Darwin y el Darwinismo. Ciento cincuenta años después El

Transcripción

Darwin y el Darwinismo. Ciento cincuenta años después El
Héctor A. Palma
Darwin y el Darwinismo.
Ciento cincuenta años después
Miguel de Asúa
El Darwinismo y los católicos en
la Argentina
Marcelo Montserrat
La primera lectura del Origen en la
Argentina. El caso de William Henry Hudson
Dina Rodríguez
Darwin y la fantasía científica
Argentina
Patricia Vallejos Llobet
Modos de inscripción del Darwinismo
en el discurso de la elite intelectual en el
positivismo argentino
Lorena López Torres
Isómeros de hombre a bordo del Beagle.
Inclusión, rapto y alteridad en Jemmy
Buttom de Benjamín Subercaseaux
Gustavo Vallejo
Marisa Miranda
La recepción del Darwinismo en el Río de
la Plata a través de las fantasías literarias
José P. Abriata
Darwin, los sistemas vivientes y
la segunda ley de la termodinámica
Eduardo Blasina
La sociedad también evoluciona
Marcelo Gorga
Las epistemologías evolucionistas y el debate acerca de la relación cerebro y mente
Vivian G. Scheinsohn
Nosotros y la evolución: Darwinismo,
Antropologia y Arqueologia
Santiago Ginnobili
Todo por el Panal. Consecuencias de una
reconstrucción de la teoría de la selección
natural darwiniana sobre la polémica de la
unidad de selección
Mauro Vallejo
Prosper Lucas y los debates acerca
de la consanguinidad. Un retorno a la
relación entre Charles Darwin y la
blending inheritance
Pablo E. Paveso
Darwin y el Darwinismo.
Ciento cincuenta años después
José Gómez Di Vincenzo
Biotipología, orientación profesional y
selección de personal en el discurso de
la Asociación Argentina de Biotipología,
Eugenesia y Medicina Social (1930-1943)
Dante Augusto Palma
Darwin: el caminante sin camino ni
religión. Aproximación a una explicación
en clave no teleológica
Flavia Boglione
La revalorización de la reconstrucción
del pensamiento científico argentino
como punto de partida para la enseñanza
significativa de la Evolución en las
escuelas secundarias
Fernando G. Sica
El uso de representaciones y controversias
en la enseñanza de la Evolución
Marcela Torreblanca
Ana Lía De Longhi
Graciela Merino
Una larga argumentación
Los autores
DARWIN Y EL DARWINISMO.
CIENTO CINCUENTA AÑOS DESPUÉS
Héctor A. Palma
Universidad Nacional de San Martín
[email protected]
La publicación, en 1859, de On the Origin of Species by Means of Natural Selection
or the Preservation of Favored Races in the Struggle for Life (en adelante El Origen), una de las dos grandes obras de Charles Darwin, que cambió por completo
la biología y nuestra forma de ver el mundo biológico y humano. Algunos años
después Sigmund Freud señalaría, con poca modestia, que la humanidad había
soportado tres heridas “a su ingenuo amor propio”: la revolución copernicana, la
revolución darwiniana y el psicoanálisis. Pero, a decir verdad, la primera es, en
buena medida, una construcción de los historiadores y, en el fondo, no habla de
la condición humana. La tercera, que Freud se atribuye a sí mismo –“el yo ni siquiera es el amo en su propia casa, sino que depende de unas mezquinas noticias
sobre lo que ocurre inconscientemente en su alma”– no acabó teniendo el fundamental y universal papel que su autor creyó y pasó a ser un aporte parcial al conocimiento de la psiquis humana. La verdadera herida narcisista fue la segunda –la
de Darwin–, al “reducir a la nada el supuesto privilegio que se había conferido al
hombre en la Creación, demostrando que provenía del reino animal y poseía una
inderogable naturaleza animal”. Por eso la teoría darwiniana de la evolución resulta también el punto clave de una revolución cultural y antropológica y se ubica
en el centro de una compleja y extendida trama de consecuencias extraordinarias,
refractaria a cualquier lectura simplista.
Analizar la figura de Darwin y su posterior influencia, implica entonces, no
solo afrontar enfoques históricos, sino también epistemológicos, filosóficos e
incluso complejos, y a veces artificiales, debates vigentes. “Darwinismo”, por su
parte, es una expresión que ha adquirido una inusitada polisemia, cuyas múltiples
perspectivas ya estaban antes de que Alfred R. Wallace acuñara el término para
dar nombre a un libro en que explicaba la teoría de la evolución, y de paso reafirmaba su renuncia a la copaternidad de la teoría. “Darwinismo” denota y connota
mucho más que una teoría biológica, se solapa solo parcialmente con el concepto
de “evolucionismo” y resulta algo mucho más complejo que el mero antecedente
de lo que en la década de 1930 del siglo veinte, se dio en llamar “neodarwinismo”.
Mayr (1991), por ejemplo y por citar solo un caso relevante, describe nueve usos
distintos del término “darwinismo” a lo largo de diferentes periodos: como “la
teoría de la evolución de Darwin”; como sinónimo de “evolucionismo”; como
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
“anticreacionismo”; como una “antiideología”; como “seleccionismo”; como “evolución variacional”; como el “credo de los darwinistas”; como una “nueva visión del
mundo” y como una “nueva metodología”.
Esta polisemia (quizá no sean nueve los usos diferenciables, pero es cierto
que son varios) hay que entenderla a su vez, en la enorme, difusa, y a veces tensionada expansión de los logros de Darwin en la biología, hacia otros campos
de la cultura. Su extensión y alcances dependen no solo de los compromisos
epistemológicos, historiográficos e ideológicos asumidos por quienes cuentan esa
historia, sino que hunde su raíz en la complejidad casi inasible de un fenómeno
inédito en la historia de la ciencia, por sus implicancias filosóficas y antropológicas. Y esto resulta así porque la teoría de la evolución biológica se ubica en la
trama de los saberes en un punto clave: es una teoría de las ciencias naturales,
pero resulta un fundamento insoslayable para decir algo sobre lo que somos los
humanos, nuestras conductas, nuestra forma de organizarnos y nuestra autoconciencia. Por ello puede decirse, resistiendo a las explicaciones sencillas, mecánicas
y lineales (que abundan por cierto), que lo que hay que enfrentar es, más bien, un
“problema Darwin”.
1. El “problema Darwin”
Seguramente Darwin es el científico sobre quien más se ha escrito. Incluso hay
múltiples biografías y estudios sobre su figura que se interpelan entre sí: apologéticas (y casi oficial como la clásica de J. Huxley y H. Kettlewell); noveladas
(como la de I. Stone); sociologistas que minimizan su papel y lo ubican como un
mero traductor biológico del laissez faire inglés (posición compartida tanto por el
biólogo E. Radl como por el historiador J. Bernal); psicológicas (como las de H.
Grüber o J. Greenace), sin contar con la breve pero magnífica autobiografía que
Darwin escribiera para su familia. Proliferaron también livianos artículos que lo
signaban como el inspirador y justificador biológico de las más funestas intervenciones de los Estados poderosos en su aventura imperialista y, como contrapartida,
cándidas defensas cientificistas que lo mostraban como un personaje ahistórico e
inmaculado. Ninguna de estas visiones es completamente falsa ni completamente
acertada, y seguramente hay que buscar los orígenes de esta multiplicidad, como
decíamos, en la enorme repercusión que su teoría de la evolución tuvo en los distintos ámbitos de la ciencia y la cultura; seguramente la teoría científica que más
controversias externas a su campo específico ha provocado.
En primer lugar, obviamente, hay que resaltar el impacto que produjo su obra
en las ciencias biológicas, cuyo desarrollo marcó desde 1859 hasta la actualidad.
La teoría de la evolución hoy no es exactamente la misma que expusiera Darwin.
Por un lado, algunos de los problemas que acosaban a su teoría (como por ejemplo “la imperfección del registro fósil”, el cálculo de la antigüedad de la Tierra y
la carencia de una teoría de la herencia) hoy ya no son temas de discusiones de
fondo. En paralelo, el neodarwinismo de Weismann que eliminó la herencia de
los caracteres adquiridos, los aportes de la genética (mendeliana, de poblaciones y
finalmente la molecular), y la teoría sintética a partir de los años 30 del siglo vein10
Darwin y el darwinismo. Ciento cincuenta años después
te, por citar solo los hitos más relevantes, reforzaron –modificando y mejorando–,
la propuesta inicial darwiniana basada en el origen común de lo viviente y en la
selección natural. Quizá la expresión que mejor sintetiza el que en la actualidad
la biología es evolucionista sin ningún reparo, sea el feliz título del artículo de Th.
Dobzhansky: “Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”.
La teoría darwiniana ha dejado su impronta también en el pensamiento socioantropológico, filosófico, ideológico/político e incluso en el imaginario social.
La extensión hacia otras áreas científicas y del pensamiento muestra, por un lado,
la íntima interrelación entre los saberes, en ocasiones separados artificialmente en
ciencias o disciplinas pero, sobre todo el peculiar modo por el cual, en ocasiones,
algunas áreas de investigación –en este caso la biología evolucionista pero también ocurrió algo similar, por ejemplo, con la física newtoniana– se convierten en
modelos de cientificidad y proveedoras de conceptos explicativos –y de metáforas
por qué no– que se extienden a otras áreas.
La teoría darwiniana no solo redefinía la noción de especie en una perspectiva
poblacional desechando la perspectiva esencialista o tipológica, sino que ubicaba
a la especie humana derivando de ancestros no humanos y como el resultado de
una historia evolutiva particular y contingente. Esto eliminaba no solo la creencia en la creación especial (según la cual dios habría creado a cada especie por
separado), sino sobre todo la idea del hombre hecho a imagen y semejanza del
creador, como culminación de la creación y con un lugar privilegiado en el mundo,
eliminando la legitimidad de la búsqueda de causas sobrenaturales para explicar
el origen de la diversidad y de la humanidad. Por ello la teoría darwiniana de la
evolución es incompatible con la ortodoxia religiosa cristiana. Cualquier intento
de conciliación entre ambas –que de hecho los hay– conlleva, a mi juicio, violentar o bien la evolución o bien la religión.
2. La teoría darwiniana de la evolución
A mediados del siglo diecinueve el pensamiento evolucionista era moneda corriente
para la historia y las culturas humanas, y había algunos tibios e incipientes antecedentes en biología, como la teoría del abuelo de Darwin, Erasmus; la del francés
George Louis de Buffon (1707-1788), y, sin dudas la más importante, la de Jean
Baptiste Pierre Antoine de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829) publicada
en 1809. Con todo, no se trataba más que de especulaciones teóricas (algo menos la
de Lamarck) y prevalecía la explicación fijista (no evolucionista) acerca de la diversidad y el origen de lo viviente. No es extraño. Es la más razonable desde el sentido
común, en la medida en que se piense el mundo viviente como armónico y organizado de una manera estable para las infinitas, exquisitas y sutiles formas de adaptación de cada ser vivo respecto a su entorno y sus medios de vida; y si, sobre todo,
la experiencia cotidiana repite permanentemente la experiencia de que los seres
vivientes dan lugar a otros seres vivientes semejantes de generación en generación.
El fijismo sostenía la invariabilidad de las especies y la independencia entre
ellas. No era posible que de una especie pudieran surgir otras. Cada especie se
concebía de un modo tipológico o esencialista, es decir, como un tipo ideal o
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
esencial y las diferencias entre los individuos de una misma especie como desviaciones menores y secundarias sobre el tipo común. Pero las teorías científicas fijistas eran compatibles con el pensamiento religioso estándar porque independencia
e invariabilidad de las especies implican, a su vez, aceptar su aparición como un
acto de “creación especial”. Fijismo implica creacionismo. Se trata del conocido
y antiguo argumento del diseño, retomado por el teólogo W. Paley, en Teología
natural, publicado medio siglo antes que El Origen. Argumenta Paley que si nos
encontráramos con un sistema complejo, por ejemplo un reloj, difícilmente dudaríamos de que fuera concebido intencionalmente por un relojero, es decir un
creador inteligente. Del mismo modo, si se piensa en organismos evolucionados
y complejos habría que concluir que un dios creador e inteligente los habría concebido y creado. Es, con algunos retoques secundarios, el mismo argumento que
hoy defienden los nuevos creacionistas que hablan de la “teoría” del diseño inteligente.1 La teoría de Darwin viene a romper con el fijismo-creacionismo fuertemente instalado y a superar otras propuestas evolucionistas anteriores.
Puede decirse que las hipótesis centrales que definen la teoría de Darwin son
dos: el origen común y la selección natural. Para Darwin afirmar que las especies
evolucionan no significa tan solo que cambian, sino también que las especies actuales derivan de otras antecesoras, algunas de las cuales (la mayoría) han desaparecido, hasta llegar quizá, si se retrocediera lo suficiente en el tiempo, a un único
antepasado común para todos los seres vivos. Todas las formas vivientes tienen,
según este modo de ver, un origen común. Dice en la Conclusión de El Origen:
“(...) los animales descienden, a lo sumo, de cuatro o cinco antepasados, y las plantas de un número igual o inferior. La analogía puede llevarme un paso más allá, es
decir que todos los animales y las plantas descienden de algún prototipo (...)”.
Se puede entender la idea del origen común, apelando a la metáfora del árbol
de la vida. Imagínese un árbol frondoso en el cual cada ramita que llega hasta la
parte más alta del árbol constituye una especie actual; las ramitas y ramas que no
llegan hasta la parte más alta del árbol son especies y grupos de especies extinguidos. Si se desciende por el árbol (ese es el trabajo de los paleontólogos) se va
hacia atrás en el tiempo, y la porción del tronco que se encuentra a ras del suelo
representa el momento del origen de la vida (este árbol hipotético no tiene raíces,
o en todo caso, si se quiere seguir con la metáfora, las raíces son los elementos inanimados que lo iniciaron). Cualquier rama se relaciona con otra a través de una
rama de nivel inferior. En los casos de ramas que se encuentran muy próximas
hay que ir muy poco hacia abajo (hacia atrás en el tiempo) para encontrar la rama
que las conecta, es decir la especie que es el ancestro común, mientras que para
aquellas ramas que se encuentran más alejadas hay que ir mucho más abajo (mucho más atrás en el tiempo) para encontrarlo. Y en los casos más extremos habrá
que ir probablemente hasta el principio del tronco, al antecesor de todos los seres.
1 En Diálogos sobre la religión natural, Hume impugna el argumento y, predarwiniano al fin, se dirige básicamente a discutir con la teología. Más allá de la mera impugnación formal por ser un razonamiento por
analogía, en este caso basado en semejanzas débiles, y yendo al fondo de la cuestión, Hume diferencia la
posibilidad misma de una teología natural (el programa que pretende deducir una teología, es decir la existencia de un diseñador, a partir de los datos del mundo conocido) de la posibilidad de atribuir a esa deidad
las características y propiedades del dios cristiano. La biología actual provee de buenas explicaciones teóricas y fundamento empírico al problema de la complejidad.
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Darwin y el darwinismo. Ciento cincuenta años después
El padre de la taxonomía, el sueco Karl von Linné (1707-1778) publicó en
1735 Systematica naturae con un sistema de clasificación de los seres. Inicialmente
firme defensor del fijismo y de la constancia de las especies, Linné fue fundamental
para el desarrollo de las ideas evolucionistas, ya que la ordenación de los seres vivos
puso de manifiesto sus semejanzas y diferencias y si bien ese árbol linneano reconstruía el orden continuo y sin saltos de la naturaleza, supuestamente pensado por
dios, dejaba abierta la pregunta clave: el parecido entre especies diferentes –incluso entre algunas muy diferentes en otros respectos– ¿no inclina a pensar que
habría algún parentesco entre ellas? El árbol de la vida darwiniano, justamente,
no representa tan solo el orden de lo viviente conforme a criterios de semejanza
o de perfección, sino que se lo debe leer genealógicamente. Siguiendo con la
metáfora, debe decirse que se trata de una explicación algo simplificada y hoy se
discute si se trata de un magnífico e imponente árbol o de un frondoso arbusto,
pero esto no lo discutiremos aquí.
La pregunta que surge inmediatamente es ¿cuál es el mecanismo por el cual
surgen nuevas especies? Para Darwin, el mecanismo principal (aunque no el
único, pues también incluía la selección sexual), por el cual se producen nuevas
especies, es la selección natural o “supervivencia de los más aptos” definida como
“la conservación de las diferencias y variaciones individuales beneficiosas y la
destrucción de las que no lo son”. La idea de la selección natural involucra por lo
menos cuatro elementos: la descendencia con variación, la diferencia entre tasa de
reproducción y tasa de supervivencia, la lucha por la supervivencia y la herencia de
los caracteres ventajosos.
Descendencia con variación: los individuos de una misma especie no son
exactamente iguales entre sí. Mientras que para los fijistas era irrelevante la variación individual, para Darwin resulta fundamental porque es la clave para que
haya evolución.
Tasa de reproducción y lucha por la supervivencia: todas las especies se reproducen a una tasa que siempre excede la capacidad del medio para mantenerlos. De
hecho, cualquier especie que se tome en la naturaleza, si se reprodujera a la tasa
habitual y no hubiera una gran cantidad de individuos que mueren prematuramente, rápidamente invadiría el planeta no dejando lugar para ninguna otra. Por
ello hay una proporción variable de esa descendencia que sucumbe antes de llegar
a ser adulta (en condiciones de reproducirse) en una lucha por la supervivencia.
Darwin aplica al mundo biológico ideas tomadas del economista Robert Malthus
(1766-1834), quien en su Ensayo sobre el principio de la población (publicado en
1798), dice “(...) que la población, si no se pone obstáculos a su crecimiento, aumenta en progresión geométrica, en tanto que los alimentos necesarios al hombre
lo hacen en progresión aritmética”. Esta diferencia de crecimiento entre el alimento disponible y los comensales origina según Malthus una competencia por
hacerse un lugar en la empobrecida mesa.
Herencia de los caracteres ventajosos: el éxito en esta “lucha” le dará a los que lo
logren una mayor capacidad reproductiva, es decir que tendrán más descendencia,
con la consecuencia de que los caracteres distintivos (y ventajosos) de los padres,
probablemente, prevalecerán en una mayor cantidad de individuos, en la nueva
generación. Es necesario, de hecho, que estos caracteres sean hereditarios
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
La selección natural actúa sobre los individuos pero no tiene sentido alguno
para la teoría darwiniana, decir que los individuos, como tales, evolucionan. La
evolución es el cambio que se produce en la constitución promedio de una población de individuos a medida que se suceden las generaciones. Los individuos solo
sobreviven y se reproducen transmitiendo sus características, o bien mueren antes;
las especies o poblaciones evolucionan. La selección natural es un proceso donde
cada generación de organismos es seleccionada por el medio ambiente. Dadas
ciertas condiciones ambientales estas provocarán la muerte o la incapacidad de
dejar descendencia de aquellos cuyas características no resulten favorables. Como
resultado de este mecanismo, la constitución media de la población de organismos, va a ir cambiando de modo tal que las formas con variaciones menos favorables se irán haciendo cada vez más escasas, y aumentará la cantidad de los que
tengan características que resulten favorables.
La condición de “más apto” –que en ocasiones se ha identificado ideológicamente y erróneamente como “supervivencia del más fuerte”– siempre es relativa
al medio, y no solo variará de especie a especie, sino también en los distintos
momentos, de modo tal que lo que en un momento resultó una característica
ventajosa puede representar lo contrario al momento siguiente. En ocasiones ser
más apto significa ser más rápido –por ejemplo para escapar de los predadores–;
en otras necesitar menos alimento– por ejemplo en épocas de escasez–; pero también puede ser tener un repertorio de conductas más flexible; ser mariposa clara u
oscura según la época; ser resistente al antibiótico A o B según las circunstancias.
Para que estas características operen evolutivamente tienen que ser puestas en
juego en una condición ambiental dada y representar una ventaja que algunos
individuos posean y otros no.
Las nuevas variedades, y luego las nuevas especies, tienen su origen en la supervivencia de las pequeñas variaciones acumuladas a lo largo de las generaciones.
Darwin defendió con mucha fuerza la hipótesis según la cual el proceso evolutivo
se desarrollaba en forma gradual, pero el gradualismo le trajo no pocos problemas,
ya que esta nueva relación cambio-tiempo que surgía de los mecanismos evolutivos debía ser compatible con las estimaciones sobre la antigüedad de la Tierra y la
estrategia evolucionista debía llevar a probar que la Tierra poseía una antigüedad
mucho mayor que la estimada en ese momento. Si bien la creencia en un planeta
joven se fue desmoronando a partir de los trabajos paleontológicos y geológicos,
a mediados del siglo diecinueve, los científicos no poseían técnicas de datación
fiables y más o menos precisas.2 El gradualismo de Darwin estaba en línea con la
nueva teoría geológica de Lyell, según la cual la Tierra tenía millones de años, lo
cual resultaba indispensable para pensar la evolución, pero además, sostenía que las
características geológicas del planeta son el producto de la lenta y continua acción
de causas uniformes y no de unos pocos y esporádicos y extraordinarios cataclismos.
2 Mientras la antigüedad de la Tierra fue un problema para Darwin, no lo era para los creacionistas. San
Isidoro, en el siglo VI, por ejemplo, sostuvo que la creación del mundo había ocurrido en 5210 a. C. El arzobispo inglés James Usher, por su parte, reveló que la creación había ocurrido en el año 4004 a. C. Por su
parte el Dr. John Lightfoot, director del St. Catherine´s College de Cambridge, llegó a la conclusión de que
la fecha precisa fue el miércoles 18 de junio de 4004 a.C. a las 9 de la mañana, aunque otros sostenían que
el magno acontecimiento tuvo lugar el 25 de octubre.
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Darwin y el darwinismo. Ciento cincuenta años después
Resumiendo, puede decirse que la diversidad de especies a partir de un origen
común resulta de la supervivencia y acumulación de variaciones individuales azarosas. El azar se refiere a que esas variaciones no están relacionadas con los cambios en el ambiente; de hecho las especies pueden extinguirse si esos cambios son
muy pronunciados y no nacen individuos con características que les permitan sobrevivir. No solo la conformación, sino también la existencia misma de cualquier
especie, entonces, no son más que el resultado aleatorio de estas fuerzas naturales.
La inquietante consecuencia, que Darwin no trata en El Origen, pero sí lo hace
en El Origen del Hombre (The descent of man, and selection in relation to sex) de
1871 es que el homo sapiens no solo proviene de ancestros no humanos, sino
que su propia existencia es aleatoria en la historia de la vida en el planeta. Estos
aspectos referidos al contenido mismo de la teoría, más el fundamental hecho de
que Darwin inaugura definitivamente, como decíamos, un modo de proceder que
rehúsa la apelación a causas sobrenaturales para explicar la existencia misma de la
diversidad y de la especie humana, nos enfrenta con unas consecuencias fundamentales de la teoría de la evolución.
3. Evolución, progreso y pensamiento teleológico
Darwin, a decir verdad, era muy prudente y evitó en principio utilizar la palabra
“evolución” (evolution) para designar al cambio orgánico, y se refería más bien a
este como “descendencia con modificación”. De hecho evolution aparece recién
en la sexta edición de El Origen, cuando el sentido que tiene en su teoría ya había
sido suficientemente difundido y aclarado. Estas precauciones se relacionaban
con otros usos y acepciones corrientes del término. En su sentido moderno, Lyell
la utilizó en 1832 para discutir las ideas de Lamarck, pero fue usada anteriormente en biología por Albrecht von Haller (1708-1777) para su teoría embriológica.
Allí hacía referencia a los cambios que se producen en el embrión en su desarrollo,
según una secuencia fija y en tiempos perfectamente predeterminados, proceso
bastante diferente al de la evolución de las especies en la teoría darwiniana. Así,
el concepto de “evolución” está ligado a la idea de cambio progresivo, no solo el
del embrión hacia su desarrollo pleno, sino también el progreso de las sociedades
a lo largo de la historia, concepto proveniente del iluminismo del siglo dieciocho
que perdura en todo el siglo diecinueve. Incluso hoy suelen ligarse equívocamente
ambos conceptos. La idea de progreso conlleva la idea de “mejoramiento”, sea lo
que fuere que se considere tal mejoramiento. Pero, en biología, evolución es la
adaptación a ambientes cambiantes, no progreso. Como quiera que sea el problema de la direccionalidad general de la evolución, aunque no el progreso, sigue
siendo objeto de discusiones.
Puede afirmarse, entonces, que la consecuencia científica, pero también filosófica e ideológica del darwinismo ha sido la superación del pensamiento teleológico
que, entremezclado con el cristianismo, concibe la marcha del mundo como el
plan de dios, predeterminado y en el cual la aparición de la humanidad correspondería al punto culminante y más alto de la creación. Con la teoría darwiniana de la
evolución, ese pensamiento teleológico que había encontrado su primer límite en
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
el mundo físico de los objetos con el mecanicismo en el siglo diecisiete, también
era expulsado del mundo biológico para escándalo del pensamiento religioso.
Es necesario hacer aquí algunas aclaraciones con respecto a distintos usos
del concepto de teleología. En primer lugar, los procesos que Mayr ha llamado
“teleonómicos”, aquellos que “deben su dirección hacia objetivos al influjo de un
programa desarrollado”. Los programas genéticos controlan, con mayor o menor
posibilidad de variación, la ejecución de una serie de acciones tendientes a un fin
(la semilla que se hace árbol, el huevo que se hace animal, etc.). Tanto programas
cerrados que determinan instrucciones completas (los que controlan la conducta
instintiva de los insectos y de los invertebrados inferiores por ejemplo) como
programas abiertos o incompletos que pueden incorporar información externa
mediante aprendizaje u otras experiencias anteriores (la mayoría de las conductas
de los humanos y otros animales que sobre una gama de patrones de respuestas
posibles pero limitadas, permiten opciones diferentes).
Otro uso del término “teleológico”, el menos problemático sin duda pero
seguramente el que nos lleva a caer en la confusión, se refiere a la conducta intencional de organismos con estados de conciencia, sobre todo en los humanos (no
es necesario aquí discutir si algunos animales tienen acciones intencionales en
el mismo sentido que los humanos) que tienen conductas con intenciones y con
plena conciencia de sus actos e incluso diseñan estrategias para sus logros.
Sin embargo, la consecuencia más inquietante de la teoría darwiniana de la
evolución y la que, por tanto, más oposición provocó fue la eliminación de la forma más abarcativa del pensamiento teleológico: la teleología cósmica. Según este
punto de vista como ya se ha señalado, todos los cambios en el mundo se debían
a una fuerza interna o a una tendencia hacia el progreso y hacia una perfección
cada vez mayor. A partir de Darwin, los cambios en la historia del mundo biológico serían concebidos como el resultado de la acción de leyes naturales. Los dos
primeros tipos de procesos (teleonómicos y conductuales) solo son teleológicos
en apariencia y pueden perfectamente ser explicados por causas naturales y no
hay necesidad de involucrar en ellos causas sobrenaturales. La teleología cósmica
simplemente no existe porque la selección natural opera en cada individuo y en
cada generación sin ningún objetivo externo ni de mediano ni de largo plazo. Los
individuos simplemente sobreviven y se reproducen, o mueren y se extinguen, y
solo la reconstrucción retrospectiva (digamos, del paleontólogo) mediante un
relato histórico unificador puede generar la ilusión de que hay una meta o una
direccionalidad en la evolución.
4. Darwin y el darwinismo
Como adelantábamos más arriba, la teoría de la evolución tuvo una enorme repercusión en otras áreas de la ciencia, y su expansión y recepción en los distintos
ámbitos se dio habitualmente en entrecruces con el evolucionismo filosófico y
cultural imperante en el siglo diecinueve, que no coincide, en algunos aspectos
fundamentales, con la teoría biológica. Como la historia del evolucionismo (y del
darwinismo) ha estado ligada de una u otra manera a manifestaciones científico16
Darwin y el darwinismo. Ciento cincuenta años después
tecnológico-políticas realmente negativas (como el darwinismo social, el racismo
y la eugenesia), conviene realizar algunas consideraciones. Darwin, obviamente,
no puede escapar al imaginario más o menos corriente de su época, pero no se
trata de exculpar a Mister Charles Darwin de responsabilidades, sino de comprender relaciones más generales entre su teoría y otras manifestaciones.
La biología evolucionista vino a ocupar por su propia índole teórica, en la
segunda mitad del siglo diecinueve, un área de intersección entre las llamadas
ciencias naturales, en el sentido más estricto, y las ciencias sociales. Esta doble
pertenencia de los saberes biológicos se manifiesta en las conexiones directas o
indirectas (reales, imaginarias, ideológicas o potenciales) que los trabajos en muchas áreas de la biología establecen con las condiciones sociales de producción,
legitimación, reproducción y circulación del conocimiento y con las prácticas y
puesta en marcha de tecnologías sociales. Pero el evolucionismo en lo social, a la
sazón, fuertemente imbricado con la idea de progreso, no se apoya al modo de
una copia sobre su original biológico. El llamado “darwinismo social” debe ubicarse en este difuso entrecruce de ciencia, ideología y poder en el cual la teoría
darwiniana de la evolución (sobre todo la idea de selección natural que, curiosamente, fue relativamente resistida en el campo específico de la biología durante
algunas décadas) se solapa con un evolucionismo sociológico y cultural que
recorrió todo el siglo diecinueve. Por ello la expresión “darwinismo social”, tan
utilizada, es, cuando menos, equívoca y poco útil historiográficamente para dar
cuenta de la relación entre la teoría darwiniana y otras expresiones sociológicas y
políticas. Álvaro Girón Sierra, en un excelente trabajo, muestra que el darwinismo no fue simplemente una extensión del programa de Darwin sino más bien
“un consenso laxo en torno al concepto de evolución que fue adquiriendo un
perfil científico distinto a lo largo de los años”; asimismo, que si bien la obra de
Darwin puede estar asociada a los intereses de la burguesía británica en ascenso,
“ello no impidió que distintos grupos del más variado perfil ideológico, se apropiaran de la teoría y vocabulario darwiniano para los fines más diversos” y finalmente que la expresión “darwinismo social” es desafortunada “no solo porque el
darwinismo fue social desde el principio, sino porque la pluralidad de lecturas a
que dio lugar la obra darwiniana hacen imposible definir a este supuesto darwinismo social como un bloque preciso con fines estables a lo largo del tiempo”
(Girón Sierra, 2005: 23-24). Como quiera que sea, el “darwinismo social” no es
la extrapolación lineal y simple de un modelo explicativo exitoso en lo biológico
al ámbito de las explicaciones sociológicas e históricas, sino que se trata de vinculaciones mucho más complejas.
La enorme difusión y el alcance que ha tenido la teoría de la evolución en
un contexto propicio para acogerla, hace que se produzcan interpretaciones
forzadas, parciales o ideológicas. Por ello, resulta un tanto estéril, realizar una
exégesis minuciosa y vigilante de los escritos de Darwin para luego denunciar
en qué sentidos se lo ha malinterpretado o forzado. Repetidas veces, las expresiones de Darwin no dejan lugar a dudas sobre su convicción de la inferioridad
de algunos seres humanos, sobre todo los que encontrara en su viaje por la
Patagonia. Los científicos, no son nunca ni genios en un mar de ignorancia
portadores de la verdad contra todo prejuicio, ni pobres hojas en la tormenta de
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
la sociedad y la cultura. Darwin no hace más que aceptar y repetir una creencia
más que arraigada en la Inglaterra victoriana, con respecto a las desigualdades
y jerarquías raciales, creencia milenaria que encuentra en el siglo diecinueve
una nueva y más fuerte fundamentación en la ciencia. Sin embargo, puede decirse que Darwin tenía antes que una actitud de desprecio para con las “razas
inferiores”, una actitud paternalista, que expresa repetidas veces en su extensa
correspondencia y en su Autobiografía. De hecho, se ha expresado repetidas veces contra la ignominia que significaba la esclavitud. En todo caso, como señala
S. Gould, “Darwin construyó una lógica distinta para explicar una certidumbre
compartida por todos” y en ese sentido resulta más importante para la comprensión de la historia analizar por qué razones, desatinos tan potentes y perniciosos
se instalaron durante tanto tiempo como una certeza indiscutida a partir de la
cual se ha generado tanto sufrimiento”. En suma cuáles son las razones por las
cuales la diversidad que es una cuestión biológica llegó a justificar la desigualdad que es un problema político.
Hacia fines del siglo diecinueve y, sobre todo en la primera mitad del siglo
veinte se instaló en todo el mundo el movimiento eugenésico (según las ideas de
un primo de Darwin, Sir Francis Galton) consistente en la aplicación de tecnologías sociales y médicas para promover la reproducción de los individuos considerados mejores y la inhibición de la reproducción, y en ocasiones, el exterminio liso
y llano de los individuos considerados inferiores. La eugenesia está basada en una
lectura algo sesgada de la selección natural, que incluye las dimensiones políticas
y tecnológicas al servicio de una selección artificial apoyada en convicciones ideológicas a las que la ciencia brindó su apoyo.
El movimiento eugenésico se convirtió en un extendido (abarcó al menos
todo el mundo occidental y algunos otros países como la India) y complejo
programa interdisciplinario en el cual estuvieron comprometidos importantes
sectores de la comunidad científica internacional cuyo objetivo –el mejoramiento/
progreso de la raza o la especie– debería llevarse adelante mediante una selección
artificial que suplantara o ayudara a la selección natural, a través de políticas públicas destinadas a la promoción de la reproducción de determinados individuos
o grupos humanos considerados mejores y la inhibición de la reproducción de
otros grupos o individuos considerados inferiores o indeseables. Por ello, el movimiento eugenésico fue, en su implementación práctica, un caso paradigmático
de la biopolítica en sus dos sentidos principales: como una concepción del Estado,
la sociedad y la política en términos, conceptos y teorías biológicas, y también
como el modo en que el Estado organiza y administra la vida social de los individuos mediante la organización y administración de la vida biológica. Luego
de la Segunda Guerra Mundial el movimiento eugenésico se fue debilitando, en
buena medida como resultado de las atrocidades cometidas por el nazismo, y fue
derivando en propuestas más restringidas a cuestiones médico/sanitarias (sobre
todo profilaxis del embarazo y cuidados del bebé y del niño pequeño, condiciones
higiénicas de la vivienda, etc.). Ahora bien, ¿era Darwin un eugenista o, en todo
caso y mejor, se desprende de la teoría darwiniana los postulados eugenistas? Es
bastante difícil contestar taxativamente a ambas preguntas. Al final de El Origen
del Hombre (1871), Darwin parece prestar apoyo a las medidas eugenésicas:
18
Darwin y el darwinismo. Ciento cincuenta años después
El hombre estudia con la más escrupulosa atención el carácter y la genealogía de
sus caballos, de sus perros, de sus otros animales domésticos, antes de permitirles
acoplarse; pero cuando se trata de su propio matrimonio, toma esta precaución muy
raramente, tal vez nunca. (…) La selección sexual le permitiría, sin embargo, hacer algo
favorable, no solo para la constitución física de sus hijos, sino también para sus cualidades intelectuales y morales. Los dos sexos no deberían unirse en matrimonio cuando se
encontrasen en un estado de inferioridad física o espiritual demasiado pronunciado; pero
expresar semejantes esperanzas importa expresar una utopía, pues estas esperanzas
no se realizaran siquiera en parte, mientras las leyes de la herencia no sean completamente conocidas. (…) El mejoramiento del bienestar de la humanidad es un problema
de los más intrincados. Todos los que no puedan evitar una abyecta pobreza a sus hijos
deberían abstenerse del matrimonio porque la pobreza es no tan solo un gran mal, sino
que tiende a aumentarse, conduciendo a la indiferencia en el matrimonio. Por otra parte,
como ha observado Galton, si las personas prudentes evitan el matrimonio, mientras que
las negligentes se casan, los individuos inferiores de la sociedad tienden a suplantar a los
individuos superiores. El hombre, como cualquier otro animal, ha lle­gado, sin duda alguna, a su condición elevada actual mediante ‘la lucha por la existencia’, consiguiente a su
rápida multiplicación: y si ha de avanzar aún más, puede temerse que deberá seguir sujeto a una lucha rigurosa. De otra manera caería en la indolencia, y los mejor dotados no
alcanzarían mayores triunfos en la lucha por la existencia que los más desprovistos. De
aquí que nuestra proporción o incremento, aunque nos conduce a muchos y positivos
males, no debe disminuirse en alto grado por ninguna clase de medios. Debía haber una
amplia competencia para todos los hombres, y los más capaces no debían hallar trabas
en las leyes ni en las costumbres para alcanzar mayor éxito y criar el mayor número de
descendientes (Darwin, 1871 [1994: 521]).
Sin embargo, también relativiza en parte el papel de la herencia biológica, para acentuar otros aspectos derivados de las condiciones de vida:
A pesar de lo importante que ha sido y aún es la lucha por la existencia hay, sin embargo,
en cuanto se refiere a la parte más elevada de la naturaleza humana otros agentes aún
más importantes. Así, pues, las facultades morales se perfeccionan mucho más, bien
directa o indirectamente, mediante los efectos del hábito, de las facultades razonadoras,
la instrucción, la religión, etcétera, que mediante la selección natural; por más que puedan
atribuirse con seguridad a este último agente los instintos sociales que suministran las bases para el desarrollo del sentido moral (Darwin, 1871 [1994: 521]).
Con respecto a la segunda pregunta, la cuestión es más compleja y en las últimas décadas se ha trabajado mucho el tema.3 Aquí solo haré algunos comentarios
más o menos generales. La eugenesia se basa en un punto de vista hereditarista
y determinista de las características y conductas humanas pero, además, en una
visión algo sesgada de la selección natural por tres motivos: la aplicación de la
misma a cuestiones sociales; considerar que los cambios evolutivos puedan tener
lugar en el lapso de pocas generaciones y principalmente por la utilización algo
indiscriminada e ideológica de la noción de “progreso” que la teoría darwiniana
había conseguido expulsar del mundo natural. El proceso de difusión del darwinismo es muy complejo. Si bien es cierto que por un lado, la teoría darwiniana
de la evolución, en términos estrictamente conceptuales elimina los aspectos te3 Cf. entre otros, Álvarez Peláez (1985, 1988), Chorover (1979), Gould (1996), Kevles (1995), Stepan
(1991), Romeo Casabona (edit.) (1999); Th. Glick; M. Puig-Samper y R. Ruiz (eds.) (2001); M. Miranda, y G.
Vallejo (2005, 2008); M. Miranda y A. Girón, (2009); Palma (2005); Suárez y López Guazo (2005); ISEGORÍA Nº 27 (2002).
19
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
leológicos y, por tanto la idea de progreso del mundo de lo viviente, por otro lado
la enorme expansión y la dispar recepción del evolucionismo en toda la cultura y
en otras ramas de la ciencia, así como su irrupción en un contexto en el cual eran
moneda corriente las ideas evolucionistas (incluidas las filosofías evolucionistas
de H. Spencer y otros) con un claro tinte progresista, dieron como resultado un
evolucionismo bastante ecléctico y poco riguroso y, en ocasiones, alejado de la
teoría biológica. La idea de evolución, aplicada a la dinámica social tendría las
siguientes características: a) identificación de las etapas o periodos que se postulan a priori como indicadores de esa misma evolución; b) el cambio obedece a
leyes naturales y, en ese sentido es inmanente; c) el cambio es direccional y se da
en una secuencia determinada, aunque, obviamente, ninguno de los autores evolucionistas establece plazos para esos cambios; por esto mismo, d) el cambio es
continuo (Véase Nisbet, 1976). La teoría de la evolución biológica no cumpliría
con la primera característica –salvo en una mirada retrospectiva, en el trabajo del
paleontólogo, digamos– ni con la tercera y de allí una notoria diferencia con la
evolución en lo social.
