Breve souvenir de Breton
Transcripción
Breve souvenir de Breton
Suplemento Cultural Mensual de La Jornada Veracruz ✒ Domingo 27 de marzo de 2016 ✒ Número 3 ✒ Coordinador: José Armando Preciado Vargas ◗ Regreso a Maikh’ Sikh y otros cuentos Francisco Morales Hoil Segunda entrega del libro de relatos, con ilustraciones de Pavel Santa Rosa ◗ Los libros de Hyperión SOBRE RUEDAS Adán Delgado Reseña de El Museo de la Inocencia, novela del premio Nobel 2006 Orhan Pamuk ◗ Breve souvenir de Breton en México Diego Lima Las conferencias perdidas del padre del surrealismo ◗ Minificciones Andrés Téacatl Fotografías de portada, ÒÒÓXIDO José Gallegos, instagram: jose.gaiegos FUERA DE SERVICIO 2 Domingo 27 de marzo de 2016 Regreso a Maikh’ Sikh y otros cuentos (parte 2) FRANCISCO MORALES HOIL ¿Qué será de ti en el desierto, si sientes calor debajo de los árboles? Máxima zenata BEN GALAADH I Me he tomado el asunto de la identidad demasiado en serio. Hoy recordé el sabor de la sangre. Intenté entrar a la ciudad por la avenida principal. Estaba cerrada. Una huelga de trabajadores del mercado, creo. Pensaba llevar mi carroza hasta la plaza central de Ben Galaadh para buscar dónde pasar la noche, y tuve que meterme por estrechas callejuelas en un esfuerzo por librar la multitud. Había charcos, causados por una leve llovizna, y unos niños jugaban a pescar en ellos. Mi hijo los miraba con envidia, que disfrazaba de indiferencia o de desdén. Enseguida volteó a verme, con esa, su eterna mirada de duda. Preferí, como siempre, ignorarla. Imaginé el verme desde afuera. Un forastero que trae muchas cosas. Un comerciante viudo, quizás. Un viajero que viene a asentarse en el oasis. Un hombre que ha perdido su pasado, y errante vive en su busca, habrán pensado algunos, acertando. Pero no más. Había relámpagos, y sus truenos no tardaban en resonar. Las siluetas de los edificios cortaban el cielo, que se veía muy cercano y grisáceo. Platicando con el posadero, recordé claramente el sabor de la sangre. Mi boca llena de ella. Escupí, pero no fue suficiente. Él lo tomó por mala voluntad, y cobró cara la estancia. O tal vez cobró tanto porque vio mis posesiones, o la señal en mi frente. Me siento como si todos los siglos del mundo pusieran su peso sobre mis hombros. Mi hijo hace como que duerme en esa enorme cama. No sé cuándo comenzó a detestarme con tanto ahínco. Adiviné el odio en sus ojos desde que era muy pequeño y sé que él está consciente de ello. Yo lo permito, aunque lo quiero. Aún es joven, y debe hacerse fuerte de algún modo; si su odio hacia mí se lo permite, entonces valdrá la pena. Así, además, será más fácil despedirnos cuando llegue el momento. No negaré, sin embargo, que hubiese preferido que fuera débil a que me desdeñara. Así, al menos se parecería más a mí y quizá me amaría un poco. Será una buena noticia para él, estoy seguro. El viaje de tantos años me ha hecho un hombre viejo, a mí, que hace tan poco tiempo jugaba con mi hermano al senet creyéndonos reyes o dioses. Llueve tempestuosamente. Estoy invitado a la fiesta que se celebra en la taberna. Entiendo que vendrá buena parte del pueblo. Director: Tulio Moreno Alvarado Subdirector: Leopoldo Gavito Nanson Coordinador: José Armando Preciado Vargas Diseño Editorial: Mayra Licona Aguilar [email protected] La música es buena, pero no tengo ganas de ir. Quizá finalmente duerma un poco esta noche, la primera en Ben Galaadh, la primera en mucho tiempo fuera del desierto, o fuera, finalmente, de las fauces y garras del desierto, de la idea del desierto. Quizá baje tras la breve siesta que tomaré después de bañarme. El agua está caliente y aromatizada con las hierbas que especifiqué, pero no logra relajarme. Todos mis músculos están tensos. Me duele la cabeza. El dolor se ha intensificado desde que mi viaje comenzó, así como la frecuencia con que lo siento. Ahora, las sienes palpitan