José María Vilaseca LA EDUCACIÓN DE LA JUVENTUD POR
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José María Vilaseca LA EDUCACIÓN DE LA JUVENTUD POR
José María Vilaseca LA EDUCACIÓN DE LA JUVENTUD POR MEDIO DEL CUARTO MANDAMIENTO DE LA LEY SANTA DEL SEÑOR Segunda edición notablemente corregida y aumentada por el autor. México Tip. Religiosa. C. M. Trigueros y Hno. Esquina de la Concepción. 1889 México, Enero 11 de 1870. Visto el parecer del R. P. Censor. D. Juan Masnou, concédenos nuestra licencia para la impresión y publicación de la obra titulada: La Educación de la Juventud por medio del cuarto mandamiento de la ley de Dios. Lo decretaron y firmaron los Señores Gobernadores de la Mitra. M. Moreno. Cárdenas. Dr. Tomás Barón, secretario. 3 Prólogo Son nuestros deseos, lector carísimo, contribuir a la educación de la juventud, procurando hacerla eminentemente católica; y hacerla por consiguiente feliz en este mundo por medio del exacto cumplimiento de sus deberes, y feliz después en el otro, por la eterna recompensa que le dará Dios, en cumplimiento de sus promesas. Mas todo esto pensamos lograrlo, no siguiendo nuevas teorías, que casi siempre conducen a la nada, y con mucha frecuencia al error; sino mediante una explicación clara sucinta y exacta del cuarto mandamiento de la ley santa del Señor, ya que según nuestra Madre la Iglesia, los santos Padres y los Teólogos, él es el que entraña todo deber del superior para con su inferior y de éste para con aquel; y por tanto, los deberes del marido y los de la mujer, los de los padres y los de los hijos, de los amos y de los criados, los del maestro y los del discípulo, los propios de un buen gobierno y los que convienen a los gobernados, y hasta los deberes de los fieles con relación a sus pastores. Este plan que seguimos puntualmente en una de nuestras misiones, y cuyos abundantes frutos, llamaron en gran manera nuestra atención, es el mismo que vamos a desarrollar en la presente obrita: trabajo que emprendemos de nuevo con la única intención de que solo sirva. A la mayor honra y gloria de Dios, de la inmaculada y siempre Virgen María y de su castísimo esposo el señor san José. 4 Capítulo 1 Constitutivos de una educación católica 1. Obligaciones de los padres Los padres de familia tienen grandes y muy importantes obligaciones que cumplir con relación a sus hijos; y su exacto y prudente cumplimiento, es lo que siempre ha formado una educación eminentemente católica. Como los hijos al mismo tiempo que son miembros del Estado o Nación en la que han nacido; son hijos de la Iglesia destinados a cumplir las solemnes promesas que hicieron en el santo bautismo, y son al propio tiempo ciudadanos llamados a ocupar el puesto debido a su mérito civil; de ahí la doble obligación de los padres de familia de educar a sus hijos religiosa y civilmente. Por tanto, bajo este precepto debe dirigirse la educación de la juventud, teniendo empero siempre presente, que la instrucción de ciudadano debe estar presidida por la que corresponde al cristiano; todo lo temporal debe referirse a lo espiritual; la salud del cuerpo debe sujetarse a la salud del alma; la vida actual a la vida eterna, y el estado de naturaleza al estado de gracia. Así queda patentizado, que los padres de familia no deben criarla, educarla, instruirla, formarla y establecerla según sus miras particulares; sino conforme los designios de Dios, hábilmente encerrados en el exacto cumplimiento de sus deberes como padres católicos. ¡Ojalá que los padres no lo olvidasen! Y ¡qué todos los cumplieran con la mayor exactitud! ¡Oh felices, felices padres les diríamos, porque seréis honrados y bendecidos de Dios, como lo fue Abraham, santo Patriarca que habiendo cumplido todos sus deberes, mandando a sus hijos y a todos los de su casa, que guardará los caminos del Señor y obrasen con juicio y con justicia, fue en gran manera querido de Dios, y se le mostraba tan benévolo y familiar, que para honrarlo, le descubría importantes secretos, y lo llenaba de las mayores bendiciones, hasta multiplicar su descendencia como las estrellas del firmamento, y hacer que brotara de ella el Mesías prometido: así premia Dios al buen padre de familia. 2. La madre debe alimentar a su hijo A la manera que la madre es la que concibe a su hijo y la que lo da a luz, así la misma madre debe darle el primer alimento. Por esto la naturaleza ha inspirado este tiernísimo afecto que siente la madre al entregarle a su hijo; por esto luego que la mujer es madre, llénanse sus pechos del alimento más propio y más sabroso para el paladar y estómago del tierno niño: por esto sus balbucientes labios que apenas saben abrirse, saben sin embargo, aplicarse al pecho y extraer todo el alimento que necesitan para nutrirse. ¡Oh Providencia! eres del todo admirable, y tú sola obras con toda exactitud, maestría y acierto, y obras estos prodigios no solo en los individuos de la especie humana, sino aun a favor de los mismos animales. Este hecho tan universal como prodigioso, condena la conducta de ciertas mujeres que, por librarse de los trabajos que trae consigo la lactancia, y aun quizá por motivos tan vergonzosos como criminales, entregan a sus hijos a manos mercenarias. ¡Ah! Ellas son doblemente infelices: porque si por una parte con peligro de su salud y aun de su vida, detienen en sí mismas el curso de la naturaleza, por otra exponen a sus hijos a que juntamente con la leche mamen de sus amas, la leche de sus vicios y malas inclinaciones. 5 No lo hizo así Sara la mujer de Abraham, sino que no obstante de ser anciana, y de ser la principal señora como esposa queridísima del primer Patriarca, con todo, ella lo alimentó en sus pechos; y al destetarlo celebró Abraham un gran banquete con sus amigos, como si quisiera testificar en aquel hecho la fiel conducta de su esposa. Así obran las buenas cristianas que quieten cumplir debidamente el deber más importante de la maternidad: y obran así porque el mismo Dios se los manda por medio de las leyes de la naturaleza. 3. La madre debe educarlo con alegría, agrado y prudencia Durante la lactancia del hijo, la buena madre debe principiar su educación, tratándole con alegría, agrado y prudencia. No es necesario exhortar a las madres que los eduquen con agrado alegría, porque la sola naturaleza les inclina lo bastante a hacerlo; pero sí es necesario exhórtalas que lo hagan con la debida prudencia, porque faltando ésta, degenera su amor, favorecen las pasiones de los niños y aun fortalecen sus malas inclinaciones. Un niño de pecho, nos ha dicho san Agustín, es capaz de obstinación, de ira, de impaciencia, de odio, de envidia, de deseos de venganza, y aun de todas las pasiones: y lo explica y manifiesta con movimientos de cabeza, de manos y sobre todo con sus gritos. Ahora bien: si la madre en vez de reprimir estos principios de la pasión con actos de prudencia, testifica por el contrarío, que entra en los deseos del niño, aprobando lo que él hace, claro está que tarde o temprano dará esta conducta los más fatales resultados. Expliquémonos mejor con un ejemplo: Una persona se divierte con un niño, y por que le quita un juguete o le hace otra cosa insignificante; él se echa a llorar, grita más recio, y hace movimientos con el cuerpo como para tirarse de una a otra parte: más si la madre para acallarlo hace ademanes de odio, de ira o enojo contra dicha persona, o toma asimismo la mano del niño como para pegarle, en el mismo instante cesa de llora, y muchas veces muestra su contento y satisfacción aun con la risa. Todo esto que ha sido un puro juguete de la madre, ha manifestado bien las pasiones de su hijo, el cual ha callado, por haber visto satisfechos sus deseos y sus venganzas. De ahí la necesidad de que las madres procuren la educación de sus hijos desde sus más tiernos años, valiéndose de medios razonables que deben aplicar con alegría, con agrado y con una prudencia cristiana; y de ahí la necesidad de ser ellas y no personas extrañas quienes los amamanten y eduquen. Por más que parezca extraño afirmar que los niños tienen pasiones, siempre hemos de concluir que lo ha dicho san Agustín, el gran conocedor del corazón humano; y nosotros mismos sacaremos la misma conclusión, si consideramos las acciones de un niño y lo seguimos en todos sus pasos. Sí, las pasiones están en los niños, como las semillas en los cardos y abrojos: y como éstas nacen en los campos por sí mismos, así en el corazón infantil nacen los actos de la pasión: y al modo que las plantas útiles han de ser plantadas y sostenidas con el debido cultivo, así menester es sembrar en el corroan de los niños las virtudes cristianas, reprimiendo las pasiones a medida que aparecen. No hacerlo así, sufrírselo todo, darles en todo gusto, es educarlos mal, y echarlos a perder, como se echaría a perder el campo que no se le arrancasen las malas yerbas: y al modo que este, bien cultivado da óptimos frutos; a sí con la educación católica convertirán las madres el corazón de sus hijos en un vergel de virtudes. En las sagradas Escrituras, nos refiere san Marcos en su Evangelio, que cierto padre presentó a Jesucristo un hijo suyo, que tenía el espíritu malo y le había quitado la facultad 6 de hablar. Nuestro Dios y Señor antes de curarlo, preguntó al padre: ¿cuánto tiempo hace que se apoderó de vuestro hijo el espíritu malo y lo hizo mudo? El padre respondió: desde su infancia. Y san Pedro Crisólogo, al hacerse cargo de este pasaje, dice: que por haber sido mal educado de su madre, por esto, como en castigo, fue entregado al demonio. ¡Ah! ¿a cuántos hijos e hijas sucede una cosa semejante? ¿cuántos hacen a sus hijos sumamente desgraciados por haberlos mimado en demasía? 4. La madre debe cuidar la salud de su hijito Nada más común que ver a las madres cuidando de la salud de los hijos, y nada más común que verlas faltar por defecto o por exceso. Faltan por defecto, las que no haciéndose cargo de su debilidad, les exigen lo que aun no pueden darles, siendo muchas veces causa de que se enfermen hasta con peligro de su vida; y faltan por exceso las que los crían con demasiada delicadeza, so pretexto de que no se enfermen. Hacerlos delicados en la comida bebida, y cama, es muchas veces destruir su salud, por el mismo camino que se les quería fuertes y rollizos. Importa, por tanto, conservarlos en buena salud para que puedan dedicarse a los estudios, al comercio, a la milicia, o las faenas propias de un taller; pero esto se hace, no mimándolos y haciéndoles delicados, sino con una santa prudencia procurando que sufran y experimenten el frío y el calor, el hambre y la sed, el trabajo y la vigilia; y procurando principalmente que solo tomen alimentos frugales y que los sazonen todo con un moderado ejercicio. Así obran los labradores, por esto presentan a la sociedad hijos sanos, fuertes y rollizos; y las clases acomodadas cuando hacen lo contrario, tienen el sentimiento de ver la temprana muerte de su familia. 5. Los padres deben procurarles la conservación de la inocencia Entre todos los bienes que los padres pueden proporcionar a sus hijos, uno de los más importantes, y sin duda el mayor de ellos y el que entraña todos los demás, es ciertamente el procurarles la conservación de la inocencia; porque ella es la reunión de todas las gracias que recibieron en el santo bautismo, y como el tesoro que el Espíritu Santo ha colocado en su corazón. Para cumplir este deber, convienen que los padres de familia no pierdan de vista el modelo de Tobías; pues según nos refiere la sagrada Escritura en su libro: siendo casado, tuvo un hijo a quien enseñó desde su infancia a temer a Dios y a abstenerse de todo pecado. Magnífica enseñanza, que entraña consigo la conservación de la inocencia ¡Ojalá que los padres se miraran en un espejo tan excelente! ¡ojalá que lloraran de corazón los extravíos sufridos! ¡ojalá que para lo sucesivo modelaran su conducta sobre él! Porque debe asegurarse, que temiendo su familia a Dios y absteniéndose de todo pecado, conservaría su inocencia con integridad entera. Para facilitar, lector carísimo, a los padres el exacto cumplimiento de tan importante obligación, vamos a darles los siguientes medios: 1º Hacerlos piadosos, y a este fin acostumbrarlos luego que sepan hablar, a pronunciar con fervor los dulces nombres de Jesús, María y José, hace que respeten la presencia de Dios que todo lo llena, mostrarles el cielo como el lugar principal de su residencia, y con una santa industria servirse de estas grandes verdades para reprimir en ellos los asomos de la ira y de la cólera, y para apartarlos de todo lo que no es bueno. 7 2º Enseñarlos a orar, o lo que es lo mismo, ponderarles la necesidad de la oración, fundada en la absoluta dependencia en que vivimos de Dios nuestro Señor. A este fin enseñarles el rezo de algunas oraciones, rezarlas con ellos con la mayor devoción, hacerles sentir que Dios es nuestro Padre, que nos concederá lo que le pidamos debidamente, que los ángeles están orando de continuo, y que esta ocupación ha sido la de todos los santos, y de un modo especial la del señor san José que siempre supo juntar al continuo trabajo una oración continua; y principalmente la de María santísima que siendo la augusta Madre de Dios, es al propio tiempo nuestra tierna Madre. 3º Sensibilizarles las cosas espirituales, quiero decir, valerse de lo sensible para elevarlos a las verdades espirituales, servirse del fuego para señalarles la terribilidad de las penas del infierno; de la hermosura del firmamento, como una prueba de las delicias de la gloria; de la salida y puesta del sol, para que noten la adorable Providencia de Dios, y de la comida y bebida como tiernas dadivas suyas, destinadas a conservar nuestra salud y nuestra vida: sentimientos admirables que producen siempre adoración, amor y reconocimiento hacia el Autor de tanto bien. 4º Prevenirles contra la doblez: porque los niños casi siempre pierden su inocencia sin pensar que van a perderla. Por esto convienen presentar a los niños la sencillez con todas sus glorias, mostrarles al mentiroso como el hijo primogénito de Satanás, y al niño de sinceridad y de candor como el destinado a ser un ángel del cielo. Conviene al mismo tiempo, ser severo e inexorable al sorprenderlos con alguna mentira; así como en gran manera indulgente al confesar su falta de una manera ingenua y con la debida humildad. 5º Hablarles según los principios de la fe: y en consecuencia, hablarles de las costumbres en sentido cristiano y según las máximas de Jesucristo; ponderarles la estimación de que es digna la virtud por su admirable belleza, por los mil y mil bienes que nos reporta, por el amor que siempre le ha profesado los santos, porque su práctica nos asemeja a Jesucristo y porque nos hace acreedores a los bienes eternos del cielo. Con esta conducta se conservará la inocencia de los niños, porque se les va dando poco a poco noticias exactas de Dios, se les acostumbrar a la oración, se les hace juzgar según los principios de la fe; se les previene contra los enemigos del alma, que son mundo, demonio y carne, y se les hace comprender que el vicio siempre es malo, al paso que la virtud siempre es buena y apreciable. ¡Dichosos los hijos que así son educados de sus padres, porque ellos conservarán la inocencia! Así una educación admirablemente perfecta recibió de sus piadosos padres el grande Samuel, hijo de los venturosos Elcana y Ana. Esta, aun antes de concebirlo ya lo consagró a Dios, lo consideró siempre como una dádiva del cielo, lo instruyó atentamente en los deberes religiosos, lo entregó al sumo sacerdote Heli luego que supo andar por sí mismo, y sirviendo a Dios en el templo llegó a ser el hombre más considerable de su nación, no solo como sacerdote piadoso y santo, sí que también como juez justo integérrimo. 6. Los padres deben apartar a sus hijos de lo que es capaz de corromperlos Deben los padres partir de este principio, que serán vanos cuantos esfuerzos hicieren para la conservación de la inocencia de sus hijos, si a los medios dados no añaden el de apartarlos de lo que es capaz de corromperlos. Este punto que es el más importante es para muchos el más difícil porque no pudiendo tenerlos en sus casas, ven se obligados a enviarlos a las escuelas en las que quizás en muy poco tiempo aprenden lo que siempre debiera ignorar. 8 ¡Ah! Cuántas llagas las que se abren en sus almas! ¡cuántas son tan malignas que parecen ser imposible poderlas cancelar! ¡cuántos niños a los cuatro días de colegio han corrompido ya su corazón! Ellos salieron de su casa con la inocencia en la frente, y poco después se vieron perdidos: semejantes a Eva que perdió su inocencia cuando excitada por la curiosidad de ver el paraíso y separándose del lado de Adán, se encontró con el tentador que en el árbol de la ciencia del bien y del mal estaba aguardando. Para que los padres y madres, lector carísimo, en medio de los peligros que rodean a sus hijos los conserven libres de la corrupción, pongan en práctica los medios siguientes: 1. Escoger maestros que no tanto profesen el saber, como la verdadera piedad del catolicismo; y maestros que procuren con el mayor celo posible el exacto cumplimiento de los deberes religiosos en sí mismos y en sus recomendados. ¡Oh padres! ¿qué sacarán vuestros hijos de la instrucción si ella no es hija de la devoción? ¿qué fruto recogeréis de verlos sabios si su corazón está perdido? ¡Ojalá que la triste experiencia no enseñara que los hijos que se perdieron en los estudios, siempre han sido la pesadilla de sus desgraciados padres! 2. Velar sobre las malas compañías: y sobre esto jamás pondrán los padres un cuidado excesivo; porque se ha visto en no pocas ocasiones inocular el vicio en breves días a la incauta juventud, y salir con el tiempo más corrompida que sus maestros mismos. 3. Buscar árbitros para tener ocupados a los jóvenes: la mucha ocupación libra a la juventud de la ociosidad que es la madre de todos los vicios. Procúrense, pues, que cumplan ante todo con sus cátedras; y no dejarlos luego libres para que se vayan a pasear, sino que les debe ocupar en algún trabajo ligero, pero que sea útil para ellos y aun para la casa. Convienen repetimos, tener a la juventud ocupada, y por lo común, inclinarla a diferentes estudios, para que a su tiempo pueda aplicarse en aquellos a los que se sintiere más inclinada y con mayor disposición. 4. Darles una cristina idea de la instrucción: ya previniéndoles que los conocimientos humanos deben ordenarse a los espirituales; ya trayéndoles a la memoria los tristes efectos que producen la ciencia sin religión; ya simplificándoles lo dicho con algún joven de su época. Los padres deben exhortar a sus hijos al estudio, no proponiéndoles las riquezas o los placeres que pueden adquirirse con él, sino sirviéndose de medios morales, y dirigirles poco a poco a que obren por ser esta la voluntad de Dios. Como en conclusión, añadiremos, que pongan en sus manso libros buenos, que se les acostumbre a sacar fruto de sus lecturas, que se les alimente con máximas del Evangelio que se parte de ellos toda novela, romance y demás escritos de esta naturaleza, y que se les confíe a un sabio y prudente confesor, el cual no solo los confiese y los disponga de este modo para la sagrada comunión, sino que con sus buenos consejos los forme. Con la práctica de semejantes medio, los jóvenes quedarán apartados no solo de todo lo malo sino aun de lo que es capaz de corromper el corazón. 7. Los padres deben alabarles lo bueno y castigarles lo malo Mucha es la discreción y sabiduría que los padres necesitan para formar debidamente el corazón de sus hijos; y al paso que los entreguen a la nación hechos ciudadanos de provecho, los presenten a la Iglesia muy piadosa cristianos; porque para lograrlo deben los padres alabarles lo bueno y castigarles lo malo; pero deben hacerlo según las reglas cristianas que vamos a marcarles, aunque muy sucintamente. 9 1. No alabarles ni reprenderles sino aquello que según el Evangelio es digno de alabanza o de reprensión: y no imitar por tanto la conducta de ciertos padres que alaban o reprenden a sus hijos según las máximas del mundo; porque esto los hará mundanos y aun corrompidos. 2. Alabarles lo bueno que hacen, pero dirigir el encomio tan cristianamente, que no le sirva de veneno que nutra su orgullo: para esto que eleven su pensamiento a Dios como el Autor de todo bien, y que no se gloríen sino en el Señor. 3. Reprenderles lo malo de modo que lo reconozcan, castigárselo cuando no basta el aviso; añadir el castigo un santo enojo cuando repitan la falta y concluir siempre dándoles esperanza de que serán mejores si ponen en práctica los medios que se les da y se encomiendan a nuestro Señor. 4. Convienen excitar a los niños con premios; pero estos deben ser a propósito, y no prometerles ni menos darles lo que fomenten sus pasiones. Son premios muy acertados, una pintura que represente un hecho histórico, una imagen que nutra su devoción, una historia que los edifique, un buen libro de moral que sea su compañero y aun su ayo: darles dinero, casi siempre les fomente la gula, el juego, la embriaguez y aun el feo vicio de la deshonestidad. 5. Los padres deben distinguir entre defectos y defectos, al modo que los sacerdotes de la antigua Ley distinguían entre lepra y lepra. Los niños tienen defectos de pura ligereza, que se les quitan poco a poco, a media que creen en edad; y basta por parte de los padres un poco de cuidado en advertírselos y mucha paciencia en saberlo sufrir, sin escandalizarlos con modos indignos de un cristiano. Hay otros defectos que preceden de una inclinación viciosa, como la doblez e hipocresía que los sepulta en sus mismo vicios, la indocilidad que cierra la puerta a la corrección verdadera, la obstinación que replega toda la malicia, la ira que los trasforma en pequeños tigres, la pereza que les engendra viciosas costumbres, la gula que les perjudica la salud, y la costumbre de mentir que los hace incorregibles, pues estos y otros vicios pueden los padres combatirlos tenazmente; ora advirtiéndoselo con animo mesurado; ora repitiéndoselos con firmeza y algo de acrimonia; ora haciéndoles entrever la amenaza y aun el justo castigo. Todo esto ha de efectuarse, sirviéndose siempre de los motivos que presenta la religión, y hace sentir los efectos del castigo, por la privación de lo que más le agrada: y cuando esto no basta, no olviden los padres de familia, que es necesario que los corrijan fuertemente, y que añadan a la corrección un castigo conveniente a sus faltas. ¡Oh qué ideas tan distintas fueran las de los niños si así fuesen educados! Mas ahora ¿por qué la juventud se corrompe? ¿por qué los jóvenes de mejores esperanzas se nos pierden? ¿por qué muchachos desvergonzados se entregan al juego y a la borrachera? ¿por qué las riñas, los duelos y los suicidios son tan frecuentes? ¿por qué los robos nos tienen en continuo sobre salto¿ ¿por qué el desenfreno de las pasiones se extiende más y más todos los días? ¿por qué la revolución tiene al mundo en continuo trastorno? ¿por qué la miseria, cual plaga mortífera asola a las ciudades mismas? No, no hay otro porque, que el descuido que tuvieron los padres en la educación de sus hijos. ¡Oh Salvador! Haz que los padres y madres lo conozcan, y haz que comiencen a educar a su familia según las saludables máximas que nos enseñaste en el santo Evangelio. 10 8 Malísima educación de L. Aymé Martín A mediados del pasado siglo apareció al mundo uno de aquellos astros tan fatales, que a ser seguidas sus luces acabarán con la destrucción del género humano: tal fue el desgraciado L. Aymé Martín en su triste obra: Educación de las madres de familia o civilización del género humano por medio de las mujeres.1 En ella tiene la osadía de presentarse como el único maestro del género humano, de destruir todas las creencias, de acabar con los sanos principios y presentar a la mujer siendo el todo de la educación; mas no a la mujer religiosa que cumple los deberes que prometió a Dios al recibir el santo bautismo; sino una mujer sin fe, sin creencia divina, libre del suave yugo del Evangelio y conducida por la pasión del amor. El cien y cien veces infeliz, se contradice repetidas veces en su obra; porque ya habla del Evangelio, como de un libro que, comparado con la naturaleza, ha de presentar el conjunto de sus deberes; ya lo presenta no como divino, sino como un libro adulterado y no teniendo la verdad; ora dice de la naturaleza que es un todo tan magnífico, cual convienen a una obra de Dios, ora embrolla la inmortalidad del alma y la eterna recompensa; ora oscurece y confunde las sublimes ideas que de ellas tenemos. Poco después afirma que el hombre es libre; y a pocas páginas, haciéndose cargo de su decantada libertad, la reduce a una verdadera servidumbre, y a obrar en fuerza de una dura necesidad: lo vemos admitiendo a un Dios infinitamente bueno, y leemos luego que es un Dios de palo, porque lo despoja de su justicia. En fin, entre la multitud de verdades que niega, aparecen negadas la fe, la eternidad de las penas, el pecado original, la autenticidad de las Escrituras, la necesidad de la penitencia, la santidad, la virginidad, el celibato eclesiástico y la unidad del dogma católico. Y un hombre sin fe, y que corona todos sus errores asegurando que todas las religiones son lo mismo, ¿podría ser el maestro único de todo el género humano? ¿podría educar debidamente a la mujer? Convenimos que la mujer está llamada a grandes cosas; pero que jamás será más que lo que Dios la hizo, es decir, la compañera del hombre. Nosotros deseamos la verdadera educación; pero hemos intentado llevarla a cabo, haciendo que el hombre y la mujer, de común acuerdo, cumplan con los deberes que Dios les impuso, a cuyo fin determinamos explicárselos en la presente obrita. 9. Práctica de la malísima educación de L. Aymé Martín Mairan, socio de la academia de las ciencias, refiere haber conocido en Beziers a un pretendido espíritu fuerte que queriendo reducirlo todo a las leyes de la naturaleza, educaba a tres hijos que tenía, según las máximas filosóficas, inspirándoles desprecio por todo sentimiento religiosos y enseñándoles a dirigirse por las luces de una razón pura y libre de las que él llamaba preocupaciones. No obstante, como sin advertirlo corregía los preceptos con sus ejemplos, por ser su corazón mejor que su espíritu, tardó algún tiempo en notarse la inmoralidad con que había envenenado la educación de sus hijos. Mas, en fin, llegó para ellos la edad de las pasiones que fue la de la independencia. El padre se apresuró a emanciparlos: quisieron casarse los tres según su capricho, y nada había más natural; pues así, decían ellos, obran los animales, así se unen los salvajes: y el padre nada tenía que 1 AIMÉ-MARTIN, L. Educación de las madres de familia, ó de la civilización del linage humano por medio de las mugeres, 2 vol. Impr. de D. Juan de Oliveres: Barcelona, 1849. (Tesoro de Autores Ilustres XCVI y XCVII). 11 contestar. Una vez casado estos impíos, pidiéronle cuenta de la herencia de su madre y se la pidieron muy exacta y rigurosa. Las leyes escritas en el corazón del hombre imponen al hijo el deber de dar al padre o lo menos de que vivir con decencia. Mas ellos creyeron hacer mucho dejándole algo para no morir. En vano quiso recordarles el beneficio de la vida, la tierna solicitud que de ellos había tenido en la infancia y tantos otros rasgos y pruebas de amor; sus hijos desnaturalizados le contestan si había hecho por ellos más de lo que hacen con sus pequeñuelos las fieras en las selvas; a ver si el león, el oso y el tigre dan jamás en rostro a sus compañeros el haberlos dado a luz, alimentado, guardado y defendido... ¡He aquí a qué punto conduce el olvido de los principios religiosos!... Pero no: los efectos de esta educación filosófica fueron mucho más lejos. Mientras el anciano padre envejecía en la miseria y en el abandono, su hijo mayor se entregaba a los más vergonzosos desordenes, y viéndose arruinado, se hizo salteador de caminos y fue a morir en un cadalso. La hija, filósofa como su hermano, habiéndose casado con un hombre de quien se cansó bien pronto, acorándose del principio filosófico que es temerario todo ligamen perpetuo y que el derecho de libertad es natural e imprescriptible, usó tanto de ella, que fue preciso oponerle las rejas de una cárcel: mas escapándose de la prisión, fue a París, donde bien pronto fue echada en el triste y vergonzoso asilo del dolor y de los pesares... Bicetre, el segundo de los dos hijos, en virtud de la igualdad natural, había tomado en el pueblo una mujer despreocupada como él, a tal punto que filósofa perfecta y excesivamente libre en sus gustos, sumergió al marido con la amargura... Y llevándose por derecho de conveniencia y comunidad lo que había de más rico en casa, fue al puerto de Marsella a reunirse con un marinero que ella prefirió a su marido filósofo. Pero por fin ¿en qué vino a parar el padre? Al ver las ruinas de su familia deshonrada, consumido de miseria, de vergüenza y de remordimientos, se volvió loco. En el delirio parecía se quería despedazar: cruel para consigo mismo, después de haberse acardenalado el seno, el pecho y la cara, nos alargaba la mano, dice el citado autor, mirándonos con un ojo que hacia compasión. Tenía momentos lúcidos; y entonces: “¡Mis hijos! me decía ¿qué se han hecho? ¡Ah! Yo soy el que los he perdido; sí yo soy... Pero por esto soy castigado... Desgraciado padre, yo los he engañado. ¡Ah! Su padre era bueno, ¡pero ha echado a perder a sus hijos! ¡Mire usted cómo me ha despojado! ¡Ellos me han sumido en la miseria, mis hijos! ¡Ah! Dígales usted que ya les perdono... más Dios a quien he despreciado tanto, este Dios de quien nunca he hablado a mis hijos, ¿me perdonará? ¡Ay! ¿dónde están? ¿dónde están?... ¡En el abismo!...¡Y yo soy quien de lo ha abierto!... Sí, yo se lo he abierto con mis manos. Tened compasión de mí, mi desgraciada cabeza está perdida, lo conozco... Mas no; no es ahora que estoy loco. ¡Ah! Muchos más lo estaba cuando me creía sabio y me llamaban filósofo.” Merault (Meró) apolog, involunt. 10. Idea general de la educación que debe darse a las niñas Mucho de lo que hemos explicado en los otros párrafos como útil y conveniente a los niños, conviene igualmente a las niñas; pero hay instrucciones que son propias en orden a su crianza, y son las que vamos a presentar aunque de un modo muy sucinto, ¿Tienes hijas? Dice el Espíritu Santo en el libro del Eclesiastés. Si las tienes, procura conservar en ellas la pureza de su cuerpo, y jamás les muestres tu rostro alegre en demasía, no sea que de ahí nazca la familiaridad, y de ésta el pecado. Deben, pues, criarse las hijas con una dulce severidad, sin hacerlas pusilánimes; deben no perderse de vista para cortar los desórdenes que les podrían sobrevenir; casi nunca tienen 12 los padres un motivo justo para dejarlas en libertad, permitiéndolas separarse de su compañía, y ellos mismo podrán conocer el por qué si reflexionan sobre su juventud. ¡Ah! Yo sé muy bien la inocencia de costumbres que han conservado las niñas criadas con los principios que acabamos de indicar; así como cuán estragadas son las de no pocas luego que obran libremente. Hay algunos padres que haciendo cien vejaciones a sus hijas, hacen que disgustadas de la casa paterna, la abandonen y aun a veces que se expatríen. ¡Oh! ¡cuántos desórdenes! ¡De todos los cuales son ellos responsables! De todos los cuales son ellos responsables en el terrible tribunal de Dios. En suma, los padres deben estar tan unidos a sus hijas como el talo lo está a la flor; y como la cabeza lo está al tronco, el tronco al brazo, el brazo a la mano, la mano al dedo y el dedo a la uña. Jamás, jamás os separéis de vuestras hijas, padres y madres. Además, nosotros deseamos que todos los padres y madres tengan por sabido que las niñas son capaces de instrucción, y que deben instruirse según el rango que ocupan en la sociedad, y conforme al talento que han recibido de Dios; estando ellos bien persuadidos, que la instrucción sólida y la educación eminentemente católica, las revestirá de grandes ventajas; ora sea que abracen el santo matrimonio; ora que reciban la vocación gloriosa de consagrarse a Dios, Por esto cuando las madres han sido bien instruidas y educadas, establecen el buen orden en las familias, los ejercicios de piedad que distinguen a los buenos cristianos, la formación de sus hijos para Dios y la sociedad, las virtudes domésticas que forman su gloria y buen gobierno, y la acertada economía de toda la casa; porque todo esto rueda sobre el cuidado de las madres de familia. Pero si la madre ha recibido una instrucción superficial; si ha sido educada según las máximas del mundo; si el canto, el piano, la danza, la moda y la lectura de novelas han sido sus entretenimientos, claro es que perderá a su familia, y que no le dará otra educación que la que ella recibió: tanto conviene y es necesario educar e instruir religiosamente a las niñas. Cuenta la santa Escritura, por medio de san Marcos, la nefanda conducta de una joven perversa, que tuvo la imprudencia indescriptible de pedir por premio de su desenvoltura en un baile, la cabeza del mayor de los santos, del glorioso san Juan Bautista: y todo aconteció por la pésima educación que recibió de sus padres. ¿Qué otra cosa podía hacer una joven educada en el baile, en los banquetes, en el escándalo y en las diversiones el mundo? Una joven si piedad y sin religión, sin solidez en sus actos, y del todo orgullosa, de corazón corrompido y de alma degradada, apenas se concibe que pudiera obrar el bien. Por esto la desgraciada en el convite de Herodes en el día de su cumpleaños, después de haber bailado con agrado del monarca, pidió en premio de su desenvoltura la cabeza de san Juan. ¡Desgraciada hija y desgraciad madre! Ambas murieron del modo más infeliz en este mundo; y ambas, siguiendo vida tan mala, fueron condenadas a eternos tormentos: tan triste y lamentables son los efectos de una mala educación. 11. La hija víctima de la irreligión de su padre Si la madre influye tanto en la perdición de su hija, debemos convenir que no influye menos, cuando el mal ejemplo es dado por su padre, siendo de lo dicho claro testimonio el siguiente caso: Un corifeo de la filosofía moderna tenía en casa escuela pública de ateismo, creciendo allí sus hijos entre máximas y sistemas impíos. La más joven de las hijas, atenta a las lecciones paternales, grababa en su espíritu las doctrinas que oía repetir cada día. Y aunque por su tierna edad parecía incapaz de toda impresión funesta, no obstante un día, llena su cabeza 13 de un sermón que acaban de predicar en el consistorio filosófico, sobre el suicidio, se retira a su cuarto, y fuera de sí, dice a una de sus criadas: - Acabo de nacer, y detesto ya la vida; y nada hay tan propio de ánimo valeroso y sabio, como cortar el hilo de la vida; cuando ésta hace nuestro tormento. ¡Ah! Mi querida amiga, ¡si tú hubieses oído lo que ha dicho mi padre! Y ¡es tan aplaudido de cuantos le oyen! A mí me ha hecho tal impresión, que si en este momento hallase una pistola, la tomaría con gozo para quitarme la vida. La confidente quedó atónita. Parece que tienes miedo, mi querida amiga, continuó la muchacha filósofa. ¡Ah! Si tú supieses lo que yo sé, te matarías quizás conmigo.-Eso no, señorita; yo no tengo bastante espíritu. Pronto supieron los padres el asunto de semejante conversación. La madre se horrorizó, pero el padre quedó maravillado, y quiso ver hasta dónde llegaba la fuerza del espíritu de su hija. ¿Qué hace el imprudente? Pone una pistola sobre una mesa en un lugar de la casa a donde iba la joven; pero a se comprende que estaría el arma sin pólvora ni bala. Cuando la hija vio la pistola la cogió, la apoyó sobre su frente, suelta el gatillo y cae desmayada en los brazos de las criadas que tenían orden de seguir todos sus pasos. Estaba animada de un movimiento convulsivo y tan impresionada de su acción, que cayendo repetía sin cesar. ¡Estoy muerta! ¡Estoy muerta!- En vano trataron de desengañarla, en vano quisieron disuadírselo; la imagen de la muerte quedó de tal modo impresa en su alma, que el frenesí se apoderó de ella, y el día siguiente expiró en los brazos de su padre. ¡Infeliz! ¡Qué satisfacción hubiera tenido viendo a su hija crecer en edad y en virtud en su presencia, si en lugar de aleccionar su espíritu con máximas impías la hubiese ilustrado y dirigido con las verdades de la región!-Crillon, Memir, filosofi. Capítulo 2 Los padres deben alimentar a sus hijos y enseñarles los deberes propios de un cristiano 12. Qué cristianos niegan la fe En el capítulo pasado, lector carísimo, presentando los constitutivos de una buena educación, dijimos en general los deberes de los padres para educar bien a sus hijos; pero como se trata de un asunto de tanta entidad, claro está que no basta hacerlo de un modo genérico, sino que es indispensable bajar al particular; examinando por decirlo así, una por una las graves obligaciones que según el catolicismo, contraen los padres con respecto a sus hijos. El apóstol san Pablo, escribiendo a los cristianos de Efeso, notifica a los padres de familia ciertos deberes cuando les dijo: Padres educad a vuestros hijos en la disciplina del Señor: como si dijera, dadles una educación cristiana o hacedlos eminentemente católicos. El apóstol Santiago supone padres exactos en el cumplimiento de este deber, y no puede menos que bendecirlos como lo fueron Abraham y Sara por la educación religiosa, perfecta y cabal que dieron a sus hijos Isaac. Poco después se hace cargo de unos padres descuidados que por pereza, por ignorancia o por malicia no educan bien a sus hijos. Y ¿qué dice de ellos? ¿qué idea emplea para hacer sentir a todas las generaciones la culpabilidad de conducta tan mala? ¿con qué palabras lo expresa? Notemos bien su lenguaje y quedaremos convencidos que lo ejecuta con la mayor maestría posible; así como manifiesta lo muy culpables que se hacen los padres que no educan bien a sus hijos. Estos, dice, pedieron la fe y son peores que los infieles ¿Qué pecado pues, será el de los padres 14 que no educan a sus hijos? Es un pecado tan grande, que todo un apóstol compara al que comente hereje: y así como la herejía es de los más graves pecados que puede cometer un cristiano, así uno de los mayores pecados de los padres de familia, es con toda verdad, no educar bien a sus hijos. ¡Ay! ¡ay de mí! ¡cuántos padres están en el infierno por no haber cumplido tan importante deber! Y no es extraño, porque el apóstol san Pablo, escribiendo a su discípulo Timoteo, como ya dijimos, afirmó que si alguno no tuviere cuidado de sus hijos o de sus domésticos, era peor que un infiel. ¿No parece más bien una paradoja este modo de hablar? ¡cómo! ¡pero que un infiel! ¿no es la infidelidad el mayor de los pecados de un cristiano? Pues así tan gravemente peca un padre que no educa a sus hijos, que el Espíritu Santo, por medio de su apóstol, compara su pecado al de la infidelidad. San Juan Crisóstomo explica el pensamiento de san Pablo, diciendo: Cuando tú, oh cristiano, dejas de hacer lo que hace un infiel, eres ciertamente peor que él. Ahora bien: ¿cuál es la conducta de los bárbaros y paganos? Aun sin la luz de la fe y con solo la ayuda de la luz natural, ya procurarán educar bien a sus hijos; por esto cuando un cristiano que tiene la luz del Evangelio, descuida tan sagrada obligación, debe decirse con san Pablo, que semejante padre de familia es peor que un infiel; porque si no guarda la fe en cumplir aquellas cosas que le manda la ley natural, es evidente que mucho menos cumplirá con los deberes que le impuso el santo bautismo, y claro está que faltando al cuidado de sus hijos, falta más gravemente que un infiel que se hiciera reo del mismo delito.¡Oh padres y madres de familia! ¿Cuándo será el día que para educar debidamente a vuestros hijos, pondréis en práctica los medios que os inspira la prudencia cristiana? ¿cuándo será el día que, conducidos por la prudencia divina, avisaréis a vuestros hijos, los reprenderéis, los corregiréis, los argüiréis, los amenazaréis, los premiaréis o los castigaréis conforme lo exigen las circunstancia del tiempo, lugar y negocio? Para ayudarnos en lo que nos sea dable, hemos emprendido esta obrita; y nos fijamos en este capítulo en el doble deber de alimentar a los hijos y enseñarles las obligaciones del cristiano, dos obligaciones santas y sagradas, dignísimas a la verdad, de toda la atención paternal. Con el objeto de animar a tan desgraciados padres e familia, que prácticamente niegan su fe, les referiremos la constancia de algunos padres sacerdotes. Nada quizás de más glorioso para la religión y para sus ministros, que el brillante triunfo que obtuvo el clero de Francia en la famosa sesión en que, según decretó la asamblea nacional, todos los eclesiásticos que eran miembros de ella, debían ser nominalmente llamados ante el cuerpo legislativo a presentar el juramento de mantener la constitución civil del clero, es decir, de renunciar solemnemente a los verdaderos principios de la fe católica. Nada habían olvidado los enemigos de la religión para preparar la derrota y asegurar la victoria. Habían colocado al derredor y a las entadas de la sala una horda de hombres perversos, quienes después de haber proferido mil injurias y amenazas contra los obispos y sacerdotes fieles a su vocación, atronaban a todos con espantosos aullidos: ¡A la hoguera los obispos y sacerdotes que no presten juramento! Advertido el presidente por esa señal, de que era ya tiempo de empezar el ataque, se levanta y toma la lista de los eclesiásticos que no habían jurado. El primero a quien llama, es el Señor de Bonac, obispo de Agen: “Señores, contestó el prelado, los sacrificios de la fortuna me cuestan poco; más hay uno que no puedo hacer, el de vuestra estimación y el de mi fe. Seguro estoy que una y otra perdería si hiciera el juramento que se me pide.” Llamado en seguida el reverendo Forunel, de la diócesis de Agen, se expresó en estos términos:”Digo con la sencillez de los 15 primeros cristianos, a la cual vosotros queréis que volvamos, que es suma gloria para mí seguir las huellas de mi prelado, como lo fue para san Lorenzo ir en pos de san Sixto, su pastor le seguiré hasta el martirio.” Al oír estas repuestas, empezaron a arrepentirse los motores de haber dado al clero ocasión de dar un testimonio tan público y brillante de su constancia en la fe. No obstante, como esperaban no hallar en todos la misma firmeza, llama el presidente al reverendo Leclerc, párroco de Cambre. Levantase éste, e impertérrito dice: “He nacido católico apostólico, romano, quiero morir en esta fe, y no podría hacerlo si prestara el juramento que me pedís.” El obispo de Poitiers, temiendo que le privasen de tan bella ocasión de dar testimonio de su fe, se adelanta hacia la tribuna y allí, delante del presidente, pide se le escuche, y dice: “Señores, tengo setenta años de edad y treinta y cinco de obispado: no mancharé mis canas con el juramento que me pedís, no juraré.” Todos se negaron igualmente, a excepción de un solo párroco. (Lacretelle). 13. Los padres deben alimentar a sus hijos La más clara de las obligaciones de los padres para con sus hijos, es, a no dudarlo, la que nos ocupa; porque todos sienten grabada en la parte más delicada de su corazón, y el mismo Jesucristo concede su cumplimiento a todos cuando dijo:¿Por ventura podrá un padre dar una piedra a un hijo que le pide un pedazo de pan? El cumplimiento de esta obligación la concede aun a los animales, cuando afirma que no dejan a sus hijos morir de hambre, sino que guiados de solo su instinto, los alientan. Pues si esto lo hacen todos los hombres, aun los hipócritas, aun los infieles, y aun los mismo animales,¿cuánto más deberían hacerlo los cristianos? Convenimos que así lo hacen casi todos; pero también debe convenir que de vez en cuando se levantan algunas tristes excepciones, que no cumplen esta obligación como les exige su deber, lo cual nos ha excitado a dar los siguientes medios: 1º El trabajo de los padres Todo padre debe trabajar tanto si es pobre, como si es rico: sí, lector carísimo, si eres pobre debes trabajar para ti y para tu familia; y debes hacerlo no solo en lo necesario para no morir de hambre, sino aun debes trabajar de modo que ahorres algunos reales, y éstos te sirvan en tus enfermedades y en otras desgracias que pueda haber en tu familia, pues como dice san Pablo, no deben los hijos atesorar para los padres, sino los padres para los hijos. ¿Eres rico? Tú también debes de trabajar, ya cuidando tus bienes, ya dedicándote al comercio, ya en alguna otra ocupación o empleo que te facilite el vivir; porque si por tu pereza, ociosidad, abandono, o mala cabeza como dicen, disipas tus haberes con notable perjuicio de tus hijos, pecas mortalmente. De ahí es que hacen reos de graves pecados aquellos ricos que se dan al juego, a la bebida, a las diversiones a los paseos, y abandonan la conservación de su hacienda: se hacen reos de graves pecados los que no teniendo más que su triste jornal, no trabajan porque no quieren, o trabajando emplean su diario con los amigos, con los parientes y aun quizás en el vicio o en mujeres que no les pertenecen. ¡Ay de mí! Y ¿cuántos pecados? Y pecados que brotan a millares de sus escándalos, de la carencia de lo necesario en la familia, de la continua discordia, de la desnudez y aun de la poca salud. Sí, todo esto son armas que empuña para multiplicar los pecados, porque excita a los hijos al robo, a engañar a los demás, a dedicarse a cosas prohibidas y a la venta de la conciencia y del honor. ¡Oh Salvador! Envía una gracia eficaz a semejantes padres que por sus pecados se han tornado monstruos de la naturaleza. 16 No hace mucho que en una misma misión encontramos un hombre antes rico, que perdió su fortuna en el vicio, y su pobre familia que después de haber sufrido las mayores privaciones acabó miserablemente en medio de los furiosos gritos del hambre y de la más completa desnudez: y encontramos un padre que por no haber sustentado a sus hijos, vio a su mujer morir en la aflicción y en el sentimiento; vio a sus hijos abandonar por el vicio la casa paterna, y vio a sus hijas vender su honor en las calles públicas. ¡Desgraciados padres que tanto mal produjeron! ¡dichosos ellos si hubiesen sabido hacer penitencia de sus pecados! 2º Ayudarse de los hijos Los padres deben trabajar y trabajar siempre, así como siempre deben ser los directores de la familia; pero deben ayudarse del trabajo de sus hijos. Para esto deben comunicar a toda la familia un movimiento santo, no permitirles el sueño sin limites, porque le daña la salud del cuerpo y del alma; mandarlos desde muy pequeños a los asilos; luego que hayan crecido llevarlos a la escuela; y de la escuela pasarlos al cultivo de la ciencia o al trabajo. ¡Oh!, si supierais padres, los grandes bienes que reporta a vosotros y a vuestros hijos el llevarlos a la escuela. De ahí provienen los hombres aptos para el gobierno, de ahí los sabios en todas las ciencias y de ahí la paz, la abundancia en las familias y aun el buen suceso en negocios de la mayor importancia. En suma, un joven acostumbrado al trabajo, es un excelente labrador, un inteligente artesano, un hombre que sabe buscar su vida con decencia y cristianamente. Los padres deben procurar la instrucción de sus hijas enviándolas a las escuelas, y procurando que aprendan a leer, escribir y contar y las labores propias de su sexo, y con esta instrucción los padres se ayudan en gran manera para lo necesario del alimento de sus hijos. ¡Nada más fatal para un padre que tener hijos dados a la ociosidad! Y ¡nada más útil y consolador que verlos a todos ocupados en su trabajo! 3º Darles correspondiente estado Este es el tercer medio, oh padre, para que alimentes a tu familia. Tanto el hijo como la hija, no están destinados para vivir siempre en la casa paterna; por consiguiente, tan pronto como los hijos estén en edad, deben los padres proporcionarles estado. Pero por esto es preciso que el hombre sepa trabajar lo necesario para sobrellevar los gastos de la casa y que la mujer sepa su obligación, para ayudar a su esposo, y así vivan los dos con una santa unión, porque si al marido no le gusta el trabajo, y la mujer no sabe, ¿qué ha de suceder sino uno de tantos desgraciados matrimonios? Dando los padres a los hijos el correspondiente estado, aligeran los gastos de la familia, y cumplen además con las leyes importantísimas de la Providencia que así lo determinan; más cuando descuidan darles correspondiente estado, atendidas sus inclinaciones y su vocación, cuando no les han enseñado a trabajar, y ellos mismo lo descuidan, no pocas veces, en este caso, ¿qué diré de semejantes padres de familia? ¡Ah! Sólo me ocurre decirles como san Juan Crisóstomo en semejantes circunstancias: “Dime, ¿te atreves a llamarte padre tú que has obrado la perdición de tus hijos? Tú, padre te apellidas, ¿y no los alimentas con el sudor de tu rostro? Padre suyo te llamas, ¿y los criaste ociosos sin enseñarles el trabajo?” ¡Ah! ¿descuidaste tus deberes para con tus hijos? Pues si así es, no eres su padre, eres su asesino, diste la muerte a su alma, y aun abandonaste a su cuerpo. ¡Tales son las consecuencias de no alimentar a los hijos, de no trabajar para sustentarlos, de 17 no inclinarlos al trabajo desde jóvenes y de no dar el debido estado! ¿Cuántos males de ese descuido? Son innumerables para los padres, para los hijos, para toda la familia, para la patria, para la religión y para todo el mundo. 14. Deben enseñarles los deberes de cristianos Los padres, además del deber natural y del todo necesario de alimentar a sus hijos, tienen todavía otros deberes más importantes, a saber: educarlos cristianamente, y por consecuencia deben enseñar a sus hijos los deberes de cristiano. San Basilio para ayudar a los padres al cumplimiento de esta obligación, les dice así: “Lo mismo es daros Dios un hijo, que poner en vuestras manos un pan de cera blanda para grabar en él las verdades de nuestra santa religión.” Y ¿cómo cumplen los padres esta enseñanza? “¿Les enseñan que hay un Dios, Uno es esencia y Trino en Personas? ¿Qué la primera Persona llamada Padre es el Criador? ¿qué la segunda apellidada Hijo es nuestro Redentor? ¿qué la tercera denominada Espíritu Santo es el santificador? ¿Les enseñan que la Iglesia verdadera es Una, santa, Católica, Apostólica y también Romana? ¿les hacen decir el Credo, Padre nuestro, Ave María y Salve? ¿los instruyen en los Mandamientos de Dios y en los Sacramentos de la Iglesia?” ¡Cuánta ignorancia en muchos hijos! y ¡cuán grande y estricta la responsabilidad de los padres!... El Padre Fray Luis de Granada, reasumiendo toda nuestra idea, dice a los padres: A vuestros hijos enseñadles a rezar y encomendarse a Dios, a perseverar en la iglesia, oír la misa, los sermones, las misas cantadas y confesarse algunas veces entre años. A todo lo dicho deben añadir los padres el rezo del santo Rosario, la Coronilla de los dolores y gozos del señor san José, así como de algunas otras oraciones que vengan a ser como el culto propio de la familia. ¡Felices los padres que introducen en su casa semejantes prácticas! Porque, como dice san Pedro, toda la familia se pondrá en camino de salvación. Este deber siempre ha sido, pero más lo es en nuestros días, en los que por una fatalidad de las más tristes, se ven maestros que faltando en lo más esencial de sus obligaciones, en lugar de enseñar a sus discípulos los principios del catolicismo, comete la atroz infamia de hacerlos irreligiosos. ¡Maldad es esta inmedible!, pero maldad que, siendo un hecho en la práctica, obliga a los padres a encargarse de educar cristianamente a sus hijos. La educación religiosa, lector carísimo, no solo se compone de las verdades dogmáticas de nuestra santa religión, sino que abraza principalmente un admirable conjunto de máximas y documentos que, brotando del santo Evangelio, presentan con toda claridad la doctrina del Salvador. ¡Oh! si los padres supiesen cuánto importa lo que les decimos, ellos lo pondrían en práctica y verían en sus hijos unos buenos cristianos, unos excelentes ciudadanos y unos hijos tan buenos que serían su alegría en la vejez. Los hijos, a pesar de la inclinación al mal, nacen inocentes por medio del bautismo; y sus almas son como un blanco lienzo hábilmente preparado, en el cual un diestro pintor podrá embadurnarlo con tinta, pintar en él serpientes y basiliscos o presentarlo con el dibujo de grandes santos. Ahora bien, ¿por qué vemos a tantos niños cuya alma está embadurnada con la negrura de la ignorancia? ¿Por qué a tantos otros que presentan en ella la serpiente del error, el basilisco del crimen y el monstruo de la impureza? ¿Por qué se ven muchas niñas vanidosas, mundanas, ligeras, atrevidas, imprudentes y casi sin honor? Porque esto es lo que sus padres pintaron en sus almas. 18 Confesamos con mucho gusto, que un gran número de padres entregan a la Iglesia sus hijos inocentes, pero también debe decirse que no todos son así; y que hay algunos que por su criminal descuido, o por el amor desordenado, crían para la Iglesia y para el Estado hombres como Juliano y mujeres como Jesabel, una y otro irreligiosos, impuros, atrevidos, insolentes, taimados, crueles, bárbaros y autores de grandes revoluciones y todas de consecuencias. Padres e familia, educad a vuestros hijos en el santo temor de Dios, que es el principio de la sabiduría, ya que el que teme a Dios nunca es malo y siempre es bueno. No, no, no seáis como aquellos padres que locos y más que locos, cuentan a sus hijos lo que debieran ignorar, porque hacen una cosa mala, y muy mala, pésima y muy pésima cuando la madre habla a su hija de enamoramiento y locuras, y el padre cuenta a su hijo las valentías y disoluciones. ¡Desgraciados padres! Con esta conducta pintan a Satanás en el corazón de su familia, le dibujan los crímenes más nefandos, y le delinean la vida infame, que dirá quizás toda su vida. No lo hagas tú así, lector carísimo, háblales de la vida cristiana, que debe consistir en una fiel imitación de las obras de Cristo; háblales de la religión católica, de sus máximas y de los consejos evangélicos; háblales de Jesucristo, que es el autor de nuestra religión, cómo descendió del cielo a la tierra para salvarnos y redimirnos, cómo se hizo hombre en las entrañas de María inmaculada, que estuvo treinta y tres años en compañía de los hombres, recorrió toda la Judea, la Samaria y la Galilea, hizo innumerables milagros, padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, murió y resucito al tercer día y ahora está sentado a la diestra de Dios Padre; háblales de María, de la dignísima Madre de Jesús, y Madre también nuestra; del amor que nos tiene, de su poderoso patrocinio, y de cuanto tiene relación con Jesús y su santísima Madre; y háblales del señor san José, el dignísimo esposo de María santísima, el virginal padre de Jesús, y protector tan poderoso como universal de la santa Iglesia. Así educaron a Teresa sus venturosos padres: por esto ella amaba tanto a Jesús, que a los siete años ya partía animosa de la casa paterna, para ir a derramar su sangre por Jesús a quien amó muy fervientemente; y por esto apenas muerta su madre, siendo aun muy joven, cuando le hizo un acto de consagración el más tierno y confiado, escogiéndola por la queridísima Madre suya, y por esto en todas sus obras tenía siempre su cuidado especialísimo en la protección eficazmente poderosa del señor san José. De estos principios de Teresa, brotaron aquel conjunto tan admirable de actos heroicos de virtud, que la colocaron en los altares, y es la que conocemos con el nombre de santa Teresa de Jesús: así fue educado san Juan de la Cruz y san Pedro de Alcántara, san Luis Gonzaga y san Estanislao de Kotska, san Fernando Rey de España y san Luis Rey de Francia, san Isidro Labrador y santa María de la Caneza, y una multitud innumerable de santos y santas. ¡Oh padres de familia! ¿cuándo será el día que procuréis de corazón y con todas vuestras fuerzas hacer a vuestros hijos fieles verdaderos, católicos, apostólicos y romanos? Concluiremos este capítulo narrando los terribles efectos de la irreligión de un padre que pervirtió a su mismo hijo: Una señora virtuosa tenía un hijo que instruyó y formó con el mayor cuidado. Dios bendijo sus esfuerzos de tal manera, que pronto la piedad del hijo igualó a la piedad de la madre. Llegando el día de la primera comunión, se acercó al altar con el recogimiento de un ángel. Brillaba en su frente la alegría del cielo, y lágrimas de gozo saltaban de sus ojos. Desde aquel día su fervor hizo aun más rápidos progresos; más a la edad de diez y siete años comenzó a relajarse y a dejar casi enteramente la frecuencia de los Sacramentos. Al notarlo 19 su piadosa madre se alarmó y trató de indagar la causa; más todas sus investigaciones fueron inútiles, pues no frecuentaba malas compañías ni leía libros peligrosos.Traspasada de dolor entra un día en el cuarto del hijo y dando libre curso a sus lágrimas, le ruega encarecidamente le manifieste la causa del cambio de su conducta. -Pero mamá, contesta el joven admirado, usted se alarma sin motivo, yo soy el mismo; yo continúo amándola a usted con la misma ternura. Hijo mío, replica ella suspirando, tú finges no entenderme; yo no me quejo de tu amor para conmigo... Mas ¿no puede Dios quejarse de ti? ¡Ah! Dime, ¿por qué has cambiado para con Él?-¡Pero mamá!...-Hijo mío tú no puedes engañar sobre esto, ni debes engañarte a ti mismo; te pido por favor, por el amor que te tengo: descúbreme tu corazón. El joven baja la cabeza y guarda silencio; la madre redobla sus lágrimas y súplicas; en fin el hijo se enternece. Ya que usted lo exige, la dice, no le ocultaré nada; se lo confieso a usted, instruido por las dulces lecciones y sobre todo por los ejemplos que usted me daba, antes amaba la religión, practicaba sus deberes con gusto y placer, y hallaba en esto mi dicha. Sobre todo fui dichoso en mi primera comunión y en las que le siguieron inmediatamente; mas después... reflexioné...mamá, yo la amo mucho a usted, la amo de todo mí corazón, pero usted ya no es mi modelo... quiero imitar a papá... veo que todos le respetan, le aman y le buscan... quisiera serle semejante... yo veo que mi papá no practica la religión como usted... quizás no tendría para mí las mismas consideraciones si yo no siguiera su ejemplo... por otra parte, mi papá es instruido e incapaz de obrar contra conciencia; he aquí porque si al armarla a usted quisiera hacerme poco a poco semejante a papá. ¡Ah, hijo mío!, exclamó la madre, ¡qué revelación! No te diré nada, mas permanece, te ruego, en tu cuarto. Sálese después de estas palabras entrecortadas, y va a la habitación de su esposo, a quien espanta con sus gritos de dolor. Procura éste calmarla e indagar la causa de sus lágrimas. Ella no puede decir sino: ¡ay! ¡ay! ¡amigo mío! ¡tu hijo!, y cae desmayada en sus brazos. Prodíganle socorros; toma un poco de aliento, y refiere llorando la escena que acaba de rasgar su corazón. A esta relación inesperada queda el esposo inmóvil de estupor. Pronto vertiendo lágrimas en abundancia. ¡Oh, esposa mía!, exclama. ¿Dónde está mi hijo? Le he dejado en el cuarto. Ven, sígueme. Van juntos al cuarto del joven. ¡Ah, hijo mío!, dice el padre sollozando, duro es a un padre acusarse delante de su hijo. Sí, soy culpable, amigo mío; tu madre me lo ha referido todo; mas no acuses mi fe, pues se ha conservado pura y entera en mi corazón. Un maldito respeto humano me ha impedido conformar la conducta con mi creencia. ¡Ay!, jamás hubiera pensado que mi ejemplo te sería tan funesto. Mas, hijo mío, la lección es demasiado fuerte. Tú me vuelves al sendero de la religión; tú acabas de iluminarme y restituirme el valor. Ven, yo te volveré también a la piedad. Abrázame y perdona. ¿Quién es tu confesor? Pues quiero que sea también el mío; vamos a hacerle juntos, tú, la confesión de tu flaqueza, y yo, la confesión de mi crimen. Fueron juntos al tribunal de la penitencia, y la piedad de la familia no se desmintió jamás en lo sucesivo. Padres y madres comprended a la vez cuál es el crimen del respeto humano y cuán terribles son las consecuencias del mal ejemplo que dais a los hijos, no practicando vosotros la religión. (P. Guyon, serm.). 20 Capítulo 3 Los padres deben corregir a sus hijos 15. Vehemente inclinación Si para obrar el bien y huir del al bastante conocerlo, muy poco tendría que añadir, lector carísimo; pero la experiencia nos enseña que no basta, y que por más que conozcamos lo malo y las ocasiones del pecado, con todo, por la vehemente inclinación al mal, muchas veces tenemos la desgracia de hacerlo; así como no es suficiente conocer lo bueno, porque la experiencia nos enseña que a veces dejamos de practicarlo a pesar del conocimiento que de él tenemos. Ciertamente muy fácil sería la moral si para ser bueno y ya no ser malo, bastante saber lo que Dios nos prohíbe hacer, lo que nos manda ejecutar siempre y lo que exige de nosotros en ciertas y determinadas ocasiones; pero una fatal experiencia nos enseña lo contrario. Tenemos necesidad de ayudarnos con fuertes consideraciones sobre las verdades de nuestra santa religión, y de una manera especial, aguijonearnos con el temor de la muerte, con lo terrible de las penas del infierno y con los gozos perdurables de una eterna gloria. Para vencer la vehemente inclinación que nos seduce y muchas veces nos arrastra, tenemos necesidad de ser corregidos, para que auxiliados con la saludable corrección, seamos fieles observantes de al ley de Dios. ¿Queréis, padres de familia, salvar a vosotros y a vuestros hijos? corregidlos: ¿queréis que la muerte del pecado no los destruya? Corregidlos: ¿queréis que no sean los vicios que escandalicen a los demás? Corregidlos: ¿queréis en suma, corregir, y corregir sin cólera airada y según la voluntad de Dios? Oíd lo que voy a deciros sobre la corrección. 16. Deber que tienen los padres de corregir a sus hijos Los padres deben corregir a sus hijos; y debe entenderse bien que deben verificar la corrección no solo cuando son niños y grandes, sí que también aun cuando ya son casados; porque a la manera que los hijos siempre son hijos, así los padres siempre serán padres. El Espíritu Santo en conjunto de sentencia nos declara la misma obligación, diciendo: “Padres, no seáis omisos en castigar a vuestros hijos: castigadlos con prudencia y salvareis sus almas; y no las permitáis que siendo jóvenes se salgan con la suya.” Y para expresarlo mejor, sí cabe, añade: “Humilla la cerviz de tu hijo durante su juventud y castígalo con el azote mientras es niño, no sea que habiendo crecido te resista.” ¿Tienes hijos? pues desde la niñez continúa, los debes domar. ¿Tienes hijas? Guarda su honestidad, y no les muestres el rostro risueño; porque si regalas a tu hijo presto lo sentirás soberbio contra ti, y si con él jugares te dará mil disgustos, ni con él rías ni llores porque te arrepentirás: no lo dejes mandar en casa en su mocedad, sino que debes andar sobre aviso para conocer sus intentos y sus propósitos; debes doblar su cerviz cuando es mozo, azotarle cuando es niño, para que después no te desprecie y haga poco caso de ti, pues entonces te dolerá mucho en tu, corazón, y serás sin remedio. Y en el mismo capítulo añade: el padre que ama a sus hijos castiga muchas veces, para que después se alegren con él, y no lo vean andar por puertas ajenas, por no haberles aplicado el castigo a su debido tiempo. ¡Qué expresiones tan vivas! ¡qué locución tan apropiada! ¡qué palabras tan expresivas que bien nos hacen comprender la obligación estrictísima que tienen los padres de corregir a sus hijos! 21 El glorioso san Gregorio, siguiendo la misma idea, hace a los padres, reos de todos los pecados que comenten sus hijos; y que no hubieran cometido por medio de la corrección que les habían de haber hecho: y concluye su argumento con esta bella y exacta comparación: así como el labrador que trabaja la tierra, la siembra y la riega, hace muy poca cosa si no pasa después a la limpia, arrancando las malas hierbas; así de un modo semejante, poco harán los padres en la educación de sus hijos, si a la instrucción de sus deberes , no añadieren la corrección: tan cierto es que somos tierra maldita por el pecado, y que producimos la mala hierba de las pasiones. Por lo dicho, aparece bien cuán reprensibles y crueles son los padres que por su indiscreta y demasiada ternura no castiguen a sus hijos sino que los dejan estragar con vicios y escándalos. Ellos son más crueles y negligentes que piadosos y llenos de amor paternal. Porque ¿qué mayor crueldad puede darse en un padre de familia, que aquella de la cual se hace reo porque no corrige a sus hijos? Sí, es tan cruel cual lo sería un padre que viendo que su hijo es arrastrado por la corriente de un río, pudiendo salvarlo con solo asirlo de los cabellos, no lo hiciera por temor de no lastimarlo un poco al sacarlo: porque prácticamente por no entristecerlos con el castigo, los dejan zambullir y anegar en las nefandas corrientes del vicio. Y ¿todavía alegarán que no los castigan por piedad? ¡Ah! piedad maldita que no puede reprenderse convenientemente. ¡Ojalá que semejantes padres aprendieran del rico glotón del Evangelio, el cual entre los tormentos infernales suplicaba a Lázaro que adoctrinase a sus hermanos para que recibiendo el debido castigo no fueran a parar al lugar de los tormentos que él padecía! ¡Oh padre de familia! Acuérdate de practicar en vida lo que quiso practicar un condenado, ya que de los vicios de tus hijos Dios te ha de pedir cuenta estrechísima. El Evangelista san Mateo, en el capítulo IX de su Evangelio, nos muestra los admirables efectos de la corrección, al decir: “Ven, pon tu mano sobre ella y vivirá:” es Jesucristo nuestro Señor el que aplica aquella poderosa mano y el que verifica la más completa curación: tal es la fuerza de la corrección hecha apropósito; tan prodigiosos son los efectos cuando ella es aplicada cuidadosamente, tan admirable en todos sus actos! Porque al modo que Jesucristo aplicando su mano obró la más completa curación, así los padres aplicando con destreza la corrección, sanarán a sus hijos de sus defectos. ¡Ojalá que los padres de familia usen convenientemente de la corrección! 