Rafael Benítez, Universidad de Valencia
Transcripción
Rafael Benítez, Universidad de Valencia
La liquidación de las fronteras religiosas en una sociedad fronteriza: de la Valencia mudéjar a la Valencia sin moriscos. Rafael Benítez, Universidad de Valencia La sociedad valenciana durante el siglo XVI estaba no sólo situada en la frontera de civilización que separaba al mundo cristiano del islámico, sino atravesada por esa misma frontera. Hace 50 años aparecía la primera parte del trabajo de Tulio Halperin Donghi que llevaba el título significativo de “Un conflicto nacional: moriscos y cristianos viejos en Valencia”. En el propio título se destacaba como característica principal de la sociedad valenciana el conflicto entre las dos comunidades que la integraban: la cristiano vieja y la de raíz islámica. Esta idea del conflicto de civilizaciones ha tenido una larga estela de trabajos que señalan la radical pertenencia de los moriscos al mundo islámico y su rechazo no sólo del cristianismo sino de lo español en sentido amplio; su adscripción, en definitiva, a un universo hostil en el conflicto entre la Monarquía Hispánica y el Imperio Otomano y sus aliados y dependientes norteafricanos. Otras investigaciones, en particular las de Raphaël Carrasco, han buscado desentrañar los mecanismos de articulación de la solidaridad en el seno de la comunidad morisca, poniendo de manifiesto la importancia del papel religioso de las elites sociales para conservar la cohesión del grupo minoritario frente a la represión. Sin embargo, y en cuanto a la postura de la sociedad cristiano vieja en relación a los moriscos, es conocida desde antiguo la protección que los señores otorgaron a sus vasallos moriscos frente la presión aculturadora y la represión inquisitorial. La radical oposición entre ambas comunidades quedaba así matizada y se apuntaban nexos de colaboración entre las sociedades teóricamente enfrentadas. El propio Halperin Donghi lo señaló al recalcar que “la cabeza de la sociedad morisca está formada por una asociación de cristianos viejos y nuevos, dirigida, en última instancia, por cristianos viejos”. Y al concluir, a continuación, que “el destino de la nación morisca valenciana, luego de tres siglos de convivencia, no podía separarse ya – pese a todas las aversiones y los conflictos – del de los grupos más influyentes en la Valencia cristiana”. Además, en el último decenio se ha insistido en las manifestaciones de coexistencia e incluso colaboración entre miembros de ambas comunidades, sobre todo en los aspectos de la vida cotidiana. Lo que planteo es el estudio del proceso de cambio de un sociedad multicultural como la valenciana a fines del siglo XV, en una sociedad “uniformizada” a principios del siglo XVII. Un proceso extendido en la larga duración pasa por diversas fases evolutivas: en un primer momento, que coincide en líneas básicas con el periodo 1520-1560, se produce la desaparición jurídica de la frontera religiosa y su transformación en una frontera de facto, debido a la inicial permisividad ante el mantenimiento del islamismo morisco. En una fase ulterior se presiona a fondo para que la fractura religiosa quede oculta – sin llegar, evidentemente, a desaparecer – pero al tiempo se refuerza la frontera política entre ambas comunidades, y se resquebraja la alianza tradicional entre moriscos y señores que había sido un vínculo fundamental en la articulación social valenciana. Finalmente, se elimina la frontera interior, tanto religiosa – que ni siquiera de forma subterránea era tolerable para la Iglesia española – como política expulsando a una comunidad que se considera vinculada a los enemigos exteriores de la Monarquía. El estudio tratará de precisar, por una parte, la interacción entre las directrices políticas del gobierno de la Monarquía y los intereses de las fuerzas vivas del Reino de Valencia. Por otra, las tensiones que los intentos de acabar primero con la diferencia religiosa y después también 1 con la política producen en la sociedad valenciana, tanto entre ambas comunidades como en el interior de cada una de ellas. Mi intención es aportar una visión más compleja y matizada de las relaciones entre ambas comunidades, estudiando en particular de qué forma la visión que se tiene del “otro” y la relación con él – sea cristiano viejo o morisco – provoca divisiones en el seno de cada grupo, y esto desde el momento de la conversión en tiempo de Carlos V hasta la expulsión por Felipe III. Se trata, en definitiva, de plantear la discusión de estas cuestiones: — ¿Cómo se transforma un reino atravesado por fronteras religiosas en otro uniforme religiosamente? — ¿Qué efectos tuvo sobre los consensos internos; qué tensiones generó esta transformación? Pervivencia del mudejarismo en la época de Fernando el Católico Podría pensarse que una sociedad situada en una frontera tan conflictiva y sometida a presión como fue la valenciana del siglo XVI se inclinaría a reforzar su coherencia interna eliminando físicamente a todos aquellos que pusieran en peligro su supervivencia o, al menos, haciéndoles desaparecer como grupo. Integraba éste aproximadamente la tercera parte de la población del Reino de Valencia vinculada al Islam; constituía un apoyo para sus correligionarios del otro lado del Mediterráneo y una amenaza para sus vecinos cristianos viejos. La separación entre ambas comunidades, de base religiosa, tenía además un carácter más amplio: los musulmanes valencianos sometidos al dominio cristiano – designados por la historiografía como mudéjares, y conocidos en la época como agarenos o moros – estaban protegidos por una barrera jurídica – como tantos otros grupos sociales del Antiguo Régimen – configurada por una serie de privilegios reales. La conservación de su estatus dependía, pues, directamente de la voluntad real; a cambio de esta protección, que les garantizaba el mantenimiento de su especificidad cultural, independiente pero siempre subordinada a la dominante cristiana, debían aceptar esta situación de inferioridad y satisfacer, en consecuencia, gravosos pagos y prestaciones. Durante la baja edad media, la Monarquía y los señores les protegían frente a la creciente presión de la Iglesia Romana y frente a las esporádicas manifestaciones de odio popular, pero a costa de un reforzamiento de la serie de prohibiciones que reforzaban la barrera jurídica entre ambas comunidades, y la cohesión del grupo minoritario. Una cuestión conflictiva es la razón por la que Fernando el Católico – Fernando II de Valencia – no aplicó en sus territorios de la Corona de Aragón la decisión tomada y ejecutada en la de Castilla de no permitir la pervivencia de los mudéjares, obligados allí a elegir entre bautizarse o emigrar. Este comportamiento no se justifica por una benevolencia especial del Rey, ya que no había tenido inconveniente ni en decretar la expulsión de los judíos ni en apoyar decididamente la introducción de la nueva Inquisición. Mark Meyerson lo ha explicado por la ausencia de un problema converso entre los mudéjares de la Corona de Aragón – que fue la causa principal de la creación de la Inquisición Española frente a los judeo-conversos y de las expulsiones de judíos y musulmanes que tuvieron lugar entre 1492 y 1502 –. Justamente para evitar la aparición del fenómeno converso, con el pernicioso efecto de la vuelta atrás de los nuevos convertidos bajo las presiones de sus correligionarios, y de la enemistad de los cristianos viejos contra ellos, se negó a aceptar conversiones forzosas en sus territorios y se comprometió solemnemente ante diversas Cortes, y principalmente en las de Monzón de 1510, a no forzar a los moros a bautizarse. Junto con ello había intereses de tipo fiscal y social; el mudéjar rendía más para el fisco y para los señores que el cristiano. Así pues, Fernando el Católico prefirió el mantenimiento de la frontera interna que separaba jurídicamente, con un fundamento religioso pero no sólo sobre él, a cristianos y mudéjares, a 2 pesar de la creciente presión que sus dominios mediterráneos, y en particular el Reino de Valencia, estaban padeciendo por efecto de la expansión del poderío otomano, que se dejó sentir de forma dramática con la ocupación temporal de Otranto; del corso otomano que padecía la costa valenciana desde las bases tunecinas; de los ataques de los piratas berberiscos; de las incursiones de los musulmanes granadinos en el sur del Reino, y de la propia exaltación bélica durante los diez años (1482-92) de la guerra de Granada. Todo ello no le hizo cambiar la política de respeto al estatus mudéjar. Puede plantearse si fue una buena decisión para la cohesión de la sociedad valenciana, ya que, como vamos a ver de inmediato, las tensiones que la atravesaban estallaron de forma dramática poco después, dando al traste con el mudejarismo; pero la Germanía no se dirigía inicial y directamente contra los mudéjares, y el bautismo forzoso de éstos no calmó los ánimos. Desaparición jurídica de la frontera religiosa y su conversión en una frontera de facto En efecto, a la muerte de Fernando el Católico (enero 1616) asume el poder la nueva dinastía austriaca en la persona de su nieto Carlos I. Los inicios de su reinado en Valencia están marcados por la revuelta de la Germanía, levantamiento popular antinobiliario, cuyas reivindicaciones iniciales se dirigen contra los caballeros que controlaban el gobierno ciudadano. Posteriormente el movimiento agermanado se traslada al campo y afecta también a la nobleza territorial, cuyos vasallos eran, en gran medida, mudéjares. Al mismo tiempo se produce una evolución que hace pasar la dirección de la Germanía a manos de elementos radicales y que conduce a una guerra abierta con el ejercito real, configurado en un primer momento fundamentalmente por las tropas señoriales, en cuyas filas militaban buen número de sus vasallos mudéjares. La violencia popular hacia los mudéjares, que había comenzado como una faceta más de la lucha antiseñorial, se generaliza y estalla de forma indiscriminada en vísperas del estallido bélico (mayo de 1521). La participación de los mudéjares en los ejércitos señoriales y la derrota de estos en la batalla de Gandía (25 de julio de 1521), junto con el triunfo de los radicales en el campo agermanado hace que se la dirección agermanda fije como objetivo prioritario el bautismo de los mudéjares. Hay que considerar, no obstante, que éste se realiza como consecuencia de las tensiones internas de sociedad cristiana y que el influjo de la pugna en la frontera mediterránea en la decisión de bautizarles es bastante indirecto. Por una parte, encontramos entre los antecedentes la determinación de las autoridades del Reino de armar al pueblo en 1519, a través de los gremios, para hacer frente a una amenaza berberisca, interesadamente calificada de turca para darle más importancia. Era la alternativa que dichas autoridades prefirieron a la entrada de tropas mercenarias, ya que temían que con su presencia se alteraran los mudéjares. Por otra, hay que señalar la enemistad contra los musulmanes que caracteriza la ideología milenarista de buena parte de los líderes agermanados y que vieron la oportunidad de colaborar activamente al “fin de los tiempos” con la conversión de los moros, para lograr que hubiera un solo rebaño y un solo pastor, y arremetiendo contra los nobles para contribuir a la prometida igualdad social. Es decir, el bautismo se produjo bajo influjos difusos de la pugna con el Islam, propia de la frontera, pero responde a las tensiones de una guerra civil interna. La consecuencia inmediata del bautismo de los mudéjares de amplias zonas, pero no de todo, el Reino de Valencia fue la aparición del temido problema de los neo-conversos y de su vuelta atrás al Islam. Carlos V, convertido ya en Emperador, tuvo que hacer frente a lo que había tratado de evitar Fernando el Católico. Había, no obstante, una cuestión previa, que era juzgar la validez de un bautismo efectuado bajo presión y amenazas de muerte. Las tensiones desencadenadas en el seno de ambas comunidades, cristianos y musulmanes, en este momento fueron enormes. Si durante la Germanía, los líderes de los mudéjares presionados por los 3 agermanados se vieron obligados a recomendar la aceptación del bautismo para evitar mayores males, no sin desgarros ideológicos, tras la derrota de la revuelta, se produjo una vuelta bastante generalizada al Islamismo, bajo la presión de los mudéjares que había escapado del bautismo huyendo a las montañas y ahora regresaban a sus lugares, y también bajo el estímulo de los señores y autoridades cristiano viejas. En efecto, se produjo una reacción de las elites del Reino – señores, clérigos, juristas – contra la validez del bautismo, antes incluso de que la jerarquía eclesiástica se planteara el estudio de la cuestión. Una campaña de opinión difundió entre los bautizados que el sacramento no era válido – acuñando tópicos como el de las escobas y el agua de la acequia con que habría sido impartido – y que, en consecuencia el Papa iba a decretar su invalidez. Algunos, a cambio de dinero, ofrecían remedios para borrar su eficacia: debían lavarse la crisma con lejía y ceniza. En el fondo temían las consecuencias que la liquidación de la barrera religiosa de tipo jurídico podría tener para sus rentas si se producía una igualación de derechos entre los nuevos convertidos y los cristianos viejos. Además, consideraban como traición que un acto violento de los rebeldes, derrotados, fuera dado por bueno por las autoridades. El cambio de actitud de los bautizados causó sorpresa entre sus convecinos cristianos viejos, pero el momento no era propicio a ninguna manifestación que pudiera ser considerada de apoyo a la actuación de los agermanados, sometidos por entonces a represión. También entre las familias y la colectividad musulmana existieron tensiones por la negativa de alguno de sus integrantes de abandonar la nueva religión. El fenómeno de la vuelta atrás fue, sin embargo, general y causó la irritación de la Inquisición. Carlos V tuvo que enfrentarse por tanto, al problema que los agermanados habían creado, y lo hizo pronto y con decisión, al aceptar la propuesta que Gattinara le presentó en Pamplona en el invierno de 1523-24. Para atraer la ayuda de Dios hacia sus objetivos no debía permitir, por ningún interés particular, que los moros permanecieran en sus reinos; debían convertirse o ser expulsados. La medida apuntaba de forma explícita a los valencianos. Carlos, a pesar de las dificultades señaladas por sus consejeros, dio por bueno el plan de actuación trazado por Gattinara. No se trataba, por lo tanto, de una declaración general de intenciones, como la solemnemente pronunciada ante la Dieta de Worms en 1521, carente de aplicación práctica inmediata; aquí había un programa que se va a llevar a cabo sin prisa pero sin pausa hasta alcanzar el objetivo de erradicar la presencia islámica en sus reinos. Al menos en el plano legal. Es decir, la decisión se toma en función de un proyecto ideológico diseñado por el canciller Gattinara y asumido por el Emperador, que no debía aparecer al tiempo como líder de la Cristiandad y señor de vasallos musulmanes; no por consideraciones inmediatas y concretas de política mediterránea. La aplicación práctica de la determinación debía hacerse evitando crear más problemas a los señores valencianos, que eran los vencedores de la guerra civil y el apoyo del Rey. Esto obligó a diseñar un plan que provocara los mínimos cambios en la configuración social del Reino: se hizo todo lo posible para evitar que los mudéjares pudieran optar por la alternativa de la emigración, al menos la legal, al fijar unas condiciones de salida imposibles – por el Norte de España –. Se trataba con ello de salvaguardar la mano de obra señorial. Se consintió, además, en limitar el impacto inmediato del cambio religioso en aspectos de tipo cultural, como era el uso de la lengua, árabe, o del vestido tradicional, sobre todo de las mujeres, dando amplios plazos para su abandono. Se aplicó una política inquisitorial que sin inhibir al Santo Oficio del conocimiento de los delitos de los nuevos convertidos, moderaba su actuación y la limitaba a los más graves. En definitiva, se produjo la desaparición jurídica de la frontera religiosa interna, pero la política de Carlos V va a favorecer el mantenimiento de facto de la separación entre ambas comunidades. La decisión de liquidar el mudejarismo, en lugar de producir más cohesión social, provocó profundo malestar entre las elites del Reino que adoptaron una postura de clara oposición al 4 gobierno de la Monarquía. La opinión de los sectores populares nos es desconocida, pero tampoco era el momento oportuno de manifestarla en medio del enfrentamiento del Rey y el Reino. Debemos distinguir dos momentos: el inicial en que se plantea y desarrolla el plan de Carlos V, con el respaldo de Roma y de la Inquisición – es decir, el breve periodo 1524-26 en que se impone la decisión de convertir a todos los mudéjares de la Corona de Aragón– y el amplio proceso posterior de reacción de los señores y triunfo de sus postulados. La aplicación paulatina del plan del gobierno – primero dar por válidos los bautismos forzados por los agermanados, luego obligar a los así bautizados a vivir como cristianos, posteriormente extender el bautismo a todos los demás – fue provocando, conforme se iba haciendo pública, el rechazo y la resistencia a ultranza de las elites del Reino, incluyendo en un primer momento a los propios servidores del Rey. Sólo bajo amenazas de facilitar la emigración de los que no quisieran convertirse se consiguió alguna obediencia. En cuanto a los directamente afectados, adoptaron tres líneas de actuación: — La sublevación y resistencia armada: limitada a los episodios de Benaguacil y, más importante, de la Sierra de Espadán. Aunque por suerte para el gobierno no afectó a todo el Reino, lo que hubiera creado un gravísimo problema, la campaña de Espadán, donde se habían refugiado gran número de mudéjares del Norte del Reino, duró muchos meses durante 1526 y obligó a la intervención de tropas imperiales de paso para Italia. — La negociación: será una de las posturas más habituales de la minoría en los momentos difíciles. Ahora se efectuó mediante el envío de una representación de doce notables musulmanes a Toledo donde se entrevistaron con Carlos V y con el Inquisidor General, Alonso Manrique, y que culmina con la Concordia de 1526. A cambio de su manifestación de apoyo público a la conversión, se les hicieron varias concesiones que ofrecían garantías de supervivencia de la tradición cultural mudéjar – lengua, vestido – al tiempo que se les daban vagas esperanzas de igualación fiscal y legal con los cristianos viejos. Junto con ello se les respondió de forma ambigua a su petición de inhibición inquisitorial: se les trataría con moderación, pero se perseguirían las manifestaciones claras de Islamismo. — Las huidas allende, es decir, al Norte de África. Será un problema básico en la vida del Reino durante bastantes décadas. Un grave manifestación interna del conflicto fronterizo, que va a pesar en la relación entre ambas comunidades y que va a incidir en la politica de la Monarquía con relación a los moriscos. En cuanto a los señores, utilizando normalmente el recurso institucional de la representación estamental, tanto en la reuniones de Cortes (peticiones de los brazos) como fuera de ellas (juntas de estamentos), se van a oponer de forma tajante y constante a que la Inquisición presione a los moriscos reprimiendo su Islamismo más o menos oculto. La argumentación inicial es que esta presión está provocando las huidas al Norte de África, lo que además refuerza los lazos entre el corsarismo y la minoría; los corsarios vienen en busca de comunidades moriscas que trasladan allende, guiados por los moriscos, y además aprovechan sus incursiones para saquear las localidades costeras y tomar cautivos. Ante esta situación podía esperarse una coordinación de esfuerzos entre la Monarquía y las fuerzas políticas del reino que cohesionara internamente esta y reprimiera con dureza las actividades delictivas de los moriscos. La realidad fue la contraria. Los señores van consiguiendo de Carlos V la limitación de la actividad inquisitorial, primero la no confiscación de los bienes (1533), luego la limitación de las multas (1537), por último (1543) la total inhibición jurisdiccional del Santo Oficio en relación con los moriscos valencianos por un plazo de 16 años. Tampoco se adoptaron medidas policiales de control de la minoría, salvo el frustrado plan de desarme de 1527, anticipo de diversos planteamientos también desechados posteriores. O la organización de la guarda de la costa, una de cuyas tareas era la vigilancia de los movimientos de los moriscos. En efecto, se reiteran las órdenes que les prohiben acercarse a la línea costera, sin que parezcan haber tenido una gran eficacia. 5 Es más, los estamentos llegaron a amenazar con negarse a contribuir en la defensa del Reino frente a la amenaza corsaria, a pesar de lo comprometido en las Cortes, si la Inquisición no aceptaba limitar su actuación contra los moriscos, también acordada en Cortes. En definitiva, frente a la amenaza que suponía la confabulación de los moriscos con los corsarios, alegada reiteradamente por las fuerzas vivas del reino, se responde por la nobleza con una actitud de condescendencia y tolerancia hacia el Islamismo y la huidas allende, obstaculizando las medidas represivas, sean militares o inquisitoriales. Frente a ello, Carlos V adoptó una postura ambigua: mientras seguía defendiendo su papel de cruzado, y organizando expediciones al Norte de África (Tunez 1535, Argel 1541) aceptó las demandas señoriales que significaban la permanencia de facto de la frontera religiosa interna, erradicada en el plano jurídico por las decisiones de 1523-26. Tras el fracaso de Argel y ante la necesidad de atender a los problemas de Alemania, Carlos V acepta las demandas estamentales como medio para apaciguar a señores y moriscos. El estar en primera línea de la frontera frente al turco no sólo no ha conducido a una mayor reacción interna contra la actitud hostil de los moriscos frente al Cristianismo y la Cristiandad, sino que la reacción ha sido la contraria: la nobleza impone al Monarca una política de tolerancia práctica. Liquidación de la tolerancia y constitución de una frontera política interna A mediados del siglo XVI, en medio de la inhibición inquisitorial y bajo una grave presión pirática sobre las costas valencianas, se produce un bombardeo de denuncias sobre los centros de decisión por parte de eclesiásticos de muy diverso tipo, desde el arzobispo de Valencia hasta humildes párrocos, pasando por responsables de órdenes religiosas, contra la pública apostasía morisca. Al tiempo aumenta el temor provocado por sus connivencias con los enemigos exteriores, cuya máxima manifestación puede, tal vez, situarse en el asalto de Dragut a Cullera, a pocos Kms de la capital valenciana, en 1550. La reacción de Felipe II, de regreso a España en 1559, se hizo esperar algún tiempo, pero fue fulminante: el desarme de los moriscos en 1563 rompe con veinte años de discusiones sobre el tema, cuya conveniencia última se venía resaltando pero cuya realización se había desechado por inoportuna desde 1543. Ahora se efectua con decisión y sin sobresaltos, y sin hacer caso de las protestas estamentales. Situaba a los moriscos claramente en la categoría de enemigos internos. Pero era sólo el principio. En las Cortes de 1563-64, los brazos pidieron remedio a la apostasía morisca en forma de mejoras de la instrucción cristiana, con especial atención a la insuficiente red parroquial, y castigo a los que alentasen el Islamismo, incluyendo a algunos señores de moriscos, y la prohibición del árabe. Pretendían, no obstante, que la instrucción y el castigo quedaran en manos de los prelados y no de la Inquisición. Por primera vez desde la Germanía los estamentos propugnan en un marco solemne la necesidad de romper con la tolerancia religiosa que había permitido la pervivencia, de facto, de la frontera religiosa interna. Las tensiones de los años 40 y 50 en la frontera habían conducido a un cambio de postura. El Rey va a ir más lejos: después de conocer las conclusiones de una gran junta de expertos que se celebró en Madrid a fines de 1564, y que se situaban en la línea propuesta por las Cortes valencianas de poner en manos de los prelados las campañas de evangelización y el comienzo de una represión selectiva, Felipe II cambió el rumbo. Revisó personalmente las conclusiones e impuso el control inquisitorial no sólo a la represión de los delitos futuros sino también a la reconciliación con la Iglesia de los moriscos por los pecados pasados. Los prelados quedaban limitados a su tarea pastoral ordinaria. Había acabado la inhibición del Santo Oficio y la represión se puso en marcha, provocando protestas del propio arzobispo de Valencia, Fernando de Loazes. 6 La reacción no se hizo esperar y adoptó nuevas formas: con el consejo de algunos teólogos y juristas, y con el respaldo último de algunos señores como el almirante de Aragón, una parte de las comunidades moriscas se enfrentan a la jerarquía eclesiástica afirmando no ser cristianos por haber sido bautizados a la fuerza. Significaba un replanteamiento radical de la decisión de Carlos V de 1524, dando por buenos los bautismos durante la Germanía. Implicaba volver al mudejarismo. El consenso manifestado en las Cortes para establecer un nuevo marco de relación entre ambas comunidades, o mejor dicho, para imponer a la minoría unas nuevas reglas de comportamiento, había sido desafiado en el choque entre los moriscos de Vall de Uxó y el obispo de Tortosa, en mayo de 1568, cuando aquellos protestaron alegando que no eran cristianos. Evidentemente ni Felipe II ni la Inquisición aceptaron el desafío y reprimieron, con firmeza, aunque con bastante suavidad, el movimiento de protesta. El almirante de Aragón fue procesado por el Santo Oficio, junto con algunos de los líderes de la comunidad morisca, como los influyentes hermanos Abenamir. En esta coyuntura se produjo el levantamiento y guerra de los moriscos del Reino de Granada, que marca un hito histórico en las relaciones entre cristianos viejos y moriscos en España, y en la política morisca de la Monarquía. Durante el trascurso de la guerra de Granada se llevó a cabo en el Reino de Valencia una compleja negociación, a tres bandas, de la Inquisición con los señores por una parte y los moriscos por otra. El objeto de la negociación eran los bienes sometidos a confiscación por el delito de apostasía; los señores pretendían la aplicación de los fueros de las Cortes y del privilegio de Carlos V (1533) que les otorgaban la recuperación del dominio útil de los bienes confiscados; es decir, que les convertía en beneficiarios de las tierras censidas confiscadas a los moriscos, las cuales, una vez recuperadas, podían volver a ceder bajo nuevas condiciones más ventajosas para la economía señorial. Para ello estaban dispuestos a que el Reino en su conjunto pagara una subvención al Santo Oficio. Los moriscos, por su parte, pretendían comprar la benevolencia inquisitorial, compensando al tribunal con una renta, muy superior a la ofrecida por los estamentos, si renunciaba a confiscar los bienes. Finalmente la Inquisición se inclinó por la oferta de los representantes moriscos (Concordia de 1571). Lo que hay que destacar es que las largas negociaciones, influidas por los avatares del conflicto granadino, significaron la ruptura de la estrecha vinculación entre señores y moriscos que había caracterizado la vida del Reino. El fracaso de la protección señorial ante la amenaza inquisitorial; la propia persecución por el Santo Ofico, con el visto bueno del Rey, de los principales señores fautores de la apostasía morisca; la constatación clara de los intereses divergentes de ambos en el problema clave de la confiscación; las mismas divisiones internas en el seno de la minoría que se manifiestan en la negociación y firma de la Concordia de 1571, y la pérdida de influjo de algunos de sus líderes, como sucedió con los Abenamires que alargaron las negociaciones buscando salvar lo más posible de sus bienes sometidos a secuestro inquisitorial... todo ello contibuyó a debilitar enormemente la alianza tradicional señores-moriscos. La guerra de Granada influyó de forma notable en el Reino de Valencia, potenciando la formación de la frontera política entre ambas comunidades. Ya desde la primavera de 1570, en plena guerra, y bajo la amenaza de la próxima campaña de la armada turca contra el Mediterráneo Occidental, comienza a discutirse la conveniencia de deportar a los moriscos valencianos. Al mismo tiempo que se trata en el Consejo de Guerra la necesidad de desterrar a los moriscos de paces, los no alzados, del Reino de Granada para facilitar el fin de la guerra, se oyen voces partidarias de extender la medida a los valencianos y aragoneses. El Vicecanciller del Consejo de Aragón, D. Bernardo de Bolea, conseguirá convencer a Felipe II de que las dificultades que la medida traía consigo y la falta de medios para llevarla a buen término, hacía recomendable no efectuarla y limitarse a tomar las precauciones defensivas 7 habituales. La discusión se reiterará en los años siguientes, con ocasión de la tensión en el Mediterráneo de la década de los 70. Así en el invierno de 1574-75 y, otra vez, en 1576-77 se analizan denuncias de conspiraciones entre los hugonotes franceses y los moriscos aragoneses, por una parte, y los valencianos con los turcos y argelinos, por otra. Lo significativo es el temor en que se vive tras las dificultades para sofocar la sublevación granadina. La Corte estudia con detenimiento y miedo estos avisos; la Inquisición actua policialmente para desentrañar las tramas conspirativas. Finalmente se impone una mezcla de sentido común y de falta de medios, gracias a lo cual se paralizan las propuestas de “meter la tierra adentro” – es decir, de aplicar el modelo granadino de deportación hacia el interior de España – a los moriscos de la Corona de Aragón. La tensión alcanza su culmen en el invierno de 1581-82. Es entonces cuando más adelante se llega en la discusión; cuando las propuestas son más radicales y apuntan ya a la expulsión fuera de España; cuando el respaldo político a la medida parece mayor. El 19 de septiembre de 1582, una junta de altos consejeros reunida en Lisboa y en la que participa el Gran Duque de Alba, propone a Felipe II la expulsión a Berbería de los moriscos valencianos. El Rey rechaza diplomáticamente la propuesta. Se ha producido no sólo un desencuentro entre Felipe II y sus consejeros más inmediatos, sino entre el Rey y el arzobispo D. Juan de Ribera, que había propugnado apasionadamente la medida, y había ganado a su causa al arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga, Inquisidor General y al Consejo de Inquisición. Por su parte, Ribera se había enfrentado a las fuerzas vivas del Reino que: al Virrey, marqués de Aytona, a D. Francisco Gómez de Sandoval, marqués de Denia y futuro duque de Lerma, a los representantes de los moriscos, que reclaman más medios para su instrucción cristiana. El marqués de Denia, además, anuncia grandes perjuicios económicos si se les expulsa. Los estamentos ofrecen, por su parte, un importante subsidio para la defensa del Reino. En conclusión, a pesar de la fase bélica que afecta al Mediterráneo durante la primera parte de su reinado, Felipe II no se decide a acabar con la frontera política que en este periodo se ha constituido en el interior del Reino de Valencia entre moriscos y cristianos viejos. Y no lo hace por lo mismo que su padre había consentido la pervivencia de la frontera religiosa de facto: por miedo a actuar con pocos medios en un ámbito conflictivo. Ya a principios de los 80 la motivación de fondo es otra: los objetivos de la política exterior habían alejado “la gran historia” del ámbito mediterráneo. Las treguas con el Turco habían hecho disminuir el temor del Rey, mejor informado que sus consejeros. En cuanto al Reino de Valencia, se ha tenido que someter a las nuevas directrices impuestas por el Rey que significaban una vuelta, con matices, a la postura inicial de Carlos V: no aceptar la presencia islámica en sus reinos, persiguiendo las manifestaciones de Islamismo por medio de la Inquisición. Pero, en cambio, y a pesar del endurecimiento de la frontera política interna entre ambas comunidades, se había mantenido lo fundamental de la opción del Emperador en favor de conservar en el Reino a la minoría una vez convertida, rechazando las propuestas de expulsión. También se ha mantenido el plan aculturador y evangelizador diseñado en tiempos Carlos V, basado en campañas misionales y de reconciliación con la Iglesia, en cuyo éxito se tenía una desmesurada confianza. Como hemos señalado, la reafirmación del rumbo fijada por Felipe II se realizó a costa de una represión inquisitorial creciente que trató de desmantelar la protección que los señores otorgaban a sus vasallos moriscos, y de doblegar a las elites de la minoría como forma de romper con su resistencia cultural. A cambio, se garantizaba el mantenimiento de la relación social en el campo valenciano, al inclinarse por la opción más conservadora en la disputa sobre los bienes: suprimida la confiscación todo seguía como estaba. 8 Liquidación de la sociedad multicultural Con Felipe III se va a producir la liquidación de esta sociedad multicultural, no por la vía que su padre y abuelo habían pretendido de la aculturación lenta de la comunidad morisca, sino por la radical de la expulsión. La explicación oficial ofrecida por la Monarquía para justificar la decisión se basaba en un supuesto grave peligro en la frontera mediterránea, proveniente de la amenaza de una invasión marroquí de la Península contando con un levantamiento morisco y el apoyo logístico holandés. La razón verdadera apunta no tanto a la tensión en la frontera mediterránea, sino a la marcha de las campañas en el Norte de Europa, y en particular a la necesidad de llegar a una tregua con los rebeldes calvinistas de las Provincias Unidas. En síntesis, el duque de Lerma tuvo que ofrecer una contrapartida a Felipe III y al Consejo de Estado para que aceptaran una tregua, como la de los Doce Años, que significaba una merma en la soberanía real y el abandono de los católicos de las Provincias Unidas. El Rey Católico aceptaba las duras condiciones de los rebeldes heréticos calvinistas... pero al mismo tiempo obtenía un gran triunfo al acabar la Reconquista. Se puso fin, así, a la frontera política que a partir de la guerra de Granada se había ido consolidando. Su propia existencia, aunque fuera en el plano ideológico, podía ser aprovechada para lograr este tipo de triunfos. Una vez más, al igual que en la decisión de Carlos V de no aceptar la pervivencia islámica en 1524, o en la de Felipe II en 1565 de no permitir la práctica pública ni secreta del Islamismo, son las directrices ideológicas de la Casa de Austria las que, más que otra causa, dictan la política morisca valenciana. Hay que señalar que la expulsión produjo poca resistencia, tanto por los señores, en comparación con su actuación en episodios mucho menos trascendentes de épocas anteriores, como de los temidos moriscos, que embarcaron en su mayoría de forma pacífica en los buques de guerra, e incluso pidieron autorización para fletar navíos mercantes. Fue ocasión para que se expresaran manifestaciones de odio popular de los cristianos viejos hacia los moriscos, convertidos en objetivo de robos, extorsiones y expolio; y tambien del temor acumulado por la sociedad cristiano vieja, que se reflejó en las variadas escenas de pánico producidas por rumores infundados. En definitiva, la uniformización de la sociedad valenciana no se debió directamente a su caracter fronterizo, ya que a pesar de la presión producida por el conflicto de civilizaciones que se desarrolló en el Mediterráneo había evitado la ruptura de la coexistencia de ambas comunidades e incluso había facilitado la pervivencia de rasgos culturales, aunque fuera con ajustes dolorosos. Fue una decisión basada en las necesidades estratégicas globales de la Monarquía Católica que utilizó el enfrentamiento de civilizaciones y su proyección en el interior del Reino de Valencia para llevar a cabo una política de prestigio. BIBLIOGRAFÍA BÁSICA: Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría, Madrid, Revista de Occidente, 1978. Tulio Halperin Donghi, Un conflicto nacional. Moriscos y cristianos viejos en Valencia, Valencia, Institució «Alfons el Magnànim», 1980 (1ª edición en 1955-57). Mark D. Meyerson, Els musulmans de València a l'època de Ferran i Isabel, Valencia, Institució «Alfons el Magnànim», 1994 (original inglés de 1991). Juan Francisco Pardo, La defensa del imperio. Carlos V, Valencia y el Mediterráneo, Madrid, 2001. Juan Francisco Pardo, La guerra de Espadán (1526). Una cruzada en la Valencia del Renacimiento, Ayuntamiento de Segorbe, 2001. 9 Rafael Benítez Sánchez-Blanco, Heroicas decisiones. La Monarquía Católica y los moriscos valencianos, Valencia, Institució «Alfons el Magnànim», 2001. Raphaël Carrasco, La monarchie catholique et les morisques (1520-1620), Montpellier, Université Paul-Valerie- Montpellier III, 2005 10 Une société frontalière et des institutions en conflit. Malte à l’époque moderne (XVI°XVII° s.) Anne Brogini (Université de Nice) Aux XVIe et XVIIe siècles, Malte présente la particularité d’être un lieu-frontière exclusivement tenu par des autorités religieuses : un clergé local et deux pouvoirs exogènes (une Inquisition et un ordre militaro-religieux héritier des croisades). En théorie, seul l’Ordre de Saint-Jean de Jérusalem, suzerain de l’île depuis son installation en 1530, possédait un pouvoir politique et décisionnel ; mais dans la réalité, l’ambiguïté même de sa situation (en tant que suzerain, il était également vassal d’une puissance supérieure) devait être à l’origine de tensions et de conflits importants entre ces trois institutions jalouses de leurs prérogatives et soucieuses de définir exactement les limites de leur autorité sur la société d’une île stratégiquement importante puisqu’elle avait acquis la dimension de frontière de la chrétienté. Cette étude s’articule autour de deux grands axes. En premier lieu, une présentation des institutions religieuses, qui incarnaient chacune une facette de la frontière maltaise et semblaient œuvrer de concert à la protection de la société. En second lieu, la perception, sous l’apparent équilibre, des conflits qui les opposaient, fondés sur la revendication, exprimée par chacune, d’incarner à elle-seule une conscience frontalière maltaise qui s’enracinait essentiellement dans la pratique d’un catholicisme vigoureux, manifestation de la différence avec la rive musulmane tellement proche. I – LES INSTITUTIONS RELIGIEUSES, FACETTES DE LA FRONTIÈRE MALTAISE Durant toute l’époque moderne, trois pouvoirs religieux – un endogène (le clergé insulaire) et deux exogènes (l’Ordre de Malte, le Saint-Office) – se partagèrent l’autorité sur l’archipel et contribuèrent à façonner une société originale, porteuse de la dualité paradoxale des frontières, c’est-à-dire à la fois poreuse et résolument hermétique à la différence religieuse. Le clergé et la ferveur religieuse Placé depuis le Moyen Âge sous l’autorité d’un évêque, le clergé insulaire constituait bien l’unique autorité religieuse spécifiquement maltaise. Cependant, les évêques maltais étaient en général originaires d’un autre lieu que Malte : entre 1506 et 1531, c’est-à-dire au moment où l’Ordre prenait en main le destin de son nouveau fief, six évêques étrangers, choisis par le roi d’Espagne parmi les membres du clergé de la péninsule italienne et de Sicile, s’étaient succédés à Malte. Le roi d’Espagne appuyait leur candidature auprès du pape qui les intronisait dans leurs nouvelles fonctions. L’installation de l’Ordre représenta un changement radical dans le quotidien des évêques qui perdirent une partie de leur indépendance en passant sous l’autorité directe du Grand Maître et non plus sous celle du vice-roi de Sicile1. La présence des Hospitaliers modifia également leur mode de recrutement : selon un manuscrit de la Bibliothèque Méjanes d’Aix-en-Provence, les éventuels candidats maltais à la fonction épiscopale seraient désormais choisis au sein du clergé par le Grand Maître2. En réalité, cela 1 - BMA (Bibliothèque Municipale d’Aix-en-Provence), Ms 1094, Relazione sopra l’officio dell’Inquisitore di Malta fatta nel 1662, p.18. 2 - BMA, Ms 1094, Relazione sopra l’officio dell’Inquisitore di Malta..., op. cit., p.17. 11 ne concerna pas grand-monde : au XVIe siècle, tous les évêques furent étrangers et au XVIIe siècle, un seul Maltais fut intronisé évêque, Baldassare Cagliares qui officia entre 1614 et 16333. Il apparaît certain que le pouvoir épiscopal devait être grandement occulté, à l’époque moderne, par l’autorité prédominante de l’Ordre d’une part, puis, à partir de 1574, par celle d’un Inquisiteur qui ne relevait que du pape. Contrôlés par l’Ordre, les évêques se trouvaient cantonés à une simple charge de surveillance du clergé insulaire, notamment du rôle des prêtres dans les casaux (au XVIIIe siècle même, le clergé ségulier ne relevait plus d’eux4). Ils contrôlaient également les mariages célébrés dans l’île, surveillaient les couvents et avaient pour tâche de régler les éventuels dysfonctionnements et tensions au sein du clergé insulaire5. L’encadrement des laïcs lui échappait toutefois : à l’époque moderne, la décision de créer de nouvelles paroisses dépendait désormais exclusivement du Grand Maître. La structure ecclésiale moderne se calquait en effet sur le fonctionnement médiéval et l’archipel maltais était divisé en plusieurs paroisses, centres locaux de vie et de culte. Au nombre de quatorze en 1530 (dont une unique à Gozo), elles s’étaient élevées à une vingtaine au siècle suivant, sous l’impulsion de l’Ordre, désireux de démembrer les anciennes paroisses trop larges (comme celle de BirmifsuthGudja) et d’en créer de nouvelles dans des casaux qui connaissaient un accroissement démographique6. En 1668, l’archipel comptait 28 paroisses, dont deux à Gozo (paroisse de Rabat et de Saint Georges) et cinq dans le Grand Port7, à Vittoriosa (église paroissiale Saint Laurent), Senglea (église Notre-Dame de la Victoire) et Bormula (Notre-Dame du Bon Secours), ainsi que deux à La Valette, rattachées l’une en 1571 à l’église Sainte Marie du Port-Salut et l’autre en 1596 à celle de Saint Paul-Naufragé. Selon les décomptes effectués lors de visites ad limina en 1648, 1650 et 16688, il y avait à Malte 432 clercs et 26 monastères et couvents, dont plus de la moitié (17) se trouvaient dans l’espace portuaire. Il semble que le nombre total de religieux dans l’île ait tourné autour du millier environ. La visite épiscopale de 1638 décomptait 797 prêtres, moines et moniales9 ; celle de 1648 insistait sur un chiffre d’environ 500 membres du clergé régulier et tout autant pour le clergé séculier10 ; enfin, celle de 1668 dénombrait un peu plus d’un millier de religieux, dont 432 membres du clergé séculier11. La pastorale était dispensée par un nombre moyen de 500 prêtres sur une population totale de 39 00012 à 45 00013 personnes, soit une proportion de 1% à 1,3% de l’ensemble, ce qui correspond grosso modo à la proportion de 1782 (1 091 prêtres pour 86 296 habitants, soit 1,25% de l’ensemble)14. Bien que la plupart des couvents se trouvassent dans le port, le poids du clergé était certainement plus sensible dans les campagnes que dans le port : rien qu’à Mdina et à Rabat, qui groupaient seulement 2 000 personnes en 168715, se trouvaient six monastères. Au XVIIIe siècle encore, l’encadrement presbytéral par paroisse était de 1 pour 30 à Mdina et oscillait entre 1 3 - BMA, Ms 1094, Relazione sopra l’officio dell’Inquisitore di Malta..., op. cit., p.18 ; voir également Alain Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle Des dernières splendeurs à la ruine, Bouchène, Paris, 2002, p.82. 4 - A. Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle..., op. cit., pp.81-83. 5 - Alexander Bonnici, Medieval and Roman Inquisition in Malta, PEG Ltd, San Gwann, Malta, 1998, p.11. 6 - A. Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle..., op. cit., pp.99-100. 7 - ASV (Archivio Segreto Vaticano), Congregazione del Concilio, Relationes Diœcesium 514A, non folioté, 10 mars 1668. Les paroisses des campagnes maltaises sont celles de Birkirkara, Naxxar, Birmifsuth, Qormi, Zejtun, Zurrieq, Siggiewi, Zebbug, Attard, Tarxien, Kirkop, Lija, Safi, Mqabba, Gharghur, Mosta, Zabbar, Qrendi, Ghaxaq, Luqa et Balzan. 8 - ASV, CC, RD 514A, ff°1068r.-1069r., 7 février 1648 ; ff°1151r.-1152r., 18 mars 1650 ; non folioté, 10 mars 1668. 9 - ASV, CC, RD 514A, f°607v., 28 mai 1638. 10 - ASV, CC, RD 514A, f°1068v. 11 - ASV, CC, RD 514A, non folioté, 10 mars 1668. 12 - ASV, CC, RD 514A, f°607r., 28 mai 1638. 13 - ASV, CC, RD 514A, non folioté, 1er septembre 1662. 14 - A. Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle..., op. cit., p. 82. 15 - Stanley Fiorini, « Demographic growth and the urbanization of the Maltese Countryside to 1798 » in Victor Mallia Milanes (dir.), Hospitaller Malta (1530-1798). Studies on Early Modern Malta and the Order of St John of Jerusalem, Mireva Publications, Malta, 1993, p.306. 12 pour 40 et 1 pour 80 dans les campagnes ; dans le port, il était beaucoup plus lâche, allant de 1 pour 84 à La Valette et 1 pour 96 à Vittoriosa, à 1 pour 99 et 1 pour 106 à Bormula et Senglea16. La moindre présence du clergé dans le port (proportionnellement au nombre d’habitants), lieu de plus grands dangers du fait de son cosmopolitisme et de son ouverture au monde extérieur, s’expliquait évidemment par la présence de l’Ordre et du Saint-Office qui se partageaient le contrôle de l’espace et lui faisait directement concurrence. Malgré cela, le clergé conserva toujours une influence très grande au sein de la population, surtout rurale, qu’il assistait lors de tous les événements rythmant la vie humaine (messes, prêches, fêtes religieuses et paroissiales, célébration et enregistrement des baptêmes, unions ou décès). Dans les villages éloignés du pouvoir central (La Valette), il incarnait depuis toujours l’autorité et l’unique référence spirituelle. De fait, on ne trouve la présence de ruraux devant le tribunal inquisitorial que lorsque l’individu a été envoyé auprès de lui par le prêtre du casal17. Et ce n’était pas sans réticence que le paysan se rendait à la ville, inquiet de comparaître devant une autorité inconnue qui, ignorante du maltais, recourait à des interprêtes18, et qui l’impressionnait inévitablement par son decorum. Maltais de souche et communiquant dans cette langue avec une population qui, même si une partie entendait l’italien19 (dans le milieu portuaire), continuait de parler exclusivement maltais20, le clergé insulaire s’inscrivait ainsi dans une histoire insulaire commune aux habitants, incarnant l’essence même de l’identité insulaire par le maintien de la foi catholique et de la cohésion sociale dans une île dont chacun, laïcs et religieux, avait depuis longtemps conscience qu’elle se situait à la frontière avec le monde musulman21. L’Ordre de Saint-Jean et la tradition de croisade Aux côtés du clergé insulaire, symbole d’une foi ancienne et vive, l’Ordre de Malte devait incarner rapidement une facette plus offensive de la frontière insulaire par la pratique de la guerre et de la course contre les Infidèdèles. Car toute frontière naît du danger22 et toute société frontalière palpite au rythme de cette réalité ou de la conscience aiguë et souvent fantasmée de cette réalité. La frontière maltaise naquit en effet véritablement de la guerre terrestre comme maritime, et de l’implication de la société dans la défense de son archipel. L’installation des Hospitaliers, héritiers de l’idéologie des croisades et derniers représentants des ordres militaro-religieux fondés en Terre Sainte23, avait en effet déplacé sur Malte et dans ses environs maritimes immédiats, l’affrontement entre les empires ottoman et espagnol. Trois éléments furent déterminants dans le processus de structuration de la frontière maltaise : deux événements militaires et la pratique généralisée de la course. Par deux fois, en 1551 et 1565, le danger fut porté au cœur même de la terre maltaise, par le biais d’une flotte ottomane et barbaresque qui débarqua dans l’île. En 1551, encore faiblement fortifié par l’Ordre, l’archipel maltais s’était présenté comme une cible de choix à la flotte musulmane se dirigeant vers l’Afrique du Nord. Le 18 juillet, celle-ci abordait Malte « et demeura en ceste isle 16 - A. Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle..., op. cit., p.83. - AIM (Archives of the Inquisition of Malta), 18 - ACDF (Archivio della Congregazione per la Dottrina della Fede), St.St. HH 3-f, Inquisizione di Malta, non folioté, 1er décembre 1663 («…in questa isola, e particolarmente da persone basse, non è usata che la lingua maltese ch’è la stessa che la lingua arabica…»). L’Inquisiteur réclamait au Saint-Office de Rome la venue d’un nouvel interprête parlant l’arabe, afin d’effectuer les traductions en langue maltaise durant les procès. 19 - C’est la langue officielle de Malte à l’époque moderne. 20 - Anne Brogini, Malte, frontière de chrétienté (1530-1670), BEFAR 325, Rome, 2006, pp.652-654. 21 - Henri Bresc, 22 23 - Les Templiers sont éliminés en 1314, leurs commanderies étant redistribuées aux Hospitaliers, tandis qu’en 1525, les biens des chevaliers Teutoniques sont sécularisés par leur Grand Maître converti au protestantisme. 17 13 lespace de treze jours non sans grand dommaige et detriment »24. Puis, le 22 juillet, la flotte avait quitté Malte25 et débarqué à Gozo où « elle priz tous les habitants et dépopula du tout l’isle »26, ce qui correspondait à 5 000 personnes, femmes, hommes et enfants confondus. Une centaine d’habitants furent laissés libres, pour instruire l’Ordre de ce qui était advenu27. Le second événement militaire d’importance fut le siège de 1565. Pendant quatre mois, du 23 mai au 8 septembre, Maltais et chevaliers (soit 10 000 personnes en tout), avaient résisté vaillamment à une armée musulmane trois fois supérieure en nombre. Durant tout l’été, l’artillerie turque avait bombardé les forts et les cités portuaires et mené plusieurs assauts meurtriers, qui exigeaient une surveillance constante des brêches des remparts, un travail harassant pour les habitants de réparation des fréquentes destructions et une mobilisation permanente des assiégés28. L’événement le plus dramatique du siège fut assurément, le 23 juin, la chute du fort Saint-Elme défendu par une garnison d’environ 150 hommes29. Un mois durant, le fort avait subi des assauts30 et essuyé entre 14 00031 et 19 00032 tirs d’artillerie qui avaient progressivement abattu ses murs. De tous les défenseurs, « nul n’y resta en vie, tant valeureusement se défendirent »33 ; seuls deux ou trois soldats parvinrent à prendre la fuite et à gagner Birgù à la nage en traversant le port, tandis que quelques chevaliers conservèrent la vie en se rendant aux Barbaresques qui les réduisirent en esclavage34. À la fin de l’été 1565, le siège avait ravagé le port et coûté la vie à 25 000 hommes environ : 15 000 du côté musulman35 et 10 000 environ du côté chrétien (dont 3 000 soldats et chevaliers). Environ 6 000 à 7 000 Maltais, essentiellement des femmes et des enfants, étaient morts de maladie, de faim et de blessures36. Par deux fois donc, en 1551 et en 1565, la population insulaire avait payé un lourd tribut à l’affrontement méditerranéen entre chrétiens et musulmans. Les événements n’avaient pas concerné que l’Ordre, mais bien tous les habitants de Malte désormais soudés aux chevaliers dans une sorte d’union sacrée, chrétienne, qui transcendait toutes les différences de sexe, d’origine géographique et de statut social. Emportés par la vague hagiographique des récits encensant les Hospitaliers comme les véritables héros de la croisade, Malte et ses habitants se trouvaient héroïsés et sanctifiés, transformés en rempart chrétien contre les Infidèles. Ainsi rattachée à une histoire militaire qui lui était jusqu’alors quasiment étrangère37, la société maltaise se transformait en société de frontière vivant en accord avec les intérêts de ses autorités religieuses et s’illustra, à partir de la fin du XVIe siècle, dans une guerre de course qui prenait officiellement le relais des affrontements passés. Au XVIIe siècle, la grande majorité de la population insulaire vivait d’une activité corsaire qui, si elle s’apparentait bien souvent à des actes de piraterie pure et simple, se pratiquait toujours a danno d’Infidele. À un 24 - AOM (Archives of the Order of Malta) 88, ff°93r.-93v., 6 août 1551, Lettre du Grand Maître au roi de France. - AOM 88, f°94r. 26 - AOM 88, f°93v., Lettre au roi de France. 27 - Giacomo Bosio, Dell’Historia della Religione et Illustrissima Militia di San Giovanni Gierosolimitano, Rome, 1596, Tome III, p.305. 28 - Martin Croua, Brief Discours du Siege et oppugnation de l’Ile de Malte. Contenant l’Histoire de ce qui s’est fait depuis l’arrivée jusques à la retraite et fuyte de l’armée du Grand Turc Soliman en l’an MDLXV, Anvers, 1565, p.13. 29 - Balbi de Correggio, La Verdadera Relación de todo lo que el anno de MDLXV ha succedido en la Isla de Malta, de antes que llegasse l’armada sobre ella de Soliman Gran Turco, Barcelona, ed. Pedro Reigner, 1568, f°31r. 30 - Raoul James Dunbar Cousin, A Diary of the Siege of Saint-Elmo, The Lux Press, Malta, 1955, p.123. 31 - M. Croua, Brief Discours du Siege..., p.10. 32 - SMOM (Sovrano Militare Ordine di Malta), Copie de plusieurs missives escrites et envoyées de Malte par le Seigneur grand Maistre, et autres chevaliers de Sainct Iehan de Hierusalem, a nostre Sainct Pere et autres Seigneurs..., Paris, Jean Dallier libraire, 1565, f°13r. 33 - M. Croua, Brief Discours du Siege..., p.10. 34 - Balbi de Correggio, La Verdadera Relación..., f°55r. 35 - Bosio, III, p.711. 36 - Bosio, III, p.711. 37 - H. Bresc, .Une petite course existait toutefois au Moyen Âge à Malte, mais qui n’avait pas l’envergure de celle qui se développa à l’époque moderne. 25 14 passé chrétien dont le clergé insulaire portait la mémoire, s’était ainsi ajoutée une histoire plus récente, mais également plus glorieuse, celle de la croisade, qui liait les Maltais à l’Ordre, et aiguisait chez les insulaires le sentiment déjà vivace du contraste entre les civilisations. Le Saint-Office romain et la préservation de la pureté religieuse Dernière facette de la frontière maltaise, dernière institution religieuse encadrant la population et ayant contribué à son façonnement original, le Saint-Office romain, qui s’était établi à Malte assez tardivement, en 1574. Appelé dans l’île par l’Ordre qui désirait lutter contre la propagation du protestantisme en son sein, son ascendant sur la population fut immédiate et ne se démentit pas durant les deux siècles suivants. L’Inquisiteur désigné par le pape exerçait un contrôle rigoureux du milieu portuaire à l’aide d’un personnel nombreux et efficace. Au milieu du XVIIe siècle, le personnel laïc du Saint-Office se composait de douze officiers et de vingt familiers recrutés essentiellement parmi le petit peuple urbain (négociants38, petits commerçants39, artisans40, chômeurs41), faisant office de secrétaires, de fiscal, ou de soldats chargés de l’arrestation et de la comparution des prévenus devant l’Inquisiteur42. Quant au personnel religieux, il était composé de onze prêtres et moines (Jésuites et Dominicains essentiellement) qui assistaient l’Inquisiteur dans le déroulement des procès (questions dogmatiques, traductions...)43. La tâche de l’Inquisiteur consistait évidemment en un contrôle rigoureux des comportements indivuels et collectifs, ainsi qu’en la punition, puis la réconciliation de tous les déviants religieux ou sociaux (hérétiques, apostats, marginaux...). Une attention toute particulière était portée aux navires de course et aux galères qui rapportaient butins et captifs musulmans, puisque c’étaient en leur sein qu’étaient découverts la plupart des renégats. La part des procès pour reniement ne devait d’ailleurs pas cesser de s’accroître : de 35% à la fin du XVIe siècle (soit 32 procès sur 91 entre 1577 et 1590), elle s’éleva à 40,2% au début du XVIIe siècle (182 procès sur 452 entre 1590 et 1610), pour se stabiliser autour de 45,3% durant tout le XVIIe siècle (soit 708 procès sur 1 561 entre 1610 et 1670). Les années 1620-1670, qui correspondaient à l’apogée corsaire de l’île, avaient constitué le temps fort des réconciliations des renégats. Ce cas de figure n’était du reste pas propre à Malte : à Livourne, l’activité des chevaliers de Saint-Etienne avait également favorisé un afflux d’esclaves razziés et capturés en course au milieu et dans la seconde moitié du XVIIe siècle44. L’activité inquisitoriale ne devait pas être perçue comme excessive par la population maltaise, au contraire. Réclamé et valorisé par l’Inquisition, un contrôle religieux et social était constamment en éveil dans l’île, surtout au sein du port où le danger est accru par l’arrivée régulière d’étrangers dont il fallait vérifier la bonne orthodoxie. Ce fut en septembre 1592, que fut affiché pour la première fois sur les murs des quatre villes du Grand Port de Malte (Vittoriosa, Senglea, Bormula, La Valette) un placard du Saint-Office donnant ordre aux habitants de dénoncer, dans les jours qui suivaient, toute personne coupable d’hérésie, 38 - ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, 1658 (Angelo Cuynes et Domenico Depena, en poste depuis 1647 ; Gio Paolo Attard, en poste depuis 1637 ; Giovanni Attard, en poste depuis 1653 ; Victor Galia, en poste depuis 1648 ; Gio Maria Vassallo, en poste depuis 1642). 39 - ACDF, St. St., HH 3-f, non folioté, 1658 (Angelo Stafray, marchand de vin, en poste depuis 1635). 40 - ACDF, St. St., HH 3-f, non folioté, 1658 (Dionisio Calleya, tailleur, en poste depuis 1657). 41 - ACDF, St. St., HH 3-f, non folioté, 1658 (Paolo Zabone, en poste depuis 1636 ; Paolo Testaferrata, en poste depuis 1650 ; Agostino Hagius, en poste depuis 1653 ; Gio Antonio Pendiomati, en poste depuis 1655 ; Gio Maria Cardone et Ferdinando Vassallo, en poste depuis 1657) 42 - ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, sans date (vraisemblablement seconde moitié du XVIIe siècle). 43 - ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, 1658. 44 - Lucia Rostagno, Mi faccio Turco. Esperienze ed immagini dell’Islam nell’Italia moderna, Istituto per l’Oriente, Roma, 1983, pp.40-41. 15 d’apostasie ou simplement suspecte de l’être45. Par la suite, les appels à la dénonciation se multiplièrent dans le port : pas moins de 20 entre 1592 et 1670, soit une moyenne élevée d’un appel tous les 4 ans environ !46 Le contrôle se renforça même assez vite : en juin 1596, un nouveau placard informait que, dans le cadre des décisions prises par le Concile de Trente, l’Inquisiteur accentuait la censure qui existait déjà à l’encontre des librairies maltaises, afin d’éviter la diffusion d’idées jugées subversives. À partir de cette date, des rencensements réguliers furent faits de tous les écrits talmudistes, des livres de sorcellerie et des ouvrages hérétiques ou musulmans, qui devaient être brûlés en place publique47. Sollicitée, la population maltaise n’hésitait pas à collaborer avec l’Inquisition, surveillant avec une vigilance sincère toutes les personnes « suspectes », dont en premier lieu, les représentants de religions autres que le catholicisme. La délation devint même une pratique si courante qu’à partir du début du XVIIe siècle, le tribunal inquisitorial croulait sous une masse importante de dénonciations anonymes qui n’étaient, la plupart du temps, pas même suivies de procès, et qu’il se plaignit à Rome de ce que son personnel était trop peu nombreux pour assurer la gestion quotidienne des arrestations, des détentions et de l’organisation des procès48. La vigilance religieuse dont faisait preuve les Maltais se comprend d’abord par la crainte extrêmement forte que les individus avaient du tribunal du Saint-Office et qui résultait de ce que Bartolomé Bennassar appelle une « pédagogie de la peur »49. Une peur née du secret de l’accusation (la raison de la comparution étant laissée à l’imagination, rendue plus fertile par la crainte, de l’accusé), de la torture, puis de la punition qui concluait toujours le procès, suivie d’une mémoire de l’infamie qui perdurait dans les esprits des contemporains et pouvait entâcher l’honneur de toute une famille. Mais la vigilance religieuse et sociale procédait également de la crispation identitaire qui affectait l’archipel au milieu de l’époque moderne : Malte subissait les effets de la Réforme Catholique, qui cherchait à la fois à éradiquer du sud de l’Europe le danger de l’hérésie protestante et à maintenir religieusement purs les points de contact entre les rives chrétienne et musulmane. En un temps où la course sortait l’île du cloisonnement qui avait caractérisé le XVIe siècle, la société s’ouvrait à une multiplicité de contacts humains qui élargissait son horizon mais fragilisait dans le même temps son identité. L’œuvre d’épuration religieuse menée par le Saint-Office devait par donc se faire dans un assentiment populaire général, allié à la crainte d’être soi-même convoqué devant le tribunal inquisitorial. Les trois autorités religieuses incarnaient chacune une facette de la frontière insulaire, et contribuaient à structurer une identité fondée essentiellement sur le catholicisme. Au clergé maltais, se rattachait dans un passé lointain et idéalisé la pratique d’un catholicisme que l’époque musulmane (IXe-XIe siècles) n’aurait jamais effacée50. À l’Ordre, était liée la mémoire immédiate et glorieuse de la croisade et de la défense militaire de la foi, qui avait transformé le petit archipel en une place fortifiée imprenable. Enfin, au Saint-Office, revenait la défense intérieure de la religion et l’élimination de tous ceux qui pouvaient affaiblir la frontière en brisant la cohésion sociale. Travaillant de concert, les trois institutions apparaissaient complémentaires, œuvrant, avec l’assentiment de la société, à la préservation d’une religion érigée en ligne de défense qui garantissait, contre l’autre, la survie, tant physique que symbolique, de Malte en tant que frontière du monde chrétien. Des fissures devaient pourtant affecter très vite cette apparente harmonie : les conflits entre les autorités et 45 - AIM, Proc. 13, f°10r., 27 septembre 1592. - AIM, Proc. 13 à AIM, Proc. 74. 47 - AIM, Proc. 14B, f°754r. 48 - AIM, Corr. 3, f°185r., 7 mars 1617. 49 - Bartolomé Bennassar (sous dir.), L’Inquisition espagnole (XVe-XIXe s.), Pluriel, Hachette, Paris, 1979, rééd. 2001, p.101. 50 - H. Bresc, 46 16 les tensions sociales révélaient en effet des enjeux de pouvoir qui, à plus ou moins brève échéance, devaient distinguer les intérêts de chacun. II – DES RIVALITÉS DE POUVOIR AUX TENSIONS SOCIALES L’Ordre et le Saint-Office : de l’impossible partage des pouvoirs et des privilèges Bien que la puissance de l’Ordre et du Saint-Office se fût fondée sur une mise à l’écart du clergé insulaire, cela ne signifiait pas pour autant que les deux institutions vivaient en harmonie. Dès l’arrivée du premier Inquisiteur en 1574, les chevaliers, craignant une intrusion inopportune dans leur fonctionnement, avaient refusé tout net que celui-ci fût logé à La Valette, lieu de résidence du Couvent depuis 1571. Une lettre du Grand Maître au pape indique que l’Inquisiteur arriva sans encombre le 1er août 157451 mais qu’il fut installé d’abord dans le fort Saint-Elme, dans l’attente que l’Ordre lui cédât un de ses anciens bâtiments de Vittoriosa, où résidait –du temps où le Couvent y séjournait–, la Castellania52. D’emblée, l’espace portuaire se trouva ainsi partagé entre deux autorités dont la collaboration masquait mal les querelles d’ambition : l’Ordre à La Valette, le Saint-Office à Vittoriosa. Bien que son influence s’étendît sur tout l’archipel, et sur l’ensemble du port, l’Inquisiteur ne pouvait que contrôler de manière plus lâche La Valette et les chevaliers. Une telle précaution n’apparaît pas vaine : selon l’instruction reçue en 1595, il est certain que l’Inquisiteur, fort de son indépendance à l’égard de l’Ordre, chercha à imposer son autorité sur le Couvent, ce que les Hospitaliers contestèrent avec hauteur. En effet, en même temps que le Saint-Office de Rome conseillait à l’Inquisiteur de respecter les prérogatives de l’évêque, il lui recommandait de toujours témoigner de la plus grande déférence à l’égard du Grand Maître et de ne pas contrarier le Prieur de l’Eglise conventuelle53. Afin d’apaiser les tensions, il lui fut également ordonné, en cas de comparution devant son tribunal d’un membre de l’Ordre, de toujours manifester une certaine prudence, d’informer le Grand Maître et d’agir en fonction de son opinion54. L’Inquisiteur avait certes toute autorité en matière de foi et de justice religieuse, il avait l’obligation de reconnaître celle du Grand Maître en tant que chef politique et religieux de son ordre et en tant que suzerain de tous les habitants de son fief, quelle que fût leur condition ou leur statut. Malgré cela, les conflits ne devaient pas tarder à se manifester ouvertement, en liaison avec le développement des activités maritimes maltaises dès la fin du XVIe siècle. Il s’agissait notamment de définir quelle autorité prévalait en matière de jugement et de punition des déviants, particulièrement des renégats : celle, à portée plus politique et économique, de l’Ordre ou bien celle, exclusivement religieuse, de l’Inquisition ? En 1599, l’Ordre adressa un rapport virulent au pape, qui fut transmis au Saint-Office, par lequel il accusait l’Inquisiteur de vouloir empiéter sur ses prérogatives de dirigeant. L’affaire tournait autour d’un corsaire musulman, Haj Mustafa Piccimin, que l’Ordre avait capturé en mer et dont le prix de rachat s’élevait à 1 500 écus. Au moment où un intermédiaire devait venir à Malte apporter la somme, l’Inquisiteur, ayant eu vent de ce que l’esclave était un renégat, donna ordre à son personnel d’aller le quérir dans la Prison des Esclaves et de le faire comparaître devant lui, sans même en référer au Grand Maître ni attendre son consentement55. Furieux du manque à 51 - ASV, SS Malta 1, f°52r., 5 août 1574. - Andrew Paul Vella, « La missione di Pietro Dusina a Malta nel 1574 », in Melita Historica, Vol. V, n°2, 1969, p. 168. 53 - ACDF, St. St. HH 3-b, Inquisitione di Malta, non folioté, 27 juin 1595. 54 - ACDF, St. St. HH 3-b, idem. 55 - ACDF, St. St. HH 3-b, f°388r., année 1599 (« …di sua propria autorità e senza licenza ne saputa del Gran Maestro, fece nelle prigioni pigliar lo schiavo... e lo fece mettere nelle sue carcer... »). 52 17 gagner pour le Trésor de l’Ordre et de l’atteinte directe à son autorité, le Grand Maître fit emprisonner le gardien de la Prison pour avoir obéi au personnel inquisitorial, puis exigea la remise de l’esclave. Mais estimant qu’il s’agissait d’un problème de foi, attendu que le musulman était suspect d’apostasie, l’Inquisiteur refusa et se barricada, avec tout son personnel, dans son Palais56. Le Grand Maître fit alors expédier un rapport au pape, par lequel il remontrait que l’Inquisiteur nuisait aux activités de la Religion [l’Ordre] : en empêchant le rachat d’esclaves, il empêchait les rentrées d’argent nécessaires au financement de la course et des galères qui naviguaient « pour le service de la République chrétienne et pour la sécurité de Malte »57. Le rapport accusait également l’Inquisiteur de promettre la liberté aux renégats qui se confessaient et abjuraient leur faute : les chevaliers demandaient au pape de contraindre l’Inquisiteur à laisser les renégats réconciliés dans la servitude, afin de ravitailler les galères en chiourme gratuite et de ne pas priver Malte et la chrétienté du secours des navires de l’Ordre (« che le galere della Religione mantener si possino armate e che i reconciliati non venghino a conseguire la libertà in maniera che pregiudicchi e dannifichi tanto non solo lo stato della Religione ma tutto lo stato della Christiana Republica... »)58. Enfin, comble de danger, la remise en liberté des renégats repentis supposait généralement leur retour en terre d’Islam et la reprise de leurs activités corsaires menées à l’encontre de Malte et de l’Ordre !59... Le rapport s’achevait en termes virulents : les Hospitaliers réclamaient que fût assurée par le pape la « supériorité de la Religion sur les religieux »60 et que l’Inquisiteur ne pût, au nom du fait qu’il dépendait du pape, se mêler des intérêts de l’Ordre et de la gestion de l’île. Son autorité devait être circonscrite définitivement au domaine religieux61. Ainsi, l’Ordre présentait d’abord l’intrusion du Saint-Office dans les affaires des chevaliers, comme une entrave à la perpétuation de la croisade, élément déterminant de l’existence et du maintien de la frontière maltaise, ce qui avait pour conséquence de mettre à mal l’économie de l’archipel, dont l’approvisionnement en denrées dépendait essentiellement de la course. Mais plus encore, l’Ordre contestait à l’Inquisiteur son rôle religieux, lui reprochant la réconciliation et la libération des renégats parce qu’elle interférait dans ses intérêts politiques, militaires et économiques. De ce fait, ce rapport posait implicitement la question de savoir qui apparaissait le mieux à même d’assurer la permanence de la frontière et le bon soutien de la société qui y vivait : le Saint-Office et son autorité strictement religieuse, ou bien l’Ordre dont le pouvoir à la fois administratif, politique, religieux, économique et social, garantissait la survie de toute l’île. Car si la frontière était essentiellement religieuse, elle vivait également de l’ouverture de Malte aux activités maritimes, corsaires et commerciales, à des étrangers venus de tous horizons et à des échanges humains et marchands nombreux. De cela, l’Ordre, en tant qu’institution suzeraine, en avait bien conscience, contrairement au Saint-Office, exclusivement préoccupé de questions de foi. Mais cette intrusion de l’Inquisiteur témoignait également de l’ambiguïté même de l’Ordre, tiraillé entre son rôle de dirigeant et son inféodation à l’Espagne : son statut de suzerain supposait une vassalité envers les puissances européennes et l’empêchait par conséquent de se présenter comme un chef politique au même titre qu’un pouvoir monarchique. Dépendant du pape au même titre que le Saint-Office son rival, il ne pouvait qu’éprouver des difficultés à imposer sa supériorité à un Inquisiteur qui revendiquait une égale autorité sur la société maltaise. En dépit de cette faiblesse, l’avantage de l’Ordre sur le Saint-Office résidait dans son rôle multiple (guerrier, corsaire, marchand...) qui en faisait, aux yeux des puissances, un 56 - ACDF, St. St. HH 3-b, f°388v. - ACDF, St. St. HH 3-b, f°388v (« …per servigio della christiana Republica e per sigurezza dell’isola di Malta... »). 58 - ACDF, St. St. HH 3-b, f°389r. 59 - Idem. 60 - ACDF, St. St. HH 3-b, f°390r. (« la superiorità della Religione sopra Religiosi »). 61 - ACDF, St. St. HH 3-b, f°391v. 57 18 élément-clé du maintien de Malte. Le pape ne pouvait dès lors que trancher finalement en faveur des Hospitaliers : en 1600, une instruction de Rome à l’Inquisiteur lui réclamait la libération de Mustafa Piccimin, dont l’Ordre choisirait de le garder comme esclave ou de le faire racheter. Désormais, l’Inquisiteur devait s’incliner devant les impératifs militaires ou économiques de l’Ordre et de Malte62. Cette victoire des Hospitaliers ne devait pas pour autant apaiser les rivalités entre membre de l’Ordre et personnel inquisitorial. Les chevaliers vivaient extrêmement mal l’octroi aux familiers du Saint-Office, de privilèges qui leur étaient jusqu’alors réservés : non-paiement taxes pour les fortifications de l’archipel, non-paiement des céréales distribuées à la population63, port de l’épée, et, depuis 1605, droit de posséder un cheval afin d’assurer la défense du port en cas d’attaque musulmane64. Le point d’achoppement essentiel résidait dans le fait que le personnel du Saint-Office ne relevait que de la justice inquisitoriale et échappait entièrement à l’autorité du Grand Maître65. Ce privilège juridictionnel était d’autant plus mal vécu par les chevaliers qu’il ne concernait pas que les familiers et les officiers du SaintOffice, mais pouvait s’étendre largement à leurs familles, voire aux gens de leur maison. Le Saint-Siège s’efforça d’abord d’y remédier, manifestant en 1600, le désir que les privilèges fussent strictement personnels66, mais les abus se poursuivirent au XVIIe siècle. En témoignait un rapport de l’Ordre au Saint-Office de Rome, datant de 1664, qui déplorait que les esclaves des familiers eussent le privilège de déambuler librement dans le Grand Port, sans porter de fer au pied, au même titre que les esclaves du Grand Maître !...67 Tous ces avantages suscitaient des mécontentements et des rancœurs durables. Les chevaliers, jaloux des prérogatives inhérentes à leur condition, vécurent très difficilement l’octroi de privilèges aux familiers et officiers, au point que les querelles étaient monnaie courante entre Hospitaliers et membres du personnel inquisitorial. En 1599, l’Inquisiteur se plaignait au Saint-Office de Rome de ce que des rixes se produisaient « chaque jour entre les chevaliers et les familiers et officiers du Saint-Office » et déploraient que les chevaliers, généralement jeunes, se montrassent très indisciplinés68. Loin d’inciter ses chevaliers au calme, le Grand Maître furieux leur donna autorisation d’inspecter librement, et sans avertissement, les demeures des familiers et des officiers69. Mieux encore, dans un souci de rappeler au SaintOffice son infériorité, il ordonna en 1628, que tous les esclaves des membres du personnel inquisitorial fussent pris de force et employés désormais sur les galères70. Les tensions se multiplièrent au point qu’en 1663, le Grand Maître décida de supprimer totalement les privilèges des familiers et des officiers afin que ceux-ci, au même titre que tous les habitants, dépendissent exclusivement de son autorité (« pretendendo farli sottopore alla sua giuridittione »)71. Les patentats du Saint-Office ne purent plus ni porter l’épée, ni monter à cheval, ni échapper à la justice magistrale et furent contraints de poser un fer au pied de leurs esclaves. La réponse de l’Inquisiteur fut immédiate : en 1664, il expédia à Rome un long rapport dans lequel il rappelait l’importance des privilèges accordés à son personnel72 : le port de l’épée et la possession d’un cheval étaient essentiels à la protection de la frotnière (« per li bisogni et 62 - ACDF, St. St. HH 3-b, f°543r., 12 octobre 1600. - ASV, SS Malta 186, ff°122r.-122v., année 1600. 64 - AIM, Corr. 1, f°227r., 4 novembre 1605 ; ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, 1664 (« …tener il cavallo, come lo decidò la sacra et suprema Congregatione Genereale della Santissima Inquisitione in favor loro l’anno 1605... »). 65 - ACDF, St. St. HH 3-f, Inquisitione di Malta, non folioté, année 1664. 66 - BAV, Borgia Latino 558, f°77r., 13 avril 1600. 67 - ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, année 1664. 68 - ACDF, St. St. HH 3-b, ff°358r.-358v., 23 novembre 1599. 69 - ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, non daté. 70 - ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, non daté. 71 - ACDF, St. St. HH 3-f, non folioté, année 1664, Relazione sopra i privilegi dei familiari del Sant’Ufficio di Malta. 72 - ACDF, St. St. HH 3-f, idem. 63 19 difesa di cotesta Isola nell’invasione d’Infideli »). L’Inquisiteur soulignait également que les chevaliers faisaient beaucoup de bruit pour quelque 20 familiers portant l’épée au côté. Enfin, il affirmait que l’anneau porté par les esclaves était bien trop petit pour les empêcher réellement de s’enfuir ; son utilité consistait seulement à distinguer les « Infidèles esclaves des Infidèles libres, ce qui n’est pas nécessaire puisque, à Malte, il n’y a pas d’Infidèles libres »73. Pour cette fois, ce fut l’Inquisiteur qui obtint gain de cause ; la même année, en 1664, les privilèges de son personnel furent réaffirmés officiellement par le Saint-Office et l’Ordre n’eut d’autre choix que de s’incliner. Le clergé lésé D’une manière générale, les autorités de l’Ordre et de l’Inquisiteur s’étaient établies toutes deux au détriment du clergé insulaire. Déjà, en 1530, l’installation des chevaliers avait eu pour conséquence l’inféodation de l’évêque au Grand Maître ; mais les problèmes religieux du XVIe siècle avaient encore aiguisé les tensions entre eux. Car avant que le tribunal inquisitorial ne s’établît à Malte, les évêques avaient un temps fait office d’inquisiteurs, pour enrayer le développement de l’hérésie au sein du port. L’Ordre n’avait en effet pas échappé à la diffusion des idées réformées : tandis qu’en 1540, la Langue d’Angleterre était supprimée, en réponse à l’indépendance religieuse d’Henri VIII, les chevaliers allemands se montraient sensibles aux idées nouvelles et les chevaliers français, majoritaires au Couvent, commençaient également à s’intéresser à la Réforme, suivant ainsi les nombreuses conversions nobiliaires dans le royaume. Très inquiet, le Grand Maître avait réclamé une enquête en 1553 pour déterminer quel était le nombre de religieux et de laïcs touchés dans le port par le protestantisme74. Le problème de l’hérésie était devenu si crucial au milieu du XVIe siècle, que les évêques obtinrent du pape la possibilité d’assumer la fonction d’inquisiteurs à Malte. Le premier d’entre eux fut Domenico Cubbelles, natif de Saragosse, qui exerça un long magistère, de 1540 à 156675. Choisi par le Grand Maître parce qu’il était chapelain de l’Ordre, sa candidature avait été soumise à Charles Quint, qui l’appuya auprès du pape. Sous son magistère se déroula, dans les années 1540, un procès qui mit en cause des membres de l’Ordre76. Dans un tel contexte, Cubbelles avait été en 1561 investi du pouvoir d’inquisiteur par le pape Pie IV77, après que le Grand Maître Jean de La Valette eût exprimé au pape sa crainte de voir se diffuser le protestantisme parmi ses chevaliers. Mais la décision pontificale de 1561 ne satisfit pas du tout le Grand Maître, qui eût préféré que le pape fît le choix de l’investir lui-même de la fonction d’Inquisiteur au sein de son propre Couvent78, plutôt que de confier cette tâche à un évêque qui lui était inférieur en autorité. Si l’Ordre se résigna à accepter la décision pontificale, ce fut seulement en raison du contexte militaire des années 1560, qui faisait passer au second plan la lutte contre l’hérésie et suspendit l’activité inquisitoriale durant toute l’année 1565. Les affaires militaires (siège de 1565, bataille de Lépante en 1571, prise de Tunis en 1573), ainsi que la construction d’une nouvelle cité pour l’Ordre, La Valette, occupèrent si bien Philippe II et les Hospitaliers que nul ne soucia de la nomination d’un nouvel évêque après le décès de Cubbelles en 156679. Malte demeura alors 73 - ACDF, St. St. HH 3-f, idem (« …Infideli che sono schiavi dall’Infideli che sono liberi, e questo non è necessario perche in Malta, non vi sono infideli non schiavi… »). 74 - AOM 88, f°154v., 4 mai 1553. 75 - BMA, Ms 1094, Relazione sopra l’officio dell’Inquisitore di Malta fatta nel 1662, anonyme, p.18. 76 - BMA, Ms 1094, Relazione degl’Inquisitori che furono delegati nell’isola di Malta, anonyme, sans date, p.1. 77 - BMA, Ms 1094, Relazione degl’Inquisitori..., op. cit., p.3. 78 - A. Bonnici, Medieval and Roman Inquisition..., op. cit., p.20. 79 - A. Bonnici, Medieval and Roman Inquisition..., op. cit., p.25. 20 privée de pouvoir épiscopal jusqu’en 1573, date de la nomination par le pape de Martino Royas, prêtre espagnol qui était également chapelain de la Langue d’Aragon. À l’instar de son prédécesseur, Martino Royas fut investi à la fois comme évêque et comme inquisiteur de Malte. L’ancien conflit d’autorité entre le Grand Maître et l’evêque resurgit immédiatement : Royas désirait en effet affirmer son indépendance à l’égard de l’Ordre en tant qu’Inquisiteur relevant exclusivement du pape, tandis que le Grand Maître en appelait à sa dépendance envers l’Ordre en tant qu’évêque et lui refusait un droit de regard et de jugement dans les affaires du Couvent80. L’impossibilité de la réunion des fonctions d’inquisiteur et d’évêque en une seule personne apparut d’autant plus nettement au pape que celui-ci souhaitait également affirmer son autorité sur l’archipel maltais en maintenant l’indépendance de son Inquisiteur. Or, la nomination des évêques de Malte, passant par l’approbation du roi d’Espagne, empêchait évidemment cette indépendance et faisait craindre au pontife la possibilité d’un contrôle du Saint-Office maltais par la Monarchie catholique. Enfin, les évêques de l’île étaient soumis à l’autorité du Grand Maître, ce qui constituait encore une entrave à l’autorité pontificale sur une île qui avait pris, à la même époque, l’envergure d’une frontière de la chrétienté. Profitant d’une réclamation du Grand Maître, qui espérait mettre un frein aux agissements de l’évêque en se faisant reconnaître seul juge des affaires de son Ordre, le pape Gregoire XIII nomma, le 3 juillet 1574, Monseigneur Pietro Dusina premier Inquisiteur de Malte et délégué apostolique81. Par cette investiture, le Saint-Siège avait vaincu les autorités concurrentes et leur imposait la présence d’une troisième institution religieuse, indépendante à la fois du clergé, de l’Ordre et de l’Espagne, qui pouvait exercer son contrôle sur l’ensemble de la société. Mais si l’Ordre conservait une certaine autonomie par son statut de suzerain et de dirigeant politique de l’île, le clergé maltais – et particulièrement l’évêque – se trouvait définitivement en situation d’infériorité : déjà inféodé à l’Ordre, il allait désormais subir, en dépit de son ancienneté, le contrôle sourcilleux de la jeune institution inquisitoriale. Dans ces conditions, les relations entre l’évêque et l’Inquisiteur demeurèrent peut-être courtoises et certainement distantes. L’anonyme Relazione sopra l’offcio dell’Inquisitore di Malta nous informe que, sauf cas particulier, « jamais l’Evêque et l’Inquisiteur ne se rencontraient et ne travaillaient ensemble »82. Cette indifférence mutuelle permettait à l’évêque de préserver sa dignité et à l’Inquisiteur d’exprimer son mépris à l’égard d’une fonction qui dépendait des chevaliers quand la sienne ne relevait que du Saint-Siège. Les tensions devaient toutefois se manifester très vite : en 1584, l’évêque se plaignit à Rome de ce que l’Inquisiteur avait osé célébrer la messe en diverses églises de Vittoriosa sans lui en demander la permission83. Dénonçant par la même lettre l’Inquisteur Antonio Miraglia de vivre publiquement avec sa maîtresse, épouse d’un habitant de La Valette, l’évêque manifestait le désir que le Saint-Office reconnût qu’il était mieux à même qu’un Inquisiteur dépravé d’encadrer la société maltaise84. La querelle entre inquisiteurs et évêques s’envenima certainement, puisque en 1595, Rome crut bon de rappeler à l’Inquisiteur son devoir de veiller à ne pas empiéter sur les prérogatives de l’évêque85. Il n’en demeure pas moins que l’autorité inquisitoriale était bel et bien considérée par le Saint-Office comme étant supérieure à l’autorité épiscopale : pour tout ce qui touchait à la société maltaise, tant laïque que religieuse, 80 - A. Bonnici, Medieval and Roman Inquisition..., op. cit., p.25. - ASV, SS Malta 124A, Relazione del Ministero di Malta presentata alla Segreteria di Stato da Monsignor Salviati il di 2 ottobre 1759, f°3v. (« …gli fu spedito il Breve di Inquisitore sotto il 3 luglio del 1574... »). 82 - BMA, Ms 1094, Relazione sopra l’officio dell’Inquisitore di Malta..., op. cit., p.2 (« …per ordinario, mai s’incontrano et lavorano insieme il Vescovo e l’Inquisitore... »). 83 - ACDF, HH 3-d, Inquisizione di Malta, non folioté, 19 septembre 1584. 84 - Idem. 85 - ACDF, St. St. HH 3-b, Inquisizione di Malta, non folioté, 27 juin 1595. 81 21 L’Inquisiteur jouissait d’une entière autorité et pouvait agir librement, sans en référer ni à l’Ordre, ni à l’Evêque86 ! La contestation apparaissait donc difficile pour le clergé, voire impossible. Cela se perçoit bien lors de l’installation à Malte de la Compagnie de Jésus. L’intérêt des jésuites pour l’archipel maltais était apparu dès le milieu du XVIe siècle, quand l’activité militaire de l’Ordre avait commencé à faire de l’île un point de mire des rives chrétiennes et musulmanes. En 1578, le pape chargea l’évêque de trouver les bâtiments destinés à l’hébergement du collège et de fournir la rente nécessaire au bon fonctionnement de l’enseignement : il fournit « une belle demeure de La Valette, qui fut entièrement confiée à la Compagnie, et offrit en outre 400 écus prélevés sur les revenus qu’il touchait de Sicile »87. Mais la somme et les locaux furent considérés comme insuffisants par le pape, et le projet de construction fut suspendu jusqu’en 1592, année où l’évêque Tommaso Gargallo soumit de nouveau le projet au pape Clément VIII88. Après la création d’un Collège des Jésuites de Malte, relevant de la province de Sicile, le pontife réclama cette fois que le Grand Maître assistât l’évêque dans la préparation de l’installation des membres de la Compagnie89. L’intrusion du Grand Maître dans cette affaire était une nouvelle manifestation de l’infériorité de l’evêque et du clergé. Les avis de celui-ci ne furent d’ailleurs pas suivis : tandis que, par crainte de se voir concurrencé par les jésuites, il exprimait son désir d’établir le Collège à Mdina, le pape refusa et exigea, par un nouveau bref, que le couvent des jésuites fût situé à La Valette90. C’est que l’installation des nouveaux venus dans l’intérieur de l’île ou dans le port illustrait l’orientation religieuse et politique de Malte : allait-elle se faire dans le sens de la « modernité », c’est-à-dire sous l’autorité de l’Ordre et de l’Inquisiteur, ou dans un rattachement symbolique au passé, c’est-à-dire sous la responsabilité du clergé ? Le refus pontifical était révélateur : le clergé maltais se voyait officiellement privé de toute reconnaissance et de son autorité sur le devenir d’une large partie de société insulaire91. Finalement, l’acte de donation des biens immobiliers pour le nouvel établissement, fait par le Grand Maître et l’évêque, offrit aux jésuites l’église de Saint-Paul de La Valette et un terrain vierge pour édifier le collège et le séminaire, une rente annuelle de 200 écus (dont une moitié provenait de la mense épiscopale et l’autre moitié de la cathédrale de Saint-Jean), le privilège d’établir une taxe annuelle de 5% sur toutes les rentes ecclésiastiques des diocèses, ainsi que huit bénéfices ecclésiastiques (San Nicolò Tal Mitarfa, Santa Margherita (Zejtun), San Marco, Tà Mazara, Tà Hued il Medina, Tà Borgiolat, Chisain Tà Bunoxet, Tà Cottafe)92. Un neuvième bénéfice (San Salvatore) fut même octroyé par l’Inquisiteur en novembre 1594. La générosité inquisitoriale avait toutefois ses limites : il s’agissait d’un terrain en pleine campagne, dont la rente n’excédait pas 9 écus par an93. Cela n’empêcha pas pour autant des murmures au sein du clergé maltais qui supporta difficilement de se voir privé d’une partie de ses biens par des nouveaux venus94 qui devaient, en outre, évincer rapidement les 86 - ACDF, St. St. HH 3-b, Idem. - ASV, SS Malta 1, f°21v., 3 décembre 1578 (« … una commoda casa nella Città Valletta, laquale è tuttavia posseduta dela Compagnia, et di piu offerto di donar 400 scudi d’intrata che tiene in Sicilia… »). 88 - ARSI, Sicula 196, Breve ristretto della fondazione del Collegio di Malta, f°134r., sans date. 89 - ARSI, Instrumentorum 78, f°1248r., 28 mars 1592 (Bref expédié au Grand Maître) et f°1248v., 28 mars 1592 (Bref expédié à l’Evêque). 90 - ARSI, Instrumentorum 78, f°1249r., 20 janvier 1593. 91 - D. F. Allen, « Anti-Jesuit rioting by Knights of St John during the Malta Carnival of 1639 », in Archivum Historicum Societati Iesu, Anno LXV, Fasc. 129, janvier-juin 1996, p.11. 92 - ARSI, Sicula 196, f°134v. 93 - ARSI, Sicula 196, Concessioni delle Cappelle della Chiesa del Collegio di Malta della Compagnia di Gesù, f°234r., 12 novembre 1594. 94 - Pio Pecchiai, Il Collegio dei Gesuiti in Malta, in Archivio Storico di Malta, IX, 1937-1938, p.. 87 22 Dominicains de leur rôle d’assistants de l’Inquisiteur et d’éducateurs des jeunes renégats et néophytes95. Ainsi, à la fin du XVIe siècle, le clergé maltais semblait avoir perdu une grande part de son autorité sur l’archipel et la société. Malgré ses résistances, il ne pouvait que s’effacer, dans le milieu portuaire, devant la toute-puissance des institutions exogènes qu’étaient l’Ordre et le Saint-Office. Seul lui restait le monde rural, auquel les chevaliers et l’Inquisiteurs étaient assez indifférents : là, il demeurait majoritaire et conservait son ancien rôle d’encadrement et d’assistance. Le maintien de son ancrage dans le passé maltais, sa proximité réelle et linguistique avec le petit peuple rural, mais aussi, bien que dans une moindre mesure, citadin, lui conservaient un attachement jamais démenti des Maltais, et le confortait dans son rôle de conservatoire de l’identité insulaire, rassemblant peu à peu les contestations d’une société frontalière de plus en plus étrangère aux institutions qui se disputaient le pouvoir de la dominer. Le clergé et les Maltais : la progressive contestation des pouvoirs exogènes Malte compte peu de révoltes populaires à l’époque moderne. Inexistantes au XVIe siècle, elles firent leur apparition au siècle suivant, liées à une contestation de l’œuvre militaire de l’Ordre, et particulièrement au coût que représentait la nouvelle fortification de l’espace portuaire, en un temps où le danger turc à l’encontre de l’île semblait bien amoindri. Lors de cette première révolte contre l’Ordre, le clergé insulaire fut au premier plan. Depuis toujours, les Maltais étaient tenus de contribuer, au nom de leur protection et de celle de leur île-frontière, à l’avancement des projets de mise en défense menés par les chevaliers. Quel que fût leur âge et leur sexe, les insulaires pouvaient toujours être appelés sur les chantiers96. Mais la participation était surtout financière et ce fut bien là la raison de la révolte de 1637. Depuis 1635, l’Ordre finançait l’édification d’une nouvelle ligne de rempart portuaire, la Floriana, qui devait protéger La Valette. En 1636, pour hâter les travaux et soulager ses finances, il effectua le prélèvement de deux taxes sur la population laïque (50 000 écus) et sur le clergé (5 000 écus)97 que les Maltais acceptèrent sans rechigner. Le problème était que l’Ordre, mécontent des travaux, envisageait de détruire les nouveaux remparts pour en édifier d’autres à leur place : pour ce faire, en 1637, le Conseil réclama une nouvelle imposition de la population insulaire98. L’attitude incongrue de l’Ordre, qui s’entêtait à vouloir abattre la Floriana, n’échappa pas aux Maltais, rendus furieux par l’éventualité d’une nouvelle imposition destinée au financement d’une fortification déjà existante. À l’annonce du prélèvement de la taxe, plusieurs casaux maltais s’insurgèrent dès le mois de septembre 163799. La révolte débuta à Zejtun, sous l’influence des prêtres des villages de Zejtun, de Marsa, ainsi que du prêtre de la paroisse de Birkirkara, Don Filippo Borg, lettré maltais, artisan irréprochable de la Réforme Catholique à Malte et consultore du SaintOffice100. Les meneurs de la révolte, tous membres du clergé, incitèrent les habitants à marcher sur le port en procession, en portant un crucifix et une statue du saint de leur village, pour témoigner de leur indignation. Dans le même temps, une Relazione anonyme, sans doute 95 - Antonio Leanza, « I Gesuiti in Malta al tempo dei Cavalieri gerosolomitani », in Varia Historia Societatis Iesu, 1934, p. 12. 96 - AOM 465, ff°290v.-291r., 3 juin 1635. 97 - AOM 256, f°143r., 3 avril 1636. 98 - Vincent Borg, Fabio Chigi, apostolic delegate in Malta (1634-1639), Biblioteca Apostolica Vaticana, Città del Vaticano, 1967, p.328, Lettre de l’Inquisiteur au pape rappelant les faits, 10 novembre 1637. 99 - V. Borg, p.328, Idem. 100 - Godfrey Wettinger, « Early maltese popular attitudes to the government of the Order of St John », in Melita Historica, VI, 1974, p. 258. 23 écrite par Don Filippo Borg101, circula parmi la population et fut expédiée au pape102. Elle accusait directement l’Ordre de ne pas gouverner correctement son archipel et incitait la population à affirmer son indépendance, conformément aux anciens privilèges que Malte avait obtenus aux époques angevine et aragonaise. La Relazione appelait les habitants à modeler leur comportement sur celui qu’avait adopté la noblesse de l’île en 1530, lorsque certains de ses membres avaient préféré gagner la Sicile plutôt que de supporter l’autorité des chevaliers103. Enfin, la Relazione déplorait que les habitants fussent soumis régulièrement à des taxes imposées par l’Ordre, au point qu’ils souffraient de la faim de manière chronique104. Furieux, le Grand Maître accusa directement (et sans preuve) Don Filippo Borg d’être l’auteur du pamphlet et de saper l’autorité de l’Ordre sur son fief en échauffant les esprits contre lui. Il se heurta cependant à l’autorité de l’Inquisiteur, soucieux de protéger le membre de son personnel105 et certainement ravi de trouver une occasion de s’opposer au Grand Maître, en une époque où les querelles au sujet des privilèges de son personnel détérioraient les relations entre chevaliers et familiers. Mais devant l’ampleur inattendue de l’agitation populaire, les chevaliers se trouvèrent dans l’incapacité d’effectuer le prélèvement financier dont ils avaient besoin106. L’Ordre venait de se heurter pour la première fois au peuple manifestement plus proche de son clergé que de son suzerain. Cela tenait d’abord au contexte du XVIIe siècle, où s’était amenuisé le danger musulman. Les campagnes, toujours très pauvres, vivaient désormais moins dans l’inquiétude du Turc que dans celle de se nourrir convenablement et se montraient de ce fait peu disposées à soutenir les ambitions militaires d’un Ordre en mal de croisade. En ce milieu du XVIIe siècle, même en plein cœur de Malte, le temps n’était plus à la guerre sainte contre l’Infidèle et à l’union indéfectible des insulaires avec les chevaliers qui avaient caractérisé l’époque du Grand Siège. L’une des facettes de la frontière maltaise venait de s’assombrir, au détriment de l’Ordre et au bénéfice du clergé. Cet épisode fut certes exceptionnel, mais il résonne aujourd’hui comme l’expression d’un discorde nouvelle entre les habitants de l’île et les chevaliers, d’un sentiment confus d’une communauté d’intérêt des Maltais, qui s’exprimerait pleinement au cours du second XVIIIe siècle à la faveur de contestations diverses et de la célèbre révolte des prêtres en 1775, considérée comme l’une des premières expressions d’un « nationalisme » insulaire107. CONCLUSION En définitive, la frontière maltaise était bien née de la rencontre de trois autorités religieuses qui se partagèrent l’archipel et tentèrent de fonctionner ensemble aux XVIe-XVIIe siècles. La société insulaire devait ainsi se reconnaître à la fois dans le clergé, incarnation d’un passé catholique lointain et porteur des éléments déterminants de l’identité maltaise (sa langue, sa culture), dans une tradition de guerre sainte incarnée plus récemment par l’Ordre et issue du sang versé en 1565 et de l’union sacrée qui avait soudée Maltais et chevaliers, et enfin dans une défense interne du christianisme accepté par tous (population et autorités) comme étant l’élément déterminant de la frontière entre les civilisations. 101 - Godfrey Wettinger en est persuadé (G. Wettinger, «Early maltese popular attitudes... », art. cit., p. 257). - G. Wettinger, « Early maltese popular attitudes... », art. cit., p. 271-278 (édition de la Relazione, qui se trouve à la National Library of Malta). 103 - G. Wettinger, « Early maltese popular attitudes... », art. cit., p. 272 (« …dopo la venuta della Religione in Malta, tutta la nobiltà per non stare sotto l’obedienza della Religione si è partita in diverse città di Sicilia... »). 104 - G. Wettinger, « Early maltese popular attitudes... », art. cit., p. 272-273 (« …le tante tasse che li vengono imposte giornalmente che non si resta al misero popolo afflitto che la pelle e le ossa »). 105 - V. Borg, p. 305. 106 - Alison Hoppen, « Military priorities and Social realities in the Early Modern Mediterranean : Malta and its fortifications », in Hospitaller Malta, op. cit., p. 419. 107 - A. Blondy, L’Ordre de Malte au XVIIIe siècle..., op. cit., p.191. 102 24 Cette belle harmonie ne devait toutefois résister aux ambitions de pouvoir des institutions et au dépassement progressif de la religion comme élément de la conscience frontalière. Lorsque au XVIIe siècle, la frontière devint mentale, psychologique, tout à la fois marquée par une ouverture à l’autre et un refus de la différence religieuse, la religion ne constitua plus l’unique élément de sa survie et de sa cohésion. Elle devenait alors une véritable identité, certes fondée sur la religion, mais également sur une langue, une culture et une histoire communes. À terme, les institutions politico-religieuses exogènes, et tout particulièrement l’Ordre, qui avaient contribué à faire émerger la frontière maltaise, se trouvaient dans l’incapacité de l’incarner. Seul survivait le clergé, référent identitaire puissant, fondement de l’unité et des contestations insulaires, qui se poserait bientôt en pouvoir politique réel face à des autorités – l’Ordre et l’Inquisition – qui, bien qu’étant « de Malte », n’étaient et ne furent jamais maltaises. Anne BROGINI CMMC – Université de Nice. Monarquía, guerras locales y relaciones de fuerza transfronteriza en el Pirineo navarro: el origen del conflicto de los Alduides* Fernando CHAVARRÍA MÚGICA, IUE/EUI, Florencia [email protected] En la Navarra del siglo XVI el fundamento de la obligación de los vecinos de acudir a la llamada al apellido o movilización armada era el reconocimiento del derecho de autodefensa a cada comunidad libre, lo cual constituye una diferencia fundamental con respecto a un sistema de levas. Solo podían ser convocadas para la defensa del reino y en servicio del monarca, que era el único poder reconocido con plena potestad para decidir en asuntos de paz y guerra. Pero también por el propio concejo para acudir a proteger el orden y el honor colectivos de la comunidad en cuestión. Este tipo de convocatorias no se limitaban a acciones esporádicas de “policía”, como podía ser la persecución de bandidos y ladrones,1 o de defensa de intereses generales, como eran las movilizaciones en defensa de la frontera. Era igualmente utilizadas para proteger (o imponer) sus privilegios y necesidades frente a las pretensiones de otras poblaciones rivales. Ordinariamente aquellas que se sentían agraviados podían acudir a los tribunales de justicia en busca de ayuda o pedir la mediación arbitral de alguna autoridad superior. Sin embargo, si esto no era posible recurrían con relativa frecuencia al uso de la fuerza. En el caso de que los contendientes dependiesen de distintos soberanos, más aun si estos eran enemigos entre sí, lo que en un principio era solo un problema de orden público podía llegar a tener repercusiones políticas de mayor calado. El desarrollo del llamado conflicto de Alduides a lo largo del siglo XVI constituye un caso representantivo, además del más grave, en este sentido:2 la disputa pastoril inicial pasaría * Este trabajo forma parte de la tesis doctoral que el autor ha desarrollado en el Instituto Universitario Europeo de Florencia con el título “Monarquía fronteriza: guerra, linaje y comunidad en la España Moderna (Navarra, siglo XVI)”, bajo la dirección del prof. Diogo R. Curto. 1 Así sucedería cuando los vecinos de Ochagavía acudieron armados para perseguir a los bandidos franceses que habían saqueado el santuario de la Virgen de Muskilda, atrapando al menos a dos de ellos que serían enviados a Pamplona para ser ajusticiados, AGS, Estado, legajo 359, [nº 178]. 2 La intervención armada en nombre del monarca en favor de los valles navarros implicados no fue en absoluto resolutiva. De hecho el conflicto de los Alduides se prolongarían hasta bien entrado el siglo XIX. Los trabajos de Arvizu sobre este tema, 25 a enfrentaminto armado entre comunidades fronterizas para convertirse en un auténtico episodio bélico en la que la monarquía se vería forzada a intervenir, a pesar de sus reticencias iniciales, en defensa de intereses meramente locales. Este caso demuestra claramente como los valles pirenaicos no vivían en un estado de aislamiento político ni que las autoridades reales ignoraran la relevancia de estas “guerras campesinas”.3 Las comunidades fronterizas desarrollaban su propia política a escala local, para lo cual buscaban la implicación de las autoridades regias en sus propios asuntos cuando les convenía adquirir mayor peso para imponerse, con las armas si era necesario, a sus vecinos del otro lado de la frontera. Los enfrentamientos armados entre comunidades ponen de manifiesto la imagen falsificada de una sociedad esencialmente pacífica, separada circunstancialmente por fronteras y jurisdicciones impuestas que no reconocían como propias, que tradicionalmente ha prevalecido en la historiografía pirenaica. Del mismo modo que el monarca acudía a los poderes locales para llevar a la práctica sus planes en la región, los fronterizos buscaban conscientemente su apoyo para defender sus intereses particulares. Esta convergencia de fuerzas no venía dada de por sí. La “guerra en la frontera” del monarca no tenía por qué seguir el mismo ritmo que la “guerra fronteriza” entre los valles. Los intereses de una y otra parte podían ser muy dispares, aunque no necesariamente opuestos, y precisamente por ello las comunidades debían hacer ver a las autoridades regias que lo que sucedía en las montañas no eran episodios recurrentes de violencia privada entre pastores sino una agresión en toda regla contra la soberanía de la Monarquía, de la que los valles se proclamaban defensores. El recurso al discurso de la lealtad frente al enemigo exterior no se basaba simplemente en un criterio oportunista o meramente utilitario, era un modo de hacer valer su condición de súbditos amenazados para comprometer al soberano en su defensa. A pequeña escala la mayor preocupación de las comunidades de la Montaña de Navarra era disponer de los recursos naturales adecuados que permitieran el sostenimiento de su economía silvo-pastoril.4 A principios del siglo XVI la comarca de Alduides era un territorio despoblado situado entre el valle de Baigorri y el valle de Erro. Antes de la conquista ambos territorios se encontraban bajo la soberanía de los Albret, que en principio se atribuían la posesión de los montes, cuyo aprovechamiento ya entonces resultaba problemático. Su importancia para el modo de vida de las poblaciones circundantes era vital por el aprovechamiento de la madera de sus bosques y muy especialmente por los pastos altos de montaña.5 Una sentencia arbitral emitida por el rey Carlos III de Evreux en 1400 definiría los términos para el uso y disfrute de los bosques y pastos altos de los montes Alduides, donde cada año los vecinos de los valles circunvecinos llevaban sus ganados para pasar la aunque aciertan al indicar que el fenómeno debe leerse según tres escalas diferentes (la propiamente local; la de los intermediarios o representantes del poder real; la de la soberanía o estatal) no consigue establecer el alcance y límites de la interrelación entre ellas, ya que de hecho las considera prácticamente independientes entre sí. Su análisis adolece de un marcado sentido institucional ya que se fundamenta en la documentación formal emanada por sucesivas negociaciones de las autoridades reales desarrolladas con posterioridad pero no ofrece una interpretación coherente del origen y evolución de la conflictividad fronteriza en su propio contexto. Sin duda estas carencias tienen mucho que ver en el escaso interés que este investigador da al siglo XVI cuando es precisamente en este período cuando se conformará el conflicto y se planteará la cuestión fronteriza, irrelevante antes de la conquista de Navarra en 1512: F. DE ARVIZU, El conflicto de los Alduides (Pirineo Navarro): Estudio institucional de los problemas de límites, pastos y facerías según la documentación inédita de los archivos franceses (XVII-XIX), Pamplona (1992). 3 Christian Desplat incide sobre la relevancia de estos conflictos armados entre valles fronterizos pirenaicos comunmente ignorados o subestimados, pero al centrarse principalmente en las relaciones bilaterales entre comunidades acaba por aislarlas en un nivel herméticamente local que no responde, en este sentido, a la realidad: C. DESPLAT, La guerre oubliée: Guerres paysannes dans les Pyrénées (XIIe-XIXe siècles), Biarriz (1993). 4 A. ZABALZA, “L’Espace et L’Homme: Le controle des ressources naturelles dans les Pyrénées navarraises (XVIe-XVIIIe siècles)”, en M. BRUNET, S. BRUNET y C. PAILHES (eds.), Pays Pyrénéens et pouvoirs centraux (XVIe-XXe s.), Foix (1993), vol. I, pp. 145-154. 5 Sobre el régimen de compascuidad de estos pastos de altura entre diversas comunidades montañesas, muy frecuente en los Pirineos, ver J. M. MORICEAU, Histoire et géographie de l’élevage français du Moyen Âge à la Révolution, París (2005), pp. 377 y ss. 26 estación estiva.6 El valle de Baztán podría llevar su ganado “de sol a sol” en determinadas zonas; solo los rebaños de Roncesvalles, Erro y Valcarlos tenían derecho a construir corrales permanentes; mientras que los de Baigorri debían pagar los derechos correspondientes para acceder a los pastos adicionales que necesitasen. En principio la sentencia era claramente favorable al valle de Erro, en el reino de Navarra, que se atribuía plenos derechos sobre este territorio, en contra de los de Baigorri a quienes se cedía una parte muy limitada. Por supuesto este mandato no los contentó pero debieron asumirlo si no querían incurrir en un desacato contra su propio rey. Los conflictos pastoriles no acabaron pero lo cierto es que los términos de la sentencia no volverían a ser puestos en entredicho hasta el cambio dinástico en Navarra. Este tipo de tratados, también conocidos como “cartas de patz”, “pacerías”, “conversas” o “lies et passeries” no pretendían ser equitativos ni estaban basados en un supuesto sentimiento de hermandad montañesa.7 Muy al contrario, en realidad eran la legitimación de relaciones de poder y dependencia entre comunidades vecinas cuyo móvil era la satisfacción de necesidades concretas.8 Este es el caso de la famosa facería conocida como “El tributo de las tres vacas” por medio de la cual el valle bearnés de Baretous pagaba todos los años en especie por el derecho a usar los pastos pertenecientes al valle navarro de Roncal mediante una ceremonia de sometimiento determinada.9 La clave de la estabilidad de este tratado que se mantendría durante siglos en sus puntos fundamentales, aunque también sufriría incumplimientos recurrentes y momentos de tensión, no se encuentra en la solidaridad transpirenaica sino en el desahogo que tenían los roncaleses por gozar de grandes privilegios en el aprovechamiento de los pastos de las Bardenas Reales en el sur de Navarra, donde trasladaban su propio ganado cada año.10 En principio la conquista de Navarra no alteraría significativamente los modos de vida de los valles pirenaicos. Fernando el Católico y sus sucesores confirmaron y respetaron todos los privilegios, disposiciones y tratados concernientes a los valles fronterizos como harían a su vez los Albret desde su señorío de Bearn. Los monarcas no estaban interesados en cambiar los modos de vida de las comunidades que habían terminado por jurarles lealtad y aceptar su autoridad. Esta es la razón por la cual mientras no estuviese en juego ningún interés de orden superior apoyaban las facerías y tratados de “buena correspondencia”, ya que les permitían ejercer cierto control sobre áreas potencialmente inestables por su propia situación fronteriza.11 Pero más allá de las leyes, las costumbres y los acuerdos, la fuerza y los intereses de cada uno de los valles y poblaciones implicadas podía variar a lo largo del tiempo, lo cual podría moverlos a forzar una alteración de un equilibrio local con el que ya no se sentían satisfechos o del que percibían podían sacar mayor provecho. En este sentido la nueva 6 Una copia de la sentencia puede encontrarse en AGN, Reino, Límites, leg. 2, carp. 14; F. DE ARVIZU, “Frontera y fronterizos: el caso de los Alduides (Pirineo de Navarra)”, Anuario de Historia del Derecho Español, LXXI (2001), pp. 1517. 7 En un artículo clásico de la historiografía pirenaica Cavaillès llegaría a tratar las relaciones entre valles como el embrión de un proto-estado pirenaico, al interpretar erróneamente las “facerías” prácticamente como un ejercicio de soberanía nacional. Esta visión deformada puede explicarse en gran parte por basarse en una lectura parcial de textos legales descontextualizados y no en un amplio análisis de la práctica concreta de las relaciones transfronterizas: H. CAVAILLÈS, “Une fédération pyrénéenne sous l’ancien régime. Les traités de lies et de passeries”, Revue Historique, 105/1 y 2 (1910), pp. 1-34 y 241-276. Un estado de la cuestión reciente: S. BRUNET, “Les mutations des lies et passeries des Pyrénées, du XIVe au XVIIIe siècle”, Annales du Midi, 114 (240), pp. 431-456. 8 Un ejemplo de este tipo de situación sería las facerías que el valle de Arán mantenía con las comunidades vecinas a principios del siglo XVII: BRUNET, Les prêtes des montagnes. La vie, la mort, la foi dans les Pyrénées centrales sous l’Ancien Régime (Val d’Aran et diocèse de Comminges), Aspet (2001), pp. 132-136. 9 F. IDOATE, “Algo más sobre el Tributo de las tres vacas”, y “En torno a una supervivencia medieval o el Tributo de las tres vacas”, ambos en Id., Rincones de la Historia de Navarra, Pamplona (1954), vol. I, pp. 251-258, y (1956), vol. II, pp. 504-520. 10 CDNCC: AGS, Cámara de Castilla, libros de cédulas, 251, f. 628r-v. 11 Las “facerías” o acuerdos entre los valles pirenaicos no se hacían de espaldas de las autoridades regias, que no solo los consentían sino que los aprobaban y confirmaban, C. DESPLAT, “Henri IV et les traités de ‘paréages’ pyrénéens. Un exemple de compromis politique entre le centre et la périphérie”, Annales du Midi, 114 (240), pp. 457-480. 