Pero, además, el movimiento eugenésico, y esto excede completamente la
figura de Darwin, responde a una evaluación del estado de la sociedad (europea
sobre todo) en términos de una tensión entre decadencia y progreso, que conlleva,
en el tono de los discursos, la correspondiente tensión entre pesimismo/optimismo. En ocasiones se ha puesto el acento en el aspecto pesimista (de decadencia y
degeneración)4 y en otras en el marcado optimismo cientificista del movimiento
eugenista, pero se ha perdido de vista que esos conceptos son dos caras de una
misma moneda, que su fuerza práctica sobreviene precisamente de que operan
conjuntamente. En efecto, el reclamo del movimiento eugenista por implementar
políticas de control y administración de los cuerpos se fundamenta en la exposición de los rasgos de degeneración y decadencia, un discurso bastante corriente
hacia fines del siglo diecinueve y sobre todo después de la Primera Guerra Mundial, el momento pesimista exacerbado y expuesto como un problema médico/
biológico. Sin embargo, este primer momento no es presentado como un estadio
definitivo e irresoluble sino como un momento que puede –y debe– ser superado
a través de las posibilidades que la ciencia y la tecnología ofrecen, en el contexto
de una fuerte naturalización de la vida social y una transferencia de poder al especialista médico: el momento optimista, más exacerbado aún. La intervención
eugénica es la que vendría a resolver el pasaje de la decadencia al progreso. Decadencia/ pesimismo/degeneración por un lado y progreso/optimismo/normalidad
no son polos conceptuales que se aplican en la evaluación diagnóstica del estado
de una sociedad en un momento dado en forma alternativa, sino más bien, los
opuestos de una dialéctica que se resuelve en una apuesta político tecnocrática.
El siglo diecinueve inaugura un abordaje nuevo y sanciona científicamente5
la antigua convicción de las jerarquías raciales. Pero, además, el discurso racista
4 Sobre la idea de decadencia en la historia, véase Hermann (1997).
5 El concepto de “racialismo” (Todorov, 1989) se diferencia del de ‘racismo’ en que este hace referencia a
una conducta más o menos espontánea y generalizada de rechazo y temor al diferente o al extranjero en
general surgida de prejuicios del sentido común, mientras que aquel consiste en la búsqueda de apoyatura
en teorías ‘científicas’.
20
Darwin y el darwinismo. Ciento cincuenta años después
no solo reproduce el clásico cuadro estático de las razas superiores e inferiores,
sino que también incorpora, en clave evolucionista, la idea según la cual la historia natural del hombre en cuanto especie biológica también habría producido
la historia cultural de los hombres de modo tal que esa clasificación de las razas
reproducía también los misterios del proceso civilizador al explicar por qué algunas sociedades habrían realizado esa marcha hacia adelante más rápidamente y
mejor que otras. Este segundo aspecto, generalmente olvidado en la actualidad,
probablemente sea más importante que el primero y expresa con toda claridad la
dialéctica decadencia/progreso. Dos señalamientos contribuirán a mostrar esto.
Para finalizar, también es necesario señalar que el movimiento eugenésico expresa claramente la imbricación de ciencia, tecnología y política, y esto
también excede ampliamente la figura y teoría de Darwin, en la batería de
tecnologías sociales y médicas propuestas: la exigencia del certificado médico
prenupcial; el control diferencial de la concepción; la esterilización; el aborto
eugenésico; el control y/o restricción de la inmigración de determinados grupos
humanos; control y tipificación de los alumnos –y la población en general– a
través de “fichas biotipológicas”; la implementación de una educación sexual
dirigida a la buena reproducción.
Como quiera que sea, es inevitable que todos los aspectos mencionados en
esta última sección se conviertan en terreno de debate permanente, porque pertenecen no solo a la misma tradición intelectual, sino porque forman parte del
entramado ideológico, cultural y científico más profundo de nuestra historia, en
tanto especie con autoconciencia. Este libro intenta, justamente, exponer este
abanico de intersecciones del darwinismo. Se tematizan: la recepción del darwinismo en Argentina; Darwin, el darwinismo y la literatura; las influencias de la
teoría darwiniana de la evolución en otra áreas del pensamiento científico; controversias teóricas actuales en torno al darwinismo/evolucionismo; algunas de las
perspectivas contextuales sobre la teoría darwiniana de la evolución; la relación
entre darwinismo y eugenesia; la siempre conflictiva relación entre Darwin, el
darwinismo y la religión; finalmente se abordan algunas cuestiones relacionadas
con la enseñanza de la evolución.
21
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
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22
Darwin y el darwinismo. Ciento cincuenta años después
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Todorov, T. (1989). Nous et les autres. La réflexion française sur la diversité humaine. Éditions du Seuil.
23
El Darwinismo y los católicos
en la Argentina
Miguel de Asúa
Universidad Nacional de San Martín - CONICET
El proceso de asimilación de Darwin y de otros autores evolucionistas por parte
de los católicos en Argentina fue en el marco del más amplio fenómeno de recepción de la teoría de la evolución en los ambientes científicos y culturales de nuestro país. Uno de los rasgos distintivos de la recepción del darwinismo en Argentina fue que ingresó a través de la literatura (Montserrat, 2000; Gasparini, 2001).1
¿Qué rasgos distintivos tuvo su recepción entre los círculos católicos educados?
Creo que es posible afirmar que, en síntesis, esta consistió en una transición desde
una interpretación y utilización ideológico-política de las ideas evolucionistas
en el contexto del proceso de secularización promovido por el estado, hacia una
apropiación más específicamente científica de la teoría. Es así que parece posible
establecer una periodización tripartita en esta historia, que comprendería: (a) el
período temprano desde 1862 hasta la década de 1910 en el que intervinieron
líderes católicos como José M. Estrada, Manuel D. Pizarro y Pedro S. Alcocer;
(b) el período intermedio que tuvo como protagonista al P. José María Blanco SJ,
quien entre 1916 y 1925 mantuvo una agitada controversia con los defensores de
las teorías antropológicas de Ameghino, y (c) el último período, desde mediados
de la década de 1920 hasta 1953, protagonizado por el naturalista Emiliano MacDonagh, quien desde las páginas de la revista Criterio articuló un evolucionismo
compatible con el pensamiento cristiano de esa época.
1. El trasfondo
Los miembros de lo que hemos llamado el “círculo de clérigos naturalistas” que
actuaron en el Río de la Plata durante las primeras décadas del siglo diecinueve
entendían la edad y la historia de la Tierra en términos de la “geología bíblica”. El
oriental Dámaso Larrañaga, que cumplió un papel destacado en el movimiento
de la independencia y fue el naturalista criollo más significativo del período, siguiendo al arzobispo anglicano James Ussher afirmaba que la Tierra había sido
creada en el año 4004 aC. Por su lado, el sacerdote Bartolomé Doroteo Muñoz,
1 La recepción literaria no fue una característica peculiar del darwinismo, sino un rasgo común a varias teorías científicas, como es el caso de la teoría de la relatividad (Asúa y Hurtado de Mendoza, 2005: 239-287).
25
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
español que abrazó la causa patriota en nuestro país, optaba por la fecha 5199
aC., postulada por el historiador de la Iglesia Eusebio de Cesarea. En cuanto a la
dinámica de los procesos geológicos, Larrañaga adhería al neptunismo del irlandés Richard Kirwan (los neptunistas eran los geólogos que sostenían que fue el
agua el elemento que produjo las transformaciones y cambios de la corteza en la
historia del planeta). Para Larrañaga, el Diluvio universal había sido debido a la
acción de Dios mediada por causas instrumentales y no debería ser explicado en
términos puramente naturales, como lo hacía Buffon (Asúa, 2010a). Interpretaciones análogas a estas eran sostenidas por los clérigos geólogos de las universidades de Oxford y Cambridge, como William Buckland y Adam Sedgwick, aunque
hay que advertir que hacia 1810 la interpretación literal del Génesis como texto
geológico defendida por Kirwan ya estaba desacreditada (Asúa, 2010b). Larrañaga fue un naturalista que, como muchos en el siglo dieciocho, se dedicó fundamentalmente a la taxonomía. De hecho, fue el receptor de Linneo en el Río de la
Plata –aunque, como muchas personas letradas en el Virreinato–, también estaba
consustanciado con la obra de Buffon (Asúa, 2008).
2. Darwin y la evolución en el conflicto en la década del ochenta
El Origen de las especies fue publicado en 1859. En enero de 1862 tuvo lugar en
Buenos Aires un episodio que puede considerarse como el primer encuentro
público entre el darwinismo y los católicos en nuestro país.2 Gustavo Minelli, un
joven italiano de ideas liberales exilado en Buenos Aires, dictó en la Universidad
por invitación de Juan María Gutiérrez, recientemente nombrado rector de la
misma, un “Curso de Historia Universal”. El curso dio lugar a que José Manuel
Estrada, que tenía entonces veinte años, pronunciara una encendida conferencia
como respuesta polémica al nuevo profesor, que tituló “El génesis de nuestra
raza”. En esta charla del 6 de mayo de 1862, Estrada se explayó sobre tres temas
que funcionaban como núcleo del conflicto entre la teoría de la evolución y la
religión cristiana, a saber, el relato bíblico de la creación, el unigenismo (la idea
de que toda la humanidad desciende de una única pareja primordial) y el Diluvio.
Estrada reclamaba para sí la autoridad de la ciencia “verdadera” e interpretaba
los días de la creación como “épocas de una duración indefinida” (Estrada, 1899).
Entre sus autoridades figuran autores que no trataron específicamente la cuestión
de las ciencias, como por ejemplo Thomas-Marie-Joseph Gossuet o el tradicionalista Donoso Cortés, pero también utilizó dos obras apologéticas que se ocupan
de las relaciones entre ciencia y religión. Se trata de las traducciones al castellano
de los Études philosophiques sur le christianisme (1842-1845, 4 Vols.) del apologista
laico Jean Jacques Auguste Nicolás, y de la obra On the Connection between Science
and Revealed Religión (1837, 2 Vols.) del Cardenal Wiseman.
Darwin, cuyo Origen de las especies había sido publicado tres años antes, no
aparece en esta conferencia, pero el naturalista inglés es mencionado en los
2 Marcelo Montserrat (1972: 654-655) y Néstor Auza (1999) ya se refirieron al mismo. Aquí sigo mi propia
interpretación (Asúa, 2009b).
26
El darwinismo y los católicos en la Argentina
discursos más tardíos de Estrada. En uno leído ante la Asociación Católica de
Buenos Aires en 1878, titulado “La libertad y el liberalismo”, el abogado católico
compara la Kulturkampft de Bismarck con “la odiosa doctrina de los que atribuyen al hombre la genealogía del mono y la ley de las panteras…”. En esta alocución Estrada asocia la teoría evolutiva con las luchas sociales en el Viejo Continente, donde las sociedades “se destrozan en la lucha por la vida que Darwin
atribuye a las especies animales” (Estrada, 1905). En otras manifestaciones públicas el orador católico también rechaza la teoría de la evolución –pues interpreta
que esta conlleva una antropología materialista– y defiende una interpretación
literal del relato de la creación, en consonancia con la postura exegética de Roma
en ese momento. En los discursos de Estrada, además, se advierte una preocupación por los elementos malthusianos de la doctrina de Darwin.
Los discursos de Domingo F. Sarmiento y Eduardo Holmberg, leídos el 19
de mayo de 1882 en el “funeral cívico” del Teatro El Nacional de Buenos Aires al
cumplirse un mes de la muerte de Darwin, provocaron la respuesta católica. El
15 de julio de ese año el estudiante de medicina Pedro S. Alcácer pronunció una
conferencia titulada “La vida y el transformismo moderno”, auspiciada por el Círculo Médico Argentino, la misma entidad que había organizado el acto en honor a
Darwin. En su discurso, Alcácer recorrió varias de las que entonces eran las objeciones habituales contra la teoría de la evolución, por ejemplo, que nunca se había
hallado una especie que descendiese de otra, que las formas de transición entre especies no serían biológicamente viables, y que el registro fósil exhibía una llamativa ausencia de formas intermedias (Asúa, 2009b). La conferencia del estudiante de
medicina fue respondida por Sarmiento en El Nacional en un artículo inteligente
y crispado. El sanjuanino critica la conferencia de Alcácer como un producto de
gabinete de segunda mano, a diferencia de las obras de Darwin, quien había escrito su historia como resultado de sus vastas excursiones “sobre el terreno quebrado,
desgarrado, del Estrecho de Magallanes, de las islas de los [sic] Galápagos, de las
Pampas argentinas” y con “cincuenta años de estudios propios, sobre las plantas y
sobre los animales” (Sarmiento, 1900). Holmberg también respondió a Alcácer en
una nota del apéndice en la edición del folleto que contiene su propio discurso. En
tono condescendiente, el naturalista y escritor critica que el joven no haya citado
más que “autores religiosos” y que no haya hecho referencia alguna a Haeckel (por
cierto, toda la larga primera parte de la conferencia de Holmberg está erizada de
autores alemanes y franceses, en párrafos extractados con paciencia literal de la
Historia de la Creación Natural de Haeckel) (Holmberg, 1882).
¿Por qué esta reacción exagerada de los dos ilustres oradores del 19 de mayo,
cuya posición política y social los ubicaba en una altura inalcanzable por las no
demasiado aguzadas saetas del estudiante Alcácer? Como hemos señalado, la polémica sobre Darwin, tal como fue actuada por católicos y liberales en ese momento histórico de nuestro país, era una parcela del más vasto y feroz enfrentamiento
ideológico entre ambos grupos. Ejemplo de esto fue la polémica que en 1883 Sarmiento mantuvo desde las páginas de El Nacional por la cuestión del concordato
contra el católico cordobés Manuel Dídimo Pizarro, hasta enero de 1882 ministro
de justicia e instrucción pública de Roca. En sus artículos en el periódico católico
La Unión –“La escuela simiana” o “La guerra simiana”, por ejemplo– Pizarro uti27
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
lizaba el tema de la evolución y la figura del mono como un término de comparación para ridiculizar a sus adversarios. Darwin aparece aquí como el autor de
una doctrina materialista de los orígenes de la humanidad a partir del mono.
En 1884 el autor de El origen de las especies pasó a ocupar en el discurso católico un lugar ya francamente político. La cuestión era ahora con el gobierno
de Roca y estamos en un escenario de conflicto abierto entre el gobierno y la
Iglesia. La discusión en la Cámara de Senadores sobre la ley de educación laica
concluyó el 26 de junio de ese año. La Asamblea Nacional de los Católicos se
inauguró poco después, el 15 de agosto, con el objetivo principal de aglutinar
a los católicos y discutir las estrategias de su incorporación masiva a la vida
política. Las intervenciones en dicho congreso de Alcácer, Estrada y Pizarro
identifican la idea de la descendencia simiesca del ser humano con la filosofía
“naturalista y loca” del roquismo –como la denomina Estrada– generadora de
“tumultos de insensatos, astutos como el zorro, lascivos como el mico, gárrulos
como el loro y, si gobiernan, crueles y rapaces como las bestias de presa!”. Por su
parte, Pizarro critica “la moral evolucionista de Darwin” y “la moral utilitaria de
Bentham”. Sorprende ver que Pizarro cite dos largos párrafos de El Origen del
hombre (1879) de Darwin, pero las citas están tomadas de un artículo del conservador español Sánchez de Toca (AA. VV., 1884).
Como vemos, durante el siglo diecinueve la discusión de la teoría evolutiva de Darwin en Argentina por parte de los católicos fue derivativa y tuvo un
significado primordialmente ideológico. La evolución era considerada como un
nuevo elemento que sintonizaba con las distintas formas de pensamiento hostiles al catolicismo (calificadas alternativamente como materialismo, liberalismo
o naturalismo). Los abogados y médicos católicos que en el ámbito público se
ocuparon de Darwin y la evolución no fueron naturalistas sino personajes de la
vida política, periodística e intelectual en función de polemistas.
3. El P. José María Blanco SJ y el fraude de Miramar
José María Blanco (1878-1957) fue un jesuita nacido en Galicia que llegó de
niño a la Argentina. Estudió filosofía y teología en España y se perfeccionó en
ciencias en el laboratorio que el biólogo jesuita Javier Pujiula había instalado en
Tortosa y luego mudado a Barcelona. En 1913, Blanco regresó a Argentina y entre 1916 y 1925 fue profesor de ciencias en el Seminario Pontificio de Villa Devoto, en Buenos Aires (Anónimo, 1957). Durante ese período publicó una larga
serie de artículos anti-evolucionistas en la revista jesuita Estudios. Estos artículos
estaban dirigidos en particular contra las hipótesis acerca del origen del hombre
en América de Florentino Ameghino. Durante el período mencionado, Estudios
desplegó una campaña contra la evolución similar a la que La Civiltà Cattolica,
órgano de los jesuitas romanos, había llevado a cabo entre 1897 y 1902 (Brundell, 2001). Esta postura, sin embargo, no era necesariamente característica de la
Compañía de Jesús, ya que jesuitas como Erich Wasmann o, en menor medida, el
francés Robert de Sinéty, adoptaron un evolucionismo mitigado –sin ir más lejos,
el mismo Teilhard de Chardin fue contemporáneo de Blanco–.
28
El darwinismo y los católicos en la Argentina
En 1916, Blanco dictó una serie de conferencias publicadas por la mencionada revista en contra del método y de las conclusiones de la Filogenia
(1884) (Blanco, 1916-1917). En esta obra, Ameghino construye una serie
de árboles filogenéticos al estilo de los que Haeckel había desplegado en su
Historia natural de la creación, pero con un esquema matemático subyacente.
Además, el célebre paleontólogo argentino postula una serie de homínidos
que habrían sido los predecesores del hombre en estas tierras, como por
ejemplo Tetraprothomo, Triprothomo y Diprothomo (Ameghino, 1937). Es
notorio cierto paralelismo en el conflicto ciencia-religión en torno al tema de
la evolución tal como ocurrió en Alemania y en Argentina. Tanto el jesuita
Wasmann como Blanco se enfrentaron a reconocidos naturalistas que además
defendían cosmovisiones panteístas (la de Haeckel era monista, mientras que
la de Ameghino era materialista). Haeckel postuló la existencia del homínido
que el holandés Eugène Dubois halló en Java en 1891 y bautizó como Pithecanthropus erectus, mientras que Ameghino estaba convencido de que en
la provincia de Buenos Aires se habían encontrado restos óseos que habrían
correspondido a los intermediarios evolutivos propuestos por él.3 Se trata del
atlas (primera vértebra cervical) hallado en Monte Hermoso en 1907, que
se adjudicaba al Tetraprothomo, y la calota craneana hallada en las obras del
puerto de Buenos Aires en 1909, que se adjudicaba al Diprothomo (Blanco, 1917). Estos hallazgos constituían una pieza empírica clave en la teoría
ameghiniana del origen terciario del hombre en la Pampa. Con la excepción
del antropólogo siciliano Giuseppe Sergi y algún otro estudioso menos conocido, los especialistas internacionales rechazaban las ideas antropológicas de
Ameghino (Podgony, 2005).
Con este telón de fondo, Blanco y sus estudiantes del seminario de la
arquidiócesis de Buenos Aires fueron protagonistas de enfurecidas polémicas con los seguidores de Ameghino. El futuro antropólogo Milcíades Alejo
Vignati, entonces un estudiante de 22 años, se trenzó desde las páginas de la
revista cultural y literaria Nosotros con el seminarista Manuel Samperio, que
respondía desde Estudios. Estos intercambios intelectuales, teñidos de animosidad, también se ventilaron en la forma de artículos publicados por los protagonistas en La Nación y La Razón. Un artículo de Blanco de 1917 disparó
la respuesta del futuro antropólogo y geólogo Alfredo Castellanos, entonces
estudiante de medicina en Córdoba, quien publicó una indignada nota en la
Revista de la Universidad de Córdoba. El intercambio se prolongó en sucesivos
artículos, con los duelistas disparando munición cada vez más gruesa.
La polémica más interesante, sin embargo, fue la consecutiva a lo que ha
sido denominado “el fraude del hombre de Miramar”. Esta impostura consistió en hallazgos arqueológicos y antropológicos en las barrancas de Miramar
por parte de Lorenzo Parodi, un genovés radicado en Argentina y comisionado para relevar la región por Carlos Ameghino, jefe de paleontología del Museo Argentino de Ciencias Naturales. Los especialistas discutían si los cuchi3 Para lo concerniente a Haeckel, sus ideas monistas y su controversia con Wasmann, ver Richards (2008).
29
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
llos de sílex y bolas de boleadoras halladas allí habían sido enterrados cuando
se formaron los depósitos o introducidos más tarde. Otro punto confuso pero
decisivo era la datación de los estratos. El arqueólogo aficionado Tcnel. Antonio A. Romero y el antropólogo italiano Guido Bonarelli, que examinó los
depósitos, sostenían que los hallazgos –que se seguían produciendo a ritmo
regular– eran fraguados (Leonardo Daino, 1979; Tonni, Pasquali y Bond,
2001; Bonomo, 2002). Además de los mencionados, el que pegó el grito fue
Blanco, en un conocido artículo de 1920 en Estudios titulado “Las bolas de
Parodi, ¿serán bolas?” (Blanco, 1921). La crítica científica propiamente dicha
provino del antropólogo sueco Eric Boman. En sucesivos artículos en Estudios, Blanco reprodujo las opiniones de prestigiosos antropólogos internacionales que rechazaban, cada vez más enfática y decididamente, la tesis ameghiniana del hombre terciario en América.
Hay que tener en cuenta que Blanco escribió en un momento en que la
posición de Roma respecto de la evolución y del método de exégesis bíblica
era particularmente cerrada. Los años de estas polémicas fueron los de Benedicto XV (1914-1922), durante cuyo pontificado la sombra de la persecución
antimodernista de Pío X no se había aún disipado del todo. Por el otro lado,
es obvio que aun para todo aquel que no participase de la escuela de estricta
observancia que sucedió a Ameghino, las teorías antropológicas de este presentaban muchos flancos expuestos a la crítica, por decir lo menos. Parte de
las agresivas respuestas de los grupos socialistas y anticlericales, que se autocomprendían como la alta ciudadela de la ciencia, se debieron a que contemplaban como sus tradicionales banderas les eran arrebatadas por un personaje
que subordinaba la ciencia a la metafísica y a la religión. De hecho, fue el antievolucionismo de Blanco el que lo llevó a ser el más público denunciador de
una impostura que fue aceptada y silenciada por buena parte del establishment
científico local.
Darwin es el gran ausente en las controversias que acabamos de ver. Su
nombre apenas se menciona por su valor simbólico. La figura de referencia
teórica más relevante en este drama fue Haeckel. Este es el período que Peter
Bowler, usando una frase de Julian Huxley, denominó “el eclipse del darwinismo”, es decir, las décadas en que la teoría de la selección natural pasó a
considerarse superada por el neo-lamarckismo y la teoría de las mutaciones
(Bowler, 1992). La confrontación desatada por los artículos de Blanco también sugiere que en la transición entre la segunda y la tercera década del siglo
veinte, el tema de la evolución en nuestro país continuaba atado a personajes,
disciplinas y estilos de comunicación propios de finales del siglo diecinueve.
En los años en que Blanco y los ameghinistas se trenzaban en polémicas que
participaban por igual de la discusión científica y la trifulca de conventillo,
Ronald A. Fisher en Cambridge y Thomas H. Morgan en Columbia abrían
–por senderos muy separados– el camino hacia la síntesis neodarwiniana.
Conviene no perder esto de vista, si deseamos entender en toda su dimensión,
el salto trascendental que para la ciencia en Argentina constituyó la irrupción
de Houssay o, en menor escala, la creación del fallido Instituto de Física de
La Plata, ambos episodios contemporáneos a estos sucesos.
30
El darwinismo y los católicos en la Argentina
4. Emiliano MacDonagh
Blanco publicó su último artículo sobre evolución en Estudios en 1925. Tres años
más tarde, el Doctor Emiliano MacDonagh comenzó a publicar los suyos en la
revista Criterio, en la que a partir de 1929 Blanco fue nombrado delegado de la
autoridad diocesana, cuando dicha publicación se encuadro dentro de la Acción
Católica ( Jesús, 2007). Con MacDonagh dio comienzo una nueva etapa, en la
que fue de nuevo un laico el que lideró la discusión sobre la evolución en el ámbito confesional. A diferencia de Blanco, en este caso se trataba de un naturalista
con formación universitaria y prestigio académico. Emiliano MacDonagh (18961961) desarrolló la mayor parte de su vida profesional en el Museo de La Plata,
del que fue director. Especializado en ictiología, MacDonagh formó una prestigiosa escuela de jóvenes interesados en la investigación y transferencia en el área
de peces de agua dulce. Asimismo, fue uno de los conferencistas de los Cursos
de Cultura Católica y miembro del comité editorial de la revista Criterio desde
el primer número –más adelante integró el primer consejo superior de la UCA y
dirigió su Instituto de Ciencias Naturales (Asúa, 2009a; López y Ponte Gómez,
2009)–. Entre 1928 y 1952 MacDonagh publicó en Criterio artículos sobre evolución, tanto en la forma de reseñas, o como notas de opinión o divulgación.
Debido a su estilo y al carácter fragmentario de sus escritos, es difícil sintetizar la postura de MacDonagh en cuanto a la teoría de Darwin. Es evidente que
creía en el mecanismo de la evolución y aun en la selección natural, a la que parece haber otorgado un papel restringido. Dada su filosofía y la época en la que escribía, no es de extrañar que MacDonagh haya albergado una concepción finalista
de la evolución, muy de moda entre los autores franceses transformistas, que cita
con frecuencia. Es de notar la admiración que MacDonagh sentía por Darwin
–en particular por su solvencia y capacidad de naturalista– y como atribuye a sus
discípulos los aspectos de la teoría de la evolución conflictivos con el cristianismo.
El naturalista de La Plata leía a Darwin en clave teísta, una lectura posible de El
origen de las especies, como lo demuestra la recepción del libro entre los anglicanos
y evangélicos (Moore, 1979). Al menos en cuanto a su espíritu e intención, los artículos de MacDonagh recuerdan la empresa de Saint-George Jackson Mivart, el
evolucionista católico inglés discípulo de Thomas Huxley y de Darwin, quien en
1871 publicó The Genesis of Species, un libro que criticaba la selección natural y la
extensión de la evolución al ser humano (Mivart, 1871).
MacDonagh criticaba tanto lo que él consideraba reduccionismo de la biología, ejercido por “los cientificistas” como los intentos de los filósofos de la
naturaleza católicos que hacían un uso apologético de los datos científicos (“los
apologetas”). Su visión era la de un orden del conocimiento, una jerarquía epistemológica dentro de la cual la biología sería independiente tanto de la química,
por un lado, como de la metafísica por el otro (Asúa, 2009a). En 1935, Monseñor
Gustavo Franceschi, a cargo de la revista, publicó un artículo titulado “Ciencia
y Fe”, en el cual distinguía tres tipos posibles de relaciones entre la ciencia y la
religión: conflicto, de relaciones extrínsecas y de relaciones intrínsecas (modelo
que defendía) (Franceschi, 1935). Esta exposición de Franceschi otorgaba un
marco más filosófico a las reflexiones en las que estaba embarcado MacDonagh.
31
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
En una conferencia de 1936 en homenaje a Monseñor Santiago Luis Copello en
presencia del nuncio apostólico, MacDonagh disertó sobre la “libertad intelectual”
del investigador. Allí el naturalista criticó la apologética católica fundada en el
fijismo de Linneo y sostuvo que un científico tenía el derecho de investigar “todos
los órganos del cuerpo humano para confirmar una teoría que se le ha ocurrido a
él o a su maestro”. En esta charla MacDonagh se mantuvo dentro del marco de la
filosofía de Aristóteles y Tomás de Aquino, en la línea de la afirmación aristotélica de la animalidad del ser humano (MacDonagh, 1936).
En síntesis, durante poco más de dos décadas y antes de la Humani generis
(1950), Criterio publicó varios artículos en los que uno de sus editores planteó y
discutió articuladamente –aun con silencios e inconsistencias– la relación entre
evolución y la doctrina católica. El artículo de Franceschi sugiere lo que podría
haber sido una actitud editorial general en referencia a estos temas, pues si bien
defiende el ideal de integración entre ciencia y fe, salvaguarda la independencia
relativa de aquella –esta es, por otra parte, básicamente la solución de la neoescolástica. En esta revista, que en ese momento constituía una voz “oficial” de la
Iglesia en nuestro país, se hablaba de la teoría de la evolución de Darwin, que
MacDonagh parece haber entendido como un mecanismo de transformación
de especies orientado teleológicamente, que admitía una acción restringida de la
selección natural y la intervención divina especial en la creación del ser humano–
en síntesis, la postura adoptada por muchos cristianos en los años anteriores a la
llamada “teoría sintética” o “síntesis neo-darwiniana” de mediados del siglo veinte
(Asúa, 2009a).
5. Discusión
Es posible detectar en esta historia una cierta direccionalidad en el tratamiento
de la teoría de la evolución de Darwin por parte de los católicos en Argentina.
Durante las últimas décadas del siglo diecinueve, las referencias a Darwin y su
teoría se integraban como elemento de descalificación en un discurso políticoconfesional que se oponía a las filosofías naturalistas, materialistas o racionalistas
invocadas como legitimación de la acción secularizadora del poder público. Durante la segunda y tercera décadas del siglo veinte, el jesuita José María Blanco
dirigió su anti-evolucionismo a las doctrinas antropológicas de Ameghino, en
artículos científicos que todavía arrastraban una cuota de controversia ideológica
–lo mismo puede decirse, simétricamente, de sus adversarios ameghinistas–. Con
la aparición en escena de Emiliano MacDonagh, el tratamiento de la teoría de la
evolución por parte de los católicos ya estaba libre de las adherencias conceptuales que fijaban la controversia dentro de un marco ideológico. Por supuesto, siguieron pesando mucho las consideraciones filosóficas, pero el trasfondo político
se había desvanecido. Más aun, MacDonagh demostró una explícita valoración
positiva del trabajo paleontológico de Ameghino y un juicio equilibrado sobre su
trabajo (MacDonagh, 1928).
En el momento de interpretar estos episodios conviene tener en cuenta que
la utilización de la evolución como un elemento común a varias posturas de
32
El darwinismo y los católicos en la Argentina
pensamiento y acción de transformación social cuyo denominador común era el
enfrentamiento con la Iglesia Católica, acompañó desde temprano la difusión de
la teoría en Europa. Esto fue manifiesto en personajes como Thomas Huxley y
Ernst Haeckel. En Alemania, el enfrentamiento entre el llamado Darwinismus y
los católicos –cuyo epítome fue la confrontación entre Haeckel y Wasmann– fue
particularmente estruendoso. Por su parte, la posición de Roma fue de explícito
rechazo de la evolución hasta 1950, cuando Pío XII promulgó la encíclica Humani generis, en la cual comenzó a entreabrirse tibiamente la puerta al pensamiento
evolutivo en el mundo católico. Si bien solo un autor evolucionista fue incluido
en el Index, de todas maneras la presión sobre los evolucionistas católicos fue manifiesta (Artigas et al., 2006; Asúa, 2010b).
En consonancia con este escenario general, durante el siglo diecinueve y
las dos o tres primeras décadas del siglo veinte se configuró en nuestro país un
sistema de fuerzas enfrentadas. Por un lado, estaban aquellos que esgrimían la
teoría de la evolución como parte de un racionalismo excluyente de la religión
que hallaba en la ciencia su modelo epistémico y, por el otro, los católicos que la
rechazaban, pues entendían que comprometía cuestiones centrales de la fe, tales
como la doctrina de la creación y la naturaleza del ser humano, en un contexto de
interpretación literal de la Sagrada Escritura. La aparición pública de MacDonagh cobra significación, pues señala un giro hacia la aceptación, restringida pero
relativamente temprana, de la teoría de la evolución por parte de un científico
católico intelectualmente calificado.
33
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
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35
La primera lectura del Origen
en la Argentina. El caso de
William Henry Hudson
Marcelo Montserrat
Academia Nacional de la Historia
[email protected]
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice
infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música…
Jorge Luis Borges
Hace casi ya tres décadas que más por serendipity que por un escrupuloso
examen de las fuentes, encontré gozosamente al primer lector en Argentina del
Origen darviniano.1
Un atribulado joven, William Henry Hudson, abismado ante su circundante
paisaje pampeano y transido por un sentimiento oceánico – para expresarlo con la
plausible mención freudiana–, dejó expresa constancia en las últimas páginas de
una obra aparecida en Londres en 1918, de su encuentro con el texto famoso.
Lo que se intenta aquí es precisar los detalles de esta historia singular –porque
una historia del acontecimiento tiene hoy su propia función, como afirma Nora
Pierre–, y contrastarlos con las afirmaciones de Jason Wilson vertidas en su ensayo W. H. Hudson: the Colonial’s Revenge, quien también se ha ocupado del tema.
Al emprender esta operación hermenéutica, cabe detectar, por lo menos, tres niveles distintos, –aunque conexos– de análisis.
En primer lugar, el que concierne al ámbito interpretativo de la historia cultural, intelectual o de las ideas, como se prefiera, según la constancia de Ernst Cassirer: “A una reconstrucción empírica y material, el historiador añade una reconstrucción simbólica (…) No estudia únicamente las lenguas habladas y escritas
1 M Montserrat (1972). “La recepción del darwinismo en la Argentina: la etapa prepositivista”, Criterio, XLV,
pp. 652-656; M Montserrat (1980). “La mentalidad evolucionista: una ideología del progreso”, en G Ferrari;
E. Gallo (comps.): La Argentina del Ochenta al Centenario. Buenos Aires, Sudamericana, pp. 785-818,
reproducido en M. Montserrat (1993). Ciencia, historia y sociedad en la Argentina del siglo XIX. Buenos
Aires, Centro Editor de América Latina, pp.31-70. Una versión más englobante puede hallarse con el título
“La mentalidad evolucionista en la Argentina: una ideología del progreso”, en T. Glick; R. Ruiz y M.A. PuigSamper (eds.) (1999): El darwinismo en España e Iberoamérica. Madrid, UNAM-CSIC, Ediciones Doce Calles, pp. 19-46, traducido al inglés como The Reception of Darwinism in the Iberian World. Dordrecht, Kluwe
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Evolucionismo y cultura. Madrid, Doce Calles, pp. 57-64.
37
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
de la humanidad; penetra en el sentido de todos los variados idiomas simbólicos”
(Cassirer, 1948: 257).
En segundo término, aquel que pretende instaurar una estricta interpretación
de un texto, de un discurso fijado por la escritura y de su relación con el habla. En
este camino, me complace acompañar la aguda observación de Paul Ricoeur:
Me gusta decir a veces que leer un libro es considerar a su autor como ya muerto y al
libro como póstumo. En efecto, solo cuando el autor está muerto la relación con el libro
se hace completa y, de algún modo, perfecta; el autor ya no puede responder; solo queda
leer su obra” (Ricoeur, 2001: 17-54).
Por fin, resta mencionar el arduo problema de la verosimilitud autobiográfica. En este punto, parece prudente ceñirse a la noción de crisis de identidad,
puente entre la historia personal y la circunstancia histórica, según la propuesta
de Erik H. Erikson.
En la encrucijada de estos tres senderos –que no se bifurcan–, pues, existe la
probabilidad de hacer más patente el escrutinio de la lectura de un adolescente
original que medita sobre un libro acerca del origen de las especies, con una mirada instada hacia el último término –diría Ortega– y un oído interior atento a la
pampa, tierra de murmullos, como sugirió Gerald Durrell, en la estela de Darwin.
No parece vano, entonces, preguntarse –en esta dirección– por la índole de los
contextos del texto de Hudson.
Ha escrito con razón Coseriu que en el ámbito de una lingüística del hablar
“Los entornos intervienen necesariamente en todo hablar”, “(y en todo escribir,
agregamos), pues no hay discurso que no ocurra en una circunstancia, que no
tenga un fondo”. Dentro de una teoría del entorno, cobran especial importancia
los contextos (“toda la utilidad que rodea a un signo, un acto verbal o un discurso,
como presencia física, como saber de los interlocutores y como actividad”)…
“Todos los contextos extraverbales pueden ser creados o modificados mediante el
contexto verbal; pero aún la ‘lengua escrita’ y la literaria cuentan con algunos de
ellos, por ejemplo, con el contexto natural y con determinados contextos históricos y culturales” (Coseriu, 1962: 309).
Si se analiza, desde esta perspectiva teórica, el capítulo XXIV (“Ganancia y
pérdida”) de Allá lejos y hace tiempo, cobra mayor y más rico sentido el tema del
encuentro con el texto de Darwin.2
Por de pronto, el contexto histórico-bibliográfico es de una particular importancia. Hudson tenía dieciocho años, por lo menos, y no catorce o quince –como
sostiene Alicia Jurado (1971)– cuando leyó The Origin ya que este había aparecido en 1859 y Hudson nacido en 1841. Precisamente en 1859 la madre del escritor murió, y todo el capítulo está transido del dolor profundo de esta pérdida. En
verdad, el amor maternal es elevado por Hudson a una categoría superior de los
2 Empleo la versión castellana de F. Pozzo y C. R. Pozzo (1945). Allá lejos y hace tiempo. Buenos Aires,
Peuser, con prólogo de R.B. Cunninghame Graham, pp. 349-366. Existe una nueva traducción –excelente–
de A. Jurado (1999). Buenos Aires, Emecé, con prólogo de J. Galsworthy. Tengo a la vista la edición inglesa
(1982) de For away and long ago (A childhood in Argentina). London, Eland. La primera edición fue publicada por J. N. Dent and Sons, en 1918.
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La primera lectura del Origen en la Argentina. El caso de William Henry Hudson
sentimientos. Como él mismo lo expresa: “El recuerdo perdurable y fortaleciente
(enduring and sustaining) de un amor que no se parece a ningún otro de los conocidos por los mortales, y que representa casi un sentido y la presciencia de la
inmortalidad” (Hudson, 1945: 371).
Según J. Wilson (1981: 15) relata, la madre de Hudson –de origen norteamericano– provenía de una familia de estricta observancia puritana, lo que explicaría
la extremada reticencia en entablar conversaciones explícitamente íntimas entre
ambos. Al parecer, Hudson lo cuenta, los dos se comunicaban a través de su mutua pasión por las flores; más aún, el cariño de la madre por estas “rayaba en la
adoración” (Hudson, 1945: 357), anticipada en el clima espiritual cuasi-animista
del breve capítulo XVII.
El triángulo enfermedad (la fiebre reumática de Hudson), pérdida maternal
y soledad –“La triste la verdad de que un hombre, todo hombre, debe morir
solo, se había fijado vivamente en mi cerebro…”, que así comienza el capítulo
XXIV– conforma el núcleo central del contexto histórico biográfico. Es cierto que
aparecen personajes laterales importantes (“Mi hermano mayor, tan largo tiempo
ausente, apenas había dejado de ser un niño cuando ya se había desprendido de
toda creencia en la fe cristiana”) (Hudson, 1945: 350), y obras como el Selborne
de Gilbert White, que influencia notablemente al joven Hudson.
Este libro, llegado a través de un viejo amigo de la familia, conduce al Hudson
de dieciséis años a una ambigua exaltación. “Lo leí y releí muchas veces” –escribe–. “Jamás había llegado a mi poder nada tan bueno en su género. Pero no me
reveló el secreto de mi amor por la naturaleza”.
Conviene destacar que el Selborne fue un texto de notable influencia en su
época. Tal como David E. Allen lo destaca, siguiendo a Lowell, el libro era The
journal of Adam in Paradise:
For it is, surely, the testament of Static Man: at peace with the World and with himself,
content with deepening his knowledge of his one small corner of the earth, a being suspended in a perfect mental balance. Selborne is the secret, private parish inside each one
of us. We must be thankful it was revealed so very early and with such seemingly unstudied simplicity and grace (White, 1978: 50-51).
Pero, con todo, el Selborne no tranquilizó la agitada conciencia de Hudson. El
encanto rayano en la experiencia mística que Hudson hallaba en la contemplación de los seres de la naturaleza, parece mejor expresada por la conclusión de un
poema de Whitman, “in perfect silence at the stars”.3 El miedo a la muerte –verdadero trauma adolescente– no cedía ni ante el sentimiento oceánico de fusión
con el mundo natural.
Es cierto que el recurso a la lectura no era ilimitado para Hudson. Alicia Jurado menciona entre los libros asequibles en “Los veinticinco ombúes” –la casa natal de Hudson–, a la Historia antigua de Rollin, una Historia de la Cristiandad en
dieciocho tomos, donde pudo leer largos extractos de Las Confesiones y La ciudad
3 El texto completo del poema When I heard the learn´d astronomer, (1865), de Whitman, puede verse en
McMichael (1985).
39
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
de Dios de San Agustín, La Filosofía de Brown, La Revolución Francesa de Carlyle
y el Decline and Fall of the Roman Empire de Gibbon, por lo que resulta claro que
el contexto cultural –salvo en el caso de Gibbon– era de clave predominantemente religiosa, aunque no faltase “a modern cynic among ancient politicians”, como
Peter Gay define a Gibbon (Gay, 1976: 21-56).
