hijos, para toda la familia, para la
patria, para la religión y para todo el mundo.
14. Deben enseñarles los deberes de cristianos
Los padres, además del deber natural y del todo necesario de alimentar a sus hijos, tienen
todavía otros deberes más importantes, a saber: educarlos cristianamente, y por
consecuencia deben enseñar a sus hijos los deberes de cristiano.
San Basilio para ayudar a los padres al cumplimiento de esta obligación, les dice así: “Lo
mismo es daros Dios un hijo, que poner en vuestras manos un pan de cera blanda para
grabar en él las verdades de nuestra santa religión.” Y ¿cómo cumplen los padres esta
enseñanza? “¿Les enseñan que hay un Dios, Uno es esencia y Trino en Personas? ¿Qué la
primera Persona llamada Padre es el Criador? ¿qué la segunda apellidada Hijo es nuestro
Redentor? ¿qué la tercera denominada Espíritu Santo es el santificador? ¿Les enseñan que
la Iglesia verdadera es Una, santa, Católica, Apostólica y también Romana? ¿les hacen
decir el Credo, Padre nuestro, Ave María y Salve? ¿los instruyen en los Mandamientos de
Dios y en los Sacramentos de la Iglesia?” ¡Cuánta ignorancia en muchos hijos! y ¡cuán
grande y estricta la responsabilidad de los padres!...
El Padre Fray Luis de Granada, reasumiendo toda nuestra idea, dice a los padres: A
vuestros hijos enseñadles a rezar y encomendarse a Dios, a perseverar en la iglesia, oír la
misa, los sermones, las misas cantadas y confesarse algunas veces entre años. A todo lo
dicho deben añadir los padres el rezo del santo Rosario, la Coronilla de los dolores y gozos
del señor san José, así como de algunas otras oraciones que vengan a ser como el culto
propio de la familia. ¡Felices los padres que introducen en su casa semejantes prácticas!
Porque, como dice san Pedro, toda la familia se pondrá en camino de salvación. Este deber
siempre ha sido, pero más lo es en nuestros días, en los que por una fatalidad de las más
tristes, se ven maestros que faltando en lo más esencial de sus obligaciones, en lugar de
enseñar a sus discípulos los principios del catolicismo, comete la atroz infamia de hacerlos
irreligiosos. ¡Maldad es esta inmedible!, pero maldad que, siendo un hecho en la práctica,
obliga a los padres a encargarse de educar cristianamente a sus hijos.
La educación religiosa, lector carísimo, no solo se compone de las verdades dogmáticas de
nuestra santa religión, sino que abraza principalmente un admirable conjunto de máximas y
documentos que, brotando del santo Evangelio, presentan con toda claridad la doctrina del
Salvador. ¡Oh! si los padres supiesen cuánto importa lo que les decimos, ellos lo pondrían
en práctica y verían en sus hijos unos buenos cristianos, unos excelentes ciudadanos y unos
hijos tan buenos que serían su alegría en la vejez.
Los hijos, a pesar de la inclinación al mal, nacen inocentes por medio del bautismo; y sus
almas son como un blanco lienzo hábilmente preparado, en el cual un diestro pintor podrá
embadurnarlo con tinta, pintar en él serpientes y basiliscos o presentarlo con el dibujo de
grandes santos. Ahora bien, ¿por qué vemos a tantos niños cuya alma está embadurnada
con la negrura de la ignorancia? ¿Por qué a tantos otros que presentan en ella la serpiente
del error, el basilisco del crimen y el monstruo de la impureza? ¿Por qué se ven muchas
niñas vanidosas, mundanas, ligeras, atrevidas, imprudentes y casi sin honor? Porque esto es
lo que sus padres pintaron en sus almas.
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Confesamos con mucho gusto, que un gran número de padres entregan a la Iglesia sus hijos
inocentes, pero también debe decirse que no todos son así; y que hay algunos que por su
criminal descuido, o por el amor desordenado, crían para la Iglesia y para el Estado
hombres como Juliano y mujeres como Jesabel, una y otro irreligiosos, impuros, atrevidos,
insolentes, taimados, crueles, bárbaros y autores de grandes revoluciones y todas de
consecuencias. Padres e familia, educad a vuestros hijos en el santo temor de Dios, que es
el principio de la sabiduría, ya que el que teme a Dios nunca es malo y siempre es bueno.
No, no, no seáis como aquellos padres que locos y más que locos, cuentan a sus hijos lo que
debieran ignorar, porque hacen una cosa mala, y muy mala, pésima y muy pésima cuando
la madre habla a su hija de enamoramiento y locuras, y el padre cuenta a su hijo las
valentías y disoluciones. ¡Desgraciados padres! Con esta conducta pintan a Satanás en el
corazón de su familia, le dibujan los crímenes más nefandos, y le delinean la vida infame,
que dirá quizás toda su vida.
No lo hagas tú así, lector carísimo, háblales de la vida cristiana, que debe consistir en una
fiel imitación de las obras de Cristo; háblales de la religión católica, de sus máximas y de
los consejos evangélicos; háblales de Jesucristo, que es el autor de nuestra religión, cómo
descendió del cielo a la tierra para salvarnos y redimirnos, cómo se hizo hombre en las
entrañas de María inmaculada, que estuvo treinta y tres años en compañía de los hombres,
recorrió toda la Judea, la Samaria y la Galilea, hizo innumerables milagros, padeció bajo el
poder de Poncio Pilatos, murió y resucito al tercer día y ahora está sentado a la diestra de
Dios Padre; háblales de María, de la dignísima Madre de Jesús, y Madre también nuestra;
del amor que nos tiene, de su poderoso patrocinio, y de cuanto tiene relación con Jesús y su
santísima Madre; y háblales del señor san José, el dignísimo esposo de María santísima, el
virginal padre de Jesús, y protector tan poderoso como universal de la santa Iglesia.
Así educaron a Teresa sus venturosos padres: por esto ella amaba tanto a Jesús, que a los
siete años ya partía animosa de la casa paterna, para ir a derramar su sangre por Jesús a
quien amó muy fervientemente; y por esto apenas muerta su madre, siendo aun muy joven,
cuando le hizo un acto de consagración el más tierno y confiado, escogiéndola por la
queridísima Madre suya, y por esto en todas sus obras tenía siempre su cuidado
especialísimo en la protección eficazmente poderosa del señor san José.
De estos principios de Teresa, brotaron aquel conjunto tan admirable de actos heroicos de
virtud, que la colocaron en los altares, y es la que conocemos con el nombre de santa
Teresa de Jesús: así fue educado san Juan de la Cruz y san Pedro de Alcántara, san Luis
Gonzaga y san Estanislao de Kotska, san Fernando Rey de España y san Luis Rey de
Francia, san Isidro Labrador y santa María de la Caneza, y una multitud innumerable de
santos y santas. ¡Oh padres de familia! ¿cuándo será el día que procuréis de corazón y con
todas vuestras fuerzas hacer a vuestros hijos fieles verdaderos, católicos, apostólicos y
romanos?
Concluiremos este capítulo narrando los terribles efectos de la irreligión de un padre que
pervirtió a su mismo hijo:
Una señora virtuosa tenía un hijo que instruyó y formó con el mayor cuidado. Dios bendijo
sus esfuerzos de tal manera, que pronto la piedad del hijo igualó a la piedad de la madre.
Llegando el día de la primera comunión, se acercó al altar con el recogimiento de un ángel.
Brillaba en su frente la alegría del cielo, y lágrimas de gozo saltaban de sus ojos. Desde
aquel día su fervor hizo aun más rápidos progresos; más a la edad de diez y siete años
comenzó a relajarse y a dejar casi enteramente la frecuencia de los Sacramentos. Al notarlo
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su piadosa madre se alarmó y trató de indagar la causa; más todas sus investigaciones
fueron inútiles, pues no frecuentaba malas compañías ni leía libros peligrosos.Traspasada
de dolor entra un día en el cuarto del hijo y dando libre curso a sus lágrimas, le ruega
encarecidamente le manifieste la causa del cambio de su conducta.
-Pero mamá, contesta el joven admirado, usted se alarma sin motivo, yo soy el mismo; yo
continúo amándola a usted con la misma ternura.
Hijo mío, replica ella suspirando, tú finges no entenderme; yo no me quejo de tu amor para
conmigo... Mas ¿no puede Dios quejarse de ti? ¡Ah! Dime, ¿por qué has cambiado para con
Él?-¡Pero mamá!...-Hijo mío tú no puedes engañar sobre esto, ni debes engañarte a ti
mismo; te pido por favor, por el amor que te tengo: descúbreme tu corazón. El joven baja la
cabeza y guarda silencio; la madre redobla sus lágrimas y súplicas; en fin el hijo se
enternece.
Ya que usted lo exige, la dice, no le ocultaré nada; se lo confieso a usted, instruido por las
dulces lecciones y sobre todo por los ejemplos que usted me daba, antes amaba la religión,
practicaba sus deberes con gusto y placer, y hallaba en esto mi dicha. Sobre todo fui
dichoso en mi primera comunión y en las que le siguieron inmediatamente; mas después...
reflexioné...mamá, yo la amo mucho a usted, la amo de todo mí corazón, pero usted ya no
es mi modelo... quiero imitar a papá... veo que todos le respetan, le aman y le buscan...
quisiera serle semejante... yo veo que mi papá no practica la religión como usted... quizás
no tendría para mí las mismas consideraciones si yo no siguiera su ejemplo... por otra parte,
mi papá es instruido e incapaz de obrar contra conciencia; he aquí porque si al armarla a
usted quisiera hacerme poco a poco semejante a papá.
¡Ah, hijo mío!, exclamó la madre, ¡qué revelación! No te diré nada, mas permanece, te
ruego, en tu cuarto. Sálese después de estas palabras entrecortadas, y va a la habitación de
su esposo, a quien espanta con sus gritos de dolor. Procura éste calmarla e indagar la causa
de sus lágrimas.
Ella no puede decir sino: ¡ay! ¡ay! ¡amigo mío! ¡tu hijo!, y cae desmayada en sus brazos.
Prodíganle socorros; toma un poco de aliento, y refiere llorando la escena que acaba de
rasgar su corazón. A esta relación inesperada queda el esposo inmóvil de estupor. Pronto
vertiendo lágrimas en abundancia. ¡Oh, esposa mía!, exclama. ¿Dónde está mi hijo?
Le he dejado en el cuarto.
Ven, sígueme. Van juntos al cuarto del joven.
¡Ah, hijo mío!, dice el padre sollozando, duro es a un padre acusarse delante de su hijo. Sí,
soy culpable, amigo mío; tu madre me lo ha referido todo; mas no acuses mi fe, pues se ha
conservado pura y entera en mi corazón. Un maldito respeto humano me ha impedido
conformar la conducta con mi creencia. ¡Ay!, jamás hubiera pensado que mi ejemplo te
sería tan funesto. Mas, hijo mío, la lección es demasiado fuerte. Tú me vuelves al sendero
de la religión; tú acabas de iluminarme y restituirme el valor. Ven, yo te volveré también a
la piedad. Abrázame y perdona. ¿Quién es tu confesor? Pues quiero que sea también el mío;
vamos a hacerle juntos, tú, la confesión de tu flaqueza, y yo, la confesión de mi crimen.
Fueron juntos al tribunal de la penitencia, y la piedad de la familia no se desmintió jamás en
lo sucesivo. Padres y madres comprended a la vez cuál es el crimen del respeto humano y
cuán terribles son las consecuencias del mal ejemplo que dais a los hijos, no practicando
vosotros la religión. (P. Guyon, serm.).
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Capítulo 3
Los padres deben corregir a sus hijos
15. Vehemente inclinación
Si para obrar el bien y huir del al bastante conocerlo, muy poco tendría que añadir, lector
carísimo; pero la experiencia nos enseña que no basta, y que por más que conozcamos lo
malo y las ocasiones del pecado, con todo, por la vehemente inclinación al mal, muchas
veces tenemos la desgracia de hacerlo; así como no es suficiente conocer lo bueno, porque
la experiencia nos enseña que a veces dejamos de practicarlo a pesar del conocimiento que
de él tenemos. Ciertamente muy fácil sería la moral si para ser bueno y ya no ser malo,
bastante saber lo que Dios nos prohíbe hacer, lo que nos manda ejecutar siempre y lo que
exige de nosotros en ciertas y determinadas ocasiones; pero una fatal experiencia nos
enseña lo contrario.
Tenemos necesidad de ayudarnos con fuertes consideraciones sobre las verdades de nuestra
santa religión, y de una manera especial, aguijonearnos con el temor de la muerte, con lo
terrible de las penas del infierno y con los gozos perdurables de una eterna gloria. Para
vencer la vehemente inclinación que nos seduce y muchas veces nos arrastra, tenemos
necesidad de ser corregidos, para que auxiliados con la saludable corrección, seamos fieles
observantes de al ley de Dios. ¿Queréis, padres de familia, salvar a vosotros y a vuestros
hijos? corregidlos: ¿queréis que la muerte del pecado no los destruya? Corregidlos: ¿queréis
que no sean los vicios que escandalicen a los demás? Corregidlos: ¿queréis en suma,
corregir, y corregir sin cólera airada y según la voluntad de Dios? Oíd lo que voy a deciros
sobre la corrección.
16. Deber que tienen los padres de corregir a sus hijos
Los padres deben corregir a sus hijos; y debe entenderse bien que deben verificar la
corrección no solo cuando son niños y grandes, sí que también aun cuando ya son casados;
porque a la manera que los hijos siempre son hijos, así los padres siempre serán padres.
El Espíritu Santo en conjunto de sentencia nos declara la misma obligación, diciendo:
“Padres, no seáis omisos en castigar a vuestros hijos: castigadlos con prudencia y salvareis
sus almas; y no las permitáis que siendo jóvenes se salgan con la suya.” Y para expresarlo
mejor, sí cabe, añade: “Humilla la cerviz de tu hijo durante su juventud y castígalo con el
azote mientras es niño, no sea que habiendo crecido te resista.” ¿Tienes hijos? pues desde la
niñez continúa, los debes domar. ¿Tienes hijas? Guarda su honestidad, y no les muestres el
rostro risueño; porque si regalas a tu hijo presto lo sentirás soberbio contra ti, y si con él
jugares te dará mil disgustos, ni con él rías ni llores porque te arrepentirás: no lo dejes
mandar en casa en su mocedad, sino que debes andar sobre aviso para conocer sus intentos
y sus propósitos; debes doblar su cerviz cuando es mozo, azotarle cuando es niño, para que
después no te desprecie y haga poco caso de ti, pues entonces te dolerá mucho en tu,
corazón, y serás sin remedio.
Y en el mismo capítulo añade: el padre que ama a sus hijos castiga muchas veces, para que
después se alegren con él, y no lo vean andar por puertas ajenas, por no haberles aplicado el
castigo a su debido tiempo. ¡Qué expresiones tan vivas! ¡qué locución tan apropiada! ¡qué
palabras tan expresivas que bien nos hacen comprender la obligación estrictísima que
tienen los padres de corregir a sus hijos!
21
El glorioso san Gregorio, siguiendo la misma idea, hace a los padres, reos de todos los
pecados que comenten sus hijos; y que no hubieran cometido por medio de la corrección
que les habían de haber hecho: y concluye su argumento con esta bella y exacta
comparación: así como el labrador que trabaja la tierra, la siembra y la riega, hace muy
poca cosa si no pasa después a la limpia, arrancando las malas hierbas; así de un modo
semejante, poco harán los padres en la educación de sus hijos, si a la instrucción de sus
deberes , no añadieren la corrección: tan cierto es que somos tierra maldita por el pecado, y
que producimos la mala hierba de las pasiones.
Por lo dicho, aparece bien cuán reprensibles y crueles son los padres que por su indiscreta y
demasiada ternura no castiguen a sus hijos sino que los dejan estragar con vicios y
escándalos. Ellos son más crueles y negligentes que piadosos y llenos de amor paternal.
Porque ¿qué mayor crueldad puede darse en un padre de familia, que aquella de la cual se
hace reo porque no corrige a sus hijos? Sí, es tan cruel cual lo sería un padre que viendo
que su hijo es arrastrado por la corriente de un río, pudiendo salvarlo con solo asirlo de los
cabellos, no lo hiciera por temor de no lastimarlo un poco al sacarlo: porque prácticamente
por no entristecerlos con el castigo, los dejan zambullir y anegar en las nefandas corrientes
del vicio. Y ¿todavía alegarán que no los castigan por piedad? ¡Ah! piedad maldita que no
puede reprenderse convenientemente. ¡Ojalá que semejantes padres aprendieran del rico
glotón del Evangelio, el cual entre los tormentos infernales suplicaba a Lázaro que
adoctrinase a sus hermanos para que recibiendo el debido castigo no fueran a parar al lugar
de los tormentos que él padecía! ¡Oh padre de familia! Acuérdate de practicar en vida lo
que quiso practicar un condenado, ya que de los vicios de tus hijos Dios te ha de pedir
cuenta estrechísima.
El Evangelista san Mateo, en el capítulo IX de su Evangelio, nos muestra los admirables
efectos de la corrección, al decir: “Ven, pon tu mano sobre ella y vivirá:” es Jesucristo
nuestro Señor el que aplica aquella poderosa mano y el que verifica la más completa
curación: tal es la fuerza de la corrección hecha apropósito; tan prodigiosos son los efectos
cuando ella es aplicada cuidadosamente, tan admirable en todos sus actos! Porque al modo
que Jesucristo aplicando su mano obró la más completa curación, así los padres aplicando
con destreza la corrección, sanarán a sus hijos de sus defectos. ¡Ojalá que los padres de
familia usen convenientemente de la corrección!
17. Qué ha de corregirse en los hijos
¿qué han de corregir los padres a sus hijos? nada más cierto que la corrección, pero
¿cuántos errores? Padres hay que hacen las cosas al revés, y corrigen en lo que debían
callar y callan en lo que debían corregir. Un hijo llora, rompe un trasto, derrama una
bebida, rasga su vestido... y luego parece que ni son padres, porque con la lengua arrastrada
por la ira les dicen mil improperios, y la mano movida por la cólera, parece que solo
aprendió a sacudir; y estos mismos padres oyen a sus hijos que dicen blasfemias, que
cantan canciones indignas y que manchan su lengua con malas razones, y con todo nada les
hacen: que les gusta y muchas veces dicen que es ingenio y habilidad. ¡Desgraciados hijos a
quienes los padres no corrigen! ¡Desgraciados padres que mal corrigen a sus hijos, porque
se perderán también como ellos! ¿Es hablador vuestro hijo? ¿la curiosidad lo seduce? ¿la
inquietud lo arrastra? Cuidado, porque esto no son vicios: examinadlos y conducidlos
discretamente para que saquéis fruto de sus mimas pasiones.
22
A todos es bien conocida la historia de María Magdalena, apellidada por el Evangelio la
Pecadora. Y ¿cómo se hizo tan santa? No extinguiendo la pasión, sino dirigiéndola
debidamente. Lo que había perdido a Magdalena era el amor a las criaturas, al mundo y a
sus vanidades; y quedó cambiada con solo amar a Jesucristo; así deben obrar los padres, no
apagando las pasiones de sus hijos, sino comunicándoles la conveniente dirección.
¿Es hablador vuestro hijo? Proporcionadles sermones, discursos académicos, oraciones
fúnebres, versos bien trabajados, y así cultivareis en vuestro hijo lo que os parecía una
imperfección- ¿Es curioso? Decidle cuando la curiosidad es buena, cuando es peligrosa y
cuando es pecado: notadle que la curiosidad de Eva perdió a todo el género humano, que
siembra la desunión de las familias, y que muchas veces quita la paz; pero al propio tiempo
cultivad esta inclinación con las vidas de los mártires y con historias tan útiles por el estilo
como selectas por la materia, y tal vez hallareis en vuestro hijo el talento de una anticuario.
¿Es inquieto? No desmayéis, aplicadlo al trabajo, haced caer en sus manos noticias de
armas y de guerras, y quizás tiene por destino ser un buen soldado y un distinguido
guerrero. ¿Es meditabundo? No, no os dé pena, conservadle su inocencia, porque por
ventura el Señor lo llama para que lo sirva en su propia casa, como escogió en otro tiempo
a los apóstoles y demás discípulos, ¿Lo veis vivo, de genio alegre y festivo? Dadle una idea
de la verdadera recreación, de la paz de una buena conciencia, de la fealdad y malicia del
pecado y de las delicias del amor de Dios. ¿Veis que la ambición lo domina? Presentadle la
caída del ángel rebelde por su ambición, pintadle a la humildad como el tesoro del
cristiano: y que si los humildes aprenden en la escuela de Jesús, los ambiciosos, soberbios,
orgullosos y vanidosos tienen por maestro al demonio.
En suma, examinad vuestros hijos, reflexionad sobre sus pasiones y al paso que debéis
destruir lo malo, debéis al propio tiempo conservar todo lo bueno. ¿Habéis visto en vuestro
hijo pasiones peligrosas? ¿veis que mancha sus labios con la mentira, que pone en peligro
su inocencia, que falta a la obediencia con malicia, que sale de noche, que se junta con
malas compañías, que se deja llevar de la afición hacia placeres prohibidos? ¡Ah! Corregid,
corregid en este caso y servíos de toda vuestra autoridad, para apartarlos de las ocasiones de
pecado: no sea que cuando lo advierta ya se encuentre miserablemente atado con alguna
mala costumbre. ¡Oh buen Dios! ¿y quién contará los males que de ahí nacen? ¡Ah!
Corregid, corregid, padres de familia, y trabajad con todo empeño para impedir el pecado.
Un grande autor da a los padres de familia la siguiente doctrina: Ante todas cosas, procuren
los padres apartar de sus hijos las malas compañías, el juego y la ociosidad, y comiencen a
imponerles desde muy tiernos a no salir con sus antojos, sino que deben quebrarles muchas
veces al día su propia voluntad, y castigarles las mentirillas, los juramentos, las golosinas,
las malas palabras, los juegos indecentes, y las acciones prohibidas. Un padre de familia no
debe disimular a los hijos las maldiciones, mentar al demonio, decir palabras descorteses y
los enredos. El medio más eficaz que tiene el padre para criar bien a sus hijos y hacer que
sean modestos y corteses, es observar en su presencia una conducta tan ejemplar como
virtuosa, porque las costumbres de los padres son las leyes de los hijos.
18. Continua el mismo asunto
Los padres deben corregir a los hijos todo lo malo y deben comenzar a hacer la corrección
de pequeños y aun en las cosas caseras. ¿El chiquillo no quiere ir a la escuela? Reprendedlo
y obligadle que vaya hasta con el azote, si fuere necesario. ¿Sabéis que no aprovecha?
Haced una visita al maestro, suplicadle que lo castigue cuando no sepa la lección, y
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vosotros mismos castigadlo también. ¿Sabéis que se junta con malos muchachos?
Prohibídselo, y si no hace caso, recordadle la prohibición con el azote. ¿Veis que mira a su
madre de reojo y como que no hace caso de sus advertencias;? ¿qué desprecia a sus abuelos
o que les falta de palabra, con señas o con amenazas? Dadle, y dadle muchas veces con el
azote, porque esto indica una alma mala que es el origen de grandes trastornos. ¿Observáis
que es pendenciero, que riñe, que admite desafíos y aun que los propone? Tomad el azote y
sacudidle unos cuantos, y así lo amenazareis. ¿Observáis que la niña descuida ir a la amiga,
que no adelanta, que no se aplica a las labores, que se junta con gente no buena, que juega
con niños o que tiene familiaridad peligrosa con alguna persona? Corregidle primero con
dulzura, luego con entereza y como con enojo, y a la tercera con el azote en la mano.
¿Sabéis que vuestros hijos no cumplen con la ley de Dios, no oyen la misa, comen carne o
promiscúan en días prohibidos, o no cumplen con los mandamientos de la Iglesia?
Avisadlos, reprendedlos, castigadlos y trabajad empeñosamente para que no cometan
pecado mortal, estando seguros que el hijo que falta a Dios, jamás podrá ser fiel para con
sus padres. ¿Sabéis que vuestros hijos salen de noche, que maldicen las criaturas, que dicen
horribles blasfemias, que se cogen lo ajeno, que se juntan con gente peligrosa o de mal
nombre, o que vuelven tarde en la noche? ¡Ah! Avisadlos, reprendedlos y corregidlos con
rigor. ¿Sabéis que vuestras hijas andan tras novio, que escondidas les hablan, que reciben
cartas ocultamente, que están a solas con los pretendientes? ¡Ah! Avisadles con seriedad,
reprendedlas con firmeza y castigadlas con rigor si no hicieran caso.
¡Ah! ¿cuántos padres se han condenado por sus hijos? ¿cuántos jóvenes de muchos años sin
tener una confesión? ¿cuántos saben toda especie de picardías e ignoran lo necesario para
salvarse? ¿cuántos se entregan a la lascivia y abandonan los deberes cristianos? ¿cuántos
son causa de riñas y aun dan que entender a la justicia?¡Oh padres! Y ¿cuánta
responsabilidad? Porque si la primera vez que dijeron una mala palabra, se la hubieseis
reprendido con un buen bofetón, no habrían dicho la segunda; porque si a la primera
curación de la herida se hubiese seguido una buena sacudida de fuertes azotes, no hubiera
reñido otra vez; porque si a palos y mojicones les hubierais hecho volver lo hurtado, o
habrían robado más.
En un lugar de España vivía un niño de solo cuatro años cuando robó una manzana a una
verdulera y que las vendía. Llega el niño a su casa, y conoce el padre la falta que acaba de
cometer. Se lo pregunta y al negárselo recibe un bofetón; y el padre lo coge del brazo, lo
arrastra al lugar en donde hizo la falta, y entre una lluvia de pescozones, le hace volver con
su misma mano la manzana, y aun hizo que la dejara en el mismo lugar, Treinta años
después conocimos a este hombre, y nos aseguró que había quedado tan escarmentado que
no tenía recuerdo haber vuelto a caer en la misma falta, y aun que tuvo siempre al robo un
horror extraordinario. Padres de familia, corregid con constancia y severidad, y evitareis
más pecados y escándalos que todos los gobiernos con su policía.
Y para que lo hagáis con más eficacia, recordad bien que los padres no deben perder la
oportunidad tan conveniente que les da la misma naturaleza durante los tiernos años de sus
hijos; porque si en ésta os descuidáis ya no encontrareis después otra tan a propósito: y
tanto más cuanto que todas las cosas tienen sus tiempos propios y acomodados en los
cuales se hacen con facilidad; más si estos se pasan, el trajo que después se pone es mucho,
y el fruto que se saca es poco, enfermizo y quizás ninguno. En una palabra, padres y
madres, a la manera que el buen marino no pierde la oportunidad del tiempo, ni el labrador
descuida las estaciones para sus siembras, ni el valiente el momento de salir victorioso; así
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de una manera semejante, el buen padre de familias que con el cumplimiento de sus deberes
quiere dar a la Iglesia buenos cristianos y al Estado honrados ciudadanos, no deja de
aprovecharse de la tierna edad de sus hijos, para enderezarlos debidamente, mediante la
conveniente corrección y el oportuno castigo.
19. Los padres deben corregir aun a los hijos grandes y casados
A los catorce años es cuando las pasiones comienzan a bullir, y cuando los hijos tienen más
necesidad de la corrección. Es preciso corregirles, pero ya no como un niño, con los azotes,
sino como a personas que tienen razón: conviene con una santa industria domar su altivez,
unas veces con el amor, otras con la amenaza, ya con la oración, ora con el buen ejemplo; y
siempre siguiendo la falta o el vicio, y no parar hasta verlo corregido o enmendado.
¿Los hijos ya son casados? Deben también ser corregidos; y deben avisarles
respectivamente si escandalizan, si no cumplen los propios deberes, si se faltan a la
fidelidad, si se dejan llevar de la destemplanza en el comer o beber; en una palabra, son
padres y deben corregir a sus hijos todo lo malo. Los padres están tan obligados a esta
corrección que deben cumplirla, y cumplirla bien, so pena de eterna condenación, todo lo
cual se verá en el siguiente caso:
Era Helí uno de los hombres más insignes del pueblo de Israel, su rectitud en todos los
negocios era de todos reconocida, su piedad la manifestaba en el cumplimiento de sus
deberes religiosos, su ciencia e instrucción lo hacían venerable como el más anciano, y por
la realidad de su mérito, vióse justamente elevado a la doble dignidad de juez de Israel y
Pontífice del Señor; pero en medio de tanta virtud era débil en corregir y castigar a sus
hijos, y esta debilidad lo hizo eternamente desgraciado según el sentir de san Juan
Crisóstomo. Helí oye hablar mal de sus hijos, le describen su conducta escandalosa, le
patentizan las deshonestidades en que han caído, le dan pruebas inequívocas de su furiosa
destemplanza, le señalan todos los datos que a presencia de todo Israel son irreligiosos, y en
suma le hacen ver que sus hijos no solo son escandalosos, y deshonestos, y comilones e
irreligiosos, sí que también que ya son impíos. Helí no quiere creerlo... Aquí padres y
madres que a imitación de Helí no ven las faltas de sus hijos. Lo cree, en fin, y los corrige,
mas oíd la reprensión: “Hijos míos, ¿por qué hacéis estas cosas tan pésimas, de las que
murmura todo el pueblo? No las queráis hacer.” Así fue en sustancia la corrección; pero
desagradó a Dios y no se le tuvo en cuenta por ser demasiado débil, puesto que debiera
corregir unos crímenes tan escandalosos. Por esto Dios lo castigó, le envió en un solo día la
muerte infausta de sus dos hijos, la pérdida del arca que era el tesoro de Israel, el
apartamento de Dios, la extinción de su familia y su muerte temporal, y aun la eterna, como
dicen algunos santos Padres. ¿Cuántos padres imitan a Helí? ¿cuántos no quieren creer de
sus hijos lo que les dicen? ¿cuántos se hacen el sordo, y el mudo y el ciego? ¡Infelices
padres! Porque como Helí, se hacen reos de los pecados de sus hijos, y teman ser castigados
como él en este y en el otro mundo.
Padres y madres de familia, ¿qué os parece de la gravedad de vuestro pecado, cuando no
corregís debidamente a vuestros hijos? ¡Ah! Conoced su gravedad, su malicia, y su
deformidad inaudita, por los castigos tan universales y terribles que recibió Helí. Bien
podría decirse que la conducta de este juez de Israel y sumo sacerdote, desagradó tanto al
Señor, que por ella castigó a toda la nación, y aun a toda la Iglesia judaica. Castigó a toda la
nación haciéndola huir vergonzosamente a vista de sus enemigos, y que una gran parte
pareciera al filo de la espada: y castigó a la Iglesia y aun a todos los levitas, permitiendo
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que el arca santa quedase hecha prisionera; y castigó a toda su causa, a sus hijos y a él
mismo. Así pesan padres y madres de familia, vuestros pecados ante Dios Nuestro Señor!
20. Cuándo deben corregirse los hijos
Al modo que para el labrador no todo tiempo es bueno para sembrar toda clase de semilla,
sino que una debe sembrarse en el invierno y otra en el estío, ésta en la primavera y aquella
ene l otoño; así para los padres de familia que deben cultivar el corazón de sus hijos, no
toda ocasión es buena para sembrar la semilla de la corrección, sino que hay tiempo de
callar y tiempo de hablar: tiempo de disimular y tiempo de corregir. El tiempo menos a
propósito para la corrección, es el tiempo en que los hijos están faltando, y corregirlos
entonces es ordinariamente imitar la necia conducta de un médico que receta fuertes
alimentos al enfermo atacado de la fiebre.
Por consiguiente, no deben los padres corregir a sus hijos, cuando ellos están agitados de la
vehemente pasión que los ciega, del apetito desordenado que los arrastra y del amor propio
que los hiere. Lo que decimos no es un consejo sino el precepto expreso del Apóstol
cuando dice: no queráis provocar la ira de vuestros hijos. Reprenderlos en estas ocasiones
no es corregirlos, sino exasperarlos; ya porque la ira les quita la razón, ya porque la cólera
los tiene enfurecidos o porque se creen víctimas del odio. ¿Son grandes vuestros hijos? No
toméis un palo, no los maldigas, no los reprendáis en presencia de otros, corregidlos con los
miramientos que se deben a hijos grandes y corrigiéndolos con constancia veréis bien
pronto los frutos de la enmienda.
Imitad a la prudentísima Abigail, que queriendo corregir a su esposo la conducta durísima
que observó con los enviados de David, para que remediándolo se librara él de todos los
grandes males que le amenazaban; no quiso hacerlo inmediatamente después de la comida,
porque estaba muy alegre con el mucho vino que había bebido; sino que aguardó al día
siguiente cuando ya lo había digerido y era capaz de comprender sus razones. ¡Oh cuánto
conviene que los padres se dejen llevar de este ejemplo! Imitad la prudencia y discreción
del profeta Natan, que debiendo corregir al rey David por su doble pecado de adulterio y
homicidio, no obstante de ser su íntimo amigo y enviado de Dios, no quiso hacerlo con
todo furor echándole en cara su negra ingratitud; sino que habiéndole propuesto una
parábola, lo condenó con sus mismas palabras, con cuyo medio se reconoció David tan bien
que comenzó a hacerse un gran santo.
21.-Modo con que debe corregirse
Hay padres que tienen voluntad de corregir, y que no corrigen, y que no corrigen
inmediatamente que se comete la falta; sin embargo corrigen tan sin modo, que tal vez sería
mejor que nunca cumplieran con el deber de la corrección, porque es sumamente peligroso
corregir y reprender a los niños con demasiada severidad, como bien se verá por el
siguiente ejemplo:
Un caballero se retiró a una provincia para ocuparse en ella sin distracción, en la educación
de un hijo único, que amaba mucho. Este hijo anunciaba un talento extraordinario; tenía
grande aptitud para la ciencia, una alma generosa y sensible, y un carácter lleno de energía;
pero se notaba en él grande terquedad, pues era en extremo testarudo. Un día lo fue tanto,
que su padre creyó deber emplear medios violentos para corregirle: le amenaza; el
muchacho de diez años de edad se resiste. Hace venir dos hombres armados con varas, no
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se obtiene nada; el padre manda coger al muchacho que lloraba y gritaba, y manda que le
azoten. Obedecen éstos; pero durante la ejecución, el niño se pone pálido, cesa de gritar,
páranse las lágrimas: a los gritos de cólera sucede de repente un silencio profundo, una
espantosa inmovilidad. Admirados, le preguntan, pero no tienen ninguna respuesta; su
fisonomía descompuesta no ofrece más que la expresión de su sobresalto repentino y la
marca de la estupidez; en efecto, acababa de perder las facultades mentales, y no las ha
recobrado jamás: ha quedado imbécil.
Carron, de la educación.
El mismo castigo dado sin ese bárbaro aparato, por una buena madre, a quien conocí, lejos
de producir esos tristes efectos, trajo a mis pies enteramente convertido a un joven de diez y
seis años, que tenía harta necesidad de conversión. Y por cierto quedó muy agradecido y
contento de su madre. Ni todo sea rigor, ni todo condescendencia.-J. M.
Corrigen, pero convierten su vida en un volcán de maldiciones y vomitan por aquellos
labios execraciones las más horribles, y todos los truenos y los rayos, y la peste y la guerra,
y el conjunto de todas las miserias. ¿Qué hacéis desgraciados padres? ¡Infelices padres!
¡mil y mil veces infelices! La Iglesia ha orado por vuestros hijos y ¿vosotros los maldecís?
La Iglesia les ha administrado el santo bautismo y con sus aguas saludables los lavó de todo
pecado, y ¿vosotros los maldecís? La Iglesia los santificó con el Espíritu Santo, y ¿vosotros
los maldecís? La Iglesia les administra el Sacramento de la penitencia, y ¿vosotros los
maldecís? Dióles a comer el Pan de vida, y ¿vosotros los maldecís? ¡Ay! ¡ay de vosotros,
pares y madres! Porque maldiciendo a vuestros hijos, habéis maldecido a una criatura que
es templo de Dios, a unos miembros que lo son de Jesucristo. ¡Ingratos padres!
Maldiciendo a vuestros hijos los arrojáis al infierno siendo criados para el cielo. Otros
padres de familia pecan también porque corrigen con tanta imprudencia, que casi sería
mejor que no corrigieran, porque acompañan la corrección con las más horribles
imprecaciones contra sus hijos que siendo comprados con la sangre de Jesucristo, los
entregan otra vez al poder del demonio; teniendo por hermano a Jesucristo quieren que el
diablo sea su hermano; teniendo derecho a la eterna gloria, desean hacerlos eternos
habitantes del infierno.
Oíd, padres de familia, el siguiente caso de la Escritura, para que aprendáis a no maldecir.
Es cosa sabida que todo el género humano pereció en el diluvio y que solo se salvaron en el
arca Noé con su familia. Acabando el diluvio salieron del arca y el Señor los bendijo. Poco
después plantó el santo Patriarca una viña y bebió el vino ignorando su efecto. Cam que fue
uno de sus hijos, cometió con su padre un crimen tan horrendo que callo por no ensuciar el
papel. Pasada la embriaguez supo el santo anciano la malignidad de su hijo, maldice a toda
su descendencia y Dios oye tanto su maldición, que la castiga para siempre, haciéndola
nacer negra y condenándola por muchos centenares de años a la más abyecta esclavitud:
son los africanos.
¡Ay padres y madres! Por vuestras maldiciones hay tantas guerras, tanta peste, tantos
terremotos, tantos incendios, tantas inundaciones, tantos escándalos y tanto pecado... Pero
basta, armaos de la corrección, pero n de la maldición; corregid, pero con la dulzura del
aceite y con el vino del rigor, corregid, pero no con la severidad y mansedumbre, corregid,
no con la pasión sino excitados del deber; corregid los vicios y no las acciones; en suma;
corregid según los modelos que os presentaré en el siguiente párrafo.
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22. Modelos de corrección
Corregir al prójimo es una obra de misericordia; pero cuando los padres lo hacen para con
sus hijos, es el cumplimiento de un importante deber. Ordinariamente hablando el padre,
corregirá primero con dulzura, como si solo tratará de hacer notar la falta, segundo, cuando
esto no bastare, añadirá a la corrección razones que hagan ver la gravedad o falsedad de la
falta; tercero, si esto no bastare, ayude a la corrección con cierta acrimonia y vivacidad,
manifestando que es el único remedio; cuarto, y en ciertos casos, debe hacerse la corrección
aunque se prevea que ha de resultar un grave mal, tanto a quien se corrige, como a la
persona que corrige.
Ejemplos del primer caso
Cuando Abraham reprendió a sus pastores por la riña que habían tenido con los pastores de
Lot, lo hizo pues, lleno de caridad y de mansedumbre, y al mismo tiempo puso el debido
remedio para que para que no volviese a suceder. Cierto hijo de los profetas, debiendo
reprender al rey Acab los crímenes que habían cometido, por la dignidad de su persona, lo
hizo proponiéndole una parábola, y se la propuso de un modo que por medio de ella
conociera el rey su pecado y verificará su enmienda. Los parientes del anciano Tobías se
burlaban de su virtud, mas él con ánimo tranquilo corregía su error, asegurándoles que
debían obrar el bien porque era hijo de los santos, y que a ellos no les era lícito hablar de
aquélla amanera. Habiendo sabido Judit la desacreditada resolución que habían tomando el
sumo sacerdote y los ancianos del pueblo, de entregar la ciudad a los Asirios si dentro de
cinco días no recibían el refuerzo que esperaban, le reprendió su poca confianza en Dios, y
lo hizo con palabras todas llenas de discreción, y al mismo tiempo fue ella misma a poner el
debido remedio.
Ejemplo del segundo caso
Un ciego de nacimiento, según nos refiere san Juan, recibió la vista de nuestro Señor, y
corrigió a los escribas y fariseos, arguyéndoles y convenciéndoles de que Jesús era Dios.
“Es extraño que vosotros ignoréis de dónde es el hombre que me ha dado la vista; cuando
nunca jamás se ha visto que persona alguna haya dado la vista a un ciego de nacimiento,
porque esta operación solo puede hacerla el que es Dios, luego el que me ha dado a mí los
ojos es Dios.” san Pablo, en su epístola a los romanos, trae una admirable corrección de
este género cuando corrige a los judíos y a los gentiles, diciéndoles, que no tenían que
vanagloriarse, que unos y otros estaban bajo la ley del pecado; por que si los unos habían
quebrantado la ley natural, los otros se habían hecho también transgresores de la ley de
Moisés; “por consiguiente, que no tenían de qué gloriarse, sino que unos y otros debían
acudir a la infinita misericordia de Dios.” san Pedro, según nos refiere los actos de los
Apóstoles, viendo que los judíos estaban admirados por los milagros que obraba, los arguye
con discreción y confianza: “ora les dice su gran pecado, ora como que procura excusarlos,
ora les añade palabras llenas de dulzura y de amor: y esta corrección convirtió a cinco mil
hombres.” ¡Oh qué modo tan admirable de corregir! ¡Ojalá que los padres lo imiten!
Ejemplos del tercer caso
El Profeta Elías argüía al pueblo con todo el poder y valentía de su celo:”Sí el Señor es
vuestro Dios, seguidlo; ¡hasta cuándo queréis servir a dos señores!” Con un celo admirable,
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con el fervor propio del mayor de los santos, decía Juan Bautista a los fariseos y saduceos:
“Descendencia de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir del día de la ira?” san Pedro
reprendía durísimamente a Ananías y Safira por la mentira que decían engañándole, y al
mismo tiempo los condenaba a una muerte súbita: y reprendió terriblemente a Simón Mago
que le ofrecía dinero por el don de Dios: y concluyó diciendo “sea tu dinero para tu
perdición.” san Pablo mirando al Mago Elima que procuraba apartar al procónsul de la fe,
le dijo: “Oh hijo del diablo, todo lleno de engaño y de mentira y enemigo de toda justicia,
¿hasta cuándo te pondrás al recto camino del Señor?” Y el mismo san Pablo, dirigiéndose a
los fieles de Galacia, que después de recibida la verdad evangélica querían otra vez abrazar
el judaísmo, con un tono el más acre, y con el fervor que distingue al que mereció ser
llamado el Apóstol, les dijo. “¡Oh insensatos Gálatas! ¿quién os ha fascinado?”
Ejemplo del cuarto caso
Sara, señora de Agar, la reprende según lo merecía, más ésta llena de orgullo y soberbia
huyó de la casa; mas el Señor que aprobó la justa corrección, mandó un ángel a Agar que le
intimó volviéndose a la casa de su señora y que se le humillara. El Profeta del Señor
Hanani, reprendió a Asa, rey de Judá, porque había puesto su confianza en Beneda, rey de
Siria, y sumamente enojada mandó arrojarle entre prisiones, y mató en aquellos días a
muchos del pueblo. Daniel por haber demostrado entre los babilonios que Bel y Dragón no
eran dioses, sino obras de hombres, se levantaron contra él, lo acusaron falsamente ante el
rey, y procuraron que fuese encerrado en el lago de los leones; Juan Bautista decía a
Herodes, no te es lícito tener la mujer de tu hermano, lo cual hizo que fuera arrojado en la
cárcel, y que por la misma causa fuese decapitado.
Basta de ejemplos, que podríamos aumentarlos con innumerables más, téngase presente que
la corrección debe hacerse, primero, con dulzura y suavidad; segundo, con entereza y
valentía, como arguyendo; tercero, de un modo fuerte y constante; cuarto, a pesar de los
males propios, porque ante todo es la justicia y el deber; y a pesar de los males que pueden
sobrevenir a la persona corregida por el abuso que ella hiciera de la corrección, porque en
ciertos casos debe hacerse, para evitar el escándalo, y por que siempre y en toda ocasión,
primero es la salvación propia que la ajena, pues como dice san Pablo, la caridad bien
ordenada comienza consigo mismo. Concluir queremos este capítulo, manifestando
prácticamente, lo que puede una buena educación cristiana. Un cruel perseguidor de los
cristianos, Dunan, rey de los árabes, había preso y condenado a una mujer a morir
quemada. Tenía ésta un niño de cinco años, el cual no hallando a su madre, la iba buscando
y llamando a gritos por todas partes: “Madre, madre, ¿dónde está mi madre? Llega a la
presencia del rey, y el niño: ¿dónde está mi madre?- ¿No me tienes a mí, constestóle el rey,
para qué quieres a tu madre?- Quiero a mi madre, para que me lleve al martirio.-¿Qué sabes
tú de martirio? Replico el rey, que tenía al niño junto a sí,- Sí lo sé, respondió el niño: es
morir por Cristo para vivir eternamente.
Pasmado el rey de oír a una criatura de cinco años hablar así, ¿quién es Cristo? Le
pregunta.
Ven a la iglesia, contesta el niño, y te lo enseñaré.” En esto ve a su madre que estaba ya
atada al palo, e iba a pegar fuego a la hoguera, Redobla el niño los clamores y esfuerzos
para ir a morir con su madre, y no pudiendo desasirse del rey de otra suerte, comienza
morderle, hasta que con el dolor lo suelta el rey, y el niño echa a correr, sin que nadie
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pudiera detenerlo. Ya ardía la hoguera, y él se entra por medio de las llamas, y así abrazado
con su madre lograron ambos la palma del martirio.
Metafraste.
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Capítulo 4
Los padres deben apartar a los hijos de las ocasiones del pecado y
edificarlos
23.¿Por qué se condenan muchos padres de familia?
Claro está, lector carísimo, que se condena todo aquel que no cumple sus propios deberes; y
está por tanto, fuera de toda duda, que se pierden los padres de familia que no cumplen sus
deberes para con sus propios hijos. Muchos se condenan porque no alimentan a sus hijos;
muchos porque no los instruyen en las cosas religiosas; muchos porque no les corrigen sus
defectos o porque no los corrigen bien; pero se pierden muchos más porque no los apartan
de las ocasiones de pecado.
Cuando los padres no han educado a su familia, al ver los tristes efectos que se repiten en
su seno, despiertan de su fatal descuido, hacen serías reflexiones, acuden a la corrección, y
aun toman el azote y con esto algo remedian; pero cuando por amor desordenado, por una
fatal ignorancia, no apartan a sus hijos de la ocasión de el pecado, cuando por
condescendencia no escrupulizan con lo que dicen o hace; cuando por su poca virtud o la
corrupción de su corazón escandalizan la familia, y no le dan el buen ejemplo que de todo
rigor le deben , ¡oh! En este caso sigue el pecado y los padres se hacen reos de los crímenes
de sus hijos, y aun de los que comente los demás por culpa suya. ¡Oh Salvador! Y ¡cuánta
miseria en una sola miseria! ¡cuántos pecados en un solo pecado! ¡cuánta responsabilidad la
que entraña conducta tan fea! Oídme bien, padres de familia, porque no quiero probaros la
obligación que tenéis de apartar a vuestros hijos del pecado y de edificarlos en la práctica
de la virtud; ya que este deber os lo impone la razón natural, el sentido común, la conducta
de los buenos padres, las santas Escrituras, los santos Padres y aun todos los teólogos; sino
que para seros más provechoso, voy a señalaros las cosas principales que debéis hacer,
porque de lo contrario os condenaríais miserablemente.
24. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia?
Porque tienen a sus hijos grandecitos en sus camas por esto se condenan muchos padres y
madres.-¡Ah! ¿cuántos hijos e hijas deben su vida voluptuosa a lo que vieron hacer a sus
padres? Ya les despuntaba el uso de la razón, vieron lo que nunca debieran ver: que se les
abrieron los ojos para todo lo malo, como fueron abiertos los de Eva, después que hubo
visto y conocido la fruta del árbol vedado. ¡Ojalá que no fuesen verdad! Pero ello es cierto
que se ven niños y niñas de siete y aun de seis años, quizás de cinco y por ventura algunos
de cuatro no cumplidos, y se les ve digo... ¡ah! Desquiciaos, puertas del cielo! No, no
queráis saber tanta abominación: se les ve, digo, haciendo lo más feo, horrible y
monstruoso. Y preguntados ¿por qué lo hacen? Contestan que así lo han visto hacer a sus
padres.
En una misión que dio el autor en un país cálido, se encontró con unos niños que acababan
de cumplir los tres años, y con una malicia inconcebible, habían ya ejecutado la abominable
acción: y ¿qué es lo que le dijeron? Ni más ni menos, sino que ellos lo habían aprendido de
sus padres. ¡Ay padres y madres! No os fiéis; no digáis que son vuestros hijos inocentes,
porque el diablo es perverso; no digáis que duerme porque el diablo sabe despertarlos; no
digáis que aun no tienen malicia, porque el diablo sabe hacerles comprender todo lo malo; y
no digáis que sois pobres, que no tenéis más que una cama, y un solo petate, y una sola
cobija, porque nada de esto os excusa ante Dios.
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25. Muchos se condenan porque hacen dormir juntos hermanitos con hermanitas
No es pecado cuando los padres permiten a sus hijos que duerman juntos; pero sí es pecado
permitirlo cuanto tienen malicia: y es una cosa tan grave, que ninguna razón puede
justificarlo. No es necesario que los dos tengan malicia, baste que en uno de ellos despunte
el juicio, y si los padres o los separan, puede el diablo tentarlos, hacerles comenzar una
mala costumbre, y que avergonzados sigan después callándola, y pasando así
desgraciadamente de confesión en confesión, hasta que temerosos y horripilados de tanto
sacrilegio, acaben su vida desesperados.
san Gregorio refiere un caso de una niña que se condenó a los siete años, por haber hecho
con su hermano la cosa mala: y en los países cálidos donde la naturaleza se desarrolla con
más prontitud, puede esto acontecer a los seis años, a los cinco y a los cuatro, y tal vez
antes de haberlos cumplido. ¡Ay de los padres si no vigilan sobre este punto! ¡Ay de los
padres si no procuran remediarlo! Y lo que hemos dicho de los hermanos y hermanas, debe
entenderse con más razón, tratándose de personas extrañas. ¡Ay! ¿cuántos criados han
perdido a los hijos de sus amos? Y ¿cuántos lo que se han perdido por haber dormido una
sola noche con su pariente, con su amigo o con su conocido? Vigilancia, padres de familia,
porque va de por medio vuestra salvación y la de vuestros hijos.
26. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia?
Muchos padres y madres se condenan porque no cuidan como debieran de sus hijos
grandes: ellos deben saber que en la juventud es cuando se desarrollan las pasiones, y
siendo por otra parte inexpertos, se encuentran rodeados de muchas ocasiones de pecado,
ocasiones que difícilmente evitarán, si no se encuentran ayudados de sus padres.
1º Las malas compañías es ocasión del pecado, y los padres deben apartarlos de ellas: y
muchas veces las tienen en la casa, otras en la escuela, otras en el taller, otras en el colegio,
y los padres deben vigilar.
2º Las salidas de noche es ocasión de pecado, y los padres deben prohibir a toda costa sin
aflojar ni un punto en su resolución.
3º El juego es ocasión de pecado, porque a los peligros que le son propios, se les junta la
bebida, la mala conversación y el continuo escándalo.
4º Los enamoramientos son ocasión de pecado; por esto, cuando los padres saben que su
hijo frecuenta una casa, que visita a tal joven, que procura verse a solas con ella, deben
vigilar, vigilar; lo contrario, primero tendrán la perdición en su casa, que habérselo
pensado. No justifica decir: yo no lo sé, nosotros ignoramos tales relaciones; porque un
buen padre debe vigilar a su hijo, y de ningún modo, ni por ningún título debe permitirle la
corrupción. Claro está que aquellos padres que permiten que sus hijos vivan en mal estado,
o que solo se casen civilmente, y que con solo este registro permiten que se junten, claro
está que cargan con todos sus pecados y con todas las consecuencias de ellos. ¡Ay, ay de
mí! Muchos padres se condenan porque no vigilan como debieran a sus hijos grandes.
Las niñas necesitan un cuidado todo especial, para conservar su inocencia. Aunque la mujer
sea la misma debilidad en sí misma; pero esa mujer ayudada de sus padres, suficientemente
instruida y del todo vigilada, se torna como una piedra, como el hierro y aun como el
diamante; pero por esto debe de ser educada cristianamente, hacerla huir las ocasiones,
evitar los enamoramientos, los bailes, comedias y demás ocasiones en que puede perderse:
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así tendrán los padres en cada una de sus hijas, una joven juiciosa y recatada que a su
tiempo formará su gloria. Tomen para lograrlo las reglas siguientes:
1ª No permitirle que se junte con mujeres de mala fama, ni con casadas indiscretas, ni con
jóvenes amantes del baile y del novio.
2ª Separarla de todo hombre con una santa prudencia, sin permitirle jamás ninguna
familiaridad ni con jóvenes, ni con ancianos, ni con señores constituidos en dignidad, ni
con parientes, ni con criados: por tanto no permitirlas que estén a solas con sus novios, y
mucho menos permitírselo siquiera por parecer bien.
3ª Cuando el casamiento está casi arreglado, debe aumentarse la vigilancia, sin hacer los
ojos gordos por ningún título, por que según el Espíritu Santo, esto sería sacrificar a
vuestras hijas al demonio. Vigilancia, padres de familia, vigilancia; porque si no salváis a
vuestros hijos apartándolos del mal, difícilmente os salvareis vosotros: y vigilancia sobre
todo para que vuestras hijas labren vuestra salvación, como lo escribía cierto cura en la
carta siguiente:
Dejemos al mismo cura párroco a quien sucedió el hecho, que nos refiera esta admirable
conversión. El invierno de 1824 me hizo llamar una joven enferma atacada de lamparones.
Vivía en casa de su madre, mujer de unos cincuenta años y viuda de mucho tiempo.
Habiendo yo sabido que ella no frecuentaba los Sacramentos, la hablé de esto muchas
veces, pero siempre inútilmente; tanto, que por evitar mi encuentro, se metía en su gabinete
cuando yo entraba en la casa. No obstante, la enferma iba acercándose a su fin, mas no
parecía inquietarse de esto. Con tanto sosiego y tan a menudo hablaba de la muerte, que
cualquiera diría que ningún temor ni amargura le daba. Un día, después de haberla
confesado, cuando me despedía de ella, me rogó llamara a su madre sin que yo me retirase:
entra la mujer, y se admira de ver a su hija llorando contra su costumbre, pues
ordinariamente estaba alegre, a pesar de sus padecimientos.
¿Qué llanto es ese, hija mía? Dijo. ¿Pierdes el valor después de haber tenido tanta paciencia
hasta aquí?.
No, madre mía, no... mas que hoy debo despedirme de usted por última vez. ¡Ah! Cuán
doloroso es esto!- Y ¿por qué? -¿No estás acaso resignada?- ¡Ay! ¿Por qué? Porque me
despido de usted para siempre.
Eso no, hija mía.
Perdón, madre mía; el despido que hoy hago de usted, es eterno. Usted y yo no seguimos el
mismo camino. Recibiendo los Sacramentos, me hallo yo en el camino que nos traza
nuestra santa religión, y espero la dicha que ella promete a los buenos; mas aleándose usted
de los Sacramentos, no puede pretender lo mismo. No llegaremos, pues, las dos al mismo
término. Pronunció la hija estas palabras con un acento que manifestaba grande emoción.
Entre tanto, testigo yo de una escena que no esperaba ni me era posible prever, no acertaba
a volver de mi sorpresa. El semblante de la madre había cambiado de color, estaba todo
agitado. Entonces la hija moribunda reuniendo todas sus fuerzas, y levantándose sobre sus
codos: ¡Oh Dios! Exclamó, madre mía! ¡Mi querida madre! ¡No veré, pues más a usted...!
¡Esta hecho! ¡Adiós, madre mía, adiós! ¡Para siempre! ¡sí, sí, para siempre...! A estas
palabras cae la madre desmayada. Unos minutos después, reanimándose un poco, se
levanta:- Consuélate, hija mía: no estaremos separadas; yo he sido tu madre, tú eres hoy la
mía; iré a confesarme, y de hoy en adelante seré católica en obras como lo era en
sentimientos. Señor cura, añadió, ¿quiere usted desde hoy ser mi confesor? Quiero dar este
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consuelo a mi hija antes que muera, que vea a lo menos que he comenzado. La señalé una
hora de la tarde; ella fue fiel a la promesa, y no parece quiera desmentirse. Este feliz
cambio llenó de gozo a la joven, que murió algunos días después, ocupándose de la
felicidad de los santos.-Extracto de una carta del cura de...
27. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia?
Muchos padres y madres de familia se condenan porque no apartan a sus hijos del mal, por
medio de los buenos ejemplos; y deben persuadirse que no educan bien a su familia, si no
robustecen sus consejos con el buen ejemplo: solo añadiendo a todo lo dicho la edificación
es como logran tener buenos hijos, hijos pundonorosos, constituidos en el deber, y que
serán un día su más grata satisfacción.
Que los padres de familia deben dar ejemplo no es una verdad abstracta, sino que es el
cumplimiento de un deber que nos prueba la conducta de Jesucristo, los hechos de los
Apóstoles y la experiencia de todos los días: por esto es cierto el documento proverbial que
dice, que son los hijos lo que han sido los padres. Nuestro amabilísimo Salvador constituyó
nuestro Padre universal, y comenzó a enseñarnos su doctrina con el buen ejemplo: y cuanto
nos dicen los Evangelistas, primero no lo enseñó con las obras, y quiso además que fuese
pública la enseñanza práctica que nos había dado, por lo cual hizo que san Lucas nos dijese,
que Jesucristo comenzó a hacer, y después a enseñar. Ahora pregunto, ¿por qué lo hizo de
esta manera? ¿por qué obró con la mayor perfección? ¿por qué quiso sujetarse a todos los
consejos? Lo hizo para ensañarnos primero con las obras que con su doctrina, y porque
quiso que esta fuese la enseñanza de los Apóstoles, de todos los varones apostólicos, y aun
de todo superior con su inferios. El envía a los Apóstoles; los instruye perfectamente, les
dice las ciudades que deben evangelizar, y con el poder de hacer milagros les facilita la
curación de toda enfermedad, y aun la sujeción del demonio.
Pero el medio más poderoso que pone en sus manos es el buen ejemplo que deben dar; por
esto les dijo: Vosotros sois la luz del mundo y sois la sal de la tierra. Como si hubiera
dicho: Iluminad principalmente a todos con la luz de las buenas obras, y edificad a toda la
tierra con la sal de la conducta buena y perfecta. También nos dejó escrito: Os he dado
ejemplo para que hagáis lo que yo hice; con cuya sentencia nos notifica, que así como Él
nos dio ejemplo, así nosotros lo hemos de dar también: y lo hemos de dar no solo los
sacerdotes a los fieles, sí que también los padres a sus hijos.
Cuenta la sagrada Escritura en el libro II de los Macabeos, que Eleazar, anciano venerable,
y uno de los respetables de Jerusalén: a trueque de dar buen ejemplo, se abrazó con los
tormentos y con el suplicio. Para librarse, le habría bastado simular que cumplía con el
diabólico precepto del rey: pero lleno de un santo celo, y deseoso de edificar a todos; dijo:
jamás simulará Eleazar que come carne prohibida; no sea que los jóvenes así lo crean, y
digan que así lo hice al fin de mis años para salvar la vida y ellos se hagan reos del mismo
pecado.
28. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia con sus hijos?
Muchos padres y madres se condenan porque no edifican a sus hijos, supuesta la obligación
de dar buen ejemplo, naturalmente ocurre preguntar ¿en qué cosas deben darlo? Respuesta:
en todo; porque a nadie es lícito escandalizar al prójimo en cosa alguna y mucho menos a
los padres, cuyas acciones las ven sus hijos, como otros tantos magisterios, las consideran
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como leyes prácticas y como el resultado perfecto de todos sus deberes. Dadme unos padres
que cumplen sus deberes religiosos, cuya modestia nada deja que desear, cuya prudencia en
los negocios es a toda prueba, cuya virtudes conveniente a un buen cristiano y que esta
conducta práctica, es como el sello de las verdades que han enseñado a sus hijos, y yo os
aseguro que los hijos serán buenos: tanta es la importancia del buen ejemplo en las
palabras, en la fe, en la caridad, y en la castidad.
1º En las palabras. Procurando que sean edificantes, porque lo que oyen mientras viven
bajo la férula de sus padres, nunca lo olvidan. Esta verdad hizo decir a santo Tomás de
Villanueva, que la virtud que se mama con la leche, con dificultad se pierde. San Ambrosio,
siguiendo el mismo pensamiento, a fin de obligar a los padres que den a sus hijos el buen
ejemplo de las palabras, les presenta el ejemplo del ruiseñor, el cual canta con la mayor
perfección cuando enseña a sus pequeñitos. Así de un modo semejante si los padres de
familia hablan de Dios con el debido respeto, pronuncian con devoción los sagrados
nombres de Jesús y María, alaban los actos de caridad, se muestran religiosos, y hablan con
el debido miramiento de las cosas santas, del augusto sacrificio del altar, de la presencia de
Jesucristo en el santísimo Sacramento, de la excelencia de un sacerdote ministro de Dios,
de la fealdad del pecado, de la excelentísima belleza de la virtud: así éstas y semejantes
pláticas serán las de sus hijos: tanto conviene que los padres de familia hablen un lenguaje
eminentemente cristiano.
2º En la fe. Ya sabes, lector carísimo, lo que es fe: como si dijéramos, es una virtud
sobrenatural que nos inclina a creer todo lo que Dios ha revelado y la Iglesia nos propone
como cosa de fe. Convienen pues, que los padres den a sus hijos ejemplo en la fe, haciendo
los actos propios de ella, aborreciendo todas las novedades que se oponen a la fe, no
permitiendo que ante ellos algún atrevido hable cosas contrarias a la fe, y defendiendo
según la instrucción de cada uno, las verdades y las obras de la fe. Convienen, además, que
muestren la fe de sus hijos, portándose con el debido fervor en los actos religiosos,
cumpliendo con los deberes propios de un cristiano, y procurando tener por testigos a sus
hijos. No basta, pues, que hagan los actos de la mañana y de la noche, para dar gracias a
Dios por los beneficios recibidos, que oigan la santa misa, que frecuenten los sacramentos y
que asistan en las iglesias cuando se anuncia la palabra de Dios; sino que deben procurar
que sus hijos sepan que ellos lo hacen, y deben procurar además que de hecho lo hagan.
Por tanto el buen padre de familia hace los actos de la mañana y los hace practicar a sus
hijos, y oye la misa con sus hijos, se queda para oír la palabra de Dios con sus hijos, y con
sus hijos procura frecuentar los santos sacramentos. Pero si el hijo observa que su padre
casi nunca se arrodilla para hacer oración, que pasa por delante de los templos con
indiferencia, que asiste a la santa misa sin devoción y no más que por compromiso, que oye
la palabra de Dios como los escribas y fariseos oían a nuestro Señor, claro está que
semejante hijo no sea religioso, que pronto dejará de cumplir los deberes de la religión, y
que tal vez acabará en los brazos horribles de la impiedad. Quiera el Señor que los padres
comprendan bien la obligación que tienen de dar a sus hijos el buen ejemplo en las cosas
que pertenecen a la fe.
3º En la caridad. Abraza la caridad los deberes para con Dios, y los deberes para con el
prójimo: y el padre debe mostrar a sus hijos que cumple ambos preceptos. En fuerza del
amor a Dios, debe evitar todo pecado, porque él es lo que está diametralmente opuesto al
amor de Dios; y debe además cumplir con los actos religiosos y procurar desempeñarlos
con el fervor y amor propios del que sirve a Dios. En cumplimiento de su amor al prójimo,
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no debe odiarlo, ni aborrecerlo, ni tratarlo con desvío, sino amarlo porque así lo manda
Dios. De la boca de los padres jamás ha de salir una maldición, ni un venganza, ni actos de
odio o de furor, sino palabras de paciencia, resignación y conformidad con la voluntad
divina. Cuando es necesario corregir debe hacerse más o menos fuerte según la gravedad de
la falta: y siempre y en todo caso debe tenerse presente, “el enojaos pero sin querer pecar,”
del santo Profeta Rey. La caridad para con el prójimo exige la practica de las obras de
misericordia tanto corporales como espirituales, y los padres deben hacerlas, y hacerlas de
modo que sus hijos lo vean, y de vez en cuando hacerlas por medio de sus hijos.
Notemos la influencia del ejemplo en santo Tomás de Villanueva. Eran sus padres unas
personas de virtud, y se distinguían en su amor al prójimo, y estaban siempre prontos a
disimular el odio que les tuvieran, a volver bien por mal, a perdonar de corazón todas las
ofensas y aun a rogar por sus mismos enemigos. Su hijo fue uno de los santos más
limosneros, daba cuanto tenía, se empeñaba para con los pobres y llegó a dar sus propios
vestidos. Y ¿por qué? Porque en su suna aprendió de sus padres a dar limosna, él se la
repartía, él suplicaba a su madre, que le diese más, y en aquella edad llegó a distribuirles su
propio desayuno. Qué mucho que hecho obispo llegase a ser tan limosnero que los pobres
lo llamaron el Padre de los pobres. Ejemplo, ejemplo padres y madres, formareis a vuestros
hijos buenos cristianos.
4º. En la castidad. Vuestros hijos a pesar de la inclinación tan grande que tenemos a mal,
con todo, vuestros hijos nacieron castos; y tan castos que presentaron con todo su brillo y
blancura la azucena virginal: y es deber de los padres el conservarla mediante el buen
ejemplo de la castidad. Y cuanto los peligros de perder tan heroica virtud son mayores,
tanto deben ser más excesivos los medios que deben poner para conservarla. Nada debe
haber en sus casas que pueda mancharla, ni trajes deshonestos, ni pinturas libres, ni libros
de amores, ni personas atrevidas, ni concurrencias peligrosas, ni recuerdos disolutos, ni otra
cosa por la que pueda prender la llama impura del feo vicio. Pero si sucede lo contrario, si
en ella se oyen conversaciones obscenas, si se tienen bailes desarreglados, si la casa la
frecuentan personas no castas, si los muebles excitan la pasión...¡ay de los hijos! ¡ay de las
hijas! Y ¡ay! Y mil veces ay de los padres que esto permiten! Ese terrible ¡ay! Del tiempo,
y quizás de la eternidad, fue el de Carlos, rey de Navarra.
Uno de los hombres que más se entregaron al vicio de la lujuria, fue Carlos, rey de Navarra.
Viéndose extenuado por los desordenes cometidos, consultó a los médicos, los cuales
ordenaron que se hiciera envolver en una sábana empapada en aguardiente, y que
permaneciera así veinticuatro horas bien estrecho y cosido. La reina, que por el amor que
profesaba a su esposo, quiso ella misma encargarse de esta operación, concluyendo de
coser la sábana que envolvía el cuerpo del rey, buscaba las tijeras para cortar el hijo; mas
no hallándolas a mano, tuvo la imprudencia de acercar la luz y de quemar el hilo con ella.
Encendióse el hilo, que estaba empapado en aguardiente, y comunicóse el fuego a la
sabana, la cual en un instante quedó del todo encendida. ¡Qué gritos en todo palacio! ¡Qué
alaridos! ¡Qué agitación! ¡Qué no hicieron para apagar el fuego y salvar al rey! Mas todo
fue inútil. El rey murió quemado vivo sin que le pudieran dar socorro alguno. ¡Qué muerte!
¡Que vida! ¡Qué eternidad!- El P. B. Giraudeau (Girodó).
A todos es conocida la fatal caída de David así como su penitencia. Cometió adulterio
conociendo a Betsabee, lloró su pecado, le lloró amarguísimamente, hizo uno de los actos
más perfectos de contrición, fue un modelo de penitentes, pasaba las noches entre las
lágrimas y el dolor, y recibió de Dios el perdón más absoluto de su pecado. Pero no pudo
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evitar los estragos del escándalo que había dado a toda la familia, y uno de sus hijos hizo
públicamente lo que él había hecho oculto; y toda Jerusalén fue testigo de la acción infame
que hizo Absalón con la esposa de su padre David: de tan gravísimas consecuencias son las
faltas que hacen los padres contra la castidad! Tiembla, lector carísimo, tiembla en vista de
lo que pasó en un estudiante pervertido y castigado horriblemente.
Había en cierta ciudad un estudiante que pasaba con razón por modelo de virtud y
frecuentaba los sacramentos del modo más edificante. Yendo un domingo a la iglesia para
hacer en ella sus devociones acostumbradas, encontró a dos camaradas que distaban mucho
de ser piadoso como él. Convidáronle a almorzar, y resistiéndose él, hicieron le beber por
fuerza y sentarse con ellos a la mesa; primero bebió por violencia, después por gusto, hasta
que por fin se le alteró completamente la razón: en tan espantoso estado fue fácil hacerle
caer en un crimen horrible, cayó y al mismo instante fue sorprendido por la muerte. ¡Cuán
terribles son vuestros juicios, oh Dios mío! ¡Cuán impenetrables vuestros caminos!
Aterrorizados los infelices compañeros de este fin desventurado, fueron a expiar con
austera penitencia el mal gravísimo de haber precipitado un lama al infierno.
Collet.
29. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia?
Muchos padres y madres se condenan porque con sus malas costumbres la malean, ya que
está en su mano hacer de sus hijos un ángel o un demonio, un inocente o un malvado, un
infeliz o un desgraciado, según el ejemplo que les hubieren dado. Cuando en vez del buen
ejemplo dan escándalo, inutilizan los frutos de la educación, y neutralizan casi del todo sus
saludables efectos. ¿Qué dirás, lector carísimo, de un padre que no alimentara a sus hijos, y
que los dejara perecer de hambre, de sed y de miseria? ¡Ingrato padre, exclamarías tú, tú
has muerto a tu hijo! Pues mayor es el pecado, mayor la ingratitud del padre que
escandaliza a su familia, porque con el escándalo mata el alma, que es de un precio
incomparablemente mayor que todo el cuerpo.
Los escribas y fariseos cometieron grande pecado, porque después de cumplir con los
deberes de maestros, con su conducta destruían todo el buen efecto de su instrucción; y por
esto fueron malditos de Dios de un modo especial. Y ¿cuántos padres de familia los imitan
en la práctica? Semejantes padres se hacen reos de todos los excesos de sus hijos; porque su
proceder les hace tal impresión, que lo ven sin sospechar y lo abrazan sin malicia. Qué
sucederá pues, con los hijos de un padre borracho, jugador, deshonesto, vago, maldiciente?
A no ser un prodigio de la gracia, tales son los hijos cuales han sido los padres.
Testigos de lo que decimos, aquel famoso hecho que pasó en la ciudad de Liega, Perdióse
un niño, y no encontrando su casa, comenzó a llorar a grandes voces. Lo recogen, le
preguntan por el nombre de sus padres y por su casa, y nada contesta, sino que sigue con
mayores gritos. Mas cuál fue su sorpresa, cuando oyen que su padre es el demonio, que su
madre es el diablo y que su casa es el infierno? Horrorizada la gente, redoblando las
diligencia, y de hecho encontraron su casa, que era habitada de un matrimonio que vivía en
continua guerra. Ven, demonio, le decía la mujer a su marido: aun me atormentas, diablo,
decía el marido a su mujer: ¿quién me librará de este infierno continuo? Y así en una serie
de maldiciones y execraciones vivían hechos condenados a un en vida; qué muchos que el
inocente niño llamará demonio a su padre, diablo a su madre e infierno a su casa!
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Desengañarse, así como aprendemos a hablar el español, el francés o el italiano, así los
niños aprenden el bien o el mal que les han enseñado sus padres. Enmienda, enmienda,
padres de familia; porque de vosotros depende el bien de vuestros hijos, y por consiguiente
la educación de la juventud; enmienda, para que cuando seáis viejos, tengáis hijos
semejantes al que refiere el Diccionario de la buena educación, bajo el título de El Capitán
Guillermo:
Vivian en una aldea de Francia, cerca de Lanesk, un pobre anciano ocupado en empedrar la
calle, cuando he aquí que se le presenta un caballero muy bien vestido, venido de Glascow,
que apeándose del caballo le saluda respetuosamente, toma el pison, y dando con él algunos
golpes en el suelo, dice al anciano, que estaba muy admirado de la aventura:- Este trabajo
me parece bien pesado para vuestra edad; ¿no tenéis hijos que puedan trabajar y aliviar
vuestra vejez?- Sí, señor, contestó el viejo, tengo tres hijos que me daban las mayores
esperanzas; mas los pobres chicos no se hallan ahora en estado de aliviar a su padre.
¿En dónde habitan?- El mayor ha llegado a grado de capitán en las Indias Orientales; el
segundo se hizo soldado con la esperanza de ascender como su hermano.
Y el tercero ¿en qué ha parado?- ¡Ay! Hizo fianza por mí; se encargó de pagar mis deudas,
y no haciendo podido hacerlo, se halla en la cárcel. Al oír esto el viajero, se aleja algunos
pasos, permanece algún tiempo con las manos en la cara, y después,, volviéndose al
anciano, le dice;´- Y el mayor, ese hijo desnaturalizado, ese capitán, ¿no le ha enviado nada
para sacarle a usted de la miseria?- ¡Ah! No le llame usted desnaturalizado; mi hijo es
virtuoso: respeta y quiere mucho a su padre. Me ha enviado fondos, y más de los que yo
necesitaba; pero he tenido la desgracia de perderlos, haciendo fianza por un hombre muy
honrado, por mi huésped, el cual desgraciadamente ha causado mi ruina, pues no
hallándose él en estado de pagar, me lo han cogido todo y no me queda nada. En esto un
joven saca la cabeza por la reja de la cárcel que estaba allí contigua, y comienza a gritar:Padre, padre mío! Es mi hermano Guillermo: vive aun, es el viajero que habla con usted.
Si, padre mío, yo soy, respondió el viajero echándose en los brazos del anciano, que loco de
contento estaba fuera de sí. Sale también de una mala choza una mujer anciana, puesta
decentemente, clamando:- ¿Dónde está pues? ¿Dónde estás, mi querido Guillermo? Ven y
abraza a tu madre. El capitán, apenas la hubo visto, deja al padre y corre a echarse al cuello
de la buena anciana. Estaba contemplando esta escena desde la ventana de un mesón dos
viajeros venidos de Glascow, bajan precipitados, y dirigiéndose al recién llegado:- Capitán,
le dicen, pedimos a usted el favor de venir con nosotros; gustosos habríamos hecho cien
leguas, para presenciar este tierno reconocimiento. Hoy usted y los suyos han de comer con
nosotros en el mesón. El capitán, sensible a esta invitación, la acepto, mas diciendo que no
comería ni bebería hasta que su joven hermano hubiese recobrado la libertad; y al instante
va, entrega la suma por la cual estaba preso y le saca de la cárcel. Entonces toda la familia
pasa al mesón donde estaba Guillermo, en medio de muchísima gente que le colmaba de
caricias que él volvía con la misma cordialidad; y luego que se hubo retirado la multitud,
refirió sus aventuras del modo siguiente:- “Señores, hoy siento en toda su extensión lo
mucho que debo ala Divina Providencia. Mi tío me enseñó el oficio de tejedor; mas
correspondiendo yo mal a sus bondades, y por espíritu de pereza y de disipación, me alisté
en el ejercito de las compañías de las Indias, teniendo entonces a los más diez años. Mi celo
por el servicio inspiró a mi loor Clebe bondades en mi favor; y gracias al cariño que me
tomó, de grado en grado ascendí a capitán, y fui encargado de la caja del regimiento.
Habiendo llegado a fuerza de economías y por medios honrosos, favorecido del comercio, a
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asegurarme un fondo de veinte mil libras esterlinas, dejé la milicia. Es verdad que he hecho
tres remesa de dinero a mi padre; mas él no ha recibido sino la primera de doscientas libras
esterlinas, pues la segunda cayó en manos de uno que quebró, y confié la tercera a un
gentil-hombre escocés que murió en la travesía, Tengo su recibo, los herederos me
responderán de él.”-Después de la comida el capitán remitió a su padre ciento cincuenta
libras esterlinas para hacer frente a sus necesidades más urgentes; aseguró a sus padres
otras ochenta de renta anual, reversibles sobre dos hermanos; prometió comprar un sustituto
al que se había hecho soldado, y asociar al más joven a una manufactura que se proponía
establecer para dar ocupación a personas industriosas. Dotó con quinientas libras esterlinas
a su hermana, que estaba casada con un arrendador poco acomodado, y después de haber
distribuido otras cincuenta a los pobres, dio una muy hermosa fiesta a los habitantes del
lugar.-Dic. De educación.
Capítulo 5
Se señalan las causas ordinarias que hacen a los hijos malos o buenos
30. Los hijos son malos porque lo son los padres
El Evangelista san Mateo, nos refirió la siguiente sentencia de Cristo Señor nuestro: Todo
buen árbol hace buen fruto así como todo árbol malo da frutos malos. El hombre es figura
del árbol, pues como dicen los filósofos: el hombre es un árbol plantado al revez. El padre
de familia es el árbol y los hijos son los frutos que ha producido: y san Buenaventura,
siguiendo la misma explicación afirma, que de ordinario salen los malos hijos de los padres
viciosos, así como son buenos hijos aquellos cuyos, así como son buenos hijos aquellos
cuyos padres practicaron la virtud. Y a la manera que sería un milagro de la naturaleza que
de las espinas brotaran las uvas, y que un conjunto de cosas negras produjera la misma
blancura; así debe atribuirse a un milagro de la Omnipotencia, el que de padres viciosos,
impíos y escandalosos salgan hijos buenos, amantes de la disciplina y de la virtud san Juan
Crisóstomo, siguiendo en un todo el mismo pensamiento, exhortaba a los padres bajo la
metáfora del árbol, a cuidar debidamente de sus hijos. Cuando los padres se han perdido no
pueden darnos unos hijos virtuosos, sino que los educan conforme la malicia de la raíz de
su corazón; y dan por consiguiente, los frutos que les son semejantes.
santo Tomás, haciéndose cargo de estas palabras de san Pablo a Timoteo, “que impone a
los padres el deber de criar a sus hijos con toda castidad, hace notar, que los hijos malos,
publican los pecados de los padres, porque siempre se ha visto que el impío nace de la
impiedad de sus padres. ¡Ah! No lo extrañemos, porque los escandalosos y malos ejemplos
de los padres, se imprimen en el corazón de sus hijos, e instruidos en lo malo desde su más
tierna edad, se hacen todos los días peores. ¡Qué verdad tan cierta! ¡qué documentos tan
importantes los que entraña! ¡que espejo tan fiel para los padres de familia! Temblad,
temblad, sí, padres de familia; temblad verdaderamente si vuestros hijos son malos; dad
gracias a Dios si por fortuna son buenos, porque está escrito, que todo árbol malo da malos
frutos, al paso que el árbol bueno los produce muy sabrosos y delicados.
31. Se prueba la misma verdad con ejemplos
En el libro del Génesis nos refiere la sagrada Escritura un hecho memorable que nos indica
que los hijos son malos porque lo fueron sus padres. Cam fue el padre de Canaan, segundo
hijo de Noe, y no obstante de haber podido aprender muchas virtudes de él, solo lo imitó en
sus faltas, y de una manera especial en la falta que cometió burlándose de la desnudez de su
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padre: ora sea que él directamente la hubiese visto y delante de su hijo hubiese cometido la
maldad, ora sea, como dicen otros, que habiendo Canaan burlándose de la desnudez de su
abuelo, no solo no recibió de su padre el debido castigo, sino que éste lo ayudó en la
maldad. Como quiera el Espíritu Santo al narrarnos el hecho hace mención del padre y del
hijo, como si quisiera acriminar los pecados del padre por la maldad del hijo, y notar la
infamia del hijo por la impiedad del padre. ¡Oh qué cierto es que tales son los hijos cuales
han sido los padres! No, no puede faltar la palabra de Jesucristo, que dice: “Que el árbol
malo da malos frutos.”
Nerón, ese desgraciado que por sus vicios dio el nombre a su siglo, y formó su reinado una
de las épocas más fatales de todos los siglos: ponía sus delicias en que se representase en el
teatro lo que el pudor no permite ni siquiera nombrar; y ¿por qué fue hasta este punto
deshonesto? Porque imitó la lascivia de su madre que fue extraordinaria.
Heliogábalo, el hombre torpe por hábito y por elección, el que solo sabia respirar la
inmundicia del feo vicio, y el que se entregó a todos los excesos, de suerte que la historia
nos lo representa como uno de los hombres más afeminados, ese hombre tuvo por madre
una griega, que tenía por profesión ser pública ramera.
Salomón, el hombre más sabio entre los más sabios, dejóse arrastrar de este vicio, y este
vicio lo perdió; mas no es extraño, por que su madre era una mujer adúltera.
La hija de Herodías hizo en el baile lo más deshonesto, y esto agradó tanto a Herodes, que
entonces la creyó que era verdaderamente hija suya, ya que un padre adúltero y
escandaloso, no podía producir otro fruto; y cruel como su madre vengativa e iracunda, no
titubeó en pedir por premio de su torpeza, la cabeza de san Juan Bautista.
san Bernardo nos refiere el memorable hecho que aconteció en su tiempo, de cierto hijo
impío que se levantó contra su padre: lo sacó de su casa, lo arrojó al suelo, y tomándole de
los cabellos lo arrastró un buen pedazo de calle. Al llegar a cierto punto, oyosé la voz
lastimosa del anciano que decía: “No más, hijo mío, ya no más; porque solo hasta esta parte
arrastré yo a mi mismo padre. Tú has sido la mano vengadora de Dios, ahora sufro su justo
juicio; por consiguiente ya no más hijo mío.”
En el Estado de...oyóse en una de sus casas en cierto día, una voz que con sus lamentos
partía el corazón: habiendo entrado el gobernador que a la sazón pasaba por la calle, vio el
espectáculo más fiero y criminal: vio a un impío hijo que hería gravemente a su padre.
Queriendo el gobernador castigarlo, cuál fue su sorpresa al ver que, levantándose el padre,
postróse a sus pies y le suplicó, que no castigará a su hijo, por que él también había pegado
a su padre.
En cierto pueblo, un ranchero cansado de tener en la mesa a su padre, determinó hacerlo
comer en un rincón; y a este fin le arreglaba un plato de madera. A este tiempo
acercándosele su hijo pequeño, le preguntó: Padre, ¿qué estás haciendo? El padre le
contestó, estoy arreglando este plato a tu abuelo, para hacerlo comer fuera de la mesa.
Entonces, moviéndole Dios sus labios, dijo: Padre mío, hazlo bien grande, porque cuando
seas viejo te daré el mismo.
Asombrado de lo que oyó, lloró amargamente su pecado, y trató a su padre como debía
tratarlo el mejor de los hijos.
No extrañes lector carísimo, estos hechos, porque son los hijos lo que han sido los padres; y
no solo lo son por el ejemplo que les han dado, sí que también porque al engendrarlos les
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comunicaron sus malas disposiciones, y después con su conducta acabaron de hacerlos
pésimos: tan perniciosos son los malos ejemplos que dan los padres a sus hijos.
32. Se prueba la misma verdad con otros ejemplos
En la ciudad de Mantua, refiere san Bernardino, que aconteció el caso siguiente: Un joven
queriéndose casar, fijó los ojos en una joven de bastantes proporciones y que tenía unos
parientes tan ricos como sabios. Reflexionando sobre sí mismo, se acordó que su padre era
bastante anciano, y que no había procurado vestirlo según su fortuna. Entonces experimento
cierta confusión, determinó sacar a su padre de su casa, para que se pudiese celebrar el
matrimonio con el lujo y comodidades que él deseaba. Fiel en su propósito, se levanta
cierto día muy de mañana, y contra toda costumbre se fue con su anciano padre. Este, que
extrañaba mucho semejante viaje, preguntó a su hijo la causa de él; y a poco, cuando el
padre se vio obligado a descansar, sentado en una piedra, le preguntó otra vez la causa de
su viaje. El hijo le dijo con toda claridad que iba a casarse, y como era tan viejo que se
avergonzaba de tenerlo en su casa, y así, que lo iba a dejar a casa de unos amigos. Entonces
el anciano, derramando sentidísimas lágrimas, le dijo: “Oh justo juicios de Dios! ¡Oh
verdadera justicia la de Dios nuestro Señor! Ahora me acuerdo que esto mismo hice yo con
mi padre cuanto tomé a tu madre para casarme, aquí en esta misma piedra descansó; allí en
esa capilla hizo su oración.. Con razón, hijo mío, me haces lo mismo que yo hice a mi
padre; no te maldigo, no te deseo ningún mal, pero teme que te traten tus hijos como me
estás tú tratando.” Horrorizado el hijo, pide perdón a su padre, lo lleva a su casa, y en el
festín de la boda le hizo ocupar el primer lugar como le pertenecía: tan cierto es que de
ordinario los padres trasmiten a los hijos sus propensiones y aun sus vicios!
san Gregorio en sus Diálogos nos refiere, que el demonio mató a un niño que estaba
sentado en el regazo de su padre y en el momento de proferir una horrible blasfemia; y el
santo hace notar que aquel modo de hablar feo lo había aprendido de su padre; y que con
aquel golpe castigó al padre matándole a su hijo y premió al hijo quitándole la vida antes
que llegase a la edad de perder su inocencia. Cuantos padres merecerían tan atroz castigo su
desgracia, su desgracia es tanta, que han enseñado a sus hijos a pecar.
Cuenta la historia, que un ladrón fue aprehendido por la justicia y condenado por sus
crímenes a morir afrentosamente en un patíbulo. Quejóse amargamente, mas no de los
soldados que lo aprehendieron, ni de los testigos que lo acusaron, ni del juez que lo
condenó, ni del verdugo que había de quitarle la vida; pero sí se quejó sentidamente de su
madre. Y entre otras cosas dijo: “Si la primera vez que me hurté una cosa me lo hubieseis
reprendido; si cuando llevaba a mi casa mis pequeños hurtos no me los hubieseis ocultado,
no habría continuado ciertamente, habría aprendido a trabajar, y no hubiera seguido el
camino del vicio; más como no me educasteis, por esto muero ahora en un cadalso después
de una vida criminal.”
Era Raquel la Esposa de Jacob, y no obstante sus grandes virtudes, con todo, al salir de la
casa de su padre Laba, se llevó hurtados sus ídolos que eran de plata y algunos de oro; y
aunque es verdad que puede excusarse de pecado, ya por el fin que puede tener de apartar a
su padre de la idolatría, ya tomándolos como en dote de lo que le pertenecía, ya en suma,
por las trampas que había hecho a su esposo Jacob; pero otros autores hacen notar, “que
Laban era muy avaro, y que Raquel, arrastrada por la avaricia, cometió el hurto;” tan cierto
es que son los hijos lo que han sido los padres!
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La santa Escritura nos refiere un caso terrible, en el cual según los expositores, se patentiza
la misma verdad. Yendo el profeta Eliseo a Betel, salió una turba de muchachos y
burlándose de él, le dijeron: “Sube, sube, calvo.” Entonces el santo Eliseo que era manso en
supremo grado, los maldijo de parte de Dios, y saliendo dos osos de aquellos bosques,
despedazaron a cuarenta y dos de ellos. ¡Terrible castigo! Pero que siendo castigo para los
padres, fue beneficio para los niños, Estos insultaron al siervo de Dios, no con malicia
propia, sino por las fatales lecciones que había recibido de sus padres; por esto les fue
quitada la vida para que no se malease su corazón, y los padres, privados de lo que más
amaban, Graba, graba bien en tu corazón, lector carísimo, la siguiente verdad: “los hijos
son malos porque malos fueron los padres,” ya que según la sentencia de Jesucristo, el
árbol malo produce malos frutos.
33. Los hijos son buenos porque lo son sus padres.-Cristo nuestro Señor así como nos
enseñó que los hijos eran malos porque malos eran sus padres, así también nos dijo, que
todo árbol bueno dará buenos frutos; o lo que es lo mismo, que los hijos son buenos porque
lo son sus padres. San Ambrosio, siguiendo el mismo pensamiento, nos dice que los hijos
son la viva imagen de su padre; y que no solo lo son materialmente, sino que también y de
un modo más exacto lo son respecto de sus costumbres; lo cual le hizo decir, que el buen
padre era estimado en sus hijos.
El Espíritu Santo, por medio del Eclesiástico, hace tan suyo este pensamiento, que nos
asegura, que Dios honra al padre en sus hijos; porque recibió de Él mismo la autoridad real
de la paternidad, y empleándola debidamente sobre sus hijos recibirá grandes premios.
David apareció ante la corte de Saúl como un joven en gran manera virtuoso, de costumbres
muy amables, con una educación que nada tenía de vulgar, y se mostró en un todo digno de
aquel padre cuyos hijos no solo tenían un corazón formado según la voluntad de Dios, sino
que supo formar también a todo un profeta como Natan; tanta era la bondad y tales las
virtudes de su padre Isaí.
Entre todos los santos del Antiguo Testamento, descuella de un modo singular el patriarca
Abraham: y ¿porque fue escogido de Dios con tan singular predilección? ¿por qué le fueron
hechas tan soberanas promesas? ¿por qué le fue dado tener una descendencia superior a las
estrellas del cielo y a las arenas del mar? Sabios expositores nos dicen, que lo hizo Dios,
por el cuidado especial que tenía de toda su familia: y que así como Dios quiso llamarse de
Abraham, así muerto su padre se apellidó también de Isaac. ¡Así merecen los padres cuando
educan bien a sus hijos! ¡así merecen los hijos cuando se aprovechan de los consejos de sus
padres!”
san Carlos Borromeo nos dio una instrucción sobre el mismo asunto, y dignísima, a la
verdad, de su gran talento, A la manera que un padre que no cumple sus deberes para con
sus hijos, es castigado severamente de Dios, por haber producido malos hijos, así de un
modo semejante el buen padre, que educa bien a sus hijos, recibirá un galardón sempiterno
en el otro mundo, y una lluvia de bendiciones en éste por haber dado a la Iglesia buenos
hijos.
El Espíritu Santo anima a los padres a cumplir bien todos sus deberes, asegurándoles, que
vivirán en la persona de sus hijos después de su muerte, pues vivirán en ellos por sus dichos
y hechos. ¡Oh padres de familia! Atended a vuestra propia utilidad, a vuestras
conveniencias mismas; por que todo podéis esperarlo de una familia bien educada; y al
modo que san Ambrosio al hacer el panegírico del emperador Teodosio, después de haber
llorado su falta, se consolaba con sus hijos, asegurando que no lo había perdido del todo,
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sino que encontraría en sus hijos sus heroicas virtudes; así podrá decirse siempre de los
padres que han educado bien a sus hijos, porque éstos aun después de la muertes serán la
gloria, la alabanza y el buen nombre de su cuidadoso padre.
34. Se prueba la misma verdad con casos prácticos
El apóstol san Pedro había espiritualmente engendrado muchos hijos; sin embargo, no
consta que los hubiese apellidado sus hijos, solo san Marcos Evangelista fue el venturoso a
quien el glorioso san Pedro lo llamó su hijo espiritual. Y ¿por qué fue el distinguido en
preferencia de los demás? Contestan los sagrados intérpretes, que le dio este título
nobilísimo por que fue el más semejante a él en la santidad y en los trabajos apostólicos, y
en la fundación de su grande Iglesia de Alejandría; así reconoció prácticamente el Apóstol
san Pedro, que los verdaderos hijos era fieles copia de sus padres; así como que los padres
buenos producen buenos hijos.
san Juan Bautista, fue el gran santo proclamado por la verdad eterna como el mayor de los
nacidos de mujer, y fue al mismo tiempo tan humilde, que se proclamaba aun el indigno de
desatar la correa del zapato del Salvador; y no es extraño, porque sus padres eran justos y
cumplían toda la ley; y su madre era tan humilde, que mostraba la práctica de la humildad
más profunda, así como Zacarías se reconocía dignísimo de la mayor abyección; así son los
hijos como fueron los padres.
En la vida de las santas Areta y Julita mártires, se lee: que fueron condenadas a sufrir los
mayores tormentos delante de sus pequeños hijuelos. El niño de cinco años al ver que su
madre Areta había sido arrojada a las llamas, comenzó a dar de gritos y a morder las manos
del tirano que lo tenía, el cual se vio obligado a dejarlo al suelo; mas aconteció que al verse
libre se precipitó voluntariamente en las llamas juntamente con su madre; lo mismo sucedió
con el otro niño, que maltrataba con todas sus fuerzas y aun arañaba a los que le impedían
juntarse con su madre.
Fue en gran manera admirable la brillante conducta de Susana, resistiendo varonilmente a
las perversas exigencia de los dos viejos que la querían seducir; y lo que fue más
memorable sin duda, fue que en medio de los trabajos, de las negras calumnias, de los
horrores de la cárcel y del fatal suplicio, ella esperaba en Dios; y su corazón no se apartó de
Él. Su esperanza no salió fallida, pues del centro de la mayor angustia, salió el mayor
consuelo, declarándose la verdad por medio de Daniel el ministro del Señor, el cual hizo
que Susana quedase justificada, y los malvados viejos, descubierta su desenfrenada malicia,
fueron inmediatamente ajusticiados. Y ¿de dónde sacó Susana unos actos tan heroicos de
virtud? De la raíz de sus padres, de la buena educación que recibió y de que sus padres eran
justos y obraban conforme la verdad de la ley de Moisés; tanto puede el buen ejemplo de
los padres a favor de sus hijos!
El joven Tobías había copiado tan bien las virtudes de su padre Tobías, que salió en toda su
conducta una copia perfecta; pero tan perfecta, que Raquel a los cuarenta y cuatro años
después, al verlo y observarlo en todos sus hechos, no pudo menos que exclamar: ¡Oh cuán
semejante es a su padre mi pariente!
Según se lee en el libro de los Macabeos, Eleazar se sujetó al martirio con un júbilo y un
ardor de ánimo poco común. El fue el primer héroe de los siete hermanos Macabeos, y
defendió valerosamente la ley de Dios que les había sido dada por Moisés. Y ¿a que debe
atribuirse tanto valor y tanta constancia? ¿dónde había aprendido a confesar la fe con tanta
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valentía y fervor? Todo, todo, exclama san Gregorio de Nazianzo, todo, debe atribuirse a la
educación que recibió de sus padres, a los santos saludables consejos que había recibido y
al aprecio que se le enseñó había de hacer de su santa ley.
En conclusión a este capítulo te hago nota, lector carísimo, que las palabras de Jesucristo se
cumplen siempre, y que de providencia ordinaria siempre se verifica, que los hijos son
malos porque han sido engendrados con sus malas inclinaciones, y por que con sus malos
ejemplos han sido enseñados en el crimen; así como los padres buenos, los padres que
cumplen con la ley de Dios, y con los deberes propios de su estado, dan a su patria buenos
ciudadanos y a la Iglesia fervientes cristianos.
Y san Bernardo al hacer mención de san Malaquías, obispo de Hibernia, cuenta como uno
de los grandes milagros que siendo bárbaro de nacimiento, su conducta fue tan admirable,
que mereció ser nombrado obispo. ¡Oh padres de familia! Sed la edificación de vuestros
hijos, enseñadles con vuestros ejemplos el santo temor de Dios, y aprenderán el modo de
agradarle sin ofenderlo con la culpa, y con solo esto los dejareis ricos y sabios, porque un
hijo bien educado es la mayor riqueza y la más grande sabiduría.
Para que lo logréis, padres de familia, poned en práctica los medios siguientes:
1º Rezar las oraciones del cristiano, con frecuencia oír la santa misa y la palabra de Dios,
hacerles aprender bien la doctrina cristiana, y frecuentar aquellas devociones más propias
de su tiempo.
2º No permitirles la mentira, las palabras obscenas o escandalosas, y en vez de la lectura de
libros lascivos e historias torpes, hacerles leer libros de piedad y religión.
3º La frecuencia de los santos Sacramentos, dejarlos escoger entre algunos confesores para
que se confiesen como ellos dicen a gusto, e imbuirles bien en la devoción a la santísima
Virgen, al señor san José, al santo Ángel de la Guarda y al santo de su nombre.
4º Que los hijos respeten y honren a su madre, a sus abuelos, a los criados y a toda persona
constituida en dignidad.
5º Que amen a los hijos igualmente, huyendo de la parcialidad, y dándoles a su tiempo la
corrección, y cuando ésta no bastare, aplicarles el castigo como dijimos.
6º Explorar con diligencia las inclinaciones de sus hijos, aplicarles a oficios u ocupaciones
es convenientes, y facilitarles el estado que sea de su propio movimiento y voluntad, que
después de un maduro examen hubiese elegido.
7º Jamás permitirles por ningún título cosa alguna mala, antes bien procurar modelar sus
virtudes conforme las máximas del santo Evangelio.
Concluiremos este capítulo, narrando la conducta de un buen padre con un hijo
desnaturalizado, sacado del “Diccionario de Anécdotas:”
Un padre cristiano nada había descuidado para dar buena educación a su hijo; pero el mal
natural y las pasiones criminales del hijo desnaturalizado, habían hecho inútiles todos sus
cuidados. Supo un día que el malvado, lejos de honrar al padre como debía, había
concebido el horrible proyecto de darle la muerte, para gozar más pronto de su herencia y
vivir en libertad. Penetrado el padre de dolor, y haciendo un último esfuerzo para
enternecer el corazón del bárbaro hijo, le ruega un día que le acompañe de paseo. Habiendo
el hijo consentido en ello quizás con la intención de ejecutar su abominable designio, el
padre le conduce insensiblemente a un lugar solitario, y allá en lo interior de un bosque,
deteniéndose el padre de repente:- Hijo mío, le dice, sé de cierto que has tomado la
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resolución de asesinarme. A pesar de los motivos que tengo para quejarme de ti, tú eres mi
hijo, y yo te amo aun. He querido darte una última prueba de mi amor; te he conducido a
este bosque, donde nos hallamos sin testigos, y no se podrá tener conocimiento de tu
crimen. Y sacando un puñal que traía oculto bajo el vestido: Hijo mío, le dice ahí tienes el
puñal, satisface tu pasión; ejecuta tu culpable proyecto; mátame, ya que así lo has resuelto.
A lo menos muriendo aquí, te libraré de las manos de la justicia humana. Esta será la última
prueba de mi cariño para contigo, y en mi extremo dolor tendré a lo menos el consuelo de
conservarte la vida quitándome tú la mía. El hijo, conmovido, no podía contener los
suspiros. Echase a los pies de su padre, derramando lágrimas, pide mil veces perdón de su
crimen, protestando delante de Dios que observará otra conducta para con el mejor y más
cariñoso padre. Cumplió su palabra, y desde aquel momento dio a su buen padre tanto gozo
y consuelo, cuanto pesar y amargura le había causado antes.
Diccionario de Anécdotas.
Capítulo 6
Se recopilan los deberes de los padres para con sus hijos, dando al mismo
tiempo nueva doctrina
35. Deberes de los padres para con sus hijos
Aunque todo superior tiene grandes deberes que cumplir para con su inferior; y en
cumplimiento de las palabras del Apóstol, debe acompañar su gobierno con amor,
vigilancia, solicitud, sabiduría, disciplina, consejo, socorro, presencia y buen ejemplo; con
todo, estos deberes son más importantes y más claros cuando se trata de los propios del
padre para con sus hijos: y reduciéndoles en la práctica, siguiendo a los santos Padres y
Doctores, diremos algo de los siguientes:
1ª Los padres deben amar a sus hijos con verdadera caridad cristiana, es decir, con aquel
amor que viene de Dios y se refiere a Dios.
2ª Deben proporcionarles todo lo que es necesario para la comida, educación y vestido
conveniente a su estado.
3ª Deben instruirlos y educarlos por sí o por medio de los demás.
4ª Deben vigilarlos para que conserven la salud del cuerpo.
5ª Cuando pecaren deben argüirlos y corregirlos con mansedumbre o severidad, conforme
lo exigiere el caso, y siempre con mucha caridad.
6ª Edificarlos con el buen ejemplo de su vida.
7ª Dirigir a Dios fervientes oraciones en su favor.
8ª Guardarse en la elección de estado para sus hijos, en no dejarse arrastrar por alguna
pasión, poniéndose a la voluntad de Dios; para lo cual deben hacer expresa oración,
consultar con personas sabias y peritas en la materia y que no sean interesadas, y seguir la
vocación de Dios que llama, tan pronto como se haga conocer lo suficiente; y deben sobre
todo, cuidar del alma de sus hijos; pues como dice san Ligorio, pecan gravemente los
padres si en cuanto está de su parte no procuran instruir a sus hijos en la práctica de las
buenas costumbres, en la doctrina cristiana; y pecan principalmente si no procuran que
aprendan los rudimentos de la fe, que eviten las malas compañías, que guarden los
mandamientos de Dios y de la Iglesia, que reciban los santos Sacramentos y que se
abstengan de todo pecado.
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Esta obligación es tan innata en los padres, que no puede excusarles ninguna causa, ya
porque la educación de la familia pertenece a los padres de rigurosa justicia, ya porque,
como dice san Ligorio, los padres que descuidan tan importantes obligaciones, están en
estado de pecado mortal, y son indignos de la absolución aunque por otra parte sean muy
exactos y edificantes.
¡Ah! Ojalá que los padres de familia tengan siempre presente esta sentencia de san Vicente
Ferrer: “Los padres deben procurar que sus hijos conserven la inocencia, porque siempre es
grande culpa de los padres cundo los hijos son malos.” Y esta otra de san Alfonso María de
Ligorio, la cual entraña en cierto modo el cumplimiento práctico de todas las demás: “El
padre no solo debe corregir las faltas que ve en su hijo; sino que debe indagar su conducta;
ya informándose de aquellas personas respetables que lo tratan, ya principalmente
preguntándolo a sus domésticos, y en circunstancias dadas, aun a los mismos extraños.”
36. Primer deber
Dios nuestro Señor estableció el matrimonio para que los hombres se sirvieran de él para la
propagación y conservación del género humano. De ahí es que el primer deber de los
casados es no poner obstáculos a lo establecido por Dios: y pecan tanto el hombre como la
mujer, cuando se sirven de alguna industria para no tener familia, sin que en ningún caso
haya excusa capaz de justificar su crimen.
Y ¡qué crimen es el procurar no tener familia? Siempre y en toda circunstancia es un
pecado mortal contra el quinto mandamiento, porque el que lo comente, de su parte impide
la existencia de un nuevo ser, y bajo este punto de vista le da la muerte. Es un pecado tan
horrible, que suele Dios castigarlo no solo en la otra vida con las penas del infierno, sino
que también en ésta con terrible castigo, como lo hizo con Onnán, hijo de Judas, a quien
quitó la vida porque cometía tan horrible abominación. Es un pecado tan abominable, que
san Juan Crisóstomo lo cree un delito tan enorme que no sabe expresarlo. “No encuentro,
exclama, como expresar debidamente impiedad tan monstruosa; porque semejantes casados
convierten al principio de la vida en un continuo asesinato; y la mujer destinada a ser
madre, se la trasforma en una aguda espada que da la muerte.”
Este crimen jamás puede encontrar causas que lo justifiquen; porque si estas causas son una
cruz, deben abrazarse con ella como dice Jesucristo, y servirse del matrimonio conforme lo
mandado y dispuesto por Dios. En vano querrán excusarse echándose la culpa el uno al
otro, porque aun en este caso son criminales delante de Dios; pues como dice el Apóstol
san Pablo, no solo son dignos de muerte los que hacen el mal, sino que también los que
consienten que los otros lo hagan. Una buena confesión hecha con el debido
arrepentimiento y los consejos de un hábil y prudente confesor, podrán ser el remedio para
unos casados tan sumamente infelices. ¡Oh! ¿cuántos maridos y mujeres se han condenado
por este pecado? ¡Ah! En el día del juicio lo sabremos: solo decimos ahora que los casados
que impiden la generación, de cualquier modo que sea, cometen siempre un pecado muy
grande. Muy grave, y muy horrible y espantoso. Para que los casados vivan con la pureza
que reclama su estado, les servirá no poco el ejemplo que llamarse puede: Tristes efectos de
la impureza.
La Esperanza, correo de Nancy, de 4 de Julio de 1851, daba los siguientes detalles sobre la
ejecución de Pedro Kling, condenado a muerte por crimen de violencia, seguido de
asesinato. A las ocho en punto fueron a buscarle a la cárcel para conducirle al lugar del
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suplicio. Iba acompañado de dos dignos sacerdotes: Bernán, que supo inspirarle los
sentimientos más cristianos, y del cura de Falsburg, de cuyas manos recibió la sagrada
comunión, con los sentimientos de la fe más viva y con una calma que edificó a cuantos se
hallaban presentes. Dijo muchas veces que recibía la muerte gustoso, teniéndose por feliz si
Dios La aceptaba en expiación de sus pecados. Llegado a la plaza pública se despidió de los
conocidos, exhortándolos a no llorar, sino a rogar por él, diciendo que había merecido el
castigo. Llegando al cadalso, sin perder un instante la serenidad que había logrado al volver
a los sentimientos religiosos, dirigiéndose a la muchedumbre compuesta de más de tres mil
personas, dijo en alta voz las palabras siguientes: “Hermanos míos, escarmentad en mí;
estoy perdido a causa de una mujer. ¡Oh! ¡maldito pecado de impureza, tú eres la causa de
todas mis desgracias! ¡Oh! ¡queridos compañeros míos! Evitad la impureza, sed fieles a
vuestra santa religión, escuchad a vuestros pastores y padres queridos si queréis evitar la
desgracia que pesa sobre mí. ¡Ay! Siendo joven, perdí mi pobre padre, y mientras obedecí a
mi buena madre era virtuoso y feliz; pero así que las pasiones y los malos consejos me
hicieron desobediente a mi madre, fui perdido. Perdono de corazón a cuantos han sido
autores de mi infortunio, aunque reconozco que yo soy la causa principal de mi desgracia,
pues el olvido de la religión es lo queme ha conducido a este estado. No lloréis sobre mí,
pues mucho más había merecido. Tengan todos la bondad de decir un Padre nuestro por mí,
a fin de que Dios me perdone los pecados. Que mi ignominia no caiga sobre mi familia,
pues no tiene culpa en mis crímenes.” Y volviéndose en seguida al instrumento fatal,
exclamó: “Instrumento ignominioso, yo te bendigo, con tal que sirvas de expiación de mis
pecados.
Y levantando los ojos al cielo: ¡Oh ¡ Jesús mío, dijo, perdóname mis pecados, y aceptad mi
muerte en expiación de crímenes ¡” Y habiéndose despedido por última vez de la
muchedumbre, entregó su cabeza al verdugo, y un minuto después estaba ya muerto.
Al caer el cuchillo fatal dio un grito inmenso de dolor toda la muchedumbre. Cada uno
rendía homenaje a esta firmeza; pues no era bravatas, sino un arrepentimiento sincero y el
consuelo de la expiación, lo que le hizo proferir este tierno discurso.
Segundo deber
Tan pronto como el niño es concebido, entran los padres en una serie de obligaciones, que
les obliga a trabajar con todo empeño para impedir el aborto, y tanto mas, cuanto que el
hijo en el vientre de su madre es un tesoro inapreciable, siendo además el depósito
preciosísimo que les ha confiado el Señor.
¿Qué pecado es abortar? Abortar directamente es un pecado mortal gravísimo; y es más
grave todavía que impedir la generación. Intentar el aborto es el mismo pecado, y
ciertamente precipitará al infierno al que lo hubiese hecho, si no hiciere la debida
penitencia; porque en este género es pecado mortal toda tentativa dirigida a este fin.
Peca contra este deber el marido que maltrata a su mujer cuando está embarazada, o le da
motivos de grande pesar, o le niega los medios de subsistencia, o permite a la mujer hacer
cosas que le pueden ocasionar el aborto, como trabajos excesivos, bailes, fuertes
desveladas, bebidas indiscretas, etc.
Peca contra este deber la mujer que con mala intención pregunta un medio para abortar, que
toma alguna bebida con el mismo fin, que para lograrlo se entrega a un trabajo muy fuerte y
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muy sostenido por muchas horas, que se aprieta la cintura en demasía, que se golpea el
vientre o levanta grandes pesos, etc.
La mujer debe ir con mucho cuidado durante el tiempo de estar grávida, debe
encomendarse mucho a Dios, poseer el mayor grado de tranquilidad posible, no dejarse
llevar de ninguna pasión violenta, e ir con gran cuidado en la comida y bebida.
El marido ha de portarse con doble prudencia, y acordarse principalmente que es la cabeza
de la familia, ya no permitiendo ninguna cosa que pueda causar el aborto; ya excusando
frecuentemente a su mujer, porque tiene en su favor la razón fuertísima de estar
embarazada: practica lector carísimo, esta doctrina, y cumplirás con tus segundo deber.
Tercer deber
Nacida la criatura, entran los padres en un nuevo deber deben cumplir prontamente, y que
consiste en bautizar a la criatura. Cuando el parto ha sido malo y la criatura tiene peligro de
morirse, deben bautizarla inmediatamente y sin ningún género de dilación, en la casa
misma y sin las ceremonias de la Iglesia. En este caso deben derramar el agua sobre la
cabeza de la criatura o sobre l aparte que se pudiere; diciendo al mismo tiempo la forma del
bautismo, que dice así: Yo te bautizo, en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu
Santo. Amén.
Cuando la criatura no ofrece peligro, el bautismo puede diferirse uno, o dos o tres días; pero
de ningún modo podemos aprobar la conducta de algunos padres que dilatan el bautismo,
porque como ellos dicen, esperan los padrinos que son de fuera y no han llegado todavía.
Semejantes padres se exponen a pecar mortalmente si dilatan el bautismo por más de ocho
días; porque por un puntillo de honra se exponen a obrar tan inocuamente que causen a su
propia hijo una eterna ruina.
Pues ¿qué remedio? Verificar el bautismo por medio de procurador; y en este caso por
testimonio y declaración de la Iglesia, el verdadero padrino no es el procurador, sino la
persona que él representa. Con este medio se verifica el deseo del padrino, la voluntad de
los padres, y no se expone el niño a una eterna ruina.
Como las palabras padrinos o compadres significan segundos padres, o que son una misma
cosa con sus padres con relación a sus hijos espirituales, que ha llevado a la sagrada fuente,
de ahí se sigue que, como ha declarado la Iglesia, los padrinos no ha asistido al bautismo
por mera ceremonia sin que ha contraído parentesco espiritual con la criatura, y pasa a ser
su verdadera ahijada, y existe entre los dos el parentesco espiritual en primer grado.
Por consiguiente los padres no deben tomar de padrinos a cualesquiera personas, sino que
deben procurar que sean aptas para ocupar su lugar cuando ellos fallecieren. Por tanto no
deben ser ignorantes, ni viciosos, ni escandalosos, ni mucho menos de aquellos que tienen
públicamente mala fama, sin buenos cristianos para que cuando falten los padres, ocupen
como conviene su lugar.
Los padrinos o compadres son los padres del niño, de lo cual se sigue que exceptuando un
caso raro, nada han de hacer de justicia mientras los padres viven, porque la Iglesia supone
que ellos cumplen; pero en el caso que se demostrara que los padres no cumplen, que
escandalizan a sus hijos, que los abandonan o que les dan malos consejos, en estos casos
entran los padrinos a ocupar el lugar de los padres; porque como dicen santo Tomás y san
Agustín: El padrino está obligado a cuidar del ahijado, porque él es su responsable ante
Dios. En estos casos aconsejamos a los padrinos que consulten con los señores curas de su
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parroquia, para que al paso que ellos cumplan con sus obligaciones, no sobrevengan entre
ellos algunos disturbios y aun quizás acciones escandalosas.
Para que los padres amen más y más los saludables efectos del santo bautismo en sus hijos,
oigan la historia de san Ginés:
Un día que se celebraban grandes regocijos en Roma y asistía a ellos el emperador
Diocleciano, un comediante por nombre Ginés creyó que no divertía mejor a la corte impía,
que remedado por burla las ceremonias del santo bautismo. Apareció echado en el teatro
como si estuviera enfermo, y pidiendo le bautizasen para morir tranquilamente.
Presentáronse otros dos comediantes disfrazados, el uno de sacerdote y el otro de exorcista,
quienes acercándose a la cama dijeron a Gines:- Hijo, ¿por qué nos haces venir?- Al
instante se siente trocado el corazón de Ginés y responde seriamente:- Quiero recibir la
gracia de Jesucristo, y por la santa regeneración obtener el perdón de mis pecados.
Bravo, exclaman todos: ¡Qué bien desempeña su papel! Hiciéronle las ceremonias de
autismo; y cuando lo hubieron puesto el vestido blanco, continuaron algunos soldados la
farsa, lo conducen preso al emperador para ser preguntado como los mártires. Ginés,
aprovechándose de la facilidad natural que tenía para hablar con un aire y tono inspirado,
arengó al público desde el lugar elevado en que se hallaba:- Escuchad, emperador y
cortesanas, senadores, plebeyos, todas las ordenes de la orgullos Roma, escuchadme. Antes,
cuando oía pronunciar el nombre de Jesucristo, temblaba de horro y ultrajaba cuanto en mí
cabía, a los que profesaban esta religión; hasta tenía aversión a muchos parientes y
allegados míos, a causa del nombre cristiano y detestaba el cristianismo hasta el punto de
instruirme en sus misterios, como habéis podido verlo, a fin de hacer burla de ellos
públicamente; pero así que el agua del bautismo ha tocado mi carne, mi corazón se ha
mudado, y a las preguntas que se me han hecho he contestado sinceramente lo que cría. He
visto una mano que se extendía desde lo alto de los cielos, y ángeles brillantes de luz que
estaban sobre mí. Han leído en un libro terrible todos cuantos pecados cometí desde mi
infancia; los han borrado luego y en seguida me han mostrado el libro más blanco que la
nieve. Oíd, pues, oh grande emperador y vosotros espectadores de toda condición, a
quienes mis juegos sacrílegos han excitado a reíros de estos divinos misterios; yo soy más
culpable que vosotros; pero creed ahora conmigo que Jesucristo es el Señor Dios de cielos
y tierra, solo digno de nuestra adoración y tratad también de obtener misericordia de Él.
El emperador Diocleciano igualmente irritado que sorprendido, hizo primero dar de golpes
a Ginés, después le remitió al prefecto Plauciano, a fin de obligarle a sacrificar a los ídolos.
El prefecto empleó inútilmente tormentos espantosos, Ginés clamaba constantemente:- No
hay Señor comparable al que acaba de aparecerme, le amo y le quiero con toda mi alma;
aunque tuviera que perder mil vidas, nada me separará de Él; jamás los tormentos me
quitarán a Jesucristo de la boca ni del corazón; siento el más vivo pesar de todos mis
extravíos pasados y de haber comenzado tan tarde a servirle.
Viendo que su elocuencia hacia tanta impresión, se dieron prisa a cortarle la cabeza.
Vidas de los santos.
Cuarto deber
El padre es la cabeza de la casa y debe procurar después de bautismo de su hijo, que su
madre le dé el pecho y que no lo tenga en su propia cama: y como de la falta de
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cumplimiento de estos deberes se siguen grandes daños a los hijos, por esto vamos a
explicarlos cada uno en particular:
El padre debe procurar que la madre crié a su hijo con su propia leche, haciéndole entender
que ningún motivo la justifica, porque la misma naturaleza, no amamantando a los hijos, la
expone a graves enfermedades y puede labrar desde luego la desgracia temporal y aun la
eterna de sus propios hijos.
En caso de necesidad puede y aun debe buscar nodriza para su hijo, y debe tener por verdad
cierta como declarada por la experiencia diaria, y por la autoridad de los médicos más
sabios, que el niño juntamente con la leche mama la piedad o los vicios de la madre, así
como su salud y su enfermedad: de ahí el deber imprescindible de buscar nodriza que al
paso que tenga buena leche, tenga al mismo tiempo una moral irreprensible.
El padre debe procurar que haya dispuesta una cuna para el niño, a fin de que no duerma
con la madre; porque la madre por más cuidadosa que sea de su hijo mientras duerme, no
sabe lo que hace, resulta que está a causa de los insomnios, en peligro de ahogarlo; y si bien
es verdad que hacerlo por algunas madres no será tal vez pecado mortal, más también es
cierto que para otras que duermen mal, que se voltean fácilmente y que se ponen en
posturas peligrosas, es evidente que están en ocasión próxima de ahogar a su propio hijo, y
por consiguiente que viven en continúo pecado mortal. El padre es el que debe determinar
el caso, y poner la cuna o no ponerla, conforme la necesidad.
Mas nosotros notaremos que dormir los niños en las camas de sus padres, es causa para
ellos de muchas enfermedades; ya por que a veces se caen de la cama, y la fatal caída los
inutiliza quizás por toda su vida; ya porque a veces al voltearse la madre les inutiliza un
brazo o una pierna, ya en suma porque un golpe de mano daña alguna parte de su cuerpo, y
se quedan enfermizos de toda su vida. Llamamos otra vez la atención del padre, para que
como jefe de la familia disponga, atendidas las circunstancias, lo más conveniente y
acertado.
Quinto deber. Ocupada la madre en amamantar a su hijo, ve con toda satisfacción que sus
miembros van creciendo y desarrollándose; y el padre como su custodio y defensor, debe
servirse de todo su cuidado y diligencia para conservarlo, procurando principalmente y
siempre, que la madre ponga en práctica los medios que vamos a darle:
1º Que la madre para ir a misa, a una visita o al trabajo, no se deje a su hijo solo, no sea que
al regresar lo encuentre víctima de alguna fiera o de otro accidente.
2º Que teniendo la madre a su hijo en sus brazos, procure ponerse en una postura tal, que no
se duerma, no sea que se le caiga el niño, y lo vea de estas resultas, lastimado por todos los
días de sus vida.
3º Que cuando el hijo comience a andar, por ningún título lo deje solo, sino que se lo lleve
consigo o lo encargue a su vecina, no haciéndole así, se expone a que reciba alguna
desgracia, ya cayendo en el agua, en el fuego, o de un lugar alto, o bien siendo atropellado
por algún carruaje o caballo o sucederle otro accidente.
