Rafael Benítez, Universidad de Valencia

Transcripción

Rafael Benítez, Universidad de Valencia
La liquidación de las fronteras religiosas en una sociedad fronteriza: de la Valencia
mudéjar a la Valencia sin moriscos.
Rafael Benítez, Universidad de Valencia
La sociedad valenciana durante el siglo XVI estaba no sólo situada en la frontera de
civilización que separaba al mundo cristiano del islámico, sino atravesada por esa misma
frontera. Hace 50 años aparecía la primera parte del trabajo de Tulio Halperin Donghi que
llevaba el título significativo de “Un conflicto nacional: moriscos y cristianos viejos en
Valencia”. En el propio título se destacaba como característica principal de la sociedad
valenciana el conflicto entre las dos comunidades que la integraban: la cristiano vieja y la de
raíz islámica. Esta idea del conflicto de civilizaciones ha tenido una larga estela de trabajos
que señalan la radical pertenencia de los moriscos al mundo islámico y su rechazo no sólo del
cristianismo sino de lo español en sentido amplio; su adscripción, en definitiva, a un universo
hostil en el conflicto entre la Monarquía Hispánica y el Imperio Otomano y sus aliados y
dependientes norteafricanos. Otras investigaciones, en particular las de Raphaël Carrasco, han
buscado desentrañar los mecanismos de articulación de la solidaridad en el seno de la
comunidad morisca, poniendo de manifiesto la importancia del papel religioso de las elites
sociales para conservar la cohesión del grupo minoritario frente a la represión.
Sin embargo, y en cuanto a la postura de la sociedad cristiano vieja en relación a los moriscos,
es conocida desde antiguo la protección que los señores otorgaron a sus vasallos moriscos
frente la presión aculturadora y la represión inquisitorial. La radical oposición entre ambas
comunidades quedaba así matizada y se apuntaban nexos de colaboración entre las sociedades
teóricamente enfrentadas. El propio Halperin Donghi lo señaló al recalcar que “la cabeza de la
sociedad morisca está formada por una asociación de cristianos viejos y nuevos, dirigida, en
última instancia, por cristianos viejos”. Y al concluir, a continuación, que “el destino de la
nación morisca valenciana, luego de tres siglos de convivencia, no podía separarse ya – pese a
todas las aversiones y los conflictos – del de los grupos más influyentes en la Valencia
cristiana”. Además, en el último decenio se ha insistido en las manifestaciones de coexistencia
e incluso colaboración entre miembros de ambas comunidades, sobre todo en los aspectos de
la vida cotidiana.
Lo que planteo es el estudio del proceso de cambio de un sociedad multicultural como la
valenciana a fines del siglo XV, en una sociedad “uniformizada” a principios del siglo XVII.
Un proceso extendido en la larga duración pasa por diversas fases evolutivas: en un primer
momento, que coincide en líneas básicas con el periodo 1520-1560, se produce la
desaparición jurídica de la frontera religiosa y su transformación en una frontera de facto,
debido a la inicial permisividad ante el mantenimiento del islamismo morisco. En una fase
ulterior se presiona a fondo para que la fractura religiosa quede oculta – sin llegar,
evidentemente, a desaparecer – pero al tiempo se refuerza la frontera política entre ambas
comunidades, y se resquebraja la alianza tradicional entre moriscos y señores que había sido
un vínculo fundamental en la articulación social valenciana. Finalmente, se elimina la frontera
interior, tanto religiosa – que ni siquiera de forma subterránea era tolerable para la Iglesia
española – como política expulsando a una comunidad que se considera vinculada a los
enemigos exteriores de la Monarquía.
El estudio tratará de precisar, por una parte, la interacción entre las directrices políticas del
gobierno de la Monarquía y los intereses de las fuerzas vivas del Reino de Valencia. Por otra,
las tensiones que los intentos de acabar primero con la diferencia religiosa y después también
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con la política producen en la sociedad valenciana, tanto entre ambas comunidades como en el
interior de cada una de ellas. Mi intención es aportar una visión más compleja y matizada de
las relaciones entre ambas comunidades, estudiando en particular de qué forma la visión que
se tiene del “otro” y la relación con él – sea cristiano viejo o morisco – provoca divisiones en
el seno de cada grupo, y esto desde el momento de la conversión en tiempo de Carlos V hasta
la expulsión por Felipe III.
Se trata, en definitiva, de plantear la discusión de estas cuestiones:
— ¿Cómo se transforma un reino atravesado por fronteras religiosas en otro uniforme
religiosamente?
— ¿Qué efectos tuvo sobre los consensos internos; qué tensiones generó esta transformación?
Pervivencia del mudejarismo en la época de Fernando el Católico
Podría pensarse que una sociedad situada en una frontera tan conflictiva y sometida a
presión como fue la valenciana del siglo XVI se inclinaría a reforzar su coherencia interna
eliminando físicamente a todos aquellos que pusieran en peligro su supervivencia o, al menos,
haciéndoles desaparecer como grupo. Integraba éste aproximadamente la tercera parte de la
población del Reino de Valencia vinculada al Islam; constituía un apoyo para sus
correligionarios del otro lado del Mediterráneo y una amenaza para sus vecinos cristianos
viejos. La separación entre ambas comunidades, de base religiosa, tenía además un carácter
más amplio: los musulmanes valencianos sometidos al dominio cristiano – designados por la
historiografía como mudéjares, y conocidos en la época como agarenos o moros – estaban
protegidos por una barrera jurídica – como tantos otros grupos sociales del Antiguo Régimen
– configurada por una serie de privilegios reales. La conservación de su estatus dependía,
pues, directamente de la voluntad real; a cambio de esta protección, que les garantizaba el
mantenimiento de su especificidad cultural, independiente pero siempre subordinada a la
dominante cristiana, debían aceptar esta situación de inferioridad y satisfacer, en
consecuencia, gravosos pagos y prestaciones. Durante la baja edad media, la Monarquía y los
señores les protegían frente a la creciente presión de la Iglesia Romana y frente a las
esporádicas manifestaciones de odio popular, pero a costa de un reforzamiento de la serie de
prohibiciones que reforzaban la barrera jurídica entre ambas comunidades, y la cohesión del
grupo minoritario.
Una cuestión conflictiva es la razón por la que Fernando el Católico – Fernando II de
Valencia – no aplicó en sus territorios de la Corona de Aragón la decisión tomada y ejecutada
en la de Castilla de no permitir la pervivencia de los mudéjares, obligados allí a elegir entre
bautizarse o emigrar. Este comportamiento no se justifica por una benevolencia especial del
Rey, ya que no había tenido inconveniente ni en decretar la expulsión de los judíos ni en
apoyar decididamente la introducción de la nueva Inquisición. Mark Meyerson lo ha
explicado por la ausencia de un problema converso entre los mudéjares de la Corona de
Aragón – que fue la causa principal de la creación de la Inquisición Española frente a los
judeo-conversos y de las expulsiones de judíos y musulmanes que tuvieron lugar entre 1492 y
1502 –. Justamente para evitar la aparición del fenómeno converso, con el pernicioso efecto
de la vuelta atrás de los nuevos convertidos bajo las presiones de sus correligionarios, y de la
enemistad de los cristianos viejos contra ellos, se negó a aceptar conversiones forzosas en sus
territorios y se comprometió solemnemente ante diversas Cortes, y principalmente en las de
Monzón de 1510, a no forzar a los moros a bautizarse. Junto con ello había intereses de tipo
fiscal y social; el mudéjar rendía más para el fisco y para los señores que el cristiano.
Así pues, Fernando el Católico prefirió el mantenimiento de la frontera interna que separaba
jurídicamente, con un fundamento religioso pero no sólo sobre él, a cristianos y mudéjares, a
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pesar de la creciente presión que sus dominios mediterráneos, y en particular el Reino de
Valencia, estaban padeciendo por efecto de la expansión del poderío otomano, que se dejó
sentir de forma dramática con la ocupación temporal de Otranto; del corso otomano que
padecía la costa valenciana desde las bases tunecinas; de los ataques de los piratas
berberiscos; de las incursiones de los musulmanes granadinos en el sur del Reino, y de la
propia exaltación bélica durante los diez años (1482-92) de la guerra de Granada. Todo ello
no le hizo cambiar la política de respeto al estatus mudéjar. Puede plantearse si fue una buena
decisión para la cohesión de la sociedad valenciana, ya que, como vamos a ver de inmediato,
las tensiones que la atravesaban estallaron de forma dramática poco después, dando al traste
con el mudejarismo; pero la Germanía no se dirigía inicial y directamente contra los
mudéjares, y el bautismo forzoso de éstos no calmó los ánimos.
Desaparición jurídica de la frontera religiosa y su conversión en una frontera de facto
En efecto, a la muerte de Fernando el Católico (enero 1616) asume el poder la nueva
dinastía austriaca en la persona de su nieto Carlos I. Los inicios de su reinado en Valencia
están marcados por la revuelta de la Germanía, levantamiento popular antinobiliario, cuyas
reivindicaciones iniciales se dirigen contra los caballeros que controlaban el gobierno
ciudadano. Posteriormente el movimiento agermanado se traslada al campo y afecta también a
la nobleza territorial, cuyos vasallos eran, en gran medida, mudéjares. Al mismo tiempo se
produce una evolución que hace pasar la dirección de la Germanía a manos de elementos
radicales y que conduce a una guerra abierta con el ejercito real, configurado en un primer
momento fundamentalmente por las tropas señoriales, en cuyas filas militaban buen número
de sus vasallos mudéjares. La violencia popular hacia los mudéjares, que había comenzado
como una faceta más de la lucha antiseñorial, se generaliza y estalla de forma indiscriminada
en vísperas del estallido bélico (mayo de 1521). La participación de los mudéjares en los
ejércitos señoriales y la derrota de estos en la batalla de Gandía (25 de julio de 1521), junto
con el triunfo de los radicales en el campo agermanado hace que se la dirección agermanda
fije como objetivo prioritario el bautismo de los mudéjares.
Hay que considerar, no obstante, que éste se realiza como consecuencia de las tensiones
internas de sociedad cristiana y que el influjo de la pugna en la frontera mediterránea en la
decisión de bautizarles es bastante indirecto. Por una parte, encontramos entre los
antecedentes la determinación de las autoridades del Reino de armar al pueblo en 1519, a
través de los gremios, para hacer frente a una amenaza berberisca, interesadamente calificada
de turca para darle más importancia. Era la alternativa que dichas autoridades prefirieron a la
entrada de tropas mercenarias, ya que temían que con su presencia se alteraran los mudéjares.
Por otra, hay que señalar la enemistad contra los musulmanes que caracteriza la ideología
milenarista de buena parte de los líderes agermanados y que vieron la oportunidad de
colaborar activamente al “fin de los tiempos” con la conversión de los moros, para lograr que
hubiera un solo rebaño y un solo pastor, y arremetiendo contra los nobles para contribuir a la
prometida igualdad social. Es decir, el bautismo se produjo bajo influjos difusos de la pugna
con el Islam, propia de la frontera, pero responde a las tensiones de una guerra civil interna.
La consecuencia inmediata del bautismo de los mudéjares de amplias zonas, pero no de todo,
el Reino de Valencia fue la aparición del temido problema de los neo-conversos y de su vuelta
atrás al Islam. Carlos V, convertido ya en Emperador, tuvo que hacer frente a lo que había
tratado de evitar Fernando el Católico. Había, no obstante, una cuestión previa, que era juzgar
la validez de un bautismo efectuado bajo presión y amenazas de muerte. Las tensiones
desencadenadas en el seno de ambas comunidades, cristianos y musulmanes, en este momento
fueron enormes. Si durante la Germanía, los líderes de los mudéjares presionados por los
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agermanados se vieron obligados a recomendar la aceptación del bautismo para evitar
mayores males, no sin desgarros ideológicos, tras la derrota de la revuelta, se produjo una
vuelta bastante generalizada al Islamismo, bajo la presión de los mudéjares que había
escapado del bautismo huyendo a las montañas y ahora regresaban a sus lugares, y también
bajo el estímulo de los señores y autoridades cristiano viejas.
En efecto, se produjo una reacción de las elites del Reino – señores, clérigos, juristas – contra
la validez del bautismo, antes incluso de que la jerarquía eclesiástica se planteara el estudio de
la cuestión. Una campaña de opinión difundió entre los bautizados que el sacramento no era
válido – acuñando tópicos como el de las escobas y el agua de la acequia con que habría sido
impartido – y que, en consecuencia el Papa iba a decretar su invalidez. Algunos, a cambio de
dinero, ofrecían remedios para borrar su eficacia: debían lavarse la crisma con lejía y ceniza.
En el fondo temían las consecuencias que la liquidación de la barrera religiosa de tipo jurídico
podría tener para sus rentas si se producía una igualación de derechos entre los nuevos
convertidos y los cristianos viejos. Además, consideraban como traición que un acto violento
de los rebeldes, derrotados, fuera dado por bueno por las autoridades. El cambio de actitud de
los bautizados causó sorpresa entre sus convecinos cristianos viejos, pero el momento no era
propicio a ninguna manifestación que pudiera ser considerada de apoyo a la actuación de los
agermanados, sometidos por entonces a represión. También entre las familias y la
colectividad musulmana existieron tensiones por la negativa de alguno de sus integrantes de
abandonar la nueva religión. El fenómeno de la vuelta atrás fue, sin embargo, general y causó
la irritación de la Inquisición.
Carlos V tuvo que enfrentarse por tanto, al problema que los agermanados habían creado, y lo
hizo pronto y con decisión, al aceptar la propuesta que Gattinara le presentó en Pamplona en
el invierno de 1523-24. Para atraer la ayuda de Dios hacia sus objetivos no debía permitir, por
ningún interés particular, que los moros permanecieran en sus reinos; debían convertirse o ser
expulsados. La medida apuntaba de forma explícita a los valencianos. Carlos, a pesar de las
dificultades señaladas por sus consejeros, dio por bueno el plan de actuación trazado por
Gattinara. No se trataba, por lo tanto, de una declaración general de intenciones, como la
solemnemente pronunciada ante la Dieta de Worms en 1521, carente de aplicación práctica
inmediata; aquí había un programa que se va a llevar a cabo sin prisa pero sin pausa hasta
alcanzar el objetivo de erradicar la presencia islámica en sus reinos. Al menos en el plano
legal. Es decir, la decisión se toma en función de un proyecto ideológico diseñado por el
canciller Gattinara y asumido por el Emperador, que no debía aparecer al tiempo como líder
de la Cristiandad y señor de vasallos musulmanes; no por consideraciones inmediatas y
concretas de política mediterránea.
La aplicación práctica de la determinación debía hacerse evitando crear más problemas a los
señores valencianos, que eran los vencedores de la guerra civil y el apoyo del Rey. Esto
obligó a diseñar un plan que provocara los mínimos cambios en la configuración social del
Reino: se hizo todo lo posible para evitar que los mudéjares pudieran optar por la alternativa
de la emigración, al menos la legal, al fijar unas condiciones de salida imposibles – por el
Norte de España –. Se trataba con ello de salvaguardar la mano de obra señorial. Se consintió,
además, en limitar el impacto inmediato del cambio religioso en aspectos de tipo cultural,
como era el uso de la lengua, árabe, o del vestido tradicional, sobre todo de las mujeres, dando
amplios plazos para su abandono. Se aplicó una política inquisitorial que sin inhibir al Santo
Oficio del conocimiento de los delitos de los nuevos convertidos, moderaba su actuación y la
limitaba a los más graves. En definitiva, se produjo la desaparición jurídica de la frontera
religiosa interna, pero la política de Carlos V va a favorecer el mantenimiento de facto de la
separación entre ambas comunidades.
La decisión de liquidar el mudejarismo, en lugar de producir más cohesión social, provocó
profundo malestar entre las elites del Reino que adoptaron una postura de clara oposición al
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gobierno de la Monarquía. La opinión de los sectores populares nos es desconocida, pero
tampoco era el momento oportuno de manifestarla en medio del enfrentamiento del Rey y el
Reino. Debemos distinguir dos momentos: el inicial en que se plantea y desarrolla el plan de
Carlos V, con el respaldo de Roma y de la Inquisición – es decir, el breve periodo 1524-26 en
que se impone la decisión de convertir a todos los mudéjares de la Corona de Aragón– y el
amplio proceso posterior de reacción de los señores y triunfo de sus postulados.
La aplicación paulatina del plan del gobierno – primero dar por válidos los bautismos
forzados por los agermanados, luego obligar a los así bautizados a vivir como cristianos,
posteriormente extender el bautismo a todos los demás – fue provocando, conforme se iba
haciendo pública, el rechazo y la resistencia a ultranza de las elites del Reino, incluyendo en
un primer momento a los propios servidores del Rey. Sólo bajo amenazas de facilitar la
emigración de los que no quisieran convertirse se consiguió alguna obediencia.
En cuanto a los directamente afectados, adoptaron tres líneas de actuación:
— La sublevación y resistencia armada: limitada a los episodios de Benaguacil y, más
importante, de la Sierra de Espadán. Aunque por suerte para el gobierno no afectó a todo el
Reino, lo que hubiera creado un gravísimo problema, la campaña de Espadán, donde se
habían refugiado gran número de mudéjares del Norte del Reino, duró muchos meses durante
1526 y obligó a la intervención de tropas imperiales de paso para Italia.
— La negociación: será una de las posturas más habituales de la minoría en los momentos
difíciles. Ahora se efectuó mediante el envío de una representación de doce notables
musulmanes a Toledo donde se entrevistaron con Carlos V y con el Inquisidor General,
Alonso Manrique, y que culmina con la Concordia de 1526. A cambio de su manifestación de
apoyo público a la conversión, se les hicieron varias concesiones que ofrecían garantías de
supervivencia de la tradición cultural mudéjar – lengua, vestido – al tiempo que se les daban
vagas esperanzas de igualación fiscal y legal con los cristianos viejos. Junto con ello se les
respondió de forma ambigua a su petición de inhibición inquisitorial: se les trataría con
moderación, pero se perseguirían las manifestaciones claras de Islamismo.
— Las huidas allende, es decir, al Norte de África. Será un problema básico en la vida del
Reino durante bastantes décadas. Un grave manifestación interna del conflicto fronterizo, que
va a pesar en la relación entre ambas comunidades y que va a incidir en la politica de la
Monarquía con relación a los moriscos.
En cuanto a los señores, utilizando normalmente el recurso institucional de la
representación estamental, tanto en la reuniones de Cortes (peticiones de los brazos) como
fuera de ellas (juntas de estamentos), se van a oponer de forma tajante y constante a que la
Inquisición presione a los moriscos reprimiendo su Islamismo más o menos oculto. La
argumentación inicial es que esta presión está provocando las huidas al Norte de África, lo
que además refuerza los lazos entre el corsarismo y la minoría; los corsarios vienen en busca
de comunidades moriscas que trasladan allende, guiados por los moriscos, y además
aprovechan sus incursiones para saquear las localidades costeras y tomar cautivos. Ante esta
situación podía esperarse una coordinación de esfuerzos entre la Monarquía y las fuerzas
políticas del reino que cohesionara internamente esta y reprimiera con dureza las actividades
delictivas de los moriscos. La realidad fue la contraria.
Los señores van consiguiendo de Carlos V la limitación de la actividad inquisitorial,
primero la no confiscación de los bienes (1533), luego la limitación de las multas (1537), por
último (1543) la total inhibición jurisdiccional del Santo Oficio en relación con los moriscos
valencianos por un plazo de 16 años. Tampoco se adoptaron medidas policiales de control de
la minoría, salvo el frustrado plan de desarme de 1527, anticipo de diversos planteamientos
también desechados posteriores. O la organización de la guarda de la costa, una de cuyas
tareas era la vigilancia de los movimientos de los moriscos. En efecto, se reiteran las órdenes
que les prohiben acercarse a la línea costera, sin que parezcan haber tenido una gran eficacia.
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Es más, los estamentos llegaron a amenazar con negarse a contribuir en la defensa del Reino
frente a la amenaza corsaria, a pesar de lo comprometido en las Cortes, si la Inquisición no
aceptaba limitar su actuación contra los moriscos, también acordada en Cortes. En definitiva,
frente a la amenaza que suponía la confabulación de los moriscos con los corsarios, alegada
reiteradamente por las fuerzas vivas del reino, se responde por la nobleza con una actitud de
condescendencia y tolerancia hacia el Islamismo y la huidas allende, obstaculizando las
medidas represivas, sean militares o inquisitoriales.
Frente a ello, Carlos V adoptó una postura ambigua: mientras seguía defendiendo su papel de
cruzado, y organizando expediciones al Norte de África (Tunez 1535, Argel 1541) aceptó las
demandas señoriales que significaban la permanencia de facto de la frontera religiosa interna,
erradicada en el plano jurídico por las decisiones de 1523-26. Tras el fracaso de Argel y ante
la necesidad de atender a los problemas de Alemania, Carlos V acepta las demandas
estamentales como medio para apaciguar a señores y moriscos. El estar en primera línea de la
frontera frente al turco no sólo no ha conducido a una mayor reacción interna contra la actitud
hostil de los moriscos frente al Cristianismo y la Cristiandad, sino que la reacción ha sido la
contraria: la nobleza impone al Monarca una política de tolerancia práctica.
Liquidación de la tolerancia y constitución de una frontera política interna
A mediados del siglo XVI, en medio de la inhibición inquisitorial y bajo una grave
presión pirática sobre las costas valencianas, se produce un bombardeo de denuncias sobre los
centros de decisión por parte de eclesiásticos de muy diverso tipo, desde el arzobispo de
Valencia hasta humildes párrocos, pasando por responsables de órdenes religiosas, contra la
pública apostasía morisca. Al tiempo aumenta el temor provocado por sus connivencias con
los enemigos exteriores, cuya máxima manifestación puede, tal vez, situarse en el asalto de
Dragut a Cullera, a pocos Kms de la capital valenciana, en 1550.
La reacción de Felipe II, de regreso a España en 1559, se hizo esperar algún tiempo,
pero fue fulminante: el desarme de los moriscos en 1563 rompe con veinte años de
discusiones sobre el tema, cuya conveniencia última se venía resaltando pero cuya realización
se había desechado por inoportuna desde 1543. Ahora se efectua con decisión y sin
sobresaltos, y sin hacer caso de las protestas estamentales. Situaba a los moriscos claramente
en la categoría de enemigos internos. Pero era sólo el principio. En las Cortes de 1563-64, los
brazos pidieron remedio a la apostasía morisca en forma de mejoras de la instrucción
cristiana, con especial atención a la insuficiente red parroquial, y castigo a los que alentasen el
Islamismo, incluyendo a algunos señores de moriscos, y la prohibición del árabe. Pretendían,
no obstante, que la instrucción y el castigo quedaran en manos de los prelados y no de la
Inquisición. Por primera vez desde la Germanía los estamentos propugnan en un marco
solemne la necesidad de romper con la tolerancia religiosa que había permitido la pervivencia,
de facto, de la frontera religiosa interna. Las tensiones de los años 40 y 50 en la frontera
habían conducido a un cambio de postura.
El Rey va a ir más lejos: después de conocer las conclusiones de una gran junta de
expertos que se celebró en Madrid a fines de 1564, y que se situaban en la línea propuesta por
las Cortes valencianas de poner en manos de los prelados las campañas de evangelización y el
comienzo de una represión selectiva, Felipe II cambió el rumbo. Revisó personalmente las
conclusiones e impuso el control inquisitorial no sólo a la represión de los delitos futuros sino
también a la reconciliación con la Iglesia de los moriscos por los pecados pasados. Los
prelados quedaban limitados a su tarea pastoral ordinaria. Había acabado la inhibición del
Santo Oficio y la represión se puso en marcha, provocando protestas del propio arzobispo de
Valencia, Fernando de Loazes.
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La reacción no se hizo esperar y adoptó nuevas formas: con el consejo de algunos
teólogos y juristas, y con el respaldo último de algunos señores como el almirante de Aragón,
una parte de las comunidades moriscas se enfrentan a la jerarquía eclesiástica afirmando no
ser cristianos por haber sido bautizados a la fuerza. Significaba un replanteamiento radical de
la decisión de Carlos V de 1524, dando por buenos los bautismos durante la Germanía.
Implicaba volver al mudejarismo. El consenso manifestado en las Cortes para establecer un
nuevo marco de relación entre ambas comunidades, o mejor dicho, para imponer a la minoría
unas nuevas reglas de comportamiento, había sido desafiado en el choque entre los moriscos
de Vall de Uxó y el obispo de Tortosa, en mayo de 1568, cuando aquellos protestaron
alegando que no eran cristianos.
Evidentemente ni Felipe II ni la Inquisición aceptaron el desafío y reprimieron, con firmeza,
aunque con bastante suavidad, el movimiento de protesta. El almirante de Aragón fue
procesado por el Santo Oficio, junto con algunos de los líderes de la comunidad morisca,
como los influyentes hermanos Abenamir.
En esta coyuntura se produjo el levantamiento y guerra de los moriscos del Reino de Granada,
que marca un hito histórico en las relaciones entre cristianos viejos y moriscos en España, y
en la política morisca de la Monarquía. Durante el trascurso de la guerra de Granada se llevó a
cabo en el Reino de Valencia una compleja negociación, a tres bandas, de la Inquisición con
los señores por una parte y los moriscos por otra. El objeto de la negociación eran los bienes
sometidos a confiscación por el delito de apostasía; los señores pretendían la aplicación de los
fueros de las Cortes y del privilegio de Carlos V (1533) que les otorgaban la recuperación del
dominio útil de los bienes confiscados; es decir, que les convertía en beneficiarios de las
tierras censidas confiscadas a los moriscos, las cuales, una vez recuperadas, podían volver a
ceder bajo nuevas condiciones más ventajosas para la economía señorial. Para ello estaban
dispuestos a que el Reino en su conjunto pagara una subvención al Santo Oficio. Los
moriscos, por su parte, pretendían comprar la benevolencia inquisitorial, compensando al
tribunal con una renta, muy superior a la ofrecida por los estamentos, si renunciaba a
confiscar los bienes. Finalmente la Inquisición se inclinó por la oferta de los representantes
moriscos (Concordia de 1571).
Lo que hay que destacar es que las largas negociaciones, influidas por los avatares del
conflicto granadino, significaron la ruptura de la estrecha vinculación entre señores y
moriscos que había caracterizado la vida del Reino. El fracaso de la protección señorial ante
la amenaza inquisitorial; la propia persecución por el Santo Ofico, con el visto bueno del Rey,
de los principales señores fautores de la apostasía morisca; la constatación clara de los
intereses divergentes de ambos en el problema clave de la confiscación; las mismas divisiones
internas en el seno de la minoría que se manifiestan en la negociación y firma de la Concordia
de 1571, y la pérdida de influjo de algunos de sus líderes, como sucedió con los Abenamires
que alargaron las negociaciones buscando salvar lo más posible de sus bienes sometidos a
secuestro inquisitorial... todo ello contibuyó a debilitar enormemente la alianza tradicional
señores-moriscos.
La guerra de Granada influyó de forma notable en el Reino de Valencia, potenciando la
formación de la frontera política entre ambas comunidades. Ya desde la primavera de 1570,
en plena guerra, y bajo la amenaza de la próxima campaña de la armada turca contra el
Mediterráneo Occidental, comienza a discutirse la conveniencia de deportar a los moriscos
valencianos. Al mismo tiempo que se trata en el Consejo de Guerra la necesidad de desterrar a
los moriscos de paces, los no alzados, del Reino de Granada para facilitar el fin de la guerra,
se oyen voces partidarias de extender la medida a los valencianos y aragoneses. El
Vicecanciller del Consejo de Aragón, D. Bernardo de Bolea, conseguirá convencer a Felipe II
de que las dificultades que la medida traía consigo y la falta de medios para llevarla a buen
término, hacía recomendable no efectuarla y limitarse a tomar las precauciones defensivas
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habituales. La discusión se reiterará en los años siguientes, con ocasión de la tensión en el
Mediterráneo de la década de los 70. Así en el invierno de 1574-75 y, otra vez, en 1576-77 se
analizan denuncias de conspiraciones entre los hugonotes franceses y los moriscos
aragoneses, por una parte, y los valencianos con los turcos y argelinos, por otra. Lo
significativo es el temor en que se vive tras las dificultades para sofocar la sublevación
granadina. La Corte estudia con detenimiento y miedo estos avisos; la Inquisición actua
policialmente para desentrañar las tramas conspirativas. Finalmente se impone una mezcla de
sentido común y de falta de medios, gracias a lo cual se paralizan las propuestas de “meter la
tierra adentro” – es decir, de aplicar el modelo granadino de deportación hacia el interior de
España – a los moriscos de la Corona de Aragón.
La tensión alcanza su culmen en el invierno de 1581-82. Es entonces cuando más adelante se
llega en la discusión; cuando las propuestas son más radicales y apuntan ya a la expulsión
fuera de España; cuando el respaldo político a la medida parece mayor. El 19 de septiembre
de 1582, una junta de altos consejeros reunida en Lisboa y en la que participa el Gran Duque
de Alba, propone a Felipe II la expulsión a Berbería de los moriscos valencianos. El Rey
rechaza diplomáticamente la propuesta. Se ha producido no sólo un desencuentro entre Felipe
II y sus consejeros más inmediatos, sino entre el Rey y el arzobispo D. Juan de Ribera, que
había propugnado apasionadamente la medida, y había ganado a su causa al arzobispo de
Toledo, Gaspar de Quiroga, Inquisidor General y al Consejo de Inquisición. Por su parte,
Ribera se había enfrentado a las fuerzas vivas del Reino que: al Virrey, marqués de Aytona, a
D. Francisco Gómez de Sandoval, marqués de Denia y futuro duque de Lerma, a los
representantes de los moriscos, que reclaman más medios para su instrucción cristiana. El
marqués de Denia, además, anuncia grandes perjuicios económicos si se les expulsa. Los
estamentos ofrecen, por su parte, un importante subsidio para la defensa del Reino.
En conclusión, a pesar de la fase bélica que afecta al Mediterráneo durante la primera parte de
su reinado, Felipe II no se decide a acabar con la frontera política que en este periodo se ha
constituido en el interior del Reino de Valencia entre moriscos y cristianos viejos. Y no lo
hace por lo mismo que su padre había consentido la pervivencia de la frontera religiosa de
facto: por miedo a actuar con pocos medios en un ámbito conflictivo. Ya a principios de los
80 la motivación de fondo es otra: los objetivos de la política exterior habían alejado “la gran
historia” del ámbito mediterráneo. Las treguas con el Turco habían hecho disminuir el temor
del Rey, mejor informado que sus consejeros.
En cuanto al Reino de Valencia, se ha tenido que someter a las nuevas directrices impuestas
por el Rey que significaban una vuelta, con matices, a la postura inicial de Carlos V: no
aceptar la presencia islámica en sus reinos, persiguiendo las manifestaciones de Islamismo por
medio de la Inquisición. Pero, en cambio, y a pesar del endurecimiento de la frontera política
interna entre ambas comunidades, se había mantenido lo fundamental de la opción del
Emperador en favor de conservar en el Reino a la minoría una vez convertida, rechazando las
propuestas de expulsión. También se ha mantenido el plan aculturador y evangelizador
diseñado en tiempos Carlos V, basado en campañas misionales y de reconciliación con la
Iglesia, en cuyo éxito se tenía una desmesurada confianza.
Como hemos señalado, la reafirmación del rumbo fijada por Felipe II se realizó a costa de una
represión inquisitorial creciente que trató de desmantelar la protección que los señores
otorgaban a sus vasallos moriscos, y de doblegar a las elites de la minoría como forma de
romper con su resistencia cultural. A cambio, se garantizaba el mantenimiento de la relación
social en el campo valenciano, al inclinarse por la opción más conservadora en la disputa
sobre los bienes: suprimida la confiscación todo seguía como estaba.
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Liquidación de la sociedad multicultural
Con Felipe III se va a producir la liquidación de esta sociedad multicultural, no por la
vía que su padre y abuelo habían pretendido de la aculturación lenta de la comunidad morisca,
sino por la radical de la expulsión. La explicación oficial ofrecida por la Monarquía para
justificar la decisión se basaba en un supuesto grave peligro en la frontera mediterránea,
proveniente de la amenaza de una invasión marroquí de la Península contando con un
levantamiento morisco y el apoyo logístico holandés. La razón verdadera apunta no tanto a la
tensión en la frontera mediterránea, sino a la marcha de las campañas en el Norte de Europa, y
en particular a la necesidad de llegar a una tregua con los rebeldes calvinistas de las
Provincias Unidas. En síntesis, el duque de Lerma tuvo que ofrecer una contrapartida a Felipe
III y al Consejo de Estado para que aceptaran una tregua, como la de los Doce Años, que
significaba una merma en la soberanía real y el abandono de los católicos de las Provincias
Unidas. El Rey Católico aceptaba las duras condiciones de los rebeldes heréticos calvinistas...
pero al mismo tiempo obtenía un gran triunfo al acabar la Reconquista. Se puso fin, así, a la
frontera política que a partir de la guerra de Granada se había ido consolidando. Su propia
existencia, aunque fuera en el plano ideológico, podía ser aprovechada para lograr este tipo de
triunfos. Una vez más, al igual que en la decisión de Carlos V de no aceptar la pervivencia
islámica en 1524, o en la de Felipe II en 1565 de no permitir la práctica pública ni secreta del
Islamismo, son las directrices ideológicas de la Casa de Austria las que, más que otra causa,
dictan la política morisca valenciana.
Hay que señalar que la expulsión produjo poca resistencia, tanto por los señores, en
comparación con su actuación en episodios mucho menos trascendentes de épocas anteriores,
como de los temidos moriscos, que embarcaron en su mayoría de forma pacífica en los
buques de guerra, e incluso pidieron autorización para fletar navíos mercantes. Fue ocasión
para que se expresaran manifestaciones de odio popular de los cristianos viejos hacia los
moriscos, convertidos en objetivo de robos, extorsiones y expolio; y tambien del temor
acumulado por la sociedad cristiano vieja, que se reflejó en las variadas escenas de pánico
producidas por rumores infundados.
En definitiva, la uniformización de la sociedad valenciana no se debió directamente a su
caracter fronterizo, ya que a pesar de la presión producida por el conflicto de civilizaciones
que se desarrolló en el Mediterráneo había evitado la ruptura de la coexistencia de ambas
comunidades e incluso había facilitado la pervivencia de rasgos culturales, aunque fuera con
ajustes dolorosos. Fue una decisión basada en las necesidades estratégicas globales de la
Monarquía Católica que utilizó el enfrentamiento de civilizaciones y su proyección en el
interior del Reino de Valencia para llevar a cabo una política de prestigio.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:
Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, Historia de los moriscos. Vida y tragedia de
una minoría, Madrid, Revista de Occidente, 1978.
Tulio Halperin Donghi, Un conflicto nacional. Moriscos y cristianos viejos en Valencia,
Valencia, Institució «Alfons el Magnànim», 1980 (1ª edición en 1955-57).
Mark D. Meyerson, Els musulmans de València a l'època de Ferran i Isabel, Valencia,
Institució «Alfons el Magnànim», 1994 (original inglés de 1991).
Juan Francisco Pardo, La defensa del imperio. Carlos V, Valencia y el Mediterráneo, Madrid,
2001.
Juan Francisco Pardo, La guerra de Espadán (1526). Una cruzada en la Valencia del
Renacimiento, Ayuntamiento de Segorbe, 2001.
9
Rafael Benítez Sánchez-Blanco, Heroicas decisiones. La Monarquía Católica y los moriscos
valencianos, Valencia, Institució «Alfons el Magnànim», 2001.
Raphaël Carrasco, La monarchie catholique et les morisques (1520-1620), Montpellier,
Université Paul-Valerie- Montpellier III, 2005
10
Une société frontalière et des institutions en conflit. Malte à l’époque moderne (XVI°XVII° s.)
Anne Brogini (Université de Nice)
Aux XVIe et XVIIe siècles, Malte présente la particularité d’être un lieu-frontière
exclusivement tenu par des autorités religieuses : un clergé local et deux pouvoirs exogènes
(une Inquisition et un ordre militaro-religieux héritier des croisades). En théorie, seul l’Ordre
de Saint-Jean de Jérusalem, suzerain de l’île depuis son installation en 1530, possédait un
pouvoir politique et décisionnel ; mais dans la réalité, l’ambiguïté même de sa situation (en
tant que suzerain, il était également vassal d’une puissance supérieure) devait être à l’origine
de tensions et de conflits importants entre ces trois institutions jalouses de leurs prérogatives
et soucieuses de définir exactement les limites de leur autorité sur la société d’une île
stratégiquement importante puisqu’elle avait acquis la dimension de frontière de la chrétienté.
Cette étude s’articule autour de deux grands axes. En premier lieu, une présentation des
institutions religieuses, qui incarnaient chacune une facette de la frontière maltaise et
semblaient œuvrer de concert à la protection de la société. En second lieu, la perception, sous
l’apparent équilibre, des conflits qui les opposaient, fondés sur la revendication, exprimée par
chacune, d’incarner à elle-seule une conscience frontalière maltaise qui s’enracinait
essentiellement dans la pratique d’un catholicisme vigoureux, manifestation de la différence
avec la rive musulmane tellement proche.
I – LES INSTITUTIONS RELIGIEUSES, FACETTES DE LA FRONTIÈRE MALTAISE
Durant toute l’époque moderne, trois pouvoirs religieux – un endogène (le clergé insulaire) et
deux exogènes (l’Ordre de Malte, le Saint-Office) – se partagèrent l’autorité sur l’archipel et
contribuèrent à façonner une société originale, porteuse de la dualité paradoxale des
frontières, c’est-à-dire à la fois poreuse et résolument hermétique à la différence religieuse.
Le clergé et la ferveur religieuse
Placé depuis le Moyen Âge sous l’autorité d’un évêque, le clergé insulaire constituait bien
l’unique autorité religieuse spécifiquement maltaise. Cependant, les évêques maltais étaient
en général originaires d’un autre lieu que Malte : entre 1506 et 1531, c’est-à-dire au moment
où l’Ordre prenait en main le destin de son nouveau fief, six évêques étrangers, choisis par le
roi d’Espagne parmi les membres du clergé de la péninsule italienne et de Sicile, s’étaient
succédés à Malte. Le roi d’Espagne appuyait leur candidature auprès du pape qui les
intronisait dans leurs nouvelles fonctions. L’installation de l’Ordre représenta un changement
radical dans le quotidien des évêques qui perdirent une partie de leur indépendance en passant
sous l’autorité directe du Grand Maître et non plus sous celle du vice-roi de Sicile1. La
présence des Hospitaliers modifia également leur mode de recrutement : selon un manuscrit
de la Bibliothèque Méjanes d’Aix-en-Provence, les éventuels candidats maltais à la fonction
épiscopale seraient désormais choisis au sein du clergé par le Grand Maître2. En réalité, cela
1
- BMA (Bibliothèque Municipale d’Aix-en-Provence), Ms 1094, Relazione sopra l’officio dell’Inquisitore di Malta fatta nel
1662, p.18.
2
- BMA, Ms 1094, Relazione sopra l’officio dell’Inquisitore di Malta..., op. cit., p.17.
11
ne concerna pas grand-monde : au XVIe siècle, tous les évêques furent étrangers et au XVIIe
siècle, un seul Maltais fut intronisé évêque, Baldassare Cagliares qui officia entre 1614 et
16333. Il apparaît certain que le pouvoir épiscopal devait être grandement occulté, à l’époque
moderne, par l’autorité prédominante de l’Ordre d’une part, puis, à partir de 1574, par celle
d’un Inquisiteur qui ne relevait que du pape.
Contrôlés par l’Ordre, les évêques se trouvaient cantonés à une simple charge de surveillance
du clergé insulaire, notamment du rôle des prêtres dans les casaux (au XVIIIe siècle même, le
clergé ségulier ne relevait plus d’eux4). Ils contrôlaient également les mariages célébrés dans
l’île, surveillaient les couvents et avaient pour tâche de régler les éventuels
dysfonctionnements et tensions au sein du clergé insulaire5. L’encadrement des laïcs lui
échappait toutefois : à l’époque moderne, la décision de créer de nouvelles paroisses
dépendait désormais exclusivement du Grand Maître. La structure ecclésiale moderne se
calquait en effet sur le fonctionnement médiéval et l’archipel maltais était divisé en plusieurs
paroisses, centres locaux de vie et de culte. Au nombre de quatorze en 1530 (dont une unique
à Gozo), elles s’étaient élevées à une vingtaine au siècle suivant, sous l’impulsion de l’Ordre,
désireux de démembrer les anciennes paroisses trop larges (comme celle de BirmifsuthGudja) et d’en créer de nouvelles dans des casaux qui connaissaient un accroissement
démographique6. En 1668, l’archipel comptait 28 paroisses, dont deux à Gozo (paroisse de
Rabat et de Saint Georges) et cinq dans le Grand Port7, à Vittoriosa (église paroissiale Saint
Laurent), Senglea (église Notre-Dame de la Victoire) et Bormula (Notre-Dame du Bon
Secours), ainsi que deux à La Valette, rattachées l’une en 1571 à l’église Sainte Marie du
Port-Salut et l’autre en 1596 à celle de Saint Paul-Naufragé.
Selon les décomptes effectués lors de visites ad limina en 1648, 1650 et 16688, il y avait à
Malte 432 clercs et 26 monastères et couvents, dont plus de la moitié (17) se trouvaient dans
l’espace portuaire. Il semble que le nombre total de religieux dans l’île ait tourné autour du
millier environ. La visite épiscopale de 1638 décomptait 797 prêtres, moines et moniales9 ;
celle de 1648 insistait sur un chiffre d’environ 500 membres du clergé régulier et tout autant
pour le clergé séculier10 ; enfin, celle de 1668 dénombrait un peu plus d’un millier de
religieux, dont 432 membres du clergé séculier11. La pastorale était dispensée par un nombre
moyen de 500 prêtres sur une population totale de 39 00012 à 45 00013 personnes, soit une
proportion de 1% à 1,3% de l’ensemble, ce qui correspond grosso modo à la proportion de
1782 (1 091 prêtres pour 86 296 habitants, soit 1,25% de l’ensemble)14. Bien que la plupart
des couvents se trouvassent dans le port, le poids du clergé était certainement plus sensible
dans les campagnes que dans le port : rien qu’à Mdina et à Rabat, qui groupaient seulement 2
000 personnes en 168715, se trouvaient six monastères. Au XVIIIe siècle
encore, l’encadrement presbytéral par paroisse était de 1 pour 30 à Mdina et oscillait entre 1
3
- BMA, Ms 1094, Relazione sopra l’officio dell’Inquisitore di Malta..., op. cit., p.18 ; voir également Alain Blondy,
L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle Des dernières splendeurs à la ruine, Bouchène, Paris, 2002, p.82.
4
- A. Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle..., op. cit., pp.81-83.
5
- Alexander Bonnici, Medieval and Roman Inquisition in Malta, PEG Ltd, San Gwann, Malta, 1998, p.11.
6
- A. Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle..., op. cit., pp.99-100.
7
- ASV (Archivio Segreto Vaticano), Congregazione del Concilio, Relationes Diœcesium 514A, non folioté, 10 mars 1668.
Les paroisses des campagnes maltaises sont celles de Birkirkara, Naxxar, Birmifsuth, Qormi, Zejtun, Zurrieq, Siggiewi,
Zebbug, Attard, Tarxien, Kirkop, Lija, Safi, Mqabba, Gharghur, Mosta, Zabbar, Qrendi, Ghaxaq, Luqa et Balzan.
8
- ASV, CC, RD 514A, ff°1068r.-1069r., 7 février 1648 ; ff°1151r.-1152r., 18 mars 1650 ; non folioté, 10 mars 1668.
9
- ASV, CC, RD 514A, f°607v., 28 mai 1638.
10
- ASV, CC, RD 514A, f°1068v.
11
- ASV, CC, RD 514A, non folioté, 10 mars 1668.
12
- ASV, CC, RD 514A, f°607r., 28 mai 1638.
13
- ASV, CC, RD 514A, non folioté, 1er septembre 1662.
14
- A. Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle..., op. cit., p. 82.
15
- Stanley Fiorini, « Demographic growth and the urbanization of the Maltese Countryside to 1798 » in Victor Mallia
Milanes (dir.), Hospitaller Malta (1530-1798). Studies on Early Modern Malta and the Order of St John of Jerusalem,
Mireva Publications, Malta, 1993, p.306.
12
pour 40 et 1 pour 80 dans les campagnes ; dans le port, il était beaucoup plus lâche, allant de 1
pour 84 à La Valette et 1 pour 96 à Vittoriosa, à 1 pour 99 et 1 pour 106 à Bormula et
Senglea16. La moindre présence du clergé dans le port (proportionnellement au nombre
d’habitants), lieu de plus grands dangers du fait de son cosmopolitisme et de son ouverture au
monde extérieur, s’expliquait évidemment par la présence de l’Ordre et du Saint-Office qui se
partageaient le contrôle de l’espace et lui faisait directement concurrence.
Malgré cela, le clergé conserva toujours une influence très grande au sein de la population,
surtout rurale, qu’il assistait lors de tous les événements rythmant la vie humaine (messes,
prêches, fêtes religieuses et paroissiales, célébration et enregistrement des baptêmes, unions
ou décès). Dans les villages éloignés du pouvoir central (La Valette), il incarnait depuis
toujours l’autorité et l’unique référence spirituelle. De fait, on ne trouve la présence de ruraux
devant le tribunal inquisitorial que lorsque l’individu a été envoyé auprès de lui par le prêtre
du casal17. Et ce n’était pas sans réticence que le paysan se rendait à la ville, inquiet de
comparaître devant une autorité inconnue qui, ignorante du maltais, recourait à des
interprêtes18, et qui l’impressionnait inévitablement par son decorum. Maltais de souche et
communiquant dans cette langue avec une population qui, même si une partie entendait
l’italien19 (dans le milieu portuaire), continuait de parler exclusivement maltais20, le clergé
insulaire s’inscrivait ainsi dans une histoire insulaire commune aux habitants, incarnant
l’essence même de l’identité insulaire par le maintien de la foi catholique et de la cohésion
sociale dans une île dont chacun, laïcs et religieux, avait depuis longtemps conscience qu’elle
se situait à la frontière avec le monde musulman21.
L’Ordre de Saint-Jean et la tradition de croisade
Aux côtés du clergé insulaire, symbole d’une foi ancienne et vive, l’Ordre de Malte devait
incarner rapidement une facette plus offensive de la frontière insulaire par la pratique de la
guerre et de la course contre les Infidèdèles. Car toute frontière naît du danger22 et toute
société frontalière palpite au rythme de cette réalité ou de la conscience aiguë et souvent
fantasmée de cette réalité. La frontière maltaise naquit en effet véritablement de la guerre
terrestre comme maritime, et de l’implication de la société dans la défense de son archipel.
L’installation des Hospitaliers, héritiers de l’idéologie des croisades et derniers représentants
des ordres militaro-religieux fondés en Terre Sainte23, avait en effet déplacé sur Malte et dans
ses environs maritimes immédiats, l’affrontement entre les empires ottoman et espagnol.
Trois éléments furent déterminants dans le processus de structuration de la frontière maltaise :
deux événements militaires et la pratique généralisée de la course. Par deux fois, en 1551 et
1565, le danger fut porté au cœur même de la terre maltaise, par le biais d’une flotte ottomane
et barbaresque qui débarqua dans l’île. En 1551, encore faiblement fortifié par l’Ordre,
l’archipel maltais s’était présenté comme une cible de choix à la flotte musulmane se dirigeant
vers l’Afrique du Nord. Le 18 juillet, celle-ci abordait Malte « et demeura en ceste isle
16
- A. Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle..., op. cit., p.83.
- AIM (Archives of the Inquisition of Malta),
18
- ACDF (Archivio della Congregazione per la Dottrina della Fede), St.St. HH 3-f, Inquisizione di Malta, non folioté, 1er
décembre 1663 («…in questa isola, e particolarmente da persone basse, non è usata che la lingua maltese ch’è la stessa che
la lingua arabica…»). L’Inquisiteur réclamait au Saint-Office de Rome la venue d’un nouvel interprête parlant l’arabe, afin
d’effectuer les traductions en langue maltaise durant les procès.
19
- C’est la langue officielle de Malte à l’époque moderne.
20
- Anne Brogini, Malte, frontière de chrétienté (1530-1670), BEFAR 325, Rome, 2006, pp.652-654.
21
- Henri Bresc,
22
23
- Les Templiers sont éliminés en 1314, leurs commanderies étant redistribuées aux Hospitaliers, tandis qu’en 1525, les
biens des chevaliers Teutoniques sont sécularisés par leur Grand Maître converti au protestantisme.
17
13
lespace de treze jours non sans grand dommaige et detriment »24. Puis, le 22 juillet, la flotte
avait quitté Malte25 et débarqué à Gozo où « elle priz tous les habitants et dépopula du tout
l’isle »26, ce qui correspondait à 5 000 personnes, femmes, hommes et enfants confondus. Une
centaine d’habitants furent laissés libres, pour instruire l’Ordre de ce qui était advenu27.
Le second événement militaire d’importance fut le siège de 1565. Pendant quatre mois, du 23
mai au 8 septembre, Maltais et chevaliers (soit 10 000 personnes en tout), avaient résisté
vaillamment à une armée musulmane trois fois supérieure en nombre. Durant tout l’été,
l’artillerie turque avait bombardé les forts et les cités portuaires et mené plusieurs assauts
meurtriers, qui exigeaient une surveillance constante des brêches des remparts, un travail
harassant pour les habitants de réparation des fréquentes destructions et une mobilisation
permanente des assiégés28. L’événement le plus dramatique du siège fut assurément, le 23
juin, la chute du fort Saint-Elme défendu par une garnison d’environ 150 hommes29. Un mois
durant, le fort avait subi des assauts30 et essuyé entre 14 00031 et 19 00032 tirs d’artillerie qui
avaient progressivement abattu ses murs. De tous les défenseurs, « nul n’y resta en vie, tant
valeureusement se défendirent »33 ; seuls deux ou trois soldats parvinrent à prendre la fuite et
à gagner Birgù à la nage en traversant le port, tandis que quelques chevaliers conservèrent la
vie en se rendant aux Barbaresques qui les réduisirent en esclavage34. À la fin de l’été 1565, le
siège avait ravagé le port et coûté la vie à 25 000 hommes environ : 15 000 du côté
musulman35 et 10 000 environ du côté chrétien (dont 3 000 soldats et chevaliers). Environ 6
000 à 7 000 Maltais, essentiellement des femmes et des enfants, étaient morts de maladie, de
faim et de blessures36.
Par deux fois donc, en 1551 et en 1565, la population insulaire avait payé un lourd tribut à
l’affrontement méditerranéen entre chrétiens et musulmans. Les événements n’avaient pas
concerné que l’Ordre, mais bien tous les habitants de Malte désormais soudés aux chevaliers
dans une sorte d’union sacrée, chrétienne, qui transcendait toutes les différences de sexe,
d’origine géographique et de statut social. Emportés par la vague hagiographique des récits
encensant les Hospitaliers comme les véritables héros de la croisade, Malte et ses habitants se
trouvaient héroïsés et sanctifiés, transformés en rempart chrétien contre les Infidèles. Ainsi
rattachée à une histoire militaire qui lui était jusqu’alors quasiment étrangère37, la société
maltaise se transformait en société de frontière vivant en accord avec les intérêts de ses
autorités religieuses et s’illustra, à partir de la fin du XVIe siècle, dans une guerre de course
qui prenait officiellement le relais des affrontements passés. Au XVIIe siècle, la grande
majorité de la population insulaire vivait d’une activité corsaire qui, si elle s’apparentait bien
souvent à des actes de piraterie pure et simple, se pratiquait toujours a danno d’Infidele. À un
24
- AOM (Archives of the Order of Malta) 88, ff°93r.-93v., 6 août 1551, Lettre du Grand Maître au roi de France.
- AOM 88, f°94r.
26
- AOM 88, f°93v., Lettre au roi de France.
27
- Giacomo Bosio, Dell’Historia della Religione et Illustrissima Militia di San Giovanni Gierosolimitano, Rome, 1596,
Tome III, p.305.
28
- Martin Croua, Brief Discours du Siege et oppugnation de l’Ile de Malte. Contenant l’Histoire de ce qui s’est fait depuis
l’arrivée jusques à la retraite et fuyte de l’armée du Grand Turc Soliman en l’an MDLXV, Anvers, 1565, p.13.
29
- Balbi de Correggio, La Verdadera Relación de todo lo que el anno de MDLXV ha succedido en la Isla de Malta, de antes
que llegasse l’armada sobre ella de Soliman Gran Turco, Barcelona, ed. Pedro Reigner, 1568, f°31r.
30
- Raoul James Dunbar Cousin, A Diary of the Siege of Saint-Elmo, The Lux Press, Malta, 1955, p.123.
31
- M. Croua, Brief Discours du Siege..., p.10.
32
- SMOM (Sovrano Militare Ordine di Malta), Copie de plusieurs missives escrites et envoyées de Malte par le Seigneur
grand Maistre, et autres chevaliers de Sainct Iehan de Hierusalem, a nostre Sainct Pere et autres Seigneurs..., Paris, Jean
Dallier libraire, 1565, f°13r.
33
- M. Croua, Brief Discours du Siege..., p.10.
34
- Balbi de Correggio, La Verdadera Relación..., f°55r.
35
- Bosio, III, p.711.
36
- Bosio, III, p.711.
37
- H. Bresc, .Une petite course existait toutefois au Moyen Âge à Malte, mais qui n’avait pas l’envergure de celle qui se
développa à l’époque moderne.
25
14
passé chrétien dont le clergé insulaire portait la mémoire, s’était ainsi ajoutée une histoire plus
récente, mais également plus glorieuse, celle de la croisade, qui liait les Maltais à l’Ordre, et
aiguisait chez les insulaires le sentiment déjà vivace du contraste entre les civilisations.
Le Saint-Office romain et la préservation de la pureté religieuse
Dernière facette de la frontière maltaise, dernière institution religieuse encadrant la population
et ayant contribué à son façonnement original, le Saint-Office romain, qui s’était établi à
Malte assez tardivement, en 1574. Appelé dans l’île par l’Ordre qui désirait lutter contre la
propagation du protestantisme en son sein, son ascendant sur la population fut immédiate et
ne se démentit pas durant les deux siècles suivants. L’Inquisiteur désigné par le pape exerçait
un contrôle rigoureux du milieu portuaire à l’aide d’un personnel nombreux et efficace. Au
milieu du XVIIe siècle, le personnel laïc du Saint-Office se composait de douze officiers et de
vingt familiers recrutés essentiellement parmi le petit peuple urbain (négociants38, petits
commerçants39, artisans40, chômeurs41), faisant office de secrétaires, de fiscal, ou de soldats
chargés de l’arrestation et de la comparution des prévenus devant l’Inquisiteur42. Quant au
personnel religieux, il était composé de onze prêtres et moines (Jésuites et Dominicains
essentiellement) qui assistaient l’Inquisiteur dans le déroulement des procès (questions
dogmatiques, traductions...)43.
La tâche de l’Inquisiteur consistait évidemment en un contrôle rigoureux des comportements
indivuels et collectifs, ainsi qu’en la punition, puis la réconciliation de tous les déviants
religieux ou sociaux (hérétiques, apostats, marginaux...). Une attention toute particulière était
portée aux navires de course et aux galères qui rapportaient butins et captifs musulmans,
puisque c’étaient en leur sein qu’étaient découverts la plupart des renégats. La part des procès
pour reniement ne devait d’ailleurs pas cesser de s’accroître : de 35% à la fin du XVIe siècle
(soit 32 procès sur 91 entre 1577 et 1590), elle s’éleva à 40,2% au début du XVIIe siècle (182
procès sur 452 entre 1590 et 1610), pour se stabiliser autour de 45,3% durant tout le XVIIe
siècle (soit 708 procès sur 1 561 entre 1610 et 1670). Les années 1620-1670, qui
correspondaient à l’apogée corsaire de l’île, avaient constitué le temps fort des réconciliations
des renégats. Ce cas de figure n’était du reste pas propre à Malte : à Livourne, l’activité des
chevaliers de Saint-Etienne avait également favorisé un afflux d’esclaves razziés et capturés
en course au milieu et dans la seconde moitié du XVIIe siècle44.
L’activité inquisitoriale ne devait pas être perçue comme excessive par la population
maltaise, au contraire. Réclamé et valorisé par l’Inquisition, un contrôle religieux et social
était constamment en éveil dans l’île, surtout au sein du port où le danger est accru par
l’arrivée régulière d’étrangers dont il fallait vérifier la bonne orthodoxie. Ce fut en septembre
1592, que fut affiché pour la première fois sur les murs des quatre villes du Grand Port de
Malte (Vittoriosa, Senglea, Bormula, La Valette) un placard du Saint-Office donnant ordre
aux habitants de dénoncer, dans les jours qui suivaient, toute personne coupable d’hérésie,
38
- ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, 1658 (Angelo Cuynes et Domenico Depena, en poste depuis 1647 ; Gio Paolo Attard,
en poste depuis 1637 ; Giovanni Attard, en poste depuis 1653 ; Victor Galia, en poste depuis 1648 ; Gio Maria Vassallo, en
poste depuis 1642).
39
- ACDF, St. St., HH 3-f, non folioté, 1658 (Angelo Stafray, marchand de vin, en poste depuis 1635).
40
- ACDF, St. St., HH 3-f, non folioté, 1658 (Dionisio Calleya, tailleur, en poste depuis 1657).
41
- ACDF, St. St., HH 3-f, non folioté, 1658 (Paolo Zabone, en poste depuis 1636 ; Paolo Testaferrata, en poste depuis 1650 ;
Agostino Hagius, en poste depuis 1653 ; Gio Antonio Pendiomati, en poste depuis 1655 ; Gio Maria Cardone et Ferdinando
Vassallo, en poste depuis 1657)
42
- ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, sans date (vraisemblablement seconde moitié du XVIIe siècle).
43
- ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, 1658.
44
- Lucia Rostagno, Mi faccio Turco. Esperienze ed immagini dell’Islam nell’Italia moderna, Istituto per l’Oriente, Roma,
1983, pp.40-41.
15
d’apostasie ou simplement suspecte de l’être45. Par la suite, les appels à la dénonciation se
multiplièrent dans le port : pas moins de 20 entre 1592 et 1670, soit une moyenne élevée d’un
appel tous les 4 ans environ !46 Le contrôle se renforça même assez vite : en juin 1596, un
nouveau placard informait que, dans le cadre des décisions prises par le Concile de Trente,
l’Inquisiteur accentuait la censure qui existait déjà à l’encontre des librairies maltaises, afin
d’éviter la diffusion d’idées jugées subversives. À partir de cette date, des rencensements
réguliers furent faits de tous les écrits talmudistes, des livres de sorcellerie et des ouvrages
hérétiques ou musulmans, qui devaient être brûlés en place publique47. Sollicitée, la
population maltaise n’hésitait pas à collaborer avec l’Inquisition, surveillant avec une
vigilance sincère toutes les personnes « suspectes », dont en premier lieu, les représentants de
religions autres que le catholicisme. La délation devint même une pratique si courante qu’à
partir du début du XVIIe siècle, le tribunal inquisitorial croulait sous une masse importante de
dénonciations anonymes qui n’étaient, la plupart du temps, pas même suivies de procès, et
qu’il se plaignit à Rome de ce que son personnel était trop peu nombreux pour assurer la
gestion quotidienne des arrestations, des détentions et de l’organisation des procès48.
La vigilance religieuse dont faisait preuve les Maltais se comprend d’abord par la crainte
extrêmement forte que les individus avaient du tribunal du Saint-Office et qui résultait de ce
que Bartolomé Bennassar appelle une « pédagogie de la peur »49. Une peur née du secret de
l’accusation (la raison de la comparution étant laissée à l’imagination, rendue plus fertile par
la crainte, de l’accusé), de la torture, puis de la punition qui concluait toujours le procès,
suivie d’une mémoire de l’infamie qui perdurait dans les esprits des contemporains et pouvait
entâcher l’honneur de toute une famille. Mais la vigilance religieuse et sociale procédait
également de la crispation identitaire qui affectait l’archipel au milieu de l’époque moderne :
Malte subissait les effets de la Réforme Catholique, qui cherchait à la fois à éradiquer du sud
de l’Europe le danger de l’hérésie protestante et à maintenir religieusement purs les points de
contact entre les rives chrétienne et musulmane. En un temps où la course sortait l’île du
cloisonnement qui avait caractérisé le XVIe siècle, la société s’ouvrait à une multiplicité de
contacts humains qui élargissait son horizon mais fragilisait dans le même temps son identité.
L’œuvre d’épuration religieuse menée par le Saint-Office devait par donc se faire dans un
assentiment populaire général, allié à la crainte d’être soi-même convoqué devant le tribunal
inquisitorial.
Les trois autorités religieuses incarnaient chacune une facette de la frontière insulaire, et
contribuaient à structurer une identité fondée essentiellement sur le catholicisme. Au clergé
maltais, se rattachait dans un passé lointain et idéalisé la pratique d’un catholicisme que
l’époque musulmane (IXe-XIe siècles) n’aurait jamais effacée50. À l’Ordre, était liée la
mémoire immédiate et glorieuse de la croisade et de la défense militaire de la foi, qui avait
transformé le petit archipel en une place fortifiée imprenable. Enfin, au Saint-Office, revenait
la défense intérieure de la religion et l’élimination de tous ceux qui pouvaient affaiblir la
frontière en brisant la cohésion sociale. Travaillant de concert, les trois institutions
apparaissaient complémentaires, œuvrant, avec l’assentiment de la société, à la préservation
d’une religion érigée en ligne de défense qui garantissait, contre l’autre, la survie, tant
physique que symbolique, de Malte en tant que frontière du monde chrétien. Des fissures
devaient pourtant affecter très vite cette apparente harmonie : les conflits entre les autorités et
45
- AIM, Proc. 13, f°10r., 27 septembre 1592.
- AIM, Proc. 13 à AIM, Proc. 74.
47
- AIM, Proc. 14B, f°754r.
48
- AIM, Corr. 3, f°185r., 7 mars 1617.
49
- Bartolomé Bennassar (sous dir.), L’Inquisition espagnole (XVe-XIXe s.), Pluriel, Hachette, Paris, 1979, rééd. 2001, p.101.
50
- H. Bresc,
46
16
les tensions sociales révélaient en effet des enjeux de pouvoir qui, à plus ou moins brève
échéance, devaient distinguer les intérêts de chacun.
II – DES RIVALITÉS DE POUVOIR AUX TENSIONS SOCIALES
L’Ordre et le Saint-Office : de l’impossible partage des pouvoirs et des privilèges
Bien que la puissance de l’Ordre et du Saint-Office se fût fondée sur une mise à l’écart du
clergé insulaire, cela ne signifiait pas pour autant que les deux institutions vivaient en
harmonie. Dès l’arrivée du premier Inquisiteur en 1574, les chevaliers, craignant une intrusion
inopportune dans leur fonctionnement, avaient refusé tout net que celui-ci fût logé à La
Valette, lieu de résidence du Couvent depuis 1571. Une lettre du Grand Maître au pape
indique que l’Inquisiteur arriva sans encombre le 1er août 157451 mais qu’il fut installé
d’abord dans le fort Saint-Elme, dans l’attente que l’Ordre lui cédât un de ses anciens
bâtiments de Vittoriosa, où résidait –du temps où le Couvent y séjournait–, la Castellania52.
D’emblée, l’espace portuaire se trouva ainsi partagé entre deux autorités dont la collaboration
masquait mal les querelles d’ambition : l’Ordre à La Valette, le Saint-Office à Vittoriosa.
Bien que son influence s’étendît sur tout l’archipel, et sur l’ensemble du port, l’Inquisiteur ne
pouvait que contrôler de manière plus lâche La Valette et les chevaliers.
Une telle précaution n’apparaît pas vaine : selon l’instruction reçue en 1595, il est certain que
l’Inquisiteur, fort de son indépendance à l’égard de l’Ordre, chercha à imposer son autorité
sur le Couvent, ce que les Hospitaliers contestèrent avec hauteur. En effet, en même temps
que le Saint-Office de Rome conseillait à l’Inquisiteur de respecter les prérogatives de
l’évêque, il lui recommandait de toujours témoigner de la plus grande déférence à l’égard du
Grand Maître et de ne pas contrarier le Prieur de l’Eglise conventuelle53. Afin d’apaiser les
tensions, il lui fut également ordonné, en cas de comparution devant son tribunal d’un
membre de l’Ordre, de toujours manifester une certaine prudence, d’informer le Grand Maître
et d’agir en fonction de son opinion54. L’Inquisiteur avait certes toute autorité en matière de
foi et de justice religieuse, il avait l’obligation de reconnaître celle du Grand Maître en tant
que chef politique et religieux de son ordre et en tant que suzerain de tous les habitants de son
fief, quelle que fût leur condition ou leur statut.
Malgré cela, les conflits ne devaient pas tarder à se manifester ouvertement, en liaison avec le
développement des activités maritimes maltaises dès la fin du XVIe siècle. Il s’agissait
notamment de définir quelle autorité prévalait en matière de jugement et de punition des
déviants, particulièrement des renégats : celle, à portée plus politique et économique, de
l’Ordre ou bien celle, exclusivement religieuse, de l’Inquisition ? En 1599, l’Ordre adressa un
rapport virulent au pape, qui fut transmis au Saint-Office, par lequel il accusait l’Inquisiteur
de vouloir empiéter sur ses prérogatives de dirigeant. L’affaire tournait autour d’un corsaire
musulman, Haj Mustafa Piccimin, que l’Ordre avait capturé en mer et dont le prix de rachat
s’élevait à 1 500 écus. Au moment où un intermédiaire devait venir à Malte apporter la
somme, l’Inquisiteur, ayant eu vent de ce que l’esclave était un renégat, donna ordre à son
personnel d’aller le quérir dans la Prison des Esclaves et de le faire comparaître devant lui,
sans même en référer au Grand Maître ni attendre son consentement55. Furieux du manque à
51
- ASV, SS Malta 1, f°52r., 5 août 1574.
- Andrew Paul Vella, « La missione di Pietro Dusina a Malta nel 1574 », in Melita Historica, Vol. V, n°2, 1969, p. 168.
53
- ACDF, St. St. HH 3-b, Inquisitione di Malta, non folioté, 27 juin 1595.
54
- ACDF, St. St. HH 3-b, idem.
55
- ACDF, St. St. HH 3-b, f°388r., année 1599 (« …di sua propria autorità e senza licenza ne saputa del Gran Maestro, fece
nelle prigioni pigliar lo schiavo... e lo fece mettere nelle sue carcer... »).
52
17
gagner pour le Trésor de l’Ordre et de l’atteinte directe à son autorité, le Grand Maître fit
emprisonner le gardien de la Prison pour avoir obéi au personnel inquisitorial, puis exigea la
remise de l’esclave. Mais estimant qu’il s’agissait d’un problème de foi, attendu que le
musulman était suspect d’apostasie, l’Inquisiteur refusa et se barricada, avec tout son
personnel, dans son Palais56.
Le Grand Maître fit alors expédier un rapport au pape, par lequel il remontrait que
l’Inquisiteur nuisait aux activités de la Religion [l’Ordre] : en empêchant le rachat d’esclaves,
il empêchait les rentrées d’argent nécessaires au financement de la course et des galères qui
naviguaient « pour le service de la République chrétienne et pour la sécurité de Malte »57. Le
rapport accusait également l’Inquisiteur de promettre la liberté aux renégats qui se
confessaient et abjuraient leur faute : les chevaliers demandaient au pape de contraindre
l’Inquisiteur à laisser les renégats réconciliés dans la servitude, afin de ravitailler les galères
en chiourme gratuite et de ne pas priver Malte et la chrétienté du secours des navires de
l’Ordre (« che le galere della Religione mantener si possino armate e che i reconciliati non
venghino a conseguire la libertà in maniera che pregiudicchi e dannifichi tanto non solo lo
stato della Religione ma tutto lo stato della Christiana Republica... »)58. Enfin, comble de
danger, la remise en liberté des renégats repentis supposait généralement leur retour en terre
d’Islam et la reprise de leurs activités corsaires menées à l’encontre de Malte et de
l’Ordre !59... Le rapport s’achevait en termes virulents : les Hospitaliers réclamaient que fût
assurée par le pape la « supériorité de la Religion sur les religieux »60 et que l’Inquisiteur ne
pût, au nom du fait qu’il dépendait du pape, se mêler des intérêts de l’Ordre et de la gestion de
l’île. Son autorité devait être circonscrite définitivement au domaine religieux61.
Ainsi, l’Ordre présentait d’abord l’intrusion du Saint-Office dans les affaires des chevaliers,
comme une entrave à la perpétuation de la croisade, élément déterminant de l’existence et du
maintien de la frontière maltaise, ce qui avait pour conséquence de mettre à mal l’économie
de l’archipel, dont l’approvisionnement en denrées dépendait essentiellement de la course.
Mais plus encore, l’Ordre contestait à l’Inquisiteur son rôle religieux, lui reprochant la
réconciliation et la libération des renégats parce qu’elle interférait dans ses intérêts politiques,
militaires et économiques. De ce fait, ce rapport posait implicitement la question de savoir qui
apparaissait le mieux à même d’assurer la permanence de la frontière et le bon soutien de la
société qui y vivait : le Saint-Office et son autorité strictement religieuse, ou bien l’Ordre dont
le pouvoir à la fois administratif, politique, religieux, économique et social, garantissait la
survie de toute l’île. Car si la frontière était essentiellement religieuse, elle vivait également
de l’ouverture de Malte aux activités maritimes, corsaires et commerciales, à des étrangers
venus de tous horizons et à des échanges humains et marchands nombreux. De cela, l’Ordre,
en tant qu’institution suzeraine, en avait bien conscience, contrairement au Saint-Office,
exclusivement préoccupé de questions de foi.
Mais cette intrusion de l’Inquisiteur témoignait également de l’ambiguïté même de l’Ordre,
tiraillé entre son rôle de dirigeant et son inféodation à l’Espagne : son statut de suzerain
supposait une vassalité envers les puissances européennes et l’empêchait par conséquent de se
présenter comme un chef politique au même titre qu’un pouvoir monarchique. Dépendant du
pape au même titre que le Saint-Office son rival, il ne pouvait qu’éprouver des difficultés à
imposer sa supériorité à un Inquisiteur qui revendiquait une égale autorité sur la société
maltaise. En dépit de cette faiblesse, l’avantage de l’Ordre sur le Saint-Office résidait dans
son rôle multiple (guerrier, corsaire, marchand...) qui en faisait, aux yeux des puissances, un
56
- ACDF, St. St. HH 3-b, f°388v.
- ACDF, St. St. HH 3-b, f°388v (« …per servigio della christiana Republica e per sigurezza dell’isola di Malta... »).
58
- ACDF, St. St. HH 3-b, f°389r.
59
- Idem.
60
- ACDF, St. St. HH 3-b, f°390r. (« la superiorità della Religione sopra Religiosi »).
61
- ACDF, St. St. HH 3-b, f°391v.
57
18
élément-clé du maintien de Malte. Le pape ne pouvait dès lors que trancher finalement en
faveur des Hospitaliers : en 1600, une instruction de Rome à l’Inquisiteur lui réclamait la
libération de Mustafa Piccimin, dont l’Ordre choisirait de le garder comme esclave ou de le
faire racheter. Désormais, l’Inquisiteur devait s’incliner devant les impératifs militaires ou
économiques de l’Ordre et de Malte62.
Cette victoire des Hospitaliers ne devait pas pour autant apaiser les rivalités entre membre de
l’Ordre et personnel inquisitorial. Les chevaliers vivaient extrêmement mal l’octroi aux
familiers du Saint-Office, de privilèges qui leur étaient jusqu’alors réservés : non-paiement
taxes pour les fortifications de l’archipel, non-paiement des céréales distribuées à la
population63, port de l’épée, et, depuis 1605, droit de posséder un cheval afin d’assurer la
défense du port en cas d’attaque musulmane64. Le point d’achoppement essentiel résidait dans
le fait que le personnel du Saint-Office ne relevait que de la justice inquisitoriale et échappait
entièrement à l’autorité du Grand Maître65. Ce privilège juridictionnel était d’autant plus mal
vécu par les chevaliers qu’il ne concernait pas que les familiers et les officiers du SaintOffice, mais pouvait s’étendre largement à leurs familles, voire aux gens de leur maison. Le
Saint-Siège s’efforça d’abord d’y remédier, manifestant en 1600, le désir que les privilèges
fussent strictement personnels66, mais les abus se poursuivirent au XVIIe siècle. En témoignait
un rapport de l’Ordre au Saint-Office de Rome, datant de 1664, qui déplorait que les esclaves
des familiers eussent le privilège de déambuler librement dans le Grand Port, sans porter de
fer au pied, au même titre que les esclaves du Grand Maître !...67
Tous ces avantages suscitaient des mécontentements et des rancœurs durables. Les chevaliers,
jaloux des prérogatives inhérentes à leur condition, vécurent très difficilement l’octroi de
privilèges aux familiers et officiers, au point que les querelles étaient monnaie courante entre
Hospitaliers et membres du personnel inquisitorial. En 1599, l’Inquisiteur se plaignait au
Saint-Office de Rome de ce que des rixes se produisaient « chaque jour entre les chevaliers et
les familiers et officiers du Saint-Office » et déploraient que les chevaliers, généralement
jeunes, se montrassent très indisciplinés68. Loin d’inciter ses chevaliers au calme, le Grand
Maître furieux leur donna autorisation d’inspecter librement, et sans avertissement, les
demeures des familiers et des officiers69. Mieux encore, dans un souci de rappeler au SaintOffice son infériorité, il ordonna en 1628, que tous les esclaves des membres du personnel
inquisitorial fussent pris de force et employés désormais sur les galères70. Les tensions se
multiplièrent au point qu’en 1663, le Grand Maître décida de supprimer totalement les
privilèges des familiers et des officiers afin que ceux-ci, au même titre que tous les habitants,
dépendissent exclusivement de son autorité (« pretendendo farli sottopore alla sua
giuridittione »)71. Les patentats du Saint-Office ne purent plus ni porter l’épée, ni monter à
cheval, ni échapper à la justice magistrale et furent contraints de poser un fer au pied de leurs
esclaves.
La réponse de l’Inquisiteur fut immédiate : en 1664, il expédia à Rome un long rapport dans
lequel il rappelait l’importance des privilèges accordés à son personnel72 : le port de l’épée et
la possession d’un cheval étaient essentiels à la protection de la frotnière (« per li bisogni et
62
- ACDF, St. St. HH 3-b, f°543r., 12 octobre 1600.
- ASV, SS Malta 186, ff°122r.-122v., année 1600.
64
- AIM, Corr. 1, f°227r., 4 novembre 1605 ; ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, 1664 (« …tener il cavallo, come lo decidò la
sacra et suprema Congregatione Genereale della Santissima Inquisitione in favor loro l’anno 1605... »).
65
- ACDF, St. St. HH 3-f, Inquisitione di Malta, non folioté, année 1664.
66
- BAV, Borgia Latino 558, f°77r., 13 avril 1600.
67
- ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, année 1664.
68
- ACDF, St. St. HH 3-b, ff°358r.-358v., 23 novembre 1599.
69
- ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, non daté.
70
- ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, non daté.
71
- ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, année 1664, Relazione sopra i privilegi dei familiari del Sant’Ufficio di Malta.
72
- ACDF, St. St. HH 3-f, idem.
63
19
difesa di cotesta Isola nell’invasione d’Infideli »). L’Inquisiteur soulignait également que les
chevaliers faisaient beaucoup de bruit pour quelque 20 familiers portant l’épée au côté. Enfin,
il affirmait que l’anneau porté par les esclaves était bien trop petit pour les empêcher
réellement de s’enfuir ; son utilité consistait seulement à distinguer les « Infidèles esclaves
des Infidèles libres, ce qui n’est pas nécessaire puisque, à Malte, il n’y a pas d’Infidèles
libres »73. Pour cette fois, ce fut l’Inquisiteur qui obtint gain de cause ; la même année, en
1664, les privilèges de son personnel furent réaffirmés officiellement par le Saint-Office et
l’Ordre n’eut d’autre choix que de s’incliner.
Le clergé lésé
D’une manière générale, les autorités de l’Ordre et de l’Inquisiteur s’étaient établies toutes
deux au détriment du clergé insulaire. Déjà, en 1530, l’installation des chevaliers avait eu
pour conséquence l’inféodation de l’évêque au Grand Maître ; mais les problèmes religieux
du XVIe siècle avaient encore aiguisé les tensions entre eux. Car avant que le tribunal
inquisitorial ne s’établît à Malte, les évêques avaient un temps fait office d’inquisiteurs, pour
enrayer le développement de l’hérésie au sein du port. L’Ordre n’avait en effet pas échappé à
la diffusion des idées réformées : tandis qu’en 1540, la Langue d’Angleterre était supprimée,
en réponse à l’indépendance religieuse d’Henri VIII, les chevaliers allemands se montraient
sensibles aux idées nouvelles et les chevaliers français, majoritaires au Couvent,
commençaient également à s’intéresser à la Réforme, suivant ainsi les nombreuses
conversions nobiliaires dans le royaume. Très inquiet, le Grand Maître avait réclamé une
enquête en 1553 pour déterminer quel était le nombre de religieux et de laïcs touchés dans le
port par le protestantisme74.
Le problème de l’hérésie était devenu si crucial au milieu du XVIe siècle, que les évêques
obtinrent du pape la possibilité d’assumer la fonction d’inquisiteurs à Malte. Le premier
d’entre eux fut Domenico Cubbelles, natif de Saragosse, qui exerça un long magistère, de
1540 à 156675. Choisi par le Grand Maître parce qu’il était chapelain de l’Ordre, sa
candidature avait été soumise à Charles Quint, qui l’appuya auprès du pape. Sous son
magistère se déroula, dans les années 1540, un procès qui mit en cause des membres de
l’Ordre76. Dans un tel contexte, Cubbelles avait été en 1561 investi du pouvoir d’inquisiteur
par le pape Pie IV77, après que le Grand Maître Jean de La Valette eût exprimé au pape sa
crainte de voir se diffuser le protestantisme parmi ses chevaliers. Mais la décision pontificale
de 1561 ne satisfit pas du tout le Grand Maître, qui eût préféré que le pape fît le choix de
l’investir lui-même de la fonction d’Inquisiteur au sein de son propre Couvent78, plutôt que de
confier cette tâche à un évêque qui lui était inférieur en autorité. Si l’Ordre se résigna à
accepter la décision pontificale, ce fut seulement en raison du contexte militaire des années
1560, qui faisait passer au second plan la lutte contre l’hérésie et suspendit l’activité
inquisitoriale durant toute l’année 1565. Les affaires militaires (siège de 1565, bataille de
Lépante en 1571, prise de Tunis en 1573), ainsi que la construction d’une nouvelle cité pour
l’Ordre, La Valette, occupèrent si bien Philippe II et les Hospitaliers que nul ne soucia de la
nomination d’un nouvel évêque après le décès de Cubbelles en 156679. Malte demeura alors
73
- ACDF, St. St. HH 3-f, idem (« …Infideli che sono schiavi dall’Infideli che sono liberi, e questo non è necessario perche
in Malta, non vi sono infideli non schiavi… »).
74
- AOM 88, f°154v., 4 mai 1553.
75
- BMA, Ms 1094, Relazione sopra l’officio dell’Inquisitore di Malta fatta nel 1662, anonyme, p.18.
76
- BMA, Ms 1094, Relazione degl’Inquisitori che furono delegati nell’isola di Malta, anonyme, sans date, p.1.
77
- BMA, Ms 1094, Relazione degl’Inquisitori..., op. cit., p.3.
78
- A. Bonnici, Medieval and Roman Inquisition..., op. cit., p.20.
79
- A. Bonnici, Medieval and Roman Inquisition..., op. cit., p.25.
20
privée de pouvoir épiscopal jusqu’en 1573, date de la nomination par le pape de Martino
Royas, prêtre espagnol qui était également chapelain de la Langue d’Aragon. À l’instar de son
prédécesseur, Martino Royas fut investi à la fois comme évêque et comme inquisiteur de
Malte.
L’ancien conflit d’autorité entre le Grand Maître et l’evêque resurgit immédiatement : Royas
désirait en effet affirmer son indépendance à l’égard de l’Ordre en tant qu’Inquisiteur relevant
exclusivement du pape, tandis que le Grand Maître en appelait à sa dépendance envers l’Ordre
en tant qu’évêque et lui refusait un droit de regard et de jugement dans les affaires du
Couvent80. L’impossibilité de la réunion des fonctions d’inquisiteur et d’évêque en une seule
personne apparut d’autant plus nettement au pape que celui-ci souhaitait également affirmer
son autorité sur l’archipel maltais en maintenant l’indépendance de son Inquisiteur. Or, la
nomination des évêques de Malte, passant par l’approbation du roi d’Espagne, empêchait
évidemment cette indépendance et faisait craindre au pontife la possibilité d’un contrôle du
Saint-Office maltais par la Monarchie catholique. Enfin, les évêques de l’île étaient soumis à
l’autorité du Grand Maître, ce qui constituait encore une entrave à l’autorité pontificale sur
une île qui avait pris, à la même époque, l’envergure d’une frontière de la chrétienté.
Profitant d’une réclamation du Grand Maître, qui espérait mettre un frein aux agissements de
l’évêque en se faisant reconnaître seul juge des affaires de son Ordre, le pape Gregoire XIII
nomma, le 3 juillet 1574, Monseigneur Pietro Dusina premier Inquisiteur de Malte et délégué
apostolique81. Par cette investiture, le Saint-Siège avait vaincu les autorités concurrentes et
leur imposait la présence d’une troisième institution religieuse, indépendante à la fois du
clergé, de l’Ordre et de l’Espagne, qui pouvait exercer son contrôle sur l’ensemble de la
société. Mais si l’Ordre conservait une certaine autonomie par son statut de suzerain et de
dirigeant politique de l’île, le clergé maltais – et particulièrement l’évêque – se trouvait
définitivement en situation d’infériorité : déjà inféodé à l’Ordre, il allait désormais subir, en
dépit de son ancienneté, le contrôle sourcilleux de la jeune institution inquisitoriale.
Dans ces conditions, les relations entre l’évêque et l’Inquisiteur demeurèrent peut-être
courtoises et certainement distantes. L’anonyme Relazione sopra l’offcio dell’Inquisitore di
Malta nous informe que, sauf cas particulier, « jamais l’Evêque et l’Inquisiteur ne se
rencontraient et ne travaillaient ensemble »82. Cette indifférence mutuelle permettait à
l’évêque de préserver sa dignité et à l’Inquisiteur d’exprimer son mépris à l’égard d’une
fonction qui dépendait des chevaliers quand la sienne ne relevait que du Saint-Siège. Les
tensions devaient toutefois se manifester très vite : en 1584, l’évêque se plaignit à Rome de ce
que l’Inquisiteur avait osé célébrer la messe en diverses églises de Vittoriosa sans lui en
demander la permission83. Dénonçant par la même lettre l’Inquisteur Antonio Miraglia de
vivre publiquement avec sa maîtresse, épouse d’un habitant de La Valette, l’évêque
manifestait le désir que le Saint-Office reconnût qu’il était mieux à même qu’un Inquisiteur
dépravé d’encadrer la société maltaise84. La querelle entre inquisiteurs et évêques s’envenima
certainement, puisque en 1595, Rome crut bon de rappeler à l’Inquisiteur son devoir de veiller
à ne pas empiéter sur les prérogatives de l’évêque85. Il n’en demeure pas moins que l’autorité
inquisitoriale était bel et bien considérée par le Saint-Office comme étant supérieure à
l’autorité épiscopale : pour tout ce qui touchait à la société maltaise, tant laïque que religieuse,
80
- A. Bonnici, Medieval and Roman Inquisition..., op. cit., p.25.
- ASV, SS Malta 124A, Relazione del Ministero di Malta presentata alla Segreteria di Stato da Monsignor Salviati il di 2
ottobre 1759, f°3v. (« …gli fu spedito il Breve di Inquisitore sotto il 3 luglio del 1574... »).
82
- BMA, Ms 1094, Relazione sopra l’officio dell’Inquisitore di Malta..., op. cit., p.2 (« …per ordinario, mai s’incontrano et
lavorano insieme il Vescovo e l’Inquisitore... »).
83
- ACDF, HH 3-d, Inquisizione di Malta, non folioté, 19 septembre 1584.
84
- Idem.
85
- ACDF, St. St. HH 3-b, Inquisizione di Malta, non folioté, 27 juin 1595.
81
21
L’Inquisiteur jouissait d’une entière autorité et pouvait agir librement, sans en référer ni à
l’Ordre, ni à l’Evêque86 !
La contestation apparaissait donc difficile pour le clergé, voire impossible. Cela se perçoit
bien lors de l’installation à Malte de la Compagnie de Jésus. L’intérêt des jésuites pour
l’archipel maltais était apparu dès le milieu du XVIe siècle, quand l’activité militaire de
l’Ordre avait commencé à faire de l’île un point de mire des rives chrétiennes et musulmanes.
En 1578, le pape chargea l’évêque de trouver les bâtiments destinés à l’hébergement du
collège et de fournir la rente nécessaire au bon fonctionnement de l’enseignement : il fournit
« une belle demeure de La Valette, qui fut entièrement confiée à la Compagnie, et offrit en
outre 400 écus prélevés sur les revenus qu’il touchait de Sicile »87. Mais la somme et les
locaux furent considérés comme insuffisants par le pape, et le projet de construction fut
suspendu jusqu’en 1592, année où l’évêque Tommaso Gargallo soumit de nouveau le projet
au pape Clément VIII88. Après la création d’un Collège des Jésuites de Malte, relevant de la
province de Sicile, le pontife réclama cette fois que le Grand Maître assistât l’évêque dans la
préparation de l’installation des membres de la Compagnie89.
L’intrusion du Grand Maître dans cette affaire était une nouvelle manifestation de l’infériorité
de l’evêque et du clergé. Les avis de celui-ci ne furent d’ailleurs pas suivis : tandis que, par
crainte de se voir concurrencé par les jésuites, il exprimait son désir d’établir le Collège à
Mdina, le pape refusa et exigea, par un nouveau bref, que le couvent des jésuites fût situé à La
Valette90. C’est que l’installation des nouveaux venus dans l’intérieur de l’île ou dans le port
illustrait l’orientation religieuse et politique de Malte : allait-elle se faire dans le sens de la
« modernité », c’est-à-dire sous l’autorité de l’Ordre et de l’Inquisiteur, ou dans un
rattachement symbolique au passé, c’est-à-dire sous la responsabilité du clergé ? Le refus
pontifical était révélateur : le clergé maltais se voyait officiellement privé de toute
reconnaissance et de son autorité sur le devenir d’une large partie de société insulaire91.
Finalement, l’acte de donation des biens immobiliers pour le nouvel établissement, fait par le
Grand Maître et l’évêque, offrit aux jésuites l’église de Saint-Paul de La Valette et un terrain
vierge pour édifier le collège et le séminaire, une rente annuelle de 200 écus (dont une moitié
provenait de la mense épiscopale et l’autre moitié de la cathédrale de Saint-Jean), le privilège
d’établir une taxe annuelle de 5% sur toutes les rentes ecclésiastiques des diocèses, ainsi que
huit bénéfices ecclésiastiques (San Nicolò Tal Mitarfa, Santa Margherita (Zejtun), San Marco,
Tà Mazara, Tà Hued il Medina, Tà Borgiolat, Chisain Tà Bunoxet, Tà Cottafe)92. Un
neuvième bénéfice (San Salvatore) fut même octroyé par l’Inquisiteur en novembre 1594. La
générosité inquisitoriale avait toutefois ses limites : il s’agissait d’un terrain en pleine
campagne, dont la rente n’excédait pas 9 écus par an93. Cela n’empêcha pas pour autant des
murmures au sein du clergé maltais qui supporta difficilement de se voir privé d’une partie de
ses biens par des nouveaux venus94 qui devaient, en outre, évincer rapidement les
86
- ACDF, St. St. HH 3-b, Idem.
- ASV, SS Malta 1, f°21v., 3 décembre 1578 (« … una commoda casa nella Città Valletta, laquale è tuttavia posseduta
dela Compagnia, et di piu offerto di donar 400 scudi d’intrata che tiene in Sicilia… »).
88
- ARSI, Sicula 196, Breve ristretto della fondazione del Collegio di Malta, f°134r., sans date.
89
- ARSI, Instrumentorum 78, f°1248r., 28 mars 1592 (Bref expédié au Grand Maître) et f°1248v., 28 mars 1592 (Bref
expédié à l’Evêque).
90
- ARSI, Instrumentorum 78, f°1249r., 20 janvier 1593.
91
- D. F. Allen, « Anti-Jesuit rioting by Knights of St John during the Malta Carnival of 1639 », in Archivum Historicum
Societati Iesu, Anno LXV, Fasc. 129, janvier-juin 1996, p.11.
92
- ARSI, Sicula 196, f°134v.
93
- ARSI, Sicula 196, Concessioni delle Cappelle della Chiesa del Collegio di Malta della Compagnia di Gesù, f°234r., 12
novembre 1594.
94
- Pio Pecchiai, Il Collegio dei Gesuiti in Malta, in Archivio Storico di Malta, IX, 1937-1938, p..
87
22
Dominicains de leur rôle d’assistants de l’Inquisiteur et d’éducateurs des jeunes renégats et
néophytes95.
Ainsi, à la fin du XVIe siècle, le clergé maltais semblait avoir perdu une grande part de son
autorité sur l’archipel et la société. Malgré ses résistances, il ne pouvait que s’effacer, dans le
milieu portuaire, devant la toute-puissance des institutions exogènes qu’étaient l’Ordre et le
Saint-Office. Seul lui restait le monde rural, auquel les chevaliers et l’Inquisiteurs étaient
assez indifférents : là, il demeurait majoritaire et conservait son ancien rôle d’encadrement et
d’assistance. Le maintien de son ancrage dans le passé maltais, sa proximité réelle et
linguistique avec le petit peuple rural, mais aussi, bien que dans une moindre mesure, citadin,
lui conservaient un attachement jamais démenti des Maltais, et le confortait dans son rôle de
conservatoire de l’identité insulaire, rassemblant peu à peu les contestations d’une société
frontalière de plus en plus étrangère aux institutions qui se disputaient le pouvoir de la
dominer.
Le clergé et les Maltais : la progressive contestation des pouvoirs exogènes
Malte compte peu de révoltes populaires à l’époque moderne. Inexistantes au XVIe siècle,
elles firent leur apparition au siècle suivant, liées à une contestation de l’œuvre militaire de
l’Ordre, et particulièrement au coût que représentait la nouvelle fortification de l’espace
portuaire, en un temps où le danger turc à l’encontre de l’île semblait bien amoindri. Lors de
cette première révolte contre l’Ordre, le clergé insulaire fut au premier plan.
Depuis toujours, les Maltais étaient tenus de contribuer, au nom de leur protection et de celle
de leur île-frontière, à l’avancement des projets de mise en défense menés par les chevaliers.
Quel que fût leur âge et leur sexe, les insulaires pouvaient toujours être appelés sur les
chantiers96. Mais la participation était surtout financière et ce fut bien là la raison de la révolte
de 1637. Depuis 1635, l’Ordre finançait l’édification d’une nouvelle ligne de rempart
portuaire, la Floriana, qui devait protéger La Valette. En 1636, pour hâter les travaux et
soulager ses finances, il effectua le prélèvement de deux taxes sur la population laïque (50
000 écus) et sur le clergé (5 000 écus)97 que les Maltais acceptèrent sans rechigner. Le
problème était que l’Ordre, mécontent des travaux, envisageait de détruire les nouveaux
remparts pour en édifier d’autres à leur place : pour ce faire, en 1637, le Conseil réclama une
nouvelle imposition de la population insulaire98. L’attitude incongrue de l’Ordre, qui s’entêtait
à vouloir abattre la Floriana, n’échappa pas aux Maltais, rendus furieux par l’éventualité
d’une nouvelle imposition destinée au financement d’une fortification déjà existante.
À l’annonce du prélèvement de la taxe, plusieurs casaux maltais s’insurgèrent dès le mois de
septembre 163799. La révolte débuta à Zejtun, sous l’influence des prêtres des villages de
Zejtun, de Marsa, ainsi que du prêtre de la paroisse de Birkirkara, Don Filippo Borg, lettré
maltais, artisan irréprochable de la Réforme Catholique à Malte et consultore du SaintOffice100. Les meneurs de la révolte, tous membres du clergé, incitèrent les habitants à
marcher sur le port en procession, en portant un crucifix et une statue du saint de leur village,
pour témoigner de leur indignation. Dans le même temps, une Relazione anonyme, sans doute
95
- Antonio Leanza, « I Gesuiti in Malta al tempo dei Cavalieri gerosolomitani », in Varia Historia Societatis Iesu, 1934, p.
12.
96
- AOM 465, ff°290v.-291r., 3 juin 1635.
97
- AOM 256, f°143r., 3 avril 1636.
98
- Vincent Borg, Fabio Chigi, apostolic delegate in Malta (1634-1639), Biblioteca Apostolica Vaticana, Città del Vaticano,
1967, p.328, Lettre de l’Inquisiteur au pape rappelant les faits, 10 novembre 1637.
99
- V. Borg, p.328, Idem.
100
- Godfrey Wettinger, « Early maltese popular attitudes to the government of the Order of St John », in Melita Historica,
VI, 1974, p. 258.
23
écrite par Don Filippo Borg101, circula parmi la population et fut expédiée au pape102. Elle
accusait directement l’Ordre de ne pas gouverner correctement son archipel et incitait la
population à affirmer son indépendance, conformément aux anciens privilèges que Malte
avait obtenus aux époques angevine et aragonaise. La Relazione appelait les habitants à
modeler leur comportement sur celui qu’avait adopté la noblesse de l’île en 1530, lorsque
certains de ses membres avaient préféré gagner la Sicile plutôt que de supporter l’autorité des
chevaliers103. Enfin, la Relazione déplorait que les habitants fussent soumis régulièrement à
des taxes imposées par l’Ordre, au point qu’ils souffraient de la faim de manière chronique104.
Furieux, le Grand Maître accusa directement (et sans preuve) Don Filippo Borg d’être l’auteur
du pamphlet et de saper l’autorité de l’Ordre sur son fief en échauffant les esprits contre lui. Il
se heurta cependant à l’autorité de l’Inquisiteur, soucieux de protéger le membre de son
personnel105 et certainement ravi de trouver une occasion de s’opposer au Grand Maître, en
une époque où les querelles au sujet des privilèges de son personnel détérioraient les relations
entre chevaliers et familiers. Mais devant l’ampleur inattendue de l’agitation populaire, les
chevaliers se trouvèrent dans l’incapacité d’effectuer le prélèvement financier dont ils avaient
besoin106. L’Ordre venait de se heurter pour la première fois au peuple manifestement plus
proche de son clergé que de son suzerain. Cela tenait d’abord au contexte du XVIIe siècle, où
s’était amenuisé le danger musulman. Les campagnes, toujours très pauvres, vivaient
désormais moins dans l’inquiétude du Turc que dans celle de se nourrir convenablement et se
montraient de ce fait peu disposées à soutenir les ambitions militaires d’un Ordre en mal de
croisade. En ce milieu du XVIIe siècle, même en plein cœur de Malte, le temps n’était plus à
la guerre sainte contre l’Infidèle et à l’union indéfectible des insulaires avec les chevaliers qui
avaient caractérisé l’époque du Grand Siège. L’une des facettes de la frontière maltaise venait
de s’assombrir, au détriment de l’Ordre et au bénéfice du clergé.
Cet épisode fut certes exceptionnel, mais il résonne aujourd’hui comme l’expression d’un
discorde nouvelle entre les habitants de l’île et les chevaliers, d’un sentiment confus d’une
communauté d’intérêt des Maltais, qui s’exprimerait pleinement au cours du second XVIIIe
siècle à la faveur de contestations diverses et de la célèbre révolte des prêtres en 1775,
considérée comme l’une des premières expressions d’un « nationalisme » insulaire107.
CONCLUSION
En définitive, la frontière maltaise était bien née de la rencontre de trois autorités religieuses
qui se partagèrent l’archipel et tentèrent de fonctionner ensemble aux XVIe-XVIIe siècles. La
société insulaire devait ainsi se reconnaître à la fois dans le clergé, incarnation d’un passé
catholique lointain et porteur des éléments déterminants de l’identité maltaise (sa langue, sa
culture), dans une tradition de guerre sainte incarnée plus récemment par l’Ordre et issue du
sang versé en 1565 et de l’union sacrée qui avait soudée Maltais et chevaliers, et enfin dans
une défense interne du christianisme accepté par tous (population et autorités) comme étant
l’élément déterminant de la frontière entre les civilisations.
101
- Godfrey Wettinger en est persuadé (G. Wettinger, «Early maltese popular attitudes... », art. cit., p. 257).
- G. Wettinger, « Early maltese popular attitudes... », art. cit., p. 271-278 (édition de la Relazione, qui se trouve à la
National Library of Malta).
103
- G. Wettinger, « Early maltese popular attitudes... », art. cit., p. 272 (« …dopo la venuta della Religione in Malta, tutta la
nobiltà per non stare sotto l’obedienza della Religione si è partita in diverse città di Sicilia... »).
104
- G. Wettinger, « Early maltese popular attitudes... », art. cit., p. 272-273 (« …le tante tasse che li vengono imposte
giornalmente che non si resta al misero popolo afflitto che la pelle e le ossa »).
105
- V. Borg, p. 305.
106
- Alison Hoppen, « Military priorities and Social realities in the Early Modern Mediterranean : Malta and its
fortifications », in Hospitaller Malta, op. cit., p. 419.
107
- A. Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle..., op. cit., p.191.
102
24
Cette belle harmonie ne devait toutefois résister aux ambitions de pouvoir des institutions et
au dépassement progressif de la religion comme élément de la conscience frontalière. Lorsque
au XVIIe siècle, la frontière devint mentale, psychologique, tout à la fois marquée par une
ouverture à l’autre et un refus de la différence religieuse, la religion ne constitua plus l’unique
élément de sa survie et de sa cohésion. Elle devenait alors une véritable identité, certes fondée
sur la religion, mais également sur une langue, une culture et une histoire communes. À
terme, les institutions politico-religieuses exogènes, et tout particulièrement l’Ordre, qui
avaient contribué à faire émerger la frontière maltaise, se trouvaient dans l’incapacité de
l’incarner. Seul survivait le clergé, référent identitaire puissant, fondement de l’unité et des
contestations insulaires, qui se poserait bientôt en pouvoir politique réel face à des autorités –
l’Ordre et l’Inquisition – qui, bien qu’étant « de Malte », n’étaient et ne furent jamais
maltaises.
Anne BROGINI
CMMC – Université de Nice.
Monarquía, guerras locales y relaciones de fuerza transfronteriza en el Pirineo navarro:
el origen del conflicto de los Alduides*
Fernando CHAVARRÍA MÚGICA, IUE/EUI, Florencia
[email protected]
En la Navarra del siglo XVI el fundamento de la obligación de los vecinos de acudir a
la llamada al apellido o movilización armada era el reconocimiento del derecho de
autodefensa a cada comunidad libre, lo cual constituye una diferencia fundamental con
respecto a un sistema de levas. Solo podían ser convocadas para la defensa del reino y en
servicio del monarca, que era el único poder reconocido con plena potestad para decidir en
asuntos de paz y guerra. Pero también por el propio concejo para acudir a proteger el orden y
el honor colectivos de la comunidad en cuestión. Este tipo de convocatorias no se limitaban a
acciones esporádicas de “policía”, como podía ser la persecución de bandidos y ladrones,1 o
de defensa de intereses generales, como eran las movilizaciones en defensa de la frontera. Era
igualmente utilizadas para proteger (o imponer) sus privilegios y necesidades frente a las
pretensiones de otras poblaciones rivales. Ordinariamente aquellas que se sentían agraviados
podían acudir a los tribunales de justicia en busca de ayuda o pedir la mediación arbitral de
alguna autoridad superior. Sin embargo, si esto no era posible recurrían con relativa
frecuencia al uso de la fuerza. En el caso de que los contendientes dependiesen de distintos
soberanos, más aun si estos eran enemigos entre sí, lo que en un principio era solo un
problema de orden público podía llegar a tener repercusiones políticas de mayor calado.
El desarrollo del llamado conflicto de Alduides a lo largo del siglo XVI constituye un
caso representantivo, además del más grave, en este sentido:2 la disputa pastoril inicial pasaría
*
Este trabajo forma parte de la tesis doctoral que el autor ha desarrollado en el Instituto Universitario Europeo de Florencia
con el título “Monarquía fronteriza: guerra, linaje y comunidad en la España Moderna (Navarra, siglo XVI)”, bajo la
dirección del prof. Diogo R. Curto.
1
Así sucedería cuando los vecinos de Ochagavía acudieron armados para perseguir a los bandidos franceses que habían
saqueado el santuario de la Virgen de Muskilda, atrapando al menos a dos de ellos que serían enviados a Pamplona para ser
ajusticiados, AGS, Estado, legajo 359, [nº 178].
2
La intervención armada en nombre del monarca en favor de los valles navarros implicados no fue en absoluto resolutiva. De
hecho el conflicto de los Alduides se prolongarían hasta bien entrado el siglo XIX. Los trabajos de Arvizu sobre este tema,
25
a enfrentaminto armado entre comunidades fronterizas para convertirse en un auténtico
episodio bélico en la que la monarquía se vería forzada a intervenir, a pesar de sus reticencias
iniciales, en defensa de intereses meramente locales. Este caso demuestra claramente como
los valles pirenaicos no vivían en un estado de aislamiento político ni que las autoridades
reales ignoraran la relevancia de estas “guerras campesinas”.3 Las comunidades fronterizas
desarrollaban su propia política a escala local, para lo cual buscaban la implicación de las
autoridades regias en sus propios asuntos cuando les convenía adquirir mayor peso para
imponerse, con las armas si era necesario, a sus vecinos del otro lado de la frontera. Los
enfrentamientos armados entre comunidades ponen de manifiesto la imagen falsificada de una
sociedad esencialmente pacífica, separada circunstancialmente por fronteras y jurisdicciones
impuestas que no reconocían como propias, que tradicionalmente ha prevalecido en la
historiografía pirenaica. Del mismo modo que el monarca acudía a los poderes locales para
llevar a la práctica sus planes en la región, los fronterizos buscaban conscientemente su apoyo
para defender sus intereses particulares. Esta convergencia de fuerzas no venía dada de por sí.
La “guerra en la frontera” del monarca no tenía por qué seguir el mismo ritmo que la “guerra
fronteriza” entre los valles. Los intereses de una y otra parte podían ser muy dispares, aunque
no necesariamente opuestos, y precisamente por ello las comunidades debían hacer ver a las
autoridades regias que lo que sucedía en las montañas no eran episodios recurrentes de
violencia privada entre pastores sino una agresión en toda regla contra la soberanía de la
Monarquía, de la que los valles se proclamaban defensores. El recurso al discurso de la lealtad
frente al enemigo exterior no se basaba simplemente en un criterio oportunista o meramente
utilitario, era un modo de hacer valer su condición de súbditos amenazados para comprometer
al soberano en su defensa.
A pequeña escala la mayor preocupación de las comunidades de la Montaña de
Navarra era disponer de los recursos naturales adecuados que permitieran el sostenimiento de
su economía silvo-pastoril.4 A principios del siglo XVI la comarca de Alduides era un
territorio despoblado situado entre el valle de Baigorri y el valle de Erro. Antes de la
conquista ambos territorios se encontraban bajo la soberanía de los Albret, que en principio se
atribuían la posesión de los montes, cuyo aprovechamiento ya entonces resultaba
problemático. Su importancia para el modo de vida de las poblaciones circundantes era vital
por el aprovechamiento de la madera de sus bosques y muy especialmente por los pastos altos
de montaña.5 Una sentencia arbitral emitida por el rey Carlos III de Evreux en 1400 definiría
los términos para el uso y disfrute de los bosques y pastos altos de los montes Alduides,
donde cada año los vecinos de los valles circunvecinos llevaban sus ganados para pasar la
aunque aciertan al indicar que el fenómeno debe leerse según tres escalas diferentes (la propiamente local; la de los
intermediarios o representantes del poder real; la de la soberanía o estatal) no consigue establecer el alcance y límites de la
interrelación entre ellas, ya que de hecho las considera prácticamente independientes entre sí. Su análisis adolece de un
marcado sentido institucional ya que se fundamenta en la documentación formal emanada por sucesivas negociaciones de las
autoridades reales desarrolladas con posterioridad pero no ofrece una interpretación coherente del origen y evolución de la
conflictividad fronteriza en su propio contexto. Sin duda estas carencias tienen mucho que ver en el escaso interés que este
investigador da al siglo XVI cuando es precisamente en este período cuando se conformará el conflicto y se planteará la
cuestión fronteriza, irrelevante antes de la conquista de Navarra en 1512: F. DE ARVIZU, El conflicto de los Alduides
(Pirineo Navarro): Estudio institucional de los problemas de límites, pastos y facerías según la documentación inédita de los
archivos franceses (XVII-XIX), Pamplona (1992).
3
Christian Desplat incide sobre la relevancia de estos conflictos armados entre valles fronterizos pirenaicos comunmente
ignorados o subestimados, pero al centrarse principalmente en las relaciones bilaterales entre comunidades acaba por aislarlas
en un nivel herméticamente local que no responde, en este sentido, a la realidad: C. DESPLAT, La guerre oubliée: Guerres
paysannes dans les Pyrénées (XIIe-XIXe siècles), Biarriz (1993).
4
A. ZABALZA, “L’Espace et L’Homme: Le controle des ressources naturelles dans les Pyrénées navarraises (XVIe-XVIIIe
siècles)”, en M. BRUNET, S. BRUNET y C. PAILHES (eds.), Pays Pyrénéens et pouvoirs centraux (XVIe-XXe s.), Foix
(1993), vol. I, pp. 145-154.
5
Sobre el régimen de compascuidad de estos pastos de altura entre diversas comunidades montañesas, muy frecuente en los
Pirineos, ver J. M. MORICEAU, Histoire et géographie de l’élevage français du Moyen Âge à la Révolution, París (2005),
pp. 377 y ss.
26
estación estiva.6 El valle de Baztán podría llevar su ganado “de sol a sol” en determinadas
zonas; solo los rebaños de Roncesvalles, Erro y Valcarlos tenían derecho a construir corrales
permanentes; mientras que los de Baigorri debían pagar los derechos correspondientes para
acceder a los pastos adicionales que necesitasen. En principio la sentencia era claramente
favorable al valle de Erro, en el reino de Navarra, que se atribuía plenos derechos sobre este
territorio, en contra de los de Baigorri a quienes se cedía una parte muy limitada. Por supuesto
este mandato no los contentó pero debieron asumirlo si no querían incurrir en un desacato
contra su propio rey. Los conflictos pastoriles no acabaron pero lo cierto es que los términos
de la sentencia no volverían a ser puestos en entredicho hasta el cambio dinástico en Navarra.
Este tipo de tratados, también conocidos como “cartas de patz”, “pacerías”, “conversas” o
“lies et passeries” no pretendían ser equitativos ni estaban basados en un supuesto sentimiento
de hermandad montañesa.7 Muy al contrario, en realidad eran la legitimación de relaciones de
poder y dependencia entre comunidades vecinas cuyo móvil era la satisfacción de necesidades
concretas.8 Este es el caso de la famosa facería conocida como “El tributo de las tres vacas”
por medio de la cual el valle bearnés de Baretous pagaba todos los años en especie por el
derecho a usar los pastos pertenecientes al valle navarro de Roncal mediante una ceremonia
de sometimiento determinada.9 La clave de la estabilidad de este tratado que se mantendría
durante siglos en sus puntos fundamentales, aunque también sufriría incumplimientos
recurrentes y momentos de tensión, no se encuentra en la solidaridad transpirenaica sino en el
desahogo que tenían los roncaleses por gozar de grandes privilegios en el aprovechamiento de
los pastos de las Bardenas Reales en el sur de Navarra, donde trasladaban su propio ganado
cada año.10
En principio la conquista de Navarra no alteraría significativamente los modos de vida
de los valles pirenaicos. Fernando el Católico y sus sucesores confirmaron y respetaron todos
los privilegios, disposiciones y tratados concernientes a los valles fronterizos como harían a
su vez los Albret desde su señorío de Bearn. Los monarcas no estaban interesados en cambiar
los modos de vida de las comunidades que habían terminado por jurarles lealtad y aceptar su
autoridad. Esta es la razón por la cual mientras no estuviese en juego ningún interés de orden
superior apoyaban las facerías y tratados de “buena correspondencia”, ya que les permitían
ejercer cierto control sobre áreas potencialmente inestables por su propia situación
fronteriza.11 Pero más allá de las leyes, las costumbres y los acuerdos, la fuerza y los intereses
de cada uno de los valles y poblaciones implicadas podía variar a lo largo del tiempo, lo cual
podría moverlos a forzar una alteración de un equilibrio local con el que ya no se sentían
satisfechos o del que percibían podían sacar mayor provecho. En este sentido la nueva
6
Una copia de la sentencia puede encontrarse en AGN, Reino, Límites, leg. 2, carp. 14; F. DE ARVIZU, “Frontera y
fronterizos: el caso de los Alduides (Pirineo de Navarra)”, Anuario de Historia del Derecho Español, LXXI (2001), pp. 1517.
7
En un artículo clásico de la historiografía pirenaica Cavaillès llegaría a tratar las relaciones entre valles como el embrión de
un proto-estado pirenaico, al interpretar erróneamente las “facerías” prácticamente como un ejercicio de soberanía nacional.
Esta visión deformada puede explicarse en gran parte por basarse en una lectura parcial de textos legales descontextualizados
y no en un amplio análisis de la práctica concreta de las relaciones transfronterizas: H. CAVAILLÈS, “Une fédération
pyrénéenne sous l’ancien régime. Les traités de lies et de passeries”, Revue Historique, 105/1 y 2 (1910), pp. 1-34 y 241-276.
Un estado de la cuestión reciente: S. BRUNET, “Les mutations des lies et passeries des Pyrénées, du XIVe au XVIIIe siècle”,
Annales du Midi, 114 (240), pp. 431-456.
8
Un ejemplo de este tipo de situación sería las facerías que el valle de Arán mantenía con las comunidades vecinas a
principios del siglo XVII: BRUNET, Les prêtes des montagnes. La vie, la mort, la foi dans les Pyrénées centrales sous
l’Ancien Régime (Val d’Aran et diocèse de Comminges), Aspet (2001), pp. 132-136.
9
F. IDOATE, “Algo más sobre el Tributo de las tres vacas”, y “En torno a una supervivencia medieval o el Tributo de las
tres vacas”, ambos en Id., Rincones de la Historia de Navarra, Pamplona (1954), vol. I, pp. 251-258, y (1956), vol. II, pp.
504-520.
10
CDNCC: AGS, Cámara de Castilla, libros de cédulas, 251, f. 628r-v.
11
Las “facerías” o acuerdos entre los valles pirenaicos no se hacían de espaldas de las autoridades regias, que no solo los
consentían sino que los aprobaban y confirmaban, C. DESPLAT, “Henri IV et les traités de ‘paréages’ pyrénéens. Un
exemple de compromis politique entre le centre et la périphérie”, Annales du Midi, 114 (240), pp. 457-480.
27
situación planteada con los turbulentos acontecimientos que culminaron con la conquista del
reino y su posterior división (c.1527) darían la oportunidad a los de Baigorri de inclinar a su
favor la relación de fuerza respecto a los valles fronterizos. Lejos de animar al entendimiento
esta vecindad favorecía y justificaba la rivalidad. El nuevo orden constituía una oportunidad
de reavivar viejas reivindicaciones. En 1512 los de Baigorri pretendieron sin éxito reclamar la
“promiscuidad” de los Alduides, en un intento de igualarse con el valle de Erro, que tendrían
que volver a demostrar la exclusividad de sus derechos en 1520 y 1526. De nuevo en 1553
una sentencia promulgada por los tribunales del propio Príncipe de Béarn daría la razón al
monasterio de Roncesvalles contra las pretensiones de San Juan de Pie de Puerto de
apropiarse de ciertos términos de la población de Valcarlos. Si los baigorranos necesitaban
hacer uso de ellos debían concertarse con ellos como de hecho venían haciendo desde hacía
décadas. Pero esta era una solución que nunca terminaron de aceptar.
El cumplimiento de los capítulos establecidos en la sentencia de 1400, como de
cualquier “facería”, dependía en última instancia de la voluntad de las comunidades
implicadas. Su capitulado tenía validez en tanto en cuanto reportase alguna ventaja, de otro
modo resultaban perfectamente trasgresibles y de hecho eran continuamente trasgredidos.
Aunque contemplaban una serie de penas para castigar a los infractores y compensar a los
perjudicados, resultaban de difícil imposición precisamente por pertenecer cada una de las
partes a distintas jurisdicciones y, lo que es más importante, a distintas soberanías.
Comunidades antes bajo un mismo rey pasaron después del cambio dinástico en Navarra a ser
gobernadas por monarcas enemigos entre sí, lo cual obviamente tendría consecuencias
relevantes en el equilibrio de poderes fronterizo. La diferencia fundamental con la situación
anterior es que la nueva frontera permitía un gran grado de impunidad que ya no estaba
compensada por la presencia de una autoridad superior común a la que ambas partes podían
apelar en igualdad de condiciones. La única forma de forzar el cumplimiento de los acuerdos
era la aplicación de ciertas vías de hecho aceptadas tradicionalmente. Si por ejemplo una
comunidad introducía su ganado en pastos que no le correspondían, una falta frecuente, los
perjudicados tenían el derecho y el deber de aplicar la pena de “pennoración” que no era otra
cosa que la confiscación de los animales como castigo y como medida preventiva para
asegurarse una compensación. Si los dueños querían recuperarlos debían pagar un rescate por
cabeza según una tarifa previamente establecida, de otro modo se vendía una parte para pagar
las sanciones. La pena llamada de “carneramiento”, consistente en el sacrificio de un
determinado de reses incautadas, se aplicaba solamente en casos específicos considerados de
especial importancia. Una infracción más grave era el traslado de las piedras o “mojones” que
demarcaban el territorio para ganar más terreno de pastos, pretendiendo a su vez evitar la
jurisdicción del valle que tratara de confiscar su ganado. Obviamente estas capturas eran
siempre discutidas y discutibles por lo que no era extraño que provocasen a su vez nuevos
prendamientos a modo de represalia... Después de un ciclo de represalias y contra-represalias
en el que nadie solía quedar satisfecho lo más corriente era que las partes optaran por una
solución arbitral o negociada. Al fin y al cabo tanto unos como otros volverían a encontrarse
cada año con sus rebaños en las montañas. Estos acuerdos tenían como objeto compensar a
los damnificados para apaciguar los ánimos pero no la resolución de los problemas que
subyacían detrás de los conflictos, de modo que una vez llegado a un acuerdo se volvía al
punto de partida en espera de la siguiente trasgresión y el inicio de otro ciclo de represalias. El
verdadero objetivo de una facería entre comunidades fronterizas no era tanto el cumplimiento
literal de su capitulado sino la gestión de la conflictividad para mantenerla dentro de unos
márgenes tolerables. Enfrentamiento y conflicto, tanto como colaboración e intercambio, eran
elementos inherentes a una sociedad fronteriza.