Es en este instante, en que el personaje del hermano mayor, vuelto de Gran
Bretaña, cobra particular intensidad, como detonador de un viraje intelectual en
el joven Hudson. La requisitoria es frontal, aún modelizada con el correr de los
años: “¿Cómo conciliaba esas antiguas fábulas (las de la religión) y nociones con
la doctrina de la evolución? ¿Qué efecto había surtido en mí Darwin?”.4
Es evidente que el reto se inscribe en el contexto cultural de la época,5 o para
ser más preciso, en el clima victoriano donde la famosa querella se desarrollaría,
aunque el contexto físico sea paradójicamente la pampa argentina.
La primera lectura que Hudson hace de la obra no le hace mella. Curiosamente, aparece el rechazo al argumento de la selección natural; pero es necesario
leer The Origin…”como un naturalista” tal las palabras del hermano, y Hudson
–tras un corto lapso en que su salud parece mejorar y durante el cual Darwin va
penetrando en su “subconciencia”– acepta, por fin, la admonición de su hermano
mayor. Es necesario citar textualmente el relato del período crucial:
Aquella obsesión subsistía el día entero en mí, tanto cuando recorriendo el campo sujetaba el caballo para contemplar a gusto un ser cualquiera, como cuando boca abajo observaba entre los pastos la misteriosa vida de algún insecto. Y toda existencia que caía bajo
mi vista, desde el gran pájaro describiendo círculos en la vastedad del espacio, hasta el
miserable bichito que se encontraba a mis pies, entraban en el argumento y reflejaban
un tipo, representando un grupo, marcado por sus semejanza de familia, no solamente
en su aspecto, colorido y lenguaje, sino también en personalidad, costumbres y aun en
los más ligeros rasgos de carácter y gestos. Y sucesivamente así, el grupo entero, a su
vez, lo relacionaba con otro grupo y todavía con otros más y más alejados, haciéndose
la analogía cada vez menos notable. ¿Qué otra explicación era posible sino la comunidad
de origen? Parecía increíble que no se hubiera notado, aun antes de que se descubriera
que el mundo era esférico y pertenecía a un sistema planetario que giraba alrededor del
Sol. Todo este conocimiento sideral carecía de importancia comparado con el de nuestro
parentesco con las infinitas formas de vida que comparten la tierra con nosotros. ¡Y sin
embargo, no fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando la gran, casi evidente verdad, se abrió paso en el mundo! (...) En forma insensible e inevitable, me había convertido
en evolucionista, aunque nunca del todo satisfecho con la selección natural, como la
única y suficiente explicación de los cambios en la forma de vida. Y otra vez, insensiblemente, la nueva doctrina me condujo a modificaciones de las antiguas ideas religiosas y,
eventualmente a una nueva y simplificada filosofía de la vida. Bastante buena en lo que
se refiere a esta existencia, pero que desgraciadamente, no toma en cuenta la otra, la
perdurable (Hudson, 1945: 363-4).
Si las reflexiones hudsonianas son auténticamente recordadas –en ese periplo
de la memoria que va desde la pampa infantil hasta el Londres victoriano–, ellas
nos suscitan dos observaciones. En primer lugar, y sin pretender con ello establecer un nexo causal imposible, interesa el rechazo de la hipótesis de la selección
4 Respecto del problema de la memoria selectiva autobiográfica. Hudson es plenamente consciente de él.
5 Entre otros se destacan en este tema, N. Gillespie (1979) y R. Young (1985).
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La primera lectura del Origen en la Argentina. El caso de William Henry Hudson
natural que, años más tarde –a la búsqueda de una síntesis- esgrimirá el “positivismo normalista” de Pedro Scalabrini, firme impugnador del concepto de la
lucha por la existencia, tras los pasos de Comte (Montserrat, 1993: 77 y 55). En
segundo término, el eco de la introyección darwiniana en Hudson nos conduce
armónicamente a aquella notable concepción de Sarmiento, pronunciada precisamente en su conferencia en homenaje a Darwin al mes de su muerte: “Yo señores,
adhiero a la doctrina de la evolución más generalizada como procedimiento del
espíritu, porque necesito reposar sobre un principio armonioso y bello a la vez, a
fin de acallar la duda, que es el tormento del alma” (Sarmiento, 1900: 322-3).6
Otras de las afirmaciones centrales de Jason Wilson en su obra ya citada es
la ambigüedad que la figura de Darwin representó para Hudson, y que el autor
desarrolla a través de la carta dirigida por Hudson a Sclater, leída públicamente
en la Sociedad Zoológica, a propósito de una supuesta y errónea descripción
de Darwin del pájaro carpintero. Todo ello porque para Wilson, en el fondo,
Darwin habría sido el destructor de la filosofía vital hudsoniana, pero, a la vez, el
modelo de naturalista “científico” en que Hudson ansiaba convertirse. Curiosamente, Hudson viraría hacia una crítica darwinista, en sus últimas obras.
Esta última anotación es dudosa. Hudson fue menos y más que un científico;
fue, como Allen lo describe correctamente, un miembro de esa escuela de “Nature
essayists” que Joseph Wood Krutch llamó los “Thoreauists”, y que tuvo como exponente principal a John Burroughs en Estados Unidos (Allen, 1978: 228-230).
Si se trata de rastrear las fuentes más remotas de esta actitud y de esta mentalidad, nada mejor que situarse en el contexto de The American Scholar, alocución
dirigida por Ralph Waldo Emerson a la Sociedad Phi Beta Kappa, en Cambridge
el 31 de agosto de 1837. ¿Cuáles son las influencias que recibe el verdadero estudioso? En sus propias palabras:
The first in time and the first in importance of the influences upon the mind is that of nature.
Every day, the sun; and after sunset, Night and her stars.
Ever the wind blows; ever the grass grows (…) What is nature to him? There is never a beginning, there is never an end, to the inexplicable continuity of this web of God, but always
circular power returning into itself (Citado por McMichel, 1985: 472-484).
Por ello, nos parece enteramente razonable la posición de Alicia Jurado en su
biografía de Hudson, cuando al citar a su gran amigo Morley Roberts, recuerda:
Hudson no era un científico. Nunca pretendió serlo. Se contentó con ser el observador,
el amigo de aves y animales y del hombre mismo cuando ese hombre no era vil ni cruel.
Vivió, por lo tanto, en las fronteras de la ciencia y careció de la paciencia necesaria para
las lecturas intensas y vastas que deben constituir la tarea de aquellos que, sean cuales
fueren la puerta y el precio, entran en el reino de la ciencia (…) (Jurado, 1971: 44).
Tal nos parece un retrato adecuado de aquel escritor admirado por Conrad
(“He writes as the grass grows”) y T.E. Lawrence, quien pudo expresar: “Así fue
que en mis peores días, en Londres, cuando estaba obligado a vivir alejado de la
6 Véase Montserrat (2000: 203-223).
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
naturaleza por largos períodos, enfermo, pobre y sin amigos, yo podía siempre
sentir que era infinitamente mejor ser, que no ser” (Hudson, 1975) (así concluye
el último capítulo de Allá lejos y hace tiempo), y del que se esculpió este congruente
epitafio en su tumba: “Amó a los pájaros, y los lugares verdes, y el viento en el
brezal, y vio el resplandor de la aureola de Dios”.
La notable y rica agudeza de la percepción natural y su finísima expresión literaria, están presentes e intensamente activas en toda la obra de Hudson. En 1893
publicó Idle Days in Patagonia, una muestra desafiante de un alerta general de los
sentidos que parece, hasta un límite noético, fundirse con las formas naturales y
configurar, premonitoriamente, un discurso ecológico (Bollnow, 1969).
Un solitario adolescente en busca de su identidad, dotado de una capacidad
impar de introyección del mundo natural, se asombra, pues, de su ignorancia de la
comunidad de origen y se resguarda del crudo mecanismo selectivo ya que parece
atacar la armonía que los sentidos y la cosmovisión religiosa dictan, presionado
–según su propia confesión– por la realidad fantasmática de la muerte.
Le cabe a Hudson la anécdota que, anacronismos aparte, relata Simon Schama en su reciente libro Landscape and memory:
And all the time he had hung on to his memories of the Lithuanian Woods as if they were
the parachute cords of his identity. He had remembered the dark smell of the bison and
the almond-sweet fragrance of the bison-grass vodka. “I don’t care about the state”, he
said when I asked him about the Great Alternative for communism to democracy. “This is
my state”, he said –waving airily at the trees– “nature; you understand: the state of nature”
(Schama, 1996: 74).
La recepción de Darwin en el joven Hudson cobra así una funcionalidad armónica, más allá de la selección natural y de una analogía hobbesiana, en un aprendiz
de naturalista –reveladora palabra– en quien se funden el yo y el horizonte.
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La primera lectura del Origen en la Argentina. El caso de William Henry Hudson
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DARWIN Y LA FANTASÍA CIENTÍFICA
ARGENTINA
Sandra Gasparini
Universidad de Buenos Aires
[email protected]
El papel fundamental de Sarmiento en el desarrollo de las instituciones científicas argentinas ha sido ya señalado por muchos investigadores.1 La contratación, a partir de 1870, de científicos extranjeros que desempeñarían la docencia
y fundarían la Academia de Ciencias de Córdoba (1873), se sumaba al papel
renovador que había tenido en la Universidad de Buenos Aires la gestión de
Juan María Gutiérrez (1861-1874). En esa misma década se inauguraron un
observatorio astronómico y museos de ciencias naturales; se creó la Sociedad
Científica Argentina, entre otras asociaciones afines, y se publicaron numerosos
boletines y anales científicos.
Este verdadero fervor científico tuvo su correlato en la circulación cada vez
más intensa de otros saberes al margen de las academias (la frenología, la psicopatología y el mesmerismo, por nombrar solo algunos, además de la creciente
difusión de las doctrinas teosófica y espiritista), cuya legitimidad se clausuraba
al ubicarlos en la esfera de las “pseudociencias” o en las columnas de “maravillas
científicas” de la prensa periódica.
El interés que suscita la literatura como tribuna de discusiones e hipótesis
aún no verificadas por el método experimental o no reconocidas académicamente
es realmente significativo. Es el momento en el que en las ficciones se formulan
algunas presunciones de la psicopatología o discuten un nuevo paradigma, como
el del transformismo reformulado por Charles Darwin, cuestiones que revelan la
confianza de los autores en su poder disparador.
Esa conjetura tenía un antecedente muy cercano en la revolucionaria política
editorial del editor francés Pierre-Jules Hetzel, quien, en 1863, junto con Jean
Macé, militante de la enseñanza laica y obligatoria, habían fundado en París el
Magasin d’education et récréation, periódico bimensual que se proponía, desde su
primer número, constituir “un enseignement de famille dans le vrai sens du mot,
un enseignement sérieux et attrayant á la fois, qui plaise aux parents et profite
aux enfants” (Dekiss, 1991: 45). El joven Jules Verne firmó con Hetzel, al año
siguiente, un contrato por el cual debía entregarle dos libros por año, y así se convirtió, rápidamente, en codirector. Cuarenta de sus sesenta y dos Voyages extraordinaires se publicaron el Magasin entre 1865 y 1912.
1 Ver Babini (1986), Asúa (1993 y 2004) y Montserrat (1993 y 2000).
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
En el período comprendido entre 1875 y 1890 la ficción fantástica argentina
experimenta reformulaciones, trabaja con préstamos y diseña una propuesta estética heterogénea y a veces modelada por elementos extratextuales. La fantasía
científica, híbrido genérico experimental, postula, por entonces, la construcción
de nuevos actores (médicos, alienistas, naturalistas, inventores) para una nación
nueva, reafirmando, en ese gesto, la confianza en el poder persuasivo de la ficción.
Recombinación de algunos elementos de la novela de anticipación europea –sobre todo la verniana–, la utopía sideral/cientificista francesa e inglesa del siglo diecinueve, el mundo onírico de las ficciones fantásticas reformulado en el ensueño
y los libros de viajes de naturalistas, estas ficciones modernas, atravesadas por el
cientificismo,2 logran que esos sujetos textuales interactúen con sus referentes
históricos y, muchas veces, los interpelen.
La fantasía científica fue también punto de partida de la palabra polémica
en el periodismo o la oratoria, como ocurrirá con Dos partidos en lucha (fantasía
científica) (1875), de Eduardo L. Holmberg, un naturalista escritor, siete años
después de su publicación.3 En este sentido, lejos de ser un mero documento
o mapa de las ideas científicas de esa franja temporal, la literatura pretendería
modelizar la “estructura de mundo” de los lectores a partir de su trabajo con el
discurso científico,4 diseñando de este modo una mirada alternativa que permita
capturar y comprender el mundo cambiante de la etapa de modernización. Tanto
en la revisión de las teorías de Cuvier como en la discusión solapada del transformismo dramatizadas en los personajes de Verne, o bien en las disputas entre
creacionistas y darwinistas de los de Holmberg, se cifran fuertes orientaciones
ideológicas del público lector, sea en París o en Buenos Aires, e independientes,
desde ya, de su verdadero efecto.
El subterfugio que buscarán afuera de la academia autores de fantasías científicas como Holmberg será constitutivo para el género: marca para siempre su doble
trayectoria hacia adentro (la literatura) y hacia fuera (la dimensión técnica y cientificista). El hecho de que la polémica que intenta instalar Dos partidos… sea la
difusión y enseñanza de las hipótesis darwinistas vinculadas al transformismo –en
unas condiciones de producción todavía desfavorables– y que Darwin sea uno de
los personajes históricos ficcionalizados constituyen dos razones para argumentar
la importancia de esta fantasía científica para la historia nacional de la ciencia.
2 Graciela Salto advierte que “los textos que incorporan saberes emergentes (darwinismo, frenología, antropología criminal y psicología experimental entre otros), al socavar el marco cognoscitivo de la elite letrada,
conllevan problemas de categorización que, en la mayoría de los casos, son resueltos con su inclusión dentro de la categoría de textos fantásticos o extraños” (Salto, 1995: 355-356).
3 Ver Holmberg (1882), ampliación del discurso de Holmberg sobre Charles Darwin, a propósito de su
fallecimiento, pronunciado el 19 de mayo de 1882 en el Teatro Nacional de Buenos Aires, luego del que
leyera Sarmiento. Fragmentos del texto y algunos datos sobre la polémica con Pedro S. Alcácer pueden
encontrarse también en Apéndices de Holmberg (2005). Montserrat (1993) recuerda que Sarmiento, en el
discurso en homenaje a Darwin, afirma haber conocido a parte de la tripulación del Beagle en su paso por
Chile entre 1834 y 1835.
4 Sigo los planteos fundamentales de Iuri Lotman: “El lenguaje del texto artístico es en su esencia un determinado modelo artístico del mundo (...). El mensaje artístico crea el modelo artístico de un determinado
fenómeno concreto; el lenguaje artístico construye un modelo de universo en sus categorías más generales”
(Lotman, 1978: 30). Este lenguaje, además, modeliza no solo una determinada estructura del mundo, sino
también el punto de vista del observador; así, todo lenguaje es un sistema no solo de comunicación, sino
también de modelización. La cultura en su conjunto, a su vez, puede ser considerada como texto.
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Darwin y la fantasía científica argentina
1. El recurso de la historia reciente
“¡No es poca mi dicha haber cruzado el Atlántico para estrechar, al poner pie en
tierra, la mano de uno de mis más ilustres prosélitos americanos, primer magistrado de una gran República!”, dice Charles Darwin, en un castellano “bastante
claro”, dirigiéndose a Sarmiento.5 La escena, como en un sueño disparatado con
celebridades, también incluye a Nicolás Avellaneda, a Adolfo Alsina y a Bartolomé Mitre. El acto oficial de recibimiento del “sabio” inglés en el puerto de Buenos Aires constituye una de tantas ficcionalizaciones de sujetos históricos que se
practican en Dos partidos en lucha, la primera fantasía científica de Holmberg y de
nuestro país. Desde luego, el encuentro nunca ocurrió fuera de la ficción, pero esa
posibilidad no es en absoluto remota.
En Dos partidos es donde la disputa por la legitimidad del transformismo
darwinista se pone en juego más explícitamente en diálogo con el referente
histórico. La trama de la novela, en la que la cuestión se instala ya desde el contraste logrado en el título, se escribe sobre un esquema que superpone los sucesos
“científicos” (la polémica entre darwinistas y rabianistas, partidarios de Rabian o
antitransformistas) a los políticos, es decir, a los escombros de la revolución de
1874, un hecho histórico reciente que también será leído en clave satírica en La
gran aldea de Lucio V. López (1884).6 La narración ficcional de una Historia que
aún no se ha escrito aparece salpicada, en las fuertes alusiones a la asunción de
Avellaneda en mayo de ese mismo año y a la revolución, y se confunde con la inquietud provocada por la caída de la Comuna de París (1871). La operatividad de
la superposición de sucesos históricos y novelísticos se revela en la construcción
ficcional de una sociabilidad porteña movilizada, con una gran disposición para
la discusión, que en la detallada dramatización de mitines describe, de modo entusiasta, el narrador. La lucha entre los “partidos” científicos aparece lexicalizada
como pelea cuerpo a cuerpo y se contagia a las multitudes. En el escenario del
Teatro Colón, donde fuera de la ficción se ofrecían habitualmente conferencias y
exposiciones científicas, se decidirá en la novela, a través de dos congresos científicos, si el hombre desciende o no del mono.
La lógica de la discusión científica se arma sobre los andariveles de la política
y, así, la fantasía científica ironiza con mordacidad sobre ambos procesos protegiéndose con el “efecto de subrayado” de su autodesignación (Ponnau, 1997).7 A
5 Holmberg, 2005. Cito por esta edición.
6 El 14 de abril de 1874 se llevaron a cabo las elecciones presidenciales, ganadas en los comicios por la
fórmula Nicolás Avellaneda - Mariano Acosta, quienes habían pactado un acuerdo con Adolfo Alsina, vicepresidente de Sarmiento (1868-1874). Bartolomé Mitre denunció fraude electoral y se preparó para resistir
por las armas. La revolución estalló el 24 de setiembre, pero fue completamente derrotada luego de las batallas de La Verde, librada el 6 de noviembre, y de Santa Rosa, el 8 de diciembre, por lo que Mitre se rindió
finalmente al ejército.
7 El subtítulo de la novela es “fantasía científica”, sintagma que funciona como un rótulo, en diálogo con el
que Holmberg coloca en espejo luego del título de Viaje maravilloso del Sr. Nic Nac, otra de sus novelas,
publicada ese mismo año: “fantasía espiritista”. Utilizo aquí el concepto de “efecto de subrayado”, que es el
primer aspecto de la estrategia de la autodesignación del “fantastique griffé” (marcado) propuesta por Ponnau, y que consiste en el señalamiento de los mecanismos y protocolos narrativos por los cuales se realiza
la “mise en œuvre” de los textos de disfunción: de esta manera, Holmberg estaría estableciendo un pacto
con el lector por el cual este buscaría en Dos partidos… esas marcas de género que le son anunciadas en
47
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
partir de la lectura de los hechos que practica la novela, la problemática se replantea desde un mundo imaginario parapetado en su virtual inocuidad.
En el breve prólogo que inaugura Dos partidos, firmado por “Eduardo Ladislao Holmberg”, se postula una de las paradojas de la fantasía científica: “hay
muchas ideas y aún grandes cuadros no expresados en el lenguaje de la palabra
articulada o escrita, sino en el lenguaje de la palabra presentida” (Holmberg, 2005:
44). Desde la presentación, el autor plantea la existencia de dimensiones aún intangibles pero esa figura de autor se torna más ambigua cuando reenvía también a
las iniciales que rubrican el final del manuscrito (la historia enmarcada y narrada
por Ladislao Kaillitz, aprendiz de naturalista, presentada para su evaluación en
una academia) con un entonces escandaloso predicado: “E.L.H, darwinista”.
Estamos frente al primer trabajo de ficción de un naturalista transformista
que pide ser leído como una “novela” de tema científico. 8 Así cobra sentido la
escena inicial: si el breve prólogo introduce al lector al texto a partir de la cita, entonces prestigiosa, del poeta Rafael Obligado (el “más allá” se “sueña, se presiente,
se adivina”), el manuscrito entregado en mano a Holmberg, quien firma las “Dos
palabras”, es extraído por Kaillitz de “su casaca de naturalista”. Las figuras de poeta y de científico aparecen asociadas, entonces, desde el comienzo, tanto como las
de protagonista y autor empírico.9
2. La dudosa pero explosiva garantía de Darwin
Del total de 65 días que el Beagle, comandado por el capitán Fitz Roy, permaneció en los alrededores de Bahía Blanca en sus dos viajes, entre septiembre de
1832 y agosto de 1833, quedan los interesantes registros que Charles Darwin
(1839) realizó en su libro conocido en castellano como Viaje de un naturalista alrededor del mundo. El paisaje costero de la desembocadura del Río Negro estaba
constituido entonces por barrancas que descendían hasta el mar. En una de las
que –según consta en el texto– corría perpendicular al océano unos dos kilómetros, mucho más al norte, en Punta Alta, el naturalista inglés recogió por vez
primera huesos fósiles.
La reconstrucción ficcional del referente histórico vinculado a esa específica
expedición de Darwin que practica Holmberg en Dos partidos es absolutamente
funcional al uso pragmático que hace de la fantasía científica. Fechar una escena
de aprendizaje de Kaillitz, el aprendiz de naturalista, en 1872, dos años antes del
el “subrayado” (subtítulo).
8 G. Marún señala que anteriormente, en octubre de 1872, Holmberg publica en El Porvenir literario “Clara”,
relato recopilado en Holmberg, 2002. Para sustentar esta afirmación priorizo el mayor impacto que debió
tener en la recepción Dos partidos.
9 En la novela hay dos apellidos fuertemente connotados por sus resonancias autobiográficas: Grifritz y
Kaillitz (Ladislao es, además, el segundo nombre del autor). El último de ellos está armado sobre la reconstrucción de la onomástica familiar: Kaillitz / Kannitz / Kaulitz, variaciones que Holmberg ha utilizado alternativamente como seudónimos o apelativos de narradores de sus relatos. Se trata del apellido de su abuelo
paterno, Eduardo Kannitz, barón de Holmberg, nacido en Trento, el Tirol alemán. En el caso de Grifritz,
también se evoca la terminación “itz”, característica de la familia, y que además reaparece transformada en
nombre en Fritz, uno de los personajes principales de “Horacio Kalibang o los autómatas” (1879).
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Darwin y la fantasía científica argentina
presente de la escritura del manuscrito y retroceder, a su vez, hasta 1835, año en
que el Darwin ficcional habría dejado una inscripción en las barrancas del río,
implica situar el voltaje político de la novela en primer plano.
El relato enmarcado de Dos partidos se postula, en ese sentido, como producto simbólico del viaje personal del aprendiz que deriva en otro viaje, el del
experto, concretado en El tipo más original (1878-1879), otra novela del autor
en la que se retoma, desde la ironía del título, la formulación darwiniana de
variabilidad. Cuando Kaillitz parte hacia Europa al comienzo de la primera
novela, deja en manos de “Holmberg”, como testimonio de una “lucha” entre dos
partidos científicos, sus palabras, que devienen bildungsroman. Del coleccionismo
del aficionado al museo particular del sabio, de la mirada bisoña del joven a la
del naturalista ya “educado” y capaz de ironizar, el derrotero recorrido dentro y
fuera del manuscrito entregado por el personaje, subraya una necesidad de transportarse en busca de distintos emplazamientos que armen sus redes de contacto
con un ámbito científico cuya institucionalización y modernización reclama.10
De hecho, el flash back que abre el relato en 1872 se enfoca en un “murallón”
cercano al mar en la norpatagonia (heterotopía extrema de la sociedad urbana
anterior a la guerra ofensiva de 1879 contra los indios) en cuya superficie está
escrito, como un graffiti, el nombre que los sabios oficiales repudian en Buenos
Aires: “CHARLES DARWIN, 1835”. La leyenda no solo reivindica, leída desde
el presente de la escritura, el poder de las grafías marginales, hechas al paso para
perdurar, como las de Sarmiento en los baños del Zonda, sino que postula –aun
desacralizando al naturalista inglés poco antes de su hagiografía–, la importancia
que ya ofrecía para Darwin el territorio nacional.
Se instala entonces en Dos partidos el nudo de la discusión: el yo que narra
se desdobla del personaje y encuentra en su relato retrospectivo el momento de
aprendizaje: “yo, que acababa de pasar mi último examen de preparatorios en la
Universidad, no sabía quién era Darwin” (Holmberg, 2005: 47). Tal vez por tener
la certeza de que los estudios académicos estatales no le revelarán las novedades
científicas, Kaillitz no donará al Museo de Buenos Aires (dirigido entonces por el
prusiano H. K. Burmeister) la colección de animales, minerales y cráneos humanos recogida en su propio recorrido por la Patagonia.11 No será regalada tampoco
a Francisco Pascasio Moreno (primo del Holmberg “empírico”), porque el narrador alega no haber conocido sus trabajos en ese momento y, por esa razón, decide
dárselos en custodia a Pascasio Grifritz, darwinista militante cuyo nombre de pila
duplica, sugestivamente, el segundo del naturalista histórico. Se sugiere entonces
una tutela subterránea para un tesoro nacional, ya que los museos “oficiales” están
en manos de “sabios” extranjeros que, como Burmeister, escriben en otras lenguas,
inadecuadas para los propósitos de divulgación.
10 El recorrido de Kaillitz dentro de los límites del manuscrito o relato enmarcado se retrotrae a las costas
patagónicas para luego moverse en las calles de Buenos Aires. En cambio, la situación marco que da lugar
al relato enmarcado se desarrolla hacia afuera, antes de la partida del personaje, en la zona portuaria rumbo
al Atlántico, que ya había sido cruzado en un vapor, y en sentido inverso, por un Charles Darwin ficcional,
requerido por el Segundo Congreso Científico Argentino que discutiría los orígenes del hombre.
11 Ya fuera del ámbito de la ficción, Holmberg donó lo recolectado durante su viaje por la Patagonia al Museo Público de Buenos Aires. Escribió los resultados de esa expedición en Viaje a la Patagonia (1872).
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
La propuesta espontánea de Kaillitz al capitán del vapor Patagonia, que lo ha
transportado hasta el lugar del hallazgo, es museificar instantáneamente los restos
del “banquete” que habría celebrado Darwin en la barranca sur del río Negro
“hacía treinta y seis años”.12 Esta escena condensa, en ese momento de fuertes
movimientos fundacionales que atravesaba la década de 1870, una pulsión organizativa a la vez que transitoriamente iconoclasta de las instituciones científicas
y educativas existentes. Para reinventar un pasado a la altura de la modernidad,
es preciso establecer nuevos próceres científicos, si no se habla de ellos en la Facultad de Medicina. Será necesario fosilizar una pipa, un tarro de lata, botellas y
huesos porque probablemente han pertenecido al modelo de naturalista que la
narración de Kaillitz reivindica: “¿Le parece a Ud. poco el conservar estos objetos
y ponerlos en exhibición con un letrero al pie que diga: Un hombre muy célebre los
ha tocado?”, le pregunta al Capitán Rossovich. Y, en consecuencia, habrá que derribar estatuas que representen al modelo anterior.13
3. De la ficción al debate en la prensa
La presencia de Darwin y de Richard Owen –de opiniones desencontradas
fuera de la ficción– en un laboratorio londinense como garantes “históricos” de
la narración cientificista, las consideraciones sobre la circulación de boletines y
literatura de divulgación científica en Buenos Aires que responden a sus modelos
reales, las alusiones más o menos explícitas al monopolio académico de Burmeister y el cierre de la edición original con un artículo de Paul Brocca sobre los akkas
–pueblo de África Central que cobra una importancia fundamental tanto en la
demostración de la teoría de la evolución defendida por los darwinistas locales
como en su violación de la ética científica– invitan al lector contemporáneo a
practicar una lectura inferencial intensa.
La funcionalidad de los rasgos paródicos de los “sabios” rivales Grifritz y Paleolítez, que recrean también a sujetos históricos a la vez que pretenden instalar
modelos de naturalistas apropiados para la etapa de modernización y descartar
los existentes, revela el diálogo con y el efecto retardado de otras polémicas que
tienen lugar fuera del texto. La más cercana se vincula a las protestas de los
alumnos de la carrera de Medicina que recrudecieron en 1872, y que exigían reformas en los planes de estudio, en los reglamentos internos, y en los sistemas de
exámenes. Más tarde, encabezadas por el estudiante de primer año de medicina
José María Ramos Mejía, uno de los amigos y colegas más cercanos de Holmberg,
12 Las anotaciones del diario sobre la zona comprendida entre la desembocadura del Río Negro hasta
Punta Alta, cerca de la actual Bahía Blanca, donde Darwin descubrió un yacimiento fosilífero, podrían ser el
modelo de la recreación de Dos partidos, fechada dos años después de la exploración histórica y localizada
en la “Barranca del Sur (…) a unas dos leguas hacia el SO de la embocadura del Río Negro de Patagonia”
(Holmberg, 2005, p. 46). La expedición había examinado en agosto de 1833 la desembocadura del río –encajonada en un “sloping cliff”–, Carmen de Patagones y el río Colorado, donde Darwin se entrevistó con
Rosas, para seguir luego hacia Bahía Blanca. Recorrió también Santa Cruz, Tierra del Fuego, pasó a Chile
y se internó en la Cordillera de los Andes. Regresó a Inglaterra en 1836, luego de visitar otros sitios fundamentales para su teoría de la evolución, como las islas Galápagos. Ver Charles Darwin (1839).
13 Adriana Rodríguez Pérsico (2008) ha hecho una lectura de esta escena.
50
Darwin y la fantasía científica argentina
derivaron en la reforma universitaria de 1874 y la reincorporación de la Facultad
de Medicina a la Universidad –que desde 1852 había permanecido separada de la
misma–, proceso durante el cual se logró una revisión del régimen de enseñanza y
plan de estudios, además de la implantación de un sistema de gobierno que prefiguraba la autonomía universitaria (Bargero, 1997).
Más a largo plazo, en la polémica desatada a partir de los discursos pronunciados por Sarmiento y Holmberg en la “velada literaria” del Teatro Nacional
de Buenos Aires el 19 de mayo de 1882 en homenaje a Charles Darwin, quien
había fallecido un mes atrás, se afina la discusión sobre transformismo y antitransformismo. En esta ocasión, la disputa ya ha sido sustraída de las resoluciones
estéticamente más operativas de la novela, donde la ambigüedad lograda por imágenes poéticas de gran poder condensador, como la de los “ángeles” darwinistas,14
opuestos a la “falsa virtud” de los rabianistas católicos a los que se enfrenta Kaillitz en el relato, se desarticula, si bien es cierto que no constituyen una argumentación científica –o al menos cientificista– superadora del creacionismo fijista. De
hecho, la escena ficcional en la que “triunfa” el darwinismo en el “Segundo congreso”, al que asiste nada menos que Darwin, no exhibe al público lego que asistió
ni al lector la causa “científica” de la victoria de Grifritz.15
Algunos investigadores (Montserrat, 1993; Miranda, 2002) han señalado, precisamente, que la polémica que articula Dos partidos revela otra de fondo, que el
evolucionismo solo hacía emerger: religión o laicicidad, formulada en los debates
parlamentarios del texto de la que sería la Ley 1420, durante 1883 y 1884. Holmberg, como educador, tuvo una intensa participación en esa discusión desde su
cátedra en la Escuela Normal de Profesores, entre otras y, desde luego, desde la
prensa y la literatura.16
Entre mayo y junio de 1882 El Nacional publicó en entregas “Cómo se refuta
el transformismo. Doctrina comúnmente llamada `darwinismo´”. Con estos artículos que reproducían su conferencia, Holmberg había desatado una polémica en
el pequeño mundo científico porteño: el 15 de julio, Pedro S. Alcácer, estudiante
de medicina y futuro masón, al igual que su rival, ofreció una conferencia en el
Círculo Médico Argentino con la intención clara de refutar el transformismo. Su
título era “La vida y el transformismo moderno”.17 Meses después, nuevamente
la imprenta de El Nacional publica Carlos Roberto Darwin, el discurso completo leído en mayo con un apéndice que contiene cincuenta y un largas notas al
14 Kaillitz alega, frente a los rabianistas reunidos en una tertulia, que los ángeles de la guarda, los milagros
y las “acciones cristianas”, están más a favor de los evolucionistas que de sus contrincantes. Es evidente
que esta analogía juega con el efecto de lo conocido, y con su poder persuasivo e icónico. No obstante su
intento, fracasa en la puesta a prueba en la tertulia de la “nueva teoría” transformista: deberá ser discutida
en otros ámbitos más permeables al proceso modernizador.
15 Lo que precede al final del “manuscrito” de Kaillitz es la cruda escena en la que Grifritz manda a uno de
sus expedicionarios a su museo a buscar “un akka” (individuo perteneciente a una etnia natural de África
Central) para practicarle una incisión en el quinto espacio intercostal, por la cual exhibirá los latidos de
su corazón frente al auditorio del “Segundo Congreso Científico”. Las conclusiones de la operación, cuyo
escándalo se sugiere débilmente, solo las comprenderán los “iniciados” en la teoría de la evolución, lo que
provoca los reclamos del público presente.
16 Ver Holmberg, 1952.
17 El 30 de agosto Sarmiento publicó en El Nacional, en respuesta a esta refutación, “De la inteligencia en la vida argentina”. Un completo análisis de la conferencia de Alcácer y de la polémica puede leerse en Asúa, 2009.
51
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
texto y que incluye el artículo publicado en El Nacional, además de una cuarta
parte –que el diario decidió no editar a causa de fuertes presiones según su autor– y de una síntesis de la discusión con Alcácer. Tanto en el artículo como en
su introducción en la nota 40, donde se escenifica la polémica, se observan una
ya desembozada crítica a Burmeister y la afirmación triunfante de que Francisco
P. Moreno, como Holmberg lo había anunciado “ocho años” atrás, se ha vuelto
transformista. Lo que el estudiante de medicina había soñado en la ficción en
1875 lo palpita el doctor Holmberg en 1882: falta mucho camino por recorrer,
pero los canales de la polémica están construidos.18
Y esa presunción se refrenda en las “Otras dos palabras” que abren Carlos
Roberto Darwin. Como correlato de las “Dos palabras” a las que me he referido
y como relectura, esta breve introducción de Holmberg se centra en la recepción
de Dos partidos en lucha siete años atrás. Acusado de “libro político”, imputación
por demás interesante para una primera novela de un aspirante a naturalista
darwiniano, el texto se convierte, en esta nueva formulación, en el gesto más
temprano de una cadena tendiente a establecer un programa de divulgación y
discusión científicas que tiene a Holmberg, entre otros, como protagonista. “E. L.
H.”, quien firma nuevamente estas palabras en 1882, contesta la recriminación
de “intolerante” de sus adversarios invirtiendo los términos: “La tolerancia es
un sentimiento y aquí se trata de una cuestión científica”. Y la cuestión científica
postulada por el naturalista escritor se dirimirá en su participación en la prensa,
la escritura de viajes, de manuales pero, sobre todo, de ficciones fantásticas que
revelarán los matices y contradicciones de sistemas de pensamiento que se intuyen vulnerables.
18 Miguel de Asúa señala, a propósito de las polémicas entre católicos y darwinistas entre 1862 y 1884,
que “[d]urante el siglo diecinueve, la discusión de la teoría evolutiva de Darwin en Argentina por parte de los
católicos fue derivativa y tuvo un significado primordialmente ideológico. La teoría de la evolución de Darwin
era consideraba como un nuevo elemento afín a distintas formas de pensamiento hostiles al catolicismo
(calificadas alternativamente como materialismo, liberalismo o naturalismo)” (Asúa, 2009: 8-9).
52
Darwin y la fantasía científica argentina
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53
Modos de inscripción del
Darwinismo1 en el discurso
de la elite intelectual en el
positivismo argentino
Patricia Vallejos Llobet
CONICET – Universidad Nacional del Sur
[email protected]
1. Presentación
1.1. Marco general2
En el marco de las investigaciones sobre la historia del discurso científico en
Argentina, el presente trabajo se centra fundamentalmente en dos aspectos que
hacen a la índole del discurso científico y que han sido señalados por reconocidos
estudiosos, aunque no sistemáticamente analizados en relación con el darwinismo.
En primer lugar, dada su condición histórica, la ciencia es acompañada, inevitablemente, a través del tiempo, por los diferentes modos que asumen los
discursos científicos, según Cantor (1989: 164), esto se puede dar tanto dentro
de una disciplina particular como también entre disciplinas. Este estudioso de
las ciencias ejemplifica esta posibilidad con el caso de la Física, la “envidia de la
Física” que llevó a científicos de otros campos, las Ciencias Sociales, entre otras, a
modelar su discurso de acuerdo con el de dicha disciplina.
En segundo lugar, estudios sociológicos y retóricos de las ciencias han puesto
de manifiesto otro tipo de particularidad en la escritura científica. Se ha podido
establecer, según el retórico Bazerman, que “los autores controlan el lenguaje y la
presentación de sus papers de manera tal de presentar su trabajo a una luz más
persuasiva y favorable, para lograr la aceptación de su propio trabajo y alcanzar
sus intereses como científicos” (Bazerman, 1984: 164. Nuestra traducción).
En el presente trabajo se estudiarán ambas cuestiones a la luz de los modos de
inscripción de Darwin y el darwinismo en el discurso de la elite positivista nacional.
1 Ante la inestabilidad semántica de los términos ´darwinismo/darwinista´. Se opta en este trabajo por una
definición en términos amplios, como la que postula Mayr: “Después de 1859, es decir, durante la primera
revolución darwiniana, el darwinismo significó para casi todo el mundo una explicación del mundo viviente
mediante causas naturales” (Mayr, 1992: 118). Esta definición se puede relacionar con uno de los sentidos
que otorga Stephen Gould a El Origen de las especies. Desde su perspectiva, la obra de Darwin se puede interpretar como “un manifiesto intelectual por una nueva visión de la vida y ala naturaleza” (Gould, 2004: 140).
2 El presente trabajo forma parte del proyecto “Aspectos de la textualización de los saberes científicos” subsidiado por la Universidad Nacional del Sur, y de un proyecto individual de la autora como investigadora del CONICET.
55
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
1.2. Contexto
En su obra El positivismo argentino, Ricaurte Soler destaca la profunda transformación que sufre a partir de la década de 1880 el estilo general del pensamiento argentino, originada, según sus palabras, en “el desarrollo sin precedentes de las ciencias
naturales, como quiera que estas disciplinas provocaron en la terminología y en el
método modificaciones importantes cuya consecuencia más evidente fue la aparición
de un cientificismo desarrollado en las ciencias sociales y en las disciplinas filosóficas” (Soler, 1959, p.65). En efecto, si bien heterogéneas, en las filas del positivismo
argentino se destaca un consenso general: la fe ilimitada en la ciencia y, en particular,
en el método de las ciencias naturales, basado en la experiencia y la inducción.
Una de las teorías del ámbito de las ciencias naturales, la doctrina evolucionista
–tal como surge a partir de los estudios de Charles Darwin o también de Herbert
Spencer–, pasa a constituir una referencia frecuente en los escritos de los cultores
del positivismo nacional.
Marcelo Montserrat destaca la importancia que adquiere la referencia a
Darwin a mediados de la década de 1870, “El recurso de Darwin comienza a
ser empleado por los nuevos grupos que conforman la avanzada intelectual de la
generación del ochenta. El evolucionismo – en su discreta versión darwiniana o
en su radical postulación spenceriana- se convierte en un elemento central de su
utillaje mental e impregna de un militante progresismo biologicista el estilo y el
contenido de nuestro positivismo” (Montserrat, 1980: 795).
Así, en este marco, y ya a partir de la década de 1870, la apropiación de las
concepciones darwinistas adquirió diversas manifestaciones en la prosa escrita de
quienes conformaron en Argentina la elite intelectual de la época.
En relación con el carácter diverso de dicha apropiación, en el presente trabajo
se exploran los modos lingüísticos y retóricos de inscripción del “darwinismo” en
prácticas discursivas moldeadas por diferentes géneros, principalmente los científicos, complementados por textos periodísticos y de prosa literaria.
1.3. Materiales
El corpus del trabajo está compuesto por obras significativas de la etapa 1882 a
1915, correspondientes a los siguientes géneros:
• Prosa científica: Florentino Ameghino “Un recuerdo a la memoria de Darwin.
