Enric Granell/Antoni Ramón - Col·legi d`Arquitectes de Catalunya
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Enric Granell/Antoni Ramón - Col·legi d`Arquitectes de Catalunya
COL·LEGI D’ARQUITECTES DE CATALUNYA 1874-1962 Enric Granell, Antoni Ramon El autor de la fotografía de la cubierta es Klaus Erik Halmburger. Gracias a la donación de Enric Granell, hoy pertenece al Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Cataluña. Este libro ve la luz en un momento de crisis en que es útil repasar nuestra historia para conocer el papel que tuvo el Colegio de Arquitectos de Cataluña en otras épocas igualmente difíciles; asimismo permite comprobar cómo, acompañando al conjunto de la profesión, el Colegio ha sido capaz de evolucionar, siempre adecuándose a las nuevas situaciones Es igualmente positivo constatar que algunas constantes del Colegio, y por extensión de los arquitectos catalanes, se mantienen más allá de los cambios. Se trata de valores como por ejemplo la voluntad de asumir la responsabilidad de construir el entorno de las personas, de los propios conciudadanos, con calidad y compromiso social y cultural, incorporando los requerimientos y la respuesta a las necesidades producidas por la rápida transformación de las formas de vida y los medios técnicos. Desde 1874, la Asociación de Arquitectos de Cataluña, primero, y el Colegio de Arquitectos de Cataluña, después, han aglutinado la profesión del arquitecto, han sido su representación pública y han constituido un nexo de vinculación entre los ciudadanos, los profesionales y la arquitectura. Con la inauguración del edificio de la plaza Nova de Barcelona, hace ahora cincuenta años, estos roles tomaron un largo vuelo y adquirieron una nueva dimensión. Hoy, en un momento de cambio global profundo, los objetivos son los mismos, y continuamos avanzando en la búsqueda de nuevos caminos para hacerlos posibles. Lluís Comerón Decano del Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC) PRÓL OG O 01 02 03 04 9 A RQUITECT OS Y SEÑ OR ES 13 BAN QUET ES, EXCU R SIONE S Y MON OG RAFÍAS 23 LA ASOCIACIÓN Y LOS PRIMEROS «CONGRESOS NACIONALES» 41 LAS R EVISTAS DE LA ASOCIACIÓN D E AR QUITECT OS DE CATAL UÑA 53 05 06 07 08 09 10 11 PREMIOS EN LA BA R CEL ON A MODE R N ISTA 63 N OUCEN TISME: R EFO R MA UR BAN A Y EQUIPAMIEN TOS 77 LA CIUTAT & LA CASA Y LA G ASETA DE LES ARTS 93 12 13 14 15 HACIA LA FUN DACIÓN DE L COL EG IO 105 TIEMPO DE COHABITACIÓ N 115 ARQ UITECTURA i UR B AN ISME 131 DE SEÑ ORITOS A COMPAÑE R OS: EL SIN DICATO DE AR QUITECTOS DE CATAL UÑA 143 EL «AÑ O DE LA VICTOR IA» Y LAS DEPU R ACION ES 163 CUADERN OS DE AR QUITECTURA (1944-1949) 177 EL COLEG IO : IN T R ODUCTOR DE LA CULTUR A AR QUITECTÓN ICA IN TE R N ACION AL 189 LA N UEVA SE DE DEL COL EG I O: DE L P R IMER CON CURSO A LA IN AUG UR ACIÓ N 203 PRÓLOGO Los autores de las historias de la arquitectura suelen olvidar el papel que ciertas instituciones han tenido en ella. En los relatos sobre la historia antigua, las organizaciones no aparecen, puesto que no han dejado rastros documentales que den testimonio de su acción, o bien nadie ha sabido dar con tales rastros. En las historias modernas, dicha ausencia podría atribuirse al hecho de que las cosas más evidentes suelen pasar desapercibidas. También es cierto que en muchas historias el protagonismo se centra en los grandes nombres y en su obra. Pero las grandes figuras no dejan de vivir situadas en un paisaje. Lo individual y lo colectivo coexisten, se necesitan mutuamente, no sólo en su momento histórico, sino también en el nuestro, cuando tratamos de comprenderlos. Este libro esboza un entramado más complejo, que permite ver tanto a los arquitectos con nombre propio como a los arquitectos entendidos en tanto que cuerpo profesional, como colectivo. Los primeros son autores de la obra de referencia que los segundos difunden. Vista así, la historia adquiere matices más sutiles, entre los que la transparencia o la opacidad de las distintas capas hace que a veces se perciba la fuerza de la individualidad, mientras que en otras ocasiones esta historia se funde en lo colectivo. Asociados, los arquitectos catalanes tomaron conciencia de que su tarea era doble: por una parte, de puertas adentro, había que dedicarse a organizar el trabajo y la defensa de las competencias y atribuciones propias; por otra parte, de puertas hacia afuera, se debía hacer comprensible entre la sociedad que el trabajo del arquitecto, la arquitectura, es parte sustancial de la cultura. No es pues extraño que se pensara así, dado que la arquitectura ha sido siempre una de las fuerzas que han construido la ciudad y organizado el territorio con obras significativas con las que la sociedad toma forma y conciencia de sí misma. Durante un siglo y medio, los arquitectos catalanes han entendido que tenían un lugar en la vida pública y el deber de ocuparlo. 9 Este libro no es sólo la historia del Colegio de Arquitectos de Cataluña, sino la del conjunto de entidades en que, desde el último cuarto del siglo XIX , se reunieron los profesionales catalanes. Nuestra historia arranca en 1874, cuando se fundó la Asociación de Arquitectos de Cataluña por iniciativa de un grupo de académicos que preveían el crecimiento del colectivo, tanto por el desarrollo del Plan Cerdà como por la creación de la Escuela de Arquitectura, hasta entonces inexistente. Aquella asociación, de inscripción voluntaria, fue la única organización profesional de los arquitectos hasta el año 1931, cuando, por decreto, se creó el Colegio Oficial de Arquitectos de Barcelona, este ya de afiliación obligatoria. Entre los años 1931 y 1936 ambas instituciones —la Asociación y el Colegio— cohabitaron, hasta el alzamiento militar de 1936. En el ambiente revolucionario posterior el nuevo Sindicato de Arquitectos de Cataluña las confiscó y eliminó. A finales de la guerra, en 1939, suprimiendo el Sindicato, las autoridades franquistas sólo mantuvieron el colegio como representante de la estructura profesional. Desde entonces el Colegio ha ido pasando por distintas etapas, siguiendo la evolución del país, desde la autarquía inicial hasta la conquista de la democracia, momento en el que el papel de los arquitectos como cuerpo profesional fue especialmente activo. La historia del Colegio podría abordarse desde muchos puntos de vista: se podría poner el énfasis en las cuestiones estrictamente profesionales, en las de carácter legislativo, normativas, técnicas y, también, desde luego, políticas. Este libro se centra en el relato de la actividad cultural de las asociaciones de arquitectos, tarea a la que esta profesión ha dedicado permanentemente buena parte de sus esfuerzos y recursos, y escribe a su vez una historia de la arquitectura catalana vista desde los locales colegiales. La variedad de actividades organizadas —exposiciones, congresos, conferencias, visites, viajes, etc.— es un reflejo del tiempo y de las formas en que cada manifestación se produjo. Son testimonio de ello las publicaciones y 10 revistas promovidas por la institución, unos documentos en que encontramos también discursos propios de la disciplina, crónicas internacionales, así como noticias de otras ramas de la cultura. El panorama que traza este libro es el de una historia de larga trayectoria, muy distinto del vistazo instantáneo sobre la actualidad. No obstante, creemos que el relato proporciona suficientes claves para extrapolar antiguas situaciones al momento presente. En la espiral de la historia, unos hechos regresan, mientras que otros no han dejado nunca de suceder. En diferentes épocas, la Asociación, primero, y el Colegio, después, se han planteado cómo responder a unos mismos interrogantes. Conducidos por distintos presidentes, decanos, juntas, vocales y asociados, han llevado a la institución por senderos diversos y no rectilíneos. Han sido tantas las personas que han intervenido a lo largo de esta vida y tantas las ideas diversas que en ella han confluido, que el resultado debía estar forzosamente marcado por el signo del cambio y la pluralidad. Este es un libro abierto en dos sentidos. Lo es, por una parte, porque la selección que ofrece de distintos episodios de la historia del Colegio y de la arquitectura en Cataluña abre la puerta a múltiples búsquedas posteriores: el inmenso fondo documental atesorado en los diferentes departamentos y archivos colegiales, especialmente en el Archivo Histórico y la Biblioteca, promete la gratificación de una recompensa segura a quien se adentre en él; por otro lado, porqué tratándose de una institución viva, el libro no tiene final. La inauguración de la sede del Colegio en la plaza Nova, hace ahora cincuenta años, fue la materialización del anhelo modernizador de generaciones sucesivas de arquitectos, pero al mismo tiempo fue la plataforma que ha permitido la proyección ciudadana de la institución. Enric Granell, Antoni Ramon 11 01 A R Q UI T E C T O S Y S E Ñ OR ES El 19 de marzo de 1874 se funda en Barcelona la Asociación de Arquitectos de Cataluña, origen del actual Colegio de Arquitectos de Cataluña. La ciudad tenía entonces 250.000 habitantes y estaba en expansión. En el año 1854 las murallas se habían comenzado a derribar y el camino hacia el ensanche estaba abierto. Pocos años después, en 1859, la aprobación del Plan Cerdà desplegó la posibilidad de construir en el llano de Barcelona. ¿Qué profesionales podían hacerlo? Solamente 24 arquitectos y 19 maestros de obra, según el censo de 1852. Las montañas rusas de los jardines de los Campos Elíseos en el futuro paseo de Gràcia, proyectados por el primer presidente de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, Josep Oriol Mestres, en 1853. La Asociación de Arquitectos se sumaba a una red de corporaciones barcelonesas de cariz científico, literario y económico, que había comenzado con la fundación de la Real Academia de Buenas Letras el 27 de enero de 1752. Sin embargo, las primeras asociaciones de carácter estrictamente profesional habían sido el Colegio de Farmacéuticos (1857) y la Asociación de Ingenieros Industriales (1863). De todos modos, la Asociación no era la primera entidad que agrupaba a profesionales vinculados a la arquitectura, ya que el Centro de Maestros de Obras de Cataluña se había creado en 1870. No había pasado un siglo desde que se institucionalizara el título de arquitecto (1787) y hacía poco que la enseñanza de esta disciplina había dejado de ser monopolio de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, para ser impartida en la Escuela Especial de Arquitectura de Madrid (1845). En 1871 12 13 Josep Oriol Mestres: primer emblema de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, 1874. se habían iniciado, de manera provisional y sin la validación oficial del título, las clases de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, que finalmente fue reconocida en 1875, con la designación de Elies Rogent como director. Al constituirse, la Asociación de Arquitectos no tenía sede propia y utilizaba como tal el despacho profesional del presidente, y las juntas generales se reunían en la Escuela de Arquitectura, por deferencia de Rogent. Como en cualquier período constituyente, se formó una mesa de edad para ejercer las tareas directivas de la institución. Josep Oriol Mestres, el patriarca de los arquitectos catalanes, se convirtió en el primer presidente, y Lluís Domènech i Montaner, el arquitecto más joven, en el secretario, cargo que también desempeñaba en la Escuela de Arquitectura. Al cabo de un año de haberse constituido la Asociación, el secretario de la entidad redactó el informe anual, que leyó ante la junta el 5 de abril de 1875. El texto, escrito en castellano, algo poco habitual en Domènech, comenzaba con un símil naturalista-biológico común en la época: «En todo organismo que nace dirígense los primeros esfuerzos a consolidar su existencia, a dar robustez y aptitud a sus miembros y a asegurar, en una palabra, con una constitución perfecta en lo posible, el fin para lo que fuera creado». 14 15 El tono y la forma de esta memoria prefigura las futuras, que poco después ya no firma el secretario sino el presidente. El escrito resalta que el objeto principal de la Asociación es «el enaltecimiento de la clase». Para entender bien el trasfondo del término clase, se debe aclarar que éste no se refiere tanto a una clase social como a un estamento con una posición que defender y reclamar. El éxito de la constitución de la entidad —que no debemos olvidar que no era una organización de obligada afiliación, sino una iniciativa de los propios arquitectos— se basó en que, de los 30 arquitectos de Barcelona, se adhieren 26, y de los cuatro restantes, tres manifestaban haber dejado el ejercicio de la profesión. En cambio, la respuesta de los arquitectos de las otras tres provincias fue más desigual. De modo que los cinco asociados de fuera de Barcelona sólo cubrían el ámbito territorial de Tarragona. Los arquitectos residentes en Lérida y Gerona no respondieron a la convocatoria. Desde su reconocimiento legal, el 28 de marzo de 1874, la Asociación luchó contra las múltiples infracciones relativas a los «derechos y dignidad de la clase», para alcanzar y hacer respetar «nuestras atribuciones e intereses». Entre las primeras reivindicaciones, la más definitoria fue suscitada por el asunto Fontserè. El año 1871, el Ayuntamiento de Barcelona convocó un 16 17 Josep Fontserè, maestro de obras: proyecto de parque y jardines en los terrenos de la antigua Ciudadela de Barcelona, 1871. concurso para el proyecto de un parque y jardín en los terrenos de la antigua Ciudadela, cedida al municipio por el general Prim en 1869. Finalmente, después de varios contratiempos, el proyecto fue adjudicado al maestro de obras Josep Fontserè. Los arquitectos reclamaron con insistencia con el argumento de que un maestro de obras no podía dirigir una obra de tal envergadura y que, al conceder el proyecto a Fontserè, el Ayuntamiento había infringido las leyes vigentes sobre atribuciones profesionales. Las reclamaciones contra el Ayuntamiento se enviaron primero a la Academia de San Jorge de Barcelona y después a la Academia de San Fernando, en Madrid, que remitió un informe al Ministro de la Gobernación en el que se afirmaba que «todo es anómalo, irregular y extralegal en este negocio, pues se da a un maestro de obras, que no puede hacer una escuela de niños, ni un hospital de diez camas, ni una fuente de vecindad, si se costea con fondos públicos y sí con privados, ni una capilla abierta, ni un teatro, ni un lavadero, un proyecto de tanta magnitud». Todas estas demandas fueron infructuosas. 18 El mercado del Born en construcción. Proyecto del arquitecto Antoni Rovira i Trias, puesto en obra bajo la dirección de Josep Fontserè, maestro de obras, ca. 1875. Fontserè no sólo continuó al frente de las obras, sino que hasta 1887 llegó a hacerse cargo también del mercado del Born y de la urbanización y construcción de las casas de su entorno. Un joven de diecinueve años, Antoni Gaudí, comenzaba su formación trabajando en estos proyectos. Al mismo tiempo, la Asociación se personó ante el Ilmo. Vicario capitular de Barcelona, quejándose de que, en la ciudad, profesionales sin titulación dirigieran obras de edificios religiosos; ante el presidente de la Audiencia, defendiendo que para realizar peritajes cerca de los tribunales era necesario tener el título de arquitecto; frente al Ayuntamiento, para reclamar que los únicos que podían asumir la dirección facultativa de los panteones del cementerio municipal eran los arquitectos. Se les dio la razón en todas sus reivindicaciones contra los maestros de obras, pero nada cambió. Como en el asunto Fontserè, otros maestros de obras continuaron encargándose de edificios públicos y religiosos. 19 Josep Oriol Mestres: sección transversal del Gran Teatro del Liceo de Barcelona, 1863. Además de esta dedicación inicial a delimitar su propio terreno profesional, la Asociación manifestó la voluntad de acometer trabajos científicos y artísticos. En la memoria anual que la junta decidió publicar, vemos que en cinco comisiones se organizaban estas tareas: 1. Alcantarillado. 2. Arbolado. 3. Precio de los materiales. 4. Precio del suelo. 5. Agrupación de arquitectos forenses. Las dos primeras especialmente operativas en el momento de emprender la urbanización del ensanche. Las dos siguientes vinculadas a la industria de la construcción, y la quinta encargada de asentar las bases para la adscripción de los arquitectos en la Administración. 20 Lluís Domènech i Montaner: Proyecto final de carrera presentado en la Escuela de Arquitectura de Madrid, 1874. Josep Oriol Mestres (Barcelona, 1815-1895) Lluís Domènech i Montaner (Barcelona, 1850-1923) El informe de Lluís Domènech i Montaner concluía con un elocuente párrafo: «El afán del enaltecimiento de la clase, la unión más íntima entre nosotros, el más decidido compañerismo, que aún después de su muerte nos ha hecho honrar a nuestros comprofesores con un religioso recuerdo; la moderación y serenidad en las reclamaciones y ante los ataques injustos de que hemos sido objeto, han sido nuestra guía hasta hoy, séanlo en adelante y habremos alcanzado nuestro objeto». 21 B A N Q U E T ES , E X C UR SI ON E S Y M ON O G R A F Í AS 02 Nuestros arquitectos sabían bien que sus reivindicaciones «de clase» solamente podían prosperar si ofrecían una imagen cohesionada, no sólo de puertas hacia fuera sino también de puertas adentro. En un club de libre afiliación, una buena manera de atraer nuevos asociados consiste en ofrecerles espacios y momentos privilegiados que compartir. Sin demora la Asociación pone en marcha esta estrategia. El 7 de febrero de 1876, coincidiendo con el segundo aniversario de su fundación, los asociados recibieron la siguiente convocatoria: «Los infrascritos, arquitectos inscritos en la Asociación de Cataluña: deseosos de estrechar más y más las buenas relaciones que tanto interesan a todos los que nos honramos con semejante título, y a fin de participar de la satisfacción que reporta una reunión puramente fraternal, nos comprometemos a comparecer el día de Santa Eulalia (el próximo sábado día 12) a la comida que tendrá lugar en casa Justín —plaza Real— a las dos de la tarde; satisfaciendo cada uno la parte que le corresponda». Gaietà Buigas: Monumento a Colón. Barcelona, 1888. El andamio para la construcción es obra de Joan Torras. 22 Lo firmaban dieciséis arquitectos: Josep Oriol Mestres, Elies Rogent, Antoni Rovira i Rabassa, Leandre Serrallach, Josep Vilaseca, Lluís Domènech, August Font, Adrià Casademunt, Josep Torres Argullol, Antoni Rovira i Trias, Emili Sala, Josep Artigas, Joan Klein, Laureà Arroyo, Magí Rius y Pere Falqués, que constituían el núcleo dirigente de la Asociación. Éste fue el origen de una reunión —masculina, sin esposas ni familia— que se convertirá en tradición. 23 August Font: Restaurante Maison Dorée en la plaza de Catalunya de Barcelona, 1903. Aquel encuentro en torno a una mesa festiva y fastuosa, en «amistosa y fraternal reunión gastronómica», afianzó los vínculos entre los presentes y los hizo visibles en el seno de la sociedad burguesa. Las notas de prensa que redactaba la propia Asociación permiten entender cómo querían ser vistos los arquitectos: «Gran animación reinó en aquel acto al que asistieron buen número de arquitectos deseosos de pasar algunas horas en agradable reunión de compañeros [...] haciendo todos ellos votos por la prosperidad de la clase, de la Asociación». Los locales, los menús y las facturas dan idea del lujo del acto. Los lugares escogidos buscan lo más chic de Barcelona recorriendo una geografía paralela al crecimiento de la ciudad: de la plaza Real a la plaza de Cataluña y de ésta al ensanche. La comida y la bebida son abundantes y esnobs. La lista de platos está escrita en francés, como solían encontrarla los viajeros cosmopolitas en los mejores restaurantes de Europa, y se imprime en una cuidada tarjeta diseñada de acuerdo con los gustos más a la moda de aquel año. La frescura del evento permite introducir los sucesivos cambios de gusto con una gran inmediatez. 24 El 10 de febrero de 1880, aprovechando el banquete anual, Elies Rogent propone que «la Asociación verificase periódicamente excursiones artísticas, cuyo predilecto objeto fuese visitar los diversos e importantísimos tesoros arquitectónicos que Cataluña contiene». Seguramente Rogent, profesor, académico, arqueólogo y excursionista, veía en aquellos actos festivos un exceso de mundanidad que dejaba poco para la posteridad. Además, las excursiones obligaban a uno de los miembros de la Asociación a preparar una memoria histórica, que se leía a los compañeros reunidos en torno al monumento. La iniciativa no acababa en la visita arquitectónica: también iba acompañada del consiguiente ágape de hermandad. Elies Rogent, predicando con el ejemplo, se ofrece como ponente de una excursión al monasterio de Sant Cugat del Vallés, del que era arquitecto conservador. Aprobada, realizada y ante el éxito alcanzado, la junta de la entidad decide el primero de octubre de ese mismo año publicar la memoria leída por Rogent. De esta manera nacía la serie de monografías, primera aventura editorial de la Asociación de Arquitectos de Cataluña. 25 26 27 Elies Rogent delante del ábside de la iglesia de Sant Llorenç de Munt, ca. 1888. Las excursiones de los arquitectos, si bien se pueden vincular a un espíritu bastante extendido entre las asociaciones catalanas, presentan rasgos diferenciales. No es difícil darse cuenta de que el excursionismo de los arquitectos está muy lejos del excursionismo aventurero de los exploradores. En nuestro caso podemos hablar de una mezcla de excursionismo operativo y de lección académica, que se lleva a cabo de acuerdo con los protocolos y el lujo de la vida burguesa. Si el excursionista aventurero viaja para descubrir lo desconocido —ya sea la geografía, las costumbres o la arquitectura del lugar visitado—, la Asociación, acostumbrada al gusto cosmopolita, no quiere sorpresas. El edificio es conocido, así como los medios para llegar hasta allí. El discurso ya está escrito, sólo hace falta leerlo y, por lo que respecta al banquete, una comisión se encarga de proporcionar las viandas y bebidas que no se pueden encontrar lejos de la ciudad. Casi toda la serie de monografías se concentra en el estudio de la arquitectura medieval catalana. En un primer momento, esta fijación responde a los criterios teóricos à la page en el debate internacional, pero a medida que pasa el tiempo las monografías pierden intensidad, acercándose peligrosamente a las guías de viaje. La propia Asociación se acaba dando cuenta y vemos que las últimas se dedican a conjuntos contemporáneos: el parque Güell y la Casa Provincial de Maternidad y Expósitos. Los textos suelen estar redactados con una prosa plúmbea, típica del discurso académico elaborado en la biblioteca, repletos de datos histó- Las excursiones propuestas a finales de siglo nos permiten hablar de un cambio de rumbo. La de la iglesia de Nuestra Señora de la Aurora, la seo 28 ricos, cronológicos y anecdóticos, si bien todo ello no acostumbra a explicar el monumento visitado de un modo completo. En cambio, en los mejores, el análisis de la estructura, de la construcción, de la composición o el uso del edificio son la base teórica sobre la que se apoya una idea de arquitectura. En la parte gráfica, las monografías incluyen tanto fotografías como plantas, alzados y secciones, preparados expresamente, y todavía hoy útiles. 29 Monografías publicadas por la Asociación de Arquitectos de Cataluña de Manresa, se encuentra todavía dentro del espíritu medievalista de las salidas anteriores, en cambio, la de los Talleres Joan Torras, expresa la apertura de miras de la Asociación hacia la vertiente tecnológica de finales del siglo XIX, representada por la arquitectura del hierro. En la monografía de la seo de Manresa, Josep Torres i Argullol aplica las teorías de Viollet-le-Duc al análisis del monumento. Es una pena que el discurso de Joan Torras, pronunciado con motivo de la visita a su empresa, no se editara en aquel momento. En el caso de que se hubiera hecho se habría convertido en un texto de referencia en la técnica de la construcción metálica, en la que Torras era un pionero desde que construyó la torre-andamio del monumento a Colón de Barcelona. 30 1881. San Cugat del Vallés. D. Elies Rogent (excursión del 27 de junio de 1880) 1882. Santa Maria de Pedralbes. D. José Oriol Mestres (excursión del 23 de octubre de 1881) 1884. Cartuja de Montalegre. D. Modesto Fossas Pi (excursión del 11 de mayo de 1884) 1886. Monumentos romanos de Tarragona. Leandro Serrallach y Mas (excursión del 24 de mayo de 1885) 1886. Castillo de Vilassar. D. Cayetano Buigas Monrava (excursión del 6 de diciembre de 1885). 1886. El monasterio de Santa Maria de Ripoll. D. José Artigas y Ramoneda (excursión del 20 de junio de 1886) 1886. Santa Catalina. D. José Casademunt (recopilación y dibujo de Adriano Casademunt, que presentó el proyecto de edición a la junta de la Asociación, que lo rechazó) 1887. Monasterio de San Benito de Bages. D. Jaime Gustà Buendía (excursión del 17 de octubre de 1886) 1889. La catedral de Gerona. D. Joaquín Bassegoda (excursión del 23 de octubre de 1887) 1895. La real capilla de Santa Agueda. D. Buenaventura Bassegoda (excursión del 21 de octubre de 1894) 1896. Monasterio de Santas Creus. Memoria descriptiva por Juan Bautista Pons Traval (excursión del 29 de mayo de 1892) 31 «Ahora, con este descargo intermedio, no os sorprenderá (aunque tal vez os pese), otra excursión anatómica, relacionada con la aplicación de las teorías geométricas al caso que examino. Os consta que graves historiadores y eminentes arquitectos, entre ellos el genial Viollet-le-duc, aseguran que la Arquitectura es el arte geométrico por excelencia, y que, por lo tanto, la geometría preside o mejor antecede o informa (como queráis) todas sus manifestaciones. Suponen, en tesis general, que todo en ella está sujeto a una figura elemental rígida (por decirlo así) y fundamental, especie de envolvente o evolvente de las formas que constituyen la creación artística y de la cual surgen 1897. Excursión a la fábrica Torras. Discurso de Joan Torras. 1899. Iglesia de Nuestra Señora de la Aurora. Seo de Manresa. D. José Torres Argullol (excursión del 28 de noviembre de 1897). 1899. Monografía del monasterio de Santa María de Junqueras de Barcelona. D. Miguel Garriga y Roca (memoria premiada el 19 de noviembre de 1864 por la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País). 1900. Monasterio de San Llorens del Munt. D. Elies Rogent. 32 y a la cual se refieren por medio de la sencillez de varias rectas íntimamente ligadas a la figura matriz, todas las partes del edificio; y añaden que de esa sujeción y dependencia nacen los efectos del agrado producido, las excelencias de la armonía lograda y el mérito estético de la construcción. Dicen que el triángulo equilátero, por sus intrínsecas condiciones de igualdad de lados y de ángulos, y exacta división en dos segmentos o partes de la base por la perpendicular bajada desde el vértice opuesto reúne las más adecuadas condiciones para ser régulo o punto de partida de ese canavás engendrador...». Josep Torres Argullol: Iglesia de Nuestra Señora de la Aurora. Seo de Manresa 1900. La catedral de Ciudad Rodrigo. Luis María Cabello y Lapiedra (Madrid, diciembre de 1899). 