José Galvez Oliver Tio Rullo

Transcripción

José Galvez Oliver Tio Rullo
José Galvez Tío Rullo. Vida y exilio de un socialista hijarano
Cándido Marquesán Millán
INTRODUCCIÓN
UN CAMPESINO DE TEMPLE
LA II REPÚBLICA: TIEMPO DE CAMBIOS
GUERRA Y REVOLUCIÓN: UGESTISTAS VERSUS ANARQUISTAS
LA DERROTA: EXILIO DE UNA FAMILIA HIJARANA
Fundación Bernardo Aladrén Editorial. www.manuelalbar.org/libros
I
Un campesino de temple
Nació en una familia humilde de agricultores en Híjar el 26 de enero de 1880 y falleció en
Perpignan el 20 de febrero de 1967. Tuvo una larga, densa y prolífica vida1.
Sus padres fueron Joaquín Gálvez Robres y María Oliver Escuín. Tuvo varios hermanos,
uno de los cuales, Miguel, participó de sus mismas ideas políticas.
Sufrió experiencias amargas en casa de sus padres. Uno de sus hermanos murió en la Guerra
de Cuba, y otro poco después, sin saber a ciencia cierta el médico que lo trató los motivos, aunque
todos los indicios indican que fue de pena y dolor.
Su madre, aun siendo católica, ya no volvió jamás a misa por estos tristes acontecimientos; no
obstante, rezaba en casa junto con sus nietas.
Estaba bautizado, pero luego no fue católico practicante. No obstante, a sus hijas no les impidió que
practicasen libremente la religión católica. Con los curas tenía muy poca amistad y familiaridad.
Hizo el servicio militar en Logroño. El capitán de la compañía se lo llevo a casa para que se ocupara
de los caballos. Según cuenta su nieta Maruja, hija de María Gálvez y Felipe Tobeñas:
El Tío Rullo era un hombre muy particular, no faltaba al respeto a nadie; de ese modo,
inspiraba respeto él también. El capitán de quien cuidaba los caballos, lo trató con cierta
simpatía. Incluso, a veces, se lo llevaba con él cuando salía de casa por razones personales.
Un día de esos, en que el capitán había adornado su corbata con un alfiler valioso, mi
abuelo, con mucha cortesía, le dijo:
- Mi capitán, me dispense, pero ese alfiler no volverá a casa.
-¿Por qué, muchacho?
- Porque se lo robará algún carterista.
-No me digas ¡Quién se atrevería a robar su alfiler a un capitán y en uniforme del ejército!
Así se terminó la conversación y siguieron su camino; pero al volver a casa, la corbata del
capitán no llevaba alfiler.
-José, no eres de mal consejo, la próxima vez me acordaré y tendré en cuenta lo que me
digas.”
Durante ese período pudo comprobar el mal trato dado a los soldados, por parte de otros oficiales
1
Los datos biográficos me han sido proporcionados por sus hijas, Adela y Pilar, desde Perpignan, en diciembre de
2002; por sus nietos, María, hija de María Gálvez y Felipe Tobeñas, en enero de 2005, y Joaquín y Lolita, hijos de
Joaquín Sánchez y Carmen Gálvez, desde Budapest en marzo de 2005.
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II
del ejército español. Allí se le despertó la conciencia de luchar contra las injusticias.
Se casó con Dolores Espinosa Loren, con la que tuvo 9 hijos. Le sobrevivieron 5 hijas: María,
Carmen, Adela, Dolores y Pilar; 2 niñas y 2 niños fallecieron. La mayor de las niñas no llegó a 4
años, el mayor de los niños no llegó a 6 meses.
Según palabras de sus nietos Joaquín y Lola:
Sus abuelos fueron campesinos sencillos, muy trabajadores, honrados y solidarios; que
trabajaban, además de las tierras de los Bernard, las de los bisabuelos, con mucho empeño,
esfuerzo y sacrificio; supieron educar a sus hijas con honradez, enseñándolas de muy jóvenes
a pensar abiertamente, a ser espabiladas y no dejarse influenciar de los curas, haciéndoles
partícipes de los quehaceres de la casa, de los trabajos relacionados con la tierra y el
cuidado de los animales. Además a todas las empaparon de un inmenso sentido de justicia,
respeto, solidaridad y valentía, para que pudieran afrontar cualquier situación de la vida por
su propia cuenta o mediante la fuerza de su trabajo.
Continúan señalando sus nietos:
Sus abuelos, se caracterizaron por defender los ideales de justicia y los intereses de la clase
humilde, de los campesinos, sin tener que depender nunca de los caciques del pueblo. Su hija
Carmen hablaba siempre muy bien de sus padres.