El abandono de Ultrapuertos supuso un incentivo a las presiones de Baigorri,
favorecidos por un nuevo factor: la impunidad fronteriza favorecida por la enemistad entre sus
28
respectivos soberanos y el estado semipermanente de guerra durante la primera mitad del
siglo XVI. Es entonces cuando Alduides pasaría de convertirse en un espacio de ordinarias
disputas pastoriles sobre términos y aprovechamiento de recursos en una auténtica “frontera”,
un espacio de enfrentamiento a escala local. Sin embargo, las razones, los procedimientos y
los objetivos de este tipo de conflictividad dependían de factores específicos al entorno en el
que se desarrollaban, paralelamente a los intereses políticos y estratégicos del monarca.
Durante los años siguientes las disputas fronterizas se harían más virulentas y frecuentes. Las
partes en conflicto fueron por una parte el valle de Baigorri, dominio del Príncipe de Béarn
como feudatario del rey de Francia; por otra la Colegiata de Roncesvalles y la villa de
Valcarlos, dependiente de esta, así como el valle de Erro, ambos en el reino de Navarra y por
tanto bajo soberanía del rey de España. La intervención de otras comunidades vecinas tanto de
un lado (Cisa y San Juan de Pie de Puerto) como de otro (valles de Baztán y Aézcoa), en este
asunto fue de mucha menor importancia aunque mantenían intereses en la zona. En vista que
la razón jurídica estaba del lado de los navarros los de Baigorri decidieron optar por la razón
armada que les era más favorable. En 1527 el Vizonde de Echauz encabezaría una represalia
apresando ganado del valle de Erro en una incursión a mano armada en los montes Alduides.
En 1535 sería el Señor de Lasa, castellano de San Juan de Pie de Puerto, quien dirigiera junto
a un teniente del vizconde una nueva represalia al mando de 300 hombres cobrándose en esta
ocasión más de 70 novillos y otros 260 cerdos para compensar los prendamientos que
previamente habían sufrido a manos de los del valle de Erro al ejercer sus derechos de
propiedad sobre Alduides. También en 1548 y de nuevo en 1552 entraron y prendieron con
violencia varias decenas de cabezas de ganado vacuno y de cerda.
En los años sucesivos el conflicto se complicaría con la intervención de los
“tablajeros” o vigilantes de la aduana de Valcarlos y Burguete, que ejercían su función con
poderes delegados del rey. Una de las cuestiones más espinosas era la negativa de los pastores
de Baigorri a pagar las tasas correspondientes por pasar con su ganado al reino de Navarra,
aprovechando los acuerdos que les permitían hacerlo en Alduides, tal como estaba
contemplado por la legislación. Además del obvio beneficio económico que suponía para los
transgresores esta oposición tenía también un sentido jurídico. No podían aceptar que el rey
de España pretendiese hacerles pagar ninguna tasa como extranjeros por adentrarse en una
zona que reivindicaban como propia. Por supuesto si eran detectados por los guardias de la
aduana sus rebaños eran automáticamente “descaminados” o decomisados. Si en un plazo
breve no pagaban los derechos reales los perdían. Cada vez que aceptaban un prendamiento
de ganado o pagaban el impuesto de la aduana podía interpretarse como la aceptación de la
jurisdicción establecida y por tanto la renuncia a los derechos que pretendían. Como la ley no
los asistía el recurso más obvio para expresar su oposición y al mismo tiempo resarcirse de
sus pérdidas era una vez más el ejercicio de la represalia que los de Baigorri interpretaban
como un derecho y las comunidades vecinas como un flagrante abuso, ya que ellos no eran
responsables de la actuación de los “tablajeros”. Así sucedería en 1554 cuando unos hombres
del lugar de Azcárate se adentraron en secreto en los términos de Valcarlos para robar 22
cerdos. Ese mismo año Antón de Echauz, primogénito del vizconde, llevaría a cabo una
“cabalgada” al mando de 300 hombres armados por orden de Marcos de Lasa, alcaide de San
Juan de Pie de Puerto, robando otro centenar. Episodios similares sucedieron en 1565 y de
nuevo en 1574, cuando un grupo de unos 40 vecinos armados del lugar de Osés se llevarían
120 cerdos. Los incidentes volverían a repetirse con especial virulencia en 1583 y 1587 y aun
posteriormente. Todo ello, según decían, “en venganza de los tablajeros y recobro de los
reales derechos”.
La frecuencia y creciente intensidad de los conflictos por el control de los montes
Alduides generaría una dinámica de hostilidad que acabaría convirtiendo una serie de disputas
concretas más o menos graves pero típicas entre poblaciones campesinas, en una auténtica
29
guerra no declarada entre valles fronterizos, al margen de la situación en que se encontrasen
las relaciones entre sus respectivos soberanos. En este sentido el aumento de la conflictividad
y su virulencia no puede atribuirse únicamente a la cuestión pastoril. Los prendamientos, las
represalias y las reivindicaciones no eran la causa de la tensión sino los síntomas de un
problema subyacento de mayor calado. En realidad las acciones más violentas que se
registraron no estaban directamente relacionadas con la ganadería sino con la construcción de
corrales, “bordas” o refugios de pastores y, en última instancia, viviendas en las tierras altas
de Alduides. Las facerías eran muy estrictas a este respecto. Los vecinos de Valcarlos y Valle
de Erro reclamaban el derecho como legítimos propietarios a proceder a la inmediata
demolición de cualquier construcción no autorizada dentro de sus términos. Hay que tener en
cuenta que las bordas permitían guardar el ganado día y noche, en los refugios podía vivir
gente todo el año, que lógicamente procedería a roturar la tierra para cultivar lo cual suponía a
su vez una disminución de los pastos. Pero esta destrucción debe interpretarse, al igual que los
prendamientos de ganado, como actos con alto contenido simbólico destinados a marcar la
posesión del territorio ya que la edificación constituía a su vez un modo de apropiación del
espacio en sí mismo que podía invalidar cualquier pretensión jurisdiccional. Esto era debido
obviamente a una razón de fuerza pero también a que los estados de la edad moderna
fundamentaban su soberanía sobre comunidades organizadas y no sobre simples extensiones
de terreno. La carga jurídica de estos actos que legitimaban el poder de una comunidad frente
a otras poblaciones era tan importante como sus repercusiones prácticas. Era a través de esta
apropiación del espacio a nivel local o “pratica dei confini”, según la expresión de Grendi, y
no con los decretos emanados desde la corte, como quedaban fijadas (o se cuestionaban) los
límites jurisdiccionales del reino y en última instancia el alcance territorial de la soberanía de
un monarca.12
La creciente presión demográfica en el valle de Baigorri y el orden social cerrado
establecido obligaría a muchos a buscar nuevas tierras donde asentarse. Los que no podían
emigrar a tierras lejanas, simplemente abandonaron el valle para asentarse en los Alduides sin
importarles los derechos que en vano reclamaban los valles vecinos de Erro y Valcarlos. A
partir de mediados del siglo los asentamientos esporádicos de este tipo fueron superados por
la fundación de una verdadera población. El origen de este núcleo habitado está asociado a la
fuerte migración provocada por la imposición del credo calvinista ordenada en 1567 por Juana
de Albret en todos sus dominios incluido Baigorri, de inmensa mayoría católica.13 Para seguir
asistiendo a los oficios religiosos y seguir recibiendo los sacramentos construyeron con el
permiso de Felipe II una ermita en los montes Alduides justamente donde comenzaban los
dominios del rey de España. Aprovechando esta circunstancia se multiplicaron los
asentamientos, lo cual conllevaba necesariamente la introducción de más ganado y la
roturación de tierras.14 Hacia 1585 los pobladores ya recogían más de 6000 robos de trigo y
12
E. GRENDI, “La pratica dei confini: Mioglia contro Sassello, 1715-1745”, Quaderni Storici, 63 (1986), pp. 811-845,
reeditado en E. GRENDI, In altri termini: Etnografia e storia di una società di antico regime, Milán (2004), pp. 133-166.
Para esta tutela de los límites entre una comunidad y otra no era necesaria la intervención de ningún representante de un
poder superior aunque no cabe duda que su presencia daría más fuerza y solemnidad a los actos de posesión sobre todo
porque solían quedar registrados por escrito con presencia de testigos: A. STOPANI, “La memoria dei confini giurisdizionale
e diritti comunitari in Toscana (XVI-XVIII secolo)”, Quaderni Storici, 118 (2005), pp. 73-96, y O. RAGGIO, “Costruzione
delle fonti e prova: Testimoniali, posseso e giurisdizione”, Quaderni Storici, 91, (1996), pp. 135-156.
13
La inmigración norte-sur (de la Baja a la Alta Navarra) solo resultaría un factor demográfico relevante a partir de esta
fecha: S. HERREROS LOPETEGUI, Las tierras navarras de Ultrapuertos (siglos XII-XVI), Pamplona (1998), p. 224.
14
“Si la piedad y religioso celo no hubiera permitido construir la iglesia en dominio de España no se entendiera el exceso de
los Baigorrianos el año de 1570 a fabricar bordas o corrales, pastar su ganado, roturar las tierras para sembrarlas y percibir las
utilidades de los montes”: “Representación a el rey nuestro señor sobre el dominio en los montes de Alduide, derechos a el,
util y pasturas de los valles de Valderro, Valcarlos y Baztan y Real Casa de Roncesvalles. Violentas usurpaciones en el de
Baiguer, continuos reencuentros e inquietudes en las fronteras desde el año 1237 hasta el de 1752 del general Conde de
Gages”, p. 6: AHN, Estado, libro 659, ff. 61-142.
30
más de 2000 de mijo.15 Este proceso dió lugar a la formación de un núcleo habitado estable
que crecería y consolidaría durante el último tercio del siglo hasta alcanzar en 1600 unas 70
casas.16 La población de Alduides se había convertido de hecho, que no de derecho, en una
prolongación del valle de Baigorri ante la impotencia de los valles navarros, a quien
pertenecía por derecho el territorio ocupado. Los habitantes de Valcarlos y del Valle de Erro
estaban siendo desplazados de sus propios términos en los Alduides por una comunidad que
servía a un príncipe extranjero. En 1588 un viejo pastor nacido en Osés (Baja Navarra) pero
avecindado en Espinal (Navarra) atestiguaba como:
“de veinte años a esta parte los dichos de Baiguer han ido entrando mucho más adentro de lo
que solían gozar en lo de Alduide y han hecho muchas roturas y bordas en distancia de dos
leguas poco más o menos en lo de Alduide de hecho de su propia autoridad sin que los dichos
de Valderro se puedan defender por estarles prohibido por los señores Visorreyes de este
reino [de Navarra] no hagan entradas ni asaltos a los de Baiguer, por bien de paz y evitar vías
de fuego y escándalos y de esta manera los dichos de Baiguer han entrado y van entrando
mucho más adentro de lo que solían en Alduide como esto es público y notorio”17
Los potentados locales tuvieron un papel muy importante en el desarrollo de este
conflicto. Los navarros no dudaron en señalar al vizconde Antón de Echauz, cuya casa
disfrutaba de una posición preeminente en Baigorri, como uno de los máximos responsables
en este sentido. A raíz del cambio dinástico en el reino de Navarra tanto él como sus
antepasados acaudillaron en múltiples ocasiones las represalias, contando incluso con el
apoyo de la cercana castellanía de San Juan de Pie de Puerto en la Baja Navarra. Los Echauz
tenían un gran interés en el control de estos pastos ya que gran parte del ganado que pacía allí,
debida o indebidamente, era de su propiedad. Desde el primer momento la nueva población de
los montes Alduides contó con su protección ya que proporcionaba importante beneficios. La
nueva comunidad pagaba al Vizconde de Echauz unos 500 robos de trigo y 300 de mijo en
diezmos y primicias “y como halla y saca este provecho donde antes no tenía ninguno les va
dando calor y favor”.18 Para entonces estaba claro que las incursiones y las represalias ya no
eran consecuencia de simples disputas pastoriles entre valles vecinos. Un enfrentamiento
armado para-oficial y no declarado había estallado en la frontera.
La relación de fuerzas a nivel estrictamente local era claramente favorable a Baigorri
en contraposición a Valcarlos y el valle de Erro por lo que no es extraño que fueran ellos los
que protagonizaran la mayor parte de represalias armadas “como más poderosos y por ser más
gente”.19 Aunque los navarros procuraban responder en la medida de lo posible a las
incursiones en realidad tenían un margen de maniobra muy estrecho, ya que a diferencia de
aquellos el virrey les había prohibido explícitamente cualquier acto de agresión fronteriza.
Los valles pirenaicos llevaban a cabo sus propios acuerdos y resolvían sus conflictos con gran
autonomía, bajo su responsabilidad y con sus propios medios, como de hecho se esperaba por
tratarse de cuestiones de índole local y particular, pero no tenían potestad para emprender
acciones armadas por su cuenta. Los descaminos, carneramientos y prendamientos no eran
15
AGS, Estado, leg. 360, nº 9.
“A espaldas del predicho acto de religión con razones animadas de el interes y hallarse sujetos a la corona de Francia
empezaron a edificar casas con tanta libertad que el año de 1600 habría hasta 70 casas (no consintiendo que en término
propio del valle edificare una el conde de Echauz sin el consentimiento de sus vecinos) en lo que demuestra la generosidad
que usan en lo ageno [...] y a esto se siguió el aprovecharse de todo lo que produce el terreno”, AHN, Estado, libro 659, ff.
169-170r: “Breve resumen de los excesos cometidos en la frontera de Navarra desde el año de 1400 hasta el presente de
1761, sobre el dominio y goce de los términos y montes de Alduide y remedios para establecer la paz.”
17
AHN, Estado, libro 644, ff. 213-217. Declaración de Domingo de Osés, vecino del lugar de Espinal pero natural de Osés
en Ultrapuertos, viejo pastor de unos 80 años de edad (Burguete, 15-6-1588).
18
“Petición de Valderro y Valcarlos a Su Majestad”: AGS, Estado, leg. 360, nº 10.
19
AHN, Estado, libro 644, f. 29.
16
31
considerados agresiones propiamente dichas sino medios legales, parte del procedimiento
judicial ordinario regulado por ordenanzas locales o tratados entre comunidades, para castigar
determinadas infracciones. Pero para realizar represalias e incursiones en territorio enemigo
debía contarse con el consentimiento de las autoridades reales por considerarse acciones
bélicas. Los asuntos de guerra y paz eran una potestad reservada por principio exclusivamente
al monarca, como demuestra el hecho de que otorgara cartas de protección a algunas
comunidades fronterizas, como la que el virrey Duque de Alburquerque concedería al valle de
Sara en 1557 ordenando a todos los súbditos del reino:
“que no hagais ni consintais hacer ningun mal ni daño a ningun hombre ni mujer vecinos del
lugar y tierra de Sara, que es en tierra de Francia, en sus personas, casas, ganados ni en los
bienes, ropa ni hacienda que tuviesen dentro en la iglesia del dicho lugar [...] so pena de
muerte y perdimiento de todos sus bienes a cualquier que lo contrario hiciese”.20
Contravenir este principio y estas concesiones podía ser considerado no como un acto
de guerra o una “vía de hecho” sino como pillaje o desacato a la autoridad real y como tales
crímenes perseguibles y punibles por la justicia ordinaria. Por parte de Baigorri, la
participación del Vizconde de Echauz y otras autoridades de Ultrapuertos en las represalias
hacía suponer que el Príncipe de Béarn cuando menos consentía este tipo de acciones. Por
esta razón los vecinos de Valcarlos y los valles navarros reclamaban al menos una
implicación proporcional de las autoridades regias, permitiéndoles defenderse en los mismos
términos que sus agresores, es decir, dándoles libertad para realizar prendamientos y
represalias a mano armada incluso si eso suponía realizar incursiones en territorio extranjero.
En 1580 consiguieron que las cortes reunidas en Pamplona incluyeran una petición de reparo
de agravios para comprometer al monarca en la defensa de los límites del reino:
“Petición de reparo de agravio, a instancia de los valles de Erro, Baztán, Aézcoa y Valcarlos,
porque los vecinos de Cisa y Baigorri pasaban con sus ganados a los pastos de los montes de
Alduides y de otras partes del reino, sin tener derecho alguno, e incluso habían construído
bordas, casas y porcillas para puercos, habían hecho grandes roturas y entradas en el reino
para llevarse ganado, usurpando hasta cuatro leguas de los términos del reino; y si los
naturales les hacían algunos prendamientos eran traídos presos a Pamplona”21
La petición fue atendida pero probablemente no del modo que deseaban los valles. Las
comunidades fronterizas no volverían a ser castigadas por esta causa lo cual no quiere decir
que se les diera permiso para emprender incursiones para tomarse la justicia por su cuenta ni
que contasen con el apoyo del ejército real. Esto no significa que las autoridades regias
permaneciesen al margen de la situación ni que ignorasen la trascendencia del asunto. En
respuesta a esta petición Felipe II ordenaría al virrey y al Consejo de Navarra tener especial
cuidado en la vigilancia de los límites del reino pero descartando el uso de la fuerza en favor
de los tribunales: “que nuestro Patrimonial nos informe de lo contenido en este capítulo y pida
justicia”.22 Esta resolución era una continuación de la política de apaciguamiento de la
hostilidad fronteriza que las autoridades regias venían practicando por entonces en Navarra
por orden del monarca. En diciembre de 1565 el virrey don José de Guevara ya había hecho
restituir una piara de Baigorri decomisada por los tablejaros de Burguete imponiendo
únicamente el pago de las costas del proceso, aunque su decisión sería inmediatamente
20
AGS, Guerra Antigua, libro 23, ff. 252v-253r. (Valladolid, 25-11-1557).
Cortes de Pamplona, año 1580: Las cortes de Navarra desde su incorporación a la corona de Castilla, edición de V.
VÁZQUEZ DE PRADA y J. Mª USUNÁRIZ, Pamplona (1993), vol. I, p. 295.
22
Las cortes de Navarra desde su incorporación a la corona de Castilla, edición de V. VÁZQUEZ DE PRADA y J. Mª
USUNÁRIZ, Pamplona (1993), vol. I, p. 295.
21
32
recurrida por los interesados.23 Años después volvería a producirse un episodio parecido y el
virrey Marqués de Almazán adoptaría de nuevo la misma medida “por vía de pacificación y
sosiego por aquella vez tan solamente sin que se pudiese traer por consecuencia ni alegar
posesión alguna reservando los derechos de Vuestra Majestad sus tablajeros, súbditos,
términos, límites y mojones.”24 Como resultado de otro proceso sentenciado en Pamplona en
1592 en el que se daría la razón a los tablajeros por otro descamino el virrey intervino para
moderar la suma que debían pagar los de Baigorri para recuperar su ganado, ordenándoles
observar los acuerdos de arriendo establecidos para el aprovechamiento de los Alduides.25 Las
medidas aplicadas a estas disputas específicas fueron momentáneas y circunstanciales. En
ningún modo pretendieron dar una solución real al conflicto fronterizo. Sin embargo la
petición de las cortes de 1580 supuso el reconocimiento implícito por parte del monarca de
que la cuestión de Alduides era algo más que una simple disputa entre pastores.
¿Pero por qué estaba Felipe II tan interesado en apaciguar el enfrentamiento? Para
comprender esta postura hay que tener en cuenta el contexto general de la política del rey
Católico respecto a las Guerras de Religión francesas, en particular durante un periodo de
relativa calma entre los beligerantes como fueron los años 1576-1584. Enrique III de Francia
y la reina madre, María de Medici, veían con manifiesta desconfianza el papel de protector del
bando católico que se atribuía Felipe II, al que de hecho consideraban encubiertamente como
un enemigo. Cualquier alteración grave en la frontera durante estos años podía interpretarse
como una agresión contra la corona de Francia y servir de excusa para juntar las fuerzas del
reino y declarar la guerra a la Monarquía en un momento nada oportuno. La inestabilidad del
horizone político francés ante la falta de heredero al trono y el creciente descontento de la
nobleza movería al monarca español a establecer relaciones secretas con diferentes facciones
de descontentos. Precisamente entonces Enrique de Navarra (futuro Enirque IV de Francia),
Príncipe de Béarn, intentaría retomar los contactos que tradicionalmente había mantenido su
padre, Antonio de Borbón, con la Monarquía española alimentando así la esperanza de una
posible reconciliación con la Iglesia de Roma en caso de llegar a una alianza.26 Para llevar a
cabo este asunto se valdría precisamente del vizconde Antón de Echauz, miembro de su
consejo personal y uno de sus vasallos católicos de mayor confianza. El caso del vizonde
representa claramente las conexiones y contradicciones entre intereses generales y
particulares, estrategias globales y locales. A pesar de que durante la represión religiosa
ejecutada por su madre este personaje se había alineado junto al resto de señores católicos,
una vez muerta Juana de Albret y aligerada la presión protestante no dudaría en reconciliarse
con su hijo y heredero. Desde entonces se convertiría en su portavoz ante las autoridades del
reino de Navarra, donde tenía deudos y parientes,27 y uno de sus más firmes apoyos en la
frontera. No es extraño por tanto que lo escogiera a pesar de la mala fama que lo precedía.28
23
“En 20 de diciembre de 1565 el virrey don José de Guevara vistas las informaciones de el descamino que hicieron el
tablajero Miguel de Ozcariz y guardas de Burguete de varios cerdos de Baiguer, los mandó restituir pagando la costa. En 5 de
enero de 1566 el fiscal de Vuestra Majestad y el arrendador presenteron agravios en el Consejo confirmo en 24 del mismo y
con la clausula de por ahora, el decreto de el virrey, reservando los perjuicios de rentas reales, para lo sucesivo, dio traslado a
los interesados a fin de que dedujesen en justicia lo que tuviesen por conveniente”, Representación al rey nuestro señor... (p.
18), AHN, Estado, libro 659, ff. 61-142.
24
AHN, Estado, libro 659, (año 1584)
25
AHN, Estado, libro 659, p. 19.
26
Las negociaciones con el Príncipe de Bearn llegaron muy adelante, llegándose incluso a acordar algunos capítulos. Sin
embargo, la cuestión religiosa hacía imposible su conclusión, AGS, Estado, leg. 360, nº 33: Felipe II al Marqués de Almazán
(Aranjuez, 11-5-1583).
27
“Otra hermana del vizconde Echauz, que como debe Vuestra Majestad tener entendido es una mala pieza, que por tener
inteligencia en Pamplona la casó con un vecino della llamado Unbiano, y la reina madre entendía en todo esto y lo
favorecía”, AGS, Estado, leg. 359, nº 71: Don Francés de Álava a Felipe II (Malaga, 2-8-1576).
28
“Del Vizconde de Echauz ha de presuponer que este hombre es tenido en toda Francia por muy ruin subjeto, codicioso,
espión público de la Reina Madre [María de Medicis] y de Vandoma [Enrique de Borbón] y a esta causa no hay catolico ni
hereje que no se recate dél y agora 8 o 9 años estando don Francés de Álava en Francia avisó desto mismo a Su Majestad y al
33
Ambas partes sabían que la posibilidad de llegar a un acuerdo era más bien remota
visto lo intereses estratégicos contradictorios, las confesiones religiosas antagónicas y los
problemas de protocolo en torno a la titularidad del reino de Navarra. El objetivo encubierto
era en realidad tantear las intenciones del enemigo y “entretenerlo”, en expresión de la época.
Manteniéndolo ocupado se ganaba tiempo y se evitaban agresione directas, al menos mientras
durasen los contactos. El líder de los hugonotes no gozaba todavía de una posición sólida por
lo que aprovecharía la relativa calma en esos años para atraer a su bando a los católicos
politiques, dispuestos a algún tipo de acuerdo con los herejes. Por su parte el rey de España
confiaba en que si no podía atraerlo a su órbita (previa conversión al catolicismo) al menos
entorpecería la alianza entre el Príncipe de Béarn y el rey de Francia. Ante esta delicada
coyuntura no parecía conveniente avivar el conflicto fronterizo, que dadas las circunstancias
Felipe II trataría de minimizar. Reduciendo formalmente el conflicto al ámbito judicial
evitaba comprometerse políticamente tanto frente a los estados vecinos como ante sus propios
súbditos. De otro modo corría el riesgo de verse arrastrado por un enfrentamiento local con
posibles repercusiones diplomáticas que podría poner en peligro intereses de orden mayor.
Los intereses generales de la corona no correspondían necesariamente con los de los valles
fronterizos lo cual no significa que fueran incompatibles. La labor del monarca era
precisamente hacerse cargo de ambas posturas y tratar de conciliarlas.
El monarca retrasaría en la medida de lo posible su implicación directa en el asunto de
los Alduides, a pesar de las súplicas de las comunidades afectadas, confiando en que no
traspasara ciertos límites. Pero el conflicto seguiría su propia dinámica. Como era de esperar
la resolución de 1580 no tendría ningún efecto práctico. En 1583 volvería a producirse un
incidente especialmente grave. Como respuesta a un nuevo descamino del tablajero de la
aduana, los hombres de Baigorri volverían a realizar una represalia a mano armada para
resarcirse de sus pérdidas robando todo el ganado de Valcarlos. Inmediatametne acudirían a
quejarse al virrey. La investigación llevada a cabo concluiría dando la razón al tablajero sin
que la parte contraria lo contradijese. Los acusados debían pagar los derechos reales o aceptar
las penas impuestas como siempre habían hecho:
“hasta que de poco tiempo a esta parte por ser los de Bayguer de mayor vecindad y más
poderosos y estar los de Valcarlos a los puertos allá donde con mucha facilidad los pueden
oprimir por fuerza de armas se les han metido en sus términos y se los gozan con sus ganados
usurpando en esto y ocupando violentamente los términos deste reino y la jurisdicción real”29
A pesar de todo el Marqués de Almazán, virrey de Navarra, continuaría con la política
pacificadora marcada por la corona ordenando el intercambio entre las partes del ganado o su
valor equivalente si ya había sido vendido, como de hecho ocurrió. Para llevar a cabo la
operación escribiría al Señor de Sanginés, lugarteniente de Enrique de Navarra en
Ultrapuertos, para que mandase lo mismo a los de Baigorri: “porque se evitasen escandalos y
conmocion de las fronteras por bien de paz y concordia y por conservar la buena vecindad que
Vuestra Majestad tiene con el dicho Príncipe de Bearne”. En principio el arrendador de las
tablas accedió a depositar los 117 ducados y medio en los que estaban tasados los 56 cerdos
decomisados. Pero sus dueños no aceptaron el dinero arguyendo que valían por lo menos 200
ducados por lo que este intento de solución pacífica fracasó. El arrendador exigiría la
devolución del dinero depositado mientras los habitantes de Valcarlos reclamaban una
solución urgente para no verse obligados a abandonar sus casas por no poder subsistir. El
Duque de Medinaceli, que entonces era visorrey de navarra”, AGS, Estado, leg. 359, nº 91: “Lo que parece que se debe avisar
a don Sancho Martínez de Leyva con Francés de Esparza”.
29
AGS, Estado, leg. 360, nº 6.
34
virrey reconocía el derecho de los navarros a exigir una compensación. Si esto no era posible
por vía de “concordia” no habría más remedio que tomar medidas más contundentes:
“las insolencias de los de allá pasan muy adelante y que los naturales deste reino padecen
muchas vejaciones, daños y molestias y aun el real patrimonio de vuestra majestad recibe
detrimento muy notable y que casi se ofende con todo esto la autoridad y reputación de la
grandeza real de Vuestra Majestad”30
El virrey era consciente de la “mucha dificultad y perplexidad” del problema. La
solución judicial no era posible. Las reclamaciones de los navarros no eran atendidas en los
tribunales del Príncipe de Béarne y los de Baigorri no aceptaban las sentencias emanadas del
Consejo de Navarra. No tenían por qué hacerlo ya que tenían garantizada la impunidad
gracias al amparo de la frontera y el apoyo de sus propias autoridades. Si quería ponerse un
freno a esta situación no bastaba con las medidas apaciguadoras tomadas hasta entonces. La
gravedad de los hechos exigía decisiones más drásticas y una mayor implicación de la
Monarquía en el conflicto. El Marqués de Almazán propondría en mayo de 1585 tres modos
posibles para resolver la cuestión “todos ellos de harto inconveniente y dificultad”. La
primera opción era la de da otorgar total libertad a los valles fronterizos para defenderse,
expulsar a los que ocupaban sus términos y llegado el caso realizar represalias a mano armada
como de hecho siempre habían solicitado y estaban dispuestos a hacer. Las autoridades reales
siempre se habían resistido a esta concesión, que de hecho el marqués desaconsejaba, por
dejar toda la gestión de la violencia en manos particulares dando ocasión “a muchas muertes,
escándalos y conmotión de fronteras”. Otra medida posible era la de organizar una verdadera
operación de castigo con el apoyo de las tropas del rey. Sin lugar a dudas esto permitía un
mayor control sobre la aplicación de la violencia y previsiblemente menos abusos, por contra
se corría el riesgo “de que se rompa y tenga quiebra la buena correspondencia que Vuestra
Majestad tiene con el dicho Príncipe de Bearne y de que este reino se inquiete y reciba los
daños que de semejantes alteraciones y ocasiones suelen resultar”.31 Para evitar todo estos
peligros el virrey recomendaba optar una vez más por una vía pacífica pero no por ello menos
dificultosa. Visto que ninguna de los implicados aceptaría las resoluciones de un tribunal de la
parte contraria el único modo para llegar a un acuerdo sería el nombramiento de dos
diputados, uno del reino de Navarra y otro del Príncipe de Béarne, que decidiesen juntos sobre
la legalidad o no de los descaminos y los límites del reino en Alduides. Esta propuesta era sin
duda mucho más segura que las anteriores pero también la más inviable. En primer lugar la
diversidad de opiniones y planteamientos podría prolongar indefinidamente las discusiones
haciendo imposible la obtención de un voto consensuado sobre el asunto, “mayormente que se
puede bien creer que cada uno de los dichos jueces adherirá a la parte de su rey y patria”.32
Además habría que contar con el retraso que provocarían las inevitables disputas en torno a
cuestiones de protocolo. Por último, aunque los diputados nombrados se pusieran de acuerdo
o sometieran su resolución al juicio de un tercero, nada garantizaba que los de Baigorri
aceptaran la sentencia si se sentían perjudicados. En definitiva, el éxito de esta medida
dependía una vez más del compromiso de los soberanos y de la buena voluntad de las partes.
Mientras tanto la situación política francesa se deterioraría rápidamente. Era evidente
que la “buena correspondencia” entre el monarca español y el Príncipe de Béarn no podía
durar. La insurrección de la Liga Católica en 1585 forzaría a Enrique III de Valois a rechazar
toda influencia hugonote (Edicto de Nemours). El apoyo de Felipe II a los ligueurs y la
declaración del Papa Sixto V considerando a Enrique de Borbón inhábil como sucesor al
30
AGS, Estado, leg. 360, nº 6.
AGS, Estado, leg. 360, nº 6.
32
AGS, Estado, leg. 360, nº 6.
31
35
trono de Francia por hereje y relapso no harían más que poner al descubierto las tensiones
latentes hasta entonces. Los acontecimientos se precipitarían hacia la guerra abierta después
de los asesinatos del rey de Francia y del Duque de Guisa en 1589, que situaban a Enrique de
Borbón y Albret, sucesor de los reyes destronados de Navarra, como el principal candidato a
la corona francesa.33 Estos hechos repercutirían también en la situación de la frontera. Ante
las nuevas circunstancias el virrey de Navarra no descartaba apoyar una represalia armada
aprovechando la enemistad declarada con el Borbón: “considerando que la causa principal
porque los días atrás se ha disimulado y contemporizado con los vecinos cesa agora pues no
ha menester monsieur de Vandoma al presente más que hasta aquí por sus cosas”. En
cualquier caso el Marqués de Almazán urgiría al rey a tomar una decisión porque cada vez
resultaba más difícil contener los ánimos de los fronterizos. Aun así la opción armada sería
rechaza. Felipe II optaría por la tercera propuesta con la importante salvedad de que los
diputados nombrados por cada parte actuasen en nombre de las comunidades fronterizas y no
de la corona. Pero al rehuir una vez más cualquier compromiso formal en el conflicto la
comisión contaría únicamente con la legitimidad que quisiesen otorgarle las partes
implicadas, lo cual significaba volver al punto de partida. Con estas premisas resultaba
imposible encontrar una solución negociada.
Los enfrentamientos continuraron produciéndose recurrentemente siguiendo la
dinámica descrita. En las reuniones de cortes de 1586, 1589-1590 y 1604 los valles navarros
con intereses en Alduides volverían a exigir al monarca el cumplimiento de su compromiso
asumido en 1580 de defender los límites del reino. Ni el ascenso al trono de Enrique IV
(1589) ni la Paz de Vervins (1598), conllevarían cambios significativos en la situación. Para
entonces la posición de la colonia baigorrana estaba ya muy consolidada con la protección del
Vizconde de Echauz y el apoyo de su valle y la vecina tierra de Cisa. Contaba con una
población estable que, como hemos visto, tenía necesidad de alimentar a su propio ganado y
garantizar su sustento roturando nuevas tierras. Con toda probabilidad esta sensación de
impotencia es lo que llevaría al valle de Erro a negociar por su cuenta en 1603 un nuevo
tratado para regular el aprovechamiento de los recursos en ciertas zonas de Alduides según las
nuevas circunstancias con los representantes de la villa de San Juan de Pie del Puerto y la
tierra de Cisa en Ultrapuertos. Sin embargo, estos contactos habían sido realizados a espaldas
de la Colegiata de Roncesvalles y sus dependencias, las villas de Burguete y Valcarlos, las
otras comunidades con intereses y derechos en la zona. El cabildo del monasterio invocaría
inmediatamente la intervención del virrey, asociando el conflicto a la defensa del territorio y
la soberanía que según ellos las nuevas capitulaciones hacían peligrar:
“por cuanto aquellas no solamente son en grave daño, lesión y agravio de la dicha iglesia y de
su hospital general pero redunda en mayor agravio de Vuestra Señoría a quien principalmente
incumbe la defensa y protección de la tierra, términos, mojones y límites deste reino sin cuya
sabiduría, orden y consentimiento no se deben señalar los nuevos ni alterar los antiguos y por
lo mesmo son en deservicio del rey nuestro señor y de su real corona por los muchos
inconvenientes y peligros que pueden resultar contra Su Majestad y contra este reino en todo
tiempo, mayormente en tiempos de guerra entre Francia y España”34
El nuevo convenio establecía una nueva línea divisoria (“amojonamiento”) entre
ambas partes, pero el reparto no era equitativo. Los de Cisa ganaban el derecho de hacer uso
de todos los pastos tanto de día como de noche eximiéndoles incluso del pago de los derechos
33
Sobre la reacción de la corona española a la situación política francesa ver: V. VÁZQUEZ DE PRADA, Felipe II y
Francia (1559-1598): Política, Religión y Razón de Estado, Pamplona (2004), pp. 271 y ss. Sobre la problemática cuestión
del efecto pacificador de la conversión al catolicismo de Enrique de Borbón ver: M. WOLFE, The Conversion of Henri IV:
Politics, Power, and Religious Belief in Early Modern France, Cambridge, Mass.-Londres (1993).
34
AHN, Estado, libro 659, f. 16.
36
de aduana por pasar con sus rebaños de un lado a otro, aunque no se les permitiría hacer
corrales, cabañas ni fuego, ya que en tal caso no solo se procedería a la destrucción de estas
construcciones sino que su ganado podría ser confiscado si eran sorprendidos de noche en la
parte navarra. Por su parte la libertad de tránsito de rebaños y aprovechamiento de pastos del
valle de Erro era solo diurna (“de sol a sol”). La Colegiata de Roncesvalles impugnaría
completamente la validez de estas capitulaciones “pues en ellas se le quitan sus haciendas y
términos y la pastura de sus ganados, dándolos a estranjeros”, a pesar de que el primer
artículo específicaba que lo acordado entre unos y otros no alteraría los derechos que venían
gozando hasta el momento. Para empezar acusaban al valle de Erro de pactar y delimitar unos
términos sobre los que no tenía ninguna jurisdicción ya que toda la parte correspondiente a
Navarra pertenecía a Roncesvalles y sus dependencias. De hecho era el valle de Erro quien
tenía que pagar para hacer uso de sus pastos juntándo sus rebaños con los del monasterio.
Pero la denuncia de fondo del cabildo era que tal convenio no era una auténtica “facería”, es
decir un simple acuerdo de convivencia y aprovechamiento de recursos, sino una verdadera
rendición que no solo alteraría el equilibrio de poderes entre las comunidades fronterizas sino
de hecho modificaba arbitrariamente la configuración territorial en favor de extranjeros:
“Aunque en la dicha sentencia se dice que los dichos árbitros señalan mojones entre val de
Erro y la tierra de Cisa pero verdaderamente son mojones deste reino y de Vascos
[Ultrapuertos], porque en ellos se dividen las jurisdicciones y señoríos del rey de España y
Francia. Por esta causa dos agravios muy notorios resultan del dicho primer capítulo. El
primero y principal es contra Vuestra Señoría, porque siendo este señalamiento de reino a
reino es muy claro que no se debía hacer sin sabiduría, presencia y consentimiento de Vuestra
Señoría. Demás que con el dicho amojonamiento quitan a este reino un gran pedazo de tierra
y aplican al otro reino y al rey extranjero. [...] El otro agravio se hace a la dicha iglesia en
quitalle su término y sus pasturas, por donde ha de perecer el ganado vacuno de su hospital,
pero porque este agravio es menos principal no se cura dél por ahora.”35
Sin duda alguna, subordinando sus intereses particulares a los generales de la
monarquía trataban de influir la opinión del virrey en contra de un tratado por el que se
sentían agraviados, que era al fin y al cabo su objetivo. Pero la utilización de estos
argumentos no se limitaba a una estrategia retórica, sino que trataba de situar de hecho el
discurso en otro nivel. El asunto había trascendido el prosaico ámbito jurídico de la
demarcación de términos locales para pasar al político propio de la soberanía y por tanto del
monarca. En contra de lo que podría deducirse de este razonamiento el convenio no se había
suscrito en contra de la autoridad del virrey, ya que de hecho se esperaba contar con su
aprobación para que pudiese entrar en vigor,36 pero lo cierto es que las condiciones en los que
se había establecido eran muy irregulares. En primer lugar la delimitación del territorio, aparte
de ser ilegítima por no pertenecer al valle de Erro se había hecho de un modo totalmente
arbitrario, sin tener en cuenta las marcas de separación o “mojones” establecidos: “y con
mucho atrevimiento los han colocado entre los dichos antiguos y conocidos, haciendo grandes
senos y rodeos para esta parte de España” (artículo 5). No se negaba que algunas partes ya
habían sido ocupadas por los de Ultrapuertos “furtivamente y con vicio”, con lo cual siempre
que habían podido habían “prendado los ganados y fuera echándolos y defendiendo algunas
veces con armas”. Sin embargo no por ello debía otorgárseles mayor derecho sobre el
35
Artículo 2 de los “Advertimientos e impugnaciones” del cabildo de Roncesvalles, AHN, Estado, libro 659, ff. 16-24.
“Por la presente nuestra sentencia arbitraria, laudo y amigable composición debajo el beneplácito de Su Majestad y
conforme las licencias y permisiones para tales fines dadas y concedidas por sus visorreyes sobre y acerca las diferencias que
ha habido y hay en razón del rozamiento y amojonamientos de ciertos términos confines y contenciosos”, una copia del texto
completo de este convenio, firmado en los montes de Roncesvalles “en la mesma raya de España y Francia” el 2 de julio de
1603, puede encontrarse inserta en, AHN, Estado, libro 659, ff. 16-24.
36
37
territorio: “porque los reinos, sus términos y límites no se pueden prescribir”, y por tanto el
cambio en los límites establecidos por el convenio no podía vincular al monarca, ya que la
prescipción era un término jurídico propio del derecho positivo al que no estaba sujeto la
autoridad absoluta del monarca: “por lo cual entre reyes y reinos no puede haber prescripción
si no hubiere otras causas del derecho de las gentes que sean bastantes para transferir el
dominio”.37 En segundo lugar, el cabildo denuncia que la “facería” ilegal por la cual se
permitía el libre paso de los rebaños de Ultrapuertos era una renuncia al derecho que tenían
los del valle de Erro “como gentes que viven en frontera del reino”, de vigilar los montes y
llegado el caso confiscar el ganado intruso, con lo que Roncesvalles ya no tendría fuerza por
sí sola para oponérseles.38 Esta dejación permitiría el paso incontrolado de rebaños y por tanto
de pastores y otras gentes, con lo que se favorecería el espionaje y el contrabando (artículo
13). Por último, la exención del pago de tasas en las tablas era un manifiesto atentado contra
el patrimonio regio que no debía consentirse (artículo 18).
A pesar del alto grado de exageración, las razones expuestas parecían confirmar la
supremacía de las comunidades fronterizas de Ultrapuertos a escala local. Como ya
mencionamos, el convenio entre Erro y Cisa establecía condiciones desiguales ya desde su
formulación literal. Pero este desequilibrio, favorable a los segundos, se acentuaba a la hora
de llevarse a la práctica. Por una parte, la cabaña ganadera del valle navarro no podía
compararse en número a las más de 6000 cabezas de sus opuestos, con lo que el acuerdo no
haría sino favorecer su aumento. Por otra, la redefinición de los límites era un paso previo
para legitimar una definitiva ocupación del espacio que conllevaría de hecho una pérdida
territorial, como estaba sucediendo al mismo tiempo en los pastos altos de Alduides. El único
beneficio que obtendrían los de Erro sería unos 400 ducados en concepto de “reparaciones”
por conflictos pendientes. Sin embargo, el cabildo denunciaba que detrás de esta disposición,
usual en las “facerías”, trataban de camuflar lo que era en realidad la compra ilegítima de su
rendición, lo cual atribuían a la animosidad del valle hacia el cabildo. Más plausible parece el
hecho de que simplemente se tratase del reconocimiento de su impotencia ante una situación
que veían perdida y consumada.
En los años sucesivos la tensión iría en progresivo aumento aunque habría que esperar
al reinado de Felipe III para que la corona se implicase militarmente en el conflicto. La
concatenación de varios sucesos de gravedad durante la primera década del siglo XVII
culminaría con la Jornada de Alduides de 1613 encabezada por el virrey don Alonso de
Idiáquez,39 que sería aclamado como un héroe a su regreso a Pamplona. Durante la operación
fue acompañado voluntariamente por lo más granado de la nobleza navarra tanto de una
parcialidad como de otra.40 Esta exhibición de fuerza no supuso una solución definitiva pero
forzaría por primera vez una negociación en paridad de condiciones sobre la situación de la
comarca. Una comisión mixta acudiría en persona al lugar para debatir la cuestión de los
derechos de aprovechamiento, aunque formalmente no se pondría en discusión la soberanía
del rey de España sobre Alduides.41 A pesar de reunirse en nombre de ambas coronas y no ya
únicamente de las comunidades fronterizas el representante de la parte francesa sería don
37
“Y las Doce Tablas negaban haber lugar la prescripción de los extranjeros contra Roma”, artículo 8.
“Pero como los dichos vascos son superiores en armas y fuerzas, si Roncesvalles prenda algún ganado dellos suelen llevar
ellos de los de Roncesvalles veinte por uno, y esto es por no querer ayudar los de val de Erro con los cuales los de
Roncesvalles resistían y defendían su partido”, artículo 14.
39
AGN, Reino, Guerra, leg. 2, carp. 73: Felipe III escribiría una carta de agradecimiento al reino por sus servicios en esta
jornada, (San Lorenzo de El Escorial, 14-9-1613); gobernador de Béarn, el Duque de La Force, reaccionaría ordenando la
movilización en los dominios fronterizos del rey de Francia que sería a su vez contrarrestada por una nueva movilización en
Navarra que sin embargo no pasaría a mayores: el virrey Idíaquez a la diputación del reino, (Pamplona, 21-10-1613).
40
El listado de la nobleza que acompañó al virrey en la jornada de 1613 en: J. GALLASTEGUI, Agramonteses y
Beamonteses con Carlos V y Felipe II, Pamplona (2003), pp. 153-159.
41
Información detallada sobre el desarrollo de estas negociaciones en: F. DE ARVIZU, El conflicto de los Alduides (Pirineo
Navarro), Pamplona (1992), pp. 129 y ss.
38
38
Beltrán de Echauz, obispo de Bayona desde 1599 y hombre de confianza de Luis XIII,
además de pariente cercano del vizconde. Las previsiones que hiciera en su día el Marqués de
Almazán fueron absolutamente premonitorias. Cada una de las representaciones partía de
planteamientos opuestos, empezando por los complicados problemas de precedencia y
protocolo. Las largas y tensas negociaciones de 1614-1615 no satisfacieron a nadie y de hecho
el conflicto de Alduides perduraría con irregular intensidad durante más de dos siglos. En
cualquier caso lo más reseñable del caso de los Alduides es la transformación de una disputa
pastoril corriente en un auténtico conflicto armado de alcance estrictamente local, en el que la
autoridad real se vería obligada a intervenir por expreso deseo de los navarros. El soberano
exigía a las comunidades navarras un esfuerzo creciente en defensa de la Monarquía, pero
estas a su vez se sentían legitimadas para pedir una mayor identificación del soberano con los
intereses de la “frontera”.
INSTITUCIONES MILITARES Y EQUILIBRIOS LOCALES: IMPLICACIONES
POLÍTICAS Y SOCIALES DE LAS MILICIAS
DE LOS REINOS DE NÁPOLES Y DE SICILIA
V. Favarò - G. Sabatini
Introducción
En el siglo XVI, la monarquía española, para afrontar un cuadro político-militar cada día más
amplio y complejo, tuvo que reorganizar las estructuras defensivas de sus territorios y
redefinir la composición de los ejércitos.
En particular, los dominios españoles en el Mediterráneo – convertidos en
indispensables apoyos para la política ofensiva de Carlos V y Felipe II – comenzaban a
necesitar un número cada vez mayor de soldados, que tendrían que permanecer en las
fortificaciones y participar en la defensa de las costas, estar preparados para una posible – y
frecuente - movilización hacia Gerba, Malta, La Goleta, y prestar servicio en las galeras, por
lo menos hasta que no se hubiera constituido un tercio de mar independiente al de tierra1.
A mitad del siglo XVI, la necesidad de disponer de un mayor número de soldados
constituyó entonces un gravamen y un problema, más de lo que nunca antes lo había sido,
teniendo en cuenta aún el hecho de que las condiciones económicas de la Corona ya no
habrían permitido sostener los gastos necesarios para el mantenimiento de las tropas, y que
«las necessidades ordinarias de gente de guerra de Flandes y Lombardia» privaban a los
reinos del Mediterráneo del socorro que habitualmente hubieran podido recibir2. Una posible
resolución del problema se precisó con el recurso de las milicias locales, que en caso de
emergencia habrían ayudado a las compañías asalariadas de caballería y de infantería. A partir
1
En la primera mitad del siglo XVI, no había, en efecto, todavía un tercio de mar, y la unidad dependía del capitán general de tierra. Solo con
el paso de los años se fue progresivamente manifestando la necesidad de crear un núcleo orgánico autónomo, de modo que no se tuviera que
quitar hombres a las companías que prestaban servicio en la isla. El duque de Terranova lamentaba, en efecto, que «il Signor don Giovanni
s’ha preso assai soldati del terzo di questo regno» (Archivo General de Simancas [Ags], Estado, Armadas y Galeras, leg. 451, n.f.). Así, si ya
«la fanteria […], senza quella che serve nella Goletta per l’ultima mostra che si è fatta, si ritrova essere in numero di 1983 soldati, ripartiti
nelle 17 compagnie», y considerando que «il Signor don Giovanni se ne ha pigliato poi 1668» soldados, permanecían en realidad en la
guarnición de la isla solamente 315 soldados de infanteríaj repartidos en las tres compañías de «Aiala Sotomaiore, quella di Decembruno et
quella di Adriano Aquaviva» (El duque de Terranova a Felipe II, 22 de abril de 1572, Ags, Estado, leg. 1137, f. 68).
2
Ags, Estado, leg. 1158, f. 148.
39
de los años cincuenta del siglo XVI, en todos los dominios españoles se definieron las reglas
para la constitución de la milicias de los reinos. La sola excepción a este proceso fue la del
ducado de Milán que vivió el fenómeno a principios del siglo XVII, a causa bien del temor de
los Habsburgo para proporcionar las armas a los súbditos de reciente adjudicación3, bien por
el ostracismo de la nobleza lombarda, que hubiese visto mejor que los propios ciudadanos se
dedicasen a las labores del campo antes que embrazar un arcabuz4).
En el reino de Sicilia, el virrey Juan de Vega ya en 1548 proyectaba la creación de una
“Nuova Milizia”, para después promulgar las ordenanzas seis años más tarde y establecer así
los rasgos fundamentales de la nueva fuerza militar; en Cerdeña, en el Parlamento de 155354, el obispo de Ampurias – siguiendo el modelo de Principado de Cataluña y del Reino de
Valencia – proponía la formación de una milicia de 6000-7000 arcabuceros a caballo y en
1575 Marco Antonio Camos pensaba poder reunir 6000 soldados de infantería 2500 soldados
a caballo para destinarlos a la vigilancia costera. El número de hombre alistados en la milicia
sarda habría podido, de todos modos, variar considerablemente cada año, pero de manera que
siempre pudiera garantizar – en caso de una invasión enemiga – la autosuficiencia militar del
Reino.
Por lo que respecta al reino de Nápoles, en 1559, Alfonso Piscitelli habría propuesto
armar y equipar una numerosa infantería para utilizar, y por lo tanto pagar, solo en caso de
necesidad, con tal que redujera el excesivo dispendio de recursos financieros empleados para
mantener las compañías asalariadas en el interior del reino5. La propuesta fue retomada en
1561 por el duque de Alcalá, quien comunicaba a Felipe II el intento de crear un fuerte
contingente de 20.000 hombres; efectivamente, dos años más tarde, en 1563, a través de la
promulgación de ordenanzas, se instauró en el reino de Nápoles la compagnia o milizia del
battaglione, constituida por un número de hombres proporcional al número de los fuochi – es
decir, las familias censadas con fines fiscales en cada comunidad – en la proporción de cinco
cada cien6. Cada compañía estaría formada por doscientos arcabuceros y cien corseletes – es
decir, soldados dotados únicamente de armas blancas -y no se habrían podido alistar
“hombres que tuvieren ordenes clericales, ni otros que atenderan al estudio de la letras”7.
El doble objetivo de descargar a la hacienda real del peso de los costes de defensa y de
garantizar un número suficiente de hombres para disponer de ellos a lo largo de las costas en
caso de alarma solo se alcanzó, sin embargo, parcialmente: el proceso que llevó a una
completa resolución de las milicias de los reinos fue lento y no privado de obstáculos, a causa
bien de la oposición de la población, que habría tenido que sostener en términos humanos y
materiales el nuevo cuerpo armado, bien de una difícil relación entre poder central y
autoridades locales. En particular, en los reinos de Nápoles y Sicilia, más comprometidos que
Cerdeña en sostener la política ofensiva y defensiva de la Corona española, el fenómeno
revistió implicaciones políticas y sociales. Por tanto, es posible demostrar y reconstruir las
dinámicas de aprobación/desaprobación que caracterizaban las relaciones entre la esfera
militar y la sociedad civil a través del análisis tanto de las disposiciones promulgadas para
regular el funcionamiento de las milicias de los reinos (reformas, exenciones, privilegios),
como de los aspectos financieros y fiscales relacionados con su mantenimiento.
3
M. Rizzo, Istituzioni militari e strutture socio-economiche in una città di antico regime. La milizia urbana a Pavia nell’età spagnola,
«Cheiron», a. XII, n. 23, 1995, p. 161.
4
L. Pezzolo, Le “arme proprie” in Italia nel Cinque e Seicento: Problemi di ricerca, in T. Fanfani (ed.), Saggi di Storia Economica. Studi in
onore di Amelio Tagliaferri, Pacini Editore, Pisa, 1996, p. 55.
5
La memoria de Alfonso Piscitelli en Ags, Estado, b. 1046, fascículo 219; sobre Piscitelli y sobre el contenido de su memoria vid. G. Fenicia,
Il regno di Napoli e la difesa del Mediterraneo nell’età di Filippo II (1556-1598). Organizzazione e finanziamento, Cacucci, Bari, 2003, pp. 2-6.
6
El texto de las Ordenanças de la milizia del reyno de Napoles, promulgadas por el duque de Alcalà en Nápoles el 22 de abril de 1563, en
Ags, Estado, b. 1052, fascículo 154.
7
Ibidem.
40
La Nuova Milizia del Reino de Sicilia
Las disposiciones para la organización de la Nuova Milicia siciliana fueron dadas por el
virrey de Vega en 1554. Habrían tenido que alistarse como soldados de infantería los
habitantes del reino con una edad comprendida entre los 18 y los 50 años, y como soldados a
caballo aquellos que tuviesen bienes superiores a 300 onzas8. A la formación habrían
contribuido las comunidades de la Corona y las de los barones, con un contingente
proporcional al número de los fuochi. Estaban exentas las grandes ciudades: Palermo,
Messina, Catania, Siracusa, Trapani, Licata, Augusta y Milazzo, las cuales se organizabn
autónomamente para la defensa del tejido urbano9.
La milicia estaría dividida en sergenzie, es dicir sargentías, con sargentos mayores por
regla general españoles, de quienes dependían los capitanes de las compañías a pie y a
caballo10. Cada sargento mayor tenía la obligación de pasar revista dos veces al año a la
milicia de cada comunidad y de organizar una vez al año una “muestra general”, es decir, una
reunión de las milicias de todas las comunidades que le pertenecían. Después de haber hecho
“notamento e descritione de li soldati”, en el término de diez días el sargento tendría que
mandar una relación al virrey o a los capitanes generales, “acciocché contra quelli che
trasgredessero se possa provedere al condigno castigo”11.
Se establecía también cuál debía ser el importe de las retribuciones: el capitán de los
soldados a caballo recibía una paga de 30 escudos al mes, y el de los soldados a pie 25; a los
soldados a caballo armados con arcabuz, escopeta o ballesta se les pagaba mensualmente 5
escudos y 6 tarines, y a aquellos con lanza 5 escudos; a los soldados de infantería dotados con
arcabuz, escopeta o ballesta 3 escudos y a aquellos que servía con picas 2 escudos y 6 tarines;
al alférez de la compañía de soldados de infantería 7 escudos, al sargento y a los capitanes uno cada 25 soldados de infantería - 5 escudos al mes.
En los cuarenta años siguientes la composición de la Nuova Milizia habría
experimentado cambios, teniendo en cuenta sobre todo las reformas que en 1573 y en 1595
fueron hechas por el duque de Terranova y por Enrique de Guzmán, Conde de Olivares. En
realidad, lo que resultó más difícil a los dos virreyes no fue tanto la reorganización interna de
8
Ordinationi e instrutioni della militia di questo fidelissimo regno de Sicilia fatte per noi Juan de Vega, viceré e Capitanio Generale per Sua
Majestà, 1 Febrero, XII Ind. 1554, en Ags, Estado, leg. 1122, f. 36.
9
Genzardi escribe que «grandissima era la diligenza e l’attività del senato palermitano quando c’era il timore di un’invasione: chiamava la
milizia civica, la provvedeva di armi e la ordinava in schiere sotto propri capitani. D’accordo col viceré sceglieva, dice il Bologna, due cavalieri
fra i più autorevoli e ricchi della città, e li nominava capitani della cavalleria, assegnando a ciascuno uno stendardo di damasco, con le armi della
città ricamate in oro, e un trombettiere. Tutti i cittadini addestrati a maneggiare cavalli venivano inscritti per cura di questi due capitani; il Senato
poi ordinava che tutti coloro che possedevano cavalli li denunziassero alla corte pretoriana per provvederne i cittadini della milizia. Il Senato
quindi divideva la cavalleria in due schiere sotto il comando dei due capitani, ciascuno dei quali sceglieva il suo alfiere. C’era anche la
congregazione dei cavalieri, composta dai nobili. Le milizie di fanteria erano comandate da 12 o più capitani, nominati dal senato. Il sergente
maggiore distribuiva i capitani nei quartieri della città. A queste milizie dette compagnie dei quartieri bisogna aggiungere le numerose
maestranze, comandate dai rispettivi consoli. Quando il Senato aveva avviso dai guardiani delle marine che vi erano a vista vascelli nemici,
facea suonare la campana della città, e a quel suono i capitani di cavalleria e di fanteria riunivano i loro soldati sotto l’insegna della propria
compagnia, e si recavano alla porta o altro luogo loro assegnato. Se poi la cosa avveniva all’improvviso e i capitani non avevano assegnato il
posto, si recavano al Palazzo di città per ricevere gli ordini opportuni. Anche i Capitani dei bastioni correvano coi loro soldati ai baluardi e
ricevevano le compagnie della milizia civica» (B. Genzardi, Il comune di Palermo sotto il dominio spagnuolo, Palermo, 1891, pp. 189-190). En
Messina, en cambio, «per ogni rione o quartiere vi sono eletti i suoi capitani ed ufficiali, i quali in quel tempo esser solevano diciotto nobili e
diciotto cittadini, ed erano gli stessi, che venivano a sorte nei comizi, estratti dall’urna per dare il voto ai senatori. Tutto il resto dei cittadini
indifferentemente militava sotto uno di questi capitani del proprio quartiere, di forma che trattandosi per la difesa della patria, non facevasi nel
battaglione alcuna distinzione dal nobile al plebeo, dal titolato all’artigiano, ma senza precedenza di sorte alcuna, marciando al suo luogo il
capitano, tenente, alfiere ed altri ufficiali subalterni, tutto il resto ordinatamente in fila, secondo l’uso e disciplina militare» (C.D. Gallo-G. Oliva,
Gli annali della città di Messina, Messina, 1881, pp. 79-80).
10
«A los sergentos mayores de los diez tercios de la milicia de pie y de cavallo ordenamos que desde luego vayan componendo, exortando y
alistando la gente de sus cargos cada uno […] a la parte del donde se offreciere la necessidad con el numero della y por la orden que aqui se dirà.
Si ya conforme a los subcessos y occasiones no le ordenare el Vicario e su valle otra cosa» (Ags, Estado, leg. 1156, f. 44).
11
Sin embargo , a veces, “la disminución” de caballos o de armas podía ser independiente de la voluntad del soldado.Así, si el sargento mayor
hubiese reconocido que un caballo estuviese muerto o estuviese en condiciones tales que no pudiese servir más, «infra termino di un mese da
contarse dal giorno che se le farà detta iniunctione, habbia de comprare un altro cavallo atto alla militia, e non lo trovando di detta qualità infra lo
mismo termino compri uno pultro che non sia meno di tre anni de boni ossa e bona vista».
41
la milicia, como el intento de eliminar la hostilidad que la población alimentaba hacia ella. No
se comprendían, en primer lugar, las motivaciones que habían inducido a la creación de este
nuevo cuerpo armado. "Non è necessario", se decía, "che siano ascritti a detta militia,
maggiormente che senza questo obligo per antiqua consuetudine tutte le città e terre del
Regno in tempo di necessità sono tenuti a servire, dove più il bisogno richiedesse, e con
maggior numero di gente di quello, che sono obligati alla militia". En efecto, ya en los
primeros decenios del siglo XVI en realidad se había ya aportado todo esfuerzo para
aumentar y mantener las tropas de soldados de infantería y caballería.
En 1528, el Parlamento se comprometía a mantener doscientos soldados a caballo
“armati alla liggera”12 y en 1532 se decidía la creación de un contingente de diez mil
soldados de infantería, seis mil tendrían que ser de los reinos y cuatro mil extranjeros13.
Todavía, en 1543 se acordaba el pago de otros tres mil soldados de infantería por un periodo
de seis meses – “lo soldo delli quali si intenda in tutto di scudi sessanta milia” – a los que , en
caso de extrema necesidad, se habrían podido añadir otros cinco mil14. La constitución de la
Nuova Milizia parecía pues poner también en duda la “natural” colaboración del reino, que en
cambio – así se subrayaba - en distintas ocasiones había demostrado tomar parte en la defensa
sin poner nunca algún obstáculo o protesta. Además era opinión común que:
la militia introdotta in questo regno non è solamente dannosa a regnicoli ma dannosissima al
servitio di Vostra Maestà, percioché essendo a quella ascritti e obligati per la maggior parte
quelli huomini, che fanno gli arbitrii formentari, delle sete e d’altre cose, nella quale consiste
tutta la facoltà dei regnicoli, e per conseguente la utilità dei dritti di Vostra Maestà, così delle
estrattioni de formenti, come delle altre gabelle, né potendo attendere a detti arbitrii per
cagione di essa militia, nella quale sono occupati buona parte dell’anno, e spetialmente nel
tempo, che si reccoglieno le sete, grani e vini, ne aviene per forza, che abandonandoli, ne
seguino i danni sopranarrati […] oltre che tutte le città e terre de regno pagano buona
somma per polvere, corde di fuoco, piombo da balle, taballi, trombette, e altre cose
necessarie15, e la Regia Corte ne viene a sentire lo interesse dei salari che ogni anno paga al
revisore di detta militia, a sergenti e altri officiali che attendono a far essercitare i soldati16.
El descontento aumentaba todavía más porque – en las comunidades en las que debían
celebrarse las muestras generales de las sargenterías y las particulares de las compañías - se
debía dar alojamiento a todos los oficiales y soldados de la milicia sin pago, y se establecía
que "né alcuna persona di qualsivoglia stato, grado, e foro sia assente di questo peso, e i
giurati habbiano particolare cura di fare con preventione ritrovare pronta commodità di
vettoaglia senza incarimento di prezzi"17. Además, más allá de la carga ordinaria del servicio,
12
«Li tre bracchij del Regno offeriscino per la custodia di questo Regno cavalli duicento armati alla liggera, comprehensi in detti quattro
Capitanij, e quattro alferi, li quali capitanij e genti di cavallo siano e diggiano essiri siciliani oriundi da eliggersi però ditti capitani dal detto
Signor Illustre viceré e habbia da stare in detto regno per lo servitio di Magestà Sua, da pagarisi cioè ad ogni capitanio ducati vinti d’oro lo
misi, ad ogni alferi docati dudeci lo misi e ognuno de li soldati di cavalli ducati sei lo misi, e la summa chi sarrà e ascendiranno dittij salarij
con alcuni altri spisi minuti nicissarij per lo effetto sudetto non possano ascendere più di ducati cento d’oro da pagarsi detto salario per lo detto
Regno, cioè per lo bracchio ecclesiastico si haggia di pagari la quinta parti, per lo bracchio militare li dui quinti parti, e per lo bracchio
demaniali li dui altri quinti parti» (sesión del Parlamento del 23 marzo de 1528, en A. Mongitore, Parlamenti generali del Regno di Sicilia
dall’anno 1446 fino al 1748, Palermo, 1749, p. 172).
13
A. Mongitore, Parlamenti generali del Regno di Sicilia dall’anno 1446 fino al 1748 cit., p. 205.
14
Sesión del Parlamento del 6 de marzo de 1543, ibidem, p. 227.
15
«Et perché detti soldati archibuseri ultra lo continuo travaglio che tengono in le mostre come l’altri soldati sono ancora loro necessitati
dispendere in polvere, piombo e mecci, tanto per comparere in mostre generali come per asicurarse e esercitarse in lo tirare de detti archibusi e
scopette, volimo per questo e ordinamo che ciascuna delle università habbia e debba donare ad ogni uno soldato de piede archibusero descritto in
la militia in tutto l’anno rotolo mezo de polvere d’archibuso e uno quarto e mezo de rotolo de piombo» (Ordinationi e instrutioni della militia di
questo fidelissimo regno de Sicilia fatte per noi Juan de Vega, viceré e Capitanio Generale per Sua Majestà, 1 Febrero, XII Ind. 1554 cit.).
16
Capitula Regni Siciliae, ed. a cura di F. M. Testa, Palermo 1743, tomo II, reimpresión facsímil a cargo de A. Romano, Rubbettino, Soveria
Mannelli, 1998, 1563, cap. XXV, 1563, pp. 254-55.
17
Ags, Estado, leg. 1158, f.51.
42
los habitantes habrían tenido también que soportar los abusos de los capitanes de armas,
sargentos mayores y capitanes de la milicia que no perdían ocasión para perpetrar ilegalidades
en perjuicio de sus subordinados.
Sucedía a menudo, por ejemplo, que durante las muestras faltasen también 15-20 soldados de
infantería, y que los capitanes no solo no denunciaban la desaparición, sino que los sustituían
en el momento de pasar revista con otros hombres, de quienes luego se hacían entregar la
paga recibida18. Los mismos capitanes, además, no tenían ningún escrúpulo en sustraer a los
soldados sus caballos “e di quelli si servino, ruinandoli, e maltrattandoli”19.
Inevitablemente pues, todos estos elementos contribuían a afirmar – como sostiene
Mario Rizzo-que la milicia no fuese considerada por la población "come una manifestazione
di identità collettiva, nella quale i singoli cittadini potessero immedesimarsi con orgoglio
campanilistico o con un certo spirito di corpo. […] Date queste premesse, non sorprende che
le capacità operative delle compagnie risultassero sovente alquanto limitate, né che gli
spagnoli non facessero su di esse particolare affidamento per l’espletamento di funzioni
militari di un certo impegno"20. Y, en efecto, este era el parecer del virrey marqués de
Pescara, que impulsó, todavía antes que el duque de Terranova, la actuación de una reforma,
"in guisa che con li buoni ordini che vi si metteranno sarà dor innanti di maggior servigio di
quello che per il passato è stata”21.
El virrey creía en efecto que "per essere gente populare et comandata, non convien
confidar loro fortezze della qualità che queste sono senza alcun numero di soldati
d’ordinanza", y afirmaba, además, que"non tutti i cittadini considerati abili risultavano poi
effettivamente disponibili al servizio, poiché alcuni erano renitenti alla leva e altri ottenevano
di far servire un sostituto, ma soprattutto perché non pochi venivano esentati dal servizio
stesso".
Para realizar los cambios necesarios, en 1574, Martín de Garnica22, nombrado inspector
de la real milicia, estuvo encargado de verificar los requisitos de reclutamiento, inspeccionar
las distintas sargentías y anotar su normal funcionamiento. Antes de empezar la inspección,
Garnica tuvo que consultar la descripción contenida en un libro conservado en el Tribunale
del Real Patrimonio, relativa a “tutti li soldati di piedi e di cavallo et di quelli di rispetto di
ciascheduna sergentia”. Se habían incluido como soldados de infantería aquellos que tenían
una edad comprendida entre los dieciocho y los cincuenta años (así como había sido
establecido por de Vega), y como soldados a caballo aquellos que tenían – en el Val de
Mazara y en el Val de Noto - bienes superiores a 250 onzas, y en el Val Demone a 350, “non
ci comprendendo però in essa facultà il prezo della casa ch’habita né de i beni mobili e
utensili di casa”. La lista había sido redactada “senza esimere né escludere persona alcuna”,
exceptuando exclusivamente a los sacerdotes, clérigos y barones padres de doce hijos.
Del censo se deducía que la milicia estaba compuesta por nueve mil soldados de
infantería “buoni arcabusceri” y mil seiscientos soldados a caballo23. De estos, sin embargo,
el duque de Terranova pensaba que, “per essere mal disciplinati nell’arte militare, non si può
18
Ags, Visitas de Italia, leg.383, f. 6.
Ibidem.
20
M. Rizzo, Istituzioni militari e strutture socio-economiche in una città di antico regime. La milizia urbana a Pavia nell’età
spagnola cit., p. 181.
21
Ags, Estado, leg. 1143, f. 1.
22
Copia di le instructioni date al M.co Martin Garnica attorno alla revisione di la milicia, en Ags, Estado, leg. 1141, f. 2. La tarea de revisar la
milicia se confió a Garnica porque era considerado «buon soldato et meritevole di essere adoperato e gratificato come huomo di buona
intentione, et che ha servito lungamente e bene» (ibidem, f. 180).
23
En diciembre del 1574 Terranova escribía que inicialmente de Vega había previsto que los soldados a caballo pudiesen ser 3000, pero luego
«havendo il successo delle cose dimostrato esser cosa impossibile sostenere tanto peso, fu ridotto a 1500 cavalli, essendosi descritti solamente
coloro i quali nel valle Demone havessero beni di valore di scudi 875 e nelle altri due valli dove il paese è più fertile furon tassati quello il prezo
delli cui beni ascendeva a scudi 725, et essendosi per l’ultima numeratione del Regno fatta riconosciute di nuovo le facultà di ciascuno parve di
ridursi il detto numero a 1600 cavalli di servigio» (El duque de Terranova a Felipe II, 15 de diciembre de 1574, ibidem, f. 184).
19
43
far molto capitale”24. Confirmaba lo pensado en la instrucción anterior, o que fuese
“necesario fargli essercitare accioché possano essere di servitio”25. Para tal fin creía
conveniente encargar a un general, quien habría debido tener cuidado de “assuefarli et
habituarli all’arme, all’obedienza, all’ordinanza et altre opere tali”26. Después de seis años
solo, en 1580, Marco Antonio Colonna escribía al rey que Pompeo Colonna habría salido de
Palermo “para ver y reformar la milicia de a piè y de a caballo de siette sergentias” y que de
las otras tres se habría ocupado don Diego de Ibarra27.
Pero para la realización de otra reforma habrá que esperar a 1595, año en el que el
conde de Olivares, creyendo precisamente que fuese necesaria otra renovación, comunicaba a
Felipe II las disposiciones asumidas por él, que – según su experiencia - habrían podido
contribuir a hacer más eficiente la gestión de las compañías28. Según la nueva instrucción,
quedaba compuesta por “mille e seicento soldati da caballo, e di novemila soldati di piede”.
Los primeros “siano di diciotto anni in su i più facoltosi” y los segundos reclutados entre los
hombres aptos de edad comprendida entre los 18 y los 44 años (y no más de 50). El soldado a
caballo podía elegir ser sustituido por otra persona apta, previa presentación obligatoria sin
embargo en la muestra general del mes de marzo y con la condición de que "né possa mutarla
nella stagione di quello anno senza licenza nostra, né tale sostituto stia a soldo o in altro
modo con sergenti maggiori o capitani a quali anco si vieta la cura di mandar essi sostituti
sotto pena d’onze 200 d’applicarsi alle fortificationi del regno per ogni contraventione".
Al número de los soldados de infantería se debían añadir 1000 arcabuceros provenientes de la
tierra y pedanía de Jaci, que habrían sido repartidos en 4 compañías (independientes y por
tanto no adscritas a alguna sargentía), con la tarea de permanecer “alla guardia della propria
marina, e vadando anco alla difesa di Catania d’ordine nostro o chiamati dal capitan d’arme
di quella città”.
No cambiaban las ciudades exentas de la prestación del servicio, pero "la esperiencia
del año pasado mostrò que convenia particolarmente el no meter debaxo de otras banderas la
gente de los lugares de las marinas por differir el desfratarlos de que se sigue tanto daño"29.
Es decir, se especificaba que los soldados de Termini, Cefalù, Patti, Taormina, Terranova,
Sciacca, Marsala, Monte San Giuliano, Carini y los soldados de infantería de Avola, en un
total de 1019 soldados de infantería30 y 267 soldados a caballo31, debían ser destinados
"principalmente alle difesa dei propri luoghi e marine loro, iscludendoli dalle compagnie
formate con altre genti, onde siegua che oltre l’aiuto che essi porgano al bisogno di quei
luoghi, gl’altri cittadini atti all’armi con l’indirizzo e essempio loro sappiano e possano
meglio esercitarsi e servire". De todas formas quedarían bajo el mando de los sargentos
mayores, que –en caso de necesidad- habrían podido convocarlos en cualquier lugar.
La reforma incluía también el aspecto administrativo de la milicia. Se establecía que
cada sargento mayor no podría permanecer al mando de una sergenzia por un periodo
superior a tres años32, que en cada compañía a caballo debía estar presente un alférez y un
corneta, y en aquellas de infantería un alférez, un sargento y un capitán cada 25 soldados. Los
capitanes tenían la obligación de residir en el lugar donde estaba el estandarte o la bandera,
24
Parere del duca di Terranova sopra la militia del Regno di Sicilia, en Ags, Estado, leg. 1142, f. 102.
«Ogni domenica proponerete a spese di queste università pregio in luoco comodo acciocchè essercitandose la gente a tirare si dia l’istesso
pregio a cui farà meglior colpo» (Copia dell’ordine generale dato per esercitarsi l’huomini di fatto, cavalli et giumente, Ags, Estado, leg. 1141,
f. 9).
26
Ibidem.
27
Marco Antonio Colonna a Felipe II, 22 de abril de 1580, en Ags, Estado, leg. 1149, f. 55.
28
Istruzione della militia ordinaria del regno di Sicilia riformata dall’Illustrissimo e Eccellentissimo Signor don Enrique de Guzman Conte di
Olivares Vicerè e Capitano Generale d’esso regno l’anno 1595, en Ags, Estado, leg. 1158, f. 51.
29
El conde de Olivares a Felipe II, 16 de junio de 1595, ibidem, f. 58.
30
Se especificaba que 416 habrían permanecido en la ciudad de Sciacca, 152 en Agrigento, 59 en Caltagirone, 48 en Lentini, 86 en Taormina, 97
en Patti y 161 en Termini.
31
137 en Sciacca, 55 en Agrigento, 13 en Caltagirone, 9 en Taormina, 11 en Patti y 42 en Termini.
32
Al final del trienio, sin embargo, habría podido asumir el mando de otra sargentía.
25
44
pero, puesto que podía verificarse que en un determinado lugar no se alcanzaba el número de
veinticinco soldados (aunque se creía también oportuno que hubiese, de todas formas, un
capitán; en ese caso, se ordenaba entonces que hubiese “uno ogni 16, e dove fossero meno di
16 s’elegga un caporale il quale habbia carico d’essi mentreché non si riducano sotto
bandiera”33.
Esta era pues la estructura de la milicia del reino de Sicilia a fines del siglo XVI. En la
primera mitad del siguiente siglo se trató de reducir la entidad:
Se suplica que la milicia de a cavallo, a cuyo mantenimiento estan obligadas las
Universitades, que consta de mil y seycentos cavallos sea servido se reduca a mil y dozientos,
encluyendose en la baxa de los quatrocientos aquellos, de que algunas personas han
comprado de la Regia Corte la exempicion: y que respecto de algunos, que han comprado
effectos de la Corte, y hecho partidos con ella, han sacado, y pactado por via de alivio
algunas de las dichas exemptiones, estas se ayen de revocar; y que los que las huvieren
adquirido de dichos compradores, no tengan recurso alguno contra ellos; sino que devan
padecer el dano de la dicha revocation34.
Y aún se pedía que fuesen reclutados solamente 7500 soldados de infantería, y que no
pudiesen ser movilizados
a las marinas por los Capitanios de armas a guerra y sargentos mayores de las milicias sin
consultarlo primiero con los virreys por via del patrimonio, si no es en caso de necessidad, y
ocasion improvisa, de la qual devan despues immediatamente dar parte a los virreys,
justificando la causa de convocatoria por via de dicho Tribunal35.
Los intentos de hacer la milicia más funcional, las reformas auspiciadas y realizadas no
sirvieron sin embargo, para disminuir la aversión que desde su institución se había
manifestado. No solo por motivos económicos. No solo por una relación discordante entre
soldados y civiles. Por eso, como ha señalado Giuseppe Giarrizzo,
la portata politica della “instruttione de la militia ordinaria” non può essere sottovalutata:
da Vega a Olivares la milizia ha conservato un preciso significato antibaronale, e il
baronaggio isolano non ha mai nascosto la sua avversione per questa milizia “nazionale” e
permanente, di cui ha cercato in tutti i modi di ottenere il formale scioglimento. Una
avversione anche questa, rivelatrice dei ristretti limiti culturali e politici del “nazionalismo”
baronale, della sua naturale insufficienza a presentarsi come ideologia di un più vasto fronte
di forze sociali isolane36.
33
Para las elecciones estaban vigentes las siguientes reglas: el sargento mayor, el capitán de justicia y los jurados («representando estos
jurados un solo voto») del lugar donde residía el estandarte o la bandera de la compañía, nombraban 9 personas (tres cada uno) que habrían
podido tener el cargo de alférez. Sucesivamente habrían enviado al virrey los nombres de los tres más votados, y entre estos se elegiría a
uno. Los sargentos y los capitanes eran elegidos siempre por el capitán, por los jurados y por el alférez, y –en caso de que hubiese– también
por el sargento mayor.
34
Capitula Regni Siciliae cit. vol. II, 1647, cap. VIII, p. 354.
35
Ibidem, cap. IX
36
G. Giarrizzo, La Sicilia dal Cinquecento all’Unità d’Italia, en G. Galasso (ed.), Storia d’Italia, Utet, Torino, 1989, vol. XVI, p. 251.
45
La Milizia del battaglione en la Nápoles española
Ludovico Bianchini, en su monumental reconstrucción de la historia administrativa y
financiera del reino de Nápoles37, alude con insólita rapidez a la Milizia del battaglione y al
momento en que esta se hizo efectivamente operativa. Escribe Bianchini:
In questo tempo, segnatamente nel 1572, il viceré Cardinale di Granvela poneva in effetti la
così detta milizia fissa del battaglione instituita dal Duca di Alcalà suo predecessore [nel
1563]. La quale era una forza per l'interno del reame, e venne composta di soldati a piedi ed
a cavallo, che non avean soldo in tempo di pace e godevano certe franchigie. Per formarle
furono obbligati i comuni di somministrare per ogni cento fuochi quattro uomini a piedi ed
uno a cavallo. Era poi retta da capitani e altri ufficiali, ed ammontava sino a trentamila
uomini, e quando i suoi soldati erano adoperati in tempo di guerra ricevevano stipendio. Né è
da tacere che in talune congiunture inviata tale milizia, in qualche parte a guerreggiare in
istraniere regioni, narrano i nostri storici che sempre si condusse con valore38.
Este pasaje suscita más de una sorpresa por ser su autor en general extremadamente
escrupuloso, mientras que la referencia a la Milizia del battaglione napolitana no podría ser
más imprecisa: no solo suscita cuestiones a las que no se le da respuesta, pero sobre todo
contiene por lo menos dos graves inexactitudes.
Bianchini no se detiene a comentar la anomalía del amplio lapso de tiempo, casi un decenio,
que media entre la emisión de las ordenanzas del duque de Alcalá y la efectiva puesta en
acción del mecanismo de organización de la milicia, ni parece prestar atención al hecho de
que, después de haber dicho que tal milicia era destinada a la defensa interna, afirma que esta
se empleó en tierras extranjeras. Además, las disposiciones del duque de Alcalá hablaban de 5
hombres cada 100 fuochi - mientras que él refiere 4 y con análoga – y, repitámoslo, inusual –
imprecisión alude a una cantidad de alrededor de 30.000 hombres, mientras que en 1563 esta
se había estimado en 18.148 unidades39, ni tal cantidad mayor de 2/3, se habría podido
registrar ni siquiera en el momento más alto alcanzado por la parábola demográfica en los dos
siglos de la edad española, es decir, en 159540.
Se podría fácilmente objetar que el historial de las finanzas del siglo XIX no se detiene
en esta milicia ya que, por su misma naturaleza, se constituyó para no gravar la hacienda
napolitana, pero en su obra Bianchini está siempre extremadamente atento a todas las
iniciativas del gobierno español de Nápoles, incluso a aquellas que no tenían relación directa
con el campo de la finanza pública, ya que estas terminaban siempre por tener, directa o
indirectamente, consecuencias económicas en el reino y este es precisamente el caso de la
Milizia del battaglione.
La explicación de la reticencia de Bianchini debe entonces buscarse en otra parte, y
justamente tanto en la conflictividad que la institución de la milicia generó entre comunidad,
gobierno central y feudalidad, como en el hecho de que tal milicia, propiamente a causa de
esta conflictividad y de los gravámenes fiscales que su institución conllevó para las
comunidades, tuvo en realidad una escasa utilización, transformándose en una especie de
entidad misteriosa que al mismo tiempo estaba y no estaba.
En efecto, son poquísimos e indirectos los testimonios de la utilización real de la
Milizia del battaglione. Esto es debido naturalmente al hecho de que, atendiendo al estrecho
significado de las palabras, desde la institución de esta milicia hasta la guerra se sucesión
37
L. Bianchini, Storia delle finanze del Regno delle due Sicilie, edición y introducción de L. De Rosa, ESI, Napoli, 1971 (ed. original Napoli
1859).
38
L. Bianchini, Storia delle finanze del Regno delle due Sicilie, edición y introducción de L. De Rosa, ESI, Napoli, 1971 (ed. original Napoli
1859), pp. 295-296.
39
I. Zilli, Carlo di Borbone e la rinascita del Regno di Napoli, ESI, Napoli, 1990, p. 80.
40
I. Zilli, Imposta diretta e debito pubblico nel Regno di Napoli, 1669-1734, ESI, Napoli, 1990.
46
española, que marcó la conquista austriaca de la parte más meridional de la península italiana,
ningún conflicto afectó directamente a las fronteras napolitanas, siendo el principal episodio
bélico que las rozó la revuelta de Messina (1674-78). Sin embargo, también en otros episodios
de carácter militar, que, aún sin alcanzar el rango de conflicto, marcaron pesadamente los
equilibrios políticos de una parte o de todo el reino, como la insurrección napolitana de 164748, o las intermitentes expediciones internas contra el bandolerismo, como las que conoció a
la cabeza del ejército napolitano el virrey marqués del Carpio41, la Milizia del battaglione, no
es nombrada en absoluto, y si se cita, lo es solo de modo secundario.
Es más, en algunas de estas ocasiones, sí se hace referencia a la constitución de
milicias, pero estas son calificadas como populares y su formación es evidentemente una
alternativa a la de Milizia del battaglione. Este aspecto, por ejemplo, es particularmente
evidente en septiembre de 1640 cuando el Eletto del Popolo – es decir el rapresentante de las
capas mas populares de Nápoles - Giambattista Naclerio, frente a la amenaza de un
desembarco francés en la capital del reino y con la premisa de que las Piazze – es decir el
organismo municipal de Nápoles 42 - habían sido instituidas como presidios para la defensa de
la ciudad, propuso al virrey duque de Medina de las Torres la formación de un ejército
popular con la condición de que fuese mandado por oficiales populares y no fueran excluidos
los nobles43.
El virrey decidió aceptar la petición y armar una milicia de 8000 hombres capitaneados
por comandantes populares – constituyendo de esta forma la primera estructura de la
organización militar que posteriormente mostraría su fuerza con ocasión de las sucesivas fases
de la insurrección ciudadana de 1647-4844 - pero las Piazze que eran expresión de la nobleza
se opusieron vehementemente a esta elección y para protestar enviaron a la corte, como su
representante, al duque de San Giovanni. A su vez, en respuesta a esta misión y para obtener
el aval de Madrid para la propia resolución, el virrey Medina de las Torres envió a España a
Ettore Capecelatro como embajador de la ciudad45. La cuestión se prolongaría durante un
lustro, entre pronunciamientos contrarios y la evidente dificultad de la corte para conciliar
intereses opuestos, en el intento de no descontentar al pueblo, no atacar las prerrogativas
aristocráticas y al mismo tiempo reforzar el principio absolutista de la centralización del poder
virreinal, hasta que en 1645, al aproximarse el peligro turco a las costas, se confirmó la
ocasión para que capitanes y oficiales de las milicias proviniesen de las filas de la nobleza46.
Este mismo episodio, brevemente resumido, nos permite comprender uno de los
aspectos de la reticencia de Bianchini a hacer referencia en general a las milicias populares (es
dicir, encabezadas por jefes expresión de las mismas capas populares): la constitución de estas
fueron, en efecto, siempre drásticamente obstaculizada por parte de la feudalidad del reino, no
solo por el temor natural a armar a la población campesina – con las consecuencias,
potencialmente desestabilizadoras, para el orden constituido – sino también porque la
formación de las milicias constituía un momento de potencial discusión sobre el papel
hegemónico de la propia aristocracia.
Pero hay algo mas especifico sobre la Milizia del battaglione. Si la nobleza napolitana se
oponía a la formación de milicias populares por otra parte las comunidades se oponían a la
formación de la Milizia del battaglione, sobre todo creyendo que esta quitaría brazos al
41
G. Sabatini, Il controllo fiscale sul territorio nel Mezzogiorno spagnolo e il caso delle province abruzzesi, Istituto Italiano per gli Studi
Filosofici, Napoli, 1997.
42
C. Tutini, Dell’origine e fundatione dei seggi di Napoli, Napoli, 1754, pp. 288-290.
43
A. Musi, La rivolta di Masaniello nella scena politica barocca, Guida, Napoli, 1988, pp. 85-86. En un escrito del mismo periodo del que fue
autor (y en otro que circuló de forma anónima pero del que fue por lo menos el inspirador) Giambattista Naclerio hace referencia explícita al
papel de esta milicia popular (ibidem, p. 87).
44
R. Villari, La rivolta antispagnola di Napoli. Le origini: 1585-1647, Laterza, Roma-Bari 19762, p. 136.
45
A. Musi, La rivolta di Masaniello cit., p. 87; vid.. Biblioteca Casanatense di Roma (BCR), Ms. 2442, Due istruttioni date ai deputati delle
Piazze di Napoli ad Ettore Capecelatro etc., Napoli 1640.
46
A. Musi, La rivolta di Masaniello cit., pp. 93-95.
47
trabajo en los campos y comportaría un gravamen más, que se añadiría a los ya pagados para
la defensa militar del reino.
Siguiendo a Bianchini47, en efecto, se calcula que en la edad española el importe anual
de la tasa que cada comunidad tenía que pagar al fisco por cada fuoco censado en su interior,
se fijó en 1505 por Fernando de Aragón en 1,52 ducados y que tal importe no experimentara
variaciones hasta 1542. Pero desde entonces las cosas mudaron: aquel año este importe se
aumentó en 36 granos para sostener los costes de la infantería española en tiempo de paz, y
fue posteriormente aumentado: en 12 granos en 1544 por el mismo motivo; en 7,5 granos en
1558 para los alojamientos de los soldados48; en 9 granos en 1559 para la construcción de
puentes y caminos; en 30 granos en 1566 para la construcción y la defensa de las torres
marítimas; en 31 granos en 1606 para la constitución de presidios militares estables (aumento
reducido a un cuarto para las comunidades que gozaban del privilegio llamado de la camera
riservata, es decir, del privilegio de no alojar al ejército); en 25 granos en 1607 en lugar de la
cesión a las comunidades del pago de los derechos sobre los pesos y las medidas; en 12
granos en 1610 en vez de la cesión a las comunidades de otros derechos; en 63,5 granos en
lugar de la renuncia del fisco a renovar el censo de los fuochi de las comunidades, así como en
otros 8 granos aún para el mantenimiento de la infantería española desde 1611; finalmente,
entre 1617 y 1640, en 4 granos para el equipamiento de la caballería, en 20 granos para el
armamento de los soldados, en otros 60 granos para varios gastos por el mantenimiento de las
milicias.
Sumando todos estos aumentos se obtiene el importe de 4,87 ducados – calculado por
Bianchini para 1643 - para la tasa de pago anual de las comunidades por cada fuoco. Esto
equivale a decir que en el curso de un siglo, frente a una carga fiscal ordinaria – por tanto con
la exclusión de todas las recaudaciones extraordinarias - para las comunidades de reino más
que duplicada, más de dos tercios del incremento registrado se debía a gastos relacionados,
directa o indirectamente, con la defensa del reino. Como se ha señalado, este importe se
redujo a 4,2 ducados por fuoco a causa de la revuelta de Masaniello49, pero el impuesto sobre
las comunidades – siempre unidos a los gastos defensivos - continuó subiendo nuevamente en
1654, a consecuencia del intento de desembarco francés en el puerto de Castellammare,
cuando se aumentó para las comunidades de todas las provincias en 60 granos al año para el
sostenimiento de las compañías de caballería; al año siguiente se añadió otro grano por el
mismo motivo. En cambio, según las provincias, fue diferente el aumento de la tasa
introducida en 1656 para el sostenimiento de las compañías para la represión del
bandolerismo50.
En particular, una de las últimas medidas fiscales adoptadas en la edad española en
materia de impuestos ordinarios pagados por las comunidades, hacía referencia al
mantenimiento de la Milizia del battaglione: en 1679 el marqués de los Vélez – no por
casualidad quizás el virrey al mando del reino en los años de la guerra de Messina, que había
afectado gravemente también la estructura militar napolitana51 - transformó radicalmente el
gravamen que hasta ahora la Milizia del battaglione había implicado para las comunidades. A
partir de aquel año, en efecto, el mantenimiento de esta milicia fue calculado en los impuestos
ordinarios de las comunidades, en la proporción, por cada cien fuochi tasados, de 1 ducado
por cada soldado a pie sin armamentos particulares, de 1,25 ducados por cada uomo d’arme,
47
L. Bianchini, Storia delle finanze cit., pp. 254-255; vid. también G. M. Galanti, Della descrzione cit., vol. I, pp. 352 y sig., I. Zilli, Imposta
diretta cit., pp. 24-25.
48
Precisamente, por este motivo la tasa se elevó en 1555 a 45 granos, pero en 1558 el aumento se redujo primero a 36 e luego a 17 granos (L.
Bianchini, Storia delle finanze cit., pp. 254).
49
Ibidem, p. 255.
50
G. Sabatini, Il controllo fiscale sul territorio, cit
51
L. A. Ribot García, La Monarquia de España y la guerra de Mesina (1674-1678), Actas Editorial, Madrid, 2002; G. Sabatini, La
spesa militare nel contesto della finanza pubblica napoletana del XVII secolo, en prensa en “Mediterranea”, a. III (2006).
48
es decir, por cada soldado que fuese armado de forma más completa (aunque no
necesariamente con un arcabuz) y de 7,21 ducados por los soldados a caballo52.
La medida implicaba evidentemente una carga, y no leve, para las comunidades, aunque
de cualquier modo respondía también a una petición que estas habían expresado con
frecuencia, la de no ser cargado al mismo tiempo por el gravamen monetario y material del
mantenimiento de la milicia. Para comprender a fondo este punto es posible leer las palabras
que utiliza al respecto un anónimo arbitrista napolitano de la primera mitad de los años 30 del
siglo XVII, que expone a Felipe IV, en una memoria con el significativo título de “El estado
miserable del reyno”, algunos puntos de la situación política y económica del reino sobre los
cuales se ruega urgentemente la acción soberana53:
[Se] han obligado las comunidades a levantar a su costa cada cien fuegos un soldado a
piè, y otro a’ caballo, exorbitante imposicion, porque quisa el dinero y los hombres en el
mismo tiempo.
En que suplicamos Vuestra Magestad se sirva advertir dos circunstancias. La primera que
haviendose hecho el repartimiento segun la numeracion, que hoy nò puede caminar por la
falta dela mayor parte de los fuegos, nò tuvo justicia obligandose por muchos las
universidades que estan reducida a pocos.
La segunda que qualquiera dellas pagò cada soldado quarenta ducados, denaro que bastava
para tres, y nò quedarian vazias las comunidades de hombres, mas aptos a’ la agricolturta y
custodia de ganados que a’ la milicia, y sin ciudadanos que paguen las colectas, reduzidos a’
pocos por la muchedumbre de ecclesiasticos que es notoria.
Esta cobrança se ha hecho dos vezes, y assi los Tesoreros, y Perceptores Provincialès han
cobrado, porque el dinero situado a los fiscales se convertiò en pagamentos de soldados, con
que embian destruiendo las tierras, y van personalmente tornando la hazienda de cada uno
sin distinction, y con todo esto nò cumplen la exaction por la impotencia, y solamente sacan
millares de ducados por sus jornadas, y el fisco queda acrehedor.
El redactor de la memoria, por lo tanto, señala el hecho de que la Milizia del battaglione había
sido instituida sin implicar gravámenes ordinarios, pero previendo el impuesto de su
mantenimiento, solo para eventuales exigencias defensivas y por tanto solo durante los
periodos de movilización; por el contrario, la fiscalidad española había recurrido
repetidamente al impuesto de gravámenes para el mantenimiento de la misma milicia, por esto
la escandalizada expresión del anónimo: “¡el dinero y los hombres!”.
En segundo lugar, la distribución de los costes se hacía en base a la valoración de los
fuochi, es decir, a la estimación de la cantidad demográfica de las comunidades del reino.
Pero, justamente a partir de los años en los que se escribió la memoria, la separación entre la
densidad real de la población y la numerosidad – ampliamente sobreestimada- del los fuochi,
en base a la cual se calculaban los gravámenes fiscales, se convirtió en un problema bien
conocido y particularmente sufrido, de manera que el cálculo de los hombres para armar no
tiene en cuenta las posibilidades económicas reales de las comunidades. Pero es verdad que el
redactor recordaba cómo, ahora, la petición era solo la de armar un hombre a pie y otro a
caballo, en contra de la petición inicial de 5 hombres a pie prevista en las ordenanzas del
duque de Alcalá, pero observaba también que la suma solicitada por cada hombre,
correspondiente a 40 ducados, era excesiva y hasta suficiente para pagar los gastos de tres
soldados.
52
G. M. Galanti, Della descrizione cit., vol. I, p. 377; I. Zilli, Carlo di Borbone cit., p. 80.
Biblioteca Nazionle di Napoli (BNN), Manoscritti Brancacciani, n. VI-A-15, ff. 555-569 (en el folio 561 para la cita); la memoria más que
anónima, no está datada, pero las referencias que se hacen en ella, permiten situarla en los primeros años del gobierno en Nápoles del conde de
Monterey.
53
49
Otro elemento importante es la referencia al “dinero situado a los fiscales”, es decir,
aquella parte de los impuestos pagados por las comunidades que el fisco capitalizaba y cedía
como títulos de deuda pública a particulares; el anónimo dice que estos impuestos –
retribuidos por las comunidades a los particulares que, comprando deuda pública, adquirían
también el derecho a cobrar directamente impuestos – eran destinados a sostener los gastos
militares y que por lo tanto estos últimos eran pagados dos veces por las comunidades.
Finalmente el autor no olvidaba recordar los daños que suponían para las comunidades la
sustracción del hombres al trabajo en los campos, y sobre todo la rapacidad de los comisarios
en las recaudaciones.
Por tanto, si la Milizia del battaglione era obstaculizada por la aristocracia del reino, no
menos fuerte fue la hostilidad de las comunidades; en este sentido es posible observar una
diferencia entre los dos reinos de Nápoles y de Sicilia. Mientras que en este último caso, la
milicia tenía un claro matiz contrario a los barones, y en consecuencia la aristocracia
propiamente obstaculizó en su mayoría la institución y el funcionamiento, en el caso de
Nápoles tal connotación parecía no estar presente y si el recurso que se hizo a esta forma de
movilización militar del territorio fue extremadamente limitado, fue debido sobre todo a la
oposición de las comunidades y a la elección, por parte del poder central, de reducir los
motivos del fuerte descontento, en particular en las fases de mayor debilidad política del
gobierno español en el reino.
50
De las fronteras de la comunidad a las fronteras de la nación: construcción de
identidades y de exclusiones en la vieja Europa.
José María Imízcoz Beunza, Universidad del País Vasco
La intención de este texto es plantear una reflexión en la larga duración sobre el significado y
la evolución de las fronteras de las comunidades locales de la vieja Europa. El enfoque
específico se interesa sobre cómo en la Edad Moderna las construcciones políticas (sociopolíticas, jurisdiccionales y territoriales), al mismo tiempo que iban definiendo identidades y
espacios jurisdiccionales, iban configurando así mismo alteridades, fronteras, pertenencias y
exclusiones.
El punto de partida es el de la comunidad local, en la medida en que, a finales de la Edad
Media, las comunidades locales son las comunidades políticas principales y que los reinos o
las provincias son agregados de comunidades. El concepto de frontera contemporáneo como
“confín de un Estado”1 es un concepto presentista que corresponde al ordenamiento político y
territorial de los estados contemporáneos. ¿Cuáles eran las fronteras antes de que hubiera
“estados”? La corriente de historia política que se inspira en historiadores como Otto Brunner
ha definido la sociedad o los reinos de la Edad Media y del Antiguo Régimen como agregados
de comunidades. O. Brunner nos recuerda cómo en la Edad Media cada comunidad estaba
dotada de una constitución social y política al mismo tiempo que tenía sus fronteras
correspondientes. De hecho, las fronteras de un reino con respecto a otros reinos venían dadas
por los límites de las comunidades que, a través de relaciones de vasallaje o fidelidad, estaban
vinculadas a un soberano.
Sobre la base de estas comunidades, se fueron construyendo agregados políticos y territoriales
más amplios, como los señoríos, los reinos y la monarquía hispánica, que se consolidaron de
diversos modos a lo largo de la Edad Moderna. Al cabo de un proceso de cambio complejo y
diferencial, y con la ruptura de la revolución liberal, este movimiento desembocó, en el siglo
XIX, en la constitución de estados nacionales, que dieron un nuevo significado a la las
identidades tradicionales y a sus fronteras. La historia de las identidades políticas territoriales
ha estado marcada en el siglo XIX y hasta nuestros días por el nacionalismo, ya sea el
nacionalismo español o los llamados nacionalismos periféricos, cada uno de los cuales ha
tenido y tiene sus bases sociales, sus agentes culturales y sus definiciones divergentes de la
comunidad política y de los territorios que la integran, así como de sus fronteras,
institucionales o ideológicas: de las alteridades, incluso exclusiones, que comportan.
Todo esto desborda ampliamente el objeto de un coloquio sobre “las sociedades fronterizas en
los siglos XVI y XVII”, pero es la ocasión para nosotros de iniciar una reflexión que, aunque
centrada en la cronología moderna, busca entender el significado de estos procesos
identitarios en la larga duración y, a la postre, en su relación con el presente.
Los países son devenires, no esencias, y se construyen al filo de procesos de cambio en los
cuales los hombres y las mujeres son los agentes sociales, políticos y culturales. En este
sentido, entendemos que se trata de procesos sociales. Nuestra reflexión pretende elaborarse
1
DRAE, Madrid, 1992
51
desde la historia social, desde la historia construida por actores sociales, cualquiera que sean
sus vertientes, socio-económica, socio-política o socio-cultural. Parte del seguimiento en el
tiempo de una “sociedad” que se organiza como “comunidad”; observa su constitución sociopolítica, analiza los cambios que producen en ella los diversos agentes que actúan tanto en su
campo social como en el mundo en que la comunidad se integra, explora las dinámicas
sociales en que se generan los discursos, se proponen las identidades y se legitiman las
legitimidades.
En este sentido, nuestro propósito se aleja de la historia textual de la Historia del Derecho
constitucional que, si bien nos ayuda a definir correctamente “conceptos en contextos”, no
puede explicar por si misma el origen y la producción del cambio histórico.
Para que una empresa como la que proponemos tenga una base social suficientemente sólida,
nos parece necesario reducir la escala de observación y centrarnos en el seguimiento de una
comunidad local. Se trata de intentar observar cómo, a lo largo de su historia, se construyen
efectivamente sus identidades en diferentes contextos y momentos, y cómo se definen,
simétricamente, sus alteridades y fronteras.
En nuestro caso, hemos tomado como ejemplo la comunidad del Valle de Baztán, una
comunidad campesina situada en el noroeste del reino de Navarra. Más allá de sus
especificidades, su historia nos revela varios universos: Es un valle de los Pirineos
occidentales, forma parte del reino de Navarra y está fronterizo con Francia. Desde el punto
de vista cultural y lingüístico, se halla en el corazón del mundo rural vasco cantábrico. A lo
largo de la Edad Moderna goza, como otras tierras del norte de Castilla y de Navarra, de
hidalguía colectiva. Y, paradójicamente, a pesar de su condición de territorio periférico,
muchos de sus naturales protagonizarían lo que Julio Caro Baroja llamó “la hora navarra del
XVIII”. Este valle apartado, como otros de los territorios vasco-navarros, fue una de las
principales canteras de cuadros de la monarquía hispánica y del imperio colonial, y algunos de
sus naturales se hallaron en el corazón del proceso de construcción del Estado administrativo,
financiero y reformista de los Borbones y en primera fila de la modernidad española.
I. Las fronteras de la comunidad vecinal
- La constitución política y social de una comunidad vecinal hidalga.
En sus documentos, desde al menos los siglos XV y XVI, la “Universidad y Valle de Baztán”
se define como una comunidad con un gobierno propio, unas ordenanzas municipales y
derecho consuetudinario, y un término municipal. Desde la Edad Media hasta nuestros días,
esta comunidad de Valle ha englobado en un solo concejo a catorce lugares o parroquias que
no tienen término municipal ni gobierno propio ni finanzas, puesto que todos ellos forman un
solo municipio. Esta comunidad de Valle se regía por una Junta General o concejo abierto de
vecinos que, hasta mediados del siglo XVII, reunía cuatro veces al año a los amos de las casas
vecinales. A la cabeza de la comunidad se hallaba el alcalde, jefe vitalicio hasta mediados del
siglo XVII, alcalde trienal después, que ejercía la jurisdicción civil y criminal, así como la
jefatura militar de la tierra de Baztán, con el título de “capitán a guerra”, que los reyes
reconocían. La comunidad formaba una unidad territorial delimitada por una frontera de
mojones que el alcalde, los jurados de los lugares y una representación de vecinos
inspeccionaban y reponían regularmente. La comunidad era un actor de relaciones exteriores
tanto en los tiempos de paz como en la guerra. Establecía con gran autonomía acuerdos de
pastos o “facerías” con las comunidades vecinas de la Baja Navarra. Su alcalde y “capitán a
52
guerra” formaba anualmente a los vecinos baztaneses en alardes y revistas de armas, dirigía la
defensa del Valle frente al enemigo y encabezaba sus expediciones armadas.
La comunidad del Valle de Baztán se integra en la construcción política del reino de Navarra
con un estatuto de nobleza colectiva, lo que nos sitúa en los márgenes del feudalismo europeo.
En los últimos siglos de la Edad Media esta comunidad se presenta como un alodio, una
comunidad de hombres libres, con jefes a su cabeza, que es colectivamente señora de su
territorio, cuyos miembros disfrutan de sus montes y aguas con sus ganados grandes y
menudos y que son reputados como hidalgos2. Desde 1440, el Valle de Baztán obtiene de los
reyes de Navarra una sentencia que reconoce su hidalguía colectiva y que servirá para
mantener este estatuto colectivo privilegiado a lo largo de toda la Edad Moderna, tanto en el
reino de Navarra como bajo la corona de Castilla. En efecto, entre 1437 y 1440 el Valle de
Baztán, encabezado por sus principales, se enfrentó en un pleito a determinadas pretensiones
fiscales de los reyes de Navarra que amenazaban dicho estatuto y consiguió que la corona
reconociese a los “vecinos y moradores de la dicha tierra de Baztán (…) hidalgos, francos y
exentos de toda pecha y servidumbre”, en plena posesión y uso de su tierra.
Establecido en los márgenes del feudalismo europeo, el Valle de Baztán revela probablemente
lo que se encuentra en la base de la hidalguía universal que caracteriza a territorios de la
cornisa cantábrica a lo largo de la Edad Moderna: a las provincias de Vizcaya y de
Guipúzcoa, con nobleza universal confirmada, a amplios territorios de la Montaña de Castilla,
en Alava a las tierras del valle de Ayala, y en Navarra a doce villas y lugares y a ocho valles,
ubicados sobre todo en la mitad norte. En un momento preciso de la construcción política y
fiscal de los reinos de Castilla y de Navarra, estas comunidades de hombres libres
consiguieron traducir la realidad de sus alodios en términos de nobleza comunitaria.
Habría que ver hasta qué punto pudo pesar en este empeño el papel particular que los hombres
de estas comunidades del norte habían jugado en las conquistas cristianas y en la formación y
defensa de aquellos reinos. Este es, al menos, uno de los argumentos centrales que utilizan los
jefes de la comunidad del Baztán en el proceso de 1437-1440. En este tira y afloja, el Valle
hace pesar sus servicios de guerra a la corona y, muy especialmente, su peso estratégico y
militar: “Los hidalgos infanzones de Baztan, que en las guerras de Francia y Navarra y de
Castilla, y en las conquistas antiguas, hicieron y han hecho tan señalados servicios a la corona
de Navarra, no consentirán ser poblados en tierra del Rey pechera, ellos siendo partidores de
la tierra y hacedores, con el presente Rey, de sus fueros y avenencias (…) antes sabrían dejar
la tierra e ir a poblar a otra parte”3. Un argumento clásico, pero eficaz. Como veremos más
adelante, su posición fronteriza y sus servicios en la defensa de la frontera del reino será el
argumento que el Valle de Baztán invocará cada vez que intente conseguir un privilegio de la
corona. Parece que las dinastías navarras y luego los Austrias se contentaron bien con ello,
renunciando a los exiguos recursos fiscales que les podían procurar estas pobres tierras de
montaña, a cambio de su contribución a la seguridad d las fronteras de sus reinos.
De este modo, la condición vecinal, fuente de una pertenencia social y política reconocida, y
de los derechos correspondientes en la comunidad, se doblé de la condición noble en Navarra
y, tras la conquista y la incorporación a la corona castellana, en Castilla y sus Indias. Como
2
Todos los fuegos recensados en Baztán en los libros de fuegos de 1366 (160 hogares) y de 1427 (238 familias) son
considerados como hidalgos. Como declaran en 1427 los vecinos de cada lugar: “ todos los sobredictos son fijos dalguo et
por esto no han cargas alguna de pecha”. Archivo General de Navarra, Cámara de Comptos, Libros de fuegos de 1366 y de
1427, merindad de Pamplona.
3
Texto del proceso de 1437-1440, según copia de 1538, publicado por M. Irigoyen y Olóndriz, Noticias históricas y datos
estadísticos del Noble Valle y Universidad de Baztán, Imp.Provincial, Pamplona, 1890, pp.17-43.
53
veremos más adelante, esta hidalguía colectiva de origen fiscal, que en un principio no era
sino el reconocimiento por el rey de unos alodios, se convertiría con el tiempo en una fuente
sustancial de privilegios para los miembros d estas comunidades que, a lo largo de los siglos
modernos, se adentraron en el comercio peninsular y americano, en la corte y en la alta
administración.
- Las fronteras de la comunidad vecinal: nuevas jurisdicciones y creación de fronteras
exteriores e interiores.
A partir del siglo XI, la integración política y religiosa del Valle de Baztán en construcciones
superiores, como eran el incipiente reino de Navarra o la organización eclesiástica, propició
que nuevos agentes actuaran en su territorio y acabaran generando nuevas jurisdicciones y
nuevas fronteras territoriales en su seno. Este proceso formó parte del proceso más general de
integración de comunidades en el mundo feudal y nos parece muy revelador de las
construcciones que se produjeron en aquel momento y de su significado con respecto al
régimen de la antigua comunidad vecinal.
En la Edad Media se asentaron en el alodio de la antigua comunidad de hombres libres los tres
tipos de señoríos principales, de abadengo, de realengo y solariego. Pero, la introducción de
nuevas jurisdicciones en el antiguo territorio de la comunidad no alteró el estatuto de alodio
hidalgo de la comunidad de vecinos, sino que llevó a la formación de nuevas “comunidades”.
Estas se desgajaron y quedaron apartadas de la comunidad vecinal, separadas por nuevas
fronteras municipales o por formas de marginación radicales, que se mantuvieron a lo largo de
toda la Edad Moderna. Estos enclaves fueron los lugares de abadengo de Urdax y Zurramurdi,
la villa real de Maya y los agotes sometidos a señorío solariego.
El monasterio premostratense de Urdax se estableció en el territorio de la comunidad, según
parece desde el siglo X, como un vecino más, pero pronto instaló colonos en sus tierras
(documentados por lo menos desde los siglos XIV y XV), dando lugar así a las poblaciones de
Urdax y de Zugarramurdi, que acabarían formando municipios independientes. La
implantación del monasterio y de sus lugares estuvo en la base de numerosos conflictos,
pleitos y concordias con la comunidad del Valle de Baztán a lo largo de toda la Edad
Moderna. La política expansionista del monasterio, en una tierra de bienes comunales,
conllevó una serie de conflictos, como el que llevó a la concordia de 1584 que llevó a
redefinir los términos jurisdiccionales respectivos del Valle y del monasterio4. Así mismo,
hubo reiteradas querellas del Valle de Baztán contra los lugares de Urdax y Zugarramurdi por
los términos y aprovechamientos abusivos del bosque, como el pleito de 1740-17485, que
hace acopio de información sobre los interminables agravios precedentes6. En definitiva, las
tensiones fronterizas entre jurisdicciones y comunidades vecinas que resultan tan
características de la vida de las comunidades cantábricas de las provincias vascas y del norte
de Navarra a lo largo de toda la Edad Moderna.
Hubo así mismo largos pleitos en que los collazos monacales de Urdax y Zugarramurdi
intentaron sacudirse la jurisdicción civil y criminal del Monasterio de Urdax, pidiendo
encardinarse en la Universidad del Valle de Baztán, pero fueron rechazados tenazmente por
este, alegando que iría en “crecido agravio” de la “limpieza e infanzonía” de los baztaneses7.
4
E. Zuadaire, “Valle de Baztán”…, p.11
E. Zuadaire, “Valle de Baztán”…, p.14
6
Executorial insertas sentencias, concordias, varios instrumentos, y alegatos, que se han producido en el pleito…Pamplona,
1748.
7
E. Zuadaire, “Valle de Baztán”…, p.10
5
54
La acción de la monarquía en la construcción de comunidades y fronteras no fue menos
significativas. Existe una importante bibliografía sobre la fundación de villas reales en las
provincias vascas y en el reino de Navarra durante la Baja Edad Media y sabemos hasta qué
punto este proceso fue significativo para la nueva articulación de estos espacios, la
reordenación del orden socio-político y la formación mediante agregación de provincias,
como Guipúzcoa o Alava. En el pleito contra la corona de 1437-1440, el Valle de Baztán
reconoce que los reyes de Navarra poseen en su territorio el castillo de Maya. En torno a este
castillo se fue formando una población que acabó por constituir la villa separada de Maya.
Otro enclave, por tanto, dentro del antiguo territorio de la comunidad, esta vez bajo señorío
real. Un enclave de 13,99 km2, rodeado de los 359,86 km2 de tierra baztanesa que se
mantuvo como tal hasta su incorporación reciente al municipio del valle de Baztán, en 19698.
Por último, el tercer tipo de señorío que se instaló en el suelo de la comunidad de hombres
libres fue el solariego, que dio lugar a los enclaves de agotes que quedaron radicalmente
proscritos de la comunidad vecinal durante toda la Edad Moderna. Las antiguas élites de la
comunidad –los llamados “señores de palacio” o “palacianos”-fueron los primeros baztaneses
en integrarse en el sistema político superior del reino. Desde el siglo XII encontramos a estas
cabezas de la comunidad en la alianza del rey, como jefes de guerra en sus empresas de
conquista, seguidos por sus hombres, y como dirigentes del reino, donde eran caballeros,
tenían asiento en el brazo militar de las Cortes, ejercían cargos de gobierno y recibían en
recompensa tierras, rentas y señoríos. De este modo, mientras seguían siendo la cabeza
tradicional de una comunidad de hombres libras, fuera de ella, en las tierras de conquista, se
convertían en señores feudales. Esto supuso, sin duda, un proceso de aculturación que explica
el hecho de que algunos de estos “señores de palacio” introdujeran en sus tierras prácticas de
tipo señorial como las que habían aprendido en el mundo integrador. En particular, algunos de
ellos introdujeron colonos en sus tierras particulares. Desde comienzos del siglo XVI está
documentada la implantación de agotes en tierras de los palacios de Ursúa y de Jarola.
El enclave más importante de agotes en el Valle de Baztán ha sido el de los agotes del barrio
de Bozate9. Estos eran colonos instalados en tierras del palacio de Ursúa y sometidos a un
régimen señorial pleno, con pagos de censos perpetuos y partes de cosecha, prestaciones
personales, obligación de moler en el molino del palacio y necesidad del consentimiento del
señor para sus matrimonios y sucesiones10.
A lo largo de toda la Edad Moderna, estos agotes de Baztán se vieron proscritos de la
comunidad de vecinos como los agotes de los valles navarros de Roncal y Salazar, o como los
abundantes grupos de “agotes” o “cagots” que se observan a lo largo de toda la cadena
pirenaica. Sobre los agotes se ha escrito una literatura abundante y, por lo general, de muy
poco fundamento. El trabajo más serio parece el de Alain Guerreau e Yves Guy sobre “Les
cagots du Béarn”11 que, de paso, deshace algunos mitos tenaces sobre los orígenes de los
agotes, como el de la lepra. Sin embargo, la hipótesis que proponemos, a partir de la
observación de los agotes del Valle de Baztán, es contraria a la que dichos autores proponen.
Para ellos, la segregación de los agotes resultaría de la presión de las autoridades civiles y
eclesiásticas que, en el contexto del desarrollo del feudalismo, impondrían en el siglo XIII el
establecimiento de estructuras comunitarias parroquiales. Al constituir estas comunidades
8
E. Zuadaire, “Valle de Baztán”…, p.13
Compuesto de 14 casas en 1613, 60 casas, casillas o cuartos en 1726, 59 hogares en 1816 y más de 300 personas en 1827.