1900. La catedral de Barcelona. Augusto Font y Carreras (excursión del 20 de junio de 1891). 1903. El parque Güell. Salvador Sellés (excursión del 4 de enero de1903). 1903. El claustro del monasterio de San Pedro de las Puellas. D. Ubaldo Iranzo y Eiras. 1903. Impresiones de viaje. Roma. Buenaventura Bassegoda. 1904. La Casa Provincial de Maternidad y Expósitos de Barcelona. D. General Guitart y Lostaló (excursión del 7 febrero de 1904). 33 34 Excursión de la Asociación de Arquitectos de Cataluña al monasterio de Santes Creus, 1892. Excursión de la Asociación de Arquitectos de Cataluña a Carcasona, 1910. Excursión de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, 1900. Excursión de la Asociación de Arquitectos de Cataluña a la seo de Lérida, 1911. 35 Excursión de la Escuela de Arquitectura de Barcelona a la catedral de Tortosa. Octubre de 1901. (Leyenda según anotación de época en el reverso de la fotografía.) 1. Domingo Calzada (bedel) 8. Ezequiel Porcel Alaban 15. Francesc Batlle Anfrés 2. Pere Domènech Roura 9. Damià Vives Roura 16. Josep Plantada Artigas 3. Eduard Balcells Buigas 10. Jaume Torres Grau 17. Vicenç Ferrer Pérez 4. Ramon Freixa Mallofré 11. Bernardí Martorell Ruiz 18. Josep Goday Casals 5. Pedro Guimon Eguiguren 12. Josep Coll Bacardí 19. Josep Granada Balcells 6. Enric Catà Catà 13. Antoni Maria Gallissà (profesor) 20. Roc Cot Cot 7. Melcior de Palau Simon 14. Ricard Bastida Bilbao 21. Jaume Gustà Bondia 36 37 Excursión de la Asociación de Arquitectos de Cataluña a Empúries, guiada por Josep Puig i Cadafalch, 1912. 38 39 03 LA A S O C I A C I Ó N Y LOS PRIMEROS « C O NG R ES O S N A C IO N A L ES » La primera asociación de arquitectos de España había sido la Sociedad Central de Arquitectos, fundada en Madrid el año 1849. Por iniciativa suya, el año 1881 los arquitectos españoles fueron convocados a un primer congreso nacional. Este fórum fue la primera oportunidad para los arquitectos catalanes de concurrir a un fórum más amplio del que hasta entonces había acogido su actividad. Un marco donde diferentes posiciones teóricas podían ser planteadas ante una asamblea más numerosa y diversa. Fue el primero de una serie de congresos nacionales que de manera intermitente e ininterrumpida se celebraron antes de la institución de los colegiados. Los tres primeros congresos —Madrid (1881), Barcelona (1888) y nuevamente Madrid (1904)— desarrollan una discusión conceptual unitaria. Los dos primeros persiguen consolidar la organización profesional en España. El tercero, que se hizo coincidir con el cuarto Congreso Internacional de Arquitectos, quiere dar la imagen de una arquitectura y de unos arquitectos españoles integrados por sus propios méritos en el contexto mundial. Sala del Segundo Salón Nacional de Arquitectura. Barcelona, 1916. 40 El 23 de mayo de 1881, en la Real Academia de San Fernando y con la presencia del rey Alfonso XII, se inauguró el primer congreso. No nos debe sorprender que se celebrara en Madrid, ya que era la sede de la primera escuela de arquitectura y de la decana de las asociaciones de arquitectos de España. 41 Asistieron 135 arquitectos, con una buena representación catalana, de la que destacamos Joan Torras, Josep Artigas, Leandre Serrallach, Modest Fossas Pi, Josep Torres Argullol, Lluís Domènech, Joaquim Bassegoda, Elies Rogent, Francesc de Paula Villar, August Font, Josep Oriol Mestres y Bonaventura Pollés. En un ambiente de exaltación nacionalista española, pues los actos coincidieron con los del centenario de Calderón de la Barca, Tomás Aranguren, presidente de la Sociedad Central, exclamó en el acto inaugural: «Loor eterna a Calderón, loor eterna al arte en todas sus manifestaciones». Unos meses antes, a raíz de la convocatoria del congreso, en septiembre de 1880, la Asociación de Arquitectos de Cataluña había nombrado una comisión formada por Lluís Domènech, Leandre Serrallach y Josep Artigas. Su informe afirmaba que, puesto que la convocatoria se dirigía a los arquitectos personalmente, no era necesario que la Asociación tuviera una representación directa en el congreso. No obstante, la importancia de los temas que había que tratar y, sobre todo, «la conveniencia de que sea conocida la vitalidad de la clase en Cataluña» eran motivos que justificaban que se promoviera que los arquitectos de la Asociación redactasen ponencias sobre algunas de las cuestiones que se debían discutir. tecto en el que se pensaba está magníficamente retratado en la intervención de Francisco Luis y Tomás, presentada en el congreso con el larguísimo título: «Ideal de la Arquitectura contemporánea; medios de realizarle, deducido del estudio comparativo y razonado de las épocas precedentes». «El arquitecto conviene que se empape —decía el ponente— en el arte de las diversas épocas, pero con el objeto de estudiarlas en su forma y en su fondo, reunir elementos y materiales, y al examinar su coordinación reconocer también sus eminencias y bellezas, así como sus lunares y defectos. Es preciso que el ideal de la arquitectura contemporánea se manifieste presentando, en medio de la complejidad relacionada con las necesidades, una gran simplicidad en su composición; formas racionales, aspecto monumental, amplitud en las disposiciones y cuanta dignidad en el arte es susceptible. Es preciso que lo accesorio no se confunda con lo esencial, que la imaginación esté impresionada, pero que se respete la inteligencia, que la decoración participe del carácter moderno de la arquitectura y venga a completarla, que se una a la construcción, que la acuse y haga notar las principales partes estando relacionada con la clase de materiales empleados. Es preciso que la idea esté anchurosamente concebida, noble, imponente, simbólica; que desarrolle y tenga sus raíces en el gusto actual de nuestra época y no en otras pasadas.» El trasfondo de estas primeras asambleas tiene un carácter académico que tan sólo superficialmente defendía posturas modernas. El modelo de arqui- Pero no todo lo que allí se discutió se reducía a esta vacuidad academicista, una retórica en la que se mezclaban, en sintonía con la mentalidad ecléc- 42 43 En el álbum de autógrafos del Segundo Congreso Nacional de Arquitectos del año 1888, el Marqués de Cubas encabeza su escrito con una cita de Nôtre Dame de Paris, de Víctor Hugo: «ceci tuera cela», que hacía referencia a la idea de que la letra impresa mataría la arquitectura entendida como portadora de un mensaje trascedente; o, en un sentido amplio, a cómo lo moderno mata lo antiguo. tica, cuestiones que estaban relacionadas con los materiales, con otras históricas, estéticas o filosóficas. Al repasar las actas de estos primeros congresos descubrimos tres núcleos de debate que se adentran en la senda de las preocupaciones contemporáneas. El primero se centra en aquello que en 1881 todavía se llamaba estilo, y que en 1904 ya recibe el nombre de forma. El segundo procura definir la organización profesional, y en 1904 propone, por primera vez, la colegiación obligatoria. En este ámbito organizativo, los congresos también se ocupan de la relación del cuerpo de arquitectos con las diferentes áreas de la Administración, fundamentalmente la municipal y la provincial, así como de acotar la responsabilidad profesional y la seguridad en las construcciones. Finalmente, el tercer núcleo de discusión trata del problema de la vivienda obrera, recorriendo el camino que va de la construcción de barrios aislados a la incorporación de éstos en la urbanización general de la ciudad, deteniéndose especialmente en el estudio de las condiciones higiénicas de las viviendas. La secuencia histórica del debate entorno al estilo en los tres primeros congresos es elocuente ya en el título mismo de las ponencias. En el congreso de Madrid de 1881 dos trabajos abordan el tema, el ya citado de Francisco de Luis y Tomás, y el «Estudio sobre las construcciones de hierro en España atendiendo al clima y a las costumbres; cómo deben establecerse, 44 45 y qué condiciones han de satisfacer. Combinación del hierro con los materiales del país», que tenía como ponente a Josep Domènech i Estapà. En el congreso de Barcelona de 1888 también dos ponencias tratan esta cuestión. La presentada por Joaquín Bassegoda: «Determinar el modo como influyen la naturaleza y las condiciones de los materiales en las construcciones arquitectónicas bajo el triple concepto artístico, científico y económico», y la de Josep Torres i Argullol: «¿Cómo podría obtenerse que los oficios e industrias auxiliares de la construcción arquitectónica recuperaran, en el concepto artístico, la importancia que tuvieron en otras edades?». Por último, en el congreso de 1904 celebrado en Madrid, también encontramos dos intervenciones al respecto: «La influencia de los procedimientos modernos de construcción sobre la forma artística» y «El arte moderno en la arquitectura» de Hermann Muthesius. Aunque esta circunstancia se deba al azar de la Historia, lo cierto es que las fechas de los tres congresos nos presentan tres estadios del proceso de definición de la arquitectura moderna: 1881, la arquitectura del hierro; 1888, la síntesis soñada por los Arts&Crafts, y 1904, la llegada de la arquitectura moderna, tal y como la interpretaba Otto Wagner. En 1881, Josep Domènech i Estapà, recién titulado, se dirige a la asamblea con un lenguaje entusiasta erigiéndose en paladín del uso del hierro en la 46 arquitectura: «¿Qué mejor que el hierro para la construcción de estos grandes mercados, de estos inmensos palacios de exposición, de estos gigantescos puentes, necesidades todas de la época actual y que algunas no eran conocidas por nuestros antepasados?». Con afán reivindicativo Domènech defiende que los arquitectos tienen que arrebatar a los ingenieros el uso de este material y el proyecto arquitectónico de estos nuevos programas funcionales. Pero su pensamiento no es todavía moderno, ya que continúa entendiendo que estos edificios son monumentos como lo habían sido una catedral o un teatro de ópera: «¿Qué mejor problema puede darse a un arquitecto que el de construir uno de estos monumentos que hasta ahora han sido sólo patrimonio de los ingenieros y que sólo han nacido de las fórmulas mecánicas?». 47 El II Salón Nacional de Arquitectura se celebró en Barcelona en 1916. El montaje expositivo no sólo reunía la obra de arquitectos reconocidos, sino también los proyectos de estudiantes de las dos escuelas de arquitectura existentes en España: Madrid y Barcelona. Los antiguos vaciados de yeso de la Escuela de Elies Rogent abandonaron su sitio en la Universidad Literaria para mezclarse con dibujos de antiguos cenotafios, maquetas y planos de proyectos contemporáneos. Pasado y presente, práctica profesional y enseñanza, Madrid y Barcelona, se ponían en relación en el marco del Salón. Cabe recordar que hasta el año 1960 estas dos escuelas eran las únicas del Estado donde se podía obtener el título de arquitecto. 48 49 Asistentes al VII Congreso Nacional de Arquitectos en el patio del Alcázar de Sevilla, 1917. Veintitrés años más tarde, cuando Hermann Muthesius toma la palabra en el congreso de Madrid de 1904, el sentido de sus palabras es bien diferente. Ya no se trata de monumentalizar la obra de los ingenieros, sino de aprender directamente de ella: «Las obras del ingeniero responden lo más sinceramente posible al espíritu de nuestro tiempo, es decir, las estaciones, los ferrocarriles, los puentes, los barcos y las máquinas de vapor, las aplicaciones científicas de todo género». El pensamiento de Muthesius ha avanzado por el camino de la modernidad. La arquitectura no debe adaptar los materiales modernos a conceptos antiguos, como afirmaba Domènech i Estapà, sino que, por el contrario, debe entender que los nuevos materiales generan nuevas arquitecturas. De este modo, el discurso de Muthesius critica el Art Nouveau por haber conducido el uso del hierro hacia “un cierto manierismo”, en el que el deseo de ser moderno estaba sometido a la moda y no a unos principios. Las palabras de Muthesius: «Una arquitectura moderna no se puede desarrollar racionalmente más que por la estrecha unión del arte del ingeniero con el del arquitecto», anticipan las que Le Corbusier difundirá en Vers une architecture en 1923. En cuanto a la problemática de la vivienda obrera, el primer congreso se cuestiona si «dada la organización actual de la sociedad, ¿es o no conveniente la construcción de barrios obreros?». La respuesta del ponente Lorenzo Álvarez Capra fue negativa. En la discusión abierta, Mariano Belmás propone diferenciar lo que hoy se denominaría polígono de lo que 50 poco después se teorizaría como ciudad jardín. Para Belmás, la construcción de «grandes grupos de construcciones donde se alojan por un tanto mensual de alquiler los humildes artesanos» se debería rechazar, mientras que si fueran «superficies en distintos puntos de las poblaciones, sobre las cuales se asientan casas con más o menos jardín para familias modestas, benditos sean los barrios para obreros». Belmás reaccionaba frente a los planteamientos del ponente que, imbuido de una ideología paternalista, concebía la ciudad como un espacio socialmente mixto: «al obrero es conveniente albergarle en nuestra propia casa, tenerle al lado nuestro para socorrerle en sus enfermedades; y la sociedad no se arrepentirá de ello, pues en caso de accidente es inseparable, y tiene probado que da su vida por el que le tiende su mano». La discusión, más que profesional, era política. Lluís Domènech ya se había dado cuenta cuando en el informe a la Asociación desaconsejaba enviar trabajos al congreso nacional sobre este tema, ya que lo consideraba «más un problema social que específico de la carrera y resultando actualmente para nuestra región, de escasa o nula utilidad práctica». En el año 1880 esta necesidad no era ni sentida ni vislumbrada. Pocos años después, con las obras de la Exposición Universal de 1888, el problema se revelará lacerante, ya que Barcelona duplicará su población de un cuarto de millón a medio millón de habitantes. 51 04 L AS R E V IS TA S DE LA A S O C I A C I Ó N DE A R Q UI T E C T OS D E C ATA LU Ñ A La publicación de las monografías, en los primeros años de la Asociación, a la vez que recogía la actividad central de la entidad quería recuperar el aura del monumento mediante la palabra escrita. Pasado este momento fundacional y tras la celebración de los congresos de 1881 en Madrid y de 1888 en Barcelona, la Asociación necesitaba acompasarse a la actualidad con una publicación periódica, como la que ya tenía la Sociedad Central de Arquitectos. La Revista de la Asociación de Arquitectos de Cataluña publica su primer número el 15 de mayo de 1893. Tal y como se anuncia en la presentación, el anhelo no es nuevo: «Mucho tiempo hace que esta Asociación acariciaba la idea que hasta hoy no ha podido tomar forma. En varias ocasiones se había propuesto publicar una revista digna del decoro profesional y de los sagrados intereses de los asociados que representa; diversas y opuestas circunstancias habían hecho imposible la realización de tal idea». En el primer número la cabecera de la revista, dibujada seguramente por Josep Vilaseca, el diseñador del emblema de la Asociación, representaba una especie de banderola de estilo medieval con el título de la revista rotulado en el pendón. A la derecha, la musa Arquitectura está sentada en un trono gótico con un compás en la mano. Dos palabras la acompañan: Arte y Ciencia. En el mástil se abren cuatro ventanas al pasado. No solamente miran a la 53 Edad Media, tanto románica como gótica, sino también a la Edad Clásica, tanto romana como renacentista. La ornamentación, contemporánea, liga estos fragmentos históricos en un único conjunto alegórico. La revista tenía una presentación modesta, unas pocas páginas de texto a dos columnas y grabados sólo en la cubierta. Pero estaba al día. En sus páginas encontramos artículos cortos dedicados a temas de actualidad, tanto culturales como técnicos: noticias de la Exposición Colombina de Chicago, de las inauguraciones del puente transbordador de Portugalete, dibujado por Lluís Domènech en un viaje del mismo año, o de la plaza de toros de Salamanca, la primera que se construye en España con estructura metálica en su fachada. También reseñas sobre las novedades técnicas, como el uso del aluminio en la construcción o las «habitaciones metálicas». Sin olvidar la realidad profesional; el intrusismo era el tema del momento, como lo seguirá siendo hasta nuestros días. Entre 1893 y finales de 1895, la periodicidad de la revista fue irregular, a pesar de que en aquel lapso aparecieran 32 números. No consta la existencia de un director ni de un consejo de dirección. A partir del número 33, correspondiente al 15 de enero de 1896, el director será Manuel Vega i March, que le imprimirá una periodicidad quincenal, introduciendo publicidad en sus páginas por primera vez. Bajo su dirección la revista sólo durará hasta 54 55 final de año, y desaparece con el número 55. Vega i March emprenderá entonces la publicación de Arquitectura y Construcción, la primera revista privada de arquitectura en Cataluña. Sin detenernos en el contenido teórico de la revista de la Asociación, un texto es de cita obligada. Se trata del artículo de Lluís Callén sobre un término que entonces designaba fundamentalmente un movimiento literario, y cuyo uso se consolidará algunos años más tarde en la arquitectura: modernismo. Callén en «El modernismo y la arquitectura», publicado en junio de 1895, antepone una arquitectura con voluntad de estilo a otra determinada solamente por el uso de los materiales y las técnicas modernas: «No es por lo tanto el hierro, ni el cemento, ni los nuevos procedimientos los que nos llevan al modernismo, sino al contrario, somos nosotros los que llevamos el hierro y demás materiales adelantados al modernismo, como podríamos llevarlos a cualquier otra parte». Dos años después de desaparecer la revista, la Asociación de Arquitectos de Cataluña inicia la publicación del Anuario. El formato evidencia que no quiere ser ni una revista ni un diario de actualidad, sino más bien un libro, 56 una especie de enciclopedia como las que en la época se solían publicar en todas partes. Una miscelánea anual encuadernada y con tapas duras que, además de a los arquitectos, pretendía interesar a un público más amplio, desde ingenieros, maestros de obras y constructores hasta propietarios y aficionados. Debemos recordar que la adhesión a la Asociación era voluntaria y que, según los datos publicados, en aquel momento contaba con 63 asociados, 54 de Barcelona y 9 del resto del Principado. Casi la mitad del cuerpo profesional, 47 arquitectos de la capital, no pertenecía a la Asociación. Entre ellos algunos de los más importantes, como Lluís Domènech i Montaner, Antoni Gaudí, Josep Font i Gumà, Antoni Maria Gallissà, Josep Puig i Cadafalch o Joan Rubió i Bellver. Para integrar a este colectivo heterogéneo, el Anuario ofrecía un conjunto de materiales que abarcaban tanto el pasado como el presente, tanto Cataluña como España y tanto la teoría como la práctica. En palabras de sus promotores, en el “Propósito” que encabezaba el primero de los anuarios, correspondiente a 1899: «lo principal de su texto habrá de constituirlo forzosamente la inserción de monografías referentes a los estudios que la Asociación haya hecho, o en adelante hiciera, de monumentos notables, emplazados en alguna comarca de la antigua Corona de Aragón. En segundo término, la descripción y explicación de los 57 edificios de nueva planta que en Barcelona o en cualquiera de las provincias catalanas se erigieran, y en tercer lugar algún trabajo que esté conectado con sucesos, hechos o fábricas de otras provincias de España». En su afán enciclopédico la publicación no olvidaba los aspectos más operativos, como la lista de arquitectos estructurada en categorías, de maestros de obras y de empresas vinculadas al sector. La publicidad, los anuncios, constituye un extenso capítulo, el último de cada anuario. El éxito inicial de la fórmula permite que la publicación no se detenga hasta 1930, año de la creación del Colegio Oficial de Arquitectos de Barcelona. A pesar de esto, la historia de los anuarios es discontinua y no sólo recoge la de la Asociación, con sus altibajos, sino también refleja la historia del país y una cierta historia de la arquitectura en Cataluña. Por ejemplo, en 1914, bajo la presidencia de Josep Puig i Cadafalch, muestra el paso de una Asociación modernista a una novecentista. Una transformación patente desde la portada hasta el contenido del número. Publicando un artículo sobre la Fábrica Casaramona y otro sobre la excursión de la Asociación a Empúries en la que él mismo hace de cicerone, parece que Puig da por concluida una etapa e inicia otra. 58 La estructura del Anuario era extensa y rígida. El tiempo acabó demostrando que lo era demasiado, tanto que no fue capaz de asimilar las nuevas propuestas que la velocidad de la historia producía. La aparición de La ciutat i la casa en 1925 así lo demostró. La época dorada de los anuarios corresponde a la Barcelona modernista. De este modo lo intuyeron los redactores del primer volumen, al explicar los propósitos de la publicación y reconocer los valores de su tiempo: «Acontece que el crecimiento obtenido por la ciudad de Barcelona desde la aprobación de su plano de ensanche hasta la fecha, ha sido tan rápido, tan inesperado y maravilloso que el trabajo oficial no ha podido, o no ha sabido, correr parejo con el impulso y fuerza de la iniciativa particular. Ésta, por doquiera, ha levantado edificios suntuosos con apariencias y dejos de palacios; por todas partes ha dejado y consentido que los arquitectos mostrasen sus particulares estudios y pujasen en noble emulación tras de hallar la expresión artística de sus ideales arquitectónicos». Este empuje era el motor de su empresa editorial, un relato de la febril actividad que involucraba a la ciudad entera. Los premios concedidos por el Ayuntamiento de Barcelona a los mejores edificios construidos constituyen un capítulo fundamental de esta narración. 59 60 61 P R E M I O S E N LA B A R C EL O N A MO D E R N IS TA 05 El 23 de junio de 1899, aparentemente por iniciativa de Camil Oliveras, el Ayuntamiento de Barcelona instituyó la concesión de unos premios «al mejor edificio público o privado […] edificado dentro del año de la convocatoria». El premio consistía en una placa decorativa destinada a la fachada del edificio, que inicialmente se pensó de azulejo y después se sustituye por una placa de bronce para el edificio y un diploma para el arquitecto. Estos cambios, que podrían parecer irrelevantes, responden a una voluntad de significar la arquitectura y a los arquitectos de una ciudad que quería ser moderna. Barcelona necesitaba un estilo que la caracterizara. Con el tiempo lo hemos llamado modernismo y la institución de estos premios reconocía y valoraba los edificios que lo definían. La nota de presentación de los premios publicada en el Anuario de 1901, a raíz de la primera convocatoria, muestra la acogida del concurso por parte de los arquitectos. Hace hincapié en la necesidad de fomentar el espíritu de competencia que permita establecer un escalafón de excelencia, tanto dentro de un colectivo profesional cada vez más numeroso como entre sus clientes, ávidos de un lujo que los diferencie. «A nuestra clase le servía de grato estímulo esa decisión, dada a luz después de laboriosa gestación, y a la clase de propietarios de no menos gratos augurios, ya que en el terreno privado se despertó desde aquella fecha una ligera emulación, llena de esperanzas de lograr un premio anunciado, y en otro terreno influyó poderosamente en el ánimo de algunos capitalistas que desde entonces 63 Antoni Gaudí: Casa Calvet. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1900. dejaron de entorpecer con positivistas cortapisas la libre acción de su arquitecto respectivo, lo cual es ya un paso largo o corto en pro del desarrollo de la ilustración en las clases directoras.» El jurado incluía a las distintas instituciones implicadas: el Ayuntamiento, la Escuela de Arquitectura, la Escuela Oficial de Bellas Artes, el Centro de Maestros de Obras y la Asociación de Arquitectos, también incorporaba a un reconocido crítico artístico y a un secretario. Los premios otorgados en las tres primeras convocatorias permiten suponer cierta estrategia. Un joven arquitecto emergente, Antoni Gaudí, gana en 1900 con la casa Calvet. El maestro Joan Martorell, con quien habían trabajado tanto el mismo Gaudí como Lluís Domènech en los encargos de Comillas y en el proyecto de fachada de la catedral de Barcelona, gana el de 1901 con la sede de la Sociedad de Crédito Mercantil, con un lenguaje más clasicista que medieval. El tercero, en 1902, lo recibe el arquitecto de las clases adineradas, Enric Sagnier, por el chalé de Don Emili Juncadella, de un modernismo sensato. Si observamos las obras premiadas, se evidencia el gusto ecléctico del 64 Lluís Domènech i Montaner: Fonda España. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1904. jurado, que no sólo validaba lenguajes modernistas en el sentido que hoy le damos al término, sino que ponía de manifiesto la convivencia de distintas tendencias en la Barcelona de inicios del siglo XX . Unas acababan de nacer, otras no acababan de morir. Por otra parte, una vez iniciado el certamen, las instituciones convocantes se dan cuenta de que tanto hacen ciudad las piezas grandes como las pequeñas. La distancia entre la alta y la baja cultura se acorta. La convocatoria de 1903 se amplía con los «establecimientos». Muchos de los locales premiados serán locales de moda, y muchos serán proyectados por arquitectos. Lluís Domènech i Montaner, por ejemplo, ganará un premio tanto por la Fonda España (1904) como por el Hospital de Sant Pau (1913). August Font por la reforma y ampliación de la Caja de Ahorros en la plaza de Sant Jaume (1902) y por la glamurosa Maison Dorée (1904), en la que la Asociación celebra más de un banquete. Lo cotidiano —la farmacia, el horno de pan, el café, la joyería, la perfumería— define a la ciudad modernista tanto como la arquitectura monumental, y los premios así lo quisieron reconocer. 65 Enric Sagnier: Sede de la Caja de Ahorros. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1919. Josep Puig i Cadafalch: Fábrica Casaramona. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1912. 66 Lluís Domènech i Montaner: Hospital de Sant Pau. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1913. Lluís Homs, Eduard Ferrés y Agustí Mas: Bazar Damians. Finalista del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1916. Jaume Torres Grau: Edificio en la calle de Torres Amat. Finalista del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1919. 