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OPINIÓN Por Lic. Alejandro Schujman* Combatir las soledades urbanas Vivimos en un mundo hipercomunicado, pero también son cada vez más las personas que se quejan de sentirse aislados. La única manera de cortar esta paradoja es volviendo a lo más simple y esencial: los afectos genuinos. A lejandro, ¿te pusiste a pensar alguna vez en lo divididos que vivimos? Quiero decir, si miráramos la ciudad desde un avión y quitáramos los techos veríamos algo parecido a una hoja cuadriculada, cada uno en su rinconcito, en su departamentito, su box de oficina, su metro cuadrado, a solas...” Desde una mirada idealista y adolescentemente utópica, esta jovencita me contaba de su sufrimiento por lo sola que se sentía en esta ciudad tan compartimentada, tan separados todos por estos tabiques, por estas paredes. Y pensar que las viejas aldeas se construían en círculo, para que todos al salir de sus casas pudieran ver a sus vecinos, y de esta manera cuidarse unos a otros. Más allá de las válidas razones de la arquitectura moderna, me quedé pensando en estos seres que en las multitudes, a veces, como esta muchacha, sufren de soledad. Soledad, seguramente sea junto con amor una de las palabras más nombradas en la literatura universal. Filósofos, poetas, escritores, trovadores, la nombran, tratan de entenderla, le escriben, le cantan, lloran por su dolor... “Soledad, aquí están mis credenciales, vengo llamando a tu puerta desde hace un tiempo, (...) PSICOLOGÍA POSITIVA 24 Ya pasó ya he dejado que se empañe la ilusión de que vivir es indoloro. Que raro que seas tú quien me acompañe, soledad, a mí, que nunca supe bien cómo estar solo”. Jorge Drexler ¿De qué hablamos cuando decimos soledad? ¿De una emoción, de un estado transitorio o permanente, de un momento, de una elección? Quizás todas las opciones sean correctas. Me pregunto en primera instancia ¿se elige la soledad? Últimamente, escucho a hombres y mujeres que bajo la máscara de la independencia enuncian: ”Yo estoy solo porque quiero, manejo mis tiempos, mi autonomía”. La soledad se equipara entonces a una suerte de libertad por opción. Para determinar si uno realmente y de manera genuina elige podemos postular el siguiente axioma como tester: “El sufrimiento que la decisión provoque no debe ser mayor que los beneficios como consecuencia de la misma”. Explico, si yo elijo y decido hacer una dieta, las restricciones de comer cosas ricas, por ejemplo degustar una ensalada en medio de un “pizza party”, todo ese sacrificio debe ser compensado, en sentido amplio, (en lo físico y emocional) al realizarme los próximos análisis y comprobar que mi colesterol a la par de mi pancita hayan disminuido. La privación se nivelará con lo saludable. Ahora bien, si una joven padece un trastorno alimenticio y adelgaza no porque elija hacer dieta sino porque su patología la lleva a conductas autoagresivas, no hay allí elección alguna. Llevemos esto al plano de la soledad. Cada vez son más frecuentes las consultas por gente que sufre a raíz de distintas maneras de estar solos. En muchos casos, como mecanismo de defensa, argumentan que este es un estado al que llegaron por propia voluntad… Con el tiempo y el trabajo terapéutico, se dan cuenta de que no suele ser así. ¿Cuándo puede ser esto un acto de decisión propia y auténtica? Por ejemplo, si alguien, muy bien plantado en su vida, decide llevar a cabo una experiencia, más o menos duradera en el tiempo, de conectarse consigo mismo. Podemos pensar en un retiro espiritual, unas vacaciones a solas, un período de no formar pareja, o más brevemente, un paseo sin otra compañía que uno mismo. Elegir estar solos puede ser muy saludable, si viene acompañada de un proyecto genuino fruto de la fortaleza y no del temor. OPINIÓN “Elegir estar solos puede ser muy saludable, si viene acompañada de un proyecto genuino fruto de la fortaleza y no del temor”. Tan solo estoy Hay un mecanismo que se reitera en muchas de las personas que sufren de soledad. Es lo que podemos pensar como “la mirada autocompasiva”. Un juego de las emociones en el que la proyección e identificación se articulan de la siguiente