Papel Obispo - Diócesis de Asidonia
Transcripción
Papel Obispo - Diócesis de Asidonia
Homilía en función principal de la Hermandad de la Buena Muerte Sevilla (3 de marzo de 2013) Excma. Sr. Vicerrectora de Relaciones Institucionales de la Universidad de Sevilla, Hermanos Mayores y representaciones de las diferentes hermandades de nuestra ciudad, Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Pontificia, Patriarcal e Ilustrísima Hermandad y Archicofradía de Nazarenos del Stmo. Cristo de la Buena Muerte y María Santísima de la Angustia. En primer lugar, manifestaros mi alegría por poder presidir este Pontifical y de estar hoy compartiendo con ésta, mi Hermandad de Los Estudiantes, esta Eucaristía. Son muchos los recuerdos y muchas las personas que se hacen presentes a los pies de la Buena Muerte. Y son muchas las enseñanzas que he recibido de esta ilustre Hermandad a la que me encuentro sinceramente agradecido. Acerquémonos a Dios Amor Hace unos días hemos despedido a nuestro Pontífice Benedicto XVI, que entre otras cosas se recordará por su empeño incansable de hablar de Dios, que es amor. Ya en su primera homilía de apertura de su pontificado, nos quiso mostrar que “Dios no es enemigo del hombre; que no quita nada de lo que hace verdaderamente hermosa la existencia humana, y que, antes al contrario, cuando eclipsamos a Dios con otros falsos ídolos, la vida humana pierde valor”. Pues bien, es de Dios precisamente de lo que nos habla la primera lectura. Moisés ve en el desierto una zarza que arde, pero no se consume. En un primer momento, impulsado por la curiosidad, se acerca para ver este acontecimiento misterioso y entonces de la zarza sale una voz que lo llama, lo envía con la misión de liberar a su pueblo y Dios se presenta diciendo: "Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob" (Ex 3, 6) En este pasaje del Éxodo, Dios se manifiesta de una forma viva y experimental. El signo utilizado es el fuego que enciende y no destruye, así es Dios. Es un Dios vivo y para la vida, y el Dios de la vida. Es el Dios que dice: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas… me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos…”. Y envía a Moisés, en su nombre, para que libere al pueblo del sufrimiento que están pasando. Así es Dios. No es un Dios que cause el mal, sino que busca los medios para terminar con él. Y esos medios pasan muchas veces por la disponibilidad de las personas, por nuestra disponibilidad, como Moisés: “Aquí estoy… Yo iré a los israelitas y les diré: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”. También Dios se nos muestra, manifestando su nombre: "Yo soy el que soy", creando así la posibilidad de la invocación, de la llamada, de la relación. Revelando su nombre Dios entabla una relación entre Él y Moisés, entre Él y nosotros. Nos permite invocarlo, entra en relación con nosotros y nos da la posibilidad de estar en relación con Él. Esto significa que se entrega, de alguna manera, a nuestro mundo humano, haciéndose accesible, casi uno de nosotros. Afronta el riesgo de la relación, del estar con nosotros. Lo que comenzó con la zarza ardiente en el desierto se cumple en la zarza ardiente de la Cruz, donde Dios, como bien nos refleja esta bendita imagen de la Buena Muerte, se ha hecho hombre, se ha hecho realmente uno de nosotros. En el Calvario Dios, dormido en la cruz nos ha liberado del pecado y de la muerte y nos da el abrazo de su amor. 1 Desde la Cátedra de la Cruz, el Justo, que ha cargado con todos nuestros sufrimientos, porque tomó sobre sí todos nuestros pecados, nos enseña a esperar contra toda esperanza, a sentir que las manos de Dios son más fuertes que cualquier mano fuerte de los hombres, más fuertes que cualquier tentación que pueda surgir y que venga contra nosotros. La Buena Muerte de Cristo, nos manifiesta que Él está lleno de amor, del amor al Padre y a la humanidad. Buena Muerte nos habla de Dios, de su misterio de amor. Dios ha decidido compartir nuestra condición humana hasta el límite de compartir nuestro sufrimiento y muerte. En esta Cruz Dios nos muestra su horizonte de amor, que no mitiga el dolor, sino que le da sentido, luz y, finalmente, vida. Aquí, y no en otra parte, está la verdadera esperanza: que el amor existe y vence. Por tanto, con una atención más viva, dirijamos hoy nuestra mirada, en este tiempo de penitencia y de oración, a Cristo crucificado