27 situación planteada con los turbulentos acontecimientos que culminaron con la conquista del reino y su posterior división (c.1527) darían la oportunidad a los de Baigorri de inclinar a su favor la relación de fuerza respecto a los valles fronterizos. Lejos de animar al entendimiento esta vecindad favorecía y justificaba la rivalidad. El nuevo orden constituía una oportunidad de reavivar viejas reivindicaciones. En 1512 los de Baigorri pretendieron sin éxito reclamar la “promiscuidad” de los Alduides, en un intento de igualarse con el valle de Erro, que tendrían que volver a demostrar la exclusividad de sus derechos en 1520 y 1526. De nuevo en 1553 una sentencia promulgada por los tribunales del propio Príncipe de Béarn daría la razón al monasterio de Roncesvalles contra las pretensiones de San Juan de Pie de Puerto de apropiarse de ciertos términos de la población de Valcarlos. Si los baigorranos necesitaban hacer uso de ellos debían concertarse con ellos como de hecho venían haciendo desde hacía décadas. Pero esta era una solución que nunca terminaron de aceptar. El cumplimiento de los capítulos establecidos en la sentencia de 1400, como de cualquier “facería”, dependía en última instancia de la voluntad de las comunidades implicadas. Su capitulado tenía validez en tanto en cuanto reportase alguna ventaja, de otro modo resultaban perfectamente trasgresibles y de hecho eran continuamente trasgredidos. Aunque contemplaban una serie de penas para castigar a los infractores y compensar a los perjudicados, resultaban de difícil imposición precisamente por pertenecer cada una de las partes a distintas jurisdicciones y, lo que es más importante, a distintas soberanías. Comunidades antes bajo un mismo rey pasaron después del cambio dinástico en Navarra a ser gobernadas por monarcas enemigos entre sí, lo cual obviamente tendría consecuencias relevantes en el equilibrio de poderes fronterizo. La diferencia fundamental con la situación anterior es que la nueva frontera permitía un gran grado de impunidad que ya no estaba compensada por la presencia de una autoridad superior común a la que ambas partes podían apelar en igualdad de condiciones. La única forma de forzar el cumplimiento de los acuerdos era la aplicación de ciertas vías de hecho aceptadas tradicionalmente. Si por ejemplo una comunidad introducía su ganado en pastos que no le correspondían, una falta frecuente, los perjudicados tenían el derecho y el deber de aplicar la pena de “pennoración” que no era otra cosa que la confiscación de los animales como castigo y como medida preventiva para asegurarse una compensación. Si los dueños querían recuperarlos debían pagar un rescate por cabeza según una tarifa previamente establecida, de otro modo se vendía una parte para pagar las sanciones. La pena llamada de “carneramiento”, consistente en el sacrificio de un determinado de reses incautadas, se aplicaba solamente en casos específicos considerados de especial importancia. Una infracción más grave era el traslado de las piedras o “mojones” que demarcaban el territorio para ganar más terreno de pastos, pretendiendo a su vez evitar la jurisdicción del valle que tratara de confiscar su ganado. Obviamente estas capturas eran siempre discutidas y discutibles por lo que no era extraño que provocasen a su vez nuevos prendamientos a modo de represalia... Después de un ciclo de represalias y contra-represalias en el que nadie solía quedar satisfecho lo más corriente era que las partes optaran por una solución arbitral o negociada. Al fin y al cabo tanto unos como otros volverían a encontrarse cada año con sus rebaños en las montañas. Estos acuerdos tenían como objeto compensar a los damnificados para apaciguar los ánimos pero no la resolución de los problemas que subyacían detrás de los conflictos, de modo que una vez llegado a un acuerdo se volvía al punto de partida en espera de la siguiente trasgresión y el inicio de otro ciclo de represalias. El verdadero objetivo de una facería entre comunidades fronterizas no era tanto el cumplimiento literal de su capitulado sino la gestión de la conflictividad para mantenerla dentro de unos márgenes tolerables. Enfrentamiento y conflicto, tanto como colaboración e intercambio, eran elementos inherentes a una sociedad fronteriza. El abandono de Ultrapuertos supuso un incentivo a las presiones de Baigorri, favorecidos por un nuevo factor: la impunidad fronteriza favorecida por la enemistad entre sus 28 respectivos soberanos y el estado semipermanente de guerra durante la primera mitad del siglo XVI. Es entonces cuando Alduides pasaría de convertirse en un espacio de ordinarias disputas pastoriles sobre términos y aprovechamiento de recursos en una auténtica “frontera”, un espacio de enfrentamiento a escala local. Sin embargo, las razones, los procedimientos y los objetivos de este tipo de conflictividad dependían de factores específicos al entorno en el que se desarrollaban, paralelamente a los intereses políticos y estratégicos del monarca. Durante los años siguientes las disputas fronterizas se harían más virulentas y frecuentes. Las partes en conflicto fueron por una parte el valle de Baigorri, dominio del Príncipe de Béarn como feudatario del rey de Francia; por otra la Colegiata de Roncesvalles y la villa de Valcarlos, dependiente de esta, así como el valle de Erro, ambos en el reino de Navarra y por tanto bajo soberanía del rey de España. La intervención de otras comunidades vecinas tanto de un lado (Cisa y San Juan de Pie de Puerto) como de otro (valles de Baztán y Aézcoa), en este asunto fue de mucha menor importancia aunque mantenían intereses en la zona. En vista que la razón jurídica estaba del lado de los navarros los de Baigorri decidieron optar por la razón armada que les era más favorable. En 1527 el Vizonde de Echauz encabezaría una represalia apresando ganado del valle de Erro en una incursión a mano armada en los montes Alduides. En 1535 sería el Señor de Lasa, castellano de San Juan de Pie de Puerto, quien dirigiera junto a un teniente del vizconde una nueva represalia al mando de 300 hombres cobrándose en esta ocasión más de 70 novillos y otros 260 cerdos para compensar los prendamientos que previamente habían sufrido a manos de los del valle de Erro al ejercer sus derechos de propiedad sobre Alduides. También en 1548 y de nuevo en 1552 entraron y prendieron con violencia varias decenas de cabezas de ganado vacuno y de cerda. En los años sucesivos el conflicto se complicaría con la intervención de los “tablajeros” o vigilantes de la aduana de Valcarlos y Burguete, que ejercían su función con poderes delegados del rey. Una de las cuestiones más espinosas era la negativa de los pastores de Baigorri a pagar las tasas correspondientes por pasar con su ganado al reino de Navarra, aprovechando los acuerdos que les permitían hacerlo en Alduides, tal como estaba contemplado por la legislación. Además del obvio beneficio económico que suponía para los transgresores esta oposición tenía también un sentido jurídico. No podían aceptar que el rey de España pretendiese hacerles pagar ninguna tasa como extranjeros por adentrarse en una zona que reivindicaban como propia. Por supuesto si eran detectados por los guardias de la aduana sus rebaños eran automáticamente “descaminados” o decomisados. Si en un plazo breve no pagaban los derechos reales los perdían. Cada vez que aceptaban un prendamiento de ganado o pagaban el impuesto de la aduana podía interpretarse como la aceptación de la jurisdicción establecida y por tanto la renuncia a los derechos que pretendían. Como la ley no los asistía el recurso más obvio para expresar su oposición y al mismo tiempo resarcirse de sus pérdidas era una vez más el ejercicio de la represalia que los de Baigorri interpretaban como un derecho y las comunidades vecinas como un flagrante abuso, ya que ellos no eran responsables de la actuación de los “tablajeros”. Así sucedería en 1554 cuando unos hombres del lugar de Azcárate se adentraron en secreto en los términos de Valcarlos para robar 22 cerdos. Ese mismo año Antón de Echauz, primogénito del vizconde, llevaría a cabo una “cabalgada” al mando de 300 hombres armados por orden de Marcos de Lasa, alcaide de San Juan de Pie de Puerto, robando otro centenar. Episodios similares sucedieron en 1565 y de nuevo en 1574, cuando un grupo de unos 40 vecinos armados del lugar de Osés se llevarían 120 cerdos. Los incidentes volverían a repetirse con especial virulencia en 1583 y 1587 y aun posteriormente. Todo ello, según decían, “en venganza de los tablajeros y recobro de los reales derechos”. La frecuencia y creciente intensidad de los conflictos por el control de los montes Alduides generaría una dinámica de hostilidad que acabaría convirtiendo una serie de disputas concretas más o menos graves pero típicas entre poblaciones campesinas, en una auténtica 29 guerra no declarada entre valles fronterizos, al margen de la situación en que se encontrasen las relaciones entre sus respectivos soberanos. En este sentido el aumento de la conflictividad y su virulencia no puede atribuirse únicamente a la cuestión pastoril. Los prendamientos, las represalias y las reivindicaciones no eran la causa de la tensión sino los síntomas de un problema subyacento de mayor calado. En realidad las acciones más violentas que se registraron no estaban directamente relacionadas con la ganadería sino con la construcción de corrales, “bordas” o refugios de pastores y, en última instancia, viviendas en las tierras altas de Alduides. Las facerías eran muy estrictas a este respecto. Los vecinos de Valcarlos y Valle de Erro reclamaban el derecho como legítimos propietarios a proceder a la inmediata demolición de cualquier construcción no autorizada dentro de sus términos. Hay que tener en cuenta que las bordas permitían guardar el ganado día y noche, en los refugios podía vivir gente todo el año, que lógicamente procedería a roturar la tierra para cultivar lo cual suponía a su vez una disminución de los pastos. Pero esta destrucción debe interpretarse, al igual que los prendamientos de ganado, como actos con alto contenido simbólico destinados a marcar la posesión del territorio ya que la edificación constituía a su vez un modo de apropiación del espacio en sí mismo que podía invalidar cualquier pretensión jurisdiccional. Esto era debido obviamente a una razón de fuerza pero también a que los estados de la edad moderna fundamentaban su soberanía sobre comunidades organizadas y no sobre simples extensiones de terreno. La carga jurídica de estos actos que legitimaban el poder de una comunidad frente a otras poblaciones era tan importante como sus repercusiones prácticas. Era a través de esta apropiación del espacio a nivel local o “pratica dei confini”, según la expresión de Grendi, y no con los decretos emanados desde la corte, como quedaban fijadas (o se cuestionaban) los límites jurisdiccionales del reino y en última instancia el alcance territorial de la soberanía de un monarca.12 La creciente presión demográfica en el valle de Baigorri y el orden social cerrado establecido obligaría a muchos a buscar nuevas tierras donde asentarse. Los que no podían emigrar a tierras lejanas, simplemente abandonaron el valle para asentarse en los Alduides sin importarles los derechos que en vano reclamaban los valles vecinos de Erro y Valcarlos. A partir de mediados del siglo los asentamientos esporádicos de este tipo fueron superados por la fundación de una verdadera población. El origen de este núcleo habitado está asociado a la fuerte migración provocada por la imposición del credo calvinista ordenada en 1567 por Juana de Albret en todos sus dominios incluido Baigorri, de inmensa mayoría católica.13 Para seguir asistiendo a los oficios religiosos y seguir recibiendo los sacramentos construyeron con el permiso de Felipe II una ermita en los montes Alduides justamente donde comenzaban los dominios del rey de España. Aprovechando esta circunstancia se multiplicaron los asentamientos, lo cual conllevaba necesariamente la introducción de más ganado y la roturación de tierras.14 Hacia 1585 los pobladores ya recogían más de 6000 robos de trigo y 12 E. GRENDI, “La pratica dei confini: Mioglia contro Sassello, 1715-1745”, Quaderni Storici, 63 (1986), pp. 811-845, reeditado en E. GRENDI, In altri termini: Etnografia e storia di una società di antico regime, Milán (2004), pp. 133-166. Para esta tutela de los límites entre una comunidad y otra no era necesaria la intervención de ningún representante de un poder superior aunque no cabe duda que su presencia daría más fuerza y solemnidad a los actos de posesión sobre todo porque solían quedar registrados por escrito con presencia de testigos: A. STOPANI, “La memoria dei confini giurisdizionale e diritti comunitari in Toscana (XVI-XVIII secolo)”, Quaderni Storici, 118 (2005), pp. 73-96, y O. RAGGIO, “Costruzione delle fonti e prova: Testimoniali, posseso e giurisdizione”, Quaderni Storici, 91, (1996), pp. 135-156. 13 La inmigración norte-sur (de la Baja a la Alta Navarra) solo resultaría un factor demográfico relevante a partir de esta fecha: S. HERREROS LOPETEGUI, Las tierras navarras de Ultrapuertos (siglos XII-XVI), Pamplona (1998), p. 224. 14 “Si la piedad y religioso celo no hubiera permitido construir la iglesia en dominio de España no se entendiera el exceso de los Baigorrianos el año de 1570 a fabricar bordas o corrales, pastar su ganado, roturar las tierras para sembrarlas y percibir las utilidades de los montes”: “Representación a el rey nuestro señor sobre el dominio en los montes de Alduide, derechos a el, util y pasturas de los valles de Valderro, Valcarlos y Baztan y Real Casa de Roncesvalles. Violentas usurpaciones en el de Baiguer, continuos reencuentros e inquietudes en las fronteras desde el año 1237 hasta el de 1752 del general Conde de Gages”, p. 6: AHN, Estado, libro 659, ff. 61-142. 30 más de 2000 de mijo.15 Este proceso dió lugar a la formación de un núcleo habitado estable que crecería y consolidaría durante el último tercio del siglo hasta alcanzar en 1600 unas 70 casas.16 La población de Alduides se había convertido de hecho, que no de derecho, en una prolongación del valle de Baigorri ante la impotencia de los valles navarros, a quien pertenecía por derecho el territorio ocupado. Los habitantes de Valcarlos y del Valle de Erro estaban siendo desplazados de sus propios términos en los Alduides por una comunidad que servía a un príncipe extranjero. En 1588 un viejo pastor nacido en Osés (Baja Navarra) pero avecindado en Espinal (Navarra) atestiguaba como: “de veinte años a esta parte los dichos de Baiguer han ido entrando mucho más adentro de lo que solían gozar en lo de Alduide y han hecho muchas roturas y bordas en distancia de dos leguas poco más o menos en lo de Alduide de hecho de su propia autoridad sin que los dichos de Valderro se puedan defender por estarles prohibido por los señores Visorreyes de este reino [de Navarra] no hagan entradas ni asaltos a los de Baiguer, por bien de paz y evitar vías de fuego y escándalos y de esta manera los dichos de Baiguer han entrado y van entrando mucho más adentro de lo que solían en Alduide como esto es público y notorio”17 Los potentados locales tuvieron un papel muy importante en el desarrollo de este conflicto. Los navarros no dudaron en señalar al vizconde Antón de Echauz, cuya casa disfrutaba de una posición preeminente en Baigorri, como uno de los máximos responsables en este sentido. A raíz del cambio dinástico en el reino de Navarra tanto él como sus antepasados acaudillaron en múltiples ocasiones las represalias, contando incluso con el apoyo de la cercana castellanía de San Juan de Pie de Puerto en la Baja Navarra. Los Echauz tenían un gran interés en el control de estos pastos ya que gran parte del ganado que pacía allí, debida o indebidamente, era de su propiedad. Desde el primer momento la nueva población de los montes Alduides contó con su protección ya que proporcionaba importante beneficios. La nueva comunidad pagaba al Vizconde de Echauz unos 500 robos de trigo y 300 de mijo en diezmos y primicias “y como halla y saca este provecho donde antes no tenía ninguno les va dando calor y favor”.18 Para entonces estaba claro que las incursiones y las represalias ya no eran consecuencia de simples disputas pastoriles entre valles vecinos. Un enfrentamiento armado para-oficial y no declarado había estallado en la frontera. La relación de fuerzas a nivel estrictamente local era claramente favorable a Baigorri en contraposición a Valcarlos y el valle de Erro por lo que no es extraño que fueran ellos los que protagonizaran la mayor parte de represalias armadas “como más poderosos y por ser más gente”.19 Aunque los navarros procuraban responder en la medida de lo posible a las incursiones en realidad tenían un margen de maniobra muy estrecho, ya que a diferencia de aquellos el virrey les había prohibido explícitamente cualquier acto de agresión fronteriza. Los valles pirenaicos llevaban a cabo sus propios acuerdos y resolvían sus conflictos con gran autonomía, bajo su responsabilidad y con sus propios medios, como de hecho se esperaba por tratarse de cuestiones de índole local y particular, pero no tenían potestad para emprender acciones armadas por su cuenta. Los descaminos, carneramientos y prendamientos no eran 15 AGS, Estado, leg. 360, nº 9. “A espaldas del predicho acto de religión con razones animadas de el interes y hallarse sujetos a la corona de Francia empezaron a edificar casas con tanta libertad que el año de 1600 habría hasta 70 casas (no consintiendo que en término propio del valle edificare una el conde de Echauz sin el consentimiento de sus vecinos) en lo que demuestra la generosidad que usan en lo ageno [...] y a esto se siguió el aprovecharse de todo lo que produce el terreno”, AHN, Estado, libro 659, ff. 169-170r: “Breve resumen de los excesos cometidos en la frontera de Navarra desde el año de 1400 hasta el presente de 1761, sobre el dominio y goce de los términos y montes de Alduide y remedios para establecer la paz.” 17 AHN, Estado, libro 644, ff. 213-217. Declaración de Domingo de Osés, vecino del lugar de Espinal pero natural de Osés en Ultrapuertos, viejo pastor de unos 80 años de edad (Burguete, 15-6-1588). 18 “Petición de Valderro y Valcarlos a Su Majestad”: AGS, Estado, leg. 360, nº 10. 19 AHN, Estado, libro 644, f. 29. 16 31 considerados agresiones propiamente dichas sino medios legales, parte del procedimiento judicial ordinario regulado por ordenanzas locales o tratados entre comunidades, para castigar determinadas infracciones. Pero para realizar represalias e incursiones en territorio enemigo debía contarse con el consentimiento de las autoridades reales por considerarse acciones bélicas. Los asuntos de guerra y paz eran una potestad reservada por principio exclusivamente al monarca, como demuestra el hecho de que otorgara cartas de protección a algunas comunidades fronterizas, como la que el virrey Duque de Alburquerque concedería al valle de Sara en 1557 ordenando a todos los súbditos del reino: “que no hagais ni consintais hacer ningun mal ni daño a ningun hombre ni mujer vecinos del lugar y tierra de Sara, que es en tierra de Francia, en sus personas, casas, ganados ni en los bienes, ropa ni hacienda que tuviesen dentro en la iglesia del dicho lugar [...] so pena de muerte y perdimiento de todos sus bienes a cualquier que lo contrario hiciese”.20 Contravenir este principio y estas concesiones podía ser considerado no como un acto de guerra o una “vía de hecho” sino como pillaje o desacato a la autoridad real y como tales crímenes perseguibles y punibles por la justicia ordinaria. Por parte de Baigorri, la participación del Vizconde de Echauz y otras autoridades de Ultrapuertos en las represalias hacía suponer que el Príncipe de Béarn cuando menos consentía este tipo de acciones. Por esta razón los vecinos de Valcarlos y los valles navarros reclamaban al menos una implicación proporcional de las autoridades regias, permitiéndoles defenderse en los mismos términos que sus agresores, es decir, dándoles libertad para realizar prendamientos y represalias a mano armada incluso si eso suponía realizar incursiones en territorio extranjero. En 1580 consiguieron que las cortes reunidas en Pamplona incluyeran una petición de reparo de agravios para comprometer al monarca en la defensa de los límites del reino: “Petición de reparo de agravio, a instancia de los valles de Erro, Baztán, Aézcoa y Valcarlos, porque los vecinos de Cisa y Baigorri pasaban con sus ganados a los pastos de los montes de Alduides y de otras partes del reino, sin tener derecho alguno, e incluso habían construído bordas, casas y porcillas para puercos, habían hecho grandes roturas y entradas en el reino para llevarse ganado, usurpando hasta cuatro leguas de los términos del reino; y si los naturales les hacían algunos prendamientos eran traídos presos a Pamplona”21 La petición fue atendida pero probablemente no del modo que deseaban los valles. Las comunidades fronterizas no volverían a ser castigadas por esta causa lo cual no quiere decir que se les diera permiso para emprender incursiones para tomarse la justicia por su cuenta ni que contasen con el apoyo del ejército real. Esto no significa que las autoridades regias permaneciesen al margen de la situación ni que ignorasen la trascendencia del asunto. En respuesta a esta petición Felipe II ordenaría al virrey y al Consejo de Navarra tener especial cuidado en la vigilancia de los límites del reino pero descartando el uso de la fuerza en favor de los tribunales: “que nuestro Patrimonial nos informe de lo contenido en este capítulo y pida justicia”.22 Esta resolución era una continuación de la política de apaciguamiento de la hostilidad fronteriza que las autoridades regias venían practicando por entonces en Navarra por orden del monarca. En diciembre de 1565 el virrey don José de Guevara ya había hecho restituir una piara de Baigorri decomisada por los tablejaros de Burguete imponiendo únicamente el pago de las costas del proceso, aunque su decisión sería inmediatamente 20 AGS, Guerra Antigua, libro 23, ff. 252v-253r. (Valladolid, 25-11-1557). Cortes de Pamplona, año 1580: Las cortes de Navarra desde su incorporación a la corona de Castilla, edición de V. VÁZQUEZ DE PRADA y J. Mª USUNÁRIZ, Pamplona (1993), vol. I, p. 295. 22 Las cortes de Navarra desde su incorporación a la corona de Castilla, edición de V. VÁZQUEZ DE PRADA y J. Mª USUNÁRIZ, Pamplona (1993), vol. I, p. 295. 21 32 recurrida por los interesados.23 Años después volvería a producirse un episodio parecido y el virrey Marqués de Almazán adoptaría de nuevo la misma medida “por vía de pacificación y sosiego por aquella vez tan solamente sin que se pudiese traer por consecuencia ni alegar posesión alguna reservando los derechos de Vuestra Majestad sus tablajeros, súbditos, términos, límites y mojones.”24 Como resultado de otro proceso sentenciado en Pamplona en 1592 en el que se daría la razón a los tablajeros por otro descamino el virrey intervino para moderar la suma que debían pagar los de Baigorri para recuperar su ganado, ordenándoles observar los acuerdos de arriendo establecidos para el aprovechamiento de los Alduides.25 Las medidas aplicadas a estas disputas específicas fueron momentáneas y circunstanciales. En ningún modo pretendieron dar una solución real al conflicto fronterizo. Sin embargo la petición de las cortes de 1580 supuso el reconocimiento implícito por parte del monarca de que la cuestión de Alduides era algo más que una simple disputa entre pastores. ¿Pero por qué estaba Felipe II tan interesado en apaciguar el enfrentamiento? Para comprender esta postura hay que tener en cuenta el contexto general de la política del rey Católico respecto a las Guerras de Religión francesas, en particular durante un periodo de relativa calma entre los beligerantes como fueron los años 1576-1584. Enrique III de Francia y la reina madre, María de Medici, veían con manifiesta desconfianza el papel de protector del bando católico que se atribuía Felipe II, al que de hecho consideraban encubiertamente como un enemigo. Cualquier alteración grave en la frontera durante estos años podía interpretarse como una agresión contra la corona de Francia y servir de excusa para juntar las fuerzas del reino y declarar la guerra a la Monarquía en un momento nada oportuno. La inestabilidad del horizone político francés ante la falta de heredero al trono y el creciente descontento de la nobleza movería al monarca español a establecer relaciones secretas con diferentes facciones de descontentos. Precisamente entonces Enrique de Navarra (futuro Enirque IV de Francia), Príncipe de Béarn, intentaría retomar los contactos que tradicionalmente había mantenido su padre, Antonio de Borbón, con la Monarquía española alimentando así la esperanza de una posible reconciliación con la Iglesia de Roma en caso de llegar a una alianza.26 Para llevar a cabo este asunto se valdría precisamente del vizconde Antón de Echauz, miembro de su consejo personal y uno de sus vasallos católicos de mayor confianza. El caso del vizonde representa claramente las conexiones y contradicciones entre intereses generales y particulares, estrategias globales y locales. A pesar de que durante la represión religiosa ejecutada por su madre este personaje se había alineado junto al resto de señores católicos, una vez muerta Juana de Albret y aligerada la presión protestante no dudaría en reconciliarse con su hijo y heredero. Desde entonces se convertiría en su portavoz ante las autoridades del reino de Navarra, donde tenía deudos y parientes,27 y uno de sus más firmes apoyos en la frontera. No es extraño por tanto que lo escogiera a pesar de la mala fama que lo precedía.28 23 “En 20 de diciembre de 1565 el virrey don José de Guevara vistas las informaciones de el descamino que hicieron el tablajero Miguel de Ozcariz y guardas de Burguete de varios cerdos de Baiguer, los mandó restituir pagando la costa. En 5 de enero de 1566 el fiscal de Vuestra Majestad y el arrendador presenteron agravios en el Consejo confirmo en 24 del mismo y con la clausula de por ahora, el decreto de el virrey, reservando los perjuicios de rentas reales, para lo sucesivo, dio traslado a los interesados a fin de que dedujesen en justicia lo que tuviesen por conveniente”, Representación al rey nuestro señor... (p. 18), AHN, Estado, libro 659, ff. 61-142. 24 AHN, Estado, libro 659, (año 1584) 25 AHN, Estado, libro 659, p. 19. 26 Las negociaciones con el Príncipe de Bearn llegaron muy adelante, llegándose incluso a acordar algunos capítulos. Sin embargo, la cuestión religiosa hacía imposible su conclusión, AGS, Estado, leg. 360, nº 33: Felipe II al Marqués de Almazán (Aranjuez, 11-5-1583). 27 “Otra hermana del vizconde Echauz, que como debe Vuestra Majestad tener entendido es una mala pieza, que por tener inteligencia en Pamplona la casó con un vecino della llamado Unbiano, y la reina madre entendía en todo esto y lo favorecía”, AGS, Estado, leg. 359, nº 71: Don Francés de Álava a Felipe II (Malaga, 2-8-1576). 28 “Del Vizconde de Echauz ha de presuponer que este hombre es tenido en toda Francia por muy ruin subjeto, codicioso, espión público de la Reina Madre [María de Medicis] y de Vandoma [Enrique de Borbón] y a esta causa no hay catolico ni hereje que no se recate dél y agora 8 o 9 años estando don Francés de Álava en Francia avisó desto mismo a Su Majestad y al 33 Ambas partes sabían que la posibilidad de llegar a un acuerdo era más bien remota visto lo intereses estratégicos contradictorios, las confesiones religiosas antagónicas y los problemas de protocolo en torno a la titularidad del reino de Navarra. El objetivo encubierto era en realidad tantear las intenciones del enemigo y “entretenerlo”, en expresión de la época. Manteniéndolo ocupado se ganaba tiempo y se evitaban agresione directas, al menos mientras durasen los contactos. El líder de los hugonotes no gozaba todavía de una posición sólida por lo que aprovecharía la relativa calma en esos años para atraer a su bando a los católicos politiques, dispuestos a algún tipo de acuerdo con los herejes. Por su parte el rey de España confiaba en que si no podía atraerlo a su órbita (previa conversión al catolicismo) al menos entorpecería la alianza entre el Príncipe de Béarn y el rey de Francia. Ante esta delicada coyuntura no parecía conveniente avivar el conflicto fronterizo, que dadas las circunstancias Felipe II trataría de minimizar. Reduciendo formalmente el conflicto al ámbito judicial evitaba comprometerse políticamente tanto frente a los estados vecinos como ante sus propios súbditos. De otro modo corría el riesgo de verse arrastrado por un enfrentamiento local con posibles repercusiones diplomáticas que podría poner en peligro intereses de orden mayor. Los intereses generales de la corona no correspondían necesariamente con los de los valles fronterizos lo cual no significa que fueran incompatibles. La labor del monarca era precisamente hacerse cargo de ambas posturas y tratar de conciliarlas. El monarca retrasaría en la medida de lo posible su implicación directa en el asunto de los Alduides, a pesar de las súplicas de las comunidades afectadas, confiando en que no traspasara ciertos límites. Pero el conflicto seguiría su propia dinámica. Como era de esperar la resolución de 1580 no tendría ningún efecto práctico. En 1583 volvería a producirse un incidente especialmente grave. Como respuesta a un nuevo descamino del tablajero de la aduana, los hombres de Baigorri volverían a realizar una represalia a mano armada para resarcirse de sus pérdidas robando todo el ganado de Valcarlos. Inmediatametne acudirían a quejarse al virrey. La investigación llevada a cabo concluiría dando la razón al tablajero sin que la parte contraria lo contradijese. Los acusados debían pagar los derechos reales o aceptar las penas impuestas como siempre habían hecho: “hasta que de poco tiempo a esta parte por ser los de Bayguer de mayor vecindad y más poderosos y estar los de Valcarlos a los puertos allá donde con mucha facilidad los pueden oprimir por fuerza de armas se les han metido en sus términos y se los gozan con sus ganados usurpando en esto y ocupando violentamente los términos deste reino y la jurisdicción real”29 A pesar de todo el Marqués de Almazán, virrey de Navarra, continuaría con la política pacificadora marcada por la corona ordenando el intercambio entre las partes del ganado o su valor equivalente si ya había sido vendido, como de hecho ocurrió. Para llevar a cabo la operación escribiría al Señor de Sanginés, lugarteniente de Enrique de Navarra en Ultrapuertos, para que mandase lo mismo a los de Baigorri: “porque se evitasen escandalos y conmocion de las fronteras por bien de paz y concordia y por conservar la buena vecindad que Vuestra Majestad tiene con el dicho Príncipe de Bearne”. En principio el arrendador de las tablas accedió a depositar los 117 ducados y medio en los que estaban tasados los 56 cerdos decomisados. Pero sus dueños no aceptaron el dinero arguyendo que valían por lo menos 200 ducados por lo que este intento de solución pacífica fracasó. El arrendador exigiría la devolución del dinero depositado mientras los habitantes de Valcarlos reclamaban una solución urgente para no verse obligados a abandonar sus casas por no poder subsistir. El Duque de Medinaceli, que entonces era visorrey de navarra”, AGS, Estado, leg. 359, nº 91: “Lo que parece que se debe avisar a don Sancho Martínez de Leyva con Francés de Esparza”. 29 AGS, Estado, leg. 360, nº 6. 34 virrey reconocía el derecho de los navarros a exigir una compensación. Si esto no era posible por vía de “concordia” no habría más remedio que tomar medidas más contundentes: “las insolencias de los de allá pasan muy adelante y que los naturales deste reino padecen muchas vejaciones, daños y molestias y aun el real patrimonio de vuestra majestad recibe detrimento muy notable y que casi se ofende con todo esto la autoridad y reputación de la grandeza real de Vuestra Majestad”30 El virrey era consciente de la “mucha dificultad y perplexidad” del problema. La solución judicial no era posible. Las reclamaciones de los navarros no eran atendidas en los tribunales del Príncipe de Béarne y los de Baigorri no aceptaban las sentencias emanadas del Consejo de Navarra. No tenían por qué hacerlo ya que tenían garantizada la impunidad gracias al amparo de la frontera y el apoyo de sus propias autoridades. Si quería ponerse un freno a esta situación no bastaba con las medidas apaciguadoras tomadas hasta entonces. La gravedad de los hechos exigía decisiones más drásticas y una mayor implicación de la Monarquía en el conflicto. El Marqués de Almazán propondría en mayo de 1585 tres modos posibles para resolver la cuestión “todos ellos de harto inconveniente y dificultad”. La primera opción era la de da otorgar total libertad a los valles fronterizos para defenderse, expulsar a los que ocupaban sus términos y llegado el caso realizar represalias a mano armada como de hecho siempre habían solicitado y estaban dispuestos a hacer. Las autoridades reales siempre se habían resistido a esta concesión, que de hecho el marqués desaconsejaba, por dejar toda la gestión de la violencia en manos particulares dando ocasión “a muchas muertes, escándalos y conmotión de fronteras”. Otra medida posible era la de organizar una verdadera operación de castigo con el apoyo de las tropas del rey. Sin lugar a dudas esto permitía un mayor control sobre la aplicación de la violencia y previsiblemente menos abusos, por contra se corría el riesgo “de que se rompa y tenga quiebra la buena correspondencia que Vuestra Majestad tiene con el dicho Príncipe de Bearne y de que este reino se inquiete y reciba los daños que de semejantes alteraciones y ocasiones suelen resultar”.31 Para evitar todo estos peligros el virrey recomendaba optar una vez más por una vía pacífica pero no por ello menos dificultosa. Visto que ninguna de los implicados aceptaría las resoluciones de un tribunal de la parte contraria el único modo para llegar a un acuerdo sería el nombramiento de dos diputados, uno del reino de Navarra y otro del Príncipe de Béarne, que decidiesen juntos sobre la legalidad o no de los descaminos y los límites del reino en Alduides. Esta propuesta era sin duda mucho más segura que las anteriores pero también la más inviable. En primer lugar la diversidad de opiniones y planteamientos podría prolongar indefinidamente las discusiones haciendo imposible la obtención de un voto consensuado sobre el asunto, “mayormente que se puede bien creer que cada uno de los dichos jueces adherirá a la parte de su rey y patria”.32 Además habría que contar con el retraso que provocarían las inevitables disputas en torno a cuestiones de protocolo. Por último, aunque los diputados nombrados se pusieran de acuerdo o sometieran su resolución al juicio de un tercero, nada garantizaba que los de Baigorri aceptaran la sentencia si se sentían perjudicados. En definitiva, el éxito de esta medida dependía una vez más del compromiso de los soberanos y de la buena voluntad de las partes. Mientras tanto la situación política francesa se deterioraría rápidamente. Era evidente que la “buena correspondencia” entre el monarca español y el Príncipe de Béarn no podía durar. La insurrección de la Liga Católica en 1585 forzaría a Enrique III de Valois a rechazar toda influencia hugonote (Edicto de Nemours). El apoyo de Felipe II a los ligueurs y la declaración del Papa Sixto V considerando a Enrique de Borbón inhábil como sucesor al 30 AGS, Estado, leg. 360, nº 6. AGS, Estado, leg. 360, nº 6. 32 AGS, Estado, leg. 360, nº 6. 31 35 trono de Francia por hereje y relapso no harían más que poner al descubierto las tensiones latentes hasta entonces. Los acontecimientos se precipitarían hacia la guerra abierta después de los asesinatos del rey de Francia y del Duque de Guisa en 1589, que situaban a Enrique de Borbón y Albret, sucesor de los reyes destronados de Navarra, como el principal candidato a la corona francesa.33 Estos hechos repercutirían también en la situación de la frontera. Ante las nuevas circunstancias el virrey de Navarra no descartaba apoyar una represalia armada aprovechando la enemistad declarada con el Borbón: “considerando que la causa principal porque los días atrás se ha disimulado y contemporizado con los vecinos cesa agora pues no ha menester monsieur de Vandoma al presente más que hasta aquí por sus cosas”. En cualquier caso el Marqués de Almazán urgiría al rey a tomar una decisión porque cada vez resultaba más difícil contener los ánimos de los fronterizos. Aun así la opción armada sería rechaza. Felipe II optaría por la tercera propuesta con la importante salvedad de que los diputados nombrados por cada parte actuasen en nombre de las comunidades fronterizas y no de la corona. Pero al rehuir una vez más cualquier compromiso formal en el conflicto la comisión contaría únicamente con la legitimidad que quisiesen otorgarle las partes implicadas, lo cual significaba volver al punto de partida. Con estas premisas resultaba imposible encontrar una solución negociada. Los enfrentamientos continuraron produciéndose recurrentemente siguiendo la dinámica descrita. En las reuniones de cortes de 1586, 1589-1590 y 1604 los valles navarros con intereses en Alduides volverían a exigir al monarca el cumplimiento de su compromiso asumido en 1580 de defender los límites del reino. Ni el ascenso al trono de Enrique IV (1589) ni la Paz de Vervins (1598), conllevarían cambios significativos en la situación. Para entonces la posición de la colonia baigorrana estaba ya muy consolidada con la protección del Vizconde de Echauz y el apoyo de su valle y la vecina tierra de Cisa. Contaba con una población estable que, como hemos visto, tenía necesidad de alimentar a su propio ganado y garantizar su sustento roturando nuevas tierras. Con toda probabilidad esta sensación de impotencia es lo que llevaría al valle de Erro a negociar por su cuenta en 1603 un nuevo tratado para regular el aprovechamiento de los recursos en ciertas zonas de Alduides según las nuevas circunstancias con los representantes de la villa de San Juan de Pie del Puerto y la tierra de Cisa en Ultrapuertos. Sin embargo, estos contactos habían sido realizados a espaldas de la Colegiata de Roncesvalles y sus dependencias, las villas de Burguete y Valcarlos, las otras comunidades con intereses y derechos en la zona. El cabildo del monasterio invocaría inmediatamente la intervención del virrey, asociando el conflicto a la defensa del territorio y la soberanía que según ellos las nuevas capitulaciones hacían peligrar: “por cuanto aquellas no solamente son en grave daño, lesión y agravio de la dicha iglesia y de su hospital general pero redunda en mayor agravio de Vuestra Señoría a quien principalmente incumbe la defensa y protección de la tierra, términos, mojones y límites deste reino sin cuya sabiduría, orden y consentimiento no se deben señalar los nuevos ni alterar los antiguos y por lo mesmo son en deservicio del rey nuestro señor y de su real corona por los muchos inconvenientes y peligros que pueden resultar contra Su Majestad y contra este reino en todo tiempo, mayormente en tiempos de guerra entre Francia y España”34 El nuevo convenio establecía una nueva línea divisoria (“amojonamiento”) entre ambas partes, pero el reparto no era equitativo. Los de Cisa ganaban el derecho de hacer uso de todos los pastos tanto de día como de noche eximiéndoles incluso del pago de los derechos 33 Sobre la reacción de la corona española a la situación política francesa ver: V. VÁZQUEZ DE PRADA, Felipe II y Francia (1559-1598): Política, Religión y Razón de Estado, Pamplona (2004), pp. 271 y ss. Sobre la problemática cuestión del efecto pacificador de la conversión al catolicismo de Enrique de Borbón ver: M. WOLFE, The Conversion of Henri IV: Politics, Power, and Religious Belief in Early Modern France, Cambridge, Mass.-Londres (1993). 34 AHN, Estado, libro 659, f. 16. 36 de aduana por pasar con sus rebaños de un lado a otro, aunque no se les permitiría hacer corrales, cabañas ni fuego, ya que en tal caso no solo se procedería a la destrucción de estas construcciones sino que su ganado podría ser confiscado si eran sorprendidos de noche en la parte navarra. Por su parte la libertad de tránsito de rebaños y aprovechamiento de pastos del valle de Erro era solo diurna (“de sol a sol”). La Colegiata de Roncesvalles impugnaría completamente la validez de estas capitulaciones “pues en ellas se le quitan sus haciendas y términos y la pastura de sus ganados, dándolos a estranjeros”, a pesar de que el primer artículo específicaba que lo acordado entre unos y otros no alteraría los derechos que venían gozando hasta el momento. Para empezar acusaban al valle de Erro de pactar y delimitar unos términos sobre los que no tenía ninguna jurisdicción ya que toda la parte correspondiente a Navarra pertenecía a Roncesvalles y sus dependencias. De hecho era el valle de Erro quien tenía que pagar para hacer uso de sus pastos juntándo sus rebaños con los del monasterio. Pero la denuncia de fondo del cabildo era que tal convenio no era una auténtica “facería”, es decir un simple acuerdo de convivencia y aprovechamiento de recursos, sino una verdadera rendición que no solo alteraría el equilibrio de poderes entre las comunidades fronterizas sino de hecho modificaba arbitrariamente la configuración territorial en favor de extranjeros: “Aunque en la dicha sentencia se dice que los dichos árbitros señalan mojones entre val de Erro y la tierra de Cisa pero verdaderamente son mojones deste reino y de Vascos [Ultrapuertos], porque en ellos se dividen las jurisdicciones y señoríos del rey de España y Francia. Por esta causa dos agravios muy notorios resultan del dicho primer capítulo. El primero y principal es contra Vuestra Señoría, porque siendo este señalamiento de reino a reino es muy claro que no se debía hacer sin sabiduría, presencia y consentimiento de Vuestra Señoría. Demás que con el dicho amojonamiento quitan a este reino un gran pedazo de tierra y aplican al otro reino y al rey extranjero. [...] El otro agravio se hace a la dicha iglesia en quitalle su término y sus pasturas, por donde ha de perecer el ganado vacuno de su hospital, pero porque este agravio es menos principal no se cura dél por ahora.”35 Sin duda alguna, subordinando sus intereses particulares a los generales de la monarquía trataban de influir la opinión del virrey en contra de un tratado por el que se sentían agraviados, que era al fin y al cabo su objetivo. Pero la utilización de estos argumentos no se limitaba a una estrategia retórica, sino que trataba de situar de hecho el discurso en otro nivel. El asunto había trascendido el prosaico ámbito jurídico de la demarcación de términos locales para pasar al político propio de la soberanía y por tanto del monarca. En contra de lo que podría deducirse de este razonamiento el convenio no se había suscrito en contra de la autoridad del virrey, ya que de hecho se esperaba contar con su aprobación para que pudiese entrar en vigor,36 pero lo cierto es que las condiciones en los que se había establecido eran muy irregulares. En primer lugar la delimitación del territorio, aparte de ser ilegítima por no pertenecer al valle de Erro se había hecho de un modo totalmente arbitrario, sin tener en cuenta las marcas de separación o “mojones” establecidos: “y con mucho atrevimiento los han colocado entre los dichos antiguos y conocidos, haciendo grandes senos y rodeos para esta parte de España” (artículo 5). No se negaba que algunas partes ya habían sido ocupadas por los de Ultrapuertos “furtivamente y con vicio”, con lo cual siempre que habían podido habían “prendado los ganados y fuera echándolos y defendiendo algunas veces con armas”. Sin embargo no por ello debía otorgárseles mayor derecho sobre el 35 Artículo 2 de los “Advertimientos e impugnaciones” del cabildo de Roncesvalles, AHN, Estado, libro 659, ff. 16-24. “Por la presente nuestra sentencia arbitraria, laudo y amigable composición debajo el beneplácito de Su Majestad y conforme las licencias y permisiones para tales fines dadas y concedidas por sus visorreyes sobre y acerca las diferencias que ha habido y hay en razón del rozamiento y amojonamientos de ciertos términos confines y contenciosos”, una copia del texto completo de este convenio, firmado en los montes de Roncesvalles “en la mesma raya de España y Francia” el 2 de julio de 1603, puede encontrarse inserta en, AHN, Estado, libro 659, ff. 16-24. 36 37 territorio: “porque los reinos, sus términos y límites no se pueden prescribir”, y por tanto el cambio en los límites establecidos por el convenio no podía vincular al monarca, ya que la prescipción era un término jurídico propio del derecho positivo al que no estaba sujeto la autoridad absoluta del monarca: “por lo cual entre reyes y reinos no puede haber prescripción si no hubiere otras causas del derecho de las gentes que sean bastantes para transferir el dominio”.37 En segundo lugar, el cabildo denuncia que la “facería” ilegal por la cual se permitía el libre paso de los rebaños de Ultrapuertos era una renuncia al derecho que tenían los del valle de Erro “como gentes que viven en frontera del reino”, de vigilar los montes y llegado el caso confiscar el ganado intruso, con lo que Roncesvalles ya no tendría fuerza por sí sola para oponérseles.38 Esta dejación permitiría el paso incontrolado de rebaños y por tanto de pastores y otras gentes, con lo que se favorecería el espionaje y el contrabando (artículo 13). Por último, la exención del pago de tasas en las tablas era un manifiesto atentado contra el patrimonio regio que no debía consentirse (artículo 18). A pesar del alto grado de exageración, las razones expuestas parecían confirmar la supremacía de las comunidades fronterizas de Ultrapuertos a escala local. Como ya mencionamos, el convenio entre Erro y Cisa establecía condiciones desiguales ya desde su formulación literal. Pero este desequilibrio, favorable a los segundos, se acentuaba a la hora de llevarse a la práctica. Por una parte, la cabaña ganadera del valle navarro no podía compararse en número a las más de 6000 cabezas de sus opuestos, con lo que el acuerdo no haría sino favorecer su aumento. Por otra, la redefinición de los límites era un paso previo para legitimar una definitiva ocupación del espacio que conllevaría de hecho una pérdida territorial, como estaba sucediendo al mismo tiempo en los pastos altos de Alduides. El único beneficio que obtendrían los de Erro sería unos 400 ducados en concepto de “reparaciones” por conflictos pendientes. Sin embargo, el cabildo denunciaba que detrás de esta disposición, usual en las “facerías”, trataban de camuflar lo que era en realidad la compra ilegítima de su rendición, lo cual atribuían a la animosidad del valle hacia el cabildo. Más plausible parece el hecho de que simplemente se tratase del reconocimiento de su impotencia ante una situación que veían perdida y consumada. En los años sucesivos la tensión iría en progresivo aumento aunque habría que esperar al reinado de Felipe III para que la corona se implicase militarmente en el conflicto. La concatenación de varios sucesos de gravedad durante la primera década del siglo XVII culminaría con la Jornada de Alduides de 1613 encabezada por el virrey don Alonso de Idiáquez,39 que sería aclamado como un héroe a su regreso a Pamplona. Durante la operación fue acompañado voluntariamente por lo más granado de la nobleza navarra tanto de una parcialidad como de otra.40 Esta exhibición de fuerza no supuso una solución definitiva pero forzaría por primera vez una negociación en paridad de condiciones sobre la situación de la comarca. Una comisión mixta acudiría en persona al lugar para debatir la cuestión de los derechos de aprovechamiento, aunque formalmente no se pondría en discusión la soberanía del rey de España sobre Alduides.41 A pesar de reunirse en nombre de ambas coronas y no ya únicamente de las comunidades fronterizas el representante de la parte francesa sería don 37 “Y las Doce Tablas negaban haber lugar la prescripción de los extranjeros contra Roma”, artículo 8. “Pero como los dichos vascos son superiores en armas y fuerzas, si Roncesvalles prenda algún ganado dellos suelen llevar ellos de los de Roncesvalles veinte por uno, y esto es por no querer ayudar los de val de Erro con los cuales los de Roncesvalles resistían y defendían su partido”, artículo 14. 39 AGN, Reino, Guerra, leg. 2, carp. 73: Felipe III escribiría una carta de agradecimiento al reino por sus servicios en esta jornada, (San Lorenzo de El Escorial, 14-9-1613); gobernador de Béarn, el Duque de La Force, reaccionaría ordenando la movilización en los dominios fronterizos del rey de Francia que sería a su vez contrarrestada por una nueva movilización en Navarra que sin embargo no pasaría a mayores: el virrey Idíaquez a la diputación del reino, (Pamplona, 21-10-1613). 40 El listado de la nobleza que acompañó al virrey en la jornada de 1613 en: J. GALLASTEGUI, Agramonteses y Beamonteses con Carlos V y Felipe II, Pamplona (2003), pp. 153-159. 41 Información detallada sobre el desarrollo de estas negociaciones en: F. DE ARVIZU, El conflicto de los Alduides (Pirineo Navarro), Pamplona (1992), pp. 129 y ss. 38 38 Beltrán de Echauz, obispo de Bayona desde 1599 y hombre de confianza de Luis XIII, además de pariente cercano del vizconde. Las previsiones que hiciera en su día el Marqués de Almazán fueron absolutamente premonitorias. Cada una de las representaciones partía de planteamientos opuestos, empezando por los complicados problemas de precedencia y protocolo. Las largas y tensas negociaciones de 1614-1615 no satisfacieron a nadie y de hecho el conflicto de Alduides perduraría con irregular intensidad durante más de dos siglos. En cualquier caso lo más reseñable del caso de los Alduides es la transformación de una disputa pastoril corriente en un auténtico conflicto armado de alcance estrictamente local, en el que la autoridad real se vería obligada a intervenir por expreso deseo de los navarros. El soberano exigía a las comunidades navarras un esfuerzo creciente en defensa de la Monarquía, pero estas a su vez se sentían legitimadas para pedir una mayor identificación del soberano con los intereses de la “frontera”. INSTITUCIONES MILITARES Y EQUILIBRIOS LOCALES: IMPLICACIONES POLÍTICAS Y SOCIALES DE LAS MILICIAS DE LOS REINOS DE NÁPOLES Y DE SICILIA V. Favarò - G. Sabatini Introducción En el siglo XVI, la monarquía española, para afrontar un cuadro político-militar cada día más amplio y complejo, tuvo que reorganizar las estructuras defensivas de sus territorios y redefinir la composición de los ejércitos. En particular, los dominios españoles en el Mediterráneo – convertidos en indispensables apoyos para la política ofensiva de Carlos V y Felipe II – comenzaban a necesitar un número cada vez mayor de soldados, que tendrían que permanecer en las fortificaciones y participar en la defensa de las costas, estar preparados para una posible – y frecuente - movilización hacia Gerba, Malta, La Goleta, y prestar servicio en las galeras, por lo menos hasta que no se hubiera constituido un tercio de mar independiente al de tierra1. A mitad del siglo XVI, la necesidad de disponer de un mayor número de soldados constituyó entonces un gravamen y un problema, más de lo que nunca antes lo había sido, teniendo en cuenta aún el hecho de que las condiciones económicas de la Corona ya no habrían permitido sostener los gastos necesarios para el mantenimiento de las tropas, y que «las necessidades ordinarias de gente de guerra de Flandes y Lombardia» privaban a los reinos del Mediterráneo del socorro que habitualmente hubieran podido recibir2. Una posible resolución del problema se precisó con el recurso de las milicias locales, que en caso de emergencia habrían ayudado a las compañías asalariadas de caballería y de infantería. A partir 1 En la primera mitad del siglo XVI, no había, en efecto, todavía un tercio de mar, y la unidad dependía del capitán general de tierra. Solo con el paso de los años se fue progresivamente manifestando la necesidad de crear un núcleo orgánico autónomo, de modo que no se tuviera que quitar hombres a las companías que prestaban servicio en la isla. El duque de Terranova lamentaba, en efecto, que «il Signor don Giovanni s’ha preso assai soldati del terzo di questo regno» (Archivo General de Simancas [Ags], Estado, Armadas y Galeras, leg. 451, n.f.). Así, si ya «la fanteria […], senza quella che serve nella Goletta per l’ultima mostra che si è fatta, si ritrova essere in numero di 1983 soldati, ripartiti nelle 17 compagnie», y considerando que «il Signor don Giovanni se ne ha pigliato poi 1668» soldados, permanecían en realidad en la guarnición de la isla solamente 315 soldados de infanteríaj repartidos en las tres compañías de «Aiala Sotomaiore, quella di Decembruno et quella di Adriano Aquaviva» (El duque de Terranova a Felipe II, 22 de abril de 1572, Ags, Estado, leg. 1137, f. 68). 2 Ags, Estado, leg. 1158, f. 148. 39 de los años cincuenta del siglo XVI, en todos los dominios españoles se definieron las reglas para la constitución de la milicias de los reinos. La sola excepción a este proceso fue la del ducado de Milán que vivió el fenómeno a principios del siglo XVII, a causa bien del temor de los Habsburgo para proporcionar las armas a los súbditos de reciente adjudicación3, bien por el ostracismo de la nobleza lombarda, que hubiese visto mejor que los propios ciudadanos se dedicasen a las labores del campo antes que embrazar un arcabuz4). En el reino de Sicilia, el virrey Juan de Vega ya en 1548 proyectaba la creación de una “Nuova Milizia”, para después promulgar las ordenanzas seis años más tarde y establecer así los rasgos fundamentales de la nueva fuerza militar; en Cerdeña, en el Parlamento de 155354, el obispo de Ampurias – siguiendo el modelo de Principado de Cataluña y del Reino de Valencia – proponía la formación de una milicia de 6000-7000 arcabuceros a caballo y en 1575 Marco Antonio Camos pensaba poder reunir 6000 soldados de infantería 2500 soldados a caballo para destinarlos a la vigilancia costera. El número de hombre alistados en la milicia sarda habría podido, de todos modos, variar considerablemente cada año, pero de manera que siempre pudiera garantizar – en caso de una invasión enemiga – la autosuficiencia militar del Reino. Por lo que respecta al reino de Nápoles, en 1559, Alfonso Piscitelli habría propuesto armar y equipar una numerosa infantería para utilizar, y por lo tanto pagar, solo en caso de necesidad, con tal que redujera el excesivo dispendio de recursos financieros empleados para mantener las compañías asalariadas en el interior del reino5. La propuesta fue retomada en 1561 por el duque de Alcalá, quien comunicaba a Felipe II el intento de crear un fuerte contingente de 20.000 hombres; efectivamente, dos años más tarde, en 1563, a través de la promulgación de ordenanzas, se instauró en el reino de Nápoles la compagnia o milizia del battaglione, constituida por un número de hombres proporcional al número de los fuochi – es decir, las familias censadas con fines fiscales en cada comunidad – en la proporción de cinco cada cien6. Cada compañía estaría formada por doscientos arcabuceros y cien corseletes – es decir, soldados dotados únicamente de armas blancas -y no se habrían podido alistar “hombres que tuvieren ordenes clericales, ni otros que atenderan al estudio de la letras”7. El doble objetivo de descargar a la hacienda real del peso de los costes de defensa y de garantizar un número suficiente de hombres para disponer de ellos a lo largo de las costas en caso de alarma solo se alcanzó, sin embargo, parcialmente: el proceso que llevó a una completa resolución de las milicias de los reinos fue lento y no privado de obstáculos, a causa bien de la oposición de la población, que habría tenido que sostener en términos humanos y materiales el nuevo cuerpo armado, bien de una difícil relación entre poder central y autoridades locales. En particular, en los reinos de Nápoles y Sicilia, más comprometidos que Cerdeña en sostener la política ofensiva y defensiva de la Corona española, el fenómeno revistió implicaciones políticas y sociales. Por tanto, es posible demostrar y reconstruir las dinámicas de aprobación/desaprobación que caracterizaban las relaciones entre la esfera militar y la sociedad civil a través del análisis tanto de las disposiciones promulgadas para regular el funcionamiento de las milicias de los reinos (reformas, exenciones, privilegios), como de los aspectos financieros y fiscales relacionados con su mantenimiento. 3 M. Rizzo, Istituzioni militari e strutture socio-economiche in una città di antico regime. La milizia urbana a Pavia nell’età spagnola, «Cheiron», a. XII, n. 23, 1995, p. 161. 4 L. Pezzolo, Le “arme proprie” in Italia nel Cinque e Seicento: Problemi di ricerca, in T. Fanfani (ed.), Saggi di Storia Economica. Studi in onore di Amelio Tagliaferri, Pacini Editore, Pisa, 1996, p. 55. 5 La memoria de Alfonso Piscitelli en Ags, Estado, b. 1046, fascículo 219; sobre Piscitelli y sobre el contenido de su memoria vid. G. Fenicia, Il regno di Napoli e la difesa del Mediterraneo nell’età di Filippo II (1556-1598). Organizzazione e finanziamento, Cacucci, Bari, 2003, pp. 2-6. 6 El texto de las Ordenanças de la milizia del reyno de Napoles, promulgadas por el duque de Alcalà en Nápoles el 22 de abril de 1563, en Ags, Estado, b. 1052, fascículo 154. 7 Ibidem. 40 La Nuova Milizia del Reino de Sicilia Las disposiciones para la organización de la Nuova Milicia siciliana fueron dadas por el virrey de Vega en 1554. Habrían tenido que alistarse como soldados de infantería los habitantes del reino con una edad comprendida entre los 18 y los 50 años, y como soldados a caballo aquellos que tuviesen bienes superiores a 300 onzas8. A la formación habrían contribuido las comunidades de la Corona y las de los barones, con un contingente proporcional al número de los fuochi. Estaban exentas las grandes ciudades: Palermo, Messina, Catania, Siracusa, Trapani, Licata, Augusta y Milazzo, las cuales se organizabn autónomamente para la defensa del tejido urbano9. La milicia estaría dividida en sergenzie, es dicir sargentías, con sargentos mayores por regla general españoles, de quienes dependían los capitanes de las compañías a pie y a caballo10. Cada sargento mayor tenía la obligación de pasar revista dos veces al año a la milicia de cada comunidad y de organizar una vez al año una “muestra general”, es decir, una reunión de las milicias de todas las comunidades que le pertenecían. Después de haber hecho “notamento e descritione de li soldati”, en el término de diez días el sargento tendría que mandar una relación al virrey o a los capitanes generales, “acciocché contra quelli che trasgredessero se possa provedere al condigno castigo”11. Se establecía también cuál debía ser el importe de las retribuciones: el capitán de los soldados a caballo recibía una paga de 30 escudos al mes, y el de los soldados a pie 25; a los soldados a caballo armados con arcabuz, escopeta o ballesta se les pagaba mensualmente 5 escudos y 6 tarines, y a aquellos con lanza 5 escudos; a los soldados de infantería dotados con arcabuz, escopeta o ballesta 3 escudos y a aquellos que servía con picas 2 escudos y 6 tarines; al alférez de la compañía de soldados de infantería 7 escudos, al sargento y a los capitanes uno cada 25 soldados de infantería - 5 escudos al mes. En los cuarenta años siguientes la composición de la Nuova Milizia habría experimentado cambios, teniendo en cuenta sobre todo las reformas que en 1573 y en 1595 fueron hechas por el duque de Terranova y por Enrique de Guzmán, Conde de Olivares. En realidad, lo que resultó más difícil a los dos virreyes no fue tanto la reorganización interna de 8 Ordinationi e instrutioni della militia di questo fidelissimo regno de Sicilia fatte per noi Juan de Vega, viceré e Capitanio Generale per Sua Majestà, 1 Febrero, XII Ind. 1554, en Ags, Estado, leg. 1122, f. 36. 9 Genzardi escribe que «grandissima era la diligenza e l’attività del senato palermitano quando c’era il timore di un’invasione: chiamava la milizia civica, la provvedeva di armi e la ordinava in schiere sotto propri capitani. D’accordo col viceré sceglieva, dice il Bologna, due cavalieri fra i più autorevoli e ricchi della città, e li nominava capitani della cavalleria, assegnando a ciascuno uno stendardo di damasco, con le armi della città ricamate in oro, e un trombettiere. Tutti i cittadini addestrati a maneggiare cavalli venivano inscritti per cura di questi due capitani; il Senato poi ordinava che tutti coloro che possedevano cavalli li denunziassero alla corte pretoriana per provvederne i cittadini della milizia. Il Senato quindi divideva la cavalleria in due schiere sotto il comando dei due capitani, ciascuno dei quali sceglieva il suo alfiere. C’era anche la congregazione dei cavalieri, composta dai nobili. Le milizie di fanteria erano comandate da 12 o più capitani, nominati dal senato. Il sergente maggiore distribuiva i capitani nei quartieri della città. A queste milizie dette compagnie dei quartieri bisogna aggiungere le numerose maestranze, comandate dai rispettivi consoli. Quando il Senato aveva avviso dai guardiani delle marine che vi erano a vista vascelli nemici, facea suonare la campana della città, e a quel suono i capitani di cavalleria e di fanteria riunivano i loro soldati sotto l’insegna della propria compagnia, e si recavano alla porta o altro luogo loro assegnato. Se poi la cosa avveniva all’improvviso e i capitani non avevano assegnato il posto, si recavano al Palazzo di città per ricevere gli ordini opportuni. Anche i Capitani dei bastioni correvano coi loro soldati ai baluardi e ricevevano le compagnie della milizia civica» (B. Genzardi, Il comune di Palermo sotto il dominio spagnuolo, Palermo, 1891, pp. 189-190). En Messina, en cambio, «per ogni rione o quartiere vi sono eletti i suoi capitani ed ufficiali, i quali in quel tempo esser solevano diciotto nobili e diciotto cittadini, ed erano gli stessi, che venivano a sorte nei comizi, estratti dall’urna per dare il voto ai senatori. Tutto il resto dei cittadini indifferentemente militava sotto uno di questi capitani del proprio quartiere, di forma che trattandosi per la difesa della patria, non facevasi nel battaglione alcuna distinzione dal nobile al plebeo, dal titolato all’artigiano, ma senza precedenza di sorte alcuna, marciando al suo luogo il capitano, tenente, alfiere ed altri ufficiali subalterni, tutto il resto ordinatamente in fila, secondo l’uso e disciplina militare» (C.D. Gallo-G. Oliva, Gli annali della città di Messina, Messina, 1881, pp. 79-80). 10 «A los sergentos mayores de los diez tercios de la milicia de pie y de cavallo ordenamos que desde luego vayan componendo, exortando y alistando la gente de sus cargos cada uno […] a la parte del donde se offreciere la necessidad con el numero della y por la orden que aqui se dirà. Si ya conforme a los subcessos y occasiones no le ordenare el Vicario e su valle otra cosa» (Ags, Estado, leg. 1156, f. 44). 11 Sin embargo , a veces, “la disminución” de caballos o de armas podía ser independiente de la voluntad del soldado.Así, si el sargento mayor hubiese reconocido que un caballo estuviese muerto o estuviese en condiciones tales que no pudiese servir más, «infra termino di un mese da contarse dal giorno che se le farà detta iniunctione, habbia de comprare un altro cavallo atto alla militia, e non lo trovando di detta qualità infra lo mismo termino compri uno pultro che non sia meno di tre anni de boni ossa e bona vista». 41 la milicia, como el intento de eliminar la hostilidad que la población alimentaba hacia ella. No se comprendían, en primer lugar, las motivaciones que habían inducido a la creación de este nuevo cuerpo armado. "Non è necessario", se decía, "che siano ascritti a detta militia, maggiormente che senza questo obligo per antiqua consuetudine tutte le città e terre del Regno in tempo di necessità sono tenuti a servire, dove più il bisogno richiedesse, e con maggior numero di gente di quello, che sono obligati alla militia". En efecto, ya en los primeros decenios del siglo XVI en realidad se había ya aportado todo esfuerzo para aumentar y mantener las tropas de soldados de infantería y caballería. En 1528, el Parlamento se comprometía a mantener doscientos soldados a caballo “armati alla liggera”12 y en 1532 se decidía la creación de un contingente de diez mil soldados de infantería, seis mil tendrían que ser de los reinos y cuatro mil extranjeros13. Todavía, en 1543 se acordaba el pago de otros tres mil soldados de infantería por un periodo de seis meses – “lo soldo delli quali si intenda in tutto di scudi sessanta milia” – a los que , en caso de extrema necesidad, se habrían podido añadir otros cinco mil14. La constitución de la Nuova Milizia parecía pues poner también en duda la “natural” colaboración del reino, que en cambio – así se subrayaba - en distintas ocasiones había demostrado tomar parte en la defensa sin poner nunca algún obstáculo o protesta. Además era opinión común que: la militia introdotta in questo regno non è solamente dannosa a regnicoli ma dannosissima al servitio di Vostra Maestà, percioché essendo a quella ascritti e obligati per la maggior parte quelli huomini, che fanno gli arbitrii formentari, delle sete e d’altre cose, nella quale consiste tutta la facoltà dei regnicoli, e per conseguente la utilità dei dritti di Vostra Maestà, così delle estrattioni de formenti, come delle altre gabelle, né potendo attendere a detti arbitrii per cagione di essa militia, nella quale sono occupati buona parte dell’anno, e spetialmente nel tempo, che si reccoglieno le sete, grani e vini, ne aviene per forza, che abandonandoli, ne seguino i danni sopranarrati […] oltre che tutte le città e terre de regno pagano buona somma per polvere, corde di fuoco, piombo da balle, taballi, trombette, e altre cose necessarie15, e la Regia Corte ne viene a sentire lo interesse dei salari che ogni anno paga al revisore di detta militia, a sergenti e altri officiali che attendono a far essercitare i soldati16. El descontento aumentaba todavía más porque – en las comunidades en las que debían celebrarse las muestras generales de las sargenterías y las particulares de las compañías - se debía dar alojamiento a todos los oficiales y soldados de la milicia sin pago, y se establecía que "né alcuna persona di qualsivoglia stato, grado, e foro sia assente di questo peso, e i giurati habbiano particolare cura di fare con preventione ritrovare pronta commodità di vettoaglia senza incarimento di prezzi"17. Además, más allá de la carga ordinaria del servicio, 12 «Li tre bracchij del Regno offeriscino per la custodia di questo Regno cavalli duicento armati alla liggera, comprehensi in detti quattro Capitanij, e quattro alferi, li quali capitanij e genti di cavallo siano e diggiano essiri siciliani oriundi da eliggersi però ditti capitani dal detto Signor Illustre viceré e habbia da stare in detto regno per lo servitio di Magestà Sua, da pagarisi cioè ad ogni capitanio ducati vinti d’oro lo misi, ad ogni alferi docati dudeci lo misi e ognuno de li soldati di cavalli ducati sei lo misi, e la summa chi sarrà e ascendiranno dittij salarij con alcuni altri spisi minuti nicissarij per lo effetto sudetto non possano ascendere più di ducati cento d’oro da pagarsi detto salario per lo detto Regno, cioè per lo bracchio ecclesiastico si haggia di pagari la quinta parti, per lo bracchio militare li dui quinti parti, e per lo bracchio demaniali li dui altri quinti parti» (sesión del Parlamento del 23 marzo de 1528, en A. Mongitore, Parlamenti generali del Regno di Sicilia dall’anno 1446 fino al 1748, Palermo, 1749, p. 172). 13 A. Mongitore, Parlamenti generali del Regno di Sicilia dall’anno 1446 fino al 1748 cit., p. 205. 14 Sesión del Parlamento del 6 de marzo de 1543, ibidem, p. 227. 15 «Et perché detti soldati archibuseri ultra lo continuo travaglio che tengono in le mostre come l’altri soldati sono ancora loro necessitati dispendere in polvere, piombo e mecci, tanto per comparere in mostre generali come per asicurarse e esercitarse in lo tirare de detti archibusi e scopette, volimo per questo e ordinamo che ciascuna delle università habbia e debba donare ad ogni uno soldato de piede archibusero descritto in la militia in tutto l’anno rotolo mezo de polvere d’archibuso e uno quarto e mezo de rotolo de piombo» (Ordinationi e instrutioni della militia di questo fidelissimo regno de Sicilia fatte per noi Juan de Vega, viceré e Capitanio Generale per Sua Majestà, 1 Febrero, XII Ind. 1554 cit.). 16 Capitula Regni Siciliae, ed. a cura di F. M. Testa, Palermo 1743, tomo II, reimpresión facsímil a cargo de A. Romano, Rubbettino, Soveria Mannelli, 1998, 1563, cap. XXV, 1563, pp. 254-55. 17 Ags, Estado, leg. 1158, f.51. 42 los habitantes habrían tenido también que soportar los abusos de los capitanes de armas, sargentos mayores y capitanes de la milicia que no perdían ocasión para perpetrar ilegalidades en perjuicio de sus subordinados. Sucedía a menudo, por ejemplo, que durante las muestras faltasen también 15-20 soldados de infantería, y que los capitanes no solo no denunciaban la desaparición, sino que los sustituían en el momento de pasar revista con otros hombres, de quienes luego se hacían entregar la paga recibida18. Los mismos capitanes, además, no tenían ningún escrúpulo en sustraer a los soldados sus caballos “e di quelli si servino, ruinandoli, e maltrattandoli”19. Inevitablemente pues, todos estos elementos contribuían a afirmar – como sostiene Mario Rizzo-que la milicia no fuese considerada por la población "come una manifestazione di identità collettiva, nella quale i singoli cittadini potessero immedesimarsi con orgoglio campanilistico o con un certo spirito di corpo. […] Date queste premesse, non sorprende che le capacità operative delle compagnie risultassero sovente alquanto limitate, né che gli spagnoli non facessero su di esse particolare affidamento per l’espletamento di funzioni militari di un certo impegno"20. Y, en efecto, este era el parecer del virrey marqués de Pescara, que impulsó, todavía antes que el duque de Terranova, la actuación de una reforma, "in guisa che con li buoni ordini che vi si metteranno sarà dor innanti di maggior servigio di quello che per il passato è stata”21. El virrey creía en efecto que "per essere gente populare et comandata, non convien confidar loro fortezze della qualità che queste sono senza alcun numero di soldati d’ordinanza", y afirmaba, además, que"non tutti i cittadini considerati abili risultavano poi effettivamente disponibili al servizio, poiché alcuni erano renitenti alla leva e altri ottenevano di far servire un sostituto, ma soprattutto perché non pochi venivano esentati dal servizio stesso". Para realizar los cambios necesarios, en 1574, Martín de Garnica22, nombrado inspector de la real milicia, estuvo encargado de verificar los requisitos de reclutamiento, inspeccionar las distintas sargentías y anotar su normal funcionamiento. Antes de empezar la inspección, Garnica tuvo que consultar la descripción contenida en un libro conservado en el Tribunale del Real Patrimonio, relativa a “tutti li soldati di piedi e di cavallo et di quelli di rispetto di ciascheduna sergentia”. Se habían incluido como soldados de infantería aquellos que tenían una edad comprendida entre los dieciocho y los cincuenta años (así como había sido establecido por de Vega), y como soldados a caballo aquellos que tenían – en el Val de Mazara y en el Val de Noto - bienes superiores a 250 onzas, y en el Val Demone a 350, “non ci comprendendo però in essa facultà il prezo della casa ch’habita né de i beni mobili e utensili di casa”. La lista había sido redactada “senza esimere né escludere persona alcuna”, exceptuando exclusivamente a los sacerdotes, clérigos y barones padres de doce hijos. Del censo se deducía que la milicia estaba compuesta por nueve mil soldados de infantería “buoni arcabusceri” y mil seiscientos soldados a caballo23. De estos, sin embargo, el duque de Terranova pensaba que, “per essere mal disciplinati nell’arte militare, non si può 18 Ags, Visitas de Italia, leg.383, f. 6. Ibidem. 20 M. Rizzo, Istituzioni militari e strutture socio-economiche in una città di antico regime. La milizia urbana a Pavia nell’età spagnola cit., p. 181. 21 Ags, Estado, leg. 1143, f. 1. 22 Copia di le instructioni date al M.co Martin Garnica attorno alla revisione di la milicia, en Ags, Estado, leg. 1141, f. 2. La tarea de revisar la milicia se confió a Garnica porque era considerado «buon soldato et meritevole di essere adoperato e gratificato come huomo di buona intentione, et che ha servito lungamente e bene» (ibidem, f. 180). 23 En diciembre del 1574 Terranova escribía que inicialmente de Vega había previsto que los soldados a caballo pudiesen ser 3000, pero luego «havendo il successo delle cose dimostrato esser cosa impossibile sostenere tanto peso, fu ridotto a 1500 cavalli, essendosi descritti solamente coloro i quali nel valle Demone havessero beni di valore di scudi 875 e nelle altri due valli dove il paese è più fertile furon tassati quello il prezo delli cui beni ascendeva a scudi 725, et essendosi per l’ultima numeratione del Regno fatta riconosciute di nuovo le facultà di ciascuno parve di ridursi il detto numero a 1600 cavalli di servigio» (El duque de Terranova a Felipe II, 15 de diciembre de 1574, ibidem, f. 184). 19 43 far molto capitale”24. Confirmaba lo pensado en la instrucción anterior, o que fuese “necesario fargli essercitare accioché possano essere di servitio”25. Para tal fin creía conveniente encargar a un general, quien habría debido tener cuidado de “assuefarli et habituarli all’arme, all’obedienza, all’ordinanza et altre opere tali”26. Después de seis años solo, en 1580, Marco Antonio Colonna escribía al rey que Pompeo Colonna habría salido de Palermo “para ver y reformar la milicia de a piè y de a caballo de siette sergentias” y que de las otras tres se habría ocupado don Diego de Ibarra27. Pero para la realización de otra reforma habrá que esperar a 1595, año en el que el conde de Olivares, creyendo precisamente que fuese necesaria otra renovación, comunicaba a Felipe II las disposiciones asumidas por él, que – según su experiencia - habrían podido contribuir a hacer más eficiente la gestión de las compañías28. Según la nueva instrucción, quedaba compuesta por “mille e seicento soldati da caballo, e di novemila soldati di piede”. Los primeros “siano di diciotto anni in su i più facoltosi” y los segundos reclutados entre los hombres aptos de edad comprendida entre los 18 y los 44 años (y no más de 50). El soldado a caballo podía elegir ser sustituido por otra persona apta, previa presentación obligatoria sin embargo en la muestra general del mes de marzo y con la condición de que "né possa mutarla nella stagione di quello anno senza licenza nostra, né tale sostituto stia a soldo o in altro modo con sergenti maggiori o capitani a quali anco si vieta la cura di mandar essi sostituti sotto pena d’onze 200 d’applicarsi alle fortificationi del regno per ogni contraventione". Al número de los soldados de infantería se debían añadir 1000 arcabuceros provenientes de la tierra y pedanía de Jaci, que habrían sido repartidos en 4 compañías (independientes y por tanto no adscritas a alguna sargentía), con la tarea de permanecer “alla guardia della propria marina, e vadando anco alla difesa di Catania d’ordine nostro o chiamati dal capitan d’arme di quella città”. No cambiaban las ciudades exentas de la prestación del servicio, pero "la esperiencia del año pasado mostrò que convenia particolarmente el no meter debaxo de otras banderas la gente de los lugares de las marinas por differir el desfratarlos de que se sigue tanto daño"29. Es decir, se especificaba que los soldados de Termini, Cefalù, Patti, Taormina, Terranova, Sciacca, Marsala, Monte San Giuliano, Carini y los soldados de infantería de Avola, en un total de 1019 soldados de infantería30 y 267 soldados a caballo31, debían ser destinados "principalmente alle difesa dei propri luoghi e marine loro, iscludendoli dalle compagnie formate con altre genti, onde siegua che oltre l’aiuto che essi porgano al bisogno di quei luoghi, gl’altri cittadini atti all’armi con l’indirizzo e essempio loro sappiano e possano meglio esercitarsi e servire". De todas formas quedarían bajo el mando de los sargentos mayores, que –en caso de necesidad- habrían podido convocarlos en cualquier lugar. La reforma incluía también el aspecto administrativo de la milicia. Se establecía que cada sargento mayor no podría permanecer al mando de una sergenzia por un periodo superior a tres años32, que en cada compañía a caballo debía estar presente un alférez y un corneta, y en aquellas de infantería un alférez, un sargento y un capitán cada 25 soldados. Los capitanes tenían la obligación de residir en el lugar donde estaba el estandarte o la bandera, 24 Parere del duca di Terranova sopra la militia del Regno di Sicilia, en Ags, Estado, leg. 1142, f. 102. «Ogni domenica proponerete a spese di queste università pregio in luoco comodo acciocchè essercitandose la gente a tirare si dia l’istesso pregio a cui farà meglior colpo» (Copia dell’ordine generale dato per esercitarsi l’huomini di fatto, cavalli et giumente, Ags, Estado, leg. 1141, f. 9). 26 Ibidem. 27 Marco Antonio Colonna a Felipe II, 22 de abril de 1580, en Ags, Estado, leg. 1149, f. 55. 28 Istruzione della militia ordinaria del regno di Sicilia riformata dall’Illustrissimo e Eccellentissimo Signor don Enrique de Guzman Conte di Olivares Vicerè e Capitano Generale d’esso regno l’anno 1595, en Ags, Estado, leg. 1158, f. 51. 29 El conde de Olivares a Felipe II, 16 de junio de 1595, ibidem, f. 58. 30 Se especificaba que 416 habrían permanecido en la ciudad de Sciacca, 152 en Agrigento, 59 en Caltagirone, 48 en Lentini, 86 en Taormina, 97 en Patti y 161 en Termini. 31 137 en Sciacca, 55 en Agrigento, 13 en Caltagirone, 9 en Taormina, 11 en Patti y 42 en Termini. 32 Al final del trienio, sin embargo, habría podido asumir el mando de otra sargentía. 25 44 pero, puesto que podía verificarse que en un determinado lugar no se alcanzaba el número de veinticinco soldados (aunque se creía también oportuno que hubiese, de todas formas, un capitán; en ese caso, se ordenaba entonces que hubiese “uno ogni 16, e dove fossero meno di 16 s’elegga un caporale il quale habbia carico d’essi mentreché non si riducano sotto bandiera”33. Esta era pues la estructura de la milicia del reino de Sicilia a fines del siglo XVI. En la primera mitad del siguiente siglo se trató de reducir la entidad: Se suplica que la milicia de a cavallo, a cuyo mantenimiento estan obligadas las Universitades, que consta de mil y seycentos cavallos sea servido se reduca a mil y dozientos, encluyendose en la baxa de los quatrocientos aquellos, de que algunas personas han comprado de la Regia Corte la exempicion: y que respecto de algunos, que han comprado effectos de la Corte, y hecho partidos con ella, han sacado, y pactado por via de alivio algunas de las dichas exemptiones, estas se ayen de revocar; y que los que las huvieren adquirido de dichos compradores, no tengan recurso alguno contra ellos; sino que devan padecer el dano de la dicha revocation34. Y aún se pedía que fuesen reclutados solamente 7500 soldados de infantería, y que no pudiesen ser movilizados a las marinas por los Capitanios de armas a guerra y sargentos mayores de las milicias sin consultarlo primiero con los virreys por via del patrimonio, si no es en caso de necessidad, y ocasion improvisa, de la qual devan despues immediatamente dar parte a los virreys, justificando la causa de convocatoria por via de dicho Tribunal35. Los intentos de hacer la milicia más funcional, las reformas auspiciadas y realizadas no sirvieron sin embargo, para disminuir la aversión que desde su institución se había manifestado. No solo por motivos económicos. No solo por una relación discordante entre soldados y civiles. Por eso, como ha señalado Giuseppe Giarrizzo, la portata politica della “instruttione de la militia ordinaria” non può essere sottovalutata: da Vega a Olivares la milizia ha conservato un preciso significato antibaronale, e il baronaggio isolano non ha mai nascosto la sua avversione per questa milizia “nazionale” e permanente, di cui ha cercato in tutti i modi di ottenere il formale scioglimento. Una avversione anche questa, rivelatrice dei ristretti limiti culturali e politici del “nazionalismo” baronale, della sua naturale insufficienza a presentarsi come ideologia di un più vasto fronte di forze sociali isolane36. 33 Para las elecciones estaban vigentes las siguientes reglas: el sargento mayor, el capitán de justicia y los jurados («representando estos jurados un solo voto») del lugar donde residía el estandarte o la bandera de la compañía, nombraban 9 personas (tres cada uno) que habrían podido tener el cargo de alférez. Sucesivamente habrían enviado al virrey los nombres de los tres más votados, y entre estos se elegiría a uno. Los sargentos y los capitanes eran elegidos siempre por el capitán, por los jurados y por el alférez, y –en caso de que hubiese– también por el sargento mayor. 34 Capitula Regni Siciliae cit. vol. II, 1647, cap. VIII, p. 354. 35 Ibidem, cap. IX 36 G. Giarrizzo, La Sicilia dal Cinquecento all’Unità d’Italia, en G. Galasso (ed.), Storia d’Italia, Utet, Torino, 1989, vol. XVI, p. 251. 45 La Milizia del battaglione en la Nápoles española Ludovico Bianchini, en su monumental reconstrucción de la historia administrativa y financiera del reino de Nápoles37, alude con insólita rapidez a la Milizia del battaglione y al momento en que esta se hizo efectivamente operativa. Escribe Bianchini: In questo tempo, segnatamente nel 1572, il viceré Cardinale di Granvela poneva in effetti la così detta milizia fissa del battaglione instituita dal Duca di Alcalà suo predecessore [nel 1563]. La quale era una forza per l'interno del reame, e venne composta di soldati a piedi ed a cavallo, che non avean soldo in tempo di pace e godevano certe franchigie. Per formarle furono obbligati i comuni di somministrare per ogni cento fuochi quattro uomini a piedi ed uno a cavallo. Era poi retta da capitani e altri ufficiali, ed ammontava sino a trentamila uomini, e quando i suoi soldati erano adoperati in tempo di guerra ricevevano stipendio. Né è da tacere che in talune congiunture inviata tale milizia, in qualche parte a guerreggiare in istraniere regioni, narrano i nostri storici che sempre si condusse con valore38. Este pasaje suscita más de una sorpresa por ser su autor en general extremadamente escrupuloso, mientras que la referencia a la Milizia del battaglione napolitana no podría ser más imprecisa: no solo suscita cuestiones a las que no se le da respuesta, pero sobre todo contiene por lo menos dos graves inexactitudes. Bianchini no se detiene a comentar la anomalía del amplio lapso de tiempo, casi un decenio, que media entre la emisión de las ordenanzas del duque de Alcalá y la efectiva puesta en acción del mecanismo de organización de la milicia, ni parece prestar atención al hecho de que, después de haber dicho que tal milicia era destinada a la defensa interna, afirma que esta se empleó en tierras extranjeras. Además, las disposiciones del duque de Alcalá hablaban de 5 hombres cada 100 fuochi - mientras que él refiere 4 y con análoga – y, repitámoslo, inusual – imprecisión alude a una cantidad de alrededor de 30.000 hombres, mientras que en 1563 esta se había estimado en 18.148 unidades39, ni tal cantidad mayor de 2/3, se habría podido registrar ni siquiera en el momento más alto alcanzado por la parábola demográfica en los dos siglos de la edad española, es decir, en 159540. Se podría fácilmente objetar que el historial de las finanzas del siglo XIX no se detiene en esta milicia ya que, por su misma naturaleza, se constituyó para no gravar la hacienda napolitana, pero en su obra Bianchini está siempre extremadamente atento a todas las iniciativas del gobierno español de Nápoles, incluso a aquellas que no tenían relación directa con el campo de la finanza pública, ya que estas terminaban siempre por tener, directa o indirectamente, consecuencias económicas en el reino y este es precisamente el caso de la Milizia del battaglione. La explicación de la reticencia de Bianchini debe entonces buscarse en otra parte, y justamente tanto en la conflictividad que la institución de la milicia generó entre comunidad, gobierno central y feudalidad, como en el hecho de que tal milicia, propiamente a causa de esta conflictividad y de los gravámenes fiscales que su institución conllevó para las comunidades, tuvo en realidad una escasa utilización, transformándose en una especie de entidad misteriosa que al mismo tiempo estaba y no estaba. En efecto, son poquísimos e indirectos los testimonios de la utilización real de la Milizia del battaglione. Esto es debido naturalmente al hecho de que, atendiendo al estrecho significado de las palabras, desde la institución de esta milicia hasta la guerra se sucesión 37 L. Bianchini, Storia delle finanze del Regno delle due Sicilie, edición y introducción de L. De Rosa, ESI, Napoli, 1971 (ed. original Napoli 1859). 38 L. Bianchini, Storia delle finanze del Regno delle due Sicilie, edición y introducción de L. De Rosa, ESI, Napoli, 1971 (ed. original Napoli 1859), pp. 295-296. 39 I. Zilli, Carlo di Borbone e la rinascita del Regno di Napoli, ESI, Napoli, 1990, p. 80. 40 I. Zilli, Imposta diretta e debito pubblico nel Regno di Napoli, 1669-1734, ESI, Napoli, 1990. 46 española, que marcó la conquista austriaca de la parte más meridional de la península italiana, ningún conflicto afectó directamente a las fronteras napolitanas, siendo el principal episodio bélico que las rozó la revuelta de Messina (1674-78). Sin embargo, también en otros episodios de carácter militar, que, aún sin alcanzar el rango de conflicto, marcaron pesadamente los equilibrios políticos de una parte o de todo el reino, como la insurrección napolitana de 164748, o las intermitentes expediciones internas contra el bandolerismo, como las que conoció a la cabeza del ejército napolitano el virrey marqués del Carpio41, la Milizia del battaglione, no es nombrada en absoluto, y si se cita, lo es solo de modo secundario. Es más, en algunas de estas ocasiones, sí se hace referencia a la constitución de milicias, pero estas son calificadas como populares y su formación es evidentemente una alternativa a la de Milizia del battaglione. Este aspecto, por ejemplo, es particularmente evidente en septiembre de 1640 cuando el Eletto del Popolo – es decir el rapresentante de las capas mas populares de Nápoles - Giambattista Naclerio, frente a la amenaza de un desembarco francés en la capital del reino y con la premisa de que las Piazze – es decir el organismo municipal de Nápoles 42 - habían sido instituidas como presidios para la defensa de la ciudad, propuso al virrey duque de Medina de las Torres la formación de un ejército popular con la condición de que fuese mandado por oficiales populares y no fueran excluidos los nobles43. El virrey decidió aceptar la petición y armar una milicia de 8000 hombres capitaneados por comandantes populares – constituyendo de esta forma la primera estructura de la organización militar que posteriormente mostraría su fuerza con ocasión de las sucesivas fases de la insurrección ciudadana de 1647-4844 - pero las Piazze que eran expresión de la nobleza se opusieron vehementemente a esta elección y para protestar enviaron a la corte, como su representante, al duque de San Giovanni. A su vez, en respuesta a esta misión y para obtener el aval de Madrid para la propia resolución, el virrey Medina de las Torres envió a España a Ettore Capecelatro como embajador de la ciudad45. La cuestión se prolongaría durante un lustro, entre pronunciamientos contrarios y la evidente dificultad de la corte para conciliar intereses opuestos, en el intento de no descontentar al pueblo, no atacar las prerrogativas aristocráticas y al mismo tiempo reforzar el principio absolutista de la centralización del poder virreinal, hasta que en 1645, al aproximarse el peligro turco a las costas, se confirmó la ocasión para que capitanes y oficiales de las milicias proviniesen de las filas de la nobleza46. Este mismo episodio, brevemente resumido, nos permite comprender uno de los aspectos de la reticencia de Bianchini a hacer referencia en general a las milicias populares (es dicir, encabezadas por jefes expresión de las mismas capas populares): la constitución de estas fueron, en efecto, siempre drásticamente obstaculizada por parte de la feudalidad del reino, no solo por el temor natural a armar a la población campesina – con las consecuencias, potencialmente desestabilizadoras, para el orden constituido – sino también porque la formación de las milicias constituía un momento de potencial discusión sobre el papel hegemónico de la propia aristocracia. Pero hay algo mas especifico sobre la Milizia del battaglione. Si la nobleza napolitana se oponía a la formación de milicias populares por otra parte las comunidades se oponían a la formación de la Milizia del battaglione, sobre todo creyendo que esta quitaría brazos al 41 G. Sabatini, Il controllo fiscale sul territorio nel Mezzogiorno spagnolo e il caso delle province abruzzesi, Istituto Italiano per gli Studi Filosofici, Napoli, 1997. 42 C. Tutini, Dell’origine e fundatione dei seggi di Napoli, Napoli, 1754, pp. 288-290. 43 A. Musi, La rivolta di Masaniello nella scena politica barocca, Guida, Napoli, 1988, pp. 85-86. En un escrito del mismo periodo del que fue autor (y en otro que circuló de forma anónima pero del que fue por lo menos el inspirador) Giambattista Naclerio hace referencia explícita al papel de esta milicia popular (ibidem, p. 87). 44 R. Villari, La rivolta antispagnola di Napoli. Le origini: 1585-1647, Laterza, Roma-Bari 19762, p. 136. 45 A. Musi, La rivolta di Masaniello cit., p. 87; vid.. Biblioteca Casanatense di Roma (BCR), Ms. 2442, Due istruttioni date ai deputati delle Piazze di Napoli ad Ettore Capecelatro etc., Napoli 1640. 46 A. Musi, La rivolta di Masaniello cit., pp. 93-95. 47 trabajo en los campos y comportaría un gravamen más, que se añadiría a los ya pagados para la defensa militar del reino. Siguiendo a Bianchini47, en efecto, se calcula que en la edad española el importe anual de la tasa que cada comunidad tenía que pagar al fisco por cada fuoco censado en su interior, se fijó en 1505 por Fernando de Aragón en 1,52 ducados y que tal importe no experimentara variaciones hasta 1542. Pero desde entonces las cosas mudaron: aquel año este importe se aumentó en 36 granos para sostener los costes de la infantería española en tiempo de paz, y fue posteriormente aumentado: en 12 granos en 1544 por el mismo motivo; en 7,5 granos en 1558 para los alojamientos de los soldados48; en 9 granos en 1559 para la construcción de puentes y caminos; en 30 granos en 1566 para la construcción y la defensa de las torres marítimas; en 31 granos en 1606 para la constitución de presidios militares estables (aumento reducido a un cuarto para las comunidades que gozaban del privilegio llamado de la camera riservata, es decir, del privilegio de no alojar al ejército); en 25 granos en 1607 en lugar de la cesión a las comunidades del pago de los derechos sobre los pesos y las medidas; en 12 granos en 1610 en vez de la cesión a las comunidades de otros derechos; en 63,5 granos en lugar de la renuncia del fisco a renovar el censo de los fuochi de las comunidades, así como en otros 8 granos aún para el mantenimiento de la infantería española desde 1611; finalmente, entre 1617 y 1640, en 4 granos para el equipamiento de la caballería, en 20 granos para el armamento de los soldados, en otros 60 granos para varios gastos por el mantenimiento de las milicias. Sumando todos estos aumentos se obtiene el importe de 4,87 ducados – calculado por Bianchini para 1643 - para la tasa de pago anual de las comunidades por cada fuoco. Esto equivale a decir que en el curso de un siglo, frente a una carga fiscal ordinaria – por tanto con la exclusión de todas las recaudaciones extraordinarias - para las comunidades de reino más que duplicada, más de dos tercios del incremento registrado se debía a gastos relacionados, directa o indirectamente, con la defensa del reino. Como se ha señalado, este importe se redujo a 4,2 ducados por fuoco a causa de la revuelta de Masaniello49, pero el impuesto sobre las comunidades – siempre unidos a los gastos defensivos - continuó subiendo nuevamente en 1654, a consecuencia del intento de desembarco francés en el puerto de Castellammare, cuando se aumentó para las comunidades de todas las provincias en 60 granos al año para el sostenimiento de las compañías de caballería; al año siguiente se añadió otro grano por el mismo motivo. En cambio, según las provincias, fue diferente el aumento de la tasa introducida en 1656 para el sostenimiento de las compañías para la represión del bandolerismo50. En particular, una de las últimas medidas fiscales adoptadas en la edad española en materia de impuestos ordinarios pagados por las comunidades, hacía referencia al mantenimiento de la Milizia del battaglione: en 1679 el marqués de los Vélez – no por casualidad quizás el virrey al mando del reino en los años de la guerra de Messina, que había afectado gravemente también la estructura militar napolitana51 - transformó radicalmente el gravamen que hasta ahora la Milizia del battaglione había implicado para las comunidades. A partir de aquel año, en efecto, el mantenimiento de esta milicia fue calculado en los impuestos ordinarios de las comunidades, en la proporción, por cada cien fuochi tasados, de 1 ducado por cada soldado a pie sin armamentos particulares, de 1,25 ducados por cada uomo d’arme, 47 L. Bianchini, Storia delle finanze cit., pp. 254-255; vid. también G. M. Galanti, Della descrzione cit., vol. I, pp. 352 y sig., I. Zilli, Imposta diretta cit., pp. 24-25. 48 Precisamente, por este motivo la tasa se elevó en 1555 a 45 granos, pero en 1558 el aumento se redujo primero a 36 e luego a 17 granos (L. Bianchini, Storia delle finanze cit., pp. 254). 49 Ibidem, p. 255. 50 G. Sabatini, Il controllo fiscale sul territorio, cit 51 L. A. Ribot García, La Monarquia de España y la guerra de Mesina (1674-1678), Actas Editorial, Madrid, 2002; G. Sabatini, La spesa militare nel contesto della finanza pubblica napoletana del XVII secolo, en prensa en “Mediterranea”, a. III (2006). 48 es decir, por cada soldado que fuese armado de forma más completa (aunque no necesariamente con un arcabuz) y de 7,21 ducados por los soldados a caballo52. La medida implicaba evidentemente una carga, y no leve, para las comunidades, aunque de cualquier modo respondía también a una petición que estas habían expresado con frecuencia, la de no ser cargado al mismo tiempo por el gravamen monetario y material del mantenimiento de la milicia. Para comprender a fondo este punto es posible leer las palabras que utiliza al respecto un anónimo arbitrista napolitano de la primera mitad de los años 30 del siglo XVII, que expone a Felipe IV, en una memoria con el significativo título de “El estado miserable del reyno”, algunos puntos de la situación política y económica del reino sobre los cuales se ruega urgentemente la acción soberana53: [Se] han obligado las comunidades a levantar a su costa cada cien fuegos un soldado a piè, y otro a’ caballo, exorbitante imposicion, porque quisa el dinero y los hombres en el mismo tiempo. En que suplicamos Vuestra Magestad se sirva advertir dos circunstancias. La primera que haviendose hecho el repartimiento segun la numeracion, que hoy nò puede caminar por la falta dela mayor parte de los fuegos, nò tuvo justicia obligandose por muchos las universidades que estan reducida a pocos. La segunda que qualquiera dellas pagò cada soldado quarenta ducados, denaro que bastava para tres, y nò quedarian vazias las comunidades de hombres, mas aptos a’ la agricolturta y custodia de ganados que a’ la milicia, y sin ciudadanos que paguen las colectas, reduzidos a’ pocos por la muchedumbre de ecclesiasticos que es notoria. Esta cobrança se ha hecho dos vezes, y assi los Tesoreros, y Perceptores Provincialès han cobrado, porque el dinero situado a los fiscales se convertiò en pagamentos de soldados, con que embian destruiendo las tierras, y van personalmente tornando la hazienda de cada uno sin distinction, y con todo esto nò cumplen la exaction por la impotencia, y solamente sacan millares de ducados por sus jornadas, y el fisco queda acrehedor. El redactor de la memoria, por lo tanto, señala el hecho de que la Milizia del battaglione había sido instituida sin implicar gravámenes ordinarios, pero previendo el impuesto de su mantenimiento, solo para eventuales exigencias defensivas y por tanto solo durante los periodos de movilización; por el contrario, la fiscalidad española había recurrido repetidamente al impuesto de gravámenes para el mantenimiento de la misma milicia, por esto la escandalizada expresión del anónimo: “¡el dinero y los hombres!”. En segundo lugar, la distribución de los costes se hacía en base a la valoración de los fuochi, es decir, a la estimación de la cantidad demográfica de las comunidades del reino. Pero, justamente a partir de los años en los que se escribió la memoria, la separación entre la densidad real de la población y la numerosidad – ampliamente sobreestimada- del los fuochi, en base a la cual se calculaban los gravámenes fiscales, se convirtió en un problema bien conocido y particularmente sufrido, de manera que el cálculo de los hombres para armar no tiene en cuenta las posibilidades económicas reales de las comunidades. Pero es verdad que el redactor recordaba cómo, ahora, la petición era solo la de armar un hombre a pie y otro a caballo, en contra de la petición inicial de 5 hombres a pie prevista en las ordenanzas del duque de Alcalá, pero observaba también que la suma solicitada por cada hombre, correspondiente a 40 ducados, era excesiva y hasta suficiente para pagar los gastos de tres soldados. 52 G. M. Galanti, Della descrizione cit., vol. I, p. 377; I. Zilli, Carlo di Borbone cit., p. 80. Biblioteca Nazionle di Napoli (BNN), Manoscritti Brancacciani, n. VI-A-15, ff. 555-569 (en el folio 561 para la cita); la memoria más que anónima, no está datada, pero las referencias que se hacen en ella, permiten situarla en los primeros años del gobierno en Nápoles del conde de Monterey. 53 49 Otro elemento importante es la referencia al “dinero situado a los fiscales”, es decir, aquella parte de los impuestos pagados por las comunidades que el fisco capitalizaba y cedía como títulos de deuda pública a particulares; el anónimo dice que estos impuestos – retribuidos por las comunidades a los particulares que, comprando deuda pública, adquirían también el derecho a cobrar directamente impuestos – eran destinados a sostener los gastos militares y que por lo tanto estos últimos eran pagados dos veces por las comunidades. Finalmente el autor no olvidaba recordar los daños que suponían para las comunidades la sustracción del hombres al trabajo en los campos, y sobre todo la rapacidad de los comisarios en las recaudaciones. Por tanto, si la Milizia del battaglione era obstaculizada por la aristocracia del reino, no menos fuerte fue la hostilidad de las comunidades; en este sentido es posible observar una diferencia entre los dos reinos de Nápoles y de Sicilia. Mientras que en este último caso, la milicia tenía un claro matiz contrario a los barones, y en consecuencia la aristocracia propiamente obstaculizó en su mayoría la institución y el funcionamiento, en el caso de Nápoles tal connotación parecía no estar presente y si el recurso que se hizo a esta forma de movilización militar del territorio fue extremadamente limitado, fue debido sobre todo a la oposición de las comunidades y a la elección, por parte del poder central, de reducir los motivos del fuerte descontento, en particular en las fases de mayor debilidad política del gobierno español en el reino. 50 De las fronteras de la comunidad a las fronteras de la nación: construcción de identidades y de exclusiones en la vieja Europa. José María Imízcoz Beunza, Universidad del País Vasco La intención de este texto es plantear una reflexión en la larga duración sobre el significado y la evolución de las fronteras de las comunidades locales de la vieja Europa. El enfoque específico se interesa sobre cómo en la Edad Moderna las construcciones políticas (sociopolíticas, jurisdiccionales y territoriales), al mismo tiempo que iban definiendo identidades y espacios jurisdiccionales, iban configurando así mismo alteridades, fronteras, pertenencias y exclusiones. El punto de partida es el de la comunidad local, en la medida en que, a finales de la Edad Media, las comunidades locales son las comunidades políticas principales y que los reinos o las provincias son agregados de comunidades. El concepto de frontera contemporáneo como “confín de un Estado”1 es un concepto presentista que corresponde al ordenamiento político y territorial de los estados contemporáneos. ¿Cuáles eran las fronteras antes de que hubiera “estados”? La corriente de historia política que se inspira en historiadores como Otto Brunner ha definido la sociedad o los reinos de la Edad Media y del Antiguo Régimen como agregados de comunidades. O. Brunner nos recuerda cómo en la Edad Media cada comunidad estaba dotada de una constitución social y política al mismo tiempo que tenía sus fronteras correspondientes. De hecho, las fronteras de un reino con respecto a otros reinos venían dadas por los límites de las comunidades que, a través de relaciones de vasallaje o fidelidad, estaban vinculadas a un soberano. Sobre la base de estas comunidades, se fueron construyendo agregados políticos y territoriales más amplios, como los señoríos, los reinos y la monarquía hispánica, que se consolidaron de diversos modos a lo largo de la Edad Moderna. Al cabo de un proceso de cambio complejo y diferencial, y con la ruptura de la revolución liberal, este movimiento desembocó, en el siglo XIX, en la constitución de estados nacionales, que dieron un nuevo significado a la las identidades tradicionales y a sus fronteras. La historia de las identidades políticas territoriales ha estado marcada en el siglo XIX y hasta nuestros días por el nacionalismo, ya sea el nacionalismo español o los llamados nacionalismos periféricos, cada uno de los cuales ha tenido y tiene sus bases sociales, sus agentes culturales y sus definiciones divergentes de la comunidad política y de los territorios que la integran, así como de sus fronteras, institucionales o ideológicas: de las alteridades, incluso exclusiones, que comportan. Todo esto desborda ampliamente el objeto de un coloquio sobre “las sociedades fronterizas en los siglos XVI y XVII”, pero es la ocasión para nosotros de iniciar una reflexión que, aunque centrada en la cronología moderna, busca entender el significado de estos procesos identitarios en la larga duración y, a la postre, en su relación con el presente. Los países son devenires, no esencias, y se construyen al filo de procesos de cambio en los cuales los hombres y las mujeres son los agentes sociales, políticos y culturales. En este sentido, entendemos que se trata de procesos sociales. Nuestra reflexión pretende elaborarse 1 DRAE, Madrid, 1992 51 desde la historia social, desde la historia construida por actores sociales, cualquiera que sean sus vertientes, socio-económica, socio-política o socio-cultural. Parte del seguimiento en el tiempo de una “sociedad” que se organiza como “comunidad”; observa su constitución sociopolítica, analiza los cambios que producen en ella los diversos agentes que actúan tanto en su campo social como en el mundo en que la comunidad se integra, explora las dinámicas sociales en que se generan los discursos, se proponen las identidades y se legitiman las legitimidades. En este sentido, nuestro propósito se aleja de la historia textual de la Historia del Derecho constitucional que, si bien nos ayuda a definir correctamente “conceptos en contextos”, no puede explicar por si misma el origen y la producción del cambio histórico. Para que una empresa como la que proponemos tenga una base social suficientemente sólida, nos parece necesario reducir la escala de observación y centrarnos en el seguimiento de una comunidad local. Se trata de intentar observar cómo, a lo largo de su historia, se construyen efectivamente sus identidades en diferentes contextos y momentos, y cómo se definen, simétricamente, sus alteridades y fronteras. En nuestro caso, hemos tomado como ejemplo la comunidad del Valle de Baztán, una comunidad campesina situada en el noroeste del reino de Navarra. Más allá de sus especificidades, su historia nos revela varios universos: Es un valle de los Pirineos occidentales, forma parte del reino de Navarra y está fronterizo con Francia. Desde el punto de vista cultural y lingüístico, se halla en el corazón del mundo rural vasco cantábrico. A lo largo de la Edad Moderna goza, como otras tierras del norte de Castilla y de Navarra, de hidalguía colectiva. Y, paradójicamente, a pesar de su condición de territorio periférico, muchos de sus naturales protagonizarían lo que Julio Caro Baroja llamó “la hora navarra del XVIII”. Este valle apartado, como otros de los territorios vasco-navarros, fue una de las principales canteras de cuadros de la monarquía hispánica y del imperio colonial, y algunos de sus naturales se hallaron en el corazón del proceso de construcción del Estado administrativo, financiero y reformista de los Borbones y en primera fila de la modernidad española. I. Las fronteras de la comunidad vecinal - La constitución política y social de una comunidad vecinal hidalga. En sus documentos, desde al menos los siglos XV y XVI, la “Universidad y Valle de Baztán” se define como una comunidad con un gobierno propio, unas ordenanzas municipales y derecho consuetudinario, y un término municipal. Desde la Edad Media hasta nuestros días, esta comunidad de Valle ha englobado en un solo concejo a catorce lugares o parroquias que no tienen término municipal ni gobierno propio ni finanzas, puesto que todos ellos forman un solo municipio. Esta comunidad de Valle se regía por una Junta General o concejo abierto de vecinos que, hasta mediados del siglo XVII, reunía cuatro veces al año a los amos de las casas vecinales. A la cabeza de la comunidad se hallaba el alcalde, jefe vitalicio hasta mediados del siglo XVII, alcalde trienal después, que ejercía la jurisdicción civil y criminal, así como la jefatura militar de la tierra de Baztán, con el título de “capitán a guerra”, que los reyes reconocían. La comunidad formaba una unidad territorial delimitada por una frontera de mojones que el alcalde, los jurados de los lugares y una representación de vecinos inspeccionaban y reponían regularmente. La comunidad era un actor de relaciones exteriores tanto en los tiempos de paz como en la guerra. Establecía con gran autonomía acuerdos de pastos o “facerías” con las comunidades vecinas de la Baja Navarra. Su alcalde y “capitán a 52 guerra” formaba anualmente a los vecinos baztaneses en alardes y revistas de armas, dirigía la defensa del Valle frente al enemigo y encabezaba sus expediciones armadas. La comunidad del Valle de Baztán se integra en la construcción política del reino de Navarra con un estatuto de nobleza colectiva, lo que nos sitúa en los márgenes del feudalismo europeo. En los últimos siglos de la Edad Media esta comunidad se presenta como un alodio, una comunidad de hombres libres, con jefes a su cabeza, que es colectivamente señora de su territorio, cuyos miembros disfrutan de sus montes y aguas con sus ganados grandes y menudos y que son reputados como hidalgos2. Desde 1440, el Valle de Baztán obtiene de los reyes de Navarra una sentencia que reconoce su hidalguía colectiva y que servirá para mantener este estatuto colectivo privilegiado a lo largo de toda la Edad Moderna, tanto en el reino de Navarra como bajo la corona de Castilla. En efecto, entre 1437 y 1440 el Valle de Baztán, encabezado por sus principales, se enfrentó en un pleito a determinadas pretensiones fiscales de los reyes de Navarra que amenazaban dicho estatuto y consiguió que la corona reconociese a los “vecinos y moradores de la dicha tierra de Baztán (…) hidalgos, francos y exentos de toda pecha y servidumbre”, en plena posesión y uso de su tierra. Establecido en los márgenes del feudalismo europeo, el Valle de Baztán revela probablemente lo que se encuentra en la base de la hidalguía universal que caracteriza a territorios de la cornisa cantábrica a lo largo de la Edad Moderna: a las provincias de Vizcaya y de Guipúzcoa, con nobleza universal confirmada, a amplios territorios de la Montaña de Castilla, en Alava a las tierras del valle de Ayala, y en Navarra a doce villas y lugares y a ocho valles, ubicados sobre todo en la mitad norte. En un momento preciso de la construcción política y fiscal de los reinos de Castilla y de Navarra, estas comunidades de hombres libres consiguieron traducir la realidad de sus alodios en términos de nobleza comunitaria. Habría que ver hasta qué punto pudo pesar en este empeño el papel particular que los hombres de estas comunidades del norte habían jugado en las conquistas cristianas y en la formación y defensa de aquellos reinos. Este es, al menos, uno de los argumentos centrales que utilizan los jefes de la comunidad del Baztán en el proceso de 1437-1440. En este tira y afloja, el Valle hace pesar sus servicios de guerra a la corona y, muy especialmente, su peso estratégico y militar: “Los hidalgos infanzones de Baztan, que en las guerras de Francia y Navarra y de Castilla, y en las conquistas antiguas, hicieron y han hecho tan señalados servicios a la corona de Navarra, no consentirán ser poblados en tierra del Rey pechera, ellos siendo partidores de la tierra y hacedores, con el presente Rey, de sus fueros y avenencias (…) antes sabrían dejar la tierra e ir a poblar a otra parte”3. Un argumento clásico, pero eficaz. Como veremos más adelante, su posición fronteriza y sus servicios en la defensa de la frontera del reino será el argumento que el Valle de Baztán invocará cada vez que intente conseguir un privilegio de la corona. Parece que las dinastías navarras y luego los Austrias se contentaron bien con ello, renunciando a los exiguos recursos fiscales que les podían procurar estas pobres tierras de montaña, a cambio de su contribución a la seguridad d las fronteras de sus reinos. De este modo, la condición vecinal, fuente de una pertenencia social y política reconocida, y de los derechos correspondientes en la comunidad, se doblé de la condición noble en Navarra y, tras la conquista y la incorporación a la corona castellana, en Castilla y sus Indias. Como 2 Todos los fuegos recensados en Baztán en los libros de fuegos de 1366 (160 hogares) y de 1427 (238 familias) son considerados como hidalgos. Como declaran en 1427 los vecinos de cada lugar: “ todos los sobredictos son fijos dalguo et por esto no han cargas alguna de pecha”. Archivo General de Navarra, Cámara de Comptos, Libros de fuegos de 1366 y de 1427, merindad de Pamplona. 3 Texto del proceso de 1437-1440, según copia de 1538, publicado por M. Irigoyen y Olóndriz, Noticias históricas y datos estadísticos del Noble Valle y Universidad de Baztán, Imp.Provincial, Pamplona, 1890, pp.17-43. 53 veremos más adelante, esta hidalguía colectiva de origen fiscal, que en un principio no era sino el reconocimiento por el rey de unos alodios, se convertiría con el tiempo en una fuente sustancial de privilegios para los miembros d estas comunidades que, a lo largo de los siglos modernos, se adentraron en el comercio peninsular y americano, en la corte y en la alta administración. - Las fronteras de la comunidad vecinal: nuevas jurisdicciones y creación de fronteras exteriores e interiores. A partir del siglo XI, la integración política y religiosa del Valle de Baztán en construcciones superiores, como eran el incipiente reino de Navarra o la organización eclesiástica, propició que nuevos agentes actuaran en su territorio y acabaran generando nuevas jurisdicciones y nuevas fronteras territoriales en su seno. Este proceso formó parte del proceso más general de integración de comunidades en el mundo feudal y nos parece muy revelador de las construcciones que se produjeron en aquel momento y de su significado con respecto al régimen de la antigua comunidad vecinal. En la Edad Media se asentaron en el alodio de la antigua comunidad de hombres libres los tres tipos de señoríos principales, de abadengo, de realengo y solariego. Pero, la introducción de nuevas jurisdicciones en el antiguo territorio de la comunidad no alteró el estatuto de alodio hidalgo de la comunidad de vecinos, sino que llevó a la formación de nuevas “comunidades”. Estas se desgajaron y quedaron apartadas de la comunidad vecinal, separadas por nuevas fronteras municipales o por formas de marginación radicales, que se mantuvieron a lo largo de toda la Edad Moderna. Estos enclaves fueron los lugares de abadengo de Urdax y Zurramurdi, la villa real de Maya y los agotes sometidos a señorío solariego. El monasterio premostratense de Urdax se estableció en el territorio de la comunidad, según parece desde el siglo X, como un vecino más, pero pronto instaló colonos en sus tierras (documentados por lo menos desde los siglos XIV y XV), dando lugar así a las poblaciones de Urdax y de Zugarramurdi, que acabarían formando municipios independientes. La implantación del monasterio y de sus lugares estuvo en la base de numerosos conflictos, pleitos y concordias con la comunidad del Valle de Baztán a lo largo de toda la Edad Moderna. La política expansionista del monasterio, en una tierra de bienes comunales, conllevó una serie de conflictos, como el que llevó a la concordia de 1584 que llevó a redefinir los términos jurisdiccionales respectivos del Valle y del monasterio4. Así mismo, hubo reiteradas querellas del Valle de Baztán contra los lugares de Urdax y Zugarramurdi por los términos y aprovechamientos abusivos del bosque, como el pleito de 1740-17485, que hace acopio de información sobre los interminables agravios precedentes6. En definitiva, las tensiones fronterizas entre jurisdicciones y comunidades vecinas que resultan tan características de la vida de las comunidades cantábricas de las provincias vascas y del norte de Navarra a lo largo de toda la Edad Moderna. Hubo así mismo largos pleitos en que los collazos monacales de Urdax y Zugarramurdi intentaron sacudirse la jurisdicción civil y criminal del Monasterio de Urdax, pidiendo encardinarse en la Universidad del Valle de Baztán, pero fueron rechazados tenazmente por este, alegando que iría en “crecido agravio” de la “limpieza e infanzonía” de los baztaneses7. 4 E. Zuadaire, “Valle de Baztán”…, p.11 E. Zuadaire, “Valle de Baztán”…, p.14 6 Executorial insertas sentencias, concordias, varios instrumentos, y alegatos, que se han producido en el pleito…Pamplona, 1748. 7 E. Zuadaire, “Valle de Baztán”…, p.10 5 54 La acción de la monarquía en la construcción de comunidades y fronteras no fue menos significativas. Existe una importante bibliografía sobre la fundación de villas reales en las provincias vascas y en el reino de Navarra durante la Baja Edad Media y sabemos hasta qué punto este proceso fue significativo para la nueva articulación de estos espacios, la reordenación del orden socio-político y la formación mediante agregación de provincias, como Guipúzcoa o Alava. En el pleito contra la corona de 1437-1440, el Valle de Baztán reconoce que los reyes de Navarra poseen en su territorio el castillo de Maya. En torno a este castillo se fue formando una población que acabó por constituir la villa separada de Maya. Otro enclave, por tanto, dentro del antiguo territorio de la comunidad, esta vez bajo señorío real. Un enclave de 13,99 km2, rodeado de los 359,86 km2 de tierra baztanesa que se mantuvo como tal hasta su incorporación reciente al municipio del valle de Baztán, en 19698. Por último, el tercer tipo de señorío que se instaló en el suelo de la comunidad de hombres libres fue el solariego, que dio lugar a los enclaves de agotes que quedaron radicalmente proscritos de la comunidad vecinal durante toda la Edad Moderna. Las antiguas élites de la comunidad –los llamados “señores de palacio” o “palacianos”-fueron los primeros baztaneses en integrarse en el sistema político superior del reino. Desde el siglo XII encontramos a estas cabezas de la comunidad en la alianza del rey, como jefes de guerra en sus empresas de conquista, seguidos por sus hombres, y como dirigentes del reino, donde eran caballeros, tenían asiento en el brazo militar de las Cortes, ejercían cargos de gobierno y recibían en recompensa tierras, rentas y señoríos. De este modo, mientras seguían siendo la cabeza tradicional de una comunidad de hombres libras, fuera de ella, en las tierras de conquista, se convertían en señores feudales. Esto supuso, sin duda, un proceso de aculturación que explica el hecho de que algunos de estos “señores de palacio” introdujeran en sus tierras prácticas de tipo señorial como las que habían aprendido en el mundo integrador. En particular, algunos de ellos introdujeron colonos en sus tierras particulares. Desde comienzos del siglo XVI está documentada la implantación de agotes en tierras de los palacios de Ursúa y de Jarola. El enclave más importante de agotes en el Valle de Baztán ha sido el de los agotes del barrio de Bozate9. Estos eran colonos instalados en tierras del palacio de Ursúa y sometidos a un régimen señorial pleno, con pagos de censos perpetuos y partes de cosecha, prestaciones personales, obligación de moler en el molino del palacio y necesidad del consentimiento del señor para sus matrimonios y sucesiones10. A lo largo de toda la Edad Moderna, estos agotes de Baztán se vieron proscritos de la comunidad de vecinos como los agotes de los valles navarros de Roncal y Salazar, o como los abundantes grupos de “agotes” o “cagots” que se observan a lo largo de toda la cadena pirenaica. Sobre los agotes se ha escrito una literatura abundante y, por lo general, de muy poco fundamento. El trabajo más serio parece el de Alain Guerreau e Yves Guy sobre “Les cagots du Béarn”11 que, de paso, deshace algunos mitos tenaces sobre los orígenes de los agotes, como el de la lepra. Sin embargo, la hipótesis que proponemos, a partir de la observación de los agotes del Valle de Baztán, es contraria a la que dichos autores proponen. Para ellos, la segregación de los agotes resultaría de la presión de las autoridades civiles y eclesiásticas que, en el contexto del desarrollo del feudalismo, impondrían en el siglo XIII el establecimiento de estructuras comunitarias parroquiales. Al constituir estas comunidades 8 E. Zuadaire, “Valle de Baztán”…, p.13 Compuesto de 14 casas en 1613, 60 casas, casillas o cuartos en 1726, 59 hogares en 1816 y más de 300 personas en 1827. 10 F.Idoate, Documentos sobre agotes y grupos afines en Navarra…, pp.28, 31 y 58. 