4º Que las madres no se dejen dominar de la cólera contra su hijo porque llora, porque se
cae, porque se ensucia, porque rompe un trasto, etc., pues semejante cólera es del todo
irracional; y si montada en furia le pega con exceso, es evidente que grava su alma.
¿Cuántos hijos ha perdido su talento por los golpes que ha recibido de su madre? ¿Cuántos
ha medio perdido el juicio, y cuántos han quedado desgraciados por todos los días de su
vida?
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Semeja antes madres pueden pecar mortalmente en cada uno de los casos que hemos
señalado, porque pueden causar un grave daño a sus hijos; mas el padre como cabeza de
familia, ha de vigilar en cada una de las cosas que acabamos de decir, y servirse de los
medios que le da Dios nuestro Señor, ya que él es la cabeza de la familia, y por tanto el que
debe dirigir estas cosas.
Sexto deber
Ya has visto, lector carísimo, cuál debe ser el cuidado que debes tener para conservar la
vida de tu hijo, y con razón, porque Dios la ha defendido nada menos que con un precepto;
pero así como la vida del alma es sumamente superior a la vida del cuerpo, así también
debe ser sumo el cuidado que los padres deben tener en conservar la de sus hijos; y deben
hacerlo principalmente cuando son pequeños, procurando que reciban pronto el sacramento
de la confirmación.
Los padres de familia no pueden en conciencia portarse remisos sobre este punto, porque
siendo el efecto de tan grande sacramento confirma en la fe al que es bautizado mediante un
grande aumento de gracia, que por medio de él se le comunica, es evidente que su descuido
podría ser con el tiempo un grave pecado.
Cuando los padres se descuidan totalmente de esta obligación, cuando teniendo cerca el
obispo por no andar algunas leguas no lo hacen, o no lo hacen por no esperarse un poco, o
por no sufrir una poca de incomodidad, semejantes padres no cumplen tan grande deber,
manifiestan estar poseídos de mucho amor propio, y que profesan muy poco amor a sus
propios hijos, supuesto que no escrupulizan hacerles un gran daño a tan poca costa.
El buen padre de familia habla con gran frecuencia a sus hijos de los dos sacramentos, que
son el bautismo y confirmación, y por este medio les da los primeros principios de la
religión, los verdaderos motivos de amar a Dios y de odio al pecado, las promesas que
hicieron a nuestro Señor cuando recibieron el santo bautismo, las obligaciones que cada una
de ellas trae consigo, la nueva gracia del sacramento de la confirmación y los nuevos
deberes que con él ha contraído: así sencillamente poco a poco y con gran fruto manifiesta
a su hijo que es soldado confirmado de Jesucristo y lo mucho que le importa guardar
fidelidad a un Soberano tan diestro, y tan amante y cuidadoso de sus soldados. No, no se
olviden los padres de contar a sus hijos la historia de Juliano apóstata y un joven
confirmado:
Queriendo el emperador Juliano hacer pública y solemne su apostasía, hizo preparar en un
templo un gran sacrificio a los ídolos; mas al momento de comenzar la ceremonia el fuego
del altar se apagó del todo; los cuchillos de los sacerdotes de los falsos dioses no pudieron
cortar las carnes de las víctimas de suerte que el sacrificador espantado exclamó:-Algún
galileo hay aquí nuevamente lavado con el agua o ungido con el bálsamo.
(Quería decir, o bautizado o confirmado.) Entonces su paje joven que era cristiano y
acababa de recibir el sacramento de la confirmación, levantando la voz:- Yo soy, dice, la
causa, que he hecho la señal de la cruz e invocando el santísimo nombre de Jesús para
vergüenza de vuestros ídolos.-Quedó espantado el emperador que había sido cristiano y
estaba bien instruido del poder de Jesucristo. Temió los efectos de la venganza divina y sin
decir palabra, salió del templo cubierto de confusión. El valeroso defensor de Jesucristo fue
a referir a los cristianos lo que acababa de suceder, y reconocieron cuan temible son al
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demonio aquellos en quienes habita la virtud de Jesucristo por el sacramento de la
confirmación, cuando se recibe con santas disposiciones.
Hist. ecles.
Séptimo deber
La misma naturaleza que infunde a los padres el amor para con sus hijos, les reclama un
amor igual ya que todos son al mismo tiempo hijos suyos, e igualmente hijos de Dios.
Es verdad que pueden amar más a aquellos que se portan mejor, que los respeten con toda
verdad, que los obedecen convenientemente y que los honra en todas las cosas; mas
también es cierto que raras veces les es lícito exteriorizarlos, ya porque de él brota la
envidia entre los demás hermanos, ya que ésta se convierte quizás en un odio tan profundo
como declarado.
En la sagrada Escritura tenemos un claro efecto del terrible resultado de este amor de
predilección. José era el menor entre los hijos de Jacob, y no solo era el más querido de su
padre por haberlo engendrado en su vejez, sino que lo era principalmente por la inocencia
de costumbres que lo distinguían y por las demás virtudes que profesaba en la práctica de
su conducta. Su padre le dio claros testimonios de tan distinguido amor, principalmente por
medio de una túnica de varios colores que le había dado en premio de su beuna conducta, lo
cual excitó de tal suerte la envidia de los demás hermanos, que trocándose en fieras por el
odio que los alimentaba, determinaron matarlo; y solo a instancias de uno de sus principales
hermanos en lugar de darle la muerte, lo vendieron por esclavo a unos traficantes que iban a
Egipto.
¡Oh terribles efectos los que experimenta una familia cuando el padre no ama a todos
igualmente! El hijo querido pasa a ser el despreciado de los demás, es el objeto de la
envidia de todos, es rigurosamente odiado y tal vez como a otro José de Egipto, es al
mismo tiempo condenado a muerte.
¡Oh feliz casa la que no tiene distinción en el amor! ¡felices los padres que aman a sus hijos
con la debida igualdad! ¡felices los hijos que son igualmente amados de sus padres! Porque
en semejantes casos, como dice el real profeta, reinará el imperio de la paz.
Octavo deber
El Eclesiástico nos asegura que el buen padre de familia tendrá muy buen fin, y como supo
educar debidamente a sus hijos, éstos forman su gloria en la hora de la muerte: así como los
padres descuidados de la educación de sus hijos, tendrán mal fin, y acabarán con una
muerte infeliz después de una vida desgraciada.
Esta doctrina de san Juan Crisóstomo la hace suya san Agustín, ejemplificándola con un
caso que aconteció en sus días. Había en la ciudad de Hipona un hombre rico que tenía un
hijo, único heredero de toda su fortuna, y lo amaba tanto, que le permitía todas las cosas,
haciendo que se pudiese asegurar en la práctica, que lo amaba más que a Dios; y como una
prueba de su efecto, le había concedido la libertad de que hiciera todo cuanto quisiese. ¡Oh
fatal libertad! ¡oh perdición absoluta de los hijos! ¡oh falso amor paterno que eres peor que
el puro odio! He ahí un hombre que mostraba amar a su hijo: decía que lo amaba, y el
exceso de su falso amor, lo hizo sumamente infeliz! El hecho es que semejante hijo se dio a
todos los vicios; viviendo lujuriosamente, gastó casi toda su hacienda, y dándose a la
borrachera, se hizo reo de los mayores crímenes, porque abusó de su propia madre que
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estaba en cinta, y quiso violar a su misma hermana, e hirió gravemente a otras dos
hermanas suyas, y dio la muerte a su propio padre. Padres de familia, escarmentad en
cabeza ajena los terribles efectos del amor desordenado para con vuestros hijos. ¡Ay! ¡ay de
vosotros! Porque si no los educáis bien, seréis desgraciados en este mundo durante vuestra
vida y en la otra por toda una eternidad.
san Agustín y san Gregorio nos presentan en un solo hecho los terribles efectos del amor
desordenado de los padres para con sus hijos. Vivía en Jerusalén o en sus cercanías un
militar muy rico y no tenía más que un solo hijo; pero hijo tan amado suyo, que no solo le
permitía todo lo malo, sino que aun él mismo se lo proporcionaba. ¡Ah pongan atención
aquellos padres locos de amor, para que vean en la práctica el resultado de su amor
desordenado para con sus hijos. Creciendo el joven creció en él el desarrollo fatal de las
pasiones más nefandas y abominables. En cierto día, estaba jugando juntamente con su
padre, y habló una blasfemia, desafiando el poder de los sacerdotes, y añadiendo una
imprecación de las más horribles. Mas ved ahí que apenas la había pronunciado, cuando el
enemigo infernal, penetrando en la misma pieza bajo una figura la más horrible y horrorosa,
lo arrebató... no fue hallado en parte alguna, y según creo, fue arrojado a los infiernos. En el
mismo momento que esto acontecía, yo estaba desde mi casa viendo por medio de una
ventana el juego que tenían padre e hijo, y fui, por tanto, testigo del hecho.
Jóvenes, escarmentad en cabeza ajena, vivid bien, poned en práctica las virtudes sólidas, y
así os salvareis; al paso que los padres de familia han de aprender el modo de amar a sus
hijos, y conforme a este amor avisarlos, corregirlos, reprenderlos, y en circunstancias
dadas, y por faltas graves servirse del azote, para que educando bien a sus hijos, unos y
otros se salven.
Noveno deber
No basta que los padres alimenten a sus hijos, sino que además deben vestirlos, y los padres
pueden faltar por carta de más vistiéndoles de un modo superior a su condición, y por carta
de menos teniéndolos cubiertos con hilachas: por tanto, el vestido que den los padres a sus
hijos no debe ser demasiado bueno ni tampoco demasiado malo, sino conforme a su
condición.
Faltan por carta de más aquellos padres que visten a sus hijos con un lujo no acostumbrado
a su condición, porque de ello se siguen muchos males; pues no pudiendo los hijos
continuar con él por medios lícitos, se sirven quizás de medio ilícitos, perdiendo su
hombría de bien, vendiendo a veces su pudor y su inocencia, haciéndose casi siempre
intratables por su soberbia, orgullo y vanidad.
Faltan por carta de menos aquellos padres descuidados que por satisfacer sus vicios, por
poca economía, o por no trabajar debidamente, cubren a sus hijos con feos harapos, y llegan
a veces a ser bastante grandes y enseñan todavía lo que siempre debieran tener oculto,
Semejantes padres pueden pecar gravemente con la omisión de este deber; y es mayor
cuando se priva a la hija de la ropa necesaria, pues es exponerla a perder su propio honor, a
manchar el honor de sus mismos padres.
¡Ah! ¡cuántos padres de familia se han condenado por esta falta! No trabajan lo que
pudieran, o trabajando lo que pudieran no economizan, gastan en las pulquerías, en el juego
y con los amigos lo que pueden y lo que no pueden, y la pobre familia está tan falta de ropa,
que ni siquiera puede salir a la calle, viéndose obligado hasta a perder la santa misa, y salir
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entre dos luces para satisfacer sus graves necesidades; pues semejantes padres están en
continuo pecado mortal, y pecado que lo cometen tantas veces cuantas malgastan lo que
debieran emplear en vestir a los hijos.
Lo que decimos del vestido, lector carísimo, entiéndelo también de la enfermedad; porque
los padres tienen obligación especial de cuidar a sus hijos estando enfermos, ya haciéndoles
aquellos remedios caseros que saben por experiencia que producen buen efecto, ya
llamando un médico o al menos alguna de aquellas personas que en los pueblos cortos
acostumbran curar, ya proporcionándoles aquellas medicinas que el médico hubiere
recetado. Y esto deben hacerlo los padres aunque hubieren de contraer algunas deudas,
estando persuadidos que su conducta en este caso será muy del agrado de Dios, y una
prueba nada equívoca de verdadero amor para con su hijo, el cual naturalmente le será para
lo de adelante en gran manera reconocido.
Mas cuando los padres no tuviesen a su disposición los gastos para la enfermedad, tiene el
deber de llevarlo al hospital, en donde estén bien asistidos todos los enfermos conforme las
reglas del arte. Y pecaría el padre de familia, que por un respeto humano no procurara la
salud de su hijo, mediante este medio, si aconteciera que el hijo muerto en casa, habría
vivido en el hospital.
Décimo deber
Lamenta Emiliano, historiador, los malos ejemplos de los padres para con sus hijos, y todo
lo ejemplifica con un hecho tan cierto como horroroso Cierto Pagano que era falso
sacerdote del dios Júpiter, habiendo observado que un rico había escondido una gran
cantidad de dinero, vencido de la avaricia, le dio la muerte para quedarse con el capital. Sus
dos hijos que habían sido testigos y aun cómplices de la maldad de su padre, aprovechando
una salida de éste, determinaron también coger el dinero que su padre había robado.
Estando en estas operaciones, el hijo mayor trabó contienda con su hermano y le cortó la
cabeza. Semejante espectáculo aterró a los criados, es notificado a la madre, vuela a ésta al
lugar de la catástrofe, y gimiendo por la muerte de su hijo, mató al fratricida con un tizón
que sacó del fuego. Mientras todo esto sucedía, supo Macario toda la tragedia, y puesto en
el lugar de los crímenes, empuñan su espada, mató a su propia mujer. Avisada la justicia lo
prende, y condena a muerte después de haber confesado que su mal ejemplo era la causa de
todos los males. Así castiga Dios en los hijos los malos ejemplos que reciben de sus padres!
¡he ahí sus pésimas consecuencias! ¡he ahí sus daños irreparables! ¡Oh padres! ¿cuándo
edificaréis siempre a vuestros hijos?
Todo el trabajo de los padres para con sus hijos es perdido si no lo acompañan y fortifican
con el buen ejemplo; pues como dice san Cipriano: Nada más eficaz para los hijos que la
vida de sus padres. El glorioso san Ligorio, decía en el mismo sentido: ¿De que nace la
perdición de tantas almas como se condenan? Y responde : Nace del mal ejemplo reciben
de sus padres; y el resultado es, que padres, hijos y nietos se van todos juntos al infierno.
De padres malos ¿saldrán buenos hijos? ¡Ah! Ordinariamente no sucede, sino que debe
tenerse por un milagro cuando esto aconteciera alguna vez.
El padre debe procurar no dar mal ejemplo a sus hijos principalmente en la hora de su
muerte: y ciertamente los escandalizaría si no daba a cada hijo lo que se le debe. A los hijos
de rigurosa justicia se les debe la legítima; pero los padres ni según las leyes civiles, ni en
conciencia están obligados a dejarlo todo a sus hijos, sino que pueden disponer de aquella
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parte que permiten las leyes, tanto de los bienes que heredaron cuanto de los bienes propios
que ellos mismos se ganaron durante su matrimonio.
Por tanto, si hubiere pobres gravemente necesitados, si se tratará de edificar a concluir un
edificio público como un hospital, puede el padre dejar a favor de esas semejantes obras la
parte de los bienes que conforme las leyes están a su disposición, sin faltar en los más
mínimo a sus hijos.
Undécimo deber
Con harta frecuencia se muere uno de los esposo, y el otro quedando muy joven todavía, ya
por evitar los peligros de su edad, ya para la educación de la familia, ya para la
conservación de los intereses, se casa de nuevo, y ¿qué cuidado debe tener de los hijos?
Tanto si permanece viudo, como si se vuelve a casar, el padre debe tener del hijo el mismo
cuidado que antes tenía de él, y debe además suplir los cuidados de la madre. En
consecuencia, al celebrar las segundas nupcias, ya se lo debe notificar a su esposa, y de
ninguna manera le es licito abandonar los primero hijos, o maltratarlos, o permitir que sean
maltratados por su madrastra.
El padre debe notificar a su nueva esposa, que aquellos hijos son sus propios hijos, que los
ama como una cosa propia, como un pedazo de sus entrañas, que los ama como el más
dulce recuerdo de su primera mujer, y por consiguiente, que así como hará que sus hijos la
respeten como su madre, y le den todo el honor que se merece, así quiere que los trate no
como extranjeros, sino como si fuesen sus propios hijos.
Si la madrastra continúa faltándoles, se la avisa otra vez, pero con entereza, se le dice que
tendrá como hecho así los malos tratamientos que diere a sus hijos, y que si la cosa
continúa, él sabrá salir en su defensa, remediando las cosas como conviene.
Pero señor, esto será vivir en una continua guerra, por esto he creído que era mejor
disimular y sacarlos luego de casa. Esta conducta de algunos padres es injusta, por que
deben corregir las cosas según Dios manda, y de ningún modo maltratar a los hijos. Pero
¿si de ahí la guerra doméstica? No importa, es guerra justa, porque es guerra que se admite
por salir en defensa de la justicia. Por otra parte, la guerra doméstica durará muy poco,
porque habiendo visto la madrastra que sus hijastros no han de ser tratados como
extranjeros sino como hijos legítimos del dueño de la casa, pone juicio, comienza por no
maltratarlos, sigue con no enojarse, continúa siendo justa, y acaba con amarlos como hijos
propios. Padres de familia, recordad esta doctrina, por que muchos hijos e hijas se pierden
por los malos tratamientos que reciben de su madrastra.
En conclusión de este punto importantísimo diremos, que dejando aparte las ocasiones en
que el hombre y la mujer deben contratar segundas nupcias como dice san Pablo, ya porque
son jóvenes y no les es fácil vivir castos, ya porque tienen bienes y no son aptos para
conservarlos, ya porque así lo indica alguna otra necesidad verdadera, fuera de estos casos
repetimos, harán un grande bien en no casarse constituyéndose padre y madre a la vez, con
lo cual podrán santificarse en el estado de viudez y darán al propio tiempo un grande
ejemplo de amor y de moralidad a sus propios hijos.
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Capítulo 7
Deberes de los hijos para con sus padres
37. Enlace del tratado
Una es la idea, lector carísimo, que nos dominaba, cuando intentamos escribir este tratado,
y fue la educación de la juventud mediante la explicación del cuarto mandamiento. Ya nos
hemos hecho cargo de los deberes de los padres de familia, les hemos señalado los
constitutivos de una buena educación, y los medios que han de emplear para conseguirlo;
pero esto no basta. Los padres no han de educar a palos, sino a hijos suyos, a seres libres
dotados de razón, y que deben corresponder de su parte a los trabajos de sus padres. Porque
al modo que el pintor nunca llegaría a formar una imagen perfecta si el cuadro o el lienzo
resistiese al pincel; así nunca los padres podrán educar bien a sus hijos si éstos resisten
recibir la educación: y de ahí el deber que tienen los hijos de cumplir sus obligaciones para
con sus padres; obligaciones que el Espíritu Santo encerró en estas palabras: honra a tu
padre y a tu madre.
No debes extrañar que este mandamiento incluya todos los deberes de los inferiores para
con los superiores, y de éstos para con aquellos; porque la palabra padre significa todo
superior, del mismo modo que la palabra hijo todo inferior: por tanto, están incluidos los
deberes de los pastores de la Iglesia, de los emperadores, de los reyes, de los presidentes, de
los gobiernos, de los magistrados, de los amos, de los padrinos y de los maestros, así como
también de sus inferiores respectivos.
Por tanto, los inferiores deben honrar a sus respectivos superiores; pero honor que, como
dice el Espíritu Santo muchos lugares de la Escritura , entraña las obligaciones siguientes.
1º Deben amarlos, consultarlos en las cosas de algún interés, conforme su autoridad.
2º Obsequiarlos y estarles sujetos.
3º Hacer en su favor cuanto se pueda tanto para el bien de su cuerpo como para la salvación
de su alma.
4º Sobrellevar sus enfermedades y sus defectos.
5º Encomendarlos a Dios de corazón.
6º Imitar sus virtudes.
7º Celebrar sus exequias conforme su voluntad.
8º Cumplir santa y religiosamente las cláusulas de su testamento.
Ocho obligaciones que si bien es verdad que convienen principalmente a los hijos, pero que
en su debida proporción, se extienden a los demás inferiores, respecto a su legítimo
superior.
Modelo de honor fue la conducta de Salomón para con su madre Betsabé: pues
habiéndosele presentado un día para interceder a favor de Abdonias, en ocasión en que
estaba sentado en su real trono, él se levantó y salió al encuentro de su madre, la honró
como convenía a una madre, la honró como convenía a una madre de tan gran Rey, hizo
colocar un trono a su derecha, y dispuso que su madre se sentase en él: así honró a su madre
el más sabio de todos los reyes.
Modelo de honor a la memoria de su padre fue la conducta de los recabitas, pues
habiéndoseles dicho que beberían vino, respondieron: de ningún modo lo beberemos,
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porque Jonabab, hijo de Recab, nuestro padre, nos dijo: no beberéis vino ni vosotros, ni
vuestra familia, ni edificareis, ni sembrareis granos, ni plantareis cepas; sino que viviréis en
tiendas como verdaderos peregrinos. Por consiguiente, nosotros, nuestras mujeres y
nuestros hijos, cumpliremos el mandato de nuestro padre, y no edificaremos casa, ni
sembraremos simiente alguna, ni plantaremos viñas: hasta este punto honraron la memoria
de Recab sus hijos los recabitas.
Modelo de honor fue Cristo Señor nuestro, honrando a su Padre celestial, dándole a cada
momento un eterno honor, ya por sus actos de amor infinito, ya enseñando y predicando el
Evangelio, ya dando a conocer a su Padre y hacer que sea honrado, ya honrando también de
una manera muy singular al señor san José y a la santísima Virgen María: divina
consecuencia, porque Él mismo es el que manda tener a los ancianos honor, reverencia y
tolerancia, y Él mismo el que había escrito: levántate ante el anciano, honra su persona y
estále sujeto de un modo singular.
Este honor es lo mismo que amor; y amor que los hijos lo han de manifestar a sus padres
obedeciéndolos y tratándolos con veneración, respeto y cortesía, y con asistencia,
ayudándoles y asistiéndoles en sus trabajos y enfermedades. Este deber, a poca diferencia,
lo tienen también los fieles respecto a los sacerdotes, los discípulos para con sus maestros,
los criados con relación a sus amos; pero todos estos deberes pensamos tratarlos en
particular, en capítulos separados, limitándonos ahora en lo respectivo a los hijos para con
sus padres. Ojalá que todos los hijos imitaran a Tomás Moro, que no obstante de ser gran
canciller de Inglaterra, tanto honraba a sus padres y tan grande era la veneración en que los
tenía, que no obstante de ser elevado a tan sobresaliente dignidad, no obstante de ser ya
casado y de tener muchos hijos, con todo, pedía todos los días la bendición a su padre. Y
¿sabéis, padres de familia por qué lo hacia? Porque un señor padre se lo había enseñado
desde muy niño, y ya anciano recibía aun el fruto sabrosísimo de la buena educación que
había dado a su hijo. Y ¿sabéis por qué muchos hijos desprecian a sus padres? Porque así se
lo enseñaron desde muy niños sus propios padres, y se lo enseñaron también en especial
haciéndoles decir tú por familiaridad en vez de usted, como signo del honor y reverencia
que les son debidos; pues que no se quejen si tanto los tutean cuando son grandes, que los
menosprecian, no les hacen caso, y los matan a pesares. ¡Tristes, y muy tristes
consecuencias de la mala educación!
38. Los hijos deben amar a sus padres
La primera obligación de los hijos es amar a sus padres; y amarlos no solo en fuerza de la
ley que nos obliga a amar al prójimo como a nosotros mismos; sí que también con un amor
tan singular y especial, que él sea como el distintivo y su carácter propio. Se trata de un
amor especial, fundado en los beneficios extraordinarios que el hijo ha recibido de sus
padres; se trata de un amor de dependencia, porque al modo que todas las criaturas
dependen de Dios, así de un modo semejante dependen los hijos de sus padres después de
Dios: se trata de un amor de gratitud, porque la vida y la salud, la educación, la instrucción,
la habilidad, el oficio, son otros tantos dones que nos regaló la extrema bondad de nuestros
padres: se trata, en suma, de un amor que supere a todo otro amor que pueda profesarse a
otra criatura.
Pero ¿qué es cierto esto? Esta verdad ha sido admitida en todos tiempos, y jamás ha sido ni
siquiera disputada, las naciones más bárbaras la han hecho suya, y todos la han reconocido
como el principio más inviolable. Sin esta dependencia todo se hunde en el más horrible
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caos, y la sociedad misma desaparece desde el momento que no se admiten los justísimos
fueros del amor paterno. Las Escrituras ya nos mandan honrar al padre de rodos los modos
posibles, ya nos recuerdan que no olvidemos los gemidos de una madre siempre respetable,
ya nos insinúan que los amemos con el cariño que les es debido, y anos aseguran que los
hiciéramos a nuestros padres lo hacemos al mismo Dios.
Hemos de amar a nuestros padres como a bienhechores singulares, ya que cuanto tenemos
lo hemos recibido de ellos. En efecto, muy amados hijos, ¿a quién amaréis si no amáis a
vuestros padres? Ellos os dieron el ser, y ¿no lo amaréis? Os dieron esta alma destinada a
amar a Dios, y ¿no los amaréis? Os dieron la dichosa memoria con que podéis recordar los
hechos, y ¿no los amaréis? Os dieron el entendimiento para que pensando concibáis las
ideas, y ¿ no los amaréis os dieron la voluntad capaz de amar a Dios, y ¿no los amaréis?
Decidme, hijos, ¿a quién amaréis si no amáis a vuestros padres? Ellos os dieron los ojos
con los que podéis contemplar el cielo, y la lengua para que contéis alabanzas a Dios, y las
manos para que podáis proporcionaros lo necesario para la vida, y los pues con los que os
podáis dirigir a donde mejor os convenga: todo esto os han dado vuestros padres como
instrumentos escogidos por Dios, y ¿no los amaréis?
Ellos os han amado con ternura, os han dispensado toda clase de favores, os ha librado de
cien peligros, han sufrido por vosotros toda especie de privación, han soportado vuestras
lágrimas, y con el sudor de su rostro os han alimentado, y no los amaréis? ¡Ah! Yo no creo
que haya hijos que quieran ser tan ingratos. Hijos, amad a vuestros padres e imitad el
ejemplo admirable de nuestro Señor.
El honraba tanto a su Padre celestial, que nos asegura, que en todas las cosas solo hacia su
voluntad, y solo las cosas que Él sabia que le eran agradables: y honraba tanto a María y a
José, que no obstante de ser Dios, les estuvo sujeto toda su vida, y no quiso separarse de
ellos sino para dar cumplimiento al mandato de Dios su Padre; y la honra que tenía a la
santísima Virgen María su Madre, era tanta, que no permitió que le faltasen sus enemigos
durante su pasión; y tuvo especial cuidado de Ella estando en la cruz, y por esto la
encomendó al discípulo amado.
¡Ah! Amemos, hijos, a nuestros padres; y después de Dios, sean ellos el objeto de nuestro
amor, Sí, hijos e hijas, amad, amad a vuestros padres, y amadlos como José amaba a Jacob,
el cual no obstante de ser casado y tener hijos, de ocupar el primer lugar en Egipto después
del rey, de haber merecido ser llamado el salvador del mundo, con todo, hizo tanto caso de
la bendición de su padre, que la habría comprado con el valor de todos sus bienes si hubiese
sido necesario. Ama a tu padre aunque no sea rico; ama a tu padre, porque en la hora de su
muerte tienen todavía su bendición, que podrá hacerte feliz en este mundo. Ama a tu padre
como aquel venturosos hijo de quien dice la historia, que pasando con su padre por el
volcán Etna en el momento de verificar una erupción y precipitarse hacia ellos un torrente
de lava, apenas lo observaron, cuando echaron a correr; mas a poco, viendo el padre que
estaba cansado, que su hijo lo adelantaba, y que la lava ardiente iba a cogerlo, da un fuerte
grito a su hijo, éste retrocede, carga con su padre y emprende la fuga. A los pocos
momentos, fatigado por el peso de tan feliz carga, determina morir con ella antes de
abandonarla... Mas ¡oh prodigio! Dios hizo un milagro para probar cuánto aprecia la piedad
filial, porque habiéndose dividido el río de lava, dejó el paso libre a un joven que había
preferido la muerte antes que faltar al amor de su padre.
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En fin, hijos míos, amad a vuestros padres, conforme la piedad admirable de tres hijos, que
maravilló en gran manera al mismo juez:
No puede elogiarse bastante la piedad admirable de tres hijos japoneses para con su madre,
Eran tres hermanos, que vivían en la indigencia trabajando de día y de noche para alimentar
y socorrer a su pobre madre; pero como a pesar del trabajo continuo no ganaban lo
suficiente para acudir a todo, tomaron entre sí una muy extraña resolución. Había el
emperador dado una ley en el Japón, según la cual el que cogiere a un ladrón y le pusiese en
manos de la justicia, recibía por recompensa una gran suma de dinero. Conviniéronse pues,
entre sí, que uno de los tres pasaría por ladrón y los otros le presentarían atado al
magistrado para recibir la suma prometida. Echaron suertes sobre cuál sería la víctima de la
caridad filial; cayó la suerte sobre el más joven, que se dejó atar y presentar al juez, ante el
cual confesó que era ladrón. Fue inmediatamente puesto en la cárcel, y los dos hermanos
recibieron la suma correspondiente. Antes de partir, quisieron aun ver al ladrón y
despedirse en secreto de su hermano: abrazáronle tiernamente tres veces y derramaron
muchas lágrimas al separarse. El juez, que por casualidad se hallaba en un lugar desde
donde podía ver lo que estaba pasando, no pudiendo comprender cómo un criminal
manifestaba tanto cariño a los que lo habían puesto en manos de la justicia, hizo suspender
la ejecución, y mandó a un dependiente que siguiera a los jóvenes y notara el lugar a donde
se retiraban. Llegados a casa, cuando refirieron a la madre lo había pasado, ésta al oír que
su hijo estaba preso, se puso a llorar y a dar lastimosos gritos, diciendo que antes quería
morir de hambre, que vivir a expensas de la vida de su hijo.
Id, les dice, hijos demasiado caritativos, pero hermanos desnaturalizados, id, entregad el
dinero que habéis recibido, y volvedme a mi hijo si vive aun; si es muerto, no penséis más
en alimentarme, sino en prepararme un ataúd, pues no puedo vivir estando él muerto.
El alguacil que por orden del juez los había seguido, oyendo esto, fue luego a dar parte de
todo a su dueño. El juez hace comparecer al prisionero; le pregunta, le amenaza y obliga a
decir la verdad. Habiéndole el joven declarado todo, maravillado el juez, fue a dar cuenta
de ello al emperador, el cual admirando acción tan heroica, quiso ver a los tres hermanos.
Cuando estuvieron en su presencia alabó su piedad, y señaló al más joven que se había
ofrecido a la muerte, mil quinientos escudos de renta y quinientos a los otros dos. Así es
como la Providencia divina vela siempre sobre los hombres, y el amor de los hijos para con
los padres es muchas veces aun en esta vida recompensado con abundancia de gracias y
bendiciones temporales.
Hist. del Japón. Lib. XII.
39. Condiciones de este amor.-Una cosa cualquiera no es buena por solo el hecho de ser,
sino que tienen necesidad de hallarse revestida de ciertas condiciones; de ahí es que no
basta que los hijos amen a sus padres, sino que según el testimonio de san Pió V, los hijos
deben amar a sus padres con amor externo, interno y verdadero. Con amor externo,
dándoles exteriormente prueba de amor; con amor interno, puesto que debe tener su origen
en el interior; lo contrario no sería amor sino ficción. Deben amarlos con amor verdadero,
como si dijera, amor patentizado con toda especie de obras : ya con obras corporales, ya
principalmente con obras espirituales. Con obras corporales, dándoles si lo necesitan, todo
lo necesario para la vida corporal conforme su estado, y tanto en tiempo de salud como en
los días de la enfermedad.
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Por tanto, deben los hijos defender a sus padres en los peligros de perder la vida, la honra,
la fama o los intereses; deben sufrir los malos ratos y saberlos disimular con el silencio , lo
que más que malicia, es efecto de su edad, en cuyo sentido decía el Apóstol, que la caridad
es paciente, sufrida, benigna, y en gran manera servicial. La caridad del hijo para con su
padre debe ser de tal naturaleza, que no ha de entibiarse jamás, persuadiéndose bien que por
mucho que el hijo dé a sus padres, sus padres le habrán dado siempre mucho más.
Porque ¿cuántas lágrimas cuesta un hijo a sus padres? ¿cuántas molestias en el día?
¿cuántas noches pasadas sin dormir? ¿Cuántas horas sufriendo lo más indecibles dolores?
¿cuántos pesares por su travesuras? ¿cuántos malos ratos por las indiscreciones? ¿cuántos
compromisos por el desarrollo de las pasiones? Hijos, sed agradecidos a vuestros padres,
sufridlos con paciencia, corresponded al cariño paternal, sean afables vuestras palabras,
revestios de un trato cordial, y estad ciertos que haciendo lo dicho a favor de vuestros
padres, tan solo les volvéis una muy pequeña parte de lo mucho que ellos os han dado.
Ojalá que obrarais conforme la acción heroica de una niña de diez años, que fue como
sigue:
Un criollo de santo Domingo, cuyo único crimen era el ser rico, se halló comprendido en
una lista de proscripción. Al verle arrancado de su familia, la hija, de unos diez años de
edad, se obstinó decididamente en seguir a su padre, resuelta a participar en todo de su
suerte. El padre es una de las primeras victimas que van a sacrificar, ya es trasladado al
lugar del suplicio, los ojos vendados y las manos atadas, ya los satélites de la muerte
apuntan las armas homicidas; mas ¡oh sorpresa!... ¡oh dicha!... al verlo, una niña corre
clamando: -¡Padre mío! ¡padre mío!... En vano se la quiere alejar; la amenazan, la
intimidan, se abalanzan hacia su padre, abraza estrechamente su cuerpo con sus pequeños
brazos, y no aguarda más que el momento de perecer con él. “Oh hija, querida hija mía,
única esperanza de tu triste madre, le dice el padre temblando y derramando abundantes
lágrimas, retírate, te lo ruego, te lo mando!” “¡Oh padre mío dejadme, contesta ella:
moriremos juntos!...” El comandante de la ejecución (sin duda era también padre,) alega un
pretexto especioso para sustraer al criollo del suplicio; le conducen de nuevo a la cárcel con
su hija. Pronto cambiaron de aspecto las cosas, los dos fueron librados, y después el
dichoso padre no cesó de referir con la más viva ternura la acción heroica de su pequeña
hija.-Carron, de la educación.
El hijo debe mostrar el amor que tiene a sus padres, con obras espirituales, dirigiendo con
frecuencia a Dios una ferviente oración en favor de los que le dieron el ser, y que tantas
veces rogaron por él. Este amor les impone el deber de procurar la salvación de sus padres:
y en consecuencia, si sabe el hijo que su padre no obra bien, que sale de noche con
escándalo de familia, que la embriaguez lo domina, que la lujuria lo hace despreciable, que
el juego le hace perder los bienes de la familia, en este caso debe armarse de entrañas de
caridad, y con buen modo, con mucho respeto y a su tiempo, hacerle ver sus extravíos; mas
si esto no bastare, deberá servirse del señor cura o de otra persona autorizada. Cuando el
padre esté enfermo, debe procurar el hijo que se disponga a su tiempo, para que pueda
recibir los santos Sacramentos, hacer el testamento y dejar todas las cosas bien arregladas.
¡Dichosos y mil veces dichosos los hijos que aman a sus padres con amor extremo, interno
y verdadero!
La sagrada Escritura nos habla de Isaac que amó a su padre Abraham con amor externo,
interno y verdadero. Con amor externo, dándole todas las pruebas exteriores de verdadero
amor; con amor interno, acordándose de él y dejándose conducir de sus afectos; y con amor
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verdadero tanto en vida como en muerte, obedeciéndole siempre, y cumpliendo después de
sus días su última voluntad. ¡Ojalá que los hijos se fijaran en Isaac hijo obedientísimo de
Abraham!
Refiere el capítulo 14 del “Libro de los Jueces,” la admirable acción de sansón, verificada
por salvar a sus padres. Fue el caso que bajó sansón con sus padres a la ciudad de Taminala,
mas al atravesar un cerro se les presentó un cachorro de león que preparando sus garras y
rugiendo, iba a devorarlos, cuando sansón lo acomete. Pero ¿a dónde va sansón? ¿qué hará
un hijo deseoso de salvar a sus padres? ¿por ventura acometerá a la fiera? Sí; tanto amaba a
sus padres, tanta reverencia y fidelidad les profesaba, que cual si no existiese su propia
vida, solo piensa en salvar la de sus padres. Caso raro, porque al acometerlo sansón, el
espíritu del Señor cayó sobre él, e hizo pedazos del león sin recibir el menor daño; así
premia Dios a los hijos que exponen su vida para salvar la de sus padres!
Refiere Abdías de Babilonia, en la vida de san Andrés Apóstol, que cierto joven, solicitado
por su propia madre para que cometiera lemas horrible incesto, lo resistía con generosidad;
y cambiando la feroz hiena el amor en odio, acusó a su propio hijo, de que la había querido
violentar: y como el joven no quiso justificarse para no deshonrar a su madre, fue
condenado a muerte. El generoso joven y fidelísimo hijo, se encomendó con mucho fervor
a san Andrés, y Dios manifestó con mucha gloria su perfecta inocencia, y patentizó el
crimen de la madre, siendo por medio de un rayo reducida a cenizas: así premió Dios a tan
buen hijo con una gloria eterna!¡así castigó desastradamente la nefanda conducta de la
madre! He aquí otra acción heroica de una niña, según nos refiere Carron:
Siendo el Señor Deleglé trasportados de una cárcel de León a Paris, su hija nunca quiso
abandonarle. Pidió al conductor le permitiera ir en el mismo carro; mas no puedo obtenerlo.
Y como el amor filial no conoce obstáculos, aunque era de una constitución muy débil, con
todo, hizo el camino a pie, siguiendo en un trecho de más de cien leguas el carro que
conducía a su padre. Llegada a las poblaciones no se separaba de él, sino para ir a buscar y
preparar alimentos para su padre, y para la noche mendigaba una manta con que se
abrigase, en las diferentes cárceles en que le encerraban. No cesó un momento de
acompañarle y de proveer a todas sus necesidades, hasta que hubo el padre llegado a Paris,
y se prohibió a la hija que cuidara más de él. Acostumbrada empero a aplacar a los
verdugos, no desesperó de poder desarmar a los perseguidores, y así al cabo de tres meses
de solicitaciones y ruegos, obtuvo la libertad del autor de sus días.-Carron, de la educación.
40. Conducta pésima de algunos hijos
Al lado de hijos muy buenos como Isaac, de vez en cuando aparecen algunos, cuya
conducta pésima debe ser siempre reprobada: hablo de aquellos hijos que no aman a sus
padres, y prueban con los hechos que los aborrecen. ¡Infelices hijos! seréis desgraciados
por eternos siglos, si no laváis vuestras manchas con las lágrimas de una verdadera
penitencia.
Hay hijos que desean huir de la casa de su padre, y solo les están sujetos el tiempo que es
absolutamente necesario, y mientras lo necesitan. ¡Ah! Ingratos hijos, sí ingratos! ¿es esto
amar a vuestros padres? ¿dónde lo habéis aprendido? Vuestra conducta os hace semejantes
no a los criados, sino a los esclavos, y recibiréis por esto el condigno castigo. ¿Cómo podría
Dios no castigar tan espantoso pecado? Un pobre padre se ha hecho enfermo, y su hijo lo
abandona en un hospital, sin dignarse visitarlo siquiera; el pobre padre se ha empobrecido y
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su hijo se avergüenza de confesarlo; el pobre padre ha caído en una desgracia y su hijo ni se
digna visitarlo; el pobre padre se ve perseguido y su hijo no le imparte los auxilios
convenientes. ¡Ingratos hijos! acordaos que seréis medidos con la medida con que
midiereis, y os tratarán vuestros hijos como tratareis a vuestros padres! ¡ah ingratos hijos!
¿cuántos hijos por un vil y sórdido interés, para poder heredar a sus bienes, para poder
obrar con libertad, para seguir las huellas de malos compañeros, para asistir a las reuniones
peligrosas ya no quieren a sus padres, los consideran como molestos, los desprecian, los
humillan, ya acaban con buscarles la muerte? ¡Ay, ay de semejantes hijos! ¡ay de hijos tan
malvados y tan pésimos! Porque prescindiendo de la gratitud, de la experiencia, de las
bendiciones que reporta siempre la piedad filial, una conducta semejante, es pecado: y peca
gravemente, y gravísimamente peca el desgraciado hijo que desea la muerte a su padre.
Pecan otros por las faltas que interiormente comenten contra sus padres; pecan otros por
cierta risa sardónica con que reciben ciertos avisos; pecan también los que con respuestas
atrevidas, con las salidas de noche, con unas maneras criminales, con la vida licenciosa los
llenan de tantos pesares que les ocasionan la muerte. ¡Ay, ay de semejantes hijos! ¡ay, ay de
hijos tan ingratos y tan pésimos!... Sus pecados serán castigados horriblemente, como
puede verse en el siguiente caso:
Sucedió que un malvado hijo después de haber sido la pesadilla de sus pobres, enfermó
gravemente; pero de una enfermedad tan maligna, que en un instante pasaba del alivio al
borde del sepulcro. En una ocasión que se encontraba en gran manera aliviado, rodeado de
sus amigos, le dio una especie de ataque, pierde el color, se le erizan los cabellos, se le
espeluza su carne, y con un grito desaforado exclama: Levantaos, levantaos, tomad las
armas...defendedme...venid aquí... mejor por este lado...Los circunstantes nada vieron, pero
vióse en un instante los efectos más formidables; porque el desgraciado hijo murió
repentinamente, quedó negro como el carbón, y el fétido olor de azufre indicó que los
demonios acababan de quitar la vida a aquel malvado hijo: así castiga Dios a los que no
aman y aprecian a sus representantes, que lo son los padres con relación a sus hijos.
Hay otros hijos que dicen que aman a sus padres; pero el resultado es que de su conducta
proviene a los padres la mayor de las vergüenzas, el mayor de los trabajos y aun el mayor
de los tormentos. Hablo de aquellos hijos que por el amor,(amor diabólico,) que tienen a
sus padres, cuando están enfermos no cumplen con la más importante de sus obligaciones,
que es hacerlos preparar para morir. Hay algunos hijos tan ingratos, que no lo avisan, que
casi se lo impiden, les dicen que aun no es tiempo, y que tendrán buen cuidado en
avisárselo: el resultado es que cuando casi perdieron el conocimiento, cuando son más del
otro mundo que de éste, y cuando van a comenzar la agonía, entonces corren, corren en
busca del padre confesor. ¡Ah, ingratos los hijos que tan mal cumplen el más importante
deber para con sus padre! Y ¿por qué lo hacen? Dicen que por no espantarlos. ¡Qué
desatino! ¿tan mal cristiano hacías a tu padre? De tan poca fe lo crees? ¿tan poco cuidadoso
de su salvación lo considera? ¡Ah! No repitáis semejante escena, hijos e hijas; de lo
contrario moriréis sin sacramentos por vuestros hijos, así como vosotros los negasteis a
vuestros padres.
En una ciudad de México en donde el autor vivió mucho tiempo, sucedió, que un padre con
mil trabajos alimentó a su hijo, mientras éste siguió en México y en Paris los estudios de
medicina. Ya pasado y con el título de doctor, volvió a la casa paterna, enfermóse el
anciano padre, y su hijo, su ingrato hijo, a pesar de los avisos de un sabio sacerdote y de las
caritativas amonestaciones de su cura, su desmoralizado hijo no permitió que se la hablara
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de sacramentos, y cuando el pobre padre quiso confesarse, y a la muerte le había arrebatado
la vida, y se vio precisado el infeliz anciano a comparecer delante de Dios sin confesión:
¡conducta infame! Perversa conducta de un mal hijo! Ellos para con sus padres son peores
que cien mil demonios juntos, porque no los aman, sino que al contrario, los aborrecen
verdadera y eternamente.
Oíd el caso de un hijo y de una hija que se expusieron a la muerte por el amor a sus padres.
Cuenta san Ambrosio la acción heroica de una hija a favor de su madre: pues habiendo ésta
sido condenada a morir de hambre en la cárcel, la hija pidió al menos que le permitiesen
visitarla; y aunque es verdad que por algún tiempo le pudo proporcionar el alimento, pero
después comenzaron a registrarla tan escrupulosamente, que no podía pasarle cosa alguna.
Entonces pensó alimentarla con su propia leche, y así lo hizo hasta que fue hallada obrando
tan piadosa acción; y si bien es verdad que por de pronto fue presa, pero también lo es que
enterado el juez la puso libre, y mandó además que su madre fuese entregada al amor y
piedad filial.
En una historia de España se lee, que cierto toledano supo que su padre, falsamente
acusado, había sido condenado a muerte. Va en busca del juez, justifica a su padre, se
presenta él mismo como reo, y tanto dijo a los jueces y tan bien, que libertó a su padre
dando él su propia vida: ¡así hijos, así debe amarse a los padres!
Vaya todavía otro caso de unos bárbaros hijos, para con su desventurado padre:
Visitando cierto día un cura su parroquia, encontró en una casa a un anciano sentado junto
al fuego. Lloraba; la tristeza estaba visiblemente retratada en su semblante. “¿Qué tiene
usted? Le dice el cura: ¿ha tenido usted alguna desgracia en la familia? ¿Cómo es que está
usted llorando? ¡Ah! Señor cura, respondió el anciano, soy el más desgraciado de los
hombres; soy padre de cinco hijos que eduqué con mucha pena. Estas manos que usted ve
no han trabajado sino para alimentarlos. Al tomar estado me desprendí de lo poco que tenía,
para colocarlos los más ventajosamente posible. Ahora que no tengo nada y que soy
incapaz de ganarme el sustento, he tenido que ponerme a vivir con ellos, mas como habito
sucesivamente con cada uno, todos son disputas terribles entre sí. Ninguno quiere tenerme
en cada. Todos los días me echan en cara el pan que como; si quiero decir una palabra, me
cierran la boca; hasta mis nietos se mofan de los achaques de mi vejez; a cada instante me
deseo la muerte. Sobre todo, señor cura, guárdese usted de decirles nada de lo que confío a
usted, pues mi situación sería mucho más horrible.” Siéntese uno juntamente irritado por
tanta ingratitud: solo hijos bárbaros e impíos, pueden cometer tan espantosos excesos; pero
aprenden los padres a no deshacerse fácilmente de lo poco que poseen mientras están en
vida.-El dogma y la moral.
Capítulo 8
Obediencia de los hijos a sus padres
41. Primer medio
Por lo que decimos en el capítulo anterior, hemos visto que los hijos tienen grandes deberes
que cumplir para con sus padres, y se los hemos encerrado en esta palabra amor; es decir,
que deben los hijos amar a sus padres, y este amor es el mandamiento que encierra el cuarto
precepto que dice: Honra a tu padre y a tu madre. Este amor, como explicamos también,
debe ser externo, interno y verdadero: por consiguiente, no basta decir, yo amo a mis
padres; sino que deben los hijos mostrarles prácticamente su amor por medio de obras
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positivas que lo indiquen, como el caso que ciertos políticos de ideas muy avanzadas que
refiere Carron.
Catalina Lopolw, a la edad de siete años, siguió a sus padres condenados al destierro en la
Siberia. Al cabo de dos años tomó la resolución de irse sola a san Petersburgo, para
implorar la clemencia del emperador de Rusia. En vano hicieron sus padres mil esfuerzos
para disuadirla de un proyecto tan difícil, y humanamente hablando, imposible de realizar
en una edad tan tierna. Mas por toda respuesta, la apreciable niña les decía: No tengáis
cuidado, Dios me ayudará.” Después del despido más tierno, Catalina se puso en camino,
sin más recursos que las limosnas que las almas caritativas podían darle. Viajando siempre
a pie, mal vestida, mal alimentada, una niña de nueve años, llegó a recorrer un espacio
inmenso de ochocientas leguas, atravesando montañas y desiertos. Llegada felizmente a san
Petersburgo esta buena hija animada y sostenida por el sentimiento sagrado de la piedad
filial, fue a pedir alojamiento en casa de una señora que le habían indicado, como el ángel
tutelar de los infelices. Esta señora acogió favorablemente a la niña tan digna de alabanza, y
sabiendo el motivo de su viaje hizo todo lo posible para que tuviera buen resultado su
empresa. Después de muchas investigaciones se halló efectivamente que Lopolow había
sido injustamente condenado al destierro, y el emperador Alejandro, informado de todo
cuanto había pasado, concedió la gracia que se le pedía, y además hizo dar una recompensa
considerable a la joven y virtuosa. Catalina.-Carron, de la educación.
Desgraciadamente en nuestros días tanto ha querido alguno ensalzar la libertad de sus hijos,
que en algunos puntos han echado casi por tierra la autoridad de los padres: y no faltan
otros que han tenido la osadía de afirmar, que los hijos no debían de estar sujetos a sus
padres sino en cuanto la necesidad les obligará a ello. ¡Gran Dios! Si tamaña impiedad
encontrara eco ¿cuántas desgracias? ¡pobres padres si estas infamias se pusieran en
práctica! ¡desgraciada república si estas ideas se establecieran! La persecución más atroz, la
ira más reconcentrada, la más negra infamia, la mayor miseria la más odiosa perfidia, y el
conjunto más horrible de todos los males sería muy pronto el único alimento de los padres
y de los hijos.
Entre los muchos casos de obediencia filial que hallamos en las sagradas páginas, llama la
atención de un modo singular, la obediencia de Isaac. Él, por mandato de Abraham su
padre, sale de su casa y emprende el viaje; él llega al pie de la montaña y sube hasta la
cumbre, y al conocer la obediencia que Dios le exige, ofrécele su misma vida, se extiende
sobre el nuevo altar, recibe las ataduras, y aguarda paciente y sumiso el golpe fatal. Hecho
heroico el de Isaac por haber obedecido a su padre! Y hecho sumamente glorioso en cuanto
era representativo de Jesucristo; y hecho que entraña la más admirable instrucción en
cuanto no debía verificarse, sino que tan solo era destinado para probar la fidelidad del
padre y la obediencia exacta del hijo; por que en el momento mismo en que iba a
descargarse el golpe del padre, el ángel de parte de Dios se lo impidió, quedando éste el
padre de los creyentes, y aquel fidelísima imagen de Cristo Jesús subiendo al Calvario y
muriendo en el sacrificio: ¡tan dulces, saludables y meritorios son los efectos de la
obediencia filial!
42. Los hijos deben obedecer a sus padres
Como ya dijimos, lector carísimo, uno de los grandes medios para mostrar los hijos a sus
padres el amor que les tienen, es la obediencia: y con razón, porque así se ve prácticamente
hasta qué punto los aman. Todas las santas escrituras suponen esta obediencia, y si son
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alabados los hijos obedientes, los inobedientes reciben el debido castigo. San Pablo parece
que se encargó de publicarnos este deber con toda su exención, y nos dice así: Hijos
obedeced a vuestros padres en el Señor: y en otra Epístola añade: hijos obedeced en todo a
vuestros padres; con lo cual nos viene declarando, que los hijos deben obedecer en todo a
sus padres, y que deben obedecerlos en el Señor, como si dijera en todo aquello en que no
haya pecado, y en todo lo que no se opusiere al deber propio del hijo, como lo explicaremos
detenidamente en este importante capítulo.
La razón está de acuerdo en manifestarnos la necesidad de obedecer, porque si los soldados
deben obedecer a sus capitanes, estos y aquellos a los comandantes, estos y aquellos a los
generales, y todos juntos, al capitán general de los Ejercicios o al Emperador o Presidente;
así también los hijos deben obedecer a sus padres, que vienen a ser constituidos como los
señores de la casa. Y a la manera que un ejercito sin disciplina se destruye, y nada hacen los
jefes los soldados, y nada hacen los generales sin los jefes, y nada puede el Emperador o
Presidente sin los generales: así se destruye una casa en la que los hijos no profesan a sus
padres una completa obediencia.
Nada más justo que los hijos obedezcan; así lo exige la economía de la casa, y faltar el hijo
a la obediencia de su padre es lo mismo que pecar, y pecar más o menos grave, según la
cosa mandada por la obediencia paternal, fuere mayor o menor, o de más o menos
consecuencias.
Oye bien lector carísimo los siguientes casos de hijos obedientes, según nos lo refiere la
santa Escritura. José, hijo de Jacob, había acusado a sus hermanos para con su padre de un
crimen feo que habían cometido por lo cual se enojaron en gran manera contra él, y el enojo
fue creciendo tanto que dentro poco tiempo llegaron a aborrecerle y lo odiaron de muerte,
cuando observaron que como pequeño era el más querido y amado de su padre, y porque al
referirles los sueños que había tenido, con la candidez propia de su inocencia, había
presentado a sus hermanos como otras tantas estrellas que lo adoraban; todo lo cual le había
hecho conocer que sus hermanos lo aborrecían. Con todo, apenas su padre le mandó que
fuese en busca de sus hermanos, cuando sin más reflexión que la obediencia, hizo cuanto su
padre dispuso. Sus hermanos lo castigaron es cierto, quisieron matarlo, es verdad; lo
arrojaron a una cisterna vieja, nadie lo niega, lo vendieron a unos comerciantes que iban a
Egipto como dice la Escritura, y acusado falsamente se vio entre cadenas en una cárcel;
pero Dios en premio de su obediencia paternal lo hizo por este camino el primer Señor de
Egipto, y que salvará a sus hermanos y a su mismo padre en los siete años de hambre: así
premió Dios un acto de obediencia.
Al santo Tobías hijo, cuando su padre Tobías estaba en la última enfermedad le dio por
bendición un conjunto de avisos, dignísimos a la verdad de un justo. Tobías siempre había
obedecido a su padre, y por este camino conservó la inocencia, y el Señor lo bendijo en
todos sus hechos, y lo bendijo no solo en general, sino con particulares bendiciones, en
cuyo cumplimiento hizo Dios grandes milagros; mas cuando oyó los últimos avisos,
respondió estas notables palabras: Padre mío, yo haré todo cuanto usted me acaba de
mandar. Así lo dijo, y así lo hizo: por esto fue santo como lo fue su padre, y toda su familia
continuó recibiendo los suavísimos efectos de la obediencia de su padre.
Y que diremos de la obediencia de Jesús, de quien dice san Pablo, que fue obediente hasta
la muerte y muerte de la Cruz? Tan cierto, tan justo, tan meritorio, tan excelente, tan
celestial y tan divino es que los hijos obedezcan a sus padres, que Jesucristo en todo cuanto
hizo, solo lo hizo por obedecer y para obedecer a su padre.
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43. En qué cosas deben los hijos obedecer a sus padres
Los hijos deben obedecer a sus padres en lo perteneciente al bien de sus almas y en las
cosas pertenecientes al cuerpo, y en cada una de estas cosas no obedeciendo pueden pecar
mortalmente; de ahí es, que cuando los padres dicen a su hijo que no se junte con fulano
porque es un perverso, que no entre en tal casa porque es peligrosa, que no pasee con tal
persona, que no vaya al juego, que no salga de noche, que se retire temprano y otras cosas
por este estilo; y el hijo no hace caso, sino que los desobedece, casi siempre peca
mortalmente por la sola desobediencia; y esto aunque el padre sea viejo, o la madre viuda:
y es la razón porque faltan a la obediencia en cosas sustanciales. Siendo esto así ¿quién
podrá contar el número de pecados de que se harán reos ciertos hijos e hijas?
Hablo de tantos jóvenes, que olvidados de lo que deben a sus padres, se entregan sin freno a
los goces más generosos, como si fuesen brutos animales, y rondan de noche, y andan con
amoríos, y se exponen a todos los peligros de la seducción y de la inexperiencia: y aunque
es verdad que pecan mortalmente en todas estas ocasiones , pero el pecado es mucho mayor
cuando resisten directamente a la obediencia de los padres; y es todavía mucho más grave,
cuando tienen la osadía de faltarles groseramente. En ocasiones dadas los padres resisten
algunas veces, más depuse para evitar mayores males se contentan con manifestar su
disgusto, y por el bien de la paz nada más dicen: más en todos casos pecan también los
hijos, por que les consta suficientemente que los padres no quieren, y que solo lo toleran,
porque no pueden impedirlo. ¡Ay! Ay cuántos hijos a una de estas desobediencia deben su
perdición.
Hablo de tantas jóvenes que resisten a la voluntad de sus padres ya saliendo a la ventana, ya
visitando la joven; ora admitiendo regalos, ora vistiendo con profanidad; unas veces
gastando chanzas, otras anhelando por la diversión, por el baile y por la comedia. En esos y
semejantes casos pecan las hijas, y algunas veces el pecado es mortal; porque se exponen al
grave riesgo de perder su honor y castidad. Pecan los hijos e hijas cuando no obedecen a
sus padres que les mandan que vayan a misa, que frecuentemente los sacramentos, que
oigan la palabra de Dios, que se dediquen a las labores de su sexo, y que vivan con el
recogimiento propio de una virgen cristiana: y algunas veces el pecado puede ser tan fatal
que lleve consigo la perdida de su honor, poco después de su salud, y finalmente su eterna
condenación.
Cuenta la santa Escritura que Dina, que fue la hija única de Jacob, se dejó llevar de la
curiosidad de ver a las jóvenes de Siquem que estaban entretenidas en bailar. Mas aconteció
que el hijo del rey habiéndola visto se enamoró tan perdidamente de ella, que robándola la
conoció. La desgraciada lloró la pérdida del collar de brillantes perlas de la santa
virginidad, que con mofada risa, manos avaras le habían arrebatado hasta el último de sus
granos: murió de aflicción y de pena y sus hermanos dieron la muerte no solo al infame
raptor, sino que pasaron a cuchillo a los habitantes de Siquem. ¡Tan caro costó a Dina una
curiosidad! Vio a un baile, se complació en ver a las mujeres de Siquem cuando bailaba;
pero vista fatal que ocasionó la muerte a todos los hombres.
Los hijos deben obedecer a sus padres en lo relativo a su cuerpo aprendiendo oficio, y
haciéndose útiles a la sociedad, para que puedan desempeñar un cargo conveniente a sus
estado: y las hijas deben aprender lo necesario a su sexo, como son las labores, leer escribir
y contar; y unos y otras pueden pecar gravemente faltando en estos puntos en cosa
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importante o grave. Cuántos hijos se han condenado por no haber obedecido! Y cuantas
hijas están al profundo de los infiernos por haber faltado a la obediencia de su madre!!
44. En qué cosas deben negarles la obediencia
Solo Dios que es justo, y aun esencialmente es la misma justicia, tiene derecho a exigir de
todas sus criaturas una obediencia universal, y absoluta en todo tiempo y en toda ocasión:
solo la Iglesia que por privilegio que le ha concedido su divino Fundador Jesucristo, es
infalible con el Romano Pontífice, en materias de dogma, de moral y de disciplina en
general, puede exigir de todos sus hijos una obediencia ciega, en todo lo que mira a los tres
puntos referidos: solo el Romano Pontífice que por declaración dogmática del santo
Concilio Vaticano aprobado solamente por Pió IX, de feliz memoria, es infalible cuando se
dirige a toda la Iglesia hablando como Romano Pontífice sobre materias de fe de moral;
pero fuera de estos casos, no hay ninguna autoridad sobre la tierra, que pueda exigir una
obediencia universal.