67 68 Perfumería Ideal. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1903. August Font: Butzems y Fradera. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1908. Josep Bori: Joyería y relojería El Regulador. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1912. Ramon Puig Gairalt: Droguería Vicente Ferrer y Cía., en la plaza de Catalunya. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1915. 69 Josep Plantada: Cinema Ideal. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1912. La diversificación de los premios no se detiene aquí. En el año 1906, el Ayuntamiento también instituye un premio a la «mejor casa de tipo obrero». Sin embargo el jurado no halló ninguna digna del premio, y consideró que éste no se debía otorgar al arquitecto autor del proyecto, sino a la institución promotora, siguiendo las directrices de los congresos de arquitectos que recomendaban que se promoviera la vivienda social. En 1907 se incorporan al concurso los «edificios de carácter público y privado» y las «casas de particulares de alquiler para otros fines puramente utilitarios». Finalmente en 1921, al reunirse el jurado tras dos años sin hacerlo, el abanico de premios se amplía, seguramente sin ninguna necesidad, incluyendo galardones «al edificio público de carácter monumental», a «la casa o chalé no destinada a alquiler», «a la casa de alquiler», «al edificio industrial», a «la habitación barata o casa para obreros», a «la restauración de un edificio antiguo de interés artístico o arqueológico», y a «las tiendas o establecimientos en general». Lluís Domènech i Montaner: Dibujo para el Palacio de la Música Catalana. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1909. 70 Desde nuestra perspectiva, la historia de los premios depara situaciones paradójicas. En la convocatoria de 1907 sorprende que el premio recayera en el Colegio Condal de Bonaventura Bassegoda, descartando, entre otros, la casa Batlló, a pesar de que el jurado no pudiese dejar de reconocer su «singular ingenio» y la «febril inventiva en un sinnúmero de detalles modernísimos» de su arquitecto, Antoni Gaudí. 71 Josep Maria Pericas: Farmacia Espinós. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1912. La vida de los premios tuvo su propia crisis. A partir del entregado al Hospital de Sant Pau en 1913 para obras acabadas en 1912, la convocatoria se vuelve irregular. En 1914 y 1915, el jurado no se reúne. En 1916 el premio se concede a El Frare Blanc, acabado de construir en 1913. Desde entonces los «desiertos» se vuelven más frecuentes. En los años 1914, 1915, 1918 y 1919 ningún edificio merece el galardón, y en 1916 y 1917 lo recibe Enric Sagnier, lo que le da derecho al premio extraordinario. Una nota en el Anuario de 1926 certifica la muerte de los premios. En una instancia dirigida al Ayuntamiento, Francesc Guàrdia i Vial, presidente de la Asociación y yerno de Lluís Domènech, «suplica» la presencia de una mayoría de arquitectos en el jurado del certamen y solicita que se restablezcan los concursos interrumpidos desde 1918, otorgándose los premios de 1920, 1921, 1922, 1923, 1924 y 1925, más teniendo en cuenta que «en los presupuestos municipales han venido consignándose las cantidades necesarias y según nuestras noticias, incluso están fundidas y depositadas en una dependencia municipal las placas de bronce correspondientes». El Ayuntamiento en 72 Jaume Torres Grau: Perspectiva para la Sede de Fomento de Obras y Construcciones, en la calle de Balmes. Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1926. cambio sólo concede el premio a Jaume Torres Grau por la sede de Fomento de Obras y Construcciones ubicada en la calle de Balmes, número 36, en 1925. Es curioso que el mismo Anuario de 1926 recoja un extenso reportaje de diez páginas, anónimo, sobre este edificio, titulado: «La casa» (sic). ¿Por qué desaparecen los premios? No cabe duda de que el Ayuntamiento se desinteresa. Con la política noucentista la época de los premios a la sociedad civil había pasado. La instauración de un gusto oficial clasicista era incompatible con el incentivo a la singularidad. Por otra parte, el creciente número de proyectos promovidos por las instituciones públicas y, sobre todo, por el Ayuntamiento, hacía que estuviera mal vista la autoconcesión de galardones. Si estar de moda es consustancial al modernismo, los premios anuales certificaban este cambio constante. Históricamente los premios acotan bien el ámbito de la arquitectura modernista, tanto la lista de clientes como la de arquitectos dibujan una buena radiografía de la ciudad de Barcelona, así como de sus deseos, que no dictaba la Administración pública sino la iniciativa privada. 73 Premios 1900. Antoni Gaudí. Casa Calvet. 1901. Joan Martorell. Sociedad de Crédito Mercantil. 1902. Enric Sagnier. Casa Emili Juncadella. 1903. August Font. Reforma y ampliación de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad en la plaza de Sant Jaume. Establecimientos: Ricard de Capmany y Josep Puig i Cadafalch. Café Torino. 1904. Desierto. Establecimientos: Lluís Domènech i Montaner. Fonda España. 1905. Josep Amargós. Torre de las Aguas de Dosrius. Establecimientos: Café Novedades. 1906. Lluís Domènech i Montaner. Casa Lleó Morera. Establecimientos: Joan Alsina. Restaurante Casa Pince. 1907. Bonaventura Bassegoda. Colegio Condal. Establecimientos: desierto. 1908. Desierto. Establecimientos: Albert Joan. Farmacia del Dr. Domènech. Premio extraordinario: August Font. Establecimientos Butzems y Fradera. 1909. Lluís Domènech i Montaner. Palacio de la Música Catalana del Orfeó Català. Establecimientos: desierto. 1910. Desierto. Establecimientos: Miquel Moragas y Salvador Alarma. Bar La Luna. 1911. Juan José Hervás i Arizmendi. Casa José Pérez Samanillo. Establecimientos: Miquel Moragas y Salvador Alarma. Establecimiento de Francisco Sangrà. 1912. Josep Puig i Cadafalch. Fábrica Casaramona. Establecimientos: Josep Bori. El Regulador. Juan Llongueras. Café Restaurante Royal. Muebles y decoración Esteva y cia. Josep Maria Pericas. Farmacia del Dr. Espinós. Josep Plantada. Cine Ideal. 1913. Lluís Domènech i Montaner (Premio extraordinario Gran Medalla de Oro). Hospital de Sant Pau. Establecimientos: Enric Sagnier: Confitería Guillermo Llibre. 1914. Joan Rubió Bellver. El Frare Blanc. Establecimientos: Enric Sagnier. Sastrería y camisería Comas. 1915. Premio extraordinario: Pere Falqués. Museo de Bellas Artes. Establecimientos: Ramon Puig Gairalt. Droguería Vicente Ferrer. 1916.Desierto. Establecimientos: Eduard Ferrés, Ignasi Mas y Lluís Homs. Almacenes Damians. 1917. Enric Sagnier. Grupo benéfico de edificaciones del Instituto Provincial de protección a la infancia y represión de la mendicidad. Establecimientos: Lluís Masriera. Joyería Masriera. Oleguer Junyent. Instalaciones y aparatos eléctricos Joan Pich. 1918. Enric Sagnier (Premio extraordinario Gran Medalla de Oro). «La Caixa d’Estalvis». Premio ordinario: Joan Rubió i Bellver. Casa Joan Roig i Mallafré. Establecimientos: Modesto Castañé, Prats Fatjó y cia. 1919. Premio al edificio público de carácter monumental: desierto. Premio al palacio, casa o chalé no destinado a alquiler: Enric Sagnier. Casa Ignasi Coll. Casa de alquiler. Francesc de Paula Nebot. Casa de alquiler de Lluís Pi i Gibert. Edificio industrial: desierto. Habitación barata o casa para obreros: grupos de construcciones económicas acogidas a la Ley de Casas Baratas de la «Sociedad Anónima y Caja de Ahorros», situadas en Sant Andreu, Horta y Vallcarca. Restauración de un edificio antiguo de interés artístico o arqueológico: desierto. Establecimientos: Bar Peña, izquierda del ensanche. 1920. Premio al edificio público de carácter monumental: desierto. Premio al palacio, casa o chalé no destinado a alquiler: Enric Sagnier. Casa Lluís Rocamora. Casa de alquiler: Antoni Pons. Casa Rafael Roldós. Edificio industrial: Hotel Ritz. Habitación barata o casa para obreros: desierto. Restauración de un edificio antiguo de interés artístico o arqueológico: desierto. Establecimientos: Antonio Utrillo. La Granja Royal. 1921-1925. No se convoca. 1926. Jaume Torres Grau: Sede de Fomento de Obras y Construcciones. Establecimientos: M. André y J. Martrús. Joyería Valentí. 1927. Arnald Calvet. Almacenes Jorba. Establecimientos: Antonio Utrillo. Farmacia Pujol i Cullell. 1928. Joan Baptista Serra. Ampliación de la casa Vicens de Antoni Gaudí. Establecimientos: No se convoca. 1929. No se convoca. Establecimientos: Antoni Badrinas. El Dique Flotante. 1930-1931. Pedro Muguruza. Estación de Francia. Establecimientos: Santiago Marco. Aplicaciones del gas. Café Torino (Barcelona). Premio del Concurso Anual de Edificios y Establecimientos Urbanos, 1903. 74 75 06 N O UC E N T I S M E : R E FO R M A U R B A N A Y E Q UI PA M I E N T O S En 1906, Eugeni d’Ors inicia la publicación del Glosario, detonante teórico del noucentisme. El tono programático de sus propuestas hizo que pronto se convirtiesen en oficiales. La idea de la Barcelona-capital nace entonces. Las glosas de Xenius intentaban, desde un punto de vista culturalista, sistematizar un proceso histórico que, iniciado a mediados del siglo XIX, necesitaba la instauración de su edad clásica. Barcelona ya hacía unos años que caminaba en esa dirección. ¿Cómo, si no, se entiende la secuencia iniciada con el derribo de las murallas, el concurso del ensanche, la aprobación del Plan de Ildefons Cerdà, la Exposición Universal de 1888...? Los arquitectos intervenían en este proceso reconociendo que su trabajo consistía en monumentalizar la ciudad. Consideraban que el Plan Cerdà era uniformador y aburrido, y que coartaba la arquitectura tal y como ellos la entendían. «La Barcelona de Jaussely», La Il·lustració catalana, enero de 1911, número extraordinario. 76 Elies Rogent había sido el primero en enfrentarse a la trama urbana del ensanche en 1862 con el proyecto para la Universidad Literaria de Barcelona, un edificio que en muchos aspectos inaugura la arquitectura catalana moderna. Le seguirán la Sagrada Familia de Francesc de Paula Villar (1887), continuada por Antoni Gaudí a partir de 1883, el Hospital Clínico de Ignasi Bartrolí y Josep Domènech Estapà (1880), el Palacio de Justicia, de Domènech Estapà y Enric Sagnier (1887), la nueva Aduana, de Enric Sagnier (1896), el Hospital de Sant Pau de Lluís Domènech i Montaner (1901) y la Prisión Modelo, de Domènech Estapà y de Salvador Viñals (1904). 77 Elies Rogent: Universidad Literaria de Barcelona, 1863. Todos ellos, a su manera, contradecían el Plan Cerdà, y algunos lo atacaban abiertamente, como la Sagrada Familia de Gaudí y el Hospital de Sant Pau de Domènech i Montaner. La avenida que los une es el único trazado materializado del proyecto que, con el lema Romulus, ganó el «Concurso Internacional sobre anteproyectos de enlace entre la Zona del Ensanche de Barcelona, los pueblos agregados entre sí y con el resto del término municipal de Sarrià y Horta» convocado por el Ayuntamiento de Barcelona en 1903. Este plan, obra de Léon Jaussely, fue alabado por los noucentistes, que veían en él la herramienta capaz de recortar, diagonalizándola, la estructura ortogonal del ensanche de Cerdà. El escenario que dibujaba no era sólo el de una ciudad «artística y monumental» sino, y sobre todo, el espacio para la vida cotidiana. Un territorio en el que el edificio público se convertía en institución. Josep Domènech i Estapà y Ignasi C. Bartrolí: Hospital Clínic, Barcelona, 1880-1904. La Mancomunidad de Cataluña, creada el 6 de abril de 1914, formalizó políticamente el ideario orsiano. Si el mundo modernista necesitaba patricios, el noucentista necesitaba ciudadanos, que para poder serlo necesitaban instrucción y servicios: escuelas y bibliotecas, beneficencia y sanidad. En esta coyuntura, Josep Puig i Cadafalch es elegido presidente de la Asociación de Arquitectos de Cataluña en 1913. Puig, mano derecha de Enric Prat de la Riba, hasta entonces apenas se había implicado en la vida de una asociación de la que durante muchos años no fue ni tan siquiera socio. Si aceptó 78 Josep Domènech i Estapà y Enric Sagnier: Palacio de Justicia, Barcelona, 1887-1908. 79 La Sagrada Familia vista desde el Hospital de Sant Pau, 1922. Fotografía: Josep Lluís Ribera Llopis. Achivo del Hospital de la Santa Creu y Sant Pau – AHSCP tomar las riendas de la entidad, fue seguramente porque entendió que ésta tenía un lugar preeminente en la sociedad civil catalana. Bajo su dirección, el Anuario cambia de aspecto. En la cubierta de la publicación los números romanos sustituyen a las cifras árabes y un capitel dórico al águila modernista. Este capitel es el símbolo del anhelo clásico, el águila era el blasón de una genealogía. Aunque, si nos fijamos bien, el capitel está dibujado de una manera más científica que sentida. Sin duda —la axonometría vista desde abajo lo delata— es una versión de los que Puig tantas veces había visto en uno de sus libros favoritos: la Histoire de l’architecture, de August Choisy. El cambio no es sólo de forma. Los contenidos perfilan otra época, personificada por Puig en su propia trayectoria. La fábrica Casaramona, premio del Ayuntamiento en 1912 para las obras acabadas en 1911, representa el canto de cisne del Puig modernista que se transfigura en noucentista, mentor de sus compañeros en la excursión anual de la Asociación a las ruinas clásicas de Empúries: «el núcleo arquitectónico más antiguo de Cataluña —según sus palabras— donde por primera vez florece la civilización en nuestra tierra». Sus memorias presidenciales, leídas en las juntas generales de enero de 1913 y 1914, reflejan sus anhelos al principio del mandato y su desencanto final 80 ante la reacción de un colectivo poco propenso a los cambios. En la memoria leída el 28 de enero de 1913 expone su diagnóstico de la vida de la entidad, «modesta, extremadamente modesta, más de lo que haría falta dada la función que los arquitectos deberían ejercer en la vida colectiva de la tierra catalana». La marcha de la Asociación se debería acompasar con la de los «problemas complejos de una ciudad en formación: cuestiones de arte de un mundo que bulle en esta agitada Barcelona, ajena a nosotros». Puig, dándole la vuelta a la sempiterna defensa de las atribuciones profesionales, señala que la culpa de esta situación radica en los propios arquitectos y en sus clientes: «este problema antiguo entre nosotros no ha tenido solución. Es probable que no la tenga si no se eleva el nivel intelectual del público, y si nosotros no elevamos el valor intrínseco de nuestros proyectos». Para él, no toda construcción es arquitectura, y en consecuencia no hace falta que la dirija un arquitecto sino solamente un técnico. Las leyes proteccionistas, siempre reivindicadas desde la Asociación, serían innecesarias si la arquitectura fuera auténtica. Para restablecer las relaciones exteriores, atenuadas desde hacía casi una década, Puig asiste al comité permanente del Congreso Internacional de Arquitectos que se reunía anualmente en París. Los anteriores presidentes de la Asociación, a pesar de ser miembros natos del organismo, habían descuidado su presencia. Al darse cuenta de la importancia de la 81 82 83 internacionalización de los problemas, reinicia el contacto interrumpido desde el congreso de 1906. Frente al cerrado nacionalismo de las viejas generaciones de la Renaixença, Josep Puig i Cadafalch encarna un nacionalismo internacionalista: «Hoy la mayor parte de las actividades humanas son estudiadas desde un punto de vista mundial, y los problemas toman así nuevas claridades y aspectos antes desconocidos. Prácticas y métodos que parecen locales tienen unas extensiones inmensas; necesidades que parecen peculiares son compartidas por naciones diversas». El discurso cambia el año siguiente. Su despedida tiene un tono al mismo tiempo de impotencia y de reproche: «Me voy con un único pesar contra mí mismo. Confieso que el ambiente pacífico, imperturbable, casi inmutable de nuestra Asociación, que parece navegar por un lago tranquilo, sin causar ni una ondulación en la superficie lisa y plana, no es mi medio apropiado. Siento que no deberíamos ser así. Además, creo que pocos somos los que colaboraríamos en una obra de renovación de nuestra vida». Puig reprocha a la Asociación no ser ni científica ni activa en la defensa de sus propios intereses. Cree que debería ser ambas cosas al mismo tiempo. «Una forma de constitución extremadamente primitiva, propia de los rudimentarios organismos sociales en los que todo se discute y se vota en la plaza pública» sería la culpable de esta situación. Puig finaliza su mandato pensando que aquel sitio «suave, pacifico, con la tranquilidad y la paz de las cosas morte- 84 cinas entre nosotros» no era el suyo. Fuera, en «nuestra ciudad plena y exuberante de vida», estaba a punto de nacer la Mancomunidad de Cataluña, de la que Puig fue uno de los protagonistas y su Presidente en 1917, tras la muerte de Enric Prat de la Riba. El programa de la nueva institución necesitaba la arquitectura para hacerse visible. Xenius ya lo había reclamado con urgencia en la famosa glosa «Hacia el humanismo», de junio de 1906: «Vengan museos, vengan academias, vengan exposiciones, venga educación, venga cultura, venga vida civil, venga urbanidad, venga frivolidad, venga Galería de Catalanas hermosas, venga el deseo de todos, y el valor de todos y el esfuerzo de todos». Entre 1906 y 1907, el Ayuntamiento de Barcelona había ido tomando algunas decisiones con objeto de emprender esta amplia tarea edilicia. La instrucción pública y, por tanto, las construcciones escolares fueron su primer objetivo. En 1910 se pone en marcha un concurso de escuelas públicas, que no se falla hasta 1913, sin que los proyectos premiados se lleguen a construir. Las páginas del Anuario de 1914 publicaron las propuestas ganadoras de Antoni de Falguera, Jaume Torres Grau y Jeroni Martorell. Los tres proyectos desarrollaban una composición racional del programa funcional y una gramática arquitectónica en la que los antiguos elementos modernistas se mezclaban con otros de una simplicidad que anunciaba el clasicismo mediterráneo del noucentisme catalán. Estos proyectos eran utópicos, ya 85 Josep Goday: Escuela Milà i Fontanals. Barcelona, 1921-1931. que las bases del concurso no les adjudicaban un solar concreto. Con el título «Nuestras escuelas», el Anuario de 1913 ya había presentado una recopilación documental preparada por el entonces presidente Josep Puig i Cadafalch, que reunía construcciones escolares de programas, ubicaciones y financiaciones distintas. Arquitectos tan diferentes como Antoni Gaudí, Antoni de Falguera, Alexandre Soler i March o Bonaventura Bassegoda e Ignasi Mas compartían una arquitectura útil y expresiva, de estilo sencillo y monumental al mismo tiempo. Lo que en 1913 eran solamente ideales, en 1916 empiezan a materializarse con la creación de la Comisión de la Cultura y su campaña de construcciones de grupos escolares. El Anuario de 1923 publica los primeros resultados. A pesar de que las pequeñas construcciones de Adolf Florensa, como las escuelas al aire libre de Montjuïc y del Guinardó o el internado de Vilajoana, en Vallvidrera, ya estaban casi acabadas, los grandes grupos de Josep Goday están todavía en obras; y lo estarán hasta su inauguración definitiva el 29 de marzo de 1931, dos días antes de las elecciones que traerán la Segunda República. Una larguísima gestación afectada por la disolución de la Mancomunidad decretada por la dictadura de Primo de Rivera en 1925. Goday, al principio de su carrera ayudante de Puig i Cadafalch, fue el encargado de estas construcciones escolares del Ayuntamiento de Barcelona. A él se debe un lenguaje clasicista de una cierta monumentalidad, conseguida no con el 86 Josep Goday: Escuela del Mar. Barcelona, 1922. gran aparato clásico de piedra y órdenes, sino con materiales baratos, muros esgrafiados sobre obra de fábrica y cubierta de teja árabe. El clasicismo noucentista se convierte en ilusorio en estos grandes grupos escolares. Los anuarios hablarán, más que de las escuelas, de otro proyecto, éste también de larga gestación: la central de Correos y Telégrafos en la parte baja de la recién abierta Via Laietana, entonces llamada “la reforma”. El concurso, convocado en 1912, no se falló hasta el 24 de octubre de 1914. Como muestra de la importancia del acontecimiento, los cinco proyectos finalistas se expusieron al público en el Palacio de Bellas Artes. Finalmente, el jurado escogió tres: los presentados por Pere Domènech Roura, Josep Puig i Cadafalch y el del equipo formado por Jaume Torres Grau y Josep Goday, que resultó el ganador. Tras el dictamen del jurado subyace todavía la permanencia de unos criterios anacrónicos: la solidez, la salubridad, la buena conservación y la economía, coloreados con una mezcla de retórica hueca beauxartiana y espíritu de servicio noucentista. «La belleza arquitectónica y el carácter» debían contribuir a que «los edificios públicos eleven el nivel del gusto educando el sentimiento popular y propagando la cultura pública del país». La densidad del programa funcional demandaba un edificio compacto, que los arquitectos solucionaron al situar el patio de operaciones en el centro, rodeado por las otras dependencias. Las referencias a la Postparkasse de Otto 87 Climent Maynés y Lluís Girona: Concurso del Teatro de la Ciudad. Barcelona, 1922. Wagner en Viena y, más cerca, a la sede de Correos en Madrid, de Antonio Palacios, parecen evidentes, a pesar de que el edificio de Barcelona se ajusta a una envoltura académica, en la que los elementos del lenguaje clasicista se estorban los unos a los otros sin mantener la proporción adecuada. La torre de la esquina se sitúa como si fuera un campanario medieval, revestido de un ornamento abarrocado. La escalinata y el pórtico de entrada exhiben una forzada monumentalidad, obligada por una mal resuelta sección. Josep Goday y Jaume Torres Grau: Concurso de Correos y Telégrafos. Barcelona, 1914. 88 A lo largo de la nueva vía de «la reforma» se irán situando otras instituciones del mundo económico, como la delegación de Hacienda y las sedes del Banco de España y del Fomento del Trabajo. Allí también establecerá su vivienda Francesc Cambó, en el ático de un bloque de oficinas por él promovido. Un conjunto de arquitecturas académicas que introducen el americanismo en Barcelona. En este marco escenográfico el Ayuntamiento quiere situar un equipamiento pendiente: el Teatro de la Ciudad. Después de varias tentativas, en 1922 convoca un concurso que ganan Climent Maynés y Lluís Girona. Un proyecto que, como tantos otros, no pasó del papel, víctima de una política cultural indecisa y de la difícil situación política. El Anuario de 1923 publicó los proyectos finalistas. 89 Salvador Soteras: Proyecto de Palacio Central de la Exposición de Barcelona, 1927. Veinte años después de las primeras glosas de Xenius, la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 permitió a los arquitectos noucentistas materializar los anhelados edificios monumentales. Desde 1927 las páginas del Anuario recogen algunas de las propuestas presentadas a los concursos de los palacios de la exposición. La mayoría de estos documentos han desaparecido, y si su memoria perdura, es gracias a que se publicaron en el Anuario. De todos estos concursos, el del Palacio Central de la Exposición fue sin duda el más disputado. El proyecto de Salvador Soteras, 90 arquitecto titulado en 1899 y que murió prematuramente nada más presentar el proyecto, reúne las maneras compositivas de Jean Nicolas Louis Durand, con un lenguaje próximo al de las arquitecturas dibujadas por Léon Jaussely en su Plan de Enlaces. Sin embargo, el Anuario nunca publicó los proyectos más innovadores presentados a los concursos, como el de Lluís Girona para el Palacio de la Luz —reproducido en la página 103—, que Rafael Benet, en cambio, destacó en el primer número de Gaseta de les arts. El estamento directivo de la Asociación era refractario a la modernidad. Mario Giménez, Manuel Mújica y Lluís Girona: Reforma y urbanización del barrio de las Atarazanas. Barcelona, 1927. 