11 A. Guerreau, Y. Guy, Les cagots du Béarn. Recherches sur le développement inégal au sein du système féodal européen, Minerve, 1988 9 55 parroquiales se produjo la concentración espacial de poblaciones hasta entonces dispersas y de estatutos sociales muy diferentes. En este proceso quedarían estatutariamente excluidos todos o una parte de aquellos que, según la estructura de la casa (l’ostau) –caracterizada por la primogenitura- quedaban privados del acceso a la tierra. Se trataría de la transposición a la comunidad parroquial de la exclusión absoluta que se producía en el sistema de heredero único del ostau. En este movimiento, una fracción de la población, formada primero por una serie de individuos privados del derecho a la tierra (¿segundones?, ¿criados?, ¿artesanos?) se transformaría en un conjunto segregado estatutariamente y objeto de un imaginario de segregación, siendo asimilados agresivamente a los leprosos12. Nuestra hipótesis es diferente y se construye desde otros principios: en particular, parte de la observación de la constitución de la “comunidad vecinal”, del estatuto en ella de las “casas vecinales” y de la situación de los agotes con respecto a ella. Hemos visto cómo se forman enclaves señoriales en los antiguos territorios de la comunidad vecinal. Cuando se asientan otros señores, generan otras jurisdicciones, como la villa real o las poblaciones de abadengo, que configuran un nuevo término municipal (como Maya, Urdax o Zugarrramurdi) En este caso, la exclusión de la comunidad vecinal se resuelve por la vía de la segregación territorial y da lugar a la formación de otras repúblicas. En cambio, cuando el asentamiento de colonos se forma en las tierras particulares de palacios, vecinos del Valle, que no pueden dar lugar a una segregación municipal, se forman “enclaves” de agotes rechazados por la comunidad vecinal. En este caso no se crea una frontera o separación territorial, pero la segregación es tanto o más radical si cabe. Aquí describiremos en qué consistió está segregación. Paradójicamente, la segregación en la iglesia parroquial, la más ritualizada y, por tanto, visible, es la que más ha atraído la atención de los historiadores. Hasta el punto en que autores como A. Guerreau e Y. Guy parecen situar la presión eclesiástica en su origen. Sin embargo, la iglesia parroquial es el único lugar en que los agotes, aunque siempre en última posición, se reúnen en una asamblea común con los miembros de la comunidad vecinal. Como “agotes”, no forman parte de la “parroquia” o “pueblo” de la comunidad de vecinos, y por ello están excluidos de todos sus actos públicos, usos y derechos, pero como cristianos bautizados, forman parte de la comunidad cristiana y como tales participan en los actos religiosos de la comunidad vecinal, aunque esta les impone una férrea segregación. Paradojas de la historia, el único lugar de encuentro, y por tanto aquel en que la diferencia y segregación se hace más visible, es el que ha pasado a la historiografía como paradigma de la segregación. Fronteras exteriores, fronteras interiores. En definitiva, el proceso de construcción social y política en estos alodios situados en los márgenes del feudalismo europeo produjo, desde los últimos siglos de la Edad Media, unas “fronteras” que resultaron determinantes para la vida de estas sociedades a lo largo de toda la Edad Moderna. El resultado de estos procesos no fue un totum revolutum, sino que cada uno quedó en su estatuto conforme correspondía a su pertenencia a una comunidad diferente, cuyas fronteras y separación quedaban claramente marcadas. Los historiadores socio-económicos de los años setenta vieron en estas diferencias de estatuto y economía una “sociedad” compuesta de diferentes “clases”, pero tal sociedad no existía, sino comunidades diferentes con regímenes y estados diferentes. Pero la constitución social y política de la comunidad vecinal generó otras fronteras interiores más sutiles, menos formales, pero de un enorme significado para la historia de su sociedad. 12 Ibid., pp.203-205 56 Las comunidades vecinales del mundo rural vasco pueden ser definidas como sociedades de pertenencia. La pertenencia a la comunidad venía definida por la “vecindad” y ésta se refería a la “casa vecinal”, que era el sujeto permanente de los derechos de vecindad en ella. Los vecinos eran los miembros de pleno derecho de la comunidad y eran los únicos que podían gozar de los derechos y deberes correspondientes: el derecho de participar en los concejos, ejercer cargos públicos, usar las tierras comunales (más del 97% del territorio en 1607) y a participar y ser reconocido como tal en los demás actos públicos, y el deber de contribuir en las derramas concejiles, colaborar en los trabajos vecinales, formar en las revistas de armas y participar en la vigilancia y defensa del territorio. La vecindad delimitaba la principal frontera social en la comunidad. Los “habitantes”, novecinos, estaban privados de estos derechos. En un principio la comunidad era por definición “comunidad de vecinos”, pero a lo largo de la Edad Moderna fue creciendo en su seno una población de habitantes privados de vecindad. En particular con el crecimiento demográfico del siglo XVII, sostenido por cambios profundos en la agricultura -la “revolución del maíz”que elevaron el techo poblacional de estas comunidades de la fachada atlántica, mientras que en otras latitudes se producían los ajustes cíclicos de la población con las crisis demográficas del siglo XVII. La comunidad vecinal reaccionó con dureza frente a este crecimiento de hogares que ponía en peligro una economía basada en el reparto de los recursos comunales ente los vecinos y mantuvo fijo el número de casas vecinales hasta finales del siglo XVIII, evitando la creación de nuevas vecindades. Esta frontera invisible pero tajante hizo que las nuevas familias que siguieron formándose quedaran definitivamente con el estatuto de “habitantes”, sin posibilidades de gozar de la vecindad. Esta población de habitantes dio lugar a una clase de arrendatarios, dependientes de las casas vecinales, y la diferencia entre vecinos-propietarios y habitantes-arrendatarios devino la principal diferencia social en el seno de la comunidad. La multiplicación del arrendamiento fue un fenómeno masivo en las provincias vascas cantábricas, en el norte de Navarra y en el Labourd13 durante la segunda mitad del XVII y a lo largo del XVIII y, a nuestro entender, se explica mejor desde lo que hemos observado en el caso del valle del Baztán que desde algunas explicaciones que han dominado el tema desde los años setenta, en el caso de Vizcaya y de Guipúzcoa, como la pérdida de la propiedad por la introducción de la economía especulativa capitalista y el abuso de los préstamos hipotecarios14. Así, mientras que en las villas de la Ribera de Navarra o en las tierras de la corona de Castilla la vecindad estaba más abierta y se podía devenir vecino sin mayores dificultades15, en un mundo todavía necesitado de pobladores, en las comunidades vascas cantábricas fue todo lo contrario16. En un mundo saturado, de horizontes limitados y cuya economía se apoyaba en el reparto de los recursos vecinales (la inmensa mayoría de la superficie), la restricción severa de la vecindad estaba destinada a preservar a la comunidad vecinal establecida y conllevó la extensión notable de formas de dependencia económica y, en particular, del arrendamiento. Este fenómeno supuso una contradicción sustancial con respecto al modelo tradicional de la comunidad como “comunidad de vecinos”, conllevó tensiones y formas más o menos sutiles de marginación. A diferencia de los “agotes”, los “habitantes” se integraron en una comunidad a dos velocidades, siempre en situación de dependencia y con derechos 13 A. Zinck Cf. E.Fernández de Pinedo, Crecimiento económico y transformaciones.. 15 T. Herzog, Vecinos y extranjeros. Hacerse español en la Edad Moderna, Madrid, Alianza, 2006, pp.47-79 16 El libro de Mikel Azurmendi, “Y se limpie aquella tierra”, a pesar de sus méritos, es un ensayo de combate, escrito en tiempos difíciles de limpieza étnica, que quizás por ello confunde cosas que se podrían tratar de otro modo. 14 57 restringidos. Con el tiempo, esta diferencia se tradujo incluso espacialmente, dando lugar a una nueva “frontera” interior, no institucional pero con importantes consecuencias culturales y políticas. A partir de determinado momento, en el Valle de Baztán sobre todo en el primer tercio del siglo XIX, cuando a los habitantes arrendatarios se les reconocieron determinados derechos de uso y disfrute de los bienes comunales y pudieron establecer explotaciones relativamente autónomas, pasaron a asentarse establemente en las bordas de montaña que hasta entonces habían servido para recoger el ganado, lo que produjo la formación de un nuevo tipo de hábitat, el hábitat disperso de los caseríos que caracteriza desde entonces el paisaje de la región. Este fenómeno tuvo consecuencias importantes, aunque mal conocidas. Alejados a veces a varias horas a pié de los pueblos, el mundo de los caseríos vivió en buena medida como un mundo bastante replegado sobre si mismo. Mientras que los pueblos estuvieron más en contacto con los procesos de modernización contemporáneos, en los caseríos apartados se conservaron con mayor fuerza la lengua y las tradiciones. Cuando los estudiosos y etnógrafos de los siglos XIX y XX descubrieron el mundo rural vasco, creyeron encontrar en este mundo de los caseríos dispersos las esencias primitivas dl pueblo vasco, lo que fue utilizado de diversos modos en la construcción de identidades románticas, nacionalistas o etnicistas, con bastante éxito político17. II. Las fronteras de la comunidad en el reino de Navarra y en la Monarquía católica En esta segunda parte vamos a considerar elementos más clásicos –y mejor conocidos-de la historiografía sobre la frontera. Por su situación geográfica, estas sólidas repúblicas campesinas del Pirineo occidental fueron “sociedades fronterizas” que jugaron un papel específico en la frontera entre los reinos de España y Francia. Sobre esta frontera se ha escrito bastante y desde diversos puntos de vista (más de una vez interesados o sesgados): sobre la frontera franco-española como lugar de conflictos entre estados interestatales y de cooperación interregional; sobre la frontera como separación y como zona común de intercambios, etc. Esta literatura no nos ha interesado excesivamente hasta ahora y por ello no nos sentimos habilitados para hablar en exceso de ella. Sí parece necesario recordar algunos elementos característicos repetidos frecuentemente por esta historiografía. La frontera no es una barrera de separación sino un espacio de encuentro entre comunidades fronterizas en el que permean muchos intercambios: matrimonios, trabajadores, comercio, intercambios ganaderos, etc. Con la construcción de las monarquías española y francesa, las comunidades pirenaicas se vieron envuelta en la historia de las guerras y paces entre reinos y fue cobrando diferentes significados con respecto a la defensa del reino, a las pretensiones dinásticas sobre determinados territorios y a la pugna entre potencias enemigas o, en otro orden, cara a la lucha contra la herejía protestante. Sin embargo, en esta historia más general de las fronteras de los reinos, comunidades fronterizas como los valles pirenaicos de Baztán, Roncal o Salazar gozaron de una amplia autonomía y desarrollaron su propia política de frontera con las comunidades vecinas del reino de Francia, como lo habían hecho en el pasado, aunque más integradas en la política general del reino y asumiendo tan bien que mal algunas directrices emanadas de la corona, como la rectificación de la frontera eclesiástica en tiempos de Felipe II. 17 C. Rubio, La identidad vasca en el siglo XIX. 58 En el artículo definitivo desarrollaremos las relaciones de estas comunidades pirenaicas con las comunidades vecinas de la vertiente francesa. La expresión más conocida de su política fueron las facerías o convenios de pastos entre comunidades. También sintetizaremos la defensa de la frontera del reino de Navarra en las guerras entre los reyes de Francia y de España, pero siempre desde el punto de vista de la participación de las comunidades locales. A lo largo de los siglos XVI y XVII Navarra fue un reino fronterizo18. Hasta la conquista castellana de 1512-1515 y su incorporación a la corona de Castilla, Navarra fue un reino a caballo del Pirineo, fronterizo entre las monarquías hispánicas y francesa, con la mayor parte de su territorio en la península ibérica, pero con una parte, la llamada “tierra de Ultrapuertos” al norte de los puertos pirenaicos: unos 1.300 km2, una décima parte de la Navarra meridional. Tras varias décadas de tensiones, sobre todo en los años 1520, al final se impuso su reparto territorial entre España y Francia. En efecto, hasta 1530 la conquista castellana no fue irreversible y en varios momentos pareció muy próxima la restauración de la casa de Albret en el trono. Los años 1520 vieron el cruce de expediciones mutuas y de batallas (Noain, 1521), hasta que Carlos I abandonó la fortaleza de San Juan de Pie de Puerto hacia 1530. A partir de 1530, los reyes de Francia y de España no intentaron seriamente romper este reparto y las operaciones militares en esta frontera occidental fueron operaciones de hostigamiento y de mutua represalia, de corta duración y de escasa penetración. En comparación con las guerras de los principales escenarios de la pugna franco-española en Europa, esta frontera de los Pirineos occidentales fue secundaria: pocas y secundarias acciones de armas y escasos medios materiales y humanos. Sin embargo, hasta la intronización de los Borbones en 1700, la sociedad navarra vivió en una tensión militar frecuente, a la que contribuyó la reivindicación de los derechos al trono navarro de los AlbretFoix, primero, y después de los Borbón-Albret, reyes de Francia desde 1589, con Enrique IV. Además de las amenazas reales de ataques franceses, muchas veces las noticias o simples rumores de proyectos de invasión ocasionaban la alarma, sobre todo en Pamplona, plaza fuerte principal a sólo cuatro leguas de la frontera que podía ser tomada por sorpresa en un golpe de mano. La base de la defensa de esta frontera occidental se apoyó en la construcción y mantenimiento de una línea de fortalezas donde hacerse fuertes, impedir cualquier invasión por sorpresa y poder lanzar contraataques: por parte española, las plazas fuertes de San Sebastián (“la llave de Francia”) con su avanzada Fuenterrabía, en Guipúzcoa, y la ciudadela de Pamplona (la mayor fortificación de la península), y por parte francesa, Bayona. En Navarra, algunas pequeñas fortalezas como la de Maya, en el Baztán, y la de Burguete, con pequeñas guarniciones, sirvieron como puestos avanzados de vigilancia en las dos grandes rutas de una posible invasión. En este sistema de defensa, los valles fronterizos jugaron un papel importante. Las expediciones ofensivas dirigidas por los virreyes de Navarra, con reclutamientos relativamente masivos de varios miles de hombres (como los de 1558, 1636, 1638 y 1640) fueron excepcionales. Mucho más frecuentes fueron las movilizaciones particulares en los valles pirenaicos, dirigidas por sus alcaldes y “capitanes a guerra”. Estos comandaron una labor casi permanente de vigilancia d la frontera en la que participaban todos los vecinos. 18 En esta síntesis seguimos a A. Floristán Imízcoz, Historia de navarra en la Edad Moderna, t. III, Pervivencias y renacimiento (1521-1808), Pamplona, Gobierno de Navarra, 1994, pp. 10-16, 57-60 59 Estas milicias vecinales defendían, primero, sus tierras, pastos y montes limítrofes contra las incursiones de las comunidades vecinas y, con ello, prestaban un importante servicio a la corona de información y de vigilancia fronteriza. Como capitán a guerra del Valle de Baztán, el alcalde estaba obligado a hacer cada año “alarde, muestra y reconocimiento de armas de toda la gente de su jurisdicción, para que con este ejercicio estén más prontos y hábiles para ocurrir a lo que sea del servicio de su Majestad y defensa de la Patria”19. Cada uno de estos alardes costaba al Valle no menos de 150 ducados para pólvora y puesta a punto de las armas20. Además de la vigilancia y defensa, los baztaneses participaron en expediciones de ataque en suelo francés, como la dirigida por el virrey de Navarra en 1636. En el caso del valle de Baztán, el mejor ejemplo de expediciones en defensa de sus derechos fue el de los Alduides o Quinto Real. Estos montes de disfrute compartido entre varias comunidades fueron siendo colonizados por baigorranos, originarios del Valle de Saint Etienne de Baygorri, lo cual dio lugar a numerosas tensiones durante trescientos años, entre las que destacaron los incidentes armados de 1609-1614 y las expediciones de castigo de los baztaneses en 1695. Este contencioso no se resolvería, con la pérdida del Alduide septentrional, hasta el tratado de límites firmado en Bayona el 2 de diciembre de 1856. Integradas en la monarquía católica, estas comunidades también vieron modificada la frontera eclesiástica. Hasta los tiempos de Felipe II, los arciprestazgos occidentales de Baztán, Santesteban, Cinco Villas y Fuenterrabía habían pertenecidos a la diócesis de Bayona. Preocupado por el peligro de contagio de la herejía calvinista desde el sur de Francia, donde prendió con fuerza en la Navarra de Juana de Albret y de Antonio de Borbón, jefe del partido hugonote hasta 1562, Felipe II promovió el cambio de la frontera eclesiástica, y por el Breve pontificio del 30 de abril de 1566 dichos territorios pasaron a incorporarse al obispado de Pamplona. III. De las fronteras de la comunidad a las fronteras de la nación. Hasta ahora, el concepto de “Valle de Baztán”, de comunidad local, que hemos observado ha sido un concepto dominado por la geografía: una comunidad ubicada en el Pirineo occidental, en el norte de Navarra, fronteriza con Francia, y periférica de la historia general de los estados o de las construcciones políticas relevantes que se producen en otros espacios de mayor centralidad como la Corte. Esta apariencia de comunidad enclavada contraste con lo que observamos en el siglo XVIII. Originarios de este Valle remoto con una población de 1.000 familias, encontramos cerca de 400 personas en la administración real, las finanzas de la corona y el gran comercio peninsular y americano. Entre ellos destaca una nómina impresionante de ministros, consejeros, virreyes, generales, obispos, banqueros del rey, asentistas, administradores coloniales y hombres de negocios. En este proceso, la vieja hidalguía de los antiguos pastoresguerreros ha adquirido un nuevo significado y sostiene una industria floreciente: a lo largo del siglo, no menos de 350 baztaneses hacen “Informe de filiación y limpieza de sangre” para acreditar su nobleza en la Corte, en Cádiz o en las Indias, y sostener así por doquier sus 19 20 Archivo Histórico del Valle de Baztán, Ordenanzas de 1696, cap. 52 E. Zuadaire, “Valle de Baztán”…, p.23 60 carreras privilegiadas21. Las fronteras de las familias que participan en este proceso han pasado a situarse “a escala de imperio” y las redes de vasos comunicantes entre unos y otros hacen llegar al Valle dinero, cargos, honores y favores22. El paradigma geográfico ha dominado la historia regional o local y, por ende, el concepto de “frontera” o de “sociedad fronteriza”. Esto tiene que ver con el paradigma de “espacio” como “marco” de historia y, de un modo más general, con las limitaciones que conlleva inevitablemente toda compartimentación, incluso la más legítima. En esta línea, uno de los problemas tradicionales de la historia local y regional ha sido el “endogenismo”, creer que lo local es puramente endógeno y que lo estatal, nacional o general es exógeno, sin considerar las redes sociales y los fenómenos de vasos comunicantes que se producen entre los diferentes “espacios”. Más allá de las instituciones y de las doctrinas, la integración de territorios en el ámbito de la Monarquía hispánica se consolidó a través de las relaciones de la corte con las elites locales y provinciales, y, en particular, por medio de la participación de dichas elites en las estructuras políticas y económicas de la Monarquía. De un modo general, en la Edad Moderna el intercambio entre las elites de un reino y la Corona constituyó la clave de bóveda del sistema político. Los patriciados locales y provinciales se hallaban vinculados a la Monarquía por un flujo constante de intercambios en los que recibían favores políticos, cargos, honores, pensiones a cambio de una lealtad y servicio que debía asegurar la gobernabilidad del país y la percepción de los impuestos23. Pero, además de esta relación común, válida para la generalidad de las elites provinciales de los diferentes territorios de la Monarquía, la observación de las elites de las provincias vascas y del norte de Navarra a lo largo de la Edad Moderna muestra con especial fuerza otro fenómeno paralelo: las enormes posibilidades de enriquecimiento y de ascenso social que ofrecieron los nuevos espacios económicos y políticos que se fueron abriendo a medida que se desarrollaba y consolidaba la Monarquía hispánica y su imperio colonial. Estas oportunidades estuvieron relacionadas, en particular, con la construcción del Estado burocrático, financiero y militar, con la economía de guerra de la Corona y con la posesión de un imperio ultramarino. Por estos cauces, a lo largo de la Edad Moderna la Monarquía hispánica se convirtió en un ámbito de actuación privilegiado para una fracción de las elites vascas y navarras. El servicio al rey, las carreras en la corte y en la alta Administración, las dignidades eclesiásticas y los cargos en el Ejército y la Armada, así como los negocios industriales y financieros con la Corona y el comercio colonial, constituyeron fuentes de riqueza y de elevación de primera magnitud. Esta participación fue un motor principal de la emergencia y renovación de las elites vascas durante la Edad Moderna. Esta economía se vio acompañada y favorecida por la producción de determinadas ideas de calidad y privilegio que tuvieron sus efectos colaterales de discriminación étnica y religiosa. Desde el siglo XVI se desarrolló fuertemente entre las élites de estas comunidades hidalgas de Vizcaya, Guipúzcoa y del Norte de Navarra una cultura de limpieza de sangre, de hidalguía 21 Los materiales que sintetizamos a continuación se hallan desarrollados en J. M.Imízcoz, , “Las élites vascas y la Monarquía hispánica: construcciones sociales, políticas y culturales en la Edad Moderna”, V Jornadas de Estudios Históricos “Espacios de poder en Europa y América”, Vitoria-Gasteiz, 10-12 de noviembre de 2003 (el borrador se puede consultar en www.ehu.es/grupoimizcoz ) 22 Cf. J.M. Imízcoz, “La hora navarra del XVIII: relaciones familiares entre la Monarquía y la aldea”, en Juan de Goyeneche y el triunfo de los navarros en la Monarquía hispánica del siglo XVIII, Pamplona, Fundación Caja Navarra, 2005, pp.45-77 23 J.P. DEDIEU y Z.MOUTOUKIAS, “Approche de la théorie des réseaux sociaux”, en J.L.CASTELLANO y J.P.DEDIEU (dirs.), Réseaux, familles et pouvoirs dans le monde ibérique à la fin de l’Ancien Régime, Paris, CNRS, 1998, p.20. 61 originaria y de cristianos viejos que tuvo gran significado en los reinos de la corona de Castilla y en las Indias con respecto a otras poblaciones. Durante los reinados de Carlos V, Felipe II y Felipe III destacó la presencia en la Corte de un nutrido grupo de vascos como consejeros, secretarios y contadores24. Hay elementos para pensar que fue a la sombra de esta dinámica de carreras al servicio del rey donde se formuló esa ideología solariega que publicitaba la calidad particular de los “vizcaínos” y que durante varios siglos serviría para sustentar las carreras de aquellos personajes en la sociedad cortesana y las pretensiones de privilegio que debían de corresponder a los hidalgos vascos en la Monarquía hispánica. Según Jon Juaristi, estos vascos de la corte patrocinaron la idea, formulada a través de diversos autores, como el licenciado Andrés de Poza, de que eran los “primeros españoles”, descendientes del patriarca Túbal, que no habían sido conquistados, sino que guardaban el idioma originario y las esencias de los primeros pobladores, siendo nobles y limpios de sangre desde los orígenes25. Estas ideas habrían servido a aquella “clase escriba vizcaína” para conquistar posiciones en la corte, desplazando a los judeo-conversos que ocupaban hasta entonces aquellos cargos, y para rivalizar con sus principales competidores desde entonces: los hidalgos montañeses, esos otros “cántabros tinteros”, en expresión de Quevedo, que siguieron durante mucho tiempo una dinámica paralela26. En el siglo XVIII, este fenómeno cobró un significado especial. Tras la guerra de Sucesión los Borbones, para gobernar más libremente, marginaron a la alta aristocracia del gobierno de la monarquía y se rodearon especialmente de “extranjeros” a la alta sociedad castellana. Ente ellos, los grupos regionales más representados fueron los hidalgos del norte de la Península, en particular los montañeses, vascos y navarros27. Como muestra, entre otros, el caso del Valle de Baztán, estas comunidades fueron las principales canteras de cuadros del Estado administrativo, de los negocios relacionados con la real Hacienda y del gran comercio colonial. A nuestro entender, la importancia de este fenómeno radica, más que en el número o la elevación, en sus consecuencias. Estos hombres participaron de un modo especial en el proceso de construcción política, administrativa y económica del reformismo borbónico, en estas experiencias se transformaron cultural e ideológicamente, y ellos o sus descendientes estuvieron especialmente presentes entre las élites políticas que construyeron el Estado liberal en la primera mitad del siglo XIX28. Retomando la expresión de Ringrose, podemos proponer que los miembros de estas familias de administradores, financieros y comerciantes relacionadas con el servicio del Estado formaron parte de esas “redes sociales y políticas que podrían ser consideradas como los inicios de la nación española”29: se enriquecieron y forjaron en actividades relacionadas con la economía y la administración del Estado y del imperio colonial, se encontraron entre los agentes principales del reformismo borbónico, formaron parte del sector más moderno y reformista de las elites españolas del XVIII, 24 Lope MARTÍNEZ DE ISASTI, Compendio historial de la M.N. y M.L. Provincia de Guipúzcoa, Bilbao, ed. Amigos del Libro Vasco, 1985, [ca. 1625], vol. II, pp. 358 y ss. 25 J. ARANZADI, Milenarismo vasco (Edad de Oro, etnia y nativismo), Madrid, Taurus, 1982; A. E. de MAÑARICUA, Historiografía de Vizcaya, Bilbao, GEV, 1971; Andrés de POZA, Fuero de hidalguía: Ad Pragmaticas de Toro & Tordesillas, ed. de Carmen MUÑOZ DE BUSTILLO, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1997. 26 J. JUARISTI, Vestigios de Babel. Para una arqueología de los nacionalismos españoles, Madrid, 1992, pp. 9-20. 27 J.P.DEDIEU y Z.MOUTOUKIAS, “Approche de la théorie des réseaux sociaux”, en J.L.CASTELLANO y J.P.DEDIEU (dirs.), Réseaux, familles et pouvoirs dans le monde ibérique à la fin de l’Ancien Régime, Paris, CNRS, 1998, p.26; J.P. DEDIEU, “dinastía y elites de poder en el reinado de Felipe V”, en P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO (ed.), Los Borbones. Dinastía y memoria de nación en la España del siglo XVIII, Madrid, 2001, pp. 381-399. 28 J. CRUZ, Los notables de Madrid. Las bases sociales de la Revolución liberal española, Madrid, Alianza, 2000. 29 D. R. RINGROSE, España, 1700-1900: el mito del fracaso, Madrid, Alianza, 1996, p. 83. 62 fundaron y dirigieron sociedades ilustradas y academias, y se encontraron abundantemente representados entre los políticos de los gobiernos de la revolución liberal. Esta historia fue diferencial. Se produjo en determinada corriente y generó sus propias fronteras, no tanto geográficas como ideológicas. Por un lado, la pugna de estos administradores del Estado, reformistas e ilustrados, con la vieja nobleza señorial. Por otro, las diferencias en la propia comunidad de origen. Las carreras en la esfera de la monarquía fueron una vía principal de penetración de nuevas ideas, valores y modos de vida en las familias implicadas en ellas. Las familias baztanesas más introducidas en esta dinámica adoptaron nuevas pautas educativas, lingüísticas, sociales y políticas, germen de tensiones y de rupturas. Mientras que el horizonte de aquellas elites transcendía el círculo de la aldea y se forjaba en el mundo de la modernidad, el horizonte vital de la inmensa mayoría de la población continuaba siendo el de la comunidad local y su cultura tradicional. Con las rupturas de la revolución liberal y la primera guerra carlista, en 1833-1839, observamos que las familias que habían estado más implicadas en las carreras del Estado durante el siglo XVIII fueron los líderes de la minoría liberal, rodeados de una mayoría de población profundamente tradicionalista. Frontière et frontières dans le « Cautiverio Feliz » de Francisco de Pineda y Bascuñan (Chili austral au XVIIe siècle Jean-Paul Zúñiga, EHESS [email protected] « Quand je veux juger l'esprit de l'administration de Louis XIV et ses vices, c'est au Canada que je dois aller. On aperçoit alors la difformité de l'objet comme dans un microscope. » (Alexis de Tocqueville, Oeuvres complètes, l'Ancien Régime et la Révolution, volume premier, pp. 286-287). En 1598, après près d’un demi-siècle de présence espagnole au Chili, une révolte indienne rase la moitié australe des territoires occupés par les Espagnols, détruisant sept villes et faisant de nombreux captifs. La frontière séparant depuis lors la société créole chilienne des terres indiennes non soumises aux conquérants a joué un rôle fondamental dans la constitution des groupes se trouvant de part et d’autre de la ligne de démarcation militaire, le fleuve Bio Bio. Comme souvent avec les accidents géographiques, ce fleuve matérialise dans l’historiographie coloniale chilienne l’opposition entre deux mondes. D’abord désignées comme terres « insoumises », ces territoires acquièrent une dimension politique reconnue avec le « Parlamento de Quillin » en 16411, où est formalisée par celui qui était alors gouverneur de la capitainerie générale, le marquis de Baides, la ligne de démarcation entre le Chili colonial et les terres indiennes. « Espagnols » et « Indiens » se construisent alors — d’une manière plus aiguë que dans d’autres contrées américaines ? — comme les deux pôles identitaires excluants structurant la société créole. 1 Le contexte de l’ouvrage est double, car si Francisco de Pineda demeure en captivité entre le 15 mai et le 27 novembre 1629, la rédaction de son Cautiverio Feliz est bien plus tardive. La copie dont nous disposons date de 1673, mais la rédaction elle même a été finie avant 1664 (date d’une lettre du Vice-roi du Pérou faisant référence au livre) et postérieure à 1655, date du soulèvement indien dont ils raconte certains détails dans son livre. 63 Le choix d’étudier cette question par le biais du récit de la captivité d’un soldat espagnol, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñan, au milieu des Indiens du sud du Chili au XVIIe siècle, permet d’aborder ce problème — que j’appellerai plus largement celui de l’appartenance — au travers des positionnements du narrateur face aux différents acteurs du monde colonial, qu’il s’agisse des Indiens soumis, des Indiens rebelles, des conquistadores ou de l’administration coloniale. Mon propos s’inscrit donc aussi bien dans une réflexion historique sur la notion de communauté que dans un souci méthodologique visant à exploiter les sources littéraires comme un outil pour comprendre le politique. Mon but n’est pas de me fonder uniquement sur ce type de sources mais de l’ajouter aux sources disponibles : il s’agit de considérer la littérature comme une mise par écrit du social et en ce sens lui redonner toute sa place dans l’analyse historienne. En effet, nous ne pouvons pas feindre d’ignorer que la masse de documents législatifs ou judiciaires sont le plus souvent inaptes à nous dire l’appartenance, car ces documents, lorsqu’ils abordent ces questions, nous placent devant les rares cas où le droit positif (ou le juge) doivent trancher dans une affaire litigieuse. Or, l’appartenance se décline le plus souvent au quotidien et de manière tacite. C’est alors que la littérature, reflet, révélateur autant que moteur des comportements et des valeurs sociales d’une époque, peut nous aider à répondre aux questions que d’autres sources sont incapables d’éclairer (ou seulement très partiellement). 1 La société coloniale hispanique, dont les migrants sont la base politique indispensable, présente une opposition structurelle entre Espagnols et Naturales. Celle-ci rend compte de l’extranéité fondamentale des Espagnols par rapport au milieu américain, caractère qui constitue l’une des tensions identitaires les plus fortes du monde hispano-américain et sur laquelle repose la trame du livre. Le récit du Cautiverio est en ce sens celui d’un voyage de l’autre côté du mur, avec tous les éléments symboliques mettant en avant cette traversée : rôle liminaire du fleuve, dans lequel Francisco manque de se noyer et perd ses vêtements « espagnols », vêtements qu’il échange contre des habits d’Indien de l’autre côté du fleuve ; fin de l’habitat hispanique, présenté comme le signe de la fin de la civilisation, « desnudez » et froid qui accompagnent notre héros malgré les bons traitements des Indiens… Toute la partie descriptive qui s’ouvre avec ce passage du Bio Bio : mœurs des « araucans », fêtes, beuveries nourriture, décline en permanence une bi-partition entre le « nous » et le « eux » qui est la raison même des explications fournies, sorte de catalogue de marqueurs identitaires. La simplicité de cette opposition en viendrait presque à nous faire oublier que le caractère évident des termes mis en avant par l’auteur est loin d’être transparent. L’anthropologie historique nous a depuis longtemps mis en garde contre les constructions coloniales visant à organiser les peuples soumis par la couronne espagnole en « nations », (Calchaqui, Guarani, Araucane et bien d’autres…). Pour le cas des Araucan, Guillaume Boccara a montré à quel point cette inscription était le produit de logiques coloniales et dénuée de sens en dehors de ce contexte particulier qui a vu l’ethnogenèse du groupe désigné de nos jours par ethnonyme Mapuche. On a pourtant beaucoup moins relevé le caractère tout aussi intrinsèquement lié à la situation de l’expansion territoriale hispanique d’une autre construction identitaire contemporaine, celle de l’ethnonyme Espagnol. Il convient pour cela de réfléchir à la distance existant entre les différents ethnonymes caractérisant les ibériques à l’époque médiévale et au début de l’époque moderne en dehors de la péninsule : si les termes usités dans les grands centres économiques et foires (Bruges, 64 Lyon) nous mettent face à des biscayens, des Castillans, des Catalans…seule la diplomatique romaine englobe les prélats ibériques sous l’appellation géographique commune d’hispanus. Dans les territoires européens du monarque catholique les individus se définissent d’abord par leur lieu de naissance (le lieu d’où ils sont naturales), puis par l’origine régionale ; aux Indes, la première auto-identification a été celle de chrétiens par opposition aux infidèles ou gentils, et ce n’est que dans un deuxième temps que l’ensemble de ces Castillans, Basques, Andalous, Galiciens et Extremeños se fondit dans un ensemble commun, homo hispanicus désigné par l’ethnonyme Espagnol. Que le phénomène touche l’ensemble de la monarchie, Thomas Dandelet nous l’a montré dans son étude sur la confrérie de la Nation espagnole à Rome à la fin du XVIe siècle, confrérie regroupant les « Espagnols » résidant à Rome. Or, Dandelet montre que l’acception du terme est large, puisque les statuts de la confrérie, qui prévoient l’aide et la charité — notamment la dotation des jeunes filles pauvres de la « nation » — s’adressent tout d’abord à toutes les Castillanes (en incluant explicitement sous ce terme la Castille et les Indes de Castille) puis aux Valenciennes, aux Aragonaises, aux Navarraises, aux Catalanes, aux Portugaises et enfin aux Bourguignonnes, [...] aux Flamandes, aux Siennoises, aux Napolitaines et aux Sardes... dans cet ordre!!2 A l’image de cette fusion, la provenance familiale de Francisco de Pineda — son père était un soldat sévillan et sa mère une créole, fille d’un père de Valladolid et d’une vizcaina — ou celle de sa femme, créole, fille d’un soldat cordouan et d’une créole issue d’extremeños, montre clairement le rôle de creuset joué par l’armée et par les nouveaux territoires de la couronne dans la genèse de la figure de l’ « espagnol », figure déterritorialisée et politisée (l’exemple de la confrérie de Rome rend cet aspect manifeste) mais non dénuée d’ambiguïté dès sa naissance. De fait le « nous » et le « eux » sans cesse assénés dans l’œuvre de Pineda, se brouille rapidement. D’une part on constate bientôt qu’il y a de bons et de mauvais Indiens (ceux qui le protègent et qui l’ont « adopté » parce qu’ils connaissent les hauts faits de son père le maître de Camp Alvaro Nuñez de Pineda ; ceux qui, au contraire, veulent le sacrifier comme importante prise de guerre, en raison justement de sa filiation). Il a de ses yeux vu mourir le camarade qui avait été fait prisonnier en même temps que lui, lors de la bataille de Cangrejeras en mai 1629, un désastre pour les Espagnols. De plus, les Indiens qui l’avaient adopté ayant décidé de l’emmener sur leurs terres, loin de la frontière, les visites au chefs des autres parcialidades trouvées sur leur chemin, les invitations à des banquets dans les contrées proches de celle de Maulican son « maître » (amo), sont le prétexte à des descriptions détaillées des pratiques et des l’alimentation festive des groupes qu’il rencontre. Ces descriptions mettent en évidence la circulation de denrées et d’habitudes culinaires entre les groupes : si les indiens consomment pour chaque fête de la viande de mouton, de poulet, de chapons, des beignets frits dans l’huile3, les espagnols sont loin de n’avoir que des pratiques alimentaires européennes ! Décrivant les mets qui lui sont présentés lors d’un énième banquet, Francisco de Pineda parle de « pains de maïs », « que llaman humintas y nosotros tamales »… Même constat pour de produits tels que la toile, la cire, la viande de porc non salée, la levure et un pot de cuisine neuf, considérés tellement « espagnols », que l’auteur n’hésite pas à en faire une liste4 des éléments nécessaires pour effectuer une guérison qu’il s’était vanté de pouvoir faire : persuadé que ses hôtes ne parviendraient jamais à se les procurer, Francisco pensait se tirer ainsi d’affaire. La liste est pourtant rapidement réunie, grâce notamment aux échanges et à la correspondance avec … 2 Voir Jean-Paul Zuniga, « Le Voyage d’Espagne. Mobilité géographique et construction impériale en Amérique hispanique », Cahiers du CRH, EHESS, à paraître. 3 e 3 discours, chap. 17 entre autres. Dans le chap. 3, p. 532 « « Cada cual de aquellos casiques principales se esmeraba en darme algun regalo de los que antiguamente habian aprehendido las cosineras que aun duraban de aquellas ciudades asoladas : unos me daban pasteles, empanadas ; otros, rosquetes y buñuelos, tortillas de huevos con mucha miel de abejas… » 4 p. 587. 65 d’anciens captifs !5 Les deux mondes sont en ce début du XVIIe siècle déjà profondément mêlés. Par ailleurs, fait plus déroutant, l’auteur se prend tout d’un coup à parler de « nuestra parcialidad » et de « mon » grand-père adoptif. Sans doute rhétorique, ce brouillage revêt bien plus d’intérêt lorsqu’on s’intéresse à l’utilisation par Pineda du terme « royaume du Chili » ou « Chili », où éclate toute l’ambiguïté de son positionnement : dans cette opposition Indiens/Espagnols, quel rôle devait être accordé à la naturalité des créoles ? 2 Appartenance locale, appartenance régionale, appartenance globale. Les ibériques sont fortement marqués par la notion de patria, qui contrairement à son étymologie, est moins déterminée par la « terre des pères » que par la terre où l’on est né. Toute la complexité de l’analyse du texte étudié réside dans cette ambiguïté qui régit la confrontation entre deux mondes, celui des barbares Indiens et celui de l’Espagnol captif, confrontation d’où l’on voit rapidement émerger trois identifications fondées sur le rapport au territoire : la terre des barbares, la terre des Espagnols du Chili, et la lointaine Espagne d’où sont venus, par vagues successives, tous les ancêtres de l’auteur. En effet, le point d’ancrage de la naturaleza d’un individu est avant tout local (le lieu où il est né), mais cette inscription première ne saurait cacher une deuxième qui fait que tout Espagnol, du fait même de son inclusion dans cet ethnonyme, peut se déplacer et s’établir où il le souhaite dans les vastes domaines du monarque, ce qui est interdit aux individus qui ne sont pas considérés comme « Espagnols » (Indiens, Etrangers). La vaste question de savoir comment se formule cette définition, et notamment la place de la religion (cf. les Irlandais… Igor Pérez Tostado) rend compte du caractère dynamique, en construction, de l’ethnonyme comme nous l’évoquions plus haut. Entre ces deux appartenances extrêmes, l’une très ancrée dans le local, l’autre très globale, il reste l’échelle régionale qui est justement celle qui semble primer dans l’œuvre de Pineda. Bien plus que la vecindad ou la naturaleza (Pineda ne se définit pas comme habitant de Chillan, ou comme naturel de Chillan où il est pourtant né)6, c’est l’appartenance au commun royaume, le Chili, qui domine : Pineda se sent chez lui dans la capitainerie, à l’étranger au Pérou (« tierras extrañas » dit-il dans son livre à propos de Lima). Sa patrie ce n’est pas tant Chillan, que « nuestro Chile » voire « nuestro lastimado Chile ». Voilà qui change la donne est remplace l’opposition Espagnols/naturels par une autre configuration comprenant des Espagnols du Chili (tout habitant Espagnol du Chili, qu’il en soit natif ou non, royaume rendu synonyme local du monde hispanisé pour l’occasion), des Indiens naturels, et des Espagnols de terres étrangères (le Pérou, l’Espagne). C’est donc une nouvelle entité qui apparaît, le Chili, entité qui suggère tout de même une communauté des naturels (tous ceux qui sont nés sur ce territoire). Indiens et Espagnols de cette région de l’Empire se trouveraient ainsi logés à la même enseigne, naturels qu’il sont tous du royaume du Chili. Cette idée justifie qu’on ait vu dans son propos une « créolité » affichée… contre les péninsulaires. Les critiques que Pineda adresse à la manière injuste dont la guerre contre les Indiens a été menée – « con muy justa causa […] sacudisteis el yugo que en las cervices os tenian puesto los que no supieron conservaros en cristiandad, en justicia y quieta paz » dit-il au cacique Tureupillan lorsque celui-ci lui explique les raisons de la révolte7 -, son identification apparente avec les Indiens qui le retiennent jusqu’à son rachat, seraient donc l’expression de l’hostilité ressentie par les créoles, descendants des premiers fondateurs de la société coloniale, à l’égard de ceux qui apparaissent comme des parvenus, les migrants plus 5 L’huile, seule denrée qui paraît en définitive plus difficile à se procurer sur l’ensemble, est envoyée depuis le territoire espagnol par le capitaine Marcos de Chavarri, ancien captif. (Ch. 25, p. 616) 6 A l’exception de la messe qui a lieu à Chillan, lors de son rachat, où il parle de la réception organisée en son honneur dans sa « patrie », par ses «amigos, compañeros y compatriotas ». p. 964. 7 Chap. 24, p. 613. 66 récemment arrivés. Hostilité entre ceux qui sont en place et craignent que les nouveaux ne les déplacent (ce qui arrive effectivement à notre auteur dont le père, mestre de Campo, meurt pourtant sans le sou, ses deux sœurs placées au couvent faute de dot en accord avec leur qualité, sort qu’il ne souhaite pas pour les siens, mais qui semble le guetter comme il le dit amèrement dans son livre). En réalité il n’en est rien, et les critiques qu’il formule à l’égard de la gestion de la guerre, ainsi que les solutions qu’il propose montrent qu’une troisième variable, le caractère juste de celle-ci8 (la juste guerre est une catégorie du droit canon) déterminent les conditions de possibilité de cette communauté des naturels du Chili, question qui dépasse largement l’opposition Indiens/Espagnols étrangers ou Espagnols créole/espagnols étrangers qu’on a voulu y lire. 3 Pour ce faire, Nuñez de Pineda introduit l’histoire du Chili dans une économie du sacré : le Chili, n’est pour l’occasion que le théâtre de la justice divine et les sept villes détruites du Sud chilien, l’image de Sodome et Gomorrhe. Pour mieux étayer son propos, Pineda se fait l’écho de tout ce qui se disait au XVIIe sur les créoles américains : dissolus, lascifs, pécheurs car habitués à une vie trop facile et opulente et dont le prototype seraient les marchands et les letrados, les lettrés. Si les Indiens du Chili, même ceux qu’ils considère « nobles » et qui l’ont protégé, sont tout de même victimes du démon car il vivent dans l’oiseveté et les partiques malhonnetes, notamment la polygamie et l’ébriété, on ne peu les considérer apostats, puisque d’après Pineda, ils n’ont jamais eu connaissance du véritable christianisme. Car l’exemple que leur ont donné les conquistadors, les « españoles antiguos » et celui que leur donnent toujours les fonctionnaires nommés par la couronne, oidores, veedores et contadores de la Real hacienda, qui permettent leur réduction en esclavage en toute illégalité afin de toucher les droits de vente, ne peut pas être considéré comme l’exemple d’hommes chrétiens9. Ce sont eux les infâmes, 10 ceux qui sont les coupables de la situation du « Chili » car « con semejantes ministros y gobiernos tan contrarios a la razon y justicia, como puede haber paz firme en Chile, porque la guerra sera perpetua y inacabable, si primero no se acaba Chile ». Par opposition, Nuñez de Pineda chante les louanges des valeurs chrétiennes et viriles, la valeur du soldat qui ne recule pas devant l’effort qu’il compare à la veulerie et aux intrigues et à la corruption des « plumarios » (« plumitifs ») dont il blâme même le caractère efféminé : tout un chapitre est consacré dans l’œuvre aux hommes qui se rasent et soignent leur chevelure comme des femmes, attitude que l’auteur condamne sans ambages. Dans ce contexte les Indiens, bien qu’infidèles, ont été l’outil de la justice divine. Si la guerre se perpétue c’est donc une autre expression de la colère divine devant le népotisme et la vénalité des charges municipales et même, en toute illégalité, des grades militaires, qui permettent aux mêmes de s’enrichir aux dépens de ceux qui donnent leur vie pour la défense des territoires du roi espagnol sans en récolter la juste récompense. L’auteur propose ainsi une communauté fondée sur des soldats évangélisateurs (Pineda se prononce pour le caractère héréditaire et permanent des encomiendas)11, protecteurs des 8 Les chapitres 23 et 24 du 3e discours sont consacrés à cette question : la réponse est évidemment négative. Les chap. 12 à 16 sont entièrement consacrés à la dénonciation des malversations du situado et aux dysfonctionnements administratifs imputables à la corruption des fonctionnaires. 10 Il faut noter que seuls méritent d’être considérés comme apostats selon Francisco de Pineda les Espagnols passés volontairement au camp des Indiens pour pouvoir vivre « a su usanza » alors qu’ils connaissaient le christianisme. Il sont en ce sens des renégats. 11 « Faltos de entendimiento y privados de juicio parecian estar estos racionales hombres, pues no cuidaban de conservar su dicha y buene suerte, ni de dejar a sus hijos vinculos , rentas ni feudos, no atendiendo ni mirando por la salud y vida de sus vasallos, dejandolos morir como bestias en el campo. Esto nace de ser las encomiendas transitorias y finitas ; que, aquel que 9 67 Indiens travaillant pour eux et préservés de l’exemple délétère des « mauvais espagnols ». L’ordre catholique, qui devrait être celui de la monarchie tout entière, est bouleversé dans le cas du Chili (selon Pineda) par l’éloignement (par la position hémisphérique se demande Pineda ?) : seuls ceux qui peuvent s’approcher du monarque (donc ceux qui peuvent effectuer une traversée coûteuse, à Lima ou à Madrid, peuvent obtenir les grâces royales qui en théorie devraient être réservées aux sujets méritants (riches ou non). Par cette argumentation, Pineda déplace la césure séparant Espagnols et Indiens : pour lui la césure fondamentale est celle qui sépare les guerriers vertueux de la vile plèbe. Son séjour chez les Indiens lui semble confirmer que ces barbares, bien que barbares, ont conservé ces vertus viriles et guerrières fondamentales – toutes les honneurs doivent être réservées aux soldats méritants - que les Espagnols, dépravés, ont oublié. Que cet oubli était coupable, la perte d’une moitié du Chili comme punition divine le prouve. Rétablir la morale est pour Pineda le critère qui compte, et qui remplace l’opposition Espagnols/Naturels ou Péninsulaires/créoles. L’ambiguïté de la rhétorique de Pineda (maniant selon le but de son argumentation du moment des idées à priori contradictoires) explique que se livre ait tour à tour été interprété comme la vision par un Espagnol d’un monde étrange et étranger – celui des Indiens barbares —, comme une critique de la société coloniale par les Indiens, à travers les propos que l’auteur attribue aux chefs Indiens avec qui il s’est entretenu, ou, plus récemment, comme le témoignage de l’opposition farouche entre deux vagues migratoires, celle des conquistadors et celle des nouveaux migrants. En réalité une lecture simple de l’ensemble de l’œuvre met en évidence que le récit fonctionne comme un véritable projet politique ; Francisco, comme le Joseph biblique dans l’œuvre homonyme de Mira de Amescua, se présente en sauveur de « son » peuple. En effet, plus qu’une ligne (fut-elle un cours d’eau important) la frontière apparaît dans le Cautiverio feliz comme une grande métaphore. Une métaphore de la distance séparant un monde qui est d’un monde qui fut : dans une version un peu particulière du bon sauvage, Pineda va retrouver chez les barbares les vertus premières des guerriers, qui reconnaissent et récompensent la bravoure, valeurs oubliées par les Espagnols, au Chili et partout dans la monarchie, et raison même de l’état déplorable du Chili (et on peut dire que Pineda annonce la crise du corps politique tout entier si la situation devait se prolonger). Métaphore ensuite de la distance fondamentale séparant Espagnols et Indiens et déclinée par l’auteur essentiellement sur le registre de l’ignorance : l’absence de la lumière de la foi – prétexte à de longs passages sur ses dons de missionnaire auprès des Indiens, notamment des enfants - ignorance se trouvant par ailleurs à la racine des mœurs perverses de ces hommes sans foi, d’où l’importance dans l’économie du texte des descriptions de beuveries politicorituelles, de l’idolâtrie et de l’incontinence sexuelle des hommes ou pire, de la liberté sexuelle des femmes. D’autres frontières – conceptuelles ? - sont communes aux deux mondes et séparent chez les Araucan comme chez les Espagnols, la noblesse de la plèbe, les bons des méchants. Chez les Indiens cette césure est représentée par les nobles caciques qui le protègent, reconnaissant en lui le rejeton d’une noble souche – et prompts à accepter pour les enfants les bienfaits du christianisme- , et par les frontaliers avides de sang, qui veulent le sacrifier au cours d’un meurtre rituel, image même de la sauvagerie. sabe que por su vida solamente goza del feudo, tira de la cuerda de manera que si no quiebra, de de si mas de los que puede, sin quedar con fuerzas para sustentar la carga o el peso de los sucesores. En la Europa, mediante los mayorazgos se sustentan las familias y hijos con decoro y lustre de sus personas, y de la misma suerte fueran estas provincias mas seguras, mas esplendidas y abundantes, si las encomiendas fuesen perpetuas ; como lo escribio […]Juan de Solorzano. »(réf. Lib 2, De indi. Gubern. , c. 30, n° 47 et 48. puis n° 51.). 68 A cette bi partition du monde indien répond la séparation interne au monde des Espagnols, qui connaît ses dépravés et «mauvais chrétiens », au premier chef desquels se trouvent les renégats, chrétiens espagnols ayant choisi de vivre parmi les Indiens, et au sujet desquels le vocabulaire décline le champ sémantique de l’abjection et de la chute. Après eux, et la cible principale de ses diatribes, les « plumarios » et autres agents de la monarchie administrative, coupables par leur corruption et leurs mœurs dissolues12 de la fossilisation du conflit armé au Chili. Face à cette image de la déchéance se dressent des héros, les soldats vertueux, catholiques et virils auxquels doivent revenir les charges, les bénéfices et les honneurs. Que la frontière comme espace d’affrontement soit un lieu d’échanges plus que de démarcation radicale est une cause entendue depuis l’œuvre d’Alonso de Ercilla un siècle plus tôt, qui scrute l’ennemi et y reconnaît toute une série de valeurs morales partagées. Comme Ercilla avant lui, Pineda se sert de son expérience de captivité pour mettre en scène son analyse …sur sa propre société. Car contrairement a ce que l’on a longtemps cru, l’objet de Pineda est bien plus le monde espagnol que le monde indien. Ce détour de l’autre côté du miroir n’est qu’une tactique – un peu comme des Lettres persanes avant la lettre et à l’envers – pour mieux pourfendre les tares de sa propre société, de son propre monde. « Monde » car les problèmes qu’il pose sont ceux touchant l’ensemble de la monarchie : comment se faire entendre d’un monarque lointain ? Comment s’assurer que le pouvoir politique n’a pas été accaparé au bénéfice de ceux qui sont censées l’administrer ? Pineda se livre ainsi à une critique acerbe de la vénalité des charges municipales notamment, qui ajoutée aux pratiques traditionnelles de cooptation, confisquent le pouvoir local au profit des élites territoriales et marchandes – tout comme en Castille. Si, de surcroît, les fraudes dans l’adjudication des contrats pour l’entretien des armées (le situado) empêchent l’enrichissement des producteurs locaux (dont Pineda lui-même), et ce au profit des liméniens, il ne reste que les bénéfices octroyés par le monarque aux militaires méritants pour pouvoir s’élever (« medrar ») : si ces récompenses dépendent de l’accès au monarque ou au vice-roi, le lien avec le monde des militaires comme Pineda est rompu excluant de ce fait le service militaire au monarque comme levier social. Dans les marches de l’empire comme au cœur de la Castille les problèmes de gouvernance s’expriment quasiment dans les mêmes termes. Comme solution à tous ces problèmes, Francisco de Pineda pose une série de valeurs – vécues comme un « retour » à des valeurs qui ont été perverties à travers le temps – solution qui conjugue les valeurs traditionnelles de noblesse et vertu dans un cadre imposant de nouvelles formes d’inscription identitaire et d’appartenance. Les Nobles, guerriers, « Espagnols » et catholiques, tous adjectifs qui se veulent redondants sous sa plume, doivent être le modèle des autres Espagnols et les formateurs religieux des Indiens qui doivent leur être confiés de manière perpétuelle. C’est à ces hommes qu’il incombe d’être la cheville privilégiée du rapport avec le pouvoir du monarque. Leur patrie est conçue dans cette organisation comme le lieu où ils sont en droit d’attendre des récompenses pour leurs mérites et services. Vision très traditionnelle des Indes comme un ensemble de royaumes de plus dans le concert des royaumes dépendant du roi catholique, mais qui a effectué un passage fondamental qui ne doit pas passer inaperçu : en déterritorialisant la notion d’Espagnol – du natural de los reinos de España on passe à l’Espagnol - et en lui adjoignant le nécessaire adjectif « catholique », la vision de Pineda, témoin d’un processus global que l’on ne saurait limiter à cet exemple, et au domaine colonial, pose les bases d’une appartenance hispanique profondément ancrée que les hommes du XIXe siècle hispanique ont le plus grand mal à conjuguer avec les notions modernes de citoyenneté et de nation. 12 Pineda va jusqu’à utiliser tous les arguments des « anti-créoles » , Juan Lopez de Velasco, Juan de la Puente, pour démontrer le caractère délétère de la société issue de la conquête espagnole. 69 70 Vivir en el campo de Marte, Población e identidad en la frontera entre Francia y los Países Bajos, (siglos XVI-XVII)1 J.J. Rui Ibanez Resumen y advertencia al amable lector: Desde la década de 1480 hasta las conquistas de Luis XIV el espacio los territorios la frontera común entre los territorios de los Habsburgo-Borgoña y la Monarquía francesa gozó de una relativa estabilidad, especialmente consolidada tras las paz de Cateau-Cambrésis. Este espacio no sólo era un punto de contacto más entre dos conglomerados dinásticos sino que por razones geopolíticas alcanzó el estatuto de frente principal de confrontación entre los dos poderes mayores de Europa Occidental. A los problemas clásicos de una discontinuidad jurisdiccional se sumaban así tensiones suplementarias de origen exógeno lo que se traducía tanto por la existencia de una mayor densidad de agentes de los soberanos como por una mayor concentración de recursos militares. Estos no implicaban sólo mayor seguridad y control por parte del rey, sino, y sobre todo, una muy significativa inestabilidad por la frecuencia con que las tropas mal pagadas realizaban incursiones autónomas sobre el territorio tanto del propio señor como del enemigo. Además esto complicaba el entramado social al coexistir a ambos lados de la frontera dos sociedades relativamente bien diferenciadas: una local y otra más volátil formada por los profesionales de la guerra. En este espacio en el que se superponían múltiples fronteras jurisdiccionales y militares en un periodo largo de tiempo, la cuestión central es saber hasta qué punto la existencia de dichas tensiones actuó como un generador de identidades incompatibles, y, hasta qué punto, las sociedades locales pudieron mantener contactos de todo tipo más allá de la coyuntura de guerra semiestable que se dio a lo largo de esta centuria. Para enfrentar esta cuestión la presente ponencia hará un especial hincapié en analizar las formas de violencia que se dieron y quienes las protagonizaron. No se trata sólo de las grandes operaciones militares, sino de la organización de pequeñas y medianas incursiones que resultaban mucho más devastadoras para las poblaciones locales. Su forma de respuesta mediante la búsqueda de salvaguardas o la autoorganización defensiva implicaban la activación de procesos de construcción identitaria especialmente significativo. No hay que olvidar que dichas identidades se iban a dibujar sobre una serie de tradiciones previas que se alimentaban en relatos superpuestos de viejas incursiones y más recientes agravios. El texto que se presenta a continuación es una primera proposición de análisis de dicho espacio, se trata de una primera aproximación. He de indicar que al tiempo que lo redacto estoy preparando un libro sobre la ocupación española del norte de Francia entre 1595-8 y que en la exposición de la ponencia recurriré a ejemplos concretos que se desarrollarán en dicho manuscrito. He preferido dar una visión casi puramente bibliográfica para intentar trazar los rasgos esenciales de esta frontera e introducirlos en el debate, dado que el punto central del mismo creo que es la interrelación de las diversas fronteras de la Monarquía entre ellas (en tanto que espacio de circulación d agentes, ideas y modelos políticos, administrativos o culturales) y la posibilidad de una historia comparada. 1 Este texto se ha elaborado dentro del proyecto de investigación “« Par le ministère de la saincteté du pape & du Roy Catholique » Los católicos radicales franceses, la Liga y la Monarquía Hispánica (1585-1610)”HUM2005-04125; las abreviaturas utilizadas son AMStO (Archives communales de Saint-Omer) y BNF (Bibliothèque Nationale de France). 71 1- Tiempo y espacio. Como es bien sabido, la propia evolución de la Monarquía Hispánica estuvo determinada por su proyección externa a través de sus fronteras y por del efecto que la existencia de éstas tuvo sobre su organización interior. Como toda potencia hegemónica, en realidad como toda potencia, la Monarquía no sólo existía per se, sino que su imbricación internacional (en términos globales, pero también a escala local) resultó decisiva a la hora de definir la credibilidad de su liderazgo y los niveles de oposición que llegaba a generar2. La historiografía sobre la Monarquía Hispánica en cierto sentido no se ha emancipado aún de la imagen doblemente negativa de esta entidad política que se conoce como Leyenda Negra o del trauma de la limitada modernización del siglo XIX3. Todo ello a pesar que las historias binarias que se construyeron en esa Centuria sobre los siglos modernos (progreso v. oscurantismo; Tradición v. caos) y que estigmatizaba de principio a la Monarquía Hispánica como un ámbito natural de atraso son difícilmente sostenibles a la luz de la historiografía de las últimas décadas. Comprender la Monarquía en sí misma se convierte en una prioridad que federa diversas líneas de investigación contrapuestas en ocasiones en método: desde el debate del estado a la historia de la circulación de personas, ideas, conceptos y objetos a arqueología de los conceptos políticos o a la revolución fiscal. Para lograr una visión de conjunto es preciso construir un marco global. La proyección del poder del rey católico iba más allá de los recursos que pudiera movilizar, dependía sobre todo de su capacidad de presentarse como un modelo a seguir o a respetar no sólo por la población que lo sostenía, sino por la de sus vecindades. Esto generó procesos a lo largo y ancho de la Monarquía española en una primera globalización que afectaba a tierras de cuatro continentes. Si se cuenta con una visión bastante completa de la historia de la percepción negativa de la Monarquía Hispánica, no se puede decir lo mismo de la imagen positiva que de ella misma se construyó por sus simpatizantes externos. La hispanofilia es un tema de investigación que merece un trabajo de por sí y hasta no contar con él, resultará muy complicado poder enunciar las verdaderas causas de la implicación de la Monarquía a escala global. La historia de la proyección fronteriza de la Monarquía Hispánica especialmente en el periodo 1580-1640 no es un elemento anecdótico o una mera nota a pié de página; sino que es el sujeto analítico que mejor puede ayudar a comprender las razones de la hegemonía ibérica… y de su fracaso. Por supuesto, esto implica abrir nuevas vías de interpretación de este tipo de fenómenos. La frontera ha sido un objeto privilegiado de la historia, sus peculiaridades jurídicas, sus excepcionalidades sociales, sus dinámicas políticas y su protagonismo militar siempre han ejercido una verdadera fascinación para los estudiosos (historiadores, pero también, por supuesto, geógrafos, sociólogos, demógrafos, antropólogos., politólogos…). No es para menos, al tratarse de un espacio (no necesariamente lineal) donde se explicitaba la discontinuidad de dos mundos y se asumía la naturaleza extraordinaria de lo político, lo administrativo y lo jurídico. Sorprende que a diferencia de otras fronteras de la Monarquía Hispánica, la que corría entre los territorios septentrionales de la herencia borgoñona y el reino de Francia en los siglos XVI y XVII no ha contado con una tradición historiográfica especialmente densa, si se exceptúa la propia, y en ocasiones muy significativa, historiografía puramente local-regional. Este relativo silencio hay que buscarlo por un lado en el peso de la propia tradición historiográfica nacional 2 3 Siguiendo el análisis de Paul KENNEDY, Auge y caída de las Grandes Potencias, Barcelona, 1989. Ricardo GARCÍA CÁRCEL, La leyenda negra : historia y opinión, Madrid, 1991. 72 francesa que se construyó en el siglo XIX sobre el principio de un carácter finalista de las fronteras definidas desde el siglo XVIII, o incluso de su proyección sobre el mito de las fronteras naturales; respecto a la historiografía nacional belga, desde Gachard raramente no ha caído en un irredentismo (que en cierta forma sí se dio para el Limburgo) que hubiera convertido en sujeto, en lugar de memoria, la reivindicación de las fronteras borgoñonas4. Además, y a diferencia de la frontera norte de México o de la del sur de Chile o la del norte de Cataluña5, el espacio entre los territorios de los Borgoña-Habsburgo y los Valois-Borbón no se pudo considerar como el origen de un pasado nacional; con lo qué su existencia como problema histórico quedó en el mejor de los casos relegado a la triste función de ser el escenario sobre el que se dio la expansión luiscatorciana. Esto resulta especialmente chocante dado que se trató de un espacio de fricción-relación entre las dos principales monarquías católicas europeas durante casi doscientos años. Un espacio, por lo tanto, en el qué la Monarquía Hispánica, y su población, se tuvo que definir por oposición a un contramodelo claramente competitivo. Además fue sobre estas tierras donde se concentraron la mayor parte de los recursos militares de ambas monarquías al menos durante casi un siglo y medio. Por su fuera poco, la historiografía ha obviado la posibilidad de realizar un análisis comparado entre este espacio y las otras fronteras de la Monarquía, asumiendo la singularidad de las mismas. La frontera de los Países Bajos-reino de Francia es presentada habitualmente como el contrapradigma de las fronteras secundarias de la Monarquía6; la de Flandes sería vista como una frontera defendida por fuerzas profesionales, mientras en las fronteras secundarias la resistencia a las amenazas estructurales reposaba casi exclusivamente en manos de las propias poblaciones locales. Esta afirmación se basa en el principio clásico, más asumido que verificado, que la guerra en la frontera franco-belga dependía únicamente de las fuerzas profesionales concentradas por las Monarquías y que el nivel de privatización de los conflictos debía ser mucho más limitado. Lo erróneo de asumir esta afirmación y su corolario (lo incomparable de los fenómenos fronterizos), ha impedido en líneas generales comprender que los fenómenos sufridos y las soluciones ensayadas en este espacio (no sólo respecto al reino de Francia, sino también a los rebeldes holandeses) estuvieron, junto con los de la frontera mediterránea7, posiblemente en la base de la comprensión conceptual y fáctica que los administradores hispanos aplicaron a otros espacios de la Monarquía. La razón es sencilla, gran parte de estos espacios (del norte de África a Chile o el Gran Chichimeca) tuvieron como responsables a veteranos de Flandes que 4 El interés sobre esta frontera ha estado en muchas ocasiones más ligado a la propia lectura de la expansión francesa del siglo XVII (y las aspiraciones ulteriores) que a su propia realidad histórica; Nelly GIRARD d'ALBISSIN, Genèse de la frontière franco-belge. Les variations septentrionales de la France de 1659 à 1789, París, 1970; Sébastien DUBOIS, « La conquête de la Belgique et le théorie des frontières naturelles de la France (XVIIe-XIXe siècles », Laurence VAN YPERSELE (ed.), Imaginaires de Guerre. L’histoire entre mythe et réalité, Louvain-la-Neuve, Presses Universitaires de Louvain, 2003, pp. 171-200. Por supuesto, la revisión historiográfica sobre el sentido mismo de las fronteras ha encontrado su clásico en el libro de Daniel NORMAND, Frontières de France. De l'espace au territoire XVIe-XIXe, París, 1998; con una dedicación especialmente significativa par el siglo XVIII en lo que se refiere a la frontera entre el reino de Francia y los Países Bajos. 5 Baste con recordar dos clásicos para ambos espacios Meter SAHLINS, Boundaries : The Making of France and Spain in the Pyrenees, Berkeley, 1989; Sergio VILLALOBOS, Vida fronteriza en la Araucania. El Mito de la Guerra de Arauco, Santiago, 1995. 6 El caso Mediterráneo cuenta con una amplísima bibliografía que para los reinos de Murcia y Valencia aparece recogida en Juan Francisco PARDO MOLERO y José Javier RUIZ IBÁÑEZ, « Una Monarquía, dos reinos y un mar. La defensa de los reinos de Valencia y Murcia en los siglos XVI y XVII », en prensa; para Granada se puede seguir (para el siglo XVI) en Antonio JIMÉNEZ ESTRELLA, Poder, ejército y gobernación en el siglo XVI. De la Capitanía General del Reino de Granada y sus agentes, Universidad de Granada, Granada, 2004. 7 Una visión genérica del peso del ámbito mediterráneo en la Monarquía en Miguel Angel de BUNES IBARRA, « Felipe II y el Mediterráneo: la frontera olvidada y la frontera presente de la Monarquía Católica », José MARTÍNEZ MILLÁN (dir.), Felipe II (1527-1598). Europa y la Monarquía Católica, Madrid, 1998, Vol I-1, pp. 97-110. 73 iban a exportar su propia concepción de cómo se debían confrontar los fenómenos fronterizos. La circulación de estos agentes en la Monarquía8 resultó decisiva en la difusión de una verdadera cultura administrativa formada sobre la práctica de la que siendo la principal frontera de la Monarquía, quizá sea la menos estudiada como tal9. Respecto a las fronteras de las Borgoñas, esta tenía elementos en común con la del franco-belga, pero la neutralidad entre ambos territorios, la pertenencia al Imperio del Franco Condado, y el que durante mucho tiempo fuera una frontera neutralizada por los cantones suizos restaba tensión militar a la zona10. A lo largo del siglo XV no parecía que los límites en el norte de Francia fueran a contar con una gran estabilidad. Ciertamente la frontera en el río Escalda entre el Imperio y el reino de Francia, así como las divisiones jurisdiccionales de los señoríos que integraban de forma aún confusa los Países Bajos, mantenían una notable durabilidad. Sin embargo, más allá de los derechos jurídicos, el espacio del norte de Francia aparecía disputado ferozmente entre los reyes de Francia, los de Inglaterra y la ambiciosa casa de Borgoña11. La derrota de los segundos en la guerra de los Cien Años los redujo a poco más que el Pale de Calais12, y la de los Borgoña frente a los suizos dejó el campo abierto para una expansión francesa en una zona que se fue conformando de manera conflictiva como la provincia de Picardía, verdadera frontera de Francia. La alianza de los Borgoña con los Habsburgo y la desviación de los intereses franceses hacia Italia entre 1490 y 1530 dio un respiro a las poblaciones locales, aunque éste fuera siempre relativo dado que continuaba una guerra de frontera especialmente devastadora13. Al menos la estabilidad, a grandes rasgos de los espacios controlados, permitió desarrollar institucionalmente el poder de los dos soberanos14. Más o menos, ya que en este periodo hay que constatar la cesión por el tratado de Madrid de 1526 (confirmado por el de Cambrai de 1529) de los derechos feudales del rey de Francia sobre los territorios occidentales al Escalda y los episodios de las dominaciones inglesas de Tournai (1513-18)15 y 8 La circulación de agentes e ideas en la Monarquía española es, por supuesto, de uno de los temas que más atrae la atención de la historiografía reciente, como bien muestra la atención dispensada al tema en Bartolomé BENNASSAR/Bernard VINCENT, Le temps de l’Espagne, París, 1999; o Serge GRUZINSKI, Les quatre parties du monde. Histoire d’une mondialisation, París, 2004. Aunque aún se carece de trabajos globales que permitan mesurar el efecto estadístico de esta circulación, se cuenta con dos aproximaciones que evidencia la riqueza que una temática como esta puede aportar a la coprensión efectiva de Monarquía, v. Jean- Jean-Paul ZÚÑIGA, Espagnols d’Outre-Mer. Émigration, métissage, et reproduction sociale à Santiago de Chili, au 17e siècle, París, 2002; y Tamar HERZOG, Immigrants and Citizens in Early Modern Spain and Spanish America, New Haven/Londres, 2003,. 9 No se pueda decir lo mismo para la historia cultural en la que destacan los trabajos pioneros de Robert Muchembled o para el siglo XVIII en el que se cuenta con el excelente estudio de Philippe GUIGNET, Le pouvoir dans la Ville au XVIIIe Siècle: pratiques politiques, notabilité, et éthique sociale de part et d'autre de la frontière franco-belgue, París, 1990, EHESS. 10 Sobre la posición militar del Franco Condado, junto la invetigación reciente de Christian WINDLER, v. François PERNOT, « 1595: Henri IV veut couper le ‘camino español’ en Franche-Comté », Revue Historique des armées, 2001-1, pp. 13-24; Paul DELSALLE, La Franche-Comté au temps des Archiducs Albert et Isabelle 1598-1633. Documents, Ahuy, 2002, esp. cap. 19; Maurice GRESSET, « Le temps modernes et la conquête définitive », Maurice GRESSET, Pierre GRESSET/Jean-Marc DEBARD, Histoire de l’annexion de la Franche-Comté et du Pays de Montbéliard, Le Coteau, 1988, pp. 111-282; Gérard LOUIS, «Les misères de la guerre de Trente Ans en Franche-Comté», Jean JACQUART/André CORVISIER (dirs), De la guerre à l'ancienne à la guerre réglée, París, 1996, 2 vol., I, pp. 181-192. 11 R. RODIÈRE, « Les grandes Guerres : 1384-1659 », Abbé Jean LESTOCQUOY (dir.), Histoire des territoires ayant formé le Département du Pas-de-Calais, Arras, 1946, pp. 99-124. 12 Una visión general de la situación política del territorio occidental de la frontera durante la conquista en Abbé Jean LESTOCQUOY, « XIIIe et XIVe siêcles- Le rattachement à la Couronne- La guerre de Cent Ans- Le Mouvement communal », Abbé Jean LESTOCQUOY (dir.), Histoire des territoires ayant formé le Département du Pas-de-Calais, Arras, 1946, pp.84-98, esp. pp. 87-91. 13 RODIÈRE, 1946, 110-ss. 14 David POTTER, War and Government in the French Provinces. Picardy 1470-1560, Cambridge-New York-Oakleigh, 1993, caps. I y VI. 15 Adolphe HOCQUET, Tournai et l’Occupation anglaise. Contribution à l’étude du XVIe siècle, Tournai, 1901. Esta plaza, que actuaba como enclave más o menos neutro en las tierras de los habsburgo-Borgoña fue incorporada a sus dominios por Carlos V tras su conquista en 1521, v. Adolphe HOCQUET, Tournai et le Tournaisis au XVIe siècle au point de vue politique 74 Boulogne-sur-Mer (1544-1550)16. Desde 1540 habían vuelto los grandes enfrentamientos a la zona17, pero ninguno de los dos contendientes logró variar decisivamente la frontera18, si se exceptúa la expulsión de los ingleses de Calais por el duque François de Guise, una conquista que despertó un enorme entusiasmo en el reino de Francia19. El tratado de Cateau-Cambrésis20 (1559) confirmaba una frontera más o menos líneal21 que corría desde el Luxemburgo hasta el Artois desde donde giraba hacia el norte para incluir en el reino de Francia las plazas fuertes de Calais y Ardres. Lo interesante de esta demarcación era su continuidad (sólo interrumpida por el obispado de Lieja y el condado de Cambrésis) y su estabilidad jurídica. De hecho, la única variación significativa hasta la paz de los Pirineos fue la inclusión en la Monarquía hispánica de Cambrai22, reconocida de facto por la paz de Vervins, y la incorporación del condado de Saint-Pol. Estabilidad no significaba tranquilidad, pese a que, con la excepción de la guerra de 1595-98 y la alarma de 1610, hubo paz entre las dos Monarquías hasta 1635, en ambas direcciones circularon ejércitos para intervenir en los asuntos internos de Francia o los Países Bajos. Desde Francia las tropas de Luis de Nassau conquistarían Mons en 157223, el duque de Anjou desarrolló su intervención en Flandes24; mientras que en sentido inverso cruzaron la frontera las tropas despachadas a ayudar a la Liga católica por Felipe II25. Precisamente durante las guerras de religión la Monarquía francesa tenía vecindad con los Estados rebeldes contra Felipe II, y posteriormente los territorios del hijo de Carlos V eran limítrofes a una zona controlada en gran parte por la Liga católica. Ambas Monarquías respetaban en el discurso la validez de los límites fijados por el tratado de et social, Mémoires de la Académie Royale de Belgique. Classe des Lettres et des sciences morales et politiques et Classe des Beaux-arts, Deuxième série, Tome I, Bruselas, 1906, cap. III. 16 David POTTER, Un homme de guerre au temps de la Renaissance : La vie et les lettres d’Oudart du Biez, Maréchal de France, Gouverneur de Boulogne et de Picardie (vers 1475-1553), Arras, 2001, pp. 43-ss. 17 Henri STEIN, La bataille de Saint Quintin et les prisonniers francais (1557-9), San Quintín, 1889 ; E. LEMAIRE, La guerre de 1557 en Picardie, San Quintín, 1986. 18 Hay que destacar, no obstante, la destrucción en 1552 de Thérouanne y de Vieil-Hesdin por los imperiales y la fundación en septiembre de 1554 de la nueva Hesdin para proteger la frontera Sur del Artois; Jules LION, Hesdinfort, Amiens, 1882, cap. 1. 19 David POTTER, « The Duc of Guise and the Fall of Calais », English Historical Review, 98, 1983, pp. 481-512. 20 Sobre las negociaciones y la compleja definición territorial en 1559-60, v. POTTER, 1993, cap. 8; y, del mismo autor, “The frontiers of Artois in European Diplomacy, 1482-1560”, Denis CLAUZEL/ Charles GIRY-DELOISON/ Christophe LEDUC (eds.), Arras et la diplomatie europénne XVIe-XVIIe siècles, Arras, 1999, pp. 261-276. El texto del tratado de Vervins en Bertrand HAAN, « La dernière paix catholique européenne : édition et présentation du traité de Vervins (2 mai 1598) », Claudine VIDAL et Frédérique PILLEBOUE (éd.), La paix de Vervins (1598), Vervins, 1998, p. 9-64. Las discusiones ulteriores sobre la delimitación de la frontera aparecen en BNF ms fr 4032-3. 21 Salvo los señoríos eclesiásticos de Cambrai y Lieja ; v. Henri LONCHAY, De l'attitude des souverains des Pays-Bas a l'égard du Pays de Liège au XVIe siècle, Bruselas, 1887. 22 José Javier RUIZ IBÁÑEZ, Felipe II y Cambrai: el consenso del pueblo. La soberanía entre la práctica y la teoría política. Cambrai (1595-1677), Rosario, 2003, cap. 2. 23 Geoffrey PARKER, España y la rebelión de Flandes, Madrid, 1989, pp. 134-9. 24 Mack P. HOLT, The duke of Anjou and the political struggle during the Wars of Religion, Cambridge-Londres-Nueva YorkNew Rochelle-Melbourne-Sydney, 1986 ; Frédéric DUQUENNE, L'entreprise du duc d'Anjou aux Pays-Bas de 1580 à 1584. Les responsabilités d'un échec à partager, París, 1998. 25 Sobre el apoyo militar del rey católico a la nobleza y a la Liga Francesa no hay todavía una obra definitiva. Por supuesto, el contexto se puede encontrar en Valentín VÁZQUEZ DE PRADA, Felipe II y Francia (1559-1598). Política, Religión y Razón de Estado, Pamplona, 2004; mientras que las operaciones concretas desarrolladas entre 1585-1594 se pueden seguir en Antonio CARNERO, Historia de las Guerras Civiles que ha avido en los Estados de Flandes desde el año 1559 hasta el de 1609 y de la rebelion de dichos Estados, Bruselas, 1625; Alonso de VÁZQUEZ, Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnesio, Madrid, 1880, 3 vol; Carlos COLOMA, Las guerras de los Estados-Bajos, desde el año de 1588 hasta el de 1599, Madrid, 1948 (BAE XXVIII); más recientemente Léon VAN DER ESSEN, Alexandre Farnèse. Prince de Parme, Gouverneur Général des Pays-Bas (1545-1592), Tomo V, (1585-1592), Bruselas, 1937, y Howell A. LLOYD, The Rouen Campaign 1590-1592. Politics, Warfare and the Early-Modern State, Oxford, 1973. Sobre la guerra de 1595-8 se puede ver mis trabajos siguientes: « Le choix du Roi. Les limites de l'intervention espagnole en France (1592-1598) », Claudine VIDAL/ Frédérique PILLEBOUE (éd.), La paix de Vervins (1598), Vervins, 1998, p. 138-158 ; 2003, cap. 1 ; y Esperanzas y fracasos de la política de Felipe II en Francia (1595-1598): la historia entre la fe y las armas jornaleras, Murcia, 2004. 75 1559, pero desde ambas partes se vislumbró en este momento la posibilidad de incorporar como protectorado las tierras del vecino aprovechando la insumisión política de sus súbditos. Pese a los desórdenes, el periodo que va de 1559 a 1635 es especialmente significativo a la hora de consolidar una imagen identitaria contrapuesta a ambos lados de la demarcación. De hecho, la independencia religiosa de los territorios de los Países Bajos respecto de la archidiócesis de Reims, lograda por la erección de los nuevos obispados y el ejercicio del patronato eclesiástico26, fue un primer paso en la conformación de unos espacios más coherentes administrativa y políticamente. A partir de 1635 la frontera norte de Francia se convertiría en el centro principal de las ambiciones expansionistas de la Monarquía Cristianísima. Aunque las fuerzas de Felipe IV aún estarían en condiciones de lanzar operaciones de gran envergadura sobre el territorio francés, sobre todo en la campaña de 1635-627, la tónica general fue la conquista paulatina de territorios por el rey de Francia, sólo contenida por sus propias limitaciones financieras, los desórdenes interiores (notablemente la Fronda) y las complicaciones de la política europea. La paz de los Pirineos y la compra de Dunkerque a Inglaterra28 dio la pauta de los siguientes 40 años. Los ejércitos franceses invadieron una y otra vez los Países Bajos ante la creciente desatención de las autoridades ibéricas y la desesperación de las poblaciones locales los territorios del rey católico29. La sucesión de tratados que jalonan estos años iba dando lugar a una frontera cada vez más retirada hacia el norte30, sólo corregida en primera instancia por el de Rynswick y, definitivamente, por la recuperación de algunas plazas por los aliados (significativamente Tournai) durante la guerra de Sucesión española. El final de esta contienda marcó la recuperación de una frontera más lineal entre los Borbones y unos Habsburgo que ya no eran soberanos de la Monarquía española. 2- Las formas y los espacios de la guerra. Al concentrarse la rivalidad entre las dos grandes Monarquías católicas europeas en el ámbito de la vieja frontera francoborgoñona, ésta se convirtió en el espacio de mayor concentración de recursos profesionales que podían movilizar. El debate sobre la revolución militar ha mostrado como el crecimiento de las posibilidades crediticias en manos de las potencias occidentales se tradujo por un incremento del número de combatientes que luchaban profesionalmente31. Estas tropas eran un enemigo mucho más exigente que las viejas fuerzas feudales o las milicias locales por lo que tanto el rey católico32 como el cristianisimo33. Para el 26 Abbé Louis JADIN, « Procès d'information pour la nomination des évêques et abbés des Pays-Bas, de Liége et de FrancheComté d'après les Archives de la Congrégation Consistoriale », Bulletin de l'Institut Historique Belge de Rome, 1928-9, fasc VIIIIX, pp. 39-263 y 5-331. 27 Alicius LEDIEU, « Deux années d'invasion espagnole en Picadie, 1635-1636 », Mémoires de la Société des Antiquaires de Picardie, III-XI, 1887, Amiens, pp. 253-570.. 28 Louis LEMAIRE, Histoire de Dunkerque des origines à 1900, Dunkerque, 192, pp. 156-99. 29 El trabajo más completo sobre la situación de abandono en que quedaron los Países Bajos tras convertirse en frente secundario d de la Monarquía es el de Manuel HERRERO SÁNCHEZ, El acercamiento hispano-neerlandés, (1648-1678), Madrid, 2000. 30 Bertrand JEANMOUGIN, Louis XIV à la conquête des Pays-Bas Espagnols. La guerre oublié, 1678-1684, París, 2005. 31 Clifford J. ROGERS (ed.), The Military Revolution Debate. Reading on the Military Transformation of Early Modern Europe, 1995. 32 A grandes rasgos la evolución del ejército francés se puede seguir a través de los siguientes trabajos Hélène MICHAUD, « Les institutions militaries des guerres d’Italie aux guerres de religion », Revue Historique, julio-septiembre de 1977, n° 523, pp. 29-44; J. B. WOOD, The King’s Army. Warfare, soldiers and Society during the Wars of Religión in France, 1562-1576, Cambridge, 1996; John A. LYNN, «L’évolution de l’armée du Roi, 1659-1672», Histoire, Economie et Société, 2000-4, pp. 481-495; Guy ROWLANDS, The dynastic state and the army under Louis XIV. Royal service and private interest, 16611701, Cambridge, 2002. 76 caso de la Monarquía Hispánica se sumaba un interés geopolítico mayor, ya que los Países Bajos resultaban un bastión desde el que intentar reprimir la revuelta de las Provincias Unidas, amenazar Inglaterra y tener una base de operaciones en el Norte del Imperio. Se suele olvidar que la defensa de los Países Bajos desde el siglo XIV ante la amenaza francesa supuso casi continuamente la movilización de recursos militares ajenos, bien por alianza, bien por coincidencia de intereses ante la presión del rey francés. Las fuerzas de los duques de Borgoña se vieron favorecidas por las del rey de Inglaterra en la fase final de la guerra de los Cien Años, por las de Maximiliano tras el desastre de Nancy, por las que movilizó la Monarquía Hispánica (y la rama menor de los Habsburgo) entre 1540 y 1659, y por las de las coaliciones antifranceses desde la guerra de Devolución. Cada una de estas potencias reclutaba sus tropas no sólo en las habituales reservas de reclutamiento profesional (Alemania, Italia, Suiza, Escocia…), sino que sus unidades de elite solían estar formadas por súbditos naturales (españoles, ingleses, austriacos, húngaros…). Lo mismo sucedía del lado francés, la nobleza movilizada contra el frente Norte (y los regimientos provinciales) procedían del conjunto del enorme reino. Pese a las siempre conflictivas relaciones entre las tropas de paso, las guarniciones profesionales y los civiles34, no es un asunto menor (ni social, ni cultural, ni económicamente) la frecuente circulación de los profesionales para comprender la formación y difusión a escala europea de percepciones, gustos o técnicas. Sobre todo, por que al menos entre 1560 y 1640 la Monarquía Hispánica y sus ejércitos eran consideradas como el modelo a copiar, y desde 1665 hasta la guerra de Sucesión española esta posición correspondería a la Francia de Luis XIV. Desde un punto de vista o desde otro, Flandes iba a ser la escuela de las armas de Europa durante siglo y medio. La presencia real o presumible de la guerra profesional impuso una modernización de las estructuras defensivas. Esto hizo de esta frontera a mediados del siglo XVII posiblemente el espacio urbano y rural donde más de había invertido en la erección o reconstrucción de fortalezas de Europa. Ya en el siglo XVI tanto del lado francés como del Habsburgo no sólo se dotaron a las antiguas ciudades de complementos a sus fortalezas medievales (en forma de bastiones y rebellines), sino que incluso se erigieron nuevas murallas según el estilo italiano y se comenzaron a levantar ciudadelas: lo interesante es que ante la enormidad de los gastos que significaban estos programas, los gobiernos no sólo destinaron recursos locales, sino que movilizaron su propio crédito (mediante contribuciones directas o exenciones de pago). Las fortalezas regias colocadas en posiciones estratégicas para defender y controlar el territorio y amenazar el contrario cambiaron de hecho la geografía política. Este proceso fue especialmente significativo en la primera mitad de la centuria, para volver a activarse a finales de siglo y, ulteriormente, como elemento central de la política de expansión de Luis XIV35. Por supuesto, la guerra implicaba un coste muy elevado para las poblaciones, dado que los sistemas fiscales efectivos desarrollados sobre el territorio significaban una carga 33 Geoffrey PARKER, El Ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659. La logística de la victoria y la derrota en las guerras de los Países Bajos, Humanes (Madrid), 1986. Sobre la organización administrativa del ejército Alicia ESTEBAN ESTRINGANA, Guerra y finanzas en los Países Bajos Católicos. De Farnesio a Spínola (1592-1630), Madrid, 2002. 34 Stéphane GAL, « Gens de Guerre et gens des Villes, entre haine et nécessité: l'exemple de la défense de Grenoble dans la seconde moitié du XVIe siècle », Philippe GUIGNET (ed.), Le peuple des villes dans l'Europe du Nord-Ouest (fin du MoyenÂge. 1945), Lille, 2002, II Vols, Vols I, pp. 185-198. 35 POTTER, 1993, mapa de la página 269; David BUISSERET, Ingénieurs et fortifications avant Vauban. L’organisation d’un service royal aux XVIe–XVIIe siècles, París, 2002 . Al otro lado de la frontera el reinado de carlos V significó una notable modernización de los sistemas defensivos locales, algo que se complementaría con las ciudadelas erigidas en bajo la soberanía de su hijo; Reynald PARISEL, « Mutation du réduit défensif en Flandre, Artois et Cambrésis sous le règne de Charles Quint », Gilles BLIECK/ Philippe CONTAMINE/Nicolas FAUCHERRE/ Jean MESQUI (eds.), Le château et la ville. Conjonction, opposition, juxtaposition (XIIe-XVIIIe siècle), Villefranche-de-Rouergue, 2002, pp 225-240 ; en ese mismo volumen se encuentran diversos trabajos sobre dichas construcciones. 77 importantísima para las economías locales. No se trataba sólo de la muy onerosa necesidad de alojar a las tropas (los sistemas de alojamientos se desarrollaron de forma estructural sólo desde principios del siglo XVII)36; también era preciso contar con las demandas de préstamos, dones gratuitos, servicios especiales para las tropas (ropa, candelas, utensilios de cocina), para las bestias, pagas de salvaguardas, entregas de alimentos, préstamos de carretas… Todo ello en un complejísimo sistema de negociación formal que podía articularse de forma institucional en los estados provinciales, en los ayuntamientos, o incluso en negociación directa entre los jefes militares locales y las autoridades37. Por otra parte, las autoridades intentaban controlar el comercio de bienes estratégicos (y el grano era uno de ellos) no sólo mediante la propia acción de los ejércitos38 o la emisión de ordenanzas, sino incluso implicando el ejército en el mismo control de las fronteras39. Junto con la negociación política con los representantes más o menos legales del propio soberano hay que tener en cuenta además que la frontera (a ambos lados de la raya) se veía amenazada por las tropas hostiles que realizaban continuas incursiones de saqueo o que negociaban a su vez la concesión de licencias a los territorios bajo su influjo. Por supuesto, el concepto tropas hostiles resulta tan amplio como ambiguo; por él se podría definir a todas aquellas que no estaban bajo control efectivo de la autoridad del príncipe. A las fuerzas de dependencia del rey enemigo había que sumar, los combatientes en las guerras civiles de la segunda mitad del siglo XVI o en los desórdenes de los decenios de cntrales del siglo XVII francés, las unidades amotinadas en el ejército español40 o las tropas holandesas que penetraban en el territorio muy hacia el sur muestra. Esta guerra guerroyante y los niveles de destrucción de los ejércitos comienzan a ser estudiada de forma más precisa en el presente, bien que este tipo de investigaciones por su propia naturaleza resultan siempre difíciles41. Con todo, la imagen de una guerra reducida únicamente a la extorsión de una población indefensa por parte de los ejércitos profesionales no es en absoluto correcta, al menos para la mayor parte del periodo estudiado. Contrariamente a lo que se asume habitualmente, incluso en un territorio donde la presencia de la administración regia era tan fuerte, su control sobre el mismo era muy limitado. Es cierto que había tropas que servían directamente al rey, pero éstas no tenían que ser necesariamente profesionales en el sentido que la imagen de los tercios de Flandes pueda dar. De hecho, las fuerzas profesionales representaban sólo una parte de las unidades que se movilizaban para la guerra. La defensa efectiva de la mayor parte de las aldeas, burgos42 y villas recaía en los propios habitantes armados. Pese a no contar con el protagonismo que habían tenido en el siglo XV43 o principios del XVI las milicias urbanas (bajo distinta denominación) mantenían la responsabilidad de la defensa de sus propios entornos fortificados. Pero su utilización iría más allá: estas tropas dotadas de un cierto entrenamiento, armadas y medianamente disciplinadas resultaron unidades complementarias de los ejércitos para tareas subsidiarias en las grandes operaciones militares. De hecho, ante los desórdenes políticos de la segunda mitad del XVI las milicias volvieron a tener un notado 36 PARKER, 1986, pp. . POTTER, 1993, capítulo 7. 38 Chistian BAES, 1996, 20-1. 39 Sobre la actitud de Coligny y las restricciones del comercio frumentario durante la tregua del invierno de 1556-7, v. POTTER, 1993, 218. 40 PARKER, 1986, cap. 8; Gabriel WYMANS, « Les mutineries militaires, de 1596 à 1606 », Anciens Pays & Assemblèes d'Etat/ Staden en Landen , t 39, 1966, pp. 103-121. 41 Chistian BAES, 1996. 42 Un caso ejemplarmente estudiado es el de Vervins, v. Éric THIERRY, «La guerre et la paix à Vervins», Jean JACQUART/André CORVISIER (dirs.), De la Guerre à l'ancienne à la guerre réglée, París, 1996, 2 vol., I, pp. 65-75, esp. pp. 67-ss. 43 Marc BOONE, « Armes, coursses, assemblees et commocions. Les gens de métiers et l'usage de la violence dans la société urbaine flamande à la fin du Moyen Âge », Revue du Nord, tomo 87, n° 359, enero-marzo 2005, pp. 7-33. 37 78 protagonismo tanto en las luchas internas por el poder en las ciudades, como en los intentos de las autoridades municipales por recuperar el orden en el campo. No hay que olvidar que a finales del siglo XVI en algunas villas de la frontera simplemente los reyes carecían del derecho de introducir guarniciones profesionales, como sucedería, p.e., en Saint-Omer del lado Habsburgo o en Amiens del lado francés44. Conscientes desde mediados de siglo que la evolución tecnológica había dejado obsoletos los sistemas de defensa tradicionales, las villas, en parte impulsados por los reyes, iniciaron costosísimos procesos de modernización de sus propias murallas que habrían de pesar enormemente sobre sus economías. Los sistemas de defensa y autoprotección campesina no podían movilizar ni los recursos ni las estructuras que se estaban actualizando en las ciudades. De hecho, desde el mundo urbano se seguía viendo con desconfianza cualquier movimiento militar campesino, más aún cuando a finales del siglo XVI se volvía a percibir en algunas zonas de Europa Occidental la aparición de un descontento insurreccional agrario. Si éste no se dio en la frontera franco-borgoñona fue por la notable presencia de tropas, la fuerte densidad urbana y la tradicional imbricación entre campo y ciudad45. Pese a ello son constantes las referencias a las acciones militares de bandas de campesinos (actuando en coordinación con las tropas regias o de forma autónoma) que saqueaban territorios vecinos, perseguían a ejércitos derrotados o resistían a las incursiones de los enemigos46. De hecho, sobre esta voluntad de resistencia de las comunidades agrarias es elocuente la arquitectura que ha restado en algunas zonas. Durante el siglo XVI y XVII la mejor defensa frente a pequeñas razzias fue la fortificación de la iglesia local o la recuperación de un castillo feudal como puntos en los que la población podía guarecerse de los enemigos. Construidas en piedra estas construcciones podían soportar un asedio de tropas que no llevaran artillería, dando tiempo a que desde un burgo próximo llegaran refuerzos. Parece ser que la mayor abundancia de este tipo de construcciones se dio en zonas donde la densidad urbana (esto es, los lugares donde poder guarecerse) era menor47. Tanto en Francia como en los Países Bajos la mediana nobleza militar siguió jugando un papel muy importante al menos hasta las primeras décadas del siglo XVII. El recurso al ban y arrière ban por parte del rey Cristianísimo y la persistencia de las bandas de ordenanza como núcleo de la caballería pesada del ejército de Flandes permitían a la gran nobleza mantener sus sistemas de patronazgo y clientelismo, al tiempo que ofrecían oportunidades de lucro para 44 La sumisión de las villas a Farnesio en Flandes y a Enrique IV en Picardía conllevó un reconocimiento de los privilegios tradicionales de las burguesías locales lo que incluía en ocasiones controlar su propia defensa; Michel de WAELE, « Clémence royale et fidélités françaises à la fin des guerres de Religion », Historical Reflections / Réflexions historiques, 24/2, 1998, p. 231-252. Significativamente dos de estas ciudad ante la guerra de 1595-8 vieron como su antigua capacidad privilegiada de rechazar la presencia de una guarnición profesional se veía sobrepasada por los acontecimientos: en el caso de Saint-Omer fue la presión del gobierno de Bruselas en 1596, aduciendo la amenaza francesa, la que forzó a admitir tropas (AMStO CM 22, nº 304, y 23, nº 10, 11, 12, 15, 20 y 21, y 24, nº 228). En Amiens la introducción de tropas (y la construcción de una ciudadela) formó parte del programa de castigo desarrollado por Enrique IV tras la reconquista de la ciudad en 1597; Olivia CARPI, “Entre institutions et répresentations : la reconstruction politique d’Amiens après 1597”, Anne DUMÉNIL y Philippe NIVET, Les reconstructions en Picardie, Amiens, 2003, 31-48. 45 Resulta significativa la ausenta de este tipo de movimientos, si se considera que en gran parte obedecían a la desestructuración que significaba la guerra exterior y las medidas fiscales que acarreaba, v. René PILLORGET, « Genèse et typologie des mouvements insurrectionnels d’après un étude régionale. La Provence de 1596-1715 », Francia, 1976, p. 36589 y 988-9, esp. p. 377. 46 La ofensiva de 1595 del duque de Bouillon en Luxemburgo se hace preciso enviar un pequeño cuerpo de ejército: A. RODRÍGUEZ VILLA, El coronel Francisco Verdugo (1537-1595). Nuevos datos biográficos, Madrid, 1890, 46-7. 47 Por supuesto, la imagen de las iglesias fortificadas de la Thièrache es suficientemente elocuente, v. Gérard ARTAUD, La Thiérache et ses églises fortifiées, Bourg-la-Reine, 2003. Sin embargo, una revisión atenta de la construcción remodelación de casa fuertes, ermitas e iglesias en los siglos XVI y XVII en todo el espacio fronterizo (p.e. Claude LOMPRET/ Jérôme CHRÉTIEN, Châteaux et Maisons-fortes en Avesnois, Laon, 2002) muestra como el estilo arcaizante-defensivo se impone a todo lo alrgo de la frontera; a fin de cuentas, la construcción en piedra podía aguantar satisfactoriamente bien un ataque de tropas que no contaran con artillería, pese a que, en sentido contrario, estos castillos o iglesias ocupadas por bandas de bandoleros eran igualmete invulnerables para las comunidades rurales y difíciles de tomar para las tropas regulares. 79 sus integrantes, ya que, no hay que olvidarlo, la guerra seguía siendo además de un asunto público, un ámbito económico semiprivado. Para un noble o para un soldado la posibilidad de obtener botín mediante el saqueo, cobrar salvaguardas o capturar prisioneros por los que pedir un rescate seguía siendo el principal medio de enriquecimiento rápido. Junto a las grandes batallas o a los más frecuentes asedios sería en esta otra guerra la que fuera más presente para la población. Incursiones de todos los tamaños, asaltos a convoyes, robos de ganado, tomas de prisioneros y saqueos de aldeas eran lo verdaderamente cotidiano de la guerra. Esto explica que junto con las tropas profesionales y las unidades procedentes de los antiguos sistemas de movilización feudal y ciudadana hubiera un número importante de voluntarios que no luchaban sino por el botín que pudieran obtener48. No hay que olvidar que la gran guerra europea compartía muchos elementos de guerra privada, lo que la relacionaba estrechamente con otras fronteras donde la presencia de las tropas profesionales era mucho menor. Incluso cuando se ocupaba una plaza, dependiendo de cómo se hubiera desarrollado el asedio, los diversos agentes implicados en su conquista tenían diversos derechos sobre la población ocupada. Si al rey le correspondía la propiedad de la localidad, algunos oficiales del ejército podían cobrar tasas especiales (como el droit de cloche)49, mientras que la tropa tenía la posibilidad de saquear la ciudad, pidiendo rescate de los bienes y personas50 o incluso llegando a la matanza de los cautivos. Según avanzara el siglo XVII (sobre todo en su segunda mitad) la guerra se fue profesionalizando más y más, sobre todo de parte francesa51, y las prácticas privadas, sin llegar a desaparecer, serían poco a poco marginadas. La afirmación del deseo de control fiscal y del poder por parte de los soberanos no podía sino ver con recelo una serie de actividades que escapaban al mismo. La propia decadencia de las milicias urbanas y su sustitución por milicias de base provincial y dependencia más regia que republicana52 introduce un elemento al que quizá la historiografía no ha prestado aún el interés que merece: el incremento de las fuerzas de dependencia regia no significó de forma neta el aumento de los combatientes, sino la concentración de recursos, ahora semiprofesionalizados, bajo el control relativo de la administración regia; pero no hay que olvidar que ello se hizo en detrimento del número total de combatientes que el sistema de milicias urbanas, autodefensas campesinas y fuerzas feudales podía poner en pié. Cierto, el sistema profesional era más eficiente para el rey al que daba la posibilidad de mover (aunque menos a las milicias provinciales) a unas tropas que 48 Sobre la figura de los voluntarios, v. Robert DESCIMON/ José Javier Les ligueurs de l’exil. Le refuge catholique français après 1594, Seyssel, 2005, esp. 132-3. 49 José Javier RUIZ IBÁÑEZ, « Théories et pratiques de la souveraineté dans la Monarchie Hispanique: un conflit de juridictions à Cambrai », Annales Histoire Sciences Sociales, 2000-3, pp. 55-81, esp. pp. 55-6. 50 Por supuesto, el nivel de brutalidad hacia la población ocupada dependía de múltiples factores, desde el contexto político hasta el mismo control que los oficiales tuvieron de sus tropas. Resulta muy significativo que el propio Enrique II de Francia tuviera que intervenir ante los suizos de su ejército para que liberaran a las mujeres y niños capturados en Dinant 1554, ya que el soberano consideraba que si bien sus mercenarios tenían derecho de saqueo de la localidad ante la resistencia que había ofrecido, sólo los hombres debían considerarse como de buena presa; BAES, 1996, 16. 51 Aunque la imagen del carácter moderno del ejército de Luis XIV es puesto en duda por ROWLANDS, 2002, partes I y II; quien muestra no sólo que la empresa de movilización militar fue el resultado de federar los intereses de la nobleza y el rey, sino que el mismo sistema de control regio estaba en crisis en la década final del siglo XVII ante las crecientes demandas militares. Respecto a los Países Bajos españoles la participación de las milicias urbanas en la defensa de las ciudades siguió siendo decisiva ante lo limitado del ejército real, al tiempo que mostró sus limitaciones tácticas frente a tropas profesionales; v. p.e. Emile PAGART d'HERMANSART, Le siège de Saint-Omer en 1677. Réunion de l'Artois Réservé à la France, Saint Omer, 1888 ; Frédéric BARBIER, « Introduction », 1678. Valenciennes devient française [Exposition organisée à la Bibliothèque municipale de Valenciennes, du mardi 23 mai au samedi 24 juin 1978], Valenciennes, 1978, pp. 1-8 ; Roger RAPAILLE, « La capitulation de la ville de Mons en 1691 », Annales du Cercle Archéologique de Mons, Tome 75 (Actes du Colloque du 16 de mars 1991 sur le Tricentenaire du siège par Louis XIV (15 mars- 6 avril 1691), Mons, 1992, pp. 59-70. 52 Sobre este respecto, resulta muy interesante hacer una lectura comparada entre BONNE, 2005 y Alain JOBLIN, «Les milices provinciales dans le Nord du Royaume de France à l'époque moderne», Revue du Nord, 85-350, abril-junio 2003, pp. 279-296. 80 resultaban de principio más eficientes y fiables políticamente; pero contribuía a la decadencia de las instituciones tradicionales. El sistema de protección que se articulaba a ambos lados de la frontera era el de una red compleja. Las villas con sus fortalezas constituían los puntos centrales de la malla; mientras burgos, fuertes, abadías53, iglesias fortificadas y castillos feudales54 representarían una red secundaria, complementada al más bajo nivel por el mismo poblamiento de aldeas y alquerías. Cada una de estas entidades se consideraba que podía confrontar una amenaza militar de diferente envergadura. El siglo XVI y el XVII son el gran momento de la poliorcética moderna. Incluso para tomar alguna de las posiciones de la trama secundaria era preciso emplear una fuerza profesional numerosa y dotada de artillería, lo que suponía una inversión de recursos muy importante55. Por supuesto, esto si se trataba de un asedio reglado, sin embargo, este tipo de operaciones resultaban muy costosas dado que había que contar con una clara superioridad táctica en el teatro de operaciones y arriesgarse a un sitio largo y difícil. Más económico resultaba el recurso tradicional al golpe de mano o sorpresa, que si bien por su propia naturaleza era mucho más incierto56, si resultaba muy interesante ante los réditos geopolíticos que podía dar al conquistador. Especialmente significativas en el periodo en el que las tropas atacantes estaban integradas por profesionales y los defensores por milicias, las sorpresas tuvieron un largo declinar pero siguieron presentes como amenaza militar hasta finales del siglo XVII. Múltiples amenazas y diferentes sistemas de defensa imponían diversas estrategias de protección de la vida, la libertad y la propiedad. Dada la permeabilidad del sistema defensivo, las pequeñas (e incluso las de ámbito medio) razzias enemigas podían penetrar en profundidad en el territorio propio. Esto hacía que el espacio de seguridad síquica de las poblaciones57 se redujera en muchos casos a la defensa que las murallas garantizaban. Las informaciones que se cuenta son clarificadoras: el campesinado resultaba el principal paciente de la guerra58 y ante las invasiones se retiraba al interior, se refugiaba en unas ciudades que resultaban superpobladas e insalubres59 o se escondía en cuevas60; pero no sólo las personas, sino que los 53 El caso de la abadía de Saint-André-au-Bois es significativo ya que servía como defensa en el distrito de Hesdin respecto a Montreuil-sur-Mer. En 1595 ante la presión francesa los habitantes de la aldea de Gouy se retiraron a la abadía, que fue asediada por el mariscal d'Humières, y pese a una composición de 500 escudos, éste la saqueó una vez que se hubo rendido ; v. Albéric de CALONNE, Histoire des abbayes de Dommartin et de Saint-André-au-Bois, Arras, 1875, p. 157. 54 Los castillos podían llegar a representar un doble peligro : por un lado eran nidos de combatientes (casi meros bandoleros) que, seguros sus los muros, realizaban incursiones en territorios enemigo, por otro en caso del avance de un ejército, si no se tomaban, quedaban como auténticos peligros en retaguardia. Eso explica que en muchos casos se prefiriera la más radical solución de arrasar las fortalezas; v. p.e. Jacques DUBROEUCQ, La fortresse de La Montoire entre Calais et Saint-Omer (1169-1595): témoin survivant d’enjeux d’histoire, 1995, p. 63. 55 Una actividad que iba a estar presente, y de qué manera, presente en la frontera Norte de Francia; de los 52 asedio mayores realizados o resistidos por las tropas del rey Cristianísimo entre 1500 y 1667, de los que hace recuento que John A. LYNN, “The trace italienne and the Growth of Armies: the French Case”, Clifford J. ROGERS (ed.), The Military Revolution Debate. Reading on the Military Transformation of Early Modern Europe, 1995, pp. 169-200, aproximadamente la mitad se desarrolló en la frontera Borgoña. 56 Olivia CARPI/ José Javier RUIZ IBÁÑEZ, « Les noix, les historiens et les espions. Réflexions sur la prise d’Amiens (11 mars 1597) », Histoire, Economie et Société, julio-septiembre 2004, año 23, 2004, 23, pp. 332-349, esp. pp. XX. Sobre dos sorpresas fallidas v. Louis DESCHAMPS DE PAS, « Attaque de la ville de Saint-Omer par la porte Sainte-Croix en 1594 », Lille, Vanackère, 1855, y A. GUESNON, La surprise d’Arras tentée par Henri IV en 1597 et le tableau de Hans Conincxloo, Statistique monumentale du département du Pas-de-Calais, III, 4 librason, Arras, 1907. 57 Robert MUCHEMBLED, Les temps des supplices: de l'obéissance sous les rois absolus. XV-XVIII siècle, París, 1992, 19. 58 Una visión general de los efectos y las cronologías de la guerra sobre el mundo agrario en Jean-Pierre BOIS, «Le villageois et la guerre en France à l'époque moderne», Christian DESPLAT (ed.), Les Villageois face à la guerre, Toulouse, 2002, pp. 185-208. también resultan muy interesntes las consideraciones de Hugues NEVEUX, Vie et déclin d'une structure économique. Les grains du Cambrésis, París, 1980, pp. 119-ss. 59 BAES, 1996, 17-9. 60 LOUIS, 1996, 190-1 ; Gérard LOUIS, «Du village à la caverne: les grottes de la Franche-Comté pendant la guerre des Trente Ans», Christian DESPLAT (ed.), Les Villageois face à la guerre, Toulouse, 2002, pp. 209-216. 81 bienes (incluyendo el trigo y los animales)61 también se almacenaban en los puestos fortificados. Hay que diferenciar entre los éxodos definitivos (mientras dure la guerra) y las retiradas provisionales ante una amenaza concreta que se podían realizar al castillo o iglesia más próxima. En ocasiones estos puntos fuertes podían obtener salvaguardas de los enemigos, convirtiéndose así en atractivos lugares de residencia para familias pudientes62. Las referencias e informaciones fiscales63 en tiempo de guerra a la desolación y abandono de campo han de ser consideradazas con una cierta distancia, ya que los periodos de paz (o incluso de tregua para recuperar las cosechas) veían reaparecer la población sobre el territorio con relativa rapidez. Ciertamente la destrucción de las cosechas o, sobre todo, de los molinos (práctica especialmente presente en la guerra de los Treinta Años), podía tener un efecto durable sobre el territorio; pero éste parece que se recuperaba con relativa facilidad de la captura a rescate de campesinos y animales, de la muerte de éstos últimos y de la despoblación; a fin de cuentas, no hay que olvidar que se trataba de una zona especialmente rica en términos agrarios y que iba a atraer de forma constante, las hostilidades detenidas, un notable flujo migratorio. 3- Vivir en, pese y de la frontera. Como toda frontera en la Edad Moderna, éste era un espacio en el que había una cierta excepcionalidad jurídica, política y económica. Los habitantes de la misma veían remunerado su dedicación a la defensa del reino y del bien común mediante una participación más presente del rey que se podía concretar en la concesión de privilegios regios64 y de gracias. El límite en el control de las autoridades políticas y religiosas hizo que la Reforma pudiera subsistir en algunas zonas del territorio gracias a que los protestantes acudían a servicios que se desarrollaban del otro lado de la raya. Sin embargo, la frontera no era un territorio en el que se suspendían o eliminaban las reglas sociales o culturales, simplemente la ambigüedad espacial y política permitía una mayor diversidad en su uso. La vida en la frontera era enormemente compleja, incluso en tiempo de paz había que vivir con la posibilidad de una incursión sorpresa procedente de Francia, como sucedería con las amenazas constantes de 1610-161165. Era un miedo justificado, ya que cada generación tenía conciencia propia de qué significaba la guerra, de la peligrosidad de los caminos, del refugio en las villas, de los impuestos sobreañadidos para mantener las fortalezas o de las continuas reclamaciones para contribuir a la defensa. Los niveles de riesgo en estas circunstancias se elevaban de forma dramática; a fin de cuentas la posibilidad que la ciudad fuera ocupada o que uno mismo o un pariente fueran capturados y puestos a rescate era muy alta. En este caso, el desastre económico afectaba al conjunto de la familia, ya que para rescatar los bienes o las personas era preciso reunir el numerario suficiente, generalmente estableciendo rentas o malvendiendo las propiedades. Todavía está por mesurar el efecto que los gastos de la guerra cotidiana tuvieron en la circulación de bienes inmobiliarios. 61 LOUIS, 1996, 188. Alonso de VÁZQUEZ, Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnesio, Madrid, 1880, 3 vol, III, pp. 135-ss. 63 POTTER, 1993, capítulo 6, especialmente significativo el mapa de la página 214; Cyrille THELLIEZ, « L'après Guerre dans le Pays de Cambrai de 1595 à 1600 », Mémoires de la Société d'Emulation de Cambrai, t LXXXVI, 1º, 1939, pp. 133-173 ; THIERRY, 1996, 68. 64 JOBLIN, 2000, 77-ss. 65 L. DESCHAMPS DE PAS, Histoire de la ville de Saint-Omer depuis son origine jusqu’en 1870, Arras, 1880, p. 102. 62 82 La presencia de los ejércitos y de la guerra por muy devastadora que resultó, tuvo efectos colaterales que posiblemente beneficiaron a una parte limitada de la población, pero cuyas consecuencias a medio plazo paliaron en parte los desastres de la guerra, lo que no supone ningún consuelo para las personas afectadas. La presencia de tropas significó una continua capitalización del territorio66, convirtiéndolo en especialmente atractivo para todo tipo de mercaderes que sabían que había una demanda casi estructural de alimentos, productos de lujo y de bienes militares que se sumaba a la que de por sí ya existía en una de las zonas muy densamente urbanizadas. La abundancia de metal precioso que llegaba al territorio y la existencia (a pesar de la guerra) de un notable comercio, directo o no, entre PicardíaChampaña y los condados borgoñones aseguraba una continua reactivación económica, especialmente perceptible durante las décadas pacíficas de 1600-1620. La existencia de importantes vías fluviales permitía realizar un comercio relativamente rápido y de gran importancia regional a través del Escalda67, el Somme, el Aisne y el Oise. Pese a las prohibiciones de comercio en tiempo de guerra, la información documental muestra como existía un tráfico constante de diversa envergadura. Este permitía a los comerciantes intentar buscar los mejores precios ante la demanda variable que el trigo, la madera o el vino podían tener en los territorios en un tráfico que, en ocasiones, era estimulado por las autoridades locales. De hecho, a fines del XVI el sistema de información español en sobre el Norte de Francia se apoyaba notablemente en la circulación de agentes que realizaban incursiones informativas en territorio enemigo disfrazados de buhoneros o vagabundos, que pasaban desapercibidos en el mundo de la pobreza urbana local68. A una escala mayor, tanto los Países Bajos Católicos como el reino de Francia69 podían servir como intermediarios comerciales con la Península ante los bloqueos holandeses o las prohibiciones mercantiles españolas70. Tanto por parte de la nobleza como del patriciado urbano a ambos lados de la frontera se realizaron alianzas familiares que permitían aprovechar las oportunidades políticas71 y económicas que la coyuntura ofrecía. Si bien, se puede detectar en ocasiones que en las familias se buscó una cierta concentración de bienes y derechos bajo un solo señor (o bien la especialización de alguna de una de las ramas) esta política que buscaba proteger la propiedad familiar de los vaivenes de la guerra (y de las confiscaciones) chocaba continuamente con la propia dinámica de las transferencias, matrimonios y herencias. No sólo el rey de Francia contaba como particular con importantes propiedades en territorios bajo soberanía de su rival, sino que la presencia de propiedades francesas en los Países Bajos seguía siendo muy considerable72. La conquista del Sur de los mismos por parte de Luis XIV complicó aún más 66 Marjolein ‘t HART, « Warfare and capitalism. The Impact of the Economy on State Making in Norhwestern Europe, Seventeenth and Eighteenth Centuries », Review. Fernand Braudel Center, XXIII-2, 2000, pp. 209-228. 67 A pesar de su cierre desde la conquista de Amberes por Alejandro Farnesio, el sistema de licencias y los propios intereses comerciales y fiscales de de Zelanda hicieron que subsistiera una fuerte actividad mercantil, bien a través de Amberes, bien a través directamente de los puertos flamencos; Victor ENTHOVEN, « La fermeture de l’Escaut », Revue Historique de Dunkerque et du littoral, nº 38, enero 2005, pp. 171-190. 68 Marie-Hélène RENAUT, « Vagabondage et medicité. Délits périmés, réalité quotidienne », Revue Historique, CCXCVIII/2, 606, abril-junio 1998, pp. 287-322. 69 La interacción mercantil entre los Países Bajos y Francia en la primera mitad del siglo XVI en Émile COORNAERT, Les Français et le commerce international à Anvers. Fin du XVe-XVIe siècle, París,1961, II Vols. 70 La integración de los Quintanadoines, Civille o Saldaigne en el ámbito ruanés muestra la capacidad de adaptación de las familias mercantiles en la zona; v. G. K. BRUNELLE, « Immigration, assimilation and success: three families of Spanish origin in Sixteenth-Century Rouen », Sixteenth Century Journal, 20, 1989, pp. 205-219. 