ECOLOGIA Y GESTION ECOLOGICA. ENTRE LA ESTETICA Y LA

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ECOLOGIA Y GESTION ECOLOGICA. ENTRE LA ESTETICA Y LA
ECOLOGIA Y GESTION ECOLOGICA. ENTRE LA ESTETICA Y LA SUBSISTENCIA
ECOLOGIA Y GESTION ECOLOGICA. ENTRE LA ESTETICA
Y LA SUBSISTENCIA
J.P. de Nicolás∗
Dpto. de Parasitología, Ecología y Genética.
Facultad de Biología. Universidad de La Laguna.
La Laguna. Tenerife. Islas Canarias.
Diversidad de concepciones en torno a la Ecología. Su origen.
Los términos Ecología, ecológico y ecologismo gozan de clara popularidad y aparecen
con frecuencia en los medios de comunicación. Hablamos de moda ecológica, de alimentos y
de paisajes ecológicos, de grupos y partidos ecologistas, de problemas ambientales que ponen
en peligro la subsistencia humana, y de estudios ecológicos que desaconsejan la urbanización
de la costa para no alterar el equilibrio de los ecosistemas marinos4.
Pese a esta cotidianeidad, un análisis lógico pondría en evidencia que, con cierta
frecuencia, la terminología relacionada con la Ecología encierra concepciones aparentemente
contrapuestas. Así, para una gran parte de la población el paseo de Colón y las piscinas
Martiánez del Puerto de la Cruz, en Tenerife, constituyen insignes realizaciones ecológicas
porque resulta agradable pasear por allí; mientras que para otra parte de la población, más
reducida pero que se dice más culta, hormigonar progresivamente la costa implicaría una
grave alteración ecológica.
Tal divergencia en la percepción sobre lo que se entiende por valores ecologicos pudo
comprobarse en un estudio realizado por nosotros4 en relación con la percepción por la
población del entorno de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, apreciándose que los
aspectos a los cuales los científicos atribuyen carácter ecológico, como la estabilidad y la
diversidad de los ecosistemas, no son percibidos como tales por la generalidad de la
población, sino que ésta identifica básicamente lo ecológico con los aspectos estéticos del
paisaje10’17.
La diferenciación entre una valoración estética y otra valoración relacionada con la
subsistencia puede constatarse analizando el lenguaje, en cuanto que éste es reflejo de
situaciones sociales concretas. Un estudio de este tipo sugiere que la referida diferenciación
debió producirse con posterioridad al Paleolítico, pues los pueblos que actualmente presentan
un desarrollo cultural equivalente utilizan el mismo término para referirse a la bondad y a la
belleza de las cosas, ya que lo que para ellos resulta adecuado para la subsistencia es a la vez
bueno y bello. La distinción se produciría después, con el desarrollo de la cultura agraria y
ganadera, de forma que durante la antigüedad clásica ya existían términos específicos para referirse al bien, a la verdad y a la belleza, y la sociedad se estructuraba de forma que el disfrute
estético se asoció a los ciudadanos libres, mientras que la subsistencia quedaba en manos de
los esclavos encargados del cultivo de los campos.
∗
Nicolás , J.P. de (1990) . Ecología y gestión ecológica . Entre la estática y la subsistencia . En: Homenaje al
Prof Nácere Hayek Calil , pp. 451—458. Universidad de La Laguna , La Laguna.
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ECOLOGIA Y GESTION ECOLOGICA. ENTRE LA ESTETICA Y LA SUBSISTENCIA
Relación sentimental con el paisaje y su interpretación adaptativa
El hombre primitivo percibía la naturaleza de una forma más global que el actual, no
estableciendo demasiadas distinciones intelectuales. Al tomar un fruto para alimentarse se
vería envuelto por una atmósfera de sensaciones táctiles, visuales y gustativas que
estimulaban su alimentación y. de esta forma, garantizaban la subsistencia de la especie
humana. Tales percepciones no se asociaban exclusivamente a los frutos, sino a todo el entorno. En esta línea, diversos estudios sobre la percepción y evaluación del paisaje realizados
en el Reino Unido han puesto en evidencia la especial atracción ejercida por los paisajes
verdes y frondosos, con gran diversidad de especies y con agua en sus proximidades, que se
traduce en sensaciones equivalentes a las que se experimentan al recorrer la laurisilva del
macizo de Anaga en Tenerife, o al presenciar una panorámica de la Vega lagunera o del
mismo Valle de la Orotava.