Según Maruja, la abuela Dolores, siendo madre de 5 hijas, consideraba muy importante el
respeto que éstas debían tener para con su padre y nunca tuvo problemas graves con ellas, le
bastaba con decirles:“U os estáis tranquilas, o cuando llegue el padre le contaré lo que habéis
hecho”. Esto era suficiente para calmarlas. María, su hija, asegura que el Tío Rullo nunca tuvo que
levantarles la voz sino para bromear, pues cuando quería era muy pillo. Por ello todas le tenían un
gran respeto, pero el cariño y amor que le tenían era todavía mayor. Era el Padre.
Desde hacía varios años, según Maruja, la abuela y sus hijas, se ocupaban de regentar el teatro,
limpiarlo, servir en el bar y también la taquilla. Como curiosa anécdota, un día, al acabar la
representación, según le relató su tía Pilar:
Dolores, la Rullica, estaba tan cansada que se acostó debajo del tablero del bar y se quedó
dormida; cuando la sala del teatro se quedó vacía, la abuela cerró las puertas y se fueron
para casa, allí se dieron cuenta que faltaba la Rullica. Por suerte, por eso lo hacían, el teatro
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III
estaba al otro lado de la plaza. Riendo a carcajadas volvieron todas a buscarla y pudieron
encontrarla y todo se acabó en una divertida broma.
En casa de los Rullos, según las noticias de su nieta, Maruja, no había dinero a montones,
pero nunca faltó comida, pan, vino, aceite, patatas, garbanzos, judías, carne, huevos, todo cosechado
o criado por ellos.
En la documentación del Archivo Municipal de Híjar, en cuanto al pago de contribución del año
1934, el Tío Rullo no consta como contribuyente de rústica, pero sí de 8,52 pesetas de urbana2.
Para poder conocer algo más en el ambiente familiar al Tío Rullo, Maruja cuenta la historia de los
huevos fritos que se repetía cada vez que el padre volvía del monte:
Cada mañana almorzaba con huevos fritos, pan y vino; pero comérselos solo, estos le
parecían muy sosos, por eso le decía a su mujer:
-Dolores, echa, echa un par de huevos más y no ahorres el aceite.
Ella, con las manos en las caderas, movía la cabeza y le contestaba:
-¡Pero mira que este hombre!. ¿Es que no te puedes estar tranquilo y almorzar en paz? No,
eso no.
Mi abuelo se reía, iba a abrir la ventana, claro, cuando mis tías estaban en casa, y con el
dedo pulgar en la boca, los tres medianos cerrados y el meñique estirado, tocaba a diana:
Taratata, taratata.
Las tres pequeñas llegaban corriendo; él las esperaba sentado, ellas se le echaban encima,
una sentada en cada muslo y la Pilarica subida sobre los hombros. No quiero pensar en
cómo lo debían poner, sobre todo la de arriba. Las dos mayores, María y Carmen no lo veían
así, al fin ya era un ritual, iban alrededor del padre para que las pequeñas lo dejasen comer
tranquilo. El Tío Rullo se reía y les decía:
Hala, venid, venid , tomar una “untadica” que están muy buenos.
María y Carmen se iban radiantes de felicidad para volver minutos después. Esos eran para
el Tío Rullo momentos ideales y la Tía Rulla repetía:
Mira que este hombre..., mira que este hombre...”.
Los primeros años, sigue contando Maruja:
El abuelo tuvo un mozo para ayudarle en el trabajo del campo hasta que la hija mayor,
María, tomó el relevo del muchacho, algo que pudo hacer cuando su hermana Carmen pudo
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IV
remplazarla en casa para ayudar a la madre en las faenas de la casa. María salía con su
padre al monte para 10,15, o 20 días seguidos de trabajo y era según contaba, la muchacha
más feliz; hizo de todo menos labrar, ya que era una tarea mucho más difícil y dura. Su mayor
satisfacción era, subida a pelo en el primer caballo y con los otros tres atados con una
cuerda, llevarlos a beber a la balsa. El último que montó fue Lucero, el orgullo de toda la
familia, en particular del Tío Rullo y de María.
Después también las hijas pequeñas iban al campo durante la siembra, la siega y la trilla;
todas disfrutaban mucho, pues con el padre nada era penoso.
Mi abuelo siempre me decía, que él con cinco hijas había hecho más que otros con cinco
hijos.

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