71 Paul JANSSENS, L'évolution de la noblesse belge depuis la fin du Moyen Âge, Bruselas, 1998.; Edmund H. DICKERMAN /Anita WALKER, « The Politics of Honour: Henri IV and the Duke of Bouillon, 1602-1606 », French History, 14/4, 2000, pp. 383-407. 72 La guerra de 1595-8 permite mesurar la presencia de propiedades de franceses en territorios “borgoñones”, ya que estas fueron confiscadas y puestas bajo control de la administración real; hay diversas contabilidades particulares en ADN B 3644; 83 la situación, ya que sumó a la anterior superpoción de propiedades, las que se habían dado entre residentes de diversas ciudades de Flandes para quienes ahora la frontera móvil dejaba sus bienes tras las líneas enemigas73. 4- Identidades y religión. Las poblaciones del Sur de los Países Bajos y del Norte de Francia se veían confrontadas a situaciones relativamente similares, ya que incluso cuando cada Monarquía propia tuvo la hegemonía táctica, el efecto que la sobremilitarización del territorio tuvo sobre su campesinado y sus poblaciones urbana fue parecido. Los enemigos, y los propios combatientes, seguían realizando sus saqueos, extorsiones, y requisas. A diferencia de otras fronteras de la Monarquía la discontinuidad política no implicaba, en general, asimetría cultural o conflicto religioso. Tanto los Países Bajos del Sur como Picardía eran auténticas ciudadelas del catolicismo contrarreformista74, ambas regiones contaban con una economía basada en una agricultura relativamente avanzada y en la pañería, y, de hecho, no había un hito geográfico que pudiera ser leído como una frontera natural, ya si los franceses estaban firmemente asentados al norte de Somme, el mismo corazón de los dominios borgoñones se encontraba a occidente del Escalda. Estas similitudes han sido ocultadas en parte por el efecto de las historiografías locales de los siglos XIX-XX (muy dependientes en ocasiones del mito nacional como constante histórico) y del divergente interés historiográfico sobre el periodo de las guerras de religión para los territorios francés y belga75. Desde el último cuarto del siglo XX se aprecia un creciente interés por analizar de forma complementaria ambos territorios, en una línea de trabajo especialmente fértil. La sociología común en la frontera tenía sus límites, ya que aunque protagonizaran procesos similares no hubo, no podía haber, un resultado común. En realidad los mecanismos de disciplina y pedagogía política funcionaron de forma más que satisfactoria para las Monarquías. Pese a la abierta simpatía que una parte de las poblaciones urbanas de Picardía, Boulonnais y, en menor medida, Champaña sentían por la política intransigente española hacia el protestantismo, la Monarquía católica no consiguió a finales del siglo XVI consolidar una posición militar en el territorio76. Por su parte es bien conocido, aunque aún está sólo a medio estudiar, el sentimiento de oposición a los franceses que se desarrolló en diversas villas de los Países bajos tras su conquista por Luis XIV77. Frente a él el recurso ritual a los juramentos colectivos en caso de conquista tanto creaba el marco de una represión legal a ADN B 16963 cuentas de Jean Regnault sobre los bienes confiscados a los franceses en el bailliage y condado de Saint-Pol; ADN B 16939-41 confiscaciones a los franceses en Béthune; ADN B 16906-7 cuentas de François Travenier sobre los bienes anotados a los franceses en la gobernación de Arras; ADN B 12634-9 cuentas de Isebrant de Caluwaert sobre confiscaciones en Bouchain 1595-99; ADN B 12664 cuentas de Hall y Enghien sobre las confiscaciones hechas a los franceses por Simon de Boudry… 73 Silvain VIGNERON, « Propiété ‘espagnole' et frontière franco-belge: l’exemple de la châtellenie de Lille de 1668 à 1697 », Revue du Nord, LXXXI-330, 1999, pp. 247-265. 74 Por reiterar el título de la obra de Alain LOTTIN, Lille Citadelle de la Contre-Réforme (1598-1668), Dunkerque, 1984; proyectada sobre el Norte de Francia en Olivia CARPI, « Les villes picardes, citadelles du catholicisme », Revue du Nord, LXXVIII, 315, abril-junio 1996, pp. 305-322. 75 Nicolette MOUT, « Reformation, Revolt and Civil Wars: The Historiographic Traditions of France and the Netherlands», Philip BENEDICT/Guido MARNEF/Henk van NIEROP/Marc VENARD (eds.), Reformation, Revolt and Civil War in France and the Netherlands, 1555-1585, Amsterdam, 1999, pp. 23-34. 76 DESCIMON/ RUIZ IBÁÑEZ, 2005, esp. cap. 1. 77 Louis TRENARD, Histoire des Pays-Bas Français: Flandre, Artois, Hainaut, Boulonnais, Cambrésis, Toulouse, 1972, pp. 289-ss. Alain LOTTIN, Chavatte, ouvrier lillois. Un contemporain de Louis XIV, París, 1979, 183-ss. Sin embargo, por parte de los patriciados la situación fue mucho más ambigua, ya que en muchas ocasiones fueron ellos mismos quienes durante los asedios, ante la retirada de las tropas reales a las ciudadelas y castillos, pactaron pragmáticamente las capitulaciones con los agentes de Luis XIV; en todo caso, 84 cualquier insumisión, cuanto buscaba garantizar la interiorización de la nueva lealtad78, claro que sin demasiado éxito. De hecho, las autoridades conquistadoras interpretaron las celebraciones por la muerte de la reina María Teresa en Artois en 1683 como una oportunidad se convertían más que en medios de aceptación de la soberanía francesa en instrumentos para reafirmar las simpatías hacia la antigua Casa soberana79. En esta oposición a la conquista del propio territorio hay que ver varios fenómenos interrelacionados. Por un lado, se encuentra la resistencia natural de una población a sufrir un cambio en el reparto político del poder y en la definición de los roles sociales, políticos y jurídicos. La oposición al ejército enemigo, era en principio una oposición a un ejército cuya presencia alteraba la relación entre la comunidad (léase su patriciado) y el soberano. Desde un republicanismo urbano fuertemente consolidado en la Baja Edad Media80 y desde un fuerte patriotismo municipal no se podía ver sino con repugnancia la aparición de un poder regio de naturaleza arbitraria. La diferencia entre las tropas del propio príncipe y las del conquistador era la existencia de mecanismos de negociación y compromiso (institucionales e interpersonales), así como el respecto a las posiciones ya adquirida. Los territorios que se habían incorporado a Francia tras 1471 se podía considerar que para el primer tercio del siglo XVI habían logrado asumir su identidad local-regional dentro de un marco regnícola81; sin embargo, este proceso sería más difícil en otros espacios. Evidentemente el recuerdo del pasado francés o borgoñón no desapareció completamente y a la hora de justificar la buena recepción de los conquistadores resultaba idóneo hacer memoria y recuperar la historia de un pasado común, pero la credibilidad social de este recurso era limitada. A de ambos lados de la frontera destacaba la continuidad del poder y su reforzamiento por los procesos de pacto a través de los que se había recuperado la administración regia tras el periodo de desórdenes políticos de la segunda mitad del siglo XVI. Este momento de pacificación resultó realmente importante ya que unió más a los patriciados urbanos con el poder soberano82. Su definición pasaría ahora por proclamarse los instrumentos de una reforma cultural que insistía en proclamar el carácter ordenado y armónico de las sociedades… pero también su vulnerabilidad frente las amenazas externas y la necesidad de prevenirse ante ellas. La participación activa de las elites en el desarrollo y la difusión de la Contrarrefoma83 fue, al mismo tiempo, el mecanismo a través del cual se 78 HOCQUET, 1901, 24 y 26; PAGART d'HERMANSART, 1888, 68-72. PAGART d'HERMANSART, 1888, 72. 80 Marc BOONE, « La construction d’un républicanisme urbain. Enjeux de la politique municipale dans les villes flamandes au bas Moyen Âge », Denis MENJOT/Jean-Luc PINOL (Coords.), Enjeux et expressions de la politique Municipale (XIIeXxe siècles). Actes de la 3e Table Ronde Internationale du Centre de Recherches Historiques sur la ville, París, 1997, pp. 4160 ; Karin TILMANS, “Republicanism Citizenship and Civic Humanism in the Burgundian-Habsburg Netherlands (14771566)”, Martin van GELDEREN/Quentin SKINNER, Republicanism. A Shared European Heritage, Cambridge, 2002, II Vols, II, pp. 107-126. 81 Mack P. HOLT, « Burgundian into Frenchmen: Catholic Identity in Sixteenth-Century Burgundy », Michael Wolfe (ed.), Changing Identities in Early Modern France, Durham y Londres, 1997, pp. 345-370. 82 Alain LOTTIN, «’Messieurs’ du magistrat de Lille. Pouvoir et société dans une grande ville manufacturière (1598-1667) », Etre et croire à Lille et en Flandre XVIe-XVIIIe siècle, Arras, 2000, pp. 253-268. 83 A. PASTURE, La restauration religieuse aux Pays-Bas Catholiques sous les archiducs Albert et Isabelle (1596-1633). Principalement d'après les Archives de la Nonciature et de la Visite ad limina, Lovaina, 1925; Alain LOTTIN, 1984 y « Contre-réforme et instruction des pauvres, le rôle des écoles dominicales vu à travers les initiatives hainuyères et lilloises » y «Réforme catholique et instruction des filles pauvres dans les Pays-Bas Méridionaux ’Messieurs’ du magistrat de Lille. Pouvoir et société dans une grande ville manufacturière (1598-1667) », Etre et croire à Lille et en Flandre XVIe-XVIIIe siècle, Arras, 2000, pp. 373-388 y 389-404. Por mi parte, en « La Guerra Cristiana. Los medios y agentes de la creación de Opinión en los Países Bajos Españoles ante la intervención en Francia (1593-1598) », Ana CRESPO SOLANA/Manuel HERRERO SÁNCHEZ (eds.), España y las 17 Provincias de los Países Bajos. Una revisión historiográfica, Córdoba, 2002, pp. 291-324, mantengo la hipótesis que la llamada restauración católica del siglo XVII es esencialmente una normalización tridentina de una catolicismo militante y políticamente muy activo a escala local en las últimas décadas del siglo XVI, lo que explicaría no sólo la participación de las elites en el desarrollo de la Contrarreforma, sino su implicación en la reconquista farnesiana; esto 79 85 consolidó una relación más que política con el rey y se consolidó una lealtad más orgánica entre las elites burguesas (y posiblemente campesinas) y el monarca. La identidad de los patriciados flamencos, de Hainaut, artesianes y brabanzonas ligada al necesario establecimiento de un catolicismo excluyente, entendido según los preceptos tridentinos, iba a insistir en asumir la imagen de una verdadera catolicidad que veía con desconfianza religiosa al enemigo del sur. Ciertamente los franceses eran asumidos como generalmente católicos, pero su catolicismo se veía con prevención. Se puede hablar de una resistencia a la conquista francesa por el mismo hecho de la religión, según el Journal de Simon Leboucq, habitante de la conquistada Valenciennes la nación francesa “ne gardait ni foi, ni loi, n’usant que de pur libertinaje et vivant en athée”84. Para unas poblaciones católicas urbanas que se habían definido desde la reconquista farnesiana por el sueño de una homogeneidad confesional85 la presencia de focos reformados donde desde el edicto de Nantes se permitía el culto calvinista (como el entorno de Calais en el siglo XVII86) no resultaba, sino una afirmación de la falta de celo que el rey de Francia podía tener hacia la defensa de la antigua religión. Por supuesto, aunque a ambos lados de la frontera se seguían pautas culturales contrarreformistas parecidas, no hay que olvidar que la separación de las tierras de los Países Bajos del arzobispado de Reims y el ejercicio del patronazgo por parte de ambos soberanos, en la práctica había separado los cuerpos eclesiásticos de ambos territorios y había ligado con especial fuerza al clero secular a la propia administración regia87. La conquista de plazas por Luis XIV no sólo fue una ocupación militar, sino también, un proceso de sustitución eclesiástica y de afrancesamiento de los obispados y cabildos, lo que cerraba la vía de promoción asumida como ordinaria por el clero local, algo que, junto la política fiscal de ocupación, explica que parte del clero parroquial siguiera alimentando el sueño de una restauración de los Habsburgo88. marcaría las mismas cronologías para los territorios a ambos lados de la frontera, con un periodo de movilización sociopolítica y militar católico que terminaría hacia 1595 y, ulteriormente, una normalización institucionalizada que coincidiría en Francia con la acción de los devotos. 84 Philippe GUIGNET, « Préface: les répercussions de la conquête », 1678. Valenciennes devient française [Exposition organisée à la Bibliothèque municipale de Valenciennes, du mardi 23 mai au samedi 24 juin 1978], Valenciennes, 1978, pp. IV-XI. 85 Por un lado, por la nomalización de la actividad de los órganos represivos clásicos, Aline GOOSENS, Les Inquisitions modernes dans les Pays-Bas Meriodonaux, 1520-1633, 1997, II Vols; por otro, por la depuración de poblaciones reformadas mediante la expulsión de las mismas, bien a las provincias Unidas, Inglaterra o el mismo Norte de Francia ; aunque en sentido recíproco no hay que olvidar el, bien que poco estudiado, aporte de católicos retirados desde Holanda, Zelanda y Frisia a los territorios bajo la autoridad del rey de España; Willem FRIJHOFF, « Migrations religieuses dans les ProvincesUnies avant le second Refuge », Revue du Nord, LXXX, 326-327, julio-diciembre, 1998, pp. 573-598. Dentro de la reafirmación del militantismo católico hay otros dos factores a tener en cuenta: en primer lugar el efecto de autoidentificación que las continuas incursiones de los vrijbuters protestantes tuvieron sobre la población y, por otro, la presencia muy activa de refugiados católicos de diversas procedencias en los Países Bajos, exiliados que no sólo reafirmaban (como clérigos o militares) el discurso de necesaria lealtad al rey católico, sino que con su ejemplo mostraban la peligrosidad de hacer concesiones a los herejes o sus factores; Robert LECHAT, Les réfugiés anglais dans les Pays-Bas espagnols durant le règne d'Elisabeth (1558-1603), Lovaina-Roulers-París, 1914; Aline GOOSENS, « Les Pays-Bas méridionaux, refuge politique et religieux à l’époque du traité de Vervins (1590-1598) », Jean François LABOURDETTE/Jean-Pierre POUSSOU/MarieCatherine VIGNAL (éd.), Le traité de Vervins, París, 2000, p. 203-232.; DESCIMON/RUIZ IBÁÑEZ, 2005, esp. Cap. 2; RUIZ IBÁÑEZ, 2002. 86 Alain JOBLIN, “Le protestantisme en Calaisis aux XVIe-XVIIe siècles” , Revue du Nord, LXXX, 326-327, juliodiciembre, 1998, pp. 599-618. 87 Un ejemplo entre tanto, durante los ataques franceses los clérigos lillos contribuyeron a la defensa de su ciudad LOTTIN, 1979, 159. 88 Las autoridades ocupantes eran conscientes de la necesidad de apropiarse de los medios de producción de identidad, lo que explica el interés del gobierno de Luis XIV por mantener una cierta tolerancia hacia el jansenismo en los territorios ocupados ; Chanoine L. MAHIEU, Jansénisme et antijansénisme dans les diocèses de Boulogne-sur-Mer et de Tournai spécialement dans la région lilloise, Lille, 1948. La política reformista de algunos prelados franceses en zonas ocupadas implicaban una forma apropiación tanto cultural, como de beneficios, por lo que el rey Sol buscó sustituir rápidamente a los antiguos cargos eclesiásticos y nombrar obispos afines como Gilbert de Choiseul; Como Fénelon en Cambrai, la acción de Choiseul –proclive al jansenismo y al galicanismo- significaba una ruptura con la tradición contrarreformista belga. De hecho, las reformas de ambos prelados crearon un clero francés que enseñaría a ser franceses a los hijos de los antiguos 86 En la formación de una identidad propia contrapuesta a los otros, a los que amenazaban desde el otro lado, estaba la experiencia de una xenofobia heredada con unas categorizaciones que venían del siglo XV y que se habían consolidado gracias a la estabilidad de la frontera. La acumulación desordenada en la memoria colectiva de guerras, incursiones, saqueos, amenazas, violaciones, robos y traiciones señalaba siempre como último responsable a los que venían del otro lado de la raya: los françoyses o los borgoñones89. Este imaginario de la barbarie se veía confirmado, reforzado y actualizado por cada nueva guerra, por la llegada de refugiados que huían de las zonas ocupadas90; la impresión de la existencia de un enemigo natural y hereditario parecía lógica en este contexto. La propia organización política local reproducía este sentimiento. Tanto la comunidad como sus autoridades proclamaban sus logros y servicios al rey precisamente por haber participado con éxito en su autodefensa a lo largo de los siglos, algo que no era sino una forma propia de contribuir a la protección del patrimonio regio. Ceremonias de información, inscripciones, cuadros, procesiones conmemorativas, fiestas locales, privilegios, obituarios… todo podía convertirse en instrumento de proclamación de la dignidad alcanzada en el servicio al rey, pero también en instrumento de propaganda y disciplina que definía la comunidad local tan armónica en la Monarquía como contrapuesta al enemigo. No sólo se trataba de una dignidad personal, sino que las corporaciones, los serments, y por encima y aglutinándolos a todos, la ciudad se definía política e iconográficamente por su adhesión militar al príncipe. Ahora bien, el fenómeno clásico de la identificación por negación y por adhesión política que se podía dar en la frontera del norte (como en las demás de la Monarquía) estaba lejos de ser un hecho inmutable, inalterable o ahistórico: cada generación vio como el contexto político y la circulación de los estereotipos europeos contribuía a policromar, enriquecer y hasta transformar la imagen que de sí (y de sus enemigos) tenían los habitantes de la frontera. Las guerras de religión primero, y la adaptación de la hispanofobia gestada en el mismo Flandes, vía Italia91, al ámbito de Francia fueron el mecanismo a través del que se comenzó, tan tarde como a finales del siglo XVI y principios del XVII, a confundir de forma genérica a los “borgoñones” con los “españoles”. De igual manera, la consolidación de la presencia española en Flandes significó que la imagen que de los franceses tenían los soldados y administradores del rey católico92 se deslizara, influenciara y, en cierto sentido, contaminara a la de las poblaciones autóctonas. buenos súbditos de los Habsburgo Fernand DESMONS, Etudes historiques, économiques & religieuses sur Tournai durant le règne de Louis XIV: L’Espicopat de Gilbert de Choiseul 1671-1689, Tournai, 1907, esp. cap. VIII. En el lado contrario Una parte del clero, veía como se cortaban sus lazos de dependencia y protección al separarse de un poder que los había amparado hasta ahora. Su propia implicación en la defensa y perpetuación de ese poder les cerraba las puertas de una eventual promoción tras la conquista, más aún si los nuevos prelados procedían de tradiciones diferenciadas a las propias. Frustrado por falta de reconocimiento o movilizado por la lealtad a un orden perdido, una parte del clero actuaría como conservador y productor de imágenes de lealtad al antiguo soberano; v. p.e. para el Franco Condado, Maurice GRESSET, “Le temps modernes et la conquête définitive”, Maurice GRESSET/Pierre GRESSET/Jean-Marc DEBARD (eds.), Histoire de l’annexion de la Franche-Compté et du Pays de Montbéliard, Le Coteau, 1988, pp. 111-282, esp. p. 272. 89 La historiografía reciente insiste en la rapidez con que se desarrollaron los procesos de mitificación en el Antiguo Régimen; un estudio ejemplar de caso, para un territorio lejano, en Rodrigo MARTÍNEZ BARACS, La secuencia tlaxcalteca. Orígenes del culto a nuestra señora de Ocotlán, México, 2000. 90 DESCHAMPS DE PAS, 1880, p. 105 (los habitantes de Ayre llegan a Saint-Omer en 1641). 91 Benjamin SCHMIDT, The Dutch Imagination and the New World, 1570-1670, Cambridge, 2001, 46-ss. 92 La adaptabilidad de la imagen de alteridad política, religiosa y cultural a la Monarquía Hispánica que se construyó durante la fase hegemónica de la misma, permitió hacer circular sobre diversos territorios y diversas realidades esta imagen común de peligrosidad exterior. El mejor trabajo sobre la imagen de los franceses en la Península en los siglos sigue siendo el de Asensio GUTIÉRREZ, La France et les Français dans la littérature espagnole. Un aspect de la xénophobie en Espagne (1598-1665), Saint Étienne, 1977. Una visión genérica sobre los procesos de identificación y definición de los rivales de la Monarquía es el libro de Rafaele PUDDU, I nemici del re. Il racconto della guerra nella Spagna di Filippo II, 2000. 87 El siglo XVII muestra una situación doble. En un primer momento, las referencias al glorioso pasado borgoñón para proclamar una identidad diferente y contrapuesta a los franceses habían sido reverdecidas en el periodo de los Archiduques. Sin embargo, la definición de súbditos del rey de España comenzó desde 1621 a adquirir un valor en sí mismo que posiblemente durante la guerra de los Treinta años y, sobre todo, ante las agresiones francesas ulteriores comenzó incluso a tener más operatividad identitaria. No hay que olvidar que, como una humillación más impuesta a la Monarquía, Luis XIV no dudó en atribuir el título de duque de Borgoña a uno de sus nietos, por lo que incluso la exclusividad en el calificativo parecía estar también en duda93. Además la cada vez mayor presencia de tropas protestantes (holandeses, ingleses y alemanes) debió tener un efecto sobre la concepción de la alianzas políticas, reforzando la identidad católica local, frente a la católica universal, y rompiendo así los posibles lazos de unión con el ocupante francés. La amplitud de estos sentimientos no sólo se debió al éxito de una disciplina social contrarreformista, sino al propio contexto político y de reproducción de memoria que los habitantes de la frontera sufrían o disfrutaban. Si el campesinado o los manans de las ciudades definían como franceses o borgoñones era tanto por una cuestión primaria de cálculo político y fiscal, como por la acumulación de memorias de actitudes y acciones. Por supuesto, estas autodefiniciones deben ser tomadas siempre con prevención ya que generalmente se producía en un contexto de afirmación positiva en el que el individuo esperaba obtener un beneficio social o jurídico al proclamar una identidad específica, generalmente la que su interlocutor esperaba que enunciara. 5- Conclusiones. Las prácticas desarrolladas en la frontera sur de los Países Bajos, no diferían necesariamente de las que han estudiado los historiadores para otros territorios. La fuerte presencia de una guerra irregular y la permeabilidad de las redes defensivas hacía que existiera una notable inseguridad para las poblaciones civiles, sobre todo por el alto grado de privatización de la guerra. Sobre todo el peligro del secuestro y del robo de ganado pesaban fuertemente, lo que si por un lado reforzaba la relación del individuo con los espacios fortificados, y sus consecuencias ideológicas y políticas, por otro activaba sistemas de autodefensa y negociación de rescates y salvaguardas. La confrontación estructural en el sur de Flandes contribuyó a redefinir una identidad por rechazo, aunque de principio no hubiera una cesura religiosa tan acusada como en otras fronteras de la Monarquía. Así pues, un militar o un administrador hispano podía reconocer e interpretar las otras fronteras de la Monarquía desde su experiencia septentrional e intentar hacerla valer discurso en esos espacios. Por supuesto, los Países Bajos tenían su especificidad. La mayor presencia militar profesional, la existencia de una tradición cultural de confrontación borgoñona hacia Francia o el carácter católico de los enemigos del sur, todo contribuía a diseñar una singularidad, pero desde luego no hasta el extremo de hacerla incompatible con otras fronteras. Así pues, si la interacción era posible, la cuestión es saber en qué consistió. Desde la historia comparada y relacionada de los diversos territorios de la Monarquía, se hace preciso indagar sobre cronologías y medios mediante los que esta frontera actuó como modelo de otras o recibió diversas influencias; el gasto militar, la implicación de las elites en el servicio regio 93 JEANMOUJIN, 2005, 94-6. 88 directo y la circulación de los veteranos parecen los campos idóneos para verificar un fenómeno a la vez local, cuya comprensión sólo puede ser global. 89 El juez y el cautivo. Conflicto cultural a través de los interregatorios a los excautivos de argel en el siglo XVI ∗ Juan Francisco Pardo Molero, Universitat de València Las posibilidades de creación de la imagen de los “otros” de más allá de una frontera política o militar son múltiples, y no suelen pasar por el testimonio directo de esos otros. La mediación, que va de la interpretación lingüística a la traslación o adaptación de conceptos y valores, tiene un protagonismo notorio. Más aún en el siglo XVI. Se ejerce a través de los viajeros más o menos ocasionales (embajadores, mercaderes, peregrinos, soldados) que, sorprendidos por costumbres o paisajes exóticos, difunden en sus lugares de origen la relación de sus experiencias. O también se ejerce aquella mediación desde la misma frontera, a partir de la experiencia cotidiana y de unos intereses concretos, vividos, fuertemente impregnados de intrigas políticas, aspiraciones de negocios o amenazas militares. Este es el origen de la visión de frontera que nos interesa aquí. Relatos o, mejor, declaraciones (a veces confesiones) de cautivos o excautivos recién llegados de las ciudades o escuadras bajo dominio otomano (Argel y las escuadras que de allí partían, sobre todo) en el siglo XVI constituyen la base de este trabajo. La importancia de sus testimonios iba más allá del recorrido religioso de los protagonistas. La previsible apostasía de muchos los hacía potenciales reos de la Inquisición, pero también la información militar o política que pudiesen aportar resultaba preciosa para las autoridades cristianas de la frontera94. Los jueces civiles, por tanto, también interrogaban detenidamente a estos recién llegados en busca de noticias que transmitir a la Corte, noticias que servían para apoyar convenientemente los argumentos de las autoridades de la frontera. La fortaleza o debilidad de una plaza, lo vacilante de la posición de un reyezuelo, la composición de una escuadra, el número y estado de los cautivos, etc., se convertían en bazas para persuadir al rey y a sus consejeros de la conveniencia de una u otra política. Como es lógico, en esos informes menudeaban los juicios sobre el valor del otro, la moral militar, el estado e importancia de las defensas, la calidad de combatientes y armamentos, la estabilidad de un régimen etc. Junto con la información pretendidamente objetiva, más o menos conscientemente también se transmitían esas valoraciones subjetivas, inextricablemente unidas muchas veces con aquélla. De modo que llegaban a las sedes del poder político y podían influir en la toma de decisiones o, al menos, contribuir a dar forma a la opinión de los ministros de la Corona sobre la frontera. Ahí radica, en el medio y el largo plazo, la importancia de este flujo de noticias; monótonas y reiterativas, pero relativamente abundantes y con la autoridad y frescura de los testimonios directos, al tiempo que suministraban una información aparentemente fría de valor puramente estratégico, fijaban de manera menos perceptible, pero eficaz, imágenes sobre el otro. No hemos querido aislar los relatos de los excautivos cristianos de otros de naturaleza parecida, como aquellos que proporcioban los espías enviados por los alcaides de los presidios, o la información recabada en los interrogatorios de prisioneros musulmenes, especialmente “turcos”. También hemos considerado algunos de estos testimonios, distinguiendo, naturalmente, cada caso. No por tratarse unos y otros de declaraciones testificales o confesiones, y no de creaciones literarias, estos textos carecen de manipulación. ∗ Este trabajo se inserta en el proyecto de investigación del MEC “El Reino de Valencia en el marco de una Monarquía Compuesta: un modelo de gobierno y sociedad desde una perspectiva comparada”, Código HUM 2005-05354, financiado con fondos FEDER. 94 Sobre los renegados es ineludible la cita de Bartolomé y Lucille Bennassar, Los cristianos de Alá. La fascinante aventura de los renegados, Madrid, 1989; en general sobre los cautivos, José Antonio Martínez Torres, Prisioneros de los infieles. Vida y rescate de los cautivos cristianos en el Mediterráneo musulmán (siglos XVI-XVII), Barcelona, 2004, con abundante bibliografía. 90 Además de la intervención del escribano y del juez, que acoplan las respuestas a un cuestionario en buena medida preestablecido, y a moldes procesales e informativos, el declarante, a la hora de valorar la realidad del otro lado de la frontera, está condicionado, entre otras muchas cosas, por sus ideas generales sobre la Cristiandad y el Islam, en lucha, sus suposiciones sobre lo que el juez quiere escuchar, y, finalmente, por su prejuicio hacia los “infieles”. Pero ese conjunto de prejuicios que dan forma a la opinión no puede permanecer inmutable u obedecer a pautas fijas traídas de la Península, o aprendidas en los años de formación. La experiencia de la frontera puede ayudar a modificar esos prejuicios o a crear otros nuevos. Interrogatorios La vivencia de la frontera difiere de una a otra orilla del Mediterráneo. Esto se refleja en las fuentes que vamos a examinar. Son mucho más exhaustivas las relaciones que se trasladan a la Corte desde un puerto peninsular, como Cartagena o Valencia, que desde los presidios del norte de África. Quizá porque aquellos no recibían un flujo tan constante de cautivos liberados como éstos. De hecho, las noticias que, sobre todo desde Orán y sobre todo de Argel, se envían por las autoridades de la frontera norteafricana son mucho más directas y concisas; a veces, incluso, se yuxtaponen en el mismo informe lo que dicen excautivos, espías y prisioneros de cabalgada, en extractos de sus declaraciones. La intención de estos memoriales de cara a la acción gubernativa es muy clara: insisten ante todo en los aspectos políticos, militares y estratégicos del entorno de la plaza, mientras que apenas se detienen en la peripecia vital del interrogado. Por el contrario, los interrogatorios remitidos desde las ciudades de la Península o Baleares son más complejos; no suelen ser extractos o resúmenes, sino traslados notariales de la larga conversación entre juez y cautivo; contienen numerosos detalles sobre la trayectoria de éste, desde su captura hasta su huida o rescate. Su intención suele expresarse de forma algo más compleja que en los memoriales de Orán: siempre tratarán de relacionar los movimientos de las escuadras otomanas con la seguridad de su ciudad y de las costas españolas y la amenaza palmaria que representa Argel; por eso el objetivo que persigue la difusión de las aventuras y desventuras de los cautivos siempre es el mismo: promover la destrucción de Argel, por lo que, y en esto coinciden con los del norte de África, recaban todas las noticias que pueden del estado militar de la capital corsaria. Ejemplo de todo ello son las diecisiete preguntas que los oficiales de Cartagena formularon al panormitano Juan de Fonte a principios de 1533, interesados por saber desde detalles de su procedencia (no sólo de qué “nación” es sino también de qué “tierra”), hasta la repercusión que tenían en Berbería los triunfos de Carlos V contra Solimán, pasando por el modo en que iban organizadas las escuadras corsarias. Lo más sutil, desde el punto de vista de los intereses políticos y militares locales, era ligar las victorias conseguidas por el emperador en Centroeuropa contra las tropas otomanas con la guerra que se mantenía en el Mediterráneo95. Lo mismo puede decirse de las diecinueve preguntas formuladas en Valencia, en 1539, a Nicolau Bonell, con muy similar objetivo y una insistencia grande en conocer los vínculos entre Barbarroja, Argel y el Turco, demostrando una confusa percepción de Argel como provincia otomana96. O también de los interrogatorios de 1550 a los huidos o capturados de la armada de Dragut; paradójicamente, en esta ocasión, junto a confesiones arrancadas con largas series de preguntas, también se obtuvo una extensa relación con una sola pregunta97. Mientras tanto, las relaciones transmitidas por los gobernadores de Orán o 95 Archivo General de Simancas (AGS en adelante), Estado, Costas de África y Levante, 461, f. 126-127. Ib., Aragón, 279, f. 88. 97 La pregunta formulada a Simó Corso el 30 de mayo de 1550: Fonch interrogat que diga si ell, testimoni, venia catiu en les fustes de Dargut arrays e quant temps ha que va catiu en aquelles e quin discurs han fet dites fustes desque ell, testimoni, va catiu en aquelles; la respuesta se extendió a lo largo de casi cuatro caras de folio; por el contrario, al turco Mustafa Bale hubo 96 91 Bugía ni siquiera solían incluir las preguntas, sino sólo el resumen, muy posiblemente seleccionado y retocado, que interesaba política y militarmente. Sobre todo esto último. Las defensas de Argel El miedo a un ataque de Carlos V era, en los informes llegados a la Corte desde el norte de África, el motor que conducía a mejorar las defensas de Argel. Numerosos testimonios de cautivos, espías o agentes imperiales nos hablan del miedo sentido por Barbarroja, los argelinos, los turcos o, incluso, el propio Solimán frente a la potencia militar del emperador98. En buena medida se trata de recursos argumentales que sirven para subrayar la precariedad de la posición enemiga. Tanto si responden a la realidad como si sólo reflejan la lógica preocupación frente a un ataque probable, el declarante y el magistrado se afanan en buscar resquicios de vulnerabilidad en el contrario. La presentación del enemigo otomano como atenazado por el temor hasta el punto de condicionar sus acciones por ello, podía resultar adecuado argumento para convencer al Gobierno imperial de lanzar un ataque decisivo, que, por otra parte, como parecían indicar los informes que vamos a ver, no encontraría una oposición total. Al mismo tiempo la valoración militar del enemigo tiende a hacerlo inteligible, reducible a comprensión estratégica. Esto, unido a su vulnerabilidad, tiende a colocarlo en un plano no muy lejano de quienes declaran o toman declaración. A la hora de desgranar los componentes del sistema militar argelino los testigos y los jueces se entregan a un auténtico ejercicio analítico en el que juegan factores navales, arquitectónicos, armamentísticos e, incluso, étnicos. La precisión en las descripciones nos revela afán de comprensión, especialmente por parte de quienes interrogan, sabedores de que los datos que suministren sustentarán informes que se espera que influyan en la toma de decisiones de política militar. La exactitud en la enumeración y cuantificación de efectivos debía verse acompañada por la valoración de cada uno de ellos, de sus géneros y clases, de manera suficientemente elocuente. Ocurre así con la gente de guerra, que se suele dividir en “turcos”, “mudéjares” y “renegados”, más los naturales de la región. En el interrogatorio de “dos turcos” que proporcionan notable información sobre Argel y la Armada otomana a principios de 1544, se establece con sencillez esa distinción, que bien podía obedecer a preguntas de las autoridades cristianas: “No ay en la çibdad [de Argel] más de hasta DCCC o mill turcos, y (...) renegados y mudéjares ay muchos”99. En una línea similar, con clara intención por parte de los jueces, se sitúa el interrogatorio al excautivo Bernardino de Yscla, tomado en Génova en vísperas de la expedición de Argel: Preguntado qué número de turcos havía en Argel y en otros lugares circunvezinos dixo que en todos los que hay a sueldo de Barbarroxa en Argel y otras tierras allí cerca serán hasta tres mil turcos y renegados, de los quales están en la guarnición de la dicha ciudad de Argel mill turcos y mill renegados, que son escopeteros y ballesteros, y entre ellos y con la gente de la tierra diz que puede haver hasta mill cavallos poco más o menos100. Y, con casi idéntica cronología, y el mismo trasfondo de interés por las perspectivas de la expedición carolina, la declaración del turco Mustafá, un tránsfuga pasado a Bugía, que decía que hacerle hasta veinte preguntas: ib., 305, f. 271: Informatio testium recepta de mandato Excelentissimi Domini Ducis Ferdinandi de Aragonia, locumtenentis generalis Cesaree Majestatis in regno Valentiae. 98 Me he ocupado de ello en “Imágenes indirectas. La Cristiandad y el Islam en los interrogatorios a cautivos”, en Saitabi. Revista de la Facultat de Geografia i Història, número monográfico sobre Visiones culturales de la frontera, coordinado por Mónica Bolufer. 99 AGS, Estado, Costas de África y Levante, 471. 100 Ib., 469, f. 88: “Bernardino de Yscla, cativo en Argel, que ha venido en esta ciudad de Génova a 18 de setiembre, 1541 años, en una hurca que allí ha venido esta mañana, siendo preguntado de dónde venía y lo que sabía de las Galeras de Hespaña yu de las cosas de Argel, dixo lo siguiente”. 92 ser hermano de un importante capitán de Argel. Aunque con cifras bien distintas, abunda en lo mismo que Yscla: “Dize que havrá XVM hombres entre grandes y chicos, viejos y moços, y que los XM dellos serán útiles para guerra, entre los quales diz que havrá hasta D turcos, los demás renegados y moros, y que XM dellos son escopeteros, y entrellos algunos pocos arcabuzeros, y que en la çibdad no avrá de quinientos de cavallo arriba”101. También se distingue, sin mucho detalle, por parte de Pedro de Nárvaez, agente español que había estado en Argel, y afirmaba en 1539 que “en la dicha Argel havrá IMCC turcos y de moros, mudéjares y naturales, pasados de IIIIM, todos hombres de pelea”102, y también Nicolau Bonell, cautivo primero, y, como se vio forzado a reconocer, renegado después: “Que hay allí ocho mil turcos y muchos moriscos de los que passan del reyno de Valencia, y todos muy bien armados”103. Seis años antes había declarado el evadido Juan de Fonte ante las autoridades cartageneras, quienes le preguntaron “qué tantos turcos de guerra tiene Barbarroxa”, que tenía “poco más de mill, e que renegados onbres de guerra terná fasta ciento, y que mochachos tiene más de trezientos”104. Una distinción de efectivos que concuerda con el variado género de tropas que se distingue en los ejércitos otomanos105. Los navíos, como la gente, también se clasifican. La declaración a este respecto del turco Mustafá es elocuente por su sencillez, y refuerza la impresión general de debilidad de la ciudad de Argel que pretende dar su informe: “En Argel ay XV navíos grndes y pequeños, y entrellos tres galeras, y de todas éstas no pueden armar para salir más de una galera y quatro o çinco galeotas y fustas, porque ay mucha falta de turcos y gente de mar”106. No muy diferente es la impreisón que transmite un cautivo que iba en la escuadra de Barbarroja en 1543-44, y que fue liberado: “Que los navíos que quedan en Argel son una galera y la bastarda que ahora se está acabando, y que ay más otras cinco galeotas de a XXII, y que avrá otros IIII vergantines sin estas cinco que andan fuera, y que todos los navíos que puede armar Açén Aga serán hasta diez”107. Otra cosa es la impresión que se transmite sobre las escuadras, como en 1534, cuando se interrogó exhaustivamente al arráez Xaba acerca de la Armada otomana puesta bajo el mando de Barbarroja aquel año. Había sido capturado por la escuadra de Álvaro de Bazán tras un combate con sus fustas, en el que, amén de muchos remeros, cayó uno de los mejores capitantes de las Galeras de España108. El prisionero detalló las fechas de la partida, el trayecto realizado, el número y tipo de embarcaciones, el objetivo, el lugar donde se encontraba Barbarroja, cómo “arma de chusma las galeras”, las condiciones económicas de la Armada, qué gente de guerra iba abordo, cómo se repartía, qué artillería se llevaba, en qué estado había quedado Argel y qué planes tenía el marino turco109. 101 Ib., 469, f. 29: “Lo que Mostafá, turco de naçión, hermano de Agime, que dize que es uno de los capitanes principales que ay en Argel, el qual se vino a Bugía por el mes de diziembre pasado a tornar christiano y le ha embiado a esta Corte don Luys de Peralta, donde llegó a XXI de junio, es lo siguiente”. 102 Ib., 467, f. 2: “Lo que un Pedro de Narváez scrive al comendador maior de León, en VIII del presente, 1539, es”. 103 Ib., 468, f. 5, traducción castellana resumida del documento, citado más arriba, de Estado, Aragón, 279, f. 88. El original dice que y ha huyt mília turchs e dels moriscats que cascun dia s’en passen del present regne ni ha gran número de aquells, los quals stan molt ben armats axí de fletxers e scopeters com ballesters. E açò sap ell, confessant, responent e testimoni, per haver-ho hoyt dir públicament en Alger e també per haver-los vist en Alger. 104 Ib., 461, ff. 126-127. 105 Colin Imber, The Ottoman Empire, 1300-1650. The Structure of Power, Londres, 2002, págs. 252 y ss. 106 AGS, Estado, Costas de África y Levante, 469, f. 29. 107 Ib., 471, s.f. 108 Según carta escrita por Bazán: “Este día, víspera de Santiago, que yo estuve en Oney, rendida la primera guarda de la noche, llegó a la ysla donde estavan las siete galeras Xaba arráez, capitán de Barbarroxa, con doss galeottas, las más gruesas de su armada, y tres fregadas que con ellas se avían juntado; las fregadas vinieron de la mar, y las galeras, pensando que heran más fustas, no curaron de las fregatas, syno yr derecho a las galeotas, y la una se hizo a la vela y se salvó, y la capitana, que huyó al remo, fue presa. Traýa setenta y quatro turcos tiradores descopeta y de arco, y de la roçiada que tiró quando la envistieron mató al capitán Miguel Fox, que hera un onbre que entendía esta arte muy bien, y hirió muchos remeros”: Orán, 27 de julio de 1534, Álvaro de Bazán al rey, ib., 461, f. 174. 109 Ib., f. 175. 93 Las fortificaciones y, con relación a las mismas, la dotación de artillería, constituyen un ítem esencial de información. El miedo parece actuar de acicate de las medidas defensivas, al menos tal y como son presentadas. Según la declaración de Juan Fonte110, un cautivo catalán que salió de Argel el 2 de mayo (probablemente de 1544) y llegó a Orán dieciocho días después, en la capital corsaria acababan de enviar a fines de abril una fusta a las costas de España y una fragata a Génova “a tomar lengua del Armada de Su Majestad, porque tienen sospecha en Argel que a de venir sobre ellos”; eso explicaría la urgencia con que acometían la construcción de la fortaleza que levantaban en la montaña vecina: “Dize que en la fortaleza que se hazía en la montaña se dan muy grande priesa y que cada día ban DCC o DCCC christianos a trabajar que estará ya de altura de seis estados y que tienen ya seis pieças de artillería puestas en él y que fundían una culebrina para poner en la fortaleza, que terná diez ocho palmos”111. Más estrechamente relaciona el peligro de ataque inminente con la fortificación, un prisionero hecho por las autoridades cristianas, “el negro que salió de las galeotas por espía”, quien afirma que, ante la noticia de un ataque inminente hacia enero de 1536 “reparavan las murallas y que en el Peñón donde solía estar la fortaleza hazían un bestión para poner artillería para la guarda del puerto”112. En general, con relación a la fortificación y a la artillería, las declaraciones del turco Mustafá no entran en muchos detalles: “que la çibdad está bien çercada a partes y a otras no, y que donde no está la çerca buena está hecho de reparo”; en cuanto a la artillería, relata “que ay quinientas pieças de artillería, grandes y pequeñas, entre las quales dize que havrá çiento de metal”113. Lo que contrasta con las preguntas y respuestas del interrogatorio de Bernardino de Yscla, en el que se advierte, más que la locuacidad del interrogado, la ansiedad de las autoridades cuando era casi inminente la partida del emperador para la empresa de Argel: Preguntado qué número de artillería y municiones habrá en la dicha ciudad de Argel y en qué lugar, dize que, a lo que él ha visto, en el dicho lugar habrá cinqüenta pieças de artillería de bronzo, entre las quales hay veynte cañones y culebrinas, y el resto sacres y quartos cañones y pieças menudas y buena cantidad de pólvora y pelotas y otras municiones para su defensión, todo dentro del alcaçava de la dicha çiudad, y que la dicha artillería la tienen repartida en torno de la ciudad, specialmente a la parte de la marina, y que a la puerta de la ciuad que está a la banda de Levante hay un bestión grande de piedra y calcina, y otro a la parte de Poniente, y un cavallero grande y fuerte sobre una montaña que guarda toda la çiudad, y la tiene a cavallero, en la qual dize que puede haver hasta dos pieças de artillería114. Y aún hay mayor detalle en las noticias que transmitió en septiembre de 1539 al conde de Alcaudete un cristiano cautivo recién salido de Argel: De la fortificación de la çiudad dize que tiene hecha a la puerta de la Mar un torreón que pueden andar sobre él quatro pieças, y que en este dicho torreón está un medio cañón y un sacre, y que en toda la muralla de hazia la mar ay terrapleno hasta las almenas, y que en cada almena ay un verso de hierro en su molinete. Tienen sobre la mar en estos terraplenos XII pieças, entre las quales ay un cañón de más de XC quintales, y otra pieça de XXX quintales d flor de lis, y otros dos medios cañones de la fundiçión vieja, y otros sacres y falconetes, hasta doze pieças, y que esta es la mayor fuerça de artillería que en la çibdad ay. Dize que hazen un torreón, a la parte del Poniente, terrapleno, que pueden jugar en él seys pieças a la mar, y arriba, hazia el alcaçava, y adonde desenvarcó Diego de Vera, que es una 110 No hay que confundirlo con el homónimo de Palermo que hemos visto más arriba. Ib., 471, s.f., “Lo que dize Juan Fonte, catalán, que se soltó de Argel a dos de mayo y llegó a Orán a los XX”. 112 Ib., 463, f. 45. 113 Ib., 469, f. 29. 114 Ib., f. 88. 111 94 playa al Poniente del lugar, en este no ay puesta ninguna pieça porque no está acabado, y que podrían servirse dél a neçesidad. Dize que la muralla de la puerta por donde salen a la mar es baxa, que con las pieças quitadas, las defensas podrían conbatir con los de dentro, y que no tiene la puerta revellín ni otra defensa, exçepto un través que se les puede fáçilmente quitar; en esta puerta tiene Hazén Aga una casa, en la qual reside los veranos. Arriba en el alcaçava ay siete u ocho pieças de fuslera, sacres y medios cañones; todas estas pieças tiran pelota de piedra, y çinco christianos hazen siempre pelotas para el artillería. Tienen un molino que siempre haze pólvora, sin la que ay de respetto. Dize que se le puede plantar artillería por qualquier parte que quieran, y que se batirá la muralla fáçilmente, porque aunque siempre reparan, va sobre la obra vieja. Dize que tiene pocas defensas baxas115. El empleo de términos bastante técnicos, no sólo a la hora de definir las infraestucturas arquitectónicas o la categoría de las piezas, sino también a la hora de dar detalles sobre la fundición y materiales de los cañones, demuestra conocimientos profundos en la materia. Aunque la comprensión de las fórmulas defensivas es total para la mente del cristiano, y se pueden expresar en el lenguaje habitual de la orilla europea del mar, no es menos cierto que se advierte cierto deje de superioridad en quien habla: si bien se detalla una respetable cantidad de obras de fortificación y de piezas de artillería, el excautivo no deja de señalar las deficiencias a la hora de reparar bajo el fuego enemigo y, sobre todo, el problema de contar con pocas “defensas baxas”: es posible que las murallas fuesen las tradicionales en el área, de elevada estatura, difrerentes de las que se imponían entonces, dictadas por la traza italiana, de escasa altura, entre otras cosas para ofrecer menor blanco a la artillería enemiga. A pesar de esta conclusión del informe, no puede pasarse por alto el esfuerzo de fortificación que se desplegaba en Argel, equiparable al de no pocas ciudades del norte del Mediterráneo. La idea braudeliana de una Cristiandad erizada de fortalezas frente a un Islam que no las necesita116, se desvanece, y no sólo por estos testimonios. En última instancia reposa en la atribución del “dominio del mar” a una de las partes en liza, lo que, como demostró hace años John Francis Guilmartin, no tiene demasiado sentido en las condiciones bélicas del Mediterráneo del siglo XVI. La galera de guerra y el puerto fortificado forman parte de un mismo sistema militar en el que es indispensable el control de islas y costas para asegurar las rutas navales, especialmente las imprescindibles escalas y puntos de aguada que precisan las escuadras de galeras117. Pero lo verdaderamente interesante a nuestros efectos es la descripción que hacen los cautivos cristianos de las infraestructuras militares. Los testigos hablan de “bastiones”, “reparos”, “caballeros”, “rebellines”, o de “culebrinas”, “sacres”, “versos” etc., términos relativamente especializados que aludían a realidades arquiectónicas o armamentísticas bien concretas. No es raro que los cautivos las conociesen bien, dado el ambiente en naval y militar en que vivían y la dedicación militar de muchos de ellos. Tampoco es raro que los escribanos o los jueces aplicasen esas palabras a las descripciones de aquéllos. A ojos de los declarantes y de quienes les tomaban declaración, Argel, como otras 115 Ib., 467, f. 13: “Las nuevas que dize de Argel un christiano que de allí salió de captivo quinze días ha”; Orán, 22 de septiembre de 1539; firmado por el conde de Alcaudete. Hemos respetado la división en párrafos del documento. Además del afán de clasificación de los efectivos militares, sean hombres, navíos, obras de fortificación o armas y piezas de artillería, y de la evidente intencionalidad de Alcaudete y sus hombres por mostrar el estado preciso de Argel y subrayar sus debilidades cuando se barajaba la probabilidad de una expedición personal de Carlos V, estas declaraciones denotan la pericia que sólo podía tener un soldado práctico, muy posiblemente artillero, con larga experiencia en la frontera norteafricana, y que tiene el gusto no sólo de introducir noticas de interés político-social, como ubicar la residencia estival de Hasán Aga, sino también de dar cuenta de sus conocimientos acerca de las antiguas expediciones a Argel, como la de Diego de Vera. 116 El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 2 vols., 2ª ed., México, 1976, págs. 257-284. 117 John Francis Guilmartin, Gunpowder and Galleys. Changing Technology and Warfare at Sea in the XVIth Century, Londres, 1974 (reeditado y actualizado en 2004). 95 ciudades norteafricanas, se fortificaba y armaba “a la moderna”, con técnicas similares a las que por entonces se seguían en la otra orilla del Mediterráneo. No hay duda de ello en lo que respecta a la artillería, donde las excelentes dotes de observación de cautivos como Bernardino de Yscla o el anónimo declarante de 1539 ante Alcaudete, dan fe del uso de una amplia tipología de piezas, comparable a lo que podría encontrarse en una ciudad europea de la época; y, efectivamente, la artillería otomana del Quinientos, lejos de tópicos muy asentados que la consideraban arcaizante y aferrada a la tradición de piezas gigantescas propias del siglo XV, demostraba un adecuado nivel tecnológico y productivo, a la altura del mundo cristiano118. Algo parecido puede decirse con respecto a las técnicas de fortificación. Lejos de considerar a los turcos como partícipes de costumbres o usos militares exóticos, los análisis realizados por los excautivos y refrendados por las autoridades de la frontera (ya sea en Orán, en Cartagena o en Génova), incluyen el norte de África y el limes otomano dentro del mundo militar occidental. Aunque muchos de los interrogatorios que estamos viendo ofrecían una visión de conjunto que era remitida a la Corona, también se pedían y esperaban informes más elaborados preparados por las autoridades de los presidios. Uno de los más completos, sin duda, es el que envió a comienzos de 1536 Bernardino de Mendoza, que al término de la campaña de Túnez había sido nombrado gobernador de La Goleta119. En ese informe se traza un completo cuadro del reino de Túnez. Redactado a instancias del emperador (“en lo que Vuestra Majestad manda que avyse de Çuça y los otros lugares marýtimos, lo que e sabido y podido entender es...”), constituye casi un discurso sobre el litoral tunecino, donde se describe cada lugar con bastantes pormenores (Calibia, Monasrtir, Susa, Mahdia etc.), con información sobre el tamaño del lugar, el asentamiento geográfico, la gente de guerra que allí había, las fortificaciones y la artillería. A diferencia de lo que parecen apuntar las relaciones sobre Argel, la fortificación en las ciudades del litoral tunecino no se ajusta demasiado a los patrones “modernos”. Mendoza la valora con aparente asepsia, lejos del tono displicente que solían emplear los expertos para enjuiciar las fortalezas que no eran de su gusto. Pero sus conclusiones son igualmente claras; aunque los lugares podían ser “muy fuertes”, o labrados de piedra, con muchas torres y razonable artillería, la carencia de traveses, de “defensa baxa”, o la antigüedad de la fortificación las dejaban en situación de evidente debilidad frente a un eventual ataque del emperador120. La más curiosa de las descripciones de Mendoza es la referente a la ciudad de Mahdia, llamada África por los españoles, pues el militar va más allá del mero panorama militar para valorar la vida política: Porque del asiento de Áfryca avrá sido Vuestra Majestad ynformado de los que ahora la vieron, solamente diré lo que e podido entender de algunos moros mys amygos y de otros que para ynformarme a ella e enviado. Sigún su relaçión, este lugar siempre se a governado a manera de repúblyca, porque su costumbre es reçibir un alcayde de los reyes de Túnez sin nynguna jente de guerra, al qual dan los diezmos de lo que cojen porque les haga y 118 Gabor Ágosto, Guns for the Sultan. Military Power and the Weapons Industry in the Ottoman Empire, Cambridge, 2005. En general, sobre las fortificaciones del área, Antonio Sánchez-Gijón, “La Goleta, Bona, Bugía y África. Los presidios del reino de Túnez en la política mediterránea del emperador”, en Carlos José Hernando Sánchez [coord.], Las fortificaciones de Carlos V, Madrid, 2000, págs. 625-651. 120 “Calybia (...) es un lugar muy fuerte y antiguo, la muralla labrada de piedra quadrada, con algunas torres; está sentado sobre un alto çerro a la lengua del agua, será se çien casas poco más hu menos; tiene seys pieças de artillería, las quatro de hierro y las dos de bronzo; no tiene través ny defensa baxa [habían quedado “treynta turcos” en la ciudad para su defensa]. Monesterio es lugar de noveçientas casas. Su asiento es en llano, poco alto de la mar, sobre una peña, en medio está un çerro sobre que está la fortaleza, la çerca della es de piedra, tiene quarenta torres; la muralla del lugar es asimismo de piedra; tiene un arrabal çercado de tapias para su defensa; le quedaron quarenta turcos y veynte pieças de artillería de bronzo y de hierro. Çuça es un lugar de seyscientas casas asentado en una ladera, la fortaleza en lo alto della, las murallas de piedra; el çircuyto es grande y a partes despoblado; para su defensa tiene çinqüenta turcos y quarenta pieças de artillerýa de bronzo y de hierro, entre las quales ay una culebrina y dos medias”: AGS, Estado, Costas de África y Levante, 463, f. 69, Bernardino de Mendoza a Carlos V, La Goleta, 3 de febrero de 1536. 119 96 admynystre justiçia. Este alcayde acude al rey con una parte dellos; no dexan entrar christiano ny judío ny moro si no es conocido y esta manera de guarda y gobierno a muchos años que tienen, por lo qual dexaron de reçibir la jente de Barbarroxa, y porque piensan estar seguros del Armada de Vuestra Majestad no obedeçiéndole. Del rey de Túnez no han reçibido persona, aunque an enviado a tratar con él que asigurándolos del Armada de Vuestra Majestad reçibirán su alcayde como es costumbre. La poblaçión que tiene será de dos myll casas; no está fortificada de nuevo ny tiene jente de guerra, porque como he dicho no la acojen; la de la mysma çibdad es jente belycosa y de la mejor desta tierra. Las murallas sin altas y tierrapleno a la parte de la mar, que casi la cerca toda; a la parte de la tierra avrá treynta pasos de muralla más flaca, por donde es la entrada, que tendrá quarenta pasos de ancho y dozientos en largo, hasta salyr a la campaña, que es muy fértil de pan y ganados y azeyte. Bien creo y tengo por cierto que vinyendo el Armada de Vuestra Majestad se llevará fácilmente, porque el temor que los moros tienen es tan grande, que con muy poca cosa se sojuzgaría toda la tierra121. La adhesión de Mendoza, recién llegado a un puesto de gobierno en África, de un programa político y militar típicamente fronterizo no puede ser mayor. El conocimiento preciso del entorno, el mantenimiento de una fuerte influencia sobre el mismo y la apelación al auxilio militar de la Corona se convierten fácilmente en algunas de las claves del gobierno de los presidios, lo mismo que la búsqueda del entendimiento con los musulmanes y el esfuerzo por entender sus costumbres e instituciones, en una evidente tentativa de empatía. En otro orden de cosas, la reunión de semejante información por parte de Mendoza se derivaba, como refleja el texto citado, no sólo de los tunecinos que le fueran leales (sus “amygos”), sino también de las noticias que pudiesen aportar agentes enviados a las plazas sobre las que se informa: el mantenimiento de una red de confidentes sobre la situación del entorno musulmán más o menos hostil, red en la que junto a los espías, se integrarían de manera natural los cautivos evadidos o rescatados. El último, pero no menos importante, interés de las autoridades de la frontera en los relatos de los cautivos o prisioneros, se dirige a los planes de las escuadras argelinas o del Turco, ya se trate de atacar alguna ciudad española, como Cádiz (según alertaba un cautivo por carta, hacia fines de 1535, “dizen que an de dar sobre Cáliz con treynta y çinco velas”)122 o de venir a los reinos de Granada y Valencia a recoger “mudéjares”. Así al arráez Xaba se le preguntó por qué Barbarroja había enviado en 1534 de su potente armada treinta galeras a Argel: “Dixo questas abían destar conforme a la nueva quel dicho Xaba arráez tuviese de las lenguas que oviese tomado y que si en estas mares no obiese armada que los resystiese que avían de tomar mudéjares y los lugares que les pareciese podían robar”.123 Esta noticia, que confirmaban casi totalmente sesenta cautivos cristianos124, traducía la inquietud del capitán general de las Galeras de España, precisamente la escuadra que debía oponerse a la otomana. Aún más ansiedad despertaban esas noticias en las costas de España, donde los relatos de los cautivos sobre los planes de Barbarroja y sus adláteres muchas veces se exageraban o, al menos, aderezaban convenientemente para despertar la simpatía del lector. Es el caso de una historia que narraron en la ciudad de Valencia un par de cautivos recién salidos de Argel, historia que los jurados incluyeron en las instrucciones de sus enviados a la Corte de la emperatriz Isabel. Aquellos excautivos contaban que en Argel, gracias a la amistad que habían hecho con un 121 Ib. La lectura de los párrafos de la carta de Mendoza no deja de evocar el texto dedicado por León Africano a las mismas ciudades tunecinas en su Descripción general de África y de las cosas peregrinas que allí hay, Venecia, 1550 (Barcelona, 1994). 122 Ib., 462, f. 131. 123 Ib., 461, f. 175. 124 “Fue tomada la confesyón a Xaba arráez, ques esta que enbío a Vuestra Magestad con esta carta; en todo se conciertan él y sesenta christianos cativos que aquí an traýdo, syno quél dize quel bizcocho que se haze en Argel son diez mill quintales y estotros dizen que son treynta mill en Argel y treynta mill en Meliana”: de la carta ya citada de Bazán al rey, ib., f. 174. 97 renegado, muy próximo a Barbarroja, habían sabido que éste, en combinación con Solimán, y gracias a informes proporcionados por alfaquíes valencianos refugiados en Argel, preparaba una formidable ofensiva contra el reino de Valencia, que, gracias al apoyo de los moriscos valencianos, se habría convertido en presa fácil. El terror de las autoridades valencianas era comprensible, pero la historia más que informar de verosímiles proyectos del enemigo pretendía conmover el ánimo del Gobierno de la emperatriz, recabar atención para el reino y lograr que se llevara a cabo la campaña de Argel125. Por parecidos motivos, desde que en Orán se comenzaron a tener noticias, mediada la década de 1540, de los planes expansivos de los otomanos en el reino de Tremecén, se enviaron informes al Gobierno de la Monarquía con análoga intención. Uno de los primeros avisos lo contava un cautivo “que huyó de Meliana”, según el cual “después que llegó el hijo de Barbarroxa en Argel, a oýdo a algunos turcos y renegados que Barbarroxa avía mandado a su hijo que travajase por tomar a Tremecén, y que dezían que si lo tomava que este ynvierno avía de traer todos los mudéjares que pudiese del reyno de Valençia y Granada para poblar a Tremeçén y a Mostagán, y que para esto quedavan los navíos de Dargute arráez en Argel”126. Alcaudete, remitente del aviso, ligaba hábilmente su seguridad, la defensa de las costas de España y el problema de la fuga de moriscos, uno de los más preocupantes en reinos como Valencia o Granada. Las noticias que se recibían a lo largo de 1545 ya aludían a los avances militares de los turcos y al recibimiento que encontraban. Alcaudete, basándose en las noticias traídas por un cautivo portugués y otros más, huidos del campo turco, dio una versión significativa de la entrada del hijo de Jairedín Barbarroja en Tremecén: Dizen que se aposentó en el mexuar y qye a Muley Boabdila lo hizo aposentar en la casa de Muley Menguin y le puso guardas. Dizen que mandó juntar ell aljama y todas las personas principales, y les mandó que obedesçiesen por rey a Muley Boabdila, y que ellos respondieron que si les mandava resçebillo por rey que desampararían la tierra así chicos como grandes. Dizen que ocho días antes de su partida mandó pregonar que pues no querían obedeçer a Muley Boabdila por rey, que él dexava por rey en su lugar al alcayde Axibeli, turco, que era alcayde de Costantina, que mandava que lo obedesçiesen como a él mismo, al qual obedesçieron todos los de la ciudad, y quedaron contentos. El qual quedó con seisçientos turcos y treze renegados y azuagos. Dizen que luego mandó garramear toda la çiudad a cinco doblas por casa, y así lo hazían tratando mal a los judíos y moros. Dizen que mandó hazer luego moneda de doblas para embiar a Turquía a que viesen el oro que avía en aquella ciudad, que es oro de veinte y dos quilates127. La ocupación de los lugares de poder, la designación y el despliegue de la guardia, la reunión de la “aljama”, las negociaciones sobre las condiciones de gobierno, la imposición de tributo, y la acuñación de moneda, tan llena de significado en el mundo islámico y el Imperio otomano, son las claves de la descripción compuesta (y firmada) por el conde de Alcaudete de la ocupación otomana de Tremecén, a partir de lo que decían cautivos evadidos. El reino, considerado de influencia hispánica, caía bajo el poder del principal enemigo de Carlos V, lo que justificaba una narración tan pormenorizada en la que ni siquiera falta el guiño a los tesoros que podían encontrarse en la empresa africana. The White Cobra was right. Venturas y desventuras del corso En 1543 Bernardino Paniza, un antiguo cautivo, luego renegado, escapó de la Armada otomana cuando pasaba junto a las costas de Italia. Pronto fue apresado por los oficiales del 125 Referí esta historia en La defensa del imperio. Carlos V, Valencia y el Mediterráneo, Madrid, 2001, pág. 269. AGS, Estado, Costas de África y Levante, 471, s.f. 127 Ib., “Lo que dizen Anton Dargujo, portugués, y otros que huyeron del campo de los turcos, martes, dies de nobienbre”. 126 98 emperador, a quienes manifestó sus deseos de volver a la fe. Fue sometido de inmediato a interrogatorio y proporcionó abundante información sobre los planes del almirante otomano, Jairedín Barbarroja, y la colaboración que a su flota se disponía a prestar Francisco I, en guerra contra Carlos V. Juntamente con precisos datos sobre la composición y el destino de la Armada turca, Paniza contó a sus captores el plan que el temible Barbarroja barajaba para el caso de que se frustara la colaboración del rey francés. Para tal eventualidad, el antiguo corsario tenía previsto marchar a Túnez, revolver el país y recuperar un fabuloso tesoro que allí había dejado enterrado años atrás. Según las palabras de Paniza: Et quando il Re non atendese a la promesa, vole andar in Tunis per rivoltar el paese et prender un certo tesoso de un milion d’oro, soterrato per lui in quela campagnia128. El brillo que sin duda apareció en los ojos de Paniza al hacer esta revelación reflejaba las ideas que se iban extendiendo en el mundo cristiano sobre la riqueza de Argel producto del corso y del comercio. Historias de riqueza que alcanzarían la literatura de ficción en la que se podía presentar Argel casi como un nuevo El Dorado. Lo divulgó así el autor de la continuación del Lazarillo, quien alistó a su héroe en la campaña imperial de Argel, de 1541: Sepa vuestra merced que estando el triste Lázaro de Tormes en esta gustosa vida (...) vino a esta ciudad, que venir no debiera, la nueva para mí, y aun para otros muchos, de la ida de Arjel. Y comenzáronse de alterar unos, no sé cuántos, vecinos diciendo: ‘Vamos allá, que de oro hemos de venir cargados’. Y comenzáronme con esto a poner codicia; díjelo a mi mujer y ella, con gana de volverse con mi señor el arcipreste, me dijo: ‘Haced lo que quisiéredes; mas si allá vais y buena dicha tenéis, una esclava querría que me trujésedes que me sirviese, que estoy harta de servir toda mi vida. Y también para casar a esta niña no serían malas aquellas tripolinas y doblas zahenas de que tan proveídos dicen que están aquellos perros moros’. Con esto, y con la codicia que yo me tenía, determiné (que no debiera) ir a este viaje129. El tópico de los tesoros acumulados por los enemigos o por los reyes, ya fuesen musulmanes, orientales o cristianos, tendría, como es bien notorio, una vida larguísima y haría escribir a Washington Irving o a Rudyard Kipling evocadoras páginas que nos trasladan a exóticos ambientes que van de la Granada nazarí a los reinos perdidos de la India, cuyos soberanos amasaban riquezas, muchas de las cuales quedarían perdidas para siempre en oscuros pozos o abismos: No mere money would begin to pay the value of this treasure, the sifted pickings of centuries of war, plunder, trade and taxation. The coins alone were priceless, leaving out of count all the precious stones; and the dead weight of the gold and silver alone might be two or three hundred tons130. Difícilmente encontraremos mejor descripción del esplendor de aquellos soñados tesoros y, sobre todo, de la esterilidad de la avaricia de quienes los amasaban. Pero la codicia de reyezuelos o tiranos como Barbarroja se volvía tan inútil para ellos como atractiva para cualquier aventurero. Ahora bien, la fantasía de estos relatos solía contrastar con las palabras de quienes conocían la dureza de la vida de frontera en la Berbería del siglo XVI, que no dudaban en separar netamente los sueños de riqueza de, por ejemplo, las Indias, de la decepcionante rutina de la vida del presidio131. Incluso la imaginación hispana 128 Ib., 470, f. 145: “Relaciones (sic) de Bernardin Paniza (...) renegato, lo quale so anni otto che scavo di Barbarossa et sete che e renegato, et questa matina fu preso apresso le mure de la citta, dicendo lui che fugeva del’armata turchesca per ritornarse a la fede”. 129 Segunda parte de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, por incierto autor, en Biblioteca de Autores Españoles, vol. III, Madrid, 1925, pp. 91-92. 130 Rudyard Kipling, “The king’s ankus”, en The Jungle Books, cito por la edición de Londres, 1955, pág. 238. De Irving, al que se alude en el texto, nos referíamos, naturalmente, a los Tales of the Alhambra. Inútil referirse a la larga nómina de autores decimonónicos que se ocuparon del tópico, desde Robert Louis Stevenson a Emilio Salgari. 131 De las noticias de esplendor económico argelino en la década de 1530, frente a las penurias de los presidios, me ocupo en “Imágenes indirectas. La Cristiandad y el Islam en los interrogatorios a cautivos”, artículo citado. Tomamos tan sólo una 99 sobre la riqueza y la fácil vida del corsario también contrastaba con lo que decían muchos a propósito de la actitud de los argelinos hacia el corsarismo y la enemistad con el rey de España. En efecto, a pesar de todos los beneficios que los corsarios parecían llevar a la ciudad de Argel, una relación de noticias llegadas de allí en 1545, atribuye tanto a los naturales argelinos como a los emigrados desde España el deseo de librarse de los corsarios, convertidos en una especie de incómodos huéspedes: Por vía de Mostagán se sabe que los naturales de la tierra y los mudéjares quisieran echar a los turcos y a los navíos con los cristianos de Argel, para hazer su partido con Su Majestad, porque dizen que si en Argel no tuviesen navíos que hiziesen daño en los reynos de Su Majestad ni cristianos cautivos, que Su Magestad no se acordaría de Argel y los dexaría estar en sus haziendas132. La frase coincide en tal grado con la que escribió Pedro de Nárvaez en carta a Francisco de los Cobos seis años antes, que puede pensarse en una inspiración similar. Así, en 1536 Narváez, que acababa de salir de Argel, contó al secretario imperial una conversación que había tenido con Hasán Aga: “Habló un día a Abcanaga, governador de Argel, que fue capitán del campo de Túnez, y le dixo que si él no embiase fustas a hazer daño a los christianos, que no se acordarían de Argel”. La respuesta del turco no pudo ser más clara: “Mira Narbáez, no puedo hazer otra cosa, así por dar de comer a esta gente de guerra, como porque estos son los que me sostienen”133. Este pretendido desacuerdo de los argelinos con la política agresiva de los turcos lo cerficaron también ciertos prisioneros que declararon ante el conde de Alcaudete: “Dizen que a los vezinos de Argel les pesó de venir el rey a tomar a Tremeçén porque tenían por cierto que tomando a Tremeçén a de mandar Su Magestad hazer armada para tomar a Tremeçén y Arjel”134. Pero esto, en definitiva, más que nada nos advierte del sempiterno interés del conde de Alcaudete por atraer la actividad militar de la Monarquía, y más en el momento preciso en que la atención de Carlos V se orientaba hacia el norte de Europa, y cuando la ofensiva otomana por tierra era más sensible en las inmediaciones de Orán. Estas valoraciones sobre el parecer de los argelinos a propósito de la agresividad otomana también reflejan el temor que sienten hacia una probable ofensiva imperial. Ya hemos visto hasta qué punto la presentación del miedo en el enemigo puede ser un recurso argumental. Pero no hay que perder de vista que el Argel de Barbarroja o de Hasán Aga no podía ser aún el escenario de la perfecta armonía entre corsarios y ciudadanos, pues la instalación de los primeros es todavía demasiado reciente135. Los peligros de la enemistad hacia los españoles eran demasiado evidentes para muchos, de manera que las riquezas que ofrecía el corso estaban tan envenenadas como las que guardaba la Cobra Blanca en el relato de Kipling que hemos citado más arriba. Argel, además, no es aún una ciudad inexpugnable. Precisamente las obras de fortificación que empiezan a acometerse inmediatamente después de la caída de la fortaleza del Peñón (1529) se alargan durante varias décadas, y serán presenciadas por numerosos cautivos que, como hemos visto, no dudarán en dar cuenta de ello a las autoridades cristianas. significativa cita de las que recogemos en ese trabajo, y que proviene de una carta de Perafán de Ribera a Carlos V en 1534: “que Bugía no es el Perú, donde hay oro y perlas en las cabalgadas; aquí no hay sino turcos y moros”. 132 AGS, Estado, Costas de África y Levante, 471. 133 Ib., 467, f. 2. 134 Ib., 471. 135 Véase sobre las diferencias entre los otomanos y los naturales de la zona, Miguel Ángel de Bunes, Los Barbarroja. Corsarios del Mediterráneo, Madrid, 2004, págs. 99-100. 100 Identidades en el relato Pero los cautivos tenían muchas más cosas que referir, además de las peculiaridades del sistema militar otomano. Junto a las que acabamos de ver, tocantes a las expectativas de riqueza, formulaban otros juicios sobre el valor de los turcos, la confianza que se podía tener en ellos, o, incluso, las relaciones que entablaron en el cautiverio. A través de las lógicas ideas de rivalidad, construidas con argumentos de diferencia y desprecio, se adivina también en los testimonios de los cautivos la inevitable conciencia de la semejanza, fundamentada en conceptos como la dignidad de la lucha contra el infiel o las virtudes y grandeza del enemigo, que, en el fondo, reflejan las que uno aspira para sí136. Mucho más de lo contenido en los interrogatorios de las autoridades civiles y eclesiásticas es lo los antiguos cautivos debían de contar a sus amigos y allegados, o lo que algunos podían poner por escrito, aunque tuviesen que andar con ciertas cautelas. Creo que algo de eso hay en la continuación del Lazarillo que hemos citado más arriba. Entre las diferentes interpretaciones que se han dado de esta enigmática obrita, la que más ha retenido nuestra atención es la que relaciona la aventura del pícaro en el mundo submarino de los atunes con las vicisitudes de los renegados en el munco islámico, particularmente en el Imperio otomano. En una breve nota sobre el tema de la disputa del agua y el vino, Charles V. Aubrun identifica “atún” con “renegado”, sin que, a decir verdad, sepamos muy bien de donde procede tal identificación137. No obstante la idea es productiva. Al margen de otras claves más alambicadas presentadas por el mismo autor138, Marcel Bataillon, en su edición bilingüe del Lazarillo, retoma la cuestión, inclinándose por ver la trama de la novela a partir de la experiencia de los marranos, afirmando la posibilidad de que el autor evocase en su obra algún caso sucedido entre los marranos, que desaparecían, al menos temporalmente, en el Imperio turco139. Más clara es su interpretación de la última metamorfosis de Lázaro, al volver a su figura humana y ser presentado públicamente en un catafalco, episodio que evoca sin dificultad un auto de fe140. Por mi parte no considero forzado ver en Lázaro-atún a un renegado, y en el mundo de los atunes un trasunto del Imperio turco o, más en particular, de la ciudad de Argel. Las evidencias son muchas: la frecuencia con que se emplea el léxico de la conversión y del cambio de hábito, el aprendizaje de una lengua nueva por parte del protagonista, la completa transformación exterior de este, que llega a no reconocerse a sí mismo, la descripción de las estrategias de caza de los atunes, que pueden recordar a las de los corsarios, la venida a las costas de España a desovar, en periplo parecido al de las fustas de Argel, etc. Ninguna de esas evidencias es, hay que admitirlo, concluyente y, además, no aclaran todas las alusiones más o menos en clave que contiene la novela. Pero tampoco ése es nuestro objetivo. Por el contrario nos interesa destacar que los interrogatorios a que somete a Lázaro responder ante las autoridades cristianas y las confesiones que se ve obligado a hacer, sitúan al protagonista de esta historia en la misma tesitura que los excautivos que hemos visto en este trabajo. El 136 “Imágenes indirectas...”, art. cit. “Ainsi [thon] designe-t-on le chrétien renégat, converti à l’Islam”, afirma, como hecho conocido, en nota a pie de página en su breve estudio sobre “La dispute de l’eau et du vin” en Bulletin Hispanique, LVIII (1956), págs. 453-456, en concreto, pág. 456, n. 16; previamente interpreta el episodio de Lázaro ante la Verdad como la alternativa del protagonista entre mantener o no la fe católica una vez transformado en atún. 138 Por ejemplo, en el vol. LIX (1957) de Bulletin Hispanique, págs. 84-86, en que presenta los resultados de las investigaciones de M. Saludo. 139 “Il n’est pas impossible que le continuateur du Lazarillo ait pensé à quelque aventure mémorable parmi les marranes qui, évadés du monde chrétien, disparaissaient pour un temps dans l’empire turc”, La vie de Lazarillo de Tormes (La vida de Lazarillo de Tormes), traducción de A. Morel-Fatio, introducción de M. Bataillon, París, 1958, pág. 65. 140 Ib.; los comentarios de Bataillon a esta obra, en págs. 60-69. Recoge estas interpretaciones Albert Mas, Les turcs dans la litérattur espagnole du siècle d’or (Recherches sur l’évolution d’un thème littéraire), 2 vols., París, 1967, vo. I, págs. 44-45. También puede verse un resumen en Juan Luis Alborg, Historia de la literatura española, t. I, Edad Media y Renacimiento, Madrid, 2ª ed. (apliada), 1970, págs. 795-796. La alusión que encontramos en Jean Canavaggio, Historia de la literatura española, Barcelona, 1994 (ed. francesa de 1993), vol. II, El siglo XVI, págs. 133-134, es muy breve pero también recoge el probable carácter en clave de la novela. 137 101 conjunto de esta novela autobiográfica puede verse como la relación (fingida) de un excautivo, en la que se cuenta la vida de éste desde que embarca para Argel, es capturado y se salva gracias a que reniega de su fe, y se integra en el mundo turco, que, al margen de la infidelidad religiosa, es presentado con las mismas virtudes (lealtad, amistad etc.) y los mismos vicios (corrupción, gusto por los honores, traición etc.) que el mundo cristiano141. De acuerdo con las técnicas dramáticas y literarias de la época, la realidad se introduce en la literatura mediante un proceso de “estilización estética”, de modo que queda convertida en algo notable, digno de memoria. La inclusión de elementos fantásticos, aunque arraigados en la tradición de las metamorfosis, sólo parcialmente desvía la atención del lector hacia el mundo de la imaginación. La alegoría permite la difusión normal de este relato, en el que se presenta un mundo paralelo, el mundo de los infieles (“los infieles atunes”, como subrayó Bataillon142), que no sólo se describe invertido, con la atribución al otro de todos los defectos y maldades, en exaltación de lo diferente y de la oposición politica, militar y religiosa143, sino que también se subraya la identidad esencial entre unos y otros. Una imagen que, al menos en buena medida, se deriva de las experiencias de la frontera. 141 Y puede añadirse un rasgo propio del mundo mediterráneo musulmán: la posibilidad de medrar gracias al mérito propio, con independencia de la cuna (Bennassar, Los cristianos de Alá, op. cit., págs. 21-22). 142 Op. cit., pág. 65. 143 Visión que, para las crónicas medievales de la Península, ha desarrollado Ron Barkai, Cristianos y musulmanes en la España medieval. (El enemigo en el espejo), Madrid, 1984. Pueden verse también los argumentos de la controversia entre España y el mundo islámico en los primeros siglos de la Edad Moderna en el trabajo de Miguel Ángel de Bunes, La imagen de los musulmanes y del norte de África en la España de los siglos XVI y XVII. Los caracteres de una hostilidad, Madrid, 1989, a través del cual también pueden verse intentes de comprensión y equiparación. 102 La frontière rapprochée : conflits au sein de la société vénitienne au temps de la ligue de Cambrai (1508-1516) Claire Judde de Larivière, Birkbeck College, University of London, Framespa La société vénitienne à la fin du Moyen Âge n’est traditionnellement pas considérée comme une société de frontière. Au contraire, presque, serait-on tenté de dire, la cité-État apparaît bien souvent, dans les études qui lui sont consacrées, comme un ensemble cohérent et unique, isolé des territoires voisins par une frontière infranchissable : les eaux saumâtres de la lagune. Jusqu’à la construction tardive du pont de la Liberté reliant la cité à la « Terre ferme »144 (1846), et depuis ses origines aux VIe siècle, la ville jouit d’une situation géographique exceptionnelle. La particularité du site est ainsi pour beaucoup dans la spécificité de l’histoire vénitienne, des caractéristiques tout à fait originales de la société, de ses structures politiques et économiques. Parler de Venise dans le cadre d’une conférence consacrée aux sociétés de frontière peut donc sembler paradoxal. Néanmoins, nous allons le voir, la mise en perspective du cas vénitien avec les questions posées par les organisateurs de ce colloque s’est révélée tout à fait pertinente. En effet, la stabilité de la société vénitienne au Moyen Âge et à l’époque moderne fait de Venise un espace privilégié pour réflechir aux caractéristiques du lien social dans une cité où il n’y eut ni révoltes populaires, ni coup d’État, ni graves ruptures dans l’histoire millénaire du gouvernement patricien. Par ailleurs, si Venise n’est pas, a priori, définie comme une société de frontière, certains moments de son histoire méritent pourtant notre attention. Ainsi, avons-nous ici choisi d’étudier la période 1508-1516, huit années durant lesquelles les coalisés de la Ligue de Cambrai – royaume de France, Empire, Papauté – s’attaquèrent au territoire de Venise. La ville se retrouva menacée, circonscrite par une frontière resserrée et rapprochée, les troupes ennemies campant à plusieurs reprises aux portes de la lagune. Durant ces années de guerre, différents conflits ébranlèrent la société vénitienne et nous voudrions ici étudier leurs causes, modalités et conséquences. Deux remarques préliminaires sont néanmoins nécessaires. Notre postulat de départ est que les événements de ces années peuvent être considérés comme le moteur d’un déplacement/rapprochement de frontière, à la suite duquel Venise devint temporairement une « société de frontière ». Cette hypothèse de travail peut paraître artificielle, nous en sommes conscients, et nous avons eu le souci de ne pas la réifier outre mesure, mais plutôt d’en faire le point de départ d’un travail d’analyse que nous espérons pertinent. Par ailleurs, dans le cadre de la guerre de 1508-1516, il est bien entendu difficile de distinguer clairement les conflits qui relèvent de la guerre de ceux plus proprement liés au déplacement de la frontière. Nous avons été attentifs à prendre en considération des conflits qui, s’ils ont pu être provoqués conjointement par ces deux facteurs, sont fortement liés à la menace que représente la proximité nouvelle de la frontière. Dans un premier temps, il conviendra d’interroger ce qu’est une société de frontière et de voir comment une telle définition peut, et dans quelle condition, s’appliquer à Venise, à la fin du Moyen Âge. Puis nous voudrions revenir sur les événements des années 1508-1516 et la guerre de la ligue de Cambrai. L’utilisation des chroniques de l’époque permettra en particulier de nous concentrer sur la perception qu’eurent les Vénitiens de ces événements. 144 C’est ainsi qu’est appelé l’arrière-pays vénitien au Moyen Âge et encore de nos jours. 103 Dès lors, il s’agira d’étudier les conséquences du déplacement, rapprochement et renforcement de la frontière vénitienne, et de déterminer les types de conflits qui furent provoqués par de tels événements. Enfin, quelle lumière ces conflits temporaires et circonstanciés apportent-ils sur la nature du lien social à Venise ? C’est sur cette question que nous voudrions conclure. La frontière vénitienne Les recherches récemment consacrées aux sociétés de frontière à l’époque médiévale, en particulier dans les cas espagnol et britannique, ont inauguré de nombreuses discussions sur le caractère spécifique de ce type de société145. Sans revenir ici sur les enjeux historiographiques des débats, ni sur les éventuelles caractéristiques que l’on pourrait attribuer aux sociétés de frontière, retenons toutefois le caractère multiforme généralement admis de ce type de société. Il serait ainsi inutile de chercher à établir un idéal-type de la société de frontière. Face à la grande variété de modèles disponibles, il convient davantage de se demander dans quelle mesure Venise peut être intégrée dans cette réflexion et de considérer les éléments du débat à la lueur de cet exemple. Les récents travaux consacrés aux États de l’Italie du nord à la fin du Moyen Âge ont mis en avant les réflexions en termes de territoire et de centre et périphérie146. En effet, le développement des contadi autour des plus grandes cités avait donné à l’espace italien une configuration particulière dont découlait une définition spécifique de la frontière. Ainsi, si la frontière peut généralement être définie comme « la périphérie de deux ou plusieurs formations politiques »147, la question est souvent plus complexe dans le cas italien. Les territoires soumis aux villes de Florence, Venise ou Gênes mettaient à distance la frontière. Ces espaces n’étaient pas d’une définition aisée. En terme de droit et de pouvoir, ils ne pouvaient être considérés comme équivalent au territoire de la capitale. Néanmoins, ils étaient part d’un Stato et bénéficiaient de ce fait de certains droits et privilèges. Dans le cas de Venise, la question recouvre deux problèmes de nature différente. D’une part, la lagune constituait, à l’origine, le contado de Venise, et par conséquent la première frontière autour la ville, la protégeant d’attaques tant terrestres que maritimes : à l’ouest et au nord, Venise se défendait ainsi d’éventuelles incursions venues des territoires italiens ; au sud et à l’est, les lidi fermant la lagune étaient autant de barrières naturelles contre les dangers de l’Adriatique. Jusqu’à la conquête de la Terre ferme, entre 1390 et 1410, la lagune fut le véritable contado de Venise. La particularité du site constituait l’un des fondements du mythe de Venise : Vénus née des eaux calmes du nord de l’Adriatique, vierge immaculée et protégée par les eaux saumâtres, même si menacée par la mer. Les chroniqueurs médiévaux firent de cette rhétorique l’un des topos de la mythologie vénitienne. Déjà Cassiodore au VIe siècle évoquait-il ces habitants, « oiseaux de mer, vivant sur l’eau ou sur la terre », qui attachaient leur navire au mur comme on attache un cheval. A sa suite, chroniqueurs, sénateurs, stratèges et diplomates ne cessèrent de faire de cette rhétorique l’un des thèmes récurrents de l’histoire de Venise. La lagune, réputée infranchissable, protégeait donc la ville et ses habitants, assurant à la société vénitienne une extrême stabilité. Encore au début du XVIe siècle, cette idée restait forte pour les contemporains. Venise n’avait jamais été directement attaquée, envahie, mise en péril par des troupes étrangères. Les seules 145 Voir en particulier A. Goodman, A. Tuck (éd.), War and Border societies in the Middle Ages, Londres, New York, 1992 ; Las sociedades de frontera en la España medieval, Saragosse, 1993 ; R. Bartlett, A. MacKay (éds.), Medieval Frontier Societies, Oxford, 1989. 146 E. Fasano Guarini, « Center and Periphery », The origins of the State in Italy, 1300-1600, J. Kirshner (éd.), Chicago et Londres, 1995, p. 74-96. 147 Pascal Buresi, La Frontière entre chrétienté et Islam dans la péninsule Ibérique. Du Tage à la Sierra Morena (fin XIemilieu XIIIe siècle), Paris, 2004, p. 25. 104 menaces véritables dataient de la fin du XIVe siècle, et furent du fait des Génois qui, lors de la guerre de Chioggia en 1378-1381, parvinrent à atteindre le sud de la lagune. L’événement resta pour longtemps dans les mémoires, et incarna le parangon des dangers potentiels que devait redouter Venise. En octobre 1513, au moment de la guerre de la ligue de Cambrai, quand la lagune fut à nouveau menacée, le chroniqueur Marino Sanudo compara la situation à celle de 1382, lorsque les « Hongrois [alliés des Génois] incendièrent la ville de Mestre », la cité de Terre ferme la plus proche de Venise148. Les caractéristiques de la lagune font de la frontière vénitienne un espace difficile à définir. Comme souvent à l’époque médiévale, cette frontière n’était pas incarnée par une ligne, mais par un espace vaste, une région à part entière. Les îles de la lagune, telles Murano, Torcello, Burano, faisaient de la lagune un espace habité, et non pas seulement un vaste no man’s land. Sans doute, d’ailleurs, les petites communautés lagunaires s’étant installées sur ces îles pourraient-elles être considérées comme de véritables sociétés de frontière et mériteraient d’être étudiées en ces termes. Une autre spécificité de la lagune, bien entendu, est qu’elle constituait une frontière liquide, donc considérée comme plus sûre, voire inviolable. Ainsi, l’image d’une ville sans murailles, ni portes – fait exceptionnel pour une ville médiévale – était constamment utilisée dans les textes de l’époque et chaque nouvelle génération de chroniqueur reprenait à son gré la métaphore d’une muraille liquide. La lagune n’était pas pour autant une simple « frontière naturelle », et la typicité géographique de l’espace ne suffisait pas à en expliquer l’importance. Comme tout autre frontière, elle était aussi, et avant tout, un construit historique. Infranchissable pour qui aurait voulu attaquer la ville, s’attaquer à sa virginité, combien était-elle perméable aux incessants trafics entre Venise et Mestre, aux traversées continues des barques et chalands, transportant les marchandises essentielles à la survie de la cité. En outre, si les eaux saumâtres isolaient la ville aussi bien de la Terre ferme que de la mer Adriatique, il serait réducteur de voir en Venise une simple île. Certes, certaines de ses caractéristiques géographiques en faisaient un espace insulaire. Mais la ville était aussi et avant tout la capitale d’un État. Le Stato da mar avait été progressivement constitué à la suite de la Quatrième Croisade en 1204 : les colonies vénitiennes en mer Egée étaient autant de territoires qui formaient un Empire ou un État. De ce fait, c’est sans doute davantage au modèle de la cité-État qu’à celui de l’île proprement dite que Venise peut être rapprochée et c’est en ces termes que sa frontière doit être considérée. Par ailleurs, au-delà de la lagune, un autre espace s’était progressivement constitué, et Venise était, à l’image des autres cités-États italiennes de la fin du Moyen Âge, protégée par un système de frontière double, relativement caractéristique, constituée de lignes successives : celle qui entourait la ville-capitale d’abord, murailles médiévales dans le cas de Florence par exemple, eaux de la lagune dans celui de Venise ; puis la frontière du contado dans le cas des cités toscanes ou lombardes, Terra ferma dans le cas vénitien. A Venise, la nature de cette deuxième frontière était étroitement liée à la genèse même du Stato da terra, c’est-à-dire ce territoire de Terre ferme. Jusqu’à la fin du XIVe siècle, Venise était avant tout la capitale d’un empire maritime, nous l’avons dit. A partir des années 1380, avec la conquête de Trévise, puis celle des villes de Padoue, Vicence et Vérone entre 1404 et 1406, Venise devint la capitale d’un vaste État dans la péninsule italienne elle-même. Ce large espace lui garantit une protection renforcée contre des ennemis potentiels venus de l’extérieur. Il constituait une seconde frontière, similaire aux contadi entourant les autres États italiens, incarnée en une vaste zone tampon entre l’espace originel de Venise, la lagune, et le monde extérieur. Les territoires de Padoue, Trévise, Vérone ou Brescia devinrent alors part de l’État 148 M. Sanudo, I Diarii, 58 volumes, R. Fulin, F. Stefani, N. Barozzi, G. Berchet, M. Allegri (éds.), Venise, 1879-1903 ; 2e édition, Bologne, 1989, vol. 17, col. 116-117, 2 octobre 1513, « Noti. Come per le croniche nostre si ha, che Mestre dil 1382 fo brusà una altra volta per Hongari, e poi fo refata per la Signoria nostra: ora è brusata, come ho scripto. » 105 vénitien, même si chaque contado maintenait une relative autonomie, liée aux traditions propres de chaque territoire, et déterminée en partie par le degré d’autorité revendiqué par les noblesses locales. La Terre ferme était un ensemble disparate, incluant d’une part les grandes villes jadis indépendantes telles que Padoue, Vicence, Vérone, Brescia et Bergame149 ; d’autre part, de vastes zones rurales dominées par des seigneurs féodaux, comme par exemple le Frioul ou le Veronese ; enfin, des milliers de villages et de petites villes rurales, éparpillés sur l’ensemble du territoire, et qui conservaient des privilèges ou des statuts communaux. On le voit donc, peu d’unité ou de cohérence dans ce territoire, qui devint pourtant la Terra ferma, le contado de Venise. Le Stato di Terra ferma nouvellement constitué représentait également un moyen de mettre à distance, et donc de renforcer la frontière vénitienne. La conquête de la Terre ferme eut lieu quelques années après la guerre de Chioggia et la tragédie qu’avait représenté pour Venise l’attaque génoise de la lagune. L’événement avait-il agi comme un révélateur de la fragilité des défenses vénitiennes ? Nous pourrions en faire l’hypothèse, et considérer dès lors la conquête de la Terre ferme comme une tentative d’éloignement de la frontière du voisinage direct de la capitale. Au début du XVIe siècle, la frontière vénitienne était donc triple : la lagune, la Terre ferme, puis la frontière proprement dite, le limes, la ligne de séparation entre les territoires sous domination vénitienne et les autres États italiens. En ce sens, le Stato da terra pourrait lui aussi être perçu comme une vaste société de frontière. Qu’en conclure pour l’espace qui nous intéresse directement, Venise ? Sans doute pourrait-on dire que la ville elle-même n’était pas à proprement parler une société de frontière, mais bien un espace retranché derrière plusieurs frontières protectrices, qui s’étaient élargies et éloignées avec les siècles et qui faisaient de la Sérénissime un espace toujours mieux défendu contre d’éventuelles menaces extérieures. Avec la ligue de Cambrai, et la guerre qui s’en suivit, la brusque incursion des troupes ennemies en Terre ferme eut des conséquences majeures sur les caractéristiques de la frontière vénitienne. La ligue de Cambrai : le rapprochement de frontière La guerre de la ligue de Cambrai constitue, dans l’histoire millénaire de la République de Venise, un moment de rupture d’un grand intérêt du point de vue historique. Le système de frontières multiples que nous venons de décrire ne suffit plus et la lagune se retrouva menacée par des troupes étrangères. Un lent processus aboutit à la constitution de la ligue, signée le 10 décembre 1508, entre le roi de France, l’empereur, le roi d’Aragon, et les ducs de Ferrare, Mantoue et Urbino150. L’alliance, initialement destinée à contrer les Ottomans, se transforma rapidement en une vaste coalition contre Venise, rejointe par le pape Jules II au début de l’année 1509. La guerre ne vit un terme qu’en 1516, grâce au concordat de Bologne. Ces huit années de conflit virent l’alternance de phases plus favorables aux troupes vénitiennes, de moments critiques et de défaites retentissantes, durant lesquels les villes de Vénétie et de Lombardie furent disputées par les deux camps ennemis. Le 14 mai 1509, les coalisés de la ligue l’emportèrent contre l’armée mercenaire de Venise à Agnadello, à quelques kilomètres de Bergame. Les jours suivants, toute la Terre ferme vénitienne fut perdue. De nombreuses villes sous domination vénitienne se rebellèrent contre 149 E. Muir, « Was There Republicanism in the Renaissance Republics ? Venice after Agnadello », Venice Reconsidered. The History and Civilization of an Italian City-State, 1297-1797, J. Martin, D. Romano (éds.), Baltimore, 2000, p. 137-167. 150 F. Gilbert, « Venice in the Crisis of the League of Cambrai », Renaissance Venice, J. R. Hale (éd.), Londres, 1973, p. 274292 ; M. E. Mallett, « Venezia e la politica italiana 1454-1530 », Storia di Venezia. Dalle origini alla caduta della Serenissima, Tome IV, Il Rinascimento. Politica e cultura, A. Tenenti, U. Tucci (éds.), Rome, 1996, p. 245-310 ; E. Muir, « Was There Republicanism… », art. cité. Voir également G. dalla Santa, La lega di Cambrai e gli avvenimenti dell’anno 1509 descritti da un mercante veneziano contemporaneo, Venise, 1903. 106 la tutelle de la capitale, sous l’influence des noblesse locales hostiles. Les années qui suivirent furent marquées par une progressive reconquête de ces territoires et une situation plus favorable pour Venise. Néanmoins, l’année 1513 marqua une nouvelle étape dans la progression des coalisés, qui se réemparèrent d’une grande part de la Terre ferme. Cette année-là, Mestre fut prise et brûlée. Enfin, le printemps 1516 vit les derniers efforts de Venise pour reconquérir ses territoires couronnés de succès, avec la signature, le 18 août 1516, du concordat de Bologne. Les guerres n’avaient cessé dans l’empire maritime depuis le XIIIe siècle. La poussée ottomane, au XVe siècle, avait considérablement menacé les possessions vénitiennes en Méditerranée, en culminant avec la prise de Constantinople. Toutefois, jamais la capitale n’avait directement subit les effets de la guerre, et jamais les habitants de Venise n’avaient fait une telle expérience de la guerre. Les événements de 1508-1516 marquèrent donc une rupture, en particulier dans la perception du phénomène à l’échelle collective. La conquête par les ennemis d’une grande partie des territoires de Terre ferme plaça la lagune dans une situation de danger immédiat. La frontière du territoire vénitien était désormais aux portes de la lagune. En 1513 en particulier, lorsque les troupes ennemies se réemparèrent des territoires et qu’ils dévastèrent Mestre, les habitants de la lagune purent faire l’expérience directe et « sensorielle » de la guerre. Les documents révèlent combien ce rapprochement géographique était perceptible dans la ville. D’une part, les nouvelles circulaient rapidement à Venise. Si l’abondance d’information était bien une constante dans le dispositif politique vénitien, les années de guerre virent un renforcement dans ce dispositif. Plus les troupes étrangères se rapprochaient, et plus les nouvelles de leur avancée parvenaient rapidement à Venise151. De nombreux réseaux étaient activés pour informer les institutions et les gouvernants de la menace imminente152. En septembre 1513, par exemple, les ennemis avaient atteint les rives de la Brenta, et la nouvelle parvint par le biais de bateliers, barcaruoli, en provenance de Padoue153. Lorsque les ennemis furent à Mestre, il suffit de traverser la lagune pour informer la ville toute entière de la réalité de la menace. Dès lors, les batailles et manifestations violentes de la guerre devenaient directement perceptibles à Venise. Le rapprochement géographique de la frontière était manifeste. Pour s’en tenir au témoignage du chroniqueur Marino Sanudo, il est fascinant de voir son appréhension s’incarner dans son expérience sensorielle de la guerre. Il avait très précisément la perception de la menace que représentait la guerre. A la fin du mois de septembre 1513, il lui suffit de monter en haut du campanile pour apercevoir la Terre ferme en feu154. Les maisons brûlées par l’ennemi l’étaient à seulement quelques kilomètres de Venise : Mestre et Marghera, déjà à cette époque considérées comme deux villes aux avant-poste de Venise étaient directement attaquées155. En octobre, le chroniqueur raconta comment, depuis Venise 151 Voir plusieurs mentions en août 1519 : M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 9, col. 1, 1er août 1509 ; col. 11 ; col. 32; col. 49. M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 9, col. 331, novembre 1509. 153 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 99, 29 septembre 1513, « Se intese, per via di barcaruoli, vien di Padoa, come in questa note è stà preso da i nimici 4 barche di Padoa andava a Padoa, e fate arivar: sichè zà ditti inimici sono venuti sopra le rive di la Brenta. » 154 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 102, 29 septembre 1513, « E udendo queste voce de fuogi, per veder la verità andai fino in zima dil campanil di San Marco, che si fa nuovo la zima, a hore 22, et vici le grandissime crudeltà fanno i nimici, che si fusseno turchi non fariano pezo. Prima vidi fuogi grandissimi verso le Gambarare, poi in l’osteria di Liza Fusina e altre case, e al Moranzan, e per tutto si vedeano fuogi grandissimi con gran fumi, adeo vidi il sol a hore 23 tutto rosso che pareva sangue per il fumo di tanti incendi; vi andono assà brigate a veder ditti fuogi. Et se intese per la terra il campo inimico pasava la Brenta, vanno brusando per tutto, et questa note bruserano Mestre e tutte le ville e case e altro che troverano; et non si fa una provision ! » 155 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 108, 30 spetembre 1513, « Hor ozi i nemici venuti in Miran, hanno passà de li via, e sono venuti di longo per alozar questa note a Mestre ; e zà vede fuogi graudissimi a Margera che brusano per tutto, quelle osterie vien brusade, etc. » 152 107 et le campanile de San Zulian, il vit à nouveau la Terre ferme en flammes156. Un petit groupe de Vénitiens s’embarqua également afin de traverser la lagune pour aller voir directement les conséquences de telles violences157. Durant ces semaines terribles, les Vénitiens virent et sentirent la guerre comme un événement proche158. Ils entendirent les coups de canon portés à quelques kilomètres de la ville159. Cette perception sensorielle de la guerre, phénomène inédit pour des Vénitiens habitués à la protection naturelle de la lagune, apparaît bien comme une conséquence typique du rapprochement de la frontière. Cette proximité faisait des Vénitiens les témoins directs d’une guerre qui les effrayait. On observe ici, dans le cas de Venise, l’une des caractéristiques des sociétés de frontière : la possibilité de voir et percevoir la présence de l’autre. Et en effet, le péril était perceptible et perçu par tous, et les conséquences à l’intérieur de la société vénitienne furent multiples. Conflits et tensions au sein de la société vénitienne Dans les sociétés modernes et contemporaines, l’une des figures classiques de riposte à la guerre est sans doute celle de l’union sacrée, de la cohésion affichée face aux menaces extérieures. De la même façon, les sociétés de frontière sont souvent considérées comme le lieu de repli de populations conscientes des dangers potentiels provenant de l’extérieur. Néanmoins, comme cela a été suggéré par les organisateurs du colloque, il ne faudrait pas pour autant nier la dimension conflictuelle évidemment présente dans ce type de sociétés. Nous voudrions donc à présent étudier différents conflits, sociaux et politiques qui se manifestèrent à Venise durant les années 1508-1516, déterminer dans quelle mesure ils furent déterminants dans le fonctionnement de la société et en quoi la proximité de la frontière favorisa leur apparition. Nous nous concentrerons ici sur des conflits d’ordre conjoncturel, directement provoqués par la proximité temporaire de la frontière. Par conséquent, nous avons écarté de notre étude les conflits de type structurel, inhérents au fonctionnement de la société, relevant de tensions à plus long terme, qui participent, au même titre que de nombreuses autres structures sociales, au fonctionnement de la société et d’une certaine façon à sa stabilité. Venise ne faisait pas exception, et les conflits entre le pouvoir politique et l’Eglise, entre les nobles et les bourgeois, entre les habitants de San Nicolo à l’ouest et ceux de Castello à l’est étaient autant de formes de relations sociales parfaitement intégrées dans le tissu social de la ville. 156 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 113, 1er octobre 1513, « Noto. Ozi si vete fuogi grandissimi verso Mestre a le palade, et io fui fin a San Zulian con sier Zuan Zorzi qu. sier Jacopo et altri, e primo vidi li inimici a cavalo su l’arzere, tutti in arme bianche, che essendo lontani ancora molto luzevano; vidi fuogo in le palade, zoè di Tombelo, San Martin de Strà; sentii e vidi trar assa’ artelarie grosse di falconeti verso Venexia per disprecio, che altro non potevano far, qual andoe le balote in aqua poco lontan di le nostre barche e di San Segondo, e tutavia il fuogo ardeva. Se intese erano todeschi che vanno fazando questi incendi e non voleno veder Venecia, tanto odio hanno, et sono venuti nudando tre a brusar la pallà di Tombelo ch’è in aqua, et io la vidi brusar, che mi parse gran cossa; portono il bati fuogo con loro e intrati in la pallà i la brusono, che si nostri fuseno stà valenti homeni, poteva obstar con la artelaria. » 157 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 121, 2 octobre 1513, « In questo zorno, poi partito il campo di Mestre, alcune barche con persone andono fino a Margera a veder gli incendi, et altri fino a Mestre, e trovono carnazi crudi et altro che questi poltroni avia lassato, et è restà in piedi solum le chiexie e la caxa di la pieve di San Lorenzo, ch’è il beneficio dil fio di sier Michiel Trivixan, l’osteria di la Corona, e la casa di Sanudi nostri zermani, la qual è sta varentada in questo modo. » 158 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 108, 30 septembre 1513, « Io andai in cao di Canareio, perchè fui nominato di la zonta, e non potei andar a Consejo, e vidi fuogi grandissimi a Margera, e tutte le rive di Canareio erano piene di persone a vede li villani con femene, puti e robe su le straed; era gran compassion, ne si vedea provision alcuna, che in questi casi saria di esser facte grandissime provision. Dio volesse fussi in Colegio, come 7 volte son stato savio ai ordeni, che aricoredia assa’ provision; ma nulla si feva, e a Mestre questa nocte, e si dice doman si leverano e bruserano Mestre. » 159 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 116-117, 2 octobre, « La matina per tempo si senti trar molte artelarie grosse. Fono i nimici a Mestre, come dirò di soto; et io le udii di caxa mia, e se intese certissimo i nimici questa matina levati di Mestre, aver posto fuogo in tutto Mestre e li borgi, zoè cadaun in le caxe dove erano alozati aver ficato fuogo, sichè tutto Mestre brusava, e si vedeva fumi grandissimi. Andai in campaniel di San Marco per veder, vidi di fumi, e tutti coreva per veder biastemando i nemici, e lep oche provision si fanno: è questo zorno di anniversario duodecimo e morando: in tal matina fo brusà Mestre, e sentite artellarie grosse de i nimici verso San Segondo. Le monache questa note si voleano partir dubitando star li, ma pur vedendo 4 barch longe e altre barche a San Zulian, steteno salde, ma ebbeno grandissima paura. » 108 Les conflits conjoncturels étaient plus imprévisibles, et généralement d’échelle restreinte. Ils étaient souvent liés aux conflits structurels et leur origine étaient en général la même. Mais il s’agissait de conflits aux modalités plus rapides, dont les règlements l’étaient également. Enfin, ils étaient plus imprévisibles, et si l’on peut faire l’hypothèse que l’État ou l’élite contrôlaient relativement bien les conflits structurels (discours, ritualisation, etc.), il semble que ces conflits conjoncturels aient davantage échappé au contrôle public. Ils sont de ce fait plus intéressants à étudier pour comprendre le fonctionnement du lien social à Venise. La guerre et la présence des troupes étrangères dans le Stato di Terra ferma provoquèrent de nombreux phénomènes inédits à Venise que les gouvernants et les habitants de la cité durent apprendre à gérer. En premier lieu, l’arrivée des troupes impériales et la violence des combats entraînèrent le déplacement des habitants des provinces vénètes et lombardes sous domination vénitienne160. Suivant la progression des troupes, et fuyant devant l’ennemi, les habitants de Terre ferme cherchèrent la protection de Venise en se rapprochant toujours plus de la cité161. Réfugiés dans des zones proches de la lagune, en particulier à Mestre, ces populations furent amenées à la franchir afin de se réfugier à Venise162. De nombreux documents et chroniques racontent alors l’arrivée en masse, dans la cité, de ces familles de paysans. La présence des populations de Terre ferme dans la capitale de l’État vénitien n’était pas en soi un phénomène entièrement nouveau. Dans le contexte d’expansion manufacturière et industrielle du XVe siècle, la main d’œuvre non qualifiée était bien souvent recrutée parmi ces populations. En outre, certains artisans plus qualifiés avaient également trouvé à Venise un espace propice pour le développement de leurs activités163. Certaines communautés italiennes, tels que les Bergamasques, résidaient dans la lagune de façon stable164. La question de leur statut demeure complexe. Il est en effet difficile de savoir exactement quel était leur statut « légal », en particulier dans le cas des popolani, étant entendu que la plupart des habitants de Venise ne jouissaient pas non plus d’un statut particulier, et qu’il était de ce fait difficile de distinguer un simple popolano d’origine vénitienne d’un autre d’origine étrangère. Une législation complexe régulait néanmoins l’arrivée et le séjour des populations « étrangères » dans la cité. Au début du XVIe siècle, au moment de la guerre de la ligue de Cambrai, l’arrivée des populations de Terre ferme changea totalement de nature. Le flux devint massif. A en croire les chroniqueurs et les textes officiels, les places et les rues de Venise furent rapidement occupées par des familles, hommes, femmes et enfants s’installant dans les espaces publics de la ville dans l’attente d’une situation meilleure. La présence difficilement contrôlable de ces populations « étrangères » était bien une preuve supplémentaire que la frontière était désormais aux portes de Venise, à l’orée de cette lagune réputée infranchissable. L’accueil réservé aux réfugiés fut néanmoins relativement favorable. Le discours officiel ne prit généralement pas une forme de rejet. Rapidement, la pitié et la nécessaire « solidarité » l’emportèrent. Les termes visant à désigner ces « réfugiés » étaient à ce titre révélateurs. Les chroniqueurs M. Sanudo et G. Priuli, de même que les décrets officiels dont nous disposons, 160 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 9, col.44, 10 août 1509 ; ibid., vol. 17, col. 94, 27 septembre 1513, « E da saper, tutto il Piovà è in fuga, tutti coreno a le basse a Monte Alban, e assaissime zente et animali: et molti zentihomeni erano a le so ville sono stati in pericolo grandissimo, parte è zonti, parte non si sa di loro. » 161 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 112, 1er octobre 1513, « Di Treviso, di sier Sebastian Moro podestà et caitanio, di eri sera, vene letere. Come erano venuti li villani 2000, et più saria venuti si non era questi disturbi di fuzer li avanti, e come ha ricevuto li danari mandatoli et dato a le zente, et ne bisogna di altri, per le cose occorente pagar fanti e villani. » 162 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 99, 29 septembre 1513, « A Liza Fusina è pien di persone che fuzeno; è una pietà a veder e li animali et villani. Si manda barche a levarli, ma si stenta per li sechi grandi. » 163 L. Molà, La comunità dei Lucchesi a Venezia. Immigrazione e industria della seta nel tardo Medioevo, Venise, 1994. 164 L. Molà, R. C. Mueller, « Essere straniero a Venezia nel tardo Medioevo: accoglienza e rifiuto nei privilegi di cittadinanza e nelle sentenze criminali », Le migrazioni in Europa, secc. XIII-XVIII, S. Cavaciocchi éd., Florence, 1994, p. 839-851. Sur les Bergamasques, voir également D. Romano, Housecraft and Statecraft, Domestic Service in Renaissance Venice, 14001600, Baltimore, Londres, 1996. 109 font mention de contadini, poveri rustici, villani fidelissimi165. On remarque, d’une part, l’abondance d’adjectifs insistant sur la précarité de la situation de ces individus, pauvres gens qui parvenaient à Venise sans aucune ressource166. D’autre part, cette qualification de « paysan » est particulièrement intéressante car elle révèle une perception en creux de ces populations qui incarnent une « anti-identité », le pendant du statut citadin et citoyen des populations vénitiennes. Malgré cela, il n’y eut officiellement pas d’expression de rejet ou d’hostilité. Peu d’études ont néanmoins porté sur les réactions et les conséquences pratiques de ces événements, et au-delà de ce discours public de clémence et de pitié, peut-être pourraiton trouver mentions d’éventuelles résistances ou d’hostilités de la part des habitants de Venise. Un facteur important entrait toutefois en considération dans la perception que les Vénitiens avaient de la présence de ces populations réfugiées : celui de la fidélité qu’elles avaient exprimée et manifestée lors de l’avancée des troupes des coalisés. Depuis le XVe siècle et la conquête de la Terre ferme, la fidélité des paysans et leur soumission à la capitale étaient des thèmes récurrents du discours politique. En effet, avant la conquête, les populations étaient sous la domination d’élites locales avec lesquelles ils entretenaient des relations de soumission politique et économique caractéristiques du XIVe siècle. Venise se surajouta à ce dispositif, en instaurant un degré supplémentaire d’autorité, mais les noblesses locales ne parvinrent jamais à acquérir un statut équivalent à celui de la noblesse de la capitale, et devinrent donc de ce fait soumises à celle-ci. La hiérarchie se complexifiait donc et une nouvelle autorité pouvait désormais être invoquée en cas de conflits. Les communautés rurales n’y manquèrent pas et c’est ainsi que progressivement, s’accrut l’hostilité entre noblesses locales et noblesse vénitienne. Durant la guerre, celles-là firent donc rapidement le choix de l’envahisseur. De nombreux nobles padouans, véronais ou trévisans soutinrent l’offensive des troupes étrangères, ce qui leur valut procès et jugements à Venise, une fois la guerre terminée. Pour les populations rurales, et les popolani des villes soumises, la guerre fut l’occasion de manifester leur attachement à la capitale et leur préférence pour la classe gouvernante vénitienne. Dans cette configuration politique curieuse, les paysans affirmèrent leur fidélité absolue à la capitale167. Ainsi les chroniqueurs se délectaient-ils du récit de ces troupes allemandes ou françaises face à des foules paysannes les accueillant aux cris de « Marco ! Marco ! » Cet attachement à la République, cette expression d’une fidélité « sincère » et affichée ont sans aucun contribué à la réaction plutôt favorable des gouvernants – et par voie de conséquence des populations vénitiennes – face à l’afflux des populations de Terre ferme dans la capitale. Ce fut une autre communauté « étrangère » qui se vit la cible des accusations vénitiennes. Les Juifs de Venise, à cette époque, devinrent en effet l’objet de plusieurs lois visant à limiter leur circulation et installation dans la ville et c’est ainsi qu’en 1516, après huit années de guerre, le premier ghetto d’Europe fut créé168. Les documents révèlent le renforcement de l’hostilité contre les Juifs durant ces années. Il n’est pas dans mon propos de revenir ici sur la genèse du ghetto. Une littérature particulièrement riche et intéressante existe à ce sujet169. Toutefois, il convient, pour le cas qui 165 G. Priuli, I Diarii (diario veneto), 1494-1512, A. Segre, R. Cessi (éds.), dans Rerum Italicarum Scriptores, t. XXIV, parte 3, Città di Castello-Bologna, 1912-1938, vol. IV, p. 248. Voir parmi de très nombreux exemples M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 99, 29 septembre 1513 ; col. 108. 