El transformismo considerado como ciencia exacta” (1882), en Filogenia; Carlos
Octavio Bunge Nuestra América (1898), El Derecho (1905-1915); Ernesto Quesada “La evolución social argentina” (1911), en La época de Rosas.
• Prosa periodística: José Ingenieros y Leopoldo Lugones (directores) La Montaña. Periódico socialista revolucionario (1897).
• Prosa literaria: Lucio Mansilla Entre nos. Causeries de los Jueves –5 volúmenes–
(1889-1890).
2. Método
Desde el punto de vista teórico-metodológico, se adopta en el análisis un abordaje
56
La primera lectura del Origen en la Argentina. El caso de William Henry Hudson
retórico de los textos científicos (Gross, 1996), entendiendo por retórica una teoría
del discurso que se interesa por los recursos formales del leguaje como por los tipos
de efectos que estos pueden producir en los lectores de determinadas situaciones o
épocas (Cf. Eagleton, 1993). O, en otros términos, como el estudio de los recursos
por los cuales se logra un discurso eficaz, en función de determinado asunto, determinados lectores y determinados fines comunicativos (Richards et al., 1997). Este
abordaje se integra a su vez con el modelo textual de la Lingüística Sistémico-Funcional (Halliday, 1994), específicamente preparada para el estudio de los discursos
en términos de sus componentes semántico-funcionales ideacional e interpersonal.
Desde este marco, se estudiarán, por una parte, recursos lingüísticos del componente ideacional de los textos, vinculados con la exposición y la explicación
de conceptos científicos relativos a la representación del mundo, sus eventos, sus
actores sociales. Por otra parte, se analizarán exponentes referidos al componente
interpersonal, relacionados, en general, con la persuasión, con las actitudes y evaluaciones del escritor, con los mecanismos de legitimación de su jerarquía.
Se suman también al análisis las conceptualizaciones e instrumentos del Análisis Crítico del Discurso (van Leeuwen, 2008), perspectiva según la cual las propiedades de los textos constituyen indicadores de los fenómenos tanto culturales
como sociales.
3. Modos de inscripción del “darwinismo”
3.1. La inscripción del “darwinismo” en relación con el componente ideacional de
los textos
El experto en terminología Juan Sager señala en relación con el desarrollo de las
prácticas científicas que “El progreso de la observación y descripción científica
incluye la asignación de conceptos y esto, a su vez, conlleva un nuevo examen del
significado de las palabras, junto con el cambio de las designaciones y la acuñación de otras nuevas” (Sager, 1993: 92).
Así, un rasgo fundamental implicado en el componente ideacional de los textos científicos es la creación y el empleo de una terminología especializada.
En la etapa que nos ocupa, los estudios realizados desde distintas perspectivas
(histórica, social, psicológica o política) con la pretensión de explicar en términos
científicos el pasado nacional, incorporan términos especializados. Entre estos
términos se destacan los pertenecientes al registro de la teoría darwiniana.3
El registro especializado4 darwinista se incorpora a los textos estudiados me3 Cf. Montserrat (1980: 814). Así señalan también Vallejo y Miranda: “Con excepciones como la de Domingo Faustino Sarmiento, que expresó su apropiación consciente de Spencer, lo habitual fue no distinguir el
darwinismo del reduccionismo spenceriano” (2004, p.405). En tal sentido, no podemos dejar de reconocer la
dificultad de determinar, en ocasiones, la filiación darwinista o spenceriana en el empleo de dichos términos.
4 Según Janet Browne, El Origen de las Especies, obra que se tomó como referencia en esta investigación,
“no incluye gráficos ni fórmulas (…) ni tampoco lenguaje especializado” (Browne, 2007: 13). No adherimos a
esto último, ya que acordamos en todo con la siguiente referencia de Sager: “Los elementos caracterizados
por una referencia especial dentro de una disciplina son los términos de esa disciplina, y colectivamente forman su ‘terminología’. Aquellos que funcionan como referentes generales…simplemente se llaman palabras”
(Sager, 1993: 43).
57
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
diante distintos mecanismos.
Por un lado, su léxico particular puede aparecer en la línea expositiva o explicativa de los discursos, interpolado con términos de otras ciencias (psicología, historia, derecho, etc.), en una trabazón que manifiesta su integración en un campo
terminológico común. O puede darse un tipo de incorporación más explícita mediante el mecanismo de la digresión, recurso mediante el cual se explican aspectos
de la teoría darwinista y se introducen así sus términos específicos.
En relación con estas modalidades de incorporación, Octavio Bunge emplea en su obra sobre el Derecho un concepto darwinista para explicar el origen
la ética:
La primera base de la ética es biológica, y corresponde al fenómeno de adaptación. En el
protozoario que reacciona contra una substancia poco alimenticia, están en germen la sanción jurídica y el criterio moral. Por esto puede decirse que el derecho es la vida, o, con más
amplitud, que la ética es la vida (Bunge, Derecho: 347) (Destacado nuestro).
Un tipo semejante de interpolación se puede encontrar también en otros autores, como Ernesto Quesada, quien explica la transfiguración intelectual del país
en estos términos:
Realizar la fusión de la corriente inmigratoria extranjera, seleccionando a esta y presidiendo
la formación del tipo in fieri (…) es quizás la dificultad de mayor trascendencia (…) Quizá
momento alguno de la historia de un pueblo ponga a contribución mayores condiciones en
sus hombres públicos, que el actual de nuestra evolución social. El estudioso contempla
esta curiosísima transformación, que se despliega a su vista (…)” (Quesada, 1911: 35) (Destacado nuestro).5
El historiador insiste poco más abajo en la importancia de: “El plasmar el alma nacional
por la escuela pública (…) y la lenta adaptación de la masa inmigratoria (…) que está ahora en pleno estadio evolutivo” (Quesada, 1911) (Destacado nuestro).
Los fragmentos hasta aquí considerados testimonian la integración, como
componentes de un mismo campo léxico, de unidades que hasta entonces permitían discriminar dos campos científicos divergentes: ciencias naturales, teoría
evolucionista darwiniana, frente a ciencias sociales (Derecho, Historia).
Como ya se adelantó, otro modo de inscribir el darwinismo a partir de su terminología es la digresión. Bunge dedica largos párrafos de su tratado del Derecho
a explicar los principios biológicos que luego aplicará a la conducta humana y al
origen de las normas éticas. En ellos ocupa un espacio importante (5 páginas) la
teoría darwiniana:
Los fundamentos de la biología pueden reducirse al principio de la transformación de las especies por la adaptación, la herencia y la selección natural. El fenómeno de la lucha por la vi5 No se tuvo en cuenta el término evolución considerando que, según señala Ruse, “Darwin jamás utilizó la
palabra ‘evolución’ en su obra. En aquel entonces, el término ‘evolución’ se había puesto de moda exclusivamente para referirse a los cambios del embrión a lo largo de su desarrollo. Muchos utilizaban el término
‘transformación’ para lo que denominamos ‘evolución’. Darwin hablaba por lo general de ‘descendencia con
modificaciones’ aunque, dicho sea de paso, en la última frase del libro [On the Origin of Species] aparece la
palabra ‘evolucionado’”. (2008: 27).
58
Modos de inscripción del darwinismo en el discurso de la elite intelectual en el positivismo argentino
da y de la selección natural consiste, como es sabido, en la supervivencia de los más aptos,6
o sea de los que mejor se adaptan al medio ambiente (Bunge, 1927) (Destacado nuestro).
También en Nuestra América explica la teoría de Darwin en su capítulo dedicado a las razas del hombre americano:
Surgió entonces la teoría del transformismo o descendencia, hoy universal o casi universalmente aceptada. Según ella, las actuales especies descienden todas de otras anteriores,
generalmente más simples, que han ido evolucionando transformándose por la selección
natural; el hombre viene a ser un producto el más complicado y perfecto de esa selección
(…) (Bunge, 1918) (Destacado nuestro).
3.2. La inscripción del “darwinismo” en relación con el componente interpersonal
de los textos
Las estrategias del orden del componente interpersonal mediante las que se
inscribe el darwinismo en estos discursos se destacan tanto en la retórica argumentativa de la prosa periodística doctrinaria como en los recursos retóricos de la
prosa literaria.
3.2.1. Prosa Literaria
Miguel de Asúa, en su estudio Ciencia y Literatura, confirma que “En nuestro país
la literatura no fue ajena a la recepción de las teorías científicas europeas, por el
contrario, en ocasiones –como en el darwinismo- constituyó su vehículo privilegiado” (Asúa, 2004: 121).7
Así, como un reflejo del ambiente cultural de la época, la prosa literaria elabora
también sus recursos retóricos a partir de elementos tomados del registro darwinista. Se trata de formas retóricas, como metáforas, comparaciones y citas de autoridad,
vinculadas al componente interpersonal, en las que se puede reconocer el empleo
del léxico darwinista.
En las Causeries de Mansilla encontramos:
• Citas de autoridad, con la función de legitimar los dichos del autor
Darwin dice, sin embargo, que aquella emoción o fenómeno de nuestra circulación capilar, es “la más especial y la más humana de todas las expresiones”, y agrega que las
mujeres inglesas (las que llevamos lo son) se ruborizan hasta la parte superior del pecho,
citando ainda mais el caso de una jovencita, que se ruborizó hasta el abdomen y las
piernas (Mansilla, 1963).
6 Con respecto a este término, en su primera edición del Origen de las Especies, “Darwin no utilizó la expresión alternativa de “supervivencia de los más aptos”, acuñada por un evolucionista compatriota suyo, Herbert Spencer, y recomendada a Darwin por Wallace con el argumento de que tenía menos connotaciones
antropomórficas. Darwin agregó la expresión en las ediciones posteriores del libro” (Ruse, 2008: 41).
7 Véase al respecto Montserrat, 1996.
59
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
• Comparación, con la función de elogiar a la persona aludida, el primero de los
términos de la comparación, en este caso el padre de Mansilla
Sin ser sabio, científicamente hablando, era un observador profundo, como Darwin, y me
decía algunas veces, explicándome las costumbres de los animales (Destacado nuestro)
(Mansilla, 1963).
• Metáfora con función estético-literaria
Lector que cruzáis el piélago tempestuoso, luchando por la vida (Destacado nuestro)
(Mansilla, 1963).
3.2.2. Prosa periodística
En la línea argumentativa característica de la prosa doctrinaria, se observa la
interpolación del léxico ideológico con el léxico científico darwinista. Esto se percibe en la argumentación de artículos de La Montaña, periódico socialista y revolucionario, que toman el darwinismo como fundamento de algunas de sus ideas. Así
se evidencia en el siguiente fragmento:
La Revolución social obedece, pues, en primer término, a un cambio en el sistema de
producción. Si la clase privilegiada fuese inteligente –caso imposible (…) se adaptaría estoicamente a ella; pero la burguesía, que por ser republicana es la más ignorante y ciega. (Ingenieros, J. y Lugones L., 1996) (Destacado nuestro).
O en textos como:
La selección natural lo demuestra –la imitación– (Omocromía, Mimetismo, etc.) es condición
esencial del triunfo en la lucha por la vida (Ingenieros, J. y Lugones L., 1996) (Destacado
nuestro).
La transformación se operará adaptándose a los hechos (Destacado nuestro) (Ingenieros, J.
y Lugones L., 1996).
Lo hasta aquí expuesto permite establecer, en relación con la primera de las
cuestiones planteadas en la presentación del trabajo, y a modo de una conclusión
parcial, que las modalidades de inscripción del registro darwinista observadas
constituyen un importante factor de cambio en el registro léxico y por tanto en el
discurso de las ciencias sociales de la época. En este sentido se expresa también
Cantor: “Tales desarrollos no deben ser desechados como triviales; en cambio, ellos
proporcionan comprensión sobre los patrones cambiantes del discurso en las ciencias sociales” (Cantor, 1989: 165. Nuestra traducción).
4. Otro modo de inscripción: Darwin como recurso retórico
Para estudiar otro caso de la inscripción de Darwin y el darwinismo en la prosa
intelectual de la etapa considerada, se seleccionó el texto “Un recuerdo a la me60
Modos de inscripción del darwinismo en el discurso de la elite intelectual en el positivismo argentino
moria de Darwin. El transformismo considerado como ciencia exacta”, uno de
los dos apartados que componen la “Introducción” a Filogenia. Principios de clasificación transformista basados sobre leyes naturales y proporciones matemáticas, la obra
más significativa de Florentino Ameghino.8
En este caso, el objetivo del estudio tiene que ver con el planteo inicial relativo a los modos retóricos de la argumentación del científico orientados al logro no
solo de la aceptación de su propio trabajo sino también de los medios para crearse
una imagen de autoridad legítima en la comunidad científica nacional.
El título compuesto del texto de Ameghino, “Un recuerdo a la memoria de
Darwin. El transformismo considerado como ciencia exacta”, pone de manifiesto el carácter multifuncional de su discurso. Ameghino pretende articular en su
texto un discurso epidíctico, cuya forma paradigmática se identifica, desde la
antigüedad clásica, con discursos fúnebres de elogio para honrar la memoria de
una figura distinguida,9 en su caso, la figura de Darwin, 10y un discurso científico de temática vinculada con el darwinismo, en cuyo caso se pueden reconocer
significados no solo correspondientes a la dimensión ideacional o conceptual
sino también relacionados con la dimensión interpersonal implicada en la práctica científica. Dichos significados aparecen estrechamente vinculados con la
figura de Darwin.
En lo que sigue se abordará el reconocimiento de los mecanismos empleados
por Ameghino para el logro de los fines sociales de su comunicación científica, y
para ello se enfocarán algunos tópicos retóricos específicos de las ciencias por los
que el naturalista legitima su autoridad científica y procura para sí un lugar en el
campo agónico generado por la doctrina de Darwin.
4.1. La construcción de la autoridad científica y su legitimación en el discurso de
Ameghino
Para pertenecer, precisamente, al campo agónico arriba mencionado, Ameghino
debe construir para sí, en su discurso, un ethos11 de autoridad intelectual, el que, a
su vez, debe ser legitimado.12
8 Se trata de un texto que en su origen constituyó una conferencia dictada por Ameghino en el Instituto
Geográfico Argentino el 19 de junio de 1882 y de la que el científico extrajo los contenidos principales como
“punto de partida” (Prólogo, p.11) de Filogenia (1884).
9 Estos textos también pueden funcionar para la censura o la crítica: “Epideictic texts celebrate or calumniate events or persons of importance; their paradigms are the funeral oration and the philippic; their special
topics are virtue and vice” (Gross, 1996:10)
10 Según Cabrera Ameghino “Rindió culto a Darwin, en quien creía ver algo así como el principal apóstol
del evolucionismo, pero, por una singular paradoja, fue un verdadero lamarckiano, y lamarckiano de un subido matiz mecanicista” (Cit. en Terán, 2000: 96, nota 20)
11 Tomado de la retórica clásica, el término ethos se refiere a las condiciones personales del orador/escritor.
Según Perelman y Olbrechts-Tyteca, constituye un contexto para el discurso cuya influencia es innegable.
Ambos sostienen que “Si la persona del orador proporciona un contexto al discurso, este último, por otra
parte, determina la opinión que se tendrá de ella” (1989: 490).
12 Esta representación de su figura intelectual lo pone en contradicción con la que realiza en el prólogo
mediante el tópico de la “modestia” expresado en una metáfora: “Represento un punto de la inmensa planicie en que descollaban esos picos elevados del saber humano y me he elevado gradualmente con el nivel
general de la llanura. No es para esos picos descollantes para quienes escribo: me dirijo a la llanura; y si los
primeros pueden fulminar sobre mí sus anatemas, de la segunda nada tengo que temer, de ella he salido y
a ella volveré” (p.19).
61
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Con el objeto de analizar críticamente la construcción discursiva de esta legitimación, el lingüista crítico Theo van Leeuwen (2008: 105-6), distingue cuatro
categorías mayores: Autorización; Evaluación Moral; Racionalización y Mythopoesis.
A continuación, el análisis se centrará en la categoría de la autorización,
vinculada con la legitimación en relación con la autoridad de la tradición, la
costumbre, la ley, y/o personas investidas con autoridad institucional. En particular, se observará el empleo de los recursos de orden retórico en los que se manifiesta, y específicamente el tópico considerado central para la legitimación en
términos de esta categoría. Se trata del tópico de la relación maestro-discípulo.
Esta relación se observa en el texto en dos sentidos, que se ponen de manifiesto
la inserción de Darwin en la prosa científica y, con ello, el empleo retórico de
la figura del sabio naturalista como un recurso principal de legitimación de la
autoridad científica.
Por una parte, al declararse su discípulo, Ameghino manifiesta una relación de
“dependencia” intelectual con respecto a Darwin, i.e. el discípulo adopta las ideas
del maestro: “Débole (…) un recuerdo porque soy uno de los primeros discípulos
que en la Republica Argentina adoptaron las ideas del insigne maestro” (p.54.
Destacado nuestro).
Alan Gross señala el valor retórico de este recurso: “At the root of authority
within science is the relationship of master to disciple (...) to become a scientific
authority is to submit for an extended period to existing authorities.” (1996: 13-4)
Por otra parte, el naturalista se presenta a sí mismo como un discípulo que
aporta a la verificación de la teoría del maestro o incluso puede llegar a extenderla en su aplicación o, más aún, a perfeccionarla. Gross destaca también el sentido
retórico que puede darse a este recurso: “One of the persuasive messages of authority in science is the need to exceed authority” (Gross, 1996: 13).
En la evaluación de la anécdota con que Ameghino ilustra, al iniciar su
discurso, su precoz orientación darwinista, se puede percibir un contenido autolaudatorio, atenuado por efecto del evaluativo “pobre”: “Entonces estaba lejos
de creer que un día les aportaría mi pobre contingente de materiales comprobatorios”
(Ameghino, 1884: 54) (Destacado nuestro).
Este autoelogio implícito llega, en cambio, a intensificarse mediante su repetición en distintos pasajes del texto: “Me ocuparé, pues, del transformismo (…)
presentándoos en pocas palabras algunos nuevos materiales que prueban hasta la
evidencia la teoría de Darwin” (Ameghino, 1884) (destacado nuestro).13
El autor muestra cómo a partir de sus observaciones, operaciones y especulaciones científicas se deducen “nuevas leyes comprobatorias del transformismo” (p.65,
destacado nuestro), y cómo es capaz de dar nueva aplicación al modelo explicativo del maestro –la metáfora darwiniana del árbol que representa la serie animal–
13 Se observa en la cita que Ameghino identifica darwinismo con transformismo. Así afirma también “Las
conclusiones a que llegué… son francamente transformistas o darwinistas, como queráis llamarlas” (p.53).
Al respecto, Mayr señala que “Tal como ha señalado Lewontin (1983), Darwin, por el contrario, introdujo un
nuevo concepto de evolución, que era completamente diferente de la evolución saltacional o de la evolución transformacional” (Mayr, 1992: 56).
Según Ferrater Mora “‘transformismo’ ha sido utilizado, preferentemente en el pasado, por autores de lengua francesa…Autores de otras lenguas han usado preferentemente evolucionismo” (1994, IV: 3562). En tal
sentido, debemos tener en cuenta que Ameghino se formó principalmente con científicos franceses.
62
Modos de inscripción del darwinismo en el discurso de la elite intelectual en el positivismo argentino
para llegar, a partir de ella, a deducir: “dos leyes de la más alta trascendencia para el
transformismo o darwinismo” (p. 64, destacado nuestro).
Esta segunda manifestación de la relación maestro-discípulo apela a su vez
a los recursos que Gross (1996) reconoce como una importante fuente para la
argumentación científica y caracteriza como tópicos especiales de las ciencias: la
predicción, la matematización, la formulación de leyes.
En este caso, la argumentación que legitima la teoría evolucionista y con ello
celebra la autoridad científica de Darwin aparece sostenida mediante el tópico
de la predicción:
Del mismo modo que los astrónomos, por el estudio de ciertas perturbaciones de la ley
newtoniana de la gravitación, predicen que entre las órbitas de los planetas a y b debe
encontrarse un nuevo astro, del mismo modo el naturalista evolucionista, basándose en la
ley darwiniana de la transformación de las especies puede predecir el hallazgo de nuevas
formas que unan tipos actualmente separados por abismos aparentes (…) Y esta es la
prueba más evidente que puede darse del transformismo, puesto que lo coloca cada vez
más en el número de las ciencias exactas (Ameghino, 1884: 68.) (Destacado nuestro).
Una vez más, el discípulo se muestra excediendo la teoría de su maestro.
Ameghino sostiene así que sus “nuevos materiales” ubican la teoría de Darwin en
el dominio de las ciencias exactas y la astronomía, cuyo prestigio queda expresado
en su discurso mediante los tópicos de la predicción, la matematización y también la formulación de leyes:14
Me ocuparé, pues, del transformismo(…) presentándoos en pocas palabras algunos
nuevos materiales que prueban hasta la evidencia la teoría de Darwin y hasta permiten colocarla en el número de las ciencias exactas con iguales títulos que la astronomía, puesto
que los hechos y fenómenos de que ambas tratan pueden reducirse a fórmulas y a leyes,
y estas tienen un grado tal de exactitud que en ambos campos se pueden predecir hallazgos y descubrimientos desde el bufete, valiéndose únicamente de los números (Ameghino,
1884: 56) (Destacado nuestro).
De tal manera, Ameghino ubica el estatus de su propia práctica científica a la
altura de las ciencias exactas, y su trabajo científico lo convalida como una autoridad científica en la medida en que dicho trabajo se afirma como contribución y
enriquecimiento de la teoría de Darwin.
En estas instancias legitimadoras, el recurso persuasivo y confirmativo es la
figura del naturalista inglés. Darwin se inscribe como un recurso retórico.
14 Gross especifica el valor y la significación conferidos a la formulación de leyes en la historia de la ciencia.
Refiriéndose a la ciencia en general, la describe como “a product whose rise depended on a focusing of our
general interests and values. Its wellspring was the widening conviction that the eventualities of the natural order
depended primarily not on supernatural or human intervention but on the operation of fixed laws whose preferred avenue of Discovery and verification was quantified sensory experience (Gross, 1996: 15). Por su parte,
para el caso de las ciencias naturales, y en relación con la teoría de Darwin, señalan Martínez y La Rocca que
“La formulación de leyes, la lógica deductiva y la matematización de la información (…) de tanta eficacia para las
ciencias físicas, resultan insuficientes en biología, particularmente desde la teoría evolucionista, ya que las explicaciones demandadas implican la necesidad de reconstruir hechos ya acaecidos, conjeturando sobre posibles
combinaciones de factores históricos que puedan dar cuenta de los actuales fenómenos observables. (…) Particularmente en la teoría darwinista, historicidad, contingencia y azar constituyen componentes ineludibles que
no tienen cabida en los patrones explicativos de la epistemología clásica” (Martínez y La Rocca, 2002: 243).
63
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Para finalizar, y en relación con este último desarrollo, tomamos como la conclusión más acertada las palabras de Jack Selzer:
Science is thoroughly human (…) inevitably colored by its social and political circumstances. Science is a cooperative venture, yes; but it is just as much competitive, agonistic. It
seeks truths, of course; but those truths are probabilistic, not certain. Scientific discourse,
that is, is less an impersonal and faceless demonstration than it is a set of competitive beliefs laid before a disciplinary jury (Selzer, 1993: 13).
64
Modos de inscripción del darwinismo en el discurso de la elite intelectual en el positivismo argentino
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66
Isómeros de hombre a bordo
del Beagle. Inclusión, rapto y
alteridad en Jemmy Buttom de
Benjamín Subercaseaux1
Lorena López Torres
Universidad Austral de Chile
[email protected]
1. Introducción
Darwin, usted es como esta tierra que aparece en los mapas. Largo, delgado y sin futuro.
Andrés Kalawski
En la novela Jemmy Buttom (1950) de Benjamín Subercaseaux2 los cuatros fueguinos capturados por Robert Fitz-Roy: tres alacalufes3 –Fuegia Basket, Boat
Memory y York Minster– y un yagán4 –el legendario Jemmy– son trasplantados
al sofisticado ambiente de la sociedad londinense, estudian en Inglaterra, son
recibidos por los reyes de turno y finalmente devueltos a Tierra del Fuego con la
finalidad de convertir y educar a los demás indígenas.
1 Este artículo forma parte de mi tesis para optar al grado de Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea de la Universidad Austral de Chile, titulada CUENTAS POR ALMAS. Las misiones y el rapto indígena en la literatura magallánica del siglo XX. Este artículo se inserta igualmente en el proyecto FFI2008-05029
(Ministerio de Ciencia e Innovación, Secretaría de Estado de Investigación) titulado “Cultura y fronteras: la
literatura y sus aportaciones a la configuración imaginaria de la Araucanía y la Patagonia” dirigido por el Dr.
Teodosio Fernández Rodríguez de la Universidad Autónoma de Madrid.
2 Benjamín Subercaseaux (1902, Santiago-1973, Tacna) es un escritor chileno. Entre sus obras se destacan,
en poesía: Quince poemas directos (1936); en ensayo: Chile o una loca geografía (1940), traducido a varios
idiomas; las novelas Tierra de océano (1946), Santa Materia (1954), El hombre inconcluso (1963), Historia
inhumana del hombre (1964). Escribió también literatura infantil como: Niño de lluvia y otros relatos (1962)
y poesía en francés: 50º latitute sud y Propas sur Rimbaud. Entre sus obras teatrales se cuentan: Pasión y
epopeya de Halcón Ligero (1958), sobre la figura de Lautaro. Jemmy Buttom (1950) es sin duda su novela
más importante. En 1963 recibe el Premio Nacional de Literatura, como reconocimiento a su extensa labor
literaria. En este artículo las citas corresponden a la edición de 1953 de Editorial Zig-Zag (N. de la A.).
3 Kaweskar o alacalufes: Descendientes de los primeros pobladores que habitaron desde hace aproximadamente 6.000 años los canales patagónicos chilenos. Habitaban desde el paralelo 48 hasta el 53 de latitud
sur, disponiendo incluso de un haruwen (territorio) en la isla de Tierra del Fuego (Vega Delgado, 1995, p. 63).
4 Yaganes o yámanas: Indígenas nómades canoeros, recolectores marinos que habitaron desde hace
aproximadamente unos 6.000 años los canales fueguinos chilenos al sur y al oeste de la Isla Grande de
Tierra del Fuego hasta los canales Magdalena y Cockburn. También habitaron la isla Navarino y otras islas
ubicadas al sur de esta hasta el Cabo de Hornos y la orilla norte del canal Beagle, en territorio chileno y argentino (YAGANES, www.uchile.cl/cultura/lenguas/yaganes/).
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
El panorama que Fitz-Roy prefigura para los fueguinos y para sí mismo,
contempla algo más que exposiciones. En el acto de raptar Fitz-Roy encarna
sus propios anhelos de salvación; ante esto la relación entre el inglés y los indígenas –sobre todo con Jemmy– se estrecha. Su educación se transforma en la
misión personal del Comandante, defendiendo febrilmente la naturaleza humana
del indígena, su capacidad de raciocinio y su potencial salvación. La empresa de
Fitz-Roy es atentamente observada por Darwin en el segundo viaje que realiza el
Beagle de regreso a Tierra del Fuego.
En la Europa de Jemmy las exploraciones científicas y de reconocimiento hidrográfico en Tierra del Fuego están en su mayor apogeo, pero fuera del ámbito
geográfico el interés se hace extensivo a los indígenas de América. La interrogante por ese entonces es la verdadera naturaleza de estos “salvajes”, es decir, su
aceptación como hombres iguales a los europeos, considerando que la mirada de
la sociedad civilizada de ese entonces solo se condice con la conducta colonizadora exhibida durante siglos, desde el descubrimiento de América. Dicho proceder
solo hacía presumir que los indígenas terminarían siendo objeto de curiosidad y
comercialización para los habitantes del Viejo Continente. Así la captura de nativos llevados a Europa degeneró en múltiples vertientes: exhibición, conversión,
investigación científica y confinamiento en zoológicos humanos.
En los dos periplos de Fitz-Roy el marino británico es testigo de las prácticas que comienzan a operacionalizarse para el “tratamiento” de tan peculiares
especies. Coincidentemente, los viajes del almirantazgo inglés son parte de la
curiosidad que se erige en siglo diecinueve, con el surgimiento de los zoológicos
de aclimatación en Europa, los cuales servirán como espacio de confinamiento y
regulación de la supuesta vida salvaje de los capturados.
Los espacios se diversifican o se reacondicionan para acercar tan extraños y
lejanos “visitantes” a un público ávido de curiosidades. Sin embargo, el grado de
exhibición varía de acuerdo a la moral de sus custodios. Recordemos que FitzRoy era un hombre de sentida religión, más allá de los dogmas establecidos por la
Iglesia Anglicana sentía un fuerte llamado de servicio, una pasión que dominaba
su moral y que lo predisponía a actuar de acuerdo a su credo; por lo tanto, defiende la humanidad de los capturados, negándose –en un principio– a verlos como
animales en exposición. No sucedía así con muchos de los traficantes de especies
que auxiliaron a científicos y mercachifles para obtener un auténtico aborigen
digno de sus espectáculos.
La empresa de Fitz-Roy representa el comienzo de los estudios científicos y
antropológicos modernos sobre las “nuevas especies” de la Patagonia, permitiendo
comprender el contexto en el que se desenvolvieron las relaciones entre europeos
y nativos a principios del siglo diecinueve y, por ende, entender cómo se articulan
las disputas y disímiles posiciones que enfrentan constantemente a Robert FitzRoy y Charles Darwin.
De las nociones cristalizadas de la época surge la disposición del marino a
defender la humanidad de sus criaturas y la oposición del científico para considerarlos superiores a los animales, apuntando siempre a la raíz salvaje y traicionera de los primitivos –idea defendida también por el doctor Bynoe en la novela–.
Creo que sus desavenencias vistas en el fragor de las apuestas científicas de la
68
Isómeros de hombre a bordo del Beagle. Inclusión rapto y alteridad en Jemmy Button
modernidad, alimentan las teorías evolutivas de Darwin nacidas durante su viaje
alrededor del mundo en el Beagle. Por otro lado, Fitz-Roy presiente los frutos de
su proyecto, la redención divina y el reconocimiento de la corte británica en una
misión personal de doble arista: su religiosidad valida y justifica el rapto de los indígenas y su exhibición en Inglaterra, para finalmente generar en la sociedad que
lo circunda, admiración y elogios.
2. El rapto y los zoológicos de aclimatación
El rapto se produce a través de transacciones, inicialmente de carácter pacífico, las
que son manipuladas por el sujeto más poderoso para tomar por la fuerza algo/alguien para su propio provecho. Aunque ambos sujetos pueden adquirir una o otra
posición indistintamente, uno erigirá la posición de autoridad ante un “otro” que
inmediatamente será catalogado como el opuesto y por lo tanto el “extraño”, sin
mayores atributos que los que la cultura dominante maneje y le confiera.
El acto de signar a lo extraño explica el proceso de esclavitud derivado del
rapto. Debido a la captura el sujeto se ve envuelto en un proceso de extrañeidad
que lo preparará para su estado de extraño absoluto en la sociedad a la que será
entregado. Meillassoux (1990) afirma que los pueblos sometidos a esta condición
comparten ciertas características: “(…) una rusticidad que raya en la bestialidad y
que se manifiesta por la rudeza, la ignorancia, la inferioridad intelectual, la amoralidad y la práctica de actos de salvajismo (como el canibalismo por los general)”
(Meillassoux, 1990: 85).
Surgida en la Edad Media, esta práctica se hace habitual para los conquistadores; primero por curiosidad, luego se piensa en el salvaje como mercancía y más
tarde se los utiliza como traductores, guías y soldados; haciéndose evidente que la
captura los predispone a una explotación semejante a la que sufren los animales.
En Tierra del Fuego los orígenes del rapto se remontan al navegante portugués Hernando de Magallanes; el primero que toma contacto con los indígenas
patagones con la intención de capturarlos. A partir de ese momento, se intensifica
la relación y el intercambio entre europeos e indígenas.
En el siglo diecinueve la captura y la caza de aborígenes en Magallanes eran
parte de la cotidianeidad y los argumentos para su defensa respondían a las necesidades y requerimientos de los colonos. El rumano Julius Popper pagaba una
libra por cada cabeza de indígena que recibía (Contardi, 1975), siendo una de
tantas razones esgrimidas para ello los constantes robos de ganado del que era
objeto. La presencia de estos seres errantes era una constante amenaza para el extranjero temeroso de caer en las garras de los caníbales patagones; de aquí derivan
las numerosas muertes que mermaron el número de indígenas hasta el exterminio.
Otros capturados durante la cacería, fueron trasladados a Europa, donde se les
dispuso –según la conveniencia de los comerciantes– en tres tipos de confinamiento: ferias, teatro de variedades y exposiciones antropozoológicas.
La primera feria mundial se organizó en el Palacio de Cristal de Londres en
1851. En este formato se exhiben como especies los representantes de pueblos
desconocidos de América, África, Asia y Oceanía, es decir, se los muestra junto a
69
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
los grupos pertenecientes al reino animal con la intención de promoverlos como
bienes de consumo. Son exhibidas junto a la producción agrícola y ganadera de su
zona de procedencia en un claro intento de acentuar los beneficios de la colonización. Ya para 1911 en el Jardín de Aclimatación de Roma se exhiben animales y
“grupos etnográficos” completamente ajenos a su autenticidad original antes apreciada, solo convertidos en curiosidad folclórica (Báez y Mason, 2006).
La segunda modalidad, el teatro de variedades, consistía en la exhibición de
los sujetos en un espectáculo revestido de un carácter monstruoso y carnavalesco. Abundaban los enanos y los gigantes además de las rarezas que significaban
el hombre elefante o la mujer barbuda. Los fueguinos fueron menos expuestos
bajo este formato, solo se les aprovechó por su supuesto comportamiento “caníbal”, pero no siempre con resultados que alentaran el éxito del espectáculo
(Báez y Mason, 2006).
La exposición antropozoológica por otro lado, surge en las décadas del setenta
y del ochenta del siglo dieciocho, con la inauguración de los primeros zoológicos de animales en Europa. Esta modalidad enfatiza la breve distancia entre el
mundo animal y los habitantes primitivos, es decir, los presenta en un ambiente
especialmente acondicionado de acuerdo a su supuesto estado natural (Báez y
Mason, 2006). El concepto de exposición antropozoológica propiamente tal se
debe al alemán Carl Hagenbeck Jr. (1844-1913) quien realiza su primera muestra
en la ciudad de Hamburg en el año 1874. Las exposiciones intentaban reproducir
el hábitat natural de los indígenas mostrándolos con sus atuendos de manera de
dar la impresión de que se estaba frente a un cuadro que representaba su estado
primigenio. La idea prontamente es replicada en el Jardín de Aclimatación de
París que celebra su primera exposición en 1877. En adelante los zoológicos de
aclimatación se sucederán con regularidad en diferentes países.
En 1881, por primera vez se exhiben fueguinos en el Jardín de Aclimatación
de París, sin antes someterlos a intensas jornadas de estudio científico. Entre los
años 1873 y 1909 se suceden los estudios científicos sobre los diversos grupos exhibidos en el jardín: javaneses, fueguinos, lapones, etc.
Con motivo de la celebración de la exhibición de un grupo de 11 canoeros
fueguinos -cuatro hombres, –cuatro mujeres y tres niños– en un Jardín de
Aclimatación en Alemania, en reunión celebrada el 16 de noviembre de 1881
(Vega, 1995) Virchov realiza una extensa alocución acerca de los avanzados
estudios sobre los nativos traídos por Hagenbeck. Las observaciones del primero son propias del cientificismo de la época, alimentadas por apreciaciones
particulares. Por ejemplo describe la “mirada” de los indígenas: sería, ladina, etc.,
en analogía con la de los animales (Vega, 1995) –propio de los preceptos frenológicos de la época–. De los fueguinos llamados Hendrich, Antonio, Lise, Trine,
Pedro y Capitano solo cuatro sobrevivieron y regresaron a vivir a la misión anglicana de Ushuaia.
El grupo de fueguinos más numeroso –11 selk´nam– que se exhibe en el Jardín de Aclimatación de París fue capturado por el ballenero francés Toulusse en
complicidad con el empresario Maurice Maǐtre. Los indígenas fueron exhibidos
en Londres, París y Bruselas; de los sobrevivientes solo seis volvieron a Tierra del
Fuego, el resto de ellos murió (dos mujeres de sífilis) (Báez y Mason, 2006: 30).
70
Isómeros de hombre a bordo del Beagle. Inclusión rapto y alteridad en Jemmy Button
En una fotografía anónima de la época en formato postal se muestra un grupo
de fueguinos exhibidos en el Jardín de Aclimatación de París en 1889. En ella se
pueden leer las palabras escritas aparentemente por el padre José Beauvoir y que
harían pensar que se trata del mismo grupo:
Estos onas o tehuelches [sic] fueguinos. Aborígenes del Sud A., fueron agarrados por un
tal Mauricio Maitre a fines de 1889 en Bahía Felipe T. del F. y llevados a la Expos. de París
en 89. Eran once (11). Dos murieron en viaje, dos apenas llegados a Francia. De los restantes, uno se escapó, los otros cuatro los devolvió el Min. D. Gonzalo Bulnes a T. del F.
Los recibimos en las Mis. Sales (Báez, 2007: 91-92).
En las exposiciones en los jardines, numerosos científicos europeos profundizan
sus conocimientos acerca de la vida natural de los aborígenes, realizan investigaciones científicas para zanjar la controversia sobre su naturaleza humana y motivan a
muchos otros a viajar y estudiar estas especies en sus lugares de origen, dando paso
a nuevas modalidades de estudio y de comprensión del mundo. A comienzos del
siglo diecinueve aparecen la filología y la gramática para el estudio de las nuevas
lenguas descubiertas al mismo tiempo que surge la antropología. En conjunto,
estas disciplinas permitieron imaginar a la comunidad (Anderson, 1994) en una
extensión no pensada que incorporaba a otros individuos que están en el centro del
escrutinio público por causa de su diferencia. Estos sujetos provenientes de lejanas
latitudes comienzan a formar parte de lo conocido, se tornan familiares para la
población, llevando a la comunidad a un nuevo nivel de imaginación, pero siempre
desde la extrañeidad (Meillassoux, 1990) que los condiciona. En un intento de
catalogar a estos nuevos habitantes surge el museo, otra nueva modalidad que se
encargará de recolectar la cultura de cada lugar descubierto (Anderson, 1994).
3. Fitz-Roy y los cuatro fueguinos
En 1829 Fitz-Roy tiene su primer encuentro con los indígenas. Para ese entonces
ya era Comandante en jefe de la Beagle, tras el suicidio de Stokes. En la zona del
seno Otway el marino británico observa el comportamiento salvaje de los nativos,
su vestimenta y ornamentación:
El primero que se nos acercó me hizo acordar a una antigua enseña del León Rojo, pues
estaba todo pintado de rojo, y más se asemejaba a una bestia salvaje que a un ser humano; otro estaba cubierto de una mezcla azulada; y un tercero completamente negro.
Varios tenían la mitad inferior del semblante ennegrecido y los más viejos, hombres y
mujeres, iban completamente pintados de negro. Eran unos ocho hombres, seis u ocho
niños y quizás una docena de mujeres y niñas. Algunos llevaban una piel sobre los hombros, pero los más no cargaban más que su pintura; parecían aprensivos, y en cuanto
notaron nuestra aproximación escondieron varias pieles y otros efectos en el monte (FitzRoy, 1933: 288-289).
En una carta escrita al Comodoro de la expedición –Phillips Parker King–
con fecha 13 de junio de 1830, Fitz-Roy explica el rapto de los cuatro fueguinos
71
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
con la finalidad de conseguir que los nativos devuelvan una pequeña embarcación
ballenera que había sido robada durante el reconocimiento del Cabo Desolación.
La primera es Fuegia, que llega a la embarcación junto a un grupo de mujeres y
niños que toman como rehenes: “todos nuestros prisioneros (escaparon) excepto
tres niñitas, dos de las cuales fueron devueltas a su tribu, cerca de Whale-Boat
Canal; la tercera se encuentra actualmente a bordo (Subercaseaux, 1953: 208). El
segundo –Boat– fue tomado como “rehén por el recobro de nuestro bote y para
hacerle servir de intérprete y guía” (Subercaseaux, 1953: 208). Lo mismo pasa con
York: “tomé otro joven con el mismo propósito ya mencionado” –recobrar la ballenera robada. Como no obtiene información por parte de los capturados los conserva, por lo tanto, “esa información siguió siendo el precio del rescate” (Subercaseaux, 1953, p. 208).5 En la carta –que forma parte del Narrative of the Surveying
of H.M.S. “Adventure” and “Beagle”6 (1839) de Fitz-Roy– aparecen los nombres
elegidos para los fueguinos junto a sus edades tentativas:
York Minster
26 años
Boat Memory
20 años
James Buttom
14 años
Fuegia Básquet 12 años
(Subercaseaux, 1953: 206).