sin cesar, y me duele todo el tiempo. Tal vez sería mejor bajar por una copa ahora e intentar dormir después; de cualquier forma, por más que lo intente en este momento, estoy seguro, sería en vano, y sólo pasaría otra noche en vela, pensando. No quiero pensar hoy. Pregunto a mi pequeño si se quiere bañar. Disiente. Le digo que está muy sucio. Me grita, enojado. Nunca le ha gustado el agua. La música se interrumpe súbitamente, cediendo su lugar primero al silencio y después al murmullo general. Por imbecilidad o por cansancio, pedí al posadero una copa de parnosh. Me he tomado el asunto de la identidad demasiado en serio. Un joven, evidentemente borracho, rompió la tensión preguntándome si yo era de Maikh’ Sikh, y varias personas se empezaron a juntar alrededor mío. La gente, que seguía llegando a la posada para resguardarse de la lluvia y calentar el cuerpo, preguntaba quién era yo y qué es lo que iba a contar. Los demás pedían discreción. Momentos después, sólo el susurro interminable de la lluvia y los ocasionales truenos se oponían al ansiado silencio. Nunca he sido bueno para contar historias, pero comienzo de todas maneras. natural, y hasta necesaria. Platiqué largo rato con ella. Me contó sucintamente la historia de su vida y cómo había conocido a su cónyuge. Le pregunté el por qué de su viaje justo en el momento en que bajaba Ibn Rushd, quien contestó a mi pregunta aduciendo que lo habían emprendido para conocer las ciudades del desierto antes de irse a vivir a Marruecos unos años para después regresar a Córdoba, en los reinos españoles, de donde él era originario. Después de un abundante —e insípido— desayuno, decidimos dar una caminata en la ciudad. Mis huéspedes y yo habíamos hecho migas rápidamente. Para cuando dejamos el comedor tras una larga sobremesa, pasaba ya del mediodía. En el paseo, mucha gente se detuvo a ver con insistencia a mis acompañantes. Ibn Rushd comprendía por qué veían a su bella esposa, pero no estaba muy seguro de por qué volteaban a verlo a él. Le dije, mintiendo, que en Maikh’ Sikh no era común ver a un hombre con tidjelmoust, y mucho menos en esa época del año. En realidad, Ibn Rushd no parecía estar fuera de lugar, sino, más bien, presumiblemente, era el dueño de todo lo que le rodeaba: de las viejas lonas y tendajos, de los extravagantes puestos y lo que en ellos se vendía, del color claro de la arena… hasta de la gente que, con prisa, iba y venía preguntando precios y gritando ofertas, parecía ser dueño. Su porte era magnífico y sus ojos denotaban un conocimiento sin par. No obstante, por lo inocente de sus contadísimas preguntas, por lo menudo de su cuerpo y por su vivacidad, se me hacía difícil creer que ya hubiese cumplido los veinticinco años. Yo me equivocaba. Ibn Rushd contaba con treinta y tres años cuando visitó la ciudad. Me contaron que habían venido a Maikh’ Sikh en una caravana de amazighs, y que Ibn Rushd se había hecho pasar por uno de ellos. Cuando se puso el tidjelmoust, le pareció muy cómodo, y luego se percató de que el sol no le hacía daño al usarlo. Después, Karnthya me dijo que su esposo no podía estar mucho tiempo en el sol, pues su piel se irritaba... Ibn Rushd me dio entonces la impresión de ser un niño pequeño que necesitaba de cuidados y atenciones continuas. Un semestre completo pasaron mis huéspedes en Maikh’ Sikh —mucho tiempo más del que habían planeado—. No pasamos un solo momento tedioso. A veces, salíamos a pasear los tres a la ciudad, que siempre tiene algo nuevo qué ofrecer a los visitantes. Estuvimos en varios museos, en los panteones de las familias más importantes, en algunas de las torres menores, visitamos —incitados casi siempre por la bella Karnthya— muchísimas tiendas de ropas y de joyas, un parque de diversiones, un jardín… fuimos a la playa a ver un par de atardeceres y a varios restaurantes —en donde Ibn Rushd pedía invariablemente