166 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 99, 29 septembre 1513, « è una pietà a veder e li animali et villani. » 167 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 9, col. 39-40. 168 Rappelons que le mot même est un mot vénitien se rapportant à l’ilôt sur lequel était circonscrite la communauté juive de Venise. 169 R. C. Davis, B. Ravid, The Jews of early modern Venice, Baltimore, 2001 ; B. Ravid, « The Religious, Economic, and Social Background and Context of the Establishment of the Ghetti of Venice », Gli Ebrei e Venezia, secoli XIV-XVIII, G. Cozzi (éd.), Milan, 1987, p. 211-260. 110 nous intéresse, de relier plutôt le phénomène aux tensions des années 1508-1516. Au XVe siècle, des lois successives avaient cherché à limiter la durée autorisée de la période de résidence des Juifs dans la lagune, en particulier à la fin du siècle, quand de nombreux Juifs expulsés de la péninsule ibérique arrivèrent en Italie et en particulier dans la région de Venise. Les gouvernants de la Sérénissime alternaient un discours d’hostilité résultant d’une tradition chrétienne d’antisémitisme et un pragmatisme politique et économique lié à la conscience qu’ils avaient de la nécessité des prêteurs juifs dans la cité. Dans les années qui précédèrent la ligue de Cambrai, force est de constater que malgré les protestations répétées de certains gouvernants et marchands, les Juifs pouvaient résider à Venise pour des périodes relativement longues, et surtout pratiquer leurs activités de prêt et de change. Certaines restrictions théoriques existaient pourtant et c’était à Mestre que les Juifs auraient dû pratiquer leurs activités bancaires. Lorsque la guerre commença, les Juifs qui résidaient en Terre ferme suivirent les mêmes déplacements que le reste des populations de Terre ferme, et ils furent nombreux à arriver à Venise. Selon le chroniqueur Marino Sanudo, il étaient 500 en 1511, et 700 en 1516170. Durant ces années, la taxe annuelle due par la communauté ne cessa également d’augmenter. A partir de 1513, une nouvelle loi les autorisa à pratiquer leurs activités financières dans la ville, ainsi qu’à participer à un marché florissant de vente de vêtements et d’objets d’occasion. L’hostilité exprimée contre la communauté juive de Venise connut durant ces années une intensification certaine. Certains Juifs dit « allemands », c’est-à-dire les ashkénazes, résidant en Terre ferme, furent par exemple accusés de participer aux exactions aux côtés des troupes impériales171. On reconnaît là un phénomène classique de rejet des communautés juives, instrumentalisé par des acteurs en situation précaire172. La décision de circonscrire les Juifs dans un espace clos et contrôlé peut dès lors être interprétée comme l’affirmation d’un zèle religieux associée à la nécessité de garder à Venise une population dont le rôle économique était essentiel. L’historien américain Robert Finlay a montré l’étroite relation entre la création du ghetto au printemps 1516 et la progression des troupes étrangères dans la Terre ferme vénitienne. Selon lui, la décision finale d’instituer un tel lieu qui marquait plus formellement la ségrégation entre juifs et chrétiens avait été en grande partie déterminée par la nécessité de réagir politiquement face à la dangereuse offensive menée par les coalisés. Selon Robert Finlay, l’hostilité contre les Juifs, déjà importante en 1515, n’avait donné lieu à aucune décision sérieuse concernant leur résidence, en raison de la situation encore relativement favorable aux troupes vénitiennes sur le plan militaire. En 1516, avant la signature du concordat de Bologne, les troupes étrangères firent une ultime tentative de reprendre les terres vénitiennes. Dans l’urgence, et comme pour transférer sur une autre communauté les tensions provoquées par une situation de guerre, le ghetto fut créé. Il serait risqué de proposer d’un tel événement une explication trop fonctionnaliste, mais la simultanéité des événements semble toutefois pertinente. Certes, la fondation du ghetto à Venise s’inscrivait dans l’histoire plus ancienne et aux enjeux bien plus vastes des relations entre juifs et chrétiens à l’époque médiévale, en particulier dans une cité où l’activité économique était florissante. Néanmoins, cette fondation était également à replacer dans le contexte de la guerre, et de la nécessité, pour des gouvernants menacés et en difficulté, de diriger les éventuelles formes d’hostilité collective vers un ennemi commun. Cette désignation des coupables, les boucs émissaires, était pratique courante dans ce contexte de crise et de fragilité politique173. Face à une menace externe ou interne, on le sait, la mise à 170 R. Finlay, « The Foundation of the Ghetto: Venice, the Jews, and the War of the League of Cambrai », Proceedings of the American Philosophical Society, v. 126, 1982, p. 140-154. 171 G. Priuli, I Diarii, op. cit., vol. IV, p. 253. 172 D. Niremberg, Communities of violence : persecution of minorities in the Middle Ages, Princeton, 1996. 173 Voir l’ouvrage classique de R. Girard, Le bouc émissaire, Paris, 1982. 111 l’écart d’individus est un phénomène banal, qui s’accompagne en générale d’accusations plus ou moins graves visant à faire porter à certains la responsabilité des difficultés politiques ou économiques du moment. A Venise, au cours de la guerre de la ligue de Cambrai, les Juifs furent en quelque sorte le premier groupe de population à faire les frais de la nécessaire désignation de coupables. Néanmoins, même si certains discours dénonçant la complicité des Juifs avec les troupes impériales, voire leur trop grande richesse, il était difficile de les accuser directement des défaites successives. Dès lors, les Juifs ne furent pas les seuls à devoir endosser l’hostilité collective d’un gouvernement et d’une population menacés, et d’autres tensions apparurent au sein de la communauté vénitienne. A l’intérieur même du groupe patricien, la classe dirigeante et nobiliaire de Venise, de graves tensions apparurent en effet. Les difficultés économiques qui accompagnèrent la guerre furent pour beaucoup dans les dissensions et les scandales politiques qui divisèrent le patriciat à cette époque. Les besoins financiers de la Sérénissime devinrent en effet particulièrement importants, et la première préoccupation des gouvernants fut d’augmenter les revenus de l’État. En premier lieu, les citoyens les plus riches, nobles et non-nobles, furent sollicités et une série d’emprunts forcés et volontaires fut instituée, dont la fréquence s’intensifia après Agnadello174. Les patriciens n’étaient pas, à Venise, exemptés du paiement de l’impôt, et bien au contraire, on attendait d’eux qu’ils soient les premiers contribuables de la cité. L’imbrication entre les pouvoirs économique et politique donnait lieu à une sorte de « civisme fiscal » : payer les taxes commerciales et acheter les bons d’État faisaient partie de la « mission publique » des patriciens, à tel point que lorsqu’ils ne pouvaient plus payer, ils se voyaient « exclus » du Grand Conseil, l’assemblée à laquelle appartenaient de droit tous les patriciens de plus de 18 ans. En 1509, les emprunts forcés et l’émission de bons d’État se multiplièrent175. La situation économique n’était pas particulièrement favorable, et de nombreux patriciens eurent alors de sérieuses difficultés à s’acquitter des sommes réclamées176. En octobre 1513, le doge fit un discours devant le Grand Conseil rappelant la nécessité pour les patriciens de contribuer financièrement à la guerre177. Nous disposons également d’une liste datant de 1515, qui présente la contribution de chaque grande casa patricienne, ce qui révèle bien l’importance que représentait la mobilisation fiscale pour la classe dirigeante vénitienne178. Rapidement, ces demandes répétées et incessantes de fonds provoquèrent des tensions au sein du patriciat. Certains furent accusés de répondre avec peu de zèle à la demande qui était pourtant réelle. D’autres patriciens, plus pauvres, furent stigmatisés car ils ne parvenaient pas à s’acquitter des sommes demandées, en particulier en raison de la fréquence croissante des émissions de bons. Dans cette situation, les débats et discussions au Sénat ou au Collegio devinrent l’occasion de mise en accusation des uns et des autres sur leur responsabilité dans les difficultés militaires et financières éprouvées par Venise. 174 Sur l’organisation de la fiscalité vénitienne, voir les synthèses récentes de J.-C. Hocquet, « Venice », The Rise of the Fiscal State in Europe, c. 1200-1815, R. Bonney (éd.), Oxford, 1999, p. 381-415 ; L. Pezzolo, « La finanza pubblica : dal prestito all’imposta », Ibid., tome V, Il Rinascimento. Società ed economia, A. Tenenti, U. Tucci (éds.), Rome, 1996, p. 703751. 175 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 9, col. 12, 2 août 1509. Voir également ibid., col. 517. 176 G. Priuli, I Diarii, op. cit., vol. IV, p. 201, 5 août. 177 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 17, col. 199, 2 octobre 1513. 178 Il s’agit d’un document exceptionnel qui est conservé à la Bibliothèque nationale de la Marciana, et qui fait état de l’identité et du montant du prêt de chaque patricien, cf. BNM, Mss Italiani, cl. VII, 1234 (7749), second cahier, fol. 2 et suiv. : « Qui a dreto se notera tuti li zentilhomini et altri che hanno prestato danari ala illustrissima signoria nel presente imprestedo principiato adi III avosto 1515 e fornito a di XV zener 1516. » 112 Par ailleurs, pour pourvoir aux besoins de l’État, la vente de certains offices publics fut organisée179. Dès 1510, devant l’accroissement des dépenses engendrées par la guerre, l’État décida en effet de procéder à un emprunt auprès des patriciens les plus riches, qui auraient en échange pu entrer de façon anticipée au Grand Conseil ou au Sénat180. Les charges publiques et les offices gouvernementaux furent également mis en vente, surtout au sein des assemblées influentes telles que le Sénat ou la Quarantia. Enfin, il en fut de même pour les titres de procurateurs de San Marco181. A partir de mai 1531, les temps plus tranquilles revenus, une telle mesure fut révoquée. La lecture de la chronique de Marino Sanudo révèle l’engouement immédiat des patriciens pour une telle proposition. Chaque mois, plusieurs ventes étaient organisées. Les patriciens pouvaient acheter une charge, le plus souvent de sénateur, contre l’octroi d’un prêt à la Seigneurie, généralement d’un montant de mille ducats182. Parmi eux, on retrouve de nombreux patriciens très influents dans la gestion des activités économiques, bancaires et commerciales, tels par exemple Alvise Bragadin de Marco qui prêta mille ducats, en septembre 1510, pour entrer au Sénat183 ou encore le banquier Luca Vendramin d’Alvise qui s’acquitta à son tour du même montant l’année suivante184. Les acteurs économiques les plus puissants étaient en effet attirés par une offre à laquelle ils étaient les plus susceptibles de répondre. Nombre d’entre eux ne participait pas ou plus – volontairement ou pas – aux assemblées les plus importantes. A part un groupe restreint de patriciens qui avait poursuivi une brillante carrière politique tout en maintenant des activités économiques diversifiées et performantes, à cette époque, nombre des gestionnaires influents des activités économiques vénitiennes occupaient généralement des fonctions publiques de moindre importance. La vente des offices leur offrait donc la possibilité d’aider financièrement la Seigneurie, tout en accédant à de hautes responsabilités politiques. C’était une occasion de démontrer leur utilité en matière fiscale et financière, tout en recevant des charges qui leur permettraient de rehausser leur prestige social et de maintenir leur rang. Bien entendu, le gouvernement et les institutions continuaient d’exercer leur contrôle sur la procédure. Le paiement ne signifiait pas l’acceptation de tous les candidats et plusieurs patriciens virent leur tentative échouer. En 1511, Filippo Cappello, cavalier, proposa de prêter mille ducats à la Seigneurie afin d’entrer au Sénat. Sa proposition fut toutefois rejetée car, selon Marino Sanudo, « la terre n’était pas satisfaite du service de son père185 ». 179 Le phénomène a fait l’objet de nombreuses études. Voir en particulier ce qu’en disent Machiavelli e la crisi dello stato veneziano, Naples, 1974, p. 419 et suiv. ; G. Del Torre, Venezia e la Terraferma dopo la guerra di Cambrai. Fiscalità e amministrazione (1515-1530), Milan, 1986 ; F. Gilbert, « Venice in the Crisis… », art. cité ; F. C. Lane, « Public Debt and Private Wealth. Particulary in Sixteenth Century Venice », Histoire économique du monde méditerranéen, 1450-1650. Mélanges en l’honneur de Fernand Braudel, vol.1, Toulouse, 1973, p. 317-325 ; R. Mousnier, « Le trafic des offices à Venise », La plume, la faucille et le marteau. Institutions et société en France du Moyen Âge à la Révolution, Paris, 1970, p. 387-401. 180 L. Pezzolo, « La finanza pubblica… », art. cité, p. 736 ; M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 10, col. 600, juin 1510 : « Da poi disnar fo Consejo di X con la zonta di danari et fo riconzà la parte di eri, di 11 zenthilomeni stagino in pregadi fino li sarà restituidi i soi danari potendo scontarli in le angarie che si meterà da uno anno in la, et fo azonti do altri con questo medemo muodo : Sier Jacomo Donado, quondam sier Piero, da San Pollo. Sier Domenego Contarini, quondam sier Bertuzi, da Santi Apostoli. » 181 BNM, Mss Italiani, cl. VII, 546 (7499), Procuratori di San Marco dall’812 al 1701, fol. 90-104. 182 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 10, col. 612, juin 1510, éléction au Sénat, contre un prêt de 1000 ducats, de Giovanni Pesaro de Leonardo, Antonio Pesaro de Leonardo, Alvise Priuli de Francesco de San Tomà, Bernardo Nani de Giorgio ; Ibid., vol. 11, col. 49, août 1510 : « Et mandati tutti fuora, proposi di dar, dariano a la Signoria ducati 1000 per uno, con li modi, ut patet : videlicet Santo Trun, di sier Francesco, et sier Piero Donado, quondam sier Zuane, et vegnir im pregadi come li altri. Fo varia opinion etc. Erano li capi di X dentro et Jo sollo. » 183 Ibid., vol. 11, col. 452, septembre 1510. 184 Ibid., vol. 12, col. 291, 16 juillet 1511 : « Da poi disnar fo consejo di X con la zonta, e tolseno do zentilhomeni im pregadi, con la condition di altri, dando, de presenti, ducati 500 e una partida morta di altri ducati 500, termine uno anno in banco ; et che la Signoria, volendo renderli, stagi do anni a darli quelli di l’anno. » Il s’agit de Marino Dandolo de Pietro et de Luca Vendramin dal banco d’Alvise. 185 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 12, col. 246, 21 juin 1511 : « Da poi disnar fo consejo di X con la zonta ; veneno zoso a horre 22. Fu posto la gratia di sier Filipo Capello, el cavalier, qual vol dar a la Signoria ducati 1000 im prestedo, a scontar poi 113 La mise en vente des offices dura ainsi une vingtaine d’années. Elle eut des conséquences majeures sur la pratique du pouvoir elle-même, ainsi que sur la conception de l’autorité publique manifestée par les patriciens. La vénalité des offices dénotait une mutation fondamentale de la mentalité politique. Désormais, les offices publics étaient conçus comme des bénéfices et non plus comme un privilège et un devoir partagés par l’ensemble du patriciat. Toutefois, de nombreuses résistances s’exprimèrent. Les nobles qui avaient payé pour entrer dans les conseils en gardèrent longtemps les stigmates. Ils n’étaient ni assimilés ni identifiés à ceux qui avaient été élus. Jamais cette spécificité n’était oubliée. Ainsi, en 1512, le Sénat évoqua feu Giorgio Pizzamano de Fantino, « l’un des Quarante élus à ses propres frais186 ». Marino Sanudo, en 1519, parla d’Alvise Priuli de Francesco de San Tomà, « venu au Sénat contre de l’argent187 ». Une tension apparaissait de toute évidence entre les membres du Sénat régulièrement élus et ceux qui avaient acheté leur charge. Peut-être s’agissait-il d’ailleurs de l’une des raisons qui poussait certains à renoncer à leur nomination, dans la crainte des difficultés à venir188. L’une des conséquences majeures de ce processus fut la « privatisation » d’une partie des charges ou du moins leur « patrimonialisation ». Certes, les sommes versées étaient toujours considérées comme des prêts, théoriquement remboursables à tout moment, à la demande du patricien. Le plus fréquemment toutefois, la somme était soustraite de l’impôt dû par le propriétaire de la charge. Toutefois, les patriciens éprouvaient les plus grandes difficultés à obtenir le remboursement de leur prêt. Le cas d’Alvise Priuli de Francesco de San Tomà est à ce titre exemplaire. En 1511, il demanda en effet le remboursement des mille ducats qu’il avait versés pour entrer au Sénat, l’année précédente189. Il affirmait ne plus vouloir siéger au conseil et voulait récupérer son argent, mettant ainsi le gouvernement dans l’embarras. Le doge tenta de le faire renoncer à sa demande, mais en vain. Plusieurs mois plus tard, n’ayant toujours pas obtenu son remboursement, Alvise Priuli préféra siéger de nouveau au Sénat, ayant sans doute compris qu’il s’agissait encore de la décision la plus sage. Un tel cas n’était pas isolé et d’autres patriciens, certainement en difficulté financière, tentèrent d’obtenir en vain un remboursement190. Devant la lourdeur et l’inefficacité des procédures de restitution, les patriciens avaient trouvé une alternative en revendant leurs charges. Cela était en effet beaucoup plus rapide que d’attendre le remboursement de l’État. L’argument fut utilisé en 1529 par Vincenzo Gradenigo de Bartolomeo qui désirait entrer au Sénat à la place de feu son frère Francesco, qui avait payé 400 ducats en son temps. Désirant ne pas « incommoder » les conseillers des Dix avec une demande de restitution, il préférait réclamer sa propre admission au Sénat191. Le cas révélait la progressive assimilation des offices à des biens personnels, dont on pouvait pratiquer le commerce et réclamer la transmission héréditaire. anni … in le angarie soe e di altri ; e, in questo, mezo, vengi in pregadi cum titulo. Et balotata, non fu presa, si che converà star al suo bando ; e questo fu, perchè la terra non si contenta dil servicio dil padre. » 186 Arichivio di Stato di Venezia (ASV), Senato, Terra, reg. 18, fol. 31v°, 25 août 1512 : « el quondam nobel homo Zorçi Piçamano fo de ser Fantin uno de li quaranta electi ad proprie sue spese… » 187 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 27, col. 448, 1519 : « Poi andò in renga sier Alvise di Prioli qu. sier Francesco da San Thomà, vien in Pregadi per danari… » 188 F. Gilbert, « Venice in the Crisis… », art. cité, p. 289. 189 M. Sanudo, I Diarii, op. cit., vol. 12, col. 266, 1511 : « In questo mexe di zugno, sier Alvixe di Prioli, quondam sier Francesco, da San Thomado, havendo dà ducati 1000 a la Signoria, per venir im pregadi, comparse da li cai di X, dicendo, esser passato l’anno e non vol più venir im pregadi, et vol esser fato creditor e poter scontar ; e cussi introduto in colegio da li cai, fo persuaso dal principe, a non voler esser il primo, in questi bisogni. Hor lui, ostinato, volse, e cussi, per vigor di la parte, li cai di X feno il suo mandato, e non vene più im pregadi. E de li a certi mexi, visto non poteva scontar diti soi danari, con altri comparse, iterum ai cai di X, et ritornò im pregadi, e lassò li ducati 1000 ; e questo ne ho voluto far memoria. » 190 Ibid., vol. 14, col. 460, juillet 1512. Voir l’exemple de Francesco Foscari de Nicolò et de Benedetto Valier d’Antonio. 191 ASV, Consiglio di dieci, Parti comuni, filza 9, n°207, 1529. 114 La cession n’était pas automatique et devait être avalisée par le Conseil des Dix, qui le faisait dans la majorité des cas. L’office était parfois transmis à un autre membre de la famille, comme le réclamait Giulio Contarini de Giorgio qui voulait, en 1528, entrer au Sénat à la place de son frère Giusto192. L’année suivante, les héritiers d’Alvise Barozzi d’Angelo, récemment décédé, proposèrent que Giovanni Mocenigo de Lazaro, le cousin de feu Alvise, entrât au Sénat à sa place et dans les mêmes conditions193. Le crédit d’Alvise aurait alors été transféré pour le compte de Giovanni Mocenigo. Le Conseil des Dix accepta sa proposition, comme cela avait déjà été fait pour beaucoup d’autres, car les héritiers d’Alvise Barozzi étaient dans une situation financière difficile, et qu’ils devaient de l’argent à de nombreux créanciers (« sui heredi per haverne grandissimo bisogno per sattisfation de molti »). Cette conception patrimoniale des offices fut au cœur des critiques exprimés par certains patriciens à l’égard de leurs pairs. Les critiques qui ne manquèrent d’être formulées contre eux – incompétence, corruption, mauvaise gestion – en furent une conséquence évidente194. Les échecs militaires des années 1510-1516 furent en grande partie attribués à l’incapacité de ces nouveaux gouvernants. Ils étaient, plus que de coutume, accusés de vouloir défendre en priorité leurs intérêts personnels avant de songer à celui plus général du Bien public et de la Seigneurie. Ce fut d’ailleurs en partie face à ces protestations que le Conseil des Dix décida de mettre un terme à cette mesure. La gravité de la situation était telle que, selon les dires du Conseil lui-même, la majorité des offices était désormais occupée par des patriciens ayant acheté leur charge ou l’ayant reçu après un lotto, voire par une grâce spéciale195. L’analyse prosopographique permet de déterminer avec une relative précision qui furent les patriciens au cœur des accusations. Sans rentrer dans le détail, il semble que certains d’entre eux aient été des acteurs actifs et influents de la vie économique vénitienne qui avaient été progressivement écartés des institutions politiques les plus influentes. Dans le même temps, ils avaient toutefois vu leur propre richesse s’accroître considérablement. La tension qui apparaît entre ces patriciens ayant acheté leurs charges et d’autres se considérant eux-mêmes plus respectueux d’une procédure traditionnelle doit donc aussi être replacée dans un contexte de tension entre des acteurs politiques et économiques issus du même groupe social, mais affrontant sans doute des concurrences internes. Cet épisode de la vente des offices publics à Venise révèle donc des conflits internes et les tensions au sein d’une communauté patricienne mise en difficulté par la guerre. Sans vouloir schématiser à l’excès des mécanismes sociaux plus complexes, il semble néanmoins que les disensions au sein du groupe patricien s’exprimaient par des mises en accusation successives. Il s’agissait de faire porter à certains la responsabilité d’une situation de tensions dont toute la population avait à pâtir. 192 Ibid., filza 8, n°191, 7 octobre 1528 : « Humilmente suplico io Julio Contarini fo de messer Zorzi el cavalier et conte del Zaffo a vostra sublimita et a vui excellentissimi signor capi che vogli esser contenta cum il suo excellentissimo conseglio di X conciedermi per gratia che io possi venir in pregadi in loco de messer Justinian Contarini mio fratello cum li modi et condition faceva lui cum questo perho condition chel credito che il predito mio fratello ha per il suo venir in pregadi ditto messer Justinian lo debi scriver in mio nome integramente el qual credito per quanto io staro in pregadi rimangi cum quella medema forma modi et creditori che al presente e in nome del dito messer Justinian come in similibus a molti altri per vostre excellentissime signorie e sta concesso alla gratia delle qual humiliter mi ricomando. » 193 Ibid., filza 9, n°108, 1529. 194 Déjà à l’époque, la critique d’incompétence de certains patriciens était très diffusée, en particulier par Domenico Morosini, dans son De bene instituta re publica. Voir, à ce propos, G. Cozzi, « Domenico Morosini e il “De bene instituta re publica” », Studi Veneziani, XII, 1970, p. 405-458. Pour une synthèse des critiques formulées, voir le chapitre consacré à ce sujet par D. E. Queller, The Venetian Patriciate, reality versus myth, Illinois, 1984, sans compter que l’auteur est lui-même très critique à l’égard du groupe patricien. 195 BNM, Mss Italiani, cl. VII, 2451 (10130), fol. 15, 29 janvier 1531. Au Conseil des Dix : « Ad ogni un die esser noto di quanta importantia sia al stato nostro che li ministri nostri siano legali et fedeli et massimamente che la mazor parte di quelli sono in tali officii al presente li hanno in vita per esserli stà dati chi per deposito et chi per gratia di questo consiglio et per conto di lotti et pochi hora anzi si puo dir niuno e che hanno quelli per anni quattro. » 115 La communauté vénitienne dans son ensemble souffrait de la guerre et des conséquences pratiques et symboliques de la conquête de la Terre ferme par les troupes ennemies. Les phénomènes sociaux que nous observons durant la guerre de la ligue de Cambrai semblent relever d’une forme de gestion collective des conflits et tensions intérieurs. On assista ainsi à la diffusion d’un sentiment collectif de culpabilité lié, au moins dans les discours officiels, à la dépravation morale des Vénitiens. Il s’agissait d’une accusation collective des mœurs dissolues des habitants de la lagune considérés dans leur ensemble. De nombreuses processions furent organisées durant la guerre, avec la volonté affichée d’expier de façon collective les péchés et les vices des Vénitiens. Le peintre Vittore Carpaccio a été l’un des témoins précieux de ces événements196. Face aux défaites successives et à l’urgence de la situation, les Vénitiens invoquèrent la possibilité d’une punition divine. De nombreux phénomènes naturelles – comètes, tremblements de terre, tempête, etc. – furent interprétés comme autant de manifestations de la colère de Dieu, auxquelles il fallait répondre par des signes de soumission, afin d’obtenir sa clémence. Les processions se multiplièrent et même si les phénomènes collectifs de ce genre étaient déjà fréquents à l’époque médiévale à Venise comme dans les autres villes italiennes, c’est la mise en discours d’une faute collective qui est ici intéressante. Celle-ci n’était pas la même selon les sources. Le chroniqueur G. Priuli insistait sur le vice et les péchés d’ordre moral, sodomie et pratiques sexuelles illicites, alors que M. Sanudo semblait davantage préoccupé par les erreurs politiques de ses pairs : corruption, vénalité et conscience politique limitée. De nombreux procès et rituels de punition ou d’exécution furent organisés. Certains patriciens appauvris focalisèrent l’attention car ils furent, accusés de s’être rendus coupables de vols ou d’autres crimes encore et condamnés sur la place publique. Les exécutions sur la piazzetta, devant le Palais des doges, rassemblaient alors la population de la ville venue assister à la punition de ces patriciens personnifiant une décadence morale à expier collectivement. Le lien social L’expression et la manifestation de ces tensions permettent d’apporter quelques éléments de conclusion sur la fonction occupée par les conflits dans la définition du lien social. Venise se révèle un excellent cas d’étude en raison de l’exceptionnelle cohésion sociale dont la ville avait toujours joui à l’époque médiévale, et encore au XVIe siècle. Il s’agit de l’un des thèmes au cœur de l’historiographie de Venise, même si les historiens font en réalité rarement usage du concept même de « lien social ». La terminologie, en effet, n’est généralement pas utilisée par les historiens italiens, qui la considère plutôt galvaudée et ancienne, et relativement peu employée par les historiens américains et anglais. Néanmoins, si l’on considère le concept dans sa définition large, force est de constater que le lien social – considéré comme l’ensemble des processus sociaux permettant aux membres d’une même société de vivre ensemble et de cohabiter – fonde l’étude de la société vénitienne du Moyen Âge à l’époque moderne. L’histoire de Venise a été traversée par des va et vient entre mythe, anti-mythe et contre-mythe197. Pourtant, malgré les tentatives de nombreux historiens, nul n’est réellement parvenu à déconstruire le mythe de la stabilité et de la cohésion sociale vénitiennes, ni à expliquer la solidité de ce lien. Venise était, à la fin du Moyen Âge, l’une des plus grandes villes d’Occident, entre 120 000 et 150 000 habitants. Elle n’en était pas moins la capitale de l’un des États les plus stables et puissants d’Italie du nord. Certains conflits politiques retentissants avaient émaillé l’histoire de la ville, en particulier au 196 P. Fortini Brown, Venetian Narrative Painting in the Age of Carpaccio, New Haven and London, 1988. Voir aussi E. Muir, Civic Ritual in Renaissance Venice, Princeton, 1981. 197 J. S. Grubb, « When Myths Lose Power : Four Decades of Venetian Historiography », The Journal of Modern History, LVIII, n°1, 1986, p. 43-94 116 XIVe siècle, avec les conjurations politiques rapidement étouffées ; mais aucune émeute, aucun retournement violent, aucune révolte contre les gouvernants n’avaient plus ébranlé la ville. La population dans son ensemble, popolani, citoyens, nobles et étrangers, semblait cohabiter en bons termes. Au cours des années 1508-1516, lorsque Venise devint pour un temps une « société de frontière », la nature du lien social évolua-t-elle pour autant ? Nous l’avons vu, les conflits sociaux et politiques ne manquèrent pas. Toutefois, ces conflits n’altérèrent pas, en profondeur, la stabilité de la société vénitienne, qui parvint à faire face aux événements sans heurts particuliers. L’examen de cette période révèle que ce n’est pas l’absence de conflits qui produisait du lien social, mais le mode de gestion du conflit par les acteurs. Comme nous l’avons dit, nous ne nous sommes intéressés ici qu’aux conflits conjoncturels, liés au contexte politique transformé par des événements imprévus et violents. Il semble que l’intégration particulière de ces conflits dans un processus social original garantissait une certaine stabilité. Comment pourrait-on alors définir le lien social ? Non pas comme une structure permettant d’éviter les conflits, de les prévenir, d’empêcher leur manifestation, mais plutôt comme le produit d’interactions sociales entre les différents individus, gouvernants, habitants de la cité, acteurs politiques et économiques, qui trouvent, dans une situation particulière, la capacité d’intégrer les conflits dans un système régulé. En choisissant d’étudier Venise durant ces années si particulières pendant lesquelles la ville se retrouva directement circonscrite par une frontière rapprochée, il nous a semblé intéressant de constater qu’il n’y avait pas de différence fondamentale, en terme de lien social, avec d’autres moments de l’histoire de la ville. La proximité d’un ennemi pouvant à tout moment représenter un danger ne détermine pas nécessairement une société exempte de conflits internes et de dissensions. Ces derniers semblent au contraire, dans certains cas, permettre aux sociétés de décompenser des tensions, peurs, et angoisses collectives. La désignation de coupables et de boucs émissaires participent de ce processus et en définitive, l’essentiel pour le lien social est que les acteurs restent au moins partiellement maîtres des enjeux des conflits. 117 L’usage rituel de la Jurema (chez les indigènes du Brésil) et les dynamiques de la frontière coloniale du Nordeste au XVIIIe siècle. Guilherme Medeiros∗, Universidade Federal do Vale do São Francisco (Brésil), Université Blaise Pascal – Clermont-Ferrand II (France), Centre d’Histoire « Espaces et Cultures » Résumé : L’usage rituel de la Jurema, en tant que boisson sacrée faite à partir des plantes du même nom (principalement Mimosa tenuiflora, autrement appelée Mimosa hostilis Benth.) par les peuples autochtones du Brésil, est apparu pour la première fois dans un document rédigé à Recife, Pernambuco, et daté de 1739, qui traite de son usage par les indigènes des missions de Paraíba. Son apparition dans les sources coloniales luso-brésiliennes du XVIIIe siècle peut indiquer de nouvelles dynamiques socioculturelles sur la frontière coloniale du Nordeste. L’usage de cette boisson sacrée semble avoir des origines bien antérieures à l’arrivée des colonisateurs, peut-être de plusieurs siècles, et l’on peut aussi signaler sa permanence de nos jours, soit chez les Indigènes du Nordeste, au cœur de leurs croyances et de leur cosmologie, soit dans les populations rurales et urbaines dans le cadre d’usages religieux qui mêlent christianisme et cultes afro-brésiliens. On cherchera ici à dégager le rôle joué par les missions catholiques dans l’Amérique ibérique coloniale comme institutions de frontière, à la fois comme bornes entre les espaces connus et inconnus des colonisateurs et comme élément de définition des territoires des couronnes espagnole et portugaise, mais surtout comme espaces, elles mêmes, de communication et d’échange entre des univers culturels et religieux totalement différents. Mots clés : Jurema – Amérindiens du Brésil – Histoire Indigène – Missions au Brésil colonial – Plante Pouvoir – Enthéogène (Entheogen) Ce travail présente une première systématisation des donnés collectés l’année dernière dans les archives brésiliennes, portugaises et espagnoles, pour l’élaboration de la thèse concernant les rapports interethniques dans les aldeamentos missionnaires au Nordeste du Brésil, pendant les XVIIe et XVIIIe siècles. La préoccupation initiale a été d’identifier, à partir la documentation coloniale, des éléments permettant la visualisation des espaces de résistance dans la société coloniale de l’Amérique Portugaise, tels que les permanences des traces culturelles indigènes dans les contextes de contact avec les Blancs européens ou avec les Noirs africains. C’est le cas de l’usage rituel de la Jurema, une forme de culte et en même temps d’usage d’éléments botaniques pour la fabrication d’une boisson sacrée utilisée comme pont de communication avec d’autres niveaux d’existence (le « monde spirituel », le « monde des ancêtres ») et comme élément de liaison et de cohésion groupale ou ethnique au moment des guerres et des luttes. La trace la plus ancienne qu’on ait aujourd’hui, avec la référence nominale à la Jurema, est un document écrit à Recife en 1739, à l’occasion d’une réunion du Conseil des ∗ Suported by the Programme Alβan, the European Union Programme of High Level Scholarships for Latin America, Scholarship n° E04D046747BR. 118 missions (Junta das Missões) de Pernambuco dans laquelle on a délibéré sur la répression de cet usage parmi les indigènes des missions de Paraíba. L’existence de cette trace écrite pose plusieurs questions concernant les origines ethniques et spatiales de cet usage, pouvant être un cas de transposition d’un trait culturel causé par le déplacement des populations indigènes de l’intérieur continental jusqu’au littoral, région des plantations extensives de canne à sucre. En outre, comme cet usage semble avoir des origines bien antérieures à l’arrivée des colonisateurs européens, une des questions possibles concerne la raison de son apparition dans la documentation coloniale seulement au XVIIIe siècle. Pour cela, il faut parcourir les chemins tortueux des rapports interethniques dans les siècles initiaux de l’Amérique portugaise, en cherchant dans les lignes suivantes la compréhension des contextes qui ont rendu possible la rupture du silence sur son utilisation dans les documents coloniaux avec la référence de son usage dans ce lieu et à ce moment-là. Les espaces et les dynamiques culturelles à la période coloniale Les rapports interethniques entre les peuples indigènes et les autres groupes cités audessus, dans le contexte colonial, ont été marqués par des dynamiques qui ont beaucoup varié dans un spectre qui a eu comme bornes extrêmes, d’un coté la collaboration et l’alliance, et de l’autre coté la confrontation et l’extermination. Entre ces deux bornes, on commence à découvrir quelques exemples de survie et de réélaboration des traits culturels indigènes. Concernant les rapports des peuples indigènes avec les conquéreurs européens, les alliances établies dès les premières années de la colonisation – tout comme les conflits armées – ont représentée une dichotomie présente pendant toute l’histoire coloniale. En tirant parti des guerres et disputes entre groupes indigènes rivaux, déjà établis avant son arrivée, les colonisateurs européens les ont utilisé à leur faveur, en établissant des alliances d’un coté et en combattant avec leurs alliés les autres groupes indigènes, en profitant de l’occasion pour élargir les frontières coloniales – en s’appropriant des terres fertiles et des cours d’eau – tout comme en prenant de la main-d’œuvre esclave parmi les groupes vaincus. Cependant, en ce qui concerne l’impact démographique de ces rapports coloniaux, on ne peut pas mépriser le rôle qu’a joué l’élément bactériologique ; même une fois l’ensemble des groupes alliés, ils ont tous subi de lourdes pertes dès le début, à cause de l’insertion dans l’environnement américain des bactéries et des virus inexistants au Nouveau Monde198. Le long de tout le continent américain et non seulement au Brésil, il y eu des exemples de groupes indigènes qui ont résisté en combattant les colonisateurs, d’autres qui se sont alliés aux envahisseurs et encore d’autres qui ont fuit loin des frontières coloniales. Souvent, ceux qui ont choisi la fuite étaient des survivants de combats, qui avaient refusé la soumission. Comme affirme Marcus Carvalho, les groupes qui n’ont pas pu fuir très loin, par choix ou par manque d’alternatives, ont du adopter de nouvelles stratégies de survie ; la conséquence en a été que plusieurs groupes indigènes, antérieurement ennemis entre eux, ont fini par s’allier. Il est évident que soit ils agissaient de la sorte, soit ils disparaissaient. Dans tous les cas, il y avait un coupure profonde avec le passé, « les anciens habitants de la terre envahie ont eu à reconstruire leurs identités, abattues pour le nouvel (des)ordre »199. Aussi, par rapport aux contacts entre les peuples indigènes et les peuples africains dans l’Amérique Portugaise, on peut trouver des dynamiques qui ont varient de région en région et tout au long du temps. Même s’ils ont été amenés de l’Afrique au Brésil dans la condition 198 CARVALHO, Marcus, “Elos Partidos, Elos Tecidos” in ANDRADE, Manuel Correia de (org.), O Mundo que o Português criou, Recife: Massangana/Fundação Joaquim Nabuco, 1998. 199 Idem, ibidem. 119 d’opprimé, comme marchandise qui nourrit un modus de production basé sur la main-d’œuvre esclave – transplantés à un nouveau continent dans lequel ils ont été des étrangers exilés à contre volonté – les Noirs africains ont cherché la liberté dans les vastes espaces intérieurs où ils ont trouvé justement les anciens habitants du pays, loin des lourds travaux des plantations et des répressions des colonisateurs. Cependant, bien qu’ils aient représenté, autant les Indigènes que les Africains, la face opprimée du processus colonisateur, on trouve des exemples de collaboration et de conflit entre ces deux parties tout au long des siècles. L’observation de Marcus Carvalho souligne que le langage de la documentation dénote le croisement des destins d’Indigènes et d’Africains dès le début, dès que les Indigènes sont passés à être appelés « casuellement » par l’expression « noirs de la terre » (negros da terra). Les esclaves africains et les captifs indigènes ont été équivalents, au Brésil, dans la condition de servitude200. Le plus grand symbole de la résistance africaine dans les Amériques, les quilombos (lieux où les esclaves africains se sont réunis après la fuite des moulins à sucre, dans lesquels ils ont recrées des sociétés complexes où l’on trouvait l’agglomération d’individus provenant de plusieurs ethnies. Au Brésil, le quilombo plus connu a été localisé à la Serra da Barriga201, dans la Capitainerie de Pernambuco, il a occupé une immense superficie et a eu comme capitale le petit village de Palmares. Il a résisté aux incursions des colonisateurs pendant presque un siècle, jusqu’à être détruit dans un combat final, où le quilombo a eu comme leader Zumbi qui a combattu les forces du bandeirante pauliste Domingos Jorge Velho. Ce bandeirante a été amené jusqu’à Pernambuco sous contrat, pour combattre les tapuias (dénomination donné par les européens aux indiens qui ont habité l’intérieur semi-aride du Nordeste), soulevés après l’expulsion des hollandais du Brésil en 1654. La révolte des indigènes du sertão202 a perduré jusqu’aux premières années du XVIIIe siècle et a été connue à travers la documentation coloniale luso-brésilienne comme « Guerre des barbares » (Guerra dos Bárbaros)203, de l’expression tapuia qui signifie dans la langue Tupi, « barbare », « esclave », « ennemi ». Il s’agit là d’un exemple typique d’appropriation de la part des colonisateurs des expressions utilisées par les groupes alliés. Nous verrons le cas des Tupi et des tapuias plus tard. Ces deux épisodes – la « Guerre des Barbares » et les incursions finales contre le Quilombo de Palmares – sont des exemples de moments de conflits avec la participation d’indigènes et de noirs aux cotés du dominateur contre l’autre partie opprimée, épisodes soustendus par les dynamiques de la colonisation, dans laquelle l’oppresseur a dicté les règles et les lois. Ainsi, on trouve des forces composés par des Noirs, les « terços de Henriques » qui ont participé à quelques épisodes contre les tapuias dans la « Guerre des Barbares » ; de même, on trouve quelques forces composées d’Indigènes provenant des aldeamentos missionnaires qui ont combattu à coté des colonisateurs, contre le Quilombo de Palmares. Nous pouvons distinguer une autre indication de la profonde coupure avec le passé précolombien, dans la perspective Indigène, comme nous l’avons mentionné plus tôt, à travers l’usage dans les sources portugaises de la période coloniale de l’expression « mocambos de índios » pour designer quelques groupes d’Indigènes captifs qui ont fuit et qui ont menacé l’ordre établi des seigneurs coloniaux. Marcus Carvalho ajoute que dans la terminologie de l’époque, le terme « mocambo » est un synonyme de « quilombo », même s’il trouve être très étrange qu’on puisse mentionner un quilombo sans trace d’Africains. Mais il continue, « le langage de ces documents n’a pas pu être plus exact, pour une raison très simple : dans les 200 CARVALHO, Marcus, op. cit. Actuellement localisé dans l’Etat d’Alagoas, au Nordeste du Brésil. 202 Sertão (m.): expression de la langue portugaise qui désigne les espaces de l’intérieur continental, loin de la mer, par extension, la région semi-aride elle même. 203 Cet épisode de l’histoire coloniale brésilienne a été étudié par Maria Idalina da Cruz Pires et Pedro Puntoni. 201 120 établissements agricoles et dans les villages il y avait des esclaves indigènes d’origines très variées, lesquels se considèrent si différents entre eux autant que n’importe quel individu d’ethnie diverse aujourd’hui. Après la fuite et la réunion au milieu de la forêt, ils n’ont pas eu la possibilité de reconstruire une culture ancestrale unique, car ils étaient d’origines diverses ». Par conséquent, ils ont commencé la formation d’une nouvelle société, d’une nouvelle culture, comme ont fait les Africains d’origines diverses dans les quilombos. Pourtant, « Mocambos de Índios », est un terme très précis pour designer cette situation de création des nouvelles racines, des liens entre exploités, des instruments de résistance culturelle et militaire204. Cette dernière est la perspective que nous travaillerons, la recherche des espaces de résistance, les permanences et les créations de nouvelles racines, nouvelles dynamiques socioculturelles à partir du contact entre différents peuples. L’usage rituel de la Jurema semble pouvoir fournir tous ces éléments, car ce complexe usage est venu des contextes indigènes ancestraux et a marqué son espace dans les contextes métisses avec les blancs (Catimbó)205 et surtout mélangé avec les cultes afro-brésiliens (Umbanda et Candomblé)206. Les frontières coloniales et les peuples autochtones du Nordeste aux XVIe et XVIIe siècles Déjà au XVIe siècle les colonisateurs européens ont commencé à connaître la grande sociodiversité existant au-delà des « muralhas do sertão » (murailles du sertão), pour utiliser une expression de l’époque citée par Pedro Puntoni207. La dichotomie inculquée par les missionnaires jésuites d’une division simple des peuples autochtones du Brésil entre les groupes parlants les langues de la famille Tupi, habitant surtout sur le littoral brésilien, et d’un autre coté, les Tapuias, parlant d’autres langues et habitant principalement l’intérieur continental, sauf quelques cas où ils ont été présents sur le littoral, a influencé toute la construction de la compréhension de ces peuples le long de l’histoire brésilienne et apparaît souvent dans la documentation coloniale. La grande critique actuelle de cette classification – déjà établie depuis la deuxième partie du XXe siècle – concerne la généralisation sous la dénomination tapuia de familles linguistiques et d’ethnies différentes. La désignation Tupi fait référence à une définition ethnique, linguistique et culturelle, par contre, la désignation tapuia ne fait pas référence à quelques catégories classificatoires mais seulement à un contraste établi par les peuples de langue Tupi par rapport leurs voisins et ennemis. L’expression « tapuia » est un mot tupi qui signifie « barbare », « esclave » ou plus génériquement, « peuples de langue entravé » (povos de língua travada). Actuellement, l’idée plus acceptée sur la classification générale des peuples autochtones brésiliens inclue la plus grande partie des peuples historiquement mentionnés comme tapuias dans le tronc linguistique Macro-Gê, avec plusieurs groupes de langues isolées. Le contact entre les colonisateurs européens et les peuples indigènes localisés au littoral brésilien, ou plus spécifiquement le littoral oriental, au nord de l’embouchure du fleuve São Francisco jusqu’au Cap São Roque, qui comprenait les capitaineries de Pernambuco, Itamaracá, Paraíba et Rio Grande, a été assez irrégulier, nonobstant tous ces peuples qui ont habité ce région côtière étaient de langue Tupi, distribués en trois grandes nations indigènes : Caeté, Tabajara et Potiguara. 204 CARVALHO, Marcus, op. cit. BATIDE, Roger, “Catimbó” in PRANDI, Reginaldo (org.), Encantaria Brasileira: livro dos mestres, caboclos e encantados, Rio de Janeiro: Pallas, 2000. 206 CAPONE, Stefania, La quête de l’Afrique dans le Candomblé: pouvoir et tradition au Brésil, Paris: Karthala, 1999. 207 PUNTONI, Pedro, A Guerra dos Bárbaros: Povos indígenas e a colonização do sertão do Nordeste do Brasil, 16501720, São Paulo: Hucitec; Editora da Universidade de São Paulo, 2002 (Estudos Históricos: 44). 205 121 La distribution spatiale de ces peuples a été enregistrée de la façon suivante par les chroniqueurs coloniaux : Tabajara – localisés à la proximité de la ville d’Olinda, un peu plus au nord. Potiguara – localisés à proximité de la frontière nord de Pernambuco, ils ont dominé tout le littoral des capitaineries d’Itamaracá, Paraíba et Rio Grande. Caeté – localisés de l’embouchure du fleuve São Francisco jusqu’à la ville d’Olinda, siège administratif de la Capitainerie de Pernambuco. Les Tabajara ont été les grands alliés des Portugais depuis le début de l’occupation du territoire de la Capitainerie de Pernambuco. Ennemis historiques des Potiguara, ces derniers ont été très combattus par les colonisateurs, surtout à cause des étroites liaisons qu’ils ont maintenu avec les navigateurs, flibustiers et commerçants français qui ont fréquenté l’embouchure du fleuve Paraíba et le littoral de la Capitainerie de Rio Grande, pendant presque tout le XVIe siècle208, pour faire le commerce du bois-brésil (caesalpinia echinata). La deuxième moitié du XVIe siècle a été marquée par l’expansion de la frontière agricole au nord de la Capitainerie de Pernambuco, où les colons portugais ont avancé avec les plantations extensives de canne à sucre sur la forêt tropicale, appelée « Forêt Atlantique » (Mata Atlântica), à partir des importants noyaux urbains d’Igarassu et Goiana, les villes plus importantes de la Capitainerie après Olinda. Ce processus d’établissement des moulins à sucre dans cette aire a souligné la fragilité de la frontière coloniale entre les capitaineries de Pernambuco et leur voisine Itamaracá. Cette dernière, a été donnée par le roi João III à Pero Lopes de Sousa qui n’a jamais donné la même attention à sa possession que celle dispensée à Pernambuco par Duarte Coelho. A l’inverse de Duarte Coelho, qui est arrivé à Pernambuco avec sa famille dès la réception du don fait par le roi, en fondant des villes (Igarassu, Olinda, Goiana) et en débutant la plantation de canne à sucre et la production du sucre, Pero Lopes de Sousa n’a jamais résidé dans sa Capitainerie d’Itamaracá. Il l’a laissée aux soins peu dynamiques de quelques administrateurs qui ont occupé cette fonction sans jamais se charger de la consolidation de la Capitainerie comme noyau de développement de l’entreprise coloniale209. Dans cette partie du littoral et de forêt tropicale territoire des Potiguara, sans avoir une effective action colonisatrice de la part du donataire ou de ses administrateurs, plusieurs conflits ont été enregistré entre les colons et les Potiguara, qui ont attaqué et détruit parfois les plantations, et ont tué les colons au fur et à mesure que la frontière nord de Pernambuco était de plus en plus occupée par les moulins à sucre. Ainsi, plusieurs expéditions ont été envoyées par les donataires de Pernambuco pour combattre les Potiguara au nord de la Capitainerie, mais sans pouvoir compter sur une effective présence coloniale au-delà de la frontière. S’est alors initié un processus, chaque fois plus fort, d’intervention des forces coloniales siégés en Pernambuco pour combattre les Potiguara et leurs alliés français dans le territoire d’Itamaracá. La dernière campagne est survenue dans la décennie de 1580, déjà dans la période de l’Union Ibérique (1580-1640) lorsque le Portugal a perdu son autonomie face à l’Espagne, en devenant un seul et même empire uni sous la couronne de Philipe II. 208 MEDEIROS, Guilherme, “Les Portugais face aux Français dans la conquête des capitaineries de Pernambuco et d’Itamaracá au XVIe siècle”, pp. 59-88, in NEIVA, Saulo (org.), La France et le Monde Luso-Brésilien : échanges et représentations (XVIe-XVIIIe siècles), Clermont-Ferrand : Presses Universitaires Blaise Pascal, 2005. 209 ANDRADE, Manuel Correia de, Itamaracá uma capitania frustrada, Recife: FIDEM – Centro de Estudos de História e Cultura Municipal –CEHM, (Coleção Tempo Municipal, 20), 1999. 122 En 1585, avec la conquête des luso-brésiliens (sous la direction de Fructuoso Barbosa, envoyé par Philipe II) de l’embouchure du fleuve Paraíba face aux Potiguara et leurs alliés français, est fondée la ville de Filipéia de Nossa Senhora das Neves et démembrée la portion nord de la Capitainerie d’Itamaracá (au nord de la baie de Pitimbu). Avec cette partition, la Couronne fait créer la Capitainerie Royale de Paraíba – « royale » parce qu’elle n’a pas eu de donataires particuliers, en restant sous la direction des fonctionnaires royaux – une borne de l’occupation coloniale sur le cours du fleuve Paraíba et tout le littoral dès l’Île d’Itamaracá jusqu’à la Baie de Traição. En conséquence de cet effort concentré, plusieurs groupes Potiguara ont été soumis à l’esclavage dans les moulins à sucre de Pernambuco ou ont été inclus dans les aldeamentos missionnaires dans les aires de la forêt atlantique d’Itamaracá et de Paraíba. Cette action a fait diminuer considérablement les combats antérieurement fréquents entre colons et Potiguara le long de la frontière nord de Pernambuco. Mais il faut remarquer que les groupes Potiguara habitant au-delà cette frontière coloniale, plus au nord (capitaineries de Rio Grande et Ceará), ont continué à commercer avec les navigateurs et corsaires français. Aussi, les Caeté, habitants du littoral sud de la Capitainerie de Pernambuco, ont fait commerce du bois-brésil (caesalpinia echinata) avec les navigateurs et commerçants français. Les Caeté, cette nation Tupi grande et guerrière, ont participé à un épisode très particulier qui a attiré l’attention et la colère des colonisateurs portugais au milieu du XVIe siècle. Après l’installation de l’évêché du Brésil en 1551210, le premier évêque Pero Fernandes Sardinha est arrivé à Salvador de Bahia le 22 juin 1552. Cependant les deux autorités majeures de la Couronne en Amérique portugaise ne sont pas parvenu à une bonne entente et après plusieurs disputes et querelles entre l’évêque et le Gouverneur-général Duarte da Costa, le premier en retournant pour Lisbonne pour exposer au roi leurs insatisfactions, son navire Nossa Senhora da Ajuda a fait naufrage le 15 juin 1556211 à l’embouchure du fleuve Mucuripe, dans le territoire de Caeté. En accord avec les coutumes des peuples Tupi, qui pratiquaient l’anthropophagie rituelle, l’équipage et les voyageurs qui avaient survécu, parmi eux l’évêque, ont été fait prisonniers et après, ont été dévorés rituellement. La conséquence plus évidente de cet épisode a été la déflagration d’une guerre juste212, la plupart soutenue par le donataire de Pernambuco, mais avec le soutien du Gouvernementgénéral. La guerre a durée de 1560 jusqu’à 1565 et a été considérée par les colonisateurs comme une « guerre d’extermination », face la gravité de la faute commise par ce peuple contre l’autorité ecclésiastique. La guerre contre les Caeté a été fortement tenace, les Caeté ayant plusieurs fois assiégé la ville d’Olinda, capitale de Pernambuco. Cependant, avec les renforts reçus du Gouvernement-général, les Caeté ont été vaincus en 1565 et même si quelques survivants ont été soumis à l’esclavage dans les plantations de canne à sucre, ce peuple a été considéré « exterminé ». Comme nous avons pu le constater, le chapitre des rapports entre les colonisateurs et les peuples indigènes habitants du littoral du Nordeste du Brésil a fonctionné dès les conflits jusqu’à la réduction des survivants dans les missions catholiques où à la condition d’esclave. Les peuples Tupi du littoral ont été combattus, parfois exterminés, d’autres fois accueillis comme alliés, mais le bilan de ces rapports à la fin du XVIe siècle a été l’acquisition de 210 Créée par le pape Jules III à travers la bulle Super specula militantis Ecclesiae, de 25 février 1551, dans la ville de Salvador de Bahia, alors siège du Gouvernement-général du Brésil. 211 PITTA, Sebastião da Rocha, História da América Portuguesa [1ère édition 1730], São Paulo : W. M. Jackson, 1964, p. 164. 212 Il y avait plusieurs lois royales interdisant la guerre et l’esclavage des indigènes, mais dans certains cas il y avait aussi la possibilité d’avoir l’autorisation royale de combattre les groupes insoumis. La guerre faite sous l’autorisation royale a été désignée par l’expression juridique « guerre juste ». 123 nombreux guerriers réunis dans les missions prêts à combattre aux cotés des portugais contre des envahisseurs européens ou contre d’autres peuples indigènes insoumis213. Le travail des missionnaires, surtout des jésuites, dans la construction d’une catéchèse appropriée aux indiens parlants des langues Tupi a fait surgir l’« Art de la grammaire de la langue plus utilisée dans la côte du Brésil » (Arte de gramática da língua mais usada na costa do Brasil), écrite en 1555 par le père jésuite José de Anchieta et publiée seulement en 1595, elle a été un vrai guide linguistique pour les missionnaires chargés de l’administration des missions religieuses parmi les indigènes. Cette grammaire a été une compilation des mots et des formes de plusieurs dialectes et langues Tupi et a composé la « langue générale » (língua geral), utilisée pour la catéchèse mais pas exclusivement. Elle a été largement utilisée pendant la période coloniale, prioritairement pour les rapports commerciaux avec les indigènes, et même comme langue franche entre les métisses nés déjà dans la Colonie. Son usage a été interdit seulement au milieu du XVIIIe siècle, par le Marquis de Pombal, premier ministre portugais, contraint par le monopole de la langue portugaise. Au début du XVIIe siècle les peuples Tupi du littoral oriental avaient déjà été catéchisés et absorbés par le système colonial, c’est à dire, ils avaient déjà une place dans le schéma administratif et de production, même s’ils ont continué à reconstruire leurs identités, à pratiquer leurs rites et coutumes à l’intérieur des missions. Il ne faut pas imaginer les populations dominées comme passibles d’être modelées complètement par les appareils de l’État et de l’Église. Elles ont subi de lourdes transformations pendant cette période mais elles ont aussi fait leurs choix, comme sujets actifs dans ces rapports. La résistance silencieuse à travers la permanence des traits culturels, par exemple, a été une attitude active face à la colonisation214 qui marqua de façon indélébile la formation de la population métisse brésilienne. Par contre, à cette époque-là les peuples habitant au-delà des « murailles du sertão » n’avaient encore pas eu de place dans le schéma colonial. Le XVIIe siècle sera la période d’inclusion des tapuias dans le nouvel ordre établi de l’Amérique portugaise, à travers des contacts plus intensifs entre les colonisateurs et ces populations autochtones. Comme nous l’avons évoqué plus haut, déjà au XVIe siècle les portugais ont eu des informations sur les populations de l’intérieur du continent. Par exemple, le chroniqueur portugais Gabriel Soares de Sousa, qui a écrit le Traité descriptif du Brésil en 1587 (Tratado Descritivo do Brasil em 1587) a fait référence aux Aimoré qui ont habité le littoral de la Capitainerie d’Ilhéus, en affirmant qu’ils « sont descendants, ces Aimorés, d’autres sauvages que l’on nomme Tapuias »215. A la fin du XVIe siècle les incursions des portugais vers le sertão commencent à être plus fréquentes, surtout à cause de l’élevage extensif du bétail qui demande plus d’espaces libres, chose rare dans la zone de la forêt atlantique de plus en plus occupée par les plantations de canne à sucre. La perquisition des énormes espaces du sertão par les éleveurs a été la solution la plus raisonnable pour développer un nouveau modus de production sans porter préjudice à l’industrie du sucre déjà établie. Le principal nom associé à cette activité productive enregistré par l’histoire a été Garcia d’Ávila, famille propriétaire de la Casa da Torre (maison de la tour) qui a construit un vrai empire de l’élevage du bétail en exploitant les grandes extensions de terre, sans respecter les frontières des capitaineries, des la proximité de la ville de Salvador de Bahia jusqu’à 213 WILLEKE, Venâncio, “A praxe missionária adotada pelos franciscanos no Brasil – 1585-1619”, in Revista do IAHGP, vol. XLVI (1961), Recife: Instituto Arqueológico, Histórico e Geográfico Pernambucano, 1967. 214 PIRES, Maria Idalina da Cruz, Resitência indígena nos sertões nordestinos no pós-conquista territorial: legislação, conflito e negociação na vilas pombalinas, 1757-1823, [thèse de doctorat], Recife : Programa de Pós-Graduação em História da Universidade Federal de Pernambuco, 2004. 215 SOUSA, Gabriel Soares de, Tratado Descritivo do Brasil em 1587, LII (Descobrimentos, 13) Recife : FJN/Massangana, 2000. 124 l’intérieur des capitaineries de Pernambuco et de Piauí, dépassant les barrières naturelles comme le fleuve São Francisco. Les travailleurs et les esclaves de la Casa da Torre ont été, peut-être, les premiers à connaître la réalité de la vie au sertão et à entrer en contact avec les Tapuias. Mais on peut dire que c’est seulement après l’invasion du Nordeste du Brésil par les Hollandais, en 1630, que les rapports avec les peuples du sertão deviennent plus systématiques. La Compagnie hollandaise des Indes occidentales, société commerciale anonyme fondée lors des états généraux des Provinces-Unies, en 1602, en contrepartie d’un financement de l’État, se vit octroyer le monopole du commerce aux Amériques sur les côtes occidentales de l’Afrique. La Compagnie obtint également le droit de coloniser ces territoires et d’y entretenir des forces armées. Elle participa également au pillage des établissements espagnols et portugais dans le monde entier. En 1624 la Compagnie entreprit la conquête du Brésil avec la prise de Salvador de Bahia, mais cette entreprise a eu une durée très courte, car les portugais l’ont récupérée en 1625. Cinq ans plus tard, l’incursion sera dirigée vers Olinda qui tomba sur l’armée hollandaise et l’occupation perdurera pendant vingt quatre ans. Après la chute d’Olinda, les Hollandais ont élargi pendant les années suivantes leurs conquêtes à tout le Nordeste au nord du fleuve São Francisco. Comme ils ont trouvé les Tupi déjà catéchisés par les missionnaires catholiques, la plupart des indigènes des missions ayant participé à la guerre du coté portugais, les Hollandais ont commencé à contacter les Tapuias comme stratégie de cooptation des nouveaux alliés parmi ces peuples indigènes encore hors de la sphère d’influence portugaise. Les Hollandais ont changé le système d’administration des indigènes par rapport à celui pratiqué par les Portugais. Les anciennes aldeias missionnaires, encore existantes, peutêtre avec moins d’habitants et surtout d’hommes d’armes, ont continué à être d’importants points d’appui en fournissant de la main d’œuvre aux villages plus proches. En tant que pratiquants du protestantisme calviniste, les Hollandais ont basé leurs activités de catéchèse et d’instruction des Indigènes dans la religion reformée. Concernant le gouvernement des Indigènes, le changement de direction par rapport aux Portugais a permis aux colonisateurs de réaliser une assemblée qui a fortement marqué les différences d’attitude de chacune des métropoles coloniales. En 1645 a été réalisée dans l’aldeia Tapessirica, à Pernambuco, une assemblée en réunissant les représentants de toutes les aldeias missionnaires du Brésil hollandais ; notons que les représentants des aldeias étaient tous des indigènes ou descendants, comme en attestent les noms signés dans le compte-rendu, traduit du hollandais par Pedro Souto Maior. Convoquée par le gouvernement hollandais en siége à Recife, cette assemblée a dû discuter les nouveaux paramètres d’organisation pour le gouvernement des Indigènes. Les représentants ont revendiqué l’implantation dans les aldeias de la même structure administrative des villes et villages coloniaux, les câmaras municipais (chambres municipales). Autrement dit, les indigènes ont revendiqué leur propre gouvernement, leur propre auto gestion, au niveau des aldeias, pareil aux européens habitants de la Colonie. Avec leur marque propre, les Hollandais ont contacté et négocié avec les supérieurs des peuples du sertão (souvent appelés dans la documentation comme principal ou même roi), comme les cas des Tarairiu, Jandui, Kariri, entre autres. Parfois ces peuples ont accepté d’être catéchisé dans une aldeia missionnaire (d’orientation calviniste, dans ce cas), et en même temps on trouve des exemples de groupes qui ont été alliés et qui ont continué à vivre comme avant. Le fait d’être allié des Hollandais pendant la période d’occupation du Nordeste (16301654), aura comme conséquence, après la sortie de ceux-là, des rapports très difficiles avec les Portugais, toujours basé sur la méfiance et le soupçon. L’ensemble de ces motifs donnera 125 occasion à la déflagration de la Guerre des Barbares, déjà mentionnée. Cela sera un des chapitres les plus sanglants de l’histoire des rapports entre Européens et Indigènes dans l’Amérique portugaise. Pendant moins d’un siècle beaucoup d’ethnies ont disparues sans laisser la moindre marque de leurs existences, tout comme plusieurs groupes ou individus survivants des massacres ont été réduit à la condition d’esclave et transportés aux plantations de canne à sucre. Ce moment, et ce n’est encore qu’une hypothèse, a, peut-être été l’occasion de la transposition de l’usage rituel de la Jurema du sertão jusqu’au littoral. Enfin, nous savons que les processus de contact entre les populations autochtones et les fronts de colonisation européenne ont vu leurs premières heures dans l’Amérique portugaise dans la région Nordeste, en apportant rapidement des interférences épuisantes et même destructrices aux organisations sociales, politiques, économiques et religieuses de ces populations natives. Ces processus ont été représenté par la fixation des colons européens et par l’expansion des frontières coloniales à travers l’implantation des modèles d’activités économiques représentés autant par la monoculture de la canne à sucre que par l’élevage extensif de bétail, ainsi que toutes les structures associées (factoreries, forteresses, villes et villages, moulins à sucre, fermes, missions), à partir des noyaux plus puissants de l’occupation coloniale au Nordeste : les capitaineries de Pernambuco et de Bahia216. L’antiquité de ces processus au Nordeste a fait grandir les difficultés, de nos jours, pour un abordage historique plus précis des cultures, des langues, des mœurs et des traditions de ces populations217, car les transformations qu’ont subi ces sociétés et le silence des sources concernant ces aspects de la vie indigène, de façon générale, ont rendu presque impossible aux chercheurs de retrouver un fil conducteur pour faire une histoire plus reculée des peuples indigènes qui habitent cette région. L’apparition de l’usage de la Jurema dans une source coloniale Dans une réunion réalisée à Recife le 16 septembre 1739 – convoqué par le Gouverneur de la Capitainerie de Pernambuco et annexes, Henrique Luis Pereira Freire de Andrada – le Conseil des Missions (Junta das Missões) de Pernambuco a eu comme préoccupation centrale de « chercher les moyens nécessaires pour remédier aux erreurs qui s’étaient introduites parmi les indigènes, en buvant certaines boissons qu’ils appellent Jurema » (« se buscassem os meios precisos para se remediar os erros que se têm introduzido entre os índios, tomando certas bebidas às quais chamam Jurema218 ») Ainsi, a été enregistré la plus ancienne information écrite dont on ait connaissance jusqu’à ce jour, de l’usage rituel de cette boisson emblématique qui garde – le long des siècles et jusqu’à nos jours – une place détachée dans les systèmes de croyances tant des populations indigènes que des populations métisses qui habitent la région semi-aride brésilienne. Si, d’un coté, on peut attester la forte présence de la Jurema de nos jours, au milieu des populations mentionnées au-dessus, en portant un caractère polysémique dans lequel le terme désigne des espèces botaniques, divinités indigènes, boisson sacrée et entités spirituelles indigène-afro-brésiliennes219, de l’autre coté, la compréhension du contexte historique dans lequel cette nouvelle du XVIIIe siècle a été produite, peut révéler des dynamiques alors en oeuvre dans les frontières coloniales de l’Amérique portugaise. 216 MEDEIROS, Guilherme, op. cit. OLIVEIRA, João Pacheco de, “Uma etnologia dos ‘índios misturados’? situação colonial, territorialização e fluxos culturais”, MANA, 4(1): 47-77, 1998. 218 AHU, ACL, CU-015, Cx. 56, D. 4884, 16/09/1739. 219 MOTA, Clarice Novaes da, “Jurema e identidades: um ensaio sobre a diáspora de uma planta”, pp. 219-239, in LABATE, Beatriz Caiuby, GOULART, Sandra Lucia (orgs.), O Uso Ritual das Plantas de Poder, Campinas, SP: Mercado de Letras, 2005. 217 126 La mise en contexte des dynamiques frontalières entre les espaces connus et ses populations (déjà colonisés), et les espaces et populations encore inconnus ou peu connus, nous confronte à des barrières historiographiques difficiles à transposer. Comme nous l’avons vu plus haut, une de ces barrières est représentée par l’écriture des références concernant les populations indigènes dans les sources coloniales. Si les récits de voyage et les chroniques des fonctionnaires royaux et des missionnaires ont bien enregistré la vie et les mœurs des peuples Tupi du littoral, on ne peut en dire autant des peuples du sertão. Cependant, les difficultés à récupérer des informations plus précises sur ces peuples n’empêchent pas que l’on cherche des itinéraires moins évidents pour récupérer des chemins susceptibles d’avoir été parcourus par la Jurema, en utilisant des donnés fournies par les autres sciences proches, tels que l’Anthropologie et l’Archéologie, ou un peu plus diagonalement par l’Ethnobiologie (à travers l’Ethnobotanique), ou même par les sciences médicales et chimiques (par rapport aux études des substances psycho actives). Plus récemment, depuis la décennie de 1990, quelques érudits brésiliens des populations indigènes du Nordeste – tels que Maria Sylvia Porto Alegre, João Pacheco de Oliveira, José Maurício Andion Arruti, Rodrigo de Azeredo Grünewald et Clarice Novaes da Mota, pour n’en citer seulement quelques-uns – sont en train de construire un nouveau regard sur la prétendue « disparition » des peuples indigènes du Nordeste, en basant cette construction sur des rapprochements et des dialogues entre l’Anthropologie et l’Histoire chaque fois plus fréquents et féconds. En même temps qu’ont avancé ces dialogues interdisciplinaires dans le milieu académique, pendant les années quatre-vingt-dix, ont commencé des mouvements jusqu’alors insoupçonnés dans les populations rurales du Nordeste, à travers des mobilisations chaque fois plus nombreuses, dans le sens de l’auto affirmation en tant que « peuples indigènes », de parties de ces populations qui sont passés à la lutte et à la revendication pour leur droit d’être reconnu comme tels par l’État brésilien. Ainsi, à l’inverse de l’idée absolue du processus historique de « disparition », on a vu dans les dernières années du XXe siècle la croissance des populations indigènes au Nordeste. Ces mouvements ont causé autant des polémiques que de révisions des concepts, tout comme la création de nouveaux paradigmes capables d’éclaircir et de faire entendre ces nouvelles réalités. Ainsi, nous avons vu au fil des études la création de plusieurs termes pour désigner ces « nouvelles » populations indigènes, tels que peuples ressurgis ; re-nés ; remis ; résistants (povos ressurgidos ; renascidos ; remanescentes ; resistentes). La principale caractéristique qui ressort a été d’être des populations considérées jusqu’alors comme communautés rurales composées par de simples paysans, surtout métisses – souvent appelés caboclos220 – qui ont commencé à affirmer leur condition d’indigènes à partir d’un moment quelconque. Ces groupes sont surtout distribués dans les actuels états de Pernambuco, Bahia, Ceará, Paraíba, Alagoas et Sergipe. Concernant l’identification de ces groupes, ils se sont chargés à la fois d’un ethnonyme déjà enregistré historiquement mais déjà considéré comme disparu, et d’autres fois d’ethnonymes qui n’ont pas eu d’enregistrement historique. Parfois, les groupes ont la conscience d’être le fruit de la jonction d’ethnies variés depuis la période coloniale, à l’occasion des travaux missionnaires. Entre les plusieurs ethnonymes, on peut citer : Pankararu, Pankararé, Xukuru, Truká, Kambiwá, Tuxá, Xocó, Pipipã, Tumbalalá, Tremembé, Okren, Kariri-Xukuru, Kariri-Xocó. A cette liste on peut joindre : Fulni-ô, Kapinawá, Atikum, Pataxó Hã-Hã-Hãe et Potiguara. La 220 L’expression caboclo signifie « métis de blanc avec indigène; sertanejo [originaire du sertão], campagnard » (BUENO, Silveira, Dicionário da Língua Portuguesa, São Paulo: FTD, 2000). 127 majorité est localisée dans la région semi-aride ; plusieurs se trouvent sur les berges du fleuve São Francisco, dans son cours moyen et sub-moyen. Parmi les anneaux culturels qui lient ces populations, nous trouvons l’expression du rituel du Toré221 et la centralité de la Jurema comme élément rituel, mythologique et cosmogonique. Ces deux éléments sont présents dans les univers culturels de tous ces peuples cependant chacun d’eux présente des variations propres qui fonctionnent comme des bornes frontalières des identités, marques de différenciation entre un groupe spécifique et les autres. Actuellement, ces caractéristiques sont à l’étude et l’on commence à voir chaque jour un peu plus de publications scientifiques concernant ces peuples, principalement à cause de la projection des recherches académiques dans le marché éditorial. Cependant, ces importants travaux anthropologiques analysent le moment présent et le mouvement d’auto affirmation, en avançant faiblement dans les études historiques de ces populations. Quelques auteurs se sont dédiés davantage à ce sujet, c’est le cas de Rodrigo de Azeredo Grünewald, dans un travail publié récemment et intitulé « Sujets de la Jurema et le rachat de la ‘science de l’Indigène’ » (Sujeitos da Jurema e o resgate da ‘ciência do índio’222). Ce même auteur vient d’organiser une importante publication – qui réunit des travaux de plusieurs chercheurs – sur le sujet du Toré des peuples indigènes du Nordeste comme pilier de la construction de leurs univers mythiques et religieux223. Aux cotés des études sur la Jurema dans le contexte strictement indigène, on trouve aussi d’importants travaux anthropologiques qui abordent son usage au milieu des populations urbaines, généralement en syncrétisme avec les cultes afro-brésiliens. C’est le cas de Roberto Motta qui travaille sur ce sujet depuis les années soixante-dix et qui vient de publier un article intitulé « La Jurema de Recife : religion indigène-afro-brésilienne dans le contexte urbain » (A Jurema do Recife : religião indo-afro-brasileira no contexto urbano224). On agrandir cette liste avec les noms d’autres auteurs qui ont travaillé sur ce sujet, tels que Roger Bastide225, Maria do Carmo Brandão et Ricardo Rios226, René Vandezande, Clélia Moreira Pinto e Ulisses Paulino de Albuquerque227. La réflexion historique sur le complexe rituel de la Jurema passe directement par un nouveau regard, une nouvelle démarche sur la documentation coloniale luso-brésilienne. Même avec la rareté des références concernant son usage avéré, les sources coloniales peuvent fournir plusieurs indices de permanences culturelles et de traces de résistances qui permettraient la mise en perspective des potentialités de survivance de plusieurs éléments ethniques. Cela signifie qu’il faut apercevoir le système colonial comme un système non hermétique, qui a permis des espaces de résistance non armés. La vie dans la Colonie a été doté de dynamiques variables selon l’espace et le temps228, dans cet immense espace continental qui a compté la succession de plusieurs métropoles coloniales le long des siècles, comme l’exemple du Nordeste oriental où les conquéreurs portugais, français, espagnols et hollandais se sont confrontés et succédés. Le choc et la succession de ces pouvoirs coloniaux ont été gérés en plusieurs phases, véritables vacuités de pouvoir et, dans d’autres cas, 221 Toré : m. mot d’origine probablement Tupi qui désigne une espèce de rite avec danse et chants qui est célébré en plusieurs occasions. Rituel dansé et chanté caractéristique des indigènes du Nordeste. 222 In LABATE, Beatriz Caiuby, GOULART, Sandra Lucia (orgs), O Uso Ritual das Plantas de Poder, São Paulo: FAPESP/Mercado de Letras, 2005. 223 GRÜNEWALD, Rodrigo de Azeredo (org.), Toré: Regime Encantado do índio do Nordeste, Recife: Massangana, 2005. 224 In LABATE, B. C., GOULART, S. L., op. cit. 225 BASTIDE, Roger, “Catimbó”, in PRANDI, Reginaldo, Encantaria Brasileira: o livro dos mestres, caboclos e encantados, Rio de Janeiro: Pallas, 2001. 226 BRANDÃO, Maria do Carmo, RIOS, Ricardo, “O Catimbó-Jurema do Recife”, in PRANDI, Reginaldo, op. cit. 227 ALBUQUERQUE, Ulisses Paulino de, MOTA, Clarice Novaes da (orgs.), As muitas faces da Jurema: de espécie botânica a divindade afro-indígena, Recife: Bagaço, 2002. 228 CARVALHO, Marcus, Liberdade: rotinas e rupturas do escravismo no Recife, 1822-1850, Recife: Ed. Universitária da UFPE, 2001. 128 l’administration des territoires et des gens a varié selon la métropole à l’origine du commandement. Par ailleurs, si les dialogues entre l’Anthropologie et l’Histoire ont permis d’avancer la construction de nouvelles réflexions, on doit attribuer à cet effort interdisciplinaire les contributions de l’Archéologie, en offrant à cette discussion l’ouverture de nouveaux horizons autant chronologiques qu’interprétatifs. Ainsi, en reculant encore plus dans l’échelle temporelle, nous pouvons trouver des informations apportées par l’Archéologie concernant les registres graphiques préhistoriques de la région semi-aride brésilienne. Ce n’est pas une association facile ni tout à fait conclusive, cependant il est difficile d’exclure les indices des possibilités de l’existence dans cette région d’une antiquité préhistorique des rapports entre les populations originaires et l’élément végétal, dans le sens rituel ou religieux. Pour cela, l’élément le plus concret qui puisse fonctionner comme anneau de liaison entre l’usage rituel de la Jurema de la période coloniale et le passé préhistorique est la présence des « scènes de l’arbre » parmi les exemplaires de peintures rupestres de la région. Ces scènes sont, jusqu’à ce jour, classifiées comme appartenant à la Tradition Nordeste, une tradition de peinture rupestre qui a été pratiquée depuis 12.000 jusqu’à 6.000 ans avant notre ère, comme en attestent Niède Guidon229, Anne-Marie Pessis230 et Gabriela Martin231. D’ailleurs, si les peintures rupestres ne permettent pas l’identification des espèces botaniques montrées dans les plusieurs « scènes de l’arbre » – dans lesquelles apparaissent souvent des groupes humains disposés aux alentours d’un arbre avec les bras levés comme une attitude de révérence, ou dans d’autres cas, apparaissent deux humains soutenant entre eux une branche ou un rameau d’un quelconque végétal, ou encore dans d’autres scènes où sont montrées des individus portant un rameau dans une main – les gestes, les mouvements et les attitudes montrées fournissent des indices qui infèrent que les populations qui ont habité cette région pendant la préhistoire possédaient des connaissances et ont élaboré des pratiques avec l’utilisation d’espèces végétales. Les scènes ont été enregistrées sur les murs des abris sur roche où l’on trouve aussi des scènes de chasse, des scènes de guerre, des scènes de sexe et encore d’autres graphismes variés qui montrent parfois des animaux et des êtres humains. La distinction qui a été donné aux scènes ayant contenu des éléments végétaux indique l’importance de ce rapport pour ces populations, puisqu’elles sont placées à coté des scènes de chasse, de guerre et de sexe, c’est-à-dire à niveau égal des activités essentielles à la survie de ces sociétés. L’ethnico botanique Richard Evans Schultes a remarqué que “there is ample material proof that narcotics and other psychoactive plants, such as hallucinogens, were employed in many cultures in both hemispheres thousands of years ago. The material proof exists in some archaeological specimens of the plants in contexts indicating magico-religious use and in art forms such as paintings, rock carvings, golden amulets, ceramic artifacts, stone figurines, and monuments”232. Le fait de ne pouvoir associer spécifiquement la Jurema aux peintures rupestres n’amoindrie pas l’importance de ces registres pour la mise en contexte de son usage par les populations autochtones, car le complexe mythique religieux de la botanique sacrée de ces peuples est assez ample, encore aujourd’hui. Non seulement parmi les actuels peuples autochtones du semi-aride brésilien, mais aussi parmi les métis – les caboclos qu’ont a mentionné – qui habitent cette même région, on trouve plusieurs espèces botaniques qui possèdent le statut de « plantes sacrées ». Par 229 GUIDON, Niède, Peintures préhistoriques du Brésil, Paris: ERC, 1991. PESSIS, Anne-Marie, Imagens da Pré-História, Parque Nacional Serra da Capivara, FUMDHAM / PETROBRAS, 2003. 231 MARTIN, Gabriela, Pré-História do Nordeste do Brasil, 4ª. Ed., Recife: Ed. Universitária da UFPE, 2005. 232 SCHULTES, Richard Evans, Antiquity of the use of New World Hallucinogens, Integration, vol. 5, pp. 9-18, 1995. 230 129 exemple, parmi ces peuples indigènes, on trouve une cérémonie appelée Ouricuri qui est considérée comme la plus importante dans le calendrier religieux et pendant laquelle l’usage de la Jurema prend une place fondamentale. « Ouricuri » désigne en même temps la cérémonie et l’arbre (un palmier), considéré sacré qui fournit des fibres pour la fabrication de vêtements rituels, et par ailleurs des fruits, des graines et du bois. Un autre cas que l’on peut citer concerne l’« Umbu » (spondias tuberosa), qui joue aussi un important rôle dans le cycle cérémoniel de ces peuples, comme c’est le cas des Pankararu, parmi lesquels le commencement de la saison de l’Umbu ouvre le calendrier religieux de l’année. On peut également mentionner le « Juazeiro » (Ziziphus joazeiro, Mart.) et l’« Imburana » (Commiphora leptophloeos, Mart.), comme d’importantes espèces botaniques présentes dans les répertoires mythiques religieux de ces populations. Pourtant, de la même façon que les espèces botaniques connues populairement par la désignation générale de « Jurema » – Ulisses Paulino de Albuquerque233 arrive à répertorier dix-neuf espèces botaniques sur cette dénomination ou associés à adjectives, tels que « jurema blanche », « jurema noir », « jureminha [petite jurema] » – les autres pantes citées au-dessus sont originaires du semi-aride brésilien, comme en attestent Laure Emperaire et Gerda Nickel Maia234. Aussi les « scènes de l’arbre » de la Tradition Nordeste de peinture rupestre se déroulent seulement dans la région semi-aride, soit au sud-est de l’État de Piauí, dans le Parc National Serra da Capivara, soit à la région du sertão de Seridó, comprenant une partie des états de Paraíba et Rio Grande do Norte ; à Xingó, dans l’État de Sergipe ; à la Chapada Diamantina (plaine Diamantina) dans l’État de Bahia et encore à Buíque, dans l’État de Pernambuco. En retournant sur la documentation du XVIIIe siècle, par au-delà du compte rendu de la réunion du Conseil des missions de Pernambuco, déjà cité plus haut, on trouve encore deux lettres du Gouverneur de Pernambuco au roi datées de 1741 qui citent nominalement l’usage de la Jurema. Aussi, pendant la seconde moitié du siècle, après l’édition du Directoire des Indigènes (Diretório dos Índios) en 1757, par le Marquis de Pombal, premier ministre du Portugal, on trouve une adaptation de cet instrument juridique, dédié d’abord à l’État de Maranhão et Grão-Pará235, faite par le gouvernement de Pernambuco pour être appliquée dans leur juridiction. Dans les orientations du Marquis de Pombal concernant l’application du Directoire, il y eu une instruction pour adapter les articles à chaque région à la mesure que les administrateurs le souhaitaient. Dans le cas de Pernambuco, le gouverneur a précisé dans une clause spécifique, l’interdiction de l’usage de la Jurema par les indigènes. Cela a été, probablement, un reflet des discussions commencées au début du siècle, quand la nouvelle est apparue dans le document de 1739. La description de l’usage rituel de la Jurema faite dans la documentation de 1739, semble avoir des éléments très proches des usages chamaniques d’espèces botaniques par d’autres peuples indigènes d’Amérique. On peut citer le cas de l’usage de l’Ayahuasca, dans la forêt amazonienne et le cas de l’usage du cactus Peyotl, par les peuples du nord de Mexique et du sud des Etats-Unis. Le contenu du document concernant la description des effets de l’usage, qui évoque des « visions », des « illusions », et la croyance des indigènes en ces visions comme en « oracles », donnent l’idée de la force de cet usage au sein de l’organisation religieuse de ces peuples. 233 ALBUQUERQUE, Ulisses Paulino de, MOTA, Clarice Novaes da (orgs.), op. cit., p. 182. MAIA, Gerda Nickel, Caatinga: árvores e arbustos e suas utilidades, São Paulo: Leitura & Arte, 2004. 235 Au XVIIIe siècle l’Amérique portugaise a été divisée en deux Etats : l’État du Brésil, comprenant toutes les capitaineries délimitées depuis le XVIe siècle, en incluant les régions de l’ouest de Rio de Janeiro, São Paulo, Minas Gerais et les frontières avec l’Amérique espagnole (territoires d’abord localisés au-delà du méridien de Tordesillas) ; et l’État de Maranhão et Grão-Pará, comprenant toute la région nord, c’est à dire l’Amazonie portugaise. 234 130 Voici la description donnée par le Gouverneur de Pernambuco de l’usage de la Jurema, dans la lettre du 1er juillet 1741 au roi : « je peut seulement informer à Votre Majesté qu’en exposant dans le Conseil des missions le Révérendissime Évêque que dans les aldeias la grande majorité des Indigènes a fait usage d’une boisson appelée Jurema avec laquelle en perdant la conscience sont survenues plusieurs visions, en les relatant aux autres indigènes qui les prenaient comme des oracles » (só posso informar a Vossa Majestade que expondo o reverendíssimo Bispo na Junta das Missões que nas aldeias usavam a maior parte dos índios de uma bebida chamada Jurema com a qual perdendo os sentidos se lhes apresentavam várias visões, repetindo-as despois e crendo nelas os demais índios como em oráculos236) Pour conclure nous pouvons considérer ce travail comme une première contribution de l’approche historique sur le thème de l’usage rituel de la Jurema dans la période coloniale. L’approfondissement des réflexions sur les origines ethniques et spatiales de cet usage pourra apporter des éléments importants pour la compréhension de la formation multiethnique de la société brésilienne, et surtout, pour ce qui tient à la participation des ethnies indigènes. Bibliographie Albuquerque, Ulisses Paulino de, Mota, Clarice Novaes da (orgs.), As muitas faces da Jurema: de espécie botânica a divindade afro-indígena, Recife: Bagaço, 2002. Anati, Emmanuel, La religion des origines, Paris: Bayard (Hachette Littératures), 1999. Avila, Gabriela Martin, Pré-História do Nordeste do Brasil, 4e édition, Recife: Ed. Universitária da UFPE, 2005. Carvalho, Marcus, Liberdade: rotinas e rupturas do escravismo no Recife, 1822-1850, Recife: Ed. Universitária da UFPE, 2001. 236 AHU, ACL, CU-015, Cx. 56, D. 4884, annexe, 01/07/1741, Recife. 131 Grünewald, Rodrigo de Azeredo (org.), Toré: Regime Encantado do índio do Nordeste, Recife: Massangana, 2005. 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Toda frontera, también, sea cual sea su trazado político y diplomático, y esté apoyada o no sobre un accidente físico o sobre diferencias visibles en costumbres y lenguas, es al mismo tiempo, en buena medida, una barrera construida y fabricada mentalmente. En efecto, la pretensión de marcar las diferencias con respecto a un vecino que cuestiona nuestra propia identidad conduce a acentuar, exagerándolos, los contrastes entre “nosotros” y los “otros”, más que los aspectos comunes, a la vez que minimiza las heterogeneidades internas a cada uno de esos dos sujetos colectivos. De ese modo, las gradaciones más o menos sutiles del entorno natural, los paisajes y las características culturales, étnicas o lingüísticas acaban con frecuencia convirtiéndose, a través del esfuerzo de diferenciación, en demarcaciones aparentemente nítidas e inconfundibles. Así, como señala Edward Said: “La práctica universal de establecer en la mente un espacio familiar que es nuestro y un espacio no familiar que es el suyo es una manera de hacer distinciones geográficas que pueden ser totalmente arbitrarias (…). No hay duda de que la geografía y la historia imaginarias ayudan a que la mente intensifique el sentimiento íntimo que tiene de sí misma, dramatizando la distancia y la diferencia entre lo que está cerca de ella y lo que está lejos”238. El concepto de “frontera”, en el doble sentido de límite territorial entre entidades políticas o comunidades culturales en el seno de Europa y de separación entre la propia Europa y el resto del mundo, constituye una forma interesante de enfocar la reflexión crítica sobre qué constituye lo europeo y cuáles han sido sus relaciones con otras culturas y sociedades239. Por una parte, como es bien sabido, los límites del territorio europeo, en ausencia de fronteras físicas evidentes, sobre todo por el Este, se han ido definiendo a lo largo de la Historia, de forma variable, a partir del énfasis en ciertos rasgos religiosos o culturales que permitían constituir una identidad, por oposición a ciertas figuras de los “otros”, externos o internos: “bárbaros”, judíos, musulmanes, herejes o indios americanos. Si bien la reflexión acerca de la diferencia se había desarrollado ya en la Antigüedad y la Edad Media, el desarrollo de las navegaciones, el descubrimiento del Nuevo Mundo y la formación de imperios coloniales abrieron a los europeos, de forma mucho más amplia, el conocimiento y la experiencia de realidades naturales y humanas profundamente distintas de la propia, que acompañaron a las empresas de conquista y dominio240. Las informaciones y especulaciones aportadas por toda 237 Este trabajo se ha beneficiado de una estancia en el Instituto Europeo de Florencia entre los meses de junio y julio de 2006, con el apoyo del Vicerrectorat d’Investigació de la Universitat de València, así como de las discusiones en el marco del proyecto de investigación I+D+I 171/2004, financiado por el Instituto de la Mujer (Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales). 238 Edward Said, Orientalismo, Madrid, Ediciones Libertarias, 1990, pp. 80-81. 239 Reflexiones más amplias al respecto, en Mónica Bolufer, “Geografías imaginarias, fronteras en transformación. Los límites de los “europeo”, desde la Antigüedad al presente”, en Las fronteras de Europa, monográfico de Saitabi, 54 (2004; en prensa). 240 Tzvetan Todorov, La conquista de América: la cuestión del otro. México, FCE, 1987. Anthony Pagden, La caída del hombre: el indio americano y los orígenes de la etnología comparativa. Madrid, Alianza, 1988. 134 una literatura de viajes por lugares “exóticos”, desde relatos de misioneros de los siglos XVI y XVII a expediciones científicas del XVIII, pondrían las bases de la etnología comparativa, para acabar cristalizando en el Siglo de las Luces en complejas teorías acerca del desarrollo social desde el “salvajismo” a la “civilización”241. Al mismo tiempo, no obstante, también las diferencias entre pueblos y culturas asentados en el solar de “Europa” han suscitado a lo largo del tiempo, no menos que los aspectos comunes, inquietudes y esfuerzos de comprensión. Si los relatos de viajes medievales y modernos reproducen, en buena medida, los tópicos heredados de la Antigüedad acerca de las características físicas y morales, “cualidades” y “vicios” de los distintos pueblos, el siglo de las Luces vería desarrollarse el debate acerca de si los “caracteres nacionales” eran fijos, al estar determinados por el clima y las condiciones físicas del territorio, como afirmara Montesquieu en El espíritu de las leyes (1738) o, por el contrario, dependían de las costumbres modeladas por la historia y, por tanto, estaban sujetos a transformaciones, según sostiene Hume en su ensayo Of national characters. Polémica que partía, precisamente, de la conciencia, más aguda que nunca, de los notables contrastes culturales en el seno de la propia Europa, acrecentada por la práctica mucho más frecuente del viaje, a causa de las mejoras en los transportes, el aumento de los intercambios comerciales y, en general, el crecimiento económico del siglo. En este sentido, las categorías de “civilización” y “primitivismo”, que, con profundas raíces clásicas y complejas trayectorias medievales y renacentistas, cuajaron en el siglo XVIII en teorías del desarrollo, funcionaron no sólo para establecer diferencias valorativas entre Europa y el resto del mundo, sino también para distinguir y jerarquizar “centros” y “periferias” dentro del propio territorio europeo, trazando fronteras en las que se asignaba a los territorios periféricos del continente un carácter ambiguo de límite entre lo europeo y lo “primitivo”. Así, la Europa del Este, en particular Rusia, ocupaba en el imaginario de la Ilustración el espacio de una transición cultural entre el mundo europeo y Asia, que producía en los viajeros occidentales impresiones opuestas de familiaridad y extrañamiento242. Por su parte, los territorios escandinavos suscitaban interés por la presencia en sus confines de poblaciones con hábitos "exóticos" (como la lapona) que permitían reflexionar sobre los límites entre salvajismo y civilización243. Al mismo tiempo, los Balcanes, territorios europeos bajo soberanía otomana, fueron “descubiertos” en el siglo XVIII como un espacio geográfico y cultural marginal dotado de características propias244. Incluso Italia, centro de la cultura europea durante el Renacimiento y lugar de peregrinación artística e intelectual todavía en el XVIII, comenzó a contemplarse desde una nueva óptica que insistía en su carácter meridional, periférico y atrasado con respecto a la Europa nordoccidental245 Estos estudios establecen un marco de análisis interesante para poner en relación los dos hilos que, trenzados, configuran la construcción histórica de la identidad europea: la reflexión sobre las diferencias (sociales, económicas, culturales o políticas) entre los diversos territorios europeos y el esfuerzo de diferenciación con respecto a otras culturas y sociedades. Sin embargo, los trabajos citados, en su mayoría anglosajones, suelen omitir otra frontera, la del 241 Michele Duchet, Antropología e historia en el siglo de las Luces: Buffon, Voltaire, Rousseau, Helvecio, Diderot, México, Siglo XXI, 1975. Roland L. Meek, Los orígenes de la ciencia social. El desarrollo de la teoría de los cuatro estadios, Madrid, Siglo XXI, 1981. 242 Larry Wolff, Inventing Eastern Europe. The Map of Civilisation in the Mind of Enlightenment. Stanford, Stanford University Press, 1994. Mª Victoria López-Cordón, “De Moscovia a Rusia: caracteres nacionales y límites europeos en el imaginario español de los siglos XVII y XVIII”, en M. Bolufer, ed., Las fronteras de Europa, monográfico de Saitabi, 54 (2004; en prensa). 243 Brian Dolan, Exploring European Frontiers. British Travellers in the Age of Enlightenment. Londres, McMillan, 2000. 244 Maria Todorova, Imagining the Balkans, Oxford-Nueva York, Oxford University Press, 1997. 245 Nelson Moe, The View from Vesubius. Italian Culture and the Southern Question, Berkeley, Berkeley University Press, 2002. 135 Sur, marcada por el Mediterráneo, a una orilla del cual se sitúan los Estados musulmanes del Magreb y a otra la Europa meridional, representada especialmente (por su proximidad geográfica al Norte de África y por su pasado islámico) por los territorios peninsulares de la monarquía hispánica. Interrogarnos sobre cómo describen los viajeros procedentes de otras latitudes esas dos sociedades, fronterizas entre sí y periféricas ambas en relación con los dos universos de los que forman parte (la Europa cristiana y el Islam) puede ayudarnos a entender el modo en que se perciben e interpretan las características políticas y culturales de lo que en el siglo XVIII comenzaban a considerarse como territorios limítrofes entre Europa y “Oriente”. De esa forma podremos analizar cómo categorías propias del pensamiento ilustrado, tales como las de “progreso”, “civilización” y “barbarie”, condicionan la percepción de las sociedades de frontera e indagar en los orígenes de la visión orientalizante que se impondrá en la cultura europea a partir del siglo XIX. El texto que hemos escogido para este análisis son las Letters from Spain, Portugal and Barbary (1788) de Alexander Jardine (1739?-1799). La obra fue publicada en Londres en 1788, de forma anónima, atribuida a “un oficial inglés” (“by an English officer”), aunque la identidad del autor debía ser un secreto a voces. Jardine fue un militar y diplomático cultivado, de formación ilustrada y simpatías radicales246. Próximo a la corriente de la disidencia religiosa unitaria (dissenters), de signo racionalista y demócrata, así como a los círculos radicales representados por personajes como Mary Wollstonecraft, Thomas Paine o William Godwin (con quien colaboró en la fundación de un club de discusión filosófica, la Philomatic Society), sus posiciones sociales y políticas destacan por su audacia en el contexto de su tiempo, en particular en lo relativo a la gran importancia concedida a la educación como medio de progreso individual y colectivo y a su convicción de que el avance social requería de una igualdad entre los sexos. Jardine participó en 1762 en la defensa de Gibraltar, donde residió hasta 1763 y conoció a la que sería su esposa, Juana, de origen español; volvería a España en 1766 para ejercer labores de espionaje, fundamentalmente sobre cuestiones militares. Desde Gibraltar fue enviado en noviembre de 1771 a la Corte de Marruecos, en la que viviría hasta marzo del año siguiente. Tras unos años en Gran Bretaña, regresó a España en 1776 hasta ser expulsado con motivo de la guerra de independencia de las Trece Colonias (1776-1783), en la que España se involucró en 1779. Su última estancia en nuestro país, con el cargo de cónsul en la Coruña, duró entre 1793 y 1796, fecha en la que fue expulsado de nuevo al declararse la guerra entre España e Inglaterra; murió en 1799 en Portugal, donde había sido obligado a exiliarse. En la década de los 80, viviendo en Inglaterra, Jardine se ocupó de recopilar y ordenar sus observaciones sobre los países que había recorrido, origen de sus Letters. La obra tuvo una excelente acogida en su país de origen, donde fue objeto de tres ediciones y otras tres reimpresiones entre su publicación en 1788 y 1808, además de traducirse al alemán. Siguiendo las convenciones del género epistolar, recoge un total de 92 cartas compuestas entre 1771 y 1787 en el transcurso de sus viajes, principalmente por España y Marruecos, así como por Francia y Portugal. El núcleo de la obra lo componen las 35 cartas escritas desde España, que ocupan casi la totalidad del segundo volumen (cartas I-XXXV) y que, a pesar de constituir uno de los relatos más interesantes y originales entre los escritos por viajeros europeos en nuestro país, sólo recientemente han merecido los honores de una excelente edición crítica en castellano247. Completan ese segundo volumen siete cartas escritas desde 246 Sobre la biografía de Jardine, véanse José Francisco Pérez Berenguel, “Vida y obra de Alexander Jardine”, en Alexander Jardine, Cartas de España, Alicante, Universidad de Alicante, 2001, pp. 21-150, y Jane Rendall, “The ‘Political Reveries’ of Alexander Jardine”, en Malcom Crook, William Doyle y Alan Forrest, eds., Enlightenment and Revolution, Ashgate Press, 2004, pp. 91-113. 247 [Alexander Jardine] Letters from Barbarie, France, Spain and Portugal by an English officer. Londres, T. Cadell, 1788, 2 vols; Cartas de España, edición y traducción de José F. Pérez Berenguel, Alicante, Universidad de Alicante, 2001. He utilizado esta edición crítica para las referencias a España y la original de 1788 para las cartas desde “Berbería”. 136 Portugal en 1779 (cartas XXXVI-XLII) y una última redactada años después, en 1787, desde la isla de Jersey (carta XLIII). El primero, por su parte, lo componen las veinte misivas compuestas en el reino de Marruecos (cartas I-XX) y las 28 escritas desde Francia, principalmente en París, durante su viaje hacia España en 1777 (cartas XXI-XLIX). Si bien se adscriben al género, ampliamente desarrollado en el siglo XVIII, de la literatura de viajes, manteniendo muchas de las convenciones del mismo, como la forma epistolar, las Letters de Alexander Jardine se singularizan por su mayor inclinación hacia la especulación teórica. Su perspectiva, como reconoció la crítica ya en su propia época, es la de un observador filosófico de la sociedad y las costumbre que, si bien no deja de reparar en detalles concretos de todos aquellos lugares que recorre, constantemente construye, a partir de ellos, interpretaciones más amplias que pueden leerse, en su conjunto, como una teoría del progreso de las civilizaciones, sus mecanismos y sus causas, con una especial atención al “gran arte del gobierno, del que depende en tanta medida el progreso, la civilización y la felicidad de la humanidad” (Jardine, 1788, I, p. VI). Entre “bárbaros” y “civilizados”: “despotismo” y conflicto en Marruecos. Jardine llegó a Marruecos en noviembre de 1771, como oficial experto en artillería, a petición del sultán, que deseaba ser asesorado en tal materia, y con el encargo por parte de su gobierno de tratar de mejorar las relaciones de aquel imperio con Inglaterra, en particular de procurar la liberación de un oficial inglés, el capitán Hays, y su tripulación, recientemente capturados. Aunque en sus meses de estancia consiguió algunos moderados éxitos diplomáticos, no le fue posible asegurar la libertad de los militares encarcelados, y en conjunto no pareció quedar satisfecho de los resultados de sus gestiones, como se aprecia en la exasperación expresada en muchas de sus cartas. La estancia de Jardine se produjo en tiempos del sultán Sidi Muhammad Abd Allah (17571790), cuyo gobierno se caracterizó por una mayor apertura hacia Europa, impulsada por el deseo de asegurar la estabilidad política y el crecimiento económico en sus territorios248. De ese modo, el sultán favoreció la transformación de la piratería en guerra del corso y procuró mantener relaciones diplomáticas estables con las potencias europeas, que, por razones comerciales y estratégicas, abrigaban un particular interés por asegurarse tratos ventajosos con el imperio de Marruecos, poco permeable en siglos anteriores a la influencia exterior249. Rivalidad que el sultán trató de hacer jugar en su favor, por ejemplo, en el caso anglo-español, moviendo sus hilos entre Londres y Madrid. Los vínculos con Gran Bretaña, como con el resto de países, atravesaron diversos altibajos a lo largo de la segunda mitad del siglo, que se traducían particularmente en las dificultades puestas al abastecimiento de Gibraltar desde territorio marroquí cuando las relaciones se tensaban. Particularmente accidentados resultaron los años comprendidos entre 1767 y 1775, lo que explica que Jardine, llegado a Marruecos con la presión de asegurar la liberación de sus conciudadanos, se muestre tan sensible a consignar los signos de favor o de indiferencia recibidos por parte del sultán y los que éste concedía a diplomáticos y comerciantes de otras nacionalidades, entre ellas España, la gran rival de Gran Bretaña en las relaciones con Marruecos (I, pp. 60, 84, 152). El Norte de África constituía en el siglo XVIII un territorio que suscitaba gran interés entre los europeos, tanto viajeros que se desplazaron a aquellos lugares como filósofos preocupados por reunir informaciones que sirviesen de argumentos en sus teorías acerca de la naturaleza 248 Ramón Lourido Díaz, Marruecos en la segunda mitad del siglo XVIII. Vida interna: política, social y religiosa, durante el sultanato de Sidi Muhhammad B. Abd Allah, 1757-1790, Madrid, 1978. 249 Ramón Lourido Díaz, Marruecos y el mundo exterior en la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1990. Mercedes García Arenal y Miguel Ángel de Bunes, Los españoles y el Norte de África. Siglos XV-XVIII, Madrid, MAPFRE, 1992, pp. 149-153. 137 humana, la dinámica de las sociedades y el sentido de la evolución histórica. Sus testimonios, según Ann Thompson, se diferencian sustancialmente de los escritos a partir de principios del XIX, precediendo o acompañando a la colonización francesa de Argelia, en los que, en general, se manifiesta de forma descarnada el desprecio hacia los habitantes del Magreb, considerados por naturaleza inferiores, de modo que la ocupación del territorio por los europeos quedaba justificada como una misión civilizadora250. Por el contrario, en el siglo XVIII los viajeros muestran una mayor curiosidad, no exenta de prejuicios, pero abierta a explorar la diversidad humana, cultural y política de aquellos territorios y a explicarla con criterios menos estrictamente deterministas. Por supuesto, son muchas las diferencias en el tratamiento del Norte de Africa entre los distintos viajeros europeos que recorrieron aquellos territorios o los filósofos que reflexionaron sobre ellos, dependiendo de su procedencia, su formación o la cronología y circunstancias de su viaje y sus escritos. En este sentido, quizá el relato de Jardine pueda situarse entre los que presenta un tono más severo. En efecto, la impresión que le produjo el imperio marroquí fue profundamente negativa desde el inicio, lo que puede atribuirse solo en parte a la frustración que pudo producirle el relativo fracaso de su misión diplomática. Su valoración acerca de las diferencias entre las costumbres europeas y aquellas que su nuevo viaje le permite conocer es la de un absoluto abismo social y cultural: “La vasta diferencia en todo al pasar estas calles es, quizá, mayor que en otra distancia similar en cualquier lugar del globo, y sorprende tanto a un europeo, que no sabe por dónde empezar para describir las personas o las cosas aquí. Nos sentimos atónitos ante la total diferencia de costumbres, hábitos, opiniones, vestimenta, comida, artes, herramientas, etc, y ante las formas diferentes y opuestas de hacer casi cualquier cosa, como si las gentes en estas orillas opuestas pretendiesen mostrar en todo su aversión unos hacia otros” (I, p. 12). Se ha argumentado que en el siglo XVIII el Magreb constituía para la imaginación europea una región marcada por la ambigüedad, que no se avenía exactamente con ninguna de las categorías forjadas por los filósofos para clasificar la evolución de las sociedades251. A diferencia de los espacios abiertos a la exploración, colonización y conquista -América en los siglos XV y XVI o el Pacífico en el XVIII-, formaba parte del mundo conocido, con el que los europeos habían mantenido relaciones desde hacía siglos. Por ello, las descripciones del Norte de África oscilan entre tres polos. Uno, el que subraya su herencia romana y cristiana, anterior a la expansión del Islam, buscando y a veces idealizando los vestigios de un pasado compartido con Europa, en particular la Europa mediterránea. Otro, el que lo asimila al resto del continente africano, insistiendo en su radical diferencia respecto a Europa y describiéndole en términos de salvajismo o, a lo sumo, barbarie. Otro, en fin, el que (en mayor medida en el caso de las regencias turcas de Argel, Túnez y Trípoli) lo percibe como parte del mundo “oriental”, en su versión otomana, visión que, junto con la anterior, y a pesar de ser contradictoria con aquella, acabaría imponiéndose en el siglo XIX. Entre estas distintas actitudes, Jardine se adscribe más bien a la segunda, al acentuar en múltiples pasajes, como el citado anteriormente, la “africanidad” de Marruecos, presentando el Mediterráneo como una barrera cultural prácticamente infranqueable que separa territorios en todo opuestos. Sin embargo, su relato incluye también cierta sensibilidad a matices de tiempo y lugar, a la evolución de las costumbres y el gobierno a través de la historia o a sus variaciones territoriales (I, pp. 90, 169, 183). 250 Ann Thomson, Barbary and Enlightenment. European Attitudes towards the Magheb in the eighteenth century, Leiden-N. York-Copenhague-Colonia, E. J. Brill, 1987. 251 Thomson, Barbary and Enlightenment, passim, esp. pp. 1-2 y 41-63. 138 En cualquier caso, para Jardine de ningún modo Marruecos cumple con los requisitos que cabe exigir a un país civilizado, sino que figura entre las “naciones rudas” cuyo ejemplo para los europeos residen más bien en hacerles conocer aquello que es necesario evitar a toda costa (I, pp. 171-173). A diferencia de otros territorios no europeos, que a ojos occidentales constituían sociedades ancladas en el estado de naturaleza (“salvajes”) o apenas despegadas de él (“bárbaras”), no podía sino reconocerle un pasado de esplendor, el de Al-Andalus, identificada como una sociedad próspera, culta, tolerante y refinada (I, p. 15, 18). Sin embargo, su historia posterior sería la de una decadencia o, más todavía, de una “degeneración” extrema hasta el presente estado, que califica, en general, como de “barbarie”, categoría intermedia entre “salvajismo” y “civilización”. En lo económico, subraya la precariedad técnica, la ausencia de una verdadera división del trabajo y la falta de suficientes relaciones con Europa como para introducir, a través del comercio, artículos, costumbres y hábitos occidentales (I, pp. 14-15). En lo social, cree apreciar una falta de la comunicación y sociabilidad que definen a una sociedad propiamente civilizada: “Las gentes criadas en tales países ignoran en absoluto los principios sociales que suponemos naturales en el hombre (I, pp. 3-4; también p. 22). Al mismo tiempo, fiel a su convicción, expresada en otros lugares, de que el progreso de las sociedades requiere de una igualdad entre los sexos, deplora la situación de las mujeres en Marruecos, cuya postergación social le parece un signo revelador del atraso del país: “Donde las mujeres no son consideradas más que como esclavas domésticas, y el matrimonio como una especie de compra, aquellas no pueden tener ningún peso o influencia en la sociedad, que de ese modo difícilmente puede mejorar y refinarse” (I, p. 109). En lo religioso, caracteriza al Islam, sin mayores matices, como una religión basada en la intolerancia (I, 17, 30). Y en lo cultural, lamenta la falta de vida intelectual, que contrasta con el brillante pasado de la España islámica (I, 115-116). Sin embargo, su principal acusación es la que formula contra el gobierno, al que culpa de ser el principal responsable de la pobreza, ignorancia y atraso del país. El “despotismo”, afirma, contrarresta la tendencia natural de las sociedades de avanzar hacia la mejora y el progreso, atándolas a un estado asimilable a la barbarie (I, 16). En efecto, su descripción de la Corte alawí, del propio emperador y sus hombres de confianza y de los mecanismos de gobierno no puede ser más negativa, y se ajusta en todo a los rasgos que en la filosofía europea caracterizan el “despotismo” oriental. Soberanos caprichosos, en el mejor de los casos (como el del presente sultán), o crueles (como sus antecesores), que tienden a gobernar por el miedo, inculcando en el pueblo el temor, por medio de castigos arbitrarios e impuestos excesivos (I, cartas XVII-XVIII), y un régimen sucesorio confuso, que alienta las conspiraciones cortesanas o las rebeliones violentas (I, pp. 32, 40, 187), constituyen, a su juicio, otros tantos elementos de ese gobierno. Aunque reconozca al sultán el mérito de haber atemperado un tanto la arbitrariedad y crueldad de sus antepasados (I, 53, 65), considera que ni su educación ni los hábitos profundamente arraigados en la cultura política del país permiten albergar esperanzas de que bajo su gobierno se produzca el cambio drástico que sería necesario para mejorar la vida de sus súbditos. Despotismo, violencia y conflicto son elementos que aparecen habitualmente conectados en la teoría política europea, y constituyen también en Jardine ejes que articulan sus observaciones acerca del país. El conflicto parece permanecer latente la mayor parte del tiempo, puesto que la impresión general que le merecen sus habitantes es más bien la de una apática indolencia. Sin embargo, considera que ésta, más que prueba de un talante pacífico, es el resultado de su extrema pobreza y del ejercicio despótico del poder por parte de sus gobernantes, por lo cual constituye tan sólo una fachada tras la cual se esconde la inclinación hacia la violencia, que estalla en cuanto fallan los mecanismos de contención: “Su historia está llena de continuos tumultos, masacres y guerras civiles” (I, 159; también p. 50). En particular, como es sabido, el acceso al trono constituía una circunstancia propicia al enfrentamiento armado entre los 139 distintos pretendientes, como había sucedido en fechas no tan lejanas, a la muerte de Mawlay Ismail, al desencadenarse la guerra entre Mawlay al-Mustadi y Mawlay Abd Allah, este último padre del presente sultán. Jardine no deja de señalarlo así (I, p. 159), omitiendo, en cambio, hacer mención a que los países europeos, entre ellos Gran Bretaña, intervenían en ocasiones en estas disputas sucesorias de acuerdo con sus propios intereses, para atribuir, en cambio, la inestabilidad y el conflicto al carácter nacional: ”Los moros, es cierto, son impulsivos, fieros e impacientes, traicioneros y crueles, y han de ser gobernados con vara de hierro, que debe estar siempre a su vista. Cuando por fin se rebelan y encuentran un líder, como en la mayoría de los países despóticos, alcanzan todos los extremos de desesperada crueldad y desolación” (I, p. 162). Esa caracterización se apoya en los añejos tópicos (con raíces en el pensamiento griego clásico, por ejemplo en la Política de Aristóteles, y una influyente formulación en El espíritu de las leyes -1738- de Montesquieu) según los cuales la violencia sería un rasgo de personalidad entre los súbditos de un déspota, acostumbrados a ser controlados por la fuerza, y por ello carentes del autocontrol y la temperancia que caracterizan al individuo civilizado, aquel capaz de respetar el imperio de la ley sin necesidad de ser coaccionado a ello por las autoridades (I, 51). A su vez, el temor casi paranoico a rebelión de sus súbditos, propio de soberanos acostumbrados a enfrentarse a intrigas y traiciones en el difícil camino del acceso al trono, induciría a éstos, una vez instalados en el poder, a ejercerlo sin escrúpulos, convencidos de que el único modo de mantenerlo es intimidar a su pueblo y mantenerlo en la pobreza y la ignorancia (I, pp. 161-162). De forma análoga, el gobierno doméstico reside, según la visión de Jardine, en una imposición por la fuerza de la autoridad masculina que sólo produce una apariencia de orden, para la cual utiliza un lenguaje cargado de connotaciones políticas, asimilando esa arbitrariedad al despotismo regio; así, refiriéndose a la necesidad de que las costumbres y productos europeos penetren en los hogares, Jardine afirma que: “Ni los hombres ni las mujeres tendrán ocasión para [adquirir] nuestros delicados productos, mientras los primeros sean tiranos y estas últimas esclavas” (I, p. 74). Su descripción pone el acento en el inmovilismo de las prácticas y las costumbres, sin transformaciones sustanciales a través de los siglos. El sentido del cambio, en todo caso, reside en una degeneración progresiva desde los tiempos florecientes del Islam en España: “Las artes y el comercio (…) existen aquí, pero en una especie de infancia perpetua; no en un estado de progresión, como en Europa, sino siempre iguales, supongo, en los últimos mil años” (I, p. 14). Su conclusión es que, en ausencia de un príncipe realmente ilustrado que pueda introducir las necesarias reformas, la única esperanza futura de mejora para el país consistiría en ser colonizado por una “nación generosa y civilizada” (I, p. 103), declaración de intenciones que se haría cada vez más frecuente hacia finales de siglo y que acabaría justificando, a principios de la centuria siguiente, la colonización francesa de Argelia. Sería injusto, con todo, afirmar que Jardine se limita a abrazar mecánicamente todos los tópicos seculares que circulaban en Europa acerca de las sociedades islámicas. Observador atento, en su recorrido por Marruecos, como en su viaje por España, se muestra muy sensible, por ejemplo, a las diferencias regionales que establecen matices o contrastes geográficos y humanos dentro de un mismo Estado, por ejemplo entre los pueblos nómadas y sedentarios, entre los descendientes de los primitivos habitantes y aquellos de origen árabe o entre la población rural y la de las ciudades (I, 90, 169, 183). Y su insistencia en el despotismo como responsable en última instancia de la pobreza material e intelectual del país encontrará correspondencia en sus críticas, asimismo durísimas, contra el absolutismo monárquico en nuestro país. Sin embargo, su relato sitúa a Marruecos del otro lado de la línea que separa al mundo civilizado, identificado con Europa o, más propiamente, con la Europa nordoccidental, de aquellas regiones del mundo extraeuropeo que, sin poder ser calificadas de “salvajes” (lo que 140 equivalía a no reconocerles virtualmente ningún tipo de organización social o estructuras políticas), constituían, a los ojos occidentales, tierras “bárbaras” o, a lo sumo, dotadas de algún elemento de civilización (como la existencia de ciudades o comercio), sin alcanzarla plenamente. En efecto, al llamar a los sultanes “príncipes de Berbería, o príncipes bárbaros” (I, p. 23), Jardine juega con la ambigüedad que el término inglés “Barbary” (“Berbería”), como su equivalente francés, “Barbarie”, tenían en el imaginario europeo de la época, en el que evocaban, además de un territorio concreto, una categoría antropológica, un estadio de desarrollo humano intermedio entre la “civilización” y el “salvajismo”. En su relato, Marruecos tiende a asimilarse al “Oriente”, que desde finales del siglo XVII suscitaba una creciente fascinación en la cultura europea, pero que en última instancia quedaba caracterizado por una serie de estereotipos indicativos de la superioridad de Occidente: la ociosidad, la sensualidad, el despotismo, la violencia, la falta de ley. Así lo precisa Jardine al deplorar las nefastas consecuencias de “todos estos estúpidos gobiernos orientales”, situando entre ellos al marroquí (I, p. 16) o al lamentar la falta de sociabilidad que, a su juicio, caracteriza la vida y los valores del país vecino:“¡Estas son las costumbres orientales, y los efectos de la opresión!” (I, p. 4). Sin embargo, al mismo tiempo no deja de reconocer la paradoja por la cual lo “oriental”, más que una realidad geográfica, constituía una categoría valorativa cuya aplicación resultaba en buena medida arbitraria: “Vemos aquí costumbres orientales, sin necesidad de marchar a Oriente” (I, p. 15)252. En los límites de Europa: las reflexiones sobre España. El viaje a Marruecos proporcionó a Jardine elementos de comparación a la hora de componer sus descripciones de España, la parte más extensa de su obra, basada en sus largas estancias en nuestro país, con el que llegó a desarrollar fuertes vínculos personales. En la mirada de los extranjeros, España constituía un país periférico y atrasado, cuya imagen venía caracterizada fundamentalmente por el despotismo político, el oscurantismo religioso (encarnado sobre todo por la Inquisición), la crueldad de sus actividades colonizadoras en América y el arcaísmo y pobreza de su vida intelectual253. Alejada, tanto geográfica como culturalmente, de lo que desde el siglo XVII se había venido configurando como el centro político, económico y cultural de Europa, principalmente Francia, Inglaterra y las Provincias Unidas, constituía un país relativamente mal conocido, cuya imagen fuera de nuestras fronteras quedaba, al menos hasta mediados del siglo XVIII, muy mediatizada por el influjo de la literatura del Siglo de Oro y por los relatos novelescos de los viajeros del Barroco. Sin embargo, a partir de los años 1760, con el considerable aumento de los viajes de extranjeros, en particular británicos, la imagen del país fue actualizándose a través de la divulgación de nuevos relatos que difundieron por Europa impresiones más ajustadas de la sociedad española contemporánea. Muchos de ellos iniciaban su viaje con la convicción de adentrarse en un territorio poco conocido por sus compatriotas, del que Voltaire afirmara en 1766, en carta al viajero inglés Sherlock: "Es un país del que sabemos tan poco como de las regiones más salvajes de África, pero no vale la pena conocerlo". El propio Jardine parece haber compartido esa excitación de entrar en un país lleno de connotaciones novelescas en la imaginación europea, y así lo 252 El “Oriente”, como ha analizado Edward Said, Orientalismo, Madrid, Ediciones Libertarias, 1990, constituye una construcción semimítica que solo adquieres sentido desde la perspectiva de Occidente. El término inglés “Orient” solía identificarse con el Extremo Oriente (en particular India y otros territorios implicados en el comercio de la East Indian Company), siendo “Levant” la denominación utilizada para designar a Turquía y el Oriente Medio, aunque “oriental” también se usaba, más vagamente, para referirse a todo lo que era islámico; en ese sentido, los viajeros del siglo XVIII por el Magreb difieren en su apreciación de si el territorio que recorren forma o no parte del “Oriente” (Thomson, Barbary and Enlightenment, pp. 53-54). 