En la exploración del Canal Beagle el Comandante se encuentra con tres canoas yaganas, así es cómo se explica la llegada del cuarto y último fueguino a bordo, Jemmy, y el origen de su apellido, Buttom (botón en inglés): “(…) induje a sus
ocupantes a pasar a mi bote uno de los suyos, muchacho robusto, obsequiándoles
en cambio, cuentas, botones y otras chucherías.7 No sé si entendieron que este quedaría permanentemente con nosotros; pero parecieron satisfechos con ese trato
singular y se alejaron paleando en dirección a la caleta” (Subercaseaux, 1953: 209).
Este es el móvil del rapto y sigue siéndolo cuando aparece Jemmy, personaje
con el que esta figura se presenta en su auténtica dimensión: el intercambio del sujeto por piezas sin valor. En este caso lo que se transa es una vida humana, es decir,
este aparentemente equitativo trueque obedece a la dinámica de la esclavitud antes
expuesta. Los familiares entregan a uno de los suyos como objeto de pago hasta
que la deuda inicial quede saldada entre ambas partes (Meillassoux, 1990).
El Diario del asistant surgeon Bynoe configura la primera parte de la travesía
a bordo del Beagle durante el viaje hacia Inglaterra. Bajo el título “Cachorro del
Hombre”, esta primera parte de la novela es dominada por la relación que hace Bynoe acerca de los nuevos tripulantes; también le preocupan otros aspectos del viaje
que deben ser cubiertos por un especialista como las ciencias, entre ellas la botánica
5 Las cursivas son mías (N. de la A.).
6 En 1839 Robert Fitz-Roy publica sus diarios bajo el título Narrative of the Surveying of H.M.S. “Adventure”
and “Beagle” between the years 1826 and 1836 describing their Examination of the Shouthern Shores of
South Americ and the Beagle’s Circunnavigation of the Globe. Tres tomos que narran consecutivamente la
primera expedición comandada por el capitán Philip Parker King entre 1826 y 1830; la continuación de la
exploración por parte de Fitz-Roy alrededor del mundo entre 1831 y 1836 y finalmente las observaciones
de Charles Darwin entre 1832 y 1836. Este tercer tomo recibió originalmente el nombre de Journal and Remarks, siendo reeditado años más tarde bajo el título Viaje de un naturalista alrededor del mundo (N. de la A.).
7 Las cursivas son mías (N. de la A.).
72
Isómeros de hombre a bordo del Beagle. Inclusión rapto y alteridad en Jemmy Button
y la geología. Esta particularidad de la empresa de reconocimiento de la época donde el marinero –en este caso el doctor– debía llenar este vacío investigativo (Blengino, 2005), años más tarde se verá suplido por un experto: Charles Darwin.
Bynoe observa a los fueguinos en sus relaciones con otros miembros de la
tripulación, en especial con el mayordomo Bennet quien se hace cargo de su
educación a bordo, particularmente de la enseñanza del inglés: “Bennet mira a la
indiecita y procurando hacerla progresar en el aprendizaje de nuestro idioma. Es
inteligente la muchacha; comprende y asimila más de lo que podría exigir de una
naturaleza tan selvática” (Subercaseaux, 1953: 115).
Más allá de las consideraciones físicas, Bynoe atiende al carácter de los indígenas –nuevamente el antecedente frenológico–: York es de “sonrisa amarga, desdeñosa. Parecía desear que los indígenas nos mataran a todos (...)” (Subercaseaux,
1953: 127); Boat, por otro lado, “era extremadamente joven; tal vez dieciséis años
de una gracia noble y serena en cada actitud” (Subercaseaux, 1953: 121). De caracteres evidentemente diferentes, los tres salvajes como los llama el doctor son
“golosos y alegres, llenos de vida” (Subercaseaux, 1953: 149). Únicamente Jemmy
escapa a su juicio, el personaje rehuye la proximidad de Bynoe presintiendo la
negatividad de la contraparte; en el transcurso de la novela se verá que el indígena
busca solo el afecto y la aceptación de su Hitapuán8 Fitz-Roy. De todas maneras,
la conclusión final de Bynoe es lapidaria. Estos nativos son para él seres despojados de todo sentimiento e inteligencia; representan todo lo opuesto a lo que defiende su cultura civilizada y para colmo grafican a una América entera que para
pesar del europeo “existe y respira”.
4. Darwin y los isómeros de hombre
El segundo viaje de Robert Fitz-Roy a la Patagonia comprende el periodo entre
los años 1831 y 1836 a bordo del Beagle, esta vez es la única nave que parte desde
Plymouth hacia el Estrecho de Magallanes. En esta oportunidad es acompañado
por un entonces desconocido naturalista de igual nacionalidad, Charles Darwin,
que si bien carece de experiencia en alta mar, sabe suplir sobremanera esta falencia con sus vastos conocimientos de geología e historia natural.
Darwin de 22 años, es un inglés acomodado, religioso y educado que lleva consigo los prejuicios y percepciones propias de su época, clase social y nacionalidad.
Viaja en un tiempo en que las exploraciones persiguen propósitos que favorezcan a
las naciones. En los inicios del siglo diecinueve Inglaterra, Francia, España, los Estados Alemanes y Estados Unidos son países que se encuentran en proceso de expansión; por lo tanto, los viajes de exploración son la oportunidad para estrechar lazos comerciales y militares con las naciones emergentes del Cono Sur de América.9
Contratado como naturalista, a Darwin solamente le interesa estudiar la flora
y fauna así como la formación de los suelos y la aparición de minerales de los lu8 Hitapuán: Padre en yamanihasha, la lengua de los yaganes (Subercaseaux, 1953: 281).
9 La misión de Fitz-Roy comprende finalizar el levantamiento hidrográfico ya iniciado, además de consolidar
relaciones comerciales con Argentina; en el viaje anterior se había hecho lo propio con Chile (Blengino, 2005).
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
gares por donde el bergantín navegue, por lo tanto, viaja pertrechado de un equipo adecuado para la catalogación de las especies. Dedicado al estudio taxonómico
descriptivo asume la tarea catalogadora del Nuevo Mundo; un objetivo estimulado por la obra de autores como Lamarck y Henslow, y el desarrollo de los museos
y las exploraciones.
Coincidentemente con la aparición de la antropología, Darwin hace eco de la
opinión de muchos naturalistas de su tiempo, no comprende el estudio del hombre, porque no le interesa de la forma en que le atrae la zoología; la imposibilidad
hasta entonces de descifrar la naturaleza humana le hacía impensable aproximarse a este como objeto de estudio, sino hasta mucho tiempo después:
(…) era una suerte de intrusa metafísica, metida en el buen terreno sólido de las ciencias exactas o, simplemente, concretas. ¿Cuándo había logrado él interesarse por el
hombre? Jamás. En cuanto animal, sin duda: se conocía de memoria la Philosophie
zoologique de Monsieur Lamark. Pero, ¿qué podía hacer un naturalista frente a un
animal que habla? (…) Sí, el hombre le disgustaba como material biológico. Era un
enigma religioso, un rompecabezas filosófico, un epifenómeno burlesco dentro del
orden bastante satisfactorio de la Creación. ¡Si al menos este hubiera sido un mono!
(Subercaseaux, 1953: 651).
Las nuevas aproximaciones científico-metodológicas como la cartografía
en sus comienzos y más tarde el museo como modelo catalogador son de suma
importancia para la época (Anderson, 1996), pues se acerca más a lo que en ciencia se denomina la ubicación del taxón en su sitio natural. Gracias a Darwin el
museo adquiere un rol trascendental y adopta su forma de acuerdo a las teorías
que el británico desarrolla: “después de Darwin, –dice el naturalista Mantegazza–
nuestros museos ya no son depósitos de baratijas, sino series de seres que se suceden como eslabones de la gran cadena evolutiva, (…) el cuadro de los seres vivos
a partir de la fe en la evolución es la naturaleza misma llevada en nuestros libros y
en nuestro cerebro” (Blengino, 2005: 103). De estas últimas palabras se entiende
que entre la concepción religiosa del mundo y la ciencia existiría una suerte de
homologación, tarea que Darwin como hombre de fe intenta comprobar no sin
cierta controversia. En algunos de sus discípulos, el evolucionismo usa la religión
para su beneficio, asegurando que el conocimiento científico de la naturaleza implica conocer en profundidad la obra creadora de Dios.
Sin embargo, en la América del joven Darwin hay mucho por taxonomizar,
una vegetación desconocida y junto a esta un habitante igualmente desconocido:
el indígena, uno más entre las especies que el científico observa. La Patagonia con
la que el inglés se encuentra es atractiva para los científicos por sus restos paleontológicos y por sus riquezas naturales. En este sentido Darwin tiene presente las
observaciones de los maestros –Humboldt, Lyell y d´Orbigny– y las contrasta
con las suyas, estableciendo un diálogo con sus predecesores.
Charles Darwin piensa su teoría de la evolución durante el viaje, haciendo
germinar la idea de la existencia de un desarrollo morfológico de la especie
humana. Es en este punto donde creo que sus teorías reunidas en Journal and
Remarks –antecedente de Sobre el origen de las especies… (1859)– son la esencia de
este conflicto presente en Jemmy Buttom.
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Isómeros de hombre a bordo del Beagle. Inclusión rapto y alteridad en Jemmy Button
En la novela se deja fuera de discusión el evolucionismo de las especies, en ella
no se considera al indígena como eslabón de la cadena evolutiva del hombre, por el
contrario, es únicamente un “especimen” sin cabida en el tronco común del ser humano: “¿Son acaso lo mismo un zorro, una hiena o un perro, y sin embargo, todos
son “canis”? ¿La Humanidad, en sí, no era por ventura, animal en su mayor parte, y
el llamado propiamente Hombre, solo el producto de una simple mutación que había afectado el sistema nervioso de unos pocos?” (Subercaseaux, 1953: 651).
Darwin toma nota de su primera impresión ante el encuentro con el indígena
de la Patagonia. Su nomenclatura se condice con la utilizada en el siglo de las
exhibiciones –es un espectáculo, haciendo la debida equivalencia entre el indígena y el animal–:
(…) yo creo de verdad, que un salvaje indomado es uno de los espectáculos más extraordinarios del mundo; la diferencia entre un animal domesticado y uno salvaje, se nota en
forma mucho más notable cuando se trata del hombre. En el bárbaro desnudo, con sus
cuerpos cubiertos de pinturas, cuyos mismos gestos, bien sean amistosos u hostiles son
inteligibles, se nos hace difícil ver al prójimo. Ninguna descripción o dibujo puede explicar
el interés intenso que surge a la mente al ver por primera vez a los salvajes. Es un interés
que casi le compensa a uno por un viaje a estas latitudes; y por esto, les aseguro, es decir
mucho (Darwin, 1945: 255).
La imagen imperante en sus concepciones responde –como pasa también con
algunos escritores europeos– a una mirada imperialista. Darwin observa al indígena más allá de la otredad y la extrañeidad; este espécimen proviene de una no
cultura, un no lugar, es un no hombre; el yugo imperialista lo ubica como un peón
en el juego de relaciones de poder: entre la supuesta superioridad de uno y la supuesta inferioridad del otro (Goldie, 1989).
En la novela el científico avanza en sus teorías afirmando que la naturaleza del
indígena está más próxima a la del animal que a la del hombre. Esta actitud categórica permite al europeo controlar al nativo en lo moral, físico y espiritual, sancionando su inexistente humanidad con el encierro en zoológicos y capturándolos
para experimentos científicos y evangelizadores.
En la perspectiva de George Balandier (1993) el descubrimiento del “otro”
tiene lugar no solo en la proximidad, sino también en la distancia –diferencia
exterior o exótica–. La diferencia según el autor se basa en un orden jerárquico,
en que aunque la especie humana sea una, los pueblos europeos se encuentran a
la cabeza mientras que los aborígenes permanecen en la base. Por su parte, Walter Mignolo (2003) afirma que el cristianismo es impuesto para articular una
unificación bajo una misma lengua con el propósito de controlar el territorio y la
continuidad del imperio, haciendo hincapié en la diferencia que señala el primero.
En este escenario se mueve Charles Darwin; a bordo de la nave el intercambio de opiniones con Bynoe y Fitz-Roy es frecuente. Con el primero las
conversaciones de carácter científico no siempre son posibles, con el segundo las
discrepancias provocan acaloradas discusiones. Mientras el Comandante intenta
defender su misión evangelizadora, Darwin rechaza este plan y se sorprende
por el comportamiento del marino: “¡Si parecía que el Capitán Fitz-Roy se creía
llamado a reformar la Creación y a trocar las leyes del Universo! (Increíble cómo
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
opera Fitz-Roy con los animales y los indios, a los cuales igualmente “blanquea” y
limpia de toda impureza)” (Subercaseaux, 1953: 642).
Esta limpieza en la que insiste Fitz-Roy es la que le permite defender la naturaleza humana de sus protegidos. El marino se defiende con el argumento de que
los fueguinos pueden igualmente:
(…) apreciar como él el placer y el dolor, la traición y la gratitud, el amor y el odio. Creía
que el hombre era uno solo sobre todo el planeta, y que bastaba que tuviera dos brazos,
dos piernas y una cabeza más o menos pensante y capaz de transmitir sus ideas en forma sonora y articulada (Subercaseaux, 1953: 352).
En una de sus conversaciones Darwin plantea su teoría de los isómeros, nomenclatura que significa cuerpos en apariencia idénticos, pero de diferentes propiedades. En la novela Darwin lo explica de la siguiente manera: “…esos ‘isómeros del
Hombre’, como ya los había llamado. (Isómeros, en química, ¿no eran precisamente
aquellos cuerpos de aparente identidad, pero que diferían totalmente en sus propiedades?)” (Subercaseaux, 1953: 651). El científico se empeña en hacer ver a Fitz-Roy
que sus discípulos son “otros” extraños que distan mucho de ser iguales al europeo
física y espiritualmente. Pero la diferencia para Darwin va más allá de lo físico y lo
moral, alcanza la esfera de lo espiritual; afirma que no poseen alma pues descenderían de otro Adán. Aquello que Gusinde señala como lo más importante para el
ser humano estaría ausente en los indígenas: “Lo que a los hombres eleva considerablemente por encima de todos los demás seres vivos es su alma” (Gusinde, 1951:
27); por el contrario, el científico insiste en la comparación con el animal:
Vuelvo a repetírselo (a Fitz-Roy): estas gentes son isómeros del hombre. Creo habérselo
dicho, ¿no es así?: se parecen muchísimo a los hombres (…), pero no son hombres. Son
cuerpos sonámbulos, sin alma, sin las reacciones más elementales de la especie humana
(…). Pueden engañar un tiempo al que los ve por primera vez, pero no mucho. No es que
ellos sean simples salvajes. El salvaje es un ser humano desprovisto de civilización (…) del
tipo nuestro. Es un hombre en pequeño. Estos son inhumanos en grande. Pretender modificarlos es tan absurdo como si usted creyera posible hacer de una jaiba un gato. (…) es
una forma piadosa de hacerles un mal (…) (Subercaseaux, 1953: 873).
5. A modo de conclusión
Las difíciles relaciones entre indígenas y europeos ciertamente entorpecieron la
posibilidad de emergencia de las trazas culturales e identitarias de los indígenas
de Tierra del Fuego. Lo que hicieron los europeos fue catalogar, definir y observar
al otro, colindando con lugares comunes entre lo exotismo y la extrañeza con que
identificaban a los fueguinos.
El concepto de rapto que desencadena la instalación de los zoológicos de aclimatación permitió que más tarde los asentamientos de los misioneros anglicanos
y salesianos en América del Sur definieran pautas de comportamiento para los
nativos dentro de enclaves periféricos cerrados, por lo tanto, actuaron como la
extensión natural del régimen controlador de los zoológicos europeos.
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Isómeros de hombre a bordo del Beagle. Inclusión rapto y alteridad en Jemmy Button
De la misma manera, este concepto abre el debate sobre la naturaleza humana
del fueguino que, como se ve en el análisis realizado, no llega a una conclusión
definitiva, sino a un abandono de los ideales primeramente defendidos por FitzRoy, lo que nos habla de un abandono del ejercicio del diálogo, el entendimiento,
la inclusión valorativa del otro y la aceptación sana de la alteridad. Una desazón
ante un proyecto que habrá de generar años más tarde un renovado interés en los
religiosos y el Estado chileno, pero siempre en los márgenes de la comprensión
sobre el devenir de las etnias –ya extintas– y la problemática del ser indígena.
Los fueguenses de Darwin siguieron atados a esta realidad de ser meros colectores de botones y cuentas de vidrios, atónitos espectadores de su propia suerte
expuesta en el formato aberrante de la bestialidad humana. Sus retratos en sepia
permanecen en el imaginario, solo como restos de una cultura apagada por el ímpetu del fuego enemigo.
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
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La recepción del Darwinismo en
el Río de la Plata a través de las
fantasías literarias
Gustavo Vallejo
Universidad Nacional de San Martín - CONICET
[email protected]
Marisa Miranda
Universidad Nacional de San Martín - CONICET
[email protected]
1. Introducción
Distingue a determinadas teorías científicas la capacidad de suscitar reapropiaciones en ámbitos disciplinares ajenos a su contexto de emergencia. En ese sentido,
aquellas teorías que pueden considerarse fundamentales, deben su trascendencia
a la legitimación dentro del campo científico, pero también a una intensa colonización de otros campos que se retroalimenta a través de las formas de recepción
operadas desde disímiles marcos de intencionalidad. El darwinismo ha sido, seguramente, la teoría más proclive a admitir la “recepción extensional”, en tanto lógica
que toma forma mediante apropiaciones culturales producidas en los ambientes
políticos y sociales y en un plano popular, mediante la comunicación de las masas.1
La “recepción extensional” del darwinismo fue impulsada a través de diversos
móviles, entre los cuales uno de ellos asumió particular relevancia en nuestra región. Nos referimos a la publicación de fantasías literarias, aparecidas entre fines
del siglo diecinueve y comienzos del siglo veinte en Argentina y Uruguay.
En este trabajo nos detendremos especialmente en señalar algunos aspectos
de obras que introdujeron la utilización del darwinismo para explicar situaciones
trascendentes a la biología, insertándolo en un vasto campo sociocultural. Ellas
son, Dos partidos en lucha (1875) del médico y naturalista argentino Eduardo
Ladislao Holmberg, La metafísica y la ciencia (1878) del abogado uruguayo Ángel Floro Costa, y Viaje a través de estirpe (1908) del polifacético jurisconsulto
argentino Carlos Octavio Bunge.
A la lucha política entre “darwinistas” y “rabianistas”2 teatralizada en la fantasía del naturalista argentino –luego protagonista del homenaje a Darwin rea1 Glick y Henderson han identificado 4 formas de recepción de las teorías científicas: la tética, la antitética,
la correccional y la extensional (Glick y Henderson, 1999).
2 Rabián es el caudillo antitransformista del relato.
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
lizado en Buenos Aires tras su muerte– (Montserrat, 1999; Miranda, 2002), le
siguió la contienda igualmente maniquea entre ciencia y religión que el abogado
uruguayo describió a través de la toma de conciencia instada a un interlocutor
que “no puede ser darwiniano y espiritualista al mismo tiempo”. La apelación
al darwinismo en estas fantasías literarias participó así de las disputas dentro de
un sistema de valores y diagramas sociales en los que la sola mención de Darwin
alimentaba batallas ideológicas que dividían a la elite decimonónica (Glick, 1999).
Es que si las ideas científicas son recibidas conforme una variedad de ejes de discurso, entre los cuales el más obvio es el que plantea el par oposicional verdadero/
falso, en las sociedades rioplatenses la irrupción del darwinismo se concentró
inicialmente en torno al eje bueno/malo (Glick, 1999). De ello da cuenta particularmente la obra de Holmberg, en tanto pieza basal de un argumento racional de
rechazo al dogma religioso. Pero Costa prolongará enfáticamente esta perspectiva
sumando a ese eje de discurso otro complementario que lleva a ver el darwinismo
desde la lógica de lo útil/no útil. Especialmente a partir de su identificación de
la idea de progreso con la “selección artificial” para ser llevada a cabo de manera
“práctica” en el plano agropecuario y en el poblacional. Y ese trayecto terminará
reconduciendo los planteos al punto de partida cuando Bunge ponga en duda la
primacía de la ciencia sobre la religión, dentro de aquel sistema binario ya afirmado a comienzos del 900 en torno a las nociones de bueno/malo, útil/no útil.
Las fantasías de Costa y Bunge, terminarían contribuyeron a afianzar una “recepción extensional” del darwinismo en la región –iniciada con Holmberg– para
cimentar su ingerencia en el campo social, preanunciando quizás los alcances que
tendrían la idea de “selección artificial” en las nacientes exploraciones de una nueva ciencia: la eugenesia.
2. Darwinismo y antinomia: ciencia o religión
Un congreso científico especialmente convocado para dilucidar “si descendemos
de monos, o si debemos creer, como pretenden algunos, que somos el resultado
de generaciones espontáneas de las épocas, y particulares de cada especie” (Holmberg, 1875), enmarca la verdadera puesta en escena del darwinismo en la Argentina. La que construye a partir de una fantasía literaria Eduardo Ladislao Holmberg (1852-1937), desplazando la discusión científica en torno a la validez de
una teoría al plano de una apasionada confrontación política que, como ha sido
analizado en profundidad (Montserrat, 1999; Miranda, 2002), dejaba traslucir las
divisiones ideológicas que atravesaban a una elite en vías de constituirse en la responsable de llevar a cabo la “organización nacional”. En efecto, Dos partidos en
lucha sería en 1875 una gran “obertura fantástica” para el ingreso del darwinismo
a la discusión política en Argentina (Montserrat, 1999), a partir de un eje centrado en el par oposicional bueno/malo en torno al cual es recibida aquella teoría.
Tres años después apareció en la República Oriental del Uruguay una obra
que como aquella, tuvo ribetes novedosos en su país por tratarse de la temprana
introducción del darwinismo al campo social, también través de una fantasía
literaria. Se trataba en este caso de La Metafísica y la Ciencia, un breve relato
80
La recepción del darwinismo en el Río de la Plata a través de las fantasías literarias
planteado como un recurso persuasivo. El meollo de la cuestión radica en exponer
los fundamentos éticos y filosóficos que desestimaban la posibilidad de integrar la
metafísica a la ciencia, o lo que aquí es igual, la religión al darwinismo.
Ángel Floro Costa (1838-1906) era Licenciado en Derecho y ejerció activamente el periodismo, llegando a dirigir su propio diario, que bautizó El Progreso.
Enseñó Geografía y Astronomía en la Universidad, estudió Química y luego
Paleontología, Higiene y Finanzas. Tempranamente, se mostró fascinado por el
fervor darwinista que advertía entre intelectuales argentinos y explicitó sus deseos
de extender al Uruguay aquel influjo, colonizando el campo social a partir de sus
fundamentos. Costa ya había reconocido que, tanto en Uruguay como en Argentina, la primera vía de introducción práctica del darwinismo había sido la Sociedad
Rural (Glick, 1989). Una distancia temporal casi similar a la que separa los textos
de Holmberg y Costa media entre el origen de la Sociedad Rural de Argentina,
en 1866 y el de la Sociedad Rural del Uruguay en 1871. Precisamente en aquella
institución argentina que sirvió de modelo a otras en la región, confluyeron los
gentleman farmers de la pampa bonaerense, según la expresión de Carlos D´amico,
con la que identificó al hombre de campo poco laborioso y entregado al consumo fácil de manufacturas proporcionadas por la relación comercial con el Reino
Unido, al que responsabilizó de la crisis de 1890 (Vallejo, 2009). Los gentleman
farmers forestaron sus campos, instados por el fervor de Domingo Sarmiento que,
a modo de metáfora de los cambios anhelados para el mundo social, se esforzó por
introducir simiente anglosajona a través de especies como el eucalipto australiano
con el que tendió a reemplazar el “inútil ombú”, cuya falta de rectitud era expresión cultural de la “molicie” del gaucho que descansaba bajo su sombra (Vallejo,
2007: 242). Pero además, aquellos gentleman farmers impulsaron experimentaciones biológicas tendientes a dar móviles prácticos del darwinismo a través de la
creación de establecimientos para el mestizaje caballar, vacuno y ovino (Miranda,
2007). En 1877 un miembro de la familia Pereyra había impulsado una campaña
darwiniana en los Anales de la Sociedad Rural, publicando aforismos sobre la
variación bajo el estado doméstico combinados con pasajes de El origen de las
especies “escogidos por su valor práctico para el estanciero” (Glick, 1989: 96). Ese
sentido utilitario del darwinismo, precisamente deslumbró a Costa quien no tardó
en impulsar en Uruguay acciones similares, aunque trascendiendo el reino animal
para llegar al campo social: así como se procedía en la ganadería, creía que debía
actuarse para optimizar la composición de las sociedades humanas.
Para Costa, los argentinos sabían “aprovechar las ventajas del cruzamiento
de razas, que es la mejora de las especies por lo que la ciencia llama selección
artificial”(Costa, 1883: 8). Eran los beneficios que ofrecía la selección aquellos
que, bajo el mismo paraguas del darwinismo, debían aplicarse tanto para la ganadería como para la definición de una política inmigratoria que naturalizara en
Uruguay el legado alberdiano y posibilitara exclamar inversamente: “poblar es gobernar”. Costa destacaba la aptitud para recibir la inmigración que presentaba el
pueblo uruguayo, “(…) por la excelencia de los factores que han entrado en la formación de sus tejidos orgánicos y que lo protegen contra todas las degeneraciones
a que una raza está expuesta por causa de cruzamientos inadecuados o vicios
sociales que ataquen la fuente de su desarrollo vital” (Costa, 1883: 18).
81
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Asimismo, Costa lanzó un polémico programa fundado en la inviabilidad de
las unidades menores y la natural atracción que ejercían las fuerzas superiores. En
efecto, a través de Nirvana (1880), planteó que Uruguay como país era inviable y
proponía su anexión a la Argentina recreando la delimitación territorial que había
tenido el Virreinato del Río de la Plata. La propuesta anexionista se basaba en un
campo de discusión ya instalado en la región por Juan Carlos Gómez, y tenía como principal interlocutor al otro lado del Río de la Plata a Dardo Rocha (Vallejo,
2009). Costa señalaba que a la inevitable desaparición de la República uruguaya
le seguirían distintas alternativas de las cuales la integración a “los Estados Unidos del Plata” le parecía la más conveniente.
El desarrollo de la economía argentina, tanto como el crecimiento de su población, siguió siendo leído por Costa en una clave sociodarwiniana, aun en la
última etapa de su vida:
Los argentinos menos apasionados y agresivos que nosotros los orientales, saben hacer
con los hombres lo que con sus ganados: saben seleccionarlos. No tienen 2 biologías
como los orientales. Comprenden la necesidad de mejorar la raza, no solo por selección
natural y social, sino por generación inmigratoria (Costa, 1905: 90).
Costa fue oficialista y opositor de cuanto gobierno se sucedió desde la década de
1870, ocupando importantes funciones durante los mandatos de los militares Latorre y Santos. En ambos casos su gestión culminó con estruendosas salidas. También
fue parlamentario durante dos períodos por el Partido colorado, aunque nunca se
plegó plenamente al coloradismo histórico (Caetano y Rilla, 1998: 107). Sin embargo, mantuvo inalterable en su pensamiento la reivindicación de la función política
de la ciencia (Cheroni, 2009: 298). Ella comprendió la sobrevaloración de las aplicaciones prácticas del darwinismo y la directa asociación de aquella teoría biológica
con la ciencia toda y de la religión con los obstáculos que se le interponían a aquella
para alcanzar sus propósitos, cuando la sola invocación a Darwin ameritaba un posicionamiento político y una reflexión crítica hacia la religión.
La metafísica y la ciencia. Fantasía filosófico-literaria, surgió de artículos publicados por el diario El Siglo en 1878, los cuales confluyeron en un folleto editado al año siguiente. El mismo está dirigido a Julio Jurkowsky y a José Arechavaleta, dos figuras centrales del campo científico, y vinculadas por entonces a la
Facultad de Medicina de Montevideo, creada en 1876 bajo una clara orientación
monista y darwiniana. Jurkowsky protagonizó en 1877 una de las primeras polémicas en Uruguay sobre el darwinismo con Carlos María Ramírez, pero aun así
se ha señalado que ese posicionamiento era “meramente retórico” (Glick, 1999).
Arechavaleta, fundador de la biología moderna en el Uruguay, participaba desde
la década de 1860 en tertulias de orientación positivista donde el darwinismo era
tema de discusión. Más tarde afirmará su evolucionismo firmemente en la línea
de Ernst Haeckel (Glick, 1999).
Costa se refería a Jurkowsky y a José Arechavaleta destacando que su “acendrada afición a las ciencias naturales” y los “conocimientos positivos” que impulsaban,
estaban “llamados a concluir algún día con nuestras discordias abriendo la era de
un porvenir de progreso”. Ello lo había “hecho interrogar siempre con marcado
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La recepción del darwinismo en el Río de la Plata a través de las fantasías literarias
interés a todos los compatriotas que llegaban a Buenos Aires respecto a los hombres de ciencia con que contaba el país y los nombres de ustedes figuraban siempre
entre los primeros de la lista en que se me nombraban” (Costa, 1879: 3).
Aquellas figuras, para Costa, eran ejemplares en la tarea que él emprendía de
“deslindar posiciones e indicar los verdaderos rumbos de las ciencias experimentales en conflicto con la metafísica de nuestras viejas escuelas”. Y lo eran porque
representaban “la revolución” que venían operando las ciencias experimentales
mientras, “las ciencias sociales apenas si han dejado vislumbrar entre nosotros”
algún cambio (Costa, 1879: 4).
Como en muchas otras ocasiones en la trayectoria profesional de Costa,
Buenos Aires era tematizada por poseer lo que anhelaba para ser aplicado a la
realidad uruguaya por constituir –real o idealizadamente– una acabada manifestación del progreso indefinido propugnado. Por ejemplo, al visitar el Colegio
Nacional de Buenos Aires, Costa lo encontró especialmente preparado para enseñar ciencia –el Gabinete de Física poseía “80 varas de longitud por 9 de ancho”
y el Laboratorio de Química, “3 vastos salones”–, contando ambos con “los instrumentos y máquinas más importantes para el estudio de la física y la química
modernas” (Costa, 1879: 4).
La tarea de Costa entonces, implicaba producir una doble traspolación: del
carácter experimental de las ciencias de la naturaleza a las ciencias sociales y de
los cambios que experimentaban la metrópolis y los campos de los gentleman
farmers argentinos, en el medio uruguayo. La ocasión para reunir todos estos
propósitos era el discurso persuasivo desplegado en La metafísica y la ciencia, que
tenían como destinatario a Gonzalo Ramírez, Profesor de Derecho Penal.
Aquel era hermano del antidarwinista Carlos María, quien en 1876 había
polemizado con José Pedro Varela al atribuirle una injustificable introducción de
Darwin en su libro La legislación escolar (Glick, 1999) y al año siguiente también lo había hecho por similares razones con Jurkowsky. Tras esos episodios que
sentaron las bases de una dicotomía entre positivistas y espiritualistas, Gonzalo
Ramírez manifestó en 1878 su conversión al darwinismo, aunque sin abandonar
por ello su convicción católica. Esta confesión expresada en su “clase inaugural de
derecho natural y penal”, era retomada por Costa para referirse al evento que tuvo
lugar en ese verdadero teatro de la cultura que era el Ateneo de Montevideo. Allí
Ramírez hacía su “profesión de fe darwiniana espiritualista”, motivando que Julio
Herrera y Obes, “el atleta inspirado de la filosofía espiritualista” despertara “de su
sueño nostálgico al eco de tu voz” y, conmovido, se pusiera de pie (Costa, 1879:
9). A partir de ese episodio, el texto de Costa se orienta a ridiculizar la posición
asumida por Ramírez, instándolo a retractarse de ella.
Al propio Julio Herrera –Presidente del Uruguay entre 1890 y 1894– no le conformaba, ni podría conformarle esa “conversión a medias a la religión de la ciencia”
(Costa, 1879, p.10). De boca de su adversario ideológico, Costa deducía el principio rector que, de manera tautológica, abre el razonamiento para concluir siempre
en él: “Julio Herrera tiene razón. Tú no puedes ser darwiniano y espiritualista al
mismo tiempo. Son términos contradictorios, que se excluyen (Costa, 1879: 11).
Como en Dos partidos en lucha, la contienda entre darwinistas y antidarwinistas es teatralizada, aunque aquí para incitar una reflexión que busca “corregir”
83
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
la declaración pública de Gonzalo Ramírez tendiente a conciliar las posturas.
Costa entonces se dirigía a él, exaltando su militancia en pos de la ciencia y la
idea de progreso que encontraban en Darwin al líder de una nueva religión laica.
El darwinismo no tiene grados menores ni tonsura. Todos sus votos son sacramentales.
Se profesa una vez y no se vuelve ya más al mundo. Solo la muerte puede relajar los
votos. ¿Qué te detiene? ¿Temes reconversiones? ¿Has tenido que hacer concesiones a
la ilustración universitaria, o ciertas conveniencias sociales? Dilo así, y avanza de una vez,
que aquí estamos todos para recibirte y defenderte: proclama al fin que tu alma, tu espíritu, es todo ya para la ciencia (Costa, 1879: 16).
Costa también desplaza su discurso hacia el bando contrario para simular
las reacciones que pueden esperarse que el espiritualismo profese contra la
ciencia moderna:
¡Oh! Paréceme que ya les oigo exclamar con todo el respetable frenesí de un teólogo:
¡¡Darwin, Darwin! Nuevo Ángel rebelde contra la reyecía del espíritu, demagogo Luzbel,
que pretendes nada menos que emparentarnos con el resto de la creación animal, sin
consideración alguna a nuestros privilegios de clase, ni al rango aristocrático, que recibimos por línea directa del mismo Jehová, al entregar a nuestro progenitor Adán, con las
llaves del Paraíso los títulos sicológicos de su fecunda estirpe! ¿Con que pretendes hacer
triunfar tus saintsimonianas doctrinas y proclamar a la faz del universo entero una nueva
e insensata república zoológica? ¡Oh te emplazamos para el día solemne de los comicios
públicos! ¡Aun vencidos nuestros cuocientes te disputarán la victoria! El escrutinio es
nuestro, y de tus urnas no saldrán no triunfantes ni tu nombre, ni el de Haeckel, que ya
te iguala. Si no te supera e osadía presentándose como aspirante a la vicepresidencia de
esa insensata demagogia! (Costa, 1879: 17).
En la caricaturización de su enemigo, Costa acentúa el uso del darwinismo
como ideología sociopolítica que no admite medias tintas. Se está con la ciencia
o con la religión, se añora la aristocracia pasada o se confía en la nueva burguesía,
se acepta la revelación divina como forma de organización social o se acepta que
esta quede supeditada al azar. Los comicios y el escrutinio para saldar esta disputa,
aparecen así como un recurso extremo, de una radical novedad de la que ni aun el
propio Costa parecía estar del todo convencido. Es que Costa era, en verdad, un
liberal autodefinido como “adversario radical e irreconciliable del sufragio universal” a menos que se “lo regulase y limitase por el impuesto” (Costa, 1880: 324), y
en La metafísica y la ciencia, llegará a asociar democracia con barbarie. Especialmente cuando completa su distinción entre la ciencia y la religión, el bien y el mal,
la verdad y la superstición, agregando otra representada por Rosas y Mitre. Esto
equivalía al retroceso de la tradición en un caso y el avance arrollador del progreso en otro, la demagogia y la cultura, la democracia inculta y la meritocracia,
la masificación embrutecedora y el reconocimiento al ser superior. “Rosas fue la
personificación de una época de suyo tiránica, el brazo vengador y sanguinario de
una ebullición socialista que fermenta en todas las sociedades democráticas y muy
especialmente en los pueblos de Sud-América” (Costa, 1879: 29).
Esta dialéctica admitía casi naturalmente la remanida confrontación entre
“barbarie y civilización”, que asumía en Costa la forma de una lucha planteada
entre la ciudadanía moderna y la vida salvaje, donde la primacía de la ciencia o
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La recepción del darwinismo en el Río de la Plata a través de las fantasías literarias
las supersticiones religiosas, signaba la presencia de uno u otro estadio. Y si el
emblema del estadio deseado residía en la figura de Mitre,3 aquel también podía
organizarse en torno a Rivadavia. De hecho Costa llegó a retomar una vieja idea
rivadaviana de inspiración saintsimoniana, consistente en trazar un canal navegable que uniera Los Andes con el Atlántico y hasta obtuvo un préstamo de la
banca inglesa para su financiación (Vallejo, 2009).
Recordaba Costa que:
Un día yo mostraba a un indiecito semi-gaucho, semi-salvaje, de esos que pululan por los
alrededores de Buenos Aires, una de esas cajas de música de que se escapa apretando
un resorte un hermoso ruiseñor, que canta, agita sus alas mecánicas, y trina como si fuera
vivo. El indiecito se quedó estupefacto, y comprendí por mis interrogaciones que el atribuía un alma, al precioso autómata de plata y oro, y aun creía que la inspiraba –Gualicho,
que es para ellos el principio del mal: lo que es el diablo para los cristianos ortodoxos-.
Pues bien, tan ajeno estaba ese salvaje de comprender las maravillas de la delicada mecánica que había producido este pajarito autómata que le deleitaba con su canto, como
un psicólogo espiritualista educado en Gérusez y Balmes, de comprender las maravillas
estupendas, casi sobrenaturales, de esa grandiosa y delicada mecánica del cerebro que
produce la irradiación de las impresiones nerviosas entre ganglios infinitos, hacia las zonas
de células corticales donde se elabora el pensamiento después de cruzarse y difundirse a
través de los tálamos ópticos y del cuerpo estriado. Los espiritualistas no pueden dar una
respuesta mejor que la del indiecito (Costa, 1879: 21-22).
La larga disertación de Costa lo devolvía siempre al punto de partida y al mismo destinatario: “no se concibe el papel honroso que pretenden desempeñar los
que como tu se obstinan en conciliar lo inconciliable, en unir el aceite con el agua”
(Costa, 1879: 17). Esto es, la religión con el darwinismo, la metafísica con la ciencia.
En el final del texto una nota irrumpe para alterar la continuidad de tanto
énfasis argumental. Allí transcribe Costa un mensaje de Gonzalo Ramírez en el
que este se rectifica, por profesar ahora la idea de que es “inconciliable el espiritualismo con el darwinismo”. En consecuencia, Costa se jactará así del triunfo de
su discurso persuasivo sobre quien ya “no es espiritualista sino evolucionista como
nosotros” (Costa, 1879: 43).
3. Darwinismo y eclecticismo: ciencia y religión
En torno al 1900 el darwinismo multiplicó su presencia en diversos campos,
proporcionando a cada uno de ellos una importante fuente de legitimación
científica. Y si su avance arrollador naturalizó una recepción en la sociedad que
tendió a moderar la lucha que encararon Holmberg y Costa, con la complejización de los problemas sociales para los que aquella teoría era invocada surgieron
singulares readaptaciones.
Seguramente sea Carlos O. Bunge el más notable exponente de una cultura
científica rioplatense comprometida con el darwinismo desde una libre inter3 La veneración de Costa a Mitre puede seguirse en el vasto epistolario, de 1878 a 1902, que se conserva
en el Museo Mitre de Buenos Aires.
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
pretación del Origen de las Especies y la Descendencia del hombre. Aquellas
libertades y licencias utilizadas para valerse del sabio inglés y su teoría en la
explicación del funcionamiento de las sociedades hispanoamericanas, tendrá
modulaciones tan curiosas como las que, en el propio Bunge, llegarán a buscar
reunir lo que Holmberg y Costa opusieron teatral y visceralmente: el darwinismo y la religión.
