I MaratoNet de Relatos en Red - Asociación de Vecinos El Espinillo

Transcripción

I MaratoNet de Relatos en Red - Asociación de Vecinos El Espinillo
I MARATONET DE RELATOS DE VILLAVERDE 2004
ORGANIZADO POR LA ASOCIACIÓN DE VECINOS DE
EL ESPINILLO
En la ciudad subterránea
de VillaVerde
Autores del relato:
Ernesto Rodríguez Muñoz,
Santiago Portela García-Miguel,
Juan Antonio Narváez Gómez,
Miguel Ángel Pulido Molina,
María Paz Magán Bronchalo,
Letcer Julio Ginocchio Rossel,
Roberto Carlos Benítez de Lucas,
y Francisco Ruiz Fernández
Fotografías de Marina Isabel Lamparero Prado
Revisión técnica de Ana González Ribot
Asociación de Vecinos de El Espinillo
C/ Consenso 15, 28041 Madrid
www.espinillo.org
[email protected]
EDICIÓN PATROCINADA POR LA ASOCIACIÓN DE VECINOS DE EL ESPINILLO Y POR EL ÁREA DE GOBIERNO
DE ECONOMÍA Y PARTICIPACIÓN CIUDADANA DEL AYUNTAMIENTO DE MADRID
Ilustración de portada: La Dama del Manzanares, de Manolo Valdés
Reservados todos los derechos
Copyright © 2004, los autores
Edita: Asociación de Vecinos de El Espinillo
C/ Consenso 15, 28041 Madrid
www.espinillo.org
[email protected]
Primera edición: octubre 2004
ISBN: 84-609-2775-X
Depósito Legal: M-44268-2004
Hecho en España
Querido lector,
En la ciudad subterránea de VillaVerde es un relato policial convencional: tiene
sus personajes, unidad de tiempo y acción, desarrollo y desenlace, etc. Lo que
no tiene nada de convencional es cómo es posible que haya visto la luz.
Este relato es el resultado de la 1ª Maratonet de VillaVerde, que consistió en
una redacción libre y contributiva, a través de Internet, a lo largo de la segunda
quincena de Mayo de 2004. Unos voluntarios revisaban la coherencia y
corrección del texto. Una decena de participantes se engancharon y llevaron la
historia hasta el final, escribiendo de
noche y de madrugada.
En la edición del texto se ha separado
cada contribución por esta marca:
La primera frase fue propuesta por el
novelista madrileño Lorenzo Silva:
“Nunca imaginó que vería a su hija
así”. Sin su contribución el relato no
hubiera sido el mismo.
El soporte informático fue creado por el
Dream Team Aespinillus.
La corrección ha sido de Ana González
Ribot, filóloga experta de la Biblioteca
Nacional. Las espléndidas fotografías
son de Marina Isabel Lamparero Prado.
También
tuvimos
la
valiosa
colaboración de la Biblioteca Pública
María Moliner.
Toda la iniciativa y el entusiasmo, la
locura y el esfuerzo para llevar esta edición a buen puerto, se le deben a la
Asociación de Vecinos de El Espinillo.
El mayor mérito es de los autores Dogo, Amapola, Mar, Txisco, Tomi, Letcer,
Ernesto, Espinete, Charo, Roberto y Miguel.
Asociación de Vecinos de El Espinillo. VillaVerde, Madrid.
Verano de 2004
En la ciudad subterránea
de VillaVerde
Dogo, Amapola, Mar,
Txisco, Tomi, Letcer,
Ernesto, Espinete,
Charo, Roberto y
Miguel,
vecinos de VillaVerde
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Primera Jornada
Escultura de Manuel Valdés La Cabeza de Ariadna en el Parque Lineal del Manzanares.
Se había convertido en una regla no escrita.
Unos hábitos que hacían que ese día fuera para
Raquel el más esperado de la semana, el
neutralizador de las tensiones y avatares
cotidianos.
Cada domingo se levantaba muy temprano y
llamaba a su amiga Gema, para ver si estaba
preparada, cosa que invariablemente ocurría.
Treinta minutos más tarde se veían en la rotonda
junto al parque, tras haber recogido sus
bicicletas. Se saludaban con calma, alegremente,
se dirigían, como movidas por una fuerza exterior,
a la entrada del parque y empezaban a pedalear.
En esos primeros minutos apenas hablaban. Sólo
interactuaban con el aire, que a esas horas
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tempranas de la mañana solía
Refrescaba sus cuerpos y sus mentes.
refrescar.
Efectuaban en sus bicicletas un recorrido de
unos 30 minutos. De la entrada del parque, junto
al río Manzanares, se dirigían hacia el sur.
Observaban el cielo, azul unos días, grisáceo
otros, junto a las nuevas viviendas de Nuevo
Rosales. Después, cuando el camino finalizaba,
daban media vuelta, volviendo por sus propios
pasos, rebasando el lugar de inicio, continuando
en la orilla del río hasta finalizar el recorrido a los
pies de Ariadna. Ariadna era la gran escultura que
gobernaba el parque, en un promontorio que ellas
subían con dificultad en sus bicis. Sabían que
tras alcanzar la cumbre, les esperaba una
maravillosa sensación de libertad, de paz, de
tranquilidad.
En ese lugar, en la cumbre del paseo, en la
cumbre de la semana, momento en el que se
volvían a sentir ellas mismas, es como si les
abandonara la intervención externa que las había
llevado hasta allí y se convertían realmente en las
dueñas de sus actos, que hasta ahora únicamente
seguían el programa establecido. Solían hablar,
reír, .... pero ese domingo Raquel se sentía
excepcionalmente inquieta
Convenció a Gema para ir a la Biblioteca del
distrito que se encontraba en VillaVerde Alto. En
ella podría investigar, con la ayuda de su amigo
Paco, lo que le pasaba por la cabeza. Y lo
saludarían, ya que hacía mucho tiempo que no se
veían.
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Así pues, cogieron sus vehículos y en unos
minutos llegaron a la biblioteca, que por ser
tiempo de exámenes de los estudiantes estaba
abierta los domingos. La biblioteca estaba
excelentemente dotada tanto de volúmenes como
de ordenadores con Internet, y ambas cosas eran
exactamente lo que necesitaban.
No estaban siendo buenos días. Nunca imaginó
que vería a su hija así.
Dos semanas atrás había sorprendido a Lucía en
las escaleras de la biblioteca, compartiendo un
porro con un muchacho de chupa de cuero que
solía atronar la calle con el escape trucado de su
motocicleta. Raquel no había podido evitar
detenerse, estupefacta. Lucía la saludó con una
risa entre idiota e insolente, levantando el petardo
como un trofeo.
- Hola, mamita.
- Ya hablaremos - acertó a espetar Raquel.
Esa noche hablaron, gritaron e intercambiaron
un par de bofetadas. Lucía cogió una bolsa de
deportes
y
dio
un
portazo. No
volvió
esa
noche, ni la
siguiente.
Raquel
no
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se inquietó, en su barrio - pueblo todo se sabía.
Lucía no se alejaba ni tres manzanas para dormir
en brazos de su amigo motero.
Al cabo de tres días Lucía no había vuelto a casa
y Raquel comenzó a ponerse nerviosa. Pensaba
que no debería haber perdido los nervios y le dolía
en el alma la bofetada que le había dado. Aun
sonaba en sus oídos el portazo.
- Buenos días mamá ¿te pasa algo?, preguntó
Juan.
- No hijo, pensaba en tu hermana, ya han
pasado tres días y no ha llamado. ¿Sabes tú algo
de ella?
- No, no se nada. Pero no te preocupes, volverá,
no creo que esté en ningún sitio mejor que aquí.
Sólo quiere hacerse la mayor.
- Seguro, pero cuando vayas al instituto
pregunta a alguna de sus amigas si saben dónde
está. Sólo por quedarnos más tranquilos.
- Desayuna y date prisa que ya llegas tarde, dijo
Raquel a Juan.
Cuando Juan salió de casa, Raquel seguía
ensimismada en sus pensamientos, y comenzó a
recordar cómo llegaron al barrio. Juan Ángel y ella
siempre habían soñado con vivir en una zona
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tranquila, lejana del bullicio del centro de Madrid
pero con buena comunicación para no tardar
mucho en ir al trabajo. Un sitio dónde hubiera
parques, colegios, institutos y lo más difícil, una
casa confortable y que pudieran ir pagando. En
fin, lo que desea cualquier pareja que comienza
una vida juntos. Y así llegaron a El Espinillo, un
barrio del Distrito de VillaVerde, donde se
encontraban como en familia, porque desde el
principio los vecinos que llevaban más tiempo
viviendo les ayudaron a conocerlo.
Raquel por todos los medios intentaba que Lucía
se apartara del motero, que a diferencia de ella,
era mayor de edad y que además ejercía sobre
ella bastante influencia, y volviera con la pandilla
de siempre. Quería que de momento no se
comprometiera con nadie, tiempo habría, que
sacara los estudios adelante para hacer una
carrera, esta había sido siempre su ilusión, ya que
ella no pudo estudiar porque al ser la mayor tuvo
que atender a sus hermanos y eran otros tiempos
más difíciles para la mujer.
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Sin embargo, ni la madre ni el hermano
imaginaban la auténtica razón de que Lucía
estuviera con César, el motero. Su aspecto rebelde
y agresivo sólo eran simple detalles. Al fin y al
cabo, en el barrio había decenas de chicos como
él, macarras cuyo número se multiplicaba los
fines de semana, atraídos por la enorme discoteca
de efímero nombre. El chico no se diferenciaba de
los demás: pelo castaño rapado y agresivos ojos
oscuros, pesada cadena robada de oro, enorme
sello de igual metal luciendo en su anular
derecho, ropa ajustada bajo la que vibraban
músculos moldeados en gimnasio. Otro más.
Pero no simplemente otro más: él constituía la
llave para entrar a un mundo que Lucía ansiaba
conocer.
Le había conocido en una de las macrofiestas
que se organizaban a menudo en la sala (por
aquel entonces llamada ‘Attica’). Su amiga María
les presentó y, durante un par de horas, no
intercambiaron casi ni una palabra. El la miraba
con esos ojos de lobo típicos de un adolescente
vividor; ella no le prestaba atención, limitándose a
ondear su cuerpo al ritmo de la música mientras
miraba cómo, dos pisos más abajo, la gente
imploraba el megatrón. En un momento dado
llegó un amigo de Cesar –de hecho parecían
clones– y le gritó algo al oído. Éste, a causa del
volumen estruendoso de la música, pareció no
escucharle bien, por lo que le pidió al clon que
repitiera lo dicho. Lucía no prestaba atención,
pero justo en ese momento un tema acababa y el
Dj optó por bajar el volumen para decir algo. De
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esa manera pudo escuchar la última parte de lo
que le decían a Cesar.
–...bajar a los túneles. Si Lolo no falla,
conseguirá una llave en un mes, como mucho.
Aquello le hizo acercarse, intrigada. Los túneles
desde siempre la habían atraído. En el barrio, en
diversas zonas, como por ejemplo la calle de
Heliófilo, había rejillas de las que surgía un
constante rumor de maquinaria. Había trampillas
similares en el paseo Alberto Palacios, así como en
otros lugares. Jamás se había atrevido a
preguntar acerca de ellos, limitándose a dejar que
la intriga le carcomiera con lentitud.
No lo pudo evitar. Se acercó a César y a su
amigo y preguntó:
–Perdonad, pero, ¿habláis de los túneles de
Alberto Palacios?
