Nihilism I - La Biblioteca de Cartago

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Nihilism I - La Biblioteca de Cartago
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Autor: Pavel Ruthven – [email protected]
Nihilism
I
“Come to a place that´s many miles
And years away
A place of such enchantment
Words could never say
A world of misteries and pleasures undenied
Come to this place of mine
And walk close to my side”
Fade Away - L.A. Guns
La gran bola ígnea se ocultaba lentamente en el horizonte, derrotado y humillado por la esfera
fluorescente que ascendía y contemplaba orgullosa la caída de su eterno antagonista del mismo
modo que había sido cada noche desde el comienzo de los tiempos.
El sol gemía silencioso, hundido, viendo como su reinado se extinguía hasta el amanecer, donde,
colmado de fuerzas derrotaría a su femenina y seductora adversaria; donde ella había estado se
pondría él y contemplaría el mundo orgulloso aunque estúpido, desconocedor de que su reinado
tenía las horas contadas.
Poco a poco la estela de su derrota dejaba sus frutos sobre la tierra que se oscurecía, se hacía
misteriosa. La Luna no podía iluminar todo aquello, era simplemente una ladrona que usurpaba el
poder y se investía aprovechando la luminosidad de su enemigo, las montañas lejanas se convertían
en moles oscuras y terroríficas, la carretera era una línea incesante de hormigón que las luces del
coche apenas si podían distinguir.
Pero era la noche, la oscura y misteriosa noche la que les servía como cobertura, las que les daba la
vida. Aquella mole luminosa les privaba de la vida, aquella mole les obligaba a recluirse en las
profundidades más oscuras para evitar ser fulminados. Por ello, ellos adoraban a la usurpadora, a la
que guiaba sus vidas y que lo haría siempre. Por los siglos de los siglos.
El viejo Oldsmobile de color blanco y rojo devoraba los kilometros insaciablemente. Había
recorrido más de un millar de kilometros y ni siquiera lo había notado, él quería más y las manos
poderosas que manejaban su volante también, quizás con más ansia, con un ansia de convertirse a
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lomos de aquel viejo coche en un ser supremo, haciendo rugir ese motor, arrancando con violencia
las melodías rugientes sacadas del averno.
Su color rojo y blanco contrastaba con el asfalto negro y sucio y con la noche que siempre
desafiaba. Las luces iluminaban las constantes bandas blancas que separaban los carriles, a veces
discontinuas a veces largas e interminables. El horizonte oscuro quedaba oculto por la oscuridad y
ni siquiera los ojos de aquel coche podían hacer retroceder a aquella oscuridad plena y silenciosa,
abrasiva incluso.
Aquel viejo Oldsmobile descapotable devoraba kilometros con facilidad, casi sin notarlo. Largo y
ancho, poderoso y veloz, parecía una reliquia del pasado pero pocos eran conscientes de su poderío.
A sus espaldas llevaba un remolque negro cuyo contenido nadie sabía. Al menos nadie que no
debiese saberlo.
Sus ocupantes eran cinco. Dos iban adelante, el impulsivo conductor y el acompañante que oteaba
con el entrecejo fruncido el horizonte, como visionario que está ante una revelación de la que duda
su validez. Atrás iban dos mujeres, dos jovenes, casi adolescentes y otro hombre, los tres callados,
como sumidos en el sueño del que todavía no parecían haber despertado.
Ninguno hablaba. No tenían nada que decirse y preferían ahorrar sus enormes fuerzas para mejor
momento. Sólo pensaban en llegar al lugar del que habían oído hablar en una gasolinera la noche
anterior en boca de uno de ellos. Parecía ser un buen sitio si es que te gustaban ese tipo de sitios
pero a pocos de ellos les hacía mucha gracia dirigirse hacia ese lugar.
Hacía un par de horas que habían salido de nuevo a la carretera y, aunque estuviesen en medio de la
nada, en mitad del desierto más absoluto en el que apenas había pueblos, gasolineras y tiendas de
licores. Los coches por aquella carretera alejada de la civilización, como una egocéntrica forma de
vivir, pasaban efímeros como las vidas de los humanos, luces que cegaban durante unos escasísimos
instantes sumidas en el sonido de los motores para poco después desaparecer para siempre, en
dirección contraria, como huyendo del destino, aventurandose en la oscuridad que quedaba a
espaldas del viejo Oldsmobile, rechazándo su monstruosa vida.
A decir verdad, aparte del ruido de aquel potente y ruidoso motor, el de los eventuales vehículos
que discurrían en dirección contraria, la vieja radio que apenas si soportaba las cintas de mayor
duración emitía una música que quedaba acallada por los citados sonidos. Nadie prestaba atención a
esa cadena melancólica, a esa emisora que poca gente debía escuchar a esas horas de la noche. Sin
embargo, varios de los ocupantes emitieron una ligera sonrisa cuando la voz sedante que emanaba
por los altavoces del coche anunció una canción de los Rolling Stones llamada Dead Flowers.
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II
El estridente sonido que emanaba del local amenazaba con hacer derrumbar sus cimientos oscuros y
viejos. Allí se encontraban por fin, aquel reducido grupo de cinco personas frente a aquella mole
oscura iluminada por varios carteles y por las llamas de dispersas hogueras que los motoristas,
camioneros y gente de su misma situación habían encendido para calentarse y para dar cuenta de su
presencia.
El “Hell´s Atrium”. Buen nombre. Quizá no significase nada, a nadie le importaba que fuese así.