un desabrido platón de ugali y fufu de sémola—, y a otros muchos y diversos lugares. En una de esas ocasiones, Ibn Rushd comentó lo bella que le parecía mi cimitarra. Le dije que yo mismo la había hecho; que me dedicaba a hacer obras de arte, y que con la venta de ellas fue que pude salir tan joven de la casa familiar, aún sin tener esposa. Él sonrió. Estábamos, al fin, tomando mutua confianza. A partir de entonces, Ibn Rushd gustaba de tomar paseos solitarios. Nunca supe qué hacía durante sus largas caminatas: una vez le II Mi nombre es Yebel Oda. Soy un exiliado de Maikh’ Sikh, de donde me expulsaron el amor y la luna. Al amor lo conocí en una forastera. La muerte venía junto con ella, y no sé cómo no pude percibirla. Yo fui miembro de una de las familias más importantes de Maikh’ Sikh. Era un artista, uno de los más conocidos y pudientes de la ciudad; trabajaba en barro, en piedras y en metales, y logré hacerme de un estilo propio e inigualable que influyó a varios de los más famosos talentos artísticos del orbe. En mi nocturno recorrido por la calle de mi casa, que era en aquel tiempo la principal de la ciudad, en busca de viajeros que no tuviesen dónde reposar, me encontré con una joven pareja a la que ofrecí hospedaje. Ellos aceptaron con gusto. Platiqué con la mujer camino a mi hogar —su joven esposo era muy reservado—. Ella se llamaba Karnthya, y su marido llevaba por nombre Abu’l Walid Muhammad Ibn Ahmad Ibn Muhammad Ibn Rushd Al Qurtubi. Cuando él entró en mi morada, recuerdo, tuve la sensación de estar mordiendo metal. Los dejé de todos modos en sus aposentos y los invité a tomar el desayuno en el comedor a la mañana siguiente. Karnthya bajó muy temprano para decirme algunas especificaciones que los alimentos requerirían —su esposo era muy sensible a las especias— y yo las transmitiese a los cocineros. La luz de la mañana le asentaba muy bien a su bello rostro. Sus profundísimos ojos negros ejercían sobre mí una extraña fascinación, y yo no podía dejar de verlos. Me sorprendió su actitud al principio, por dramática, pero luego me pareció muy CIMITARRA / PAVEL SANTA ROSA 3 Domingo 27 de marzo de 2016 pregunté y me dijo que había ido a la terraza de la Torre Principal; mis dudas sobre la veracidad de lo que decía se disiparon; él estaba mintiendo: ese lugar está irrevocablemente prohibido a los extranjeros. Tuve entonces la fuerte sospecha de que estaba engañando a su esposa, con quien, por otra parte, yo platicaba horas enteras durante los vagabundeos de Ibn Rushd. En un par de ocasiones, incluso, ella modeló para los bocetos de una escultura que nunca llegué a terminar. —Mañana—, dijo Ibn Rushd un día cualquiera, —saldremos finalmente hacia Marruecos; mi familia está esperando y no podemos quedarnos más tiempo—. Pero Karnthya no quería irse, e Ibn Rushd era demasiado simple como para intentar convencerla con palabras. Ella deseaba quedarse en Maikh’ Sikh, y él, aunque encantado con la ciudad, decía tener un compromiso ineludible afuera: —Aún me quedan cosas importantes por hacer en este mundo; cada quien tiene un destino por cumplir, y yo no puedo faltar al mío…—, dijo en una ocasión. Ese debe haber sido el discurso más largo que le escuché pronunciar. Dado que su partida estaba próxima, comimos en el mercado del Haggar, que estaba de paso en las afueras de la ciudad y tomamos un baño en sus tinas. Yo no recordaba haberme nunca sumergido en el agua; después de todo, nunca lo necesité, pero el poder compartir todo el tiempo que pudiera con mis más queridos huéspedes lo ameritaba sin duda. Regresamos a mi casa cuando el sol se ocultaba. Ibn Rushd hizo un comentario sobre lo bello de la luna de ese día. Yo le dije, extrañadísimo y sin mirar el cielo, que la luna de Maikh’ Sikh estaba siempre llena, y él me dijo que lo sabía muy bien, pero que, en el tiempo que él había estado en la ciudad, nunca