Los dos la miraron en silencio, de arriba abajo, y
luego se intercambiaron un guiño cómplice.
–Sí, de eso hablábamos.
–¿Y qué vais a hacer? He oído algo de una llave...
César lanzó una nueva mirada a su amigo. Una
sonrisa empezaba a dibujarse en su rostro.
–Así es. Un amigo que trabaja en Aceralia dice
que puede conseguir una con la que acceder a los
túneles. En cuanto la tengamos bajaremos a ver
qué hay en ellos –dejó la frase colgada en el aire,
como dudando de si continuar. Tras el pequeño
discurso del dj la música volvía retumbar. César
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alzó la voz, hasta gritar. La posible duda que
antes tuviera se había disipado–. ¿Te apuntas?
Lucía sintió su corazón acelerarse. Lo que desde
hace años deseaba, bajar a los túneles, estaba
más cerca que nunca. Al ingresar en el instituto
aquella leyenda urbana había simbolizado, de
alguna manera, su repentino vislumbre de
misterios, libertades y peligros que esperan
ocultos en el subsuelo a que uno se atreva a
descubrirlos.
Mientras tanto, la madre de Lucía no paraba de
preguntar por su hija, en todos los sitios por
donde solía ir. En todos la respuesta era la
misma, hacía tres días que no la habían visto.
Sólo le faltaba uno: el Conservatorio de El
Espinillo. Lucia no solía faltar. Le gustaba mucho
la música, y le encantaba tocar el piano.
Esa tarde tenía clase y Raquel probo suerte, a
ver si la podía ver, para perdonarla y lamentar el
incidente, y pedirle que volviera a casa, que no se
volvería a entrometer en su vida privada si ella no
se lo pedía. Aunque seguía con la idea de
separarla del motero, pero por otras vías más
sutiles.
De camino al conservatorio se encontró con
Elena, la compañera de su hija.
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- ¡Hola Elena! ¿has visto a Lucía?
- No, no la he visto, esperaba verla ahora en
clase ¿Por qué?
- No, por nada. Quería decirle una cosa.
- Si quieres se la digo yo, si la veo.
- No te preocupes, si no la veo ahora, luego la
llamaré, dile, eso sí, que encienda el móvil que lo
debe de llevar apagado.
- ¡ Vale!. ¿ Te ha dicho que hoy a lo mejor viene
tarde?
- No, ¿ Y eso?
- Es que hoy es mi cumpleaños, cumplo 19, y
quería celebrar una fiesta con los amigos, y a lo
mejor luego nos vamos a bailar. Lucía me dijo el
sábado que se apuntaba.
- ¡Felicidades Elena!. Por mí no hay problema,
pero llegad pronto a casa. Ya sabéis que no me
gusta que lleguéis después de las 12. Dile que me
llame que le tengo que decir una cosa muy
importante.
- Vale, se lo diré y gracias.
- Hasta luego y que lo paséis bien.
Raquel se quedó esperando a las puertas del
conservatorio, a ver si aparecía por allí su hija,
pero no hubo suerte. ¿Dónde estaría? ¿ Por qué la
huida de casa, de repente? ¿ Quién era ese
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motero, de aspecto algo macarra?. Tenía muchas
preguntas sobre su cabeza y pocas respuestas.
Raquel se temía que algo así pudiera suceder,
pero ¿tan pronto? ¿había sido una mala madre?,
se preguntaba una y otra vez.
Atender a sus dos hijos compatibilizándolo con
un trabajo a turno partido era una tarea ardua,
pero se sentía satisfecha de la educación que les
había dado a sus dos hijos aunque reconocía que
sin la ayuda de su madre no hubiera sido tan
“fácil”.
Locuras de un adolescente pensaba, si, quizás
los 18 años de Lucía eran una edad complicada,
ya te sientes un adulto pero la rebeldía propia de
esa edad lleva a cometer tonterías, se decía, y
claro por qué no decirlo esas nuevas compañías
.... No era un buen año para Lucia, sus notas lo
reflejaban. No se podía decir que fueran malas
pero no era lo habitual, sólo aprobados, todo lo
contrario que las clases de piano, Bach,
Beethoven, Mozart eran sus autores predilectos.
Pero “El amor brujo” de Manuel de Falla la
ensimismaba, era sentir, como ella decía, “las
esencias del embrujo nocturno andaluz”. Quizás
rememorando esas vacaciones inolvidables en el
sur.
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Mientras Raquel mantenía esta conversación, un
muchacho con los pantalones arremangados y
una mochila negra aparcó su bicicleta en la
puerta de la comisaría de la calle Pan y Toros.
Extrajo un aparatoso candado de la mochila y
sujetó la bicicleta al vallado del parterre. Luego
extrajo una cadena y otro candado y repitió la
operación. Por último destornilló el eje de la rueda
delantera y se lo metió en el bolsillo.
Se acercó a la ventanilla de denuncias.
- He encontrado un bolso, ¿Se entregan aquí los
objetos perdidos?
Ofreció al funcionario un bolso de lana de
colores. El funcionario asintió y extendieron el
contenido del bolso sobre una bandeja: un
cuaderno en blanco, una cámara de fotos de usar
y tirar, un monedero con calderilla, un teléfono
móvil.
- Lo encontré en el Paseo de Talleres hace cinco
minutos, debajo de un coche.
En ese momento el teléfono sonó.
El funcionario y el chico se miraron, perplejos.
El muchacho contestó.
- Diga
- ¿ Lucía ?
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A Raquel, que al finalizar la conversación con
Elena le dio súbitamente el impulso de marcar el
número de teléfono de Lucía, sin pensar, sin que
el cerebro hubiera intervenido en esa decisión,
como un impulso directo de la circulación
sanguínea, estuvo a punto de paralizársele el
corazón al escuchar una voz, masculina para más
INRI, al otro lado de la línea.
- Devuélveme a mi hija, donde está mi hija,
Lucía, ¿dónde está mi hija? Por Dios, ....
- Señora, por favor, no se quien es su hija. ¿qué
le ocurre? Tranquilícese.
La voz del muchacho, sólida y potente, produjo
una inesperada credibilidad a la desesperada
madre. Haciendo un gran esfuerzo momentáneo,
apretó los puños, activó su cerebro y continuó la
conversación
- Perdóname. Este es el número de teléfono de
Lucía, mi hija, que está desaparecida y no se
donde se encuentra. ¿Está contigo?
El muchacho entendió instantáneamente la
situación de ansiedad de su interlocutora
telefónica.
- No se nada de eso, señora. Estoy en la
comisaría de policía de la Ciudad de Los Ángeles,
en VillaVerde, en Madrid. He encontrado este
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teléfono entre otras pertenencias, quizás todas de
a su hija .... o no, no lo se ....
- Estoy muy cerca de allí .... gracias a Dios ....
Estoy allí en unos minutos, por favor no te vayas
de allí, eres mi esperanza, no te vayas.
- No se preocupe señora, aquí estoy. De aquí no
me muevo.
Raquel colgó el teléfono y, no pudiendo soportar
la tensión del momento, echó a llorar. Rompió a
llorar. En 5 minutos estaba en la comisaría. La
meteorología, en sus arbitrariedades primaverales,
había dictaminado que ese día el sol brillara con
fuerza en el cielo.
Juan Ángel llegó más tarde con el corazón en la
boca tras escuchar las palabras y sollozos
entrecortados de Raquel. Se abrazaron, lloraron,
se sentaron y levantaron, y se volvieron a abrazar,
mientras un policía impertérrito les tomaba
declaración.
Curiosamente la escena se repitió a escasos
metros de ellos, donde un hombre y una mujer de
mediana edad definían, entre súbitos gritos y
silencios prolongados, el aspecto de un chico
cuyas características coincidían con las de César.
-¡Que le ha hecho a mi hija! - Gritó Juan Ángel
abalanzándose sobre la pareja asombrada.
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–Cesar es mi sobrino –respondió el hombre,
tajante–. Juan Ángel acercó su cara, roja de ira e
indignación, a la del hombre. Al mismo tiempo,
por el rabillo del ojo, vio cómo un policía se movía
nervioso, atento a una posible agresión.
‘Tranquilízate, Juanan, calma’, musitó para sí.
Respiró hondo y se apartó un poco del hombre.
Éste poseía una complexión robusta y brazos
poderosos, si bien su pequeña estatura y la
prominente barriga hacían del conjunto algo un
poco cómico.
–¿Quién es usted? –espetó el hombre.
Juan Ángel se lo explicó, todavía preso de los
nervios.
–Así que usted es el padre de la novia de César...
Raquel lanzó una mirada furibunda al hombre,
pero no se atrevió a replicar. Novios, son novios.
La idea, más que molestarla, la ofendía. Mi pobre
hija, junto a ese desgraciado.
–Yo se tanto como ustedes, o menos –dijo
Antonio, el tío de César–. Al fin y al cabo mi
sobrino, aparte de vivir con nosotros, poco más
hace. No lo puedo llamar ‘mala hierba’, pero
tampoco precisamente ‘sociable’. Sabemos más
por Manuel que por el propio César.
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Antonio no se atrevía a decir más: Manuel, Lolo,
era quien les había avisado de que debían ir a la
comisaría:
–Algo ha pasado –les dijo por teléfono con voz
temblorosa–. Id a la comisaría.
De seguido, sin decir nada más, colgó. No dijo
que él era quien había tirado el bolso bajo el
coche.
Raquel se acordó de las palabras de Elena, y
su desesperación buscó el teléfono de la amiga
su hija. Por suerte Juan, que iba al colegio
Elena, era amigo de su hermano y sabía
teléfono de su casa.
en
de
de
el
Raquel logró hablar con Elena, y esta vez sí, le
contó toda la verdad de lo sucedido. Elena se
imaginaba algo, porque conocía a Cesar y sus
locuras, como la de descubrir los túneles de
VillaVerde y otras tonterías (para ella), pero de las
que le había hablado Lucía con cierta excitación.
César había dejado los estudios con 16 años y se
había dedicado a vaguear sin ton ni son. Lo único
que le llamaba la atención era el riesgo, y en
cuanto pudo, con sus primeros ahorros se compró
una moto. Otra de sus aficiones con cierto riesgo,
era sembrar de grafitis todo lo que pudiera,
trenes, metros - se manejaba muy bien por los
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túneles, y le apasionaba la oscuridad
etc. Esto ya le había acarreado
disgustos pues había sido detenido en
ocasiones, aunque se había librado de
noche en la cárcel (todavía).
-, puentes
bastantes
un par de
pasar una
Por el contrario Lucia, era una chica culta,
estudiosa y ... apasionada, ¿habría sido éste el
motivo por el que formara tan extraña pareja?.
Los padres intentaron establecer un plan. Por
una parte ellos investigarían sobre los túneles y
sus entradas, si es que existían. Por otro lado
Juan, junto a Elena y su hermano Ramón, irían a
la discoteca donde habían quedado para celebrar
el cumpleaños de Elena ¿Aparecerían Lucia y
César?.
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Segunda Jornada
Conservatorio superior de Música y Danza El Espinillo
Lucía lloraba en la oscuridad.
Era un llanto contenido, sordo, pues apretaba
con fuerza los labios y se cubría la nariz con la
manga para evitar que se oyeran sus hipidos. Esto
no evitaba que abriera mucho la boca, hasta el
punto de causarse dolor, e incluso que
agradeciera ese dolor por la distracción que
aportaba a sus espantados pensamientos.