17. Qué ha de corregirse en los hijos ¿qué han de corregir los padres a sus hijos? nada más cierto que la corrección, pero ¿cuántos errores? Padres hay que hacen las cosas al revés, y corrigen en lo que debían callar y callan en lo que debían corregir. Un hijo llora, rompe un trasto, derrama una bebida, rasga su vestido... y luego parece que ni son padres, porque con la lengua arrastrada por la ira les dicen mil improperios, y la mano movida por la cólera, parece que solo aprendió a sacudir; y estos mismos padres oyen a sus hijos que dicen blasfemias, que cantan canciones indignas y que manchan su lengua con malas razones, y con todo nada les hacen: que les gusta y muchas veces dicen que es ingenio y habilidad. ¡Desgraciados hijos a quienes los padres no corrigen! ¡Desgraciados padres que mal corrigen a sus hijos, porque se perderán también como ellos! ¿Es hablador vuestro hijo? ¿la curiosidad lo seduce? ¿la inquietud lo arrastra? Cuidado, porque esto no son vicios: examinadlos y conducidlos discretamente para que saquéis fruto de sus mimas pasiones. 22 A todos es bien conocida la historia de María Magdalena, apellidada por el Evangelio la Pecadora. Y ¿cómo se hizo tan santa? No extinguiendo la pasión, sino dirigiéndola debidamente. Lo que había perdido a Magdalena era el amor a las criaturas, al mundo y a sus vanidades; y quedó cambiada con solo amar a Jesucristo; así deben obrar los padres, no apagando las pasiones de sus hijos, sino comunicándoles la conveniente dirección. ¿Es hablador vuestro hijo? Proporcionadles sermones, discursos académicos, oraciones fúnebres, versos bien trabajados, y así cultivareis en vuestro hijo lo que os parecía una imperfección- ¿Es curioso? Decidle cuando la curiosidad es buena, cuando es peligrosa y cuando es pecado: notadle que la curiosidad de Eva perdió a todo el género humano, que siembra la desunión de las familias, y que muchas veces quita la paz; pero al propio tiempo cultivad esta inclinación con las vidas de los mártires y con historias tan útiles por el estilo como selectas por la materia, y tal vez hallareis en vuestro hijo el talento de una anticuario. ¿Es inquieto? No desmayéis, aplicadlo al trabajo, haced caer en sus manos noticias de armas y de guerras, y quizás tiene por destino ser un buen soldado y un distinguido guerrero. ¿Es meditabundo? No, no os dé pena, conservadle su inocencia, porque por ventura el Señor lo llama para que lo sirva en su propia casa, como escogió en otro tiempo a los apóstoles y demás discípulos, ¿Lo veis vivo, de genio alegre y festivo? Dadle una idea de la verdadera recreación, de la paz de una buena conciencia, de la fealdad y malicia del pecado y de las delicias del amor de Dios. ¿Veis que la ambición lo domina? Presentadle la caída del ángel rebelde por su ambición, pintadle a la humildad como el tesoro del cristiano: y que si los humildes aprenden en la escuela de Jesús, los ambiciosos, soberbios, orgullosos y vanidosos tienen por maestro al demonio. En suma, examinad vuestros hijos, reflexionad sobre sus pasiones y al paso que debéis destruir lo malo, debéis al propio tiempo conservar todo lo bueno. ¿Habéis visto en vuestro hijo pasiones peligrosas? ¿veis que mancha sus labios con la mentira, que pone en peligro su inocencia, que falta a la obediencia con malicia, que sale de noche, que se junta con malas compañías, que se deja llevar de la afición hacia placeres prohibidos? ¡Ah! Corregid, corregid en este caso y servíos de toda vuestra autoridad, para apartarlos de las ocasiones de pecado: no sea que cuando lo advierta ya se encuentre miserablemente atado con alguna mala costumbre. ¡Oh buen Dios! ¿y quién contará los males que de ahí nacen? ¡Ah! Corregid, corregid, padres de familia, y trabajad con todo empeño para impedir el pecado. Un grande autor da a los padres de familia la siguiente doctrina: Ante todas cosas, procuren los padres apartar de sus hijos las malas compañías, el juego y la ociosidad, y comiencen a imponerles desde muy tiernos a no salir con sus antojos, sino que deben quebrarles muchas veces al día su propia voluntad, y castigarles las mentirillas, los juramentos, las golosinas, las malas palabras, los juegos indecentes, y las acciones prohibidas. Un padre de familia no debe disimular a los hijos las maldiciones, mentar al demonio, decir palabras descorteses y los enredos. El medio más eficaz que tiene el padre para criar bien a sus hijos y hacer que sean modestos y corteses, es observar en su presencia una conducta tan ejemplar como virtuosa, porque las costumbres de los padres son las leyes de los hijos. 18. Continua el mismo asunto Los padres deben corregir a los hijos todo lo malo y deben comenzar a hacer la corrección de pequeños y aun en las cosas caseras. ¿El chiquillo no quiere ir a la escuela? Reprendedlo y obligadle que vaya hasta con el azote, si fuere necesario. ¿Sabéis que no aprovecha? Haced una visita al maestro, suplicadle que lo castigue cuando no sepa la lección, y 23 vosotros mismos castigadlo también. ¿Sabéis que se junta con malos muchachos? Prohibídselo, y si no hace caso, recordadle la prohibición con el azote. ¿Veis que mira a su madre de reojo y como que no hace caso de sus advertencias;? ¿qué desprecia a sus abuelos o que les falta de palabra, con señas o con amenazas? Dadle, y dadle muchas veces con el azote, porque esto indica una alma mala que es el origen de grandes trastornos. ¿Observáis que es pendenciero, que riñe, que admite desafíos y aun que los propone? Tomad el azote y sacudidle unos cuantos, y así lo amenazareis. ¿Observáis que la niña descuida ir a la amiga, que no adelanta, que no se aplica a las labores, que se junta con gente no buena, que juega con niños o que tiene familiaridad peligrosa con alguna persona? Corregidle primero con dulzura, luego con entereza y como con enojo, y a la tercera con el azote en la mano. ¿Sabéis que vuestros hijos no cumplen con la ley de Dios, no oyen la misa, comen carne o promiscúan en días prohibidos, o no cumplen con los mandamientos de la Iglesia? Avisadlos, reprendedlos, castigadlos y trabajad empeñosamente para que no cometan pecado mortal, estando seguros que el hijo que falta a Dios, jamás podrá ser fiel para con sus padres. ¿Sabéis que vuestros hijos salen de noche, que maldicen las criaturas, que dicen horribles blasfemias, que se cogen lo ajeno, que se juntan con gente peligrosa o de mal nombre, o que vuelven tarde en la noche? ¡Ah! Avisadlos, reprendedlos y corregidlos con rigor. ¿Sabéis que vuestras hijas andan tras novio, que escondidas les hablan, que reciben cartas ocultamente, que están a solas con los pretendientes? ¡Ah! Avisadles con seriedad, reprendedlas con firmeza y castigadlas con rigor si no hicieran caso. ¡Ah! ¿cuántos padres se han condenado por sus hijos? ¿cuántos jóvenes de muchos años sin tener una confesión? ¿cuántos saben toda especie de picardías e ignoran lo necesario para salvarse? ¿cuántos se entregan a la lascivia y abandonan los deberes cristianos? ¿cuántos son causa de riñas y aun dan que entender a la justicia?¡Oh padres! Y ¿cuánta responsabilidad? Porque si la primera vez que dijeron una mala palabra, se la hubieseis reprendido con un buen bofetón, no habrían dicho la segunda; porque si a la primera curación de la herida se hubiese seguido una buena sacudida de fuertes azotes, no hubiera reñido otra vez; porque si a palos y mojicones les hubierais hecho volver lo hurtado, o habrían robado más. En un lugar de España vivía un niño de solo cuatro años cuando robó una manzana a una verdulera y que las vendía. Llega el niño a su casa, y conoce el padre la falta que acaba de cometer. Se lo pregunta y al negárselo recibe un bofetón; y el padre lo coge del brazo, lo arrastra al lugar en donde hizo la falta, y entre una lluvia de pescozones, le hace volver con su misma mano la manzana, y aun hizo que la dejara en el mismo lugar, Treinta años después conocimos a este hombre, y nos aseguró que había quedado tan escarmentado que no tenía recuerdo haber vuelto a caer en la misma falta, y aun que tuvo siempre al robo un horror extraordinario. Padres de familia, corregid con constancia y severidad, y evitareis más pecados y escándalos que todos los gobiernos con su policía. Y para que lo hagáis con más eficacia, recordad bien que los padres no deben perder la oportunidad tan conveniente que les da la misma naturaleza durante los tiernos años de sus hijos; porque si en ésta os descuidáis ya no encontrareis después otra tan a propósito: y tanto más cuanto que todas las cosas tienen sus tiempos propios y acomodados en los cuales se hacen con facilidad; más si estos se pasan, el trajo que después se pone es mucho, y el fruto que se saca es poco, enfermizo y quizás ninguno. En una palabra, padres y madres, a la manera que el buen marino no pierde la oportunidad del tiempo, ni el labrador descuida las estaciones para sus siembras, ni el valiente el momento de salir victorioso; así 24 de una manera semejante, el buen padre de familias que con el cumplimiento de sus deberes quiere dar a la Iglesia buenos cristianos y al Estado honrados ciudadanos, no deja de aprovecharse de la tierna edad de sus hijos, para enderezarlos debidamente, mediante la conveniente corrección y el oportuno castigo. 19. Los padres deben corregir aun a los hijos grandes y casados A los catorce años es cuando las pasiones comienzan a bullir, y cuando los hijos tienen más necesidad de la corrección. Es preciso corregirles, pero ya no como un niño, con los azotes, sino como a personas que tienen razón: conviene con una santa industria domar su altivez, unas veces con el amor, otras con la amenaza, ya con la oración, ora con el buen ejemplo; y siempre siguiendo la falta o el vicio, y no parar hasta verlo corregido o enmendado. ¿Los hijos ya son casados? Deben también ser corregidos; y deben avisarles respectivamente si escandalizan, si no cumplen los propios deberes, si se faltan a la fidelidad, si se dejan llevar de la destemplanza en el comer o beber; en una palabra, son padres y deben corregir a sus hijos todo lo malo. Los padres están tan obligados a esta corrección que deben cumplirla, y cumplirla bien, so pena de eterna condenación, todo lo cual se verá en el siguiente caso: Era Helí uno de los hombres más insignes del pueblo de Israel, su rectitud en todos los negocios era de todos reconocida, su piedad la manifestaba en el cumplimiento de sus deberes religiosos, su ciencia e instrucción lo hacían venerable como el más anciano, y por la realidad de su mérito, vióse justamente elevado a la doble dignidad de juez de Israel y Pontífice del Señor; pero en medio de tanta virtud era débil en corregir y castigar a sus hijos, y esta debilidad lo hizo eternamente desgraciado según el sentir de san Juan Crisóstomo. Helí oye hablar mal de sus hijos, le describen su conducta escandalosa, le patentizan las deshonestidades en que han caído, le dan pruebas inequívocas de su furiosa destemplanza, le señalan todos los datos que a presencia de todo Israel son irreligiosos, y en suma le hacen ver que sus hijos no solo son escandalosos, y deshonestos, y comilones e irreligiosos, sí que también que ya son impíos. Helí no quiere creerlo... Aquí padres y madres que a imitación de Helí no ven las faltas de sus hijos. Lo cree, en fin, y los corrige, mas oíd la reprensión: “Hijos míos, ¿por qué hacéis estas cosas tan pésimas, de las que murmura todo el pueblo? No las queráis hacer.” Así fue en sustancia la corrección; pero desagradó a Dios y no se le tuvo en cuenta por ser demasiado débil, puesto que debiera corregir unos crímenes tan escandalosos. Por esto Dios lo castigó, le envió en un solo día la muerte infausta de sus dos hijos, la pérdida del arca que era el tesoro de Israel, el apartamento de Dios, la extinción de su familia y su muerte temporal, y aun la eterna, como dicen algunos santos Padres. ¿Cuántos padres imitan a Helí? ¿cuántos no quieren creer de sus hijos lo que les dicen? ¿cuántos se hacen el sordo, y el mudo y el ciego? ¡Infelices padres! Porque como Helí, se hacen reos de los pecados de sus hijos, y teman ser castigados como él en este y en el otro mundo. Padres y madres de familia, ¿qué os parece de la gravedad de vuestro pecado, cuando no corregís debidamente a vuestros hijos? ¡Ah! Conoced su gravedad, su malicia, y su deformidad inaudita, por los castigos tan universales y terribles que recibió Helí. Bien podría decirse que la conducta de este juez de Israel y sumo sacerdote, desagradó tanto al Señor, que por ella castigó a toda la nación, y aun a toda la Iglesia judaica. Castigó a toda la nación haciéndola huir vergonzosamente a vista de sus enemigos, y que una gran parte pareciera al filo de la espada: y castigó a la Iglesia y aun a todos los levitas, permitiendo 25 que el arca santa quedase hecha prisionera; y castigó a toda su causa, a sus hijos y a él mismo. Así pesan padres y madres de familia, vuestros pecados ante Dios Nuestro Señor! 20. Cuándo deben corregirse los hijos Al modo que para el labrador no todo tiempo es bueno para sembrar toda clase de semilla, sino que una debe sembrarse en el invierno y otra en el estío, ésta en la primavera y aquella ene l otoño; así para los padres de familia que deben cultivar el corazón de sus hijos, no toda ocasión es buena para sembrar la semilla de la corrección, sino que hay tiempo de callar y tiempo de hablar: tiempo de disimular y tiempo de corregir. El tiempo menos a propósito para la corrección, es el tiempo en que los hijos están faltando, y corregirlos entonces es ordinariamente imitar la necia conducta de un médico que receta fuertes alimentos al enfermo atacado de la fiebre. Por consiguiente, no deben los padres corregir a sus hijos, cuando ellos están agitados de la vehemente pasión que los ciega, del apetito desordenado que los arrastra y del amor propio que los hiere. Lo que decimos no es un consejo sino el precepto expreso del Apóstol cuando dice: no queráis provocar la ira de vuestros hijos. Reprenderlos en estas ocasiones no es corregirlos, sino exasperarlos; ya porque la ira les quita la razón, ya porque la cólera los tiene enfurecidos o porque se creen víctimas del odio. ¿Son grandes vuestros hijos? No toméis un palo, no los maldigas, no los reprendáis en presencia de otros, corregidlos con los miramientos que se deben a hijos grandes y corrigiéndolos con constancia veréis bien pronto los frutos de la enmienda. Imitad a la prudentísima Abigail, que queriendo corregir a su esposo la conducta durísima que observó con los enviados de David, para que remediándolo se librara él de todos los grandes males que le amenazaban; no quiso hacerlo inmediatamente después de la comida, porque estaba muy alegre con el mucho vino que había bebido; sino que aguardó al día siguiente cuando ya lo había digerido y era capaz de comprender sus razones. ¡Oh cuánto conviene que los padres se dejen llevar de este ejemplo! Imitad la prudencia y discreción del profeta Natan, que debiendo corregir al rey David por su doble pecado de adulterio y homicidio, no obstante de ser su íntimo amigo y enviado de Dios, no quiso hacerlo con todo furor echándole en cara su negra ingratitud; sino que habiéndole propuesto una parábola, lo condenó con sus mismas palabras, con cuyo medio se reconoció David tan bien que comenzó a hacerse un gran santo. 21.-Modo con que debe corregirse Hay padres que tienen voluntad de corregir, y que no corrigen, y que no corrigen inmediatamente que se comete la falta; sin embargo corrigen tan sin modo, que tal vez sería mejor que nunca cumplieran con el deber de la corrección, porque es sumamente peligroso corregir y reprender a los niños con demasiada severidad, como bien se verá por el siguiente ejemplo: Un caballero se retiró a una provincia para ocuparse en ella sin distracción, en la educación de un hijo único, que amaba mucho. Este hijo anunciaba un talento extraordinario; tenía grande aptitud para la ciencia, una alma generosa y sensible, y un carácter lleno de energía; pero se notaba en él grande terquedad, pues era en extremo testarudo. Un día lo fue tanto, que su padre creyó deber emplear medios violentos para corregirle: le amenaza; el muchacho de diez años de edad se resiste. Hace venir dos hombres armados con varas, no 26 se obtiene nada; el padre manda coger al muchacho que lloraba y gritaba, y manda que le azoten. Obedecen éstos; pero durante la ejecución, el niño se pone pálido, cesa de gritar, páranse las lágrimas: a los gritos de cólera sucede de repente un silencio profundo, una espantosa inmovilidad. Admirados, le preguntan, pero no tienen ninguna respuesta; su fisonomía descompuesta no ofrece más que la expresión de su sobresalto repentino y la marca de la estupidez; en efecto, acababa de perder las facultades mentales, y no las ha recobrado jamás: ha quedado imbécil. Carron, de la educación. El mismo castigo dado sin ese bárbaro aparato, por una buena madre, a quien conocí, lejos de producir esos tristes efectos, trajo a mis pies enteramente convertido a un joven de diez y seis años, que tenía harta necesidad de conversión. Y por cierto quedó muy agradecido y contento de su madre. Ni todo sea rigor, ni todo condescendencia.-J. M. Corrigen, pero convierten su vida en un volcán de maldiciones y vomitan por aquellos labios execraciones las más horribles, y todos los truenos y los rayos, y la peste y la guerra, y el conjunto de todas las miserias. ¿Qué hacéis desgraciados padres? ¡Infelices padres! ¡mil y mil veces infelices! La Iglesia ha orado por vuestros hijos y ¿vosotros los maldecís? La Iglesia les ha administrado el santo bautismo y con sus aguas saludables los lavó de todo pecado, y ¿vosotros los maldecís? La Iglesia los santificó con el Espíritu Santo, y ¿vosotros los maldecís? La Iglesia les administra el Sacramento de la penitencia, y ¿vosotros los maldecís? Dióles a comer el Pan de vida, y ¿vosotros los maldecís? ¡Ay! ¡ay de vosotros, pares y madres! Porque maldiciendo a vuestros hijos, habéis maldecido a una criatura que es templo de Dios, a unos miembros que lo son de Jesucristo. ¡Ingratos padres! Maldiciendo a vuestros hijos los arrojáis al infierno siendo criados para el cielo. Otros padres de familia pecan también porque corrigen con tanta imprudencia, que casi sería mejor que no corrigieran, porque acompañan la corrección con las más horribles imprecaciones contra sus hijos que siendo comprados con la sangre de Jesucristo, los entregan otra vez al poder del demonio; teniendo por hermano a Jesucristo quieren que el diablo sea su hermano; teniendo derecho a la eterna gloria, desean hacerlos eternos habitantes del infierno. Oíd, padres de familia, el siguiente caso de la Escritura, para que aprendáis a no maldecir. Es cosa sabida que todo el género humano pereció en el diluvio y que solo se salvaron en el arca Noé con su familia. Acabando el diluvio salieron del arca y el Señor los bendijo. Poco después plantó el santo Patriarca una viña y bebió el vino ignorando su efecto. Cam que fue uno de sus hijos, cometió con su padre un crimen tan horrendo que callo por no ensuciar el papel. Pasada la embriaguez supo el santo anciano la malignidad de su hijo, maldice a toda su descendencia y Dios oye tanto su maldición, que la castiga para siempre, haciéndola nacer negra y condenándola por muchos centenares de años a la más abyecta esclavitud: son los africanos. ¡Ay padres y madres! Por vuestras maldiciones hay tantas guerras, tanta peste, tantos terremotos, tantos incendios, tantas inundaciones, tantos escándalos y tanto pecado... Pero basta, armaos de la corrección, pero n de la maldición; corregid, pero con la dulzura del aceite y con el vino del rigor, corregid, pero no con la severidad y mansedumbre, corregid, no con la pasión sino excitados del deber; corregid los vicios y no las acciones; en suma; corregid según los modelos que os presentaré en el siguiente párrafo. 27 22. Modelos de corrección Corregir al prójimo es una obra de misericordia; pero cuando los padres lo hacen para con sus hijos, es el cumplimiento de un importante deber. Ordinariamente hablando el padre, corregirá primero con dulzura, como si solo tratará de hacer notar la falta, segundo, cuando esto no bastare, añadirá a la corrección razones que hagan ver la gravedad o falsedad de la falta; tercero, si esto no bastare, ayude a la corrección con cierta acrimonia y vivacidad, manifestando que es el único remedio; cuarto, y en ciertos casos, debe hacerse la corrección aunque se prevea que ha de resultar un grave mal, tanto a quien se corrige, como a la persona que corrige. Ejemplos del primer caso Cuando Abraham reprendió a sus pastores por la riña que habían tenido con los pastores de Lot, lo hizo pues, lleno de caridad y de mansedumbre, y al mismo tiempo puso el debido remedio para que para que no volviese a suceder. Cierto hijo de los profetas, debiendo reprender al rey Acab los crímenes que habían cometido, por la dignidad de su persona, lo hizo proponiéndole una parábola, y se la propuso de un modo que por medio de ella conociera el rey su pecado y verificará su enmienda. Los parientes del anciano Tobías se burlaban de su virtud, mas él con ánimo tranquilo corregía su error, asegurándoles que debían obrar el bien porque era hijo de los santos, y que a ellos no les era lícito hablar de aquélla amanera. Habiendo sabido Judit la desacreditada resolución que habían tomando el sumo sacerdote y los ancianos del pueblo, de entregar la ciudad a los Asirios si dentro de cinco días no recibían el refuerzo que esperaban, le reprendió su poca confianza en Dios, y lo hizo con palabras todas llenas de discreción, y al mismo tiempo fue ella misma a poner el debido remedio. Ejemplo del segundo caso Un ciego de nacimiento, según nos refiere san Juan, recibió la vista de nuestro Señor, y corrigió a los escribas y fariseos, arguyéndoles y convenciéndoles de que Jesús era Dios. “Es extraño que vosotros ignoréis de dónde es el hombre que me ha dado la vista; cuando nunca jamás se ha visto que persona alguna haya dado la vista a un ciego de nacimiento, porque esta operación solo puede hacerla el que es Dios, luego el que me ha dado a mí los ojos es Dios.” san Pablo, en su epístola a los romanos, trae una admirable corrección de este género cuando corrige a los judíos y a los gentiles, diciéndoles, que no tenían que vanagloriarse, que unos y otros estaban bajo la ley del pecado; por que si los unos habían quebrantado la ley natural, los otros se habían hecho también transgresores de la ley de Moisés; “por consiguiente, que no tenían de qué gloriarse, sino que unos y otros debían acudir a la infinita misericordia de Dios.” san Pedro, según nos refiere los actos de los Apóstoles, viendo que los judíos estaban admirados por los milagros que obraba, los arguye con discreción y confianza: “ora les dice su gran pecado, ora como que procura excusarlos, ora les añade palabras llenas de dulzura y de amor: y esta corrección convirtió a cinco mil hombres.” ¡Oh qué modo tan admirable de corregir! ¡Ojalá que los padres lo imiten! Ejemplos del tercer caso El Profeta Elías argüía al pueblo con todo el poder y valentía de su celo:”Sí el Señor es vuestro Dios, seguidlo; ¡hasta cuándo queréis servir a dos señores!” Con un celo admirable, 28 con el fervor propio del mayor de los santos, decía Juan Bautista a los fariseos y saduceos: “Descendencia de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir del día de la ira?” san Pedro reprendía durísimamente a Ananías y Safira por la mentira que decían engañándole, y al mismo tiempo los condenaba a una muerte súbita: y reprendió terriblemente a Simón Mago que le ofrecía dinero por el don de Dios: y concluyó diciendo “sea tu dinero para tu perdición.” san Pablo mirando al Mago Elima que procuraba apartar al procónsul de la fe, le dijo: “Oh hijo del diablo, todo lleno de engaño y de mentira y enemigo de toda justicia, ¿hasta cuándo te pondrás al recto camino del Señor?” Y el mismo san Pablo, dirigiéndose a los fieles de Galacia, que después de recibida la verdad evangélica querían otra vez abrazar el judaísmo, con un tono el más acre, y con el fervor que distingue al que mereció ser llamado el Apóstol, les dijo. “¡Oh insensatos Gálatas! ¿quién os ha fascinado?” Ejemplo del cuarto caso Sara, señora de Agar, la reprende según lo merecía, más ésta llena de orgullo y soberbia huyó de la casa; mas el Señor que aprobó la justa corrección, mandó un ángel a Agar que le intimó volviéndose a la casa de su señora y que se le humillara. El Profeta del Señor Hanani, reprendió a Asa, rey de Judá, porque había puesto su confianza en Beneda, rey de Siria, y sumamente enojada mandó arrojarle entre prisiones, y mató en aquellos días a muchos del pueblo. Daniel por haber demostrado entre los babilonios que Bel y Dragón no eran dioses, sino obras de hombres, se levantaron contra él, lo acusaron falsamente ante el rey, y procuraron que fuese encerrado en el lago de los leones; Juan Bautista decía a Herodes, no te es lícito tener la mujer de tu hermano, lo cual hizo que fuera arrojado en la cárcel, y que por la misma causa fuese decapitado. Basta de ejemplos, que podríamos aumentarlos con innumerables más, téngase presente que la corrección debe hacerse, primero, con dulzura y suavidad; segundo, con entereza y valentía, como arguyendo; tercero, de un modo fuerte y constante; cuarto, a pesar de los males propios, porque ante todo es la justicia y el deber; y a pesar de los males que pueden sobrevenir a la persona corregida por el abuso que ella hiciera de la corrección, porque en ciertos casos debe hacerse, para evitar el escándalo, y por que siempre y en toda ocasión, primero es la salvación propia que la ajena, pues como dice san Pablo, la caridad bien ordenada comienza consigo mismo. Concluir queremos este capítulo, manifestando prácticamente, lo que puede una buena educación cristiana. Un cruel perseguidor de los cristianos, Dunan, rey de los árabes, había preso y condenado a una mujer a morir quemada. Tenía ésta un niño de cinco años, el cual no hallando a su madre, la iba buscando y llamando a gritos por todas partes: “Madre, madre, ¿dónde está mi madre? Llega a la presencia del rey, y el niño: ¿dónde está mi madre?- ¿No me tienes a mí, constestóle el rey, para qué quieres a tu madre?- Quiero a mi madre, para que me lleve al martirio.-¿Qué sabes tú de martirio? Replico el rey, que tenía al niño junto a sí,- Sí lo sé, respondió el niño: es morir por Cristo para vivir eternamente. Pasmado el rey de oír a una criatura de cinco años hablar así, ¿quién es Cristo? Le pregunta. Ven a la iglesia, contesta el niño, y te lo enseñaré.” En esto ve a su madre que estaba ya atada al palo, e iba a pegar fuego a la hoguera, Redobla el niño los clamores y esfuerzos para ir a morir con su madre, y no pudiendo desasirse del rey de otra suerte, comienza morderle, hasta que con el dolor lo suelta el rey, y el niño echa a correr, sin que nadie 29 pudiera detenerlo. Ya ardía la hoguera, y él se entra por medio de las llamas, y así abrazado con su madre lograron ambos la palma del martirio. Metafraste. 30 Capítulo 4 Los padres deben apartar a los hijos de las ocasiones del pecado y edificarlos 23.¿Por qué se condenan muchos padres de familia? Claro está, lector carísimo, que se condena todo aquel que no cumple sus propios deberes; y está por tanto, fuera de toda duda, que se pierden los padres de familia que no cumplen sus deberes para con sus propios hijos. Muchos se condenan porque no alimentan a sus hijos; muchos porque no los instruyen en las cosas religiosas; muchos porque no les corrigen sus defectos o porque no los corrigen bien; pero se pierden muchos más porque no los apartan de las ocasiones de pecado. Cuando los padres no han educado a su familia, al ver los tristes efectos que se repiten en su seno, despiertan de su fatal descuido, hacen serías reflexiones, acuden a la corrección, y aun toman el azote y con esto algo remedian; pero cuando por amor desordenado, por una fatal ignorancia, no apartan a sus hijos de la ocasión de el pecado, cuando por condescendencia no escrupulizan con lo que dicen o hace; cuando por su poca virtud o la corrupción de su corazón escandalizan la familia, y no le dan el buen ejemplo que de todo rigor le deben , ¡oh! En este caso sigue el pecado y los padres se hacen reos de los crímenes de sus hijos, y aun de los que comente los demás por culpa suya. ¡Oh Salvador! Y ¡cuánta miseria en una sola miseria! ¡cuántos pecados en un solo pecado! ¡cuánta responsabilidad la que entraña conducta tan fea! Oídme bien, padres de familia, porque no quiero probaros la obligación que tenéis de apartar a vuestros hijos del pecado y de edificarlos en la práctica de la virtud; ya que este deber os lo impone la razón natural, el sentido común, la conducta de los buenos padres, las santas Escrituras, los santos Padres y aun todos los teólogos; sino que para seros más provechoso, voy a señalaros las cosas principales que debéis hacer, porque de lo contrario os condenaríais miserablemente. 24. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? Porque tienen a sus hijos grandecitos en sus camas por esto se condenan muchos padres y madres.-¡Ah! ¿cuántos hijos e hijas deben su vida voluptuosa a lo que vieron hacer a sus padres? Ya les despuntaba el uso de la razón, vieron lo que nunca debieran ver: que se les abrieron los ojos para todo lo malo, como fueron abiertos los de Eva, después que hubo visto y conocido la fruta del árbol vedado. ¡Ojalá que no fuesen verdad! Pero ello es cierto que se ven niños y niñas de siete y aun de seis años, quizás de cinco y por ventura algunos de cuatro no cumplidos, y se les ve digo... ¡ah! Desquiciaos, puertas del cielo! No, no queráis saber tanta abominación: se les ve, digo, haciendo lo más feo, horrible y monstruoso. Y preguntados ¿por qué lo hacen? Contestan que así lo han visto hacer a sus padres. En una misión que dio el autor en un país cálido, se encontró con unos niños que acababan de cumplir los tres años, y con una malicia inconcebible, habían ya ejecutado la abominable acción: y ¿qué es lo que le dijeron? Ni más ni menos, sino que ellos lo habían aprendido de sus padres. ¡Ay padres y madres! No os fiéis; no digáis que son vuestros hijos inocentes, porque el diablo es perverso; no digáis que duerme porque el diablo sabe despertarlos; no digáis que aun no tienen malicia, porque el diablo sabe hacerles comprender todo lo malo; y no digáis que sois pobres, que no tenéis más que una cama, y un solo petate, y una sola cobija, porque nada de esto os excusa ante Dios. 31 25. Muchos se condenan porque hacen dormir juntos hermanitos con hermanitas No es pecado cuando los padres permiten a sus hijos que duerman juntos; pero sí es pecado permitirlo cuanto tienen malicia: y es una cosa tan grave, que ninguna razón puede justificarlo. No es necesario que los dos tengan malicia, baste que en uno de ellos despunte el juicio, y si los padres o los separan, puede el diablo tentarlos, hacerles comenzar una mala costumbre, y que avergonzados sigan después callándola, y pasando así desgraciadamente de confesión en confesión, hasta que temerosos y horripilados de tanto sacrilegio, acaben su vida desesperados. san Gregorio refiere un caso de una niña que se condenó a los siete años, por haber hecho con su hermano la cosa mala: y en los países cálidos donde la naturaleza se desarrolla con más prontitud, puede esto acontecer a los seis años, a los cinco y a los cuatro, y tal vez antes de haberlos cumplido. ¡Ay de los padres si no vigilan sobre este punto! ¡Ay de los padres si no procuran remediarlo! Y lo que hemos dicho de los hermanos y hermanas, debe entenderse con más razón, tratándose de personas extrañas. ¡Ay! ¿cuántos criados han perdido a los hijos de sus amos? Y ¿cuántos lo que se han perdido por haber dormido una sola noche con su pariente, con su amigo o con su conocido? Vigilancia, padres de familia, porque va de por medio vuestra salvación y la de vuestros hijos. 26. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? Muchos padres y madres se condenan porque no cuidan como debieran de sus hijos grandes: ellos deben saber que en la juventud es cuando se desarrollan las pasiones, y siendo por otra parte inexpertos, se encuentran rodeados de muchas ocasiones de pecado, ocasiones que difícilmente evitarán, si no se encuentran ayudados de sus padres. 1º Las malas compañías es ocasión del pecado, y los padres deben apartarlos de ellas: y muchas veces las tienen en la casa, otras en la escuela, otras en el taller, otras en el colegio, y los padres deben vigilar. 2º Las salidas de noche es ocasión de pecado, y los padres deben prohibir a toda costa sin aflojar ni un punto en su resolución. 3º El juego es ocasión de pecado, porque a los peligros que le son propios, se les junta la bebida, la mala conversación y el continuo escándalo. 4º Los enamoramientos son ocasión de pecado; por esto, cuando los padres saben que su hijo frecuenta una casa, que visita a tal joven, que procura verse a solas con ella, deben vigilar, vigilar; lo contrario, primero tendrán la perdición en su casa, que habérselo pensado. No justifica decir: yo no lo sé, nosotros ignoramos tales relaciones; porque un buen padre debe vigilar a su hijo, y de ningún modo, ni por ningún título debe permitirle la corrupción. Claro está que aquellos padres que permiten que sus hijos vivan en mal estado, o que solo se casen civilmente, y que con solo este registro permiten que se junten, claro está que cargan con todos sus pecados y con todas las consecuencias de ellos. ¡Ay, ay de mí! Muchos padres se condenan porque no vigilan como debieran a sus hijos grandes. Las niñas necesitan un cuidado todo especial, para conservar su inocencia. Aunque la mujer sea la misma debilidad en sí misma; pero esa mujer ayudada de sus padres, suficientemente instruida y del todo vigilada, se torna como una piedra, como el hierro y aun como el diamante; pero por esto debe de ser educada cristianamente, hacerla huir las ocasiones, evitar los enamoramientos, los bailes, comedias y demás ocasiones en que puede perderse: 32 así tendrán los padres en cada una de sus hijas, una joven juiciosa y recatada que a su tiempo formará su gloria. Tomen para lograrlo las reglas siguientes: 1ª No permitirle que se junte con mujeres de mala fama, ni con casadas indiscretas, ni con jóvenes amantes del baile y del novio. 2ª Separarla de todo hombre con una santa prudencia, sin permitirle jamás ninguna familiaridad ni con jóvenes, ni con ancianos, ni con señores constituidos en dignidad, ni con parientes, ni con criados: por tanto no permitirlas que estén a solas con sus novios, y mucho menos permitírselo siquiera por parecer bien. 3ª Cuando el casamiento está casi arreglado, debe aumentarse la vigilancia, sin hacer los ojos gordos por ningún título, por que según el Espíritu Santo, esto sería sacrificar a vuestras hijas al demonio. Vigilancia, padres de familia, vigilancia; porque si no salváis a vuestros hijos apartándolos del mal, difícilmente os salvareis vosotros: y vigilancia sobre todo para que vuestras hijas labren vuestra salvación, como lo escribía cierto cura en la carta siguiente: Dejemos al mismo cura párroco a quien sucedió el hecho, que nos refiera esta admirable conversión. El invierno de 1824 me hizo llamar una joven enferma atacada de lamparones. Vivía en casa de su madre, mujer de unos cincuenta años y viuda de mucho tiempo. Habiendo yo sabido que ella no frecuentaba los Sacramentos, la hablé de esto muchas veces, pero siempre inútilmente; tanto, que por evitar mi encuentro, se metía en su gabinete cuando yo entraba en la casa. No obstante, la enferma iba acercándose a su fin, mas no parecía inquietarse de esto. Con tanto sosiego y tan a menudo hablaba de la muerte, que cualquiera diría que ningún temor ni amargura le daba. Un día, después de haberla confesado, cuando me despedía de ella, me rogó llamara a su madre sin que yo me retirase: entra la mujer, y se admira de ver a su hija llorando contra su costumbre, pues ordinariamente estaba alegre, a pesar de sus padecimientos. ¿Qué llanto es ese, hija mía? Dijo. ¿Pierdes el valor después de haber tenido tanta paciencia hasta aquí?. No, madre mía, no... mas que hoy debo despedirme de usted por última vez. ¡Ah! Cuán doloroso es esto!- Y ¿por qué? -¿No estás acaso resignada?- ¡Ay! ¿Por qué? Porque me despido de usted para siempre. Eso no, hija mía. Perdón, madre mía; el despido que hoy hago de usted, es eterno. Usted y yo no seguimos el mismo camino. Recibiendo los Sacramentos, me hallo yo en el camino que nos traza nuestra santa religión, y espero la dicha que ella promete a los buenos; mas aleándose usted de los Sacramentos, no puede pretender lo mismo. No llegaremos, pues, las dos al mismo término. Pronunció la hija estas palabras con un acento que manifestaba grande emoción. Entre tanto, testigo yo de una escena que no esperaba ni me era posible prever, no acertaba a volver de mi sorpresa. El semblante de la madre había cambiado de color, estaba todo agitado. Entonces la hija moribunda reuniendo todas sus fuerzas, y levantándose sobre sus codos: ¡Oh Dios! Exclamó, madre mía! ¡Mi querida madre! ¡No veré, pues más a usted...! ¡Esta hecho! ¡Adiós, madre mía, adiós! ¡Para siempre! ¡sí, sí, para siempre...! A estas palabras cae la madre desmayada. Unos minutos después, reanimándose un poco, se levanta:- Consuélate, hija mía: no estaremos separadas; yo he sido tu madre, tú eres hoy la mía; iré a confesarme, y de hoy en adelante seré católica en obras como lo era en sentimientos. Señor cura, añadió, ¿quiere usted desde hoy ser mi confesor? Quiero dar este 33 consuelo a mi hija antes que muera, que vea a lo menos que he comenzado. La señalé una hora de la tarde; ella fue fiel a la promesa, y no parece quiera desmentirse. Este feliz cambio llenó de gozo a la joven, que murió algunos días después, ocupándose de la felicidad de los santos.-Extracto de una carta del cura de... 27. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? Muchos padres y madres de familia se condenan porque no apartan a sus hijos del mal, por medio de los buenos ejemplos; y deben persuadirse que no educan bien a su familia, si no robustecen sus consejos con el buen ejemplo: solo añadiendo a todo lo dicho la edificación es como logran tener buenos hijos, hijos pundonorosos, constituidos en el deber, y que serán un día su más grata satisfacción. Que los padres de familia deben dar ejemplo no es una verdad abstracta, sino que es el cumplimiento de un deber que nos prueba la conducta de Jesucristo, los hechos de los Apóstoles y la experiencia de todos los días: por esto es cierto el documento proverbial que dice, que son los hijos lo que han sido los padres. Nuestro amabilísimo Salvador constituyó nuestro Padre universal, y comenzó a enseñarnos su doctrina con el buen ejemplo: y cuanto nos dicen los Evangelistas, primero no lo enseñó con las obras, y quiso además que fuese pública la enseñanza práctica que nos había dado, por lo cual hizo que san Lucas nos dijese, que Jesucristo comenzó a hacer, y después a enseñar. Ahora pregunto, ¿por qué lo hizo de esta manera? ¿por qué obró con la mayor perfección? ¿por qué quiso sujetarse a todos los consejos? Lo hizo para ensañarnos primero con las obras que con su doctrina, y porque quiso que esta fuese la enseñanza de los Apóstoles, de todos los varones apostólicos, y aun de todo superior con su inferios. El envía a los Apóstoles; los instruye perfectamente, les dice las ciudades que deben evangelizar, y con el poder de hacer milagros les facilita la curación de toda enfermedad, y aun la sujeción del demonio. Pero el medio más poderoso que pone en sus manos es el buen ejemplo que deben dar; por esto les dijo: Vosotros sois la luz del mundo y sois la sal de la tierra. Como si hubiera dicho: Iluminad principalmente a todos con la luz de las buenas obras, y edificad a toda la tierra con la sal de la conducta buena y perfecta. También nos dejó escrito: Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo hice; con cuya sentencia nos notifica, que así como Él nos dio ejemplo, así nosotros lo hemos de dar también: y lo hemos de dar no solo los sacerdotes a los fieles, sí que también los padres a sus hijos. Cuenta la sagrada Escritura en el libro II de los Macabeos, que Eleazar, anciano venerable, y uno de los respetables de Jerusalén: a trueque de dar buen ejemplo, se abrazó con los tormentos y con el suplicio. Para librarse, le habría bastado simular que cumplía con el diabólico precepto del rey: pero lleno de un santo celo, y deseoso de edificar a todos; dijo: jamás simulará Eleazar que come carne prohibida; no sea que los jóvenes así lo crean, y digan que así lo hice al fin de mis años para salvar la vida y ellos se hagan reos del mismo pecado. 28. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia con sus hijos? Muchos padres y madres se condenan porque no edifican a sus hijos, supuesta la obligación de dar buen ejemplo, naturalmente ocurre preguntar ¿en qué cosas deben darlo? Respuesta: en todo; porque a nadie es lícito escandalizar al prójimo en cosa alguna y mucho menos a los padres, cuyas acciones las ven sus hijos, como otros tantos magisterios, las consideran 34 como leyes prácticas y como el resultado perfecto de todos sus deberes. Dadme unos padres que cumplen sus deberes religiosos, cuya modestia nada deja que desear, cuya prudencia en los negocios es a toda prueba, cuya virtudes conveniente a un buen cristiano y que esta conducta práctica, es como el sello de las verdades que han enseñado a sus hijos, y yo os aseguro que los hijos serán buenos: tanta es la importancia del buen ejemplo en las palabras, en la fe, en la caridad, y en la castidad. 1º En las palabras. Procurando que sean edificantes, porque lo que oyen mientras viven bajo la férula de sus padres, nunca lo olvidan. Esta verdad hizo decir a santo Tomás de Villanueva, que la virtud que se mama con la leche, con dificultad se pierde. San Ambrosio, siguiendo el mismo pensamiento, a fin de obligar a los padres que den a sus hijos el buen ejemplo de las palabras, les presenta el ejemplo del ruiseñor, el cual canta con la mayor perfección cuando enseña a sus pequeñitos. Así de un modo semejante si los padres de familia hablan de Dios con el debido respeto, pronuncian con devoción los sagrados nombres de Jesús y María, alaban los actos de caridad, se muestran religiosos, y hablan con el debido miramiento de las cosas santas, del augusto sacrificio del altar, de la presencia de Jesucristo en el santísimo Sacramento, de la excelencia de un sacerdote ministro de Dios, de la fealdad del pecado, de la excelentísima belleza de la virtud: así éstas y semejantes pláticas serán las de sus hijos: tanto conviene que los padres de familia hablen un lenguaje eminentemente cristiano. 2º En la fe. Ya sabes, lector carísimo, lo que es fe: como si dijéramos, es una virtud sobrenatural que nos inclina a creer todo lo que Dios ha revelado y la Iglesia nos propone como cosa de fe. Convienen pues, que los padres den a sus hijos ejemplo en la fe, haciendo los actos propios de ella, aborreciendo todas las novedades que se oponen a la fe, no permitiendo que ante ellos algún atrevido hable cosas contrarias a la fe, y defendiendo según la instrucción de cada uno, las verdades y las obras de la fe. Convienen, además, que muestren la fe de sus hijos, portándose con el debido fervor en los actos religiosos, cumpliendo con los deberes propios de un cristiano, y procurando tener por testigos a sus hijos. No basta, pues, que hagan los actos de la mañana y de la noche, para dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, que oigan la santa misa, que frecuenten los sacramentos y que asistan en las iglesias cuando se anuncia la palabra de Dios; sino que deben procurar que sus hijos sepan que ellos lo hacen, y deben procurar además que de hecho lo hagan. Por tanto el buen padre de familia hace los actos de la mañana y los hace practicar a sus hijos, y oye la misa con sus hijos, se queda para oír la palabra de Dios con sus hijos, y con sus hijos procura frecuentar los santos sacramentos. Pero si el hijo observa que su padre casi nunca se arrodilla para hacer oración, que pasa por delante de los templos con indiferencia, que asiste a la santa misa sin devoción y no más que por compromiso, que oye la palabra de Dios como los escribas y fariseos oían a nuestro Señor, claro está que semejante hijo no sea religioso, que pronto dejará de cumplir los deberes de la religión, y que tal vez acabará en los brazos horribles de la impiedad. Quiera el Señor que los padres comprendan bien la obligación que tienen de dar a sus hijos el buen ejemplo en las cosas que pertenecen a la fe. 3º En la caridad. Abraza la caridad los deberes para con Dios, y los deberes para con el prójimo: y el padre debe mostrar a sus hijos que cumple ambos preceptos. En fuerza del amor a Dios, debe evitar todo pecado, porque él es lo que está diametralmente opuesto al amor de Dios; y debe además cumplir con los actos religiosos y procurar desempeñarlos con el fervor y amor propios del que sirve a Dios. En cumplimiento de su amor al prójimo, 35 no debe odiarlo, ni aborrecerlo, ni tratarlo con desvío, sino amarlo porque así lo manda Dios. De la boca de los padres jamás ha de salir una maldición, ni un venganza, ni actos de odio o de furor, sino palabras de paciencia, resignación y conformidad con la voluntad divina. Cuando es necesario corregir debe hacerse más o menos fuerte según la gravedad de la falta: y siempre y en todo caso debe tenerse presente, “el enojaos pero sin querer pecar,” del santo Profeta Rey. La caridad para con el prójimo exige la practica de las obras de misericordia tanto corporales como espirituales, y los padres deben hacerlas, y hacerlas de modo que sus hijos lo vean, y de vez en cuando hacerlas por medio de sus hijos. Notemos la influencia del ejemplo en santo Tomás de Villanueva. Eran sus padres unas personas de virtud, y se distinguían en su amor al prójimo, y estaban siempre prontos a disimular el odio que les tuvieran, a volver bien por mal, a perdonar de corazón todas las ofensas y aun a rogar por sus mismos enemigos. Su hijo fue uno de los santos más limosneros, daba cuanto tenía, se empeñaba para con los pobres y llegó a dar sus propios vestidos. Y ¿por qué? Porque en su suna aprendió de sus padres a dar limosna, él se la repartía, él suplicaba a su madre, que le diese más, y en aquella edad llegó a distribuirles su propio desayuno. Qué mucho que hecho obispo llegase a ser tan limosnero que los pobres lo llamaron el Padre de los pobres. Ejemplo, ejemplo padres y madres, formareis a vuestros hijos buenos cristianos. 4º. En la castidad. Vuestros hijos a pesar de la inclinación tan grande que tenemos a mal, con todo, vuestros hijos nacieron castos; y tan castos que presentaron con todo su brillo y blancura la azucena virginal: y es deber de los padres el conservarla mediante el buen ejemplo de la castidad. Y cuanto los peligros de perder tan heroica virtud son mayores, tanto deben ser más excesivos los medios que deben poner para conservarla. Nada debe haber en sus casas que pueda mancharla, ni trajes deshonestos, ni pinturas libres, ni libros de amores, ni personas atrevidas, ni concurrencias peligrosas, ni recuerdos disolutos, ni otra cosa por la que pueda prender la llama impura del feo vicio. Pero si sucede lo contrario, si en ella se oyen conversaciones obscenas, si se tienen bailes desarreglados, si la casa la frecuentan personas no castas, si los muebles excitan la pasión...¡ay de los hijos! ¡ay de las hijas! Y ¡ay! Y mil veces ay de los padres que esto permiten! Ese terrible ¡ay! Del tiempo, y quizás de la eternidad, fue el de Carlos, rey de Navarra. Uno de los hombres que más se entregaron al vicio de la lujuria, fue Carlos, rey de Navarra. Viéndose extenuado por los desordenes cometidos, consultó a los médicos, los cuales ordenaron que se hiciera envolver en una sábana empapada en aguardiente, y que permaneciera así veinticuatro horas bien estrecho y cosido. La reina, que por el amor que profesaba a su esposo, quiso ella misma encargarse de esta operación, concluyendo de coser la sábana que envolvía el cuerpo del rey, buscaba las tijeras para cortar el hijo; mas no hallándolas a mano, tuvo la imprudencia de acercar la luz y de quemar el hilo con ella. Encendióse el hilo, que estaba empapado en aguardiente, y comunicóse el fuego a la sabana, la cual en un instante quedó del todo encendida. ¡Qué gritos en todo palacio! ¡Qué alaridos! ¡Qué agitación! ¡Qué no hicieron para apagar el fuego y salvar al rey! Mas todo fue inútil. El rey murió quemado vivo sin que le pudieran dar socorro alguno. ¡Qué muerte! ¡Que vida! ¡Qué eternidad!- El P. B. Giraudeau (Girodó). A todos es conocida la fatal caída de David así como su penitencia. Cometió adulterio conociendo a Betsabee, lloró su pecado, le lloró amarguísimamente, hizo uno de los actos más perfectos de contrición, fue un modelo de penitentes, pasaba las noches entre las lágrimas y el dolor, y recibió de Dios el perdón más absoluto de su pecado. Pero no pudo 36 evitar los estragos del escándalo que había dado a toda la familia, y uno de sus hijos hizo públicamente lo que él había hecho oculto; y toda Jerusalén fue testigo de la acción infame que hizo Absalón con la esposa de su padre David: de tan gravísimas consecuencias son las faltas que hacen los padres contra la castidad! Tiembla, lector carísimo, tiembla en vista de lo que pasó en un estudiante pervertido y castigado horriblemente. Había en cierta ciudad un estudiante que pasaba con razón por modelo de virtud y frecuentaba los sacramentos del modo más edificante. Yendo un domingo a la iglesia para hacer en ella sus devociones acostumbradas, encontró a dos camaradas que distaban mucho de ser piadoso como él. Convidáronle a almorzar, y resistiéndose él, hicieron le beber por fuerza y sentarse con ellos a la mesa; primero bebió por violencia, después por gusto, hasta que por fin se le alteró completamente la razón: en tan espantoso estado fue fácil hacerle caer en un crimen horrible, cayó y al mismo instante fue sorprendido por la muerte. ¡Cuán terribles son vuestros juicios, oh Dios mío! ¡Cuán impenetrables vuestros caminos! Aterrorizados los infelices compañeros de este fin desventurado, fueron a expiar con austera penitencia el mal gravísimo de haber precipitado un lama al infierno. Collet. 29. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? Muchos padres y madres se condenan porque con sus malas costumbres la malean, ya que está en su mano hacer de sus hijos un ángel o un demonio, un inocente o un malvado, un infeliz o un desgraciado, según el ejemplo que les hubieren dado. Cuando en vez del buen ejemplo dan escándalo, inutilizan los frutos de la educación, y neutralizan casi del todo sus saludables efectos. ¿Qué dirás, lector carísimo, de un padre que no alimentara a sus hijos, y que los dejara perecer de hambre, de sed y de miseria? ¡Ingrato padre, exclamarías tú, tú has muerto a tu hijo! Pues mayor es el pecado, mayor la ingratitud del padre que escandaliza a su familia, porque con el escándalo mata el alma, que es de un precio incomparablemente mayor que todo el cuerpo. Los escribas y fariseos cometieron grande pecado, porque después de cumplir con los deberes de maestros, con su conducta destruían todo el buen efecto de su instrucción; y por esto fueron malditos de Dios de un modo especial. Y ¿cuántos padres de familia los imitan en la práctica? Semejantes padres se hacen reos de todos los excesos de sus hijos; porque su proceder les hace tal impresión, que lo ven sin sospechar y lo abrazan sin malicia. Qué sucederá pues, con los hijos de un padre borracho, jugador, deshonesto, vago, maldiciente? A no ser un prodigio de la gracia, tales son los hijos cuales han sido los padres. Testigos de lo que decimos, aquel famoso hecho que pasó en la ciudad de Liega, Perdióse un niño, y no encontrando su casa, comenzó a llorar a grandes voces. Lo recogen, le preguntan por el nombre de sus padres y por su casa, y nada contesta, sino que sigue con mayores gritos. Mas cuál fue su sorpresa, cuando oyen que su padre es el demonio, que su madre es el diablo y que su casa es el infierno? Horrorizada la gente, redoblando las diligencia, y de hecho encontraron su casa, que era habitada de un matrimonio que vivía en continua guerra. Ven, demonio, le decía la mujer a su marido: aun me atormentas, diablo, decía el marido a su mujer: ¿quién me librará de este infierno continuo? Y así en una serie de maldiciones y execraciones vivían hechos condenados a un en vida; qué muchos que el inocente niño llamará demonio a su padre, diablo a su madre e infierno a su casa! 37 Desengañarse, así como aprendemos a hablar el español, el francés o el italiano, así los niños aprenden el bien o el mal que les han enseñado sus padres. Enmienda, enmienda, padres de familia; porque de vosotros depende el bien de vuestros hijos, y por consiguiente la educación de la juventud; enmienda, para que cuando seáis viejos, tengáis hijos semejantes al que refiere el Diccionario de la buena educación, bajo el título de El Capitán Guillermo: Vivian en una aldea de Francia, cerca de Lanesk, un pobre anciano ocupado en empedrar la calle, cuando he aquí que se le presenta un caballero muy bien vestido, venido de Glascow, que apeándose del caballo le saluda respetuosamente, toma el pison, y dando con él algunos golpes en el suelo, dice al anciano, que estaba muy admirado de la aventura:- Este trabajo me parece bien pesado para vuestra edad; ¿no tenéis hijos que puedan trabajar y aliviar vuestra vejez?- Sí, señor, contestó el viejo, tengo tres hijos que me daban las mayores esperanzas; mas los pobres chicos no se hallan ahora en estado de aliviar a su padre. ¿En dónde habitan?- El mayor ha llegado a grado de capitán en las Indias Orientales; el segundo se hizo soldado con la esperanza de ascender como su hermano. Y el tercero ¿en qué ha parado?- ¡Ay! Hizo fianza por mí; se encargó de pagar mis deudas, y no haciendo podido hacerlo, se halla en la cárcel. Al oír esto el viajero, se aleja algunos pasos, permanece algún tiempo con las manos en la cara, y después,, volviéndose al anciano, le dice;´- Y el mayor, ese hijo desnaturalizado, ese capitán, ¿no le ha enviado nada para sacarle a usted de la miseria?- ¡Ah! No le llame usted desnaturalizado; mi hijo es virtuoso: respeta y quiere mucho a su padre. Me ha enviado fondos, y más de los que yo necesitaba; pero he tenido la desgracia de perderlos, haciendo fianza por un hombre muy honrado, por mi huésped, el cual desgraciadamente ha causado mi ruina, pues no hallándose él en estado de pagar, me lo han cogido todo y no me queda nada. En esto un joven saca la cabeza por la reja de la cárcel que estaba allí contigua, y comienza a gritar:Padre, padre mío! Es mi hermano Guillermo: vive aun, es el viajero que habla con usted. Si, padre mío, yo soy, respondió el viajero echándose en los brazos del anciano, que loco de contento estaba fuera de sí. Sale también de una mala choza una mujer anciana, puesta decentemente, clamando:- ¿Dónde está pues? ¿Dónde estás, mi querido Guillermo? Ven y abraza a tu madre. El capitán, apenas la hubo visto, deja al padre y corre a echarse al cuello de la buena anciana. Estaba contemplando esta escena desde la ventana de un mesón dos viajeros venidos de Glascow, bajan precipitados, y dirigiéndose al recién llegado:- Capitán, le dicen, pedimos a usted el favor de venir con nosotros; gustosos habríamos hecho cien leguas, para presenciar este tierno reconocimiento. Hoy usted y los suyos han de comer con nosotros en el mesón. El capitán, sensible a esta invitación, la acepto, mas diciendo que no comería ni bebería hasta que su joven hermano hubiese recobrado la libertad; y al instante va, entrega la suma por la cual estaba preso y le saca de la cárcel. Entonces toda la familia pasa al mesón donde estaba Guillermo, en medio de muchísima gente que le colmaba de caricias que él volvía con la misma cordialidad; y luego que se hubo retirado la multitud, refirió sus aventuras del modo siguiente:- “Señores, hoy siento en toda su extensión lo mucho que debo ala Divina Providencia. Mi tío me enseñó el oficio de tejedor; mas correspondiendo yo mal a sus bondades, y por espíritu de pereza y de disipación, me alisté en el ejercito de las compañías de las Indias, teniendo entonces a los más diez años. Mi celo por el servicio inspiró a mi loor Clebe bondades en mi favor; y gracias al cariño que me tomó, de grado en grado ascendí a capitán, y fui encargado de la caja del regimiento. Habiendo llegado a fuerza de economías y por medios honrosos, favorecido del comercio, a 38 asegurarme un fondo de veinte mil libras esterlinas, dejé la milicia. Es verdad que he hecho tres remesa de dinero a mi padre; mas él no ha recibido sino la primera de doscientas libras esterlinas, pues la segunda cayó en manos de uno que quebró, y confié la tercera a un gentil-hombre escocés que murió en la travesía, Tengo su recibo, los herederos me responderán de él.”-Después de la comida el capitán remitió a su padre ciento cincuenta libras esterlinas para hacer frente a sus necesidades más urgentes; aseguró a sus padres otras ochenta de renta anual, reversibles sobre dos hermanos; prometió comprar un sustituto al que se había hecho soldado, y asociar al más joven a una manufactura que se proponía establecer para dar ocupación a personas industriosas. Dotó con quinientas libras esterlinas a su hermana, que estaba casada con un arrendador poco acomodado, y después de haber distribuido otras cincuenta a los pobres, dio una muy hermosa fiesta a los habitantes del lugar.-Dic. De educación. Capítulo 5 Se señalan las causas ordinarias que hacen a los hijos malos o buenos 30. Los hijos son malos porque lo son los padres El Evangelista san Mateo, nos refirió la siguiente sentencia de Cristo Señor nuestro: Todo buen árbol hace buen fruto así como todo árbol malo da frutos malos. El hombre es figura del árbol, pues como dicen los filósofos: el hombre es un árbol plantado al revez. El padre de familia es el árbol y los hijos son los frutos que ha producido: y san Buenaventura, siguiendo la misma explicación afirma, que de ordinario salen los malos hijos de los padres viciosos, así como son buenos hijos aquellos cuyos, así como son buenos hijos aquellos cuyos padres practicaron la virtud. Y a la manera que sería un milagro de la naturaleza que de las espinas brotaran las uvas, y que un conjunto de cosas negras produjera la misma blancura; así debe atribuirse a un milagro de la Omnipotencia, el que de padres viciosos, impíos y escandalosos salgan hijos buenos, amantes de la disciplina y de la virtud san Juan Crisóstomo, siguiendo en un todo el mismo pensamiento, exhortaba a los padres bajo la metáfora del árbol, a cuidar debidamente de sus hijos. Cuando los padres se han perdido no pueden darnos unos hijos virtuosos, sino que los educan conforme la malicia de la raíz de su corazón; y dan por consiguiente, los frutos que les son semejantes. santo Tomás, haciéndose cargo de estas palabras de san Pablo a Timoteo, “que impone a los padres el deber de criar a sus hijos con toda castidad, hace notar, que los hijos malos, publican los pecados de los padres, porque siempre se ha visto que el impío nace de la impiedad de sus padres. ¡Ah! No lo extrañemos, porque los escandalosos y malos ejemplos de los padres, se imprimen en el corazón de sus hijos, e instruidos en lo malo desde su más tierna edad, se hacen todos los días peores. ¡Qué verdad tan cierta! ¡qué documentos tan importantes los que entraña! ¡que espejo tan fiel para los padres de familia! Temblad, temblad, sí, padres de familia; temblad verdaderamente si vuestros hijos son malos; dad gracias a Dios si por fortuna son buenos, porque está escrito, que todo árbol malo da malos frutos, al paso que el árbol bueno los produce muy sabrosos y delicados. 31. Se prueba la misma verdad con ejemplos En el libro del Génesis nos refiere la sagrada Escritura un hecho memorable que nos indica que los hijos son malos porque lo fueron sus padres. Cam fue el padre de Canaan, segundo hijo de Noe, y no obstante de haber podido aprender muchas virtudes de él, solo lo imitó en sus faltas, y de una manera especial en la falta que cometió burlándose de la desnudez de su 39 padre: ora sea que él directamente la hubiese visto y delante de su hijo hubiese cometido la maldad, ora sea, como dicen otros, que habiendo Canaan burlándose de la desnudez de su abuelo, no solo no recibió de su padre el debido castigo, sino que éste lo ayudó en la maldad. Como quiera el Espíritu Santo al narrarnos el hecho hace mención del padre y del hijo, como si quisiera acriminar los pecados del padre por la maldad del hijo, y notar la infamia del hijo por la impiedad del padre. ¡Oh qué cierto es que tales son los hijos cuales han sido los padres! No, no puede faltar la palabra de Jesucristo, que dice: “Que el árbol malo da malos frutos.” Nerón, ese desgraciado que por sus vicios dio el nombre a su siglo, y formó su reinado una de las épocas más fatales de todos los siglos: ponía sus delicias en que se representase en el teatro lo que el pudor no permite ni siquiera nombrar; y ¿por qué fue hasta este punto deshonesto? Porque imitó la lascivia de su madre que fue extraordinaria. Heliogábalo, el hombre torpe por hábito y por elección, el que solo sabia respirar la inmundicia del feo vicio, y el que se entregó a todos los excesos, de suerte que la historia nos lo representa como uno de los hombres más afeminados, ese hombre tuvo por madre una griega, que tenía por profesión ser pública ramera. Salomón, el hombre más sabio entre los más sabios, dejóse arrastrar de este vicio, y este vicio lo perdió; mas no es extraño, por que su madre era una mujer adúltera. La hija de Herodías hizo en el baile lo más deshonesto, y esto agradó tanto a Herodes, que entonces la creyó que era verdaderamente hija suya, ya que un padre adúltero y escandaloso, no podía producir otro fruto; y cruel como su madre vengativa e iracunda, no titubeó en pedir por premio de su torpeza, la cabeza de san Juan Bautista. san Bernardo nos refiere el memorable hecho que aconteció en su tiempo, de cierto hijo impío que se levantó contra su padre: lo sacó de su casa, lo arrojó al suelo, y tomándole de los cabellos lo arrastró un buen pedazo de calle. Al llegar a cierto punto, oyosé la voz lastimosa del anciano que decía: “No más, hijo mío, ya no más; porque solo hasta esta parte arrastré yo a mi mismo padre. Tú has sido la mano vengadora de Dios, ahora sufro su justo juicio; por consiguiente ya no más hijo mío.” En el Estado de...oyóse en una de sus casas en cierto día, una voz que con sus lamentos partía el corazón: habiendo entrado el gobernador que a la sazón pasaba por la calle, vio el espectáculo más fiero y criminal: vio a un impío hijo que hería gravemente a su padre. Queriendo el gobernador castigarlo, cuál fue su sorpresa al ver que, levantándose el padre, postróse a sus pies y le suplicó, que no castigará a su hijo, por que él también había pegado a su padre. En cierto pueblo, un ranchero cansado de tener en la mesa a su padre, determinó hacerlo comer en un rincón; y a este fin le arreglaba un plato de madera. A este tiempo acercándosele su hijo pequeño, le preguntó: Padre, ¿qué estás haciendo? El padre le contestó, estoy arreglando este plato a tu abuelo, para hacerlo comer fuera de la mesa. Entonces, moviéndole Dios sus labios, dijo: Padre mío, hazlo bien grande, porque cuando seas viejo te daré el mismo. Asombrado de lo que oyó, lloró amargamente su pecado, y trató a su padre como debía tratarlo el mejor de los hijos. No extrañes lector carísimo, estos hechos, porque son los hijos lo que han sido los padres; y no solo lo son por el ejemplo que les han dado, sí que también porque al engendrarlos les 40 comunicaron sus malas disposiciones, y después con su conducta acabaron de hacerlos pésimos: tan perniciosos son los malos ejemplos que dan los padres a sus hijos. 