91 L A C I U TAT & L A C A S A Y LA G A S E TA D E L E S A R T S Descontenta por la marcha del Anuario, año tras año más desfasado, pero al mismo tiempo obligada por los estatutos a continuar con su publicación, la junta de la Asociación de Arquitectos decide en 1924 emprender una nueva iniciativa editorial. Para escapar de la endogamia corporativa, así como para crear un producto más de su tiempo y de mayor difusión, se entra en contacto con Rafael Benet, pintor, escritor y crítico de arte, que desde las «Crónicas de arte» de La Publicitat se mostraba tanto atento a las novedades artísticas como partidario de un clasicismo modernizante. Desde la «&» que separa «la ciudad» de «la casa» en el título hasta el primer edificio publicado en la sección Arquitectura, los despachos de Albert Juan en el número 25 de la Via Laietana, la revista expresa un americanismo entendido como agente modernizador. Los subtítulos cambiantes: Revista de arquitectura y artes aplicadas —los dos primeros números— Revista de arquitectura, arqueología & bellos oficios —en el tercero y el quinto— y Revista de arquitectura y bellos oficios. Arte viejo y nuevo —en el cuarto— señalan la voluntad de perfilar un panorama abierto en el que la arquitectura comparta espacio con las bellas artes y las artes aplicadas, en un proyecto que buscaba un público cada vez más amplio. La tarea, que se llevaba a cabo por primera vez en España, no era fácil, y la periodicidad lo evidencia. Si en el primer año se cumple el objetivo de aparecer trimestralmente, después la frecuencia disminuye: un número en 1926 y dos en 1927. La implicación de la Asociación en la empresa fue igualmente irregular. Si en los dos primeros 93 números figuraban nominalmente como consejo de redacción seis arquitectos: Miquel Madorell, Cèsar Martinell, Ramon Raventós, Lluís Girona, Climent Maynés y Adolf Florensa, a partir del tercero son sustituidos por una genérica «comisión editora de la Asociación de Arquitectos de Cataluña». Al repasar la colección de la revista se observa que sólo los tres primeros números cumplieron con el programa de Rafael Benet de reunir arquitectura, artes plásticas y artes decorativas. En cambio, a partir del cuarto número, cada entrega responde al criterio de un único redactor. Así, el cuarto número, dedicado al Castellnuovo de Nápoles, estaba apadrinado por Josep Puig i Cadafalch; el sexto, monográfico sobre el monasterio de Poblet, era un resumen del libro que Cèsar Martinell estaba preparando; como también lo fue el séptimo, de 1927, dedicado al recientemente desaparecido Antoni Gaudí, avance del mítico libro de Josep Francesc Ràfols que publicaría la editorial Canosa el año siguiente. Del conjunto de la revista sobresale el quinto número, que salió en 1926 y fue escrito en su totalidad por Benet. «Arte nuevo. El mazazo» es el combativo eslogan que lo encabeza. Las palabras de Rafael Benet, llenas de ironía, sorprenden por el medio donde se difunden: la revista de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, ya que están dirigidas precisamente contra aquellos que patrocinan la publicación. «Hay aquí muchos ciudadanos bien y muchos artistas y arquitectos que creen haber encontrado la piedra filosofal 94 en arquitectura copiando los órdenes clásicos, copiando, sobre todo, los elementos de los órdenes clásicos, es decir, lo externo, la decoración, el acabado, la piel de la arquitectura. Estos respetables señores, a mi humilde entender, han planteado muy mal el problema. Han llegado a la fatal conclusión de que, para la arquitectura y para todas las artes tiene más importancia el acabado que la estructura. Denunciamos esta modalidad estética, la cual, en pintura y escultura, en el siglo pasado se califica de pompier». Ya en el tercer número, en el verano de 1925, Benet había dedicado un artículo a Josep Francesc Ràfols, «el arquitecto de la ternura», de quien destacaba no el lenguaje clásico, sino la pureza en el tratamiento de los elementos y una sensibilidad capaz de gobernar la técnica y el cálculo: «Las puras estructuras de Ràfols nunca se confundirán con las puras estructuras de ingeniería». Las palabras de Benet nos hacen verlo como a un buen lector de L'Esprit Nouveau; una revista, no lo olvidemos, muy presente en nuestro país entre los artistas plásticos pero no tanto entre los arquitectos, todavía adictos a un clasicismo academicista. En ese mismo número, Benet explicaba su reciente viaje a París con motivo de la Exposición de las Artes decorativas. La reseña muestra su fino olfato para reconocer «[…] las cosas buenas de arquitectura de la Exposición: el audaz y formalmente cubista Pabellón de Turismo, del arquitecto Mallet 95 Stevens; el Pabellón de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas del arquitecto Melnikov, y de éste, sobre todo, la arquitectura espiritual de los grandes radios sobre la escalera; y el formidable Pabellón de L'Esprit Nouveau de los arquitectos Le Corbusier y Pierre Jeanneret, un tipo de habitación de realización exclusivamente industrial utilizando sistemáticamente elementos estándar». Un año después, con el «mazazo», Rafael Benet intenta introducir el mensaje purista en el círculo de los arquitectos, todavía des yeux qui ne voient pas, (unos ojos que no veían), según la expresión de Le Corbusier. Benet no utiliza solamente palabras sino también ilustraciones. Desde las página de su revista, los arquitectos catalanes pudieron contemplar, por primera vez, la obra de Sant’Elia, Perret, Mallet Stevens, los constructivistas rusos y algunas imágenes de Vers une architecture de Le Corbusier. El aprendizaje que los puristas extraen del clasicismo es traducido en clave catalana por Benet: «Intentemos, pues, encararnos con el Espíritu Nuevo. Ya que, como decía mi estimado Josep Maria Junoy en una conversación privada: «¡Pobres de nosotros si sobre la Fundación Bernat Metge no sabemos construir los fundamentos de una modernidad!» Hace falta ser actual. Denunciemos que la juventud que viene está huérfana de este sentido» No obstante, si las generaciones aposentadas en el noucentisme no reaccionaron al ruido de ese «mazazo», en la Escuela de Arquitectura había una nueva generación que sí lo escuchó. 98 Tener un moderno en casa y una revista en la que la modernidad se diluía en medio de su carácter misceláneo era del agrado de la junta de la Asociación. Incluso el éxito de la empresa hacía ver la necesidad de acabar con la época de los anuarios. En la junta del 29 de diciembre de 1927, el arquitecto Salvador Sellés, a pesar de alabar La Ciutat i la Casa, propone que «se estudie la manera de suprimir el Anuario fusionándolo con el Boletín que queda a un nivel no muy airoso y así de dos cosas intentar hacer una sola con mayor interés y buen gusto». Sin que la Asociación lo previera, los pasos de la fusión no se dieron puertas adentro sino puertas afuera. Gaseta de les Arts (segunda época) nació por una iniciativa del crítico y escritor Màrius Gifreda que reunió La Ciutat i la Casa con la antigua Gaseta de les Arts de Joaquim Folch i Torres. La cabecera de la nueva revista: Arquitectura, Escultura, Pintura, Bellos Oficios, Cine, definía su ámbito con una mezcla de bellas artes, artes aplicadas y el séptimo arte recién llegado. La arquitectura, aunque se mencionaba la primera, perdía peso en el amplio abanico de intereses que quería abarcar la revista. La capacidad de incidencia de la Asociación en la publicación fue casi nula; valga como demostración que la sede de la Gaseta ya no estaba en la de la Asociación, sino en el despacho del director propietario, y que su consejo de redacción perdió su carácter institucional. En la redacción de la Gaseta de les Arts no había arquitectos. 99 100 101 Lluís Girona: Concurso para el Palacio de la Luz, 1927. En el primer número, de junio de 1928, un mes después de la visita de Le Corbusier a Barcelona, propiciada en parte por Rafael Benet, éste se autoafirma al recoger los supuestos efectos de su «mazazo». Después de aquella denuncia de falta de inquietud y del lamento por la ausencia entre las generaciones escolares de un «estado de espíritu similar al que existía en los jóvenes núcleos selectos de otros países», Benet se congratula al descubrir un deseo de renovación. Primero, tal y como dice, en los proyectos de pabellones de Jaume Mestres y Lluís Girona rechazados para la Exposición de 1929, y, sobre todo, en el proyecto de la Fábrica Myrurgia de Antoni Puig Gairalt, y del «Hotel en una playa» de los estudiantes de arquitectura Josep Torres y Josep Lluís Sert con la colaboración técnica de Joan Baptista Subirana. Entre los arquitectos catalanes, unos pocos de «aquellos ojos que no veían» habían «recobrado el sentido de la vista y la claridad». Benet subtitula el proyecto de Torres y Sert: «Saludo a Le Corbusier», al ver en dicho proyecto «el camino que entre nosotros realizará la nueva arquitectura, hija del espíritu nuevo y de las normas eternas». El ojo de Benet no se equivocaba. Un año después presentaba en el noveno número la Exposición de Arquitectura Moderna en la Sala Dalmau, la respuesta de la jovencísima vanguardia a la arquitectura oficial de la Exposición Internacional de 1929. El último número de Gaseta de les Arts, del 14 de enero de 1930, quizá para aplacar las quejas de la Asociación, que a pesar de ser patrocinadora de 102 la revista se sentía menospreciada, publica un largo artículo de Joan Sacs sobre Adolf Florensa. Sacs, antimoderno convencido, era lo opuesto a Benet. Florensa, el arquitecto de confianza de Francesc Cambó, uno de los modelos en los que se reconocía la Asociación, el representante, según Sacs, del estadio más actual del retorno a lo clásico. «Después de tantos años de arquitectura caprichosa, empeñadamente excéntrica y extravagante», la obra de Florensa, clásica y moderna al mismo tiempo, era para Sacs «como un baño en plena canícula», el fermento imprescindible para llegar al «ansiado estilo nuevo». Un estilo que Sacs cree atrevidamente que, pese a haber nacido en Cataluña, podría conquistar el mundo: «¿No podría ser que nuestra tierra pudiera ofrecer a las otras más dedicadas a la invención de un nuevo estilo, un orden, unas proporciones, una modenatura, unas formas, una ornamentación que estuvieran suficientemente bien para que todo el mundo lo aceptara como una adquisición definitiva y rellano para una nueva ascensión en la evolución natural de los estilos». Si la arquitectura de Florensa había sido el antídoto para el exceso modernista, ahora debía serlo para la arquitectura moderna por la que apostaba Benet. En defensa de «la novísima arquitectura académica de Adolf Florensa» Sacs propone un presente eterno, la esencia del clasicismo. En toda novedad descubría un peligro. 103 08 H A C I A LA F UN DA C I Ó N D EL CO L EG I O Aparte de las cuestiones culturales, la Asociación de Arquitectos tenía la defensa de las atribuciones frente a otros profesionales y la cohesión de «la clase» como motivos centrales de su existencia. Obtener del Estado la obligatoriedad de la colegiación era el mecanismo para fortalecerse. Ya en 1904, el III Congreso Nacional de Arquitectos celebrado en Madrid se plantea el tema en una ponencia que prepara la Asociación de Cataluña, concretamente Josep Torres i Argullol. En los próximos congresos la cuestión será recurrente. En 1915, en el sexto, en San Sebastián; en 1917, en el séptimo, en Sevilla. En enero de 1918, la Sociedad Central de Arquitectos tramita una petición al Ministerio de Gobernación y Fomento en la que solicita formalmente la colegiación obligatoria, y éste responde, displicente, que el asunto no pertenece a su departamento. El año siguiente, el VIII congreso nacional de arquitectos, en Zaragoza, acuerda presentar la solicitud a la Presidencia del Consejo de Ministros. En abril de 1922, el IX congreso nacional continúa con «solemnes» ratificaciones de la necesidad de «la colegiación obligatoria como medida necesaria e indispensable para la mayor prosperidad y prestigio de la clase» y con «atentas instancias» recordando al Excelentísimo Presidente del Consejo de Ministros el interés de que responda afirmativamente a la petición que se le había remitido hacía cuatro años. «Las cosas de palacio van despacio». Peor aún, cuando el 15 de octubre de 1923 su Majestad el rey responde, desestima la instancia de la Sociedad Central de Arquitectos. 104 105 Hizo falta que en 1928 se desmoronaran varios edificios en Madrid para que la Administración nombrara una comisión con el objetivo de estudiar los problemas de la construcción, que en sus conclusiones señala, entre otras medidas, «como indispensable la colegiación forzosa de los arquitectos». Ésta llega, al fin, con el Real Decreto del 27 de diciembre de 1929, que disponía «con carácter obligatorio para el ejercicio de la profesión de Arquitecto en España, a partir del 1 de marzo de 1930, además del título académico, hallarse incorporado en un Colegio de Arquitectos y pagar la contribución correspondiente». Con esta medida, además, se controlaba de manera más eficaz la fiscalidad del trabajo de los arquitectos. Hasta entonces, sin colegiación obligatoria, la fuerza de la Asociación había sido reducida, y esta impotencia ocasionó sucesivas crisis. Una muy notoria sucedió en 1927, a raíz del dictamen de unos ingenieros para el Ayuntamiento de Manresa, que consulta a la Asociación y finalmente recibe su visto bueno para realizar el pago del informe. Este hecho provoca un encendido debate, que se convierte en indignación. En la junta general del 29 de diciembre de 1927, los 60 asistentes eligen a Jaume Torres Grau, que no estaba, como nuevo presidente. Nombrar para un cargo a alguien ausente siempre es un mal síntoma. Torres, al enterarse, dimitió de manera irrevocable, del mismo modo que el tesorero, el vicepresidente, Adolf Florensa —bibliotecario—, Pere Benavent y Bonaventura Bassegoda. Sólo Francesc Guàrdia i Vial, yerno y antiguo ayudante de Lluís Domènech i Montaner, permaneció como presidente en funciones, y con este cargo tuvo que capear una tumultuosa junta extraordinaria el 18 de enero de 1928. El libro de actas relata los hechos y transcribe una curiosa carta, que se hace eco del malestar y está firmada por «muchos». 106 El Sr. Presidente dijo que se procedería a la lectura de un documento que había recibido sin firma pero que teniendo en cuenta los conceptos que en él se contenían, creía oportuno dar cuenta de él a la Asamblea; dice así: Distinguido compañero: el camino que sigue nuestra noble profesión, no es precisamente de rosas y los horizontes que desde el mismo se descubren, no tienen nada de halagüeños. El peor síntoma que anuncia el precario estado de la carrera de arquitecto, es la lucha desenfrenada de sus individuos para conseguir mejoras económicas particulares, y la más completa indiferencia ante las amputaciones que constantemente se hacen a nuestros derechos. Propietarios, contratistas, aparejadores; Estado, Provincia, Municipio; todos, de consuno y sin interrupción, con una rara unanimidad, maniobran para hundir paulatinamente una profesión prestigiosa, noble y remuneradora. Pero el mayor enemigo de la profesión radica, y no es exageración, en el arquitecto. En el que vende su firma por un puñado de pesetas; en el que se limita a defender los intereses de quien le paga, tenga o no razón; en el que da beligerancia a contratistas, mueblistas, jardineros, decoradores y demás que sin justo título invaden constantemente nuestras justas y legales atribuciones. En ellos !está el enemigo! Y si nosotros tiramos o permitimos que los demás tiren (es exactamente igual) nuestro prestigio por el suelo; ¿por qué nos extrañamos que todo el mundo los pisotee? Tenemos una Asociación oficial y de utilidad pública, pero no privada, a la que sólo concurrimos los días en que debemos discutir o recriminarnos. Tenemos un boletín en que aparecen noticias olvidadas de puro sabidas. Patrocinamos una revista redactada por críticos, pintores, escultores, músicos, jardineros, mueblistas, decoradores, etcétera. En la que de cuando en cuando un arquitecto trata de arquitectura. Cada día somos más, pero no hemos podido constituir 107 una mutualidad por falta de número. Hemos tenido juntas integradas por personalidades y no hemos secundado ninguna de sus iniciativas; sus muchos aciertos, no los hemos visto; si creemos que en algún asunto no han interpretado nuestro particular punto de vista, hemos silbado estrepitosamente. Verdaderamente, nuestro porvenir es lisonjero y nuestra vida social, ¡próspera! Hoy día, como digno remate de nuestra obra, la Asociación está en crisis; crisis aguda; crisis de principios, crisis preagónica. ¿Remedio? ¿Solución? ¿Panacea? Caso de llegar a tiempo, es la colegiación. ¿Por qué no la tenemos? ¿Por qué la hemos pedido y no nos la han dado? !Qué importa!. Querer es poder. Nuestra digna actuación profesional no debe ser exclusivamente hija de un Real Decreto Debe ser hija de nuestra voluntad. Nadie nos puede privar de ser dignos, entusiastas, consecuentes, ecuánimes. Debe nombrarse nuestra junta uno de estos días. Prescindamos de nombres de representación, de edad, de simpatías. Exijamos tan sólo la promesa formal y categórica y concreta, de conseguir oficial o privadamente la Colegiación; y los que la presten obtendrán el voto unánime de los Asociados. Barcelona, el 10 de enero 1928. Muchos. Al reclamar la colegiación, estos «muchos» asociados estaban firmando, sin saberlo, el acta de defunción de su entidad, pues si entonces pasaba por una mala época, todavía la pasaría peor durante la cohabitación con el Colegio entre 1930 y 1936. 108 Finalmente, el 31 de julio de 1930 se constituye el Colegio de Arquitectos de Barcelona, con capitalidad en esta ciudad y alcance territorial hasta «Lérida, Gerona, Barcelona, Tarragona, Huesca, Zaragoza, Teruel, Logroño y Baleares». El acto tuvo lugar «en el despacho de la primera autoridad civil de la provincia», el Gobernador Civil. La autoridad gubernativa había previsto la constitución de una junta provisional presidida por el presidente de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, Don Manuel Vega i March, constando como vocales los presidentes de las asociaciones de arquitectos de Aragón, Baleares, Logroño y el presidente del Cuerpo de Arquitectos Municipales de España. En el momento de reunirse, los convocados prefirieron constituir una mesa de edad, que quedó formada por Bonaventura Bassegoda, como presidente, y Ramon Paradell y Manuel Subiño, los más jóvenes, como secretarios. En un mes el proyecto de estatutos queda terminado y el 30 de agosto se aprueba en una junta con más de 70 asistentes. De los tres ponentes, dos —Josep Torres Clavé y Manuel Subiño— firmarán el acta constituyente del GATEPAC antes de dos meses. Podía ser la culminación de un proceso, pero en realidad era el inicio. Un comienzo que no se pudo cerrar en una primera etapa hasta el 13 de junio de 1931, fecha en la que se aprueban por decreto los «Estatutos para el Régimen y Gobierno de los Colegios de Arquitectos», ya con la República. Los estatutos establecían la obligatoriedad de colegiación para poder ejercer la profesión, y al mismo tiempo recogían el viejo ideario de afirmación del cuerpo: «el fomento y progreso de las artes y de las ciencias relacionadas con la Arquitectura», «mantener la armonía y fraternidad entre los colegiados», «defender los derechos y las apropiadas inmunidades de los colegiados». Pero junto con el viejo espíritu se introducía una normativa que pretendía reglamentar el marco contractual 109 y el régimen económico del trabajo de los arquitectos. La hoja de encargo y el cumplimiento de la normativa en proyectos y obras fueron las principales novedades en relación con el primer punto. Respecto al segundo, la tarea era doble, por una parte proteger al colegiado: «controlar y cobrar las minutas de honorarios […] a tenor de la recta aplicación de las tarifas oficiales», y por otra fiscalizar el trabajo en nombre de la Hacienda Pública: «satisfacer a la hacienda el importe total de las contribuciones industriales de todos los colegiados ejercientes en el territorio de su jurisdicción y los impuestos de utilidades correspondientes a los mismos». Para llevar a cabo este cometido la nueva institución debía dotarse económicamente, imponiendo «a todos los colegiados una cuota de entrada o incorporación y otra mensual uniforme, además de un tanto por ciento que no podrá exceder del dos por ciento autorizado por el Real Decreto de creación, sobre el importe de los honorarios». El Colegio adopta una estructura más burocratizada que la de la Asociación, creando las juntas de gobierno, compuestas por el decano presidente, trece vocales, un tesorero, un secretario y un bibliotecario, que debían reunirse una vez al mes con asistencia obligatoria de los miembros. A primera vista resulta extraño que la vieja institución, la Asociación de Arquitectos de Cataluña, no absorbiera la nueva, el Colegio de Arquitectos de Barcelona, pero lo cierto es que había demasiados factores en contra. Uno, el más evidente, era de naturaleza administrativa-geográfica. El decreto de constitución de los colegios de arquitectos dividía la geografía española a su manera, sin tener en cuenta el funcionamiento real del país, y el ámbito del de Barcelona no era estrictamente catalán, ya que abarcaba lugares tan lejanos como Logroño o Teruel. Finalmente, el 28 de marzo de 1933, el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Fernando de los 110 Ríos, delimita el que por muchos años fue el ámbito territorial del Colegio en Cataluña y las Islas Baleares. Otro factor podía ser la edad y la ideología de los directivos de la Asociación, que todavía pertenecían a la generación noucentista, que había perpetuado su hegemonía en el seno de la institución, favoreciendo la defensa de una manera anticuada de entender la profesión. La declaración de la Asociación frente a la quema de conventos desatada por el advenimiento de la República tiene un tono muy parecido a la realizada con motivo de la Semana Trágica, casi veinticinco años antes. Un posicionamiento que se radicalizará en 1932, cuando el Gobierno de la República disuelva la Compañía de Jesús. Además, para acabar de complicar el escenario, la política entra en juego. El decreto de los colegios profesionales había sido promulgado por la Dictadura, pero se había puesto en marcha durante la República, que, al aprobar el Estatuto de Cataluña en septiembre de 1932, sitúa el problema en unas nuevas coordenadas. ¿Quién era el interlocutor válido en la organización de la vida profesional, Madrid o Cataluña? La Asociación quiso acercarse al Gobierno de la Generalitat con un serie de iniciativas en las que el catalanismo estaba bien patente: la Exposición de arquitectura escolar de Cataluña, los dos congresos de arquitectos de lengua catalana y la publicación de la revista Arquitectura i Urbanisme en catalán son los ejemplos. Pero el Colegio no tomó este camino tan decididamente. Al cúmulo de contradicciones presentes en el momento fundacional del Colegio sería necesario añadir la posición de los sectores más jóvenes, que creían que sólo se podía modernizar la profesión eliminando el sentimentalismo historicista que representaba la Asociación. En este contexto 111 destaca la aparición, por primera vez en Cataluña, de un grupo restringido de arquitectos de tendencia, con local y revista propios: el GATCPAC. Mientras convivieron, Asociación y Colegio compitieron por tener la autoridad moral en la representación de los arquitectos. De modo que, poco después de la aprobación de los estatutos del Colegio, en el verano de 1930, el presidente de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, Manuel Vega i March, envió una carta a los socios que inicia un debate que sólo acabaría con el estallido de la guerra. Lo que estaba en cuestión era la existencia simultánea de ambas instituciones y sus funciones. Una posibilidad era que fueran independientes. Otra, que aunque existieran ambas, se dedicasen a tareas diferentes, el Colegio a las estrictamente administrativas y la Asociación a las culturales. La tercera opción conducía a la unificación y a la consiguiente disolución de la Asociación. El 3 de julio de 1931 se celebró la junta general extraordinaria del Colegio para proceder a «su definitiva constitución y al nombramiento de su junta de gobierno». Las votaciones muestran que los más votados fueron el entonces presidente de la Asociación, Ricard Giralt i Casadesús, que obtuvo 48 votos, frente a los 33 de Manuel Vega i March, su antecesor en el cargo. No deja de ser sorprendente que en medio de todo el revuelo descrito, los arquitectos más votados para decanos del Colegio fueran personas significativas de la Asociación. El tiempo de la cohabitación empieza formalmente con esta junta. 112 113 09 TI E M PO D E CO H A B I TA C I Ó N Con la creación del Colegio, la Asociación entendió que sólo podía sobrevivir si se mantenía como referente cultural, ya que todo el mundo estaba de acuerdo en que la tarea de la nueva institución tenía que ser organizativa, burocrática y de defensa del estatus profesional. El primer obstáculo que ambas entidades tenían que superar era la financiación. La Asociación, al ser voluntaria, solamente podía contar con las cuotas de sus miembros. El Colegio, en cambio, era de afiliación obligatoria, cobraba cuotas de ingreso y un porcentaje de los honorarios del trabajo profesional, que la junta del 31 de octubre de 1931 decidió establecer en el dos por ciento, de acuerdo con el decreto-ley de creación de los colegios. La medida causó la primera crisis de la institución, que se materializó en la dimisión de la junta directiva, el 18 de diciembre de 1931. La intervención del decano, Ricard Giralt Casadesús, resume bien el ambiente de la junta general: «Aceptamos nuestros cargos, porque confiábamos en que todos los compañeros sentirían entusiasmo por el Colegio y de todos obtendríamos, cuando menos, el apoyo moral, pero puesto que en las asambleas celebradas se manifiestan claramente dos tendencias completamente opuestas: una partidaria del Colegio, y otra que acepta el Colegio forzosamente y aún manifiesta querer modificar los estatutos, no nos consideramos con autoridad suficiente para continuar en nuestros cargos». El 21 de diciembre, en una reunión de urgencia, la junta de gobierno nombra decano interino a 114 115 Josep Puig i Cadafalch, seguramente el colegiado en ejercicio de más edad, mientras se convocaban unas nuevas elecciones. Cèsar Martinell las gana como candidato de una junta de unidad en la que el joven Josep Torres Clavé era vicesecretario. Simultáneamente, la Asociación tenía problemas similares, en este caso motivados por la sangría de socios. Para frenarla, el 30 de enero de 1932, la junta llegó a un acuerdo para reducir la cuota a la mitad, de diez a cinco pesetas mensuales, y compensar esta pérdida de ingresos arrendando al Colegio por quinientas pesetas mensuales los locales de la Asociación, que aquél había ocupado de facto. Todo hacía pensar que el potencial de recaudación del Colegio le permitiría generar actividades y hacerse visible con fuerza en la sociedad civil, pero no fue así. Las tareas burocráticas que debía cubrir le obligaban a dotarse de personal, lo que agotaba casi la totalidad de los ingresos. Parecían ricos, pero eran pobres. Quizá por eso o quizá porque el espacio cultural estaba cubierto por la Asociación en cuanto a los colegiados de mayor edad, y respecto a las generaciones más jóvenes mediante la revista AC y la actividad del GATCPAC, el Colegio únicamente se dedicó a los problemas profesionales. 116 Su acción la conocemos por el Boletín que publica. Un modesto pliego de pequeño formato sin ilustraciones en el que se recogían escuetamente las noticias de la entidad. A pesar de que el editorial del primer número, de marzo de 1932, fijaba unos quiméricos «propósitos», que nunca se cumplieron: «Muchos, y todos ellos encaminados a hacer de estas páginas algo vibrante que además de informar de la vida del Colegio, desvelen en cada colegiado sugerencias y dinamismos por el bien de la clase. Para cualquiera que lo reciba con interés y lo coleccione cuidadosamente». Como había sido habitual en las actuaciones de la Asociación, el Colegio trató las incompatibilidades, el intrusismo y las fricciones entre profesionales. Se personó en «el asunto de los aparejadores», suscitado por el «proyecto de ley sobre nuevas atribuciones de los aparejadores», hizo de árbitro en la larga disputa entre el señor Martino, arquitecto municipal de Sitges, y el GATCPAC, por el cobro de los honorarios de un proyecto de escuela, e hizo valer los derechos del colectivo al solicitar la convocatoria de concursos públicos: «Teniendo noticia este Colegio de que en fecha próxima el Ayuntamiento de Barcelona deberá construir el aeropuerto y varios grupos escolares, se acordó dirigirse a tal corporación solicitando que se abra un concurso de proyectos, entre arquitectos, para llevar a cabo tales construcciones». 