Nadie de los que podían entrar en aquel sitio sabía lo más mínimo de latín y si así era tampoco le
importaba. Nada importaba. Absolutamente nada. Sólo importaba saber que aquel local se
encontraba en medio del desierto y que era uno de los pocos que mantenía toda la noche sus puertas
abiertas a los visitantes. Además, debían encontrarse con alguien, alguien que uno de ellos
conocía... De cualquier modo era otra noche más, simplemente una noche más.
Aparcaron el coche cerca de varios camiones y echaron el techo por encima de los asientos de cuero
blanco. La gran planicie que constituía el aparcamiento de aquel lugar estaba llena de coches,
motos, caravanas, camiones y engendros de la carretera que ni siquiera su dueño podía saber qué
demonios era aquello que rugía sin cesar.
Los gritos de la multitud resonaban en el desierto. Las luces que emitían se podían ver a kilometros.
Parecía un sabbat caótico y destructivo, casi autodestructivo que amenazaba con tragarse a todo
aquel que osase acercarse.
Los cinco bajaron del coche y observaron con ojos fríos la escena. Había multitud de motoristas
bebiendo en torno a sus motos, acompañados por mujeres de apariencia provocativa. Cerca de la
entrada había una multitud sentada bebiendo y riendo y cerca de la carretera se preparaba una
carrera entre una moto y un chevrolet que escupía fuego por su tubo de escape.
—¿Creeís que es buena idea haber venido a este sitio? —preguntó uno de los hombres que
respondía al nombre de David. Era un tipo alto, delgado como todos, con unas gafas de sol sobre
sus cabellos castaños que llevaba peinados hacia atrás de manera poco cuidada. Sus ojos eran azules
y en sus orejas brillaban dos pendientes de pura plata. Vestía siempre de negro aunque siempre le
había gustado la ropa de marca, algo que no había cambiado en absoluto. Su aspecto era de
superioridad, algo que atraía a las mujeres. Él lo sabía, todos los sabían y eso le agradaba. Si alguien
lo discutía, peor para él y su integridad física.
Nadie le respondió. Los sonidos de las guitarras y las baterías resonaban en aquel lugar. Aquella
música no le gustaba en absoluto a David. Pero a nadie le importaba. No habían venido a escuchar
música.
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Jeff miraba escudado en sus gafas de sol aquel lugar. Podía respirar el peligro, la agresividad que
había contenida en aquel lugar, la violencia, la anarquía... Pero no era lo que más temía. Temía a sus
compañeros más que a toda esa panda de motoristas pendencieros. Esos motoristas eran simples
hombres.
Se quitó las gafas y sus ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la nueva claridad. Sus largos
cabellos negros se agitaron con el viento que pareció levantarse. Jeff era un rockero. Pero no un
rockabilly. La gente que no entiende de música piensa que todos las personas que llevan pelo largo
son heavies, pero el heavy a Jeff le daba asco. Le encantaban los Rolling Stones y Aerosmith.
Vestía con un abrigo de cuero viejo, una camisa que muchos calificarían hortera y botas de vaquero.
Le encantaba vestir como quería y siempre lo hacía. Sin embargo, y, pese a su apariencia, era una
persona muy pacífica, silenciosa, tímida incluso. Pocas veces hablaba más de lo necesario y lo que
más le gustaba era tocar su guitarra o conducir su moto. No quería más de la vida. Tampoco podía
pedirlo.
Avanzó lentamente, clavando el tacón de su bota en el suelo de arenisca avanzando hacia la entrada
del local. Ni el ni sus compañeros llamaban demasiado la atención por su apariencia externa.
Ni siquiera recordaba cuando los había conocido. Fue algo muy extraño y quizá doloroso que su
cerebro había borrado para conservar la cordura que de otro modo no se explicaba que aún
conservase. Pero eso ya no le importaba, ya le importaban pocas cosas de su vida pasada antes de
conocerlos y de esta que ahora llevaba aún menos.
Observó a sus compañeros. En primer lugar avanzaba Tommy, el más alto del grupo con un metro
ochenta y cuatro, con sus cabellos negros cortados y engominados con cierto toque punk. Sus
brazos eran un momumento al tatuaje, totalmente tatuados al igual que su cuello, por el que corría
una serpiente con libertad absoluta. Vestía ropas negras y en sus ojos se veía la maldad. Para él era
el miembro más agresivo de todos.
Junto a él caminaba David, el alma gemela de Tommy que, pese a que no compartían muchas cosas
en común siempre estaban juntos, como dos dirigentes de aquella comitiva.
Tras ellos dos iban las dos chicas del grupo. A Jeff no le importaba en absoluto la edad de ellas,
pero juraría que ninguna pasaba de los veinte años. Eso no importaba en los tiempos que corrían, a
nadie le importaban dos jóvenes que estaban lejos de su hogar. La decadencia del mundo había
llegado tan lejos... nada importaba.
Una se llamaba Michelle y la otra Alice. Michelle tenía el pelo largo y rizado, muy largo, casi por la
cintura. Sus ojos eran negros como el pelo y sus rasgos afilados. Era muy delgada aunque tambien
muy bella si había que ser sincero con uno mismo. Vestía con un simple chandal de color negro y
una sudadera amarilla donde había estampado un pato con un cierto toque macabro. Tenía cierto
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toque decadente, con una blancura enfermiza y muchos podían pensar que era una drogadicta
hundida en su propia enfermedad.