10
F.Idoate, Documentos sobre agotes y grupos afines en Navarra…, pp.28, 31 y 58.
11
A. Guerreau, Y. Guy, Les cagots du Béarn. Recherches sur le développement inégal au sein du système féodal européen,
Minerve, 1988
9
55
parroquiales se produjo la concentración espacial de poblaciones hasta entonces dispersas y
de estatutos sociales muy diferentes. En este proceso quedarían estatutariamente excluidos
todos o una parte de aquellos que, según la estructura de la casa (l’ostau) –caracterizada por la
primogenitura- quedaban privados del acceso a la tierra. Se trataría de la transposición a la
comunidad parroquial de la exclusión absoluta que se producía en el sistema de heredero
único del ostau. En este movimiento, una fracción de la población, formada primero por una
serie de individuos privados del derecho a la tierra (¿segundones?, ¿criados?, ¿artesanos?) se
transformaría en un conjunto segregado estatutariamente y objeto de un imaginario de
segregación, siendo asimilados agresivamente a los leprosos12.
Nuestra hipótesis es diferente y se construye desde otros principios: en particular, parte de la
observación de la constitución de la “comunidad vecinal”, del estatuto en ella de las “casas
vecinales” y de la situación de los agotes con respecto a ella. Hemos visto cómo se forman
enclaves señoriales en los antiguos territorios de la comunidad vecinal. Cuando se asientan
otros señores, generan otras jurisdicciones, como la villa real o las poblaciones de abadengo,
que configuran un nuevo término municipal (como Maya, Urdax o Zugarrramurdi) En este
caso, la exclusión de la comunidad vecinal se resuelve por la vía de la segregación territorial y
da lugar a la formación de otras repúblicas. En cambio, cuando el asentamiento de colonos se
forma en las tierras particulares de palacios, vecinos del Valle, que no pueden dar lugar a una
segregación municipal, se forman “enclaves” de agotes rechazados por la comunidad vecinal.
En este caso no se crea una frontera o separación territorial, pero la segregación es tanto o
más radical si cabe. Aquí describiremos en qué consistió está segregación.
Paradójicamente, la segregación en la iglesia parroquial, la más ritualizada y, por tanto,
visible, es la que más ha atraído la atención de los historiadores. Hasta el punto en que autores
como A. Guerreau e Y. Guy parecen situar la presión eclesiástica en su origen. Sin embargo,
la iglesia parroquial es el único lugar en que los agotes, aunque siempre en última posición, se
reúnen en una asamblea común con los miembros de la comunidad vecinal. Como “agotes”,
no forman parte de la “parroquia” o “pueblo” de la comunidad de vecinos, y por ello están
excluidos de todos sus actos públicos, usos y derechos, pero como cristianos bautizados,
forman parte de la comunidad cristiana y como tales participan en los actos religiosos de la
comunidad vecinal, aunque esta les impone una férrea segregación. Paradojas de la historia, el
único lugar de encuentro, y por tanto aquel en que la diferencia y segregación se hace más
visible, es el que ha pasado a la historiografía como paradigma de la segregación.
Fronteras exteriores, fronteras interiores. En definitiva, el proceso de construcción social y
política en estos alodios situados en los márgenes del feudalismo europeo produjo, desde los
últimos siglos de la Edad Media, unas “fronteras” que resultaron determinantes para la vida de
estas sociedades a lo largo de toda la Edad Moderna. El resultado de estos procesos no fue un
totum revolutum, sino que cada uno quedó en su estatuto conforme correspondía a su
pertenencia a una comunidad diferente, cuyas fronteras y separación quedaban claramente
marcadas. Los historiadores socio-económicos de los años setenta vieron en estas diferencias
de estatuto y economía una “sociedad” compuesta de diferentes “clases”, pero tal sociedad no
existía, sino comunidades diferentes con regímenes y estados diferentes.
Pero la constitución social y política de la comunidad vecinal generó otras fronteras interiores
más sutiles, menos formales, pero de un enorme significado para la historia de su sociedad.
12
Ibid., pp.203-205
56
Las comunidades vecinales del mundo rural vasco pueden ser definidas como sociedades de
pertenencia. La pertenencia a la comunidad venía definida por la “vecindad” y ésta se refería
a la “casa vecinal”, que era el sujeto permanente de los derechos de vecindad en ella. Los
vecinos eran los miembros de pleno derecho de la comunidad y eran los únicos que podían
gozar de los derechos y deberes correspondientes: el derecho de participar en los concejos,
ejercer cargos públicos, usar las tierras comunales (más del 97% del territorio en 1607) y a
participar y ser reconocido como tal en los demás actos públicos, y el deber de contribuir en
las derramas concejiles, colaborar en los trabajos vecinales, formar en las revistas de armas y
participar en la vigilancia y defensa del territorio.
La vecindad delimitaba la principal frontera social en la comunidad. Los “habitantes”, novecinos, estaban privados de estos derechos. En un principio la comunidad era por definición
“comunidad de vecinos”, pero a lo largo de la Edad Moderna fue creciendo en su seno una
población de habitantes privados de vecindad. En particular con el crecimiento demográfico
del siglo XVII, sostenido por cambios profundos en la agricultura -la “revolución del maíz”que elevaron el techo poblacional de estas comunidades de la fachada atlántica, mientras que
en otras latitudes se producían los ajustes cíclicos de la población con las crisis demográficas
del siglo XVII. La comunidad vecinal reaccionó con dureza frente a este crecimiento de
hogares que ponía en peligro una economía basada en el reparto de los recursos comunales
ente los vecinos y mantuvo fijo el número de casas vecinales hasta finales del siglo XVIII,
evitando la creación de nuevas vecindades.
Esta frontera invisible pero tajante hizo que las nuevas familias que siguieron formándose
quedaran definitivamente con el estatuto de “habitantes”, sin posibilidades de gozar de la
vecindad. Esta población de habitantes dio lugar a una clase de arrendatarios, dependientes de
las casas vecinales, y la diferencia entre vecinos-propietarios y habitantes-arrendatarios
devino la principal diferencia social en el seno de la comunidad. La multiplicación del
arrendamiento fue un fenómeno masivo en las provincias vascas cantábricas, en el norte de
Navarra y en el Labourd13 durante la segunda mitad del XVII y a lo largo del XVIII y, a
nuestro entender, se explica mejor desde lo que hemos observado en el caso del valle del
Baztán que desde algunas explicaciones que han dominado el tema desde los años setenta, en
el caso de Vizcaya y de Guipúzcoa, como la pérdida de la propiedad por la introducción de la
economía especulativa capitalista y el abuso de los préstamos hipotecarios14.
Así, mientras que en las villas de la Ribera de Navarra o en las tierras de la corona de Castilla
la vecindad estaba más abierta y se podía devenir vecino sin mayores dificultades15, en un
mundo todavía necesitado de pobladores, en las comunidades vascas cantábricas fue todo lo
contrario16. En un mundo saturado, de horizontes limitados y cuya economía se apoyaba en el
reparto de los recursos vecinales (la inmensa mayoría de la superficie), la restricción severa de
la vecindad estaba destinada a preservar a la comunidad vecinal establecida y conllevó la
extensión notable de formas de dependencia económica y, en particular, del arrendamiento.
Este fenómeno supuso una contradicción sustancial con respecto al modelo tradicional de la
comunidad como “comunidad de vecinos”, conllevó tensiones y formas más o menos sutiles
de marginación. A diferencia de los “agotes”, los “habitantes” se integraron en una
comunidad a dos velocidades, siempre en situación de dependencia y con derechos
13
A. Zinck
Cf. E.Fernández de Pinedo, Crecimiento económico y transformaciones..
15
T. Herzog, Vecinos y extranjeros. Hacerse español en la Edad Moderna, Madrid, Alianza, 2006, pp.47-79
16
El libro de Mikel Azurmendi, “Y se limpie aquella tierra”, a pesar de sus méritos, es un ensayo de combate, escrito en
tiempos difíciles de limpieza étnica, que quizás por ello confunde cosas que se podrían tratar de otro modo.
14
57
restringidos. Con el tiempo, esta diferencia se tradujo incluso espacialmente, dando lugar a
una nueva “frontera” interior, no institucional pero con importantes consecuencias culturales
y políticas. A partir de determinado momento, en el Valle de Baztán sobre todo en el primer
tercio del siglo XIX, cuando a los habitantes arrendatarios se les reconocieron determinados
derechos de uso y disfrute de los bienes comunales y pudieron establecer explotaciones
relativamente autónomas, pasaron a asentarse establemente en las bordas de montaña que
hasta entonces habían servido para recoger el ganado, lo que produjo la formación de un
nuevo tipo de hábitat, el hábitat disperso de los caseríos que caracteriza desde entonces el
paisaje de la región.
Este fenómeno tuvo consecuencias importantes, aunque mal conocidas. Alejados a veces a
varias horas a pié de los pueblos, el mundo de los caseríos vivió en buena medida como un
mundo bastante replegado sobre si mismo. Mientras que los pueblos estuvieron más en
contacto con los procesos de modernización contemporáneos, en los caseríos apartados se
conservaron con mayor fuerza la lengua y las tradiciones. Cuando los estudiosos y etnógrafos
de los siglos XIX y XX descubrieron el mundo rural vasco, creyeron encontrar en este mundo
de los caseríos dispersos las esencias primitivas dl pueblo vasco, lo que fue utilizado de
diversos modos en la construcción de identidades románticas, nacionalistas o etnicistas, con
bastante éxito político17.
II. Las fronteras de la comunidad en el reino de Navarra y en la Monarquía católica
En esta segunda parte vamos a considerar elementos más clásicos –y mejor conocidos-de la
historiografía sobre la frontera.
Por su situación geográfica, estas sólidas repúblicas campesinas del Pirineo occidental fueron
“sociedades fronterizas” que jugaron un papel específico en la frontera entre los reinos de
España y Francia. Sobre esta frontera se ha escrito bastante y desde diversos puntos de vista
(más de una vez interesados o sesgados): sobre la frontera franco-española como lugar de
conflictos entre estados interestatales y de cooperación interregional; sobre la frontera como
separación y como zona común de intercambios, etc. Esta literatura no nos ha interesado
excesivamente hasta ahora y por ello no nos sentimos habilitados para hablar en exceso de
ella. Sí parece necesario recordar algunos elementos característicos repetidos frecuentemente
por esta historiografía. La frontera no es una barrera de separación sino un espacio de
encuentro entre comunidades fronterizas en el que permean muchos intercambios:
matrimonios, trabajadores, comercio, intercambios ganaderos, etc.
Con la construcción de las monarquías española y francesa, las comunidades pirenaicas se
vieron envuelta en la historia de las guerras y paces entre reinos y fue cobrando diferentes
significados con respecto a la defensa del reino, a las pretensiones dinásticas sobre
determinados territorios y a la pugna entre potencias enemigas o, en otro orden, cara a la
lucha contra la herejía protestante. Sin embargo, en esta historia más general de las fronteras
de los reinos, comunidades fronterizas como los valles pirenaicos de Baztán, Roncal o Salazar
gozaron de una amplia autonomía y desarrollaron su propia política de frontera con las
comunidades vecinas del reino de Francia, como lo habían hecho en el pasado, aunque más
integradas en la política general del reino y asumiendo tan bien que mal algunas directrices
emanadas de la corona, como la rectificación de la frontera eclesiástica en tiempos de Felipe
II.
17
C. Rubio, La identidad vasca en el siglo XIX.
58
En el artículo definitivo desarrollaremos las relaciones de estas comunidades pirenaicas con
las comunidades vecinas de la vertiente francesa. La expresión más conocida de su política
fueron las facerías o convenios de pastos entre comunidades.
También sintetizaremos la defensa de la frontera del reino de Navarra en las guerras entre los
reyes de Francia y de España, pero siempre desde el punto de vista de la participación de las
comunidades locales. A lo largo de los siglos XVI y XVII Navarra fue un reino fronterizo18.
Hasta la conquista castellana de 1512-1515 y su incorporación a la corona de Castilla,
Navarra fue un reino a caballo del Pirineo, fronterizo entre las monarquías hispánicas y
francesa, con la mayor parte de su territorio en la península ibérica, pero con una parte, la
llamada “tierra de Ultrapuertos” al norte de los puertos pirenaicos: unos 1.300 km2, una
décima parte de la Navarra meridional. Tras varias décadas de tensiones, sobre todo en los
años 1520, al final se impuso su reparto territorial entre España y Francia. En efecto, hasta
1530 la conquista castellana no fue irreversible y en varios momentos pareció muy próxima la
restauración de la casa de Albret en el trono. Los años 1520 vieron el cruce de expediciones
mutuas y de batallas (Noain, 1521), hasta que Carlos I abandonó la fortaleza de San Juan de
Pie de Puerto hacia 1530.
A partir de 1530, los reyes de Francia y de España no intentaron seriamente romper este
reparto y las operaciones militares en esta frontera occidental fueron operaciones de
hostigamiento y de mutua represalia, de corta duración y de escasa penetración. En
comparación con las guerras de los principales escenarios de la pugna franco-española en
Europa, esta frontera de los Pirineos occidentales fue secundaria: pocas y secundarias
acciones de armas y escasos medios materiales y humanos. Sin embargo, hasta la
intronización de los Borbones en 1700, la sociedad navarra vivió en una tensión militar
frecuente, a la que contribuyó la reivindicación de los derechos al trono navarro de los AlbretFoix, primero, y después de los Borbón-Albret, reyes de Francia desde 1589, con Enrique IV.
Además de las amenazas reales de ataques franceses, muchas veces las noticias o simples
rumores de proyectos de invasión ocasionaban la alarma, sobre todo en Pamplona, plaza
fuerte principal a sólo cuatro leguas de la frontera que podía ser tomada por sorpresa en un
golpe de mano.
La base de la defensa de esta frontera occidental se apoyó en la construcción y mantenimiento
de una línea de fortalezas donde hacerse fuertes, impedir cualquier invasión por sorpresa y
poder lanzar contraataques: por parte española, las plazas fuertes de San Sebastián (“la llave
de Francia”) con su avanzada Fuenterrabía, en Guipúzcoa, y la ciudadela de Pamplona (la
mayor fortificación de la península), y por parte francesa, Bayona. En Navarra, algunas
pequeñas fortalezas como la de Maya, en el Baztán, y la de Burguete, con pequeñas
guarniciones, sirvieron como puestos avanzados de vigilancia en las dos grandes rutas de una
posible invasión.
En este sistema de defensa, los valles fronterizos jugaron un papel importante. Las
expediciones ofensivas dirigidas por los virreyes de Navarra, con reclutamientos
relativamente masivos de varios miles de hombres (como los de 1558, 1636, 1638 y 1640)
fueron excepcionales. Mucho más frecuentes fueron las movilizaciones particulares en los
valles pirenaicos, dirigidas por sus alcaldes y “capitanes a guerra”. Estos comandaron una
labor casi permanente de vigilancia d la frontera en la que participaban todos los vecinos.
18
En esta síntesis seguimos a A. Floristán Imízcoz, Historia de navarra en la Edad Moderna, t. III, Pervivencias y
renacimiento (1521-1808), Pamplona, Gobierno de Navarra, 1994, pp. 10-16, 57-60
59
Estas milicias vecinales defendían, primero, sus tierras, pastos y montes limítrofes contra las
incursiones de las comunidades vecinas y, con ello, prestaban un importante servicio a la
corona de información y de vigilancia fronteriza.
Como capitán a guerra del Valle de Baztán, el alcalde estaba obligado a hacer cada año
“alarde, muestra y reconocimiento de armas de toda la gente de su jurisdicción, para que con
este ejercicio estén más prontos y hábiles para ocurrir a lo que sea del servicio de su Majestad
y defensa de la Patria”19. Cada uno de estos alardes costaba al Valle no menos de 150 ducados
para pólvora y puesta a punto de las armas20. Además de la vigilancia y defensa, los
baztaneses participaron en expediciones de ataque en suelo francés, como la dirigida por el
virrey de Navarra en 1636.
En el caso del valle de Baztán, el mejor ejemplo de expediciones en defensa de sus derechos
fue el de los Alduides o Quinto Real. Estos montes de disfrute compartido entre varias
comunidades fueron siendo colonizados por baigorranos, originarios del Valle de Saint
Etienne de Baygorri, lo cual dio lugar a numerosas tensiones durante trescientos años, entre
las que destacaron los incidentes armados de 1609-1614 y las expediciones de castigo de los
baztaneses en 1695. Este contencioso no se resolvería, con la pérdida del Alduide
septentrional, hasta el tratado de límites firmado en Bayona el 2 de diciembre de 1856.
Integradas en la monarquía católica, estas comunidades también vieron modificada la frontera
eclesiástica. Hasta los tiempos de Felipe II, los arciprestazgos occidentales de Baztán,
Santesteban, Cinco Villas y Fuenterrabía habían pertenecidos a la diócesis de Bayona.
Preocupado por el peligro de contagio de la herejía calvinista desde el sur de Francia, donde
prendió con fuerza en la Navarra de Juana de Albret y de Antonio de Borbón, jefe del partido
hugonote hasta 1562, Felipe II promovió el cambio de la frontera eclesiástica, y por el Breve
pontificio del 30 de abril de 1566 dichos territorios pasaron a incorporarse al obispado de
Pamplona.
III. De las fronteras de la comunidad a las fronteras de la nación.
Hasta ahora, el concepto de “Valle de Baztán”, de comunidad local, que hemos observado ha
sido un concepto dominado por la geografía: una comunidad ubicada en el Pirineo occidental,
en el norte de Navarra, fronteriza con Francia, y periférica de la historia general de los estados
o de las construcciones políticas relevantes que se producen en otros espacios de mayor
centralidad como la Corte.
Esta apariencia de comunidad enclavada contraste con lo que observamos en el siglo XVIII.
Originarios de este Valle remoto con una población de 1.000 familias, encontramos cerca de
400 personas en la administración real, las finanzas de la corona y el gran comercio
peninsular y americano. Entre ellos destaca una nómina impresionante de ministros,
consejeros, virreyes, generales, obispos, banqueros del rey, asentistas, administradores
coloniales y hombres de negocios. En este proceso, la vieja hidalguía de los antiguos pastoresguerreros ha adquirido un nuevo significado y sostiene una industria floreciente: a lo largo del
siglo, no menos de 350 baztaneses hacen “Informe de filiación y limpieza de sangre” para
acreditar su nobleza en la Corte, en Cádiz o en las Indias, y sostener así por doquier sus
19
20
Archivo Histórico del Valle de Baztán, Ordenanzas de 1696, cap. 52
E. Zuadaire, “Valle de Baztán”…, p.23
60
carreras privilegiadas21. Las fronteras de las familias que participan en este proceso han
pasado a situarse “a escala de imperio” y las redes de vasos comunicantes entre unos y otros
hacen llegar al Valle dinero, cargos, honores y favores22.
El paradigma geográfico ha dominado la historia regional o local y, por ende, el concepto de
“frontera” o de “sociedad fronteriza”. Esto tiene que ver con el paradigma de “espacio” como
“marco” de historia y, de un modo más general, con las limitaciones que conlleva
inevitablemente toda compartimentación, incluso la más legítima. En esta línea, uno de los
problemas tradicionales de la historia local y regional ha sido el “endogenismo”, creer que lo
local es puramente endógeno y que lo estatal, nacional o general es exógeno, sin considerar
las redes sociales y los fenómenos de vasos comunicantes que se producen entre los diferentes
“espacios”.
Más allá de las instituciones y de las doctrinas, la integración de territorios en el ámbito de la
Monarquía hispánica se consolidó a través de las relaciones de la corte con las elites locales y
provinciales, y, en particular, por medio de la participación de dichas elites en las estructuras
políticas y económicas de la Monarquía. De un modo general, en la Edad Moderna el
intercambio entre las elites de un reino y la Corona constituyó la clave de bóveda del sistema
político. Los patriciados locales y provinciales se hallaban vinculados a la Monarquía por un
flujo constante de intercambios en los que recibían favores políticos, cargos, honores,
pensiones a cambio de una lealtad y servicio que debía asegurar la gobernabilidad del país y
la percepción de los impuestos23.
Pero, además de esta relación común, válida para la generalidad de las elites provinciales de
los diferentes territorios de la Monarquía, la observación de las elites de las provincias vascas
y del norte de Navarra a lo largo de la Edad Moderna muestra con especial fuerza otro
fenómeno paralelo: las enormes posibilidades de enriquecimiento y de ascenso social que
ofrecieron los nuevos espacios económicos y políticos que se fueron abriendo a medida que se
desarrollaba y consolidaba la Monarquía hispánica y su imperio colonial. Estas oportunidades
estuvieron relacionadas, en particular, con la construcción del Estado burocrático, financiero y
militar, con la economía de guerra de la Corona y con la posesión de un imperio ultramarino.
Por estos cauces, a lo largo de la Edad Moderna la Monarquía hispánica se convirtió en un
ámbito de actuación privilegiado para una fracción de las elites vascas y navarras. El servicio
al rey, las carreras en la corte y en la alta Administración, las dignidades eclesiásticas y los
cargos en el Ejército y la Armada, así como los negocios industriales y financieros con la
Corona y el comercio colonial, constituyeron fuentes de riqueza y de elevación de primera
magnitud. Esta participación fue un motor principal de la emergencia y renovación de las
elites vascas durante la Edad Moderna.
Esta economía se vio acompañada y favorecida por la producción de determinadas ideas de
calidad y privilegio que tuvieron sus efectos colaterales de discriminación étnica y religiosa.
Desde el siglo XVI se desarrolló fuertemente entre las élites de estas comunidades hidalgas de
Vizcaya, Guipúzcoa y del Norte de Navarra una cultura de limpieza de sangre, de hidalguía
21
Los materiales que sintetizamos a continuación se hallan desarrollados en J. M.Imízcoz, , “Las élites vascas y la Monarquía
hispánica: construcciones sociales, políticas y culturales en la Edad Moderna”, V Jornadas de Estudios Históricos “Espacios
de poder en Europa y América”, Vitoria-Gasteiz, 10-12 de noviembre de 2003 (el borrador se puede consultar en
www.ehu.es/grupoimizcoz )
22
Cf. J.M. Imízcoz, “La hora navarra del XVIII: relaciones familiares entre la Monarquía y la aldea”, en Juan de Goyeneche
y el triunfo de los navarros en la Monarquía hispánica del siglo XVIII, Pamplona, Fundación Caja Navarra, 2005, pp.45-77
23
J.P. DEDIEU y Z.MOUTOUKIAS, “Approche de la théorie des réseaux sociaux”, en J.L.CASTELLANO y J.P.DEDIEU
(dirs.), Réseaux, familles et pouvoirs dans le monde ibérique à la fin de l’Ancien Régime, Paris, CNRS, 1998, p.20.
61
originaria y de cristianos viejos que tuvo gran significado en los reinos de la corona de
Castilla y en las Indias con respecto a otras poblaciones. Durante los reinados de Carlos V,
Felipe II y Felipe III destacó la presencia en la Corte de un nutrido grupo de vascos como
consejeros, secretarios y contadores24. Hay elementos para pensar que fue a la sombra de esta
dinámica de carreras al servicio del rey donde se formuló esa ideología solariega que
publicitaba la calidad particular de los “vizcaínos” y que durante varios siglos serviría para
sustentar las carreras de aquellos personajes en la sociedad cortesana y las pretensiones de
privilegio que debían de corresponder a los hidalgos vascos en la Monarquía hispánica. Según
Jon Juaristi, estos vascos de la corte patrocinaron la idea, formulada a través de diversos
autores, como el licenciado Andrés de Poza, de que eran los “primeros españoles”,
descendientes del patriarca Túbal, que no habían sido conquistados, sino que guardaban el
idioma originario y las esencias de los primeros pobladores, siendo nobles y limpios de sangre
desde los orígenes25. Estas ideas habrían servido a aquella “clase escriba vizcaína” para
conquistar posiciones en la corte, desplazando a los judeo-conversos que ocupaban hasta
entonces aquellos cargos, y para rivalizar con sus principales competidores desde entonces:
los hidalgos montañeses, esos otros “cántabros tinteros”, en expresión de Quevedo, que
siguieron durante mucho tiempo una dinámica paralela26.
En el siglo XVIII, este fenómeno cobró un significado especial. Tras la guerra de Sucesión los
Borbones, para gobernar más libremente, marginaron a la alta aristocracia del gobierno de la
monarquía y se rodearon especialmente de “extranjeros” a la alta sociedad castellana. Ente
ellos, los grupos regionales más representados fueron los hidalgos del norte de la Península,
en particular los montañeses, vascos y navarros27. Como muestra, entre otros, el caso del
Valle de Baztán, estas comunidades fueron las principales canteras de cuadros del Estado
administrativo, de los negocios relacionados con la real Hacienda y del gran comercio
colonial.
A nuestro entender, la importancia de este fenómeno radica, más que en el número o la
elevación, en sus consecuencias. Estos hombres participaron de un modo especial en el
proceso de construcción política, administrativa y económica del reformismo borbónico, en
estas experiencias se transformaron cultural e ideológicamente, y ellos o sus descendientes
estuvieron especialmente presentes entre las élites políticas que construyeron el Estado liberal
en la primera mitad del siglo XIX28. Retomando la expresión de Ringrose, podemos proponer
que los miembros de estas familias de administradores, financieros y comerciantes
relacionadas con el servicio del Estado formaron parte de esas “redes sociales y políticas que
podrían ser consideradas como los inicios de la nación española”29: se enriquecieron y
forjaron en actividades relacionadas con la economía y la administración del Estado y del
imperio colonial, se encontraron entre los agentes principales del reformismo borbónico,
formaron parte del sector más moderno y reformista de las elites españolas del XVIII,
24
Lope MARTÍNEZ DE ISASTI, Compendio historial de la M.N. y M.L. Provincia de Guipúzcoa, Bilbao, ed. Amigos del
Libro Vasco, 1985, [ca. 1625], vol. II, pp. 358 y ss.
25
J. ARANZADI, Milenarismo vasco (Edad de Oro, etnia y nativismo), Madrid, Taurus, 1982; A. E. de MAÑARICUA,
Historiografía de Vizcaya, Bilbao, GEV, 1971; Andrés de POZA, Fuero de hidalguía: Ad Pragmaticas de Toro &
Tordesillas, ed. de Carmen MUÑOZ DE BUSTILLO, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1997.
26
J. JUARISTI, Vestigios de Babel. Para una arqueología de los nacionalismos españoles, Madrid, 1992, pp. 9-20.
27
J.P.DEDIEU y Z.MOUTOUKIAS, “Approche de la théorie des réseaux sociaux”, en J.L.CASTELLANO y J.P.DEDIEU
(dirs.), Réseaux, familles et pouvoirs dans le monde ibérique à la fin de l’Ancien Régime, Paris, CNRS, 1998, p.26; J.P.
DEDIEU, “dinastía y elites de poder en el reinado de Felipe V”, en P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO (ed.), Los Borbones.
Dinastía y memoria de nación en la España del siglo XVIII, Madrid, 2001, pp. 381-399.
28
J. CRUZ, Los notables de Madrid. Las bases sociales de la Revolución liberal española, Madrid, Alianza, 2000.
29
D. R. RINGROSE, España, 1700-1900: el mito del fracaso, Madrid, Alianza, 1996, p. 83.
62
fundaron y dirigieron sociedades ilustradas y academias, y se encontraron abundantemente
representados entre los políticos de los gobiernos de la revolución liberal.
Esta historia fue diferencial. Se produjo en determinada corriente y generó sus propias
fronteras, no tanto geográficas como ideológicas. Por un lado, la pugna de estos
administradores del Estado, reformistas e ilustrados, con la vieja nobleza señorial. Por otro,
las diferencias en la propia comunidad de origen. Las carreras en la esfera de la monarquía
fueron una vía principal de penetración de nuevas ideas, valores y modos de vida en las
familias implicadas en ellas. Las familias baztanesas más introducidas en esta dinámica
adoptaron nuevas pautas educativas, lingüísticas, sociales y políticas, germen de tensiones y
de rupturas. Mientras que el horizonte de aquellas elites transcendía el círculo de la aldea y se
forjaba en el mundo de la modernidad, el horizonte vital de la inmensa mayoría de la
población continuaba siendo el de la comunidad local y su cultura tradicional. Con las
rupturas de la revolución liberal y la primera guerra carlista, en 1833-1839, observamos que
las familias que habían estado más implicadas en las carreras del Estado durante el siglo
XVIII fueron los líderes de la minoría liberal, rodeados de una mayoría de población
profundamente tradicionalista.
Frontière et frontières dans le « Cautiverio Feliz » de Francisco de Pineda y Bascuñan
(Chili austral au XVIIe siècle
Jean-Paul Zúñiga, EHESS
[email protected]
« Quand je veux juger l'esprit de l'administration de Louis XIV et ses vices, c'est au Canada
que je dois aller. On aperçoit alors la difformité de l'objet comme dans un microscope. »
(Alexis de Tocqueville, Oeuvres complètes, l'Ancien Régime et la Révolution, volume
premier, pp. 286-287).
En 1598, après près d’un demi-siècle de présence espagnole au Chili, une révolte indienne
rase la moitié australe des territoires occupés par les Espagnols, détruisant sept villes et faisant
de nombreux captifs. La frontière séparant depuis lors la société créole chilienne des terres
indiennes non soumises aux conquérants a joué un rôle fondamental dans la constitution des
groupes se trouvant de part et d’autre de la ligne de démarcation militaire, le fleuve Bio Bio.
Comme souvent avec les accidents géographiques, ce fleuve matérialise dans l’historiographie
coloniale chilienne l’opposition entre deux mondes. D’abord désignées comme terres
« insoumises », ces territoires acquièrent une dimension politique reconnue avec le
« Parlamento de Quillin » en 16411, où est formalisée par celui qui était alors gouverneur de
la capitainerie générale, le marquis de Baides, la ligne de démarcation entre le Chili colonial
et les terres indiennes. « Espagnols » et « Indiens » se construisent alors — d’une manière
plus aiguë que dans d’autres contrées américaines ? — comme les deux pôles identitaires
excluants structurant la société créole.
1
Le contexte de l’ouvrage est double, car si Francisco de Pineda demeure en captivité entre le 15 mai et le 27 novembre
1629, la rédaction de son Cautiverio Feliz est bien plus tardive. La copie dont nous disposons date de 1673, mais la rédaction
elle même a été finie avant 1664 (date d’une lettre du Vice-roi du Pérou faisant référence au livre) et postérieure à 1655, date
du soulèvement indien dont ils raconte certains détails dans son livre.
63
Le choix d’étudier cette question par le biais du récit de la captivité d’un soldat espagnol,
Francisco Núñez de Pineda y Bascuñan, au milieu des Indiens du sud du Chili au XVIIe
siècle, permet d’aborder ce problème — que j’appellerai plus largement celui de
l’appartenance — au travers des positionnements du narrateur face aux différents acteurs du
monde colonial, qu’il s’agisse des Indiens soumis, des Indiens rebelles, des conquistadores ou
de l’administration coloniale.
Mon propos s’inscrit donc aussi bien dans une réflexion historique sur la notion de
communauté que dans un souci méthodologique visant à exploiter les sources littéraires
comme un outil pour comprendre le politique. Mon but n’est pas de me fonder uniquement
sur ce type de sources mais de l’ajouter aux sources disponibles : il s’agit de considérer la
littérature comme une mise par écrit du social et en ce sens lui redonner toute sa place dans
l’analyse historienne. En effet, nous ne pouvons pas feindre d’ignorer que la masse de
documents législatifs ou judiciaires sont le plus souvent inaptes à nous dire l’appartenance,
car ces documents, lorsqu’ils abordent ces questions, nous placent devant les rares cas où le
droit positif (ou le juge) doivent trancher dans une affaire litigieuse. Or, l’appartenance se
décline le plus souvent au quotidien et de manière tacite. C’est alors que la littérature, reflet,
révélateur autant que moteur des comportements et des valeurs sociales d’une époque, peut
nous aider à répondre aux questions que d’autres sources sont incapables d’éclairer (ou
seulement très partiellement).
1 La société coloniale hispanique, dont les migrants sont la base politique indispensable,
présente une opposition structurelle entre Espagnols et Naturales. Celle-ci rend compte de
l’extranéité fondamentale des Espagnols par rapport au milieu américain, caractère qui
constitue l’une des tensions identitaires les plus fortes du monde hispano-américain et sur
laquelle repose la trame du livre. Le récit du Cautiverio est en ce sens celui d’un voyage de
l’autre côté du mur, avec tous les éléments symboliques mettant en avant cette traversée : rôle
liminaire du fleuve, dans lequel Francisco manque de se noyer et perd ses vêtements
« espagnols », vêtements qu’il échange contre des habits d’Indien de l’autre côté du fleuve ;
fin de l’habitat hispanique, présenté comme le signe de la fin de la civilisation, « desnudez »
et froid qui accompagnent notre héros malgré les bons traitements des Indiens… Toute la
partie descriptive qui s’ouvre avec ce passage du Bio Bio : mœurs des « araucans », fêtes,
beuveries nourriture, décline en permanence une bi-partition entre le « nous » et le « eux » qui
est la raison même des explications fournies, sorte de catalogue de marqueurs identitaires.
La simplicité de cette opposition en viendrait presque à nous faire oublier que le caractère
évident des termes mis en avant par l’auteur est loin d’être transparent. L’anthropologie
historique nous a depuis longtemps mis en garde contre les constructions coloniales visant à
organiser les peuples soumis par la couronne espagnole en « nations », (Calchaqui, Guarani,
Araucane et bien d’autres…). Pour le cas des Araucan, Guillaume Boccara a montré à quel
point cette inscription était le produit de logiques coloniales et dénuée de sens en dehors de ce
contexte particulier qui a vu l’ethnogenèse du groupe désigné de nos jours par ethnonyme
Mapuche. On a pourtant beaucoup moins relevé le caractère tout aussi intrinsèquement lié à la
situation de l’expansion territoriale hispanique d’une autre construction identitaire
contemporaine, celle de l’ethnonyme Espagnol.
Il convient pour cela de réfléchir à la distance existant entre les différents ethnonymes
caractérisant les ibériques à l’époque médiévale et au début de l’époque moderne en dehors de
la péninsule : si les termes usités dans les grands centres économiques et foires (Bruges,
64
Lyon) nous mettent face à des biscayens, des Castillans, des Catalans…seule la diplomatique
romaine englobe les prélats ibériques sous l’appellation géographique commune d’hispanus.
Dans les territoires européens du monarque catholique les individus se définissent d’abord par
leur lieu de naissance (le lieu d’où ils sont naturales), puis par l’origine régionale ; aux Indes,
la première auto-identification a été celle de chrétiens par opposition aux infidèles ou gentils,
et ce n’est que dans un deuxième temps que l’ensemble de ces Castillans, Basques, Andalous,
Galiciens et Extremeños se fondit dans un ensemble commun, homo hispanicus désigné par
l’ethnonyme Espagnol. Que le phénomène touche l’ensemble de la monarchie, Thomas
Dandelet nous l’a montré dans son étude sur la confrérie de la Nation espagnole à Rome à la
fin du XVIe siècle, confrérie regroupant les « Espagnols » résidant à Rome. Or, Dandelet
montre que l’acception du terme est large, puisque les statuts de la confrérie, qui prévoient
l’aide et la charité — notamment la dotation des jeunes filles pauvres de la « nation » —
s’adressent tout d’abord à toutes les Castillanes (en incluant explicitement sous ce terme la
Castille et les Indes de Castille) puis aux Valenciennes, aux Aragonaises, aux Navarraises,
aux Catalanes, aux Portugaises et enfin aux Bourguignonnes, [...] aux Flamandes, aux
Siennoises, aux Napolitaines et aux Sardes... dans cet ordre!!2
A l’image de cette fusion, la provenance familiale de Francisco de Pineda — son père était
un soldat sévillan et sa mère une créole, fille d’un père de Valladolid et d’une vizcaina — ou
celle de sa femme, créole, fille d’un soldat cordouan et d’une créole issue d’extremeños,
montre clairement le rôle de creuset joué par l’armée et par les nouveaux territoires de la
couronne dans la genèse de la figure de l’ « espagnol », figure déterritorialisée et politisée
(l’exemple de la confrérie de Rome rend cet aspect manifeste) mais non dénuée d’ambiguïté
dès sa naissance.
De fait le « nous » et le « eux » sans cesse assénés dans l’œuvre de Pineda, se brouille
rapidement. D’une part on constate bientôt qu’il y a de bons et de mauvais Indiens (ceux qui
le protègent et qui l’ont « adopté » parce qu’ils connaissent les hauts faits de son père le
maître de Camp Alvaro Nuñez de Pineda ; ceux qui, au contraire, veulent le sacrifier comme
importante prise de guerre, en raison justement de sa filiation). Il a de ses yeux vu mourir le
camarade qui avait été fait prisonnier en même temps que lui, lors de la bataille de
Cangrejeras en mai 1629, un désastre pour les Espagnols.
De plus, les Indiens qui l’avaient adopté ayant décidé de l’emmener sur leurs terres, loin de la
frontière, les visites au chefs des autres parcialidades trouvées sur leur chemin, les invitations
à des banquets dans les contrées proches de celle de Maulican son « maître » (amo), sont le
prétexte à des descriptions détaillées des pratiques et des l’alimentation festive des groupes
qu’il rencontre. Ces descriptions mettent en évidence la circulation de denrées et d’habitudes
culinaires entre les groupes : si les indiens consomment pour chaque fête de la viande de
mouton, de poulet, de chapons, des beignets frits dans l’huile3, les espagnols sont loin de
n’avoir que des pratiques alimentaires européennes ! Décrivant les mets qui lui sont présentés
lors d’un énième banquet, Francisco de Pineda parle de « pains de maïs », « que llaman
humintas y nosotros tamales »… Même constat pour de produits tels que la toile, la cire, la
viande de porc non salée, la levure et un pot de cuisine neuf, considérés tellement
« espagnols », que l’auteur n’hésite pas à en faire une liste4 des éléments nécessaires pour
effectuer une guérison qu’il s’était vanté de pouvoir faire : persuadé que ses hôtes ne
parviendraient jamais à se les procurer, Francisco pensait se tirer ainsi d’affaire. La liste est
pourtant rapidement réunie, grâce notamment aux échanges et à la correspondance avec …
2
Voir Jean-Paul Zuniga, « Le Voyage d’Espagne. Mobilité géographique et construction impériale en Amérique
hispanique », Cahiers du CRH, EHESS, à paraître.
3 e
3 discours, chap. 17 entre autres. Dans le chap. 3, p. 532 « « Cada cual de aquellos casiques principales se esmeraba en
darme algun regalo de los que antiguamente habian aprehendido las cosineras que aun duraban de aquellas ciudades
asoladas : unos me daban pasteles, empanadas ; otros, rosquetes y buñuelos, tortillas de huevos con mucha miel de abejas… »
4
p. 587.
65
d’anciens captifs !5 Les deux mondes sont en ce début du XVIIe siècle déjà profondément
mêlés.
Par ailleurs, fait plus déroutant, l’auteur se prend tout d’un coup à parler de « nuestra
parcialidad » et de « mon » grand-père adoptif. Sans doute rhétorique, ce brouillage revêt bien
plus d’intérêt lorsqu’on s’intéresse à l’utilisation par Pineda du terme « royaume du Chili » ou
« Chili », où éclate toute l’ambiguïté de son positionnement : dans cette opposition
Indiens/Espagnols, quel rôle devait être accordé à la naturalité des créoles ?
2 Appartenance locale, appartenance régionale, appartenance globale.
Les ibériques sont fortement marqués par la notion de patria, qui contrairement à son
étymologie, est moins déterminée par la « terre des pères » que par la terre où l’on est né.
Toute la complexité de l’analyse du texte étudié réside dans cette ambiguïté qui régit la
confrontation entre deux mondes, celui des barbares Indiens et celui de l’Espagnol captif,
confrontation d’où l’on voit rapidement émerger trois identifications fondées sur le rapport au
territoire : la terre des barbares, la terre des Espagnols du Chili, et la lointaine Espagne d’où
sont venus, par vagues successives, tous les ancêtres de l’auteur.
En effet, le point d’ancrage de la naturaleza d’un individu est avant tout local (le lieu où il est
né), mais cette inscription première ne saurait cacher une deuxième qui fait que tout Espagnol,
du fait même de son inclusion dans cet ethnonyme, peut se déplacer et s’établir où il le
souhaite dans les vastes domaines du monarque, ce qui est interdit aux individus qui ne sont
pas considérés comme « Espagnols » (Indiens, Etrangers). La vaste question de savoir
comment se formule cette définition, et notamment la place de la religion (cf. les Irlandais…
Igor Pérez Tostado) rend compte du caractère dynamique, en construction, de l’ethnonyme
comme nous l’évoquions plus haut. Entre ces deux appartenances extrêmes, l’une très ancrée
dans le local, l’autre très globale, il reste l’échelle régionale qui est justement celle qui semble
primer dans l’œuvre de Pineda.
Bien plus que la vecindad ou la naturaleza (Pineda ne se définit pas comme habitant de
Chillan, ou comme naturel de Chillan où il est pourtant né)6, c’est l’appartenance au commun
royaume, le Chili, qui domine : Pineda se sent chez lui dans la capitainerie, à l’étranger au
Pérou (« tierras extrañas » dit-il dans son livre à propos de Lima). Sa patrie ce n’est pas tant
Chillan, que « nuestro Chile » voire « nuestro lastimado Chile ». Voilà qui change la donne
est remplace l’opposition Espagnols/naturels par une autre configuration comprenant des
Espagnols du Chili (tout habitant Espagnol du Chili, qu’il en soit natif ou non, royaume rendu
synonyme local du monde hispanisé pour l’occasion), des Indiens naturels, et des Espagnols
de terres étrangères (le Pérou, l’Espagne). C’est donc une nouvelle entité qui apparaît, le
Chili, entité qui suggère tout de même une communauté des naturels (tous ceux qui sont nés
sur ce territoire). Indiens et Espagnols de cette région de l’Empire se trouveraient ainsi logés à
la même enseigne, naturels qu’il sont tous du royaume du Chili.
Cette idée justifie qu’on ait vu dans son propos une « créolité » affichée… contre les
péninsulaires. Les critiques que Pineda adresse à la manière injuste dont la guerre contre les
Indiens a été menée – « con muy justa causa […] sacudisteis el yugo que en las cervices os
tenian puesto los que no supieron conservaros en cristiandad, en justicia y quieta paz » dit-il
au cacique Tureupillan lorsque celui-ci lui explique les raisons de la révolte7 -, son
identification apparente avec les Indiens qui le retiennent jusqu’à son rachat, seraient donc
l’expression de l’hostilité ressentie par les créoles, descendants des premiers fondateurs de la
société coloniale, à l’égard de ceux qui apparaissent comme des parvenus, les migrants plus
5
L’huile, seule denrée qui paraît en définitive plus difficile à se procurer sur l’ensemble, est envoyée depuis le territoire
espagnol par le capitaine Marcos de Chavarri, ancien captif. (Ch. 25, p. 616)
6
A l’exception de la messe qui a lieu à Chillan, lors de son rachat, où il parle de la réception organisée en son honneur dans
sa « patrie », par ses «amigos, compañeros y compatriotas ». p. 964.
7
Chap. 24, p. 613.
66
récemment arrivés. Hostilité entre ceux qui sont en place et craignent que les nouveaux ne les
déplacent (ce qui arrive effectivement à notre auteur dont le père, mestre de Campo, meurt
pourtant sans le sou, ses deux sœurs placées au couvent faute de dot en accord avec leur
qualité, sort qu’il ne souhaite pas pour les siens, mais qui semble le guetter comme il le dit
amèrement dans son livre).
En réalité il n’en est rien, et les critiques qu’il formule à l’égard de la gestion de la guerre,
ainsi que les solutions qu’il propose montrent qu’une troisième variable, le caractère juste de
celle-ci8 (la juste guerre est une catégorie du droit canon) déterminent les conditions de
possibilité de cette communauté des naturels du Chili, question qui dépasse largement
l’opposition Indiens/Espagnols étrangers ou Espagnols créole/espagnols étrangers qu’on a
voulu y lire.
3 Pour ce faire, Nuñez de Pineda introduit l’histoire du Chili dans une économie du sacré : le
Chili, n’est pour l’occasion que le théâtre de la justice divine et les sept villes détruites du Sud
chilien, l’image de Sodome et Gomorrhe. Pour mieux étayer son propos, Pineda se fait l’écho
de tout ce qui se disait au XVIIe sur les créoles américains : dissolus, lascifs, pécheurs car
habitués à une vie trop facile et opulente et dont le prototype seraient les marchands et les
letrados, les lettrés.
Si les Indiens du Chili, même ceux qu’ils considère « nobles » et qui l’ont protégé, sont tout
de même victimes du démon car il vivent dans l’oiseveté et les partiques malhonnetes,
notamment la polygamie et l’ébriété, on ne peu les considérer apostats, puisque d’après
Pineda, ils n’ont jamais eu connaissance du véritable christianisme. Car l’exemple que leur
ont donné les conquistadors, les « españoles antiguos » et celui que leur donnent toujours les
fonctionnaires nommés par la couronne, oidores, veedores et contadores de la Real hacienda,
qui permettent leur réduction en esclavage en toute illégalité afin de toucher les droits de
vente, ne peut pas être considéré comme l’exemple d’hommes chrétiens9. Ce sont eux les
infâmes, 10 ceux qui sont les coupables de la situation du « Chili » car « con semejantes
ministros y gobiernos tan contrarios a la razon y justicia, como puede haber paz firme en
Chile, porque la guerra sera perpetua y inacabable, si primero no se acaba Chile ».
Par opposition, Nuñez de Pineda chante les louanges des valeurs chrétiennes et viriles, la
valeur du soldat qui ne recule pas devant l’effort qu’il compare à la veulerie et aux intrigues
et à la corruption des « plumarios » (« plumitifs ») dont il blâme même le caractère efféminé :
tout un chapitre est consacré dans l’œuvre aux hommes qui se rasent et soignent leur
chevelure comme des femmes, attitude que l’auteur condamne sans ambages. Dans ce
contexte les Indiens, bien qu’infidèles, ont été l’outil de la justice divine. Si la guerre se
perpétue c’est donc une autre expression de la colère divine devant le népotisme et la vénalité
des charges municipales et même, en toute illégalité, des grades militaires, qui permettent aux
mêmes de s’enrichir aux dépens de ceux qui donnent leur vie pour la défense des territoires du
roi espagnol sans en récolter la juste récompense.
L’auteur propose ainsi une communauté fondée sur des soldats évangélisateurs (Pineda se
prononce pour le caractère héréditaire et permanent des encomiendas)11, protecteurs des
8
Les chapitres 23 et 24 du 3e discours sont consacrés à cette question : la réponse est évidemment négative.
Les chap. 12 à 16 sont entièrement consacrés à la dénonciation des malversations du situado et aux dysfonctionnements
administratifs imputables à la corruption des fonctionnaires.
10
Il faut noter que seuls méritent d’être considérés comme apostats selon Francisco de Pineda les Espagnols passés
volontairement au camp des Indiens pour pouvoir vivre « a su usanza » alors qu’ils connaissaient le christianisme. Il sont en
ce sens des renégats.
11
« Faltos de entendimiento y privados de juicio parecian estar estos racionales hombres, pues no cuidaban de conservar su
dicha y buene suerte, ni de dejar a sus hijos vinculos , rentas ni feudos, no atendiendo ni mirando por la salud y vida de sus
vasallos, dejandolos morir como bestias en el campo. Esto nace de ser las encomiendas transitorias y finitas ; que, aquel que
9
67
Indiens travaillant pour eux et préservés de l’exemple délétère des « mauvais espagnols ».
L’ordre catholique, qui devrait être celui de la monarchie tout entière, est bouleversé dans le
cas du Chili (selon Pineda) par l’éloignement (par la position hémisphérique se demande
Pineda ?) : seuls ceux qui peuvent s’approcher du monarque (donc ceux qui peuvent effectuer
une traversée coûteuse, à Lima ou à Madrid, peuvent obtenir les grâces royales qui en théorie
devraient être réservées aux sujets méritants (riches ou non).
Par cette argumentation, Pineda déplace la césure séparant Espagnols et Indiens : pour lui la
césure fondamentale est celle qui sépare les guerriers vertueux de la vile plèbe. Son séjour
chez les Indiens lui semble confirmer que ces barbares, bien que barbares, ont conservé ces
vertus viriles et guerrières fondamentales – toutes les honneurs doivent être réservées aux
soldats méritants - que les Espagnols, dépravés, ont oublié. Que cet oubli était coupable, la
perte d’une moitié du Chili comme punition divine le prouve. Rétablir la morale est pour
Pineda le critère qui compte, et qui remplace l’opposition Espagnols/Naturels ou
Péninsulaires/créoles.
L’ambiguïté de la rhétorique de Pineda (maniant selon le but de son argumentation du
moment des idées à priori contradictoires) explique que se livre ait tour à tour été interprété
comme la vision par un Espagnol d’un monde étrange et étranger – celui des Indiens barbares
—, comme une critique de la société coloniale par les Indiens, à travers les propos que
l’auteur attribue aux chefs Indiens avec qui il s’est entretenu, ou, plus récemment, comme le
témoignage de l’opposition farouche entre deux vagues migratoires, celle des conquistadors et
celle des nouveaux migrants. En réalité une lecture simple de l’ensemble de l’œuvre met en
évidence que le récit fonctionne comme un véritable projet politique ; Francisco, comme le
Joseph biblique dans l’œuvre homonyme de Mira de Amescua, se présente en sauveur de
« son » peuple.
En effet, plus qu’une ligne (fut-elle un cours d’eau important) la frontière apparaît dans le
Cautiverio feliz comme une grande métaphore. Une métaphore de la distance séparant un
monde qui est d’un monde qui fut : dans une version un peu particulière du bon sauvage,
Pineda va retrouver chez les barbares les vertus premières des guerriers, qui reconnaissent et
récompensent la bravoure, valeurs oubliées par les Espagnols, au Chili et partout dans la
monarchie, et raison même de l’état déplorable du Chili (et on peut dire que Pineda annonce
la crise du corps politique tout entier si la situation devait se prolonger).
Métaphore ensuite de la distance fondamentale séparant Espagnols et Indiens et déclinée par
l’auteur essentiellement sur le registre de l’ignorance : l’absence de la lumière de la foi –
prétexte à de longs passages sur ses dons de missionnaire auprès des Indiens, notamment des
enfants - ignorance se trouvant par ailleurs à la racine des mœurs perverses de ces hommes
sans foi, d’où l’importance dans l’économie du texte des descriptions de beuveries politicorituelles, de l’idolâtrie et de l’incontinence sexuelle des hommes ou pire, de la liberté sexuelle
des femmes.
D’autres frontières – conceptuelles ? - sont communes aux deux mondes et séparent chez les
Araucan comme chez les Espagnols, la noblesse de la plèbe, les bons des méchants. Chez les
Indiens cette césure est représentée par les nobles caciques qui le protègent, reconnaissant en
lui le rejeton d’une noble souche – et prompts à accepter pour les enfants les bienfaits du
christianisme- , et par les frontaliers avides de sang, qui veulent le sacrifier au cours d’un
meurtre rituel, image même de la sauvagerie.
sabe que por su vida solamente goza del feudo, tira de la cuerda de manera que si no quiebra, de de si mas de los que puede,
sin quedar con fuerzas para sustentar la carga o el peso de los sucesores.
En la Europa, mediante los mayorazgos se sustentan las familias y hijos con decoro y lustre de sus personas, y de la misma
suerte fueran estas provincias mas seguras, mas esplendidas y abundantes, si las encomiendas fuesen perpetuas ; como lo
escribio […]Juan de Solorzano. »(réf. Lib 2, De indi. Gubern. , c. 30, n° 47 et 48. puis n° 51.).
68
A cette bi partition du monde indien répond la séparation interne au monde des Espagnols, qui
connaît ses dépravés et «mauvais chrétiens », au premier chef desquels se trouvent les
renégats, chrétiens espagnols ayant choisi de vivre parmi les Indiens, et au sujet desquels le
vocabulaire décline le champ sémantique de l’abjection et de la chute. Après eux, et la cible
principale de ses diatribes, les « plumarios » et autres agents de la monarchie administrative,
coupables par leur corruption et leurs mœurs dissolues12 de la fossilisation du conflit armé au
Chili. Face à cette image de la déchéance se dressent des héros, les soldats vertueux,
catholiques et virils auxquels doivent revenir les charges, les bénéfices et les honneurs.
Que la frontière comme espace d’affrontement soit un lieu d’échanges plus que de
démarcation radicale est une cause entendue depuis l’œuvre d’Alonso de Ercilla un siècle plus
tôt, qui scrute l’ennemi et y reconnaît toute une série de valeurs morales partagées. Comme
Ercilla avant lui, Pineda se sert de son expérience de captivité pour mettre en scène son
analyse …sur sa propre société. Car contrairement a ce que l’on a longtemps cru, l’objet de
Pineda est bien plus le monde espagnol que le monde indien. Ce détour de l’autre côté du
miroir n’est qu’une tactique – un peu comme des Lettres persanes avant la lettre et à l’envers
– pour mieux pourfendre les tares de sa propre société, de son propre monde.
« Monde » car les problèmes qu’il pose sont ceux touchant l’ensemble de la monarchie :
comment se faire entendre d’un monarque lointain ? Comment s’assurer que le pouvoir
politique n’a pas été accaparé au bénéfice de ceux qui sont censées l’administrer ?
Pineda se livre ainsi à une critique acerbe de la vénalité des charges municipales notamment,
qui ajoutée aux pratiques traditionnelles de cooptation, confisquent le pouvoir local au profit
des élites territoriales et marchandes – tout comme en Castille. Si, de surcroît, les fraudes dans
l’adjudication des contrats pour l’entretien des armées (le situado) empêchent
l’enrichissement des producteurs locaux (dont Pineda lui-même), et ce au profit des
liméniens, il ne reste que les bénéfices octroyés par le monarque aux militaires méritants pour
pouvoir s’élever (« medrar ») : si ces récompenses dépendent de l’accès au monarque ou au
vice-roi, le lien avec le monde des militaires comme Pineda est rompu excluant de ce fait le
service militaire au monarque comme levier social. Dans les marches de l’empire comme au
cœur de la Castille les problèmes de gouvernance s’expriment quasiment dans les mêmes
termes.
Comme solution à tous ces problèmes, Francisco de Pineda pose une série de valeurs – vécues
comme un « retour » à des valeurs qui ont été perverties à travers le temps – solution qui
conjugue les valeurs traditionnelles de noblesse et vertu dans un cadre imposant de nouvelles
formes d’inscription identitaire et d’appartenance. Les Nobles, guerriers, « Espagnols » et
catholiques, tous adjectifs qui se veulent redondants sous sa plume, doivent être le modèle des
autres Espagnols et les formateurs religieux des Indiens qui doivent leur être confiés de
manière perpétuelle. C’est à ces hommes qu’il incombe d’être la cheville privilégiée du
rapport avec le pouvoir du monarque. Leur patrie est conçue dans cette organisation comme le
lieu où ils sont en droit d’attendre des récompenses pour leurs mérites et services. Vision très
traditionnelle des Indes comme un ensemble de royaumes de plus dans le concert des
royaumes dépendant du roi catholique, mais qui a effectué un passage fondamental qui ne doit
pas passer inaperçu : en déterritorialisant la notion d’Espagnol – du natural de los reinos de
España on passe à l’Espagnol - et en lui adjoignant le nécessaire adjectif « catholique », la
vision de Pineda, témoin d’un processus global que l’on ne saurait limiter à cet exemple, et au
domaine colonial, pose les bases d’une appartenance hispanique profondément ancrée que les
hommes du XIXe siècle hispanique ont le plus grand mal à conjuguer avec les notions
modernes de citoyenneté et de nation.
12
Pineda va jusqu’à utiliser tous les arguments des « anti-créoles » , Juan Lopez de Velasco, Juan de la Puente, pour
démontrer le caractère délétère de la société issue de la conquête espagnole.
69
70
Vivir en el campo de Marte, Población e identidad en la frontera entre Francia y los
Países Bajos, (siglos XVI-XVII)1
J.J. Rui Ibanez
Resumen y advertencia al amable lector:
Desde la década de 1480 hasta las conquistas de Luis XIV el espacio los territorios la frontera
común entre los territorios de los Habsburgo-Borgoña y la Monarquía francesa gozó de una
relativa estabilidad, especialmente consolidada tras las paz de Cateau-Cambrésis. Este espacio
no sólo era un punto de contacto más entre dos conglomerados dinásticos sino que por
razones geopolíticas alcanzó el estatuto de frente principal de confrontación entre los dos
poderes mayores de Europa Occidental. A los problemas clásicos de una discontinuidad
jurisdiccional se sumaban así tensiones suplementarias de origen exógeno lo que se traducía
tanto por la existencia de una mayor densidad de agentes de los soberanos como por una
mayor concentración de recursos militares. Estos no implicaban sólo mayor seguridad y
control por parte del rey, sino, y sobre todo, una muy significativa inestabilidad por la
frecuencia con que las tropas mal pagadas realizaban incursiones autónomas sobre el territorio
tanto del propio señor como del enemigo. Además esto complicaba el entramado social al
coexistir a ambos lados de la frontera dos sociedades relativamente bien diferenciadas: una
local y otra más volátil formada por los profesionales de la guerra.
En este espacio en el que se superponían múltiples fronteras jurisdiccionales y militares en un
periodo largo de tiempo, la cuestión central es saber hasta qué punto la existencia de dichas
tensiones actuó como un generador de identidades incompatibles, y, hasta qué punto, las
sociedades locales pudieron mantener contactos de todo tipo más allá de la coyuntura de
guerra semiestable que se dio a lo largo de esta centuria. Para enfrentar esta cuestión la
presente ponencia hará un especial hincapié en analizar las formas de violencia que se dieron
y quienes las protagonizaron. No se trata sólo de las grandes operaciones militares, sino de la
organización de pequeñas y medianas incursiones que resultaban mucho más devastadoras
para las poblaciones locales. Su forma de respuesta mediante la búsqueda de salvaguardas o la
autoorganización defensiva implicaban la activación de procesos de construcción identitaria
especialmente significativo. No hay que olvidar que dichas identidades se iban a dibujar sobre
una serie de tradiciones previas que se alimentaban en relatos superpuestos de viejas
incursiones y más recientes agravios.
El texto que se presenta a continuación es una primera proposición de análisis de dicho
espacio, se trata de una primera aproximación. He de indicar que al tiempo que lo redacto
estoy preparando un libro sobre la ocupación española del norte de Francia entre 1595-8 y que
en la exposición de la ponencia recurriré a ejemplos concretos que se desarrollarán en dicho
manuscrito. He preferido dar una visión casi puramente bibliográfica para intentar trazar los
rasgos esenciales de esta frontera e introducirlos en el debate, dado que el punto central del
mismo creo que es la interrelación de las diversas fronteras de la Monarquía entre ellas (en
tanto que espacio de circulación d agentes, ideas y modelos políticos, administrativos o
culturales) y la posibilidad de una historia comparada.
1
Este texto se ha elaborado dentro del proyecto de investigación “« Par le ministère de la saincteté du pape & du Roy Catholique » Los
católicos radicales franceses, la Liga y la Monarquía Hispánica (1585-1610)”HUM2005-04125; las abreviaturas utilizadas son AMStO
(Archives communales de Saint-Omer) y BNF (Bibliothèque Nationale de France).
71
1- Tiempo y espacio.
Como es bien sabido, la propia evolución de la Monarquía Hispánica estuvo determinada por
su proyección externa a través de sus fronteras y por del efecto que la existencia de éstas tuvo
sobre su organización interior. Como toda potencia hegemónica, en realidad como toda
potencia, la Monarquía no sólo existía per se, sino que su imbricación internacional (en
términos globales, pero también a escala local) resultó decisiva a la hora de definir la
credibilidad de su liderazgo y los niveles de oposición que llegaba a generar2. La
historiografía sobre la Monarquía Hispánica en cierto sentido no se ha emancipado aún de la
imagen doblemente negativa de esta entidad política que se conoce como Leyenda Negra o
del trauma de la limitada modernización del siglo XIX3. Todo ello a pesar que las historias
binarias que se construyeron en esa Centuria sobre los siglos modernos (progreso v.
oscurantismo; Tradición v. caos) y que estigmatizaba de principio a la Monarquía Hispánica
como un ámbito natural de atraso son difícilmente sostenibles a la luz de la historiografía de
las últimas décadas. Comprender la Monarquía en sí misma se convierte en una prioridad que
federa diversas líneas de investigación contrapuestas en ocasiones en método: desde el debate
del estado a la historia de la circulación de personas, ideas, conceptos y objetos a arqueología
de los conceptos políticos o a la revolución fiscal.
Para lograr una visión de conjunto es preciso construir un marco global. La proyección del
poder del rey católico iba más allá de los recursos que pudiera movilizar, dependía sobre todo
de su capacidad de presentarse como un modelo a seguir o a respetar no sólo por la población
que lo sostenía, sino por la de sus vecindades. Esto generó procesos a lo largo y ancho de la
Monarquía española en una primera globalización que afectaba a tierras de cuatro
continentes. Si se cuenta con una visión bastante completa de la historia de la percepción
negativa de la Monarquía Hispánica, no se puede decir lo mismo de la imagen positiva que de
ella misma se construyó por sus simpatizantes externos. La hispanofilia es un tema de
investigación que merece un trabajo de por sí y hasta no contar con él, resultará muy
complicado poder enunciar las verdaderas causas de la implicación de la Monarquía a escala
global.
La historia de la proyección fronteriza de la Monarquía Hispánica especialmente en el periodo
1580-1640 no es un elemento anecdótico o una mera nota a pié de página; sino que es el
sujeto analítico que mejor puede ayudar a comprender las razones de la hegemonía ibérica…
y de su fracaso. Por supuesto, esto implica abrir nuevas vías de interpretación de este tipo de
fenómenos. La frontera ha sido un objeto privilegiado de la historia, sus peculiaridades
jurídicas, sus excepcionalidades sociales, sus dinámicas políticas y su protagonismo militar
siempre han ejercido una verdadera fascinación para los estudiosos (historiadores, pero
también, por supuesto, geógrafos, sociólogos, demógrafos, antropólogos., politólogos…). No
es para menos, al tratarse de un espacio (no necesariamente lineal) donde se explicitaba la
discontinuidad de dos mundos y se asumía la naturaleza extraordinaria de lo político, lo
administrativo y lo jurídico.
Sorprende que a diferencia de otras fronteras de la Monarquía Hispánica, la que corría entre
los territorios septentrionales de la herencia borgoñona y el reino de Francia en los siglos XVI
y XVII no ha contado con una tradición historiográfica especialmente densa, si se exceptúa la
propia, y en ocasiones muy significativa, historiografía puramente local-regional. Este relativo
silencio hay que buscarlo por un lado en el peso de la propia tradición historiográfica nacional
2
3
Siguiendo el análisis de Paul KENNEDY, Auge y caída de las Grandes Potencias, Barcelona, 1989.
Ricardo GARCÍA CÁRCEL, La leyenda negra : historia y opinión, Madrid, 1991.
72
francesa que se construyó en el siglo XIX sobre el principio de un carácter finalista de las
fronteras definidas desde el siglo XVIII, o incluso de su proyección sobre el mito de las
fronteras naturales; respecto a la historiografía nacional belga, desde Gachard raramente no ha
caído en un irredentismo (que en cierta forma sí se dio para el Limburgo) que hubiera
convertido en sujeto, en lugar de memoria, la reivindicación de las fronteras borgoñonas4.
Además, y a diferencia de la frontera norte de México o de la del sur de Chile o la del norte de
Cataluña5, el espacio entre los territorios de los Borgoña-Habsburgo y los Valois-Borbón no
se pudo considerar como el origen de un pasado nacional; con lo qué su existencia como
problema histórico quedó en el mejor de los casos relegado a la triste función de ser el
escenario sobre el que se dio la expansión luiscatorciana.
Esto resulta especialmente chocante dado que se trató de un espacio de fricción-relación entre
las dos principales monarquías católicas europeas durante casi doscientos años. Un espacio,
por lo tanto, en el qué la Monarquía Hispánica, y su población, se tuvo que definir por
oposición a un contramodelo claramente competitivo. Además fue sobre estas tierras donde se
concentraron la mayor parte de los recursos militares de ambas monarquías al menos durante
casi un siglo y medio. Por su fuera poco, la historiografía ha obviado la posibilidad de realizar
un análisis comparado entre este espacio y las otras fronteras de la Monarquía, asumiendo la
singularidad de las mismas. La frontera de los Países Bajos-reino de Francia es presentada
habitualmente como el contrapradigma de las fronteras secundarias de la Monarquía6; la de
Flandes sería vista como una frontera defendida por fuerzas profesionales, mientras en las
fronteras secundarias la resistencia a las amenazas estructurales reposaba casi exclusivamente
en manos de las propias poblaciones locales.
Esta afirmación se basa en el principio clásico, más asumido que verificado, que la guerra en
la frontera franco-belga dependía únicamente de las fuerzas profesionales concentradas por
las Monarquías y que el nivel de privatización de los conflictos debía ser mucho más limitado.
Lo erróneo de asumir esta afirmación y su corolario (lo incomparable de los fenómenos
fronterizos), ha impedido en líneas generales comprender que los fenómenos sufridos y las
soluciones ensayadas en este espacio (no sólo respecto al reino de Francia, sino también a los
rebeldes holandeses) estuvieron, junto con los de la frontera mediterránea7, posiblemente en la
base de la comprensión conceptual y fáctica que los administradores hispanos aplicaron a
otros espacios de la Monarquía. La razón es sencilla, gran parte de estos espacios (del norte de
África a Chile o el Gran Chichimeca) tuvieron como responsables a veteranos de Flandes que
4
El interés sobre esta frontera ha estado en muchas ocasiones más ligado a la propia lectura de la expansión francesa del
siglo XVII (y las aspiraciones ulteriores) que a su propia realidad histórica; Nelly GIRARD d'ALBISSIN, Genèse de la
frontière franco-belge. Les variations septentrionales de la France de 1659 à 1789, París, 1970; Sébastien DUBOIS, « La
conquête de la Belgique et le théorie des frontières naturelles de la France (XVIIe-XIXe siècles », Laurence VAN
YPERSELE (ed.), Imaginaires de Guerre. L’histoire entre mythe et réalité, Louvain-la-Neuve, Presses Universitaires de
Louvain, 2003, pp. 171-200. Por supuesto, la revisión historiográfica sobre el sentido mismo de las fronteras ha encontrado
su clásico en el libro de Daniel NORMAND, Frontières de France. De l'espace au territoire XVIe-XIXe, París, 1998; con una
dedicación especialmente significativa par el siglo XVIII en lo que se refiere a la frontera entre el reino de Francia y los
Países Bajos.
5
Baste con recordar dos clásicos para ambos espacios Meter SAHLINS, Boundaries : The Making of France and Spain in
the Pyrenees, Berkeley, 1989; Sergio VILLALOBOS, Vida fronteriza en la Araucania. El Mito de la Guerra de Arauco,
Santiago, 1995.
6
El caso Mediterráneo cuenta con una amplísima bibliografía que para los reinos de Murcia y Valencia aparece recogida en
Juan Francisco PARDO MOLERO y José Javier RUIZ IBÁÑEZ, « Una Monarquía, dos reinos y un mar. La defensa de los
reinos de Valencia y Murcia en los siglos XVI y XVII », en prensa; para Granada se puede seguir (para el siglo XVI) en
Antonio JIMÉNEZ ESTRELLA, Poder, ejército y gobernación en el siglo XVI. De la Capitanía General del Reino de
Granada y sus agentes, Universidad de Granada, Granada, 2004.
7
Una visión genérica del peso del ámbito mediterráneo en la Monarquía en Miguel Angel de BUNES IBARRA, « Felipe II y
el Mediterráneo: la frontera olvidada y la frontera presente de la Monarquía Católica », José MARTÍNEZ MILLÁN (dir.),
Felipe II (1527-1598). Europa y la Monarquía Católica, Madrid, 1998, Vol I-1, pp. 97-110.
73
iban a exportar su propia concepción de cómo se debían confrontar los fenómenos fronterizos.
La circulación de estos agentes en la Monarquía8 resultó decisiva en la difusión de una
verdadera cultura administrativa formada sobre la práctica de la que siendo la principal
frontera de la Monarquía, quizá sea la menos estudiada como tal9. Respecto a las fronteras de
las Borgoñas, esta tenía elementos en común con la del franco-belga, pero la neutralidad entre
ambos territorios, la pertenencia al Imperio del Franco Condado, y el que durante mucho
tiempo fuera una frontera neutralizada por los cantones suizos restaba tensión militar a la
zona10.
A lo largo del siglo XV no parecía que los límites en el norte de Francia fueran a contar con
una gran estabilidad. Ciertamente la frontera en el río Escalda entre el Imperio y el reino de
Francia, así como las divisiones jurisdiccionales de los señoríos que integraban de forma aún
confusa los Países Bajos, mantenían una notable durabilidad. Sin embargo, más allá de los
derechos jurídicos, el espacio del norte de Francia aparecía disputado ferozmente entre los
reyes de Francia, los de Inglaterra y la ambiciosa casa de Borgoña11. La derrota de los
segundos en la guerra de los Cien Años los redujo a poco más que el Pale de Calais12, y la de
los Borgoña frente a los suizos dejó el campo abierto para una expansión francesa en una zona
que se fue conformando de manera conflictiva como la provincia de Picardía, verdadera
frontera de Francia. La alianza de los Borgoña con los Habsburgo y la desviación de los
intereses franceses hacia Italia entre 1490 y 1530 dio un respiro a las poblaciones locales,
aunque éste fuera siempre relativo dado que continuaba una guerra de frontera especialmente
devastadora13. Al menos la estabilidad, a grandes rasgos de los espacios controlados, permitió
desarrollar institucionalmente el poder de los dos soberanos14. Más o menos, ya que en este
periodo hay que constatar la cesión por el tratado de Madrid de 1526 (confirmado por el de
Cambrai de 1529) de los derechos feudales del rey de Francia sobre los territorios
occidentales al Escalda y los episodios de las dominaciones inglesas de Tournai (1513-18)15 y
8
La circulación de agentes e ideas en la Monarquía española es, por supuesto, de uno de los temas que más atrae la atención
de la historiografía reciente, como bien muestra la atención dispensada al tema en Bartolomé BENNASSAR/Bernard
VINCENT, Le temps de l’Espagne, París, 1999; o Serge GRUZINSKI, Les quatre parties du monde. Histoire d’une
mondialisation, París, 2004. Aunque aún se carece de trabajos globales que permitan mesurar el efecto estadístico de esta
circulación, se cuenta con dos aproximaciones que evidencia la riqueza que una temática como esta puede aportar a la
coprensión efectiva de Monarquía, v. Jean- Jean-Paul ZÚÑIGA, Espagnols d’Outre-Mer. Émigration, métissage, et
reproduction sociale à Santiago de Chili, au 17e siècle, París, 2002; y Tamar HERZOG, Immigrants and Citizens in Early
Modern Spain and Spanish America, New Haven/Londres, 2003,.
9
No se pueda decir lo mismo para la historia cultural en la que destacan los trabajos pioneros de Robert Muchembled o para
el siglo XVIII en el que se cuenta con el excelente estudio de Philippe GUIGNET, Le pouvoir dans la Ville au XVIIIe Siècle:
pratiques politiques, notabilité, et éthique sociale de part et d'autre de la frontière franco-belgue, París, 1990, EHESS.
10
Sobre la posición militar del Franco Condado, junto la invetigación reciente de Christian WINDLER, v. François
PERNOT, « 1595: Henri IV veut couper le ‘camino español’ en Franche-Comté », Revue Historique des armées, 2001-1, pp.
13-24; Paul DELSALLE, La Franche-Comté au temps des Archiducs Albert et Isabelle 1598-1633. Documents, Ahuy, 2002,
esp. cap. 19; Maurice GRESSET, « Le temps modernes et la conquête définitive », Maurice GRESSET, Pierre
GRESSET/Jean-Marc DEBARD, Histoire de l’annexion de la Franche-Comté et du Pays de Montbéliard, Le Coteau, 1988,
pp. 111-282; Gérard LOUIS, «Les misères de la guerre de Trente Ans en Franche-Comté», Jean JACQUART/André
CORVISIER (dirs), De la guerre à l'ancienne à la guerre réglée, París, 1996, 2 vol., I, pp. 181-192.
11
R. RODIÈRE, « Les grandes Guerres : 1384-1659 », Abbé Jean LESTOCQUOY (dir.), Histoire des territoires ayant formé
le Département du Pas-de-Calais, Arras, 1946, pp. 99-124.
12
Una visión general de la situación política del territorio occidental de la frontera durante la conquista en Abbé Jean
LESTOCQUOY, « XIIIe et XIVe siêcles- Le rattachement à la Couronne- La guerre de Cent Ans- Le Mouvement
communal », Abbé Jean LESTOCQUOY (dir.), Histoire des territoires ayant formé le Département du Pas-de-Calais, Arras,
1946, pp.84-98, esp. pp. 87-91.
13
RODIÈRE, 1946, 110-ss.
14
David POTTER, War and Government in the French Provinces. Picardy 1470-1560, Cambridge-New York-Oakleigh,
1993, caps. I y VI.
15
Adolphe HOCQUET, Tournai et l’Occupation anglaise. Contribution à l’étude du XVIe siècle, Tournai, 1901. Esta plaza,
que actuaba como enclave más o menos neutro en las tierras de los habsburgo-Borgoña fue incorporada a sus dominios por
Carlos V tras su conquista en 1521, v. Adolphe HOCQUET, Tournai et le Tournaisis au XVIe siècle au point de vue politique
74
Boulogne-sur-Mer (1544-1550)16. Desde 1540 habían vuelto los grandes enfrentamientos a la
zona17, pero ninguno de los dos contendientes logró variar decisivamente la frontera18, si se
exceptúa la expulsión de los ingleses de Calais por el duque François de Guise, una conquista
que despertó un enorme entusiasmo en el reino de Francia19.
El tratado de Cateau-Cambrésis20 (1559) confirmaba una frontera más o menos líneal21 que
corría desde el Luxemburgo hasta el Artois desde donde giraba hacia el norte para incluir en
el reino de Francia las plazas fuertes de Calais y Ardres. Lo interesante de esta demarcación
era su continuidad (sólo interrumpida por el obispado de Lieja y el condado de Cambrésis) y
su estabilidad jurídica. De hecho, la única variación significativa hasta la paz de los Pirineos
fue la inclusión en la Monarquía hispánica de Cambrai22, reconocida de facto por la paz de
Vervins, y la incorporación del condado de Saint-Pol. Estabilidad no significaba tranquilidad,
pese a que, con la excepción de la guerra de 1595-98 y la alarma de 1610, hubo paz entre las
dos Monarquías hasta 1635, en ambas direcciones circularon ejércitos para intervenir en los
asuntos internos de Francia o los Países Bajos. Desde Francia las tropas de Luis de Nassau
conquistarían Mons en 157223, el duque de Anjou desarrolló su intervención en Flandes24;
mientras que en sentido inverso cruzaron la frontera las tropas despachadas a ayudar a la Liga
católica por Felipe II25. Precisamente durante las guerras de religión la Monarquía francesa
tenía vecindad con los Estados rebeldes contra Felipe II, y posteriormente los territorios del
hijo de Carlos V eran limítrofes a una zona controlada en gran parte por la Liga católica.
Ambas Monarquías respetaban en el discurso la validez de los límites fijados por el tratado de
et social, Mémoires de la Académie Royale de Belgique. Classe des Lettres et des sciences morales et politiques et Classe des
Beaux-arts, Deuxième série, Tome I, Bruselas, 1906, cap. III.
16
David POTTER, Un homme de guerre au temps de la Renaissance : La vie et les lettres d’Oudart du Biez, Maréchal de
France, Gouverneur de Boulogne et de Picardie (vers 1475-1553), Arras, 2001, pp. 43-ss.
17
Henri STEIN, La bataille de Saint Quintin et les prisonniers francais (1557-9), San Quintín, 1889 ; E. LEMAIRE, La
guerre de 1557 en Picardie, San Quintín, 1986.
18
Hay que destacar, no obstante, la destrucción en 1552 de Thérouanne y de Vieil-Hesdin por los imperiales y la fundación
en septiembre de 1554 de la nueva Hesdin para proteger la frontera Sur del Artois; Jules LION, Hesdinfort, Amiens, 1882,
cap. 1.
19
David POTTER, « The Duc of Guise and the Fall of Calais », English Historical Review, 98, 1983, pp. 481-512.
20
Sobre las negociaciones y la compleja definición territorial en 1559-60, v. POTTER, 1993, cap. 8; y, del mismo autor,
“The frontiers of Artois in European Diplomacy, 1482-1560”, Denis CLAUZEL/ Charles GIRY-DELOISON/ Christophe
LEDUC (eds.), Arras et la diplomatie europénne XVIe-XVIIe siècles, Arras, 1999, pp. 261-276. El texto del tratado de
Vervins en Bertrand HAAN, « La dernière paix catholique européenne : édition et présentation du traité de Vervins (2 mai
1598) », Claudine VIDAL et Frédérique PILLEBOUE (éd.), La paix de Vervins (1598), Vervins, 1998, p. 9-64. Las
discusiones ulteriores sobre la delimitación de la frontera aparecen en BNF ms fr 4032-3.
21
Salvo los señoríos eclesiásticos de Cambrai y Lieja ; v. Henri LONCHAY, De l'attitude des souverains des Pays-Bas a
l'égard du Pays de Liège au XVIe siècle, Bruselas, 1887.
22
José Javier RUIZ IBÁÑEZ, Felipe II y Cambrai: el consenso del pueblo. La soberanía entre la práctica y la teoría
política. Cambrai (1595-1677), Rosario, 2003, cap. 2.
23
Geoffrey PARKER, España y la rebelión de Flandes, Madrid, 1989, pp. 134-9.
24
Mack P. HOLT, The duke of Anjou and the political struggle during the Wars of Religion, Cambridge-Londres-Nueva YorkNew Rochelle-Melbourne-Sydney, 1986 ; Frédéric DUQUENNE, L'entreprise du duc d'Anjou aux Pays-Bas de 1580 à 1584.
Les responsabilités d'un échec à partager, París, 1998.
25
Sobre el apoyo militar del rey católico a la nobleza y a la Liga Francesa no hay todavía una obra definitiva. Por supuesto, el
contexto se puede encontrar en Valentín VÁZQUEZ DE PRADA, Felipe II y Francia (1559-1598). Política, Religión y
Razón de Estado, Pamplona, 2004; mientras que las operaciones concretas desarrolladas entre 1585-1594 se pueden seguir en
Antonio CARNERO, Historia de las Guerras Civiles que ha avido en los Estados de Flandes desde el año 1559 hasta el de
1609 y de la rebelion de dichos Estados, Bruselas, 1625; Alonso de VÁZQUEZ, Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo
de Alejandro Farnesio, Madrid, 1880, 3 vol; Carlos COLOMA, Las guerras de los Estados-Bajos, desde el año de 1588 hasta
el de 1599, Madrid, 1948 (BAE XXVIII); más recientemente Léon VAN DER ESSEN, Alexandre Farnèse. Prince de Parme,
Gouverneur Général des Pays-Bas (1545-1592), Tomo V, (1585-1592), Bruselas, 1937, y Howell A. LLOYD, The Rouen
Campaign 1590-1592. Politics, Warfare and the Early-Modern State, Oxford, 1973. Sobre la guerra de 1595-8 se puede ver
mis trabajos siguientes: « Le choix du Roi. Les limites de l'intervention espagnole en France (1592-1598) », Claudine
VIDAL/ Frédérique PILLEBOUE (éd.), La paix de Vervins (1598), Vervins, 1998, p. 138-158 ; 2003, cap. 1 ; y Esperanzas y
fracasos de la política de Felipe II en Francia (1595-1598): la historia entre la fe y las armas jornaleras, Murcia, 2004.
75
1559, pero desde ambas partes se vislumbró en este momento la posibilidad de incorporar
como protectorado las tierras del vecino aprovechando la insumisión política de sus súbditos.
Pese a los desórdenes, el periodo que va de 1559 a 1635 es especialmente significativo a la
hora de consolidar una imagen identitaria contrapuesta a ambos lados de la demarcación. De
hecho, la independencia religiosa de los territorios de los Países Bajos respecto de la
archidiócesis de Reims, lograda por la erección de los nuevos obispados y el ejercicio del
patronato eclesiástico26, fue un primer paso en la conformación de unos espacios más
coherentes administrativa y políticamente.
A partir de 1635 la frontera norte de Francia se convertiría en el centro principal de las
ambiciones expansionistas de la Monarquía Cristianísima. Aunque las fuerzas de Felipe IV
aún estarían en condiciones de lanzar operaciones de gran envergadura sobre el territorio
francés, sobre todo en la campaña de 1635-627, la tónica general fue la conquista paulatina de
territorios por el rey de Francia, sólo contenida por sus propias limitaciones financieras, los
desórdenes interiores (notablemente la Fronda) y las complicaciones de la política europea. La
paz de los Pirineos y la compra de Dunkerque a Inglaterra28 dio la pauta de los siguientes 40
años. Los ejércitos franceses invadieron una y otra vez los Países Bajos ante la creciente
desatención de las autoridades ibéricas y la desesperación de las poblaciones locales los
territorios del rey católico29. La sucesión de tratados que jalonan estos años iba dando lugar a
una frontera cada vez más retirada hacia el norte30, sólo corregida en primera instancia por el
de Rynswick y, definitivamente, por la recuperación de algunas plazas por los aliados
(significativamente Tournai) durante la guerra de Sucesión española. El final de esta
contienda marcó la recuperación de una frontera más lineal entre los Borbones y unos
Habsburgo que ya no eran soberanos de la Monarquía española.
2- Las formas y los espacios de la guerra.
Al concentrarse la rivalidad entre las dos grandes Monarquías católicas europeas en el ámbito
de la vieja frontera francoborgoñona, ésta se convirtió en el espacio de mayor concentración
de recursos profesionales que podían movilizar. El debate sobre la revolución militar ha
mostrado como el crecimiento de las posibilidades crediticias en manos de las potencias
occidentales se tradujo por un incremento del número de combatientes que luchaban
profesionalmente31. Estas tropas eran un enemigo mucho más exigente que las viejas fuerzas
feudales o las milicias locales por lo que tanto el rey católico32 como el cristianisimo33. Para el
26
Abbé Louis JADIN, « Procès d'information pour la nomination des évêques et abbés des Pays-Bas, de Liége et de FrancheComté d'après les Archives de la Congrégation Consistoriale », Bulletin de l'Institut Historique Belge de Rome, 1928-9, fasc VIIIIX, pp. 39-263 y 5-331.
27
Alicius LEDIEU, « Deux années d'invasion espagnole en Picadie, 1635-1636 », Mémoires de la Société des Antiquaires de
Picardie, III-XI, 1887, Amiens, pp. 253-570..
28
Louis LEMAIRE, Histoire de Dunkerque des origines à 1900, Dunkerque, 192, pp. 156-99.
29
El trabajo más completo sobre la situación de abandono en que quedaron los Países Bajos tras convertirse en frente
secundario d de la Monarquía es el de Manuel HERRERO SÁNCHEZ, El acercamiento hispano-neerlandés, (1648-1678),
Madrid, 2000.
30
Bertrand JEANMOUGIN, Louis XIV à la conquête des Pays-Bas Espagnols. La guerre oublié, 1678-1684, París, 2005.
31
Clifford J. ROGERS (ed.), The Military Revolution Debate. Reading on the Military Transformation of Early Modern
Europe, 1995.
32
A grandes rasgos la evolución del ejército francés se puede seguir a través de los siguientes trabajos Hélène MICHAUD,
« Les institutions militaries des guerres d’Italie aux guerres de religion », Revue Historique, julio-septiembre de 1977, n° 523,
pp. 29-44; J. B. WOOD, The King’s Army. Warfare, soldiers and Society during the Wars of Religión in France, 1562-1576,
Cambridge, 1996; John A. LYNN, «L’évolution de l’armée du Roi, 1659-1672», Histoire, Economie et Société, 2000-4, pp.
481-495; Guy ROWLANDS, The dynastic state and the army under Louis XIV. Royal service and private interest, 16611701, Cambridge, 2002.
76
caso de la Monarquía Hispánica se sumaba un interés geopolítico mayor, ya que los Países
Bajos resultaban un bastión desde el que intentar reprimir la revuelta de las Provincias
Unidas, amenazar Inglaterra y tener una base de operaciones en el Norte del Imperio.
Se suele olvidar que la defensa de los Países Bajos desde el siglo XIV ante la amenaza
francesa supuso casi continuamente la movilización de recursos militares ajenos, bien por
alianza, bien por coincidencia de intereses ante la presión del rey francés. Las fuerzas de los
duques de Borgoña se vieron favorecidas por las del rey de Inglaterra en la fase final de la
guerra de los Cien Años, por las de Maximiliano tras el desastre de Nancy, por las que
movilizó la Monarquía Hispánica (y la rama menor de los Habsburgo) entre 1540 y 1659, y
por las de las coaliciones antifranceses desde la guerra de Devolución. Cada una de estas
potencias reclutaba sus tropas no sólo en las habituales reservas de reclutamiento profesional
(Alemania, Italia, Suiza, Escocia…), sino que sus unidades de elite solían estar formadas por
súbditos naturales (españoles, ingleses, austriacos, húngaros…). Lo mismo sucedía del lado
francés, la nobleza movilizada contra el frente Norte (y los regimientos provinciales)
procedían del conjunto del enorme reino. Pese a las siempre conflictivas relaciones entre las
tropas de paso, las guarniciones profesionales y los civiles34, no es un asunto menor (ni social,
ni cultural, ni económicamente) la frecuente circulación de los profesionales para comprender
la formación y difusión a escala europea de percepciones, gustos o técnicas. Sobre todo, por
que al menos entre 1560 y 1640 la Monarquía Hispánica y sus ejércitos eran consideradas
como el modelo a copiar, y desde 1665 hasta la guerra de Sucesión española esta posición
correspondería a la Francia de Luis XIV. Desde un punto de vista o desde otro, Flandes iba a
ser la escuela de las armas de Europa durante siglo y medio.
La presencia real o presumible de la guerra profesional impuso una modernización de las
estructuras defensivas. Esto hizo de esta frontera a mediados del siglo XVII posiblemente el
espacio urbano y rural donde más de había invertido en la erección o reconstrucción de
fortalezas de Europa. Ya en el siglo XVI tanto del lado francés como del Habsburgo no sólo
se dotaron a las antiguas ciudades de complementos a sus fortalezas medievales (en forma de
bastiones y rebellines), sino que incluso se erigieron nuevas murallas según el estilo italiano y
se comenzaron a levantar ciudadelas: lo interesante es que ante la enormidad de los gastos que
significaban estos programas, los gobiernos no sólo destinaron recursos locales, sino que
movilizaron su propio crédito (mediante contribuciones directas o exenciones de pago). Las
fortalezas regias colocadas en posiciones estratégicas para defender y controlar el territorio y
amenazar el contrario cambiaron de hecho la geografía política. Este proceso fue
especialmente significativo en la primera mitad de la centuria, para volver a activarse a finales
de siglo y, ulteriormente, como elemento central de la política de expansión de Luis XIV35.
Por supuesto, la guerra implicaba un coste muy elevado para las poblaciones, dado que los
sistemas fiscales efectivos desarrollados sobre el territorio significaban una carga
33
Geoffrey PARKER, El Ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659. La logística de la victoria y la derrota en las
guerras de los Países Bajos, Humanes (Madrid), 1986. Sobre la organización administrativa del ejército Alicia ESTEBAN
ESTRINGANA, Guerra y finanzas en los Países Bajos Católicos. De Farnesio a Spínola (1592-1630), Madrid, 2002.
34
Stéphane GAL, « Gens de Guerre et gens des Villes, entre haine et nécessité: l'exemple de la défense de Grenoble dans la
seconde moitié du XVIe siècle », Philippe GUIGNET (ed.), Le peuple des villes dans l'Europe du Nord-Ouest (fin du MoyenÂge. 1945), Lille, 2002, II Vols, Vols I, pp. 185-198.
35
POTTER, 1993, mapa de la página 269; David BUISSERET, Ingénieurs et fortifications avant Vauban. L’organisation
d’un service royal aux XVIe–XVIIe siècles, París, 2002 . Al otro lado de la frontera el reinado de carlos V significó una
notable modernización de los sistemas defensivos locales, algo que se complementaría con las ciudadelas erigidas en bajo la
soberanía de su hijo; Reynald PARISEL, « Mutation du réduit défensif en Flandre, Artois et Cambrésis sous le règne de
Charles Quint », Gilles BLIECK/ Philippe CONTAMINE/Nicolas FAUCHERRE/ Jean MESQUI (eds.), Le château et la
ville. Conjonction, opposition, juxtaposition (XIIe-XVIIIe siècle), Villefranche-de-Rouergue, 2002, pp 225-240 ; en ese
mismo volumen se encuentran diversos trabajos sobre dichas construcciones.
77
importantísima para las economías locales. No se trataba sólo de la muy onerosa necesidad de
alojar a las tropas (los sistemas de alojamientos se desarrollaron de forma estructural sólo
desde principios del siglo XVII)36; también era preciso contar con las demandas de préstamos,
dones gratuitos, servicios especiales para las tropas (ropa, candelas, utensilios de cocina), para
las bestias, pagas de salvaguardas, entregas de alimentos, préstamos de carretas… Todo ello
en un complejísimo sistema de negociación formal que podía articularse de forma
institucional en los estados provinciales, en los ayuntamientos, o incluso en negociación
directa entre los jefes militares locales y las autoridades37. Por otra parte, las autoridades
intentaban controlar el comercio de bienes estratégicos (y el grano era uno de ellos) no sólo
mediante la propia acción de los ejércitos38 o la emisión de ordenanzas, sino incluso
implicando el ejército en el mismo control de las fronteras39.
Junto con la negociación política con los representantes más o menos legales del propio
soberano hay que tener en cuenta además que la frontera (a ambos lados de la raya) se veía
amenazada por las tropas hostiles que realizaban continuas incursiones de saqueo o que
negociaban a su vez la concesión de licencias a los territorios bajo su influjo. Por supuesto, el
concepto tropas hostiles resulta tan amplio como ambiguo; por él se podría definir a todas
aquellas que no estaban bajo control efectivo de la autoridad del príncipe. A las fuerzas de
dependencia del rey enemigo había que sumar, los combatientes en las guerras civiles de la
segunda mitad del siglo XVI o en los desórdenes de los decenios de cntrales del siglo XVII
francés, las unidades amotinadas en el ejército español40 o las tropas holandesas que
penetraban en el territorio muy hacia el sur muestra. Esta guerra guerroyante y los niveles de
destrucción de los ejércitos comienzan a ser estudiada de forma más precisa en el presente,
bien que este tipo de investigaciones por su propia naturaleza resultan siempre difíciles41.
Con todo, la imagen de una guerra reducida únicamente a la extorsión de una población
indefensa por parte de los ejércitos profesionales no es en absoluto correcta, al menos para la
mayor parte del periodo estudiado. Contrariamente a lo que se asume habitualmente, incluso
en un territorio donde la presencia de la administración regia era tan fuerte, su control sobre el
mismo era muy limitado. Es cierto que había tropas que servían directamente al rey, pero
éstas no tenían que ser necesariamente profesionales en el sentido que la imagen de los tercios
de Flandes pueda dar. De hecho, las fuerzas profesionales representaban sólo una parte de las
unidades que se movilizaban para la guerra. La defensa efectiva de la mayor parte de las
aldeas, burgos42 y villas recaía en los propios habitantes armados. Pese a no contar con el
protagonismo que habían tenido en el siglo XV43 o principios del XVI las milicias urbanas
(bajo distinta denominación) mantenían la responsabilidad de la defensa de sus propios
entornos fortificados. Pero su utilización iría más allá: estas tropas dotadas de un cierto
entrenamiento, armadas y medianamente disciplinadas resultaron unidades complementarias
de los ejércitos para tareas subsidiarias en las grandes operaciones militares. De hecho, ante
los desórdenes políticos de la segunda mitad del XVI las milicias volvieron a tener un notado
36
PARKER, 1986, pp. .
POTTER, 1993, capítulo 7.
38
Chistian BAES, 1996, 20-1.
39
Sobre la actitud de Coligny y las restricciones del comercio frumentario durante la tregua del invierno de 1556-7, v.
POTTER, 1993, 218.
40
PARKER, 1986, cap. 8; Gabriel WYMANS, « Les mutineries militaires, de 1596 à 1606 », Anciens Pays & Assemblèes d'Etat/
Staden en Landen , t 39, 1966, pp. 103-121.
41
Chistian BAES, 1996.
42
Un caso ejemplarmente estudiado es el de Vervins, v. Éric THIERRY, «La guerre et la paix à Vervins», Jean
JACQUART/André CORVISIER (dirs.), De la Guerre à l'ancienne à la guerre réglée, París, 1996, 2 vol., I, pp. 65-75, esp.
pp. 67-ss.
43
Marc BOONE, « Armes, coursses, assemblees et commocions. Les gens de métiers et l'usage de la violence dans la société
urbaine flamande à la fin du Moyen Âge », Revue du Nord, tomo 87, n° 359, enero-marzo 2005, pp. 7-33.
37
78
protagonismo tanto en las luchas internas por el poder en las ciudades, como en los intentos
de las autoridades municipales por recuperar el orden en el campo. No hay que olvidar que a
finales del siglo XVI en algunas villas de la frontera simplemente los reyes carecían del
derecho de introducir guarniciones profesionales, como sucedería, p.e., en Saint-Omer del
lado Habsburgo o en Amiens del lado francés44. Conscientes desde mediados de siglo que la
evolución tecnológica había dejado obsoletos los sistemas de defensa tradicionales, las villas,
en parte impulsados por los reyes, iniciaron costosísimos procesos de modernización de sus
propias murallas que habrían de pesar enormemente sobre sus economías.
Los sistemas de defensa y autoprotección campesina no podían movilizar ni los recursos ni las
estructuras que se estaban actualizando en las ciudades. De hecho, desde el mundo urbano se
seguía viendo con desconfianza cualquier movimiento militar campesino, más aún cuando a
finales del siglo XVI se volvía a percibir en algunas zonas de Europa Occidental la aparición
de un descontento insurreccional agrario. Si éste no se dio en la frontera franco-borgoñona fue
por la notable presencia de tropas, la fuerte densidad urbana y la tradicional imbricación entre
campo y ciudad45. Pese a ello son constantes las referencias a las acciones militares de bandas
de campesinos (actuando en coordinación con las tropas regias o de forma autónoma) que
saqueaban territorios vecinos, perseguían a ejércitos derrotados o resistían a las incursiones de
los enemigos46. De hecho, sobre esta voluntad de resistencia de las comunidades agrarias es
elocuente la arquitectura que ha restado en algunas zonas. Durante el siglo XVI y XVII la
mejor defensa frente a pequeñas razzias fue la fortificación de la iglesia local o la
recuperación de un castillo feudal como puntos en los que la población podía guarecerse de
los enemigos. Construidas en piedra estas construcciones podían soportar un asedio de tropas
que no llevaran artillería, dando tiempo a que desde un burgo próximo llegaran refuerzos.
Parece ser que la mayor abundancia de este tipo de construcciones se dio en zonas donde la
densidad urbana (esto es, los lugares donde poder guarecerse) era menor47.
Tanto en Francia como en los Países Bajos la mediana nobleza militar siguió jugando un
papel muy importante al menos hasta las primeras décadas del siglo XVII. El recurso al ban y
arrière ban por parte del rey Cristianísimo y la persistencia de las bandas de ordenanza como
núcleo de la caballería pesada del ejército de Flandes permitían a la gran nobleza mantener
sus sistemas de patronazgo y clientelismo, al tiempo que ofrecían oportunidades de lucro para
44
La sumisión de las villas a Farnesio en Flandes y a Enrique IV en Picardía conllevó un reconocimiento de los privilegios
tradicionales de las burguesías locales lo que incluía en ocasiones controlar su propia defensa; Michel de WAELE,
« Clémence royale et fidélités françaises à la fin des guerres de Religion », Historical Reflections / Réflexions historiques,
24/2, 1998, p. 231-252. Significativamente dos de estas ciudad ante la guerra de 1595-8 vieron como su antigua capacidad
privilegiada de rechazar la presencia de una guarnición profesional se veía sobrepasada por los acontecimientos: en el caso de
Saint-Omer fue la presión del gobierno de Bruselas en 1596, aduciendo la amenaza francesa, la que forzó a admitir tropas
(AMStO CM 22, nº 304, y 23, nº 10, 11, 12, 15, 20 y 21, y 24, nº 228). En Amiens la introducción de tropas (y la
construcción de una ciudadela) formó parte del programa de castigo desarrollado por Enrique IV tras la reconquista de la
ciudad en 1597; Olivia CARPI, “Entre institutions et répresentations : la reconstruction politique d’Amiens après 1597”,
Anne DUMÉNIL y Philippe NIVET, Les reconstructions en Picardie, Amiens, 2003, 31-48.
45
Resulta significativa la ausenta de este tipo de movimientos, si se considera que en gran parte obedecían a la
desestructuración que significaba la guerra exterior y las medidas fiscales que acarreaba, v. René PILLORGET, « Genèse et
typologie des mouvements insurrectionnels d’après un étude régionale. La Provence de 1596-1715 », Francia, 1976, p. 36589 y 988-9, esp. p. 377.
46
La ofensiva de 1595 del duque de Bouillon en Luxemburgo se hace preciso enviar un pequeño cuerpo de ejército: A.
RODRÍGUEZ VILLA, El coronel Francisco Verdugo (1537-1595). Nuevos datos biográficos, Madrid, 1890, 46-7.
47
Por supuesto, la imagen de las iglesias fortificadas de la Thièrache es suficientemente elocuente, v. Gérard ARTAUD, La
Thiérache et ses églises fortifiées, Bourg-la-Reine, 2003. Sin embargo, una revisión atenta de la construcción remodelación
de casa fuertes, ermitas e iglesias en los siglos XVI y XVII en todo el espacio fronterizo (p.e. Claude LOMPRET/ Jérôme
CHRÉTIEN, Châteaux et Maisons-fortes en Avesnois, Laon, 2002) muestra como el estilo arcaizante-defensivo se impone a
todo lo alrgo de la frontera; a fin de cuentas, la construcción en piedra podía aguantar satisfactoriamente bien un ataque de
tropas que no contaran con artillería, pese a que, en sentido contrario, estos castillos o iglesias ocupadas por bandas de
bandoleros eran igualmete invulnerables para las comunidades rurales y difíciles de tomar para las tropas regulares.
79
sus integrantes, ya que, no hay que olvidarlo, la guerra seguía siendo además de un asunto
público, un ámbito económico semiprivado. Para un noble o para un soldado la posibilidad de
obtener botín mediante el saqueo, cobrar salvaguardas o capturar prisioneros por los que pedir
un rescate seguía siendo el principal medio de enriquecimiento rápido.
Junto a las grandes batallas o a los más frecuentes asedios sería en esta otra guerra la que
fuera más presente para la población. Incursiones de todos los tamaños, asaltos a convoyes,
robos de ganado, tomas de prisioneros y saqueos de aldeas eran lo verdaderamente cotidiano
de la guerra. Esto explica que junto con las tropas profesionales y las unidades procedentes de
los antiguos sistemas de movilización feudal y ciudadana hubiera un número importante de
voluntarios que no luchaban sino por el botín que pudieran obtener48. No hay que olvidar que
la gran guerra europea compartía muchos elementos de guerra privada, lo que la relacionaba
estrechamente con otras fronteras donde la presencia de las tropas profesionales era mucho
menor. Incluso cuando se ocupaba una plaza, dependiendo de cómo se hubiera desarrollado el
asedio, los diversos agentes implicados en su conquista tenían diversos derechos sobre la
población ocupada. Si al rey le correspondía la propiedad de la localidad, algunos oficiales del
ejército podían cobrar tasas especiales (como el droit de cloche)49, mientras que la tropa tenía
la posibilidad de saquear la ciudad, pidiendo rescate de los bienes y personas50 o incluso
llegando a la matanza de los cautivos.
Según avanzara el siglo XVII (sobre todo en su segunda mitad) la guerra se fue
profesionalizando más y más, sobre todo de parte francesa51, y las prácticas privadas, sin
llegar a desaparecer, serían poco a poco marginadas. La afirmación del deseo de control fiscal
y del poder por parte de los soberanos no podía sino ver con recelo una serie de actividades
que escapaban al mismo. La propia decadencia de las milicias urbanas y su sustitución por
milicias de base provincial y dependencia más regia que republicana52 introduce un elemento
al que quizá la historiografía no ha prestado aún el interés que merece: el incremento de las
fuerzas de dependencia regia no significó de forma neta el aumento de los combatientes, sino
la concentración de recursos, ahora semiprofesionalizados, bajo el control relativo de la
administración regia; pero no hay que olvidar que ello se hizo en detrimento del número total
de combatientes que el sistema de milicias urbanas, autodefensas campesinas y fuerzas
feudales podía poner en pié. Cierto, el sistema profesional era más eficiente para el rey al que
daba la posibilidad de mover (aunque menos a las milicias provinciales) a unas tropas que
48
Sobre la figura de los voluntarios, v. Robert DESCIMON/ José Javier Les ligueurs de l’exil. Le refuge catholique français
après 1594, Seyssel, 2005, esp. 132-3.
49
José Javier RUIZ IBÁÑEZ, « Théories et pratiques de la souveraineté dans la Monarchie Hispanique: un conflit de
juridictions à Cambrai », Annales Histoire Sciences Sociales, 2000-3, pp. 55-81, esp. pp. 55-6.
50
Por supuesto, el nivel de brutalidad hacia la población ocupada dependía de múltiples factores, desde el contexto político
hasta el mismo control que los oficiales tuvieron de sus tropas. Resulta muy significativo que el propio Enrique II de Francia
tuviera que intervenir ante los suizos de su ejército para que liberaran a las mujeres y niños capturados en Dinant 1554, ya
que el soberano consideraba que si bien sus mercenarios tenían derecho de saqueo de la localidad ante la resistencia que
había ofrecido, sólo los hombres debían considerarse como de buena presa; BAES, 1996, 16.
51
Aunque la imagen del carácter moderno del ejército de Luis XIV es puesto en duda por ROWLANDS, 2002, partes I y II;
quien muestra no sólo que la empresa de movilización militar fue el resultado de federar los intereses de la nobleza y el rey,
sino que el mismo sistema de control regio estaba en crisis en la década final del siglo XVII ante las crecientes demandas
militares. Respecto a los Países Bajos españoles la participación de las milicias urbanas en la defensa de las ciudades siguió
siendo decisiva ante lo limitado del ejército real, al tiempo que mostró sus limitaciones tácticas frente a tropas profesionales;
v. p.e. Emile PAGART d'HERMANSART, Le siège de Saint-Omer en 1677. Réunion de l'Artois Réservé à la France, Saint
Omer, 1888 ; Frédéric BARBIER, « Introduction », 1678. Valenciennes devient française [Exposition organisée à la
Bibliothèque municipale de Valenciennes, du mardi 23 mai au samedi 24 juin 1978], Valenciennes, 1978, pp. 1-8 ; Roger
RAPAILLE, « La capitulation de la ville de Mons en 1691 », Annales du Cercle Archéologique de Mons, Tome 75 (Actes du
Colloque du 16 de mars 1991 sur le Tricentenaire du siège par Louis XIV (15 mars- 6 avril 1691), Mons, 1992, pp. 59-70.
52
Sobre este respecto, resulta muy interesante hacer una lectura comparada entre BONNE, 2005 y Alain JOBLIN, «Les
milices provinciales dans le Nord du Royaume de France à l'époque moderne», Revue du Nord, 85-350, abril-junio 2003, pp.
279-296.
80
resultaban de principio más eficientes y fiables políticamente; pero contribuía a la decadencia
de las instituciones tradicionales.
El sistema de protección que se articulaba a ambos lados de la frontera era el de una red
compleja. Las villas con sus fortalezas constituían los puntos centrales de la malla; mientras
burgos, fuertes, abadías53, iglesias fortificadas y castillos feudales54 representarían una red
secundaria, complementada al más bajo nivel por el mismo poblamiento de aldeas y alquerías.
Cada una de estas entidades se consideraba que podía confrontar una amenaza militar de
diferente envergadura. El siglo XVI y el XVII son el gran momento de la poliorcética
moderna. Incluso para tomar alguna de las posiciones de la trama secundaria era preciso
emplear una fuerza profesional numerosa y dotada de artillería, lo que suponía una inversión
de recursos muy importante55. Por supuesto, esto si se trataba de un asedio reglado, sin
embargo, este tipo de operaciones resultaban muy costosas dado que había que contar con una
clara superioridad táctica en el teatro de operaciones y arriesgarse a un sitio largo y difícil.
Más económico resultaba el recurso tradicional al golpe de mano o sorpresa, que si bien por
su propia naturaleza era mucho más incierto56, si resultaba muy interesante ante los réditos
geopolíticos que podía dar al conquistador. Especialmente significativas en el periodo en el
que las tropas atacantes estaban integradas por profesionales y los defensores por milicias, las
sorpresas tuvieron un largo declinar pero siguieron presentes como amenaza militar hasta
finales del siglo XVII.
Múltiples amenazas y diferentes sistemas de defensa imponían diversas estrategias de
protección de la vida, la libertad y la propiedad. Dada la permeabilidad del sistema defensivo,
las pequeñas (e incluso las de ámbito medio) razzias enemigas podían penetrar en profundidad
en el territorio propio. Esto hacía que el espacio de seguridad síquica de las poblaciones57 se
redujera en muchos casos a la defensa que las murallas garantizaban. Las informaciones que
se cuenta son clarificadoras: el campesinado resultaba el principal paciente de la guerra58 y
ante las invasiones se retiraba al interior, se refugiaba en unas ciudades que resultaban
superpobladas e insalubres59 o se escondía en cuevas60; pero no sólo las personas, sino que los
53
El caso de la abadía de Saint-André-au-Bois es significativo ya que servía como defensa en el distrito de Hesdin respecto a
Montreuil-sur-Mer. En 1595 ante la presión francesa los habitantes de la aldea de Gouy se retiraron a la abadía, que fue
asediada por el mariscal d'Humières, y pese a una composición de 500 escudos, éste la saqueó una vez que se hubo rendido ;
v. Albéric de CALONNE, Histoire des abbayes de Dommartin et de Saint-André-au-Bois, Arras, 1875, p. 157.
54
Los castillos podían llegar a representar un doble peligro : por un lado eran nidos de combatientes (casi meros bandoleros)
que, seguros sus los muros, realizaban incursiones en territorios enemigo, por otro en caso del avance de un ejército, si no se
tomaban, quedaban como auténticos peligros en retaguardia. Eso explica que en muchos casos se prefiriera la más radical
solución de arrasar las fortalezas; v. p.e. Jacques DUBROEUCQ, La fortresse de La Montoire entre Calais et Saint-Omer
(1169-1595): témoin survivant d’enjeux d’histoire, 1995, p. 63.
55
Una actividad que iba a estar presente, y de qué manera, presente en la frontera Norte de Francia; de los 52 asedio mayores
realizados o resistidos por las tropas del rey Cristianísimo entre 1500 y 1667, de los que hace recuento que John A. LYNN,
“The trace italienne and the Growth of Armies: the French Case”, Clifford J. ROGERS (ed.), The Military Revolution
Debate. Reading on the Military Transformation of Early Modern Europe, 1995, pp. 169-200, aproximadamente la mitad se
desarrolló en la frontera Borgoña.
56
Olivia CARPI/ José Javier RUIZ IBÁÑEZ, « Les noix, les historiens et les espions. Réflexions sur la prise d’Amiens (11 mars
1597) », Histoire, Economie et Société, julio-septiembre 2004, año 23, 2004, 23, pp. 332-349, esp. pp. XX. Sobre dos sorpresas
fallidas v. Louis DESCHAMPS DE PAS, « Attaque de la ville de Saint-Omer par la porte Sainte-Croix en 1594 », Lille,
Vanackère, 1855, y A. GUESNON, La surprise d’Arras tentée par Henri IV en 1597 et le tableau de Hans Conincxloo,
Statistique monumentale du département du Pas-de-Calais, III, 4 librason, Arras, 1907.
57
Robert MUCHEMBLED, Les temps des supplices: de l'obéissance sous les rois absolus. XV-XVIII siècle, París, 1992, 19.
58
Una visión general de los efectos y las cronologías de la guerra sobre el mundo agrario en Jean-Pierre BOIS, «Le villageois
et la guerre en France à l'époque moderne», Christian DESPLAT (ed.), Les Villageois face à la guerre, Toulouse, 2002, pp.
185-208. también resultan muy interesntes las consideraciones de Hugues NEVEUX, Vie et déclin d'une structure
économique. Les grains du Cambrésis, París, 1980, pp. 119-ss.
59
BAES, 1996, 17-9.
60
LOUIS, 1996, 190-1 ; Gérard LOUIS, «Du village à la caverne: les grottes de la Franche-Comté pendant la guerre des
Trente Ans», Christian DESPLAT (ed.), Les Villageois face à la guerre, Toulouse, 2002, pp. 209-216.
81
bienes (incluyendo el trigo y los animales)61 también se almacenaban en los puestos
fortificados. Hay que diferenciar entre los éxodos definitivos (mientras dure la guerra) y las
retiradas provisionales ante una amenaza concreta que se podían realizar al castillo o iglesia
más próxima. En ocasiones estos puntos fuertes podían obtener salvaguardas de los enemigos,
convirtiéndose así en atractivos lugares de residencia para familias pudientes62.
Las referencias e informaciones fiscales63 en tiempo de guerra a la desolación y abandono de
campo han de ser consideradazas con una cierta distancia, ya que los periodos de paz (o
incluso de tregua para recuperar las cosechas) veían reaparecer la población sobre el territorio
con relativa rapidez. Ciertamente la destrucción de las cosechas o, sobre todo, de los molinos
(práctica especialmente presente en la guerra de los Treinta Años), podía tener un efecto
durable sobre el territorio; pero éste parece que se recuperaba con relativa facilidad de la
captura a rescate de campesinos y animales, de la muerte de éstos últimos y de la
despoblación; a fin de cuentas, no hay que olvidar que se trataba de una zona especialmente
rica en términos agrarios y que iba a atraer de forma constante, las hostilidades detenidas, un
notable flujo migratorio.
3- Vivir en, pese y de la frontera.
Como toda frontera en la Edad Moderna, éste era un espacio en el que había una cierta
excepcionalidad jurídica, política y económica. Los habitantes de la misma veían remunerado
su dedicación a la defensa del reino y del bien común mediante una participación más
presente del rey que se podía concretar en la concesión de privilegios regios64 y de gracias. El
límite en el control de las autoridades políticas y religiosas hizo que la Reforma pudiera
subsistir en algunas zonas del territorio gracias a que los protestantes acudían a servicios que
se desarrollaban del otro lado de la raya. Sin embargo, la frontera no era un territorio en el que
se suspendían o eliminaban las reglas sociales o culturales, simplemente la ambigüedad
espacial y política permitía una mayor diversidad en su uso.
La vida en la frontera era enormemente compleja, incluso en tiempo de paz había que vivir
con la posibilidad de una incursión sorpresa procedente de Francia, como sucedería con las
amenazas constantes de 1610-161165. Era un miedo justificado, ya que cada generación tenía
conciencia propia de qué significaba la guerra, de la peligrosidad de los caminos, del refugio
en las villas, de los impuestos sobreañadidos para mantener las fortalezas o de las continuas
reclamaciones para contribuir a la defensa. Los niveles de riesgo en estas circunstancias se
elevaban de forma dramática; a fin de cuentas la posibilidad que la ciudad fuera ocupada o
que uno mismo o un pariente fueran capturados y puestos a rescate era muy alta. En este caso,
el desastre económico afectaba al conjunto de la familia, ya que para rescatar los bienes o las
personas era preciso reunir el numerario suficiente, generalmente estableciendo rentas o
malvendiendo las propiedades. Todavía está por mesurar el efecto que los gastos de la guerra
cotidiana tuvieron en la circulación de bienes inmobiliarios.
61
LOUIS, 1996, 188.
Alonso de VÁZQUEZ, Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnesio, Madrid, 1880, 3 vol, III, pp.
135-ss.
63
POTTER, 1993, capítulo 6, especialmente significativo el mapa de la página 214; Cyrille THELLIEZ, « L'après Guerre dans
le Pays de Cambrai de 1595 à 1600 », Mémoires de la Société d'Emulation de Cambrai, t LXXXVI, 1º, 1939, pp. 133-173 ;
THIERRY, 1996, 68.
64
JOBLIN, 2000, 77-ss.
65
L. DESCHAMPS DE PAS, Histoire de la ville de Saint-Omer depuis son origine jusqu’en 1870, Arras, 1880, p. 102.
62
82
La presencia de los ejércitos y de la guerra por muy devastadora que resultó, tuvo efectos
colaterales que posiblemente beneficiaron a una parte limitada de la población, pero cuyas
consecuencias a medio plazo paliaron en parte los desastres de la guerra, lo que no supone
ningún consuelo para las personas afectadas. La presencia de tropas significó una continua
capitalización del territorio66, convirtiéndolo en especialmente atractivo para todo tipo de
mercaderes que sabían que había una demanda casi estructural de alimentos, productos de lujo
y de bienes militares que se sumaba a la que de por sí ya existía en una de las zonas muy
densamente urbanizadas. La abundancia de metal precioso que llegaba al territorio y la
existencia (a pesar de la guerra) de un notable comercio, directo o no, entre PicardíaChampaña y los condados borgoñones aseguraba una continua reactivación económica,
especialmente perceptible durante las décadas pacíficas de 1600-1620. La existencia de
importantes vías fluviales permitía realizar un comercio relativamente rápido y de gran
importancia regional a través del Escalda67, el Somme, el Aisne y el Oise.