117 Adolf Florensa y Josep Goday: Fomento del Trabajo Nacional. Barcelona, 1931. Mientras tanto, la Asociación de Arquitectos de Cataluña, a pesar de su falta de recursos económicos, supo dar más presencia pública a su gestión. Alexandre Soler i March en el discurso anual, al pasar revista a las iniciativas que querían llevar a cabo en 1931, agradece expresamente el impulso de Giralt, Mestres, Miró y Ramon Puig Gairalt, «que venían con una ansiedad de iniciativas que iban desenredando de forma atropellada y acelerada: intervendríamos en las corporaciones políticas, administrativas y culturales; haríamos una campaña constante en la prensa diaria o especializada sobre asuntos arquitectónicos, sociales, urbanísticos, de saneamiento, de crítica y otros; fundaríamos una revista, daríamos conferencias, emprenderíamos viajes colectivos, asistiríamos a congresos, etcétera». Un ideario que en cierta medida llegó a materializarse. Cuando el Colegio todavía estaba dando los primeros pasos y no se había elegido a su primer decano, la Asociación organizó la Exposició d'Arquitectura en la Sala Parés de Barcelona. Concurrieron 25 arquitectos y el GATEPAC en bloque. Se expusieron más de un centenar de obras, «ya sea en proyecto, ya en fotografías y, sobre todo, una gran cantidad de maquetas». Quería ser la primera de una serie que periódicamente diera a conocer al público en general «los trabajos llevados a cabo por nuestros arquitectos». La arquitectura expuesta era una buena muestra de la diversidad de ten- 118 Josep Lluís Sert: Casa de renta en la calle de Muntaner. Barcelona, 1930. dencias del panorama arquitectónico en Cataluña, desde las tendencias academicistas de Cendoya, Goday o Florensa, pasando por las cercanas al art decó de Argilés, Benavent o Reventós, hasta las más modernas de Ramon Puig Gairalt o del GATEPAC. Como máximos exponentes de las tres tendencias encontraríamos el edificio de «Fomento del Trabajo Nacional» de Goday y Florensa, el «rascacielos» del Hospitalet de Llobregat de Ramon Puig Gairalt y la propuesta de urbanización de la avenida 14 de abril —la Diagonal— del GATCPAC. Entremedio, chalés modernos o noucentistes, hoteles y casas de alquiler, modernas o de art decó; el trabajo habitual de los arquitectos de Cataluña. Con el material expuesto, la Asociación quería otorgarse, desde un posicionamiento ecléctico, la representación cultural de los arquitectos catalanes. Con esta voluntad se escoge a Adolf Florensa y Josep Lluís Sert como portavoces de dos maneras contrapuestas de entender la arquitectura. El mismo Florensa reconocía en su conferencia que «siendo ésta una exposición de carácter general en la que hay un poco de todo y teniendo en cuenta que el compañero Sert expondrá los principios de la nueva arquitectura, yo hablaré en nombre de aquellos que todavía no han abandonado la arquitectura de inspiración clásica, o como si dijéramos, como representante de los arquitectos pasados de moda». 119 Selección de los proyectos presentados en la Exposició d’Arquitectura de la Sala Parés de Barcelona, 1931. Joan Carles Cardenal: Proyecto de Hospital General, ca. 1931. Manuel Cases i Lamolla: Proyecto de chalé en Caldetas, ca. 1931. 120 Ramon Puig Gairalt: «Rascacielos de L’Hospitalet», 1927. Nicolau Maria Rubió i Tudurí: «Iberia», 1931. Josep Rodríguez Lloveras: Chalé en la Costa Brava, ca. 1931. 121 Al leerla hoy, la alocución de Florensa tiene más interés por la explicación de los orígenes del noucentisme que por la estereotipada defensa del clasicismo. «Los resultados del arte modernista fueron muy tristes, sobre todo en Cataluña, pues aquellas tonterías arquitectónicas resultantes causaron y todavía causan hoy, una gran vergüenza. Barcelona adquirió una fama mundial de mal gusto. Pasada la llamarada nos llegó a todos un gran remordimiento, buscando la salvación en el uso de las formas clásicas. Este escarmiento ha sido la causa principal que ha hecho que todos estuviéramos poco dispuestos a entrar en nuevas aventuras, siendo los jóvenes que no habían conocido aquella racha vergonzosa, los que se han incorporado sin reservas en el nuevo movimiento». La del joven Josep Lluís Sert —titulado hacía tan sólo dos años y que ya había pasado por el aprendizaje en el despacho de Le Corbusier en la Rue de Sevres, 35— resumía las tesis de Vers une architecture, enumerando los cinco puntos de la nueva arquitectura. La «machine à vivre», el uso del hierro y del hormigón armado «para armazones» adquirían la fuerza, no de formas definidoras de «una moda como la de 1900 y 1925», sino de corolarios «del cambio profundo que se operaba en nuestra época con el transatlántico, el avión, el automóvil». En la nueva revista de la Asociación: 122 Arquitectura i Urbanisme, la recensión de la conferencia, redactada por un autor anónimo, recogía que el señor Sert consideró que «entre todo aquello que se denomina moderno, mucho pasará, por suerte, pero eso no justifica que tengamos que aferrarnos al pasado, ni que en la Escuela de Arquitectura no se enseñe a proyectar una casa económica y, en cambio, se proyecten palacios y catedrales». Si con la exposición y las conferencias la Asociación quería constituirse en el eje cultural de los arquitectos catalanes, con la convocatoria del Primer Congreso de Arquitectos de lengua catalana, el objetivo se fortaleció. En un año de cambios, los organizadores del congreso pretendían establecer vínculos no sólo dentro de la profesión, sino sobre todo implicar a las instituciones de gobierno: la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona. Los temas objeto de estudio se enunciaban desde la política, con el propósito de «establecer los fundamentos de las leyes que deberán regular el urbanismo y la habitación en la Cataluña autónoma». De modo que en el momento de presentar el congreso, en diciembre de 1931, se hablaba de «política urbanística» y no de urbanismo, de «política sanitaria» y no de hospitales, de «política social» y no de vivienda obrera, de 123 «política pedagógica» y no de edificaciones escolares, y la «política municipal» se centraba en las relaciones entre los municipios y los arquitectos. La Asociación nunca antes se había comprometido tan explícitamente asumiendo que la arquitectura pública era una rama de la política. El posterior desarrollo del congreso desdibujó la discusión sobre política pedagógica acercándola a cuestiones más disciplinarias, que trataban, sobre todo, de los edificios escolares y de la enseñanza de la arquitectura. La modernidad del congreso reside en la voluntad de incardinar la profesión con el poder político, interviniendo en sus decisiones. Por ejemplo, al recomendar la planificación global del territorio, al fortalecer la autoridad del plan en detrimento de las decisiones particulares, tanto privadas como públicas, y al introducir el concepto de zonificación como base del estatuto urbanístico: el verde, el tráfico, la vivienda, la industria y la minería, el agua, la protección artística, arqueológica, monumental y sanitaria. Cartel de Ramon Argilés. En la clausura de los actos, el pleno acordó celebrar un segundo congreso en 1933, en la ciudad de Tarragona, que no tuvo lugar hasta octubre de 1935, bajo la presidencia del casi octogenario Bonaventura Bassegoda Amigó. Este tuvo un cariz más conservador que el primero, no sólo por las visitas a Poblet y Santes Creus, sino también por el ambiente general. 125 Primer Congreso de Arquitectos de lengua catalana, 1932. El tiempo político y el de la Asociación habían sufrido una involución. Bonaventura Bassegoda Musté, en la ponencia titulada «La tradición arquitectónica y el progreso de la técnica», no se aleja demasiado de la que su antepasado Joaquim presentó en el congreso nacional de 1888. En el sexto tema: «el urbanismo en relación con los monumentos arqueológicos e histórico-artísticos», el arquitecto Climent Maynés, al prever la apertura de la Vía Transversal por delante de la catedral de Barcelona, «dejando el templo visible», presenta un proposición que, con mentalidad historicista, solicita el control del estilo, ya que «si una ordenanza no lo impide, se construirán edificios de estilo y características modernas, que romperán la armonía de conjunto que actualmente existe entre las construcciones que rodean el templo». En medio de este marco retrógrado hay algunas excepciones, como las conclusiones del tercer tema «política de la habitación» que solicitan a la Generalitat que considere «el problema de la habitación como un proble- 126 Segundo Congreso de Arquitectos de lengua catalana, 1935. ma nacional» y que tenga por finalidad «sanear los barrios insalubres de las ciudades catalanas y construir casas para los obreros». El congreso también fue la ocasión para ratificar las «bases en las que podría inspirarse la intervención de la Generalitat en la ordenación de la profesión de arquitecto en Cataluña», o dicho en palabras más directas, la fusión entre la Asociación y el Colegio. Los ponentes eran los directivos de ambas entidades. Justo el año anterior sus relaciones se habían enturbiado. El precio del alquiler del local y algunas alusiones de la Asociación contra el Colegio habían generado tensión. Las conclusiones del congreso anunciaban no sólo la reconciliación sino también la fusión sine díe: «Las entidades profesionales de arquitectos existentes en nuestra tierra se fusionarán en un único organismo rector, con la denominación de “Asociación de Arquitectos de Cataluña-Colegio oficial”». 127 La sede de la Asociación de Arquitectos en el n. 563 de la Gran via de les Corts Catalanes Acogida primero en el domicilio de los presidentes y después en la Escuela de Arquitectura instalada en la Universidad Literaria, la Asociación no tuvo un local propio hasta finales del siglo XIX, cuando alquiló unas dependencias en la calle de Santa Anna, núm. 25. Gracias al legado del arquitecto Bonaventura Pollés, en 1919 la institución se convirtió en propietaria de un inmueble en la Gran Via. Ésta fue la sede tanto de la Asociación como del Colegio hasta el año 1962. La memoria presidencial de Francesc de Paula del Villar, leída el 31 de enero de 1921, recoge el estado de ánimo del colectivo en el acto de inauguración de la nueva sede: «La fecha del 22 de diciembre próximo pasado debe ser recordada siempre con entusiasmo por todos los compañeros Arquitectos, porque en su tarde, se celebró en esta casa la primera Junta General, de la que se levantó acta, y en ella se consigna y consta el recuerdo de cariño, admiración y agradecimiento dedicado a nuestro inolvidable Buenaventura Pollés por la generosa dádiva de esta finca, que significa algo muy trascendental en la vida de nuestra corporación [...] difícil es la situacíón financiera por la que atraviesa esta Asociación; las obras que tan magistralmente ha proyectado y dirigido nuestro querido compañero Don Eusebio Bona, para hospedar dignamente en esta casa a la corporación de arquitectos de Cataluña, han sufrido en su ejecución las consecuencias del estado anárquico que reina en nuestro país y que se traduce en producto negativo en el trabajo de todos los ramos y oficios que integran la construcción y la decoración». Planta del local de la Asociación de Arquitectos de Cataluña en la calle de Santa Anna 25, Barcelona. 128 Bonaventura Pollés: Edificio de viviendas. Calle Cortes 563, Barcelona. Reformado para la Sede de la Asociación de Arquitectos de Cataluña por Eusebi Bona en 1919. 129 10 ARQUITECTURA I URB A N I S ME Desde su creación, la Asociación de Arquitectos de Cataluña tuvo el convencimiento de que las publicaciones eran su carta de presentación y, al mismo tiempo, el medio de difusión de su ideario. Con la fundación del Colegio en 1931 había que hacerse más visible que nunca. Para conseguirlo, la Junta de la Asociación encargó a una comisión la tarea de confeccionar una nueva revista, específicamente de Arquitectura, ya que la experiencia de Gaseta de les Arts no había sido satisfactoria. A pesar de ello, y desde una perspectiva histórica, la Gaseta de Marius Gifreda sirvió de puente entre la Gaseta de Folch i Torres, revista exclusivamente dedicada al arte, tanto antiguo como moderno, y Mirador. Setmanari de literatura, art i política, un noticiario cosmopolita que por primera vez se hacía eco de la actualidad cultural, incluyendo además de las artes plásticas, la literatura, la música, el teatro, el music hall, el circo o el cinema. Bajo la dirección de Ramon Puig Gairalt aparecerán los primeros cuatro números de Arquitectura i Urbanisme. El título pretendía dar a la nueva publicación un aspecto más moderno que el de la revista de la Sociedad Central de Arquitectos: Arquitectura. Pero la modernidad que proponía no quería comprometerse con ninguna tendencia. Así lo demuestran las portadas cuya composición se basaba en un collage capaz de reunir arquitecturas diversas. El primer número, de octubre de 1931, recuerda el primero de AC, que hacía seis meses que había salido, pero carece de la radicalidad 130 131 de aquél. Mientras en Arquitectura i Urbanisme los edificios, ya sean más o menos modernos o vanguardistas, conviven con la obra académica y noucentista, en AC lo moderno aparece en escena expulsando a lo clásico. El mismo año 1931, desde finales de mayo hasta principios de junio, el viaje colectivo organizado por la Asociación al XIII Congreso Internacional de la Habitación y del Urbanismo, celebrado en Berlín, refleja el afán por ponerse al día, asistiendo a los acontecimientos internacionales de más renombre. La crónica del viaje, redactada por Ramon Puig Gairalt y Jaume Mestres, y las fotografías tomadas por el mismo Puig Gairalt nos muestran al grupo visitando la experiencia berlinesa de las Siedlungen. «Al regresar del viaje a la capital de Alemania hemos sentido el verdadero deseo de suscitar en nosotros, arquitectos catalanes, aquel sentido de colectividad que ha de permitir la orientación de la gran tarea de la obra pública que se ha de llevar a cabo en nuestra tierra.» Con la perspectiva del tiempo, los cuatro números de la primera época de Arquitectura i Urbanisme son los más interesantes, ya que ofrecen una buena crónica de las diversas corrientes de la arquitectura catalana del momento. Así, la noticia de la Exposición de Arquitectura en la Sala Parés (1931) y de las conferencias que la acompañaron permitió percibir el conflicto entre 132 lo viejo y lo nuevo. Después del éxito de aquella exposición, la Asociación organizó a finales de mayo de 1933 otra dedicada a la arquitectura escolar en Cataluña, que se montó en el subterráneo de la plaza de Catalunya, delante del Hotel Colón. La Asociación había conseguido un espacio central de exhibición en Barcelona. Además, la muestra fue inaugurada por el Presidente Francesc Macià y por el alcalde de la ciudad, Josep Aiguader. El cuarto número de la revista, de octubre de 1933, no sólo publicó los proyectos expuestos, sino también la polémica suscitada a raíz de las críticas de AC a los grupos escolares de Josep Goday. El interés por las escuelas no era casual; la República había señalado la educación como uno de los objetivos prioritarios de su política. Y así lo interpretó el GATEPAC, que inauguró el mes de diciembre de 1932 una exposición alternativa a la del ministerio en Madrid, que se pudo ver también en Barcelona en enero de 1933, en la Escuela Normal de la Generalitat. En 200 fotografías y planos de escuelas, reunidos por los arquitectos Moser y Steiger, se mostraban los más recientes edificios escolares del panorama internacional. El número 9 de AC, del primer trimestre de 1933, recogía algunos de los proyectos expuestos, junto con otros de arquitectos españoles. En el momento de ejemplificar lo que no debía ser una escuela moderna, el redactor de AC no duda en escoger el grupo escolar Lluís Vives del Ayuntamiento de Barce- 133 lona, obra del arquitecto Josep Goday. La crítica se esforzaba en demostrar que aquella escuela no resolvía las necesidades de la enseñanza moderna. Perdía espacio de aulas en beneficio de los pasillos. Daba diferentes orientaciones a las aulas. No buscaba el estándar mínimo. No tenía espacios plurifuncionales. No relacionaba directamente las aulas con el exterior, ni sustituía la cubierta inclinada por terrazas. Lo que pretendía el GATCPAC era poner de manifiesto que los grupos escolares del Ayuntamiento de Barcelona se materializaban con una arquitectura caduca y que la nueva política educativa sólo se podría llevar a cabo con una nueva arquitectura y con nuevos arquitectos. Goday, junto con Torres Grau y Florensa, defensores de «la composición de las plantas según ejes de simetría, la preocupación por la monumentalidad, las alturas excesivas, etc.», eran los factótums de la Asociación y los arquitectos que habían ejecutado con más claridad el proyecto noucentista. Los jóvenes sabían muy bien a quien atacar. La Asociación había destacado el último proyecto de grupo escolar de Goday, el Colegio Collaso i Gil, publicándolo en la cubierta del número 2 de Arquitectura i Urbanisme, presentándolo, pues, como ejemplar. Un edificio que había perdido los órdenes, pero no el orden, y que tenía como modelos no la arquitectura holandesa, ni la de Wright, sino el Ayuntamiento de Estocolmo de Ragnar Östberg, el último representante del romanticismo nórdico. Goday, dándose por aludido y con toda seguridad ofendido, respondió desde las páginas de Arquitectura i Urbanisme ratificando su obra. Justificaba el 135 Arquitectura i Urbanisme, 1934-1936. papel de los espacios de circulación y los vestíbulos porque organizan y humanizan las relaciones: «Una población escolar de un millar de alumnos exige un amplio vestíbulo de ingreso para guarecer a los niños, tanto a la entrada como a la salida de la escuela, así como tampoco las madres de los pequeños deben esperarlos al aire libre los días lluviosos de invierno y en los calurosos de verano». Adoptando un papel que no le correspondía, Goday pasa de la defensa al ataque haciendo suyas las críticas del realismo socialista a la arquitectura moderna, por burguesa y deshumanizada, propagadas a raíz del concurso del Palacio de los Soviets en Moscú, y que resumía de una noticia aparecida en la revista Formes: «El funcionalismo del Estilo Internacional, a causa de su devoción a la técnica, no expresa más que el ideal del capitalismo, que esclaviza el individuo a la máquina». Asumiendo la ideología estalinista, una artillería excesiva para un arquitecto práctico, Goday ataca al GATCPAC no sólo como moda formal sino como expresión del esnobismo burgués: «Yo, que he sentido una profunda admiración por el talento y el esfuerzo de acometida de este grupo de compañeros, como necesario para nuestra renovación, leyendo sus escritos, admirando sus proyectos y asistiendo a las conferencias de sus líderes en las que se reprobaba el arte putrefacto de nuestras generaciones burguesas, alabando su arte como un puro representante de la futura sociedad colectivista, me he sentido decepcionado al observar que críticos de altos vuelos consideran este nuevo arte como exponente y expresión del materialismo burgués». 136 El número 4 fue el canto del cisne de una tentativa de dar cabida a tendencias diversas en las páginas de una misma revista. El rumbo conservador de la Asociación iba a afectar a la revista tanto en la forma como en los contenidos. En la primera época, época de aventuras, la revista salía irregularmente, cuatro números en tres años. En la segunda, de 1934 a 1936, la periodicidad fue lo único estricto, cuatro números al año. Comenzar la segunda época con un número uno, otra vez, demostraba la intención de olvidar la experiencia anterior. A pesar del formato mayor, el aspecto de la revista era más anodino. En la portada, la tipografía había desplazado a la imagen. Era la manera de neutralizar un contenido que retomaba las viejas inercias de los antiguos anuarios. Pero en los años treinta, los temas históricos, tratados con un romanticismo trasnochado, devenían extemporáneos. Junto con ellos, unas pocas cuestiones profesionales acaban llenando el grueso de la revista, relegando la actualidad a las últimas páginas, que se maquetan como un noticiario donde nada sobresale. Una manera de hacer creer que la institución estaba al margen de cualquier compromiso, tal como querían aparentar los discursos anuales de Amadeu Llopart, presidente de la Asociación entre 1933 y 1935. Tan sólo apariencia, ya que el supuestamente neutral Llopart interpretó, desde el bando de la derecha, todos los papeles de la aleluya: catedrático de Topografía en la Escuela de Arquitectura en 1918, concejal del Ayuntamiento de Barcelona por la Lliga en 1931, militante de Falange en 1937, fugaz decano del Colegio y director de la Escuela entre 1953 y 1960. 137 139 140 141 11 DE SE Ñ OR I T OS A CO M PA ÑE R O S: E L S I NDI C AT O DE A RQ U I T EC T O S DE C ATA L U ÑA El 31 de julio de 1936, poco después de la sublevación militar contra la República, se reunieron en los locales de la UGT —en el incautado Círculo Ecuestre del paseo de Gràcia 38— un grupo de arquitectos y algunos estudiantes de arquitectura para constituir el Sindicato de Arquitectos de Cataluña (SAC). A la reunión asistieron Josep Lluís Sert (título 1929), Joan Larrosa, Joan Capdevila (1933), Enric Vilanova (1932), Pere Alapont (1942), Josep Maria Liesa (1933), Josep Pellicer (1932), Josep Torres Clavé (1929) y Antoni Bonet Castellana (1945). Cuatro días después, el 3 de agosto, el grupo se amplió con Pere Pi Calleja (1933), Joan Pujol (1932), Esteve Marco (1933), Joan Cullell (1941), Francesc Ubach (1934), Josep Odena (1935), Francesc Detrell y Pere Ricart (1936). En la reunión se acordó pedir permiso al Comité local de la UGT para incautar el Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña y Baleares y la Asociación de Arquitectos de Cataluña, y dirigir las correspondientes comunicaciones a los honorables Presidente de la Generalitat de Cataluña y Consejero de Gobernación. A las seis y media del mismo día, la comitiva formada por Sert, Larrosa, Capdevila, Vilanova, Alapont, Liesa, Pellicer y Torres se presentó en la Gran via de les Corts Catalanes 563, sede de la Asociación y del Colegio, y procedió a la incautación de ambas entidades con sus bienes muebles e inmuebles. 142 143 El ritmo de reuniones del comité del SAC fue frenético. Del 31 de julio del 36 al 30 de noviembre del 37, fecha de la última, se levantaron 146 actas. Una reunión cada tres días. El 4 de agosto el comité se estructuró en diferentes áreas, siendo elegidos para el secretariado general a Sert y Larrosa, pese a que el primero no estaba presente ni volvería a estarlo nunca más, ya que se autoexilió a Francia por temor a las posibles represalias de la FAI por su condición de noble. El día siguiente, los «señores» del comité, como se nombraba aún en el acta a los arquitectos presentes en la reunión, recibieron a la comisión técnica del Sindicato de la Construcción (sección albañiles y peones) de la CNT, la potente rama de la Confederación, que, con sede en la calle de Mercaders del barrio Chino, había tenido un papel clave en el asalto al cuartel de Atarazanas donde murió Francisco Ascaso, uno de los líderes cenetistas. La visita tuvo una repercusión formal: los arquitectos pasaron de «señores» a «compañeros», y otra organizativa: el SAC dejó de depender únicamente de la UGT y se vinculó también a la CNT. A la hora de afiliarse al SAC, los arquitectos debían decidir a cuál de los dos sindicatos se apuntaban. En aquel momento las filas del SAC ya se habían incrementado con la entrada de Sebastià Bonet, Francesc Adell, Josep Comas, Antoni Ferrater, Marian Lassió, Sixte Illescas, Joan Bla y Joan Baptista Subirana. Este último, afiliado a la CNT, ayudó a establecer el enlace entre el SAC y el sindicato anarquista. 144 145 Escrito mecanografiado con correcciones del discurso-memoria de la actividad del comité, leído por Josep Torres Clavé en la Asamblea General del SAC el 12 de diciembre de 1936. El 8 de agosto el comité aprobó un documento de siete puntos que explicaba sus objetivos y que se publicó en el número 13 de Arquitectura i Urbanisme del mes de agosto. Este número, preparado antes del estallido del 19 de julio, llevaba aún el pie de la Asociación, pero con una sobreimpresión en tinta roja: «incautada por el Sindicato de Arquitectos de Cataluña». El ideario del SAC reflejaba las características generales de cualquier sindicato de clase: defensa de los intereses de sus afiliados, llamados «trabajadores de la construcción», y solidaridad con las otras organizaciones obreras, tanto nacionales como internacionales. El 12 de diciembre de 1936, el comité convocó a la junta general, supuestamente para informar de sus actividades a la base sindical, aunque la intención de fondo más bien debió de ser la de pasar revista a la vieja «clase». Asistieron 83 arquitectos, algunos por convencimiento, otros por miedo o por curiosidad. En cuanto miembros del comité estaban: Torres, Bofill, Liesa, Pellicer, Subirana, Pi Calleja y Alapont. La asamblea empezó a las doce y media con una larga intervención de Josep Torres Clavé, alargándose hasta las ocho y media de la tarde. Torres comenzó su discurso justificando la actuación del comité como necesaria para afrontar el tiempo presente: «Era necesario, para sobrevivir, cambiar rápidamente el concepto que todos, profesionales y no profesionales, teníamos del arquitecto», si no «nos exponíamos a ser eliminados de la nueva estructura de la sociedad». 147 Nacido en circunstancias excepcionales, el SAC unifica de golpe el Colegio y la Asociación en un ente nuevo, que asumirá tareas nuevas. En la vertiente organizativa, arrogándose el papel de dador de trabajo, ya que él mismo lo había de recibir de las organizaciones constituidas en el proceso de colectivización, como el Agrupamiento Colectivo de la Construcción, de Barcelona. El proceso era «racionalizador» y basado en una voluntad igualitaria: «un Arquitecto —continúa diciendo Torres en su informe— es un trabajador como cualquier otro que vive de su trabajo y, por tanto, no es justo que mientras unos pueden vivir holgadamente, debido a la suerte o a su mayor habilidad para procurarse el trabajo, otros menos afortunados se han de ver privados del trabajo indispensable para vivir dignamente. Hay que acabar con los favoritismos. Cada Arquitecto tiene derecho y se merece el puesto que por su capacidad y preparación le corresponda». La memoria de las actividades enumeraba los trabajos del Sindicato. Los proyectos para el CENU (Comité de la Escuela Nueva Unificada), las fortificaciones, el control de las empresas constructoras y el control sindical del Ayuntamiento, la enseñanza de la Arquitectura, la racionalización del trabajo, los estudios e investigaciones, la municipalización de la vivienda y la participación en la colectivización del ramo de la construcción. 