253 Mª Victoria López-Cordón, Realidad e imagen de Europa en la España ilustrada, Segovia, Patronato del Real Alcázar, 1992; Alejandro Diz, Idea de Europa en la España del siglo XVIII, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2000, cap. 12. 141 reconoce al admitir entre sus acompañantes y en sí mismo cierta fascinación por lo desconocido: “no sin la esperanza de vivir algunas aventuras curiosas en estos pasajes de leyenda, puesto que, según creo, la sola mención de España despierta en la mente, especialmente en los jóvenes, ideas de algo romántico y maravilloso” (Jardine, 2001, p. 163)254. Sin embargo, la visión de España que emerge en su relato, como en general entre sus contemporáneos, no puede encuadrarse todavía bajo el prisma orientalizante o “semiorientalizante” que se haría tan común en el siglo XIX, cuando el pasado y presente del país pasaron a interpretarse fundamentalmente desde la herencia islámica, convirtiéndolo en destino y evocación preferida de los escritores y viajeros románticos que buscaban al sur de los Pirineos, como en Asia o en África, la emoción de lo "primitivo" o lo exótico255. Aunque puedan hallarse en algunos viajeros ilustrados elementos que alimentarían, con el tiempo, el tópico de la “España mora”, por ejemplo en la insistencia del barón de Bourgoing, William Dalrymple, Henry Swinburne o William Beckford, en buscar la huella árabe en costumbres y manifestaciones artísticas, desde el arte barroco al hábito de las damas de sentarse en cojines sobre el suelo, la plena adscripción de España al mundo europeo resultaba en el siglo XVIII una evidencia256. Es a partir esa convicción implícita como Jardine enhebra sus reflexiones sobre España, que tienen como leitmotiv el análisis de las causas de su decadencia y la valoración de su estado actual, así como de las reformas emprendidas por los gobiernos borbónicos257. Jardine describe España como un país situado en los escalones más bajos de la pirámide europea del progreso, y cuyas estructuras sociales, económicas y políticas requerían de profundos cambios para poder alcanzar un grado aceptable de desarrollo, transformaciones que desconfía que puedan realizarse en un futuro próximo (pp. 220-223, 408-409). Como otros viajeros británicos, atribuye la decadencia hispánica a una combinación de elementos entre los que se contarían las consecuencias económicas y sociales de la avalancha de plata americana, la expulsión de judíos y moriscos, la excesiva desigualdad social o el desmesurado poder de la Iglesia y, muy en especial, los defectos del gobierno, causa última y fundamental del declive. En efecto, para Jardine, preocupado, como tantos ilustrados, por extraer de sus observaciones lecciones generales sobre las leyes que rigen el desarrollo de las sociedades, el caso español sirve de ejemplo y de advertencia, como lo fuera para Montesquieu en El espíritu de las leyes, acerca de las nefastas consecuencias del mal gobierno, más precisamente, de la tendencia hacia el “despotismo” político (pp. 207, 394). La historia de España en los últimos siglos, tal como la relata, consiste, así, en un declive continuado desde tiempos de los Reyes Católicos, vinculado directamente al proceso político de constitución del absolutismo regio y erosión de las libertades tradicionales de los reinos. Tal tendencia, iniciada con Carlos V y continuada por sus sucesores, habría culminado en el siglo XVIII, para Jardine el punto más bajo en la decadencia del país, a causa del centralismo borbónico y de la vinculación con Francia en 254 En otro lugar precisa que la falta de conocimiento acerca de España se debe más bien al desinterés del público que a la carencia de escritos: “Creo que existe la queja bastante generalizada de que España es poco conocida, pero esto debe achacarse más a la falta de lectores que a la de escritores, puesto que si se indaga descubrirá que es mucho lo que se ha escrito sobre la materia. Puede ocurrir que estos escritores sean menos leídos o conocidos que los de otros países, que las obras no acierten a proporcionar las ideas que de ellas se esperan y que esta Península sea menos visitada por encontrarse fuera de las vías de comunicación habituales” (p. 231). 255 Elena Fernández Herr, Les origines de l'Espagne romantique. Les récits de voyage, 1755-1823. París, 1973. Xavier Andreu, “El triunfo de Al-Andalus: las fronteras de Europa y la “(semi)orientalización” de España en el siglo XIX”, en M. Bolufer, ed., Las fronteras de Europa, monográfico de Saitabi, 54 (2004; en prensa). 256 Fernández Herr, Les origines…, pp. 119-128; Consol Freixa, Los ingleses y el arte de viajar, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1990, pp. 114-120. Mónica Bolufer, “Civilización, costumbres y política en la literatura de viajes a España en el siglo XVIII”, Estudis, nº 29 (2003), pp. 255-300. 257 Véanse Juan Francisco Pérez Berenguel, “La sociedad y las costumbres españolas del XVIII: la perspectiva de Alexander Jardine”, Trienio, nº 29 (1997), pp. 5-25; "Alexander Jardine y la polémica sobre las causas de la decadencia española", Hispania, vol. LIX/2, nº 202 (1999), pp. 625-636. 142 virtud de los pactos de familia, postración apenas mitigada por las reformas emprendidas durante los reinados de Fernando VI y Carlos III, sobre cuya efectividad se muestra profundamente escéptico. En su conjunto la imagen que ofrece es la de una tierra anclada en el pasado, donde predominan la inercia, el apego a la tradición, la superstición y la ignorancia. La que emerge en sus páginas no es una sociedad violenta o conflictiva, sino más bien apática, dominada por la inactividad (representada en la proliferación del clero o en el desinterés de la nobleza terrateniente por la gestión de sus propiedades): “En resumen, una eterna demora, abulia, indiferencia y corrupción parecen impregnar a todas las categorías sociales y a cualesquiera clase de negocios, y haber contagiado a la nación entera, y principalmente a la justicia y al gobierno” (p. 321). El tópico de la “indolencia y haraganería” (p. 371), vicio habitualmente atribuido a los españoles, así como a los pueblos “salvajes” y a los súbditos de los “despotismos orientales”, remite al debate intelectual anteriormente mencionado sobre la forma en que debían interpretarse las diferencias en las costumbres, talante y tendencias políticas de los distintos pueblos, bien como distinciones naturales, determinadas por el clima y la geografía o en clave sociológica, como resultado de la evolución histórica. Algunos viajeros, especialmente franceses y más raramente británicos, atribuían la “indolencia” española a la calidez del clima, de acuerdo con el lugar común que consideraba a las regiones cálidas más propicias a la pereza, pero también al desarreglo de las pasiones y el despotismo del gobierno, reservando a los países templados las virtudes de la temperancia, tanto en lo moral como en lo político258. Jardine también se hace eco del dilema entre la naturaleza y la cultura en la explicación de los “caracteres nacionales”. Así, se refiere en ocasiones a las virtudes y vicios propios de los españoles como rasgos naturales, aunque resulte difícil precisar hasta qué punto los entiende como determinados por las condiciones físicas o simplemente como constitutivos y persistentes en el tiempo (pp. 224-225). En efecto, en algunos pasajes subraya como fundamental la influencia del clima sobre el carácter y las costumbres, de acuerdo con la dicotomía Norte/Sur que en el siglo XVIII servía tanto para marcar la diferencia entre Europa y otras regiones más cálidas del mundo como para establecer distinciones y jerarquías en el propio continente europeo, cuyo centro económico y político había basculado desde finales del XVI del Mediterráneo al Atlántico: “Este carácter apasionado y sensible, que procede de algún tipo de irritabilidad del cuerpo o de la mente, se extiende por las provincias del sur y creo que, por lo general, que desde parece acompañar al sol en todo el mundo” (p. 197). “En sus viajes quizá debería empezar por el norte de Europa, donde las costumbres y las virtudes, el espíritu de la guerra y los hábitos de laboriosidad y de aplicación resultan de un tipo más adecuado y necesario para nosotros [los ingleses] que los del sur” (p. 401). Asimismo, se muestra muy sensible acerca de las diferencias regionales que, marcadas tanto por las condiciones geográficas como por la historia, dan lugar a “caracteres” distintos de Norte a Sur de la geografía peninsular, reflexionando acerca de cómo las costumbres, tradiciones y formas de vida, y aun el aspecto físico y carácter de los habitantes, difieren de Andalucía a Galicia, Asturias o las provincias exentas259. Por otra parte, alude a la influencia de la geografía, en el caso de España a su situación periférica, en el límite de Europa, como un 258 Así, Philip Thicknesse, A Year’s Journey through France and part of Spain. Bath-Londres, 1777, vol. 1, p. 126, mientras que Henry Swinburne, Travels through Spain in the years 1775 and 1776. In which several monuments of Roman and Moorish architecture are illustrated by accurate drawings taken on the spot. Londres, Elmsley, 1779, p. 370, por el contrario, la atribuye a la pobreza y el temor a la Inquisición. 259 José Francisco Pérez Berenguel, "Diversidad regional y caracteres nacionales en la España del siglo XVIII según Alexander Jardine", Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII, nº 6-7 (1996-97), pp. 183-238, 143 elemento que habría contribuido al aislamiento del país: “Considero que su situación aislada es el origen de muchas de estas singularidades, de que sea menos conocida, de que posean un menor conocimiento del mundo y de que le influyan menos los cambios de éste que a casi ninguna otra nación europea” (p. 368). Sin embargo, a su juicio la balanza entre los factores físicos y los sociológicos se inclina a favor de estos últimos, de modo que el atraso español no aparece como fruto del determinismo climático, sino que, como resultado de un proceso de decadencia desde una posición hegemónica en Europa, responde a razones históricas, en particular la intolerancia religiosa y el excesivo poder de la Iglesia y el sistema de gobierno absoluto o “despótico”, causas profundas de todos los males que afligen al país, desde el declive económico y los escasos avances técnicos y científicos al desarreglo de las costumbres y la moral. Lejos de corresponder a una inclinación de la población hacia el servilismo y la apatía, el absolutismo monárquico, según Jardine, violentaba y pervertía un “carácter español” que “parece necesitar y merecer un gobierno de libertad y seguridad” (p. 225); así, concluye: “Al degradar tanto el retrato de la decadencia de España, no quisiera poner en tela de juicio el carácter nacional de sus habitantes, al que, por el contrario, respeto y tengo por uno de los mejores del mundo. Pero la nación es una cosa y el gobierno otra” (p. 410). ¿Frontera nítida o gradación? De las observaciones de Jardine parece desprenderse que enjuicia los territorios a los que dedicó más larga atención en sus cartas, España y Marruecos, de acuerdo con parámetros distintos, como vecinos geográficamente próximos pero meridianamente diferentes: el primero de ellos adscrito de forma clara a los rasgos de un país europeo, y el segundo interpretado, en buena medida, siguiendo los tópicos que ya en el siglo XVIII servían para definir lo “oriental”. Sin embargo, no deja de establecer frecuentes paralelismos entre ambos. Unos, peregrinos, como la especulación acerca del posible origen árabe del pueblo maragato (p. 324), o el carácter triste y melancólico que, a su juicio, revisten grandiosos edificios como el monasterio de El Escorial o el palacio real de Aranjuez (pp. 302, 305). Otros, más argumentados, como la referencia a la escasa población tanto de las montañas del Atlas como del interior peninsular (“A través de la mayor parte de la región podía haberme imaginado viajando por entre las muy separadas aldeas árabes, que consisten en unas cuantas cabañas miserables escasamente desperdigadas por entre las montañas” –pp. 243-244), la queja por las dificultades del viaje en ambos países (I, p. 2) o el vínculo entre catolicismo e Islam como religiones intolerantes (“Pensemos lo que pensemos de nosotros y del norte de Europa, el mahometanismo y el sur de Europa siguen mereciendo la calificación de fanáticos” –p. 180)260. En otros aspectos, la comparación no se hace explícita, pero las categorías utilizadas para la descripción son muy similares, prácticamente idénticas en ocasiones: ideas como las de desconfianza extrema de los gobernantes respecto al pueblo (p. 357), inmovilismo, indolencia y apatía, degeneración arraigada, difícil de erradicar a través de medidas políticas (p. 279), que hacen concebir escasas esperanzas respecto al futuro de ambos países. Ello no significa que el paralelismo se lleve hasta sus últimas consecuencias, y de hecho en las descripciones de España (no así en las de Marruecos) menudean también otros referentes de comparación, en particular los Estados contemporáneos de Inglaterra y Francia, o el propio pasado de Europa, del que España, por su atraso, sería un ejemplo vivo. Sin embargo, las referencias mutuas no son en absoluto casuales, y aquellas más reiteradas remiten, fundamentalmente, a dos elementos que son cruciales en los análisis de 260 En otro lugar se pronuncia a favor del Islam en cuanto a tolerancia religiosa, aunque no aludiendo al presente, sino a la historia de Al-Andalus como ejemplo de convivencia pacífica entre religiones (p. 289). 144 Jardine y en los criterios que para él, como para muchos de sus contemporáneos, permiten valorar el grado de desarrollo de un país: el gobierno y la sociabilidad. Por una parte, la arbitrariedad, la falta de libertad política y de participación del pueblo en las decisiones aparecen como una lacra común a ambos Estados. A ese respecto, aunque sus descripciones del funcionamiento político en uno y otro lugar presenten diferencias, no sólo engloba sus gobiernos bajo la categoría común de “despotismo”, que equivale con frecuencia entre los escritores británicos a absolutismo monárquico, en contraste con su propia monarquía parlamentaria, sino que insiste en su práctica equiparación, deplorando, por ejemplo, en referencia a España, “los poderes ejecutivo y legislativo más imperfectos que puedan concebirse, a escasa distancia del despotismo oriental” (p. 411), quizá inspirado en Montesquieu, para quien, si bien el régimen despótico propiamente dicho se limitaría al mundo asiático, la monarquía hispánica experimentaría un proceso de deslizamiento hacia él. En segundo lugar, según se ha indicado, Jardine, como muchos de sus contemporáneos, considera la sociabilidad, la conversación y el intercambio, incluyendo formas de trato mixto entre los sexos en los ámbitos sociales, rasgos constitutivos de una sociedad civilizada. En este aspecto, su valoración de los casos marroquí y español se aproxima en algunos aspectos a la vez que difiere en otros. Si a propósito de Marruecos había lamentado reiteradamente la falta de “sociedad”, al referirse a Al-Andalus sugiere la influencia de esa supuesta insociabilidad islámica sobre la España de su tiempo, en un significativo párrafo que merece ser citado íntegramente: "Podemos considerar la forma de vida apartada y egoísta del Oriente, y la separación de los sexos, oficios, familias y tribus como un principio fundamental que nos ayudará a explicar éstas y muchas otras diferencias sorprendentes entre sus artes y costumbres y las de Europa. De ahí puede desprenderse especialmente su desconocimiento de las ventajas de la ayuda mutua y del progreso de los inventos mecánicos y los avances del trabajo aislado y del trabajo en común, de las manufacturas y de los ejércitos; de ahí también sus métodos pequeños, simples e independientes de que cada trabajador lo haga todo por sí mismo, su enorme pericia en muchos oficios y empleos domésticos y su inferioridad en la labor de conjunto; su falta de virtudes y dones sociales y su ignorancia de todas las formas de gobierno, excepto la del despotismo" (p. 285). Para Jardine, la herencia islámica ha marcado en este aspecto el carácter y las costumbres españolas: "esto es lo que más puede haber contribuido a otorgarle el mismo cariz al gusto y el carácter de los españoles, sus vecinos y sucesores, que tanto ha durado y que sólo recientemente está empezando a desaparecer" (p. 284). Sin embargo, a diferencia de otros viajeros y filósofos del siglo XVIII, desde Voltaire a Dalrymple, que describen a las mujeres encerradas en sus casas, bajo la celosa vigilancia de sus padres o maridos, Jardine, aunque se haga eco de los tópicos acerca de los celos y la “fuerza romántica de las pasiones” en los países meridionales (siguiendo la extendida idea que vinculaba la calidez del clima con la intensidad de las pulsiones, particularmente la violencia y el deseo sexual), ofrece una valoración muy distinta y más positiva de la sociedad española contemporánea, valorando positivamente el trato civil en las tertulias y la presencia e influencia social de las mujeres: "Las mujeres mejoran en sociedad, incluso aunque las mantengamos apartadas del saber, y poseen ahora aquí más virtudes domésticas, sociales y útiles que las que tenían anteriormente, cuando estaban más apartadas del mundo” (pp. 169, 364)261. De ese modo, el caso español le sirve como prueba de las indudables ventajas que la modernización de las costumbres tendría tanto para las mujeres como, a través de ellas, para la sociedad en su conjunto, lo que marca 261 Sobre el lugar que desempeña la valoración y clasificación de las relaciones entre los sexos en las descripciones de los viajeros, de acuerdo con la filosofía ilustrada, véase Bolufer, “Civilización, costumbres y política…”, esp. pp. 276-300. 145 una diferencia muy significativa tanto con respecto a su propia descripción de la sociedad marroquí como a las impresiones de los escritores del siglo XIX, quienes aplicarán a España todos los tópicos sobre el despotismo y la sensualidad asiáticas. En suma, vistos en detalle, los comentarios de Jardine dibujan unas fronteras culturales en las que, si bien se perfila claramente la dicotomía Norte/Sur, entendida en términos jerárquicos, la precisa ubicación del límite que separa las sociedades propiamente “civilizadas” de las que no alcanzan plenamente tal consideración parece oscilar según sean los criterios que se toman como rasero. En la medida en que no cree en principios físicos determinantes, se trate de diferencias étnicas o bien del clima (invocado durante siglos tanto en defensa de la superioridad europea como para diferenciar, jerarquizándolos, distintos territorios de Europa o regiones de un mismo país), sino que entiende el medio natural, en cualquier caso, sujeto a la acción humana, traza, más que una clasificación rígida, una gradación en la que, manteniendo la primacía del Norte respecto al Sur, las diferencias parecen graduales. En particular, en lo que constituye el elemento crucial en sus reflexiones, clave para explicar otras diferencias sociales y culturales, los regímenes políticos, como afirma en la conclusión del volumen primero: “Entre otras consideraciones que [mis observaciones] puedan sugeriros, creo que puede apreciarse, al viajar hacia el Sur desde Dover a Marruecos, una curiosa línea de progresión gradual del despotismo” (I, p. 188). No podemos tomar demasiado literalmente su afirmación; al fin y al cabo, Jardine acabaría sugiriendo la colonización del Magreb por alguna potencia europea como único remedio a sus desgracias, algo que de ningún modo se le ocurre reclamar para España. Sin embargo, los matices y aun las contradicciones de su pensamiento hablan de un esfuerzo intelectual de delimitación de fronteras que en el siglo XVIII todavía no había adquirido el carácter dogmático que adoptaría en el XIX, acompañando a la culminación del colonialismo europeo y a la conversión de España, hasta cierto punto, en un paraíso para los delirios románticos. 146 Effacer la limite ? Les enjeux sociaux de la « fronde avignonnaise » au milieu du XVIIe siècle Patrick Fournier, Université Blaise Pascal de Clermont-Ferrand / Centre d’Histoire « Espaces et Cultures » L’historiographie avignonnaise et comtadine porte une attention limitée aux acteurs et aux enjeux sociaux de la situation d’enclave à l’intérieur du territoire français. La thèse de « la double fidélité au pape et au roi », défendue notamment pas Michel Feuillas262, permet de concilier nostalgie pour la splendeur du grand siècle avignonnais (le XIVe marqué par le séjour des papes) et dépendance vis-à-vis du souverain français dont les territoires enserrent les enclaves pontificales depuis l’acquisition de la Provence en 1481 et font peser sur elles une pression constante à la fois économique et politique. Cette situation amène à s’interroger sur la véritable nature de l’entité avignonnaise et comtadine : un territoire étranger enclavé dans les possessions françaises ? un Etat ecclésiastique gouverné par un clergé presque toujours italien ? un ensemble constitué par une ville « libre » et une province « indépendante » mais reconnaissant un souverain lointain (selon un principe d’union personnelle) et dont le degré d’autonomie dépend des domaines considérées (droit des gens, droits des individus, affaires économiques…) ? Ces questions soulevées notamment dans un colloque international consacré aux enclaves à l’époque moderne263 ne peuvent être résolues d’un point de vue seulement politique et juridique mais doivent prendre en considération aussi des critères économiques, sociaux, culturels et religieux. La situation est rendue particulièrement complexe par la distinction territoriale et politique entre Avignon et le Comtat mais aussi par le fait que les juridictions avignonnaises se superposent à celles du Comtat et sont elles-mêmes soumises à des juridictions romaines. Il existe dont une hiérarchie judiciaire doublée d’une hiérarchie politique puisque le recteur du Comtat, qui réside à Carpentras, est un personnage inférieur en dignité et en prérogatives au vice-légat d’Avignon qui doit lui-même rendre compte de son action à Rome où un légat s’occupe des affaires avignonnaises. La souveraineté du pape ne fait donc aucun doute : les tribunaux français n’ont aucune compétence sur Avignon et le Comtat qui dépendent entièrement de Rome. Se pose en revanche le problème des tribunaux compétents chaque fois qu’un conflit concerne des espaces à la limite entre la France et les enclaves pontificales car la définition même de la limite est complexe et la tentation d’empiéter sur les territoires voisins est fréquente. Les contestations se produisent au niveau de limites « naturelles » (principalement les rivières), de communautés (par exemple pour des droits d’usage) ou de seigneuries (qui peuvent être d’étendue très réduite dans un territoire où l’émiettement des droits seigneuriaux est grand) ; elles peuvent aussi concerner des droits de passage sur une rivière ou un chemin264. Les origines des conflits peuvent être anciennes et remonter aux derniers siècles du Moyen Âge (jamais au-delà du XIIIe cependant, car c’est le moment où la domination pontificale s’est implantée dans cet espace et les documents écrits conservés remontent rarement plus haut) 262 . Histoire d’Avignon, Aix-en-Provence, Edisud, 1979, p. 382. . P. DELSALLE, A. FERRER, Les enclaves territoriales aux Temps modernes (XVIe – XVIIIe siècles). Colloque international de Besançon, 4-5 octobre 1999, Besançon, Presses Universitaires franc-comtoises, 2000. Deux articles portaient sur Avignon et le Comtat Venaissin : M. FERRIERES, « Au cœur du royaume : Avignonnais et Comtadins », p. 39-58 ; P. FOURNIER, « Les procès du Rhône et de la Durance : une expression des problèmes de frontière et de souveraineté entre la France et les enclaves pontificales d’Avignon et du Comtat Venaissin (XVe – XVIIIe siècles) », p. 347-374. 264 . Plusieurs exemples significatifs sont fournis par S. BENTIN : « La mémoire des limites : l’exemple du Comtat », dans J.-L. FRAY, C. PEROL (dir.), L’historien en quête d’espaces, Clermont-Ferrand, Presses Universitaires Blaise Pascal, 2004, p. 273292. 263 147 mais des conflits surgissent aussi aux XVIe et XVIIe siècles parce que la pression sur l’espace se renforce, ce qui provoque notamment un surpâturage dont les conséquences sont nettement perçues, ou parce que l’accroissement de la puissance financière de la monarchie française se traduit par une pression fiscale accrue qui touche indirectement les enclaves pontificales. Or les Comtadins et les Avignonnais en sont réduits souvent à plaider devant les tribunaux français (parlement et chambre des comptes de Grenoble, parlement et cour des comptes, aides et finances d’Aix-en-Provence notamment) ou au mieux à obtenir une sentence arbitrale après nomination de représentants de la France chargés par la monarchie de traiter avec les représentants du pape. Le vice-légat joue alors un rôle de protection mais le résultat aboutit presque toujours à un recul des droits des sujets du pape face à ceux du roi de France et à une délimitation plus stricte des limites entre les espaces sur lesquels s’exercent ces droits : ainsi à Cavaillon en 1654, après plus de deux siècles de conflits pour l’utilisation d’îles situés sur la Durance face à la communauté provençale d’Orgon, la solution trouvée par arbitrage est un partage de l’espace contesté265. Même si la cartographie des limites ne devient plus précise qu’au cours du XVIIIe siècle, la première moitié du XVIIe siècle constitue une étape importante dans la recherche d’une meilleure définition des limites des territoires par les représentants du pape et du roi. Par exemple, le concordat signé à Fontainebleau en 1623, après plusieurs procès et des expertises, définit une limite complexe le long de la Durance : il reconnaît la pleine souveraineté du roi sur cette rivière mais borne le terrain de manière précise afin d’éviter de nouvelles contestations en cas de modification du lit266. Dans ce cas comme dans les procès du Rhône, l’objectif de la France est moins d’empiéter sur la souveraineté du pape que de défendre les droits des habitants des provinces et communautés limitrophes des enclaves pontificales. La monarchie française se contente de seconder l’action des représentants des provinces encerclant ces enclaves : syndic des Etats de Languedoc, parlements d’Aix et de Grenoble, gouverneurs et intendants de Languedoc, Provence et Dauphiné qui défendent les intérêts des habitants dont ils assurent la protection. Il existe donc des rapports de communauté à communauté et de province à province dont les conséquences sont souvent beaucoup plus importantes que les relations entre souverains. Que signifie la situation d’enclavement pour les populations avignonnaises et comtadines au milieu du XVIIe siècle ? Comment vivent-elles leur appartenance à un espace spécifique ? Quelles formes de cohésion et de rivalités traversent-elles ces populations ? 1. Entre les lys et les clés : le regard classique de l’historiographie La période qui sera étudiée de manière spécifique est celle des troubles du milieu du XVIIe siècle qui précèdent la première occupation française (1663-1664), soit les années allant de 1650 à 1662. Les multiples lectures qui peuvent être faites de ces événements s’accordent avec la thématique du colloque car elles mettent en jeu la présence indirecte de la France dans la structuration des relations sociales locales. Ce qui frappe en lisant l’historiographie avignonnaise et comtadine du XVIIe siècle, c’est le mimétisme par rapport à l’histoire de France : non seulement les relations avec la France et avec la papauté constituent la trame de l’histoire locale, mais la conjoncture politique y semble très proche malgré les causes spécifiques qui provoquent mécontentements et soulèvements. Que nous enseigne cette historiographie dont les leçons ont peu évolué depuis les ouvrages et articles fondateurs de la 265 . P. FOURNIER, « la gestion d’un milieu fragile : les créments et les iscles du bas Rhône et de la basse Durance à l’époque moderne », dans J. BURNOUF, Ph. LEVEAU, Fleuves et marais, une histoire au croisement de la nature et de la culture, Paris, CTHS, 2004, p. 365-375 (notamment p. 370-372). 266 . L. SAUTEL, Le procès de la Durance (1500-1623), Avignon, 1920 148 Troisième République267 ? La thèse soutenue est celle d’une hostilité avignonnaise aux vicelégats italiens et à leurs juridictions, hostilité étendue à tout le personnel italien à leur service. C’est aussi celle d’une fascination pour la monarchie française qui offre protection et privilèges (notamment celui de régnicolité permettant depuis 1536 aux sujets du pape d’exercer des offices civils et militaires en France268). Les entrées royales offertes à Avignon aux souverains français (Marie de Médicis en 1600, Louis XIII en 1622, Louis XIV en 1660) sont des manifestations de respect envers le roi Très-Chrétien capable, beaucoup mieux que le pape, de protéger les enclaves contre les huguenots ou de pacifier la cité après un temps de révolte. Ainsi se caractériserait une tentation avignonnaise de s’offrir au roi de France qui culminerait avec l’accueil enthousiaste fait à l’occupation française de 1663-1664, après l’affaire des gardes corses. Les Comtadins seraient en revanche plus réservés dans la mesure où les liens avec la France seraient moins étendus, notamment parmi les élites, plus modestes et où existerait une rivalité judiciaire entre Carpentras et Avignon. Le Comtat aurait davantage souffert qu’Avignon de l’introduction du système judiciaire français. Paradoxalement, c’est la présence de l’échelon le plus haut du pouvoir local qui aurait créé une forte agitation à Avignon au milieu du XVIIe siècle. La corruption des gouvernants italiens est visée par les sources contemporaines et cet argument est repris à l’identique par les historiens. Mais l’attitude ambiguë de Louis XIV est aussi pointée : ce roi joue de son prestige en 16631664 pour convaincre les Avignonnais de soutenir sa politique de rétorsion vis-à-vis du pape mais il abandonne ensuite la ville aux mesures répressives des vice-légats une fois qu’il a obtenu satisfaction, malgré les demandes de protection de la cité. Cet épisode, qui aurait pu être un moment de gloire pour une ville accomplissant le destin qu’elle s’était tracée, consacre donc au contraire le déclin du rôle politique d’Avignon et du Comtat Venaissin sur la scène politique européenne. L’histoire des enclaves pontificales serait ainsi le reflet du renforcement du gallicanisme et de l’absolutisme louis-quatorzien. La « trahison » de Louis XIV est interprétée par P. Charpenne comme l’illustration de l’arbitraire monarchique : l’idéologie républicaine et anticléricale de l’auteur se donne ici libre cours. C’est aussi en terme de psychologie des peuples qu’est écrite l’histoire des enclave. Pour P. Charpenne, l’opposition entre la noblesse et le « peuple » structure les relations sociales au milieu du XVIIe siècle. Le conflit entre pévoulins (les « pouilleux » désignant le parti populaire) et pessugaux (les nobles qualifiés de « pressureurs »), entre 1652 et 1658, surjoue cet antagonisme, même si certains nobles soutiennent les revendications populaires, au moins au début de la révolte, comme Louis de Berton, baron de Crillon. Au cours du déroulement des événements, les fractures sociales et politiques s’avèrent plus complexes : sans rentrer dans le détail des récits qui ont servi presque exclusivement à écrire cette histoire269, il apparaît que les clivages traversent les élites avignonnaises en fonction d’enjeux qui sont souvent mal définis. Les principaux chefs pessugaux quittent Avignon pour Carpentras pendant l’été 1653, après le pillage de plusieurs maisons de nobles. Ils se regroupent autour du cardinal Bichi, le puissant évêque de Carpentras, qui défend leurs intérêts auprès de Rome, et ne reviennent à Avignon qu’au cours de l’année 1656, après que des émeutes violentes en novembre 1655 ont débordé les chefs pévoulins et montré leur incapacité à maîtriser le 267 . P. CHARPENNE, Histoire des réunions temporaires d’Avignon et du Comtat Venaissin à la France, Paris, Clamnn Lévy, 1886, T. I ; J. MERITAN, « Les troubles et émeutes d’Avignon (1652-1659) », Mémoires de l’Académie de Vaucluse, 2ème série, T. I, 1901, p. 1-83. 268 . Ce privilège fut octroyé aux Avignonnais et Comtadins en 1536 pour les remercier de l’aide apportée à l’armée du roi de France contre les troupes de Charles Quint qui avaient envahi la Provence. Cf. R. PERETTI, Les Avignonnais et les Comtadins régnicoles, Avignon, 1922 ; Ed. GOUBET, « Quatre siècles de diplomatie royale à l’égard de la colonie pontificale d’Avignon et du Comtat Venaissin », Mémoires de l’Académie de Vaucluse, 3ème série, T. VII, 1942, p. 51-83. 269 . J. MERITAN fournit une analyse détaillée des sources qu’il a utilisées : il s’agit de mémoires et récits, de règlements, d’archives familiales et de pièces de procédures criminelles, tous documents tirés des manuscrits conservés à la bibliothèque municipale d’Avignon. La correspondance des consuls et les archives municipales ne sont pas utilisées. 149 peuple. Les vice-légats italiens, qui ne restent en place que sur de courtes périodes (Lorenzo Corsi de 1645 à 1653, Dominique de Marinis d’octobre 1653 à juin 1654, Agistino Franciotti de juin 1654 à décembre 1655, Giovanni-Nicola Conti de décembre 1655 à janvier 1659, Gasparo Lascaris de janvier 1659 à juillet 1663270) n’ont pas les moyens ni le temps de mettre en place une politique cohérente. Durant cette période, leur rôle est de pacifier les esprits par des changements de politique qui déçoivent cependant assez rapidement. Beaucoup plus importante semble en définitive l’influence des prélats qui ont eu le temps de se constituer une clientèle : face à Bichi à Carpentras, l’archevêque d’Avignon Marinis, vice-légat par intérim de 1653 à 1654, joue un rôle de médiateur assez favorable aux chefs pévoulins. La « fronde avignonnaise », fondée sur des accusations de corruption et de malversations financières, est donc un conflit interne aux élites locales qui s’appuient sur des mouvements populaires, avec tous les débordements et toutes les manipulations que cela suppose. L’opposition serait donc moins entre le peuple et les nobles qu’entre les conservateurs qui détiennent le pouvoir municipal depuis de nombreuses années et des réformateurs souhaitant modifier les équilibres politiques et mettre fin à des abus divers qui expliqueraient l’endettement croissant de la ville. Les tensions couvent depuis les années 1630 puisque le baron de Crillon dénonçait déjà la mauvaise gestion des deniers publics en 1634. La tentation d’ériger la psychologie des foules en objet d’étude est grande dans l’historiographie même relativement récente des mouvements de révolte. L’étude classique de René Pillorget sur les mouvements insurrectionnels provençaux utilise des catégories empruntées à la théorie des comportements et à la psychologie collective271. Ses schémas explicatifs sont opérationnels dans le cas avignonnais, témoignant de la proximité des comportements sociaux et culturels sur les deux rives de la Durance : insurrections essentiellement urbaines prenant racine dans des conflits locaux entre les élites, revendications populaires de nature essentiellement économique pour un abaissement de la fiscalité sur les denrées de première nécessité (le vice-légat Franciotti cherche par exemple à apaiser les tensions en janvier 1655 en modifiant le régime de la fiscalité dans un sens plus favorable au « peuple », entendu comme l’ensemble des populations travaillant pour l’artisanat et le commerce), revendication politique de la création d’une quatrième main dans le consulat pour représenter les artisans, dénonciation des abus visant notamment le monopole de certaines familles et de certains individus sur certains charges (notamment celle de secrétaire de la ville occupée par Henrici). La radicalisation des émeutiers du 5 au 8 novembre 1655 reste toutefois mal élucidée : une rixe entre deux nobles déclenche un mouvement de colère dont les meneurs issus du « peuple » sont connus mais dont les motivations restent énigmatiques, en dehors du sentiment de l’affront fait à un partisan des pévoulins. Les mouvements insurrectionnels avignonnais ne sont pas des mouvements antifiscaux simples : s’ils se produisent dans un contexte de tensions économiques et de défense des intérêts de certains groupes, notamment ceux des artisans du textile dans une cité où cette activité est très importante, ils n’ont pas pour objectif principal l’abrogation d’une fiscalité nouvelle. Les Avignonnais ne paient pas de taille, contrairement aux Comtadins soumis cependant à un impôt direct très faible depuis la fin des guerres de religion : dans les deux cas, l’absence ou l’allègement de taille constitue un choix politique rendu possible par l’absence de vocation militaire de ces enclaves et par la protection royale qui s’exerce notamment lors de la reprise des guerres civiles contre les huguenots dans les années 1620272. L’entrée de 270 . Une liste des vice-légats très précise est donnée par Bernard THOMAS dans Archives de la légation d’Avignon, Avignon, Conseil Général de Vaucluse, 2004, p. 251-260. 271 . R. PILLORGET, Les mouvements insurrectionnels de Provence entre 1596 et 1715, Paris, A. Pedone, 1975, « Théorie des mouvements insurrectionnels », p. 427-449. 272 . P. FOURNIER, « La fiscalité comtadine aux XVIe et XVIIe siècles : histoire d’un déclin ou d’une mutation ? », dans A. FOLLAIN, G. LARGUIER (dir.), L’impôt des campagnes, fragile fondement de l’Etat dit moderne (XVe – XVIIIe siècle), Paris, Comité pour l’histoire économique et financière de la France, 2005, p. 267-309 150 Louis XIII en 1622, inscrite dans un parcours symbolique destiné à montrer la puissance des grandes villes du Sud-Est de la France profondément attachées à la foi catholique (Arles, Aix, Marseille, Avignon, Lyon) fait de la cité pontificale des bords du Rhône un des points d’appui de la puissance du roi Très-Chrétien : le message délivré n’est pas fondamentalement différent de celui des autres villes visitées ; il est même plus universel, moins inscrit dans les particularismes locaux que celui des villes provençales273. Les révoltes avignonnaises ne se ramènent donc pas exclusivement au schéma de la révolte antifiscale identifié par Yves-Marie Bercé274. Elles sont beaucoup plus proches des mouvements sociaux « fondés sur l’interdépendance des intérêts » mis en évidence par René Pillorget275. Quels sont ces intérêts communs ? Il existe plusieurs façons de les envisager, mais aucune réponse ne peut être définitive tant il est difficile d’identifier précisément les contours des groupes en présence. Du point de vue d’une histoire strictement locale, il est possible de mettre en avant les intérêts divergents des familles nobles : les pessugaux seraient formés essentiellement par les nobles qui dominent le conseil de ville et monopolisent des charges honorifiques ou lucratives ; les pévoulins constitueraient le parti populaire qui se choisirait des chefs parmi une fraction de la noblesse lésée dans ses intérêts politiques ; le peuple révolté serait formé d’éléments incontrôlables traversé par des rumeurs et des angoisses et manipulé par des meneurs issus de ses propres rangs ou de ceux de la noblesse, pévoulins mais aussi pessugaux selon les circonstances. Le « peuple » est en outre fortement soumis aux aléas de la conjoncture économique. Cette répartition est difficilement vérifiable, même s’il s’avère que dans les moments les plus difficiles, en novembre 1655, Crillon participe à la répression contre les éléments perturbateurs. Le Comtat, qui ne compte aucune grande ville (sa capitale Carpentras restant une cité modeste qui compte peut-être 6000 habitants au milieu du XVIIe siècle) présente une économie très différente, beaucoup plus rurale et moins marquée par l’artisanat. La noblesse y est moins riche. Les juristes carpentrassiens sont attachés aux avantages que confèrent les tribunaux pontificaux. Aussi les conditions ne sont pas remplies pour que s’y produise une opposition entre groupes sociopolitiques aussi nette qu’à Avignon. Mais les Comtadins, attachés à la légitimité des pouvoirs en place, envoient des troupes pour rétablir l’ordre à Avignon à la fin de 1655. Ce que ne dit pas clairement la tradition historiographique, c’est le lien entre l’agitation des années 1650 et l’attitude apparemment très nettement pro-française de la majorité des élites avignonnaises durant la première occupation. L’explication résiderait dans l’autoritarisme excessif du vice-légat Lascaris après les troubles qui referait contre lui l’union des nobles et du « peuple ». Aussi est-il tentant d’interpréter les choix politiques de cette période comme un témoignage de la versatilité des populations méridionales. L’anachronisme qui consisterait à reprocher aux sujets du pape leur manque de patriotisme doit être absolument rejeté. S’il y a un patriotisme, il est strictement local. Avignon et le Comtat peuvent changer de souverain sans renier leur identité pourvu que soient maintenus certains privilèges. Mais il existe effectivement des liens plus ou moins étroits entre les populations locales et la France. Le regard porté sur les relations entre la France et les enclaves peut-il, dans un contexte économique difficile, expliquer les mouvements sociaux et les événements politiques avignonnais et comtadins ? 273 . P. FOURNIER, « Identités urbaines et mise en scène des élites locales lors des entrées royales de 1622 », dans M. CEBEILLAC-GERVASONI, L. LAMOINE, F. TREMENT (éd.), Autocélébration des élites locales dans le monde romain. Contexte, textes, images (IIe s. av. J.-C. – IIIe s. ap. J.-C.), Clermont-Ferrand, PUBP, 2004, p. 205-220. 274 . Y. M. BERCE, Histoire des Croquants. Etudes des soulèvements populaires au XVIIe siècle dans le Sud-Ouest de la France, Genève – Paris, Droz, 1974, 2 vol. 275 . R. PILLORGET, Les mouvements insurrectionnels de Provence, op. cit., p. 456. 151 2. Liens avec la Provence et intégration dans le royaume Au milieu du XVIIe siècle, la situation d’Avignon et du Comtat Venaissin n’apparaît pas très différente de celle de certaines villes provençales. Marseille et Arles, principales villes des terres adjacentes, considèrent qu’elles n’appartiennent pas au Pays de Provence et que seul compte le lien personnel noué avec le roi, garant de leur autonomie et de leurs privilèges. En matière fiscale par exemple, elles échappent aux impositions consenties par le Pays et accordent à la monarchie des dons gratuits au montant relativement faible. Bien que le souverain soit différent, Avignon se comporte aussi comme une ville libre, fière de son passé, et ne manque pas une occasion de rappeler aux représentants du pouvoir pontifical que leur droit d’intervention sur les affaires intérieures de la cité est limité par des statuts et des usages. Par exemple, après que le vice-légat Lascaris ait obtenu, en janvier et février 1659, une réconciliation des nobles, il cherche une solution financière pour indemniser les victimes des révoltes populaires dont les biens ont été pillés et saccagés, mais la ville s’oppose à l’établissement d’une contribution sur les maisons et jardins situés dans l’enceinte de la ville, qu’elle considère comme injuste, et elle envoie une ambassade auprès du pape. Or lorsque le vice-légat tente d’obtenir une copie de la délibération qui lui permettrait de connaître précisément l’attitude des membres du conseil, le secrétaire et les consuls lui rappellent que la liberté des délibérations est un privilège de la ville et refusent donc d’obtempérer. Lascaris admet ce refus, sans pour autant renoncer à peser sur la vie politique locale puisque les conseillers obtempèrent assez facilement, peu de temps après, à une ordonnance interdisant d’élire comme consuls deux nobles qu’il estime responsables de l’opposition à ses ordres (MM. de la Barthelasse et de Saint-Martin)276. Cette affaire définit un modèle de relations politiques : l’intervention des pouvoirs supérieurs dans les élections est admise mais le conseil en place doit pouvoir délibérer librement. Les populations des enclaves pontificales se rapprochent aussi de celles de la Provence par des problèmes et des intérêts communs, notamment en matière monétaire, économique et fiscale. La mise en circulation en grande quantité de pièces de billon de faible valeur a de fortes incidences sur l’économie du Sud-Est du royaume de France au milieu du XVIIe siècle. Or ces pièces sont frappées aussi bien à Avignon et dans le Comtat que dans la principauté d’Orange et à Villeneuve-lès-Avignon, en Languedoc, face aux possessions pontificales277. L’aspect des pièces prête volontairement à confusion : les limites politiques et les questions de souveraineté ne jouent donc qu’un rôle mineur ou plutôt favorisent une production que la monarchie française tolère parce qu’elle est utile à l’économie régionale pour pallier la disette monétaire et qu’elle ne remet pas en cause la souveraineté française. Cependant, cette situation encourage le faux-monnayage et le trafic des monnaies : la monnaie française étant sous-évaluée, cette situation profite aux enclaves pontificales qui accumulent le métal précieux. La grande réforme française de 1640-1641 met de l’ordre dans la circulation monétaire. Ses conséquences sur l’économie avignonnaise et comtadine sont mal connues mais il est probable que la limitation du trafic, rendu plus difficile par les contrôles effectués par la France, eut un effet déflationniste. Les difficultés pour l’économie des enclaves peuvent expliquer l’aggravation des tensions sociales au milieu du XVIIe siècle, surtout à Avignon qui brassait des sommes d’argent considérables par le commerce des soieries et des velours destiné en grande partie à l’exportation. 276 . J. MERITAN, « Les troubles et émeutes d’Avignon (1652-1659) », art. cité, p. 55-57. . R. VALLENTIN, « Les doubles tournois et les deniers tournois frappés à Villeneuve-lès-Avignon pendant le règne de Louis XIII (1610-1643) », Mémoires de l’Académie de Vaucluse, t. VII, 1888, p. 33-59 ; J. LAUGIER, « Monnaies inédites ou peu connues des papes et légats d’Avignon », Comptes rendus du Congrès tenu à Avignon par la Société française d’archéologie en septembre 1882, Paris, 1882, p. 19-26. 277 152 En matière économique, les liens entre les enclaves et la Provence sont tout aussi forts. De nombreux nobles avignonnais et bourgeois sont possessionnés en basse Provence, souvent dans les villages les plus proches du territoire d’Avignon, tandis que le baron d’Oppède, premier président du parlement de Provence, possède des biens fonciers étendus en Comtat, autour de Cavaillon, ville dont il maîtrise en outre une partie du réseau d’irrigation278. La rente foncière circule donc sans difficulté à travers les limites poreuses du territoire d’Avignon, du Comtat et de la Provence. Dans le domaine artisanal, la concurrence est nettement plus forte avec Nîmes et Lyon, autres grandes cités de la soierie, qu’avec les villes provençales dont les fonctions sont complémentaires et qui offrent des débouchés à la production avignonnaise. La question fiscale, dont l’impact politique est le plus important, est avivée par les commis de la foraine. Leur attitude explique certaines tensions aussi bien en Provence qu’à Avignon. Le tour de vis fiscal des années 1630 s’est traduit, dans le Sud-Est de la France, par un renforcement de la douane de Lyon, notamment de 1632 à 1647279. Les soieries avignonnaises sont frappées par une hausse des tarifs en 1643. Au-delà, la pression ne retombe pas et le contrôle des enclaves pontificales est un enjeu important pour les fermiers de la foraine (le noyau des droits de douane taxant les exportations). En effet, ces enclaves apparaissent comme une plaque tournante de la contrebande. Pour limiter celle-ci, les commis de la foraine de Lyon exercent leur contrôle aux portes de la ville et sur les ports du Rhône. Un arrêt du conseil de juillet 1634 exempte les habitants d’Avignon et du Comtat de tout droit sur les marchandises importées de Provence280. Mais son application aggrave la contrebande, de nombreuses marchandises provençales passant en Dauphiné par le Comtat sans payer les droits dus à la douane de Lyon281. Ainsi s’expliquent les pressions de la France sur les enclaves. En 1647, les habitants du haut Comtat (formé de petites enclaves en Dauphiné dont la plus importante est celle de Valréas) doivent payer des droits de douane sur les marchandises qu’il font passer dans le reste du Comtat. La limite douanière entre la France et le Comtat passe en fait aussi entre haut et bas Comtat : l’atteinte à la souveraineté pontificale est ici flagrante mais acceptée par les autorités pontificales comme un moindre mal qui protège les principales villes des enclaves. La tension s’accroît cependant avec les fermiers de la foraine. Les troubles des années 1650 montrent aussi l’imbrication des économies des enclaves et des provinces du Sud-Est de la France. Ils tirent leur origine de la tentative des autorités avignonnaises pour desserrer l’étreinte des commis de la douane de Lyon. L’initiative serait venue de quelques nobles dont le premier consul élu en 1650, Gaspard de Tulle de Villefranche. Une ambassade à Rome permet d’obtenir un ordre du pape éloignant les commis des ports du Rhône et des portes de la ville et les obligeant à exercer leurs fonctions en terre royale. Cet ordre est obtenu malgré les réticences du vice-légat qui a conscience des difficultés à venir. En favorisant la contrebande en un temps où la monarchie a un pressant besoin d’argent, la ville d’Avignon s’expose à des mesures de rétorsions qui ne tardent pas : en 1651, elle perd ses privilèges douaniers, tout comme le Comtat, et les enclaves pontificales sont considérées comme provinces étrangères à l’instar de la Provence. Dans les mois qui suivent monte alors une protestation présentée par les récits contemporains comme l’hostilité du « peuple » à la nouvelle situation. Mais le « peuple » masque en fait les intérêts commerciaux des marchands. Une ambassade de Villefranche auprès de Louis XIV et de ses ministres obtient en 1652 que les anciens tarifs 278 . Bibl. Mun. Avignon, ms 2741, f° 422-437. . J.-P. GUTTON, « Douane de Lyon », Dictionnaire de l’Ancien Régime, Paris, PUF, 1996, p. 434-435 ; A. POIDEBARD, « L’ancienne douane de Lyon », Revue du Lyonnais, XIII, 1892, p. 373-400. 280 . Cet arrêt est rappelé dans la correspondance avignonnaise : Arch. Mun. Avignon, AA 69, pièce 29. 281 . Sur le plan douanier, la Provence fait partie des provinces « réputées étrangères », tout comme le Dauphiné et le Lyonnais : elles étaient soumises à des droits d’entrée et de sortie dans les échanges commerciaux qu’elles effectuaient même entre elles. 279 153 soient rétablis à condition que les commis royaux soient replacés aux portes de la ville où ils devront agir sous le contrôle du vice-légat pour respecter la souveraineté du pape, ce qui semble être une concession de pure forme. Dans le contexte troublé et confus de la Fronde des princes, les Avignonnais se sont trompés en pensant que l’affaiblissement du pouvoir monarchique jouerait en leur faveur. L’Etat monarchique continue à fonctionner malgré le désordre politique. L’affaiblissement du roi a même pu favoriser pendant de longs mois les abus de la douane de Lyon car aucune autorité locale n’était réellement capable de protéger les habitants des enclaves. La pression populaire aboutit cependant le 4 décembre 1652 à une émeute antifiscale classique avec pillage des maisons des receveurs des gabelles dans la ville. Le vice-légat se résout alors à mettre en œuvre le compromis établi après l’ambassade de Villeneuve. Les événements de janvier à juillet 1662 prolongent ceux survenus une dizaine d’années plus tôt mais il s’agit désormais d’une affaire gérée avec rapidité par les élites qui veulent éviter de nouvelles émeutes282. Le fermier de la foraine tente un nouveau coup de force, profitant de la réorganisation financière opérée en France. Il a en effet remplacé ses bureaux du Dauphiné par une série d’autres sur la Durance afin d’exercer un contrôle plus efficace des marchandises passant de Provence en Dauphiné à travers le Comtat. Il cherche à faire confirmer cette nouvelle situation grâce à des soutiens dans le conseil du roi mais aussi à la division qui règne au sein du conseil de ville d’Avignon. Les consuls ont en effet signé un traité acceptant cette modification (sous réserve que les habitants d’Avignon ne paient pas de droit) puis un conseil général de la ville l’a révoqué, mais le premier consul, M. de la Falèche, continue à soutenir que le traité doit être exécuté. Dans cette affaire, les autorités provençales se montrent en tout cas solidaires des opposants avignonnais au traité. L’intérêt des Provençaux n’est pas moindre que celui des sujets du pape. Certes, la limite douanière entre Comtat et Dauphiné tient compte du statut privilégié des enclaves pontificales mais les Provençaux en jouent surtout pour repousser la limite douanière le plus au nord possible, sur les premiers contreforts alpins. Quant aux sujets du pape, ils craignent que l’attitude du fermier soit seulement une étape précédant la remise en cause de leurs privilèges. Ils ont aussi intérêt au maintien de la contrebande. Un arrêt de la cour des Comptes d’Aix est favorable à Avignon et donc aussi aux Provençaux. Le fermier se pourvoit alors au conseil et cherche à faire exécuter le traité par le parlement de Grenoble. Avignon réagit en envoyant le marquis de Pérussis à Paris pour convaincre le conseil des finances de Louis XIV de maintenir les privilèges d’Avignon et du Comtat et de s’en tenir à la teneur des arrêts du conseil de 1634. Le baron d’Oppède, premier président du parlement de Provence, et M. de Villeronde, agent du pays de Provence, agissent de concert avec Pérussis. Si le fermier utilise comme argument la remise en cause de l’autorité du roi, Pérussis insiste sur le détournement probable de l’excédent dégagé par les bureaux sur la Durance : il ne nie pas qu’ils soient plus rentables mais considère que le roi n’y gagnera rien283. L’intervention des plus hauts personnages de l’Etat en charge des finances (le duc de Villeroy, chef du conseil royal des finances, Etienne d’Aligre, l’un des trois directeurs des finances, et surtout Jean-Baptiste Colbert, l’un des trois intendants des finances et de loin celui dont les prérogatives sont les plus importantes284) aboutit le 2 mars à un compromis qui ne satisfait aucune des parties : les bureaux des commis de la foraine doivent être rétablis dans un délai de six semaines sur les frontières du Dauphiné aux frais du fermier mais les bureaux sur la Durance seront maintenus. Le coût d’un tel dispositif rend la décision peu avantageuse pour le fermier tandis que les Avignonnais continuent à craindre les abus des commis. L’arrêt 282 . Arch. Mun. Avignon, AA 69, pièces 1 à 67. . Ibid., pièce 28, lettre du 28 février 1662. 284 . M. ANTOINE, Le cœur de l’Etat. Surintendance, contrôle général et intendances des finances (1552-1791), Paris, Fayard, 2003, p. 297-299. 283 154 est pourtant confirmé le 6 mars par le conseil des finances tandis que les Avignonnais multiplient plaintes et procès-verbaux à l’encontre des commis qui lèveraient des droits indus sur les marchandises entrant dans leur ville et dans le Comtat. Une audience accordée par le roi au marquis de Pérussis le 13 mars accélère le règlement de l’affaire. Dans la lettre qu’il envoie au conseil d’Avignon, Pérussis met en avant le geste de Louis XIV destiné à apaiser les tensions : il a été reçu comme un ambassadeur et le roi a assuré Avignon et le Comtat de sa protection. Les reines (Anne d’Autriche et Marie-Thérèse) reçoivent aussi Pérussis le 20 mars285. Dans les faits, l’arrêt du 2 mars est maintenu mais Etienne d’Aligre intervient pour arrêter les abus du fermier et une fois le délai expiré, lui et Colbert font rétablir les bureaux en Dauphiné tandis que ceux placés sur la Durance sont abandonnés. Le conflit se termine donc à l’avantage des sujets du pape. Ce dernier se montre très satisfait de la manière dont le problème a été réglé. Pour la monarchie française, le résultat est comparable à celui obtenu en 1652 : la situation douanière mise en place entre 1634 et 1647 est maintenue mais l’autorité des agents du roi est démontrée et la possibilité pour les fermiers de la foraine de surveiller activement les activités de contrebande est renforcée. Entre ces deux épisodes, la « fronde avignonnaise » (1652-1658) a des racines plus profondes que les seules questions douanières et ses enjeux sociaux doivent être éclaircis pour comprendre les spécificités des relations entre Avignon et la monarchie française. 3. Un « parti » italien contre un « parti » français : les faux-semblants d’une opposition complexe La période des troubles avignonnais (le Comtat restant relativement calme) correspond à un moment d’intense agitation dans la Provence voisine, sans qu’un lien direct entre ces événements puisse être établi286. Les crises provençales se caractérisent par l’extrême diversité des cas : Aix, Marseille, Tarascon, Toulon et Draguignan notamment connaissent des insurrections et des agitations politiques qui témoignent davantage de rivalités locales que de choix nationaux ou même provinciaux. En revanche, Mazarin choisit de soutenir telle ou telle faction en fonction de l’intérêt qu’elle semble représenter pour l’autorité royale, s’appuyant notamment sur la personne du baron d’Oppède à Aix, qui joue le rôle d’un intendant sans en avoir le titre. A Marseille, Mazarin et Louis XIV, qui ne trouvent pas de personnalité suffisamment forte pour rétablir l’ordre, préfèrent humilier la ville par une occupation militaire et une entrée du roi par une brèche effectuée dans les remparts, inversion des rituels traditionnels d’entrée royale. La Fronde provençale n’a pas la même gravité que dans d’autres provinces, notamment dans le Bassin Parisien, malgré les ravages d’une partie du bassin aixois en 1649287. Les événements qui déclenchent la crise avignonnaise se produisent alors que la situation est confuse en Provence après l’échec du gouverneur, le comte d’Alais, rappelé auprès de la Cour française. Toutefois, un personnage important appelé à jouer un rôle déterminant dans les affaires avignonnaises est intervenu en Provence : c’est le cardinal Bichi, évêque de Carpentras, considéré comme un émissaire de Mazarin dans la région. Entre février et avril 1649, il a négocié une paix qui permet de réconcilier les parlementaires aixois, divisés sur la question du « semestre »288, et de faire libérer le comte d’Alais, prisonnier du parlement depuis plusieurs semaines. Le cardinal est utilisé pour ses relations au sein des élites aixoises. 285 . Arch. Mun. Avignon, AA 69, pièce 48, lettre du 28 mars 1662. . Ibid., p. 567-862. 287 . R. PILLORGET, S. PILLORGET, France baroque. France classique (1589-1715), Paris, Robert Laffont, 1995, T. I, p. 535536 et 556-557. 288 . Le « semestre », ou parlement semestre, double le parlement aixois par la création d’un nouveau corps d’officiers appelés à siéger six mois par an en alternance avec les « anciens » officiers, ce qui entraîne la création et la vente de plus de trente nouveaux offices. 286 155 Personnage fastueux, il entretient aussi des relations étroites avec la noblesse avignonnaise, bien que ses prérogatives politiques se limitent en principe au Comtat dont il préside l’assemblée des communautés. Lors de l’affrontement entre pessugaux et pévoulins, Bichi se montre un fervent partisan des premiers qu’il vient soutenir à Avignon en cherchant à faire élire ses partisans au consulat. Quelques nobles le suivent ensuite à Carpentras lorsqu’il doit quitter Avignon en juillet 1653. Bichi apparaît alors comme un obstacle à la paix qu’il avait favorisé en Provence. Comment expliquer cette attitude ? Les pessugaux constituent-ils un parti favorable à la France que Bichi, créature de Mazarin, soutiendrait ? A aucun moment pourtant, les troubles avignonnais n’ont entraîné une tentative d’intervention française dans les affaires locales, même lorsque la Fronde s’est terminée. Ce que veulent les pessugaux, en dehors de la domination du conseil de ville, n’apparaît jamais sous la forme d’un programme politique clair. Pour le début des conflits avec les fermiers de la foraine et des troubles avignonnais (de novembre 1650 à octobre 1653), l’analyse fournie par le factum du vice-légat Cursi, texte bien informé sans doute destiné justifier son action, est très éclairant289. La partialité du texte, violemment opposé à Bichi et à ses partisans, fait son intérêt. Le vice-légat insiste à plusieurs reprises sur la rivalité entre les familles nobles d’Avignon : dès le début de l’affaire des commis, elle s’exprime par l’hostilité entre le baron de Crillon, qui servirait les intérêts des fermiers de la douane, et Gaspard de Villefranche, qui agirait « en hayne » de ces fermiers. Mais pour le vice-légat Cursi, Crillon, qui se retrouve dans les années suivantes parmi les personnalités appréciées des pévoulins, sans être vraiment un chef de cette tendance, est un conciliateur à la recherche du compromis, luttant à la fois contre les excès des consuls en place et contre les débordements populaires avec l’aide d’autres nobles (Chasteuil, de Raymond, Massillian, La Grougière, Montcluds, Entremont). Il n’est pas possible d’opposer deux noblesses en fonction de l’ancienneté, de la richesse ou des fonctions occupées. Louis Berton de Crillon est un gentilhomme d’une grande famille avignonnaise, petit-neveu du brave Crillon qui s’était illustré pendant les guerres de religion, d’abord au service des Guises puis de Henri III et de Henri IV. Homme d’épée lui aussi, il est colonel de l’artillerie pontificale et a été élu pour occuper la charge de viguier d’Avignon en 1653, preuve qu’il n’est pas écarté du pouvoir290. Il a fait construire au cœur de la ville en 1648-1649 un magnifique hôtel particulier291. Ce bâtiment tout récent au moment des troubles dit à la fois le rang social du personnage et ses ambitions politiques. De style baroque avec ses décors sculptés de mascarons, rinceaux, guirlandes, cornes d’abondance et médaillons avec des figures humaines, la façade sur rue apparaît presque archaïque dans sa somptuosité au moment où elle est réalisée, alors que la cour intérieure est beaucoup moins soignée : il y a là incontestablement une volonté de marquer les esprits et de se démarquer des autres nobles qui choisissent déjà un style plus épuré. Des membres de la noblesse de robe sont aussi favorables aux pévoulins, revendiquant notamment une meilleure gestion des affaires municipales comme Henri de Suarez. Mais d’autres robins sont proches des pessugaux et hostiles à Crillon comme M. Crivel, docteur en doit dont la maison est pillée dans la nuit du 5 au 6 novembre 1655. 289 . Bibl. Mun. Av., ms 2394, f° 129 v° sqq., « Copie du factum de Monseigneur Laurent Cursi, vice-légat d’Avignon », publié dans J. MERITAN, « Les troubles et émeutes d’Avignon (1652-1659) », art. cité, p. 59-75. Ce texte ne nous est parvenu que sous la forme d’une copie mais il traduit le regard d’un contemporain. J. Méritan le considère comme une justification de son action par le vice-légat Cursi, même si le document est écrit à la troisième personne. 290 . Cette charge très importante est renouvelée chaque année. Qu’elle ait été occupée par Crillon ne lui confère donc qu’une autorité provisoire et fragile. Le viguier convoque et préside le conseil de ville. Il préside aussi la Cour ordinaire et temporelle de Saint-Pierre qui juge les affaires civiles et criminelles de l’Etat d’Avignon. Toutefois, sa fonction est surtout honorifique : issu des gentilshommes, il n’est pas juge lui-même et le pouvoir municipal appartient en fait aux consuls. En revanche, il veille au respect des institutions locales dans l’intérêts du pouvoir souverain. 291 . P. LAVEDAN, « Hôtels particuliers à Avignon, XVIIe – XVIIIe siècle », Congrès archéologique de France, CXXIe session, 1963, Avignon et Comtat Venaissin, Paris, Société Française d’Archéologie, 1963, p. 132-151. 156 Il n’est pas possible non plus d’opposer un parti français à un parti italien. Le factum de Cursi suggère une opposition entre ses partisans et ceux de Bichi. Peut-on assimiler ces derniers à un parti français alors qu’ils ont déclenché les troubles en engageant la lutte contre les fermiers de la douane française ? Quant à Crillon, il prend soin de mettre en avant sa fidélité au pape et sommé par Bichi de se prononcer entre lui et le vice-légat, il affirme selon le factum de Cursi qu’un Etat ecclésiastique ne peut avoir d’autre parti que celui du Saint-Siège. Cela fait-il de lui un « italien » alors que sa famille s’est illustrée au service de la France et qu’il est lui-même gentilhomme de la chambre du roi ? Le « peuple » qu’il défend revendique en tout cas une amélioration des relations avec la France pour qu’elle rétablisse les privilèges de la ville et du Comtat. L’implication de certains nobles avignonnais dans les récentes luttes provençales est rappelée à charge : les pévoulins font ainsi grief au marquis de la Rousselle d’avoir soutenu le comte d’Alais contre le roi, ce qui est une curieuse interprétation des événements provençaux et prouve la confusion des esprits. Quoi qu’il en soit, la Rousselle aurait lésé les intérêts des Comtadins et des Avignonnais qui possèdent des biens nombreux au sud de la Durance, dans des villages soumis au pillage des troupes du comte d’Alais. L’hostilité affichée n’est pas tournée contre le roi de France mais contre les partisans du gouverneur présenté comme un traître. Cela confirme que l’objectif des révoltés est une normalisation des relations avec la France, non une hostilité à celle-ci. Cursi a certes intérêt à présenter ses adversaires comme opposés au respect des juridictions respectives : « Plusieurs des nobles retirés de la ville [c’est-à-dire ayant accompagné Bichi à Carpentras], poussés de rage, entreprenoient mesme de mettre de la division entre la jurisdiction du pape et du Roy, sur le pont du Rhosne qui fait la séparation de Villeneufve avec Avignon ». Il n’en reste pas moins que l’attitude des pessugaux apparaît comme équivoque. Les textes qui concernent la période postérieure au départ de Cursi confirment que l’opposition entre la France et Rome est artificielle. L’attitude des pévoulins montre un jeu constant entre la France et le Saint-Siège. L’arrivée de Conti à la vice-légation à la fin de l’année 1655, après les émeutes de novembre, est suivie de l’exil des chefs pévoulins, dont Crillon et Suarez, tandis que d’autres quittent volontairement la ville par peur des représailles. Les nobles qui avaient accompagné Bichi à Carpentras rentrent au contraire à Avignon. Les chefs pévoulins, beaucoup plus que les pessugaux, jouent de la double fidélité au pape et au roi. Ainsi, Crillon exilé se rend-il à Montélimar, en terre française, avant d’aller se justifier à Rome292 où il obtient assez facilement la reconnaissance de son innocence : pour les autorités pontificales, il ne semble pas constituer un danger, même si son image peut être utilisée par des agitateurs et s’il reconnaît lui-même avoir fait ériger des barricades en 1653 et fait prendre la paille à ses partisans comme signe de reconnaissance. Cette action aurait été menée en concertation avec le vice-légat pour lutter contre les ennemis de celui-ci. Le soutien apporté au vice-légat est fréquemment mentionné. Le baron rappelle aussi qu’il s’est opposé à Louis Pallis, un autre noble, « parce qu’il lisoit un libelle diffamatoire contre le roy et la reine de France ». La volonté de préserver les relations entre Rome et la monarchie française est donc présentée par Crillon comme la motivation principale de son attitude. Le séjour du roi à Avignon du 19 mars au 1er avril 1660 intervient dans un contexte pacifié mais toujours tendu293. Pour Louis XIV, cette visite dans la cité pontificale s’inscrit dans une longue tradition : François Ier en 1516, 1524 et 1533, Charles IX en 1564, Henri III en 1574294, Marie de Médicis en 1600 et Louis XIII en 1622 ont été reçus avec tous les honneurs dans la ville pontificale, l’intégrant dans des parcours aux motivations diverses comme 292 . Bibl. Mun. Avignon, ms 3357, f° 140 sqq., « Justification de M. de Crillon » publiée dans J. MERITAN, « Les troubles et émeutes d’Avignon (1652-1659) », art. cité, p. 79-81. 293 . Histoire d’Avignon, Aix-en-Provence, Edisud, 1979, p. 405-406. 294 . En prenant l’habit des pénitents blancs d’Avignon, Henri III montre toute l’importance qu’il accorde au rôle religieux d’Avignon. Cf. M. VENARD, Réforme protestante, Réforme catholique dans la province d’Avignon (XVIe siècle), Paris, Cerf, 1993, p. 870. 157 beaucoup d’autres cités importante de leur royaume. En 1660, Bordeaux, Toulouse, Marseille surtout apparaissaient comme des villes à soumettre définitivement avant la célébration du mariage royal à Saint-Jean-de-Luz le 9 juin295. En Provence, le roi est d’abord reçu à Tarascon, Arles, Salon et Aix mais c’est Marseille qui apparaît comme la ville rebelle que le roi fait occuper militairement les 20 et 21 janvier et auquel il impose une profonde réforme institutionnelle296. A Avignon, l’accueil du roi est au contraire très classique, comparable dans les formes de l’hommage rendu à ce qui avait été fait pour Louis XIII en 1622 mais avec un cérémonial allégé : la ville n’a pas eu le temps (et sans doute n’a-t-elle plus les moyens financiers) d’organiser une entrée aussi fastueuse avec des arcs de triomphe297. Les autorités urbaines et la vice-légation collaborent comme à l’accoutumée pour rendre un hommage appuyé au souverain français : lorsque Louis XIV venant de Languedoc se dirigeait vers la Provence, le fils du premier consul d’Avignon a été député à Nîmes pour demander au roi d’honorer la ville de sa présence et le vice-légat a été reçu par le roi à Arles peu de temps après. Louis XIV prend aussi la peine de répondre aux protestations de fidélité de la ville en marquant bien son respect pour la souveraineté pontificale. Au fils du premier consul, il répond : « Quoique vous ne soyez pas mes sujets, je conserverai néanmoins beaucoup d’affection pour toute votre ville et pour votre particulier ». Lorsque les clés de la ville lui sont présentés à son arrivée devant la porte Saint-Lazare, il les rend « disant qu’elles étaient entre bonnes mains, qu’il les y fallait laisser ». Faut-il interpréter les signes de fidélité des autorités avignonnaises comme un message nouveau qui ferait suite aux troubles des années précédentes et manifesterait un rejet du pouvoir italien incarné par l’administration des vicelégats ? Rien ne permet de corroborer cette analyse devenue pourtant classique dans l’historiographie locale, sauf à adopter une démarche rétrospective et à faire de la visite de Louis XIV la préparation de l’occupation française de 1663. Il aurait été surprenant au contraire que les autorités avignonnaises négligent l’opportunité d’une entrée royale dans leur ville : cela aurait pu être considéré comme un affront par la monarchie française. Il n’y a pas non plus de conclusion hâtive à tirer des réjouissances organisées pour la paix des Pyrénées ou pour la naissance du Dauphin : elles sont logiques dans une cité dont le destin est aussi étroitement lié à la France et dont la noblesse se met fréquemment au service du roi de France. La pression française peut même apparaître plus légère au milieu du XVIIe siècle qu’au XVIe siècle, lorsque les enjeux stratégiques et les guerres civiles obligeaient la monarchie à intervenir plus directement dans les affaires avignonnaises et comtadines298. Pour Louis XIV, le séjour à Avignon n’a rien d’une manifestation de force. C’est l’occasion d’un séjour agréable qui permet le rassemblement d’une partie importante de la Cour. Le Roi est notamment accompagné de son frère, Monsieur, de la reine mère, de Mademoiselle, la cousine du roi, du cardinal Mazarin, du prince et de la princesse de Conti et de plusieurs membres de la haute noblesse. Le duc de Lorraine rejoint la Cour à Avignon le 29 mars. La noblesse avignonnaise peut ainsi approcher les courtisans durant quelques jours. Louis XIV pose ostensiblement en roi Très-Chrétien : son séjour avignonnais correspond au temps pascal et il assiste à de nombreuses messes, visite les sept églises de la ville, écoute des sermons, lave les pieds de treize pauvres, touche les écrouelles. Se rendant à Orange, il refuse en revanche de recevoir les ministres protestants. La signification religieuse de ce séjour a donc autant d’importance que sa signification politique : enclavée dans le royaume, Avignon reste une autre Rome dont le roi sait qu’elle ne présente aucun intérêt stratégique et qu’elle lui est 295 . Journal contenant la relation véritable et fidelledu voyage du Roy & de son Eminence pour le Traité du mariage de Sa Majesté, & de la Paix Générale, 1659-1660. 296 . R. PILLORGET, Les mouvements insurrectionnels de Provence, op. cit., p. 819-827. 297 . Un compte rendu de cette entrée a été imprimé peu après le séjour du roi. Un long extrait est publié dans P. CHARPENNE, Histoire des réunions temporaires d’Avignon et du Comtat Venaissin à la France, op. cit., T. I, p. 513-533. 298 . Histoire d’Avignon, op. cit., p. 319-364. 158 davantage utile en conservant son statut de ville pontificale au cœur du royaume qu’en devenant une ville provençale ordinaire. * Fortement intégrée à l’espace français, Avignon est attentive au respect de ses privilèges à la fois par les représentants du pape et par la monarchie française : c’est le comportement normal de toute ville d’Ancien Régime accentué par la situation géographique et politique spécifique de la cité pontificale. Il faut en revanche insister sur l’attitude de la France qui, jusqu’au mariage de Louis XIV au moins, n’a aucun intérêt à un affrontement avec le Saint-Siège à propos du Comtat. Seules les circonstances politiques expliquent l’occupation de 1663-1664 qui crée une situation nouvelle en montrant que les élites avignonnaises pourraient s’accommoder facilement d’une intégration à la France mais qui n’a pas été préparée. Les conflits douaniers de 1652 et 1662, le second précédant de quelques mois l’affaire des gardes corses, montre au contraire qu’Avignon a tout intérêt à défendre ses droits contre les empiètements des fermiers français et que sa situation d’enclave étrangère l’aide à jouer d’arguments divers pour maintenir le statu quo. Ses liens avec la Provence voisine sont étroits mais la collaboration sur un pied d’égalité avec les élites provençales est rendue plus facile par la dépendance à l’égard d’une souveraineté étrangère. Il faut se garder aussi de penser la ville d’Avignon comme un bloc faisant front face à la menace française. Certes, la pression française est réelle : elle a surtout pour but de contrôler les deux rives du Rhône et de la Durance afin de maîtriser dans leur totalité ces voies d’eau essentielles et de limiter la contrebande. Mais cette pression n’est pas si forte qu’elle nécessiterait constamment une unanimité des élites avignonnaises. Pendant les troubles comme dans les négociations de 1662, des voies discordantes se font entendre avec plus ou moins de vigueur. M. de la Falèche, victime du pillage de sa maison par les émeutiers en 1653 et premier consul opposé à la majorité du conseil en 1662, incarne les hésitations de la noblesse, partagée entre l’hostilité aux commis de la ferme française et une attitude de conciliation destinée à attirer la bienveillance française. Mais la noblesse avignonnaise est constamment divisée sur l’attitude à adopter, sans que sa vision des rapports avec la France apparaisse avec beaucoup de netteté. Le baron de Crillon, d’une envergure supérieure à celle de ses concitoyens, choisit la fidélité politique au Saint-Siège et la fidélité personnelle au roi de France, attitude la plus cohérente qui explique son prestige local. Beaucoup reste à faire pour comprendre la manière dont se construit le lien social à Avignon et dans le Comtat au XVIIe siècle. Une prosopographie des familles nobles (qu’elles appartiennent à l’épée ou à la robe) mise en relation avec leur carrière et leurs choix politiques permettrait de mieux saisir les modalités et les enjeux des affrontements du milieu du siècle mais aussi de mettre à jour le fonctionnement des relations sociales des élites sur le long terme et de comprendre les liens entre familles avignonnaises, comtadines, provençales ou d’autres provinces françaises. L’attitude du « peuple », perçue surtout à travers le regard de ces élites, est plus difficile à décrypter. Nul doute cependant que bourgeois et artisans ne sont pas unanimes non plus : les émotions populaires sont plus ou moins radicales et les meneurs les plus violents lors des émeutes de novembre 1655 sont arrêtés et exécutés. Malgré les pillages de certaines maisons, la répression des troubles s’opère assez facilement sans intervention extérieure et sans inquiéter fortement la France. Le vice-légat et la noblesse locale s’organisent pour quadriller la ville et contenir les foules : en novembre 1655, une certaine unité se reforme pour empêcher l’extension des désordres avant que le retour au calme ne laisse resurgir les vieilles querelles. Les élites locales jouent donc de la situation frontalière, l’intégrant dans leurs comportements en fonction d’intérêts immédiats et en soupesant les rapports de force. Elles ont plus directement affaire au roi de France 159 (physiquement présent dans la ville en 1660) qu’au pape mais elles savent qu’elles ne sont pas totalement maîtresses du destin des enclaves pontificales. En revanche, elles travaillent constamment à défendre leur honneur et leur rang qui dépend de l’image et du statut de leur ville : en ce domaine les divergences portent davantage sur les moyens à utiliser que sur les objectifs. Le début du règne personnel de Louis XIV marque l’entrée dans une ère nouvelle. Les élites avignonnaises en ont rapidement conscience. La fermeté française dans les affaires de 1662 (négociations sur la foraine puis collaboration du conseil d’Avignon pour neutraliser le vice-légat et désarmer la garde italienne en attendant l’arrêt de réunion des enclaves à la France299) témoigne directement à Avignon du nouveau style du règne. L’enthousiasme populaire, le caractère tumultueux des débats dans l’hôtel de ville et le sentiment xénophobe manifesté vis-à-vis des Italiens sont accentués par la pression française qui semble mener à un rattachement inéluctable à la France. Aussi bien témoignent-ils de la crainte qu’inspire le souverain français générant une rhétorique de la soumission consentie destinée à mieux préserver les acquis du passé : « Elle [Avignon] a souhaité, Sire, d’estre à vous par amour et par ambition. Son amour est satisfait, que son ambition le soit. Sy elle étoit moins généreuse et moins forte, elle seroit indigne de vous apparthenir »300. Les Avignonnais reconnaissent que leur Etat et le Comtat constituent un territoire trop petit pour disposer d’un parlement mais la ville demande à être traitée aussi bien que Metz et Perpignan. Par-delà la joie maintes fois répétée transparaît l’inquiétude sur le sort réservé à une ville qui ne dispose pas d’un territoire suffisant pour dominer une province (comme Perpignan) et qui n’a pas une position militaire stratégique (comme Metz). Décidément, la fragilité des privilèges avignonnais n’échappe pas aux contemporains qui n’ont d’autre choix que de consentir à leur sort et d’exalter Louis XIV, au prix d’un contresens désastreux sur ses motivations réelles à long terme. 299 . Arch. Mun. Avignon, AA 69, pièces 86 à 129. . Ibid., lettre non datée et non numérotée. 300 160 Conquista e integración: Los debates entorno a la inserción territorial y social (MadridMéxico, siglo XVIII). Tamar Herzog I La conquista del Seno Mexicano es un episodio histórico largamente estudiado. Desde el siglo XVII y especialmente a mediados del siglo XVIII hubo una voluntad tanto por empresarios locales (vecinos de las jurisdicciones adyacentes) como por uno clérigos de penetrar a este territorio (el estado actual de Tamaulipas en la costa norte del Golfo de México), considerado lugar de refugio para grupos nómadas todavía sin convertir. Las motivaciones eran múltiples e incluían, entre otro, la búsqueda de nuevos pastos, nuevas rutas comerciales y nuevas almas, la pacificación de indios dichos rebeldes o por lo menos demasiado bélicos, así como el deseo de defender la supuesta propiedad española de un territorio de frontera amenazado, por lo menos según el imaginario contemporáneo, por naciones foráneas. En 1746, el virrey, a consulta de una junta general de guerra y hacienda, encargó la conquista, pacificación y población del Seno a José de Escandón, coronel del regimiento de milicias de Querétero y teniente capitán general de presidios, misiones y fronteras de Sierra Gorda.543 En virtud de este nombramiento, entre 1748 y 1751 Escandón hizo varias entradas al Seno mexicano acompañado de clérigos, tropas y pobladores. En poco tiempo, estableció 18 poblaciones con 925 familias españolas, 136 soldados y 614 familias indias “que antes vivían sin sociabilidad y dispersos en aquellos contornos.” Según los informes que enviaba al virrey el territorio, antes totalmente desolado, era ahora de los más bellos, ricos y útiles entre las provincias de la Nueva España. La literatura que estudiaba este episodio destacaba la personalidad de José de Escandón y analizaba los grupos de poder e intereses que le apoyaron u opusieron.544 Examinando las circunstancias locales que permitían e incluso convirtieron en deseable la integración del Seno en el territorio novohispano, esta literatura a penas se interesaba por la realidad jurídica, política e institucional que apoyaba el proyecto. Concentrándose en la documentación mexicana, fracasaba al sub-estimar el carácter transatlántico de la empresa y al menos valorar la importancia del debate que este episodio suscitó en torno del paso de la conquista a la población. En este breve espacio quisiera detenerme en estas preguntas y, ante todo, centrar mi atención en dos interrogantes. Primero: ¿de qué consistía una “conquista?” Segundo: ¿cuál era la relación entre conquista e integración territorial y social? La importancia de estas preguntas se puso de manifiesto en 1752 cuando el Consejo de Indias debatía si Escandón meritaba premio en forma de un título de nobleza, un grado militar y alguna recompensa económica.545 Según explicaba el fiscal, por un lado la información recibida de México apuntaba que lo ejecutado por Escandón tenía mucha importancia.546 Por otro, el colegio apostólico de San Fernando Extramuros de la ciudad de México representó la imposibilidad de dicha población y pacificación.547 Acusó a Escandón de sólo ocuparse del asentamiento de españoles sin haberse pacificado a los indios ni congregado nación alguna “de las muchas que 543 Comisión del virrey Juan Francisco de Güemez y Horcasitas, México 8.7.1748 publicada en “Documentación inédita sobre la pacificación de las fronteras de Panuco….,” Revista del Archivo Nacional (Bogotá) tomo 6, nums. 66 y 67 (1944): 279-310 en pp. 279-282. Vid, igualmente, consulta de 27.12.1752, AGI, México 691, No.3. 544 Patricia Osante. Orígenes del Nuevo Santander (1748-1772). México: UNAM, 1997, p.9. 545 Consulta de 27.12.1752, op.cit. 546 Vista fiscal de 11.1.1752, AGI, México 691, no.1. 547 Carta del colegio apostólico de San Fernando de 12.11.1749, AGI, México 691, no.1. 161 habían.”548 Según el colegio, la temporada era impropia para la creación de asentamientos y los pobladores eran en su mayor parte “gente perdida” que huyó de sus lugares de residencia habituales por ser deudores y criminales y de “desfrendadas costumbres.” Críticas similares hallaron expresión en los informes del fiscal novohispano Antonio Andreu quien opinaba que la empresa andaba mal y no merecía el apoyo financiero de la corona.549 La primera cuestión consistía en entender qué era exactamente lo que fue logrado. La existencia de informes contradictorios no sorprendía el fiscal del consejo quien consideraba que cada uno de los informantes defendía sus intereses y para este fin presentaba lo que más le convenía. Sin embargo, las contradicciones también pudieron dar prueba que, a pesar de la buena voluntad y empeño de Escandón, las poblaciones que asentaba se quedaron “sin la permanencia ni la subsistencia que se deseaba.”550 Como los premios solicitados no se daban por “las entradas que habían hecho en aquellos territorios, ni menos las poblaciones que con efecto habían fundado desde luego, sino por la subsistencia y conclusión de tan vasto proyecto de suerte que sin recelo se trate, gire y comunique por los españoles en los mismos términos que lo practican en los demás territorios pacificados de aquellos reinos,” era preciso recabar informes adicionales. Entre otras cosas, el consejo explicó que se sabía que muchos de los indios congregados en 1748 huyeron a los montes; que por la sequía de 1749 las poblaciones tuvieron mucha decadencia y que en 1751 hubo inundaciones que causaron muchas muertes y destruyeron algunas poblaciones. Como la población, decía el consejo, dependía de su gente y como era dificultoso encontrar familias españolas que quisieran pasar a establecerse en un desierto, suportando unos riesgos como los experimentados en tan corto tiempo en la colonia, era necesario verificar si el establecimiento de las nuevas poblaciones era aleatorio o persistiría en el tiempo. Para este fin, era preciso enviar a las poblaciones persona de “toda integridad, inteligencia y confianza” que pudiera reconocerlas y examinar su estado. El virrey nombró a este fin al marqués del Castillo de Aysa. Por su parte, el consejo pidió informes reservados del arzobispo de México y de los obispos de Puebla de los Ángeles de Michoacán y de Guadalajara. Aconsejó, entre tanto, retener los premios solicitados por Escandón. La discusión en Madrid revelaba el grado de desacuerdo y debate en México. En 1755, examinando los informes solicitados más la representación del guardián del colegio franciscano de Zacatecas --ahora encargado de la conversión de los indios del seno-- y de Vicente Bueno de la Borgolla gobernador que fue del Nuevo Reino de León, el fiscal del consejo concluía que seguía siendo imposible saber cuál era el verdadero estado de la población.551 Como ocurrió anteriormente, los informes seguían representando una variedad de opiniones. El virrey y Escandón insistían en la conclusión de la conquista, pacificación y población. El arzobispo de México explicaba que no podía formar juicio sobre la pregunta “pues teniendo dos partidos opuestos el uno a su favor y el otro en contrario protegía cada uno de ellos con eficacia su parecer por lo que no podía asertivamente decir cosa alguna.”552 El obispo de Puebla opinaba de modo similar.553 Sin embargo, el obispo de Guadalajara se mostró contrario a la idea que la empresa había llegado a una feliz conclusión. Era absurdo pretender que Escandón conquistó el Seno cuando “aquellas tierras estaban ya conquistadas y que no había [nuevos] pueblos como expresaba Escandón sino cuatro o cinco que ya existían en lo antiguo y solo se habían agregado algunos pobladores, los cuales eran gente insolente, perdida, abandonada y fugitiva del Nuevo Reino de León por sus delitos o sus deudas, 548 La visita de fray Manuel Joseph de Silva a las misiones en febrero, marzo y abril de 1752 parece darles la razón. Según la misma, en ocho de las quince misiones no había labor de evangelización: Carlos González Salas. La evangelización en Tamaulipas. Las misiones novohispanas en la costa del Seno mexicano (1530-1831). México: Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1998, pp.267-269. 549 Osante. Orígenes, pp.238-243. 550 Borrador de la consulta de 27.12.1752, AGI, México, 691. 551 Vista fiscal de 28.4.1755, AGI, México, 691, no.3. 552 Carta del arzobispo de México de 3.7.1753, AGI, México 692, fol.1032r. 553 Carta del obispo de Puebla de 14.7.1753, AGI, México 692, fol.1033r-v. 162 abrigándose a la colonia para vivir con libertad no pudiendo explicar con otra voz más expresiva lo que oía decir de aquellas poblaciones sino con la de que la denominaban Nueva Inglaterra, asegurando también lo disgustados que se hallaban el mayor número de los mencionados pobladores por no habérseles hecho el repartimiento que se les ofreció como fueron tierras para sembrar, aguas para su riego y crías de ganado y finalmente que los ganados eran los mismos que habían antes de las nuevas poblaciones pero con la diferencia de que entonces los disfrutaban y después hallándose los indios tan disgustados los mataban o se los llevaban y que no había tales conversiones ni las habría si se seguirá en el método y modo que se llevaba, pues el castigo y fuerza con que se trató a los indios les había hecho retirarse por lo que no convenía sino tratarlos con amor.”554 El guardián del colegio de Zacatecas criticó a Escandón por no haber establecido misiones ni haber asignado los sitios convenientes para ellos.555 El superior franciscano de las misiones aseguraba de la existencia de seis misiones, aunque confesaba que en cinco de ellas los indios entraban y salían a su antojo.556 Vicente Bueno de la Borbolla opinaba que en la conquista no se verificó lo prometido “en cuanto a la conversión y reducción de los indios gentiles a quienes antes bien se les había dado motivo de mayores inquietudes y que eran falsas y aparentes las utilidades que se propusieron como así mismo ser un nuevo descubrimiento respecto de que muchos años ha que estaban ya andado por lo que la mencionada pacificación y población quedaba en los términos de una idea fantástica con perjuicio de la causa publica.”557 El debate, por tanto, incluía tanto la necesidad de establecer los hechos (qué había antes y qué fue hecho) como proceder a su interpretación y evaluación. Dada esta naturaleza, el fiscal del consejo --y el consejo y el rey acogiéndose a su parecer-- decidieron nombrar un nuevo delegado para reconocer el Seno.558 En virtud de esta orden, en 1757 pasaron al Seno mexicano el capitán Joseph Tienda de Cuerno y el ingeniero segundo Agustín López de la Cámara Alta.559 Durante meses, Tienda y López contaron personas, animales y casas en 24 poblaciones distintas. Concluyeron que antes de haber hecho la entrada, el terreno estaba enteramente inculto y dominado por indios gentiles y apostatas que hacían entradas en las provincias vecinas, ejecutando muertes y robos. Lo único que había era un pequeño poblado (San Antonio de los Llanos) con cinco vecinos muy pobres que vivían en chozas sin tener de que sustentarse y que estaban a punto de retirarse a otras provincias y varias haciendas cuyos dueños eran vecinos de los pueblos del Reino de León. De las 24 poblaciones que estaban ahora establecidas quince eran “villas razonables” que probablemente se aumentarían con el tiempo, siendo las demás pueblos pequeños. En la colonia habían indios congregados que “entraban y salían de las poblaciones de paz sin tener cuarteles en ellas ni observar subordinación alguna” e indios agregados que “vivían sujetos a doctrina acompañados de los bautizados.” En total habían 16 misiones, doce con sitios asignados, y otras cuatro sin ellos. Concluyendo, los comisionados explicaron que lo que antes era inculto se hallaba ahora conquistado, pacifico y poblado. Recomendaban en 1758 el envío de misioneros, el establecimiento de tres asentamientos adicionales, la mudanza de tres de los existentes y el repartimiento de tierras entre los pobladores.560 554 Carta del obispo de Guadalajarra de 12.10.1753, AGI, México 692, fols. 1034r-1035r. Carta del guardián del colegio de la ciudad de Zacatecas de 7.9.1753, AGI, México 692, fol. 1036r. Se trataba de una queja que persistía en el tiempo. Vid, por ejemplo, carta de Fray José Joaquín García, discreto del colegio de Zacatecas al fiscal, México, 8.10.1765, en Estado general de las fundaciones hechas por don José de Escandón en la colonia del Nuevo Santander. México: Talleres Gráficos de la Nación, 1930, v. 2, pp. 261- 268, en p.262. 556 Osante. Orígenes, p.130. 557 Carta de Vincente Bueno de la Borbolla de 13.6.1753, AGI, México 692, fol. 1036v. 558 Borrador de consulta de junio 1755 con anotación del rey de 17.6.1755, AGI, México 691, no.3. 559 Decreto del virrey Marqués de las Amarillas de 29.3.1757, reproducido en Estado general, v.1, pp.3-4. 560 Vista fiscal de 2.10.1759, AGI, México 692, fols. 1002r-1012r, en fol. 1007v. El texto de la la inspección se publicó en Estado general. 555 163 A pesar de estas conclusiones, la duda sobre el éxito de la empresa persistía. El ahora virrey (marqués de las Amarillas) insistía que el principal fin de la empresa era la conversión de los indios y la defensa contra sus ataques y que este seguía sin conseguir.561 Además, aunque ahora “se conocía aquel país, establecidos algunos lugares y constantes las entradas del puerto,” las poblaciones “no tenían estado de defensa que se pudiesen descuidar algún intento de invasión.” El consejo, sin embargo, concluía lo contrario. Considerando que “no hay obra grande que no padezca contradicciones y emulación”562 en su consulta de 1761 aprobó lo ejecutado por Escandón, aunque sin otorgarle todavía los premios solicitados.563 Esta decisión, sin embargo, no logró apaciguar la contienda. Según un borrador de 1767, la oposición a Escandón seguía en pie y se enfocaba ahora en nuevas quejas sobre el mal estado de la colonia y sus operaciones como gobernador de la misma.564 Estas quejas, entregadas al virrey Marqués de la Croix en 1766, fueron investigadas y sus conclusiones discutidas en una junta de guerra que concluía, una vez más, que faltaba averiguar el estado “veraz” de la colonia, por lo que era preciso nombrar nuevos comisionados. Para asegurar que Escandón no pudiera estorbar la comisión, el virrey le ordenó venir a la capital para dar cuenta del estado de las poblaciones, dejando en su empleo un gobernador interino. Según la versión de Escandón, mientras el se dedicaba a la conducción de familias, a la contención de los indios y a la tarea poblacional, la emulación crecía.565 Por una parte las justicias, celosas de su autoridad y resentidas del fuero militar del que gozaban los pobladores y, por otro, los religiosos --cuyas misiones de Sierra Gorda se suprimieron a causa de sus actividades--, los gobernadores de las provincias confinantes --que deseaban extender su jurisdicción y terreno--, y por fin el obispo de Guadalajara –quien luchaba por afirmar que la colonia pertenecía a su diócesis y por tanto él debería de percibir sus diezmos--, todos juntaron para oponerle.566 Incluso “se llegó a decir que el terreno no era incógnito porque a sus orillas entraban a pastar algunas haciendas de ovejas a fuerza de escolteos y a costa de muchas desgracias y muertes; siendo así que lo contrario suponen y asientan las reales cédulas. Se llegó a dudar por los años de (17)55 y 56 si había o no tal colonia; si era o no cierto el pueble y tomó tanto calor la duda e hizo tanta impresión a los principios del virrey marqués de las Amarillas que hubo de remitir a la inspección y reconocimiento a un ingeniero y al capitán don Joseph Tienda de Cuervo quien de resulta de una formal visita informó plena y difusamente en 1757” a favor de él.567 Cada vez que llegaba a México un nuevo virrey sus opositores volvieron a informarle contra él. Ahora, de nuevo, y a pesar de la aprobación de cinco virreyes anteriores, del haber dado cuentas, haber habido una visita detallada en 1757 y estar el rey informado sobre todo, y a raíz de una denuncia por unos individuos de poca monta (un desertor de baja calidad procesado, un religioso a quien Escandón negó la certificación para la percepción del sínodo por su no asistencia y una mujer de mala reputación) se recibió una sumaria contra él con testigos enemigos declarados suyos.568 El asesor encargado de la misma (Diego de Cornide) no estaba nada instruido en asuntos municipales y el escribano (Ignacio Godoy) se hallaba difamado en su oficio y luego fue procesado y preso. Después de efectuar la sumaria el virrey formó una junta de gente inexperimentada y decidió separarle de 561 AGI, Mexico 692, fol. 1041v. Vista fiscal de 2.10.1759, op.cit, fol. 1004v. 563 Consulta de 10.11.1761, AGI, México, fols. 1015r-1077v y cédulas de 1763 cuya copia se halla en Estado general, v. 2, pp.179-189. 564 Borrador de una cédula de 25.11.1767, AGI, México 692, fol. 1099r. 565 Carta de José de Escandón de 27.4.1769, AGI, México 693A, fols. 2r-21r. Vid igualmente otra representación suya de 26.5.1769 en el mismo legajo. 566 Osante. Los orígenes, pp.243-244. 567 Carta de Escandón de 27.4.1769, op.cit., fol. 6r 568 Según el fiscal del consejo, se trataba de una delación privada por el procurador del colegio de Zacatecas y de una queja formal presentada por María Bárbara Reysendi en su nombre y bajo de la calidad de apoderada de los indios chichimecos que habitaban la Sierra Gorda: Vista fiscal de 26.10.1771, AGI, México 693B, fols. 277r-316v, en fols.295r-v. 562 164 su empleo. Le trajeron a la ciudad como reo, sin haberle oído. Vino a la capital abandonando su familia. Mientras tanto, los comisionados visitaban las poblaciones de la colonia fijando edictos y bandos llamando a los agraviados y quejosos presentarse y pedir contra él. Concluyendo, Escandón opinaba que todo lo obrado era injusto e in-propio. Primero: el no había capitulado ni hizo obligación alguna por vía de contrato o quasi contrato para pacificar o poblar el Seno Mexicano. Simplemente, el virrey le encargó ejecutar las órdenes reales sobre la pacificación y el pueble del mismo. Se trataba, por tanto, de un encargo personal, por el que recibió el título de lugarteniente del virrey.569 Precisamente por ello, aunque preparó un informe sugiriendo cómo efectuar la conquista, este informe no tenía fuerza obligatoria y era imposible exigir que lo cumpliera a la letra. Además, sus actuaciones habían sido aprobadas por el virrey e incluso por el rey. Segundo: si se trataba de una visita o una residencia contra él, entonces deberían de encargarse de ella unos jueces y no unos comisionados nombrados por una junta como la de guerra y hacienda acostumbrada a ver negocios de gobierno y economía pero la que no tenía facultades en materias de justicia. Dándole la razón, en 1769 el fiscal del consejo ordenaba pasar el caso a la audiencia. En 1771, el fiscal opinó que aunque Escandón no cumplió con las leyes sobre las nuevas fundaciones por haberse establecido algunas de las poblaciones en terrenos inadecuados, no dejaba de ser verdad que el rey aprobó su proceder considerando o que no habían suficientes pruebas de negligencia o que este fracasó ya se redimió con el infatigable celo demostrado por Escandón, quien se empleó graciosamente en “la referida empresa y proyecto.” 570 Por entonces ya le parecía evidente al fiscal que las acusaciones que los establecimientos eran quiméricos y fantásticos o que su utilidad era poca eran imposturas. Concluyendo, el fiscal opinó que del proyecto resultó, en efecto, la conquista del Seno Mexicano y el establecimiento y población de familias españolas que anteriormente se hallaban “estrechadas de la necesidad” en una zona que estaba habitada por indios apostatas e infieles; que ahora se sembraba y se criaba ganado allí, descubriendo maderas ricas, minerales y salinas y que, por fin, todo esto garantizaba que el territorio se quedara defendido de la “proporción que tenían los extranjeros de apoderarse clandestinamente de su circunferencia.” Mientras Madrid apoyaba lo obrado por Escandón, en México la investigación contra sus operaciones se transformó en una residencia en la que se procedió en forma de visita, limitando las garantías procesales del acusado y convirtiéndolo en reo.571 Según la acusación, Escandón no había “cumplido el principal objeto, tan recomendable, de pacificar y reducir a los indios gentiles y apostatas ni concluido el pueble en el término de tres o cuatro años que había propuesto con sólo el gasto de 115.000 pesos, ante bien constaba que en los 29 pueblos que componían la colonia no había misión de indios convertidos y, aunque existían algunos en dos o tres, eran oriundos de las provincias confinantes y la mayor parte de ellos se hallaban bautizados en sus antiguos domicilios, que lo que no había duda que, en los 20 años corridos, había consumido el real erario como un millón de pesos sin utilidad ninguna ni haber logrado el fin, y que la falta de cumplimiento con el exceso de gastos, cuando no fuese delito grave, manifestaba a lo menos la conducta de Escandón, y que sus deseos se dirigían más a la utilidad propia que a la del pueblo y de la real hacienda. Que la reducción de indios mal se podía conseguir por los medios de que se usaba en la colonia, tan opuestos a lo que prevenían las leyes y recomendó la junta del año pasado de 1748 [la que encomendó el proyecto a Escandón], con la particular prevención de que aquel a quien se le diese la comisión había de procurar la elección de cabos, precaviendo que por ningún modo disgustasen a los indios, 569 Esta visión de los hechos tenía precedente en un escrito de Escandón al virrey, fechado en México 12.5.1756 y reproducido en Visita a la colonial del Nuevo Santander, hecha por el licenciado don Lino Nepomuceno Gómez el año de 1770. Enrique A. Cervantes introd. México, Secretaría de Agricultura y Fomento, 1949, pp.15-18. 570 Carta de Escandón de 27.4.1769, op.cit., fol.309r. 571 Testimonio acerca de la causa formada en la colonia del Nuevo Santander al coronel don José de Escandón. Patricia Osante introdu., México: UNAM, 2000. 165 antes bien solicitar en atraerlos con amistad, caricia y amor, haciéndoles entender lo que era la religión para que, sin repugnancia, la abrazasen. Y resultaba que lo contrario ejecutó en la colonia, pues llegaban a perseguir a los indios hasta sus propias rancherías, donde eran muertos unos y hechos prisioneros otros, y al tiempo de conducirlos a poblado, que fueron colgados algunos en árboles por el camino… que todo esto ejecutaban los capitanes y soldados de Escandón sin que éste hubiese aplicado el debido remedio....” El expediente también alegaba que si Escandón se empleaba en la conquista durante veinte años sin sueldo era porque tuviera otros intereses económicos en la misma.572 Aunque los 38 cargos incluían alusiones a crímenes y excesos, ante todo, lo que se le acusaba a Escandón era el no cumplir con su obligación de conquistar, pacificar y poblar la costa del Seno Mexicano. Curiosamente, llegando a sentenciar el caso en 1773, el fiscal de México José Antonio de Areche opinó que las pruebas no faltaban.573 Al contrario, había tanta información que era imposible procesarla toda. Por estas alturas, ya era evidente que incluso el fiscal mexicano favorecía la causa de Escandón. Concluyó que se trataba de una “empresa grande verdaderamente lograda (sea o no con algunas quiebras que regularmente hay en las cosas humanas) el advertir las ventajas que pronostica al estado e interés de su majestad el meditar que en las fatigas de esta clase nunca faltan emulaciones por la incomprensible diversidad de pensamientos y otros enlaces; el inferir que si por buscar más cabal averiguación en algunos de los cargos y sus justificaciones, sobre estar los principales absolutamente desvanecidos, se dilatara por mucho tiempo éste tan demorado negocio, no sin perjuicios de los otros, y mucho más importantes del estado de la colonia; y finalmente el conocer, no ajeno del oficio fiscal, mirar por aquellos que sin detenerse en sudores, afanes, riesgos y trabajos cuidan del aumento de la corona, y la noble inclinación de los hombres grandes, como el conocimiento de que si se busca alguno totalmente exento de imperfección o capaz de ser del agrado de todos será desear una cosa humanamente imposible.”574 Acogiéndose a la versión de Escandón, el fiscal novohispano opinó también que Escanón no había hecho contrato con la corona. Su informe no tenía fuerza obligatoria: “estas palabras [incluidas en el informe] lejos de ser constitutivas de promesa u oferta de lo que adelante se iba a exponer y expuso en orden a los medios de designio, sobradamente dan a entender que sólo importaron opinión y dictamen de lo mismo, y esto fundado no en otra cosa que en la probabilidad que el señor coronel ministraba su experiencia, como explicó después… Sabido es por concorde sentir de teólogos y juristas, que el que lo expone en las cosas tocantes a su profesión, si no lo hace por precio, sólo queda responsable en los capítulos de dolo y lata culpa. Resta, pues, asentar que, aun cuando no se hubiese logrado o no lo esté, como delineó el señor coronal Escandón el proyecto de la pacificación y población de la colonia, era menester que se le probara alguno de aquellos dos capítulos para que procediese el cargo que en este particular se le hizo.”575 El auditor de guerra de México consintió.576 Transformando su parecer en un elogio, antes de resumir los cargos y descargos examinó cronológicamente la “carrera ilustre” de Escandón y tituló las quejas de sus rivales de “extravagantes pretensiones, falsos y subrepticios informes hechos por impostores.”577 Acordó con el fiscal y el mismo Escandón que la empresa no la tomó Escandón por asiento, contrato o capitulación, sino por comisión o encargo que se le hizo sin asignación de sueldo, quedando a cuenta y a riesgo de la real hacienda su éxito y sus costos.578 Escandón propuso el proyecto por vía de informe que se le mandó hacer, sin obligarse a ello ni ofrecerse siquiera a ejecutarlo. La junta abrazó el proyecto y le encargó su 572 Cédula real de 29.1.1773, reproducida en Testimonio pp. 3-7 en pp.4-5. El fiscal, México 31.12.1773, en Testimonio pp. 9-84, en p.11. 574 El fiscal, idem, p.83. 575 Vista fiscal José Antonio de Areche, México, 31.12.1763, en Testimonio, pp.9-84, en p.16. 576 Domingo Valcárcel, México 19.9.1774, en Testimonio, pp.85-190. 577 Domingo Valcárcel, México 19.9.1774, en Testimonio, pp.87-116. 578 Domingo Valcárcel, México 19.9.1774, Testimonio, pp.94 y 117-21. 573 166 ejecución. La única obligación de Escandón, por tanto, era “hacer cuanto estaba en su parte para que se verificase la población y pacificación. Si el efecto de ella se hubiese frustrado por culpa suya, o por dolo o fraude que cometiese, ya se ve que sería responsable y le resultaría un cargo gravísimo. Pero lo cierto es que tampoco se le ha probado en este particular cosa alguna.” Además, incluso si no llegó a pacificar a los indígenas, no se podía atribuirle responsabilidad alguna porque “la promesa que depende de hechos ajenos [de los indios]… aunque sea jurada y contenga la cláusula con efecto, no obliga al promitente a otra cosa que hacer por sí y cuidar de su parte que se cumpla.”579 Por fin, aunque hubieran habido omisiones por parte de Escalón, “debería de tenerse consideración a que , conforme a las disposiciones de derecho en todas las cosas, lo que en primer lugar debe atenderse es el fin e intento principal de lo que se hace; cuando éste con lo sustancial se consigue no se ha de reparar mucho en si se pecó algo en los medios y modos, ni la deformidad de la obra se considera cuando se halla sana y recta la intención del operante, o porque en el concurso de dos causas, una que aprovecha, otra que daña, aquélla se ha de mirar y prevalecer, especialmente cuando es más útil y favorable.”580 Escandón, por tanto, era inocente. En octubre de 1774, el virrey Bucareli declaró le declaró por tal, liberándole de toda responsabilidad. 581 Escandón murió en 1770 sin conocer la sentencia exculpatoria. Sus últimos años, al parecer, eran tristes. La oración fúnebre que se dijo en su honor en la iglesia de Santa María de Guadalupe de Querétero en 1771 apuntaba a estas dificultades. Los golpes que recibió, se dijo en aquella ocasión, eran “de suma mortificación a su noble espíritu, y que tolerados con igual grandeza de ánimo, sirvieron a un tiempo de ejercicio y de crisol a su sólida virtud, pues examinada muchas veces descubrió mayores quilates, brillando su conducta civil y militar como el oro purísimo con los informes de las reales audiencias, con las pesquisas de la corte, con la aprobación de cinco grandes virreyes y por último con los distinguidos favores de tres ilustres soberanos que apreciando justamente sus talentos y servicio lo colmaron de títulos, honores y apremios. Pero aun disipadas de esta suerte a la luz de la verdad las nubes y sombras del engaño, no se dio la emulación por vencida, pues levantándole improvisadamente una nueva borrasca, logró por fin privarlo del vital aliento y perseguirlo hasta el mismo sepulcro.”582 II Lo vivido por Escandón apuntaba, entonces, a dos dificultades distintas. La primera era la necesidad de definir de qué consistía una conquista, población o pacificación. ¿Bastaba con entrar al territorio? ¿Tomar posesión de él? ¿Fundar poblaciones? ¿Garantizar que las mismas durasen, que los indios se quedasen en sus reducciones y que el territorio sería pacificado? ¿Qué responsabilidad tenía el encargado por los caprichos del clima? ¿Por la inadecuación del terreno? ¿Por la belicosidad de los indígenas? Durante la discusión, el consejo parecía indicar que todo absolutamente era de la responsabilidad del comisionado. Es decir, la meta era una conquista, una población y una pacificación permanentes y sólo estas indicarían el éxito de la misión. Esta visión tal vez reflejaba la creciente frustración de Madrid a donde llegaban informes continuos sobre intentos de conquista que se dijo prosperaban y luego, sin embargo, requerían repetición. En 1720, por ejemplo, Juan Bautista Sánchez de Orellana ofreció contratar la conquista de la 579 Domingo Valcárcel, México 19.9.1774, Testimonio, p.128. Domingo Valcárcel, México 19.9.1774 Testimonio, p.187. 581 Testimonio, p.191. 582 Oración hecha por el doctor don Julián Abad y Arámburu el 2.12.1771, reproducida en Visita a la colonia del Nuevo Santander hecha por el licenciado don Lino Nepomuceno Gómez el año de 1770. Enrique A. Cervantes introd. México, Secretaría de Agricultura y Fomento, 1949, pp.20-22. 