32. Se prueba la misma verdad con otros ejemplos En la ciudad de Mantua, refiere san Bernardino, que aconteció el caso siguiente: Un joven queriéndose casar, fijó los ojos en una joven de bastantes proporciones y que tenía unos parientes tan ricos como sabios. Reflexionando sobre sí mismo, se acordó que su padre era bastante anciano, y que no había procurado vestirlo según su fortuna. Entonces experimento cierta confusión, determinó sacar a su padre de su casa, para que se pudiese celebrar el matrimonio con el lujo y comodidades que él deseaba. Fiel en su propósito, se levanta cierto día muy de mañana, y contra toda costumbre se fue con su anciano padre. Este, que extrañaba mucho semejante viaje, preguntó a su hijo la causa de él; y a poco, cuando el padre se vio obligado a descansar, sentado en una piedra, le preguntó otra vez la causa de su viaje. El hijo le dijo con toda claridad que iba a casarse, y como era tan viejo que se avergonzaba de tenerlo en su casa, y así, que lo iba a dejar a casa de unos amigos. Entonces el anciano, derramando sentidísimas lágrimas, le dijo: “Oh justo juicios de Dios! ¡Oh verdadera justicia la de Dios nuestro Señor! Ahora me acuerdo que esto mismo hice yo con mi padre cuanto tomé a tu madre para casarme, aquí en esta misma piedra descansó; allí en esa capilla hizo su oración.. Con razón, hijo mío, me haces lo mismo que yo hice a mi padre; no te maldigo, no te deseo ningún mal, pero teme que te traten tus hijos como me estás tú tratando.” Horrorizado el hijo, pide perdón a su padre, lo lleva a su casa, y en el festín de la boda le hizo ocupar el primer lugar como le pertenecía: tan cierto es que de ordinario los padres trasmiten a los hijos sus propensiones y aun sus vicios! san Gregorio en sus Diálogos nos refiere, que el demonio mató a un niño que estaba sentado en el regazo de su padre y en el momento de proferir una horrible blasfemia; y el santo hace notar que aquel modo de hablar feo lo había aprendido de su padre; y que con aquel golpe castigó al padre matándole a su hijo y premió al hijo quitándole la vida antes que llegase a la edad de perder su inocencia. Cuantos padres merecerían tan atroz castigo su desgracia, su desgracia es tanta, que han enseñado a sus hijos a pecar. Cuenta la historia, que un ladrón fue aprehendido por la justicia y condenado por sus crímenes a morir afrentosamente en un patíbulo. Quejóse amargamente, mas no de los soldados que lo aprehendieron, ni de los testigos que lo acusaron, ni del juez que lo condenó, ni del verdugo que había de quitarle la vida; pero sí se quejó sentidamente de su madre. Y entre otras cosas dijo: “Si la primera vez que me hurté una cosa me lo hubieseis reprendido; si cuando llevaba a mi casa mis pequeños hurtos no me los hubieseis ocultado, no habría continuado ciertamente, habría aprendido a trabajar, y no hubiera seguido el camino del vicio; más como no me educasteis, por esto muero ahora en un cadalso después de una vida criminal.” Era Raquel la Esposa de Jacob, y no obstante sus grandes virtudes, con todo, al salir de la casa de su padre Laba, se llevó hurtados sus ídolos que eran de plata y algunos de oro; y aunque es verdad que puede excusarse de pecado, ya por el fin que puede tener de apartar a su padre de la idolatría, ya tomándolos como en dote de lo que le pertenecía, ya en suma, por las trampas que había hecho a su esposo Jacob; pero otros autores hacen notar, “que Laban era muy avaro, y que Raquel, arrastrada por la avaricia, cometió el hurto;” tan cierto es que son los hijos lo que han sido los padres! 41 La santa Escritura nos refiere un caso terrible, en el cual según los expositores, se patentiza la misma verdad. Yendo el profeta Eliseo a Betel, salió una turba de muchachos y burlándose de él, le dijeron: “Sube, sube, calvo.” Entonces el santo Eliseo que era manso en supremo grado, los maldijo de parte de Dios, y saliendo dos osos de aquellos bosques, despedazaron a cuarenta y dos de ellos. ¡Terrible castigo! Pero que siendo castigo para los padres, fue beneficio para los niños, Estos insultaron al siervo de Dios, no con malicia propia, sino por las fatales lecciones que había recibido de sus padres; por esto les fue quitada la vida para que no se malease su corazón, y los padres, privados de lo que más amaban, Graba, graba bien en tu corazón, lector carísimo, la siguiente verdad: “los hijos son malos porque malos fueron los padres,” ya que según la sentencia de Jesucristo, el árbol malo produce malos frutos. 33. Los hijos son buenos porque lo son sus padres.-Cristo nuestro Señor así como nos enseñó que los hijos eran malos porque malos eran sus padres, así también nos dijo, que todo árbol bueno dará buenos frutos; o lo que es lo mismo, que los hijos son buenos porque lo son sus padres. San Ambrosio, siguiendo el mismo pensamiento, nos dice que los hijos son la viva imagen de su padre; y que no solo lo son materialmente, sino que también y de un modo más exacto lo son respecto de sus costumbres; lo cual le hizo decir, que el buen padre era estimado en sus hijos. El Espíritu Santo, por medio del Eclesiástico, hace tan suyo este pensamiento, que nos asegura, que Dios honra al padre en sus hijos; porque recibió de Él mismo la autoridad real de la paternidad, y empleándola debidamente sobre sus hijos recibirá grandes premios. David apareció ante la corte de Saúl como un joven en gran manera virtuoso, de costumbres muy amables, con una educación que nada tenía de vulgar, y se mostró en un todo digno de aquel padre cuyos hijos no solo tenían un corazón formado según la voluntad de Dios, sino que supo formar también a todo un profeta como Natan; tanta era la bondad y tales las virtudes de su padre Isaí. Entre todos los santos del Antiguo Testamento, descuella de un modo singular el patriarca Abraham: y ¿porque fue escogido de Dios con tan singular predilección? ¿por qué le fueron hechas tan soberanas promesas? ¿por qué le fue dado tener una descendencia superior a las estrellas del cielo y a las arenas del mar? Sabios expositores nos dicen, que lo hizo Dios, por el cuidado especial que tenía de toda su familia: y que así como Dios quiso llamarse de Abraham, así muerto su padre se apellidó también de Isaac. ¡Así merecen los padres cuando educan bien a sus hijos! ¡así merecen los hijos cuando se aprovechan de los consejos de sus padres!” san Carlos Borromeo nos dio una instrucción sobre el mismo asunto, y dignísima, a la verdad, de su gran talento, A la manera que un padre que no cumple sus deberes para con sus hijos, es castigado severamente de Dios, por haber producido malos hijos, así de un modo semejante el buen padre, que educa bien a sus hijos, recibirá un galardón sempiterno en el otro mundo, y una lluvia de bendiciones en éste por haber dado a la Iglesia buenos hijos. El Espíritu Santo anima a los padres a cumplir bien todos sus deberes, asegurándoles, que vivirán en la persona de sus hijos después de su muerte, pues vivirán en ellos por sus dichos y hechos. ¡Oh padres de familia! Atended a vuestra propia utilidad, a vuestras conveniencias mismas; por que todo podéis esperarlo de una familia bien educada; y al modo que san Ambrosio al hacer el panegírico del emperador Teodosio, después de haber llorado su falta, se consolaba con sus hijos, asegurando que no lo había perdido del todo, 42 sino que encontraría en sus hijos sus heroicas virtudes; así podrá decirse siempre de los padres que han educado bien a sus hijos, porque éstos aun después de la muertes serán la gloria, la alabanza y el buen nombre de su cuidadoso padre. 34. Se prueba la misma verdad con casos prácticos El apóstol san Pedro había espiritualmente engendrado muchos hijos; sin embargo, no consta que los hubiese apellidado sus hijos, solo san Marcos Evangelista fue el venturoso a quien el glorioso san Pedro lo llamó su hijo espiritual. Y ¿por qué fue el distinguido en preferencia de los demás? Contestan los sagrados intérpretes, que le dio este título nobilísimo por que fue el más semejante a él en la santidad y en los trabajos apostólicos, y en la fundación de su grande Iglesia de Alejandría; así reconoció prácticamente el Apóstol san Pedro, que los verdaderos hijos era fieles copia de sus padres; así como que los padres buenos producen buenos hijos. san Juan Bautista, fue el gran santo proclamado por la verdad eterna como el mayor de los nacidos de mujer, y fue al mismo tiempo tan humilde, que se proclamaba aun el indigno de desatar la correa del zapato del Salvador; y no es extraño, porque sus padres eran justos y cumplían toda la ley; y su madre era tan humilde, que mostraba la práctica de la humildad más profunda, así como Zacarías se reconocía dignísimo de la mayor abyección; así son los hijos como fueron los padres. En la vida de las santas Areta y Julita mártires, se lee: que fueron condenadas a sufrir los mayores tormentos delante de sus pequeños hijuelos. El niño de cinco años al ver que su madre Areta había sido arrojada a las llamas, comenzó a dar de gritos y a morder las manos del tirano que lo tenía, el cual se vio obligado a dejarlo al suelo; mas aconteció que al verse libre se precipitó voluntariamente en las llamas juntamente con su madre; lo mismo sucedió con el otro niño, que maltrataba con todas sus fuerzas y aun arañaba a los que le impedían juntarse con su madre. Fue en gran manera admirable la brillante conducta de Susana, resistiendo varonilmente a las perversas exigencia de los dos viejos que la querían seducir; y lo que fue más memorable sin duda, fue que en medio de los trabajos, de las negras calumnias, de los horrores de la cárcel y del fatal suplicio, ella esperaba en Dios; y su corazón no se apartó de Él. Su esperanza no salió fallida, pues del centro de la mayor angustia, salió el mayor consuelo, declarándose la verdad por medio de Daniel el ministro del Señor, el cual hizo que Susana quedase justificada, y los malvados viejos, descubierta su desenfrenada malicia, fueron inmediatamente ajusticiados. Y ¿de dónde sacó Susana unos actos tan heroicos de virtud? De la raíz de sus padres, de la buena educación que recibió y de que sus padres eran justos y obraban conforme la verdad de la ley de Moisés; tanto puede el buen ejemplo de los padres a favor de sus hijos! El joven Tobías había copiado tan bien las virtudes de su padre Tobías, que salió en toda su conducta una copia perfecta; pero tan perfecta, que Raquel a los cuarenta y cuatro años después, al verlo y observarlo en todos sus hechos, no pudo menos que exclamar: ¡Oh cuán semejante es a su padre mi pariente! Según se lee en el libro de los Macabeos, Eleazar se sujetó al martirio con un júbilo y un ardor de ánimo poco común. El fue el primer héroe de los siete hermanos Macabeos, y defendió valerosamente la ley de Dios que les había sido dada por Moisés. Y ¿a que debe atribuirse tanto valor y tanta constancia? ¿dónde había aprendido a confesar la fe con tanta 43 valentía y fervor? Todo, todo, exclama san Gregorio de Nazianzo, todo, debe atribuirse a la educación que recibió de sus padres, a los santos saludables consejos que había recibido y al aprecio que se le enseñó había de hacer de su santa ley. En conclusión a este capítulo te hago nota, lector carísimo, que las palabras de Jesucristo se cumplen siempre, y que de providencia ordinaria siempre se verifica, que los hijos son malos porque han sido engendrados con sus malas inclinaciones, y por que con sus malos ejemplos han sido enseñados en el crimen; así como los padres buenos, los padres que cumplen con la ley de Dios, y con los deberes propios de su estado, dan a su patria buenos ciudadanos y a la Iglesia fervientes cristianos. Y san Bernardo al hacer mención de san Malaquías, obispo de Hibernia, cuenta como uno de los grandes milagros que siendo bárbaro de nacimiento, su conducta fue tan admirable, que mereció ser nombrado obispo. ¡Oh padres de familia! Sed la edificación de vuestros hijos, enseñadles con vuestros ejemplos el santo temor de Dios, y aprenderán el modo de agradarle sin ofenderlo con la culpa, y con solo esto los dejareis ricos y sabios, porque un hijo bien educado es la mayor riqueza y la más grande sabiduría. Para que lo logréis, padres de familia, poned en práctica los medios siguientes: 1º Rezar las oraciones del cristiano, con frecuencia oír la santa misa y la palabra de Dios, hacerles aprender bien la doctrina cristiana, y frecuentar aquellas devociones más propias de su tiempo. 2º No permitirles la mentira, las palabras obscenas o escandalosas, y en vez de la lectura de libros lascivos e historias torpes, hacerles leer libros de piedad y religión. 3º La frecuencia de los santos Sacramentos, dejarlos escoger entre algunos confesores para que se confiesen como ellos dicen a gusto, e imbuirles bien en la devoción a la santísima Virgen, al señor san José, al santo Ángel de la Guarda y al santo de su nombre. 4º Que los hijos respeten y honren a su madre, a sus abuelos, a los criados y a toda persona constituida en dignidad. 5º Que amen a los hijos igualmente, huyendo de la parcialidad, y dándoles a su tiempo la corrección, y cuando ésta no bastare, aplicarles el castigo como dijimos. 6º Explorar con diligencia las inclinaciones de sus hijos, aplicarles a oficios u ocupaciones es convenientes, y facilitarles el estado que sea de su propio movimiento y voluntad, que después de un maduro examen hubiese elegido. 7º Jamás permitirles por ningún título cosa alguna mala, antes bien procurar modelar sus virtudes conforme las máximas del santo Evangelio. Concluiremos este capítulo, narrando la conducta de un buen padre con un hijo desnaturalizado, sacado del “Diccionario de Anécdotas:” Un padre cristiano nada había descuidado para dar buena educación a su hijo; pero el mal natural y las pasiones criminales del hijo desnaturalizado, habían hecho inútiles todos sus cuidados. Supo un día que el malvado, lejos de honrar al padre como debía, había concebido el horrible proyecto de darle la muerte, para gozar más pronto de su herencia y vivir en libertad. Penetrado el padre de dolor, y haciendo un último esfuerzo para enternecer el corazón del bárbaro hijo, le ruega un día que le acompañe de paseo. Habiendo el hijo consentido en ello quizás con la intención de ejecutar su abominable designio, el padre le conduce insensiblemente a un lugar solitario, y allá en lo interior de un bosque, deteniéndose el padre de repente:- Hijo mío, le dice, sé de cierto que has tomado la 44 resolución de asesinarme. A pesar de los motivos que tengo para quejarme de ti, tú eres mi hijo, y yo te amo aun. He querido darte una última prueba de mi amor; te he conducido a este bosque, donde nos hallamos sin testigos, y no se podrá tener conocimiento de tu crimen. Y sacando un puñal que traía oculto bajo el vestido: Hijo mío, le dice ahí tienes el puñal, satisface tu pasión; ejecuta tu culpable proyecto; mátame, ya que así lo has resuelto. A lo menos muriendo aquí, te libraré de las manos de la justicia humana. Esta será la última prueba de mi cariño para contigo, y en mi extremo dolor tendré a lo menos el consuelo de conservarte la vida quitándome tú la mía. El hijo, conmovido, no podía contener los suspiros. Echase a los pies de su padre, derramando lágrimas, pide mil veces perdón de su crimen, protestando delante de Dios que observará otra conducta para con el mejor y más cariñoso padre. Cumplió su palabra, y desde aquel momento dio a su buen padre tanto gozo y consuelo, cuanto pesar y amargura le había causado antes. Diccionario de Anécdotas. Capítulo 6 Se recopilan los deberes de los padres para con sus hijos, dando al mismo tiempo nueva doctrina 35. Deberes de los padres para con sus hijos Aunque todo superior tiene grandes deberes que cumplir para con su inferior; y en cumplimiento de las palabras del Apóstol, debe acompañar su gobierno con amor, vigilancia, solicitud, sabiduría, disciplina, consejo, socorro, presencia y buen ejemplo; con todo, estos deberes son más importantes y más claros cuando se trata de los propios del padre para con sus hijos: y reduciéndoles en la práctica, siguiendo a los santos Padres y Doctores, diremos algo de los siguientes: 1ª Los padres deben amar a sus hijos con verdadera caridad cristiana, es decir, con aquel amor que viene de Dios y se refiere a Dios. 2ª Deben proporcionarles todo lo que es necesario para la comida, educación y vestido conveniente a su estado. 3ª Deben instruirlos y educarlos por sí o por medio de los demás. 4ª Deben vigilarlos para que conserven la salud del cuerpo. 5ª Cuando pecaren deben argüirlos y corregirlos con mansedumbre o severidad, conforme lo exigiere el caso, y siempre con mucha caridad. 6ª Edificarlos con el buen ejemplo de su vida. 7ª Dirigir a Dios fervientes oraciones en su favor. 8ª Guardarse en la elección de estado para sus hijos, en no dejarse arrastrar por alguna pasión, poniéndose a la voluntad de Dios; para lo cual deben hacer expresa oración, consultar con personas sabias y peritas en la materia y que no sean interesadas, y seguir la vocación de Dios que llama, tan pronto como se haga conocer lo suficiente; y deben sobre todo, cuidar del alma de sus hijos; pues como dice san Ligorio, pecan gravemente los padres si en cuanto está de su parte no procuran instruir a sus hijos en la práctica de las buenas costumbres, en la doctrina cristiana; y pecan principalmente si no procuran que aprendan los rudimentos de la fe, que eviten las malas compañías, que guarden los mandamientos de Dios y de la Iglesia, que reciban los santos Sacramentos y que se abstengan de todo pecado. 45 Esta obligación es tan innata en los padres, que no puede excusarles ninguna causa, ya porque la educación de la familia pertenece a los padres de rigurosa justicia, ya porque, como dice san Ligorio, los padres que descuidan tan importantes obligaciones, están en estado de pecado mortal, y son indignos de la absolución aunque por otra parte sean muy exactos y edificantes. ¡Ah! Ojalá que los padres de familia tengan siempre presente esta sentencia de san Vicente Ferrer: “Los padres deben procurar que sus hijos conserven la inocencia, porque siempre es grande culpa de los padres cundo los hijos son malos.” Y esta otra de san Alfonso María de Ligorio, la cual entraña en cierto modo el cumplimiento práctico de todas las demás: “El padre no solo debe corregir las faltas que ve en su hijo; sino que debe indagar su conducta; ya informándose de aquellas personas respetables que lo tratan, ya principalmente preguntándolo a sus domésticos, y en circunstancias dadas, aun a los mismos extraños.” 36. Primer deber Dios nuestro Señor estableció el matrimonio para que los hombres se sirvieran de él para la propagación y conservación del género humano. De ahí es que el primer deber de los casados es no poner obstáculos a lo establecido por Dios: y pecan tanto el hombre como la mujer, cuando se sirven de alguna industria para no tener familia, sin que en ningún caso haya excusa capaz de justificar su crimen. Y ¡qué crimen es el procurar no tener familia? Siempre y en toda circunstancia es un pecado mortal contra el quinto mandamiento, porque el que lo comente, de su parte impide la existencia de un nuevo ser, y bajo este punto de vista le da la muerte. Es un pecado tan horrible, que suele Dios castigarlo no solo en la otra vida con las penas del infierno, sino que también en ésta con terrible castigo, como lo hizo con Onnán, hijo de Judas, a quien quitó la vida porque cometía tan horrible abominación. Es un pecado tan abominable, que san Juan Crisóstomo lo cree un delito tan enorme que no sabe expresarlo. “No encuentro, exclama, como expresar debidamente impiedad tan monstruosa; porque semejantes casados convierten al principio de la vida en un continuo asesinato; y la mujer destinada a ser madre, se la trasforma en una aguda espada que da la muerte.” Este crimen jamás puede encontrar causas que lo justifiquen; porque si estas causas son una cruz, deben abrazarse con ella como dice Jesucristo, y servirse del matrimonio conforme lo mandado y dispuesto por Dios. En vano querrán excusarse echándose la culpa el uno al otro, porque aun en este caso son criminales delante de Dios; pues como dice el Apóstol san Pablo, no solo son dignos de muerte los que hacen el mal, sino que también los que consienten que los otros lo hagan. Una buena confesión hecha con el debido arrepentimiento y los consejos de un hábil y prudente confesor, podrán ser el remedio para unos casados tan sumamente infelices. ¡Oh! ¿cuántos maridos y mujeres se han condenado por este pecado? ¡Ah! En el día del juicio lo sabremos: solo decimos ahora que los casados que impiden la generación, de cualquier modo que sea, cometen siempre un pecado muy grande. Muy grave, y muy horrible y espantoso. Para que los casados vivan con la pureza que reclama su estado, les servirá no poco el ejemplo que llamarse puede: Tristes efectos de la impureza. La Esperanza, correo de Nancy, de 4 de Julio de 1851, daba los siguientes detalles sobre la ejecución de Pedro Kling, condenado a muerte por crimen de violencia, seguido de asesinato. A las ocho en punto fueron a buscarle a la cárcel para conducirle al lugar del 46 suplicio. Iba acompañado de dos dignos sacerdotes: Bernán, que supo inspirarle los sentimientos más cristianos, y del cura de Falsburg, de cuyas manos recibió la sagrada comunión, con los sentimientos de la fe más viva y con una calma que edificó a cuantos se hallaban presentes. Dijo muchas veces que recibía la muerte gustoso, teniéndose por feliz si Dios La aceptaba en expiación de sus pecados. Llegado a la plaza pública se despidió de los conocidos, exhortándolos a no llorar, sino a rogar por él, diciendo que había merecido el castigo. Llegando al cadalso, sin perder un instante la serenidad que había logrado al volver a los sentimientos religiosos, dirigiéndose a la muchedumbre compuesta de más de tres mil personas, dijo en alta voz las palabras siguientes: “Hermanos míos, escarmentad en mí; estoy perdido a causa de una mujer. ¡Oh! ¡maldito pecado de impureza, tú eres la causa de todas mis desgracias! ¡Oh! ¡queridos compañeros míos! Evitad la impureza, sed fieles a vuestra santa religión, escuchad a vuestros pastores y padres queridos si queréis evitar la desgracia que pesa sobre mí. ¡Ay! Siendo joven, perdí mi pobre padre, y mientras obedecí a mi buena madre era virtuoso y feliz; pero así que las pasiones y los malos consejos me hicieron desobediente a mi madre, fui perdido. Perdono de corazón a cuantos han sido autores de mi infortunio, aunque reconozco que yo soy la causa principal de mi desgracia, pues el olvido de la religión es lo queme ha conducido a este estado. No lloréis sobre mí, pues mucho más había merecido. Tengan todos la bondad de decir un Padre nuestro por mí, a fin de que Dios me perdone los pecados. Que mi ignominia no caiga sobre mi familia, pues no tiene culpa en mis crímenes.” Y volviéndose en seguida al instrumento fatal, exclamó: “Instrumento ignominioso, yo te bendigo, con tal que sirvas de expiación de mis pecados. Y levantando los ojos al cielo: ¡Oh ¡ Jesús mío, dijo, perdóname mis pecados, y aceptad mi muerte en expiación de crímenes ¡” Y habiéndose despedido por última vez de la muchedumbre, entregó su cabeza al verdugo, y un minuto después estaba ya muerto. Al caer el cuchillo fatal dio un grito inmenso de dolor toda la muchedumbre. Cada uno rendía homenaje a esta firmeza; pues no era bravatas, sino un arrepentimiento sincero y el consuelo de la expiación, lo que le hizo proferir este tierno discurso. Segundo deber Tan pronto como el niño es concebido, entran los padres en una serie de obligaciones, que les obliga a trabajar con todo empeño para impedir el aborto, y tanto mas, cuanto que el hijo en el vientre de su madre es un tesoro inapreciable, siendo además el depósito preciosísimo que les ha confiado el Señor. ¿Qué pecado es abortar? Abortar directamente es un pecado mortal gravísimo; y es más grave todavía que impedir la generación. Intentar el aborto es el mismo pecado, y ciertamente precipitará al infierno al que lo hubiese hecho, si no hiciere la debida penitencia; porque en este género es pecado mortal toda tentativa dirigida a este fin. Peca contra este deber el marido que maltrata a su mujer cuando está embarazada, o le da motivos de grande pesar, o le niega los medios de subsistencia, o permite a la mujer hacer cosas que le pueden ocasionar el aborto, como trabajos excesivos, bailes, fuertes desveladas, bebidas indiscretas, etc. Peca contra este deber la mujer que con mala intención pregunta un medio para abortar, que toma alguna bebida con el mismo fin, que para lograrlo se entrega a un trabajo muy fuerte y 47 muy sostenido por muchas horas, que se aprieta la cintura en demasía, que se golpea el vientre o levanta grandes pesos, etc. La mujer debe ir con mucho cuidado durante el tiempo de estar grávida, debe encomendarse mucho a Dios, poseer el mayor grado de tranquilidad posible, no dejarse llevar de ninguna pasión violenta, e ir con gran cuidado en la comida y bebida. El marido ha de portarse con doble prudencia, y acordarse principalmente que es la cabeza de la familia, ya no permitiendo ninguna cosa que pueda causar el aborto; ya excusando frecuentemente a su mujer, porque tiene en su favor la razón fuertísima de estar embarazada: practica lector carísimo, esta doctrina, y cumplirás con tus segundo deber. Tercer deber Nacida la criatura, entran los padres en un nuevo deber deben cumplir prontamente, y que consiste en bautizar a la criatura. Cuando el parto ha sido malo y la criatura tiene peligro de morirse, deben bautizarla inmediatamente y sin ningún género de dilación, en la casa misma y sin las ceremonias de la Iglesia. En este caso deben derramar el agua sobre la cabeza de la criatura o sobre l aparte que se pudiere; diciendo al mismo tiempo la forma del bautismo, que dice así: Yo te bautizo, en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. Cuando la criatura no ofrece peligro, el bautismo puede diferirse uno, o dos o tres días; pero de ningún modo podemos aprobar la conducta de algunos padres que dilatan el bautismo, porque como ellos dicen, esperan los padrinos que son de fuera y no han llegado todavía. Semejantes padres se exponen a pecar mortalmente si dilatan el bautismo por más de ocho días; porque por un puntillo de honra se exponen a obrar tan inocuamente que causen a su propia hijo una eterna ruina. Pues ¿qué remedio? Verificar el bautismo por medio de procurador; y en este caso por testimonio y declaración de la Iglesia, el verdadero padrino no es el procurador, sino la persona que él representa. Con este medio se verifica el deseo del padrino, la voluntad de los padres, y no se expone el niño a una eterna ruina. Como las palabras padrinos o compadres significan segundos padres, o que son una misma cosa con sus padres con relación a sus hijos espirituales, que ha llevado a la sagrada fuente, de ahí se sigue que, como ha declarado la Iglesia, los padrinos no ha asistido al bautismo por mera ceremonia sin que ha contraído parentesco espiritual con la criatura, y pasa a ser su verdadera ahijada, y existe entre los dos el parentesco espiritual en primer grado. Por consiguiente los padres no deben tomar de padrinos a cualesquiera personas, sino que deben procurar que sean aptas para ocupar su lugar cuando ellos fallecieren. Por tanto no deben ser ignorantes, ni viciosos, ni escandalosos, ni mucho menos de aquellos que tienen públicamente mala fama, sin buenos cristianos para que cuando falten los padres, ocupen como conviene su lugar. Los padrinos o compadres son los padres del niño, de lo cual se sigue que exceptuando un caso raro, nada han de hacer de justicia mientras los padres viven, porque la Iglesia supone que ellos cumplen; pero en el caso que se demostrara que los padres no cumplen, que escandalizan a sus hijos, que los abandonan o que les dan malos consejos, en estos casos entran los padrinos a ocupar el lugar de los padres; porque como dicen santo Tomás y san Agustín: El padrino está obligado a cuidar del ahijado, porque él es su responsable ante Dios. En estos casos aconsejamos a los padrinos que consulten con los señores curas de su 48 parroquia, para que al paso que ellos cumplan con sus obligaciones, no sobrevengan entre ellos algunos disturbios y aun quizás acciones escandalosas. Para que los padres amen más y más los saludables efectos del santo bautismo en sus hijos, oigan la historia de san Ginés: Un día que se celebraban grandes regocijos en Roma y asistía a ellos el emperador Diocleciano, un comediante por nombre Ginés creyó que no divertía mejor a la corte impía, que remedado por burla las ceremonias del santo bautismo. Apareció echado en el teatro como si estuviera enfermo, y pidiendo le bautizasen para morir tranquilamente. Presentáronse otros dos comediantes disfrazados, el uno de sacerdote y el otro de exorcista, quienes acercándose a la cama dijeron a Gines:- Hijo, ¿por qué nos haces venir?- Al instante se siente trocado el corazón de Ginés y responde seriamente:- Quiero recibir la gracia de Jesucristo, y por la santa regeneración obtener el perdón de mis pecados. Bravo, exclaman todos: ¡Qué bien desempeña su papel! Hiciéronle las ceremonias de autismo; y cuando lo hubieron puesto el vestido blanco, continuaron algunos soldados la farsa, lo conducen preso al emperador para ser preguntado como los mártires. Ginés, aprovechándose de la facilidad natural que tenía para hablar con un aire y tono inspirado, arengó al público desde el lugar elevado en que se hallaba:- Escuchad, emperador y cortesanas, senadores, plebeyos, todas las ordenes de la orgullos Roma, escuchadme. Antes, cuando oía pronunciar el nombre de Jesucristo, temblaba de horro y ultrajaba cuanto en mí cabía, a los que profesaban esta religión; hasta tenía aversión a muchos parientes y allegados míos, a causa del nombre cristiano y detestaba el cristianismo hasta el punto de instruirme en sus misterios, como habéis podido verlo, a fin de hacer burla de ellos públicamente; pero así que el agua del bautismo ha tocado mi carne, mi corazón se ha mudado, y a las preguntas que se me han hecho he contestado sinceramente lo que cría. He visto una mano que se extendía desde lo alto de los cielos, y ángeles brillantes de luz que estaban sobre mí. Han leído en un libro terrible todos cuantos pecados cometí desde mi infancia; los han borrado luego y en seguida me han mostrado el libro más blanco que la nieve. Oíd, pues, oh grande emperador y vosotros espectadores de toda condición, a quienes mis juegos sacrílegos han excitado a reíros de estos divinos misterios; yo soy más culpable que vosotros; pero creed ahora conmigo que Jesucristo es el Señor Dios de cielos y tierra, solo digno de nuestra adoración y tratad también de obtener misericordia de Él. El emperador Diocleciano igualmente irritado que sorprendido, hizo primero dar de golpes a Ginés, después le remitió al prefecto Plauciano, a fin de obligarle a sacrificar a los ídolos. El prefecto empleó inútilmente tormentos espantosos, Ginés clamaba constantemente:- No hay Señor comparable al que acaba de aparecerme, le amo y le quiero con toda mi alma; aunque tuviera que perder mil vidas, nada me separará de Él; jamás los tormentos me quitarán a Jesucristo de la boca ni del corazón; siento el más vivo pesar de todos mis extravíos pasados y de haber comenzado tan tarde a servirle. Viendo que su elocuencia hacia tanta impresión, se dieron prisa a cortarle la cabeza. Vidas de los santos. Cuarto deber El padre es la cabeza de la casa y debe procurar después de bautismo de su hijo, que su madre le dé el pecho y que no lo tenga en su propia cama: y como de la falta de 49 cumplimiento de estos deberes se siguen grandes daños a los hijos, por esto vamos a explicarlos cada uno en particular: El padre debe procurar que la madre crié a su hijo con su propia leche, haciéndole entender que ningún motivo la justifica, porque la misma naturaleza, no amamantando a los hijos, la expone a graves enfermedades y puede labrar desde luego la desgracia temporal y aun la eterna de sus propios hijos. En caso de necesidad puede y aun debe buscar nodriza para su hijo, y debe tener por verdad cierta como declarada por la experiencia diaria, y por la autoridad de los médicos más sabios, que el niño juntamente con la leche mama la piedad o los vicios de la madre, así como su salud y su enfermedad: de ahí el deber imprescindible de buscar nodriza que al paso que tenga buena leche, tenga al mismo tiempo una moral irreprensible. El padre debe procurar que haya dispuesta una cuna para el niño, a fin de que no duerma con la madre; porque la madre por más cuidadosa que sea de su hijo mientras duerme, no sabe lo que hace, resulta que está a causa de los insomnios, en peligro de ahogarlo; y si bien es verdad que hacerlo por algunas madres no será tal vez pecado mortal, más también es cierto que para otras que duermen mal, que se voltean fácilmente y que se ponen en posturas peligrosas, es evidente que están en ocasión próxima de ahogar a su propio hijo, y por consiguiente que viven en continúo pecado mortal. El padre es el que debe determinar el caso, y poner la cuna o no ponerla, conforme la necesidad. Mas nosotros notaremos que dormir los niños en las camas de sus padres, es causa para ellos de muchas enfermedades; ya por que a veces se caen de la cama, y la fatal caída los inutiliza quizás por toda su vida; ya porque a veces al voltearse la madre les inutiliza un brazo o una pierna, ya en suma porque un golpe de mano daña alguna parte de su cuerpo, y se quedan enfermizos de toda su vida. Llamamos otra vez la atención del padre, para que como jefe de la familia disponga, atendidas las circunstancias, lo más conveniente y acertado. Quinto deber. Ocupada la madre en amamantar a su hijo, ve con toda satisfacción que sus miembros van creciendo y desarrollándose; y el padre como su custodio y defensor, debe servirse de todo su cuidado y diligencia para conservarlo, procurando principalmente y siempre, que la madre ponga en práctica los medios que vamos a darle: 1º Que la madre para ir a misa, a una visita o al trabajo, no se deje a su hijo solo, no sea que al regresar lo encuentre víctima de alguna fiera o de otro accidente. 2º Que teniendo la madre a su hijo en sus brazos, procure ponerse en una postura tal, que no se duerma, no sea que se le caiga el niño, y lo vea de estas resultas, lastimado por todos los días de sus vida. 3º Que cuando el hijo comience a andar, por ningún título lo deje solo, sino que se lo lleve consigo o lo encargue a su vecina, no haciéndole así, se expone a que reciba alguna desgracia, ya cayendo en el agua, en el fuego, o de un lugar alto, o bien siendo atropellado por algún carruaje o caballo o sucederle otro accidente. 4º Que las madres no se dejen dominar de la cólera contra su hijo porque llora, porque se cae, porque se ensucia, porque rompe un trasto, etc., pues semejante cólera es del todo irracional; y si montada en furia le pega con exceso, es evidente que grava su alma. ¿Cuántos hijos ha perdido su talento por los golpes que ha recibido de su madre? ¿Cuántos ha medio perdido el juicio, y cuántos han quedado desgraciados por todos los días de su vida? 50 Semeja antes madres pueden pecar mortalmente en cada uno de los casos que hemos señalado, porque pueden causar un grave daño a sus hijos; mas el padre como cabeza de familia, ha de vigilar en cada una de las cosas que acabamos de decir, y servirse de los medios que le da Dios nuestro Señor, ya que él es la cabeza de la familia, y por tanto el que debe dirigir estas cosas. Sexto deber Ya has visto, lector carísimo, cuál debe ser el cuidado que debes tener para conservar la vida de tu hijo, y con razón, porque Dios la ha defendido nada menos que con un precepto; pero así como la vida del alma es sumamente superior a la vida del cuerpo, así también debe ser sumo el cuidado que los padres deben tener en conservar la de sus hijos; y deben hacerlo principalmente cuando son pequeños, procurando que reciban pronto el sacramento de la confirmación. Los padres de familia no pueden en conciencia portarse remisos sobre este punto, porque siendo el efecto de tan grande sacramento confirma en la fe al que es bautizado mediante un grande aumento de gracia, que por medio de él se le comunica, es evidente que su descuido podría ser con el tiempo un grave pecado. Cuando los padres se descuidan totalmente de esta obligación, cuando teniendo cerca el obispo por no andar algunas leguas no lo hacen, o no lo hacen por no esperarse un poco, o por no sufrir una poca de incomodidad, semejantes padres no cumplen tan grande deber, manifiestan estar poseídos de mucho amor propio, y que profesan muy poco amor a sus propios hijos, supuesto que no escrupulizan hacerles un gran daño a tan poca costa. El buen padre de familia habla con gran frecuencia a sus hijos de los dos sacramentos, que son el bautismo y confirmación, y por este medio les da los primeros principios de la religión, los verdaderos motivos de amar a Dios y de odio al pecado, las promesas que hicieron a nuestro Señor cuando recibieron el santo bautismo, las obligaciones que cada una de ellas trae consigo, la nueva gracia del sacramento de la confirmación y los nuevos deberes que con él ha contraído: así sencillamente poco a poco y con gran fruto manifiesta a su hijo que es soldado confirmado de Jesucristo y lo mucho que le importa guardar fidelidad a un Soberano tan diestro, y tan amante y cuidadoso de sus soldados. No, no se olviden los padres de contar a sus hijos la historia de Juliano apóstata y un joven confirmado: Queriendo el emperador Juliano hacer pública y solemne su apostasía, hizo preparar en un templo un gran sacrificio a los ídolos; mas al momento de comenzar la ceremonia el fuego del altar se apagó del todo; los cuchillos de los sacerdotes de los falsos dioses no pudieron cortar las carnes de las víctimas de suerte que el sacrificador espantado exclamó:-Algún galileo hay aquí nuevamente lavado con el agua o ungido con el bálsamo. (Quería decir, o bautizado o confirmado.) Entonces su paje joven que era cristiano y acababa de recibir el sacramento de la confirmación, levantando la voz:- Yo soy, dice, la causa, que he hecho la señal de la cruz e invocando el santísimo nombre de Jesús para vergüenza de vuestros ídolos.-Quedó espantado el emperador que había sido cristiano y estaba bien instruido del poder de Jesucristo. Temió los efectos de la venganza divina y sin decir palabra, salió del templo cubierto de confusión. El valeroso defensor de Jesucristo fue a referir a los cristianos lo que acababa de suceder, y reconocieron cuan temible son al 51 demonio aquellos en quienes habita la virtud de Jesucristo por el sacramento de la confirmación, cuando se recibe con santas disposiciones. Hist. ecles. Séptimo deber La misma naturaleza que infunde a los padres el amor para con sus hijos, les reclama un amor igual ya que todos son al mismo tiempo hijos suyos, e igualmente hijos de Dios. Es verdad que pueden amar más a aquellos que se portan mejor, que los respeten con toda verdad, que los obedecen convenientemente y que los honra en todas las cosas; mas también es cierto que raras veces les es lícito exteriorizarlos, ya porque de él brota la envidia entre los demás hermanos, ya que ésta se convierte quizás en un odio tan profundo como declarado. En la sagrada Escritura tenemos un claro efecto del terrible resultado de este amor de predilección. José era el menor entre los hijos de Jacob, y no solo era el más querido de su padre por haberlo engendrado en su vejez, sino que lo era principalmente por la inocencia de costumbres que lo distinguían y por las demás virtudes que profesaba en la práctica de su conducta. Su padre le dio claros testimonios de tan distinguido amor, principalmente por medio de una túnica de varios colores que le había dado en premio de su beuna conducta, lo cual excitó de tal suerte la envidia de los demás hermanos, que trocándose en fieras por el odio que los alimentaba, determinaron matarlo; y solo a instancias de uno de sus principales hermanos en lugar de darle la muerte, lo vendieron por esclavo a unos traficantes que iban a Egipto. ¡Oh terribles efectos los que experimenta una familia cuando el padre no ama a todos igualmente! El hijo querido pasa a ser el despreciado de los demás, es el objeto de la envidia de todos, es rigurosamente odiado y tal vez como a otro José de Egipto, es al mismo tiempo condenado a muerte. ¡Oh feliz casa la que no tiene distinción en el amor! ¡felices los padres que aman a sus hijos con la debida igualdad! ¡felices los hijos que son igualmente amados de sus padres! Porque en semejantes casos, como dice el real profeta, reinará el imperio de la paz. Octavo deber El Eclesiástico nos asegura que el buen padre de familia tendrá muy buen fin, y como supo educar debidamente a sus hijos, éstos forman su gloria en la hora de la muerte: así como los padres descuidados de la educación de sus hijos, tendrán mal fin, y acabarán con una muerte infeliz después de una vida desgraciada. Esta doctrina de san Juan Crisóstomo la hace suya san Agustín, ejemplificándola con un caso que aconteció en sus días. Había en la ciudad de Hipona un hombre rico que tenía un hijo, único heredero de toda su fortuna, y lo amaba tanto, que le permitía todas las cosas, haciendo que se pudiese asegurar en la práctica, que lo amaba más que a Dios; y como una prueba de su efecto, le había concedido la libertad de que hiciera todo cuanto quisiese. ¡Oh fatal libertad! ¡oh perdición absoluta de los hijos! ¡oh falso amor paterno que eres peor que el puro odio! He ahí un hombre que mostraba amar a su hijo: decía que lo amaba, y el exceso de su falso amor, lo hizo sumamente infeliz! El hecho es que semejante hijo se dio a todos los vicios; viviendo lujuriosamente, gastó casi toda su hacienda, y dándose a la borrachera, se hizo reo de los mayores crímenes, porque abusó de su propia madre que 52 estaba en cinta, y quiso violar a su misma hermana, e hirió gravemente a otras dos hermanas suyas, y dio la muerte a su propio padre. Padres de familia, escarmentad en cabeza ajena los terribles efectos del amor desordenado para con vuestros hijos. ¡Ay! ¡ay de vosotros! Porque si no los educáis bien, seréis desgraciados en este mundo durante vuestra vida y en la otra por toda una eternidad. san Agustín y san Gregorio nos presentan en un solo hecho los terribles efectos del amor desordenado de los padres para con sus hijos. Vivía en Jerusalén o en sus cercanías un militar muy rico y no tenía más que un solo hijo; pero hijo tan amado suyo, que no solo le permitía todo lo malo, sino que aun él mismo se lo proporcionaba. ¡Ah pongan atención aquellos padres locos de amor, para que vean en la práctica el resultado de su amor desordenado para con sus hijos. Creciendo el joven creció en él el desarrollo fatal de las pasiones más nefandas y abominables. En cierto día, estaba jugando juntamente con su padre, y habló una blasfemia, desafiando el poder de los sacerdotes, y añadiendo una imprecación de las más horribles. Mas ved ahí que apenas la había pronunciado, cuando el enemigo infernal, penetrando en la misma pieza bajo una figura la más horrible y horrorosa, lo arrebató... no fue hallado en parte alguna, y según creo, fue arrojado a los infiernos. En el mismo momento que esto acontecía, yo estaba desde mi casa viendo por medio de una ventana el juego que tenían padre e hijo, y fui, por tanto, testigo del hecho. Jóvenes, escarmentad en cabeza ajena, vivid bien, poned en práctica las virtudes sólidas, y así os salvareis; al paso que los padres de familia han de aprender el modo de amar a sus hijos, y conforme a este amor avisarlos, corregirlos, reprenderlos, y en circunstancias dadas, y por faltas graves servirse del azote, para que educando bien a sus hijos, unos y otros se salven. Noveno deber No basta que los padres alimenten a sus hijos, sino que además deben vestirlos, y los padres pueden faltar por carta de más vistiéndoles de un modo superior a su condición, y por carta de menos teniéndolos cubiertos con hilachas: por tanto, el vestido que den los padres a sus hijos no debe ser demasiado bueno ni tampoco demasiado malo, sino conforme a su condición. Faltan por carta de más aquellos padres que visten a sus hijos con un lujo no acostumbrado a su condición, porque de ello se siguen muchos males; pues no pudiendo los hijos continuar con él por medios lícitos, se sirven quizás de medio ilícitos, perdiendo su hombría de bien, vendiendo a veces su pudor y su inocencia, haciéndose casi siempre intratables por su soberbia, orgullo y vanidad. Faltan por carta de menos aquellos padres descuidados que por satisfacer sus vicios, por poca economía, o por no trabajar debidamente, cubren a sus hijos con feos harapos, y llegan a veces a ser bastante grandes y enseñan todavía lo que siempre debieran tener oculto, Semejantes padres pueden pecar gravemente con la omisión de este deber; y es mayor cuando se priva a la hija de la ropa necesaria, pues es exponerla a perder su propio honor, a manchar el honor de sus mismos padres. ¡Ah! ¡cuántos padres de familia se han condenado por esta falta! No trabajan lo que pudieran, o trabajando lo que pudieran no economizan, gastan en las pulquerías, en el juego y con los amigos lo que pueden y lo que no pueden, y la pobre familia está tan falta de ropa, que ni siquiera puede salir a la calle, viéndose obligado hasta a perder la santa misa, y salir 53 entre dos luces para satisfacer sus graves necesidades; pues semejantes padres están en continuo pecado mortal, y pecado que lo cometen tantas veces cuantas malgastan lo que debieran emplear en vestir a los hijos. Lo que decimos del vestido, lector carísimo, entiéndelo también de la enfermedad; porque los padres tienen obligación especial de cuidar a sus hijos estando enfermos, ya haciéndoles aquellos remedios caseros que saben por experiencia que producen buen efecto, ya llamando un médico o al menos alguna de aquellas personas que en los pueblos cortos acostumbran curar, ya proporcionándoles aquellas medicinas que el médico hubiere recetado. Y esto deben hacerlo los padres aunque hubieren de contraer algunas deudas, estando persuadidos que su conducta en este caso será muy del agrado de Dios, y una prueba nada equívoca de verdadero amor para con su hijo, el cual naturalmente le será para lo de adelante en gran manera reconocido. Mas cuando los padres no tuviesen a su disposición los gastos para la enfermedad, tiene el deber de llevarlo al hospital, en donde estén bien asistidos todos los enfermos conforme las reglas del arte. Y pecaría el padre de familia, que por un respeto humano no procurara la salud de su hijo, mediante este medio, si aconteciera que el hijo muerto en casa, habría vivido en el hospital. Décimo deber Lamenta Emiliano, historiador, los malos ejemplos de los padres para con sus hijos, y todo lo ejemplifica con un hecho tan cierto como horroroso Cierto Pagano que era falso sacerdote del dios Júpiter, habiendo observado que un rico había escondido una gran cantidad de dinero, vencido de la avaricia, le dio la muerte para quedarse con el capital. Sus dos hijos que habían sido testigos y aun cómplices de la maldad de su padre, aprovechando una salida de éste, determinaron también coger el dinero que su padre había robado. Estando en estas operaciones, el hijo mayor trabó contienda con su hermano y le cortó la cabeza. Semejante espectáculo aterró a los criados, es notificado a la madre, vuela a ésta al lugar de la catástrofe, y gimiendo por la muerte de su hijo, mató al fratricida con un tizón que sacó del fuego. Mientras todo esto sucedía, supo Macario toda la tragedia, y puesto en el lugar de los crímenes, empuñan su espada, mató a su propia mujer. Avisada la justicia lo prende, y condena a muerte después de haber confesado que su mal ejemplo era la causa de todos los males. Así castiga Dios en los hijos los malos ejemplos que reciben de sus padres! ¡he ahí sus pésimas consecuencias! ¡he ahí sus daños irreparables! ¡Oh padres! ¿cuándo edificaréis siempre a vuestros hijos? Todo el trabajo de los padres para con sus hijos es perdido si no lo acompañan y fortifican con el buen ejemplo; pues como dice san Cipriano: Nada más eficaz para los hijos que la vida de sus padres. El glorioso san Ligorio, decía en el mismo sentido: ¿De que nace la perdición de tantas almas como se condenan? Y responde : Nace del mal ejemplo reciben de sus padres; y el resultado es, que padres, hijos y nietos se van todos juntos al infierno. De padres malos ¿saldrán buenos hijos? ¡Ah! Ordinariamente no sucede, sino que debe tenerse por un milagro cuando esto aconteciera alguna vez. El padre debe procurar no dar mal ejemplo a sus hijos principalmente en la hora de su muerte: y ciertamente los escandalizaría si no daba a cada hijo lo que se le debe. A los hijos de rigurosa justicia se les debe la legítima; pero los padres ni según las leyes civiles, ni en conciencia están obligados a dejarlo todo a sus hijos, sino que pueden disponer de aquella 54 parte que permiten las leyes, tanto de los bienes que heredaron cuanto de los bienes propios que ellos mismos se ganaron durante su matrimonio. Por tanto, si hubiere pobres gravemente necesitados, si se tratará de edificar a concluir un edificio público como un hospital, puede el padre dejar a favor de esas semejantes obras la parte de los bienes que conforme las leyes están a su disposición, sin faltar en los más mínimo a sus hijos. Undécimo deber Con harta frecuencia se muere uno de los esposo, y el otro quedando muy joven todavía, ya por evitar los peligros de su edad, ya para la educación de la familia, ya para la conservación de los intereses, se casa de nuevo, y ¿qué cuidado debe tener de los hijos? Tanto si permanece viudo, como si se vuelve a casar, el padre debe tener del hijo el mismo cuidado que antes tenía de él, y debe además suplir los cuidados de la madre. En consecuencia, al celebrar las segundas nupcias, ya se lo debe notificar a su esposa, y de ninguna manera le es licito abandonar los primero hijos, o maltratarlos, o permitir que sean maltratados por su madrastra. El padre debe notificar a su nueva esposa, que aquellos hijos son sus propios hijos, que los ama como una cosa propia, como un pedazo de sus entrañas, que los ama como el más dulce recuerdo de su primera mujer, y por consiguiente, que así como hará que sus hijos la respeten como su madre, y le den todo el honor que se merece, así quiere que los trate no como extranjeros, sino como si fuesen sus propios hijos. Si la madrastra continúa faltándoles, se la avisa otra vez, pero con entereza, se le dice que tendrá como hecho así los malos tratamientos que diere a sus hijos, y que si la cosa continúa, él sabrá salir en su defensa, remediando las cosas como conviene. Pero señor, esto será vivir en una continua guerra, por esto he creído que era mejor disimular y sacarlos luego de casa. Esta conducta de algunos padres es injusta, por que deben corregir las cosas según Dios manda, y de ningún modo maltratar a los hijos. Pero ¿si de ahí la guerra doméstica? No importa, es guerra justa, porque es guerra que se admite por salir en defensa de la justicia. Por otra parte, la guerra doméstica durará muy poco, porque habiendo visto la madrastra que sus hijastros no han de ser tratados como extranjeros sino como hijos legítimos del dueño de la casa, pone juicio, comienza por no maltratarlos, sigue con no enojarse, continúa siendo justa, y acaba con amarlos como hijos propios. Padres de familia, recordad esta doctrina, por que muchos hijos e hijas se pierden por los malos tratamientos que reciben de su madrastra. En conclusión de este punto importantísimo diremos, que dejando aparte las ocasiones en que el hombre y la mujer deben contratar segundas nupcias como dice san Pablo, ya porque son jóvenes y no les es fácil vivir castos, ya porque tienen bienes y no son aptos para conservarlos, ya porque así lo indica alguna otra necesidad verdadera, fuera de estos casos repetimos, harán un grande bien en no casarse constituyéndose padre y madre a la vez, con lo cual podrán santificarse en el estado de viudez y darán al propio tiempo un grande ejemplo de amor y de moralidad a sus propios hijos. 55 Capítulo 7 Deberes de los hijos para con sus padres 37. Enlace del tratado Una es la idea, lector carísimo, que nos dominaba, cuando intentamos escribir este tratado, y fue la educación de la juventud mediante la explicación del cuarto mandamiento. Ya nos hemos hecho cargo de los deberes de los padres de familia, les hemos señalado los constitutivos de una buena educación, y los medios que han de emplear para conseguirlo; pero esto no basta. Los padres no han de educar a palos, sino a hijos suyos, a seres libres dotados de razón, y que deben corresponder de su parte a los trabajos de sus padres. Porque al modo que el pintor nunca llegaría a formar una imagen perfecta si el cuadro o el lienzo resistiese al pincel; así nunca los padres podrán educar bien a sus hijos si éstos resisten recibir la educación: y de ahí el deber que tienen los hijos de cumplir sus obligaciones para con sus padres; obligaciones que el Espíritu Santo encerró en estas palabras: honra a tu padre y a tu madre. No debes extrañar que este mandamiento incluya todos los deberes de los inferiores para con los superiores, y de éstos para con aquellos; porque la palabra padre significa todo superior, del mismo modo que la palabra hijo todo inferior: por tanto, están incluidos los deberes de los pastores de la Iglesia, de los emperadores, de los reyes, de los presidentes, de los gobiernos, de los magistrados, de los amos, de los padrinos y de los maestros, así como también de sus inferiores respectivos. Por tanto, los inferiores deben honrar a sus respectivos superiores; pero honor que, como dice el Espíritu Santo muchos lugares de la Escritura , entraña las obligaciones siguientes. 1º Deben amarlos, consultarlos en las cosas de algún interés, conforme su autoridad. 2º Obsequiarlos y estarles sujetos. 3º Hacer en su favor cuanto se pueda tanto para el bien de su cuerpo como para la salvación de su alma. 4º Sobrellevar sus enfermedades y sus defectos. 5º Encomendarlos a Dios de corazón. 6º Imitar sus virtudes. 7º Celebrar sus exequias conforme su voluntad. 8º Cumplir santa y religiosamente las cláusulas de su testamento. Ocho obligaciones que si bien es verdad que convienen principalmente a los hijos, pero que en su debida proporción, se extienden a los demás inferiores, respecto a su legítimo superior. Modelo de honor fue la conducta de Salomón para con su madre Betsabé: pues habiéndosele presentado un día para interceder a favor de Abdonias, en ocasión en que estaba sentado en su real trono, él se levantó y salió al encuentro de su madre, la honró como convenía a una madre, la honró como convenía a una madre de tan gran Rey, hizo colocar un trono a su derecha, y dispuso que su madre se sentase en él: así honró a su madre el más sabio de todos los reyes. Modelo de honor a la memoria de su padre fue la conducta de los recabitas, pues habiéndoseles dicho que beberían vino, respondieron: de ningún modo lo beberemos, 56 porque Jonabab, hijo de Recab, nuestro padre, nos dijo: no beberéis vino ni vosotros, ni vuestra familia, ni edificareis, ni sembrareis granos, ni plantareis cepas; sino que viviréis en tiendas como verdaderos peregrinos. Por consiguiente, nosotros, nuestras mujeres y nuestros hijos, cumpliremos el mandato de nuestro padre, y no edificaremos casa, ni sembraremos simiente alguna, ni plantaremos viñas: hasta este punto honraron la memoria de Recab sus hijos los recabitas. Modelo de honor fue Cristo Señor nuestro, honrando a su Padre celestial, dándole a cada momento un eterno honor, ya por sus actos de amor infinito, ya enseñando y predicando el Evangelio, ya dando a conocer a su Padre y hacer que sea honrado, ya honrando también de una manera muy singular al señor san José y a la santísima Virgen María: divina consecuencia, porque Él mismo es el que manda tener a los ancianos honor, reverencia y tolerancia, y Él mismo el que había escrito: levántate ante el anciano, honra su persona y estále sujeto de un modo singular. Este honor es lo mismo que amor; y amor que los hijos lo han de manifestar a sus padres obedeciéndolos y tratándolos con veneración, respeto y cortesía, y con asistencia, ayudándoles y asistiéndoles en sus trabajos y enfermedades. Este deber, a poca diferencia, lo tienen también los fieles respecto a los sacerdotes, los discípulos para con sus maestros, los criados con relación a sus amos; pero todos estos deberes pensamos tratarlos en particular, en capítulos separados, limitándonos ahora en lo respectivo a los hijos para con sus padres. Ojalá que todos los hijos imitaran a Tomás Moro, que no obstante de ser gran canciller de Inglaterra, tanto honraba a sus padres y tan grande era la veneración en que los tenía, que no obstante de ser elevado a tan sobresaliente dignidad, no obstante de ser ya casado y de tener muchos hijos, con todo, pedía todos los días la bendición a su padre. Y ¿sabéis, padres de familia por qué lo hacia? Porque un señor padre se lo había enseñado desde muy niño, y ya anciano recibía aun el fruto sabrosísimo de la buena educación que había dado a su hijo. Y ¿sabéis por qué muchos hijos desprecian a sus padres? Porque así se lo enseñaron desde muy niños sus propios padres, y se lo enseñaron también en especial haciéndoles decir tú por familiaridad en vez de usted, como signo del honor y reverencia que les son debidos; pues que no se quejen si tanto los tutean cuando son grandes, que los menosprecian, no les hacen caso, y los matan a pesares. ¡Tristes, y muy tristes consecuencias de la mala educación! 38. Los hijos deben amar a sus padres La primera obligación de los hijos es amar a sus padres; y amarlos no solo en fuerza de la ley que nos obliga a amar al prójimo como a nosotros mismos; sí que también con un amor tan singular y especial, que él sea como el distintivo y su carácter propio. Se trata de un amor especial, fundado en los beneficios extraordinarios que el hijo ha recibido de sus padres; se trata de un amor de dependencia, porque al modo que todas las criaturas dependen de Dios, así de un modo semejante dependen los hijos de sus padres después de Dios: se trata de un amor de gratitud, porque la vida y la salud, la educación, la instrucción, la habilidad, el oficio, son otros tantos dones que nos regaló la extrema bondad de nuestros padres: se trata, en suma, de un amor que supere a todo otro amor que pueda profesarse a otra criatura. Pero ¿qué es cierto esto? Esta verdad ha sido admitida en todos tiempos, y jamás ha sido ni siquiera disputada, las naciones más bárbaras la han hecho suya, y todos la han reconocido como el principio más inviolable. Sin esta dependencia todo se hunde en el más horrible 57 caos, y la sociedad misma desaparece desde el momento que no se admiten los justísimos fueros del amor paterno. Las Escrituras ya nos mandan honrar al padre de rodos los modos posibles, ya nos recuerdan que no olvidemos los gemidos de una madre siempre respetable, ya nos insinúan que los amemos con el cariño que les es debido, y anos aseguran que los hiciéramos a nuestros padres lo hacemos al mismo Dios. Hemos de amar a nuestros padres como a bienhechores singulares, ya que cuanto tenemos lo hemos recibido de ellos. En efecto, muy amados hijos, ¿a quién amaréis si no amáis a vuestros padres? Ellos os dieron el ser, y ¿no lo amaréis? Os dieron esta alma destinada a amar a Dios, y ¿no los amaréis? Os dieron la dichosa memoria con que podéis recordar los hechos, y ¿no los amaréis? Os dieron el entendimiento para que pensando concibáis las ideas, y ¿ no los amaréis os dieron la voluntad capaz de amar a Dios, y ¿no los amaréis? Decidme, hijos, ¿a quién amaréis si no amáis a vuestros padres? Ellos os dieron los ojos con los que podéis contemplar el cielo, y la lengua para que contéis alabanzas a Dios, y las manos para que podáis proporcionaros lo necesario para la vida, y los pues con los que os podáis dirigir a donde mejor os convenga: todo esto os han dado vuestros padres como instrumentos escogidos por Dios, y ¿no los amaréis? Ellos os han amado con ternura, os han dispensado toda clase de favores, os ha librado de cien peligros, han sufrido por vosotros toda especie de privación, han soportado vuestras lágrimas, y con el sudor de su rostro os han alimentado, y no los amaréis? ¡Ah! Yo no creo que haya hijos que quieran ser tan ingratos. Hijos, amad a vuestros padres e imitad el ejemplo admirable de nuestro Señor. El honraba tanto a su Padre celestial, que nos asegura, que en todas las cosas solo hacia su voluntad, y solo las cosas que Él sabia que le eran agradables: y honraba tanto a María y a José, que no obstante de ser Dios, les estuvo sujeto toda su vida, y no quiso separarse de ellos sino para dar cumplimiento al mandato de Dios su Padre; y la honra que tenía a la santísima Virgen María su Madre, era tanta, que no permitió que le faltasen sus enemigos durante su pasión; y tuvo especial cuidado de Ella estando en la cruz, y por esto la encomendó al discípulo amado. ¡Ah! Amemos, hijos, a nuestros padres; y después de Dios, sean ellos el objeto de nuestro amor, Sí, hijos e hijas, amad, amad a vuestros padres, y amadlos como José amaba a Jacob, el cual no obstante de ser casado y tener hijos, de ocupar el primer lugar en Egipto después del rey, de haber merecido ser llamado el salvador del mundo, con todo, hizo tanto caso de la bendición de su padre, que la habría comprado con el valor de todos sus bienes si hubiese sido necesario. Ama a tu padre aunque no sea rico; ama a tu padre, porque en la hora de su muerte tienen todavía su bendición, que podrá hacerte feliz en este mundo. Ama a tu padre como aquel venturosos hijo de quien dice la historia, que pasando con su padre por el volcán Etna en el momento de verificar una erupción y precipitarse hacia ellos un torrente de lava, apenas lo observaron, cuando echaron a correr; mas a poco, viendo el padre que estaba cansado, que su hijo lo adelantaba, y que la lava ardiente iba a cogerlo, da un fuerte grito a su hijo, éste retrocede, carga con su padre y emprende la fuga. A los pocos momentos, fatigado por el peso de tan feliz carga, determina morir con ella antes de abandonarla... Mas ¡oh prodigio! Dios hizo un milagro para probar cuánto aprecia la piedad filial, porque habiéndose dividido el río de lava, dejó el paso libre a un joven que había preferido la muerte antes que faltar al amor de su padre. 58 En fin, hijos míos, amad a vuestros padres, conforme la piedad admirable de tres hijos, que maravilló en gran manera al mismo juez: No puede elogiarse bastante la piedad admirable de tres hijos japoneses para con su madre, Eran tres hermanos, que vivían en la indigencia trabajando de día y de noche para alimentar y socorrer a su pobre madre; pero como a pesar del trabajo continuo no ganaban lo suficiente para acudir a todo, tomaron entre sí una muy extraña resolución. Había el emperador dado una ley en el Japón, según la cual el que cogiere a un ladrón y le pusiese en manos de la justicia, recibía por recompensa una gran suma de dinero. Conviniéronse pues, entre sí, que uno de los tres pasaría por ladrón y los otros le presentarían atado al magistrado para recibir la suma prometida. Echaron suertes sobre cuál sería la víctima de la caridad filial; cayó la suerte sobre el más joven, que se dejó atar y presentar al juez, ante el cual confesó que era ladrón. Fue inmediatamente puesto en la cárcel, y los dos hermanos recibieron la suma correspondiente. Antes de partir, quisieron aun ver al ladrón y despedirse en secreto de su hermano: abrazáronle tiernamente tres veces y derramaron muchas lágrimas al separarse. El juez, que por casualidad se hallaba en un lugar desde donde podía ver lo que estaba pasando, no pudiendo comprender cómo un criminal manifestaba tanto cariño a los que lo habían puesto en manos de la justicia, hizo suspender la ejecución, y mandó a un dependiente que siguiera a los jóvenes y notara el lugar a donde se retiraban. Llegados a casa, cuando refirieron a la madre lo había pasado, ésta al oír que su hijo estaba preso, se puso a llorar y a dar lastimosos gritos, diciendo que antes quería morir de hambre, que vivir a expensas de la vida de su hijo. Id, les dice, hijos demasiado caritativos, pero hermanos desnaturalizados, id, entregad el dinero que habéis recibido, y volvedme a mi hijo si vive aun; si es muerto, no penséis más en alimentarme, sino en prepararme un ataúd, pues no puedo vivir estando él muerto. El alguacil que por orden del juez los había seguido, oyendo esto, fue luego a dar parte de todo a su dueño. El juez hace comparecer al prisionero; le pregunta, le amenaza y obliga a decir la verdad. Habiéndole el joven declarado todo, maravillado el juez, fue a dar cuenta de ello al emperador, el cual admirando acción tan heroica, quiso ver a los tres hermanos. Cuando estuvieron en su presencia alabó su piedad, y señaló al más joven que se había ofrecido a la muerte, mil quinientos escudos de renta y quinientos a los otros dos. Así es como la Providencia divina vela siempre sobre los hombres, y el amor de los hijos para con los padres es muchas veces aun en esta vida recompensado con abundancia de gracias y bendiciones temporales. Hist. del Japón. Lib. XII. 39. Condiciones de este amor.-Una cosa cualquiera no es buena por solo el hecho de ser, sino que tienen necesidad de hallarse revestida de ciertas condiciones; de ahí es que no basta que los hijos amen a sus padres, sino que según el testimonio de san Pió V, los hijos deben amar a sus padres con amor externo, interno y verdadero. Con amor externo, dándoles exteriormente prueba de amor; con amor interno, puesto que debe tener su origen en el interior; lo contrario no sería amor sino ficción. Deben amarlos con amor verdadero, como si dijera, amor patentizado con toda especie de obras : ya con obras corporales, ya principalmente con obras espirituales. Con obras corporales, dándoles si lo necesitan, todo lo necesario para la vida corporal conforme su estado, y tanto en tiempo de salud como en los días de la enfermedad. 