148 Una estructura conceptualmente bien construida, pero que llevada a la praxis suponía la disolución del cuerpo de arquitectos en el conjunto de las fuerzas productivas del sector de la construcción. El acta de constitución del Consejo de Industria (diciembre de 1936) situaba al representante de la Sección de Arquitectos, Joan Baptista Subirana, entre diecinueve representantes de otras secciones; en resumen, un cinco por ciento del organismo. En este contexto sorprenden algunos aspectos extemporáneos de la teorización de Torres en torno a «la misión social del arquitecto», publicada en el número 14 de Arquitectura i Urbanisme de octubre de 1936. Junto con la definición del arquitecto como técnico-arquitecto colaborador «franco, decidido, incondicional» de la nueva estructura social, que lo libera de su antiguo estatuto «de hombre servil, esclavo, más que cualquier otro técnico, de una sociedad en período de descomposición del capitalismo inculto», pervive la idea del antiguo arquitecto-artista: «técnico libre al servicio de las propias ideas y aficiones». El planteamiento de Torres basculaba entre las dos tendencias en pugna en la arquitectura moderna que se manifestaron en los CIAM, al segundo de los cuales, el de Franckfurt (1929), había asistido el joven Torres. Entender al arquitecto como técnico al servicio de la nueva sociedad o entenderlo como artista; eso sí, moderno. La defensa de la arquitectura como constructora de la sociedad requería poder. «Somos nosotros 149 Ficha de afiliación al SAC de Josep Lluís Sert. con nuestra acción los que contribuiremos como nadie a la solución de todos los problemas básicos que planteará inmediatamente la nueva estructura social.» Una reivindicación desmesurada que los acontecimientos fueron atemperando. ¿Qué hizo el SAC? Para comprenderlo hay que tener muy presente que el Sindicato había nacido en el contexto inmediato al triunfo sobre el golpe militar del 18 de julio, ocupando un espacio abierto por la creación del Comité Central de las Milicias Antifascistas, en manos de la CNT. Es en este marco de creciente poder sindical donde se inserta el SAC. Una vez eliminados la Asociación y el Colegio y habiéndose constituido en Sindicato Único, el SAC estableció, por primera vez, un fichero de los arquitectos catalanes. Las fichas, con fotografía de carné, especificaban los campos de especialidad donde se situaba cada uno de los afiliados y el control económico de su trabajo. Con esta información el Sindicato distribuía los encargos que recibía entre sus miembros, ya que en la nueva situación los arquitectos no podían recibirlos privadamente. Los primeros trabajos del SAC como organización consistieron en situar a sus miembros en las comisiones de control de las empresas constructoras colectivizadas por la CNT, junto con un aparejador y un delegado obrero, 150 en la comisión de control del Ayuntamiento de Barcelona, donde el representante del SAC era el mismo Josep Torres, y en el CENU. A los cuatro meses de su creación, el SAC administraba 1.312 horas diarias de trabajo de sus afiliados, de las que el 53 por ciento provenía de encargos generados por el propio Sindicato, que pagaba tanto el sueldo de los arquitectos como el de los delineantes y los gastos materiales del despacho, siempre que no superasen la tercera parte del sueldo del arquitecto. Asimismo, el SAC puso en marcha un sistema de seguro social por enfermedad, invalidez, vejez o muerte. 151 Eusebi Bona Francesc Folguera Pere Benavent Cèsar Martinell Josep Maria Ros Francesc Guàrdia i Vial Manuel de Solà-Morales Fotografías de carné para las fichas del SAC. 152 Jaume Torres Grau Enric Vilanova Francesc Detrell Francesc Ubach Pere Alapont Alexandre Soler i March Sixte Illescas Joan Capdevila Joan Larrosa Esteve Marco Francesc de Paula Nebot Joan Cullell Joan Baptista Subirana Josep Torres Clavé 153 F. de P. Quintana: Proyecto de adecuación de la Escuela Sagrada Familia, uno de los encargos del CENU al SAC. Septiembre de 1936. La actividad profesional de los arquitectos se concentró fundamentalmente en los proyectos para el CENU. Creado el 27 de julio de 1936, el Comité de la Escuela Nueva Unificada, heredero ideológico de la Escuela Moderna de Francesc Ferrer Guàrdia, se había propuesto como tarea prioritaria la escolarización de los 40.000 niños que aún estaban sin escolarizar, alrededor de una cuarta parte del hipotético censo escolar de Cataluña, y dotarse de una normativa para la construcción de escuelas: las «Instrucciones técnico-higiénicas relativas a las construcciones escolares», del 15 de julio de 1937. El trabajo del SAC consistió en distribuir en torno a 200 proyectos, la mayoría de ellos reformas o pequeñas ampliaciones, que en general generaron más papel que arquitectura. También en el CENU, y en el marco de las discusiones de la ponencia general de enseñanza técnica, se planteó la intervención del Sindicato en la Escuela de Arquitectura, desde la elaboración del Plan de Estudios hasta la selección del profesorado. Con este fin, Torres fue nombrado comisario delegado de la Generalitat en la Escuela, incautada el 24 de agosto de 1936. «Nos introducimos en todas partes, lo sabemos todo, controlamos todas las oficinas técnicas, hacemos redactar todos los proyectos que se nos ocurren; entre ellos, como ya habrás adivinado, la demolición del Barrio Chino, y, por 154 tanto, la construcción de nuevos barrios de viviendas. Hoy mismo daré las bases de este proyecto para que sea estudiado según las orientaciones del GATCPAC.» Con este espíritu de conquista describía Torres la actividad del SAC en agosto del 36, en carta a Josep Lluís Sert, instalado en París. Pero la realidad de la guerra irá apagando este optimismo. De los grandes sueños se pasó a lo más necesario: fortificaciones, refugios antiaéreos, valoraciones y reparaciones de los daños de los bombardeos. Es más, algunas de las iniciativas del SAC, como los doscientos proyectos de adecuación de las porterías para vivienda que se conservan en el Archivo Histórico del COAC, incluso hacen pensar en proyectos puestos en marcha solamente para dar trabajo a los casi doscientos arquitectos del Sindicato. El 30 de noviembre de 1937 se reunió por última vez el comité, que el 8 de diciembre informó en menos de una hora a la Junta General. El 19 de abril de 1938 Josep Torres Clavé es movilizado y destinado a Hospitalet de l’Infant. Una semana después se celebró la última Junta General del SAC ante 48 afiliados, donde se dio la noticia del Decreto del 22 de abril que movilizaba las quintas de los años 1922 a 1926. Josep Torres Clavé morirá en el frente de Lérida el 12 de enero de 1939. 155 «También pasa a esta comisión de estudios y de investigaciones la tarea de continuar publicando la revista Arquitectura i Urbanisme. Hasta hoy, por dificultades debidas a las actuales circunstancias, no ha sido posible publicar ningún número. La semana que viene saldrá un nuevo número que no difiere, en esencia, en lo referente a la presentación, de los últimamente publicados. Más adelante se publicará, también, un boletín, que se repartirá a todos los miembros del SINDICATO.» Fotografía anónima que ilustra el artículo «El Sindicato único del ramo de la madera», Arquitectura i Urbanisme, núm. 18 (junio 1937). 156 En este fragmento del discurso dado en la primera junta general del SAC de diciembre de 1936, Josep Torres Clavé incluye la continuidad de la revista en el plan de acción del naciente Sindicato. Los seis números que aparecieron en tiempos del SAC se pueden separar en dos bloques de tres números cada uno. El primer bloque mantuvo la imagen de la revista de la Asociación. De hecho, cuando Torres pronunciaba estas palabras, ya habían salido dos números que apenas diferían de los anteriores, a no ser por los hojas de declaraciones políticas al principio y al final de cada número. El segundo bloque se dedicó, casi monográficamente, a la arquitectura hospitalaria. 157 Del primer bloque, iniciado por el número 13, destaca la publicación —única en esta etapa de la revista– de un proyecto de arquitectura posterior a julio del 36. Se trata de un «Proyecto de alojamientos populares en Lérida», obra de un extraño trío de arquitectos formado por Francesc Folguera, Bonaventura Bassegoda y Raimon Duran Reynals. Firmado en Lleida el mes de septiembre de 1936, este conjunto residencial es explicado como «un grupo concebido con los miramientos que la higiene moderna y la técnica moderna de la habitación imponen». El proyecto se podría emparentar con la arquitectura noucentista, tanto por la composición de las fachadas como por los materiales y el lenguaje, en cambio, la organización funcional de los bloques de viviendas lo aproxima a la experiencia europea racionalista. El número quince, de diciembre de 1936, se centró en el respeto a la arquitectura del pasado. El tema, que parece propio de viejos tiempos, era, no obstante, de rigurosa actualidad. Dado que «ante el curso de los acontecimientos, la confusión de las condiciones artísticas con las religiosas, las conveniencias urbanísticas locales han sido y son motivo de la pérdida de obras de arte», la Generalitat se ve forzada a dictar un decreto (14 de octubre de 1936) disponiendo que «en Cataluña no se puede derribar ninguna obra de arquitectura civil y religiosa antigua, sin la autorización especial 158 159 Fotografía anónima del campanario de la iglesia de Santa Maria del Pi de Barcelona que ilustra el artículo de Josep Gudiol: «Notas para la historia de la restauración y salvamento de los monumentos de Cataluña medieval y diversas consecuencias», Arquitectura i Urbanisme, núm. 15 (diciembre 1936). del Consejero de Cultura». Es en este contexto en el que intervinieron los arquitectos del Sindicato, tal como Josep Torres explicó en el discurso citado: «Es imposible enumerar, uno por uno, todos los casos en los que hemos tenido que intervenir, pero cabe recordar a la Asamblea que casi en todos ellos hemos acertado plenamente en la consecución de aquello que todos nosotros proponíamos». En un largo artículo, «Notas para la historia de la restauración y salvamento de los monumentos de la Cataluña medieval y diversas consecuencias», Josep Gudiol sitúa históricamente la intervención de la Generalitat. Pero antes el comité ya se había encargado de proclamar su papel. El escrito «El respeto a la arquitectura del pasado» va acompañado de una fotografía en contrapicado del campanario gótico de la iglesia del Pi, definida como «una muestra de la sobriedad de la arquitectura gótica catalana y de su carácter estrictamente funcional». La coincidencia de este mensaje con el del número 2 de AC, «Respetemos la buena arquitectura del pasado», evidencia la mano de Torres Clavé. 160 Paul Nelson: «Proyecto para una ciudad hospitalaria en Lille», Arquitectura i Urbanisme, núm. 18 (junio 1937). Los números 16-17, 18 y 19 de Arquitectura i Urbanisme constituyen la tercera y última época de la revista. A partir del informe oficial del Doctor F. Gallard sobre las «Necesidades hospitalarias en Cataluña» se publica, en tres entregas, una monografía sobre arquitectura hospitalaria internacional. La cuidada edición y el número de páginas, el doble que en los números anteriores, demuestra la capacidad del Sindicato para captar recursos. La publicación se basaba en el trabajo de Xavier Pla Pujol, arquitecto titulado en 1934, que había obtenido una beca de estudios de la Asociación de Arquitectos de Cataluña en 1936. Entre sus páginas encontramos tanto los gigantescos hospitales americanos como los de los arquitectos de la vanguardia europea: Alvar Aalto, Paul Nelson o Johannes Duiker. Según una lógica analítica, los ejemplos se presentan mostrando en primer lugar la totalidad del organismo hospitalario para pasar después a diseccionarlo en sus partes funcionales. A pesar de los tiempos que corrían, la revista demostró la ambición arquitectónica de sus promotores. 161 12 EL «AÑ O D E LA V I C TO R I A » Y LA S D E P UR A C IO N E S El 27 de enero de 1939, el día siguiente de la entrada de las tropas nacionales en Barcelona, en la sede social de la Gran Via, futura avenida de José Antonio, Jaume Mestres Fossas, secretario del Sindicato de Arquitectos, hizo «entrega al compañero Antonio de Ferrater Bofill, secretario del Colegio de Arquitectos en la época anterior al 19 de julio de 1936, de las atribuciones directivas propias del cargo», y se levantó acta firmada por 15 colegiados. Cuando aún no había pasado un mes, el 24 de febrero, la junta de gobierno del Colegio prebélico se reunió en casa del que todavía era su decano, Francesc Guàrdia Vial, bajo la supervisión del «Delegado de la Autoridad designado al efecto por el Excmo. Sr. Jefe del Servicio Nacional de Seguridad». Trataron, tal como figuraba en el segundo punto de la reunión, de la «Normalización de la vida legal del Colegio dentro del marco de la España nacional». Tuvieron que encontrarse en casa del decano porque la sede colegial había sido cerrada por la Jefatura del Servicio Militar de Recuperación del Patrimonio Artístico y Nacional. Entre los acuerdos que tomaron destaca el de «Elevar al Excmo. Sr. Ministro de Educación Nacional pertinente oficio expresivo del entusiasmo que para con el glorioso Movimiento Nacional y los principios de patriotismo y justicia que le informan siente este Colegio, rogándole a la vez quiera hacer llegar a su Excª. el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos Nacionales D. Francisco Franco Bahamonde el testimonio de la más firme adhesión y agradecimiento ilimitado que como españoles debemos a su espada victoriosa, que ha culminado su obra de liberación con la recuperación para España de las provincias catalanas». 163 Pedro Muguruza explica al Caudillo, a las autoridades militares y de Falange y a sus esposas el proyecto del Valle de los Caídos el día de la colocación de la primera piedra. Abril de 1940. En este proceso de «normalización», cuando las autoridades militares entraron en el local para devolverlo al Colegio, descubrieron que su propietario legal era la antigua Asociación, y que Pere Benavent, todavía su presidente, reclamaba los derechos de la entidad. Pero en los planes del nuevo Estado no había sitio para la Asociación de Arquitectos de Cataluña. Las diferencias entre ambas organizaciones profesionales las saldó el jefe superior de policía entregando el 6 de mayo de 1939 la sede a los señores Francesc Guàrdia y Lluís Tusquets, presidente y vocal de la comisión gestora del Colegio, nombrada el 21 de abril por los Servicios de Ocupación de Barcelona. El 23 de septiembre del mismo año, con la creación de la Dirección General de Arquitectura comandada por Pedro Muguruza, comienza a organizarse el aparato estatal que dirigirá la profesión durante el primer período del franquismo. A la semana siguiente, Francesc Guàrdia se pone a sus órdenes y recibe la ratificación en el cargo, que sólo ejerce hasta finales de enero del año siguiente, cuando muere. Para sustituirlo, el omnipotente Muguruza designó momentáneamente a Amadeu Llopart. Sin embargo, el 13 de febrero de 1940 encarga a José Maria Ros Vila, Manuel Baldrich, Luis Gaztelu, Jaime Feu y Juan Masriera que formen una comisión para proponer la composición de la nueva junta. El 26 de marzo esta comisión remite a Muguruza la siguiente lista de cargos: «Delegado de Zona: José María Ros Vila. Secretario General de la Delegación: Juan Masriera Campins [...] Academia: Cèsar 164 Martinell, Manuel de Solà-Morales», que, una vez aceptados por la Dirección General, entran en funciones el 2 de abril. En el informe sobre los aspectos principales de su gestión, redactado un año después, se insiste en la tarea emprendida para sanear la «moralidad» de la profesión persiguiendo a los «firmones» y prohibiendo los descuentos en los honorarios, problemas típicos todos ellos de la época del estraperlo. Esta junta colegial fue la que definitivamente absorbió la antigua Asociación, al ejecutar la orden ministerial del 9 de mayo de 1940. En el organigrama del Colegio figura la denominada Academia. Una sección que continuó de hecho la labor cultural propia de la antigua Asociación, llevando a cabo a principios de los cuarenta una tímida actividad centrada fundamentalmente en la adquisición de nuevos volúmenes para la Biblioteca y en la organización de unas pocas conferencias. Entre los escasos invitados figuraron Cèsar Cort, que disertó sobre «El arquitecto ante el problema de la vivienda», o Bonaventura Bassegoda, quien, coincidiendo con la exposición de arquitectura nazi en el antiguo Parlamento de Cataluña en 1942, pronunció la conferencia: «La arquitectura de Estado», acompañada de una proyección cinematográfica en la Sala Mozart que, paradojas de la historia, había acogido a Le Corbusier y a Theo van Doesburg una década antes. 165 Pero la actuación más contundente de esta junta fue la ejecución de los procesos de depuración. Tres meses después del final de la guerra, el 26 de junio de 1939, la Asamblea Nacional de Arquitectos se reunió en el Teatro Español de Madrid bajo la presidencia de Pedro Muguruza. Las declaraciones inflamadas caracterizaron el acto. Se habló de la profesión, del papel de los arquitectos en la reconstrucción nacional, de las necesidades de vivienda y de urbanismo. Pero en medio de estas discusiones, más disciplinarias, de vez en cuando se lanzaban proclamas de carga política. Una de ellas, pronunciada por Eugenio Aguinaga, dio el disparo de salida al proceso de depuraciones políticas. Aguinaga, primo y colaborador de José Manuel Aizpúrua —a la vez que miembro del GATEPAC, Delegado Nacional de Prensa y Propaganda de Falange Española, fusilado en San Sebastián en los primeros meses del alzamiento militar—, exigió que se juzgaran las responsabilidades políticas de los arquitectos que durante la guerra habían estado en la «zona roja». «Somos unos», comienza su discurso, que continúa con un rotundo «yo no estoy de acuerdo. En estas butacas, están sentados muchos que han tenido la desgracia de permanecer en Madrid, perseguidos, quizá encarcelados, huyendo de casa en casa, “metidos” en el SIM. Y haciendo otras muchas cosas por el orden. Pero hay otros, algunos que incluso dicen haber estado 166 al servicio del espionaje, que han disfrutado de coche oficial, han usado galones y han conseguido ser oficiales del Ejército rojo. También hay otros muchos de los que hoy están aquí que lucen la camisa azul de Falange. Y a este propósito debo recordar que José Antonio dijo que la camisa azul no es disfraz, sino hábito, y que quien la lleva para disfrazar cosas antiguas y ocupar puestos en organizaciones profesionales, incluso en algunas que nunca fueron profesionales, ésos no son otra cosa sino judíos. Un ejemplo de ello lo tenéis en la FUE.» La transcripción de la asamblea refleja la exaltación falangista con la anotación: «Muy bien. Aplausos». Espoleado por los aplausos de sus camaradas Aguinaga continuó: «No quiero decir que con estos individuos no se pueda contar nunca. Mi mayor deseo estriba en que en el plazo más breve posible podamos contar con todos ellos y unirnos en estrecho abrazo; pero eso será después de una depuración seria, después de una conducta verdaderamente ejemplar, que a lo largo de la pena que les impongan, haga que entonces podamos abrirles nuestros brazos, como acabo de decir. Entonces, amigos míos, puede que, en efecto, “todos seamos unos” para trabajar por el bienestar y la grandeza de España. Pero mientras eso no ocurra, “todos no somos unos”». Con esta directriz, seguramente activada por Muguruza, el 28 de febrero de 1940 el BOE publica la orden del Ministerio de la Gobernación «dictando 167 BOE del 28 de febrero de 1940 donde se publicó la orden que dictaba las normas para la depuración de la conducta política y social de los Arquitectos. normas para la depuración de la conducta política y social de los Arquitectos». El texto legal ordenaba a los colegios remitir a la Dirección General de Arquitectura la lista de los arquitectos sometidos a depuración. De los colegiados catalanes, 166 no tuvieron «ninguna nota desfavorable» y en 69 se observaron conductas susceptibles de depuración. Entre las acusaciones más frecuentes figuran: ser miembro del ejército rojo; actuación izquierdista; rojo; salió al extranjero y regresó a la zona roja; huido al extranjero; formó parte del GATPAC (sic); formó parte de la junta incautadota del Colegio. Y entre los atenuantes el más repetido es: favoreció a los compañeros de derechas que estaban perseguidos. Por otra parte, la Junta de Depuración se inventó otro atenuante, añadiendo en algunos expedientes de los arquitectos del SAC una nota indicando que el libro de actas del Sindicato «no va firmado, pero lleva un sello que dice “Sindicato de Arquitectos de Cataluña UGT” y, según parece, las primeras actas se confeccionaron al cabo de algún tiempo, poniendo, según dicen, otros nombres además de los que realmente asistieron a la primera Junta en el antiguo local del Círculo Ecuestre». La Junta de Depuración del COAC, compuesta por Eugenio P. Cendoya, José María Pericas, Juan Masriera, José María Ribas, José Soteras y Antonio Pineda, obligó a los acusados a contestar largos cuestionarios. Por ejemplo, a Josep Gudiol se le preguntó: «Si no es cierto que durante su estancia en París no frecuentase otros lugares y compañías que a los rojos separatistas»; a Sixte Illescas: «¿A qué se debió su ingreso en la Asociación de tipo comu- 168 169 nista GATPAC y qué cargo desempeñó en ella?»; «¿Por qué dice en su declaración jurada que no conoce a arquitectos izquierdistas, cuando son sobradamente conocidas sus relaciones con el grupo GATPAC y los destacados comunistas Sert, huido al extranjero, y Torres, muerto en el frente rojo?»; o a Joan Baptista Subirana: «¿Por qué oculta que fue uno de los firmantes del manifiesto de los Amigos de la URSS?»; «¿es cierto que fue representante de la CNT en el Comité de incautación?». Finalmente el BOE de 9 de julio de 1942 publicó las sentencias. Las penas iban de la amonestación privada a la inhabilitación a perpetuidad. La lista completa de los arquitectos catalanes condenados a la «suspensión total en el ejercicio público y privado de la profesión en todo el territorio nacional, sus posesiones y Protectorado» la integraban: Bartomeu Agustí, Emili Blanch, Joan Capdevila, Francesc Detrell, Josep Maria Deu, Francesc Fàbregas, Josep Florensa, Marià Lassus, Esteve Marco, August Miret, Francesc Perales, Pere Pi Calleja, Joan Pujol, Ricard Ribas Seva, Germà Rodríguez Arias, Nicolau Maria Rubió i Tudurí, Josep Lluís Sert, Jordi Tell, Josep Gudiol y Josep Puig i Cadafalch. En un gesto de honor, Puig i Cadafalch se negó reiteradamente a responder a los cuestionarios de la Junta de Depuración, lo que motivó que el decano se viera obligado a informar a la Junta Superior de Depuración, que acabó dictaminando la pena máxima en rebeldía. 170 171 Pedro Muguruza preside una de las sesiones del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España en la sede del Colegio de Cataluña y Baleares en la Gran Via de Barcelona (entonces Avenida de José Primo de Rivera). Marzo de 1944. En el libro de actas del Colegio hay un vacío temporal que se extiende desde el 19 de mayo de 1936 hasta el 28 de mayo de 1946. Un vacío que, sin embargo, no se debe a que no se celebraran juntas colegiales, tal como hemos podido comprobar. Las actas que faltan de este período están redactadas en hojas sueltas y en algunas de ellas aparece la anotación «para copiar en el libro de actas». ¿Por qué no se hizo? Todo parece indicar que las autoridades militares habían incautado los libros de actas de la Asociación, del Colegio y del 172 SAC, y los llevaron a Madrid con el fin de utilizarlos como pruebas para incoar los expedientes de depuración. Una vez terminado el proceso, los libros volvieron a Barcelona. La primera acta posbélica, redactada el 28 de mayo de 1946, alude de una manera lacónica y poco sensible a aquel paréntesis temporal de diez años. Los años de guerra y los de la más dura posguerra pasaron a ser: «las anómalas circunstancias atravesadas». Firmaron el acta: José Maria Ros Vila, decano-presidente, y Manuel de Solà-Morales, secretario. 173 174 175 13 CUADERNOS D E A R QU I T E C T U R A (1944-1949) El final de la guerra representó la desaparición de las revistas de arquitectura, sepultadas bajo un férreo control ideológico. La primera revista en aparecer, en abril de 1940, fue Reconstrucción, el órgano de la más potente de las direcciones generales relacionadas con la arquitectura: la Dirección General de Regiones Devastadas, dirigida por José Moreno Torres. El año siguiente Pedro Muguruza, tal vez movido por los celos, refunda la antigua Arquitectura, de la desaparecida por decreto Asociación Central de Arquitectos, rebautizándola como Revista Nacional de Arquitectura y poniéndola bajo su dirección. Tres años después, en enero de 1944, el Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña y Baleares consigue publicar el primer número de Cuadernos de Arquitectura, que de esta manera pasó a ser la primera y única revista de arquitectura promovida por un organismo profesional en España. De gran formato y de presentación austera, sin imágenes en la cubierta, Cuadernos inició su singladura con un militante programa de intenciones: 176 177 «No por rutina ni tanto por cortesía como por amistad, un estrecho apretón de manos que es saludo afectuoso para los amigos lectores. Y nada más. Ni exordio, ni prólogo, ni preámbulo, que ni caben ni sabríamos hacerlos. No somos periodistas; ni esto es un periódico. Ni siquiera una revista. Ni programas, por tanto, ni calendarios. Cuando el fruto está maduro, cae por su peso. Ni hemos de recogerlo antes de sazón, ni ver indiferentes cómo se malogra al estar en su punto. CUADERNOS DE ARQUITECTURA. Bloc de notas, apuntes y esbozos; cajón de sastre si se quiere, de inquietudes y afanes. Amor a nuestra profesión en último término. Por ella y en su servicio, que es servicio a la Patria, deseamos ver esta publicación espléndida y floreciente. De vuestra colaboración depende. Con ella contamos y a ella nos remitimos. 178 Una retórica falangista muy del momento hace gala de la falta de ideología que guiará la publicación, hasta el extremo de negarla como revista y reducirla a un sencillo cuaderno. La declaración inicial acompañaba la fotografía de gran tamaño de «la augusta efigie del Primer Español, guía de nuestro pueblo en la guerra y en la Paz», a quien se saludaba obedientemente. Sin embargo, este acatamiento se interpretaba menos férreamente desde Barcelona que desde la Dirección General de Arquitectura en Madrid. Así, al girar la página con el retrato de Franco, Josep Francesc Ràfols —que vivía en la casa de Sixte Illescas de la calle de Pàdua— firmaba el artículo «Arquitectura de las tres primeras décadas del siglo XX». Contraviniendo la doctrina oficial emanada desde la Revista Nacional, que calificaba la orientación funcionalista de «arquitectura materialista, socialista y judía», Ràfols hace 179 Lluís Bonet-Garí: Banco Vitalicio de España, en la esquina de la avenida de José Antonio Primo de Rivera (la actual Gran Via) con el paseo de Gràcia, Cuadernos de Arquitectura, núm. 1 (1944). un elogioso y personal repaso de la arquitectura moderna, que sorprende no sólo por las condiciones políticas bajo las que se escribió, sino también por el incipiente estado de la historiografía en aquel momento. «Sauvage, Tony Garnier y los Perret en Francia», «Le Corbusier, Lurçat y Mallet Stevens», «Oud y la revista De Styl» y «De Loos a Walter Gropius» son los capítulos que pautan el texto, acompañado de una docena de ilustraciones donde aparece la obra de los maestros modernos. El artículo incluye una clasificación de los arquitectos españoles donde figuran Josep Goday —fallecido en 1936— y Pedro Muguruza —no fuera caso que lo leyera— como representantes de los «Arquitectos de inteligente transición», Pere Benavent, Lluís Bonet-Garí y Antonio Fisas como «Arquitectos modernos, pero muy ortodoxos» y los «funcionalistas utilitarios», entre los que cita a Rafael Bergamín, José Luís Sert y Sixte Illescas —los tres depurados—. Concluye la lista con Raymundo Durán Reynals —no lo olvidemos, socio del omnipresente Muguruza en la obra de la Estación de Francia de Barcelona— «el altamente sensitivo». El espíritu noucentista de Ràfols remata el escrito sacando a relucir su visceral italianismo, que en el momento de escribir el texto halagaba también al nuevo orden político: «Italia, en la arquitectura moderna, toma lo mejor de cada nación y lo enlaza con lo mejor de la propia Italia. En sus juegos de rectas no desprecia la continuidad en la tangencia que tienen las aberturas de medio punto. Alberti, Brunelleschi y lo mejor de los barrocos reaparece, en espíritu, con una oportunidad extraordinaria». 