El único problema de Michelle era que era demasiado liberal. Se había líado (al menos que Jeff
supiese), con todos los hombres del grupo y nadie le podía asegurar que no lo hubiese hecho con
Alice (deseaba por todo lo que tenía que no hubiese sido así). A Michelle le encantaba relaccionarse
con la gente aunque solía hacerlo a escala mayor y a niveles más altos.
Por su parte, Alice era la más pija del grupo. En cierto modo, destaca bastante entre aquel grupo.
Alice tenía los cabellos castaños, casi rubios y casi pelirrojos. A Jeff le encantaba esa indefinición
de los cabellos de Alice. A decir verdad le encantaba Alice. Pero ella, si lo sabía, no hacía nada para
demostrar que esos sentimientos eran correspondidos.
Su rostro era el de una niña, alegre, carente de la menor arruga (ninguno de ellos la llevaba pese a
que por ejemplo Tommy o Jeff habían sobrepasado los treinta años), con una belleza aplastante. Sus
ojos eran castaños y solía ir sin maquillarse aunque aquel día llevase los labios pintados.
La adoraba. Pero era consciente de que sus posibilidades con ella eran nulas. Parecía como si
estuviesen a seiscientos kilometros como mínimo de distancia y, esa distancia los hiciese
mantenerse alejados el uno del otro. Sin duda, Jeff había estado enamorado en serio de pocas
personas, pero una de las que más había calado en su corazón había sido, era y probablemente sería
Alice.
En la entrada del “Hell´s Atrium” había varios moteros sentados en los escalones. Conforme el
grupo se había acercado, había empezado a sentir como si fuesen vigilados. Eso a Tommy le
agradaba y mientras avanzaba entre la gente apilada por todos los lados se sentía bien. Tommy
había estado en un grupo musical de cierto éxito a principio de los ochenta y le encantaba sentirse
observado.
Pero ni a Jeff ni a Alice les gustaba eso.
—¿A donde vaís? —preguntó uno de los motoristas que se levantó en cuanto Tommy comenzaba a
franquar la puerta. Era un hombre gordo, de prominente barriga y largas barbas. Junto a él se
levantaron otros dos motoristas de características similares—. Aquí sólo pueden entrar clientes
habituales. Nunca os he visto por aquí.
Los acordes de una canción de un grupo llamado Marylin Manson resonaron en el interior y
escaparon por la puerta entreabierta. Tommy miró a aquellos motoristas y sonrió.
—A partir de ahora puede que seamos habituales, socio.
Se giró y comenzó a entrar. El motorista lanzó su ancho brazo y aferró el brazo tatuado de Tommy.
—He dicho que no podéis entrar. Quizá si pagaséis la cuota para hacerse socio, os dejásemos entrar.
Jeff se temió lo peor. Más aún, presintió y aseguró que iba a suceder lo peor.
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—¿Cuál es esa cuota? —preguntó Tommy sin dejar de sonreir. A su lado se plantó David mientras
que Michelle y Alice se situaban al lado de Jeff que permanecía en el principio de la escalera.
—Bueno, por ser vosotros, que me habéis caído bien... —el motorista observó al grupo y se detuvo
sonriente en las dos mujeres—. Dejádnos esta noche a vuestras amiguitas y os dejaremos entrar.
Tommy se rió a carcajada.
—De veras que no creo que podáis con ellas, socios. Son demasiado mujeres para vosotros.
El motorista se rió.
—Dejádnos probar.
—Basta ya de estupideces —dijo Tommy lanzando su puño derecho a la mandibula de aquel
motorista. El puño impactó con un sonido de huesos rotos y cayó al suelo. Los dos motoristas que
lo acompañaban sacaron un par de navajas.
David sacó su revolver y le voló la cabeza a uno de ellos. La sangre saltó disparada y salpicó a su
compañero que soltó la navaja en señal de rendición a la vez que retrocedía lentamente. David se
lanzó a por él y le asestó una patada en el estomago, un par de puñetazos y cuando el motorista
estaba en el suelo le pateó el rostro hasta que se cansó.
—¡Basta ya David! —exclamó Jeff—. Déjalo.
David miró a Jeff y sonrió. Era una sonrisa propia de un desequilibrado.
—De acuerdo, de cualquier modo no creo que nos cause más problemas.
Tommy sonrió y las mujeres lo miraron con respeto. Jeff negó con la cabeza pero no hizo nada más.
Nada podía hacer. Aquellos eran los únicos como él, aquellos eran los únicos que comprendían lo
que era. Él no podía plantar cara a David, quizás el único que podía hacerlo era Tommy, pero
Tommy parecía aprobar en silencio lo que David hacía. Violencia gratuita, simplemente violencia
gratuita. Debía acompañar a aquellos jóvenes sedientos de autodestrucción quizás por el resto de su
vida. Además, sabía que Alice no era como ellos y quería ayudarla, sacarla de aquel infierno...
Quizás fuese que el infierno los acompañaba siempre.
Entraron en aquel local sucio y ruidoso. Era inmenso y tenía varias plantas aunque desde la calle
sólo se viese un viejo edificio parecido a un almacen. La gente saltaba y gritaba por todas las
direcciones al ritmo de la música atronadora que numerosos altavoces repartidos por todo el recinto
emitían con violencia contenida.
Adentro había de todo. Motoristas, punks, heavies... aquello parecía el infierno, no por la gente sino
por las luces ténues que iluminaban sus rostros, por las músicas atronadoras que sonaban y por el
alboroto general.