59 Por tanto, deben los hijos defender a sus padres en los peligros de perder la vida, la honra, la fama o los intereses; deben sufrir los malos ratos y saberlos disimular con el silencio , lo que más que malicia, es efecto de su edad, en cuyo sentido decía el Apóstol, que la caridad es paciente, sufrida, benigna, y en gran manera servicial. La caridad del hijo para con su padre debe ser de tal naturaleza, que no ha de entibiarse jamás, persuadiéndose bien que por mucho que el hijo dé a sus padres, sus padres le habrán dado siempre mucho más. Porque ¿cuántas lágrimas cuesta un hijo a sus padres? ¿cuántas molestias en el día? ¿cuántas noches pasadas sin dormir? ¿Cuántas horas sufriendo lo más indecibles dolores? ¿cuántos pesares por su travesuras? ¿cuántos malos ratos por las indiscreciones? ¿cuántos compromisos por el desarrollo de las pasiones? Hijos, sed agradecidos a vuestros padres, sufridlos con paciencia, corresponded al cariño paternal, sean afables vuestras palabras, revestios de un trato cordial, y estad ciertos que haciendo lo dicho a favor de vuestros padres, tan solo les volvéis una muy pequeña parte de lo mucho que ellos os han dado. Ojalá que obrarais conforme la acción heroica de una niña de diez años, que fue como sigue: Un criollo de santo Domingo, cuyo único crimen era el ser rico, se halló comprendido en una lista de proscripción. Al verle arrancado de su familia, la hija, de unos diez años de edad, se obstinó decididamente en seguir a su padre, resuelta a participar en todo de su suerte. El padre es una de las primeras victimas que van a sacrificar, ya es trasladado al lugar del suplicio, los ojos vendados y las manos atadas, ya los satélites de la muerte apuntan las armas homicidas; mas ¡oh sorpresa!... ¡oh dicha!... al verlo, una niña corre clamando: -¡Padre mío! ¡padre mío!... En vano se la quiere alejar; la amenazan, la intimidan, se abalanzan hacia su padre, abraza estrechamente su cuerpo con sus pequeños brazos, y no aguarda más que el momento de perecer con él. “Oh hija, querida hija mía, única esperanza de tu triste madre, le dice el padre temblando y derramando abundantes lágrimas, retírate, te lo ruego, te lo mando!” “¡Oh padre mío dejadme, contesta ella: moriremos juntos!...” El comandante de la ejecución (sin duda era también padre,) alega un pretexto especioso para sustraer al criollo del suplicio; le conducen de nuevo a la cárcel con su hija. Pronto cambiaron de aspecto las cosas, los dos fueron librados, y después el dichoso padre no cesó de referir con la más viva ternura la acción heroica de su pequeña hija.-Carron, de la educación. El hijo debe mostrar el amor que tiene a sus padres, con obras espirituales, dirigiendo con frecuencia a Dios una ferviente oración en favor de los que le dieron el ser, y que tantas veces rogaron por él. Este amor les impone el deber de procurar la salvación de sus padres: y en consecuencia, si sabe el hijo que su padre no obra bien, que sale de noche con escándalo de familia, que la embriaguez lo domina, que la lujuria lo hace despreciable, que el juego le hace perder los bienes de la familia, en este caso debe armarse de entrañas de caridad, y con buen modo, con mucho respeto y a su tiempo, hacerle ver sus extravíos; mas si esto no bastare, deberá servirse del señor cura o de otra persona autorizada. Cuando el padre esté enfermo, debe procurar el hijo que se disponga a su tiempo, para que pueda recibir los santos Sacramentos, hacer el testamento y dejar todas las cosas bien arregladas. ¡Dichosos y mil veces dichosos los hijos que aman a sus padres con amor extremo, interno y verdadero! La sagrada Escritura nos habla de Isaac que amó a su padre Abraham con amor externo, interno y verdadero. Con amor externo, dándole todas las pruebas exteriores de verdadero amor; con amor interno, acordándose de él y dejándose conducir de sus afectos; y con amor 60 verdadero tanto en vida como en muerte, obedeciéndole siempre, y cumpliendo después de sus días su última voluntad. ¡Ojalá que los hijos se fijaran en Isaac hijo obedientísimo de Abraham! Refiere el capítulo 14 del “Libro de los Jueces,” la admirable acción de sansón, verificada por salvar a sus padres. Fue el caso que bajó sansón con sus padres a la ciudad de Taminala, mas al atravesar un cerro se les presentó un cachorro de león que preparando sus garras y rugiendo, iba a devorarlos, cuando sansón lo acomete. Pero ¿a dónde va sansón? ¿qué hará un hijo deseoso de salvar a sus padres? ¿por ventura acometerá a la fiera? Sí; tanto amaba a sus padres, tanta reverencia y fidelidad les profesaba, que cual si no existiese su propia vida, solo piensa en salvar la de sus padres. Caso raro, porque al acometerlo sansón, el espíritu del Señor cayó sobre él, e hizo pedazos del león sin recibir el menor daño; así premia Dios a los hijos que exponen su vida para salvar la de sus padres! Refiere Abdías de Babilonia, en la vida de san Andrés Apóstol, que cierto joven, solicitado por su propia madre para que cometiera lemas horrible incesto, lo resistía con generosidad; y cambiando la feroz hiena el amor en odio, acusó a su propio hijo, de que la había querido violentar: y como el joven no quiso justificarse para no deshonrar a su madre, fue condenado a muerte. El generoso joven y fidelísimo hijo, se encomendó con mucho fervor a san Andrés, y Dios manifestó con mucha gloria su perfecta inocencia, y patentizó el crimen de la madre, siendo por medio de un rayo reducida a cenizas: así premió Dios a tan buen hijo con una gloria eterna!¡así castigó desastradamente la nefanda conducta de la madre! He aquí otra acción heroica de una niña, según nos refiere Carron: Siendo el Señor Deleglé trasportados de una cárcel de León a Paris, su hija nunca quiso abandonarle. Pidió al conductor le permitiera ir en el mismo carro; mas no puedo obtenerlo. Y como el amor filial no conoce obstáculos, aunque era de una constitución muy débil, con todo, hizo el camino a pie, siguiendo en un trecho de más de cien leguas el carro que conducía a su padre. Llegada a las poblaciones no se separaba de él, sino para ir a buscar y preparar alimentos para su padre, y para la noche mendigaba una manta con que se abrigase, en las diferentes cárceles en que le encerraban. No cesó un momento de acompañarle y de proveer a todas sus necesidades, hasta que hubo el padre llegado a Paris, y se prohibió a la hija que cuidara más de él. Acostumbrada empero a aplacar a los verdugos, no desesperó de poder desarmar a los perseguidores, y así al cabo de tres meses de solicitaciones y ruegos, obtuvo la libertad del autor de sus días.-Carron, de la educación. 40. Conducta pésima de algunos hijos Al lado de hijos muy buenos como Isaac, de vez en cuando aparecen algunos, cuya conducta pésima debe ser siempre reprobada: hablo de aquellos hijos que no aman a sus padres, y prueban con los hechos que los aborrecen. ¡Infelices hijos! seréis desgraciados por eternos siglos, si no laváis vuestras manchas con las lágrimas de una verdadera penitencia. Hay hijos que desean huir de la casa de su padre, y solo les están sujetos el tiempo que es absolutamente necesario, y mientras lo necesitan. ¡Ah! Ingratos hijos, sí ingratos! ¿es esto amar a vuestros padres? ¿dónde lo habéis aprendido? Vuestra conducta os hace semejantes no a los criados, sino a los esclavos, y recibiréis por esto el condigno castigo. ¿Cómo podría Dios no castigar tan espantoso pecado? Un pobre padre se ha hecho enfermo, y su hijo lo abandona en un hospital, sin dignarse visitarlo siquiera; el pobre padre se ha empobrecido y 61 su hijo se avergüenza de confesarlo; el pobre padre ha caído en una desgracia y su hijo ni se digna visitarlo; el pobre padre se ve perseguido y su hijo no le imparte los auxilios convenientes. ¡Ingratos hijos! acordaos que seréis medidos con la medida con que midiereis, y os tratarán vuestros hijos como tratareis a vuestros padres! ¡ah ingratos hijos! ¿cuántos hijos por un vil y sórdido interés, para poder heredar a sus bienes, para poder obrar con libertad, para seguir las huellas de malos compañeros, para asistir a las reuniones peligrosas ya no quieren a sus padres, los consideran como molestos, los desprecian, los humillan, ya acaban con buscarles la muerte? ¡Ay, ay de semejantes hijos! ¡ay de hijos tan malvados y tan pésimos! Porque prescindiendo de la gratitud, de la experiencia, de las bendiciones que reporta siempre la piedad filial, una conducta semejante, es pecado: y peca gravemente, y gravísimamente peca el desgraciado hijo que desea la muerte a su padre. Pecan otros por las faltas que interiormente comenten contra sus padres; pecan otros por cierta risa sardónica con que reciben ciertos avisos; pecan también los que con respuestas atrevidas, con las salidas de noche, con unas maneras criminales, con la vida licenciosa los llenan de tantos pesares que les ocasionan la muerte. ¡Ay, ay de semejantes hijos! ¡ay, ay de hijos tan ingratos y tan pésimos!... Sus pecados serán castigados horriblemente, como puede verse en el siguiente caso: Sucedió que un malvado hijo después de haber sido la pesadilla de sus pobres, enfermó gravemente; pero de una enfermedad tan maligna, que en un instante pasaba del alivio al borde del sepulcro. En una ocasión que se encontraba en gran manera aliviado, rodeado de sus amigos, le dio una especie de ataque, pierde el color, se le erizan los cabellos, se le espeluza su carne, y con un grito desaforado exclama: Levantaos, levantaos, tomad las armas...defendedme...venid aquí... mejor por este lado...Los circunstantes nada vieron, pero vióse en un instante los efectos más formidables; porque el desgraciado hijo murió repentinamente, quedó negro como el carbón, y el fétido olor de azufre indicó que los demonios acababan de quitar la vida a aquel malvado hijo: así castiga Dios a los que no aman y aprecian a sus representantes, que lo son los padres con relación a sus hijos. Hay otros hijos que dicen que aman a sus padres; pero el resultado es que de su conducta proviene a los padres la mayor de las vergüenzas, el mayor de los trabajos y aun el mayor de los tormentos. Hablo de aquellos hijos que por el amor,(amor diabólico,) que tienen a sus padres, cuando están enfermos no cumplen con la más importante de sus obligaciones, que es hacerlos preparar para morir. Hay algunos hijos tan ingratos, que no lo avisan, que casi se lo impiden, les dicen que aun no es tiempo, y que tendrán buen cuidado en avisárselo: el resultado es que cuando casi perdieron el conocimiento, cuando son más del otro mundo que de éste, y cuando van a comenzar la agonía, entonces corren, corren en busca del padre confesor. ¡Ah, ingratos los hijos que tan mal cumplen el más importante deber para con sus padre! Y ¿por qué lo hacen? Dicen que por no espantarlos. ¡Qué desatino! ¿tan mal cristiano hacías a tu padre? De tan poca fe lo crees? ¿tan poco cuidadoso de su salvación lo considera? ¡Ah! No repitáis semejante escena, hijos e hijas; de lo contrario moriréis sin sacramentos por vuestros hijos, así como vosotros los negasteis a vuestros padres. En una ciudad de México en donde el autor vivió mucho tiempo, sucedió, que un padre con mil trabajos alimentó a su hijo, mientras éste siguió en México y en Paris los estudios de medicina. Ya pasado y con el título de doctor, volvió a la casa paterna, enfermóse el anciano padre, y su hijo, su ingrato hijo, a pesar de los avisos de un sabio sacerdote y de las caritativas amonestaciones de su cura, su desmoralizado hijo no permitió que se la hablara 62 de sacramentos, y cuando el pobre padre quiso confesarse, y a la muerte le había arrebatado la vida, y se vio precisado el infeliz anciano a comparecer delante de Dios sin confesión: ¡conducta infame! Perversa conducta de un mal hijo! Ellos para con sus padres son peores que cien mil demonios juntos, porque no los aman, sino que al contrario, los aborrecen verdadera y eternamente. Oíd el caso de un hijo y de una hija que se expusieron a la muerte por el amor a sus padres. Cuenta san Ambrosio la acción heroica de una hija a favor de su madre: pues habiendo ésta sido condenada a morir de hambre en la cárcel, la hija pidió al menos que le permitiesen visitarla; y aunque es verdad que por algún tiempo le pudo proporcionar el alimento, pero después comenzaron a registrarla tan escrupulosamente, que no podía pasarle cosa alguna. Entonces pensó alimentarla con su propia leche, y así lo hizo hasta que fue hallada obrando tan piadosa acción; y si bien es verdad que por de pronto fue presa, pero también lo es que enterado el juez la puso libre, y mandó además que su madre fuese entregada al amor y piedad filial. En una historia de España se lee, que cierto toledano supo que su padre, falsamente acusado, había sido condenado a muerte. Va en busca del juez, justifica a su padre, se presenta él mismo como reo, y tanto dijo a los jueces y tan bien, que libertó a su padre dando él su propia vida: ¡así hijos, así debe amarse a los padres! Vaya todavía otro caso de unos bárbaros hijos, para con su desventurado padre: Visitando cierto día un cura su parroquia, encontró en una casa a un anciano sentado junto al fuego. Lloraba; la tristeza estaba visiblemente retratada en su semblante. “¿Qué tiene usted? Le dice el cura: ¿ha tenido usted alguna desgracia en la familia? ¿Cómo es que está usted llorando? ¡Ah! Señor cura, respondió el anciano, soy el más desgraciado de los hombres; soy padre de cinco hijos que eduqué con mucha pena. Estas manos que usted ve no han trabajado sino para alimentarlos. Al tomar estado me desprendí de lo poco que tenía, para colocarlos los más ventajosamente posible. Ahora que no tengo nada y que soy incapaz de ganarme el sustento, he tenido que ponerme a vivir con ellos, mas como habito sucesivamente con cada uno, todos son disputas terribles entre sí. Ninguno quiere tenerme en cada. Todos los días me echan en cara el pan que como; si quiero decir una palabra, me cierran la boca; hasta mis nietos se mofan de los achaques de mi vejez; a cada instante me deseo la muerte. Sobre todo, señor cura, guárdese usted de decirles nada de lo que confío a usted, pues mi situación sería mucho más horrible.” Siéntese uno juntamente irritado por tanta ingratitud: solo hijos bárbaros e impíos, pueden cometer tan espantosos excesos; pero aprenden los padres a no deshacerse fácilmente de lo poco que poseen mientras están en vida.-El dogma y la moral. Capítulo 8 Obediencia de los hijos a sus padres 41. Primer medio Por lo que decimos en el capítulo anterior, hemos visto que los hijos tienen grandes deberes que cumplir para con sus padres, y se los hemos encerrado en esta palabra amor; es decir, que deben los hijos amar a sus padres, y este amor es el mandamiento que encierra el cuarto precepto que dice: Honra a tu padre y a tu madre. Este amor, como explicamos también, debe ser externo, interno y verdadero: por consiguiente, no basta decir, yo amo a mis padres; sino que deben los hijos mostrarles prácticamente su amor por medio de obras 63 positivas que lo indiquen, como el caso que ciertos políticos de ideas muy avanzadas que refiere Carron. Catalina Lopolw, a la edad de siete años, siguió a sus padres condenados al destierro en la Siberia. Al cabo de dos años tomó la resolución de irse sola a san Petersburgo, para implorar la clemencia del emperador de Rusia. En vano hicieron sus padres mil esfuerzos para disuadirla de un proyecto tan difícil, y humanamente hablando, imposible de realizar en una edad tan tierna. Mas por toda respuesta, la apreciable niña les decía: No tengáis cuidado, Dios me ayudará.” Después del despido más tierno, Catalina se puso en camino, sin más recursos que las limosnas que las almas caritativas podían darle. Viajando siempre a pie, mal vestida, mal alimentada, una niña de nueve años, llegó a recorrer un espacio inmenso de ochocientas leguas, atravesando montañas y desiertos. Llegada felizmente a san Petersburgo esta buena hija animada y sostenida por el sentimiento sagrado de la piedad filial, fue a pedir alojamiento en casa de una señora que le habían indicado, como el ángel tutelar de los infelices. Esta señora acogió favorablemente a la niña tan digna de alabanza, y sabiendo el motivo de su viaje hizo todo lo posible para que tuviera buen resultado su empresa. Después de muchas investigaciones se halló efectivamente que Lopolow había sido injustamente condenado al destierro, y el emperador Alejandro, informado de todo cuanto había pasado, concedió la gracia que se le pedía, y además hizo dar una recompensa considerable a la joven y virtuosa. Catalina.-Carron, de la educación. Desgraciadamente en nuestros días tanto ha querido alguno ensalzar la libertad de sus hijos, que en algunos puntos han echado casi por tierra la autoridad de los padres: y no faltan otros que han tenido la osadía de afirmar, que los hijos no debían de estar sujetos a sus padres sino en cuanto la necesidad les obligará a ello. ¡Gran Dios! Si tamaña impiedad encontrara eco ¿cuántas desgracias? ¡pobres padres si estas infamias se pusieran en práctica! ¡desgraciada república si estas ideas se establecieran! La persecución más atroz, la ira más reconcentrada, la más negra infamia, la mayor miseria la más odiosa perfidia, y el conjunto más horrible de todos los males sería muy pronto el único alimento de los padres y de los hijos. Entre los muchos casos de obediencia filial que hallamos en las sagradas páginas, llama la atención de un modo singular, la obediencia de Isaac. Él, por mandato de Abraham su padre, sale de su casa y emprende el viaje; él llega al pie de la montaña y sube hasta la cumbre, y al conocer la obediencia que Dios le exige, ofrécele su misma vida, se extiende sobre el nuevo altar, recibe las ataduras, y aguarda paciente y sumiso el golpe fatal. Hecho heroico el de Isaac por haber obedecido a su padre! Y hecho sumamente glorioso en cuanto era representativo de Jesucristo; y hecho que entraña la más admirable instrucción en cuanto no debía verificarse, sino que tan solo era destinado para probar la fidelidad del padre y la obediencia exacta del hijo; por que en el momento mismo en que iba a descargarse el golpe del padre, el ángel de parte de Dios se lo impidió, quedando éste el padre de los creyentes, y aquel fidelísima imagen de Cristo Jesús subiendo al Calvario y muriendo en el sacrificio: ¡tan dulces, saludables y meritorios son los efectos de la obediencia filial! 42. Los hijos deben obedecer a sus padres Como ya dijimos, lector carísimo, uno de los grandes medios para mostrar los hijos a sus padres el amor que les tienen, es la obediencia: y con razón, porque así se ve prácticamente hasta qué punto los aman. Todas las santas escrituras suponen esta obediencia, y si son 64 alabados los hijos obedientes, los inobedientes reciben el debido castigo. San Pablo parece que se encargó de publicarnos este deber con toda su exención, y nos dice así: Hijos obedeced a vuestros padres en el Señor: y en otra Epístola añade: hijos obedeced en todo a vuestros padres; con lo cual nos viene declarando, que los hijos deben obedecer en todo a sus padres, y que deben obedecerlos en el Señor, como si dijera en todo aquello en que no haya pecado, y en todo lo que no se opusiere al deber propio del hijo, como lo explicaremos detenidamente en este importante capítulo. La razón está de acuerdo en manifestarnos la necesidad de obedecer, porque si los soldados deben obedecer a sus capitanes, estos y aquellos a los comandantes, estos y aquellos a los generales, y todos juntos, al capitán general de los Ejercicios o al Emperador o Presidente; así también los hijos deben obedecer a sus padres, que vienen a ser constituidos como los señores de la casa. Y a la manera que un ejercito sin disciplina se destruye, y nada hacen los jefes los soldados, y nada hacen los generales sin los jefes, y nada puede el Emperador o Presidente sin los generales: así se destruye una casa en la que los hijos no profesan a sus padres una completa obediencia. Nada más justo que los hijos obedezcan; así lo exige la economía de la casa, y faltar el hijo a la obediencia de su padre es lo mismo que pecar, y pecar más o menos grave, según la cosa mandada por la obediencia paternal, fuere mayor o menor, o de más o menos consecuencias. Oye bien lector carísimo los siguientes casos de hijos obedientes, según nos lo refiere la santa Escritura. José, hijo de Jacob, había acusado a sus hermanos para con su padre de un crimen feo que habían cometido por lo cual se enojaron en gran manera contra él, y el enojo fue creciendo tanto que dentro poco tiempo llegaron a aborrecerle y lo odiaron de muerte, cuando observaron que como pequeño era el más querido y amado de su padre, y porque al referirles los sueños que había tenido, con la candidez propia de su inocencia, había presentado a sus hermanos como otras tantas estrellas que lo adoraban; todo lo cual le había hecho conocer que sus hermanos lo aborrecían. Con todo, apenas su padre le mandó que fuese en busca de sus hermanos, cuando sin más reflexión que la obediencia, hizo cuanto su padre dispuso. Sus hermanos lo castigaron es cierto, quisieron matarlo, es verdad; lo arrojaron a una cisterna vieja, nadie lo niega, lo vendieron a unos comerciantes que iban a Egipto como dice la Escritura, y acusado falsamente se vio entre cadenas en una cárcel; pero Dios en premio de su obediencia paternal lo hizo por este camino el primer Señor de Egipto, y que salvará a sus hermanos y a su mismo padre en los siete años de hambre: así premió Dios un acto de obediencia. Al santo Tobías hijo, cuando su padre Tobías estaba en la última enfermedad le dio por bendición un conjunto de avisos, dignísimos a la verdad de un justo. Tobías siempre había obedecido a su padre, y por este camino conservó la inocencia, y el Señor lo bendijo en todos sus hechos, y lo bendijo no solo en general, sino con particulares bendiciones, en cuyo cumplimiento hizo Dios grandes milagros; mas cuando oyó los últimos avisos, respondió estas notables palabras: Padre mío, yo haré todo cuanto usted me acaba de mandar. Así lo dijo, y así lo hizo: por esto fue santo como lo fue su padre, y toda su familia continuó recibiendo los suavísimos efectos de la obediencia de su padre. Y que diremos de la obediencia de Jesús, de quien dice san Pablo, que fue obediente hasta la muerte y muerte de la Cruz? Tan cierto, tan justo, tan meritorio, tan excelente, tan celestial y tan divino es que los hijos obedezcan a sus padres, que Jesucristo en todo cuanto hizo, solo lo hizo por obedecer y para obedecer a su padre. 65 43. En qué cosas deben los hijos obedecer a sus padres Los hijos deben obedecer a sus padres en lo perteneciente al bien de sus almas y en las cosas pertenecientes al cuerpo, y en cada una de estas cosas no obedeciendo pueden pecar mortalmente; de ahí es, que cuando los padres dicen a su hijo que no se junte con fulano porque es un perverso, que no entre en tal casa porque es peligrosa, que no pasee con tal persona, que no vaya al juego, que no salga de noche, que se retire temprano y otras cosas por este estilo; y el hijo no hace caso, sino que los desobedece, casi siempre peca mortalmente por la sola desobediencia; y esto aunque el padre sea viejo, o la madre viuda: y es la razón porque faltan a la obediencia en cosas sustanciales. Siendo esto así ¿quién podrá contar el número de pecados de que se harán reos ciertos hijos e hijas? Hablo de tantos jóvenes, que olvidados de lo que deben a sus padres, se entregan sin freno a los goces más generosos, como si fuesen brutos animales, y rondan de noche, y andan con amoríos, y se exponen a todos los peligros de la seducción y de la inexperiencia: y aunque es verdad que pecan mortalmente en todas estas ocasiones , pero el pecado es mucho mayor cuando resisten directamente a la obediencia de los padres; y es todavía mucho más grave, cuando tienen la osadía de faltarles groseramente. En ocasiones dadas los padres resisten algunas veces, más depuse para evitar mayores males se contentan con manifestar su disgusto, y por el bien de la paz nada más dicen: más en todos casos pecan también los hijos, por que les consta suficientemente que los padres no quieren, y que solo lo toleran, porque no pueden impedirlo. ¡Ay! Ay cuántos hijos a una de estas desobediencia deben su perdición. Hablo de tantas jóvenes que resisten a la voluntad de sus padres ya saliendo a la ventana, ya visitando la joven; ora admitiendo regalos, ora vistiendo con profanidad; unas veces gastando chanzas, otras anhelando por la diversión, por el baile y por la comedia. En esos y semejantes casos pecan las hijas, y algunas veces el pecado es mortal; porque se exponen al grave riesgo de perder su honor y castidad. Pecan los hijos e hijas cuando no obedecen a sus padres que les mandan que vayan a misa, que frecuentemente los sacramentos, que oigan la palabra de Dios, que se dediquen a las labores de su sexo, y que vivan con el recogimiento propio de una virgen cristiana: y algunas veces el pecado puede ser tan fatal que lleve consigo la perdida de su honor, poco después de su salud, y finalmente su eterna condenación. Cuenta la santa Escritura que Dina, que fue la hija única de Jacob, se dejó llevar de la curiosidad de ver a las jóvenes de Siquem que estaban entretenidas en bailar. Mas aconteció que el hijo del rey habiéndola visto se enamoró tan perdidamente de ella, que robándola la conoció. La desgraciada lloró la pérdida del collar de brillantes perlas de la santa virginidad, que con mofada risa, manos avaras le habían arrebatado hasta el último de sus granos: murió de aflicción y de pena y sus hermanos dieron la muerte no solo al infame raptor, sino que pasaron a cuchillo a los habitantes de Siquem. ¡Tan caro costó a Dina una curiosidad! Vio a un baile, se complació en ver a las mujeres de Siquem cuando bailaba; pero vista fatal que ocasionó la muerte a todos los hombres. Los hijos deben obedecer a sus padres en lo relativo a su cuerpo aprendiendo oficio, y haciéndose útiles a la sociedad, para que puedan desempeñar un cargo conveniente a sus estado: y las hijas deben aprender lo necesario a su sexo, como son las labores, leer escribir y contar; y unos y otras pueden pecar gravemente faltando en estos puntos en cosa 66 importante o grave. Cuántos hijos se han condenado por no haber obedecido! Y cuantas hijas están al profundo de los infiernos por haber faltado a la obediencia de su madre!! 44. En qué cosas deben negarles la obediencia Solo Dios que es justo, y aun esencialmente es la misma justicia, tiene derecho a exigir de todas sus criaturas una obediencia universal, y absoluta en todo tiempo y en toda ocasión: solo la Iglesia que por privilegio que le ha concedido su divino Fundador Jesucristo, es infalible con el Romano Pontífice, en materias de dogma, de moral y de disciplina en general, puede exigir de todos sus hijos una obediencia ciega, en todo lo que mira a los tres puntos referidos: solo el Romano Pontífice que por declaración dogmática del santo Concilio Vaticano aprobado solamente por Pió IX, de feliz memoria, es infalible cuando se dirige a toda la Iglesia hablando como Romano Pontífice sobre materias de fe de moral; pero fuera de estos casos, no hay ninguna autoridad sobre la tierra, que pueda exigir una obediencia universal. Esta verdad nos la enseño el Apóstol san Pablo escribiendo a los de Efeso, ya que después de haber inculcado a los hijos el deber de obedecer a sus padres, restringió el mandamiento diciéndoles: “que habían de obedecerles en el Señor, y que esto era muy justo. san Anselmo declarando esta sentencia dice: “que los hijos deben obedecer a sus padres en el Señor, es decir, en aquellas cosas que son según Dios, y de ningún modo deben obedecerlos en aquellos que es contra Dios.” san Jerónimo nos da una regla cierta, para conocer en que ocasiones no deben los hijos obedecer a sus padres, y nos la encerró en estas palabras: “Obedece a tu padre en todo aquello que no te aparte de tu Padre celestial.” san Agustín, siguiendo el mismo pensamiento y enseñando la misma doctrina nos dijo: “Es cosa evidente que los hijos deben obedecer a sus padres; pero es más evidente todavía que no deben hacer caso de su mandato, cuando es contra la ley de Dios:” y bajo este punto de vista deben entenderse las sentencias del Salvador en las que dijo: El que no odiare a su padre y a su madre no es digno de mí,” con cuyas palabras no mandó el Salvador el odio a los padres, sino apartarse de ellos, o no obedecerles cuando mandaren lo que es contra Dios. san Gregorio de Nazianzo comentando el mismo texto de san Pablo, nos dijo: “Hijos obedeced a vuestros padres en el Señor, quiero decir, en aquello en lo que no sufra detrimento la piedad.” Tofilato comentado el Evangelio de san Mateo nos dio este importante documento:”Ciertamente que los hijos deben obedecer a sus padres: pero es igualmente cierto que más deben obedecer a Dios que a sus padres.” En suma, san Jerónimo escribiendo a Heliodoro, le dice esta importante sentencia: “Si tu padre para impedirte que te consagres a Dios se acostara en el umbral de la puerta, pasa por encima, y vete a servir a Dios; y obedécelo en este caso no sería piedad sino crueldad: y volviéndose a los padres les dice, que apartar o impedir que sus hijos sean religiosos o que se ordenen, no es otra cosa que matar a Cristo en su mismo pecho, oponerse a las obras de Cristo y aniquilar lo que Cristo ha formado.” santo Tomás de Aquino comenta la sentencia de san Pablo del modo siguiente: Hijos obedeced a vuestros padres en el Señor; porque ni a vuestros padres, ni a otra persona alguna debéis obedecer en las cosas que son contra Dios.” san Juan Crisóstomo hace suya la misma idea enseñándonos, “que obedecer a los padres en las cosas conformes a la ley de 67 Dios, es obedecer a Dios mismo; pero que por ningún título deben obedecerse cuando mandan lo contrario a Cristo, pues es cosa sabida que primero hemos de obedecer a Dios, que a los hombres.” Y san Buenaventura explicando el cuarto mandamiento, hace suya esta sentencia: “Si tu Padre, oh hijo, quiere, te exhorta, te suplica o te manda que hagas algo contra la ley de Dios, no debes hacerlo; porque en este caso obedecerles no sería piedad sino maldad.” De ahí es que un hijo no debe obedecer: 1º Cuando su padre manda lo que es contra la ley de Dios. Por consiguiente, si el padre manda a su hijo que jure en falso, éste no debe de hacerlo, porque jurar en falso es pecar contra el segundo mandamiento de la ley de Dios: si le mandase que se vengue de quien le hizo un daño, no debe obedecerlo, porque Jesucristo no solo ha prohibido la venganza, sino que ha mandado además el amor verdadero para con nuestros enemigos, y que no se les niegue el saludo y demás pruebas de amistad: si fuese impelido por ellos a asistir a concurrencias peligrosas a la fe o a las costumbres, tampoco deben ser obedecidos; porque el Espíritu Santo prohíbe exponerse a los peligros, asegurando que caerán en él los que tal hiciere: si la hija recibiera orden de su madre para usar de un traje provocativo, de ir a un espectáculo peligroso, asistir a un baile en el que corriera peligro su inocencia, claro está que en esto casos no en otros semejantes, debe de la madre ser obedecida, porque tanto la madre como el padre mandan cosas que Dios prohíbe, y primero es Dios que los padres y madres.2 Cuentan los actos de los apóstoles que san Pedro y san Juan predicaban con mucha autoridad que Jesucristo que era Dios, había resucitado y anunciaban la doctrina que les había enseñado; más aconteció, que habiéndolos prendido y presentado ante el concilio fueron conminados para que no hablasen más de Jesús, y ellos dijeron “que no podían dejarlo de hacer, porque primero era Dios que les había mandado que dieran testimonio de Jesús, que sus mandatos que eran humanos.” Tan cierto es que los hijos no deben obedecer a sus padres ni a ningún superior cuando estos les manden lo que Dios prohíbe. 2º Tampoco deben obedecerlos en la elección de estado Es sumamente cierto que los Hijos no deben obedecer a sus padres en la elección de estado; porque este es una cosa propia de cada individúo, y no hay autoridad en el mundo que pueda disponer lo contrario. La razón es, porque ni el hijo mismo puede hacer lo contrario: y si el hijo no es dueño para abrazar éste o aquel estado, claro está que mucho menos su padre se lo podrá imponer. El hijo es el que ha de consultar con Dios y con los movimientos de su corazón; y según estos ha de resolver, no lo que quiere, sino lo que Dios quiere: queremos decir, que está obligado a abrazar el estado al cual Dios lo llama, y eso es lo que indicó el Apóstol san Pablo, cuando decía: Hermanos míos, examinad vuestra vocación. Por consiguiente, no todos están llamados para casarse, sino que muchos reciben la vocación de vivir célibes; ora sea consagrándose a Dios por medio de votos en alguna 2 Recordamos a los padres de familia que en nuestros días de libertad para ir al infierno y ser condenados a no ver a Dios, y al fuego eterno por toda un eternidad, no pueden permitir que sus hijas asistan a bailes escandalosos como ciertas danzas, el Can-Can etc, porque es malo, y menos pueden obligarles a que los aprendan o los vea bailar, porque es igualmente malo 68 religión, ora por medio de algún voto permaneciendo en la casa paterna; ora quedándose en el mundo sin casarse, y sin ninguna especie de votos ni de promesas. De lo dicho se sigue, que Dios es el que llama; y llama a quien quiere, cuando quiere y en modo que quiere; y no está en la persona nombrada obrar o no obrar, sino que debe cada uno obedecer al llamado de Dios, ya sea que Dios lo llame para el matrimonio, ya que sea destinado por Dios, a ser ministro de Jesucristo o se miembro de una familia religiosa. 3º No deben los hijos obedecer a sus padres en la elección de persona o casa religiosa La misma libertad que tienen los hijos para abrazar el estado al cual creen en realidad que Dios Nuestro Señor los llama, la tienen también con relación a la persona o la casa, o congregación o religión en que ellos quisieren entrar. Por consiguiente, no deben ordinariamente hablando, impedir a sus hijos que se casen con esta o aquella persona, por algunos defectos particulares que tuviere, porque no son los padres los que ha de formar una misma cosa con dichas personas, sino sus hijos; sin embargo, si los hijos quisieran casarse con personas viles, viciosas o de mala nota, en este caso bien pueden los padres prohibirles un enlace tan funesto y denigrativo, pero es necesario que esto sea verdad, y no solo imaginación como a veces acontece. Los hijos no solo son libres para consagrarse a Dios, sí que los son también para hacerlo con este o con aquel tenor de vida; y por tanto pueden entrar en la congregación o religión, o casa religiosa que a ellos más les gustare. No obstante, si los hijos quisieren consagrarse a Dios en una casa o convento en la que no hubiese observancia, y los padres por los informes recibidos de personas inteligentes en el negocio, y que juntasen al saber verdadera piedad, supieran de hecho que aquella comunidad vivía relajada, en este caso bien pudieran evitárselo, pero es necesario que esto sea verdad, y no solo imaginación de los padres, como veces acontece. 4º No cuando tiene motivos de conciencia El hijo, como hijo está obligado a alimentar a sus padres; y así según la declaración de santo Tomás: “cuando los padres están gravemente necesitados no pueden sus hijos abandonarlos para consagrarse a Dios;” pero cuando los padres tienen, cuando otras personas se encargan de darles lo necesario, o cuando el hijo conoce que el siglo es para él ocasión de peligro, en estos casos bien les es lícito a los hijos dejar a sus padres para consagrarse a Dios, porque como dice san Pablo, “la caridad bien ordenada debe comenzar consigo mismo,” y en consecuencia están obligados a hacerlo porque primero es el mandamiento de Dios, que todos los mandatos de los hombres. De lo dicho se sigue, que mucho menos están obligados los hijos a quedarse con sus padres, cuando ellos sufren las necesidades comunes y ordinarias; pero tanto en este caso como cuando la necesidad es grave, deben los hijos aconsejarse de una persona religiosa, desinteresada y dedicada con empeño a procurar la honra y gloria de Dios y la salvación de las almas. 5º Conducta de un sacerdote El obispo es el verdadero padre de todos los sacerdotes de su obispado; y los sacerdotes sus hijos. Ahora bien, un sacerdote puede consagrarse a Dios en alguna religión o congregación? Según el sentir de los teólogos, los privilegios propios de las comunidades 69 religiosas y la solemne declaración de Benedicto XIV, puede todo sacerdote, aunque sea Cura, aunque sea Canónigo, o tuviere cualquier destino o dignidad, puede digo, con la licencia del Obispo consagrarse a Dios en alguna religión o congregación; puede hacerlo aun contradiciéndoselo el mismo Obispo: y Benedicto XIV, añade, que aun el mismo obispo puede verificarlo contradiciéndoselo el mismo Papa; pues en su Bula únicamente exceptúa a los Cardenales de la santa Iglesia, los cuales no pueden consagrarse a Dios en alguna religión o congregación, sino después de obtenida la licencia de la silla apostólica. 6º Consejos a todos Aconsejamos al hijo que no se case sino después de consultar a su padre; y que reciba de él los consejos que le sugiere su experiencia: y que lo mismo haga la hija con respecto a su madre. Aconsejamos a los que se quieran consagrar a Dios en alguna religión o congregación, que lo hagan no porque quieren, no porque me parece, no porque me dicen, y mucho menos por un acto de soberbia o de desprecio; sino que examinen su llamamiento, que hagan una confesión general, que lo consulten con su confesor, o con personas sabias, prudentes y temerosas de Dios, en suma, todo aquel que quisiere consagrarse a Dios, quiera vivir piadosamente, porque como dice san Pablo, debe prepararse a sufrir contra dicción, trabajos, desprecios, y a veces, aun los rigores de la persecución. 52. Sigue el mismo asunto Los hijos no deben obedecer a sus padres, siempre y cuando les manden algo contra la ley de Dios; porque en este caso debe obedecerse al que tiene mayor autoridad, poniendo en práctica lo que decía san Pedro: hemos de obedecer más bien a Dios que a los hombres. En este caso los hijos que dijeren a sus padres, y todo inferior a superior, no te reconozco como padre mío porque primero es obedecer a Dios que a los hombres, éstos serán los buenos hijos del Señor, y los que cumplirán su santa ley como en el Deuteremonio nos dice el Espíritu Santo. Cristo Señor nuestro, el maestro sumamente sabio quiso enseñarnos la misma verdad por medio de sus evangelistas san Mateo y san Lucas diciéndonos: El que ama a su padre y a su madre más que a Mí no es digno de Mí: y el que ama a sus hijo a su hija más que a Mí no es digno de Mí. Si alguno viniere a Mí y no odia a su padre y a su madre, y a su mujer, a sus hijos y a sus hermanos y hermanas (que le mandaren cosas malas) no puede ser mi discípulo. Los santos Padres nos enseñan la misma verdad: san Ambrosio dice; Si los padres mandaren cosas malas impidiendo el cumplimiento de los propios deberes, deben ser abandonados como dice la Escritura. San Jerónimo en el mismo sentido dice: Si los padres, o cualesquiera superiores mandaren lo que es malo ante el Señor, no se les debe obedecer. San Agustín expresa la misma idea afirmando. Que deben renunciarse los padres, la mujer, los hijos, los hermanos, los parientes y aun todo superior, desde el momento que con sus mandatos impiden obtener la eterna gloria, porque en estos casos primero es Dios que los hombres: pues así como una autoridad subalterna, manda una cosa contraria a la autoridad superior, no debe obedecerse a aquella sino a esta; así también cuando las autoridades de la tierra mandan cosas contrarias a Dios, de ningún modo debe obedecerse, porque primero es Dios que los hombres. 70 Refiere la historia un acto dignísimo a la verdad de esta imitación; porque siendo Juliano apóstata de nuestra santa religión, impío, malvado e idólatra, con todo, los soldados cristianos lo servían en todo con una fidelidad admirable; más cuando andaba de por medio la causa de Cristo, cuando quería que dejando a Dios adorara a los ídolos y les ofreciesen incienso, le respondieron: que no les era lícito, porque si servían a un señor temporal, eran también servidores de Dios que era su Señor eterno, y por consiguiente, que no obedecían: así de un modo tan práctico y tan constante sabían imitar a los apóstoles que decían; primero debemos obedecer a Dios que a los hombres. Capítulo 9 Reverencia de los hijos para con sus padres 53. Segundo medio El honor y la reverencia que los hijos deben tener a sus padres, es de tal naturaleza, que el Espíritu Santo lo incluyó todo en las palabras textuales del cuarto mandamiento, y a los hijos para que la observaran les hizo acreedores de una larga y dilatada vida; ya porque en este mundo viviendo pocos años tienen el duplicado mérito como si hubiesen llenado muchos tiempos, ya porque de hecho llegan muchos hasta la respetable ancianidad de Isaac, Jacob y José, ya principalmente porque después de esta vida pasajera gozarán en el cielo las delicias de la vida eterna. Por institución divina y por las fuerzas de la misma razón, debemos ver a los padres reluciendo como una misteriosa divinidad; y a quienes se les debe toda reverencia y honor. Los padres nos representan a Dios: y así como honramos y reverenciamos a los embajadores de los reyes, y a los nuncios del Papa, así se debe toda reverencia y todo honor a los padres, que son los verdaderos representantes de Dios, y bajo todos los puntos de vista sus verdaderos sustitutos. También anunciamos ya que el amor de los hijos para con los padres debía ser eterno, interno y verdadero: y que el modo de mostrarles el verdadero amor, además de la obediencia, era juntárseles la reverencia debida. Ojalá que los hijos de familia imitasen el siguiente ejemplo que se lee en la historia romana, que es modelo cabal de reverencia perpetua. Era Afrania hija de Menenio, cónsul romano, cuya conducta para con su madre ha sido en gran manera ensalzada por los historiadores, y se hizo digna principalmente de que tributaran elogios sinceros y justísimos, por el grande ejemplo que dio de respeto y reverencia filial. Pues habiéndola su madre desheredado de un modo tan injusto como vergonzoso, y teniendo ocasión de hacer anular aquel instrumento público, ella sin embargo se resistió obstinadamente a hacerlo, y alegaba por razón, que no quería por manera alguna violar la última voluntad de la que le había dado el ser. ¡Oh ejemplo admirable de una gentil, dignísimo a la verdad de ser imitado de muchos hijos cristianos! 54. Los hijos deben respetar a sus padres Uno de los caracteres del amor, es el respeto; y este carácter le es tan esencial, que la falta de respeto está en relación con la falta de amor, y sí es una necesidad absoluta la que tienen los hijos de amar a sus padres, evidente es también que es absolutamente preciso el deber que tienen de respetarlos. Por otra parte, el precepto está tan expreso, que no da, ni por pienso, lugar a la duda, ya que el Espíritu Santo nos dice: honra a tu padre y a tu madre. 71 El libro del eclesiástico, después de haber ponderado las excelencias del santo temor de Dios, nos dice: que aquel que teme a Dios honra a sus padres; como si hubiese dicho, que el temor de Dios que es el principio de la verdadera sabiduría, no puede hallarse sino en aquellos hijos que honran a sus padres. San Bernardino disertando sobre lo mismo, hace suya esta sentencia de san Jerónimo, y dice a los hijos: “honrad a vuestros padres de modo que su vida os sea grata, y os sea además más cara que la propia vida vuestra.”Alejandro de Arlés inculca a los hijos de la misma reverencia y honor para con sus padres, diciéndoles: “Acorados que sois de vuestros padres, los cuales os han amado primero con un amor gratuito y generoso, “ ¡así habéis de honrarlos y reverenciarlos! san Bernardino en otro lugar, al exponer la misma doctrina, concluye así: “es imposible que viva bien aquel que no cumple con el precepto de honrar a sus padres.” El doctor de la Iglesia, san Ambrosio, estaba tan persuadido del amor reverencial que los hijos deben a sus padres, que lo consideraba como una cualidad que les era interesante hasta el punto de decirnos: “Si el buen hijo honra a su padre por la gracia de su buena voluntad, el mal hijo lo honra por el miedo y por el temor: y lo honra aunque sea un pobre, porque si no tienen bienes que dejarles, tiene al menos la herencia de su última bendición, que se compone de un gran tesoro de bienes celestiales que vale más que la plata y el oro. El célebre Lira, sobre las mismas palabras honra a tu padre y a tu madre, así dice a los hijos: “Tal vez creerá algún hijo porque es sabio o rico, o se halla constituido en alguna alta dignidad, creerá tal vez que no debe honrar a sus padres porque les son inferiores; más esto es falso, porque los hijos les deben este honor por derecho natural y divino, y se ve también por la conducta de Jesucristo que no obstante de ese Dios, con todo, estaba sujeto a la santísima Virgen María y al señor san José.” Hasta este punto, lector carísimo, están de acuerdo los libros santos y sus comentadores, pues todos de la manera más completa publican el deber que tienen los hijos de venerar a sus padres. Pero si se encontrara un hijo que ni aun por esto hiciere caso, y que tuviere la desgracia de faltar al deber del honor y reverencia que debe a sus padres, oiga por un momento la tremenda maldición que contra él fulmina el mismo Dios: Maldito sea, dice, el que no honra a su padre y a su madre. ¡Oh vosotros hijos que no honráis a vuestros padres, reflexionad! Sois verdaderamente desgraciados porque si faltáis a vuestros padres en tributarles la reverencia que les es debida, seréis malditos de Dios, sufriréis los rigores de veros apartados de la Iglesia, no disfrutéis los bienes de los redimidos de Jesucristo, os veréis privados de innumerables bendiciones, y quedareis sujetos a casi infinitas necesidades: tanta es la desgracia de los hijos que no respetan a sus padres. El anciano Tobías aunque se distinguió en la práctica de todas las virtudes, brilló sin embargo, de un modo especial, en el respeto y reverencia que siempre profesó a sus padres: y estaba tan penetrado de este deber y tan presente lo tuvo siempre, que en la hora postrera al formular el testamento que entregó a su hijo, le quiso recomendar “que respetase a su madre todos los días de su vida.” san Antonio que también había penetrado los deberes de los hijos para con sus padres, dice estas notables palabras: “Nada más razonable que el respeto y reverencia que los hijos profesan a sus padres; ya porque el ser que tienen lo han recibido de ellos, ya por haberles conservado la vida a costa de mil sacrificios, ya por los trabajos que sufrieron en educarlos, ya porque han sido testigos de sus miseria, ya por ser como una manifestación práctica de honor, respeto y adoración hacia aquella fecundidad infinita que llamamos Dios.” No después de la dignidad del sacerdote, no hay en la tierra imagen de la divinidad tan expresiva como la de nuestros padres. Ellos son como dioses 72 visibles, y deben los hijos en su presencia estar con la humildad, respeto y veneración, cual se merece un vivo representante de Dios. Salomón estaba tan convencido de este honor y reverencia, que siendo el primero entre los reyes por su riqueza y sabiduría, no quiso recibir a su madre de un modo ordinario; sino que para edificar con su ejemplo a toda la nación, hizo que colocaran un segundo trono al lado suyo; porque en él debía de sentarse su madre. Y de hecho lo hizo así, como nos lo asegura los libros santos. ¡Qué ejemplo tan bello para todo el pueblo de Israel! ¡qué edificación para todos los hijos! ¡qué mucho que los padres fuesen venerados de un modo especial, cuando comenzaban a ser ancianos! Y qué extraño que siendo ancianos, ellos y no más que ellos fuesen los destinados por el gobierno de toda la nación. 55. En qué cosa deben los hijos mostrar el respeto a sus padres Para que los hijos saquen de esta obrita todo el fruto que les deseo, está claro que no basta saber que deben respetar a sus padres, sino que es indispensable que sepan en qué cosas deben mostrarles su respeto: de un modo semejante al soldado que no le basta saber que debe atacar una población, sino que necesita que le señalen el punto en donde debe colocarse; por tanto decimos, que los hijos deben mostrar a sus padres la reverencia y el respeto y el honor, en las palabras, en las obras y en la paciencia. En efecto, los hijos deben venerar a sus padres y honrarlos “en las obras, en las palabras, y con toda paciencia” y san Bernardino de Sena comentando estas palabras del Espíritu Santo dirigiéndose a los hijos les dice: “Debéis honrar a vuestros padres obrando, hablando y sufriendo con paciencia; porque el hijo debe amar a su padre con toda paciencia, y nunca jamás debe repuntarse con derecho de clamar contra él.” Dionisio Cartusiano señala a los hijos los mismos deberes diciéndonos: “que les muestren la honra, la reverencia y el aprecio que hacen de ellos mediante una obediencia pronta, reverencial y amorosa; y no solo en una que otra cosa, sino en todo aquello que no tenga pecado.” Nuestro Dios Salvador como nos refiere san Mateo, nos refirió la historia de unos hijos que faltaron a la reverencia debida a su padre, el cual habiendo mandando a uno de ellos que fuese a trabajar a una viña, contestó que no quería ir, auque después movido a penitencia fue; al paso que el otro dijo que iría, más después menospreciando el precepto de su padre no fue el primero falto en las palabras y el segundo faltó en las obras, quebrantando el mandato del eclesiástico que dice: “Honra a tu padre en las palabras y en las obras. Finalmente, deben los hijos honrar a sus padres con toda paciencia, “es decir, no solo cuando premian, sí que también cuando castigan; ora cuando tratan con dulzura, ora cuando lo hacen con aspereza,; ya teniendo ellos razón, ya pareciéndonos que está de nuestra parte: y san Bernardino nos muestra el honor y reverencia que los hijos deben a sus padres en las palabras, en las obras, y con toda paciencia, asegurándonos, “que deben los hijos obedecerlos en lo necesario, en lo útil y en la que mira a la salvación eterna.” Y para hacerlo ver más claramente, expliquemos cada uno de estos deberes en particular. 1º En las palabras Esto es, que los hijos deben hablar a sus padres de un modo humilde y respetuoso, como hablarían ante una persona de su posición; deben tratarlos con urbanidad, cortesía y con la mayor deferencia que puede darse entre un inferior y superior; deben hablarles descubierta la cabeza, levantados o al menos en una postura reverente: deben hablarles sin 73 contradecirles de un modo brusco, y aun siguiendo sus dictámenes en todo aquello que sea posible. ¿Y no es así como lo han practicado los más grandes personajes? Así lo hizo Salomón que a una ciencia infusa de un modo el más extraordinario, a unas riquezas que sobrepujaban todo número y a una bondad y discreción la más admirable, no quiso con todo hablar a su madre sino después de haberla sentado en su segundo trono: tan bien mostró el respeto, el honor, la reverencia que profesan a su señora madre! Así lo hizo el Papa Bonifacio VIII, que al presentarse su anciana madre, la recibe con el mayor agrado, besa aquella mano que le había hecho mil agasajos, y la abraza en el Señor. Que edificación para todos los fieles cristianos! Así lo hacia Tomás, el gran Canciller de Inglaterra, el cual siempre que se encontraba con su padre, le daba claras pruebas de reverencia; ora levantándose de su asiento, ora besándole su mano, ora pidiéndole la bendición. ¿Y en nuestros días obran los hijos de este modo? ¿es así como se ven los padres respetados? Convenimos que hay en la Iglesia de Dios un número extraordinario de hijos respetuosos, y que son poquísimos los hijos rebeldes como Absalón para con su padre David. Sin embargo, ¿cuantas faltas de respeto y de reverencia? ¿cuántos al verse reprendidos por sus padres porque salen de noche, o porque se juntan con malas compañías, o porque entran en tal casa, o porque tienen conversaciones peligrosas, o por que usan trajes provocativos, ¿cuántos los que no hacen caso de la reprehensión? ¿cuántos los que ni siquiera la agradecen? ¿cuántos los que no trabajan para la enmienda? ¿cuántos los que les responden atrevidamente? ¿cuántos los que injurian a sus mismos padres? ¿y cuántos los que a la injuria añaden la amenaza? ¡Desgraciados hijos e hijas! No, no os excusa de ser grandes, ni el ser casados: semejante conducta es pésima, es pecado mortal casi siempre, e incurrís de lleno en esta maldición del Espíritu Santo: “Maldito sea, dice, el que no honra a su padre y a su madre.” 2º. En las obras Los hijos deben honrar, respetar y reverenciar a sus padres, manifestándoselo por medio de las obras, como si dijéramos, dándoles la preferencia en todas las cosas, cediendo nuestras luces a las suyas, tratándoles como a las personas de más respeto, no hablando de ellos sino con el miramiento que se merecen y ceder hasta sus mismas indicaciones; de suerte que una no los resista, sino cuando van de por medio motivos de conciencia. Pero ¡que lástima al observar la nefanda conducta de ciertos hijos ingratos! ¿cuántos hijos se presentan del todo desmoralizados? ¡Ay, ay de mí! No es verdad, lector carísimo que hay hijos que no respetan a sus padres? Hijos que murmuran atrozmente de sus padres? Hijos que conciben el proyecto de acusar a sus padres? Hijos que entablan formal demanda contra sus venerables padres? ¿hijos que los tratan de injustos y que aun tratan de perseguirlos? ¡Ay! ¡ay de vosotros hijos crueles! ¡quines os ha autorizado para que os levantéis contra vuestros padres! ¡Infames hijos! ¡cómo no os avergonzáis de conducir a los tribunales a los que os dieron el ser! ¿quién no se horroriza de solo verlo? Pero no: mas bien hemos de horrorizarnos de los castigos, de los grandes y espantosos castigos con que amenaza Dios a los malos hijos al decir: Maldito sea el hijo que no honra a su padre y a su madre. Vedlo en la práctica con Absalón. Era este hijo de David, un malvado, que habiendo muerto a su hermano huyó del reino. Su padre David lo perdonó, le levantó el destierro y lo admite 74 otra vez en su gracia y amistad. Pero Absalón, olvidado de tanto beneficio, no corresponde, trama una revolución contra su padre, consiente en arrebatarle su trono y su diadema, hace pronunciar una parte del ejército , engrosa por momentos sus filas, presenta para la batalla la propia persona de su santo padre que acababa de perdonarle la vida, y él mismo como general en jefe quiere darla, como si quisiera lavar sus manos con la sangre de su padre. ¡Justos juicios de Dios! Porque tres lanzas atravesaron aquel corazón ingratísimo, no obstante las terminantes palabras que mandaban que se lo conservara la vida. Tiemblen todos los hijos que no honran, ni reverencian a sus padres! Y tiemblen principalmente aquellos que demandan a sus mismos padres! ¡Qué cosa tan monstruosa! ¡qué vileza tan inmedible! ¡cómo contar las horribles maldiciones que continuo los sitiaran! ¡Oh hijos! reflexionad; porque seréis medidos por vuestros hijos, con la misma medida con la que hubiereis medio a vuestros padres. Refiere san Bernardino de Sena, que cierto hijo acostumbrado a no reverenciar a su padre, en cierto día dejándose llevar de su cólera, lo desprecia, lo llena de insultos, lo amenaza horriblemente, y diciendo y haciendo, frenético de coraje, agarra a su padre de los cabellos y lo arrastra...¿Entre tanto qué dice el anciano? ¿qué hacen aquellos ojos así oscurecidos? ¿qué dice aquella lengua tan vilmente pisoteada? Mas oíd las palabras de aquel padre: Basta, basta hijo mío; detente... ya no pases más adelante, porque hasta aquí y no más, arrastré yo a mi pobre padre. Escarmentad pues en cabeza ajena hijos e hijas, porque además del gravísimo pecado que es faltar a los padres, de providencia ordinaria, seréis maltratado por vuestros hijos, como vosotros hubiereis maltratado a vuestros padres. 3. Sufriéndolos con paciencia El honor, respeto y reverencia de los hijos para con sus padres debe entenderse hasta sufrirlos con entera y cabal paciencia, con la cual deben los hijos sufrirlos de un modo caritativo, deben mirar sus flaquezas e impertinencia como cosas propias de su edad, y como el resultado natural de sus trabajos pasados y de sus presentes enfermedades. Sí, hijos e hijas; por más que el trato de vuestros padres sea muy duro, que sus impertinencia sean insufribles, y parezca que están faltos de juicio, guardaos de faltarles en el honor, respeto y reverencia; y guardaos de decirles que son insufribles, que ya no podéis con ellos, que todo lo echan a perder, que ya no son buenos para nada; porque estas y semejantes expresiones indican in corazón desnaturalizado; y decirles en su presencia, no solo siempre es pecado, sino que muchas veces es pecado mortal. Recordad hijos e hijas lo que vuestro padre hizo por vosotros, los cruelísimos dolores que por vosotros sufrió vuestra madre, los desvelos incesantes de vuestros padres, la solicitud continúa para que nada os faltara, lo que padecieron para daros una esmerada educación, las cien y cien privaciones que aceptaron por vosotros, y aun quizás soportaron intrépidos los terribles efectos de la miseria. Y ¡qué! ¿os abandonaron vuestros padres? Aprenden pues a corresponder a tanto amor; convenceos que jamás les daréis nada, que todo cuanto hicierais en su favor, no es otra cosa que una especie de restitución: por tanto, hijos e hijas respetad a vuestros padres, manifestadles el mayor honor, patentizadles una reverencia suma, habladles con profunda humildad, hablad de ellos como de queridísimas personas, defendedlos, a todo trance, imitad siempre a los santos los cuales descollaron de un modo singular en honor paterno. 75 56. Ejemplos sacados de los libros santos Jesucristo mostró repetidas veces hasta qué punto honraba a sus padres; ya diciendo, según san Juan, hablando de su Eterno Padre: Yo honro a mi Padre: ya buscando las ocasiones de patentizar la reverencia que le tenía; ya arrojando del templo con azotes a los compradores y vendedores exclamando: no, no queráis trasformar la casa de mi Padre en casa de vuestros negocios; ya haciéndose súbditos de María y de José durante treinta años y viviendo con ellos en Nazaret; ya en suma, encomendando su madre a su amado discípulo, estando pendiente de la cruz, en los momentos en que su alma sufría infinitos tormentos. 2. David en el bullicio de las armas, en el incienso de las victorias, en los placeres del palacio y aun en el peligro inminente de su vida, jamás se olvidó del respeto, honor y reverencia que debía a sus padres; porque en las terribles apreturas en las que huía de la lanza de Saúl, aun entonces tuvo cuidado de ellos, y solícito y diligente los recomendó al rey de Manab. 3. Sem y Jafet merecieron la bendición de su padre, porque llenos de reverencia y con deseos de honrarlos y respetarlo, cubriendo su desnudez; y fue bendición que los hizo en cierto modo, los herederos de sus bienes materiales, y de un modo especial pasaron a serlo de la bendición de Dios: así como Cam fue maldito en su descendencia por la falta de respeto y reverencia que tuvo con su padre. 4. Esau, aunque hombre malo, que odiaba mortalmente a su hermano Jacob y era reprobado de Dios, con todo, tanta era la reverencia y respeto que tenía a su padre Isaac, que durante sus días jamás quiso cometer el nefando crimen de matar a su hermano Jacob, asegurando que lo haría tan pronto como su padre hubiese muerto. 5. Judas para mostrar el respeto y reverencia que profesaba a su padre Jacob, cuando trataba de ir a Egipto en busca de trigo, le salió como fiador de su hijo Benjamín, diciéndole: “si no te volviere a mi hermano Benjamín no te lo entregaré, quiero ser tenido delante de ti, y en todo tiempo como reo de gran pecado. Por eso cuando José quiso quedarse con Benjamín, le replicó que no lo hiciera, se ofreció a quedarse él mismo en rehenes, y lleno de respeto y reverencia para con su padre, dijo a José: “yo no puedo volver a mi padre sin el niño; yo no quiero ser testigo del dolor que ha de oprimir a mi padre.” Todos estos actos de respeto, de honor y de reverencia, fueron en gran manera premiados por Dios: veamos ahora con otros casos como castiga Dios a los hijos malos que no honran a sus padres. Dos hijos del rey Senaquerib, se levantan contra su padre y lo matan: ¡desgraciados! ¡mil veces desgraciados! Y tan desgraciados que aun en este mundo recibieron el condigno castigo, pues que ni uno ni otro reinó después de él. Absalón tiene el atrevimiento de formar una revolución contra su padre, trabaja par expulsarlo de su reino, y en vez del glorioso mando a que aspiraba, encontró la más desdichada muerte pendiente de una encina: tres saetas atravesaron de parte a parte aquel corazón infame. Abimelec, el cruelísimo, el fiero Abimelec, falta a su propio padre del modo más perverso e inaudito, dando la muerte a setenta hijos suyos que eran sus mismos hermanos; y Dios castigó tan infame crimen como merecía: porque el hijo pérfido, el hijo malévolo, el contumaz y protervo, manda Dios que sea muerto afrentosamente. Hijos e hijas examinad vuestra conducta, arrepentios, enmendaos y cumplid en adelante vuestros deberes para con vuestros padres. Y sabes ¿por qué, lector carísimo, hay en nuestros días esa turba de hijos que no honran a sus padres? 76 Entre otras causas citaremos la de los padres mismos, porque los hijos no honran ni respetan a sus padres, porque no se lo han enseñado; porque les han enseñado lo contrario; porque se han hecho su igual; porque ellos mismos se han despojado de la autoridad paternal, hasta el punto de decir a sus hijos: “no me des el trato de usted, sino de tú: no me beses la mano como señal de respeto; no me pidas la bendición que podría darte como jefe de familia, yo haré vuestra voluntad. Padres que obrasteis de este modo, no os quejéis si vuestros hijos os faltan al respeto y os niegan la veneración, porque vuestra es la culpa, ya que así se lo habéis enseñado, ¿qué remedio podremos aplicar ahora? 1º “Que los hijos den a sus padres el trato de usted. 2º Que les exijan desde pequeños señales positivas de respeto y honor. 3º Que en su presencia no les permitan fumar y demás libertades por el estilo. 4º Que les manifiesten positivo disgusto cuando hubieren faltado; y si es necesario avisarlos por segunda y tercera vez, hacerlo después con el azote.” Padres de familia, poned en práctica estos medios: y os aseguro que vuestros hijos os honrarán y reverenciarán. 5º Que procuren instruirlos bien, según el principio de la fe, y conforme las admirables reglas del cristianismo. ¿Cuántos padres y madres lograran por este camino tener un hijo sacerdote? Estad atentos al caso siguiente que demuestra lo que es un sacerdote, y de que virtudes no es capaz. Un sacerdote junto al lecho de un atroz criminal Llamaron una vez a un eclesiástico caritativo para administrar los últimos sacramentos a un anciano. A la vista del ministro de Dios, perturbase el moribundo y tiembla todo: “¡Ah padre mío, exclama,! ¿puede usted aguantar mi vista y oírme? Esta mano, de que la muerte se apodera ya, ha asesinado ya a treinta compañeros de usted... Tranquilícese usted, contesta el virtuoso sacerdote, aun queda uno para consolar a usted en este angustioso trance...” ¡Cuán admirable es la religión que inspira tales sentimientos!- Gaceta delos cultos de 8 de agosto de 1826. 77 Capítulo 10 Los hijos deben asistir a sus padres 57. Tercer medio Socorrer los hijos a sus padres, ayudarlos y asistirlos en sus trabajos es la obligación que los acompaña en todas partes: y obligación que nos viene marcada por el mismo Dios, por la naturaleza, y porque en todas partes ha sido reconocida. Dios nos lo manda en el cuarto precepto de su ley, pues mal podrá honrar a sus padres, el que en vez de mostrarles toda reverencia, los abandona, o los deja morir de hambre en lugar del amor verdadero y positivo que debiera profesarles: la naturaleza nos lo manda, porque al colocarse los hijos en el lugar de sus padres, sienten en sí mismos que es un deber imprescindible, y por otra parte, “ha sido tenido siempre por deshonrado aquel hijo indigno que no asiste a sus padres.” Este deber no solo es para con los padres, sino que se extiende además a los abuelos y aun a los bisabuelos, y a unos y a otros deben los hijos socorrerlos según lo pidiere su necesidad. De ahí resulta que el hijo debe auxiliar a sus padres en los trabajos y necesidades, debe interesarse e su favor en los compromisos, debe visitarlos en la cárcel, debe remediar sus miserias en el destierro, en una palabra, el padre para con su hijo, no solo es su amigo, su mejor amigo, y su persona más recomendable, sino que además es su padre. Y si hemos de amar al prójimo como a nosotros mismo, y mostrarle nuestro amor ayudándole y asistiéndole en sus trabajos, claro está que todo esto debemos hacerlo con nuestro padre; y con nuestro padre lo hemos de hacer ora por el precepto común de la caridad, ora por el mandato especial del cuarto mandamiento, ora por que todos experimentamos el grito de la naturaleza que nos obliga a ello. santo Tomás propone esta cuestión, ¿qué debe hacer un hijo casado cuyos hijos están en grandes necesidad, así como su señor padre? “Y responde que en igualdad o circunstancias primero debe socorrerse la necesidad de sus padres y después de socorrida ésta se ocupará de sus propios hijos,” tan estrecha es la obligación y tan imprescindible, En suma, observa lector carísimo la piedad de dos hijos para con su madre: Piedad de una madre y de sus hijos Una pobre viuda privada del uso de sus miembros, experimentaba mucho tiempo hacia un vivo pesar de no poder asistir al oficio divino, deber que antes cumplía con toda puntualidad y que le era entonces más que nunca necesario, para sostener su ánimo y su piedad. Cada domingo repetía tristemente a sus dos hijos: “¡Cuán dichosa sería yo oyendo la santa misa! Mas no puedo ir al pueblo a causa de mis enfermedades y lo largo del camino.” Y aunque diciendo esto, la pobre madre derramaba lágrimas y suspiraba profundamente, con todo, se tranquilizaba besando la cruz del rosario que rezaba con gran recogimiento y resignación. Los hijos, que participan de la misma piedad, hallaron el medio de satisfacer su piadoso deseo. Efectivamente, ataron dos fuertes palos a la silla de brazos de su madre, la trasportaron a la iglesia en medio de la muchedumbre enternecida, que esparcía flores mientras pasaban. El venerable cura, así que supo tan edificante conducta, subió al púlpito y tomó por texto las palabras del Deuteronomio: “Honrad a vuestro padre y a vuestra madre, según el señor 78 vuestro Dios os lo manda. Su discurso estuvo lleno de unción, y produjo grande efecto en el auditorio, sobre todo cuando comparó las flores echadas al pasar esta interesante familia con las bendiciones que Dios debía bien pronto derramar sobre ella.