la había visto roja, lo que me obligó a quitar la mirada del piso y observar P udiste elegir otro título, pero la recomendación que ya te habían hecho varios lectores de los que escuchas consejo terminó por vencer esa reserva que guardas ante los libros de los galardonados con el Nobel de Literatura. Además, la combinación de colores de la portada te gustó, en particular el rosa del auto en primer plano contrastado con el gris de Estambul que está al fondo. Lo llevas contigo a todas partes. Para leer con cuidado un libro de más de 600 páginas es importante ganar al ocio cada espacio de tiempo libre que tus ocupaciones te dejan. La novela misma, compuesta en su mayor parte por capítulos breves, y los entusiasmados comentarios que le haces a tu esposa cada noche te ayudan a no perder el hilo de la historia. Te está gustando. Llevas en la mano tu libro todo el tiempo y lo muestras discretamente con los amigos para que te pregunte qué lees, para que sientan envidia. Quieres contarles que Kemal, el protagonista y narrador de la novela, tiene la fortuna y la desdicha de enamorarse de la joven más bella de toda la ciudad, Füsun. Ella le corresponde pero su relación es imposible: él está a punto casarse y sólo les queda la posibilidad de ser amantes en secreto. A medida que nos va contando linealmente su historia de amor imposible con Füsun, Kemal va señalando los objetos que el lector está viendo y con los cuales está armado el Museo de la Inocencia: zapatos, fotografías, tazas de porcelana, al enorme astro, del color de la sangre, que comenzaba a mostrar su figura en el horizonte. Una palmada que me dio mi huésped en la espalda me sacó del estupor. Me dijo que partirían al amanecer. Mis huéspedes y yo platicamos largamente antes de estrecharnos las manos, desearnos buena suerte para el futuro y, finalmente, los acomodara en su habitación. Mi cama, esa noche, se sentía muy amplia. La recámara, aun con las cortinas cerradas, estuvo tan plena de luz de luna que yo no podía conciliar el sueño, o siquiera cerrar los ojos. Un fuerte ruido me sacó de mis cavilaciones. Apenas me estaba levantando, cuando Karnthya entró en mis aposentos, vistiendo un caftán de hermosísima seda de Damasco, que dejó junto a mi lecho antes de entrar en él, y amarme durante buena parte de la noche. Nada me importó en ese momento y acepté sus caricias y sus afectos prodigiosos. No podía pensar, pero no me era necesario. La amé yo también hasta el cansancio. Su cuerpo se amoldaba al mío a la perfección. Me dijo entonces que ella pertenecía a la ciudad, que no quería irse, que yo debía asesinar a su esposo y hacerla mi mujer; le expliqué que las leyes de Maikh’ Sikh estipulaban que yo debía unirme con una mujer de mi propia sangre, y que los casamientos con forasteros estaban prohibidos para los habitantes de la ciudad. Al principio, pareció entenderlo. Ya iba de regreso a su habitación cuando comenzó a gritar. Le dije, al borde de la desesperación, que tenía que regresar a su recámara antes de que su esposo nos descubriera. Como si lo hubiese invocado, él entró en ese momento a mi recámara con los ojos encendidos, llenos de furia. No recuerdo mucho más de lo que pasó. Cuando volví en mí, yo, sin saber por qué, sonreía, me sentía tranquilo, en paz. Ibn Rushd me observaba con atención en el instante mismo en que la roja boca de su mujer prodigaba el último estertor. Él empuñó mi ensangrentada cimitarra y me amenazó con ella, para después dejarla caer. Yo no podía dejar de sonreír. No hice ningún intento por defenderme; después de todo, lo merecía. Nunca antes había probado la sangre. Ibn Rushd me golpeó todo lo que quiso. Me golpeó todo lo que pudo. Recogió del suelo el arma, la vio de ese modo que sólo él podía, como siendo su dueño absoluto, de su presente y de su pasado, y la limpió con mis sábanas. Volteó entonces a verme. Mientras la filosa