180 181 Clemente Maynés: «Casa de campo en San Pedro de Premià», Cuadernos de Arquitectura, núm. 2 (1944). Pero tampoco nos hagamos ilusiones, el artículo de Ràfols constituye una excepción en una revista que nadaba en un mundo en guerra, sin referentes internacionales que sirvieran de paliativo a la rígida interpretación del estilo imperial franquista. La arquitectura publicada en los primeros cinco años de Cuadernos va a la deriva. Encontramos desde una «Casa de campo, en San Pedro de Premiá», de Climent Maynés, escenificación rural del nuevo espíritu nacional-católico, donde la casa y la iglesia conviven en una especie de monasterio en el que la bandera española ondea como en un campamento militar, hasta el monumental Banco Vitalicio de España, de Lluís Bonet Garí, edificio plurifuncional a la americana de un depurado clasicismo al que se le han añadido pináculos y cornisas a la española, y en el que se sitúa una sala de cine en una galería comercial que actúa de vestíbulo de una torre de oficinas. Los primeros cuatro años de Cuadernos mantienen una periodicidad semestral, que se frena en 1948 y 1949 con una única entrega anual. Los diez primeros números de la revista carecían de estructura, a pesar de que los temas 182 eran recurrentes: la restauración de monumentos históricos —entendida más como una reinvención del pasado que como estudio del propio edificio—, los concursos de urbanización monumental —nunca construida—, los edificios religiosos de nueva planta y las monografías —como la enésima versión de un Bassegoda sobre Santa María del Mar o la más interesante de Isidre Puig Boada sobre el palacio Güell, de Gaudí—. A pesar de ello, esta época de la revista permite seguir, por ejemplo, la trayectoria de José Antonio Coderch y Manuel Valls, que pasa en pocos años del escorialismo defendido por Muguruza del «Refugio de montaña de 200 camas en el Puerto de Navacerrada para Educación y Descanso», de 1944, al proyecto de urbanización de Las Forcas en Sitges, de 1946, verdadero arranque de su obra. O ver cómo Francesc Mitjans ensaya la posibilidad de una arquitectura moderna, en la fachada posterior del edificio de viviendas de alquiler de la calle de Balmes 182, cuya fachada delantera, por el contrario, se desarrolla en lenguaje clasicista. 183 J. A. Coderch y M. Valls: «Refugio de montaña de 200 camas en el Puerto de Navacerrada para Educación y Descanso», Cuadernos de Arquitectura, núm. 4 (1945). J. A. Coderch y M. Valls: «Viviendas en el sector de las Forcas de Sitges», Cuadernos de Arquitectura, núm. 6 (1946). 184 La manera en que se presenta el proyecto de Francesc Mitjans en la calle de Balmes 182 en las páginas de Cuadernos nos muestra, en primer lugar, lo que es aceptado por el gusto dominante. La fachada clásica es estudiada incluso en maqueta, mientras que el alzado posterior, limpio de ornamento y organizado por la repetición de un único hueco horizontal, se presenta sin énfasis. Las plantas muestran que la funcionalidad prima sobre las viejas reglas compositivas de la simetría, la jerarquía, etcétera. Se grafían los ángulos de giro de los coches en el garaje, la posición del portero que controla simultáneamente el ingreso de los peatones y el de los automóviles. En la perspectiva aérea del bloque se refleja la triple cara del programa. En el centro, el ático moderno con piscina al aire libre rodeada de parasoles y alegres usuarios. En la parte posterior, el terrado de servicio con ropa tendida, y en la parte delantera, la seriedad fingida de la fachada clásica. 185 El año 1946, ya acabada la Guerra Mundial y delimitada la geopolítica europea, se sitúa a España en el bloque Occidental. En el ámbito de la arquitectura oficial española, la sustitución de Pedro Muguruza, gravemente enfermo, por Francisco Prieto Moreno, hasta entonces arquitecto de la Alhambra de Granada, propicia un cambio significativo. Prieto Moreno devuelve la Revista Nacional de Arquitectura al Consejo Superior de Colegios de Arquitectos, que delega la edición al Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, e inicia la publicación del Boletín de la Dirección General de Arquitectura, una revista más importante que lo que el título hace suponer. Desde sus páginas se iniciará el debate sobre el camino que debe seguir la arquitectura española en esta nueva conyuntura. Una vía que la acercaría a las «tendencias actuales» y que en el terreno de la organización profesional se manifestaría públicamente en la V Asamblea Nacional de Arquitectos, celebrada en mayo de 1949. Organizada por la Dirección General de Arquitectura y por el Consejo Superior, la Asamblea desplaza su sede habitual en Madrid a Barcelona, Valencia y Palma de Mallorca. Entre misas en las catedrales, cenas de gala en el Ritz y representaciones de ópera en el Liceo, se debaten los temas del Congreso con la intervención, no sólo de los arquitectos españoles sino también, por primera vez en la posguerra, de arquitectos decididamente modernos. La mayoría de ellos eran los delegados de los países presentes en la Exposición de arquitectura iberoamericana celebrada en el Salón del Tinell donde, también por primera vez, se vieron en España los proyectos de la moderna arquitectura brasileña. Como figura internacional destacada intervino el arquitecto italiano Gio Ponti, invitado por la Dirección General de Regiones Devastadas. Los «encantadores de serpientes»: Josep Maria Sostres, Francesc Mitjans, Antoni Perpinyà, Antoni de Moragas y Ramon Tort durante la travesía de Barcelona a Palma de Mallorca. V Asamblea Nacional de Arquitectos, 14 de mayo de 1949. Gio Ponti y José Antonio Coderch en Montserrat durante la V Asamblea Nacional de Arquitectos, celebrada en mayo de 1949. 186 El discurso de Ponti ofrecía una visión de la arquitectura, alternativa a la interpretación dada por el ponente oficial Juan de Zavala. Para Ponti, la arquitectura italiana «está absolutamente al margen de estilos históricos» y, a la hora de clasificarla, especificaba tres tendencias: «una funcional; otra, irracional, que sigue las ideas de Le Corbusier, y una tercera, orgánica, de acuerdo con las normas de Frank Lloyd Wright». Pero la influencia de Ponti no se limitó a sus palabras. Al visitar la exposición del Tinell, descubrió la obra de José Antonio Coderch, y en ella vio la materialización del consejo que había dado a los jóvenes arquitectos españoles en su conferencia: «Haced tranquila, serena y honradamente la arquitectura que salga de vosotros mismos». Tras esta unción, Coderch se convirtió en el arquitecto español de referencia para las nuevas generaciones. 187 14 EL CO L EG I O: I N T R O DUC T OR D E L A C ULT UR A A R Q U I T E CT Ó N I C A INTERNACIONAL Bruno Zevi y Eugeni d’Ors rodeados de colegiados en el ciclo de conferencias de primavera. Mayo de 1950. Adelántandose unos días a los actos de la V Asamblea y, a la vez, desmarcándose, el Colegio de Arquitectos de Cataluña y Baleares programó un ciclo de conferencias sobre arquitectura y urbanismo, en el que intervinieron el arquitecto belga Alfred Ledent, Gabriel Alomar y Alberto Sartoris, el prolífico crítico italiano que el año anterior había publicado el primer volumen de la Encyclopedie de l’architecture nouvelle. Ordre et climat mediterranéens, que, con prólogo de Le Corbusier, constituía la summa de la arquitectura moderna. Sin estar claramente enfrentados, Sartoris y Ponti representaban dos modernidades diferentes. Mientras Ponti había depurado, modernizado, los lenguajes populares, Sartoris pertenecía al núcleo duro del Estilo Internacional. El hecho de invitar a Sartoris parece indicar que los organizadores del Colegio quisieran retomar el discurso arquitectònico del GATCPAC, optando por un moderno ortodoxo. Las páginas del número 11-12 de Cuadernos, que inauguraba una nueva etapa de la revista, dirigida ahora por Ramon Tort, transcribieron profusamente ilustradas las conferencias. Alfred Ledent, seguramente invitado gracias a los contactos que Josep Maria Sostres estableció con Bélgica el año anterior a través de su cliente Joan Elías, impartió dos lecciones sobre el urbanismo belga: una sobre el planeamiento nacional y la otra sobre Bruselas y su región. De un marcado enfoque cientifista, documentado con datos, gráficos y esquemas, el discurso de Ledent se situaba en las antípodas del urbanismo monumentalista de la España del momento. 188 189 Francesc Mitjans, (x), Alberto Sartoris, Josep Maria Sostres y Antoni de Moragas durante la visita al parque Güell. Mayo de 1949. De las dos conferencias de Alberto Sartoris, la primera: «Las fuentes de la nueva arquitectura», pronunciada el 7 de mayo de 1949, buscaba entroncar con la historia el fenómeno de la arquitectura moderna bebiendo en varias fuentes. En la segunda, menos vaga, «Orientaciones de la arquitectura contemporánea», del 9 de mayo, exponía su punto de vista sobre los objetivos que la arquitectura debía alcanzar. La visita de Sartoris a Barcelona fue el inicio de una larga relación con España. Pocos meses después, en septiembre, lo encontramos en la «Primera semana de arte en Santillana del Mar», origen de la llamada Escuela de Altamira, donde entabla amistad con Rafael Santos Torroella, promotor de la revista Cobalto 49. En noviembre vuelve a visitar Barcelona donde la noche del 16 recibe el homenaje de los amigos de Cobalto, entre los que se encontraba el antiguo miembro del GATCPAC, Sixte Illescas, quien le acompañó a visitar, entre otras obras, el dispensario antituberculoso de Josep Lluís Sert, Joan Baptista Subirana y Josep Torres Clavé, y el 18 asiste al acto de entrega de premios del «Concurso de proyectos para solucionar el problema de la vivienda económica de Barcelona». Convocado por el Colegio de Arquitectos, este concurso resultó ser la primera plataforma que los arquitectos catalanes con voluntad renovadora utilizaron para darse a conocer. En el viaje en barco de Barcelona a Palma 190 de Mallorca para asistir a los actos de la V Asamblea, Francesc Mitjans, Antoni de Moragas, Antoni Perpinyà y Josep Antoni Balcells acordaron presentarse en grupo. Al enterarse de que Josep Maria Sostres y Ramon Tort también querían presentarse les propusieron formar un único equipo, que fue el ganador del concurso. Ante la composición mayoritariamente conservadora del jurado —José María Ros Vila, Eugenio Cendoya, Bonaventura Bassegoda, Adolf Florensa, Josep Maria Segarra, Josep Maria Ayxelà, Francesc de Paula Nebot, Francesc Felip y Manuel de Solà-Morales—, sorprende que ganara un proyecto que «contenía bastante más papel escrito que dibujado», y «no contenía ni una sola fachada; solamente algunas plantas con diferentes distribuciones de diversos tipos de casas, como base para un cálculo de superficies en relación con precios, financiación, alquileres, terrenos necesarios, etcétera». En el artículo «Los diez años del grupo R de arquitectura», publicado el año 1961 en Serra d’or, Antoni de Moragas explicaba el ambiente de trabajo del equipo: «lleno de pintorescas incidencias, discusiones, acuerdos y discrepancias alrededor de una amistad naciente». Sartoris, al regresar a Lausana después de haber estado casi veinte días en Barcelona, bendice al grupo en una carta a Josep Maria Sostres: «Estoy contento de saber que el “groupe des Six” continuarà con audacia y método su colaboración”. En 1952, el «groupe des Six» se convertirá en el núcleo del Grupo R. 191 Francesc Mitjans, Antoni de Moragas, Antoni Perpinyà, Josep Antoni Balcells, Josep Maria Sostres y Ramon Tort: «Concurso de proyectos para solucionar el problema de la vivienda económica de Barcelona». Josep Dou, Ramon Tort, Antoni de Moragas y Josep Maria Sostres con Alberto Sartoris el 18 de noviembre de 1949 en la entrega del premio. 192 193 Bruno Zevi con Antoni de Moragas y Josep Maria Sostres en la azotea de La Pedrera. Mayo de 1950. El éxito de las visitas de Ponti y Sartoris debió de hacer pensar al Colegio en institucionalizar un ciclo de conferencias de primavera. El año 1950 el visitante fue Bruno Zevi. Fundador y director de la revista Metron desde 1946, autor de Verso un’architettura organica (1945) y Saper vedere l’architettura (1948), de Zevi sólo se había publicado en España el artículo «La arquitectura orgánica frente a sus críticos», en el Boletín de la Dirección General de Arquitectura de septiembre de 1949. En el Ateneo barcelonés, compartiendo cartel con Eugeni d’Ors, Zevi pronunció dos conferencias: «La crisis del racionalismo arquitectónico en el mundo», el 23 de mayo de 1950, y «El momento arquitectónico en Italia», el 25. Por su parte, D’Ors disertó sobre «Arquitectura y jardines», el día 26. La doctrina que Zevi propagó con la vehemencia que le caracterizaba halló un terreno abonado en Barcelona. El organicismo y la crítica al funcionalismo confirmaban las ideas a las que ya había llegado Josep Maria Sostres estudiando la obra de Gaudí, y que poco después de escuchar a Zevi publicó en el artículo «El funcionalismo y la nueva plástica», en el Boletín de la Dirección General de Arquitectura de julio de 1950. Enfrentando funcionalismo y organicismo, Sostres ponía el dedo en la llaga. Así lo entendió Alberto Sartoris, quien le replicó en el artículo «¿Arquitectura funcional o arquitectura orgánica?», en Cuadernos hispanoamericanos de marzo de 1951. Bruno Zevi, en cambio, reconoció en Sostres a uno de los suyos; por eso, nada más publicar la Storia dell’ architettura 194 Bruno Zevi con Josep Pratmarsó en la sede del Colegio. Mayo de 1950. moderna, con el banco del parque Güell en la cubierta, el 5 de enero de 1951 le envió a Moragas un ejemplar para la biblioteca del Colegio, insinuándole que le pidiera a Sostres una reseña, que nunca escribió. El año siguiente, 1951, los invitados fueron Gaston Bardet y Alvar Aalto. El primero, director del Instituto Internacional y Superior de Urbanismo de Bruselas y presidente de la Comisión de Urbanismo de la ONU, había criticado la manera de entender la ciudad de los funcionalistas en obras como Le Nouvel Urbanisme (1948) y Mission de l’urbanisme (1949). El 2 de abril pronunció la conferencia «Los principios del nuevo urbanismo» y el 4 habló de «Nuevos métodos de análisis y composición urbana». La misma semana, Alvar Aalto pronunció su primera conferencia la tarde del sábado 7 de abril. La segunda tuvo lugar el martes 10. La Vanguardia la anunció con el título de «La elasticidad de las construcciones de arquitectura», una traducción libre del francés que no encaja con el pensamiento de Aalto. Dado que entre 1951 y 1953 no se publicó ningún número de Cuadernos de Arquitectura, de sus intervenciones solamente disponemos de un resumen periodístico redactado por un articulista anónimo: «El ilustre arquitecto, después de considerar con profundo análisis filosófico las condiciones de la vida humana actual, propugnó una arquitectura armonizada con la dignidad 195 Josep Maria Sostres: Alzados de una de las versiones del proyecto de la casa Agustí. Cuando Alvar Aalto visitó el estudio de Sostres, comentó la solución de la cubierta e hizo unas anotaciones a lápiz en el margen del plano. Josep Maria Sostres, Josep Antoni Balcells, Alvar Aalto, Josep Pratmarsó y Antoni de Moragas en el parque Güell. Abril de 1951. del hombre y que huya de la monotonía y de la unificación. Expuso así la doctrina de la elasticidad de unas construcciones que, con los mismos elementos, pueden adoptar formas diversas, adaptadas a las condiciones de diferentes familias». La conocida fotografía de Alvar Aalto con Josep Antoni Balcells, Antoni de Moragas, Josep Pratmarsó y Josep Maria Sostres en el parque Güell no apareció hasta el número 20 de Cuadernos en 1954, publicada a raíz de la visita de Barba Corsini al despacho del arquitecto en Helsinki. Esta falta de información ha mitificado la estancia de Aalto en Barcelona. Sólo nos han quedado unas pocas fotografías en el parque Güell y en la plaza de toros Monumental, y unos garabatos en el margen de un plano de Josep Maria Sostres. Aunque breve, el artículo de Destino dibuja con claridad el proyecto teórico de Sostres. Después de resumir Pioners of the Modern Movement, enumera los cuatro historiadores de la arquitectura moderna: Curt Behrendt, Siegfried Giedion, Bruno Zevi y el mismo Nikolaus Pevsner. «La obra de Zevi como la de Pevsner ofrecen el mismo valor de objetividad. Ambas se enfrentan con los hechos, tales como son, examinando las motivaciones en su justa dosis. En cambio, en las obras de Behrendt y de Giedion la exposición de los hechos tiende a seguir el hilo de la demostración de una tesis —como sucede con tantas historias generales—, insistiendo Behrendt en poner de relieve el perenne dualismo clásico-romántico —en términos arquitectónicos racionalista-orgánico— y en Giedion, a evidenciar el concepto evolucionista y del paralelo entre arte y técnica.» Ni Behrendt ni Giedion fueron invitados a Barcelona. En 1952 el invitado fue Nikolaus Pevsner. Con él llegaba el «primer historiador de la arquitectura moderna», tal como Josep Maria Sostres lo presentó al público barcelonés desde las páginas de Destino. «La presencia en nuestra ciudad de Nikolaus Pevsner, primer historiador del movimiento arquitectónico moderno, profesor de las Universidades de Cambridge y Londres, exponiendo desde la tribuna del Ateneo Barcelonés los más sugestivos aspectos del presente y futuro de la Arquitectura, tuvo ante todo un alto significado: el renococimiento por parte de los arquitectos barceloneses de que la historia de la Arquitectura y la Arquitectura misma no terminan en un “discreto” neoclasicismo». La alusión al gusto aún dominante era directa. 196 La selección de los invitados ya no nos puede parecer producto del azar, sino consecuencia de un proyecto cultural bien definido. Bruno Zevi, Alvar Aalto y Nikolaus Pevsner representaban respectivamente el profeta de la arquitetura orgánica, el mejor de sus arquitectos y el historiador de los pioneros de la arquitectura moderna. Detrás de esta elección sólo podía haber un nombre: Josep Maria Sostres, amigo de Antoni de Moragas, vicesecretario del Colegio. Sin éste, los acontecimientos que acabamos de revivir nunca se hubieran producido. ¿Acaso el futuro Grupo R no fue la conclusión de este proceso? 197 El valor didáctico de estas visitas y su trascendencia son intuidas por el decano Manuel de Solà-Morales en su «Memoria presidencial» de 1955: «... nos han puesto al día de las más apasionantes teorías de la arquitectura moderna. Es bien poco lo que se puede lograr con una sola conferencia pero cuando el desconocimiento de un asunto es casi nulo, como era nuestro caso, una sola conferencia puede abrir de golpe las ventanas de un horizonte ilimitado. Yo sé que alguien se extrañará que este año no hayamos tenido conferencias y recabo para mí toda la culpa de ello. Pero es que el clima ha cambiado totalmente. Yo creo que sin comprometerme mucho osaría decir que hoy en día entre nuestros arquitectos podríamos hallar a varios que, si bien sin la fascinación de la personalidad de aquellas figuras que he relacionado, podrían ofrecernos lecturas tan sustanciosas, llenas de conocimientos y de doctrina como las ofrecidas por aquellos insignes arquitectos extranjeros. El momento de la conferencia aislada y brillante ha pasado su momento para nosotros. Yo creo que ésta es hora de recapitulación, meditación y, sobre todo, de trabajo, no sólo el trabajo cotidiano del taller sino de un trabajo de mejoramiento técnico especializado aunque siempre dirigido por estas normas doctrinales, estilísticas y de principio que entiendo ya empezamos a tener bastante fijadas.» Josep Maria Sostres, Bruno Zevi y Francesc Mitjans en la azotea de La Pedrera. Mayo de 1950. 198 Dedicatoria de Bruno Zevi en el ejemplar de su Storia dell’architettura moderna, enviado a Moragas para la Biblioteca del COAC. Alvar Aalto y Manuel de Solà-Morales i Rosselló en la arena de la plaza de toros Monumental. Abril de 1951. Antoni Perpinyà, Josep Maria Sostres, Josep Antoni Balcells, Francesc Mitjans, Antoni de Moragas y Ramon Tort, 1949. 199 Titular??? Joaquim Gili, Josep Maria Sostres, Nikolaus Pevsner, Oriol Bohigas, Josep Maria Martorell, Joaquim Mascaró y Antoni de Moragas en el restaurante Can Costa de la Barceloneta. Mayo de 1952. Estas visitas no sirvieron sólo para abrir los ojos de los arquitectos de Cataluña a las corrientes arquitectónicas defendidas por los conferenciantes, sino también para presentar a éstos la obra más original de la arquitectura catalana: la de Antoni Gaudí. Aunque hoy nos resulte extraño, Gaudí era un desconocido para la historia de la arquitectura. La fuerza de su obra vampirizó a los invitados, que se convirtieron ipso facto en sus agentes exportadores. A pesar de ser una rara avis, Gaudí había disfrutado del reconocimiento de sus colegas desde el año 1900, en que se concedió el Premio de la ciudad de Barcelona a la casa Calvet. Desde entonces la Asociación de Arquitectos de Cataluña no dejó de ser una de las propagadoras de su mensaje. Muestras de ello son la excursión corporativa al parque Güell de 1902, las páginas del Anuario dedicadas a la Exposición de París de 1910, el apoyo institucional y ecónomico ante la paralización de las obras de la Sagrada Familia a principios de los años veinte y el número monográfico de 1927 de la La Ciutat i la Casa. Una admiración que continuó después de la Guerra Civil en los primeros números de Cuadernos. En 1949, ni Sartoris ni Ponti, como ya sabemos invitados respectivamente por el Colegio y el V Congreso de Arquitectos, mencionaron a Gaudí en sus conferencias, y sólo lo citaron a requerimien- 200 to de los arquitectos locales. Así, a la pregunta del profesor Bassegoda, Gio Ponti respondió: «Confieso que cuando hace veinte años estuve en España, no entendí nada de Gaudí [...] después de conocer la importancia de Picasso y de Dalí, los estudios de Freud, de todo el movimiento intelectual de estos últimos veinte años; hoy, digo, la arquitectura de Gaudí se ilumina con una extraordinaria importancia artística y poética. Le Corbusier ha dicho una gran verdad: “un edificio debe cantar”. Y en la obra de Gaudí hay un canto potente». Desconocedor hasta entonces de la obra de Gaudí, Alberto Sartoris se vio obligado a ponerse al día visitándola en compañía de Sostres y sus compañeros. Cuando meses después se publicaron sus conferencias en Cuadernos, Sartoris hizo añadir una nota en la que explicaba: «Unos días después de haber pronunciado esta conferencia, he tenido ocasión de ver obras y estudiar en Barcelona [...] la fantasía creadora y sintetizante de Gaudí». Los tres conferenciantes siguientes reconocieron a Gaudí como uno de los suyos. Para Zevi, como el ejemplo de un arquitecto orgánico avant la lettre; para Aalto, como aquel que había recorrido su mismo camino; para Pevsner, como un profeta y un precursor. Cuatro meses después de su visita, que coincidió con la presentación de El arte de Gaudí, de Juan Eduardo Cirlot, Bruno Zevi publicó en Metron un largo artículo titulado: «Un genio catalano: Antonio Gaudí». Es evidente que Zevi quedó impresionado por la visión de la obra gaudiniana, y aún más si tenemos en cuenta que este descubrimiento eclipsó cualquier otra imagen, adueñándose de la cubierta de la Storia dell’ architettura moderna que publicará a finales de año. La fotografía en colores del banco del parque Güell, de Joaquim Gomis, se convertirá en una de las novedades de la lectura organicista de la historia de la arquitectura hecha por Zevi. La llegada de Nikolaus Pevsner coincide, no sabemos si casualmente o no, con el centenario del nacimiento de Antoni Gaudí. Esta circunstancia proporcionó una ocasión de oro para convocar un concurso internacional de ensayos sobre el arquitecto. Halagando al distinguido invitado con visitas a las obras de Gaudí y a los restaurantes de la Barceloneta, consiguieron que se presentara al concurso, el cual ganó a pesar de que su ensayo llegó fuera de plazo. Con estas tres visitas la marca Gaudí comenzó a extenderse por el mundo. La exposición que Joan Prats, Josep Maria Sostres y Oriol Bohigas montaron en 1956 en el Salón del Tinell fue el colofón de esta operación, y el Colegio, uno de sus impulsores al dedicar monográficamente a Gaudí el número 26 de Cuadernos de Arquitectura, una especie de catálogo del evento. La exposición Gaudí, celebrada en el Salón del Tinell y montada por Josep Maria Sostres, Oriol Bohigas y Joan Prats. Junio de 1956. Fotografía: Francesc Català-Roca «La fotografía ha sido el gran auxiliar de la arquitectura y sin ella, por otra parte, no podría presentarse la obra de un arquitecto tal como en la exposición que nos ocupa. La fotografía, además, ha influido considerablemente en la evolución de la Arquitectura, como simultáneamente sucedía con las demás artes figurativas desde el impresionismo al cubismo. Es interesante en la Exposición Gaudí seguir a través de la fotografía esta “forma de ver” que nos ha pro- porcionado el objetivo, desde las primeras fotos contemporáneas del Archivo Mas, descriptivas, virtuosas, equilibradas de contraste de luz y sombra hasta las más recientes de Gomis-Prats y CatalàRoca, en las que la influencia del arte abstracto condiciona técnica y tema y los valores espacio-tiempo, así como una conciencia más clara del objeto.» Josep Maria Sostres: «Gaudí a través de la Exposición Gaudí», Diario de Barcelona, (13.06.1956). 