-Schmith. 58. Los hijos deben de asistir a sus padres en su estado ordinario No me acuses lector carísimo, si vengo a probar que los hijos deben asistir a sus padres; pues aunque convengo que años atrás era necesario; pero también debe convenirse que en nuestros días, de vez en cuando aparecen ciertos hechos, que manifiestan al menos, la necesidad de recordarlo. ¡Qué horror! Qué horror ver a un hijo olvidado de socorrer a su padre. san Ambrosio, queriendo mostrar de un modo tan concluyente como útil este deber común de todos los hijos, se vale de los animales, haciendo este argumento: los animales lo hacen y los hijos no lo harán? Lo hacen los animales guiados de su instinto y los hijos con la luz de la razón y las verdades de la fe ¿no lo harán? ¡Que vergüenza la de semejante hijo! ¡qué entrañas de fiera! ¡qué monstruosidad tan horrible! Es sin duda alguna exceso de abyección, y el complemento de la barbarie, y el finiquito de la corrupción humana. Venid hijos desnaturalizados, aprended de la cigüeña vuestras obligaciones. Las cigüeñas no solo sustentan a sus madres, sí que también las calientan, las cubren con sus alas, las defienden de otros animales, y aun las transportan de un lugar a otro cuando así lo pide su seguridad. Venid hijos desnaturalizados y aprended de los leones vuestras obligaciones. Es el león el animal más fiero y más indomable, con todo, los leoncillos traen la casa consigo y la dividen con sus padres. Y ¿habrá hijos, hijos de hombre más insensible que la cigüeña y más fieros que el león? ¿habrá hijos que hayan llegado al cúmulo de sus vicios, y que muestren que son del número de los necios por lo abominable y lo pérfido que hacen contra sus padres? Semejantes hijos son peores que las bestias, porque estas con solo su instinto hacen lo que ellos descuidan no obstante su razón que lo exige, la ley de Dios que lo manda, y todos los pueblos que lo admiten. ¿Qué diremos de semejantes hijos? diremos que son ingratos, que se hacen acreedores al mayor acto de inhumanidad, que son infames, y aun que son los homicidas mismos de sus padres? “El Espíritu Santo considera ya como homicida al que roba a su padre o a su madre ¿pues con qué palabras bautizará al infame que no socorre a sus padres? Que lo caución será a propósito para abrazar todo su significado.” ¡Ah! No lo hay: porque se trata de un hijo que da la muerte a sus padres, y se la da no con un veneno o con una arma mortífera, sino fuerza de la miseria que lo acaba, del hambre que lo martiriza, de la sed que lo abraza, del frío que lo enferma, y de la carencia de alimentos que lo conduce al sepulcro. Oíd hijos e hijas, porque es san Ambrosio el que va a dirigiros su palabra: alimenta a tu padre, y da de comer a tu anciana madre que tanto por ti padeció. Jamás les pagarás los bienes que ellos te hicieron, porque tu padre te engendró, y tu madre te concibió: y tu madre juntamente con tu padre te conservaron tu existencia. Tu madre te llevó nueve meses en sus entrañas, ella te dio a luz, ella te amamantó en sus pechos, ella te limpiaba cuando te llenabas de suciedad, ella te cubría tu miserable desnudez, y defendiate ella en todos los peligros. ¡Oh hijo!... ¡qué no hicieron tus padres! ¿y negarles has ahora el alimento? Atiende que por ti se privaron de cien gustos, por ti ayunaron de mucho contento, por ti se abstenían de lo que más deseaban, por ti pasaron varias noches en blanco, por ti 79 convirtieron sus ojos en dos fuentes de lágrimas, y tu fuiste el deseo de sus deseos, la alegría en sus tristeza, la esperanza en sus trabajos y el aliento en sus aflicciones. ¡Oh hijos! ¿y tendréis valor de abandonar a vuestros padres? ¡Cuán infames y cuán malditos fuerais! ¡qué infamia la que siempre cubriera vuestro semblante delante de los hombres! ¡qué maldiciones las que llovería el cielo sobre esta conducta tan nefanda! ¡qué juicio tan atroz y tan terrible, qué sentencia la que pronunciara contra vos el Justísimo Juez! ¡qué tormento el que le darían para siempre eternos verdugos! ¡Ah! De todo un infierno, y de cien infiernos se hace reo el perverso hijo que no asiste a sus padres tanta es la malicia y monstruosidad de semejante pecado. 59. Los hijos deben de asistir a sus padres en su vejez Aunque los hijos siempre y en toda ocasión deben asistir a sus padres ayudándolos en todos sus trabajos, deben empero, hacerlo de un modo especial, cuando ya por su vejez no pueden trabajar: de donde se colige que es mayor el deber a medida que los padres entran en más edad; y en esta última época de su vida deben esmerarse más y más para que nada les falte, y soportarlos con singular paciencia. El Espíritu Santo para que los hijos cumplan siempre tan importante obligación les dice: hijo cuando el padre es viejo se hace otra vez niño; pero tú no le desprecies, y tenle respeto. Honor, gloria y bendición a tantos hijos que cumplen este gran deber: pero qué diremos de la ingratitud de aquellos que en semejantes circunstancias no los honra, los desprecian en la practica, los llaman viejos, les dicen que sus años los constituyen inútiles, y que su carácter distintivo es la tontería. ¡Ingratos hijos que así faltáis a vuestros padres! Vosotros que miráis con hastío la pesada vida de vuestros padres, vosotros que menos preciáis sus consejos, vosotros a quines parece que os duele aun lo poco que comen, y vosotros en fin, que no contentos con abrigar en vuestros corazón tan pérfidas ideas, se lo mostráis con malas caras y con palabras insultantes, ¡ah! Temed, temed, a Dios; temed la justísima cólera de Dios; sumamente enojado contra los malos hijos que no cuidan de asistir a sus padres. Mas ¿qué haré lector carísimo, para que no se repitan semejantes desórdenes? ¿repetiré la gravedad de este pecado? ¿diré que son peores que los animales los que lo cometen ¿mostraré los eternos castigos que tendrán que padecer? Dejémoslo todo, para fijarnos en un caso práctico que aconteció. Fue el caso, que cierto hijo cansado de servir a su padre, determinó en buenos términos arrojarlo de su casa, mas no atreviéndose a efectuarlo por el decir de las gentes, determinó encerrarlo con los animales, y de hecho así lo efectuó. ¡Gran Dios! ¡la cuadra de los animales, el lugar de su padre! ¡su padre, su mismo padre colocado entre las bestias! ¡su padre que le había dado su existencia es considerado peor que un pordiosero! Porque allí, allí yacía el pobre abandonado, sin auxilio, falto de sustento y tiritando de frío. ¿Qué castigo debe imponerse a semejante hijo? Dios hizo un milagro, para no verse obligado a que la tierra fuese testigo de semejante ejemplar. Un niño solo de dos años visitaba a su abuelo, le hacia compañía, y le daba cuanto podía. En cierto día horrorizado por la crueldad, pide a su padre una frazada, y yéndose a una pieza la divide. Estando en esta operación llega su padre le pregunta, porque dividía la frazada. Oíd hijos e hijas la respuesta. “Esta parte dice es para cubrir la desnudez de mi abuelo, que está tiritando en el establo de frío; pero ésta otra la guardaré para cuando vos seis viejo, que os pondré en la 80 misma cuadra.” Horrorizado de su conducta, conoce el milagro, saca a su padre del establo y comienza a tratarlo como debe y comienza principalmente a llorar su pecado. ¡Oh hijos tened presente que Dios permitirá que seáis tratados, como vosotros tratéis a vuestros padres. Vean todo el siguiente caso: Haced mal; espera otro tal. Había un hijo maltratado a su padre hasta echarle por tierra y arrastrarle por los cabellos; más habiendo llegado también a ser padre, el hijo que le dio el Señor en su cólera se portó con él del mismo modo, y en el mismo lugar en que había cometido el crimen, acordándose el padre de su mala conducta pasada, “detente, dice al hijo perverso que le arrastraba, detente, yo no arrastré a mi padre más que hasta aquí.” -Un hombre que vivía con cierta comodidad, y no tenía más que un hijo, tuvo la barbaridad de enviar a su anciano padre al hospital. Poco días después, sabiendo que el anciano padre sufría mucho frío, le envió por un resto de piedad dos mantas muy viejas y rotas, encargándolo la comisión a su hijo. El joven no llevó más que una y guardó la otra. Habiéndolo observado el padre, le preguntó porque no había remitido las dos mantas: Padre, le contesto, he reservado una para cuando usted vaya al hospital. 60. Deben asistirlos en su enfermedad y después de su muerte ¡Pobres ancianos! Sus venerables canas los declaran dignísimos de toda asistencia y ayuda: pero deben los hijos cumplir con este deber, de un modo especialísimo cuando ellos están enfermos. Entonces deben mostrarles todo el amor posible, deben visitarlos con frecuencia, enterarse de sus padecimientos, compadecerse por lo que sufren, asistirlos de día y de noche, y procurar que nada les falte en lo corporal y mucho menos en los espiritual. Deben notificarles la gravedad de su estado, disponerlos para que reciban los sacramentos; hacer que los reciban a su debido tiempo, y de ningún modo imitar a ciertos malos hijos, que consultando solo su natural sensibilidad, dejan a sus padres que mueran sin sacramentos, o al menos que los reciban cuando ya son más muertos que vivos. Semejante conducta es cruel, es infame, es anticatólica, es escandalosa y pone en peligro al hijo de perderse eternamente, después de haber precipitado al infierno a su propio padre. Los hijos deben asistir a sus padres en sus enfermedades, y no mucho, ya que los hijos lo recibieron primero de sus mismos padres. ¡Qué satisfacción la de un viejo cuando se ve bien asistido en sus enfermedades! ¡qué alegría al observar el cuidado que le tienen! ¡qué gozo viendo que le prodigan repetidas pruebas de amor filial! ¡qué feliz se considera aun estando para dar el último suspiro! Y ¿habrá algún hijo que quiera privar a su propio padre de tanto gusto? ¿habrá quien quiera amargarles sus últimos instantes? Apenas puedo persuadirme de tanta malicia; y esta persuasión me obliga a recordar a los hijos que cumpliendo sus deberes para con sus padres podían llegar a una grande santidad, como vemos que se santificó la Virgen santa Eustaquia. Esto quiere decir, que mereció ser colocada en el número de los santos: y le sirvió admirablemente para hacerse santa, el exacto cumplimiento de sus deberes para con sus padres. Tan pronto como los padres hayan muerto, deben los hijos procurar el alivio de su alma, ora con la celebración de misas, ora con el puntual cumplimiento de sus mandas, ora mediante los rezos y demás obras buenas. Los hijos deben cumplir los votos de sus padres en cuanto puedan, y deben persuadirse que aun los que mueren pobres, dejan lo suficiente para el bien de su alma, puesto que dejan a sus hijos la vida, y la salud, que valen por su naturaleza 81 mucho más que todas las haciendas. Cuando falta a los hijos lo necesario no deben cumplir sus votos; pero nunca les faltará lo necesario para encomendarlos a Dios, ofrecerles comuniones, y aplicarles todas las indulgencias, para que si se hallan en el Purgatorio puedan pronto, ya purificadas sus almas ir a la gloria. He aquí hijos e hijas los principales medio para que cumpláis vuestros deberes para con vuestros padres: debéis amarlos dice Dios; amadlos pues, verdaderamente, y mostradles este amor con obediencia, y reverencia, tratándolos con veneración, respeto y cortesía, con asistencia, en suma, ayudándolos y asistiéndolos en sus trabajos. Concluiremos este capítulo con un caso sacado de los viajes a la Tierra santa, que tiene por título:”Un gobernador turco y un mal hijo.” Un Gobernador turco y un mal hijo.-Ayer asomado a la ventana, escribía el padre Geram desde el monte Carmelo donde entonces se hallaba, consideraba este monto de ruinas sobre las cuales derramaba la luna un débil resplandor. Apréciame ver la sombra del pachá Djezzar, goteando aún sangre y sentada sobre cadáveres. Los monstruos cuyo recuerdo nos ha trasmitido la antigüedad nada tenían más odioso y feroz que este tirano, de quien se refieren cosas espantosas. No obstante, se citan también de él rasgos que prueban que no había abjurado totalmente los sentimientos de humanidad. Fue clemente para con el Soliman que le había cruelmente ofendido y una ves se mostró justo para con un padre de familia. La relación de este suceso no deja de ser curiosa: he aquí el hecho tal cual me lo han referido. Quería casarse un joven cristiano a quien Djezza manifestaba cierto interés. Habitaba una casa cuya mejor pieza se hallaba en el segundo piso, y entonces la ocupaba su padre, anciano y enfermo. Por complacer a la novia pide a su padre que le ceda el cuarto por algunas semanas, prometiendo volvérselo después de contraído el matrimonio. Consintió el padre en ello, y bajó al otro piso, que no era ni sano ni agradable, Concluido el mes, reclama el padre su cuarto; ruégale el hijo que le deje todavía. Consiente aun en ello, pero cuando vuelve a reclamarlo en el término convenido, no solo no quiere cedérselo el hijo, sino que maltrata aún a su padre. Todo el barrio estaba indignado contra este procedimiento; y así Djezza, teniendo conocimiento del hecho por su espía llama al hijo y le recibe delante del diván reunido. “¿De qué religión eres tú? Dijo el pachá enojado. El mal hijo espantado no contesta nada. Reiterando el pachá la pregunta dijo el joven que era cristiano. Pues bien; haz la señal de los cristianos. Hacia el hijo la señal de la cruz. Pero pronuncia las palabras, añadió Djezzar. Dijo entonces el joven: En nombre del padre, y del Hijo... llevando la mano como se acostumbra de la frente al pecho. ¡Oh! dijo Djezzar con una voz terrible, el Padre está en la frente y el Hijo en el pecho: el Padre pues está arriba y el hijo abajo. Vete desgraciado a tu casa, y si dentro de un cuarto de hora no estás en ella del mismo modo que antes, tu cabeza rodará pronto por tierra.” No necesitamos añadir que el joven fue a pedir perdón a su padre y poner orden a todo. Sabia que las amenazas de Djezzar no eran vanas. 82 Capítulo 11 Premio que da Dios a los buenos hijos 61. Cómo premia Dios a los buenos hijos Aunque es verdad que el buen padre de familia encuentra la recompensa en sus mismos hijos; así también es cierto que el buen hijo para con sus padres, recibe de Dios grandes bienes: por esto el apóstol san Pablo escribiendo a los de Efeso, les exhorta al cumplimiento de sus deberes, señalándoles grandes premios, y premios que encerró en esta sentencia; para que te suceda bien: de manera que así como el hijo malo siempre le sucede mal: así por una razón semejante, al hijo bueno siempre le sucede bien, y de ordinario le sucede bien en lo corporal y en lo espiritual. Santo Tomás haciéndose cargo de los bienes que san Pablo promete a los que cumplen sus deberes para con sus padres declara, que son los bienes más justamente deseables en esta vida, es decir, aquellos bienes que son en realidad bienes, sin mezcla del menor mal; son vivir y morir en gracia de Dios, de modo que alcance la eterna gloria: tal es lo que llama el Espíritu Santo largos años, años llenos, años pasados en la practica de una vida virtuosa. San Bernardino de Sena, deseando que los hijos cumplieran todos sus deberes para con sus padres, les interpreta diversos pasajes de la santa Escritura, y concluye prometiéndoles siete grandes bienes que numera así: 1ª Larga vida. 2ª Mucha riqueza. 3ª Hermosa familia. 4ª Buena fama. 5ª La bendición del padre. 6ª La gracia de Dios. 7ª La eterna gloria. El mismo santo hace notar que Dios manda las cosas, pero especifica la renumeración; mas cuando manda a los hijos que honren a sus padres, les promete que todo les irá bien, y por decirlo con las palabras eclesiástico les promete que poseerán grandes tesoros. Mas ¿qué tesoros? El Espíritu Santo no los determina; pero con lo mismo nos quiso significar, que los buenos hijos tenían a sus disposición un tesoro. Y así como el que posee un gran tesoro, encuentra en él todos los bines deseables de las delicias, del honor y de las riquezas; así de un modo semejante le sucede al hijo que cumple sus deberes para con sus padres. San Bernardino de Sena, explicando el mismo texto nos dijo: “Que por el tesoro que se promete a los buenos hijos, puede entenderse riquezas temporales, como dinero, haciendas y mercancías; puede entenderse un tesoro de riqueza corporales, como de salud, fortaleza, libertad: y puede entenderse principalmente un tesoro de riqueza espirituales, que consisten, en tener un buen entendimiento, una ciencia adquirida, una sabiduría inspirada, la gracia de Dios y la eterna gloria:” así son dichosos los hijos que cumplen sus deberes para con sus padres! 62. Cómo premia Dios a los buenos hijos Los premia con grandes bendiciones. Es una costumbre muy laudable la introducida en las familias timoratas de pedir los hijos la bendición a sus padres, la que tienen los individuos religiosos de pedirla a sus superiores, y lo que hacen todos los fieles cuando la piden a los 83 Señores Obispos, y principalmente al Romano Pontífice; por que en estos actos se les muestra la sujeción, el respeto y la reverencia que se tiene a los padres corporales y espirituales: y ellos por su parte dándonos su bendición, derraman sobre nosotros la abundancia de los bienes materiales, de los bienes corporales y de los bienes espirituales. Estas bendiciones que están señaladas en el Deuterenomio que las daba Dios al pueblo de Israel: y que las concede ahora aun en mayor número al pueblo cristiano, dicen así: “Bendito seas en la ciudad, bendito seas en el campo, bendito sea el fruto de tu vientre, y benditos sean los frutos de tus tierras. A ti te bendiga el Señor desde Sion: para que por todos los días de tu vida poseas los bienes de la celestial Jerusalén, después de haber visto a los hijos de tus hijos y haber vivido paz.” El Patriarca Jacob bendijo a todos sus hijos, y al llegar a José le dijo: El Dios de tu Padre sea tu socorro, y el Omnipotente te bendiga con toda especie de bendición, e igual bendición le dio a sus dos hijos Manases y Efraín. El glorioso Doctor de la Iglesia san Ambrosio, después de haber discurrido sobre las bendiciones de los patriarcas, y como ellas se componían del gran tesoro de las promesas que el Señor les había hecho, exclama conmovido: “¿Quién no tendrá reverencia a sus padres? ¿quién no les dará el debido honor? ¿quién no los obedecerá como representantes de Dios? Porque es cierto que los hijos que los padres bendecían eran de Dios benditos, y los hijos que los padres maldecían eran de Dios malditos: gracia que ha concedido Dios a los padres para que sirviera de un santo excitativo a los hijos: honra pues a tu padre para que te bendiga, y no le faltes a tu madre, no sea que te eche su maldición.” san Efrén sobre este punto importantísimo, nos presenta una idea que es para los hijos la más consoladora; porque parece suponer que Dios bendice a los hijos por medio de los padres; por esto les inculca que honren a sus padres de palabra y de obra, para que reciban la bendición de Dios dada por su mano. san Bernardino nos habla de una bendición que tienen los padres en lo último de su vida, con la cual quedan bendecidos, reverenciados y fortificados con aquella bendición del Omnipotente que es el sostén de las casas. ¡Oh dichoso el hijo que la recibe! Porque él será bendito como lo fueron Isaac y Jacob. san Juan Crisóstomo reflexiona sobre las admirables bendiciones que Jacob recibió de Dios, y sobre aquella su vida tan santa y tan admirablemente trabajosa, y ese computo de actos tan heroicos lo considera todo efecto de la bendición que recibe de su padre Isaac. Dos patriarcas de los más antiguos, a saber, Sem y Jafet, fueron benditos de Dios de un modo tan admirable como dignísimo: y Teodoreto lo atribuye a los efectos de la bendición que reciben de su padre Noé. Hijo, amad por tanto a vuestros padres, obedecedles, honradles, reverenciadles con frecuencia su bendición, y de un modo especial la de la hora de la muerte. 63. Cómo premia Dios a los buenos hijos Los premia haciendo que todas las cosas les sucedan bien: y no cualesquiera cosas, sino las más principales y las más deseables y mejor deseadas. Lira, haciéndose cargo del texto del Eclesiástico que promete a los hijos buenos, que las cosas les sucederán bien, explica el pensamiento de la Escritura diciendo: que semejantes hijos se alegrarán en sus propios hijos; porque el Señor se los dará obedientes, reverentes y piadosos, porque no puede faltar el Espíritu Santo que dice: tales son los hijos, cuales han sido los padres. Nada más natural 84 para los que se casan, que el deseo de la familia, pues a los hijos buenos se la promete Dios, y les promete que será semejante a ellos en la práctica de la virtud. El santo Evangelio se encargó de ejemplificar esta verdad, cuando nos dijo: que Obed engendró a Jessé, y como fue un buen hijo fiel obediente a su padre, por este le fue dado engendrar a hijos que fueron su gusto y su contento, porque está escrito: que el que honra a su padre, será honrado por sus propios hijos. El sabio, en el libro de los Proverbios, nos dice, que Dios premia a los buenos hijos hasta con riqueza, cuando dijo: hijo mío, oye los mandamientos de tu padre, y no desprecies la ley de tu madre, para que te sea concedido la gracia de obrar, y el rico adorno de tu cuello. ¿Qué se entiende por el collar riquísimo? ¿qué se entiende por la gracia concedida? Entienden los expositores las riquezas y el buen uso de ellas, de suerte que es como si dijéramos: el buen hijo será enriquecido con bienes de fortuna, y usará de ellos para su bien y el de sus semejantes; porque a la manera que el que atesora riquezas las tiene en abundancia, así de un modo semejante las poseerá el buen hijo que honró a sus padres. Otro de los grandes bienes prometido por el Espíritu Santo a los buenos hijos, es el buen despacho de sus oraciones, diciendo que el que honra a su padre será oído en su oración, con lo cual manifestó que una de las cualidades de la buena oración, es que parta de los labios de un buen hijo: y así como la oración es eficacísima y recibe el debido despacho cuando ya unida con el ayuno y la limosna; así también será oída la oración que partió de unos labios que honraron a sus padres. De lo dicho puedes inferir lector carísimo, que si eres tan dichoso que cumplas todos tus deberes para con tus padres, tendrás como a tu disposición una oración eficaz que te alcanzará cuanto pidiereis al Eterno Padre en nombre de Jesucristo. Otro grande bien es, que el Señor da la vocación para ministerios de su gloria a los buenos hijos. Santiago y san Juan ¿cuándo fueron llamados al apostolado? Cuando trabajando con su padre en el mar de Galilea estaban componiendo las redes. Aquel joven del Evangelio, que el Salvador lo escogió para que fuese su discípulo ¿cuándo le concedió esta gracia? Cuando lleno de piedad, de respeto, de veneración y de amor para con su padre, le pidió licencia para irlo a enterrar, Deja, le dice el Salvador, deja que los muertos sepulten a sus muertos, con lo cual le concedió la gracia de la vocación, y le descubrió los grandes peligros que había de encontrar en su casa, y que habrían sido un obstáculo para servirlo con el debido fervor. ¡Ah! Sigamos los preceptos de Cristo y nos libraremos de los lazos de Satanás que intenta perdernos. 64. Cómo premia Dios a los buenos hijos.-Los premia con larga y buena vida, el Apóstol san Pablo escribiendo a los fieles de Efeso exhorta con todo empeño a los hijos a que honren a sus padres, y les promete una buena y larga vida: y san Juan Crisóstomo haciéndose cargo de estas promesas les dice: “Oh hijo, si honras a tu padre, adquirirás el mayor de los bienes que es una vida buena y larga sobre la tierra. Y san Cayetano a nuestro propósito añade: “Dos bienes se prometen a los buenos hijos, el primero es el mismo bien, y el segundo muchos años para gozarlo: para recompensar de este modo los sacrificios que han hecho en favor de sus padres.” Cornelio a Lapide en sus admirables comentarios, nos explicó el mismo pensamiento diciendo: “que era muy justo y conveniente que gozaran de una larga vida, los que también sabían respetar a los autores de su propia vida.” De dos modos puede entenderse la promesa de una larga vida, a saber; una vida larga, porque de hecho se viva muchos años, y una vida corta, pero con una conducta tan admirable que proporcione de hecho los grandes merecimientos de una larga vida, por 85 haber llenado en pocos días muchos años. San Jerónimo así interpreta el pasaje de la Escritura: “vivirás muchos años sobre la tierra, asegura Dios a los buenos hijos, es decir, no sobre esta tierra en la cual el impío siempre es como un joven, sino en la tierra de los vivientes en la que habitaban los justos.” san Buenaventura contestando a las objeciones de algunos sobre esta sentencia del Espíritu Santo, enseña “que por larga vida no solo se entienden el curso de muchos años, sino principalmente el valor de las buenas obras;” y con razón, pues, por esto, dijo el sabio, que el varón justo habiendo vivido poco, llenó muchos tiempos. ¡Ah! Felices los hijos que honran a sus padres, pues recibirán grandes premios de Dios; y puede asegurarse siguiendo a los doctores de la Iglesia, que los hijos que honran a sus padres con honor de reverencia, tendrán una vida gloriosa y honorífica, a los que honran a sus padres con la práctica de la obediencia, tendrán una vida llena de gozo y de paz; y a los que honran a sus padres ayudándolos y asistiéndolos en sus trabajos, les será concedida una vida opulenta: cosa que todas pueden verificarse aquí, pero que se verificarán con mayor abundancia en el otro mundo. Santo Tomás tratando de la promesa que hace el Espíritu Santo a los hijos que honran a sus padres prometiéndoles una larga vida, dice: “el buen hijo, aunque viva poco, siempre vive mucho, porque vive la vida de la gracia, que le producirá la vida de la eterna gloria.” san Agustín en su hermoso comentario sobre los salmos, nos dice: que por larga vida se entiende la eternidad, durante la cual deben vivir los buenos hijos la vida feliz de los justos, como premio especial de sus sacrificios para con sus padres. 65. Cómo premia Dios a los buenos hijos Todo hijo que reflexione un poco en lo que cuesta a sus padres, no podrá menos que honrarlos con toda la extensión de la palabra: porque si el padre engendra al hijo, lo educa, lo dirige, y con el sudor de su rostro lo alimenta; su madre pierde su virginidad sufre cien y cien dolores, tolera toda especie de angustias, sufre los rigores del hambre y de la sed, como lo que no quisiera y en las horas que más le repugna, debe lo que le causa hastío, y se mortifica y llora y vigila, y...¡oh! ¿quién podrá referirlo que pasan los padres por sus hijos? Siendo esto así ¿qué hijo reflexivo podrá no honrarlos? El Espíritu Santo nos refiere los grandes premios que están preparados en favor de los buenos hijos, y nosotros los vamos a narrar: 1º El que honra a su padre y a su madre tendrá un gran tesoro; porque de hecho semejante hijo atesora innumerables bienes para el cielo: así premia Nuestro Señor la piedad filial! 2º El que honra a sus padres se alegrará después en sus propios hijos: como si dijera, semejante joven disfrutará la misma dicha de sus hijos propios, ya que él ahora sabe comunicarla a sus padres. 3º El que honra a sus padres será oído en tiempo de la oración: como si hubiese dicho, hallará en Dios el mejor de los padres, y que le despachará cuanto le pidiere 4º El que honra a sus padres vivirá largo tiempo largo tiempo, indica la eterna vida que poseerá en la eterna gloria, de modo que aunque viva pocos años, ya se verifica el que haya vivido mucho tiempo, porque su vida ha sido acompañada de todas las virtudes cristianas. 5º La casa de los hijos descansa sobre la bendición de los padres. ¡Qué privilegio tan importante! Por esto duraron tantos siglos las casa de Isaac, de Jacob y de José, porque fueron fabricadas sobre los cimientos de la bendición de sus padres. 6º Los hijos que honran a sus padres serán glorificados aun en este mundo: tan cierto es, según el Espíritu Santo, los cien privilegios de los buenos hijos! Sí lo buenos hijos son glorificados, ya porque el padre honrado glorifica a sus hijos, ya porque el 86 hijo se cubre de gloria a medida que honra a su padre. 7º En el día de la tribulación Dios se acuerda del buen hijo, como si prometiera, que cuando los que padecen tribulaciones han honrado a sus padres, recibirán auxilios tan señalados, cuanto mejor hubiere sido su piedad filial. 8º El hijo que honra a sus padres obtendrá fácilmente el perdón de sus pecados; tanta gracia recibirá de Dios, el buen hijo que hará buenas confesiones; hará buenas comuniones y alcanzará después la eterna gloria. 9º La novena gracia a favor de los hijos que honran a sus padres es una especie de bendición que acompaña a todas sus obras... Para concluir de una vez, diremos que el hijo que honra, se llena de inmensos tesoros corporales y espirituales, expía sus pecados, obtiene la gracia de la perseverancia en el bien obrar, y corona su vida en estado de gracia que lo hace eternamente feliz. Pero para esto es necesario honrar a sus padres, y manifestarles este honor con el amor filial, con la obediencia verdadera; con la reverencia perfecta y con la asistencia exacta. san Bernardino de Sena nos refiere un hecho que aconteció en la Provincia de Valencia, principado de Cataluña, de España cierto joven de diez y ocho años fue apresado por la justicia, y se encontró reo de muchos crímenes, y algunos de ellos de los más atroces. Para escarmiento del pueblo lo dejaron después de muerto en el patíbulo por algún tiempo, mas aconteció que no obstante de ser barbilampiño en la vida, sin embargo después de su muerte delante de una multitud numerosa comenzó a salirle el pelo, le creció extraordinariamente, se le volvió cano, se le arrugó toda su cara, y al que antes de morir tenía un semblante de diez y ocho años, poco después de su muerte apareció con un fisonomía de noventa años. Admiradas las autoridades y todo el pueblo, fueron a notificarlo al obispo, el cual se trasladó al lugar de la escena, se cercioró de lo que le habían dicho, hizo oración pidiendo a Dios la explicación de tan grande misterio, y a poco después exclamó: Hermanos míos; habéis contemplado la muerte de un joven de diez y ocho años, y habéis visto el milagro sin segundo de verlo viejo, decrepito y representando casi un siglo; pues todo este tiempo habría vivido si hubiese honrado a sus padres, mas por haber sido un mal hijo, por haber llenado a sus padres de aflicciones, haberles faltado al respeto y desobedecido innumerables veces, se huyó de su casa, se entregó a la mala vida, cometió grandes crímenes, y preso por la justicia fue condenado a muerte, cuando apenas contaba diez y ocho años. ¡Infeliz! Recibió el cumplimiento de la sentencia del Espíritu Santo que dice: “Condenado sea a muerte tanto el hijo como la hija que faltaron gravemente a sus padres.” Capítulo 12 Castigos de Dios contra los malos hijos 66. Palabras del Espíritu Santo contra los malos hijos Son muy dignas de la consideración de los hijos las palabras que se encuentran en los proverbios cap. 30, v. 17 “El ojo, dice que falta a su padre, sea arrancado por el cuervo y sea comido por las águilas.” ¡Qué castigo tan terrible! ¡qué maldición tan formidable! ¡qué rayo, y rayo espantoso que parte de un Dios sumamente airado, contra aquellos hijos que faltan a sus padres! Esta sentencia supone la temprana muerte del mal hijo, muerte ocurrida en despoblado y en medio de enemigos, muerte que supone que los dejan insepultos, y que por justos juicios de Dios, el cuervo le saca los ojos, y los hijos de las águilas se los comen. Justo castigo contra los hijos que faltan a sus padres, porque merecen acabar su vida miserablemente en un afrentoso patíbulo. 87 Dionisio Cartusiano y san Juan Crisóstomo nos interpretan el pasaje de otro modo, y nos dan a conocer otros terribles castigos que fulmina Dios contra los malos hijos que faltan a sus padres. Ellos entienden por cuervos a los demonios, y por los hijos de las águilas los tormentos eternos que tendrán que sufrir eternamente en el infierno. Porque así como el cuervo y los hijos de las águilas se apoderan de su cuerpo, así los demonios con una voracidad semejante se apoderan de sus almas y las arrojan por eternidad de eternidades en los abismos del infierno. Con razón, con razón Dios mío, obras de un modo tan terriblemente espantoso contra los malos hijos, porque ellos ingratos faltaron a sus padres. san Marcos en el cap. 7 de su Evangelio, nos refiere esta sentencia que dijo Moisés a los hijos: Honra a tu padre y a tu madre, porque el que los maldice, muere. Esta pena parece que es de las más severas; pero así debe ser, afirma san Bernardo, porque el hijo que falta a sus padres quebranta la ley natural y la escrita; las leyes humanas y divinas; los concilios, los cánones y todas las constituciones de los papas. El hijo rebelde con su padre, según nos dice san Juan Crisóstomo, se hace reo de un crimen atroz, y merece que estando delante del sol no recibía la influencia de sus rayos; que se muera de sed aun entre los ríos y las fuentes; que como ramas de árbol se sequen al momento; que se pudran los miembros de su cuerpo; y que se encuentren sitiados por toda clase de males, ya que él abandonando a sus propios padres han dicho al diablo: Tú eres mi padre. ¡Ay de vosotros hijos que no amáis a vuestros padres! ¡ay de vosotros que nos honráis y reverenciáis! ¡ay de vosotros que no procuráis ayudarlos y asistirlos en sus trabajos! Escuchad lo que se os espera, porque voy a ejemplificar la misma doctrina historiándola con algunos casos prácticos. 67. Pecado que cometen los malos hijos Los hijos que faltan a sus padres debe decirse de ellos que cometen el pecado grande a los ojos de Dios haciéndose reos del asesinato y que aun deben ser llamados mas bien parricidas: porque el que falta a sus padres y los desprecia, es la criatura más ingrata, la más perversa y la más culpable de cuatas pueden existir; es la criatura infame que insulta a la naturaleza y a Dios; y él es además el cruel, el asesino, el salteador y el que ha de acabar su vida en un patíbulo. ¡Ah! Semejantes hijos no son hombres, son demonios más bien. El hijo desnaturalizado que deshonra a sus padres, se deshonra a sí mismo y se hace reo de pecado. Veamos en qué ocasiones pecan los hijos: 1º El que menosprecia a sus padres en su corazón, aunque no lo manifieste exteriormente; 2º El que habla a sus padres con desdén, o lo trata de muy rudos; 3º El que se burla de su padre o de su madre ridiculizándolos; 4º El que habla mal de sus padres en su ausencia revelando sus pecados, sus defectos o sus miserias; 5º El que reprende a sus padres con orgullo, con palabras ofensivas y pesadas; 6º El que los entristece, los llena de aflicción, los provoca a cólera o les dice palabras picantes y despreciables; 7º El que de tal suerte falta a la piedad filial, que levanta la mano contra sus padres o los amenaza, o de hecho los hiere; semejante hijo, aunque solo hiera a sus padres ligeramente, comete un crimen execrable, una especie de impiedad y de sacrilegio, como el violador más monstruoso de las leyes de la naturaleza y de la gracia; 8º El hijo que se desdeña de reconocer a sus padres, porque son pobres o porque tienen mala educación o el que les niega el saludo o no quiere hablarles; 9º El que no consulta a sus padres en aquellos negocios que son del resorte de su autoridad paternal, como un largo viaje, un proyecto de matrimonio etc., 10º El que en vez de seguir los avios y consejos de sus padres los menosprecia, y sin motivo razonable hace lo contrario de lo que ellos desean, con lo cual faltan de una manera grave a los deberes que impone la piedad filial. 88 Muchos hijos pecan contra el amor y el respeto que deben a sus padres, porque no ejercitan sus ordenes, los murmuran, se quejan, quizás hasta los calumnias: ¡ah, semejantes hijos pecan y cuando es materia grave pecan mortalmente! En una palabra, siempre y cuando los hijos por sus palabras y por obras, causan una aflicción grave a sus padres, y que muchas veces la manifiestan con la cólera, con maldiciones o con las lágrimas, semejantes hijos pecan mortalmente. ¡Infelices! Se llenan de ignominia, de infamia, de miseria... y degradados hasta lo sumo, serán castigados severamente por el mismo Dios. Por esto, según la sentencia del Espíritu Santo, a semejantes hijos a la mitad de sus días, se les extingue la luz de su vida, pierden ante los hombres la reputación y el honor, se altera en ellos el buen uso de la razón y de la inteligencia, se les morirán sus hijos, o serán castigados por ellos haciéndolos beber los amargos tragos, aquellos atrevidos propinaron a sus padres; ¡Infelices! Pierden la piedad, se entregan a todos los vicios, abandonan la religión, y quedan abandonados de Dios. 68. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes Cuenta san Pedro Damiano, que un hijo celebró sus bodas con un aparato más que regular, y obligó a su pobre madre a encargarse de la comida, con unos modos no convenientes y menos respetuosos; con todo, la madre admitió el trabajo, y puso de su parte el cuidado que exigía semejantes fiestas. Mas aconteció que habiendo presentando a la mesa un plato que no era de su gusto, se enojó, llamó a su madre, le avergonzó ante los convidados, la maltrató, enfurecióse, la llenó de injurias, y ciego de rabia y de furor, le da una bofetada... entonces la madre justamente sentidísima de tanta injuria, aunque quieta, tranquila y sin enojo, hizo oración a Dios maldiciendo a su ingrato hijo. Pocos momentos habían pasado, y aya el infeliz experimentaba cuán terriblemente castiga Dios a los hijos rebeldes, porque su mejilla izquierda de repente se le enfermó, y le hizo sentir entonces mismos los más crueles dolores. Se le hinchó, se le amorató, se le pudrió, se le agusanó y manaba de ella una apostema tan hedionda que nadie podía acercársele. Entretanto, la buena madre, se acordó que era madre, y dejando a un lado tanta ingratitud e infamia tanta, se fue a una Iglesia, y tanto oró por su desventurado hijo, que le alcanzó su perfecta curación. Hijos e hijas, nunca jamás, jamás faltéis a vuestros padres, porque ¡ay! ¡ay de vosotros si os maldicen! No, nada tan terrible y espantoso para los hijos e hijas como la formidable maldición de sus padres. El gran Doctor de la Iglesia san Agustín, en el capítulo 8 del libro 22, de la Ciudad de Dios, nos refiere la historia de unos malos hijos que recibieron un espantosísimo castigo, efecto de la maldición que les arrojó su madre, fue el milagro tan patente que dice el santo que no había en Hipona quien no lo hubiese visto o que al menos no lo supiese por testigos de vista. Había una madre que tenía diez hijos, siete hombres y tres mujeres: mas sucedió que mancomunándose todos contra su propia madre le faltaron de un modo tan grave como espantoso. Entonces la madre justamente irritada de aquella conducta tan infame, los maldijo de corazón, y... oh efectos terribles de la maldición maternal! Todos los diez hermanos comenzaron a temblar en todos sus miembros, temblaban en toda ocasión, temblaban de día y de noche, temblaban durmiendo y en la vigilia, y temblaban compungidos; porque reconocían que estaban experimentado los efectos espantosos de la maldición de su madre. En los días de la invención del cuerpo de san Esteban, dos de ellos se encontraban en Hipona, y merced a las fervientes oraciones de los fieles por la intercesión del pronto mártir alcanzaron completa curación, pero los demás hermanos tuvieron que sufrir los efectos de 89 la maldición maternal por todos los días de su vida. ¡Ay padres y madres! ¿cuántos de vuestros hijos están enfermos y viven sumergidos en un torrente de desgracias por las maldiciones que les habéis echado? ¡Ay hijos e hijas! ¿cuántos de vosotros sois unos infelices desgraciados por vuestra mala conducta para con vuestros padres! ¡Ay! ¡ay de los hijos e hijas que son maldecidos de sus padres! 69. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes El reverendo padre Juan Leonardo, fundador de la Congregación de la Madre de Dios, cuenta de cierto hombre llamado Boscas, que tuvo tanta impiedad e insolencia para con su madre, que después de haberla llenado de enormes injurias la hirió gravemente. Desesperada la madre al verse tan injustamente maltratada le echó esta maldición: ¡Ojalá que perezcas! ¡ojalá que ni la tierra, ni el aire, ni el mar te conserven. Terrible y espantosa maldición; pero que tuvo su más exacto verificativo, porque dentro de poco tiempo murió en el destierro, y habiendo sido enterrado, la tierra lo arrojó, el aire lo echaba hacia arriba, y precipitado al mar, apenas llegaba al fondo cuando era abandonado en la playa, Lo supo la madre, se acordó de su espantosa maldición, publicó la causa que lo había motivado, y vieron al desgraciado muerto convertido en piedra: así castiga Dios a los malos hijos que se levantan contra sus padres! ¡así escucha las maldiciones que les echan en los justos enojos! ¡Ay! ¡ay de vosotros hijos e hijas que faltáis gravemente a vuestros padres! ¡ay de los malos hijos! El padre dominico que fue prior del convento de santa María, predicando sobre la educación de los hijos, y la obediencia respeto y asistencia que deben profesar a sus padres, contó el siguiente hecho del cual fue testigo ocular. Éramos dijo, cinco hermanos, y en cierta ocasión que faltamos a nuestro padre muy gravemente, él justamente indignado, nos maldijo y fue la maldición tan de corazón, que mis cuatro hermanos comenzaron a enfermarse, hasta que dentro de poco tiempo, casi del todo consumidos murieron. Solo yo había quedado; y temeroso de que tarde o temprano me alcanzará a mí la maldición, me humillé ante mi señor padre, le pedí perdón, y dejando el mundo abracé el estado religioso, para librarme de este medio mejor, de la cólera divina. Por el mismo tiempo y en la misma ciudad, aconteció otro caso más horrible si cabe, en donde se ve bien cómo castiga Dios a los hijos rebeldes. Cierta madre tenía una hija de ocho años que le faltaba con frecuencia, no quería obedecerla, decía cosas malas y muchas veces ofendía gravemente a su madre, y esta llena de un justo enojo la maldecía diciéndole: Ojalá que los lobos te coman. ¡Caso raro! Porque en la noche de Navidad, cuando todos se habían ido a la misa de gallo, dejaron a ella en su cama y habiendo penetrado en la pieza un enfurecido lobo mató a la niña, comiose una parte de ella, otra parte se la llevó a sus pequeñuelos, y lo demás lo dejó a la madre para que ella misma fuese testigo de los espantosos efectos de la maldición maternal. ¡Ah! Con razón dice el Espíritu Santo que la maldición del padre o de la madre acaba, acaba con sus hijos. ¡Oh hijos! no seáis inobedientes, ni contumaces, ni los provoquéis a indignación, no sea que os maldigan entregados al diablo: y no sea recibáis al momento el castigo. 70. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes El Doctor de la Iglesia san Buenaventura, nos refiere un caso acontecido en su tiempo, de un hijo que fue terriblemente castigado por Dios, por las faltas que había hecho a su señor padre. Cierto hombre con su trabajo ímprobo, hombría de bien y economía conveniente, 90 logró cambiar su anterior pobreza en riqueza verdadera, la entregó a su único hijo, para que pudiera casarse con una mujer noble de muy rara hermosura. Esta se apoderó de tal suerte del ánimo de su marido, que lo gobernaba a su antojo, le indujo a despreciar a su propio padre, a aborrecerlo y a tratarlo por fin con tanta dureza, que apenas le suministraba el sustento necesario para no morir. En cierta ocasión, que extenuado por el hambre pidió a su nuera algo para comer, las despiadada le entregó una olla de habas medias crudas todavía, con el precepto de que se las fuese a comer muy lejos. Hecha esta acción criminal, vuelta a su esposo le dijo: ahora podremos comer con sosiego y a gusto; por consiguiente mientras acabo de disponer la mesa, tráeme lo que encontrarás en la alacena, que es un plato tan sustancioso, como delicado; mas aconteció que en el momento de abrirla, salió un horrible bicho que pegándosele en medio de su cara, le clavó unas de sus garras en la barba y la otra en la frente, y comenzó a sentir los más terribles dolores. Nadie pudo despegárselo ni siquiera los médicos, y cuando el monstruo miraba a otra parte allí le hacia sentir sensiblemente un más agudo dolor. Viéndose el infeliz en estado tan miserable, conoció la gravedad de su pecado al maltratar a su buen padre, entró dentro de sí mismo, se arrepintió de veras, se confesó con grande dolor de su ánimo, y recibió por penitencia que recorriera las principales ciudades de Normandía y de la Francia, y que contara en todas partes la pésima conducta que había tenido con sus padres, el castigo que estaba recibiendo de Dios y la penitencia del Obispo que lo había confesado, para que conocieran los hijos el grave pecado que comenten cuando tratan mal a sus padres. Fray Juan de la Puente, dominico, refiere que siendo él joven vio en la ciudad de Paris a este hombre. Hijos e hijas, aprended de este suceso a amar a vuestros padres; y a mostrarles vuestro amor con obediencia, reverencia y asistencia. Fernández, en su comentario sobre el Génesis, capítulo 49, nos habla de cierto hijo que por instancias de su mujer perdió el respeto a su madre, comenzó a desobedecerla, a obrar lo contrario de lo que le decía y montándose en cólera la maltrataba, le decía palabras injuriosas, y tanto se impacientó en cierta ocasión, que la golpeó con su espada. En la misma noche el desgraciado, dejando a su propia mujer, se fue a una casa mala, trabó pendencia con un contrario suyo, fue desarmado y fue atravesado con la misma espada con la que había pegado a su propia madre. Así castigo el Omnipotente la infame conducta de un mal hijo para con su madre. ¡Oh vosotros hijos! exclama san Bernardino de Sena, “aprended de esta infeliz mujer que causó tantos daños; no hagáis caso de vuestras esposas, cuando os hablan contra vuestros propios padres; porque si el marido debe separarse para unirse con mujer y formar por decirlo así, una nueva casa; de ningún modo, dicen las santas Escrituras que el hijo pueda maltratar a sus padres.” 71. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes En el libro titulado, Huerto de los Pastores, se lee que en Valencia de España, fue preso cierto joven y por un delito supuesto fue condenado a muerte. Al llegar al lugar del suplico, estupefacto de admiración, exclamó horrorizado “verdaderamente muero con justicia, no por el falso crimen de que me han acusado, sino porque en este mismo lugar, levanté mis manos contra mi propia madre, e indignada de tamaña impiedad, me echó esta maldición: ¡ojalá que en este lugar mueras ahorcado!” Soy en realidad el blanco de los hijos impíos, y es necesario que pague mi grande crimen. En la historia de España se lee que Alonso VI, metió a su madre Teresa a la cárcel y la aseguró con grillos. Entonces la madre como profetizando, lo maldijo diciéndole “ya que 91 me has encarcelado y puesto grillos, ruego a Dios que seas preso de tus enemigos y te llenen de grillos y de esposas,” todo lo cual se verificó para su desgracia. san Bernardino nos refiere un hecho que aconteció en su siglo, en la ciudad de Alejandría, y lo refiere con esta notable sentencia; “Un hijo impío cogió a su padre bocabajo y en esta postura lo bajó por una escalera. “Justos juicios de Dios! Porque sus propios hijos, después de algunos años, lo bajaron también bocabajo por la misma escalera. san Gregorio Turonense nos habla como testigo ocular de Maroveo, hijo de Chilperico, rey de Francia, el cual por las revoluciones y motines que había excitado a fin de poder reinar, fue encerrado en un monasterio; pero escapándose de allí, se refugió a Tour en el templo de san Martín...Meroveo refirió muchos crímenes de su padre que aunque algunos fuesen verdaderos, con todo, no quería Dios que fuesen publicados por su hijo. En cierta ocasión me hizo leer algo de la escritura, y tocó por casualidad el pasaje del sabio que dice: “El ojo que descubre las faltas de su padre será arrancado por los cuervos.” ¡Justos juicios de Dios! Porque sufrió este suplico, pues habiendo sido apresado por su padre le sacó los ojos y después lo mató, ¡Ah, exclamará quizás alguno ¿por qué hay tantos hijos malos? Porque han sido engendrados con la dañada intención del adulterio o porque los hijos fueron amados desordenadamente de sus padres, o porque por el amor de los hijos hicieron muchas injusticias, o porque no fueron edificados como convenía, o porque vieron malas acciones que les arrebataron su inocencia; por estas causas en general, o por alguna de ellas en particular, permite Dios que tengan los padres hijos tan malos, que formen por decirlo así su pesadilla. 72. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes san Bernardino de Sena nos refiere una historia que sucedió en la ciudad de Bergamo concierto padre de familia, que por el amor que profesaba a sus hijos se entregó a toda especie de usura y de comercio; mas habiendo observado, que sus riquezas solo servían para hacer a sus hijos más inobedientes y contumaces, reflexionando sobre sí mismo dijo: yo condeno a mi alma por dejar a mis hijos ricos, y ellos de su parte se hacen todos los días más díscolos y contumaces; por tanto quiero conocer cómo se portarán para el bien de mi alma, y aun lo que harán después de mi muerte. En consecuencia comunicó el secreto a su esposa, se fingió enfermo de gravedad, y a los cinco días simulando la mujer la muerte de su esposo salió dando grandes gritos y mesándose y desgreñándose sus cabellos. Los hijos echando a un lado el dolor pidieron a la madre las llaves del tesoro, a cuya pregunta respondió, que su padre antes de morir se las había confiado a ella, porque había de hacerse cierto pago proveniente de usuras, y otro dinero mal habido. Lo cual habiéndolo oído unos de sus hijos preguntó otra vez por las llaves con mucha arrogancia y mal modo. Contestó la madre que las tenía en su pecho, y así que no se las daba. Entonces el despiadado hijo se arrojó sobre su madre y se las arrebató. Entonces tanto, otro hijo mayor, juntamente con otros hermanos entraron en el cuarto en donde estaba su padre, y sin mirarlo siquiera se precipitaron sobre la grande caja que contenía el dinero y a fuertes golpes la iban descerrajando. “Entonces el padre levantando la cabeza y sentándose en la cama exclamó: ¿qué es esto hijos míos? ¿qué hacéis aquí? ¿cómo le estáis faltando a vuestra madre? ¿como me faltáis mí mismo al respeto? ¿cómo ni uno de vosotros se ha acordado de mí? Y diciendo y haciendo arrojó a los hijos del cuarto, conoció el triste estado de su alma, hizo una buena confesión, restituyó lo mal habido, y distribuyó todos sus bienes a favor de los pobres, desheredando prácticamente a todos sus hijos, y obligándolos en lo 92 sucesivo a comer el pan con el sudor de su rostro; así merecen ser castigados los hijos que no aman a sus padres, sino por sus bienes! No, esto no es amor; no es cumplir con el cuarto mandamiento de la ley santa del Señor... Lo que hemos dicho de los padres para con sus hijos, y de los hijos para con sus padres, se verifica también aunque en menor escala, tratándose de los deberes de los maestros para con sus discípulos, y de las obligaciones de estos para con aquellos, porque ambas cosas son importantísimas principalmente en nuestros días, y vamos a referir en dos número lo más principal. 73. Deberes de los maestros Aquellos que se dedican al nobilísimo arte de enseñar a los demás, tienen graves deberes que cumplir, tanto por razón de su oficio, como por el estipendio que reciben: y para servirles en algo vamos a reducirlos a los deberes siguientes, que son como los más importantes. 1º El maestro debe poseer la debida ciencia de lo que va a enseñar a sus discípulos, y prepararse por consiguiente todo el tiempo que fuere necesario: no haciéndolo así puede causar un grave daño a sus discípulos, y comprometes su conciencia en materia grave, por no cumplir de su parte su obligación. 2º Debe enseñar católicamente, haciendo que los discípulos aprendan que la religión, la virtud y la moral del Evangelio, son la base de la verdadera educación, así como deben serlo de toda su vida; y de ningún modo puede imitar la pedantería de aquellos que apenas les hablan de cosas cristianas, al paso que ponen a su vista largas listas de hombres tonto, triviales y aun muchas veces impuros, con los cuales les enseñan lo que siempre debieran ignorar; y lo peor es, que no pocas veces ya les dejan entrever los fatales principios de una vida altamente incrédula y viciosa. 3º Debe enseñar a sus discípulos la buena doctrina, es decir, la doctrina que enseña la Iglesia Católica que en todos los ramos es la verdadera; porque es la única que está fundada en la santa Escritura, en la Tradición, en los santos Padres, y en las definiciones de los Concilios; pero no se prohíbe a los maestros enseñar la misma doctrina, con nuevos métodos, conforme a los adelantos y experiencia que ellos tuvieren; en una palabra, el buen Maestro debe de tener, por máxima fundamental, enseñar siempre la verdad, y nunca jamás, la novedad que acompaña casi siempre al error. 4º Tampoco debe enseñar doctrinas nuevas próximas al error, o poco sometidas a la autoridad de la Iglesia, por más que algunos periódicos las publiquen como verdaderas; porque no es el periodismo el que nos ha de enseñar, sino la Iglesia Católica que ha recibido la misión de Jesucristo nuestro Señor para que enseñe a todas las naciones todas las verdades que Él mismo le había enseñado. 5º Debe enseñar a sus discípulos no por lucir sus talentos haciéndolo de un modo sabio; sino que si el es verdaderamente instruido lo hará acodándose a la capacidad de sus discípulos, y exponiéndoles la doctrina de un modo tan conveniente que la introduzca en su ánimo acerdamente y sin fastidio. 6º Como buen maestro debe sembrar en los tiernos corazones de sus discípulos, la semilla de las virtudes cristianas, vigilar atentamente sobre sus costumbres, y trabajar con empeño para formarlos, no tanto buenos filósofos, como fervientes cristianos: tenga por cierto el 93 maestro que solo así dará el debido cumplimiento a los deberes que le impone su honroso cargo. 7º A lo dicho, el buen maestro añade la práctica haciendo que los discípulos vean en él un perfecto cristiano, que sabe poner en ejecución lo que les ha enseñado de viva voz. Felices los discípulos a quienes cupo semejante maestro! Y felices los maestros que así enseñan, educan y edifican a sus discípulos. Padres de familia, tales son los deberes de un buen maestro, y a ellos, y no más que a ellos debéis de confiar a vuestros hijos. Pedid a Dios que un sabio maestro sea el preceptor de vuestros hijos y apreciad su noble conducta en Fenelon y el duque de Borgoña. -El duque de Borgoña, nieto de Luis XIV, joven educado en medio de las ilusiones del poder real al cual, era llamado por su nacimiento, tenía naturalmente los defectos que suelen acompañar tan elevada posición; y así era violento y furioso, su alma altiva no conocía freno alguno. Enfadábase contra la lluvia, cuando contrariaba sus paseos; y corría a hacer pedazos el péndulo, cuando daba la hora destinada al estudio. No obstante, viendo Fenelon, su preceptor, el germen de las más notables virtudes al lado de esos defectos, puso todo su empeño en desarrollarlo. Opuso una firmeza tranquila a la violencia de su genio caprichoso y la noble gravedad que convenía a su carácter a la orgullosa altivez de un joven príncipe deslumbrado por su prosapia y por los dones de la fortuna.-Un día en uno de sus arrebatos el duque se permitió decir a Fenelon: Señor, yo sé quién es usted y quién soy yo; y el prudente preceptor le dejó al instante con aire de desprecio. El día siguiente muy temprano entró a ver al príncipe, para anunciarle la intención que tenía de alejarse de la corte, no queriendo continuar educando a un joven que comprendía tan mal lo que era el uno y el otro. “Pues, añadió usted es un niño, y tiene todas las flaquezas de su edad; yo soy un hombre hecho y derecho, y sacerdote, y usted nada es aún: pues yo no creo que cuente usted por algo el acaso del nacimiento, cuando no es sostenido por algún mérito personal.” El joven príncipe reconociendo luego su falta, no perdonó lágrimas ni suplicas por calmar a su preceptor y conservar junto a si a un ayo cuya gran superioridad reconocía, y por quien tuvo lo restante de su vida el efecto de un hijo y la sumisión de un discípulo.-Beauset (Bosé), hist. de Fenelon. 74. Deberes de los discípulos para con sus maestros Así como el hijo tiene sus deberes que cumplir para con su padre, así el discípulo tiene grandes deberes para con su maestro. 1º Estudiar; y no como quiera, sino conforme su capacidad: y debe estudiar con trabajo, con constancia y atención, acordándose que las ciencia no se adquieren sino después de haber estudiado mucho. 2º Ser reverente, dócil y agradecido para con su maestro; ya que él es el padre de su entendimiento, puesto que quitando de él la ignorancia, le ha introducido la verdadera ciencia: y nada más horrible por ciento que un joven irreverente, indócil y desagradecido a su maestro. 3º Ser piadoso; porque el discípulo debe acordarse de que el santo temor de Dios es el principio de la sabiduría; y que será hombre de bien si desde ahora procura ser buen cristiano, porque lo que se aprende desde niño, continúa hasta la vejez. Para facilitar a los jóvenes, el ser buenos discípulos, vamos a ponerles el siguiente examen: 1º Si ha injuriado o despreciado a sus maestros. 94 2º Si les ha provocado cólera con palabras ofensivas o de otra manera. 3º Si voluntariamente los ha desobedecido en cosas de grande importancia como en cumplir los deberes religiosos. 4º Si obedece de mala gana o contesta con arrogancia. 5º Si durante el tiempo del estudio se entrega a la ociosidad dejándose dominar de la pereza. 6º Si falta a la clase sin causa legítima y permiso. 7º Si durante las lecciones, en lugar de estar atento, se ocupa en cosas vanas e inútiles. 8º Si estudia únicamente por vanidad orgullo o ambición. 9º Si se ha entregado a la lectura de obras extrañas a sus estudios, o de obras malas, y quizás aun prohibidas. 10. Si ha causado graves desordenes en alguna materia, escandalizando, haciéndose cabeza de motín, perjudicándose notablemente y a los demás... Estas faltas serán graves o leves, conforme la materia, la malicia y la deliberación que le acompañare al cometerlas. Oh hijos, un hermoso rasgo del Emperador Teodosio os hará comprender cuál debe ser vuestra conducta para con los maestros. Queriendo el emperador Teodosio dar a su hijo Arcadio una educación digna de un príncipe cristiano, buscó un sujeto de reconocida piedad para que fuera su preceptor. El Papa san Dámaso, a quien se había dirigido para esto, puso los ojos en un diácono de la Iglesia romana, llamado Arsenio, joven de un mérito y saber eminentes. Llegado Arsenio a Constantinopla, Teodosio le confió a su hijo, encargándole que le formase en la piedad y ciencia convenientes a un príncipe, heredero presunto del imperio, haciéndole comprender que le daba para esto la misma autoridad que él tenía sobre su hijo, diciéndole estas hermosas palabras: De aquí en adelante usted será su padre más que yo mismo. Este emperador verdaderamente grande, quería dar a entender con esto cuán superior es la buena educación a la vida que recibimos de nuestros padres. Entrando un día Teodosio en la sal donde Arsenio daba lecciones a Arcadio, y viendo que el maestro estaba en pie permaneciendo el discípulo sentando, lo reprobó altamente y se quejó de Arsenio, porque no conservaba bastante la dignidad de preceptor; y mandando al hijo dejar las prerrogativas de su dignidad, hizo que Arsenio se sentase en su lugar, y que el joven príncipe recibiese en pie con la cabeza descubierta las lecciones del maestro. He aquí lo que un grande emperador pensaba sobre el respeto debido a los maestros.-His. De Teodos. Capítulo 13 santidad del matrimonio y medios de lograrla 75. Grandeza del matrimonio Grande es el Sacramento del matrimonio, ha dicho el apóstol san Pablo escribiendo a los fieles de Efeso; grandes en cuanto significa la Encarnación del Hijo de Dios, grande porque representa la unión de Cristo con la Iglesia, y principalmente es grande, porque las obligaciones que impone a cuantos lo abrazaren son de hecho grandes, muy grandes. Ya comprenderá, lector carísimo, el porqué voy a tratarte del matrimonio, y ciertamente no lo haría, si no fuese un estado santo cual llama Dios Nuestro Señor a las dos terceras partes 95 del género humano. Te hablo de él porque los hijos no están destinados a vivir siempre con sus padres, sino que reciben la vocación de amar y servir a Dios, abrazándose con el santo matrimonio; así como otros que vienen a ser como una porción escogida, los llama Dios, para que dejando el mundo, lo sirvan en el ministerio del altar en el número de sus ministros; o para que se le consagren mediante los santos votos de pobreza, castidad y obediencia: pues a la manera que en un capítulo especial te hablaré del sacramento del orden y de la consagración a Dios por medio de los santos votos; así ahora voy a hablarte del matrimonio, o del sacramento grande como dice el apóstol. Por su misma grandeza entraña grandes deberes, así como grandes sacrificios y mortificaciones: y por desgracia gran número de almas se pierden por no cumplirlos. ¡Cuánto es de temer que el matrimonio sirva para muchos de eterna desdicha, debiendo de haber sido un grande medio para ir a la gloria! Muchos hijos que han vivido bien al lado de sus padres, se pierden miserablemente en el matrimonio; y se pierden porque ignoran sus obligaciones; ignorándolas no las cumplen; no cumpliéndolas se fastidian, y fastidiados se faltan unos a otros, y acabando desdichadamente al fin se pierden. Para impedir de mi parte tan grandes y espantosos males, nos haremos cargo del matrimonio, comenzando ahora por la manifestación de un caso práctico que puede llamarse Un matrimonio edificante: Un médico que vivía en cierta capital contrajo matrimonio en Octubre de 1829, con circunstancias muy edificantes. Uno de sus amigos le introdujo en una casa recomendable por sus virtudes, haciéndole esperar la mano de una hija única, tan piadosa como los demás miembros de la familia. La joven fue pronto prometida del doctor, cuya amable modestia igualaba a su ciencia. Pronto iba a tener lugar la ceremonia nupcial, cuando el médico fue a encontrar la madre de su futura esposa y le pidió hablar a solas con la señorita Emilia. “No es posible, señor, responde ella de un modo cortés; mi hija no se halla bien hace dos días y necesita tranquilidad. Mas, Señora, es bien sensible que no pueda yo hablar un instante con la hija de usted; apenas he tenido la satisfacción de verla tres o cuatro veces en sociedad, hasta aquí no puede manifestarle mis sentimientos no conocer perfectamente los suyos. Me da pena, señor, la insistencia de usted; pero mi hija no está visible. Tengo que comunicarle una cosa muy importante. La llamaré si usted quiere; usted le hablará en mi presencia, jamás mi hija se vio a solas con ningún hombre. ¿No debo ser pronto su esposo?. Entonces, señor, mi hija no me pertenecerá; hasta aquella hora debo cumplir con ella los deberes de una madre cristiana y prudente. ¡Ah! Señora, exclama el médico, preciso es, pues, que yo confíe a usted mis intenciones. Educado yo también por padres religiosos, he permanecido siempre fiel a la religión santa que nos dicta una conducta tan hermosa. La indiferencia que se nota desgraciadamente entre los hombres de mi facultad ha podido inspirar desconfianza a usted; más lejos de participar yo de ella, me hago una gloria y una dicha de seguir exactamente las prácticas de la fe; cuando más las estudio, más grandes y venerables me parecen. Si he insistido tanto por tener una conversación a solas con la hija de usted, es porque quería sondear sus disposiciones acerca de esto y encargarla que se disponga con una confesión general y la 96 recepción de la adorable Eucaristía a la bendición nupcial, para merecer con ella todas las gracias que le van unidas.”- Al oír estas palabras no pudo la madre contener sus lágrimas, echase a los brazos del virtuoso médico y le dice: “Pues bien, hijo mío, comulgaremos todos juntos; vaya usted a ver a su esposa y dígale usted que yo le he llamado mi hijo. Vaya usted piadoso joven, los sentimientos de usted me anuncian gran dicha para usted y para mi hija.”- No contento el piadoso médico con esto, hicieron celebrar durante ocho días el santo sacrificio de la misa para atraer así la abundancia de las bendiciones celestiales. Pero lo que hubo de más hermoso y de más tierno, fue ver el día del matrimonio acercarse ambos esposos a la sagrada mesa, rodeados el uno de su respetable padre y de su madre llorando, el otro de su madre y de su abuela, recibiendo todos juntos la comunión con sus dignos hijos. ¡Qué hermoso ejemplo para los jóvenes! ¡Qué lección para tantos padres indiferentes o impíos! ¡Oh! Si todos los enlaces se pareciesen a este, ¡cuán dichosa y tranquila estaría la sociedad!