Pese a las prohibiciones de comercio en tiempo de guerra, la información documental muestra
como existía un tráfico constante de diversa envergadura. Este permitía a los comerciantes
intentar buscar los mejores precios ante la demanda variable que el trigo, la madera o el vino
podían tener en los territorios en un tráfico que, en ocasiones, era estimulado por las
autoridades locales. De hecho, a fines del XVI el sistema de información español en sobre el
Norte de Francia se apoyaba notablemente en la circulación de agentes que realizaban
incursiones informativas en territorio enemigo disfrazados de buhoneros o vagabundos, que
pasaban desapercibidos en el mundo de la pobreza urbana local68. A una escala mayor, tanto
los Países Bajos Católicos como el reino de Francia69 podían servir como intermediarios
comerciales con la Península ante los bloqueos holandeses o las prohibiciones mercantiles
españolas70.
Tanto por parte de la nobleza como del patriciado urbano a ambos lados de la frontera se
realizaron alianzas familiares que permitían aprovechar las oportunidades políticas71 y
económicas que la coyuntura ofrecía. Si bien, se puede detectar en ocasiones que en las
familias se buscó una cierta concentración de bienes y derechos bajo un solo señor (o bien la
especialización de alguna de una de las ramas) esta política que buscaba proteger la propiedad
familiar de los vaivenes de la guerra (y de las confiscaciones) chocaba continuamente con la
propia dinámica de las transferencias, matrimonios y herencias. No sólo el rey de Francia
contaba como particular con importantes propiedades en territorios bajo soberanía de su rival,
sino que la presencia de propiedades francesas en los Países Bajos seguía siendo muy
considerable72. La conquista del Sur de los mismos por parte de Luis XIV complicó aún más
66
Marjolein ‘t HART, « Warfare and capitalism. The Impact of the Economy on State Making in Norhwestern Europe,
Seventeenth and Eighteenth Centuries », Review. Fernand Braudel Center, XXIII-2, 2000, pp. 209-228.
67
A pesar de su cierre desde la conquista de Amberes por Alejandro Farnesio, el sistema de licencias y los propios intereses
comerciales y fiscales de de Zelanda hicieron que subsistiera una fuerte actividad mercantil, bien a través de Amberes, bien a
través directamente de los puertos flamencos; Victor ENTHOVEN, « La fermeture de l’Escaut », Revue Historique de
Dunkerque et du littoral, nº 38, enero 2005, pp. 171-190.
68
Marie-Hélène RENAUT, « Vagabondage et medicité. Délits périmés, réalité quotidienne », Revue Historique,
CCXCVIII/2, 606, abril-junio 1998, pp. 287-322.
69
La interacción mercantil entre los Países Bajos y Francia en la primera mitad del siglo XVI en Émile COORNAERT, Les
Français et le commerce international à Anvers. Fin du XVe-XVIe siècle, París,1961, II Vols.
70
La integración de los Quintanadoines, Civille o Saldaigne en el ámbito ruanés muestra la capacidad de adaptación de las
familias mercantiles en la zona; v. G. K. BRUNELLE, « Immigration, assimilation and success: three families of Spanish
origin in Sixteenth-Century Rouen », Sixteenth Century Journal, 20, 1989, pp. 205-219.
71
Paul JANSSENS, L'évolution de la noblesse belge depuis la fin du Moyen Âge, Bruselas, 1998.; Edmund H.
DICKERMAN /Anita WALKER, « The Politics of Honour: Henri IV and the Duke of Bouillon, 1602-1606 », French
History, 14/4, 2000, pp. 383-407.
72
La guerra de 1595-8 permite mesurar la presencia de propiedades de franceses en territorios “borgoñones”, ya que estas
fueron confiscadas y puestas bajo control de la administración real; hay diversas contabilidades particulares en ADN B 3644;
83
la situación, ya que sumó a la anterior superpoción de propiedades, las que se habían dado
entre residentes de diversas ciudades de Flandes para quienes ahora la frontera móvil dejaba
sus bienes tras las líneas enemigas73.
4- Identidades y religión.
Las poblaciones del Sur de los Países Bajos y del Norte de Francia se veían confrontadas a
situaciones relativamente similares, ya que incluso cuando cada Monarquía propia tuvo la
hegemonía táctica, el efecto que la sobremilitarización del territorio tuvo sobre su
campesinado y sus poblaciones urbana fue parecido. Los enemigos, y los propios
combatientes, seguían realizando sus saqueos, extorsiones, y requisas. A diferencia de otras
fronteras de la Monarquía la discontinuidad política no implicaba, en general, asimetría
cultural o conflicto religioso. Tanto los Países Bajos del Sur como Picardía eran auténticas
ciudadelas del catolicismo contrarreformista74, ambas regiones contaban con una economía
basada en una agricultura relativamente avanzada y en la pañería, y, de hecho, no había un
hito geográfico que pudiera ser leído como una frontera natural, ya si los franceses estaban
firmemente asentados al norte de Somme, el mismo corazón de los dominios borgoñones se
encontraba a occidente del Escalda. Estas similitudes han sido ocultadas en parte por el efecto
de las historiografías locales de los siglos XIX-XX (muy dependientes en ocasiones del mito
nacional como constante histórico) y del divergente interés historiográfico sobre el periodo de
las guerras de religión para los territorios francés y belga75. Desde el último cuarto del siglo
XX se aprecia un creciente interés por analizar de forma complementaria ambos territorios, en
una línea de trabajo especialmente fértil.
La sociología común en la frontera tenía sus límites, ya que aunque protagonizaran procesos
similares no hubo, no podía haber, un resultado común. En realidad los mecanismos de
disciplina y pedagogía política funcionaron de forma más que satisfactoria para las
Monarquías. Pese a la abierta simpatía que una parte de las poblaciones urbanas de Picardía,
Boulonnais y, en menor medida, Champaña sentían por la política intransigente española
hacia el protestantismo, la Monarquía católica no consiguió a finales del siglo XVI consolidar
una posición militar en el territorio76. Por su parte es bien conocido, aunque aún está sólo a
medio estudiar, el sentimiento de oposición a los franceses que se desarrolló en diversas villas
de los Países bajos tras su conquista por Luis XIV77. Frente a él el recurso ritual a los
juramentos colectivos en caso de conquista tanto creaba el marco de una represión legal a
ADN B 16963 cuentas de Jean Regnault sobre los bienes confiscados a los franceses en el bailliage y condado de Saint-Pol;
ADN B 16939-41 confiscaciones a los franceses en Béthune; ADN B 16906-7 cuentas de François Travenier sobre los bienes
anotados a los franceses en la gobernación de Arras; ADN B 12634-9 cuentas de Isebrant de Caluwaert sobre confiscaciones
en Bouchain 1595-99; ADN B 12664 cuentas de Hall y Enghien sobre las confiscaciones hechas a los franceses por Simon de
Boudry…
73
Silvain VIGNERON, « Propiété ‘espagnole' et frontière franco-belge: l’exemple de la châtellenie de Lille de 1668 à 1697
», Revue du Nord, LXXXI-330, 1999, pp. 247-265.
74
Por reiterar el título de la obra de Alain LOTTIN, Lille Citadelle de la Contre-Réforme (1598-1668), Dunkerque, 1984;
proyectada sobre el Norte de Francia en Olivia CARPI, « Les villes picardes, citadelles du catholicisme », Revue du Nord,
LXXVIII, 315, abril-junio 1996, pp. 305-322.
75
Nicolette MOUT, « Reformation, Revolt and Civil Wars: The Historiographic Traditions of France and the Netherlands»,
Philip BENEDICT/Guido MARNEF/Henk van NIEROP/Marc VENARD (eds.), Reformation, Revolt and Civil War in
France and the Netherlands, 1555-1585, Amsterdam, 1999, pp. 23-34.
76
DESCIMON/ RUIZ IBÁÑEZ, 2005, esp. cap. 1.
77
Louis TRENARD, Histoire des Pays-Bas Français: Flandre, Artois, Hainaut, Boulonnais, Cambrésis, Toulouse, 1972, pp.
289-ss. Alain LOTTIN, Chavatte, ouvrier lillois. Un contemporain de Louis XIV, París, 1979, 183-ss. Sin embargo, por parte
de los patriciados la situación fue mucho más ambigua, ya que en muchas ocasiones fueron ellos mismos quienes durante los
asedios, ante la retirada de las tropas reales a las ciudadelas y castillos, pactaron pragmáticamente las capitulaciones con los
agentes de Luis XIV; en todo caso,
84
cualquier insumisión, cuanto buscaba garantizar la interiorización de la nueva lealtad78, claro
que sin demasiado éxito. De hecho, las autoridades conquistadoras interpretaron las
celebraciones por la muerte de la reina María Teresa en Artois en 1683 como una oportunidad
se convertían más que en medios de aceptación de la soberanía francesa en instrumentos para
reafirmar las simpatías hacia la antigua Casa soberana79.
En esta oposición a la conquista del propio territorio hay que ver varios fenómenos
interrelacionados. Por un lado, se encuentra la resistencia natural de una población a sufrir un
cambio en el reparto político del poder y en la definición de los roles sociales, políticos y
jurídicos. La oposición al ejército enemigo, era en principio una oposición a un ejército cuya
presencia alteraba la relación entre la comunidad (léase su patriciado) y el soberano. Desde un
republicanismo urbano fuertemente consolidado en la Baja Edad Media80 y desde un fuerte
patriotismo municipal no se podía ver sino con repugnancia la aparición de un poder regio de
naturaleza arbitraria. La diferencia entre las tropas del propio príncipe y las del conquistador
era la existencia de mecanismos de negociación y compromiso (institucionales e
interpersonales), así como el respecto a las posiciones ya adquirida.
Los territorios que se habían incorporado a Francia tras 1471 se podía considerar que para el
primer tercio del siglo XVI habían logrado asumir su identidad local-regional dentro de un
marco regnícola81; sin embargo, este proceso sería más difícil en otros espacios.
Evidentemente el recuerdo del pasado francés o borgoñón no desapareció completamente y a
la hora de justificar la buena recepción de los conquistadores resultaba idóneo hacer memoria
y recuperar la historia de un pasado común, pero la credibilidad social de este recurso era
limitada. A de ambos lados de la frontera destacaba la continuidad del poder y su
reforzamiento por los procesos de pacto a través de los que se había recuperado la
administración regia tras el periodo de desórdenes políticos de la segunda mitad del siglo
XVI. Este momento de pacificación resultó realmente importante ya que unió más a los
patriciados urbanos con el poder soberano82. Su definición pasaría ahora por proclamarse los
instrumentos de una reforma cultural que insistía en proclamar el carácter ordenado y
armónico de las sociedades… pero también su vulnerabilidad frente las amenazas externas y
la necesidad de prevenirse ante ellas. La participación activa de las elites en el desarrollo y la
difusión de la Contrarrefoma83 fue, al mismo tiempo, el mecanismo a través del cual se
78
HOCQUET, 1901, 24 y 26; PAGART d'HERMANSART, 1888, 68-72.
PAGART d'HERMANSART, 1888, 72.
80
Marc BOONE, « La construction d’un républicanisme urbain. Enjeux de la politique municipale dans les villes flamandes
au bas Moyen Âge », Denis MENJOT/Jean-Luc PINOL (Coords.), Enjeux et expressions de la politique Municipale (XIIeXxe siècles). Actes de la 3e Table Ronde Internationale du Centre de Recherches Historiques sur la ville, París, 1997, pp. 4160 ; Karin TILMANS, “Republicanism Citizenship and Civic Humanism in the Burgundian-Habsburg Netherlands (14771566)”, Martin van GELDEREN/Quentin SKINNER, Republicanism. A Shared European Heritage, Cambridge, 2002, II
Vols, II, pp. 107-126.
81
Mack P. HOLT, « Burgundian into Frenchmen: Catholic Identity in Sixteenth-Century Burgundy », Michael Wolfe (ed.),
Changing Identities in Early Modern France, Durham y Londres, 1997, pp. 345-370.
82
Alain LOTTIN, «’Messieurs’ du magistrat de Lille. Pouvoir et société dans une grande ville manufacturière (1598-1667) »,
Etre et croire à Lille et en Flandre XVIe-XVIIIe siècle, Arras, 2000, pp. 253-268.
83
A. PASTURE, La restauration religieuse aux Pays-Bas Catholiques sous les archiducs Albert et Isabelle (1596-1633).
Principalement d'après les Archives de la Nonciature et de la Visite ad limina, Lovaina, 1925; Alain LOTTIN, 1984 y
« Contre-réforme et instruction des pauvres, le rôle des écoles dominicales vu à travers les initiatives hainuyères et lilloises »
y «Réforme catholique et instruction des filles pauvres dans les Pays-Bas Méridionaux ’Messieurs’ du magistrat de Lille.
Pouvoir et société dans une grande ville manufacturière (1598-1667) », Etre et croire à Lille et en Flandre XVIe-XVIIIe
siècle, Arras, 2000, pp. 373-388 y 389-404. Por mi parte, en « La Guerra Cristiana. Los medios y agentes de la creación de
Opinión en los Países Bajos Españoles ante la intervención en Francia (1593-1598) », Ana CRESPO SOLANA/Manuel
HERRERO SÁNCHEZ (eds.), España y las 17 Provincias de los Países Bajos. Una revisión historiográfica, Córdoba, 2002, pp.
291-324, mantengo la hipótesis que la llamada restauración católica del siglo XVII es esencialmente una normalización tridentina
de una catolicismo militante y políticamente muy activo a escala local en las últimas décadas del siglo XVI, lo que explicaría no
sólo la participación de las elites en el desarrollo de la Contrarreforma, sino su implicación en la reconquista farnesiana; esto
79
85
consolidó una relación más que política con el rey y se consolidó una lealtad más orgánica
entre las elites burguesas (y posiblemente campesinas) y el monarca.
La identidad de los patriciados flamencos, de Hainaut, artesianes y brabanzonas ligada al
necesario establecimiento de un catolicismo excluyente, entendido según los preceptos
tridentinos, iba a insistir en asumir la imagen de una verdadera catolicidad que veía con
desconfianza religiosa al enemigo del sur. Ciertamente los franceses eran asumidos como
generalmente católicos, pero su catolicismo se veía con prevención. Se puede hablar de una
resistencia a la conquista francesa por el mismo hecho de la religión, según el Journal de
Simon Leboucq, habitante de la conquistada Valenciennes la nación francesa “ne gardait ni
foi, ni loi, n’usant que de pur libertinaje et vivant en athée”84. Para unas poblaciones católicas
urbanas que se habían definido desde la reconquista farnesiana por el sueño de una
homogeneidad confesional85 la presencia de focos reformados donde desde el edicto de
Nantes se permitía el culto calvinista (como el entorno de Calais en el siglo XVII86) no
resultaba, sino una afirmación de la falta de celo que el rey de Francia podía tener hacia la
defensa de la antigua religión. Por supuesto, aunque a ambos lados de la frontera se seguían
pautas culturales contrarreformistas parecidas, no hay que olvidar que la separación de las
tierras de los Países Bajos del arzobispado de Reims y el ejercicio del patronazgo por parte de
ambos soberanos, en la práctica había separado los cuerpos eclesiásticos de ambos territorios
y había ligado con especial fuerza al clero secular a la propia administración regia87. La
conquista de plazas por Luis XIV no sólo fue una ocupación militar, sino también, un proceso
de sustitución eclesiástica y de afrancesamiento de los obispados y cabildos, lo que cerraba la
vía de promoción asumida como ordinaria por el clero local, algo que, junto la política fiscal
de ocupación, explica que parte del clero parroquial siguiera alimentando el sueño de una
restauración de los Habsburgo88.
marcaría las mismas cronologías para los territorios a ambos lados de la frontera, con un periodo de movilización sociopolítica y
militar católico que terminaría hacia 1595 y, ulteriormente, una normalización institucionalizada que coincidiría en Francia con la
acción de los devotos.
84
Philippe GUIGNET, « Préface: les répercussions de la conquête », 1678. Valenciennes devient française [Exposition
organisée à la Bibliothèque municipale de Valenciennes, du mardi 23 mai au samedi 24 juin 1978], Valenciennes, 1978, pp.
IV-XI.
85
Por un lado, por la nomalización de la actividad de los órganos represivos clásicos, Aline GOOSENS, Les Inquisitions
modernes dans les Pays-Bas Meriodonaux, 1520-1633, 1997, II Vols; por otro, por la depuración de poblaciones reformadas
mediante la expulsión de las mismas, bien a las provincias Unidas, Inglaterra o el mismo Norte de Francia ; aunque en
sentido recíproco no hay que olvidar el, bien que poco estudiado, aporte de católicos retirados desde Holanda, Zelanda y
Frisia a los territorios bajo la autoridad del rey de España; Willem FRIJHOFF, « Migrations religieuses dans les ProvincesUnies avant le second Refuge », Revue du Nord, LXXX, 326-327, julio-diciembre, 1998, pp. 573-598. Dentro de la
reafirmación del militantismo católico hay otros dos factores a tener en cuenta: en primer lugar el efecto de autoidentificación
que las continuas incursiones de los vrijbuters protestantes tuvieron sobre la población y, por otro, la presencia muy activa de
refugiados católicos de diversas procedencias en los Países Bajos, exiliados que no sólo reafirmaban (como clérigos o
militares) el discurso de necesaria lealtad al rey católico, sino que con su ejemplo mostraban la peligrosidad de hacer
concesiones a los herejes o sus factores; Robert LECHAT, Les réfugiés anglais dans les Pays-Bas espagnols durant le règne
d'Elisabeth (1558-1603), Lovaina-Roulers-París, 1914; Aline GOOSENS, « Les Pays-Bas méridionaux, refuge politique et
religieux à l’époque du traité de Vervins (1590-1598) », Jean François LABOURDETTE/Jean-Pierre POUSSOU/MarieCatherine VIGNAL (éd.), Le traité de Vervins, París, 2000, p. 203-232.; DESCIMON/RUIZ IBÁÑEZ, 2005, esp. Cap. 2;
RUIZ IBÁÑEZ, 2002.
86
Alain JOBLIN, “Le protestantisme en Calaisis aux XVIe-XVIIe siècles” , Revue du Nord, LXXX, 326-327, juliodiciembre, 1998, pp. 599-618.
87
Un ejemplo entre tanto, durante los ataques franceses los clérigos lillos contribuyeron a la defensa de su ciudad LOTTIN,
1979, 159.
88
Las autoridades ocupantes eran conscientes de la necesidad de apropiarse de los medios de producción de identidad, lo que
explica el interés del gobierno de Luis XIV por mantener una cierta tolerancia hacia el jansenismo en los territorios
ocupados ; Chanoine L. MAHIEU, Jansénisme et antijansénisme dans les diocèses de Boulogne-sur-Mer et de Tournai
spécialement dans la région lilloise, Lille, 1948. La política reformista de algunos prelados franceses en zonas ocupadas
implicaban una forma apropiación tanto cultural, como de beneficios, por lo que el rey Sol buscó sustituir rápidamente a los
antiguos cargos eclesiásticos y nombrar obispos afines como Gilbert de Choiseul; Como Fénelon en Cambrai, la acción de
Choiseul –proclive al jansenismo y al galicanismo- significaba una ruptura con la tradición contrarreformista belga. De
hecho, las reformas de ambos prelados crearon un clero francés que enseñaría a ser franceses a los hijos de los antiguos
86
En la formación de una identidad propia contrapuesta a los otros, a los que amenazaban desde
el otro lado, estaba la experiencia de una xenofobia heredada con unas categorizaciones que
venían del siglo XV y que se habían consolidado gracias a la estabilidad de la frontera. La
acumulación desordenada en la memoria colectiva de guerras, incursiones, saqueos,
amenazas, violaciones, robos y traiciones señalaba siempre como último responsable a los que
venían del otro lado de la raya: los françoyses o los borgoñones89. Este imaginario de la
barbarie se veía confirmado, reforzado y actualizado por cada nueva guerra, por la llegada de
refugiados que huían de las zonas ocupadas90; la impresión de la existencia de un enemigo
natural y hereditario parecía lógica en este contexto.
La propia organización política local reproducía este sentimiento. Tanto la comunidad como
sus autoridades proclamaban sus logros y servicios al rey precisamente por haber participado
con éxito en su autodefensa a lo largo de los siglos, algo que no era sino una forma propia de
contribuir a la protección del patrimonio regio. Ceremonias de información, inscripciones,
cuadros, procesiones conmemorativas, fiestas locales, privilegios, obituarios… todo podía
convertirse en instrumento de proclamación de la dignidad alcanzada en el servicio al rey,
pero también en instrumento de propaganda y disciplina que definía la comunidad local tan
armónica en la Monarquía como contrapuesta al enemigo. No sólo se trataba de una dignidad
personal, sino que las corporaciones, los serments, y por encima y aglutinándolos a todos, la
ciudad se definía política e iconográficamente por su adhesión militar al príncipe.
Ahora bien, el fenómeno clásico de la identificación por negación y por adhesión política que
se podía dar en la frontera del norte (como en las demás de la Monarquía) estaba lejos de ser
un hecho inmutable, inalterable o ahistórico: cada generación vio como el contexto político y
la circulación de los estereotipos europeos contribuía a policromar, enriquecer y hasta
transformar la imagen que de sí (y de sus enemigos) tenían los habitantes de la frontera. Las
guerras de religión primero, y la adaptación de la hispanofobia gestada en el mismo Flandes,
vía Italia91, al ámbito de Francia fueron el mecanismo a través del que se comenzó, tan tarde
como a finales del siglo XVI y principios del XVII, a confundir de forma genérica a los
“borgoñones” con los “españoles”. De igual manera, la consolidación de la presencia española
en Flandes significó que la imagen que de los franceses tenían los soldados y administradores
del rey católico92 se deslizara, influenciara y, en cierto sentido, contaminara a la de las
poblaciones autóctonas.
buenos súbditos de los Habsburgo Fernand DESMONS, Etudes historiques, économiques & religieuses sur Tournai durant le
règne de Louis XIV: L’Espicopat de Gilbert de Choiseul 1671-1689, Tournai, 1907, esp. cap. VIII. En el lado contrario Una
parte del clero, veía como se cortaban sus lazos de dependencia y protección al separarse de un poder que los había amparado
hasta ahora. Su propia implicación en la defensa y perpetuación de ese poder les cerraba las puertas de una eventual
promoción tras la conquista, más aún si los nuevos prelados procedían de tradiciones diferenciadas a las propias. Frustrado
por falta de reconocimiento o movilizado por la lealtad a un orden perdido, una parte del clero actuaría como conservador y
productor de imágenes de lealtad al antiguo soberano; v. p.e. para el Franco Condado, Maurice GRESSET, “Le temps
modernes et la conquête définitive”, Maurice GRESSET/Pierre GRESSET/Jean-Marc DEBARD (eds.), Histoire de
l’annexion de la Franche-Compté et du Pays de Montbéliard, Le Coteau, 1988, pp. 111-282, esp. p. 272.
89
La historiografía reciente insiste en la rapidez con que se desarrollaron los procesos de mitificación en el Antiguo
Régimen; un estudio ejemplar de caso, para un territorio lejano, en Rodrigo MARTÍNEZ BARACS, La secuencia
tlaxcalteca. Orígenes del culto a nuestra señora de Ocotlán, México, 2000.
90
DESCHAMPS DE PAS, 1880, p. 105 (los habitantes de Ayre llegan a Saint-Omer en 1641).
91
Benjamin SCHMIDT, The Dutch Imagination and the New World, 1570-1670, Cambridge, 2001, 46-ss.
92
La adaptabilidad de la imagen de alteridad política, religiosa y cultural a la Monarquía Hispánica que se construyó durante
la fase hegemónica de la misma, permitió hacer circular sobre diversos territorios y diversas realidades esta imagen común de
peligrosidad exterior. El mejor trabajo sobre la imagen de los franceses en la Península en los siglos sigue siendo el de
Asensio GUTIÉRREZ, La France et les Français dans la littérature espagnole. Un aspect de la xénophobie en Espagne
(1598-1665), Saint Étienne, 1977. Una visión genérica sobre los procesos de identificación y definición de los rivales de la
Monarquía es el libro de Rafaele PUDDU, I nemici del re. Il racconto della guerra nella Spagna di Filippo II, 2000.
87
El siglo XVII muestra una situación doble. En un primer momento, las referencias al glorioso
pasado borgoñón para proclamar una identidad diferente y contrapuesta a los franceses habían
sido reverdecidas en el periodo de los Archiduques. Sin embargo, la definición de súbditos del
rey de España comenzó desde 1621 a adquirir un valor en sí mismo que posiblemente durante
la guerra de los Treinta años y, sobre todo, ante las agresiones francesas ulteriores comenzó
incluso a tener más operatividad identitaria. No hay que olvidar que, como una humillación
más impuesta a la Monarquía, Luis XIV no dudó en atribuir el título de duque de Borgoña a
uno de sus nietos, por lo que incluso la exclusividad en el calificativo parecía estar también en
duda93. Además la cada vez mayor presencia de tropas protestantes (holandeses, ingleses y
alemanes) debió tener un efecto sobre la concepción de la alianzas políticas, reforzando la
identidad católica local, frente a la católica universal, y rompiendo así los posibles lazos de
unión con el ocupante francés.
La amplitud de estos sentimientos no sólo se debió al éxito de una disciplina social
contrarreformista, sino al propio contexto político y de reproducción de memoria que los
habitantes de la frontera sufrían o disfrutaban. Si el campesinado o los manans de las ciudades
definían como franceses o borgoñones era tanto por una cuestión primaria de cálculo político
y fiscal, como por la acumulación de memorias de actitudes y acciones. Por supuesto, estas
autodefiniciones deben ser tomadas siempre con prevención ya que generalmente se producía
en un contexto de afirmación positiva en el que el individuo esperaba obtener un beneficio
social o jurídico al proclamar una identidad específica, generalmente la que su interlocutor
esperaba que enunciara.
5- Conclusiones.
Las prácticas desarrolladas en la frontera sur de los Países Bajos, no diferían necesariamente
de las que han estudiado los historiadores para otros territorios. La fuerte presencia de una
guerra irregular y la permeabilidad de las redes defensivas hacía que existiera una notable
inseguridad para las poblaciones civiles, sobre todo por el alto grado de privatización de la
guerra. Sobre todo el peligro del secuestro y del robo de ganado pesaban fuertemente, lo que
si por un lado reforzaba la relación del individuo con los espacios fortificados, y sus
consecuencias ideológicas y políticas, por otro activaba sistemas de autodefensa y
negociación de rescates y salvaguardas. La confrontación estructural en el sur de Flandes
contribuyó a redefinir una identidad por rechazo, aunque de principio no hubiera una cesura
religiosa tan acusada como en otras fronteras de la Monarquía. Así pues, un militar o un
administrador hispano podía reconocer e interpretar las otras fronteras de la Monarquía desde
su experiencia septentrional e intentar hacerla valer discurso en esos espacios. Por supuesto,
los Países Bajos tenían su especificidad. La mayor presencia militar profesional, la existencia
de una tradición cultural de confrontación borgoñona hacia Francia o el carácter católico de
los enemigos del sur, todo contribuía a diseñar una singularidad, pero desde luego no hasta el
extremo de hacerla incompatible con otras fronteras.
Así pues, si la interacción era posible, la cuestión es saber en qué consistió. Desde la historia
comparada y relacionada de los diversos territorios de la Monarquía, se hace preciso indagar
sobre cronologías y medios mediante los que esta frontera actuó como modelo de otras o
recibió diversas influencias; el gasto militar, la implicación de las elites en el servicio regio
93
JEANMOUJIN, 2005, 94-6.
88
directo y la circulación de los veteranos parecen los campos idóneos para verificar un
fenómeno a la vez local, cuya comprensión sólo puede ser global.
89
El juez y el cautivo. Conflicto cultural a través de los interregatorios a los excautivos de
argel en el siglo XVI ∗
Juan Francisco Pardo Molero, Universitat de València
Las posibilidades de creación de la imagen de los “otros” de más allá de una frontera política
o militar son múltiples, y no suelen pasar por el testimonio directo de esos otros. La
mediación, que va de la interpretación lingüística a la traslación o adaptación de conceptos y
valores, tiene un protagonismo notorio. Más aún en el siglo XVI. Se ejerce a través de los
viajeros más o menos ocasionales (embajadores, mercaderes, peregrinos, soldados) que,
sorprendidos por costumbres o paisajes exóticos, difunden en sus lugares de origen la relación
de sus experiencias. O también se ejerce aquella mediación desde la misma frontera, a partir
de la experiencia cotidiana y de unos intereses concretos, vividos, fuertemente impregnados
de intrigas políticas, aspiraciones de negocios o amenazas militares. Este es el origen de la
visión de frontera que nos interesa aquí.
Relatos o, mejor, declaraciones (a veces confesiones) de cautivos o excautivos recién
llegados de las ciudades o escuadras bajo dominio otomano (Argel y las escuadras que de allí
partían, sobre todo) en el siglo XVI constituyen la base de este trabajo. La importancia de sus
testimonios iba más allá del recorrido religioso de los protagonistas. La previsible apostasía
de muchos los hacía potenciales reos de la Inquisición, pero también la información militar o
política que pudiesen aportar resultaba preciosa para las autoridades cristianas de la frontera94.
Los jueces civiles, por tanto, también interrogaban detenidamente a estos recién llegados en
busca de noticias que transmitir a la Corte, noticias que servían para apoyar convenientemente
los argumentos de las autoridades de la frontera. La fortaleza o debilidad de una plaza, lo
vacilante de la posición de un reyezuelo, la composición de una escuadra, el número y estado
de los cautivos, etc., se convertían en bazas para persuadir al rey y a sus consejeros de la
conveniencia de una u otra política. Como es lógico, en esos informes menudeaban los juicios
sobre el valor del otro, la moral militar, el estado e importancia de las defensas, la calidad de
combatientes y armamentos, la estabilidad de un régimen etc. Junto con la información
pretendidamente objetiva, más o menos conscientemente también se transmitían esas
valoraciones subjetivas, inextricablemente unidas muchas veces con aquélla. De modo que
llegaban a las sedes del poder político y podían influir en la toma de decisiones o, al menos,
contribuir a dar forma a la opinión de los ministros de la Corona sobre la frontera. Ahí radica,
en el medio y el largo plazo, la importancia de este flujo de noticias; monótonas y reiterativas,
pero relativamente abundantes y con la autoridad y frescura de los testimonios directos, al
tiempo que suministraban una información aparentemente fría de valor puramente estratégico,
fijaban de manera menos perceptible, pero eficaz, imágenes sobre el otro.
No hemos querido aislar los relatos de los excautivos cristianos de otros de naturaleza
parecida, como aquellos que proporcioban los espías enviados por los alcaides de los
presidios, o la información recabada en los interrogatorios de prisioneros musulmenes,
especialmente “turcos”. También hemos considerado algunos de estos testimonios,
distinguiendo, naturalmente, cada caso. No por tratarse unos y otros de declaraciones
testificales o confesiones, y no de creaciones literarias, estos textos carecen de manipulación.
∗
Este trabajo se inserta en el proyecto de investigación del MEC “El Reino de Valencia en el marco de una Monarquía
Compuesta: un modelo de gobierno y sociedad desde una perspectiva comparada”, Código HUM 2005-05354, financiado
con fondos FEDER.
94
Sobre los renegados es ineludible la cita de Bartolomé y Lucille Bennassar, Los cristianos de Alá. La fascinante aventura
de los renegados, Madrid, 1989; en general sobre los cautivos, José Antonio Martínez Torres, Prisioneros de los infieles.
Vida y rescate de los cautivos cristianos en el Mediterráneo musulmán (siglos XVI-XVII), Barcelona, 2004, con abundante
bibliografía.
90
Además de la intervención del escribano y del juez, que acoplan las respuestas a un
cuestionario en buena medida preestablecido, y a moldes procesales e informativos, el
declarante, a la hora de valorar la realidad del otro lado de la frontera, está condicionado,
entre otras muchas cosas, por sus ideas generales sobre la Cristiandad y el Islam, en lucha, sus
suposiciones sobre lo que el juez quiere escuchar, y, finalmente, por su prejuicio hacia los
“infieles”. Pero ese conjunto de prejuicios que dan forma a la opinión no puede permanecer
inmutable u obedecer a pautas fijas traídas de la Península, o aprendidas en los años de
formación. La experiencia de la frontera puede ayudar a modificar esos prejuicios o a crear
otros nuevos.
Interrogatorios
La vivencia de la frontera difiere de una a otra orilla del Mediterráneo. Esto se refleja
en las fuentes que vamos a examinar. Son mucho más exhaustivas las relaciones que se
trasladan a la Corte desde un puerto peninsular, como Cartagena o Valencia, que desde los
presidios del norte de África. Quizá porque aquellos no recibían un flujo tan constante de
cautivos liberados como éstos. De hecho, las noticias que, sobre todo desde Orán y sobre todo
de Argel, se envían por las autoridades de la frontera norteafricana son mucho más directas y
concisas; a veces, incluso, se yuxtaponen en el mismo informe lo que dicen excautivos, espías
y prisioneros de cabalgada, en extractos de sus declaraciones. La intención de estos
memoriales de cara a la acción gubernativa es muy clara: insisten ante todo en los aspectos
políticos, militares y estratégicos del entorno de la plaza, mientras que apenas se detienen en
la peripecia vital del interrogado. Por el contrario, los interrogatorios remitidos desde las
ciudades de la Península o Baleares son más complejos; no suelen ser extractos o resúmenes,
sino traslados notariales de la larga conversación entre juez y cautivo; contienen numerosos
detalles sobre la trayectoria de éste, desde su captura hasta su huida o rescate. Su intención
suele expresarse de forma algo más compleja que en los memoriales de Orán: siempre tratarán
de relacionar los movimientos de las escuadras otomanas con la seguridad de su ciudad y de
las costas españolas y la amenaza palmaria que representa Argel; por eso el objetivo que
persigue la difusión de las aventuras y desventuras de los cautivos siempre es el mismo:
promover la destrucción de Argel, por lo que, y en esto coinciden con los del norte de África,
recaban todas las noticias que pueden del estado militar de la capital corsaria.
Ejemplo de todo ello son las diecisiete preguntas que los oficiales de Cartagena
formularon al panormitano Juan de Fonte a principios de 1533, interesados por saber desde
detalles de su procedencia (no sólo de qué “nación” es sino también de qué “tierra”), hasta la
repercusión que tenían en Berbería los triunfos de Carlos V contra Solimán, pasando por el
modo en que iban organizadas las escuadras corsarias. Lo más sutil, desde el punto de vista de
los intereses políticos y militares locales, era ligar las victorias conseguidas por el emperador
en Centroeuropa contra las tropas otomanas con la guerra que se mantenía en el
Mediterráneo95. Lo mismo puede decirse de las diecinueve preguntas formuladas en Valencia,
en 1539, a Nicolau Bonell, con muy similar objetivo y una insistencia grande en conocer los
vínculos entre Barbarroja, Argel y el Turco, demostrando una confusa percepción de Argel
como provincia otomana96. O también de los interrogatorios de 1550 a los huidos o
capturados de la armada de Dragut; paradójicamente, en esta ocasión, junto a confesiones
arrancadas con largas series de preguntas, también se obtuvo una extensa relación con una
sola pregunta97. Mientras tanto, las relaciones transmitidas por los gobernadores de Orán o
95
Archivo General de Simancas (AGS en adelante), Estado, Costas de África y Levante, 461, f. 126-127.
Ib., Aragón, 279, f. 88.
97
La pregunta formulada a Simó Corso el 30 de mayo de 1550: Fonch interrogat que diga si ell, testimoni, venia catiu en les
fustes de Dargut arrays e quant temps ha que va catiu en aquelles e quin discurs han fet dites fustes desque ell, testimoni, va
catiu en aquelles; la respuesta se extendió a lo largo de casi cuatro caras de folio; por el contrario, al turco Mustafa Bale hubo
96
91
Bugía ni siquiera solían incluir las preguntas, sino sólo el resumen, muy posiblemente
seleccionado y retocado, que interesaba política y militarmente. Sobre todo esto último.
Las defensas de Argel
El miedo a un ataque de Carlos V era, en los informes llegados a la Corte desde el
norte de África, el motor que conducía a mejorar las defensas de Argel. Numerosos
testimonios de cautivos, espías o agentes imperiales nos hablan del miedo sentido por
Barbarroja, los argelinos, los turcos o, incluso, el propio Solimán frente a la potencia militar
del emperador98. En buena medida se trata de recursos argumentales que sirven para subrayar
la precariedad de la posición enemiga. Tanto si responden a la realidad como si sólo reflejan
la lógica preocupación frente a un ataque probable, el declarante y el magistrado se afanan en
buscar resquicios de vulnerabilidad en el contrario. La presentación del enemigo otomano
como atenazado por el temor hasta el punto de condicionar sus acciones por ello, podía
resultar adecuado argumento para convencer al Gobierno imperial de lanzar un ataque
decisivo, que, por otra parte, como parecían indicar los informes que vamos a ver, no
encontraría una oposición total. Al mismo tiempo la valoración militar del enemigo tiende a
hacerlo inteligible, reducible a comprensión estratégica. Esto, unido a su vulnerabilidad,
tiende a colocarlo en un plano no muy lejano de quienes declaran o toman declaración.
A la hora de desgranar los componentes del sistema militar argelino los testigos y los jueces
se entregan a un auténtico ejercicio analítico en el que juegan factores navales,
arquitectónicos, armamentísticos e, incluso, étnicos. La precisión en las descripciones nos
revela afán de comprensión, especialmente por parte de quienes interrogan, sabedores de que
los datos que suministren sustentarán informes que se espera que influyan en la toma de
decisiones de política militar. La exactitud en la enumeración y cuantificación de efectivos
debía verse acompañada por la valoración de cada uno de ellos, de sus géneros y clases, de
manera suficientemente elocuente. Ocurre así con la gente de guerra, que se suele dividir en
“turcos”, “mudéjares” y “renegados”, más los naturales de la región. En el interrogatorio de
“dos turcos” que proporcionan notable información sobre Argel y la Armada otomana a
principios de 1544, se establece con sencillez esa distinción, que bien podía obedecer a
preguntas de las autoridades cristianas: “No ay en la çibdad [de Argel] más de hasta DCCC o
mill turcos, y (...) renegados y mudéjares ay muchos”99. En una línea similar, con clara
intención por parte de los jueces, se sitúa el interrogatorio al excautivo Bernardino de Yscla,
tomado en Génova en vísperas de la expedición de Argel:
Preguntado qué número de turcos havía en Argel y en otros lugares circunvezinos dixo que en
todos los que hay a sueldo de Barbarroxa en Argel y otras tierras allí cerca serán hasta tres mil
turcos y renegados, de los quales están en la guarnición de la dicha ciudad de Argel mill
turcos y mill renegados, que son escopeteros y ballesteros, y entre ellos y con la gente de la
tierra diz que puede haver hasta mill cavallos poco más o menos100.
Y, con casi idéntica cronología, y el mismo trasfondo de interés por las perspectivas de la
expedición carolina, la declaración del turco Mustafá, un tránsfuga pasado a Bugía, que decía
que hacerle hasta veinte preguntas: ib., 305, f. 271: Informatio testium recepta de mandato Excelentissimi Domini Ducis
Ferdinandi de Aragonia, locumtenentis generalis Cesaree Majestatis in regno Valentiae.
98
Me he ocupado de ello en “Imágenes indirectas. La Cristiandad y el Islam en los interrogatorios a cautivos”, en Saitabi.
Revista de la Facultat de Geografia i Història, número monográfico sobre Visiones culturales de la frontera, coordinado por
Mónica Bolufer.
99
AGS, Estado, Costas de África y Levante, 471.
100
Ib., 469, f. 88: “Bernardino de Yscla, cativo en Argel, que ha venido en esta ciudad de Génova a 18 de setiembre, 1541
años, en una hurca que allí ha venido esta mañana, siendo preguntado de dónde venía y lo que sabía de las Galeras de
Hespaña yu de las cosas de Argel, dixo lo siguiente”.
92
ser hermano de un importante capitán de Argel. Aunque con cifras bien distintas, abunda en lo
mismo que Yscla: “Dize que havrá XVM hombres entre grandes y chicos, viejos y moços, y
que los XM dellos serán útiles para guerra, entre los quales diz que havrá hasta D turcos, los
demás renegados y moros, y que XM dellos son escopeteros, y entrellos algunos pocos
arcabuzeros, y que en la çibdad no avrá de quinientos de cavallo arriba”101. También se
distingue, sin mucho detalle, por parte de Pedro de Nárvaez, agente español que había estado
en Argel, y afirmaba en 1539 que “en la dicha Argel havrá IMCC turcos y de moros,
mudéjares y naturales, pasados de IIIIM, todos hombres de pelea”102, y también Nicolau
Bonell, cautivo primero, y, como se vio forzado a reconocer, renegado después: “Que hay allí
ocho mil turcos y muchos moriscos de los que passan del reyno de Valencia, y todos muy
bien armados”103. Seis años antes había declarado el evadido Juan de Fonte ante las
autoridades cartageneras, quienes le preguntaron “qué tantos turcos de guerra tiene
Barbarroxa”, que tenía “poco más de mill, e que renegados onbres de guerra terná fasta
ciento, y que mochachos tiene más de trezientos”104. Una distinción de efectivos que
concuerda con el variado género de tropas que se distingue en los ejércitos otomanos105.
Los navíos, como la gente, también se clasifican. La declaración a este respecto del turco
Mustafá es elocuente por su sencillez, y refuerza la impresión general de debilidad de la
ciudad de Argel que pretende dar su informe: “En Argel ay XV navíos grndes y pequeños, y
entrellos tres galeras, y de todas éstas no pueden armar para salir más de una galera y quatro o
çinco galeotas y fustas, porque ay mucha falta de turcos y gente de mar”106. No muy diferente
es la impreisón que transmite un cautivo que iba en la escuadra de Barbarroja en 1543-44, y
que fue liberado: “Que los navíos que quedan en Argel son una galera y la bastarda que ahora
se está acabando, y que ay más otras cinco galeotas de a XXII, y que avrá otros IIII
vergantines sin estas cinco que andan fuera, y que todos los navíos que puede armar Açén
Aga serán hasta diez”107. Otra cosa es la impresión que se transmite sobre las escuadras, como
en 1534, cuando se interrogó exhaustivamente al arráez Xaba acerca de la Armada otomana
puesta bajo el mando de Barbarroja aquel año. Había sido capturado por la escuadra de
Álvaro de Bazán tras un combate con sus fustas, en el que, amén de muchos remeros, cayó
uno de los mejores capitantes de las Galeras de España108. El prisionero detalló las fechas de
la partida, el trayecto realizado, el número y tipo de embarcaciones, el objetivo, el lugar donde
se encontraba Barbarroja, cómo “arma de chusma las galeras”, las condiciones económicas de
la Armada, qué gente de guerra iba abordo, cómo se repartía, qué artillería se llevaba, en qué
estado había quedado Argel y qué planes tenía el marino turco109.
101
Ib., 469, f. 29: “Lo que Mostafá, turco de naçión, hermano de Agime, que dize que es uno de los capitanes principales que
ay en Argel, el qual se vino a Bugía por el mes de diziembre pasado a tornar christiano y le ha embiado a esta Corte don Luys
de Peralta, donde llegó a XXI de junio, es lo siguiente”.
102
Ib., 467, f. 2: “Lo que un Pedro de Narváez scrive al comendador maior de León, en VIII del presente, 1539, es”.
103
Ib., 468, f. 5, traducción castellana resumida del documento, citado más arriba, de Estado, Aragón, 279, f. 88. El original
dice que y ha huyt mília turchs e dels moriscats que cascun dia s’en passen del present regne ni ha gran número de aquells,
los quals stan molt ben armats axí de fletxers e scopeters com ballesters. E açò sap ell, confessant, responent e testimoni, per
haver-ho hoyt dir públicament en Alger e també per haver-los vist en Alger.
104
Ib., 461, ff. 126-127.
105
Colin Imber, The Ottoman Empire, 1300-1650. The Structure of Power, Londres, 2002, págs. 252 y ss.
106
AGS, Estado, Costas de África y Levante, 469, f. 29.
107
Ib., 471, s.f.
108
Según carta escrita por Bazán: “Este día, víspera de Santiago, que yo estuve en Oney, rendida la primera guarda de la
noche, llegó a la ysla donde estavan las siete galeras Xaba arráez, capitán de Barbarroxa, con doss galeottas, las más gruesas
de su armada, y tres fregadas que con ellas se avían juntado; las fregadas vinieron de la mar, y las galeras, pensando que
heran más fustas, no curaron de las fregatas, syno yr derecho a las galeotas, y la una se hizo a la vela y se salvó, y la capitana,
que huyó al remo, fue presa. Traýa setenta y quatro turcos tiradores descopeta y de arco, y de la roçiada que tiró quando la
envistieron mató al capitán Miguel Fox, que hera un onbre que entendía esta arte muy bien, y hirió muchos remeros”: Orán,
27 de julio de 1534, Álvaro de Bazán al rey, ib., 461, f. 174.
109
Ib., f. 175.
93
Las fortificaciones y, con relación a las mismas, la dotación de artillería, constituyen
un ítem esencial de información. El miedo parece actuar de acicate de las medidas defensivas,
al menos tal y como son presentadas. Según la declaración de Juan Fonte110, un cautivo
catalán que salió de Argel el 2 de mayo (probablemente de 1544) y llegó a Orán dieciocho
días después, en la capital corsaria acababan de enviar a fines de abril una fusta a las costas de
España y una fragata a Génova “a tomar lengua del Armada de Su Majestad, porque tienen
sospecha en Argel que a de venir sobre ellos”; eso explicaría la urgencia con que acometían la
construcción de la fortaleza que levantaban en la montaña vecina: “Dize que en la fortaleza
que se hazía en la montaña se dan muy grande priesa y que cada día ban DCC o DCCC
christianos a trabajar que estará ya de altura de seis estados y que tienen ya seis pieças de
artillería puestas en él y que fundían una culebrina para poner en la fortaleza, que terná diez
ocho palmos”111. Más estrechamente relaciona el peligro de ataque inminente con la
fortificación, un prisionero hecho por las autoridades cristianas, “el negro que salió de las
galeotas por espía”, quien afirma que, ante la noticia de un ataque inminente hacia enero de
1536 “reparavan las murallas y que en el Peñón donde solía estar la fortaleza hazían un
bestión para poner artillería para la guarda del puerto”112.
En general, con relación a la fortificación y a la artillería, las declaraciones del turco Mustafá
no entran en muchos detalles: “que la çibdad está bien çercada a partes y a otras no, y que
donde no está la çerca buena está hecho de reparo”; en cuanto a la artillería, relata “que ay
quinientas pieças de artillería, grandes y pequeñas, entre las quales dize que havrá çiento de
metal”113. Lo que contrasta con las preguntas y respuestas del interrogatorio de Bernardino de
Yscla, en el que se advierte, más que la locuacidad del interrogado, la ansiedad de las
autoridades cuando era casi inminente la partida del emperador para la empresa de Argel:
Preguntado qué número de artillería y municiones habrá en la dicha ciudad de Argel y en qué
lugar, dize que, a lo que él ha visto, en el dicho lugar habrá cinqüenta pieças de artillería de
bronzo, entre las quales hay veynte cañones y culebrinas, y el resto sacres y quartos cañones y
pieças menudas y buena cantidad de pólvora y pelotas y otras municiones para su defensión,
todo dentro del alcaçava de la dicha çiudad, y que la dicha artillería la tienen repartida en
torno de la ciudad, specialmente a la parte de la marina, y que a la puerta de la ciuad que está
a la banda de Levante hay un bestión grande de piedra y calcina, y otro a la parte de Poniente,
y un cavallero grande y fuerte sobre una montaña que guarda toda la çiudad, y la tiene a
cavallero, en la qual dize que puede haver hasta dos pieças de artillería114.
Y aún hay mayor detalle en las noticias que transmitió en septiembre de 1539 al conde de
Alcaudete un cristiano cautivo recién salido de Argel:
De la fortificación de la çiudad dize que tiene hecha a la puerta de la Mar un torreón que
pueden andar sobre él quatro pieças, y que en este dicho torreón está un medio cañón y un
sacre, y que en toda la muralla de hazia la mar ay terrapleno hasta las almenas, y que en cada
almena ay un verso de hierro en su molinete. Tienen sobre la mar en estos terraplenos XII
pieças, entre las quales ay un cañón de más de XC quintales, y otra pieça de XXX quintales d
flor de lis, y otros dos medios cañones de la fundiçión vieja, y otros sacres y falconetes, hasta
doze pieças, y que esta es la mayor fuerça de artillería que en la çibdad ay.
Dize que hazen un torreón, a la parte del Poniente, terrapleno, que pueden jugar en él seys
pieças a la mar, y arriba, hazia el alcaçava, y adonde desenvarcó Diego de Vera, que es una
110
No hay que confundirlo con el homónimo de Palermo que hemos visto más arriba.
Ib., 471, s.f., “Lo que dize Juan Fonte, catalán, que se soltó de Argel a dos de mayo y llegó a Orán a los XX”.
112
Ib., 463, f. 45.
113
Ib., 469, f. 29.
114
Ib., f. 88.
111
94
playa al Poniente del lugar, en este no ay puesta ninguna pieça porque no está acabado, y que
podrían servirse dél a neçesidad.
Dize que la muralla de la puerta por donde salen a la mar es baxa, que con las pieças quitadas,
las defensas podrían conbatir con los de dentro, y que no tiene la puerta revellín ni otra
defensa, exçepto un través que se les puede fáçilmente quitar; en esta puerta tiene Hazén Aga
una casa, en la qual reside los veranos.
Arriba en el alcaçava ay siete u ocho pieças de fuslera, sacres y medios cañones; todas estas
pieças tiran pelota de piedra, y çinco christianos hazen siempre pelotas para el artillería.
Tienen un molino que siempre haze pólvora, sin la que ay de respetto.
Dize que se le puede plantar artillería por qualquier parte que quieran, y que se batirá la
muralla fáçilmente, porque aunque siempre reparan, va sobre la obra vieja. Dize que tiene
pocas defensas baxas115.
El empleo de términos bastante técnicos, no sólo a la hora de definir las infraestucturas
arquitectónicas o la categoría de las piezas, sino también a la hora de dar detalles sobre la
fundición y materiales de los cañones, demuestra conocimientos profundos en la materia.
Aunque la comprensión de las fórmulas defensivas es total para la mente del cristiano, y se
pueden expresar en el lenguaje habitual de la orilla europea del mar, no es menos cierto que se
advierte cierto deje de superioridad en quien habla: si bien se detalla una respetable cantidad
de obras de fortificación y de piezas de artillería, el excautivo no deja de señalar las
deficiencias a la hora de reparar bajo el fuego enemigo y, sobre todo, el problema de contar
con pocas “defensas baxas”: es posible que las murallas fuesen las tradicionales en el área, de
elevada estatura, difrerentes de las que se imponían entonces, dictadas por la traza italiana, de
escasa altura, entre otras cosas para ofrecer menor blanco a la artillería enemiga.
A pesar de esta conclusión del informe, no puede pasarse por alto el esfuerzo de
fortificación que se desplegaba en Argel, equiparable al de no pocas ciudades del norte del
Mediterráneo. La idea braudeliana de una Cristiandad erizada de fortalezas frente a un Islam
que no las necesita116, se desvanece, y no sólo por estos testimonios. En última instancia
reposa en la atribución del “dominio del mar” a una de las partes en liza, lo que, como
demostró hace años John Francis Guilmartin, no tiene demasiado sentido en las condiciones
bélicas del Mediterráneo del siglo XVI. La galera de guerra y el puerto fortificado forman
parte de un mismo sistema militar en el que es indispensable el control de islas y costas para
asegurar las rutas navales, especialmente las imprescindibles escalas y puntos de aguada que
precisan las escuadras de galeras117. Pero lo verdaderamente interesante a nuestros efectos es
la descripción que hacen los cautivos cristianos de las infraestructuras militares. Los testigos
hablan de “bastiones”, “reparos”, “caballeros”, “rebellines”, o de “culebrinas”, “sacres”,
“versos” etc., términos relativamente especializados que aludían a realidades arquiectónicas o
armamentísticas bien concretas. No es raro que los cautivos las conociesen bien, dado el
ambiente en naval y militar en que vivían y la dedicación militar de muchos de ellos.
Tampoco es raro que los escribanos o los jueces aplicasen esas palabras a las descripciones de
aquéllos. A ojos de los declarantes y de quienes les tomaban declaración, Argel, como otras
115
Ib., 467, f. 13: “Las nuevas que dize de Argel un christiano que de allí salió de captivo quinze días ha”; Orán, 22 de
septiembre de 1539; firmado por el conde de Alcaudete. Hemos respetado la división en párrafos del documento. Además del
afán de clasificación de los efectivos militares, sean hombres, navíos, obras de fortificación o armas y piezas de artillería, y
de la evidente intencionalidad de Alcaudete y sus hombres por mostrar el estado preciso de Argel y subrayar sus debilidades
cuando se barajaba la probabilidad de una expedición personal de Carlos V, estas declaraciones denotan la pericia que sólo
podía tener un soldado práctico, muy posiblemente artillero, con larga experiencia en la frontera norteafricana, y que tiene el
gusto no sólo de introducir noticas de interés político-social, como ubicar la residencia estival de Hasán Aga, sino también de
dar cuenta de sus conocimientos acerca de las antiguas expediciones a Argel, como la de Diego de Vera.
116
El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 2 vols., 2ª ed., México, 1976, págs. 257-284.
117
John Francis Guilmartin, Gunpowder and Galleys. Changing Technology and Warfare at Sea in the XVIth Century,
Londres, 1974 (reeditado y actualizado en 2004).
95
ciudades norteafricanas, se fortificaba y armaba “a la moderna”, con técnicas similares a las
que por entonces se seguían en la otra orilla del Mediterráneo. No hay duda de ello en lo que
respecta a la artillería, donde las excelentes dotes de observación de cautivos como
Bernardino de Yscla o el anónimo declarante de 1539 ante Alcaudete, dan fe del uso de una
amplia tipología de piezas, comparable a lo que podría encontrarse en una ciudad europea de
la época; y, efectivamente, la artillería otomana del Quinientos, lejos de tópicos muy
asentados que la consideraban arcaizante y aferrada a la tradición de piezas gigantescas
propias del siglo XV, demostraba un adecuado nivel tecnológico y productivo, a la altura del
mundo cristiano118. Algo parecido puede decirse con respecto a las técnicas de fortificación.
Lejos de considerar a los turcos como partícipes de costumbres o usos militares exóticos, los
análisis realizados por los excautivos y refrendados por las autoridades de la frontera (ya sea
en Orán, en Cartagena o en Génova), incluyen el norte de África y el limes otomano dentro
del mundo militar occidental.
Aunque muchos de los interrogatorios que estamos viendo ofrecían una visión de
conjunto que era remitida a la Corona, también se pedían y esperaban informes más
elaborados preparados por las autoridades de los presidios. Uno de los más completos, sin
duda, es el que envió a comienzos de 1536 Bernardino de Mendoza, que al término de la
campaña de Túnez había sido nombrado gobernador de La Goleta119. En ese informe se traza
un completo cuadro del reino de Túnez. Redactado a instancias del emperador (“en lo que
Vuestra Majestad manda que avyse de Çuça y los otros lugares marýtimos, lo que e sabido y
podido entender es...”), constituye casi un discurso sobre el litoral tunecino, donde se describe
cada lugar con bastantes pormenores (Calibia, Monasrtir, Susa, Mahdia etc.), con información
sobre el tamaño del lugar, el asentamiento geográfico, la gente de guerra que allí había, las
fortificaciones y la artillería. A diferencia de lo que parecen apuntar las relaciones sobre
Argel, la fortificación en las ciudades del litoral tunecino no se ajusta demasiado a los
patrones “modernos”. Mendoza la valora con aparente asepsia, lejos del tono displicente que
solían emplear los expertos para enjuiciar las fortalezas que no eran de su gusto. Pero sus
conclusiones son igualmente claras; aunque los lugares podían ser “muy fuertes”, o labrados
de piedra, con muchas torres y razonable artillería, la carencia de traveses, de “defensa baxa”,
o la antigüedad de la fortificación las dejaban en situación de evidente debilidad frente a un
eventual ataque del emperador120. La más curiosa de las descripciones de Mendoza es la
referente a la ciudad de Mahdia, llamada África por los españoles, pues el militar va más allá
del mero panorama militar para valorar la vida política:
Porque del asiento de Áfryca avrá sido Vuestra Majestad ynformado de los que ahora la
vieron, solamente diré lo que e podido entender de algunos moros mys amygos y de otros que
para ynformarme a ella e enviado. Sigún su relaçión, este lugar siempre se a governado a
manera de repúblyca, porque su costumbre es reçibir un alcayde de los reyes de Túnez sin
nynguna jente de guerra, al qual dan los diezmos de lo que cojen porque les haga y
118
Gabor Ágosto, Guns for the Sultan. Military Power and the Weapons Industry in the Ottoman Empire, Cambridge, 2005.
En general, sobre las fortificaciones del área, Antonio Sánchez-Gijón, “La Goleta, Bona, Bugía y África. Los presidios del
reino de Túnez en la política mediterránea del emperador”, en Carlos José Hernando Sánchez [coord.], Las fortificaciones de
Carlos V, Madrid, 2000, págs. 625-651.
120
“Calybia (...) es un lugar muy fuerte y antiguo, la muralla labrada de piedra quadrada, con algunas torres; está sentado
sobre un alto çerro a la lengua del agua, será se çien casas poco más hu menos; tiene seys pieças de artillería, las quatro de
hierro y las dos de bronzo; no tiene través ny defensa baxa [habían quedado “treynta turcos” en la ciudad para su defensa].
Monesterio es lugar de noveçientas casas. Su asiento es en llano, poco alto de la mar, sobre una peña, en medio está un çerro
sobre que está la fortaleza, la çerca della es de piedra, tiene quarenta torres; la muralla del lugar es asimismo de piedra; tiene
un arrabal çercado de tapias para su defensa; le quedaron quarenta turcos y veynte pieças de artillería de bronzo y de hierro.
Çuça es un lugar de seyscientas casas asentado en una ladera, la fortaleza en lo alto della, las murallas de piedra; el çircuyto
es grande y a partes despoblado; para su defensa tiene çinqüenta turcos y quarenta pieças de artillerýa de bronzo y de hierro,
entre las quales ay una culebrina y dos medias”: AGS, Estado, Costas de África y Levante, 463, f. 69, Bernardino de
Mendoza a Carlos V, La Goleta, 3 de febrero de 1536.
119
96
admynystre justiçia. Este alcayde acude al rey con una parte dellos; no dexan entrar christiano
ny judío ny moro si no es conocido y esta manera de guarda y gobierno a muchos años que
tienen, por lo qual dexaron de reçibir la jente de Barbarroxa, y porque piensan estar seguros
del Armada de Vuestra Majestad no obedeçiéndole. Del rey de Túnez no han reçibido
persona, aunque an enviado a tratar con él que asigurándolos del Armada de Vuestra Majestad
reçibirán su alcayde como es costumbre. La poblaçión que tiene será de dos myll casas; no
está fortificada de nuevo ny tiene jente de guerra, porque como he dicho no la acojen; la de la
mysma çibdad es jente belycosa y de la mejor desta tierra. Las murallas sin altas y tierrapleno
a la parte de la mar, que casi la cerca toda; a la parte de la tierra avrá treynta pasos de muralla
más flaca, por donde es la entrada, que tendrá quarenta pasos de ancho y dozientos en largo,
hasta salyr a la campaña, que es muy fértil de pan y ganados y azeyte. Bien creo y tengo por
cierto que vinyendo el Armada de Vuestra Majestad se llevará fácilmente, porque el temor
que los moros tienen es tan grande, que con muy poca cosa se sojuzgaría toda la tierra121.
La adhesión de Mendoza, recién llegado a un puesto de gobierno en África, de un programa
político y militar típicamente fronterizo no puede ser mayor. El conocimiento preciso del
entorno, el mantenimiento de una fuerte influencia sobre el mismo y la apelación al auxilio
militar de la Corona se convierten fácilmente en algunas de las claves del gobierno de los
presidios, lo mismo que la búsqueda del entendimiento con los musulmanes y el esfuerzo por
entender sus costumbres e instituciones, en una evidente tentativa de empatía. En otro orden
de cosas, la reunión de semejante información por parte de Mendoza se derivaba, como refleja
el texto citado, no sólo de los tunecinos que le fueran leales (sus “amygos”), sino también de
las noticias que pudiesen aportar agentes enviados a las plazas sobre las que se informa: el
mantenimiento de una red de confidentes sobre la situación del entorno musulmán más o
menos hostil, red en la que junto a los espías, se integrarían de manera natural los cautivos
evadidos o rescatados.
El último, pero no menos importante, interés de las autoridades de la frontera en los relatos de
los cautivos o prisioneros, se dirige a los planes de las escuadras argelinas o del Turco, ya se
trate de atacar alguna ciudad española, como Cádiz (según alertaba un cautivo por carta, hacia
fines de 1535, “dizen que an de dar sobre Cáliz con treynta y çinco velas”)122 o de venir a los
reinos de Granada y Valencia a recoger “mudéjares”. Así al arráez Xaba se le preguntó por
qué Barbarroja había enviado en 1534 de su potente armada treinta galeras a Argel: “Dixo
questas abían destar conforme a la nueva quel dicho Xaba arráez tuviese de las lenguas que
oviese tomado y que si en estas mares no obiese armada que los resystiese que avían de tomar
mudéjares y los lugares que les pareciese podían robar”.123 Esta noticia, que confirmaban casi
totalmente sesenta cautivos cristianos124, traducía la inquietud del capitán general de las
Galeras de España, precisamente la escuadra que debía oponerse a la otomana. Aún más
ansiedad despertaban esas noticias en las costas de España, donde los relatos de los cautivos
sobre los planes de Barbarroja y sus adláteres muchas veces se exageraban o, al menos,
aderezaban convenientemente para despertar la simpatía del lector. Es el caso de una historia
que narraron en la ciudad de Valencia un par de cautivos recién salidos de Argel, historia que
los jurados incluyeron en las instrucciones de sus enviados a la Corte de la emperatriz Isabel.
Aquellos excautivos contaban que en Argel, gracias a la amistad que habían hecho con un
121
Ib. La lectura de los párrafos de la carta de Mendoza no deja de evocar el texto dedicado por León Africano a las mismas
ciudades tunecinas en su Descripción general de África y de las cosas peregrinas que allí hay, Venecia, 1550 (Barcelona,
1994).
122
Ib., 462, f. 131.
123
Ib., 461, f. 175.
124
“Fue tomada la confesyón a Xaba arráez, ques esta que enbío a Vuestra Magestad con esta carta; en todo se conciertan él y
sesenta christianos cativos que aquí an traýdo, syno quél dize quel bizcocho que se haze en Argel son diez mill quintales y
estotros dizen que son treynta mill en Argel y treynta mill en Meliana”: de la carta ya citada de Bazán al rey, ib., f. 174.
97
renegado, muy próximo a Barbarroja, habían sabido que éste, en combinación con Solimán, y
gracias a informes proporcionados por alfaquíes valencianos refugiados en Argel, preparaba
una formidable ofensiva contra el reino de Valencia, que, gracias al apoyo de los moriscos
valencianos, se habría convertido en presa fácil. El terror de las autoridades valencianas era
comprensible, pero la historia más que informar de verosímiles proyectos del enemigo
pretendía conmover el ánimo del Gobierno de la emperatriz, recabar atención para el reino y
lograr que se llevara a cabo la campaña de Argel125.
Por parecidos motivos, desde que en Orán se comenzaron a tener noticias, mediada la década
de 1540, de los planes expansivos de los otomanos en el reino de Tremecén, se enviaron
informes al Gobierno de la Monarquía con análoga intención. Uno de los primeros avisos lo
contava un cautivo “que huyó de Meliana”, según el cual “después que llegó el hijo de
Barbarroxa en Argel, a oýdo a algunos turcos y renegados que Barbarroxa avía mandado a su
hijo que travajase por tomar a Tremecén, y que dezían que si lo tomava que este ynvierno avía
de traer todos los mudéjares que pudiese del reyno de Valençia y Granada para poblar a
Tremeçén y a Mostagán, y que para esto quedavan los navíos de Dargute arráez en Argel”126.
Alcaudete, remitente del aviso, ligaba hábilmente su seguridad, la defensa de las costas de
España y el problema de la fuga de moriscos, uno de los más preocupantes en reinos como
Valencia o Granada. Las noticias que se recibían a lo largo de 1545 ya aludían a los avances
militares de los turcos y al recibimiento que encontraban. Alcaudete, basándose en las noticias
traídas por un cautivo portugués y otros más, huidos del campo turco, dio una versión
significativa de la entrada del hijo de Jairedín Barbarroja en Tremecén:
Dizen que se aposentó en el mexuar y qye a Muley Boabdila lo hizo aposentar en la casa de
Muley Menguin y le puso guardas. Dizen que mandó juntar ell aljama y todas las personas
principales, y les mandó que obedesçiesen por rey a Muley Boabdila, y que ellos respondieron
que si les mandava resçebillo por rey que desampararían la tierra así chicos como grandes.
Dizen que ocho días antes de su partida mandó pregonar que pues no querían obedeçer a
Muley Boabdila por rey, que él dexava por rey en su lugar al alcayde Axibeli, turco, que era
alcayde de Costantina, que mandava que lo obedesçiesen como a él mismo, al qual
obedesçieron todos los de la ciudad, y quedaron contentos. El qual quedó con seisçientos
turcos y treze renegados y azuagos. Dizen que luego mandó garramear toda la çiudad a cinco
doblas por casa, y así lo hazían tratando mal a los judíos y moros. Dizen que mandó hazer
luego moneda de doblas para embiar a Turquía a que viesen el oro que avía en aquella ciudad,
que es oro de veinte y dos quilates127.
La ocupación de los lugares de poder, la designación y el despliegue de la guardia, la reunión
de la “aljama”, las negociaciones sobre las condiciones de gobierno, la imposición de tributo,
y la acuñación de moneda, tan llena de significado en el mundo islámico y el Imperio
otomano, son las claves de la descripción compuesta (y firmada) por el conde de Alcaudete de
la ocupación otomana de Tremecén, a partir de lo que decían cautivos evadidos. El reino,
considerado de influencia hispánica, caía bajo el poder del principal enemigo de Carlos V, lo
que justificaba una narración tan pormenorizada en la que ni siquiera falta el guiño a los
tesoros que podían encontrarse en la empresa africana.
The White Cobra was right. Venturas y desventuras del corso
En 1543 Bernardino Paniza, un antiguo cautivo, luego renegado, escapó de la Armada
otomana cuando pasaba junto a las costas de Italia. Pronto fue apresado por los oficiales del
125
Referí esta historia en La defensa del imperio. Carlos V, Valencia y el Mediterráneo, Madrid, 2001, pág. 269.
AGS, Estado, Costas de África y Levante, 471, s.f.
127
Ib., “Lo que dizen Anton Dargujo, portugués, y otros que huyeron del campo de los turcos, martes, dies de nobienbre”.
126
98
emperador, a quienes manifestó sus deseos de volver a la fe. Fue sometido de inmediato a
interrogatorio y proporcionó abundante información sobre los planes del almirante otomano,
Jairedín Barbarroja, y la colaboración que a su flota se disponía a prestar Francisco I, en
guerra contra Carlos V. Juntamente con precisos datos sobre la composición y el destino de la
Armada turca, Paniza contó a sus captores el plan que el temible Barbarroja barajaba para el
caso de que se frustara la colaboración del rey francés. Para tal eventualidad, el antiguo
corsario tenía previsto marchar a Túnez, revolver el país y recuperar un fabuloso tesoro que
allí había dejado enterrado años atrás. Según las palabras de Paniza: Et quando il Re non
atendese a la promesa, vole andar in Tunis per rivoltar el paese et prender un certo tesoso de
un milion d’oro, soterrato per lui in quela campagnia128.
El brillo que sin duda apareció en los ojos de Paniza al hacer esta revelación reflejaba
las ideas que se iban extendiendo en el mundo cristiano sobre la riqueza de Argel producto del
corso y del comercio. Historias de riqueza que alcanzarían la literatura de ficción en la que se
podía presentar Argel casi como un nuevo El Dorado. Lo divulgó así el autor de la
continuación del Lazarillo, quien alistó a su héroe en la campaña imperial de Argel, de 1541:
Sepa vuestra merced que estando el triste Lázaro de Tormes en esta gustosa vida (...) vino a
esta ciudad, que venir no debiera, la nueva para mí, y aun para otros muchos, de la ida de
Arjel. Y comenzáronse de alterar unos, no sé cuántos, vecinos diciendo: ‘Vamos allá, que de
oro hemos de venir cargados’. Y comenzáronme con esto a poner codicia; díjelo a mi mujer y
ella, con gana de volverse con mi señor el arcipreste, me dijo: ‘Haced lo que quisiéredes; mas
si allá vais y buena dicha tenéis, una esclava querría que me trujésedes que me sirviese, que
estoy harta de servir toda mi vida. Y también para casar a esta niña no serían malas aquellas
tripolinas y doblas zahenas de que tan proveídos dicen que están aquellos perros moros’. Con
esto, y con la codicia que yo me tenía, determiné (que no debiera) ir a este viaje129.
El tópico de los tesoros acumulados por los enemigos o por los reyes, ya fuesen musulmanes,
orientales o cristianos, tendría, como es bien notorio, una vida larguísima y haría escribir a
Washington Irving o a Rudyard Kipling evocadoras páginas que nos trasladan a exóticos
ambientes que van de la Granada nazarí a los reinos perdidos de la India, cuyos soberanos
amasaban riquezas, muchas de las cuales quedarían perdidas para siempre en oscuros pozos o
abismos: No mere money would begin to pay the value of this treasure, the sifted pickings of
centuries of war, plunder, trade and taxation. The coins alone were priceless, leaving out of
count all the precious stones; and the dead weight of the gold and silver alone might be two or
three hundred tons130. Difícilmente encontraremos mejor descripción del esplendor de
aquellos soñados tesoros y, sobre todo, de la esterilidad de la avaricia de quienes los
amasaban. Pero la codicia de reyezuelos o tiranos como Barbarroja se volvía tan inútil para
ellos como atractiva para cualquier aventurero. Ahora bien, la fantasía de estos relatos solía
contrastar con las palabras de quienes conocían la dureza de la vida de frontera en la Berbería
del siglo XVI, que no dudaban en separar netamente los sueños de riqueza de, por ejemplo,
las Indias, de la decepcionante rutina de la vida del presidio131. Incluso la imaginación hispana
128
Ib., 470, f. 145: “Relaciones (sic) de Bernardin Paniza (...) renegato, lo quale so anni otto che scavo di Barbarossa et sete
che e renegato, et questa matina fu preso apresso le mure de la citta, dicendo lui che fugeva del’armata turchesca per
ritornarse a la fede”.
129
Segunda parte de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, por incierto autor, en Biblioteca de Autores
Españoles, vol. III, Madrid, 1925, pp. 91-92.
130
Rudyard Kipling, “The king’s ankus”, en The Jungle Books, cito por la edición de Londres, 1955, pág. 238. De Irving, al
que se alude en el texto, nos referíamos, naturalmente, a los Tales of the Alhambra. Inútil referirse a la larga nómina de
autores decimonónicos que se ocuparon del tópico, desde Robert Louis Stevenson a Emilio Salgari.
131
De las noticias de esplendor económico argelino en la década de 1530, frente a las penurias de los presidios, me ocupo en
“Imágenes indirectas. La Cristiandad y el Islam en los interrogatorios a cautivos”, artículo citado. Tomamos tan sólo una
99
sobre la riqueza y la fácil vida del corsario también contrastaba con lo que decían muchos a
propósito de la actitud de los argelinos hacia el corsarismo y la enemistad con el rey de
España.
En efecto, a pesar de todos los beneficios que los corsarios parecían llevar a la ciudad
de Argel, una relación de noticias llegadas de allí en 1545, atribuye tanto a los naturales
argelinos como a los emigrados desde España el deseo de librarse de los corsarios,
convertidos en una especie de incómodos huéspedes:
Por vía de Mostagán se sabe que los naturales de la tierra y los mudéjares quisieran echar a
los turcos y a los navíos con los cristianos de Argel, para hazer su partido con Su Majestad,
porque dizen que si en Argel no tuviesen navíos que hiziesen daño en los reynos de Su
Majestad ni cristianos cautivos, que Su Magestad no se acordaría de Argel y los dexaría estar
en sus haziendas132.
La frase coincide en tal grado con la que escribió Pedro de Nárvaez en carta a Francisco de
los Cobos seis años antes, que puede pensarse en una inspiración similar. Así, en 1536
Narváez, que acababa de salir de Argel, contó al secretario imperial una conversación que
había tenido con Hasán Aga: “Habló un día a Abcanaga, governador de Argel, que fue capitán
del campo de Túnez, y le dixo que si él no embiase fustas a hazer daño a los christianos, que
no se acordarían de Argel”. La respuesta del turco no pudo ser más clara: “Mira Narbáez, no
puedo hazer otra cosa, así por dar de comer a esta gente de guerra, como porque estos son los
que me sostienen”133. Este pretendido desacuerdo de los argelinos con la política agresiva de
los turcos lo cerficaron también ciertos prisioneros que declararon ante el conde de Alcaudete:
“Dizen que a los vezinos de Argel les pesó de venir el rey a tomar a Tremeçén porque tenían
por cierto que tomando a Tremeçén a de mandar Su Magestad hazer armada para tomar a
Tremeçén y Arjel”134. Pero esto, en definitiva, más que nada nos advierte del sempiterno
interés del conde de Alcaudete por atraer la actividad militar de la Monarquía, y más en el
momento preciso en que la atención de Carlos V se orientaba hacia el norte de Europa, y
cuando la ofensiva otomana por tierra era más sensible en las inmediaciones de Orán.
Estas valoraciones sobre el parecer de los argelinos a propósito de la agresividad
otomana también reflejan el temor que sienten hacia una probable ofensiva imperial. Ya
hemos visto hasta qué punto la presentación del miedo en el enemigo puede ser un recurso
argumental. Pero no hay que perder de vista que el Argel de Barbarroja o de Hasán Aga no
podía ser aún el escenario de la perfecta armonía entre corsarios y ciudadanos, pues la
instalación de los primeros es todavía demasiado reciente135. Los peligros de la enemistad
hacia los españoles eran demasiado evidentes para muchos, de manera que las riquezas que
ofrecía el corso estaban tan envenenadas como las que guardaba la Cobra Blanca en el relato
de Kipling que hemos citado más arriba. Argel, además, no es aún una ciudad inexpugnable.
Precisamente las obras de fortificación que empiezan a acometerse inmediatamente después
de la caída de la fortaleza del Peñón (1529) se alargan durante varias décadas, y serán
presenciadas por numerosos cautivos que, como hemos visto, no dudarán en dar cuenta de
ello a las autoridades cristianas.
significativa cita de las que recogemos en ese trabajo, y que proviene de una carta de Perafán de Ribera a Carlos V en 1534:
“que Bugía no es el Perú, donde hay oro y perlas en las cabalgadas; aquí no hay sino turcos y moros”.
132
AGS, Estado, Costas de África y Levante, 471.
133
Ib., 467, f. 2.
134
Ib., 471.
135
Véase sobre las diferencias entre los otomanos y los naturales de la zona, Miguel Ángel de Bunes, Los Barbarroja.
Corsarios del Mediterráneo, Madrid, 2004, págs. 99-100.
100
Identidades en el relato
Pero los cautivos tenían muchas más cosas que referir, además de las peculiaridades
del sistema militar otomano. Junto a las que acabamos de ver, tocantes a las expectativas de
riqueza, formulaban otros juicios sobre el valor de los turcos, la confianza que se podía tener
en ellos, o, incluso, las relaciones que entablaron en el cautiverio. A través de las lógicas ideas
de rivalidad, construidas con argumentos de diferencia y desprecio, se adivina también en los
testimonios de los cautivos la inevitable conciencia de la semejanza, fundamentada en
conceptos como la dignidad de la lucha contra el infiel o las virtudes y grandeza del enemigo,
que, en el fondo, reflejan las que uno aspira para sí136. Mucho más de lo contenido en los
interrogatorios de las autoridades civiles y eclesiásticas es lo los antiguos cautivos debían de
contar a sus amigos y allegados, o lo que algunos podían poner por escrito, aunque tuviesen
que andar con ciertas cautelas. Creo que algo de eso hay en la continuación del Lazarillo que
hemos citado más arriba. Entre las diferentes interpretaciones que se han dado de esta
enigmática obrita, la que más ha retenido nuestra atención es la que relaciona la aventura del
pícaro en el mundo submarino de los atunes con las vicisitudes de los renegados en el munco
islámico, particularmente en el Imperio otomano. En una breve nota sobre el tema de la
disputa del agua y el vino, Charles V. Aubrun identifica “atún” con “renegado”, sin que, a
decir verdad, sepamos muy bien de donde procede tal identificación137. No obstante la idea es
productiva. Al margen de otras claves más alambicadas presentadas por el mismo autor138,
Marcel Bataillon, en su edición bilingüe del Lazarillo, retoma la cuestión, inclinándose por
ver la trama de la novela a partir de la experiencia de los marranos, afirmando la posibilidad
de que el autor evocase en su obra algún caso sucedido entre los marranos, que desaparecían,
al menos temporalmente, en el Imperio turco139. Más clara es su interpretación de la última
metamorfosis de Lázaro, al volver a su figura humana y ser presentado públicamente en un
catafalco, episodio que evoca sin dificultad un auto de fe140.
Por mi parte no considero forzado ver en Lázaro-atún a un renegado, y en el mundo de
los atunes un trasunto del Imperio turco o, más en particular, de la ciudad de Argel. Las
evidencias son muchas: la frecuencia con que se emplea el léxico de la conversión y del
cambio de hábito, el aprendizaje de una lengua nueva por parte del protagonista, la completa
transformación exterior de este, que llega a no reconocerse a sí mismo, la descripción de las
estrategias de caza de los atunes, que pueden recordar a las de los corsarios, la venida a las
costas de España a desovar, en periplo parecido al de las fustas de Argel, etc. Ninguna de esas
evidencias es, hay que admitirlo, concluyente y, además, no aclaran todas las alusiones más o
menos en clave que contiene la novela. Pero tampoco ése es nuestro objetivo. Por el contrario
nos interesa destacar que los interrogatorios a que somete a Lázaro responder ante las
autoridades cristianas y las confesiones que se ve obligado a hacer, sitúan al protagonista de
esta historia en la misma tesitura que los excautivos que hemos visto en este trabajo. El
136
“Imágenes indirectas...”, art. cit.
“Ainsi [thon] designe-t-on le chrétien renégat, converti à l’Islam”, afirma, como hecho conocido, en nota a pie de página
en su breve estudio sobre “La dispute de l’eau et du vin” en Bulletin Hispanique, LVIII (1956), págs. 453-456, en concreto,
pág. 456, n. 16; previamente interpreta el episodio de Lázaro ante la Verdad como la alternativa del protagonista entre
mantener o no la fe católica una vez transformado en atún.
138
Por ejemplo, en el vol. LIX (1957) de Bulletin Hispanique, págs. 84-86, en que presenta los resultados de las
investigaciones de M. Saludo.
139
“Il n’est pas impossible que le continuateur du Lazarillo ait pensé à quelque aventure mémorable parmi les marranes qui,
évadés du monde chrétien, disparaissaient pour un temps dans l’empire turc”, La vie de Lazarillo de Tormes (La vida de
Lazarillo de Tormes), traducción de A. Morel-Fatio, introducción de M. Bataillon, París, 1958, pág. 65.
140
Ib.; los comentarios de Bataillon a esta obra, en págs. 60-69. Recoge estas interpretaciones Albert Mas, Les turcs dans la
litérattur espagnole du siècle d’or (Recherches sur l’évolution d’un thème littéraire), 2 vols., París, 1967, vo. I, págs. 44-45.
También puede verse un resumen en Juan Luis Alborg, Historia de la literatura española, t. I, Edad Media y Renacimiento,
Madrid, 2ª ed. (apliada), 1970, págs. 795-796. La alusión que encontramos en Jean Canavaggio, Historia de la literatura
española, Barcelona, 1994 (ed. francesa de 1993), vol. II, El siglo XVI, págs. 133-134, es muy breve pero también recoge el
probable carácter en clave de la novela.
137
101
conjunto de esta novela autobiográfica puede verse como la relación (fingida) de un
excautivo, en la que se cuenta la vida de éste desde que embarca para Argel, es capturado y se
salva gracias a que reniega de su fe, y se integra en el mundo turco, que, al margen de la
infidelidad religiosa, es presentado con las mismas virtudes (lealtad, amistad etc.) y los
mismos vicios (corrupción, gusto por los honores, traición etc.) que el mundo cristiano141. De
acuerdo con las técnicas dramáticas y literarias de la época, la realidad se introduce en la
literatura mediante un proceso de “estilización estética”, de modo que queda convertida en
algo notable, digno de memoria. La inclusión de elementos fantásticos, aunque arraigados en
la tradición de las metamorfosis, sólo parcialmente desvía la atención del lector hacia el
mundo de la imaginación. La alegoría permite la difusión normal de este relato, en el que se
presenta un mundo paralelo, el mundo de los infieles (“los infieles atunes”, como subrayó
Bataillon142), que no sólo se describe invertido, con la atribución al otro de todos los defectos
y maldades, en exaltación de lo diferente y de la oposición politica, militar y religiosa143, sino
que también se subraya la identidad esencial entre unos y otros. Una imagen que, al menos en
buena medida, se deriva de las experiencias de la frontera.
141
Y puede añadirse un rasgo propio del mundo mediterráneo musulmán: la posibilidad de medrar gracias al mérito propio,
con independencia de la cuna (Bennassar, Los cristianos de Alá, op. cit., págs. 21-22).
142
Op. cit., pág. 65.
143
Visión que, para las crónicas medievales de la Península, ha desarrollado Ron Barkai, Cristianos y musulmanes en la
España medieval. (El enemigo en el espejo), Madrid, 1984. Pueden verse también los argumentos de la controversia entre
España y el mundo islámico en los primeros siglos de la Edad Moderna en el trabajo de Miguel Ángel de Bunes, La imagen
de los musulmanes y del norte de África en la España de los siglos XVI y XVII. Los caracteres de una hostilidad, Madrid,
1989, a través del cual también pueden verse intentes de comprensión y equiparación.
102
La frontière rapprochée : conflits au sein de la société vénitienne au temps de la ligue de
Cambrai (1508-1516)
Claire Judde de Larivière, Birkbeck College, University of London,
Framespa
La société vénitienne à la fin du Moyen Âge n’est traditionnellement pas considérée comme
une société de frontière. Au contraire, presque, serait-on tenté de dire, la cité-État apparaît
bien souvent, dans les études qui lui sont consacrées, comme un ensemble cohérent et unique,
isolé des territoires voisins par une frontière infranchissable : les eaux saumâtres de la lagune.
Jusqu’à la construction tardive du pont de la Liberté reliant la cité à la « Terre ferme »144
(1846), et depuis ses origines aux VIe siècle, la ville jouit d’une situation géographique
exceptionnelle. La particularité du site est ainsi pour beaucoup dans la spécificité de l’histoire
vénitienne, des caractéristiques tout à fait originales de la société, de ses structures politiques
et économiques.
Parler de Venise dans le cadre d’une conférence consacrée aux sociétés de frontière peut donc
sembler paradoxal. Néanmoins, nous allons le voir, la mise en perspective du cas vénitien
avec les questions posées par les organisateurs de ce colloque s’est révélée tout à fait
pertinente. En effet, la stabilité de la société vénitienne au Moyen Âge et à l’époque moderne
fait de Venise un espace privilégié pour réflechir aux caractéristiques du lien social dans une
cité où il n’y eut ni révoltes populaires, ni coup d’État, ni graves ruptures dans l’histoire
millénaire du gouvernement patricien.
Par ailleurs, si Venise n’est pas, a priori, définie comme une société de frontière, certains
moments de son histoire méritent pourtant notre attention. Ainsi, avons-nous ici choisi
d’étudier la période 1508-1516, huit années durant lesquelles les coalisés de la Ligue de
Cambrai – royaume de France, Empire, Papauté – s’attaquèrent au territoire de Venise. La
ville se retrouva menacée, circonscrite par une frontière resserrée et rapprochée, les troupes
ennemies campant à plusieurs reprises aux portes de la lagune. Durant ces années de guerre,
différents conflits ébranlèrent la société vénitienne et nous voudrions ici étudier leurs causes,
modalités et conséquences.
Deux remarques préliminaires sont néanmoins nécessaires. Notre postulat de départ est que
les événements de ces années peuvent être considérés comme le moteur d’un
déplacement/rapprochement de frontière, à la suite duquel Venise devint temporairement une
« société de frontière ». Cette hypothèse de travail peut paraître artificielle, nous en sommes
conscients, et nous avons eu le souci de ne pas la réifier outre mesure, mais plutôt d’en faire le
point de départ d’un travail d’analyse que nous espérons pertinent.
Par ailleurs, dans le cadre de la guerre de 1508-1516, il est bien entendu difficile de distinguer
clairement les conflits qui relèvent de la guerre de ceux plus proprement liés au déplacement
de la frontière. Nous avons été attentifs à prendre en considération des conflits qui, s’ils ont
pu être provoqués conjointement par ces deux facteurs, sont fortement liés à la menace que
représente la proximité nouvelle de la frontière.
Dans un premier temps, il conviendra d’interroger ce qu’est une société de frontière et de voir
comment une telle définition peut, et dans quelle condition, s’appliquer à Venise, à la fin du
Moyen Âge. Puis nous voudrions revenir sur les événements des années 1508-1516 et la
guerre de la ligue de Cambrai. L’utilisation des chroniques de l’époque permettra en
particulier de nous concentrer sur la perception qu’eurent les Vénitiens de ces événements.
144
C’est ainsi qu’est appelé l’arrière-pays vénitien au Moyen Âge et encore de nos jours.
103
Dès lors, il s’agira d’étudier les conséquences du déplacement, rapprochement et
renforcement de la frontière vénitienne, et de déterminer les types de conflits qui furent
provoqués par de tels événements. Enfin, quelle lumière ces conflits temporaires et
circonstanciés apportent-ils sur la nature du lien social à Venise ? C’est sur cette question que
nous voudrions conclure.
La frontière vénitienne
Les recherches récemment consacrées aux sociétés de frontière à l’époque médiévale, en
particulier dans les cas espagnol et britannique, ont inauguré de nombreuses discussions sur le
caractère spécifique de ce type de société145. Sans revenir ici sur les enjeux historiographiques
des débats, ni sur les éventuelles caractéristiques que l’on pourrait attribuer aux sociétés de
frontière, retenons toutefois le caractère multiforme généralement admis de ce type de société.
Il serait ainsi inutile de chercher à établir un idéal-type de la société de frontière. Face à la
grande variété de modèles disponibles, il convient davantage de se demander dans quelle
mesure Venise peut être intégrée dans cette réflexion et de considérer les éléments du débat à
la lueur de cet exemple.
Les récents travaux consacrés aux États de l’Italie du nord à la fin du Moyen Âge ont mis en
avant les réflexions en termes de territoire et de centre et périphérie146. En effet, le
développement des contadi autour des plus grandes cités avait donné à l’espace italien une
configuration particulière dont découlait une définition spécifique de la frontière. Ainsi, si la
frontière peut généralement être définie comme « la périphérie de deux ou plusieurs
formations politiques »147, la question est souvent plus complexe dans le cas italien. Les
territoires soumis aux villes de Florence, Venise ou Gênes mettaient à distance la frontière.
Ces espaces n’étaient pas d’une définition aisée. En terme de droit et de pouvoir, ils ne
pouvaient être considérés comme équivalent au territoire de la capitale. Néanmoins, ils étaient
part d’un Stato et bénéficiaient de ce fait de certains droits et privilèges.
Dans le cas de Venise, la question recouvre deux problèmes de nature différente. D’une part,
la lagune constituait, à l’origine, le contado de Venise, et par conséquent la première frontière
autour la ville, la protégeant d’attaques tant terrestres que maritimes : à l’ouest et au nord,
Venise se défendait ainsi d’éventuelles incursions venues des territoires italiens ; au sud et à
l’est, les lidi fermant la lagune étaient autant de barrières naturelles contre les dangers de
l’Adriatique. Jusqu’à la conquête de la Terre ferme, entre 1390 et 1410, la lagune fut le
véritable contado de Venise.
La particularité du site constituait l’un des fondements du mythe de Venise : Vénus née des
eaux calmes du nord de l’Adriatique, vierge immaculée et protégée par les eaux saumâtres,
même si menacée par la mer. Les chroniqueurs médiévaux firent de cette rhétorique l’un des
topos de la mythologie vénitienne. Déjà Cassiodore au VIe siècle évoquait-il ces habitants,
« oiseaux de mer, vivant sur l’eau ou sur la terre », qui attachaient leur navire au mur comme
on attache un cheval. A sa suite, chroniqueurs, sénateurs, stratèges et diplomates ne cessèrent
de faire de cette rhétorique l’un des thèmes récurrents de l’histoire de Venise. La lagune,
réputée infranchissable, protégeait donc la ville et ses habitants, assurant à la société
vénitienne une extrême stabilité.
Encore au début du XVIe siècle, cette idée restait forte pour les contemporains. Venise n’avait
jamais été directement attaquée, envahie, mise en péril par des troupes étrangères. Les seules
145
Voir en particulier A. Goodman, A. Tuck (éd.), War and Border societies in the Middle Ages, Londres, New York, 1992 ;
Las sociedades de frontera en la España medieval, Saragosse, 1993 ; R. Bartlett, A. MacKay (éds.), Medieval Frontier
Societies, Oxford, 1989.
146
E. Fasano Guarini, « Center and Periphery », The origins of the State in Italy, 1300-1600, J. Kirshner (éd.), Chicago et
Londres, 1995, p. 74-96.
147
Pascal Buresi, La Frontière entre chrétienté et Islam dans la péninsule Ibérique. Du Tage à la Sierra Morena (fin XIemilieu XIIIe siècle), Paris, 2004, p. 25.
104
menaces véritables dataient de la fin du XIVe siècle, et furent du fait des Génois qui, lors de la
guerre de Chioggia en 1378-1381, parvinrent à atteindre le sud de la lagune. L’événement
resta pour longtemps dans les mémoires, et incarna le parangon des dangers potentiels que
devait redouter Venise. En octobre 1513, au moment de la guerre de la ligue de Cambrai,
quand la lagune fut à nouveau menacée, le chroniqueur Marino Sanudo compara la situation à
celle de 1382, lorsque les « Hongrois [alliés des Génois] incendièrent la ville de Mestre », la
cité de Terre ferme la plus proche de Venise148.
Les caractéristiques de la lagune font de la frontière vénitienne un espace difficile à définir.
Comme souvent à l’époque médiévale, cette frontière n’était pas incarnée par une ligne, mais
par un espace vaste, une région à part entière. Les îles de la lagune, telles Murano, Torcello,
Burano, faisaient de la lagune un espace habité, et non pas seulement un vaste no man’s land.
Sans doute, d’ailleurs, les petites communautés lagunaires s’étant installées sur ces îles
pourraient-elles être considérées comme de véritables sociétés de frontière et mériteraient
d’être étudiées en ces termes. Une autre spécificité de la lagune, bien entendu, est qu’elle
constituait une frontière liquide, donc considérée comme plus sûre, voire inviolable. Ainsi,
l’image d’une ville sans murailles, ni portes – fait exceptionnel pour une ville médiévale –
était constamment utilisée dans les textes de l’époque et chaque nouvelle génération de
chroniqueur reprenait à son gré la métaphore d’une muraille liquide.
La lagune n’était pas pour autant une simple « frontière naturelle », et la typicité
géographique de l’espace ne suffisait pas à en expliquer l’importance. Comme tout autre
frontière, elle était aussi, et avant tout, un construit historique. Infranchissable pour qui aurait
voulu attaquer la ville, s’attaquer à sa virginité, combien était-elle perméable aux incessants
trafics entre Venise et Mestre, aux traversées continues des barques et chalands, transportant
les marchandises essentielles à la survie de la cité.
En outre, si les eaux saumâtres isolaient la ville aussi bien de la Terre ferme que de la mer
Adriatique, il serait réducteur de voir en Venise une simple île. Certes, certaines de ses
caractéristiques géographiques en faisaient un espace insulaire. Mais la ville était aussi et
avant tout la capitale d’un État. Le Stato da mar avait été progressivement constitué à la suite
de la Quatrième Croisade en 1204 : les colonies vénitiennes en mer Egée étaient autant de
territoires qui formaient un Empire ou un État. De ce fait, c’est sans doute davantage au
modèle de la cité-État qu’à celui de l’île proprement dite que Venise peut être rapprochée et
c’est en ces termes que sa frontière doit être considérée.
Par ailleurs, au-delà de la lagune, un autre espace s’était progressivement constitué, et Venise
était, à l’image des autres cités-États italiennes de la fin du Moyen Âge, protégée par un
système de frontière double, relativement caractéristique, constituée de lignes successives :
celle qui entourait la ville-capitale d’abord, murailles médiévales dans le cas de Florence par
exemple, eaux de la lagune dans celui de Venise ; puis la frontière du contado dans le cas des
cités toscanes ou lombardes, Terra ferma dans le cas vénitien.
A Venise, la nature de cette deuxième frontière était étroitement liée à la genèse même du
Stato da terra, c’est-à-dire ce territoire de Terre ferme. Jusqu’à la fin du XIVe siècle, Venise
était avant tout la capitale d’un empire maritime, nous l’avons dit. A partir des années 1380,
avec la conquête de Trévise, puis celle des villes de Padoue, Vicence et Vérone entre 1404 et
1406, Venise devint la capitale d’un vaste État dans la péninsule italienne elle-même. Ce large
espace lui garantit une protection renforcée contre des ennemis potentiels venus de l’extérieur.
Il constituait une seconde frontière, similaire aux contadi entourant les autres États italiens,
incarnée en une vaste zone tampon entre l’espace originel de Venise, la lagune, et le monde
extérieur. Les territoires de Padoue, Trévise, Vérone ou Brescia devinrent alors part de l’État
148
M. Sanudo, I Diarii, 58 volumes, R. Fulin, F. Stefani, N. Barozzi, G. Berchet, M. Allegri (éds.), Venise, 1879-1903 ; 2e
édition, Bologne, 1989, vol. 17, col. 116-117, 2 octobre 1513, « Noti. Come per le croniche nostre si ha, che Mestre dil 1382
fo brusà una altra volta per Hongari, e poi fo refata per la Signoria nostra: ora è brusata, come ho scripto. »
105
vénitien, même si chaque contado maintenait une relative autonomie, liée aux traditions
propres de chaque territoire, et déterminée en partie par le degré d’autorité revendiqué par les
noblesses locales. La Terre ferme était un ensemble disparate, incluant d’une part les grandes
villes jadis indépendantes telles que Padoue, Vicence, Vérone, Brescia et Bergame149 ; d’autre
part, de vastes zones rurales dominées par des seigneurs féodaux, comme par exemple le
Frioul ou le Veronese ; enfin, des milliers de villages et de petites villes rurales, éparpillés sur
l’ensemble du territoire, et qui conservaient des privilèges ou des statuts communaux. On le
voit donc, peu d’unité ou de cohérence dans ce territoire, qui devint pourtant la Terra ferma, le
contado de Venise.
Le Stato di Terra ferma nouvellement constitué représentait également un moyen de mettre à
distance, et donc de renforcer la frontière vénitienne. La conquête de la Terre ferme eut lieu
quelques années après la guerre de Chioggia et la tragédie qu’avait représenté pour Venise
l’attaque génoise de la lagune. L’événement avait-il agi comme un révélateur de la fragilité
des défenses vénitiennes ? Nous pourrions en faire l’hypothèse, et considérer dès lors la
conquête de la Terre ferme comme une tentative d’éloignement de la frontière du voisinage
direct de la capitale.
Au début du XVIe siècle, la frontière vénitienne était donc triple : la lagune, la Terre ferme,
puis la frontière proprement dite, le limes, la ligne de séparation entre les territoires sous
domination vénitienne et les autres États italiens. En ce sens, le Stato da terra pourrait lui
aussi être perçu comme une vaste société de frontière. Qu’en conclure pour l’espace qui nous
intéresse directement, Venise ? Sans doute pourrait-on dire que la ville elle-même n’était pas
à proprement parler une société de frontière, mais bien un espace retranché derrière plusieurs
frontières protectrices, qui s’étaient élargies et éloignées avec les siècles et qui faisaient de la
Sérénissime un espace toujours mieux défendu contre d’éventuelles menaces extérieures.
Avec la ligue de Cambrai, et la guerre qui s’en suivit, la brusque incursion des troupes
ennemies en Terre ferme eut des conséquences majeures sur les caractéristiques de la frontière
vénitienne.
La ligue de Cambrai : le rapprochement de frontière
La guerre de la ligue de Cambrai constitue, dans l’histoire millénaire de la République de
Venise, un moment de rupture d’un grand intérêt du point de vue historique. Le système de
frontières multiples que nous venons de décrire ne suffit plus et la lagune se retrouva menacée
par des troupes étrangères.
Un lent processus aboutit à la constitution de la ligue, signée le 10 décembre 1508, entre le roi
de France, l’empereur, le roi d’Aragon, et les ducs de Ferrare, Mantoue et Urbino150.
L’alliance, initialement destinée à contrer les Ottomans, se transforma rapidement en une
vaste coalition contre Venise, rejointe par le pape Jules II au début de l’année 1509. La guerre
ne vit un terme qu’en 1516, grâce au concordat de Bologne. Ces huit années de conflit virent
l’alternance de phases plus favorables aux troupes vénitiennes, de moments critiques et de
défaites retentissantes, durant lesquels les villes de Vénétie et de Lombardie furent disputées
par les deux camps ennemis.
Le 14 mai 1509, les coalisés de la ligue l’emportèrent contre l’armée mercenaire de Venise à
Agnadello, à quelques kilomètres de Bergame. Les jours suivants, toute la Terre ferme
vénitienne fut perdue. De nombreuses villes sous domination vénitienne se rebellèrent contre
149
E. Muir, « Was There Republicanism in the Renaissance Republics ? Venice after Agnadello », Venice Reconsidered. The
History and Civilization of an Italian City-State, 1297-1797, J. Martin, D. Romano (éds.), Baltimore, 2000, p. 137-167.
150
F. Gilbert, « Venice in the Crisis of the League of Cambrai », Renaissance Venice, J. R. Hale (éd.), Londres, 1973, p. 274292 ; M. E. Mallett, « Venezia e la politica italiana 1454-1530 », Storia di Venezia. Dalle origini alla caduta della
Serenissima, Tome IV, Il Rinascimento. Politica e cultura, A. Tenenti, U. Tucci (éds.), Rome, 1996, p. 245-310 ; E. Muir,
« Was There Republicanism… », art. cité. Voir également G. dalla Santa, La lega di Cambrai e gli avvenimenti dell’anno
1509 descritti da un mercante veneziano contemporaneo, Venise, 1903.
106
la tutelle de la capitale, sous l’influence des noblesse locales hostiles. Les années qui suivirent
furent marquées par une progressive reconquête de ces territoires et une situation plus
favorable pour Venise. Néanmoins, l’année 1513 marqua une nouvelle étape dans la
progression des coalisés, qui se réemparèrent d’une grande part de la Terre ferme. Cette
année-là, Mestre fut prise et brûlée. Enfin, le printemps 1516 vit les derniers efforts de Venise
pour reconquérir ses territoires couronnés de succès, avec la signature, le 18 août 1516, du
concordat de Bologne.
Les guerres n’avaient cessé dans l’empire maritime depuis le XIIIe siècle. La poussée
ottomane, au XVe siècle, avait considérablement menacé les possessions vénitiennes en
Méditerranée, en culminant avec la prise de Constantinople. Toutefois, jamais la capitale
n’avait directement subit les effets de la guerre, et jamais les habitants de Venise n’avaient
fait une telle expérience de la guerre. Les événements de 1508-1516 marquèrent donc une
rupture, en particulier dans la perception du phénomène à l’échelle collective.
La conquête par les ennemis d’une grande partie des territoires de Terre ferme plaça la lagune
dans une situation de danger immédiat. La frontière du territoire vénitien était désormais aux
portes de la lagune. En 1513 en particulier, lorsque les troupes ennemies se réemparèrent des
territoires et qu’ils dévastèrent Mestre, les habitants de la lagune purent faire l’expérience
directe et « sensorielle » de la guerre. Les documents révèlent combien ce rapprochement
géographique était perceptible dans la ville.
D’une part, les nouvelles circulaient rapidement à Venise. Si l’abondance d’information était
bien une constante dans le dispositif politique vénitien, les années de guerre virent un
renforcement dans ce dispositif. Plus les troupes étrangères se rapprochaient, et plus les
nouvelles de leur avancée parvenaient rapidement à Venise151. De nombreux réseaux étaient
activés pour informer les institutions et les gouvernants de la menace imminente152. En
septembre 1513, par exemple, les ennemis avaient atteint les rives de la Brenta, et la nouvelle
parvint par le biais de bateliers, barcaruoli, en provenance de Padoue153. Lorsque les ennemis
furent à Mestre, il suffit de traverser la lagune pour informer la ville toute entière de la réalité
de la menace.
Dès lors, les batailles et manifestations violentes de la guerre devenaient directement
perceptibles à Venise. Le rapprochement géographique de la frontière était manifeste. Pour
s’en tenir au témoignage du chroniqueur Marino Sanudo, il est fascinant de voir son
appréhension s’incarner dans son expérience sensorielle de la guerre. Il avait très précisément
la perception de la menace que représentait la guerre. A la fin du mois de septembre 1513, il
lui suffit de monter en haut du campanile pour apercevoir la Terre ferme en feu154. Les
maisons brûlées par l’ennemi l’étaient à seulement quelques kilomètres de Venise : Mestre et
Marghera, déjà à cette époque considérées comme deux villes aux avant-poste de Venise
étaient directement attaquées155. En octobre, le chroniqueur raconta comment, depuis Venise
151
Voir plusieurs mentions en août 1519 : M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 9, col. 1, 1er août 1509 ; col. 11 ; col. 32; col. 49.
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 9, col. 331, novembre 1509.
153
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 99, 29 septembre 1513, « Se intese, per via di barcaruoli, vien di Padoa, come in
questa note è stà preso da i nimici 4 barche di Padoa andava a Padoa, e fate arivar: sichè zà ditti inimici sono venuti sopra le
rive di la Brenta. »
154
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 102, 29 septembre 1513, « E udendo queste voce de fuogi, per veder la verità
andai fino in zima dil campanil di San Marco, che si fa nuovo la zima, a hore 22, et vici le grandissime crudeltà fanno i
nimici, che si fusseno turchi non fariano pezo. Prima vidi fuogi grandissimi verso le Gambarare, poi in l’osteria di Liza
Fusina e altre case, e al Moranzan, e per tutto si vedeano fuogi grandissimi con gran fumi, adeo vidi il sol a hore 23 tutto
rosso che pareva sangue per il fumo di tanti incendi; vi andono assà brigate a veder ditti fuogi. Et se intese per la terra il
campo inimico pasava la Brenta, vanno brusando per tutto, et questa note bruserano Mestre e tutte le ville e case e altro che
troverano; et non si fa una provision ! »
155
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 108, 30 spetembre 1513, « Hor ozi i nemici venuti in Miran, hanno passà de li
via, e sono venuti di longo per alozar questa note a Mestre ; e zà vede fuogi graudissimi a Margera che brusano per tutto,
quelle osterie vien brusade, etc. »
152
107
et le campanile de San Zulian, il vit à nouveau la Terre ferme en flammes156. Un petit groupe
de Vénitiens s’embarqua également afin de traverser la lagune pour aller voir directement les
conséquences de telles violences157. Durant ces semaines terribles, les Vénitiens virent et
sentirent la guerre comme un événement proche158. Ils entendirent les coups de canon portés à
quelques kilomètres de la ville159.
Cette perception sensorielle de la guerre, phénomène inédit pour des Vénitiens habitués à la
protection naturelle de la lagune, apparaît bien comme une conséquence typique du
rapprochement de la frontière. Cette proximité faisait des Vénitiens les témoins directs d’une
guerre qui les effrayait. On observe ici, dans le cas de Venise, l’une des caractéristiques des
sociétés de frontière : la possibilité de voir et percevoir la présence de l’autre.
Et en effet, le péril était perceptible et perçu par tous, et les conséquences à l’intérieur de la
société vénitienne furent multiples.
Conflits et tensions au sein de la société vénitienne
Dans les sociétés modernes et contemporaines, l’une des figures classiques de riposte à la
guerre est sans doute celle de l’union sacrée, de la cohésion affichée face aux menaces
extérieures. De la même façon, les sociétés de frontière sont souvent considérées comme le
lieu de repli de populations conscientes des dangers potentiels provenant de l’extérieur.
Néanmoins, comme cela a été suggéré par les organisateurs du colloque, il ne faudrait pas
pour autant nier la dimension conflictuelle évidemment présente dans ce type de sociétés.
Nous voudrions donc à présent étudier différents conflits, sociaux et politiques qui se
manifestèrent à Venise durant les années 1508-1516, déterminer dans quelle mesure ils furent
déterminants dans le fonctionnement de la société et en quoi la proximité de la frontière
favorisa leur apparition.
Nous nous concentrerons ici sur des conflits d’ordre conjoncturel, directement provoqués par
la proximité temporaire de la frontière. Par conséquent, nous avons écarté de notre étude les
conflits de type structurel, inhérents au fonctionnement de la société, relevant de tensions à
plus long terme, qui participent, au même titre que de nombreuses autres structures sociales,
au fonctionnement de la société et d’une certaine façon à sa stabilité. Venise ne faisait pas
exception, et les conflits entre le pouvoir politique et l’Eglise, entre les nobles et les
bourgeois, entre les habitants de San Nicolo à l’ouest et ceux de Castello à l’est étaient autant
de formes de relations sociales parfaitement intégrées dans le tissu social de la ville.
156
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 113, 1er octobre 1513, « Noto. Ozi si vete fuogi grandissimi verso Mestre a le
palade, et io fui fin a San Zulian con sier Zuan Zorzi qu. sier Jacopo et altri, e primo vidi li inimici a cavalo su l’arzere, tutti
in arme bianche, che essendo lontani ancora molto luzevano; vidi fuogo in le palade, zoè di Tombelo, San Martin de Strà;
sentii e vidi trar assa’ artelarie grosse di falconeti verso Venexia per disprecio, che altro non potevano far, qual andoe le
balote in aqua poco lontan di le nostre barche e di San Segondo, e tutavia il fuogo ardeva. Se intese erano todeschi che vanno
fazando questi incendi e non voleno veder Venecia, tanto odio hanno, et sono venuti nudando tre a brusar la pallà di Tombelo
ch’è in aqua, et io la vidi brusar, che mi parse gran cossa; portono il bati fuogo con loro e intrati in la pallà i la brusono, che si
nostri fuseno stà valenti homeni, poteva obstar con la artelaria. »
157
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 121, 2 octobre 1513, « In questo zorno, poi partito il campo di Mestre, alcune
barche con persone andono fino a Margera a veder gli incendi, et altri fino a Mestre, e trovono carnazi crudi et altro che
questi poltroni avia lassato, et è restà in piedi solum le chiexie e la caxa di la pieve di San Lorenzo, ch’è il beneficio dil fio di
sier Michiel Trivixan, l’osteria di la Corona, e la casa di Sanudi nostri zermani, la qual è sta varentada in questo modo. »
158
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 108, 30 septembre 1513, « Io andai in cao di Canareio, perchè fui nominato di la
zonta, e non potei andar a Consejo, e vidi fuogi grandissimi a Margera, e tutte le rive di Canareio erano piene di persone a
vede li villani con femene, puti e robe su le straed; era gran compassion, ne si vedea provision alcuna, che in questi casi saria
di esser facte grandissime provision. Dio volesse fussi in Colegio, come 7 volte son stato savio ai ordeni, che aricoredia assa’
provision; ma nulla si feva, e a Mestre questa nocte, e si dice doman si leverano e bruserano Mestre. »
159
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 116-117, 2 octobre, « La matina per tempo si senti trar molte artelarie grosse.
Fono i nimici a Mestre, come dirò di soto; et io le udii di caxa mia, e se intese certissimo i nimici questa matina levati di
Mestre, aver posto fuogo in tutto Mestre e li borgi, zoè cadaun in le caxe dove erano alozati aver ficato fuogo, sichè tutto
Mestre brusava, e si vedeva fumi grandissimi. Andai in campaniel di San Marco per veder, vidi di fumi, e tutti coreva per
veder biastemando i nemici, e lep oche provision si fanno: è questo zorno di anniversario duodecimo e morando: in tal matina
fo brusà Mestre, e sentite artellarie grosse de i nimici verso San Segondo. Le monache questa note si voleano partir dubitando
star li, ma pur vedendo 4 barch longe e altre barche a San Zulian, steteno salde, ma ebbeno grandissima paura. »
108
Les conflits conjoncturels étaient plus imprévisibles, et généralement d’échelle restreinte. Ils
étaient souvent liés aux conflits structurels et leur origine étaient en général la même. Mais il
s’agissait de conflits aux modalités plus rapides, dont les règlements l’étaient également.
Enfin, ils étaient plus imprévisibles, et si l’on peut faire l’hypothèse que l’État ou l’élite
contrôlaient relativement bien les conflits structurels (discours, ritualisation, etc.), il semble
que ces conflits conjoncturels aient davantage échappé au contrôle public. Ils sont de ce fait
plus intéressants à étudier pour comprendre le fonctionnement du lien social à Venise.
La guerre et la présence des troupes étrangères dans le Stato di Terra ferma provoquèrent de
nombreux phénomènes inédits à Venise que les gouvernants et les habitants de la cité durent
apprendre à gérer. En premier lieu, l’arrivée des troupes impériales et la violence des combats
entraînèrent le déplacement des habitants des provinces vénètes et lombardes sous domination
vénitienne160. Suivant la progression des troupes, et fuyant devant l’ennemi, les habitants de
Terre ferme cherchèrent la protection de Venise en se rapprochant toujours plus de la cité161.
Réfugiés dans des zones proches de la lagune, en particulier à Mestre, ces populations furent
amenées à la franchir afin de se réfugier à Venise162. De nombreux documents et chroniques
racontent alors l’arrivée en masse, dans la cité, de ces familles de paysans.
La présence des populations de Terre ferme dans la capitale de l’État vénitien n’était pas en
soi un phénomène entièrement nouveau. Dans le contexte d’expansion manufacturière et
industrielle du XVe siècle, la main d’œuvre non qualifiée était bien souvent recrutée parmi ces
populations. En outre, certains artisans plus qualifiés avaient également trouvé à Venise un
espace propice pour le développement de leurs activités163. Certaines communautés italiennes,
tels que les Bergamasques, résidaient dans la lagune de façon stable164. La question de leur
statut demeure complexe. Il est en effet difficile de savoir exactement quel était leur statut
« légal », en particulier dans le cas des popolani, étant entendu que la plupart des habitants de
Venise ne jouissaient pas non plus d’un statut particulier, et qu’il était de ce fait difficile de
distinguer un simple popolano d’origine vénitienne d’un autre d’origine étrangère. Une
législation complexe régulait néanmoins l’arrivée et le séjour des populations « étrangères »
dans la cité.
Au début du XVIe siècle, au moment de la guerre de la ligue de Cambrai, l’arrivée des
populations de Terre ferme changea totalement de nature. Le flux devint massif. A en croire
les chroniqueurs et les textes officiels, les places et les rues de Venise furent rapidement
occupées par des familles, hommes, femmes et enfants s’installant dans les espaces publics de
la ville dans l’attente d’une situation meilleure. La présence difficilement contrôlable de ces
populations « étrangères » était bien une preuve supplémentaire que la frontière était
désormais aux portes de Venise, à l’orée de cette lagune réputée infranchissable.
L’accueil réservé aux réfugiés fut néanmoins relativement favorable. Le discours officiel ne
prit généralement pas une forme de rejet. Rapidement, la pitié et la nécessaire « solidarité »
l’emportèrent. Les termes visant à désigner ces « réfugiés » étaient à ce titre révélateurs. Les
chroniqueurs M. Sanudo et G. Priuli, de même que les décrets officiels dont nous disposons,
160
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 9, col.44, 10 août 1509 ; ibid., vol. 17, col. 94, 27 septembre 1513, « E da saper, tutto il
Piovà è in fuga, tutti coreno a le basse a Monte Alban, e assaissime zente et animali: et molti zentihomeni erano a le so ville
sono stati in pericolo grandissimo, parte è zonti, parte non si sa di loro. »
161
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 112, 1er octobre 1513, « Di Treviso, di sier Sebastian Moro podestà et caitanio,
di eri sera, vene letere. Come erano venuti li villani 2000, et più saria venuti si non era questi disturbi di fuzer li avanti, e
come ha ricevuto li danari mandatoli et dato a le zente, et ne bisogna di altri, per le cose occorente pagar fanti e villani. »
162
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 99, 29 septembre 1513, « A Liza Fusina è pien di persone che fuzeno; è una
pietà a veder e li animali et villani. Si manda barche a levarli, ma si stenta per li sechi grandi. »
163
L. Molà, La comunità dei Lucchesi a Venezia. Immigrazione e industria della seta nel tardo Medioevo, Venise, 1994.
164
L. Molà, R. C. Mueller, « Essere straniero a Venezia nel tardo Medioevo: accoglienza e rifiuto nei privilegi di cittadinanza
e nelle sentenze criminali », Le migrazioni in Europa, secc. XIII-XVIII, S. Cavaciocchi éd., Florence, 1994, p. 839-851. Sur
les Bergamasques, voir également D. Romano, Housecraft and Statecraft, Domestic Service in Renaissance Venice, 14001600, Baltimore, Londres, 1996.
109
font mention de contadini, poveri rustici, villani fidelissimi165. On remarque, d’une part,
l’abondance d’adjectifs insistant sur la précarité de la situation de ces individus, pauvres gens
qui parvenaient à Venise sans aucune ressource166. D’autre part, cette qualification de
« paysan » est particulièrement intéressante car elle révèle une perception en creux de ces
populations qui incarnent une « anti-identité », le pendant du statut citadin et citoyen des
populations vénitiennes. Malgré cela, il n’y eut officiellement pas d’expression de rejet ou
d’hostilité. Peu d’études ont néanmoins porté sur les réactions et les conséquences pratiques
de ces événements, et au-delà de ce discours public de clémence et de pitié, peut-être pourraiton trouver mentions d’éventuelles résistances ou d’hostilités de la part des habitants de
Venise.