Carlos O. Bunge (1875-1918), al despuntar el siglo veinte formó parte de la
“cultura científica” (Terán, 2000) que afianzó influyentes consideraciones acerca
del comportamiento de las sociedades latinoamericanas, mientras estas eran objeto de un proceso de intensiva modernización acelerado por el arribo aluvional
de inmigrantes ultramarinos. No obstante, dentro de la elite intelectual, Bunge
se distinguió por las particulares reinterpretaciones que formuló al darwinismo
para integrarlo a las corrientes historicistas de Fustel de Coulanges y Alexis de
Tocqueville, y ciertas inflexiones idealistas y espiritualistas de Hippolyte Taine y
Ernest Renan. Aunque nunca se apartara del marco conceptual positivista, Bunge
llegó a cuestionar el valor de la “ley” en sí misma, para remarcar –a la manera de
Friedrich Karl von Savigny– la trascendencia de la costumbre y del volkgeist en la
construcción de las normas sociales. Pero por sobre ese eclecticismo, inscripto en
todo un estilo que el modernismo cultural propagó a comienzos del siglo veinte
en la región, sobrevuela el preciso factor de decantación de ideas situado en torno
a un organicismo social que remitía la búsqueda de reconstruir, con las teorías
biológicas, el lazo o solución de continuidad entre los fenómenos naturales y los
morales cortados abruptamente por la modernidad. El prevaleciente peso de la
sociología spenceriana en Bunge, no impedía, entonces, integrar vectores racionales y carismáticos (Miranda y Vallejo, 2009).
Fue precisamente en una fantasía literaria de corte científico y místico, donde
Bunge llevó este eclecticismo a límites insospechados. En efecto, con Viaje a través de la estirpe, Bunge interroga desde una perspectiva científica y espiritual las
lábiles certezas existentes en torno a los motivos de la “degeneración de la raza” y
los beneficios de seleccionar progenitores dentro de estirpes de raigambre aristocrática, como lo propendía la eugenesia.
El protagonista, Lucas, es un médico que asiste a los últimos momentos de
vida de Teresa, su esposa, a la que su “ciencia ha desahuciado y la religión presta
sus últimos auxilios”. Ante ella Lucas piensa que el “matrimonio pudo ser el más
armónico y feliz, si no viniese, ¡ay! en mal hora á turbarlo la pésima índole de
nuestros hijos”, que eran alcohólicos, semianalfabetos y débiles de espíritu, cuyos
“desmanes y faltas” amargaron la vida de los dos (Bunge, 1908: 9). Y precisamente
de “esa amargura” moría Teresa.
Lucas recordaba que el enlace había sido por amor desafiando a quienes
desaconsejaban esa unión por la posición social inferior de Teresa. Nada le hizo dudar que su decisión fuera la correcta, hasta que “nuestros hijos crecieron y
demostraron, ¡ya incurablemente! sus sentimientos plebeyos y torpes pasiones”
(Bunge, 1908: 10). Aquello no hacía sino poner en reverberación la advertencia
de su madre: “Una mujer de tan bajo origen como Teresa, decía, no podrá hacerte
feliz, pues no te dará jamás hijos dignos de ti… Los caballeros nacen de damas y
no de criadas” (Bunge, 1908: 11).
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La recepción del darwinismo en el Río de la Plata a través de las fantasías literarias
Ante los deplorables hijos de Lucas, las advertencias de su madre retumbaban
con insistencia mientras situaba la herencia de su raza, compuesta de abuelos
hidalgos en Castilla y patricios en América, en contraste con la inferioridad de
su prole. La pregunta tautológica que se hacía era “¿Cuál sería, entonces, la causa
eficiente de esta inferioridad, sino la plebeyísima sangre de mi esposa?”. Lucas no
dudó en transmitir esa inquietud a Teresa, en su lecho de muerte. Y para su sorpresa, ella le respondió con un sorprendente desafío: “Dios te demostrará que es
tu raza y no mi raza la causa de la triste degeneración de nuestros hijos” (Bunge,
1908: 14). Luego de aquello, y cuando parecía que su muerte no tendría nada de
particular, Teresa entró en un período de agonía y logró incorporarse para llevar a
Lucas de la mano hasta a Asrael, el Ángel de la Muerte y de la Agonía.
Asrael condujo a Lucas hasta “un alto y delgado anciano, de larga barba blanca, reluciente calva, fisonomía regular y expresiva e inteligentísimos ojos” (Bunge,
1908: 22). El anciano se aprestaba a guiar a Lucas en un viaje hacia el pasado, para ver la creación como “la cinta de un gigantesco cinematógrafo” y allí comprobar
la dotación hereditaria de sus ancestros.
Como en La Divina Comedia, un viaje en el que Teresa cumple el rol de
Beatrice, facilitó el encuentro con un Virgilio que, adaptado a los saberes en vigor,
es ahora el mismísimo Darwin. Este último se encargará de guiar a Lucas hacia
donde conocerá el secreto de la vida. Es así que ante Lucas desfila la sucesión
interminable de las épocas geológicas, la formación y desarrollo de la Tierra, la
lucha de las especies por su supervivencia, el desfile fugaz de las civilizaciones,
hasta que, al final del viaje, Darwin lo persuade de que todos descendemos de las
más bajas formas de animalidad, lo que torna erróneo e injusto el sentimiento de
las aristocracias (Terán, 2000). “Tu plebeya esposa Teresa –lo alecciona– no tuvo
peores antecedentes que los tuyos” (Bunge, 1908).
4. Del darwinismo a la eugenesia tecnocrática
Puede pensarse que Viaje a través de la estirpe plantea un cuestionamiento profundo a un tipo de eugenesia, la de matriz aristocrática,4 sin que ello deba leerse
como una variante democrática en la obra de Bunge. Por el contrario no busca
desarmar el par oposicional superior/inferior, buena/mala herencia, sino por el
contrario, reforzarlo y como una gran provocación social exaltar la necesidad de
desconfiar de las presunciones respecto a la asociación inmediata de aquellas categorías con determinados grupos sociales. La inquietud está dirigida a detectar y
favorecer la buena raza, la cual no es siempre patrimonio de las aristocracias. El
pesimismo gnoseológico de Bunge insta a desconfiar de todo y de todos, especialmente en el contexto de la sociedad moderna donde los roles se confunden y la
raza “degenera”. Tres lustros más tarde sobre un similar pesimismo y desconfianza
generalizada, una nueva reformulación de la eugenesia planteada en Italia desde
4 Anne Carol distingue tres formas de eugenesia: la aristocrática, donde las élites de sangre son seleccionadas, la tecnocrática, donde los hombres de saber gobiernan y la democrática que equipara raza a especie y pugna por elevar igualitariamente a toda la población (Carol, 1995).
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
una matriz tecnocrática, buscará más allá de la estirpe, encontrar en la constitución de los individuos, aquellas cualidades hereditarias capaces de detener la
“decadencia racial”. Y al hacerlo acentuará anhelos como los que Bunge esbozó en
esta fantasía, de reunir la biología moderna y la religión. Nos estamos refiriendo a
la biotipología enunciada por Nicola Pende y que fuera rápidamente recepcionada en Argentina (Miranda y Vallejo, 2005).
En Bunge es notorio el pesimismo que impregna su diagnóstico acerca del
devenir de la civilización, con la introducción de claros signos decadentistas. La
aparente flexibilización del determinismo del que Buge hizo gala en textos como
Nuestra América se desvanece con las posteriores sentencias del Darwin ficcional
advirtiendo que: “la humanidad será pronto decrépita si sigue su evolución (...)
Espera acaso a la Europa y América el destino del Asia, esto es, la corrupción
sexual, el afeminamiento y la decadencia (...)”. De este modo, una evolución mal
orientada ocasionaba la decadencia de la cultura burguesa viril y, en esa situación
de confusión “asiática”, hasta la estirpe intachable de Lucas quedaba equiparada a
la sangre “plebeya” de Teresa. La “inversión” resentía el modelo patriarcal amparado en la superioridad del hombre, alimentando una desconfianza que iba más allá
de aquellos que por debilidad racial perecían en la lucha por la vida, para extenderse hasta alcanzar a las mejores estirpes a través de un pesimismo generalizado.
Las elites aristocráticas ya no podían quedar a salvo de la decadencia porque el
mal estaba en el ambiente y también en sus genes (Miranda y Vallejo, 2006).
El cuento se asienta sobre una aleccionadora fantasía científica y mística a la
vez, que combina a Dios con la civilización, para construir una reflexión racial
fundada en las lecciones de un viaje que cambiaba el sentido del recorrido clásico
para terminar así en un nuevo infierno: el de la degeneración de la vida moderna.
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La recepción del darwinismo en el Río de la Plata a través de las fantasías literarias
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90
Darwin, los sistemas vivientes y la
segunda ley de la termodinámica
José P. Abriata
Universidad Nacional de San Martín
1. Introducción
La diferencia sutil es que no es la energía per se que mantiene la vida,
sino el flujo de energía a través del sistema.
Morowitz, 1979: 79
En la presente ponencia nos referimos a algunos aspectos del proceso evolutivo
de la Vida sobre la Tierra (Darwin, 1859) descriptos desde el punto de vista de
la Termodinámica.
Sistema, estado, evolución, proceso, trayectoria, transformación, son nociones
elementales que participan en la construcción de casi todas las ramas del conocimiento humano. Normalmente, de una u otra manera, estas ramas hacen uso de
dichas nociones para describir el movimiento o cambio que se produce dentro de
un cierto universo de objetos.
En particular, dichas nociones elementales están siempre presentes en el lenguaje que Charles Darwin usó para organizar racionalmente el vasto conocimiento empírico existente sobre la evolución de los sistemas vivientes (u organismos)
a lo largo del tiempo geológico (Darwin, 1859). Por otro lado, estas mismas nociones elementales son las que sustentan la construcción conceptual de la Termodinámica como ciencia de los estados y de los procesos reversibles e irreversibles
(Callen, 1985). Esta comunidad conceptual de base entre Evolución Biológica y
Termodinámica alienta la idea de que ambas están estrechamente relacionadas.
La confrontación de la Biología con la Termodinámica genera una cantidad
de problemas interesantes para ambas ciencias (Haynie, 2001). Mientras que en
principio parece haber una contradicción entre la 2ª ley de la Termodinámica y la
abundancia de una alta organización biológica, la representación de un organismo
como sistema termodinámico abierto y fuera de equilibrio inmediatamente elimina esta contradicción. Fue Schrödinger (Schrödinger, 1944) quien consolidó esta
concepción, avanzando sobre el problema de la termodinámica de los sistemas
biológicos vía la introducción del concepto de neguentropia.
Los temas de interés abarcan desde el comportamiento de los organismos individuales al proceso completo de evolución de la Vida sobre nuestro planeta, incluida la transformación primigenia de materia inanimada en sistemas vivientes
91
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
(origen de la vida) (Dyson, 1999). Resulta claro que estos temas deben responder
a un tratamiento termodinámico unificado. Sin embargo, si bien los procesos
biológicos muestran una evidente irreversibilidad, aun no se ha logrado consensuar su descripción termodinámica completa. Un tema relacionado que ha
suscitado el interés de muchos investigadores (Glansdorff and Prigogine, 1971)
(Kleidon and Lorenz, 2005) se refiere a cómo se crean, existen y evolucionan sistemas fuera de equilibrio pero dinámicamente ordenados, en interacción con un
medio exterior desordenado.
Las respectivas interpretaciones de la 1ª y 2ª ley de la Termodinámica son
inequívocas y no requieren modelo microscópico o estadístico alguno que las
justifique (Gibbs, 1876) (Callen, 1985). La complejidad del tratamiento termodinámico depende de la complejidad de los estados considerados. En el tipo de
aplicación biológica que nos ocupa, la inclusión ad hoc en el tratamiento termodinámico de modelos estadísticos puede dar lugar a contradicciones y controversias (Yockey, 1995). Por esa razón, en lo que sigue adherimos al enfoque estrictamente fenomenológico de la Termodinámica, según lo prescriben su 1ª y 2ª ley.
La teoría evolutiva de Darwin no es generadora de primeros principios tales
como lo son la 1ª y 2ª ley. Sin embargo, si bien el proceso de evolución biológica
debe ser compatible con la Termodinámica, ello no implica reduccionismo. La
1ª y 2ª ley son leyes robustas y de aplicación universal pero solo fijan el marco
inviolable donde se desarrollan todos los procesos físicos, incluidos los biológicos. Dentro de ese marco existe una infinidad de comportamientos posibles,
representados por diversas ecuaciones de movimiento en el espacio de estados
del sistema en cuestión. Esta indeterminación dinámica ha sido puntualizada y
sus consecuencias discutidas por Georgescu-Roegen (Georgescu-Roegen, 1971).
La indeterminación dinámica, junto con la complejidad del espacio de estados
–asociada con un número muy grande de variables– resulta en la emergencia de
propiedades y funciones que en principio pueden explicar aquellas observadas en
el dominio biológico.
Está claro que establecer la descripción dinámica detallada de un sistema viviente es impracticable. Sin embargo, es posible que ciertos aspectos globales de
esa dinámica puedan ser cualitativamente especificados sin necesidad de recurrir
a la solución completa de las ecuaciones de movimiento. Esto permitiría tender
un puente entre los principales ingredientes de la teoría evolutiva darwiniana y su
contraparte termodinámica.
En particular, nos interesa la caracterización de los estados cuasi-estacionarios
alcanzados por los sistemas vivientes. Para esta caracterización existe ya una propuesta, la minimización de la producción de entropía, pero ella resulta válida solo
cerca del equilibrio y en la zona de comportamiento lineal (Prigogine, 1961). Su
generalización a situaciones no lineales alejadas del equilibrio –que es el caso que
nos interesa– consiste en establecer alguna otra propiedad definida en el espacio
de los estados tal que su comportamiento identifique a los estados estacionarios.
Siguiendo esta idea y extendiendo el análisis de Schrödinger (Schrödinger, 1944),
en la presente ponencia se infiere que efectivamente ello es posible, y que la propiedad buscada es la velocidad de producción de energía libre. Esta propiedad juega el rol de un potencial evolutivo, el cual es máximo para los estados estacionarios.
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Darwin, los sistemas vivientes y la segunda ley de la termodinámica
Corroboramos de esta manera, la utilidad de la Termodinámica como herramienta para describir globalmente los procesos evolutivos que exhiben los
sistemas vivientes. El enfoque descripto tiene la ventaja de que puede extenderse
en forma inmediata al análisis de los procesos que conectan los sistemas vivientes
con sus antecesores inanimados. De esa manera, se podría unir en forma continua
la evolución darwiniana con los procesos que dieron origen a la Vida.
Esta presentación está organizada de la siguiente manera. Primero se describe
el mecanismo que respalda el mantenimiento en el tiempo de los estados estacionarios que exhiben los sistemas vivientes. Luego se analizan las características dinámicas generales de los mismos asociadas con la absorción de energía libre. Ello
sirve de base para introducir las conexiones entre la evolución darwiniana de los
sistemas vivientes y la visión termodinámica de la misma. Por último, se plantea
el uso de la velocidad de absorción de energía libre como potencial evolutivo y se
realizan algunos comentarios finales generales sobre el tema de la ponencia.
La descripción termodinámica de los procesos considerados es hecha en base
a la función energía libre de Helmholtz, que se denota con F. Sin embargo, para
mayor precisión, en algunos casos debería usarse la función de estado “exergía”,
cosa que no hacemos por brevedad. Lo aquí expuesto constituye una primera
aproximación y se necesita investigación adicional para perfeccionar y ampliar las
conclusiones obtenidas.
2. La Biosfera y su entorno
Entendemos por Biosfera el conjunto de los seres vivos sobre el planeta Tierra.
Abarca el mundo completo de la Vida y está constituida por organismos que
designamos genéricamente como Sistemas Vivientes (SV). El sistema total consiste de estos SV y su Medio Exterior (ME), estando el conjunto sometido a la
radiación solar y sujeto a irradiar hacia el espacio interestelar. El ME interacciona
fuertemente con los SV. Termodinámicamente, el sistema total Biosfera+ME es
un sistema abierto en estado cuasi-estacionario, a través del cual fluye la energía de la radiación solar (Morowitz, 1979). La potencia electromagnética de la
radiación solar incidente es lo que mantiene a la Biosfera+ ME en ese estado
cuasi-estacionario significativamente alejado del equilibrio. El apartamiento del
equilibrio es función de dicha potencia y de los vínculos cinéticos existentes. La
potencia de la radiación solar se disipa en el espacio interestelar con fuerte producción de entropía debido a su baja temperatura (2,7 °K).
Es razonable suponer que bajo este marco general se han producido la génesis
y el desarrollo primario de la Vida en nuestro planeta, seguido de la evolución
darwiniana de los SV. Si por alguna razón se interrumpiera la provisión de energía solar, la Biosfera y su ME tenderían a decaer rápidamente hacia el estado de
equilibrio con la destrucción de todo signo de vida sobre la Tierra, excepto tal vez
aquellos SV que exclusivamente hicieran uso de la energía geotérmica.
El sistema Biosfera+ME se ha mantenido isotermo a lo largo del tiempo
geológico con una media de ~290 °K y oscilaciones pequeñas (± 10 °K). Paralelamente, las variables de estado tanto de la Biosfera como del ME han estado
93
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
sujetas a continuas evoluciones cíclicas. Es en esta perspectiva global donde se
ensambla la evolución darwiniana de los SV.
3. Dinámica de los sistemas vivientes. Macroevolución
Como ya vimos, las características dinámicas de los SV deben necesariamente ser
compatibles con la 1ª y 2ª ley. En razón de la indeterminación termodinámica,
esta condición deja un número infinito de posibilidades para las ecuaciones de
movimiento. Los estados estacionarios específicos de cada sistema dependen de
estas ecuaciones en las cuales se refleja la fuerte interacción dinámica entre los SV
y el ME. Si en primera aproximación suponemos que la evolución de los SV se
realiza a temperatura y composición constante, los estados estacionarios estarán
ubicados sobre la isoterma correspondiente pero lejos (medido en energía libre)
del estado de equilibrio.
Supongamos ahora que repentinamente un SV deja de interaccionar con el
ME. En ese caso, su estado evolucionará rápidamente hacia el equilibrio, desplazándose a lo largo de la isoterma. Ello implica la muerte del SV. A fin de que el
mismo se mantenga vivo –es decir, mantenga su estado estacionario original– es
imprescindible la restitución de la interacción entre SV y ME. Esta interacción
es la que asegura la supervivencia del SV. Además, no solo permitirá mantener el
estado estacionario sino que también permitirá su eventual desplazamiento a lo
largo de la misma isoterma, pero ahora alejándose aun más del estado de equilibrio (o sea, evolucionando hacia estados de mayor orden dinámico). Ello podrá
ocurrir vía la activación contingente, no térmica, de variables internas hasta ese
momento congeladas. Estas nuevas variables se activan por la desaparición aleatoria de restricciones dinámicas (vínculos internos), por causas tales como daño
por radiación, réplicas biológicas imperfectas, contaminación química, generación
de nuevas enzimas, entre otras.
Los SV se mantendrán vivos y evolucionarán reproduciéndose, creciendo, compitiendo, y mutando, cambiando sucesivamente de uno a otro estado estacionario,
alejándose progresivamente del equilibrio (muerte), aumentando su energía libre.
4. Mantenimiento de los estados estacionarios. Neguentropía
Los estados estacionarios de los SV no son de equilibrio. Sus características detalladas son muy específicas y cada uno es un caso en sí mismo. Sin embargo, los
SV presentan una característica universal respecto de su mantenimiento en el
tiempo, que pasamos a discutir.
Los estados estacionarios que alcanzan los SV dependen del sistema total
SV+ME. Sin excepciones, todos ellos están muy alejados del estado inanimado
de equilibrio que naturalmente les corresponde. La permanencia en el tiempo
del estado estacionario del SV está asegurada en función de la interacción entre
SV y ME. Para concretar esta permanencia es necesario que la tendencia a la
evolución espontánea del SV (evolución virtual) hacia el estado de equilibrio que
94
Darwin, los sistemas vivientes y la segunda ley de la termodinámica
le corresponde (δF < 0) sea exactamente compensada por un ingreso de energía
libre positiva (-δF) obtenida del ME. Este mecanismo corresponde al criterio
de absorción de “entropía negativa” (neguentropía) originalmente propuesto por
Schrödinger (Schrödinger, 1944) para los estados estacionarios de los SV. La
interacción entre el SV y el ME es tal que, vía el intercambio de energía y materia,
es posible compensar la tendencia a la evolución irreversible del SV y mantener
así su estado estacionario. De esta manera, se bloquea la tendencia natural de los
SV a un rápido decaimiento hacia el estado inanimado de equilibrio termodinámico. La existencia de los SV –o en otras palabras, el fenómeno de la Vida– está
parcialmente basada en este mecanismo que permite el mantenimiento de sus
estados estacionarios de alta energía libre. El punto importante es que los SV
consiguen liberarse vía los procesos metabólicos de toda la energía libre negativa
(o entropía positiva) que producen, cediéndola al ME.
El flujo compensatorio de energía libre positiva desde el ME hacia el SV anula la natural producción negativa de F que ocurre en el SV. Esta forma de sustentación de los SV con F positiva tomada del ME (Schrödinger, 1944) (Prigogine,
1961) permite mantener –en principio indefinidamente– la muy compleja organización (de alta energía libre) que ellos poseen. En este escenario, debe siempre
tenerse en cuenta que la fuente última de flujo de energía libre positiva hacia la
Biosfera+ME consiste en la radiación solar, lo que permite al ME comportarse
como un reservorio inagotable de energía libre positiva para los SV.
5. La estabilidad de los sistemas vivientes. Criterio de máxima velocidad de
absorción de energía libre positiva
Continuando con el análisis de los aspectos macroscópicos del comportamiento dinámico de los SV, nos ocuparemos ahora de la Velocidad con la cual estos
sistemas efectúan la Absorción de Energía Libre Positiva (VAELP) desde el ME.
Como ya se explicó, descartamos la alternativa de recurrir a un enfoque microscópico ya que los tratamientos basados en la 1ra y 2da ley no implican la consideración de procesos físicos y químicos a ese nivel.
En la literatura existen trabajos relacionados con este problema (Schrödinger,
1944) (Prigogine, 1961) (Brooks and Wiley, 1988) (Schneider and Sagan, 2006)
pero aun no se han obtenido resultados que muestren capacidad cuantitativa de
predicción y sean aceptados en general.
Vimos que los SV no solo están íntimamente relacionados con el ME, sino
que su propia existencia depende del mismo. Vimos también que los SV mantienen su estado estacionario de no equilibrio absorbiendo energía libre positiva
del ME. Es lógico pensar que cuanto mayor es el alejamiento del SV de su estado
de equilibrio termodinámico, tanto mayor es su tendencia natural a incrementar
la velocidad de producción de F negativa, que a su vez es transferida al ME para
mantener el estado estacionario. Alternativamente, podemos decir que tanto mayor será el flujo de F positiva desde el ME hacia el SV, o mayor la absorción de F
positiva por parte del SV, cuanto mayor sea el apartamiento del estado estacionario del SV de su estado de equilibrio.
95
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Guiados por estas ideas generales, estamos en condiciones de enunciar lo que
llamaremos el Criterio de Máxima VAELP (CMaxVAELP) por parte de los SV.
Nuestra hipótesis consiste en que este Criterio es una de las propiedades esenciales de la dinámica de los SV, que se expresa de la siguiente manera:
Los estados estacionarios que presentan los SV son estados de no-equilibrio
que maximizan la VAELP desde el ME, sujeto a los vínculos que actúen sobre los
subsistemas SV y ME.
Este criterio está relacionado con una propuesta hecha por Lotka (Lotka,
1922). Posteriormente, la idea de Lotka ha sido adoptada por Odum (Odum,
1997) y más recientemente perfeccionada en función del “principio de máxima
producción de entropía” (Martyushev and Seleznev, 2006).
Retomando el Criterio de Máxima VAELP, este permite alcanzar conclusiones y realizar conjeturas sobre la termodinámica de los SV que resultan adecuadas
para efectuar correlaciones con la teoría darwiniana de la evolución. Entre ellas
tenemos:
• Criterio de estabilidad local: el estado estacionario de un SV es estable en
términos de su VAELP ya que la misma es máxima comparada con los valores
correspondientes a los estados de su entorno.
• Debido a la significante contribución positiva a la F del SV en su estado
estacionario, dicho estado posee un “orden dinámico” u “organización biológica”
importante comparado con el correspondiente estado de equilibrio. Este “orden
dinámico” es una medida de la “distancia” entre el estado estacionario del SV y su
estado de equilibrio.
• Cuando existen vínculos internos del SV que se relajan progresivamente, el
SV evoluciona en forma continua hacia nuevos estados estacionarios de mayor
VAELP y mayor orden dinámico.
• Si la relajación de los vínculos internos es abrupta, el SV puede evolucionar
o no hacia un nuevo estado estacionario Este nuevo estado estacionario no necesariamente presenta una mayor VAELP u orden dinámico.
• Cambios bruscos en las propiedades del ME o en los vínculos que actúan
sobre el mismo, harán que el SV evolucione hacia un nuevo estado estacionario.
Este último, no necesariamente resulta de mayor VAELP u orden dinámico.
• Si la VAELP está limitada por el ME, de manera tal que no es posible para el
SV alcanzar un estado estacionario acorde, el SV tenderá hacia estados estacionarios inanimados, incluido el correspondiente al equilibrio termodinámico.
6. La evolución darwiniana de los sistemas vivientes y su interpretación termodinámica
La consideración de los sistemas biológicos como un subconjunto de todos los
sistemas físicos extiende automáticamente a los mismos la aplicación de la Termodinámica (Haynie, 2001). En particular, la aplicación de la 1ª y 2ª ley a la
evolución de los Sistemas Vivientes y, por extensión, al origen de la vida, ha sido
siempre un punto de interés y desafío intelectual no exento de polémica (Elitzur,
1994) (Yockey, 1995) (Dyson, 1999).
96
Darwin, los sistemas vivientes y la segunda ley de la termodinámica
El criterio termodinámico de MaxVAELP y sus consecuencias y conjeturas
asociadas serán ahora relacionadas con la teoría darwiniana de la evolución
(Darwin, 1859) y otros temas afines. En lo que sigue, las observaciones experimentales referidas al mundo biológico se expresan en itálicas.
Normalmente, durante la evolución de los SV se produce la transformación
continua de estados estacionarios menos organizados en estados estacionarios
más organizados. Esto coincide con las consecuencias ya discutidas del CMaxVAELP y la aplicación universal del mismo.
La evolución biológica consiste en la acumulación irreversible de los efectos
de contingencias históricas. La evolución termodinámica del sistema SV+ME
es irreversible y los estados estacionarios alcanzados, donde se verifica el CMaxVAELP, dependen de las contingencias históricas asociadas tanto con el ME
como con el SV. Esto último, principalmente en relación con la activación no
térmica de variables internas hasta ese momento congeladas.
Según Darwin (Darwin, 1859) los SV evolucionan hacia formas más organizadas sujetos a la selección natural (supervivencia del más apto). La selección
natural concuerda con la permanencia preferencial en el tiempo de aquellos SV
cuyos estados estacionarios presentan las mayores VAELP, o sea presentan el mayor incremento de orden dinámico. Los SV que poseen las mayores VAELP son
entonces los que pueden sobrevivir mientras que los restantes desaparecen.
Las mutaciones provocan la rápida evolución de un SV en otros sistemas vivientes novedosos. Si existen cambios bruscos en el ME o en los vínculos actuantes sobre un SV, el estado del SV se desestabilizará evolucionando rápidamente
hacia un nuevo estado estacionario de no equilibrio donde se verifique el CMaxVAELP. Si tal nuevo estado no existiera, la trayectoria del SV desestabilizado
tenderá al estado estacionario trivial representado por el equilibrio inanimado
(muerte del SV).
Los SV pueden degradar su entorno biológico. El CMaxVAELP implica el incremento de la velocidad de evolución irreversible del ME, lo que puede acelerar
su degradación. El SV cataliza la evolución irreversible del ME. Un exceso de F
disipada puede afectar la capacidad del ME como reservorio de F positiva para
abastecer el SV.
Los SV se reproducen con facilidad. Estos pueden consistir de individuos aislados o estar compuestos por subconjuntos de individuos. La producción de copias de individuos de un SV es un proceso muy eficiente en cuanto a la extracción
de F positiva del ME, cualquiera sea el mecanismo de reproducción.
Los SV tienden a aumentar de tamaño manteniendo constante su organización. Reconociendo que el concepto de “organización” es de carácter intensivo, se
puede concluir que los SV tienden a aumentan su tamaño (volumen) para aumentar la VAELP. Sin embargo, dicho aumento puede desembocar en una inestabilidad respecto del fraccionamiento del SV en subsistemas menores (inestabilidad de tamaño). Con dicho fraccionamiento se puede obtener una aun mayor
VAELP, al aumentar la interfase (superficie) de interacción SV-ME.
Los caracteres adaptativos adquiridos por un organismo durante su período
de vida no son transmitidos por herencia biológica a sus descendientes. Ciertas
perturbaciones provocadas en el estado estacionario del SV son “recuperables”
97
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
(pero siempre irreversibles desde el punto de vista termodinámico). Cuando los
vínculos temporarios desaparecen las copias del SV perturbado retoman su estado estacionario original, satisfaciendo de esa manera el CMaxVAELP. Los cambios permanentes solo ocurren cuando se generan nuevos estados estacionarios
(nuevas especies). Una situación similar existe en relación con los mecanismos
de reparación biológica.
Si bien los diversos procesos de evolución son continuos y durante ellos se
originan y extinguen especies, sus velocidades medidas en tiempo geológico pueden ser extremadamente diferentes. La aparición de nuevas especies corresponde
a que el SV modifica su dinámica y cambia su estado estacionario en valores
finitos. Estos cambios finitos pueden tener muy diferentes magnitudes. La evolución hacia él o los nuevos estados estacionarios mostrará en principio un rango
muy amplio de velocidades. Esto es compatible con la propuesta de Eldredge and
Gould (Eldredge and Gould, 1972) sobre el “equilibrio puntuado”.
La amplia variabilidad de las nuevas especies generadas hace que algunas de
ellas tengan posibilidades ciertas de sobrevivir y reproducirse (selección natural;
supervivencia del más apto). La complejidad del espacio de los estados de los SV
permite la existencia de una gran densidad de estados estacionarios posibles, los
cuales localmente verifican el CMaxVAELP. Sin embargo, en su dinámica global
(macroevolución), el SV evolucionará finalmente hacia aquellos pocos estados estacionarios que posean máxima VAELP en forma absoluta. Estos son los estados
genuinamente estables (o sea, los mejores posicionados por la “competencia”). La
estabilidad será reforzada –hasta agotar las capacidades disipativas del ME– a
través de la reproducción de los pocos estados estacionarios finalmente seleccionados. Este aspecto relevante de la evolución darwiniana se describe satisfactoriamente por medio del CMaxVAELP.
7. La VAELP como potencial evolutivo. Comentarios finales
La Termodinámica se basa en la existencia de funciones de estado las cuales, junto con los vínculos particulares presentes, determinan los procesos posibles que
un sistema físico puede realizar. Ejemplos elementales son los potenciales clásicos
tales como la energía libre de Helmholtz para los procesos isotérmicos o bien la
“exergía” para situaciones más complicadas (Dincer and Rosen, 2007). Los estados
de equilibrio corresponden a mínimos de estas funciones.
Es esencial en un tratamiento termodinámico la adecuada especificación de
los estados. A cada estado le corresponde un punto en el correspondiente espacio
de estados. Para el caso de los SV, las dimensiones de este espacio son enormes,
lo que permite una gran complejidad evolutiva tanto por el número de variables
en juego como por la acción contingente e intrincada de los vínculos actuantes.
Por lo que existen formidables dificultades en cualquier intento de cuantificar la
macroevolución detallada de un SV. Propiedades elementales tales como volumen,
forma, composición química, heterogeneidades, interfases, gradientes, tipo de
moléculas presentes, organización espacial, número de individuos, deben, entre
otras, ser incluidas como variables de estado.
98
Darwin, los sistemas vivientes y la segunda ley de la termodinámica
Muchos procesos naturales se desarrollan obedeciendo “principios extremales”
(Attard, 2006). El caso de los potenciales termodinámicos recién mencionados
es un ejemplo. A su vez, para los procesos irreversibles que tienen lugar en una
región cercana al equilibrio, vale el principio de mínima producción de entropía
para el estado estacionario (Prigogine, 1961).
En el caso de los SV, cuyos estados están muy alejados del equilibrio, el
CMaxVAELP permite caracterizar los estados estacionarios y conjeturar sobre las
propiedades de sus estados en evolución. En este caso recurrimos a la idea de una
función potencial, o potencial evolutivo, definida sobre todo el mega-espacio de
los estados del SV. Naturalmente, este potencial es la VAELP y las trayectorias más
interesantes en dicho espacio multidimensional son aquellas que conectan dos
máximos locales. Ello corresponde a la evolución de un estado estacionario a otro.
La conveniencia de usar “potenciales” para analizar la dinámica de sistemas
biológicos fue demostrada por primera vez hace varias décadas (Wright, 1932).
Posteriormente, esa propuesta ha sido paulatinamente generalizada y aplicada a
distintos problemas dinámicos (Stadler, 2002). Si bien en nuestro caso el potencial adecuado es la VAELP, alternativamente podríamos usar “menos VAELP” si
lo que se desea es obtener un lenguaje de “mínimos” en lugar de “máximos”.
En general, en el caso de los fenómenos biológicos es difícil establecer este
tipo de potenciales y cada problema particular genera en principio uno diferente.
Estos potenciales son funciones de estado, quedando claro que los mismos no
reemplazan a la 2ª ley sino que están subordinados a ella, y solo la complementan
describiendo aspectos dinámicos parciales del sistema. Según lo visto, entre todas
las trayectorias evolutivas posibles de un SV, el mismo adoptará en primera instancia alguna de las que alcancen un máximo local en la VAELP. El segundo paso de
la evolución es la obtención de un máximo más cercano a la categoría de absoluto.
Retomando ahora el tema del “orden dinámico” u “organización biológica” de
los SV, recordemos que la organización biológica es una medida de la “distancia”
entre el estado del SV y su eventual estado final (innanimado) de equilibrio. Es
común relacionar intuitivamente la organización biológica con la organización
geométrica u orden espacial que se observa en la arquitectura de los SV. Inclusive,
a esta organización geométrica se le suele atribuir una cierta contribución positiva a la F del SV. Sin embargo, esto es incorrecto ya que el reposicionamiento
espacial de objetos esencialmente macroscópicos no altera la energía libre del
conjunto. En consecuencia, el orden dinámico u organización biológica, y su contribución positiva a la F del SV, no se relacionan en forma directa con el orden
espacial que pudieran presentar los SV.
Comparemos ahora los estados de un SV inmediatamente antes y después de
su muerte. Ambos estados son prácticamente idénticos en cuanto a su organización geométrica. Pero obviamente existe entre ellos una diferencia esencial en la
organización biológica, que se refleja en una energía libre superior en el estado
viviente. La organización biológica se refiere al SV desde la perspectiva de sus
propiedades dinámicas expresadas a través de las ecuaciones de movimiento del
sistema total SV+ME. Sin embargo, estas ecuaciones de movimiento si dependen
parcialmente de la organización geométrica del SV. Por lo tanto, la organización
geométrica influye en la dinámica del SV y luego en dF/dt, pero no es relevante
99
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
en la determinación de la F de los SV. Desde un punto de vista general, son los
gradientes impuestos y mantenidos por la dinámica los que aumentan la F del SV.
Ese aumento corresponde al efecto de la organización biológica u orden dinámico sobre las propiedades termodinámicas de los SV.
En cuanto al CMaxVAELP, vimos que este describe explícitamente una propiedad dinámica de los SV y da cuenta de la acumulación y mantenimiento de las
contribuciones positivas a su F. Este Criterio depende de la arquitectura espacial
del SV solo en el sentido explicado en el párrafo anterior.
Para finalizar, cabe remarcar que la presente ponencia está muy lejos de
presentar un panorama completo sobre el tema Evolución Biológica y Termodinámica. Existen un gran número de tópicos importantes que aquí no han sido
mencionados. Entre ellos, el marco termodinámico bajo el cual se encuadran los
procesos de adquisición, almacenamiento y transferencia de información biológica (Landauer, 1998) (Morowitz, 1979). También, y desde un punto de vista más
académico, interesa inspeccionar la definición de F para los estados estacionarios
de un sistema biológico y el correspondiente protocolo de medición, teniendo en
cuenta la existencia inevitable de fenómenos de histéresis biológica.
100
Darwin, los sistemas vivientes y la segunda ley de la termodinámica
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
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102
La sociedad también evoluciona
Eduardo Blasina
[email protected]
“Quien comprenda a los babuinos hará un aporte a la filosofía mayor al de Locke”, concluyó Charles Darwin tras comprender la lógica del proceso evolutivo
y sus profundas implicancias sobre el ser humano, envuelto permanentemente
en el esfuerzo por conocerse a sí mismo. Somos seres biológicos, y entender lo
que eso significa para nuestra vida social es de la mayor importancia en este
siglo de cambio climático y persistencia de conflictos milenarios con armas de
destrucción masiva.
La filosofía y las ciencias sociales han tenido una relación oscilante respecto
a la teoría evolutiva. En un primer momento la abrazaron con fervor. Marx y
Engels tomaron la obra de Darwin como una referencia fundamental, al punto
que el último de ellos lo homenajearía con el título de El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado. Kropotkin apuntó a minimizar a la competencia
como factor de la evolución y escribió La ayuda mutua, un valioso libro sobre la
biología de la Liberia. Nietzsche concluyó implacable que Dios había muerto. Y
Herbert Spencer catapultó su escabroso pensamiento filosófico y fue el gran difusor de la palabra “evolución”.
Los primeros abordajes evolucionistas de las ciencias sociales fueron escasamente científicos y muchas veces fueron vilmente utilizados como justificativos o
aún promotores de inequidades sociales.
Aunque en biología siempre estuvo claro que la evolución no tiene nada
que ver con la supervivencia del más fuerte –que lo digan los dinosaurios–,
hubo que esperar hasta el siglo veinte para que se empezasen a comprender
con creciente claridad las implicancias que la lógica evolutiva tiene más allá
del campo biológico.
Todavía persisten algunos enfoques del pensamiento social que sostiene que
los factores biológicos no tienen incidencia sobre la psicología y la sociedad. Que
oponen biología a cultura o que consideran que hay una separación tajante entre
genética y cultura, donde la segunda tiene mayor incidencia que la primera. Se
sigue el razonamiento de la “tabla rasa” la mente humana al nacer es como una
pizarra en blanco sobre la que es posible tallar a través de la educación la personalidad enteramente en base a lo aprendido, a lo cultural.
Sin desmerecer lo cultural, hay un creciente grupo de pensadores que entiende
que se trata de una falsa oposición. Que genética y cultura interactúan como un
103
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
automóvil con su combustible y que es inconducente plantear “cuál de los dos
factores es principal”. Siempre serán ambos interactuando los que determinen el
comportamiento individual y social.
Las ciencias sociales tradicionales tienden a ver a la biología como envolviendo herméticamente al ser humano. Dentro del impermeable, la biología
produce resultados asombrosos y la genética avanza a una velocidad vertiginosa,
pero fuera de ese ámbito, en aquellas áreas del conocimiento en las que interviene la naturaleza humana, suele considerarse a la teoría evolutiva como algo
escasamente o sin relevancia alguna.
Ciertamente no fue esta la actitud de Darwin, quien analizó desde lombrices y orquídeas al comportamiento humano. Cultivó las plantas, fue al zoológico de Londres a estudiar los primates que allí estaban y observó en detalle
el comportamiento de sus hijos para comprender las pautas de su conducta. Y
buscó nexos coherentes en sus observaciones.
La teoría evolutiva permite estudiar a todos los seres vivos, desde las más
primitivas bacterias, las plantas, los animales, nuestros parientes más cercanos
los chimpancés y ciertamente también a nosotros mismos, tan proclives a considerarnos una categoría diferente.
La revolución teórica desatada por Darwin dio nacimiento a la paleontología, sentó las bases de la antropología moderna, arrojó nueva luz sobre
el estudio de la evolución del lenguaje y sus implicancias siguen abarcando
nuevas áreas.
El pensamiento evolucionista genera desconfianza a derecha e izquierda.
Desde la derecha religiosa la oposición es evidente. La categoría Dios no interviene en ninguna explicación evolutiva. Desde la izquierda se desconfía de
visiones que puedan ser deterministas, racistas o justificadoras de desigualdades.