Esta verdad nos la enseño el Apóstol san Pablo escribiendo a los de Efeso, ya que después
de haber inculcado a los hijos el deber de obedecer a sus padres, restringió el mandamiento
diciéndoles: “que habían de obedecerles en el Señor, y que esto era muy justo.
san Anselmo declarando esta sentencia dice: “que los hijos deben obedecer a sus padres en
el Señor, es decir, en aquellas cosas que son según Dios, y de ningún modo deben
obedecerlos en aquellos que es contra Dios.”
san Jerónimo nos da una regla cierta, para conocer en que ocasiones no deben los hijos
obedecer a sus padres, y nos la encerró en estas palabras: “Obedece a tu padre en todo
aquello que no te aparte de tu Padre celestial.”
san Agustín, siguiendo el mismo pensamiento y enseñando la misma doctrina nos dijo: “Es
cosa evidente que los hijos deben obedecer a sus padres; pero es más evidente todavía que
no deben hacer caso de su mandato, cuando es contra la ley de Dios:” y bajo este punto de
vista deben entenderse las sentencias del Salvador en las que dijo: El que no odiare a su
padre y a su madre no es digno de mí,” con cuyas palabras no mandó el Salvador el odio a
los padres, sino apartarse de ellos, o no obedecerles cuando mandaren lo que es contra
Dios.
san Gregorio de Nazianzo comentando el mismo texto de san Pablo, nos dijo: “Hijos
obedeced a vuestros padres en el Señor, quiero decir, en aquello en lo que no sufra
detrimento la piedad.” Tofilato comentado el Evangelio de san Mateo nos dio este
importante documento:”Ciertamente que los hijos deben obedecer a sus padres: pero es
igualmente cierto que más deben obedecer a Dios que a sus padres.”
En suma, san Jerónimo escribiendo a Heliodoro, le dice esta importante sentencia: “Si tu
padre para impedirte que te consagres a Dios se acostara en el umbral de la puerta, pasa por
encima, y vete a servir a Dios; y obedécelo en este caso no sería piedad sino crueldad: y
volviéndose a los padres les dice, que apartar o impedir que sus hijos sean religiosos o que
se ordenen, no es otra cosa que matar a Cristo en su mismo pecho, oponerse a las obras de
Cristo y aniquilar lo que Cristo ha formado.”
santo Tomás de Aquino comenta la sentencia de san Pablo del modo siguiente: Hijos
obedeced a vuestros padres en el Señor; porque ni a vuestros padres, ni a otra persona
alguna debéis obedecer en las cosas que son contra Dios.” san Juan Crisóstomo hace suya
la misma idea enseñándonos, “que obedecer a los padres en las cosas conformes a la ley de
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Dios, es obedecer a Dios mismo; pero que por ningún título deben obedecerse cuando
mandan lo contrario a Cristo, pues es cosa sabida que primero hemos de obedecer a Dios,
que a los hombres.”
Y san Buenaventura explicando el cuarto mandamiento, hace suya esta sentencia: “Si tu
Padre, oh hijo, quiere, te exhorta, te suplica o te manda que hagas algo contra la ley de
Dios, no debes hacerlo; porque en este caso obedecerles no sería piedad sino maldad.”
De ahí es que un hijo no debe obedecer:
1º Cuando su padre manda lo que es contra la ley de Dios.
Por consiguiente, si el padre manda a su hijo que jure en falso, éste no debe de hacerlo,
porque jurar en falso es pecar contra el segundo mandamiento de la ley de Dios: si le
mandase que se vengue de quien le hizo un daño, no debe obedecerlo, porque Jesucristo no
solo ha prohibido la venganza, sino que ha mandado además el amor verdadero para con
nuestros enemigos, y que no se les niegue el saludo y demás pruebas de amistad: si fuese
impelido por ellos a asistir a concurrencias peligrosas a la fe o a las costumbres, tampoco
deben ser obedecidos; porque el Espíritu Santo prohíbe exponerse a los peligros,
asegurando que caerán en él los que tal hiciere: si la hija recibiera orden de su madre para
usar de un traje provocativo, de ir a un espectáculo peligroso, asistir a un baile en el que
corriera peligro su inocencia, claro está que en esto casos no en otros semejantes, debe de la
madre ser obedecida, porque tanto la madre como el padre mandan cosas que Dios prohíbe,
y primero es Dios que los padres y madres.2
Cuentan los actos de los apóstoles que san Pedro y san Juan predicaban con mucha
autoridad que Jesucristo que era Dios, había resucitado y anunciaban la doctrina que les
había enseñado; más aconteció, que habiéndolos prendido y presentado ante el concilio
fueron conminados para que no hablasen más de Jesús, y ellos dijeron “que no podían
dejarlo de hacer, porque primero era Dios que les había mandado que dieran testimonio de
Jesús, que sus mandatos que eran humanos.” Tan cierto es que los hijos no deben obedecer
a sus padres ni a ningún superior cuando estos les manden lo que Dios prohíbe.
2º Tampoco deben obedecerlos en la elección de estado
Es sumamente cierto que los Hijos no deben obedecer a sus padres en la elección de estado;
porque este es una cosa propia de cada individúo, y no hay autoridad en el mundo que
pueda disponer lo contrario. La razón es, porque ni el hijo mismo puede hacer lo contrario:
y si el hijo no es dueño para abrazar éste o aquel estado, claro está que mucho menos su
padre se lo podrá imponer. El hijo es el que ha de consultar con Dios y con los
movimientos de su corazón; y según estos ha de resolver, no lo que quiere, sino lo que Dios
quiere: queremos decir, que está obligado a abrazar el estado al cual Dios lo llama, y eso es
lo que indicó el Apóstol san Pablo, cuando decía: Hermanos míos, examinad vuestra
vocación.
Por consiguiente, no todos están llamados para casarse, sino que muchos reciben la
vocación de vivir célibes; ora sea consagrándose a Dios por medio de votos en alguna
2
Recordamos a los padres de familia que en nuestros días de libertad para ir al infierno y ser condenados a no
ver a Dios, y al fuego eterno por toda un eternidad, no pueden permitir que sus hijas asistan a bailes
escandalosos como ciertas danzas, el Can-Can etc, porque es malo, y menos pueden obligarles a que los
aprendan o los vea bailar, porque es igualmente malo
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religión, ora por medio de algún voto permaneciendo en la casa paterna; ora quedándose en
el mundo sin casarse, y sin ninguna especie de votos ni de promesas. De lo dicho se sigue,
que Dios es el que llama; y llama a quien quiere, cuando quiere y en modo que quiere; y no
está en la persona nombrada obrar o no obrar, sino que debe cada uno obedecer al llamado
de Dios, ya sea que Dios lo llame para el matrimonio, ya que sea destinado por Dios, a ser
ministro de Jesucristo o se miembro de una familia religiosa.
3º No deben los hijos obedecer a sus padres en la elección de persona o casa religiosa
La misma libertad que tienen los hijos para abrazar el estado al cual creen en realidad que
Dios Nuestro Señor los llama, la tienen también con relación a la persona o la casa, o
congregación o religión en que ellos quisieren entrar. Por consiguiente, no deben
ordinariamente hablando, impedir a sus hijos que se casen con esta o aquella persona, por
algunos defectos particulares que tuviere, porque no son los padres los que ha de formar
una misma cosa con dichas personas, sino sus hijos; sin embargo, si los hijos quisieran
casarse con personas viles, viciosas o de mala nota, en este caso bien pueden los padres
prohibirles un enlace tan funesto y denigrativo, pero es necesario que esto sea verdad, y no
solo imaginación como a veces acontece.
Los hijos no solo son libres para consagrarse a Dios, sí que los son también para hacerlo
con este o con aquel tenor de vida; y por tanto pueden entrar en la congregación o religión,
o casa religiosa que a ellos más les gustare. No obstante, si los hijos quisieren consagrarse a
Dios en una casa o convento en la que no hubiese observancia, y los padres por los
informes recibidos de personas inteligentes en el negocio, y que juntasen al saber verdadera
piedad, supieran de hecho que aquella comunidad vivía relajada, en este caso bien pudieran
evitárselo, pero es necesario que esto sea verdad, y no solo imaginación de los padres,
como veces acontece.
4º No cuando tiene motivos de conciencia
El hijo, como hijo está obligado a alimentar a sus padres; y así según la declaración de
santo Tomás: “cuando los padres están gravemente necesitados no pueden sus hijos
abandonarlos para consagrarse a Dios;” pero cuando los padres tienen, cuando otras
personas se encargan de darles lo necesario, o cuando el hijo conoce que el siglo es para él
ocasión de peligro, en estos casos bien les es lícito a los hijos dejar a sus padres para
consagrarse a Dios, porque como dice san Pablo, “la caridad bien ordenada debe comenzar
consigo mismo,” y en consecuencia están obligados a hacerlo porque primero es el
mandamiento de Dios, que todos los mandatos de los hombres.
De lo dicho se sigue, que mucho menos están obligados los hijos a quedarse con sus padres,
cuando ellos sufren las necesidades comunes y ordinarias; pero tanto en este caso como
cuando la necesidad es grave, deben los hijos aconsejarse de una persona religiosa,
desinteresada y dedicada con empeño a procurar la honra y gloria de Dios y la salvación de
las almas.
5º Conducta de un sacerdote
El obispo es el verdadero padre de todos los sacerdotes de su obispado; y los sacerdotes sus
hijos. Ahora bien, un sacerdote puede consagrarse a Dios en alguna religión o
congregación? Según el sentir de los teólogos, los privilegios propios de las comunidades
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religiosas y la solemne declaración de Benedicto XIV, puede todo sacerdote, aunque sea
Cura, aunque sea Canónigo, o tuviere cualquier destino o dignidad, puede digo, con la
licencia del Obispo consagrarse a Dios en alguna religión o congregación; puede hacerlo
aun contradiciéndoselo el mismo Obispo: y Benedicto XIV, añade, que aun el mismo
obispo puede verificarlo contradiciéndoselo el mismo Papa; pues en su Bula únicamente
exceptúa a los Cardenales de la santa Iglesia, los cuales no pueden consagrarse a Dios en
alguna religión o congregación, sino después de obtenida la licencia de la silla apostólica.
6º Consejos a todos
Aconsejamos al hijo que no se case sino después de consultar a su padre; y que reciba de él
los consejos que le sugiere su experiencia: y que lo mismo haga la hija con respecto a su
madre. Aconsejamos a los que se quieran consagrar a Dios en alguna religión o
congregación, que lo hagan no porque quieren, no porque me parece, no porque me dicen, y
mucho menos por un acto de soberbia o de desprecio; sino que examinen su llamamiento,
que hagan una confesión general, que lo consulten con su confesor, o con personas sabias,
prudentes y temerosas de Dios, en suma, todo aquel que quisiere consagrarse a Dios, quiera
vivir piadosamente, porque como dice san Pablo, debe prepararse a sufrir contra dicción,
trabajos, desprecios, y a veces, aun los rigores de la persecución.
52. Sigue el mismo asunto
Los hijos no deben obedecer a sus padres, siempre y cuando les manden algo contra la ley
de Dios; porque en este caso debe obedecerse al que tiene mayor autoridad, poniendo en
práctica lo que decía san Pedro: hemos de obedecer más bien a Dios que a los hombres.
En este caso los hijos que dijeren a sus padres, y todo inferior a superior, no te reconozco
como padre mío porque primero es obedecer a Dios que a los hombres, éstos serán los
buenos hijos del Señor, y los que cumplirán su santa ley como en el Deuteremonio nos dice
el Espíritu Santo.
Cristo Señor nuestro, el maestro sumamente sabio quiso enseñarnos la misma verdad por
medio de sus evangelistas san Mateo y san Lucas diciéndonos: El que ama a su padre y a su
madre más que a Mí no es digno de Mí: y el que ama a sus hijo a su hija más que a Mí no
es digno de Mí. Si alguno viniere a Mí y no odia a su padre y a su madre, y a su mujer, a
sus hijos y a sus hermanos y hermanas (que le mandaren cosas malas) no puede ser mi
discípulo.
Los santos Padres nos enseñan la misma verdad: san Ambrosio dice; Si los padres
mandaren cosas malas impidiendo el cumplimiento de los propios deberes, deben ser
abandonados como dice la Escritura. San Jerónimo en el mismo sentido dice: Si los padres,
o cualesquiera superiores mandaren lo que es malo ante el Señor, no se les debe obedecer.
San Agustín expresa la misma idea afirmando. Que deben renunciarse los padres, la mujer,
los hijos, los hermanos, los parientes y aun todo superior, desde el momento que con sus
mandatos impiden obtener la eterna gloria, porque en estos casos primero es Dios que los
hombres: pues así como una autoridad subalterna, manda una cosa contraria a la autoridad
superior, no debe obedecerse a aquella sino a esta; así también cuando las autoridades de la
tierra mandan cosas contrarias a Dios, de ningún modo debe obedecerse, porque primero es
Dios que los hombres.
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Refiere la historia un acto dignísimo a la verdad de esta imitación; porque siendo Juliano
apóstata de nuestra santa religión, impío, malvado e idólatra, con todo, los soldados
cristianos lo servían en todo con una fidelidad admirable; más cuando andaba de por medio
la causa de Cristo, cuando quería que dejando a Dios adorara a los ídolos y les ofreciesen
incienso, le respondieron: que no les era lícito, porque si servían a un señor temporal, eran
también servidores de Dios que era su Señor eterno, y por consiguiente, que no obedecían:
así de un modo tan práctico y tan constante sabían imitar a los apóstoles que decían;
primero debemos obedecer a Dios que a los hombres.
Capítulo 9
Reverencia de los hijos para con sus padres
53. Segundo medio
El honor y la reverencia que los hijos deben tener a sus padres, es de tal naturaleza, que el
Espíritu Santo lo incluyó todo en las palabras textuales del cuarto mandamiento, y a los
hijos para que la observaran les hizo acreedores de una larga y dilatada vida; ya porque en
este mundo viviendo pocos años tienen el duplicado mérito como si hubiesen llenado
muchos tiempos, ya porque de hecho llegan muchos hasta la respetable ancianidad de Isaac,
Jacob y José, ya principalmente porque después de esta vida pasajera gozarán en el cielo las
delicias de la vida eterna.
Por institución divina y por las fuerzas de la misma razón, debemos ver a los padres
reluciendo como una misteriosa divinidad; y a quienes se les debe toda reverencia y honor.
Los padres nos representan a Dios: y así como honramos y reverenciamos a los
embajadores de los reyes, y a los nuncios del Papa, así se debe toda reverencia y todo honor
a los padres, que son los verdaderos representantes de Dios, y bajo todos los puntos de vista
sus verdaderos sustitutos.
También anunciamos ya que el amor de los hijos para con los padres debía ser eterno,
interno y verdadero: y que el modo de mostrarles el verdadero amor, además de la
obediencia, era juntárseles la reverencia debida. Ojalá que los hijos de familia imitasen el
siguiente ejemplo que se lee en la historia romana, que es modelo cabal de reverencia
perpetua.
Era Afrania hija de Menenio, cónsul romano, cuya conducta para con su madre ha sido en
gran manera ensalzada por los historiadores, y se hizo digna principalmente de que
tributaran elogios sinceros y justísimos, por el grande ejemplo que dio de respeto y
reverencia filial. Pues habiéndola su madre desheredado de un modo tan injusto como
vergonzoso, y teniendo ocasión de hacer anular aquel instrumento público, ella sin embargo
se resistió obstinadamente a hacerlo, y alegaba por razón, que no quería por manera alguna
violar la última voluntad de la que le había dado el ser. ¡Oh ejemplo admirable de una
gentil, dignísimo a la verdad de ser imitado de muchos hijos cristianos!
54. Los hijos deben respetar a sus padres
Uno de los caracteres del amor, es el respeto; y este carácter le es tan esencial, que la falta
de respeto está en relación con la falta de amor, y sí es una necesidad absoluta la que tienen
los hijos de amar a sus padres, evidente es también que es absolutamente preciso el deber
que tienen de respetarlos. Por otra parte, el precepto está tan expreso, que no da, ni por
pienso, lugar a la duda, ya que el Espíritu Santo nos dice: honra a tu padre y a tu madre.
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El libro del eclesiástico, después de haber ponderado las excelencias del santo temor de
Dios, nos dice: que aquel que teme a Dios honra a sus padres; como si hubiese dicho, que el
temor de Dios que es el principio de la verdadera sabiduría, no puede hallarse sino en
aquellos hijos que honran a sus padres. San Bernardino disertando sobre lo mismo, hace
suya esta sentencia de san Jerónimo, y dice a los hijos: “honrad a vuestros padres de modo
que su vida os sea grata, y os sea además más cara que la propia vida vuestra.”Alejandro de
Arlés inculca a los hijos de la misma reverencia y honor para con sus padres, diciéndoles:
“Acorados que sois de vuestros padres, los cuales os han amado primero con un amor
gratuito y generoso, “ ¡así habéis de honrarlos y reverenciarlos! san Bernardino en otro
lugar, al exponer la misma doctrina, concluye así: “es imposible que viva bien aquel que no
cumple con el precepto de honrar a sus padres.”
El doctor de la Iglesia, san Ambrosio, estaba tan persuadido del amor reverencial que los
hijos deben a sus padres, que lo consideraba como una cualidad que les era interesante
hasta el punto de decirnos: “Si el buen hijo honra a su padre por la gracia de su buena
voluntad, el mal hijo lo honra por el miedo y por el temor: y lo honra aunque sea un pobre,
porque si no tienen bienes que dejarles, tiene al menos la herencia de su última bendición,
que se compone de un gran tesoro de bienes celestiales que vale más que la plata y el oro.
El célebre Lira, sobre las mismas palabras honra a tu padre y a tu madre, así dice a los
hijos: “Tal vez creerá algún hijo porque es sabio o rico, o se halla constituido en alguna alta
dignidad, creerá tal vez que no debe honrar a sus padres porque les son inferiores; más esto
es falso, porque los hijos les deben este honor por derecho natural y divino, y se ve también
por la conducta de Jesucristo que no obstante de ese Dios, con todo, estaba sujeto a la
santísima Virgen María y al señor san José.” Hasta este punto, lector carísimo, están de
acuerdo los libros santos y sus comentadores, pues todos de la manera más completa
publican el deber que tienen los hijos de venerar a sus padres.
Pero si se encontrara un hijo que ni aun por esto hiciere caso, y que tuviere la desgracia de
faltar al deber del honor y reverencia que debe a sus padres, oiga por un momento la
tremenda maldición que contra él fulmina el mismo Dios: Maldito sea, dice, el que no
honra a su padre y a su madre. ¡Oh vosotros hijos que no honráis a vuestros padres,
reflexionad! Sois verdaderamente desgraciados porque si faltáis a vuestros padres en
tributarles la reverencia que les es debida, seréis malditos de Dios, sufriréis los rigores de
veros apartados de la Iglesia, no disfrutéis los bienes de los redimidos de Jesucristo, os
veréis privados de innumerables bendiciones, y quedareis sujetos a casi infinitas
necesidades: tanta es la desgracia de los hijos que no respetan a sus padres.
El anciano Tobías aunque se distinguió en la práctica de todas las virtudes, brilló sin
embargo, de un modo especial, en el respeto y reverencia que siempre profesó a sus padres:
y estaba tan penetrado de este deber y tan presente lo tuvo siempre, que en la hora postrera
al formular el testamento que entregó a su hijo, le quiso recomendar “que respetase a su
madre todos los días de su vida.” san Antonio que también había penetrado los deberes de
los hijos para con sus padres, dice estas notables palabras: “Nada más razonable que el
respeto y reverencia que los hijos profesan a sus padres; ya porque el ser que tienen lo han
recibido de ellos, ya por haberles conservado la vida a costa de mil sacrificios, ya por los
trabajos que sufrieron en educarlos, ya porque han sido testigos de sus miseria, ya por ser
como una manifestación práctica de honor, respeto y adoración hacia aquella fecundidad
infinita que llamamos Dios.” No después de la dignidad del sacerdote, no hay en la tierra
imagen de la divinidad tan expresiva como la de nuestros padres. Ellos son como dioses
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visibles, y deben los hijos en su presencia estar con la humildad, respeto y veneración, cual
se merece un vivo representante de Dios.
Salomón estaba tan convencido de este honor y reverencia, que siendo el primero entre los
reyes por su riqueza y sabiduría, no quiso recibir a su madre de un modo ordinario; sino que
para edificar con su ejemplo a toda la nación, hizo que colocaran un segundo trono al lado
suyo; porque en él debía de sentarse su madre. Y de hecho lo hizo así, como nos lo asegura
los libros santos. ¡Qué ejemplo tan bello para todo el pueblo de Israel! ¡qué edificación para
todos los hijos! ¡qué mucho que los padres fuesen venerados de un modo especial, cuando
comenzaban a ser ancianos! Y qué extraño que siendo ancianos, ellos y no más que ellos
fuesen los destinados por el gobierno de toda la nación.
55. En qué cosa deben los hijos mostrar el respeto a sus padres
Para que los hijos saquen de esta obrita todo el fruto que les deseo, está claro que no basta
saber que deben respetar a sus padres, sino que es indispensable que sepan en qué cosas
deben mostrarles su respeto: de un modo semejante al soldado que no le basta saber que
debe atacar una población, sino que necesita que le señalen el punto en donde debe
colocarse; por tanto decimos, que los hijos deben mostrar a sus padres la reverencia y el
respeto y el honor, en las palabras, en las obras y en la paciencia.
En efecto, los hijos deben venerar a sus padres y honrarlos “en las obras, en las palabras, y
con toda paciencia” y san Bernardino de Sena comentando estas palabras del Espíritu Santo
dirigiéndose a los hijos les dice: “Debéis honrar a vuestros padres obrando, hablando y
sufriendo con paciencia; porque el hijo debe amar a su padre con toda paciencia, y nunca
jamás debe repuntarse con derecho de clamar contra él.” Dionisio Cartusiano señala a los
hijos los mismos deberes diciéndonos: “que les muestren la honra, la reverencia y el
aprecio que hacen de ellos mediante una obediencia pronta, reverencial y amorosa; y no
solo en una que otra cosa, sino en todo aquello que no tenga pecado.”
Nuestro Dios Salvador como nos refiere san Mateo, nos refirió la historia de unos hijos que
faltaron a la reverencia debida a su padre, el cual habiendo mandando a uno de ellos que
fuese a trabajar a una viña, contestó que no quería ir, auque después movido a penitencia
fue; al paso que el otro dijo que iría, más después menospreciando el precepto de su padre
no fue el primero falto en las palabras y el segundo faltó en las obras, quebrantando el
mandato del eclesiástico que dice: “Honra a tu padre en las palabras y en las obras.
Finalmente, deben los hijos honrar a sus padres con toda paciencia, “es decir, no solo
cuando premian, sí que también cuando castigan; ora cuando tratan con dulzura, ora cuando
lo hacen con aspereza,; ya teniendo ellos razón, ya pareciéndonos que está de nuestra parte:
y san Bernardino nos muestra el honor y reverencia que los hijos deben a sus padres en las
palabras, en las obras, y con toda paciencia, asegurándonos, “que deben los hijos
obedecerlos en lo necesario, en lo útil y en la que mira a la salvación eterna.” Y para
hacerlo ver más claramente, expliquemos cada uno de estos deberes en particular.
1º En las palabras
Esto es, que los hijos deben hablar a sus padres de un modo humilde y respetuoso, como
hablarían ante una persona de su posición; deben tratarlos con urbanidad, cortesía y con la
mayor deferencia que puede darse entre un inferior y superior; deben hablarles descubierta
la cabeza, levantados o al menos en una postura reverente: deben hablarles sin
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contradecirles de un modo brusco, y aun siguiendo sus dictámenes en todo aquello que sea
posible.
¿Y no es así como lo han practicado los más grandes personajes? Así lo hizo Salomón que
a una ciencia infusa de un modo el más extraordinario, a unas riquezas que sobrepujaban
todo número y a una bondad y discreción la más admirable, no quiso con todo hablar a su
madre sino después de haberla sentado en su segundo trono: tan bien mostró el respeto, el
honor, la reverencia que profesan a su señora madre!
Así lo hizo el Papa Bonifacio VIII, que al presentarse su anciana madre, la recibe con el
mayor agrado, besa aquella mano que le había hecho mil agasajos, y la abraza en el Señor.
Que edificación para todos los fieles cristianos!
Así lo hacia Tomás, el gran Canciller de Inglaterra, el cual siempre que se encontraba con
su padre, le daba claras pruebas de reverencia; ora levantándose de su asiento, ora
besándole su mano, ora pidiéndole la bendición.
¿Y en nuestros días obran los hijos de este modo? ¿es así como se ven los padres
respetados? Convenimos que hay en la Iglesia de Dios un número extraordinario de hijos
respetuosos, y que son poquísimos los hijos rebeldes como Absalón para con su padre
David. Sin embargo, ¿cuantas faltas de respeto y de reverencia? ¿cuántos al verse
reprendidos por sus padres porque salen de noche, o porque se juntan con malas compañías,
o porque entran en tal casa, o porque tienen conversaciones peligrosas, o por que usan
trajes provocativos, ¿cuántos los que no hacen caso de la reprehensión? ¿cuántos los que ni
siquiera la agradecen? ¿cuántos los que no trabajan para la enmienda? ¿cuántos los que les
responden atrevidamente? ¿cuántos los que injurian a sus mismos padres? ¿y cuántos los
que a la injuria añaden la amenaza? ¡Desgraciados hijos e hijas! No, no os excusa de ser
grandes, ni el ser casados: semejante conducta es pésima, es pecado mortal casi siempre, e
incurrís de lleno en esta maldición del Espíritu Santo: “Maldito sea, dice, el que no honra a
su padre y a su madre.”
2º. En las obras
Los hijos deben honrar, respetar y reverenciar a sus padres, manifestándoselo por medio de
las obras, como si dijéramos, dándoles la preferencia en todas las cosas, cediendo nuestras
luces a las suyas, tratándoles como a las personas de más respeto, no hablando de ellos sino
con el miramiento que se merecen y ceder hasta sus mismas indicaciones; de suerte que una
no los resista, sino cuando van de por medio motivos de conciencia. Pero ¡que lástima al
observar la nefanda conducta de ciertos hijos ingratos! ¿cuántos hijos se presentan del todo
desmoralizados? ¡Ay, ay de mí! No es verdad, lector carísimo que hay hijos que no
respetan a sus padres? Hijos que murmuran atrozmente de sus padres? Hijos que conciben
el proyecto de acusar a sus padres? Hijos que entablan formal demanda contra sus
venerables padres? ¿hijos que los tratan de injustos y que aun tratan de perseguirlos? ¡Ay!
¡ay de vosotros hijos crueles! ¡quines os ha autorizado para que os levantéis contra vuestros
padres! ¡Infames hijos! ¡cómo no os avergonzáis de conducir a los tribunales a los que os
dieron el ser! ¿quién no se horroriza de solo verlo? Pero no: mas bien hemos de
horrorizarnos de los castigos, de los grandes y espantosos castigos con que amenaza Dios a
los malos hijos al decir: Maldito sea el hijo que no honra a su padre y a su madre.
Vedlo en la práctica con Absalón. Era este hijo de David, un malvado, que habiendo muerto
a su hermano huyó del reino. Su padre David lo perdonó, le levantó el destierro y lo admite
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otra vez en su gracia y amistad. Pero Absalón, olvidado de tanto beneficio, no corresponde,
trama una revolución contra su padre, consiente en arrebatarle su trono y su diadema, hace
pronunciar una parte del ejército , engrosa por momentos sus filas, presenta para la batalla
la propia persona de su santo padre que acababa de perdonarle la vida, y él mismo como
general en jefe quiere darla, como si quisiera lavar sus manos con la sangre de su padre.
¡Justos juicios de Dios! Porque tres lanzas atravesaron aquel corazón ingratísimo, no
obstante las terminantes palabras que mandaban que se lo conservara la vida. Tiemblen
todos los hijos que no honran, ni reverencian a sus padres! Y tiemblen principalmente
aquellos que demandan a sus mismos padres! ¡Qué cosa tan monstruosa! ¡qué vileza tan
inmedible! ¡cómo contar las horribles maldiciones que continuo los sitiaran! ¡Oh hijos!
reflexionad; porque seréis medidos por vuestros hijos, con la misma medida con la que
hubiereis medio a vuestros padres.
Refiere san Bernardino de Sena, que cierto hijo acostumbrado a no reverenciar a su padre,
en cierto día dejándose llevar de su cólera, lo desprecia, lo llena de insultos, lo amenaza
horriblemente, y diciendo y haciendo, frenético de coraje, agarra a su padre de los cabellos
y lo arrastra...¿Entre tanto qué dice el anciano? ¿qué hacen aquellos ojos así oscurecidos?
¿qué dice aquella lengua tan vilmente pisoteada? Mas oíd las palabras de aquel padre:
Basta, basta hijo mío; detente... ya no pases más adelante, porque hasta aquí y no más,
arrastré yo a mi pobre padre. Escarmentad pues en cabeza ajena hijos e hijas, porque
además del gravísimo pecado que es faltar a los padres, de providencia ordinaria, seréis
maltratado por vuestros hijos, como vosotros hubiereis maltratado a vuestros padres.
3. Sufriéndolos con paciencia
El honor, respeto y reverencia de los hijos para con sus padres debe entenderse hasta
sufrirlos con entera y cabal paciencia, con la cual deben los hijos sufrirlos de un modo
caritativo, deben mirar sus flaquezas e impertinencia como cosas propias de su edad, y
como el resultado natural de sus trabajos pasados y de sus presentes enfermedades. Sí, hijos
e hijas; por más que el trato de vuestros padres sea muy duro, que sus impertinencia sean
insufribles, y parezca que están faltos de juicio, guardaos de faltarles en el honor, respeto y
reverencia; y guardaos de decirles que son insufribles, que ya no podéis con ellos, que todo
lo echan a perder, que ya no son buenos para nada; porque estas y semejantes expresiones
indican in corazón desnaturalizado; y decirles en su presencia, no solo siempre es pecado,
sino que muchas veces es pecado mortal.
Recordad hijos e hijas lo que vuestro padre hizo por vosotros, los cruelísimos dolores que
por vosotros sufrió vuestra madre, los desvelos incesantes de vuestros padres, la solicitud
continúa para que nada os faltara, lo que padecieron para daros una esmerada educación, las
cien y cien privaciones que aceptaron por vosotros, y aun quizás soportaron intrépidos los
terribles efectos de la miseria. Y ¡qué! ¿os abandonaron vuestros padres?
Aprenden pues a corresponder a tanto amor; convenceos que jamás les daréis nada, que
todo cuanto hicierais en su favor, no es otra cosa que una especie de restitución: por tanto,
hijos e hijas respetad a vuestros padres, manifestadles el mayor honor, patentizadles una
reverencia suma, habladles con profunda humildad, hablad de ellos como de queridísimas
personas, defendedlos, a todo trance, imitad siempre a los santos los cuales descollaron de
un modo singular en honor paterno.
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56. Ejemplos sacados de los libros santos
Jesucristo mostró repetidas veces hasta qué punto honraba a sus padres; ya diciendo, según
san Juan, hablando de su Eterno Padre: Yo honro a mi Padre: ya buscando las ocasiones de
patentizar la reverencia que le tenía; ya arrojando del templo con azotes a los compradores
y vendedores exclamando: no, no queráis trasformar la casa de mi Padre en casa de
vuestros negocios; ya haciéndose súbditos de María y de José durante treinta años y
viviendo con ellos en Nazaret; ya en suma, encomendando su madre a su amado discípulo,
estando pendiente de la cruz, en los momentos en que su alma sufría infinitos tormentos.
2. David en el bullicio de las armas, en el incienso de las victorias, en los placeres del
palacio y aun en el peligro inminente de su vida, jamás se olvidó del respeto, honor y
reverencia que debía a sus padres; porque en las terribles apreturas en las que huía de la
lanza de Saúl, aun entonces tuvo cuidado de ellos, y solícito y diligente los recomendó al
rey de Manab.
3. Sem y Jafet merecieron la bendición de su padre, porque llenos de reverencia y con
deseos de honrarlos y respetarlo, cubriendo su desnudez; y fue bendición que los hizo en
cierto modo, los herederos de sus bienes materiales, y de un modo especial pasaron a serlo
de la bendición de Dios: así como Cam fue maldito en su descendencia por la falta de
respeto y reverencia que tuvo con su padre.
4. Esau, aunque hombre malo, que odiaba mortalmente a su hermano Jacob y era reprobado
de Dios, con todo, tanta era la reverencia y respeto que tenía a su padre Isaac, que durante
sus días jamás quiso cometer el nefando crimen de matar a su hermano Jacob, asegurando
que lo haría tan pronto como su padre hubiese muerto.
5. Judas para mostrar el respeto y reverencia que profesaba a su padre Jacob, cuando trataba
de ir a Egipto en busca de trigo, le salió como fiador de su hijo Benjamín, diciéndole: “si no
te volviere a mi hermano Benjamín no te lo entregaré, quiero ser tenido delante de ti, y en
todo tiempo como reo de gran pecado. Por eso cuando José quiso quedarse con Benjamín,
le replicó que no lo hiciera, se ofreció a quedarse él mismo en rehenes, y lleno de respeto y
reverencia para con su padre, dijo a José: “yo no puedo volver a mi padre sin el niño; yo no
quiero ser testigo del dolor que ha de oprimir a mi padre.” Todos estos actos de respeto, de
honor y de reverencia, fueron en gran manera premiados por Dios: veamos ahora con otros
casos como castiga Dios a los hijos malos que no honran a sus padres.
Dos hijos del rey Senaquerib, se levantan contra su padre y lo matan: ¡desgraciados! ¡mil
veces desgraciados! Y tan desgraciados que aun en este mundo recibieron el condigno
castigo, pues que ni uno ni otro reinó después de él. Absalón tiene el atrevimiento de
formar una revolución contra su padre, trabaja par expulsarlo de su reino, y en vez del
glorioso mando a que aspiraba, encontró la más desdichada muerte pendiente de una
encina: tres saetas atravesaron de parte a parte aquel corazón infame.
Abimelec, el cruelísimo, el fiero Abimelec, falta a su propio padre del modo más perverso e
inaudito, dando la muerte a setenta hijos suyos que eran sus mismos hermanos; y Dios
castigó tan infame crimen como merecía: porque el hijo pérfido, el hijo malévolo, el
contumaz y protervo, manda Dios que sea muerto afrentosamente. Hijos e hijas examinad
vuestra conducta, arrepentios, enmendaos y cumplid en adelante vuestros deberes para con
vuestros padres. Y sabes ¿por qué, lector carísimo, hay en nuestros días esa turba de hijos
que no honran a sus padres?
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Entre otras causas citaremos la de los padres mismos, porque los hijos no honran ni
respetan a sus padres, porque no se lo han enseñado; porque les han enseñado lo contrario;
porque se han hecho su igual; porque ellos mismos se han despojado de la autoridad
paternal, hasta el punto de decir a sus hijos: “no me des el trato de usted, sino de tú: no me
beses la mano como señal de respeto; no me pidas la bendición que podría darte como jefe
de familia, yo haré vuestra voluntad. Padres que obrasteis de este modo, no os quejéis si
vuestros hijos os faltan al respeto y os niegan la veneración, porque vuestra es la culpa, ya
que así se lo habéis enseñado, ¿qué remedio podremos aplicar ahora?
1º “Que los hijos den a sus padres el trato de usted.
2º Que les exijan desde pequeños señales positivas de respeto y honor.
3º Que en su presencia no les permitan fumar y demás libertades por el estilo.
4º Que les manifiesten positivo disgusto cuando hubieren faltado; y si es necesario
avisarlos por segunda y tercera vez, hacerlo después con el azote.” Padres de familia, poned
en práctica estos medios: y os aseguro que vuestros hijos os honrarán y reverenciarán.
5º Que procuren instruirlos bien, según el principio de la fe, y conforme las admirables
reglas del cristianismo. ¿Cuántos padres y madres lograran por este camino tener un hijo
sacerdote? Estad atentos al caso siguiente que demuestra lo que es un sacerdote, y de que
virtudes no es capaz.
Un sacerdote junto al lecho de un atroz criminal
Llamaron una vez a un eclesiástico caritativo para administrar los últimos sacramentos a un
anciano. A la vista del ministro de Dios, perturbase el moribundo y tiembla todo: “¡Ah
padre mío, exclama,! ¿puede usted aguantar mi vista y oírme? Esta mano, de que la muerte
se apodera ya, ha asesinado ya a treinta compañeros de usted... Tranquilícese usted,
contesta el virtuoso sacerdote, aun queda uno para consolar a usted en este angustioso
trance...” ¡Cuán admirable es la religión que inspira tales sentimientos!- Gaceta delos cultos
de 8 de agosto de 1826.
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Capítulo 10
Los hijos deben asistir a sus padres
57. Tercer medio
Socorrer los hijos a sus padres, ayudarlos y asistirlos en sus trabajos es la obligación que
los acompaña en todas partes: y obligación que nos viene marcada por el mismo Dios, por
la naturaleza, y porque en todas partes ha sido reconocida. Dios nos lo manda en el cuarto
precepto de su ley, pues mal podrá honrar a sus padres, el que en vez de mostrarles toda
reverencia, los abandona, o los deja morir de hambre en lugar del amor verdadero y
positivo que debiera profesarles: la naturaleza nos lo manda, porque al colocarse los hijos
en el lugar de sus padres, sienten en sí mismos que es un deber imprescindible, y por otra
parte, “ha sido tenido siempre por deshonrado aquel hijo indigno que no asiste a sus
padres.” Este deber no solo es para con los padres, sino que se extiende además a los
abuelos y aun a los bisabuelos, y a unos y a otros deben los hijos socorrerlos según lo
pidiere su necesidad.
De ahí resulta que el hijo debe auxiliar a sus padres en los trabajos y necesidades, debe
interesarse e su favor en los compromisos, debe visitarlos en la cárcel, debe remediar sus
miserias en el destierro, en una palabra, el padre para con su hijo, no solo es su amigo, su
mejor amigo, y su persona más recomendable, sino que además es su padre. Y si hemos de
amar al prójimo como a nosotros mismo, y mostrarle nuestro amor ayudándole y
asistiéndole en sus trabajos, claro está que todo esto debemos hacerlo con nuestro padre; y
con nuestro padre lo hemos de hacer ora por el precepto común de la caridad, ora por el
mandato especial del cuarto mandamiento, ora por que todos experimentamos el grito de la
naturaleza que nos obliga a ello.
santo Tomás propone esta cuestión, ¿qué debe hacer un hijo casado cuyos hijos están en
grandes necesidad, así como su señor padre? “Y responde que en igualdad o circunstancias
primero debe socorrerse la necesidad de sus padres y después de socorrida ésta se ocupará
de sus propios hijos,” tan estrecha es la obligación y tan imprescindible, En suma, observa
lector carísimo la piedad de dos hijos para con su madre:
Piedad de una madre y de sus hijos
Una pobre viuda privada del uso de sus miembros, experimentaba mucho tiempo hacia un
vivo pesar de no poder asistir al oficio divino, deber que antes cumplía con toda
puntualidad y que le era entonces más que nunca necesario, para sostener su ánimo y su
piedad.
Cada domingo repetía tristemente a sus dos hijos: “¡Cuán dichosa sería yo oyendo la santa
misa! Mas no puedo ir al pueblo a causa de mis enfermedades y lo largo del camino.” Y
aunque diciendo esto, la pobre madre derramaba lágrimas y suspiraba profundamente, con
todo, se tranquilizaba besando la cruz del rosario que rezaba con gran recogimiento y
resignación.
Los hijos, que participan de la misma piedad, hallaron el medio de satisfacer su piadoso
deseo.
Efectivamente, ataron dos fuertes palos a la silla de brazos de su madre, la trasportaron a la
iglesia en medio de la muchedumbre enternecida, que esparcía flores mientras pasaban.
El venerable cura, así que supo tan edificante conducta, subió al púlpito y tomó por texto
las palabras del Deuteronomio: “Honrad a vuestro padre y a vuestra madre, según el señor
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vuestro Dios os lo manda. Su discurso estuvo lleno de unción, y produjo grande efecto en el
auditorio, sobre todo cuando comparó las flores echadas al pasar esta interesante familia
con las bendiciones que Dios debía bien pronto derramar sobre ella.-Schmith.
58. Los hijos deben de asistir a sus padres en su estado ordinario
No me acuses lector carísimo, si vengo a probar que los hijos deben asistir a sus padres;
pues aunque convengo que años atrás era necesario; pero también debe convenirse que en
nuestros días, de vez en cuando aparecen ciertos hechos, que manifiestan al menos, la
necesidad de recordarlo. ¡Qué horror! Qué horror ver a un hijo olvidado de socorrer a su
padre.
san Ambrosio, queriendo mostrar de un modo tan concluyente como útil este deber común
de todos los hijos, se vale de los animales, haciendo este argumento: los animales lo hacen
y los hijos no lo harán? Lo hacen los animales guiados de su instinto y los hijos con la luz
de la razón y las verdades de la fe ¿no lo harán? ¡Que vergüenza la de semejante hijo! ¡qué
entrañas de fiera! ¡qué monstruosidad tan horrible! Es sin duda alguna exceso de abyección,
y el complemento de la barbarie, y el finiquito de la corrupción humana.
Venid hijos desnaturalizados, aprended de la cigüeña vuestras obligaciones. Las cigüeñas
no solo sustentan a sus madres, sí que también las calientan, las cubren con sus alas, las
defienden de otros animales, y aun las transportan de un lugar a otro cuando así lo pide su
seguridad. Venid hijos desnaturalizados y aprended de los leones vuestras obligaciones. Es
el león el animal más fiero y más indomable, con todo, los leoncillos traen la casa consigo y
la dividen con sus padres. Y ¿habrá hijos, hijos de hombre más insensible que la cigüeña y
más fieros que el león? ¿habrá hijos que hayan llegado al cúmulo de sus vicios, y que
muestren que son del número de los necios por lo abominable y lo pérfido que hacen contra
sus padres? Semejantes hijos son peores que las bestias, porque estas con solo su instinto
hacen lo que ellos descuidan no obstante su razón que lo exige, la ley de Dios que lo
manda, y todos los pueblos que lo admiten. ¿Qué diremos de semejantes hijos? diremos que
son ingratos, que se hacen acreedores al mayor acto de inhumanidad, que son infames, y
aun que son los homicidas mismos de sus padres?
“El Espíritu Santo considera ya como homicida al que roba a su padre o a su madre ¿pues
con qué palabras bautizará al infame que no socorre a sus padres? Que lo caución será a
propósito para abrazar todo su significado.” ¡Ah! No lo hay: porque se trata de un hijo que
da la muerte a sus padres, y se la da no con un veneno o con una arma mortífera, sino
fuerza de la miseria que lo acaba, del hambre que lo martiriza, de la sed que lo abraza, del
frío que lo enferma, y de la carencia de alimentos que lo conduce al sepulcro.
Oíd hijos e hijas, porque es san Ambrosio el que va a dirigiros su palabra: alimenta a tu
padre, y da de comer a tu anciana madre que tanto por ti padeció. Jamás les pagarás los
bienes que ellos te hicieron, porque tu padre te engendró, y tu madre te concibió: y tu
madre juntamente con tu padre te conservaron tu existencia. Tu madre te llevó nueve meses
en sus entrañas, ella te dio a luz, ella te amamantó en sus pechos, ella te limpiaba cuando te
llenabas de suciedad, ella te cubría tu miserable desnudez, y defendiate ella en todos los
peligros. ¡Oh hijo!... ¡qué no hicieron tus padres! ¿y negarles has ahora el alimento?
Atiende que por ti se privaron de cien gustos, por ti ayunaron de mucho contento, por ti se
abstenían de lo que más deseaban, por ti pasaron varias noches en blanco, por ti
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convirtieron sus ojos en dos fuentes de lágrimas, y tu fuiste el deseo de sus deseos, la
alegría en sus tristeza, la esperanza en sus trabajos y el aliento en sus aflicciones.
¡Oh hijos! ¿y tendréis valor de abandonar a vuestros padres? ¡Cuán infames y cuán
malditos fuerais! ¡qué infamia la que siempre cubriera vuestro semblante delante de los
hombres! ¡qué maldiciones las que llovería el cielo sobre esta conducta tan nefanda! ¡qué
juicio tan atroz y tan terrible, qué sentencia la que pronunciara contra vos el Justísimo Juez!
¡qué tormento el que le darían para siempre eternos verdugos! ¡Ah! De todo un infierno, y
de cien infiernos se hace reo el perverso hijo que no asiste a sus padres tanta es la malicia y
monstruosidad de semejante pecado.
59. Los hijos deben de asistir a sus padres en su vejez
Aunque los hijos siempre y en toda ocasión deben asistir a sus padres ayudándolos en todos
sus trabajos, deben empero, hacerlo de un modo especial, cuando ya por su vejez no pueden
trabajar: de donde se colige que es mayor el deber a medida que los padres entran en más
edad; y en esta última época de su vida deben esmerarse más y más para que nada les falte,
y soportarlos con singular paciencia.
El Espíritu Santo para que los hijos cumplan siempre tan importante obligación les dice:
hijo cuando el padre es viejo se hace otra vez niño; pero tú no le desprecies, y tenle respeto.
Honor, gloria y bendición a tantos hijos que cumplen este gran deber: pero qué diremos de
la ingratitud de aquellos que en semejantes circunstancias no los honra, los desprecian en la
practica, los llaman viejos, les dicen que sus años los constituyen inútiles, y que su carácter
distintivo es la tontería. ¡Ingratos hijos que así faltáis a vuestros padres! Vosotros que
miráis con hastío la pesada vida de vuestros padres, vosotros que menos preciáis sus
consejos, vosotros a quines parece que os duele aun lo poco que comen, y vosotros en fin,
que no contentos con abrigar en vuestros corazón tan pérfidas ideas, se lo mostráis con
malas caras y con palabras insultantes, ¡ah! Temed, temed, a Dios; temed la justísima
cólera de Dios; sumamente enojado contra los malos hijos que no cuidan de asistir a sus
padres.
Mas ¿qué haré lector carísimo, para que no se repitan semejantes desórdenes? ¿repetiré la
gravedad de este pecado? ¿diré que son peores que los animales los que lo cometen
¿mostraré los eternos castigos que tendrán que padecer? Dejémoslo todo, para fijarnos en
un caso práctico que aconteció.
Fue el caso, que cierto hijo cansado de servir a su padre, determinó en buenos términos
arrojarlo de su casa, mas no atreviéndose a efectuarlo por el decir de las gentes, determinó
encerrarlo con los animales, y de hecho así lo efectuó. ¡Gran Dios! ¡la cuadra de los
animales, el lugar de su padre! ¡su padre, su mismo padre colocado entre las bestias! ¡su
padre que le había dado su existencia es considerado peor que un pordiosero! Porque allí,
allí yacía el pobre abandonado, sin auxilio, falto de sustento y tiritando de frío. ¿Qué
castigo debe imponerse a semejante hijo? Dios hizo un milagro, para no verse obligado a
que la tierra fuese testigo de semejante ejemplar. Un niño solo de dos años visitaba a su
abuelo, le hacia compañía, y le daba cuanto podía. En cierto día horrorizado por la
crueldad, pide a su padre una frazada, y yéndose a una pieza la divide. Estando en esta
operación llega su padre le pregunta, porque dividía la frazada. Oíd hijos e hijas la
respuesta. “Esta parte dice es para cubrir la desnudez de mi abuelo, que está tiritando en el
establo de frío; pero ésta otra la guardaré para cuando vos seis viejo, que os pondré en la
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misma cuadra.” Horrorizado de su conducta, conoce el milagro, saca a su padre del establo
y comienza a tratarlo como debe y comienza principalmente a llorar su pecado. ¡Oh hijos
tened presente que Dios permitirá que seáis tratados, como vosotros tratéis a vuestros
padres. Vean todo el siguiente caso:
Haced mal; espera otro tal.
Había un hijo maltratado a su padre hasta echarle por tierra y arrastrarle por los cabellos;
más habiendo llegado también a ser padre, el hijo que le dio el Señor en su cólera se portó
con él del mismo modo, y en el mismo lugar en que había cometido el crimen, acordándose
el padre de su mala conducta pasada, “detente, dice al hijo perverso que le arrastraba,
detente, yo no arrastré a mi padre más que hasta aquí.”
-Un hombre que vivía con cierta comodidad, y no tenía más que un hijo, tuvo la barbaridad
de enviar a su anciano padre al hospital. Poco días después, sabiendo que el anciano padre
sufría mucho frío, le envió por un resto de piedad dos mantas muy viejas y rotas,
encargándolo la comisión a su hijo. El joven no llevó más que una y guardó la otra.
Habiéndolo observado el padre, le preguntó porque no había remitido las dos mantas:
Padre, le contesto, he reservado una para cuando usted vaya al hospital.
60. Deben asistirlos en su enfermedad y después de su muerte
¡Pobres ancianos! Sus venerables canas los declaran dignísimos de toda asistencia y ayuda:
pero deben los hijos cumplir con este deber, de un modo especialísimo cuando ellos están
enfermos. Entonces deben mostrarles todo el amor posible, deben visitarlos con frecuencia,
enterarse de sus padecimientos, compadecerse por lo que sufren, asistirlos de día y de
noche, y procurar que nada les falte en lo corporal y mucho menos en los espiritual. Deben
notificarles la gravedad de su estado, disponerlos para que reciban los sacramentos; hacer
que los reciban a su debido tiempo, y de ningún modo imitar a ciertos malos hijos, que
consultando solo su natural sensibilidad, dejan a sus padres que mueran sin sacramentos, o
al menos que los reciban cuando ya son más muertos que vivos. Semejante conducta es
cruel, es infame, es anticatólica, es escandalosa y pone en peligro al hijo de perderse
eternamente, después de haber precipitado al infierno a su propio padre.
Los hijos deben asistir a sus padres en sus enfermedades, y no mucho, ya que los hijos lo
recibieron primero de sus mismos padres. ¡Qué satisfacción la de un viejo cuando se ve
bien asistido en sus enfermedades! ¡qué alegría al observar el cuidado que le tienen! ¡qué
gozo viendo que le prodigan repetidas pruebas de amor filial! ¡qué feliz se considera aun
estando para dar el último suspiro! Y ¿habrá algún hijo que quiera privar a su propio padre
de tanto gusto? ¿habrá quien quiera amargarles sus últimos instantes? Apenas puedo
persuadirme de tanta malicia; y esta persuasión me obliga a recordar a los hijos que
cumpliendo sus deberes para con sus padres podían llegar a una grande santidad, como
vemos que se santificó la Virgen santa Eustaquia. Esto quiere decir, que mereció ser
colocada en el número de los santos: y le sirvió admirablemente para hacerse santa, el
exacto cumplimiento de sus deberes para con sus padres.
Tan pronto como los padres hayan muerto, deben los hijos procurar el alivio de su alma, ora
con la celebración de misas, ora con el puntual cumplimiento de sus mandas, ora mediante
los rezos y demás obras buenas. Los hijos deben cumplir los votos de sus padres en cuanto
puedan, y deben persuadirse que aun los que mueren pobres, dejan lo suficiente para el bien
de su alma, puesto que dejan a sus hijos la vida, y la salud, que valen por su naturaleza
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mucho más que todas las haciendas. Cuando falta a los hijos lo necesario no deben cumplir
sus votos; pero nunca les faltará lo necesario para encomendarlos a Dios, ofrecerles
comuniones, y aplicarles todas las indulgencias, para que si se hallan en el Purgatorio
puedan pronto, ya purificadas sus almas ir a la gloria. He aquí hijos e hijas los principales
medio para que cumpláis vuestros deberes para con vuestros padres: debéis amarlos dice
Dios; amadlos pues, verdaderamente, y mostradles este amor con obediencia, y reverencia,
tratándolos con veneración, respeto y cortesía, con asistencia, en suma, ayudándolos y
asistiéndolos en sus trabajos.
Concluiremos este capítulo con un caso sacado de los viajes a la Tierra santa, que tiene por
título:”Un gobernador turco y un mal hijo.”
Un Gobernador turco y un mal hijo.-Ayer asomado a la ventana, escribía el padre Geram
desde el monte Carmelo donde entonces se hallaba, consideraba este monto de ruinas sobre
las cuales derramaba la luna un débil resplandor. Apréciame ver la sombra del pachá
Djezzar, goteando aún sangre y sentada sobre cadáveres. Los monstruos cuyo recuerdo nos
ha trasmitido la antigüedad nada tenían más odioso y feroz que este tirano, de quien se
refieren cosas espantosas. No obstante, se citan también de él rasgos que prueban que no
había abjurado totalmente los sentimientos de humanidad.
Fue clemente para con el Soliman que le había cruelmente ofendido y una ves se mostró
justo para con un padre de familia. La relación de este suceso no deja de ser curiosa: he
aquí el hecho tal cual me lo han referido.
Quería casarse un joven cristiano a quien Djezza manifestaba cierto interés. Habitaba una
casa cuya mejor pieza se hallaba en el segundo piso, y entonces la ocupaba su padre,
anciano y enfermo. Por complacer a la novia pide a su padre que le ceda el cuarto por
algunas semanas, prometiendo volvérselo después de contraído el matrimonio. Consintió el
padre en ello, y bajó al otro piso, que no era ni sano ni agradable, Concluido el mes,
reclama el padre su cuarto; ruégale el hijo que le deje todavía. Consiente aun en ello, pero
cuando vuelve a reclamarlo en el término convenido, no solo no quiere cedérselo el hijo,
sino que maltrata aún a su padre. Todo el barrio estaba indignado contra este
procedimiento; y así Djezza, teniendo conocimiento del hecho por su espía llama al hijo y
le recibe delante del diván reunido.
“¿De qué religión eres tú? Dijo el pachá enojado. El mal hijo espantado no contesta nada.
Reiterando el pachá la pregunta dijo el joven que era cristiano.
Pues bien; haz la señal de los cristianos. Hacia el hijo la señal de la cruz.
Pero pronuncia las palabras, añadió Djezzar.
Dijo entonces el joven: En nombre del padre, y del Hijo... llevando la mano como se
acostumbra de la frente al pecho.
¡Oh! dijo Djezzar con una voz terrible, el Padre está en la frente y el Hijo en el pecho: el
Padre pues está arriba y el hijo abajo. Vete desgraciado a tu casa, y si dentro de un cuarto
de hora no estás en ella del mismo modo que antes, tu cabeza rodará pronto por tierra.” No
necesitamos añadir que el joven fue a pedir perdón a su padre y poner orden a todo. Sabia
que las amenazas de Djezzar no eran vanas.
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Capítulo 11
Premio que da Dios a los buenos hijos
61. Cómo premia Dios a los buenos hijos
Aunque es verdad que el buen padre de familia encuentra la recompensa en sus mismos
hijos; así también es cierto que el buen hijo para con sus padres, recibe de Dios grandes
bienes: por esto el apóstol san Pablo escribiendo a los de Efeso, les exhorta al cumplimiento
de sus deberes, señalándoles grandes premios, y premios que encerró en esta sentencia;
para que te suceda bien: de manera que así como el hijo malo siempre le sucede mal: así
por una razón semejante, al hijo bueno siempre le sucede bien, y de ordinario le sucede bien
en lo corporal y en lo espiritual. Santo Tomás haciéndose cargo de los bienes que san Pablo
promete a los que cumplen sus deberes para con sus padres declara, que son los bienes más
justamente deseables en esta vida, es decir, aquellos bienes que son en realidad bienes, sin
mezcla del menor mal; son vivir y morir en gracia de Dios, de modo que alcance la eterna
gloria: tal es lo que llama el Espíritu Santo largos años, años llenos, años pasados en la
practica de una vida virtuosa. San Bernardino de Sena, deseando que los hijos cumplieran
todos sus deberes para con sus padres, les interpreta diversos pasajes de la santa Escritura, y
concluye prometiéndoles siete grandes bienes que numera así:
1ª Larga vida.
2ª Mucha riqueza.
3ª Hermosa familia.
4ª Buena fama.
5ª La bendición del padre.
6ª La gracia de Dios.
7ª La eterna gloria.
El mismo santo hace notar que Dios manda las cosas, pero especifica la renumeración; mas
cuando manda a los hijos que honren a sus padres, les promete que todo les irá bien, y por
decirlo con las palabras eclesiástico les promete que poseerán grandes tesoros. Mas ¿qué
tesoros? El Espíritu Santo no los determina; pero con lo mismo nos quiso significar, que los
buenos hijos tenían a sus disposición un tesoro. Y así como el que posee un gran tesoro,
encuentra en él todos los bines deseables de las delicias, del honor y de las riquezas; así de
un modo semejante le sucede al hijo que cumple sus deberes para con sus padres. San
Bernardino de Sena, explicando el mismo texto nos dijo: “Que por el tesoro que se promete
a los buenos hijos, puede entenderse riquezas temporales, como dinero, haciendas y
mercancías; puede entenderse un tesoro de riqueza corporales, como de salud, fortaleza,
libertad: y puede entenderse principalmente un tesoro de riqueza espirituales, que consisten,
en tener un buen entendimiento, una ciencia adquirida, una sabiduría inspirada, la gracia de
Dios y la eterna gloria:” así son dichosos los hijos que cumplen sus deberes para con sus
padres!
62. Cómo premia Dios a los buenos hijos
Los premia con grandes bendiciones. Es una costumbre muy laudable la introducida en las
familias timoratas de pedir los hijos la bendición a sus padres, la que tienen los individuos
religiosos de pedirla a sus superiores, y lo que hacen todos los fieles cuando la piden a los
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Señores Obispos, y principalmente al Romano Pontífice; por que en estos actos se les
muestra la sujeción, el respeto y la reverencia que se tiene a los padres corporales y
espirituales: y ellos por su parte dándonos su bendición, derraman sobre nosotros la
abundancia de los bienes materiales, de los bienes corporales y de los bienes espirituales.
Estas bendiciones que están señaladas en el Deuterenomio que las daba Dios al pueblo de
Israel: y que las concede ahora aun en mayor número al pueblo cristiano, dicen así:
“Bendito seas en la ciudad, bendito seas en el campo, bendito sea el fruto de tu vientre, y
benditos sean los frutos de tus tierras. A ti te bendiga el Señor desde Sion: para que por
todos los días de tu vida poseas los bienes de la celestial Jerusalén, después de haber visto a
los hijos de tus hijos y haber vivido paz.” El Patriarca Jacob bendijo a todos sus hijos, y al
llegar a José le dijo: El Dios de tu Padre sea tu socorro, y el Omnipotente te bendiga con
toda especie de bendición, e igual bendición le dio a sus dos hijos Manases y Efraín.