Un facteur important entrait toutefois en considération dans la perception que les Vénitiens
avaient de la présence de ces populations réfugiées : celui de la fidélité qu’elles avaient
exprimée et manifestée lors de l’avancée des troupes des coalisés. Depuis le XVe siècle et la
conquête de la Terre ferme, la fidélité des paysans et leur soumission à la capitale étaient des
thèmes récurrents du discours politique. En effet, avant la conquête, les populations étaient
sous la domination d’élites locales avec lesquelles ils entretenaient des relations de
soumission politique et économique caractéristiques du XIVe siècle. Venise se surajouta à ce
dispositif, en instaurant un degré supplémentaire d’autorité, mais les noblesses locales ne
parvinrent jamais à acquérir un statut équivalent à celui de la noblesse de la capitale, et
devinrent donc de ce fait soumises à celle-ci. La hiérarchie se complexifiait donc et une
nouvelle autorité pouvait désormais être invoquée en cas de conflits. Les communautés
rurales n’y manquèrent pas et c’est ainsi que progressivement, s’accrut l’hostilité entre
noblesses locales et noblesse vénitienne.
Durant la guerre, celles-là firent donc rapidement le choix de l’envahisseur. De nombreux
nobles padouans, véronais ou trévisans soutinrent l’offensive des troupes étrangères, ce qui
leur valut procès et jugements à Venise, une fois la guerre terminée. Pour les populations
rurales, et les popolani des villes soumises, la guerre fut l’occasion de manifester leur
attachement à la capitale et leur préférence pour la classe gouvernante vénitienne. Dans cette
configuration politique curieuse, les paysans affirmèrent leur fidélité absolue à la capitale167.
Ainsi les chroniqueurs se délectaient-ils du récit de ces troupes allemandes ou françaises face
à des foules paysannes les accueillant aux cris de « Marco ! Marco ! » Cet attachement à la
République, cette expression d’une fidélité « sincère » et affichée ont sans aucun contribué à
la réaction plutôt favorable des gouvernants – et par voie de conséquence des populations
vénitiennes – face à l’afflux des populations de Terre ferme dans la capitale.
Ce fut une autre communauté « étrangère » qui se vit la cible des accusations vénitiennes. Les
Juifs de Venise, à cette époque, devinrent en effet l’objet de plusieurs lois visant à limiter leur
circulation et installation dans la ville et c’est ainsi qu’en 1516, après huit années de guerre, le
premier ghetto d’Europe fut créé168.
Les documents révèlent le renforcement de l’hostilité contre les Juifs durant ces années. Il
n’est pas dans mon propos de revenir ici sur la genèse du ghetto. Une littérature
particulièrement riche et intéressante existe à ce sujet169. Toutefois, il convient, pour le cas qui
165
G. Priuli, I Diarii (diario veneto), 1494-1512, A. Segre, R. Cessi (éds.), dans Rerum Italicarum Scriptores, t. XXIV,
parte 3, Città di Castello-Bologna, 1912-1938, vol. IV, p. 248. Voir parmi de très nombreux exemples M. Sanudo, I Diarii,
op. cit., vol. 17, col. 99, 29 septembre 1513 ; col. 108.
166
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 99, 29 septembre 1513, « è una pietà a veder e li animali et villani. »
167
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 9, col. 39-40.
168
Rappelons que le mot même est un mot vénitien se rapportant à l’ilôt sur lequel était circonscrite la communauté juive de
Venise.
169
R. C. Davis, B. Ravid, The Jews of early modern Venice, Baltimore, 2001 ; B. Ravid, « The Religious, Economic, and
Social Background and Context of the Establishment of the Ghetti of Venice », Gli Ebrei e Venezia, secoli XIV-XVIII, G.
Cozzi (éd.), Milan, 1987, p. 211-260.
110
nous intéresse, de relier plutôt le phénomène aux tensions des années 1508-1516. Au XVe
siècle, des lois successives avaient cherché à limiter la durée autorisée de la période de
résidence des Juifs dans la lagune, en particulier à la fin du siècle, quand de nombreux Juifs
expulsés de la péninsule ibérique arrivèrent en Italie et en particulier dans la région de Venise.
Les gouvernants de la Sérénissime alternaient un discours d’hostilité résultant d’une tradition
chrétienne d’antisémitisme et un pragmatisme politique et économique lié à la conscience
qu’ils avaient de la nécessité des prêteurs juifs dans la cité. Dans les années qui précédèrent la
ligue de Cambrai, force est de constater que malgré les protestations répétées de certains
gouvernants et marchands, les Juifs pouvaient résider à Venise pour des périodes relativement
longues, et surtout pratiquer leurs activités de prêt et de change. Certaines restrictions
théoriques existaient pourtant et c’était à Mestre que les Juifs auraient dû pratiquer leurs
activités bancaires.
Lorsque la guerre commença, les Juifs qui résidaient en Terre ferme suivirent les mêmes
déplacements que le reste des populations de Terre ferme, et ils furent nombreux à arriver à
Venise. Selon le chroniqueur Marino Sanudo, il étaient 500 en 1511, et 700 en 1516170.
Durant ces années, la taxe annuelle due par la communauté ne cessa également d’augmenter.
A partir de 1513, une nouvelle loi les autorisa à pratiquer leurs activités financières dans la
ville, ainsi qu’à participer à un marché florissant de vente de vêtements et d’objets d’occasion.
L’hostilité exprimée contre la communauté juive de Venise connut durant ces années une
intensification certaine. Certains Juifs dit « allemands », c’est-à-dire les ashkénazes, résidant
en Terre ferme, furent par exemple accusés de participer aux exactions aux côtés des troupes
impériales171. On reconnaît là un phénomène classique de rejet des communautés juives,
instrumentalisé par des acteurs en situation précaire172.
La décision de circonscrire les Juifs dans un espace clos et contrôlé peut dès lors être
interprétée comme l’affirmation d’un zèle religieux associée à la nécessité de garder à Venise
une population dont le rôle économique était essentiel. L’historien américain Robert Finlay a
montré l’étroite relation entre la création du ghetto au printemps 1516 et la progression des
troupes étrangères dans la Terre ferme vénitienne. Selon lui, la décision finale d’instituer un
tel lieu qui marquait plus formellement la ségrégation entre juifs et chrétiens avait été en
grande partie déterminée par la nécessité de réagir politiquement face à la dangereuse
offensive menée par les coalisés. Selon Robert Finlay, l’hostilité contre les Juifs, déjà
importante en 1515, n’avait donné lieu à aucune décision sérieuse concernant leur résidence,
en raison de la situation encore relativement favorable aux troupes vénitiennes sur le plan
militaire. En 1516, avant la signature du concordat de Bologne, les troupes étrangères firent
une ultime tentative de reprendre les terres vénitiennes. Dans l’urgence, et comme pour
transférer sur une autre communauté les tensions provoquées par une situation de guerre, le
ghetto fut créé.
Il serait risqué de proposer d’un tel événement une explication trop fonctionnaliste, mais la
simultanéité des événements semble toutefois pertinente. Certes, la fondation du ghetto à
Venise s’inscrivait dans l’histoire plus ancienne et aux enjeux bien plus vastes des relations
entre juifs et chrétiens à l’époque médiévale, en particulier dans une cité où l’activité
économique était florissante. Néanmoins, cette fondation était également à replacer dans le
contexte de la guerre, et de la nécessité, pour des gouvernants menacés et en difficulté, de
diriger les éventuelles formes d’hostilité collective vers un ennemi commun. Cette
désignation des coupables, les boucs émissaires, était pratique courante dans ce contexte de
crise et de fragilité politique173. Face à une menace externe ou interne, on le sait, la mise à
170
R. Finlay, « The Foundation of the Ghetto: Venice, the Jews, and the War of the League of Cambrai », Proceedings of the
American Philosophical Society, v. 126, 1982, p. 140-154.
171
G. Priuli, I Diarii, op. cit., vol. IV, p. 253.
172
D. Niremberg, Communities of violence : persecution of minorities in the Middle Ages, Princeton, 1996.
173
Voir l’ouvrage classique de R. Girard, Le bouc émissaire, Paris, 1982.
111
l’écart d’individus est un phénomène banal, qui s’accompagne en générale d’accusations plus
ou moins graves visant à faire porter à certains la responsabilité des difficultés politiques ou
économiques du moment. A Venise, au cours de la guerre de la ligue de Cambrai, les Juifs
furent en quelque sorte le premier groupe de population à faire les frais de la nécessaire
désignation de coupables. Néanmoins, même si certains discours dénonçant la complicité des
Juifs avec les troupes impériales, voire leur trop grande richesse, il était difficile de les
accuser directement des défaites successives.
Dès lors, les Juifs ne furent pas les seuls à devoir endosser l’hostilité collective d’un
gouvernement et d’une population menacés, et d’autres tensions apparurent au sein de la
communauté vénitienne.
A l’intérieur même du groupe patricien, la classe dirigeante et nobiliaire de Venise, de graves
tensions apparurent en effet. Les difficultés économiques qui accompagnèrent la guerre furent
pour beaucoup dans les dissensions et les scandales politiques qui divisèrent le patriciat à
cette époque. Les besoins financiers de la Sérénissime devinrent en effet particulièrement
importants, et la première préoccupation des gouvernants fut d’augmenter les revenus de
l’État.
En premier lieu, les citoyens les plus riches, nobles et non-nobles, furent sollicités et une série
d’emprunts forcés et volontaires fut instituée, dont la fréquence s’intensifia après
Agnadello174. Les patriciens n’étaient pas, à Venise, exemptés du paiement de l’impôt, et bien
au contraire, on attendait d’eux qu’ils soient les premiers contribuables de la cité.
L’imbrication entre les pouvoirs économique et politique donnait lieu à une sorte de « civisme
fiscal » : payer les taxes commerciales et acheter les bons d’État faisaient partie de la
« mission publique » des patriciens, à tel point que lorsqu’ils ne pouvaient plus payer, ils se
voyaient « exclus » du Grand Conseil, l’assemblée à laquelle appartenaient de droit tous les
patriciens de plus de 18 ans.
En 1509, les emprunts forcés et l’émission de bons d’État se multiplièrent175. La situation
économique n’était pas particulièrement favorable, et de nombreux patriciens eurent alors de
sérieuses difficultés à s’acquitter des sommes réclamées176. En octobre 1513, le doge fit un
discours devant le Grand Conseil rappelant la nécessité pour les patriciens de contribuer
financièrement à la guerre177. Nous disposons également d’une liste datant de 1515, qui
présente la contribution de chaque grande casa patricienne, ce qui révèle bien l’importance
que représentait la mobilisation fiscale pour la classe dirigeante vénitienne178.
Rapidement, ces demandes répétées et incessantes de fonds provoquèrent des tensions au sein
du patriciat. Certains furent accusés de répondre avec peu de zèle à la demande qui était
pourtant réelle. D’autres patriciens, plus pauvres, furent stigmatisés car ils ne parvenaient pas
à s’acquitter des sommes demandées, en particulier en raison de la fréquence croissante des
émissions de bons. Dans cette situation, les débats et discussions au Sénat ou au Collegio
devinrent l’occasion de mise en accusation des uns et des autres sur leur responsabilité dans
les difficultés militaires et financières éprouvées par Venise.
174
Sur l’organisation de la fiscalité vénitienne, voir les synthèses récentes de J.-C. Hocquet, « Venice », The Rise of the
Fiscal State in Europe, c. 1200-1815, R. Bonney (éd.), Oxford, 1999, p. 381-415 ; L. Pezzolo, « La finanza pubblica : dal
prestito all’imposta », Ibid., tome V, Il Rinascimento. Società ed economia, A. Tenenti, U. Tucci (éds.), Rome, 1996, p. 703751.
175
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 9, col. 12, 2 août 1509. Voir également ibid., col. 517.
176
G. Priuli, I Diarii, op. cit., vol. IV, p. 201, 5 août.
177
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 199, 2 octobre 1513.
178
Il s’agit d’un document exceptionnel qui est conservé à la Bibliothèque nationale de la Marciana, et qui fait état de
l’identité et du montant du prêt de chaque patricien, cf. BNM, Mss Italiani, cl. VII, 1234 (7749), second cahier, fol. 2 et
suiv. : « Qui a dreto se notera tuti li zentilhomini et altri che hanno prestato danari ala illustrissima signoria nel presente
imprestedo principiato adi III avosto 1515 e fornito a di XV zener 1516. »
112
Par ailleurs, pour pourvoir aux besoins de l’État, la vente de certains offices publics fut
organisée179. Dès 1510, devant l’accroissement des dépenses engendrées par la guerre, l’État
décida en effet de procéder à un emprunt auprès des patriciens les plus riches, qui auraient en
échange pu entrer de façon anticipée au Grand Conseil ou au Sénat180. Les charges publiques
et les offices gouvernementaux furent également mis en vente, surtout au sein des assemblées
influentes telles que le Sénat ou la Quarantia. Enfin, il en fut de même pour les titres de
procurateurs de San Marco181. A partir de mai 1531, les temps plus tranquilles revenus, une
telle mesure fut révoquée.
La lecture de la chronique de Marino Sanudo révèle l’engouement immédiat des patriciens
pour une telle proposition. Chaque mois, plusieurs ventes étaient organisées. Les patriciens
pouvaient acheter une charge, le plus souvent de sénateur, contre l’octroi d’un prêt à la
Seigneurie, généralement d’un montant de mille ducats182. Parmi eux, on retrouve de
nombreux patriciens très influents dans la gestion des activités économiques, bancaires et
commerciales, tels par exemple Alvise Bragadin de Marco qui prêta mille ducats, en
septembre 1510, pour entrer au Sénat183 ou encore le banquier Luca Vendramin d’Alvise qui
s’acquitta à son tour du même montant l’année suivante184.
Les acteurs économiques les plus puissants étaient en effet attirés par une offre à laquelle ils
étaient les plus susceptibles de répondre. Nombre d’entre eux ne participait pas ou plus –
volontairement ou pas – aux assemblées les plus importantes. A part un groupe restreint de
patriciens qui avait poursuivi une brillante carrière politique tout en maintenant des activités
économiques diversifiées et performantes, à cette époque, nombre des gestionnaires influents
des activités économiques vénitiennes occupaient généralement des fonctions publiques de
moindre importance. La vente des offices leur offrait donc la possibilité d’aider
financièrement la Seigneurie, tout en accédant à de hautes responsabilités politiques. C’était
une occasion de démontrer leur utilité en matière fiscale et financière, tout en recevant des
charges qui leur permettraient de rehausser leur prestige social et de maintenir leur rang.
Bien entendu, le gouvernement et les institutions continuaient d’exercer leur contrôle sur la
procédure. Le paiement ne signifiait pas l’acceptation de tous les candidats et plusieurs
patriciens virent leur tentative échouer. En 1511, Filippo Cappello, cavalier, proposa de prêter
mille ducats à la Seigneurie afin d’entrer au Sénat. Sa proposition fut toutefois rejetée car,
selon Marino Sanudo, « la terre n’était pas satisfaite du service de son père185 ».
179
Le phénomène a fait l’objet de nombreuses études. Voir en particulier ce qu’en disent Machiavelli e la crisi dello stato
veneziano, Naples, 1974, p. 419 et suiv. ; G. Del Torre, Venezia e la Terraferma dopo la guerra di Cambrai. Fiscalità e
amministrazione (1515-1530), Milan, 1986 ; F. Gilbert, « Venice in the Crisis… », art. cité ; F. C. Lane, « Public Debt and
Private Wealth. Particulary in Sixteenth Century Venice », Histoire économique du monde méditerranéen, 1450-1650.
Mélanges en l’honneur de Fernand Braudel, vol.1, Toulouse, 1973, p. 317-325 ; R. Mousnier, « Le trafic des offices à
Venise », La plume, la faucille et le marteau. Institutions et société en France du Moyen Âge à la Révolution, Paris, 1970,
p. 387-401.
180
L. Pezzolo, « La finanza pubblica… », art. cité, p. 736 ; M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 10, col. 600, juin 1510 : « Da
poi disnar fo Consejo di X con la zonta di danari et fo riconzà la parte di eri, di 11 zenthilomeni stagino in pregadi fino li sarà
restituidi i soi danari potendo scontarli in le angarie che si meterà da uno anno in la, et fo azonti do altri con questo medemo
muodo : Sier Jacomo Donado, quondam sier Piero, da San Pollo. Sier Domenego Contarini, quondam sier Bertuzi, da Santi
Apostoli. »
181
BNM, Mss Italiani, cl. VII, 546 (7499), Procuratori di San Marco dall’812 al 1701, fol. 90-104.
182
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 10, col. 612, juin 1510, éléction au Sénat, contre un prêt de 1000 ducats, de Giovanni
Pesaro de Leonardo, Antonio Pesaro de Leonardo, Alvise Priuli de Francesco de San Tomà, Bernardo Nani de Giorgio ; Ibid.,
vol. 11, col. 49, août 1510 : « Et mandati tutti fuora, proposi di dar, dariano a la Signoria ducati 1000 per uno, con li modi, ut
patet : videlicet Santo Trun, di sier Francesco, et sier Piero Donado, quondam sier Zuane, et vegnir im pregadi come li altri.
Fo varia opinion etc. Erano li capi di X dentro et Jo sollo. »
183
Ibid., vol. 11, col. 452, septembre 1510.
184
Ibid., vol. 12, col. 291, 16 juillet 1511 : « Da poi disnar fo consejo di X con la zonta, e tolseno do zentilhomeni im
pregadi, con la condition di altri, dando, de presenti, ducati 500 e una partida morta di altri ducati 500, termine uno anno in
banco ; et che la Signoria, volendo renderli, stagi do anni a darli quelli di l’anno. » Il s’agit de Marino Dandolo de Pietro et de
Luca Vendramin dal banco d’Alvise.
185
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 12, col. 246, 21 juin 1511 : « Da poi disnar fo consejo di X con la zonta ; veneno zoso a
horre 22. Fu posto la gratia di sier Filipo Capello, el cavalier, qual vol dar a la Signoria ducati 1000 im prestedo, a scontar poi
113
La mise en vente des offices dura ainsi une vingtaine d’années. Elle eut des conséquences
majeures sur la pratique du pouvoir elle-même, ainsi que sur la conception de l’autorité
publique manifestée par les patriciens. La vénalité des offices dénotait une mutation
fondamentale de la mentalité politique. Désormais, les offices publics étaient conçus comme
des bénéfices et non plus comme un privilège et un devoir partagés par l’ensemble du
patriciat.
Toutefois, de nombreuses résistances s’exprimèrent. Les nobles qui avaient payé pour entrer
dans les conseils en gardèrent longtemps les stigmates. Ils n’étaient ni assimilés ni identifiés à
ceux qui avaient été élus. Jamais cette spécificité n’était oubliée. Ainsi, en 1512, le Sénat
évoqua feu Giorgio Pizzamano de Fantino, « l’un des Quarante élus à ses propres frais186 ».
Marino Sanudo, en 1519, parla d’Alvise Priuli de Francesco de San Tomà, « venu au Sénat
contre de l’argent187 ». Une tension apparaissait de toute évidence entre les membres du Sénat
régulièrement élus et ceux qui avaient acheté leur charge. Peut-être s’agissait-il d’ailleurs de
l’une des raisons qui poussait certains à renoncer à leur nomination, dans la crainte des
difficultés à venir188.
L’une des conséquences majeures de ce processus fut la « privatisation » d’une partie des
charges ou du moins leur « patrimonialisation ». Certes, les sommes versées étaient toujours
considérées comme des prêts, théoriquement remboursables à tout moment, à la demande du
patricien. Le plus fréquemment toutefois, la somme était soustraite de l’impôt dû par le
propriétaire de la charge. Toutefois, les patriciens éprouvaient les plus grandes difficultés à
obtenir le remboursement de leur prêt. Le cas d’Alvise Priuli de Francesco de San Tomà est à
ce titre exemplaire. En 1511, il demanda en effet le remboursement des mille ducats qu’il
avait versés pour entrer au Sénat, l’année précédente189. Il affirmait ne plus vouloir siéger au
conseil et voulait récupérer son argent, mettant ainsi le gouvernement dans l’embarras. Le
doge tenta de le faire renoncer à sa demande, mais en vain. Plusieurs mois plus tard, n’ayant
toujours pas obtenu son remboursement, Alvise Priuli préféra siéger de nouveau au Sénat,
ayant sans doute compris qu’il s’agissait encore de la décision la plus sage. Un tel cas n’était
pas isolé et d’autres patriciens, certainement en difficulté financière, tentèrent d’obtenir en
vain un remboursement190.
Devant la lourdeur et l’inefficacité des procédures de restitution, les patriciens avaient trouvé
une alternative en revendant leurs charges. Cela était en effet beaucoup plus rapide que
d’attendre le remboursement de l’État. L’argument fut utilisé en 1529 par Vincenzo
Gradenigo de Bartolomeo qui désirait entrer au Sénat à la place de feu son frère Francesco,
qui avait payé 400 ducats en son temps. Désirant ne pas « incommoder » les conseillers des
Dix avec une demande de restitution, il préférait réclamer sa propre admission au Sénat191. Le
cas révélait la progressive assimilation des offices à des biens personnels, dont on pouvait
pratiquer le commerce et réclamer la transmission héréditaire.
anni … in le angarie soe e di altri ; e, in questo, mezo, vengi in pregadi cum titulo. Et balotata, non fu presa, si che converà
star al suo bando ; e questo fu, perchè la terra non si contenta dil servicio dil padre. »
186
Arichivio di Stato di Venezia (ASV), Senato, Terra, reg. 18, fol. 31v°, 25 août 1512 : « el quondam nobel homo Zorçi
Piçamano fo de ser Fantin uno de li quaranta electi ad proprie sue spese… »
187
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 27, col. 448, 1519 : « Poi andò in renga sier Alvise di Prioli qu. sier Francesco da San
Thomà, vien in Pregadi per danari… »
188
F. Gilbert, « Venice in the Crisis… », art. cité, p. 289.
189
M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 12, col. 266, 1511 : « In questo mexe di zugno, sier Alvixe di Prioli, quondam sier
Francesco, da San Thomado, havendo dà ducati 1000 a la Signoria, per venir im pregadi, comparse da li cai di X, dicendo,
esser passato l’anno e non vol più venir im pregadi, et vol esser fato creditor e poter scontar ; e cussi introduto in colegio da li
cai, fo persuaso dal principe, a non voler esser il primo, in questi bisogni. Hor lui, ostinato, volse, e cussi, per vigor di la
parte, li cai di X feno il suo mandato, e non vene più im pregadi. E de li a certi mexi, visto non poteva scontar diti soi danari,
con altri comparse, iterum ai cai di X, et ritornò im pregadi, e lassò li ducati 1000 ; e questo ne ho voluto far memoria. »
190
Ibid., vol. 14, col. 460, juillet 1512. Voir l’exemple de Francesco Foscari de Nicolò et de Benedetto Valier d’Antonio.
191
ASV, Consiglio di dieci, Parti comuni, filza 9, n°207, 1529.
114
La cession n’était pas automatique et devait être avalisée par le Conseil des Dix, qui le faisait
dans la majorité des cas. L’office était parfois transmis à un autre membre de la famille,
comme le réclamait Giulio Contarini de Giorgio qui voulait, en 1528, entrer au Sénat à la
place de son frère Giusto192. L’année suivante, les héritiers d’Alvise Barozzi d’Angelo,
récemment décédé, proposèrent que Giovanni Mocenigo de Lazaro, le cousin de feu Alvise,
entrât au Sénat à sa place et dans les mêmes conditions193. Le crédit d’Alvise aurait alors été
transféré pour le compte de Giovanni Mocenigo. Le Conseil des Dix accepta sa proposition,
comme cela avait déjà été fait pour beaucoup d’autres, car les héritiers d’Alvise Barozzi
étaient dans une situation financière difficile, et qu’ils devaient de l’argent à de nombreux
créanciers (« sui heredi per haverne grandissimo bisogno per sattisfation de molti »).
Cette conception patrimoniale des offices fut au cœur des critiques exprimés par certains
patriciens à l’égard de leurs pairs. Les critiques qui ne manquèrent d’être formulées contre
eux – incompétence, corruption, mauvaise gestion – en furent une conséquence évidente194.
Les échecs militaires des années 1510-1516 furent en grande partie attribués à l’incapacité de
ces nouveaux gouvernants. Ils étaient, plus que de coutume, accusés de vouloir défendre en
priorité leurs intérêts personnels avant de songer à celui plus général du Bien public et de la
Seigneurie. Ce fut d’ailleurs en partie face à ces protestations que le Conseil des Dix décida
de mettre un terme à cette mesure. La gravité de la situation était telle que, selon les dires du
Conseil lui-même, la majorité des offices était désormais occupée par des patriciens ayant
acheté leur charge ou l’ayant reçu après un lotto, voire par une grâce spéciale195.
L’analyse prosopographique permet de déterminer avec une relative précision qui furent les
patriciens au cœur des accusations. Sans rentrer dans le détail, il semble que certains d’entre
eux aient été des acteurs actifs et influents de la vie économique vénitienne qui avaient été
progressivement écartés des institutions politiques les plus influentes. Dans le même temps,
ils avaient toutefois vu leur propre richesse s’accroître considérablement. La tension qui
apparaît entre ces patriciens ayant acheté leurs charges et d’autres se considérant eux-mêmes
plus respectueux d’une procédure traditionnelle doit donc aussi être replacée dans un contexte
de tension entre des acteurs politiques et économiques issus du même groupe social, mais
affrontant sans doute des concurrences internes.
Cet épisode de la vente des offices publics à Venise révèle donc des conflits internes et les
tensions au sein d’une communauté patricienne mise en difficulté par la guerre. Sans vouloir
schématiser à l’excès des mécanismes sociaux plus complexes, il semble néanmoins que les
disensions au sein du groupe patricien s’exprimaient par des mises en accusation successives.
Il s’agissait de faire porter à certains la responsabilité d’une situation de tensions dont toute la
population avait à pâtir.
192
Ibid., filza 8, n°191, 7 octobre 1528 : « Humilmente suplico io Julio Contarini fo de messer Zorzi el cavalier et conte del
Zaffo a vostra sublimita et a vui excellentissimi signor capi che vogli esser contenta cum il suo excellentissimo conseglio di
X conciedermi per gratia che io possi venir in pregadi in loco de messer Justinian Contarini mio fratello cum li modi et
condition faceva lui cum questo perho condition chel credito che il predito mio fratello ha per il suo venir in pregadi ditto
messer Justinian lo debi scriver in mio nome integramente el qual credito per quanto io staro in pregadi rimangi cum quella
medema forma modi et creditori che al presente e in nome del dito messer Justinian come in similibus a molti altri per vostre
excellentissime signorie e sta concesso alla gratia delle qual humiliter mi ricomando. »
193
Ibid., filza 9, n°108, 1529.
194
Déjà à l’époque, la critique d’incompétence de certains patriciens était très diffusée, en particulier par Domenico
Morosini, dans son De bene instituta re publica. Voir, à ce propos, G. Cozzi, « Domenico Morosini e il “De bene instituta re
publica” », Studi Veneziani, XII, 1970, p. 405-458. Pour une synthèse des critiques formulées, voir le chapitre consacré à ce
sujet par D. E. Queller, The Venetian Patriciate, reality versus myth, Illinois, 1984, sans compter que l’auteur est lui-même
très critique à l’égard du groupe patricien.
195
BNM, Mss Italiani, cl. VII, 2451 (10130), fol. 15, 29 janvier 1531. Au Conseil des Dix : « Ad ogni un die esser noto di
quanta importantia sia al stato nostro che li ministri nostri siano legali et fedeli et massimamente che la mazor parte di
quelli sono in tali officii al presente li hanno in vita per esserli stà dati chi per deposito et chi per gratia di questo consiglio
et per conto di lotti et pochi hora anzi si puo dir niuno e che hanno quelli per anni quattro. »
115
La communauté vénitienne dans son ensemble souffrait de la guerre et des conséquences
pratiques et symboliques de la conquête de la Terre ferme par les troupes ennemies. Les
phénomènes sociaux que nous observons durant la guerre de la ligue de Cambrai semblent
relever d’une forme de gestion collective des conflits et tensions intérieurs. On assista ainsi à
la diffusion d’un sentiment collectif de culpabilité lié, au moins dans les discours officiels, à
la dépravation morale des Vénitiens. Il s’agissait d’une accusation collective des mœurs
dissolues des habitants de la lagune considérés dans leur ensemble. De nombreuses
processions furent organisées durant la guerre, avec la volonté affichée d’expier de façon
collective les péchés et les vices des Vénitiens. Le peintre Vittore Carpaccio a été l’un des
témoins précieux de ces événements196.
Face aux défaites successives et à l’urgence de la situation, les Vénitiens invoquèrent la
possibilité d’une punition divine. De nombreux phénomènes naturelles – comètes,
tremblements de terre, tempête, etc. – furent interprétés comme autant de manifestations de la
colère de Dieu, auxquelles il fallait répondre par des signes de soumission, afin d’obtenir sa
clémence. Les processions se multiplièrent et même si les phénomènes collectifs de ce genre
étaient déjà fréquents à l’époque médiévale à Venise comme dans les autres villes italiennes,
c’est la mise en discours d’une faute collective qui est ici intéressante. Celle-ci n’était pas la
même selon les sources. Le chroniqueur G. Priuli insistait sur le vice et les péchés d’ordre
moral, sodomie et pratiques sexuelles illicites, alors que M. Sanudo semblait davantage
préoccupé par les erreurs politiques de ses pairs : corruption, vénalité et conscience politique
limitée.
De nombreux procès et rituels de punition ou d’exécution furent organisés. Certains patriciens
appauvris focalisèrent l’attention car ils furent, accusés de s’être rendus coupables de vols ou
d’autres crimes encore et condamnés sur la place publique. Les exécutions sur la piazzetta,
devant le Palais des doges, rassemblaient alors la population de la ville venue assister à la
punition de ces patriciens personnifiant une décadence morale à expier collectivement.
Le lien social
L’expression et la manifestation de ces tensions permettent d’apporter quelques éléments de
conclusion sur la fonction occupée par les conflits dans la définition du lien social. Venise se
révèle un excellent cas d’étude en raison de l’exceptionnelle cohésion sociale dont la ville
avait toujours joui à l’époque médiévale, et encore au XVIe siècle. Il s’agit de l’un des thèmes
au cœur de l’historiographie de Venise, même si les historiens font en réalité rarement usage
du concept même de « lien social ». La terminologie, en effet, n’est généralement pas utilisée
par les historiens italiens, qui la considère plutôt galvaudée et ancienne, et relativement peu
employée par les historiens américains et anglais.
Néanmoins, si l’on considère le concept dans sa définition large, force est de constater que le
lien social – considéré comme l’ensemble des processus sociaux permettant aux membres
d’une même société de vivre ensemble et de cohabiter – fonde l’étude de la société vénitienne
du Moyen Âge à l’époque moderne. L’histoire de Venise a été traversée par des va et vient
entre mythe, anti-mythe et contre-mythe197. Pourtant, malgré les tentatives de nombreux
historiens, nul n’est réellement parvenu à déconstruire le mythe de la stabilité et de la
cohésion sociale vénitiennes, ni à expliquer la solidité de ce lien. Venise était, à la fin du
Moyen Âge, l’une des plus grandes villes d’Occident, entre 120 000 et 150 000 habitants. Elle
n’en était pas moins la capitale de l’un des États les plus stables et puissants d’Italie du nord.
Certains conflits politiques retentissants avaient émaillé l’histoire de la ville, en particulier au
196
P. Fortini Brown, Venetian Narrative Painting in the Age of Carpaccio, New Haven and London, 1988. Voir aussi E.
Muir, Civic Ritual in Renaissance Venice, Princeton, 1981.
197
J. S. Grubb, « When Myths Lose Power : Four Decades of Venetian Historiography », The Journal of Modern History,
LVIII, n°1, 1986, p. 43-94
116
XIVe siècle, avec les conjurations politiques rapidement étouffées ; mais aucune émeute,
aucun retournement violent, aucune révolte contre les gouvernants n’avaient plus ébranlé la
ville. La population dans son ensemble, popolani, citoyens, nobles et étrangers, semblait
cohabiter en bons termes.
Au cours des années 1508-1516, lorsque Venise devint pour un temps une « société de
frontière », la nature du lien social évolua-t-elle pour autant ? Nous l’avons vu, les conflits
sociaux et politiques ne manquèrent pas. Toutefois, ces conflits n’altérèrent pas, en
profondeur, la stabilité de la société vénitienne, qui parvint à faire face aux événements sans
heurts particuliers.
L’examen de cette période révèle que ce n’est pas l’absence de conflits qui produisait du lien
social, mais le mode de gestion du conflit par les acteurs. Comme nous l’avons dit, nous ne
nous sommes intéressés ici qu’aux conflits conjoncturels, liés au contexte politique
transformé par des événements imprévus et violents. Il semble que l’intégration particulière
de ces conflits dans un processus social original garantissait une certaine stabilité.
Comment pourrait-on alors définir le lien social ? Non pas comme une structure permettant
d’éviter les conflits, de les prévenir, d’empêcher leur manifestation, mais plutôt comme le
produit d’interactions sociales entre les différents individus, gouvernants, habitants de la cité,
acteurs politiques et économiques, qui trouvent, dans une situation particulière, la capacité
d’intégrer les conflits dans un système régulé.
En choisissant d’étudier Venise durant ces années si particulières pendant lesquelles la ville se
retrouva directement circonscrite par une frontière rapprochée, il nous a semblé intéressant de
constater qu’il n’y avait pas de différence fondamentale, en terme de lien social, avec d’autres
moments de l’histoire de la ville. La proximité d’un ennemi pouvant à tout moment
représenter un danger ne détermine pas nécessairement une société exempte de conflits
internes et de dissensions. Ces derniers semblent au contraire, dans certains cas, permettre aux
sociétés de décompenser des tensions, peurs, et angoisses collectives. La désignation de
coupables et de boucs émissaires participent de ce processus et en définitive, l’essentiel pour
le lien social est que les acteurs restent au moins partiellement maîtres des enjeux des conflits.
117
L’usage rituel de la Jurema (chez les indigènes du Brésil) et les dynamiques de la
frontière coloniale du Nordeste au XVIIIe siècle.
Guilherme Medeiros∗, Universidade Federal do Vale do São Francisco
(Brésil), Université Blaise Pascal – Clermont-Ferrand II (France), Centre
d’Histoire « Espaces et Cultures »
Résumé : L’usage rituel de la Jurema, en tant que boisson sacrée faite à partir des plantes du
même nom (principalement Mimosa tenuiflora, autrement appelée Mimosa hostilis Benth.)
par les peuples autochtones du Brésil, est apparu pour la première fois dans un document
rédigé à Recife, Pernambuco, et daté de 1739, qui traite de son usage par les indigènes des
missions de Paraíba. Son apparition dans les sources coloniales luso-brésiliennes du XVIIIe
siècle peut indiquer de nouvelles dynamiques socioculturelles sur la frontière coloniale du
Nordeste.
L’usage de cette boisson sacrée semble avoir des origines bien antérieures à l’arrivée des
colonisateurs, peut-être de plusieurs siècles, et l’on peut aussi signaler sa permanence de nos
jours, soit chez les Indigènes du Nordeste, au cœur de leurs croyances et de leur cosmologie,
soit dans les populations rurales et urbaines dans le cadre d’usages religieux qui mêlent
christianisme et cultes afro-brésiliens. On cherchera ici à dégager le rôle joué par les missions
catholiques dans l’Amérique ibérique coloniale comme institutions de frontière, à la fois
comme bornes entre les espaces connus et inconnus des colonisateurs et comme élément de
définition des territoires des couronnes espagnole et portugaise, mais surtout comme espaces,
elles mêmes, de communication et d’échange entre des univers culturels et religieux
totalement différents.
Mots clés : Jurema – Amérindiens du Brésil – Histoire Indigène – Missions au Brésil colonial
– Plante Pouvoir – Enthéogène (Entheogen)
Ce travail présente une première systématisation des donnés collectés l’année dernière
dans les archives brésiliennes, portugaises et espagnoles, pour l’élaboration de la thèse
concernant les rapports interethniques dans les aldeamentos missionnaires au Nordeste du
Brésil, pendant les XVIIe et XVIIIe siècles.
La préoccupation initiale a été d’identifier, à partir la documentation coloniale, des
éléments permettant la visualisation des espaces de résistance dans la société coloniale de
l’Amérique Portugaise, tels que les permanences des traces culturelles indigènes dans les
contextes de contact avec les Blancs européens ou avec les Noirs africains.
C’est le cas de l’usage rituel de la Jurema, une forme de culte et en même temps
d’usage d’éléments botaniques pour la fabrication d’une boisson sacrée utilisée comme pont
de communication avec d’autres niveaux d’existence (le « monde spirituel », le « monde des
ancêtres ») et comme élément de liaison et de cohésion groupale ou ethnique au moment des
guerres et des luttes.
La trace la plus ancienne qu’on ait aujourd’hui, avec la référence nominale à la
Jurema, est un document écrit à Recife en 1739, à l’occasion d’une réunion du Conseil des
∗
Suported by the Programme Alβan, the European Union Programme of High Level Scholarships for Latin America,
Scholarship n° E04D046747BR.
118
missions (Junta das Missões) de Pernambuco dans laquelle on a délibéré sur la répression de
cet usage parmi les indigènes des missions de Paraíba.
L’existence de cette trace écrite pose plusieurs questions concernant les origines
ethniques et spatiales de cet usage, pouvant être un cas de transposition d’un trait culturel
causé par le déplacement des populations indigènes de l’intérieur continental jusqu’au littoral,
région des plantations extensives de canne à sucre. En outre, comme cet usage semble avoir
des origines bien antérieures à l’arrivée des colonisateurs européens, une des questions
possibles concerne la raison de son apparition dans la documentation coloniale seulement au
XVIIIe siècle.
Pour cela, il faut parcourir les chemins tortueux des rapports interethniques dans les
siècles initiaux de l’Amérique portugaise, en cherchant dans les lignes suivantes la
compréhension des contextes qui ont rendu possible la rupture du silence sur son utilisation
dans les documents coloniaux avec la référence de son usage dans ce lieu et à ce moment-là.
Les espaces et les dynamiques culturelles à la période coloniale
Les rapports interethniques entre les peuples indigènes et les autres groupes cités audessus, dans le contexte colonial, ont été marqués par des dynamiques qui ont beaucoup varié
dans un spectre qui a eu comme bornes extrêmes, d’un coté la collaboration et l’alliance, et de
l’autre coté la confrontation et l’extermination. Entre ces deux bornes, on commence à
découvrir quelques exemples de survie et de réélaboration des traits culturels indigènes.
Concernant les rapports des peuples indigènes avec les conquéreurs européens, les
alliances établies dès les premières années de la colonisation – tout comme les conflits armées
– ont représentée une dichotomie présente pendant toute l’histoire coloniale. En tirant parti
des guerres et disputes entre groupes indigènes rivaux, déjà établis avant son arrivée, les
colonisateurs européens les ont utilisé à leur faveur, en établissant des alliances d’un coté et
en combattant avec leurs alliés les autres groupes indigènes, en profitant de l’occasion pour
élargir les frontières coloniales – en s’appropriant des terres fertiles et des cours d’eau – tout
comme en prenant de la main-d’œuvre esclave parmi les groupes vaincus.
Cependant, en ce qui concerne l’impact démographique de ces rapports coloniaux, on
ne peut pas mépriser le rôle qu’a joué l’élément bactériologique ; même une fois l’ensemble
des groupes alliés, ils ont tous subi de lourdes pertes dès le début, à cause de l’insertion dans
l’environnement américain des bactéries et des virus inexistants au Nouveau Monde198.
Le long de tout le continent américain et non seulement au Brésil, il y eu des exemples
de groupes indigènes qui ont résisté en combattant les colonisateurs, d’autres qui se sont alliés
aux envahisseurs et encore d’autres qui ont fuit loin des frontières coloniales. Souvent, ceux
qui ont choisi la fuite étaient des survivants de combats, qui avaient refusé la soumission.
Comme affirme Marcus Carvalho, les groupes qui n’ont pas pu fuir très loin, par choix ou par
manque d’alternatives, ont du adopter de nouvelles stratégies de survie ; la conséquence en a
été que plusieurs groupes indigènes, antérieurement ennemis entre eux, ont fini par s’allier. Il
est évident que soit ils agissaient de la sorte, soit ils disparaissaient. Dans tous les cas, il y
avait un coupure profonde avec le passé, « les anciens habitants de la terre envahie ont eu à
reconstruire leurs identités, abattues pour le nouvel (des)ordre »199.
Aussi, par rapport aux contacts entre les peuples indigènes et les peuples africains dans
l’Amérique Portugaise, on peut trouver des dynamiques qui ont varient de région en région et
tout au long du temps. Même s’ils ont été amenés de l’Afrique au Brésil dans la condition
198
CARVALHO, Marcus, “Elos Partidos, Elos Tecidos” in ANDRADE, Manuel Correia de (org.), O Mundo que o Português
criou, Recife: Massangana/Fundação Joaquim Nabuco, 1998.
199
Idem, ibidem.
119
d’opprimé, comme marchandise qui nourrit un modus de production basé sur la main-d’œuvre
esclave – transplantés à un nouveau continent dans lequel ils ont été des étrangers exilés à
contre volonté – les Noirs africains ont cherché la liberté dans les vastes espaces intérieurs où
ils ont trouvé justement les anciens habitants du pays, loin des lourds travaux des plantations
et des répressions des colonisateurs.
Cependant, bien qu’ils aient représenté, autant les Indigènes que les Africains, la face
opprimée du processus colonisateur, on trouve des exemples de collaboration et de conflit
entre ces deux parties tout au long des siècles.
L’observation de Marcus Carvalho souligne que le langage de la documentation
dénote le croisement des destins d’Indigènes et d’Africains dès le début, dès que les Indigènes
sont passés à être appelés « casuellement » par l’expression « noirs de la terre » (negros da
terra). Les esclaves africains et les captifs indigènes ont été équivalents, au Brésil, dans la
condition de servitude200.
Le plus grand symbole de la résistance africaine dans les Amériques, les quilombos
(lieux où les esclaves africains se sont réunis après la fuite des moulins à sucre, dans lesquels
ils ont recrées des sociétés complexes où l’on trouvait l’agglomération d’individus provenant
de plusieurs ethnies.
Au Brésil, le quilombo plus connu a été localisé à la Serra da Barriga201, dans la
Capitainerie de Pernambuco, il a occupé une immense superficie et a eu comme capitale le
petit village de Palmares. Il a résisté aux incursions des colonisateurs pendant presque un
siècle, jusqu’à être détruit dans un combat final, où le quilombo a eu comme leader Zumbi qui
a combattu les forces du bandeirante pauliste Domingos Jorge Velho. Ce bandeirante a été
amené jusqu’à Pernambuco sous contrat, pour combattre les tapuias (dénomination donné par
les européens aux indiens qui ont habité l’intérieur semi-aride du Nordeste), soulevés après
l’expulsion des hollandais du Brésil en 1654. La révolte des indigènes du sertão202 a perduré
jusqu’aux premières années du XVIIIe siècle et a été connue à travers la documentation
coloniale luso-brésilienne comme « Guerre des barbares » (Guerra dos Bárbaros)203, de
l’expression tapuia qui signifie dans la langue Tupi, « barbare », « esclave », « ennemi ». Il
s’agit là d’un exemple typique d’appropriation de la part des colonisateurs des expressions
utilisées par les groupes alliés. Nous verrons le cas des Tupi et des tapuias plus tard.
Ces deux épisodes – la « Guerre des Barbares » et les incursions finales contre le
Quilombo de Palmares – sont des exemples de moments de conflits avec la participation
d’indigènes et de noirs aux cotés du dominateur contre l’autre partie opprimée, épisodes soustendus par les dynamiques de la colonisation, dans laquelle l’oppresseur a dicté les règles et
les lois. Ainsi, on trouve des forces composés par des Noirs, les « terços de Henriques » qui
ont participé à quelques épisodes contre les tapuias dans la « Guerre des Barbares » ; de
même, on trouve quelques forces composées d’Indigènes provenant des aldeamentos
missionnaires qui ont combattu à coté des colonisateurs, contre le Quilombo de Palmares.
Nous pouvons distinguer une autre indication de la profonde coupure avec le passé
précolombien, dans la perspective Indigène, comme nous l’avons mentionné plus tôt, à travers
l’usage dans les sources portugaises de la période coloniale de l’expression « mocambos de
índios » pour designer quelques groupes d’Indigènes captifs qui ont fuit et qui ont menacé
l’ordre établi des seigneurs coloniaux. Marcus Carvalho ajoute que dans la terminologie de
l’époque, le terme « mocambo » est un synonyme de « quilombo », même s’il trouve être très
étrange qu’on puisse mentionner un quilombo sans trace d’Africains. Mais il continue, « le
langage de ces documents n’a pas pu être plus exact, pour une raison très simple : dans les
200
CARVALHO, Marcus, op. cit.
Actuellement localisé dans l’Etat d’Alagoas, au Nordeste du Brésil.
202
Sertão (m.): expression de la langue portugaise qui désigne les espaces de l’intérieur continental, loin de la mer, par
extension, la région semi-aride elle même.
203
Cet épisode de l’histoire coloniale brésilienne a été étudié par Maria Idalina da Cruz Pires et Pedro Puntoni.
201
120
établissements agricoles et dans les villages il y avait des esclaves indigènes d’origines très
variées, lesquels se considèrent si différents entre eux autant que n’importe quel individu
d’ethnie diverse aujourd’hui. Après la fuite et la réunion au milieu de la forêt, ils n’ont pas eu
la possibilité de reconstruire une culture ancestrale unique, car ils étaient d’origines
diverses ». Par conséquent, ils ont commencé la formation d’une nouvelle société, d’une
nouvelle culture, comme ont fait les Africains d’origines diverses dans les quilombos.
Pourtant, « Mocambos de Índios », est un terme très précis pour designer cette situation de
création des nouvelles racines, des liens entre exploités, des instruments de résistance
culturelle et militaire204.
Cette dernière est la perspective que nous travaillerons, la recherche des espaces de
résistance, les permanences et les créations de nouvelles racines, nouvelles dynamiques
socioculturelles à partir du contact entre différents peuples. L’usage rituel de la Jurema
semble pouvoir fournir tous ces éléments, car ce complexe usage est venu des contextes
indigènes ancestraux et a marqué son espace dans les contextes métisses avec les blancs
(Catimbó)205 et surtout mélangé avec les cultes afro-brésiliens (Umbanda et Candomblé)206.
Les frontières coloniales et les peuples autochtones du Nordeste aux XVIe et XVIIe siècles
Déjà au XVIe siècle les colonisateurs européens ont commencé à connaître la grande
sociodiversité existant au-delà des « muralhas do sertão » (murailles du sertão), pour utiliser
une expression de l’époque citée par Pedro Puntoni207. La dichotomie inculquée par les
missionnaires jésuites d’une division simple des peuples autochtones du Brésil entre les
groupes parlants les langues de la famille Tupi, habitant surtout sur le littoral brésilien, et d’un
autre coté, les Tapuias, parlant d’autres langues et habitant principalement l’intérieur
continental, sauf quelques cas où ils ont été présents sur le littoral, a influencé toute la
construction de la compréhension de ces peuples le long de l’histoire brésilienne et apparaît
souvent dans la documentation coloniale.
La grande critique actuelle de cette classification – déjà établie depuis la deuxième
partie du XXe siècle – concerne la généralisation sous la dénomination tapuia de familles
linguistiques et d’ethnies différentes. La désignation Tupi fait référence à une définition
ethnique, linguistique et culturelle, par contre, la désignation tapuia ne fait pas référence à
quelques catégories classificatoires mais seulement à un contraste établi par les peuples de
langue Tupi par rapport leurs voisins et ennemis. L’expression « tapuia » est un mot tupi qui
signifie « barbare », « esclave » ou plus génériquement, « peuples de langue entravé » (povos
de língua travada). Actuellement, l’idée plus acceptée sur la classification générale des
peuples autochtones brésiliens inclue la plus grande partie des peuples historiquement
mentionnés comme tapuias dans le tronc linguistique Macro-Gê, avec plusieurs groupes de
langues isolées.
Le contact entre les colonisateurs européens et les peuples indigènes localisés au
littoral brésilien, ou plus spécifiquement le littoral oriental, au nord de l’embouchure du
fleuve São Francisco jusqu’au Cap São Roque, qui comprenait les capitaineries de
Pernambuco, Itamaracá, Paraíba et Rio Grande, a été assez irrégulier, nonobstant tous ces
peuples qui ont habité ce région côtière étaient de langue Tupi, distribués en trois grandes
nations indigènes : Caeté, Tabajara et Potiguara.
204
CARVALHO, Marcus, op. cit.
BATIDE, Roger, “Catimbó” in PRANDI, Reginaldo (org.), Encantaria Brasileira: livro dos mestres, caboclos e
encantados, Rio de Janeiro: Pallas, 2000.
206
CAPONE, Stefania, La quête de l’Afrique dans le Candomblé: pouvoir et tradition au Brésil, Paris: Karthala, 1999.
207
PUNTONI, Pedro, A Guerra dos Bárbaros: Povos indígenas e a colonização do sertão do Nordeste do Brasil, 16501720, São Paulo: Hucitec; Editora da Universidade de São Paulo, 2002 (Estudos Históricos: 44).
205
121
La distribution spatiale de ces peuples a été enregistrée de la façon suivante par les
chroniqueurs coloniaux :
Tabajara – localisés à la proximité de la ville d’Olinda, un peu plus au nord.
Potiguara – localisés à proximité de la frontière nord de Pernambuco, ils ont dominé tout le
littoral des capitaineries d’Itamaracá, Paraíba et Rio Grande.
Caeté – localisés de l’embouchure du fleuve São Francisco jusqu’à la ville d’Olinda, siège
administratif de la Capitainerie de Pernambuco.
Les Tabajara ont été les grands alliés des Portugais depuis le début de l’occupation du
territoire de la Capitainerie de Pernambuco. Ennemis historiques des Potiguara, ces derniers
ont été très combattus par les colonisateurs, surtout à cause des étroites liaisons qu’ils ont
maintenu avec les navigateurs, flibustiers et commerçants français qui ont fréquenté
l’embouchure du fleuve Paraíba et le littoral de la Capitainerie de Rio Grande, pendant
presque tout le XVIe siècle208, pour faire le commerce du bois-brésil (caesalpinia echinata).
La deuxième moitié du XVIe siècle a été marquée par l’expansion de la frontière
agricole au nord de la Capitainerie de Pernambuco, où les colons portugais ont avancé avec
les plantations extensives de canne à sucre sur la forêt tropicale, appelée « Forêt Atlantique »
(Mata Atlântica), à partir des importants noyaux urbains d’Igarassu et Goiana, les villes plus
importantes de la Capitainerie après Olinda.
Ce processus d’établissement des moulins à sucre dans cette aire a souligné la fragilité
de la frontière coloniale entre les capitaineries de Pernambuco et leur voisine Itamaracá. Cette
dernière, a été donnée par le roi João III à Pero Lopes de Sousa qui n’a jamais donné la même
attention à sa possession que celle dispensée à Pernambuco par Duarte Coelho.
A l’inverse de Duarte Coelho, qui est arrivé à Pernambuco avec sa famille dès la
réception du don fait par le roi, en fondant des villes (Igarassu, Olinda, Goiana) et en débutant
la plantation de canne à sucre et la production du sucre, Pero Lopes de Sousa n’a jamais
résidé dans sa Capitainerie d’Itamaracá. Il l’a laissée aux soins peu dynamiques de quelques
administrateurs qui ont occupé cette fonction sans jamais se charger de la consolidation de la
Capitainerie comme noyau de développement de l’entreprise coloniale209. Dans cette partie du
littoral et de forêt tropicale territoire des Potiguara, sans avoir une effective action
colonisatrice de la part du donataire ou de ses administrateurs, plusieurs conflits ont été
enregistré entre les colons et les Potiguara, qui ont attaqué et détruit parfois les plantations, et
ont tué les colons au fur et à mesure que la frontière nord de Pernambuco était de plus en plus
occupée par les moulins à sucre.
Ainsi, plusieurs expéditions ont été envoyées par les donataires de Pernambuco pour
combattre les Potiguara au nord de la Capitainerie, mais sans pouvoir compter sur une
effective présence coloniale au-delà de la frontière. S’est alors initié un processus, chaque fois
plus fort, d’intervention des forces coloniales siégés en Pernambuco pour combattre les
Potiguara et leurs alliés français dans le territoire d’Itamaracá. La dernière campagne est
survenue dans la décennie de 1580, déjà dans la période de l’Union Ibérique (1580-1640)
lorsque le Portugal a perdu son autonomie face à l’Espagne, en devenant un seul et même
empire uni sous la couronne de Philipe II.
208
MEDEIROS, Guilherme, “Les Portugais face aux Français dans la conquête des capitaineries de Pernambuco et
d’Itamaracá au XVIe siècle”, pp. 59-88, in NEIVA, Saulo (org.), La France et le Monde Luso-Brésilien : échanges et
représentations (XVIe-XVIIIe siècles), Clermont-Ferrand : Presses Universitaires Blaise Pascal, 2005.
209
ANDRADE, Manuel Correia de, Itamaracá uma capitania frustrada, Recife: FIDEM – Centro de Estudos de História e
Cultura Municipal –CEHM, (Coleção Tempo Municipal, 20), 1999.
122
En 1585, avec la conquête des luso-brésiliens (sous la direction de Fructuoso Barbosa,
envoyé par Philipe II) de l’embouchure du fleuve Paraíba face aux Potiguara et leurs alliés
français, est fondée la ville de Filipéia de Nossa Senhora das Neves et démembrée la portion
nord de la Capitainerie d’Itamaracá (au nord de la baie de Pitimbu). Avec cette partition, la
Couronne fait créer la Capitainerie Royale de Paraíba – « royale » parce qu’elle n’a pas eu de
donataires particuliers, en restant sous la direction des fonctionnaires royaux – une borne de
l’occupation coloniale sur le cours du fleuve Paraíba et tout le littoral dès l’Île d’Itamaracá
jusqu’à la Baie de Traição.
En conséquence de cet effort concentré, plusieurs groupes Potiguara ont été soumis à
l’esclavage dans les moulins à sucre de Pernambuco ou ont été inclus dans les aldeamentos
missionnaires dans les aires de la forêt atlantique d’Itamaracá et de Paraíba. Cette action a fait
diminuer considérablement les combats antérieurement fréquents entre colons et Potiguara le
long de la frontière nord de Pernambuco. Mais il faut remarquer que les groupes Potiguara
habitant au-delà cette frontière coloniale, plus au nord (capitaineries de Rio Grande et Ceará),
ont continué à commercer avec les navigateurs et corsaires français.
Aussi, les Caeté, habitants du littoral sud de la Capitainerie de Pernambuco, ont fait
commerce du bois-brésil (caesalpinia echinata) avec les navigateurs et commerçants français.
Les Caeté, cette nation Tupi grande et guerrière, ont participé à un épisode très particulier qui
a attiré l’attention et la colère des colonisateurs portugais au milieu du XVIe siècle.
Après l’installation de l’évêché du Brésil en 1551210, le premier évêque Pero
Fernandes Sardinha est arrivé à Salvador de Bahia le 22 juin 1552. Cependant les deux
autorités majeures de la Couronne en Amérique portugaise ne sont pas parvenu à une bonne
entente et après plusieurs disputes et querelles entre l’évêque et le Gouverneur-général Duarte
da Costa, le premier en retournant pour Lisbonne pour exposer au roi leurs insatisfactions, son
navire Nossa Senhora da Ajuda a fait naufrage le 15 juin 1556211 à l’embouchure du fleuve
Mucuripe, dans le territoire de Caeté. En accord avec les coutumes des peuples Tupi, qui
pratiquaient l’anthropophagie rituelle, l’équipage et les voyageurs qui avaient survécu, parmi
eux l’évêque, ont été fait prisonniers et après, ont été dévorés rituellement.
La conséquence plus évidente de cet épisode a été la déflagration d’une guerre juste212,
la plupart soutenue par le donataire de Pernambuco, mais avec le soutien du Gouvernementgénéral. La guerre a durée de 1560 jusqu’à 1565 et a été considérée par les colonisateurs
comme une « guerre d’extermination », face la gravité de la faute commise par ce peuple
contre l’autorité ecclésiastique.
La guerre contre les Caeté a été fortement tenace, les Caeté ayant plusieurs fois assiégé
la ville d’Olinda, capitale de Pernambuco. Cependant, avec les renforts reçus du
Gouvernement-général, les Caeté ont été vaincus en 1565 et même si quelques survivants ont
été soumis à l’esclavage dans les plantations de canne à sucre, ce peuple a été considéré
« exterminé ».
Comme nous avons pu le constater, le chapitre des rapports entre les colonisateurs et
les peuples indigènes habitants du littoral du Nordeste du Brésil a fonctionné dès les conflits
jusqu’à la réduction des survivants dans les missions catholiques où à la condition d’esclave.
Les peuples Tupi du littoral ont été combattus, parfois exterminés, d’autres fois accueillis
comme alliés, mais le bilan de ces rapports à la fin du XVIe siècle a été l’acquisition de
210
Créée par le pape Jules III à travers la bulle Super specula militantis Ecclesiae, de 25 février 1551, dans la ville de
Salvador de Bahia, alors siège du Gouvernement-général du Brésil.
211
PITTA, Sebastião da Rocha, História da América Portuguesa [1ère édition 1730], São Paulo : W. M. Jackson, 1964, p.
164.
212
Il y avait plusieurs lois royales interdisant la guerre et l’esclavage des indigènes, mais dans certains cas il y avait aussi la
possibilité d’avoir l’autorisation royale de combattre les groupes insoumis. La guerre faite sous l’autorisation royale a été
désignée par l’expression juridique « guerre juste ».
123
nombreux guerriers réunis dans les missions prêts à combattre aux cotés des portugais contre
des envahisseurs européens ou contre d’autres peuples indigènes insoumis213.
Le travail des missionnaires, surtout des jésuites, dans la construction d’une catéchèse
appropriée aux indiens parlants des langues Tupi a fait surgir l’« Art de la grammaire de la
langue plus utilisée dans la côte du Brésil » (Arte de gramática da língua mais usada na costa
do Brasil), écrite en 1555 par le père jésuite José de Anchieta et publiée seulement en 1595,
elle a été un vrai guide linguistique pour les missionnaires chargés de l’administration des
missions religieuses parmi les indigènes. Cette grammaire a été une compilation des mots et
des formes de plusieurs dialectes et langues Tupi et a composé la « langue générale » (língua
geral), utilisée pour la catéchèse mais pas exclusivement. Elle a été largement utilisée pendant
la période coloniale, prioritairement pour les rapports commerciaux avec les indigènes, et
même comme langue franche entre les métisses nés déjà dans la Colonie. Son usage a été
interdit seulement au milieu du XVIIIe siècle, par le Marquis de Pombal, premier ministre
portugais, contraint par le monopole de la langue portugaise.
Au début du XVIIe siècle les peuples Tupi du littoral oriental avaient déjà été
catéchisés et absorbés par le système colonial, c’est à dire, ils avaient déjà une place dans le
schéma administratif et de production, même s’ils ont continué à reconstruire leurs identités, à
pratiquer leurs rites et coutumes à l’intérieur des missions. Il ne faut pas imaginer les
populations dominées comme passibles d’être modelées complètement par les appareils de
l’État et de l’Église. Elles ont subi de lourdes transformations pendant cette période mais elles
ont aussi fait leurs choix, comme sujets actifs dans ces rapports. La résistance silencieuse à
travers la permanence des traits culturels, par exemple, a été une attitude active face à la
colonisation214 qui marqua de façon indélébile la formation de la population métisse
brésilienne.
Par contre, à cette époque-là les peuples habitant au-delà des « murailles du sertão »
n’avaient encore pas eu de place dans le schéma colonial. Le XVIIe siècle sera la période
d’inclusion des tapuias dans le nouvel ordre établi de l’Amérique portugaise, à travers des
contacts plus intensifs entre les colonisateurs et ces populations autochtones.
Comme nous l’avons évoqué plus haut, déjà au XVIe siècle les portugais ont eu des
informations sur les populations de l’intérieur du continent. Par exemple, le chroniqueur
portugais Gabriel Soares de Sousa, qui a écrit le Traité descriptif du Brésil en 1587 (Tratado
Descritivo do Brasil em 1587) a fait référence aux Aimoré qui ont habité le littoral de la
Capitainerie d’Ilhéus, en affirmant qu’ils « sont descendants, ces Aimorés, d’autres sauvages
que l’on nomme Tapuias »215.
A la fin du XVIe siècle les incursions des portugais vers le sertão commencent à être
plus fréquentes, surtout à cause de l’élevage extensif du bétail qui demande plus d’espaces
libres, chose rare dans la zone de la forêt atlantique de plus en plus occupée par les plantations
de canne à sucre. La perquisition des énormes espaces du sertão par les éleveurs a été la
solution la plus raisonnable pour développer un nouveau modus de production sans porter
préjudice à l’industrie du sucre déjà établie.
Le principal nom associé à cette activité productive enregistré par l’histoire a été
Garcia d’Ávila, famille propriétaire de la Casa da Torre (maison de la tour) qui a construit un
vrai empire de l’élevage du bétail en exploitant les grandes extensions de terre, sans respecter
les frontières des capitaineries, des la proximité de la ville de Salvador de Bahia jusqu’à
213
WILLEKE, Venâncio, “A praxe missionária adotada pelos franciscanos no Brasil – 1585-1619”, in Revista do IAHGP,
vol. XLVI (1961), Recife: Instituto Arqueológico, Histórico e Geográfico Pernambucano, 1967.
214
PIRES, Maria Idalina da Cruz, Resitência indígena nos sertões nordestinos no pós-conquista territorial: legislação,
conflito e negociação na vilas pombalinas, 1757-1823, [thèse de doctorat], Recife : Programa de Pós-Graduação em
História da Universidade Federal de Pernambuco, 2004.
215
SOUSA, Gabriel Soares de, Tratado Descritivo do Brasil em 1587, LII (Descobrimentos, 13) Recife : FJN/Massangana,
2000.
124
l’intérieur des capitaineries de Pernambuco et de Piauí, dépassant les barrières naturelles
comme le fleuve São Francisco. Les travailleurs et les esclaves de la Casa da Torre ont été,
peut-être, les premiers à connaître la réalité de la vie au sertão et à entrer en contact avec les
Tapuias.
Mais on peut dire que c’est seulement après l’invasion du Nordeste du Brésil par les
Hollandais, en 1630, que les rapports avec les peuples du sertão deviennent plus
systématiques. La Compagnie hollandaise des Indes occidentales, société commerciale
anonyme fondée lors des états généraux des Provinces-Unies, en 1602, en contrepartie d’un
financement de l’État, se vit octroyer le monopole du commerce aux Amériques sur les côtes
occidentales de l’Afrique. La Compagnie obtint également le droit de coloniser ces territoires
et d’y entretenir des forces armées. Elle participa également au pillage des établissements
espagnols et portugais dans le monde entier.
En 1624 la Compagnie entreprit la conquête du Brésil avec la prise de Salvador de
Bahia, mais cette entreprise a eu une durée très courte, car les portugais l’ont récupérée en
1625. Cinq ans plus tard, l’incursion sera dirigée vers Olinda qui tomba sur l’armée
hollandaise et l’occupation perdurera pendant vingt quatre ans. Après la chute d’Olinda, les
Hollandais ont élargi pendant les années suivantes leurs conquêtes à tout le Nordeste au nord
du fleuve São Francisco.
Comme ils ont trouvé les Tupi déjà catéchisés par les missionnaires catholiques, la
plupart des indigènes des missions ayant participé à la guerre du coté portugais, les Hollandais
ont commencé à contacter les Tapuias comme stratégie de cooptation des nouveaux alliés
parmi ces peuples indigènes encore hors de la sphère d’influence portugaise.
Les Hollandais ont changé le système d’administration des indigènes par rapport à
celui pratiqué par les Portugais. Les anciennes aldeias missionnaires, encore existantes, peutêtre avec moins d’habitants et surtout d’hommes d’armes, ont continué à être d’importants
points d’appui en fournissant de la main d’œuvre aux villages plus proches. En tant que
pratiquants du protestantisme calviniste, les Hollandais ont basé leurs activités de catéchèse et
d’instruction des Indigènes dans la religion reformée.
Concernant le gouvernement des Indigènes, le changement de direction par rapport
aux Portugais a permis aux colonisateurs de réaliser une assemblée qui a fortement marqué les
différences d’attitude de chacune des métropoles coloniales. En 1645 a été réalisée dans
l’aldeia Tapessirica, à Pernambuco, une assemblée en réunissant les représentants de toutes
les aldeias missionnaires du Brésil hollandais ; notons que les représentants des aldeias étaient
tous des indigènes ou descendants, comme en attestent les noms signés dans le compte-rendu,
traduit du hollandais par Pedro Souto Maior. Convoquée par le gouvernement hollandais en
siége à Recife, cette assemblée a dû discuter les nouveaux paramètres d’organisation pour le
gouvernement des Indigènes. Les représentants ont revendiqué l’implantation dans les aldeias
de la même structure administrative des villes et villages coloniaux, les câmaras municipais
(chambres municipales). Autrement dit, les indigènes ont revendiqué leur propre
gouvernement, leur propre auto gestion, au niveau des aldeias, pareil aux européens habitants
de la Colonie.
Avec leur marque propre, les Hollandais ont contacté et négocié avec les supérieurs
des peuples du sertão (souvent appelés dans la documentation comme principal ou même roi),
comme les cas des Tarairiu, Jandui, Kariri, entre autres. Parfois ces peuples ont accepté d’être
catéchisé dans une aldeia missionnaire (d’orientation calviniste, dans ce cas), et en même
temps on trouve des exemples de groupes qui ont été alliés et qui ont continué à vivre comme
avant.
Le fait d’être allié des Hollandais pendant la période d’occupation du Nordeste (16301654), aura comme conséquence, après la sortie de ceux-là, des rapports très difficiles avec
les Portugais, toujours basé sur la méfiance et le soupçon. L’ensemble de ces motifs donnera
125
occasion à la déflagration de la Guerre des Barbares, déjà mentionnée. Cela sera un des
chapitres les plus sanglants de l’histoire des rapports entre Européens et Indigènes dans
l’Amérique portugaise. Pendant moins d’un siècle beaucoup d’ethnies ont disparues sans
laisser la moindre marque de leurs existences, tout comme plusieurs groupes ou individus
survivants des massacres ont été réduit à la condition d’esclave et transportés aux plantations
de canne à sucre. Ce moment, et ce n’est encore qu’une hypothèse, a, peut-être été l’occasion
de la transposition de l’usage rituel de la Jurema du sertão jusqu’au littoral.
Enfin, nous savons que les processus de contact entre les populations autochtones et
les fronts de colonisation européenne ont vu leurs premières heures dans l’Amérique
portugaise dans la région Nordeste, en apportant rapidement des interférences épuisantes et
même destructrices aux organisations sociales, politiques, économiques et religieuses de ces
populations natives. Ces processus ont été représenté par la fixation des colons européens et
par l’expansion des frontières coloniales à travers l’implantation des modèles d’activités
économiques représentés autant par la monoculture de la canne à sucre que par l’élevage
extensif de bétail, ainsi que toutes les structures associées (factoreries, forteresses, villes et
villages, moulins à sucre, fermes, missions), à partir des noyaux plus puissants de
l’occupation coloniale au Nordeste : les capitaineries de Pernambuco et de Bahia216.
L’antiquité de ces processus au Nordeste a fait grandir les difficultés, de nos jours, pour un
abordage historique plus précis des cultures, des langues, des mœurs et des traditions de ces
populations217, car les transformations qu’ont subi ces sociétés et le silence des sources
concernant ces aspects de la vie indigène, de façon générale, ont rendu presque impossible
aux chercheurs de retrouver un fil conducteur pour faire une histoire plus reculée des peuples
indigènes qui habitent cette région.
L’apparition de l’usage de la Jurema dans une source coloniale
Dans une réunion réalisée à Recife le 16 septembre 1739 – convoqué par le
Gouverneur de la Capitainerie de Pernambuco et annexes, Henrique Luis Pereira Freire de
Andrada – le Conseil des Missions (Junta das Missões) de Pernambuco a eu comme
préoccupation centrale de « chercher les moyens nécessaires pour remédier aux erreurs qui
s’étaient introduites parmi les indigènes, en buvant certaines boissons qu’ils appellent
Jurema » (« se buscassem os meios precisos para se remediar os erros que se têm introduzido
entre os índios, tomando certas bebidas às quais chamam Jurema218 »)
Ainsi, a été enregistré la plus ancienne information écrite dont on ait connaissance
jusqu’à ce jour, de l’usage rituel de cette boisson emblématique qui garde – le long des siècles
et jusqu’à nos jours – une place détachée dans les systèmes de croyances tant des populations
indigènes que des populations métisses qui habitent la région semi-aride brésilienne.
Si, d’un coté, on peut attester la forte présence de la Jurema de nos jours, au milieu des
populations mentionnées au-dessus, en portant un caractère polysémique dans lequel le terme
désigne des espèces botaniques, divinités indigènes, boisson sacrée et entités spirituelles
indigène-afro-brésiliennes219, de l’autre coté, la compréhension du contexte historique dans
lequel cette nouvelle du XVIIIe siècle a été produite, peut révéler des dynamiques alors en
oeuvre dans les frontières coloniales de l’Amérique portugaise.
216
MEDEIROS, Guilherme, op. cit.
OLIVEIRA, João Pacheco de, “Uma etnologia dos ‘índios misturados’? situação colonial, territorialização e fluxos
culturais”, MANA, 4(1): 47-77, 1998.
218
AHU, ACL, CU-015, Cx. 56, D. 4884, 16/09/1739.
219
MOTA, Clarice Novaes da, “Jurema e identidades: um ensaio sobre a diáspora de uma planta”, pp. 219-239, in LABATE,
Beatriz Caiuby, GOULART, Sandra Lucia (orgs.), O Uso Ritual das Plantas de Poder, Campinas, SP: Mercado de Letras,
2005.
217
126
La mise en contexte des dynamiques frontalières entre les espaces connus et ses
populations (déjà colonisés), et les espaces et populations encore inconnus ou peu connus,
nous confronte à des barrières historiographiques difficiles à transposer.
Comme nous l’avons vu plus haut, une de ces barrières est représentée par l’écriture
des références concernant les populations indigènes dans les sources coloniales. Si les récits
de voyage et les chroniques des fonctionnaires royaux et des missionnaires ont bien enregistré
la vie et les mœurs des peuples Tupi du littoral, on ne peut en dire autant des peuples du
sertão.
Cependant, les difficultés à récupérer des informations plus précises sur ces peuples
n’empêchent pas que l’on cherche des itinéraires moins évidents pour récupérer des chemins
susceptibles d’avoir été parcourus par la Jurema, en utilisant des donnés fournies par les
autres sciences proches, tels que l’Anthropologie et l’Archéologie, ou un peu plus
diagonalement par l’Ethnobiologie (à travers l’Ethnobotanique), ou même par les sciences
médicales et chimiques (par rapport aux études des substances psycho actives).
Plus récemment, depuis la décennie de 1990, quelques érudits brésiliens des
populations indigènes du Nordeste – tels que Maria Sylvia Porto Alegre, João Pacheco de
Oliveira, José Maurício Andion Arruti, Rodrigo de Azeredo Grünewald et Clarice Novaes da
Mota, pour n’en citer seulement quelques-uns – sont en train de construire un nouveau regard
sur la prétendue « disparition » des peuples indigènes du Nordeste, en basant cette
construction sur des rapprochements et des dialogues entre l’Anthropologie et l’Histoire
chaque fois plus fréquents et féconds.
En même temps qu’ont avancé ces dialogues interdisciplinaires dans le milieu académique,
pendant les années quatre-vingt-dix, ont commencé des mouvements jusqu’alors
insoupçonnés dans les populations rurales du Nordeste, à travers des mobilisations chaque
fois plus nombreuses, dans le sens de l’auto affirmation en tant que « peuples indigènes », de
parties de ces populations qui sont passés à la lutte et à la revendication pour leur droit d’être
reconnu comme tels par l’État brésilien. Ainsi, à l’inverse de l’idée absolue du processus
historique de « disparition », on a vu dans les dernières années du XXe siècle la croissance
des populations indigènes au Nordeste. Ces mouvements ont causé autant des polémiques que
de révisions des concepts, tout comme la création de nouveaux paradigmes capables
d’éclaircir et de faire entendre ces nouvelles réalités.
Ainsi, nous avons vu au fil des études la création de plusieurs termes pour désigner ces
« nouvelles » populations indigènes, tels que peuples ressurgis ; re-nés ; remis ; résistants
(povos ressurgidos ; renascidos ; remanescentes ; resistentes). La principale caractéristique
qui ressort a été d’être des populations considérées jusqu’alors comme communautés rurales
composées par de simples paysans, surtout métisses – souvent appelés caboclos220 – qui ont
commencé à affirmer leur condition d’indigènes à partir d’un moment quelconque. Ces
groupes sont surtout distribués dans les actuels états de Pernambuco, Bahia, Ceará, Paraíba,
Alagoas et Sergipe.
Concernant l’identification de ces groupes, ils se sont chargés à la fois d’un
ethnonyme déjà enregistré historiquement mais déjà considéré comme disparu, et d’autres fois
d’ethnonymes qui n’ont pas eu d’enregistrement historique. Parfois, les groupes ont la
conscience d’être le fruit de la jonction d’ethnies variés depuis la période coloniale, à
l’occasion des travaux missionnaires.
Entre les plusieurs ethnonymes, on peut citer : Pankararu, Pankararé, Xukuru, Truká,
Kambiwá, Tuxá, Xocó, Pipipã, Tumbalalá, Tremembé, Okren, Kariri-Xukuru, Kariri-Xocó. A
cette liste on peut joindre : Fulni-ô, Kapinawá, Atikum, Pataxó Hã-Hã-Hãe et Potiguara. La
220
L’expression caboclo signifie « métis de blanc avec indigène; sertanejo [originaire du sertão], campagnard » (BUENO,
Silveira, Dicionário da Língua Portuguesa, São Paulo: FTD, 2000).
127
majorité est localisée dans la région semi-aride ; plusieurs se trouvent sur les berges du fleuve
São Francisco, dans son cours moyen et sub-moyen.
Parmi les anneaux culturels qui lient ces populations, nous trouvons l’expression du
rituel du Toré221 et la centralité de la Jurema comme élément rituel, mythologique et
cosmogonique. Ces deux éléments sont présents dans les univers culturels de tous ces peuples
cependant chacun d’eux présente des variations propres qui fonctionnent comme des bornes
frontalières des identités, marques de différenciation entre un groupe spécifique et les autres.
Actuellement, ces caractéristiques sont à l’étude et l’on commence à voir chaque jour
un peu plus de publications scientifiques concernant ces peuples, principalement à cause de la
projection des recherches académiques dans le marché éditorial. Cependant, ces importants
travaux anthropologiques analysent le moment présent et le mouvement d’auto affirmation, en
avançant faiblement dans les études historiques de ces populations. Quelques auteurs se sont
dédiés davantage à ce sujet, c’est le cas de Rodrigo de Azeredo Grünewald, dans un travail
publié récemment et intitulé « Sujets de la Jurema et le rachat de la ‘science de l’Indigène’ »
(Sujeitos da Jurema e o resgate da ‘ciência do índio’222). Ce même auteur vient d’organiser
une importante publication – qui réunit des travaux de plusieurs chercheurs – sur le sujet du
Toré des peuples indigènes du Nordeste comme pilier de la construction de leurs univers
mythiques et religieux223.
Aux cotés des études sur la Jurema dans le contexte strictement indigène, on trouve
aussi d’importants travaux anthropologiques qui abordent son usage au milieu des populations
urbaines, généralement en syncrétisme avec les cultes afro-brésiliens. C’est le cas de Roberto
Motta qui travaille sur ce sujet depuis les années soixante-dix et qui vient de publier un article
intitulé « La Jurema de Recife : religion indigène-afro-brésilienne dans le contexte urbain »
(A Jurema do Recife : religião indo-afro-brasileira no contexto urbano224). On agrandir cette
liste avec les noms d’autres auteurs qui ont travaillé sur ce sujet, tels que Roger Bastide225,
Maria do Carmo Brandão et Ricardo Rios226, René Vandezande, Clélia Moreira Pinto e
Ulisses Paulino de Albuquerque227.
La réflexion historique sur le complexe rituel de la Jurema passe directement par un
nouveau regard, une nouvelle démarche sur la documentation coloniale luso-brésilienne.
Même avec la rareté des références concernant son usage avéré, les sources coloniales
peuvent fournir plusieurs indices de permanences culturelles et de traces de résistances qui
permettraient la mise en perspective des potentialités de survivance de plusieurs éléments
ethniques. Cela signifie qu’il faut apercevoir le système colonial comme un système non
hermétique, qui a permis des espaces de résistance non armés. La vie dans la Colonie a été
doté de dynamiques variables selon l’espace et le temps228, dans cet immense espace
continental qui a compté la succession de plusieurs métropoles coloniales le long des siècles,
comme l’exemple du Nordeste oriental où les conquéreurs portugais, français, espagnols et
hollandais se sont confrontés et succédés. Le choc et la succession de ces pouvoirs coloniaux
ont été gérés en plusieurs phases, véritables vacuités de pouvoir et, dans d’autres cas,
221
Toré : m. mot d’origine probablement Tupi qui désigne une espèce de rite avec danse et chants qui est célébré en plusieurs
occasions. Rituel dansé et chanté caractéristique des indigènes du Nordeste.
222
In LABATE, Beatriz Caiuby, GOULART, Sandra Lucia (orgs), O Uso Ritual das Plantas de Poder, São Paulo:
FAPESP/Mercado de Letras, 2005.
223
GRÜNEWALD, Rodrigo de Azeredo (org.), Toré: Regime Encantado do índio do Nordeste, Recife: Massangana, 2005.
224
In LABATE, B. C., GOULART, S. L., op. cit.
225
BASTIDE, Roger, “Catimbó”, in PRANDI, Reginaldo, Encantaria Brasileira: o livro dos mestres, caboclos e encantados,
Rio de Janeiro: Pallas, 2001.
226
BRANDÃO, Maria do Carmo, RIOS, Ricardo, “O Catimbó-Jurema do Recife”, in PRANDI, Reginaldo, op. cit.
227
ALBUQUERQUE, Ulisses Paulino de, MOTA, Clarice Novaes da (orgs.), As muitas faces da Jurema: de espécie botânica a
divindade afro-indígena, Recife: Bagaço, 2002.
228
CARVALHO, Marcus, Liberdade: rotinas e rupturas do escravismo no Recife, 1822-1850, Recife: Ed. Universitária da
UFPE, 2001.
128
l’administration des territoires et des gens a varié selon la métropole à l’origine du
commandement.
Par ailleurs, si les dialogues entre l’Anthropologie et l’Histoire ont permis d’avancer la
construction de nouvelles réflexions, on doit attribuer à cet effort interdisciplinaire les
contributions de l’Archéologie, en offrant à cette discussion l’ouverture de nouveaux horizons
autant chronologiques qu’interprétatifs.
Ainsi, en reculant encore plus dans l’échelle temporelle, nous pouvons trouver des
informations apportées par l’Archéologie concernant les registres graphiques préhistoriques
de la région semi-aride brésilienne. Ce n’est pas une association facile ni tout à fait
conclusive, cependant il est difficile d’exclure les indices des possibilités de l’existence dans
cette région d’une antiquité préhistorique des rapports entre les populations originaires et
l’élément végétal, dans le sens rituel ou religieux.
Pour cela, l’élément le plus concret qui puisse fonctionner comme anneau de liaison
entre l’usage rituel de la Jurema de la période coloniale et le passé préhistorique est la
présence des « scènes de l’arbre » parmi les exemplaires de peintures rupestres de la région.
Ces scènes sont, jusqu’à ce jour, classifiées comme appartenant à la Tradition Nordeste, une
tradition de peinture rupestre qui a été pratiquée depuis 12.000 jusqu’à 6.000 ans avant notre
ère, comme en attestent Niède Guidon229, Anne-Marie Pessis230 et Gabriela Martin231.
D’ailleurs, si les peintures rupestres ne permettent pas l’identification des espèces
botaniques montrées dans les plusieurs « scènes de l’arbre » – dans lesquelles apparaissent
souvent des groupes humains disposés aux alentours d’un arbre avec les bras levés comme
une attitude de révérence, ou dans d’autres cas, apparaissent deux humains soutenant entre
eux une branche ou un rameau d’un quelconque végétal, ou encore dans d’autres scènes où
sont montrées des individus portant un rameau dans une main – les gestes, les mouvements et
les attitudes montrées fournissent des indices qui infèrent que les populations qui ont habité
cette région pendant la préhistoire possédaient des connaissances et ont élaboré des pratiques
avec l’utilisation d’espèces végétales. Les scènes ont été enregistrées sur les murs des abris
sur roche où l’on trouve aussi des scènes de chasse, des scènes de guerre, des scènes de sexe
et encore d’autres graphismes variés qui montrent parfois des animaux et des êtres humains.
La distinction qui a été donné aux scènes ayant contenu des éléments végétaux indique
l’importance de ce rapport pour ces populations, puisqu’elles sont placées à coté des scènes de
chasse, de guerre et de sexe, c’est-à-dire à niveau égal des activités essentielles à la survie de
ces sociétés.
L’ethnico botanique Richard Evans Schultes a remarqué que “there is ample material
proof that narcotics and other psychoactive plants, such as hallucinogens, were employed in
many cultures in both hemispheres thousands of years ago. The material proof exists in some
archaeological specimens of the plants in contexts indicating magico-religious use and in art
forms such as paintings, rock carvings, golden amulets, ceramic artifacts, stone figurines, and
monuments”232.
Le fait de ne pouvoir associer spécifiquement la Jurema aux peintures rupestres
n’amoindrie pas l’importance de ces registres pour la mise en contexte de son usage par les
populations autochtones, car le complexe mythique religieux de la botanique sacrée de ces
peuples est assez ample, encore aujourd’hui.
Non seulement parmi les actuels peuples autochtones du semi-aride brésilien, mais
aussi parmi les métis – les caboclos qu’ont a mentionné – qui habitent cette même région, on
trouve plusieurs espèces botaniques qui possèdent le statut de « plantes sacrées ». Par
229
GUIDON, Niède, Peintures préhistoriques du Brésil, Paris: ERC, 1991.
PESSIS, Anne-Marie, Imagens da Pré-História, Parque Nacional Serra da Capivara, FUMDHAM / PETROBRAS,
2003.
231
MARTIN, Gabriela, Pré-História do Nordeste do Brasil, 4ª. Ed., Recife: Ed. Universitária da UFPE, 2005.
232
SCHULTES, Richard Evans, Antiquity of the use of New World Hallucinogens, Integration, vol. 5, pp. 9-18, 1995.
230
129
exemple, parmi ces peuples indigènes, on trouve une cérémonie appelée Ouricuri qui est
considérée comme la plus importante dans le calendrier religieux et pendant laquelle l’usage
de la Jurema prend une place fondamentale. « Ouricuri » désigne en même temps la
cérémonie et l’arbre (un palmier), considéré sacré qui fournit des fibres pour la fabrication de
vêtements rituels, et par ailleurs des fruits, des graines et du bois.
Un autre cas que l’on peut citer concerne l’« Umbu » (spondias tuberosa), qui joue
aussi un important rôle dans le cycle cérémoniel de ces peuples, comme c’est le cas des
Pankararu, parmi lesquels le commencement de la saison de l’Umbu ouvre le calendrier
religieux de l’année. On peut également mentionner le « Juazeiro » (Ziziphus joazeiro, Mart.)
et l’« Imburana » (Commiphora leptophloeos, Mart.), comme d’importantes espèces
botaniques présentes dans les répertoires mythiques religieux de ces populations.
Pourtant, de la même façon que les espèces botaniques connues populairement par la
désignation générale de « Jurema » – Ulisses Paulino de Albuquerque233 arrive à répertorier
dix-neuf espèces botaniques sur cette dénomination ou associés à adjectives, tels que « jurema
blanche », « jurema noir », « jureminha [petite jurema] » – les autres pantes citées au-dessus
sont originaires du semi-aride brésilien, comme en attestent Laure Emperaire et Gerda Nickel
Maia234. Aussi les « scènes de l’arbre » de la Tradition Nordeste de peinture rupestre se
déroulent seulement dans la région semi-aride, soit au sud-est de l’État de Piauí, dans le Parc
National Serra da Capivara, soit à la région du sertão de Seridó, comprenant une partie des
états de Paraíba et Rio Grande do Norte ; à Xingó, dans l’État de Sergipe ; à la Chapada
Diamantina (plaine Diamantina) dans l’État de Bahia et encore à Buíque, dans l’État de
Pernambuco.
En retournant sur la documentation du XVIIIe siècle, par au-delà du compte rendu de
la réunion du Conseil des missions de Pernambuco, déjà cité plus haut, on trouve encore deux
lettres du Gouverneur de Pernambuco au roi datées de 1741 qui citent nominalement l’usage
de la Jurema. Aussi, pendant la seconde moitié du siècle, après l’édition du Directoire des
Indigènes (Diretório dos Índios) en 1757, par le Marquis de Pombal, premier ministre du
Portugal, on trouve une adaptation de cet instrument juridique, dédié d’abord à l’État de
Maranhão et Grão-Pará235, faite par le gouvernement de Pernambuco pour être appliquée dans
leur juridiction. Dans les orientations du Marquis de Pombal concernant l’application du
Directoire, il y eu une instruction pour adapter les articles à chaque région à la mesure que les
administrateurs le souhaitaient. Dans le cas de Pernambuco, le gouverneur a précisé dans une
clause spécifique, l’interdiction de l’usage de la Jurema par les indigènes. Cela a été,
probablement, un reflet des discussions commencées au début du siècle, quand la nouvelle est
apparue dans le document de 1739.
La description de l’usage rituel de la Jurema faite dans la documentation de 1739,
semble avoir des éléments très proches des usages chamaniques d’espèces botaniques par
d’autres peuples indigènes d’Amérique. On peut citer le cas de l’usage de l’Ayahuasca, dans
la forêt amazonienne et le cas de l’usage du cactus Peyotl, par les peuples du nord de Mexique
et du sud des Etats-Unis.
Le contenu du document concernant la description des effets de l’usage, qui évoque
des « visions », des « illusions », et la croyance des indigènes en ces visions comme en
« oracles », donnent l’idée de la force de cet usage au sein de l’organisation religieuse de ces
peuples.
233
ALBUQUERQUE, Ulisses Paulino de, MOTA, Clarice Novaes da (orgs.), op. cit., p. 182.
MAIA, Gerda Nickel, Caatinga: árvores e arbustos e suas utilidades, São Paulo: Leitura & Arte, 2004.
235
Au XVIIIe siècle l’Amérique portugaise a été divisée en deux Etats : l’État du Brésil, comprenant toutes les capitaineries
délimitées depuis le XVIe siècle, en incluant les régions de l’ouest de Rio de Janeiro, São Paulo, Minas Gerais et les
frontières avec l’Amérique espagnole (territoires d’abord localisés au-delà du méridien de Tordesillas) ; et l’État de
Maranhão et Grão-Pará, comprenant toute la région nord, c’est à dire l’Amazonie portugaise.
234
130
Voici la description donnée par le Gouverneur de Pernambuco de l’usage de la
Jurema, dans la lettre du 1er juillet 1741 au roi :
« je peut seulement informer à Votre Majesté qu’en exposant dans le Conseil des missions le
Révérendissime Évêque que dans les aldeias la grande majorité des Indigènes a fait usage
d’une boisson appelée Jurema avec laquelle en perdant la conscience sont survenues plusieurs
visions, en les relatant aux autres indigènes qui les prenaient comme des oracles » (só posso
informar a Vossa Majestade que expondo o reverendíssimo Bispo na Junta das Missões que
nas aldeias usavam a maior parte dos índios de uma bebida chamada Jurema com a qual
perdendo os sentidos se lhes apresentavam várias visões, repetindo-as despois e crendo nelas
os demais índios como em oráculos236)
Pour conclure nous pouvons considérer ce travail comme une première contribution de
l’approche historique sur le thème de l’usage rituel de la Jurema dans la période coloniale.
L’approfondissement des réflexions sur les origines ethniques et spatiales de cet usage pourra
apporter des éléments importants pour la compréhension de la formation multiethnique de la
société brésilienne, et surtout, pour ce qui tient à la participation des ethnies indigènes.
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236
AHU, ACL, CU-015, Cx. 56, D. 4884, annexe, 01/07/1741, Recife.
131
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Geográfico Pernambucano, 1967.
133
Relatos de frontera: Alexander Jardine en España y Berbería (1788)237.
Mónica Bolufer (Universitat de València)
Introducción.
Los estudios sobre las fronteras han experimentado un indudable auge en la historiografía de
las últimas décadas, tanto en forma de análisis de la frontera entendida a modo de límite
político y simbólico como de trabajos sobre territorios fronterizos como sociedades dotadas
de características específicas, de dinámicas propias, derivadas de su condición limítrofe. Es
bien sabido que toda frontera constituye a la vez una línea que separa y delimita, un frente
donde se dirimen potenciales conflictos y un espacio que une, permitiendo los intercambios y
el mestizaje. Toda frontera, también, sea cual sea su trazado político y diplomático, y esté
apoyada o no sobre un accidente físico o sobre diferencias visibles en costumbres y lenguas,
es al mismo tiempo, en buena medida, una barrera construida y fabricada mentalmente. En
efecto, la pretensión de marcar las diferencias con respecto a un vecino que cuestiona nuestra
propia identidad conduce a acentuar, exagerándolos, los contrastes entre “nosotros” y los
“otros”, más que los aspectos comunes, a la vez que minimiza las heterogeneidades internas a
cada uno de esos dos sujetos colectivos. De ese modo, las gradaciones más o menos sutiles
del entorno natural, los paisajes y las características culturales, étnicas o lingüísticas acaban
con frecuencia convirtiéndose, a través del esfuerzo de diferenciación, en demarcaciones
aparentemente nítidas e inconfundibles. Así, como señala Edward Said: “La práctica universal
de establecer en la mente un espacio familiar que es nuestro y un espacio no familiar que es el
suyo es una manera de hacer distinciones geográficas que pueden ser totalmente arbitrarias
(…). No hay duda de que la geografía y la historia imaginarias ayudan a que la mente
intensifique el sentimiento íntimo que tiene de sí misma, dramatizando la distancia y la
diferencia entre lo que está cerca de ella y lo que está lejos”238.
El concepto de “frontera”, en el doble sentido de límite territorial entre entidades políticas o
comunidades culturales en el seno de Europa y de separación entre la propia Europa y el resto
del mundo, constituye una forma interesante de enfocar la reflexión crítica sobre qué
constituye lo europeo y cuáles han sido sus relaciones con otras culturas y sociedades239. Por
una parte, como es bien sabido, los límites del territorio europeo, en ausencia de fronteras
físicas evidentes, sobre todo por el Este, se han ido definiendo a lo largo de la Historia, de
forma variable, a partir del énfasis en ciertos rasgos religiosos o culturales que permitían
constituir una identidad, por oposición a ciertas figuras de los “otros”, externos o internos:
“bárbaros”, judíos, musulmanes, herejes o indios americanos. Si bien la reflexión acerca de la
diferencia se había desarrollado ya en la Antigüedad y la Edad Media, el desarrollo de las
navegaciones, el descubrimiento del Nuevo Mundo y la formación de imperios coloniales
abrieron a los europeos, de forma mucho más amplia, el conocimiento y la experiencia de
realidades naturales y humanas profundamente distintas de la propia, que acompañaron a las
empresas de conquista y dominio240. Las informaciones y especulaciones aportadas por toda
237
Este trabajo se ha beneficiado de una estancia en el Instituto Europeo de Florencia entre los meses de junio y julio de
2006, con el apoyo del Vicerrectorat d’Investigació de la Universitat de València, así como de las discusiones en el marco del
proyecto de investigación I+D+I 171/2004, financiado por el Instituto de la Mujer (Ministerio de Trabajo y Asuntos
Sociales).
238
Edward Said, Orientalismo, Madrid, Ediciones Libertarias, 1990, pp. 80-81.
239
Reflexiones más amplias al respecto, en Mónica Bolufer, “Geografías imaginarias, fronteras en transformación. Los
límites de los “europeo”, desde la Antigüedad al presente”, en Las fronteras de Europa, monográfico de Saitabi, 54 (2004; en
prensa).
240
Tzvetan Todorov, La conquista de América: la cuestión del otro. México, FCE, 1987. Anthony Pagden, La caída del
hombre: el indio americano y los orígenes de la etnología comparativa. Madrid, Alianza, 1988.
134
una literatura de viajes por lugares “exóticos”, desde relatos de misioneros de los siglos XVI y
XVII a expediciones científicas del XVIII, pondrían las bases de la etnología comparativa,
para acabar cristalizando en el Siglo de las Luces en complejas teorías acerca del desarrollo
social desde el “salvajismo” a la “civilización”241.
Al mismo tiempo, no obstante, también las diferencias entre pueblos y culturas asentados en
el solar de “Europa” han suscitado a lo largo del tiempo, no menos que los aspectos comunes,
inquietudes y esfuerzos de comprensión. Si los relatos de viajes medievales y modernos
reproducen, en buena medida, los tópicos heredados de la Antigüedad acerca de las
características físicas y morales, “cualidades” y “vicios” de los distintos pueblos, el siglo de
las Luces vería desarrollarse el debate acerca de si los “caracteres nacionales” eran fijos, al
estar determinados por el clima y las condiciones físicas del territorio, como afirmara
Montesquieu en El espíritu de las leyes (1738) o, por el contrario, dependían de las
costumbres modeladas por la historia y, por tanto, estaban sujetos a transformaciones, según
sostiene Hume en su ensayo Of national characters. Polémica que partía, precisamente, de la
conciencia, más aguda que nunca, de los notables contrastes culturales en el seno de la propia
Europa, acrecentada por la práctica mucho más frecuente del viaje, a causa de las mejoras en
los transportes, el aumento de los intercambios comerciales y, en general, el crecimiento
económico del siglo.
En este sentido, las categorías de “civilización” y “primitivismo”, que, con profundas raíces
clásicas y complejas trayectorias medievales y renacentistas, cuajaron en el siglo XVIII en
teorías del desarrollo, funcionaron no sólo para establecer diferencias valorativas entre Europa
y el resto del mundo, sino también para distinguir y jerarquizar “centros” y “periferias” dentro
del propio territorio europeo, trazando fronteras en las que se asignaba a los territorios
periféricos del continente un carácter ambiguo de límite entre lo europeo y lo “primitivo”.
Así, la Europa del Este, en particular Rusia, ocupaba en el imaginario de la Ilustración el
espacio de una transición cultural entre el mundo europeo y Asia, que producía en los viajeros
occidentales impresiones opuestas de familiaridad y extrañamiento242. Por su parte, los
territorios escandinavos suscitaban interés por la presencia en sus confines de poblaciones con
hábitos "exóticos" (como la lapona) que permitían reflexionar sobre los límites entre
salvajismo y civilización243. Al mismo tiempo, los Balcanes, territorios europeos bajo
soberanía otomana, fueron “descubiertos” en el siglo XVIII como un espacio geográfico y
cultural marginal dotado de características propias244. Incluso Italia, centro de la cultura
europea durante el Renacimiento y lugar de peregrinación artística e intelectual todavía en el
XVIII, comenzó a contemplarse desde una nueva óptica que insistía en su carácter meridional,
periférico y atrasado con respecto a la Europa nordoccidental245
Estos estudios establecen un marco de análisis interesante para poner en relación los dos hilos
que, trenzados, configuran la construcción histórica de la identidad europea: la reflexión sobre
las diferencias (sociales, económicas, culturales o políticas) entre los diversos territorios
europeos y el esfuerzo de diferenciación con respecto a otras culturas y sociedades. Sin
embargo, los trabajos citados, en su mayoría anglosajones, suelen omitir otra frontera, la del
241
Michele Duchet, Antropología e historia en el siglo de las Luces: Buffon, Voltaire, Rousseau, Helvecio, Diderot, México,
Siglo XXI, 1975. Roland L. Meek, Los orígenes de la ciencia social. El desarrollo de la teoría de los cuatro estadios,
Madrid, Siglo XXI, 1981.
242
Larry Wolff, Inventing Eastern Europe. The Map of Civilisation in the Mind of Enlightenment. Stanford, Stanford
University Press, 1994. Mª Victoria López-Cordón, “De Moscovia a Rusia: caracteres nacionales y límites europeos en el
imaginario español de los siglos XVII y XVIII”, en M. Bolufer, ed., Las fronteras de Europa, monográfico de Saitabi, 54
(2004; en prensa).
243
Brian Dolan, Exploring European Frontiers. British Travellers in the Age of Enlightenment. Londres, McMillan, 2000.
244
Maria Todorova, Imagining the Balkans, Oxford-Nueva York, Oxford University Press, 1997.
245
Nelson Moe, The View from Vesubius. Italian Culture and the Southern Question, Berkeley, Berkeley University Press,
2002.
135
Sur, marcada por el Mediterráneo, a una orilla del cual se sitúan los Estados musulmanes del
Magreb y a otra la Europa meridional, representada especialmente (por su proximidad
geográfica al Norte de África y por su pasado islámico) por los territorios peninsulares de la
monarquía hispánica. Interrogarnos sobre cómo describen los viajeros procedentes de otras
latitudes esas dos sociedades, fronterizas entre sí y periféricas ambas en relación con los dos
universos de los que forman parte (la Europa cristiana y el Islam) puede ayudarnos a entender
el modo en que se perciben e interpretan las características políticas y culturales de lo que en
el siglo XVIII comenzaban a considerarse como territorios limítrofes entre Europa y
“Oriente”. De esa forma podremos analizar cómo categorías propias del pensamiento
ilustrado, tales como las de “progreso”, “civilización” y “barbarie”, condicionan la percepción
de las sociedades de frontera e indagar en los orígenes de la visión orientalizante que se
impondrá en la cultura europea a partir del siglo XIX.
El texto que hemos escogido para este análisis son las Letters from Spain, Portugal and
Barbary (1788) de Alexander Jardine (1739?-1799). La obra fue publicada en Londres en
1788, de forma anónima, atribuida a “un oficial inglés” (“by an English officer”), aunque la
identidad del autor debía ser un secreto a voces. Jardine fue un militar y diplomático
cultivado, de formación ilustrada y simpatías radicales246. Próximo a la corriente de la
disidencia religiosa unitaria (dissenters), de signo racionalista y demócrata, así como a los
círculos radicales representados por personajes como Mary Wollstonecraft, Thomas Paine o
William Godwin (con quien colaboró en la fundación de un club de discusión filosófica, la
Philomatic Society), sus posiciones sociales y políticas destacan por su audacia en el contexto
de su tiempo, en particular en lo relativo a la gran importancia concedida a la educación como
medio de progreso individual y colectivo y a su convicción de que el avance social requería
de una igualdad entre los sexos. Jardine participó en 1762 en la defensa de Gibraltar, donde
residió hasta 1763 y conoció a la que sería su esposa, Juana, de origen español; volvería a
España en 1766 para ejercer labores de espionaje, fundamentalmente sobre cuestiones
militares. Desde Gibraltar fue enviado en noviembre de 1771 a la Corte de Marruecos, en la
que viviría hasta marzo del año siguiente. Tras unos años en Gran Bretaña, regresó a España
en 1776 hasta ser expulsado con motivo de la guerra de independencia de las Trece Colonias
(1776-1783), en la que España se involucró en 1779. Su última estancia en nuestro país, con
el cargo de cónsul en la Coruña, duró entre 1793 y 1796, fecha en la que fue expulsado de
nuevo al declararse la guerra entre España e Inglaterra; murió en 1799 en Portugal, donde
había sido obligado a exiliarse.
En la década de los 80, viviendo en Inglaterra, Jardine se ocupó de recopilar y ordenar sus
observaciones sobre los países que había recorrido, origen de sus Letters. La obra tuvo una
excelente acogida en su país de origen, donde fue objeto de tres ediciones y otras tres
reimpresiones entre su publicación en 1788 y 1808, además de traducirse al alemán.
Siguiendo las convenciones del género epistolar, recoge un total de 92 cartas compuestas
entre 1771 y 1787 en el transcurso de sus viajes, principalmente por España y Marruecos, así
como por Francia y Portugal. El núcleo de la obra lo componen las 35 cartas escritas desde
España, que ocupan casi la totalidad del segundo volumen (cartas I-XXXV) y que, a pesar de
constituir uno de los relatos más interesantes y originales entre los escritos por viajeros
europeos en nuestro país, sólo recientemente han merecido los honores de una excelente
edición crítica en castellano247. Completan ese segundo volumen siete cartas escritas desde
246
Sobre la biografía de Jardine, véanse José Francisco Pérez Berenguel, “Vida y obra de Alexander Jardine”, en Alexander
Jardine, Cartas de España, Alicante, Universidad de Alicante, 2001, pp. 21-150, y Jane Rendall, “The ‘Political Reveries’ of
Alexander Jardine”, en Malcom Crook, William Doyle y Alan Forrest, eds., Enlightenment and Revolution, Ashgate Press,
2004, pp. 91-113.
247
[Alexander Jardine] Letters from Barbarie, France, Spain and Portugal by an English officer. Londres, T. Cadell, 1788, 2
vols; Cartas de España, edición y traducción de José F. Pérez Berenguel, Alicante, Universidad de Alicante, 2001. He
utilizado esta edición crítica para las referencias a España y la original de 1788 para las cartas desde “Berbería”.
136
Portugal en 1779 (cartas XXXVI-XLII) y una última redactada años después, en 1787, desde
la isla de Jersey (carta XLIII). El primero, por su parte, lo componen las veinte misivas
compuestas en el reino de Marruecos (cartas I-XX) y las 28 escritas desde Francia,
principalmente en París, durante su viaje hacia España en 1777 (cartas XXI-XLIX).
Si bien se adscriben al género, ampliamente desarrollado en el siglo XVIII, de la literatura de
viajes, manteniendo muchas de las convenciones del mismo, como la forma epistolar, las
Letters de Alexander Jardine se singularizan por su mayor inclinación hacia la especulación
teórica. Su perspectiva, como reconoció la crítica ya en su propia época, es la de un
observador filosófico de la sociedad y las costumbre que, si bien no deja de reparar en detalles
concretos de todos aquellos lugares que recorre, constantemente construye, a partir de ellos,
interpretaciones más amplias que pueden leerse, en su conjunto, como una teoría del progreso
de las civilizaciones, sus mecanismos y sus causas, con una especial atención al “gran arte del
gobierno, del que depende en tanta medida el progreso, la civilización y la felicidad de la
humanidad” (Jardine, 1788, I, p. VI).
Entre “bárbaros” y “civilizados”: “despotismo” y conflicto en Marruecos.
Jardine llegó a Marruecos en noviembre de 1771, como oficial experto en artillería, a petición
del sultán, que deseaba ser asesorado en tal materia, y con el encargo por parte de su gobierno
de tratar de mejorar las relaciones de aquel imperio con Inglaterra, en particular de procurar la
liberación de un oficial inglés, el capitán Hays, y su tripulación, recientemente capturados.
Aunque en sus meses de estancia consiguió algunos moderados éxitos diplomáticos, no le fue
posible asegurar la libertad de los militares encarcelados, y en conjunto no pareció quedar
satisfecho de los resultados de sus gestiones, como se aprecia en la exasperación expresada en
muchas de sus cartas.
La estancia de Jardine se produjo en tiempos del sultán Sidi Muhammad Abd Allah (17571790), cuyo gobierno se caracterizó por una mayor apertura hacia Europa, impulsada por el
deseo de asegurar la estabilidad política y el crecimiento económico en sus territorios248. De
ese modo, el sultán favoreció la transformación de la piratería en guerra del corso y procuró
mantener relaciones diplomáticas estables con las potencias europeas, que, por razones
comerciales y estratégicas, abrigaban un particular interés por asegurarse tratos ventajosos
con el imperio de Marruecos, poco permeable en siglos anteriores a la influencia exterior249.
Rivalidad que el sultán trató de hacer jugar en su favor, por ejemplo, en el caso anglo-español,
moviendo sus hilos entre Londres y Madrid. Los vínculos con Gran Bretaña, como con el
resto de países, atravesaron diversos altibajos a lo largo de la segunda mitad del siglo, que se
traducían particularmente en las dificultades puestas al abastecimiento de Gibraltar desde
territorio marroquí cuando las relaciones se tensaban. Particularmente accidentados resultaron
los años comprendidos entre 1767 y 1775, lo que explica que Jardine, llegado a Marruecos
con la presión de asegurar la liberación de sus conciudadanos, se muestre tan sensible a
consignar los signos de favor o de indiferencia recibidos por parte del sultán y los que éste
concedía a diplomáticos y comerciantes de otras nacionalidades, entre ellas España, la gran
rival de Gran Bretaña en las relaciones con Marruecos (I, pp. 60, 84, 152).
El Norte de África constituía en el siglo XVIII un territorio que suscitaba gran interés entre
los europeos, tanto viajeros que se desplazaron a aquellos lugares como filósofos preocupados
por reunir informaciones que sirviesen de argumentos en sus teorías acerca de la naturaleza
248
Ramón Lourido Díaz, Marruecos en la segunda mitad del siglo XVIII. Vida interna: política, social y religiosa, durante el
sultanato de Sidi Muhhammad B. Abd Allah, 1757-1790, Madrid, 1978.
249
Ramón Lourido Díaz, Marruecos y el mundo exterior en la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, Ministerio de Asuntos
Exteriores, 1990. Mercedes García Arenal y Miguel Ángel de Bunes, Los españoles y el Norte de África. Siglos XV-XVIII,
Madrid, MAPFRE, 1992, pp. 149-153.
137
humana, la dinámica de las sociedades y el sentido de la evolución histórica. Sus testimonios,
según Ann Thompson, se diferencian sustancialmente de los escritos a partir de principios del
XIX, precediendo o acompañando a la colonización francesa de Argelia, en los que, en
general, se manifiesta de forma descarnada el desprecio hacia los habitantes del Magreb,
considerados por naturaleza inferiores, de modo que la ocupación del territorio por los
europeos quedaba justificada como una misión civilizadora250. Por el contrario, en el siglo
XVIII los viajeros muestran una mayor curiosidad, no exenta de prejuicios, pero abierta a
explorar la diversidad humana, cultural y política de aquellos territorios y a explicarla con
criterios menos estrictamente deterministas.
Por supuesto, son muchas las diferencias en el tratamiento del Norte de Africa entre los
distintos viajeros europeos que recorrieron aquellos territorios o los filósofos que
reflexionaron sobre ellos, dependiendo de su procedencia, su formación o la cronología y
circunstancias de su viaje y sus escritos. En este sentido, quizá el relato de Jardine pueda
situarse entre los que presenta un tono más severo. En efecto, la impresión que le produjo el
imperio marroquí fue profundamente negativa desde el inicio, lo que puede atribuirse solo en
parte a la frustración que pudo producirle el relativo fracaso de su misión diplomática. Su
valoración acerca de las diferencias entre las costumbres europeas y aquellas que su nuevo
viaje le permite conocer es la de un absoluto abismo social y cultural:
“La vasta diferencia en todo al pasar estas calles es, quizá, mayor que en otra distancia similar
en cualquier lugar del globo, y sorprende tanto a un europeo, que no sabe por dónde empezar
para describir las personas o las cosas aquí. Nos sentimos atónitos ante la total diferencia de
costumbres, hábitos, opiniones, vestimenta, comida, artes, herramientas, etc, y ante las formas
diferentes y opuestas de hacer casi cualquier cosa, como si las gentes en estas orillas opuestas
pretendiesen mostrar en todo su aversión unos hacia otros” (I, p. 12).
Se ha argumentado que en el siglo XVIII el Magreb constituía para la imaginación europea
una región marcada por la ambigüedad, que no se avenía exactamente con ninguna de las
categorías forjadas por los filósofos para clasificar la evolución de las sociedades251. A
diferencia de los espacios abiertos a la exploración, colonización y conquista -América en los
siglos XV y XVI o el Pacífico en el XVIII-, formaba parte del mundo conocido, con el que los
europeos habían mantenido relaciones desde hacía siglos. Por ello, las descripciones del Norte
de África oscilan entre tres polos. Uno, el que subraya su herencia romana y cristiana, anterior
a la expansión del Islam, buscando y a veces idealizando los vestigios de un pasado
compartido con Europa, en particular la Europa mediterránea. Otro, el que lo asimila al resto
del continente africano, insistiendo en su radical diferencia respecto a Europa y describiéndole
en términos de salvajismo o, a lo sumo, barbarie. Otro, en fin, el que (en mayor medida en el
caso de las regencias turcas de Argel, Túnez y Trípoli) lo percibe como parte del mundo
“oriental”, en su versión otomana, visión que, junto con la anterior, y a pesar de ser
contradictoria con aquella, acabaría imponiéndose en el siglo XIX. Entre estas distintas
actitudes, Jardine se adscribe más bien a la segunda, al acentuar en múltiples pasajes, como el
citado anteriormente, la “africanidad” de Marruecos, presentando el Mediterráneo como una
barrera cultural prácticamente infranqueable que separa territorios en todo opuestos. Sin
embargo, su relato incluye también cierta sensibilidad a matices de tiempo y lugar, a la
evolución de las costumbres y el gobierno a través de la historia o a sus variaciones
territoriales (I, pp. 90, 169, 183).
250
Ann Thomson, Barbary and Enlightenment. European Attitudes towards the Magheb in the eighteenth century, Leiden-N.
York-Copenhague-Colonia, E. J. Brill, 1987.
251
Thomson, Barbary and Enlightenment, passim, esp. pp. 1-2 y 41-63.
138
En cualquier caso, para Jardine de ningún modo Marruecos cumple con los requisitos que
cabe exigir a un país civilizado, sino que figura entre las “naciones rudas” cuyo ejemplo para
los europeos residen más bien en hacerles conocer aquello que es necesario evitar a toda costa
(I, pp. 171-173). A diferencia de otros territorios no europeos, que a ojos occidentales
constituían sociedades ancladas en el estado de naturaleza (“salvajes”) o apenas despegadas
de él (“bárbaras”), no podía sino reconocerle un pasado de esplendor, el de Al-Andalus,
identificada como una sociedad próspera, culta, tolerante y refinada (I, p. 15, 18). Sin
embargo, su historia posterior sería la de una decadencia o, más todavía, de una
“degeneración” extrema hasta el presente estado, que califica, en general, como de “barbarie”,
categoría intermedia entre “salvajismo” y “civilización”. En lo económico, subraya la
precariedad técnica, la ausencia de una verdadera división del trabajo y la falta de suficientes
relaciones con Europa como para introducir, a través del comercio, artículos, costumbres y
hábitos occidentales (I, pp. 14-15). En lo social, cree apreciar una falta de la comunicación y
sociabilidad que definen a una sociedad propiamente civilizada: “Las gentes criadas en tales
países ignoran en absoluto los principios sociales que suponemos naturales en el hombre (I,
pp. 3-4; también p. 22). Al mismo tiempo, fiel a su convicción, expresada en otros lugares, de
que el progreso de las sociedades requiere de una igualdad entre los sexos, deplora la
situación de las mujeres en Marruecos, cuya postergación social le parece un signo revelador
del atraso del país: “Donde las mujeres no son consideradas más que como esclavas
domésticas, y el matrimonio como una especie de compra, aquellas no pueden tener ningún
peso o influencia en la sociedad, que de ese modo difícilmente puede mejorar y refinarse” (I,
p. 109). En lo religioso, caracteriza al Islam, sin mayores matices, como una religión basada
en la intolerancia (I, 17, 30). Y en lo cultural, lamenta la falta de vida intelectual, que
contrasta con el brillante pasado de la España islámica (I, 115-116).
Sin embargo, su principal acusación es la que formula contra el gobierno, al que culpa de ser
el principal responsable de la pobreza, ignorancia y atraso del país. El “despotismo”, afirma,
contrarresta la tendencia natural de las sociedades de avanzar hacia la mejora y el progreso,
atándolas a un estado asimilable a la barbarie (I, 16). En efecto, su descripción de la Corte
alawí, del propio emperador y sus hombres de confianza y de los mecanismos de gobierno no
puede ser más negativa, y se ajusta en todo a los rasgos que en la filosofía europea
caracterizan el “despotismo” oriental. Soberanos caprichosos, en el mejor de los casos (como
el del presente sultán), o crueles (como sus antecesores), que tienden a gobernar por el miedo,
inculcando en el pueblo el temor, por medio de castigos arbitrarios e impuestos excesivos (I,
cartas XVII-XVIII), y un régimen sucesorio confuso, que alienta las conspiraciones
cortesanas o las rebeliones violentas (I, pp. 32, 40, 187), constituyen, a su juicio, otros tantos
elementos de ese gobierno. Aunque reconozca al sultán el mérito de haber atemperado un
tanto la arbitrariedad y crueldad de sus antepasados (I, 53, 65), considera que ni su educación
ni los hábitos profundamente arraigados en la cultura política del país permiten albergar
esperanzas de que bajo su gobierno se produzca el cambio drástico que sería necesario para
mejorar la vida de sus súbditos.
Despotismo, violencia y conflicto son elementos que aparecen habitualmente conectados en la
teoría política europea, y constituyen también en Jardine ejes que articulan sus observaciones
acerca del país. El conflicto parece permanecer latente la mayor parte del tiempo, puesto que
la impresión general que le merecen sus habitantes es más bien la de una apática indolencia.
