Más incertidumbre sobre el complejo escenario paquistaní

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Más incertidumbre sobre el complejo escenario paquistaní
Más incertidumbre sobre el complejo escenario paquistaní
Txente Rekondo
El presidente paquistaní, Pervez Musharraf ha anunciado públicamente que abandona su
cargo, y el anuncio se produce poco tiempo después de que los partidos en el gobierno
pusieran en marcha un proceso de destitución en contra suya. En su aparición televisiva,
Musharraf aprovechado para defenderse públicamente de las acusaciones que se han venido
vertiendo contra su persona y contra la labor que ha “desempeñado en un cargo o en otro
desde hace nueve años”, y al mismo tiempo ha acusado al gobierno de “tejer toda una serie de
mentiras” contra su persona.
En los últimos días la actividad diplomática y política tras el telón paquistaní ha sido muy
intenso y en ese oscuro escenario parece que se habría estado gestando una salida para el
hasta la fecha presidente del país, todo ello con la supervisión y el apoyo de Estados Unidos y
Arabia Saudita. En ese sentido, algunas fuentes locales, en medio de la especulación que
siempre preside este tipo de acontecimientos, señalan que tras la dimisión, “Musharraf podría
abandonar el país rumbo a la capital saudita, donde permanecería al menos durante tres
meses”, hasta que la situación se aclare un poco en Pakistán.
Desde hace varios meses la situación en aquel país asiático no atraviesa por sus
mejores momentos. La frontera noroeste con Afganistán está cada día más en manos de las
milicias locales talibanes, que prestan apoyo a sus vecinos afganos en los ataques de éstos
contra las tropas del gobierno de Kabul y sus aliados occidentales. Al mismo tiempo en esa
conflictiva región, la ley que impera es la que impulsan los talibanes paquistaníes, y la
presencia gubernamental brilla por su ausencia. Los intentos militares por acabar con esa
situación no han hecho más que debilitar aún más las posiciones del gobierno central ante las
tribus locales.
Junto a todo ello el país está haciendo frente a otras crisis de hondo calado estructural. La
economía está sufriendo su peor situación desde hace décadas, con un aumento de la inflación
anual, pérdidas de los valores mercantiles y con un enorme receso de las inversiones
extranjeras, lo que unido al aumento de la inseguridad política no anticipa buenos tiempos para
el conjunto del país.
Además los precios están disparándose, sobre todo en el sector de los alimentos, los cortes de
luz y agua son cada día más largos (en la ciudad de Karachi son cada día más los que no tiene
agua durante la mayor parte del día), lo que hace que la población más pobre sea la que más
sufra las consecuencias de este abanico de crisis.
Otro factor preocupante en ese ya de por sí complejo escenario es la vuelta de la tensión entre
Pakistán e India. El reciente ataque con bomba contra la embajada india en Kabul y el auge de
las intermitentes hostilidades entre ambos estados en torno a la Línea de Control en
Cachemira, tras cinco años de relativa calma, son dos ejemplos claros de ese nuevo rumbo
que podrían estar alcanzando las tensiones en la zona, unid sin duda alguna a los movimientos
que desde Washington se estarían impulsando.
La participación de actores extranjeros en esta ecuación es evidente. El principal actor,
Estados Unidos, lleva varios meses maniobrando para lograr acuerdos estratégicos con India,
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algo que desde Islamabad se ve con mucho recelo. Hasta la fecha, el aliado clave de la política
estadounidense en la región ha sido Pakistán, y su personaje clave Musharraf, sin embargo
ese aparente giro de la política exterior de la Casa Blanca habría incitado a determinados
protagonistas locales (el ISI) a actuar para evitar lo que se estaría gestando. En este contexto
llama la atención la acusación de la CIA contra sus otrora aliados de los servicios secretos
paquistaníes, a los que públicamente identificó como partícipes del atentado de Kabul. Mientras
que otras medidas, como el incremento de la ayuda económica (no militar) de Washington se
acaba de multiplicar por tres, y desde Arabia Saudita se baraja perdonar la deuda del petróleo.
El reciente viaje del primer ministro Gilani a EEUU se interpreta como el intento del gobierno de
convencer a los dirigentes estadounidenses de que la “guerra contra el terror seguirá con el
apoyo de su país tras la marcha de Musharraf”.
La actitud del ejército volverá a ser clave. En estos momentos la institución militar tiene
demasiados frentes abiertos (India, EEUU, el gobierno, la insurgencia local y las diferencias
internas), y su popularidad no goza de sus mejores momentos (lo que puede llevarle a
centrarse en recuperar su maltrecha imagen). Además, algunos informes señalan que el
descontento hacia el general Ashfaq Kayani va en aumento, y dentro de sus propias filas se le
percibe como un peón de los intereses de EEUU dentro del ejército.
En esa misma línea habrá que ver cuál es la reacción de los poderosos servicios secretos (ISI)
que lleva meses manteniendo un pulso muy duro con los partidos del gobierno, dispuestos a
hacerse con el control de los mismo, algo que no han logrado de momento.
El futuro del propio gobierno, y del conjunto del escenario político paquistaní sigue siendo una
incógnita. Hay dudas de que la coalición gubernamental pueda continuar tras la marcha de
Musharraf, y hasta la fecha han sido incapaces de aportar soluciones a las graves crisis que
afronta el país, más allá de su política de deshacerse como sea del hasta ahora presidente.
Como señalaba recientemente un prestigioso medio occidental, “hay más preocupaciones que
Musharraf”. La incertidumbre sobre Pakistán ante este nuevo escenario se incrementa cada día
que pasa. El descontento popular ante las sucesivas crisis, que soportan mayoritariamente las
clases más desfavorecidas de la sociedad, es otro factor a tener en cuenta en los próximos
meses. Ganarse la confianza de las mismas puede ser un factor para que unos actores u otros
maniobren para poder mantener sus privilegios o volver a recuperarlos.
* TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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