Resulta significativo, y posiblemente no sea casual, que los paisajes más atractivos se
correspondan precisamente con aquéllos que presentan mayor productividad primaria y que
pueden alimentar mayor población. Realmente no podía ser de otra forma desde una óptica
adaptativa. ¿Qué habría sucedido en el caso de que sobre la generalidad de las poblaciones
hubieran ejercido mayor atracción los paisajes pardos de los desiertos, incapaces de mantener
la más mínima población?. Probablemente tales poblaciones hubieran desaparecido. Por otro
lado, resulta difícil admitir que un elemento tan significativo en el comportamiento humano
como es la atracción estética por el paisaje careciera de cualquier valor adaptativo.
Si admitimos que la sensibilidad ante el paisaje de las poblaciones primitivas jugó un
claro valor adaptativo, ofreciendo mayores posibilidades de subsistir a las poblaciones que se
adecuaban mejor a las pautas referidas, se justificaría que dicho comportamiento quedara
fijado genéticamente como patrimonio de la especie humana, aunque ciertas poblaciones difirieran al respecto, lo cual también tendría un significado adaptativo al posibilitar que se
exploraran otros territorios.
Cuando la cultura agraria asumió la función de garantizar el suministro de alimentos1 se
dió comienzo a un cambio de trascendentales consecuencias. La atracción estética del paisaje
pierde su inicial significado adaptativo, pero adquiere una entidad propia diferente de la
subsistencia, como una pasión sin sentido que es preciso satisfacer para alcanzar un adecuado
equilibrio psicológico. Algo semejante ha sucedido con otros caracteres, que fueron
funcionales hasta un momento dado y que dejaron de serlo después, pero no desaparecieron
sino que continuaron manifestándose como un lujo de la naturaleza.
Cabría explicarse esta situación haciendo referencia a la neutralidad selectiva del
catácter que nos ocupa. Sin embargo, no parece que constituyera una explicación coherente,
debido a que se presentan numerosas implicaciones vitales derivadas del progresivo
distanciamiento de la población del contacto directo con los paisajes naturales. Así, la
necesidad de intensificar la explotación de los ecosistemas para alimentar una población cada
vez más numerosa ha llevado a que ésta permanezca cada vez más tiempo en los campos de
cultivo, en el taller artesano, en la oficina o en el complejo fabril, alejándose del entorno
natural, lo cual se traduce en un cúmulo de insatisfacciones estéticas y emocionales que
anteriormente encontraban plena satisfacción en la misma naturaleza6. No se plantea una
realidad romántica, sino que presenta un importante significado político y económico. Por un
lado, su satisfacción es objeto de especial atención por parte de políticos, planificadores e
investigadores interesados en mejorar la calidad de vida de la población. Por otro, muchas
cuestiones estéticas son bastante significativas a la hora de adquirir una vivienda, de elegir el
trabajo o de dedicar el tiempo libre.
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Problemas ambientales directamente relacionados con la subsistencia
Si bien el desarrollo de la cultura agraria, del pensamiento filosófico, de la ciencia y de
la tecnología han posibilitado la explotación intensiva de los ecosistemas y, de esta forma, el
aumento del tamaño de la población humana hasta los niveles actuales16, entre los efectos
negativos habría que anotar la aparición de numerosos problemas ambientales2’18.
Aunque los ecosistemas poseen cierta estabilidad y capacidad de amortiguación que ha
permitido su explotación sostenida hasta el presente, superados determinados niveles de
alteración se producen cambios irreversibles, algunos de los cuales pueden poner en peligro la
vida sobre el planeta. No se trata de lejanas fantasías alarmistas, sino de situaciones relativamente cercanas que pueden constatarse visitando el observatorio meteorológico de
Izaña, del Instituto Nacional de Meteorología, donde se trabaja en un proyecto de
colaboración internacional encaminado a medir la contaminación de fondo de diversos
elementos como el anhídrido carbónico.