El glorioso Doctor de la Iglesia san Ambrosio, después de haber discurrido sobre las
bendiciones de los patriarcas, y como ellas se componían del gran tesoro de las promesas
que el Señor les había hecho, exclama conmovido: “¿Quién no tendrá reverencia a sus
padres? ¿quién no les dará el debido honor? ¿quién no los obedecerá como representantes
de Dios? Porque es cierto que los hijos que los padres bendecían eran de Dios benditos, y
los hijos que los padres maldecían eran de Dios malditos: gracia que ha concedido Dios a
los padres para que sirviera de un santo excitativo a los hijos: honra pues a tu padre para
que te bendiga, y no le faltes a tu madre, no sea que te eche su maldición.”
san Efrén sobre este punto importantísimo, nos presenta una idea que es para los hijos la
más consoladora; porque parece suponer que Dios bendice a los hijos por medio de los
padres; por esto les inculca que honren a sus padres de palabra y de obra, para que reciban
la bendición de Dios dada por su mano.
san Bernardino nos habla de una bendición que tienen los padres en lo último de su vida,
con la cual quedan bendecidos, reverenciados y fortificados con aquella bendición del
Omnipotente que es el sostén de las casas. ¡Oh dichoso el hijo que la recibe! Porque él será
bendito como lo fueron Isaac y Jacob.
san Juan Crisóstomo reflexiona sobre las admirables bendiciones que Jacob recibió de
Dios, y sobre aquella su vida tan santa y tan admirablemente trabajosa, y ese computo de
actos tan heroicos lo considera todo efecto de la bendición que recibe de su padre Isaac.
Dos patriarcas de los más antiguos, a saber, Sem y Jafet, fueron benditos de Dios de un
modo tan admirable como dignísimo: y Teodoreto lo atribuye a los efectos de la bendición
que reciben de su padre Noé. Hijo, amad por tanto a vuestros padres, obedecedles,
honradles, reverenciadles con frecuencia su bendición, y de un modo especial la de la hora
de la muerte.
63. Cómo premia Dios a los buenos hijos
Los premia haciendo que todas las cosas les sucedan bien: y no cualesquiera cosas, sino las
más principales y las más deseables y mejor deseadas. Lira, haciéndose cargo del texto del
Eclesiástico que promete a los hijos buenos, que las cosas les sucederán bien, explica el
pensamiento de la Escritura diciendo: que semejantes hijos se alegrarán en sus propios
hijos; porque el Señor se los dará obedientes, reverentes y piadosos, porque no puede faltar
el Espíritu Santo que dice: tales son los hijos, cuales han sido los padres. Nada más natural
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para los que se casan, que el deseo de la familia, pues a los hijos buenos se la promete Dios,
y les promete que será semejante a ellos en la práctica de la virtud.
El santo Evangelio se encargó de ejemplificar esta verdad, cuando nos dijo: que Obed
engendró a Jessé, y como fue un buen hijo fiel obediente a su padre, por este le fue dado
engendrar a hijos que fueron su gusto y su contento, porque está escrito: que el que honra a
su padre, será honrado por sus propios hijos. El sabio, en el libro de los Proverbios, nos
dice, que Dios premia a los buenos hijos hasta con riqueza, cuando dijo: hijo mío, oye los
mandamientos de tu padre, y no desprecies la ley de tu madre, para que te sea concedido la
gracia de obrar, y el rico adorno de tu cuello. ¿Qué se entiende por el collar riquísimo? ¿qué
se entiende por la gracia concedida? Entienden los expositores las riquezas y el buen uso de
ellas, de suerte que es como si dijéramos: el buen hijo será enriquecido con bienes de
fortuna, y usará de ellos para su bien y el de sus semejantes; porque a la manera que el que
atesora riquezas las tiene en abundancia, así de un modo semejante las poseerá el buen hijo
que honró a sus padres.
Otro de los grandes bienes prometido por el Espíritu Santo a los buenos hijos, es el buen
despacho de sus oraciones, diciendo que el que honra a su padre será oído en su oración,
con lo cual manifestó que una de las cualidades de la buena oración, es que parta de los
labios de un buen hijo: y así como la oración es eficacísima y recibe el debido despacho
cuando ya unida con el ayuno y la limosna; así también será oída la oración que partió de
unos labios que honraron a sus padres. De lo dicho puedes inferir lector carísimo, que si
eres tan dichoso que cumplas todos tus deberes para con tus padres, tendrás como a tu
disposición una oración eficaz que te alcanzará cuanto pidiereis al Eterno Padre en nombre
de Jesucristo.
Otro grande bien es, que el Señor da la vocación para ministerios de su gloria a los buenos
hijos. Santiago y san Juan ¿cuándo fueron llamados al apostolado? Cuando trabajando con
su padre en el mar de Galilea estaban componiendo las redes. Aquel joven del Evangelio,
que el Salvador lo escogió para que fuese su discípulo ¿cuándo le concedió esta gracia?
Cuando lleno de piedad, de respeto, de veneración y de amor para con su padre, le pidió
licencia para irlo a enterrar, Deja, le dice el Salvador, deja que los muertos sepulten a sus
muertos, con lo cual le concedió la gracia de la vocación, y le descubrió los grandes
peligros que había de encontrar en su casa, y que habrían sido un obstáculo para servirlo
con el debido fervor. ¡Ah! Sigamos los preceptos de Cristo y nos libraremos de los lazos de
Satanás que intenta perdernos.
64. Cómo premia Dios a los buenos hijos.-Los premia con larga y buena vida, el Apóstol
san Pablo escribiendo a los fieles de Efeso exhorta con todo empeño a los hijos a que
honren a sus padres, y les promete una buena y larga vida: y san Juan Crisóstomo
haciéndose cargo de estas promesas les dice: “Oh hijo, si honras a tu padre, adquirirás el
mayor de los bienes que es una vida buena y larga sobre la tierra. Y san Cayetano a nuestro
propósito añade: “Dos bienes se prometen a los buenos hijos, el primero es el mismo bien,
y el segundo muchos años para gozarlo: para recompensar de este modo los sacrificios que
han hecho en favor de sus padres.” Cornelio a Lapide en sus admirables comentarios, nos
explicó el mismo pensamiento diciendo: “que era muy justo y conveniente que gozaran de
una larga vida, los que también sabían respetar a los autores de su propia vida.”
De dos modos puede entenderse la promesa de una larga vida, a saber; una vida larga,
porque de hecho se viva muchos años, y una vida corta, pero con una conducta tan
admirable que proporcione de hecho los grandes merecimientos de una larga vida, por
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haber llenado en pocos días muchos años. San Jerónimo así interpreta el pasaje de la
Escritura: “vivirás muchos años sobre la tierra, asegura Dios a los buenos hijos, es decir, no
sobre esta tierra en la cual el impío siempre es como un joven, sino en la tierra de los
vivientes en la que habitaban los justos.” san Buenaventura contestando a las objeciones de
algunos sobre esta sentencia del Espíritu Santo, enseña “que por larga vida no solo se
entienden el curso de muchos años, sino principalmente el valor de las buenas obras;” y con
razón, pues, por esto, dijo el sabio, que el varón justo habiendo vivido poco, llenó muchos
tiempos.
¡Ah! Felices los hijos que honran a sus padres, pues recibirán grandes premios de Dios; y
puede asegurarse siguiendo a los doctores de la Iglesia, que los hijos que honran a sus
padres con honor de reverencia, tendrán una vida gloriosa y honorífica, a los que honran a
sus padres con la práctica de la obediencia, tendrán una vida llena de gozo y de paz; y a los
que honran a sus padres ayudándolos y asistiéndolos en sus trabajos, les será concedida una
vida opulenta: cosa que todas pueden verificarse aquí, pero que se verificarán con mayor
abundancia en el otro mundo. Santo Tomás tratando de la promesa que hace el Espíritu
Santo a los hijos que honran a sus padres prometiéndoles una larga vida, dice: “el buen
hijo, aunque viva poco, siempre vive mucho, porque vive la vida de la gracia, que le
producirá la vida de la eterna gloria.” san Agustín en su hermoso comentario sobre los
salmos, nos dice: que por larga vida se entiende la eternidad, durante la cual deben vivir los
buenos hijos la vida feliz de los justos, como premio especial de sus sacrificios para con sus
padres.
65. Cómo premia Dios a los buenos hijos
Todo hijo que reflexione un poco en lo que cuesta a sus padres, no podrá menos que
honrarlos con toda la extensión de la palabra: porque si el padre engendra al hijo, lo educa,
lo dirige, y con el sudor de su rostro lo alimenta; su madre pierde su virginidad sufre cien y
cien dolores, tolera toda especie de angustias, sufre los rigores del hambre y de la sed,
como lo que no quisiera y en las horas que más le repugna, debe lo que le causa hastío, y se
mortifica y llora y vigila, y...¡oh! ¿quién podrá referirlo que pasan los padres por sus hijos?
Siendo esto así ¿qué hijo reflexivo podrá no honrarlos?
El Espíritu Santo nos refiere los grandes premios que están preparados en favor de los
buenos hijos, y nosotros los vamos a narrar: 1º El que honra a su padre y a su madre tendrá
un gran tesoro; porque de hecho semejante hijo atesora innumerables bienes para el cielo:
así premia Nuestro Señor la piedad filial! 2º El que honra a sus padres se alegrará después
en sus propios hijos: como si dijera, semejante joven disfrutará la misma dicha de sus hijos
propios, ya que él ahora sabe comunicarla a sus padres. 3º El que honra a sus padres será
oído en tiempo de la oración: como si hubiese dicho, hallará en Dios el mejor de los padres,
y que le despachará cuanto le pidiere 4º El que honra a sus padres vivirá largo tiempo largo
tiempo, indica la eterna vida que poseerá en la eterna gloria, de modo que aunque viva
pocos años, ya se verifica el que haya vivido mucho tiempo, porque su vida ha sido
acompañada de todas las virtudes cristianas. 5º La casa de los hijos descansa sobre la
bendición de los padres. ¡Qué privilegio tan importante! Por esto duraron tantos siglos las
casa de Isaac, de Jacob y de José, porque fueron fabricadas sobre los cimientos de la
bendición de sus padres. 6º Los hijos que honran a sus padres serán glorificados aun en este
mundo: tan cierto es, según el Espíritu Santo, los cien privilegios de los buenos hijos! Sí lo
buenos hijos son glorificados, ya porque el padre honrado glorifica a sus hijos, ya porque el
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hijo se cubre de gloria a medida que honra a su padre. 7º En el día de la tribulación Dios se
acuerda del buen hijo, como si prometiera, que cuando los que padecen tribulaciones han
honrado a sus padres, recibirán auxilios tan señalados, cuanto mejor hubiere sido su piedad
filial. 8º El hijo que honra a sus padres obtendrá fácilmente el perdón de sus pecados; tanta
gracia recibirá de Dios, el buen hijo que hará buenas confesiones; hará buenas comuniones
y alcanzará después la eterna gloria. 9º La novena gracia a favor de los hijos que honran a
sus padres es una especie de bendición que acompaña a todas sus obras...
Para concluir de una vez, diremos que el hijo que honra, se llena de inmensos tesoros
corporales y espirituales, expía sus pecados, obtiene la gracia de la perseverancia en el bien
obrar, y corona su vida en estado de gracia que lo hace eternamente feliz. Pero para esto es
necesario honrar a sus padres, y manifestarles este honor con el amor filial, con la
obediencia verdadera; con la reverencia perfecta y con la asistencia exacta.
san Bernardino de Sena nos refiere un hecho que aconteció en la Provincia de Valencia,
principado de Cataluña, de España cierto joven de diez y ocho años fue apresado por la
justicia, y se encontró reo de muchos crímenes, y algunos de ellos de los más atroces. Para
escarmiento del pueblo lo dejaron después de muerto en el patíbulo por algún tiempo, mas
aconteció que no obstante de ser barbilampiño en la vida, sin embargo después de su
muerte delante de una multitud numerosa comenzó a salirle el pelo, le creció
extraordinariamente, se le volvió cano, se le arrugó toda su cara, y al que antes de morir
tenía un semblante de diez y ocho años, poco después de su muerte apareció con un
fisonomía de noventa años.
Admiradas las autoridades y todo el pueblo, fueron a notificarlo al obispo, el cual se
trasladó al lugar de la escena, se cercioró de lo que le habían dicho, hizo oración pidiendo a
Dios la explicación de tan grande misterio, y a poco después exclamó: Hermanos míos;
habéis contemplado la muerte de un joven de diez y ocho años, y habéis visto el milagro sin
segundo de verlo viejo, decrepito y representando casi un siglo; pues todo este tiempo
habría vivido si hubiese honrado a sus padres, mas por haber sido un mal hijo, por haber
llenado a sus padres de aflicciones, haberles faltado al respeto y desobedecido
innumerables veces, se huyó de su casa, se entregó a la mala vida, cometió grandes
crímenes, y preso por la justicia fue condenado a muerte, cuando apenas contaba diez y
ocho años. ¡Infeliz! Recibió el cumplimiento de la sentencia del Espíritu Santo que dice:
“Condenado sea a muerte tanto el hijo como la hija que faltaron gravemente a sus padres.”
Capítulo 12
Castigos de Dios contra los malos hijos
66. Palabras del Espíritu Santo contra los malos hijos
Son muy dignas de la consideración de los hijos las palabras que se encuentran en los
proverbios cap. 30, v. 17 “El ojo, dice que falta a su padre, sea arrancado por el cuervo y
sea comido por las águilas.” ¡Qué castigo tan terrible! ¡qué maldición tan formidable! ¡qué
rayo, y rayo espantoso que parte de un Dios sumamente airado, contra aquellos hijos que
faltan a sus padres! Esta sentencia supone la temprana muerte del mal hijo, muerte ocurrida
en despoblado y en medio de enemigos, muerte que supone que los dejan insepultos, y que
por justos juicios de Dios, el cuervo le saca los ojos, y los hijos de las águilas se los comen.
Justo castigo contra los hijos que faltan a sus padres, porque merecen acabar su vida
miserablemente en un afrentoso patíbulo.
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Dionisio Cartusiano y san Juan Crisóstomo nos interpretan el pasaje de otro modo, y nos
dan a conocer otros terribles castigos que fulmina Dios contra los malos hijos que faltan a
sus padres. Ellos entienden por cuervos a los demonios, y por los hijos de las águilas los
tormentos eternos que tendrán que sufrir eternamente en el infierno. Porque así como el
cuervo y los hijos de las águilas se apoderan de su cuerpo, así los demonios con una
voracidad semejante se apoderan de sus almas y las arrojan por eternidad de eternidades en
los abismos del infierno. Con razón, con razón Dios mío, obras de un modo tan
terriblemente espantoso contra los malos hijos, porque ellos ingratos faltaron a sus padres.
san Marcos en el cap. 7 de su Evangelio, nos refiere esta sentencia que dijo Moisés a los
hijos: Honra a tu padre y a tu madre, porque el que los maldice, muere. Esta pena parece
que es de las más severas; pero así debe ser, afirma san Bernardo, porque el hijo que falta a
sus padres quebranta la ley natural y la escrita; las leyes humanas y divinas; los concilios,
los cánones y todas las constituciones de los papas. El hijo rebelde con su padre, según nos
dice san Juan Crisóstomo, se hace reo de un crimen atroz, y merece que estando delante del
sol no recibía la influencia de sus rayos; que se muera de sed aun entre los ríos y las
fuentes; que como ramas de árbol se sequen al momento; que se pudran los miembros de su
cuerpo; y que se encuentren sitiados por toda clase de males, ya que él abandonando a sus
propios padres han dicho al diablo: Tú eres mi padre. ¡Ay de vosotros hijos que no amáis a
vuestros padres! ¡ay de vosotros que nos honráis y reverenciáis! ¡ay de vosotros que no
procuráis ayudarlos y asistirlos en sus trabajos! Escuchad lo que se os espera, porque voy a
ejemplificar la misma doctrina historiándola con algunos casos prácticos.
67. Pecado que cometen los malos hijos
Los hijos que faltan a sus padres debe decirse de ellos que cometen el pecado grande a los
ojos de Dios haciéndose reos del asesinato y que aun deben ser llamados mas bien
parricidas: porque el que falta a sus padres y los desprecia, es la criatura más ingrata, la más
perversa y la más culpable de cuatas pueden existir; es la criatura infame que insulta a la
naturaleza y a Dios; y él es además el cruel, el asesino, el salteador y el que ha de acabar su
vida en un patíbulo. ¡Ah! Semejantes hijos no son hombres, son demonios más bien.
El hijo desnaturalizado que deshonra a sus padres, se deshonra a sí mismo y se hace reo de
pecado. Veamos en qué ocasiones pecan los hijos: 1º El que menosprecia a sus padres en su
corazón, aunque no lo manifieste exteriormente; 2º El que habla a sus padres con desdén, o
lo trata de muy rudos; 3º El que se burla de su padre o de su madre ridiculizándolos; 4º El
que habla mal de sus padres en su ausencia revelando sus pecados, sus defectos o sus
miserias; 5º El que reprende a sus padres con orgullo, con palabras ofensivas y pesadas; 6º
El que los entristece, los llena de aflicción, los provoca a cólera o les dice palabras picantes
y despreciables; 7º El que de tal suerte falta a la piedad filial, que levanta la mano contra
sus padres o los amenaza, o de hecho los hiere; semejante hijo, aunque solo hiera a sus
padres ligeramente, comete un crimen execrable, una especie de impiedad y de sacrilegio,
como el violador más monstruoso de las leyes de la naturaleza y de la gracia; 8º El hijo que
se desdeña de reconocer a sus padres, porque son pobres o porque tienen mala educación o
el que les niega el saludo o no quiere hablarles; 9º El que no consulta a sus padres en
aquellos negocios que son del resorte de su autoridad paternal, como un largo viaje, un
proyecto de matrimonio etc., 10º El que en vez de seguir los avios y consejos de sus padres
los menosprecia, y sin motivo razonable hace lo contrario de lo que ellos desean, con lo
cual faltan de una manera grave a los deberes que impone la piedad filial.
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Muchos hijos pecan contra el amor y el respeto que deben a sus padres, porque no ejercitan
sus ordenes, los murmuran, se quejan, quizás hasta los calumnias: ¡ah, semejantes hijos
pecan y cuando es materia grave pecan mortalmente! En una palabra, siempre y cuando los
hijos por sus palabras y por obras, causan una aflicción grave a sus padres, y que muchas
veces la manifiestan con la cólera, con maldiciones o con las lágrimas, semejantes hijos
pecan mortalmente.
¡Infelices! Se llenan de ignominia, de infamia, de miseria... y degradados hasta lo sumo,
serán castigados severamente por el mismo Dios. Por esto, según la sentencia del Espíritu
Santo, a semejantes hijos a la mitad de sus días, se les extingue la luz de su vida, pierden
ante los hombres la reputación y el honor, se altera en ellos el buen uso de la razón y de la
inteligencia, se les morirán sus hijos, o serán castigados por ellos haciéndolos beber los
amargos tragos, aquellos atrevidos propinaron a sus padres; ¡Infelices! Pierden la piedad, se
entregan a todos los vicios, abandonan la religión, y quedan abandonados de Dios.
68. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes
Cuenta san Pedro Damiano, que un hijo celebró sus bodas con un aparato más que regular,
y obligó a su pobre madre a encargarse de la comida, con unos modos no convenientes y
menos respetuosos; con todo, la madre admitió el trabajo, y puso de su parte el cuidado que
exigía semejantes fiestas. Mas aconteció que habiendo presentando a la mesa un plato que
no era de su gusto, se enojó, llamó a su madre, le avergonzó ante los convidados, la
maltrató, enfurecióse, la llenó de injurias, y ciego de rabia y de furor, le da una bofetada...
entonces la madre justamente sentidísima de tanta injuria, aunque quieta, tranquila y sin
enojo, hizo oración a Dios maldiciendo a su ingrato hijo. Pocos momentos habían pasado, y
aya el infeliz experimentaba cuán terriblemente castiga Dios a los hijos rebeldes, porque su
mejilla izquierda de repente se le enfermó, y le hizo sentir entonces mismos los más crueles
dolores. Se le hinchó, se le amorató, se le pudrió, se le agusanó y manaba de ella una
apostema tan hedionda que nadie podía acercársele. Entretanto, la buena madre, se acordó
que era madre, y dejando a un lado tanta ingratitud e infamia tanta, se fue a una Iglesia, y
tanto oró por su desventurado hijo, que le alcanzó su perfecta curación. Hijos e hijas, nunca
jamás, jamás faltéis a vuestros padres, porque ¡ay! ¡ay de vosotros si os maldicen! No, nada
tan terrible y espantoso para los hijos e hijas como la formidable maldición de sus padres.
El gran Doctor de la Iglesia san Agustín, en el capítulo 8 del libro 22, de la Ciudad de Dios,
nos refiere la historia de unos malos hijos que recibieron un espantosísimo castigo, efecto
de la maldición que les arrojó su madre, fue el milagro tan patente que dice el santo que no
había en Hipona quien no lo hubiese visto o que al menos no lo supiese por testigos de
vista. Había una madre que tenía diez hijos, siete hombres y tres mujeres: mas sucedió que
mancomunándose todos contra su propia madre le faltaron de un modo tan grave como
espantoso. Entonces la madre justamente irritada de aquella conducta tan infame, los
maldijo de corazón, y... oh efectos terribles de la maldición maternal! Todos los diez
hermanos comenzaron a temblar en todos sus miembros, temblaban en toda ocasión,
temblaban de día y de noche, temblaban durmiendo y en la vigilia, y temblaban
compungidos; porque reconocían que estaban experimentado los efectos espantosos de la
maldición de su madre.
En los días de la invención del cuerpo de san Esteban, dos de ellos se encontraban en
Hipona, y merced a las fervientes oraciones de los fieles por la intercesión del pronto mártir
alcanzaron completa curación, pero los demás hermanos tuvieron que sufrir los efectos de
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la maldición maternal por todos los días de su vida. ¡Ay padres y madres! ¿cuántos de
vuestros hijos están enfermos y viven sumergidos en un torrente de desgracias por las
maldiciones que les habéis echado? ¡Ay hijos e hijas! ¿cuántos de vosotros sois unos
infelices desgraciados por vuestra mala conducta para con vuestros padres! ¡Ay! ¡ay de los
hijos e hijas que son maldecidos de sus padres!
69. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes
El reverendo padre Juan Leonardo, fundador de la Congregación de la Madre de Dios,
cuenta de cierto hombre llamado Boscas, que tuvo tanta impiedad e insolencia para con su
madre, que después de haberla llenado de enormes injurias la hirió gravemente.
Desesperada la madre al verse tan injustamente maltratada le echó esta maldición: ¡Ojalá
que perezcas! ¡ojalá que ni la tierra, ni el aire, ni el mar te conserven. Terrible y espantosa
maldición; pero que tuvo su más exacto verificativo, porque dentro de poco tiempo murió
en el destierro, y habiendo sido enterrado, la tierra lo arrojó, el aire lo echaba hacia arriba, y
precipitado al mar, apenas llegaba al fondo cuando era abandonado en la playa, Lo supo la
madre, se acordó de su espantosa maldición, publicó la causa que lo había motivado, y
vieron al desgraciado muerto convertido en piedra: así castiga Dios a los malos hijos que se
levantan contra sus padres! ¡así escucha las maldiciones que les echan en los justos enojos!
¡Ay! ¡ay de vosotros hijos e hijas que faltáis gravemente a vuestros padres! ¡ay de los malos
hijos!
El padre dominico que fue prior del convento de santa María, predicando sobre la
educación de los hijos, y la obediencia respeto y asistencia que deben profesar a sus padres,
contó el siguiente hecho del cual fue testigo ocular. Éramos dijo, cinco hermanos, y en
cierta ocasión que faltamos a nuestro padre muy gravemente, él justamente indignado, nos
maldijo y fue la maldición tan de corazón, que mis cuatro hermanos comenzaron a
enfermarse, hasta que dentro de poco tiempo, casi del todo consumidos murieron. Solo yo
había quedado; y temeroso de que tarde o temprano me alcanzará a mí la maldición, me
humillé ante mi señor padre, le pedí perdón, y dejando el mundo abracé el estado religioso,
para librarme de este medio mejor, de la cólera divina.
Por el mismo tiempo y en la misma ciudad, aconteció otro caso más horrible si cabe, en
donde se ve bien cómo castiga Dios a los hijos rebeldes. Cierta madre tenía una hija de
ocho años que le faltaba con frecuencia, no quería obedecerla, decía cosas malas y muchas
veces ofendía gravemente a su madre, y esta llena de un justo enojo la maldecía diciéndole:
Ojalá que los lobos te coman. ¡Caso raro! Porque en la noche de Navidad, cuando todos se
habían ido a la misa de gallo, dejaron a ella en su cama y habiendo penetrado en la pieza un
enfurecido lobo mató a la niña, comiose una parte de ella, otra parte se la llevó a sus
pequeñuelos, y lo demás lo dejó a la madre para que ella misma fuese testigo de los
espantosos efectos de la maldición maternal. ¡Ah! Con razón dice el Espíritu Santo que la
maldición del padre o de la madre acaba, acaba con sus hijos. ¡Oh hijos! no seáis
inobedientes, ni contumaces, ni los provoquéis a indignación, no sea que os maldigan
entregados al diablo: y no sea recibáis al momento el castigo.
70. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes
El Doctor de la Iglesia san Buenaventura, nos refiere un caso acontecido en su tiempo, de
un hijo que fue terriblemente castigado por Dios, por las faltas que había hecho a su señor
padre. Cierto hombre con su trabajo ímprobo, hombría de bien y economía conveniente,
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logró cambiar su anterior pobreza en riqueza verdadera, la entregó a su único hijo, para que
pudiera casarse con una mujer noble de muy rara hermosura. Esta se apoderó de tal suerte
del ánimo de su marido, que lo gobernaba a su antojo, le indujo a despreciar a su propio
padre, a aborrecerlo y a tratarlo por fin con tanta dureza, que apenas le suministraba el
sustento necesario para no morir. En cierta ocasión, que extenuado por el hambre pidió a su
nuera algo para comer, las despiadada le entregó una olla de habas medias crudas todavía,
con el precepto de que se las fuese a comer muy lejos. Hecha esta acción criminal, vuelta a
su esposo le dijo: ahora podremos comer con sosiego y a gusto; por consiguiente mientras
acabo de disponer la mesa, tráeme lo que encontrarás en la alacena, que es un plato tan
sustancioso, como delicado; mas aconteció que en el momento de abrirla, salió un horrible
bicho que pegándosele en medio de su cara, le clavó unas de sus garras en la barba y la otra
en la frente, y comenzó a sentir los más terribles dolores. Nadie pudo despegárselo ni
siquiera los médicos, y cuando el monstruo miraba a otra parte allí le hacia sentir
sensiblemente un más agudo dolor. Viéndose el infeliz en estado tan miserable, conoció la
gravedad de su pecado al maltratar a su buen padre, entró dentro de sí mismo, se arrepintió
de veras, se confesó con grande dolor de su ánimo, y recibió por penitencia que recorriera
las principales ciudades de Normandía y de la Francia, y que contara en todas partes la
pésima conducta que había tenido con sus padres, el castigo que estaba recibiendo de Dios
y la penitencia del Obispo que lo había confesado, para que conocieran los hijos el grave
pecado que comenten cuando tratan mal a sus padres. Fray Juan de la Puente, dominico,
refiere que siendo él joven vio en la ciudad de Paris a este hombre. Hijos e hijas, aprended
de este suceso a amar a vuestros padres; y a mostrarles vuestro amor con obediencia,
reverencia y asistencia.
Fernández, en su comentario sobre el Génesis, capítulo 49, nos habla de cierto hijo que por
instancias de su mujer perdió el respeto a su madre, comenzó a desobedecerla, a obrar lo
contrario de lo que le decía y montándose en cólera la maltrataba, le decía palabras
injuriosas, y tanto se impacientó en cierta ocasión, que la golpeó con su espada. En la
misma noche el desgraciado, dejando a su propia mujer, se fue a una casa mala, trabó
pendencia con un contrario suyo, fue desarmado y fue atravesado con la misma espada con
la que había pegado a su propia madre. Así castigo el Omnipotente la infame conducta de
un mal hijo para con su madre. ¡Oh vosotros hijos! exclama san Bernardino de Sena,
“aprended de esta infeliz mujer que causó tantos daños; no hagáis caso de vuestras esposas,
cuando os hablan contra vuestros propios padres; porque si el marido debe separarse para
unirse con mujer y formar por decirlo así, una nueva casa; de ningún modo, dicen las santas
Escrituras que el hijo pueda maltratar a sus padres.”
71. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes
En el libro titulado, Huerto de los Pastores, se lee que en Valencia de España, fue preso
cierto joven y por un delito supuesto fue condenado a muerte. Al llegar al lugar del suplico,
estupefacto de admiración, exclamó horrorizado “verdaderamente muero con justicia, no
por el falso crimen de que me han acusado, sino porque en este mismo lugar, levanté mis
manos contra mi propia madre, e indignada de tamaña impiedad, me echó esta maldición:
¡ojalá que en este lugar mueras ahorcado!” Soy en realidad el blanco de los hijos impíos, y
es necesario que pague mi grande crimen.
En la historia de España se lee que Alonso VI, metió a su madre Teresa a la cárcel y la
aseguró con grillos. Entonces la madre como profetizando, lo maldijo diciéndole “ya que
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me has encarcelado y puesto grillos, ruego a Dios que seas preso de tus enemigos y te
llenen de grillos y de esposas,” todo lo cual se verificó para su desgracia.
san Bernardino nos refiere un hecho que aconteció en su siglo, en la ciudad de Alejandría, y
lo refiere con esta notable sentencia; “Un hijo impío cogió a su padre bocabajo y en esta
postura lo bajó por una escalera. “Justos juicios de Dios! Porque sus propios hijos, después
de algunos años, lo bajaron también bocabajo por la misma escalera.
san Gregorio Turonense nos habla como testigo ocular de Maroveo, hijo de Chilperico, rey
de Francia, el cual por las revoluciones y motines que había excitado a fin de poder reinar,
fue encerrado en un monasterio; pero escapándose de allí, se refugió a Tour en el templo de
san Martín...Meroveo refirió muchos crímenes de su padre que aunque algunos fuesen
verdaderos, con todo, no quería Dios que fuesen publicados por su hijo. En cierta ocasión
me hizo leer algo de la escritura, y tocó por casualidad el pasaje del sabio que dice: “El ojo
que descubre las faltas de su padre será arrancado por los cuervos.” ¡Justos juicios de Dios!
Porque sufrió este suplico, pues habiendo sido apresado por su padre le sacó los ojos y
después lo mató, ¡Ah, exclamará quizás alguno ¿por qué hay tantos hijos malos? Porque
han sido engendrados con la dañada intención del adulterio o porque los hijos fueron
amados desordenadamente de sus padres, o porque por el amor de los hijos hicieron
muchas injusticias, o porque no fueron edificados como convenía, o porque vieron malas
acciones que les arrebataron su inocencia; por estas causas en general, o por alguna de ellas
en particular, permite Dios que tengan los padres hijos tan malos, que formen por decirlo
así su pesadilla.
72. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes
san Bernardino de Sena nos refiere una historia que sucedió en la ciudad de Bergamo
concierto padre de familia, que por el amor que profesaba a sus hijos se entregó a toda
especie de usura y de comercio; mas habiendo observado, que sus riquezas solo servían
para hacer a sus hijos más inobedientes y contumaces, reflexionando sobre sí mismo dijo:
yo condeno a mi alma por dejar a mis hijos ricos, y ellos de su parte se hacen todos los días
más díscolos y contumaces; por tanto quiero conocer cómo se portarán para el bien de mi
alma, y aun lo que harán después de mi muerte. En consecuencia comunicó el secreto a su
esposa, se fingió enfermo de gravedad, y a los cinco días simulando la mujer la muerte de
su esposo salió dando grandes gritos y mesándose y desgreñándose sus cabellos.
Los hijos echando a un lado el dolor pidieron a la madre las llaves del tesoro, a cuya
pregunta respondió, que su padre antes de morir se las había confiado a ella, porque había
de hacerse cierto pago proveniente de usuras, y otro dinero mal habido. Lo cual habiéndolo
oído unos de sus hijos preguntó otra vez por las llaves con mucha arrogancia y mal modo.
Contestó la madre que las tenía en su pecho, y así que no se las daba. Entonces el
despiadado hijo se arrojó sobre su madre y se las arrebató. Entonces tanto, otro hijo mayor,
juntamente con otros hermanos entraron en el cuarto en donde estaba su padre, y sin
mirarlo siquiera se precipitaron sobre la grande caja que contenía el dinero y a fuertes
golpes la iban descerrajando. “Entonces el padre levantando la cabeza y sentándose en la
cama exclamó: ¿qué es esto hijos míos? ¿qué hacéis aquí? ¿cómo le estáis faltando a
vuestra madre? ¿como me faltáis mí mismo al respeto? ¿cómo ni uno de vosotros se ha
acordado de mí? Y diciendo y haciendo arrojó a los hijos del cuarto, conoció el triste estado
de su alma, hizo una buena confesión, restituyó lo mal habido, y distribuyó todos sus bienes
a favor de los pobres, desheredando prácticamente a todos sus hijos, y obligándolos en lo
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sucesivo a comer el pan con el sudor de su rostro; así merecen ser castigados los hijos que
no aman a sus padres, sino por sus bienes! No, esto no es amor; no es cumplir con el cuarto
mandamiento de la ley santa del Señor...
Lo que hemos dicho de los padres para con sus hijos, y de los hijos para con sus padres, se
verifica también aunque en menor escala, tratándose de los deberes de los maestros para
con sus discípulos, y de las obligaciones de estos para con aquellos, porque ambas cosas
son importantísimas principalmente en nuestros días, y vamos a referir en dos número lo
más principal.
73. Deberes de los maestros
Aquellos que se dedican al nobilísimo arte de enseñar a los demás, tienen graves deberes
que cumplir, tanto por razón de su oficio, como por el estipendio que reciben: y para
servirles en algo vamos a reducirlos a los deberes siguientes, que son como los más
importantes.
1º El maestro debe poseer la debida ciencia de lo que va a enseñar a sus discípulos, y
prepararse por consiguiente todo el tiempo que fuere necesario: no haciéndolo así puede
causar un grave daño a sus discípulos, y comprometes su conciencia en materia grave, por
no cumplir de su parte su obligación.
2º Debe enseñar católicamente, haciendo que los discípulos aprendan que la religión, la
virtud y la moral del Evangelio, son la base de la verdadera educación, así como deben
serlo de toda su vida; y de ningún modo puede imitar la pedantería de aquellos que apenas
les hablan de cosas cristianas, al paso que ponen a su vista largas listas de hombres tonto,
triviales y aun muchas veces impuros, con los cuales les enseñan lo que siempre debieran
ignorar; y lo peor es, que no pocas veces ya les dejan entrever los fatales principios de una
vida altamente incrédula y viciosa.
3º Debe enseñar a sus discípulos la buena doctrina, es decir, la doctrina que enseña la
Iglesia Católica que en todos los ramos es la verdadera; porque es la única que está fundada
en la santa Escritura, en la Tradición, en los santos Padres, y en las definiciones de los
Concilios; pero no se prohíbe a los maestros enseñar la misma doctrina, con nuevos
métodos, conforme a los adelantos y experiencia que ellos tuvieren; en una palabra, el buen
Maestro debe de tener, por máxima fundamental, enseñar siempre la verdad, y nunca jamás,
la novedad que acompaña casi siempre al error.
4º Tampoco debe enseñar doctrinas nuevas próximas al error, o poco sometidas a la
autoridad de la Iglesia, por más que algunos periódicos las publiquen como verdaderas;
porque no es el periodismo el que nos ha de enseñar, sino la Iglesia Católica que ha
recibido la misión de Jesucristo nuestro Señor para que enseñe a todas las naciones todas
las verdades que Él mismo le había enseñado.
5º Debe enseñar a sus discípulos no por lucir sus talentos haciéndolo de un modo sabio;
sino que si el es verdaderamente instruido lo hará acodándose a la capacidad de sus
discípulos, y exponiéndoles la doctrina de un modo tan conveniente que la introduzca en su
ánimo acerdamente y sin fastidio.
6º Como buen maestro debe sembrar en los tiernos corazones de sus discípulos, la semilla
de las virtudes cristianas, vigilar atentamente sobre sus costumbres, y trabajar con empeño
para formarlos, no tanto buenos filósofos, como fervientes cristianos: tenga por cierto el
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maestro que solo así dará el debido cumplimiento a los deberes que le impone su honroso
cargo.
7º A lo dicho, el buen maestro añade la práctica haciendo que los discípulos vean en él un
perfecto cristiano, que sabe poner en ejecución lo que les ha enseñado de viva voz. Felices
los discípulos a quienes cupo semejante maestro! Y felices los maestros que así enseñan,
educan y edifican a sus discípulos.
Padres de familia, tales son los deberes de un buen maestro, y a ellos, y no más que a ellos
debéis de confiar a vuestros hijos. Pedid a Dios que un sabio maestro sea el preceptor de
vuestros hijos y apreciad su noble conducta en Fenelon y el duque de Borgoña.
-El duque de Borgoña, nieto de Luis XIV, joven educado en medio de las ilusiones del
poder real al cual, era llamado por su nacimiento, tenía naturalmente los defectos que
suelen acompañar tan elevada posición; y así era violento y furioso, su alma altiva no
conocía freno alguno. Enfadábase contra la lluvia, cuando contrariaba sus paseos; y corría a
hacer pedazos el péndulo, cuando daba la hora destinada al estudio. No obstante, viendo
Fenelon, su preceptor, el germen de las más notables virtudes al lado de esos defectos, puso
todo su empeño en desarrollarlo. Opuso una firmeza tranquila a la violencia de su genio
caprichoso y la noble gravedad que convenía a su carácter a la orgullosa altivez de un joven
príncipe deslumbrado por su prosapia y por los dones de la fortuna.-Un día en uno de sus
arrebatos el duque se permitió decir a Fenelon: Señor, yo sé quién es usted y quién soy yo;
y el prudente preceptor le dejó al instante con aire de desprecio. El día siguiente muy
temprano entró a ver al príncipe, para anunciarle la intención que tenía de alejarse de la
corte, no queriendo continuar educando a un joven que comprendía tan mal lo que era el
uno y el otro. “Pues, añadió usted es un niño, y tiene todas las flaquezas de su edad; yo soy
un hombre hecho y derecho, y sacerdote, y usted nada es aún: pues yo no creo que cuente
usted por algo el acaso del nacimiento, cuando no es sostenido por algún mérito personal.”
El joven príncipe reconociendo luego su falta, no perdonó lágrimas ni suplicas por calmar a
su preceptor y conservar junto a si a un ayo cuya gran superioridad reconocía, y por quien
tuvo lo restante de su vida el efecto de un hijo y la sumisión de un discípulo.-Beauset
(Bosé), hist. de Fenelon.
74. Deberes de los discípulos para con sus maestros
Así como el hijo tiene sus deberes que cumplir para con su padre, así el discípulo tiene
grandes deberes para con su maestro.
1º Estudiar; y no como quiera, sino conforme su capacidad: y debe estudiar con trabajo, con
constancia y atención, acordándose que las ciencia no se adquieren sino después de haber
estudiado mucho.
2º Ser reverente, dócil y agradecido para con su maestro; ya que él es el padre de su
entendimiento, puesto que quitando de él la ignorancia, le ha introducido la verdadera
ciencia: y nada más horrible por ciento que un joven irreverente, indócil y desagradecido a
su maestro.
3º Ser piadoso; porque el discípulo debe acordarse de que el santo temor de Dios es el
principio de la sabiduría; y que será hombre de bien si desde ahora procura ser buen
cristiano, porque lo que se aprende desde niño, continúa hasta la vejez. Para facilitar a los
jóvenes, el ser buenos discípulos, vamos a ponerles el siguiente examen:
1º Si ha injuriado o despreciado a sus maestros.
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2º Si les ha provocado cólera con palabras ofensivas o de otra manera.
3º Si voluntariamente los ha desobedecido en cosas de grande importancia como en cumplir
los deberes religiosos.
4º Si obedece de mala gana o contesta con arrogancia.
5º Si durante el tiempo del estudio se entrega a la ociosidad dejándose dominar de la
pereza.
6º Si falta a la clase sin causa legítima y permiso.
7º Si durante las lecciones, en lugar de estar atento, se ocupa en cosas vanas e inútiles.
8º Si estudia únicamente por vanidad orgullo o ambición.
9º Si se ha entregado a la lectura de obras extrañas a sus estudios, o de obras malas, y
quizás aun prohibidas.
10. Si ha causado graves desordenes en alguna materia, escandalizando, haciéndose cabeza
de motín, perjudicándose notablemente y a los demás...
Estas faltas serán graves o leves, conforme la materia, la malicia y la deliberación que le
acompañare al cometerlas. Oh hijos, un hermoso rasgo del Emperador Teodosio os hará
comprender cuál debe ser vuestra conducta para con los maestros.
Queriendo el emperador Teodosio dar a su hijo Arcadio una educación digna de un príncipe
cristiano, buscó un sujeto de reconocida piedad para que fuera su preceptor. El Papa san
Dámaso, a quien se había dirigido para esto, puso los ojos en un diácono de la Iglesia
romana, llamado Arsenio, joven de un mérito y saber eminentes. Llegado Arsenio a
Constantinopla, Teodosio le confió a su hijo, encargándole que le formase en la piedad y
ciencia convenientes a un príncipe, heredero presunto del imperio, haciéndole comprender
que le daba para esto la misma autoridad que él tenía sobre su hijo, diciéndole estas
hermosas palabras: De aquí en adelante usted será su padre más que yo mismo. Este
emperador verdaderamente grande, quería dar a entender con esto cuán superior es la buena
educación a la vida que recibimos de nuestros padres.
Entrando un día Teodosio en la sal donde Arsenio daba lecciones a Arcadio, y viendo que
el maestro estaba en pie permaneciendo el discípulo sentando, lo reprobó altamente y se
quejó de Arsenio, porque no conservaba bastante la dignidad de preceptor; y mandando al
hijo dejar las prerrogativas de su dignidad, hizo que Arsenio se sentase en su lugar, y que el
joven príncipe recibiese en pie con la cabeza descubierta las lecciones del maestro. He aquí
lo que un grande emperador pensaba sobre el respeto debido a los maestros.-His. De
Teodos.
Capítulo 13
santidad del matrimonio y medios de lograrla
75. Grandeza del matrimonio
Grande es el Sacramento del matrimonio, ha dicho el apóstol san Pablo escribiendo a los
fieles de Efeso; grandes en cuanto significa la Encarnación del Hijo de Dios, grande porque
representa la unión de Cristo con la Iglesia, y principalmente es grande, porque las
obligaciones que impone a cuantos lo abrazaren son de hecho grandes, muy grandes.
Ya comprenderá, lector carísimo, el porqué voy a tratarte del matrimonio, y ciertamente no
lo haría, si no fuese un estado santo cual llama Dios Nuestro Señor a las dos terceras partes
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del género humano. Te hablo de él porque los hijos no están destinados a vivir siempre con
sus padres, sino que reciben la vocación de amar y servir a Dios, abrazándose con el santo
matrimonio; así como otros que vienen a ser como una porción escogida, los llama Dios,
para que dejando el mundo, lo sirvan en el ministerio del altar en el número de sus
ministros; o para que se le consagren mediante los santos votos de pobreza, castidad y
obediencia: pues a la manera que en un capítulo especial te hablaré del sacramento del
orden y de la consagración a Dios por medio de los santos votos; así ahora voy a hablarte
del matrimonio, o del sacramento grande como dice el apóstol.
Por su misma grandeza entraña grandes deberes, así como grandes sacrificios y
mortificaciones: y por desgracia gran número de almas se pierden por no cumplirlos.
¡Cuánto es de temer que el matrimonio sirva para muchos de eterna desdicha, debiendo de
haber sido un grande medio para ir a la gloria! Muchos hijos que han vivido bien al lado de
sus padres, se pierden miserablemente en el matrimonio; y se pierden porque ignoran sus
obligaciones; ignorándolas no las cumplen; no cumpliéndolas se fastidian, y fastidiados se
faltan unos a otros, y acabando desdichadamente al fin se pierden. Para impedir de mi parte
tan grandes y espantosos males, nos haremos cargo del matrimonio, comenzando ahora por
la manifestación de un caso práctico que puede llamarse Un matrimonio edificante:
Un médico que vivía en cierta capital contrajo matrimonio en Octubre de 1829, con
circunstancias muy edificantes.
Uno de sus amigos le introdujo en una casa recomendable por sus virtudes, haciéndole
esperar la mano de una hija única, tan piadosa como los demás miembros de la familia. La
joven fue pronto prometida del doctor, cuya amable modestia igualaba a su ciencia.
Pronto iba a tener lugar la ceremonia nupcial, cuando el médico fue a encontrar la madre de
su futura esposa y le pidió hablar a solas con la señorita Emilia.
“No es posible, señor, responde ella de un modo cortés; mi hija no se halla bien hace dos
días y necesita tranquilidad.
Mas, Señora, es bien sensible que no pueda yo hablar un instante con la hija de usted;
apenas he tenido la satisfacción de verla tres o cuatro veces en sociedad, hasta aquí no
puede manifestarle mis sentimientos no conocer perfectamente los suyos.
Me da pena, señor, la insistencia de usted; pero mi hija no está visible.
Tengo que comunicarle una cosa muy importante.
La llamaré si usted quiere; usted le hablará en mi presencia, jamás mi hija se vio a solas con
ningún hombre.
¿No debo ser pronto su esposo?.
Entonces, señor, mi hija no me pertenecerá; hasta aquella hora debo cumplir con ella los
deberes de una madre cristiana y prudente.
¡Ah! Señora, exclama el médico, preciso es, pues, que yo confíe a usted mis intenciones.
Educado yo también por padres religiosos, he permanecido siempre fiel a la religión santa
que nos dicta una conducta tan hermosa. La indiferencia que se nota desgraciadamente
entre los hombres de mi facultad ha podido inspirar desconfianza a usted; más lejos de
participar yo de ella, me hago una gloria y una dicha de seguir exactamente las prácticas de
la fe; cuando más las estudio, más grandes y venerables me parecen. Si he insistido tanto
por tener una conversación a solas con la hija de usted, es porque quería sondear sus
disposiciones acerca de esto y encargarla que se disponga con una confesión general y la
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recepción de la adorable Eucaristía a la bendición nupcial, para merecer con ella todas las
gracias que le van unidas.”- Al oír estas palabras no pudo la madre contener sus lágrimas,
echase a los brazos del virtuoso médico y le dice: “Pues bien, hijo mío, comulgaremos
todos juntos; vaya usted a ver a su esposa y dígale usted que yo le he llamado mi hijo. Vaya
usted piadoso joven, los sentimientos de usted me anuncian gran dicha para usted y para mi
hija.”- No contento el piadoso médico con esto, hicieron celebrar durante ocho días el santo
sacrificio de la misa para atraer así la abundancia de las bendiciones celestiales. Pero lo que
hubo de más hermoso y de más tierno, fue ver el día del matrimonio acercarse ambos
esposos a la sagrada mesa, rodeados el uno de su respetable padre y de su madre llorando,
el otro de su madre y de su abuela, recibiendo todos juntos la comunión con sus dignos
hijos. ¡Qué hermoso ejemplo para los jóvenes! ¡Qué lección para tantos padres indiferentes
o impíos! ¡Oh! Si todos los enlaces se pareciesen a este, ¡cuán dichosa y tranquila estaría la
sociedad!-N. explic. Del cate.
76. El matrimonio es santo porque Dios es su autor
Después que hubo Dios criado el mundo hizo al hombre; comenzando con formar su cuerpo
e infundiéndole inmediatamente una alma viviente. Luego le mandó un suavísimo sueño, y
de una de sus costillas formó la mujer. Al verla exclamó Adán: he ahí un hueso de mis
huesos; y Nuestro Señor al dársela por compañera, los revistió con la bendición de que
creciesen y se multiplicase; por cuya causa, el hijo dejaría a su padre, así como la hija a su
madre. Tal es el primer matrimonio, y tan santo es su origen que Dios mismo es su autor y
su ministro. ¿Puede ser no santo lo que Dios instituyó? Sí, el matrimonio es santo, muy
santo, Hasta aquí solo tenemos el matrimonio como contrato, y así duró por más de cuatro
mil años. Mas en la ley de la gracia, Nuestro Dios Redentor lo elevó a la dignidad de
sacramento; quedando por tanto desde entonces, como uno de los siete sacramentos de la
Iglesia.
El matrimonio, tanto como contrato como sacramento es siempre y bajo todo punto de vista
obra de Dios; pero con ¿cuánta distinción? ¿con cuanta ventaja? Como contrato era como
una estatua de barro, como sacramento es como su animación: y si según lo primero es el
cuerpo; en fuerza de lo segundo es su alma. ¡Qué diferencia! Que distinción tan marcada
entre uno y otro! Más quien lo creyera, que en este siglo que se llama de las luces quisieran
algunos retrogradar diez y nueve siglos y sumergidos en las espesas tinieblas de aquellos
tiempos? A la verdad, a la verdad, son unos pobres hombres, y no más que unos pobres
hombres.
Tal es sin embargo, la conducta de ciertos reformista; y por eso dieron sus leyes: ¡ah!
Encomendémosles a Dios, son desgraciados en el tiempo, y si acaso no se arrepienten, lo
serán ciertamente por toda una eternidad.
En los días de Nuestro Dios Salvador había algunos abusos en el matrimonio; pero
Jesucristo condenó el más esencial, estableciendo que fuese entre un solo hombre y una
sola mujer, y declarando que lo que Dios había unido, el hombre no debía separarlo, y así
reformado lo hizo uno de los siete sacramentos: santo es el matrimonio porque lo hizo
Dios, es santo porque Jesucristo nos lo dejó reformado; y santo porque está elevado a la
dignidad de sacramento, y porque Jesucristo mismo quiso asistir a él para santificarlo.
Cuenta el Evangelista san Juan, que unos parientes de María celebraron unas bodas en Caná
de Galilea, y asistieron a ellas Jesús, María y algunos apóstoles; y estuvo tan lejos de
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condenarlas, que hizo un milagro a favor de los esposos convirtiendo el agua en vino: por
consiguiente es el matrimonio un estado santo, y tan santo que asistieron a su celebración
los apóstoles, la santísima Virgen María, y Jesucristo que es la misma santidad.
77.-Es santo por lo que significa
Los santos padres, haciéndose cargo de las palabras de san Pablo, dice como él que el
matrimonio es santo por lo que significa: de lo que resulta que la unión del hombre con la
mujer no tiene por objeto un momentáneo y vil placer, sino la voluntad de Dios que quiso
que el hombre y la mujer en la unión matrimonial, “nos representasen y retrataran al hijo de
Dios uniéndose con nuestra humana naturaleza; y fuesen también como una copia perfecta
de la unión de Jesucristo con la Iglesia.” Porque al modo que Jesucristo todo lo hizo por la
Iglesia, así el marido todo debe hacerlo por su mujer: y como la Iglesia es fidelísima a
Jesucristo, así la mujer debe guardar fidelidad completa a su marido. Bajo este punto de
vista es el matrimonio tan grande como santo; lo cual hizo decir a san Pablo “que cuanto
había en el matrimonio estaba lleno de decoro, que su lecho nupcial era inmaculado, y que
no era su motor ni su gloria los viles atractivos de la carne.”
De ahí es, que el estado del matrimonio es merecedor de grande veneración; y que si las
religiones pueden gloriarse de tener por fundador a un santo y que de él recibieron las
reglas; así de un modo semejante pueden decir los casados que Dios fue el autor de su
estado, Jesucristo su reformador, san Pablo el que les indica sus deberes, y la Iglesia la que
lo santifica con su bendición. ¡Oh si los casados se instruyeran en las significaciones de su
estado! ¡Oh si procuraran penetrarse bien de su santidad! ¡oh si imitaran exactamente a la
prudentísima Sara.
Se lee en el libro de Tobías, que Sara la hija de Raquel, poseía todas las cualidades propias
de una joven que se abraza con el santo matrimonio. No era de aquellas que parece que a
fuer de mundanismo, adornos, y libertad quieren casarse para salir del dominio de sus
propios padres, ni tampoco de las que aspiran a satisfacer innobles pasiones, ni mucho
menos de las que a fuer de coquetas exponen miserablemente su virtud; sino que era de las
venturosas que cual si fuese cristiana, solo se quiso desposar para hacer la voluntad de
Dios. Por esto en su oración, cuando procuraba derramar su corazón decía a Nuestro Señor:
“He consentido casarme no para saciar la concupiscencia, sino para emprender una vida
bien dirigida del todo por el santo temor de Dios, y para hacer en todas las cosas su
santísima voluntad.”
Tobías, dignísimo esposo de Sara, solo se abrazó con el estado, porque se sentía conducido
por Dios, y con tanta más verdad, cuando mereció ser instruido por un ángel mismo, el cual
le dijo: “el demonio tiene poder real y positivo contra todos aquellos hombres o mujeres
que de tal suerte se casa, que prescindiendo de Dios, y como si fueran brutos animales se
entregan del todo a la lujuria.” Y obrando Tobías de conformidad con Sara, le dijo en la
noche de las bodas “levántate Sara y oremos al Señor durante tres noches, para que en ellas
nos juntemos con nuestro Señor, y después llenos de bendiciones divinas consumemos
nuestro matrimonio.”
78. Es santo por su esencia.-¿En qué consiste el matrimonio? En el mutuo consentimiento
del hombre y de la mujer, siendo personas legítimas y libres, manifestado con palabras o
con señas, delante del propio párroco y testigos: y con solo esto queda la indecible ligadura
que debe de durar hasta la muerte. ¿Qué hay en esto que se oponga a la santidad de su
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estado? Ciertamente que no hay cosa alguna que se oponga a la santidad. ¿Pues porque se
encuentra de vez en cuando algún casado, que dice que continuando en su estado no puede
emprender el camino de la santidad. Por falta de instrucción debe asegurarse: porque él
debe saber que es una cosa del todo cierto que el matrimonio es un sacramento: que
recibiendo este sacramento puede recibir la gracia que le es propia; que la reciben de hecho
todos aquellos que no ponen obstáculos; que esta gracia les suaviza las molestias, les
comunica fortaleza, los anima a sobrellevarse mutuamente, y los enriquece en gran manera
con los méritos de la sangre de Jesús.
¿A qué viene pues, alegar un casado que en el matrimonio no puede ser santo? Convengo
que lo que va del sol a las estrellas, y de la tosca concha a la purísima perla, esto es lo que
media en la pureza total del alma y cuerpo y el estado del matrimonio; pero también debe
convenirse que si la Virgen puede entregarse completamente a Dios; sin embargo los
casados pueden santificarse, si tratan de buscar de veras el reino de Dios, porque recibiendo
al casarse un sacramento, reciben la gracia que le es propia. Además, ¿cuántos casados hay
en el cielo que ocupan un lugar muy privilegiado? Sí, hay muchos, porque como dice san
Juan Crisóstomo, “no es el estado el que embaraza ir al cielo, ya que de sus mismas
molestias y trabajos pueden los casados labrarse una brillante corona.”
Casado era Matusalén, y con hijos, y con todo vio el trono de Dios y a los serafines que le
estaban glorificando con el santo, santo, santo: mujer tenía Moisés, y en sus prodigios ha
sido quizás el santo más admirable, y uno de los poquísimos que hablaba con Dios, como a
su mejor amigo: y casado eran en fin, Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Raquel, y
todos fueron muy santos, y muy particulares amigos de Dios. Concluyamos pues que
cuantos viven en el matrimonio pueden vivir en la santidad, y que el matrimonio es santo
porque Dios lo instituyó, por las admirables significaciones que lo acompañan, y aun es
santo en su misma esencia.
79. Por qué algunos casados no son santos
Muchos casado lector carísimo, no son santos por la intención con que se casan. ¿Por qué
se casan? Vergüenza causa el decirlo: unos se casan por un motivo puramente ciego; y
como un caballo desbocado se sienten arrastrados por su pasión innoble. Cogen el
matrimonio, no como un estado en cuyo acierto va nada menos que la salvación, no como
un sacramento que en su recepción pueden infundirles una gracia poderosa, y mucho menos
como una obra divina; sino que toman el matrimonio para obrar según toda la influencia de
brutales apetitos. Solo miran a su cuerpo, al bienestar de su cuerpo, a la ganancia en pro de
su cuerpo, ¿qué mucho que una vez casados sean tan desgraciados? Quién extrañará que su
casa esté llena de maldición, y aun de deshonra para las familias.
En personas ricas muchos de sus casamientos son excitados por la codicia, y en alguna
ocasión añaden a esta la miserable torpeza. Y extrañaremos que muchas casas por la
desunión de los casados parezcan más bien unos infiernos ambulantes? Y, como a todo lo
material miran, y no atienden a Dios n hemos de extrañar que algunos les suceda lo que a
los maridos de Sara, de quienes según dice el sagrado texto, se apoderaba de ellos el
demonio, porque en el enlace que celebraban, prescindiendo de Dios, obraban según la
concupiscencia de la carne.” Ahora bien: si por el motivo de la torpeza se da esta potestad
al demonio ¿cuántos lo tendrán por padrino en el día de sus bodas? ¿y con este padrino
extrañaremos que muchos casados vivan mal? ¿admiraremos las cien y cien ofensas que
hacen a Dios? ¿nos maravillaremos de sus lastimosos lamentos? No faltan algunos que en
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su matrimonio solo miran al dote, y por decirlo con el proverbio, “no buscan la mula, sino
la herradura.” ¿Cómo han de ir bien semejantes matrimonios habiéndose propuesto en su
celebración un fin tan bajo? Para que tú, lector carísimo, aciertes y seas feliz, no te
propongas la satisfacción de tus pasiones, ni el dote, ni la sangre, ni la vana hermosura; sino
sola intención de servir y agradar a Nuestro Señor. Di con frecuencia: “Dios mío, me caso
para tener un estado en que servirte, por quitarme las ocasiones de pecar, para tener una
defensa en mi fragilidad y miseria, para que en los hijos que me dieres continúe yo en la
iglesia tus alabanzas, y para dar a mi patria ciudadanos laboriosos y honrados.” Fuera, pues
engaños, fuera pasos peligrosos, y fuera torpezas, galanterías, profanidades y pompas del
mundo: y en lugar de todo esto consulta a Dios, instrúyete en los deberes, toma a María por
tu protectora, invoca al gran modelo y protector el señor san José, rézale al Ángel de tu
guarda, y de este modo acertarás en tu estado y aun te santificarás.
Era Abraham uno de los patriarcas más ricos y más sabios, y habiendo querido casar a un
hijo Isaac, no buscó una mujer rica, sino una parienta suya de gran virtud: por lo cual fue su
matrimonio lleno de felicidad y de bendición. ¡Ojalá que los cristianos imiten tan bello
ejemplo!