hoja reflejaba el odio de su mirada, la levantó y la clavó, con todas sus fuerzas, en el suelo, junto a mi cabeza. Me maldijo y salió de ahí. Desperté en una habitación oscura, aturdido y cansado. Media docena de hombres me preguntaba con insistencia si yo estaba consciente de las repercusiones de mis actos, mientras que yo, sin saber a qué se referían, sólo movía la cabeza. Cuando comenzaron a torturarme no me quedaba voluntad para implorar misericordia. El dolor era intenso, pero, estoy seguro, la sonrisa seguía ahí. Cuando pedí un poco de agua para calmar mi terrible sed, cinco de los hombres salieron. El otro prendió una vela con que la habitación entera se iluminó. Era gigantesca. Las paredes eran de oro pulido. Vi la cara del hombre, un anciano de piel grisácea. También sonreía. Yo lo había visto antes, de niño. Era el hierofante mayor del Templo de Maikh’ Sikh. Todos mis malos sueños se conjuntaron en un solo y fundado miedo. Él me dijo, tras pronunciar con ronca voz mi nombre original, que su magia me ha hecho olvidar: —Estás listo para enfrentar a tu destino; tu cuerpo y tu pensamiento, han sido sellados: has pedido agua y la tendrás, como cualquiera que vive fuera de Maikh’ Sikh; has sido despojado de tu nombre y ahora vagarás por el mundo, siendo tu propio padre y tu propio dueño; tu descendencia llevará también la marca y tal vez nunca vuelvas a ver a la tierra donde naciste; puedes intentar venir aquí cada vez que quieras, pero no llevarás más el nombre de tu familia, ni el sobrenombre que se te ha impuesto dentro de los muros de la ciudad; serás bien recibido, como cualquier otro visitante y te será prohibido, como a cualquier otro visitante, el mezclarte con nuestra raza—. En ese momento, el hombre desapareció, y desapareció la habitación, y desapareció también Maikh’ Sikh para mí. Desperté en el desierto, hace muchos años, con una sed que parece infinita y aún no termino de apaciguar. Después de fundar Yebel Oda, he viajado por el desierto, buscando en varias ciudades la sensación de tranquilidad que sólo podría darme Maikh’ Sikh. Rabat, Algiers, El Cairo, Dushanbé, y muchas más he recorrido y lo único que encuentro es un vacío cada vez más grande que se apodera de mi envejecido corazón. III Para cuando llego a esta parte de la historia, el posadero era el único que quedaba en el lugar, dormido sobre la barra. El sol comenzaba a entrar por la ventana y me fui a dormir a mi recámara, cansado de la vida, pero con el corazón tranquilo porque ya no viajaría más. Mi hijo, Jebedhel Ibn Yebel Oda, quien me sucederá, me mira perplejo, como inquiriendo razones. Él es aún joven para comprenderlo. He llegado al final de mi camino. El cansancio es ya demasiado. Nos quedaremos a vivir en Ben Galaadh, hasta que él tenga la edad suficiente para salir, con mi nombre, que es el nombre de mi padre, y con esta cimitarra, en busca de la ciudad de nuestro origen, en busca de nuestra Maikh’ Sikh. LOS LIBROS DE HYPERIÓN ◗ Preciada pieza de museo ADÁN DELGADO un solitario arete. La lectura es una visita a un museo. Las reliquias de esa historia con las que el protagonista trata de conservar algo del amor perdido son también los restos de una época crucial de Turquía: la mitad del siglo XX, en la que la modernidad europea se abalanzó sobre la conservadora realidad turca, agudizando la tensión entre las dos culturas en las que viven los turcos por circunstancias geográficas. Procuras poner por delante de los papeles y de los otros libros que llevas bajo el brazo tu compacto y grueso ejemplar. Cuando un amigo te pregunta qué tal está la novela y te cuenta que a él le gustó mucho Me llamo Rojo sientes alegría, alguien conoce algo parecido a ese amor que comienza a nacer en ti por ese libro. Y así te vas cruzando con admiradores que hablan entusiasmados de la belleza de tu libro. Porque ya es tuyo. Sientes ese afecto por una