Los datos obtenidos hasta el momento permiten confirmar que el nivel de CO2 en la
atmósfera viene aumentando a razón de casi una parte por millón cada año. De mantenerse esa
tendencia, en menos de quinientos años podría producirse un aumento medio de la
temperatura de la superficie de la Tierra entre cinco y diez grados centígrados según la latitud,
lo cual acarrearía la fusión de la mayor parte del hielo emergente en los casquetes polares y la
consiguiente elevación en varios metros del nivel de los océanos, desapareciendo algunas
ciudades costeras e inundándose grandes zonas9.
Junto a esta cuestión podrían añadirse muchas otras de similar trascendencia. Nos
referimos a los procesos de edafogénesis que permiten la utilización continuada del suelo a
salvo de los fenómenos de erosión, a la dinámica atmosférica que garantiza el mantenimiento
de la calidad del aire, al correcto funcionamiento de los mecanismos de autodepuración de las
aguas marinas y continentales, y a las cadenas tróficas que sustentan la diversidad de los seres
vivos.
La Ecología aplicada en busca de una solución equilibrada
Parece lógico pensar que debería establecer una escala de valores según la cual se concediera
atención prioritaria a los problemas ecológicos que los científicos detectan como más
peligrosos para la subsistencia, con independencia del carácter más o menos inmediato con
que sea percibida la gravedad de sus efectos por la población debido a la complejidad de los
procesos implicados. No se trata, en modo alguno, de restar importancia a los aspectos
emocionales, ni de sustraer al ciudadano el protagonismo que le corresponde sobre su destino,
sino de resaltar la necesidad de dar un tratamiento especial a determinados problemas
ecológicos que, al no ser percibidos por aquél, sólo son reivindicados en situaciones críticas,
cuando se evidencian efectos secundarios que son, en cierta medida, irreversibles9.
De ahí que los políticos, además de atender las exigencias inmediatas del electorado,
debieran conceder a determinados problemas ambientales la consideración de cuestiones de
estado que es preciso atender por encima de la lucha política cotidiana, haciéndoselo
comprender así a la población a través de programas de educación ambiental.
Una vez establecidas las anteriores premisas, inmediatamente hay que resaltar la
extraordinaria importancia desempeñada por los aspectos emocionales sobre la calidad de
vida. A tal fin, se pretende garantizar aquellos efectos que, de forma primaria, se consiguen
mediante el contacto de la población con la naturaleza, pero que en las actuales circunstancias
resulta difícil conseguir por esa vía debido a que la invasión de los ecosistemas vírgenes por la
población, siguiendo una política de acceso indiscriminado, supondría su rápida degradación.
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La solución no es desplazar la actividad cotidiana hacia los ecosistemas naturales, cuya
capacidad de acogida es limitada, sino de incorporar al medio en que vivimos elementos
tomados o abstraidos del medio natural, ámbito en el cual las posibilidades de mejora son
prácticamente ilimitadas.
La visita periódica a la naturaleza para contemplar sus elementos estéticos a través de
diversas actividades como el montañismo, el alpinismo, la caza o el esparcimiento pasivo
ofrecen limitaciones evidentes, impuestas por la restringida capacidad de acogida de los
ecosistemas en un mundo cuya población aumenta progresivamente. Una alternativa más
realista consiste en sacar de la naturaleza elementos concretos, como vegetales, animales y
rocas, o bien componentes abstractos con cierta incidencia emocional (formas, colores,
texturas) para incorporarlos a los ambientes humanizados en forma de parques, de jardines y
de obras de arte8.
Dentro de este contexto, la Ecología11”2 se plantea integrar conocimientos de diferentes
disciplinas científicas y humanísticas 5 en un marco metodológico original que permitiera
garantizar la subsistencia y la calidad de vida de la población a través de un proceso
continuado de planificación13’7’15 en el que se ponderarán equilibradamente los componentes
y factores económicos, sociales y ambientales del desarrollo.
Contribución del diseño y del arte a la calidad de vida
Uno de los retos más significativos que se plantea la humanidad a las puertas del año
2000 es el diseño del hábitat humano. No consiste en un objetivo meramente técnico, sino que
requiere integrar numerosas perspectivas humanísticas y científicas para comprender qué
significa el progreso de la humanidad en cada momento histórico, sus conexiones económicas
y sus implicaciones vitales.