Escudriñaba la negrura con agitados vaivenes de
los ojos en sus órbitas, y, de tanto en tanto,
contenía la respiración y maldecía el furioso latido
de la circulación en sus oídos, que le impedía
detectar el más leve roce en el pasaje que no fuera
el rítmico goteo en los charcos o el lejano
traqueteo de los camiones sobre las juntas de
dilatación de la autopista.
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Apretaba en la mano su móvil, o lo que creyó
que era su móvil hasta que, estupefacta, detectó
en aquel objeto la forma de una navaja con
resorte. A pesar del estupor que nublaba su razón
como en una pesadilla, reconoció el olor y el
sabor de las manchas del objeto, y vagamente lo
relacionaba con aquellas que iba descubriendo, o
redescubriendo, sobre distintas partes de su ropa
y de su cuerpo.
Y la punzante, insolente
presencia
de
aquel
ingenioso instrumento de
agresión, aún en lo
oscuro, fue el destello
que guió su razón a
puerto, aunque fuera un
puerto de angustia y
dolor. Pero por fin en la
orilla de la cordura. Por
eso Lucía rompió a llorar
y
por
eso
contenía
desesperada el sonido de
su llanto, pues recordaba
perfectamente
lo
ocurrido en las últimas
horas y comprendía que
el más leve sonido que emitiera podía conllevar su
regreso a la infernal pesadilla.
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El plan se puso en marcha del modo establecido.
Elena fue a celebrar su cumpleaños al lugar
acostumbrado. Era un pub-discoteca, “Zoom”, que
les gustaba especialmente. Estaba decorada de un
modo muy agradable y era inusualmente
espaciosa para lo habitual en estos recintos.
Contaban además con otra inestimable, decisiva,
ventaja: conocían al dueño del local, Mario, que
era vecino de ellos de siempre. Mario tenía un don
especial para la atracción de clientes a su negocio,
siempre tenía la expresión, la frase adecuada, la
invitación en el momento idóneo para hacer que
uno se sintiera bien.
El ánimo de
Elena
estaba
muy bajo, pero
tenía
que
sobreponerse
para investigar,
silenciosamente, ayudada por su hermano y el
hermano de Lucía, las extrañas circunstancias
que estaban aconteciendo a su gran amiga. Haría
cualquier cosa por ella. Tenía, sin embargo, una
corazonada triste. En su fuero interno sabía con
certeza que esa noche no aparecería, que la
terquedad de su amiga por la oscuridad de las
vías la había conducido probablemente demasiado
lejos.
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Raquel y su marido lograron averiguar la
existencia de los túneles. Túneles lejanos en el
tiempo, que nos trasladan a otra época, a los
duros años de la Guerra Civil española, años en
los que sobrevivir era lo único que importaba.
Madrid se convirtió en el principal objetivo
militar de las tropas franquistas, y VillaVerde era
la antesala de Madrid. Sus habitantes excavaron
túneles que llegaban hasta el río Manzanares, lo
que les daba cierta autonomía, gracias al agua de
que disponían, para mantenerse refugiados sin
ser descubiertos. En esos túneles crearon
viviendas enteras, con compartimentos para
dormir, para comer, así como lugares públicos
para sus necesidades más básicas. Incluso habían
construido una iglesia subterránea, decorada con
pinturas sobre la roca. Esas estructuras aún se
mantiene intactas, aunque desconocidas para la
gran mayoría de sus actuales habitantes.
Pero no para Lucía, que empezaba a conocerlas,
aunque muy a su pesar. Muchas veces pensaba
“si pudiera volver atrás, sólo tres días, nada de
esto habría ocurrido”. Pero la realidad era que se
encontraba sola, sola con una navaja que
contenía restos de sangre. Todo había sucedido
muy rápido, y no recordaba bien los detalles.
No sabía que hacer, si pedir ayuda a sus padres,
salir y contarlo todo ... pero ¿qué sería de ella y de
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su familia?. No, de momento no podía arriesgarse
a salir ¿quién lo podría entender? ¿ quién la
podría ayudar sin resultar damnificado? tenía que
pensar.
De repente se acordó de que hoy tenía una cita
con su amiga Elena. Pero aún era demasiado
pronto para salir, estaba muy confusa.
Elena, Juan y Ramón ya estaban en la discoteca,
y, gracias a Mario, supieron también de la
existencia de los túneles y de que alguien tenía
una llave de la única puerta de entrada. Había
que moverse rápido y encontrar a ese misterioso
personaje. Hacía ya tres días que no sabían nada
de Lucía y, lo que tenían claro, es que debía estar
en apuros. César seguía sin aparecer, y el bolso de
Lucía estaba en comisaría, había que ir atando
cabos. Y lo más sensato parecía descubrir cuanto
antes la puerta de entrada. Elena recordó unas
palabras de Lucía: “un amigo de César que se
llama Lolo, tiene una copia de la llave que da
acceso a los túneles”.
Lolo ¿quien era?. Empezaron a preguntar en la
discoteca a ver si averiguaban algo.
Poco a poco fueron llegando todos los amigos a
“Zoom”. Estaban alegres, festejar un cumpleaños
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era algo que siempre les animaba mucho por los
regalos y porque no dejaban de gastarle bromas a
Elena con eso de la edad.
Elena, aunque atenta con todos sus amigos,
estaba un poco nerviosa e impaciente, ignoraba si
vendría o no María, porque sabía que era el lazo
de unión entre Lucía y César, ella les había
presentado. Bailó un poco y empezó a preguntar
entre los amigos si habían visto a Lucía, porque
desde que hablaron para quedar en “Zoom” no
había vuelto a verse. Lucía no había ido estos
últimos días al Conservatorio y aún no había
llegado.
Nadie sabía nada de ella y no la habían visto.
Elena no dejaba de mirar hacia la puerta deseaba
que aparecieran María o Lucía.
Al cabo de media hora vio que entraba María, el
corazón le dio un vuelco y se fue hacia ella.
Seguro que sabe algo, pensó.
Se besaron y María la felicitó pero Elena estaba
tan impaciente que la preguntó muy nerviosa:
- ¿Sabes algo de Lucía?.
María se sobresaltó, no era normal el tono de la
pregunta. Negó con la cabeza y preguntó si
pasaba algo. A Elena se le saltaban las lágrimas,
su esperanzaba era que María supiese dónde
estaba su amiga. Se la llevó aparte y le contó lo
que la madre de Lucía le había dicho y lo que pasó
en la comisaría.
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María no podía dar crédito a lo que le estaban
diciendo.
- La última vez que la vi fue en “Attica” la
semana pasada, (le dijo a Elena) recuerdo que
estuvo hablando con César y otro amigo de él, que
no se como se llama pero que siempre anda por
ahí.. A la salida estaba muy excitada, me dijo, que
si todo salía bien, iba a ir con César a un sitio por
el que tenía mucha curiosidad, pero que todo
dependía de Lolo.
- No me gusta esta historia le dijo Elena, me
estoy preocupando de verdad, lleva ya muchos
días sin dar señales.
- Es raro, sí, pero ¿cómo ha perdido el bolso…?
- Y qué, dijo Elena casi enfadada, podría haber
ido a su casa, podría llamar desde una cabina,
pero no sabemos nada de nada. Su familia está
muy angustiada y se están poniendo muy
nerviosos. ¿Qué podríamos hacer?.
- ¿Lo saben los demás?.
- No, dijo Elena, esperaba que tú me aclararas
algo.
- Pues lo único que se me ocurre es que
deberíamos decírselo a todos e irnos a “Attica”,
quizás esté allí Lolo, el chico con el que estuvo
hablando César o alguno de sus amigos, seguro
que nos aclaran algo. Lolo seguro que algo sabe.
- De acuerdo, vamos a contárselo a los demás.
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Los recuerdos de aquella noche
continuamente por la mente de Lucía.
pasaban
La semana anterior en la reinauguración de la
discoteca “Ática” se dieron cita Abel The Kid y Dj
Nano. Abel por cierto, demostró por qué tiene el
mejor “scratch” de España en cuanto a dj’s del
mundo progressive se refiere.
Fue una noche apasionante, los dj’s se marcaron
una sesión que hizo bailar a todo el mundo
durante toda la noche. Temas tranceros con
alguna base techno. En definitiva, el sonido que
se lleva actualmente.
Era una noche importante para Lucía ,18 años,
sentir y vivir el mundo de la noche era excitante
aunque a ella no le atrajera demasiado el bakalao
pero, en fin, había que estar a la ultima.
En la sala se puso todo el mundo a dar botes
como locos con los “subidones”. La pista entera
con los brazos arriba, Lucía, César y los demás
también, las gogos en la barra americana, el
megatron a todo gas y el sonido ....a toda pastilla.
Pastillas que, en dos ocasiones, le ofrecieron a
Lucia y que ella amablemente rechazo.
El marketing las bautiza con nombres
simpáticos, cómo si se tratara de sustancias
inofensivas: Adán, picapiedra, pitufos, torpedo,
taxi, popeye, éxtasis... Aunque la misión de estas
drogas diseño, como se las conoce genéricamente,
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es conseguir que el cuerpo aguante las noches del
fin de semana en plena forma. Provocan en el
consumidor un estado de euforia que reduce
radicalmente las sensaciones de cansancio,
sueño, hambre y sed. Su efecto se nota en pocos
minutos, quizás por eso César pudo bailar
durante horas sin parar, y su carácter hostil
mutó en una personalidad más comunicativa y
extrovertida.
¿Qué hacía en ese túnel?, se preguntaba...
En realidad no fue
muy difícil dar con
el
paradero de Lolo. Al
llegar a la discoteca
“Ática”, y preguntar
por él al portero,
éste les dijo que el
bibliotecario
de
VillaVerde
se
llamaba así, y que
solía acudir todas
las noches por allí.
Una vez dentro de
la
discoteca
le
localizaron. Juan y
Elena no pudieron
contenerse y se abalanzaron sobre él. Le
bombardearon a preguntas. Le preguntaron por
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Lucía, por César, por Elena, dónde estaban,
cuándo fue la última vez que les vio, si tenía una
llave de un túnel. Todo les salía atropelladamente.
En un primer momento Lolo se asustó, al verse
rodeado de tanta gente. Cuando se serenaron un
poco los ánimos, empezó a contarles todo lo que
sabía.
La historia comienza con la construcción de la
biblioteca de VillaVerde. En el sótano, dónde se
encuentran los depósitos, los obreros encontraron
un túnel. En aquel momento nadie le dio excesiva
importancia, y acabó tapiado con una pequeña
pared de ladrillo. Lolo lo supo en una de sus
visitas de inspección cuando construían la
biblioteca. Con el paso del tiempo, cada vez que
bajaba al depósito en busca de algún libro, se
topaba con aquel muro, que poco a poco fue
haciéndose un hueco en su imaginación.
Un día, después de cerrar la biblioteca, y cuando
ya se había ido todo el mundo, decidió derribar
ese muro. Su sorpresa fue, que después de un
largo corredor, había una puerta, una puerta de
hierro macizo, con una pequeña cerradura.
Durante un tiempo, intentó olvidarse de aquella
puerta. Pero un día, uno de los usuarios
habituales de la biblioteca, de avanzada edad, y
que solía acudir a leer los periódicos, le contó que
él conocía uno de los secretos de VillaVerde, de
otro VillaVerde.
Lolo no sabía de qué le estaba hablando, pero
decidió hacerse amigo de aquel hombre. Aquello le
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había vuelto a despertar la curiosidad sobre la
puerta.
Un día el usuario le contó que existía una ciudad
desconocida para casi todos, una ciudad que
incluso
albergaba
riquezas.