ciudad que no conoces pero que te parece inmediata por el detallado recuento que hace Kemal de ella: cada barrio, cada mezquita, la comida, las costumbres y las omnipresentes aguas del estrecho del Bósforo. Kemal va contando sus recuerdos, los de la niñez y los del viejo Estambul, reflexiona sobre los cambios en su vida y en la vida de la ciudad. El narrador, desde el presente, va tratando de entender su pasado. Narra para entenderse. Sabes que los admiradores de tu libro han llegado lejos cuando uno de ellos te cuenta un detalle que no conocías: en una de las páginas finales hay impreso un boleto con el cual puedes acceder al Museo de la Inocencia real, el que está en el barrio de Beyoğlu. Te quedas pasmado. Nunca advertiste que había un boleto impreso en la página 629 y, peor aún, no sabías que existía el museo en la realidad. El dolor de los celos te corroe por la cara mientras ese infame admirador de tu libro te lo arrebata y te muestra el boleto impreso. Porque resulta que Pamuk ideó el libro y el museo al mismo tiempo. Compró una casa en un barrio abandonado de Estambul con la idea de crear ahí el museo que inspiraría la novela. ¿O será a la inversa? ¿Primero el museo o la novela? Este juego es uno de los niveles más interesantes del proyecto de Pamuk: dos obras que se pueden leer en orden indistinto, o incluso, quienes puedan, deberían leer la novela y visitar al mismo tiempo cada una de las 83 vitrinas dedicadas al mismo número de capítulos del libro. Y no es una pretensión pensar que narración y objetos son dependientes el uno del otro; al igual que todos nosotros, el narrador de El Museo de la Inocencia conserva sus recuerdos más preciados a través de la palabra y de la reliquia. Cuando terminas de leerlo colocas cuidadosamente el libro entre los que como objeto tiene más valor para ti. Algún día irás al Museo de la Inocencia y te sellarán el boleto de la página 629, y muchos años después lo mostrarás a los invitados como un recuerdo invaluable de esa historia y de esa ciudad. Quiero agradecer a la Librería Hyperión el apoyo para elaborar esta reseña. Recuerda que El Museo de la Inocencia y otras novelas igual de fetichistas las encuentras en Octavio Vejar 59, Col. Encanto en Xalapa, puedes contactarlos en el (228) 8 41 26 59 o en la página facebook.com/hyperionlibreria El Museo de la Inocencia Orhan Pamuk, Debolsillo México, 2015 4 Domingo 27 de marzo de 2016 Breve souvenir de Breton en México A DI EGO LIMA ndré Breton arribó al puerto de Veracruz el 18 de abril de 1938; planeaba pasar una estancia de cuatro meses en nuestro país pero nada estaba dispuesto para su visita. Esto no es un dato sino un síntoma. Breton estuvo, pero el surrealismo no llegó para quedarse (no todavía). El saldo de esta empresa sería la destitución del destacado juarista Luis Chico Goerne como rector de la Universidad Nacional, la redacción del manifiesto Por un arte revolucionario independiente, además de un puñado de reseñas sobre las actividades que el líder de la vanguardia vino a difundir a México. Breton sólo pudo dictar una de las cinco conferencias previstas inicialmente para la UNAM, en mayo de 1938, aunque en junio realizó un par más en el Palacio de Bellas Artes. Justicia poética: la primera, única conferencia dictada en la Universidad estuvo perdida durante más de 70 años, si no fuera por el hallazgo de gran parte de los manuscritos por José Moreno Villarreal, en la Casa Azul de Frida Kahlo. La editorial AUIEO publicó recientemente este documento, presencia de una ausencia que se sitúa ahora al lado de las conferencias, incluidas ya en la edición de Marguerite Bonne de las Ouvres complètes (1992) de Breton, en la Bibliothèque de la Pléiade, pero traducidas por vez primera en una restitución completa de aquella visita. 