Sin embargo, considera que ésta, más que prueba de un talante pacífico, es el resultado de su
extrema pobreza y del ejercicio despótico del poder por parte de sus gobernantes, por lo cual
constituye tan sólo una fachada tras la cual se esconde la inclinación hacia la violencia, que
estalla en cuanto fallan los mecanismos de contención: “Su historia está llena de continuos
tumultos, masacres y guerras civiles” (I, 159; también p. 50). En particular, como es sabido, el
acceso al trono constituía una circunstancia propicia al enfrentamiento armado entre los
139
distintos pretendientes, como había sucedido en fechas no tan lejanas, a la muerte de Mawlay
Ismail, al desencadenarse la guerra entre Mawlay al-Mustadi y Mawlay Abd Allah, este
último padre del presente sultán. Jardine no deja de señalarlo así (I, p. 159), omitiendo, en
cambio, hacer mención a que los países europeos, entre ellos Gran Bretaña, intervenían en
ocasiones en estas disputas sucesorias de acuerdo con sus propios intereses, para atribuir, en
cambio, la inestabilidad y el conflicto al carácter nacional: ”Los moros, es cierto, son
impulsivos, fieros e impacientes, traicioneros y crueles, y han de ser gobernados con vara de
hierro, que debe estar siempre a su vista. Cuando por fin se rebelan y encuentran un líder,
como en la mayoría de los países despóticos, alcanzan todos los extremos de desesperada
crueldad y desolación” (I, p. 162). Esa caracterización se apoya en los añejos tópicos (con
raíces en el pensamiento griego clásico, por ejemplo en la Política de Aristóteles, y una
influyente formulación en El espíritu de las leyes -1738- de Montesquieu) según los cuales la
violencia sería un rasgo de personalidad entre los súbditos de un déspota, acostumbrados a ser
controlados por la fuerza, y por ello carentes del autocontrol y la temperancia que caracterizan
al individuo civilizado, aquel capaz de respetar el imperio de la ley sin necesidad de ser
coaccionado a ello por las autoridades (I, 51). A su vez, el temor casi paranoico a rebelión de
sus súbditos, propio de soberanos acostumbrados a enfrentarse a intrigas y traiciones en el
difícil camino del acceso al trono, induciría a éstos, una vez instalados en el poder, a ejercerlo
sin escrúpulos, convencidos de que el único modo de mantenerlo es intimidar a su pueblo y
mantenerlo en la pobreza y la ignorancia (I, pp. 161-162).
De forma análoga, el gobierno doméstico reside, según la visión de Jardine, en una
imposición por la fuerza de la autoridad masculina que sólo produce una apariencia de orden,
para la cual utiliza un lenguaje cargado de connotaciones políticas, asimilando esa
arbitrariedad al despotismo regio; así, refiriéndose a la necesidad de que las costumbres y
productos europeos penetren en los hogares, Jardine afirma que: “Ni los hombres ni las
mujeres tendrán ocasión para [adquirir] nuestros delicados productos, mientras los primeros
sean tiranos y estas últimas esclavas” (I, p. 74).
Su descripción pone el acento en el inmovilismo de las prácticas y las costumbres, sin
transformaciones sustanciales a través de los siglos. El sentido del cambio, en todo caso,
reside en una degeneración progresiva desde los tiempos florecientes del Islam en España:
“Las artes y el comercio (…) existen aquí, pero en una especie de infancia perpetua; no en un
estado de progresión, como en Europa, sino siempre iguales, supongo, en los últimos mil
años” (I, p. 14). Su conclusión es que, en ausencia de un príncipe realmente ilustrado que
pueda introducir las necesarias reformas, la única esperanza futura de mejora para el país
consistiría en ser colonizado por una “nación generosa y civilizada” (I, p. 103), declaración de
intenciones que se haría cada vez más frecuente hacia finales de siglo y que acabaría
justificando, a principios de la centuria siguiente, la colonización francesa de Argelia.
Sería injusto, con todo, afirmar que Jardine se limita a abrazar mecánicamente todos los
tópicos seculares que circulaban en Europa acerca de las sociedades islámicas. Observador
atento, en su recorrido por Marruecos, como en su viaje por España, se muestra muy sensible,
por ejemplo, a las diferencias regionales que establecen matices o contrastes geográficos y
humanos dentro de un mismo Estado, por ejemplo entre los pueblos nómadas y sedentarios,
entre los descendientes de los primitivos habitantes y aquellos de origen árabe o entre la
población rural y la de las ciudades (I, 90, 169, 183). Y su insistencia en el despotismo como
responsable en última instancia de la pobreza material e intelectual del país encontrará
correspondencia en sus críticas, asimismo durísimas, contra el absolutismo monárquico en
nuestro país.
Sin embargo, su relato sitúa a Marruecos del otro lado de la línea que separa al mundo
civilizado, identificado con Europa o, más propiamente, con la Europa nordoccidental, de
aquellas regiones del mundo extraeuropeo que, sin poder ser calificadas de “salvajes” (lo que
140
equivalía a no reconocerles virtualmente ningún tipo de organización social o estructuras
políticas), constituían, a los ojos occidentales, tierras “bárbaras” o, a lo sumo, dotadas de
algún elemento de civilización (como la existencia de ciudades o comercio), sin alcanzarla
plenamente. En efecto, al llamar a los sultanes “príncipes de Berbería, o príncipes bárbaros”
(I, p. 23), Jardine juega con la ambigüedad que el término inglés “Barbary” (“Berbería”),
como su equivalente francés, “Barbarie”, tenían en el imaginario europeo de la época, en el
que evocaban, además de un territorio concreto, una categoría antropológica, un estadio de
desarrollo humano intermedio entre la “civilización” y el “salvajismo”. En su relato,
Marruecos tiende a asimilarse al “Oriente”, que desde finales del siglo XVII suscitaba una
creciente fascinación en la cultura europea, pero que en última instancia quedaba
caracterizado por una serie de estereotipos indicativos de la superioridad de Occidente: la
ociosidad, la sensualidad, el despotismo, la violencia, la falta de ley. Así lo precisa Jardine al
deplorar las nefastas consecuencias de “todos estos estúpidos gobiernos orientales”, situando
entre ellos al marroquí (I, p. 16) o al lamentar la falta de sociabilidad que, a su juicio,
caracteriza la vida y los valores del país vecino:“¡Estas son las costumbres orientales, y los
efectos de la opresión!” (I, p. 4). Sin embargo, al mismo tiempo no deja de reconocer la
paradoja por la cual lo “oriental”, más que una realidad geográfica, constituía una categoría
valorativa cuya aplicación resultaba en buena medida arbitraria: “Vemos aquí costumbres
orientales, sin necesidad de marchar a Oriente” (I, p. 15)252.
En los límites de Europa: las reflexiones sobre España.
El viaje a Marruecos proporcionó a Jardine elementos de comparación a la hora de componer
sus descripciones de España, la parte más extensa de su obra, basada en sus largas estancias
en nuestro país, con el que llegó a desarrollar fuertes vínculos personales. En la mirada de los
extranjeros, España constituía un país periférico y atrasado, cuya imagen venía caracterizada
fundamentalmente por el despotismo político, el oscurantismo religioso (encarnado sobre todo
por la Inquisición), la crueldad de sus actividades colonizadoras en América y el arcaísmo y
pobreza de su vida intelectual253. Alejada, tanto geográfica como culturalmente, de lo que
desde el siglo XVII se había venido configurando como el centro político, económico y
cultural de Europa, principalmente Francia, Inglaterra y las Provincias Unidas, constituía un
país relativamente mal conocido, cuya imagen fuera de nuestras fronteras quedaba, al menos
hasta mediados del siglo XVIII, muy mediatizada por el influjo de la literatura del Siglo de
Oro y por los relatos novelescos de los viajeros del Barroco. Sin embargo, a partir de los años
1760, con el considerable aumento de los viajes de extranjeros, en particular británicos, la
imagen del país fue actualizándose a través de la divulgación de nuevos relatos que
difundieron por Europa impresiones más ajustadas de la sociedad española contemporánea.
Muchos de ellos iniciaban su viaje con la convicción de adentrarse en un territorio poco
conocido por sus compatriotas, del que Voltaire afirmara en 1766, en carta al viajero inglés
Sherlock: "Es un país del que sabemos tan poco como de las regiones más salvajes de África,
pero no vale la pena conocerlo". El propio Jardine parece haber compartido esa excitación de
entrar en un país lleno de connotaciones novelescas en la imaginación europea, y así lo
252
El “Oriente”, como ha analizado Edward Said, Orientalismo, Madrid, Ediciones Libertarias, 1990, constituye una
construcción semimítica que solo adquieres sentido desde la perspectiva de Occidente. El término inglés “Orient” solía
identificarse con el Extremo Oriente (en particular India y otros territorios implicados en el comercio de la East Indian
Company), siendo “Levant” la denominación utilizada para designar a Turquía y el Oriente Medio, aunque “oriental”
también se usaba, más vagamente, para referirse a todo lo que era islámico; en ese sentido, los viajeros del siglo XVIII por el
Magreb difieren en su apreciación de si el territorio que recorren forma o no parte del “Oriente” (Thomson, Barbary and
Enlightenment, pp. 53-54).
253
Mª Victoria López-Cordón, Realidad e imagen de Europa en la España ilustrada, Segovia, Patronato del Real Alcázar,
1992; Alejandro Diz, Idea de Europa en la España del siglo XVIII, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,
2000, cap. 12.
141
reconoce al admitir entre sus acompañantes y en sí mismo cierta fascinación por lo
desconocido: “no sin la esperanza de vivir algunas aventuras curiosas en estos pasajes de
leyenda, puesto que, según creo, la sola mención de España despierta en la mente,
especialmente en los jóvenes, ideas de algo romántico y maravilloso” (Jardine, 2001, p.
163)254.
Sin embargo, la visión de España que emerge en su relato, como en general entre sus
contemporáneos, no puede encuadrarse todavía bajo el prisma orientalizante o
“semiorientalizante” que se haría tan común en el siglo XIX, cuando el pasado y presente del
país pasaron a interpretarse fundamentalmente desde la herencia islámica, convirtiéndolo en
destino y evocación preferida de los escritores y viajeros románticos que buscaban al sur de
los Pirineos, como en Asia o en África, la emoción de lo "primitivo" o lo exótico255. Aunque
puedan hallarse en algunos viajeros ilustrados elementos que alimentarían, con el tiempo, el
tópico de la “España mora”, por ejemplo en la insistencia del barón de Bourgoing, William
Dalrymple, Henry Swinburne o William Beckford, en buscar la huella árabe en costumbres y
manifestaciones artísticas, desde el arte barroco al hábito de las damas de sentarse en cojines
sobre el suelo, la plena adscripción de España al mundo europeo resultaba en el siglo XVIII
una evidencia256.
Es a partir esa convicción implícita como Jardine enhebra sus reflexiones sobre España, que
tienen como leitmotiv el análisis de las causas de su decadencia y la valoración de su estado
actual, así como de las reformas emprendidas por los gobiernos borbónicos257. Jardine
describe España como un país situado en los escalones más bajos de la pirámide europea del
progreso, y cuyas estructuras sociales, económicas y políticas requerían de profundos cambios
para poder alcanzar un grado aceptable de desarrollo, transformaciones que desconfía que
puedan realizarse en un futuro próximo (pp. 220-223, 408-409). Como otros viajeros
británicos, atribuye la decadencia hispánica a una combinación de elementos entre los que se
contarían las consecuencias económicas y sociales de la avalancha de plata americana, la
expulsión de judíos y moriscos, la excesiva desigualdad social o el desmesurado poder de la
Iglesia y, muy en especial, los defectos del gobierno, causa última y fundamental del declive.
En efecto, para Jardine, preocupado, como tantos ilustrados, por extraer de sus observaciones
lecciones generales sobre las leyes que rigen el desarrollo de las sociedades, el caso español
sirve de ejemplo y de advertencia, como lo fuera para Montesquieu en El espíritu de las leyes,
acerca de las nefastas consecuencias del mal gobierno, más precisamente, de la tendencia
hacia el “despotismo” político (pp. 207, 394). La historia de España en los últimos siglos, tal
como la relata, consiste, así, en un declive continuado desde tiempos de los Reyes Católicos,
vinculado directamente al proceso político de constitución del absolutismo regio y erosión de
las libertades tradicionales de los reinos. Tal tendencia, iniciada con Carlos V y continuada
por sus sucesores, habría culminado en el siglo XVIII, para Jardine el punto más bajo en la
decadencia del país, a causa del centralismo borbónico y de la vinculación con Francia en
254
En otro lugar precisa que la falta de conocimiento acerca de España se debe más bien al desinterés del público que a la
carencia de escritos: “Creo que existe la queja bastante generalizada de que España es poco conocida, pero esto debe
achacarse más a la falta de lectores que a la de escritores, puesto que si se indaga descubrirá que es mucho lo que se ha
escrito sobre la materia. Puede ocurrir que estos escritores sean menos leídos o conocidos que los de otros países, que las
obras no acierten a proporcionar las ideas que de ellas se esperan y que esta Península sea menos visitada por encontrarse
fuera de las vías de comunicación habituales” (p. 231).
255
Elena Fernández Herr, Les origines de l'Espagne romantique. Les récits de voyage, 1755-1823. París, 1973. Xavier
Andreu, “El triunfo de Al-Andalus: las fronteras de Europa y la “(semi)orientalización” de España en el siglo XIX”, en M.
Bolufer, ed., Las fronteras de Europa, monográfico de Saitabi, 54 (2004; en prensa).
256
Fernández Herr, Les origines…, pp. 119-128; Consol Freixa, Los ingleses y el arte de viajar, Barcelona, Ediciones del
Serbal, 1990, pp. 114-120. Mónica Bolufer, “Civilización, costumbres y política en la literatura de viajes a España en el siglo
XVIII”, Estudis, nº 29 (2003), pp. 255-300.
257
Véanse Juan Francisco Pérez Berenguel, “La sociedad y las costumbres españolas del XVIII: la perspectiva de Alexander
Jardine”, Trienio, nº 29 (1997), pp. 5-25; "Alexander Jardine y la polémica sobre las causas de la decadencia española",
Hispania, vol. LIX/2, nº 202 (1999), pp. 625-636.
142
virtud de los pactos de familia, postración apenas mitigada por las reformas emprendidas
durante los reinados de Fernando VI y Carlos III, sobre cuya efectividad se muestra
profundamente escéptico.
En su conjunto la imagen que ofrece es la de una tierra anclada en el pasado, donde
predominan la inercia, el apego a la tradición, la superstición y la ignorancia. La que emerge
en sus páginas no es una sociedad violenta o conflictiva, sino más bien apática, dominada por
la inactividad (representada en la proliferación del clero o en el desinterés de la nobleza
terrateniente por la gestión de sus propiedades): “En resumen, una eterna demora, abulia,
indiferencia y corrupción parecen impregnar a todas las categorías sociales y a cualesquiera
clase de negocios, y haber contagiado a la nación entera, y principalmente a la justicia y al
gobierno” (p. 321). El tópico de la “indolencia y haraganería” (p. 371), vicio habitualmente
atribuido a los españoles, así como a los pueblos “salvajes” y a los súbditos de los
“despotismos orientales”, remite al debate intelectual anteriormente mencionado sobre la
forma en que debían interpretarse las diferencias en las costumbres, talante y tendencias
políticas de los distintos pueblos, bien como distinciones naturales, determinadas por el clima
y la geografía o en clave sociológica, como resultado de la evolución histórica. Algunos
viajeros, especialmente franceses y más raramente británicos, atribuían la “indolencia”
española a la calidez del clima, de acuerdo con el lugar común que consideraba a las regiones
cálidas más propicias a la pereza, pero también al desarreglo de las pasiones y el despotismo
del gobierno, reservando a los países templados las virtudes de la temperancia, tanto en lo
moral como en lo político258.
Jardine también se hace eco del dilema entre la naturaleza y la cultura en la explicación de los
“caracteres nacionales”. Así, se refiere en ocasiones a las virtudes y vicios propios de los
españoles como rasgos naturales, aunque resulte difícil precisar hasta qué punto los entiende
como determinados por las condiciones físicas o simplemente como constitutivos y
persistentes en el tiempo (pp. 224-225). En efecto, en algunos pasajes subraya como
fundamental la influencia del clima sobre el carácter y las costumbres, de acuerdo con la
dicotomía Norte/Sur que en el siglo XVIII servía tanto para marcar la diferencia entre Europa
y otras regiones más cálidas del mundo como para establecer distinciones y jerarquías en el
propio continente europeo, cuyo centro económico y político había basculado desde finales
del XVI del Mediterráneo al Atlántico:
“Este carácter apasionado y sensible, que procede de algún tipo de irritabilidad del cuerpo o
de la mente, se extiende por las provincias del sur y creo que, por lo general, que desde
parece acompañar al sol en todo el mundo” (p. 197).
“En sus viajes quizá debería empezar por el norte de Europa, donde las costumbres y las
virtudes, el espíritu de la guerra y los hábitos de laboriosidad y de aplicación resultan de un
tipo más adecuado y necesario para nosotros [los ingleses] que los del sur” (p. 401).
Asimismo, se muestra muy sensible acerca de las diferencias regionales que, marcadas tanto
por las condiciones geográficas como por la historia, dan lugar a “caracteres” distintos de
Norte a Sur de la geografía peninsular, reflexionando acerca de cómo las costumbres,
tradiciones y formas de vida, y aun el aspecto físico y carácter de los habitantes, difieren de
Andalucía a Galicia, Asturias o las provincias exentas259. Por otra parte, alude a la influencia
de la geografía, en el caso de España a su situación periférica, en el límite de Europa, como un
258
Así, Philip Thicknesse, A Year’s Journey through France and part of Spain. Bath-Londres, 1777, vol. 1, p. 126, mientras que
Henry Swinburne, Travels through Spain in the years 1775 and 1776. In which several monuments of Roman and Moorish
architecture are illustrated by accurate drawings taken on the spot. Londres, Elmsley, 1779, p. 370, por el contrario, la
atribuye a la pobreza y el temor a la Inquisición.
259
José Francisco Pérez Berenguel, "Diversidad regional y caracteres nacionales en la España del siglo XVIII según
Alexander Jardine", Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII, nº 6-7 (1996-97), pp. 183-238,
143
elemento que habría contribuido al aislamiento del país: “Considero que su situación aislada
es el origen de muchas de estas singularidades, de que sea menos conocida, de que posean un
menor conocimiento del mundo y de que le influyan menos los cambios de éste que a casi
ninguna otra nación europea” (p. 368).
Sin embargo, a su juicio la balanza entre los factores físicos y los sociológicos se inclina a
favor de estos últimos, de modo que el atraso español no aparece como fruto del
determinismo climático, sino que, como resultado de un proceso de decadencia desde una
posición hegemónica en Europa, responde a razones históricas, en particular la intolerancia
religiosa y el excesivo poder de la Iglesia y el sistema de gobierno absoluto o “despótico”,
causas profundas de todos los males que afligen al país, desde el declive económico y los
escasos avances técnicos y científicos al desarreglo de las costumbres y la moral. Lejos de
corresponder a una inclinación de la población hacia el servilismo y la apatía, el absolutismo
monárquico, según Jardine, violentaba y pervertía un “carácter español” que “parece necesitar
y merecer un gobierno de libertad y seguridad” (p. 225); así, concluye:
“Al degradar tanto el retrato de la decadencia de España, no quisiera poner en tela de juicio el
carácter nacional de sus habitantes, al que, por el contrario, respeto y tengo por uno de los
mejores del mundo. Pero la nación es una cosa y el gobierno otra” (p. 410).
¿Frontera nítida o gradación?
De las observaciones de Jardine parece desprenderse que enjuicia los territorios a los
que dedicó más larga atención en sus cartas, España y Marruecos, de acuerdo con parámetros
distintos, como vecinos geográficamente próximos pero meridianamente diferentes: el
primero de ellos adscrito de forma clara a los rasgos de un país europeo, y el segundo
interpretado, en buena medida, siguiendo los tópicos que ya en el siglo XVIII servían para
definir lo “oriental”. Sin embargo, no deja de establecer frecuentes paralelismos entre ambos.
Unos, peregrinos, como la especulación acerca del posible origen árabe del pueblo maragato
(p. 324), o el carácter triste y melancólico que, a su juicio, revisten grandiosos edificios como
el monasterio de El Escorial o el palacio real de Aranjuez (pp. 302, 305). Otros, más
argumentados, como la referencia a la escasa población tanto de las montañas del Atlas como
del interior peninsular (“A través de la mayor parte de la región podía haberme imaginado
viajando por entre las muy separadas aldeas árabes, que consisten en unas cuantas cabañas
miserables escasamente desperdigadas por entre las montañas” –pp. 243-244), la queja por las
dificultades del viaje en ambos países (I, p. 2) o el vínculo entre catolicismo e Islam como
religiones intolerantes (“Pensemos lo que pensemos de nosotros y del norte de Europa, el
mahometanismo y el sur de Europa siguen mereciendo la calificación de fanáticos” –p.
180)260. En otros aspectos, la comparación no se hace explícita, pero las categorías utilizadas
para la descripción son muy similares, prácticamente idénticas en ocasiones: ideas como las
de desconfianza extrema de los gobernantes respecto al pueblo (p. 357), inmovilismo,
indolencia y apatía, degeneración arraigada, difícil de erradicar a través de medidas políticas
(p. 279), que hacen concebir escasas esperanzas respecto al futuro de ambos países. Ello no
significa que el paralelismo se lleve hasta sus últimas consecuencias, y de hecho en las
descripciones de España (no así en las de Marruecos) menudean también otros referentes de
comparación, en particular los Estados contemporáneos de Inglaterra y Francia, o el propio
pasado de Europa, del que España, por su atraso, sería un ejemplo vivo.
Sin embargo, las referencias mutuas no son en absoluto casuales, y aquellas más
reiteradas remiten, fundamentalmente, a dos elementos que son cruciales en los análisis de
260
En otro lugar se pronuncia a favor del Islam en cuanto a tolerancia religiosa, aunque no aludiendo al presente, sino a la historia
de Al-Andalus como ejemplo de convivencia pacífica entre religiones (p. 289).
144
Jardine y en los criterios que para él, como para muchos de sus contemporáneos, permiten
valorar el grado de desarrollo de un país: el gobierno y la sociabilidad. Por una parte, la
arbitrariedad, la falta de libertad política y de participación del pueblo en las decisiones
aparecen como una lacra común a ambos Estados. A ese respecto, aunque sus descripciones
del funcionamiento político en uno y otro lugar presenten diferencias, no sólo engloba sus
gobiernos bajo la categoría común de “despotismo”, que equivale con frecuencia entre los
escritores británicos a absolutismo monárquico, en contraste con su propia monarquía
parlamentaria, sino que insiste en su práctica equiparación, deplorando, por ejemplo, en
referencia a España, “los poderes ejecutivo y legislativo más imperfectos que puedan
concebirse, a escasa distancia del despotismo oriental” (p. 411), quizá inspirado en
Montesquieu, para quien, si bien el régimen despótico propiamente dicho se limitaría al
mundo asiático, la monarquía hispánica experimentaría un proceso de deslizamiento hacia él.
En segundo lugar, según se ha indicado, Jardine, como muchos de sus contemporáneos,
considera la sociabilidad, la conversación y el intercambio, incluyendo formas de trato mixto
entre los sexos en los ámbitos sociales, rasgos constitutivos de una sociedad civilizada. En
este aspecto, su valoración de los casos marroquí y español se aproxima en algunos aspectos a
la vez que difiere en otros. Si a propósito de Marruecos había lamentado reiteradamente la
falta de “sociedad”, al referirse a Al-Andalus sugiere la influencia de esa supuesta
insociabilidad islámica sobre la España de su tiempo, en un significativo párrafo que merece
ser citado íntegramente:
"Podemos considerar la forma de vida apartada y egoísta del Oriente, y la separación de los
sexos, oficios, familias y tribus como un principio fundamental que nos ayudará a explicar
éstas y muchas otras diferencias sorprendentes entre sus artes y costumbres y las de Europa.
De ahí puede desprenderse especialmente su desconocimiento de las ventajas de la ayuda
mutua y del progreso de los inventos mecánicos y los avances del trabajo aislado y del trabajo
en común, de las manufacturas y de los ejércitos; de ahí también sus métodos pequeños,
simples e independientes de que cada trabajador lo haga todo por sí mismo, su enorme pericia
en muchos oficios y empleos domésticos y su inferioridad en la labor de conjunto; su falta de
virtudes y dones sociales y su ignorancia de todas las formas de gobierno, excepto la del
despotismo" (p. 285).
Para Jardine, la herencia islámica ha marcado en este aspecto el carácter y las costumbres
españolas: "esto es lo que más puede haber contribuido a otorgarle el mismo cariz al gusto y
el carácter de los españoles, sus vecinos y sucesores, que tanto ha durado y que sólo
recientemente está empezando a desaparecer" (p. 284). Sin embargo, a diferencia de otros
viajeros y filósofos del siglo XVIII, desde Voltaire a Dalrymple, que describen a las mujeres
encerradas en sus casas, bajo la celosa vigilancia de sus padres o maridos, Jardine, aunque se
haga eco de los tópicos acerca de los celos y la “fuerza romántica de las pasiones” en los
países meridionales (siguiendo la extendida idea que vinculaba la calidez del clima con la
intensidad de las pulsiones, particularmente la violencia y el deseo sexual), ofrece una
valoración muy distinta y más positiva de la sociedad española contemporánea, valorando
positivamente el trato civil en las tertulias y la presencia e influencia social de las mujeres:
"Las mujeres mejoran en sociedad, incluso aunque las mantengamos apartadas del saber, y
poseen ahora aquí más virtudes domésticas, sociales y útiles que las que tenían anteriormente,
cuando estaban más apartadas del mundo” (pp. 169, 364)261. De ese modo, el caso español le
sirve como prueba de las indudables ventajas que la modernización de las costumbres tendría
tanto para las mujeres como, a través de ellas, para la sociedad en su conjunto, lo que marca
261
Sobre el lugar que desempeña la valoración y clasificación de las relaciones entre los sexos en las descripciones de los
viajeros, de acuerdo con la filosofía ilustrada, véase Bolufer, “Civilización, costumbres y política…”, esp. pp. 276-300.
145
una diferencia muy significativa tanto con respecto a su propia descripción de la sociedad
marroquí como a las impresiones de los escritores del siglo XIX, quienes aplicarán a España
todos los tópicos sobre el despotismo y la sensualidad asiáticas.
En suma, vistos en detalle, los comentarios de Jardine dibujan unas fronteras culturales en las
que, si bien se perfila claramente la dicotomía Norte/Sur, entendida en términos jerárquicos,
la precisa ubicación del límite que separa las sociedades propiamente “civilizadas” de las que
no alcanzan plenamente tal consideración parece oscilar según sean los criterios que se toman
como rasero. En la medida en que no cree en principios físicos determinantes, se trate de
diferencias étnicas o bien del clima (invocado durante siglos tanto en defensa de la
superioridad europea como para diferenciar, jerarquizándolos, distintos territorios de Europa o
regiones de un mismo país), sino que entiende el medio natural, en cualquier caso, sujeto a la
acción humana, traza, más que una clasificación rígida, una gradación en la que, manteniendo
la primacía del Norte respecto al Sur, las diferencias parecen graduales. En particular, en lo
que constituye el elemento crucial en sus reflexiones, clave para explicar otras diferencias
sociales y culturales, los regímenes políticos, como afirma en la conclusión del volumen
primero: “Entre otras consideraciones que [mis observaciones] puedan sugeriros, creo que
puede apreciarse, al viajar hacia el Sur desde Dover a Marruecos, una curiosa línea de
progresión gradual del despotismo” (I, p. 188). No podemos tomar demasiado literalmente su
afirmación; al fin y al cabo, Jardine acabaría sugiriendo la colonización del Magreb por
alguna potencia europea como único remedio a sus desgracias, algo que de ningún modo se le
ocurre reclamar para España. Sin embargo, los matices y aun las contradicciones de su
pensamiento hablan de un esfuerzo intelectual de delimitación de fronteras que en el siglo
XVIII todavía no había adquirido el carácter dogmático que adoptaría en el XIX,
acompañando a la culminación del colonialismo europeo y a la conversión de España, hasta
cierto punto, en un paraíso para los delirios románticos.
146
Effacer la limite ? Les enjeux sociaux de la « fronde avignonnaise » au milieu du XVIIe
siècle
Patrick Fournier, Université Blaise Pascal de Clermont-Ferrand / Centre
d’Histoire « Espaces et Cultures »
L’historiographie avignonnaise et comtadine porte une attention limitée aux acteurs et aux
enjeux sociaux de la situation d’enclave à l’intérieur du territoire français. La thèse de « la
double fidélité au pape et au roi », défendue notamment pas Michel Feuillas262, permet de
concilier nostalgie pour la splendeur du grand siècle avignonnais (le XIVe marqué par le
séjour des papes) et dépendance vis-à-vis du souverain français dont les territoires enserrent
les enclaves pontificales depuis l’acquisition de la Provence en 1481 et font peser sur elles
une pression constante à la fois économique et politique. Cette situation amène à s’interroger
sur la véritable nature de l’entité avignonnaise et comtadine : un territoire étranger enclavé
dans les possessions françaises ? un Etat ecclésiastique gouverné par un clergé presque
toujours italien ? un ensemble constitué par une ville « libre » et une province
« indépendante » mais reconnaissant un souverain lointain (selon un principe d’union
personnelle) et dont le degré d’autonomie dépend des domaines considérées (droit des gens,
droits des individus, affaires économiques…) ? Ces questions soulevées notamment dans un
colloque international consacré aux enclaves à l’époque moderne263 ne peuvent être résolues
d’un point de vue seulement politique et juridique mais doivent prendre en considération aussi
des critères économiques, sociaux, culturels et religieux.
La situation est rendue particulièrement complexe par la distinction territoriale et politique
entre Avignon et le Comtat mais aussi par le fait que les juridictions avignonnaises se
superposent à celles du Comtat et sont elles-mêmes soumises à des juridictions romaines. Il
existe dont une hiérarchie judiciaire doublée d’une hiérarchie politique puisque le recteur du
Comtat, qui réside à Carpentras, est un personnage inférieur en dignité et en prérogatives au
vice-légat d’Avignon qui doit lui-même rendre compte de son action à Rome où un légat
s’occupe des affaires avignonnaises. La souveraineté du pape ne fait donc aucun doute : les
tribunaux français n’ont aucune compétence sur Avignon et le Comtat qui dépendent
entièrement de Rome.
Se pose en revanche le problème des tribunaux compétents chaque fois qu’un conflit concerne
des espaces à la limite entre la France et les enclaves pontificales car la définition même de la
limite est complexe et la tentation d’empiéter sur les territoires voisins est fréquente. Les
contestations se produisent au niveau de limites « naturelles » (principalement les rivières), de
communautés (par exemple pour des droits d’usage) ou de seigneuries (qui peuvent être
d’étendue très réduite dans un territoire où l’émiettement des droits seigneuriaux est grand) ;
elles peuvent aussi concerner des droits de passage sur une rivière ou un chemin264. Les
origines des conflits peuvent être anciennes et remonter aux derniers siècles du Moyen Âge
(jamais au-delà du XIIIe cependant, car c’est le moment où la domination pontificale s’est
implantée dans cet espace et les documents écrits conservés remontent rarement plus haut)
262
. Histoire d’Avignon, Aix-en-Provence, Edisud, 1979, p. 382.
. P. DELSALLE, A. FERRER, Les enclaves territoriales aux Temps modernes (XVIe – XVIIIe siècles). Colloque international
de Besançon, 4-5 octobre 1999, Besançon, Presses Universitaires franc-comtoises, 2000. Deux articles portaient sur Avignon
et le Comtat Venaissin : M. FERRIERES, « Au cœur du royaume : Avignonnais et Comtadins », p. 39-58 ; P. FOURNIER, « Les
procès du Rhône et de la Durance : une expression des problèmes de frontière et de souveraineté entre la France et les
enclaves pontificales d’Avignon et du Comtat Venaissin (XVe – XVIIIe siècles) », p. 347-374.
264
. Plusieurs exemples significatifs sont fournis par S. BENTIN : « La mémoire des limites : l’exemple du Comtat », dans J.-L.
FRAY, C. PEROL (dir.), L’historien en quête d’espaces, Clermont-Ferrand, Presses Universitaires Blaise Pascal, 2004, p. 273292.
263
147
mais des conflits surgissent aussi aux XVIe et XVIIe siècles parce que la pression sur l’espace
se renforce, ce qui provoque notamment un surpâturage dont les conséquences sont nettement
perçues, ou parce que l’accroissement de la puissance financière de la monarchie française se
traduit par une pression fiscale accrue qui touche indirectement les enclaves pontificales. Or
les Comtadins et les Avignonnais en sont réduits souvent à plaider devant les tribunaux
français (parlement et chambre des comptes de Grenoble, parlement et cour des comptes,
aides et finances d’Aix-en-Provence notamment) ou au mieux à obtenir une sentence arbitrale
après nomination de représentants de la France chargés par la monarchie de traiter avec les
représentants du pape. Le vice-légat joue alors un rôle de protection mais le résultat aboutit
presque toujours à un recul des droits des sujets du pape face à ceux du roi de France et à une
délimitation plus stricte des limites entre les espaces sur lesquels s’exercent ces droits : ainsi à
Cavaillon en 1654, après plus de deux siècles de conflits pour l’utilisation d’îles situés sur la
Durance face à la communauté provençale d’Orgon, la solution trouvée par arbitrage est un
partage de l’espace contesté265.
Même si la cartographie des limites ne devient plus précise qu’au cours du XVIIIe siècle, la
première moitié du XVIIe siècle constitue une étape importante dans la recherche d’une
meilleure définition des limites des territoires par les représentants du pape et du roi. Par
exemple, le concordat signé à Fontainebleau en 1623, après plusieurs procès et des expertises,
définit une limite complexe le long de la Durance : il reconnaît la pleine souveraineté du roi
sur cette rivière mais borne le terrain de manière précise afin d’éviter de nouvelles
contestations en cas de modification du lit266. Dans ce cas comme dans les procès du Rhône,
l’objectif de la France est moins d’empiéter sur la souveraineté du pape que de défendre les
droits des habitants des provinces et communautés limitrophes des enclaves pontificales. La
monarchie française se contente de seconder l’action des représentants des provinces
encerclant ces enclaves : syndic des Etats de Languedoc, parlements d’Aix et de Grenoble,
gouverneurs et intendants de Languedoc, Provence et Dauphiné qui défendent les intérêts des
habitants dont ils assurent la protection. Il existe donc des rapports de communauté à
communauté et de province à province dont les conséquences sont souvent beaucoup plus
importantes que les relations entre souverains.
Que signifie la situation d’enclavement pour les populations avignonnaises et comtadines au
milieu du XVIIe siècle ? Comment vivent-elles leur appartenance à un espace spécifique ?
Quelles formes de cohésion et de rivalités traversent-elles ces populations ?
1. Entre les lys et les clés : le regard classique de l’historiographie
La période qui sera étudiée de manière spécifique est celle des troubles du milieu du XVIIe
siècle qui précèdent la première occupation française (1663-1664), soit les années allant de
1650 à 1662. Les multiples lectures qui peuvent être faites de ces événements s’accordent
avec la thématique du colloque car elles mettent en jeu la présence indirecte de la France dans
la structuration des relations sociales locales. Ce qui frappe en lisant l’historiographie
avignonnaise et comtadine du XVIIe siècle, c’est le mimétisme par rapport à l’histoire de
France : non seulement les relations avec la France et avec la papauté constituent la trame de
l’histoire locale, mais la conjoncture politique y semble très proche malgré les causes
spécifiques qui provoquent mécontentements et soulèvements. Que nous enseigne cette
historiographie dont les leçons ont peu évolué depuis les ouvrages et articles fondateurs de la
265
. P. FOURNIER, « la gestion d’un milieu fragile : les créments et les iscles du bas Rhône et de la basse Durance à l’époque
moderne », dans J. BURNOUF, Ph. LEVEAU, Fleuves et marais, une histoire au croisement de la nature et de la culture, Paris,
CTHS, 2004, p. 365-375 (notamment p. 370-372).
266
. L. SAUTEL, Le procès de la Durance (1500-1623), Avignon, 1920
148
Troisième République267 ? La thèse soutenue est celle d’une hostilité avignonnaise aux vicelégats italiens et à leurs juridictions, hostilité étendue à tout le personnel italien à leur service.
C’est aussi celle d’une fascination pour la monarchie française qui offre protection et
privilèges (notamment celui de régnicolité permettant depuis 1536 aux sujets du pape
d’exercer des offices civils et militaires en France268). Les entrées royales offertes à Avignon
aux souverains français (Marie de Médicis en 1600, Louis XIII en 1622, Louis XIV en 1660)
sont des manifestations de respect envers le roi Très-Chrétien capable, beaucoup mieux que le
pape, de protéger les enclaves contre les huguenots ou de pacifier la cité après un temps de
révolte. Ainsi se caractériserait une tentation avignonnaise de s’offrir au roi de France qui
culminerait avec l’accueil enthousiaste fait à l’occupation française de 1663-1664, après
l’affaire des gardes corses. Les Comtadins seraient en revanche plus réservés dans la mesure
où les liens avec la France seraient moins étendus, notamment parmi les élites, plus modestes
et où existerait une rivalité judiciaire entre Carpentras et Avignon. Le Comtat aurait
davantage souffert qu’Avignon de l’introduction du système judiciaire français.
Paradoxalement, c’est la présence de l’échelon le plus haut du pouvoir local qui aurait créé
une forte agitation à Avignon au milieu du XVIIe siècle. La corruption des gouvernants
italiens est visée par les sources contemporaines et cet argument est repris à l’identique par les
historiens.
Mais l’attitude ambiguë de Louis XIV est aussi pointée : ce roi joue de son prestige en 16631664 pour convaincre les Avignonnais de soutenir sa politique de rétorsion vis-à-vis du pape
mais il abandonne ensuite la ville aux mesures répressives des vice-légats une fois qu’il a
obtenu satisfaction, malgré les demandes de protection de la cité. Cet épisode, qui aurait pu
être un moment de gloire pour une ville accomplissant le destin qu’elle s’était tracée, consacre
donc au contraire le déclin du rôle politique d’Avignon et du Comtat Venaissin sur la scène
politique européenne. L’histoire des enclaves pontificales serait ainsi le reflet du renforcement
du gallicanisme et de l’absolutisme louis-quatorzien. La « trahison » de Louis XIV est
interprétée par P. Charpenne comme l’illustration de l’arbitraire monarchique : l’idéologie
républicaine et anticléricale de l’auteur se donne ici libre cours.
C’est aussi en terme de psychologie des peuples qu’est écrite l’histoire des enclave. Pour P.
Charpenne, l’opposition entre la noblesse et le « peuple » structure les relations sociales au
milieu du XVIIe siècle. Le conflit entre pévoulins (les « pouilleux » désignant le parti
populaire) et pessugaux (les nobles qualifiés de « pressureurs »), entre 1652 et 1658, surjoue
cet antagonisme, même si certains nobles soutiennent les revendications populaires, au moins
au début de la révolte, comme Louis de Berton, baron de Crillon. Au cours du déroulement
des événements, les fractures sociales et politiques s’avèrent plus complexes : sans rentrer
dans le détail des récits qui ont servi presque exclusivement à écrire cette histoire269, il
apparaît que les clivages traversent les élites avignonnaises en fonction d’enjeux qui sont
souvent mal définis. Les principaux chefs pessugaux quittent Avignon pour Carpentras
pendant l’été 1653, après le pillage de plusieurs maisons de nobles. Ils se regroupent autour
du cardinal Bichi, le puissant évêque de Carpentras, qui défend leurs intérêts auprès de Rome,
et ne reviennent à Avignon qu’au cours de l’année 1656, après que des émeutes violentes en
novembre 1655 ont débordé les chefs pévoulins et montré leur incapacité à maîtriser le
267
. P. CHARPENNE, Histoire des réunions temporaires d’Avignon et du Comtat Venaissin à la France, Paris, Clamnn Lévy,
1886, T. I ; J. MERITAN, « Les troubles et émeutes d’Avignon (1652-1659) », Mémoires de l’Académie de Vaucluse, 2ème
série, T. I, 1901, p. 1-83.
268
. Ce privilège fut octroyé aux Avignonnais et Comtadins en 1536 pour les remercier de l’aide apportée à l’armée du roi de
France contre les troupes de Charles Quint qui avaient envahi la Provence. Cf. R. PERETTI, Les Avignonnais et les Comtadins
régnicoles, Avignon, 1922 ; Ed. GOUBET, « Quatre siècles de diplomatie royale à l’égard de la colonie pontificale d’Avignon
et du Comtat Venaissin », Mémoires de l’Académie de Vaucluse, 3ème série, T. VII, 1942, p. 51-83.
269
. J. MERITAN fournit une analyse détaillée des sources qu’il a utilisées : il s’agit de mémoires et récits, de règlements,
d’archives familiales et de pièces de procédures criminelles, tous documents tirés des manuscrits conservés à la bibliothèque
municipale d’Avignon. La correspondance des consuls et les archives municipales ne sont pas utilisées.
149
peuple. Les vice-légats italiens, qui ne restent en place que sur de courtes périodes (Lorenzo
Corsi de 1645 à 1653, Dominique de Marinis d’octobre 1653 à juin 1654, Agistino Franciotti
de juin 1654 à décembre 1655, Giovanni-Nicola Conti de décembre 1655 à janvier 1659,
Gasparo Lascaris de janvier 1659 à juillet 1663270) n’ont pas les moyens ni le temps de mettre
en place une politique cohérente. Durant cette période, leur rôle est de pacifier les esprits par
des changements de politique qui déçoivent cependant assez rapidement. Beaucoup plus
importante semble en définitive l’influence des prélats qui ont eu le temps de se constituer une
clientèle : face à Bichi à Carpentras, l’archevêque d’Avignon Marinis, vice-légat par intérim
de 1653 à 1654, joue un rôle de médiateur assez favorable aux chefs pévoulins.
La « fronde avignonnaise », fondée sur des accusations de corruption et de malversations
financières, est donc un conflit interne aux élites locales qui s’appuient sur des mouvements
populaires, avec tous les débordements et toutes les manipulations que cela suppose.
L’opposition serait donc moins entre le peuple et les nobles qu’entre les conservateurs qui
détiennent le pouvoir municipal depuis de nombreuses années et des réformateurs souhaitant
modifier les équilibres politiques et mettre fin à des abus divers qui expliqueraient
l’endettement croissant de la ville. Les tensions couvent depuis les années 1630 puisque le
baron de Crillon dénonçait déjà la mauvaise gestion des deniers publics en 1634.
La tentation d’ériger la psychologie des foules en objet d’étude est grande dans
l’historiographie même relativement récente des mouvements de révolte. L’étude classique de
René Pillorget sur les mouvements insurrectionnels provençaux utilise des catégories
empruntées à la théorie des comportements et à la psychologie collective271. Ses schémas
explicatifs sont opérationnels dans le cas avignonnais, témoignant de la proximité des
comportements sociaux et culturels sur les deux rives de la Durance : insurrections
essentiellement urbaines prenant racine dans des conflits locaux entre les élites,
revendications populaires de nature essentiellement économique pour un abaissement de la
fiscalité sur les denrées de première nécessité (le vice-légat Franciotti cherche par exemple à
apaiser les tensions en janvier 1655 en modifiant le régime de la fiscalité dans un sens plus
favorable au « peuple », entendu comme l’ensemble des populations travaillant pour
l’artisanat et le commerce), revendication politique de la création d’une quatrième main dans
le consulat pour représenter les artisans, dénonciation des abus visant notamment le monopole
de certaines familles et de certains individus sur certains charges (notamment celle de
secrétaire de la ville occupée par Henrici). La radicalisation des émeutiers du 5 au 8 novembre
1655 reste toutefois mal élucidée : une rixe entre deux nobles déclenche un mouvement de
colère dont les meneurs issus du « peuple » sont connus mais dont les motivations restent
énigmatiques, en dehors du sentiment de l’affront fait à un partisan des pévoulins.
Les mouvements insurrectionnels avignonnais ne sont pas des mouvements antifiscaux
simples : s’ils se produisent dans un contexte de tensions économiques et de défense des
intérêts de certains groupes, notamment ceux des artisans du textile dans une cité où cette
activité est très importante, ils n’ont pas pour objectif principal l’abrogation d’une fiscalité
nouvelle. Les Avignonnais ne paient pas de taille, contrairement aux Comtadins soumis
cependant à un impôt direct très faible depuis la fin des guerres de religion : dans les deux cas,
l’absence ou l’allègement de taille constitue un choix politique rendu possible par l’absence
de vocation militaire de ces enclaves et par la protection royale qui s’exerce notamment lors
de la reprise des guerres civiles contre les huguenots dans les années 1620272. L’entrée de
270
. Une liste des vice-légats très précise est donnée par Bernard THOMAS dans Archives de la légation d’Avignon, Avignon,
Conseil Général de Vaucluse, 2004, p. 251-260.
271
. R. PILLORGET, Les mouvements insurrectionnels de Provence entre 1596 et 1715, Paris, A. Pedone, 1975, « Théorie des
mouvements insurrectionnels », p. 427-449.
272
. P. FOURNIER, « La fiscalité comtadine aux XVIe et XVIIe siècles : histoire d’un déclin ou d’une mutation ? », dans A.
FOLLAIN, G. LARGUIER (dir.), L’impôt des campagnes, fragile fondement de l’Etat dit moderne (XVe – XVIIIe siècle), Paris,
Comité pour l’histoire économique et financière de la France, 2005, p. 267-309
150
Louis XIII en 1622, inscrite dans un parcours symbolique destiné à montrer la puissance des
grandes villes du Sud-Est de la France profondément attachées à la foi catholique (Arles, Aix,
Marseille, Avignon, Lyon) fait de la cité pontificale des bords du Rhône un des points d’appui
de la puissance du roi Très-Chrétien : le message délivré n’est pas fondamentalement différent
de celui des autres villes visitées ; il est même plus universel, moins inscrit dans les
particularismes locaux que celui des villes provençales273.
Les révoltes avignonnaises ne se ramènent donc pas exclusivement au schéma de la révolte
antifiscale identifié par Yves-Marie Bercé274. Elles sont beaucoup plus proches des
mouvements sociaux « fondés sur l’interdépendance des intérêts » mis en évidence par René
Pillorget275. Quels sont ces intérêts communs ? Il existe plusieurs façons de les envisager,
mais aucune réponse ne peut être définitive tant il est difficile d’identifier précisément les
contours des groupes en présence. Du point de vue d’une histoire strictement locale, il est
possible de mettre en avant les intérêts divergents des familles nobles : les pessugaux seraient
formés essentiellement par les nobles qui dominent le conseil de ville et monopolisent des
charges honorifiques ou lucratives ; les pévoulins constitueraient le parti populaire qui se
choisirait des chefs parmi une fraction de la noblesse lésée dans ses intérêts politiques ; le
peuple révolté serait formé d’éléments incontrôlables traversé par des rumeurs et des
angoisses et manipulé par des meneurs issus de ses propres rangs ou de ceux de la noblesse,
pévoulins mais aussi pessugaux selon les circonstances. Le « peuple » est en outre fortement
soumis aux aléas de la conjoncture économique. Cette répartition est difficilement vérifiable,
même s’il s’avère que dans les moments les plus difficiles, en novembre 1655, Crillon
participe à la répression contre les éléments perturbateurs. Le Comtat, qui ne compte aucune
grande ville (sa capitale Carpentras restant une cité modeste qui compte peut-être 6000
habitants au milieu du XVIIe siècle) présente une économie très différente, beaucoup plus
rurale et moins marquée par l’artisanat. La noblesse y est moins riche. Les juristes
carpentrassiens sont attachés aux avantages que confèrent les tribunaux pontificaux. Aussi les
conditions ne sont pas remplies pour que s’y produise une opposition entre groupes sociopolitiques aussi nette qu’à Avignon. Mais les Comtadins, attachés à la légitimité des pouvoirs
en place, envoient des troupes pour rétablir l’ordre à Avignon à la fin de 1655.
Ce que ne dit pas clairement la tradition historiographique, c’est le lien entre l’agitation des
années 1650 et l’attitude apparemment très nettement pro-française de la majorité des élites
avignonnaises durant la première occupation. L’explication résiderait dans l’autoritarisme
excessif du vice-légat Lascaris après les troubles qui referait contre lui l’union des nobles et
du « peuple ». Aussi est-il tentant d’interpréter les choix politiques de cette période comme un
témoignage de la versatilité des populations méridionales. L’anachronisme qui consisterait à
reprocher aux sujets du pape leur manque de patriotisme doit être absolument rejeté. S’il y a
un patriotisme, il est strictement local. Avignon et le Comtat peuvent changer de souverain
sans renier leur identité pourvu que soient maintenus certains privilèges. Mais il existe
effectivement des liens plus ou moins étroits entre les populations locales et la France. Le
regard porté sur les relations entre la France et les enclaves peut-il, dans un contexte
économique difficile, expliquer les mouvements sociaux et les événements politiques
avignonnais et comtadins ?
273
. P. FOURNIER, « Identités urbaines et mise en scène des élites locales lors des entrées royales de 1622 », dans M.
CEBEILLAC-GERVASONI, L. LAMOINE, F. TREMENT (éd.), Autocélébration des élites locales dans le monde romain. Contexte,
textes, images (IIe s. av. J.-C. – IIIe s. ap. J.-C.), Clermont-Ferrand, PUBP, 2004, p. 205-220.
274
. Y. M. BERCE, Histoire des Croquants. Etudes des soulèvements populaires au XVIIe siècle dans le Sud-Ouest de la
France, Genève – Paris, Droz, 1974, 2 vol.
275
. R. PILLORGET, Les mouvements insurrectionnels de Provence, op. cit., p. 456.
151
2. Liens avec la Provence et intégration dans le royaume
Au milieu du XVIIe siècle, la situation d’Avignon et du Comtat Venaissin n’apparaît pas très
différente de celle de certaines villes provençales. Marseille et Arles, principales villes des
terres adjacentes, considèrent qu’elles n’appartiennent pas au Pays de Provence et que seul
compte le lien personnel noué avec le roi, garant de leur autonomie et de leurs privilèges. En
matière fiscale par exemple, elles échappent aux impositions consenties par le Pays et
accordent à la monarchie des dons gratuits au montant relativement faible. Bien que le
souverain soit différent, Avignon se comporte aussi comme une ville libre, fière de son passé,
et ne manque pas une occasion de rappeler aux représentants du pouvoir pontifical que leur
droit d’intervention sur les affaires intérieures de la cité est limité par des statuts et des usages.
Par exemple, après que le vice-légat Lascaris ait obtenu, en janvier et février 1659, une
réconciliation des nobles, il cherche une solution financière pour indemniser les victimes des
révoltes populaires dont les biens ont été pillés et saccagés, mais la ville s’oppose à
l’établissement d’une contribution sur les maisons et jardins situés dans l’enceinte de la ville,
qu’elle considère comme injuste, et elle envoie une ambassade auprès du pape. Or lorsque le
vice-légat tente d’obtenir une copie de la délibération qui lui permettrait de connaître
précisément l’attitude des membres du conseil, le secrétaire et les consuls lui rappellent que la
liberté des délibérations est un privilège de la ville et refusent donc d’obtempérer. Lascaris
admet ce refus, sans pour autant renoncer à peser sur la vie politique locale puisque les
conseillers obtempèrent assez facilement, peu de temps après, à une ordonnance interdisant
d’élire comme consuls deux nobles qu’il estime responsables de l’opposition à ses ordres
(MM. de la Barthelasse et de Saint-Martin)276. Cette affaire définit un modèle de relations
politiques : l’intervention des pouvoirs supérieurs dans les élections est admise mais le conseil
en place doit pouvoir délibérer librement.
Les populations des enclaves pontificales se rapprochent aussi de celles de la Provence
par des problèmes et des intérêts communs, notamment en matière monétaire, économique et
fiscale.
La mise en circulation en grande quantité de pièces de billon de faible valeur a de fortes
incidences sur l’économie du Sud-Est du royaume de France au milieu du XVIIe siècle. Or ces
pièces sont frappées aussi bien à Avignon et dans le Comtat que dans la principauté d’Orange
et à Villeneuve-lès-Avignon, en Languedoc, face aux possessions pontificales277. L’aspect des
pièces prête volontairement à confusion : les limites politiques et les questions de
souveraineté ne jouent donc qu’un rôle mineur ou plutôt favorisent une production que la
monarchie française tolère parce qu’elle est utile à l’économie régionale pour pallier la disette
monétaire et qu’elle ne remet pas en cause la souveraineté française. Cependant, cette
situation encourage le faux-monnayage et le trafic des monnaies : la monnaie française étant
sous-évaluée, cette situation profite aux enclaves pontificales qui accumulent le métal
précieux. La grande réforme française de 1640-1641 met de l’ordre dans la circulation
monétaire. Ses conséquences sur l’économie avignonnaise et comtadine sont mal connues
mais il est probable que la limitation du trafic, rendu plus difficile par les contrôles effectués
par la France, eut un effet déflationniste. Les difficultés pour l’économie des enclaves peuvent
expliquer l’aggravation des tensions sociales au milieu du XVIIe siècle, surtout à Avignon qui
brassait des sommes d’argent considérables par le commerce des soieries et des velours
destiné en grande partie à l’exportation.
276
. J. MERITAN, « Les troubles et émeutes d’Avignon (1652-1659) », art. cité, p. 55-57.
. R. VALLENTIN, « Les doubles tournois et les deniers tournois frappés à Villeneuve-lès-Avignon pendant le règne de Louis
XIII (1610-1643) », Mémoires de l’Académie de Vaucluse, t. VII, 1888, p. 33-59 ; J. LAUGIER, « Monnaies inédites ou peu
connues des papes et légats d’Avignon », Comptes rendus du Congrès tenu à Avignon par la Société française d’archéologie
en septembre 1882, Paris, 1882, p. 19-26.
277
152
En matière économique, les liens entre les enclaves et la Provence sont tout aussi forts.
De nombreux nobles avignonnais et bourgeois sont possessionnés en basse Provence, souvent
dans les villages les plus proches du territoire d’Avignon, tandis que le baron d’Oppède,
premier président du parlement de Provence, possède des biens fonciers étendus en Comtat,
autour de Cavaillon, ville dont il maîtrise en outre une partie du réseau d’irrigation278. La
rente foncière circule donc sans difficulté à travers les limites poreuses du territoire
d’Avignon, du Comtat et de la Provence. Dans le domaine artisanal, la concurrence est
nettement plus forte avec Nîmes et Lyon, autres grandes cités de la soierie, qu’avec les villes
provençales dont les fonctions sont complémentaires et qui offrent des débouchés à la
production avignonnaise.
La question fiscale, dont l’impact politique est le plus important, est avivée par les commis de
la foraine. Leur attitude explique certaines tensions aussi bien en Provence qu’à Avignon. Le
tour de vis fiscal des années 1630 s’est traduit, dans le Sud-Est de la France, par un
renforcement de la douane de Lyon, notamment de 1632 à 1647279. Les soieries avignonnaises
sont frappées par une hausse des tarifs en 1643. Au-delà, la pression ne retombe pas et le
contrôle des enclaves pontificales est un enjeu important pour les fermiers de la foraine (le
noyau des droits de douane taxant les exportations). En effet, ces enclaves apparaissent
comme une plaque tournante de la contrebande. Pour limiter celle-ci, les commis de la foraine
de Lyon exercent leur contrôle aux portes de la ville et sur les ports du Rhône. Un arrêt du
conseil de juillet 1634 exempte les habitants d’Avignon et du Comtat de tout droit sur les
marchandises importées de Provence280. Mais son application aggrave la contrebande, de
nombreuses marchandises provençales passant en Dauphiné par le Comtat sans payer les
droits dus à la douane de Lyon281. Ainsi s’expliquent les pressions de la France sur les
enclaves. En 1647, les habitants du haut Comtat (formé de petites enclaves en Dauphiné dont
la plus importante est celle de Valréas) doivent payer des droits de douane sur les
marchandises qu’il font passer dans le reste du Comtat. La limite douanière entre la France et
le Comtat passe en fait aussi entre haut et bas Comtat : l’atteinte à la souveraineté pontificale
est ici flagrante mais acceptée par les autorités pontificales comme un moindre mal qui
protège les principales villes des enclaves.
La tension s’accroît cependant avec les fermiers de la foraine. Les troubles des années
1650 montrent aussi l’imbrication des économies des enclaves et des provinces du Sud-Est de
la France. Ils tirent leur origine de la tentative des autorités avignonnaises pour desserrer
l’étreinte des commis de la douane de Lyon. L’initiative serait venue de quelques nobles dont
le premier consul élu en 1650, Gaspard de Tulle de Villefranche. Une ambassade à Rome
permet d’obtenir un ordre du pape éloignant les commis des ports du Rhône et des portes de la
ville et les obligeant à exercer leurs fonctions en terre royale. Cet ordre est obtenu malgré les
réticences du vice-légat qui a conscience des difficultés à venir. En favorisant la contrebande
en un temps où la monarchie a un pressant besoin d’argent, la ville d’Avignon s’expose à des
mesures de rétorsions qui ne tardent pas : en 1651, elle perd ses privilèges douaniers, tout
comme le Comtat, et les enclaves pontificales sont considérées comme provinces étrangères à
l’instar de la Provence. Dans les mois qui suivent monte alors une protestation présentée par
les récits contemporains comme l’hostilité du « peuple » à la nouvelle situation. Mais le
« peuple » masque en fait les intérêts commerciaux des marchands. Une ambassade de
Villefranche auprès de Louis XIV et de ses ministres obtient en 1652 que les anciens tarifs
278
. Bibl. Mun. Avignon, ms 2741, f° 422-437.
. J.-P. GUTTON, « Douane de Lyon », Dictionnaire de l’Ancien Régime, Paris, PUF, 1996, p. 434-435 ; A. POIDEBARD,
« L’ancienne douane de Lyon », Revue du Lyonnais, XIII, 1892, p. 373-400.
280
. Cet arrêt est rappelé dans la correspondance avignonnaise : Arch. Mun. Avignon, AA 69, pièce 29.
281
. Sur le plan douanier, la Provence fait partie des provinces « réputées étrangères », tout comme le Dauphiné et le
Lyonnais : elles étaient soumises à des droits d’entrée et de sortie dans les échanges commerciaux qu’elles effectuaient même
entre elles.
279
153
soient rétablis à condition que les commis royaux soient replacés aux portes de la ville où ils
devront agir sous le contrôle du vice-légat pour respecter la souveraineté du pape, ce qui
semble être une concession de pure forme. Dans le contexte troublé et confus de la Fronde des
princes, les Avignonnais se sont trompés en pensant que l’affaiblissement du pouvoir
monarchique jouerait en leur faveur. L’Etat monarchique continue à fonctionner malgré le
désordre politique. L’affaiblissement du roi a même pu favoriser pendant de longs mois les
abus de la douane de Lyon car aucune autorité locale n’était réellement capable de protéger
les habitants des enclaves. La pression populaire aboutit cependant le 4 décembre 1652 à une
émeute antifiscale classique avec pillage des maisons des receveurs des gabelles dans la ville.
Le vice-légat se résout alors à mettre en œuvre le compromis établi après l’ambassade de
Villeneuve.
Les événements de janvier à juillet 1662 prolongent ceux survenus une dizaine d’années plus
tôt mais il s’agit désormais d’une affaire gérée avec rapidité par les élites qui veulent éviter de
nouvelles émeutes282. Le fermier de la foraine tente un nouveau coup de force, profitant de la
réorganisation financière opérée en France. Il a en effet remplacé ses bureaux du Dauphiné
par une série d’autres sur la Durance afin d’exercer un contrôle plus efficace des
marchandises passant de Provence en Dauphiné à travers le Comtat. Il cherche à faire
confirmer cette nouvelle situation grâce à des soutiens dans le conseil du roi mais aussi à la
division qui règne au sein du conseil de ville d’Avignon. Les consuls ont en effet signé un
traité acceptant cette modification (sous réserve que les habitants d’Avignon ne paient pas de
droit) puis un conseil général de la ville l’a révoqué, mais le premier consul, M. de la Falèche,
continue à soutenir que le traité doit être exécuté. Dans cette affaire, les autorités provençales
se montrent en tout cas solidaires des opposants avignonnais au traité. L’intérêt des
Provençaux n’est pas moindre que celui des sujets du pape. Certes, la limite douanière entre
Comtat et Dauphiné tient compte du statut privilégié des enclaves pontificales mais les
Provençaux en jouent surtout pour repousser la limite douanière le plus au nord possible, sur
les premiers contreforts alpins. Quant aux sujets du pape, ils craignent que l’attitude du
fermier soit seulement une étape précédant la remise en cause de leurs privilèges. Ils ont aussi
intérêt au maintien de la contrebande.
Un arrêt de la cour des Comptes d’Aix est favorable à Avignon et donc aussi aux Provençaux.
Le fermier se pourvoit alors au conseil et cherche à faire exécuter le traité par le parlement de
Grenoble. Avignon réagit en envoyant le marquis de Pérussis à Paris pour convaincre le
conseil des finances de Louis XIV de maintenir les privilèges d’Avignon et du Comtat et de
s’en tenir à la teneur des arrêts du conseil de 1634. Le baron d’Oppède, premier président du
parlement de Provence, et M. de Villeronde, agent du pays de Provence, agissent de concert
avec Pérussis. Si le fermier utilise comme argument la remise en cause de l’autorité du roi,
Pérussis insiste sur le détournement probable de l’excédent dégagé par les bureaux sur la
Durance : il ne nie pas qu’ils soient plus rentables mais considère que le roi n’y gagnera
rien283. L’intervention des plus hauts personnages de l’Etat en charge des finances (le duc de
Villeroy, chef du conseil royal des finances, Etienne d’Aligre, l’un des trois directeurs des
finances, et surtout Jean-Baptiste Colbert, l’un des trois intendants des finances et de loin
celui dont les prérogatives sont les plus importantes284) aboutit le 2 mars à un compromis qui
ne satisfait aucune des parties : les bureaux des commis de la foraine doivent être rétablis dans
un délai de six semaines sur les frontières du Dauphiné aux frais du fermier mais les bureaux
sur la Durance seront maintenus. Le coût d’un tel dispositif rend la décision peu avantageuse
pour le fermier tandis que les Avignonnais continuent à craindre les abus des commis. L’arrêt
282
. Arch. Mun. Avignon, AA 69, pièces 1 à 67.
. Ibid., pièce 28, lettre du 28 février 1662.
284
. M. ANTOINE, Le cœur de l’Etat. Surintendance, contrôle général et intendances des finances (1552-1791), Paris, Fayard,
2003, p. 297-299.
283
154
est pourtant confirmé le 6 mars par le conseil des finances tandis que les Avignonnais
multiplient plaintes et procès-verbaux à l’encontre des commis qui lèveraient des droits indus
sur les marchandises entrant dans leur ville et dans le Comtat.
Une audience accordée par le roi au marquis de Pérussis le 13 mars accélère le règlement de
l’affaire. Dans la lettre qu’il envoie au conseil d’Avignon, Pérussis met en avant le geste de
Louis XIV destiné à apaiser les tensions : il a été reçu comme un ambassadeur et le roi a
assuré Avignon et le Comtat de sa protection. Les reines (Anne d’Autriche et Marie-Thérèse)
reçoivent aussi Pérussis le 20 mars285. Dans les faits, l’arrêt du 2 mars est maintenu mais
Etienne d’Aligre intervient pour arrêter les abus du fermier et une fois le délai expiré, lui et
Colbert font rétablir les bureaux en Dauphiné tandis que ceux placés sur la Durance sont
abandonnés. Le conflit se termine donc à l’avantage des sujets du pape. Ce dernier se montre
très satisfait de la manière dont le problème a été réglé. Pour la monarchie française, le
résultat est comparable à celui obtenu en 1652 : la situation douanière mise en place entre
1634 et 1647 est maintenue mais l’autorité des agents du roi est démontrée et la possibilité
pour les fermiers de la foraine de surveiller activement les activités de contrebande est
renforcée. Entre ces deux épisodes, la « fronde avignonnaise » (1652-1658) a des racines plus
profondes que les seules questions douanières et ses enjeux sociaux doivent être éclaircis pour
comprendre les spécificités des relations entre Avignon et la monarchie française.
3. Un « parti » italien contre un « parti » français : les faux-semblants d’une opposition
complexe
La période des troubles avignonnais (le Comtat restant relativement calme) correspond
à un moment d’intense agitation dans la Provence voisine, sans qu’un lien direct entre ces
événements puisse être établi286. Les crises provençales se caractérisent par l’extrême
diversité des cas : Aix, Marseille, Tarascon, Toulon et Draguignan notamment connaissent
des insurrections et des agitations politiques qui témoignent davantage de rivalités locales que
de choix nationaux ou même provinciaux. En revanche, Mazarin choisit de soutenir telle ou
telle faction en fonction de l’intérêt qu’elle semble représenter pour l’autorité royale,
s’appuyant notamment sur la personne du baron d’Oppède à Aix, qui joue le rôle d’un
intendant sans en avoir le titre. A Marseille, Mazarin et Louis XIV, qui ne trouvent pas de
personnalité suffisamment forte pour rétablir l’ordre, préfèrent humilier la ville par une
occupation militaire et une entrée du roi par une brèche effectuée dans les remparts, inversion
des rituels traditionnels d’entrée royale.
La Fronde provençale n’a pas la même gravité que dans d’autres provinces, notamment dans
le Bassin Parisien, malgré les ravages d’une partie du bassin aixois en 1649287. Les
événements qui déclenchent la crise avignonnaise se produisent alors que la situation est
confuse en Provence après l’échec du gouverneur, le comte d’Alais, rappelé auprès de la Cour
française. Toutefois, un personnage important appelé à jouer un rôle déterminant dans les
affaires avignonnaises est intervenu en Provence : c’est le cardinal Bichi, évêque de
Carpentras, considéré comme un émissaire de Mazarin dans la région. Entre février et avril
1649, il a négocié une paix qui permet de réconcilier les parlementaires aixois, divisés sur la
question du « semestre »288, et de faire libérer le comte d’Alais, prisonnier du parlement
depuis plusieurs semaines. Le cardinal est utilisé pour ses relations au sein des élites aixoises.
285
. Arch. Mun. Avignon, AA 69, pièce 48, lettre du 28 mars 1662.
. Ibid., p. 567-862.
287
. R. PILLORGET, S. PILLORGET, France baroque. France classique (1589-1715), Paris, Robert Laffont, 1995, T. I, p. 535536 et 556-557.
288
. Le « semestre », ou parlement semestre, double le parlement aixois par la création d’un nouveau corps d’officiers appelés
à siéger six mois par an en alternance avec les « anciens » officiers, ce qui entraîne la création et la vente de plus de trente
nouveaux offices.
286
155
Personnage fastueux, il entretient aussi des relations étroites avec la noblesse avignonnaise,
bien que ses prérogatives politiques se limitent en principe au Comtat dont il préside
l’assemblée des communautés. Lors de l’affrontement entre pessugaux et pévoulins, Bichi se
montre un fervent partisan des premiers qu’il vient soutenir à Avignon en cherchant à faire
élire ses partisans au consulat. Quelques nobles le suivent ensuite à Carpentras lorsqu’il doit
quitter Avignon en juillet 1653. Bichi apparaît alors comme un obstacle à la paix qu’il avait
favorisé en Provence. Comment expliquer cette attitude ? Les pessugaux constituent-ils un
parti favorable à la France que Bichi, créature de Mazarin, soutiendrait ? A aucun moment
pourtant, les troubles avignonnais n’ont entraîné une tentative d’intervention française dans
les affaires locales, même lorsque la Fronde s’est terminée. Ce que veulent les pessugaux, en
dehors de la domination du conseil de ville, n’apparaît jamais sous la forme d’un programme
politique clair.
Pour le début des conflits avec les fermiers de la foraine et des troubles avignonnais (de
novembre 1650 à octobre 1653), l’analyse fournie par le factum du vice-légat Cursi, texte
bien informé sans doute destiné justifier son action, est très éclairant289. La partialité du texte,
violemment opposé à Bichi et à ses partisans, fait son intérêt. Le vice-légat insiste à plusieurs
reprises sur la rivalité entre les familles nobles d’Avignon : dès le début de l’affaire des
commis, elle s’exprime par l’hostilité entre le baron de Crillon, qui servirait les intérêts des
fermiers de la douane, et Gaspard de Villefranche, qui agirait « en hayne » de ces fermiers.
Mais pour le vice-légat Cursi, Crillon, qui se retrouve dans les années suivantes parmi les
personnalités appréciées des pévoulins, sans être vraiment un chef de cette tendance, est un
conciliateur à la recherche du compromis, luttant à la fois contre les excès des consuls en
place et contre les débordements populaires avec l’aide d’autres nobles (Chasteuil, de
Raymond, Massillian, La Grougière, Montcluds, Entremont).
Il n’est pas possible d’opposer deux noblesses en fonction de l’ancienneté, de la richesse ou
des fonctions occupées. Louis Berton de Crillon est un gentilhomme d’une grande famille
avignonnaise, petit-neveu du brave Crillon qui s’était illustré pendant les guerres de religion,
d’abord au service des Guises puis de Henri III et de Henri IV. Homme d’épée lui aussi, il est
colonel de l’artillerie pontificale et a été élu pour occuper la charge de viguier d’Avignon en
1653, preuve qu’il n’est pas écarté du pouvoir290. Il a fait construire au cœur de la ville en
1648-1649 un magnifique hôtel particulier291. Ce bâtiment tout récent au moment des troubles
dit à la fois le rang social du personnage et ses ambitions politiques. De style baroque avec ses
décors sculptés de mascarons, rinceaux, guirlandes, cornes d’abondance et médaillons avec
des figures humaines, la façade sur rue apparaît presque archaïque dans sa somptuosité au
moment où elle est réalisée, alors que la cour intérieure est beaucoup moins soignée : il y a là
incontestablement une volonté de marquer les esprits et de se démarquer des autres nobles qui
choisissent déjà un style plus épuré. Des membres de la noblesse de robe sont aussi favorables
aux pévoulins, revendiquant notamment une meilleure gestion des affaires municipales
comme Henri de Suarez. Mais d’autres robins sont proches des pessugaux et hostiles à Crillon
comme M. Crivel, docteur en doit dont la maison est pillée dans la nuit du 5 au 6 novembre
1655.
289
. Bibl. Mun. Av., ms 2394, f° 129 v° sqq., « Copie du factum de Monseigneur Laurent Cursi, vice-légat d’Avignon »,
publié dans J. MERITAN, « Les troubles et émeutes d’Avignon (1652-1659) », art. cité, p. 59-75. Ce texte ne nous est parvenu
que sous la forme d’une copie mais il traduit le regard d’un contemporain. J. Méritan le considère comme une justification de
son action par le vice-légat Cursi, même si le document est écrit à la troisième personne.
290
. Cette charge très importante est renouvelée chaque année. Qu’elle ait été occupée par Crillon ne lui confère donc qu’une
autorité provisoire et fragile. Le viguier convoque et préside le conseil de ville. Il préside aussi la Cour ordinaire et
temporelle de Saint-Pierre qui juge les affaires civiles et criminelles de l’Etat d’Avignon. Toutefois, sa fonction est surtout
honorifique : issu des gentilshommes, il n’est pas juge lui-même et le pouvoir municipal appartient en fait aux consuls. En
revanche, il veille au respect des institutions locales dans l’intérêts du pouvoir souverain.
291
. P. LAVEDAN, « Hôtels particuliers à Avignon, XVIIe – XVIIIe siècle », Congrès archéologique de France, CXXIe session,
1963, Avignon et Comtat Venaissin, Paris, Société Française d’Archéologie, 1963, p. 132-151.
156
Il n’est pas possible non plus d’opposer un parti français à un parti italien. Le factum de Cursi
suggère une opposition entre ses partisans et ceux de Bichi. Peut-on assimiler ces derniers à
un parti français alors qu’ils ont déclenché les troubles en engageant la lutte contre les
fermiers de la douane française ? Quant à Crillon, il prend soin de mettre en avant sa fidélité
au pape et sommé par Bichi de se prononcer entre lui et le vice-légat, il affirme selon le
factum de Cursi qu’un Etat ecclésiastique ne peut avoir d’autre parti que celui du Saint-Siège.
Cela fait-il de lui un « italien » alors que sa famille s’est illustrée au service de la France et
qu’il est lui-même gentilhomme de la chambre du roi ? Le « peuple » qu’il défend revendique
en tout cas une amélioration des relations avec la France pour qu’elle rétablisse les privilèges
de la ville et du Comtat. L’implication de certains nobles avignonnais dans les récentes luttes
provençales est rappelée à charge : les pévoulins font ainsi grief au marquis de la Rousselle
d’avoir soutenu le comte d’Alais contre le roi, ce qui est une curieuse interprétation des
événements provençaux et prouve la confusion des esprits. Quoi qu’il en soit, la Rousselle
aurait lésé les intérêts des Comtadins et des Avignonnais qui possèdent des biens nombreux
au sud de la Durance, dans des villages soumis au pillage des troupes du comte d’Alais.
L’hostilité affichée n’est pas tournée contre le roi de France mais contre les partisans du
gouverneur présenté comme un traître. Cela confirme que l’objectif des révoltés est une
normalisation des relations avec la France, non une hostilité à celle-ci. Cursi a certes intérêt à
présenter ses adversaires comme opposés au respect des juridictions respectives : « Plusieurs
des nobles retirés de la ville [c’est-à-dire ayant accompagné Bichi à Carpentras], poussés de
rage, entreprenoient mesme de mettre de la division entre la jurisdiction du pape et du Roy,
sur le pont du Rhosne qui fait la séparation de Villeneufve avec Avignon ». Il n’en reste pas
moins que l’attitude des pessugaux apparaît comme équivoque.
Les textes qui concernent la période postérieure au départ de Cursi confirment que
l’opposition entre la France et Rome est artificielle. L’attitude des pévoulins montre un jeu
constant entre la France et le Saint-Siège. L’arrivée de Conti à la vice-légation à la fin de
l’année 1655, après les émeutes de novembre, est suivie de l’exil des chefs pévoulins, dont
Crillon et Suarez, tandis que d’autres quittent volontairement la ville par peur des représailles.
Les nobles qui avaient accompagné Bichi à Carpentras rentrent au contraire à Avignon. Les
chefs pévoulins, beaucoup plus que les pessugaux, jouent de la double fidélité au pape et au
roi. Ainsi, Crillon exilé se rend-il à Montélimar, en terre française, avant d’aller se justifier à
Rome292 où il obtient assez facilement la reconnaissance de son innocence : pour les autorités
pontificales, il ne semble pas constituer un danger, même si son image peut être utilisée par
des agitateurs et s’il reconnaît lui-même avoir fait ériger des barricades en 1653 et fait prendre
la paille à ses partisans comme signe de reconnaissance. Cette action aurait été menée en
concertation avec le vice-légat pour lutter contre les ennemis de celui-ci. Le soutien apporté
au vice-légat est fréquemment mentionné. Le baron rappelle aussi qu’il s’est opposé à Louis
Pallis, un autre noble, « parce qu’il lisoit un libelle diffamatoire contre le roy et la reine de
France ». La volonté de préserver les relations entre Rome et la monarchie française est donc
présentée par Crillon comme la motivation principale de son attitude.
Le séjour du roi à Avignon du 19 mars au 1er avril 1660 intervient dans un contexte pacifié
mais toujours tendu293. Pour Louis XIV, cette visite dans la cité pontificale s’inscrit dans une
longue tradition : François Ier en 1516, 1524 et 1533, Charles IX en 1564, Henri III en
1574294, Marie de Médicis en 1600 et Louis XIII en 1622 ont été reçus avec tous les honneurs
dans la ville pontificale, l’intégrant dans des parcours aux motivations diverses comme
292
. Bibl. Mun. Avignon, ms 3357, f° 140 sqq., « Justification de M. de Crillon » publiée dans J. MERITAN, « Les troubles et
émeutes d’Avignon (1652-1659) », art. cité, p. 79-81.
293
. Histoire d’Avignon, Aix-en-Provence, Edisud, 1979, p. 405-406.
294
. En prenant l’habit des pénitents blancs d’Avignon, Henri III montre toute l’importance qu’il accorde au rôle religieux
d’Avignon. Cf. M. VENARD, Réforme protestante, Réforme catholique dans la province d’Avignon (XVIe siècle), Paris, Cerf,
1993, p. 870.
157
beaucoup d’autres cités importante de leur royaume. En 1660, Bordeaux, Toulouse, Marseille
surtout apparaissaient comme des villes à soumettre définitivement avant la célébration du
mariage royal à Saint-Jean-de-Luz le 9 juin295. En Provence, le roi est d’abord reçu à
Tarascon, Arles, Salon et Aix mais c’est Marseille qui apparaît comme la ville rebelle que le
roi fait occuper militairement les 20 et 21 janvier et auquel il impose une profonde réforme
institutionnelle296. A Avignon, l’accueil du roi est au contraire très classique, comparable dans
les formes de l’hommage rendu à ce qui avait été fait pour Louis XIII en 1622 mais avec un
cérémonial allégé : la ville n’a pas eu le temps (et sans doute n’a-t-elle plus les moyens
financiers) d’organiser une entrée aussi fastueuse avec des arcs de triomphe297. Les autorités
urbaines et la vice-légation collaborent comme à l’accoutumée pour rendre un hommage
appuyé au souverain français : lorsque Louis XIV venant de Languedoc se dirigeait vers la
Provence, le fils du premier consul d’Avignon a été député à Nîmes pour demander au roi
d’honorer la ville de sa présence et le vice-légat a été reçu par le roi à Arles peu de temps
après.
Louis XIV prend aussi la peine de répondre aux protestations de fidélité de la ville en
marquant bien son respect pour la souveraineté pontificale. Au fils du premier consul, il
répond : « Quoique vous ne soyez pas mes sujets, je conserverai néanmoins beaucoup
d’affection pour toute votre ville et pour votre particulier ». Lorsque les clés de la ville lui
sont présentés à son arrivée devant la porte Saint-Lazare, il les rend « disant qu’elles étaient
entre bonnes mains, qu’il les y fallait laisser ». Faut-il interpréter les signes de fidélité des
autorités avignonnaises comme un message nouveau qui ferait suite aux troubles des années
précédentes et manifesterait un rejet du pouvoir italien incarné par l’administration des vicelégats ? Rien ne permet de corroborer cette analyse devenue pourtant classique dans
l’historiographie locale, sauf à adopter une démarche rétrospective et à faire de la visite de
Louis XIV la préparation de l’occupation française de 1663. Il aurait été surprenant au
contraire que les autorités avignonnaises négligent l’opportunité d’une entrée royale dans leur
ville : cela aurait pu être considéré comme un affront par la monarchie française. Il n’y a pas
non plus de conclusion hâtive à tirer des réjouissances organisées pour la paix des Pyrénées
ou pour la naissance du Dauphin : elles sont logiques dans une cité dont le destin est aussi
étroitement lié à la France et dont la noblesse se met fréquemment au service du roi de
France. La pression française peut même apparaître plus légère au milieu du XVIIe siècle
qu’au XVIe siècle, lorsque les enjeux stratégiques et les guerres civiles obligeaient la
monarchie à intervenir plus directement dans les affaires avignonnaises et comtadines298.
Pour Louis XIV, le séjour à Avignon n’a rien d’une manifestation de force. C’est l’occasion
d’un séjour agréable qui permet le rassemblement d’une partie importante de la Cour. Le Roi
est notamment accompagné de son frère, Monsieur, de la reine mère, de Mademoiselle, la
cousine du roi, du cardinal Mazarin, du prince et de la princesse de Conti et de plusieurs
membres de la haute noblesse. Le duc de Lorraine rejoint la Cour à Avignon le 29 mars. La
noblesse avignonnaise peut ainsi approcher les courtisans durant quelques jours. Louis XIV
pose ostensiblement en roi Très-Chrétien : son séjour avignonnais correspond au temps pascal
et il assiste à de nombreuses messes, visite les sept églises de la ville, écoute des sermons,
lave les pieds de treize pauvres, touche les écrouelles. Se rendant à Orange, il refuse en
revanche de recevoir les ministres protestants. La signification religieuse de ce séjour a donc
autant d’importance que sa signification politique : enclavée dans le royaume, Avignon reste
une autre Rome dont le roi sait qu’elle ne présente aucun intérêt stratégique et qu’elle lui est
295
. Journal contenant la relation véritable et fidelledu voyage du Roy & de son Eminence pour le Traité du mariage de Sa
Majesté, & de la Paix Générale, 1659-1660.
296
. R. PILLORGET, Les mouvements insurrectionnels de Provence, op. cit., p. 819-827.
297
. Un compte rendu de cette entrée a été imprimé peu après le séjour du roi. Un long extrait est publié dans P. CHARPENNE,
Histoire des réunions temporaires d’Avignon et du Comtat Venaissin à la France, op. cit., T. I, p. 513-533.
298
. Histoire d’Avignon, op. cit., p. 319-364.
158
davantage utile en conservant son statut de ville pontificale au cœur du royaume qu’en
devenant une ville provençale ordinaire.
*
Fortement intégrée à l’espace français, Avignon est attentive au respect de ses
privilèges à la fois par les représentants du pape et par la monarchie française : c’est le
comportement normal de toute ville d’Ancien Régime accentué par la situation géographique
et politique spécifique de la cité pontificale. Il faut en revanche insister sur l’attitude de la
France qui, jusqu’au mariage de Louis XIV au moins, n’a aucun intérêt à un affrontement
avec le Saint-Siège à propos du Comtat. Seules les circonstances politiques expliquent
l’occupation de 1663-1664 qui crée une situation nouvelle en montrant que les élites
avignonnaises pourraient s’accommoder facilement d’une intégration à la France mais qui n’a
pas été préparée. Les conflits douaniers de 1652 et 1662, le second précédant de quelques
mois l’affaire des gardes corses, montre au contraire qu’Avignon a tout intérêt à défendre ses
droits contre les empiètements des fermiers français et que sa situation d’enclave étrangère
l’aide à jouer d’arguments divers pour maintenir le statu quo. Ses liens avec la Provence
voisine sont étroits mais la collaboration sur un pied d’égalité avec les élites provençales est
rendue plus facile par la dépendance à l’égard d’une souveraineté étrangère.
Il faut se garder aussi de penser la ville d’Avignon comme un bloc faisant front face à
la menace française. Certes, la pression française est réelle : elle a surtout pour but de
contrôler les deux rives du Rhône et de la Durance afin de maîtriser dans leur totalité ces
voies d’eau essentielles et de limiter la contrebande. Mais cette pression n’est pas si forte
qu’elle nécessiterait constamment une unanimité des élites avignonnaises. Pendant les
troubles comme dans les négociations de 1662, des voies discordantes se font entendre avec
plus ou moins de vigueur. M. de la Falèche, victime du pillage de sa maison par les émeutiers
en 1653 et premier consul opposé à la majorité du conseil en 1662, incarne les hésitations de
la noblesse, partagée entre l’hostilité aux commis de la ferme française et une attitude de
conciliation destinée à attirer la bienveillance française. Mais la noblesse avignonnaise est
constamment divisée sur l’attitude à adopter, sans que sa vision des rapports avec la France
apparaisse avec beaucoup de netteté. Le baron de Crillon, d’une envergure supérieure à celle
de ses concitoyens, choisit la fidélité politique au Saint-Siège et la fidélité personnelle au roi
de France, attitude la plus cohérente qui explique son prestige local.
Beaucoup reste à faire pour comprendre la manière dont se construit le lien social à
Avignon et dans le Comtat au XVIIe siècle. Une prosopographie des familles nobles (qu’elles
appartiennent à l’épée ou à la robe) mise en relation avec leur carrière et leurs choix politiques
permettrait de mieux saisir les modalités et les enjeux des affrontements du milieu du siècle
mais aussi de mettre à jour le fonctionnement des relations sociales des élites sur le long
terme et de comprendre les liens entre familles avignonnaises, comtadines, provençales ou
d’autres provinces françaises. L’attitude du « peuple », perçue surtout à travers le regard de
ces élites, est plus difficile à décrypter. Nul doute cependant que bourgeois et artisans ne sont
pas unanimes non plus : les émotions populaires sont plus ou moins radicales et les meneurs
les plus violents lors des émeutes de novembre 1655 sont arrêtés et exécutés. Malgré les
pillages de certaines maisons, la répression des troubles s’opère assez facilement sans
intervention extérieure et sans inquiéter fortement la France. Le vice-légat et la noblesse
locale s’organisent pour quadriller la ville et contenir les foules : en novembre 1655, une
certaine unité se reforme pour empêcher l’extension des désordres avant que le retour au
calme ne laisse resurgir les vieilles querelles. Les élites locales jouent donc de la situation
frontalière, l’intégrant dans leurs comportements en fonction d’intérêts immédiats et en
soupesant les rapports de force. Elles ont plus directement affaire au roi de France
159
(physiquement présent dans la ville en 1660) qu’au pape mais elles savent qu’elles ne sont pas
totalement maîtresses du destin des enclaves pontificales. En revanche, elles travaillent
constamment à défendre leur honneur et leur rang qui dépend de l’image et du statut de leur
ville : en ce domaine les divergences portent davantage sur les moyens à utiliser que sur les
objectifs.
Le début du règne personnel de Louis XIV marque l’entrée dans une ère nouvelle. Les
élites avignonnaises en ont rapidement conscience. La fermeté française dans les affaires de
1662 (négociations sur la foraine puis collaboration du conseil d’Avignon pour neutraliser le
vice-légat et désarmer la garde italienne en attendant l’arrêt de réunion des enclaves à la
France299) témoigne directement à Avignon du nouveau style du règne. L’enthousiasme
populaire, le caractère tumultueux des débats dans l’hôtel de ville et le sentiment xénophobe
manifesté vis-à-vis des Italiens sont accentués par la pression française qui semble mener à un
rattachement inéluctable à la France. Aussi bien témoignent-ils de la crainte qu’inspire le
souverain français générant une rhétorique de la soumission consentie destinée à mieux
préserver les acquis du passé : « Elle [Avignon] a souhaité, Sire, d’estre à vous par amour et
par ambition. Son amour est satisfait, que son ambition le soit. Sy elle étoit moins généreuse
et moins forte, elle seroit indigne de vous apparthenir »300. Les Avignonnais reconnaissent que
leur Etat et le Comtat constituent un territoire trop petit pour disposer d’un parlement mais la
ville demande à être traitée aussi bien que Metz et Perpignan. Par-delà la joie maintes fois
répétée transparaît l’inquiétude sur le sort réservé à une ville qui ne dispose pas d’un territoire
suffisant pour dominer une province (comme Perpignan) et qui n’a pas une position militaire
stratégique (comme Metz). Décidément, la fragilité des privilèges avignonnais n’échappe pas
aux contemporains qui n’ont d’autre choix que de consentir à leur sort et d’exalter Louis XIV,
au prix d’un contresens désastreux sur ses motivations réelles à long terme.
299
. Arch. Mun. Avignon, AA 69, pièces 86 à 129.
. Ibid., lettre non datée et non numérotée.
300
160
Conquista e integración: Los debates entorno a la inserción territorial y social (MadridMéxico, siglo XVIII).
Tamar Herzog
I
La conquista del Seno Mexicano es un episodio histórico largamente estudiado. Desde
el siglo XVII y especialmente a mediados del siglo XVIII hubo una voluntad tanto por
empresarios locales (vecinos de las jurisdicciones adyacentes) como por uno clérigos de
penetrar a este territorio (el estado actual de Tamaulipas en la costa norte del Golfo de
México), considerado lugar de refugio para grupos nómadas todavía sin convertir. Las
motivaciones eran múltiples e incluían, entre otro, la búsqueda de nuevos pastos, nuevas rutas
comerciales y nuevas almas, la pacificación de indios dichos rebeldes o por lo menos
demasiado bélicos, así como el deseo de defender la supuesta propiedad española de un
territorio de frontera amenazado, por lo menos según el imaginario contemporáneo, por
naciones foráneas. En 1746, el virrey, a consulta de una junta general de guerra y hacienda,
encargó la conquista, pacificación y población del Seno a José de Escandón, coronel del
regimiento de milicias de Querétero y teniente capitán general de presidios, misiones y
fronteras de Sierra Gorda.543 En virtud de este nombramiento, entre 1748 y 1751 Escandón
hizo varias entradas al Seno mexicano acompañado de clérigos, tropas y pobladores. En poco
tiempo, estableció 18 poblaciones con 925 familias españolas, 136 soldados y 614 familias
indias “que antes vivían sin sociabilidad y dispersos en aquellos contornos.” Según los
informes que enviaba al virrey el territorio, antes totalmente desolado, era ahora de los más
bellos, ricos y útiles entre las provincias de la Nueva España.
La literatura que estudiaba este episodio destacaba la personalidad de José de Escandón y
analizaba los grupos de poder e intereses que le apoyaron u opusieron.544 Examinando las
circunstancias locales que permitían e incluso convirtieron en deseable la integración del Seno
en el territorio novohispano, esta literatura a penas se interesaba por la realidad jurídica,
política e institucional que apoyaba el proyecto. Concentrándose en la documentación
mexicana, fracasaba al sub-estimar el carácter transatlántico de la empresa y al menos valorar
la importancia del debate que este episodio suscitó en torno del paso de la conquista a la
población. En este breve espacio quisiera detenerme en estas preguntas y, ante todo, centrar
mi atención en dos interrogantes. Primero: ¿de qué consistía una “conquista?” Segundo: ¿cuál
era la relación entre conquista e integración territorial y social? La importancia de estas
preguntas se puso de manifiesto en 1752 cuando el Consejo de Indias debatía si Escandón
meritaba premio en forma de un título de nobleza, un grado militar y alguna recompensa
económica.545 Según explicaba el fiscal, por un lado la información recibida de México
apuntaba que lo ejecutado por Escandón tenía mucha importancia.546 Por otro, el colegio
apostólico de San Fernando Extramuros de la ciudad de México representó la imposibilidad
de dicha población y pacificación.547 Acusó a Escandón de sólo ocuparse del asentamiento de
españoles sin haberse pacificado a los indios ni congregado nación alguna “de las muchas que
543
Comisión del virrey Juan Francisco de Güemez y Horcasitas, México 8.7.1748 publicada en “Documentación inédita
sobre la pacificación de las fronteras de Panuco….,” Revista del Archivo Nacional (Bogotá) tomo 6, nums. 66 y 67 (1944):
279-310 en pp. 279-282. Vid, igualmente, consulta de 27.12.1752, AGI, México 691, No.3.
544
Patricia Osante. Orígenes del Nuevo Santander (1748-1772). México: UNAM, 1997, p.9.
545
Consulta de 27.12.1752, op.cit.
546
Vista fiscal de 11.1.1752, AGI, México 691, no.1.
547
Carta del colegio apostólico de San Fernando de 12.11.1749, AGI, México 691, no.1.
161
habían.”548 Según el colegio, la temporada era impropia para la creación de asentamientos y
los pobladores eran en su mayor parte “gente perdida” que huyó de sus lugares de residencia
habituales por ser deudores y criminales y de “desfrendadas costumbres.” Críticas similares
hallaron expresión en los informes del fiscal novohispano Antonio Andreu quien opinaba que
la empresa andaba mal y no merecía el apoyo financiero de la corona.549
La primera cuestión consistía en entender qué era exactamente lo que fue logrado. La
existencia de informes contradictorios no sorprendía el fiscal del consejo quien consideraba
que cada uno de los informantes defendía sus intereses y para este fin presentaba lo que más
le convenía. Sin embargo, las contradicciones también pudieron dar prueba que, a pesar de la
buena voluntad y empeño de Escandón, las poblaciones que asentaba se quedaron “sin la
permanencia ni la subsistencia que se deseaba.”550 Como los premios solicitados no se daban
por “las entradas que habían hecho en aquellos territorios, ni menos las poblaciones que con
efecto habían fundado desde luego, sino por la subsistencia y conclusión de tan vasto proyecto
de suerte que sin recelo se trate, gire y comunique por los españoles en los mismos términos
que lo practican en los demás territorios pacificados de aquellos reinos,” era preciso recabar
informes adicionales. Entre otras cosas, el consejo explicó que se sabía que muchos de los
indios congregados en 1748 huyeron a los montes; que por la sequía de 1749 las poblaciones
tuvieron mucha decadencia y que en 1751 hubo inundaciones que causaron muchas muertes y
destruyeron algunas poblaciones. Como la población, decía el consejo, dependía de su gente y
como era dificultoso encontrar familias españolas que quisieran pasar a establecerse en un
desierto, suportando unos riesgos como los experimentados en tan corto tiempo en la colonia,
era necesario verificar si el establecimiento de las nuevas poblaciones era aleatorio o
persistiría en el tiempo. Para este fin, era preciso enviar a las poblaciones persona de “toda
integridad, inteligencia y confianza” que pudiera reconocerlas y examinar su estado. El virrey
nombró a este fin al marqués del Castillo de Aysa. Por su parte, el consejo pidió informes
reservados del arzobispo de México y de los obispos de Puebla de los Ángeles de Michoacán
y de Guadalajara. Aconsejó, entre tanto, retener los premios solicitados por Escandón.
La discusión en Madrid revelaba el grado de desacuerdo y debate en México. En 1755,
examinando los informes solicitados más la representación del guardián del colegio
franciscano de Zacatecas --ahora encargado de la conversión de los indios del seno-- y de
Vicente Bueno de la Borgolla gobernador que fue del Nuevo Reino de León, el fiscal del
consejo concluía que seguía siendo imposible saber cuál era el verdadero estado de la
población.551 Como ocurrió anteriormente, los informes seguían representando una variedad
de opiniones. El virrey y Escandón insistían en la conclusión de la conquista, pacificación y
población. El arzobispo de México explicaba que no podía formar juicio sobre la pregunta
“pues teniendo dos partidos opuestos el uno a su favor y el otro en contrario protegía cada uno
de ellos con eficacia su parecer por lo que no podía asertivamente decir cosa alguna.”552 El
obispo de Puebla opinaba de modo similar.553 Sin embargo, el obispo de Guadalajara se
mostró contrario a la idea que la empresa había llegado a una feliz conclusión. Era absurdo
pretender que Escandón conquistó el Seno cuando “aquellas tierras estaban ya conquistadas y
que no había [nuevos] pueblos como expresaba Escandón sino cuatro o cinco que ya existían
en lo antiguo y solo se habían agregado algunos pobladores, los cuales eran gente insolente,
perdida, abandonada y fugitiva del Nuevo Reino de León por sus delitos o sus deudas,
548
La visita de fray Manuel Joseph de Silva a las misiones en febrero, marzo y abril de 1752 parece darles la razón. Según la
misma, en ocho de las quince misiones no había labor de evangelización: Carlos González Salas. La evangelización en
Tamaulipas. Las misiones novohispanas en la costa del Seno mexicano (1530-1831). México: Universidad Autónoma de
Tamaulipas, 1998, pp.267-269.
549
Osante. Orígenes, pp.238-243.
550
Borrador de la consulta de 27.12.1752, AGI, México, 691.
551
Vista fiscal de 28.4.1755, AGI, México, 691, no.3.
552
Carta del arzobispo de México de 3.7.1753, AGI, México 692, fol.1032r.
553
Carta del obispo de Puebla de 14.7.1753, AGI, México 692, fol.1033r-v.
162
abrigándose a la colonia para vivir con libertad no pudiendo explicar con otra voz más
expresiva lo que oía decir de aquellas poblaciones sino con la de que la denominaban Nueva
Inglaterra, asegurando también lo disgustados que se hallaban el mayor número de los
mencionados pobladores por no habérseles hecho el repartimiento que se les ofreció como
fueron tierras para sembrar, aguas para su riego y crías de ganado y finalmente que los
ganados eran los mismos que habían antes de las nuevas poblaciones pero con la diferencia de
que entonces los disfrutaban y después hallándose los indios tan disgustados los mataban o se
los llevaban y que no había tales conversiones ni las habría si se seguirá en el método y modo
que se llevaba, pues el castigo y fuerza con que se trató a los indios les había hecho retirarse
por lo que no convenía sino tratarlos con amor.”554 El guardián del colegio de Zacatecas
criticó a Escandón por no haber establecido misiones ni haber asignado los sitios convenientes
para ellos.555 El superior franciscano de las misiones aseguraba de la existencia de seis
misiones, aunque confesaba que en cinco de ellas los indios entraban y salían a su antojo.556
Vicente Bueno de la Borbolla opinaba que en la conquista no se verificó lo prometido “en
cuanto a la conversión y reducción de los indios gentiles a quienes antes bien se les había
dado motivo de mayores inquietudes y que eran falsas y aparentes las utilidades que se
propusieron como así mismo ser un nuevo descubrimiento respecto de que muchos años ha
que estaban ya andado por lo que la mencionada pacificación y población quedaba en los
términos de una idea fantástica con perjuicio de la causa publica.”557
El debate, por tanto, incluía tanto la necesidad de establecer los hechos (qué había antes y qué
fue hecho) como proceder a su interpretación y evaluación. Dada esta naturaleza, el fiscal del
consejo --y el consejo y el rey acogiéndose a su parecer-- decidieron nombrar un nuevo
delegado para reconocer el Seno.558 En virtud de esta orden, en 1757 pasaron al Seno
mexicano el capitán Joseph Tienda de Cuerno y el ingeniero segundo Agustín López de la
Cámara Alta.559 Durante meses, Tienda y López contaron personas, animales y casas en 24
poblaciones distintas. Concluyeron que antes de haber hecho la entrada, el terreno estaba
enteramente inculto y dominado por indios gentiles y apostatas que hacían entradas en las
provincias vecinas, ejecutando muertes y robos. Lo único que había era un pequeño poblado
(San Antonio de los Llanos) con cinco vecinos muy pobres que vivían en chozas sin tener de
que sustentarse y que estaban a punto de retirarse a otras provincias y varias haciendas cuyos
dueños eran vecinos de los pueblos del Reino de León. De las 24 poblaciones que estaban
ahora establecidas quince eran “villas razonables” que probablemente se aumentarían con el
tiempo, siendo las demás pueblos pequeños. En la colonia habían indios congregados que
“entraban y salían de las poblaciones de paz sin tener cuarteles en ellas ni observar
subordinación alguna” e indios agregados que “vivían sujetos a doctrina acompañados de los
bautizados.” En total habían 16 misiones, doce con sitios asignados, y otras cuatro sin ellos.
Concluyendo, los comisionados explicaron que lo que antes era inculto se hallaba ahora
conquistado, pacifico y poblado. Recomendaban en 1758 el envío de misioneros, el
establecimiento de tres asentamientos adicionales, la mudanza de tres de los existentes y el
repartimiento de tierras entre los pobladores.560
554
Carta del obispo de Guadalajarra de 12.10.1753, AGI, México 692, fols. 1034r-1035r.
Carta del guardián del colegio de la ciudad de Zacatecas de 7.9.1753, AGI, México 692, fol. 1036r. Se trataba de una
queja que persistía en el tiempo. Vid, por ejemplo, carta de Fray José Joaquín García, discreto del colegio de Zacatecas al
fiscal, México, 8.10.1765, en Estado general de las fundaciones hechas por don José de Escandón en la colonia del Nuevo
Santander. México: Talleres Gráficos de la Nación, 1930, v. 2, pp. 261- 268, en p.262.
556
Osante. Orígenes, p.130.
557
Carta de Vincente Bueno de la Borbolla de 13.6.1753, AGI, México 692, fol. 1036v.
558
Borrador de consulta de junio 1755 con anotación del rey de 17.6.1755, AGI, México 691, no.3.
559
Decreto del virrey Marqués de las Amarillas de 29.3.1757, reproducido en Estado general, v.1, pp.3-4.
560
Vista fiscal de 2.10.1759, AGI, México 692, fols. 1002r-1012r, en fol. 1007v. El texto de la la inspección se publicó en
Estado general.
555
163
A pesar de estas conclusiones, la duda sobre el éxito de la empresa persistía. El ahora
virrey (marqués de las Amarillas) insistía que el principal fin de la empresa era la conversión
de los indios y la defensa contra sus ataques y que este seguía sin conseguir.561 Además,
aunque ahora “se conocía aquel país, establecidos algunos lugares y constantes las entradas
del puerto,” las poblaciones “no tenían estado de defensa que se pudiesen descuidar algún
intento de invasión.” El consejo, sin embargo, concluía lo contrario. Considerando que “no
hay obra grande que no padezca contradicciones y emulación”562 en su consulta de 1761
aprobó lo ejecutado por Escandón, aunque sin otorgarle todavía los premios solicitados.563
Esta decisión, sin embargo, no logró apaciguar la contienda. Según un borrador de 1767, la
oposición a Escandón seguía en pie y se enfocaba ahora en nuevas quejas sobre el mal estado
de la colonia y sus operaciones como gobernador de la misma.564 Estas quejas, entregadas al
virrey Marqués de la Croix en 1766, fueron investigadas y sus conclusiones discutidas en una
junta de guerra que concluía, una vez más, que faltaba averiguar el estado “veraz” de la
colonia, por lo que era preciso nombrar nuevos comisionados. Para asegurar que Escandón no
pudiera estorbar la comisión, el virrey le ordenó venir a la capital para dar cuenta del estado
de las poblaciones, dejando en su empleo un gobernador interino.
Según la versión de Escandón, mientras el se dedicaba a la conducción de familias, a la
contención de los indios y a la tarea poblacional, la emulación crecía.565 Por una parte las
justicias, celosas de su autoridad y resentidas del fuero militar del que gozaban los pobladores
y, por otro, los religiosos --cuyas misiones de Sierra Gorda se suprimieron a causa de sus
actividades--, los gobernadores de las provincias confinantes --que deseaban extender su
jurisdicción y terreno--, y por fin el obispo de Guadalajara –quien luchaba por afirmar que la
colonia pertenecía a su diócesis y por tanto él debería de percibir sus diezmos--, todos
juntaron para oponerle.566 Incluso “se llegó a decir que el terreno no era incógnito porque a
sus orillas entraban a pastar algunas haciendas de ovejas a fuerza de escolteos y a costa de
muchas desgracias y muertes; siendo así que lo contrario suponen y asientan las reales
cédulas. Se llegó a dudar por los años de (17)55 y 56 si había o no tal colonia; si era o no
cierto el pueble y tomó tanto calor la duda e hizo tanta impresión a los principios del virrey
marqués de las Amarillas que hubo de remitir a la inspección y reconocimiento a un ingeniero
y al capitán don Joseph Tienda de Cuervo quien de resulta de una formal visita informó plena
y difusamente en 1757” a favor de él.567 Cada vez que llegaba a México un nuevo virrey sus
opositores volvieron a informarle contra él. Ahora, de nuevo, y a pesar de la aprobación de
cinco virreyes anteriores, del haber dado cuentas, haber habido una visita detallada en 1757 y
estar el rey informado sobre todo, y a raíz de una denuncia por unos individuos de poca monta
(un desertor de baja calidad procesado, un religioso a quien Escandón negó la certificación
para la percepción del sínodo por su no asistencia y una mujer de mala reputación) se recibió
una sumaria contra él con testigos enemigos declarados suyos.568 El asesor encargado de la
misma (Diego de Cornide) no estaba nada instruido en asuntos municipales y el escribano
(Ignacio Godoy) se hallaba difamado en su oficio y luego fue procesado y preso. Después de
efectuar la sumaria el virrey formó una junta de gente inexperimentada y decidió separarle de
561
AGI, Mexico 692, fol. 1041v.
Vista fiscal de 2.10.1759, op.cit, fol. 1004v.
563
Consulta de 10.11.1761, AGI, México, fols. 1015r-1077v y cédulas de 1763 cuya copia se halla en Estado general, v. 2,
pp.179-189.
564
Borrador de una cédula de 25.11.1767, AGI, México 692, fol. 1099r.
565
Carta de José de Escandón de 27.4.1769, AGI, México 693A, fols. 2r-21r. Vid igualmente otra representación suya de
26.5.1769 en el mismo legajo.
566
Osante. Los orígenes, pp.243-244.
567
Carta de Escandón de 27.4.1769, op.cit., fol. 6r
568
Según el fiscal del consejo, se trataba de una delación privada por el procurador del colegio de Zacatecas y de una queja
formal presentada por María Bárbara Reysendi en su nombre y bajo de la calidad de apoderada de los indios chichimecos
que habitaban la Sierra Gorda: Vista fiscal de 26.10.1771, AGI, México 693B, fols. 277r-316v, en fols.295r-v.
562
164
su empleo. Le trajeron a la ciudad como reo, sin haberle oído. Vino a la capital abandonando
su familia. Mientras tanto, los comisionados visitaban las poblaciones de la colonia fijando
edictos y bandos llamando a los agraviados y quejosos presentarse y pedir contra él.
Concluyendo, Escandón opinaba que todo lo obrado era injusto e in-propio. Primero: el no
había capitulado ni hizo obligación alguna por vía de contrato o quasi contrato para pacificar
o poblar el Seno Mexicano. Simplemente, el virrey le encargó ejecutar las órdenes reales
sobre la pacificación y el pueble del mismo. Se trataba, por tanto, de un encargo personal, por
el que recibió el título de lugarteniente del virrey.569 Precisamente por ello, aunque preparó un
informe sugiriendo cómo efectuar la conquista, este informe no tenía fuerza obligatoria y era
imposible exigir que lo cumpliera a la letra. Además, sus actuaciones habían sido aprobadas
por el virrey e incluso por el rey. Segundo: si se trataba de una visita o una residencia contra
él, entonces deberían de encargarse de ella unos jueces y no unos comisionados nombrados
por una junta como la de guerra y hacienda acostumbrada a ver negocios de gobierno y
economía pero la que no tenía facultades en materias de justicia.
Dándole la razón, en 1769 el fiscal del consejo ordenaba pasar el caso a la audiencia. En
1771, el fiscal opinó que aunque Escandón no cumplió con las leyes sobre las nuevas
fundaciones por haberse establecido algunas de las poblaciones en terrenos inadecuados, no
dejaba de ser verdad que el rey aprobó su proceder considerando o que no habían suficientes
pruebas de negligencia o que este fracasó ya se redimió con el infatigable celo demostrado por
Escandón, quien se empleó graciosamente en “la referida empresa y proyecto.” 570 Por
entonces ya le parecía evidente al fiscal que las acusaciones que los establecimientos eran
quiméricos y fantásticos o que su utilidad era poca eran imposturas. Concluyendo, el fiscal
opinó que del proyecto resultó, en efecto, la conquista del Seno Mexicano y el
establecimiento y población de familias españolas que anteriormente se hallaban “estrechadas
de la necesidad” en una zona que estaba habitada por indios apostatas e infieles; que ahora se
sembraba y se criaba ganado allí, descubriendo maderas ricas, minerales y salinas y que, por
fin, todo esto garantizaba que el territorio se quedara defendido de la “proporción que tenían
los extranjeros de apoderarse clandestinamente de su circunferencia.”
Mientras Madrid apoyaba lo obrado por Escandón, en México la investigación contra sus
operaciones se transformó en una residencia en la que se procedió en forma de visita,
limitando las garantías procesales del acusado y convirtiéndolo en reo.571 Según la acusación,
Escandón no había “cumplido el principal objeto, tan recomendable, de pacificar y reducir a
los indios gentiles y apostatas ni concluido el pueble en el término de tres o cuatro años que
había propuesto con sólo el gasto de 115.000 pesos, ante bien constaba que en los 29 pueblos
que componían la colonia no había misión de indios convertidos y, aunque existían algunos en
dos o tres, eran oriundos de las provincias confinantes y la mayor parte de ellos se hallaban
bautizados en sus antiguos domicilios, que lo que no había duda que, en los 20 años corridos,
había consumido el real erario como un millón de pesos sin utilidad ninguna ni haber logrado
el fin, y que la falta de cumplimiento con el exceso de gastos, cuando no fuese delito grave,
manifestaba a lo menos la conducta de Escandón, y que sus deseos se dirigían más a la
utilidad propia que a la del pueblo y de la real hacienda. Que la reducción de indios mal se
podía conseguir por los medios de que se usaba en la colonia, tan opuestos a lo que prevenían
las leyes y recomendó la junta del año pasado de 1748 [la que encomendó el proyecto a
Escandón], con la particular prevención de que aquel a quien se le diese la comisión había de
procurar la elección de cabos, precaviendo que por ningún modo disgustasen a los indios,
569
Esta visión de los hechos tenía precedente en un escrito de Escandón al virrey, fechado en México 12.5.1756 y
reproducido en Visita a la colonial del Nuevo Santander, hecha por el licenciado don Lino Nepomuceno Gómez el año de
1770. Enrique A. Cervantes introd. México, Secretaría de Agricultura y Fomento, 1949, pp.15-18.
570
Carta de Escandón de 27.4.1769, op.cit., fol.309r.
571
Testimonio acerca de la causa formada en la colonia del Nuevo Santander al coronel don José de Escandón. Patricia
Osante introdu., México: UNAM, 2000.
165
antes bien solicitar en atraerlos con amistad, caricia y amor, haciéndoles entender lo que era la
religión para que, sin repugnancia, la abrazasen. Y resultaba que lo contrario ejecutó en la
colonia, pues llegaban a perseguir a los indios hasta sus propias rancherías, donde eran
muertos unos y hechos prisioneros otros, y al tiempo de conducirlos a poblado, que fueron
colgados algunos en árboles por el camino… que todo esto ejecutaban los capitanes y
soldados de Escandón sin que éste hubiese aplicado el debido remedio....” El expediente
también alegaba que si Escandón se empleaba en la conquista durante veinte años sin sueldo
era porque tuviera otros intereses económicos en la misma.572
Aunque los 38 cargos incluían alusiones a crímenes y excesos, ante todo, lo que se le acusaba
a Escandón era el no cumplir con su obligación de conquistar, pacificar y poblar la costa del
Seno Mexicano. Curiosamente, llegando a sentenciar el caso en 1773, el fiscal de México José
Antonio de Areche opinó que las pruebas no faltaban.573 Al contrario, había tanta información
que era imposible procesarla toda. Por estas alturas, ya era evidente que incluso el fiscal
mexicano favorecía la causa de Escandón. Concluyó que se trataba de una “empresa grande
verdaderamente lograda (sea o no con algunas quiebras que regularmente hay en las cosas
humanas) el advertir las ventajas que pronostica al estado e interés de su majestad el meditar
que en las fatigas de esta clase nunca faltan emulaciones por la incomprensible diversidad de
pensamientos y otros enlaces; el inferir que si por buscar más cabal averiguación en algunos
de los cargos y sus justificaciones, sobre estar los principales absolutamente desvanecidos, se
dilatara por mucho tiempo éste tan demorado negocio, no sin perjuicios de los otros, y mucho
más importantes del estado de la colonia; y finalmente el conocer, no ajeno del oficio fiscal,
mirar por aquellos que sin detenerse en sudores, afanes, riesgos y trabajos cuidan del aumento
de la corona, y la noble inclinación de los hombres grandes, como el conocimiento de que si
se busca alguno totalmente exento de imperfección o capaz de ser del agrado de todos será
desear una cosa humanamente imposible.”574 Acogiéndose a la versión de Escandón, el fiscal
novohispano opinó también que Escanón no había hecho contrato con la corona. Su informe
no tenía fuerza obligatoria: “estas palabras [incluidas en el informe] lejos de ser constitutivas
de promesa u oferta de lo que adelante se iba a exponer y expuso en orden a los medios de
designio, sobradamente dan a entender que sólo importaron opinión y dictamen de lo mismo,
y esto fundado no en otra cosa que en la probabilidad que el señor coronel ministraba su
experiencia, como explicó después… Sabido es por concorde sentir de teólogos y juristas,
que el que lo expone en las cosas tocantes a su profesión, si no lo hace por precio, sólo queda
responsable en los capítulos de dolo y lata culpa. Resta, pues, asentar que, aun cuando no se
hubiese logrado o no lo esté, como delineó el señor coronal Escandón el proyecto de la
pacificación y población de la colonia, era menester que se le probara alguno de aquellos dos
capítulos para que procediese el cargo que en este particular se le hizo.”575
El auditor de guerra de México consintió.576 Transformando su parecer en un elogio, antes de
resumir los cargos y descargos examinó cronológicamente la “carrera ilustre” de Escandón y
tituló las quejas de sus rivales de “extravagantes pretensiones, falsos y subrepticios informes
hechos por impostores.”577 Acordó con el fiscal y el mismo Escandón que la empresa no la
tomó Escandón por asiento, contrato o capitulación, sino por comisión o encargo que se le
hizo sin asignación de sueldo, quedando a cuenta y a riesgo de la real hacienda su éxito y sus
costos.578 Escandón propuso el proyecto por vía de informe que se le mandó hacer, sin
obligarse a ello ni ofrecerse siquiera a ejecutarlo. La junta abrazó el proyecto y le encargó su
572
Cédula real de 29.1.1773, reproducida en Testimonio pp. 3-7 en pp.4-5.
El fiscal, México 31.12.1773, en Testimonio pp. 9-84, en p.11.
574
El fiscal, idem, p.83.
575
Vista fiscal José Antonio de Areche, México, 31.12.1763, en Testimonio, pp.9-84, en p.16.
576
Domingo Valcárcel, México 19.9.1774, en Testimonio, pp.85-190.
577
Domingo Valcárcel, México 19.9.1774, en Testimonio, pp.87-116.
578
Domingo Valcárcel, México 19.9.1774, Testimonio, pp.94 y 117-21.