¡Una
ciudad
subterránea!
Aquellas palabras inquietaron sobremanera a
Lolo. ¿Sería la puerta que él había descubierto
hace tiempo?. En cualquier caso, desde entonces
no se había podido separar de aquel hombre. Éste
le confesó que él era el heredero de la llave de la
ciudad. La única llave que existía.
Pasado un tiempo, el hombre accedió a enseñar
a Lolo la llave y desvelarle el secreto. Lolo le contó
que él sabía llegar a una puerta subterránea que
había
descubierto,
y
juntos
bajaron
y
comprobaron que aún seguía valiendo. Pero el
acceso que había descubierto Lolo no era el único,
había otras dos puertas más.
Pero de momento él no sabía nada más. Sólo que
al abrir la puerta y entrar, pudo descubrir algo
que le impactó mucho. Algo que le cautivó.
Siguiendo uno de los corredores, se encontró de
pronto con un aljibe, pero no un pequeño aljibe, o
un aljibe como los que él recordaba haber visto en
muchos castillos españoles. Era un aljibe
descomunal, lleno de columnas, al que se podía
acceder bajando unas escaleras. Con su pequeña
linterna, no alcanzaba a ver el final del mismo,
aquella sucesión de columnas le recordaba a la
mezquita de Córdoba.
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Pero ¿quién y cuándo pudieron haber hecho
esto? y ¿Por qué?. Respecto a Cesar y a Lucía
contestó que hacía dos días que no los había
visto. Desde que consiguió una copia de la llave de
la puerta y les acompañó hasta ella. Ellos le
rogaron que no dijera a nadie que habían estado
allí. Cosa que había cumplido hasta ese momento,
y a la que no dio mayor importancia.
Pero ahora se daba cuenta de que su amigo se
había atrevido a mucho más dentro de la ciudad
subterránea. Lolo nunca se había alejado más de
50 metros de la puerta, aquel lugar le imponía un
respeto casi terrorífico, sobre todo después de que
un día, él y su extraño amigo oyeran unos ruidos
de voces y golpes dentro.
Elena, Juan y los demás no se podían creer lo
que acababan de escuchar, parecía una historia
de las Mil y una noches.
Si de verdad existía, habría que intentar entrar e
investigar, pero... ¿no sería mejor que fuera la
policía?. Aunque si Lucía se había metido en un
lío, quizás seria preferible no hacerlo oficial ... por
lo menos de momento.
Los amigos se reunieron e intentaron calmarse,
la historia les había puesto muy nerviosos. Juan
llamó a sus padres, y les contó lo que acababa de
escuchar.
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Apareció abriendo la puerta sin apenas fuerzas,
con el pelo ensangrentado y lágrimas en los ojos.
Dejó caer la navaja al suelo. Luego cayó ella a
plomo.
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Tercera Jornada
Centro de Salud El Espinillo
En su caída todo fueron sombras y oscuridad.
Cerró los ojos, mientras por su mente desfilaban
las imágenes que no mucho tiempo atrás habían
poblado las retinas de sus ojos. Volvió a ver los
túneles, las paredes de piedra tallada, los hilos de
agua que corrían por sus pasillos buscando una
salida que les condujera a la luz, tal y como Lucía
se esforzaba en encontrar. Volvió a su mente la
imagen de las rendijas por las que se colaban
pequeños fragmentos de luz, acompañados por los
sonidos de la calle, de conversaciones de personas
anónimas que transitaban no muchos metros por
encima de ella, ajenos a la realidad que se
escondía bajo sus pies.
Ahora pudo volver a recordar el olor a húmedo
que impregnaba cada una de las estancias que
recorrió en silencio, arrastrando los pies, con la
sensación de que su alma se le había escapado
como el humo entre los dedos. Sentía,
inconsciente, la rugosidad del suelo donde había
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caído desmayada y revivía una y otra vez
pequeños fragmentos de unos sucesos que hacía
horas había vivido... el clic de la navaja al abrirse,
el frío del metal al rozar su piel, el contraste de la
sangre caliente, sus ropas mojadas por aquel
líquido vital....
VillaVerde vivía ajeno a estos sucesos,
acostumbrados sus habitantes a sufrir la vida
dura que llevan los que se sienten en tierra de
nadie, desprotegidos, abandonados a su suerte
por administraciones que, hacía justo el mes que
viene 50 años, les habían condenado a llevar una
existencia complicada, entre delincuencia, poco
interés en la solución de sus problemas, paro,
suciedad, desarraigo... Sí, desde que VillaVerde no
era un pueblo independiente, muchas cosas
habían ido a peor para todos los vecinos.
Antonio, el tío de César, no entendía nada. Era
una persona tranquila, un hombre hecho a si
mismo.
Procedente
de
Extremadura,
de
Almendralejo, su infancia se desarrolló entre las
borracheras de su padre, los llantos de su madre
... la calle, los tirachinas. Desde pequeño tuvo la
obligación de cuidar de su madre, desarrolló un
instinto de supervivencia y capacidad para
aguantar, adaptarse y responder adecuadamente.
Con 17 años, el pueblo se revolucionó: abrían la
fábrica de Renault en Madrid, en el lejano y “gran”
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Madrid, en VillaVerde. Junto con varios amigos se
fue a trabajar a ella. Su capacidad de adaptación
y trabajo le permitía manejar con gran solvencia
su puesto de electricista en la fábrica. Pronto fue
respetado, por su buen talante y mejor trabajo,
por sus jefes y compañeros, y también por sus
vecinos de La Ciudad de Los Ángeles, a la que se
trasladó su madre tras la muerte de su padre en
el pueblo.
Allí había hecho su vida, un hogar, con Soledad,
su mujer andaluza. Le daba alegría pasear por su
barrio, canturreando cada una de las zarzuelas
que daban nombre a las calles por las que pasaba.
Gigantes y Cabezudos, La del Manojo de Rosas,
Pan y toros, La verbena de la Paloma. Llevaban
una temporada los dos algo inquietos con el que
parecía más que probable cierre de la fábrica, en
la que había alcanzado una posición desahogada,
sólo enturbiada por los turnos –hoy noche, pasado
mañana tarde-, a los que ni él ni su familia se
habían terminado de acostumbrar. “¿Cómo van a
cerrar esta fábrica”, se decía, “con sus más de 600
trabajadores?”.
Su hermano, el padre de César, había sido el
vivo ejemplo de que los mismos orígenes de las
personas no condicionan su evolución, de que el
carácter de cada individuo también influye
decisivamente. Mala vida, que había heredado, “de
tal palo tal astilla”, su hijo César. Al morir su
hermano, se hizo cargo del niño, que en ese
momento tenía 13 años. Confiaba en su capacidad
para enderezarlo y, ¡que narices!, era su sobrino,
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el hijo de su hermano. César lo respetaba y, a su
modo, lo quería.
Sin embargo, no pensaba que el joven sobrino le
pondría en una situación como la que, él y su
esposa, estaban viviendo en ese momento.
Juan ya en su casa ,empezó a contar la historia
y poco a poco la conversación fue tornándose un
poco académica pero a su vez interesante.
No sabia que VillaVerde, El Espinillo, albergarse
en sus entrañas tanta historia
- ¡Anda Espinillo! espetó Horacio amigo
argentino de la familia, en mi país es un árbol de
unos dos metros de altura, más bien un arbusto.
Su madera se usa principalmente para fabricar
carbón y como leña. Aunque hay gente que cuece
la corteza y sobre todo la llamada “manito del
espinillo”, resina que asoma en los troncos ya
antiguos, que es muy cicatrizante, buena para la
piel y seca y cura quemaduras y alivia el dolor
producido por ellas. En infusión, endulzado con
miel es depurativo, y antirreumático. Y esta muy
bueno, terminó.
- Si, si, decía Juan, pero él quería centrarse en el
túnel, en el aljibe. ¿Qué es eso? preguntó a su
padre
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- Es como un deposito de agua para recoger
agua de lluvia, subterránea por lo general.
- Y ¿eso esta en VillaVerde?, preguntó Juan.
- Je, je ; en VillaVerde se han encontrado hasta
restos arqueológicos de época romana—dijo su
padre—Antes de construirse el polideportivo de El
Espinillo, hubo una intervención arqueológica y se
hallaron estructuras y materiales realizados en el
entorno de la villa romana de VillaVerde. Ésta villa
data del siglo I D.C. y su destrucción y edificación
de la superior corresponden posiblemente al siglo
II o principios del III.
- Increíble, pensaba Juan, pero volvió a su
mente Lucia. ¿Dónde estaría?
Una ráfaga de aire con cierto olor extraño
despejó la mente de Lucía. De repente parecía
más consciente de dónde estaba. Aunque seguía
sin recordar claramente lo que le había pasado
apenas un par de horas antes, sabía
perfectamente lo que hacía allí.
Rápidamente siguió el pasillo por el que
recordaba
haber
pasado
antes,
no
sin
sorprenderse de nuevo por todo lo que había.
Muros totalmente lisos y fríos. En la oscuridad le
parecía mármol. En ese pasillo la luz apenas
llegaba de las rejillas de la estancia anterior.
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Grandes
grabados
en
relieve
parecían
vislumbrarse en el techo, aunque no se llegaba a
ver qué era lo que se representaba.
Sus pasos no se oían, esa era su intención. No le
apetecía volver a usar aquella navaja que le dejó
Cesar. Lo único a lo que podía aferrarse en esos
momentos.
Ya estaba al final
del pasillo, veía una
gran
plaza.
¡La
plaza de VillaVerde!
¡la
de
Internet!,
recordaba Lucia en
un intento de poner
algo de humor en lo
que
estaba
viviendo.
Unos
pasos
apresurados
que
venían hacia ella,
junto a un gran
murmullo, se oían
de una de las calles
que daban a esa
plaza.
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Lucía empezó a correr, no quería volver a pasar
otra vez por lo mismo. Pero no terminaba de
encontrar la salida.
Mientras intentaba huir volvía a su mente lo que
allí le había ocurrido.
Hacía tres días ella y César habían quedado en
abrir la puerta y descubrir lo que había detrás de
ella. Ese mundo oscuro y excitante que tanto
había llamado la atención de Lucía. Se había
imaginado
mil
cosas,
pero
ahora
podía
averiguarlo.
Al principio fue un descubrimiento, primero
aquel aljibe que era como una “catedral”,
impresionante, luego todos esos corredores, con
grandes galerías o “salones”, las pinturas, incluso
aún se podían encontrar utensilios de una vida
doméstica. Al principio, todo le pareció fascinante,
superior a lo que ella había imaginado. Pero
después, sí después, todo había sucedido
demasiado rápido.
El primer día recordó cómo acabaron durmiendo
en un pequeño habitáculo excavado en la roca,
que disponía de las medidas de una cama de
matrimonio, ideal para el saco de dormir de César.
La temperatura era idónea, sorprendentemente no
hacía frío, ni humedad. El segundo día, siguieron
descubriendo lugares, pero ... allí empezó todo. Al
fondo de uno de los corredores oyeron voces y
ruidos. Quizás la prudencia les indicaba que no se
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debían acercar, pero si habían llegado hasta allí
no era precisamente por su prudencia.
Fieles a su afán por descubrir cosas nuevas ...
ocurrió todo.
Cuando se acercaron vieron a un montón de
gente tirada en el suelo, había también muchos
niños, y de pie, como vigilándoles vieron a algunos
hombres.