1938 es un año célebre en la vida del teórico francés; importante no sólo por su entrevista con León Trosky en Coyoacán, sino porque al llegar a la capital mexicana encontraría una situación con respecto a su persona, extraña. Breton vino en calidad de huésped de la Universidad Nacional, para ofrecer una serie de conferencias sobre los conceptos del movimiento literario que lideró como sacerdote desde tiempos del primer Manifiesto surrealista (1924). Fue a principios de 1938 cuando Isidro Fabela, representante del gobierno de Lázaro Cárdenas en Europa, lo invitó personalmente para que expusiera sus ideas en materia de estética en la Universidad. Breton vivía entonces una suerte de fascinación por México: creía haber descubierto el misticismo salvaje en las páginas de Rimbaud; no menos, en las cartas que Antonin Artaud y Luis Cardoza y Aragón le enviaron desde estas latitudes. Era preciso trasladarse. El convidado de sueño partió de Cherburgo acompañado por una representación extraoficial del Ministerio de Relaciones Exteriores; aunque en agosto de ese mismo año, volvería a la campiña francesa entre el ruido de las polémicas políticas con la misma insistencia de un fantasma que buscara un cuerpo. La política cardenista, en pleno tránsito del nacionalismo al internacionalismo marxista, manifestó inmediata reticencia frente a la visita. No podía ser de otro modo: Breton había sido expulsado de las filas del Partido Comunista Francés en 1935 por golpear al soviético Ilyá Ehrenburg. Por otro lado, pocos mexicanos conocían realmente las propuestas del surrealismo. (Jorge Cuesta visitó París en 1928; convivió ◗ Las conferencias de 1938 con Paul Eluard y solía referirse a Breton como una persona más bien atlética). Cuando el viajero pisó tierras mexicanas, Agustín Lazo acababa de publicar una “Reseña de las actividades sobrerrealistas”, con algunas de las primeras reproducciones que llegaron de pinturas de Dalí, Chirico, Magritte, Bellmer, Tanguy; cuando su esposa Jaquelin Lamba se instaló en la casa-estudio de Diego Rivera, en San Ángel, Letras de México preparaba un número con extraordinarias traducciones de Breton por Xavier Villaurrutia, César Moro y el propio Lazo, además de una no tan pequeña bibliografía de la vanguardia europea; cuando juntos se dirigían al Paraninfo de la Universidad Nacional, los mexicanos convenían finalmente traducir la voz francesa surrealisme por surrealismo, y usar ésta en vez de “superrealismo”, “sobrerrealismo” u otros similares que se acostumbraba intercambiar en la época. El 13 de mayo de 1938, Breton dictó su famosa conferencia, en el recinto de San Ildefonso. Un mes más tarde, las proyecciones de Un perro andaluz en el Palacio de Bellas Artes encenderían el ánimo de la polémica: “Salimos al mundo primaveral. En un prado de la Alameda Central, con las pupilas rotas y el desengaño a cuestas, un modesto perrillo nacional ladra soezmente a la luna”, escribe Efraín Huerta en la reseña para El Nacional. Las conferencias programadas para el 6, 10, 13 y 17 de junio fueron saboteadas posiblemente por apoyo del Partido Comunista de México a sus camaradas antitroskystas. Por un comunicado “Al púbico de América Latina” que circuló en la capital sabemos que Breton encontró las puertas del recinto cerradas, a lo quew un empleado respondió que las conferencias habían sido canceladas. Bellas Artes sirvió como sede para las charlas subsecuentes del 21 y 25 de junio. Sin embargo, la pluma de Breton hizo correr mucha más tinta en la prensa de la que él mismo comunicó desde el estrado. Pero el surrealismo no busca; encuentra: hace poesía con los ojos. Por lo que finalmente desentendido de las presentaciones públicas, optó por visitar el interior del país. Breton hallaba el espíritu surrealista en el relieve mexicano, en su humor negro, en su “tierra roja, tierra virgen impregnada de la más generosa sangre, tierra donde la vida del hombre no tiene precio bajo la protección de Coatlicue”. Un lugar donde la libertad era posible, lejos de los horrores de la guerra que comenzaban a medir el mundo. Tras su regreso a Francia, Breton manifestó siempre su afecto por México aunque no hallara aquí ni el lugar ni la fórmula que intuyera para el trashumante en aquellas conferencias: un destino mexicano –dice Moreno Villarreal– que otros exiliados surrealistas sí consumaron. * André Breton. Las conferencias de México 1938. Trad. de Jaime Moreno Villarreal. México: AUIEO Ediciones / Museo Frida Kahlo, 2015. 