La respuesta del pensamiento evolutivo es apostar al realismo. Tomemos
como cierto aquello de lo que haya mejores evidencias. Y si la verdad es incómoda, veamos cuál puede ser nuestra respuesta desde la sociedad y política.
Más vale asumir que los hombres son en algunas cosas mejores que las mujeres
y las mujeres mejores en otras que los hombres, a sostener un criterio de identidad políticamente correcto, pero sin respaldo en los hechos. Los hombres
seguirán corriendo los 100 metros llanos en menor velocidad que las mujeres,
sin que esa sea una diferencia cultural y sin que ello deba justificar ninguna
inequidad social ni de género.
Otras veces, las descripciones de aquellas tendencias a las que los seres humanos estamos volcados por razones evolutivas son vistas bajo la sospecha de
“deterministas”. Más bien cabría afirmar todo lo contrario. Si somos conscientes
que en determinadas etapas los niños tienen tendencia al egoísmo, estaremos
mejor preparados para educarlos en la solidaridad. Si tomamos en cuenta las
condicionantes biológicas de nuestra conducta tendremos más posibilidades de
construir comportamientos alternativas que libremente decidamos.
No se trata de aceptar ni resignarnos a aquello para lo que nuestros genes
nos intentan programar. Justamente nuestros potentes cerebros son los únicos
capaces de establecer criterios diferentes a aquellos que rigen al resto de los seres vivos y que apuntan a optimizar la mera multiplicación del ADN.
104
La sociedad también evoluciona
1. De la biología a la sociedad
La evolución es, en esencia, un algoritmo repetitivo. Un conjunto de información
que se multiplica, varía azarosamente y luego la interacción con su entorno, el
ambiente, determina cuales copias permanecerán y cuáles no. El sexo no tiene por
única función replicar nuestros genes, sino también ser un motor de variación: recombinarlos, incrementar la variabilidad. Entre los seres de reproducción asexuada la variación se genera exclusivamente por mutaciones.
Que la información que contiene el ADN de todas las especies tiene básicamente dos instrucciones: construye un cuerpo, replica el ADN.
El sexo da a nuestros cerebros el máximo placer a cambio de que diseminen el
ADN en el caso de los hombres y lo reciban y acerquen al óvulo en el caso de las
mujeres. El proceso no es meramente para generar más copias de ADN a través
de un nuevo ser. Tiene también un motor de variación: recombinarlos, incrementar la variabilidad. Entre los seres de reproducción asexuada la variación se genera
exclusivamente por mutaciones.
Como seres biológicos, somos seres históricos. Y el crecimiento de la teoría
evolutiva en las ciencias sociales también tiene su historia. La construcción de
ciencias sociales evolucionistas es posible en gran medida a partir del descubrimiento del ADN en 1952. La misma hebra de información diseña los cuerpos
de todos los seres vivos, diseña los cerebros de todos los vertebrados, incluido el
Homo sapiens. La psicología no puede insistir en profundizar sus conocimientos
como si los genes no hubiesen sido descubiertos o nuestra historia de miles de
años no contara en absoluto.
A partir de los trabajos de William Hamilton en los años sesenta y de Richard
Dawkins en los años setenta se comprende cual es el sentido biológico de la vida:
reproducirnos. Los seres vivos somos máquinas de supervivencia que tienen como
misión pasar su información genética a la siguiente generación. Cada vez que
observamos un ser vivo, está “trabajando” en pos de conseguir recursos o escapar
a enemigos para luego cumplir con el mandato de sus genes. El libro de Richard
Dawkins El gen egoísta en 1976 amplió y profundizó las implicancias de los
descubrimientos de Hamilton y planteó un escenario de reflexión decisivo. Si realmente apreciamos valores como la solidaridad y el altruismo será fundamental que
comprendamos las bases biológicas de nuestra conducta y los mecanismos a través
de los cuales emerge la cooperación desde el egoísta mandato de nuestro ADN.
Predeciblemente integramos una familia, los primates, en la que la cooperación ha sido la norma desde hace millones de años. ¿Cómo ha emergido? La
existencia de cada uno de los atributos biológicos de cualquier especie puede explicarse a partir de preguntar ¿cómo ha contribuido históricamente al éxito reproductivo? Y la pregunta es válida para aquellos comportamientos a los que estamos
condicionados, como para las características de nuestras sociedades. ¿Cómo han
contribuido históricamente a la persistencia de la sociedad?
El debate todavía está en curso. En psicología persiste el conductivismo, que
sigue sosteniendo que la mente es una tabla rasa, en antropología evolucionistas y
quienes niegan la evolución sostienen todavía encendidos debates. Los psicólogos
evolutivos, como Stever Pinker, James Tooby y Leda Cosmides proponen incor105
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
porar estos condicionamientos históricos al análisis. Y esto genera resultados muy
concretos. La violencia sobre niños es mucho más frecuente cuando no están al
cuidado de su padre y madre biológicos.
Siempre que hay información que se replica y varía, hay evolución. Las corrientes evolutivas que analizan el cambio cultural proponen el concepto de meme, aquellas unidades culturales básicas que como genes, pasan de generación en
generación. Las palabras, los logotipos, las canciones, las modas. Las diferencias
entre naturaleza y cultura se tornan difusas y lo que emerge es un método de
comprensión que es materialista, que realiza un análisis histórico, busca variaciones y continuidades, reglas, ramificaciones y que observa la realidad a través del
tamiz de la innovación, la replicación de las innovaciones exitosas, la obsolescencia de otras de esas variaciones y el aumento o disminución en las frecuencias de
las variantes propuestas.
Un claro ejemplo son los idiomas. El español de este texto, está adaptado al
entorno cultural del Río de la Plata, y desciende a través de un árbol evolutivo
hacia el latín, antepasado común del español, el francés, italiano, etc.
El resultante de ese proceso de tres etapas es la adaptación a un entorno. Y como a su vez dicho entorno varía, se trata de un proceso dinámico de permanente
interacción de diseños con su entorno, ya sean biológicos, culturales, tecnológicos.
No se trata de una adaptación pasiva, resignada a condiciones dadas. En una
época de evolución tecnológica acelerada se trata de una adaptación activa e innovadora. La llegada de los celulares con sus mensajes de texto, genera presiones
adaptativas a las que el idioma debe adaptarse. El pensamiento evolutivo entonces, trata de la relación de un diseño (un organismo, una canción, un automóvil,
una ley) con su entorno.
En los aspectos sociales más macro, se ha puesto el foco en la emergencia
de los procesos de cooperación y la construcción de redes sociales, un proceso
unificador a lo largo de la historia humana y que en este siglo veintiuno, Internet
mediante, está en plena aceleración.
En el análisis económico ha cuestionado variados aspectos de la economía
clásica. Desde Schumpeter, quien ubica a la innovación en un lugar central
como motor de la evolución económica hace un siglo, hasta el énfasis en la
economía de los recursos no renovables y los cuestionamientos a los supuestos
del Homo economicus meramente optimizador en la teoría económica contemporánea. Nuestras decisiones no son tan simples como los economistas clásicos
suponían. El análisis de los condicionamientos psicológicos de origen evolutivo
a las decisiones económicas le valió al israelí Daniel Kahneman el Nobel de
Economía en 2002.
El filósofo Daniel Dennet propone una visión similar a la de un edificio en
construcción. Sobre un basamento dado por la física, se asientan las demás disciplinas de estudio, en parte basadas en su mayor escala y las propiedades emergentes que surgen con cada nuevo nivel de organización. Así a la física le sigue la
química, a estas la biología.
Luego, es impensable la psicología sin una base biológica. Y luego es impensable una sociología desligada de la psicología y de las bases biológicas de la
conducta. Por más que a medida que ascendemos en el edificio a las áreas de las
106
La sociedad también evoluciona
ciencias sociales en las que la cultura tiene un protagonismo mayor, esta es un
producto natural de nuestros cerebros, y es también un ámbito en transformación.
Es posible comprender la lógica evolutiva de los procesos culturales.
William Whewhell, filósofo contemporáneo de Darwin propuso el concepto de consiliencia, la idea de una herramienta unificadora de análisis que
permitiera superar la interpretación de los distintos aspectos de la realidad como ámbitos separados, como compartimientos estancos. Un conjunto de pensadores en el siglo veintiuno, desde Jared Diamond en antropología, o Erick
Beinhocker en economía y muchos otros más están armando el rompecabezas
epistemológico que permite una aproximación más precisa a la realidad. No se
trata de ir contra la economía o la psicología clásicas. En muchos casos se trata
de afinar la sintonía en base a la comprensión naturalista de quienes somos
los humanos. Desconfiados de los relativismos posmodernos, renegando de
cualquier tipo de milagrerías, las ciencias sociales tienen mucho para ganar de
este enfoque histórico, materialista, y –sobre todo– naturalista de los distintos
aspectos de la vida social.
Está claro que el ser humano reclamará cada vez más no ser un mero robot de
sus genes. Justamente esa es la diferencia fundamental que tenemos con el resto
de los seres vivos. Nuestros potentes cerebros son los únicos capaces de independizarse del mandato genético. Pero para hacerlo es imprescindible profundizar
científicamente en la tarea de conocer a qué estamos condicionados. Entender la
evolución es pues, una empresa introspectiva y a la vez liberadora.
2. La mirada desde la ética
Que la selección natural ocurra entre todos los seres vivos no significa que deba
ocurrir entre nosotros los humanos. Justamente, el entender el proceso es la llave
para eludir muchas de las crueldades que la Naturaleza nos depara. Para eso contamos con la medicina, construida sobre el pilar de la teoría evolutiva. Más aún, el
filósofo GE Moore, planteó a comienzos del siglo veinte el concepto de “falacia
naturalista”. Que algo ocurra naturalmente no implica en absoluto que sea bueno
desde un punto de vista ético.
Una ética basada en el esfuerzo colectivo por evitar la extinción de nuestra
especie parece cada vez más necesaria. Además gana terreno la consideración como objetos de derecho de todos aquellos animales con capacidad de sufrimiento.
El proyecto gran simio apunta a considerar a nuestros parientes más cercanos,
los primates, en forma urgente, ya que están en vías de extinción. Esto no se
basa solamente en la similitud de nuestros respectivos ADN. Si en un futuro una
especie más inteligente que nosotros habitara la Tierra, ¿cómo podríamos reclamarle un buen trato?
En una lógica más vinculada al presente, el cese de toda discriminación por
sexo, raza, preferencias sexuales son objetivos que gradualmente parecen ir ganando terreno en el bagaje cultural del Homo sapiens. Está en cada uno de nosotros
aportar el respectivo grano de arena para que los memes de la homofobia, el racismo o el machismo tengan cada vez menos incidencia. Porque si hay algo que
107
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
sí enseña el proceso evolutivo es que cuanta mayor diversidad, –biológica, cultural,
política– mejor. Y que aunque puedan detectarse tendencias, ninguna dirección
está asegurada. La evolución no tiene una dirección de antemano.
108
La sociedad también evoluciona
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109
Las epistemologías evolucionistas
y el debate acerca de la relación
cerebro y mente
Marcelo Gorga
Universidad Nacional de San Martín
[email protected]
1. Introducción
Reconocemos la necesidad de mayores definiciones en cuanto a lo que entendemos por “mente” y la relación que esta establece con el cerebro. Dos formas
de ver este problema han sido y siguen siendo la visión materialista y la dualista.
La primera, establece una identidad entre mente y cerebro, entonces, solo existiría el cerebro ya que la mente se reduciría a la materia que compone a este. El
dualismo plantea la existencia del cerebro y de la mente como dos entidades
ontológicamente distintas.
Los seguidores de las “epistemologías evolucionistas”, que toman como modelo a la teoría de la evolución, han intentado explicar el surgimiento de lo mental y
su relación con el cerebro a partir de la evolución del ser humano y estableciendo
comparaciones con el desarrollo evolutivo de otras especies. Tomaremos dos
ejemplos al respecto, el caso de Konrad Lorenz y el de Karl Popper. El primero
ha adoptado una explicación de tipo materialista y el segundo una dualista. Confrontaremos las ideas de ambos con las del filósofo de la mente John Searle, quien
plantea la insuficiencia de ambos modelos explicativos para aclarar este interjuego
que se produce entre cerebro y mente. A su vez haremos un contrapunto con el
antropólogo, Clifford Geertz, quien a la dupla cerebro-mente sumará una nueva
entidad: la cultura. Por último, mencionaremos dos teorías científicas complementarias, el “Neuroconstructivismo” y la “Epigenética”, que desde sus conceptualizaciones confrontan con los modelos materialista y dualista.
A partir de la teoría filosófica de John Searle, de las actuales teorizaciones que
surgen de la mano de las evidencias obtenidas por la investigación científica y del
marco conceptual que aporta la teoría de la evolución, sostenemos la hipótesis de
que los modelos materialista y dualista no aportan explicaciones suficientes acerca de la relación que se establece entre cerebro y mente. Es necesario considerar
a la mente y al cerebro como entidades ontológicamente distintas y unidas por
una relación de tipo causal, y a la cultura como una tercera entidad necesaria para
comprender la relación que se establece entre las dos primeras.
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Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
2. Las ideas de Konrad Lorenz: un ejemplo de reduccionismo materialista en
la explicación de la relación entre mente y cerebro
Mencionaremos algunos elementos de la teoría kantiana que son abordados por
Lorenz (1984) para exponer su propia teoría:
• En la concepción kantiana del idealismo trascendental, las formas a priori
del espacio y del tiempo que subyacen a toda intuición humana, determinan toda
su experiencia.
• Kant se propuso encontrar la condición de posibilidad de los principios superiores de la razón prescindiendo de la naturaleza y de sus leyes.
• La “cosa en sí” es para Kant, fundamentalmente incognoscible porque la forma de su manifestación está determinada por formas de la intuición y categorías
puramente ideales. Entonces, lo único que podemos afirmar sobre la cosa en sí,
según el idealismo trascendental, es la realidad de su existencia.
Lorenz plantea que la idea de la evolución ha conducido a plantear conceptos
de lo apriorístico, que quizá no se encontraban tan alejados del a priori kantiano.
El mismo plantea una primera hipótesis que se expresa en la necesidad de
biologizar el a priori kantiano. Postula una serie de preguntas que son aquellas
que el biólogo le debería hacer a la filosofía de Kant:
• ¿La razón humana no es al igual que el cerebro algo orgánico que surge como producto de la interacción continua con las leyes de la naturaleza?
• Observando a la evolución como un proceso histórico, si el mismo hubiera
sido distinto al que efectivamente se dio y hubiera tenido como uno de sus productos a un sistema nervioso central de índole distinta a aquel con el que hoy estamos
dotados los humanos, ¿no serían nuestras leyes del entendimiento, las que se nos
presentan en la mente como necesariamente a priori, completamente distintas?
• ¿Hay alguna probabilidad de que las leyes más generales de nuestro aparato
cognoscitivo no estuviesen relacionadas con las del mundo exterior real?
Lorenz asume que el cerebro se enfrenta constantemente con las leyes de la
naturaleza y que como consecuencia de ese enfrentamiento ha ido especializando
sus leyes de funcionamiento para tener una mayor eficiencia al momento de enfrentarse con la misma naturaleza. Entonces, según él, deberíamos preguntarnos
si este órgano podría haberse mantenido tan alejado de la influencia de las leyes
naturales de tal manera de poder postular una teoría de los fenómenos empíricos
totalmente independiente de la teoría de lo existente en sí.
La segunda hipótesis planteada por Lorenz es acerca de un origen filogenético a posteriori de lo a priori. Lo apriorístico se basaría en especializaciones hereditarias filogenéticas del sistema nervioso central, adquiridas en el transcurso de la
evolución de las especies. Entonces, esta forma de surgimiento de lo apriorístico
“como órgano” implicaría en realidad un origen a posteriori.
Lorenz expresa que la forma a priori surgió filogenéticamente como adaptación por confrontación cotidiana con las leyes reguladoras de lo existente en sí.
Esto ha hecho que la estructura genética de nuestro pensamiento sea correlativa
a la realidad del mundo exterior. Nuestras formas de la intuición, nuestros juicios
y nuestras categorías se ajustarían a lo realmente existente del mismo modo que
nuestro pie se ajusta al suelo o la aleta de un pez al agua.
112
Las epistemologías evolucionistas y el debate acerca de la relación cerebro y mente
Lorenz admite una determinación que parte del contexto físico hacia el cerebro y de este último a la mente pero no en sentido inverso. Lo que vivimos como
experiencia es siempre una confrontación de lo real en nosotros con lo real fuera
de nosotros, es decir, materia contra materia, donde la adaptación se ha dado previamente a esa confrontación.
Las estructuras corporales podrían presentarse, para Lorenz, como limitantes
de las posibilidades de cambio. En tal sentido se trae a colación el caso de los
organismos con estructuras fijas y altamente diferenciadas como es el caso de las
langostas. La única posibilidad de cambio que reconoce es la que surgiría a partir
de que este tipo de organismo encuentre:
(…) sucesores que lo despedacen y que utilicen sus partes para una construcción nueva,
aplicando grados de libertad nuevos y no prescriptos… Pero si un sistema mental se encuentra tan bien articulado, que hace que nadie aparezca en mucho tiempo con la fuerza
y el valor necesarios para destruirlo, podrá permanecer entonces durante siglos como un
fardo atravesado en el camino del progreso (...) (Lorenz, 1984:, 101).
Lorenz pone en un arriesgado plano de identidad a una estructura biológica,
como la de la langosta, con un “sistema mental”. Esta idea se opone a los fenómenos de plasticidad genética que se van dando de la mano de la experiencia (ver
luego “Neuroconstructivismo “y “Epigenética”) y por el otro lado podría tener
implicancias éticas a ser consideradas con especial atención ya que ciertos grupos
podrían interpretar estas ideas como sugerencias que apuntarían a la necesidad de
la destrucción física de ciertos organismos como condición para el “progreso” de
la especie. El problema se plantearía si dentro de estos organismos se incluyeran
a los humanos. La historia más reciente de la humanidad demuestra que este tipo
de ideas ya han sido adoptadas como excusa para llevar adelante los más pavorosos genocidios en nombre de un supuesto “progreso” de la “especie humana”.
2. Karl Popper y el dualismo mente-cerebro
En la primera conferencia Darwin en el “Darwin College” de Cambridge, Popper
(1977) desarrolla dos temas vinculados con los intereses centrales de Darwin: la
selección natural y la evolución de la mente. El autor se propone demostrar que la
selección natural apoya (al igual que él) la doctrina acerca de la interacción mutua
entre mente y cerebro.
Según la teoría de la selección natural, ciertas características invariables del
medio ambiente dejan sus huellas en el material genético como si ellas lo hubieran moldeado, cuando en realidad lo han seleccionado. Este mismo mecanismo
podría funcionar en el caso de la adquisición de conocimiento acerca del mundo
externo. Según Popper producimos conjeturas, o hipótesis, las probamos y rechazamos las que no son adecuadas. El método funcionaría como una “selección
crítica” (Popper, 1997: 34).
La generación de múltiples variables genéticas nuevas se produce en forma
casual antes que el proceso de selección por el medio ambiente.
113
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
El mecanismo previamente descripto sirve, según Popper, para explicar el
problema de la causalidad descendente, esto es todo proceso en el cual una superestructura afecta a su subestructura. A partir del modelo dualista, sostiene
la hipótesis que la “causalidad descendente” puede, en algunos casos, explicarse
como selección que actúa sobre las partículas elementales que fluctúan al azar.
El carácter azaroso de los movimientos de las partículas elementales ofrecería
la “apertura” necesaria para que interfiera la estructura del nivel superior. De tal
manera un movimiento fortuito se aceptaría cuando encajara en la estructura del
nivel superior, en caso contrario se rechazaría (Popper, 1997: 35).
Para Popper, ningún darwinista debería aceptar la acción unilateral del cuerpo
sobre la mente como la forma de resolver el problema mente-cuerpo.
Para Darwin las capacidades mentales son un producto de la selección
natural. Para Popper si esto es efectivamente así, las capacidades mentales
deberían ayudar a los animales y al hombre en su supervivencia física. Si las
capacidades mentales existen entonces deberíamos investigar su función adaptativa ya que si son útiles para vivir entonces deben tener alguna consecuencia
en el mundo físico.
Nos preguntamos si por el hecho de asumir la existencia de una interacción
entre mente y cerebro, esto nos debería llevar a asumir que obligatoriamente debe haber un dualismo. Esta hipótesis de Popper, ¿demuestra la necesidad de una
interpretación dualista o solamente que hay una interacción mutua y una relación
entre cuerpo y mente?
La tesis fuerte de Popper es entonces que “(…) la selección natural ofrece un
poderoso argumento a favor de la doctrina de la interacción mutua entre el cuerpo y la mente(…)” (Popper, 1997: 37). Explícitamente Popper propone defender
la interacción y un dualismo de corte antiguo. Incluso plantea defender un tipo
de “pluralismo” asociado a los tres niveles que propugna: Un “mundo 1” de cosas
físicas (donde se incluiría al cuerpo y el cerebro), un “mundo 2” de estados mentales y un “mundo 3” conformado por los productos de la mente humana (obras
de arte, teorías científicas, etc.). En síntesis, podríamos pensar que Popper estaría
planteando la interacción entre tres dimensiones: cerebro, mente y cultura. Estos
tres mundos interactuarían entre sí en forma bidireccional.
En oposición al modelo fisicalista, Popper afirma que podemos decir que efectivamente la experiencia mental existe pues tenemos buenas pruebas intersubjetivas al respecto (como veremos, Searle utilizará también esta justificación). Pero
también se opone al modelo de la identidad del cuerpo con la mente, pues afirma
que esta teoría es incompatible con la teoría de la selección natural, pues para la
teoría de la identidad el mundo físico es un mundo cerrado.
3. Las críticas de John Searle al dualismo y al materialismo
Searle (2004) comienza cuestionando cuatro supuestos. El primer supuesto se
refiere a la distinción entre lo mental y lo físico. Se supone que mental y físico se
refieren a categorías ontológicas mutuamente excluyentes. Si consideramos que el
mundo es físico, ¿cómo encajaría lo mental en él?
114
Las epistemologías evolucionistas y el debate acerca de la relación cerebro y mente
El segundo supuesto se refiere a la noción de reducción. Cuando reducimos A
a B, mostramos que A no es otra cosa que B. Si la conciencia puede reducirse a
los procesos cerebrales, significará que no es más que un proceso cerebral representado por activaciones de neuronas.
El tercer supuesto se refiere a la causalidad y los sucesos. Se supone de manera
casi universal que la causación es siempre una relación entre sucesos discretos
ordenados en el tiempo, en los que la causa precede al efecto. Como consecuencia
de los supuestos uno y tres, si los sucesos cerebrales causan sucesos mentales, entonces debería haber un dualismo.
El cuarto supuesto se refiere a la transparencia de la identidad. Todo es idéntico
a sí mismo y distinto de todo lo demás. Sin embargo, podríamos descubrir que un
estado mental es idéntico a un estado neurofisiológico del cerebro, del mismo modo que podemos descubrir que el lucero vespertino es idéntico al lucero matutino.
Según Searle estos supuestos implican grandes confusiones. Propone una solución al dualismo y al materialismo que llama “naturalismo biológico”. Adoptando a la conciencia como objeto de análisis, expone al naturalismo biológico como
un conjunto de cuatro tesis:
Los estados concientes tienen una ontología subjetiva denominada de primera
persona, y como tales, son fenómenos reales del mundo real. No podemos hacer
una reducción eliminativa de la conciencia y mostrar que es una mera ilusión.
Tampoco es posible reducirla a sus fundamentos neurobiológicos, porque esa
reducción, llamada de tercera persona, excluiría su ontología de primera persona.
Los estados concientes son causados en su totalidad por procesos neurobiológicos de nivel inferior con sede en el cerebro. Entonces son causalmente reducibles a procesos neurobiológicos.
Los estados concientes se realizan en el cerebro como rasgos del sistema cerebral y existen por lo tanto, en un nivel superior al de las neuronas y sinapsis.
Como los estados concientes son características reales del mundo real, funcionan en forma causal. Mi sed conciente, por ejemplo, me lleva a tomar agua.
Volviendo a los supuestos que Searle califica de erróneos podemos ver que,
según el primer supuesto, la visión dualista afirma que por ser intrínsecamente
mentales, entonces los estados mentales no pueden ser físicos. Para Searle, como
son intrínsicamente mentales, entonces constituyen un tipo determinado de estado biológico y por lo tanto son físicos.
En la terminología que utilizamos tradicionalmente, los términos se han definido como recíprocamente excluyentes. Es decir, si es “mental” se define como
cualitativo, subjetivo, de primera persona y por ende inmaterial. Si en cambio es
“físico” se define como cuantitativo, objetivo, de tercera persona y por lo tanto material. Searle sugiere que estas definiciones no sirven para aprehender un mundo
donde algunos procesos biológicos son cualitativos, subjetivos y de primera persona. Por ejemplo los estudios de los sistemas perceptivos y cognitivo son justamente casos de tratamiento de la cualitatividad, la subjetividad y la intencionalidad,
como parte del dominio de las ciencias naturales y por ende del mundo físico.
Con respecto al segundo supuesto vinculado con la reducción, Searle menciona que inicialmente debemos diferenciar entre reducciones causales y ontológicas.
Podemos decir que los fenómenos de tipo A son causalmente reducibles a los
115
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
fenómenos de tipo B si y solo si el comportamiento de A es totalmente explicable en términos causales por el comportamiento de B, y A no tiene facultades
causales al margen de las de B. Por ejemplo, la solidez es causalmente reducible
al comportamiento molecular pero a su vez la solidez no tiene poderes causales
adicionales a las facultades correspondientes de las moléculas.
Por otra parte, los fenómenos de tipo A son ontológicamente reducibles a los
fenómenos de tipo B si y solo si A no es otra cosa que B. Por ejemplo, los objetos
materiales no son otra cosa que agrupamientos de moléculas y las puestas de sol
no son otra cosa que apariencias generadas por la rotación de la Tierra sobre su
eje en relación con el sol. Searle menciona que en la historia de la ciencia se ha
hecho a menudo una reducción ontológica sobre la base de una reducción causal.
Decimos por ejemplo la solidez no es otra cosa que una clase determinada de
comportamiento molecular, desechando ciertas características superficiales como
el tacto, la resistencia a la presión, la impenetrabilidad etc. Es decir que se redefine el concepto en función de las causas subyacentes. En el caso de la conciencia
podemos hacer una reducción causal, pero no podemos hacer una reducción ontológica sin perder de vista el sentido del concepto. Para Searle, que la conciencia
reciba una completa explicación causal a través del comportamiento neuronal, no
alcanza para demostrar que no sea otra cosa que ese comportamiento.
El principal sentido del concepto de conciencia es poder aprehender los
rasgos subjetivos y de primera persona del fenómeno. Searle menciona que otro
ejemplo sería interpretar la novena sinfonía de Beethoven reduciéndola a movimientos de ondas en el aire. De esa manera, pasaríamos por alto el sentido propio
de la interpretación.
Por otro lado es necesario distinguir entre las reducciones que son eliminativas de las que no lo son. Las primeras muestran que el fenómeno reducido en
realidad no existe. Por ejemplo, la reducción de las puestas de sol a la rotación de
la Tierra es eliminativa porque demuestra que aquellas son una simple apariencia.
En oposición a este último ejemplo, la reducción de la solidez al comportamiento
molecular, no es eliminativa de ese modo, porque, por ejemplo, no muestra que
los objetos no opongan una resistencia real a otros objetos. En conclusión no
se puede hacer una reducción eliminativa de algo que tiene existencia real. Con
respecto a la conciencia no podemos demostrar que su existencia sea una ilusión,
porque si concientemente me parece que soy conciente, entonces lo soy.
Con respecto al tercer supuesto acerca de la causalidad y los sucesos, un ejemplo conocido es el de la bola de billar que golpea a otra y se detiene mientras la
otra se aleja. La causación no siempre es así. En muchos casos la causa es simultánea con el efecto. Si observamos una silla apoyada en el piso, esta ejerce presión
sobre el mismo a causa de la fuerza de gravedad. Esta fuerza actúa continuamente en la naturaleza. Por otra parte, muchos casos de causación simultánea se dan
de abajo-arriba en el sentido que microfenómenos de un nivel inferior causan
macrorasgos de un nivel superior. El orden causal de la naturaleza no suele ser
cuestión de sucesos discretos y secuenciales en el tiempo, sino de microfenómenos que explican causalmente macrorrasgos de sistemas.
Por último, el cuarto supuesto se vinculaba con la identidad. La ambición
de los teóricos de la identidad es identificar un estado conciente con un proceso
116
Las epistemologías evolucionistas y el debate acerca de la relación cerebro y mente
neurobiológico, descrito en términos neurobiológicos. En realidad podemos considerar que un mismo suceso tiene rasgos neurobiológicos y rasgos fenomenológicos. Por ejemplo, un mismo suceso es una secuencia de actividades neuronales y a
la vez puede provocar dolor, como sensación conciente.
4. La cultura como mediadora en la relación entre la mente y el cerebro
Para el antropólogo Clifford Geertz (1987, 2002), cultura es:
(La) serie de mecanismos de control –planes, recetas, fórmulas, reglas, instrucciones
(...)– que gobiernan la conducta, (...) el hombre es precisamente el animal que más
depende de esos mecanismos de control extragenéticos (...), de esos programas culturales para ordenar su conducta (Geertz, 1987: 51).
La cultura se constituye entonces en una condición esencial de la existencia humana.
Tradicionalmente se sostuvo que era necesario completar el progreso biológico para todos los fines antes de comenzar con el progreso cultural. Esta posición
era estratigráfica. Se pensaba que en determinado momento de su historia filogenética, un cambio genético marginal había hecho posible que el hombre produjera cultura, después de lo cual su respuesta de adaptación a las presiones del
ambiente había sido casi exclusivamente cultural antes que genética. El problema
radica en que no parece haber ocurrido un momento tal.
El antecesor del homo sapiens, el australopitecus apareció hace cuatro millones
de años y ya mostraba formas elementales de actividad cultural (simple fabricación de herramientas). La aparición del homo sapiens, se produjo hace doscientos
o trescientos mil años. Por lo tanto formas culturales primitivas tuvieron su aparición antes de la aparición del hombre con las características biológicas similares a
las que conocemos hoy en día. La conclusión a la que arriba Geertz es que la cultura más que agregarse a un animal biológicamente terminado, fue un elemento
constitutivo y central en la producción de ese mismo animal.
Considerando estos datos aportados por los investigadores, Geertz propone
analizar el caso de la relación que existe entre el cerebro, la mente y la cultura
(Geertz, 2002). El hecho que el cerebro y la cultura hayan coevolucionado, le
ha quitado sustento a la idea del funcionamiento de la mente como un proceso
intracerebral intrínsecamente determinado, adornada por los recursos culturales
como el lenguaje, los ritos, la tecnología, la enseñanza etc. (Geertz, 2002: 194).
Todo esto sugiere de alguna manera que la comprensión de lo biológico, lo
psicológico y lo sociocultural no se logrará estableciendo una especie de cadena
jerárquica del ser, que ascienda desde lo físico y biológico hasta lo social y semiótico, siendo cada nivel reducible al nivel inferior (materialismo). Tampoco
se logrará llegar a esta comprensión si se tratan estos niveles como realidades
soberanas y discontinuas conectados externamente unos con otros (dualismo).
Geertz sugiere tratar estos niveles como realidades “…constitutivas unas de
las otras, recíprocamente constructivas (…)”. Se deberían tratar entonces co117
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
mo “complementos, no como niveles; no como entidades, sino como aspectos”
(Geertz, 2002: 195).
Viendo el problema desde el punto de vista de la teoría evolucionista, el desarrollo de la cultura alteró el equilibrio de las presiones selectivas. A medida que la
cultura se desarrolló, esta ofreció una ventaja selectiva a aquellos individuos de la
población más capaces de aprovecharse de ella.
Entre las estructuras culturales, el cuerpo y el cerebro, se creó un sistema de
realimentación positiva en el cual cada parte se encargó de modelar el progreso
de la otra. Un elemento gráfico en este sentido ha sido la interacción que se ha
dado entre el creciente uso de herramientas, la cambiante anatomía de la mano y
el crecimiento y desarrollo paralelo del pulgar y de la corteza cerebral.
La conclusión sería entonces la no existencia de una naturaleza humana independiente de la cultura.
5. Neuroconstructivismo y Epigenética
El “Neuroconstructivismo” se focaliza en los factores que influyen en la emergencia de representaciones mentales en el desarrollo post-natal. Las representaciones
se definen aquí como los patrones de activación en el cerebro que contribuyen
con la adaptación de la conducta en el medio ambiente. El neuroconstructivismo
visualiza el desarrollo de estos sistemas neuronales fuertemente restringidos por
múltiples factores interactuantes, tanto intrínsecos como extrínsecos al organismo
en desarrollo: los genes, el cerebro, la morfología corporal y el medio ambiente.
Pero a su vez reconoce la posibilidad de una inducción al cambio que partiría de
la expresión de los genes, de la misma actividad neuronal, del uso que se hace del
propio cuerpo y del medio ambiente efectivamente experimentado (Westermann,
2007). La organización neurobiológica de la corteza cerebral sería afectada, entonces, por las influencias del desarrollo y de la experiencia.
La “Epigenética” es una teoría que actuaría en forma complementaria con
la teoría neuroconstructivista. La “Epigenética” es un campo emergente que
comprende aquellos cambios hereditarios no mendelianos en la expresión de los
genes que no son mediados por alteraciones en el apareamiento de bases de la secuencia de ADN. Implica el estudio de las interacciones causales entre los genes y
sus productos. La regulación epigenética media la adaptación al medio ambiente,
particularmente bajo condiciones medio ambientales desfavorables, a través de la
plasticidad genómica que se traduce en el fenotipo actual. (Devastar et al., 2007)
Ejemplos de estos mecanismos son la metilación, la modificación de las histonas y la existencia de pequeños ARN no codificantes. El punto clave de esta
teoría es la heredabilidad de las marcas epigenéticas.
La visión tradicional del funcionamiento genético sostiene que existe un flujo
unidireccional de causa y efecto que va desde los genes (ADN) al ARN, y de allí
a la estructura de las proteínas que ellos codifican. El punto de vista epigenético
del desarrollo (Gottlieb, 1992, en Westermann, 2007) enfatiza que a pesar de que
la actividad de los genes sigue un plan pre-programado estricto, es a su vez regulado por señales del medio ambiente externo e interno. Se menciona por ejemplo,
118
Las epistemologías evolucionistas y el debate acerca de la relación cerebro y mente
el caso de la expresión de un gen en determinado tipo de aves, al que se le ha dado el nombre de gen “ZEN”. Este gen está comprometido con la regulación de la
plasticidad sináptica y el aprendizaje. Además, se lo ha encontrado estrechamente
relacionado con la experiencia. Mello y colaboradores, en 1992 (Westermann
et al., 2007) pudieron observar que el monto de expresión de este gen varía de
acuerdo con el tipo de canto que estas aves escuchen. Se ha visto que era mayor
cuando estas aves escuchaban el canto de otras aves de la misma especie y menor
cuando provenía de aves pertenecientes a otras especies. En el mismo sentido se
menciona que determinados factores de riesgo genéticos y medioambientales interactúan en el incremento de la susceptibilidad a determinados trastornos mentales como por ejemplo el “Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad”
(TDAH) (Thapar, 2007). Se han detectado genes que dan susceptibilidad a la
aparición de rasgos conductuales compatibles con el TDAH, por ejemplo los genes: DRD4, DRD5, SNAP-25 y el gen para el transportador de dopamina (DAT1).
También se ha observado la interacción gen/medioambiente que se manifiesta a
través de una asociación del haplotipo DAT1 con conductas propias del TDAH,
más fuerte en aquellos individuos con antecedentes maternos de alcoholismo
durante el embarazo; la presencia de una asociación más fuerte entre el gen DAT1
y la presencia de TDAH tipo hiperactivo-impulsivo en individuos con antecedentes maternos de tabaquismo durante el embarazo y por último la asociación más
fuerte entre el gen para la enzima COMT y TDAH en personas con antecedentes
personales de haber sido recién nacidos con bajo peso.
Este tipo de evidencia ha llevado a concluir que la expresión genética puede
verse influenciada por la experiencia con el medio ambiente.
6. Conclusiones
El materialismo da a entender que no existen fenómenos mentales ontológicamente irreductibles. Por lo tanto, lo que el materialista quiere decir es que el fenómeno mental cualitativo, subjetivo, de primera persona e irreductible no existe.
En oposición, el dualismo dice que efectivamente existen fenómenos mentales
irreductibles, pero cae en la falsedad de pensar que esos fenómenos están al margen del mundo físico.
En el caso de los fenómenos mentales, la reducción causal no conduce a una
reducción ontológica porque como ya se mencionó, la conciencia, por ejemplo,
tiene una ontología de primera persona mientras que los procesos neuronales
tienen una ontología de tercera persona. Por esta causa no se puede reducir ontológicamente la primera a los segundos.
Sabemos que es falso que no haya fenómenos ontológicamente subjetivos (como sostiene el materialismo) porque experimentamos los estados de conciencia
todo el tiempo.
El dualismo sostiene la concepción de que en el universo hay dos reinos metafísicos ontológicamente distintos, uno mental y otro físico. Searle sostiene que dicha división es innecesaria porque es posible explicar los hechos de primera y los
de tercera persona sin postular esta división en dos reinos. A su vez, tanto a través
119
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
del dualismo como del materialismo se hace imposible explicar la causalidad de
lo mental sobre los sucesos físicos: cómo podemos justificar desde cualquiera de
las dos posiciones que fenómenos mentales subjetivos puedan ser responsables
por ejemplo de que podamos mover nuestros cuerpos (materiales) y nos podamos
desplazar a través del mundo.
Es importante construir definiciones cada vez más específicas de lo mental,
las cuales servirán operativamente para investigar arquitecturas, relaciones y propiedades de los fenómenos mentales, como por ejemplo, la conciencia, independientemente del estudio que se pueda realizar en forma simultánea a nivel de la
materia cerebral. Algo similar ocurre con la variable “cultura”, donde definiciones
como las dadas por Clifford Geertz, contribuyen a visualizar la interrelación
dinámica (arriba-abajo y a la inversa) que se da entre biología y cultura, posibilitando ir más allá de las rígidas estructuras conceptuales del reduccionismo materialista que no permiten visualizar de qué manera el contexto interviene sobre la
manifestación fenotípica del genoma.
Las “epistemologías evolucionistas” han permitido el desarrollo de ópticas
contrapuestas. Sin embargo estas conclusiones no menoscaban la importancia
que tiene la teoría de la evolución y las epistemologías que de ella han derivado,
para la comprensión de la evolución del cerebro y de la mente. Sin embargo la
discusión acerca de la articulación que se establece entre cerebro, mente y cultura
le impone a la teoría nuevos desafíos tanto a nivel teórico como empírico. Por lo
tanto, consideramos que este debate es una saludable excusa para un reencuentro
fructífero entre ciencia y filosofía.
120
Las epistemologías evolucionistas y el debate acerca de la relación cerebro y mente
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121
Nosotros y la evolución:
Darwinismo, Antropologia
y Arqueología
Vivian G. Scheinsohn
Universidad de Buenos Aires - CONICET
En los últimos años del siglo veinte la teoría evolutiva darwiniana comenzó a
ser aplicada en disciplinas que iban más allá de la biología, como es el caso de la
economía y de las empresas (Bouldin, 1981; Nelson y Winter, 1982), los procesos
cognitivos (Campbell, 1960, 1974; Dennett, 1969) y el del surgimiento y establecimiento de nuevas teorías científicas (Hull, 1988). Así parece haberse iniciado
una tendencia a aplicar la Teoría de la Evolución Darwiniana (TED en adelante)
al estudio de nosotros mismos, los humanos. Sin embargo esto no ha ocurrido
sin controversias. Estas tienen que ver con el pasado y la historia de la TED. De
alguna forma fueron previstas por el mismo Darwin, quién esperó hasta 1870, es
decir, casi once años después de la publicación de On The Origin of species… para
dar a conocer sus ideas acerca del origen de los humanos. Otras controversias
surgieron a partir de los diversos intentos que se hicieron para acercar las ciencias
sociales y la evolución. Parte de esa historia estuvo signada por las propuestas de
Hebert Spencer y lo que se dio en llamar darwinismo social, es decir, un conglomerado de teorías y aproximaciones distintas asociado con programas políticos
diversos y muchas veces contradictorios entre si (Girón Sierra, 2005) que intentan la aplicación de la teoría evolutiva a la sociedades humanas tomando como
enunciado nuclear la idea de progreso.