manera. Si alguien observa a una persona que entra sola a un cine, se sienta sola en su butaca, y ve la película sola, quizás piensa y siente: -”Pobre, no tiene quien lo acompañe, cuánta tristeza y vacio”. No cabe duda de que está haciendo una lectura de la situación desde su propia perspectiva. Se puede ir solo al cine porque, efectivamente, se trate de un ser solitario y no tenga compañía posible, porque disfrute de ver una película tranquilo sin nadie que le haga comentarios molestos o lo distraiga, o porque simplemente se le hizo un hueco en su agenda y decidió gratificarse espontáneamente con un rato de disfrute cinéfilo. Esta misma situación podemos pensarla en un restaurante o en cualquier situación de esas que se suelen planificar en compañía, pero también se pueden organizar en soledad. Pensar, pobrecito aquel o aquella, qué desamparado que está, no tiene a nadie que lo acompañe, no es otra cosa, en general, que la traslación de lo que esa persona infiere que los demás suponen de ella misma. Es la propia mirada depositada en los demás. “Me siento solo y desgraciado y así veo a los otros que están apenas con su sombra por el mundo”. Este fenómeno hace que se construya un complejo círculo vicioso. Estoy solo, no salgo porque me siento miserable, si no salgo no conozco gente ni me muevo por lugares placenteros. Entonces me encierro en mi tristeza y se forma una sucesión de eventos desafortunados en mi vida que no paran. Si no conozco a nadie, sigo solo, y así. peor me siento. Una paciente joven suele referirse a sus prejuicios en su vida social como “mis trabitas”. Cada una de ellas obstaculiza la posibilidad de contactarse exitosamente con el otro. “Yo miro desde afuera situaciones en las que quisiera participar, pienso que no voy a ser bienvenida, que no califico”. *Perfil Se recibió de psicólogo, con Diploma de Honor, en la Universidad de Buenos Aires. A partir de ese momento, se dedicó al tratamiento de niños, adolescentes y familias, y se especializó en el área de orientación a padres. Tiene vasta experiencia en la coordinación de grupos terapéuticos, combinando elementos de diversas corrientes científicas. Desde 1988 trabaja en el ámbito social en distintos programas dirigidos a la salud de jóvenes en riesgo, sobre todo en el tratamiento de adicciones. En el 2010 colaboró como columnista en la colección “Como ser padres hoy”, en Chile. Es autor de Generación NINI, jóvenes sin proyecto que NI trabajan NI estudian, de Lumen. Para contactarlo: www.generacionnini.com.ar y [email protected] 25 PSICOLOGÍA POSITIVA OPINIÓN Hora de cortar el circuito Para lograrlo, sugiero y propongo un ejercicio: Tratar de identificar aquellas cuestiones que por temor, prejuicio o inseguridades dejamos de hacer y luego ponerlas en una lista. Ya sea no ir solos al cine o no empezar aquella actividad que venimos postergando y que tanto deseamos. A continuación, ordenar de menor a mayor complejidad las situaciones enumeradas. Por ejemplo: comenzar a ir a caminar al parque; iniciar un curso de teatro; preguntarle a mis compañeras de trabajo si me puedo incluir en las salidas conjuntas, entre otras. Hagan el intento de poner en ejecución la primera de la lista y ver qué resulta. Seguramente, la peor de las posibilidades, (por ejemplo, ir a caminar y no poder entablar vínculo con nadie, o que me rechacen la propuesta de sumarme al grupo), nunca va a ser peor que el resultado de no intentar. El dolor aparece atenuado, como con anestesia, pero esto es fruto de la costumbre, de que es en lo conocido donde nos movemos. PSICOLOGÍA POSITIVA 26 De correr riesgos se trata y de convencernos que esta mirada tan cruel sobre nosotros mismos, seguramente, no se corresponderá con la que finalmente tengan los otros. El Síndrome de Shrek Había una vez un pantano, en el que vivía un ogro verde y muy feo. En la puerta de su hogar, un cartel advertía que nadie se acerque a él. “Cuidado con el ogro”. La mayoría conocemos a Shrek, en apariencia un monstruo verde de espantosas orejas, que asusta a los turistas que lo observan como una rareza. A lo largo del desarrollo de la historia, resulta ser el más querible de los seres. Este