Trataron de esconderse, pero alguien les alcanzó
por detrás, César logró zafarse de él, y empezaron
a correr. Más tarde les alcanzaron otros dos
hombres. Pelearon, ella estaba detrás de César,
pero éste cayó al suelo y algo le entró en el
cuerpo, algo que no sabría definir ya que no notó
dolor. Ellos pensaron que si no había muerto,
moriría desangrada o eso era lo que ella se
imaginaba, no se acordaba de nada más, no sabía
qué hacía allí corriendo con esa navaja en la
mano, y a quién agradecer que sólo tuviera un
rasguño, quizás a esa imagen de Cristo que
descubrieron en la iglesia subterránea.
Y de César, de César no sabía nada. ¿Estaría
muerto? ¿se lo habrían llevado vivo?. Tenía que
encontrar la salida, si la volvían a encontrar, y
eran los mismos, esta vez seguro que no saldría
viva de allí, no cometerían dos veces el mismo
error.
Cuando entraron en la ciudad, intentaron llevar
un método ingenioso de marcas en las esquinas
con referencias numéricas para no perder nunca
la pista de la salida. Ella conocía muy bien la
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historia de Ariadna y su hilo de la vida que salvó a
Teseo de morir en el laberinto. Lucía tenía en todo
momento referencia de cuál era la salida. Pero no
entonces, estaba desconcertada, buscaba las
marcas con los números que ella misma había
hecho hacía poco. Pero ¿donde estaba?, ¿cuanto
tiempo había pasado desde que cayó al suelo?. No
recordaba nada, solo quería salir y ponerse en
manos de Raquel, su madre, de su padre y de
Juanillo, su hermano pequeño, quería volver a
verlos, quería pedir perdón. Quería tener una
segunda oportunidad.
De repente encontró una puerta, intentó abrirla
y ... salía, salía hacía la calle, no se lo podía creer,
pero ya no podía más, estaba agotada. Al salir, en
un último esfuerzo, se dio cuenta que estaba
enfrente de la discoteca “Ática”, donde había
empezado todo. Allí estaría Lolo, la ayudaría
seguro. Entró en la discoteca, dio unos pasos y vio
a su hermano Juan y a su amiga Elena, quiso ir
hacía ellos, abrazarles, llorar ... pero cayó
desplomada en el suelo.
Juan y Ramón la cogieron en brazos y se la
llevaron al coche de Elena, que estaba a punto de
arrancar. Salió derrapando directamente al
hospital “Doce de Octubre”. Mientras Juan la
besaba y la abrazaba, Ramón llamó a los padres
de Lucía y les avisó de que la acababan de
encontrar y que estaba bien, pero que la llevaban
al hospital para que la examinaran porque parecía
muy cansada. Todo ello en un intento de
tranquilizar a Raquel.
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Habían pasado casi 30 horas y Lucía seguía
durmiendo en la habitación 744 del hospital. Le
habían suministrado suero, y estaba ya a salvo,
pues sus heridas habían sido leves, únicamente la
pérdida de sangre y el agotamiento, habían puesto
en riesgo su vida.
Raquel seguía esperando al lado de su niña, de
la que no se había separado ni cinco minutos, no
podía.
Mientras todo esto sucedía en el hospital, la
extraña historia de Lucía y César corría de boca
en
boca
por
VillaVerde,
aumentando
y
distorsionando la historia.
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Cuarta Jornada
Chimenea de los hornos de cerámica ‘La Norah’ de VillaVerde
Había perdido la noción del tiempo, César no
sabía cuánto tiempo llevaba en ese laberinto. No
acertaba a encontrar las marcas que habían
dejado para regresar. El miedo y el cansancio no
le dejaban pensar con claridad. Había conseguido
que Lucía pudiera escapar. Afortunadamente le
dio tiempo a darle una navaja para que se pudiera
defender, estaba seguro que había salido de allí,
era una chica muy lista y decidida. Si pudiera
dormir un poco, seguro que lo vería todo más
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claro - pensaba. Pero enseguida, la alerta del
subconsciente le decía que tenía que estar atento:
había conseguido escapar de sus captores y sabía
que le podían encontrar, ellos conocían los túneles
y él no. Sí, Lucía avisará a Lolo y vendrán a
buscarme, pensaba. No tardarán. No quería, no
podía pensar de otra manera.
La Chimenea, es lo que su nombre indica, la
chimenea de una antigua fábrica de ladrillos que
existió en el barrio de San Cristóbal de los
Ángeles. Es un edificio emblemático de este
barrio, porque se ve desde muy lejos, porque está
a la vera de la antigua carretera de Andalucía y
porque es el inicio de este barrio del Distrito de
VillaVerde. Este barrio comenzó a poblarse con
los trabajadores de esta fábrica, cuyo nombre era
“Nora”. Esta empresa hizo viviendas para ellos y
más tarde, a finales de los años cincuenta y
principios de los sesenta se comenzaron a edificar
los bloques que hoy conforman San Cristóbal. La
mayor parte de ellos se hicieron según el Plan de
Desarrollo de los Poblados Dirigidos del Ministerio
de la Vivienda, y que, en su mayor parte,
ofertaban a las empresas públicas y grandes
sociedades de entonces. Por lo tanto, es un barrio
de trabajadores, de inmigrantes de otras regiones
de España. De ahí que el Distrito sea tan solidario
y tenga tan importantes lazos de vecindad porque,
cuando se creó, la mayor parte de sus vecinos no
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tenían familia en Madrid, su familia era el vecino
de lado.
Néstor llegó a San Cristóbal después de haber
sido desalojado de diferentes edificios en ruinas
del centro de Madrid. No era una persona
conflictiva y no quería problemas con la policía. El
había venido de otro país y sólo pretendía mejorar
su vida. Era honrado y trabajador, pero no tenía
su documentación en regla y no quería volver a su
tierra con las manos vacías. Néstor era conocido
en San Cristóbal porque acudía a diario al
mercado municipal. Se ofrecía a los fruteros para
descargar las furgonetas de fruta, les ayudaba a la
limpieza del mercado al final de la tarde y a
cambio le daban algo de comida. Poco a poco fue
ganando la confianza de ellos y algunos le daban
algo de dinero. Algún día seguro que me darán un
trabajo, pensaba.
Hizo especial amistad con el dependiente de la
reparación de calzado, donde también se hacían
llaves, y, entre charla y charla, había aprendido a
poner filis, tapas y tacones. Pensaba que se podría
dedicar a ello y así conseguir sus codiciados
papeles.
Una noche de intensa lluvia, se paró al lado de
la “Chimenea” pensando en cobijarse. Allí había
una pequeña puerta, sin pensarlo y sin saber por
qué, la empujó y se encontró en un pequeño
habitáculo, oscuro, pero que le sirvió de refugio
hasta que amainó la lluvia. De camino a la vieja
fábrica de Boetticher pensó que al día siguiente
con la luz del día volvería a la Chimenea, quizás
se podría ir a dormir allí y evitar los conflictos que
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comenzaban a ser cada vez mayores en la
abandonada fábrica.
La noche fue intranquila para él, no concilió bien
el sueño pensando en que quizás había
encontrado un sitio donde tener más intimidad y
más cerca de donde el pretendía comenzar a
trabajar. Así, al amanecer, no dudó en dirigirse al
nuevo lugar descubierto. Por primera vez se fijó en
lo alta que era la chimenea, lo esbelta y vió que en
lo alto había un nido, y así era, allí anidan las
cigüeñas.
Volvió a empujar la puerta y la dejó abierta para
que entrara algo de luz. Fue entonces cuando vio
que en el suelo había una gran rejilla, la levantó, y
bajó los peldaños de hierro que había, llegando a
una especie de plaza de donde salía lo que parecía
un túnel. Después de andar unos pasos volvió
atrás estaba demasiado oscuro,
- Ya volveré por la tarde, y con una linterna
quizás encuentre un buen sitio para vivir.
Fue un día muy intenso para Néstor, el zapatero
le había hecho una oferta de trabajo. Le ofrecía
dedicarse a la reparación del calzado y así, él
podría trabajar en la copia de llaves, ya que se
estaba construyendo mucho por la zona. Estaba
feliz, por fin iba a tener un trabajo, además, no
pensaba
dejar
de
seguir
colaborando
habitualmente en el mercado, así podría comprar
herramientas.
Como algunos le daban comida, con el dinero
que conseguía compró la linterna y, ya de noche
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cerrada, cuando no había nadie por la zona volvió
a entrar en la Chimenea.
No lo podía creer, aquello era un gran corredor,
excavado muy abajo y bien sujeto, no parecía que
pudiera hundirse. Decidido lo siguió, era recto,
ancho y tenía soportes en las paredes, supuso que
eran donde antaño se colocaban unas teas para
alumbrar ese corredor. Era largo y parecía no
tener fin. Creyó que había andado como unos dos
kilómetros cuando llegó a una pequeña plazoleta
donde había varias bifurcaciones. Fue por una de
ellas
y
comprobó
que
había
diferentes
compartimentos, parecía que había estado
habitado antes. La excitación que sentía era
enorme, estaba convencido, se iría a vivir allí, era
un lugar seguro, un buen refugio. De momento,
no diría nada a ninguno de sus amigos. Volvió a
desandar el camino hecho que esta vez se le hizo
más corto. Estaba cansado había sido un día muy
largo. Pero, sin duda, volvería al día siguiente, ya
con la intención de quedarse allí.
Habían pasado dos semanas desde el trágico
episodio de Lucía y César, y seguía sin saberse
nada de éste.
En este tiempo habían sucedido muchas cosas.
Lucía se fue recuperando poco a poco de sus
heridas, y estaba en casa, de la que no había
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vuelto a salir en todos esos días. Se había
dedicado con pasión a tocar el piano, a componer,
ayudado por su hermano Juan, que era un gran
trompetista.
Sólo accedía a que la visitaran Elena y Ramón.
No quería ver a nadie más. No podría soportarlo,
preguntas y más preguntas, estaba harta.
Después de contarle su historia a la policía, había
estado casi 24 horas seguidas contestando
preguntas.
La policía se había hecho cargo de la
investigación, pero de momento sin resultado
alguno sobre César, ni vivo, ni muerto. Lo único
que habían logrado esclarecer es que se trataba de
una mafia de tráfico de emigrantes, y tráfico de
niños. Seguían sobre la pista, y cualquier día
cerrarían el círculo, y caerían, seguro, pero de
momento no había habido detenciones.
Como era de imaginar, después del incidente
habían desaparecido, no había rastro de persona
alguna, excepto de Néstor, pero de momento
Néstor no era ningún problema, era sólo un
emigrante sin papeles, y ya habría tiempo de
ponerle en su sitio más adelante. Lo que sí
encontró la policía fueron múltiples pruebas y
huellas, aunque ninguna de estas huellas
pertenecían a nadie, de momento. La expectación
en VillaVerde era máxima, todo el mundo hablaba
de la ciudad subterránea. La prensa nacional e
incluso la internacional se habían hecho eco de la
noticia. La Junta Municipal del Distrito, estaba
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pensando en habilitar alguna ruta turística por la
ciudad oscura, aunque ello aún llevaría mucho
tiempo.
De momento permanecía cerrada, ya que
continuaban las investigaciones policiales. Eso sí
al acecho andaban arqueólogos, paleontólogos,
historiadores, medios de comunicación, políticos
etc.
Raquel ese domingo, después de su paseo en
bici, no podía más y había acudido a la Biblioteca,
allí investigaría todo lo que pudiera relacionado
con el pasado de VillaVerde. Quería encontrar algo
sobre la ciudad subterránea, algo que le ayudara
a entender su existencia. Su amigo Paco la
ayudaría. Pero ella sabía que Paco era colega de
Lolo, y éste había sido la causa de que su pequeña
Lucía hubiera estado a punto de morir. Quería
saber más detalles, quería, en realidad ... entrar
en la ciudad subterránea.