80. Igualdad en el matrimonio
Ya habrás notado lector carísimo, el grande medio que acabo de presentarte para alcanzar la
santidad en un estado, que es la pureza de intención; mas no lo extrañes, porque como dice
el santo Evangelio. “Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo será luminoso.” Como si dijera,
si la intención con la cual os casáis es buena, todo será bienestar en el matrimonio; así
como si os casáis por la codicia, por la torpeza, por el apetito, por la venganza o por la
pasión, todo serán penas y trabajos, ya que dice el Divino Maestro, “si tu ojo fuere
tenebroso, todo tu cuerpo, será semejante a las más espantosas tinieblas.”
Dichoso pues los que se casan con la recta intención de agradar a Dios, para huir del
pecado, para no verse expuesto a perder la castidad y para que teniendo hijos sean educados
en el Señor: y más dichosos todavía si añaden el segundo medio que consiste en la igualdad
del matrimonio; pues a la manera que dos animales desunidos no son aptos para un yugo,
así el yugo santo del matrimonio jamás podrán llevarlos los sacados si reina entre ellos una
fatal desigualdad. Por tanto, los que quieran casarse y acertar en su estado procurarán ser
iguales con su consorte en las cosas siguientes:
1. Iguales en edad
La primera igualdad que se requiere es en la edad; porque desde el momento que ella falta,
si de una parte hay enfados de la otra hay sospechas; y si en el uno todo es tedio en el amor,
en el otro todo es celo que lo martirizan. Pero no quiero decir por esto que todos hayan de
tener indispensablemente los mismos años; porque dos o tres años más en el hombre, es
muchas veces la mejor sal, así como en la mujer, es de un grande auxilio; solamente
entiendo que cuando por miras de interés una joven de pocos años se casa con un viejo, este
matrimonio es y será siempre desgraciado, y aun corren grande peligro aquellos que parece
que están dirigidos por el amor ¡Oh Salvador! ¡cuántos males!¡cuantos enfados! ¡cuántos
escándalos! ¡cuantos pecados! Y ¡cuantos los que se condenan!
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2. Iguales en educación
Todos sabemos lo que es la educación, aunque no todos la tienen: y aun entre las personas
que la tienen es unas es mayor o menor, y en otras más o menos fina. No todos los que se
sacan atienden a este punto, y de ahí las porfías entre los dos, las terquedades, el malestar y
la violencia, porque la educación forma como una segunda naturaleza.
3. Iguales en la sangre
No lo pierdas de vista, porque esta igualdad en la sangre es necesarísima, ya porque jamás
han probado los casamientos de un amo con su esclava, o de un hijo de familia con la
criada de su casa, ya porque siempre los han seguido los abatimientos y los ultrajes, los
desprecios y las infamias, y aun la cólera y la rabia. Cuenta la historia que un criado se
introdujo en el corazón de la hija de su amo: y esta no obstante la nobleza de su sangre, sus
muchas riquezas y la brillante posición que guardaba en la sociedad, quiso casarse con él, y
a los cuerdos consejos de su señor padre, lo contestó que si no podía lograrlo se quitaría la
existencia con el veneno. El padre viendo que no aprovechaban exhortaciones le dijo: “anda
desgraciada, cásate con tu criado desventurada, pero tú lo llorarás.” A los pocos meses el
criado comenzó a obrar como marido y señor de su antigua ama y señora, se despojó de los
sentimientos religiosos, abandonó por completo la Iglesia, dejóse arrastrar de los vicios más
soeces y humillantes, y tratando a su mujer como un bárbaro, la sumergió en un abismo
insondable de miseria, de ignominia y deshonra: así pagó la desventurada la formal
desobediencia con su padre!
4. Iguales en el natural
No se pierda de vista que los casados están destinados a formar un solo espíritu, no obstante
de ser dos personas; y de ahí la necesidad de que haya entre ellos cierta igualdad en el
natural, porque de la oposición de genios brota la semilla de la discordia, de los arrebatos,
de las amenazas, y algunas veces aun de cosas peores.
5. Iguales en las costumbres
Si entre marido y mujer se ve la distancia que media entre el cielo y el infierno, si parecen
de dos distintas religiones, si el uno se porta como ferviente católico y el otro como ateo
rematado, si la mujer se entrega a la piedad y a las cosas de religión, y el marido a la
codicia o al despilfarro; si la mujer cumplidas sus obligaciones visita el templo, se da a la
oración y visita los sacramentos, y él visita el juego, la casa pública, y se olvida de Dios,
claro está que semejantes matrimonios de costumbres tan diversas no pueden ir bien. ¿Qué
trabajos pasa una pobre mujer que tiene por marido a un tizón del infierno? ¿qué hará un
hombre piadoso si se encuentra que es su compañera una mujer mundana? Concluyo esta
verdad recordando: “que de dos esposos en el día del juicio, el uno será escogido para la
gloria al paso que el otro será precipitado a los infiernos; que la mujer debe casarse en santo
temor de Dios y no arrastrada por la concupiscencia, y que el hombre debe hacerlo con el
deseo de servir a Dios y no movido por la pasión innoble:” inferid de lo dicho hombres y
mujeres, cuanto os conviene la igualdad en los años, en la sangre, en el genio, y en las
costumbres. Sirva como de conclusión los siguientes actos de prudencia de una joven
católica:
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Hacía el año de 1836 estaba la señorita S.B. a punto de contraer un matrimonio muy rico y
muy brillante, cuando supo que aquel con quien iba a casarse no solamente no frecuentaba
los sacramentos sino que se permitía aun en varias circunstancias, chistes y sarcasmos
contra la religión. Al instante declaró a su familia que el matrimonio no tendría lugar; diose
prisa a devolver las joyas que había recibido, sin que pudiesen hacerla mudar de resolución
cuantas instancias y observaciones le hicieron. Después se casó con un hombre de mediana
fortuna, pero de mucha piedad, con quien pasa los días mas dichosos.-Explic. del cat. de
Mans.
Bella respuesta de una reina
Pocos días después de haberse verificado el matrimonio de María Lecksinska, princesa de
Polonia con el rey de Francia Luis XV, su abuela y confidenta hallándose sola con ella le
preguntó que pensaba de aquel gran suceso: “Ay madre mía, le contestó la princesa, no
tengo más que un pensamiento que hace ocho días absorbe todos los demás; y es que sería
muy desgraciada si la corona que me ofrece el rey de Francia me hiciese perder la que me
destinaba el rey del cielo.” Reflexión sublime de una alma a quien la fe elevaba sobre el
trono: reflexión que debería hacerse todas las jóvenes pensando en los peligros a que
exponen estableciéndose en el mundo.-Vida de M. Lecksinska.
Piadosos sentimientos de una joven
Siendo conducida al suplicio las hijas de un gran señor (de la Biblié), cuyo único crimen
era amar a Dios y al rey, queriendo un oficial republicano salvar a una de ellas le dijo:
“Venga usted conmigo, me casaré con usted...”-“Déjeme usted, contestó ella; mas quiero
morir que tener la ignominia de pertenecer a un enemigo de mi Dios y de mi rey.”-Cartas
vendeanas.
Una madre y sus tres hijas asesinadas.. Durante el reinado del terror, fue presa por los
revolucionarios la señora de Sorinier con tres hijas suyas, y después de robarles lo poco
que les quedaba, acabaron por maltrataras. Llegadas a Mortagne, las condujeron delante
del comandante que estaba con una porción de gente tan impía y desalmada como él. Las
pobres mujeres estaban medio muertas por el bárbaro trato que habían experimentado.
Quiso la hija mayor hablar a esos tigres y rogarles que trajesen un asiento para su madre
que estaba muy rendida. “Ya descansará en la paja,” contestó uno de los patriotas:
respuesta cruel que hizo abrir los ojos a aquellas infortunadas. “Hijas mías, les dijo la
madre, nos llevan al martirio.” En efecto el día siguiente las condujeron a Angers, en
donde perecieron en el cadalso. Ya subían al carro fatal, cuando un ciudadano propuso a
la más joven, que era muy hermosa, el casarse con ella, Mas ella recibiendo esta
proposición con la más viva indignación, le contestó con noble orgullo: “Quieres tú que
me case con uno de los cómplices de la muerte de mi madre; prefiero el cadalso a
semejante infamia y doy gracias al cielo que me saca de una tierra habitada por
semejantes monstruos.” Diciendo estas palabras echase a los brazos de su madre y
después de haberla abrazado estrechamente sin derramar una sola lágrima, se
abalanzaron las dos hacia la eternidad. Sus hermanas murieron con el mismo valor.-La
Sra. de Sapinaud.
81. Consentimiento de los padres
No negaré yo, lector carísimo, que para que el matrimonio sea verdadero, no se necesita el
consentimiento de los padres, ni de nadie tampoco podrá afirmarlo, porque el matrimonio
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celebrado entre personas hábiles, es verdadero matrimonio: y pueden darse algunos casos
que haya necesidad de hacerlo así, principalmente cuando los padres dejan pasar los años
sin hacerlo o porque movidos por viles intereses no lo quieren. Mas fuera de estos casos,
deben saber los hijos, que no deben casarse sin el consentimiento de los padres, y que esto
nos lo prueba la razón, de dependencia de un hijo para con su padre, el ser el matrimonio el
negocio de mayor cuantía, la indisolubilidad que acompaña a este sacramento, las leyes
civiles que lo mandan, la Iglesia que lo tiene establecido, y las santas escrituras que nos lo
demuestran con una serie de casos prácticos. ¡Oh hijos e hijas! atended bien este punto, que
es de los más importantes para vuestra felicidad. Sí, comunicad a vuestros padres vuestros
deseos, y no aguardéis a descubrirlos cuando la cosa este tan adelantada que casi no hay
remedio, avisadles desde el principio para que tomando las debidas informaciones, os lo
concedan o nieguen según lo que más os conviene en este mundo, principalmente para la
vida eterna: dichosos los que así lo hicieren, porque serán felices.
82. Cómo deben celebrarse las bodas
Supongamos lector carísimo, que ya el matrimonio está dispuesto, que los padres
anduvieron todos los pasos con el celo que les es propio, que los hijos se arreglaron sin
ofender a Dios, y que reina en ellos una santa igualdad, ¿cómo deben celebrarse las bodas?
No creas que sea riguroso, porque me consta que en todos los países han admitido en las
bodas regocijo, convites, música, festejos y gala; tan solo quiero decir que la gala, el
festejo, la música los convites y el regocijo debe ser a lo cristiano, y de un modo semejante
a las bodas del Caná de Galilea, con la decencia de honestos convidados y con el concurso
de personas decentes. Nada pues debe haber en las bodas cristianas que huela a indecencia,
lascivia, chocarrerías, o descomposturas, pues como dice san Juan Crisóstomo, “el
matrimonio no es una pieza teatral, sino un sacramento que se recibe.” Como si dijera, el
matrimonio no es una comedia en la que solo se atiende a pomposos aparatos y exquisitas
colgaduras en las que se disponen galas, se aliña a las personas con mil incentivos de
torpeza, para que tomados los palcos y lunetas de la función den excelentes resultados; sino
que es un sacramento, es el misterio soberano de Jesucristo y la representación de su unión
con la Iglesia. Oye cuán triste cosa es casarse tan solo civilmente y hasta que punto lo
castiga Dios.
Había el emperador Otón tomado por consorte a Adelaida y vivía con ella a pesar de un
impedimento diremente que mediaba y de cual no quiso obtener dispensa. Guillermo, hijo
de Otón y arzobispo de Maguncia, no pudiendo sufrir el grave escándalo que daba su padre
a todo el imperio viviendo así amancebado, le amonestó muchas veces, le rogó y hasta
amenazó con la excomunión. Mas lejos de rendirse el soberbio emperador hizo prender al
santo arzobispo y lo tuvo un año encerrado en una oscura prisión. Llegada la cuaresma le
puso en libertad, para que pudiese conferir las ordenes sagradas; pero intimándole que si no
aprobaba su matrimonio volvería a la cárcel el días de Pentecostés, y mudaría presto de
lenguaje con las severas penas que se le impondrían. Pero lejos de intimidarse el
magnánimo arzobispo: Decid a mi padre, contesto, que precisamente el mismo día de
Pentecostés comparecerá ante el Juez supremo a darle cuenta de su escandaloso enlace.
Dichoso de ti, ¡oh hombre, si la mujer con quien te casas es virtuosa, modesta, vergonzosa
y recatada! ¡Oh que hermosura es esta! Es ciertamente sobre toda hermosura y sobre toda
gracia, y el doblado primor de la belleza. ¡Dichoso marido! Porque ni la muerte afeará tu
esposa, ni aun lo destructor del tiempo, y porque desde el día de tu feliz enlace, entrado has
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en la posesión de tan grande herencia, que no puede compararse con ninguna otra dote: y
dichoso porque tienes todas las felicidades juntas, como lo afirma el Espíritu Santo, en solo
la mujer buena. ¡Oh hombres! ¿queréis un día lograr tanta dicha? Conservad la inocencia de
la mujer, no la pervirtáis, anda de buena fe, pedidla a sus padres siguiendo los pasos de la
honradez, preparaos con la recepción de los sacramentos, y celebrando las bodas con la
decencia y el temor de Dios, asistirán en ellas Jesús y María y os llenarán de sus
bendiciones. Antes de celebrar las bodas harán muy bien el hombre y la mujer de mirarse
en el místico espejo del siguiente ejemplo
Prudencia admirable de una joven
Una mujer que se case con un hombre sin religión, se expone al peligro casi cierto de
perderse en este mundo y en el otro. Guiada por este principio, una joven rompió ella
misma el matrimonio que iba a contraer. Como había sido educada por una madre
cristiana y Dios había bendecido esta educación eminentemente religiosa, la gracia de tal
suerte había perfeccionado la naturaleza, que a pesar de que nada había que desear
tocante a la fortuna y era un partido ventajoso bajo todos conceptos, no obstante la
prudentísima doncella lo desechó. Los padres engañados, como a menudo sucede, habían
escogido a un joven a quien no faltaba sino lo esencial. Tenía talento y riquezas, mas no
tenía religión ni principios. Acercábase el momento del enlace, cuando el discípulo de la
impiedad dejó escapar el secreto, y manifestó este bello espíritu que no se miraba sino
como una máquina sensible y organizada. Al observar el efecto que este absurdo
materialismo producía sobre su futura esposa, creyó salir del paso diciéndole que era una
máquina divinamente organizada, espiritual y amable, pues el nombre de Dios se halla aun
en los labios del impío. La joven doncella cortó la conversación de que estaba
horriblemente mortificada; lo contó todo a su virtuosa madre y de acuerdo con ella
escribió el billete siguiente al que había dejado de ser digno de su aprecio: “Muy señor
mío: Usted me ha horriblemente sorprendido diciéndome que no éramos más que
máquinas; por brillantes que sean las cualidades con que usted trataba de adornarme,
creo que cuando un hombre es verdaderamente sensible y delicado, deja a la quiere hacer
feliz las ideas dulces de la religión, mucho más propias para la felicidad propia de esas
ideas frías de máquina y de materia nada favorables a la virtud. Bien pronto se disgusta
uno de una máquina, aun cuando sea hermosa, lo que no dura mucho tiempo, y entonces
¿qué dicha puede esperar una mujer de un hombre máquina?- El joven trato de disimular
sus principios, mas no las mudó; no obstante halló con quien casarse, pero fue tan mal
marido y mal padre, como había sido mal hijo.-Merault (Meró) apologista involuntarios.
Capítulo 14
Deberes generales y particulares de los esposos
83. Los casados deben amarse
El solo precepto del amor al prójimo obliga a los casados a amarse entre sí; y les obliga
también de un modo especial el dogma de la indisolubilidad del matrimonio que han
abrazado. Si faltare el amor ¿ qué estado tan triste, aflictivo y desgraciado sería el del
matrimonio? Luego nuestro propio bien nos obliga a amar aquello con lo que hemos de
vivir necesariamente. Los esposos por tanto deben amarse:
1º Con amor mutuo. San Pablo así como publica que los maridos deben amar a sus mujeres
como a sus propios cuerpos y como Cristo amó a su Iglesia; así también proclamó que la
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mujer debe amar a su marido, como ella ama su propio cuerpo, y como la Iglesia ama a
Cristo: como si dijéramos, deben amarse con un amor mutuo, íntimo, verdadero,
continuado y perseverante.
2º Con amor tierno y de corazón. Los casados deben amarse con amor tierno y de corazón,
ya que son como miembros de un solo cuerpo, supuesto la palabra de Jesucristo que dice:
serán dos en una misma carne. Como nos sufrimos a nosotros mismo, como nos excusamos
completamente y como nos procuramos el alivio, así de un modo semejante deben obrar los
casados: y no lo hacen así por cierto aquellos y aquellas que pon un chiste pesado, por un
apequeña humillación, por falta de sufrimiento, se enojan, dejanse arrastrar de la ira, se
encolerizan hasta el extremo: y llegan a desearse la muerte, para salir de lo que ellos llaman
la cruel esclavitud. E cosa monstruosa ver el marido aborreciendo a su mujer! Cosa es
abominable que la mujer odie a su marido! Cosa es la más infame que los dos ya se odien;
y al contrario, con el amor tierno y de corazón se alejan mutuamente del pecado, se
socorren, se alivian sus apuros, y se hacen dignos de gracias muy extraordinarias, porque
por este camino todo lo facilita.
3º Con amor de obras. Deben los esposos afianzarse el mutuo amor, por medio de las obras,
no haciéndose mala cara, y sí hablándose con dulzura, con cordialidad y verdadera ternura.
Por tanto, faltan aquellos maridos que tratan indignamente a sus esposas. Hay hombres que
fuera de casa todo es amor, y en casa todo es desvío: que fuera casa admiten todo lo festivo,
y para los de casa guardan el mal humor; con otros son francos y les descubren sus
negocios, al paso que con sus mujeres son dobles y reservados; esta especie de maridos tan
inhumanos, por más que ellos digan, no aman a sus mujeres con amor de obras, y mucho
menos las aman todavía los que viven cegados por el juego, los dados a la bebida de licores
los entregados al amor profano.
4º Con amor sin celos. Yo te digo y aseguro lector carísimo, que por más que encomie el
amor de los esposos, siempre, siempre es preciso procurar que no decline en celos. ¡Ah!
Qué casa tan infeliz la sitiada por los celos! Allí se reproducen las riñas con toda su fiereza;
allí se multiplican las más terribles venganzas; allí se forjan los más falsos y desacertados
juicios; allí se profieren los juramentos más execrables; allí se dan a luz los escándalos de
mayor abominación; allí se efectúan los divorcios más escandalosos, allí... ¿pero qué hago?
Sí, se hace imposible narrar siquiera los tristes resultados de los celos, porque esta terrible
pasión priva de todo bien, y ejecuta todo mal, y pone en peligro de eterna condenación, a
los que desgraciadamente los admiten.
5º Con amor que produzca el vivir siempre juntos. Los casados deben ordinariamente vivir
juntos, lo cual no es un simple consejo; sino que es un precepto que nos ha publicado el
Apóstol; asegurándonos “que lo manda en nombre de Dios.” De ahí es que no pueden
procurar el divorcio sin causas poderosísimas, y no lo son ciertamente el ser perezosos,
borracho, jugador, quejoso o padecer otras cositas de esta naturaleza; se necesitan causas
gravísimas como faltar a la fidelidad, correr peligro de la vida y alguna otra cosa semejante,
porque cosas de poca monta se curan de ordinario con un poco de paciencia y sufrimiento.
Tengan presente que el mejor divorcio, es una gran calamidad, es la ruina de la casa, la
mala educación de la familia, el despilfarro de los bienes, el escándalo de la población, y
casi siempre la condenación de los desgraciados esposos. Vean todos su conducta en santa
Mónica, que puede llamarse modelo de casadas.
Uno de los modelos más acabados que pueda proponerse una perfecta casada fue
ciertamente santa Mónica, madre de san Agustín. Patricio, con quien se había casado, era
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pagano y se dejaba llevar del ímpetu de las pasiones, por lo cual puso su mayor cuidado en
ganarle a Dios, trabajando en esto con una sumisión, dulzura y paciencia admirables.
Procuraba no agriarle con represiones. Jamás se quejaba de él; antes bien ocultaba sus faltas
a todos cuantos la trataban. Con esa conducta verdaderamente cristiana ganó Mónica el
corazón de su marido, el cual la estimó la admiró y respetó. Y como dirigía a menudo al
Señor fervorosas oraciones por su marido, fue por fin escuchada. Patricio se dejó instruir y
se convirtió. Recibió el santo bautismo y desde entonces fue puro, casto dulce y digno de
tener a Mónica por esposa.
84. Los casados deben guardarse mutua fidelidad
Ante todo, conviene sentar lector carísimo, que doctrina es del Apóstol la que asegura,”que
los casados deben guardarse mutua fidelidad,” y que cada uno tiene el deber de pagar el
débito al otro: por tanto negarse sin legítima causa, es faltar a un deber que debe cumplirse
bajo pecado mortal; aunque con mutuo consentimiento pueden abstenerse los dos por algún
tiempo, para darse mejor a la santa Oración. Esta obligación entraña la mutua fidelidad, y
cumplir esta obligación es una cosa tan grave, que ser fiel a ella, es hollar y echar por tierra
todas las leyes divinas y humanas, es declararse del número de los necios, y precipitarse en
vida en el abismo de la infinita desgracia.
Este deber puede quebrantarse no solo por obra; sí que también por deseos deliberados y
pensamientos consentidos: y siempre es pecado mortal gravísimo. Mas ¿cómo lo castiga
Dios? No queremos mostrar la gravedad del adulterio, sino tan solo recordar que es un
pecado tan grave, que todas las leyes lo han condenado; y pueblos ha habido que
condenaron a los adúlteros a morir apedreados, y que aún condenaron a muerte a sus
cómplices, y aun a sus parientes. Siendo esto así, y ano se admirará “que Dios mismo
quiera ser el juez de los adúlteros.”
Moisés establece un tribunal para que pueda juzgar los negocios de su nación, mas en los
casos difíciles y extraordinarios él mismo se constituye juez en última instancia: los
apóstoles y sus representantes reciben el nombramiento divino para juzgar a todos los
fieles, mas cuando se trata de los adúlteros, no fía el Señor este juicio a nadie, sino que Él
mismo declara que es su juez: como para darnos a entender, “que la conducta del adúltero
es conducta nefanda, y que es lo monstruoso, lo infame y lo criminal.” Bien puede la
justicia humana disimular bien puede abrogarse las leyes civiles y aun dar otras en contra,
“que siempre será verdad,” infelices adúlteros! “que jamás podréis cohechar al Divino
Juez.” ¡Ay! ¡hay de los adúlteros! Porque en aquel día Dios juzgará: y entonces hará
aparecer la injuria del hombre cuando falta a su esposa; y la injuria que hace la mujer a su
marido cuando ingrata y atrevida le falta. ¡Ay! ¡ay de los adúltero porque ellos serán
juzgados por Dios y hará que comparezcan en su divino tribunal los vergonzosos
escándalos, el despilfarro de los bienes, la injusticia que se hace a los hijos, y mil y mil
otros daños que apenas pueden enumerarse.
La fidelidad entraña consigo la completa prohibición de lo desordenes en el uso del
matrimonio; y ella obliga a los esposos a obrar no como brutos animales, sino como seres
dotados de razón, como templos que ya son del Espíritu Santo, y como miembros de
Jesucristo, que deben trabajar animosos en la sujeción de sus pasiones. Es un error
perniciosísimo, creer que los casados pueden en el matrimonio cuanto se les antojare...
porque el fin de los casados es la conservación de la propia especie, la gloria de Dios, y el
dar a sus pasiones un racional desahogo. ¡Ay de los casados que no se proponen tan nobles
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fines! Ellos serán desgraciados; y por eso es fácil su perdición. ¿Por qué el casado no vive
bien? ¿por qué el marido no da a su mujer el debido ejemplo? ¡Ah! Triste fatalidad que
hace que los hijos no se sujeten, que la miseria invada el hogar paterno, que los males más
graves se repitan por doquiera, y que en la otra vida padezcan para siempre.
85. Deberes particulares de los hombres casados
No basta a los casados el que cumplan las obligaciones generales, sino que a estas deben
añadir las particulares de cada uno de los cónyuges; con la observancia de aquellas
comienza el buen camino, con las de estas entran en la vida de la santidad; con las primeras
se atraen y disponen, con las segundas se estrechan y disponen, con las segundas se
estrecha más y más en los brazos del amor; y de ahí el goce de la paz, de la unión y de la
mutua fidelidad. Comenzando con los deberes particulares del marido, decimos:
1ª El marido debe sustentar a su mujer
san Pablo nos dice: “que el hombre es la cabeza de la mujer, “ y lo es como Jesucristo de la
Iglesia Católica; y así como éste la ayuda, la socorre y le comunica sus divinas influencia,
así el marido debe comunicar a su mujer sus propios bienes, y socorrerla y ayudarla. De ahí
se sigue, que el marido no debe ser escaso para con su mujer, sino que debe darle lo
suficiente para sus gastos; y que pecan los maridos que no dan a sus mujeres lo necesario
teniéndolo; pecan los maridos haraganes que teniendo un buen oficio no trabajan; pecan los
que si fuesen a jornal ganarían lo suficiente, más no lo hacen por pereza o por vergüenza;
pecan aquellos que tienen sus tierras, más que por falta de cultivo no sacan de ellas el
debido provecho; y pecan en suma, todos los que pasan el día en juegos, borracheras,
comilonas y demás diversiones mundanas.
¡Cuántos inconvenientes de no dar el marido a su mujer lo que necesita? ¿cuántos pecados?
¿cuántos crímenes de los más atroces? ¡Ay! Ay de los maridos que no trabajan! Padre, yo
trabajo, pero en ciertos días procuro divertirme a ratos. Convengo que el marido puede
proporcionarse un pequeño desahogo; pero debe procurar que nada falte a la mujer ni a los
hijos; porque de lo contrario la mujer se habría de proporcionar lo que le falta, o tomando
ocultamente alguna cosa o vendiendo los efectos como maíz, garbanza pulque, etc...¿y peca
la mujer tomando a su marido algunas cosas? Habiendo necesidad no peca, porque tomó lo
suyo, y aquello que tomó por necesidad le es lícito, aunque jamás podrá tomar más de lo
que necesita, y de ningún modo le será lícito derrochar los bienes de su esposo, sino que
esta en obligación estricta de conservarlos y aun de aumentarlos.
2ª El marido debe gobernar a su mujer
Es evidente que el marido debe gobernar a su mujer, ya que él es la cabeza , y ella viene a
ser como los miembros de esta cabeza: y al modo que en la Iglesia Católica Jesucristo
gobierna a la Iglesia y no la Iglesia a Jesucristo; así en el matrimonio el marido debe
gobernar a su esposa y no esta aquel. De lo dicho se infiere; que el hombre debe disponer y
administrar sus propios bienes, y aun la dote de su mujer, y si esta dominada por el orgullo
se opone y quiere apropiarse esta prerrogativa, peca, y esto debe entenderse aunque el
marido ceda, porque ello hace contra su voluntad, y tan solo por impedir mayores males.
Atiende, lector carísimo, que bien puede darse algún caso en el cual sea lícito a la mujer
administrarse sus propios bienes, lo cual acontece, cuando el marido por su descuido o por
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su poca inteligencia o por sus vicios despilfarra su dote, previéndose que continuando de
aquel modo, pronto se perderá todo. Mas fuera de estos casos, el marido debe disponerlo y
administrarlo todo; pero debe advertirse que en cosas de grande cuantía, en las principales
empresas y en los negocios de más importancia, nada más propio que el procurar el marido
obrar de acuerdo con su esposa.
3ª El marido debe corregir a su mujer
La corrección, real verdadera y caritativa que el marido debe hacer a su esposa en
determinadas circunstancias no es más que una consecuencia, de su superioridad, y le es tan
obligatoria, que si no lo hace por descuido, por no disgustarla o porque le profesa un amor
desordenado, en este caso aprueba tácitamente sus desórdenes, y tendrá que responder de
ellos ante Dios. Por tanto debe el marido abrir los ojos, y no exponerse a labrar por su
cobardía, la triste corona de cien y cien trabajos y aflicciones en esta vida, y para después
una eternidad de desdicha. “Observa el marido que su esposa dice malas palabras, que tiene
amigas no honradas, que hace visitas peligrosas, que pierde miserablemente el tiempo con
sus amigas, que se entrega a la estéril y peligrosa lectura de novelas, que maldice a sus
hijos, que habla mal de todos, que miente a cada paso, que viste profanamente, o que
permite a sus hijos lo que jamás debiera permitirles; en estos semejantes casos debe el
marido revestirse de toda sus autoridad, para avisarla, corregirla y reprenderla.”
¿Puede el marido pegar a su mujer? Ved ahí una grave falta de algunos maridos, porque
gritan, maldicen, alborotan y tomando un palo intentan rompérselo en las costillas de su
mujer. Semejante conducta es inicua, porque no es este el modo de corregirse. El marido así
debe hacer la corrección en su mujer.
1ª Con suavidad y dulzura haciendo notar la falta:
2ª Con firmeza y constancia y cierta alteración, dulce empero y suave:
3ª Con acrimonia con amenazas y aun con cierto castigo. Pero deseas saber lector carísimo,
cuál debe ser la conducta del marido cuando su mujer no hace caso de sus avisos, ni de sus
reprensiones, y ni si quieta de las amenazas?
Hacer lo que hacen algunos maridos que airados pegan a su mujer, esto jamás les será
lícito; porque nadie puede ser juez en causa propia; y porque la mujer no es la esclava del
marido, sino su esposa: “pero si podrá darle un castigo leve y moderado como encerrarla,
privarla de alguna diversión, hacer que sea reprendida directamente por sus padres y en
casos gravísimos amenazarla con la separación.” Advertimos otra vez, que el divorcio es
casi siempre la condenación de los dos esposos.
86. Deberes particulares de la mujer casada
A la manera que el marido tiene sus propios deberes que cumplir y deberes que le obligan
bajo pecado mortal, así también la mujer tienen sus obligaciones propias, y dejarlas de
cumplir es condenarse, cuando se falta a ellas en materia grave. Vamos a exponer cada una
de ellas comenzando por la primera que es.
1º Cuidar las cosas de la casa y trabajar
Aunque el marido tenga la primera obligación de ganar lo necesario para el sustento de la
casa, mas la mujer no debe estar mano sobre mano, sino que debe cuidar las cosas de la
casa y trabajar en lo que buenamente pudiere. Dios después de haber criado al hombre crió
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a la mujer, y al criarla, no la hizo una vagabunda, ni una holgazana, y mucho menos la
despilfarradora, sino que “la hizo la ayuda del hombre.”
Es necesario que ella procure que nada se malgaste, que todo se ejecute con la mayor
economía posible, que los hijos anden regularmente vestidos, que los criados cumplan sus
deberes, que a las horas señaladas esté hecha la comida, y que todo lo que les está confiado
ande por decirlo así como un reloj. Así como hay un gran número de casadas que cumplen
admirablemente sus deberes, así también se encuentran algunas, que en lugar de ser
mujeres que enriquece la casa, todo lo destruyen. ¡Ah! ¿cuántas las que consumen una parte
de la hacienda en vestidos? ¿cuántas las que por un prurito de la moda contraen penosas
deudas? ¿cuántas las que dejan perder las cosas de la casa? ¡Ah! “aquí la ropa apolillada;
allí se agusana las provisiones; hoy se vierte un pellejo de pulque; mañana se aceda la
manteca, el vino, y si a esto se añade el vivir ociosas, levantarse tarde, pasar largas horas en
su tocador...” claro está que las que así se portan no buscan el bien de la casa sino su
perdición. ¡Ay de estas mujeres! Y hay también de aquellas “que todo lo malgastan, que su
casa está hecha una cuadra; su marido un pordiosero; sus hijos unos pilluelos; los enceres
de la casa en total abandono, y su alma mal con Dios.”
2º Obedecer al marido
La mujer debe obedecer a su marido, y faltar a la obediencia es caer en muchas ocasiones
en pecado mortal. Manda el marido que su mujer no trate con tal señor, que no visite tal
persona, que no pase tanto tiempo fuera de casa, que enseñe la doctrina a sus hijos, que rece
el rosario a todos sus domésticos, que sus hijas no vistan a lo mundano, que les enseñe las
labores que les son propias, que no asistan a bailes peligrosos, que no ande girando por las
calles...”claro está; que en estos casos y semejantes casos la mujer casi siempre peca
mortalmente no obedeciendo.”
Cuenta Tácito que a cierto marido le tocó una mujer tan pésima que no solo no le obedecía
sino que siempre obraba lo contrario de lo que él disponía. Sucedió que en cierta ocasión
ella se cayó en un río, mas su marido fue a buscarla río arriba, y no desistió a pesar de los
cargos que le hicieron. Después de un rato sendo requerido de la justicia porque fue a
buscar a su esposa río arriba, en lugar de seguir la corriente, contestó: “como mi esposa
siempre hacía lo contrario de lo natural en todas las cosas que yo indicaba, disponía y aun
mandaba, por esta razón la iba yo a buscar contra la corriente.” Justos juicios de Dios que
permiten que las esposas descuidadas, caigan en un total menosprecio de sus maridos!
87. Medios prácticos
Cumplir cada uno con sus obligaciones es el medio de los medios, para que los casados
vivan bien. Cumpla el marido con lo extremo, y la mujer con los quehaceres de la casa y
ambos cumplimientos forman la más bella mezcla de paz y tranquilidad; pero si el marido
no trabaja, o si teniendo recursos no ministra lo necesario, naturalmente la mujer se exalta y
aun manifiesta exteriormente su enojo: y lo propio hace el hombre respecto de su mujer
cuando ésta descuida la comida, el lavado, el planchado. Asientan bien en tu corazón lector
carísimo, esta máxima: “el cumplimiento de las obligaciones particulares y generales, es
para una casa el todo de la paz y concordia:” quiten la raíz y todo quedará arreglado: quiten
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pues los esposos el pecado, dense a la virtud, hagan una buena confesión, 3y esperen
alcanzar por este medio la práctica verdaderamente de toda virtud. Sírvales de consuelo el
siguiente ejemplo que puede apellidarse: un general y su esposa.
Mientras se esforzaba el infierno a destruir el catolicismo en Francia, el general de Mouchi
no se avergonzaba de practicar públicamente los deberes religiosos en la corte, ni cesaba de
mostrarse católico. Y habiéndose sabido que él y su respetable esposa asistían a los
sacerdotes que estaban reducidos a la última miseria, por no haber querido conservar sus
destinos vendiendo la ciencia, ambos esposos fueron denunciados, presos y conducidos a la
cárcel, de la Fuerza. El general, aunque alojado en el mismo cuarto que un filósofo
incrédulo, hacia no obstante los ejercicios espirituales como si estuviera solo o en compañía
de fieles. Trasladado después con su esposa a la cárcel de Luxemburgo edificaban a todos
los que eran capaces de emoción, siendo objeto de respeto a los demás. Nadie hablaba de
ellos sino con veneración, pero el crimen iba a consumar su triunfo. Al llamar al paso para
ir a la cárcel de la Consejería. Mouchi rogaba al soldado que no hiciese ruido a fin de que
su esposa, que había estado enferma los días precedentes, no advirtiese su partida. “Es
preciso que ella venga también, le contestaron, pues está en la lista; voy a avisarla que
baje.-No, respondió el general, ya que es preciso que venga yo se lo anunciaré.” Va pues a
su cuarto y le dice: “Mujer, es preciso venir Dios lo quiere así, adoremos sus decretos; eres
cristiana; yo voy contigo y no te dejaré.” L anoticia que llaman al general Monchi circula
pronto por todos los cuartos. Aquel fue día de luto para todos los prisioneros. Unos se
alejaban de los lugares desde donde se puede ver a los dos esposos al pasar; pues no se
sienten con valor para presenciar espectáculo tan desgarrador, otros se mantienen en una
posesión que indica el doble sentimiento del respeto y del dolor. Se oye una voz que dice.
“Animo, señor general.”- Contesta el ilustre anciano con tono firme: “A los quince años
subí al asalto por mi rey; ahora cerca de los ochenta subiré al cadalso por mi Dios.” Carron
de la educación, tit. I.
Capítulo 15
Sobre el adulterio
88. Juicio de Dios contra los adúlteros
En los dos capítulos pasados lector carísimo, acabé de explicarte todos los deberes que el
santo matrimonio impone a cada uno de los consortes, tanto en general como en particular;
y todos ellos están tan difusamente explicados, que su cumplimiento introducirá en la
familia la paz verdadera que debe reinar entre los cristianos; mas como una triste
experiencia nos ha enseñado que no basta conocer las obligaciones que tenemos, sino que
se hace indispensable fortificarnos con fuertes razones que nos muevan a su cumplimiento,
ora para practicar el bien, ora para apartarnos del mal, de ahí el que hayamos creído
prudente añadir a esta obrita un capítulo sobre el adulterio, para que los casados se guarden
mutuamente fidelidad y huyan con todas sus fuerzas del crimen, del espantoso crimen del
crimen abominable y horrible que se llama adulterio y crimen que Dios castiga por sí
mismo: tanta es la desgracia de los adúlteros!
3
Sirve admirablemente para hacer una buena confesión la obra que imprimió la Librería religiosa, titulada
Confesión o Condenación: Obra utilísima a toda clase de personas, a confesores y a penitentes, a los que no se
confiesan porque han leído obras protestantes; a los que no se confiesan por sus vicios, a los que se han
confesado mal, y a los que quieren hacer una buena confesión general México, Abril de 1870
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El apóstol san Pablo, escribiendo a los hebreos, dice estas notables palabras: Dios juzgará a
los adúlteros. Heb.13,4. Y qué ¿no te llama la atención el modo claro y espantoso con que
san Pablo condena a los adúlteros? Háblales el santo, del matrimonio cristiano, se lo
presenta como un estado lleno de reverencia, digno de toda honra y honor, rodeado de un
santo decoro, y muy merecedor de grande veneración y de respeto bajo todos los puntos de
vista que se le considere: y de repente, dejando su carácter dulce y amable, truena con una
sentencia, capaz de horripilar de espanto, a los más protervos y contumaces, exclamando:
que a los adúlteros los juzgará Dios.
Pero ¿por qué habla así san Pablo? ¿a qué viene decir que a los adúlteros los juzgará Dios?
¿no sabemos por ventura que Dios es el Juez Supremo? ¿quién ignora que el Eterno Padre
ha depositado en su Hijo toda autoridad, y que Este ha de juzgar a los quebrantadores de su
santa ley? ¿a qué viene pues decirnos el apóstol san Pablo que a los adúlteros los juzgará
Dios? ¡Ah! No te admire, lector carísimo, porque el adulterio es el pecado más opuesto a
Cristo Nuestro Señor, el más detestado de su purísimo corazón, el que se hace reo de todas
las penas imaginables, y el que se reviste de lo más grave e injusto tal es la justísima razón
que acompaña el grande apóstol para recordar a los fieles la monstruosidad horrible del
pecado del adulterio. Ojalá que los casados lo mediten! ¡Ah! Si lo hicieren, no tendríamos
que lamentar tantas desgracias. Y ojalá que se hagan cargo de las razones que vamos a
presentarles!
89. Qué es el adulterio
A fin de que los casados encuentren en este capítulo toda la doctrina necesaria, conveniente
y útil, para que jamás se manchen con crimen tan atroz es indispensable que recordemos el
matrimonio. En fuerza del matrimonio, los casados han celebrado un contrato ante los
hombres, ante la Iglesia y ante Dios mismo, en fuerza del cual el marido tomó a la mujer,
para verdadera esposa suya, y la esposa tomó al hombre para su verdadero marido. Este
contrato es por su misma naturaleza el más solemne de todos los contratos, y con todo, este
contrato es el que quebranta el adúltero.
Por esto, dirigiéndose uno a los casados les puede decir: El adulterio es el rompimiento de
la fe y fidelidad que os prometiste en la celebración del matrimonio; es romper
vergonzosamente el mutuo consentimiento que os disteis: es robaros el generoso entrego
que mutuamente entonces os hicisteis; lo cual entrañaba en sí mismo la fidelidad que
debíais guardaros. Es tanta verdad lo que decimos, que el apóstol san Pablo, escribiendo a
los Corintos, lo asentaba como uno de los dogmas de nuestra santa fe diciéndoles: cuando
celebrasteis el matrimonio, ¡oh casado! Entonces entregasteis mutuamente vuestro cuerpo a
vuestro consorte: y así como el cuerpo del marido no es suyo, sino de su mujer, así el
cuerpo de la mujer, no es suyo, sino de su marido. De ahí la tan sabida obligación de la
deuda matrimonial; porque si el marido debe servir a su mujer: así también la mujer debe
servir a su marido: atiendan bien los casados, porque faltar a este deber, siendo requeridos
de su consorte, es pecado mortal, a no ser que tengan justa causa que los excuse.
Además de esta obligación, que podemos llamar parte directa de la mutua fidelidad, hay
otra obligación que puede ser apellidada parte indirecta, en la fuerza de la cual el casado no
puede emplear su cuerpo sino con la voluntad de su consorte, y de ahí el crimen que se
comete cuando el hombre o la mujer ponen sus ojos en una persona que no les pertenece.
Hacer esto es un verdadero hurto, y no como quiera, sino de la cosa que más se aprecia,
pues los casados nada aman tanto como la conservación intacta de este derecho. Como el
111
contrato del matrimonio es por su naturaleza perpetuo, de ahí es que los casados no pueden
casarse otra vez mientras la vida de su consorte dure, y no pueden casarse aunque haya
muchos años que este ausente, y aunque nada se haya sabido de él, y obliga hasta tal grado
que si después de celebrado el matrimonio con otra persona, apareciere el consorte, desde
aquel momento se consideraría como no casados nuevamente, porque reaparecerían con
todo su vigor los derechos adquiridos en el primer matrimonio, al paso que el segundo
matrimonio jamás lo habría sido en realidad verdadera, porque hubiera sido celebrado con
un impedimento que lo dirimió el mismo acto que se intentaría celebrarlo.
A vista de esta doctrina ¿qué diremos del adulterio? ¿qué diremos del consorte que se hace
reo de semejante atentado? ¿qué diremos del hombre cuando no obstante de ser la cabeza
de la casa, se sumerge a tal degradación? ¿y qué diremos de la mujer que se hace tan sin
vergüenza que a esto se atreve? ¡Ah! El pecado de uno y otro es grande, y muy grande.
Porque si los contratos de un día o de un momento en fuerza de la fe humana son sagrados
¿qué sucederá con el contrato matrimonial? ¿qué sucederá con este contrato en el cual se
mezclan todos los intereses juntos? ¿qué diremos de un contrato que debe durar toda la
vida? ¿qué de un contrato que fortifica la fe humana con la creencia que nos inculca la fe
divina? Y ¿qué en suma de un contrato, en que se verifica una compra y venta perpetua? Si
la experiencia nos enseña que se pierde una república cuando desaparece de su seno la
buena fe en los contratos, así se pierde del todo la casa cuyos esposos se faltan a la
fidelidad conyugal. Infeliz matrimonio el manchado con la fetidez del adulterio! Ya no le
preguntemos cuanto tiempo hace que han reñido los consortes, que viven pésimamente, qué
grandes castigos los acompañan, y que todos los males llueven sobre ellos, porque todos
responderán, que desde que se hicieron reos del adulterio, desde que el hombre puso sus
ojos en una mujer que no le pertenecía, o desde que la mujer se enredó con uno que no
debiera. ¡Oh casados! Pensad en el deber que os impone la fidelidad prometida... no digáis
que vuestro pecado está oculto, porque Dios ha jurado patentizar estos grandes crímenes, y
ha jurado hacer ante todo el mundo un juicio de adúlteros, como dice san Pablo.
No hace muchos años que en el lugar donde el autor esto escribía, se hallaba un matrimonio
santamente envidiable; también vivían y con tanta tranquilidad cada uno de los consortes!
Aunque no eran ricos sobre manera, con todo, la fortuna les había sonreído más de una vez;
y de su matrimonio habían tenido cuatro hijos que coronaban su vida de paz y tranquilidad,
con lo cual veían asegurada sus decencia, que en su vejez serían bien asistidos, y que sus
párpados serían cerrados por las prendas de su corazón. Mas he ahí, que por una desgracia
jamás bien llorada, uno de los consortes falta a la fidelidad prometida haciéndose reo del
crimen espantoso del adulterio. ¡Quién lo creyera! En aquel mismo momento comenzó a
cambiar la paz de toda la familia, los bienes se dilapidaron, no se amaban, aborrecianse con
todo el ardor de los celos, escandalizóse a la familia y después de cien escándalos se
separaron: tales son los efectos del adulterio! ¡así es este crimen un pecado grande! ¡así lo
castiga Dios aun en lo temporal! Y ¿cómo lo castigará cuando con todo el rigor de sus
justicia juzgue a los adúlteros?
90. Qué es el adulterio según leyes humanas
En otros tiempos, lector carísimo, quizás no habría sido necesario alamar contra el
adulterio, y mucho menos patentizar su gravedad en un libro destinado a la educación de la
juventud; mas en nuestros miserables tiempos que algunos manchan feamente el tálamo
nupcial, es un deber del sacerdote católico clamar contra semejante pecado, para que siendo
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debidamente conocido, se aborrezca y abomine por todos como conviene: y es tanto más
necesario, cuanto que espíritus débiles, corazones perdidos y almas abeyectas han tenido la
osadía de presentar al adulterio como una cosa poca: oye pues:
El adulterio es el feo delito que todas las naciones y en todos tiempos lo abominaron.
El adulterio es el gravísimo pecado que todas las naciones han aborrecido...
El adulterio es el pecado monstruo que todas las leyes humanas y divinas, lo han declarado
contrario a la razón, contrario a los casados, contrario a las familias, contrario a los propios
intereses, contrario a los pueblos, contrario a las naciones, contrario al cristianismo,
contrario a la Iglesia y contrario a Dios.¿Qué más puede decirse de un pecado? ¿con qué
palabras podría manifestarse su espantosa gravedad? Y quién lo creyera que algunos pocos
que se llaman cristianos lo presentasen como un pequeño pecado? Y ¿por qué lo harán así?
Sin duda alguna porque sus pecados ya les han pervertido las justas ideas de lo bueno y de
lo malo, y porque han llegado por su triste desgracia a ser del número de aquellos que
llaman al bien mal, y al mal bien. Y ¿por qué al adulterio lo llaman pequeño pecado?
Porque semejantes personas han perdido una gran parte del pudor natural, no aprecian la
honra según las luces del Espíritu Santo: y no atienden como se debe a la significación del
matrimonio, por cuya causa todo un san Pablo, creyó que podía apellidarlo el Sacramento
grande.
El adulterio es un crimen que tanto no admite excusa, que las naciones más bestiales lo
abominaron también, y señalaron penas tan gravísimas contra los adúlteros, que
difícilmente pueden concebirse mayores. Por esto unos condenaron a los adúlteros a
cortarles las extremidades de su cuerpo... otro a ser quemados vivos tanto al hombre como a
la mujer... otros que les sacaron los ojos para que jamás vieran objetos semejantes... otros
que les cortaran las narices... otros los condenaban a muerte, otros en suma, eran
sentenciados a ser quemados vivos... y todas las naciones declaraban infames a semejantes
culpables. Y los cristianos, lector carísimo, ¿cómo condenarán al adulterio? ¿qué castigos
señalarán contra los adúlteros? Dejando aparte los castigos señalados por las leyes civiles,
solo te diré que los concilios los han excomulgado. La Iglesia es verdad que no condena a
muerte a los adúlteros, ni los queman vivos, ni mutila sus miembros; y ni siquiera los
apedrea como los ejecutaban los Hebreos por orden de Dios, sino que los castiga mucho
más, porque dirige su castigo contra su alma, fulminando contra ellos el formidable castigo
de la excomunión.
En efecto, vemos al apóstol san Pablo que habiendo fundado la Iglesia Corinto, continuó
con sus cartas cultivando la semilla que había sembrado: mas ¿cuál fue su doctrina sobre el
adulterio? Verdaderamente parece imposible que un hombre tan manso hubiese tratado con
tanta dureza a un adúltero; pero lo hizo como él mismo nos los explica en su carta, y lo hizo
con una excomunión tan formidable que entregó su cuerpo a Satanás. Aun mas hizo en su
carta, porque para infundirles bien la gravedad del adulterio, les dice que se admiraba que
no hiciesen públicas demostraciones de dolor. ¡Cómo exclama el santo Apóstol, un adúltero
entre vosotros y vivís como antes! ¡un adúltero en medio de vosotros y andáis tras de
algunas diversiones ¡un adúltero, con el cual sois miembros y os vestís lujosamente! ¡Ah!
¡quién os ha fascinado oh insensatos! El santo Apóstol lloró amargamente tantas desdicha y
diciendo y haciendo, entregó corporalmente el cuerpo del adúltero a Satanás. Y ¿en
nuestros días se cometen algunos de esos pecados? Si hubiéramos de llorarlo como el
Apóstol ¿qué lágrimas serían suficientes para lavar tanto crimen? ¿cómo vemos permitido
entre los cristianos lo que aun los pueblos bárbaros ha abominado? ¡Ah! No, no pierdas de
113
vista lector carísimo, que el adulterio, el espantoso adulterio es un crimen semejante a los
de lesa majestad divina, y que Dios mismo se reserva su castigo.
91. ¿Por qué el adulterio tiene en sí a todos los pecados?
Para que de una vez los casados cumplan mutuamente la fidelidad que se deben y por
ningún título se prostituyan hasta el abismo de la maldad, cometiendo adulterio, vamos a
manifestarles en pocas palabras que su maligno pecado está tan lejos de ser un pecado
común, o un pequeño pecado, que siguiendo las huellas de los santos padres podemos
afirmar, que es un pecado de tan formidables consecuencias, que lleva consigo a todos los
pecados, y aun a los que ellos tienen de más grave y monstruoso.
¿Adulterarse infeliz casado? ¡Ah! Caíste en el crimen horrible que el Espíritu Santo
apellidó “grande pecado” que el santo Job lo llamaba grandísimo y máximo pecador, que el
Profeta Oseas después de haber reflexionado sobre él, lo denominó “pecado profundo
porque apenas hay quien salga de este abismo,” pero pecado que llena con su grandor toda
la tierra; pero pecado, que tiene toda la extensión de la mayor malicia; pero pecado, que
sube hasta el cielo por su enormidad; pero pecado, que precipita al fondo de los infiernos.
Adulterarse infeliz casado? ¡Ah! Caíste en el pecado que el germen de toda injusticia...
junta de los mayores pecados lo peor, lo más enorme y lo deformísimo... y todo esto es el
adulterio.
¿Adulterio infeliz casado? Abomina, abomina tu pecado, porque el adulterio se reviste del
homicidio, porque a la manera que este quita la vida, así el adulterio da la muerte a su
propio honor y deshonra a los demás: abomina, abomina tu pecado, porque aventaja tanto
más al hurto, cuanto que no solo toma los intereses materiales, sino que también usurpa
todo el cuerpo, y lo usurpa tantas veces cuantas adultera: abomina, abomina tu pecado,
porque copia la mayor infamia de la detracción, maldiciendo e infamando tu propio cuerpo
y el de tu cómplice: abomina, abomina tu pecado, porque se reviste de toda la irreverencia
del sacrílego, porque con solo un acto hace polutos dos cuerpos, cuyo destino, es ser
templos del Espíritu Santo: abomínalo, en fin, porque se cubre de todos los pecados, de
todos los delitos y de toda la torpeza. ¿Es posible que en el seno del cristianismo se cometa
semejante pecado? ¿Es posible que ente los fieles que se llaman seguidores de Cristo haya
adúlteros? Sí, los hay por desgracia: por esto hemos clamado contra los adúlteros por esto
hemos descubierto una parte de la torpeza de semejantes actos; y por esto repetimos con
san Pedro. “Que entre todos los pecados, el adulterio, el adulterio es el más grave. ¡Ah! Si
eres casado, lector carísimo, si te manchaste de un modo tan vergonzoso, basta, ya no lo
detengas más, arrepiéntete, gime por tan grande ofensa y practica lo que voy a decirte.
92. Medios para guardar la fidelidad conyugal
Es importante cuanto has oído en este capítulo lector carísimo, pero más lo es todavía lo
que voy a decirte en este número, porque voy a darte los medios de que debes servirte para
n caer en pecado tan horrendo.
1º No quererlo
Este es el primer medio no querer adulterar, y es el más necesario, porque se trata de un
pecado que puede cometerse de pensamiento sin necesidad de llegar a la obra, según nos ha
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enseñado Nuestro Divino Maestro al decirnos; “que el consorte que fija sus ojos con mal
fin a una persona que no le pertenece, ya en su corazón ha cometido adulterio.”
2º Huir las ocasiones de cometerlo
Tanto el marido, como la mujer deben estar persuadidos que caerán miserablemente en este
pecado, si no huyen de todas las ocasiones de cometerlo: por tanto, el marido debe huir de
aquellos lugares y principalmente de aquellas personas, aun de aquellos tratos o lecturas
que en algún modo puedan precipitarlo a semejante maldad, y lo propio debe hacer también
la mujer y pueden tener por cierto que con la practica de tan importante documento no
caerán, así como debe tener por seguro que ni todas las resoluciones juntas les servirán para
conservarse, si viven en las ocasiones próximas y voluntarias.
3º Amarse uno a otro
Bien podemos decir que la falta de amor mutuo es la causa de todos los adulterios que se
comente; por esto es necesario el amor mutuo, y es necesario que los esposos se lo profesen
entre sí como explica el apóstol san Pablo, a saber: “El marido debe amar a su mujer como
Cristo ama a su Iglesia,” y a la manera que Cristo nunca se separa de la Iglesia y no le falta
en cosa alguna, así el marido tampoco debe separarse de su mujer, y no faltarle en cosa
grave. “La mujer debe amar a su marido como la Iglesia ama a Cristo: “y a la manera que la
Iglesia nunca se separa de Cristo, y mucho menos le falta, así la mujer nunca debe separase
de su marido y mucho menos faltarle. Con la práctica de estos medios, y de los demás que
hemos dado en los capítulos 12 y 13 de la presente obrita, podrán los esposos librarse de
semejante desgracia, guardarse mutua fidelidad y vivir como buenos cristianos que guardan
la ley santa del Señor y cumplen los deberes de su propio estado.
4º Reflexionar sobre el adulterio de David
¿Qué le sucedió a David no obstante de ser un gran santo? Piénsalo bien lector carísimo,
para que aprendas de su caída a aprovecharte de la doctrina de este capítulo. David ve a
Betsabeé, y en vez de amar a su esposa como debiera, en vez de huir de la ocasión del
pecado, y de guardar su corazón, permanece en el mismo lugar, se deja arrastrar de la
pasión impura, se deja poseer del amor desordenado, concibe la fatal idea de la acción
nefanda, y como Rey la llama en seguida para consumar... ¡Y qué! ¿ya se acabo el pecado?
No ciertamente, porque David ha perpetuado un adulterio y este pecado lleva consigo cien
y cien escándalos. David continúa cerca de dos años cometiendo el mismo pecado,
conserva en su casa a la adúltera, intenta la muerte de su marido para casarse con ella, su
corazón se le torna tan de fiera que de hecho la ejecuta, consiente que muchos de sus más
fieles servidores perezcan con él, su pecado se pública con las circunstancia más
monstruosas, escandaliza al pueblo que se permite mil maldades dirigido por su mismo
monarca, los extranjeros blasfeman de aquel Dios que conserva tales monstruos en la
cumbre del poder... y David, el antes tan santo y piadoso David, permanece en su pecado, y
en su pecado muriera, si el Señor es su misericordia no le hubiese enviado el profeta Natan
para que lo convirtiese.
¿Ves ahora lector carísimo, lo que es el adulterio? ¿has podido observar algunas de sus más
fatales consecuencias? ¿qué infamia no trae consigo ese vicio nefando? Por esto todas las
naciones han clamado contra él; por esto la razón lo condena en toda circunstancia; por esto
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las leyes más terribles se han publicado para exterminarlo, y por esto la Iglesia recuerda a
sus hijos: “Que a los adúlteros los juzgará Dios,” dice a los adúlteros, porque si la mujer
peca gravísimamente por el peligro de introducir en la familia hijos adulterinos; no menos
gravísimamente peca el hombre, porque siendo él la cabeza de la familia es el primero que
ha de dar buen ejemplo. ¡Ay! ¡ay de los adúlteros! Porque el adúltero y la adúltera serán
juzgados por Dios.
¡Qué juicio en aquel divino tribunal! ¡qué terrible y espantoso! ¡Ay! ¡ay de los adúlteros
porque ellos harán caído en las manos del Dios vivo! Nada excusa al hombre, porque dice
Dios que muera “el adúltero” nada excusa a la mujer, porque “Dios le dice, que muera la
adúltera: y Dios concluye asegurando, “que ambos adúlteros deben morir, es decir, el
adúltero y la adúltera:”tal es la doctrina de la Iglesia católica, de todos sus doctores, de los
santos Padres, de los santos Apóstoles; y tal es la doctrina que nos enseñó el mismo
Jesucristo: y tal es la idea que debes formarte del adulterio. Concluimos el presente capítulo
con el siguiente caso cuyo agente principal fue san Tarasio y el emperador Constantino VI.
Indisolubilidad del matrimonio
Hacia el año 782, habiendo el emperador Constantino VI concebido una pasión criminal
por Teodota, dama de honor de la emperatriz María, quien él jamás había amado, olvidando
que los lazos del matrimonio son indisolubles, resolvió romperlos por casarse con Teolota.
Mucho deseaba que san Tarasio, patriarca de Constantinopla, aprobase su divorcio, y
comprendió que no sería fácil conquistarle, le envió a uno de sus principales oficiales, que
intentaba probar que María había empleado el veneno para deshacerse del emperador.
Tarasio en lugar de hacer un largo discurso, no contestó más que con estas cortas palabras,
suspirando: “No se cómo podrá el emperador sobrellevar la infamia de que va a cubrirle
ante el universo entero este divorcio escandaloso; tampoco sé como podrá castigar el
adulterio y otros desórdenes, dando el semejante ejemplo. Id, pues, y decidle de mi parte
que sufriré la muerte y los suplicios más horribles antes que consentir en semejante
designio.” A pesar de este resultado no perdió el emperador la esperanza de ganar al
patriarca; le hizo llamar y le mostró un vaso que decía estaba lleno de veneno que la
emperatriz había preparado para quitarle la vida.. Tarasio no cayó en el lazo y respondió
generosamente al emperador, que conocía el motivo de sus quejas. “Viene, exclamó, de la
pasión de vuestra majestad por Teodota: mas aún cuando fueren fundadas, no consentiría
por esto en la celebración de un matrimonio que será siempre ilegítimo y contrario a la ley
de Dos, mientras viva la emperatriz María.” La más terrible amenazas quedaron sin efecto y
el santo permaneció firme en su resolución.