personaje encarna una de las facetas más claras de la modernidad en lo que a rasgos de preservación de la intimidad se refiere. Termina siendo un esposo entrañable, padre ejemplar y amigo fiel, pero para llegar a este punto necesita, en primera instancia, del burro que lo atormenta con su insistencia para que demuestre sus afectos. De esto se trata el llamado ”Síndrome de Shrek”. De construir caparazones que nos preservan de sufrir por despecho. Las experiencias fallidas, los fracasos amorosos, los complejos con el cuerpo… Aquí me detengo un instante. Vivimos en la cultura de la imagen. Shrek es tan feo que resulta bello de toda belleza en su fealdad, pero es lo querible y lo generoso lo que le abre las puertas al mundo del afuera. Para eso tiene que mostrase tal cual es. Este es el secreto. Aquí jugará la historia particular de cada uno, que facilitará o no la capacidad de vincularse con el otro. Todos tenemos algo de Shrek, quizás solo necesitemos un burro que nos convenza de nuestra capacidad de amar. Si no nos damos a conocer, lo hermético de nuestro silencio es barrera infranqueable para que el otro se acerque. Dice el gran escritor Paul Auster, en La invención de la soledad: “Supongo que es imposible entrar en la soledad de otro. Solo podemos conocer un poco a otro ser humano, si es que esto es posible, en la medida en que él se quiera dar a conocer. Un hombre dirá: ´tengo frío´ o temblará y de cualquiera de las dos formas sabremos que tiene frío. Pero ¿qué pasa con el hombre que no dice nada ni tiembla? Cuando alguien es inescrutable, cuando es hermético y evasivo, uno no puede hacer otra cosa que observar; pero de ahí a sacar algo en limpio de lo que observa hay un gran trecho.” Entonces, propongo romper todos los prejuicios, no pensar como me decía una mujer que “cada uno tiene su vida... yo no quiero andar molestando”. Resulta ser, creo yo, que parte de esa vida que cada uno tiene son los afectos, y estos se retroalimentan con el dar y recibir. Cuando hay cariño, solo hace falta pedir aquello que necesitamos y estar atentos a lo que nos pueden requerir aquellos que queremos, ida y vuelta, la rueda gira, y la soledad se diluye poco a poco. Todas para una… Un mal de los tiempos que corren, la soledad se manifiesta de diferentes formas y con distintos paradigmas: La soledad como apostolado: Una madre de familia confiesa: “Yo soy para ellos, los chicos, mi marido, llevarlos a pasear, cocinarles. Ahora me permito dedicarme media hora para mí, haciendo crucigramas cuando todos se duermen”. Podríamos decirle: “Parece que podés ser una excelente madre con todos, pero con vos misma amerita que te inicies una causa por abandono de persona”. Inmolarse por los otros provoca un “sobreamparo” en los demás que son en este y muchos casos “mamá dependientes”, y una profunda sensación de vacío en uno mismo. La soledad como producto de la inercia: “Tanto tiempo estancado, sin imaginarme otra perspectiva que el ver pasar los días, eso hace que mis intentos de solucionar las cosas resulten totalmente insípidos”. Confesión de un hombre de 50 años, exitoso OPINIÓN ”Todo intento de cambio debe ser gradual, elongar primero, caminar, trotar y salir a la carrera. De esta forma, evitamos lesiones, y frustraciones que nos vuelvan a la situación inicial”. profesional. Es directamente proporcional su éxito como la sensación de vivir como el personaje de Tom Hanks en “Náufrago” con su amigo Wilson en la isla desierta. El fenómeno aquí es el siguiente. No pasamos de un estado a otro sin transiciones. Tomemos el sueño como ejemplo. De la vigilia, pasamos a lo que se llama estado de duermevela, aquel en donde “se nos van cerrando las persianas “(como me decía un paciente). De ahí a un sueño más o menos profundo, y luego, si todo va bien, a dormir como troncos. No podríamos jamás pasar del más profundo de los sueños a realizar una actividad física intensa sin estadios intermedios. Fracasaríamos. Esto suele ocurrir cuando alguien, en una ráfaga de fuerza de voluntad, decide salir a “reventar la noche”, después de largo periodo de hibernación. Los resultados suelen ser espantosos. Todo intento de cambio debe ser gradual, elongar