—Debemos encontrar a Ronnie —dijo gritando Tommy—, él podrá ayudarnos.
Jeff no supo si todos le habían escuchado pero le siguieron, avanzando entre la gente a empujones y
evitando que el tumulto no se los tragase.
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Había varias barras en la primera planta y varios camareros y camareras sirviendo bebidas en todas
ellas. Jeff avanzó en última posición siguiendo a Michelle que iba delante de él. Como hubiese
podido acercarse a la barra y pedir algo de bourbon o poder fumarse un cigarrillo. Pero hacía tiempo
que no podía hacerlo por su condición. Hacía tiempo que no podía hacer muchas de las cosas que le
gustaban.
Tommy llegó a la barra y observó desde allí el local. La persona a la que buscaban podía estar en
cualquier sitio, en cualquier lugar entre aquella masa rabiosa. Pero Tommy, el más viejo de todos
sabía como encontrarlo.
—Está en la barra del fondo —dijo para sí mismo aunque todos pudieron oirlo.
De nuevo se pusieron en camino en dirección a la barra del fondo, pasando por delante de muchas
personas. Aquello era decadente, incluso para ellos. Aquel lugar no tenía las más mínimas medidas
de seguridad. Estaba seguro de que todos aquellos que ahora danzaban con una canción de The
Prodigy estaban armados y los que se daban la mano, con la otra estaban palpando su arma.
Había de todo. Gente esnifando coca en las mesas, otros preparandose crack (la cucharilla, el
algodon y la jeringilla eran signos inequívocos de ello), otros bebiendo hasta reventar, otros en el
suelo follando como animales... Jeff lo contemplaba todo con desesperación.
¿Por qué?
¿Por qué la gente hacía todas esas cosas?
Nadie tenía la respuesta. La rebeldía, la generación yo, la generación de fin de milenio, la gente
nihilista, sin valores, sin propositos, sin convicciones... no creía en nada. ¿Dios? ¿Quién es Dios?
¿Qué puede hacer por mí cuando todo lo que tenía, cuando mi mundo se derrumbaba por todos
lados, cuando mi vida parecía el Titanic? Nunca hizo nada por mí, ¿cómo voy a creer en él? Mis
padres se divorciaron y me dejaron sólo. Era sólo un niño, nada más que un inocente niño en mi
pequeña ciudad. Pero vi que el alcohol me ayudaba a olvidar, sentía que el ardiente líquido al
menos no me dejaba pensar con claridad... ¿porqué me emborrachaba cuando sólo tenía doce años?
¿Por qué comencé a tomar drogas a los dieciséis? ¿Por qué era un jodido drogadicto a los veinte?
No lo sé. Sólo sé que por suerte abandoné todo eso para recaer en otro mundo peor. Nada tenía,
nada quería, vivía por vivir... es mejor morir que vivir sin ganas, sentir que todo me da exactamente
lo mismo, que todo parece hundirte y que esa luz al final del tunel está muy lejos, demasiado lejos
para que mis brazos la alcanzasen. Mis amigos no eran tales, las chicas me miraban con desprecio,
mi familia me repudiaba y sólo querían verme muerto. Me hundía en el mar de la desesperación y
alzaba el brazo por encima de las aguas intentando que una mano me cogiese y me sacase de aquel
pozo sin fondo. Sólo se reían, me veían morir y se reían, sólo querían pasarlo bien, sólo querían
saber como es la muerte... algunos no volvían, el miedo es sólo psicológico... el miedo no existe.
Sólo la convicción de que quizá la vida cambie para peor.
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¿Qué se siente cuando se prueba una sustancia prohibida por primera vez? Uno se crée Dios, se crée
alguien importante, alguien que debe ser respetado. Quizá se hace por rebeldía, por llevar la
contraria a tus padres o quizás por que todos tus amigos lo hacen. ¿Vas a ser tu menos que ellos?
No, si puedes serás más que ellos, somos animales, competímos entre nosotros y nadie es un amigo.
Si nos dan a elegir entre nosotros o ellos... ¡que se jodan! Este el mundo actual.
Por ejemplo, el suceso de la puerta. Se había saldado con sangre, la manera más fácil de resolver
todo conflicto, la manera más rápida. ¿A quién le importaba que dos o tres motoristas yaciesen
muertos en el suelo? A nadie. Se podía haber arreglado por las palabras, pero no. Debía haberse
arreglado con las armas y la violencia. A nadie le sorprendía ya.
¿Las drogas? Forman parte de nuestra sociedad, forman parte de nuestras vidas así como lo forman
nuestros padres, nuestros “amigos”... es algo cotidiano. La gente ya no teme a las drogas, no las
teme en absoluto. La edad en la que los jóvenes comienzan a tomar drogas se ha reducido
espectacularmente y, ¿quién no se ha emborrachado en su vida? ¿Quién no se ha fumado un canuto?
Nadie levantará la mano y aunque hubiese alguien no lo haría por vergüenza. Así son las cosas.
¿Por qué cada fin de semana se consumen drogas y alcohol? Nadie concibe un fin de semana sin
ellos. Son mudos compañeros que siempre nos acompañan vayamos a donde vayamos. Realmente
nadie se imagina salir un fin de semana y no tomarse un par de copas. Absolutamente nadie, aunque
no les guste, es simplemente la rutina, una forma de igualarse a los demás.
III
Llegaron a la barra y Tommy se acercó a un individuo de cabellos negros como la noche, que vestía
un abrigo negro similar a los que usaban hacía siglos. Tommy se acercó y le golpeó en la espalda
suavemente. El hombre se giró y lo contempló con una mueca de sorpresa.