Lolo había sido presa de su estupidez y falta de
personalidad. Sin darse cuenta, había ido dando a
los traficantes –inicialmente (hacia él) disfrazados
de corderitos- todas las claves de la ciudad
subterránea para que fueran organizando su
mafiosa red. Sabían qué necesitaban para
conseguir cualquier cosa de ese hombre: la
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pérdida de control, el éxtasis que provocaba la
ingestión de pastillas en esa discoteca nocturna.
En varias noches de “amistad” y locura Sergan, el
más sanguinario y frío de la banda, había logrado
de él toda la información que necesitaba. De un
modo muy fácil, inesperadamente fácil.
El siguiente paso, tan simple, como
anteriores, fue conseguir de él la llave.
los
César y su amigo clon estaban haciendo con
Lolo, unas gestiones parecidas a las que estaban
efectuando los mafiosos. Con el mismo resultado
utilizando los mismos medios. Las llaves fueron
entregadas a ambos el mismo día, en el mismo
lugar, en el día en el que Lolo viajó y viajó más
que nunca con sus inseparables y pequeñas
compañeras.
Cuando Sergan obtuvo la llave de la ciudad de
los túneles se quitó el disfraz. Amenazó a Lolo con
la muerte si alguien se enteraba de la existencia
de esos túneles ocultos. Esa sería su ciudad y
también su secreto, el secreto de los dos. Y
pagaría con su vida la violación del mismo.
Pero dos a esas horas ya no eran dos, ni siquiera
tres. César, su amigo clon y Lucía formaban parte
del preciado secreto. Cuando Lolo volvió de su
viaje nocturno, cuando al día siguiente se dio una
ducha fría, estupefacción y la angustia se
apoderaron de él.
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Quinta Jornada
Fuente de la Felicidad, del escultor Félix Rubio
La angustia de Lolo se convirtió en una
sensación de pánico insoportable cuando vio a
Sergan en la biblioteca. Varios días antes había
entregado sendas llaves a él y a César y había
recibido la mortal amenaza de, hasta ese
momento, su disfrazado amigo. Se acercó
sonriente, como si nada ocurriera, emplazándole a
“una charlita” cuando saliera de la Biblioteca. Lo
estaría esperando junto al edificio de la Junta
Municipal.
El resto del día fue verdaderamente insoportable
para Lolo. No podía contar a nadie su terror. Fue
varias veces al servicio a vomitar y aguantó como
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pudo el tétrico tic-tac del tiempo. Pensó en no
acudir a la cita. Pensó en ir a la policía. Pensó en
evitar el final que le esperaba ese mismo día,
infligiéndose él mismo una muerte indolora y
rápida. Pero ninguno de esos pensamientos
desesperados cristalizó en su mente y a la hora
convenida estaba junto al edificio de la Junta
Municipal.
Allí estaba Sergan. Ahora no sonreía. Tenía en
su mano un bolso. Lo llevó a empujones a un
callejón estrecho. Le puso una navaja en el cuello
y le preguntó agresivamente quienes eran los que
habían estado en los túneles el día anterior: un
chico y una chica. Lolo le juró que no lo sabía,
pero su sanguinario ex-amigo no le creyó y le
propinó un profundo corte con la navaja en la
cara. Le dio el bolso que se le había caído a la
chica en su apresurada huida y le dijo que no
habría más oportunidades: al menor problema
que encontraran a partir de ese momento,
ejecutaría su amenaza de matarlo.
Lolo se quedó desangrado y llorando en el suelo.
La sangre brotaba a borbotones del corte de su
cara. Con un pañuelo intentó taparse un poco
para pasar desapercibido, cosa que era realmente
difícil. En el Paseo de Talleres, arrojó el bolso de
Lucía debajo de un coche. Recordó que tenía el
teléfono de César, recogido en una de las noches
de alucinación. Llamó y le dijo a su tío que fuera a
comisaría, colgando posteriormente sin mencionar
más detalles.
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Raquel sabía que Lucía seguía estando en
peligro, no lo quería comentar con nadie, pero le
estaba mortificando. No sabía qué hacer, quizás si
pudiera hablar con César, que imaginaba
responsable de todo lo ocurrido, o con alguien de
la trama se calmaría. Pero que tontería, a ella
nadie le haría caso.
Lucía, en su interior, sabía que no podía salir a
la calle, no de momento. Su hermano Juan y su
padre, estaban en contacto permanente con la
policía sobre el avance de las investigaciones,
aunque no comentaban nada en casa para no
alarmar más a las mujeres.
César, tenía noticia de lo que iba a ocurrir en el
interior de la ciudad, ya que conocía a Sergan y su
mafia, y también Lolo le había contado que le iba
a dar otra llave a Sergan. En su atrevimiento,
César había planeado chantajear a Sergan a
cambio de no decir nada, a menos que le dejara
entrar en el negocio. Pero no era esa la intención
de Sergan y los suyos. Todo le había salido mal a
César, y ahora estaba detenido por los mafiosos,
herido, y no sabía nada de Lucía, lo único bueno
que le había ocurrido últimamente en su vida.
Todos sus planes hechos trizas.
Sergan tenía pensado para él una larga
ausencia, lo enviaría como mano de obra a unas
minas de diamante, de su propiedad, que se
acababa de comprar en Botswana. ¡Quien sabe, a
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lo mejor no lo soporta!, pensaba. Y probablemente
no volvería vivo. Pero no lo iba a matar, había que
sacarle el jugo que pudiera, total aquí nadie lo iba
a echar de menos, quizás un poco su tío, pero a lo
mejor hasta le daría las gracias.
Sergan seguía intranquilo, se había librado de la
policía y tenía a Lolo y César controlados, pero ya
no podía seguir utilizando la ciudad subterránea,
por lo menos hasta que se calmaran las cosas.
Además había una persona que quizás lo hubiera
visto, una chica. Hasta que no la eliminara, no
podría volver al negocio. Lucía no había confesado
a nadie los rasgos de ningún individuo de los que
vio en el túnel. Pero no se le iba la imagen de uno
de ellos. Mientras César peleaba con dos matones,
antes de caer herido, detrás de ellos, impasible,
había otro hombre, rubio, alto. Su cara le sonaba
de algo, pero no sabía de qué. Era una imagen
que no se le iba de la cabeza, él estaba allí,
sonriente, esperando, sabía que si salía a la calle
y se cruzaban se reconocerían inmediatamente, y,
lo que es peor, sabía que la estaba buscando
porque era un obstáculo.
Lucía no sabía nada de César y eso le
preocupaba mucho. Sólo había permitido que
fuera a visitarla su amiga Elena, no quería ver a
nadie, pero a la vez, ansiaba que alguien le dijera
algo de su amigo de aventuras. Elena le había
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dicho que no sabía nada de él, aunque el tema
había tomado una gran relevancia y había salido
en las noticias. Por fin, una tarde que fue Elena a
verla le preguntó directamente por César. Como
en otras ocasiones, Elena no sabía nada.
Entonces sí se atrevió:
- Elena, voy a pedirte un favor, no puedo más y
necesito saber qué ha pasado con César, dime la
verdad, si la sabes.
- No se nada Lucía, nadie dice nada. Sólo hay
rumores y cotilleos, la policía no dice nada y yo
tampoco se más.
- Entonces, ¿podrías ir a la biblioteca y
preguntar a Lolo por él?. Seguro que sabe algo, le
conoce y conoce a mucha gente con la que
contactaba César en la discoteca.
- Lucía, me da un poco de miedo. La policía está
investigando. Sola no me atrevo a ir, dijo Elena.
Lo único que puedo hacer es ir con tu hermano y
con María, que conoce a Lolo mejor que yo.
Lucía no quería involucrar a su familia.
Conociendo a sus padres, seguro que ya estaban
indagando por su cuenta. Ella sólo quería saber si
César estaba bien, se negaba a ponerse en lo peor,
por eso le dijo a Elena:
- Quizás sea mejor que vayas con María, mi
hermano es pequeño y lo único que puedo
conseguir es que mi madre se enfade. Prefiero que
no sepan nada de esto. Además, María conoce a
mucha gente de VillaVerde Alto, porque va mucho
por la biblioteca y por “Attica”. Sí mejor que vayas
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sola con María, pero sin arriesgaros.
pregunta si ya ha aparecido César.
Sólo
Cuando llegó a casa, Elena llamó por teléfono a
María y le comentó lo que Lucía le había pedido.
María no puso ninguna pega, ella la acompañaría.
Lo cierto es que ya le podía la curiosidad.
Quedaron en ir al día siguiente a la biblioteca,
después de salir de clase. Así no levantarían
sospechas de nadie.
Cuando llegaron al día siguiente a la Biblioteca,
Lolo no tenía buen aspecto, estaba nervioso y se
dieron cuenta que las eludía. En un momento que
no había nadie en el mostrador se acercaron a él y
le preguntaron directamente si se sabía algo de
César. Él les dijo que no y que le esperaran al
cierre, pero no en la puerta de la Biblioteca, les
pidió que le esperaran en las paradas del autobús
que están en frente de la estación de tren de
Alcocer.
Así lo hicieron. Una vez juntos, pasaron a la
cafetería que está al lado y Lolo les empezó a
contar su historia.
Como ya sabrían ellas, les contó la existencia de
una puerta en la biblioteca que daba a una
pequeña ciudad subterránea. Él había presumido
de haberla encontrado y dijo que tenía la llave de
acceso. Se sentía el rey de la ciudad subterránea y
para llamar la atención en la discoteca, presumía
ante sus amigos de que tendría un sitio para vivir,
sin costarle nada, sin tener que pagar a los
especuladores. Un sitio donde no tendría que
preocuparse de los vecinos, porque podría tener la
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música tan alta como quisiera, porque podría
llevar a mucha gente y celebrar las fiestas que
quisiera, donde podría guardar sin que le
descubrieran la hierba que se fumaba y las
pastillas que compraba. En fin, era el gallo del
corral, porque tenía a todos encandilados con su
palabrería. Además, como era el bibliotecario,
nadie dudaba de lo que decía. Así fue como se
enteraron César y Sergan de la existencia de esta
ciudad.
Al primero le interesó porque eran un aventurero
nato y el riesgo y lo desconocido le atraían. Al
segundo, le interesó porque tenía otros proyectos
en la cabeza, y si era verdad lo de la ciudad, le
vendría muy bien saber cómo llegar a ella. Esas
fueron las razones por las que se hicieron tan
amigos de él, ahora se daba cuenta. Se paró unos
instantes en su relato, y Elena impaciente como
estaba, no esperó más y le preguntó si sabía algo
de César o no.
- No, no se nada y estoy tan asustado qué no se
que hacer, le contestó. He quedado aquí con
vosotras porque estoy amenazado. Sergan me ha
dicho que me matará si revelo algo de los túneles,
pero no puedo más. Sólo os diré que el hombre
que me contó parte de la historia de estos túneles
me dijo que había dos puertas más. Eso no lo
sabe Sergan, no llegué a decírselo a nadie, menos
mal - suspiró -, ni siquiera se lo he dicho a la
policía. Os diré que una de ellas está en San
Cristóbal, en la Chimenea, la otra por donde debió
salir Lucía. Y ya no os quiero contar nada más
porque no quiero que me relacionen con vosotras,
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podría ser peligroso. Llevo sin salir de casa desde
el día que llegó Lucía a la discoteca. Lo estoy
pasando fatal, tengo muchos nervios y calambres.