201 15 L A NU E VA S E D E D EL C O L EG IO: D EL P R I M E R C ON C U RS O A LA I N A U GU R A C I Ó N Las elecciones de mayo de 1955 supusieron el relevo de José Maria Ros Vila, que ocupaba el cargo desde 1940, por Manuel de Solà-Morales i Rosselló, que había sido secretario durante los mandatos de Ros. El 27 de mayo la primera Junta General Ordinaria presidida por él encarga a la Junta de Gobierno que dote al Colegio de una sede social adecuada a la categoría de la institución. Desde sus orígenes, las organizaciones de arquitectos de Cataluña habían vivido precariamente. Primero en casa del presidente de la Asociación; después, y gracias a Elies Rogent, en la Escuela de Arquitectura, en el desván del edificio de la Universidad Literaria de Barcelona; hasta que, a finales del siglo XIX, la Asociación pudo alquilar un local propio en la calle de Santa Anna número 25. Allí estuvo hasta el año 1918 cuando, gracias al legado de Bonaventura Pollés, uno de sus miembros, la Asociación heredó la casa del número 563 de la Gran Via. En 1931, año en que comienza su funcionamiento real, el Colegio se instaló allí en régimen de alquiler; y a partir de 1941 pasó a ser el propietario, una vez absorbida la Asociación. Fotografía: Francesc Català-Roca 202 En 1955 las condiciones habían cambiado. Barcelona crecía y el Colegio, gracias a los ingresos provenientes del visado obligatorio, disponía por primera vez del capital suficiente para plantearse construir una sede social representativa. Con toda seguridad las visitas de las figuras internacionales 203 de renombre habidas en los últimos años habían puesto de manifiesto lo inadecuado de los locales de la institución, que les obligaba a recurrir al Ateneo para disponer de sala de actos. Ahora era el momento de demostrar con arquitectura que se estaba al día y, además, de hacerse visible en el corazón de la ciudad, donde se ubicaban las instituciones administrativas, políticas y económicas. De acuerdo con el mandato de la Junta General, en mayo de 1956 la Junta de Gobierno propone la compra de un solar en la plaza Nova, una zona central sometida recientemente a cambios profundos. La plaza Nova era una pequeña plaza a punto de desaparecer comida por el esventramento de la avenida de la Catedral, que rehacía el escenario con arquitecturas historizantes. Ni la fachada de la catedral y la casa del arcediano ni los edificios situados frente a la basílica y el nuevo acueducto romano no tenían más de cincuenta años. Con la conformidad de la junta se redactaron las bases de un concurso abierto a todos los colegiados, que se hizo público el 26 de octubre de 1956. Presentadas las propuestas, veintidós con seudónimo, el jurado se reunió en primera sesión los días 25 y 26 de abril de 1957, y en segunda el 9 y el 10 de mayo; el veredicto se emitió el 18 de mayo. El jurado estaba compuesto por Manuel de Solà-Morales, Javier Carvajal, Adolf Florensa, José María Ros Vila, Carlos de Miguel, Antoni Perpinyà y Jordi Vilardaga en calidad de 204 secretario, con la presencia internacional de Gio Ponti y J. H. Van den Broek. Una elección que, sin romper con los compromisos institucionales, parecía apostar por la modernidad. El solar estaba sometido a una ordenanza municipal que obligaba al futuro edificio a alinearse con la calle. En relación con la ordenanza, los proyectos presentados podían clasificarse en dos grupos. El primero formado por los que la cumplían; el segundo, la mitad de los presentados, no la consideraban vinculante y presentaron propuestas cuyas volumetrías no respetaban la normativa. Estos últimos interpretaban que la norma tenía su lógica en edificios de vivienda, pero que el nuevo edificio no lo era, y que la apertura de la avenida de la Catedral obligatoriamente debía cambiar las reglas urbanísticas. El jurado concedió tres premios y una mención, pero teniendo en cuenta la interpretación que los concursantes habían hecho de la ordenanza, éstos fueron dobles. Como si se tratara de un juicio salomónico, cada uno de los premios era compartido por un proyecto de cada grupo. El primer premio lo compartieron Guillermo Giráldez, Pedro López y Xavier Subias con el proyecto: «Arbolé, arbolé, seco y verdé» (lema tomado de un verso del Romancero gitano, de Federico García Lorca), y Xavier Busquets con el proyecto «Calamanda». El segundo fue para Josep Maria Martorell y Oriol Bohigas con el proyecto «COACB 113», y Antoni de Moragas con 205 Proyectos presentados al primer concurso para la nueva sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña y Baleares, 1957. Segundo premio: «Gárgola», Antoni de Moragas. Tercer premio: «Cany R 57», Pau Monguió y Francesc Vayreda. 206 Segundo premio: «COACB 113», Josep Maria Martorell y Oriol Bohigas. Mención: «Y», Roberto Terradas. Primer premio: «Calamanda», Xavier Busquets. Primer premio: «Arbolé, arbolé, seco y verdé», Guillermo Giráldez, Pedro López y Xavier Subias. Tercer premio: «Sincere», Eusebi Bona y Pere Marieges. 207 el proyecto «Gárgola». Y el tercero para Pau Monguió y Francesc Vayreda con el proyecto «Cany R 57» y Eusebi Bona y Pere Marieges con el proyecto «Sincere». El número extraordinario 29-30 de Cuadernos de Arquitectura, dedicado monográficamente al concurso, publica también tres menciones: «Y», «Cristal» y «2x3», sin desvelar a los autores. El fondo Robert Terradas del Archivo Histórico del COAC nos permite hoy otorgarle al arquitecto la autoría de «Y». Una visión panorámica de los proyectos publicados pone de relieve el afán de modernidad de los concursantes, con la excepción de Eusebi Bona, que titulado en 1915 representaba la vieja guardia académica con un proyecto de parti beaux arts académico, con eje de simetría en la esquina, asta y bandera. No obstante, Bona y Busquets fueron los únicos que situaron y representaron el proyecto en su contexto urbano. Los otros no dan a entender dónde se ubican, parecen autistas. Si nos fijamos en la composición volumétrica, ésta es compacta —fiel a la normativa— o abierta —saltándosela—. En cuanto al aspecto exterior, unos proyectos se presentan con muro cortina y otros con estructura aparente; algunos levantan el edificio o parte de él sobre pilotis. Las secciones nos muestran que, para los arquitectos, prima la definición de la volumetría general frente a los grandes espacios, que quedan encorsetados. 208 Con respecto a la búsqueda de referentes arquitectónicos, los concursantes demuestran un buen conocimiento de las dos arquitecturas más a la moda: la italiana y la brasileña, pero también de la arquitectura española contemporánea. Albini y Gardella entre los primeros; Niemeyer y Costa entre los segundos; Coderch y De la Sota entre los españoles. Las referencias al edificio de viviendas de la Barceloneta de Coderch y Valls son casi literales en «Y», y las del Gobierno Civil de Tarragona, de De la Sota, las encontramos en «Cany-R 57» de Monguió y Vayreda, que habían obtenido el segundo premio en el concurso de Tarragona pocos meses antes. Ante la bifurcación de las propuestas motivada por la ley urbanística, el jurado concluyó y así consta en el acta: «Que el COACB proceda a la convocatoria de un nuevo concurso de anteproyectos, previa solicitud al Ayuntamiento de la autorización para que los Arquitectos de Barcelona puedan libremente, dentro de un determinado y concreto límite de alturas, criterio de composición de volúmenes y solución de los problemas de medianerías que podían presentarse, alcanzar la solución arquitectónica óptima que tanto este Colegio de Arquitectos como la Ciudad desean». El acuerdo municipal llegó el 3 de enero de 1958 y el 29 del mismo mes se convocó el segundo concurso, al que se presentaron 25 anteproyectos. La composición del jurado era prácticamente la misma que la del primer 209 Los tres proyectos premiados en el segundo concurso para la nueva sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña y Baleares. 1958. Primer premio: «Forma». Xavier Busquets. Fotografía de una maqueta de trabajo del proyecto ganador del concurso, de Xavier Busquets. Segundo premio: «El tío Dominique». Oriol Bohigas, Guillermo Giráldez, Pedro López, Josep Maria Martorell y Xavier Subias. Tercer premio: «Cuarenta». Joan Antoni Ballesteros, Joan Carles Cardenal, Pere Llimona y Xavier Ruiz Vallès. 210 concurso, con la incorporación de Antoni Bonet Castellana y Alfred Roth, que sustituyeron a los madrileños Javier Carvajal y Carlos de Miguel. Con el fin de fundamentar su decisión, el jurado estableció cuatro criterios para valorar los proyectos: «1) Idea e integración urbanística. 2) Organización funcional. 3) Composición de la planta y construcción. 4) Idea arquitectónica y solución plástica». Considerando que las 25 propuestas presentadas cubrían la totalidad de las posibilidades que el solar ofrecía, tanto respecto a la ocupación —completa o parcial— como a la distribución volumétrica y del programa funcional, el jurado eligió cinco proyectos, adjudicando finalmente los siguientes premios. El primero para «Forma», de Xavier Busquets; el segundo para «El tío Dominique», de Oriol Bohigas, Guillermo Giráldez, Pedro López, Josep Maria Martorell y Xavier Subias; el tercero para «Cuarenta», de Joan Antoni Ballesteros, Joan Carles Cardenal, Pere Llimona y Xavier Ruiz Vallès; y otorgó dos menciones honoríficas a «Ocre», de Luis Gimeno y Claudio Carmona, y a «Silone», del que no se especifica su autor. Estos proyectos fueron publicados en el número 32 de Cuadernos de Arquitectura con los comentarios del acta del jurado sobre cada uno de ellos. 211 Carl Nesjar trabajando en los plafones de hormigón del friso de Pablo Picasso, 1962. Al examinar el conjunto de las propuestas descubrimos que la de Xavier Busquets, el arquitecto ganador, compendia las lecciones de las propuestas presentadas en la primera convocatoria. Busquets se da cuenta de que ocupar la totalidad del solar, la solución que había ensayado en la primera fase del concurso, no era la mejor solución, ya que, si bien resolvía el problema más grave del encargo: las medianeras, daba una imagen demasiado pesada del edificio. Los proyectos que en el primer concurso liberaban su volumetría de los límites del solar se presentaban con prismas perpendiculares a la plaza Nova. En el segundo concurso, muchos de los proyectos insistieron en el mismo esquema, dejando descarnadas las medianeras de la manzana que requerían de muros pantalla que las escondiesen. Xavier Busquets resolvió el problema de una manera elegante girando el sentido del cuerpo rectangular, situándolo paralelo a la plaza y elevándolo ligeramente respecto de los edificios vecinos. El resto del solar lo dedicó a los accesos; la sala de exposiciones, el foyer y la sala de actos, las partes más públicas del edificio, ocupaban un volumen bajo en forma de proa achaflanada sobre la plaza. El proyecto de Busquets trasluce una cierta enseñanza miesiana en el tratamiento del muro cortina, en la colocación de la estructura que desplaza los 212 soportes de las esquinas y en la utilización de una combinación de rectángulos, aprendida de la planta de la casa Farnsworth, que le ayuda a adaptarse a la geometría del solar. Una vez ganado el concurso, Xavier Busquets recibió el encargo de ejecutar el proyecto. A lo largo de su desarrollo tenía que dar respuesta a una observación del jurado sobre «la falta de relación y de unión arquitectónica entre el volumen bajo y el volumen alto, la cual resulta de una superposición independiente, en lugar de una composición». Busquets la resolvió no cómo debía de imaginárselo el jurado, es decir, componiendo los volúmenes, sino introduciendo una tercera pieza que gobernara sobre ellos. En el proyecto ganador Busquets preveía revestir los paramentos exteriores de la sala de actos con cerámica de gres de Antoni Comella. Mientras trabajaba en el proyecto ejecutivo, en octubre de 1958, Busquets viajó a París para visitar el edificio de la Unesco y allí vio el mural de Joan Miró y Llorenç Artigas. Esto le sugirió la posibilidad de una colaboración de Pablo Picasso. Consultados el decano y la junta de gobierno y gracias a la mediación del editor Gustau Gili, Busquets visitó a Picasso cargado de planos y fotografías de maquetas del proyecto. Para despertar sutilmente la imaginación del artista, acompañó estos materiales de una serie de fotografías de manifesta- 213 Oriol Bohigas y Josep Maria Martorell: Visado de planos y administración, planta cuarta. Pau Monguió y Francesc Vayreda: Publicaciones y oficinas del Centro Informativo de la Edificación, planta tercera. Fotografía: Francesc Català-Roca Fotografía: Carlos Pérez de Rozas Josep Maria Fargas y Enric Tous: Sala de juntas de gobierno, planta sexta. Fotografía: Francesc Català-Roca ciones populares de Barcelona. El arquitecto visitó al pintor unas sesenta veces. Picasso aceptó la colaboración descartando desde un principio la idea de un mural cerámico y proponiendo la construcción de unos grandes plafones de hormigón sobre los cuales, proyectando arena, se reprodujeran sus dibujos. El artista plástico noruego Carl Nesjar, especialista en esgrafiado sobre hormigón, realizó el trabajo. En el momento de definir los interiores del edificio Xavier Busquets y Manuel de Solà pensaron en encargar cada una de las plantas a diferentes arquitectos. La planta baja, el Centro Informativo de la Edificación, a Francesc Bassó y Joaquim Gili. La primera, la Sala de asambleas, al propio Xavier Busquets. La segunda, la Biblioteca, a Guillermo Giráldez, Pedro López y Xavier Subias. La tercera, las Publicaciones y oficinas del CIDE, a Pau Monguió y Francesc Vayreda. La cuarta, el Visado de planos y administración, a Oriol Bohigas y Josep Maria Martorell. La quinta, la Oficina central, a Antoni de Moragas. La sexta, el Decanato y Junta de Gobierno, a Josep Maria Fargas y Enric Tous. Y las plantas séptima y octava, el Club y el bar y restaurante, a Federico Correa y Alfonso Milà. Antoni de Moragas: Oficina central, planta quinta. La elección parece responder a la voluntad de integrar en la sede colegial las diversas tendencias de la arquitectura catalana que empezaba a mostrar Fotografía: Francesc Català-Roca 214 215 Federico Correa y Alfonso Milà: Bar y restaurante, planta octava; club, planta séptima. Fotografías: Francesc Català-Roca Guillermo Giráldez, Pedro López y Xavier Subias: Biblioteca, planta segunda. 216 Fotografía: Francesc Català-Roca Fotografías: Pérez de Rozas síntomas de un cambio de época. No hay más que leer la memoria de Oriol Bohigas y Josep Maria Martorell para constatar una nueva estética supuestamente fundamentada en un realismo comprometido, el de la «escuela de Barcelona». En la memoria, las palabras sencillas adquieren valor de categoría: tabiquería, zócalos, cantoneras, tapajuntas, arrimaderos... Francesc Bassó y Joaquim Gili: CIDE, planta baja. Fotografía: Francesc Català-Roca El 29 de abril de 1962 se inauguró la nueva sede en presencia de una doble comitiva: por una parte, las autoridades habituales —ministros, directores generales, capitán general y gobernador civil—; por otra, y de una manera poco común, además de Gio Ponti y Van den Broek, arquitectos extranjeros miembros del jurado del concurso, la ceremonia reunió a una serie de amigos y familiares de Picasso, entre otros Michel y Louise Leiris, Douglas Cooper y las viudas de Juan Gris y Manolo Hugué. Según la crónica de la prensa, el tiempo parecía no haber pasado: «Minutos antes de las doce llegó al nuevo edificio el ministro, que fue recibido y cumplimentado en el vestíbulo de acceso al magno salón de actos por las autoridades barcelonesas y la junta de gobierno del Colegio, con su decano-presidente, don Manuel de Solà-Morales, procurador en Cortes. Seguidamente se procedió al rito de bendición por el arzobispo-obispo de la diócesis, reverendísimo doctor D. Gregorio Modrego Casaus, revestido de pontifical, con capa magna, mitra y báculo. Siguió la santa misa en un altar levantado al efecto...». 219 Como si el tiempo no hubiera pasado... pero los tiempos estaban cambiando. Aquel abril de 1962, con la inauguración del nuevo edificio del Colegio, la institución pasó de tener un local pequeño y desconocido a situarse en el corazón de la Barcelona clásica, en un edificio espacioso, moderno y polémico por su relación con el entorno en que se levantaba. Una arquitectura que no solo resolvía las necesidades funcionales, sino que era una vitrina abierta a la ciudad. El Colegio de Arquitectos, con un carácter decididamente moderno, convirtió su nueva sede no solamente en el hogar de un colegio profesional, como otros había en la ciudad, sino en un verdadero foco de cultura, abierto a todo tipo de manifestaciones. Instituciones que ahora forman el mapa cultural del país, eran entonces inexistentes, y el Colegio tomó un papel a un tiempo sustitutorio y propositivo. Entre aquel 1962 y las primeras elecciones democráticas posteriores al franquismo, en 1977, la sede de la plaza Nova alojó toda clase de actividades, desde la política y el debate ciudadano a las bellas artes y las nuevas formas artísticas, happennings, perfomances, poesía escénica o música, hasta las más modestas artes aplicadas: todo encontró entre sus paredes un espacio de acogida que proporcionaba una difusión multiplicadora. Si tuviéramos que destacar una de tales manifestaciones, esta sería la exposición Miró, otro, de 1969. 220 Carlos Pérez de Rozas: reportaje fotográfico de la inauguración oficial de la nueva sede del Colegio de Arquitectos, 29 de abril de 1962. 221 A partir de 1977, el nuevo poder político se ocupa de estructurar el sector cultural. Museos, auditorios, teatros y centros cívicos se instalan en la sociedad y, lógicamente, el espacio del Colegio se resitúa para concentrarse en lo que era y es más propio de la disciplina arquitectónica. Son los años de las exposiciones de grandes maestros históricos, de la refundación de la revista colegial, rebautizada con el nombre de Quaderns, y de la llegada de la nueva generación de figuras internacionales, como Frank Gehry, Norman Foster, Jean Nouvel y Rem Koolhaas, entre otros. Son los años también de la nominación, construcción y celebración de los Juegos Olímpicos de 1992. La posición que Barcelona y los arquitectos catalanes alcanzaron en el plano internacional se vio refrendada con la organización del Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) en 1996. De 1874 a 1962, las páginas de este libro nos han llevado a recorrer cerca de cien años. Un tiempo convulso, de guerras carlistas, de monarquía, república, golpes de estado y revoluciones, dictadura y guerras mundiales. Fijándonos en la arquitectura, pasamos de los revivals medievales a la arquitectura de emisiones cero, pasando por el novecentismo, las vanguardias y la posmodernidad. En el momento actual de crisis, recorrer esta historia debe sernos útil para ver y saber qué papeles representó el Colegio en otras épocas también criticas y, tal vez, para imaginar cuál puede ser la función futura de los arquitectos de Cataluña. 222 223 Aalto, Alvar 161, 195, 196, 197, 199, 200 Adell, Francesc 144 Aguinaga, Eugenio 166, 167 Agustí, Bartomeu 170 Aizpurúa, José Manuel 166 Alapont, Pere 143, 147, 153 Albini, Franco 209 Alomar, Gabriel 189 Alsina, Joan 74 Álvarez Capra, Lorenzo 50 Amargós, Josep 74 Arroyo, Laureà 23 Artigas, Josep 23, 31, 42 Artigas, Llorenç 213 Ayxelà, Josep Maria 191 Balcells, Josep Antoni 191, 193, 196, 197, 199 Baldrich, Manuel 164 Ballesteros, Joan Antoni 210, 211 Barba Corsini, Francisco Juan 196 Bardet, Gaston 195 Bassegoda Musté, Bonaventura 31, 32, 71, 74, 86, 106, 109, 125, 126, 158, 165, 183, 191, 200 Bassegoda, Joaquim 31, 42, 46, 74 Bassó, Francesc 215, 219 Belmás, Mariano 50, 51 Benavent, Pere 106, 119, 152, 164, 180 Benet, Rafael 90, 93, 94, 95, 98, 102, 103 Bergamín, Rafael 180 Bla, Joan 144 Blanch, Emili 170 Bofill, Emili 147, 163 Bohigas, Oriol 200, 201, 205, 206, 210, 211, 215, 219 Bona, Eusebi 207, 208 Bonet, Sebastià 144 Bonet Castellana, Antoni 143, 211 Bonet-Garí, Lluís 180, 182 Bori, Josep 68, 74 Buigas Monravà, Gaietà 23, 31 Busquets, Xavier 205, 207, 208, 210, 211, 212, 213, 215 Cabello Lapiedra, Luis María 32 Callén, Lluís 56 Cambó, Francesc 89, 103 Capdevila, Joan 143, 153, 170 Cardenal, Joan Carles 120, 210, 211 Carmona, Claudi 211 224 Carvajal, Javier 204, 211 Casademunt, José 31 Casademunt, Adrià 23, 31 Català-Roca, Francesc 201, 214, 215, 216, 219 Cendoya, Eugenio P. 119, 169, 191 Cerdà, Ildefons 77 Choisy, August 80 Cirlot, Juan Eduardo 200 Coderch, José Antonio 183, 184, 186, 187, 209 Comas, Josep 144 Cooper, Douglas 219 Comella, Antoni 213 Correa, Federico 215, 216 Cort, Cèsar 165 Costa, Lucio 209 Cullell, Joan 143, 153 Curt Behrendt, Walter 197 de la Sota, Alejandro 209 de los Ríos, Fernando 110 de Miguel, Carlos 204, 211 de Paula Nebot, Francesc 75, 152, 191 de Paula Villar, Francesc 42, 77, 128 de Solà-Morales Rosselló, Manuel Folch Torres, Joaquim 99, 131 Folguera, Francesc 152, 158 Font Carreras, August 23, 25, 32, 42, Lassus, Marià 170 Le Corbusier 50, 98, 102, 122, 165, 65, 69, 74 Ledent, Alfred 189 Leiris, Michel 219 Liesa, Josep Maria 143, 147 Llimona, Pere 210, 211 Llopart, Amadeu 137, 164 Loos, Adolf 180 López, Pedro 205, 207, 210, 211, Font Gumà, Josep 57, 74 Fontserè, Josep 17, 18, 19 Fossas Pi, Modest 31, 42 Gallissà, Antoni Maria 36, 57 Garnier, Tony 180 Gardella, Ignazio 209 Garriga Roca, Miquel 32 GATCPAC / GATEPAC / GATPAC 109, 112, 116, 117, 118, 119, 133, 135, 136, 155, 166, 169, 170, 189, 190 Gaudí Cornet, Antoni 19, 57, 64, 71, 74, 77, 78, 86, 94, 183, 194, 200, 201 Gaztelu, Luis 164 Giedion, Siegfried 197 Gifreda, Màrius 99, 131 Gili, Gustau 213 Gili, Joaquim 200, 215, 219 Gimeno, Lluís 211 Giráldez, Guillermo 205, 207, 210, 211, 215, 216 180, 187, 189, 200 215, 216 Luis Tomás, Francisco 43, 44 Lurçat, Jean 180 Macià, Francesc 133 Madorell, Miquel 94 Marco, Esteve 143, 153, 170 Marieges, Pere 207, 208 Martinell, Cèsar 94, 116, 152, 164 Martino, Josep Maria 117 Martorell, Jeroni 85 Martorell, Joan 64, 74 Martorell, Josep Maria 200, 205, 206, 210, 211, 215, 219 152, 165, 172, 191, 199, 203, 204, 219 115, 118 de Zavala, Juan 187 Detrell, Francesc 143, 153, 170 Deu, Josep Maria 170 D’Ors, Eugeni 77, 188, 194 Domènech Estapà, Josep 46, 47, 50, Girona, Lluís 89, 90, 91, 94, 102, 103 Goday, Josep 36, 86, 87, 88, 118, Masriera Campins, Juan 164, 169 Masriera, Lluís 75 Maynés, Climent 89, 94, 126, 182 Melnikov, Konstantin 98 Mestre Fossas, Jaume 102, 118, 119, 133, 135, 136, 180 132, 163 Gomis-Prats 201 Gropius, Walter 180 Grup R 191, 197 Guàrdia Vial, Francesc 72, 106, 152, 77, 79 Domènech Montaner, Lluís 14, 21, 23, 42, 51, 54, 57, 64, 65, 66, 71, 72, 74, 77, 78, 106 Domènech Roura, Pere 36, 87 Duiker, Johannes 161 Duran Reynals, Raimon 158, 180 Elías, Joan 189 Fàbregas, Francesc 170 Falguera, Antoni 85, 86 Falqués, Pere 23, 74 Fargas, Josep Maria 214, 215 Ferrater, Antoni 144, 163 Ferrer Guàrdia, Francesc 154 Feu, Jaime 164 Fisas, Antonio 180 Florensa, Adolf 86, 94, 103, 106, 118, 119, 122, 135, 191, 204 Florensa, Josep 170 Giralt Casadesús, Ricard 112, 163, 164 Guitart Lostaló, General 32 Gudiol, Josep 160, 169, 170 Gustà Buendía, Jaume 31, 36 Hervás Arizmendi, Juan José 74 Illescas, Sixte 144, 153, 169, 179, 180, 190 Iranzo Eiras, Ubaldo 32 Jaussely, León 77, 78, 90 Jeanneret, Pierre 98 Juan, Albert 93 Juncadella, Emili 64, 74 Junoy, Josep Maria 98 Junyent, Oleguer 75 Klein, Joan 23 Larrosa, Joan 143, 144, 153 Lassió, Marian 144 Paradell, Ramon 109 Pellicer, Josep 143, 147 Perales, Francesc 170 Pericas, Josep Maria 72, 74, 169 Perpinyà, Antoni 187, 191, 193, Sala, Emili 23 Sant’Elia, Antonio 98 Santos Torroella, Rafael 190 Sartoris, Alberto 189, 190, 191, 192, 199, 204 Sauvage, Henri 180 Segarra, Josep Maria 191 Sellés Baró, Salvador 32, 99 Serrallach, Leandre 23, 31, 42 Sert, Josep Lluís 102, 119, 122, 123, Perret, Auguste 98, 180 Pevsner, Nikolaus 196, 197, 200 Pi Calleja, Pere 143, 147, 170 Picasso, Pablo 200, 213, 215, 219 Pineda, Antonio 169 Pla Pujol, Xavier 161 Pollés, Bonaventura 42, 128, 203 Pons Domínguez, Antoni 75 Pons Traval, Juan Bautista 31 Ponti, Gio 186, 187, 189, 194, 200, 205, 219 Prat de la Riba, Enric 78, 85 Pratmarsó, Josep 195, 196, 197 Prats, Joan 200, 201 Prieto Moreno, Francisco 186 Puig Boada, Isidre 183 Puig Cadafalch, Josep 39, 57, 58, 66, 74, 78, 80, 81, 84, 85, 86, 87, 94, 116, 170 Puig Gairalt, Antoni 102 Puig Gairalt, Ramon 69, 74, 118, 119, 194, 200 143, 144, 150, 155, 170, 180, 190 Soler March, Alexandre 74, 86, 118, 152 Sostres, Josep Maria 187, 189, 191, 192, 193, 194, 195, 196, 197, 198, 199, 200, 201 Soteras, José 169 Soteras, Savador 90 Steiger, Rudolf 133 Stevens, Mallet 95, 98, 180 Subias, Xavier 205, 207, 210, 211, 215, 216 Subiño, Manuel 109 Subirana, Joan Baptista 102, 144, 147, 149, 153, 170, 190 Pujol, Joan 143, 170 Ràfols, Josep Francesc 94, 95, 179, Tell, Jordi 170 Torras, Joan 23, 30, 32, 42 Torres Argullol, Josep 23, 32, 33, 42 Torres Clavé, Josep 116, 143, 147, 153, Mestres, Josep Oriol 12, 14, 20, 23, 180, 182 155, 157, 160, 190, 109 31, 42 Raventós, Ramon 94 Ribas, José Maria 169 Ribas Seva, Ricard 170 Ricart, Pere 143 Rius, Magí 23 Rodríguez Arias, Germà 170 Rodríguez Lloveras, Josep 121 Rogent, Elies 14, 23, 25, 28, 31, 32, 42, Torres Grau, Jaume 36, 67, 73, 75, Milà, Alfonso 215, 216 Miret, August 170 Miró, Joan 118, 220 Mitjans, Francesc 183, 185, 187, 191, 193, 198, 199 Monguió, Pau 206, 208, 209, 215 Moreno Torres, José 177 Moser, Karl 133 Muguruza Otaño, Pedro 75, 164, 165, 166, 167, 172, 177, 180, 183, 186 Muthesius, Hermann 46, 50 Nelson, Paul 161 Nesjar, Carl 213, 215 Niemeyer, Oscar 209 Òdena, Josep 143 Oliveras, Camil 63 Östberg, Ragnar 135 Oud, Jacobus Johannes Pieter 180 Palacios, Antonio 89 121, 131, 132 48, 77, 79, 203 Roig Mallafré, Joan 75 Ros Vila, José Maria 164, 172, 191, 203, 204 Roth, Alfred 211 Rovira Rabassa, Antoni 23 Rovira Trias, Antoni 19, 23 Rubió Bellver, Joan 57, 74, 75 Rubió Tudurí, Nicolau Maria 121, 170 Ruíz Vallès, Xavier 210, 211 Sacs, Joan 103 Sagnier, Enric 64, 67, 72, 74, 75, 77, 79 85, 87, 88, 106, 135, 152 Tort, Ramon 187, 189, 191, 192, 193, 199 Tous, Enric 214, 215 Tusquets, Lluís 164 Ubach, Francesc 143, 153 Valls, Manuel 183, 184, 209 Van den Broek, J. H. 205, 219 Van Doesburg, Theo 165 Vayreda, Francesc 206, 208, 209, 215 Vega March, Manuel 54, 56, 109, 112 Vilanova, Enric 143, 153 Vilardaga, Jordi 204 Vilaseca, Josep 23, 53 Vives, Lluís 133 Wagner, Otto 46, 88 Wright, Frank Lloyd 135, 187 Zevi, Bruno 188, 194, 195, 197, 198, 200 225 COL·LEGI D’ARQUITECTES DE CATALUNYA 1874-1962 Edita Col·legi d’Arquitectes de Catalunya (COAC) Decano Lluís Comerón i Graupera Presidentes de las Demarcaciones Directores de la edición Enric Granell, Antoni Ramon Coordinación Laura Parellada Servei de Publicacions del COAC Frederic Cabré i Segarra Demarcació de Girona Diseño gráfico Rosa Lladó, Roser Cerdà Salon de Thé Antoni Casamor i Maldonado Demarcació de Barcelona Impresión Igol Joan Josep Curto i Reverté Demarcació de l’Ebre Traducciones y correcciones Elaine Fradley Ramon Torrents Montserrat Giné i Macià Demarcació de Lleida Josep Llop i Tous Demarcació de Tarragona Secretaria M. Assumpció Puig i Hors Vocales Fernando Marzá Pérez Enric Mir i Teixidor Cecília Obiol Cordón Manuel Ruisánchez i Capelastegui Documentación fotográfica Klaus Erik Halmburger. Murnau - Oberbayern. Kottmüllerallee Zwölf: cubierta Archivo Histórico del Col·legi d’Arquitectes de Catalunya Archivo Fotográfico del Col·legi d’Arquitectes de Catalunya Archivo Fotográfico de Barcelona - AFB Archivo del Hospital de la Santa Creu y Sant Pau (AHSCP) Ribera Llopis, Josep Lluís: p. 80 Casa Museo Lluís Domènech i Montaner de Canet de Mar: p. 21 Català-Roca, Francesc: p. 201, 202, 214, 215, 216-217, 218 Los autores agradecen el testimonio de quienes les han facilitado recuerdos de la historia del Colegio, y muy especialmente la colaboración del personal del Archivo Histórico y la Biblioteca del COAC. Man Ray: p. 161 Pérez de Rozas, Carlos: p. 219, 215, 220-221 Reproducción digital Enric Berenguer Oriol Rigat D.L. B-12122-2012 ISBN 978-84-96842-57-1 © de la presente edición Col·legi d’Arquitectes de Catalunya Plaça Nova 5, 08002 Barcelona Tel. +34 93 306 78 06 www.coac.net © de los textos: sus autores © de las imágenes: sus autores