Era un hombre de edad elevada, quizás más de cuarenta años. Sin embargo, tenía una apariencia
muy rockera, con sus cabellos largos, pendientes y ropas negras. Las arrugas de su rostro eran
muchas, aunque parecía que esas arrugas estuviesen mejor marcadas que las de una persona normal,
como si un escultor las hubiese estado cincelando con esmero.
—¿Tommy? Jodido cabrón, has venido a verme. No te esperaba si soy sincero, pero aquí me tienes.
¿Qué quieres?
—Ronnie, jodido hijo de puta. Sí aquí estoy con unos amigos. Hemos hecho muchos kilometros
desde que salimos de Chicago, demasiados.
—¿Por qué salistéis de Chicago? Chicago es una buena ciudad, grande y peligrosa. Vuestra
presencia no sería muy llamativa.
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—Au contrair, monsieur —contestó David haciendo gala de su francés aunque en la pronunciación
fallaba estrepitosamente—. Tuvimos serios problemas y por ello nos marchamos de Chicago. Ni
siquiera sabemos a donde vamos, sólo que cada noche cogemos el Oldsmobile y nos dirigimos
hacia la nada.
—Todos vamos hacia la nada. Tienes el mejor ejemplo en este tugurio, pero puedes encontrar todo
esto en cualquier sitio. La gente quiere morir, no hay nada que les brinde razones para vivir. Pero a
lo que vamos, ¿qué queréis?
—Pensamos que quizá podías ayudarnos, Ronnie —le respondió Tommy—. Sé que tienes contactos
en muchos sitios y lo único que deseamos en estos momentos es establecernos en algún sitio.
—Comprendo. Conozco a muchos de los nuestros en todo el mundo, pero ahora estamos en Oregón.
Seamos realistas, Oregón es un jodido pueblo perdido en el desierto. Vuestra presencia sería como
una luz en la noche. No, lo que necesitáis es una ciudad peligrosa donde nada llame la atención.
¿Qué tal Los Angeles?
Todos se miraron entre sí. La idea de ir a Los Angeles en California ya se había pasado por sus
cabezas días antes. Los Angeles era una ciudad enorme, una de las mayores del mundo. Quizá
también de las más decadentes.
—El problema es que no conocemos a nadie en Los Angeles —respondió Michelle que se adelantó
y miró a Ronnie orgullosa. Sus manos estaban escondidas en los bolsillos de su chandal—. Es muy
difícil establecerse en una ciudad sin conocer a nadie, no sé si me comprendes.
—Además de guapa es lista. Sí conozco a gente en Los Angeles. Tengo la dirección de una amiga.
Es profesora en la Universidad de Beverly Hills. Ella os podrá ayudar si vaís de mi parte. Se llama
Elaine.
—Danos la dirección —dijo Tommy— y nos pondremos en contacto con ella.
—Sáca un papel y un boli aunque dudo que lo encuentres en este lugar.
—No lo necesito —respondió Tommy cogiendo un paquete de tabaco, arrancando el papel interior
plateado y haciendose un corte en un dedo—. Vamos dímela.
Ronnie lo miró sonriendo y le dijo la dirección.
—Tened cuidado cuando os relaccionéis con ella. Es una persona muy desconfiada y si se asusta
desaparecerá.
—Lo tendrémos. ¿Algún consejo? —preguntó David.
—¿Conoces la canción de Guns n´ Roses que se titula Welcome to the Jungle? —preguntó Ronnie.
David negó.
—Yo sí la conozco —afirmó Jeff desde la retaguardia del grupo.
—Perfecto. Dice algo parecido a “si tienes algo de dinero, tenemos tus deseos”. Necesitaréis dinero,
al menos para alojaros en cualquier hotel de mala muerte hasta que encontréis a mi amiga.
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—¿Cómo podemos conseguir dinero fácilmente? —preguntó Alice que había permanecido en
silencio desde que habían bajado del coche.
—Hay muchas maneras de hacerlo —sonrió—. Pero no creo que os agraden. Sois lo que sois,
podéis conseguir dinero de cualquier manera. Afuera, en la explanada que hay antes de entrar en el
local se celebrar carreras ilegales que son una muy buena forma de ganar dinero. Ahora dejádme.
Me cansa hablar.
Tommy se giró y se marchó sin despedirse de Ronnie. En su mano llevaba la dirección que aquel
hombre le había proporcionado, la dirección que él había grabado con su propia sangre. Podía
parecer muy doloroso, pero todos sabían que no le había dolido en absoluto y que aquella herida ya
había cicatrizado.
Abandonaron el local y una bocanada de aire fresco los golpeó. El espectáculo que habían visto en
el interior no desapareció al salir afuera, a aquel lugar plagado de automoviles y motos. En el suelo,
en las escaleras había dos tipos tumbados envueltos en un charco de sangre. La gente se sentaba a
su lado sin inmutarse, seguían bebiendo su whiskey barato y bromeando mientras la sangre goteaba
a su alrededor.
—¿No pensarás competir en esas carreras? —preguntó Alice mirando a Tommy el cual tenía la
vista clavada en la carretera en la que dos coches se preparaban para salir disparados en dirección al
otro lado del tramo. El que primero llegase, ganaría el coche del otro. Así de sencillo. Además, no
había reglas.
—No, no estoy pensando competir. Estoy pensando en vencer. Vamos, cojamos el coche.