que, muriendo en el Calvario, nos reveló plenamente el amor de Dios. En el misterio de la Cruz se revela plenamente el poder irrefrenable de la misericordia del Padre celeste. La muerte, que para el primer Adán era signo extremo de soledad y de impotencia, se transformó de este modo en el acto supremo de amor y de libertad del nuevo Adán. En la Cruz, Dios mismo mendiga nuestro amor: tiene sed del amor de cada uno de nosotros. Calzados con la humildad Por consiguiente, hermanos, como Moisés a la zarza, acerquémonos con humildad a Cristo que se hace presente en la Eucaristía, conscientes de nuestra miseria para poder así recibir su amor y su perdón, pues como escribe el Apóstol san Pablo, Dios no se revela a los que están llenos de suficiencia y ligereza, sino a quien es pobre y humilde ante Él. Y es precisamente una llamada a la humildad la que nos hace el Evangelio donde Jesús para llamarnos a conversión, evoca dos episodios: una represión brutal de los soldados romanos dentro del templo (cf. Lc 13, 1) y la tragedia de dieciocho muertos al derrumbarse la torre de Siloé (v. 4). La gente interpreta estos hechos como un castigo divino por los pecados de sus víctimas, y, considerándose justa, cree estar a salvo de esa clase de incidentes, pensando que no tiene nada que convertir en su vida. Pero Jesús denuncia esta actitud como una ilusión: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo" (vv. 2-3). El grito de Jesús es una llamada a caminar hacia otro estilo de vida. Es una llamada a toda la sociedad a crear espacios donde se vivan los valores de la fraternidad, ya que si no nos convertimos al Evangelio y no creamos espacios en los que se vivan los valores del Reino, la voracidad del capitalismo y del beneficio sin freno ni ética, nos puede engullir a todos y volvernos menos humanos. Si no nos convertimos al Dios de Jesucristo, que es Padre y nos propone una vida auténticamente fraterna, podemos acabar cayendo en el individualismo que nos hace ver en el otro no un hermano, sino un rival a eliminar. Pues bien, en ayuda nuestra viene este Pontifical en el que de nuevo se nos abre el camino de conversión, de no cerrarnos al Señor, de abrir de par en par las puertas del corazón a Cristo como pedía el Beato Juan Pablo II. Dios nos invita a cada uno de nosotros a dar un cambio de rumbo a nuestra existencia, pensando y viviendo según el Evangelio, corrigiendo algunas cosas en nuestro modo de rezar, de actuar, de trabajar y en las relaciones con los demás. Jesús nos llama a ello porque está preocupado por nuestro bien, por nuestra felicidad, por nuestra salvación. Es éste el motivo del “Año de la fe” que estamos viviendo, en el que debemos reflexionar sobre nuestra fe, ya que como Hermandad estamos llamados a ser auténticos testigos que iluminen la oscuridad de esta sociedad inmersa en el materialismo consumista. Queridos hermanos, no seamos como la higuera de la parábola y no abusemos de la paciencia de Dios que siempre espera nuestra conversión. Dejémonos cuidar y abonar con su gracia para que podamos dar frutos de buenas obras. Aprovechemos este tiempo de Cuaresma cuidando nuestra viña, la viña que Dios nos ha dado, limpiándola de las malas hierbas de nuestros vicios y malas tendencias, y abonando con nuestros ayunos, nuestra oración y nuestras limosnas, la cepa de nuestra alma. Es necesario comenzar en seguida el cambio interior y exterior de la vida para no perder las ocasiones que la misericordia de Dios nos da para superar nuestra pereza espiritual y corresponder al amor de Dios con nuestro amor filial. 2 Elevemos, pues, todos nosotros con esperanza la mirada a nuestra sagrada imagen de la Buena Muerte y digamos como los apóstoles “Señor auméntanos la fe”. Danos tu gracia para que crezca en nuestro corazón un amor compasivo con todos los que sufren; un amor suplicante que ablande los corazones de todos los hombres endurecidos por el odio, la violencia, la intolerancia y la mentira; un amor esperanzado en la posibilidad de que, en esta Hermandad de los estudiantes, crezcan jóvenes que den razón de su esperanza y sean defensores de la verdad y la paz. Que la Santísima Virgen de la Angustia, que permaneció junto a la Cruz nos ayude, como a San Juan, a contemplar el corazón de su Hijo traspasado por amor y nos haga ser auténticos testigos de ese amor en nuestra sociedad. Que así sea. + José Mazuelos Pérez Obispo de Asidonia-Jerez 3