Capítulo 16
Del sacramento del Orden
93. Transición
Explicado el matrimonio como Sacramento, y en cuanto es un estado al cual llama Dios a
una gran parte del género humano, es muy justo que nos hagamos cargo del orden, orden
sagrado instituido por Nuestro Dios Salvador, y que mediante su recepción se forman los
verdaderos ministros de Dios. Es tanto más necesario, lector carísimo, hacerlo así, cuanto
que desgraciadamente algunos cristianos tienen una idea muy falsa de lo que es un
sacerdote, y una alma consagrada a Dios mediante los santos votos de pobreza, castidad y
obediencia.
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Nota por de pronto, que el orden es el todo de las cosas: y que el orden hace que los cielos
sean la obra más admirable, el orden el que determina abundantes cosechas que enriquecen
los estados, el orden el que mantiene a los animales en la debida sujeción al hombre, el
orden el que señala una batalla con muy singular victoria, y el orden, en fin, el que hace a
los hombres sabios, prudentes y útiles a la Iglesia y al estado. Si tal es el orden material en
las cosas ¿qué será del orden admirable elevado a la dignidad de Sacramento? Hagámonos
cargo de el para que se vea algo de la sin razón de los padres, cuando se oponen a que sus
hijos lo reciban, refiriendo lo que es un sacerdote.
Qué es el sacerdote
¿Sabéis lo que es un sacerdote, vosotros a quienes irrita este solo nombre o hace sonreír de
desprecio? Un sacerdote es por deber el amigo, la Providencia viva de todos los
desgraciados, el consolador de los afligidos, el abogado de los que están destituidos de
defensa, el apoyo de la viuda, el padre el huérfano, el reparador de los desordenes y males
que las pasiones y vuestras funestas doctrinas engendran. Su vida entera no es más que un
continuo y heroico sacrificio para labrar la dicha de sus semejantes. ¿Quién de vosotros
consentiría como él en cambiar los placeres domésticos, todos los goces y bienes que el
hombre busca con tanta avidez por trabajos oscuros, deberes pesados, funciones cuyo
ejercicio repugna a los sentidos y abate el corazón para no recoger de tantos sacrificios otro
fruto que el desdén, la ingratitud y el insulto?-Aún estáis vosotros sumergidos en un
profundo sueño y ya el hombre de caridad, adelantándose a la aurora, ha empezado de
nuevo el curso de sus benéficas obras. Ya ha visitado al enfermo, aliviado al pobre
enjugado las lágrimas del infortunio o hecho saltar las del arrepentimiento, instruido al
ignorante, fortificado al débil, confirmado en la virtud a almas agitadas por el torbellino de
las pasiones. Después de todo un día lleno de semejantes sacrificios, llega la noche, mas no
el reposo... A la hora en que el placer os llama a los espectáculos y a las diversiones, van a
toda prisa en busca del ministro sagrado; se acerca un cristiano a su último momento y
quizás va a morir de una enfermedad contagiosa, no importa; el buen pastor no dejará
espirar la oveja sin endulzar sus angustias, sin rodearla de los consuelos de la esperanza y
de la fe, sin rogar a su lado al Dios que murió por ella y aquel mismo instante le da en el
Sacramento de su amor una prenda cierta de la inmortalidad.
He aquí el sacerdote, no tal cual vuestra aversión se complace en figurárselo, sin tal cual
existe realmente en medio de vosotros.
94. ¿Quién instituyó el Sacramento del Orden? Jesucristo Dios y hombre verdadero, es el
que instituyó el Sacramento del orden; lo cual debiera ciertamente bastar a los padres de
familia, para que no se declararan enemigos de sus hijos, cuando estos siguiendo la voz de
Dios, quieren recibirlo. Jesucristo es el instituidor de este gran sacramento: grande y
soberano Sacramento no solo por lo que significa como el matrimonio, sino por lo que él es
en sí mismo. Porque él establece la jerarquía eclesiástica, él hace pública y esencial
distinción entre sagrados y profanos, él mantiene el debido decoro al culto que damos a
Dios, él consagra a los sacerdotes para lo más interior de la casa del Señor, él les confiere
funciones las más sagradas y nobilísimas, él los saca del mundo y los escoge entre millares,
él los aparta de la tierra, y casi les hace tocar el cielo, y él, y solo él, les confiere el supremo
grado del Sacerdocio. ¡Oh qué grande es el sacerdote, qué dichosos los afortunados a
quines Dios reviste de tan suprema dignidad!
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Los sacerdotes son los conductos que nos facilitan las luces del cielo, son lo s intérpretes de
la voluntad de Dios, los maestros de la fe, los directores de la moral, los modelos de la
perfección, los oráculos del cielo, los dispensadores de la gracia, los archivos de la increada
sabiduría, y como los secretarios natos de la augusta Trinidad: ¿Pero qué no es un
sacerdote: un joven venturosísimo que acaba de recibir el orden sagrado del presbiterado,
que no es? Es muy difícil darlo debidamente a conocer, pero para que no lo ignores todo,
lector carísimo, voy a apuntarte algo de lo más principal, señalando como de paso la
manera cómo castiga Dios a los que desprecian a los sacerdotes.
Hacía el año 1690, en una parroquia de la diócesis de Besanzon y a pocas leguas de dicha
ciudad, acaeció un hecho sorprendente que fue mirado como un golpe del cielo para
inspirar el respeto que se debe a los pastores de las almas. Dos libertinos escandalizaban la
parroquia con sus desordenes; informado de esto el cura, advirtió a sus padres, los cuales
recibieron mal el aviso del párroco, tanto que uno de ellos tuvo la insolencia de
responderle:”Señor cura, ocúpese usted en su breviario y no se meta usted en lo que pasa en
mi casa; deje usted que se divierta la juventud.
Si aviso a usted acerca de los desordenes de su familia, contestó el cura, es porque mi deber
me obliga a ello. Estoy encargado del alma de su hijo de usted, lo mismo que de la de usted
mismo, y por consiguiente debo velar sobre su conducta y avisar a usted. Hablo a usted
como párroco y usted no me habla como cristiano; cuidado que Dios no lo castigue a usted
y a sus hijos, cuyos desordenes usted autoriza.”-Mi hombre, en lugar de aprovecharse del
aviso del párroco, publicó en la parroquia, que había dicho tales verdades al cura, que se
guardaría bien en lo sucesivo de hacerle observaciones. Esto era un sábado y como la cosa
se hacia pública el cura creyó prudente dar el siguiente día en la instrucción que hacia al
pueblo un aviso sobre el asunto. Pero hizole con mucha moderación, diciendo que estimaba
a todos sus feligreses; que cuando se veía obligado a darles algún aviso en público o en
particular creyesen que no era por disgustarlos en nada, sino por caridad y por el bien de su
alma; que si despreciaban los avisos del párroco, Dios era el agraviado y no podía menos de
castigar tales desprecios.-Después de la misa mayor, aquel que la víspera había recibido tan
mal los avisos del cura, comenzó de nuevo sus inventivas, diciendo que los sacerdotes no
eran buenos mas que para reprender, pero que él se reía de todas sus represiones y avisos.
Pasaron los dos libertinos lo restante del día en la taberna consintiéndolo sus padres y para
más insultar al cura dieron aquel día más escándalo que otras veces; pero Dios puso
término a su vida escandalosa con un castigo muy ejemplar.
El día siguiente amenazaba el cielo con una tormenta. Fueron los dos libertinos con otros
dos muchachos que eran muy buenos, al campanario de la Iglesia para tocar las campanas;
al momento estallo un horrible trueno y los cuatro jóvenes espantados bajaron prontamente
para escaparse. Mientras bajaban un rayo mató a los dos libertinos, mas de tal modo que se
comprendiese era un castigo de Dios; y he aquí como:- El rayo al caer, depuse de haber
dado varias vueltas por el campanario, siguió a los cuatro jóvenes a lo largo de la escalera;
no hizo ningún daño al primero que era bueno, mató al segundo que era uno de los
libertinos, y sin causar la menor lesión al tercero hirió al cuarto que era el segundo
libertino, y le dejó muerto. En seguida entró el rayo en la Iglesia, donde estaba la madre de
uno de los libertinos: la levantó, la tiró contra la pared, sin hacer daño alguno a las otras
personas que allí se encontraban, A la vista de tan extraordinario accidente se reconoció la
justicia de Dios, y los padres de estos libertinos fueron derramando lágrimas a pedir perdón
al párroco.
118
95. En qué consiste el orden sagrado. Míralo atentamente y observarás en él que es todo
admirable, por ser la fuente de toda luz, el manantial de los demás Sacramentos y el que les
da los verdaderos ministros. Los demás Sacramentos solo se reciben por la propia utilidad;
y así recíbase por el propio bien el bautismo, la confirmación, el matrimonio y la
extremaunción; pero el orden no solo se recibe para uno mismo, sino que también se
comunican a los demás sus divinos efectos, lo cual hacia decir a san Juan Crisóstomo:Cristianos ingratos: ¿es este el reconocimiento que mostráis por los servicios que os hacen
los ministros del Señor? ¿No fuisteis reengendrados en las aguas del santo bautismo por las
manos del sacerdote? ¿No habéis recibido por su ministerio el perdón de vuestros pecados?
¿No ofrece él por vosotros el a gusto sacrificio que os da el cuerpo y la sangre de
Jesucristo? ¿No son los sacerdotes los que os instruyen, los que reparten a vuestros hijos el
pan de la divina palabra, los que os anuncian el reino de Dios, ruegan por vosotros y os
abren las puertas del cielo?
Este Sacramento consiste en siete ordenes apellidados: Ostiario, Lector, Exorcista, Acólito,
Subdiaconado, Diaconado y Presbítero; es opinión de muy graves autores que cada una de
estas ordenes es un verdadero Sacramento, aunque todas ellas juntas, forman lo que
llamamos el Sacramento del Orden. El primer grado es el Ostiario, y tiene por oficio abrir
las puertas de la Iglesia a los fieles, y cerrarlas a los infieles, y aun a los excomulgados y
públicos pecadores. Lector es el segundo grado y orden, y está a su cargo la lectura de los
libros sagrados, y la enseñanza de la doctrina a los catecúmenos; mas en nuestros días en
vez de los catecúmenos, pueden instruir a los niños pobres. El tercer grado u orden tercero,
tiene por objeto hacer los exorcismos a los endemoniados, para que no inquieten ni turben
los divinos oficios. Dicen algunos que en nuestros días ya no hay endemoniados; pero
desgraciadamente hemos de concluir que algunos son claramente endemoniados: tales son
los visajes, las risas y las faltas de modestia que cometen en la Iglesia de Dios. El cuarto
grado es el acolitado, el cual sirve a Dios en la entrada misa del presbítero, lleva los ciriales
y presenta las vinajeras. El Ostiario, Lector, Exorcista y Acólito, son los ordenes menores,
así como el Subdiaconado, Diaconado y Presbiterado son llamado ordenes mayores. En el
presbiterio sirve el subdiácono previniendo los vasos sagrados, colocándolos en el altar y
leyendo la Epístola; y así como el subdiácono, sirve al presbítero colocado a la izquierda
del celebrante, así el diacono lo sirve a su derecha, cantando el Evangelio, predicándolo, y
llevando a un la Eucaristía.
Y el Sacerdocio ¿qué oficios desempeña? ¡Ay de mí! ¿quién podrá apreciarlos? Él, el
sacerdote hacer bajar a Dios en la ostia, traslada todo el cielo en la tierra, y ennoblece la
santa Iglesia: y así como el Sacerdocio sirve a Dios, así lo glorifica en espíritu y verdad, y
así le ofrece una alabanza que es sobre toda otra alabanza. Los cuatro primeros ordenes se
llaman menores, y los tres últimos mayores; unos y otros son ordenes sagrados, y los que
los reciben, en cada uno de ellos se les admite una consagración particular que hacen a
Dios, se les confiere la gracia que les es propia, y se les imprime el carácter que los
determina, lo cual viene a ser como la corona y el cetro que debe durarles por toda una
eternidad. ¿qué diferencia entre un seglar y un ministro de la casa de Dios? Media una
diferencia infinita: y existe la misma aun cuando se le comparece con los reyes y
emperadores. Muchos de estos acaban sus días destronados, comiendo el pan amargo del
destierro, y a veces aun en el cadalso, al paso que el sacerdote siempre conserva sus reales
insignias, porque las ha recibido de Dios, y por toda una eternidad será siempre considerado
como sacerdote del Altísimo.
119
¡Oh, grande, muy grande y sublime es el Sacerdocio! ¿y por qué algunos padres se oponen
a que sus hijos sean sacerdotes? Es por su ignorancia, y desgraciadamente, talvez se
encontrará alguno que por su impiedad. ¡Desgraciados padres! Ellos se oponen a la
voluntad de Dios: y estos hijos a quienes impiden seguir su vocación, serán el peso
formidable que los precipitará al fuego eterno: desgraciados padres, desgraciados padres! Y
desgraciados hijos porque en este caso obedecen indebidamente a sus padres, porque como
decía san Pedro, primero se ha de obedecer a Dios que a los hombres. Veamos cómo
Alejandro I de Rusia honra a un sacerdote católico.-Alejandro I, emperador de Rusia tuvo
en Viena, en el mes de Septiembre de 1822, una larga conversación con el príncipe de
Hehenlohe. El príncipe, después de dar en una carta que publicó algunos detalles sobre la
conversación que tuvieron, continua en estos términos: “Aquellas palabras fueron seguidas
de una pausa, durante la cual el emperador fijó en mí sus ojos; pusose luego de rodillas,
pidiéndome la bendición sacerdotal. Muy difícil sería expresar la emoción que experimenté
en aquel momento. Con todo, reanimando mí espíritu, debo permitir, dije, que tú, gran
monarca se abaje de este modo delante de mí, porque el respeto que vuestra majestad me
manifiesta, no se dirige a mí, sino a Aquel a quien yo sirvo y que con su preciosa sangre
redimió a vuestra majestad, ¡oh gran príncipe, así como a todos los demás hombres! Y así,
¿qué Dios Trino y uno derreme sobre vuestra majestad el rocío de su gracia celestial! ¡Que
Dios sea el escudo de vuestra majestad contra todos sus enemigos y su fuerzas en todos los
combates! ¡Que su amor llene el corazón de vuestra majestad y permanezca en él la paz de
nuestro Señor Jesucristo en todo tiempo!- Parece cierto, que Alejandro I murió como
católico.
95. Poder de consagrar. Cuanto hemos dicho hasta ahora, lector carísimo, sobre el
sacerdote, es lo mismo que paja comparado con el grano: porque cuanto dijimos todo se
refiere al poder de consagrar, y todo viene a ser como su preparación y disposición debida.
Los siete ordenes que recibe uno para llegar a ser sacerdote, son otras tantas admirables
disposiciones que lo hacen digno de consagrar el cuerpo de Jesucristo, de ofrecerlo al
Eterno Padre, y de distribuirlo a los fieles. El consagrarlo y ofrecerlo es propio del
sacerdote, repartirlo a los fieles es la función del diácono, prevenirlo dentro del altar
conviene al subdiácono, traer los vasos sagrados lo ejecuta al acólito; y como todos estos
deben ser limpios y dignos, por esto se preparan por medio del lectorado, exorcista y
ostiario.
¿Qué es esto, lector carísimo , que ves en la Iglesia que no sea grandioso y excelentísimo?
¡Ah! Por todas partes brillan en la Iglesia católica las vivísimas luces de santidad, pureza,
culto, reverencia y verdadero amor de Dios. ¡Mas qué dignidad la del sacerdote, de qué
honra no será digno, qué poder tan superior a todo otro poder! ¡Ah, ciertamente faltan
lenguas a los serafines para explicarlo; ni los entendimientos más perspicaces lo alcanzan,
ni la imaginación más brillante podrá retratarlo! Hasta adonde eleva al sacerdote este poder
sobre el cuerpo de Jesucristo, él trae a Dios obediente a solo su voz, lo pone desde el cielo
acá en la tierra entre los hombres, y queda con una dignidad del todo sobre humana, y con
una autoridad divina. Una comparación nos lo hará comprender mejor. Supongamos que
hubiese un hombre que al modo de Josué con solo su palabra detuviera el sol en medio de
su carrera y que con el eco de su voz poderosa las estrellas parasen en su movimiento, los
pájaros se colocaran en sus manos, y las plantas brotaran instantáneamente las más
delicadas flores, los árboles le dieran los más sazonados frutos, y además con su sola
palabra repitiera los ministerios todos de la creación, ¿qué diríamos de semejante hombre?
120
¿qué poder podría compararse con su poder? Sin embargo, este poder es nada, es menos
que nada cuando se le compara con el poder infinito del sacerdote que al desplegar sus
labios consagra el cuerpo de Jesucristo.
Habla el sacerdote, y se coloca en sus manos el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de
Jesucristo; acción divina que puede verificarla cuantas veces quiere. Siendo esto así, bien
podemos afirmar que nada tienen que ver la creación del mundo, y aun de cien y cien
mundos, con la dignidad y poder que acompaña al sacerdote: y que los mayores reyes, los
principales emperadores, y el conjunto de las mayores dignidades, todo es como un grano
de arena respecto al universo, desde el momento que se intenta compararlo con la dignidad
del sacerdote.
¡Tal es un sacerdote, tan sublime es la dignidad sacerdotal, tan sin segundo en su autoridad!
Y los padres de familia consideran al sacerdote de este modo? ¿cuántos trabajan para que
sus hijos se ordenen? ¡Infelices padres! Negando la licencia a su hijo, trabajando cuanto
pueden para quitárselo de la cabeza, trabajan con todas sus fuerzas para perder a sus hijos, y
perderse a sí mismos. No los imitéis tú, lector carísimo: procura al contrario facilitárselo, y
encomiéndalo a Dios para que sea un bueno y perfecto sacerdote. Aprendan, sí, a respetar el
Sacerdocio de la conducta de san Martín de Tours.
Hallándose san Martín de Turs en Tréveris para pedir al emperador Máximo, gracia en
favor de algunos desgraciados, mirando el príncipe como un motivo de extraordinario gozo
el haber obtenido del santo que comiera a su mesa, invitó a las principales personas de la
corte, entre otras a su hermano y a su tío, ambos a dos condes y al prefecto del pretorio. Fue
colocado el santo al lado del emperador y el sacerdote que le acompañaba entre los dos
condes. En medio de la comida un oficial, según costumbre, presentó la copa al emperador.
Máximo ordenó que la presentaran a san Martín, esperando recibirla de su mano; más
habiendo debido el obispo, la dio a su sacerdote, como si fuera la persona más digna de
toda la reunión. Acción que aplaudió el emperador y toda su corte.
96. Poder de perdonar los Pecados. Ya vimos, lector carísimo, al sacerdote, y lo vimos siete
veces consagrado, y lo vimos obrándose en sus manos, según la expresión de san Agustín,
la Encarnación del Hijo de Dios; y ahora lo veremos siendo un hombre obrando como Dios
obra. Los habitantes de Licaonia quedaron tan atónitos al ver los prodigios que obraban los
Apóstoles san Pablo y san Bernabé, que exclamaron: “son unos dioses que parecen
hombres.” Si al ver un tullido curado, así exclamaron ¿qué dirían si viesen lo que hace un
sacerdote con solo dos palabras? Con ellas traslada a un hombre del profundo del abismo al
trono de la gloria, deja libre al pecador de las férreas cadenas de la culpa, hace volar por el
cielo al que no podía andar por la tierra, y junta en un punto los mayores prodigios de Dios.
Con más razón exclamarían del sacerdote, es un hombre semejante a un Dios, es hombre
porque está con nosotros, y es Dios porque con su palabra opera los prodigios de la misma
divinidad. Dos palabras: Te perdono, y los pecados son perdonados. Esta facultad se
confirió al sacerdocio, cuan lo dijo Jesucristo a sus Apóstoles: Recibid al Espíritu Santo, los
pecados que perdonareis serán perdonados, y los que retuviereis serán retenidos.
Jesucristo confirió esta potestad a los Apóstoles, los Apóstoles a los obispos, y los obispos
a los sacerdotes. ¿Y qué pecados pueden perdonarse? Todo pecado, absolutamente todo
pecado. ¿Y qué número de pecados? Aunque sean millones. ¿Y cuántas veces? Ni aun esto
quiso limitar, porque puede perdonarlos siempre que el penitente esté dispuesto. ¡Cómo, un
hombre perdonar las ofensa hechas contra Dios! Sí, porque por esto instituyó Jesucristo el
Sacerdocio, y dejó en la Iglesia su cuerpo, su sangre, su alma, sus obras, sus méritos y su
121
divinidad! ¡Oh sacerdote, eres lo más grande, tu dignidad es suma, tu autoridad es infinita,
tu poder es inmenso, Para que menos ignoremos la autoridad suma de perdonar los pecados,
consideremos un poco lo que es un pecado. ¡Ay, ay de mí! El pecado es atadura que apenas
puede romperse, es una carga pesadísima, es un peso infinito; pero peso, carga o atadura de
la que nos libra el sacerdote con solo dos palabras. ¡Tal es el pecado! Y sin exageración
pueda firmarse, que solo la omnipotencia de Dios es capaz de librarnos de él: ya que todas
las criaturas existentes y aun las posibles no son capaces de libertarnos de un solo pecado.
Si te cayera, lector carísimo, encima una montaña, si cayeres en medio del Océano, o te
encierran en un calabozo veinte varas bajo tierra, y asegurando con puertas de bronce; claro
está que ningún hombre podría librarte ni de la cárcel, ni del Océano ni debajo de la
montaña; pero podría libertarte un ángel con toda facilidad; pero del monte del pecado, del
abismo del pecado, y de las férreas cadenas del pecado? ¿quién podrá librarte? ¡Ah! Nadie,
absolutamente nadie: ni la sencillez de los Patriarcas, ni la penitencia de los Anacoretas, ni
las palmas de los mártires, ni la pureza de los vírgenes, ni el fervor de los Confesores, ni la
caridad de los Apóstoles , ni todo el patrocinio de María santísima, pueden perdonar todos
juntos ni un solo pecado. Solo Dios perdona los pecados, y el sacerdote también los
perdona, porque ha recibido la autoridad de Dios. ¡Oh, qué potestad tan divina la potestad
del sacerdote!
Cierto soldado cayó en poder de sus enemigos, los cuales le ataron fuertemente para
poderlo matar al día siguiente. Habiéndose dormido los guardas y dejando un grande fuago,
puso en él sus ataduras; y aunque no lograba consumirlas sino después de haberse llegado,
con todo, antes que amaneciese pudo escaparse. Mas no sucede esto con el pobre pecador,
porque muriendo atado con las cadenas del pecado, cae en un fuego infinito y eterno, que
no podrá romperlas ni con toda una eternidad. Pues de estas cadenas nos libra el sacerdote,
y además nos da la gracia de Dios, nos transforma en hijos suyos, y nos entrega la herencia
del cielo. ¡Qué grande es el poder del sacerdote! ¡qué dicha tan infinita la de los pecadores!
¡qué felicidad la de todo el linaje humano! ¡Oh, vosotros ricos! ¿qué podéis? Podréis lo
humano, lo natural, lo material, y lo que puede alcanzarse con el influjo y con el dinero.
Pero ¿cuándo podréis librar a otro de un solo pecado mortal? Esto es propio del sacerdote,
el cual lo hace con solas dos palabras: y el Papa los perdona a toda la Iglesia, los obispos en
los obispados, los curas en los curatos, y los sacerdotes según la extensión de sus licencias.
Lo dicho nos hace concluir que tenemos en los confesores la misericordia de Dios, y que
hemos de amarlos como a los padres de nuestras almas, que les debemos toda reverencia
como a nuestros jueces, y que hemos de considerarlos como Dios a manera de los hombres.
Sí, tal es un sacerdote ¿por qué tanta repugnancia en muchos padres de familia? ¿por qué
perseguir a los hijos con tanta crueldad? ¿porque hablar mal de los sacerdotes? ¿por qué
presentarlos como personas criminales? ¿por qué tanta oposición a que los hijos se
consagren a Dios? ¿por qué decir ante la familia que el estado religioso, es un estado inútil?
Ya no, padres de familia: ya no digáis mal de los sacerdotes, porque son los Cristos del
Señor y ¡ay! ¡ay de aquel que los deshonre! No, no impidáis que vuestro hijo, o vuestra hija
se consagren a Dios, porque su estado es un estado bueno, es el estado más perfecto, y
vuestros hijos pueden en él hacerse unos santos. Examinaos padres y madres de familia, si
habéis impedido el estado de vuestros hijos, y principalmente si les impedisteis el
Sacerdocio, o la entrada a alguna Comunidad, porque obrar así es pecar gravísimamente, y
hacerse reos de tantos pecados cuya consecuencia jamás podrán apreciarse bien. Damos fin
a nuestro capítulo, narrando la conversión y muerte edificante del capitán Carlos Regulad
122
Pakenman.-Cuando la reina de Inglaterra visitó la Irlanda en 1849, formaba parte de su
comitiva el capitán Carlos Regulad Pakenman. Su porvenir no podía ser más brillante: era
oficial de la guardia real, sobrino del generalísimo de los ejércitos británicos, el duque de
Wellington, representante de una de las familias más nobles de Inglaterra, y así podía
aspirar a todo. Pues bien, el noble joven murió poco después, en uno de los conventos mas
pobres de Dublín, bajo el nombre de Padre Pablo de san Miguel, y con el habito de fraile de
la austera orden de los pensionistas de Halod’s Croiss. –Entre todas las conversaciones
célebres ocurridas ene estos últimos tiempos en Inglaterra, la más maravillosa fue tal vez
del capitán Pakenman. Cuando el doctor Newman, el Padre Faber, el doctor Manning y esa
larga serie de eclesiásticos y legos que tanta gloria han dado a la Iglesia con su conversión,
abrazaron la verdad católica, lo hicieron a fuerza de largos estudios, siendo como el
resultado de meditaciones profundas y de reiteradas oraciones. La conversión del capitán
Pakenman se verificó de un modo diferente. Poco tiempo antes que volviese de Irlanda, un
amigo suyo, ministro que fue de la Iglesia anglicana, pero afiliado a la escuela puseista, le
presentó un libro intitulado: Espíritu de san Alfonso de Ligorio. Esta lectura, según él
confiesa, fue para él un torrente de luz que le dio a conocer verdades que hasta entonces no
podía discernir Iluminado por la luz divina se resolvió con empeño y sin tregua, a examinar
detenidamente los fundamentos de la fe católica. No pudiendo su amigo satisfacer
completamente sus deseos, se dirigió al cardenal Wiseman, entonces obispo, y obtuvo del
sabio prelado las explicaciones y aclaraciones que deseaba. Pocas semanas bastaron para
tomar una resolución definitiva, pero su alma ardiente pedía aun más. Base a los estados
que tenía en el condado de Wocester, y el miércoles de ceniza de 1851 presentase al R.P.
Vicente, suprior del monasterio de Braday, pídele permiso para hacer ejercicios en aquélla
santa casa, y el miércoles de semana santa manifiesta por fin sus deseos de entrar en la
orden. No hubo medio que no se emplease para disuadirle de sus propósito y para que
siquiera escogiese un Instituto menos severo, pero todo fue inútil.
Al cabo de dos días, jueves y viernes santo, que pasó ante el santísimo Sacramento,
pidiendo al Señor la gracia de conocer su vocación, declaró su resolución irrevocable. El
lunes de Pascua partió Pakenman para Londres, vendió sus bienes, empleó la mayor parte
de su fortuna en fundaciones religiosas, y a principios de Mayo tomó el hábito religioso en
el pobre convento de Wradway.
Al cabo de un año hizo sus votos solemnes y fue ordenado de sacerdote en 29 de
Septiembre de 1855. En seguida se dirigió a Roma, ya su vuelta fue nombrado rector del
convento recientemente establecido en Harold’s Croiss. De tal suerte desempeñó su cargo,
que se granjeo la estimación de todos por su mansedumbre y por su dulzura. La
predicación, la instrucción y la caridad ocupaban toda sus vida, y su ejemplo conquistaba
innumerables almas a Dios. Su actividad infatigable y sus mortificaciones desarrollaron en
su corazón una enfermedad que era hereditaria en la familia. El Padre Pablo no solo
soportaba con resignación los dolores, sino que aun deseaba fuesen más agudos para mejor
expiar sus pecados, según él mismo decía. Al fin murió en el Señor con la paz con que
mueren los justos. Millares de pobres acompañaron al sepulcro el cadáver de este sacerdote
que todo lo había sacrificado, nacimiento, honores y riquezas, para abrazarse con la cruz de
nuestro Señor Jesucristo.
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Capítulo 17
Lo que es un fraile y una monja
97. Consagración de Dios. Cristo Señor Nuestro, lector carísimo, fundó su Iglesia y colocó
en ella a los sacerdotes, para que desempeñando sus funciones, derramasen a todo el genero
humano toda especie de beneficios, y así lo efectúan en realidad, por que en cumplimiento
de su ministerio, no solo se santifican a sí mismo sino que también santifican a los demás, y
conducen por el camino de la perfección a todos aquellos que imitando al joven del
Evangelio, deja todas sus cosas, siguen a Jesucristo. Tal es un fraile o una monja, una alma
que se consagra a Dios.
Y se consagra a Dios, no porque quieren, sino porque es deber suyo obrar conforme su
vocación, porque en la parte más íntima de su corazón han oído la voz de Dios que les
llama con la dulce fuerza de su amor, y conociendo la vanidad del mundo y de todos sus
placeres seductores, por esto se separaron de las cosas criadas y se consagraron a Dios.
En fuerza de esta consagración, tanto el hombre como la mujer que vive en religión o
comunidad religiosa, practica los consejos evangélicos y procura conseguir la perfección
cristiana, es decir, la santidad misma. Con esto se entrega todo a Dios, se le entrega
totalmente, le ofrece su cuerpo, su alma y toda su existencia; determina de tal suerte vivir
tan solo por Dios, que protesta que no ha de tener en este mundo otro objeto de servir a
nuestro Señor, y darle gloria y honor, ya con el sacrificio de su oración, ya también por
medio de la práctica de las virtudes y de la fiel imitación de Cristo nuestro Señor: tan
dichosos son los hijos que se consagran a Dios.
En fuerza de esta consagración, el hijo se abstiene en cuanto puede de las cosas del mundo,
solo se sirve de ellas como lo exige el deber, evita con el mayor cuidado toda mancha
espiritual y procura embellecer su alma con las místicas flores de la virtud para atraerse el
amor de su divino esposo Jesucristo, y hacerse digno de presentarse ante su divino
acatamiento: tal es lo que constituye al verdadero fraile, o la verdadera monja, o el alma
que vive en fuerza de la consagración que ha hecho a Dios de todo cuanto ella es. El alma
así consagrada, ejecuta todas estas cosas por medio del cumplimiento de los santos votos de
pobreza, de castidad y obediencia; ¡y también del cuarto voto que hacen en particular
algunas religiosas y Congregaciones!
98. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de pobreza
El alma que se consagra a Dios en fuerza del voto de pobreza hace una acción heroica,
porque por amor a Jesucristo, se desprenden de los bienes de este mundo. La práctica de
este consejo evangélico es de la mayor importancia, ya porque un solo corazón
verdaderamente pobre puede aspirar a la perfección cristiana, ya porque es el documento
práctico que nos enseño Cristo Señor nuestro en la persona del joven a quien le dijo: Que
vendiera todo lo que tuviese, y lo diera a los pobres y lo siguiera, ya porque en la hora de la
muerte nadie se lleva más que una miserable mortaja.
Saladino, soldan de Egipto, conmovido en el lecho de la muerte a vista de la vanidad de las
cosas terrenales, quiso dejarnos una lección que puede ser útil a la posteridad. Acababa de
concluir un tratado de paz con los cristianos, según el cual guardaba cautivo a su rey
Lusiñan, cuando cayó el enfermo en Damasco, de cuyas resultas murió. Viendo se acercaba
su fin mandó que un porta estandarte pusiese en lo alto de una pica la mortaja con que iban
a envolverle después de su muerte, y que atravesando así todo el ejercito formado en
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batalla, fuese un heraldo delante de él repitiendo estas palabras; “He aquí todo lo que
Saladino vencedor del Oriente, se lleva de todas sus victoria.” Tampoco vosotros ,
avarientos, os llevareis más que él de todo cuanto poséis: esas magníficas casas que
edificáis, ese oro que reunís, esas inmensas propiedades cuyos limites extendéis cada día,
todo lo dejareis como él al morir, si antes de aquel momento fatal no vienen reveces
imprevistos que os lo arrebaten todo. A vuestro turno os será preciso decir, mostrando la
fúnebre mortaja: “He aquí lo queme queda de tantos sacrificios y de tantas injusticias, una
mortaja.
En fuerza de voto de pobreza, la persona consagrada a Dios se halla desprendida de las
cosas del mundo, no conserva el dominio de sus bienes temporales, y en caso de conservar
el dominio de sus bienes, por permitírselo así la regla que ha profesado, no se sirve de ellos,
sino para promover la gloria de Dios, para la salvación de las almas, y siempre con la
correspondiente licencia de los superiores conforme las reglas que ha profesado, sin que le
sea lícito servirse de los bienes que posee, y cuyo dominio le pertenece, sin la licencia de su
legitimo superior. Es verdad que tiene lo necesario para vivir, pero ¿cuántas mortificaciones
en la habitación, en la comida, en la bebida, en la cama, en el vestido y en todas las demás
cosas que necesita? Además, el verdadero pobre de espíritu, ni da, ni recibe, ni presta, ni
pide prestado cosa alguna, como si fuere propia; y está pronto a sufrir y experimentar los
efectos de la santa pobreza.
En fuerza del voto de pobreza no se queja cuando su celda o aposento no tienen las
cualidades que debiera, y encerrado en la máxima santa de no pedir ni rehusar cosa alguna
se queda tranquilo, aguardando el socorro de la Providencia; y si acaso cree que es un deber
suyo exponerlo a sus superiores, indica su necesidad, más no exige que sea socorrida.
En fuerza del voto de pobreza, come y bebe lo que le dan, bien o mal condimentado con
abundancia o con escasez, frío o hirviendo, si le asienta bien o si le parece que algo le daña:
y no abre sus labios para queja, tolera, sí muchas veces, lo ofrece generoso a Dios, se
abraza animoso con algunas indisposiciones, y solo habla cuando le parece que en
conciencia debe manifestar sus necesidades: tanto le place el no pedir ni rehusar cosa
alguna!
En fuerza del voto de pobreza, viste lo que le dan, lo que ya sirvió para otro, lo que está
quizá muy mal remendado, lo que le causa muchas molestias en los calores del estío, lo que
no le sirve para librarse de la intemperie del hielo y del cierzo, y lo que tal vez le ocasionará
frecuentes incomodidades: pero todo lo sufre porque recuerda que es pobre. Así es un fraile
o una monja en fuerza del voto de pobreza.
Hay otros más perfectos todavía, y procuran practicar la pobreza con la mayor perfección
posible, y se sujetan a unos principios que frecuentemente les proporcionan la práctica de
actos heroicos de virtud. Unos comen lo menos que pueden, comen las menos veces que
pueden comen lo peor que pueden, comen lo que otros ya han dejado siempre que pueden,
y comen lo más necesario e indispensable para no morir de hambre o de sed. Otros
practican la pobreza en el vestido, tomando lo que les dan, cuidándolo como cosa de Dios,
no vistiéndose de cosas nuevas siempre que pueden, y procurando siempre que en cuanto
usan ellos, respire en toda ocasión el suave aroma de la pobreza. Esto jamás ven en la
pobreza de su monasterio o casa un desgracia, sino un favor que les hace Dios, porque
recuerdan que las comunidades más observantes jamás han dejando de serlo por la pobreza,
sino porque los tristes resultados de la riqueza. Por esto se persuaden que su pobreza es tal
como a ellos les conviene, y como Dios ha destinado que debe servirles para su perfección.
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Aquellos, en suma, que cuando por necesidad o por caridad se han visto obligados a admitir
lo que por de pronto parece no muy conforme con la pobreza, se han abrazado con ello, y
por medio del efecto lo han convertido en un acto de verdadera pobreza, diciendo como la
reina Ester: Bien sabéis Señor la necesidad en que me veo... y como detesto aquellas
gloriosas insignias de mi gloria que llevo sobre mi cabeza en los días de ceremonia, como
si fueran un paño inmundo y no las llevo en los días en que no tengo precisión de
compararse en público... y que hasta el día de hoy vuestra sierva no se ha alegrado jamás
sino en Dios de Abraham.
Padres y madres de familia, esto serán vuestros hijos consagrados a Dios en fuerza del voto
de pobreza: y no les tengáis compasión, porque Dios justo no se deja vencer por
generosidad; y habéis de estar persuadidos que vuestros hijos pobres, son cien y cien veces
más felices que los millonarios del mundo; y son además cien y cien veces más ricos,
porque a vuestros hijos viviendo en el seno de la pobreza nada les falta, mientras que los
ricazos necesitan aun de mucho que carecen, no obstante sus riquezas: por que siempre será
verdad que Dios ha empeñado su palabra en favor de los pobres de espíritu al prometerles
ciento por uno en este mundo, y después la vida eterna. No les tengáis una falsa compasión,
porque vuestros hijos consagrados a Dios por el voto de pobreza, siguen el camino trillado
que han seguido los mayores santos, el camino que nos trazaron los fundadores de todas las
congregaciones y religiones, el camino que anduvieron alegres y gozosos los santos
Apóstoles, y camino que aprendieron de la pobreza de Jesús y de María. Ojalá que estas
pequeñas consideraciones fuesen un solemne desengaño para los padres de familia, que por
el amor desordenado que profesan a sus hijos, se oponen a que se consagren a Dios!
Piénsenlo bien, porque su conducta nos aseguras que están obrando pésimamente, y que
tarde o temprano tendrán que sufrir los horribles estragos de su injusticia para con sus hijos.
99. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de castidad
Nada más glorioso para una alma que consagrarse a Dios por medio del voto de castidad:
porque conocida la vanidad de los placeres del mundo, aprecia de tal modo la virtud
angélica, y oye tan bien la voz de Dios, que la llama a un estado de perfección, que no se
contenta con formar la resolución de ser casto, sino que por medio del voto se pone en la
feliz necesidad de guardarla. Ella hace un acto heroico de virtud, porque hace a Dios un don
riquísimo, y se compromete formalmente a no reclamarlo nunca mientras dure el voto.
Jesucristo Nuestro Señor que nunca se deja vencer por generosidad, acepta semejante don,
para que la tal persona consiga irrevocablemente la dicha de ser esposa de Dios, y esposa
verdadera de Jesucristo en todo el rigor de la palabra. Veamos como apreciaron la castidad
más religiosa de la Normandia.
En 870 los normandos o daneses hicieron horribles estragos en Inglaterra. Habiéndose
esparcido por todas partes la noticia de su crueldad y brutal pasión, los monasterios de
religiosas se vieron en la más espantosa alarma, temiendo por una joya mucho más preciosa
que la misma vida. En esta cruel alarma Ebba, abadesa del monasterio de Collinkan, llamó
las religiosas a capítulo y les dijo: “Queridas hijas mías, yo conozco un medio seguro para
ponernos a cubierto de la insolencia de estos bárbaros: si queréis creerme, ponedlo en
ejecución.” Y diciendo esto, toma la abadesa una navaja y se corta la nariz y el labio
superior hasta los dientes. Todas las religiosas hicieron lo mismo. Entran aquellas furias
infernales y viendo a las religiosas tan desfiguradas, se horrorizaron; pero llenos furor
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pegaron fuego al monasterio, y las religiosas quedaron consumidas en las llamas.
¡Gloriosas victimas, que alcanzaron así la doble corona de la virginidad y del martirio!
La persona que se consagra a Dios con este voto, lo hace así, porque esta fue la conducta de
la santísima Virgen, pues a los tres años de edad, cuando fue presentada al templo hizo el
voto solemne de virginidad; dándonos ejemplo, para que a su debido tiempo hicieran lo
propio todas aquellas personas que de veras quisieran entregarse totalmente a Jesucristo.
Así obraron los santos Apóstoles; así obraron los santos Padres, así obraron innumerables
personas de todo sexo, edad y condición, las cuales se abrazaban con el martirio para poder
conservar la virtud de la castidad, queriendo más bien ser presas de todos los trabajos, antes
que manchar ni un ápice la virtud angélica que habían ofrecido a Dios, ¡Oh! ¿habrá alguno
que pueda numerar siquiera los millones de hombres y mujeres que se han consagrado a
Dios con el voto de castidad? Son tantos, que nadie podrá encontrar su guarismo.
La promesa que se consagra a Dios, hace voto de castidad, porque es el cumplimiento de
uno de los más importantes consejos evangélicos, y porque el Señor exige que una gran
parte de personas conserve en el mundo la castidad perfecta, y lo exige so pena de pecado
mortal; porque si bien es verdad que la castidad perfecta no es una virtud obligatoria, pero
también es cierto que solo pueden eximirse de guardarla los que pueden abrazar el estado
del matrimonio, al paso que todos los demás que no pueden abrazarlo, pecan mortalmente
no guardándola. Si bien se examina este punto, se verá que más de la mitad del género
humano, porque no puede casarse, porque se halla separada de sus consortes, porque
enviudo o por otra razón, se verá, digo, que está obligada a guardarla la castidad perfecta:
nada tiene pues de extraño que una parte insignificante de la juventud, se ofrezca
voluntariamente a consagrarse a Dios por medio del voto de castidad; y obran muy mal
aquellos padres que mirándolo como una extrañeza, no quieren permitir que sus hijos se
consagren a Dios con semejante voto.
Se consagran a Dios con el voto de castidad, porque él es una de las primeras seguridades,
y es un muro y ante-muro contra toda las tentaciones del mundo, demonio y carne; porque
las personas que se consagran a Dios se preservan con mayor cautela de todos los peligros;
desechan más prontamente todas las tentaciones, y el Señor las defiende con su gracia para
que le guarden la debida fidelidad. Hace el voto porque es de tanto mérito delante de Dios,
que incluye el sacrificio más agradable que una criatura pueda hacer de sí misma a su
Criador; y lo hace, porque es un manantial de gracias inagotable, porque el Señor reserva
gracias especiales para sus esposas predilectas como lo son todos los vírgenes cristianos,
que por su amor se han obligado con voto. Esto, son padres y madres de familia vuestros
hijos cuando siguiendo la voz de Dios se hacen frailes o monjas: y he ahí los medios que
ponen en práctica para no mancharla.
1º Procuran entrar en la disposición de no admitir la mano de consorte alguno aun que fuere
el más rico, el más santo, y el más sabio del mundo, porque desde el momento que se
admiten los deseos de tomar el estado del matrimonio, si bien es verdad que esto no es
malo, ni ilícito, y ni siquiera irreprensible; pero también es cierto que desde que se
consienten, ya Jesucristo no cuenta a semejantes personas en el número de sus esposas
predilectas.
2º Por amor a Jesucristo y para poder aspirar con verdad y justicia a la dignidad suprema de
esposas del Hijo de Dios, procuran crecer todos los días en el perfecto amor de la
virginidad; y esto aunque hayan de sufrir los rigores de la pobreza, el disgusto de los
padres, las amenazas las persecuciones, las calumnias y otros muchos males de parte del
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mundo, demonio y carne, no haciendo caso alguno de los dichos de los mundanos, que
como ciegos, nada entienden de las cosas divinas.
3º Trabajan para guardar su pureza no como quiera, sino de un modo angélico y de una
manera perfecta, viviendo en el mundo como un puro espíritu sin carne, o como un ángel en
carne humana, porque solo de este modo es la virginidad humana, una fiel imitación de la
castidad de los ángeles.
4º Manifiestan a todo el mundo que la pureza angélica es virtud querida; y no solo no la
esconden, sino que procuran tenerla de modo que todos la reconozcan; no por vanidad
porque esto sería malo, sino a imitación de Cristo Señor Nuestro, de su santísima Madre y
de todos los santos, los cuales en cierto modo hacían alarde de ser castos y de amar la
castidad con el mayor amor posible: tan singular es el amor que se merece esta virtud, la
más brillante entre todas las virtudes cristianas.
5º Manifiestan a todos que su castidad es perfecta, por medio de una conducta tan ejemplar
sobre este punto, que a nadie le pueda venir dudas o sospechas sobre ello, con lo cual
imitan a Jesucristo que sufrió tantas calumnias y que se le achacasen falsamente tantos
delitos, con todo, no permitió jamás que se mancillase en lo más mínimo su honor en
materia de castidad: ¡así obra un fraile o una monja cuando se consagran a Dios con e voto
de castidad! ¿Y por qué padres y madres os opondréis aun conjunto de acciones tan
heroicas, tan agradables a Dios y tan meritorias de vida eterna?
100. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de obediencia
Cuanto aparece más y más grande lo que es un fraile o una monja, es cuando se les
considera consagrados a Dios por medio del voto de obediencia: como si dijéramos, que
semejantes personas después de haber dado a Dios los bienes del mundo por medio del voto
de pobreza, y haberle dado los bienes del cuerpo por el voto de castidad, coronan sus
sacrificio dándole también el todo de su inteligencia por medio del voto de obediencia. ¡Oh
cuánto agrada a Dios todo aquel que obra siempre por obediencia!
El estado de obediencia es un estado perfecto porque es el estado de Jesucristo de quien
dice el Apóstol san Pablo, que se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz; como si
dijera, que por obediencia descendió del cielo a la tierra, por obediencia tomó carne en las
purísimas entrañas de la siempre Virgen María, por obediencia se hizo niño, quiso tener la
necesidad de los niños, quiso sujetarse a las miserias humanas a excepción del pecado,
quiso pasar treinta años de vida oculta, quiso emplear los últimos tres años en la
predicación del Evangelio, quiso padecer todos los rigores de la pasión y muerte, y quiso
obedecer a toda especie de persona: pues esta vida tan semejante es la que procurará
cumplir y la que promete observar la persona que se consagra a Dios con el voto de
obediencia.
El que se hace fraile o monja, sabe que ha de obedecer conforme lo de san Pedro que dice:
Sed obedientes a toda humana criatura. Sabe que la obediencia no solo ha de practicar con
relación a los mandatos de sus superiores, sino que subiendo a mayor perfección debe
obedecer aun sus consejos y deseos: y debe obedecerlos con prontitud, con alegría, con
perseverancia, con toda sencillez y viendo en su superior al representante de Dios o a Dios
en su superior; y debe obedecer no solo a los superiores, sino también a sus iguales, y en
circunstancias dadas, debe obedecer aun a sus inferiores, y debe hacerlo en todo lo que no
es pecado. Tal es la perfección de la obediencia; y obediencia que es una fuente perenne de
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los mayores sacrificios: que lleva consigo actos heroicos de toda virtud, y que nos modela
perpetuamente con la conducta de Cristo Nuestro Señor.
¡Ah! Cuántas ocasiones para practicar la obediencia! ¡cuántos preceptos y encargos tienen
que cumplir a cada paso para obedecer a los que tienen derecho de mandarlos! ¡cuantas
ordenes recibidas de un modo imperioso y de unas maneras imprudentes! Orden hoy y
orden mañana, recado ahora, recado después, disposiciones contrarias muchas veces, muy
pesadas, y en gran manera costosas: encargos hechos con arrogancia, sin afabilidad, con
orgullo y tal vez con injurias... ¡Oh! con razón han dicho los santos que el voto de
obediencia entraña los demás votos y que en cierto modo el voto que abraza a todo lo
demás. El cumplimiento de este es costoso, es el más difícil, pero en cambio nos comunica
toda especie de bienes aun en este mundo; porque él nos hace pobres de espíritu, nos
comunica la castidad que de hecho debemos a Cristo Señor Nuestro y nos hace conformes
con la voluntad de Dios; y él, en suma, hace que agrademos en todo A Nuestro Padre
Celestial, que seamos sencillos como la paloma y prudentes como la serpiente; en una
palabra, en fuerza del voto de obediencia huiremos de todo vicio, practicaremos toda virtud
y llegaremos a la perfección que reclama nuestro estado.
¡Padres y madres de familia, tales son vuestros hijos consagrados a Dios en fuerza del voto
de obediencia! Qué hay en ellos que no sea grande, que no sea útil, que no sea meritorio,
que no sea conveniente, que no sea productivo, que no sea instrucción, que no sea
bienestar, que no sea huir del vicio, que no sea practicar la virtud y que no sea la mayor
felicidad en este mundo e inmensas ganancias para la gloria? ¿Y por qué habrá padres y
madres que trabajan cuanto pueden para disuadir a sus hijos que se consagren a Dios?
Cuando los padres obran de esta manera, obran pésimamente, obran la iniquidad, obran
todo los malos para sus hijos, y obran además su eterna ruina.
101. Cómo se consagran a Dios por medio del cuarto voto
Los doctores de la Iglesia y los fundadores de las religiones y congregaciones, aseguran que
la perfección religiosa consiste en el cumplimiento de los tres votos de pobreza, castidad y
obediencia, de manera que el religioso es más o menos perfecto, en cuanto ha cumplido
más o menos los tres expresados votos, porque manifiesta con el cumplimiento su menor o
mayor grado de caridad, y por consiguiente de santidad cristiana. Pero algunos fundadores
de religiones y congregaciones no se han contentado con la práctica de los tres votos, sino
que han añadido un cuarto voto, en fuerza del cual se atan dulcemente más y más, y se
fortifican para llevar a cabo acciones heroicas y de una práctica muy difícil.
Unos para trabajar con más ardor en la redención de los cautivos, hicieron materia de cuarto
voto el quedarse en rehenes por los esclavos, cuando les faltare dinero para consumar la
redención. Otros para humillarse profundamente y condenar nuestra delicadeza, hicieron
materia del cuarto voto, el nunca jamás comer carne, ni siquiera en tiempo de enfermedad.
Estos para condenar la orgullosa soberbia de la razón humana, y fundar bien el principio de
autoridad, hicieron materia del cuarto voto obedecer ciegamente al Romano Pontífice en
todo aquello en que no hubiere pecado. Aquellos se sirven del cuarto voto no solo para
comunicar una especie de consagración a fin para el cual se establecieron, si que también
para comunicar una especie de solemnidad a los santos votos que por razón de las
circunstancias los hicieron simples. En una palabra, el objeto del cuarto voto en toda
Religión o Congregación es la mayor santidad y perfección de los individuos, y la mayor
honra y gloria de Dios y la salvación de las almas.
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Ahora bien, padres y madres, ¿qué os parece de un fraile o de una monja? Es si duda alguna
una alma venturosa que ha recibido gracias muy especiales de Dios, entre las cuales se
encuentra la gracia muy singular de la vocación al divino servicio, en fuerza de la cual,
tanto el hombre como la mujer hacen una acción heroica, abandonando por amor a
Jesucristo, sus padres, sus hermanos, sus parientes, sus conocidos, sus amigos y aun su
patria misma: hacen una acción heroica entrando en el Noviciado, y a su debido tiempo
pronuncian los santos votos de pobreza, castidad y obediencia: hacen con una acción
heroica añadiendo un cuarto voto que robustezca los tres primeros, y comunique mayor
perfección a sus principales acciones: hacen una acción heroica viviendo en Religión o
Congregación todos los días de su vida; hacen una acción heroica procurando ante todo su
propia perfección, y dedicándose después todo entero al bien de sus semejantes conforme
las reglas de su Instituto.
Y ¿por qué padres y madres de familia algunos de vosotros os oponéis tenazmente a que
vuestros hijos se consagren a Dios? ¿por qué algunos se oponen tan despiadadamente como
criminales? ¿por qué algunos se hacen reos de la avilantez inmedible de corromper a sus
hijos al menos indirectamente, a fin de que de este modo ya no puedan consagrarse a Dios?
¡Ay! ¡ay de aquellos padres y madres que resisten a la voz de Dios! Ellos se perderán,
perderán también a sus hijos, y será la causa eficaz y directa de que se pierdan todos
aquellos que se habrían salvado con la oración y ministerios de vuestros hijos.
Capítulo 18
Deberes de los fieles para con los sacerdotes
102. El sacerdote representante de Jesucristo y sus deberes
Jesucristo, lector carísimo, ha querido ser conocido de sus redimidos, principalmente bajo
el título de Buen Pastor. En efecto, yo soy el Buen Pastor, dice el Evangelio, y buen Pastor
que va en busca de las ovejas de su rebaño, que deja las noventa y nueve para ir
inmediatamente tras la oveja perdida. Sí, él, el Buen Pastor es que dio su vida por sus
ovejas, él, el que las gobierna y dirige hacia los mejores pastos, él, el que las alimenta con
su propia sustancia, él, el que levanta a las caídas y cura a las que hirieron , él , el que
fortalece a las débiles y conserva a las que desfallecen, y él , eternamente él, el hermano de
los hombres y su Salvador y Redentor. ¿Y el sacerdote qué es? El sacerdote es el que
apacienta a sus ovejas: y debe apacentarlas con su mente, con su boca, con las obras, con
las oraciones fervientes, con la exhortación acertada y con el buen ejemplo, como lo explica
difusamente san Bernardo.
El sacerdote sabe que él es el vigilante puesto por Dios, y que en los casos de peligro debe
tocar la trompeta de alarma, para que todas las ovejas se salven y ni una sola parezca: él
sabe que debe obrar como Jesucristo quien primero comenzó a hacer y después a enseñar, y
debe por tanto darse a la oración y al ministerio de la divina palabra: él sabe que debe ser
para con los fieles su ejemplo práctico en la palabra, en la conversación, en la caridad, en la
fe en la castidad; y que de este modo atenderá principalmente así mismo; salvará su alma, y
salvará a los demás: él sabe que debe comparecer ante sus ovejas como el hombre cuyos
labios custodian la ciencia, y que debe ser tan integro, tan grave, y de palabras tan
irreprensibles que sea un modelo consumado de virtud: él sabe que es el pastor de sus
ovejas para proporcionarles toda especie de bien; y que si es verdad que tienen el poder de
alimentarse con su leche por haberlo dispuesto así el Señor cuando dijo: que el que anuncia
el Evangelio, del Evangelio viva, es igualmente cierto, que no pudiendo hacer como san
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Pablo, que se alimentaba con el trabajo de sus manos, él sabe que solo debe tomar de ellas
lo necesario, sustentando su necesidad, teniendo en cuenta la enfermedad de sus ovejas, y
como que les toma la leche porque n puede sustentarse de otro modo: así tan feliz y tan
dichoso y tan santo es el buen Pastor de las almas!
El sacerdote es el representante de Jesucristo, y el que funge su ministerio en su nombre; de
los que se sigue, que el amor que tenemos a Jesucristo, hemos de profesarlo a los
sacerdotes, y se lo hemos de profesar de un modo práctico, mediante el respeto, la
obediencia y la asistencia. Antiguamente n había necesidad de tocar estos puntos, así como
en nuestros días es una de las incumbencias más necesarias del sacerdocio; por tanto,
afirmamos que el amor que los fieles deben profesar a su pastor, ha de entrañar consigo un
honor perfecto, una obediencia ciega y una asistencia regular.
103. Se prueba en general los deberes de los fieles a los sacerdotes
Por el nombre de padre y madre se entiende también los sacerdotes, es decir, lo curas de
almas, los prelados, los predicadores, los confesores y todos los que ejercen algún
ministerio en favor de la religión o de los fieles. Este deber es tan claro, tan conforme con
las luces de la razón, y tantas veces promulgado por el Espíritu Santo en las santas
Escrituras que no es fácil que haya gente de tan poco entendimiento y tan mal enseñada, y
de corazón tan pervertido, que no se sienta obligada a honrar a semejantes personas de
todas maneras. Porque así como no hay quien no sepa la honra que se debe a los padres
corporales, porque fueron el medio del ser natural que tenemos, y porque nacidos nos
criaron y sustentaron; ¿quién habrá que conociendo cuanto más, más noble es el ser
sobrenatural y de gracia en el cual vivimos y no sustentamos mediante los Sacramentos,
quién habrá repito, al menos entre fieles, que no conozca el respeto y honra que se debe a
los Papas, a los Cardenales, a los Obispos, a los Curas de almas, Confesores, Predicadores
y Sacerdotes que son lo que nos administran estos divinos Sacramentos? Así se expresaba
el Padre Fr. Luis de Granada, pareciéndole como imposible que un católico se olvidara del
honor y reverencia que debe a los sacerdotes. ¿Qué diría en nuestros días? ¿qué diría al leer
ese tropel de producciones las más inicuas contra los sacerdotes y contra su Cristo?¿qué
dirá al leer tan horribles y nefandas blasfemias? ¿qué diría viendo a los sacerdotes tratados
por inmundas plumas como si fuesen la hez del pueblo? ¿qué diría al ver que se le ha
privado de todos los medios de subsistencia? ¿que diría observando que esos falsos
reformadores intentan por todos los medios posibles la mendicidad del clero? ¿qué diría en
suma, viendo que no respetan en su loco frenesí a los pastores de almas, ni a los Obispos, ni
a los Cardenales, y ni aun a los Papas? ¡Ah! Exclamaría lleno de un inmenso dolor; ¡así, así
son las luces del siglo XIX! El Padre Granada, en sustancia continúa así: san Pablo
escribiendo a su discípulo Timoteo, nos persuade el mismo respeto y honra con estas
palabras: a los sacerdotes que trabajan como deben se les debe doblada honra, mayormente
a los que trabajan en predicación y doctrina. La honra, continúa, que nos manda darles, es
que los amemos de corazón; juzgándolos por dignos de toda honra y respeto; que como sus
hijos humildes recibamos su corrección como de padres de nuestras almas, que nos desean
y procuran la vida de gracia y la de la gloria; y que los honremos con la provisión del
sustento necesario. Así se expresaba, lector carísimo, uno de los hombres más sabios y más
santos: ¿y tú qué es lo que piensas? ¿qué idea te formas de los sacerdotes? ¿qué piensas
cuando los ves del todo reverenciados? ¿qué dices cuando manos sacrílegas les faltan en tu
presencia? No dudes, que sea deber tuyo honrar a los sacerdotes, porque el Apóstol san
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Pablo te lo impone muchas veces, en sus cartas. Escribiendo a los de Tesalónica, les dice:
os rogamos hermanos, que miréis por aquellos que trabajan con vosotros, y os gobiernan y
rigen por virtud del Señor, y os enseñan además su santa voluntad; porque estos merecen
que los améis por el oficio que tienen con encendida caridad. Dirigiéndose a los Hebreos
les dice: obedeced a vuestros prelados, sed humildes para con ellos y estadles sujetos;
porque ellos velan sobre vosotros con la solicitud de la cuenta que se les ha de pedir de
vuestras almas. Procurad sed tales para con ellos que ejerciten con vosotros su ministerio
con alegría, y no seáis causa por vuestra conducta que vayan gimiendo bajo la carga y peso
de su oficio: ¡tanto conviene tener paz en los sacerdotes, confesores, predicadores y Curas!
¡tanto conviene obedecerlos con exactitud en todas las cosas que son conforme su
ministerio! ¡tanto es nuestro deber guardar lo que nos enseñan para practicarlo! ¡y tan cierto
es que hemos de respetar a los sacerdotes, obedecerlos y alimentarlos!