—Yo no me voy a subir al coche mientras hagas locuras —dijo firmemente Alice. Jeff se acercó a
ella, convencido de que Alice tenía toda la razón del mundo—. ¿Sabes que si pierdes el coche nos
quedarémos aquí tirados?
—No voy a perder, chica —respondió ariscamente Tommy—. Ahora cállate y déjame tranquilo.
—Algún día lamentarás todo lo arrogante que eres —respondió Alice. Tommy se dirigió hacia
Alice y Jeff se interpuso entre ambos con las manos alzadas en dirección a Tommy. David y
Michelle observaban la situación en silencio.
—Vamos, déjala. Corre si quieres, nosotros nos quedarémos vigilando el remolque, ¿ok? —
preguntó. Tommy se relajó un poco y Jeff volvió a respirar.
Se dirigieron al viejo Oldsmobile que había aparacado un poco más lejos y entre los tres hombres
soltaron el remolque alargado que llevaba en su parte trasera.
—¿Viene alguien conmigo? —preguntó Tommy. David asintió y de un salto se sentó a su lado.
—Vamos, Tom, quema el motor y dáles a esos hijos de puta algo de que arrepentirse cuando los
mandemos al infierno.
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Tommy sonrió, se puso unas gafas de sol y se remangó la chupa de cuero que llevaba. Luego miró a
Michelle y le dijo mientras encendía el ensordecedor motor:
—Quedaos aquí. Volverémos pronto, será cuestión de minutos. Mientras comed algo, no quiero que
os desnutráis.
Michelle asintió con una maliciosa sonrisa. El coche arrancó y se alejó entre los grupos de
motoristas que se acercaban a observar la próxima carrera.
La carretera solía estar vacia. A aquellas horas de la madrugada, los que se acercaban por aquellas
tierras tenían en cabeza visitar aquel local, en su mayoría motoristas o camioneros, aunque algunas
veces habían ocurrido desgracias. La gente se acumulaba a la salida de aquel circuito recto que
finalizaba diez kilometros más adelante en una meta que varios camiones señalaban. La gente
gritaba y bebía mientras esperaban que surgiese un competidor para el impresionante Chevrolet
Corvette que rugía en la meta rodeado por motoristas. Su conductor era un hombre alto rubio,
musculoso, con porte de estrella y niño bien. Sin embargo, era un participante. A su lado había una
muchacha similar a éste.
Por megafonía se anunciaban la presencia de aquel coche en la salida y se invitaba a todo aquel que
quisiese participar, no importaba en absoluto si fuesen motos contra coches o camiones contra
algunos de los anteriores. La cuestión era muy sencilla, llegar antes que tu rival a la meta... o
procurar que éste no llegase.
El viejo Oldsmobile avanzó lentamente y se abrió paso hasta situarse al lado del Corvette. El
conductor del mismo miró con una sonrisa irónica al viejo coche que se había plantado al lado del
Oldsmobile que rugía furioso al lado del corvette. El rubio se metió en su coche y un hombre se
acercó a Tommy.
—¿Conoces las reglas? ¿Sabes como va esto?
—Vete a tomar por culo, sé como va ésto. Ahora aléjate.
—Vete tú a tomar por culo, cabrón —le respondió el hombre. Por megafonía contaban los segundos
hasta la salida. Tommy miró al hombre y sonrió, cuando se dió la señal el Oldsmobile y el
Chevrolet salieron disparados hacia delante envueltos en una nube de humo. El hombre gritó
cuando sitió que sus pies habían sido aplastados por las ruedas del Oldsmobile. David gritó de
satisfacción cuando sintió el empuje del motor del Oldsmobile.
—Estoy segura de que ganarán. Sino lo consiguen por medios limpios, lo conseguirán por medios
sucios. Pero ganarán —afirmó Michelle subida de pie en el remolque y oteando la planicie con ojos
de lince.
Jeff la miró y se sentó. En este momento se habría fumado uno de sus deliciosos Marlboro, pero no
podía hacerlo y se metió una brizna de paja que había en el suelo en la boca para matar la sensación.
Sí, en verdad Michelle tenía razón. Toda la razón. A su lado se apoyó Alice.
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La miró. Ella tenía la mirada perdida en la nada, estaba completamente ausente, como si estuviese
viendo algo que sólo ella podía ver. En ese momento sólo deseaba estrecharla entre sus brazos y
hundir su rostro en sus cabellos, sentirse amparado por alguien desde que había nacido.
Su infancia quedaba muy atrás y le costaba mucho recordar algo sobre aquella época oscura. No se
sentía desdichado por ello, era simplemente un tiempo que quedaba atrás y que nunca más volvería.
Al menos eso esperaba. Aquella época había sido una constante sucesión de fracasos y sufrimientos.
El alcohol y las drogas habían sido sus compañeros en la adolescencia, sus mudos amigos... hasta
que Tommy apareció. Primero fue un simple conocido, alguien que solía ver en los locales oscuros
y malolientes que solía frecuentar... después era una pesadilla. Lo veía en todos los lugares, al
menos eso creía, el alcohol no lo dejaba pensar con claridad en muchas ocasiones. ¿Las razones
para beber? Olvidar que nada tenía. Sus padres se divorciaron, nada le quedó. Era hijo único nacido
de un embarazo no deseado, ambas familias (la de su padre y la de su madre) se odiaban pues cada
parte rechazaba al compañero o compañera de sus hijos y Jeff significaba el fruto de aquella unión
no deseaba. Por ello a los dieciséis años se fue de casa y se fue a vivir con unos amigos que pronto
desaparecieron llevándose en muchos casos cosas de Jeff. ¿Eran amigos? Lo dudaba.