580 167 provincia de los Jíbaros, confinante a la de Quito.583 Explicó que la misma se conquistó pero que, al poco tiempo, los indios se alzaron (¿1576?) matando a los españoles, dejando la ciudad de Logroño en ruinas y produciendo el total abandono de la provincia. En las décadas y siglos siguientes hubo continuas – incluso tantas como treinta—entradas a la provincia. Sin embargo, todas quedaban sin “efecto alguno,” es decir, sin producir una conquista definitiva. Rechazando la propuesta de Sánchez de Orellana, el consejo sin embargo encargó a las autoridades locales ocuparse del asunto. De otras fuentes sabemos que durante la segunda mitad del siglo XVIII y hasta bien entrado el siglo XIX, las campañas para conquistar “la ciudad perdida de Logroño” prosiguieron sin cesar.584 Aunque cada conquistador alegaba haber tenido éxito, la misma sucesión de conquistas evidenciaba lo contrario. Si pacificar era el acto de “establecer la paz o poner paz a los que están opuestos y discordes;”585 si reducir suponía primero “convencer” (1611) y luego “vencer, sujetar o reunir, volviendo a la obediencia u dominio a los que se habían separado de él” y “convertir o convencer al conocimiento de la verdadera religión u a los pecadores a la enmienda” (1737)586 y si conquistar suponía “pretender por armas algún reino o estado” y por alusión “ganar u adquirir sin violencia cosa alguna, como conquistar la voluntad de otro,” entonces –diría el consejo-no podía haber conquista, pacificación y reducción alguna sin un veraz sometimiento tanto de territorio como de personas.587 Tal vez por ello, y no sólo por motivos de léxico, en el caso de Sánchez de Orellana el consejo de Indias insistió explícitamente en abandonar el término conquista y acogerse a la de pacificación, reducción y población. Verdad, el término “conquista” se prohibió ya en las leyes de Nuevas Poblaciones de Felipe II, pero, más allá de la prohibición legal estaba el hecho de que lo que el consejo buscaba en todos estos casos no era promover operaciones militares sino conseguir integrar al territorio y sus habitantes en el mundo hispánico.588 Mientras que Madrid inicialmente opinaba a disfavor de Escandón, en México, tal vez por estar sus autoridades mejor informadas, las opiniones variaban. Hubo quien pedía el cumplimiento perfecto, indiferente a las circunstancias locales y a las dificultades que se presentaban. Este cumplimiento suponía el establecimiento de una población madura o, por lo menos, de un asentamiento con un futuro asegurado. Otros opinaban que, como las plantas y las personas, las poblaciones nacían pequeñas y frágiles y la cuestión era de saber si podrían sobrevivir: “no se puede negar estar la colonia a la manera que una reciente plata que aunque fondosa se deja ver sobre la tierra, no ha criado raíces, rigor ni fuerza para mantenerse y no 583 “Proposición que hace a Vuestra majestad el doctor don Juan Bautista Sánchez de Orellana., AGI, Quito, 143, No.20. La pérdida de Logroño y el deseo de reconquistarla se mencionaban también en carta de la audiencia de Quito al rey de 6.11.1576, AGI, Quito 8, r.13, n.39; carta de los oidores de la audiencia de Quito al rey de 20.2.1580, AGI, Quito 8, r.14, n.40 y carta de la audiencia de Quito al rey de 22.2.1580, AGI, Quito 8, r.14, n.41. Vid, igualmente, consulta de 18.3.1720, AGI, Quito 103, fols.314r-328v sobre la propuesta de los Sánchez de Orellana de conquistar Logroño y la copia de la cédula real de 19.7.1720 en los documentos anejos a la carta que en 29.5.1818 escribió Pablo Hilario Chica al rey, pidiendo nombrarle presidente de la audiencia de Quito (AGI, Quito 404) Juan Bautista y su familia fueron estudiados en Tamar Herzog. "La empresa administrativa y el capital social: los Sánchez de Orellana (Quito, siglo XVIII)." In Juan Luis Castellano ed., Sociedad, administración y poder en el siglo XVIII. Hacia una nueva historia institucional, Grenada, Universidad de Granada, 1996, pp.381-396; Tamar Herzog. Upholding Justice: State, Law and the Penal System in Quito, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2004, pp.76 y 81-84 y en Tamar Herzog. Los ministros de la Audiencia de Quito 1650-1750, Quito, Libri-Mundi, 1995, pp. 145-152. 584 “Documentos que corresponden al expediente sobre el descubrimiento de la antigua provincia o ciudad de Logroño que se remiten al exmo señor don Francisco Requena por si fueren conducentes,” Documento No.1: “Consejo sala segunda: expediente sobre el descubrimiento de la antigua provincia de Logroño,” AGI, Quito, 404. Vid, igualmente, cartas de Fray Antonio José Prieto al virrey Abascal sobre la expedición que realizó a la ciudad de Logroño, AGI, Diversos, 5A. 1817. R.1, d.30 y mapa del camino desde la ciudad de Cuenca a la ciudad perdida de Logroño y plan de la ciudad perdida de Logroño, AGI, MP-Panamá 364, 365 y 366. 585 Real Academia Española. Diccionario de autoridades. Madrid: Gredos, 1990 [1737], p.71. 586 Sebastián de Covarrubias Orozco. Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid: Editorial Castalia, 1995 [1611], p.854 y Diccionario de autoridades, pp.533-534. 587 Tesoro de la lengua, p.345 y Diccionario de autoridades, p.522. 588 Consulta de 18.3.1720, op.cit., fols. 326r-v. 168 puede tomarla sin que se le ayude o bien con la continuación de cultivarle la misma tierra donde se halla situada o bien con el benigno influjo de los tiempos.” Como la planta y las personas, solo el tiempo dará solidez a la colonia y producirá una “mutua unión de indios y españoles mediante la perfecta dociliación de aquellos.”589 Un tercer grupo parecía indicar que lo más fundamental eran las intenciones y no la ejecución. En su informe de 1773, por ejemplo, el fiscal de México explicaba que las tareas de conquista, pacificación y población nunca eran perfectas: “si se busca alguno [encargado] totalmente exento de imperfección o capaz de ser del agrado de todos será desear una cosa humanamente imposible.”590 Además, “aunque suele decirse que el éxito prueba lo actuado…no se entiende esto tan general y superficialmente que no deba atenderse sobre todo a la intención y aplicación de medios suficientes. De suerte que muchas veces aunque el éxito sea feliz podrá ser reprensible el operante y, a la contra, otras veces será digno de aplauso y de premio aunque el efecto no corresponda al intento, de que hay claros ejemplares. Pero lo más es que el éxito en el caso no dejó de corresponder a la idea y, aunque no fuese tan cabalmente en cuanto al tiempo, costos y utilidades pensadas, el que objetare ésta será desde luego porque se desentienda de que rarísimas veces, aunque se obre con la mayor destreza y felicidad y, en fin, aunque se acierte, corresponden cabales las resultas a los humanos pensamientos.”591 Esta última postura se explicaba, en parte, por el hecho de que en 1773 el fiscal novohispano examinó la responsabilidad criminal de Escandón (en su visita-residencia) y no sus méritos para recibir recompensa (que daban lugar a las discusiones en Madrid). Es decir, aunque la pregunta seguía siendo la misma (qué era una conquista), su sentido legal cambiaba. Mientras en casos penales la intención del reo era (y es) principal, no pasaba lo mismo a la hora de juzgar los méritos. Tal vez por ello bastaba en el primer caso con la buena voluntad y, en el segundo, se requería un total cumplimiento. Sin embargo, la pregunta de qué consistía una conquista y qué relación había entre intención, acción y éxito, era un tema de debate en otras ocasiones también, en las que se manifestaba la misma gama de opiniones. En estas discusiones se preguntaba continuamente si la tierra estaba totalmente sosegada o seguía acosada por los indios592 y si los resultados tenían alguna relación con las expectativas. En efecto, cada vez que un promotor (o sus herederos) querían recibir recompensa, cada vez que se trataba de saber si era necesario emplearse en una campaña de pacificación, las mismas preguntas se barajaban. Para algunos, para completar una conquista bastaba con entrar al territorio, tomando posesión de él, demarcándolo y haciendo descripción del mismo.593 Otros requerían tropas, poblaciones estables y tratados de paz con los indígenas, los que deberían de convertirse en tanto Cristianos como vasallos. Estas discusiones eran tan importantes que algunas familias recurrían a la ayuda de profesionales para apoyar sus pretensiones mediante la elaboración de crónicas que atestiguaban lo ejecutado. En 1695, por ejemplo, el presidente de la audiencia de Guatemala lideró una entrada a las montañas inmediatas a Verapaz y Chiapas a fin de reducir, convertir y conquistar los “indios infieles” que les habitaban.594 Llevó con sí un escribano y éste, en la relación que escribió de los sucesos de aquella jornada, 589 Dictamen del auditor general de guerra de México el marqués de Altamira de 10.3.1756, AGI, Indiferente General 108, Tomo 5, fols. 1038r-1098v, punto 110 en fol. 1092r-v y punto 118 en fol.1097r. La misma opinión fue adoptada también por el auditor posterior, Domingo Valcárcel en su informe de 19.9.1774, Testimonio, p.100. Fray José Joaquín García, discreto del colegio de Zacatecas hablaba de la “niñez” de las poblaciones: su carta de 8.10.1765 en Estado general, v.2, pp. 261268, en p.262. 590 El fiscal, México 31.12.1773, op.cit., p.83. 591 El fiscal, México 31.12.1773, op.cit., p.35. 592 En la décadas de 1680 y 1690, por ejemplo, se discutió si la fundación de Santiago de Moncloa en Nueva Extramadura tuvo o no éxito: “Expediente sobre la población del presidio de Francisco de Cuahuila y privilegios concedidos a sus vecinos, años de 1694 a 1698,” AGI, Guadalajarra153. 593 “Pedro Meléndez de Aviles adelantado de la Florida…contra el señor fiscal de su Majestad sobre las recompensas pedidas por la conquista y población de las provincias de la Florida, año 1633, AGI, Escribanía 1024A. 594 Nicolás Valenzuela, “Relación en que se contiene lo ejecutado y conseguido en cumplimiento de reales cédulas libradas para la solicitud de la reducción y conversión de indios infieles….” Guatemala, 17.9.1695, AGI, Escribanía 339B. 169 lamentó su insuficiencia literaria. No se trataba solamente de certificar lo ocurrido – arte de todo notario- sino era preciso, decía, conocer las “reglas historiales” y tener “comprensión de figuras retóricas.”595 En la década de 1790, los herederos de Escandón siguieron la misma ruta. Para aumentar la fama de su linaje subvencionaron la publicación de una obra histórica que narraba lo obrado por su progenitor.596 El título de la obra (“relación”) dejaba suponer que se trataba de una relación de méritos en la que se contaban hechos “auténticos, indiscutibles y demostrables” para que quede constancia de ellos. III Mientras la primera dificultad consistía en entender qué era una conquista, la segunda dificultad se debía al hecho de que cada conquista, población y pacificación afectaban de modo distinto a diferentes sectores sociales. En el caso de la costa del Seno Mexicano, quedaban afectados los religiosos (cuyas misiones se abolieron por que de hecho ya fueron abandonadas o porque ya no eran necesarias y quienes fueron llamados a enviar misioneros a unas nuevas reducciones que no les agradaban), los obispos (interesados en integrar el nuevo territorio y sus diezmos a su diócesis), los hacendados (que antes pastaban libremente en la zona, pero sufrían ataques indígenas y ahora se hallaban limitados en sus actividades -algunos incluso perdieron sus haciendas o parte de ellas a favor de las nuevas poblaciones-pero que tal vez estaban ahora más seguros en sus posesiones), los pobladores (que esperaban recibir tierras y otros premios y mercedes), los comerciantes (que discutían el control sobre las rutas comerciales) y tal vez, como decía Escandón, los gobernadores de los distritos inmediatos (que querían encargarse de la conquista ellos mismos a fin de extender su jurisdicción).597 Sin embargo, más allá de representar intereses distintos, a veces incluso contradictorios, el debate en torno a la conquista y población del Seno también revelaba un profundo desacuerdo sobre la mejor manera de convertir a los indígenas y de defender el territorio. Según Escandón, los indios estaban mejor instruidos estando integrados en poblados mixtos donde “al abrigo y calor de los españoles podrán domesticarse y instruirse.”598 Ningún otro medio que se practique, decía, “ha de ser bastante a sujetarlos al mismo tiempo que el expresado lo franquea con la mayor seguridad, pues quedando en medio de ellas y las del nominado Nuevo Reino abiertos caminos y frecuentados por los soldados que van destinados faltándoles asilo de la costa no solo es indispensable se pacifiquen sino que perderán la esperanza de nueva sublevación.”599 Siempre según Escandón, el territorio estaba mejor defendido con poblaciones “así porque la real hacienda no esta para soportar los crecidos gastos que ocasionan [los presidios] como porque es más seguro modo de poblar el de llevar vecinos siendo éstos de las mismas fronteras que por lo regular son buenos soldados y como han de conducir sus familias y bienes y formar sus siembras en tierra propia este 595 Idem, fols. 3v-4r. Fray Vicente de Santa María. Relación histórica de la colonia del Nuevo Santander. Ernesto de la Torre Villar introd. México: UNAM, 1973. Vid, igualmente, Ernesto de la Torre Villar. “Fray Vicente de Santa María y su relación histórica.” En Juan A. Ortega y Medina ed. Conciencia y autenticidad históricas. Escritos en homenaje a Edmundo O’Gorman. Mexico: UNAM, 1968, 365-398. Una copia adicional de la Relación se halla en Estado general, v.2, pp. 351-483. 597 Los intereses que estaban en juego se describen en Juan Fidel Zorilla. El poder colonial en Nuevo Santander. México: Librería de Manuel Porrúa, 1979, especialmente pp.102-111 y, más ampliamente, en Patricia Osante. “Los grupos de poder en la creación del Nuevo Santander (1747-1766).” En Salvador Bernabéu Albert ed. El septentrión novohispano. Ecohistoria, sociedad e imágenes de frontera. Madrid: CSIC, 2000, pp.109-122 y en su Orígenes. 598 “Testimonio de las diligencias de visita y padrón que hizo de dicha villa el señor general Joseph de Escandón dirigidas a su perfecto establecimiento como se previene,” 13.9.1750, AGI, México 691, no.3. 599 Informe de José de Escandón, Querétero, 26.10.1747, AGI, Indiferente General 108, Tomo 5, fols. 953r-989v, punto 112 en fol.987r. Este informe está reproducido en José de Escandón. Reconocimiento de la costa del Seno mexicano. Gabriel Saldívar prol. México: Archivo de Historia de Tamaulipas, 1946 y en José de Escandón y Huelguera. 1747. Informe de Escandón para reconocer, pacificar y poblar la Costa del Seno Mexicano. Tamaulipas: Gobierno del Estado de Tamaulipas, 1999. 596 170 interés les estimula tanto a la defensa del país que en ningún acontecimiento le desampararan; así me lo ha enseñado la experiencia en las ocho fundaciones que tengo hechas en la Sierra Gorda…donde a penas ha 4 años se fundó con solo 12 hombres a quienes desterró el hambre y la miseria de las fronteras del río Blanco y trabajando unos y velando otros aunque en el año primero padecieron muchos trabajos por fin dominaron los indios que al presente se hallan ya congregados a misión y el número de familias de españoles y gente de razón en mas de 70 con tan buenas labores huertas y crías de ganado que ningunos indios me parece serían bastantes a hacerles largar aquellas comodidades que ya poseen como propias producidas de su trabajo; no lo hacen así los presidiales que por lo común están únicamente atenidos al sueldo y como de este rara vez se verifica la satisfacción ni aun en la tercia parte por el modo en que se la hacen sus capitanes no los permiten sembrar ni tienen cosa que los arraigue como se experimenta en los más de dichos presidios ni tienen amor al país ni procuran atraer a él familias si bien este último les fuera difícil porque como en ellos son por lo regular los capitanes los que tienen todo el comercio así en géneros como en semillas no les agrada haya más tienda ni sementeras que las suyas de que nace que aun cuando van algunos con el mal modo que se les hace y la falta de comercio los destierran con lo que se imposibilitaba población y se perpetua la necesidad de mantener los presidios; siendo demostrar que raro de ellos tiene hecha congregación de indios antes parece que con particular estudio procuran mantenerlos en su babariedad como que juzgan este por el único medio de que permanezcan sus plazas sucediendo tan al contrario a las fundaciones que se hacen por medio de vecinos que el primer empeño de estos es solicitar a los indios con dávidas y agasajos por el interés de que no les haga perjuicio y les ayuden a trabajar en sus siembras de que resulta el que se vayan familiarizando y aficionando a la comida, ropa y trato racional. Siempre serán menester algunos soldados pero solo para que en los dos o tres primeros años corran la campaña y en tan corto número que como en sus lugares propondrá bastaran a completarle los que en la actualidad se hallan en algunos parajes de aquellas fronteras donde no son ya necesarios.”600 Precisamente porque los pobladores serían soldados de “guerra viva…continuamente expuestos a tomar las armas y prevenidos a su costa para la campaña”, deberían de disfrutar del fuero militar.601 Mientras las poblaciones era útiles, las entradas militares no producían ningún efecto, ya que los indios se retiraban al mismo paso que caminaban los españoles y al salir éstos volvían a sus lugares totalmente impunes.602 Los soldados solían tratar a los indios que recogían como suyos, por lo que los convertían en enemigos. Para dominar el terreno era preciso, por tanto, poblarlo. En Tampico, Panuco, villa de Valles y sus inmediaciones había abundancia de personas que estarían dispuestas a ir a poblar nuevas poblaciones en la costa porque carecían de tierra y porque eran “diestros y prácticos en las entradas y salidas” y tenían “propensión natural” a dominar los indios.603 La frontera no les espantaba: en su mayoría provenían de los lugares menos distantes de la misma “por ser los que tienen menos aversión de las tierras de nuevo descubrimiento.” Lo que les unía era que todos no tenían arraigo en otras partes.604 Desde su perspectiva la cuestión parecía simple: las misiones que existían en el Seno antes de su (formal) colonización eran muy pequeñas o se abandonaron; los presidios, en vez de pacificar el territorio, parecían perpetuar la guerra. Ambas instituciones, además, tenían un alto costo para la real hacienda.605 Era preciso, por tanto, encontrar otra solución. En palabras 600 Idem, punto 81 en fols.975v-976r. Esta cuestión se debatió en 1748: vid comisión al coronel José de Escandón pro el virrey Güemez y Horcasitas, México 11.6.1748, publicada en “documentación inédita,” op.cit., pp.282-4. 602 “Noticias hechas por Escandón sobre el Seno Mexicano,” Querétero 4.12.1746, AGI, México 690, fols. 2r-3v. 603 Informe de José Escandón de 26.10.1747, op.cit., punto 72 en fol.972v. 604 “Extracto de los autos de la expedición de la Sierra Gorda…hecha por don Joseph de Escandón, año de 1755, AGI, Indiferente General 108, Tomo 5, fols. 990r-1005v, punto 33, en fol.1001r. 605 Osante. Orígenes, p.95. 601 171 de otro contemporáneo: “la idea y fin que se ha llevado en este importante proyecto no ha sido el de conquistar ni hacer guerra a los indios enemigos y apostatas que ocupan este bolsón de tierra… sino ocupar y abrigar el terreno con pobladores para que por consecuencia forzosa y necesaria se reduzcan los indios, no teniendo asilo para andar como antes libres y vagos, sino que con el mismo ejemplo se reduzcan a la sociedad civil, que tanto coincide o facilita su reducción cristiana.” 606 La relación entre arraigo y conquista ya tenía prueba. El marqués de Castillo Aysa quien fue presidente de la audiencia de Guadalajara, por ejemplo, tenía “muchas jurisdicciones y haciendas” en la Sierra Gorda y para defenderlas y poder traficar en ellas con sus ganados recrutó cien hombres armados y doce soldados y construyó tres fuertes.607 Con ello, logró que 300 indios se diesen de paz y atemorizó a los demás. Aunque Escandón tenía sus apoyos, no todo el mundo estaba de acuerdo.608 Su propuesta implicaba abandonar el sistema habitual de dominación, reproducido por las leyes, que dependía de la combinación de presidios y misiones.609 El colegio franciscano de Zacatecas, el más perjudicado por esta innovación, apuntaba a estos hechos.610 Acusando a Escandón de haber mentido tanto sobre su meta como sobre su proceder, el apoderado del colegio explicaba que la tierra era pobre e inadecuada para otro cultivo que haciendas de ganado. Donde sí hubo terreno para agricultura, Escandón estableció poblaciones españolas, quitando la tierra a los indígenas.611 Este método no pacificaba los naturales sino los provocaba. Respondiendo a lo alegado por Escandón --que la mejor forma de integrar a los indígenas era obligarles residir entre españoles-- el apoderado apuntaba a que “no hay duda que si los vecinos que poblarán fuesen adornados de aquellas buenas costumbres, cuya hermosura y concierto estimulara a los infieles a abrazar una religión que, inspiraba en los que la tienen, tan concertada vida, no sólo se poblara la tierra, sino también el cielo; pues esta fuera la más eficaz predicación que con gran suavidad los hiciera abrazar la religión y dejando la gentilidad fueran fervorosos cristianos.”612 Sin embargo, uno de los mayores embarazos era precisamente la codicia y la mala vida de los españoles, “unos pobladores pues, que por lo común son de tan depravadas costumbres, ¿serían el medio más útil para conseguir la santa intención del rey, que es la conversión de aquellos infieles?” 613 Al no poder convencer a las autoridades, a finales de 1765 los del colegio decidieron retirarse de la zona. Apoyando su decisión, el comisario general franciscano de Nueva España condicionó en 1766 el envío de 606 Informe del licenciado José Rafael Rodríguez Gallardo, México 11.7.1765 en Estado General, v.2, pp.246-253, en p.251. Dictamen del auditor general de guerra de México el marqués de Altamira, México 27.8.1746, AGI, México 690, No.11, fols. 12r-54v, en fols. 37v-38r. 608 Según parece, el proyecto de Escandón estaba inspirado por o coincidía con las opiniones del marqués de Altamira: Rosario Gabriela Páez Flores. Pueblos de frontera en la Sierra Gorda queretana, siglos XVII y XVIII. México. Archivo General de la Nación, 2002, pp.142-3 y Osante. Orígenes, p.113. 609 Patricia Osante. “Presencia misional en Nuevo Santander en la segunda mitad del siglo XVIII. Memoria de un infortunio.” Estudios de Historia Novohispana, 17 (1997), 107-135. 610 Vid, por ejemplo, la postura de fray Simón de Fierro recogida en su “Diario de las poblaciones del Seno mexicano que formó el padre fray Simón del Fierro quien acompañó al coronel don Joseph de Escandón en su establecimiento este año de 1749,” AGI, México, 691, no. 17ª, fol.4V. 611 “Informe privado que expone al señor don José de Gálvez… el padre predicador apostólico fray José Joaquín García del Santísimo Rosario, discreto y apoderado del colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, Colegio de San Fernando, 15.1.1766, publicado por Roberto Villaseñor en Boletín del Archivo General de la Nación, segunda serie, tomo 8 (nums. 3-4) (1967): 1179-1210. 612 Idem, p.1202. 613 Se trataba de una época en que incluso en el seno de las órdenes religiosas se discutían los métodos de conversión y en la que, entre los franciscanos, se fundaron los colegios de propaganda fide para preparar los frailes para las misiones: Cuahtémoc Esparza Sánchez. Compendio histórico del colegio apostólico de propaganda FIDE de nuestra señora de Guadalupe de Zacatecas. Zacatecas: Universidad Autónoma de Zacatecas, 1974, p.21 y Fidel de Lejarza. Conquista espiritual del Nuevo Santander. Madrid: CSIC, 1942, pp.8 y 10-15. Vid, igualmente, Lino Gómez Canedo. Sierra Gorda. Un típico enclave misional en el centro de México, siglos XVII y XVIII. Pachuca: Centro Hidalguense de investigaciones Históricas, 1976. 607 172 nuevos misioneros en que los lugares de destino serían “misiones vivas” separadas de los poblados y con los privilegios, excepciones y prerrogativas habituales.614 El auditor de guerra de México asentía con este análisis. Según explicaba en 1746, los indios de la Nueva España, aun cuando vivían en ciudades, pueblos y congregaciones con alguna policía y sociabilidad por sus “desordenadas, feroces, crueles, e inhumanas costumbres ajenas de la racional mansedumbre y racionalidad de los demás hombres” eran tenidos por tan bárbaros que muchos autores los juzgaron siervos naturales y opinaron que, como tales debían ser dominados en preocupación de su mismo daño y por su propio bien y educación cristiana y política.615 Esto con tanto más razón debería de aplicarse con los indios chichimecos “tan envejecidos habituados y entorpecidos en el no uso de la razón que como errantes fieras salvajes inhumanas atroces y nocivos a así mismos y a los demás viven dispersos y desnudos por los montes sin sociabilidad, religión, leyes o reglas algunas que los inclinan al bien y desbien del mal.” Todos los intentos para reducirlos desde hace 225 se habían fracasado en parte porque los españoles trataban a los indígenas como virtual esclavos y, cuando las congregas ya no se permitían y se ordenaba que los indios viviesen en pueblos separados, los españoles los hostilizaban alegando que eran ladrones y homicidas.616 Ni las congregas ni los pueblos, por tanto, eran una solución adecuada. Lo que hacía falta era establecer misiones. Otras personas explicaban que los soldados profesionales eran más eficaces para la guerra y que era imposible pedir a los pobladores tanto cultivar la tierra como defenderla (y ocuparse al mismo tiempo de la conversión y asimilación de los indios). Estas posturas tampoco eran novedosas. Opiniones similares se expresaban por ejemplo en 1750 a propósito de la formación de una población en Chihuahua.617 Los que se opusieron al proyecto –en su gran mayoría los que debieron de sufragar sus costos—argumentaban, entre otras cosas, que la única forma de asegurar dominio sobre el territorio era mediante el envío de soldados. Era más probable, decían, que los pobladores abandonasen la población que los soldados se desertaran.618 Además, el cultivo de la tierra y su defensa eran empleos incompatibles “porque 614 Carta del comisario general de las provincias de Nueva España del orden de San Francisco al fiscal, México, 23.1.1766 en Estado general, v.2, pp.271-273, en p.272 y nuevamente en 4.7.1766, ibid, pp.275-277. 615 Dictáen del auditor general el marqués de Altamira de 27.8.1746, op.cit., fol. 18r 616 Las congregas fueron estudiadas por María del Carmen Velázquez. El Marqués de Altamira y las provincias internas de Nueva España. México: Colegio de México, 1976, pp.42-4 y Peter Gerhard. The North Frontier of New Spain. Princeton: Princeton University Press, 1982, pp.9-10. 617 “Testimonio del primer cuaderno de autos que se formaron en el año que de suso se relaciona por el señor don Mateo Antonio de Mendoza…gobernador y capitán general de este reino de la Nueva Vizcaya…en razón de la población del paraje nombrado el Carrizal,” AGI, Guadalajara 327. 618 Idem, fols. 15v-16v. Thomas Glesener [email protected] (Université de Liège/Université Toulouse-le Mirail, FRAMESPA) La frontière ethnique. Institution et communauté dans la garde royale des Bourbons d’Espagne La problématique des sociétés de frontière peut-elle être transposée dans un espace géographique différent des confins du royaume ? La question peut paraître évidente tant la frontière, qu’elle soit sociale, politique ou juridique, est une donnée structurante de l’Ancien Régime qui interroge la pertinence même de l’usage du terme de société pour désigner les espaces sociaux à géométrie variable dans lequel se meuvent les individus618. Toutefois, associer l’enchevêtrement des 173 statuts personnels et des privilèges juridiques à autant de frontières métaphoriques risquerait de diluer la problématique dans une réflexion trop générale sur l’ordre juridique d’Ancien Régime. Dès lors, afin de ne pas perdre en chemin la spécificité de notre objet, nous avons choisi de dépayser la problématique des sociétés de frontière en l’éloignant du limes politique mais pour l’appliquer à un espace social qui, tout en ayant des caractéristiques propres, comporte une série de points communs avec les sociétés frontalières. Les microsociétés formées par les régiments étrangers sont-elles des sociétés de frontière ? A première vue, l’analogie peut paraître abusive. Elle consiste en effet à comparer une institution avec une communauté territoriale dotée d’une organisation politique. Néanmoins, la vie institutionnelle des régiments étrangers doit se dérouler en tenant compte, comme donnée structurelle de son organisation, de la présence d’une frontière. Celle-ci est double, dans le sens où elle délimite juridiquement une institution, et culturellement (ou ethniquement) une communauté. L’influence de cette double frontière sur la vie d’une institution militaire va nous occuper au cours de ce travail. L’existence de cette frontière, avec ses caractéristiques propres, suffit-elle à justifier une spécificité absolue des régiments étrangers les rendant irréductibles au reste de l’institution militaire, voire aux mécanismes communs à toutes les institutions d’Ancien Régime ? Nous avons appliqué la proposition méthodologique de ce colloque en nous penchant sur les conflits intérieurs à l’institution pour tâcher de voir dans quelles mesures ils révèlent d’une part les spécificités du terrain, et de l’autre ses modalités communes avec le reste de la société d’Ancien Régime. Dans un premier point, nous allons nous pencher sur les enjeux historiographiques liés à notre terrain qui justifient l’emploi de nouvelles méthodes pour l’extraire de l’enclave historiographique dans laquelle il a été confiné. Ensuite, nous détaillerons, à partir de l’observation de plusieurs cas, les traits généraux qui caractérisent la frontière juridique et ethnique des régiments étrangers. Enfin, en trois étapes, nous traiterons le cas précis des unités flamandes de la garde royale des Bourbons d’Espagne, en les replaçant dans leur contexte politique et institutionnel. 1. Les communautés étrangères : une histoire à part ? D’un point de vue historiographique, les sociétés de frontières et l’étude des communautés étrangères ont plusieurs points communs. Depuis quelques années, un peu partout fleurissent des études consacrées à des communautés étrangères plus ou moins importantes qui ont fait souche dans les différentes monarchies en Occident et ailleurs. Effet de la construction européenne ou réaction saine face aux historiographies nationales qui ont eu tendance à nier la composition multinationale des sociétés d’Ancien Régime, le fait est qu’aujourd’hui ce courant a conquis ses lettres de noblesse et s’est installée de façon durable dans le paysage historiographique. Programmes de recherche internationaux, colloques618, guides de recherche618 lui ont conféré une légitimité institutionnelle qui ne semble plus pouvoir être ébranlée. Si le mouvement a connu un regain d’activité depuis une quinzaine d’années, il s’inscrit dans une tradition historiographique qui remonte aux années 1960 et aux grands travaux d’histoire sociale quantitative618. C’est à la sociométrie et à la démographie historique que l’on doit d’avoir érigé l’étude des communautés étrangères en spécialité618. Comme elles l’ont fait pour les métiers et les corporations urbaines, elles se sont attachées à construire des catégories sociales autonomes de l’analyse historique, indépendantes de l’expérience des acteurs. En même temps qu’elle organise la stratification sociale par groupes socioprofessionnels, la démographie historique a procédé par repérage patronymique pour organiser le tissu urbain selon une classification « nationale », l’objectif premier étant le dénombrement des populations allochtones. Depuis lors, la pertinence des catégories ainsi constituées n’a souffert pratiquement aucune critique de la part des historiens du social qui les ont étudiées en tant que telles sans s’interroger sur leur bien-fondé618. Les préoccupations démographiques ont quelque peu diminué dans les travaux récents618. De plus en plus, les études se sont détournées d’une quantification globale des populations pour s’intéresser à l’étude des communautés en tant que telles (marchands, militaires, artisans, etc.)618. Dans une large mesure, l’intérêt renouvelé des historiens d’Ancien Régime pour les relations entre le centre et la périphérie, l’attention accrue portée aux élites locales, et la tendance générale à la réduction du terrain d’analyse, ont constitué un contexte favorable à la recrudescence des études sur les communautés étrangères. Néanmoins, jusqu’à présent, ces dernières n’ont pas pleinement connecté avec le vaste mouvement de retour au local qui les a profondément renouvelées. En effet, l’intérêt pour les communautés locales s’est inscrit, dès l’origine, dans une réflexion sur le fonctionnement politique des sociétés d’Ancien Régime. Le niveau local n’a retenu l’intérêt des historiens que comme un des éléments d’un ensemble politique qui s’articule autour des relations entre le micro et le macro618. En revanche, l’étude des communautés étrangères s’est généralement confinée dans l’insularité. Leur caractère « étranger », jugé irréductible, et la difficulté à les inscrire dans un questionnement sur le fonctionnement du pouvoir dans l’Ancien 174 Régime, les a généralement tenu à l’écart de l’histoire politique. Inspirées à des degrés divers par l’anthropologie historique, ces études se sont intéressées en priorité aux modes de vies, aux rituels d’intégration, aux solidarités internes, aux formes de dévotion618. Autrement dit, ces travaux ont insisté davantage sur la continuité des caractères du groupe immigré en consacrant toute leur attention aux manifestations de l’unité du collectif618. Cette approche a également contribué à l’essentialisation des communautés en les considérant comme des acteurs collectifs irréductibles à la société dans laquelle ils sont ancrés. En d’autres termes, autant la démographie que l’anthropologie ont, en érigeant les communautés étrangères en objet historique à part entière, contribué à les isoler de leur contexte et, par conséquent, à en diminuer la compréhension. De manière plus fondamentale peut-être, elles ont évacué les questions politiques et juridiques liés à l’existence de ces communautés, sans chercher, à partir de ces cas particuliers, à tenter une compréhension générale des sociétés d’Ancien Régime618. L’enjeu qui sous-tend ce travail est de pouvoir expliquer le fonctionnement des régiments étrangers avec le même matériau que le reste des institutions d’Ancien Régime. La différence ethnique, exacerbée dans la plupart des travaux, a rendu ce projet impossible. Toutefois, pour pouvoir ramener la question ethnique à de justes proportions, il convient d’en formuler une critique raisonnée. 2. Frontière juridique, frontière ethnique Dans la plupart des monarchies d’Ancien Régime, il existe des corps militaires constitués d’individus non régnicoles618. L’absence théorique de liens horizontaux avec le royaume en fait des auxiliaires précieux pour le pouvoir royal qui les dotent de nombreux privilèges et les fait généralement servir dans la proximité immédiate du souverain. D’un point de vue juridique, le service étranger – c’est ainsi qu’il est convenu de l’appeler – n’est pas fondamentalement différent du service des sujets. Il ne fait qu’exacerber des caractéristiques qui sont communes à toute l’institution militaire. Dès les premiers embryons des armées royales, au Moyen Age, il a s’agit pour le pouvoir monarchique de contrôler ses propres forces en se détachant des vicissitudes saisonnières du service d’ost. Les bandes d’ordonnance, noms portés par les premières armées royales en France, soulignent à quel point la législation royale a joué un rôle fondamental dans la naissance des armées d’Etat. C’est en dotant les unités de statuts et de privilèges spécifiques, puis progressivement en les dotant d’une juridiction propre, que le pouvoir monarchique est parvenu à détacher (socialement, juridiquement et géographiquement) des individus de leurs communautés pour les intégrer dans ce qui deviendra le métier des armes. Le statut juridique est également ce qui permet au mieux de garantir l’étanchéité de l’armée à l’égard de la société. La proximité entre les civils et les militaires est telle que le pouvoir royal a dû ériger des frontières entre eux, juridique d’une part, mais également symbolique (uniforme), et physique (caserne)618. Ces mesures reposent sur une conception politique du service du roi qui considère que la dépendance verticale, à l’exclusion de tous liens horizontaux, garantit une meilleure efficacité du personnel618. Le service étranger s’inscrit dans la même logique. Le statut juridique, précisé dans les capitulations signées au moment de la levée du régiment, doit permettre au recruteur de trouver des volontaires puis de générer un flux migratoire tendu depuis des communautés situées hors de la souveraineté du roi. Néanmoins, par rapport au service des sujets, les privilèges accordés aux militaires non régnicoles insistent généralement sur le maintien d’une série de caractères liés au lieu d’origine (langue maternelle, emblèmes des communautés d’origine, vêtements traditionnels, armes spécifiques, etc.). Fruit d’une négociation, ce statut juridique permet d’une part aux commandants recruteurs de garantir une filière professionnelle réservée sur laquelle ils ont le contrôle et qui leur permet de renforcer leur position sociale dans leurs communautés d’origine. D’autre part, ce statut permet au pouvoir royal de pousser à son terme la logique de différenciation entre l’armée et la société. Les monarchies se sont toujours efforcées de faire des soldats des étrangers sociaux. En exacerbant les caractéristiques ethniques des unités non régnicoles, elles dressent une frontière qui se veut totalement hermétique. Dans certains cas, cet agencement socio juridique contribue à la construction de représentations sociales qui postulent un lien nécessaire entre l’origine de certains individus et le métier des armes. Ainsi, en France, sous Louis XV, il est communément admis que les Hongrois ont des qualités spécifiques qui les prédisposent à servir dans la cavalerie légère. L’ethnicisation des régiments de hussards dans l’imaginaire collectif est donc le fruit d’une politique active du pouvoir royal618. La formation de régiments étrangers suppose la création d’un espace socioprofessionnel ex nihilo résultant d’un accord passé entre le pouvoir royal et des élites extérieures au royaume. L’action législative du roi invente un espace frontalier au cœur de l’Etat. D’un point de vue juridique, les privilèges de nations ne se distinguent en rien des autres formes de statuts attachés aux corps et aux communautés. Ils ont simplement la particularité de stigmatiser des traits culturels à des 175 fins politiques. De plus, le caractère frontalier de ce statut juridique tient au fait qu’il ne délimite pas seulement un espace professionnel mais également un espace communautaire. Le statut devant renforcer l’anomie sociale de ses bénéficiaires, vie de corps et vie de communauté d’expatriés coïncident pratiquement terme à terme. Toutes les institutions d’Ancien Régime supposent peu ou prou une vie communautaire, c’est-à-dire un prolongement dans d’autres aspects de la vie sociale des liens noués dans le cadre de l’institution. Inversement, les liens noués dans la communauté se prolongent dans les institutions618. Toutefois, la caractéristique principale des régiments étrangers, par rapport aux autres institutions d’Ancien Régime, est que l’institution et la communauté fusionnent complètement, excluant toute dimension sociale distincte de celle de la pratique professionnelle. Au lieu d’un espace social multidimensionnel, les régiments étrangers constituent un espace bidimensionnel (professionnel et communautaire) qui se superpose. La raison en est simple : la différenciation géopolitique entre l’exercice du pouvoir local et le service du prince prive les militaires étrangers d’un accès aux ressources économiques, politiques et sociales du territoire. L’institution cristallise donc autour d’elle une forte densité de relations sociales à caractère nettement endogamiques. Ces traits généraux, dégagés à partir de l’observation de différents cas, dans des contextes géographiques et politiques différents, demandent à être nuancés. Il n’existe pas un modèle explicatif universel du service étranger mais des traits communs qui doivent faire l’objet d’une mise à l’épreuve dans des situations particulières. Notre étude de cas se base sur l’analyse prosopographique des officiers des unités flamandes de la garde royale des Bourbons entre 1700 et le début du XIXe siècle. Nous nous sommes intéressés tant à la garde, en tant qu’institution, qu’aux comportements des officiers essentiellement en termes de mobilité géographique, sociale et professionnelle618. 3. Des Habsbourg aux Bourbon : la création d’une société de frontière L’instabilité politique qui règne en Espagne au lendemain de l’accession du duc d’Anjou au trône des Rois Catholiques incite la dynastie des Bourbons à prendre des mesures strictes pour protéger la vie du jeune roi. La réforme de la garde royale intervient dès les premiers mois du règne de Philippe V et a pour objectif explicite d’imposer l’autorité du roi à la Cour. L’envoi d’unités françaises, option privilégiée par l’entourage français du roi d’Espagne, ne reçoit pas l’agrément de Louis XIV. Pour des raisons politiques évidentes, le Très Chrétien juge trop élevé le risque de mécontenter les sujets des royaumes d’Espagne. En lieu et place, un consensus se dégage pour conserver la structure multinationale de la garde habsbourgeoise – constituée d’une compagnie espagnole, une flamande et une allemande – mais d’en modifier radicalement le rôle politique. Il s’agit de maintenir le principe du service des vassaux (à l’exception des Allemands, substitués par une compagnie italienne), tout en redonnant aux corps un caractère militaire que les fonctions palatines avaient considérablement réduit. Si, à première vue, l’organisation institutionnelle de la nouvelle garde ne diffère pas beaucoup de l’ancienne, dans les faits, la réforme rompt avec une garde aulique qui s’inscrit dans une logique politique de représentation des territoires de la monarchie à la Cour. Elle instaure au contraire un puissant instrument d’intégration des élites par le service militaire. En effet, en alignant le fonctionnement de la garde sur celui de l’armée, le pouvoir royal modifie sa relation aux élites de la monarchie. Les unités de la garde ne sont plus le reflet d’une monarchie composite, mais uniquement des corps militaires dans lesquels les élites viennent individuellement se mettre au service du roi618. Le contexte dans lequel la nouvelle garde royale a été constituée explique que le statut juridique définitif, publié en 1705, n’ait guère souligné particulièrement les traits ethniques des unités de nation618. Les ordonnances de la garde royale se sont limitées à réserver l’entrée dans les différentes unités aux naturels des territoires d’Espagne, des Pays-Bas et d’Italie, sans donner d’autres privilèges à caractère culturel qui creuseraient le fossé entre les unités et le reste de la société. En effet, il aurait été contre-productif pour les Bourbons, sous prétexte de différencier au maximum la nouvelle garde royale, de retomber dans l’écueil d’une symbolique territoriale trop forte qui aurait rendu un caractère politique à la présence d’unités constituée de vassaux dans l’entourage du roi. La référence au territoire se borne à être un espace géographique et non à une entité politique618. En réalité, d’un point de vue juridique, le pouvoir royal se garde bien d’insister sur les spécificités « nationales » des différentes unités de la garde. L’usage de la langue française dans les unités flamandes est une pratique admise mais qui ne fera jamais l’objet d’une inscription juridique. Il n’existe ni de confréries, ni de lieu de culte spécifiques aux officiers des unités flamandes de la garde. La principale référence en matière d’organisation institutionnelle est la Maison militaire de 176 Louis XIV. Les deux régiments des gardes espagnoles et des gardes wallonnes calquent leurs uniformes et leur ordre de préséance sur les gardes françaises et les gardes suisses du roi de France618. Les privilèges dont la garde est dotée sont communs aux trois nations (espagnole, italienne et flamande). C’est ce statut juridique commun qui fonde l’identité institutionnelle de la garde royale, par delà les différences de nations. L’essentiel de la conflictualité institutionnelle à laquelle est confrontée la garde royale porte sur des questions de juridiction et très rarement sur des questions de « nationalité » qui stigmatiseraient les unités non régnicoles. Par conséquent, les commandants de la garde, toutes nationalités confondues, font le plus souvent preuve d’une grande solidarité. La garde, dans son ensemble, fait corps. En bref, les solidarités d’origine ne sont pas renforcées par la législation royale, et la question de l’origine ne constitue pratiquement jamais un enjeu dans les conflits institutionnels. Cette relégation des caractères ethniques à un rôle pratiquement imperceptible est plutôt troublante. La garde royale des Bourbons diffère en cela radicalement des autres formes de service étranger. La refondation de la garde sur le schéma institutionnel multinational des Habsbourg a conduit à vider de tout contenu politique et symbolique la référence aux territoires. La pertinence de notre hypothèse de départ – considérer une institution fondée sur un privilège de nation comme une société de frontière – peut s’en trouver compromise. Pourtant, le pouvoir royal n’ignore pas complètement la dimension multinationale de sa garde. A certains moments, à l’occasion de crises politiques graves, les Bourbons utilisent les unités flamandes pour appuyer des actes politiques forts. Dès 1705, Philippe V veut imposer son autorité aux Grands d’Espagne par une démonstration de pouvoir en faisant arrêter l’un d’entre eux, le marquis de Leganes. Le capitaine de la compagnie flamande des gardes du corps est chargé d’arrêter Leganes chez lui, et de le soustraire à la juridiction du conseil de Castille en l’escortant jusqu’aux frontières du royaume pour le remettre aux troupes de Louis XIV618. De même, en 1766, lors du motín de Esquilache, l’action des gardes wallonnes, qui protègent la fuite de Charles III vers Aranjuez puis qui ouvrent le feu sur le peuple de Madrid révolté, donne lieu à une flambée de xénophobie618. Le pouvoir royal est donc capable d’instrumentaliser, dans des contextes précis, le caractère étranger de l’institution pour transmettre un message politique. En réalité, ce n’est pas parce que le statut juridique ne stigmatise pas des traits culturels qu’il n’existe pas une frontière très nette entre l’intérieur et l’extérieur du groupe. Toutefois, cette frontière se trouve moins dans les ordonnances que dans les pratiques sociales générées par l’institution. 4. Les frontières de l’institution : patronage et nation Le contrôle du roi d’Espagne sur sa garde ne s’exerce pas en dressant une frontière ethnique entre elle et le reste de ses sujets. Dans le contexte de la guerre de Succession, Louis XVI et Philippe V ont jugé crucial de placer à la tête de l’institution des commandants qui appartiennent tous à des familles évoluant dans le proche entourage des Bourbons, et qui ont généralement fait preuve d’une fidélité sans faille tout au long du conflit successoral. La transmission des emplois de commandants de la garde à travers un nombre réduit de familles souligne le degré de confiance et de proximité qui unit ces groupes familiaux aux rois d’Espagne successifs618. C’est à travers ces liens de clientèle que Philippe V exerce un contrôle direct et personnel sur le fonctionnement de la garde. Concrètement, la confiance accordée par Philippe V aux commandants de sa garde se traduit par une très large autonomie tant d’un point de vue juridictionnel que d’un point de vue économique618. Si le pouvoir royal ne durcit pas la frontière ethnique entre la garde et le reste de la société, c’est qu’il confie entièrement aux commandants le pouvoir de contrôler les limites de l’institution. Ces derniers ont notamment toute autorité pour accepter ou rejeter les demandes des candidats officiers. Pour les commandants flamands, il s’agit d’une pratique non écrite qui leur donne un pouvoir considérable dans leurs régions d’origine. Cela leur permet d’avoir la haute main sur un nombre important d’emplois prestigieux que convoitent les familles nobles des Pays-Bas pour leurs cadets désoeuvrés. De plus, il se développe autour de l’institution une vie de communauté faite de sociabilités et de solidarités qui contribuent à renforcer l’unité du groupe. Que ce soit à l’occasion d’une enquête de noblesse préalable à l’obtention d’un habit d’un ordre militaire ou lors de la rédaction d’un testament, les officiers flamands de la garde s’entraident618. De nombreux mariages entre parents d’officiers, en Espagne ou aux Pays-Bas, contribuent à sceller l’unité du groupe. Solidarités professionnelles et solidarités communautaires sont indissociables. Par conséquent, les commandants de la garde, en plus de leurs fonctions professionnelles, renforcent leur autorité morale sur le groupe en s’érigeant en père et protecteur de la nation. Ils investissent et recyclent une série de lieux et de pratiques symboliques de la nation flamande de l’époque habsbourgeoise. Ainsi, il n’est pas rare de trouver les commandants siéger à la députation de l’hôpital Saint-Andrédes-Flamands, une des institutions symboliques du territoire à Madrid, crées au XVIe siècle618. Cette stratégie de 177 symbolisation de l’institution ne s’exerce qu’à l’intérieur de l’institution. Dans leurs relations avec le pouvoir royal, les commandants des unités flamandes se gardent généralement de mobiliser un symbolique trop pesante qui risquerait d’irriter la couronne en renouant avec la légitimité politique sur laquelle la garde habsbourgeoise avait été instituée. En somme, trois éléments contribuent donc à façonner l’unité du groupe. Tout d’abord, l’isolement social des officiers qui les conduit à dédoubler les liens professionnels par des liens d’amitié et de solidarité. Ensuite, le contrôle des commandants sur le recrutement des officiers équivaut à contrôler les frontières du corps. Enfin, le travail de symbolisation, mené à l’initiative des commandants, contribue à sceller l’unité du corps en essentialisant les liens qui unissent les officiers618. On comprend mieux à présent pourquoi le pouvoir royal a pu se dispenser d’une définition trop précise des conditions de nationalité, ou bien d’exacerber les traits culturels des unités non régnicoles de sa garde. En confiant une très large autonomie aux commandants flamands, ceux-ci se sont chargés de contrôler les frontières du corps. La couronne leur a laissé le soin d’entretenir une mémoire du territoire pour asseoir leur autorité pour autant que celle-ci ne légitime pas des prétentions collectives. Il est utile de souligner que le corps compte indistinctement des officiers nés aux Pays-Bas, en France ou en Espagne. La communauté qui gravite autour des unités flamandes de la garde est loin d’être homogène du point de vue de l’origine. La pratique professionnelle et la participation aux sociabilités de corps suffisent à déterminer l’appartenance. Le patronage des commandants permet de faire tenir ensemble un imbroglio de trajectoires hétéroclites. 5. Conflits internes et crises d’identité Dans le cas précis des gardes wallonnes, cet agencement précaire tient en place jusqu’à la seconde moitié du siècle. Néanmoins, il est gravement mis en question à deux reprises, la première en 1715 et la seconde en 1777. Les deux conflits internes qui agitent le régiment se traduisent par un affrontement violent entre une partie des capitaines et le colonel. Dans les deux cas, le conflit s’achève par le limogeage du colonel, c’est-à-dire du titulaire d’un des premiers emplois de l’armée, toujours occupé par un Grand d’Espagne. Ces deux cas constituent des événements exceptionnels dont on ne trouve pas d’équivalent dans les cent vingt ans d’existence des gardes royales618. En 1715 comme en 1777, l’institution traverse une crise profonde. Dans le premier cas, la cession des Pays-Bas à l’Autriche crée une grande incertitude quand à l’avenir du service des Flamands en Espagne. D’une part, la survie du corps est en jeu, de l’autre, les groupes familiaux doivent négocier la séparation de l’exercice du pouvoir local d’avec le service du prince. Selon la structure du patrimoine de chacun, le changement politique est abordé de façon différente. Dans le second cas, la diversité des trajectoires s’est accentuée au fil du siècle. Alors qu’une partie des officiers de la garde wallonne s’est complètement intégrée dans la société espagnole, une autre a continué à arriver fraîchement des Pays-Bas. En 1777, c’est la définition de la communauté qui est en jeu. Les disparités deviennent trop grandes entre les officiers. Ni la pratique professionnelle, ni le patronage du colonel, ni les symboles de la nation, ne suffisent plus à faire tenir ensemble le corps. Ces crises d’identités politiques et sociales vont s’exprimer à travers des conflits de type institutionnel. En effet, la divergence d’intérêt entre les capitaines et le colonel des régiments est un conflit pratiquement structurel des armées modernes. Si l’on s’en tient aux réformes militaires initiées en France par Louis XIV, elles ont eu pour principal objet de réduire l’autorité des colonels sur leurs unités. Celles-ci, généralement levées aux frais du colonel, et sur base d’un recrutement local dans les fiefs et seigneuries, leur ont été soumises pratiquement en pleine propriété. Les colonels ont disposés du droit de nommer les officiers et d’avoir la haute main sur toute l’administration économique du régiment. La politique de Richelieu, qui a consisté à contrôler la noblesse en lui distribuant des charges militaires, s’est révélée être un échec. Les colonels propriétaires se sont occupés très peu de leurs unités, la désertion a atteint des niveaux dramatiques, et, dans les moments les plus tendus, les colonels ont retourné leurs unités contre le pouvoir royal618. Dès lors, l’esprit qui domine les réformes de l’armée menée sous Louis XIV consiste à développer des contre-pouvoirs au colonel, à l’intérieur et à l’extérieur des régiments. Sans entrer dans le détail, nous retiendrons simplement qu’un des axes principaux des réformes consistent à faire reposer l’économie du régiment en grande partie sur les capitaines. Ceux-ci sont payés au pro rata du nombre de soldats présents lors des revues de leurs compagnies et bénéficient d’avantages économiques lorsque leur compagnie est complète. Il s’agit de la sorte de faire coïncider les intérêts des officiers avec ceux du pouvoir royal. Par ailleurs, la figure institutionnelle du sergent major, et dans une moindre mesure du lieutenant colonel, est renforcée par l’administration militaire qui en fait les principaux gestionnaires de l’économie interne du régiment. Le trésorier remet la solde au sergent major qui la redistribue ensuite entre les capitaines. L’indépendance du sergent major est garantie notamment par le fait que son emploi n’est pas vénal, qu’il est nommé par le roi et qu’il est couvert généralement par des 178 militaires roturiers ayant une longue carrière dans les armes. Le colonel conserve une position dominante, notamment dans les propositions aux emplois, mais il est progressivement écarté des tâches logistiques et économiques618. Les réformes militaires entamées par Philippe V dès les premiers mois de son règne ne diffèrent guère dans le principe618. Elles consistent à rompre avec l’ancienne structure du tercio, miné par la désertion, et à introduire les régiments sur le modèle de Louis XIV. Les deux régiments de gardes (espagnoles et wallonnes) sont également formés selon les nouveaux principes de gestion. Néanmoins, la volonté de Philippe V de détacher ces unités du contrôle de l’administration militaire s’est réalisée au prix d’une large autonomie concédée aux colonels. En forçant à peine le propos, on pourrait dire que les régiments de la garde, les fleurons de la nouvelle dynastie, sont ceux dont le mode de fonctionnement est le plus proche du siècle antérieur. En 1712 notamment, les colonels obtiennent le droit de contrôler la totalité des comptes du régiment à l’exclusion des capitaines618. De même, dans les premières années du siècle, lors d’emplois vacants, les colonels proposent un seul candidat au roi, alors que les autres régiments de l’armée doivent présenter une liste de trois personnes réglées selon leur ancienneté618. Les secrétaires de guerre successifs, dès les lendemains de la guerre de Succession, vont tenter de récupérer le terrain concédé aux colonels. Ils tâcheront de renforcer systématiquement l’autorité du sergent major mais l’indépendance de ce dernier, souvent client du colonel, ne permet guère une action efficace. En réalité, les secrétaires de guerre n’ont l’occasion de découvrir le mode de circulation de l’argent au sein du régiment qu’à l’occasion des deux conflits de 1715 et 1777. En temps normal, les capitaines s’accommodent relativement bien d’un système de gestion géré par le colonel, mais qui leur permet en même temps d’obtenir des crédits ou des facilités de paiement en cas de dettes. Rapidement, ces deux conflits mettent à jour l’existence d’importants détournements de fonds venant alimenter des caisses noires dont on sait par ailleurs que la plupart des officiers ont pu en bénéficier en cas de besoin618. L’existence de ce système financier occulte a bien entendu contribué à renforcer la position du colonel. Si les officiers veulent bénéficier des caisses noires, ils doivent accepter les règles imposées par le colonel. Toutefois, ce dernier est également mis en position fragile par le système en cas de conflit grave avec certains de ses capitaines. A. La crise de 1715 En 1715, trois facteurs expliquent le déroulement de la crise. Tout d’abord, la situation internationale plonge tous les militaires flamands dans la plus grande incertitude. Le congrès d’Utrecht a officialisé la cession des Pays-Bas à l’Autriche en 1713. Néanmoins, en 1715, le gouvernement d’occupation des puissances maritimes est toujours installé à Bruxelles et n’a pas encore transmis officiellement le territoire à l’Empereur. Par conséquent, en Espagne, la plupart des officiers flamands sont dans l’expectative de voir publier d’un moment à l’autre les décrets de confiscations des biens pour les sujets de l’Empereur resté au service du duc d’Anjou. Néanmoins, la majorité des officiers de la garde wallonne sont des cadets de famille peu fortunés. Par conséquent, la dissociation du territoire du service royal peut être envisagée sans profonde rupture. En revanche, une autre partie des officiers, dont notamment le colonel, appartiennent aux principales familles des Pays-Bas et possèdent d’importants biens fonciers. Dès lors, les horizons d’attente divergent profondément au sein du corps des officiers. Le second facteur tient dans la distanciation progressive de Philippe V d’avec la France du régent qui débouche sur la guerre franco-espagnole de 1719. A la Cour, l’arrivée de la nouvelle épouse de Philippe V, Isabelle Farnèse, marque une rupture dans les équilibres de pouvoir. En 1714, la destitution spectaculaire de la princesse des Ursins, première dame de la défunte reine Marie Louise de Savoie, montre clairement que le parti français n’est plus en faveur à Madrid. Or, le duc d’Havré, colonel de la garde wallonne, est un parent de la princesse des Ursins, et sa famille a jouit de l’appui personnel de Louis XIV. Enfin, le troisième facteur provient de la volonté réformatrice de Julio Alberoni, le nouveau favori de la reine Isabelle Farnèse, qui cherche par tous les moyens non seulement à réduire les effectifs de l’armée hypertrophiés par la guerre de Succession, mais aussi à abattre le pouvoir de la garde royale, qu’il considère comme une menace à son autorité personnelle618. L’affaire débute à la fin de l’année 1715 par une dénonciation présentée par deux capitaines des gardes wallonnes au secrétaire de guerre618. Ils accusent Baudouin Desmarets, le capitaine habilité pour la gestion des comptes, de malversations. Implicitement ils mettent le colonel en cause en considérant que Desmarets est un de ses protégés et qu’il agit avec son assentiment. Le duc d’Havré est d’ailleurs amené à fournir deux longues justifications au secrétaire de guerre sur sa gestion618. Le marquis de Bedmar, chargé d’examiner les comptes de façon indépendante, estime qu’il y a une « guerre civile déclarée dans le corps »618. Bien que tous les avis extérieurs convergent pour dire qu’il faut limiter le pouvoir économique du colonel, l’accusation de malversation n’aboutit pas car d’autres événements se superposent. Le scandale financier de la garde wallonne est l’occasion pour Alberoni de proposer une réforme radicale de la garde royale qui conduit à la suppression de plus de 80% des effectifs dans les unités flamandes de la garde618. Les questions économiques passent au 179 second plan étant donné que les officiers sont confrontés de plein fouet à l’objet premier de leurs préoccupations, à savoir le maintien ou non du service d’Espagne. Malgré un adoucissement de la réforme, le duc d’Havré considère que les mesures annulent tous les privilèges du régiment. Il demande la suppression définitive des gardes wallonnes et le droit pour les officiers de se retirer aux Pays-Bas. Si, dans un premier temps, un mouvement s’amorce parmi les officiers vers une démission collective, rapidement, beaucoup d’entre eux se rétractent618. Des petits groupes d’officiers écrivent au secrétaire de guerre pour dénoncer l’initiative personnelle du duc d’Havré et affirment vouloir rester au service du roi d’Espagne618. Fort des dissensions au sein des officiers, le roi limoge le duc d’Havré618. Avec l’aide des officiers restés fidèles, les partisans du duc d’Havré sont arrêtés tandis que d’autres obtiennent leur congé618. Finalement, le roi maintien en pied le régiment et son corps d’officiers. L’emploi de colonel est confié à une autre famille flamande qui n’entretient pas de liens aussi manifeste avec la cour de France. Ainsi, la plupart des familles d’officiers traversent sans trop d’encombre le changement politique majeur que suppose la perte des Pays-Bas. La crise de 1715-1716 a permis une redéfinition des équilibres au sein de la communauté. Avec l’éviction du duc d’Havré, la plupart de ses parents et alliés qu’il avait placés aux emplois clés du régiment demandent leur congé au roi, libérant de la sorte des emplois pour d’autres officiers. On assiste donc à un renouvellement des principaux cadres du régiment. La garantie du maintien des unités flamandes de la garde, effective à partir de 1720, semble ramener l’apaisement parmi les officiers. La question des malversations financières disparaît complètement sans qu’aucune mesure d’importance n’ait été prise. B. La crise de 1777 La crise de 1777 apparaît alors que des tensions agitent le corps des officiers depuis plusieurs années618. Le colonel des gardes wallonnes est alors le comte de Priego, le fils du duc d’Havré limogé en 1716, qui règne sans partage sur le régiment depuis plus de vingt-cinq ans. Néanmoins, le contrôle du secrétaire de guerre sur le corps s’est fait plus présent. Une des mesures prises par l’administration royale a été d’instaurer le principe d’une vérification périodique des comptes du régiment par trois capitaines-contrôleurs désignés par le roi. Jusque là, la vérification des comptes n’avaient pas posé de problèmes. Du moins, les rapports remis par les contrôleurs avaient été contre signés par le colonel dans une parfaite harmonie. Toutefois, un des capitaines-contrôleurs de 1777, nommé Enrique Van Asbroeck, tranche avec cette habitude. Il remet au secrétaire de guerre un rapport incendiaire contre le colonel, l’accusant de manquements graves dans la gestion des comptes, dénonçant l’attitude des précédents contrôleurs qui ont remis des rapports sans avoir épluché tous les comptes618. Le rapport de Van Asbroeck sème la panique à l’intérieur du régiment. Les deux autres capitaines contrôleurs se désolidarisent. Priego dénonce à son tour au secrétaire de guerre le mauvais esprit du capitaine qui cherche à semer la zizanie à l’intérieur du corps en diffamant le colonel et les autres capitaines. L’affaire suit alors une trajectoire semblable à celle de 1715, si ce n’est qu’elle aboutit à son terme. Le secrétaire de guerre nomme un officier général extérieur au corps qui rend en 1779 un rapport accablant sur la gestion des comptes. Entre-temps, conscient que l’affaire va éclater au grand jour, le comte de Priego démissionne de son emploi. Par la suite, la place de colonel des gardes wallonnes va rester vacante pendant plus de dix ans. L’affaire ne se conclut qu’en 1780 avec la publication d’un nouveau règlement pour le gouvernement économique du régiment618. Quelques années avant que n’éclate le scandale, un conflit a opposé Enrique Van Asbroeck au comte de Priego. En 1775, Enrique Van Asbroeck obtient la grâce royale d’un emploi d’enseigne dans les gardes wallonnes pour son fils, âgé à peine de 11 ans. Cette faveur n’a pas été obtenue par l’intermédiaire du comte de Priego, mais par d’autres appuis dont l’identité n’est pas connue. Quoiqu’il en soit, le comte de Priego en prend ombrage et tente de bloquer la carrière du fils d’Enrique Van Asbroeck. Le roi finit par trancher en donnant l’avantage au capitaine sur le colonel618. Les conflits d’ancienneté, les jeux d’influence par le biais des recommandations, sont légions au sein de la garde. Dans la plupart des cas, l’affaire se règle par l’arbitrage royal et ne prête pas à conséquence. Or, dans ce cas-ci, le scandale financier qui éclabousse le colonel éclate moins de trois ans après l’affaire, et a toutes les allures d’un règlement de compte. A bien y regarder, les dénonciations d’Enrique Van Asbroeck sont loin de s’expliquer par un simple conflit de personne. Elles révèlent un malaise profond au sein de l’institution et de la communauté. Le scandale financier survient à un moment où le régiment est confronté à une crise récurrente de recrutement qui pèse lourdement sur les finances du régiment. Le comte de Priego a, depuis 1768, substitué les commissions temporaires de recrutement, se déroulant généralement dans le nord de la France et de l’Italie, par un bureau permanent installé dans la principauté épiscopale de Liège. Si la mesure permet de pallier provisoirement au problème des recrues, le prince-évêque de Liège monnaie chèrement le service rendu618. Ajouté à cela le prix croissant des recrues, les comptes du régiment sont systématiquement déficitaires. En 1770, la couronne cède au comte de Priego le droit de nommer à douze emplois 180 d’enseignes, introduisant pour la première fois les pratiques vénales dans le régiment618. La vente des emplois, ou leur cession contre des recrues, n’offre qu’un répit provisoire. Au comte de Priego qui demande davantage d’emplois à vendre, le roi oppose un refus618. La couronne accepte uniquement d’octroyer des avances au régiment, augmentant le déficit chronique des finances du corps618. Le corps des officiers traverse également une crise de recrutement. La vente des emplois entre 1768 et 1770 a ouvert la porte du régiment à des individus d’horizons très divers. Parmi eux, on trouve notamment Juan Francisco et Pedro Goossens, tout deux neveux du trésorier général, Pedro Francisco Goossens. Ils appartiennent tous à des familles patriciennes de Bilbao, enrichie par le commerce, et qui n’ont plus de flamand que le nom618. Parallèlement, la capacité du comte de Priego d’attirer en Espagne les cadets des familles nobles des Pays-Bas semble considérablement s’affaiblir. Il doit recourir à des intermédiaires, et ne parvient plus à couvrir l’ensemble des emplois vacants618. Or, l’autorité du comte de Priego sur le régiment est en partie liée à la proportion de jeunes officiers fraîchement débarqués du nord de l’Europe. Sans attaches et sans appuis à l’extérieur du corps, ils sont autant d’individus dociles qui ne peuvent rêver à d’autres emplois en Espagne que ceux offerts par le régiment. Par conséquent, le tarissement du flux en provenance des Pays-Bas donne davantage de poids à de véritables dynasties d’officiers installés depuis deux ou trois générations dans la garde royale et qui par ailleurs ont noué des liens dans la société espagnole. Tout en conservant un ancrage solide dans les unités flamandes de la garde, ces familles ont diversifié leurs stratégies et se trouvent dans une dépendance moindre à l’égard des débouchés professionnels que le régiment et son colonel offrent. Il n’est guère étonnant que la personne par qui le scandale arrive, Enrique Van Asbroeck, appartienne à une de ces familles. Son père est un officier flamand sans éclat originaire de Bruxelles qui est resté en Espagne après la guerre de Succession. Enrique Van Asbroeck et ses trois frères ont entamé une carrière dans les gardes wallonnes. Il a fait un bon mariage avec une fille d’un capitaine sicilien au service d’Espagne. Sa belle-famille n’est guère de haute extraction mais elle est fortunée et semble posséder de grandes protections618. De plus, une de ses sœurs, femme de chambre de l’infante Maria Josefa, a épousé en 1772 un conseiller du conseil de Castille618. Une autre s’est alliée à un regidor de Valladolid618. A son tour, Enrique Van Asbroeck poursuit cette stratégie d’alliance avec la robe en mariant sa fille au fils de José Faustino Perez de Hita, également conseiller de Castille618. La trajectoire de la famille Van Asbroeck tranche radicalement avec la majorité des autres officiers. Dans la plupart des cas, lorsqu’il y a des mariages, ils sont endogamiques au corps. Pour la majorité des familles, le régiment ne constitue qu’une extension du territoire local. Des stratégies d’alliance nouées aux Pays-Bas se prolongent en Espagne dans le cadre du régiment, tandis qu’inversement, le régiment offre un espace de négociation pour forger de nouvelles alliances au pays. S’il n’est pas majoritaire, le cas de la famille Van Asbroeck n’est pas unique. D’autres familles d’officiers ont noué des liens à l’extérieur du corps, notamment en Catalogne où le régiment est caserné une partie de l’année. Cependant, le caractère exceptionnel de la famille Van Asbroeck réside dans le fait qu’elle est parvenue à pénétrer le cœur des élites castillanes, à savoir le monde très fermé des auditeurs et des conseillers de Castille. Cette assise sociale est vraisemblablement ce qui donne la force à Enrique Van Asbroeck de dénoncer publiquement les malversations au sein du régiment. L’hostilité dont il est l’objet au sein du régiment montre clairement que le scandale financier traduit avant tout un malaise sur la définition de la communauté618. En effet, durant le déroulement de l’affaire, Enrique Van Asbroeck est l’objet d’une longue série de vexations. A l’occasion d’une altercation, un officier interpelle Van Asbroeck et lui dit « con desprecio que le hablase en francés si quería que le contestase, pues el no entendia las frases del castellano »618. Quelques années plus tard, un de ses neveux, Angel Castilla Van Asbroeck, se voit refuser l’entrée dans le régiment sous prétexte qu’il est espagnol618. D’ailleurs, au vu de la virulence des attaques dont il est l’objet durant l’enquête sur les comptes, Enrique Van Asbroeck prévient une éventuelle rupture définitive avec l’institution et la communauté. En 1779, en plein scandale financier, il sollicite auprès du roi une reconnaissance de noblesse alléguant le désir de sa famille de s’installer définitivement dans les domaines du roi d’Espagne618. Il est probable qu’en attaquant de front le colonel du régiment, Enrique Van Asbroeck n’avait pas pleinement conscience de la portée de son action. La démission du comte de Priego, mais surtout la vacance de l’emploi de colonel pendant dix ans, conduisent en quelques années à la désagrégation complète de la communauté. En effet, avec la disparition du colonel, la configuration sociale et symbolique qui fait tenir le groupe est mise à mal. Les conséquences se font sentir au lendemain du départ du comte de Priego. Les candidatures, d’abord de descendants métissés des premiers officiers flamands puis progressivement de prétendants espagnols sans liens avec l’institution, affluent. Les demandes ne parviennent plus par le biais des réseaux informels tissés aux Pays-Bas et en Espagne, mais par le canal officiel du secrétaire de guerre qui transmet les demandes pour avis au lieutenant colonel, chargé temporairement de la direction du régiment. Celui-ci remet 181 systématiquement un avis négatif mais il n’a pas l’autorité suffisante pour empêcher des dispenses, ni pour se substituer au colonel dans la maîtrise des réseaux qui faisaient tenir la communauté. En réalité, au cours des années 1780, le corps des officiers perd progressivement le contrôle de son recrutement. Le régiment, décapité, n’est plus capable d’opposer au pouvoir royal un système d’autorégulation. Dès lors, la couronne voit une occasion de se substituer au colonel dans la sélection des candidats. En face, le corps des officiers tâche d’inventer un système de substitution en traduisant en termes formels la complexité des relations sociales qui régissaient l’organisation du corps. Dès lors, l’imbrication étroite entre institution et communauté, commune à tout l’Ancien Régime mais particulièrement forte dans les régiments étrangers, se différencie progressivement. La perte de contrôle sur le recrutement des officiers ne permet plus de définir la communauté uniquement par les pratiques professionnelles et les sociabilités au sein de l’institution. Dès lors, le corps des officiers invente une nouvelle définition de la communauté indépendante des pratiques professionnelles. Elle développe dans un vocabulaire vaguement juridique une définition de la « nationalité » flamande qui s’évaluerait en nombre de quartiers. En portant la question des limites du corps sur le terrain juridique, les officiers n’opposent qu’une vaine résistance. Les candidats se contentent d’adresser au secrétaire de guerre une demande de dispense des quartiers flamands qui leur manquent. Face à l’afflux des demandes, la couronne octroie les dispenses de plus en plus facilement. Et, le 6 janvier 1791, Charles IV abroge le privilège de nation des gardes wallonnes. Cette décision élimine ainsi le principe fondateur du service étranger, à savoir la fusion entre communauté et institution. L’institution persiste jusqu’au début du XIXe siècle, mais elle ne constitue plus le socle exclusif d’un tissu social très dense. Concrètement, le flux de jeunes officiers en provenance des PaysBas, déjà affaiblit, se tarit complètement. Selon leur degré d’intégration dans la société espagnole, les groupes familiaux quittent l’Espagne ou y restent mais se détournent progressivement de l’institution. A cela s’ajoutent les événements politiques (révolution française, révolution brabançonne) qui rendent particulièrement difficiles le maintien de relations entre le noyau familial d’origine et les branches espagnoles. En 1818, faisant suite à l’espagnolisation des emplois de la Maison du roi sous Ferdinand VII, le nom « gardes wallonnes » est remplacé par celui de « premier régiment d’infanterie de la garde ». Une protestation strictement formelle du colonel sera la seule réponse du régiment618. 6. Conclusions : Les conflits internes concernant le colonel, garant de la cohésion sociale de l’institution et de la communauté, se produisent à des moments de crises d’identité sociale, professionnelle et politique. Le colonel est mis en cause lorsque des événements extérieurs provoquent des tensions qui risquent de désagréger les liens sociaux. Les dénonciations de corruption sont une manière de dire le malaise que traverse le corps des officiers, qui passe par les voies normales de la conflictualité institutionnelle. Le conflit sert de moteur à une redéfinition du lien social. Dans les deux cas, le colonel garant de l’unité du groupe, est devenu un facteur de blocage car il ne s’adapte pas à l’évolution du contexte. Lors de la première crise, en 1715, le renouvellement des principaux cadres du régiment permet à la communauté de traverser la crise d’identité politique générée par la perte du territoire. Néanmoins, lors de la seconde crise, en 1777, il n’y a personne pour prendre la relève et l’emploi de colonel reste vacant de nombreuses années. Cette situation conduit inévitablement à un approfondissement de la crise d’identité sociale du corps générée par l’intégration d’une partie des officiers dans la société espagnole. A terme, ce second conflit conduit à la désagrégation sociale de la communauté. L’étude de ces deux conflits intérieurs montre que les régiments étrangers ne sont dotés d’aucune nature spécifique qui les rend irréductible au reste de l’armée d’une part, et aux autres institutions d’Ancien Régime de l’autre. Si l’imbrication exclusive entre institution et communauté constitue la spécificité des régiments étrangers, le règlement des tensions internes passe par les modalités communes de la conflictualité institutionnelle. De plus, les modes de définition de l’appartenance au sein de l’institution communautaire ne se distinguent pas fondamentalement des critères élaborés par les communautés locales. Ne pouvant se référer à un territoire spécifique, le corps des officiers a toutefois généré un système de définition de l’appartenance lié à la pratique professionnelle et aux sociabilités de corps. Enfin, notre étude de cas a révélé un terrain de prédilection pour analyser un processus d’autonomisation des relations institutionnelles. L’institution communautaire, au fil des conflits, a fini par se scinder en deux entités distinctes. D’une part, elle a donné naissance à une définition de la communauté indépendante des pratiques professionnelles et qui se traduit en termes juridiques. De l’autre, elle a crée une définition de l’institution comme une pratique professionnelle indépendante des relations sociales qui s’y nouent autour. Vu de loin, les gardes wallonnes semblent avoir subies un processus de nationalisation. Vu de près, on constate que la différenciation progressive de la communauté et de l’institution est née dans la conflictualité d’Ancien 182 si atendían a su continua defensa habían de abandonar la labranza de sus tierras, la cría de sus ganados y el tráfico de estos efectos y si querían poner cuidado a esto para su propio sustento, había de ser con el peligro de verse asaltados cuando menos pensasen.” La conversión de los pobladores en soldados tenía consecuencias sobre su estatus jurídico por someterlos al fuero militar. Este fuero les protegía en ciertas instancias pero también les perjudicaba al no permitirles disponer de cabildo ni de oficiales y jueces elegidos. Conclusiones Al contrario de lo que se suponía en la literatura, el hecho de que la conquista del Seno mexicano afectaba a individuos y comunidades de forma desigual no explicaba todo lo ocurrido en el eje México-Madrid en las décadas de 1740 a 1770. Bien se sabía que, por un lado, casi cualquier empresa tenía sus apoyos y sus oposiciones y que, por otro, intereses contradictorios podían coexistir en paz o provocar confrontaciones. La cuestión, creo, era otra. Más allá del estudio de quién dijo o hizo qué, cuándo y porqué, queda por entender el cuadro legal, institucional y político en que se llevaban a cabo la discusión. Este cuadro, espero haber probado, permitía preguntar de qué consistía una conquista y cuáles eran los medios más adecuados para lograrla. Era dentro de este marco que cada una de las partes debía alegar lo suyo y que los demás le respondieron. En fin, aunque muchos autores habrían presentado este marco de discusión como una cosa más bien instrumental y por tanto de poca importancia, a mi parecer no lo era ya que limitaba las posibilidades y el curso de acción de todos los involucrados por lo que era parte esencial, incluso determinante, tanto del debate como de su resolución. Analizado desde esta perspectiva, es evidente que el caso del Seno Mexicano era uno entre muchos. La cuestión de saber cuándo un territorio “realmente” se conquistaba, es decir, se integraba, con sus habitantes, al mundo hispánico, preocupaba a los contemporáneos de sobre manera. Esto tal vez se debía al hecho de que se trataba de comunidades cuya extensión, tanto personal como territorial, se hallaba todavía poco definida y en las que el debate legal e institucional era todavía un instrumento eficaz que permitía moldear el universo de cada cual de un modo distinto. Notas Régime. Le processus n’a rien de moderne, il se construit à partir des configurations sociales, des rapports de pouvoir, et de l’ordre juridique d’Ancien Régime. 183 184 Les frontières de l’institution. Communauté et conflits dans l’armée espagnole au XVIIIe siècle Thomas Glesener Université de Liège/Université Toulouse-le Mirail, FRAMESPA La problématique des sociétés de frontière peut-elle être transposée dans un espace géographique différent des confins du royaume ? Le morcellement social, juridique et politique de l’Ancien Régime offre a priori un terrain favorable à un déplacement de la notion de frontière de son acception traditionnelle, en termes géopolitiques, vers une interprétation plus large, en termes sociaux et juridiques. Toutefois, associer l’enchevêtrement des statuts personnels et des privilèges juridiques à autant de frontières métaphoriques risquerait de diluer la problématique dans une réflexion trop générale sur l’ordonnancement juridique d’Ancien Régime. Dès lors, afin de ne pas perdre en chemin la spécificité de notre objet, nous avons choisi de dépayser la problématique des sociétés de frontière en l’éloignant du limes politique pour l’appliquer à un espace social qui, tout en ayant des caractéristiques propres, comporte une série de points communs avec les espaces frontaliers. Les microsociétés formées par les régiments étrangers peuvent-elles être considérées comme des sociétés de frontière ? A première vue, l’analogie peut sembler abusive. Elle consiste en effet à comparer une institution avec une communauté territoriale dotée d’une organisation politique. Il ne s’agit donc pas tant d’établir une comparaison stricte entre l’une et l’autre que d’appliquer un questionnement et des méthodes propres aux sociétés de frontières à une institution, dont une des données structurelles de son organisation tient à la présence d’une frontière. Celle-ci n’est ni politique, ni géographique, mais juridique, dans le sens où elle délimite l’institution, et ethnique, dans le sens où elle délimite a priori une communauté d’origine et de culture. L’influence de cette double frontière sur la vie d’une institution militaire va nous occuper au cours de ce travail. L’intérêt de la proposition consiste à déplacer la problématique de la frontière de son contexte géographique pour l’ancrer dans des processus juridiques et sociaux de conflits et d’identifications indépendants d’un lieu précis. Pour cela, nous allons illustrer notre propos à la lumière du cas des unités flamandes des gardes royales des Bourbons d’Espagne1. Dans un premier volet, nous allons nous pencher sur les enjeux historiographiques liés à l’étude des communautés étrangères en général qui justifient l’emploi de nouvelles méthodes pour l’extraire de l’enclave historiographique dans laquelle elle a été confinée. Dans un second volet, nous testerons la pertinence de la proposition qui consiste à considérer une institution comme un espace frontalier. Pour cela, nous questionnerons la nature de la frontière, ethnique et juridique, qui caractérise les régiments étrangers en tâchant d’identifier la spécificité de notre terrain. Est-il possible de traiter le cas des régiments étrangers avec le même matériau employé ailleurs pour expliquer les comportements sociaux et le fonctionnement des institutions d’Ancien Régime, ou bien le caractère « étranger » de ces régiments leur confère-t-ils une spécificité irréductible ? 1 Notre étude de cas se base sur l’analyse prosopographique des officiers des unités flamandes de la garde royale des Bourbons entre 1700 et le début du XIXe siècle. Nous nous sommes intéressé à la garde, en tant qu’institution, ainsi qu’aux comportements des officiers essentiellement en termes de mobilité géographique, sociale et professionnelle. T. Glesener, La garde du roi. Pouvoirs, élites et nations dans la monarchie hispanique (1700-1824), Thèse de doctorat en cours sous la direction de MM. Michel Bertrand et Franz Bierlaire. 185 Enfin, dans un dernier point, l’étude d’un conflit interne à la garde des Bourbons d’Espagne va nous permettre d’établir dans quelle mesure l’étude d’un espace frontalier institutionnel peut nous informer sur des modalités communes à toutes les espaces frontaliers. 1. Les communautés étrangères : une histoire à part ? D’un point de vue historiographique, les sociétés de frontières et l’étude des communautés étrangères ont plusieurs points communs. Depuis quelques années, un peu partout fleurissent des études consacrées à des communautés étrangères plus ou moins importantes qui ont fait souche dans les différentes monarchies en Occident et ailleurs. Effet de la construction européenne ou réaction saine face aux historiographies nationales qui ont eu tendance à nier la composition multinationale des sociétés d’Ancien Régime, le fait est que ce courant a conquis ses lettres de noblesse et s’est installé de façon durable dans le paysage historiographique. Programmes de recherche internationaux, colloques2, guides de recherche3 lui ont conféré une légitimité institutionnelle qui ne semble plus pouvoir être ébranlée. Si le mouvement a connu un regain d’activité depuis une quinzaine d’années, il s’inscrit dans une tradition historiographique qui remonte aux années 1960 et aux grands travaux d’histoire sociale quantitative4. C’est à la démographie historique que l’on doit d’avoir érigé l’étude des communautés étrangères en spécialité5. Comme elles l’ont fait pour les métiers et les corporations urbaines, elles se sont attachées à construire des catégories sociales autonomes de l’analyse historique, indépendantes de l’expérience des acteurs. A mesure qu’elle a organisé la stratification sociale par groupes socioprofessionnels, la démographie historique a procédé par repérage patronymique pour organiser le tissu urbain selon une classification « nationale » ; l’objectif premier étant le dénombrement des populations allochtones. Depuis lors, la pertinence des catégories ainsi constituées n’a souffert pratiquement aucune critique de la part des historiens du social qui les ont étudiées en tant que telles sans s’interroger sur leur bien-fondé6. Les préoccupations démographiques ont quelque peu diminué dans les travaux récents7. De plus en plus, les études se sont détournées d’une quantification globale des populations pour s’intéresser à l’étude des communautés en tant que telles (marchands, militaires, artisans, 2 M. B. Villar García, P. Pezzi Cristóbal (éds.), Los extranjeros en la España moderna. Actas del I coloquio internacional (Málaga, 28-30 de noviembre 2002), Malaga, 2003 ; E. Giménez, M. A. Lozano, J. A. Ríos (éds.), Españoles en Italia e Italianos en España. IV Encuentro de investigadores de las universidades de Alicante y Macerata (mayo, 1995), Alicante, 1996. 3 J. F. Dubost, Les étrangers en France au XVIe siècle-1789: Guide des recherches aux archives nationales, Paris, 1993. 4 M. Garden, Lyon et les Lyonnais au XVIIIe siècle, Paris, 1970, p. 43-81. 5 En Espagne, les initiateurs sont : J. Nadal et E. Giral, La population catalane de 1553 à 1717. L’immigration française et les autres facteurs de son développement, Paris, SEVPEN, 1959 ; A. Domínguez Ortiz, Los extranjeros en la vida española durante el siglo XVII y otros artículos, Séville, 1996. [1960]. Plus récemment, mais dans la continuité des travaux précédents : M. B. Villar García, Los extranjeros en Málaga en el siglo XVIII, Cordoue, 1982. En France, un travail précurseur : J. Mathorez, Les étrangers en France sous l'Ancien Régime. Histoire de la formation de la population française, Paris, 1919-1921, 2 vols. 6 Une notable exception est la critique formulée par Bernard Lepetit en introduction de l’ouvrage collectif de J. Bottin, D. Calabi (dirs.), Les étrangers dans la ville…, p. XXX. 7 Le souci de dénombrement de la démographie historique est encore présent dans : J. F. Dubost, La France italienne XVIeXVIIe siècle, Paris, 1997, p. XXX ; D. Ozanam, « Le recensement des étrangers en 1791: une source pour l'histoire des colonies étrangères en Espagne », dans Les Français en Espagne à l'époque moderne (XVIe-XVIIIe siècles), Paris, 1990, p. 215-227 ; D. Ozanam, « Les Français à Madrid dans la deuxième moitié du XVIIIe siècle », dans V. P. Santos Madrazo (éd.), Madrid en la época moderna: Espacio, sociedad y cultura, Madrid, 1991, p. 177-199 ; J. A. Salas Aussens, E. Jarque Martínez, « Extranjeros en España en la segunda mitad del siglo XVIII », dans Coloquio internacional Carlos III y su siglo (Madrid, 14-17 noviembre de 1988), Madrid, 1990, t. 2, p. 985-997 ; J. P. Amalric, « Franceses en tierras de España : una presencia mediadora en el Antiguo Régimen », dans M. B. Villar García, P. Pezzi Cristóbal (éds.), Los extranjeros en la España moderna, Malaga, 2003, t. 1, p. 23-37. 186 etc.)8. Dans une large mesure, l’intérêt renouvelé des historiens d’Ancien Régime pour les relations entre le centre et la périphérie, l’attention accrue portée aux élites locales, et la tendance générale à la réduction du terrain d’analyse, ont constitué un contexte favorable à la recrudescence des études sur les communautés étrangères. Néanmoins, jusqu’à présent, ces dernières n’ont pas pleinement connecté avec le vaste mouvement de retour au local qui les a profondément renouvelées. En effet, l’intérêt pour les communautés locales s’est inscrit, dès l’origine, dans une réflexion sur le fonctionnement politique des sociétés d’Ancien Régime. Le niveau local n’a retenu l’intérêt des historiens que comme un des éléments d’un ensemble politique qui s’articule autour des relations entre le micro et le macro9. En revanche, l’étude des communautés étrangères s’est généralement confinée dans l’insularité. Leur caractère « étranger », jugé irréductible, et la difficulté à les inscrire dans un questionnement sur le fonctionnement du pouvoir dans l’Ancien Régime, les a généralement tenues à l’écart de l’histoire politique. Inspirées à des degrés divers par l’anthropologie historique, ces études se sont intéressées en priorité aux modes de vies, aux rituels d’intégration, aux solidarités internes, aux formes de dévotion10. Autrement dit, ces travaux ont insisté davantage sur la continuité des caractères du groupe immigré en consacrant toute leur attention aux manifestations de l’unité du collectif11. Cette approche a également contribué à l’essentialisation des communautés en les considérant comme des acteurs collectifs irréductibles à la société dans laquelle ils sont ancrés. En d’autres termes, autant la démographie que l’anthropologie, en érigeant les communautés étrangères en objet historique à part entière, ont contribué à les isoler de leur contexte et, par conséquent, à en diminuer la compréhension. De manière plus fondamentale peut-être, l’influence de ces disciplines a évacué les questions politiques et juridiques liées à l’existence de ces communautés, sans chercher, à partir de ces cas particuliers, à tenter une compréhension générale des sociétés d’Ancien Régime12. A un déterminisme géographique qui tendrait à singulariser à l’excès les sociétés de frontière, l’historiographie des communautés étrangères répond par un déterminisme ethnique. L’exacerbation des traits ethniques, en tant que facteur explicatif primordial des comportements observés, a confiné l’étude des communautés étrangères dans des enclaves interprétatives. Dans notre cas, expliquer le fonctionnement des régiments étrangers avec le même matériau que le reste des institutions d’Ancien Régime est un projet impossible tant que la frontière qui les sépare du reste de la société est entendue en termes exclusivement ethniques. Une telle interprétation de la frontière, bien qu’elle ne soit pas sans rapports avec la réalité du terrain, a érigé une barrière conceptuelle infranchissable. Ce legs historiographique laisse des communautés cloisonnées, recroquevillées derrière une frontière ethnique censée tout expliquer. Somme toute, l’analogie entre les communautés étrangères et les espaces frontaliers n’est pas neuve. Toutefois, il s’est agi d’une association radicale qui, en amplifiant le poids de la frontière sur la vie de communauté, a creusé un fossé interprétatif avec le reste de la société d’Ancien Régime. Par conséquent, établir une analogie 8 D. Menjot, J. L. Pinol (éds.), Les immigrants et la ville. Insertion, intégration, discrimination (XIIe-XXe siècles), Paris, 1996 ; J. Bottin, D. Calabi (dirs.), Les étrangers dans la ville. Minorités et espace urbain du bas Moyen Age à l'époque moderne, Paris, 1999. 9 G. Tocci, Le comunità in Età moderna. Problemi storiografici e prospettive di ricerca, Rome, 1997. 10 A. Crespo Solana, Entre Cádiz y los Países Bajos. Una comunidad mercantil en la cuidad de la Ilustración, Cadix, 2001. Un autre exemple d’étude communautariste est celle, bien connue, de J. Caro Baroja, La hora navarra del XVIII (personas, familias, negocios e ideas), Pamplune, 1969. Nous n’abordons pas ici l’historiographie des groupes religieux (morisques, protestants) qui assurément mériterait d’être prise en compte pour un bilan global de l’histoire des communautés. 11 N. L. Green, Repenser les migrations, Paris, 2002, p. 23-35. 12 De ce point de vue, T. Herzog, Defining Nations. Immigrants and Citizens in Early Modern Spain and Spanish America, New Haven-Londres, 2003 ; et P. Sahlins, Unnaturally French. Foreign Citizens in the Old Regime and After, IthacaLondres, 2004 ont inauguré un vrai renversement dans l’étude des communautés étrangères. Au lieu de traiter les communautés en tant que telles, ces travaux ont déplacé le questionnement vers les processus d’identification et d’exclusion des membres de la communauté du royaume. 187 mesurée entre les régiments étrangers et les espaces frontaliers exige de ramener la question ethnique à de justes proportions en formulant une critique raisonnée du caractère frontalier de l’institution. 2. Frontière juridique, frontière ethnique A. L’armée, les nations et le pouvoir royal Dans la plupart des monarchies d’Ancien Régime, il existe des corps militaires constitués d’individus non régnicoles13. L’absence théorique de liens horizontaux avec le royaume en fait des auxiliaires précieux pour le pouvoir royal qui les dotent de nombreux privilèges et les fait généralement servir dans la proximité immédiate du souverain. D’un point de vue juridique, le service étranger – c’est ainsi qu’il est convenu de l’appeler – n’est pas fondamentalement différent du service des sujets. Il ne fait qu’exacerber des caractéristiques qui sont communes à toute l’institution militaire. Dès les premiers embryons des armées royales, au Moyen Age, il s’est agi pour le pouvoir monarchique de contrôler ses propres forces en se détachant des vicissitudes saisonnières du service d’ost. Les bandes d’ordonnance, noms portés par les premières armées royales en France, soulignent à quel point la législation royale a joué un rôle fondamental dans la naissance des armées d’Etat. C’est en dotant les unités de statuts et de privilèges spécifiques, puis progressivement en les dotant d’une juridiction propre, que le pouvoir monarchique est parvenu à détacher (socialement, juridiquement et géographiquement) des individus de leurs communautés pour les intégrer dans ce qui deviendra le métier des armes14. Le statut juridique est également ce qui permet au mieux de garantir l’étanchéité de l’armée par rapport à la société. La proximité entre les civils et les militaires est telle que le pouvoir royal a dû ériger des frontières entre eux, juridique d’une part, mais également symbolique (uniforme) et physique (caserne)15. Ces mesures reposent sur une conception politique du service du roi qui considère que la dépendance verticale, à l’exclusion de tous liens horizontaux, garantit une meilleure efficacité du personnel16. 13 Les caractéristiques générales qui suivent sont extraites de l’observation de plusieurs cas. M. E. Ailes, Military Migration and State Formation. The British Military Community in Seventeeth-Century Sweden, Lincoln, 2002 ; A. Corvisier, "Military Emigration from Central and Eastern Europe to France in the Seventeenth and Eigtheenth Centuries", dans G. Rothenburg (éd.), East-Central European Society and War in the Pre-Revolutionnary Eighteenth Century, New York, 1982, p. 514-545 ; A. Corvisier, "Une armée dans l'armée: les Suisses au service de France", dans Cinq siècles de relations franco-suisses. Hommage à Louis-Edouard Roulet, Neuchâtel, 1984, p. 87-98 ; N. F. Dreisziger, R. A. Preston, "Polyethnicity and Armed Force: An introduction", dans N. Dreisziger (éd.), Ethnic Armies: Polyethnic Armed Forces from the Time of the Habsburgs to the Age of the Superpowers, Waterloo, Ontario, 1990, p. 1-20 ; C. Enloe, Ethnic Soldiers. State Security in a Divided Society, Harmondsworth, 1980 ; H. Gráinne, The Irish Military Community in Spanish Flanders, 1586-1621, Dublin, 1992 ; S. Humphreys, "The Emergence of the Mameluk Army", Studia Islamica, 45-46, 1977-1978, p. 67-99 et 147-182 ; V. Kiernan, "Foreign Mercenaries and Absolute Monarchy", Past and Present, 11, 1957, p. 66-86 ; Les Gardes Suisses et leurs familles aux XVIIe et XVIIIe siècles en région parisienne. Colloque du 30 septembre et 1er octobre 1988, Millau, 1989 ; A. Mathiez, La Révolution et les étrangers. Cosmopolitisme et défense nationale, Paris, 1918 ; R. A. Preston, "Ethno-cultural Pluralism in Military Forces: a historical survey", dans M. Cross, R. Bothwell (éds.), Policy by Other Means. Essays in Honour of C. P. Stacey, Toronto, 1972, p. 19-49 ; M. Rapport, Nationality and Citizenship in Revolutionary France. The Treatment of Foreigners 1789-1799, Oxford, 2003. [2000] ; S. F. Scott, "Foreign Mercenaries, Revolutionary War and Citizen-Soldiers", War and Society, 2 (2), 1984, p. 41-58 ; S. F. Scott, "The French Revolution and the Irish Regiments in France", dans D. Dickson, H. Gough (éds.), Ireland and the French Revolution, Dublin, 1990, p. 14-27 ; R. A. Stradling, The Spanish Monarchy and the Irish Mercenaries. The Wild Geese in Spain, 1618-1668, Dublin, 1994 ; A. J. Tornare, Les troupes capitulées et les relations franco-helvétiques à la fin du XVIIIe siècle, Ecole Pratique des Hautes Etudes, Thèse de doctorat, 1996 ; A. J. Tornare, Vaudois et Confédérés au service de France 1789-1798, Yens (Suisse), 1998 ; W. L. Young, Minorities and the Military. A Cross-National Study in World Perspective, Westport-Londres, 1982. 14 M. H. Keen, The Laws of War in the Late Middle Ages, Londres-Toronto, 1965. 15 S. Loriga, Soldats. Un laboratoire disciplinaire : l'armée piémontaise au XVIIIe siècle, Paris, 1991, p. XXX 16 T. Glesener, « Idéal et pratique du service étranger en France et en Espagne à la fin de l'Ancien Régime », Mélanges de l'Ecole française de Rome, 118, 2006, (sous presse). 188 Le service étranger s’inscrit dans la même logique. Le statut juridique, précisé dans les capitulations signées au moment de la levée du régiment, doit permettre au recruteur de trouver des volontaires puis de générer un flux migratoire tendu depuis des communautés situées hors de la souveraineté du roi. Néanmoins, par rapport au service des sujets, les privilèges accordés aux militaires non régnicoles insistent généralement sur le maintien d’une série de caractères liés au lieu d’origine (langue maternelle, emblèmes des communautés d’origine, vêtements traditionnels, armes spécifiques, etc.). Fruit d’une négociation, ce statut juridique permet aux commandants recruteurs de garantir une filière professionnelle réservée sur laquelle ils ont le contrôle et qui leur permet de renforcer leur position sociale dans leurs communautés d’origine. D’autre part, ce statut permet au pouvoir royal de pousser à son terme la logique de différenciation entre l’armée et la société. Les monarchies se sont toujours efforcées de faire des soldats des étrangers sociaux. En exacerbant les traits ethniques des unités non régnicoles, elles dressent une frontière qui se veut totalement hermétique. Dans certains cas, cet agencement socio-juridique contribue à la construction de représentations sociales qui postulent un lien nécessaire entre l’origine de certains individus et le métier des armes. Ainsi, en France, sous Louis XV, il est communément admis que les Hongrois ont des qualités spécifiques qui les prédisposent à servir dans la cavalerie légère. L’ethnicisation des régiments de hussards dans l’imaginaire collectif est donc le fruit d’une politique active du pouvoir royal17. La formation de régiments étrangers suppose la création d’un espace socioprofessionnel ex nihilo résultant d’un accord passé entre le pouvoir royal et des élites extérieures au royaume. L’action législative du roi invente un espace frontalier au cœur de l’Etat. D’un point de vue juridique, les privilèges de nations ne se distinguent en rien des autres formes de statuts attachés aux corps et aux communautés. Ils ont simplement la particularité de stigmatiser des traits culturels à des fins politiques. L’introduction du politique dans l’analyse des régiments étrangers permet donc de ramener la frontière ethnique à des proportions plus raisonnables. Elle n’est plus une donnée première mais le fruit d’une construction politique. Réinsérée dans l’ordre juridique d’Ancien Régime, la frontière juridico-ethnique peut commencer à être envisagée sur le même plan que le reste des statuts et des privilèges. Toutefois, une nouvelle question surgit : la relativisation du caractère ethnique de la frontière rend-elle toujours notre proposition de départ valable ? L’assimilation des différences ethniques à de simples privilèges juridiques conduit-elle à ramener les régiments étrangers sur le même plan que toute l’institution militaire sans que rien ne permette de leur conférer la spécificité d’une institution frontalière ? En somme, alors qu’une définition de cette frontière institutionnelle en termes ethniques tendait à singulariser les régiments étrangers à l’excès, à présent, une définition de cette même frontière en termes juridiques tendrait à les banaliser. En réalité, nous atteignons les limites de notre approche. Jusqu’à maintenant, nous avons tenté de définir les caractéristiques de notre terrain en partant de l’analyse de la frontière. Pour comprendre la spécificité des régiments étrangers, en tant qu’institution frontalière, nous devons nous pencher non plus sur la frontière elle-même mais sur les mécanismes sociaux qui s’organisent autour d’elle. B. Patronage et nation : la garde royale des Bourbons d’Espagne Les gardes royales des Bourbons d’Espagne constituent un cas intéressant justement parce que leur statut juridique a relativement fait peu de cas des traits ethniques. En effet, pour des raisons liées au contexte du conflit successoral, les Bourbons ont conservé la structure multinationale de la garde habsbourgeoise – constituée d’une compagnie espagnole, une 17 F. Tóth, « Identité nationale en exil: le rôle du sentiment national hongrois dans la constitution des régiments hussards en France au XVIIIe siècle », dans D. Bell, L. Pimenova, S. Pujol (éds.), La Recherche dix-huitiémiste. Raison universelle et culture nationale au siècle des Lumières, Paris, 1999, p. 91-107. 189 flamande et une allemande – mais d’en modifier radicalement le rôle politique. Il s’agit de maintenir le principe du service des vassaux (à l’exception des Allemands, substitués par une compagnie italienne), tout en redonnant aux corps un caractère militaire que les fonctions palatines avaient considérablement réduit. Si, à première vue, l’organisation institutionnelle de la nouvelle garde ne diffère pas beaucoup de l’ancienne, dans les faits, la réforme rompt avec une garde aulique qui s’inscrit dans une logique politique de représentation des territoires de la monarchie à la Cour. Elle instaure au contraire un puissant instrument d’intégration des élites par le service militaire. En effet, en alignant le fonctionnement de la garde sur celui de l’armée, le pouvoir royal modifie sa relation aux élites de la monarchie. Les unités de la garde ne sont plus le reflet d’une monarchie composite, mais uniquement des corps militaires dans lesquels les élites viennent individuellement se mettre au service du roi18. Le contexte dans lequel la nouvelle garde royale a été constituée explique que le statut juridique définitif, publié en 1705, n’ait guère souligné particulièrement les traits ethniques des unités de nation19. Les ordonnances de la garde royale se sont limitées à réserver l’entrée dans les différentes unités aux naturels des territoires d’Espagne, des Pays-Bas et d’Italie, sans donner d’autres privilèges à caractère culturel qui creuseraient le fossé entre les corps et le reste de la société. En effet, il aurait été contre-productif pour les Bourbons, sous prétexte de différencier au maximum la nouvelle garde royale, de retomber sur l’écueil d’une symbolique territoriale trop forte qui aurait rendu un caractère politique à la présence d’unités constituées de vassaux dans l’entourage du roi. La référence au territoire se borne à être un espace géographique et non à une entité politique20. L’usage de la langue française dans les unités flamandes est une pratique admise mais qui ne fera jamais l’objet d’une inscription juridique. Il n’existe ni confréries, ni lieu de culte spécifiques aux officiers des unités flamandes de la garde. La principale référence en matière d’organisation institutionnelle est la Maison militaire de Louis XIV. Les deux régiments des gardes espagnoles et des gardes wallonnes calquent leurs uniformes et leur ordre de préséance sur les gardes françaises et les gardes suisses du roi de France21. Les privilèges dont la garde est dotée sont communs aux trois nations (espagnole, italienne et flamande). C’est ce statut juridique commun qui fonde l’identité institutionnelle de la garde royale, par delà les différences de nations. L’essentiel de la conflictualité institutionnelle à laquelle est confrontée la garde royale porte sur des questions de juridiction et très rarement sur des questions de « nationalité » qui stigmatiseraient les unités non régnicoles. Par conséquent, les commandants de la garde, toutes nationalités confondues, font le plus souvent preuve d’une grande solidarité. La garde, dans son ensemble, fait corps. En bref, les solidarités d’origine ne sont pas renforcées par la législation royale, et la question de l’origine ne constitue pratiquement jamais un enjeu dans les conflits institutionnels. Cette relégation des caractères ethniques à un rôle pratiquement insignifiant souligne bien que le service étranger ne se définit pas uniquement par un statut juridique. La frontière qui singularise les régiments étrangers n’est pas qu’une simple question de privilèges. Le contrôle du roi d’Espagne sur sa garde ne s’exerce pas en dressant une frontière ethnique entre elle et 18 T. Glesener, « Les 'étrangers' du roi. La réforme des gardes royales au début du règne de Philippe V (1701-1705) », Mélanges de la Casa de Velázquez, 35 (2), 2005, p. 219-242. 19 J. A. Portugues, Colección general de las ordenanzas militares, Madrid, 1764, t. 5, p. 6-37 et 244-304. 20 T. Glesener, « ¿Nación flamenca o élite de poder? Los militares 'flamencos' en la España de los Borbones », dans A. Álvarez-Ossorio Alvariño, B. García García (éds.), La Monarquía de las Naciones. Patría, nación y naturaleza en la Monarquía de España, Madrid, 2004, p. 701-719. 21 AGS, GM, Supl. 239, s. f. Aytona à Durán (3 janvier 1720). Saint-Simon reçu en audience officielle par Philippe V écrit : « Arrivant à la place du palais, je me crus aux Tuileries. Les régiments des gardes espagnoles, vêtus, officiers et soldats, comme le régiment des gardes françaises, et le régiment des gardes wallonnes, vêtus, officiers et soldats, comme le régiment des gardes suisses, étaient sous les armes, les drapeaux voltigeant, les tambours rappelant, et les officiers saluant de l'esponton ». Saint-Simon, Mémoires, éd. Coirault, t. 8, p. 27. 190 le reste de ses sujets. Dans le contexte de la guerre de Succession, Louis XVI et Philippe V ont jugé crucial de placer à la tête de l’institution des commandants qui appartiennent tous à des familles évoluant dans le proche entourage des Bourbons, et qui ont généralement fait preuve d’une fidélité sans faille tout au long du conflit successoral. La monopolisation des emplois de commandants de la garde par un nombre réduit de familles souligne le degré de confiance et de proximité qui unit ces groupes familiaux aux rois d’Espagne successifs22. C’est à travers ces liens de clientèle que Philippe V exerce un contrôle direct et personnel sur le fonctionnement de la garde. Concrètement, la confiance accordée par Philippe V aux commandants de sa garde se traduit par une très large autonomie tant d’un point de vue juridictionnel que d’un point de vue économique23. Si le pouvoir royal ne durcit pas la frontière ethnique entre la garde et le reste de la société, c’est qu’il confie entièrement aux commandants le pouvoir de contrôler les limites de l’institution. Ces derniers ont notamment toute autorité pour accepter ou rejeter les demandes des candidats officiers. Pour les commandants flamands, il s’agit d’une pratique non écrite qui leur donne un pouvoir considérable dans leurs régions d’origine. Cela leur permet d’avoir la haute main sur un nombre important d’emplois prestigieux que convoitent les familles nobles des Pays-Bas pour leurs cadets désoeuvrés. De plus, il se développe autour de l’institution une vie de communauté faite de sociabilités et de solidarités qui contribuent à renforcer l’unité du groupe. Que ce soit à l’occasion d’une enquête de noblesse préalable à l’obtention d’un habit d’un ordre militaire ou lors de la rédaction d’un testament, les officiers flamands de la garde s’entraident24. De nombreux mariages entre parents d’officiers, en Espagne ou aux Pays-Bas, contribuent à sceller l’unité du groupe. Solidarités professionnelles et solidarités communautaires sont indissociables. Par conséquent, les commandants de la garde, en plus de leurs fonctions professionnelles, renforcent leur autorité morale sur le groupe en s’érigeant en père et protecteur de la nation. Ils investissent et recyclent une série de lieux et de pratiques symboliques de la nation flamande de l’époque habsbourgeoise. Ainsi, il n’est pas rare de trouver les commandants siéger à la députation de l’hôpital Saint-André-des-Flamands, une des institutions symboliques du territoire à Madrid, crées au XVIe siècle25. Cette stratégie de symbolisation de la communauté ne s’exerce qu’à l’intérieur de l’institution. Dans leurs relations avec le pouvoir royal, les commandants des unités flamandes se gardent généralement de mobiliser un symbolique trop pesante qui risquerait d’irriter la couronne en renouant avec la légitimité politique sur laquelle la garde habsbourgeoise avait été instituée. En somme, trois éléments contribuent à façonner l’unité du groupe. Tout d’abord, l’isolement social des officiers qui les 22 F. Andújar Castillo, « La corte y los militares en el siglo XVIII », Estudis, 27, 2001, p. 91-120. Les capitaines des compagnies des gardes du corps ont la pleine juridiction sur leur compagnie. Ils ne rendent des comptes qu’au roi sans que le conseil de guerre et, dans une large mesure, le secrétaire de guerre, puissent intervenir. Les deux colonels des régiments d’infanterie de la garde cumulent les emplois de directeur et d’inspecteur de leurs unités. Ils ne sont donc pas soumis au contrôle de l’administration militaire. M. Gómez Ruiz, V. Alonso Juanola, El ejército de los Borbones, Madrid, 1989, t. 1, p. XXX. 24 T. Glesener, « Poder y sociabilidad: las élites flamencas en España a través de los expedientes de las órdenes militares (siglo XVIII) », dans A. Crespo Solana, M. Herrero Sánchez (coords.), España y las 17 provincias de los Países Bajos. Una revisión historiográfica (XVI-XVIII), Cordoue, 2002, p. 169-188. 25 F. Vidal Galache, B. Vidal Galache, Historia del Hospital de San Andres de los Flamencos 1594-1994, Madrid, 1996. Un ancien officier de la garde wallonne écrit à propos de la famille de Bournonville, une des principales familles flamandes en Espagne qui tente par tous les moyens de monopoliser le commandement de la garde : « Et par cet arrangement, [le duc de Bournonville] rendait pour ainsi dire ce régiment [des gardes wallonnes] héréditaire dans sa famille qui est tout ce qu'elle a toujours désiré avec le plus d'empressement. Je ne souhaite pas que [la famille de Bournonville] parvienne jamais à remplir son objet. Les Flamands n'y trouveraient nullement leur compte car quoiqu'elle le vante hautement d'en être le père et le protecteur, il n'en est rien absolument. Tout au contraire, [la famille de Bournonville] s'imagine que tout lui est dû et il n'y a aucun de cette race [=les Bournonville] qui n'envie les grâces que le roi peut faire à quelques uns d'eux [=les Flamands] et qui ne les ressente même véritablement surtout quand elles regardent des personnes qui ne leur doivent rien ni par leurs talents ni par leurs naissances et qui se trouvent par leurs emplois en place de pouvoir leur causer de l'ombrage ». AGR, FP, Croix, 11, s. f. Charles de Croix à Mlle d’Allennes (Madrid, 27 avril 1761). 