Elena y María se miraron y le dijeron, que no se
preocupara que ellas no dirían nada y que seguro
que no tardaría en salir de allí César, si había
otras salidas él las encontraría. María le dejó su
teléfono para que las llamara en cuanto supiera
algo y poder tranquilizar a Lucía.
Se despidieron, y las chicas se fueron con toda
rapidez a casa, por suerte, estaban al lado de la
parada del autobús. Al comienzo del trayecto
fueron calladas pero cuando llegaron a su parada
y se quedaron solas, fue cuando empezaron a
calmarse, se dieron cuenta de que estaban tensas.
Lolo las había puesto nerviosas con su historia.
Se les planteaba una duda, ¿le decían a Lucía lo
de la existencia de otra puerta?. ¿Se lo decían a la
policía?. Quedaron en hablar al día siguiente y
tomar una decisión, por la mañana lo verían con
más claridad.
César estaba recluido en un zulo, pequeñísimo y
oscuro. Llevaba la vida de lo que era, un
secuestrado. Desde que fue retenido en el túnel,
tras ser apuñalado por un hombre, no había visto
a nadie, ni a sus raptores ni al resto del mundo.
Ellos no eran agresivos con él, le daban de comer
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y le permitían salir para hacer sus necesidades. El
zulo estaba situado en el poblado de El Salobral.
No sabía cuántos días llevaba allí. Estaba, tras
recuperarse de las heridas que le habían infligido
sus raptores, relativamente calmado. No temía a
la muerte. Su espíritu aventurero y agresivo era
superior al miedo. Normalmente había dos
hombres fuera del zulo, les oía hablar a menudo
en un idioma que debía ser del Este de Europa.
Reconocía claramente sus voces y casi sus
respiraciones. Un día concluyó que uno de ellos
no estaba. Seguía teniendo su cadena de oro, que
por la parte menos visible tenía una punta muy
afilada, que a todas luces había pasado
inadvertida a sus raptores. Pidió que le abrieran la
puerta para hacer sus necesidades, efectuó la
operación consuetudinariamente. Abrió la puerta
lentamente, observó que su centinela estaba un
poquito despistado, y con la parte afiladísima de
su cadena le hizo una profunda incisión en la
pierna. Sabía que eso le daba más o menos un
minuto para buscar la salida de ese lugar que
desconocía, y que de no encontrarla moriría.
Salió corriendo, observó unas diminutas
escaleras de caracol y las subió. Tras esas
escaleras sólo vio una ventana y, con la prudencia
que da la locura y la desesperación, se tiró por
ella, sin saber qué habría al otro lado. Entre
coches quemados salió corriendo, no sabía dónde.
Por suerte al poco tiempo reconoció dónde estaba
y fue capaz de orientar su vertiginosa carrera. No
podía ir a casa de su tío, ni de Lucía, ni por
supuesto a la ciudad subterránea. ..... ¿la ciudad
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subterránea? .... ¡la ciudad subterránea! Sintió
que ahí estaría más protegido que en ningún sitio.
O quizás su curiosidad obstinada y amante del
riesgo extremo no había quedado saciada.
En el breve instante en que duró esta reflexión,
seguía corriendo sin parar, escuchó disparos a
sus espaldas. No era solamente un hombre, su
raptor, el que le perseguía, sino tres hombres
armados. Los primeros rayos del alba , de un
amanecer que no pudo observar, hicieron acto de
presencia.
Los perseguidores no paraban de disparar. La
carrera era a una gran velocidad. César era
físicamente fortísimo pero parecía que sus
desgraciados perseguidores no lo eran menos.
César cruzó la Avda. de Andalucía y siguió por la
Gran Vía de VillaVerde. Nadie se cruzaba en su
camino.
Un disparo furtivo impactó en su pierna derecha
y cayó al suelo. En su caída sólo pudo ver cómo,
en la lejanía, un hombre se acercaba.
Cuando despertó pensó que, a pesar del dolor
terrible que le congelaba la pierna, todo había
terminado bien. La presencia de los dos policías
nacionales que le custodiaban le hizo pensar
fugazmente que el disparo había sido realizado
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por error por algún agente que seguía la pista de
sus raptores.
Al recuperar la plena consciencia y lucidez de
mente, le inquietó que estuvieran en el último piso
de un edificio en construcción. Reconoció las
vistas al río Manzanares y el fuerte olor a carne
podrida quemada, por lo que pensó que
seguramente estuvieran en Nuevo Rosales, ya que
tras el río existía una incineradora de carne.
Creía percibir en el extremo de lo que alcanzaba
a ver por la ventana una estructura de ladrillo
familiar. Apartó la sábana y se bajó de la cama.
El dolor subió como un calambrazo, invadió su
pelvis y su columna vertebral, y le oprimió la
cabeza como en un puño. Jadeando se tumbó
como pudo, y una ola roja nubló su
entendimiento.
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Sexta Jornada
Biblioteca Pública María Moliner
Lolo se limpió como pudo la herida que le
produjo el corte en la cara. Contó a todos que
había tenido un extraño accidente en casa, y qué
un cuchillo de cortar jamón había tomado vida
propia y en vez de cortar la jugosa pieza jamonera,
arbitrariamente, había decidido ir a parar a su
rostro con las evidentes consecuencias.
Cuando Elena, el día de su cumpleaños, ya
extremadamente preocupada, le contó todo acerca
de que Lucía y César no aparecían, tras haber
entrado con la llave que él les había facilitado en
la ciudad subterránea, Lolo no tuvo ni tiempo
para reaccionar, al momento apareció Lucía
desfondada por la puerta de la discoteca, les
dedicó una sonrisa de alivio, les dijo que no sabía
nada de César y cayó.
Lolo salió de su estado de pánico y
aletargamiento. Pensó, en el momento de lucidez
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real , no artificial, que él era el culpable de todo
aquello y que, aunque se jugara la vida, tenía que
empeñarse en buscar a César. Sin duda, pensó,
debe estar retenido por Sergan y su banda. Pero
no sabía por donde empezar su búsqueda.
Entendió que la situación era crítica y que debía
contar todo lo que sabía a la policía. Tardó dos
días en vencer el miedo pero lo hizo. Cuando
Lucía se despertaba de su largo sueño en el 12 de
Octubre y los medios empezaban a dar eco a la
historia de la ciudad subterránea, acudió a la
comisaría de la calle Pan y Toros y contó todo lo
que sabía. Requeridos por los policías, en un
ambiente de discreción que favoreciera la
investigación, acudieron Raquel, Juan Ángel y
Antonio, el tío de César, y entre todos fueron
verificando versiones. Lolo aportó una precisa
descripción de Sergan, que era el único de los
mafiosos que él conocía, y que él imaginaba que
conocía el paradero del desaparecido.
El dispositivo se montó con la mayor discreción
posible. Muchos hombres de paisano patrullarían
a todas horas las calles del distrito porque se
pensaba que no debían estar muy lejos. Pasaron
días y no había mejores pistas. Un día, justo al
amanecer, uno de los agentes de paisano divisó a
lo lejos a un joven corriendo, un ruido de arma de
fuego, el joven cayendo y unos hombres, uno de
los cuales respondía a la descripción de Sergan,
acercándose a él. Llamó a varias unidades, ¡iban a
pillar a la banda mafiosa y a recuperar la libertad
del desaparecido!
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Las unidades acudieron inmediatamente. Sergan
agarró a César, cogió un coche que estaba
aparcado en el taller (concesionario de Renault
que hay justamente bajo la confluencia de la
Avda. de Andalucía con la Gran Vía de VillaVerde)
y, dejando allí a sus compañeros, salió a toda
prisa. Robar coches no era un obstáculo para él.
Sus compañeros fueron inmediatamente retenidos
y comenzó una vertiginosa persecución. Sergan
tomó el camino de la Avda. de Andalucía en
dirección al centro de Madrid, después la
carretera VillaVerde a Vallecas, que cruzó a toda
velocidad. Detrás le seguían la pista dos coches de
policía, con las sirenas puestas. El estruendo
despertó a muchos vecinos de los pisos de la
antigua Ateínsa, la zona en la que RENFE
construía sus locomotoras y vagones de trenes,
que había dejado paso a una zona de pisos. Al
llegar al edificio de oficinas conocido como
Novosur, giró a la derecha, por la Avenida de Los
Rosales.
Un tercer coche de policía había salido de la
comisaría y, pasando el centro comercial, había
cruzado San Fermín, atravesando la rotonda del
edificio Novosur, y se encontraba camuflado un
kilómetro más adelante, ya inmerso en el barrio
de Nuevo Rosales. Cuando los policías ocupantes
de este coche reconocieron el vehículo en el que
Sergan estaba realizando su veloz huida, le
cortaron el paso de improviso. Sergan dio un gran
volantazo y su coche robado quedó volcado en la
calle. Inmediatamente el coche fue asaltado por
los policías.
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Lucía se estaba preparando para el próximo
concierto de piano. Estaba ya en grado superior y
sólo le quedaban dos años para terminar la
carrera. Llevaba más de diez años estudiando en
el Conservatorio de El Espinillo. Estudiaba junto a
Elena, las dos habían sido compañeras desde 2º
de Grado Elemental, y eran íntimas amigas.
Para preparar el concierto, su profesora, Esther,
había accedido a ir a su casa a practicar con el
piano de Lucía, que aunque no era un piano de
cola como el que solían usar en el conservatorio,
sí era un buen piano. Juan Ángel y Raquel se lo
habían comprado con mucho esfuerzo, pero con
toda la ilusión del mundo. Esther era muy
rigurosa, pero ahora lo que más le preocupaba era
la salud de su alumna, casi como su hija después
de tantos años.
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El programa del concierto era muy atractivo para
el público, ya que iban a tocar, “Arabesco” y
“Claro de Luna” de Debussy ; el “Preludio op. 2815” de Chopin, y el “Vals op. 69-1, el adiós”
también de Chopin. Este último no le hacía
ninguna gracia, pues el título la retrotraía a los
sucesos de hace quince días que no se le borraban
de su pensamiento. Elena se había ofrecido a
tocarlo ella y cambiarlo por alguno de su
repertorio, pero quedaban pocos días y ya no
podía prepararlo. Ese día sería el primero que
volvería a salir de casa. Y aunque ya no solía
ponerse nerviosa antes de un concierto, ante éste
tenía una ansiedad y angustia terribles.
Para colmo en ese concierto iba a estar el
auditorio repleto, había mucha gente que quería
mostrarle su cariño, y otros que tenían mucha
curiosidad por verla de nuevo, y algún medio de
comunicación había anunciado su presencia. Para
ella sería nuevo, pues en los conciertos que solían
dar, como mucho había media entrada.
Esto no le importaba tanto, pero ¿habría alguien
de los que ella se imaginaba que podían aún
perseguirla?.
Lucía estaba muy contenta, pues su amiga
Beatriz, volvía de Viena, donde había estado
becada, mejorando y tocando su guitarra clásica
durante el último año. Juntas tenían muchos
sueños y proyectos.
Lucía había empezado este año a estudiar la
carrera de Geológicas, pero le había resultado
muy difícil compatibilizarlo, y con los últimos
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sucesos, la había abandonado de momento,
quizás el año próximo volvería a intentarlo. Eso sí,
tenía una experiencia geológica inigualable, había
hablado con muchos compañeros por teléfono
sobre la ciudad subterránea y su formación, y
tenía muchas ganas de ver a algunos de sus
profesores, pero ... sería el año siguiente. Elena
quería que este año, después del concierto, se
fuera con ella a Mallorca a pasar todo el verano.