Tommy le ofreció algo que él deseaba. Quería tener algún tipo de apoyo y Tommy decía que entre
ellos (por aquel entonces él, David y Michelle) siempre había una especie de amor. Ahora diría que
había una relacción de interes. Como en todas las que había tenido. Aceptó. ¿Qué iba a hacer?
Entonces se convirtió uno de ellos. Chicago era una ciudad que, pese a ser tan decadente como las
demás significaba mucho para algunos. Era grande y albergaba a varios más como ellos. Pero David
mató a cinco policias en una redada del local que frecuentaba. Tuvieron que huir al oeste.
Michelle descendió de un salto y miró a Jeff apoyado en el remolque.
—No entiendo como podéis ser amigos. Eres muy diferente a ellos, Jeff.
—Tampoco lo entiendo yo. Pero no me preocupa. Ahora, sólo quiero llegar a Los Angeles cuanto
antes. Quedan unas cuatros horas para que amanezca y hemos perdido una noche en estupideces.
—No creo que una noche signifique mucho para nosotros —respondió.
Jeff le miró por encima de los cristales de sus gafas y no respondió. Michelle esperaba una
respuesta y al no recibirla, levanto la cabeza y miró al oscuro cielo.
—Tengo hambre. Mucha hambre. Vamos a comer, ¿os parece?
Alice asintió débilmente y Jeff ni se inmutó.
—No te comprendo, Jeff —explicó Michelle—. ¿Qué te ocurre?
—Vamos a comer, sí. Creo que es buena idea —le respondió, incorporandose y andando hacia
delante.
Michelle y Alice se encogieron de hombros.
El corvette tomaba distancia poco a poco.
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—¡Vamos, Tom, quema el motor y acércate a ese hijo de puta! —exclamó David golpeando
frenéticamente con sus puños la guantera del coche.
Por su parte, Tom aceleraba. Sabía que su coche era viejo, pero el motor que tenía no tenía nada que
envidiar al del Chevrolet. En absoluto, quizás incluso fuese superior.
—Quiero que hagas una cosa —le dijo a David cuando la aguja del cuentakilometros que había
puesto señalaba los doscientos kilometros por hora—. Pasa al asiento de atrás, cuando nos
acerquemos al coche, rompe el cristal y coge a la chica.
Los ojos de David se iluminaron, en su rostro se dibujó la locura. Asintió y saltó hacia el asiento de
atrás.
El cuentakilómetros siguio subiendo. El coche no notaba que estaban cerca de los doscientos
ochenta por hora. Los cabellos de Tommy se agitaban frenéticamente pero nada más. Poco a poco el
Chevrolet se fue acercando y Tommy se acercó al coche, rozándose ambas carrocerías. Le encantó
el rostro de sorpresa de los ocupantes del Chevrolet.
En ese momento, David estampó su puño en el cristal del Chevrolet rompiendolo en mil pedazos.
Ni se inmutó, eso no le dolía en absoluto. Pocas cosas le dolían. Su mano cogió a la chica del cuello
y la sacó de un tirón del coche y la metió en el Oldsmobile. Besó con violencia sus labios mientras
que el conductor del Chevrolet no se creía ni la mitad de lo que sucedía. Luego su boca se dirigió al
cuello donde mordió segando la vida de la chica.
—¡A por el conductor, David! Necesitamos ese coche ahora mismo.
David sonrió, arrojó a la chica muerta a la carretera y se limpió la boca llena sangre, clavando sus
ojos rojos en el Corvette que el momento que vio que aquel hombre iba a saltar al coche frenó de
golpe.
David saltó y se estampó en la carretera. Rápidamente se incorporó y vio como Tommy frenaba
unos metros más adelante. Frente a él venía el Corvette acelerando a toda velocidad. El coche le
embistió y David desapareció.
—Aquel grupo parece ser lo que buscamos —dijo Michelle señalando un grupo de fornidos
motoristas que como muchos otros, acampaban en la planicie a la salida de aquel local—. Hay
chicas y chicos. Vamos.
Alice la miró miedosa y Jeff apoyó su brazo en ella. Alice había sido la última en llegar al grupo y
esta parte le costaba aún mucho. Jeff se había propuesto ayudarla aunque no sabía muy bien como
hacerlo. De cualquier modo prefería que no aprendiese de Michelle.
Los motoristas observaron a los tres que se acercaban.
—Hola, amigos —dijo Michelle sonriendo y sentandose cerca de ellos—. Acabamos de llegar y
estamos un poco perdidos.
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Jeff se sentó a su lado y Michelle detrás de Jeff. Jeff se fijó en una mujer un poco excedida de peso
como la victima más fácil y le señaló un hombre delgado y poco fuerte físicamente a Alice.
—Supones que deberíamos ayudarte —le preguntó un hombre que estaba cerca de ella—. ¿Por qué
ibamos a hacerlo?
Michelle sonrió y se acercó a él. Le murmuró algo al oído y ambos se marcharon en dirección a
unos camiones.
—¡Hey! —exclamo uno de los motoristas—, ese jodido bastardo se ha ido con una chica. Esos
cabrones siempre tienen suerte.
Jeff comprendió entonces que su táctica no iba a funcionar en aquel momento. Por ello, se levantó e
hizo que Alice lo siguiese.