Suele aceptarse que el esplendor del arte y de la ciencia durante la antigüedad griega
fueron fruto del propio modelo de organización social3, caracterizado porque la agricultura
dependía básicamente de la actividad de los esclavos, mientras que los hombres libres se
orientaban hacia aquellas otras actividades con mayor componente emocional, en contacto
directo con la naturaleza o en ambientes artísticos. En este contexto, la Acrópolis ateniense
colmaba las aspiraciones de calidad de vida de la población libre ofreciendo magníficas
panorámicas sobre el entorno, a la vez que un diseño urbanístico adecuado y la presencia de
sublimes obras de arte.
Tal planteamiento permite comprender y explicar la notoria aceptación por la población
del paseo de Colón y de las piscinas Martiánez del Puerto de la Cruz, la alta valoración
ecológica que se atribuye a tales sitios, y la intervención de un artista como César Manrique
en su diseño. Desempeñarían una función en cierta medida equivalente a la del Partenón, consistente en proporcionar el necesario complemento emocional a una población centroeuropea
que aspira a mejorar su calidad de vida durante las vacaciones, después de una actividad que
ha supuesto largos períodos de tensión y desequilibrios, interviniendo a manera de sucedáneo
de la naturaleza que habría sido diseñado por el ingenio del hombre para alcanzar tal fin de
una forma acorde con la cultura de la población.
De este modo, mientras el desarrollo tecnológico nos priva de ciertos elementos
emocionales del paisaje natural, como contrapartida el diseño urbano y el arte contribuyen a
restablecer el equilibrio emocional utilizando elementos extraidos o inspirados en la
naturaleza. La concreción de tales elementos sobre un soporte meterial constituye la esencia
de la obra de arte que, en su formulación más abstracta, prescinde de cualquier referencia a lo
natural y de cualquier aplicación.
Tales consideraciones manifiestan una extraordinaria trascendencia social por las
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amplias posibilidades que ofrecen el arte y el diseño al respecto, particularmente en las
sociedades desarrolladas, como consecuencia de incremento de la capacidad adquisitiva y de
la democratización que caracteriza a estas sociedades, y que se traduce en un aumento
explosivo de la demanda de arte y de espacios naturales. Por un lado, los artistas no alcanzan
a abastecer la demanda artística por los cauces tradicionales, debiendo recurrir a la obra
gráfica y al diseño industrial, lo que, a su vez, posibilita que los comercios exhiban objetos de
elaborado diseño que, de alguna forma, compiten en belleza con los museos y galerías de arte
tradicionales. Por otro lado, se desarrollan grandes industrias turísticas y de esparcimiento que
ofrecen paraisos “naturales” diseñados por el hombre, y los poderes públicos se afanan en
crear parques y jardines, en regenerar los centros históricos y monumentales de las ciudades, y
en cuidar la perspectiva estética del entorno transitado por las autopistas.
Desde este prisma, el arte, el diseño urbano, el turismo y la organización del ocio
constituyen soluciones adecuadas a los problemas emocionales asociados al desarrollo
tecnológico y a la intensa urbanización, cuya satisfacción resulta casi tan necesaria como la
consecución de alimentos. De ahí deriva una demanda sostenida que sirve de fundamento para
el desarrollo de estables actividades económicas, como parece evidenciar el comportamiento
del sector turístico durante la crisis económica de los años setenta. Todo ello nos lleva a
pensar que una política ambiental coherente requiere promover zonas verdes y áreas de
esparcimiento próximas a los núcleos urbanos, a la vez que favorecer las manifestaciones
estéticas a través de la arquitectura, la escultura y el arte, en calles, plazas y edificios públicos
para que los nuevos hábitats humanos queden impregnados de un ambiente más equilibrado,
distante de las manifestaciones deshumanizadas que carecen de los necesarios vestigios
emocionales8. Pero, previamente, debe asumirse la necesidad de garantizar que los recursos
naturales como el agua, el paisaje, el suelo y la vegetación no sean explotados por encima de
su capacidad ecológica.
En cualquier caso, hay que resaltar el protagonismo y la importancia cada vez mayor que
irá adquiriendo la creatividad científica y artística del espíritu humano como fundamento de
un modelo de gestión a caballo entre la estética y la subsistencia.
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