573
166
ejecución. La única obligación de Escandón, por tanto, era “hacer cuanto estaba en su parte
para que se verificase la población y pacificación. Si el efecto de ella se hubiese frustrado por
culpa suya, o por dolo o fraude que cometiese, ya se ve que sería responsable y le resultaría
un cargo gravísimo. Pero lo cierto es que tampoco se le ha probado en este particular cosa
alguna.” Además, incluso si no llegó a pacificar a los indígenas, no se podía atribuirle
responsabilidad alguna porque “la promesa que depende de hechos ajenos [de los indios]…
aunque sea jurada y contenga la cláusula con efecto, no obliga al promitente a otra cosa que
hacer por sí y cuidar de su parte que se cumpla.”579 Por fin, aunque hubieran habido
omisiones por parte de Escalón, “debería de tenerse consideración a que , conforme a las
disposiciones de derecho en todas las cosas, lo que en primer lugar debe atenderse es el fin e
intento principal de lo que se hace; cuando éste con lo sustancial se consigue no se ha de
reparar mucho en si se pecó algo en los medios y modos, ni la deformidad de la obra se
considera cuando se halla sana y recta la intención del operante, o porque en el concurso de
dos causas, una que aprovecha, otra que daña, aquélla se ha de mirar y prevalecer,
especialmente cuando es más útil y favorable.”580 Escandón, por tanto, era inocente. En
octubre de 1774, el virrey Bucareli declaró le declaró por tal, liberándole de toda
responsabilidad. 581
Escandón murió en 1770 sin conocer la sentencia exculpatoria. Sus últimos años, al parecer,
eran tristes. La oración fúnebre que se dijo en su honor en la iglesia de Santa María de
Guadalupe de Querétero en 1771 apuntaba a estas dificultades. Los golpes que recibió, se dijo
en aquella ocasión, eran “de suma mortificación a su noble espíritu, y que tolerados con igual
grandeza de ánimo, sirvieron a un tiempo de ejercicio y de crisol a su sólida virtud, pues
examinada muchas veces descubrió mayores quilates, brillando su conducta civil y militar
como el oro purísimo con los informes de las reales audiencias, con las pesquisas de la corte,
con la aprobación de cinco grandes virreyes y por último con los distinguidos favores de tres
ilustres soberanos que apreciando justamente sus talentos y servicio lo colmaron de títulos,
honores y apremios. Pero aun disipadas de esta suerte a la luz de la verdad las nubes y
sombras del engaño, no se dio la emulación por vencida, pues levantándole improvisadamente
una nueva borrasca, logró por fin privarlo del vital aliento y perseguirlo hasta el mismo
sepulcro.”582
II
Lo vivido por Escandón apuntaba, entonces, a dos dificultades distintas. La primera
era la necesidad de definir de qué consistía una conquista, población o pacificación. ¿Bastaba
con entrar al territorio? ¿Tomar posesión de él? ¿Fundar poblaciones? ¿Garantizar que las
mismas durasen, que los indios se quedasen en sus reducciones y que el territorio sería
pacificado? ¿Qué responsabilidad tenía el encargado por los caprichos del clima? ¿Por la
inadecuación del terreno? ¿Por la belicosidad de los indígenas?
Durante la discusión, el consejo parecía indicar que todo absolutamente era de la
responsabilidad del comisionado. Es decir, la meta era una conquista, una población y una
pacificación permanentes y sólo estas indicarían el éxito de la misión. Esta visión tal vez
reflejaba la creciente frustración de Madrid a donde llegaban informes continuos sobre
intentos de conquista que se dijo prosperaban y luego, sin embargo, requerían repetición. En
1720, por ejemplo, Juan Bautista Sánchez de Orellana ofreció contratar la conquista de la
579
Domingo Valcárcel, México 19.9.1774, Testimonio, p.128.
Domingo Valcárcel, México 19.9.1774 Testimonio, p.187.
581
Testimonio, p.191.
582
Oración hecha por el doctor don Julián Abad y Arámburu el 2.12.1771, reproducida en Visita a la colonia del Nuevo
Santander hecha por el licenciado don Lino Nepomuceno Gómez el año de 1770. Enrique A. Cervantes introd. México,
Secretaría de Agricultura y Fomento, 1949, pp.20-22.
580
167
provincia de los Jíbaros, confinante a la de Quito.583 Explicó que la misma se conquistó pero
que, al poco tiempo, los indios se alzaron (¿1576?) matando a los españoles, dejando la
ciudad de Logroño en ruinas y produciendo el total abandono de la provincia. En las décadas
y siglos siguientes hubo continuas – incluso tantas como treinta—entradas a la provincia. Sin
embargo, todas quedaban sin “efecto alguno,” es decir, sin producir una conquista definitiva.
Rechazando la propuesta de Sánchez de Orellana, el consejo sin embargo encargó a las
autoridades locales ocuparse del asunto. De otras fuentes sabemos que durante la segunda
mitad del siglo XVIII y hasta bien entrado el siglo XIX, las campañas para conquistar “la
ciudad perdida de Logroño” prosiguieron sin cesar.584 Aunque cada conquistador alegaba
haber tenido éxito, la misma sucesión de conquistas evidenciaba lo contrario. Si pacificar era
el acto de “establecer la paz o poner paz a los que están opuestos y discordes;”585 si reducir
suponía primero “convencer” (1611) y luego “vencer, sujetar o reunir, volviendo a la
obediencia u dominio a los que se habían separado de él” y “convertir o convencer al
conocimiento de la verdadera religión u a los pecadores a la enmienda” (1737)586 y si
conquistar suponía “pretender por armas algún reino o estado” y por alusión “ganar u adquirir
sin violencia cosa alguna, como conquistar la voluntad de otro,” entonces –diría el consejo-no podía haber conquista, pacificación y reducción alguna sin un veraz sometimiento tanto de
territorio como de personas.587 Tal vez por ello, y no sólo por motivos de léxico, en el caso de
Sánchez de Orellana el consejo de Indias insistió explícitamente en abandonar el término
conquista y acogerse a la de pacificación, reducción y población. Verdad, el término
“conquista” se prohibió ya en las leyes de Nuevas Poblaciones de Felipe II, pero, más allá de
la prohibición legal estaba el hecho de que lo que el consejo buscaba en todos estos casos no
era promover operaciones militares sino conseguir integrar al territorio y sus habitantes en el
mundo hispánico.588
Mientras que Madrid inicialmente opinaba a disfavor de Escandón, en México, tal vez por
estar sus autoridades mejor informadas, las opiniones variaban. Hubo quien pedía el
cumplimiento perfecto, indiferente a las circunstancias locales y a las dificultades que se
presentaban. Este cumplimiento suponía el establecimiento de una población madura o, por lo
menos, de un asentamiento con un futuro asegurado. Otros opinaban que, como las plantas y
las personas, las poblaciones nacían pequeñas y frágiles y la cuestión era de saber si podrían
sobrevivir: “no se puede negar estar la colonia a la manera que una reciente plata que aunque
fondosa se deja ver sobre la tierra, no ha criado raíces, rigor ni fuerza para mantenerse y no
583
“Proposición que hace a Vuestra majestad el doctor don Juan Bautista Sánchez de Orellana., AGI, Quito, 143, No.20. La
pérdida de Logroño y el deseo de reconquistarla se mencionaban también en carta de la audiencia de Quito al rey de
6.11.1576, AGI, Quito 8, r.13, n.39; carta de los oidores de la audiencia de Quito al rey de 20.2.1580, AGI, Quito 8, r.14,
n.40 y carta de la audiencia de Quito al rey de 22.2.1580, AGI, Quito 8, r.14, n.41. Vid, igualmente, consulta de 18.3.1720,
AGI, Quito 103, fols.314r-328v sobre la propuesta de los Sánchez de Orellana de conquistar Logroño y la copia de la cédula
real de 19.7.1720 en los documentos anejos a la carta que en 29.5.1818 escribió Pablo Hilario Chica al rey, pidiendo
nombrarle presidente de la audiencia de Quito (AGI, Quito 404) Juan Bautista y su familia fueron estudiados en Tamar
Herzog. "La empresa administrativa y el capital social: los Sánchez de Orellana (Quito, siglo XVIII)." In Juan Luis
Castellano ed., Sociedad, administración y poder en el siglo XVIII. Hacia una nueva historia institucional, Grenada,
Universidad de Granada, 1996, pp.381-396; Tamar Herzog. Upholding Justice: State, Law and the Penal System in Quito,
Ann Arbor, University of Michigan Press, 2004, pp.76 y 81-84 y en Tamar Herzog. Los ministros de la Audiencia de Quito
1650-1750, Quito, Libri-Mundi, 1995, pp. 145-152.
584
“Documentos que corresponden al expediente sobre el descubrimiento de la antigua provincia o ciudad de Logroño que
se remiten al exmo señor don Francisco Requena por si fueren conducentes,” Documento No.1: “Consejo sala segunda:
expediente sobre el descubrimiento de la antigua provincia de Logroño,” AGI, Quito, 404. Vid, igualmente, cartas de Fray
Antonio José Prieto al virrey Abascal sobre la expedición que realizó a la ciudad de Logroño, AGI, Diversos, 5A. 1817. R.1,
d.30 y mapa del camino desde la ciudad de Cuenca a la ciudad perdida de Logroño y plan de la ciudad perdida de Logroño,
AGI, MP-Panamá 364, 365 y 366.
585
Real Academia Española. Diccionario de autoridades. Madrid: Gredos, 1990 [1737], p.71.
586
Sebastián de Covarrubias Orozco. Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid: Editorial Castalia, 1995 [1611],
p.854 y Diccionario de autoridades, pp.533-534.
587
Tesoro de la lengua, p.345 y Diccionario de autoridades, p.522.
588
Consulta de 18.3.1720, op.cit., fols. 326r-v.
168
puede tomarla sin que se le ayude o bien con la continuación de cultivarle la misma tierra
donde se halla situada o bien con el benigno influjo de los tiempos.” Como la planta y las
personas, solo el tiempo dará solidez a la colonia y producirá una “mutua unión de indios y
españoles mediante la perfecta dociliación de aquellos.”589 Un tercer grupo parecía indicar
que lo más fundamental eran las intenciones y no la ejecución. En su informe de 1773, por
ejemplo, el fiscal de México explicaba que las tareas de conquista, pacificación y población
nunca eran perfectas: “si se busca alguno [encargado] totalmente exento de imperfección o
capaz de ser del agrado de todos será desear una cosa humanamente imposible.”590 Además,
“aunque suele decirse que el éxito prueba lo actuado…no se entiende esto tan general y
superficialmente que no deba atenderse sobre todo a la intención y aplicación de medios
suficientes. De suerte que muchas veces aunque el éxito sea feliz podrá ser reprensible el
operante y, a la contra, otras veces será digno de aplauso y de premio aunque el efecto no
corresponda al intento, de que hay claros ejemplares. Pero lo más es que el éxito en el caso no
dejó de corresponder a la idea y, aunque no fuese tan cabalmente en cuanto al tiempo, costos
y utilidades pensadas, el que objetare ésta será desde luego porque se desentienda de que
rarísimas veces, aunque se obre con la mayor destreza y felicidad y, en fin, aunque se acierte,
corresponden cabales las resultas a los humanos pensamientos.”591
Esta última postura se explicaba, en parte, por el hecho de que en 1773 el fiscal
novohispano examinó la responsabilidad criminal de Escandón (en su visita-residencia) y no
sus méritos para recibir recompensa (que daban lugar a las discusiones en Madrid). Es decir,
aunque la pregunta seguía siendo la misma (qué era una conquista), su sentido legal
cambiaba. Mientras en casos penales la intención del reo era (y es) principal, no pasaba lo
mismo a la hora de juzgar los méritos. Tal vez por ello bastaba en el primer caso con la buena
voluntad y, en el segundo, se requería un total cumplimiento. Sin embargo, la pregunta de qué
consistía una conquista y qué relación había entre intención, acción y éxito, era un tema de
debate en otras ocasiones también, en las que se manifestaba la misma gama de opiniones. En
estas discusiones se preguntaba continuamente si la tierra estaba totalmente sosegada o seguía
acosada por los indios592 y si los resultados tenían alguna relación con las expectativas. En
efecto, cada vez que un promotor (o sus herederos) querían recibir recompensa, cada vez que
se trataba de saber si era necesario emplearse en una campaña de pacificación, las mismas
preguntas se barajaban. Para algunos, para completar una conquista bastaba con entrar al
territorio, tomando posesión de él, demarcándolo y haciendo descripción del mismo.593 Otros
requerían tropas, poblaciones estables y tratados de paz con los indígenas, los que deberían de
convertirse en tanto Cristianos como vasallos. Estas discusiones eran tan importantes que
algunas familias recurrían a la ayuda de profesionales para apoyar sus pretensiones mediante
la elaboración de crónicas que atestiguaban lo ejecutado. En 1695, por ejemplo, el presidente
de la audiencia de Guatemala lideró una entrada a las montañas inmediatas a Verapaz y
Chiapas a fin de reducir, convertir y conquistar los “indios infieles” que les habitaban.594
Llevó con sí un escribano y éste, en la relación que escribió de los sucesos de aquella jornada,
589
Dictamen del auditor general de guerra de México el marqués de Altamira de 10.3.1756, AGI, Indiferente General 108,
Tomo 5, fols. 1038r-1098v, punto 110 en fol. 1092r-v y punto 118 en fol.1097r. La misma opinión fue adoptada también por
el auditor posterior, Domingo Valcárcel en su informe de 19.9.1774, Testimonio, p.100. Fray José Joaquín García, discreto
del colegio de Zacatecas hablaba de la “niñez” de las poblaciones: su carta de 8.10.1765 en Estado general, v.2, pp. 261268, en p.262.
590
El fiscal, México 31.12.1773, op.cit., p.83.
591
El fiscal, México 31.12.1773, op.cit., p.35.
592
En la décadas de 1680 y 1690, por ejemplo, se discutió si la fundación de Santiago de Moncloa en Nueva Extramadura
tuvo o no éxito: “Expediente sobre la población del presidio de Francisco de Cuahuila y privilegios concedidos a sus
vecinos, años de 1694 a 1698,” AGI, Guadalajarra153.
593
“Pedro Meléndez de Aviles adelantado de la Florida…contra el señor fiscal de su Majestad sobre las recompensas
pedidas por la conquista y población de las provincias de la Florida, año 1633, AGI, Escribanía 1024A.
594
Nicolás Valenzuela, “Relación en que se contiene lo ejecutado y conseguido en cumplimiento de reales cédulas libradas
para la solicitud de la reducción y conversión de indios infieles….” Guatemala, 17.9.1695, AGI, Escribanía 339B.
169
lamentó su insuficiencia literaria. No se trataba solamente de certificar lo ocurrido – arte de
todo notario- sino era preciso, decía, conocer las “reglas historiales” y tener “comprensión de
figuras retóricas.”595 En la década de 1790, los herederos de Escandón siguieron la misma
ruta. Para aumentar la fama de su linaje subvencionaron la publicación de una obra histórica
que narraba lo obrado por su progenitor.596 El título de la obra (“relación”) dejaba suponer
que se trataba de una relación de méritos en la que se contaban hechos “auténticos,
indiscutibles y demostrables” para que quede constancia de ellos.
III
Mientras la primera dificultad consistía en entender qué era una conquista, la segunda
dificultad se debía al hecho de que cada conquista, población y pacificación afectaban de
modo distinto a diferentes sectores sociales. En el caso de la costa del Seno Mexicano,
quedaban afectados los religiosos (cuyas misiones se abolieron por que de hecho ya fueron
abandonadas o porque ya no eran necesarias y quienes fueron llamados a enviar misioneros a
unas nuevas reducciones que no les agradaban), los obispos (interesados en integrar el nuevo
territorio y sus diezmos a su diócesis), los hacendados (que antes pastaban libremente en la
zona, pero sufrían ataques indígenas y ahora se hallaban limitados en sus actividades -algunos incluso perdieron sus haciendas o parte de ellas a favor de las nuevas poblaciones-pero que tal vez estaban ahora más seguros en sus posesiones), los pobladores (que esperaban
recibir tierras y otros premios y mercedes), los comerciantes (que discutían el control sobre
las rutas comerciales) y tal vez, como decía Escandón, los gobernadores de los distritos
inmediatos (que querían encargarse de la conquista ellos mismos a fin de extender su
jurisdicción).597 Sin embargo, más allá de representar intereses distintos, a veces incluso
contradictorios, el debate en torno a la conquista y población del Seno también revelaba un
profundo desacuerdo sobre la mejor manera de convertir a los indígenas y de defender el
territorio. Según Escandón, los indios estaban mejor instruidos estando integrados en
poblados mixtos donde “al abrigo y calor de los españoles podrán domesticarse y
instruirse.”598 Ningún otro medio que se practique, decía, “ha de ser bastante a sujetarlos al
mismo tiempo que el expresado lo franquea con la mayor seguridad, pues quedando en medio
de ellas y las del nominado Nuevo Reino abiertos caminos y frecuentados por los soldados
que van destinados faltándoles asilo de la costa no solo es indispensable se pacifiquen sino
que perderán la esperanza de nueva sublevación.”599 Siempre según Escandón, el territorio
estaba mejor defendido con poblaciones “así porque la real hacienda no esta para soportar los
crecidos gastos que ocasionan [los presidios] como porque es más seguro modo de poblar el
de llevar vecinos siendo éstos de las mismas fronteras que por lo regular son buenos soldados
y como han de conducir sus familias y bienes y formar sus siembras en tierra propia este
595
Idem, fols. 3v-4r.
Fray Vicente de Santa María. Relación histórica de la colonia del Nuevo Santander. Ernesto de la Torre Villar introd.
México: UNAM, 1973. Vid, igualmente, Ernesto de la Torre Villar. “Fray Vicente de Santa María y su relación histórica.”
En Juan A. Ortega y Medina ed. Conciencia y autenticidad históricas. Escritos en homenaje a Edmundo O’Gorman. Mexico:
UNAM, 1968, 365-398. Una copia adicional de la Relación se halla en Estado general, v.2, pp. 351-483.
597
Los intereses que estaban en juego se describen en Juan Fidel Zorilla. El poder colonial en Nuevo Santander. México:
Librería de Manuel Porrúa, 1979, especialmente pp.102-111 y, más ampliamente, en Patricia Osante. “Los grupos de poder
en la creación del Nuevo Santander (1747-1766).” En Salvador Bernabéu Albert ed. El septentrión novohispano. Ecohistoria,
sociedad e imágenes de frontera. Madrid: CSIC, 2000, pp.109-122 y en su Orígenes.
598
“Testimonio de las diligencias de visita y padrón que hizo de dicha villa el señor general Joseph de Escandón dirigidas a
su perfecto establecimiento como se previene,” 13.9.1750, AGI, México 691, no.3.
599
Informe de José de Escandón, Querétero, 26.10.1747, AGI, Indiferente General 108, Tomo 5, fols. 953r-989v, punto 112
en fol.987r. Este informe está reproducido en José de Escandón. Reconocimiento de la costa del Seno mexicano. Gabriel
Saldívar prol. México: Archivo de Historia de Tamaulipas, 1946 y en José de Escandón y Huelguera. 1747. Informe de
Escandón para reconocer, pacificar y poblar la Costa del Seno Mexicano. Tamaulipas: Gobierno del Estado de Tamaulipas,
1999.
596
170
interés les estimula tanto a la defensa del país que en ningún acontecimiento le desampararan;
así me lo ha enseñado la experiencia en las ocho fundaciones que tengo hechas en la Sierra
Gorda…donde a penas ha 4 años se fundó con solo 12 hombres a quienes desterró el hambre
y la miseria de las fronteras del río Blanco y trabajando unos y velando otros aunque en el año
primero padecieron muchos trabajos por fin dominaron los indios que al presente se hallan ya
congregados a misión y el número de familias de españoles y gente de razón en mas de 70 con
tan buenas labores huertas y crías de ganado que ningunos indios me parece serían bastantes a
hacerles largar aquellas comodidades que ya poseen como propias producidas de su trabajo;
no lo hacen así los presidiales que por lo común están únicamente atenidos al sueldo y como
de este rara vez se verifica la satisfacción ni aun en la tercia parte por el modo en que se la
hacen sus capitanes no los permiten sembrar ni tienen cosa que los arraigue como se
experimenta en los más de dichos presidios ni tienen amor al país ni procuran atraer a él
familias si bien este último les fuera difícil porque como en ellos son por lo regular los
capitanes los que tienen todo el comercio así en géneros como en semillas no les agrada haya
más tienda ni sementeras que las suyas de que nace que aun cuando van algunos con el mal
modo que se les hace y la falta de comercio los destierran con lo que se imposibilitaba
población y se perpetua la necesidad de mantener los presidios; siendo demostrar que raro de
ellos tiene hecha congregación de indios antes parece que con particular estudio procuran
mantenerlos en su babariedad como que juzgan este por el único medio de que permanezcan
sus plazas sucediendo tan al contrario a las fundaciones que se hacen por medio de vecinos
que el primer empeño de estos es solicitar a los indios con dávidas y agasajos por el interés de
que no les haga perjuicio y les ayuden a trabajar en sus siembras de que resulta el que se
vayan familiarizando y aficionando a la comida, ropa y trato racional. Siempre serán menester
algunos soldados pero solo para que en los dos o tres primeros años corran la campaña y en
tan corto número que como en sus lugares propondrá bastaran a completarle los que en la
actualidad se hallan en algunos parajes de aquellas fronteras donde no son ya necesarios.”600
Precisamente porque los pobladores serían soldados de “guerra viva…continuamente
expuestos a tomar las armas y prevenidos a su costa para la campaña”, deberían de disfrutar
del fuero militar.601 Mientras las poblaciones era útiles, las entradas militares no producían
ningún efecto, ya que los indios se retiraban al mismo paso que caminaban los españoles y al
salir éstos volvían a sus lugares totalmente impunes.602 Los soldados solían tratar a los indios
que recogían como suyos, por lo que los convertían en enemigos. Para dominar el terreno era
preciso, por tanto, poblarlo. En Tampico, Panuco, villa de Valles y sus inmediaciones había
abundancia de personas que estarían dispuestas a ir a poblar nuevas poblaciones en la costa
porque carecían de tierra y porque eran “diestros y prácticos en las entradas y salidas” y
tenían “propensión natural” a dominar los indios.603 La frontera no les espantaba: en su
mayoría provenían de los lugares menos distantes de la misma “por ser los que tienen menos
aversión de las tierras de nuevo descubrimiento.” Lo que les unía era que todos no tenían
arraigo en otras partes.604
Desde su perspectiva la cuestión parecía simple: las misiones que existían en el Seno
antes de su (formal) colonización eran muy pequeñas o se abandonaron; los presidios, en vez
de pacificar el territorio, parecían perpetuar la guerra. Ambas instituciones, además, tenían un
alto costo para la real hacienda.605 Era preciso, por tanto, encontrar otra solución. En palabras
600
Idem, punto 81 en fols.975v-976r.
Esta cuestión se debatió en 1748: vid comisión al coronel José de Escandón pro el virrey Güemez y Horcasitas, México
11.6.1748, publicada en “documentación inédita,” op.cit., pp.282-4.
602
“Noticias hechas por Escandón sobre el Seno Mexicano,” Querétero 4.12.1746, AGI, México 690, fols. 2r-3v.
603
Informe de José Escandón de 26.10.1747, op.cit., punto 72 en fol.972v.
604
“Extracto de los autos de la expedición de la Sierra Gorda…hecha por don Joseph de Escandón, año de 1755, AGI,
Indiferente General 108, Tomo 5, fols. 990r-1005v, punto 33, en fol.1001r.
605
Osante. Orígenes, p.95.
601
171
de otro contemporáneo: “la idea y fin que se ha llevado en este importante proyecto no ha sido
el de conquistar ni hacer guerra a los indios enemigos y apostatas que ocupan este bolsón de
tierra… sino ocupar y abrigar el terreno con pobladores para que por consecuencia forzosa y
necesaria se reduzcan los indios, no teniendo asilo para andar como antes libres y vagos, sino
que con el mismo ejemplo se reduzcan a la sociedad civil, que tanto coincide o facilita su
reducción cristiana.” 606 La relación entre arraigo y conquista ya tenía prueba. El marqués de
Castillo Aysa quien fue presidente de la audiencia de Guadalajara, por ejemplo, tenía “muchas
jurisdicciones y haciendas” en la Sierra Gorda y para defenderlas y poder traficar en ellas con
sus ganados recrutó cien hombres armados y doce soldados y construyó tres fuertes.607 Con
ello, logró que 300 indios se diesen de paz y atemorizó a los demás.
Aunque Escandón tenía sus apoyos, no todo el mundo estaba de acuerdo.608 Su propuesta
implicaba abandonar el sistema habitual de dominación, reproducido por las leyes, que
dependía de la combinación de presidios y misiones.609 El colegio franciscano de Zacatecas,
el más perjudicado por esta innovación, apuntaba a estos hechos.610 Acusando a Escandón de
haber mentido tanto sobre su meta como sobre su proceder, el apoderado del colegio
explicaba que la tierra era pobre e inadecuada para otro cultivo que haciendas de ganado.
Donde sí hubo terreno para agricultura, Escandón estableció poblaciones españolas, quitando
la tierra a los indígenas.611 Este método no pacificaba los naturales sino los provocaba.
Respondiendo a lo alegado por Escandón --que la mejor forma de integrar a los indígenas era
obligarles residir entre españoles-- el apoderado apuntaba a que “no hay duda que si los
vecinos que poblarán fuesen adornados de aquellas buenas costumbres, cuya hermosura y
concierto estimulara a los infieles a abrazar una religión que, inspiraba en los que la tienen,
tan concertada vida, no sólo se poblara la tierra, sino también el cielo; pues esta fuera la más
eficaz predicación que con gran suavidad los hiciera abrazar la religión y dejando la
gentilidad fueran fervorosos cristianos.”612 Sin embargo, uno de los mayores embarazos era
precisamente la codicia y la mala vida de los españoles, “unos pobladores pues, que por lo
común son de tan depravadas costumbres, ¿serían el medio más útil para conseguir la santa
intención del rey, que es la conversión de aquellos infieles?” 613 Al no poder convencer a las
autoridades, a finales de 1765 los del colegio decidieron retirarse de la zona. Apoyando su
decisión, el comisario general franciscano de Nueva España condicionó en 1766 el envío de
606
Informe del licenciado José Rafael Rodríguez Gallardo, México 11.7.1765 en Estado General, v.2, pp.246-253, en p.251.
Dictamen del auditor general de guerra de México el marqués de Altamira, México 27.8.1746, AGI, México 690, No.11,
fols. 12r-54v, en fols. 37v-38r.
608
Según parece, el proyecto de Escandón estaba inspirado por o coincidía con las opiniones del marqués de Altamira:
Rosario Gabriela Páez Flores. Pueblos de frontera en la Sierra Gorda queretana, siglos XVII y XVIII. México. Archivo
General de la Nación, 2002, pp.142-3 y Osante. Orígenes, p.113.
609
Patricia Osante. “Presencia misional en Nuevo Santander en la segunda mitad del siglo XVIII. Memoria de un
infortunio.” Estudios de Historia Novohispana, 17 (1997), 107-135.
610
Vid, por ejemplo, la postura de fray Simón de Fierro recogida en su “Diario de las poblaciones del Seno mexicano que
formó el padre fray Simón del Fierro quien acompañó al coronel don Joseph de Escandón en su establecimiento este año de
1749,” AGI, México, 691, no. 17ª, fol.4V.
611
“Informe privado que expone al señor don José de Gálvez… el padre predicador apostólico fray José Joaquín García del
Santísimo Rosario, discreto y apoderado del colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, Colegio de San Fernando, 15.1.1766,
publicado por Roberto Villaseñor en Boletín del Archivo General de la Nación, segunda serie, tomo 8 (nums. 3-4) (1967):
1179-1210.
612
Idem, p.1202.
613
Se trataba de una época en que incluso en el seno de las órdenes religiosas se discutían los métodos de conversión y en la
que, entre los franciscanos, se fundaron los colegios de propaganda fide para preparar los frailes para las misiones:
Cuahtémoc Esparza Sánchez. Compendio histórico del colegio apostólico de propaganda FIDE de nuestra señora de
Guadalupe de Zacatecas. Zacatecas: Universidad Autónoma de Zacatecas, 1974, p.21 y Fidel de Lejarza. Conquista
espiritual del Nuevo Santander. Madrid: CSIC, 1942, pp.8 y 10-15. Vid, igualmente, Lino Gómez Canedo. Sierra Gorda. Un
típico enclave misional en el centro de México, siglos XVII y XVIII. Pachuca: Centro Hidalguense de investigaciones
Históricas, 1976.
607
172
nuevos misioneros en que los lugares de destino serían “misiones vivas” separadas de los
poblados y con los privilegios, excepciones y prerrogativas habituales.614
El auditor de guerra de México asentía con este análisis. Según explicaba en 1746, los indios
de la Nueva España, aun cuando vivían en ciudades, pueblos y congregaciones con alguna
policía y sociabilidad por sus “desordenadas, feroces, crueles, e inhumanas costumbres ajenas
de la racional mansedumbre y racionalidad de los demás hombres” eran tenidos por tan
bárbaros que muchos autores los juzgaron siervos naturales y opinaron que, como tales debían
ser dominados en preocupación de su mismo daño y por su propio bien y educación cristiana
y política.615 Esto con tanto más razón debería de aplicarse con los indios chichimecos “tan
envejecidos habituados y entorpecidos en el no uso de la razón que como errantes fieras
salvajes inhumanas atroces y nocivos a así mismos y a los demás viven dispersos y desnudos
por los montes sin sociabilidad, religión, leyes o reglas algunas que los inclinan al bien y
desbien del mal.” Todos los intentos para reducirlos desde hace 225 se habían fracasado en
parte porque los españoles trataban a los indígenas como virtual esclavos y, cuando las
congregas ya no se permitían y se ordenaba que los indios viviesen en pueblos separados, los
españoles los hostilizaban alegando que eran ladrones y homicidas.616 Ni las congregas ni los
pueblos, por tanto, eran una solución adecuada. Lo que hacía falta era establecer misiones.
Otras personas explicaban que los soldados profesionales eran más eficaces para la guerra y
que era imposible pedir a los pobladores tanto cultivar la tierra como defenderla (y ocuparse
al mismo tiempo de la conversión y asimilación de los indios). Estas posturas tampoco eran
novedosas. Opiniones similares se expresaban por ejemplo en 1750 a propósito de la
formación de una población en Chihuahua.617 Los que se opusieron al proyecto –en su gran
mayoría los que debieron de sufragar sus costos—argumentaban, entre otras cosas, que la
única forma de asegurar dominio sobre el territorio era mediante el envío de soldados. Era
más probable, decían, que los pobladores abandonasen la población que los soldados se
desertaran.618 Además, el cultivo de la tierra y su defensa eran empleos incompatibles “porque
614
Carta del comisario general de las provincias de Nueva España del orden de San Francisco al fiscal, México, 23.1.1766 en
Estado general, v.2, pp.271-273, en p.272 y nuevamente en 4.7.1766, ibid, pp.275-277.
615
Dictáen del auditor general el marqués de Altamira de 27.8.1746, op.cit., fol. 18r
616
Las congregas fueron estudiadas por María del Carmen Velázquez. El Marqués de Altamira y las provincias internas de
Nueva España. México: Colegio de México, 1976, pp.42-4 y Peter Gerhard. The North Frontier of New Spain. Princeton:
Princeton University Press, 1982, pp.9-10.
617
“Testimonio del primer cuaderno de autos que se formaron en el año que de suso se relaciona por el señor don Mateo
Antonio de Mendoza…gobernador y capitán general de este reino de la Nueva Vizcaya…en razón de la población del paraje
nombrado el Carrizal,” AGI, Guadalajara 327.
618
Idem, fols. 15v-16v.
Thomas Glesener [email protected]
(Université de Liège/Université Toulouse-le Mirail, FRAMESPA)
La frontière ethnique.
Institution et communauté dans la garde royale des Bourbons d’Espagne
La problématique des sociétés de frontière peut-elle être transposée dans un espace géographique différent des
confins du royaume ? La question peut paraître évidente tant la frontière, qu’elle soit sociale, politique ou juridique, est une
donnée structurante de l’Ancien Régime qui interroge la pertinence même de l’usage du terme de société pour désigner les
espaces sociaux à géométrie variable dans lequel se meuvent les individus618. Toutefois, associer l’enchevêtrement des
173
statuts personnels et des privilèges juridiques à autant de frontières métaphoriques risquerait de diluer la problématique
dans une réflexion trop générale sur l’ordre juridique d’Ancien Régime. Dès lors, afin de ne pas perdre en chemin la
spécificité de notre objet, nous avons choisi de dépayser la problématique des sociétés de frontière en l’éloignant du limes
politique mais pour l’appliquer à un espace social qui, tout en ayant des caractéristiques propres, comporte une série de
points communs avec les sociétés frontalières.
Les microsociétés formées par les régiments étrangers sont-elles des sociétés de frontière ? A première vue,
l’analogie peut paraître abusive. Elle consiste en effet à comparer une institution avec une communauté territoriale dotée
d’une organisation politique. Néanmoins, la vie institutionnelle des régiments étrangers doit se dérouler en tenant compte,
comme donnée structurelle de son organisation, de la présence d’une frontière. Celle-ci est double, dans le sens où elle
délimite juridiquement une institution, et culturellement (ou ethniquement) une communauté. L’influence de cette double
frontière sur la vie d’une institution militaire va nous occuper au cours de ce travail. L’existence de cette frontière, avec ses
caractéristiques propres, suffit-elle à justifier une spécificité absolue des régiments étrangers les rendant irréductibles au
reste de l’institution militaire, voire aux mécanismes communs à toutes les institutions d’Ancien Régime ? Nous avons
appliqué la proposition méthodologique de ce colloque en nous penchant sur les conflits intérieurs à l’institution pour tâcher
de voir dans quelles mesures ils révèlent d’une part les spécificités du terrain, et de l’autre ses modalités communes avec le
reste de la société d’Ancien Régime.
Dans un premier point, nous allons nous pencher sur les enjeux historiographiques liés à notre terrain qui justifient
l’emploi de nouvelles méthodes pour l’extraire de l’enclave historiographique dans laquelle il a été confiné. Ensuite, nous
détaillerons, à partir de l’observation de plusieurs cas, les traits généraux qui caractérisent la frontière juridique et ethnique
des régiments étrangers. Enfin, en trois étapes, nous traiterons le cas précis des unités flamandes de la garde royale des
Bourbons d’Espagne, en les replaçant dans leur contexte politique et institutionnel.
1. Les communautés étrangères : une histoire à part ?
D’un point de vue historiographique, les sociétés de frontières et l’étude des communautés étrangères ont plusieurs
points communs. Depuis quelques années, un peu partout fleurissent des études consacrées à des communautés étrangères
plus ou moins importantes qui ont fait souche dans les différentes monarchies en Occident et ailleurs. Effet de la construction
européenne ou réaction saine face aux historiographies nationales qui ont eu tendance à nier la composition multinationale
des sociétés d’Ancien Régime, le fait est qu’aujourd’hui ce courant a conquis ses lettres de noblesse et s’est installée de
façon durable dans le paysage historiographique. Programmes de recherche internationaux, colloques618, guides de
recherche618 lui ont conféré une légitimité institutionnelle qui ne semble plus pouvoir être ébranlée.
Si le mouvement a connu un regain d’activité depuis une quinzaine d’années, il s’inscrit dans une tradition
historiographique qui remonte aux années 1960 et aux grands travaux d’histoire sociale quantitative618. C’est à la
sociométrie et à la démographie historique que l’on doit d’avoir érigé l’étude des communautés étrangères en spécialité618.
Comme elles l’ont fait pour les métiers et les corporations urbaines, elles se sont attachées à construire des catégories
sociales autonomes de l’analyse historique, indépendantes de l’expérience des acteurs. En même temps qu’elle organise la
stratification sociale par groupes socioprofessionnels, la démographie historique a procédé par repérage patronymique pour
organiser le tissu urbain selon une classification « nationale », l’objectif premier étant le dénombrement des populations
allochtones. Depuis lors, la pertinence des catégories ainsi constituées n’a souffert pratiquement aucune critique de la part
des historiens du social qui les ont étudiées en tant que telles sans s’interroger sur leur bien-fondé618.
Les préoccupations démographiques ont quelque peu diminué dans les travaux récents618. De plus en plus, les
études se sont détournées d’une quantification globale des populations pour s’intéresser à l’étude des communautés en tant
que telles (marchands, militaires, artisans, etc.)618. Dans une large mesure, l’intérêt renouvelé des historiens d’Ancien
Régime pour les relations entre le centre et la périphérie, l’attention accrue portée aux élites locales, et la tendance générale
à la réduction du terrain d’analyse, ont constitué un contexte favorable à la recrudescence des études sur les communautés
étrangères. Néanmoins, jusqu’à présent, ces dernières n’ont pas pleinement connecté avec le vaste mouvement de retour au
local qui les a profondément renouvelées. En effet, l’intérêt pour les communautés locales s’est inscrit, dès l’origine, dans
une réflexion sur le fonctionnement politique des sociétés d’Ancien Régime. Le niveau local n’a retenu l’intérêt des historiens
que comme un des éléments d’un ensemble politique qui s’articule autour des relations entre le micro et le macro618. En
revanche, l’étude des communautés étrangères s’est généralement confinée dans l’insularité. Leur caractère « étranger »,
jugé irréductible, et la difficulté à les inscrire dans un questionnement sur le fonctionnement du pouvoir dans l’Ancien
174
Régime, les a généralement tenu à l’écart de l’histoire politique. Inspirées à des degrés divers par l’anthropologie
historique, ces études se sont intéressées en priorité aux modes de vies, aux rituels d’intégration, aux solidarités internes, aux
formes de dévotion618. Autrement dit, ces travaux ont insisté davantage sur la continuité des caractères du groupe immigré en
consacrant toute leur attention aux manifestations de l’unité du collectif618. Cette approche a également contribué à
l’essentialisation des communautés en les considérant comme des acteurs collectifs irréductibles à la société dans laquelle ils
sont ancrés. En d’autres termes, autant la démographie que l’anthropologie ont, en érigeant les communautés étrangères en
objet historique à part entière, contribué à les isoler de leur contexte et, par conséquent, à en diminuer la compréhension. De
manière plus fondamentale peut-être, elles ont évacué les questions politiques et juridiques liés à l’existence de ces
communautés, sans chercher, à partir de ces cas particuliers, à tenter une compréhension générale des sociétés d’Ancien
Régime618.
L’enjeu qui sous-tend ce travail est de pouvoir expliquer le fonctionnement des régiments étrangers avec le même
matériau que le reste des institutions d’Ancien Régime. La différence ethnique, exacerbée dans la plupart des travaux, a
rendu ce projet impossible. Toutefois, pour pouvoir ramener la question ethnique à de justes proportions, il convient d’en
formuler une critique raisonnée.
2. Frontière juridique, frontière ethnique
Dans la plupart des monarchies d’Ancien Régime, il existe des corps militaires constitués d’individus non
régnicoles618. L’absence théorique de liens horizontaux avec le royaume en fait des auxiliaires précieux pour le pouvoir
royal qui les dotent de nombreux privilèges et les fait généralement servir dans la proximité immédiate du souverain. D’un
point de vue juridique, le service étranger – c’est ainsi qu’il est convenu de l’appeler – n’est pas fondamentalement différent
du service des sujets. Il ne fait qu’exacerber des caractéristiques qui sont communes à toute l’institution militaire.
Dès les premiers embryons des armées royales, au Moyen Age, il a s’agit pour le pouvoir monarchique de
contrôler ses propres forces en se détachant des vicissitudes saisonnières du service d’ost. Les bandes d’ordonnance, noms
portés par les premières armées royales en France, soulignent à quel point la législation royale a joué un rôle fondamental
dans la naissance des armées d’Etat. C’est en dotant les unités de statuts et de privilèges spécifiques, puis progressivement
en les dotant d’une juridiction propre, que le pouvoir monarchique est parvenu à détacher (socialement, juridiquement et
géographiquement) des individus de leurs communautés pour les intégrer dans ce qui deviendra le métier des armes. Le
statut juridique est également ce qui permet au mieux de garantir l’étanchéité de l’armée à l’égard de la société. La
proximité entre les civils et les militaires est telle que le pouvoir royal a dû ériger des frontières entre eux, juridique d’une
part, mais également symbolique (uniforme), et physique (caserne)618. Ces mesures reposent sur une conception politique du
service du roi qui considère que la dépendance verticale, à l’exclusion de tous liens horizontaux, garantit une meilleure
efficacité du personnel618.
Le service étranger s’inscrit dans la même logique. Le statut juridique, précisé dans les capitulations signées au
moment de la levée du régiment, doit permettre au recruteur de trouver des volontaires puis de générer un flux migratoire
tendu depuis des communautés situées hors de la souveraineté du roi. Néanmoins, par rapport au service des sujets, les
privilèges accordés aux militaires non régnicoles insistent généralement sur le maintien d’une série de caractères liés au lieu
d’origine (langue maternelle, emblèmes des communautés d’origine, vêtements traditionnels, armes spécifiques, etc.). Fruit
d’une négociation, ce statut juridique permet d’une part aux commandants recruteurs de garantir une filière professionnelle
réservée sur laquelle ils ont le contrôle et qui leur permet de renforcer leur position sociale dans leurs communautés
d’origine. D’autre part, ce statut permet au pouvoir royal de pousser à son terme la logique de différenciation entre l’armée
et la société. Les monarchies se sont toujours efforcées de faire des soldats des étrangers sociaux. En exacerbant les
caractéristiques ethniques des unités non régnicoles, elles dressent une frontière qui se veut totalement hermétique. Dans
certains cas, cet agencement socio juridique contribue à la construction de représentations sociales qui postulent un lien
nécessaire entre l’origine de certains individus et le métier des armes. Ainsi, en France, sous Louis XV, il est communément
admis que les Hongrois ont des qualités spécifiques qui les prédisposent à servir dans la cavalerie légère. L’ethnicisation des
régiments de hussards dans l’imaginaire collectif est donc le fruit d’une politique active du pouvoir royal618.
La formation de régiments étrangers suppose la création d’un espace socioprofessionnel ex nihilo résultant d’un
accord passé entre le pouvoir royal et des élites extérieures au royaume. L’action législative du roi invente un espace
frontalier au cœur de l’Etat. D’un point de vue juridique, les privilèges de nations ne se distinguent en rien des autres formes
de statuts attachés aux corps et aux communautés. Ils ont simplement la particularité de stigmatiser des traits culturels à des
175
fins politiques. De plus, le caractère frontalier de ce statut juridique tient au fait qu’il ne délimite pas seulement un espace
professionnel mais également un espace communautaire. Le statut devant renforcer l’anomie sociale de ses bénéficiaires, vie
de corps et vie de communauté d’expatriés coïncident pratiquement terme à terme. Toutes les institutions d’Ancien Régime
supposent peu ou prou une vie communautaire, c’est-à-dire un prolongement dans d’autres aspects de la vie sociale des liens
noués dans le cadre de l’institution. Inversement, les liens noués dans la communauté se prolongent dans les institutions618.
Toutefois, la caractéristique principale des régiments étrangers, par rapport aux autres institutions d’Ancien Régime, est que
l’institution et la communauté fusionnent complètement, excluant toute dimension sociale distincte de celle de la pratique
professionnelle. Au lieu d’un espace social multidimensionnel, les régiments étrangers constituent un espace bidimensionnel
(professionnel et communautaire) qui se superpose. La raison en est simple : la différenciation géopolitique entre l’exercice
du pouvoir local et le service du prince prive les militaires étrangers d’un accès aux ressources économiques, politiques et
sociales du territoire. L’institution cristallise donc autour d’elle une forte densité de relations sociales à caractère nettement
endogamiques.
Ces traits généraux, dégagés à partir de l’observation de différents cas, dans des contextes géographiques et
politiques différents, demandent à être nuancés. Il n’existe pas un modèle explicatif universel du service étranger mais des
traits communs qui doivent faire l’objet d’une mise à l’épreuve dans des situations particulières.
Notre étude de cas se base sur l’analyse prosopographique des officiers des unités flamandes de la garde royale
des Bourbons entre 1700 et le début du XIXe siècle. Nous nous sommes intéressés tant à la garde, en tant qu’institution,
qu’aux comportements des officiers essentiellement en termes de mobilité géographique, sociale et professionnelle618.
3. Des Habsbourg aux Bourbon : la création d’une société de frontière
L’instabilité politique qui règne en Espagne au lendemain de l’accession du duc d’Anjou au trône des Rois
Catholiques incite la dynastie des Bourbons à prendre des mesures strictes pour protéger la vie du jeune roi. La réforme de
la garde royale intervient dès les premiers mois du règne de Philippe V et a pour objectif explicite d’imposer l’autorité du roi
à la Cour. L’envoi d’unités françaises, option privilégiée par l’entourage français du roi d’Espagne, ne reçoit pas l’agrément
de Louis XIV. Pour des raisons politiques évidentes, le Très Chrétien juge trop élevé le risque de mécontenter les sujets des
royaumes d’Espagne. En lieu et place, un consensus se dégage pour conserver la structure multinationale de la garde
habsbourgeoise – constituée d’une compagnie espagnole, une flamande et une allemande – mais d’en modifier radicalement
le rôle politique. Il s’agit de maintenir le principe du service des vassaux (à l’exception des Allemands, substitués par une
compagnie italienne), tout en redonnant aux corps un caractère militaire que les fonctions palatines avaient
considérablement réduit. Si, à première vue, l’organisation institutionnelle de la nouvelle garde ne diffère pas beaucoup de
l’ancienne, dans les faits, la réforme rompt avec une garde aulique qui s’inscrit dans une logique politique de représentation
des territoires de la monarchie à la Cour. Elle instaure au contraire un puissant instrument d’intégration des élites par le
service militaire. En effet, en alignant le fonctionnement de la garde sur celui de l’armée, le pouvoir royal modifie sa relation
aux élites de la monarchie. Les unités de la garde ne sont plus le reflet d’une monarchie composite, mais uniquement des
corps militaires dans lesquels les élites viennent individuellement se mettre au service du roi618.
Le contexte dans lequel la nouvelle garde royale a été constituée explique que le statut juridique définitif, publié en
1705, n’ait guère souligné particulièrement les traits ethniques des unités de nation618. Les ordonnances de la garde royale
se sont limitées à réserver l’entrée dans les différentes unités aux naturels des territoires d’Espagne, des Pays-Bas et d’Italie,
sans donner d’autres privilèges à caractère culturel qui creuseraient le fossé entre les unités et le reste de la société. En effet,
il aurait été contre-productif pour les Bourbons, sous prétexte de différencier au maximum la nouvelle garde royale, de
retomber dans l’écueil d’une symbolique territoriale trop forte qui aurait rendu un caractère politique à la présence d’unités
constituée de vassaux dans l’entourage du roi. La référence au territoire se borne à être un espace géographique et non à
une entité politique618.
En réalité, d’un point de vue juridique, le pouvoir royal se garde bien d’insister sur les spécificités « nationales »
des différentes unités de la garde. L’usage de la langue française dans les unités flamandes est une pratique admise mais qui
ne fera jamais l’objet d’une inscription juridique. Il n’existe ni de confréries, ni de lieu de culte spécifiques aux officiers des
unités flamandes de la garde. La principale référence en matière d’organisation institutionnelle est la Maison militaire de
176
Louis XIV. Les deux régiments des gardes espagnoles et des gardes wallonnes calquent leurs uniformes et leur ordre de
préséance sur les gardes françaises et les gardes suisses du roi de France618. Les privilèges dont la garde est dotée sont
communs aux trois nations (espagnole, italienne et flamande). C’est ce statut juridique commun qui fonde l’identité
institutionnelle de la garde royale, par delà les différences de nations. L’essentiel de la conflictualité institutionnelle à
laquelle est confrontée la garde royale porte sur des questions de juridiction et très rarement sur des questions de
« nationalité » qui stigmatiseraient les unités non régnicoles. Par conséquent, les commandants de la garde, toutes
nationalités confondues, font le plus souvent preuve d’une grande solidarité. La garde, dans son ensemble, fait corps. En
bref, les solidarités d’origine ne sont pas renforcées par la législation royale, et la question de l’origine ne constitue
pratiquement jamais un enjeu dans les conflits institutionnels.
Cette relégation des caractères ethniques à un rôle pratiquement imperceptible est plutôt troublante. La garde
royale des Bourbons diffère en cela radicalement des autres formes de service étranger. La refondation de la garde sur le
schéma institutionnel multinational des Habsbourg a conduit à vider de tout contenu politique et symbolique la référence aux
territoires. La pertinence de notre hypothèse de départ – considérer une institution fondée sur un privilège de nation comme
une société de frontière – peut s’en trouver compromise. Pourtant, le pouvoir royal n’ignore pas complètement la dimension
multinationale de sa garde. A certains moments, à l’occasion de crises politiques graves, les Bourbons utilisent les unités
flamandes pour appuyer des actes politiques forts. Dès 1705, Philippe V veut imposer son autorité aux Grands d’Espagne
par une démonstration de pouvoir en faisant arrêter l’un d’entre eux, le marquis de Leganes. Le capitaine de la compagnie
flamande des gardes du corps est chargé d’arrêter Leganes chez lui, et de le soustraire à la juridiction du conseil de Castille
en l’escortant jusqu’aux frontières du royaume pour le remettre aux troupes de Louis XIV618. De même, en 1766, lors du
motín de Esquilache, l’action des gardes wallonnes, qui protègent la fuite de Charles III vers Aranjuez puis qui ouvrent le
feu sur le peuple de Madrid révolté, donne lieu à une flambée de xénophobie618. Le pouvoir royal est donc capable
d’instrumentaliser, dans des contextes précis, le caractère étranger de l’institution pour transmettre un message politique.
En réalité, ce n’est pas parce que le statut juridique ne stigmatise pas des traits culturels qu’il n’existe pas une
frontière très nette entre l’intérieur et l’extérieur du groupe. Toutefois, cette frontière se trouve moins dans les ordonnances
que dans les pratiques sociales générées par l’institution.
4. Les frontières de l’institution : patronage et nation
Le contrôle du roi d’Espagne sur sa garde ne s’exerce pas en dressant une frontière ethnique entre elle et le reste
de ses sujets. Dans le contexte de la guerre de Succession, Louis XVI et Philippe V ont jugé crucial de placer à la tête de
l’institution des commandants qui appartiennent tous à des familles évoluant dans le proche entourage des Bourbons, et qui
ont généralement fait preuve d’une fidélité sans faille tout au long du conflit successoral. La transmission des emplois de
commandants de la garde à travers un nombre réduit de familles souligne le degré de confiance et de proximité qui unit ces
groupes familiaux aux rois d’Espagne successifs618. C’est à travers ces liens de clientèle que Philippe V exerce un contrôle
direct et personnel sur le fonctionnement de la garde. Concrètement, la confiance accordée par Philippe V aux commandants
de sa garde se traduit par une très large autonomie tant d’un point de vue juridictionnel que d’un point de vue
économique618.
Si le pouvoir royal ne durcit pas la frontière ethnique entre la garde et le reste de la société, c’est qu’il confie
entièrement aux commandants le pouvoir de contrôler les limites de l’institution. Ces derniers ont notamment toute autorité
pour accepter ou rejeter les demandes des candidats officiers. Pour les commandants flamands, il s’agit d’une pratique non
écrite qui leur donne un pouvoir considérable dans leurs régions d’origine. Cela leur permet d’avoir la haute main sur un
nombre important d’emplois prestigieux que convoitent les familles nobles des Pays-Bas pour leurs cadets désoeuvrés.
De plus, il se développe autour de l’institution une vie de communauté faite de sociabilités et de solidarités qui
contribuent à renforcer l’unité du groupe. Que ce soit à l’occasion d’une enquête de noblesse préalable à l’obtention d’un
habit d’un ordre militaire ou lors de la rédaction d’un testament, les officiers flamands de la garde s’entraident618. De
nombreux mariages entre parents d’officiers, en Espagne ou aux Pays-Bas, contribuent à sceller l’unité du groupe.
Solidarités professionnelles et solidarités communautaires sont indissociables. Par conséquent, les commandants de la
garde, en plus de leurs fonctions professionnelles, renforcent leur autorité morale sur le groupe en s’érigeant en père et
protecteur de la nation. Ils investissent et recyclent une série de lieux et de pratiques symboliques de la nation flamande de
l’époque habsbourgeoise. Ainsi, il n’est pas rare de trouver les commandants siéger à la députation de l’hôpital Saint-Andrédes-Flamands, une des institutions symboliques du territoire à Madrid, crées au XVIe siècle618. Cette stratégie de
177
symbolisation de l’institution ne s’exerce qu’à l’intérieur de l’institution. Dans leurs relations avec le pouvoir royal, les
commandants des unités flamandes se gardent généralement de mobiliser un symbolique trop pesante qui risquerait d’irriter
la couronne en renouant avec la légitimité politique sur laquelle la garde habsbourgeoise avait été instituée. En somme, trois
éléments contribuent donc à façonner l’unité du groupe. Tout d’abord, l’isolement social des officiers qui les conduit à
dédoubler les liens professionnels par des liens d’amitié et de solidarité. Ensuite, le contrôle des commandants sur le
recrutement des officiers équivaut à contrôler les frontières du corps. Enfin, le travail de symbolisation, mené à l’initiative
des commandants, contribue à sceller l’unité du corps en essentialisant les liens qui unissent les officiers618.
On comprend mieux à présent pourquoi le pouvoir royal a pu se dispenser d’une définition trop précise des
conditions de nationalité, ou bien d’exacerber les traits culturels des unités non régnicoles de sa garde. En confiant une très
large autonomie aux commandants flamands, ceux-ci se sont chargés de contrôler les frontières du corps. La couronne leur a
laissé le soin d’entretenir une mémoire du territoire pour asseoir leur autorité pour autant que celle-ci ne légitime pas des
prétentions collectives. Il est utile de souligner que le corps compte indistinctement des officiers nés aux Pays-Bas, en France
ou en Espagne. La communauté qui gravite autour des unités flamandes de la garde est loin d’être homogène du point de vue
de l’origine. La pratique professionnelle et la participation aux sociabilités de corps suffisent à déterminer l’appartenance.
Le patronage des commandants permet de faire tenir ensemble un imbroglio de trajectoires hétéroclites.
5. Conflits internes et crises d’identité
Dans le cas précis des gardes wallonnes, cet agencement précaire tient en place jusqu’à la seconde moitié du
siècle. Néanmoins, il est gravement mis en question à deux reprises, la première en 1715 et la seconde en 1777. Les deux
conflits internes qui agitent le régiment se traduisent par un affrontement violent entre une partie des capitaines et le colonel.
Dans les deux cas, le conflit s’achève par le limogeage du colonel, c’est-à-dire du titulaire d’un des premiers emplois de
l’armée, toujours occupé par un Grand d’Espagne. Ces deux cas constituent des événements exceptionnels dont on ne trouve
pas d’équivalent dans les cent vingt ans d’existence des gardes royales618. En 1715 comme en 1777, l’institution traverse une
crise profonde. Dans le premier cas, la cession des Pays-Bas à l’Autriche crée une grande incertitude quand à l’avenir du
service des Flamands en Espagne. D’une part, la survie du corps est en jeu, de l’autre, les groupes familiaux doivent
négocier la séparation de l’exercice du pouvoir local d’avec le service du prince. Selon la structure du patrimoine de
chacun, le changement politique est abordé de façon différente. Dans le second cas, la diversité des trajectoires s’est
accentuée au fil du siècle. Alors qu’une partie des officiers de la garde wallonne s’est complètement intégrée dans la société
espagnole, une autre a continué à arriver fraîchement des Pays-Bas. En 1777, c’est la définition de la communauté qui est en
jeu. Les disparités deviennent trop grandes entre les officiers. Ni la pratique professionnelle, ni le patronage du colonel, ni
les symboles de la nation, ne suffisent plus à faire tenir ensemble le corps.
Ces crises d’identités politiques et sociales vont s’exprimer à travers des conflits de type institutionnel. En effet, la
divergence d’intérêt entre les capitaines et le colonel des régiments est un conflit pratiquement structurel des armées
modernes. Si l’on s’en tient aux réformes militaires initiées en France par Louis XIV, elles ont eu pour principal objet de
réduire l’autorité des colonels sur leurs unités. Celles-ci, généralement levées aux frais du colonel, et sur base d’un
recrutement local dans les fiefs et seigneuries, leur ont été soumises pratiquement en pleine propriété. Les colonels ont
disposés du droit de nommer les officiers et d’avoir la haute main sur toute l’administration économique du régiment. La
politique de Richelieu, qui a consisté à contrôler la noblesse en lui distribuant des charges militaires, s’est révélée être un
échec. Les colonels propriétaires se sont occupés très peu de leurs unités, la désertion a atteint des niveaux dramatiques, et,
dans les moments les plus tendus, les colonels ont retourné leurs unités contre le pouvoir royal618. Dès lors, l’esprit qui
domine les réformes de l’armée menée sous Louis XIV consiste à développer des contre-pouvoirs au colonel, à l’intérieur et
à l’extérieur des régiments. Sans entrer dans le détail, nous retiendrons simplement qu’un des axes principaux des réformes
consistent à faire reposer l’économie du régiment en grande partie sur les capitaines. Ceux-ci sont payés au pro rata du
nombre de soldats présents lors des revues de leurs compagnies et bénéficient d’avantages économiques lorsque leur
compagnie est complète. Il s’agit de la sorte de faire coïncider les intérêts des officiers avec ceux du pouvoir royal. Par
ailleurs, la figure institutionnelle du sergent major, et dans une moindre mesure du lieutenant colonel, est renforcée par
l’administration militaire qui en fait les principaux gestionnaires de l’économie interne du régiment. Le trésorier remet la
solde au sergent major qui la redistribue ensuite entre les capitaines. L’indépendance du sergent major est garantie
notamment par le fait que son emploi n’est pas vénal, qu’il est nommé par le roi et qu’il est couvert généralement par des
178
militaires roturiers ayant une longue carrière dans les armes. Le colonel conserve une position dominante, notamment dans
les propositions aux emplois, mais il est progressivement écarté des tâches logistiques et économiques618.
Les réformes militaires entamées par Philippe V dès les premiers mois de son règne ne diffèrent guère dans le
principe618. Elles consistent à rompre avec l’ancienne structure du tercio, miné par la désertion, et à introduire les régiments
sur le modèle de Louis XIV. Les deux régiments de gardes (espagnoles et wallonnes) sont également formés selon les
nouveaux principes de gestion. Néanmoins, la volonté de Philippe V de détacher ces unités du contrôle de l’administration
militaire s’est réalisée au prix d’une large autonomie concédée aux colonels. En forçant à peine le propos, on pourrait dire
que les régiments de la garde, les fleurons de la nouvelle dynastie, sont ceux dont le mode de fonctionnement est le plus
proche du siècle antérieur. En 1712 notamment, les colonels obtiennent le droit de contrôler la totalité des comptes du
régiment à l’exclusion des capitaines618. De même, dans les premières années du siècle, lors d’emplois vacants, les colonels
proposent un seul candidat au roi, alors que les autres régiments de l’armée doivent présenter une liste de trois personnes
réglées selon leur ancienneté618. Les secrétaires de guerre successifs, dès les lendemains de la guerre de Succession, vont
tenter de récupérer le terrain concédé aux colonels. Ils tâcheront de renforcer systématiquement l’autorité du sergent major
mais l’indépendance de ce dernier, souvent client du colonel, ne permet guère une action efficace. En réalité, les secrétaires
de guerre n’ont l’occasion de découvrir le mode de circulation de l’argent au sein du régiment qu’à l’occasion des deux
conflits de 1715 et 1777. En temps normal, les capitaines s’accommodent relativement bien d’un système de gestion géré par
le colonel, mais qui leur permet en même temps d’obtenir des crédits ou des facilités de paiement en cas de dettes.
Rapidement, ces deux conflits mettent à jour l’existence d’importants détournements de fonds venant alimenter des caisses
noires dont on sait par ailleurs que la plupart des officiers ont pu en bénéficier en cas de besoin618. L’existence de ce système
financier occulte a bien entendu contribué à renforcer la position du colonel. Si les officiers veulent bénéficier des caisses
noires, ils doivent accepter les règles imposées par le colonel. Toutefois, ce dernier est également mis en position fragile par
le système en cas de conflit grave avec certains de ses capitaines.
A. La crise de 1715
En 1715, trois facteurs expliquent le déroulement de la crise. Tout d’abord, la situation internationale plonge tous
les militaires flamands dans la plus grande incertitude. Le congrès d’Utrecht a officialisé la cession des Pays-Bas à
l’Autriche en 1713. Néanmoins, en 1715, le gouvernement d’occupation des puissances maritimes est toujours installé à
Bruxelles et n’a pas encore transmis officiellement le territoire à l’Empereur. Par conséquent, en Espagne, la plupart des
officiers flamands sont dans l’expectative de voir publier d’un moment à l’autre les décrets de confiscations des biens pour
les sujets de l’Empereur resté au service du duc d’Anjou. Néanmoins, la majorité des officiers de la garde wallonne sont des
cadets de famille peu fortunés. Par conséquent, la dissociation du territoire du service royal peut être envisagée sans
profonde rupture. En revanche, une autre partie des officiers, dont notamment le colonel, appartiennent aux principales
familles des Pays-Bas et possèdent d’importants biens fonciers. Dès lors, les horizons d’attente divergent profondément au
sein du corps des officiers. Le second facteur tient dans la distanciation progressive de Philippe V d’avec la France du
régent qui débouche sur la guerre franco-espagnole de 1719. A la Cour, l’arrivée de la nouvelle épouse de Philippe V,
Isabelle Farnèse, marque une rupture dans les équilibres de pouvoir. En 1714, la destitution spectaculaire de la princesse
des Ursins, première dame de la défunte reine Marie Louise de Savoie, montre clairement que le parti français n’est plus en
faveur à Madrid. Or, le duc d’Havré, colonel de la garde wallonne, est un parent de la princesse des Ursins, et sa famille a
jouit de l’appui personnel de Louis XIV. Enfin, le troisième facteur provient de la volonté réformatrice de Julio Alberoni, le
nouveau favori de la reine Isabelle Farnèse, qui cherche par tous les moyens non seulement à réduire les effectifs de l’armée
hypertrophiés par la guerre de Succession, mais aussi à abattre le pouvoir de la garde royale, qu’il considère comme une
menace à son autorité personnelle618.
L’affaire débute à la fin de l’année 1715 par une dénonciation présentée par deux capitaines des gardes wallonnes
au secrétaire de guerre618. Ils accusent Baudouin Desmarets, le capitaine habilité pour la gestion des comptes, de
malversations. Implicitement ils mettent le colonel en cause en considérant que Desmarets est un de ses protégés et qu’il agit
avec son assentiment. Le duc d’Havré est d’ailleurs amené à fournir deux longues justifications au secrétaire de guerre sur
sa gestion618. Le marquis de Bedmar, chargé d’examiner les comptes de façon indépendante, estime qu’il y a une « guerre
civile déclarée dans le corps »618. Bien que tous les avis extérieurs convergent pour dire qu’il faut limiter le pouvoir
économique du colonel, l’accusation de malversation n’aboutit pas car d’autres événements se superposent. Le scandale
financier de la garde wallonne est l’occasion pour Alberoni de proposer une réforme radicale de la garde royale qui conduit
à la suppression de plus de 80% des effectifs dans les unités flamandes de la garde618. Les questions économiques passent au
179
second plan étant donné que les officiers sont confrontés de plein fouet à l’objet premier de leurs préoccupations, à savoir le
maintien ou non du service d’Espagne. Malgré un adoucissement de la réforme, le duc d’Havré considère que les mesures
annulent tous les privilèges du régiment. Il demande la suppression définitive des gardes wallonnes et le droit pour les
officiers de se retirer aux Pays-Bas. Si, dans un premier temps, un mouvement s’amorce parmi les officiers vers une
démission collective, rapidement, beaucoup d’entre eux se rétractent618. Des petits groupes d’officiers écrivent au secrétaire
de guerre pour dénoncer l’initiative personnelle du duc d’Havré et affirment vouloir rester au service du roi d’Espagne618.
Fort des dissensions au sein des officiers, le roi limoge le duc d’Havré618. Avec l’aide des officiers restés fidèles, les
partisans du duc d’Havré sont arrêtés tandis que d’autres obtiennent leur congé618. Finalement, le roi maintien en pied le
régiment et son corps d’officiers. L’emploi de colonel est confié à une autre famille flamande qui n’entretient pas de liens
aussi manifeste avec la cour de France. Ainsi, la plupart des familles d’officiers traversent sans trop d’encombre le
changement politique majeur que suppose la perte des Pays-Bas. La crise de 1715-1716 a permis une redéfinition des
équilibres au sein de la communauté. Avec l’éviction du duc d’Havré, la plupart de ses parents et alliés qu’il avait placés aux
emplois clés du régiment demandent leur congé au roi, libérant de la sorte des emplois pour d’autres officiers. On assiste
donc à un renouvellement des principaux cadres du régiment. La garantie du maintien des unités flamandes de la garde,
effective à partir de 1720, semble ramener l’apaisement parmi les officiers. La question des malversations financières
disparaît complètement sans qu’aucune mesure d’importance n’ait été prise.
B. La crise de 1777
La crise de 1777 apparaît alors que des tensions agitent le corps des officiers depuis plusieurs années618. Le
colonel des gardes wallonnes est alors le comte de Priego, le fils du duc d’Havré limogé en 1716, qui règne sans partage sur
le régiment depuis plus de vingt-cinq ans. Néanmoins, le contrôle du secrétaire de guerre sur le corps s’est fait plus présent.
Une des mesures prises par l’administration royale a été d’instaurer le principe d’une vérification périodique des comptes
du régiment par trois capitaines-contrôleurs désignés par le roi. Jusque là, la vérification des comptes n’avaient pas posé de
problèmes. Du moins, les rapports remis par les contrôleurs avaient été contre signés par le colonel dans une parfaite
harmonie. Toutefois, un des capitaines-contrôleurs de 1777, nommé Enrique Van Asbroeck, tranche avec cette habitude. Il
remet au secrétaire de guerre un rapport incendiaire contre le colonel, l’accusant de manquements graves dans la gestion
des comptes, dénonçant l’attitude des précédents contrôleurs qui ont remis des rapports sans avoir épluché tous les
comptes618. Le rapport de Van Asbroeck sème la panique à l’intérieur du régiment. Les deux autres capitaines contrôleurs se
désolidarisent. Priego dénonce à son tour au secrétaire de guerre le mauvais esprit du capitaine qui cherche à semer la
zizanie à l’intérieur du corps en diffamant le colonel et les autres capitaines. L’affaire suit alors une trajectoire semblable à
celle de 1715, si ce n’est qu’elle aboutit à son terme. Le secrétaire de guerre nomme un officier général extérieur au corps
qui rend en 1779 un rapport accablant sur la gestion des comptes. Entre-temps, conscient que l’affaire va éclater au grand
jour, le comte de Priego démissionne de son emploi. Par la suite, la place de colonel des gardes wallonnes va rester vacante
pendant plus de dix ans. L’affaire ne se conclut qu’en 1780 avec la publication d’un nouveau règlement pour le
gouvernement économique du régiment618.
Quelques années avant que n’éclate le scandale, un conflit a opposé Enrique Van Asbroeck au comte de Priego. En
1775, Enrique Van Asbroeck obtient la grâce royale d’un emploi d’enseigne dans les gardes wallonnes pour son fils, âgé à
peine de 11 ans. Cette faveur n’a pas été obtenue par l’intermédiaire du comte de Priego, mais par d’autres appuis dont
l’identité n’est pas connue. Quoiqu’il en soit, le comte de Priego en prend ombrage et tente de bloquer la carrière du fils
d’Enrique Van Asbroeck. Le roi finit par trancher en donnant l’avantage au capitaine sur le colonel618. Les conflits
d’ancienneté, les jeux d’influence par le biais des recommandations, sont légions au sein de la garde. Dans la plupart des
cas, l’affaire se règle par l’arbitrage royal et ne prête pas à conséquence. Or, dans ce cas-ci, le scandale financier qui
éclabousse le colonel éclate moins de trois ans après l’affaire, et a toutes les allures d’un règlement de compte. A bien y
regarder, les dénonciations d’Enrique Van Asbroeck sont loin de s’expliquer par un simple conflit de personne. Elles
révèlent un malaise profond au sein de l’institution et de la communauté.
Le scandale financier survient à un moment où le régiment est confronté à une crise récurrente de recrutement qui
pèse lourdement sur les finances du régiment. Le comte de Priego a, depuis 1768, substitué les commissions temporaires de
recrutement, se déroulant généralement dans le nord de la France et de l’Italie, par un bureau permanent installé dans la
principauté épiscopale de Liège. Si la mesure permet de pallier provisoirement au problème des recrues, le prince-évêque de
Liège monnaie chèrement le service rendu618. Ajouté à cela le prix croissant des recrues, les comptes du régiment sont
systématiquement déficitaires. En 1770, la couronne cède au comte de Priego le droit de nommer à douze emplois
180
d’enseignes, introduisant pour la première fois les pratiques vénales dans le régiment618. La vente des emplois, ou leur
cession contre des recrues, n’offre qu’un répit provisoire. Au comte de Priego qui demande davantage d’emplois à vendre, le
roi oppose un refus618. La couronne accepte uniquement d’octroyer des avances au régiment, augmentant le déficit chronique
des finances du corps618.
Le corps des officiers traverse également une crise de recrutement. La vente des emplois entre 1768 et 1770 a
ouvert la porte du régiment à des individus d’horizons très divers. Parmi eux, on trouve notamment Juan Francisco et Pedro
Goossens, tout deux neveux du trésorier général, Pedro Francisco Goossens. Ils appartiennent tous à des familles
patriciennes de Bilbao, enrichie par le commerce, et qui n’ont plus de flamand que le nom618. Parallèlement, la capacité du
comte de Priego d’attirer en Espagne les cadets des familles nobles des Pays-Bas semble considérablement s’affaiblir. Il doit
recourir à des intermédiaires, et ne parvient plus à couvrir l’ensemble des emplois vacants618. Or, l’autorité du comte de
Priego sur le régiment est en partie liée à la proportion de jeunes officiers fraîchement débarqués du nord de l’Europe. Sans
attaches et sans appuis à l’extérieur du corps, ils sont autant d’individus dociles qui ne peuvent rêver à d’autres emplois en
Espagne que ceux offerts par le régiment. Par conséquent, le tarissement du flux en provenance des Pays-Bas donne
davantage de poids à de véritables dynasties d’officiers installés depuis deux ou trois générations dans la garde royale et qui
par ailleurs ont noué des liens dans la société espagnole. Tout en conservant un ancrage solide dans les unités flamandes de
la garde, ces familles ont diversifié leurs stratégies et se trouvent dans une dépendance moindre à l’égard des débouchés
professionnels que le régiment et son colonel offrent.
Il n’est guère étonnant que la personne par qui le scandale arrive, Enrique Van Asbroeck, appartienne à une de ces
familles. Son père est un officier flamand sans éclat originaire de Bruxelles qui est resté en Espagne après la guerre de
Succession. Enrique Van Asbroeck et ses trois frères ont entamé une carrière dans les gardes wallonnes. Il a fait un bon
mariage avec une fille d’un capitaine sicilien au service d’Espagne. Sa belle-famille n’est guère de haute extraction mais elle
est fortunée et semble posséder de grandes protections618. De plus, une de ses sœurs, femme de chambre de l’infante Maria
Josefa, a épousé en 1772 un conseiller du conseil de Castille618. Une autre s’est alliée à un regidor de Valladolid618. A son
tour, Enrique Van Asbroeck poursuit cette stratégie d’alliance avec la robe en mariant sa fille au fils de José Faustino Perez
de Hita, également conseiller de Castille618. La trajectoire de la famille Van Asbroeck tranche radicalement avec la majorité
des autres officiers. Dans la plupart des cas, lorsqu’il y a des mariages, ils sont endogamiques au corps. Pour la majorité
des familles, le régiment ne constitue qu’une extension du territoire local. Des stratégies d’alliance nouées aux Pays-Bas se
prolongent en Espagne dans le cadre du régiment, tandis qu’inversement, le régiment offre un espace de négociation pour
forger de nouvelles alliances au pays. S’il n’est pas majoritaire, le cas de la famille Van Asbroeck n’est pas unique. D’autres
familles d’officiers ont noué des liens à l’extérieur du corps, notamment en Catalogne où le régiment est caserné une partie
de l’année. Cependant, le caractère exceptionnel de la famille Van Asbroeck réside dans le fait qu’elle est parvenue à
pénétrer le cœur des élites castillanes, à savoir le monde très fermé des auditeurs et des conseillers de Castille. Cette assise
sociale est vraisemblablement ce qui donne la force à Enrique Van Asbroeck de dénoncer publiquement les malversations au
sein du régiment.
L’hostilité dont il est l’objet au sein du régiment montre clairement que le scandale financier traduit avant tout un
malaise sur la définition de la communauté618. En effet, durant le déroulement de l’affaire, Enrique Van Asbroeck est l’objet
d’une longue série de vexations. A l’occasion d’une altercation, un officier interpelle Van Asbroeck et lui dit « con desprecio
que le hablase en francés si quería que le contestase, pues el no entendia las frases del castellano »618. Quelques années plus
tard, un de ses neveux, Angel Castilla Van Asbroeck, se voit refuser l’entrée dans le régiment sous prétexte qu’il est
espagnol618. D’ailleurs, au vu de la virulence des attaques dont il est l’objet durant l’enquête sur les comptes, Enrique Van
Asbroeck prévient une éventuelle rupture définitive avec l’institution et la communauté. En 1779, en plein scandale financier,
il sollicite auprès du roi une reconnaissance de noblesse alléguant le désir de sa famille de s’installer définitivement dans les
domaines du roi d’Espagne618.
Il est probable qu’en attaquant de front le colonel du régiment, Enrique Van Asbroeck n’avait pas pleinement
conscience de la portée de son action. La démission du comte de Priego, mais surtout la vacance de l’emploi de colonel
pendant dix ans, conduisent en quelques années à la désagrégation complète de la communauté. En effet, avec la disparition
du colonel, la configuration sociale et symbolique qui fait tenir le groupe est mise à mal. Les conséquences se font sentir au
lendemain du départ du comte de Priego. Les candidatures, d’abord de descendants métissés des premiers officiers flamands
puis progressivement de prétendants espagnols sans liens avec l’institution, affluent. Les demandes ne parviennent plus par
le biais des réseaux informels tissés aux Pays-Bas et en Espagne, mais par le canal officiel du secrétaire de guerre qui
transmet les demandes pour avis au lieutenant colonel, chargé temporairement de la direction du régiment. Celui-ci remet
181
systématiquement un avis négatif mais il n’a pas l’autorité suffisante pour empêcher des dispenses, ni pour se substituer au
colonel dans la maîtrise des réseaux qui faisaient tenir la communauté. En réalité, au cours des années 1780, le corps des
officiers perd progressivement le contrôle de son recrutement. Le régiment, décapité, n’est plus capable d’opposer au
pouvoir royal un système d’autorégulation. Dès lors, la couronne voit une occasion de se substituer au colonel dans la
sélection des candidats. En face, le corps des officiers tâche d’inventer un système de substitution en traduisant en termes
formels la complexité des relations sociales qui régissaient l’organisation du corps. Dès lors, l’imbrication étroite entre
institution et communauté, commune à tout l’Ancien Régime mais particulièrement forte dans les régiments étrangers, se
différencie progressivement. La perte de contrôle sur le recrutement des officiers ne permet plus de définir la communauté
uniquement par les pratiques professionnelles et les sociabilités au sein de l’institution. Dès lors, le corps des officiers
invente une nouvelle définition de la communauté indépendante des pratiques professionnelles. Elle développe dans un
vocabulaire vaguement juridique une définition de la « nationalité » flamande qui s’évaluerait en nombre de quartiers. En
portant la question des limites du corps sur le terrain juridique, les officiers n’opposent qu’une vaine résistance. Les
candidats se contentent d’adresser au secrétaire de guerre une demande de dispense des quartiers flamands qui leur
manquent. Face à l’afflux des demandes, la couronne octroie les dispenses de plus en plus facilement. Et, le 6 janvier 1791,
Charles IV abroge le privilège de nation des gardes wallonnes. Cette décision élimine ainsi le principe fondateur du service
étranger, à savoir la fusion entre communauté et institution. L’institution persiste jusqu’au début du XIXe siècle, mais elle ne
constitue plus le socle exclusif d’un tissu social très dense. Concrètement, le flux de jeunes officiers en provenance des PaysBas, déjà affaiblit, se tarit complètement. Selon leur degré d’intégration dans la société espagnole, les groupes familiaux
quittent l’Espagne ou y restent mais se détournent progressivement de l’institution. A cela s’ajoutent les événements
politiques (révolution française, révolution brabançonne) qui rendent particulièrement difficiles le maintien de relations
entre le noyau familial d’origine et les branches espagnoles. En 1818, faisant suite à l’espagnolisation des emplois de la
Maison du roi sous Ferdinand VII, le nom « gardes wallonnes » est remplacé par celui de « premier régiment d’infanterie de
la garde ». Une protestation strictement formelle du colonel sera la seule réponse du régiment618.
6. Conclusions :
Les conflits internes concernant le colonel, garant de la cohésion sociale de l’institution et de la communauté, se
produisent à des moments de crises d’identité sociale, professionnelle et politique. Le colonel est mis en cause lorsque des
événements extérieurs provoquent des tensions qui risquent de désagréger les liens sociaux. Les dénonciations de corruption
sont une manière de dire le malaise que traverse le corps des officiers, qui passe par les voies normales de la conflictualité
institutionnelle. Le conflit sert de moteur à une redéfinition du lien social. Dans les deux cas, le colonel garant de l’unité du
groupe, est devenu un facteur de blocage car il ne s’adapte pas à l’évolution du contexte. Lors de la première crise, en 1715,
le renouvellement des principaux cadres du régiment permet à la communauté de traverser la crise d’identité politique
générée par la perte du territoire. Néanmoins, lors de la seconde crise, en 1777, il n’y a personne pour prendre la relève et
l’emploi de colonel reste vacant de nombreuses années. Cette situation conduit inévitablement à un approfondissement de la
crise d’identité sociale du corps générée par l’intégration d’une partie des officiers dans la société espagnole. A terme, ce
second conflit conduit à la désagrégation sociale de la communauté.
L’étude de ces deux conflits intérieurs montre que les régiments étrangers ne sont dotés d’aucune nature spécifique
qui les rend irréductible au reste de l’armée d’une part, et aux autres institutions d’Ancien Régime de l’autre. Si
l’imbrication exclusive entre institution et communauté constitue la spécificité des régiments étrangers, le règlement des
tensions internes passe par les modalités communes de la conflictualité institutionnelle. De plus, les modes de définition de
l’appartenance au sein de l’institution communautaire ne se distinguent pas fondamentalement des critères élaborés par les
communautés locales. Ne pouvant se référer à un territoire spécifique, le corps des officiers a toutefois généré un système de
définition de l’appartenance lié à la pratique professionnelle et aux sociabilités de corps. Enfin, notre étude de cas a révélé
un terrain de prédilection pour analyser un processus d’autonomisation des relations institutionnelles. L’institution
communautaire, au fil des conflits, a fini par se scinder en deux entités distinctes. D’une part, elle a donné naissance à une
définition de la communauté indépendante des pratiques professionnelles et qui se traduit en termes juridiques. De l’autre,
elle a crée une définition de l’institution comme une pratique professionnelle indépendante des relations sociales qui s’y
nouent autour. Vu de loin, les gardes wallonnes semblent avoir subies un processus de nationalisation. Vu de près, on
constate que la différenciation progressive de la communauté et de l’institution est née dans la conflictualité d’Ancien
182
si atendían a su continua defensa habían de abandonar la labranza de sus tierras, la cría de sus
ganados y el tráfico de estos efectos y si querían poner cuidado a esto para su propio sustento,
había de ser con el peligro de verse asaltados cuando menos pensasen.” La conversión de los
pobladores en soldados tenía consecuencias sobre su estatus jurídico por someterlos al fuero
militar. Este fuero les protegía en ciertas instancias pero también les perjudicaba al no
permitirles disponer de cabildo ni de oficiales y jueces elegidos.
Conclusiones
Al contrario de lo que se suponía en la literatura, el hecho de que la conquista del Seno
mexicano afectaba a individuos y comunidades de forma desigual no explicaba todo lo
ocurrido en el eje México-Madrid en las décadas de 1740 a 1770. Bien se sabía que, por un
lado, casi cualquier empresa tenía sus apoyos y sus oposiciones y que, por otro, intereses
contradictorios podían coexistir en paz o provocar confrontaciones. La cuestión, creo, era
otra. Más allá del estudio de quién dijo o hizo qué, cuándo y porqué, queda por entender el
cuadro legal, institucional y político en que se llevaban a cabo la discusión. Este cuadro,
espero haber probado, permitía preguntar de qué consistía una conquista y cuáles eran los
medios más adecuados para lograrla. Era dentro de este marco que cada una de las partes
debía alegar lo suyo y que los demás le respondieron. En fin, aunque muchos autores habrían
presentado este marco de discusión como una cosa más bien instrumental y por tanto de poca
importancia, a mi parecer no lo era ya que limitaba las posibilidades y el curso de acción de
todos los involucrados por lo que era parte esencial, incluso determinante, tanto del debate
como de su resolución. Analizado desde esta perspectiva, es evidente que el caso del Seno
Mexicano era uno entre muchos. La cuestión de saber cuándo un territorio “realmente” se
conquistaba, es decir, se integraba, con sus habitantes, al mundo hispánico, preocupaba a los
contemporáneos de sobre manera. Esto tal vez se debía al hecho de que se trataba de
comunidades cuya extensión, tanto personal como territorial, se hallaba todavía poco definida
y en las que el debate legal e institucional era todavía un instrumento eficaz que permitía
moldear el universo de cada cual de un modo distinto.
Notas
Régime. Le processus n’a rien de moderne, il se construit à partir des configurations sociales, des rapports de pouvoir, et de
l’ordre juridique d’Ancien Régime.
183
184
Les frontières de l’institution. Communauté et conflits dans l’armée espagnole au
XVIIIe siècle
Thomas Glesener
Université de Liège/Université Toulouse-le Mirail, FRAMESPA
La problématique des sociétés de frontière peut-elle être transposée dans un espace
géographique différent des confins du royaume ? Le morcellement social, juridique et
politique de l’Ancien Régime offre a priori un terrain favorable à un déplacement de la notion
de frontière de son acception traditionnelle, en termes géopolitiques, vers une interprétation
plus large, en termes sociaux et juridiques. Toutefois, associer l’enchevêtrement des statuts
personnels et des privilèges juridiques à autant de frontières métaphoriques risquerait de
diluer la problématique dans une réflexion trop générale sur l’ordonnancement juridique
d’Ancien Régime. Dès lors, afin de ne pas perdre en chemin la spécificité de notre objet, nous
avons choisi de dépayser la problématique des sociétés de frontière en l’éloignant du limes
politique pour l’appliquer à un espace social qui, tout en ayant des caractéristiques propres,
comporte une série de points communs avec les espaces frontaliers.
Les microsociétés formées par les régiments étrangers peuvent-elles être considérées comme
des sociétés de frontière ? A première vue, l’analogie peut sembler abusive. Elle consiste en
effet à comparer une institution avec une communauté territoriale dotée d’une organisation
politique. Il ne s’agit donc pas tant d’établir une comparaison stricte entre l’une et l’autre que
d’appliquer un questionnement et des méthodes propres aux sociétés de frontières à une
institution, dont une des données structurelles de son organisation tient à la présence d’une
frontière. Celle-ci n’est ni politique, ni géographique, mais juridique, dans le sens où elle
délimite l’institution, et ethnique, dans le sens où elle délimite a priori une communauté
d’origine et de culture. L’influence de cette double frontière sur la vie d’une institution
militaire va nous occuper au cours de ce travail. L’intérêt de la proposition consiste à déplacer
la problématique de la frontière de son contexte géographique pour l’ancrer dans des
processus juridiques et sociaux de conflits et d’identifications indépendants d’un lieu précis.
Pour cela, nous allons illustrer notre propos à la lumière du cas des unités flamandes des
gardes royales des Bourbons d’Espagne1.
Dans un premier volet, nous allons nous pencher sur les enjeux historiographiques liés
à l’étude des communautés étrangères en général qui justifient l’emploi de nouvelles
méthodes pour l’extraire de l’enclave historiographique dans laquelle elle a été confinée.
Dans un second volet, nous testerons la pertinence de la proposition qui consiste à considérer
une institution comme un espace frontalier. Pour cela, nous questionnerons la nature de la
frontière, ethnique et juridique, qui caractérise les régiments étrangers en tâchant d’identifier
la spécificité de notre terrain. Est-il possible de traiter le cas des régiments étrangers avec le
même matériau employé ailleurs pour expliquer les comportements sociaux et le
fonctionnement des institutions d’Ancien Régime, ou bien le caractère « étranger » de ces
régiments leur confère-t-ils une spécificité irréductible ?
1
Notre étude de cas se base sur l’analyse prosopographique des officiers des unités flamandes de la garde royale des
Bourbons entre 1700 et le début du XIXe siècle. Nous nous sommes intéressé à la garde, en tant qu’institution, ainsi qu’aux
comportements des officiers essentiellement en termes de mobilité géographique, sociale et professionnelle. T. Glesener, La
garde du roi. Pouvoirs, élites et nations dans la monarchie hispanique (1700-1824), Thèse de doctorat en cours sous la
direction de MM. Michel Bertrand et Franz Bierlaire.
185
Enfin, dans un dernier point, l’étude d’un conflit interne à la garde des Bourbons
d’Espagne va nous permettre d’établir dans quelle mesure l’étude d’un espace frontalier
institutionnel peut nous informer sur des modalités communes à toutes les espaces frontaliers.
1. Les communautés étrangères : une histoire à part ?
D’un point de vue historiographique, les sociétés de frontières et l’étude des communautés
étrangères ont plusieurs points communs. Depuis quelques années, un peu partout fleurissent
des études consacrées à des communautés étrangères plus ou moins importantes qui ont fait
souche dans les différentes monarchies en Occident et ailleurs. Effet de la construction
européenne ou réaction saine face aux historiographies nationales qui ont eu tendance à nier la
composition multinationale des sociétés d’Ancien Régime, le fait est que ce courant a conquis
ses lettres de noblesse et s’est installé de façon durable dans le paysage historiographique.
Programmes de recherche internationaux, colloques2, guides de recherche3 lui ont conféré une
légitimité institutionnelle qui ne semble plus pouvoir être ébranlée.
Si le mouvement a connu un regain d’activité depuis une quinzaine d’années, il s’inscrit dans
une tradition historiographique qui remonte aux années 1960 et aux grands travaux d’histoire
sociale quantitative4. C’est à la démographie historique que l’on doit d’avoir érigé l’étude des
communautés étrangères en spécialité5. Comme elles l’ont fait pour les métiers et les
corporations urbaines, elles se sont attachées à construire des catégories sociales autonomes
de l’analyse historique, indépendantes de l’expérience des acteurs. A mesure qu’elle a
organisé la stratification sociale par groupes socioprofessionnels, la démographie historique a
procédé par repérage patronymique pour organiser le tissu urbain selon une classification
« nationale » ; l’objectif premier étant le dénombrement des populations allochtones. Depuis
lors, la pertinence des catégories ainsi constituées n’a souffert pratiquement aucune critique
de la part des historiens du social qui les ont étudiées en tant que telles sans s’interroger sur
leur bien-fondé6.
Les préoccupations démographiques ont quelque peu diminué dans les travaux récents7. De
plus en plus, les études se sont détournées d’une quantification globale des populations pour
s’intéresser à l’étude des communautés en tant que telles (marchands, militaires, artisans,
2
M. B. Villar García, P. Pezzi Cristóbal (éds.), Los extranjeros en la España moderna. Actas del I coloquio internacional
(Málaga, 28-30 de noviembre 2002), Malaga, 2003 ; E. Giménez, M. A. Lozano, J. A. Ríos (éds.), Españoles en Italia e
Italianos en España. IV Encuentro de investigadores de las universidades de Alicante y Macerata (mayo, 1995), Alicante,
1996.
3
J. F. Dubost, Les étrangers en France au XVIe siècle-1789: Guide des recherches aux archives nationales, Paris, 1993.
4
M. Garden, Lyon et les Lyonnais au XVIIIe siècle, Paris, 1970, p. 43-81.
5
En Espagne, les initiateurs sont : J. Nadal et E. Giral, La population catalane de 1553 à 1717. L’immigration française et
les autres facteurs de son développement, Paris, SEVPEN, 1959 ; A. Domínguez Ortiz, Los extranjeros en la vida española
durante el siglo XVII y otros artículos, Séville, 1996. [1960]. Plus récemment, mais dans la continuité des travaux
précédents : M. B. Villar García, Los extranjeros en Málaga en el siglo XVIII, Cordoue, 1982. En France, un travail
précurseur : J. Mathorez, Les étrangers en France sous l'Ancien Régime. Histoire de la formation de la population française,
Paris, 1919-1921, 2 vols.
6
Une notable exception est la critique formulée par Bernard Lepetit en introduction de l’ouvrage collectif de J. Bottin, D.
Calabi (dirs.), Les étrangers dans la ville…, p. XXX.
7
Le souci de dénombrement de la démographie historique est encore présent dans : J. F. Dubost, La France italienne XVIeXVIIe siècle, Paris, 1997, p. XXX ; D. Ozanam, « Le recensement des étrangers en 1791: une source pour l'histoire des
colonies étrangères en Espagne », dans Les Français en Espagne à l'époque moderne (XVIe-XVIIIe siècles), Paris, 1990, p.
215-227 ; D. Ozanam, « Les Français à Madrid dans la deuxième moitié du XVIIIe siècle », dans V. P. Santos Madrazo (éd.),
Madrid en la época moderna: Espacio, sociedad y cultura, Madrid, 1991, p. 177-199 ; J. A. Salas Aussens, E. Jarque
Martínez, « Extranjeros en España en la segunda mitad del siglo XVIII », dans Coloquio internacional Carlos III y su siglo
(Madrid, 14-17 noviembre de 1988), Madrid, 1990, t. 2, p. 985-997 ; J. P. Amalric, « Franceses en tierras de España : una
presencia mediadora en el Antiguo Régimen », dans M. B. Villar García, P. Pezzi Cristóbal (éds.), Los extranjeros en la
España moderna, Malaga, 2003, t. 1, p. 23-37.
186
etc.)8. Dans une large mesure, l’intérêt renouvelé des historiens d’Ancien Régime pour les
relations entre le centre et la périphérie, l’attention accrue portée aux élites locales, et la
tendance générale à la réduction du terrain d’analyse, ont constitué un contexte favorable à la
recrudescence des études sur les communautés étrangères. Néanmoins, jusqu’à présent, ces
dernières n’ont pas pleinement connecté avec le vaste mouvement de retour au local qui les a
profondément renouvelées. En effet, l’intérêt pour les communautés locales s’est inscrit, dès
l’origine, dans une réflexion sur le fonctionnement politique des sociétés d’Ancien Régime.
Le niveau local n’a retenu l’intérêt des historiens que comme un des éléments d’un ensemble
politique qui s’articule autour des relations entre le micro et le macro9. En revanche, l’étude
des communautés étrangères s’est généralement confinée dans l’insularité. Leur caractère
« étranger », jugé irréductible, et la difficulté à les inscrire dans un questionnement sur le
fonctionnement du pouvoir dans l’Ancien Régime, les a généralement tenues à l’écart de
l’histoire politique. Inspirées à des degrés divers par l’anthropologie historique, ces études se
sont intéressées en priorité aux modes de vies, aux rituels d’intégration, aux solidarités
internes, aux formes de dévotion10. Autrement dit, ces travaux ont insisté davantage sur la
continuité des caractères du groupe immigré en consacrant toute leur attention aux
manifestations de l’unité du collectif11. Cette approche a également contribué à
l’essentialisation des communautés en les considérant comme des acteurs collectifs
irréductibles à la société dans laquelle ils sont ancrés. En d’autres termes, autant la
démographie que l’anthropologie, en érigeant les communautés étrangères en objet historique
à part entière, ont contribué à les isoler de leur contexte et, par conséquent, à en diminuer la
compréhension. De manière plus fondamentale peut-être, l’influence de ces disciplines a
évacué les questions politiques et juridiques liées à l’existence de ces communautés, sans
chercher, à partir de ces cas particuliers, à tenter une compréhension générale des sociétés
d’Ancien Régime12.
A un déterminisme géographique qui tendrait à singulariser à l’excès les sociétés de frontière,
l’historiographie des communautés étrangères répond par un déterminisme ethnique.
L’exacerbation des traits ethniques, en tant que facteur explicatif primordial des
comportements observés, a confiné l’étude des communautés étrangères dans des enclaves
interprétatives. Dans notre cas, expliquer le fonctionnement des régiments étrangers avec le
même matériau que le reste des institutions d’Ancien Régime est un projet impossible tant
que la frontière qui les sépare du reste de la société est entendue en termes exclusivement
ethniques. Une telle interprétation de la frontière, bien qu’elle ne soit pas sans rapports avec la
réalité du terrain, a érigé une barrière conceptuelle infranchissable.
Ce legs historiographique laisse des communautés cloisonnées, recroquevillées derrière une
frontière ethnique censée tout expliquer. Somme toute, l’analogie entre les communautés
étrangères et les espaces frontaliers n’est pas neuve. Toutefois, il s’est agi d’une association
radicale qui, en amplifiant le poids de la frontière sur la vie de communauté, a creusé un fossé
interprétatif avec le reste de la société d’Ancien Régime. Par conséquent, établir une analogie
8
D. Menjot, J. L. Pinol (éds.), Les immigrants et la ville. Insertion, intégration, discrimination (XIIe-XXe siècles), Paris,
1996 ; J. Bottin, D. Calabi (dirs.), Les étrangers dans la ville. Minorités et espace urbain du bas Moyen Age à l'époque
moderne, Paris, 1999.
9
G. Tocci, Le comunità in Età moderna. Problemi storiografici e prospettive di ricerca, Rome, 1997.
10
A. Crespo Solana, Entre Cádiz y los Países Bajos. Una comunidad mercantil en la cuidad de la Ilustración, Cadix, 2001.
Un autre exemple d’étude communautariste est celle, bien connue, de J. Caro Baroja, La hora navarra del XVIII (personas,
familias, negocios e ideas), Pamplune, 1969. Nous n’abordons pas ici l’historiographie des groupes religieux (morisques,
protestants) qui assurément mériterait d’être prise en compte pour un bilan global de l’histoire des communautés.
11
N. L. Green, Repenser les migrations, Paris, 2002, p. 23-35.
12
De ce point de vue, T. Herzog, Defining Nations. Immigrants and Citizens in Early Modern Spain and Spanish America,
New Haven-Londres, 2003 ; et P. Sahlins, Unnaturally French. Foreign Citizens in the Old Regime and After, IthacaLondres, 2004 ont inauguré un vrai renversement dans l’étude des communautés étrangères. Au lieu de traiter les
communautés en tant que telles, ces travaux ont déplacé le questionnement vers les processus d’identification et d’exclusion
des membres de la communauté du royaume.
187
mesurée entre les régiments étrangers et les espaces frontaliers exige de ramener la question
ethnique à de justes proportions en formulant une critique raisonnée du caractère frontalier de
l’institution.
2. Frontière juridique, frontière ethnique
A. L’armée, les nations et le pouvoir royal
Dans la plupart des monarchies d’Ancien Régime, il existe des corps militaires constitués
d’individus non régnicoles13. L’absence théorique de liens horizontaux avec le royaume en
fait des auxiliaires précieux pour le pouvoir royal qui les dotent de nombreux privilèges et les
fait généralement servir dans la proximité immédiate du souverain. D’un point de vue
juridique, le service étranger – c’est ainsi qu’il est convenu de l’appeler – n’est pas
fondamentalement différent du service des sujets. Il ne fait qu’exacerber des caractéristiques
qui sont communes à toute l’institution militaire.
Dès les premiers embryons des armées royales, au Moyen Age, il s’est agi pour le pouvoir
monarchique de contrôler ses propres forces en se détachant des vicissitudes saisonnières du
service d’ost. Les bandes d’ordonnance, noms portés par les premières armées royales en
France, soulignent à quel point la législation royale a joué un rôle fondamental dans la
naissance des armées d’Etat. C’est en dotant les unités de statuts et de privilèges spécifiques,
puis progressivement en les dotant d’une juridiction propre, que le pouvoir monarchique est
parvenu à détacher (socialement, juridiquement et géographiquement) des individus de leurs
communautés pour les intégrer dans ce qui deviendra le métier des armes14. Le statut juridique
est également ce qui permet au mieux de garantir l’étanchéité de l’armée par rapport à la
société. La proximité entre les civils et les militaires est telle que le pouvoir royal a dû ériger
des frontières entre eux, juridique d’une part, mais également symbolique (uniforme) et
physique (caserne)15. Ces mesures reposent sur une conception politique du service du roi qui
considère que la dépendance verticale, à l’exclusion de tous liens horizontaux, garantit une
meilleure efficacité du personnel16.
13
Les caractéristiques générales qui suivent sont extraites de l’observation de plusieurs cas. M. E. Ailes, Military Migration
and State Formation. The British Military Community in Seventeeth-Century Sweden, Lincoln, 2002 ; A. Corvisier, "Military
Emigration from Central and Eastern Europe to France in the Seventeenth and Eigtheenth Centuries", dans G. Rothenburg
(éd.), East-Central European Society and War in the Pre-Revolutionnary Eighteenth Century, New York, 1982, p. 514-545 ;
A. Corvisier, "Une armée dans l'armée: les Suisses au service de France", dans Cinq siècles de relations franco-suisses.
Hommage à Louis-Edouard Roulet, Neuchâtel, 1984, p. 87-98 ; N. F. Dreisziger, R. A. Preston, "Polyethnicity and Armed
Force: An introduction", dans N. Dreisziger (éd.), Ethnic Armies: Polyethnic Armed Forces from the Time of the Habsburgs
to the Age of the Superpowers, Waterloo, Ontario, 1990, p. 1-20 ; C. Enloe, Ethnic Soldiers. State Security in a Divided
Society, Harmondsworth, 1980 ; H. Gráinne, The Irish Military Community in Spanish Flanders, 1586-1621, Dublin, 1992 ;
S. Humphreys, "The Emergence of the Mameluk Army", Studia Islamica, 45-46, 1977-1978, p. 67-99 et 147-182 ; V.
Kiernan, "Foreign Mercenaries and Absolute Monarchy", Past and Present, 11, 1957, p. 66-86 ; Les Gardes Suisses et leurs
familles aux XVIIe et XVIIIe siècles en région parisienne. Colloque du 30 septembre et 1er octobre 1988, Millau, 1989 ; A.
Mathiez, La Révolution et les étrangers. Cosmopolitisme et défense nationale, Paris, 1918 ; R. A. Preston, "Ethno-cultural
Pluralism in Military Forces: a historical survey", dans M. Cross, R. Bothwell (éds.), Policy by Other Means. Essays in
Honour of C. P. Stacey, Toronto, 1972, p. 19-49 ; M. Rapport, Nationality and Citizenship in Revolutionary France. The
Treatment of Foreigners 1789-1799, Oxford, 2003. [2000] ; S. F. Scott, "Foreign Mercenaries, Revolutionary War and
Citizen-Soldiers", War and Society, 2 (2), 1984, p. 41-58 ; S. F. Scott, "The French Revolution and the Irish Regiments in
France", dans D. Dickson, H. Gough (éds.), Ireland and the French Revolution, Dublin, 1990, p. 14-27 ; R. A. Stradling, The
Spanish Monarchy and the Irish Mercenaries. The Wild Geese in Spain, 1618-1668, Dublin, 1994 ; A. J. Tornare, Les troupes
capitulées et les relations franco-helvétiques à la fin du XVIIIe siècle, Ecole Pratique des Hautes Etudes, Thèse de doctorat,
1996 ; A. J. Tornare, Vaudois et Confédérés au service de France 1789-1798, Yens (Suisse), 1998 ; W. L. Young, Minorities
and the Military. A Cross-National Study in World Perspective, Westport-Londres, 1982.
14
M. H. Keen, The Laws of War in the Late Middle Ages, Londres-Toronto, 1965.
15
S. Loriga, Soldats. Un laboratoire disciplinaire : l'armée piémontaise au XVIIIe siècle, Paris, 1991, p. XXX
16
T. Glesener, « Idéal et pratique du service étranger en France et en Espagne à la fin de l'Ancien Régime », Mélanges de
l'Ecole française de Rome, 118, 2006, (sous presse).
188
Le service étranger s’inscrit dans la même logique. Le statut juridique, précisé dans les
capitulations signées au moment de la levée du régiment, doit permettre au recruteur de
trouver des volontaires puis de générer un flux migratoire tendu depuis des communautés
situées hors de la souveraineté du roi. Néanmoins, par rapport au service des sujets, les
privilèges accordés aux militaires non régnicoles insistent généralement sur le maintien d’une
série de caractères liés au lieu d’origine (langue maternelle, emblèmes des communautés
d’origine, vêtements traditionnels, armes spécifiques, etc.). Fruit d’une négociation, ce statut
juridique permet aux commandants recruteurs de garantir une filière professionnelle réservée
sur laquelle ils ont le contrôle et qui leur permet de renforcer leur position sociale dans leurs
communautés d’origine. D’autre part, ce statut permet au pouvoir royal de pousser à son
terme la logique de différenciation entre l’armée et la société. Les monarchies se sont toujours
efforcées de faire des soldats des étrangers sociaux. En exacerbant les traits ethniques des
unités non régnicoles, elles dressent une frontière qui se veut totalement hermétique. Dans
certains cas, cet agencement socio-juridique contribue à la construction de représentations
sociales qui postulent un lien nécessaire entre l’origine de certains individus et le métier des
armes. Ainsi, en France, sous Louis XV, il est communément admis que les Hongrois ont des
qualités spécifiques qui les prédisposent à servir dans la cavalerie légère. L’ethnicisation des
régiments de hussards dans l’imaginaire collectif est donc le fruit d’une politique active du
pouvoir royal17.
La formation de régiments étrangers suppose la création d’un espace socioprofessionnel ex
nihilo résultant d’un accord passé entre le pouvoir royal et des élites extérieures au royaume.
L’action législative du roi invente un espace frontalier au cœur de l’Etat. D’un point de vue
juridique, les privilèges de nations ne se distinguent en rien des autres formes de statuts
attachés aux corps et aux communautés. Ils ont simplement la particularité de stigmatiser des
traits culturels à des fins politiques. L’introduction du politique dans l’analyse des régiments
étrangers permet donc de ramener la frontière ethnique à des proportions plus raisonnables.
Elle n’est plus une donnée première mais le fruit d’une construction politique. Réinsérée dans
l’ordre juridique d’Ancien Régime, la frontière juridico-ethnique peut commencer à être
envisagée sur le même plan que le reste des statuts et des privilèges.
Toutefois, une nouvelle question surgit : la relativisation du caractère ethnique de la frontière
rend-elle toujours notre proposition de départ valable ? L’assimilation des différences
ethniques à de simples privilèges juridiques conduit-elle à ramener les régiments étrangers sur
le même plan que toute l’institution militaire sans que rien ne permette de leur conférer la
spécificité d’une institution frontalière ? En somme, alors qu’une définition de cette frontière
institutionnelle en termes ethniques tendait à singulariser les régiments étrangers à l’excès, à
présent, une définition de cette même frontière en termes juridiques tendrait à les banaliser.
En réalité, nous atteignons les limites de notre approche. Jusqu’à maintenant, nous avons tenté
de définir les caractéristiques de notre terrain en partant de l’analyse de la frontière. Pour
comprendre la spécificité des régiments étrangers, en tant qu’institution frontalière, nous
devons nous pencher non plus sur la frontière elle-même mais sur les mécanismes sociaux qui
s’organisent autour d’elle.
B. Patronage et nation : la garde royale des Bourbons d’Espagne
Les gardes royales des Bourbons d’Espagne constituent un cas intéressant justement parce
que leur statut juridique a relativement fait peu de cas des traits ethniques. En effet, pour des
raisons liées au contexte du conflit successoral, les Bourbons ont conservé la structure
multinationale de la garde habsbourgeoise – constituée d’une compagnie espagnole, une
17
F. Tóth, « Identité nationale en exil: le rôle du sentiment national hongrois dans la constitution des régiments hussards en
France au XVIIIe siècle », dans D. Bell, L. Pimenova, S. Pujol (éds.), La Recherche dix-huitiémiste. Raison universelle et
culture nationale au siècle des Lumières, Paris, 1999, p. 91-107.
189
flamande et une allemande – mais d’en modifier radicalement le rôle politique. Il s’agit de
maintenir le principe du service des vassaux (à l’exception des Allemands, substitués par une
compagnie italienne), tout en redonnant aux corps un caractère militaire que les fonctions
palatines avaient considérablement réduit. Si, à première vue, l’organisation institutionnelle
de la nouvelle garde ne diffère pas beaucoup de l’ancienne, dans les faits, la réforme rompt
avec une garde aulique qui s’inscrit dans une logique politique de représentation des
territoires de la monarchie à la Cour. Elle instaure au contraire un puissant instrument
d’intégration des élites par le service militaire. En effet, en alignant le fonctionnement de la
garde sur celui de l’armée, le pouvoir royal modifie sa relation aux élites de la monarchie. Les
unités de la garde ne sont plus le reflet d’une monarchie composite, mais uniquement des
corps militaires dans lesquels les élites viennent individuellement se mettre au service du
roi18.
Le contexte dans lequel la nouvelle garde royale a été constituée explique que le statut
juridique définitif, publié en 1705, n’ait guère souligné particulièrement les traits ethniques
des unités de nation19. Les ordonnances de la garde royale se sont limitées à réserver l’entrée
dans les différentes unités aux naturels des territoires d’Espagne, des Pays-Bas et d’Italie, sans
donner d’autres privilèges à caractère culturel qui creuseraient le fossé entre les corps et le
reste de la société. En effet, il aurait été contre-productif pour les Bourbons, sous prétexte de
différencier au maximum la nouvelle garde royale, de retomber sur l’écueil d’une symbolique
territoriale trop forte qui aurait rendu un caractère politique à la présence d’unités constituées
de vassaux dans l’entourage du roi. La référence au territoire se borne à être un espace
géographique et non à une entité politique20.
L’usage de la langue française dans les unités flamandes est une pratique admise mais qui ne
fera jamais l’objet d’une inscription juridique. Il n’existe ni confréries, ni lieu de culte
spécifiques aux officiers des unités flamandes de la garde. La principale référence en matière
d’organisation institutionnelle est la Maison militaire de Louis XIV. Les deux régiments des
gardes espagnoles et des gardes wallonnes calquent leurs uniformes et leur ordre de préséance
sur les gardes françaises et les gardes suisses du roi de France21. Les privilèges dont la garde
est dotée sont communs aux trois nations (espagnole, italienne et flamande). C’est ce statut
juridique commun qui fonde l’identité institutionnelle de la garde royale, par delà les
différences de nations. L’essentiel de la conflictualité institutionnelle à laquelle est confrontée
la garde royale porte sur des questions de juridiction et très rarement sur des questions de
« nationalité » qui stigmatiseraient les unités non régnicoles. Par conséquent, les
commandants de la garde, toutes nationalités confondues, font le plus souvent preuve d’une
grande solidarité. La garde, dans son ensemble, fait corps. En bref, les solidarités d’origine ne
sont pas renforcées par la législation royale, et la question de l’origine ne constitue
pratiquement jamais un enjeu dans les conflits institutionnels.
Cette relégation des caractères ethniques à un rôle pratiquement insignifiant souligne bien que
le service étranger ne se définit pas uniquement par un statut juridique. La frontière qui
singularise les régiments étrangers n’est pas qu’une simple question de privilèges. Le contrôle
du roi d’Espagne sur sa garde ne s’exerce pas en dressant une frontière ethnique entre elle et
18
T. Glesener, « Les 'étrangers' du roi. La réforme des gardes royales au début du règne de Philippe V (1701-1705) »,
Mélanges de la Casa de Velázquez, 35 (2), 2005, p. 219-242.
19
J. A. Portugues, Colección general de las ordenanzas militares, Madrid, 1764, t. 5, p. 6-37 et 244-304.
20
T. Glesener, « ¿Nación flamenca o élite de poder? Los militares 'flamencos' en la España de los Borbones », dans A.
Álvarez-Ossorio Alvariño, B. García García (éds.), La Monarquía de las Naciones. Patría, nación y naturaleza en la
Monarquía de España, Madrid, 2004, p. 701-719.
21
AGS, GM, Supl. 239, s. f. Aytona à Durán (3 janvier 1720). Saint-Simon reçu en audience officielle par Philippe V écrit :
« Arrivant à la place du palais, je me crus aux Tuileries. Les régiments des gardes espagnoles, vêtus, officiers et soldats,
comme le régiment des gardes françaises, et le régiment des gardes wallonnes, vêtus, officiers et soldats, comme le régiment
des gardes suisses, étaient sous les armes, les drapeaux voltigeant, les tambours rappelant, et les officiers saluant de
l'esponton ». Saint-Simon, Mémoires, éd. Coirault, t. 8, p. 27.
190
le reste de ses sujets. Dans le contexte de la guerre de Succession, Louis XVI et Philippe V
ont jugé crucial de placer à la tête de l’institution des commandants qui appartiennent tous à
des familles évoluant dans le proche entourage des Bourbons, et qui ont généralement fait
preuve d’une fidélité sans faille tout au long du conflit successoral. La monopolisation des
emplois de commandants de la garde par un nombre réduit de familles souligne le degré de
confiance et de proximité qui unit ces groupes familiaux aux rois d’Espagne successifs22.
C’est à travers ces liens de clientèle que Philippe V exerce un contrôle direct et personnel sur
le fonctionnement de la garde. Concrètement, la confiance accordée par Philippe V aux
commandants de sa garde se traduit par une très large autonomie tant d’un point de vue
juridictionnel que d’un point de vue économique23.
Si le pouvoir royal ne durcit pas la frontière ethnique entre la garde et le reste de la société,
c’est qu’il confie entièrement aux commandants le pouvoir de contrôler les limites de
l’institution. Ces derniers ont notamment toute autorité pour accepter ou rejeter les demandes
des candidats officiers. Pour les commandants flamands, il s’agit d’une pratique non écrite qui
leur donne un pouvoir considérable dans leurs régions d’origine. Cela leur permet d’avoir la
haute main sur un nombre important d’emplois prestigieux que convoitent les familles nobles
des Pays-Bas pour leurs cadets désoeuvrés.
De plus, il se développe autour de l’institution une vie de communauté faite de sociabilités et
de solidarités qui contribuent à renforcer l’unité du groupe. Que ce soit à l’occasion d’une
enquête de noblesse préalable à l’obtention d’un habit d’un ordre militaire ou lors de la
rédaction d’un testament, les officiers flamands de la garde s’entraident24. De nombreux
mariages entre parents d’officiers, en Espagne ou aux Pays-Bas, contribuent à sceller l’unité
du groupe. Solidarités professionnelles et solidarités communautaires sont indissociables. Par
conséquent, les commandants de la garde, en plus de leurs fonctions professionnelles,
renforcent leur autorité morale sur le groupe en s’érigeant en père et protecteur de la nation.
Ils investissent et recyclent une série de lieux et de pratiques symboliques de la nation
flamande de l’époque habsbourgeoise. Ainsi, il n’est pas rare de trouver les commandants
siéger à la députation de l’hôpital Saint-André-des-Flamands, une des institutions
symboliques du territoire à Madrid, crées au XVIe siècle25. Cette stratégie de symbolisation
de la communauté ne s’exerce qu’à l’intérieur de l’institution. Dans leurs relations avec le
pouvoir royal, les commandants des unités flamandes se gardent généralement de mobiliser
un symbolique trop pesante qui risquerait d’irriter la couronne en renouant avec la légitimité
politique sur laquelle la garde habsbourgeoise avait été instituée. En somme, trois éléments
contribuent à façonner l’unité du groupe. Tout d’abord, l’isolement social des officiers qui les
22
F. Andújar Castillo, « La corte y los militares en el siglo XVIII », Estudis, 27, 2001, p. 91-120.
Les capitaines des compagnies des gardes du corps ont la pleine juridiction sur leur compagnie. Ils ne rendent des comptes
qu’au roi sans que le conseil de guerre et, dans une large mesure, le secrétaire de guerre, puissent intervenir. Les deux
colonels des régiments d’infanterie de la garde cumulent les emplois de directeur et d’inspecteur de leurs unités. Ils ne sont
donc pas soumis au contrôle de l’administration militaire. M. Gómez Ruiz, V. Alonso Juanola, El ejército de los Borbones,
Madrid, 1989, t. 1, p. XXX.
24
T. Glesener, « Poder y sociabilidad: las élites flamencas en España a través de los expedientes de las órdenes militares
(siglo XVIII) », dans A. Crespo Solana, M. Herrero Sánchez (coords.), España y las 17 provincias de los Países Bajos. Una
revisión historiográfica (XVI-XVIII), Cordoue, 2002, p. 169-188.
25
F. Vidal Galache, B. Vidal Galache, Historia del Hospital de San Andres de los Flamencos 1594-1994, Madrid, 1996. Un
ancien officier de la garde wallonne écrit à propos de la famille de Bournonville, une des principales familles flamandes en
Espagne qui tente par tous les moyens de monopoliser le commandement de la garde : « Et par cet arrangement, [le duc de
Bournonville] rendait pour ainsi dire ce régiment [des gardes wallonnes] héréditaire dans sa famille qui est tout ce qu'elle a
toujours désiré avec le plus d'empressement. Je ne souhaite pas que [la famille de Bournonville] parvienne jamais à remplir
son objet. Les Flamands n'y trouveraient nullement leur compte car quoiqu'elle le vante hautement d'en être le père et le
protecteur, il n'en est rien absolument. Tout au contraire, [la famille de Bournonville] s'imagine que tout lui est dû et il n'y a
aucun de cette race [=les Bournonville] qui n'envie les grâces que le roi peut faire à quelques uns d'eux [=les Flamands] et qui
ne les ressente même véritablement surtout quand elles regardent des personnes qui ne leur doivent rien ni par leurs talents ni
par leurs naissances et qui se trouvent par leurs emplois en place de pouvoir leur causer de l'ombrage ». AGR, FP, Croix, 11,
s. f. Charles de Croix à Mlle d’Allennes (Madrid, 27 avril 1761).
23
191
conduit à dédoubler les liens professionnels par des liens d’amitié et de solidarité. Ensuite, le
contrôle des commandants sur le recrutement des officiers équivaut à contrôler les frontières
du corps. Enfin, le travail de symbolisation, mené à l’initiative des commandants, contribue à
sceller l’unité du corps en essentialisant les liens qui unissent les officiers26.
On comprend mieux à présent pourquoi le pouvoir royal a pu se dispenser d’une définition
trop précise des conditions de nationalité, ou bien d’exacerber les traits culturels des unités
non régnicoles de sa garde. Investis d’une très large autonomie, les commandants flamands se
sont chargés de contrôler les frontières du corps. La couronne leur a laissé le soin d’entretenir
une mémoire du territoire afin d’asseoir leur autorité pour autant que cela ne légitime pas des
prétentions collectives. Il est utile de souligner que le corps compte indistinctement des
officiers nés aux Pays-Bas, en France ou en Espagne. La communauté qui gravite autour des
unités flamandes de la garde est loin d’être homogène du point de vue de l’origine. La
pratique professionnelle et la participation aux sociabilités de corps suffisent à déterminer
l’appartenance. Le patronage des commandants permet de faire tenir ensemble un imbroglio
de trajectoires hétéroclites.