192 pp. [email protected] Minificciones ANDRÉS TÉACATL CUESTIONARIO SOCIOECONÓMICO Para agilizar los trámites, el SENEVAL me pasó su cuestionario socioeconómico, así que pueden ir revisándolo aquí para que a la hora de llenarlo sea más fácil y ahorren tiempo: ¿Cuántas teles hay en tu casa? ¿Qué ves en ellas? ¿Cuántas ollas express hay en tu casa? ¿Cuántos frijoles les caben? ¿Cada cuánto comes carne (que no sea de perro)? ¿Seguro? ¿Cuántos vochos amarillos has visto hoy? ¿Tus papás hablan algún dialecto? (Consideramos dialecto todos aquellos idiomas empleados por grupos con bajo poder económico o político) ¿Cuál fue tu último grado de estudios? Especifica su equivalencia en grados Farenheit y Kelvin. ¿Cuántos libros hay en tu casa? ¿Y cuántos has leído? En serio. (Marca tu respuesta) 0___ 1___ 2___ ¿Por qué quieres seguir estudiando? ¿Crees que la educación privada te dará la capacidad crítica necesaria para los problemas que enfrentarás como individuo y como miembro de la sociedad? ¿Crees en un temario omnipotente, creador del cielo y de la tierra, y de las oportunidades de trabajo? ¿Crees que el HEXANI sirve para algo? ¿Crees de verdad que la institución de educación superior cree que el HEXANI sirve para algo? ¿No se te hace pendejo pagar por un examen que no sirve para nada? ¿Tu pareja está buena? ¿Crees que va a permanecer contigo si no logras tener mucho dinero? ¿Trabaja? (Si la respuesta es no, deberían considerarlo, porque no les va a alcanzar) ¿Juegas melate revancha y revanchita? (Considéralo igualmente) ¿Cuántas computadoras hay en tu casa? ¿Cuántas horas pasas en internet? ¿Cuántos centímetros de la raya de la cola se te han borrado? ¿Sabías que tiene otros usos aparte de chatear, ver pornografía y bajar tareas? ¿Has notado que los que hacen estos exámenes no saben formular sus preguntas con claridad? (Si la respuesta fue no ya lo notarás en la parte de comprensión lectora en el examen de habilidades) La santa Ciencia experimental, cuantitativa, homogeneizada y deslactosada, inodora e incolora ha demostrado que las Humanidades no sirven para nada pero queremos saber tu opinión, ¿verdad que no sirven para nada? (Marca tu respuesta) Sí, no sirven para nada___ No, no tienen utilidad alguna___ PAPEL HIGIÉNICO Había una vez un periódico tan arrastrado que se llamaba Diario de Suelapa. Se arrastraba tanto que estaba a unos centímetros de que lo leyeran los topos. Las ratas con frecuencia salían en su sección de Sociales regodeándose en sus madrigueras. Tan vendido que disfrazaba sus anuncios de noticias. Tan miope que cualquier persona podía ver más lejos que él. A pesar de tener tantos renglones tenía sólo una línea. Era tan agachado que donde debería ir la frente tenía el culo, y lo usaba para pensar y hablar. Sus encabezados parecían más bien descocados. Su primo es un portal de noticias que me manda mensajes impúdicos al celular: junto a la nota de un suicidio o una tragedia pone las tetas de alguna actriz que, a pesar de haberse casado con un millonario, se rehúsan a renunciar a la fama. ■ Fotos especiales
Documentos relacionados
Not in This Lifetime... Tour, la catarsis de Guns N` Roses que
sentado o acostado sobre el asfalto, saciabas tu hambre con una hamburguesa o jocho, o bien ibas a expulsar de tu cuerpo cualquier fluido que pudiese ponerse imprudente. (…) A las siete de la noche...
Más detalles