-N. explic. Del cate. 76. El matrimonio es santo porque Dios es su autor Después que hubo Dios criado el mundo hizo al hombre; comenzando con formar su cuerpo e infundiéndole inmediatamente una alma viviente. Luego le mandó un suavísimo sueño, y de una de sus costillas formó la mujer. Al verla exclamó Adán: he ahí un hueso de mis huesos; y Nuestro Señor al dársela por compañera, los revistió con la bendición de que creciesen y se multiplicase; por cuya causa, el hijo dejaría a su padre, así como la hija a su madre. Tal es el primer matrimonio, y tan santo es su origen que Dios mismo es su autor y su ministro. ¿Puede ser no santo lo que Dios instituyó? Sí, el matrimonio es santo, muy santo, Hasta aquí solo tenemos el matrimonio como contrato, y así duró por más de cuatro mil años. Mas en la ley de la gracia, Nuestro Dios Redentor lo elevó a la dignidad de sacramento; quedando por tanto desde entonces, como uno de los siete sacramentos de la Iglesia. El matrimonio, tanto como contrato como sacramento es siempre y bajo todo punto de vista obra de Dios; pero con ¿cuánta distinción? ¿con cuanta ventaja? Como contrato era como una estatua de barro, como sacramento es como su animación: y si según lo primero es el cuerpo; en fuerza de lo segundo es su alma. ¡Qué diferencia! Que distinción tan marcada entre uno y otro! Más quien lo creyera, que en este siglo que se llama de las luces quisieran algunos retrogradar diez y nueve siglos y sumergidos en las espesas tinieblas de aquellos tiempos? A la verdad, a la verdad, son unos pobres hombres, y no más que unos pobres hombres. Tal es sin embargo, la conducta de ciertos reformista; y por eso dieron sus leyes: ¡ah! Encomendémosles a Dios, son desgraciados en el tiempo, y si acaso no se arrepienten, lo serán ciertamente por toda una eternidad. En los días de Nuestro Dios Salvador había algunos abusos en el matrimonio; pero Jesucristo condenó el más esencial, estableciendo que fuese entre un solo hombre y una sola mujer, y declarando que lo que Dios había unido, el hombre no debía separarlo, y así reformado lo hizo uno de los siete sacramentos: santo es el matrimonio porque lo hizo Dios, es santo porque Jesucristo nos lo dejó reformado; y santo porque está elevado a la dignidad de sacramento, y porque Jesucristo mismo quiso asistir a él para santificarlo. Cuenta el Evangelista san Juan, que unos parientes de María celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y asistieron a ellas Jesús, María y algunos apóstoles; y estuvo tan lejos de 97 condenarlas, que hizo un milagro a favor de los esposos convirtiendo el agua en vino: por consiguiente es el matrimonio un estado santo, y tan santo que asistieron a su celebración los apóstoles, la santísima Virgen María, y Jesucristo que es la misma santidad. 77.-Es santo por lo que significa Los santos padres, haciéndose cargo de las palabras de san Pablo, dice como él que el matrimonio es santo por lo que significa: de lo que resulta que la unión del hombre con la mujer no tiene por objeto un momentáneo y vil placer, sino la voluntad de Dios que quiso que el hombre y la mujer en la unión matrimonial, “nos representasen y retrataran al hijo de Dios uniéndose con nuestra humana naturaleza; y fuesen también como una copia perfecta de la unión de Jesucristo con la Iglesia.” Porque al modo que Jesucristo todo lo hizo por la Iglesia, así el marido todo debe hacerlo por su mujer: y como la Iglesia es fidelísima a Jesucristo, así la mujer debe guardar fidelidad completa a su marido. Bajo este punto de vista es el matrimonio tan grande como santo; lo cual hizo decir a san Pablo “que cuanto había en el matrimonio estaba lleno de decoro, que su lecho nupcial era inmaculado, y que no era su motor ni su gloria los viles atractivos de la carne.” De ahí es, que el estado del matrimonio es merecedor de grande veneración; y que si las religiones pueden gloriarse de tener por fundador a un santo y que de él recibieron las reglas; así de un modo semejante pueden decir los casados que Dios fue el autor de su estado, Jesucristo su reformador, san Pablo el que les indica sus deberes, y la Iglesia la que lo santifica con su bendición. ¡Oh si los casados se instruyeran en las significaciones de su estado! ¡Oh si procuraran penetrarse bien de su santidad! ¡oh si imitaran exactamente a la prudentísima Sara. Se lee en el libro de Tobías, que Sara la hija de Raquel, poseía todas las cualidades propias de una joven que se abraza con el santo matrimonio. No era de aquellas que parece que a fuer de mundanismo, adornos, y libertad quieren casarse para salir del dominio de sus propios padres, ni tampoco de las que aspiran a satisfacer innobles pasiones, ni mucho menos de las que a fuer de coquetas exponen miserablemente su virtud; sino que era de las venturosas que cual si fuese cristiana, solo se quiso desposar para hacer la voluntad de Dios. Por esto en su oración, cuando procuraba derramar su corazón decía a Nuestro Señor: “He consentido casarme no para saciar la concupiscencia, sino para emprender una vida bien dirigida del todo por el santo temor de Dios, y para hacer en todas las cosas su santísima voluntad.” Tobías, dignísimo esposo de Sara, solo se abrazó con el estado, porque se sentía conducido por Dios, y con tanta más verdad, cuando mereció ser instruido por un ángel mismo, el cual le dijo: “el demonio tiene poder real y positivo contra todos aquellos hombres o mujeres que de tal suerte se casa, que prescindiendo de Dios, y como si fueran brutos animales se entregan del todo a la lujuria.” Y obrando Tobías de conformidad con Sara, le dijo en la noche de las bodas “levántate Sara y oremos al Señor durante tres noches, para que en ellas nos juntemos con nuestro Señor, y después llenos de bendiciones divinas consumemos nuestro matrimonio.” 78. Es santo por su esencia.-¿En qué consiste el matrimonio? En el mutuo consentimiento del hombre y de la mujer, siendo personas legítimas y libres, manifestado con palabras o con señas, delante del propio párroco y testigos: y con solo esto queda la indecible ligadura que debe de durar hasta la muerte. ¿Qué hay en esto que se oponga a la santidad de su 98 estado? Ciertamente que no hay cosa alguna que se oponga a la santidad. ¿Pues porque se encuentra de vez en cuando algún casado, que dice que continuando en su estado no puede emprender el camino de la santidad. Por falta de instrucción debe asegurarse: porque él debe saber que es una cosa del todo cierto que el matrimonio es un sacramento: que recibiendo este sacramento puede recibir la gracia que le es propia; que la reciben de hecho todos aquellos que no ponen obstáculos; que esta gracia les suaviza las molestias, les comunica fortaleza, los anima a sobrellevarse mutuamente, y los enriquece en gran manera con los méritos de la sangre de Jesús. ¿A qué viene pues, alegar un casado que en el matrimonio no puede ser santo? Convengo que lo que va del sol a las estrellas, y de la tosca concha a la purísima perla, esto es lo que media en la pureza total del alma y cuerpo y el estado del matrimonio; pero también debe convenirse que si la Virgen puede entregarse completamente a Dios; sin embargo los casados pueden santificarse, si tratan de buscar de veras el reino de Dios, porque recibiendo al casarse un sacramento, reciben la gracia que le es propia. Además, ¿cuántos casados hay en el cielo que ocupan un lugar muy privilegiado? Sí, hay muchos, porque como dice san Juan Crisóstomo, “no es el estado el que embaraza ir al cielo, ya que de sus mismas molestias y trabajos pueden los casados labrarse una brillante corona.” Casado era Matusalén, y con hijos, y con todo vio el trono de Dios y a los serafines que le estaban glorificando con el santo, santo, santo: mujer tenía Moisés, y en sus prodigios ha sido quizás el santo más admirable, y uno de los poquísimos que hablaba con Dios, como a su mejor amigo: y casado eran en fin, Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Raquel, y todos fueron muy santos, y muy particulares amigos de Dios. Concluyamos pues que cuantos viven en el matrimonio pueden vivir en la santidad, y que el matrimonio es santo porque Dios lo instituyó, por las admirables significaciones que lo acompañan, y aun es santo en su misma esencia. 79. Por qué algunos casados no son santos Muchos casado lector carísimo, no son santos por la intención con que se casan. ¿Por qué se casan? Vergüenza causa el decirlo: unos se casan por un motivo puramente ciego; y como un caballo desbocado se sienten arrastrados por su pasión innoble. Cogen el matrimonio, no como un estado en cuyo acierto va nada menos que la salvación, no como un sacramento que en su recepción pueden infundirles una gracia poderosa, y mucho menos como una obra divina; sino que toman el matrimonio para obrar según toda la influencia de brutales apetitos. Solo miran a su cuerpo, al bienestar de su cuerpo, a la ganancia en pro de su cuerpo, ¿qué mucho que una vez casados sean tan desgraciados? Quién extrañará que su casa esté llena de maldición, y aun de deshonra para las familias. En personas ricas muchos de sus casamientos son excitados por la codicia, y en alguna ocasión añaden a esta la miserable torpeza. Y extrañaremos que muchas casas por la desunión de los casados parezcan más bien unos infiernos ambulantes? Y, como a todo lo material miran, y no atienden a Dios n hemos de extrañar que algunos les suceda lo que a los maridos de Sara, de quienes según dice el sagrado texto, se apoderaba de ellos el demonio, porque en el enlace que celebraban, prescindiendo de Dios, obraban según la concupiscencia de la carne.” Ahora bien: si por el motivo de la torpeza se da esta potestad al demonio ¿cuántos lo tendrán por padrino en el día de sus bodas? ¿y con este padrino extrañaremos que muchos casados vivan mal? ¿admiraremos las cien y cien ofensas que hacen a Dios? ¿nos maravillaremos de sus lastimosos lamentos? No faltan algunos que en 99 su matrimonio solo miran al dote, y por decirlo con el proverbio, “no buscan la mula, sino la herradura.” ¿Cómo han de ir bien semejantes matrimonios habiéndose propuesto en su celebración un fin tan bajo? Para que tú, lector carísimo, aciertes y seas feliz, no te propongas la satisfacción de tus pasiones, ni el dote, ni la sangre, ni la vana hermosura; sino sola intención de servir y agradar a Nuestro Señor. Di con frecuencia: “Dios mío, me caso para tener un estado en que servirte, por quitarme las ocasiones de pecar, para tener una defensa en mi fragilidad y miseria, para que en los hijos que me dieres continúe yo en la iglesia tus alabanzas, y para dar a mi patria ciudadanos laboriosos y honrados.” Fuera, pues engaños, fuera pasos peligrosos, y fuera torpezas, galanterías, profanidades y pompas del mundo: y en lugar de todo esto consulta a Dios, instrúyete en los deberes, toma a María por tu protectora, invoca al gran modelo y protector el señor san José, rézale al Ángel de tu guarda, y de este modo acertarás en tu estado y aun te santificarás. Era Abraham uno de los patriarcas más ricos y más sabios, y habiendo querido casar a un hijo Isaac, no buscó una mujer rica, sino una parienta suya de gran virtud: por lo cual fue su matrimonio lleno de felicidad y de bendición. ¡Ojalá que los cristianos imiten tan bello ejemplo! 80. Igualdad en el matrimonio Ya habrás notado lector carísimo, el grande medio que acabo de presentarte para alcanzar la santidad en un estado, que es la pureza de intención; mas no lo extrañes, porque como dice el santo Evangelio. “Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo será luminoso.” Como si dijera, si la intención con la cual os casáis es buena, todo será bienestar en el matrimonio; así como si os casáis por la codicia, por la torpeza, por el apetito, por la venganza o por la pasión, todo serán penas y trabajos, ya que dice el Divino Maestro, “si tu ojo fuere tenebroso, todo tu cuerpo, será semejante a las más espantosas tinieblas.” Dichoso pues los que se casan con la recta intención de agradar a Dios, para huir del pecado, para no verse expuesto a perder la castidad y para que teniendo hijos sean educados en el Señor: y más dichosos todavía si añaden el segundo medio que consiste en la igualdad del matrimonio; pues a la manera que dos animales desunidos no son aptos para un yugo, así el yugo santo del matrimonio jamás podrán llevarlos los sacados si reina entre ellos una fatal desigualdad. Por tanto, los que quieran casarse y acertar en su estado procurarán ser iguales con su consorte en las cosas siguientes: 1. Iguales en edad La primera igualdad que se requiere es en la edad; porque desde el momento que ella falta, si de una parte hay enfados de la otra hay sospechas; y si en el uno todo es tedio en el amor, en el otro todo es celo que lo martirizan. Pero no quiero decir por esto que todos hayan de tener indispensablemente los mismos años; porque dos o tres años más en el hombre, es muchas veces la mejor sal, así como en la mujer, es de un grande auxilio; solamente entiendo que cuando por miras de interés una joven de pocos años se casa con un viejo, este matrimonio es y será siempre desgraciado, y aun corren grande peligro aquellos que parece que están dirigidos por el amor ¡Oh Salvador! ¡cuántos males!¡cuantos enfados! ¡cuántos escándalos! ¡cuantos pecados! Y ¡cuantos los que se condenan! 100 2. Iguales en educación Todos sabemos lo que es la educación, aunque no todos la tienen: y aun entre las personas que la tienen es unas es mayor o menor, y en otras más o menos fina. No todos los que se sacan atienden a este punto, y de ahí las porfías entre los dos, las terquedades, el malestar y la violencia, porque la educación forma como una segunda naturaleza. 3. Iguales en la sangre No lo pierdas de vista, porque esta igualdad en la sangre es necesarísima, ya porque jamás han probado los casamientos de un amo con su esclava, o de un hijo de familia con la criada de su casa, ya porque siempre los han seguido los abatimientos y los ultrajes, los desprecios y las infamias, y aun la cólera y la rabia. Cuenta la historia que un criado se introdujo en el corazón de la hija de su amo: y esta no obstante la nobleza de su sangre, sus muchas riquezas y la brillante posición que guardaba en la sociedad, quiso casarse con él, y a los cuerdos consejos de su señor padre, lo contestó que si no podía lograrlo se quitaría la existencia con el veneno. El padre viendo que no aprovechaban exhortaciones le dijo: “anda desgraciada, cásate con tu criado desventurada, pero tú lo llorarás.” A los pocos meses el criado comenzó a obrar como marido y señor de su antigua ama y señora, se despojó de los sentimientos religiosos, abandonó por completo la Iglesia, dejóse arrastrar de los vicios más soeces y humillantes, y tratando a su mujer como un bárbaro, la sumergió en un abismo insondable de miseria, de ignominia y deshonra: así pagó la desventurada la formal desobediencia con su padre! 4. Iguales en el natural No se pierda de vista que los casados están destinados a formar un solo espíritu, no obstante de ser dos personas; y de ahí la necesidad de que haya entre ellos cierta igualdad en el natural, porque de la oposición de genios brota la semilla de la discordia, de los arrebatos, de las amenazas, y algunas veces aun de cosas peores. 5. Iguales en las costumbres Si entre marido y mujer se ve la distancia que media entre el cielo y el infierno, si parecen de dos distintas religiones, si el uno se porta como ferviente católico y el otro como ateo rematado, si la mujer se entrega a la piedad y a las cosas de religión, y el marido a la codicia o al despilfarro; si la mujer cumplidas sus obligaciones visita el templo, se da a la oración y visita los sacramentos, y él visita el juego, la casa pública, y se olvida de Dios, claro está que semejantes matrimonios de costumbres tan diversas no pueden ir bien. ¿Qué trabajos pasa una pobre mujer que tiene por marido a un tizón del infierno? ¿qué hará un hombre piadoso si se encuentra que es su compañera una mujer mundana? Concluyo esta verdad recordando: “que de dos esposos en el día del juicio, el uno será escogido para la gloria al paso que el otro será precipitado a los infiernos; que la mujer debe casarse en santo temor de Dios y no arrastrada por la concupiscencia, y que el hombre debe hacerlo con el deseo de servir a Dios y no movido por la pasión innoble:” inferid de lo dicho hombres y mujeres, cuanto os conviene la igualdad en los años, en la sangre, en el genio, y en las costumbres. Sirva como de conclusión los siguientes actos de prudencia de una joven católica: 101 Hacía el año de 1836 estaba la señorita S.B. a punto de contraer un matrimonio muy rico y muy brillante, cuando supo que aquel con quien iba a casarse no solamente no frecuentaba los sacramentos sino que se permitía aun en varias circunstancias, chistes y sarcasmos contra la religión. Al instante declaró a su familia que el matrimonio no tendría lugar; diose prisa a devolver las joyas que había recibido, sin que pudiesen hacerla mudar de resolución cuantas instancias y observaciones le hicieron. Después se casó con un hombre de mediana fortuna, pero de mucha piedad, con quien pasa los días mas dichosos.-Explic. del cat. de Mans. Bella respuesta de una reina Pocos días después de haberse verificado el matrimonio de María Lecksinska, princesa de Polonia con el rey de Francia Luis XV, su abuela y confidenta hallándose sola con ella le preguntó que pensaba de aquel gran suceso: “Ay madre mía, le contestó la princesa, no tengo más que un pensamiento que hace ocho días absorbe todos los demás; y es que sería muy desgraciada si la corona que me ofrece el rey de Francia me hiciese perder la que me destinaba el rey del cielo.” Reflexión sublime de una alma a quien la fe elevaba sobre el trono: reflexión que debería hacerse todas las jóvenes pensando en los peligros a que exponen estableciéndose en el mundo.-Vida de M. Lecksinska. Piadosos sentimientos de una joven Siendo conducida al suplicio las hijas de un gran señor (de la Biblié), cuyo único crimen era amar a Dios y al rey, queriendo un oficial republicano salvar a una de ellas le dijo: “Venga usted conmigo, me casaré con usted...”-“Déjeme usted, contestó ella; mas quiero morir que tener la ignominia de pertenecer a un enemigo de mi Dios y de mi rey.”-Cartas vendeanas. Una madre y sus tres hijas asesinadas.. Durante el reinado del terror, fue presa por los revolucionarios la señora de Sorinier con tres hijas suyas, y después de robarles lo poco que les quedaba, acabaron por maltrataras. Llegadas a Mortagne, las condujeron delante del comandante que estaba con una porción de gente tan impía y desalmada como él. Las pobres mujeres estaban medio muertas por el bárbaro trato que habían experimentado. Quiso la hija mayor hablar a esos tigres y rogarles que trajesen un asiento para su madre que estaba muy rendida. “Ya descansará en la paja,” contestó uno de los patriotas: respuesta cruel que hizo abrir los ojos a aquellas infortunadas. “Hijas mías, les dijo la madre, nos llevan al martirio.” En efecto el día siguiente las condujeron a Angers, en donde perecieron en el cadalso. Ya subían al carro fatal, cuando un ciudadano propuso a la más joven, que era muy hermosa, el casarse con ella, Mas ella recibiendo esta proposición con la más viva indignación, le contestó con noble orgullo: “Quieres tú que me case con uno de los cómplices de la muerte de mi madre; prefiero el cadalso a semejante infamia y doy gracias al cielo que me saca de una tierra habitada por semejantes monstruos.” Diciendo estas palabras echase a los brazos de su madre y después de haberla abrazado estrechamente sin derramar una sola lágrima, se abalanzaron las dos hacia la eternidad. Sus hermanas murieron con el mismo valor.-La Sra. de Sapinaud. 81. Consentimiento de los padres No negaré yo, lector carísimo, que para que el matrimonio sea verdadero, no se necesita el consentimiento de los padres, ni de nadie tampoco podrá afirmarlo, porque el matrimonio 102 celebrado entre personas hábiles, es verdadero matrimonio: y pueden darse algunos casos que haya necesidad de hacerlo así, principalmente cuando los padres dejan pasar los años sin hacerlo o porque movidos por viles intereses no lo quieren. Mas fuera de estos casos, deben saber los hijos, que no deben casarse sin el consentimiento de los padres, y que esto nos lo prueba la razón, de dependencia de un hijo para con su padre, el ser el matrimonio el negocio de mayor cuantía, la indisolubilidad que acompaña a este sacramento, las leyes civiles que lo mandan, la Iglesia que lo tiene establecido, y las santas escrituras que nos lo demuestran con una serie de casos prácticos. ¡Oh hijos e hijas! atended bien este punto, que es de los más importantes para vuestra felicidad. Sí, comunicad a vuestros padres vuestros deseos, y no aguardéis a descubrirlos cuando la cosa este tan adelantada que casi no hay remedio, avisadles desde el principio para que tomando las debidas informaciones, os lo concedan o nieguen según lo que más os conviene en este mundo, principalmente para la vida eterna: dichosos los que así lo hicieren, porque serán felices. 82. Cómo deben celebrarse las bodas Supongamos lector carísimo, que ya el matrimonio está dispuesto, que los padres anduvieron todos los pasos con el celo que les es propio, que los hijos se arreglaron sin ofender a Dios, y que reina en ellos una santa igualdad, ¿cómo deben celebrarse las bodas? No creas que sea riguroso, porque me consta que en todos los países han admitido en las bodas regocijo, convites, música, festejos y gala; tan solo quiero decir que la gala, el festejo, la música los convites y el regocijo debe ser a lo cristiano, y de un modo semejante a las bodas del Caná de Galilea, con la decencia de honestos convidados y con el concurso de personas decentes. Nada pues debe haber en las bodas cristianas que huela a indecencia, lascivia, chocarrerías, o descomposturas, pues como dice san Juan Crisóstomo, “el matrimonio no es una pieza teatral, sino un sacramento que se recibe.” Como si dijera, el matrimonio no es una comedia en la que solo se atiende a pomposos aparatos y exquisitas colgaduras en las que se disponen galas, se aliña a las personas con mil incentivos de torpeza, para que tomados los palcos y lunetas de la función den excelentes resultados; sino que es un sacramento, es el misterio soberano de Jesucristo y la representación de su unión con la Iglesia. Oye cuán triste cosa es casarse tan solo civilmente y hasta que punto lo castiga Dios. Había el emperador Otón tomado por consorte a Adelaida y vivía con ella a pesar de un impedimento diremente que mediaba y de cual no quiso obtener dispensa. Guillermo, hijo de Otón y arzobispo de Maguncia, no pudiendo sufrir el grave escándalo que daba su padre a todo el imperio viviendo así amancebado, le amonestó muchas veces, le rogó y hasta amenazó con la excomunión. Mas lejos de rendirse el soberbio emperador hizo prender al santo arzobispo y lo tuvo un año encerrado en una oscura prisión. Llegada la cuaresma le puso en libertad, para que pudiese conferir las ordenes sagradas; pero intimándole que si no aprobaba su matrimonio volvería a la cárcel el días de Pentecostés, y mudaría presto de lenguaje con las severas penas que se le impondrían. Pero lejos de intimidarse el magnánimo arzobispo: Decid a mi padre, contesto, que precisamente el mismo día de Pentecostés comparecerá ante el Juez supremo a darle cuenta de su escandaloso enlace. Dichoso de ti, ¡oh hombre, si la mujer con quien te casas es virtuosa, modesta, vergonzosa y recatada! ¡Oh que hermosura es esta! Es ciertamente sobre toda hermosura y sobre toda gracia, y el doblado primor de la belleza. ¡Dichoso marido! Porque ni la muerte afeará tu esposa, ni aun lo destructor del tiempo, y porque desde el día de tu feliz enlace, entrado has 103 en la posesión de tan grande herencia, que no puede compararse con ninguna otra dote: y dichoso porque tienes todas las felicidades juntas, como lo afirma el Espíritu Santo, en solo la mujer buena. ¡Oh hombres! ¿queréis un día lograr tanta dicha? Conservad la inocencia de la mujer, no la pervirtáis, anda de buena fe, pedidla a sus padres siguiendo los pasos de la honradez, preparaos con la recepción de los sacramentos, y celebrando las bodas con la decencia y el temor de Dios, asistirán en ellas Jesús y María y os llenarán de sus bendiciones. Antes de celebrar las bodas harán muy bien el hombre y la mujer de mirarse en el místico espejo del siguiente ejemplo Prudencia admirable de una joven Una mujer que se case con un hombre sin religión, se expone al peligro casi cierto de perderse en este mundo y en el otro. Guiada por este principio, una joven rompió ella misma el matrimonio que iba a contraer. Como había sido educada por una madre cristiana y Dios había bendecido esta educación eminentemente religiosa, la gracia de tal suerte había perfeccionado la naturaleza, que a pesar de que nada había que desear tocante a la fortuna y era un partido ventajoso bajo todos conceptos, no obstante la prudentísima doncella lo desechó. Los padres engañados, como a menudo sucede, habían escogido a un joven a quien no faltaba sino lo esencial. Tenía talento y riquezas, mas no tenía religión ni principios. Acercábase el momento del enlace, cuando el discípulo de la impiedad dejó escapar el secreto, y manifestó este bello espíritu que no se miraba sino como una máquina sensible y organizada. Al observar el efecto que este absurdo materialismo producía sobre su futura esposa, creyó salir del paso diciéndole que era una máquina divinamente organizada, espiritual y amable, pues el nombre de Dios se halla aun en los labios del impío. La joven doncella cortó la conversación de que estaba horriblemente mortificada; lo contó todo a su virtuosa madre y de acuerdo con ella escribió el billete siguiente al que había dejado de ser digno de su aprecio: “Muy señor mío: Usted me ha horriblemente sorprendido diciéndome que no éramos más que máquinas; por brillantes que sean las cualidades con que usted trataba de adornarme, creo que cuando un hombre es verdaderamente sensible y delicado, deja a la quiere hacer feliz las ideas dulces de la religión, mucho más propias para la felicidad propia de esas ideas frías de máquina y de materia nada favorables a la virtud. Bien pronto se disgusta uno de una máquina, aun cuando sea hermosa, lo que no dura mucho tiempo, y entonces ¿qué dicha puede esperar una mujer de un hombre máquina?- El joven trato de disimular sus principios, mas no las mudó; no obstante halló con quien casarse, pero fue tan mal marido y mal padre, como había sido mal hijo.-Merault (Meró) apologista involuntarios. Capítulo 14 Deberes generales y particulares de los esposos 83. Los casados deben amarse El solo precepto del amor al prójimo obliga a los casados a amarse entre sí; y les obliga también de un modo especial el dogma de la indisolubilidad del matrimonio que han abrazado. Si faltare el amor ¿ qué estado tan triste, aflictivo y desgraciado sería el del matrimonio? Luego nuestro propio bien nos obliga a amar aquello con lo que hemos de vivir necesariamente. Los esposos por tanto deben amarse: 1º Con amor mutuo. San Pablo así como publica que los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos y como Cristo amó a su Iglesia; así también proclamó que la 104 mujer debe amar a su marido, como ella ama su propio cuerpo, y como la Iglesia ama a Cristo: como si dijéramos, deben amarse con un amor mutuo, íntimo, verdadero, continuado y perseverante. 2º Con amor tierno y de corazón. Los casados deben amarse con amor tierno y de corazón, ya que son como miembros de un solo cuerpo, supuesto la palabra de Jesucristo que dice: serán dos en una misma carne. Como nos sufrimos a nosotros mismo, como nos excusamos completamente y como nos procuramos el alivio, así de un modo semejante deben obrar los casados: y no lo hacen así por cierto aquellos y aquellas que pon un chiste pesado, por un apequeña humillación, por falta de sufrimiento, se enojan, dejanse arrastrar de la ira, se encolerizan hasta el extremo: y llegan a desearse la muerte, para salir de lo que ellos llaman la cruel esclavitud. E cosa monstruosa ver el marido aborreciendo a su mujer! Cosa es abominable que la mujer odie a su marido! Cosa es la más infame que los dos ya se odien; y al contrario, con el amor tierno y de corazón se alejan mutuamente del pecado, se socorren, se alivian sus apuros, y se hacen dignos de gracias muy extraordinarias, porque por este camino todo lo facilita. 3º Con amor de obras. Deben los esposos afianzarse el mutuo amor, por medio de las obras, no haciéndose mala cara, y sí hablándose con dulzura, con cordialidad y verdadera ternura. Por tanto, faltan aquellos maridos que tratan indignamente a sus esposas. Hay hombres que fuera de casa todo es amor, y en casa todo es desvío: que fuera casa admiten todo lo festivo, y para los de casa guardan el mal humor; con otros son francos y les descubren sus negocios, al paso que con sus mujeres son dobles y reservados; esta especie de maridos tan inhumanos, por más que ellos digan, no aman a sus mujeres con amor de obras, y mucho menos las aman todavía los que viven cegados por el juego, los dados a la bebida de licores los entregados al amor profano. 4º Con amor sin celos. Yo te digo y aseguro lector carísimo, que por más que encomie el amor de los esposos, siempre, siempre es preciso procurar que no decline en celos. ¡Ah! Qué casa tan infeliz la sitiada por los celos! Allí se reproducen las riñas con toda su fiereza; allí se multiplican las más terribles venganzas; allí se forjan los más falsos y desacertados juicios; allí se profieren los juramentos más execrables; allí se dan a luz los escándalos de mayor abominación; allí se efectúan los divorcios más escandalosos, allí... ¿pero qué hago? Sí, se hace imposible narrar siquiera los tristes resultados de los celos, porque esta terrible pasión priva de todo bien, y ejecuta todo mal, y pone en peligro de eterna condenación, a los que desgraciadamente los admiten. 5º Con amor que produzca el vivir siempre juntos. Los casados deben ordinariamente vivir juntos, lo cual no es un simple consejo; sino que es un precepto que nos ha publicado el Apóstol; asegurándonos “que lo manda en nombre de Dios.” De ahí es que no pueden procurar el divorcio sin causas poderosísimas, y no lo son ciertamente el ser perezosos, borracho, jugador, quejoso o padecer otras cositas de esta naturaleza; se necesitan causas gravísimas como faltar a la fidelidad, correr peligro de la vida y alguna otra cosa semejante, porque cosas de poca monta se curan de ordinario con un poco de paciencia y sufrimiento. Tengan presente que el mejor divorcio, es una gran calamidad, es la ruina de la casa, la mala educación de la familia, el despilfarro de los bienes, el escándalo de la población, y casi siempre la condenación de los desgraciados esposos. Vean todos su conducta en santa Mónica, que puede llamarse modelo de casadas. Uno de los modelos más acabados que pueda proponerse una perfecta casada fue ciertamente santa Mónica, madre de san Agustín. Patricio, con quien se había casado, era 105 pagano y se dejaba llevar del ímpetu de las pasiones, por lo cual puso su mayor cuidado en ganarle a Dios, trabajando en esto con una sumisión, dulzura y paciencia admirables. Procuraba no agriarle con represiones. Jamás se quejaba de él; antes bien ocultaba sus faltas a todos cuantos la trataban. Con esa conducta verdaderamente cristiana ganó Mónica el corazón de su marido, el cual la estimó la admiró y respetó. Y como dirigía a menudo al Señor fervorosas oraciones por su marido, fue por fin escuchada. Patricio se dejó instruir y se convirtió. Recibió el santo bautismo y desde entonces fue puro, casto dulce y digno de tener a Mónica por esposa. 84. Los casados deben guardarse mutua fidelidad Ante todo, conviene sentar lector carísimo, que doctrina es del Apóstol la que asegura,”que los casados deben guardarse mutua fidelidad,” y que cada uno tiene el deber de pagar el débito al otro: por tanto negarse sin legítima causa, es faltar a un deber que debe cumplirse bajo pecado mortal; aunque con mutuo consentimiento pueden abstenerse los dos por algún tiempo, para darse mejor a la santa Oración. Esta obligación entraña la mutua fidelidad, y cumplir esta obligación es una cosa tan grave, que ser fiel a ella, es hollar y echar por tierra todas las leyes divinas y humanas, es declararse del número de los necios, y precipitarse en vida en el abismo de la infinita desgracia. Este deber puede quebrantarse no solo por obra; sí que también por deseos deliberados y pensamientos consentidos: y siempre es pecado mortal gravísimo. Mas ¿cómo lo castiga Dios? No queremos mostrar la gravedad del adulterio, sino tan solo recordar que es un pecado tan grave, que todas las leyes lo han condenado; y pueblos ha habido que condenaron a los adúlteros a morir apedreados, y que aún condenaron a muerte a sus cómplices, y aun a sus parientes. Siendo esto así, y ano se admirará “que Dios mismo quiera ser el juez de los adúlteros.” Moisés establece un tribunal para que pueda juzgar los negocios de su nación, mas en los casos difíciles y extraordinarios él mismo se constituye juez en última instancia: los apóstoles y sus representantes reciben el nombramiento divino para juzgar a todos los fieles, mas cuando se trata de los adúlteros, no fía el Señor este juicio a nadie, sino que Él mismo declara que es su juez: como para darnos a entender, “que la conducta del adúltero es conducta nefanda, y que es lo monstruoso, lo infame y lo criminal.” Bien puede la justicia humana disimular bien puede abrogarse las leyes civiles y aun dar otras en contra, “que siempre será verdad,” infelices adúlteros! “que jamás podréis cohechar al Divino Juez.” ¡Ay! ¡hay de los adúlteros! Porque en aquel día Dios juzgará: y entonces hará aparecer la injuria del hombre cuando falta a su esposa; y la injuria que hace la mujer a su marido cuando ingrata y atrevida le falta. ¡Ay! ¡ay de los adúltero porque ellos serán juzgados por Dios y hará que comparezcan en su divino tribunal los vergonzosos escándalos, el despilfarro de los bienes, la injusticia que se hace a los hijos, y mil y mil otros daños que apenas pueden enumerarse. La fidelidad entraña consigo la completa prohibición de lo desordenes en el uso del matrimonio; y ella obliga a los esposos a obrar no como brutos animales, sino como seres dotados de razón, como templos que ya son del Espíritu Santo, y como miembros de Jesucristo, que deben trabajar animosos en la sujeción de sus pasiones. Es un error perniciosísimo, creer que los casados pueden en el matrimonio cuanto se les antojare... porque el fin de los casados es la conservación de la propia especie, la gloria de Dios, y el dar a sus pasiones un racional desahogo. ¡Ay de los casados que no se proponen tan nobles 106 fines! Ellos serán desgraciados; y por eso es fácil su perdición. ¿Por qué el casado no vive bien? ¿por qué el marido no da a su mujer el debido ejemplo? ¡Ah! Triste fatalidad que hace que los hijos no se sujeten, que la miseria invada el hogar paterno, que los males más graves se repitan por doquiera, y que en la otra vida padezcan para siempre. 85. Deberes particulares de los hombres casados No basta a los casados el que cumplan las obligaciones generales, sino que a estas deben añadir las particulares de cada uno de los cónyuges; con la observancia de aquellas comienza el buen camino, con las de estas entran en la vida de la santidad; con las primeras se atraen y disponen, con las segundas se estrechan y disponen, con las segundas se estrecha más y más en los brazos del amor; y de ahí el goce de la paz, de la unión y de la mutua fidelidad. Comenzando con los deberes particulares del marido, decimos: 1ª El marido debe sustentar a su mujer san Pablo nos dice: “que el hombre es la cabeza de la mujer, “ y lo es como Jesucristo de la Iglesia Católica; y así como éste la ayuda, la socorre y le comunica sus divinas influencia, así el marido debe comunicar a su mujer sus propios bienes, y socorrerla y ayudarla. De ahí se sigue, que el marido no debe ser escaso para con su mujer, sino que debe darle lo suficiente para sus gastos; y que pecan los maridos que no dan a sus mujeres lo necesario teniéndolo; pecan los maridos haraganes que teniendo un buen oficio no trabajan; pecan los que si fuesen a jornal ganarían lo suficiente, más no lo hacen por pereza o por vergüenza; pecan aquellos que tienen sus tierras, más que por falta de cultivo no sacan de ellas el debido provecho; y pecan en suma, todos los que pasan el día en juegos, borracheras, comilonas y demás diversiones mundanas. ¡Cuántos inconvenientes de no dar el marido a su mujer lo que necesita? ¿cuántos pecados? ¿cuántos crímenes de los más atroces? ¡Ay! Ay de los maridos que no trabajan! Padre, yo trabajo, pero en ciertos días procuro divertirme a ratos. Convengo que el marido puede proporcionarse un pequeño desahogo; pero debe procurar que nada falte a la mujer ni a los hijos; porque de lo contrario la mujer se habría de proporcionar lo que le falta, o tomando ocultamente alguna cosa o vendiendo los efectos como maíz, garbanza pulque, etc...¿y peca la mujer tomando a su marido algunas cosas? Habiendo necesidad no peca, porque tomó lo suyo, y aquello que tomó por necesidad le es lícito, aunque jamás podrá tomar más de lo que necesita, y de ningún modo le será lícito derrochar los bienes de su esposo, sino que esta en obligación estricta de conservarlos y aun de aumentarlos. 2ª El marido debe gobernar a su mujer Es evidente que el marido debe gobernar a su mujer, ya que él es la cabeza , y ella viene a ser como los miembros de esta cabeza: y al modo que en la Iglesia Católica Jesucristo gobierna a la Iglesia y no la Iglesia a Jesucristo; así en el matrimonio el marido debe gobernar a su esposa y no esta aquel. De lo dicho se infiere; que el hombre debe disponer y administrar sus propios bienes, y aun la dote de su mujer, y si esta dominada por el orgullo se opone y quiere apropiarse esta prerrogativa, peca, y esto debe entenderse aunque el marido ceda, porque ello hace contra su voluntad, y tan solo por impedir mayores males. Atiende, lector carísimo, que bien puede darse algún caso en el cual sea lícito a la mujer administrarse sus propios bienes, lo cual acontece, cuando el marido por su descuido o por 107 su poca inteligencia o por sus vicios despilfarra su dote, previéndose que continuando de aquel modo, pronto se perderá todo. Mas fuera de estos casos, el marido debe disponerlo y administrarlo todo; pero debe advertirse que en cosas de grande cuantía, en las principales empresas y en los negocios de más importancia, nada más propio que el procurar el marido obrar de acuerdo con su esposa. 3ª El marido debe corregir a su mujer La corrección, real verdadera y caritativa que el marido debe hacer a su esposa en determinadas circunstancias no es más que una consecuencia, de su superioridad, y le es tan obligatoria, que si no lo hace por descuido, por no disgustarla o porque le profesa un amor desordenado, en este caso aprueba tácitamente sus desórdenes, y tendrá que responder de ellos ante Dios. Por tanto debe el marido abrir los ojos, y no exponerse a labrar por su cobardía, la triste corona de cien y cien trabajos y aflicciones en esta vida, y para después una eternidad de desdicha. “Observa el marido que su esposa dice malas palabras, que tiene amigas no honradas, que hace visitas peligrosas, que pierde miserablemente el tiempo con sus amigas, que se entrega a la estéril y peligrosa lectura de novelas, que maldice a sus hijos, que habla mal de todos, que miente a cada paso, que viste profanamente, o que permite a sus hijos lo que jamás debiera permitirles; en estos semejantes casos debe el marido revestirse de toda sus autoridad, para avisarla, corregirla y reprenderla.” ¿Puede el marido pegar a su mujer? Ved ahí una grave falta de algunos maridos, porque gritan, maldicen, alborotan y tomando un palo intentan rompérselo en las costillas de su mujer. Semejante conducta es inicua, porque no es este el modo de corregirse. El marido así debe hacer la corrección en su mujer. 1ª Con suavidad y dulzura haciendo notar la falta: 2ª Con firmeza y constancia y cierta alteración, dulce empero y suave: 3ª Con acrimonia con amenazas y aun con cierto castigo. Pero deseas saber lector carísimo, cuál debe ser la conducta del marido cuando su mujer no hace caso de sus avisos, ni de sus reprensiones, y ni si quieta de las amenazas? Hacer lo que hacen algunos maridos que airados pegan a su mujer, esto jamás les será lícito; porque nadie puede ser juez en causa propia; y porque la mujer no es la esclava del marido, sino su esposa: “pero si podrá darle un castigo leve y moderado como encerrarla, privarla de alguna diversión, hacer que sea reprendida directamente por sus padres y en casos gravísimos amenazarla con la separación.” Advertimos otra vez, que el divorcio es casi siempre la condenación de los dos esposos. 86. Deberes particulares de la mujer casada A la manera que el marido tiene sus propios deberes que cumplir y deberes que le obligan bajo pecado mortal, así también la mujer tienen sus obligaciones propias, y dejarlas de cumplir es condenarse, cuando se falta a ellas en materia grave. Vamos a exponer cada una de ellas comenzando por la primera que es. 1º Cuidar las cosas de la casa y trabajar Aunque el marido tenga la primera obligación de ganar lo necesario para el sustento de la casa, mas la mujer no debe estar mano sobre mano, sino que debe cuidar las cosas de la casa y trabajar en lo que buenamente pudiere. Dios después de haber criado al hombre crió 108 a la mujer, y al criarla, no la hizo una vagabunda, ni una holgazana, y mucho menos la despilfarradora, sino que “la hizo la ayuda del hombre.” Es necesario que ella procure que nada se malgaste, que todo se ejecute con la mayor economía posible, que los hijos anden regularmente vestidos, que los criados cumplan sus deberes, que a las horas señaladas esté hecha la comida, y que todo lo que les está confiado ande por decirlo así como un reloj. Así como hay un gran número de casadas que cumplen admirablemente sus deberes, así también se encuentran algunas, que en lugar de ser mujeres que enriquece la casa, todo lo destruyen. ¡Ah! ¿cuántas las que consumen una parte de la hacienda en vestidos? ¿cuántas las que por un prurito de la moda contraen penosas deudas? ¿cuántas las que dejan perder las cosas de la casa? ¡Ah! “aquí la ropa apolillada; allí se agusana las provisiones; hoy se vierte un pellejo de pulque; mañana se aceda la manteca, el vino, y si a esto se añade el vivir ociosas, levantarse tarde, pasar largas horas en su tocador...” claro está que las que así se portan no buscan el bien de la casa sino su perdición. ¡Ay de estas mujeres! Y hay también de aquellas “que todo lo malgastan, que su casa está hecha una cuadra; su marido un pordiosero; sus hijos unos pilluelos; los enceres de la casa en total abandono, y su alma mal con Dios.” 2º Obedecer al marido La mujer debe obedecer a su marido, y faltar a la obediencia es caer en muchas ocasiones en pecado mortal. Manda el marido que su mujer no trate con tal señor, que no visite tal persona, que no pase tanto tiempo fuera de casa, que enseñe la doctrina a sus hijos, que rece el rosario a todos sus domésticos, que sus hijas no vistan a lo mundano, que les enseñe las labores que les son propias, que no asistan a bailes peligrosos, que no ande girando por las calles...”claro está; que en estos casos y semejantes casos la mujer casi siempre peca mortalmente no obedeciendo.” Cuenta Tácito que a cierto marido le tocó una mujer tan pésima que no solo no le obedecía sino que siempre obraba lo contrario de lo que él disponía. Sucedió que en cierta ocasión ella se cayó en un río, mas su marido fue a buscarla río arriba, y no desistió a pesar de los cargos que le hicieron. Después de un rato sendo requerido de la justicia porque fue a buscar a su esposa río arriba, en lugar de seguir la corriente, contestó: “como mi esposa siempre hacía lo contrario de lo natural en todas las cosas que yo indicaba, disponía y aun mandaba, por esta razón la iba yo a buscar contra la corriente.” Justos juicios de Dios que permiten que las esposas descuidadas, caigan en un total menosprecio de sus maridos! 87. Medios prácticos Cumplir cada uno con sus obligaciones es el medio de los medios, para que los casados vivan bien. Cumpla el marido con lo extremo, y la mujer con los quehaceres de la casa y ambos cumplimientos forman la más bella mezcla de paz y tranquilidad; pero si el marido no trabaja, o si teniendo recursos no ministra lo necesario, naturalmente la mujer se exalta y aun manifiesta exteriormente su enojo: y lo propio hace el hombre respecto de su mujer cuando ésta descuida la comida, el lavado, el planchado. Asientan bien en tu corazón lector carísimo, esta máxima: “el cumplimiento de las obligaciones particulares y generales, es para una casa el todo de la paz y concordia:” quiten la raíz y todo quedará arreglado: quiten 109 pues los esposos el pecado, dense a la virtud, hagan una buena confesión, 3y esperen alcanzar por este medio la práctica verdaderamente de toda virtud. Sírvales de consuelo el siguiente ejemplo que puede apellidarse: un general y su esposa. Mientras se esforzaba el infierno a destruir el catolicismo en Francia, el general de Mouchi no se avergonzaba de practicar públicamente los deberes religiosos en la corte, ni cesaba de mostrarse católico. Y habiéndose sabido que él y su respetable esposa asistían a los sacerdotes que estaban reducidos a la última miseria, por no haber querido conservar sus destinos vendiendo la ciencia, ambos esposos fueron denunciados, presos y conducidos a la cárcel, de la Fuerza. El general, aunque alojado en el mismo cuarto que un filósofo incrédulo, hacia no obstante los ejercicios espirituales como si estuviera solo o en compañía de fieles. Trasladado después con su esposa a la cárcel de Luxemburgo edificaban a todos los que eran capaces de emoción, siendo objeto de respeto a los demás. Nadie hablaba de ellos sino con veneración, pero el crimen iba a consumar su triunfo. Al llamar al paso para ir a la cárcel de la Consejería. Mouchi rogaba al soldado que no hiciese ruido a fin de que su esposa, que había estado enferma los días precedentes, no advirtiese su partida. “Es preciso que ella venga también, le contestaron, pues está en la lista; voy a avisarla que baje.-No, respondió el general, ya que es preciso que venga yo se lo anunciaré.” Va pues a su cuarto y le dice: “Mujer, es preciso venir Dios lo quiere así, adoremos sus decretos; eres cristiana; yo voy contigo y no te dejaré.” L anoticia que llaman al general Monchi circula pronto por todos los cuartos. Aquel fue día de luto para todos los prisioneros. Unos se alejaban de los lugares desde donde se puede ver a los dos esposos al pasar; pues no se sienten con valor para presenciar espectáculo tan desgarrador, otros se mantienen en una posesión que indica el doble sentimiento del respeto y del dolor. Se oye una voz que dice. “Animo, señor general.”- Contesta el ilustre anciano con tono firme: “A los quince años subí al asalto por mi rey; ahora cerca de los ochenta subiré al cadalso por mi Dios.” Carron de la educación, tit. I. Capítulo 15 Sobre el adulterio 88. Juicio de Dios contra los adúlteros En los dos capítulos pasados lector carísimo, acabé de explicarte todos los deberes que el santo matrimonio impone a cada uno de los consortes, tanto en general como en particular; y todos ellos están tan difusamente explicados, que su cumplimiento introducirá en la familia la paz verdadera que debe reinar entre los cristianos; mas como una triste experiencia nos ha enseñado que no basta conocer las obligaciones que tenemos, sino que se hace indispensable fortificarnos con fuertes razones que nos muevan a su cumplimiento, ora para practicar el bien, ora para apartarnos del mal, de ahí el que hayamos creído prudente añadir a esta obrita un capítulo sobre el adulterio, para que los casados se guarden mutuamente fidelidad y huyan con todas sus fuerzas del crimen, del espantoso crimen del crimen abominable y horrible que se llama adulterio y crimen que Dios castiga por sí mismo: tanta es la desgracia de los adúlteros! 3 Sirve admirablemente para hacer una buena confesión la obra que imprimió la Librería religiosa, titulada Confesión o Condenación: Obra utilísima a toda clase de personas, a confesores y a penitentes, a los que no se confiesan porque han leído obras protestantes; a los que no se confiesan por sus vicios, a los que se han confesado mal, y a los que quieren hacer una buena confesión general México, Abril de 1870 110 El apóstol san Pablo, escribiendo a los hebreos, dice estas notables palabras: Dios juzgará a los adúlteros. Heb.13,4. Y qué ¿no te llama la atención el modo claro y espantoso con que san Pablo condena a los adúlteros? Háblales el santo, del matrimonio cristiano, se lo presenta como un estado lleno de reverencia, digno de toda honra y honor, rodeado de un santo decoro, y muy merecedor de grande veneración y de respeto bajo todos los puntos de vista que se le considere: y de repente, dejando su carácter dulce y amable, truena con una sentencia, capaz de horripilar de espanto, a los más protervos y contumaces, exclamando: que a los adúlteros los juzgará Dios. Pero ¿por qué habla así san Pablo? ¿a qué viene decir que a los adúlteros los juzgará Dios? ¿no sabemos por ventura que Dios es el Juez Supremo? ¿quién ignora que el Eterno Padre ha depositado en su Hijo toda autoridad, y que Este ha de juzgar a los quebrantadores de su santa ley? ¿a qué viene pues decirnos el apóstol san Pablo que a los adúlteros los juzgará Dios? ¡Ah! No te admire, lector carísimo, porque el adulterio es el pecado más opuesto a Cristo Nuestro Señor, el más detestado de su purísimo corazón, el que se hace reo de todas las penas imaginables, y el que se reviste de lo más grave e injusto tal es la justísima razón que acompaña el grande apóstol para recordar a los fieles la monstruosidad horrible del pecado del adulterio. Ojalá que los casados lo mediten! ¡Ah! Si lo hicieren, no tendríamos que lamentar tantas desgracias. Y ojalá que se hagan cargo de las razones que vamos a presentarles! 89. Qué es el adulterio A fin de que los casados encuentren en este capítulo toda la doctrina necesaria, conveniente y útil, para que jamás se manchen con crimen tan atroz es indispensable que recordemos el matrimonio. En fuerza del matrimonio, los casados han celebrado un contrato ante los hombres, ante la Iglesia y ante Dios mismo, en fuerza del cual el marido tomó a la mujer, para verdadera esposa suya, y la esposa tomó al hombre para su verdadero marido. Este contrato es por su misma naturaleza el más solemne de todos los contratos, y con todo, este contrato es el que quebranta el adúltero. Por esto, dirigiéndose uno a los casados les puede decir: El adulterio es el rompimiento de la fe y fidelidad que os prometiste en la celebración del matrimonio; es romper vergonzosamente el mutuo consentimiento que os disteis: es robaros el generoso entrego que mutuamente entonces os hicisteis; lo cual entrañaba en sí mismo la fidelidad que debíais guardaros. Es tanta verdad lo que decimos, que el apóstol san Pablo, escribiendo a los Corintos, lo asentaba como uno de los dogmas de nuestra santa fe diciéndoles: cuando celebrasteis el matrimonio, ¡oh casado! Entonces entregasteis mutuamente vuestro cuerpo a vuestro consorte: y así como el cuerpo del marido no es suyo, sino de su mujer, así el cuerpo de la mujer, no es suyo, sino de su marido. De ahí la tan sabida obligación de la deuda matrimonial; porque si el marido debe servir a su mujer: así también la mujer debe servir a su marido: atiendan bien los casados, porque faltar a este deber, siendo requeridos de su consorte, es pecado mortal, a no ser que tengan justa causa que los excuse. Además de esta obligación, que podemos llamar parte directa de la mutua fidelidad, hay otra obligación que puede ser apellidada parte indirecta, en la fuerza de la cual el casado no puede emplear su cuerpo sino con la voluntad de su consorte, y de ahí el crimen que se comete cuando el hombre o la mujer ponen sus ojos en una persona que no les pertenece. Hacer esto es un verdadero hurto, y no como quiera, sino de la cosa que más se aprecia, pues los casados nada aman tanto como la conservación intacta de este derecho. Como el 111 contrato del matrimonio es por su naturaleza perpetuo, de ahí es que los casados no pueden casarse otra vez mientras la vida de su consorte dure, y no pueden casarse aunque haya muchos años que este ausente, y aunque nada se haya sabido de él, y obliga hasta tal grado que si después de celebrado el matrimonio con otra persona, apareciere el consorte, desde aquel momento se consideraría como no casados nuevamente, porque reaparecerían con todo su vigor los derechos adquiridos en el primer matrimonio, al paso que el segundo matrimonio jamás lo habría sido en realidad verdadera, porque hubiera sido celebrado con un impedimento que lo dirimió el mismo acto que se intentaría celebrarlo. A vista de esta doctrina ¿qué diremos del adulterio? ¿qué diremos del consorte que se hace reo de semejante atentado? ¿qué diremos del hombre cuando no obstante de ser la cabeza de la casa, se sumerge a tal degradación? ¿y qué diremos de la mujer que se hace tan sin vergüenza que a esto se atreve? ¡Ah! El pecado de uno y otro es grande, y muy grande. Porque si los contratos de un día o de un momento en fuerza de la fe humana son sagrados ¿qué sucederá con el contrato matrimonial? ¿qué sucederá con este contrato en el cual se mezclan todos los intereses juntos? ¿qué diremos de un contrato que debe durar toda la vida? ¿qué de un contrato que fortifica la fe humana con la creencia que nos inculca la fe divina? Y ¿qué en suma de un contrato, en que se verifica una compra y venta perpetua? Si la experiencia nos enseña que se pierde una república cuando desaparece de su seno la buena fe en los contratos, así se pierde del todo la casa cuyos esposos se faltan a la fidelidad conyugal. Infeliz matrimonio el manchado con la fetidez del adulterio! Ya no le preguntemos cuanto tiempo hace que han reñido los consortes, que viven pésimamente, qué grandes castigos los acompañan, y que todos los males llueven sobre ellos, porque todos responderán, que desde que se hicieron reos del adulterio, desde que el hombre puso sus ojos en una mujer que no le pertenecía, o desde que la mujer se enredó con uno que no debiera. ¡Oh casados! Pensad en el deber que os impone la fidelidad prometida... no digáis que vuestro pecado está oculto, porque Dios ha jurado patentizar estos grandes crímenes, y ha jurado hacer ante todo el mundo un juicio de adúlteros, como dice san Pablo. No hace muchos años que en el lugar donde el autor esto escribía, se hallaba un matrimonio santamente envidiable; también vivían y con tanta tranquilidad cada uno de los consortes! Aunque no eran ricos sobre manera, con todo, la fortuna les había sonreído más de una vez; y de su matrimonio habían tenido cuatro hijos que coronaban su vida de paz y tranquilidad, con lo cual veían asegurada sus decencia, que en su vejez serían bien asistidos, y que sus párpados serían cerrados por las prendas de su corazón. Mas he ahí, que por una desgracia jamás bien llorada, uno de los consortes falta a la fidelidad prometida haciéndose reo del crimen espantoso del adulterio. ¡Quién lo creyera! En aquel mismo momento comenzó a cambiar la paz de toda la familia, los bienes se dilapidaron, no se amaban, aborrecianse con todo el ardor de los celos, escandalizóse a la familia y después de cien escándalos se separaron: tales son los efectos del adulterio! ¡así es este crimen un pecado grande! ¡así lo castiga Dios aun en lo temporal! Y ¿cómo lo castigará cuando con todo el rigor de sus justicia juzgue a los adúlteros? 90. Qué es el adulterio según leyes humanas En otros tiempos, lector carísimo, quizás no habría sido necesario alamar contra el adulterio, y mucho menos patentizar su gravedad en un libro destinado a la educación de la juventud; mas en nuestros miserables tiempos que algunos manchan feamente el tálamo nupcial, es un deber del sacerdote católico clamar contra semejante pecado, para que siendo 112 debidamente conocido, se aborrezca y abomine por todos como conviene: y es tanto más necesario, cuanto que espíritus débiles, corazones perdidos y almas abeyectas han tenido la osadía de presentar al adulterio como una cosa poca: oye pues: El adulterio es el feo delito que todas las naciones y en todos tiempos lo abominaron. El adulterio es el gravísimo pecado que todas las naciones han aborrecido... El adulterio es el pecado monstruo que todas las leyes humanas y divinas, lo han declarado contrario a la razón, contrario a los casados, contrario a las familias, contrario a los propios intereses, contrario a los pueblos, contrario a las naciones, contrario al cristianismo, contrario a la Iglesia y contrario a Dios.¿Qué más puede decirse de un pecado? ¿con qué palabras podría manifestarse su espantosa gravedad? Y quién lo creyera que algunos pocos que se llaman cristianos lo presentasen como un pequeño pecado? Y ¿por qué lo harán así? Sin duda alguna porque sus pecados ya les han pervertido las justas ideas de lo bueno y de lo malo, y porque han llegado por su triste desgracia a ser del número de aquellos que llaman al bien mal, y al mal bien. Y ¿por qué al adulterio lo llaman pequeño pecado? Porque semejantes personas han perdido una gran parte del pudor natural, no aprecian la honra según las luces del Espíritu Santo: y no atienden como se debe a la significación del matrimonio, por cuya causa todo un san Pablo, creyó que podía apellidarlo el Sacramento grande. El adulterio es un crimen que tanto no admite excusa, que las naciones más bestiales lo abominaron también, y señalaron penas tan gravísimas contra los adúlteros, que difícilmente pueden concebirse mayores. Por esto unos condenaron a los adúlteros a cortarles las extremidades de su cuerpo... otro a ser quemados vivos tanto al hombre como a la mujer... otros que les sacaron los ojos para que jamás vieran objetos semejantes... otros que les cortaran las narices... otros los condenaban a muerte, otros en suma, eran sentenciados a ser quemados vivos... y todas las naciones declaraban infames a semejantes culpables. Y los cristianos, lector carísimo, ¿cómo condenarán al adulterio? ¿qué castigos señalarán contra los adúlteros? Dejando aparte los castigos señalados por las leyes civiles, solo te diré que los concilios los han excomulgado. La Iglesia es verdad que no condena a muerte a los adúlteros, ni los queman vivos, ni mutila sus miembros; y ni siquiera los apedrea como los ejecutaban los Hebreos por orden de Dios, sino que los castiga mucho más, porque dirige su castigo contra su alma, fulminando contra ellos el formidable castigo de la excomunión. En efecto, vemos al apóstol san Pablo que habiendo fundado la Iglesia Corinto, continuó con sus cartas cultivando la semilla que había sembrado: mas ¿cuál fue su doctrina sobre el adulterio? Verdaderamente parece imposible que un hombre tan manso hubiese tratado con tanta dureza a un adúltero; pero lo hizo como él mismo nos los explica en su carta, y lo hizo con una excomunión tan formidable que entregó su cuerpo a Satanás. Aun mas hizo en su carta, porque para infundirles bien la gravedad del adulterio, les dice que se admiraba que no hiciesen públicas demostraciones de dolor. ¡Cómo exclama el santo Apóstol, un adúltero entre vosotros y vivís como antes! ¡un adúltero en medio de vosotros y andáis tras de algunas diversiones ¡un adúltero, con el cual sois miembros y os vestís lujosamente! ¡Ah! ¡quién os ha fascinado oh insensatos! El santo Apóstol lloró amargamente tantas desdicha y diciendo y haciendo, entregó corporalmente el cuerpo del adúltero a Satanás. Y ¿en nuestros días se cometen algunos de esos pecados? Si hubiéramos de llorarlo como el Apóstol ¿qué lágrimas serían suficientes para lavar tanto crimen? ¿cómo vemos permitido entre los cristianos lo que aun los pueblos bárbaros ha abominado? ¡Ah! No, no pierdas de 113 vista lector carísimo, que el adulterio, el espantoso adulterio es un crimen semejante a los de lesa majestad divina, y que Dios mismo se reserva su castigo. 91. ¿Por qué el adulterio tiene en sí a todos los pecados? Para que de una vez los casados cumplan mutuamente la fidelidad que se deben y por ningún título se prostituyan hasta el abismo de la maldad, cometiendo adulterio, vamos a manifestarles en pocas palabras que su maligno pecado está tan lejos de ser un pecado común, o un pequeño pecado, que siguiendo las huellas de los santos padres podemos afirmar, que es un pecado de tan formidables consecuencias, que lleva consigo a todos los pecados, y aun a los que ellos tienen de más grave y monstruoso. ¿Adulterarse infeliz casado? ¡Ah! Caíste en el crimen horrible que el Espíritu Santo apellidó “grande pecado” que el santo Job lo llamaba grandísimo y máximo pecador, que el Profeta Oseas después de haber reflexionado sobre él, lo denominó “pecado profundo porque apenas hay quien salga de este abismo,” pero pecado que llena con su grandor toda la tierra; pero pecado, que tiene toda la extensión de la mayor malicia; pero pecado, que sube hasta el cielo por su enormidad; pero pecado, que precipita al fondo de los infiernos. Adulterarse infeliz casado? ¡Ah! Caíste en el pecado que el germen de toda injusticia... junta de los mayores pecados lo peor, lo más enorme y lo deformísimo... y todo esto es el adulterio. ¿Adulterio infeliz casado? Abomina, abomina tu pecado, porque el adulterio se reviste del homicidio, porque a la manera que este quita la vida, así el adulterio da la muerte a su propio honor y deshonra a los demás: abomina, abomina tu pecado, porque aventaja tanto más al hurto, cuanto que no solo toma los intereses materiales, sino que también usurpa todo el cuerpo, y lo usurpa tantas veces cuantas adultera: abomina, abomina tu pecado, porque copia la mayor infamia de la detracción, maldiciendo e infamando tu propio cuerpo y el de tu cómplice: abomina, abomina tu pecado, porque se reviste de toda la irreverencia del sacrílego, porque con solo un acto hace polutos dos cuerpos, cuyo destino, es ser templos del Espíritu Santo: abomínalo, en fin, porque se cubre de todos los pecados, de todos los delitos y de toda la torpeza. ¿Es posible que en el seno del cristianismo se cometa semejante pecado? ¿Es posible que ente los fieles que se llaman seguidores de Cristo haya adúlteros? Sí, los hay por desgracia: por esto hemos clamado contra los adúlteros por esto hemos descubierto una parte de la torpeza de semejantes actos; y por esto repetimos con san Pedro. “Que entre todos los pecados, el adulterio, el adulterio es el más grave. ¡Ah! Si eres casado, lector carísimo, si te manchaste de un modo tan vergonzoso, basta, ya no lo detengas más, arrepiéntete, gime por tan grande ofensa y practica lo que voy a decirte. 92. Medios para guardar la fidelidad conyugal Es importante cuanto has oído en este capítulo lector carísimo, pero más lo es todavía lo que voy a decirte en este número, porque voy a darte los medios de que debes servirte para n caer en pecado tan horrendo. 1º No quererlo Este es el primer medio no querer adulterar, y es el más necesario, porque se trata de un pecado que puede cometerse de pensamiento sin necesidad de llegar a la obra, según nos ha 114 enseñado Nuestro Divino Maestro al decirnos; “que el consorte que fija sus ojos con mal fin a una persona que no le pertenece, ya en su corazón ha cometido adulterio.” 2º Huir las ocasiones de cometerlo Tanto el marido, como la mujer deben estar persuadidos que caerán miserablemente en este pecado, si no huyen de todas las ocasiones de cometerlo: por tanto, el marido debe huir de aquellos lugares y principalmente de aquellas personas, aun de aquellos tratos o lecturas que en algún modo puedan precipitarlo a semejante maldad, y lo propio debe hacer también la mujer y pueden tener por cierto que con la practica de tan importante documento no caerán, así como debe tener por seguro que ni todas las resoluciones juntas les servirán para conservarse, si viven en las ocasiones próximas y voluntarias. 3º Amarse uno a otro Bien podemos decir que la falta de amor mutuo es la causa de todos los adulterios que se comente; por esto es necesario el amor mutuo, y es necesario que los esposos se lo profesen entre sí como explica el apóstol san Pablo, a saber: “El marido debe amar a su mujer como Cristo ama a su Iglesia,” y a la manera que Cristo nunca se separa de la Iglesia y no le falta en cosa alguna, así el marido tampoco debe separarse de su mujer, y no faltarle en cosa grave. “La mujer debe amar a su marido como la Iglesia ama a Cristo: “y a la manera que la Iglesia nunca se separa de Cristo, y mucho menos le falta, así la mujer nunca debe separase de su marido y mucho menos faltarle. Con la práctica de estos medios, y de los demás que hemos dado en los capítulos 12 y 13 de la presente obrita, podrán los esposos librarse de semejante desgracia, guardarse mutua fidelidad y vivir como buenos cristianos que guardan la ley santa del Señor y cumplen los deberes de su propio estado. 