104. Primera obligación: El respeto
Para probar, lector carísimo, que los fieles deben respetar a los sacerdotes, no buscaremos
argumentos sacados de los filósofos, de la historia y de la propia experiencia, sino que los
sacaremos del Apóstol, el cual escribiendo a Timoteo dice así: son dignos de doble honor
los que presiden bien: Tim. 3, 17. ¿Qué honor no debe tenerse a los beneméritos de la
patria? Pues de todo él es digno el sacerdote. Buscad un sabio de primer orden, y de todo el
honor debido a este, es digno el sacerdote: sea un guerrero que hubiese libertado a su patria,
y que como David fuese el destinado a regir un día los destinos de la nación; pues de todo
este honor es digno el sacerdote.
Pero no: no es esta la triste idea que hemos de formarnos del respeto debido a un sacerdote,
sino que se trata de un doble honor según la expresión de san Pablo. Por tanto, es el
sacerdote digno del respeto que se diera a un sabio que juntara la ciencia de todos los
sabios, a un valiente dotado del valor de todos los capitanes, a un caritativo que fuese el
padre de todos los menesterosos, y aun santo con la santidad de todos los santos, pues de
todo este respeto y honor es digno un sacerdote, y “es digno además del honor que damos a
Jesucristo:” sublime idea que os declaró san Pablo, al presentarnos “al sacerdote digno de
un doble honor” Este respeto, lector carísimo, que debes al sacerdote, se lo debes testificar
ora conversando con él de un modo honorífico, ora oyéndole en publico con la debida
sumisión, ora inspirando a los demás tan saludables afectos.
¡Qué doctrina tan sublime! ¡y cuán olvidada para algunos! ¿Qué es el sacerdote para los
libertinos? Y para los impíos e incrédulos ¿qué es? Y no vemos cristianos que quieren pasar
por exactos, y aun tal vez por piadosos, y no los vemos digo, murmurar atrevidos contra los
ministros del Señor? “¡Ah! Que se examinen primero; que quiten en primer lugar la viga de
sus crímenes, y después podrán sacar la paja del ojo del sacerdote.” A los Obispos se les
debe mayor respeto que a los simples sacerdotes, mayor todavía a los Cardenales de la
santa Iglesia; y mayor aún, al Romano Pontífice. Es un crimen, pues, y grande crimen el
que comenten, los que injurian a los sacerdotes, los que hablan mal de los Obispos, y los
que profieren infamias contra el Papa: conducta mala, porque cae contra el mismo
Jesucristo. Ojalá, lector carísimo, que honres debidamente al sacerdote, y le profeses este
honor, no por la dignidad temporal, sino por el sagrado carácter que nos le determina
ministro Jesucristo.
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105. Segunda obligación: La obediencia
Los fieles, lector carísimo, deben prestar obediencia a los sacerdotes solamente en las cosas
espirituales, “como ministros y dispensadores que son de los ministerios de Dios.” Además,
Jesucristo nos habla por boca de los sacerdotes, como el Eterno Padre por medio de su
Hijo; y despreciamos al Eterno Padre y a Jesucristo cuando menospreciamos a los
sacerdotes. Así como no hemos de obedecer a los sacerdotes en las cosas temporales,
porque si mandaran estas cosas mandarían lo que está fuera de su incumbencia, así también
en las cosas espirituales, hemos de obedecerlos aunque ellos no hicieren lo que mandan.
san Pablo al decir a los hebreos y con ellos todos nosotros, “que obedezcamos a los
sacerdotes y que les estamos sujetos, porque ellos tienen a sus cargo nuestras almas, y es
muy justo suavizarles el trabajo con nuestra docilidad,” nos dice que hemos de obedecer a
todos, sin exceptuar a ninguno. Solo en el caso, que Dios no permita, mandara el sacerdote
una cosa mala, en este caso él obraría no como sacerdote, sino como un malvado, y por
consiguiente no debiera obedecerse, sino al contrario, huir de él como de un lobo rapaz
cubierto con la piel de oveja; porque así como un gobernador no tiene autoridad de hacerse
obedecer, cuando manda cosas contrarias a su gobierno, así tampoco la tendría un
sacerdote, si mandase lo que es contra la ley de Dios; pero advertimos que esto no puede
suceder hablando del Papa, cuando obra como Romano Pontífice, ni tampoco contra toda la
Iglesia reunida en Concilio, y muy raras veces con el obispado de una nación, fuera de este
rarísimo caso, los files deben obedecer al sacerdote en las cosas espirituales.
106. Tercera obligación: Los fieles debe alimentar a los sacerdotes
Atiende, lector carísimo, que el sacerdote en fuerza de sus deberes no debe dedicarse al
comercio, ni a negocios en algún modo lucrativo, ni es decente que se coloque de
dependiente, o que ejerza algún oficio: luego es necesario que encuentre en su ministerio lo
que necesita para mantenerse. Jesucristo que instituyó el Sacerdocio, declaró que había de
vivir de los fieles, cuando dijo por san Mateo: “digno es el sacerdote de sus retribuciones.”
san Pablo haciéndose cargo de este texto, lo explicó en el mismo sentido; y nos asegura
“que todos los Apóstoles y discípulos del Señor vivían a expensas de los fieles, y que aún él
mismo habría podido vivir a expensas de los Corintos. Además, si el artesano tiene derecho
a su jornal ¿cuánto más un sacerdote? Porque él tiene que pasar muchos años estudiando,
aprender la ciencia más vasta, debe ser hombre de oración, tener distribuidas las horas del
día para alabar a Dios, interceder por el pueblo cuando ha tenido la desgracia de ser infiel,
ofrece la victima de propiciación; y llorar entre el vestíbulo y el altar.
Todo esto hace el sacerdote a favor de los fieles, y ¿no tendrá derecho en exigirles lo
necesario para vivir? ¡Cosa tan clara y tan cierta y tan razonable es la obligación que tienen
los fieles de alimentar a los sacerdotes! Los ministros de la antigua ley tenían sus ciudades
separadas, y disfrutaban de los diezmos, de las primicias y de una parte de los sacrificios ¿y
los ministros de Jesucristo nada tendrían?
Concluyamos que los fieles deben alimentar a los sacerdotes, y promocionarles lo necesario
para el culto: y así como es cierto que el sacerdote no debe ejercer su ministerio por el
dinero; pero también es cierto que puede servirse de él para proporcionarse una honrosa
subsistencia: y puede tomar y recibir limosnas de misas, de sermones y demás actos propios
del culto. En conclusión, nos haremos cargo de las palabras del Eclesiástico que dice: honra
a los sacerdotes, y dales la parte que les pertenece: con lo cual se ve, que no solo debe
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honrarse al sacerdote, no solo se le debe obedecer, sino que a la obediencia y reverencia
debe añadirse la subsistencia, contribuyendo los fieles con lo que pueden. Y no se diga que
el clero es rico, ya porque el clero mexicano es de los más pobres, y también porque las
sobras del clero son empleadas en el culto, y en una multitud de obras de piedad.
Hemos tratado este último punto, para que no se deje engañar ciertos espíritus débiles, que
piensan poco y reflexionan menos; porque por otra parte, los mexicanos son bastantes
piadosos para repartir con los ministros de Jesucristo la mitad de sus haberes: así, así lo han
hecho siempre, y por esto llegó a ser el clero de México uno de los más ricos del mundo; y
así lo estaba haciendo de un modo especial en nuestros días, no solo, manteniendo a los
sacerdotes, sino que también dando lo necesario para el culto, y aun para edificar iglesias,
concluir las que estaban comenzadas, adornar las que habían deteriorado, y aun sabe
encontrar en el pueblo mexicano para hacer nuevos, y muy costosos ornamentos. Quizás
nunca se había visto mejor la piedad del pueblo mexicano como en nuestros días, en los
cuales da al clero y para el culto cuanto se necesita: y lo da con la mayor piedad, y lo da no
obstante la miseria que azota a todas las clases. Lector carísimo, no dejes de hacerlo por
ninguna causa, ni por ningún título; y para que te animes más y más, considéralos como
pastores de los fieles, o lo que es lo mismo, del rebaño de Cristo; y mira cuán solícitos
andan para apacentarlo con el pasto de la santa doctrina acompañada con los ejemplos de
sus buena y santa vida.
Atiende como conforme a la amonestación que les dirige el Apóstol, miran atentamente por
ti, ya que se consideran puestos por el Espíritu Santo, para santificarme a sí mismos, con el
cumplimiento de su ministerio, y dirigir y gobernar la Iglesia que Jesucristo redimió con su
sangre. No, lector carísimo, no dejes de cumplir tan importantes deberes para con los
sacerdotes, tenles reverencia obedécelos bien, y asístelos en lo corporal ya que ellos con
tanta abundancia te suministran lo espiritual, cumpliendo exactamente cuanto quiso decirles
el Apóstol san Pablo, en esta sentencia:
“Rogad a todos los sacerdotes (que hará entre vosotros, yo sacerdote como ellos, y testigo
de la pasión de Jesucristo, y participante de aquella gloria suya que se descubrirá en el
tiempo venidero) que apacienten el rebaño que se les ha encomendado, procurándoles
alegremente la provisión, no mirando al particular interés y propio provecho temporal, sino
al fin del rebaño; siéndoles un retrato de santa vida, y acordándose que no son los señores
de la heredad, sino los cultivadores. Daremos fin a este capítulo refiriendo la conducta
admirable de algunos niños.-En una de las épocas más desastrosas de la revolución
francesa, prendieron a los sacerdotes del departamento del Sena y Oise, los hacinaron en
carros y condujeron a Versalles, donde sin dinero ni recursos no veían delante de sí, más
que la fuerza. Más Dios, cuya santa doctrina predicaban y cuya providencia alimenta las
aves del cielo, Dios que bajó con Daniel a la cueva para calmar el furor de los leones, entró
también con los confesores de la fe en la cárcel e inspiró a las almas fieles de Versalles la
caridad que crea recursos. Y ¿cuáles pensáis que fueron los tiernos ministros de que se
valió la divina Providencia para alimentar al justo en las cadenas? Fueron los niños. Estos
se distinguieron por sus activos cuidados y por su tierna solicitud. Piden a gran grito por
aquellos que les instruía, que poco tiempo hacia los preparaban para la primera comunión;
parten el pan con sus padres espirituales y les distribuyen el dinero que tienen a su
disposición. Una niña de diez a once años, no teniendo nada que ofrecer, imaginó un
recurso que debía procurar el medio de no dejarse vencer en caridad por ninguna de sus
compañeras. Tenía una hermosísima cabellera: siguiendo el primer movimiento de su
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corazón entra en casa de un peluquero, y le propone el vendérsela; este queda menos
maravillado de la hermosura de los cabellos y de las ventajas de compra, que del sacrificio
que quiere hacer la joven: “¿Y la madre de usted, dice, aprobará tan generoso designio?Los cabellos son propiedad mía, no tenga usted ningún reparo; ¡mi madre es tan buena!... la
obra a que destino el precio me obtendrá su perdón”... Al oír estas palabras, el peluquero no
insiste más, le corta los cabellos, y la niña corre luego a la cárcel, muy contenta de emplear
en esta obra de caridad lo que tantas jóvenes consagran todos los días al lujo y a la vanidad.
Capítulo 19
Deberes de los súbditos para con sus gobiernos
107. Origen de toda potestad
Inútil parece, lector carísimo, señalar el origen de toda potestad, ya que nos lo declara de un
modo el más expreso al Apóstol san pablo, que dice: “Todo honor y toda gloria al Rey de
los cielos, al Inmortal y al Invencible por eternidad de eternidades.” Verdad es que algunos
políticos quieren afirmar que la potestad viene del pueblo, y por esto adornan al pueblo, con
el dictado de pueblo soberano, y haciéndole sufrir grandes necesidades , ya obrando lo
contrario de lo que él dispone, ya estableciendo leyes contra su voluntad, ya queriendo que
solo permanezcan en el papel las tan llamadas garantías individuales, ya herrojando
desvergonzadamente la tan ponderada libertad del individuo.
Por estas razones, y por lo que hemos observado en otras naciones, concluimos una vez
más “que todo poder viene de Dios; y que es la mayor inconsecuencia, querer sacar del
pueblo una autoridad que él mismo no tiene.” El pueblo soberano y ¿no se hace caso de su
soberanía? Soberano, y no tiene que comer? ¿soberano y se publican leyes que no quiere?
¿soberano y se ve obligado a sufrir el yugo del poder que ya detesta? Dejémonos de estas
ilusiones, y afirmemos con toda claridad que todo poder y potestad viene de Dios: y que si
los gobiernos, los reyes, los emperadores reinan, reinan por Dios y en nombre de Dios, y
deben reinar a honra y gloria de Dios: y ¡ay y mil veces ¡ay! El que atrevido hiciere lo
contrario.
108. Deberes de los gobiernos para con sus súbditos
Todo gobierno con relación a los súbditos que le están sujetos, tiene ciertos deberes que
cumplir y pueden reducirse a los siguientes: 1º Procurar la paz y la tranquilidad pública y
defenderla: 2º Dar a cada uno lo que es suyo: 3º Castigar a los culpables y premiar a los
beneméritos: 4º Poner un dique al furioso ímpetu de los vicios: 5º Defender y hacer
observar las leyes divinas, las eclesiásticas y las civiles: 6º Ser los padres del pueblo, y
trabajar por tanto en procurarle su verdadera felicidad, sirviéndose de los medios más
propios para que sea feliz en este y en otro mundo.
Las sagradas Escrituras les imponen todos estos deberes, y nosotros vamos a escoger los
principales textos que los indican: “El buen gobierno no multiplica sus propias
comodidades, ni procurar enriquecerse con cantidades, ni procura enriquecerse con
cantidades enormes de oro y plata... Tienen consigo la ley, la lee con frecuencia y aprende a
temer a Dios... obra según justicia, consuela al corazón afligido de la viuda, y se declara el
padre de los pobres.”
¡Oíd oh gobiernos! Vosotros que sois los jueces del mundo, que contenéis a la multitud, y
defendéis a las naciones, ¿por qué habiendo recibido el poder del Señor no habéis juzgado
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conforme justicia? Atended “que un juicio muy horrible y espantoso es el que está
dispuesto y preparado para aquellos gobernantes que no se portan bien.”
Oíd las palabras del Señor ¡Oh príncipes! No obréis de un modo perverso, haced el bien a
todos, juzgad debidamente a los pusilánimes, sed el padre de los huérfanos y la defensa de
la viuda. “Porque ¡ay de aquellos que forman leyes inicuas, que establecen la injusticia, que
oprimen a los pobres y gobiernan según la tiranía, pues recibirán del Señor castigos muy
horrorosos!”
Los que presiden y rigen a los demás, deben proponerse por fin la gloria de Dios, su propia
salvación y la de sus súbditos. Para lograr un fin tan conveniente a un cristiano, es
necesario gobernar en espíritu de humildad y de honor de Dios; y acordarse frecuentemente
que así como los hombres son juzgados por ellos, así ellos han de ser un día juzgados por
Dios: y juzgados tan fuertemente cuanto ellos han sido más poderosos, porque como dice el
Espíritu Santo, un juicio durísimo tendrán que sufrir los que gobiernan a los demás.
Procuren por tanto, ser el buen ejemplo de sus súbditos, el consuelo de los pusilánimes, el
médico de los enfermos, el defensor de la ley, el protector de los oprimidos y el que está
pronto a sacrificarse a trueque de poder conservar la paz y labrar la felicidad de sus
súbditos.
109. Deberes de los pueblos para con sus gobiernos
Los pueblos deben a sus gobiernos el honor, la fidelidad, el amor, la sujeción, los tributos,
los servicios, la reverencia y la ferviente oración, con la cual ruegan a Dios para alcanzarles
la salud, la paz del reino y la prosperidad tanto espiritual como temporal.
El Antiguo Testamento nos lo afirma, diciéndonos por Jeremías: Buscad la paz de la nación
a la cual queréis habitar, y pedídsela al Señor porque Él es Dios de paz. El profeta Baruch
expresó su pensamiento de un modo inimitable, cuando dirigiéndose a los hebreos, les
decía: Rogad por la vida de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y por la vida de Baltasar, su
hijo, para que vivan largos años sobre la tierra, y sirviéndoles en paz por muchos años,
logremos por fin la eterna gloria. El Nuevo Testamento, por medio de los Apóstoles san
Pedro y san Pablo, nos indicó la misma verdad. Súbditos, exclama san Pedro, estad sujetos
a toda humana criatura que esté en el poder; y no solo al rey, al emperador o al presidente,
sí que también a sus enviados como representantes de su persona; y estadles sujetos, porque
esta es la voluntad de Dios. Y san Pablo en diversos lugares nos dice: Todo ciudadano debe
estar sujetos a su legítima autoridad, porque como todo poder viene de Dios, se sigue que el
que resiste a la autoridad, resiste al mismo Dios... teme tú si te portas mal, porque no en
vano empuña la espada... y debes servirle por motivo de conciencia... Te ruego
expresamente, Timoteo, que encomiendes a Dios y ofrezcas al santo Sacrificio de la Misa
en favor de los reyes y de todos los demás que están constituidos en dignidad, para que de
este modo podamos vivir tranquilamente con toda piedad y castidad, ya que esto es bueno y
aceptable ante Dios nuestro Salvador.
Tertuliano, fiel interprete de los primitivos tiempos, dice así en su apología en defensa del
cristianismo: nosotros rogamos por la salud de los emperadores al Dios Eterno, Dios
verdadero y Dios vivo, Oramos por los emperadores para que les conceda una buena y
santa vida, la seguridad de su gobierno, un palacio seguro, un ejército valiente, unas
cámaras fieles, un pueblo muy bueno, una paz octaviana y el bienestar de todos los
súbditos. Así concluyen los santos Padres con san Agustín, haciéndose cargo de unas
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palabras las más memorables porque expresan nuestro pensamiento con toda exactitud; y
que dicen así: dad el César lo que es del César . Pero pasemos ahora a explicar en particular
tres de sus principales deberes.
110. El súbdito debe respetar a su gobierno
Los soberanos tienen grandes deberes que cumplir, y obrar deben no por capricho, sino
conforme la justicia: y los soberanos deben siempre creer que son los padres de la patria, y
que deben mirar a sus súbditos como a hijos. Basta lo dicho para que conozcan sus
obligaciones, y vamos a indicar el respeto de los súbditos. Temed a Dios: respetad al rey,
dice: san Pedro 1. 2. 17. Aquí nos indica el santo Apóstol la obligación de respetar a los
gobiernos, y el castigo contra los que no la cumplan. No extrañes esto, lector carísimo,
porque los reyes son imágenes vivas de Dios.
Tertuliano, haciéndose cargo de esta cuestión, llama a los gobiernos Una segunda majestad,
porque ellos son los participantes del poder de Dios; y respetando al gobierno, tributamos
nuestro respeto a nuestro Señor. Delo que se deduce que aunque los magistrados sean
malos, aunque se porten para con nosotros como enemigos, aunque nos persigan de un
modo el más injusto, y aunque ellos no cumplan con los deberes de cristiano, sin embargo,
no por esto hemos de negarles el respeto: hemos de profesarles sí la misma veneración;
pero no hemos de darla a su perversidad, sino a la emanación del poder de Dios.
Nadie puede negar la inmensidad de las glorias de David, así como todos confiesan que el
momento más heroico de sus glorias, no fue cuando en espíritu vio el glorioso reinado de su
hijo Salomón, ni cuando se vio escogido de Dios para la reunión de los materiales del
primero de los templos, ni cuando lleno de triunfos presentaba a su rey los despojos de cien
victorias, ni cuando por la vez primera apareció en público su valor dando la muerte al
gigante Goliat, y ni siquiera cuando con solas sus manos desquijarra los osos y los leones;
sino que la época más gloriosa fue cuando perseguido por Saúl, lo respetaba, y lo respetaba
tanto, que pudiendo quitarle la vida, se arrepentía de haberle cortado la orla de su real
manto. Ojalá que así viésemos respetar a los gobiernos. No habría tanta revolución,
tendríamos verdadera paz y gozaríamos sus dulces consecuencias.
111. Debe obedecerlo
El súbdito debe obedecer a los soberanos, y esta obligación es una consecuencia de los
principios asentados: porque si hemos de obedecer a Dios, claro está que hemos de
obedecer también al soberano que no es representante de Dios. Hemos de obedecerlo en las
cosas del orden civil, puesto que a esto se ordena todo su poder: hemos de obedecerlo en lo
que pertenece a la disciplina exterior de la iglesia cuando el soberano obra como protector
de la iglesia, y de concierto, o como facultado por la autoridad eclesiástica, porque él no
puede establecer leyes que obliguen en conciencia en esta materia.
Mas si el soberano mandase lo que excede a su facultad, o cosas contrarias a las leyes
divinas o eclesiásticas, en este caso no se debe obedecer, porque no obra de parte de Dios,
sino en fuerza de su perversidad injusticia. A semejantes soberanos se le debiera responder
lo que san Pedro y san Juan a los magistrados que les mandaban lo contrario a la ley de
Dios: Juzgadlo vosotros mismos, si es justo obedecer a los hombres más que a Dios.
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112. Debe rogar por él y pagarle tributos
Este deber nos vienen marcado por la razón, pues a medida que los soberanos son más
asistidos de Dios, los súbditos estarán mejor. Jesucristo nos habla del grande fruto de la
santa oración, y redunda tanto más en nuestro favor, cuanto mejor y con más asiduidad
rogaremos por los soberanos. San Pablo, escribiendo a Timoteo, nos dice, “que hemos de
hacer oración por los reyes, por los emperadores, por los gobiernos y por todos los que
tienen alguna autoridad, para que de este modo vivamos con paz y tranquilidad.”
Toda la tradición nos atestigua que los cristianos, siempre hacían oración a favor de los
gobiernos. Tertuliano se expresa así: “Nosotros dirigimos nuestras oraciones a Dios, por la
salud de nuestros emperadores, y le pedimos por ellos una larga vida.” Ahora bien: si ellos
hacían esto para los gentiles, claro está que los cristianos deben hacerlo a favor de un
gobierno cristiano. Esta es la conducta de la Iglesia, y la que tiene oraciones propias para
estos casos.
Un súbdito no cumple con solo respetar a su gobierno, obedecerlo y rogar por él, sino que
debe también pagar los tributos. Así nos lo mandó el Hijo de Dios cuando dijo: Dad al
César lo que es del César: porque es como si dijera, supuesto que sois vasallos del Cesar,
nada más justo que pagarle el tributo. Pablo, escribiendo a los romanos, les dice: “pagad
todas vuestras deudas, y el que no haya pagado el tributo, pague el tributo:” lo que nos hace
conocer que el tributo a contribución por parte de los vasallos, no es un don gratuito, sino
que es una obligación que obliga en conciencia. Y si esto no fuera así, cómo pagaría el
soberano el esplendor de su majestad, el brillo propio de una corte, los ministros que deben
aconsejarle, el ejército que debe mantener y otros mil gastos propios de una nación.
Roguemos pues a Dios por el soberano y paguémosle los tributos.
113. Debe guardarle fidelidad
Ser un súbdito fiel a su gobierno, es un deber que no admite excepción: y los empleados
deben recordar que sirven al Estado, y no que se sirven a sí mismos, ni a sus parientes, ni a
sus conocidos, ni a sus intereses, ni a su honra, ni a su vida.
El empelado debe permanecer notablemente adicto a su gobierno, no puede escuchar jamás
proposición que se oponga a su fidelidad, y mucho menos entrar en conspiraciones. Tal es
la doctrina del cristianismo, y que san pablo, escribiendo a los romanos, formuló así: “el
que resiste el gobierno, resiste a la orden de Dios, y el que resiste a Dios labra su
condenación.”¡Tan hermosa es la doctrina de la Iglesia sobre el gobierno! ¡tan bien
establece su seguridad y duración!
Veámoslo prácticamente escogiéndolo del tiempo de Juliano. Era Juliano un apóstata, y
muchos de sus soldados eran fervientes cristianos; y no obstante de tener por monarca uno
de los hombres más infames, con todo, los cristianos lo respetan, lo obedecen, ruegan por
él, le pagan los tributos, y no se levantan para derrocar su poder, sino que dejan a Dios el
castigo que merecía: y a su tiempo murió el apóstata, después de haber pronunciado la más
horrible blasfemia.
En los primeros tres siglos de la Iglesia, hubo muchas revoluciones; los cristianos llenaban
desde el segundo siglo, las ciudades, las islas, las ciudadelas, los ejércitos, los palacios, los
senados, y las plazas públicas; pero los cristianos jamás figuraron en revoluciones, sino que
se contentaban con sufrir, proponer, pedir y rogar a Dios. Concluyamos, lector carísimo,
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pidiendo a Dios que se establezcan las sólidas ideas de la justicia y del orden: nada de
rebelión contra los gobiernos; y el súbdito, de su parte, que los respete, que los obedezca,
que ruegue por ellos, que les pague las contribuciones y que les guarde siempre verdadera
fidelidad.
Capítulo 20
Los criados y los amos
114. Un criado.-¿Qué cosa es un criado? Mucho deseo, lector carísimo, que te fijes bien en
lo que es un criado: para que si lo fueres cumplas tus obligaciones, y si fueres amo no
descuides tus deberes. Para dar una idea de lo que es un criado según el santo evangelio, y
conforme las luces del Apóstol san Pablo, tenemos, que un criado “es un hombre que sirve
a Dios en la persona de otro hombre, que lo sirve con el respeto que merece su alta
posición, y lo sirve con una fidelidad digna de toda prueba: el criado sirve a su amo no para
ganar la voluntad a otros hombres , sino para merecer con sus trabajo el cielo.”
Es por tanto, buen criado el que está pronto para servir a su señor en todas las cosas, trata
sus bienes como bienes suyos propios, no se permite tomar lo ajeno, y está dispuesto a
obrar siempre y conforme según los grandes motivos de la religión. ¿Pero dónde están
semejantes criados? Hay muchos, y se observan entre ellos cualidades las más apropósito,
hasta que un mal amo los pierde, o un compañero suyo los pervierte.
Un criado debe trabajar, y trabajar según lo convenido, y trabajar el tiempo convenido, y
trabajar con la perfección convenida: un criado debe obedecer a su amo en todo lo que no
haya pecado, debe respetarlo como a su señor, debe rogar por él como a su padre, y debe
conservar siempre con él la mejor armonía; y debe profesarle un amor el más semejante que
tienen los hijos para con sus padres: tal es un criado, un fiel criado que cumple con su
deber.
Para que cumplas bien, lector carísimo, debes saber que tus obligaciones de criado para con
tu amo pueden reducirse a tres: 1ª Amar a tus amos y desearles todo bien y prosperidad. 2ª
Obedecerles con alegría, puntualidad y perseverancia en todo lo que te mandaren, mientras
que no hubiere algo contra algún precepto divino. 3ª Ser leal y fiel en las cosas que te
encomendaren, procurar el justo aumento de los bienes de tus amos, y amar con su persona
su honra y provecho.
Estas tres obligaciones te las impone el Apóstol san Pablo, pues escribiendo a los de Efeso,
les dijo: “Criados, obedeced a vuestros señores temporales con temor y temblor, con
simplicidad de corazón como a Cristo; y esto no ha de ser solamente cuando ellos os están
mirando, porque esto es servir por agradar al hombre, sino también en toda ocasión y en
todo lugar como siervos de Dios, pretendiendo principalmente en vuestros servicios servir a
Jesucristo.” Escribiendo a Tito su discípulo, amonesta a los criados, diciéndoles: “Sed
sujetos, humildes y obedientes a vuestros señores; no seáis respondones, ni replicadores, ni
engañadores, sino antes bien leales y deseosos de darles gusto.” san Pedro, en su primera
epístola, les dijo también: “Criados, sed sujetos en todo temor y acatamiento a vuestros
señores: y esto no sólo a los benignos y mansos, más también a los recios de condición y a
los coléricos.”
Y es de notar que en aquellos tiempos muchos cristianos eran criados de los infieles, y a
éstos persuadían los santos Apóstoles que fuesen obedientes a sus amos y señores, y que les
estuviesen sujetos en todo cuanto les mandasen, mientras que no fuese contra la ley de
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Dios. Tales son los deberes de los criados cristianos, y su cumplimiento es lo que
constituye un buen criado.
115. Deberes de los criados para con sus amos
Los criados deben servir a sus amos con sencillez de corazón, como si sirvieran a Cristo,
haciendo en esto la voluntad de Dios nuestro Señor. Deben servirlos con buena voluntad,
porque sirven a Dios y no a los hombres: deben conservar los bienes de sus amos en el
mejor estado posible, y guardarles tanta fidelidad que no les hurten cosa alguna: deben
quitar todo motivo de queja y evitar la murmuración: deben cumplir lo que se les encarga y
no estar ociosos, y deben contentarse con el salario que hubieren pactado.
Estos deberes de los criados para con los amos nos los han enseñado el Espíritu Santo,
diciéndonos por medio de san Pablo: “Permanezca cada uno en la vocación que ha
recibido:” de ahí es que si fueres criado, no quieras subir a ser amo, puesto que siendo
criado de los hombres, pedes ser también siervo de Cristo, ya que Él te ha comprado con el
precio de su sangre. Criados, obedeced a vuestros señores carnales, con un santo temor, con
sencillez de corazón y como obedeceríais a Cristo; obedeced no a los hombres vuestros
amos, sino a Cristo en su persona, sabiendo que recibiereis hecho por Él. Criados, obedeced
en el Señor en todo lo que os mandaren vuestros amos. Todos los criados tengan a sus
señores amos como dignos de todo honor, para que por su causa no sea blasfemado el
nombre de Dios, y menospreciada su doctrina; y acuérdense que sirviendo en este mundo,
han de ser grandes señores en el cielo. El siguiente caso nos demuestra cuán heroicas son
las virtudes de muchos criados; y virtudes practicadas a favor de sus amos:
Fidelidad de un criado
Un antiguo caballero de san Luis, reducido a una extrema miseria, escogió Paris para retiro,
como lugar más propio para ocultar a los ojos del mundo su nombre, su indigencia y sus
desgracias. Se alojó en un desván, no teniendo otros muebles que un poco de paja, otro
vestido que unos tristes pedazos de uniforme, ni otra sociedad y compañía, que un antiguo
criado que se la había juntado mucho tiempo hacia.
“Un día este militar dijo, con las lágrimas en los ojos, al único testigo de su dolor y
confidente único de sus penas: Amigo mío, ya ves mi miseria; hace mucho tiempo que tú
participas de ella; apártate para siempre del más desgraciado de los hombres; vete a buscar
una condición más dichosa; aun me quedará el pesar de no haber podido recompensar tus
servicios. ¡Vete, huye de tu desgraciado amo!- ¡Ah! Mi querido amo, exclamó el fiel
criado, derramado lágrimas y echándose a sus pies: ¿tan ruin me cree usted que pueda
abandonarle en la adversidad, habiendo recibido de usted tantos beneficios en la
prosperidad? No, no le dejaré a usted; mi industria y el inviolable afecto que profeso a
usted me procurarán recursos para aliviar nuestra común indigencia.”-¿Quién podrá pintar
la admiración y el enternecimiento de este amo afligido? Abraza al servidor generoso y le
dice: “El cielo no ha agotado sobre mí aun toda sus misericordia; ojalá te recompense Dios
tan nobles sentimientos!”
-El criado, lleno de amor y de confianza, recurrió a los medios que el cielo y sus nobles
sentimientos le sugerían. Llevaba todos los días al amo las limosnas que públicamente
había recogido; y jamás estaba más satisfecho que cuando podía comprar un poco de vino
para su querido amo. “Bendigamos la Providencia, decía entrando, pues hoy nos ha
favorecido.” Trataba de endulzar con la relación de lo que había oído de más curioso, la
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situación triste y dolorosa de su alma. Más un día... día fatal!... el virtuoso criado fue
detenido por la policía. Su vigor, su buena constitución, le hicieron pasar por una de
aquellas personas ociosas, dadas a toda clase de vicios a expensas del Estado y de la
sociedad. Fue conducido al jefe de policía e interrogado por él. El criado sin turbarse,
contestando con la varonil y noble entereza que inspira una conciencia irreprensible, le
pidió por favor que le oyese a solas, pues tenía que comunicarle un importante secreto. El
empleado consintió en ello. “No dudo, le dijo entonces el criado, que usted me concederá
su protección cuando conozca el motivo de mi conducta.” Le explicó en efecto, lo que
pasaba entre su amo y él; y aquel jefe, enternecido, envió un exento a casa del anciano
caballero de san Luis, para asegurarse de la verdad. El exento que halló al desgraciado
guerreo tendido sobre la paja, dio cuenta a su jefe del espectáculo que había visto; éste
habló al rey, el cual concedió una pensión al oficial y otra al virtuosos criado.
-Beranger, virtudes del pueblo.
Los santos Padres profesan la misma doctrina, y entre ellos san Agustín y Juan Gersón, lo
hicieron de un modo el más claro y exacto. ¡Oh cuán bueno es el Señor Dios De Israel!
¿pero para quienes? Para los rectos de corazón. Y ¿quiénes son los rectos de corazón? Los
que hacen la voluntad de Dios, procurando no que la voluntad de Dios se acomode a la
suya, sino haciendo que la suya se una del todo con la de Dios... Por tanto, Dios es el que te
hizo pobre, para que te santifiques en la pobreza, cumpliendo todos tus deberes para con los
ricos. Por esto dice el Apóstol: Criados, obedeced a vuestros señores según la carne, porque
al mismo tiempo obedeceréis a Dios según el espíritu. Por otra parte, si Jesucristo que era el
Autor de todo y el rico por esencia, no se desdeñó de servir como hombre, hasta el punto de
afirmarnos que no había venido para ser servido, sino para servir a los otros, cuánto más los
criados han de procurar obedecer a su señores amos?
Criados, decía Juan Gersón, servid con fidelidad a vuestros amos; nada hurtéis a vuestros
señores; nada permitáis que otros les hurten; no les hagáis nunca una acción mala, ni les
faltéis al respeto, ni les murmuréis, ni tampoco os ensoberbezcáis; sino que al contrario,
viviendo con humildad, los sirváis en todas las cosas con toda paciencia y virtud. Para que
los amos y los criados se animen a cumplir cada uno de sus deberes, oigan el caso
siguiente:
Un amo y su criado.
Volviendo un criado del catecismo, preguntóle el amo qué había aprendido en él, a lo cual
contestó suspirando: “He aprendido que estoy condenado.
¿Por qué? Le pidió el amo.-Porque ha dicho el catequista que era menester sentir más el
haber cometido los pecados que la muerte de su padre, y yo he tenido más dolor de la
muerte de mí padre, que de mis pecados.”-El amo, temiendo que no le había entendido
bien, le explicó la doctrina del Concilio de Trento sobre la contrición, diciéndoles: “No
temas. ¿No ves que el dolor de los pecados es de una especie y naturaleza muy diferente del
dolor que sentimos cuando tiene uno la desgracia de perder a su padre? El primero es un
odio y una detestación del mal cometido; el segundo es un efecto de la ternura natural que
existe en el corazón de los hijos para con sus padres. Dime, ¿aborreces tú y detestas el
pecado? ¿Estás resuelto a morir antes que cometerle de nuevo? Si tienes estos sentimientos,
tienes del dolor necesario y una contrición verdadera.” A oír este respiró el buen criado; dio
gracias a su amo por haberle instruido y sacado del error en que se hallaba, error que quizás
habría llegado a arrastrarle a la desesperación.
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Salvatori, reflex. a los pecadores.
116. Deberes de los pobres para con los ricos
Los ricos de ordinario ayudan a los pobres dándoles que hacer, y deben por tanto vivirles
agradecidos, y aun mostrárseles en gran manera oficios y serviciales, y encomendarles a
Dios con mucha asiduidad y fervor. Mas en caso de que lo ricos hicieren lo contrario,
guárdense los pobres en este caso, de hacerles algún mal, sino que en cumplimiento de su
deber, aun en este caso deben honrarlos y reverenciarlo como viene a pobres humildes y
sujetos a la Divina Providencia; obrar de un modo contrario, sería gravar su alma con el
pecado.
Las sagradas Escrituras os imponen esta obligación, diciendo: El que vuelva mal por bien,
no se le apartará el mal de su casa. Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os
aborrecen, orad por los que os persiguen, orad por los que os maldicen y calumnien, para
que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos. Pues si sólo amareis a aquellos que
os aman, ¿qué merito tendríais? ¿Acaso no hacen aun esto los mismos gentiles? Haced
pues lo que os digo, para que seáis perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
No sólo Cristo Señor nuestro quiso enseñar a los pobres tan importante doctrina, sino que
hizo que la publicaran también sus grandes Apóstoles san Pedro y san Pablo. El primero les
dice: No volváis mal por mal, ni maldición por maldición; sino al contrario, llenad a todos
de bendiciones, ya que habéis sido llamados para poseer por herencia la eterna bendición.
El que ama la vida eterna y quiere vivir los días felices de la gloria, debe apartar su lengua
de los malos, y de sus labios debe separar el dolo; debe apartarse del mal y hacer el bien,
debe buscar la paz y seguirla; porque los ojos del Señor están siempre sobre los justos, sus
oídos escuchando sus preces, así como su rostro airado está siempre contra aquellos que
obran el mal, en suma, acordaos, oh pobres, que sois bienaventurados si padecéis por la
justicia.
san Pablo, en diferentes lugares asienta la misma doctrina, diciendo: Nunca volváis mal por
bien; al contrario, haced bien a todos, y hacedlo no sólo ante Dios, sino que también ante
los hombres. En cuanto dependa de vosotros, tened paz con todos sin vengaros nunca,
acordándoos que el Señor ha dicho: a mí pertenece el vengarme, porque todos han de
comparecer a mi tribunal. Por con siguiente, si tu enemigo está hambriento, dale de comer,
si tiene sed, dale de beber, cuya conducta será obligarlo a ser bueno a golpe de beneficios.
En fin, guardaos bien que ninguno vuelva mal por bien, que ninguno sea vencido por los
malos, sino que vosotros los ganéis para Dios a fuerza de beneficios.
117. Verdades inconcusas a los señores
Atiende bien, lector carísimo, que no hay ninguna grandeza en ser servido de los criados:
porque a los criados te prestan servicios necesarios o no; en el primer caso se publica tu
miseria y tu impotencia, ya que tienes necesidad de que alguien te haga cosas. Mas si por
ahí quieres tener alguna grandeza, tendrás la del débil niño que necesita de otros, o la del
enfermo que necesita quien lo asista, o la que parece a un tullido que no puede moverse.
Pero si no tuvieres necesidad, claro está que te haces servir porque eres rico, y haces
consistir en el oro la dignidad de tu pretendida grandeza. ¡Ah! ¡quién sabe si dentro de poco
tiempo ya n serás rico! ¡Ah! De nada sirve el lujo, de nada sirve una tropa de criados, es
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siempre culpable querer parece lo que no eres, y es hacerte más y más débil y abandonado:
no hay ninguna grandeza en ser servido.
Otra verdad inconcusa, es que nacimos para trabajar, y a esto fuimos condenados por el
pecado; por consiguiente, debe admitirse el servicio no para fomentar la vanidad, sino tan
sólo para repartir el trabajo. Así tuvo Abraham un gran número de criados, y con todo fue
un santo, y sus domésticos no aumentaban la vanidad, sino que lo servían para cumplir y
concluir el quehacer. De ahí se sigue que así como se pueden tener criados, así también
conviene no tener más que los necesarios, omitir los servicios que se puedan, y de ningún
modo tener en casa una tropa de holgazanes. Por otra parte, quitando los criados no
necesarios, hay menos gastos, pueden hacerse limosnas, y se les proporcionaría un oficio
tan honrado como lucrativo, haciéndoseles artesanos, y con su trabajo aumentarían la
felicidad de sus familias y aun la riqueza de la nación.
Otra verdad inconcusa es que los amos y señores deben a sus criados y súbditos amor,
benignidad, mansedumbre, proveerlos de las cosas necesarias, pagarles bien sus salarios, y
mirar sin son temerosos de Dios y de buenas costumbres. Con los señores y amos habla el
Sabio, diciendo:”Ama como a tu alma a tu siervo fiel, y trátale además como a tu
hermano.” Y el Apóstol: “Vosotros, señores, haced la razón con los vuestros, no lo
castiguéis todo por el cabo, perdonad vuestras iras, y aun las amenazas hechas en tales
tiempos: porque habéis de recordar que os importa ser perdonados del Señor Dios que
está en los cielos.” En la Epístola de los Colosenses, avisa a los señores y amos,
diciéndoles: Sed justos con vuestros criados, acordándoos que es justísimo el común Señor
de vosotros y de ellos.
118. Igualdad entre los amos y los criados
Convenimos que existe cierta igualdad entre amos y los criados, pero igualdad que debe ser
el principio que el criado cumpla sus deberes para con su amo, y el amo los cumpla también
para con su criado. Claro está que el criado es por naturaleza igual a su amo; pero no es
menos cierto que el criado debe respetar a su amo, debe obedecerle, debe amarle, debe
guardarle fidelidad y cumplir con exactitud sus compromisos. Y sepa el criado que está
obligado al trabajo con obligación de justicia; por tanto cumplen muy mal aquellos que
prometen mucho y hacen poco.
El buen criado no debe ser vicioso, y es una cosa cierta, que ningún amo quiere un sirviente
borracho, jugador, irreligioso, impuro, mentiroso, tramposo, y demás vicios con que se
presentan algunos: deben por tanto, reformarse por Dios nuestro Señor; por que si es
vicioso, si no cumple los deberes de cristiano, Jesucristo no le dará el cielo, sino que lo
precipitará al fuego eterno por toda una eternidad.
De su parte los amos deben acordarse que como sus criados, son hijos de Adán, y que es
una cosa insufrible obrar con soberbia y orgullo con los pobres criados. Hay amos tan
orgullosos que creen que exaltan a sus criados permitiendo que les sirvan: y de esta
conducta proviene cierta culpable altanería en su obrar y el desprecio con que tratan a los
sirvientes, y los términos injuriosos de que usan a la menor falta, la poca caridad en sus
enfermedades, el total abandono con respecto a su alma y la indiferencia con que miran el
instruirles religiosamente.
¡Gran Dios! ¿Y es así como contempla Jesucristo a los pobres? No, ciertamente; y
Jesucristo, los santos Apóstoles, los Padres de la Iglesia, y todos los santos y los buenos
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cristianos, los han mirado siempre con sentimientos muy opuestos: y todos han tenido
presente que Jesucristo siendo el mismo Dios y el Señor de los señores, nos ha dicho “que
no había venido al mundo para ser servido, sino a servir:” y de hecho se mostró siempre el
más solicito servidor de nosotros miserables pecadores. Acuérdense pues los amos, que sus
criados son hombres como ellos son cristianos destinados a una eterna recompensa en la
patria celestial: y los criados no se olviden que deben a sus amos respeto, obediencia,
fidelidad y exactitud.
119. Obligaciones de los amos
La primera obligación de un amo es pagar el salario a su criado: y nada más justo, ya que él
se ocupa de servirlo en todo cuanto le ordena. No pagar el salario al criado o trabajador, es
un gravísimo pecado; y muchas veces lo es también no pagarles en el día señalado, por la
necesidad que tienen de su jornal. Defraudar al criado o jornalero su salario, es muchas
veces un pecado que pide venganza delante de Dios, y pecado que es según la expresión de
la Escritura, casi igual al homicidio. Examinen un poco esto ciertos señores que no pagan a
los artesanos las obras que les han confiado, siendo ellos causa quizás de su ruina, y a veces
de innumerables crímenes: y examinen lo mismo los jugadores y demás que por su
caprichos despilfarran su capital.
Los señores tienen la obligación de hacer limosna, y conviene que la hagan, y deben
hacerla de un modo muy particular a favor de sus criados y de los artesanos a quienes tal
vez no han satisfecho del todo. Hacer lo contrario, no es ser un señor cristiano, sino un
hombre inhumano, es ser duro de corazón, y es exponerse a un horrible castigo. Cuidado
amos, cuidado: examinad la conducta del Señor de cielos y tierra y obrad según Él.
El amo debe ver en su criado una especie de hijo, del mismo modo que el criado ha de ver
en su amo una especie de padre. Si el criado es joven, debe procurare ordinariamente que a
cierta edad aprenda un oficio; más si es un anciano, principalmente si ha perdido sus
fuerzas sirviéndoos con fidelidad, o si ha pasado largos años en vuestra compañía, en estos
casos es digno de premio, y conviene ayudarlo; a veces es conveniente conservarlo en casa
y otra será mejor proporcionarle algo para su subsistencia. Concluiremos diciendo con san
Agustín, que el señor debe portarse como el Obispo en su diócesis, y trabajar a favor de sus
criados con celo y solicitud de pastor, así como los criados deben portarse como fieles
piadosos, y ver en sus señores una especie de pastores.
120. Conclusión
Tal es, lector carísimo, lo que he creído conveniente decirte para lograr una buena
educación en estos miserables tiempos. Hemos tomado los padres, y hemos explicado sus
deberes para con sus hijos; nos hemos hecho cargo de los hijos, y hemos notado sus
obligaciones para con sus padres: como los hijos no siempre han de estar en la casa paterna,
sino que deben tomar el estado a que Dios les llama, ora sea el matrimonio, ora el
sacerdocio, ora el consagrarse a Dios con los santos Votos; por esto hemos dado a conocer
cada uno de ellos, para que cada uno lo abrace, no a la ventura, sino según la vocación de
Dios: y lo hemos coronado todo, dando una sucinta explicación de los fieles para con los
sacerdotes, de los súbditos para con sus soberanos, y de los criados para con sus amos.
Cumple esto, lector carísimo, en la parte que conviene, y contribuirás a la educación de la
juventud, a la santificación de muchas almas y a la salvación de la tuya propia, lo cual es
144
ciertamente lo que más nos importa; porque todo lo demás es vanidad de vanidades y pura
vanidad y aflicción de espíritu.
Para dar a conocer el aprecio que nuestro dignísimo Prelado hace de la Biblioteca
Religiosa, nos apresuramos a poner aquí tres de las cartas que hemos recibido,
reservándonos para más adelante la publicación de algunas que nos han remitido nuestros
corresponsales.
“Señores Editores de la Biblioteca Religiosa:
“Recomiendo eficazmente la empresa de la Biblioteca Religiosa, a los Señores
Gobernadores de mi Diócesis, así como al Señor Secretario, Doctor Don Tomás Barón, y
no dudo que la protegerán...excitando además a los fieles católicos para que se suscriban a
una publicación de tantas trascendencia en la época que atravesamos, para el bien de las
almas, consagración y propagación de la única religión verdadera, que con poquísimas
excepciones profesan todos los mexicanos. El mismo Gobierno diocesano comunicará a
usted las indulgencias que concedemos los Arzobispos y obispos reunidos aquí, y las que
concederán también los Prelados existentes en el país, a consecuencia de la excitativa que
harán en mi nombre los Señores Gobernadores conforme a la recomendación que les hago.
“En la primera audiencia que se sirva otorgarme el santo Padre, no olvidaré las gracias e
indulgencias que ustedes desean, y le pediré sobre todo su bendición apostólica que
alcanzará la perseverancia en ustedes y los frutos más copiosos de sus trabajos y sacrificios.
“Roma, Mayo 24 de 1870.
“Soy de ustedes afectísimo Prelado.
Pelagio Antonio, Arzobispo de México.”
“Puede ser que me haya olvidado hablar de N... de la conveniencia y aun necesidad de
favorecer hasta donde se pueda, el establecimiento y progresos de la Biblioteca Religiosa,
que usted y sus dignos compañeros han proyectado, y cuyo aviso de publicaciones llegó a
mis manos juntamente con la grata de usted... Apreciaré que puedan llevar a cabo su
empresa, y que usted y sus dignos compañeros cuiden de tenerme al tanto de sus trabajos...
“Lucerna, Agosto 23 de 1870.
Pelagio Antonio, Arzobispo de México.”
“He recomendado la Biblioteca Religiosa a los Señores Gobernadores por el conducto del
Doctor Barón... y espero que por medio de una excitación que dirigirán a los Señores Curas
Párrocos y a los fieles de mi diócesis, todos podrán aprovecharse de tan útiles y
convenientes publicaciones.
“Me felicito... y cuando esté en Roma pediré al santísimo Padre las indulgencias que usted
desea, y agregaremos a ellas las de todos mis hermanos con las mías que desde ahora
concedo a los que trabajen en las obras de la Biblioteca Religiosa, y a los que las lean,
siendo 80 días por cada una de ellas.
“Lugano, Septiembre 24 de 1870.
Pelagio Antonio, Arzobispo de México.”
145
Índice
La educación de la juventud por medio del cuarto mandamiento de la Ley santa del
Señor ...................................................................................................................................... 1
Prólogo ................................................................................................................................... 3
Capítulo 1 Constitutivos de una educación católica ......................................................... 4
1. Obligaciones de los padres ............................................................................................. 4
2. La madre debe alimentar a su hijo .................................................................................. 4
3. La madre debe educarlo con alegría, agrado y prudencia .............................................. 5
4. La madre debe cuidar la salud de su hijito ..................................................................... 6
5. Los padres deben procurarles la conservación de la inocencia ...................................... 6
6. Los padres deben apartar a sus hijos de lo que es capaz de corromperlos ..................... 7
7. Los padres deben alabarles lo bueno y castigarles lo malo ............................................ 8
8 Malísima educación de L. Aymé Martín ....................................................................... 10
9. Práctica de la malísima educación de L. Aymé Martín ................................................ 10
10. Idea general de la educación que debe darse a las niñas ............................................ 11
11. La hija víctima de la irreligión de su padre ................................................................ 12
Capítulo 2 Los padres deben alimentar a sus hijos y enseñarles los deberes propios de
un cristiano .......................................................................................................................... 13
12. Qué cristianos niegan la fe.......................................................................................... 13
13. Los padres deben alimentar a sus hijos ...................................................................... 15
1º El trabajo de los padres ................................................................................................ 15
2º Ayudarse de los hijos ................................................................................................... 16
3º Darles correspondiente estado ...................................................................................... 16
14. Deben enseñarles los deberes de cristianos ................................................................ 17
Capítulo 3 Los padres deben corregir a sus hijos ........................................................... 20
15. Vehemente inclinación ............................................................................................... 20
16. Deber que tienen los padres de corregir a sus hijos .................................................... 20
17. Qué ha de corregirse en los hijos ................................................................................ 21
18. Continua el mismo asunto .......................................................................................... 22
19. Los padres deben corregir aun a los hijos grandes y casados ..................................... 24
20. Cuándo deben corregirse los hijos .............................................................................. 25
21.-Modo con que debe corregirse ................................................................................... 25
22. Modelos de corrección................................................................................................ 27
Ejemplos del primer caso ................................................................................................. 27
Ejemplo del segundo caso ................................................................................................ 27
Ejemplos del tercer caso ................................................................................................... 27
Ejemplo del cuarto caso .................................................................................................... 28
Capítulo 4 Los padres deben apartar a los hijos de las ocasiones del pecado y
edificarlos ............................................................................................................................ 30
146
23.¿Por qué se condenan muchos padres de familia? ....................................................... 30
24. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? ...................................................... 30
25. Muchos se condenan porque hacen dormir juntos hermanitos con hermanitas ......... 31
26. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? ...................................................... 31
27. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? ...................................................... 33
28. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia con sus hijos? ................................ 33
29. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? ...................................................... 36
Capítulo 5 Se señalan las causas ordinarias que hacen a los hijos malos o buenos ..... 38
30. Los hijos son malos porque lo son los padres ............................................................ 38
31. Se prueba la misma verdad con ejemplos ................................................................... 38
32. Se prueba la misma verdad con otros ejemplos .......................................................... 40
34. Se prueba la misma verdad con casos prácticos ......................................................... 42
Capítulo 6 Se recopilan los deberes de los padres para con sus hijos, dando al mismo
tiempo nueva doctrina ........................................................................................................ 44
35. Deberes de los padres para con sus hijos .................................................................... 44
36. Primer deber ............................................................................................................... 45
Segundo deber .................................................................................................................. 46
Tercer deber ...................................................................................................................... 47
Cuarto deber ..................................................................................................................... 48
Sexto deber ....................................................................................................................... 50
Séptimo deber ................................................................................................................... 51
Octavo deber ..................................................................................................................... 51
Noveno deber .................................................................................................................... 52
Décimo deber .................................................................................................................... 53
Undécimo deber ................................................................................................................ 54
Capítulo 7 Deberes de los hijos para con sus padres ...................................................... 55
37. Enlace del tratado ....................................................................................................... 55
38. Los hijos deben amar a sus padres.............................................................................. 56
40. Conducta pésima de algunos hijos.............................................................................. 60
Capítulo 8 Obediencia de los hijos a sus padres ............................................................. 62
41. Primer medio .............................................................................................................. 62
42. Los hijos deben obedecer a sus padres ....................................................................... 63
43. En qué cosas deben los hijos obedecer a sus padres................................................... 65
44. En qué cosas deben negarles la obediencia ................................................................ 66
1º Cuando su padre manda lo que es contra la ley de Dios. ............................................. 67
2º Tampoco deben obedecerlos en la elección de estado ................................................. 67
3º No deben los hijos obedecer a sus padres en la elección de persona o casa religiosa . 68
4º No cuando tiene motivos de conciencia ....................................................................... 68
5º Conducta de un sacerdote ............................................................................................. 68
147
6º Consejos a todos ........................................................................................................... 69
52. Sigue el mismo asunto ................................................................................................ 69
Capítulo 9 Reverencia de los hijos para con sus padres ................................................ 70
53. Segundo medio ........................................................................................................... 70
54. Los hijos deben respetar a sus padres ......................................................................... 70
55. En qué cosa deben los hijos mostrar el respeto a sus padres ...................................... 72
1º En las palabras .............................................................................................................. 72
2º. En las obras ................................................................................................................. 73
3. Sufriéndolos con paciencia ........................................................................................... 74
56. Ejemplos sacados de los libros santos ........................................................................ 75
Capítulo 10 Los hijos deben asistir a sus padres ............................................................ 77
57. Tercer medio ............................................................................................................... 77
58. Los hijos deben de asistir a sus padres en su estado ordinario ................................... 78
59. Los hijos deben de asistir a sus padres en su vejez .................................................... 79
60. Deben asistirlos en su enfermedad y después de su muerte ....................................... 80
Capítulo 11 Premio que da Dios a los buenos hijos ........................................................ 82
61. Cómo premia Dios a los buenos hijos ........................................................................ 82
62. Cómo premia Dios a los buenos hijos ........................................................................ 82
63. Cómo premia Dios a los buenos hijos ........................................................................ 83
65. Cómo premia Dios a los buenos hijos ........................................................................ 85
Capítulo 12 Castigos de Dios contra los malos hijos ...................................................... 86
66. Palabras del Espíritu Santo contra los malos hijos ..................................................... 86
67. Pecado que cometen los malos hijos .......................................................................... 87
68. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes ...................................................................... 88
69. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes ...................................................................... 89
70. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes ...................................................................... 89
71. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes ...................................................................... 90
72. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes ...................................................................... 91
73. Deberes de los maestros ............................................................................................. 92
74. Deberes de los discípulos para con sus maestros ....................................................... 93
Capítulo 13 santidad del matrimonio y medios de lograrla........................................... 94
75. Grandeza del matrimonio ........................................................................................... 94
76. El matrimonio es santo porque Dios es su autor ........................................................ 96
77.-Es santo por lo que significa ...................................................................................... 97
79. Por qué algunos casados no son santos ...................................................................... 98
80. Igualdad en el matrimonio .......................................................................................... 99
1. Iguales en edad ............................................................................................................. 99
2. Iguales en educación ................................................................................................... 100
148
3. Iguales en la sangre..................................................................................................... 100
4. Iguales en el natural .................................................................................................... 100
5. Iguales en las costumbres ........................................................................................... 100
81. Consentimiento de los padres ................................................................................... 101
82. Cómo deben celebrarse las bodas ............................................................................. 102
Capítulo 14 Deberes generales y particulares de los esposos....................................... 103
83. Los casados deben amarse ........................................................................................ 103
84. Los casados deben guardarse mutua fidelidad ......................................................... 105
85. Deberes particulares de los hombres casados ........................................................... 106
1ª El marido debe sustentar a su mujer ........................................................................... 106
2ª El marido debe gobernar a su mujer ........................................................................... 106
3ª El marido debe corregir a su mujer ............................................................................ 107
86. Deberes particulares de la mujer casada ................................................................... 107
1º Cuidar las cosas de la casa y trabajar ......................................................................... 107
2º Obedecer al marido .................................................................................................... 108
87. Medios prácticos ....................................................................................................... 108
Capítulo 15 Sobre el adulterio ........................................................................................ 109
88. Juicio de Dios contra los adúlteros ........................................................................... 109
89. Qué es el adulterio .................................................................................................... 110
90. Qué es el adulterio según leyes humanas ................................................................. 111
91. ¿Por qué el adulterio tiene en sí a todos los pecados? .............................................. 113
92. Medios para guardar la fidelidad conyugal .............................................................. 113
1º No quererlo ................................................................................................................. 113
2º Huir las ocasiones de cometerlo ................................................................................. 114
3º Amarse uno a otro ...................................................................................................... 114
4º Reflexionar sobre el adulterio de David ..................................................................... 114
Indisolubilidad del matrimonio ...................................................................................... 115
Capítulo 16 Del sacramento del Orden.......................................................................... 115
93. Transición ................................................................................................................. 115
Qué es el sacerdote ......................................................................................................... 116
Capítulo 17 Lo que es un fraile y una monja ................................................................ 123
98. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de pobreza ........................................ 123
99. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de castidad ....................................... 125
100. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de obediencia ................................. 127
101. Cómo se consagran a Dios por medio del cuarto voto ........................................... 128
Capítulo 18 Deberes de los fieles para con los sacerdotes ............................................ 129
102. El sacerdote representante de Jesucristo y sus deberes .......................................... 129
103. Se prueba en general los deberes de los fieles a los sacerdotes .............................. 130
149
104. Primera obligación: El respeto ............................................................................... 131
105. Segunda obligación: La obediencia ........................................................................ 132
106. Tercera obligación: Los fieles debe alimentar a los sacerdotes.............................. 132
Capítulo 19 Deberes de los súbditos para con sus gobiernos....................................... 134
107. Origen de toda potestad .......................................................................................... 134
108. Deberes de los gobiernos para con sus súbditos ..................................................... 134
109. Deberes de los pueblos para con sus gobiernos ...................................................... 135
110. El súbdito debe respetar a su gobierno ................................................................... 136
111. Debe obedecerlo ..................................................................................................... 136
112. Debe rogar por él y pagarle tributos ....................................................................... 137
113. Debe guardarle fidelidad ........................................................................................ 137
Capítulo 20 Los criados y los amos ................................................................................ 138
115. Deberes de los criados para con sus amos .............................................................. 139
116. Deberes de los pobres para con los ricos ................................................................ 141
117. Verdades inconcusas a los señores ......................................................................... 141
118. Igualdad entre los amos y los criados ..................................................................... 142
119. Obligaciones de los amos ....................................................................................... 143
120. Conclusión .............................................................................................................. 143
Índice.................................................................................................................................. 145

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