primero, caminar, trotar y salir a la carrera. La soledad en compañía: Esta suele ser una de las más complejas y dolorosas formas de estar solo, en un “como si”, de nuestro siglo. Vivir en pareja, ser parte de una familia y sentir el más profundo de los vacíos es como recrear un Hansel y Gretel moderno que juntan migajas de lo que esperan que alguna vez, mágicamente, los lleven a la casa de golosinas y sueños. Muchas son las familias que perpetúan un satus quo de “soledades compartidas”, sin siquiera tener registro. Darse cuenta y tomar conciencia, si esto sucede, es la manera de empezar a dar vuelta la historia. Muchas veces pasa con amigos, “somos una banda”, pero de solitarios corazones. La soledad hecha byte: En mi libro Generación NINI, jóvenes sin proyectos que ni estudian ni trabajan me dediqué en extenso a plantear las consecuencias de la hipertecnologización sobre los vínculos. Digo ahí que “lo paradójico se da en que, tan fácil es relacionarse desde el monitor, que esto, creo yo, atenta contra la iniciativa de salir a buscar vínculos en el afuera”. Múltiples universos virtuales en desmedro de uno real y propio con presencia de los otros. Un Facebook superpoblado y una vida propia, magra y triste, combinación frecuente en estos tiempos que corren. La soledad desesperada “Yo solo espero un golpe de suerte que me saque de la tristeza y la desesperación” cuenta una mujer de 60 largos años cuya tristeza reside básicamente en la ausencia de afectos que la sostengan. Es jugadora, no compulsiva, ella juega boletas de lotería algunas veces a la semana, y espera el milagro. Otros, se refugian en distintas adicciones, el cigarrillo, el alcohol (“es como el cuerpo de una mujer”), y hasta internet donde hay grupos de autoayuda para adictos a la Web...en la Web misma. ¿Curioso no? Estas son solo algunas de las tantas formas en las que la soledad puede presentarse y, a veces, se combinan. A menudo, llega la vida de una persona como resultado de distintas pérdidas. En estos casos, es fundamental la capacidad de sobreponerse a las adversidades, este moderno concepto de la resiliencia. Creo y sostengo que se trata de romper los parapetos y certezas que nos atan a situaciones displacenteras ligadas a la ausencia. Como Cenicientas y Cenicientos modernos, convencidas ellas y ellos de que no hay príncipes y princesas, o que si las hay no son para uno. Pero Cenicienta, finalmente, se calzó el zapatito. Cotejar la fantasía con la realidad es el desafío. Aldeas circulares Tengo (y agradezco por ello) pasiones varias, la música, el cine, la literatura, mi profesión. Todas ellas son un gran soporte en mi vida, pero nada, absolutamente nada, se compara a la sensación que me produce un abrazo de mis hijos, el compartir con ellos. El afecto y el estrecharse no tiene parangón. Mi profesor de canto me explicaba hace muy poco que la técnica no es otra cosa que intentar recuperar la fonación de cuando éramos muy pequeños. ¿Observaron con qué facilidad un bebé puede gritar, llorar y desgañitarse sin perder calidad de sonido en lo más mínimo (con perjuicio la mayoría de las veces de los oídos paternos)? A medida que crecemos, vamos incorporando trabas, mecanismos de defensa, que obstruyen y dificultan la emisión más pura del sonido. Desandar el camino, de eso se trata, y podemos plantear una analogía con el encuentro con el otro. ¡Los chicos se hacen amigos tan fácilmente! “¿Querés jugar conmigo?” y ya está. En el 2004 un hombre llamado Juan Mann, inicia en Sídney, una campaña hoy conocida mundialmente, llamada “free hugs” (abrazos gratis). Ingenioso, y efectivo pero, si es necesario que alguien ponga a rodar esa idea es porque algo de los abrazos está obstaculizado en lo cotidiano. No necesitamos ayuda para ninguna de las funciones fisiológicas que realizamos habitualmente, respirar, caminar, a menos que haya alguna patología presente. Pues parece que la hay en el mundo de los afectos; de brazos y corazones listos para dar amor está lleno este mundo, habrá que activar los mecanismos que se han trabado para que las aldeas, al menos en el interior de nuestras mentes, vuelvan a ser circulares. 27 PSICOLOGÍA POSITIVA