4º Reflexionar sobre el adulterio de David ¿Qué le sucedió a David no obstante de ser un gran santo? Piénsalo bien lector carísimo, para que aprendas de su caída a aprovecharte de la doctrina de este capítulo. David ve a Betsabeé, y en vez de amar a su esposa como debiera, en vez de huir de la ocasión del pecado, y de guardar su corazón, permanece en el mismo lugar, se deja arrastrar de la pasión impura, se deja poseer del amor desordenado, concibe la fatal idea de la acción nefanda, y como Rey la llama en seguida para consumar... ¡Y qué! ¿ya se acabo el pecado? No ciertamente, porque David ha perpetuado un adulterio y este pecado lleva consigo cien y cien escándalos. David continúa cerca de dos años cometiendo el mismo pecado, conserva en su casa a la adúltera, intenta la muerte de su marido para casarse con ella, su corazón se le torna tan de fiera que de hecho la ejecuta, consiente que muchos de sus más fieles servidores perezcan con él, su pecado se pública con las circunstancia más monstruosas, escandaliza al pueblo que se permite mil maldades dirigido por su mismo monarca, los extranjeros blasfeman de aquel Dios que conserva tales monstruos en la cumbre del poder... y David, el antes tan santo y piadoso David, permanece en su pecado, y en su pecado muriera, si el Señor es su misericordia no le hubiese enviado el profeta Natan para que lo convirtiese. ¿Ves ahora lector carísimo, lo que es el adulterio? ¿has podido observar algunas de sus más fatales consecuencias? ¿qué infamia no trae consigo ese vicio nefando? Por esto todas las naciones han clamado contra él; por esto la razón lo condena en toda circunstancia; por esto 115 las leyes más terribles se han publicado para exterminarlo, y por esto la Iglesia recuerda a sus hijos: “Que a los adúlteros los juzgará Dios,” dice a los adúlteros, porque si la mujer peca gravísimamente por el peligro de introducir en la familia hijos adulterinos; no menos gravísimamente peca el hombre, porque siendo él la cabeza de la familia es el primero que ha de dar buen ejemplo. ¡Ay! ¡ay de los adúlteros! Porque el adúltero y la adúltera serán juzgados por Dios. ¡Qué juicio en aquel divino tribunal! ¡qué terrible y espantoso! ¡Ay! ¡ay de los adúlteros porque ellos harán caído en las manos del Dios vivo! Nada excusa al hombre, porque dice Dios que muera “el adúltero” nada excusa a la mujer, porque “Dios le dice, que muera la adúltera: y Dios concluye asegurando, “que ambos adúlteros deben morir, es decir, el adúltero y la adúltera:”tal es la doctrina de la Iglesia católica, de todos sus doctores, de los santos Padres, de los santos Apóstoles; y tal es la doctrina que nos enseñó el mismo Jesucristo: y tal es la idea que debes formarte del adulterio. Concluimos el presente capítulo con el siguiente caso cuyo agente principal fue san Tarasio y el emperador Constantino VI. Indisolubilidad del matrimonio Hacia el año 782, habiendo el emperador Constantino VI concebido una pasión criminal por Teodota, dama de honor de la emperatriz María, quien él jamás había amado, olvidando que los lazos del matrimonio son indisolubles, resolvió romperlos por casarse con Teolota. Mucho deseaba que san Tarasio, patriarca de Constantinopla, aprobase su divorcio, y comprendió que no sería fácil conquistarle, le envió a uno de sus principales oficiales, que intentaba probar que María había empleado el veneno para deshacerse del emperador. Tarasio en lugar de hacer un largo discurso, no contestó más que con estas cortas palabras, suspirando: “No se cómo podrá el emperador sobrellevar la infamia de que va a cubrirle ante el universo entero este divorcio escandaloso; tampoco sé como podrá castigar el adulterio y otros desórdenes, dando el semejante ejemplo. Id, pues, y decidle de mi parte que sufriré la muerte y los suplicios más horribles antes que consentir en semejante designio.” A pesar de este resultado no perdió el emperador la esperanza de ganar al patriarca; le hizo llamar y le mostró un vaso que decía estaba lleno de veneno que la emperatriz había preparado para quitarle la vida.. Tarasio no cayó en el lazo y respondió generosamente al emperador, que conocía el motivo de sus quejas. “Viene, exclamó, de la pasión de vuestra majestad por Teodota: mas aún cuando fueren fundadas, no consentiría por esto en la celebración de un matrimonio que será siempre ilegítimo y contrario a la ley de Dos, mientras viva la emperatriz María.” La más terrible amenazas quedaron sin efecto y el santo permaneció firme en su resolución. Capítulo 16 Del sacramento del Orden 93. Transición Explicado el matrimonio como Sacramento, y en cuanto es un estado al cual llama Dios a una gran parte del género humano, es muy justo que nos hagamos cargo del orden, orden sagrado instituido por Nuestro Dios Salvador, y que mediante su recepción se forman los verdaderos ministros de Dios. Es tanto más necesario, lector carísimo, hacerlo así, cuanto que desgraciadamente algunos cristianos tienen una idea muy falsa de lo que es un sacerdote, y una alma consagrada a Dios mediante los santos votos de pobreza, castidad y obediencia. 116 Nota por de pronto, que el orden es el todo de las cosas: y que el orden hace que los cielos sean la obra más admirable, el orden el que determina abundantes cosechas que enriquecen los estados, el orden el que mantiene a los animales en la debida sujeción al hombre, el orden el que señala una batalla con muy singular victoria, y el orden, en fin, el que hace a los hombres sabios, prudentes y útiles a la Iglesia y al estado. Si tal es el orden material en las cosas ¿qué será del orden admirable elevado a la dignidad de Sacramento? Hagámonos cargo de el para que se vea algo de la sin razón de los padres, cuando se oponen a que sus hijos lo reciban, refiriendo lo que es un sacerdote. Qué es el sacerdote ¿Sabéis lo que es un sacerdote, vosotros a quienes irrita este solo nombre o hace sonreír de desprecio? Un sacerdote es por deber el amigo, la Providencia viva de todos los desgraciados, el consolador de los afligidos, el abogado de los que están destituidos de defensa, el apoyo de la viuda, el padre el huérfano, el reparador de los desordenes y males que las pasiones y vuestras funestas doctrinas engendran. Su vida entera no es más que un continuo y heroico sacrificio para labrar la dicha de sus semejantes. ¿Quién de vosotros consentiría como él en cambiar los placeres domésticos, todos los goces y bienes que el hombre busca con tanta avidez por trabajos oscuros, deberes pesados, funciones cuyo ejercicio repugna a los sentidos y abate el corazón para no recoger de tantos sacrificios otro fruto que el desdén, la ingratitud y el insulto?-Aún estáis vosotros sumergidos en un profundo sueño y ya el hombre de caridad, adelantándose a la aurora, ha empezado de nuevo el curso de sus benéficas obras. Ya ha visitado al enfermo, aliviado al pobre enjugado las lágrimas del infortunio o hecho saltar las del arrepentimiento, instruido al ignorante, fortificado al débil, confirmado en la virtud a almas agitadas por el torbellino de las pasiones. Después de todo un día lleno de semejantes sacrificios, llega la noche, mas no el reposo... A la hora en que el placer os llama a los espectáculos y a las diversiones, van a toda prisa en busca del ministro sagrado; se acerca un cristiano a su último momento y quizás va a morir de una enfermedad contagiosa, no importa; el buen pastor no dejará espirar la oveja sin endulzar sus angustias, sin rodearla de los consuelos de la esperanza y de la fe, sin rogar a su lado al Dios que murió por ella y aquel mismo instante le da en el Sacramento de su amor una prenda cierta de la inmortalidad. He aquí el sacerdote, no tal cual vuestra aversión se complace en figurárselo, sin tal cual existe realmente en medio de vosotros. 94. ¿Quién instituyó el Sacramento del Orden? Jesucristo Dios y hombre verdadero, es el que instituyó el Sacramento del orden; lo cual debiera ciertamente bastar a los padres de familia, para que no se declararan enemigos de sus hijos, cuando estos siguiendo la voz de Dios, quieren recibirlo. Jesucristo es el instituidor de este gran sacramento: grande y soberano Sacramento no solo por lo que significa como el matrimonio, sino por lo que él es en sí mismo. Porque él establece la jerarquía eclesiástica, él hace pública y esencial distinción entre sagrados y profanos, él mantiene el debido decoro al culto que damos a Dios, él consagra a los sacerdotes para lo más interior de la casa del Señor, él les confiere funciones las más sagradas y nobilísimas, él los saca del mundo y los escoge entre millares, él los aparta de la tierra, y casi les hace tocar el cielo, y él, y solo él, les confiere el supremo grado del Sacerdocio. ¡Oh qué grande es el sacerdote, qué dichosos los afortunados a quines Dios reviste de tan suprema dignidad! 117 Los sacerdotes son los conductos que nos facilitan las luces del cielo, son lo s intérpretes de la voluntad de Dios, los maestros de la fe, los directores de la moral, los modelos de la perfección, los oráculos del cielo, los dispensadores de la gracia, los archivos de la increada sabiduría, y como los secretarios natos de la augusta Trinidad: ¿Pero qué no es un sacerdote: un joven venturosísimo que acaba de recibir el orden sagrado del presbiterado, que no es? Es muy difícil darlo debidamente a conocer, pero para que no lo ignores todo, lector carísimo, voy a apuntarte algo de lo más principal, señalando como de paso la manera cómo castiga Dios a los que desprecian a los sacerdotes. Hacía el año 1690, en una parroquia de la diócesis de Besanzon y a pocas leguas de dicha ciudad, acaeció un hecho sorprendente que fue mirado como un golpe del cielo para inspirar el respeto que se debe a los pastores de las almas. Dos libertinos escandalizaban la parroquia con sus desordenes; informado de esto el cura, advirtió a sus padres, los cuales recibieron mal el aviso del párroco, tanto que uno de ellos tuvo la insolencia de responderle:”Señor cura, ocúpese usted en su breviario y no se meta usted en lo que pasa en mi casa; deje usted que se divierta la juventud. Si aviso a usted acerca de los desordenes de su familia, contestó el cura, es porque mi deber me obliga a ello. Estoy encargado del alma de su hijo de usted, lo mismo que de la de usted mismo, y por consiguiente debo velar sobre su conducta y avisar a usted. Hablo a usted como párroco y usted no me habla como cristiano; cuidado que Dios no lo castigue a usted y a sus hijos, cuyos desordenes usted autoriza.”-Mi hombre, en lugar de aprovecharse del aviso del párroco, publicó en la parroquia, que había dicho tales verdades al cura, que se guardaría bien en lo sucesivo de hacerle observaciones. Esto era un sábado y como la cosa se hacia pública el cura creyó prudente dar el siguiente día en la instrucción que hacia al pueblo un aviso sobre el asunto. Pero hizole con mucha moderación, diciendo que estimaba a todos sus feligreses; que cuando se veía obligado a darles algún aviso en público o en particular creyesen que no era por disgustarlos en nada, sino por caridad y por el bien de su alma; que si despreciaban los avisos del párroco, Dios era el agraviado y no podía menos de castigar tales desprecios.-Después de la misa mayor, aquel que la víspera había recibido tan mal los avisos del cura, comenzó de nuevo sus inventivas, diciendo que los sacerdotes no eran buenos mas que para reprender, pero que él se reía de todas sus represiones y avisos. Pasaron los dos libertinos lo restante del día en la taberna consintiéndolo sus padres y para más insultar al cura dieron aquel día más escándalo que otras veces; pero Dios puso término a su vida escandalosa con un castigo muy ejemplar. El día siguiente amenazaba el cielo con una tormenta. Fueron los dos libertinos con otros dos muchachos que eran muy buenos, al campanario de la Iglesia para tocar las campanas; al momento estallo un horrible trueno y los cuatro jóvenes espantados bajaron prontamente para escaparse. Mientras bajaban un rayo mató a los dos libertinos, mas de tal modo que se comprendiese era un castigo de Dios; y he aquí como:- El rayo al caer, depuse de haber dado varias vueltas por el campanario, siguió a los cuatro jóvenes a lo largo de la escalera; no hizo ningún daño al primero que era bueno, mató al segundo que era uno de los libertinos, y sin causar la menor lesión al tercero hirió al cuarto que era el segundo libertino, y le dejó muerto. En seguida entró el rayo en la Iglesia, donde estaba la madre de uno de los libertinos: la levantó, la tiró contra la pared, sin hacer daño alguno a las otras personas que allí se encontraban, A la vista de tan extraordinario accidente se reconoció la justicia de Dios, y los padres de estos libertinos fueron derramando lágrimas a pedir perdón al párroco. 118 95. En qué consiste el orden sagrado. Míralo atentamente y observarás en él que es todo admirable, por ser la fuente de toda luz, el manantial de los demás Sacramentos y el que les da los verdaderos ministros. Los demás Sacramentos solo se reciben por la propia utilidad; y así recíbase por el propio bien el bautismo, la confirmación, el matrimonio y la extremaunción; pero el orden no solo se recibe para uno mismo, sino que también se comunican a los demás sus divinos efectos, lo cual hacia decir a san Juan Crisóstomo:Cristianos ingratos: ¿es este el reconocimiento que mostráis por los servicios que os hacen los ministros del Señor? ¿No fuisteis reengendrados en las aguas del santo bautismo por las manos del sacerdote? ¿No habéis recibido por su ministerio el perdón de vuestros pecados? ¿No ofrece él por vosotros el a gusto sacrificio que os da el cuerpo y la sangre de Jesucristo? ¿No son los sacerdotes los que os instruyen, los que reparten a vuestros hijos el pan de la divina palabra, los que os anuncian el reino de Dios, ruegan por vosotros y os abren las puertas del cielo? Este Sacramento consiste en siete ordenes apellidados: Ostiario, Lector, Exorcista, Acólito, Subdiaconado, Diaconado y Presbítero; es opinión de muy graves autores que cada una de estas ordenes es un verdadero Sacramento, aunque todas ellas juntas, forman lo que llamamos el Sacramento del Orden. El primer grado es el Ostiario, y tiene por oficio abrir las puertas de la Iglesia a los fieles, y cerrarlas a los infieles, y aun a los excomulgados y públicos pecadores. Lector es el segundo grado y orden, y está a su cargo la lectura de los libros sagrados, y la enseñanza de la doctrina a los catecúmenos; mas en nuestros días en vez de los catecúmenos, pueden instruir a los niños pobres. El tercer grado u orden tercero, tiene por objeto hacer los exorcismos a los endemoniados, para que no inquieten ni turben los divinos oficios. Dicen algunos que en nuestros días ya no hay endemoniados; pero desgraciadamente hemos de concluir que algunos son claramente endemoniados: tales son los visajes, las risas y las faltas de modestia que cometen en la Iglesia de Dios. El cuarto grado es el acolitado, el cual sirve a Dios en la entrada misa del presbítero, lleva los ciriales y presenta las vinajeras. El Ostiario, Lector, Exorcista y Acólito, son los ordenes menores, así como el Subdiaconado, Diaconado y Presbiterado son llamado ordenes mayores. En el presbiterio sirve el subdiácono previniendo los vasos sagrados, colocándolos en el altar y leyendo la Epístola; y así como el subdiácono, sirve al presbítero colocado a la izquierda del celebrante, así el diacono lo sirve a su derecha, cantando el Evangelio, predicándolo, y llevando a un la Eucaristía. Y el Sacerdocio ¿qué oficios desempeña? ¡Ay de mí! ¿quién podrá apreciarlos? Él, el sacerdote hacer bajar a Dios en la ostia, traslada todo el cielo en la tierra, y ennoblece la santa Iglesia: y así como el Sacerdocio sirve a Dios, así lo glorifica en espíritu y verdad, y así le ofrece una alabanza que es sobre toda otra alabanza. Los cuatro primeros ordenes se llaman menores, y los tres últimos mayores; unos y otros son ordenes sagrados, y los que los reciben, en cada uno de ellos se les admite una consagración particular que hacen a Dios, se les confiere la gracia que les es propia, y se les imprime el carácter que los determina, lo cual viene a ser como la corona y el cetro que debe durarles por toda una eternidad. ¿qué diferencia entre un seglar y un ministro de la casa de Dios? Media una diferencia infinita: y existe la misma aun cuando se le comparece con los reyes y emperadores. Muchos de estos acaban sus días destronados, comiendo el pan amargo del destierro, y a veces aun en el cadalso, al paso que el sacerdote siempre conserva sus reales insignias, porque las ha recibido de Dios, y por toda una eternidad será siempre considerado como sacerdote del Altísimo. 119 ¡Oh, grande, muy grande y sublime es el Sacerdocio! ¿y por qué algunos padres se oponen a que sus hijos sean sacerdotes? Es por su ignorancia, y desgraciadamente, talvez se encontrará alguno que por su impiedad. ¡Desgraciados padres! Ellos se oponen a la voluntad de Dios: y estos hijos a quienes impiden seguir su vocación, serán el peso formidable que los precipitará al fuego eterno: desgraciados padres, desgraciados padres! Y desgraciados hijos porque en este caso obedecen indebidamente a sus padres, porque como decía san Pedro, primero se ha de obedecer a Dios que a los hombres. Veamos cómo Alejandro I de Rusia honra a un sacerdote católico.-Alejandro I, emperador de Rusia tuvo en Viena, en el mes de Septiembre de 1822, una larga conversación con el príncipe de Hehenlohe. El príncipe, después de dar en una carta que publicó algunos detalles sobre la conversación que tuvieron, continua en estos términos: “Aquellas palabras fueron seguidas de una pausa, durante la cual el emperador fijó en mí sus ojos; pusose luego de rodillas, pidiéndome la bendición sacerdotal. Muy difícil sería expresar la emoción que experimenté en aquel momento. Con todo, reanimando mí espíritu, debo permitir, dije, que tú, gran monarca se abaje de este modo delante de mí, porque el respeto que vuestra majestad me manifiesta, no se dirige a mí, sino a Aquel a quien yo sirvo y que con su preciosa sangre redimió a vuestra majestad, ¡oh gran príncipe, así como a todos los demás hombres! Y así, ¿qué Dios Trino y uno derreme sobre vuestra majestad el rocío de su gracia celestial! ¡Que Dios sea el escudo de vuestra majestad contra todos sus enemigos y su fuerzas en todos los combates! ¡Que su amor llene el corazón de vuestra majestad y permanezca en él la paz de nuestro Señor Jesucristo en todo tiempo!- Parece cierto, que Alejandro I murió como católico. 95. Poder de consagrar. Cuanto hemos dicho hasta ahora, lector carísimo, sobre el sacerdote, es lo mismo que paja comparado con el grano: porque cuanto dijimos todo se refiere al poder de consagrar, y todo viene a ser como su preparación y disposición debida. Los siete ordenes que recibe uno para llegar a ser sacerdote, son otras tantas admirables disposiciones que lo hacen digno de consagrar el cuerpo de Jesucristo, de ofrecerlo al Eterno Padre, y de distribuirlo a los fieles. El consagrarlo y ofrecerlo es propio del sacerdote, repartirlo a los fieles es la función del diácono, prevenirlo dentro del altar conviene al subdiácono, traer los vasos sagrados lo ejecuta al acólito; y como todos estos deben ser limpios y dignos, por esto se preparan por medio del lectorado, exorcista y ostiario. ¿Qué es esto, lector carísimo , que ves en la Iglesia que no sea grandioso y excelentísimo? ¡Ah! Por todas partes brillan en la Iglesia católica las vivísimas luces de santidad, pureza, culto, reverencia y verdadero amor de Dios. ¡Mas qué dignidad la del sacerdote, de qué honra no será digno, qué poder tan superior a todo otro poder! ¡Ah, ciertamente faltan lenguas a los serafines para explicarlo; ni los entendimientos más perspicaces lo alcanzan, ni la imaginación más brillante podrá retratarlo! Hasta adonde eleva al sacerdote este poder sobre el cuerpo de Jesucristo, él trae a Dios obediente a solo su voz, lo pone desde el cielo acá en la tierra entre los hombres, y queda con una dignidad del todo sobre humana, y con una autoridad divina. Una comparación nos lo hará comprender mejor. Supongamos que hubiese un hombre que al modo de Josué con solo su palabra detuviera el sol en medio de su carrera y que con el eco de su voz poderosa las estrellas parasen en su movimiento, los pájaros se colocaran en sus manos, y las plantas brotaran instantáneamente las más delicadas flores, los árboles le dieran los más sazonados frutos, y además con su sola palabra repitiera los ministerios todos de la creación, ¿qué diríamos de semejante hombre? 120 ¿qué poder podría compararse con su poder? Sin embargo, este poder es nada, es menos que nada cuando se le compara con el poder infinito del sacerdote que al desplegar sus labios consagra el cuerpo de Jesucristo. Habla el sacerdote, y se coloca en sus manos el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo; acción divina que puede verificarla cuantas veces quiere. Siendo esto así, bien podemos afirmar que nada tienen que ver la creación del mundo, y aun de cien y cien mundos, con la dignidad y poder que acompaña al sacerdote: y que los mayores reyes, los principales emperadores, y el conjunto de las mayores dignidades, todo es como un grano de arena respecto al universo, desde el momento que se intenta compararlo con la dignidad del sacerdote. ¡Tal es un sacerdote, tan sublime es la dignidad sacerdotal, tan sin segundo en su autoridad! Y los padres de familia consideran al sacerdote de este modo? ¿cuántos trabajan para que sus hijos se ordenen? ¡Infelices padres! Negando la licencia a su hijo, trabajando cuanto pueden para quitárselo de la cabeza, trabajan con todas sus fuerzas para perder a sus hijos, y perderse a sí mismos. No los imitéis tú, lector carísimo: procura al contrario facilitárselo, y encomiéndalo a Dios para que sea un bueno y perfecto sacerdote. Aprendan, sí, a respetar el Sacerdocio de la conducta de san Martín de Tours. Hallándose san Martín de Turs en Tréveris para pedir al emperador Máximo, gracia en favor de algunos desgraciados, mirando el príncipe como un motivo de extraordinario gozo el haber obtenido del santo que comiera a su mesa, invitó a las principales personas de la corte, entre otras a su hermano y a su tío, ambos a dos condes y al prefecto del pretorio. Fue colocado el santo al lado del emperador y el sacerdote que le acompañaba entre los dos condes. En medio de la comida un oficial, según costumbre, presentó la copa al emperador. Máximo ordenó que la presentaran a san Martín, esperando recibirla de su mano; más habiendo debido el obispo, la dio a su sacerdote, como si fuera la persona más digna de toda la reunión. Acción que aplaudió el emperador y toda su corte. 96. Poder de perdonar los Pecados. Ya vimos, lector carísimo, al sacerdote, y lo vimos siete veces consagrado, y lo vimos obrándose en sus manos, según la expresión de san Agustín, la Encarnación del Hijo de Dios; y ahora lo veremos siendo un hombre obrando como Dios obra. Los habitantes de Licaonia quedaron tan atónitos al ver los prodigios que obraban los Apóstoles san Pablo y san Bernabé, que exclamaron: “son unos dioses que parecen hombres.” Si al ver un tullido curado, así exclamaron ¿qué dirían si viesen lo que hace un sacerdote con solo dos palabras? Con ellas traslada a un hombre del profundo del abismo al trono de la gloria, deja libre al pecador de las férreas cadenas de la culpa, hace volar por el cielo al que no podía andar por la tierra, y junta en un punto los mayores prodigios de Dios. Con más razón exclamarían del sacerdote, es un hombre semejante a un Dios, es hombre porque está con nosotros, y es Dios porque con su palabra opera los prodigios de la misma divinidad. Dos palabras: Te perdono, y los pecados son perdonados. Esta facultad se confirió al sacerdocio, cuan lo dijo Jesucristo a sus Apóstoles: Recibid al Espíritu Santo, los pecados que perdonareis serán perdonados, y los que retuviereis serán retenidos. Jesucristo confirió esta potestad a los Apóstoles, los Apóstoles a los obispos, y los obispos a los sacerdotes. ¿Y qué pecados pueden perdonarse? Todo pecado, absolutamente todo pecado. ¿Y qué número de pecados? Aunque sean millones. ¿Y cuántas veces? Ni aun esto quiso limitar, porque puede perdonarlos siempre que el penitente esté dispuesto. ¡Cómo, un hombre perdonar las ofensa hechas contra Dios! Sí, porque por esto instituyó Jesucristo el Sacerdocio, y dejó en la Iglesia su cuerpo, su sangre, su alma, sus obras, sus méritos y su 121 divinidad! ¡Oh sacerdote, eres lo más grande, tu dignidad es suma, tu autoridad es infinita, tu poder es inmenso, Para que menos ignoremos la autoridad suma de perdonar los pecados, consideremos un poco lo que es un pecado. ¡Ay, ay de mí! El pecado es atadura que apenas puede romperse, es una carga pesadísima, es un peso infinito; pero peso, carga o atadura de la que nos libra el sacerdote con solo dos palabras. ¡Tal es el pecado! Y sin exageración pueda firmarse, que solo la omnipotencia de Dios es capaz de librarnos de él: ya que todas las criaturas existentes y aun las posibles no son capaces de libertarnos de un solo pecado. Si te cayera, lector carísimo, encima una montaña, si cayeres en medio del Océano, o te encierran en un calabozo veinte varas bajo tierra, y asegurando con puertas de bronce; claro está que ningún hombre podría librarte ni de la cárcel, ni del Océano ni debajo de la montaña; pero podría libertarte un ángel con toda facilidad; pero del monte del pecado, del abismo del pecado, y de las férreas cadenas del pecado? ¿quién podrá librarte? ¡Ah! Nadie, absolutamente nadie: ni la sencillez de los Patriarcas, ni la penitencia de los Anacoretas, ni las palmas de los mártires, ni la pureza de los vírgenes, ni el fervor de los Confesores, ni la caridad de los Apóstoles , ni todo el patrocinio de María santísima, pueden perdonar todos juntos ni un solo pecado. Solo Dios perdona los pecados, y el sacerdote también los perdona, porque ha recibido la autoridad de Dios. ¡Oh, qué potestad tan divina la potestad del sacerdote! Cierto soldado cayó en poder de sus enemigos, los cuales le ataron fuertemente para poderlo matar al día siguiente. Habiéndose dormido los guardas y dejando un grande fuago, puso en él sus ataduras; y aunque no lograba consumirlas sino después de haberse llegado, con todo, antes que amaneciese pudo escaparse. Mas no sucede esto con el pobre pecador, porque muriendo atado con las cadenas del pecado, cae en un fuego infinito y eterno, que no podrá romperlas ni con toda una eternidad. Pues de estas cadenas nos libra el sacerdote, y además nos da la gracia de Dios, nos transforma en hijos suyos, y nos entrega la herencia del cielo. ¡Qué grande es el poder del sacerdote! ¡qué dicha tan infinita la de los pecadores! ¡qué felicidad la de todo el linaje humano! ¡Oh, vosotros ricos! ¿qué podéis? Podréis lo humano, lo natural, lo material, y lo que puede alcanzarse con el influjo y con el dinero. Pero ¿cuándo podréis librar a otro de un solo pecado mortal? Esto es propio del sacerdote, el cual lo hace con solas dos palabras: y el Papa los perdona a toda la Iglesia, los obispos en los obispados, los curas en los curatos, y los sacerdotes según la extensión de sus licencias. Lo dicho nos hace concluir que tenemos en los confesores la misericordia de Dios, y que hemos de amarlos como a los padres de nuestras almas, que les debemos toda reverencia como a nuestros jueces, y que hemos de considerarlos como Dios a manera de los hombres. Sí, tal es un sacerdote ¿por qué tanta repugnancia en muchos padres de familia? ¿por qué perseguir a los hijos con tanta crueldad? ¿porque hablar mal de los sacerdotes? ¿por qué presentarlos como personas criminales? ¿por qué tanta oposición a que los hijos se consagren a Dios? ¿por qué decir ante la familia que el estado religioso, es un estado inútil? Ya no, padres de familia: ya no digáis mal de los sacerdotes, porque son los Cristos del Señor y ¡ay! ¡ay de aquel que los deshonre! No, no impidáis que vuestro hijo, o vuestra hija se consagren a Dios, porque su estado es un estado bueno, es el estado más perfecto, y vuestros hijos pueden en él hacerse unos santos. Examinaos padres y madres de familia, si habéis impedido el estado de vuestros hijos, y principalmente si les impedisteis el Sacerdocio, o la entrada a alguna Comunidad, porque obrar así es pecar gravísimamente, y hacerse reos de tantos pecados cuya consecuencia jamás podrán apreciarse bien. Damos fin a nuestro capítulo, narrando la conversión y muerte edificante del capitán Carlos Regulad 122 Pakenman.-Cuando la reina de Inglaterra visitó la Irlanda en 1849, formaba parte de su comitiva el capitán Carlos Regulad Pakenman. Su porvenir no podía ser más brillante: era oficial de la guardia real, sobrino del generalísimo de los ejércitos británicos, el duque de Wellington, representante de una de las familias más nobles de Inglaterra, y así podía aspirar a todo. Pues bien, el noble joven murió poco después, en uno de los conventos mas pobres de Dublín, bajo el nombre de Padre Pablo de san Miguel, y con el habito de fraile de la austera orden de los pensionistas de Halod’s Croiss. –Entre todas las conversaciones célebres ocurridas ene estos últimos tiempos en Inglaterra, la más maravillosa fue tal vez del capitán Pakenman. Cuando el doctor Newman, el Padre Faber, el doctor Manning y esa larga serie de eclesiásticos y legos que tanta gloria han dado a la Iglesia con su conversión, abrazaron la verdad católica, lo hicieron a fuerza de largos estudios, siendo como el resultado de meditaciones profundas y de reiteradas oraciones. La conversión del capitán Pakenman se verificó de un modo diferente. Poco tiempo antes que volviese de Irlanda, un amigo suyo, ministro que fue de la Iglesia anglicana, pero afiliado a la escuela puseista, le presentó un libro intitulado: Espíritu de san Alfonso de Ligorio. Esta lectura, según él confiesa, fue para él un torrente de luz que le dio a conocer verdades que hasta entonces no podía discernir Iluminado por la luz divina se resolvió con empeño y sin tregua, a examinar detenidamente los fundamentos de la fe católica. No pudiendo su amigo satisfacer completamente sus deseos, se dirigió al cardenal Wiseman, entonces obispo, y obtuvo del sabio prelado las explicaciones y aclaraciones que deseaba. Pocas semanas bastaron para tomar una resolución definitiva, pero su alma ardiente pedía aun más. Base a los estados que tenía en el condado de Wocester, y el miércoles de ceniza de 1851 presentase al R.P. Vicente, suprior del monasterio de Braday, pídele permiso para hacer ejercicios en aquélla santa casa, y el miércoles de semana santa manifiesta por fin sus deseos de entrar en la orden. No hubo medio que no se emplease para disuadirle de sus propósito y para que siquiera escogiese un Instituto menos severo, pero todo fue inútil. Al cabo de dos días, jueves y viernes santo, que pasó ante el santísimo Sacramento, pidiendo al Señor la gracia de conocer su vocación, declaró su resolución irrevocable. El lunes de Pascua partió Pakenman para Londres, vendió sus bienes, empleó la mayor parte de su fortuna en fundaciones religiosas, y a principios de Mayo tomó el hábito religioso en el pobre convento de Wradway. Al cabo de un año hizo sus votos solemnes y fue ordenado de sacerdote en 29 de Septiembre de 1855. En seguida se dirigió a Roma, ya su vuelta fue nombrado rector del convento recientemente establecido en Harold’s Croiss. De tal suerte desempeñó su cargo, que se granjeo la estimación de todos por su mansedumbre y por su dulzura. La predicación, la instrucción y la caridad ocupaban toda sus vida, y su ejemplo conquistaba innumerables almas a Dios. Su actividad infatigable y sus mortificaciones desarrollaron en su corazón una enfermedad que era hereditaria en la familia. El Padre Pablo no solo soportaba con resignación los dolores, sino que aun deseaba fuesen más agudos para mejor expiar sus pecados, según él mismo decía. Al fin murió en el Señor con la paz con que mueren los justos. Millares de pobres acompañaron al sepulcro el cadáver de este sacerdote que todo lo había sacrificado, nacimiento, honores y riquezas, para abrazarse con la cruz de nuestro Señor Jesucristo. 123 Capítulo 17 Lo que es un fraile y una monja 97. Consagración de Dios. Cristo Señor Nuestro, lector carísimo, fundó su Iglesia y colocó en ella a los sacerdotes, para que desempeñando sus funciones, derramasen a todo el genero humano toda especie de beneficios, y así lo efectúan en realidad, por que en cumplimiento de su ministerio, no solo se santifican a sí mismo sino que también santifican a los demás, y conducen por el camino de la perfección a todos aquellos que imitando al joven del Evangelio, deja todas sus cosas, siguen a Jesucristo. Tal es un fraile o una monja, una alma que se consagra a Dios. Y se consagra a Dios, no porque quieren, sino porque es deber suyo obrar conforme su vocación, porque en la parte más íntima de su corazón han oído la voz de Dios que les llama con la dulce fuerza de su amor, y conociendo la vanidad del mundo y de todos sus placeres seductores, por esto se separaron de las cosas criadas y se consagraron a Dios. En fuerza de esta consagración, tanto el hombre como la mujer que vive en religión o comunidad religiosa, practica los consejos evangélicos y procura conseguir la perfección cristiana, es decir, la santidad misma. Con esto se entrega todo a Dios, se le entrega totalmente, le ofrece su cuerpo, su alma y toda su existencia; determina de tal suerte vivir tan solo por Dios, que protesta que no ha de tener en este mundo otro objeto de servir a nuestro Señor, y darle gloria y honor, ya con el sacrificio de su oración, ya también por medio de la práctica de las virtudes y de la fiel imitación de Cristo nuestro Señor: tan dichosos son los hijos que se consagran a Dios. En fuerza de esta consagración, el hijo se abstiene en cuanto puede de las cosas del mundo, solo se sirve de ellas como lo exige el deber, evita con el mayor cuidado toda mancha espiritual y procura embellecer su alma con las místicas flores de la virtud para atraerse el amor de su divino esposo Jesucristo, y hacerse digno de presentarse ante su divino acatamiento: tal es lo que constituye al verdadero fraile, o la verdadera monja, o el alma que vive en fuerza de la consagración que ha hecho a Dios de todo cuanto ella es. El alma así consagrada, ejecuta todas estas cosas por medio del cumplimiento de los santos votos de pobreza, de castidad y obediencia; ¡y también del cuarto voto que hacen en particular algunas religiosas y Congregaciones! 98. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de pobreza El alma que se consagra a Dios en fuerza del voto de pobreza hace una acción heroica, porque por amor a Jesucristo, se desprenden de los bienes de este mundo. La práctica de este consejo evangélico es de la mayor importancia, ya porque un solo corazón verdaderamente pobre puede aspirar a la perfección cristiana, ya porque es el documento práctico que nos enseño Cristo Señor nuestro en la persona del joven a quien le dijo: Que vendiera todo lo que tuviese, y lo diera a los pobres y lo siguiera, ya porque en la hora de la muerte nadie se lleva más que una miserable mortaja. Saladino, soldan de Egipto, conmovido en el lecho de la muerte a vista de la vanidad de las cosas terrenales, quiso dejarnos una lección que puede ser útil a la posteridad. Acababa de concluir un tratado de paz con los cristianos, según el cual guardaba cautivo a su rey Lusiñan, cuando cayó el enfermo en Damasco, de cuyas resultas murió. Viendo se acercaba su fin mandó que un porta estandarte pusiese en lo alto de una pica la mortaja con que iban a envolverle después de su muerte, y que atravesando así todo el ejercito formado en 124 batalla, fuese un heraldo delante de él repitiendo estas palabras; “He aquí todo lo que Saladino vencedor del Oriente, se lleva de todas sus victoria.” Tampoco vosotros , avarientos, os llevareis más que él de todo cuanto poséis: esas magníficas casas que edificáis, ese oro que reunís, esas inmensas propiedades cuyos limites extendéis cada día, todo lo dejareis como él al morir, si antes de aquel momento fatal no vienen reveces imprevistos que os lo arrebaten todo. A vuestro turno os será preciso decir, mostrando la fúnebre mortaja: “He aquí lo queme queda de tantos sacrificios y de tantas injusticias, una mortaja. En fuerza de voto de pobreza, la persona consagrada a Dios se halla desprendida de las cosas del mundo, no conserva el dominio de sus bienes temporales, y en caso de conservar el dominio de sus bienes, por permitírselo así la regla que ha profesado, no se sirve de ellos, sino para promover la gloria de Dios, para la salvación de las almas, y siempre con la correspondiente licencia de los superiores conforme las reglas que ha profesado, sin que le sea lícito servirse de los bienes que posee, y cuyo dominio le pertenece, sin la licencia de su legitimo superior. Es verdad que tiene lo necesario para vivir, pero ¿cuántas mortificaciones en la habitación, en la comida, en la bebida, en la cama, en el vestido y en todas las demás cosas que necesita? Además, el verdadero pobre de espíritu, ni da, ni recibe, ni presta, ni pide prestado cosa alguna, como si fuere propia; y está pronto a sufrir y experimentar los efectos de la santa pobreza. En fuerza del voto de pobreza no se queja cuando su celda o aposento no tienen las cualidades que debiera, y encerrado en la máxima santa de no pedir ni rehusar cosa alguna se queda tranquilo, aguardando el socorro de la Providencia; y si acaso cree que es un deber suyo exponerlo a sus superiores, indica su necesidad, más no exige que sea socorrida. En fuerza del voto de pobreza, come y bebe lo que le dan, bien o mal condimentado con abundancia o con escasez, frío o hirviendo, si le asienta bien o si le parece que algo le daña: y no abre sus labios para queja, tolera, sí muchas veces, lo ofrece generoso a Dios, se abraza animoso con algunas indisposiciones, y solo habla cuando le parece que en conciencia debe manifestar sus necesidades: tanto le place el no pedir ni rehusar cosa alguna! En fuerza del voto de pobreza, viste lo que le dan, lo que ya sirvió para otro, lo que está quizá muy mal remendado, lo que le causa muchas molestias en los calores del estío, lo que no le sirve para librarse de la intemperie del hielo y del cierzo, y lo que tal vez le ocasionará frecuentes incomodidades: pero todo lo sufre porque recuerda que es pobre. Así es un fraile o una monja en fuerza del voto de pobreza. Hay otros más perfectos todavía, y procuran practicar la pobreza con la mayor perfección posible, y se sujetan a unos principios que frecuentemente les proporcionan la práctica de actos heroicos de virtud. Unos comen lo menos que pueden, comen las menos veces que pueden comen lo peor que pueden, comen lo que otros ya han dejado siempre que pueden, y comen lo más necesario e indispensable para no morir de hambre o de sed. Otros practican la pobreza en el vestido, tomando lo que les dan, cuidándolo como cosa de Dios, no vistiéndose de cosas nuevas siempre que pueden, y procurando siempre que en cuanto usan ellos, respire en toda ocasión el suave aroma de la pobreza. Esto jamás ven en la pobreza de su monasterio o casa un desgracia, sino un favor que les hace Dios, porque recuerdan que las comunidades más observantes jamás han dejando de serlo por la pobreza, sino porque los tristes resultados de la riqueza. Por esto se persuaden que su pobreza es tal como a ellos les conviene, y como Dios ha destinado que debe servirles para su perfección. 125 Aquellos, en suma, que cuando por necesidad o por caridad se han visto obligados a admitir lo que por de pronto parece no muy conforme con la pobreza, se han abrazado con ello, y por medio del efecto lo han convertido en un acto de verdadera pobreza, diciendo como la reina Ester: Bien sabéis Señor la necesidad en que me veo... y como detesto aquellas gloriosas insignias de mi gloria que llevo sobre mi cabeza en los días de ceremonia, como si fueran un paño inmundo y no las llevo en los días en que no tengo precisión de compararse en público... y que hasta el día de hoy vuestra sierva no se ha alegrado jamás sino en Dios de Abraham. Padres y madres de familia, esto serán vuestros hijos consagrados a Dios en fuerza del voto de pobreza: y no les tengáis compasión, porque Dios justo no se deja vencer por generosidad; y habéis de estar persuadidos que vuestros hijos pobres, son cien y cien veces más felices que los millonarios del mundo; y son además cien y cien veces más ricos, porque a vuestros hijos viviendo en el seno de la pobreza nada les falta, mientras que los ricazos necesitan aun de mucho que carecen, no obstante sus riquezas: por que siempre será verdad que Dios ha empeñado su palabra en favor de los pobres de espíritu al prometerles ciento por uno en este mundo, y después la vida eterna. No les tengáis una falsa compasión, porque vuestros hijos consagrados a Dios por el voto de pobreza, siguen el camino trillado que han seguido los mayores santos, el camino que nos trazaron los fundadores de todas las congregaciones y religiones, el camino que anduvieron alegres y gozosos los santos Apóstoles, y camino que aprendieron de la pobreza de Jesús y de María. Ojalá que estas pequeñas consideraciones fuesen un solemne desengaño para los padres de familia, que por el amor desordenado que profesan a sus hijos, se oponen a que se consagren a Dios! Piénsenlo bien, porque su conducta nos aseguras que están obrando pésimamente, y que tarde o temprano tendrán que sufrir los horribles estragos de su injusticia para con sus hijos. 99. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de castidad Nada más glorioso para una alma que consagrarse a Dios por medio del voto de castidad: porque conocida la vanidad de los placeres del mundo, aprecia de tal modo la virtud angélica, y oye tan bien la voz de Dios, que la llama a un estado de perfección, que no se contenta con formar la resolución de ser casto, sino que por medio del voto se pone en la feliz necesidad de guardarla. Ella hace un acto heroico de virtud, porque hace a Dios un don riquísimo, y se compromete formalmente a no reclamarlo nunca mientras dure el voto. Jesucristo Nuestro Señor que nunca se deja vencer por generosidad, acepta semejante don, para que la tal persona consiga irrevocablemente la dicha de ser esposa de Dios, y esposa verdadera de Jesucristo en todo el rigor de la palabra. Veamos como apreciaron la castidad más religiosa de la Normandia. En 870 los normandos o daneses hicieron horribles estragos en Inglaterra. Habiéndose esparcido por todas partes la noticia de su crueldad y brutal pasión, los monasterios de religiosas se vieron en la más espantosa alarma, temiendo por una joya mucho más preciosa que la misma vida. En esta cruel alarma Ebba, abadesa del monasterio de Collinkan, llamó las religiosas a capítulo y les dijo: “Queridas hijas mías, yo conozco un medio seguro para ponernos a cubierto de la insolencia de estos bárbaros: si queréis creerme, ponedlo en ejecución.” Y diciendo esto, toma la abadesa una navaja y se corta la nariz y el labio superior hasta los dientes. Todas las religiosas hicieron lo mismo. Entran aquellas furias infernales y viendo a las religiosas tan desfiguradas, se horrorizaron; pero llenos furor 126 pegaron fuego al monasterio, y las religiosas quedaron consumidas en las llamas. ¡Gloriosas victimas, que alcanzaron así la doble corona de la virginidad y del martirio! La persona que se consagra a Dios con este voto, lo hace así, porque esta fue la conducta de la santísima Virgen, pues a los tres años de edad, cuando fue presentada al templo hizo el voto solemne de virginidad; dándonos ejemplo, para que a su debido tiempo hicieran lo propio todas aquellas personas que de veras quisieran entregarse totalmente a Jesucristo. Así obraron los santos Apóstoles; así obraron los santos Padres, así obraron innumerables personas de todo sexo, edad y condición, las cuales se abrazaban con el martirio para poder conservar la virtud de la castidad, queriendo más bien ser presas de todos los trabajos, antes que manchar ni un ápice la virtud angélica que habían ofrecido a Dios, ¡Oh! ¿habrá alguno que pueda numerar siquiera los millones de hombres y mujeres que se han consagrado a Dios con el voto de castidad? Son tantos, que nadie podrá encontrar su guarismo. La promesa que se consagra a Dios, hace voto de castidad, porque es el cumplimiento de uno de los más importantes consejos evangélicos, y porque el Señor exige que una gran parte de personas conserve en el mundo la castidad perfecta, y lo exige so pena de pecado mortal; porque si bien es verdad que la castidad perfecta no es una virtud obligatoria, pero también es cierto que solo pueden eximirse de guardarla los que pueden abrazar el estado del matrimonio, al paso que todos los demás que no pueden abrazarlo, pecan mortalmente no guardándola. Si bien se examina este punto, se verá que más de la mitad del género humano, porque no puede casarse, porque se halla separada de sus consortes, porque enviudo o por otra razón, se verá, digo, que está obligada a guardarla la castidad perfecta: nada tiene pues de extraño que una parte insignificante de la juventud, se ofrezca voluntariamente a consagrarse a Dios por medio del voto de castidad; y obran muy mal aquellos padres que mirándolo como una extrañeza, no quieren permitir que sus hijos se consagren a Dios con semejante voto. Se consagran a Dios con el voto de castidad, porque él es una de las primeras seguridades, y es un muro y ante-muro contra toda las tentaciones del mundo, demonio y carne; porque las personas que se consagran a Dios se preservan con mayor cautela de todos los peligros; desechan más prontamente todas las tentaciones, y el Señor las defiende con su gracia para que le guarden la debida fidelidad. Hace el voto porque es de tanto mérito delante de Dios, que incluye el sacrificio más agradable que una criatura pueda hacer de sí misma a su Criador; y lo hace, porque es un manantial de gracias inagotable, porque el Señor reserva gracias especiales para sus esposas predilectas como lo son todos los vírgenes cristianos, que por su amor se han obligado con voto. Esto, son padres y madres de familia vuestros hijos cuando siguiendo la voz de Dios se hacen frailes o monjas: y he ahí los medios que ponen en práctica para no mancharla. 1º Procuran entrar en la disposición de no admitir la mano de consorte alguno aun que fuere el más rico, el más santo, y el más sabio del mundo, porque desde el momento que se admiten los deseos de tomar el estado del matrimonio, si bien es verdad que esto no es malo, ni ilícito, y ni siquiera irreprensible; pero también es cierto que desde que se consienten, ya Jesucristo no cuenta a semejantes personas en el número de sus esposas predilectas. 2º Por amor a Jesucristo y para poder aspirar con verdad y justicia a la dignidad suprema de esposas del Hijo de Dios, procuran crecer todos los días en el perfecto amor de la virginidad; y esto aunque hayan de sufrir los rigores de la pobreza, el disgusto de los padres, las amenazas las persecuciones, las calumnias y otros muchos males de parte del 127 mundo, demonio y carne, no haciendo caso alguno de los dichos de los mundanos, que como ciegos, nada entienden de las cosas divinas. 3º Trabajan para guardar su pureza no como quiera, sino de un modo angélico y de una manera perfecta, viviendo en el mundo como un puro espíritu sin carne, o como un ángel en carne humana, porque solo de este modo es la virginidad humana, una fiel imitación de la castidad de los ángeles. 4º Manifiestan a todo el mundo que la pureza angélica es virtud querida; y no solo no la esconden, sino que procuran tenerla de modo que todos la reconozcan; no por vanidad porque esto sería malo, sino a imitación de Cristo Señor Nuestro, de su santísima Madre y de todos los santos, los cuales en cierto modo hacían alarde de ser castos y de amar la castidad con el mayor amor posible: tan singular es el amor que se merece esta virtud, la más brillante entre todas las virtudes cristianas. 5º Manifiestan a todos que su castidad es perfecta, por medio de una conducta tan ejemplar sobre este punto, que a nadie le pueda venir dudas o sospechas sobre ello, con lo cual imitan a Jesucristo que sufrió tantas calumnias y que se le achacasen falsamente tantos delitos, con todo, no permitió jamás que se mancillase en lo más mínimo su honor en materia de castidad: ¡así obra un fraile o una monja cuando se consagran a Dios con e voto de castidad! ¿Y por qué padres y madres os opondréis aun conjunto de acciones tan heroicas, tan agradables a Dios y tan meritorias de vida eterna? 100. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de obediencia Cuanto aparece más y más grande lo que es un fraile o una monja, es cuando se les considera consagrados a Dios por medio del voto de obediencia: como si dijéramos, que semejantes personas después de haber dado a Dios los bienes del mundo por medio del voto de pobreza, y haberle dado los bienes del cuerpo por el voto de castidad, coronan sus sacrificio dándole también el todo de su inteligencia por medio del voto de obediencia. ¡Oh cuánto agrada a Dios todo aquel que obra siempre por obediencia! El estado de obediencia es un estado perfecto porque es el estado de Jesucristo de quien dice el Apóstol san Pablo, que se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz; como si dijera, que por obediencia descendió del cielo a la tierra, por obediencia tomó carne en las purísimas entrañas de la siempre Virgen María, por obediencia se hizo niño, quiso tener la necesidad de los niños, quiso sujetarse a las miserias humanas a excepción del pecado, quiso pasar treinta años de vida oculta, quiso emplear los últimos tres años en la predicación del Evangelio, quiso padecer todos los rigores de la pasión y muerte, y quiso obedecer a toda especie de persona: pues esta vida tan semejante es la que procurará cumplir y la que promete observar la persona que se consagra a Dios con el voto de obediencia. El que se hace fraile o monja, sabe que ha de obedecer conforme lo de san Pedro que dice: Sed obedientes a toda humana criatura. Sabe que la obediencia no solo ha de practicar con relación a los mandatos de sus superiores, sino que subiendo a mayor perfección debe obedecer aun sus consejos y deseos: y debe obedecerlos con prontitud, con alegría, con perseverancia, con toda sencillez y viendo en su superior al representante de Dios o a Dios en su superior; y debe obedecer no solo a los superiores, sino también a sus iguales, y en circunstancias dadas, debe obedecer aun a sus inferiores, y debe hacerlo en todo lo que no es pecado. Tal es la perfección de la obediencia; y obediencia que es una fuente perenne de 128 los mayores sacrificios: que lleva consigo actos heroicos de toda virtud, y que nos modela perpetuamente con la conducta de Cristo Nuestro Señor. ¡Ah! Cuántas ocasiones para practicar la obediencia! ¡cuántos preceptos y encargos tienen que cumplir a cada paso para obedecer a los que tienen derecho de mandarlos! ¡cuantas ordenes recibidas de un modo imperioso y de unas maneras imprudentes! Orden hoy y orden mañana, recado ahora, recado después, disposiciones contrarias muchas veces, muy pesadas, y en gran manera costosas: encargos hechos con arrogancia, sin afabilidad, con orgullo y tal vez con injurias... ¡Oh! con razón han dicho los santos que el voto de obediencia entraña los demás votos y que en cierto modo el voto que abraza a todo lo demás. El cumplimiento de este es costoso, es el más difícil, pero en cambio nos comunica toda especie de bienes aun en este mundo; porque él nos hace pobres de espíritu, nos comunica la castidad que de hecho debemos a Cristo Señor Nuestro y nos hace conformes con la voluntad de Dios; y él, en suma, hace que agrademos en todo A Nuestro Padre Celestial, que seamos sencillos como la paloma y prudentes como la serpiente; en una palabra, en fuerza del voto de obediencia huiremos de todo vicio, practicaremos toda virtud y llegaremos a la perfección que reclama nuestro estado. ¡Padres y madres de familia, tales son vuestros hijos consagrados a Dios en fuerza del voto de obediencia! Qué hay en ellos que no sea grande, que no sea útil, que no sea meritorio, que no sea conveniente, que no sea productivo, que no sea instrucción, que no sea bienestar, que no sea huir del vicio, que no sea practicar la virtud y que no sea la mayor felicidad en este mundo e inmensas ganancias para la gloria? ¿Y por qué habrá padres y madres que trabajan cuanto pueden para disuadir a sus hijos que se consagren a Dios? Cuando los padres obran de esta manera, obran pésimamente, obran la iniquidad, obran todo los malos para sus hijos, y obran además su eterna ruina. 101. Cómo se consagran a Dios por medio del cuarto voto Los doctores de la Iglesia y los fundadores de las religiones y congregaciones, aseguran que la perfección religiosa consiste en el cumplimiento de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, de manera que el religioso es más o menos perfecto, en cuanto ha cumplido más o menos los tres expresados votos, porque manifiesta con el cumplimiento su menor o mayor grado de caridad, y por consiguiente de santidad cristiana. Pero algunos fundadores de religiones y congregaciones no se han contentado con la práctica de los tres votos, sino que han añadido un cuarto voto, en fuerza del cual se atan dulcemente más y más, y se fortifican para llevar a cabo acciones heroicas y de una práctica muy difícil. Unos para trabajar con más ardor en la redención de los cautivos, hicieron materia de cuarto voto el quedarse en rehenes por los esclavos, cuando les faltare dinero para consumar la redención. Otros para humillarse profundamente y condenar nuestra delicadeza, hicieron materia del cuarto voto, el nunca jamás comer carne, ni siquiera en tiempo de enfermedad. Estos para condenar la orgullosa soberbia de la razón humana, y fundar bien el principio de autoridad, hicieron materia del cuarto voto obedecer ciegamente al Romano Pontífice en todo aquello en que no hubiere pecado. Aquellos se sirven del cuarto voto no solo para comunicar una especie de consagración a fin para el cual se establecieron, si que también para comunicar una especie de solemnidad a los santos votos que por razón de las circunstancias los hicieron simples. En una palabra, el objeto del cuarto voto en toda Religión o Congregación es la mayor santidad y perfección de los individuos, y la mayor honra y gloria de Dios y la salvación de las almas. 129 Ahora bien, padres y madres, ¿qué os parece de un fraile o de una monja? Es si duda alguna una alma venturosa que ha recibido gracias muy especiales de Dios, entre las cuales se encuentra la gracia muy singular de la vocación al divino servicio, en fuerza de la cual, tanto el hombre como la mujer hacen una acción heroica, abandonando por amor a Jesucristo, sus padres, sus hermanos, sus parientes, sus conocidos, sus amigos y aun su patria misma: hacen una acción heroica entrando en el Noviciado, y a su debido tiempo pronuncian los santos votos de pobreza, castidad y obediencia: hacen con una acción heroica añadiendo un cuarto voto que robustezca los tres primeros, y comunique mayor perfección a sus principales acciones: hacen una acción heroica viviendo en Religión o Congregación todos los días de su vida; hacen una acción heroica procurando ante todo su propia perfección, y dedicándose después todo entero al bien de sus semejantes conforme las reglas de su Instituto. Y ¿por qué padres y madres de familia algunos de vosotros os oponéis tenazmente a que vuestros hijos se consagren a Dios? ¿por qué algunos se oponen tan despiadadamente como criminales? ¿por qué algunos se hacen reos de la avilantez inmedible de corromper a sus hijos al menos indirectamente, a fin de que de este modo ya no puedan consagrarse a Dios? ¡Ay! ¡ay de aquellos padres y madres que resisten a la voz de Dios! Ellos se perderán, perderán también a sus hijos, y será la causa eficaz y directa de que se pierdan todos aquellos que se habrían salvado con la oración y ministerios de vuestros hijos. Capítulo 18 Deberes de los fieles para con los sacerdotes 102. El sacerdote representante de Jesucristo y sus deberes Jesucristo, lector carísimo, ha querido ser conocido de sus redimidos, principalmente bajo el título de Buen Pastor. En efecto, yo soy el Buen Pastor, dice el Evangelio, y buen Pastor que va en busca de las ovejas de su rebaño, que deja las noventa y nueve para ir inmediatamente tras la oveja perdida. Sí, él, el Buen Pastor es que dio su vida por sus ovejas, él, el que las gobierna y dirige hacia los mejores pastos, él, el que las alimenta con su propia sustancia, él, el que levanta a las caídas y cura a las que hirieron , él , el que fortalece a las débiles y conserva a las que desfallecen, y él , eternamente él, el hermano de los hombres y su Salvador y Redentor. ¿Y el sacerdote qué es? El sacerdote es el que apacienta a sus ovejas: y debe apacentarlas con su mente, con su boca, con las obras, con las oraciones fervientes, con la exhortación acertada y con el buen ejemplo, como lo explica difusamente san Bernardo. El sacerdote sabe que él es el vigilante puesto por Dios, y que en los casos de peligro debe tocar la trompeta de alarma, para que todas las ovejas se salven y ni una sola parezca: él sabe que debe obrar como Jesucristo quien primero comenzó a hacer y después a enseñar, y debe por tanto darse a la oración y al ministerio de la divina palabra: él sabe que debe ser para con los fieles su ejemplo práctico en la palabra, en la conversación, en la caridad, en la fe en la castidad; y que de este modo atenderá principalmente así mismo; salvará su alma, y salvará a los demás: él sabe que debe comparecer ante sus ovejas como el hombre cuyos labios custodian la ciencia, y que debe ser tan integro, tan grave, y de palabras tan irreprensibles que sea un modelo consumado de virtud: él sabe que es el pastor de sus ovejas para proporcionarles toda especie de bien; y que si es verdad que tienen el poder de alimentarse con su leche por haberlo dispuesto así el Señor cuando dijo: que el que anuncia el Evangelio, del Evangelio viva, es igualmente cierto, que no pudiendo hacer como san 130 Pablo, que se alimentaba con el trabajo de sus manos, él sabe que solo debe tomar de ellas lo necesario, sustentando su necesidad, teniendo en cuenta la enfermedad de sus ovejas, y como que les toma la leche porque n puede sustentarse de otro modo: así tan feliz y tan dichoso y tan santo es el buen Pastor de las almas! El sacerdote es el representante de Jesucristo, y el que funge su ministerio en su nombre; de los que se sigue, que el amor que tenemos a Jesucristo, hemos de profesarlo a los sacerdotes, y se lo hemos de profesar de un modo práctico, mediante el respeto, la obediencia y la asistencia. Antiguamente n había necesidad de tocar estos puntos, así como en nuestros días es una de las incumbencias más necesarias del sacerdocio; por tanto, afirmamos que el amor que los fieles deben profesar a su pastor, ha de entrañar consigo un honor perfecto, una obediencia ciega y una asistencia regular. 103. Se prueba en general los deberes de los fieles a los sacerdotes Por el nombre de padre y madre se entiende también los sacerdotes, es decir, lo curas de almas, los prelados, los predicadores, los confesores y todos los que ejercen algún ministerio en favor de la religión o de los fieles. Este deber es tan claro, tan conforme con las luces de la razón, y tantas veces promulgado por el Espíritu Santo en las santas Escrituras que no es fácil que haya gente de tan poco entendimiento y tan mal enseñada, y de corazón tan pervertido, que no se sienta obligada a honrar a semejantes personas de todas maneras. Porque así como no hay quien no sepa la honra que se debe a los padres corporales, porque fueron el medio del ser natural que tenemos, y porque nacidos nos criaron y sustentaron; ¿quién habrá que conociendo cuanto más, más noble es el ser sobrenatural y de gracia en el cual vivimos y no sustentamos mediante los Sacramentos, quién habrá repito, al menos entre fieles, que no conozca el respeto y honra que se debe a los Papas, a los Cardenales, a los Obispos, a los Curas de almas, Confesores, Predicadores y Sacerdotes que son lo que nos administran estos divinos Sacramentos? Así se expresaba el Padre Fr. Luis de Granada, pareciéndole como imposible que un católico se olvidara del honor y reverencia que debe a los sacerdotes. ¿Qué diría en nuestros días? ¿qué diría al leer ese tropel de producciones las más inicuas contra los sacerdotes y contra su Cristo?¿qué dirá al leer tan horribles y nefandas blasfemias? ¿qué diría viendo a los sacerdotes tratados por inmundas plumas como si fuesen la hez del pueblo? ¿qué diría al ver que se le ha privado de todos los medios de subsistencia? ¿que diría observando que esos falsos reformadores intentan por todos los medios posibles la mendicidad del clero? ¿qué diría en suma, viendo que no respetan en su loco frenesí a los pastores de almas, ni a los Obispos, ni a los Cardenales, y ni aun a los Papas? ¡Ah! Exclamaría lleno de un inmenso dolor; ¡así, así son las luces del siglo XIX! El Padre Granada, en sustancia continúa así: san Pablo escribiendo a su discípulo Timoteo, nos persuade el mismo respeto y honra con estas palabras: a los sacerdotes que trabajan como deben se les debe doblada honra, mayormente a los que trabajan en predicación y doctrina. La honra, continúa, que nos manda darles, es que los amemos de corazón; juzgándolos por dignos de toda honra y respeto; que como sus hijos humildes recibamos su corrección como de padres de nuestras almas, que nos desean y procuran la vida de gracia y la de la gloria; y que los honremos con la provisión del sustento necesario. Así se expresaba, lector carísimo, uno de los hombres más sabios y más santos: ¿y tú qué es lo que piensas? ¿qué idea te formas de los sacerdotes? ¿qué piensas cuando los ves del todo reverenciados? ¿qué dices cuando manos sacrílegas les faltan en tu presencia? No dudes, que sea deber tuyo honrar a los sacerdotes, porque el Apóstol san 131 Pablo te lo impone muchas veces, en sus cartas. Escribiendo a los de Tesalónica, les dice: os rogamos hermanos, que miréis por aquellos que trabajan con vosotros, y os gobiernan y rigen por virtud del Señor, y os enseñan además su santa voluntad; porque estos merecen que los améis por el oficio que tienen con encendida caridad. Dirigiéndose a los Hebreos les dice: obedeced a vuestros prelados, sed humildes para con ellos y estadles sujetos; porque ellos velan sobre vosotros con la solicitud de la cuenta que se les ha de pedir de vuestras almas. Procurad sed tales para con ellos que ejerciten con vosotros su ministerio con alegría, y no seáis causa por vuestra conducta que vayan gimiendo bajo la carga y peso de su oficio: ¡tanto conviene tener paz en los sacerdotes, confesores, predicadores y Curas! ¡tanto conviene obedecerlos con exactitud en todas las cosas que son conforme su ministerio! ¡tanto es nuestro deber guardar lo que nos enseñan para practicarlo! ¡y tan cierto es que hemos de respetar a los sacerdotes, obedecerlos y alimentarlos! 104. Primera obligación: El respeto Para probar, lector carísimo, que los fieles deben respetar a los sacerdotes, no buscaremos argumentos sacados de los filósofos, de la historia y de la propia experiencia, sino que los sacaremos del Apóstol, el cual escribiendo a Timoteo dice así: son dignos de doble honor los que presiden bien: Tim. 3, 17. ¿Qué honor no debe tenerse a los beneméritos de la patria? Pues de todo él es digno el sacerdote. Buscad un sabio de primer orden, y de todo el honor debido a este, es digno el sacerdote: sea un guerrero que hubiese libertado a su patria, y que como David fuese el destinado a regir un día los destinos de la nación; pues de todo este honor es digno el sacerdote. Pero no: no es esta la triste idea que hemos de formarnos del respeto debido a un sacerdote, sino que se trata de un doble honor según la expresión de san Pablo. Por tanto, es el sacerdote digno del respeto que se diera a un sabio que juntara la ciencia de todos los sabios, a un valiente dotado del valor de todos los capitanes, a un caritativo que fuese el padre de todos los menesterosos, y aun santo con la santidad de todos los santos, pues de todo este respeto y honor es digno un sacerdote, y “es digno además del honor que damos a Jesucristo:” sublime idea que os declaró san Pablo, al presentarnos “al sacerdote digno de un doble honor” Este respeto, lector carísimo, que debes al sacerdote, se lo debes testificar ora conversando con él de un modo honorífico, ora oyéndole en publico con la debida sumisión, ora inspirando a los demás tan saludables afectos. ¡Qué doctrina tan sublime! ¡y cuán olvidada para algunos! ¿Qué es el sacerdote para los libertinos? Y para los impíos e incrédulos ¿qué es? Y no vemos cristianos que quieren pasar por exactos, y aun tal vez por piadosos, y no los vemos digo, murmurar atrevidos contra los ministros del Señor? “¡Ah! Que se examinen primero; que quiten en primer lugar la viga de sus crímenes, y después podrán sacar la paja del ojo del sacerdote.” A los Obispos se les debe mayor respeto que a los simples sacerdotes, mayor todavía a los Cardenales de la santa Iglesia; y mayor aún, al Romano Pontífice. Es un crimen, pues, y grande crimen el que comenten, los que injurian a los sacerdotes, los que hablan mal de los Obispos, y los que profieren infamias contra el Papa: conducta mala, porque cae contra el mismo Jesucristo. Ojalá, lector carísimo, que honres debidamente al sacerdote, y le profeses este honor, no por la dignidad temporal, sino por el sagrado carácter que nos le determina ministro Jesucristo. 