—¿Tú no te quedas con nosotros? —le preguntó uno de los motoristas. Alice se alejó rápidamente y
cuando dos motoristas salieron corriendo detrás de ella, Jeff los derribó y se los sirvió a Alice.
Levantó la cabeza y miró en dirección a donde Michelle se había llevado a aquel motorista. Sus ojos
enrojecieron y la oscuridad pareció retroceder y le permitió ver lo que sucedía. El motorista
acariciaba obscenamente a Michelle que estaba prácticamente desnuda. En un momento dado, ésta
lo mató, sorbiendo su vida. Todo aquel cuento no era necesario, pero Michelle lo adoraba.
Tommy vio desaparecer a David y sorprendido se lanzó en dirección a aquel Corvette. Sin embargo,
su sorpresa fue mayuscula cuando vio aparecer a David agarrado en la delantera del coche, en el
morro, cubierto de sangre. En su mano empuñaba su pistola que disparó repetidas veces al rostro del
conductor. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, logró sentarse al volante. Cogió las ropas de aquel
hombre, se limpió la sangre y contempló aliviado como sus heridas desaparecían al instante.
Ambos coches se detuvieron. Tommy bajó del Oldsmobile y sonrió al ver a su compañero en
perfecto estado.
—Supuse que haría falta un poco más de violencia gratuita para acabar contigo, David.
—Mala hierba nunca muere —rió el otro.
Ambos regresaron a la planicie del “Hell´s Atrium”, justo en el momento en el que Michelle
regresaba de cenar. Jeff y Alice estaban ambos sentados en el remolque, con los brazos cruzados y
la vista gacha.
—Mirad chicos, tenemos un coche de unos setenta mil dólares para nosotros. En cuanto lleguemos
a L.A. podremos venderlo por un poco menos, pero, aún así, será suficiente para costearnos
nuestros gastos —explicó David orgulloso. No había ni una sóla marca de sus heridas.
—¿Habéis cazado? —preguntó Tommy.
Michelle asintió con la cabeza y le sonrió. Tommy no se dignó a responder y se unió el Oldsmobile
al remolque.
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—Aún queda una larga distancia hasta Los Angeles. Antes, creo que debería ser interesante
pasarnos por Tijuana para vender el coche. Allí hay mucha droga y por lo tanto hay dinero —dijo
Tommy—. Sí, pasaremos por Tijuana. Quizá aquel lugar sea mejor incluso que L.A.
Se sentó en el coche y miró a sus compañeros.
—Vamos, subid.
—¿Alguien viene conmigo? —preguntó David sentado en el Chevrolet y haciendolo rugir.
Jeff ni si quiera consideró la idea. Se sentó al lado de Tommy en el Oldsmobile y encendió la radio
por la que sonaba un sedante jazz. En la parte de atrás se sentó Michelle, exhausta y saciada de
“comida” y para sorpresa de Jeff, Alice se subió al coche con David.
Aquello supuso un jarro de agua fría sobre Jeff. ¿Por qué siempre era igual toda aquella mierda?
¿Por qué siempre las personas que nos gustan ni si quiera saben que existimos? Estaba seguro de
que algún motivo guiaba a Alice para acompañar a David, algún motivo que él suponía que era de
esa índole. No podía haber otra explicación.
Cambió de emisora en la radio y salió un grupo que no conocía pero cuya música era fuerte. Deseó
tener un cigarro o una botella de Jack Daniel´s para acabarsela de un trago. Siempre era lo mismo.
Siempre la misma jodida canción.
Cuando una persona te gustaba, ésta jamás te hacía caso y en el caso de que ya no significase nada
para tí, era entonces cuando se percataba de tu existencia. Jamás había conseguido a alguien a quién
amase de verdad y, además, le reventaba la idea de saber que él sabía tratar a las mujeres, que era
un caballero aunque no lo pareciese.
Levantó los pies y los puso sobre la guantera, echando hacia atrás el sofá. Quitó la radio y saco una
cinta que había al lado del cenicero. La introdujo en el casete y comenzaron a sonar un grupo de
L.A., L.A. Guns, que le fascinaban.
Tommy lo miró y sonrió.
—Esto lo hubiesemos saldado con una borrachera, ¿verdad Jeff? Ahora no importa, Tijuana nos
espera con sus deliciosas mujeres. Lo que quieras, lo tienes en Tijuana, mujeres, sangre, dinero...
Todo es Tijuana.
El Oldsmobile se puso en funcionamiento y pronto dejó atrás aquel local.
Qué coño le importaba a él que pudiese conseguir lo que deseaba si lo único que deseaba era a
Alice. Pero siempre era la misma canción. Sabía que Alice era todo lo que quería, que daría su vida
por ella... pero ella no le hacía caso. Vivir por vivir. Sufrir por vivir... la vida era un juego, pero
nadie dijo que sería un juego divertido, ni siquiera gratificante ni fácil de jugar.
Por ello sabía que debía seguir adelante.
“Lo que no nos mata nos hace más fuertes”
Jeff creía que debía ser el hombre más fuerte del mismo.
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El oldsmobile se alejó mientras el “Hell´s Atrium” se convertía en una pequeña luz luminosa en
medio de la nada. Él seguiría en su compañía, su vida no tenía fin mortal... suponía que los
impulsos autrodestructivos y nihilistas de sus compañeros pronto los conducirían a la muerte. Eso
esperaba, aunque pudiese parecer absurdo.
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