Nous sommes à présent en mesure de préciser notre analogie de départ entre les sociétés de
frontière et les régiments étrangers. Ces derniers se structurent effectivement autour d’une
frontière. Néanmoins, celle-ci n’est pas exclusivement juridique, et encore moins ethnique. Le
caractère frontalier de l’institution réside avant tout dans un certain type de configurations
sociales qui permettent la fusion complète d’un espace professionnel et d’un espace
communautaire. Dans un régiment étranger, vie de corps et vie de communauté d’expatriés
coïncident pratiquement terme à terme. Certes, toutes les institutions d’Ancien Régime
supposent peu ou prou une vie communautaire, c’est-à-dire un prolongement dans d’autres
aspects de la vie sociale des liens noués dans le cadre de l’institution. Et inversement, les liens
noués dans la communauté se prolongent dans les institutions27. Toutefois, la caractéristique
principale des régiments étrangers, par rapport aux autres institutions d’Ancien Régime, est
que l’institution et la communauté fusionnent complètement, excluant toute dimension sociale
distincte de celle de la pratique professionnelle. Au lieu d’évoluer dans des espaces sociaux
multiples, les militaires étrangers superposent les dimensions professionnelle et
communautaire sur un même espace. La raison en est simple : la différenciation géopolitique
entre l’exercice du pouvoir local et le service du prince prive les militaires étrangers d’un
accès aux ressources économiques, politiques et sociales du territoire. L’institution cristallise
donc autour d’elle une forte densité de relations sociales à caractère nettement endogamiques.
Le pouvoir royal encourage cette imbrication des liens par l’octroi d’une large autonomie plus
que par l’action législative. Avant toute chose, l’institution doit être communautaire, et la
communauté fait l’institution.
Il est donc possible de dire la spécificité des régiments étrangers, sans verser dans un double
écueil méthodologique : l’isolement ou la banalisation. Nous constatons également que le
caractère frontalier des régiments étrangers tient moins à des caractéristiques stables
(ethnique, juridique, politique) qu’à une forme d’organisation sociale. Autrement dit, ce n’est
pas tant la frontière elle-même qui donne à l’institution son caractère frontalier, mais bien la
26
Dans les témoignages lors d’enquête de pureté de sang menée par le conseil des ordres, il est systématiquement demandé
au témoin de dire où, comment et pourquoi il connaît le prétendant. Dans plusieurs cas, des officiers de la garde wallonne
témoignant pour des prétendants issus du même corps, et qui se connaissent uniquement par la fréquentation du régiment, se
contentent de répondre « por ser flamenco ». T. Glesener, « Poder y sociabilidad: las élites flamencas… » op. cit.
27
La distinction entre institution et communauté est avant tout méthodologique. Une définition liminaire de l’institution
pourrait s’entendre comme l’ensemble de liens sociaux formalisés dans un cadre juridique spécifique. La communauté peut
se définir comme un ensemble de configurations sociales non formalisées tributaires des relations que les individus
établissent entre eux en dehors de tout cadre juridique. Dans tous les cas, l’institution et la société ne doivent pas être
opposées. Voir à ce sujet : S. Cerutti, La ville et les métiers : naissance d'un langage corporatif. Turin, 17e-18e siècle, Paris,
1990.
192
manière dont les liens entre les individus se structurent. L’institution devient frontalière parce
qu’elle est constituée d’individus qui déploient leurs tissus relationnels dans un seul et même
espace. Une institution de ce type repose sur un équilibre fragile puisque son existence est
tributaire des pratiques endogamiques des individus. Toute transgression de la frontière vers
l’extérieur met en péril l’organisation sociale qui régit l’institution.
Le dépaysement de la problématique des sociétés de frontière, proposé en tête du travail,
permet d’identifier plus précisément ce qui caractérise les espaces frontaliers. La nature
intrinsèque de la frontière (géographique, politique, juridique, ethnique) ne suffit pas à définir
un espace frontalier. Il s’agit avant tout d’un espace où le tissu social est dense par
comparaison avec d’autres espaces qui le jouxtent. Les limites de cet espace ne sont pas
nettes. Elles sont le fruit d’une négociation permanente entre les acteurs.
Dans une institution communautaire, comme les régiments étrangers, où la cohésion est très
forte, les conflits internes vont fragiliser considérablement tant l’institution que la
communauté. Par conséquent, après avoir défini, les caractéristiques de notre espace
frontalier, nous allons aborder, dans un dernier point, l’impact d’un conflit au sein du
régiment des gardes wallonnes. Il s’agit de voir dans quelle mesure l’étude d’un espace
frontalier institutionnel peut nous informer sur des caractéristiques communes à toutes les
sociétés de frontière.
3. Conflit interne et crise d’identité
En 1777, un conflit secoue le régiment des gardes wallonnes. Il se traduit par un affrontement
violent entre une partie des capitaines et le colonel, et s’achève par le limogeage du colonel,
c’est-à-dire un Grand d’Espagne, titulaire d’un des premiers emplois de l’armée. Que des
capitaines obtiennent l’éviction de leur colonel constitue un événement exceptionnel dans
l’histoire de l’institution militaire. A cette époque, les gardes wallonnes traversent une crise
profonde. A l’origine du conflit, se trouve la diversification croissante des trajectoires des
officiers. Alors qu’une partie d’entre eux s’est complètement intégrée dans la société
espagnole, une autre a continué à arriver fraîchement des Pays-Bas. Le conflit de 1777 porte
donc sur la définition de la communauté. Les disparités deviennent trop grandes entre les
officiers. Ni la pratique professionnelle, ni le patronage du colonel, ni les symboles de la
nation, ne suffisent plus à faire tenir ensemble le corps.
Cette crise d’identité sociale et professionnelle s’exprime à travers un conflit de type
institutionnel. Comme dans toute institution, il n’est guère étonnant que les tensions qui
affectent la communauté se règlent par le biais des ressources juridiques offertes par les
institutions. Dans notre cas, la divergence d’intérêt entre les capitaines et le colonel des
régiments est un conflit pratiquement structurel des armées modernes. Si l’on s’en tient aux
réformes militaires initiées en France par Louis XIV, elles ont eu pour principal objet de
réduire l’autorité des colonels sur leurs unités. Celles-ci, généralement levées aux frais du
colonel, et sur base d’un recrutement local dans les fiefs et seigneuries, leur ont été soumises
pratiquement en pleine propriété. Les colonels ont disposés du droit de nommer les officiers et
d’avoir la haute main sur toute l’administration économique du régiment28. Dès lors, l’esprit
qui domine les réformes de l’armée menée sous Louis XIV consiste à développer des contrepouvoirs au colonel, à l’intérieur et à l’extérieur des régiments. Sans nous attarder, nous
retiendrons simplement qu’un des axes principaux des réformes consiste à faire reposer
28
La politique de Richelieu, qui a consisté à contrôler la noblesse en lui distribuant des charges militaires, s’est révélée être
un échec. Les colonels propriétaires se sont occupés très peu de leurs unités, la désertion a atteint des niveaux dramatiques,
et, dans les moments les plus tendus, les colonels ont retourné leurs unités contre le pouvoir royal. D. Parrott, Richelieu's
Army: War, Government and Society in France, 1624-1642, Cambridge, 2001.
193
l’économie du régiment en grande partie sur les capitaines. Ceux-ci sont payés au pro rata du
nombre de soldats présents lors des revues de leurs compagnies et bénéficient d’avantages
économiques lorsque leur compagnie est complète. Il s’agit de la sorte de faire coïncider les
intérêts des officiers avec ceux du pouvoir royal. Par ailleurs, la figure institutionnelle du
sergent major, et dans une moindre mesure du lieutenant colonel, sont renforcées par
l’administration militaire qui en fait les principaux gestionnaires de l’économie interne du
régiment. Le trésorier remet la solde au sergent major qui la redistribue ensuite entre les
capitaines. L’indépendance du sergent major est garantie notamment par le fait que son
emploi n’est pas vénal, qu’il est nommé par le roi et qu’il est couvert généralement par des
militaires roturiers ayant une longue carrière dans les armes. Le colonel conserve une position
dominante, notamment dans les propositions aux emplois, mais il est progressivement écarté
des tâches logistiques et économiques29.
Les réformes militaires entamées par Philippe V dès les premiers mois de son règne ne
diffèrent guère dans le principe30. Elles consistent à rompre avec l’ancienne structure du
tercio, miné par la désertion, et à introduire les régiments sur le modèle de Louis XIV. Les
deux régiments de gardes (espagnoles et wallonnes) sont également formés selon les
nouveaux principes de gestion. Néanmoins, la volonté de Philippe V de détacher ces unités du
contrôle de l’administration militaire s’est réalisée au prix d’une large autonomie concédée
aux colonels. En forçant à peine le propos, on pourrait dire que les régiments de la garde, les
fleurons de la nouvelle dynastie, sont ceux dont le mode de fonctionnement est le plus proche
du siècle antérieur31. Les secrétaires de guerre successifs, dès les lendemains de la guerre de
Succession, vont tenter de récupérer le terrain cédé aux colonels. En fait, ils n’ont l’occasion
de découvrir le mode de circulation de l’argent au sein du régiment qu’à l’occasion des
conflits qui opposent les capitaines au colonel. En temps normal, les capitaines
s’accommodent relativement bien d’un système de gestion du colonel. Seuls les conflits ont
permis de mettre à jour l’existence d’importants détournements de fonds venant alimenter des
caisses noires dont on sait par ailleurs que la plupart des officiers ont pu en bénéficier32.
L’existence de ce système financier occulte a bien entendu contribué à renforcer la position
du colonel. Si les officiers veulent bénéficier des caisses noires, ils doivent accepter les règles
imposées par le colonel. Ce dernier est, en retour, fragilisé par le système en cas de conflit
grave avec certains de ses capitaines.
La crise de 1777 apparaît alors que des tensions agitent le corps des officiers depuis plusieurs
années33. Le comte de Priego, colonel des gardes wallonnes, règne sans partage sur le
régiment depuis plus de vingt-cinq ans. Néanmoins, le contrôle du secrétaire de guerre sur le
corps est plus important. Une des mesures prises par l’administration royale a été d’instaurer
le principe d’une vérification périodique des comptes du régiment par trois capitainescontrôleurs désignés par le roi. Jusque là, la vérification des comptes n’avait pas posé de
problèmes. Du moins, les rapports remis par les contrôleurs avaient été contre signés par le
colonel dans une parfaite harmonie. Toutefois, un des capitaines-contrôleurs de 1777, un
29
G. Rowlands, The Dynastic State and the Army under Louis XIV. Royal Service and Private Interest, 1661-1701,
Cambridge, 2002.
30
: F. Andújar Castillo, Los militares en la España del siglo XVIII: un estudio social, Grenade, 1991 ; Id. « La reforma
militar de Felipe V », op. cit ; Id., « El ejército de Felipe V. Estrategias y problemas de una reforma », op. cit. ; C. Borreguero
Beltrán, « Del Tercio al Regimiento », Estudis, 27, 2001, p. 53-89.
31
En 1712 notamment, les colonels obtiennent le droit de contrôler la totalité des comptes du régiment à l’exclusion des
capitaines. J. A. Portugues, Colección general de las ordenanzas militares, Madrid, 1764, t. 5, p. 305-307. De même, dans les
premières années du siècle, lors d’emplois vacants, les colonels proposent un seul candidat au roi, alors que les autres
régiments de l’armée doivent présenter une liste de trois personnes réglées selon leur ancienneté. Voir notamment : AHN,
Estado, 495-1, s. f.
32
AHPB, Troch, Test. 1768-1773, fol. 280-292. Testament de Manuel Craywinckel (Barcelone, 11 juillet 1772).
33
AGS, GM, 2308. En 1759, un conflit oppose Pedro Dubarlet, lieutenant colonel, au comte de Priego, colonel des gardes
wallonnes, au sujet de la préséance du sergent major sur le lieutenant colonel.
194
certain Enrique Van Asbroeck, rompt avec cette habitude. Il remet au secrétaire de guerre un
rapport incendiaire contre le colonel, l’accusant de manquements graves dans la gestion des
comptes, dénonçant l’attitude des précédents contrôleurs qui ont remis des rapports sans avoir
épluché tous les comptes34. Le rapport de Van Asbroeck sème la panique à l’intérieur du
régiment. Les deux autres capitaines contrôleurs se désolidarisent. Priego dénonce à son tour
au secrétaire de guerre le mauvais esprit du capitaine qui cherche à semer la zizanie à
l’intérieur du corps en diffamant le colonel et les autres capitaines. Une enquête est diligentée
par le secrétaire de guerre qui nomme à cet effet un officier général extérieur au corps. Ce
dernier rend en 1779 un rapport accablant sur la gestion des comptes qui incrimine
directement le colonel. Entretemps, conscient que l’affaire va éclater au grand jour, le comte
de Priego démissionne. La place de colonel des gardes wallonnes restera vacante pendant plus
de dix ans. L’affaire se conclut en 1780 avec la publication d’un nouveau règlement pour le
gouvernement économique du régiment35.
Quelques années avant que n’éclate le scandale, un conflit a opposé Enrique Van Asbroeck au
comte de Priego. En 1775, Enrique Van Asbroeck obtient la grâce royale d’un emploi
d’enseigne dans les gardes wallonnes pour son fils, âgé à peine de 11 ans. Cette faveur n’a pas
été obtenue par l’intermédiaire du comte de Priego, mais par d’autres appuis dont l’identité
n’est pas connue. Le comte de Priego en prend ombrage et tente de bloquer la carrière du fils
d’Enrique Van Asbroeck. Le roi finit par trancher en donnant l’avantage au capitaine sur le
colonel36. Les conflits d’ancienneté, les jeux d’influence par le biais des recommandations,
sont légion au sein de la garde. Dans la plupart des cas, l’affaire se règle par l’arbitrage royal
et ne prête pas à conséquence. Or, dans ce cas-ci, le scandale financier qui éclabousse le
colonel éclate moins de trois ans après l’affaire, et a toutes les allures d’un règlement de
comptes. A bien y regarder, les dénonciations d’Enrique Van Asbroeck sont loin de
s’expliquer par un simple conflit de personnes. Elles révèlent un malaise profond au sein de
l’institution et de la communauté.
Le scandale financier survient à un moment où le régiment est confronté à une crise récurrente
de recrutement qui pèse lourdement sur les finances du régiment. Le comte de Priego a,
depuis 1768, substitué les commissions temporaires de recrutement, se déroulant
généralement dans le nord de la France et de l’Italie, par un bureau permanent installé dans la
principauté épiscopale de Liège. Si la mesure permet de pallier provisoirement au problème
des recrues, le prince-évêque de Liège monnaie chèrement le service rendu37. Compte tenu du
prix croissant des recrues, les comptes du régiment sont systématiquement déficitaires. En
1770, la couronne cède au comte de Priego le droit de nommer à douze emplois d’enseignes,
introduisant pour la première fois les pratiques vénales dans le régiment38. La vente des
emplois, ou leur cession contre des recrues, n’offre qu’un répit provisoire. Au comte de
Priego qui demande davantage d’emplois à vendre, le roi oppose un refus39. La couronne
accepte uniquement d’octroyer des avances au régiment, augmentant le déficit chronique des
finances du corps40.
Le corps des officiers traverse également une crise de recrutement. La vente des emplois entre
1768 et 1770 a ouvert la porte du régiment à des individus d’horizons très divers. Parmi eux,
on trouve notamment Juan Francisco et Pedro Goossens, tous deux neveux du trésorier
34
AGS, GM, 2330, s. f. Rapport de Enrique Van Asbroeck (Madrid, 11 mars 1777).
AGS, GM, 2332, s. f.
36
AGS, GM, 2320, s. f. Mémoire d’Enrique Van Asbroeck (1775).
37
AGS, GM, 2335, s. f. Felipe Cabanes à Miguel Muzquiz (Madrid, 24 juillet 1780). Un rapport du capitaine recruteur
installé à Liège fait état d’une somme de 400 louis d’or annuel payé à la nièce du prince-évêque. Ce dernier, selon le
capitaine recruteur, a fait savoir « que si el regimiento no continua la gratificación prevee claramente que no se le permitirá
continuar reclutar ».
38
AGS, GM, 5948, s. f. Priego à Muniain (Madrid, 27 novembre 1770).
39
AGS, GM, 5948, s. f. Priego à O’Reilly (Madrid, 5 février 1774).
40
AGS, GM, 5948, s. f. Les avances sont 200.000 réaux en 1771, et de 336.757 réaux en 1773.
35
195
général, Pedro Francisco Goossens. Ils appartiennent à une famille patricienne de Bilbao,
enrichie par le commerce, et qui n’a plus de flamand que le nom41. Parallèlement, la capacité
du comte de Priego d’attirer en Espagne les cadets des familles nobles des Pays-Bas semble
s’affaiblir considérablement. Il doit recourir à des intermédiaires, et ne parvient plus à couvrir
l’ensemble des emplois vacants42. Or, l’autorité du comte de Priego sur le régiment est en
partie liée à la proportion de jeunes officiers fraîchement débarqués du nord de l’Europe. Sans
attaches et sans appuis à l’extérieur du corps, ils sont autant d’individus dociles qui ne
peuvent rêver à d’autres emplois en Espagne que ceux offerts par le régiment. Par conséquent,
le tarissement du flux en provenance des Pays-Bas donne davantage de poids à de véritables
dynasties d’officiers installées depuis deux ou trois générations dans la garde royale. Elles ont
par ailleurs noué des liens parfois très étroits dans la société espagnole. Tout en conservant un
ancrage solide dans les unités flamandes de la garde, ces familles ont diversifié leurs
stratégies et se trouvent dans une dépendance moindre à l’égard des débouchés professionnels
que le régiment et son colonel offrent.
Il n’est guère étonnant que la personne par qui le scandale arrive, Enrique Van Asbroeck,
appartienne à une de ces familles. Son père est un officier flamand sans éclat originaire de
Bruxelles qui est resté en Espagne après la guerre de Succession. Enrique Van Asbroeck et
ses trois frères ont entamé une carrière dans les gardes wallonnes. Il a fait un bon mariage
avec une fille d’un capitaine sicilien au service de l’Espagne. Sa belle-famille n’est guère de
haute extraction mais elle est fortunée et semble posséder de grandes protections43. De plus,
une de ses sœurs, femme de chambre de l’infante Maria Josefa, a épousé en 1772 un
conseiller du conseil de Castille44. Une autre s’est alliée à un regidor de Valladolid45. A son
tour, Enrique Van Asbroeck poursuit cette stratégie d’alliance avec la robe en mariant sa fille
au fils de José Faustino Perez de Hita, également conseiller de Castille46. La trajectoire de la
famille Van Asbroeck tranche radicalement avec celle de la majorité des autres officiers. Dans
la plupart des cas, lorsqu’il y a des alliances, elles sont endogamiques au corps. Pour la
majorité des familles, le régiment ne constitue qu’une extension du territoire local. Des
stratégies d’alliance nouées aux Pays-Bas se prolongent en Espagne au sein du régiment,
tandis qu’inversement, le régiment offre un espace de négociation pour forger de nouvelles
alliances au pays. S’il n’est pas majoritaire, le cas de la famille Van Asbroeck n’est pas
unique. D’autres familles d’officiers ont noué des liens à l’extérieur du corps, notamment en
Catalogne où le régiment est caserné une partie de l’année. Cependant, le caractère
exceptionnel de la famille Van Asbroeck réside dans le fait qu’elle est parvenue à pénétrer le
cœur des élites castillanes, à savoir le monde très fermé des auditeurs et des conseillers de
Castille. Cette assise sociale est vraisemblablement ce qui donne la force à Enrique Van
Asbroeck de dénoncer publiquement les malversations au sein du régiment.
L’hostilité dont il est l’objet au sein du régiment montre clairement que le scandale financier
traduit avant tout un malaise sur la définition de la communauté47. En effet, durant le
déroulement de l’affaire, Enrique Van Asbroeck est l’objet d’une longue série de vexations. A
l’occasion d’une altercation, un officier interpelle Van Asbroeck et lui dit « con desprecio que
le hablase en francés si quería que le contestase, pues el no entendia las frases del
41
AGS, GM, 5948, s. f.
AGR, FP, Ursel, 449, s. f. Priego à la duchesse douairière d’Ursel (Madrid, 25 août 1778).
43
AHPM, Test. Agueda Agraz Cardenas XXX ; AHN, OM, Calatrava Casamientos, exp. 73. Le parrain du premier enfant de
Enrique Van Asbroeck est le duc de Medinaceli.
44
J. Fayard, Los ministros del Consejo Real de Castilla (1621-1788), Madrid, 1982, p. 204.
45
AHPM, Test. Agueda Agraz Cardenas XXX.
46
J. Fayard, Los ministros del Consejo Real de Castilla, p. XXX
47
AGS, GM, 2335, s. f. Ricla à Alvarez Sotomayor (Aranjuez, 7 mai 1780) : « Su Majestad ha mirado este suceso como una
prueba de no estar bien establecida la unión y harmonía entre algunos oficiales de este real cuerpo, no ignorando cual pueda
ser el principio de la mayor parte de sus enemistades, y discordias ».
42
196
castellano »48. Quelques années plus tard, un de ses neveux, Angel Castilla Van Asbroeck, se
voit refuser l’entrée dans le régiment sous prétexte qu’il est espagnol49. D’ailleurs, au vu de la
virulence des attaques dont il est l’objet durant l’enquête sur les comptes, Enrique Van
Asbroeck prévient une éventuelle rupture définitive avec l’institution et la communauté. En
1779, en plein scandale financier, il sollicite auprès du roi une reconnaissance de noblesse
alléguant le désir de sa famille de s’installer définitivement dans les domaines du roi
d’Espagne50.
Il est probable qu’en attaquant de front le colonel du régiment, Enrique Van Asbroeck n’ait
pas pleinement mesuré la portée de son action. La démission du comte de Priego, mais surtout
la vacance de l’emploi de colonel pendant dix ans, conduisent en quelques années à la
désagrégation complète de la communauté. En effet, avec la disparition du colonel, la
configuration sociale et symbolique qui fait tenir le groupe est mise à mal. Les conséquences
se font sentir au lendemain du départ du comte de Priego. Les candidatures, d’abord de
descendants métissés des premiers officiers flamands puis progressivement de prétendants
espagnols sans liens avec la communauté, affluent. Les demandes ne parviennent plus par le
biais des réseaux informels tissés aux Pays-Bas et en Espagne, mais par le canal officiel du
secrétaire de guerre qui transmet les demandes pour avis au lieutenant colonel, chargé
temporairement de la direction du régiment. Celui-ci remet systématiquement un avis négatif
mais il n’a pas l’autorité suffisante pour empêcher des dispenses, ni pour se substituer au
colonel dans la maîtrise des réseaux qui faisaient tenir la communauté. En réalité, au cours des
années 1780, le corps des officiers perd progressivement le contrôle de son recrutement. Le
régiment, décapité, n’est plus capable d’opposer au pouvoir royal un système
d’autorégulation. Dès lors, la couronne voit une occasion de se substituer au colonel dans la
sélection des candidats. En face, le corps des officiers tâche d’inventer un système de
substitution en traduisant en termes formels la complexité des relations sociales qui
régissaient l’organisation du corps. Progressivement, l’imbrication étroite entre institution et
communauté, commune à tout l’Ancien Régime mais particulièrement forte dans les
régiments étrangers, se différencie. La perte de contrôle sur le recrutement des officiers ne
permet plus de définir la communauté uniquement par les pratiques professionnelles et les
sociabilités au sein de l’institution. Par conséquent, le corps des officiers invente une nouvelle
définition de la communauté indépendante des pratiques professionnelles. Il développe dans
un vocabulaire vaguement juridique une définition de la « nationalité » flamande qui
s’évaluerait en nombre de quartiers. En portant la question des limites du corps sur le terrain
juridique, les officiers n’opposent qu’une vaine résistance. Les candidats se contentent
d’adresser au secrétaire de guerre une demande de dispense des quartiers flamands qui leur
manquent. Face à l’afflux des demandes, la couronne octroie les dispenses de plus en plus
facilement. Et, le 6 janvier 1791, Charles IV abroge le privilège de nation des gardes
wallonnes. Cette décision vient confirmer la brèche qui s’est ouverte entre la communauté et
l’institution. L’institution persiste jusqu’au début du XIXe siècle, mais elle ne constitue plus
le socle exclusif d’un tissu social très dense. Concrètement, le flux de jeunes officiers en
provenance des Pays-Bas, déjà affaibli, se tarit complètement. Selon leur degré d’intégration
dans la société espagnole, les groupes familiaux quittent l’Espagne ou y restent mais se
détournent progressivement de l’institution. A cela s’ajoutent les événements politiques
(révolution française, révolution brabançonne) qui rendent particulièrement difficiles le
maintien de relations entre le noyau familial d’origine et les branches espagnoles. En 1818,
48
AGS, GM, 2335, s. f. Van Asbroeck à Ricla (Camp de San Roque, mai 1780).
AGS, GM, 2345, s. f. Hautregard à Lopez Lerena (Valladolid, 20 octobre 1786) : « Don Angel Castilla carece de la calidad
de ser flamenco, su madre aunque hija de flamenco, ha nacido en España y que si se abre la puerta de admitir sujetos que no
sean de las provincias flamencas, con el pretexto de alianzas, hay una infinidad de pretendientes a quienes siempre me he
negado para conformarme a la voluntad de Su Majestad ».
50
AHN, Consejos, 13242, exp. 11. Mémoire Enrique Van Asbroeck (Madrid, 23 mars 1779).
49
197
faisant suite à l’espagnolisation des emplois de la Maison du roi sous Ferdinand VII, le nom
« gardes wallonnes » est remplacé par celui de « premier régiment d’infanterie de la garde ».
Une protestation strictement formelle du colonel sera la seule réponse du régiment51.
Un conflit commun à toutes les armées modernes n’a pas la même signification, ni les mêmes
conséquences dans un régiment étranger, que dans le reste de l’institution militaire. La
différence ne tient pas dans une spécificité irréductible du premier, qu’elle soit ethnique ou
juridique. Elle réside avant tout dans une configuration sociale endogamique sur laquelle
repose l’institution. Par conséquent, les conflits larvés qui opposent les capitaines à leur
colonel dans la plupart des armées d’Ancien Régime permettent, dans le cas des gardes
wallonnes, d’exprimer le malaise d’une communauté qui traverse une crise d’identité sociale
et professionnelle. La dénonciation de corruption se produit à un moment où une mutation
interne de la composition du régiment risque de désagréger les liens sociaux. En visant le
colonel, les capitaines mettent en cause le garant de la cohésion sociale de l’institution et de la
communauté. La conséquence, probablement involontaire de leur action, est un
approfondissement de la crise en raison de la vacance de l’emploi de colonel pendant dix ans.
Quoiqu’il en soit, le conflit, qui passe par les voies normales de la conflictualité
institutionnelle, sert de moteur à une redéfinition du lien social. La définition de la
communauté, garantie par le colonel, n’est plus adaptée à l’évolution du contexte. En mettant
en cause le commandant du régiment, le conflit bouscule l’organisation traditionnelle de
l’institution et ouvre un espace de négociation pour une redéfinition des frontières de la
communauté.
4. Conclusions :
Quels sont les apports du déplacement méthodologique de la problématique des sociétés de
frontière ? Ils sont de deux types. Le premier concerne la définition de la frontière. La
transposition de la problématique dans un contexte non conventionnel a permis une
relativisation mesurée de la notion de frontière. Celle-ci peut être entendue dans une acception
moins marquée par la géopolitique. Sans les limiter aux confins politiques des royaumes, ni
les associer pour autant à tous les statuts juridiques d’Ancien Régime, on pourrait dire que les
espaces frontaliers se définissent par des configurations sociales floues qui s’identifient à un
espace déterminé, qu’il soit social, territorial ou politique. Ces espaces sont la plupart du
temps ouverts et disposent d’une grande capacité d’intégration.
Ensuite, le dépaysement méthodologique, par l’analyse d’un conflit au sein d’une institution
de frontière, permet de comparer des processus à l’œuvre dans des terrains que l’on a
rarement tendance à rapprocher. Ainsi, les changements qui affectent l’institution étudiée ne
sont pas fondamentalement différents de ceux qui touchent d’autres espaces frontaliers. Notre
étude de cas a en effet révélé un point de rupture qui marque une évolution entre deux
définitions de l’espace frontalier. Au départ, le corps des officiers a généré un système de
définition de l’institution lié à la pratique professionnelle et aux sociabilités de corps. En se
définissant sur base d’un réseau de relations, les officiers peuvent se dispenser de fixer des
limites strictes à la communauté. Suite au conflit, l’institution communautaire finit par se
scinder en deux entités distinctes. D’une part, elle a donné naissance à une définition de la
communauté indépendante des pratiques professionnelles et qui se traduit en termes
juridiques. De l’autre, elle a créé une définition de l’institution comme une pratique
professionnelle indépendante des relations sociales qui s’y nouent. En somme, en même
51
H. Guillaume, Histoire des Gardes wallonnes au service d'Espagne, Bruxelles, 1858, p. XXX
198
temps que les relations professionnelles s’autonomisent, le langage juridique se substitue à la
plasticité des liens sociaux pour fixer définitivement les frontières de la communauté.
Ce phénomène a généralement été qualifié de moderne, et l’on en attribue souvent la paternité
à l’Etat administratif. A la suite des thèses tocqueviliennes, on considère que le travail
d’uniformisation des juristes et des administrateurs royaux a été prolongé et approfondi par
les régimes libéraux au XIXe siècle. On constate en effet, dans la monarchie hispanique
notamment, dès le XVIIe siècle, que le travail des juristes, appuyé par le pouvoir royal,
s’attache à préciser les frontières de la communauté des natifs. Le langage juridique tend à
concurrencer les pratiques sociales dans la définition de l’appartenance à la communauté du
royaume52. De même, aux confins du royaume, le pouvoir royal est occupé à définir plus
précisément les limites de son territoire, en passant d’une conception de la frontière entendue
comme une zone à une définition en termes de ligne53. Dans la seconde moitié du XVIIIe
siècle, la frontière, sociale, politique ou géographique, perd de sa souplesse à mesure qu’elle
est investie par le langage administratif et juridique. Des espaces sociaux flous régulés par la
flexibilité des tissus relationnels se voient fixer des limites précises.
Or, notre étude de cas, si elle confirme cette mutation des espaces frontaliers, questionne le
rôle moteur de l’Etat dans le processus. La fixation des frontières, par le biais du langage
juridique, ne serait pas l’apanage des juristes royaux puisqu’une communauté menacée est
capable de modifier elle-même la définition de ses limites dans une vaine tentative de
protection de son intégrité. Par conséquent, la transformation de la notion de frontière à la fin
de l’Ancien Régime n’est pas exclusive de l’Etat administratif. Elle naît vraisemblablement
des expériences localisées de conflits qui ont progressivement modifié la culture juridique
commune à tous les acteurs institutionnels d’Ancien Régime.
52
T. Herzog, Defining Nations. Immigrants and Citizens in Early Modern Spain and Spanish America, New Haven-Londres,
2003.
53
D. Nordman, Frontières de France. De l'espace au territoire XVIe-XIXe siècle, Paris, 1998 ; P. Sahlins, Frontières et
identités nationales. La France et l'Espagne dans les Pyrénées depuis le XVIIe siècle, Paris, 1996. [1989].
199
200
Brésil : Les nouvelles frontières du religieux
Par Richard Marin
Objet de l’article : mettre en lumière, sur le demi-siècle écoulé, le déplacement des frontières du
champ religieux, aussi bien en ce qui concerne la dynamique de ses frontières internes que les
mutations de son rapport au politique.
La recomposition des frontières internes du champ religieux
La fin du quasi monopole catholique
Le premier déplacement significatif de frontière résulte de l’érosion rapide du quasi monopole
exercé par le catholicisme dans le champ religieux. La perte d’influence de l’Eglise catholique
brésilienne, telle que la mesurent les recensements, est un phénomène aujourd’hui bien connu
et amplement analysé par les sciences sociales. Cette évolution, qui commence à devenir
sensible dans les années 1960, alors que s’intensifie l’urbanisation du pays, s’accélère dans les
années 1970. Au recensement de 1980, le pourcentage de catholiques passe légèrement audessous du seuil de 90%, s’abaisse à 83,3% en 1991 et tombe à 73,9% en 2000.
Ce recul relatif, qui semble irréversible, est loin d’avoir partout la même intensité. En 2000,
alors que dans plusieurs états du Nordeste et du Sud du Brésil, les indices de catholicité
dépassent encore 80 %, ailleurs, ils peuvent être de vingt points inférieurs. Ainsi, l’Etat de
Rio, le moins catholique du pays (57,2%), détient aussi le record des « sans religion » (15%),
soit le double de la moyenne nationale. Ceci étant dit, en 2000, le Brésil comptait encore le
chiffre impressionnant de 125 millions de catholiques. Même s’il est vrai que leur croissance
s’effectue désormais à un rythme plus lent que celui de la population, le jour n’est pas encore
venu où ils deviendront minoritaires.
Un certain nombre d’explications à ce déclin sont à rechercher dans le phénomène de
sécularisation qui n’épargne pas la société brésilienne, voire dans la demande post moderne
d’un religieux de plus en plus individualisé, émotionnel et mouvant, répudiant en priorité les
religions « traditionnelles », au sein d’un marché considérablement élargi de l’offre de salut1.
Mais il convient aussi de ne pas sous-estimer les facteurs proprement organisationnels qui
pointent les carences de l’Eglise catholique, en particulier l’insuffisance de sa réponse
pastorale, en termes d’encadrement, face au défi des fortes migrations vers les régions
pionnières ou les grandes métropoles2.
La croissance pentecôtiste
Ce recul relatif de l’identité catholique brésilienne correspond à un processus de
diversification ou de dérégulation religieuse. Il repose sur la forte croissance des « sans
1 Antônio Flávio Pierucci, "Bye bye, Brasil": o declínio das religiões tradicionais no Censo 2000”, Estudos avançados,
déc. 2004, vol.18, no.52, p.17-28.
2 Sur le thème, se reporter notamment à Alberto Antoniazzi, « Pourquoi le panorama religieux du Brésil a-t-il tant changé ?
» , publié en encart dans le Bulletin hebdomadaire de la Conférence nationale des évêques brésiliens (CNBB), les 18 et 24
novembre 2004, traduction DIAL n° 2816, du 1-15 juillet 2005.
201
religion » et, surtout, des Eglises évangéliques3, les autres religions minoritaires (spiritisme,
umbanda, religions orientales, judaïsme, islam…) stagnant aux environs de 3% depuis plus de
deux décennies.
Au sein des Eglises évangéliques, les évolutions sont divergentes. D’un côté, le
protestantisme de mission ou « historique », primitivement établi aux lendemains de
l’indépendance dans les communautés germaniques des Etats méridionaux, sous la forme du
luthéranisme, ensuite rejoint par méthodistes, épiscopaliens et presbytériens, est globalement
en recul. Les différentes Eglises de ce protestantisme de tradition plutôt libérale manifestent
une prédilection marquée pour le développement d'œuvres sociales, recrutent de préférence
dans les couches moyennes urbaines et vivent en général en bonne intelligence avec l’Eglise
catholique.
Par bien des aspects, elles se distinguent des Eglises pentecôtistes à l’origine du
protestantisme évangélique de masse qui pèse de manière décisive dans l’accroissement
rapide du nombre des réformés : 3,4% de la population en 1950, 9% en 1991 et 15, 6% en
2000. A cette dernière date, 17 des 26 millions de fidèles évangéliques appartenaient à une
des dénominations pentecôtistes.
Ce protestantisme piétiste et de conversion, apparu au début du siècle chez les méthodistes
noirs, texans et californiens, avait déjà touché le Brésil à la veille de la Première guerre
mondiale. Toutefois, c’est seulement après 1945 que le « réveil protestant » entame sa
conquête des périphéries urbaines du pays. Basé sur le baptême du Saint-Esprit, il est censé
opérer une réactualisation des charismes de l’Église primitive en conférant aux chrétiens des
pouvoirs extraordinaires, à l’égal de ceux des apôtres visités par Dieu le jour de la Pentecôte.
Comme le don de parler en langues étranges (glossolalie) ou celui d’accomplir des miracles,
surtout de guérison. Le plus souvent publique, la manifestation de ces dons confère au culte
un fort contenu émotionnel qui le distingue nettement des cultes réformés traditionnels où la
relation avec Dieu est d'abord d'ordre strictement privé. Ce pentecôtisme « classique », dont
l’Assemblée de Dieu est le prototype, exerce un contrôle total sur l’existence de ses adeptes,
assujettis à des prescriptions rigoureuses. Pendant longtemps, il s’est singularisé par son
repliement sur la pratique religieuse, sa présence réduite sur la scène sociale et sa répugnance
à l’égard de la politique considérée comme relevant du « monde » placé sous l’emprise de
Satan. Toutefois, le vote des fidèles était plutôt conservateur et les pasteurs, en général
complaisants à l’égard du régime des généraux-présidents trop heureux de cet interlocuteur
religieux de substitution à l’Eglise catholique entrée en dissidence.
L’émergence du néo-pentecôtisme
Au sein même de la nébuleuse pentecôtiste, de nouvelles frontières dessinant de nouveaux
territoires se font jour dans les années 1970 avec l’apparition du néo-pentecôtisme des Eglises
« électroniques » ou « télévangéliques », à la croissance extrêmement rapide et aux
caractéristiques bien différentes4. Plus agressives, elles ont su adapter leur prosélytisme aux
exigences de la société de masse. Après avoir revendiqué sans complexe leur part du marché
religieux elles ont, dans un second temps (voir infra), réclamé tout leur espace dans la vie
sociale et politique. L’Eglise Universelle du Royaume de Dieu (EURD) à l’expansion
fulgurante, en est la meilleure des illustrations. Fondée en 1977 dans l’entrepôt d’une
entreprise de pompes funèbres en faillite des faubourgs de Rio par Edir Macedo, un ancien
3 J’utilise ici le terme « évangélique » dans sa signification brésilienne qui inclut l’ensemble des familles du protestantisme,
tant historique que pentecôtiste. Mon usage ne désigne donc pas, comme c’est courant dans l’acception française, le seul
protestantisme du « réveil religieux », apparu au XIXe siècle.
4
Voir André Corten, « Pentecôtisme et néo-pentecôtisme au Brésil », Archives des Sciences Sociales des Religions, 1999
(janv.-mars), p. 163-183.
202
employé de la loterie, elle est, trente ans plus tard, une impressionnante multinationale de la
foi, présente dans 80 pays. Entreprise commerciale non dissimulée, qui se distingue de ses
concurrentes par sa capacité tout à fait exceptionnelle à drainer les ressources de ses fidèles,
elle a laissé derrière elle tout un parfum de scandale5. L’EURD est aujourd’hui à la tête d’un
empire économique de type congloméral dont la chaîne de télévision Rede Record, rachetée
en 1990 pour 45 millions de dollars, constitue le fleuron et le principal instrument de
prosélytisme.
Socialement moins structurant que le premier pentecôtisme, beaucoup moins exigeant en
matière de morale et de mœurs, plus fluide, le néo-pentecôtisme joue sur un tout autre registre
capable de séduire des fidèles peu enclins à l’austérité ou au renoncement. Participant d’une
entreprise fonctionnelle et de service, son offre religieuse est mieux adaptée aux attentes de la
société de consommation. Le sociologue Flávio Pierucci en parle comme d’un « fast-food de
la foi » dont une grande part de la force tient à sa capacité à fournir une réponse immédiate et
spectaculaire aux souffrances et aux manques ressentis. Au titre des ses principaux atouts : les
séances d’exorcisme ou de « guérison divine », dans une société qui fabrique des malades par
millions ou, encore, sa « théologie de la prospérité » ou de « la confession positive », selon
laquelle santé, aisance et amour sont conformes aux désirs du Créateur et constituent une sorte
de contre don plus ou moins explicite de l’obole du fidèle au temple. Avec des slogans du
type « chez nous le miracle est naturel », le surnaturel est mis à la portée de tous et recoupe
d’une certaine manière le vieux fonds du catholicisme populaire rural.
Par-delà leur extrême diversité, les églises pentecôtistes, très largement féminisées, ont en
commun de toucher les populations pauvres - les crentes se distinguant par un niveau de
revenu et de scolarité très inférieurs à la moyenne nationale mais aussi à l’ensemble des autres
religions. C’est ce que révèle bien l’étude récente de l’ESEB selon laquelle 70,3 % des fidèles
des Eglises pentecôtistes ont un revenu maximum de deux salaires minimum contre 58,3%
des fidèles des autres religions ; à l’inverse, ils ne sont que 6,8% dans la tranche des revenus
élevés contre 16,7% pour les autres confessions6.
Géographiquement, si les gros bataillons pentecôtistes sont urbains et périurbains, avec leurs
concentrations les plus fortes dans les Etats de Rio et de São Paulo, c’est sur la frontière
agricole des Etats du Nord (Acre, Amazone, Amapá) où des migrants déracinés et abandonnés
par les pouvoirs publics viennent chercher de meilleures conditions de vie, qu’ils sont le
mieux implantés.
Le déplacement des frontières entre religion et politique
Ce déplacement est le résultat d’un double processus dont on repère aisément les étapes de la
mise en place ces vingt dernières années. D’un côté, l’Eglise catholique, désinvestit
partiellement un espace politique dans lequel elle était jusque-là omniprésente ; de l’autre, les
pentecôtistes entrent ouvertement dans l’arène politique et partisane, sur une base le plus
souvent clientéliste
5 L’Eglise Universelle est sous le coup d’inculpations de fraude fiscale et d’exportation illégale de bénéfices. Une forte
présomption de liens étroits avec le narco-trafic colombien, suspect d’avoir financé l’achat de la télévision Rede Record, pèse
également sur elle. En 1992, Edir Macedo a été emprisonné durant deux semaines pour détournement fiscal et pour
charlatanisme. Il vit depuis aux Etats-Unis.
6 L’enquête de l’Estudo Eleitoral Brasileiro (ESEB), réalisée au dernier trimestre de 2002, a été conduite au niveau national
à partir de 2513 entretiens. Ses résultats sont analysés dans Simone R. Bohn, “Evangélicos no Brasil: perfil socioeconômico,
afinidades ideológicas e determinantes do comportamento eleitoral”, Opinião Publica, Oct. 2004, vol.10, no.2, p. 288-338.
203
La conférence épiscopale : un acteur moins déterminant de la scène politique
On sait quel fut le rôle, dans les années 1970, de la conférence des évêques brésiliens
(CNBB7) qui passait alors pour « la plus progressiste du monde », dans la lutte contre la
dictature de sécurité nationale. Dans ces années-là, la CNBB fédérant la résistance au régime,
exerce toute la plénitude de sa fonction tribunitienne supplétive. En dénonçant, comme elle le
fait, au nom d'impératifs évangéliques et de valeurs morales, les actes arbitraires du régime et
des groupes dominants, elle se transforme en porte-drapeau de la société civile, jouant de fait
le rôle qui incombe à des institutions et des organisations politiques laïques dans un régime
pluraliste. Ce faisant, elle s'attire la sympathie de secteurs démocratiques sans cesse plus
larges qui la poussent à adopter une attitude de résistance de plus en plus vigoureuse. Pendant
cette phase, dom Evaristo Arns, le cardinal-archevêque de São Paulo, est un protagoniste
fondamental. C'est pratiquement sous son inspiration que la Conférence construit l'essentiel de
la plate-forme politique appelée à devenir celle de l'opposition toute entière : fin de la torture
et de la loi de sécurité nationale, annulation de l'AI5, amnistie générale, etc.
A partir du début des années 1980, avec l'Abertura democrática, et alors que renaissent les
partis, la conférence épiscopale commence à désinvestir l'espace proprement politique.
L'heure est désormais aux grands documents économiques et sociaux, au nom du « bien
commun » : dénonciation du modèle de développement inégalitaire et excluant, déclarations
en faveur de la réforme agraire…A quelque chose prêt, cette ligne est encore en vigueur
aujourd’hui, malgré le reflux de la théologie de la libération et la reprise en main par Rome de
la conférence des évêques8.
S’il n’est pas douteux que la CNBB ne dispose plus de la forte légitimité qui fut la sienne
dans les années 70, la troisième conférence épiscopale du monde dispose encore de solides
relais pour peser sur les grandes orientations du pays9. Interlocutrice écoutée de l’Etat, celuici ne saurait sans dommage durablement ignorer ses prises de position.
Ainsi, le 1er mai 2004, au monastère d’Itaici, pour le 50e anniversaire de la CNBB, le
président Lula –une première dans les annales républicaines !- a-t-il comparu devant les 305
évêques. Avant de s’exprimer longuement en sollicitant l’appui de l’institution, il a écouté
Dom Jaime Chemello, son président, évoquer la “légitime autonomie de l’autorité civile”
ainsi que la volonté de l’Eglise de collaborer avec le gouvernement “de forme critique et
libre, pour la défense de la vie, la famille et de la justice sociale”.
Et, il est vrai que les critiques au gouvernement, par la suite, n’ont pas manqué : de la
condamnation de sa politique familiale (légalisation de l’avortement en cas de viol) à sa
politique économique qui, au dire du secrétaire général de la CNBB a transformé le pays en
« paradis des financiers »10, au détriment de l’ensemble de la population.
Toutefois, la CNBB n’intervient pas dans la politique partisane et le petit parti démocrate
chrétien n’a jamais décollé au Brésil, à la différence du Chili ou du Venezuela, faute de son
appui. S’il est bien vrai que des clercs concourent à des charges électives – une centaine pour
les élections de 2000, dont 70% pour des charges de maire – ce ne sont que des initiatives
individuelles qui n’engagent en rien l’Eglise.
Conferência Nacional dos Bispos do Brasil
En vingt ans de pontificat, Jean-Paul II a renouvelé plus de la moitié des évêques en activité en donnant systématiquement
sa préférence à des conservateurs avérés ou à des modérés bon teint.
9 Pour s’en tenir au début du mandat présidentiel de Lula : le dominicain Frei Betto était conseiller spécial du président,
Marina Silva, ministre du milieu naturel était une ancienne militante des Communautés ecclésiales de base (CEBs) de
l’Acre, José Fritsch, ministre de la Pêche, également ancien militant des CEBs Henrique Meirelles, président de la Banque
centrale ancien militant de la Jeunesse lycéenne catholique, Olívio Dutra, ministre de la ville, ancien militant de la pastorale
ouvrière
10 - 16h30- Brasília, 1 mar (EFE).- D. Odilo Pedro Scherer, O secretário-geral da Conferência Nacional dos Bispos do Brasil
(CNBB), le 01/03/2006
7
8
204
Chez les pentecôtistes, c’est une toute autre conception qui a prévalu.
Le nouvel acteur pentecôtiste
Au milieu des années 1980, alors que le Brésil amorce la reconstruction d’un nouvel
ordre démocratique, les pentecôtistes, enhardis par la progression du nombre de leurs fidèles,
entrent en politique. Ils ne l’ont pas quittée depuis.
Les évangéliques, redoutant la capacité de la CNBB à faire pression sur la Constituante afin
d’infléchir la charte fondamentale dans un sens encore plus favorable aux catholiques,
décident de plonger dans le grand bain électoral, en novembre 1986. Pour un coup d’essai,
c’est un coup de maître : 32 députés fédéraux crentes, dont 18 pentecôtistes, sont élus sur les
listes de différents partis. Rapidement, ils forment un intergroupe parlementaire. La « bancada
évangélica » est née. Par la suite, l’opération sera systématiquement reconduite, avec un
succès jamais démenti11. Au point qu’aux dernières élections de 2002, les crentes élirent 4
sénateurs et 62 députés fédéraux, la quatrième force de la Chambre.
Sûrs d’eux-mêmes, les « vrais chrétiens » se plaisent désormais à rappeler que dans la
« bataille spirituelle » en cours, Dieu leur enjoint d’occuper un maximum de postes. Adelor
Vieira, coordonnateur de leur intergroupe parlementaire à Brasilia, exprimait sans détours ces
ambitions dans un entretien de 2004 :
Notre but c’est d’élire le plus grand nombre de conseillers municipaux dans toutes les
villes, d’avoir au moins un évangélique dans toutes les conseils municipaux. C’est un objectif
que nous cherchons à atteindre tous les ans. Nous voulons influencer la société de manière
positive, ce qui suppose l’occupation de certains espaces. Nous ne voulons pas seulement des
espaces dans le Législatif. Nous en voulons aussi dans l’Exécutif. Pour le Judiciaire, c’est une
autre question, mais nous voulons aussi de bons magistrats. Nous avons déjà de nombreux
maires, mais nous en voulons davantage […] Notre intention c’est de contribuer à un Brésil
meilleur et socialement plus juste. Nous ne pourrons y parvenir qu’en participant12.
Comment comprendre le nouveau rapport de force en voie d’instauration dans le
champ politique brésilien et la rapidité de cette percée crente ? L’analyse des stratégies
électorales et de mobilisation de l’électorat protestant en livre bien des clés.
Le modèle le plus élaboré et le mieux rodé de machinerie politico-religieuse est, de très loin,
celui de l’EURD13. Comme sa remarquable efficacité a permis à l’Eglise d’Edir Macedo de
passer d’un député fédéral (1986), à 22 et 2 sénateurs (2002) – elle sert de référence pour les
autres dénominations qui, à des degrés divers, s’efforcent d’imiter ses méthodes.
Pour s’assurer un maximum d’élus, l’EURD accorde beaucoup de soin à l’analyse de la carte
électorale nationale : mesure du potentiel crente local, recherche des partis susceptibles
d’accueillir ses candidats et sélection des circonscriptions en privilégiant celles qui offrent les
plus grandes chances de succès en exigeant un minimum de suffrages. Toutes ces
informations, rassemblées au niveau local, sont ensuite transmises à l’évêque Rodrigues,
coordonnateur politique national entre 1996 et octobre 2005, date à laquelle il doit
Toutefois, quelques grandes Eglises évangéliques comme la Congregação Cristã do Brasil et Deus e amor continuent à
rester à l’écart de l’engagement partisan.
12 Sonia Mossri, Edson Sardinha, « Púlpito dividido », site Congresso em foco (du Congrès National brésilien), 4 mars
2004. [http://www.congressoemfoco.com.br/]
13 Pour la stratégie politique de l’EURD : Ari Pedro Oro, « The politics of the Universal Church and its consequences in the
Brazilian religious and political fields », Revista brasileira de Ciencias sociais, Oct. 2003, vol.18, no 53, p. 53-69.
11
205
démissionner pour implication dans une affaire de corruption. C’est en tenant compte de tous
ces facteurs, avec toujours en tête les intérêts supérieurs de l’Eglise, que s’opère alors le choix
des circonscriptions et des candidats.
Pendant la campagne, l’EURD mobilise sans retenue les moyens énormes dont elle
dispose. Ses œuvres, ses milliers de temples, l’hebdomadaire A Folha distribué à 2 millions
d’exemplaires, le mensuel Plenitude qui tire à plus de 300 000, son réseau radiophonique et
télévisuel (TV Record et TV Mulher) - sont mis au service des candidats officiels de l’Eglise
désormais porteurs du charisme de l’institution dans son combat contre les forces du mal.
Aucune autre dénomination protestante n’a pu ou n’a voulu mettre en place un dispositif aussi
sophistiqué, centralisé et autoritaire. Ainsi, dans le Rio Grande do Sul, étudié par Pedro Oro,
quand l’Assemblée de Dieu ou l’Evangile quadrangulaire décidèrent, à partir de 2000, de
lancer, sans systématisme, des candidatures officielles, entière liberté de vote fut laissée aux
fidèles, y compris en faveur de candidats non évangéliques. Les deux Eglises ne faisaient
ainsi que se conformer aux recommandations de l’Association Evangélique Brésilienne qui,
dans un document sur le “Vote éthique”, rédigé pour les élections de 2002, préconisait dans
son “Décalogue évangélique” : “Qu’aucun chrétien ne se sente obligé à voter pour un
candidat par le simple fait qu’il se proclame chrétien évangélique » (VIe commandement) et
que, « dans le domaine de la politique partisane, l’opinion du pasteur doit être écoutée comme
celle d’un citoyen et non comme une prophétie divine » (Xe commandement)14.
Autant dire que si les crentes peuvent constituer un vivier électoral, celui-ci est loin d’être
entièrement captif. Les études consacrées à la candidature du presbytérien Anthony
Garotinho, arrivé en troisième position au premier tour des présidentielles de 2002, avec plus
de 15 millions de suffrages, l’ont bien montré15. Ainsi, l’enquête postélectorale a-t-elle révélé
que 51.3% des évangéliques s’étaient retrouvés sur son nom, ce qui signifie aussi que près de
la moitié d’entre eux avaient opté pour les candidats non crentes !
Et pourtant, même si cette fidélité électorale est loin d’être toujours garantie, aucune
stratégie politique ne se risquerait aujourd’hui à faire l’impasse sur l’hypothétique
mobilisation du vote crente. Sur ce plan, les présidentielles de 2002 ont marqué un tournant,
tant cette préoccupation se manifesta avec force tout au long de la campagne.
Ainsi, du choix fait par Lula de José Alencar pour la vice-présidence. Certes, l’option
en faveur de ce grand industriel conservateur du textile était censée lui rallier une partie les
milieux d’affaire. Mais, en même temps, le candidat du Parti des Travailleurs (PT) ne
négligeait sans doute pas le fait que son appartenance au petit Parti Libéral, sur lequel, de
notoriété, l’EURD avait jeté son dévolu, pourrait lui rallier une partie des électeurs
évangéliques. Pour le deuxième tour, Lula et José Serra, du Parti Social Démocrate Brésilien
(PSDB), restés en lice, se livrèrent très ostensiblement à la chasse au vote protestant qui se
divisa entre les deux camps.
Aussi, tout naturellement, le 31 mars 2003, le nouveau président reçut-il au Planalto
une quarantaine de dirigeants évangéliques qu’il remercia pour leur soutien électoral. Au dire
des journaux, il profita de l’occasion pour dire sa volonté de voir mettre fin à la
« discrimination religieuse ». En retour, ses hôtes le bénirent en le qualifiant de « bon
samaritain ». En août, faisant droit à certaines revendications des crentes qui se plaignaient
d’être trop peu associés à la gestion des programmes sociaux gouvernementaux, Benedita da
Silva, ministre de l’Assistance sociale et fidèle de l’Assemblée de Dieu, intégrait quinze
représentants d’Eglises évangéliques à un groupe de travail sur différents projets sociaux de
son ministère.
Ari Pedro Oro, op. cit.
Cesar R. Jacob, Dora R. Hees, Philippe Waniez e Violette Brustlein, Atlas da filiação religiosa e indicadores sociais no
Brasil, Rio de Janeiro/Editora PUC-Rio, São Paulo/Edições Loyola, 2003.
14
15
206
En octobre 2004, pour les municipales, on vit à nouveau se déployer bien des tentatives de
séduction de l’électorat crente. A São Paulo, alors que Francisco Rossi, évangélique
proclamé, avait réalisé un bien maigre score, les deux candidats du second tour, la mairesse
sortante Marta Suplicy (PT) et le vainqueur final, José Serra fréquentèrent assidûment
réunions et temples évangéliques. Plus prévoyant encore, compte tenu de la forte présence de
crentes dans l’ancienne capitale, Luiz Paulo Conde, candidat du Parti du Mouvement
Démocratique Brésilien (PMDB) à la mairie de Rio, choisit comme maire-adjoint le pasteur
Manoel Ferreira, de l’Assemblée de Dieu !
Doit-on considérer cette présence grandissante des crentes dans la vie publique comme
une menace pour le fonctionnement du système démocratique ? Sont-ils en mesure de le
pervertir en lui imposant leurs pratiques et leur système de valeur? Cette analyse, largement
répandue, appelle, on s’en doute, une réponse prudente.
Versons d’abord au dossier quelques comportements évangéliques inquiétants, fort éloignés
des héritages de la culture libérale et qui ne vont guère dans le sens de la démocratie.
Ainsi du mépris plus ou moins explicite que nombre d’entre eux manifestent à l’égard des
partis et de la politique, fondamentalement corrompue par la présence du démon ? Davantage
que la moyenne des députés ou sénateurs – et pourtant, il est arrivé qu’en trois ans, jusqu’à un
tiers des députés changent de parti16 ! - avec encore plus de cynisme, ils vont d’une formation
à l’autre, au gré des intérêts de leur Eglise. D’ailleurs, face au projet de réforme parlementaire
qui entend remédier aux plaies les plus criantes du système, l’obstruction du groupe
évangélique est de tous les instants. De quoi s’agit-il ? Pour l’essentiel, de faire passer de un à
deux ans la période minimale pendant laquelle un parlementaire doit rester lié à un parti pour
lequel il prétend concourir à l’élection suivante et d’instaurer un scrutin de liste fermée.
L’adoption de telles mesures, en limitant considérablement les possibilités du clientélisme et
de la négociation dont les pentecôtistes sont coutumiers leur serait grandement préjudiciable.
En rendant inopérante leur stratégie électorale, il deviendrait très difficile de rééditer des
parcours équivalents à celui du député crente Philemon Rodrigues. Celui-ci, après trois
mandats législatifs dans le Minas Gerais, a passé le flambeau du parti (le PL) et le domicile
électoral a un autre crente, João Paulo Silva, en 2002 et s’est porté candidat en Paraíba,
quelques milliers de kilomètres plus au Nord, sous l’étiquette du Parti Travailliste Brésilien
(PTB). Les deux ont été élus. Avec l’instauration de la fidélité partisane et de listes fermées
sous contrôle des partis, de telles manœuvres deviendraient impossibles. Quel parti accepterait
de placer un évangélique, fraîchement débarqué en position éligible sur sa liste ? Toutefois, à
y regarder de près, ces pratiques clientélistes déplorables, sont-elles si étrangères à la culture
politique brésilienne ? Poser la question c’est en grande partie y répondre.
De même, portés par une vision sectaire et corporatiste de la politique, bien des élus
évangéliques conçoivent leur mandat comme une succession de pratiques de lobbying : vote
monnayé en échange de ressources pour leurs Eglises, de publicités fédérales pour leurs
moyens de communication ou de concessions de canaux de radio et de télévision. Là aussi,
sont-ils vraiment si singulier dans le paysage politique national?
Dans d’autres cas, les dérives vont bien plus loin et attentent gravement à la séparation des
Eglises et de l’Etat. Ainsi de l’introduction, en 2004, de l’enseignement confessionnel de la
religion dans les établissements publics de l’Etat par Rosinha Garotinho, gouverneur de Rio.
16 Entre 1991 et 1993, à la Chambre des députés à Brasilia, 170 élus (33,8% do total) ont changé 236 fois de parti, certains
jusqu’à sept fois en moins de trois ans ! In Lúcio Reiner, “Fidelidade partidaria”, Consultor Legislativo da Área XIX,
Câmara
dos
Deputados,
Consultoria
Legislativa,
Brasília,
Juin
2001,
http://www.camara.gov.br/internet/diretoria/Conleg/estudos/107706.pdf.
207
Ce qui s’est parfois traduit par la diffusion de la conception créationniste du monde que,
d’ailleurs, elle-même partage17.
Que dire, enfin, du triomphalisme de certains députés ou sénateurs qui, en tant qu’ « élus de
Dieu », tiennent leurs pairs en piètre estime et, sans se lasser, clament qu’eux et eux seuls
sont appelés à prendre la tête du seul combat qui vaille : celui de la restauration spirituelle de
la nation ?
Dans une direction opposée, on peut alimenter le dossier de quantité de pièces qui tendent à
montrer que les crentes, fidèles comme élus, de plus en plus perméables aux valeurs de la
société et du monde politique, perdent au fil des ans une part de leurs spécificité.
Ils constituent d’autant moins une menace pour la démocratie qu’ils y participent à partir d’un
processus de dispersion partisane et que l’idée d’un parti des évangéliques, comme il existe au
Salvador, au Nicaragua ou en Haïti, n’a jamais été sérieusement envisagée. En 2001, à la fin
de la précédente législature, leurs députés au Congrès national se distribuaient à peu près
équitablement entre les partis dits de « droite » et ceux de « gauche » : 25 députés
évangéliques étaient alors dans l’opposition et 32 dans la majorité gouvernementale.
En 20 ans, l’inflexion vers le centre-gauche, voire, pour une minorité, vers la gauche a été
nette. N‘oublions pas que, jusqu’à il y a peu, Benedita da Silva, crente de l’Assemblée de
Dieu, fut une des étoiles du PT : première député fédérale noire (1986), sénatrice (1994), vicegouverneur (1998-2002), gouverneur de l’Etat de Rio de Janeiro (2002-2003) et, enfin,
ministre. Que dans la présente législature, le PT compte cinq députés fédéraux et que, parmi
les fidèles, une gauche évangélique commence à s’affirmer. Différente de l’ancienne gauche
protestante œcuménique, elle défend souvent des positions théologiques conservatrices
couplées à des options sociales avancées. Ainsi le Mouvement Evangélique Progressiste
(MEP), créé en 1990, représenté dans la quasi-totalité des Etats brésiliens, qui entend
« affirmer la compatibilité entre la foi chrétienne réformée, protestante et évangélique avec la
démocratie et le socialisme » et veut « encourager le militantisme dans les partis de gauche,
les mouvements sociaux et divers syndicats18. »
Que penser aussi des nouvelles orientations politiques de l’EURD, pour des raisons sans
doute plus corporatistes et pragmatiques qu’idéologiques ? Longtemps bête noire du
progressisme, elle fut, trois présidentielles durant (1989, 1994, 1998), l’adversaire le plus
déterminé de Lula, présenté comme candidat du démon et du communisme athée. Pourtant, en
2000, ont vit se nouer de surprenantes alliances municipales entre le PT et l’EURD, cette
dernière, se réclamant alors d’une « exigence éthique » en politique qu’elle identifiait
volontiers au parti de Lula. Mais le coup de théâtre intervint vraiment en 2002 quand l’Eglise
d’Edir Macedo, après avoir appuyé le presbytérien Garotinho au premier tour, mobilisa toute
sa puissance de feu au service de Lula, volant peut-être ainsi au secours de la victoire.
Comme autre signe de la mutabilité et de la grande capacité d’adaptation des crentes, certains
observateurs n’hésitent plus à parler de l’émergence d’un néo-populisme voire d’un
« théopopulisme » dont ils seraient désormais les représentants19 ; comme une sorte de
syncrétisme capable de coupler tradition politique brésilienne et logique religieuse. Dans les
années 1990, l’essor du néo-libéralisme et le désengagement de l’Etat ont laissé de vastes
secteurs à l’abandon que certaines Eglises ou personnalités évangéliques se sont empressées
d’investir. On les vit alors multiplier les œuvres sociales, se lancer dans un discours populiste,
“Rosinha contra Darwin”, Epoca, Edição 314 , mai 2004
“Carta de Belo Horizonte”, VI Congresso Nacional, do MEP, 1-2 novembre 2003.
19 Corten, André, Mary André, « introduction », in Corten, André, Mary André (Eds,) Imaginaires politiques et
pentecôtismes : Afrique/Amérique latine, paris, Karthala, 2001, p. 11-38.
17
18
208
antiélitiste et antisystème, nourri d’une rhétorique sur les pauvres et la religion des exclus,
assimilée à la leur.
Anthony Garotinho, qui eut comme mentor politique, Leonel Brizola, le vieux cacique du
travaillisme brésilien, en est la meilleure des illustrations. Converti au presbytérianisme en
1994, à la suite d’un accident d’automobile, il a connu une rapide ascension politique qui l’a
mené de la mairie de Campos, dans le nord pauvre de l’Etat de Rio, à la présidentielle de
2002, en passant par la conquête du gouvernement de Rio en 1998, dans lequel il a réussi à
installer son épouse à sa suite. Comme l’a bien analysé Regina Novaes, sa pratique politique
associe en permanence le clientélisme hérité du vieux populisme, encore vivace à Rio, et
l’instrumentalisation du réseau crente. Utilisateur expert des moyens de communication de
masse (radios, TV), il lance des programmes sociaux spectaculaires mais rarement inscrits
dans la durée, témoigne d’une capacité hors pair à nouer des alliances politiques et à mobiliser
la nébuleuse évangélique. En tant que gouverneur de l’Etat, dans une parfaite confusion des
genres, il n’a pas hésité à se servir des temples comme médiateurs et gestionnaires de ses
programmes sociaux. Ce réseau, qui avait sa confiance, était bien implanté dans les zones les
plus misérables de la ville - il existe des favelas à Rio avec plus de 30 temples contre une
seule Eglise catholique ! - et s’offrait, en outre à travailler bénévolement20.
A partir de tout ce qui précède, il semble difficile d’assimiler l’univers crente brésilien à celui
de la New Christian Right des Etats-Unis auquel certains l’ont comparé, un peu hâtivement.
Si, dans les grands traits, on retrouve bien, ici et là, le même combat pour les « valeurs
morales », que de différences, aussi. Comme le rappelle André Corten, le pentecôtisme latinoaméricain et donc brésilien est plus un « expérientialisme » qu’un fondamentalisme
assimilable au modèle étasunien21. Ses racines sont différentes et, s’il se sert des Ecritures,
c’est non pas comme source cognitive mais comme source rituelle. De plus, on peinerait à
trouver au Brésil un militantisme agressif, radical voire raciste équivalent à celui des groupes
ultra-conservateurs de la république du Nord. Si le pouvoir leur en était laissé, ces derniers
interdiraient volontiers la contraception, les relations homosexuelles, voire le divorce,
évinceraient les femmes des emplois et restaureraient le pouvoir des protestants blancs. Autre
différence de taille : alors que les crentes brésiliens sont présents dans la plupart des familles
politiques, la New Christian Right est organiquement liée au Parti républicain. Enfin, comme
l’a révélé une enquête de 2002, les évangéliques brésiliens, pauvres en majorité, se déclarent,
pour près de ¾ d’entre eux, favorables à l’intervention sociale de l’Etat (Education, santé) et
ne sont pas des défenseurs obstinés de l’initiative privée22. En cela, ils n’épousent en rien
l’ultralibéralisme de leurs homologues étasuniens.
Conclusion
A propos de ces déplacements de frontières qui pointent les dynamiques dominantes du
champ religieux, la conclusion s’interrogera sur deux aspects :
1/Les perspectives d’évolution du champ proprement religieux, en nuançant la prétendue
irréversibilité du raz de marée pentecôtiste. Autant on peut être sceptique sur la capacité de
l’appareil catholique a enrayer les évolutions en cours, autant l’hypothèse de voir surgir une
Marcelo Beraba, « Religião e mídia são a base de neopopulismo», Folha de S. Paulo, 07/04/02
André Corten, « Pentecôtisme et politique en Amérique latine », p. 22.
22 Simone R. Bohn, op. cit.
20
21
209
grande entité protestante, unifiant autour d’elle une partie du champ religieux, n’est pas plus
vraisemblable. Historiquement, le dynamisme des pentecôtistes a toujours tenu à leur
propension à se diviser, à faire surgir de nouveaux groupuscules se disputant le contrôle des
âmes. Est-il tout à fait exclu d’imaginer une fragmentation accrue de la sphère religieuse, à
l’image du marché économique, avec une offre démultipliée, sans cesse mieux adaptée au
désarroi des populations ? Des cultes de proximité ou de service, accordant une grande place à
la participation et à l’émotion des fidèles et, au dogme, une place réduite ? Sur ce marché,
pentecôtistes et charismatiques catholiques sont également bien placés.
2/Les mutations à prévoir du religieux en politique.
- s’agissant des évangéliques : à côté d’une attitude purement clientéliste et corporatiste bien
présente, d’autres modalités du rapport au politique se font jour : on voit désormais certains
secteurs « crentes » élaborer un discours sociopolitique plus consistant auquel ne sont sans
doute pas étrangers certains compagnonnages politiques. Preuve que le pire n’est jamais sûr :
les pentecôtistes paraissent solubles dans la démocratie.
- Ne pas sous estimer la capacité de la CNBB à infléchir la décision politique sans pour
autant recourir à l’appel au vote partisan. Toutefois, le jeu est devenu pour elle plus complexe
face à un Etat appelé à composer avec d’autres acteurs religieux. Les présidentielles d’octobre
2006 permettront de mesurer tout le poids des acteurs religieux auxquels les candidats déjà en
campagne consacrent toute leur attention23.
Ainsi, par exemple, début avril 2006, le président de la République s’est-il rendu à Porto Alegre, à la 9e assemblée du
Conseil Mondial de Eglises où il a discouru devant un parterre de délégués de 350 églises, dont une majorité de protestants.
23
210
Les Tabarkins : une communauté de frontières
Sadok BOUBAKER
Université de Tunis
La « Berbérie orientale », pour reprendre l’expression de Robert Brunschvig24, a connu entre
la fin du XVè siècle et le XIXè siècle une recomposition territoriale qui a conduit à la
configuration actuelle des grands ensembles « nationaux », mais pas forcément dans le détail
des frontières. Concernant la période moderne, cette région a été soumise à deux
dynamiques : la déliquescence du royaume Hafçide qui a provoqué la constitution de
plusieurs entités territoriales éphémères d’un côté; de l’autre la pression conquérante de la
monarchie castillane et de l’empire ottoman. Au XVIè siècle plusieurs territoires de cette
région ont changé de main et furent soumis à des souverainetés différentes. Cependant, avec
l’affirmation de l’autorité ottomane depuis la Tripolitaine jusqu’en Oranais, on assiste à une
nouvelle configuration des espaces politiques, s’articulant autour des trois régences
dépendantes du sultan. Cependant si dans l’ensemble le triomphe ottoman a fait évacuer les
présides espagnols de la région, les frontières entre les trois provinces mettront du temps
avant de connaître une certaine stabilité. Les délimitations ont été de nouveau remises en
question à l’époque coloniale. Cette évolution a généré l’existence de certains statuts
particuliers pour des régions comme Jerba et Tabarka, par exemple. La première longtemps
considérée comme un territoire relevant directement d’Istanbul ; alors que la deuxième,
convoitée depuis le Moyen Age par les villes marchandes italiennes a été occupée par les
espagnols et cédée pendant deux siècles à Gênes. Mais entre le XVIIè et le XVIIIè siècles les
deux territoires insulaires furent récupérés par la régence de Tunis. La différence, entre ces
deux cas, au-delà des caractéristiques physiques et géographiques des deux îles réside dans le
fait que l’une était habitée majoritairement par une population musulmane majoritairement
ibadhites, considérés comme une minorité dans l’Islam qui a été intégrée dans la société
tunisienne ; alors que l’autre, Tabarka, a été occupée jusqu’en 1741 par une communauté
chrétienne, devenue une minorité non musulmane dans un pays qui l’était majoritairement.
Nous ne pousseront pas la comparaison plus loin mais nous limiteront notre propos à Tabarka,
aux conséquences de la position frontalière sur la communauté tabarkine au fil du
déplacement des limites territoriales.
24
Par référence au livre de R. BRUNSCHVIG, La Berbérie orientale sous les Hafsides des origines à la fin du XVè siècle,
Paris, 1940-1947, 2 vol.
211
L’îlot de Tabarka : une place frontalière convoitée par la monarchie espagnole d’un côté,
25
l’Empire ottoman et ses provinces de l’autre .
A) Tabarka et les souverainetés européennes :
L’île de Tabarka fait partie de toute une série de comptoirs et de places de pêche du corail
situés sur la côte nord ouest du royaume Hafçide qui depuis le Moyen Age intéressaient les
villes et les royaumes du bassin occidental de la Méditerranée. Cette même région a pris une
autre importance stratégique depuis le début de l’affrontement, entre les ottomans- installés à
Alger depuis 1517- et les espagnols venant d’occuper Tunis en 1535. C’est dans ce contexte
que l’île de Tabarka est devenue une place forte espagnole entre 1535 et 1540. Il y a bien une
légende sur le troc qui aurait eu lieu entre Charles Quint et Khair-eddine pour libérer Dragut ;
à notre connaissance aucun document d’époque ne confirme cette légende bien établie dans
les sources postérieurs. Il est plus crédible à notre sens de revenir au traité de protectorat
conclu entre le roi d’Espagne et Mouley Hassen de Tunis qui donnait droit au vainqueur
d’occuper toutes les places qu’il pourrait juger utiles pour lutter contre le risque ottoman26. Et
de ce fait Tabarka est un des endroits les mieux situés sur la côte entre Bizerte et Annaba.
Ainsi, l’îlot était devenu une place militaire espagnole gérée par le Vice-roi de Sicile. D’un
territoire hafçide Tabarka est devenue espagnole avec une garnison importante.
En 154227, un asiento a été signé entre le Vice-roi de Sicile et les deux familles génoises les
Lomellini et les Grimaldi pour que l’île soit la base d’une factorerie pour la pêche du corail
moyennant un quinto royal sur ce produit. L’asiento a été renouvelé d’une manière régulière
jusqu’en 1708. Au fil des signatures, deux éléments se dégagent. D’abord, la famille
Lomellini avait fini par prendre seule l’asiento de Tabarka et les privilèges qui en découlaient
(pêche du corail et commerce); c’est à ce titre qu’elle assumait la charge de l’entretien du fort
et de la garnison. Ensuite cette famille s’était assurée une sorte d’appropriation de l’île en
vertu de quoi, le contrat de concession de 1634 qualifie la famille génoise de « propriétaire »
de Tabarka. La place est passée de la souveraineté espagnole à une souveraineté hispano
génoise avec un statut de propriété privée. La république ligure revendiquait la légitimité de
l’appropriation de l’île depuis qu’un firman du sultan ottoman, signé après la prise de Tunis
en 1574, aurait reconnu à Gênes la concession limitée dans le temps de Tabarka. En fait en
25
A notre connaissance il n’il y a pas jusqu’à aujourd’hui une étude exhaustive sur la communauté tabarkine ni sur Tabarka à
l’époque moderne. Nous attendons la publication des recherches de Philippe GOURDIN annoncée pour bientôt. Les travaux
qui restent les plus utiles sur la question sont : O. PASTINE, « Genova e le Reggenze di Barberia nella prima meta del
settecento », in Miscellanea Ligure, Quaderni Linguistici, n° 97, ; F.PODESTA, « L’isola di Tabarca e le pescherie di
corallo nel mare circonstante », in Atti della Società Ligure di Storia Patria, vol. XIII, fasc. V, Genova, 1884 ;Lt. Colonel
HANNEZO, « Tabarca, monographie », in Revue Tunisienne, 1916 et 1917; A.RIGGIO, « Cronaca Tabarchina dal 1756 ai
primordi dell’ottocento ricavata dai registri parrocchiali di Santa Croce in Tunisi », in Revue Tunisienne, 1937, pp. 353392 ; E.LUXORO, Tabarca e Tabarchini.Cronaca e storia della colonizzazioni di Carloforte, Cagliari, 1977;
P.GRANDCHAMP, Autour du consulat de France à Tunis (1577-1881), Tunis, 1943, pp. 122-129. PH.GOURDIN, « La
première intervention européenne dans l’exploitation du corail maghrébin : les Catalans et les Siciliens à Tabarka (14461448) », in Cahiers de Tunisie, 1996, n° 173, pp.123-143; J.B. VILAR, « Dos siglos de presencia de Espana en Tabarka
(1535-1741) »,in Revue d’histoire maghrébine , n°77-78, 1995, pp.163-181 ; J.PIGNON, « Un document inédit sur la Tunisie
au XVIIè siècle »,in, Les Cahiers de Tunisie, n°33-35, 1961, pp.109-200 ;Idem, « Gênes et Tabarka au XVIIè siècle », in, Les
Cahiers de Tunisie, n°109-110, 1979, pp.9-141 ; S.BOUBAKER, La Régence de Tunis au XVIIè siècle : ses relations
commerciales avec les ports de l’Europe méditerranéenne, Marseille et Livourne, Zaghouan, 1987 ; Idem, « Les Génois de
Tabarka et la Régence de Tunis au XVIIème siècle et au XVIIIème siècle », in Atti del III°Congresso Internazionale di Studi
Storici, Rapporti Genova-Mediterraneo-Atlantico nell’età moderna, Genova, 1989,pp. 276-295; Idem., « Les relations entre
Gênes et la Régence de Tunis depuis 1741 jusqu’à la fin du XVIIIème siècle », in in Atti del V°Congresso Internazionale di
Studi Storici, Rapporti Genova-Mediterraneo-Atlantico nell’età moderna, Genova, 1993, pp.11-29
26
Rousseau, Annales Tunisiennes…, Alger, 1864,pp.410-411.
27
Achives Nationales à Paris, Affaires Etrangères, B III, 300, Indize y resumen de los papeles concermentes ala isla de
Tavarca…
212
réclamant ainsi l’île, Gênes semblait ne plus reconnaître la souveraineté espagnole sur elle,
alors qu les Lomellini continuaient à renouveler l’asiento jusqu’en 1708. Le statut juridique
de l’île devint un cas de diplomatie, sans pour autant entraîner un conflit entre toutes les
parties impliquées.
A l’occasion des traités d’Utrecht en 171428 et des modifications qui les suivirent concernant
les territoires espagnols en Méditerranée occidentale, Tabarka a été cédée par Madrid à la
maison de Savoie. C’est la preuve que l’Espagne la considérait toujours comme relevant de sa
souveraineté. Gênes de son côté, refusant ce transfert, avait fait des démarches pressantes
pour convaincre l’Espagne de réaffirmer sa autorité sur l’île. Quelques années après, se
considérant toujours comme propriétaire de Tabarka, elle avait essayé de la vendre à la
compagnie d’Afrique française.
B) Le statut de Tabarka au regard des régences maghrébines : Alger et
Tunis.
La non remise en cause de la concession de Tabarka aux génois par le sultan ottoman après la
prise de Tunis, annulait de fait et la conquête espagnole et l’attitude des hafçides à ce sujet. La
position de Gênes, dorénavant principale intéressée par l’île, était de payer un tribu aussi bien
à Tunis qu’à Alger, en contrepartie de l’occupation de l’île et des activités qu’elle y menait.
Signalons qu’entre les deux régences ottomanes, le tracé frontalier faisait l’objet de discordes
graves jusqu’en 162829, date de la première délimitation territoriale entre elles. A partir de ce
moment Tabarka était dans la mouvance de Tunis. Le contexte politique pendant le XVIIè
siècle à Tunis, était favorable à de bonnes relations avec Tabarka et Gênes. Il y avait dans le
pays un grand nombre de « renégats » originaires de Ligurie qui pesaient sur la vie politique,
au point de faire admettre à la milice en 1637, un Dey d’origine génoise, Osta Moratto
Génovese. Pendant tout le siècle les relations entre Tunis et Tabarka étaient bonnes; les
Tabarkins étaient admis dans plusieurs villes du pays et leur commerce fleurissait. Il suffisait
de payer les « lismes » (tribus) ce qui pour Tunis confirmait sa souveraineté sur l’île; alors que
pour Gênes c’était une manière d’acheter la paix.
Depuis 1686, date de l’imposition par la force des traités centenaires à la régence de la part de
la France en particulier, les milieux politiques de Tunis étaient devenus moins réceptifs aux
concessions perpétuelles. L’arrivée de Hussayn ben Ali au pouvoir en 1705 et les perceptions
négatives des décisions d’Utrecht renforcèrent chez les hussaynites la volonté d’une
territorialisation plus affirmée qu’auparavant. La présence des comptoirs commerciaux et
surtout la frontière tabarkine devenaient gênantes. Hussayn ben Ali voulait imposer à Tabarka
de réduire ses activités au rocher, territoire de la concession, en application des traités. Les
conséquences d’Utrecht et des difficultés économiques de la factorerie, poussèrent les
Lomellini à penser vendre l’île. Ceci rendit, les autorités de Tunis plus attentives aux
problèmes de cette frontière. Les événements de juin 1741, destruction du comptoir génois et
récupération de l’île par le pouvoir de Tunis, apparaissaient ainsi comme le résultat d’un
processus inéluctable. Tabarka la génoise, abandonnée par ses protecteurs politiques était trop
isolée pour résister à l’offensive militaire des hussaynites. Pour ces derniers il s’agissait de
faire disparaître une enclave chrétienne en terre d’islam et de faire reculer une frontière
avancée de la chrétienté, qui était là depuis deux siècles30. Dorénavant et jusqu’au début du
28
J.B.Vilar, 1995, pp.169-174.
B.ROY, « Deux documents inédits sur l’expédition algérienne de 1628 (1037h) contre les Tunisiens », in Revue
Tunisienne, n°122, 1917, pp.183-204
30
S.BOUBAKER, 1989 et 1993.
29
213
XIXè siècle Tabarka ne sera plus occupée que ponctuellement par les employés et les agents
de compagnies autorisées par Tunis, parmi eux on trouvera des tabarkins.
Deux siècles de présence hispano génoise à Tabarka ont été effacés. C’est la fin d’une enclave
frontalière sans aucune profondeur territoriale la soutenant ni suffisamment de forces
militaires pour la maintenir. Tabarka n’est pas Gibraltar.
Les Tabarkins : une communauté insulaire et frontalière
D’une garnison à une communauté de pêcheur.
Au XVIè siècle, les premiers occupants de l’île après sa conquête furent en toute logique des
militaires. Une garnison probablement de quelques dizaines de soldats, qui faisait le pendant à
celle d’Annaba forte de 600 soldats, y a été affectée. Tabarka était une tour de guet sur un îlot
vide que l’Espagne occupait pour le soustraire à une éventuelle installation ottomane. Mais la
création de la factorerie dont la principale activité était la pêche du corail changea rapidement
la composition sociale des habitants de l’île. A majorité masculine, le premier groupe
d’habitants se composait de soldats et de pêcheurs. Il se transforma rapidement en une
communauté permanente, où les familles occupaient une place centrale. Celles-ci se
stabilisèrent sur le rocher et inscrivant leur présence dans la durée. Une indication de 158431
nous informe que l’ensemble de la population de l’île était de 1211 habitants. Ils se
répartissaient ainsi : 20 administrateurs, 6 religieux, 65 soldats et officiers, 40 artisans, 280
corailleurs, 50 manœuvres et intermédiaires commerciaux et 750 personnes formant 150
familles. L’origine de cette population était diverse ; il y avait des siciliens, des corses, des
personnes originaires de La Riviera mais très peu d’entre eux étaient de Gênes même. La
croissance démographique de ce groupe allait se heurter à la capacité d’accueil de l’île. Celleci fait 750 mètres de long sur 500 mètres de large, soit une superficie de 16 hectares à peu
près. Il y avait en plus un problème d’eau douce et de fertilité de la terre. On estime qu’au
maximum de son développement l’île n’a pas pu abriter plus de 2000 personnes, c’était son
optimum. Tabarka ne pouvait vivre sans rapports avec la terre ferme et avec la mer pour
satisfaire ses besoins vitaux. Elle était aussi obligée d’évacuer son surplus démographique
vers le continent proche. Les célibataires ne pouvaient se marier qu’avec l’autorisation du
gouverneur de l’île. Les sources signalent l’existence, dès le début du XVIIè siècle, de groupe
de tabarkins à Tunis, Bizerte et Porto Farina32. Il s’agissait de familles mais aussi de
célibataires à la recherche de femmes soit parmi les tabarkines soit parmi les captives
chrétiennes de la course. Cette situation des tabarkins appelle deux remarques. Premièrement,
leur installation hors de l’île n’a été possible que parce que la société de la régence était au
XVIè et au XVIIIè siècles relativement ouverte aux apports démographiques extérieurs
mêmes non musulmans. Plusieurs vagues d’immigrants s’y installèrent et firent souche :
morisques d’Espagne, juifs livournais d’origine ibérique, européens islamisés qu’ils soient
captifs de la course ou non…Deuxièmement, l’essaimage de groupes issus de Tabarka dans
les villes côtières de la régence a été à la fois une nécessité et un moyen pour sauvegarder
l’existence de la communauté mère.
31
32
E.LUXORO, 1977, p.87
A. RIGGIO, p.360 et suiv.
214
Des activités économiques inhérentes à la position frontalière et
nécessaires à la survie de la communauté
Depuis l’installation de la factorerie des Lomellini-Grimaldi et la stabilisation d’une
communauté d’habitants dans l’île, le rôle économique de la place frontalière a changé. A la
pêche du corail s’est ajouté le commerce des céréales et celui du rachat des captifs de la
course. Plus que le Cap Nègre, le comptoir français limitrophe, Tabarka avait des activités
commerciales plus diversifiées qui mettaient en rapport l’économie de la « Tunisie » avec
l’Europe.
La pêche du corail était au départ, en continuité avec les différents comptoirs crées à cet effet
depuis le XIIIè siècle, la principale activité de la compagnie de Tabarka. L’asiento était gagé
sur le corail. Ce produit rapporterait déjà, au Sultan de Tunis, 80 000 ducats de rente annuelle
au XVIè siècle. En 1584, on aurait vendu pour plus de 100 000 ducats de corail tabarkin à
Lisbonne33.
En terme de navigation, Tabarka servait de plus en plus d’escale pour les navires nordiques en
Méditerranée depuis la deuxième moitié du XVIè siècle et au XVIIè siècle. Mais le trafic le
plus important se faisait avec les ports italiens, et des autres villes côtières maghrébines.
Depuis la fin du XVI è siècle et au courant du siècle suivant, la multiplication des disettes
dans l’Europe du sud a permis un grand développement du commerce des céréales à partir de
Tabarka34. Ce commerce nécessitait l’établissement de liens étroits et réguliers avec les tribus
de la région ainsi que les autorités à Tunis. Tabarka jouait le rôle de « marché explosif »
selon l’expression de K.POLANY et C. ARENSBERG35.
Tabarka était aussi depuis 1574 et tout au long du XVIIè siècle une des plaques tournantes du
rachat des captifs de la course entre la régence et l’Europe. Les Lomellini et le gouverneur de
Tabarka servaient d’intermédiaires aussi bien pour les rachats individuels et privés que pour
ceux réalisés par la Rédemption de Gênes36. L’île était considérée comme « terre chrétienne »,
donc synonyme de lieu de sécurité, pour les rachetés européens.
Toutes ces activités et ces échanges faisaient de Tabarka une place relais dans les circuits
financiers entre la régence et l’Europe et des Tabarkins des intermédiaires et des passeurs
entre deux mondes. Leur existence et leur prospérité, étaient générées par leur position
frontalière.
Une communauté dotées d’institutions adaptées à sa position frontalière
La fonction militaire et celle de factorerie ont marqué les institutions de l’île. Comme la plus
part des comptoirs européens installés de par le monde par les compagnies de l’époque,
Tabarka avait à sa tête un gouverneur omnipotent. Il avait le pouvoir militaire et judiciaire sur
les habitants de l’île et ses ressortissants dans la régence. Depuis 1542, il semble que les
gouverneurs étaient tous des génois nommés par les familles propriétaires de la compagnie.
La liste des gouverneurs dont on dispose depuis la fin du XVIè siècle le prouve. Le
gouverneur de Tabarka devait prêter une double allégeance, aux Lomellini en appliquant la
juridiction de la république ligure et au Roi d’Espagne qui avait toujours la haute main sur
l’île. Jusqu’en 1676, le gouverneur de Tabarka jouait le rôle de consul génois auprès de
Tunis ; et quand la république a eu un consul attitré il était souvent d’origine ou proche des
33
J.B VILAR, 1995, p.166 ; E.LUXORO,1977, p.85, d’après les archives vénitiennes.
S.BOUBAKER, 1987, p.181 ; M. CORRALES, Commercio de Cataluna con el Mediterraneo musulman (siglos XVIXVIII). El comercio con los « enemigos de la fe », Barcelone, 2001, pp.582 et suiv.
35
C.ARENSBERG, K.POLANYI, Les systèmes économiques dans l’histoire et la théorie, Paris, 1975, pp.207-213.
36
P. GRANDCHAMP, La France en Tunisie au XVIIè siècle :inventaire des archives du consulat de France à Tunis de 15821705, Tunis, 1920-1930, 10 vol, t.2, du 4 janvier 1607…; J.PIGNON, 1979
34
215
Lomellini. Le gouverneur était secondé par une centaine d’agents civils et militaires. Ce sont
eux qui géraient les magasins de stockage de l’île et le trafic du port…
Deux autres institutions d’encadrement de la population tabarkine existaient sur l’île, l’hôpital
et l’église. Cet édifice achevé au XVIIe siècle pouvait contenir près d’un millier de
personnes. L’évêque de Tabarka dépendait hiérarchiquement du Vicaire apostolique de Tunis
mais aussi des autorités ecclésiastiques de Gênes37.
L’éclatement de la communauté de Tabarka et la naissance de l’identité tabarkine
Les vingt années qui ont emporté la Tabarka génoise et fragmenté sa
communauté : 1737-1756
Au début du XVIIIè siècle, en plus des problèmes de souverainetés, qu’on a évoqué plus
haut, Tabarka affrontait deux problèmes majeurs. Il semble en premier lieu que la compagnie
des Lomellini ne soit plus rentable et que la famille elle même était désireuse de vendre l’île.
En second lieu, et probablement en rapport avec les difficultés évoquées, l’île semblait ne plus
pouvoir assurer des revenus pour tous ses habitants qui avoisinaient les 2000 personnes.
L’éclatement de la communauté s’est fait en quatre temps :
*Le projet d’émigration d’une partie de la population de Tabarka était envisagé. Ceci a
coïncidé avec le désir de la maison de Savoie de peupler certaines îles désertes au sud de la
Sardaigne qui servaient de points d’appui pour les corsaires. Des négociations eurent lieu
entre les deux parties et aboutirent au projet de l’installation de 118 familles soit plus de 400
personnes dans l’île de Saint Pierre38. Le premier départ eu lieu en 1738. Ce fut aussi l’année
de fondation de Carloforte, première ville tabarkine hors de la terre des origines.
*En 1739, après ce premier départ et au moment où Tunis avait eu vent des tractations
pour la vente de l’île à la compagnie d’Afrique, les autorités de la Régence décidèrent le
blocus terrestre et maritime de Tabarka. Cette opération s’est faite au moment où 128
corailleurs étaient en mer. Ils ne purent jamais rejoindre leurs familles et se réfugièrent au
comptoir français de La Calle. La plus part d’entre eux finirent par rejoindre Carloforte après
1741.
*Le 19 juin 1741, le bey de Tunis s’empara de l’île par la force, démolissant toutes les
installations qui auraient pu permettre sa réoccupation. Huit cents personnes ont été capturées
et transférées à la capitale. Sur ce groupe, 127 personnes furent rachetées et rejoignirent
Carloforte entre 1751 et 1753.
*La dernière phase de l’éclatement de la communauté tabarkine a eu lieu à la faveur de la
guerre entre Tunis et Alger en 1756. En repartant, les troupes algériennes s’emparèrent de
près de 400 personnes et les amenèrent à Alger. Ce groupe a été racheté par la monarchie
espagnole entre 1761 et 1769. En 1770, 311 personnes furent installées à la Nueva Tabarka en
face d’Alicante (68 familles et 32 célibataires). Entre le départ de Tunis et l’arrivée à Alicante
le groupe a perdu une centaine de personnes pour cause de maladies en plus des 17 filles et 5
garçons restés à Alger.
37
38
E.LUXORO, 1977, pp.75-89.
Achivio di Stato di Cagliari
216
Ainsi, à partir de 1770 on peut parler de communauté tabarkine tricéphale : à Tunis, à
Carloforte et à la Nueva Tabarka39.
Les tabarkins à Tunis à la recherche d’un nouveau statut, de nouvelles
protections
A partir du milieu du XVIIIè siècle les différentes communautés originaires de
Tabarka, connurent à la fois des destins particuliers mais aussi des évolutions croisées; leur
survie dépendait beaucoup de leurs soutiens les unes aux autres. Transplantés à Tunis en
1741, après deux siècles passés leur île, quel est le nouveau statut des Tabarkins40?
Pour les autorités de Tunis les personnes capturées à Tabarka, étaient des prisonniers
de guerre. La stratégie des Puissances de la régence était de les utiliser comme monnaie
d’échange pour libérer les captifs de la course chrétienne détenus en Europe. Mais après deux
opérations de rachat, les autorités génoises ne montraient plus beaucoup d’empressement à
payer la rançon des tabarkins. On le sait, les rachats de captifs étaient réalisés en grande partie
par les individus eux-mêmes. Ils payaient leurs rançons, en liquidant des biens se trouvant
dans leurs propres pays, ou en faisant à leurs familles en Europe pour effectuer les mêmes
taches ou en leur prêtant de l’argent. Comme les tabarkins n’avaient plus beaucoup d’ancrage
en Europe, ils n’avaient que peu de chances d’être rachetés. Ainsi en dehors de ceux
embarqués par les troupes algériennes en 1756, ils décidèrent à rester dans la régence.
Pendant plusieurs années le bey leur garantissait le logement et payait une partie de leurs
besoins : bois, huile…En fait il les considérait de plus en plus comme des dhimmis,
« protégés », à l’instar des autres non musulmans dans le pays, ne relevant d’aucune
souveraineté européenne. En perdant leur territoire les Tabarkins n’avaient plus leur
protection politique hispano génoise. Ils étaient désormais de l’autre côté de la frontière. Ils ne
sont plus à la frontière des deux mondes mais une minorité chrétienne en terre musulmane.
Cette décision de rester à Tunis, a eu des conséquences importantes sur la
communauté tabarkine. D’abord, certain de ses membres s’islamisèrent sans perdre contact
avec le groupe d’origine. Dans les sources locales ils sont toujours identifiés comme
tabarkins. D’autres tout en restant chrétiens, entrèrent au service du bey, en tant que fermiers
ou d’agents: ainsi par exemple en 1743 nous trouvons Bastiano le tabarkin fermier de la
fabrication des vins et alcools à Tunis; en 1764 Gozzo le tabarkin est devenu médecin du bey.
Le service du beylik représentait pour certains Tabarkins, une source de revenu et un moyen
de se protéger. Plusieurs familles peuvent être considérées comme makhzéniennes, et le
restèrent plus d’un siècle. Une des plus connues est celle des Bogo. Elle avait fourni des
Gouverneurs à Tabarka au XVII è siècle et les premiers consuls génois à Tunis. Mais jusqu’au
XIXè siècle, des Bogo étaient au service du bey. Les tabarkins s’autochtonisent donc, à
Tunis. Par ailleurs, d’autres membres de cette communauté cherchèrent à occuper le rôle
d’intermédiaires entre les marchands européens de Tunis et la société locale. Ils mirent ainsi,
à profit leurs connaissances linguistiques, leurs liens avec les marchés italiens en en
particulier, ainsi que leur acclimatation aux conditions et aux usages du pays. Il s’agissait
pour eux de développer une nouvelle fonctionnalité adaptée à leur nouveau statut.
Pendant toute la fin du XVIIIè siècle et au début du siècle suivant, les tabarkins de
Tunis réussirent bien dans ce rôle d’entre deux. Ils se sont placés eux mêmes sur une
nouvelle frontière, celle de vivre et de travailler entre la majorité musulmane de la régence et
le microcosme international des nations européennes tout en maintenant des liens forts avec
39
S.BOUBAKER, 1993, pp.17-29; J.B. VILAR, 1995, pp.. 174 -177.
Une étude comparée de l’évolution de ces trois communautés serait d’un grand intérêt, mais elle n’est pas à notre portée
aujourd’hui. Nous focaliserons le regard sur les Tabarkins de Tunis et autant que possible sur ceux de étude
40
217
les carlofortains. Cette nouvelle position, a permis aux tabarkins de surmonter en partie leur
marginalisation et d’être considérés, pendant un temps, positivement par les nations
européennes. Mais cette appréciation va changer vers les années trente du XIXè siècle. En
1829 le consul général de Sardaigne à Tunis nous livre le jugement suivant sur les tabarkins :
« à propos de la population de Tunis… il y a deux milles Chrétiens…c’est la classe la plus
dangereuse, celle qui cause le plus de mal aux Européens…La majeure partie de ces gens
sont appelés Tabarquins, en raison qu’ils sont descendants de ces habitants chrétiens de
Tabarque… les Tabarquins partagent avec les Juifs l’espionnage et le droit de calomnie, ils
figurent dans toutes les intrigues. »41. Deux remarques attirent l’attention dans ce jugement.
En premier lieu, alors que les tabarkins de Carloforte relevaient de la souveraineté du roi de
Piémont Sardaigne, le consul sarde considère ceux de Tunis comme des autochtones relevant
de la souveraineté du bey. En deuxième lieu, les Tabarkins ne rendaient plus service aux
nations européennes ; celles ci voyaient en la présence de ces intermédiaires puissants, une
gêne pour leurs intérêts. Il est vrai que nous sommes à un moment où le développement des
nationalismes en Europe et le début de l’expansion coloniale ont transformé la vision que les
pays européens avaient des « protégés » et des « minorités » qui leur servaient de relais dans
le monde ottoman. Les tabarkins étaient rejetés au delà des frontières européennes.
Stratégies de la préservation du groupe
Ainsi la « crispation nationale européenne » d’un côté et l’impossibilité de fusion dans la
société tunisienne de l’autre, ont poussé les tabarkins à concevoir d’autres stratégies
individuelles et familiales pour préserver l’existence de leur communauté.
A titre d’exemple, suivons le cas des Gandolphe42. Famille tabarkine d’origine génoise,
les Gandolphe habitaient l’île depuis le XVII siècle au moins. En 1738, avec la première
émigration vers Carloforte, une partie de la famille a quitté Tabarka et une autre fut
transplantée à Tunis en 1741. Lors des négociations pour la libération des captifs, le roi de
Sardaigne a envoyé à Tunis, Antonio Maria Gandolphe qui y avait des parents proches, pour
mener les transactions. A.M.Gandolphe meurt à Tunis en 1761. Il était né à Tabarka où il
s’était marié avec Maddalena de Tabarka morte à son tour à Tunis en 1776. Ils avaient eu
trois enfants: Nicola-Antonio né à Carloforte en 1738 mort en 1800, Pasquale (plus connu
comme Pasqualino) né à Tunis en 1740, mort dans la même ville en 1781 et Antonia Maria
née à Tunis en 1744. Cette première photographie de la famille montre que les tabarkins
avaient dès 1738, gardé cette double appartenance sarde et tunisoise. Au delà des frontières,
les liens matrimoniaux fréquents, les allers retours ainsi que les intérêts économiques sont
restés très étroits entre les deux branches de la communauté. Les trois enfants
d’A.M.Gandolphe ont poursuivi la même stratégie que leurs parents.
* Nicolo Antonio, s’est marié avec Anna Maria Grosso à Carloforte. Ils ont eu quatre enfants
tous nés à Carloforte : Giacomo Antonio, mort à Sousse en 1785; Maria Catherina , morte à
Tabarka en 1785 ; Salvatore emporté comme les autres à Tunis par la peste de 1785 et en fin
Pietro décédé à Tunis en 1790.
* Pasquale, s’est marié en 1765 à Marseille avec une française, Maria Fouque. Ils ont
engendré quatre garçons et trois filles, tous nés à Tunis. Parmi cette descendance les deux
garçons, Antonio et Salvatore second, ont convolé en noce avec des tabarkines, et les deux
41
A. GALLICO, Tunis et les consuls Sardes (1816-1834), Beyrouth, 1992, pp.264-265
A.M. PLANEL, De la nation à la colonie. La communauté française de Tunisie au XIX è siècle (d’après les archives civiles
et notariées du consulat général de France à Tunis, Thèse, EHESS, Paris, 2000, Dr ; L. Valensi, 3 vol., t.2, pp.254-262, t.3,
pp.711-713, 727-729.
42
218
filles Maria Nicoletta et Maria Maddalena ce sont mariées avec des aubergistes français
installés à Tunis.
* Antonia Maria s’est mariée en 1764 avec Jay Lieutier, un négociant français.
On peut encore suivre cette famille sur deux générations et retrouver la même
stratégie d’alliances ; où les femmes tabarkines jouent un rôle clé dans la reproduction du
groupe et le maintien du lien social. Le croisement d’alliances avec les sujets français assure
une autre voie de promotion et de protection. En 1781 un Gandolphe est devenu « protégé »
français. Pour conserver ce privilège à l’époque de l’Empire, la famille jouera sur ses origines
génoises. Parallèlement, les Gandolphe, à l’image des autres tabarkins de Tunis n’ont jamais
renoncé à leur obédience à l’égard du makhzen, à leur attachement au sol de la régence et à
Tabarka, aux quels ils doivent en partie leur survie économique. En revenant à Tunis en 1751,
A.M. Gandolphe avait obtenu du bey, pour ses fils, la charge de « pourvoyeur de la nation
française à Tunis », moyennant une redevance annuelle de 30 000 piastres. Ce privilège
impliquait aussi la fourniture des gréements nécessaires à tous les navires de commerce ou de
guerre français, venus à Tunis, en amis. Les descendants de la famille ont conservé cette
charge jusqu’en 1870. Un autre fait va sceller ce lien makhzenien. En 1781, Pasqualino a été
tué à Tunis par un sujet du bey. Le souverain ayant reconnu qu’un crime non justifié fut
commis, avait accordé aux descendants de la victime une indemnité qui leur a été versée
jusqu’en 1855.
Au milieu du XIXè siècle les Gandolphe et leurs alliés, se désintéressent
progressivement des affaires du makhzen pour s’occuper de secteurs en rapport avec la
marine à vapeur à La Goulette. Ils sont de plus en plus associés au commerce des marchands
marseillais à Tunis et dans le Levant ; et dans les années 1870 ils sont impliqués dans les
affaires financières entre les banques européennes et le beylik. En parallèle, d’autres membres
de la famille ont gardé le secteur de l’hôtellerie comme terrain privilégié de leurs activités. De
plus en plus liés aux intérêts français l’élite des tabarkins de Tunis se trouve à nouveau de
l’autre côté de la frontière, c'est-à-dire du côté européen.
Le cas de figure des Gandolphe est peut être exemplaire, mais il n’est pas unique. On
pourrait développer celui des Saccomano ou des Bogo pour retrouver à quelques variantes
prêt la même stratégie aussi bien au niveau des individus que des familles et donc de la
communauté.
La lecture de l’itinéraire de certaines familles et de quelques individus ainsi que
l’observation des comportements collectifs des tabarkins nous font toucher de près les choix
sociaux et politiques faits pour éviter la dislocation de la communauté tabarkine et de sa
pérennité.
Peut on parler d’identité tabarkine ?
Ce que les tabarkins ont vécu spontanément au fil des années pendant deux siècles, est
devenu après 1741 et jusqu’à nos jours une revendication consciente : leur identité. D’ailleurs
depuis la destruction du comptoir les sources ne les appellent plus les « génois de Tabarka »
ou les « habitants de Tabarka » mais tout simplement les Tabarkins. La référence au sol perdu
est devenue une identité. Par ailleurs, les hasards de la vie ou les choix, individuels et
collectifs des Tabarkins, ont crée chez ces derniers une frontière culturelle et mentale qui a
servi de ciment à la communauté comme une sorte de réponse à l’éclatement géographique et
à la multiplicité des souverainetés politiques dont relevaient ses membres.
219
L’identité tabarkine s’est construite sur le souvenir de deux siècles passés sur un rocher,
mais surtout autour des malheurs subits. Le départ de 1738 et l’évacuation de1741 ont été
vécus comme deux tournants qui ont à la fois permis la survie de la communauté mais aussi
causé son implosion et son déracinement. Alors que la capture des habitants de Carloforte par
les corsaires de Tunis en 1798 et leur installation forcée dans la régence pendant quelques
années, a été perçue par les tabarkins en général et ceux de Carloforte en particulier, comme
une grande injustice traumatisante qui a renforcé le sentiment de persécution. Cet événement
est commémoré, encore aujourd’hui par les carlofortais. Au mois de juin de chaque année on
célèbre l’arrivée de la vierge « dello schiavo », vierge noire rapportée de Tabarka en 1738 et
qui orne toujours l’autel de l’église de la ville. La commémoration insiste sur la « réduction en
esclavage » et son caractère intolérable pour cette communauté qui se considère toujours
comme exilée de Tabarka. Le nombre des Tabarkins installés aujourd’hui à Tunis, étant
extrêmement réduit, c’est à Carloforte que cette identité, farouchement insulaire, continue à
se manifester à travers toute une série de traits culturels et sociaux. La langue tabarkine,
toujours parlée, est un mélange de ligure, de provençal avec quelques mots d’arabe. Dans le
domaine culinaire le principal plat est le « kechkech » (coucous) blanc, cuit à la mode des
campagnes du nord ouest tunisien, préparé à la vapeur de légumes ou de viande, mais sans
sauce tomate. Le thon, dont la pêche fait partie des activités majeures de la ville caroline fait
partie des mets courants. Il est encore de mise d’offrir un voile de mariée rouge, comme celui
des tribus qui entouraient Tabarka. Certains carlofortais se plaisent encore à raconter que
jusqu’aux années cinquante du vingtième siècle, les candidats au mariage allaient par barque
chercher une partie de leurs trousseaux et meubles à Tabarka. Le travail du corail reste par
ailleurs une des particularités de l’île de Saint Pierre. En fin les enjeux politiques des élections
actuelles ne manquent jamais de traduire par les clivages ou parfois les rassemblements, le
souci de sauvegarder l’identité tabarkine dans la Sardaigne actuelle.
« Des frontières persistent en dépit des flux de personnes qui les franchissent »43 selon
F.BARTH; on serait tenté d’inverser le raisonnement à propos de Tabarka, en disant que la
communauté se maintient, en dépit des changements de frontières et de souverainetés. Mais
cela veut il dire pour autant que la frontière a disparu ? Vivre à la frontière c’est un état
d’esprit, un rapport particulier à l’espace et au territoire, encore plus quand il s’agit
d’insularité doublée de particularisme religieux. Les hommes des frontières se considèrent
toujours comme différents et toute velléité d’attraction/domination à leur égard les repousse
de l’autre côté de la frontière, quitte à en créer de nouvelles.
43
F. BARTH, « Les groupes ethniques et leurs frontières », in Théories de l’ethnicité, Paris, 1995, p.204, cité par
A.BROGINI, Malte, frontière de chrétienté (1530-1670), Rome, 2006, p.1.
220
La liquidación de las fronteras religiosas en una sociedad fronteriza: de la Valencia
mudéjar a la Valencia sin moriscos. ____________________________________________ 1
Rafael Benítez, Universidad de Valencia____________________________________________________ 1
Pervivencia del mudejarismo en la época de Fernando el Católico_______________________ 2
Desaparición jurídica de la frontera religiosa y su conversión en una frontera de facto _____ 3
Liquidación de la tolerancia y constitución de una frontera política interna_______________ 6
Liquidación de la sociedad multicultural____________________________________________ 9
Une société frontalière et des institutions en conflit. Malte à l’époque moderne (XVI°XVII° s.) _________________________________________________________________ 11
Anne Brogini (Université de Nice) _______________________________________________________ 11
I – LES INSTITUTIONS RELIGIEUSES, FACETTES DE LA FRONTIÈRE MALTAISE 11
II – DES RIVALITÉS DE POUVOIR AUX TENSIONS SOCIALES ___________________ 17
Monarquía, guerras locales y relaciones de fuerza transfronteriza en el Pirineo navarro: el
origen del conflicto de los Alduides* ___________________________________________ 25
Fernando CHAVARRÍA MÚGICA, IUE/EUI, Florencia ______________________________________ 25
INSTITUCIONES MILITARES Y EQUILIBRIOS LOCALES: IMPLICACIONES
POLÍTICAS Y SOCIALES DE LAS MILICIAS _________________________________ 39
DE LOS REINOS DE NÁPOLES Y DE SICILIA _______________________________ 39
V. Favarò - G. Sabatini _____________________________________________________ 39
Introducción __________________________________________________________________ 39
La Nuova Milizia del Reino de Sicilia ______________________________________________ 41
La Milizia del battaglione en la Nápoles española____________________________________ 46
De las fronteras de la comunidad a las fronteras de la nación: construcción de identidades
y de exclusiones en la vieja Europa. ___________________________________________ 51
José María Imízcoz Beunza, Universidad del País Vasco ______________________________________ 51
I. Las fronteras de la comunidad vecinal ___________________________________________ 52
II. Las fronteras de la comunidad en el reino de Navarra y en la Monarquía católica ______ 58
III. De las fronteras de la comunidad a las fronteras de la nación. ______________________ 60
Frontière et frontières dans le « Cautiverio Feliz » de Francisco de Pineda y Bascuñan
(Chili austral au XVIIe siècle ________________________________________________ 63
Jean-Paul Zúñiga, EHESS ______________________________________________________________ 63
Vivir en el campo de Marte, Población e identidad en la frontera entre Francia y los Países
Bajos, (siglos XVI-XVII) ____________________________________________________ 71
J.J. Rui Ibanez _______________________________________________________________________ 71
1- Tiempo y espacio. ___________________________________________________________ 72
2- Las formas y los espacios de la guerra. __________________________________________ 76
3- Vivir en, pese y de la frontera. _________________________________________________ 82
4- Identidades y religión. ________________________________________________________ 84
5- Conclusiones. _______________________________________________________________ 88
221
El juez y el cautivo. Conflicto cultural a través de los interregatorios a los excautivos de
argel en el siglo XVI _______________________________________________________ 90
Juan Francisco Pardo Molero, Universitat de València ________________________________________ 90
Interrogatorios ________________________________________________________________ 91
Las defensas de Argel __________________________________________________________ 92
The White Cobra was right. Venturas y desventuras del corso_________________________ 98
Identidades en el relato ________________________________________________________ 101
La frontière rapprochée : conflits au sein de la société vénitienne au temps de la ligue de
Cambrai (1508-1516) ______________________________________________________ 103
Claire Judde de Larivière, Birkbeck College, University of London, Framespa ____________________ 103
La frontière vénitienne_____________________________________________________ 104
La ligue de Cambrai : le rapprochement de frontière ____________________________ 106
Conflits et tensions au sein de la société vénitienne ______________________________ 108
Le lien social _________________________________________________________________ 116
L’usage rituel de la Jurema (chez les indigènes du Brésil) et les dynamiques de la frontière
coloniale du Nordeste au XVIIIe siècle. _______________________________________ 118
Guilherme Medeiros, Universidade Federal do Vale do São Francisco (Brésil), Université Blaise Pascal –
Clermont-Ferrand II (France), Centre d’Histoire « Espaces et Cultures »_________________________ 118
Les espaces et les dynamiques culturelles à la période coloniale _______________________ 119
Les frontières coloniales et les peuples autochtones du Nordeste aux XVIe et XVIIe siècles 121
L’apparition de l’usage de la Jurema dans une source coloniale ______________________ 126
Relatos de frontera: Alexander Jardine en España y Berbería (1788)._______________ 134
Mónica Bolufer (Universitat de València) _________________________________________________ 134
Entre “bárbaros” y “civilizados”: “despotismo” y conflicto en Marruecos. _____________ 137
En los límites de Europa: las reflexiones sobre España.______________________________ 141
¿Frontera nítida o gradación? __________________________________________________ 144
Effacer la limite ? Les enjeux sociaux de la « fronde avignonnaise » au milieu du XVIIe
siècle ___________________________________________________________________ 147
Patrick Fournier, Université Blaise Pascal de Clermont-Ferrand / Centre d’Histoire « Espaces et Cultures »
__________________________________________________________________________________ 147
1. Entre les lys et les clés : le regard classique de l’historiographie_____________________ 148
2. Liens avec la Provence et intégration dans le royaume ____________________________ 152
3. Un « parti » italien contre un « parti » français : les faux-semblants d’une opposition
complexe ____________________________________________________________________ 155
Conquista e integración: Los debates entorno a la inserción territorial y social (MadridMéxico, siglo XVIII). ______________________________________________________ 161
Tamar Herzog ______________________________________________________________________ 161
Les frontières de l’institution. Communauté et conflits dans l’armée espagnole au XVIIIe
siècle ___________________________________________________________________ 185
Thomas Glesener _____________________________________________________________ 185
Université de Liège/Université Toulouse-le Mirail, FRAMESPA ______________________ 185
1. Les communautés étrangères : une histoire à part ? ______________________________ 186
222
2. Frontière juridique, frontière ethnique _________________________________________ 188
3. Conflit interne et crise d’identité ______________________________________________ 193
4. Conclusions :_______________________________________________________________ 198
Brésil : Les nouvelles frontières du religieux ___________________________________ 201
Par Richard Marin____________________________________________________________ 201
La recomposition des frontières internes du champ religieux _________________________ 201
La fin du quasi monopole catholique _____________________________________________________ 201
La croissance pentecôtiste _____________________________________________________________ 201
L’émergence du néo-pentecôtisme ______________________________________________________ 202
Le déplacement des frontières entre religion et politique ____________________________ 203
La conférence épiscopale : un acteur moins déterminant de la scène politique ____________________ 204
Le nouvel acteur pentecôtiste ___________________________________________________ 205
Conclusion _________________________________________________________________________ 209
Les Tabarkins : une communauté de frontières _________________________________ 211
Sadok BOUBAKER ___________________________________________________________ 211
Université de Tunis ___________________________________________________________ 211
L’îlot de Tabarka : une place frontalière convoitée par la monarchie espagnole d’un côté,
l’Empire ottoman et ses provinces de l’autre. _____________________________________ 212
A) Tabarka et les souverainetés européennes : _____________________________________________ 212
B) Le statut de Tabarka au regard des régences maghrébines : Alger et Tunis._____________________ 213
Les Tabarkins : une communauté insulaire et frontalière ____________________________ 214
D’une garnison à une communauté de pêcheur. ____________________________________________ 214
Des activités économiques inhérentes à la position frontalière et nécessaires à la survie de la communauté
__________________________________________________________________________________ 215
Une communauté dotées d’institutions adaptées à sa position frontalière _________________________ 215
L’éclatement de la communauté de Tabarka et la naissance de l’identité tabarkine ______ 216
Les vingt années qui ont emporté la Tabarka génoise et fragmenté sa communauté : 1737-1756_______
Les tabarkins à Tunis à la recherche d’un nouveau statut, de nouvelles protections ________________
Stratégies de la préservation du groupe ___________________________________________________
Peut on parler d’identité tabarkine ? _____________________________________________________
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223

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