132 105. Segunda obligación: La obediencia Los fieles, lector carísimo, deben prestar obediencia a los sacerdotes solamente en las cosas espirituales, “como ministros y dispensadores que son de los ministerios de Dios.” Además, Jesucristo nos habla por boca de los sacerdotes, como el Eterno Padre por medio de su Hijo; y despreciamos al Eterno Padre y a Jesucristo cuando menospreciamos a los sacerdotes. Así como no hemos de obedecer a los sacerdotes en las cosas temporales, porque si mandaran estas cosas mandarían lo que está fuera de su incumbencia, así también en las cosas espirituales, hemos de obedecerlos aunque ellos no hicieren lo que mandan. san Pablo al decir a los hebreos y con ellos todos nosotros, “que obedezcamos a los sacerdotes y que les estamos sujetos, porque ellos tienen a sus cargo nuestras almas, y es muy justo suavizarles el trabajo con nuestra docilidad,” nos dice que hemos de obedecer a todos, sin exceptuar a ninguno. Solo en el caso, que Dios no permita, mandara el sacerdote una cosa mala, en este caso él obraría no como sacerdote, sino como un malvado, y por consiguiente no debiera obedecerse, sino al contrario, huir de él como de un lobo rapaz cubierto con la piel de oveja; porque así como un gobernador no tiene autoridad de hacerse obedecer, cuando manda cosas contrarias a su gobierno, así tampoco la tendría un sacerdote, si mandase lo que es contra la ley de Dios; pero advertimos que esto no puede suceder hablando del Papa, cuando obra como Romano Pontífice, ni tampoco contra toda la Iglesia reunida en Concilio, y muy raras veces con el obispado de una nación, fuera de este rarísimo caso, los files deben obedecer al sacerdote en las cosas espirituales. 106. Tercera obligación: Los fieles debe alimentar a los sacerdotes Atiende, lector carísimo, que el sacerdote en fuerza de sus deberes no debe dedicarse al comercio, ni a negocios en algún modo lucrativo, ni es decente que se coloque de dependiente, o que ejerza algún oficio: luego es necesario que encuentre en su ministerio lo que necesita para mantenerse. Jesucristo que instituyó el Sacerdocio, declaró que había de vivir de los fieles, cuando dijo por san Mateo: “digno es el sacerdote de sus retribuciones.” san Pablo haciéndose cargo de este texto, lo explicó en el mismo sentido; y nos asegura “que todos los Apóstoles y discípulos del Señor vivían a expensas de los fieles, y que aún él mismo habría podido vivir a expensas de los Corintos. Además, si el artesano tiene derecho a su jornal ¿cuánto más un sacerdote? Porque él tiene que pasar muchos años estudiando, aprender la ciencia más vasta, debe ser hombre de oración, tener distribuidas las horas del día para alabar a Dios, interceder por el pueblo cuando ha tenido la desgracia de ser infiel, ofrece la victima de propiciación; y llorar entre el vestíbulo y el altar. Todo esto hace el sacerdote a favor de los fieles, y ¿no tendrá derecho en exigirles lo necesario para vivir? ¡Cosa tan clara y tan cierta y tan razonable es la obligación que tienen los fieles de alimentar a los sacerdotes! Los ministros de la antigua ley tenían sus ciudades separadas, y disfrutaban de los diezmos, de las primicias y de una parte de los sacrificios ¿y los ministros de Jesucristo nada tendrían? Concluyamos que los fieles deben alimentar a los sacerdotes, y promocionarles lo necesario para el culto: y así como es cierto que el sacerdote no debe ejercer su ministerio por el dinero; pero también es cierto que puede servirse de él para proporcionarse una honrosa subsistencia: y puede tomar y recibir limosnas de misas, de sermones y demás actos propios del culto. En conclusión, nos haremos cargo de las palabras del Eclesiástico que dice: honra a los sacerdotes, y dales la parte que les pertenece: con lo cual se ve, que no solo debe 133 honrarse al sacerdote, no solo se le debe obedecer, sino que a la obediencia y reverencia debe añadirse la subsistencia, contribuyendo los fieles con lo que pueden. Y no se diga que el clero es rico, ya porque el clero mexicano es de los más pobres, y también porque las sobras del clero son empleadas en el culto, y en una multitud de obras de piedad. Hemos tratado este último punto, para que no se deje engañar ciertos espíritus débiles, que piensan poco y reflexionan menos; porque por otra parte, los mexicanos son bastantes piadosos para repartir con los ministros de Jesucristo la mitad de sus haberes: así, así lo han hecho siempre, y por esto llegó a ser el clero de México uno de los más ricos del mundo; y así lo estaba haciendo de un modo especial en nuestros días, no solo, manteniendo a los sacerdotes, sino que también dando lo necesario para el culto, y aun para edificar iglesias, concluir las que estaban comenzadas, adornar las que habían deteriorado, y aun sabe encontrar en el pueblo mexicano para hacer nuevos, y muy costosos ornamentos. Quizás nunca se había visto mejor la piedad del pueblo mexicano como en nuestros días, en los cuales da al clero y para el culto cuanto se necesita: y lo da con la mayor piedad, y lo da no obstante la miseria que azota a todas las clases. Lector carísimo, no dejes de hacerlo por ninguna causa, ni por ningún título; y para que te animes más y más, considéralos como pastores de los fieles, o lo que es lo mismo, del rebaño de Cristo; y mira cuán solícitos andan para apacentarlo con el pasto de la santa doctrina acompañada con los ejemplos de sus buena y santa vida. Atiende como conforme a la amonestación que les dirige el Apóstol, miran atentamente por ti, ya que se consideran puestos por el Espíritu Santo, para santificarme a sí mismos, con el cumplimiento de su ministerio, y dirigir y gobernar la Iglesia que Jesucristo redimió con su sangre. No, lector carísimo, no dejes de cumplir tan importantes deberes para con los sacerdotes, tenles reverencia obedécelos bien, y asístelos en lo corporal ya que ellos con tanta abundancia te suministran lo espiritual, cumpliendo exactamente cuanto quiso decirles el Apóstol san Pablo, en esta sentencia: “Rogad a todos los sacerdotes (que hará entre vosotros, yo sacerdote como ellos, y testigo de la pasión de Jesucristo, y participante de aquella gloria suya que se descubrirá en el tiempo venidero) que apacienten el rebaño que se les ha encomendado, procurándoles alegremente la provisión, no mirando al particular interés y propio provecho temporal, sino al fin del rebaño; siéndoles un retrato de santa vida, y acordándose que no son los señores de la heredad, sino los cultivadores. Daremos fin a este capítulo refiriendo la conducta admirable de algunos niños.-En una de las épocas más desastrosas de la revolución francesa, prendieron a los sacerdotes del departamento del Sena y Oise, los hacinaron en carros y condujeron a Versalles, donde sin dinero ni recursos no veían delante de sí, más que la fuerza. Más Dios, cuya santa doctrina predicaban y cuya providencia alimenta las aves del cielo, Dios que bajó con Daniel a la cueva para calmar el furor de los leones, entró también con los confesores de la fe en la cárcel e inspiró a las almas fieles de Versalles la caridad que crea recursos. Y ¿cuáles pensáis que fueron los tiernos ministros de que se valió la divina Providencia para alimentar al justo en las cadenas? Fueron los niños. Estos se distinguieron por sus activos cuidados y por su tierna solicitud. Piden a gran grito por aquellos que les instruía, que poco tiempo hacia los preparaban para la primera comunión; parten el pan con sus padres espirituales y les distribuyen el dinero que tienen a su disposición. Una niña de diez a once años, no teniendo nada que ofrecer, imaginó un recurso que debía procurar el medio de no dejarse vencer en caridad por ninguna de sus compañeras. Tenía una hermosísima cabellera: siguiendo el primer movimiento de su 134 corazón entra en casa de un peluquero, y le propone el vendérsela; este queda menos maravillado de la hermosura de los cabellos y de las ventajas de compra, que del sacrificio que quiere hacer la joven: “¿Y la madre de usted, dice, aprobará tan generoso designio?Los cabellos son propiedad mía, no tenga usted ningún reparo; ¡mi madre es tan buena!... la obra a que destino el precio me obtendrá su perdón”... Al oír estas palabras, el peluquero no insiste más, le corta los cabellos, y la niña corre luego a la cárcel, muy contenta de emplear en esta obra de caridad lo que tantas jóvenes consagran todos los días al lujo y a la vanidad. Capítulo 19 Deberes de los súbditos para con sus gobiernos 107. Origen de toda potestad Inútil parece, lector carísimo, señalar el origen de toda potestad, ya que nos lo declara de un modo el más expreso al Apóstol san pablo, que dice: “Todo honor y toda gloria al Rey de los cielos, al Inmortal y al Invencible por eternidad de eternidades.” Verdad es que algunos políticos quieren afirmar que la potestad viene del pueblo, y por esto adornan al pueblo, con el dictado de pueblo soberano, y haciéndole sufrir grandes necesidades , ya obrando lo contrario de lo que él dispone, ya estableciendo leyes contra su voluntad, ya queriendo que solo permanezcan en el papel las tan llamadas garantías individuales, ya herrojando desvergonzadamente la tan ponderada libertad del individuo. Por estas razones, y por lo que hemos observado en otras naciones, concluimos una vez más “que todo poder viene de Dios; y que es la mayor inconsecuencia, querer sacar del pueblo una autoridad que él mismo no tiene.” El pueblo soberano y ¿no se hace caso de su soberanía? Soberano, y no tiene que comer? ¿soberano y se publican leyes que no quiere? ¿soberano y se ve obligado a sufrir el yugo del poder que ya detesta? Dejémonos de estas ilusiones, y afirmemos con toda claridad que todo poder y potestad viene de Dios: y que si los gobiernos, los reyes, los emperadores reinan, reinan por Dios y en nombre de Dios, y deben reinar a honra y gloria de Dios: y ¡ay y mil veces ¡ay! El que atrevido hiciere lo contrario. 108. Deberes de los gobiernos para con sus súbditos Todo gobierno con relación a los súbditos que le están sujetos, tiene ciertos deberes que cumplir y pueden reducirse a los siguientes: 1º Procurar la paz y la tranquilidad pública y defenderla: 2º Dar a cada uno lo que es suyo: 3º Castigar a los culpables y premiar a los beneméritos: 4º Poner un dique al furioso ímpetu de los vicios: 5º Defender y hacer observar las leyes divinas, las eclesiásticas y las civiles: 6º Ser los padres del pueblo, y trabajar por tanto en procurarle su verdadera felicidad, sirviéndose de los medios más propios para que sea feliz en este y en otro mundo. Las sagradas Escrituras les imponen todos estos deberes, y nosotros vamos a escoger los principales textos que los indican: “El buen gobierno no multiplica sus propias comodidades, ni procurar enriquecerse con cantidades, ni procura enriquecerse con cantidades enormes de oro y plata... Tienen consigo la ley, la lee con frecuencia y aprende a temer a Dios... obra según justicia, consuela al corazón afligido de la viuda, y se declara el padre de los pobres.” ¡Oíd oh gobiernos! Vosotros que sois los jueces del mundo, que contenéis a la multitud, y defendéis a las naciones, ¿por qué habiendo recibido el poder del Señor no habéis juzgado 135 conforme justicia? Atended “que un juicio muy horrible y espantoso es el que está dispuesto y preparado para aquellos gobernantes que no se portan bien.” Oíd las palabras del Señor ¡Oh príncipes! No obréis de un modo perverso, haced el bien a todos, juzgad debidamente a los pusilánimes, sed el padre de los huérfanos y la defensa de la viuda. “Porque ¡ay de aquellos que forman leyes inicuas, que establecen la injusticia, que oprimen a los pobres y gobiernan según la tiranía, pues recibirán del Señor castigos muy horrorosos!” Los que presiden y rigen a los demás, deben proponerse por fin la gloria de Dios, su propia salvación y la de sus súbditos. Para lograr un fin tan conveniente a un cristiano, es necesario gobernar en espíritu de humildad y de honor de Dios; y acordarse frecuentemente que así como los hombres son juzgados por ellos, así ellos han de ser un día juzgados por Dios: y juzgados tan fuertemente cuanto ellos han sido más poderosos, porque como dice el Espíritu Santo, un juicio durísimo tendrán que sufrir los que gobiernan a los demás. Procuren por tanto, ser el buen ejemplo de sus súbditos, el consuelo de los pusilánimes, el médico de los enfermos, el defensor de la ley, el protector de los oprimidos y el que está pronto a sacrificarse a trueque de poder conservar la paz y labrar la felicidad de sus súbditos. 109. Deberes de los pueblos para con sus gobiernos Los pueblos deben a sus gobiernos el honor, la fidelidad, el amor, la sujeción, los tributos, los servicios, la reverencia y la ferviente oración, con la cual ruegan a Dios para alcanzarles la salud, la paz del reino y la prosperidad tanto espiritual como temporal. El Antiguo Testamento nos lo afirma, diciéndonos por Jeremías: Buscad la paz de la nación a la cual queréis habitar, y pedídsela al Señor porque Él es Dios de paz. El profeta Baruch expresó su pensamiento de un modo inimitable, cuando dirigiéndose a los hebreos, les decía: Rogad por la vida de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y por la vida de Baltasar, su hijo, para que vivan largos años sobre la tierra, y sirviéndoles en paz por muchos años, logremos por fin la eterna gloria. El Nuevo Testamento, por medio de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, nos indicó la misma verdad. Súbditos, exclama san Pedro, estad sujetos a toda humana criatura que esté en el poder; y no solo al rey, al emperador o al presidente, sí que también a sus enviados como representantes de su persona; y estadles sujetos, porque esta es la voluntad de Dios. Y san Pablo en diversos lugares nos dice: Todo ciudadano debe estar sujetos a su legítima autoridad, porque como todo poder viene de Dios, se sigue que el que resiste a la autoridad, resiste al mismo Dios... teme tú si te portas mal, porque no en vano empuña la espada... y debes servirle por motivo de conciencia... Te ruego expresamente, Timoteo, que encomiendes a Dios y ofrezcas al santo Sacrificio de la Misa en favor de los reyes y de todos los demás que están constituidos en dignidad, para que de este modo podamos vivir tranquilamente con toda piedad y castidad, ya que esto es bueno y aceptable ante Dios nuestro Salvador. Tertuliano, fiel interprete de los primitivos tiempos, dice así en su apología en defensa del cristianismo: nosotros rogamos por la salud de los emperadores al Dios Eterno, Dios verdadero y Dios vivo, Oramos por los emperadores para que les conceda una buena y santa vida, la seguridad de su gobierno, un palacio seguro, un ejército valiente, unas cámaras fieles, un pueblo muy bueno, una paz octaviana y el bienestar de todos los súbditos. Así concluyen los santos Padres con san Agustín, haciéndose cargo de unas 136 palabras las más memorables porque expresan nuestro pensamiento con toda exactitud; y que dicen así: dad el César lo que es del César . Pero pasemos ahora a explicar en particular tres de sus principales deberes. 110. El súbdito debe respetar a su gobierno Los soberanos tienen grandes deberes que cumplir, y obrar deben no por capricho, sino conforme la justicia: y los soberanos deben siempre creer que son los padres de la patria, y que deben mirar a sus súbditos como a hijos. Basta lo dicho para que conozcan sus obligaciones, y vamos a indicar el respeto de los súbditos. Temed a Dios: respetad al rey, dice: san Pedro 1. 2. 17. Aquí nos indica el santo Apóstol la obligación de respetar a los gobiernos, y el castigo contra los que no la cumplan. No extrañes esto, lector carísimo, porque los reyes son imágenes vivas de Dios. Tertuliano, haciéndose cargo de esta cuestión, llama a los gobiernos Una segunda majestad, porque ellos son los participantes del poder de Dios; y respetando al gobierno, tributamos nuestro respeto a nuestro Señor. Delo que se deduce que aunque los magistrados sean malos, aunque se porten para con nosotros como enemigos, aunque nos persigan de un modo el más injusto, y aunque ellos no cumplan con los deberes de cristiano, sin embargo, no por esto hemos de negarles el respeto: hemos de profesarles sí la misma veneración; pero no hemos de darla a su perversidad, sino a la emanación del poder de Dios. Nadie puede negar la inmensidad de las glorias de David, así como todos confiesan que el momento más heroico de sus glorias, no fue cuando en espíritu vio el glorioso reinado de su hijo Salomón, ni cuando se vio escogido de Dios para la reunión de los materiales del primero de los templos, ni cuando lleno de triunfos presentaba a su rey los despojos de cien victorias, ni cuando por la vez primera apareció en público su valor dando la muerte al gigante Goliat, y ni siquiera cuando con solas sus manos desquijarra los osos y los leones; sino que la época más gloriosa fue cuando perseguido por Saúl, lo respetaba, y lo respetaba tanto, que pudiendo quitarle la vida, se arrepentía de haberle cortado la orla de su real manto. Ojalá que así viésemos respetar a los gobiernos. No habría tanta revolución, tendríamos verdadera paz y gozaríamos sus dulces consecuencias. 111. Debe obedecerlo El súbdito debe obedecer a los soberanos, y esta obligación es una consecuencia de los principios asentados: porque si hemos de obedecer a Dios, claro está que hemos de obedecer también al soberano que no es representante de Dios. Hemos de obedecerlo en las cosas del orden civil, puesto que a esto se ordena todo su poder: hemos de obedecerlo en lo que pertenece a la disciplina exterior de la iglesia cuando el soberano obra como protector de la iglesia, y de concierto, o como facultado por la autoridad eclesiástica, porque él no puede establecer leyes que obliguen en conciencia en esta materia. Mas si el soberano mandase lo que excede a su facultad, o cosas contrarias a las leyes divinas o eclesiásticas, en este caso no se debe obedecer, porque no obra de parte de Dios, sino en fuerza de su perversidad injusticia. A semejantes soberanos se le debiera responder lo que san Pedro y san Juan a los magistrados que les mandaban lo contrario a la ley de Dios: Juzgadlo vosotros mismos, si es justo obedecer a los hombres más que a Dios. 137 112. Debe rogar por él y pagarle tributos Este deber nos vienen marcado por la razón, pues a medida que los soberanos son más asistidos de Dios, los súbditos estarán mejor. Jesucristo nos habla del grande fruto de la santa oración, y redunda tanto más en nuestro favor, cuanto mejor y con más asiduidad rogaremos por los soberanos. San Pablo, escribiendo a Timoteo, nos dice, “que hemos de hacer oración por los reyes, por los emperadores, por los gobiernos y por todos los que tienen alguna autoridad, para que de este modo vivamos con paz y tranquilidad.” Toda la tradición nos atestigua que los cristianos, siempre hacían oración a favor de los gobiernos. Tertuliano se expresa así: “Nosotros dirigimos nuestras oraciones a Dios, por la salud de nuestros emperadores, y le pedimos por ellos una larga vida.” Ahora bien: si ellos hacían esto para los gentiles, claro está que los cristianos deben hacerlo a favor de un gobierno cristiano. Esta es la conducta de la Iglesia, y la que tiene oraciones propias para estos casos. Un súbdito no cumple con solo respetar a su gobierno, obedecerlo y rogar por él, sino que debe también pagar los tributos. Así nos lo mandó el Hijo de Dios cuando dijo: Dad al César lo que es del César: porque es como si dijera, supuesto que sois vasallos del Cesar, nada más justo que pagarle el tributo. Pablo, escribiendo a los romanos, les dice: “pagad todas vuestras deudas, y el que no haya pagado el tributo, pague el tributo:” lo que nos hace conocer que el tributo a contribución por parte de los vasallos, no es un don gratuito, sino que es una obligación que obliga en conciencia. Y si esto no fuera así, cómo pagaría el soberano el esplendor de su majestad, el brillo propio de una corte, los ministros que deben aconsejarle, el ejército que debe mantener y otros mil gastos propios de una nación. Roguemos pues a Dios por el soberano y paguémosle los tributos. 113. Debe guardarle fidelidad Ser un súbdito fiel a su gobierno, es un deber que no admite excepción: y los empleados deben recordar que sirven al Estado, y no que se sirven a sí mismos, ni a sus parientes, ni a sus conocidos, ni a sus intereses, ni a su honra, ni a su vida. El empelado debe permanecer notablemente adicto a su gobierno, no puede escuchar jamás proposición que se oponga a su fidelidad, y mucho menos entrar en conspiraciones. Tal es la doctrina del cristianismo, y que san pablo, escribiendo a los romanos, formuló así: “el que resiste el gobierno, resiste a la orden de Dios, y el que resiste a Dios labra su condenación.”¡Tan hermosa es la doctrina de la Iglesia sobre el gobierno! ¡tan bien establece su seguridad y duración! Veámoslo prácticamente escogiéndolo del tiempo de Juliano. Era Juliano un apóstata, y muchos de sus soldados eran fervientes cristianos; y no obstante de tener por monarca uno de los hombres más infames, con todo, los cristianos lo respetan, lo obedecen, ruegan por él, le pagan los tributos, y no se levantan para derrocar su poder, sino que dejan a Dios el castigo que merecía: y a su tiempo murió el apóstata, después de haber pronunciado la más horrible blasfemia. En los primeros tres siglos de la Iglesia, hubo muchas revoluciones; los cristianos llenaban desde el segundo siglo, las ciudades, las islas, las ciudadelas, los ejércitos, los palacios, los senados, y las plazas públicas; pero los cristianos jamás figuraron en revoluciones, sino que se contentaban con sufrir, proponer, pedir y rogar a Dios. Concluyamos, lector carísimo, 138 pidiendo a Dios que se establezcan las sólidas ideas de la justicia y del orden: nada de rebelión contra los gobiernos; y el súbdito, de su parte, que los respete, que los obedezca, que ruegue por ellos, que les pague las contribuciones y que les guarde siempre verdadera fidelidad. Capítulo 20 Los criados y los amos 114. Un criado.-¿Qué cosa es un criado? Mucho deseo, lector carísimo, que te fijes bien en lo que es un criado: para que si lo fueres cumplas tus obligaciones, y si fueres amo no descuides tus deberes. Para dar una idea de lo que es un criado según el santo evangelio, y conforme las luces del Apóstol san Pablo, tenemos, que un criado “es un hombre que sirve a Dios en la persona de otro hombre, que lo sirve con el respeto que merece su alta posición, y lo sirve con una fidelidad digna de toda prueba: el criado sirve a su amo no para ganar la voluntad a otros hombres , sino para merecer con sus trabajo el cielo.” Es por tanto, buen criado el que está pronto para servir a su señor en todas las cosas, trata sus bienes como bienes suyos propios, no se permite tomar lo ajeno, y está dispuesto a obrar siempre y conforme según los grandes motivos de la religión. ¿Pero dónde están semejantes criados? Hay muchos, y se observan entre ellos cualidades las más apropósito, hasta que un mal amo los pierde, o un compañero suyo los pervierte. Un criado debe trabajar, y trabajar según lo convenido, y trabajar el tiempo convenido, y trabajar con la perfección convenida: un criado debe obedecer a su amo en todo lo que no haya pecado, debe respetarlo como a su señor, debe rogar por él como a su padre, y debe conservar siempre con él la mejor armonía; y debe profesarle un amor el más semejante que tienen los hijos para con sus padres: tal es un criado, un fiel criado que cumple con su deber. Para que cumplas bien, lector carísimo, debes saber que tus obligaciones de criado para con tu amo pueden reducirse a tres: 1ª Amar a tus amos y desearles todo bien y prosperidad. 2ª Obedecerles con alegría, puntualidad y perseverancia en todo lo que te mandaren, mientras que no hubiere algo contra algún precepto divino. 3ª Ser leal y fiel en las cosas que te encomendaren, procurar el justo aumento de los bienes de tus amos, y amar con su persona su honra y provecho. Estas tres obligaciones te las impone el Apóstol san Pablo, pues escribiendo a los de Efeso, les dijo: “Criados, obedeced a vuestros señores temporales con temor y temblor, con simplicidad de corazón como a Cristo; y esto no ha de ser solamente cuando ellos os están mirando, porque esto es servir por agradar al hombre, sino también en toda ocasión y en todo lugar como siervos de Dios, pretendiendo principalmente en vuestros servicios servir a Jesucristo.” Escribiendo a Tito su discípulo, amonesta a los criados, diciéndoles: “Sed sujetos, humildes y obedientes a vuestros señores; no seáis respondones, ni replicadores, ni engañadores, sino antes bien leales y deseosos de darles gusto.” san Pedro, en su primera epístola, les dijo también: “Criados, sed sujetos en todo temor y acatamiento a vuestros señores: y esto no sólo a los benignos y mansos, más también a los recios de condición y a los coléricos.” Y es de notar que en aquellos tiempos muchos cristianos eran criados de los infieles, y a éstos persuadían los santos Apóstoles que fuesen obedientes a sus amos y señores, y que les estuviesen sujetos en todo cuanto les mandasen, mientras que no fuese contra la ley de 139 Dios. Tales son los deberes de los criados cristianos, y su cumplimiento es lo que constituye un buen criado. 115. Deberes de los criados para con sus amos Los criados deben servir a sus amos con sencillez de corazón, como si sirvieran a Cristo, haciendo en esto la voluntad de Dios nuestro Señor. Deben servirlos con buena voluntad, porque sirven a Dios y no a los hombres: deben conservar los bienes de sus amos en el mejor estado posible, y guardarles tanta fidelidad que no les hurten cosa alguna: deben quitar todo motivo de queja y evitar la murmuración: deben cumplir lo que se les encarga y no estar ociosos, y deben contentarse con el salario que hubieren pactado. Estos deberes de los criados para con los amos nos los han enseñado el Espíritu Santo, diciéndonos por medio de san Pablo: “Permanezca cada uno en la vocación que ha recibido:” de ahí es que si fueres criado, no quieras subir a ser amo, puesto que siendo criado de los hombres, pedes ser también siervo de Cristo, ya que Él te ha comprado con el precio de su sangre. Criados, obedeced a vuestros señores carnales, con un santo temor, con sencillez de corazón y como obedeceríais a Cristo; obedeced no a los hombres vuestros amos, sino a Cristo en su persona, sabiendo que recibiereis hecho por Él. Criados, obedeced en el Señor en todo lo que os mandaren vuestros amos. Todos los criados tengan a sus señores amos como dignos de todo honor, para que por su causa no sea blasfemado el nombre de Dios, y menospreciada su doctrina; y acuérdense que sirviendo en este mundo, han de ser grandes señores en el cielo. El siguiente caso nos demuestra cuán heroicas son las virtudes de muchos criados; y virtudes practicadas a favor de sus amos: Fidelidad de un criado Un antiguo caballero de san Luis, reducido a una extrema miseria, escogió Paris para retiro, como lugar más propio para ocultar a los ojos del mundo su nombre, su indigencia y sus desgracias. Se alojó en un desván, no teniendo otros muebles que un poco de paja, otro vestido que unos tristes pedazos de uniforme, ni otra sociedad y compañía, que un antiguo criado que se la había juntado mucho tiempo hacia. “Un día este militar dijo, con las lágrimas en los ojos, al único testigo de su dolor y confidente único de sus penas: Amigo mío, ya ves mi miseria; hace mucho tiempo que tú participas de ella; apártate para siempre del más desgraciado de los hombres; vete a buscar una condición más dichosa; aun me quedará el pesar de no haber podido recompensar tus servicios. ¡Vete, huye de tu desgraciado amo!- ¡Ah! Mi querido amo, exclamó el fiel criado, derramado lágrimas y echándose a sus pies: ¿tan ruin me cree usted que pueda abandonarle en la adversidad, habiendo recibido de usted tantos beneficios en la prosperidad? No, no le dejaré a usted; mi industria y el inviolable afecto que profeso a usted me procurarán recursos para aliviar nuestra común indigencia.”-¿Quién podrá pintar la admiración y el enternecimiento de este amo afligido? Abraza al servidor generoso y le dice: “El cielo no ha agotado sobre mí aun toda sus misericordia; ojalá te recompense Dios tan nobles sentimientos!” -El criado, lleno de amor y de confianza, recurrió a los medios que el cielo y sus nobles sentimientos le sugerían. Llevaba todos los días al amo las limosnas que públicamente había recogido; y jamás estaba más satisfecho que cuando podía comprar un poco de vino para su querido amo. “Bendigamos la Providencia, decía entrando, pues hoy nos ha favorecido.” Trataba de endulzar con la relación de lo que había oído de más curioso, la 140 situación triste y dolorosa de su alma. Más un día... día fatal!... el virtuoso criado fue detenido por la policía. Su vigor, su buena constitución, le hicieron pasar por una de aquellas personas ociosas, dadas a toda clase de vicios a expensas del Estado y de la sociedad. Fue conducido al jefe de policía e interrogado por él. El criado sin turbarse, contestando con la varonil y noble entereza que inspira una conciencia irreprensible, le pidió por favor que le oyese a solas, pues tenía que comunicarle un importante secreto. El empleado consintió en ello. “No dudo, le dijo entonces el criado, que usted me concederá su protección cuando conozca el motivo de mi conducta.” Le explicó en efecto, lo que pasaba entre su amo y él; y aquel jefe, enternecido, envió un exento a casa del anciano caballero de san Luis, para asegurarse de la verdad. El exento que halló al desgraciado guerreo tendido sobre la paja, dio cuenta a su jefe del espectáculo que había visto; éste habló al rey, el cual concedió una pensión al oficial y otra al virtuosos criado. -Beranger, virtudes del pueblo. Los santos Padres profesan la misma doctrina, y entre ellos san Agustín y Juan Gersón, lo hicieron de un modo el más claro y exacto. ¡Oh cuán bueno es el Señor Dios De Israel! ¿pero para quienes? Para los rectos de corazón. Y ¿quiénes son los rectos de corazón? Los que hacen la voluntad de Dios, procurando no que la voluntad de Dios se acomode a la suya, sino haciendo que la suya se una del todo con la de Dios... Por tanto, Dios es el que te hizo pobre, para que te santifiques en la pobreza, cumpliendo todos tus deberes para con los ricos. Por esto dice el Apóstol: Criados, obedeced a vuestros señores según la carne, porque al mismo tiempo obedeceréis a Dios según el espíritu. Por otra parte, si Jesucristo que era el Autor de todo y el rico por esencia, no se desdeñó de servir como hombre, hasta el punto de afirmarnos que no había venido para ser servido, sino para servir a los otros, cuánto más los criados han de procurar obedecer a su señores amos? Criados, decía Juan Gersón, servid con fidelidad a vuestros amos; nada hurtéis a vuestros señores; nada permitáis que otros les hurten; no les hagáis nunca una acción mala, ni les faltéis al respeto, ni les murmuréis, ni tampoco os ensoberbezcáis; sino que al contrario, viviendo con humildad, los sirváis en todas las cosas con toda paciencia y virtud. Para que los amos y los criados se animen a cumplir cada uno de sus deberes, oigan el caso siguiente: Un amo y su criado. Volviendo un criado del catecismo, preguntóle el amo qué había aprendido en él, a lo cual contestó suspirando: “He aprendido que estoy condenado. ¿Por qué? Le pidió el amo.-Porque ha dicho el catequista que era menester sentir más el haber cometido los pecados que la muerte de su padre, y yo he tenido más dolor de la muerte de mí padre, que de mis pecados.”-El amo, temiendo que no le había entendido bien, le explicó la doctrina del Concilio de Trento sobre la contrición, diciéndoles: “No temas. ¿No ves que el dolor de los pecados es de una especie y naturaleza muy diferente del dolor que sentimos cuando tiene uno la desgracia de perder a su padre? El primero es un odio y una detestación del mal cometido; el segundo es un efecto de la ternura natural que existe en el corazón de los hijos para con sus padres. Dime, ¿aborreces tú y detestas el pecado? ¿Estás resuelto a morir antes que cometerle de nuevo? Si tienes estos sentimientos, tienes del dolor necesario y una contrición verdadera.” A oír este respiró el buen criado; dio gracias a su amo por haberle instruido y sacado del error en que se hallaba, error que quizás habría llegado a arrastrarle a la desesperación. 141 Salvatori, reflex. a los pecadores. 116. Deberes de los pobres para con los ricos Los ricos de ordinario ayudan a los pobres dándoles que hacer, y deben por tanto vivirles agradecidos, y aun mostrárseles en gran manera oficios y serviciales, y encomendarles a Dios con mucha asiduidad y fervor. Mas en caso de que lo ricos hicieren lo contrario, guárdense los pobres en este caso, de hacerles algún mal, sino que en cumplimiento de su deber, aun en este caso deben honrarlos y reverenciarlo como viene a pobres humildes y sujetos a la Divina Providencia; obrar de un modo contrario, sería gravar su alma con el pecado. Las sagradas Escrituras os imponen esta obligación, diciendo: El que vuelva mal por bien, no se le apartará el mal de su casa. Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, orad por los que os persiguen, orad por los que os maldicen y calumnien, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos. Pues si sólo amareis a aquellos que os aman, ¿qué merito tendríais? ¿Acaso no hacen aun esto los mismos gentiles? Haced pues lo que os digo, para que seáis perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. No sólo Cristo Señor nuestro quiso enseñar a los pobres tan importante doctrina, sino que hizo que la publicaran también sus grandes Apóstoles san Pedro y san Pablo. El primero les dice: No volváis mal por mal, ni maldición por maldición; sino al contrario, llenad a todos de bendiciones, ya que habéis sido llamados para poseer por herencia la eterna bendición. El que ama la vida eterna y quiere vivir los días felices de la gloria, debe apartar su lengua de los malos, y de sus labios debe separar el dolo; debe apartarse del mal y hacer el bien, debe buscar la paz y seguirla; porque los ojos del Señor están siempre sobre los justos, sus oídos escuchando sus preces, así como su rostro airado está siempre contra aquellos que obran el mal, en suma, acordaos, oh pobres, que sois bienaventurados si padecéis por la justicia. san Pablo, en diferentes lugares asienta la misma doctrina, diciendo: Nunca volváis mal por bien; al contrario, haced bien a todos, y hacedlo no sólo ante Dios, sino que también ante los hombres. En cuanto dependa de vosotros, tened paz con todos sin vengaros nunca, acordándoos que el Señor ha dicho: a mí pertenece el vengarme, porque todos han de comparecer a mi tribunal. Por con siguiente, si tu enemigo está hambriento, dale de comer, si tiene sed, dale de beber, cuya conducta será obligarlo a ser bueno a golpe de beneficios. En fin, guardaos bien que ninguno vuelva mal por bien, que ninguno sea vencido por los malos, sino que vosotros los ganéis para Dios a fuerza de beneficios. 117. Verdades inconcusas a los señores Atiende bien, lector carísimo, que no hay ninguna grandeza en ser servido de los criados: porque a los criados te prestan servicios necesarios o no; en el primer caso se publica tu miseria y tu impotencia, ya que tienes necesidad de que alguien te haga cosas. Mas si por ahí quieres tener alguna grandeza, tendrás la del débil niño que necesita de otros, o la del enfermo que necesita quien lo asista, o la que parece a un tullido que no puede moverse. Pero si no tuvieres necesidad, claro está que te haces servir porque eres rico, y haces consistir en el oro la dignidad de tu pretendida grandeza. ¡Ah! ¡quién sabe si dentro de poco tiempo ya n serás rico! ¡Ah! De nada sirve el lujo, de nada sirve una tropa de criados, es 142 siempre culpable querer parece lo que no eres, y es hacerte más y más débil y abandonado: no hay ninguna grandeza en ser servido. Otra verdad inconcusa, es que nacimos para trabajar, y a esto fuimos condenados por el pecado; por consiguiente, debe admitirse el servicio no para fomentar la vanidad, sino tan sólo para repartir el trabajo. Así tuvo Abraham un gran número de criados, y con todo fue un santo, y sus domésticos no aumentaban la vanidad, sino que lo servían para cumplir y concluir el quehacer. De ahí se sigue que así como se pueden tener criados, así también conviene no tener más que los necesarios, omitir los servicios que se puedan, y de ningún modo tener en casa una tropa de holgazanes. Por otra parte, quitando los criados no necesarios, hay menos gastos, pueden hacerse limosnas, y se les proporcionaría un oficio tan honrado como lucrativo, haciéndoseles artesanos, y con su trabajo aumentarían la felicidad de sus familias y aun la riqueza de la nación. Otra verdad inconcusa es que los amos y señores deben a sus criados y súbditos amor, benignidad, mansedumbre, proveerlos de las cosas necesarias, pagarles bien sus salarios, y mirar sin son temerosos de Dios y de buenas costumbres. Con los señores y amos habla el Sabio, diciendo:”Ama como a tu alma a tu siervo fiel, y trátale además como a tu hermano.” Y el Apóstol: “Vosotros, señores, haced la razón con los vuestros, no lo castiguéis todo por el cabo, perdonad vuestras iras, y aun las amenazas hechas en tales tiempos: porque habéis de recordar que os importa ser perdonados del Señor Dios que está en los cielos.” En la Epístola de los Colosenses, avisa a los señores y amos, diciéndoles: Sed justos con vuestros criados, acordándoos que es justísimo el común Señor de vosotros y de ellos. 118. Igualdad entre los amos y los criados Convenimos que existe cierta igualdad entre amos y los criados, pero igualdad que debe ser el principio que el criado cumpla sus deberes para con su amo, y el amo los cumpla también para con su criado. Claro está que el criado es por naturaleza igual a su amo; pero no es menos cierto que el criado debe respetar a su amo, debe obedecerle, debe amarle, debe guardarle fidelidad y cumplir con exactitud sus compromisos. Y sepa el criado que está obligado al trabajo con obligación de justicia; por tanto cumplen muy mal aquellos que prometen mucho y hacen poco. El buen criado no debe ser vicioso, y es una cosa cierta, que ningún amo quiere un sirviente borracho, jugador, irreligioso, impuro, mentiroso, tramposo, y demás vicios con que se presentan algunos: deben por tanto, reformarse por Dios nuestro Señor; por que si es vicioso, si no cumple los deberes de cristiano, Jesucristo no le dará el cielo, sino que lo precipitará al fuego eterno por toda una eternidad. De su parte los amos deben acordarse que como sus criados, son hijos de Adán, y que es una cosa insufrible obrar con soberbia y orgullo con los pobres criados. Hay amos tan orgullosos que creen que exaltan a sus criados permitiendo que les sirvan: y de esta conducta proviene cierta culpable altanería en su obrar y el desprecio con que tratan a los sirvientes, y los términos injuriosos de que usan a la menor falta, la poca caridad en sus enfermedades, el total abandono con respecto a su alma y la indiferencia con que miran el instruirles religiosamente. ¡Gran Dios! ¿Y es así como contempla Jesucristo a los pobres? No, ciertamente; y Jesucristo, los santos Apóstoles, los Padres de la Iglesia, y todos los santos y los buenos 143 cristianos, los han mirado siempre con sentimientos muy opuestos: y todos han tenido presente que Jesucristo siendo el mismo Dios y el Señor de los señores, nos ha dicho “que no había venido al mundo para ser servido, sino a servir:” y de hecho se mostró siempre el más solicito servidor de nosotros miserables pecadores. Acuérdense pues los amos, que sus criados son hombres como ellos son cristianos destinados a una eterna recompensa en la patria celestial: y los criados no se olviden que deben a sus amos respeto, obediencia, fidelidad y exactitud. 119. Obligaciones de los amos La primera obligación de un amo es pagar el salario a su criado: y nada más justo, ya que él se ocupa de servirlo en todo cuanto le ordena. No pagar el salario al criado o trabajador, es un gravísimo pecado; y muchas veces lo es también no pagarles en el día señalado, por la necesidad que tienen de su jornal. Defraudar al criado o jornalero su salario, es muchas veces un pecado que pide venganza delante de Dios, y pecado que es según la expresión de la Escritura, casi igual al homicidio. Examinen un poco esto ciertos señores que no pagan a los artesanos las obras que les han confiado, siendo ellos causa quizás de su ruina, y a veces de innumerables crímenes: y examinen lo mismo los jugadores y demás que por su caprichos despilfarran su capital. Los señores tienen la obligación de hacer limosna, y conviene que la hagan, y deben hacerla de un modo muy particular a favor de sus criados y de los artesanos a quienes tal vez no han satisfecho del todo. Hacer lo contrario, no es ser un señor cristiano, sino un hombre inhumano, es ser duro de corazón, y es exponerse a un horrible castigo. Cuidado amos, cuidado: examinad la conducta del Señor de cielos y tierra y obrad según Él. El amo debe ver en su criado una especie de hijo, del mismo modo que el criado ha de ver en su amo una especie de padre. Si el criado es joven, debe procurare ordinariamente que a cierta edad aprenda un oficio; más si es un anciano, principalmente si ha perdido sus fuerzas sirviéndoos con fidelidad, o si ha pasado largos años en vuestra compañía, en estos casos es digno de premio, y conviene ayudarlo; a veces es conveniente conservarlo en casa y otra será mejor proporcionarle algo para su subsistencia. Concluiremos diciendo con san Agustín, que el señor debe portarse como el Obispo en su diócesis, y trabajar a favor de sus criados con celo y solicitud de pastor, así como los criados deben portarse como fieles piadosos, y ver en sus señores una especie de pastores. 120. Conclusión Tal es, lector carísimo, lo que he creído conveniente decirte para lograr una buena educación en estos miserables tiempos. Hemos tomado los padres, y hemos explicado sus deberes para con sus hijos; nos hemos hecho cargo de los hijos, y hemos notado sus obligaciones para con sus padres: como los hijos no siempre han de estar en la casa paterna, sino que deben tomar el estado a que Dios les llama, ora sea el matrimonio, ora el sacerdocio, ora el consagrarse a Dios con los santos Votos; por esto hemos dado a conocer cada uno de ellos, para que cada uno lo abrace, no a la ventura, sino según la vocación de Dios: y lo hemos coronado todo, dando una sucinta explicación de los fieles para con los sacerdotes, de los súbditos para con sus soberanos, y de los criados para con sus amos. Cumple esto, lector carísimo, en la parte que conviene, y contribuirás a la educación de la juventud, a la santificación de muchas almas y a la salvación de la tuya propia, lo cual es 144 ciertamente lo que más nos importa; porque todo lo demás es vanidad de vanidades y pura vanidad y aflicción de espíritu. Para dar a conocer el aprecio que nuestro dignísimo Prelado hace de la Biblioteca Religiosa, nos apresuramos a poner aquí tres de las cartas que hemos recibido, reservándonos para más adelante la publicación de algunas que nos han remitido nuestros corresponsales. “Señores Editores de la Biblioteca Religiosa: “Recomiendo eficazmente la empresa de la Biblioteca Religiosa, a los Señores Gobernadores de mi Diócesis, así como al Señor Secretario, Doctor Don Tomás Barón, y no dudo que la protegerán...excitando además a los fieles católicos para que se suscriban a una publicación de tantas trascendencia en la época que atravesamos, para el bien de las almas, consagración y propagación de la única religión verdadera, que con poquísimas excepciones profesan todos los mexicanos. El mismo Gobierno diocesano comunicará a usted las indulgencias que concedemos los Arzobispos y obispos reunidos aquí, y las que concederán también los Prelados existentes en el país, a consecuencia de la excitativa que harán en mi nombre los Señores Gobernadores conforme a la recomendación que les hago. “En la primera audiencia que se sirva otorgarme el santo Padre, no olvidaré las gracias e indulgencias que ustedes desean, y le pediré sobre todo su bendición apostólica que alcanzará la perseverancia en ustedes y los frutos más copiosos de sus trabajos y sacrificios. “Roma, Mayo 24 de 1870. “Soy de ustedes afectísimo Prelado. Pelagio Antonio, Arzobispo de México.” “Puede ser que me haya olvidado hablar de N... de la conveniencia y aun necesidad de favorecer hasta donde se pueda, el establecimiento y progresos de la Biblioteca Religiosa, que usted y sus dignos compañeros han proyectado, y cuyo aviso de publicaciones llegó a mis manos juntamente con la grata de usted... Apreciaré que puedan llevar a cabo su empresa, y que usted y sus dignos compañeros cuiden de tenerme al tanto de sus trabajos... “Lucerna, Agosto 23 de 1870. Pelagio Antonio, Arzobispo de México.” “He recomendado la Biblioteca Religiosa a los Señores Gobernadores por el conducto del Doctor Barón... y espero que por medio de una excitación que dirigirán a los Señores Curas Párrocos y a los fieles de mi diócesis, todos podrán aprovecharse de tan útiles y convenientes publicaciones. “Me felicito... y cuando esté en Roma pediré al santísimo Padre las indulgencias que usted desea, y agregaremos a ellas las de todos mis hermanos con las mías que desde ahora concedo a los que trabajen en las obras de la Biblioteca Religiosa, y a los que las lean, siendo 80 días por cada una de ellas. “Lugano, Septiembre 24 de 1870. Pelagio Antonio, Arzobispo de México.” 145 Índice La educación de la juventud por medio del cuarto mandamiento de la Ley santa del Señor ...................................................................................................................................... 1 Prólogo ................................................................................................................................... 3 Capítulo 1 Constitutivos de una educación católica ......................................................... 4 1. Obligaciones de los padres ............................................................................................. 4 2. La madre debe alimentar a su hijo .................................................................................. 4 3. La madre debe educarlo con alegría, agrado y prudencia .............................................. 5 4. La madre debe cuidar la salud de su hijito ..................................................................... 6 5. Los padres deben procurarles la conservación de la inocencia ...................................... 6 6. Los padres deben apartar a sus hijos de lo que es capaz de corromperlos ..................... 7 7. Los padres deben alabarles lo bueno y castigarles lo malo ............................................ 8 8 Malísima educación de L. Aymé Martín ....................................................................... 10 9. Práctica de la malísima educación de L. Aymé Martín ................................................ 10 10. Idea general de la educación que debe darse a las niñas ............................................ 11 11. La hija víctima de la irreligión de su padre ................................................................ 12 Capítulo 2 Los padres deben alimentar a sus hijos y enseñarles los deberes propios de un cristiano .......................................................................................................................... 13 12. Qué cristianos niegan la fe.......................................................................................... 13 13. Los padres deben alimentar a sus hijos ...................................................................... 15 1º El trabajo de los padres ................................................................................................ 15 2º Ayudarse de los hijos ................................................................................................... 16 3º Darles correspondiente estado ...................................................................................... 16 14. Deben enseñarles los deberes de cristianos ................................................................ 17 Capítulo 3 Los padres deben corregir a sus hijos ........................................................... 20 15. Vehemente inclinación ............................................................................................... 20 16. Deber que tienen los padres de corregir a sus hijos .................................................... 20 17. Qué ha de corregirse en los hijos ................................................................................ 21 18. Continua el mismo asunto .......................................................................................... 22 19. Los padres deben corregir aun a los hijos grandes y casados ..................................... 24 20. Cuándo deben corregirse los hijos .............................................................................. 25 21.-Modo con que debe corregirse ................................................................................... 25 22. Modelos de corrección................................................................................................ 27 Ejemplos del primer caso ................................................................................................. 27 Ejemplo del segundo caso ................................................................................................ 27 Ejemplos del tercer caso ................................................................................................... 27 Ejemplo del cuarto caso .................................................................................................... 28 Capítulo 4 Los padres deben apartar a los hijos de las ocasiones del pecado y edificarlos ............................................................................................................................ 30 146 23.¿Por qué se condenan muchos padres de familia? ....................................................... 30 24. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? ...................................................... 30 25. Muchos se condenan porque hacen dormir juntos hermanitos con hermanitas ......... 31 26. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? ...................................................... 31 27. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? ...................................................... 33 28. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia con sus hijos? ................................ 33 29. ¿Por qué se condenan muchos padres de familia? ...................................................... 36 Capítulo 5 Se señalan las causas ordinarias que hacen a los hijos malos o buenos ..... 38 30. Los hijos son malos porque lo son los padres ............................................................ 38 31. Se prueba la misma verdad con ejemplos ................................................................... 38 32. Se prueba la misma verdad con otros ejemplos .......................................................... 40 34. Se prueba la misma verdad con casos prácticos ......................................................... 42 Capítulo 6 Se recopilan los deberes de los padres para con sus hijos, dando al mismo tiempo nueva doctrina ........................................................................................................ 44 35. Deberes de los padres para con sus hijos .................................................................... 44 36. Primer deber ............................................................................................................... 45 Segundo deber .................................................................................................................. 46 Tercer deber ...................................................................................................................... 47 Cuarto deber ..................................................................................................................... 48 Sexto deber ....................................................................................................................... 50 Séptimo deber ................................................................................................................... 51 Octavo deber ..................................................................................................................... 51 Noveno deber .................................................................................................................... 52 Décimo deber .................................................................................................................... 53 Undécimo deber ................................................................................................................ 54 Capítulo 7 Deberes de los hijos para con sus padres ...................................................... 55 37. Enlace del tratado ....................................................................................................... 55 38. Los hijos deben amar a sus padres.............................................................................. 56 40. Conducta pésima de algunos hijos.............................................................................. 60 Capítulo 8 Obediencia de los hijos a sus padres ............................................................. 62 41. Primer medio .............................................................................................................. 62 42. Los hijos deben obedecer a sus padres ....................................................................... 63 43. En qué cosas deben los hijos obedecer a sus padres................................................... 65 44. En qué cosas deben negarles la obediencia ................................................................ 66 1º Cuando su padre manda lo que es contra la ley de Dios. ............................................. 67 2º Tampoco deben obedecerlos en la elección de estado ................................................. 67 3º No deben los hijos obedecer a sus padres en la elección de persona o casa religiosa . 68 4º No cuando tiene motivos de conciencia ....................................................................... 68 5º Conducta de un sacerdote ............................................................................................. 68 147 6º Consejos a todos ........................................................................................................... 69 52. Sigue el mismo asunto ................................................................................................ 69 Capítulo 9 Reverencia de los hijos para con sus padres ................................................ 70 53. Segundo medio ........................................................................................................... 70 54. Los hijos deben respetar a sus padres ......................................................................... 70 55. En qué cosa deben los hijos mostrar el respeto a sus padres ...................................... 72 1º En las palabras .............................................................................................................. 72 2º. En las obras ................................................................................................................. 73 3. Sufriéndolos con paciencia ........................................................................................... 74 56. Ejemplos sacados de los libros santos ........................................................................ 75 Capítulo 10 Los hijos deben asistir a sus padres ............................................................ 77 57. Tercer medio ............................................................................................................... 77 58. Los hijos deben de asistir a sus padres en su estado ordinario ................................... 78 59. Los hijos deben de asistir a sus padres en su vejez .................................................... 79 60. Deben asistirlos en su enfermedad y después de su muerte ....................................... 80 Capítulo 11 Premio que da Dios a los buenos hijos ........................................................ 82 61. Cómo premia Dios a los buenos hijos ........................................................................ 82 62. Cómo premia Dios a los buenos hijos ........................................................................ 82 63. Cómo premia Dios a los buenos hijos ........................................................................ 83 65. Cómo premia Dios a los buenos hijos ........................................................................ 85 Capítulo 12 Castigos de Dios contra los malos hijos ...................................................... 86 66. Palabras del Espíritu Santo contra los malos hijos ..................................................... 86 67. Pecado que cometen los malos hijos .......................................................................... 87 68. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes ...................................................................... 88 69. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes ...................................................................... 89 70. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes ...................................................................... 89 71. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes ...................................................................... 90 72. Cómo castiga Dios a los hijos rebeldes ...................................................................... 91 73. Deberes de los maestros ............................................................................................. 92 74. Deberes de los discípulos para con sus maestros ....................................................... 93 Capítulo 13 santidad del matrimonio y medios de lograrla........................................... 94 75. Grandeza del matrimonio ........................................................................................... 94 76. El matrimonio es santo porque Dios es su autor ........................................................ 96 77.-Es santo por lo que significa ...................................................................................... 97 79. Por qué algunos casados no son santos ...................................................................... 98 80. Igualdad en el matrimonio .......................................................................................... 99 1. Iguales en edad ............................................................................................................. 99 2. Iguales en educación ................................................................................................... 100 148 3. Iguales en la sangre..................................................................................................... 100 4. Iguales en el natural .................................................................................................... 100 5. Iguales en las costumbres ........................................................................................... 100 81. Consentimiento de los padres ................................................................................... 101 82. Cómo deben celebrarse las bodas ............................................................................. 102 Capítulo 14 Deberes generales y particulares de los esposos....................................... 103 83. Los casados deben amarse ........................................................................................ 103 84. Los casados deben guardarse mutua fidelidad ......................................................... 105 85. Deberes particulares de los hombres casados ........................................................... 106 1ª El marido debe sustentar a su mujer ........................................................................... 106 2ª El marido debe gobernar a su mujer ........................................................................... 106 3ª El marido debe corregir a su mujer ............................................................................ 107 86. Deberes particulares de la mujer casada ................................................................... 107 1º Cuidar las cosas de la casa y trabajar ......................................................................... 107 2º Obedecer al marido .................................................................................................... 108 87. Medios prácticos ....................................................................................................... 108 Capítulo 15 Sobre el adulterio ........................................................................................ 109 88. Juicio de Dios contra los adúlteros ........................................................................... 109 89. Qué es el adulterio .................................................................................................... 110 90. Qué es el adulterio según leyes humanas ................................................................. 111 91. ¿Por qué el adulterio tiene en sí a todos los pecados? .............................................. 113 92. Medios para guardar la fidelidad conyugal .............................................................. 113 1º No quererlo ................................................................................................................. 113 2º Huir las ocasiones de cometerlo ................................................................................. 114 3º Amarse uno a otro ...................................................................................................... 114 4º Reflexionar sobre el adulterio de David ..................................................................... 114 Indisolubilidad del matrimonio ...................................................................................... 115 Capítulo 16 Del sacramento del Orden.......................................................................... 115 93. Transición ................................................................................................................. 115 Qué es el sacerdote ......................................................................................................... 116 Capítulo 17 Lo que es un fraile y una monja ................................................................ 123 98. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de pobreza ........................................ 123 99. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de castidad ....................................... 125 100. Cómo se consagra a Dios por medio del voto de obediencia ................................. 127 101. Cómo se consagran a Dios por medio del cuarto voto ........................................... 128 Capítulo 18 Deberes de los fieles para con los sacerdotes ............................................ 129 102. El sacerdote representante de Jesucristo y sus deberes .......................................... 129 103. Se prueba en general los deberes de los fieles a los sacerdotes .............................. 130 149 104. Primera obligación: El respeto ............................................................................... 131 105. Segunda obligación: La obediencia ........................................................................ 132 106. Tercera obligación: Los fieles debe alimentar a los sacerdotes.............................. 132 Capítulo 19 Deberes de los súbditos para con sus gobiernos....................................... 134 107. Origen de toda potestad .......................................................................................... 134 108. Deberes de los gobiernos para con sus súbditos ..................................................... 134 109. Deberes de los pueblos para con sus gobiernos ...................................................... 135 110. El súbdito debe respetar a su gobierno ................................................................... 136 111. Debe obedecerlo ..................................................................................................... 136 112. Debe rogar por él y pagarle tributos ....................................................................... 137 113. Debe guardarle fidelidad ........................................................................................ 137 Capítulo 20 Los criados y los amos ................................................................................ 138 115. Deberes de los criados para con sus amos .............................................................. 139 116. Deberes de los pobres para con los ricos ................................................................ 141 117. Verdades inconcusas a los señores ......................................................................... 141 118. Igualdad entre los amos y los criados ..................................................................... 142 119. Obligaciones de los amos ....................................................................................... 143 120. Conclusión .............................................................................................................. 143 Índice.................................................................................................................................. 145