23 191 conduit à dédoubler les liens professionnels par des liens d’amitié et de solidarité. Ensuite, le contrôle des commandants sur le recrutement des officiers équivaut à contrôler les frontières du corps. Enfin, le travail de symbolisation, mené à l’initiative des commandants, contribue à sceller l’unité du corps en essentialisant les liens qui unissent les officiers26. On comprend mieux à présent pourquoi le pouvoir royal a pu se dispenser d’une définition trop précise des conditions de nationalité, ou bien d’exacerber les traits culturels des unités non régnicoles de sa garde. Investis d’une très large autonomie, les commandants flamands se sont chargés de contrôler les frontières du corps. La couronne leur a laissé le soin d’entretenir une mémoire du territoire afin d’asseoir leur autorité pour autant que cela ne légitime pas des prétentions collectives. Il est utile de souligner que le corps compte indistinctement des officiers nés aux Pays-Bas, en France ou en Espagne. La communauté qui gravite autour des unités flamandes de la garde est loin d’être homogène du point de vue de l’origine. La pratique professionnelle et la participation aux sociabilités de corps suffisent à déterminer l’appartenance. Le patronage des commandants permet de faire tenir ensemble un imbroglio de trajectoires hétéroclites. Nous sommes à présent en mesure de préciser notre analogie de départ entre les sociétés de frontière et les régiments étrangers. Ces derniers se structurent effectivement autour d’une frontière. Néanmoins, celle-ci n’est pas exclusivement juridique, et encore moins ethnique. Le caractère frontalier de l’institution réside avant tout dans un certain type de configurations sociales qui permettent la fusion complète d’un espace professionnel et d’un espace communautaire. Dans un régiment étranger, vie de corps et vie de communauté d’expatriés coïncident pratiquement terme à terme. Certes, toutes les institutions d’Ancien Régime supposent peu ou prou une vie communautaire, c’est-à-dire un prolongement dans d’autres aspects de la vie sociale des liens noués dans le cadre de l’institution. Et inversement, les liens noués dans la communauté se prolongent dans les institutions27. Toutefois, la caractéristique principale des régiments étrangers, par rapport aux autres institutions d’Ancien Régime, est que l’institution et la communauté fusionnent complètement, excluant toute dimension sociale distincte de celle de la pratique professionnelle. Au lieu d’évoluer dans des espaces sociaux multiples, les militaires étrangers superposent les dimensions professionnelle et communautaire sur un même espace. La raison en est simple : la différenciation géopolitique entre l’exercice du pouvoir local et le service du prince prive les militaires étrangers d’un accès aux ressources économiques, politiques et sociales du territoire. L’institution cristallise donc autour d’elle une forte densité de relations sociales à caractère nettement endogamiques. Le pouvoir royal encourage cette imbrication des liens par l’octroi d’une large autonomie plus que par l’action législative. Avant toute chose, l’institution doit être communautaire, et la communauté fait l’institution. Il est donc possible de dire la spécificité des régiments étrangers, sans verser dans un double écueil méthodologique : l’isolement ou la banalisation. Nous constatons également que le caractère frontalier des régiments étrangers tient moins à des caractéristiques stables (ethnique, juridique, politique) qu’à une forme d’organisation sociale. Autrement dit, ce n’est pas tant la frontière elle-même qui donne à l’institution son caractère frontalier, mais bien la 26 Dans les témoignages lors d’enquête de pureté de sang menée par le conseil des ordres, il est systématiquement demandé au témoin de dire où, comment et pourquoi il connaît le prétendant. Dans plusieurs cas, des officiers de la garde wallonne témoignant pour des prétendants issus du même corps, et qui se connaissent uniquement par la fréquentation du régiment, se contentent de répondre « por ser flamenco ». T. Glesener, « Poder y sociabilidad: las élites flamencas… » op. cit. 27 La distinction entre institution et communauté est avant tout méthodologique. Une définition liminaire de l’institution pourrait s’entendre comme l’ensemble de liens sociaux formalisés dans un cadre juridique spécifique. La communauté peut se définir comme un ensemble de configurations sociales non formalisées tributaires des relations que les individus établissent entre eux en dehors de tout cadre juridique. Dans tous les cas, l’institution et la société ne doivent pas être opposées. Voir à ce sujet : S. Cerutti, La ville et les métiers : naissance d'un langage corporatif. Turin, 17e-18e siècle, Paris, 1990. 192 manière dont les liens entre les individus se structurent. L’institution devient frontalière parce qu’elle est constituée d’individus qui déploient leurs tissus relationnels dans un seul et même espace. Une institution de ce type repose sur un équilibre fragile puisque son existence est tributaire des pratiques endogamiques des individus. Toute transgression de la frontière vers l’extérieur met en péril l’organisation sociale qui régit l’institution. Le dépaysement de la problématique des sociétés de frontière, proposé en tête du travail, permet d’identifier plus précisément ce qui caractérise les espaces frontaliers. La nature intrinsèque de la frontière (géographique, politique, juridique, ethnique) ne suffit pas à définir un espace frontalier. Il s’agit avant tout d’un espace où le tissu social est dense par comparaison avec d’autres espaces qui le jouxtent. Les limites de cet espace ne sont pas nettes. Elles sont le fruit d’une négociation permanente entre les acteurs. Dans une institution communautaire, comme les régiments étrangers, où la cohésion est très forte, les conflits internes vont fragiliser considérablement tant l’institution que la communauté. Par conséquent, après avoir défini, les caractéristiques de notre espace frontalier, nous allons aborder, dans un dernier point, l’impact d’un conflit au sein du régiment des gardes wallonnes. Il s’agit de voir dans quelle mesure l’étude d’un espace frontalier institutionnel peut nous informer sur des caractéristiques communes à toutes les sociétés de frontière. 3. Conflit interne et crise d’identité En 1777, un conflit secoue le régiment des gardes wallonnes. Il se traduit par un affrontement violent entre une partie des capitaines et le colonel, et s’achève par le limogeage du colonel, c’est-à-dire un Grand d’Espagne, titulaire d’un des premiers emplois de l’armée. Que des capitaines obtiennent l’éviction de leur colonel constitue un événement exceptionnel dans l’histoire de l’institution militaire. A cette époque, les gardes wallonnes traversent une crise profonde. A l’origine du conflit, se trouve la diversification croissante des trajectoires des officiers. Alors qu’une partie d’entre eux s’est complètement intégrée dans la société espagnole, une autre a continué à arriver fraîchement des Pays-Bas. Le conflit de 1777 porte donc sur la définition de la communauté. Les disparités deviennent trop grandes entre les officiers. Ni la pratique professionnelle, ni le patronage du colonel, ni les symboles de la nation, ne suffisent plus à faire tenir ensemble le corps. Cette crise d’identité sociale et professionnelle s’exprime à travers un conflit de type institutionnel. Comme dans toute institution, il n’est guère étonnant que les tensions qui affectent la communauté se règlent par le biais des ressources juridiques offertes par les institutions. Dans notre cas, la divergence d’intérêt entre les capitaines et le colonel des régiments est un conflit pratiquement structurel des armées modernes. Si l’on s’en tient aux réformes militaires initiées en France par Louis XIV, elles ont eu pour principal objet de réduire l’autorité des colonels sur leurs unités. Celles-ci, généralement levées aux frais du colonel, et sur base d’un recrutement local dans les fiefs et seigneuries, leur ont été soumises pratiquement en pleine propriété. Les colonels ont disposés du droit de nommer les officiers et d’avoir la haute main sur toute l’administration économique du régiment28. Dès lors, l’esprit qui domine les réformes de l’armée menée sous Louis XIV consiste à développer des contrepouvoirs au colonel, à l’intérieur et à l’extérieur des régiments. Sans nous attarder, nous retiendrons simplement qu’un des axes principaux des réformes consiste à faire reposer 28 La politique de Richelieu, qui a consisté à contrôler la noblesse en lui distribuant des charges militaires, s’est révélée être un échec. Les colonels propriétaires se sont occupés très peu de leurs unités, la désertion a atteint des niveaux dramatiques, et, dans les moments les plus tendus, les colonels ont retourné leurs unités contre le pouvoir royal. D. Parrott, Richelieu's Army: War, Government and Society in France, 1624-1642, Cambridge, 2001. 193 l’économie du régiment en grande partie sur les capitaines. Ceux-ci sont payés au pro rata du nombre de soldats présents lors des revues de leurs compagnies et bénéficient d’avantages économiques lorsque leur compagnie est complète. Il s’agit de la sorte de faire coïncider les intérêts des officiers avec ceux du pouvoir royal. Par ailleurs, la figure institutionnelle du sergent major, et dans une moindre mesure du lieutenant colonel, sont renforcées par l’administration militaire qui en fait les principaux gestionnaires de l’économie interne du régiment. Le trésorier remet la solde au sergent major qui la redistribue ensuite entre les capitaines. L’indépendance du sergent major est garantie notamment par le fait que son emploi n’est pas vénal, qu’il est nommé par le roi et qu’il est couvert généralement par des militaires roturiers ayant une longue carrière dans les armes. Le colonel conserve une position dominante, notamment dans les propositions aux emplois, mais il est progressivement écarté des tâches logistiques et économiques29. Les réformes militaires entamées par Philippe V dès les premiers mois de son règne ne diffèrent guère dans le principe30. Elles consistent à rompre avec l’ancienne structure du tercio, miné par la désertion, et à introduire les régiments sur le modèle de Louis XIV. Les deux régiments de gardes (espagnoles et wallonnes) sont également formés selon les nouveaux principes de gestion. Néanmoins, la volonté de Philippe V de détacher ces unités du contrôle de l’administration militaire s’est réalisée au prix d’une large autonomie concédée aux colonels. En forçant à peine le propos, on pourrait dire que les régiments de la garde, les fleurons de la nouvelle dynastie, sont ceux dont le mode de fonctionnement est le plus proche du siècle antérieur31. Les secrétaires de guerre successifs, dès les lendemains de la guerre de Succession, vont tenter de récupérer le terrain cédé aux colonels. En fait, ils n’ont l’occasion de découvrir le mode de circulation de l’argent au sein du régiment qu’à l’occasion des conflits qui opposent les capitaines au colonel. En temps normal, les capitaines s’accommodent relativement bien d’un système de gestion du colonel. Seuls les conflits ont permis de mettre à jour l’existence d’importants détournements de fonds venant alimenter des caisses noires dont on sait par ailleurs que la plupart des officiers ont pu en bénéficier32. L’existence de ce système financier occulte a bien entendu contribué à renforcer la position du colonel. Si les officiers veulent bénéficier des caisses noires, ils doivent accepter les règles imposées par le colonel. Ce dernier est, en retour, fragilisé par le système en cas de conflit grave avec certains de ses capitaines. La crise de 1777 apparaît alors que des tensions agitent le corps des officiers depuis plusieurs années33. Le comte de Priego, colonel des gardes wallonnes, règne sans partage sur le régiment depuis plus de vingt-cinq ans. Néanmoins, le contrôle du secrétaire de guerre sur le corps est plus important. Une des mesures prises par l’administration royale a été d’instaurer le principe d’une vérification périodique des comptes du régiment par trois capitainescontrôleurs désignés par le roi. Jusque là, la vérification des comptes n’avait pas posé de problèmes. Du moins, les rapports remis par les contrôleurs avaient été contre signés par le colonel dans une parfaite harmonie. Toutefois, un des capitaines-contrôleurs de 1777, un 29 G. Rowlands, The Dynastic State and the Army under Louis XIV. Royal Service and Private Interest, 1661-1701, Cambridge, 2002. 30 : F. Andújar Castillo, Los militares en la España del siglo XVIII: un estudio social, Grenade, 1991 ; Id. « La reforma militar de Felipe V », op. cit ; Id., « El ejército de Felipe V. Estrategias y problemas de una reforma », op. cit. ; C. Borreguero Beltrán, « Del Tercio al Regimiento », Estudis, 27, 2001, p. 53-89. 31 En 1712 notamment, les colonels obtiennent le droit de contrôler la totalité des comptes du régiment à l’exclusion des capitaines. J. A. Portugues, Colección general de las ordenanzas militares, Madrid, 1764, t. 5, p. 305-307. De même, dans les premières années du siècle, lors d’emplois vacants, les colonels proposent un seul candidat au roi, alors que les autres régiments de l’armée doivent présenter une liste de trois personnes réglées selon leur ancienneté. Voir notamment : AHN, Estado, 495-1, s. f. 32 AHPB, Troch, Test. 1768-1773, fol. 280-292. Testament de Manuel Craywinckel (Barcelone, 11 juillet 1772). 33 AGS, GM, 2308. En 1759, un conflit oppose Pedro Dubarlet, lieutenant colonel, au comte de Priego, colonel des gardes wallonnes, au sujet de la préséance du sergent major sur le lieutenant colonel. 194 certain Enrique Van Asbroeck, rompt avec cette habitude. Il remet au secrétaire de guerre un rapport incendiaire contre le colonel, l’accusant de manquements graves dans la gestion des comptes, dénonçant l’attitude des précédents contrôleurs qui ont remis des rapports sans avoir épluché tous les comptes34. Le rapport de Van Asbroeck sème la panique à l’intérieur du régiment. Les deux autres capitaines contrôleurs se désolidarisent. Priego dénonce à son tour au secrétaire de guerre le mauvais esprit du capitaine qui cherche à semer la zizanie à l’intérieur du corps en diffamant le colonel et les autres capitaines. Une enquête est diligentée par le secrétaire de guerre qui nomme à cet effet un officier général extérieur au corps. Ce dernier rend en 1779 un rapport accablant sur la gestion des comptes qui incrimine directement le colonel. Entretemps, conscient que l’affaire va éclater au grand jour, le comte de Priego démissionne. La place de colonel des gardes wallonnes restera vacante pendant plus de dix ans. L’affaire se conclut en 1780 avec la publication d’un nouveau règlement pour le gouvernement économique du régiment35. Quelques années avant que n’éclate le scandale, un conflit a opposé Enrique Van Asbroeck au comte de Priego. En 1775, Enrique Van Asbroeck obtient la grâce royale d’un emploi d’enseigne dans les gardes wallonnes pour son fils, âgé à peine de 11 ans. Cette faveur n’a pas été obtenue par l’intermédiaire du comte de Priego, mais par d’autres appuis dont l’identité n’est pas connue. Le comte de Priego en prend ombrage et tente de bloquer la carrière du fils d’Enrique Van Asbroeck. Le roi finit par trancher en donnant l’avantage au capitaine sur le colonel36. Les conflits d’ancienneté, les jeux d’influence par le biais des recommandations, sont légion au sein de la garde. Dans la plupart des cas, l’affaire se règle par l’arbitrage royal et ne prête pas à conséquence. Or, dans ce cas-ci, le scandale financier qui éclabousse le colonel éclate moins de trois ans après l’affaire, et a toutes les allures d’un règlement de comptes. A bien y regarder, les dénonciations d’Enrique Van Asbroeck sont loin de s’expliquer par un simple conflit de personnes. Elles révèlent un malaise profond au sein de l’institution et de la communauté. Le scandale financier survient à un moment où le régiment est confronté à une crise récurrente de recrutement qui pèse lourdement sur les finances du régiment. Le comte de Priego a, depuis 1768, substitué les commissions temporaires de recrutement, se déroulant généralement dans le nord de la France et de l’Italie, par un bureau permanent installé dans la principauté épiscopale de Liège. Si la mesure permet de pallier provisoirement au problème des recrues, le prince-évêque de Liège monnaie chèrement le service rendu37. Compte tenu du prix croissant des recrues, les comptes du régiment sont systématiquement déficitaires. En 1770, la couronne cède au comte de Priego le droit de nommer à douze emplois d’enseignes, introduisant pour la première fois les pratiques vénales dans le régiment38. La vente des emplois, ou leur cession contre des recrues, n’offre qu’un répit provisoire. Au comte de Priego qui demande davantage d’emplois à vendre, le roi oppose un refus39. La couronne accepte uniquement d’octroyer des avances au régiment, augmentant le déficit chronique des finances du corps40. Le corps des officiers traverse également une crise de recrutement. La vente des emplois entre 1768 et 1770 a ouvert la porte du régiment à des individus d’horizons très divers. Parmi eux, on trouve notamment Juan Francisco et Pedro Goossens, tous deux neveux du trésorier 34 AGS, GM, 2330, s. f. Rapport de Enrique Van Asbroeck (Madrid, 11 mars 1777). AGS, GM, 2332, s. f. 36 AGS, GM, 2320, s. f. Mémoire d’Enrique Van Asbroeck (1775). 37 AGS, GM, 2335, s. f. Felipe Cabanes à Miguel Muzquiz (Madrid, 24 juillet 1780). Un rapport du capitaine recruteur installé à Liège fait état d’une somme de 400 louis d’or annuel payé à la nièce du prince-évêque. Ce dernier, selon le capitaine recruteur, a fait savoir « que si el regimiento no continua la gratificación prevee claramente que no se le permitirá continuar reclutar ». 38 AGS, GM, 5948, s. f. Priego à Muniain (Madrid, 27 novembre 1770). 39 AGS, GM, 5948, s. f. Priego à O’Reilly (Madrid, 5 février 1774). 40 AGS, GM, 5948, s. f. Les avances sont 200.000 réaux en 1771, et de 336.757 réaux en 1773. 35 195 général, Pedro Francisco Goossens. Ils appartiennent à une famille patricienne de Bilbao, enrichie par le commerce, et qui n’a plus de flamand que le nom41. Parallèlement, la capacité du comte de Priego d’attirer en Espagne les cadets des familles nobles des Pays-Bas semble s’affaiblir considérablement. Il doit recourir à des intermédiaires, et ne parvient plus à couvrir l’ensemble des emplois vacants42. Or, l’autorité du comte de Priego sur le régiment est en partie liée à la proportion de jeunes officiers fraîchement débarqués du nord de l’Europe. Sans attaches et sans appuis à l’extérieur du corps, ils sont autant d’individus dociles qui ne peuvent rêver à d’autres emplois en Espagne que ceux offerts par le régiment. Par conséquent, le tarissement du flux en provenance des Pays-Bas donne davantage de poids à de véritables dynasties d’officiers installées depuis deux ou trois générations dans la garde royale. Elles ont par ailleurs noué des liens parfois très étroits dans la société espagnole. Tout en conservant un ancrage solide dans les unités flamandes de la garde, ces familles ont diversifié leurs stratégies et se trouvent dans une dépendance moindre à l’égard des débouchés professionnels que le régiment et son colonel offrent. Il n’est guère étonnant que la personne par qui le scandale arrive, Enrique Van Asbroeck, appartienne à une de ces familles. Son père est un officier flamand sans éclat originaire de Bruxelles qui est resté en Espagne après la guerre de Succession. Enrique Van Asbroeck et ses trois frères ont entamé une carrière dans les gardes wallonnes. Il a fait un bon mariage avec une fille d’un capitaine sicilien au service de l’Espagne. Sa belle-famille n’est guère de haute extraction mais elle est fortunée et semble posséder de grandes protections43. De plus, une de ses sœurs, femme de chambre de l’infante Maria Josefa, a épousé en 1772 un conseiller du conseil de Castille44. Une autre s’est alliée à un regidor de Valladolid45. A son tour, Enrique Van Asbroeck poursuit cette stratégie d’alliance avec la robe en mariant sa fille au fils de José Faustino Perez de Hita, également conseiller de Castille46. La trajectoire de la famille Van Asbroeck tranche radicalement avec celle de la majorité des autres officiers. Dans la plupart des cas, lorsqu’il y a des alliances, elles sont endogamiques au corps. Pour la majorité des familles, le régiment ne constitue qu’une extension du territoire local. Des stratégies d’alliance nouées aux Pays-Bas se prolongent en Espagne au sein du régiment, tandis qu’inversement, le régiment offre un espace de négociation pour forger de nouvelles alliances au pays. S’il n’est pas majoritaire, le cas de la famille Van Asbroeck n’est pas unique. D’autres familles d’officiers ont noué des liens à l’extérieur du corps, notamment en Catalogne où le régiment est caserné une partie de l’année. Cependant, le caractère exceptionnel de la famille Van Asbroeck réside dans le fait qu’elle est parvenue à pénétrer le cœur des élites castillanes, à savoir le monde très fermé des auditeurs et des conseillers de Castille. Cette assise sociale est vraisemblablement ce qui donne la force à Enrique Van Asbroeck de dénoncer publiquement les malversations au sein du régiment. L’hostilité dont il est l’objet au sein du régiment montre clairement que le scandale financier traduit avant tout un malaise sur la définition de la communauté47. En effet, durant le déroulement de l’affaire, Enrique Van Asbroeck est l’objet d’une longue série de vexations. A l’occasion d’une altercation, un officier interpelle Van Asbroeck et lui dit « con desprecio que le hablase en francés si quería que le contestase, pues el no entendia las frases del 41 AGS, GM, 5948, s. f. AGR, FP, Ursel, 449, s. f. Priego à la duchesse douairière d’Ursel (Madrid, 25 août 1778). 43 AHPM, Test. Agueda Agraz Cardenas XXX ; AHN, OM, Calatrava Casamientos, exp. 73. Le parrain du premier enfant de Enrique Van Asbroeck est le duc de Medinaceli. 44 J. Fayard, Los ministros del Consejo Real de Castilla (1621-1788), Madrid, 1982, p. 204. 45 AHPM, Test. Agueda Agraz Cardenas XXX. 46 J. Fayard, Los ministros del Consejo Real de Castilla, p. XXX 47 AGS, GM, 2335, s. f. Ricla à Alvarez Sotomayor (Aranjuez, 7 mai 1780) : « Su Majestad ha mirado este suceso como una prueba de no estar bien establecida la unión y harmonía entre algunos oficiales de este real cuerpo, no ignorando cual pueda ser el principio de la mayor parte de sus enemistades, y discordias ». 42 196 castellano »48. Quelques années plus tard, un de ses neveux, Angel Castilla Van Asbroeck, se voit refuser l’entrée dans le régiment sous prétexte qu’il est espagnol49. D’ailleurs, au vu de la virulence des attaques dont il est l’objet durant l’enquête sur les comptes, Enrique Van Asbroeck prévient une éventuelle rupture définitive avec l’institution et la communauté. En 1779, en plein scandale financier, il sollicite auprès du roi une reconnaissance de noblesse alléguant le désir de sa famille de s’installer définitivement dans les domaines du roi d’Espagne50. Il est probable qu’en attaquant de front le colonel du régiment, Enrique Van Asbroeck n’ait pas pleinement mesuré la portée de son action. La démission du comte de Priego, mais surtout la vacance de l’emploi de colonel pendant dix ans, conduisent en quelques années à la désagrégation complète de la communauté. En effet, avec la disparition du colonel, la configuration sociale et symbolique qui fait tenir le groupe est mise à mal. Les conséquences se font sentir au lendemain du départ du comte de Priego. Les candidatures, d’abord de descendants métissés des premiers officiers flamands puis progressivement de prétendants espagnols sans liens avec la communauté, affluent. Les demandes ne parviennent plus par le biais des réseaux informels tissés aux Pays-Bas et en Espagne, mais par le canal officiel du secrétaire de guerre qui transmet les demandes pour avis au lieutenant colonel, chargé temporairement de la direction du régiment. Celui-ci remet systématiquement un avis négatif mais il n’a pas l’autorité suffisante pour empêcher des dispenses, ni pour se substituer au colonel dans la maîtrise des réseaux qui faisaient tenir la communauté. En réalité, au cours des années 1780, le corps des officiers perd progressivement le contrôle de son recrutement. Le régiment, décapité, n’est plus capable d’opposer au pouvoir royal un système d’autorégulation. Dès lors, la couronne voit une occasion de se substituer au colonel dans la sélection des candidats. En face, le corps des officiers tâche d’inventer un système de substitution en traduisant en termes formels la complexité des relations sociales qui régissaient l’organisation du corps. Progressivement, l’imbrication étroite entre institution et communauté, commune à tout l’Ancien Régime mais particulièrement forte dans les régiments étrangers, se différencie. La perte de contrôle sur le recrutement des officiers ne permet plus de définir la communauté uniquement par les pratiques professionnelles et les sociabilités au sein de l’institution. Par conséquent, le corps des officiers invente une nouvelle définition de la communauté indépendante des pratiques professionnelles. Il développe dans un vocabulaire vaguement juridique une définition de la « nationalité » flamande qui s’évaluerait en nombre de quartiers. En portant la question des limites du corps sur le terrain juridique, les officiers n’opposent qu’une vaine résistance. Les candidats se contentent d’adresser au secrétaire de guerre une demande de dispense des quartiers flamands qui leur manquent. Face à l’afflux des demandes, la couronne octroie les dispenses de plus en plus facilement. Et, le 6 janvier 1791, Charles IV abroge le privilège de nation des gardes wallonnes. Cette décision vient confirmer la brèche qui s’est ouverte entre la communauté et l’institution. L’institution persiste jusqu’au début du XIXe siècle, mais elle ne constitue plus le socle exclusif d’un tissu social très dense. Concrètement, le flux de jeunes officiers en provenance des Pays-Bas, déjà affaibli, se tarit complètement. Selon leur degré d’intégration dans la société espagnole, les groupes familiaux quittent l’Espagne ou y restent mais se détournent progressivement de l’institution. A cela s’ajoutent les événements politiques (révolution française, révolution brabançonne) qui rendent particulièrement difficiles le maintien de relations entre le noyau familial d’origine et les branches espagnoles. En 1818, 48 AGS, GM, 2335, s. f. Van Asbroeck à Ricla (Camp de San Roque, mai 1780). AGS, GM, 2345, s. f. Hautregard à Lopez Lerena (Valladolid, 20 octobre 1786) : « Don Angel Castilla carece de la calidad de ser flamenco, su madre aunque hija de flamenco, ha nacido en España y que si se abre la puerta de admitir sujetos que no sean de las provincias flamencas, con el pretexto de alianzas, hay una infinidad de pretendientes a quienes siempre me he negado para conformarme a la voluntad de Su Majestad ». 50 AHN, Consejos, 13242, exp. 11. Mémoire Enrique Van Asbroeck (Madrid, 23 mars 1779). 49 197 faisant suite à l’espagnolisation des emplois de la Maison du roi sous Ferdinand VII, le nom « gardes wallonnes » est remplacé par celui de « premier régiment d’infanterie de la garde ». Une protestation strictement formelle du colonel sera la seule réponse du régiment51. Un conflit commun à toutes les armées modernes n’a pas la même signification, ni les mêmes conséquences dans un régiment étranger, que dans le reste de l’institution militaire. La différence ne tient pas dans une spécificité irréductible du premier, qu’elle soit ethnique ou juridique. Elle réside avant tout dans une configuration sociale endogamique sur laquelle repose l’institution. Par conséquent, les conflits larvés qui opposent les capitaines à leur colonel dans la plupart des armées d’Ancien Régime permettent, dans le cas des gardes wallonnes, d’exprimer le malaise d’une communauté qui traverse une crise d’identité sociale et professionnelle. La dénonciation de corruption se produit à un moment où une mutation interne de la composition du régiment risque de désagréger les liens sociaux. En visant le colonel, les capitaines mettent en cause le garant de la cohésion sociale de l’institution et de la communauté. La conséquence, probablement involontaire de leur action, est un approfondissement de la crise en raison de la vacance de l’emploi de colonel pendant dix ans. Quoiqu’il en soit, le conflit, qui passe par les voies normales de la conflictualité institutionnelle, sert de moteur à une redéfinition du lien social. La définition de la communauté, garantie par le colonel, n’est plus adaptée à l’évolution du contexte. En mettant en cause le commandant du régiment, le conflit bouscule l’organisation traditionnelle de l’institution et ouvre un espace de négociation pour une redéfinition des frontières de la communauté. 4. Conclusions : Quels sont les apports du déplacement méthodologique de la problématique des sociétés de frontière ? Ils sont de deux types. Le premier concerne la définition de la frontière. La transposition de la problématique dans un contexte non conventionnel a permis une relativisation mesurée de la notion de frontière. Celle-ci peut être entendue dans une acception moins marquée par la géopolitique. Sans les limiter aux confins politiques des royaumes, ni les associer pour autant à tous les statuts juridiques d’Ancien Régime, on pourrait dire que les espaces frontaliers se définissent par des configurations sociales floues qui s’identifient à un espace déterminé, qu’il soit social, territorial ou politique. Ces espaces sont la plupart du temps ouverts et disposent d’une grande capacité d’intégration. Ensuite, le dépaysement méthodologique, par l’analyse d’un conflit au sein d’une institution de frontière, permet de comparer des processus à l’œuvre dans des terrains que l’on a rarement tendance à rapprocher. Ainsi, les changements qui affectent l’institution étudiée ne sont pas fondamentalement différents de ceux qui touchent d’autres espaces frontaliers. Notre étude de cas a en effet révélé un point de rupture qui marque une évolution entre deux définitions de l’espace frontalier. Au départ, le corps des officiers a généré un système de définition de l’institution lié à la pratique professionnelle et aux sociabilités de corps. En se définissant sur base d’un réseau de relations, les officiers peuvent se dispenser de fixer des limites strictes à la communauté. Suite au conflit, l’institution communautaire finit par se scinder en deux entités distinctes. D’une part, elle a donné naissance à une définition de la communauté indépendante des pratiques professionnelles et qui se traduit en termes juridiques. De l’autre, elle a créé une définition de l’institution comme une pratique professionnelle indépendante des relations sociales qui s’y nouent. En somme, en même 51 H. Guillaume, Histoire des Gardes wallonnes au service d'Espagne, Bruxelles, 1858, p. XXX 198 temps que les relations professionnelles s’autonomisent, le langage juridique se substitue à la plasticité des liens sociaux pour fixer définitivement les frontières de la communauté. Ce phénomène a généralement été qualifié de moderne, et l’on en attribue souvent la paternité à l’Etat administratif. A la suite des thèses tocqueviliennes, on considère que le travail d’uniformisation des juristes et des administrateurs royaux a été prolongé et approfondi par les régimes libéraux au XIXe siècle. On constate en effet, dans la monarchie hispanique notamment, dès le XVIIe siècle, que le travail des juristes, appuyé par le pouvoir royal, s’attache à préciser les frontières de la communauté des natifs. Le langage juridique tend à concurrencer les pratiques sociales dans la définition de l’appartenance à la communauté du royaume52. De même, aux confins du royaume, le pouvoir royal est occupé à définir plus précisément les limites de son territoire, en passant d’une conception de la frontière entendue comme une zone à une définition en termes de ligne53. Dans la seconde moitié du XVIIIe siècle, la frontière, sociale, politique ou géographique, perd de sa souplesse à mesure qu’elle est investie par le langage administratif et juridique. Des espaces sociaux flous régulés par la flexibilité des tissus relationnels se voient fixer des limites précises. Or, notre étude de cas, si elle confirme cette mutation des espaces frontaliers, questionne le rôle moteur de l’Etat dans le processus. La fixation des frontières, par le biais du langage juridique, ne serait pas l’apanage des juristes royaux puisqu’une communauté menacée est capable de modifier elle-même la définition de ses limites dans une vaine tentative de protection de son intégrité. Par conséquent, la transformation de la notion de frontière à la fin de l’Ancien Régime n’est pas exclusive de l’Etat administratif. Elle naît vraisemblablement des expériences localisées de conflits qui ont progressivement modifié la culture juridique commune à tous les acteurs institutionnels d’Ancien Régime. 52 T. Herzog, Defining Nations. Immigrants and Citizens in Early Modern Spain and Spanish America, New Haven-Londres, 2003. 53 D. Nordman, Frontières de France. De l'espace au territoire XVIe-XIXe siècle, Paris, 1998 ; P. Sahlins, Frontières et identités nationales. La France et l'Espagne dans les Pyrénées depuis le XVIIe siècle, Paris, 1996. [1989]. 199 200 Brésil : Les nouvelles frontières du religieux Par Richard Marin Objet de l’article : mettre en lumière, sur le demi-siècle écoulé, le déplacement des frontières du champ religieux, aussi bien en ce qui concerne la dynamique de ses frontières internes que les mutations de son rapport au politique. La recomposition des frontières internes du champ religieux La fin du quasi monopole catholique Le premier déplacement significatif de frontière résulte de l’érosion rapide du quasi monopole exercé par le catholicisme dans le champ religieux. La perte d’influence de l’Eglise catholique brésilienne, telle que la mesurent les recensements, est un phénomène aujourd’hui bien connu et amplement analysé par les sciences sociales. Cette évolution, qui commence à devenir sensible dans les années 1960, alors que s’intensifie l’urbanisation du pays, s’accélère dans les années 1970. Au recensement de 1980, le pourcentage de catholiques passe légèrement audessous du seuil de 90%, s’abaisse à 83,3% en 1991 et tombe à 73,9% en 2000. Ce recul relatif, qui semble irréversible, est loin d’avoir partout la même intensité. En 2000, alors que dans plusieurs états du Nordeste et du Sud du Brésil, les indices de catholicité dépassent encore 80 %, ailleurs, ils peuvent être de vingt points inférieurs. Ainsi, l’Etat de Rio, le moins catholique du pays (57,2%), détient aussi le record des « sans religion » (15%), soit le double de la moyenne nationale. Ceci étant dit, en 2000, le Brésil comptait encore le chiffre impressionnant de 125 millions de catholiques. Même s’il est vrai que leur croissance s’effectue désormais à un rythme plus lent que celui de la population, le jour n’est pas encore venu où ils deviendront minoritaires. Un certain nombre d’explications à ce déclin sont à rechercher dans le phénomène de sécularisation qui n’épargne pas la société brésilienne, voire dans la demande post moderne d’un religieux de plus en plus individualisé, émotionnel et mouvant, répudiant en priorité les religions « traditionnelles », au sein d’un marché considérablement élargi de l’offre de salut1. Mais il convient aussi de ne pas sous-estimer les facteurs proprement organisationnels qui pointent les carences de l’Eglise catholique, en particulier l’insuffisance de sa réponse pastorale, en termes d’encadrement, face au défi des fortes migrations vers les régions pionnières ou les grandes métropoles2. La croissance pentecôtiste Ce recul relatif de l’identité catholique brésilienne correspond à un processus de diversification ou de dérégulation religieuse. Il repose sur la forte croissance des « sans 1 Antônio Flávio Pierucci, "Bye bye, Brasil": o declínio das religiões tradicionais no Censo 2000”, Estudos avançados, déc. 2004, vol.18, no.52, p.17-28. 2 Sur le thème, se reporter notamment à Alberto Antoniazzi, « Pourquoi le panorama religieux du Brésil a-t-il tant changé ? » , publié en encart dans le Bulletin hebdomadaire de la Conférence nationale des évêques brésiliens (CNBB), les 18 et 24 novembre 2004, traduction DIAL n° 2816, du 1-15 juillet 2005. 201 religion » et, surtout, des Eglises évangéliques3, les autres religions minoritaires (spiritisme, umbanda, religions orientales, judaïsme, islam…) stagnant aux environs de 3% depuis plus de deux décennies. Au sein des Eglises évangéliques, les évolutions sont divergentes. D’un côté, le protestantisme de mission ou « historique », primitivement établi aux lendemains de l’indépendance dans les communautés germaniques des Etats méridionaux, sous la forme du luthéranisme, ensuite rejoint par méthodistes, épiscopaliens et presbytériens, est globalement en recul. Les différentes Eglises de ce protestantisme de tradition plutôt libérale manifestent une prédilection marquée pour le développement d'œuvres sociales, recrutent de préférence dans les couches moyennes urbaines et vivent en général en bonne intelligence avec l’Eglise catholique. Par bien des aspects, elles se distinguent des Eglises pentecôtistes à l’origine du protestantisme évangélique de masse qui pèse de manière décisive dans l’accroissement rapide du nombre des réformés : 3,4% de la population en 1950, 9% en 1991 et 15, 6% en 2000. A cette dernière date, 17 des 26 millions de fidèles évangéliques appartenaient à une des dénominations pentecôtistes. Ce protestantisme piétiste et de conversion, apparu au début du siècle chez les méthodistes noirs, texans et californiens, avait déjà touché le Brésil à la veille de la Première guerre mondiale. Toutefois, c’est seulement après 1945 que le « réveil protestant » entame sa conquête des périphéries urbaines du pays. Basé sur le baptême du Saint-Esprit, il est censé opérer une réactualisation des charismes de l’Église primitive en conférant aux chrétiens des pouvoirs extraordinaires, à l’égal de ceux des apôtres visités par Dieu le jour de la Pentecôte. Comme le don de parler en langues étranges (glossolalie) ou celui d’accomplir des miracles, surtout de guérison. Le plus souvent publique, la manifestation de ces dons confère au culte un fort contenu émotionnel qui le distingue nettement des cultes réformés traditionnels où la relation avec Dieu est d'abord d'ordre strictement privé. Ce pentecôtisme « classique », dont l’Assemblée de Dieu est le prototype, exerce un contrôle total sur l’existence de ses adeptes, assujettis à des prescriptions rigoureuses. Pendant longtemps, il s’est singularisé par son repliement sur la pratique religieuse, sa présence réduite sur la scène sociale et sa répugnance à l’égard de la politique considérée comme relevant du « monde » placé sous l’emprise de Satan. Toutefois, le vote des fidèles était plutôt conservateur et les pasteurs, en général complaisants à l’égard du régime des généraux-présidents trop heureux de cet interlocuteur religieux de substitution à l’Eglise catholique entrée en dissidence. L’émergence du néo-pentecôtisme Au sein même de la nébuleuse pentecôtiste, de nouvelles frontières dessinant de nouveaux territoires se font jour dans les années 1970 avec l’apparition du néo-pentecôtisme des Eglises « électroniques » ou « télévangéliques », à la croissance extrêmement rapide et aux caractéristiques bien différentes4. Plus agressives, elles ont su adapter leur prosélytisme aux exigences de la société de masse. Après avoir revendiqué sans complexe leur part du marché religieux elles ont, dans un second temps (voir infra), réclamé tout leur espace dans la vie sociale et politique. L’Eglise Universelle du Royaume de Dieu (EURD) à l’expansion fulgurante, en est la meilleure des illustrations. Fondée en 1977 dans l’entrepôt d’une entreprise de pompes funèbres en faillite des faubourgs de Rio par Edir Macedo, un ancien 3 J’utilise ici le terme « évangélique » dans sa signification brésilienne qui inclut l’ensemble des familles du protestantisme, tant historique que pentecôtiste. Mon usage ne désigne donc pas, comme c’est courant dans l’acception française, le seul protestantisme du « réveil religieux », apparu au XIXe siècle. 4 Voir André Corten, « Pentecôtisme et néo-pentecôtisme au Brésil », Archives des Sciences Sociales des Religions, 1999 (janv.-mars), p. 163-183. 202 employé de la loterie, elle est, trente ans plus tard, une impressionnante multinationale de la foi, présente dans 80 pays. Entreprise commerciale non dissimulée, qui se distingue de ses concurrentes par sa capacité tout à fait exceptionnelle à drainer les ressources de ses fidèles, elle a laissé derrière elle tout un parfum de scandale5. L’EURD est aujourd’hui à la tête d’un empire économique de type congloméral dont la chaîne de télévision Rede Record, rachetée en 1990 pour 45 millions de dollars, constitue le fleuron et le principal instrument de prosélytisme. Socialement moins structurant que le premier pentecôtisme, beaucoup moins exigeant en matière de morale et de mœurs, plus fluide, le néo-pentecôtisme joue sur un tout autre registre capable de séduire des fidèles peu enclins à l’austérité ou au renoncement. Participant d’une entreprise fonctionnelle et de service, son offre religieuse est mieux adaptée aux attentes de la société de consommation. Le sociologue Flávio Pierucci en parle comme d’un « fast-food de la foi » dont une grande part de la force tient à sa capacité à fournir une réponse immédiate et spectaculaire aux souffrances et aux manques ressentis. Au titre des ses principaux atouts : les séances d’exorcisme ou de « guérison divine », dans une société qui fabrique des malades par millions ou, encore, sa « théologie de la prospérité » ou de « la confession positive », selon laquelle santé, aisance et amour sont conformes aux désirs du Créateur et constituent une sorte de contre don plus ou moins explicite de l’obole du fidèle au temple. Avec des slogans du type « chez nous le miracle est naturel », le surnaturel est mis à la portée de tous et recoupe d’une certaine manière le vieux fonds du catholicisme populaire rural. Par-delà leur extrême diversité, les églises pentecôtistes, très largement féminisées, ont en commun de toucher les populations pauvres - les crentes se distinguant par un niveau de revenu et de scolarité très inférieurs à la moyenne nationale mais aussi à l’ensemble des autres religions. C’est ce que révèle bien l’étude récente de l’ESEB selon laquelle 70,3 % des fidèles des Eglises pentecôtistes ont un revenu maximum de deux salaires minimum contre 58,3% des fidèles des autres religions ; à l’inverse, ils ne sont que 6,8% dans la tranche des revenus élevés contre 16,7% pour les autres confessions6. Géographiquement, si les gros bataillons pentecôtistes sont urbains et périurbains, avec leurs concentrations les plus fortes dans les Etats de Rio et de São Paulo, c’est sur la frontière agricole des Etats du Nord (Acre, Amazone, Amapá) où des migrants déracinés et abandonnés par les pouvoirs publics viennent chercher de meilleures conditions de vie, qu’ils sont le mieux implantés. Le déplacement des frontières entre religion et politique Ce déplacement est le résultat d’un double processus dont on repère aisément les étapes de la mise en place ces vingt dernières années. D’un côté, l’Eglise catholique, désinvestit partiellement un espace politique dans lequel elle était jusque-là omniprésente ; de l’autre, les pentecôtistes entrent ouvertement dans l’arène politique et partisane, sur une base le plus souvent clientéliste 5 L’Eglise Universelle est sous le coup d’inculpations de fraude fiscale et d’exportation illégale de bénéfices. Une forte présomption de liens étroits avec le narco-trafic colombien, suspect d’avoir financé l’achat de la télévision Rede Record, pèse également sur elle. En 1992, Edir Macedo a été emprisonné durant deux semaines pour détournement fiscal et pour charlatanisme. Il vit depuis aux Etats-Unis. 6 L’enquête de l’Estudo Eleitoral Brasileiro (ESEB), réalisée au dernier trimestre de 2002, a été conduite au niveau national à partir de 2513 entretiens. Ses résultats sont analysés dans Simone R. Bohn, “Evangélicos no Brasil: perfil socioeconômico, afinidades ideológicas e determinantes do comportamento eleitoral”, Opinião Publica, Oct. 2004, vol.10, no.2, p. 288-338. 203 La conférence épiscopale : un acteur moins déterminant de la scène politique On sait quel fut le rôle, dans les années 1970, de la conférence des évêques brésiliens (CNBB7) qui passait alors pour « la plus progressiste du monde », dans la lutte contre la dictature de sécurité nationale. Dans ces années-là, la CNBB fédérant la résistance au régime, exerce toute la plénitude de sa fonction tribunitienne supplétive. En dénonçant, comme elle le fait, au nom d'impératifs évangéliques et de valeurs morales, les actes arbitraires du régime et des groupes dominants, elle se transforme en porte-drapeau de la société civile, jouant de fait le rôle qui incombe à des institutions et des organisations politiques laïques dans un régime pluraliste. Ce faisant, elle s'attire la sympathie de secteurs démocratiques sans cesse plus larges qui la poussent à adopter une attitude de résistance de plus en plus vigoureuse. Pendant cette phase, dom Evaristo Arns, le cardinal-archevêque de São Paulo, est un protagoniste fondamental. C'est pratiquement sous son inspiration que la Conférence construit l'essentiel de la plate-forme politique appelée à devenir celle de l'opposition toute entière : fin de la torture et de la loi de sécurité nationale, annulation de l'AI5, amnistie générale, etc. A partir du début des années 1980, avec l'Abertura democrática, et alors que renaissent les partis, la conférence épiscopale commence à désinvestir l'espace proprement politique. L'heure est désormais aux grands documents économiques et sociaux, au nom du « bien commun » : dénonciation du modèle de développement inégalitaire et excluant, déclarations en faveur de la réforme agraire…A quelque chose prêt, cette ligne est encore en vigueur aujourd’hui, malgré le reflux de la théologie de la libération et la reprise en main par Rome de la conférence des évêques8. S’il n’est pas douteux que la CNBB ne dispose plus de la forte légitimité qui fut la sienne dans les années 70, la troisième conférence épiscopale du monde dispose encore de solides relais pour peser sur les grandes orientations du pays9. Interlocutrice écoutée de l’Etat, celuici ne saurait sans dommage durablement ignorer ses prises de position. Ainsi, le 1er mai 2004, au monastère d’Itaici, pour le 50e anniversaire de la CNBB, le président Lula –une première dans les annales républicaines !- a-t-il comparu devant les 305 évêques. Avant de s’exprimer longuement en sollicitant l’appui de l’institution, il a écouté Dom Jaime Chemello, son président, évoquer la “légitime autonomie de l’autorité civile” ainsi que la volonté de l’Eglise de collaborer avec le gouvernement “de forme critique et libre, pour la défense de la vie, la famille et de la justice sociale”. Et, il est vrai que les critiques au gouvernement, par la suite, n’ont pas manqué : de la condamnation de sa politique familiale (légalisation de l’avortement en cas de viol) à sa politique économique qui, au dire du secrétaire général de la CNBB a transformé le pays en « paradis des financiers »10, au détriment de l’ensemble de la population. Toutefois, la CNBB n’intervient pas dans la politique partisane et le petit parti démocrate chrétien n’a jamais décollé au Brésil, à la différence du Chili ou du Venezuela, faute de son appui. S’il est bien vrai que des clercs concourent à des charges électives – une centaine pour les élections de 2000, dont 70% pour des charges de maire – ce ne sont que des initiatives individuelles qui n’engagent en rien l’Eglise. Conferência Nacional dos Bispos do Brasil En vingt ans de pontificat, Jean-Paul II a renouvelé plus de la moitié des évêques en activité en donnant systématiquement sa préférence à des conservateurs avérés ou à des modérés bon teint. 9 Pour s’en tenir au début du mandat présidentiel de Lula : le dominicain Frei Betto était conseiller spécial du président, Marina Silva, ministre du milieu naturel était une ancienne militante des Communautés ecclésiales de base (CEBs) de l’Acre, José Fritsch, ministre de la Pêche, également ancien militant des CEBs Henrique Meirelles, président de la Banque centrale ancien militant de la Jeunesse lycéenne catholique, Olívio Dutra, ministre de la ville, ancien militant de la pastorale ouvrière 10 - 16h30- Brasília, 1 mar (EFE).- D. Odilo Pedro Scherer, O secretário-geral da Conferência Nacional dos Bispos do Brasil (CNBB), le 01/03/2006 7 8 204 Chez les pentecôtistes, c’est une toute autre conception qui a prévalu. Le nouvel acteur pentecôtiste Au milieu des années 1980, alors que le Brésil amorce la reconstruction d’un nouvel ordre démocratique, les pentecôtistes, enhardis par la progression du nombre de leurs fidèles, entrent en politique. Ils ne l’ont pas quittée depuis. Les évangéliques, redoutant la capacité de la CNBB à faire pression sur la Constituante afin d’infléchir la charte fondamentale dans un sens encore plus favorable aux catholiques, décident de plonger dans le grand bain électoral, en novembre 1986. Pour un coup d’essai, c’est un coup de maître : 32 députés fédéraux crentes, dont 18 pentecôtistes, sont élus sur les listes de différents partis. Rapidement, ils forment un intergroupe parlementaire. La « bancada évangélica » est née. Par la suite, l’opération sera systématiquement reconduite, avec un succès jamais démenti11. Au point qu’aux dernières élections de 2002, les crentes élirent 4 sénateurs et 62 députés fédéraux, la quatrième force de la Chambre. Sûrs d’eux-mêmes, les « vrais chrétiens » se plaisent désormais à rappeler que dans la « bataille spirituelle » en cours, Dieu leur enjoint d’occuper un maximum de postes. Adelor Vieira, coordonnateur de leur intergroupe parlementaire à Brasilia, exprimait sans détours ces ambitions dans un entretien de 2004 : Notre but c’est d’élire le plus grand nombre de conseillers municipaux dans toutes les villes, d’avoir au moins un évangélique dans toutes les conseils municipaux. C’est un objectif que nous cherchons à atteindre tous les ans. Nous voulons influencer la société de manière positive, ce qui suppose l’occupation de certains espaces. Nous ne voulons pas seulement des espaces dans le Législatif. Nous en voulons aussi dans l’Exécutif. Pour le Judiciaire, c’est une autre question, mais nous voulons aussi de bons magistrats. Nous avons déjà de nombreux maires, mais nous en voulons davantage […] Notre intention c’est de contribuer à un Brésil meilleur et socialement plus juste. Nous ne pourrons y parvenir qu’en participant12. Comment comprendre le nouveau rapport de force en voie d’instauration dans le champ politique brésilien et la rapidité de cette percée crente ? L’analyse des stratégies électorales et de mobilisation de l’électorat protestant en livre bien des clés. Le modèle le plus élaboré et le mieux rodé de machinerie politico-religieuse est, de très loin, celui de l’EURD13. Comme sa remarquable efficacité a permis à l’Eglise d’Edir Macedo de passer d’un député fédéral (1986), à 22 et 2 sénateurs (2002) – elle sert de référence pour les autres dénominations qui, à des degrés divers, s’efforcent d’imiter ses méthodes. Pour s’assurer un maximum d’élus, l’EURD accorde beaucoup de soin à l’analyse de la carte électorale nationale : mesure du potentiel crente local, recherche des partis susceptibles d’accueillir ses candidats et sélection des circonscriptions en privilégiant celles qui offrent les plus grandes chances de succès en exigeant un minimum de suffrages. Toutes ces informations, rassemblées au niveau local, sont ensuite transmises à l’évêque Rodrigues, coordonnateur politique national entre 1996 et octobre 2005, date à laquelle il doit Toutefois, quelques grandes Eglises évangéliques comme la Congregação Cristã do Brasil et Deus e amor continuent à rester à l’écart de l’engagement partisan. 12 Sonia Mossri, Edson Sardinha, « Púlpito dividido », site Congresso em foco (du Congrès National brésilien), 4 mars 2004. [http://www.congressoemfoco.com.br/] 13 Pour la stratégie politique de l’EURD : Ari Pedro Oro, « The politics of the Universal Church and its consequences in the Brazilian religious and political fields », Revista brasileira de Ciencias sociais, Oct. 2003, vol.18, no 53, p. 53-69. 11 205 démissionner pour implication dans une affaire de corruption. C’est en tenant compte de tous ces facteurs, avec toujours en tête les intérêts supérieurs de l’Eglise, que s’opère alors le choix des circonscriptions et des candidats. Pendant la campagne, l’EURD mobilise sans retenue les moyens énormes dont elle dispose. Ses œuvres, ses milliers de temples, l’hebdomadaire A Folha distribué à 2 millions d’exemplaires, le mensuel Plenitude qui tire à plus de 300 000, son réseau radiophonique et télévisuel (TV Record et TV Mulher) - sont mis au service des candidats officiels de l’Eglise désormais porteurs du charisme de l’institution dans son combat contre les forces du mal. Aucune autre dénomination protestante n’a pu ou n’a voulu mettre en place un dispositif aussi sophistiqué, centralisé et autoritaire. Ainsi, dans le Rio Grande do Sul, étudié par Pedro Oro, quand l’Assemblée de Dieu ou l’Evangile quadrangulaire décidèrent, à partir de 2000, de lancer, sans systématisme, des candidatures officielles, entière liberté de vote fut laissée aux fidèles, y compris en faveur de candidats non évangéliques. Les deux Eglises ne faisaient ainsi que se conformer aux recommandations de l’Association Evangélique Brésilienne qui, dans un document sur le “Vote éthique”, rédigé pour les élections de 2002, préconisait dans son “Décalogue évangélique” : “Qu’aucun chrétien ne se sente obligé à voter pour un candidat par le simple fait qu’il se proclame chrétien évangélique » (VIe commandement) et que, « dans le domaine de la politique partisane, l’opinion du pasteur doit être écoutée comme celle d’un citoyen et non comme une prophétie divine » (Xe commandement)14. Autant dire que si les crentes peuvent constituer un vivier électoral, celui-ci est loin d’être entièrement captif. Les études consacrées à la candidature du presbytérien Anthony Garotinho, arrivé en troisième position au premier tour des présidentielles de 2002, avec plus de 15 millions de suffrages, l’ont bien montré15. Ainsi, l’enquête postélectorale a-t-elle révélé que 51.3% des évangéliques s’étaient retrouvés sur son nom, ce qui signifie aussi que près de la moitié d’entre eux avaient opté pour les candidats non crentes ! Et pourtant, même si cette fidélité électorale est loin d’être toujours garantie, aucune stratégie politique ne se risquerait aujourd’hui à faire l’impasse sur l’hypothétique mobilisation du vote crente. Sur ce plan, les présidentielles de 2002 ont marqué un tournant, tant cette préoccupation se manifesta avec force tout au long de la campagne. Ainsi, du choix fait par Lula de José Alencar pour la vice-présidence. Certes, l’option en faveur de ce grand industriel conservateur du textile était censée lui rallier une partie les milieux d’affaire. Mais, en même temps, le candidat du Parti des Travailleurs (PT) ne négligeait sans doute pas le fait que son appartenance au petit Parti Libéral, sur lequel, de notoriété, l’EURD avait jeté son dévolu, pourrait lui rallier une partie des électeurs évangéliques. Pour le deuxième tour, Lula et José Serra, du Parti Social Démocrate Brésilien (PSDB), restés en lice, se livrèrent très ostensiblement à la chasse au vote protestant qui se divisa entre les deux camps. Aussi, tout naturellement, le 31 mars 2003, le nouveau président reçut-il au Planalto une quarantaine de dirigeants évangéliques qu’il remercia pour leur soutien électoral. Au dire des journaux, il profita de l’occasion pour dire sa volonté de voir mettre fin à la « discrimination religieuse ». En retour, ses hôtes le bénirent en le qualifiant de « bon samaritain ». En août, faisant droit à certaines revendications des crentes qui se plaignaient d’être trop peu associés à la gestion des programmes sociaux gouvernementaux, Benedita da Silva, ministre de l’Assistance sociale et fidèle de l’Assemblée de Dieu, intégrait quinze représentants d’Eglises évangéliques à un groupe de travail sur différents projets sociaux de son ministère. Ari Pedro Oro, op. cit. Cesar R. Jacob, Dora R. Hees, Philippe Waniez e Violette Brustlein, Atlas da filiação religiosa e indicadores sociais no Brasil, Rio de Janeiro/Editora PUC-Rio, São Paulo/Edições Loyola, 2003. 14 15 206 En octobre 2004, pour les municipales, on vit à nouveau se déployer bien des tentatives de séduction de l’électorat crente. A São Paulo, alors que Francisco Rossi, évangélique proclamé, avait réalisé un bien maigre score, les deux candidats du second tour, la mairesse sortante Marta Suplicy (PT) et le vainqueur final, José Serra fréquentèrent assidûment réunions et temples évangéliques. Plus prévoyant encore, compte tenu de la forte présence de crentes dans l’ancienne capitale, Luiz Paulo Conde, candidat du Parti du Mouvement Démocratique Brésilien (PMDB) à la mairie de Rio, choisit comme maire-adjoint le pasteur Manoel Ferreira, de l’Assemblée de Dieu ! Doit-on considérer cette présence grandissante des crentes dans la vie publique comme une menace pour le fonctionnement du système démocratique ? Sont-ils en mesure de le pervertir en lui imposant leurs pratiques et leur système de valeur? Cette analyse, largement répandue, appelle, on s’en doute, une réponse prudente. Versons d’abord au dossier quelques comportements évangéliques inquiétants, fort éloignés des héritages de la culture libérale et qui ne vont guère dans le sens de la démocratie. Ainsi du mépris plus ou moins explicite que nombre d’entre eux manifestent à l’égard des partis et de la politique, fondamentalement corrompue par la présence du démon ? Davantage que la moyenne des députés ou sénateurs – et pourtant, il est arrivé qu’en trois ans, jusqu’à un tiers des députés changent de parti16 ! - avec encore plus de cynisme, ils vont d’une formation à l’autre, au gré des intérêts de leur Eglise. D’ailleurs, face au projet de réforme parlementaire qui entend remédier aux plaies les plus criantes du système, l’obstruction du groupe évangélique est de tous les instants. De quoi s’agit-il ? Pour l’essentiel, de faire passer de un à deux ans la période minimale pendant laquelle un parlementaire doit rester lié à un parti pour lequel il prétend concourir à l’élection suivante et d’instaurer un scrutin de liste fermée. L’adoption de telles mesures, en limitant considérablement les possibilités du clientélisme et de la négociation dont les pentecôtistes sont coutumiers leur serait grandement préjudiciable. En rendant inopérante leur stratégie électorale, il deviendrait très difficile de rééditer des parcours équivalents à celui du député crente Philemon Rodrigues. Celui-ci, après trois mandats législatifs dans le Minas Gerais, a passé le flambeau du parti (le PL) et le domicile électoral a un autre crente, João Paulo Silva, en 2002 et s’est porté candidat en Paraíba, quelques milliers de kilomètres plus au Nord, sous l’étiquette du Parti Travailliste Brésilien (PTB). Les deux ont été élus. Avec l’instauration de la fidélité partisane et de listes fermées sous contrôle des partis, de telles manœuvres deviendraient impossibles. Quel parti accepterait de placer un évangélique, fraîchement débarqué en position éligible sur sa liste ? Toutefois, à y regarder de près, ces pratiques clientélistes déplorables, sont-elles si étrangères à la culture politique brésilienne ? Poser la question c’est en grande partie y répondre. De même, portés par une vision sectaire et corporatiste de la politique, bien des élus évangéliques conçoivent leur mandat comme une succession de pratiques de lobbying : vote monnayé en échange de ressources pour leurs Eglises, de publicités fédérales pour leurs moyens de communication ou de concessions de canaux de radio et de télévision. Là aussi, sont-ils vraiment si singulier dans le paysage politique national? Dans d’autres cas, les dérives vont bien plus loin et attentent gravement à la séparation des Eglises et de l’Etat. Ainsi de l’introduction, en 2004, de l’enseignement confessionnel de la religion dans les établissements publics de l’Etat par Rosinha Garotinho, gouverneur de Rio. 16 Entre 1991 et 1993, à la Chambre des députés à Brasilia, 170 élus (33,8% do total) ont changé 236 fois de parti, certains jusqu’à sept fois en moins de trois ans ! In Lúcio Reiner, “Fidelidade partidaria”, Consultor Legislativo da Área XIX, Câmara dos Deputados, Consultoria Legislativa, Brasília, Juin 2001, http://www.camara.gov.br/internet/diretoria/Conleg/estudos/107706.pdf. 207 Ce qui s’est parfois traduit par la diffusion de la conception créationniste du monde que, d’ailleurs, elle-même partage17. Que dire, enfin, du triomphalisme de certains députés ou sénateurs qui, en tant qu’ « élus de Dieu », tiennent leurs pairs en piètre estime et, sans se lasser, clament qu’eux et eux seuls sont appelés à prendre la tête du seul combat qui vaille : celui de la restauration spirituelle de la nation ? Dans une direction opposée, on peut alimenter le dossier de quantité de pièces qui tendent à montrer que les crentes, fidèles comme élus, de plus en plus perméables aux valeurs de la société et du monde politique, perdent au fil des ans une part de leurs spécificité. Ils constituent d’autant moins une menace pour la démocratie qu’ils y participent à partir d’un processus de dispersion partisane et que l’idée d’un parti des évangéliques, comme il existe au Salvador, au Nicaragua ou en Haïti, n’a jamais été sérieusement envisagée. En 2001, à la fin de la précédente législature, leurs députés au Congrès national se distribuaient à peu près équitablement entre les partis dits de « droite » et ceux de « gauche » : 25 députés évangéliques étaient alors dans l’opposition et 32 dans la majorité gouvernementale. En 20 ans, l’inflexion vers le centre-gauche, voire, pour une minorité, vers la gauche a été nette. N‘oublions pas que, jusqu’à il y a peu, Benedita da Silva, crente de l’Assemblée de Dieu, fut une des étoiles du PT : première député fédérale noire (1986), sénatrice (1994), vicegouverneur (1998-2002), gouverneur de l’Etat de Rio de Janeiro (2002-2003) et, enfin, ministre. Que dans la présente législature, le PT compte cinq députés fédéraux et que, parmi les fidèles, une gauche évangélique commence à s’affirmer. Différente de l’ancienne gauche protestante œcuménique, elle défend souvent des positions théologiques conservatrices couplées à des options sociales avancées. Ainsi le Mouvement Evangélique Progressiste (MEP), créé en 1990, représenté dans la quasi-totalité des Etats brésiliens, qui entend « affirmer la compatibilité entre la foi chrétienne réformée, protestante et évangélique avec la démocratie et le socialisme » et veut « encourager le militantisme dans les partis de gauche, les mouvements sociaux et divers syndicats18. » Que penser aussi des nouvelles orientations politiques de l’EURD, pour des raisons sans doute plus corporatistes et pragmatiques qu’idéologiques ? Longtemps bête noire du progressisme, elle fut, trois présidentielles durant (1989, 1994, 1998), l’adversaire le plus déterminé de Lula, présenté comme candidat du démon et du communisme athée. Pourtant, en 2000, ont vit se nouer de surprenantes alliances municipales entre le PT et l’EURD, cette dernière, se réclamant alors d’une « exigence éthique » en politique qu’elle identifiait volontiers au parti de Lula. Mais le coup de théâtre intervint vraiment en 2002 quand l’Eglise d’Edir Macedo, après avoir appuyé le presbytérien Garotinho au premier tour, mobilisa toute sa puissance de feu au service de Lula, volant peut-être ainsi au secours de la victoire. Comme autre signe de la mutabilité et de la grande capacité d’adaptation des crentes, certains observateurs n’hésitent plus à parler de l’émergence d’un néo-populisme voire d’un « théopopulisme » dont ils seraient désormais les représentants19 ; comme une sorte de syncrétisme capable de coupler tradition politique brésilienne et logique religieuse. Dans les années 1990, l’essor du néo-libéralisme et le désengagement de l’Etat ont laissé de vastes secteurs à l’abandon que certaines Eglises ou personnalités évangéliques se sont empressées d’investir. On les vit alors multiplier les œuvres sociales, se lancer dans un discours populiste, “Rosinha contra Darwin”, Epoca, Edição 314 , mai 2004 “Carta de Belo Horizonte”, VI Congresso Nacional, do MEP, 1-2 novembre 2003. 19 Corten, André, Mary André, « introduction », in Corten, André, Mary André (Eds,) Imaginaires politiques et pentecôtismes : Afrique/Amérique latine, paris, Karthala, 2001, p. 11-38. 17 18 208 antiélitiste et antisystème, nourri d’une rhétorique sur les pauvres et la religion des exclus, assimilée à la leur. Anthony Garotinho, qui eut comme mentor politique, Leonel Brizola, le vieux cacique du travaillisme brésilien, en est la meilleure des illustrations. Converti au presbytérianisme en 1994, à la suite d’un accident d’automobile, il a connu une rapide ascension politique qui l’a mené de la mairie de Campos, dans le nord pauvre de l’Etat de Rio, à la présidentielle de 2002, en passant par la conquête du gouvernement de Rio en 1998, dans lequel il a réussi à installer son épouse à sa suite. Comme l’a bien analysé Regina Novaes, sa pratique politique associe en permanence le clientélisme hérité du vieux populisme, encore vivace à Rio, et l’instrumentalisation du réseau crente. Utilisateur expert des moyens de communication de masse (radios, TV), il lance des programmes sociaux spectaculaires mais rarement inscrits dans la durée, témoigne d’une capacité hors pair à nouer des alliances politiques et à mobiliser la nébuleuse évangélique. En tant que gouverneur de l’Etat, dans une parfaite confusion des genres, il n’a pas hésité à se servir des temples comme médiateurs et gestionnaires de ses programmes sociaux. Ce réseau, qui avait sa confiance, était bien implanté dans les zones les plus misérables de la ville - il existe des favelas à Rio avec plus de 30 temples contre une seule Eglise catholique ! - et s’offrait, en outre à travailler bénévolement20. A partir de tout ce qui précède, il semble difficile d’assimiler l’univers crente brésilien à celui de la New Christian Right des Etats-Unis auquel certains l’ont comparé, un peu hâtivement. Si, dans les grands traits, on retrouve bien, ici et là, le même combat pour les « valeurs morales », que de différences, aussi. Comme le rappelle André Corten, le pentecôtisme latinoaméricain et donc brésilien est plus un « expérientialisme » qu’un fondamentalisme assimilable au modèle étasunien21. Ses racines sont différentes et, s’il se sert des Ecritures, c’est non pas comme source cognitive mais comme source rituelle. De plus, on peinerait à trouver au Brésil un militantisme agressif, radical voire raciste équivalent à celui des groupes ultra-conservateurs de la république du Nord. Si le pouvoir leur en était laissé, ces derniers interdiraient volontiers la contraception, les relations homosexuelles, voire le divorce, évinceraient les femmes des emplois et restaureraient le pouvoir des protestants blancs. Autre différence de taille : alors que les crentes brésiliens sont présents dans la plupart des familles politiques, la New Christian Right est organiquement liée au Parti républicain. Enfin, comme l’a révélé une enquête de 2002, les évangéliques brésiliens, pauvres en majorité, se déclarent, pour près de ¾ d’entre eux, favorables à l’intervention sociale de l’Etat (Education, santé) et ne sont pas des défenseurs obstinés de l’initiative privée22. En cela, ils n’épousent en rien l’ultralibéralisme de leurs homologues étasuniens. Conclusion A propos de ces déplacements de frontières qui pointent les dynamiques dominantes du champ religieux, la conclusion s’interrogera sur deux aspects : 1/Les perspectives d’évolution du champ proprement religieux, en nuançant la prétendue irréversibilité du raz de marée pentecôtiste. Autant on peut être sceptique sur la capacité de l’appareil catholique a enrayer les évolutions en cours, autant l’hypothèse de voir surgir une Marcelo Beraba, « Religião e mídia são a base de neopopulismo», Folha de S. Paulo, 07/04/02 André Corten, « Pentecôtisme et politique en Amérique latine », p. 22. 22 Simone R. Bohn, op. cit. 20 21 209 grande entité protestante, unifiant autour d’elle une partie du champ religieux, n’est pas plus vraisemblable. Historiquement, le dynamisme des pentecôtistes a toujours tenu à leur propension à se diviser, à faire surgir de nouveaux groupuscules se disputant le contrôle des âmes. Est-il tout à fait exclu d’imaginer une fragmentation accrue de la sphère religieuse, à l’image du marché économique, avec une offre démultipliée, sans cesse mieux adaptée au désarroi des populations ? Des cultes de proximité ou de service, accordant une grande place à la participation et à l’émotion des fidèles et, au dogme, une place réduite ? Sur ce marché, pentecôtistes et charismatiques catholiques sont également bien placés. 2/Les mutations à prévoir du religieux en politique. - s’agissant des évangéliques : à côté d’une attitude purement clientéliste et corporatiste bien présente, d’autres modalités du rapport au politique se font jour : on voit désormais certains secteurs « crentes » élaborer un discours sociopolitique plus consistant auquel ne sont sans doute pas étrangers certains compagnonnages politiques. Preuve que le pire n’est jamais sûr : les pentecôtistes paraissent solubles dans la démocratie. - Ne pas sous estimer la capacité de la CNBB à infléchir la décision politique sans pour autant recourir à l’appel au vote partisan. Toutefois, le jeu est devenu pour elle plus complexe face à un Etat appelé à composer avec d’autres acteurs religieux. Les présidentielles d’octobre 2006 permettront de mesurer tout le poids des acteurs religieux auxquels les candidats déjà en campagne consacrent toute leur attention23. Ainsi, par exemple, début avril 2006, le président de la République s’est-il rendu à Porto Alegre, à la 9e assemblée du Conseil Mondial de Eglises où il a discouru devant un parterre de délégués de 350 églises, dont une majorité de protestants. 23 210 Les Tabarkins : une communauté de frontières Sadok BOUBAKER Université de Tunis La « Berbérie orientale », pour reprendre l’expression de Robert Brunschvig24, a connu entre la fin du XVè siècle et le XIXè siècle une recomposition territoriale qui a conduit à la configuration actuelle des grands ensembles « nationaux », mais pas forcément dans le détail des frontières. Concernant la période moderne, cette région a été soumise à deux dynamiques : la déliquescence du royaume Hafçide qui a provoqué la constitution de plusieurs entités territoriales éphémères d’un côté; de l’autre la pression conquérante de la monarchie castillane et de l’empire ottoman. Au XVIè siècle plusieurs territoires de cette région ont changé de main et furent soumis à des souverainetés différentes. Cependant, avec l’affirmation de l’autorité ottomane depuis la Tripolitaine jusqu’en Oranais, on assiste à une nouvelle configuration des espaces politiques, s’articulant autour des trois régences dépendantes du sultan. Cependant si dans l’ensemble le triomphe ottoman a fait évacuer les présides espagnols de la région, les frontières entre les trois provinces mettront du temps avant de connaître une certaine stabilité. Les délimitations ont été de nouveau remises en question à l’époque coloniale. Cette évolution a généré l’existence de certains statuts particuliers pour des régions comme Jerba et Tabarka, par exemple. La première longtemps considérée comme un territoire relevant directement d’Istanbul ; alors que la deuxième, convoitée depuis le Moyen Age par les villes marchandes italiennes a été occupée par les espagnols et cédée pendant deux siècles à Gênes. Mais entre le XVIIè et le XVIIIè siècles les deux territoires insulaires furent récupérés par la régence de Tunis. La différence, entre ces deux cas, au-delà des caractéristiques physiques et géographiques des deux îles réside dans le fait que l’une était habitée majoritairement par une population musulmane majoritairement ibadhites, considérés comme une minorité dans l’Islam qui a été intégrée dans la société tunisienne ; alors que l’autre, Tabarka, a été occupée jusqu’en 1741 par une communauté chrétienne, devenue une minorité non musulmane dans un pays qui l’était majoritairement. Nous ne pousseront pas la comparaison plus loin mais nous limiteront notre propos à Tabarka, aux conséquences de la position frontalière sur la communauté tabarkine au fil du déplacement des limites territoriales. 24 Par référence au livre de R. BRUNSCHVIG, La Berbérie orientale sous les Hafsides des origines à la fin du XVè siècle, Paris, 1940-1947, 2 vol. 211 L’îlot de Tabarka : une place frontalière convoitée par la monarchie espagnole d’un côté, 25 l’Empire ottoman et ses provinces de l’autre . A) Tabarka et les souverainetés européennes : L’île de Tabarka fait partie de toute une série de comptoirs et de places de pêche du corail situés sur la côte nord ouest du royaume Hafçide qui depuis le Moyen Age intéressaient les villes et les royaumes du bassin occidental de la Méditerranée. Cette même région a pris une autre importance stratégique depuis le début de l’affrontement, entre les ottomans- installés à Alger depuis 1517- et les espagnols venant d’occuper Tunis en 1535. C’est dans ce contexte que l’île de Tabarka est devenue une place forte espagnole entre 1535 et 1540. Il y a bien une légende sur le troc qui aurait eu lieu entre Charles Quint et Khair-eddine pour libérer Dragut ; à notre connaissance aucun document d’époque ne confirme cette légende bien établie dans les sources postérieurs. Il est plus crédible à notre sens de revenir au traité de protectorat conclu entre le roi d’Espagne et Mouley Hassen de Tunis qui donnait droit au vainqueur d’occuper toutes les places qu’il pourrait juger utiles pour lutter contre le risque ottoman26. Et de ce fait Tabarka est un des endroits les mieux situés sur la côte entre Bizerte et Annaba. Ainsi, l’îlot était devenu une place militaire espagnole gérée par le Vice-roi de Sicile. D’un territoire hafçide Tabarka est devenue espagnole avec une garnison importante. En 154227, un asiento a été signé entre le Vice-roi de Sicile et les deux familles génoises les Lomellini et les Grimaldi pour que l’île soit la base d’une factorerie pour la pêche du corail moyennant un quinto royal sur ce produit. L’asiento a été renouvelé d’une manière régulière jusqu’en 1708. Au fil des signatures, deux éléments se dégagent. D’abord, la famille Lomellini avait fini par prendre seule l’asiento de Tabarka et les privilèges qui en découlaient (pêche du corail et commerce); c’est à ce titre qu’elle assumait la charge de l’entretien du fort et de la garnison. Ensuite cette famille s’était assurée une sorte d’appropriation de l’île en vertu de quoi, le contrat de concession de 1634 qualifie la famille génoise de « propriétaire » de Tabarka. La place est passée de la souveraineté espagnole à une souveraineté hispano génoise avec un statut de propriété privée. La république ligure revendiquait la légitimité de l’appropriation de l’île depuis qu’un firman du sultan ottoman, signé après la prise de Tunis en 1574, aurait reconnu à Gênes la concession limitée dans le temps de Tabarka. En fait en 25 A notre connaissance il n’il y a pas jusqu’à aujourd’hui une étude exhaustive sur la communauté tabarkine ni sur Tabarka à l’époque moderne. Nous attendons la publication des recherches de Philippe GOURDIN annoncée pour bientôt. Les travaux qui restent les plus utiles sur la question sont : O. PASTINE, « Genova e le Reggenze di Barberia nella prima meta del settecento », in Miscellanea Ligure, Quaderni Linguistici, n° 97, ; F.PODESTA, « L’isola di Tabarca e le pescherie di corallo nel mare circonstante », in Atti della Società Ligure di Storia Patria, vol. XIII, fasc. V, Genova, 1884 ;Lt. Colonel HANNEZO, « Tabarca, monographie », in Revue Tunisienne, 1916 et 1917; A.RIGGIO, « Cronaca Tabarchina dal 1756 ai primordi dell’ottocento ricavata dai registri parrocchiali di Santa Croce in Tunisi », in Revue Tunisienne, 1937, pp. 353392 ; E.LUXORO, Tabarca e Tabarchini.Cronaca e storia della colonizzazioni di Carloforte, Cagliari, 1977; P.GRANDCHAMP, Autour du consulat de France à Tunis (1577-1881), Tunis, 1943, pp. 122-129. PH.GOURDIN, « La première intervention européenne dans l’exploitation du corail maghrébin : les Catalans et les Siciliens à Tabarka (14461448) », in Cahiers de Tunisie, 1996, n° 173, pp.123-143; J.B. VILAR, « Dos siglos de presencia de Espana en Tabarka (1535-1741) »,in Revue d’histoire maghrébine , n°77-78, 1995, pp.163-181 ; J.PIGNON, « Un document inédit sur la Tunisie au XVIIè siècle »,in, Les Cahiers de Tunisie, n°33-35, 1961, pp.109-200 ;Idem, « Gênes et Tabarka au XVIIè siècle », in, Les Cahiers de Tunisie, n°109-110, 1979, pp.9-141 ; S.BOUBAKER, La Régence de Tunis au XVIIè siècle : ses relations commerciales avec les ports de l’Europe méditerranéenne, Marseille et Livourne, Zaghouan, 1987 ; Idem, « Les Génois de Tabarka et la Régence de Tunis au XVIIème siècle et au XVIIIème siècle », in Atti del III°Congresso Internazionale di Studi Storici, Rapporti Genova-Mediterraneo-Atlantico nell’età moderna, Genova, 1989,pp. 276-295; Idem., « Les relations entre Gênes et la Régence de Tunis depuis 1741 jusqu’à la fin du XVIIIème siècle », in in Atti del V°Congresso Internazionale di Studi Storici, Rapporti Genova-Mediterraneo-Atlantico nell’età moderna, Genova, 1993, pp.11-29 26 Rousseau, Annales Tunisiennes…, Alger, 1864,pp.410-411. 27 Achives Nationales à Paris, Affaires Etrangères, B III, 300, Indize y resumen de los papeles concermentes ala isla de Tavarca… 212 réclamant ainsi l’île, Gênes semblait ne plus reconnaître la souveraineté espagnole sur elle, alors qu les Lomellini continuaient à renouveler l’asiento jusqu’en 1708. Le statut juridique de l’île devint un cas de diplomatie, sans pour autant entraîner un conflit entre toutes les parties impliquées. A l’occasion des traités d’Utrecht en 171428 et des modifications qui les suivirent concernant les territoires espagnols en Méditerranée occidentale, Tabarka a été cédée par Madrid à la maison de Savoie. C’est la preuve que l’Espagne la considérait toujours comme relevant de sa souveraineté. Gênes de son côté, refusant ce transfert, avait fait des démarches pressantes pour convaincre l’Espagne de réaffirmer sa autorité sur l’île. Quelques années après, se considérant toujours comme propriétaire de Tabarka, elle avait essayé de la vendre à la compagnie d’Afrique française. B) Le statut de Tabarka au regard des régences maghrébines : Alger et Tunis. La non remise en cause de la concession de Tabarka aux génois par le sultan ottoman après la prise de Tunis, annulait de fait et la conquête espagnole et l’attitude des hafçides à ce sujet. La position de Gênes, dorénavant principale intéressée par l’île, était de payer un tribu aussi bien à Tunis qu’à Alger, en contrepartie de l’occupation de l’île et des activités qu’elle y menait. Signalons qu’entre les deux régences ottomanes, le tracé frontalier faisait l’objet de discordes graves jusqu’en 162829, date de la première délimitation territoriale entre elles. A partir de ce moment Tabarka était dans la mouvance de Tunis. Le contexte politique pendant le XVIIè siècle à Tunis, était favorable à de bonnes relations avec Tabarka et Gênes. Il y avait dans le pays un grand nombre de « renégats » originaires de Ligurie qui pesaient sur la vie politique, au point de faire admettre à la milice en 1637, un Dey d’origine génoise, Osta Moratto Génovese. Pendant tout le siècle les relations entre Tunis et Tabarka étaient bonnes; les Tabarkins étaient admis dans plusieurs villes du pays et leur commerce fleurissait. Il suffisait de payer les « lismes » (tribus) ce qui pour Tunis confirmait sa souveraineté sur l’île; alors que pour Gênes c’était une manière d’acheter la paix. Depuis 1686, date de l’imposition par la force des traités centenaires à la régence de la part de la France en particulier, les milieux politiques de Tunis étaient devenus moins réceptifs aux concessions perpétuelles. L’arrivée de Hussayn ben Ali au pouvoir en 1705 et les perceptions négatives des décisions d’Utrecht renforcèrent chez les hussaynites la volonté d’une territorialisation plus affirmée qu’auparavant. La présence des comptoirs commerciaux et surtout la frontière tabarkine devenaient gênantes. Hussayn ben Ali voulait imposer à Tabarka de réduire ses activités au rocher, territoire de la concession, en application des traités. Les conséquences d’Utrecht et des difficultés économiques de la factorerie, poussèrent les Lomellini à penser vendre l’île. Ceci rendit, les autorités de Tunis plus attentives aux problèmes de cette frontière. Les événements de juin 1741, destruction du comptoir génois et récupération de l’île par le pouvoir de Tunis, apparaissaient ainsi comme le résultat d’un processus inéluctable. Tabarka la génoise, abandonnée par ses protecteurs politiques était trop isolée pour résister à l’offensive militaire des hussaynites. Pour ces derniers il s’agissait de faire disparaître une enclave chrétienne en terre d’islam et de faire reculer une frontière avancée de la chrétienté, qui était là depuis deux siècles30. Dorénavant et jusqu’au début du 28 J.B.Vilar, 1995, pp.169-174. B.ROY, « Deux documents inédits sur l’expédition algérienne de 1628 (1037h) contre les Tunisiens », in Revue Tunisienne, n°122, 1917, pp.183-204 30 S.BOUBAKER, 1989 et 1993. 29 213 XIXè siècle Tabarka ne sera plus occupée que ponctuellement par les employés et les agents de compagnies autorisées par Tunis, parmi eux on trouvera des tabarkins. Deux siècles de présence hispano génoise à Tabarka ont été effacés. C’est la fin d’une enclave frontalière sans aucune profondeur territoriale la soutenant ni suffisamment de forces militaires pour la maintenir. Tabarka n’est pas Gibraltar. Les Tabarkins : une communauté insulaire et frontalière D’une garnison à une communauté de pêcheur. Au XVIè siècle, les premiers occupants de l’île après sa conquête furent en toute logique des militaires. Une garnison probablement de quelques dizaines de soldats, qui faisait le pendant à celle d’Annaba forte de 600 soldats, y a été affectée. Tabarka était une tour de guet sur un îlot vide que l’Espagne occupait pour le soustraire à une éventuelle installation ottomane. Mais la création de la factorerie dont la principale activité était la pêche du corail changea rapidement la composition sociale des habitants de l’île. A majorité masculine, le premier groupe d’habitants se composait de soldats et de pêcheurs. Il se transforma rapidement en une communauté permanente, où les familles occupaient une place centrale. Celles-ci se stabilisèrent sur le rocher et inscrivant leur présence dans la durée. Une indication de 158431 nous informe que l’ensemble de la population de l’île était de 1211 habitants. Ils se répartissaient ainsi : 20 administrateurs, 6 religieux, 65 soldats et officiers, 40 artisans, 280 corailleurs, 50 manœuvres et intermédiaires commerciaux et 750 personnes formant 150 familles. L’origine de cette population était diverse ; il y avait des siciliens, des corses, des personnes originaires de La Riviera mais très peu d’entre eux étaient de Gênes même. La croissance démographique de ce groupe allait se heurter à la capacité d’accueil de l’île. Celleci fait 750 mètres de long sur 500 mètres de large, soit une superficie de 16 hectares à peu près. Il y avait en plus un problème d’eau douce et de fertilité de la terre. On estime qu’au maximum de son développement l’île n’a pas pu abriter plus de 2000 personnes, c’était son optimum. Tabarka ne pouvait vivre sans rapports avec la terre ferme et avec la mer pour satisfaire ses besoins vitaux. Elle était aussi obligée d’évacuer son surplus démographique vers le continent proche. Les célibataires ne pouvaient se marier qu’avec l’autorisation du gouverneur de l’île. Les sources signalent l’existence, dès le début du XVIIè siècle, de groupe de tabarkins à Tunis, Bizerte et Porto Farina32. Il s’agissait de familles mais aussi de célibataires à la recherche de femmes soit parmi les tabarkines soit parmi les captives chrétiennes de la course. Cette situation des tabarkins appelle deux remarques. Premièrement, leur installation hors de l’île n’a été possible que parce que la société de la régence était au XVIè et au XVIIIè siècles relativement ouverte aux apports démographiques extérieurs mêmes non musulmans. Plusieurs vagues d’immigrants s’y installèrent et firent souche : morisques d’Espagne, juifs livournais d’origine ibérique, européens islamisés qu’ils soient captifs de la course ou non…Deuxièmement, l’essaimage de groupes issus de Tabarka dans les villes côtières de la régence a été à la fois une nécessité et un moyen pour sauvegarder l’existence de la communauté mère. 31 32 E.LUXORO, 1977, p.87 A. RIGGIO, p.360 et suiv. 214 Des activités économiques inhérentes à la position frontalière et nécessaires à la survie de la communauté Depuis l’installation de la factorerie des Lomellini-Grimaldi et la stabilisation d’une communauté d’habitants dans l’île, le rôle économique de la place frontalière a changé. A la pêche du corail s’est ajouté le commerce des céréales et celui du rachat des captifs de la course. Plus que le Cap Nègre, le comptoir français limitrophe, Tabarka avait des activités commerciales plus diversifiées qui mettaient en rapport l’économie de la « Tunisie » avec l’Europe. La pêche du corail était au départ, en continuité avec les différents comptoirs crées à cet effet depuis le XIIIè siècle, la principale activité de la compagnie de Tabarka. L’asiento était gagé sur le corail. Ce produit rapporterait déjà, au Sultan de Tunis, 80 000 ducats de rente annuelle au XVIè siècle. En 1584, on aurait vendu pour plus de 100 000 ducats de corail tabarkin à Lisbonne33. En terme de navigation, Tabarka servait de plus en plus d’escale pour les navires nordiques en Méditerranée depuis la deuxième moitié du XVIè siècle et au XVIIè siècle. Mais le trafic le plus important se faisait avec les ports italiens, et des autres villes côtières maghrébines. Depuis la fin du XVI è siècle et au courant du siècle suivant, la multiplication des disettes dans l’Europe du sud a permis un grand développement du commerce des céréales à partir de Tabarka34. Ce commerce nécessitait l’établissement de liens étroits et réguliers avec les tribus de la région ainsi que les autorités à Tunis. Tabarka jouait le rôle de « marché explosif » selon l’expression de K.POLANY et C. ARENSBERG35. Tabarka était aussi depuis 1574 et tout au long du XVIIè siècle une des plaques tournantes du rachat des captifs de la course entre la régence et l’Europe. Les Lomellini et le gouverneur de Tabarka servaient d’intermédiaires aussi bien pour les rachats individuels et privés que pour ceux réalisés par la Rédemption de Gênes36. L’île était considérée comme « terre chrétienne », donc synonyme de lieu de sécurité, pour les rachetés européens. Toutes ces activités et ces échanges faisaient de Tabarka une place relais dans les circuits financiers entre la régence et l’Europe et des Tabarkins des intermédiaires et des passeurs entre deux mondes. Leur existence et leur prospérité, étaient générées par leur position frontalière. Une communauté dotées d’institutions adaptées à sa position frontalière La fonction militaire et celle de factorerie ont marqué les institutions de l’île. Comme la plus part des comptoirs européens installés de par le monde par les compagnies de l’époque, Tabarka avait à sa tête un gouverneur omnipotent. Il avait le pouvoir militaire et judiciaire sur les habitants de l’île et ses ressortissants dans la régence. Depuis 1542, il semble que les gouverneurs étaient tous des génois nommés par les familles propriétaires de la compagnie. La liste des gouverneurs dont on dispose depuis la fin du XVIè siècle le prouve. Le gouverneur de Tabarka devait prêter une double allégeance, aux Lomellini en appliquant la juridiction de la république ligure et au Roi d’Espagne qui avait toujours la haute main sur l’île. Jusqu’en 1676, le gouverneur de Tabarka jouait le rôle de consul génois auprès de Tunis ; et quand la république a eu un consul attitré il était souvent d’origine ou proche des 33 J.B VILAR, 1995, p.166 ; E.LUXORO,1977, p.85, d’après les archives vénitiennes. S.BOUBAKER, 1987, p.181 ; M. CORRALES, Commercio de Cataluna con el Mediterraneo musulman (siglos XVIXVIII). El comercio con los « enemigos de la fe », Barcelone, 2001, pp.582 et suiv. 35 C.ARENSBERG, K.POLANYI, Les systèmes économiques dans l’histoire et la théorie, Paris, 1975, pp.207-213. 36 P. GRANDCHAMP, La France en Tunisie au XVIIè siècle :inventaire des archives du consulat de France à Tunis de 15821705, Tunis, 1920-1930, 10 vol, t.2, du 4 janvier 1607…; J.PIGNON, 1979 34 215 Lomellini. Le gouverneur était secondé par une centaine d’agents civils et militaires. Ce sont eux qui géraient les magasins de stockage de l’île et le trafic du port… Deux autres institutions d’encadrement de la population tabarkine existaient sur l’île, l’hôpital et l’église. Cet édifice achevé au XVIIe siècle pouvait contenir près d’un millier de personnes. L’évêque de Tabarka dépendait hiérarchiquement du Vicaire apostolique de Tunis mais aussi des autorités ecclésiastiques de Gênes37. L’éclatement de la communauté de Tabarka et la naissance de l’identité tabarkine Les vingt années qui ont emporté la Tabarka génoise et fragmenté sa communauté : 1737-1756 Au début du XVIIIè siècle, en plus des problèmes de souverainetés, qu’on a évoqué plus haut, Tabarka affrontait deux problèmes majeurs. Il semble en premier lieu que la compagnie des Lomellini ne soit plus rentable et que la famille elle même était désireuse de vendre l’île. En second lieu, et probablement en rapport avec les difficultés évoquées, l’île semblait ne plus pouvoir assurer des revenus pour tous ses habitants qui avoisinaient les 2000 personnes. L’éclatement de la communauté s’est fait en quatre temps : *Le projet d’émigration d’une partie de la population de Tabarka était envisagé. Ceci a coïncidé avec le désir de la maison de Savoie de peupler certaines îles désertes au sud de la Sardaigne qui servaient de points d’appui pour les corsaires. Des négociations eurent lieu entre les deux parties et aboutirent au projet de l’installation de 118 familles soit plus de 400 personnes dans l’île de Saint Pierre38. Le premier départ eu lieu en 1738. Ce fut aussi l’année de fondation de Carloforte, première ville tabarkine hors de la terre des origines. *En 1739, après ce premier départ et au moment où Tunis avait eu vent des tractations pour la vente de l’île à la compagnie d’Afrique, les autorités de la Régence décidèrent le blocus terrestre et maritime de Tabarka. Cette opération s’est faite au moment où 128 corailleurs étaient en mer. Ils ne purent jamais rejoindre leurs familles et se réfugièrent au comptoir français de La Calle. La plus part d’entre eux finirent par rejoindre Carloforte après 1741. *Le 19 juin 1741, le bey de Tunis s’empara de l’île par la force, démolissant toutes les installations qui auraient pu permettre sa réoccupation. Huit cents personnes ont été capturées et transférées à la capitale. Sur ce groupe, 127 personnes furent rachetées et rejoignirent Carloforte entre 1751 et 1753. *La dernière phase de l’éclatement de la communauté tabarkine a eu lieu à la faveur de la guerre entre Tunis et Alger en 1756. En repartant, les troupes algériennes s’emparèrent de près de 400 personnes et les amenèrent à Alger. Ce groupe a été racheté par la monarchie espagnole entre 1761 et 1769. En 1770, 311 personnes furent installées à la Nueva Tabarka en face d’Alicante (68 familles et 32 célibataires). Entre le départ de Tunis et l’arrivée à Alicante le groupe a perdu une centaine de personnes pour cause de maladies en plus des 17 filles et 5 garçons restés à Alger. 37 38 E.LUXORO, 1977, pp.75-89. Achivio di Stato di Cagliari 216 Ainsi, à partir de 1770 on peut parler de communauté tabarkine tricéphale : à Tunis, à Carloforte et à la Nueva Tabarka39. Les tabarkins à Tunis à la recherche d’un nouveau statut, de nouvelles protections A partir du milieu du XVIIIè siècle les différentes communautés originaires de Tabarka, connurent à la fois des destins particuliers mais aussi des évolutions croisées; leur survie dépendait beaucoup de leurs soutiens les unes aux autres. Transplantés à Tunis en 1741, après deux siècles passés leur île, quel est le nouveau statut des Tabarkins40? Pour les autorités de Tunis les personnes capturées à Tabarka, étaient des prisonniers de guerre. La stratégie des Puissances de la régence était de les utiliser comme monnaie d’échange pour libérer les captifs de la course chrétienne détenus en Europe. Mais après deux opérations de rachat, les autorités génoises ne montraient plus beaucoup d’empressement à payer la rançon des tabarkins. On le sait, les rachats de captifs étaient réalisés en grande partie par les individus eux-mêmes. Ils payaient leurs rançons, en liquidant des biens se trouvant dans leurs propres pays, ou en faisant à leurs familles en Europe pour effectuer les mêmes taches ou en leur prêtant de l’argent. Comme les tabarkins n’avaient plus beaucoup d’ancrage en Europe, ils n’avaient que peu de chances d’être rachetés. Ainsi en dehors de ceux embarqués par les troupes algériennes en 1756, ils décidèrent à rester dans la régence. Pendant plusieurs années le bey leur garantissait le logement et payait une partie de leurs besoins : bois, huile…En fait il les considérait de plus en plus comme des dhimmis, « protégés », à l’instar des autres non musulmans dans le pays, ne relevant d’aucune souveraineté européenne. En perdant leur territoire les Tabarkins n’avaient plus leur protection politique hispano génoise. Ils étaient désormais de l’autre côté de la frontière. Ils ne sont plus à la frontière des deux mondes mais une minorité chrétienne en terre musulmane. Cette décision de rester à Tunis, a eu des conséquences importantes sur la communauté tabarkine. D’abord, certain de ses membres s’islamisèrent sans perdre contact avec le groupe d’origine. Dans les sources locales ils sont toujours identifiés comme tabarkins. D’autres tout en restant chrétiens, entrèrent au service du bey, en tant que fermiers ou d’agents: ainsi par exemple en 1743 nous trouvons Bastiano le tabarkin fermier de la fabrication des vins et alcools à Tunis; en 1764 Gozzo le tabarkin est devenu médecin du bey. Le service du beylik représentait pour certains Tabarkins, une source de revenu et un moyen de se protéger. Plusieurs familles peuvent être considérées comme makhzéniennes, et le restèrent plus d’un siècle. Une des plus connues est celle des Bogo. Elle avait fourni des Gouverneurs à Tabarka au XVII è siècle et les premiers consuls génois à Tunis. Mais jusqu’au XIXè siècle, des Bogo étaient au service du bey. Les tabarkins s’autochtonisent donc, à Tunis. Par ailleurs, d’autres membres de cette communauté cherchèrent à occuper le rôle d’intermédiaires entre les marchands européens de Tunis et la société locale. Ils mirent ainsi, à profit leurs connaissances linguistiques, leurs liens avec les marchés italiens en en particulier, ainsi que leur acclimatation aux conditions et aux usages du pays. Il s’agissait pour eux de développer une nouvelle fonctionnalité adaptée à leur nouveau statut. Pendant toute la fin du XVIIIè siècle et au début du siècle suivant, les tabarkins de Tunis réussirent bien dans ce rôle d’entre deux. Ils se sont placés eux mêmes sur une nouvelle frontière, celle de vivre et de travailler entre la majorité musulmane de la régence et le microcosme international des nations européennes tout en maintenant des liens forts avec 39 S.BOUBAKER, 1993, pp.17-29; J.B. VILAR, 1995, pp.. 174 -177. Une étude comparée de l’évolution de ces trois communautés serait d’un grand intérêt, mais elle n’est pas à notre portée aujourd’hui. Nous focaliserons le regard sur les Tabarkins de Tunis et autant que possible sur ceux de étude 40 217 les carlofortains. Cette nouvelle position, a permis aux tabarkins de surmonter en partie leur marginalisation et d’être considérés, pendant un temps, positivement par les nations européennes. Mais cette appréciation va changer vers les années trente du XIXè siècle. En 1829 le consul général de Sardaigne à Tunis nous livre le jugement suivant sur les tabarkins : « à propos de la population de Tunis… il y a deux milles Chrétiens…c’est la classe la plus dangereuse, celle qui cause le plus de mal aux Européens…La majeure partie de ces gens sont appelés Tabarquins, en raison qu’ils sont descendants de ces habitants chrétiens de Tabarque… les Tabarquins partagent avec les Juifs l’espionnage et le droit de calomnie, ils figurent dans toutes les intrigues. »41. Deux remarques attirent l’attention dans ce jugement. En premier lieu, alors que les tabarkins de Carloforte relevaient de la souveraineté du roi de Piémont Sardaigne, le consul sarde considère ceux de Tunis comme des autochtones relevant de la souveraineté du bey. En deuxième lieu, les Tabarkins ne rendaient plus service aux nations européennes ; celles ci voyaient en la présence de ces intermédiaires puissants, une gêne pour leurs intérêts. Il est vrai que nous sommes à un moment où le développement des nationalismes en Europe et le début de l’expansion coloniale ont transformé la vision que les pays européens avaient des « protégés » et des « minorités » qui leur servaient de relais dans le monde ottoman. Les tabarkins étaient rejetés au delà des frontières européennes. Stratégies de la préservation du groupe Ainsi la « crispation nationale européenne » d’un côté et l’impossibilité de fusion dans la société tunisienne de l’autre, ont poussé les tabarkins à concevoir d’autres stratégies individuelles et familiales pour préserver l’existence de leur communauté. A titre d’exemple, suivons le cas des Gandolphe42. Famille tabarkine d’origine génoise, les Gandolphe habitaient l’île depuis le XVII siècle au moins. En 1738, avec la première émigration vers Carloforte, une partie de la famille a quitté Tabarka et une autre fut transplantée à Tunis en 1741. Lors des négociations pour la libération des captifs, le roi de Sardaigne a envoyé à Tunis, Antonio Maria Gandolphe qui y avait des parents proches, pour mener les transactions. A.M.Gandolphe meurt à Tunis en 1761. Il était né à Tabarka où il s’était marié avec Maddalena de Tabarka morte à son tour à Tunis en 1776. Ils avaient eu trois enfants: Nicola-Antonio né à Carloforte en 1738 mort en 1800, Pasquale (plus connu comme Pasqualino) né à Tunis en 1740, mort dans la même ville en 1781 et Antonia Maria née à Tunis en 1744. Cette première photographie de la famille montre que les tabarkins avaient dès 1738, gardé cette double appartenance sarde et tunisoise. Au delà des frontières, les liens matrimoniaux fréquents, les allers retours ainsi que les intérêts économiques sont restés très étroits entre les deux branches de la communauté. Les trois enfants d’A.M.Gandolphe ont poursuivi la même stratégie que leurs parents. * Nicolo Antonio, s’est marié avec Anna Maria Grosso à Carloforte. Ils ont eu quatre enfants tous nés à Carloforte : Giacomo Antonio, mort à Sousse en 1785; Maria Catherina , morte à Tabarka en 1785 ; Salvatore emporté comme les autres à Tunis par la peste de 1785 et en fin Pietro décédé à Tunis en 1790. * Pasquale, s’est marié en 1765 à Marseille avec une française, Maria Fouque. Ils ont engendré quatre garçons et trois filles, tous nés à Tunis. Parmi cette descendance les deux garçons, Antonio et Salvatore second, ont convolé en noce avec des tabarkines, et les deux 41 A. GALLICO, Tunis et les consuls Sardes (1816-1834), Beyrouth, 1992, pp.264-265 A.M. PLANEL, De la nation à la colonie. La communauté française de Tunisie au XIX è siècle (d’après les archives civiles et notariées du consulat général de France à Tunis, Thèse, EHESS, Paris, 2000, Dr ; L. Valensi, 3 vol., t.2, pp.254-262, t.3, pp.711-713, 727-729. 42 218 filles Maria Nicoletta et Maria Maddalena ce sont mariées avec des aubergistes français installés à Tunis. * Antonia Maria s’est mariée en 1764 avec Jay Lieutier, un négociant français. On peut encore suivre cette famille sur deux générations et retrouver la même stratégie d’alliances ; où les femmes tabarkines jouent un rôle clé dans la reproduction du groupe et le maintien du lien social. Le croisement d’alliances avec les sujets français assure une autre voie de promotion et de protection. En 1781 un Gandolphe est devenu « protégé » français. Pour conserver ce privilège à l’époque de l’Empire, la famille jouera sur ses origines génoises. Parallèlement, les Gandolphe, à l’image des autres tabarkins de Tunis n’ont jamais renoncé à leur obédience à l’égard du makhzen, à leur attachement au sol de la régence et à Tabarka, aux quels ils doivent en partie leur survie économique. En revenant à Tunis en 1751, A.M. Gandolphe avait obtenu du bey, pour ses fils, la charge de « pourvoyeur de la nation française à Tunis », moyennant une redevance annuelle de 30 000 piastres. Ce privilège impliquait aussi la fourniture des gréements nécessaires à tous les navires de commerce ou de guerre français, venus à Tunis, en amis. Les descendants de la famille ont conservé cette charge jusqu’en 1870. Un autre fait va sceller ce lien makhzenien. En 1781, Pasqualino a été tué à Tunis par un sujet du bey. Le souverain ayant reconnu qu’un crime non justifié fut commis, avait accordé aux descendants de la victime une indemnité qui leur a été versée jusqu’en 1855. Au milieu du XIXè siècle les Gandolphe et leurs alliés, se désintéressent progressivement des affaires du makhzen pour s’occuper de secteurs en rapport avec la marine à vapeur à La Goulette. Ils sont de plus en plus associés au commerce des marchands marseillais à Tunis et dans le Levant ; et dans les années 1870 ils sont impliqués dans les affaires financières entre les banques européennes et le beylik. En parallèle, d’autres membres de la famille ont gardé le secteur de l’hôtellerie comme terrain privilégié de leurs activités. De plus en plus liés aux intérêts français l’élite des tabarkins de Tunis se trouve à nouveau de l’autre côté de la frontière, c'est-à-dire du côté européen. Le cas de figure des Gandolphe est peut être exemplaire, mais il n’est pas unique. On pourrait développer celui des Saccomano ou des Bogo pour retrouver à quelques variantes prêt la même stratégie aussi bien au niveau des individus que des familles et donc de la communauté. La lecture de l’itinéraire de certaines familles et de quelques individus ainsi que l’observation des comportements collectifs des tabarkins nous font toucher de près les choix sociaux et politiques faits pour éviter la dislocation de la communauté tabarkine et de sa pérennité. Peut on parler d’identité tabarkine ? Ce que les tabarkins ont vécu spontanément au fil des années pendant deux siècles, est devenu après 1741 et jusqu’à nos jours une revendication consciente : leur identité. D’ailleurs depuis la destruction du comptoir les sources ne les appellent plus les « génois de Tabarka » ou les « habitants de Tabarka » mais tout simplement les Tabarkins. La référence au sol perdu est devenue une identité. Par ailleurs, les hasards de la vie ou les choix, individuels et collectifs des Tabarkins, ont crée chez ces derniers une frontière culturelle et mentale qui a servi de ciment à la communauté comme une sorte de réponse à l’éclatement géographique et à la multiplicité des souverainetés politiques dont relevaient ses membres. 219 L’identité tabarkine s’est construite sur le souvenir de deux siècles passés sur un rocher, mais surtout autour des malheurs subits. Le départ de 1738 et l’évacuation de1741 ont été vécus comme deux tournants qui ont à la fois permis la survie de la communauté mais aussi causé son implosion et son déracinement. Alors que la capture des habitants de Carloforte par les corsaires de Tunis en 1798 et leur installation forcée dans la régence pendant quelques années, a été perçue par les tabarkins en général et ceux de Carloforte en particulier, comme une grande injustice traumatisante qui a renforcé le sentiment de persécution. Cet événement est commémoré, encore aujourd’hui par les carlofortais. Au mois de juin de chaque année on célèbre l’arrivée de la vierge « dello schiavo », vierge noire rapportée de Tabarka en 1738 et qui orne toujours l’autel de l’église de la ville. La commémoration insiste sur la « réduction en esclavage » et son caractère intolérable pour cette communauté qui se considère toujours comme exilée de Tabarka. Le nombre des Tabarkins installés aujourd’hui à Tunis, étant extrêmement réduit, c’est à Carloforte que cette identité, farouchement insulaire, continue à se manifester à travers toute une série de traits culturels et sociaux. La langue tabarkine, toujours parlée, est un mélange de ligure, de provençal avec quelques mots d’arabe. Dans le domaine culinaire le principal plat est le « kechkech » (coucous) blanc, cuit à la mode des campagnes du nord ouest tunisien, préparé à la vapeur de légumes ou de viande, mais sans sauce tomate. Le thon, dont la pêche fait partie des activités majeures de la ville caroline fait partie des mets courants. Il est encore de mise d’offrir un voile de mariée rouge, comme celui des tribus qui entouraient Tabarka. Certains carlofortais se plaisent encore à raconter que jusqu’aux années cinquante du vingtième siècle, les candidats au mariage allaient par barque chercher une partie de leurs trousseaux et meubles à Tabarka. Le travail du corail reste par ailleurs une des particularités de l’île de Saint Pierre. En fin les enjeux politiques des élections actuelles ne manquent jamais de traduire par les clivages ou parfois les rassemblements, le souci de sauvegarder l’identité tabarkine dans la Sardaigne actuelle. « Des frontières persistent en dépit des flux de personnes qui les franchissent »43 selon F.BARTH; on serait tenté d’inverser le raisonnement à propos de Tabarka, en disant que la communauté se maintient, en dépit des changements de frontières et de souverainetés. Mais cela veut il dire pour autant que la frontière a disparu ? Vivre à la frontière c’est un état d’esprit, un rapport particulier à l’espace et au territoire, encore plus quand il s’agit d’insularité doublée de particularisme religieux. Les hommes des frontières se considèrent toujours comme différents et toute velléité d’attraction/domination à leur égard les repousse de l’autre côté de la frontière, quitte à en créer de nouvelles. 43 F. BARTH, « Les groupes ethniques et leurs frontières », in Théories de l’ethnicité, Paris, 1995, p.204, cité par A.BROGINI, Malte, frontière de chrétienté (1530-1670), Rome, 2006, p.1. 220 La liquidación de las fronteras religiosas en una sociedad fronteriza: de la Valencia mudéjar a la Valencia sin moriscos. ____________________________________________ 1 Rafael Benítez, Universidad de Valencia____________________________________________________ 1 Pervivencia del mudejarismo en la época de Fernando el Católico_______________________ 2 Desaparición jurídica de la frontera religiosa y su conversión en una frontera de facto _____ 3 Liquidación de la tolerancia y constitución de una frontera política interna_______________ 6 Liquidación de la sociedad multicultural____________________________________________ 9 Une société frontalière et des institutions en conflit. Malte à l’époque moderne (XVI°XVII° s.) _________________________________________________________________ 11 Anne Brogini (Université de Nice) _______________________________________________________ 11 I – LES INSTITUTIONS RELIGIEUSES, FACETTES DE LA FRONTIÈRE MALTAISE 11 II – DES RIVALITÉS DE POUVOIR AUX TENSIONS SOCIALES ___________________ 17 Monarquía, guerras locales y relaciones de fuerza transfronteriza en el Pirineo navarro: el origen del conflicto de los Alduides* ___________________________________________ 25 Fernando CHAVARRÍA MÚGICA, IUE/EUI, Florencia ______________________________________ 25 INSTITUCIONES MILITARES Y EQUILIBRIOS LOCALES: IMPLICACIONES POLÍTICAS Y SOCIALES DE LAS MILICIAS _________________________________ 39 DE LOS REINOS DE NÁPOLES Y DE SICILIA _______________________________ 39 V. Favarò - G. Sabatini _____________________________________________________ 39 Introducción __________________________________________________________________ 39 La Nuova Milizia del Reino de Sicilia ______________________________________________ 41 La Milizia del battaglione en la Nápoles española____________________________________ 46 De las fronteras de la comunidad a las fronteras de la nación: construcción de identidades y de exclusiones en la vieja Europa. ___________________________________________ 51 José María Imízcoz Beunza, Universidad del País Vasco ______________________________________ 51 I. Las fronteras de la comunidad vecinal ___________________________________________ 52 II. Las fronteras de la comunidad en el reino de Navarra y en la Monarquía católica ______ 58 III. De las fronteras de la comunidad a las fronteras de la nación. ______________________ 60 Frontière et frontières dans le « Cautiverio Feliz » de Francisco de Pineda y Bascuñan (Chili austral au XVIIe siècle ________________________________________________ 63 Jean-Paul Zúñiga, EHESS ______________________________________________________________ 63 Vivir en el campo de Marte, Población e identidad en la frontera entre Francia y los Países Bajos, (siglos XVI-XVII) ____________________________________________________ 71 J.J. Rui Ibanez _______________________________________________________________________ 71 1- Tiempo y espacio. ___________________________________________________________ 72 2- Las formas y los espacios de la guerra. __________________________________________ 76 3- Vivir en, pese y de la frontera. _________________________________________________ 82 4- Identidades y religión. ________________________________________________________ 84 5- Conclusiones. _______________________________________________________________ 88 221 El juez y el cautivo. Conflicto cultural a través de los interregatorios a los excautivos de argel en el siglo XVI _______________________________________________________ 90 Juan Francisco Pardo Molero, Universitat de València ________________________________________ 90 Interrogatorios ________________________________________________________________ 91 Las defensas de Argel __________________________________________________________ 92 The White Cobra was right. Venturas y desventuras del corso_________________________ 98 Identidades en el relato ________________________________________________________ 101 La frontière rapprochée : conflits au sein de la société vénitienne au temps de la ligue de Cambrai (1508-1516) ______________________________________________________ 103 Claire Judde de Larivière, Birkbeck College, University of London, Framespa ____________________ 103 La frontière vénitienne_____________________________________________________ 104 La ligue de Cambrai : le rapprochement de frontière ____________________________ 106 Conflits et tensions au sein de la société vénitienne ______________________________ 108 Le lien social _________________________________________________________________ 116 L’usage rituel de la Jurema (chez les indigènes du Brésil) et les dynamiques de la frontière coloniale du Nordeste au XVIIIe siècle. _______________________________________ 118 Guilherme Medeiros, Universidade Federal do Vale do São Francisco (Brésil), Université Blaise Pascal – Clermont-Ferrand II (France), Centre d’Histoire « Espaces et Cultures »_________________________ 118 Les espaces et les dynamiques culturelles à la période coloniale _______________________ 119 Les frontières coloniales et les peuples autochtones du Nordeste aux XVIe et XVIIe siècles 121 L’apparition de l’usage de la Jurema dans une source coloniale ______________________ 126 Relatos de frontera: Alexander Jardine en España y Berbería (1788)._______________ 134 Mónica Bolufer (Universitat de València) _________________________________________________ 134 Entre “bárbaros” y “civilizados”: “despotismo” y conflicto en Marruecos. _____________ 137 En los límites de Europa: las reflexiones sobre España.______________________________ 141 ¿Frontera nítida o gradación? __________________________________________________ 144 Effacer la limite ? Les enjeux sociaux de la « fronde avignonnaise » au milieu du XVIIe siècle ___________________________________________________________________ 147 Patrick Fournier, Université Blaise Pascal de Clermont-Ferrand / Centre d’Histoire « Espaces et Cultures » __________________________________________________________________________________ 147 1. Entre les lys et les clés : le regard classique de l’historiographie_____________________ 148 2. Liens avec la Provence et intégration dans le royaume ____________________________ 152 3. Un « parti » italien contre un « parti » français : les faux-semblants d’une opposition complexe ____________________________________________________________________ 155 Conquista e integración: Los debates entorno a la inserción territorial y social (MadridMéxico, siglo XVIII). ______________________________________________________ 161 Tamar Herzog ______________________________________________________________________ 161 Les frontières de l’institution. Communauté et conflits dans l’armée espagnole au XVIIIe siècle ___________________________________________________________________ 185 Thomas Glesener _____________________________________________________________ 185 Université de Liège/Université Toulouse-le Mirail, FRAMESPA ______________________ 185 1. Les communautés étrangères : une histoire à part ? ______________________________ 186 222 2. Frontière juridique, frontière ethnique _________________________________________ 188 3. Conflit interne et crise d’identité ______________________________________________ 193 4. Conclusions :_______________________________________________________________ 198 Brésil : Les nouvelles frontières du religieux ___________________________________ 201 Par Richard Marin____________________________________________________________ 201 La recomposition des frontières internes du champ religieux _________________________ 201 La fin du quasi monopole catholique _____________________________________________________ 201 La croissance pentecôtiste _____________________________________________________________ 201 L’émergence du néo-pentecôtisme ______________________________________________________ 202 Le déplacement des frontières entre religion et politique ____________________________ 203 La conférence épiscopale : un acteur moins déterminant de la scène politique ____________________ 204 Le nouvel acteur pentecôtiste ___________________________________________________ 205 Conclusion _________________________________________________________________________ 209 Les Tabarkins : une communauté de frontières _________________________________ 211 Sadok BOUBAKER ___________________________________________________________ 211 Université de Tunis ___________________________________________________________ 211 L’îlot de Tabarka : une place frontalière convoitée par la monarchie espagnole d’un côté, l’Empire ottoman et ses provinces de l’autre. _____________________________________ 212 A) Tabarka et les souverainetés européennes : _____________________________________________ 212 B) Le statut de Tabarka au regard des régences maghrébines : Alger et Tunis._____________________ 213 Les Tabarkins : une communauté insulaire et frontalière ____________________________ 214 D’une garnison à une communauté de pêcheur. ____________________________________________ 214 Des activités économiques inhérentes à la position frontalière et nécessaires à la survie de la communauté __________________________________________________________________________________ 215 Une communauté dotées d’institutions adaptées à sa position frontalière _________________________ 215 L’éclatement de la communauté de Tabarka et la naissance de l’identité tabarkine ______ 216 Les vingt années qui ont emporté la Tabarka génoise et fragmenté sa communauté : 1737-1756_______ Les tabarkins à Tunis à la recherche d’un nouveau statut, de nouvelles protections ________________ Stratégies de la préservation du groupe ___________________________________________________ Peut on parler d’identité tabarkine ? _____________________________________________________ 216 217 218 219 223