Sus padres tenían una casa en la costa norte, y lo
podían pasar genial. Aprovechando que volvía
Beatriz, podían estar otra vez las tres juntas.
A Lucía le gustaba mucho la idea. Pero mientras
no supiera nada de la detención de todas las
personas que allí vio, y sobre todo que la vieron a
ella, y volviera a ver a César con vida, no estaba
preparada para salir a ningún sitio. Respecto a
César ya había llegado a la conclusión de que no
volvería a salir con él. Pero tenía que verle, tenía
que hablar con él, tenía que saber que estaba
bien.
Juan fue el primero que se enteró de la
detención de Sergan. Rápidamente se puso en
contacto con su madre, que estaba en la
biblioteca, y le pidió que fuera a casa lo más
pronto posible. Juan salió corriendo hacia su
casa, estaba eufórico, tenía que contárselo a su
hermana. Esto podría poner fin a la pesadilla.
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Llegó casi a la vez que Raquel, que había salido
de la biblioteca enseguida, y por supuesto sin
poder entrar en la ciudad.
Una vez que estuvieron todos reunidos, Juan les
habló de lo que se acababa de enterar:
- He estado en la comisaría, y me han dicho que
acababan de detener a Sergan, el cabecilla de la
mafia que actuaba por aquí, y, con él, a gran parte
de sus secuaces, desmantelando la estructura
que poseían.
Lucía estaba emocionada, pero no podía esperar
más y le preguntó a su hermano: - ¿Cómo era ese
tal Sergan?
- Pues no lo se muy bien, pero me han dicho que
era de un país del Este, y creo que era alto y
rubio.
Lucía empezó a llorar, sería él seguro, no podía
dejar de llorar. Raquel se acercó a ella y la abrazó
... todos se abrazaron y los más lloraron junto a
Lucia.
Juan, sobreponiéndose, les dijo que eso no era lo
único que sabía, que había más. Todos le miraron
expectantes y les dijo:
-También han encontrado a César, está herido,
pero no es nada grave.
A Lucía, en ese momento, le dio un vuelco el
corazón y le dijo a su madre que tenía que verlo,
que quería salir a la calle. Raquel
decidió
acompañarla.
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Juan les comunicó que estaba en el “12 de
Octubre”, así que salieron inmediatamente hacia
allí.
Cuando llegó a la habitación donde estaba César
y vio que, efectivamente, estaba bien, le abrazó, le
besó, y habló, habló sin parar. Tenían tantas
cosas que decirse, tanto que sacar fuera, que ese
día fue como una liberación total para Lucía.
Al poco llegó a la habitación del hospital, su tío
Antonio, y más tarde Lolo, Elena y María. Cuando
los vieron allí a los dos, todos lo celebraron.
Al día siguiente, Lucía y Elena siguieron
preparando el concierto en el conservatorio, con
Esther. Esa misma tarde era la cita.
VillaVerde estaba en ebullición, la gente hablaba
y no paraba de todo lo que había ocurrido en los
últimos quince días. Y todos sabían que esa tarde
tocaba Lucía en el auditorio del conservatorio.
Cuando llegó la hora del concierto había tanta
gente, que más de la mitad se tuvieron que quedar
fuera. En el auditorio había gente hasta por las
escaleras. Nadie quería perderse a una de sus
vecinas que había sufrido tanto y que tocaba
maravillosamente. Era un orgullo para VillaVerde
que, como muchos otros jóvenes, lo habían
convertido en uno de los lugares más dinámicos,
brillantes y pujantes de Madrid.
El presentador anunció el nombre de Lucía. En
ese momento se levantó todo el auditorio y se
puso a aplaudir, aplaudió durante más de diez
minutos. Elena, Ester, Raquel, Juan y sus amigos
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más cercanos estaban emocionados. Lucía
apareció, y con una reverencia, quiso dar las
gracias a todos. A continuación se puso a hacer lo
que mejor sabía, tocar el piano como un ángel.
Lucía agradeció a todo el mundo los aplausos
finales y dio las gracias muy especialmente a sus
padres, a su querido hermano Juan, a su amiga
Elena, a María, a toda la gente de VillaVerde y a la
policía del distrito.
Una vez finalizado el concierto, inolvidable para
ella y para todos sus vecinos, se fue con sus
amigas a tomar algo. Volvió a la calle, a disfrutar,
a reír. La vida comenzaba de nuevo para Lucía.
Elena sabía que les esperaba por delante un
verano maravilloso en Mallorca, junto a sus
amigas. Esa sería la mejor forma de olvidar todo
aquello, y de que Lucía se olvidase de César y
siguiesen rumbos distintos.
Después de todos estos acontecimientos y
sabiendo que sus amigos se encontraban bien,
Elena y María, decidieron contar a Raquel la
existencia de la puerta de la Chimenea.
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Raquel se lo agradeció y para no remover el tema
más, puesto que todo estaba saliendo bien, las
tranquilizó diciendo que seguro que eso ya lo
sabía la policía.
Raquel, que es una mujer a la que no le gusta
dejar las cosas a medias y con una gran interés
por la historia y costumbres españolas, así como
por todo lo que acontece de donde vive, sentía
verdadera curiosidad por conocer la ciudad
subterránea. No le había dado tiempo a hablar
profundamente con su amigo Paco, a eso había
ido a la Biblioteca el día que detuvieron a Sergan y
apareció César. Pero no pensaba dejar las cosas
así, pensaba ponerse en contacto con todos los
que habían conseguido entrar en ella, policía,
investigadores, arqueólogos. Ella tenía pensado, si
la aceptaban, colaborar en lo que fuera, en la
investigación, buscando datos, antecedentes,
contactando con personas mayores de VillaVerde
que hubieran oído algo. Tenía buenos contactos
en las Asociaciones de Vecinos y era muy querida
en el Centro de Mayores Miguel Delibes.
Raquel estaba feliz, se le abría un mundo
fascinante, no pudo realizar estudios superiores
pero era una mujer con mucha cultura,
le
gustaba leer y sobre todo le gustaba aprender,
seguro que aceptarían su colaboración.
Sin más, quedó con Gema y sus amigos para
comentarles la decisión que acababa de tomar.
Ellos, conociéndola y sabedores de su capacidad,
la felicitaron por su decisión
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- Es una oportunidad
desaprovechar, le dijeron.
que
no
debes
Pero
no
dudes
en
contarnos
los
descubrimientos que hagas, es más, deberías
escribirlo, aunque sólo sea como diario, le dijo
Paco.
- Eso haré, no os quede duda, les contestó ella.
¡Comienza una vida nueva para mí!.
Brindaron por ello.
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Epílogo
Pasó el verano. Nada había alterado la
tranquilidad de la familia. Lucía volvía a sonreir
con fuerza, como solía hacer antes de que
ocurrieran los ya famosísimos acontecimientos.
Había sido capaz de reflexionar en los para ella
largos meses de verano, apoyada por sus padres,
sobre las consecuencias, ventajas, inconvenientes
de su carácter tan pasional y vehemente, tan
ilusionable, buscador de alicientes, de elementos
dinamizadores de su vida. No podía estar quieta.
No quería parar.
Volvieron también para Raquel las rutinas,
tanto las inhibidoras, las que la vida diaria
dictaminaba que había que realizar con o la
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mayoría de las veces sin el agrado de ella, como
las vitalizadoras, como era la de su paseo en
bicicleta dominical con su amiga Gema y posterior
subida y relajación en la cumbre de Ariadna, en el
Parque Lineal.
Raquel le hablaba a Gema de ese carácter
indomable de Lucía. Le gustaba y le preocupaba.
Ella se había esforzado en educarla de modo que
tuviera los ojos siempre abiertos, que fuera crítica,
buscara las claves de las cosas, llegara hasta el
fondo de ellas. También de modo que apreciara la
cultura, el arte, el camino del esfuerzo para
conseguir alcanzar nuevas cotas. Pero claro,
inevitablemente, esa cara llevaba una cruz, no
podía limitarle en qué cosas quería que tuviera
curiosidad e ilusión y en cuales no. Y su
excitación hacia los túneles, su pasionalidad, su
emotividad, le hacían provocarse a si misma y a
su familia quebraderos de cabeza tan grandes
como los que habían acontecido en las famosas
semanas que ya quería olvidar.
Gema escuchaba atentamente, asintiendo en
muchas de ellas, las palabras de Raquel. Ella y su
marido sentían esa misma pasión, ese corazón
caliente. No llevaban mucho tiempo en su barrio,
El Espinillo, apenas algo más de un año y medio,
desde aquel mes de Agosto en que le dieron el
piso. Habían descubierto la gran ilusión de
amueblarlo, el entusiasmo de hacer buenos
amigos entre la vecindad, con compartición casi
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plena de aficiones y modos. Se habían acercado a
la Asociación de Vecinos, sintiendo que las
personas que allí estaban merecían la pena y se
preocupaban de verdad, desde hacía años, por el
desarrollo de su barrio. De hecho, allí había
conocido a Raquel. Su marido, Andrés, se
enganchó
pasionalmente
del
proyecto
de
comunicación por internet que había en el barrio,
pudiendo así dar rienda suelta a sus
pensamientos, ilusiones, emociones. El barrio
tenía limitaciones y carencias, pero crecía,
mejoraba en sus comunicaciones, en sus zonas
verdes, en su dotación deportiva. Aunque había
muchas cosas por las que merecía la pena seguir
luchando. Y ahí estaban ellos, junto con todos sus
vecinos, para hacer que eso sólo fuera el principio
y que todo fuera hacia adelante.
Raquel y Gema se abrazaron. Después, se
relajaron en silencio mirando a Madrid, desde el
lugar privilegiado en el que se encontraban.
Ariadna las protegía.
FIN
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Apéndice
La ciudad subterránea es el resultado de la 1ª MaratoNet de VillaVerde, que
consistió en una redacción libre y contributiva, a través de Internet, a lo largo
de la segunda quincena de Mayo de 2004.
La AAVV El Espinillo ha descubierto
el enorme potencial que internet
ofrece para articular la vida vecinal.
Desde 2001 mantiene un foro al que
se conectan todos los vecinos
generando miles de páginas de
intercambio de opiniones, avisos y
ideas de todo tipo, desde la
compraventa de enseres y la
coordinación
de
actividades
culturales hasta la opinión política y
la creación de un servicio de
información de emergencia durante
la crisis del 11M.
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La MaratoNet ofrecía un foro
contributivo, un foro de comentarios
simultáneos, grabaciones en MP3 de
los capítulos a medida que se iban
entregando, y la última versión
maquetada en PDF. La participación
era completamente libre y anónima.
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En la ciudad subterránea de VillaVerde
SUMARIO
QUERIDO LECTOR
7
PRIMERA JORNADA
11
SEGUNDA JORNADA
27
TERCERA JORNADA
41
CUARTA JORNADA
51
QUINTA JORNADA
59
SEXTA JORNADA
71
EPÍLOGO
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APÉNDICE
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Agradecimientos a
BIBLIOTECA PÚBLICA MARÍA MOLINER
2004 fue el año de la terrible desgracia del
atentado contra los trenes de Atocha, en el que
murieron asesinadas 190 personas, casi todas
vecinos del sur de Madrid. A ellos dedicamos
nuestro esfuerzo y toda la ilusión con que
intentamos promover barrios más solidarios,
más participativos, y en definitiva
más humanos.

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