Montgomery Clift, atormentado y sensible

Transcripción

Montgomery Clift, atormentado y sensible
Miércoles 27 de julio de 2016 l Heraldo de Aragón
46 l CULTURA&OCIO
LIBROS I
A. Castro
UN DISCO I
Matías Uribe
‘Mi más hermoso texto’
‘Magistral’
‘Viva Hate’ (1988)
ALBERTO CARDÍN
RUBÉN MARTÍNEZ GIRÁLDEZ
MORRISSEY
Alberto Cardín (1948-1992) publicó en la revista ‘Diwan’ y fue
asiduo de ‘El viejo topo’ o del suplemento ‘Disidencias’. En su
poesía cabe todo: confidencias,
miradas críticas, juegos literarios, rebeldía, amor y decepción:
«Somos basura que la historia
arrastra», escribe. Publica Ultramarinos.
“Habla conmigo, Magistral, pasa
y siéntate al lado del probador de
venenos”, escribe Martín Giráldez en este libro extraño y perturbador que exige una atención
extrema. Es la invención de una
voz, una reflexión sobre la lengua, un viaje y una exhibición de
riesgo del autor y de la editorial
Jekyll & Jill.
Canciones que valen un disco completo: 'Everyday
Is Like Sunday', un prodigio en el que Morrissey expresaba su tristeza por no estar al lado de su amor
de verano. Pero su fama de gran bocazas ya despuntaba: junto a este monumento a la melancolía,
se apretaban exabruptos contra la gente que atacaba a los homosexuales ('The Ordinary Boys') o contra la Dama de Hierro, a la que le dedicó sedosas
frases: «Margaret, a la guillotina, gente como tú me
aburrís, ¿cuándo te morirás?, por favor, muérete».
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Elizabeth Taylor y Montgomery Clift, en ‘Un lugar en el sol’ (1951).
Montgomery Clift,
atormentado y sensible
LETRAS
ESTIVALES
Texto: ANTÓN
CASTRO
Se cumple medio siglo
de la muerte de uno
de los más grandes y
torturados actores de
Hollywood, candidato
a cuatro Óscar
ontgomery Clift (19201966) ha pasado a la
historia del cine como
uno de los actores más refinados
y sensibles, pero también de los
más atormentados. Se sentía un
extraño en todas partes y un extranjero de sí mismo. De vez en
cuando, tras un gran éxito, desaparecía, quizá con sus filósofos
favoritos, entre ellos Aristóteles,
o con su habitual misterio, que
abarcaba su propia condición sexual. ¿Le interesaban las mujeres,
tal como había dicho, era un homosexual oculto y traumatizado?
¿Por qué le asombraba tanto la
existencia, qué le dolía del mundo y sus incidencias?
M
Nació en Omaha, Nebraska, en
1920 y pronto mostró inclinaciones artísticas. Con su madre, una
mujer adoptada que tardó en saberlo, viajó por Europa. Y casi antes de rebasar la adolescencia ya
había hecho sus pinitos como actor. A los 28 años dio un salto al
cine, a lo grande: con ‘Río Rojo’,
de Howard Hawks, donde daba la
réplica a un John Wayne en su
salsa y en estado de gracia, y a la
vez participó en ‘Los ángeles perdidos’ de Fred Zinnemann, sobre
los ecos de la Segunda Guerra
Mundial. Por su trabajo de soldado melancólico y dolorido optó
al Óscar, algo que le volvería a suceder tres años después en ‘Un
lugar en el sol’ (1951) de Georges
Stevens, donde encarnaba a un
joven que se debatía entre dos
mujeres y que cometía un crimen. Ese trabajo desvelaba su talento: Montgomery Clift era distinto. Delicado, sombrío, torturado, capaz de hacer lo impensable
en alguien tan frágil, como repetiría en su interpretación de ‘La
heredera’, de William Wyler, burlador burlado por Olivia de Havilland.
En ‘Un lugar en el sol’ entabló
una gran amistad con Elizabeth
Taylor: fueron cómplices, como
hermanos. Clift, en cierto modo,
tendría una réplica más brutal y
primitiva en Marlon Brando, que
lo definiría como “buen amigo”
en sus memorias, y en el fugaz James Dean. Con todo, Clift no parecía tener prisa ni ganas de rivalizar con nadie. Asumía, con más
indolencia y perplejidad que otra
cosa, su desgarro, su angustia y
los papeles que le iban llegando.
Mantenía al margen las parcelas
privadas de su vida. Fue un poco
áspero con los periodistas; se
sentía condenado o traicionado
de antemano.
El año 1953 fue importante para él porque intervino en tres estupendas películas: ‘De aquí a la
eternidad’ de Fred Zinnemann,
donde compartió cartel con Burt
Lancaster, Frank Sinatra y Deborah Kerr, era el soldado que se negaba a boxear, y fue candidato por
tercera vez al Óscar; ‘Estación
Termini’ de Vittorio de Sica, y ‘Yo
confieso’ de Alfred Hitchcock,
donde daba vida a otra criatura
destrozada por el silencio, la pasión, el dolor y la calumnia. Aquella forma de mirar es el vivo retrato de la incertidumbre y la inocencia: Clift es un Hamlet doliente y con sotana, enamorado aún
de Anne Baxter. Su dignidad pugnaba como una alimaña ante la
crueldad ajena.
Montgomery Clift, hoy, sigue siendo un enigma.
El principio del fin tuvo lugar,
casi paradójicamente, en 1956, durante el rodaje de una película como ‘El árbol de la vida’ de Edward
Dmytryk, donde volvió a coincidir con su amiga Liz Taylor. Ella
dio una fiesta en su casa en su
Goldwater, Malibú, y le insistió
para que acudiera. Monty era reacio, pero acabó aceptando, igual
que Rock Hudson y Kevin
McCarthy, compañeros de reparto. Bebieron mucho, o al menos
bebió Clift. McCarthy le dijo que
él le hacía de guía por una carretera sinuosa. El actor de ‘De repente, el último verano’, otra tortuosa película de Joseph L. Mankiewicz, chocó con un árbol y se
estampó. Llamaron a Liz Taylor,
que pudo acceder hasta él desde
el maletero, Era una «masa sanguinolenta». Liz percibió que se
ahogaba y le extrajo dos o tres
dientes partidos que le obstruían
la garganta. El actor vivió de milagro y se recuperó gracias a una
operación de cirugía muy meticulosa, que hubo de repetirse en
varias ocasiones. Sentía un gran
dolor que le aisló aún más, y se
volvió dependiente del alcohol y
de distintas drogas. Algunos biógrafos van más allá y dicen que
también participaba en rituales
tenebrosos y brutales de sexo,
que incluían la humillación y la
violencia.
Con ese nuevo rostro, tirante y
lacerado, terminó ‘El árbol de la
vida’. Poco después hizo ‘Vidas
rebeldes’ (1961) de John Huston.
Marilyn Monroe concluyó que
Clift estaba aún peor que ella.
Volvió a ser candidato al Óscar
por su aparición en ‘¿Vencedores
o vencidos?’ de Stanley Kramer,
basada en los juicios de Nuremberg. Falleció de infarto en 1966,
a los 45 años, hace ahora medio
siglo. A la pregunta de uno de sus
asistentes de si quería ver ‘Vidas
rebeldes’ en la tele, poco antes de
morir, dijo: «No, en absoluto». De
alguna manera, con o sin dolor,
asexual, mujeriego o gay, sensible
o malvado, Montgomery Clift lo
que mejor hizo fue impugnar la
vida todo el tiempo.

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