Siendo así, este último, como muchos autores ya han planteado, se trataría
más bien de un “Spencerismo” social, debido a su apoyo en la idea de progreso.
En las ciencias sociales del siglo diecinueve, las ideas de Darwin contribuyeron a
la adopción de un punto de vista evolucionista, en tanto reforzaron y favorecieron
la recepción de las ideas de Spencer, pero esto sucedió bajo una estructura no
darwiniana (Girón Sierra, 2005).
Esta historia se constituyó en un obstáculo que impidió la incorporación de
las auténticas ideas darwinianas en las ciencias sociales, adjudicando a cualquier
intento en este sentido, sesgos políticos de derecha y haciendo caso omiso del
materialismo subyacente en las ideas de Darwin. Lo interesante es que la TED ha
recibido tanto criticas desde la izquierda (cuyo argumento principal consiste en
plantear que toda aplicación de la TED a los seres humanos se enmarca dentro de
un determinismo genético y por ende apunta a proteger y justificar un statu quo
123
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
político y social) como desde la derecha (relacionados con una amplia gama de
fundamentalismos religiosos). Sin embargo, lo que se escapa a este planteo es que
ciertas clases sociales, individuos y grupos políticos con intereses y fines diversos
pueden interpretar, usar o manipular teorías científicas (Girón Sierra, 2005) y que
la apropiación de vocabularios y categorías se puede dar en diferentes contextos
históricos. El punto que me gustaría plantear es que, en vista del amplio espectro ideológico que ha criticado a la TED, más que acusar a esta teoría de una
posición ideológica concreta debería considerarse que dicha posición ideológica,
sea cual sea, corresponde a sus practicantes. La TED no es homogénea y existen
distintas tradiciones de investigación que pueden ser juzgadas como de derecha e
izquierda (ver XXX).
Finalmente, queda por plantear el papel que ha cumplido la Sociobiología
en la constitución de este obstáculo para la aplicación de la TED a las ciencias
sociales. La sociobiología, inicialmente planteada para explicar la conducta animal, otorga a los genes un papel primordial respecto de las conductas sociales
humanas (Wilson, 1975). Por ello, ha sido criticada ya que no reconoce la independencia genealógica de los fenómenos culturales y la herencia genética (Boyd y
Richerson, 2005). También es necesario diferenciar los resultados que se produjeron en este marco y la explotación ideológica que se hace de sus resultados. Pero,
lo que es más importante, no es necesario apelar a este determinismo genético, ni
por ende a la sociobiología, para aplicar el darwinismo a la antropología. Como
señaló el arqueólogo Robert Dunnell (1980) para analizar el comportamiento
desde un punto de vista darwiniano no se requiere de la base genética sino de variación y herencia, no importa de qué tipo sea esta (i.e. cultural).
1. ¿Por qué vale la pena abordar una perspectiva evolucionista en antropología?
Es seguro que las explicaciones propuestas por la TED no agotan la riqueza de la
conducta humana. Aun así es importante explorar estas propuestas. En principio,
aunque más no sea por una cuestión metodológica. Es tan necio no reconocer
las particularidades humanas como pensar que vinimos de Kriptón y no tenemos relación con el resto del mundo biológico. Aun así, desde las perspectivas
antropológicas tradicionales, el acento estuvo históricamente puesto en tratar a
los humanos de manera aislada e independiente del resto del mundo biológico
(Foley, 1984). El supuesto que subyace a la aplicación de la TED a la especie
humana es el de una continuidad con el reino animal: la especie humana es una
más y por lo tanto se ve afectada por los mismos procesos que afectan a las demás
especies. Con esto no se niega la existencia de características propias y específicas
de la especie humana sino que, siguiendo un criterio de parsimonia, conviene explorar esa alternativa primero, antes de apelar a la explicación atribuible a dichas
particularidades. Además, ni siquiera todos esos caracteres que nos hacían únicos
nos son exclusivos. Por ejemplo, numerosos estudios demostraron la existencia
de cultura o tradiciones culturales en primates y otros animales (ver entre otros
Laland y Hoppitt, 2003; Boesch, 2003; de Waal, 2001; Perry y Manson, 2003;
Boesch y Tomasello, 1998; McGrew, 1992 y 2004; Wrangham et al., 1994; Whi124
Nosotros y la evolución: darwinismo, Antropología y Arqueología
ten et al., 1999 para el caso de primates; para otros animales Chappel y Kacelnik,
2002 y Kenward et al., 2005). Richerson y Boyd (2001) consideran que la cultura
humana surge como una adaptación que permite la rápida evolución en ambiente
que presenta cambios que no son ni muy rápidos, ni muy lentos. Un sistema de
herencia cultural, al hacer que el aprendizaje sea acumulativo (una de las características únicas a la especie humana), puede rastrear el cambio ambiental más rápido que los genes. Así, concluyen que la cultura habría sido el medio más simple
de enfrentar el ambiente deteriorado del Pleistoceno (Richerson y Boyd, 2001).
Por ello, más que pensar en la utilidad de la TED en cuanto a explicar la cultura
humana habría que pensarlo a la inversa: si la TED no puede explicar la conducta humana es que presenta problemas de importancia ya que no existe ningún
obstáculo teórico que impida abarcar dentro del mismo paraguas a los humanos
(Richerson y Boyd, 2001).
Por otra parte tomar este marco teórico implica adquirir una postura materialista y antiesencialista. Uno de los cambios conceptuales más importantes a los
que apuntaba Darwin era la importancia de considerar la variación (O’Brien y
Lyman, 2000). En este contexto la TED puede plantearse como una teoría materialista de la evolución orgánica (Richerson y Boyd, 2001).
Ahora bien, dentro del terreno antropológico, comienza a existir una cierta
producción que apunta a la aplicación de la TED a los humanos (ver los trabajos
de Boyd y Richerson dentro de una perspectiva de coevolución gen-cultura o los
de Eric Alden Smith dentro de la ecología del comportamiento) pero en general
a esos trabajos le falta una dimensión temporal que solo en la arqueología puede
encontrar su contrastación, ya que si hay algo que caracteriza al registro arqueológico es el estar cargado de tiempo.
2. Arqueología y evolución
La arqueología es el estudio de los seres humanos a través de sus cosas. Abarca
desde la aparición de las primeras herramientas (2 millones de años) hasta ayer.
El registro arqueológico se compone de evidencias (artefactos, estructuras) y la
información sobre los procesos de formación de ese registro. Por ello, si bien es
la única forma de registrar el total de la historia humana, ya que durante el 99%
de nuestra historia no tuvimos sistema de escritura que permitiera otra forma de
registro, asimismo está condicionada por lo que se preserva en un determinado
lugar, las posibilidades de encontrar o no un determinado sitio arqueológico (el
problema de la visibilidad arqueológica) y los problemas de muestreo ocasionados
por el hecho de que las excavaciones son limitadas en tiempo y dinero.
Antes de los años 80 la teoría evolutiva en arqueología había sido aplicada en un
sentido Spenceriano y por ende, no darwiniano (ver detalles en Scheinsohn, 2001).
Pero es entonces cuando se da una aplicación darwiniana bajo la forma de dos programas principales aunque no únicos: el seleccionismo y la ecología evolutiva
El Seleccionismo se originó a partir de los trabajos de Dunnell (1980,1989)
quien postuló la aplicación directa de la teoría evolutiva al registro arqueológico,
tal como hacían los paleontólogos con el registro fósil. Según este autor, el regis125
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
tro arqueológico se caracteriza por ausencia de conducta y presencia de artefactos,
la parte material del segmento conductual del fenotipo humano. Entonces se
puede postular la lectura directa de ese registro en términos de cambios de frecuencia artefactuales y la interpretación de estas frecuencias en términos de la
acción de la selección natural (ver entre otros, O’Brien y Lyman, 2000, 2003, etc.).
A su turno, la Ecología Evolutiva implica la aplicación de la teoría de la selección natural al estudio de la adaptación y diseño biológico, en un contexto
ecológico (Winterhalder y Smith, 1992). Dentro de este marco teórico existe un
subconjunto que trata sobre variabilidad conductual: la ecología del comportamiento o behavioural ecology que ha tenido un amplio desarrollo en la biología y
que comienza a aplicarse en antropología a principios de los años ochenta bajo
al forma de modelos de depredación óptima, de amplitud de dieta, etc. Aplicados,
en general, al caso de cazadores-recolectores.
3. Una dicotomía fundamental: Biología versus Cultura
Uno de los puntos básicos de los programas evolutivos que intentan definir una
evolución cultural es el plantear una analogía básica entre evolución cultural y
biológica. Sin embargo, hay obstáculos en esta analogía. Las variaciones culturales,
en general, son postuladas como “lamarckianas” (ver Eldredge). Por otra parte,
no hay un estricto equivalente de gen. Por ello, algunos autores han planteado
el concepto de meme (Dawkins, 1976) o de culturgen (Boyd y Richerson, 1985)
como unidad de transmisión cultural o de imitación.
Así se ha planteado que los memes se propagan, aunque los mecanismos de
transmisión son distintos que los genéticos. Sin embargo pueden ser considerados como replicadores ya que poseen fidelidad de copia, fecundidad y longevidad.
Otra forma menos difundida de considerar la relación entre biología y cultura
es considerar ambas como casos de sistemas complejos, denominados sistemas
seleccionistas, (Ziman, 2000) que no deben ser confundidos con el seleccionismo
en arqueología, planteado en los párrafos precedentes. Un sistema seleccionista es
aquel que cumple con los siguientes requisitos:
• Población grande con superabundancia de variantes, lo que permite una
adaptación a circunstancias cambiantes.
• No hay diferencia entre selección natural y racional por lo que no excluye el
diseño en la generación de variantes.
• Mecanismo para retención, transmisión y replicación de variantes seleccionadas que no necesariamente deben ser entidades estables (genes o memes).
Así, las características de un sistema selectivo (Ziman, 2000) lo hacen impredictible, plantean un componente importante del azar en su trayectoria, lo que lo
hace irreversible, y es constreñido por su ambiente selectivo, lo que implica que si
hay una sola solución posible para resolver un problema, probablemente vaya a ser
encontrada. Así, si bien produce resultados satisfactorios, estos no son necesariamente óptimos ya que una población de entidades sujetas a operaciones repetidas
de variación ciega y retención selectiva evoluciona hacia otra mejor adaptada al
ambiente definido por el criterio de selección. Este tipo de operación empleado
126
Nosotros y la evolución: darwinismo, Antropología y Arqueología
como metodología, es usado, por ejemplo en la industria farmacéutica y es tan
eficaz para alcanzar soluciones como el software mejor diseñado
4. Aplicación arqueológica: modelo de evolución tecnológica
Presentaré aquí entonces un modelo de evolución tecnológica que ha sido aplicado a materiales arqueológicos, como una forma de ejemplificar las posibilidades
que brinda la TED en el marco de la arqueología. Este modelo tomó como bases
teóricas : 1) la Teoría de los Equilibrios Puntuados que plantea tendencias en gran
escala o de grano grueso (ver Borrero, 1993), de manera similar a lo que sucede
en registro fósil (Eldredge y Gould, 1972); 2) las propuestas de W. Brian Arthur,
(1990) sobre cambio tecnológico (sujeto a retornos crecientes y consistente en procesos dinámicos no-lineales basados en eventos azarosos y con feedbacks positivos
naturales, ver Arthur, 1990:99) y 3) los trabajos de Henry Petroski (1994) para
quien la forma de los objetos siempre cambia en respuesta a sus defectos (“form follows failure”), es decir que la evolución de los artefactos obedece a la superación de
las fallas que se perciben en ellos. De estas bases surgió un modelo (ver Scheinsohn,
1997: 2002) que considera la existencia de tres momentos en la evolución de la explotación de un material utilizado para confeccionar herramientas o instrumentos:
• Experimentación.
• Explotación.
• Abandono.
Experimentación: este momento se considera como de experimentación con
una material que no se conoce. Para la identificación de este momento se plantean las siguientes expectativas:
- diversidad de diseños básicos o grupos morfológicos de instrumentos,
- diseños básicos no estandarizados,
- diversidad de materias primas trabajadas,
- diversidad de técnicas aplicadas al material.
El momento de explotación se propone como un momento en donde se ha
instaurado un sistema de explotación o producción (Ericson, 1984) que funciona
de manera apropiada y por lo tanto puede ser visto desde el punto de vista de la
teoría de los equilibrios puntuados como un momento de stasis.
Para la identificación de este momento se plantean las siguientes expectativas:
poca diversidad de diseños,
- estandarización en los diseños básicos,
- menor diversidad de las materias primas trabajadas,
- predominio de una o de un conjunto de técnicas pautadas.
Finalmente, el momento de abandono implica que una materia prima
se ha dejado de utilizar por diversas causas. Para la identificación de este
momento se plantean una ausencia de registro del uso de la materia prima, a
pesar de su disponibilidad
127
Darwin en la Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
5. Contrastación: Isla Grande de Tierra del Fuego y sur de Patagonia Continental
La constrastación de este modelo se hizo a partir de los instrumentos óseos
prehispánicos de la Isla Grande de Tierra del Fuego, que fueron encontrados
en diversos sitios arqueológicos y colecciones de museos de esta isla, abarcando
un lapso temporal que va desde los 7500 años hasta principios del siglo veinte
(Scheinsohn, 1997, 2002).
La muestra fue dividida en tres segmentos temporales: STI (7500-4500 AP),
II (4500-1500 AP) y III (1500 AP-siglo veinte).
A partir de las variables analizadas se da un ajuste entre el modelo enunciado
en los párrafos precedentes y los datos procedentes de Tierra del Fuego siempre
y cuando la etapa de experimentación no se identifique con el segmento inicial
(segmento temporal I).
A su turno los ST I y II fueron identificados como momentos de explotación,
mientras que el ST III representaría un momento de experimentación. Esto planteaba el problema de que no había un registro de un momento de experimentación inicial en la Isla lo que indicaría o que este momento no era visible o que se
había dado antes de la entrada de las poblaciones humanas a la isla Grande.
Por eso, con posterioridad, se estudiaron también los instrumentos óseos
procedentes de varios sitios del sur de la Patagonia continental como ser el
caso de Cerro Casa de Piedra (Provincia de Santa Cruz), Fell, Pali Aike y Cañadón Leona (ubicados en Magallanes, Chile y originalmente excavados por
el arqueólogo norteamericano Junius Bird ver en Scheinsohn y Lucero 2006 y
Scheinsohn 2008).
Allí se definió un primer bloque temporal en el área (10.000-7700) que es
acorde con un momento de experimentación ya que presenta variedad de diseños
y una mayor importancia de los instrumentos relacionados con la subsistencia
(caza). En los momentos posteriores de la secuencia arqueológica establecida para
el área, se registra una clara disminución de la variabilidad y una mayor estandarización de estos instrumentos. Así, esta etapa experimental es ancestral a la entrada humana a la isla y se estaría dando en el sur del continente, luego de lo cual
perdió variabilidad con el transcurrir de los años.
6. Conclusiones finales
Queda en claro el potencial y riqueza que ofrece este marco teórico para pensar y
explicar la variabilidad del registro arqueológico. A modo de ejemplo, el caso aquí
presentado permitió analizar resultados no esperados en función de los marcos
teóricos tradicionales y detectar patrones que habían pasado desapercibidos. Para
que la teoría arqueológica evolucione, es necesario variabilidad. Esta variabilidad
tiene que obedecer tanto a los paradigmas en vigencia como a la ruptura de las
barreras impuestas por las matrices disciplinarias o las tradiciones de investigación. A 150 años de los primeros postulados de Darwin lo que se ha querido
presentar es una forma de encarar un abordaje darwiniano de problemas arqueológicos que apunta en ese sentido.
128
Nosotros y la evolución: darwinismo, Antropología y Arqueología
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130
Todo por el Panal. Consecuencias
de una reconstrucción de la
teoría de la selección natural
darwiniana sobre la polémica de
la unidad de selección
Santiago Ginnobili
Universidad de Buenos Aires-Universidad Nacional de Quilmes-CONICET
[email protected]
Sin incurrir en una exageración demasiado pronunciada, puede afirmarse que
casi todas las discusiones acerca de la teoría evolutiva, tanto las de carácter fáctico
como las de carácter metateórico, aparecen sugeridas en los escritos de Darwin.
Entre estas se encuentra la polémica acerca de la unidad de selección. Normalmente Darwin prefiere centrar el papel de la selección natural en los individuos,
pero cuando considera que esto es imposible, como en el caso de las conductas
altruistas, no duda en afirmar que el beneficio puede recaer en grupos a los que el
individuo altruista pertenece.
Han sido discutidas en trabajos de pretensiones historiográficas las posiciones
de Darwin respecto de la polémica de la unidad de selección. No es mi intención
en este artículo entrar en esas cuestiones. Tampoco discutiré ni a favor ni en contra de la selección de grupo. Esta discusión tiene que ver con cuestiones fácticas
y les compete, en consecuencia, a los biólogos evolucionistas. Mi tarea es estrictamente metateórica. Al reconstruir la teoría de la selección natural de Darwin (en
adelante TSN) a partir de sus aplicaciones en sus diversos escritos, puede notarse
que los conceptos fundamentales de esa teoría son más de los que suelen reconocerse. Esta reconstrucción de TSN tiene varias consecuencias para las discusiones
metateóricas que giran a su alrededor. Una de ellas, justamente, tiene que ver con
la polémica de la unidad de selección. Pues, la cuestión de la unidad de selección
puede plantearse en diversas partes de la explicación seleccionista darwiniana.
Esto podría tener algún interés en un planteamiento más claro de estas disputas.
En la parte uno del trabajo presentaré una reconstrucción de TSN a partir
de las aplicaciones que de esta hace el mismo Darwin. Esta reconstrucción, si
bien será presentada de manera informal e incompleta, alcanza para sostener el
punto a defender en el trabajo. En la parte dos presentaré apelaciones del propio Darwin a la selección natural a nivel de grupos. En la parte tres, analizaré
los diversos lugares de TSN en los que pueden aparecer entidades de diferentes
jerarquías. En la parte cuatro, compararé mi análisis con el propuesto por autores
contemporáneos como Darwkins o Hull, quienes, más allá de lo correcto o inco131
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
rrecto de sus puntos de vista acerca de la evolución de los organismos vivos, han
propuesto ciertos conceptos para presentar de manera más sofisticada la cuestión
de la unidad de selección, compararé sus propuestas con la mía. Finalmente, en V
presentaré mis conclusiones.
1. La teoría de la selección natural darwiniana
Cómo es bien sabido, lo que Darwin quiere explicar con TSN es cierta adecuación o ajuste de los organismos al medio ambiente. Por ejemplo:
La jirafa, con su gran estatura, sus muy largos cuello, patas delanteras, cabeza y lengua, tiene su estructura bellamente adaptada para comer en las ramas más altas de
los árboles. Puede por eso obtener comida fuera del alcance de otros ungulados que
habitan el mismo lugar; y esto debe ser una gran ventaja durante períodos de escasez
(Darwin, 1872: 177).
La forma en que Darwin explica la fijación de este rasgo en la población de
jirafas es la siguiente:
En la naturaleza, en el origen de la jirafa, los individuos que comiesen más alto y que pudiesen durante los períodos de escasez alcanzar aunque sea una pulgada o dos por sobre los
otros, serían frecuentemente preservados (…). El que los individuos de la misma especie
muchas veces difieren un poco en la longitud relativa de todas sus partes, puede comprobarse en muchas obras de historia natural en las que se dan medidas cuidadosas. Estas
pequeñas diferencias en las proporciones, debidas a las leyes de crecimiento o variación,
no tienen la menor importancia ni utilidad en la mayor parte de las especies. Pero en el origen de la jirafa debe hacer sido diferente, considerando sus probables hábitos de vida; pues
aquellos individuos que tuviesen alguna parte o varias partes de su cuerpo un poco más
alargadas de lo corriente, hubieron en general de sobrevivir.1 Se habrán cruzado y dejado
descendencia que habrán heredado las mismas peculiaridades corpóreas, o la tendencia a
variar de nuevo en la misma manera, mientras que los individuos menos favorecidos en los
mismos aspectos, habrán sido más propensos a perecer (Darwin, 1872: 177-178).
Si consideramos, con los estructuralistas, que la ley fundamental de TSN es
aquel enunciado en el que aparecen los conceptos fundamentales de TSN relacionados, podemos extraer una instanciación de la ley fundamental de TSN a partir
de la explicación citada:
Las jirafas con cuello, patas delanteras, cabeza y lengua de mayor longitud son más efectivas al alimentarse de las ramas más altas de los árboles, mejorando su supervivencia y
mejorando, en consecuencia, su éxito reproductivo diferencial” (Balzer et al., 1987: 19).
Nada de este enunciado parece superfluo. Si quitamos alguna de sus partes la
explicación brindada con él quedaría trunca. Si se quita la función dada al rasgo
por el organismo, la de alcanzar las ramas altas de los árboles, no sabríamos por
1 Itálicas mías.
132
Todo por el panal. Consecuencias de una reconstrucción de la teoría de la selección natural
qué tal rasgo podría mejorar la supervivencia. Podría mejorarla por otro motivo,
por ejemplo, permitiendo asustar a posibles predadores. Esta sería una explicación alternativa y competidora de la ofrecida por Darwin. Sí quitamos la mejora
en la supervivencia quedaría indeterminada la relación que hay entre el rasgo y el
éxito reproductivo. Como veremos, esta conexión no siempre es a través de una
mejora en la supervivencia.
Podemos encontrar esta misma estructura explicativa en otros lugares del
Origen, por ejemplo, es posible responder con una explicación semejante a la pregunta: ¿Cómo se ha adquirido en cierta población de orugas, formas parecidas a
las ramas en las que comen que permiten mimetizarlas con ellas para protegerlas
de predadores?
(…) en todos los casos anteriores los insectos, en su estado primitivo, presentaban indudablemente algún parecido accidental y grosero con algún objeto común en los parajes
por ellos frecuentados (…) Asumiendo que originalmente ocurriese que un insecto se pareciese algo a una ramita muerta o a una hoja seca, y que este insecto variase ligeramente en muchos modos, todas las variaciones que hiciesen a este insecto en algún modo
más semejante a alguno de tales objetos, favoreciendo así su escape, tendrían que ser
conservadas, mientras que otras variaciones tendrían que ser desdeñadas, y finalmente
perdidas, o, de hacer al insecto de algún modo menos parecido al objeto imitado, eliminadas (Darwin, 1872: 182).
En este caso el enunciado legaliforme presupuesto es el siguiente: Las orugas
cuya forma y color permiten que se mimeticen mejor con la planta en la que comen tienden a dejar más descendencia en virtud de que mejoran su supervivencia en su ambiente.
Por abstracción de estos dos enunciados, nos vamos acercando a lo que considero que es la ley fundamental de TSN: Los individuos con rasgos que cumplen con
mayor efectividad cierta función, 2 mejoran su supervivencia mejorando su éxito en la
reproducción diferencial.
La ley fundamental de TSN tendría al menos tres componentes:3
• El rasgo que cumple de manera más adecuada una función.
• El éxito reproductivo diferencial.
• La conexión el rasgo adecuado y el éxito reproductivo, que en estos casos se
da por una mejora en la supervivencia.
Para llegar a una versión más general de la ley fundamental de TSN hay que
tomar en cuenta que existen explicaciones que conservan la misma estructura,
pero la conexión entre el rasgo adecuado y la mejora en el éxito reproductivo
diferencial no es a través de una mejora en la supervivencia. Por ejemplo, en el
siguiente caso de selección sexual:
2 Para un análisis del papel de los conceptos funcionales en TSN ver Ginnobili (2009).
3 Puede haber otros componentes. No se menciona aquí, por ejemplo, nada respecto de lo heredable de
los rasgos. Puede ser que en una reconstrucción más adecuada tal concepto sea necesario. Pero a los
fines de este trabajo alcanza esta versión esbozada de TSN. si se me concede que al menos estos elementos señalados deben estar contenidos en la ley y que funcionan del modo en el que sostengo que funcionan, ya es suficiente para el punto defendido en este trabajo.
133
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Generalmente, los machos más vigorosos, los que están mejor adecuados a su situación
en la naturaleza dejarán más descendencia, pero en muchos casos la victoria depende no
tanto del vigor natural como de la posesión de armas especiales limitadas al sexo masculino. Un ciervo sin cuernos, un gallo sin espolones, habrían de tener pocas probabilidades
de dejar numerosa descendencia. La selección sexual, dejando siempre criar al vencedor,
pudo, seguramente, dar valor indomable, longitud a los espolones, fuerza al ala para empujar la pata armada de espolón (…) (Darwin, 1859: 88).
El enunciado legaliforme presupuesto en este caso sería: Los gallos de espolones
más efectivos para luchar con gallos del mismo sexo tienden a emparejarse más, mejorando, en consecuencia, su éxito en la reproducción diferencial.4
En otros casos la explicación puede no acudir ni a mejoras en la supervivencia
ni a mejoras en la capacidad de atraer parejas. Por ejemplo: “Las plantas que produjesen flores con las glándulas y nectarios mayores y que segregasen más néctar
serían las visitadas con mayor frecuencia por insectos y las más frecuentemente
cruzadas, y de este modo, a la larga, adquirirían ventaja y formarían una variedad
local” (Darwin, 1859: 92).
El enunciado legaliforme supuesto sería: Las plantas que producen flores más
atractivas a los insectos tienden a mejorar su fecundidad mejorando, en consecuencia,
su éxito en la reproducción diferencial.
El concepto que varía en las diferentes aplicaciones que Darwin hace de
TSN es propuesto por la teoría de la selección natural, para explicar lo que
pretende. Se trata de un concepto abstracto que recibe diferentes interpretaciones y que permite confeccionar a Darwin explicaciones distintas. La
conexión entre el rasgo adecuado al ambiente y el éxito en la reproducción
diferencial no siempre es a través de una mejora en la supervivencia, como a
veces se suele suponer.
Si llamamos al concepto en cuestión “aptitud”5 la ley fundamental de TSN
podría ser: Los individuos con rasgos que cumplen con mayor efectividad cierta función,
mejoran su aptitud, mejorando su éxito en la reproducción diferencial.
No discutiré en esta ocasión el estatus del concepto de aptitud. Basta con
señalar que se trata de un concepto abstracto que recibe diferentes interpretaciones en las leyes especiales de TSN, permitiendo realizar explicaciones selectivas diversas.
4 Muchos han discutido las relaciones entre selección natural y selección sexual. Es posible mostrar
con facilidad la estructura común entre las explicaciones que utilizan ambos mecanismos y, por lo
tanto, existe un sentido interesante en que se puede afirmar que son casos de aplicación de una y
la misma teoría. Para discusiones más profundas de esta cuestión se puede consultar (Endler, 1986;
Ginnobili, 2006).
5 La elección terminológica puede resultar algo extraña al lector. Pero no puedo superar esta dificultad fácilmente. O elijo términos alejados de los normalmente utilizados para hablar de la selección natural volviendo
en ese caso al texto más difícil de leer, o elijo términos cercanos, y corro el riesgo de ser mal interpretado o
de que la terminología moleste a los que la utilizan de un modo distinto. Esta dificultad surge del hecho, que
cualquiera que haya emprendido la tarea del análisis o la reconstrucción de la teoría evolutiva conoce, de
que en este ámbito hay más conceptos presupuestos que términos para expresarlos (un artículo famoso al
respecto es el de Gould y Vrba (Gould et al., 1982)).
134
Todo por el panal. Consecuencias de una reconstrucción de la teoría de la selección natural
2. Selección natural de grupo en Darwin
Los casos vistos en el punto anterior tienen en común la aplicación de la selección
natural a nivel individual. Tanto el rasgo que cumple mejor la función, como el de
la aptitud, y el del éxito reproductivo, se aplican a un mismo organismo vivo. En algunos casos, sin embargo, la selección natural individual parece no poder funcionar.
Así ocurre, por ejemplo en el caso de los insectos neutros. En el caso de los insectos
sociales, como las abejas o las hormigas, puede haber castas de obreras que tienen
rasgos funcionales peculiares (es decir, que no comparten con las otras castas), y,
por el hecho de que tales castas son estériles, no es posible sostener que la posesión
de esos rasgos en ancestros también estériles, mejoró su éxito reproductivo.
La gran dificultad estriba en que las hormigas obreras difieren mucho de los machos y de
las hembras fecundas en su estructura (…). Si una hormiga obrera u otro insecto neutro
hubiese sido un animal ordinario habría yo admitido sin titubeo que todos sus caracteres
habían sido adquiridos lentamente por selección natural, o sea por haber nacido individuos con ligeras modificaciones útiles, que fueron heredades por los descendientes, y
que estos, a su vez variaron y fueron seleccionados, y así sucesivamente. Pero en la hormiga obrera tenemos un instinto que difiere mucho del de sus progenitores, aun cuando
es completamente estéril; de modo que nunca pudo haber transmitido a sus descendientes modificaciones de estructura e instinto, adquiridas sucesivamente. Puede muy
bien preguntarse cómo es posible conciliar este caso con la teoría de la selección natural
(Darwin, 1859: 236-237)
La respuesta de Darwin a la pregunta que el mismo se hace inaugura la discusión al respecto de la selección de grupo: “Esta dificultad, aunque parece insuperable, disminuye o, como yo creo, desaparece, cuando se recuerda que la selección
puede aplicarse a la familia lo mismo que al individuo, obteniendo de este modo
el fin deseado” (Darwin, 1859: 237).
En ediciones posteriores de El Origen podemos encontrar la estructura explicativa sugerida por Darwin en la cita anterior:
En ciertas circunstancias, diferencias individuales en la curvatura o longitud de la lengua,
etcétera, demasiado ligeras para ser apreciadas por nosotros, podrían servirles a una abeja
u otro insecto de modo que ciertos individuos fuesen capaces de obtener su alimento más
rápidamente que otros, y así, las comunidades a qué ellos perteneciesen prosperarían y
darían muchos enjambres que heredarían las mismas cualidades (Darwin, 1872: 74-75).
En esta explicación encontramos los mismos componentes presentados anteriormente como partes principales de la ley fundamental de TSN pero aplicados
de diferente modo. El rasgo y la función son portados por un organismo particular, pero la aptitud y el éxito reproductivo se aplican a las comunidades a las que
el organismo pertenece. El enunciado legaliforme presupuesto en la explicación
sería el siguiente: Las abejas con la curvatura o longitud de la lengua más efectiva para recolectar néctar de ciertas flores mejorarían el rendimiento de la comunidad a la que
pertenecen, mejorando el éxito reproductivo diferencial de tal comunidad.
Algunos han sostenido que Darwin es un defensor la selección individual
(Ruse, 1989: 35-55). No estoy interesado en entrar en esta discusión. La cuestión
135
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
en este caso es acerca de la estructura y conceptos de TSN. La extensión del ámbito de aplicaciones exitosas de la selección de grupo se determina fácticamente
y este no es el punto este capítulo. Ciertamente en general Darwin apela a la
selección natural de grupo pocas veces, y cuando no puede aplicar la selección
individual. En particular la aplica en los casos de altruismo en donde el organismo
se sacrifica por sus congéneres, es decir, en casos de conflicto en donde el éxito
reproductivo del grupo se contrapone al del individuo. Esto alcanza para que en
la reconstrucción de TSN que se ofrezca estos casos puedan incluirse. Un ejemplo
del conflicto entre las selecciones funcionando a distinto nivel es el siguiente:
Podemos quizá comprender cómo es que el uso del aguijón causa con tanta frecuencia la
muerte del propio insecto, pues si en general el empleo del aguijón es útil a la comunidad
social, el aguijón llenará todos los requisitos de la selección natural, aun cuando pueda
ocasionar la muerte de algunos miembros (Darwin, 1859: 202).
En la misma dirección, apela al grupo en el caso del origen de rasgos morales
en los humanos. Pues al igual que la conducta suicida de la abeja, ciertos rasgos
conductuales, como la valentía, tampoco parece beneficiar al individuo:
Si el individuo generoso estuvo siempre dispuesto a sacrificar su vida antes de hacer traición a sus camaradas, es fácil que pierda en la demanda la vida sin dejar herederos de su
noble conducta y naturaleza; los hombres más bravos que por el mismo motivo quisieran
siempre ponerse al frente en los combates, exponiendo liberalmente sus vidas por salvar
las de los otros, perecerían por término medio en mayor número que los otros hombres.
Por lo cual parece imposible que (…) dichas virtudes (…) hayan aumentado por selección
natural (Darwin, 1871: 163).
La aplicación de la selección natural para explicar este tipo de conducta es
equivalente a la dada anteriormente en el caso de los insectos neutros:
(…) aunque un elevado grado de moralidad no proporciona a cada individuo y sus hijos sino ventajas muy ligeras o casi nulas sobre los otros hombres de la misma tribu, con todo,
cualquier aumento en el número de los hombres que tengan buenas cualidades, y en el
grado de moralidad de una tribu, tiene necesariamente que proporcionar a esta inmensas
ventajas sobre las otras (Darwin, 1871: 166).
El enunciado legaliforme supuesto en este caso sería: Los individuos con braveza para defender a sus congéneres tienden a mejorar la supervivencia de la tribu mejorando, en consecuencia, el éxito reproductivo diferencial de la tribu.
En los dos casos señalados la ley subyacente tendría la siguiente forma: Los
individuos que portan cierto rasgo que cumple mejor su función mejoran la supervivencia del grupo al que pertenecen mejorando el éxito reproductivo diferencial de
tales grupos.
Nótese, y esto es esencial en este trabajo, que el grupo, en estas explicaciones
aparece en dos lugares en este enunciado. De grupos se predica la mejora en la
aptitud, en estos casos, la mejora en la supervivencia, y del grupo es la mejoría en
el éxito reproductivo diferencial.
136
Todo por el panal. Consecuencias de una reconstrucción de la teoría de la selección natural
3. Los distintos lugares en los que puede aparecer el grupo en TSN
Tal como se sugiere a partir de las reconstrucciones informales que brindé anteriormente, la cuestión del nivel de selección puede plantearse en distintas partes
del enunciado. En los casos analizados, rasgos de organismos que cumplen una
función con distintos grados de efectividad, mejoran la supervivencia del grupo,
mejorando el éxito reproductivo del grupo. Pero es posible imaginar otras combinaciones. Ciertos rasgos de las objetas obreras, por ejemplo, podrían mejorar
la supervivencia de ellas mismas mejorando, no su éxito reproductivo diferencial,
sino el del grupo. En este caso el grupo solo aparecería en la tercer parte de la
ley fundamental de TSN. O, por ejemplo, cierto rasgo emergente del grupo no
predicable de sus partes, podría mejorar la supervivencia y el éxito reproductivo
de los organismos. A priori, no parece haber razones para pensar que alguna de las
combinaciones no es posible.
Ahora bien, como las reconstrucciones disponibles de TSN no reconocen todos los conceptos que yo considero fundamentales (p.e. Brandon, 1990; Endler,
1986; Kitcher, 1993, cap. 2; Tuomi et al., 1979), creo que este hecho ha pasado en
cierta medida desapercibido.
Veamos como ejemplo la definición que Sober brinda de “unidad de selección”
en la primera edición de su libro Philosophy of biology: “X es unidad de selección
en la evolución del rasgo T en el linaje L si y solo si T ha evolucionado en L porque R confería un beneficio a los X” (Sober, 1993: 89).
Dado mi enfoque de la estructura de TSN este enunciado es claramente ambiguo. Pues el beneficio puede referirse tanto a la mejora en el éxito reproductivo
como a la mejora en la aptitud.
4. Interactores y replicadores
Como sostenía entonces, el carecer de una versión completa de TSN ha provocado que no se haya sido claro a la hora de establecer todos los posibles lugares en
donde el grupo puede aparecer en TSN. Sin embargo, muchos autores han hecho
esfuerzos por proponer conceptos para poder establecer ciertas distinciones al
respecto. Tomare el caso de la distinción entre replicadores e interactores que tiene
origen en la distinción entre replicadores y vehículos propuesta por Dawkins.
Gould hace la siguiente crítica al enfoque del gen egoísta de Dawkins:
No importa el poder que Dawkins desee asignar a los genes, hay algo que no puede
darles – una visibilidad directa para la selección natural–. La selección es simplemente
incapaz de ver los genes y seleccionar de entre ellos directamente. Debe utilizar cuerpos
como intermediarios (…) La selección ve cuerpos. Favorece algunos cuerpos porque son
más fuertes, están mejor aislados, maduran antes sexualmente, son más fieros en el combate o más hermosos (Gould, 1980: 90).
Estrictamente, esta crítica en particular no es justa, puesto que Dawkins introduce el concepto de vehículo justamente para hablar de lo que la selección natural
ve, en el sentido de la cita anterior.
137
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
La tesis que sostendré es la siguiente: Es legítimo hablar de adaptaciones como siendo “para el beneficio” de algo, pero es mejor no ver a ese algo como al organismo individual. Es una unidad más pequeña que llamaré replicador germinal
activo. La clase más importante de replicadores es el gen o el fragmento genético
más pequeño. Los replicadores no son, por supuesto, seleccionados directamente,
sino sus poderes: ellos son juzgados por sus efectos fenotípicos. Aunque para algunos propósitos es conveniente pensar en esos efectos fenotípicos empaquetados
en un mismo ‘vehículo’ discreto como los organismos individuales, esto no es necesariamente fundamental. Más bien, el replicador debe pensarse como teniendo
efectos fenotípicos extendidos, consistentes en todos los efectos a lo largo del
mundo, y no solo por sus efectos en el cuerpo individual en donde parecen asentarse (Dawkins, 1982: 4).
Hull propone, en el mismo espíritu, la distinción entre interactor y replicador:
“Replicador: la entidad que pasa su estructura intacta en sus sucesivas replicaciones
Interactor: entidad que interactúa como un todo cohesivo con su ambiente de modo que esta interacción causa que la replicación sea diferencial” (Hull 1988: 408).
Luego define la selección como: “Un proceso en el cual la extinción y proliferación de los interactores causa la perpetuación diferencial de los replicadores
relevantes” (Hull 1988: 409).
No me interesa aquí analizar la defensa de que la unidad de selección sea el
gen, sino la forma en que se relaciona esta distinción con la propuesta reconstructiva mía. Si queremos reescribir la aplicación de la selección de grupo a los
insectos neutros por darwin a la forma en que es aplicada desde la sociobiología
tomando como unidad de selección el gen, la ley fundamental de TSN instanciada en este caso quedaría como sigue: El ataque suicida de las abejas obreras, mejora
la supervivencia de la colonia (o tal vez de la abeja reina) mejorando el éxito reproductivo diferencial de los genes que determinan dichos rasgos.
Es decir, con la tesis de que la unidad de selección es el gen se afirma que son
los genes los que logran mejorar su éxito reproductivo diferencial al lograr hacer
más copias de sí mismos en la siguiente generación. El replicante aquí es el gen.
La necesidad de proponer el concepto de interactor queda clara en esta aplicación,
pues el gen ocupa solo uno de los lugares del enunciado. Es necesario proponer el
concepto de interactor para dar una explicación seleccionista más completa. Sin
embargo, el concepto de interactor en este caso es ambiguo. ¿Se aplica al individuo portador del rasgo o al individuo que mejora su supervivencia? Es claramente necesario apelar a otros niveles, pero no solo en un caso, sino en los otros dos.
La distinción me parece, por tanto, insuficiente.
5. Conclusiones
He presentado una versión esbozada e informal de la ley fundamental de TSN.
Tal versión toma en cuenta conceptos que normalmente no son tomados en
cuenta en las reconstrucciones habituales. Esta mayor precisión a la hora de
presentar TSN permite mostrar que el problema de la unidad de selección puede
darse en distintas partes de TSN.
138
Todo por el panal. Consecuencias de una reconstrucción de la teoría de la selección natural
Se ha señalado la importancia de distinguir entre las diferentes discusiones
englobadas bajo el rótulo de “El problema de la unidad de selección”. Por ejemplo,
Lloyd ha distinguido entre cuatro cuestiones distintas (Lloyd, 2008). Para hacerlo
se funda en la distinción propuesta por Hull entre interactor y replicador que, como he intentado mostrar, podría ser reemplazada por distinciones más adecuadas
que tomen en cuenta las diferentes partes de TSN en las que puede funcionar el
grupo. Si bien la propuesta realizada en este trabajo es inacabada, podría ayudar a
mejorar el entendimiento de la disputa en cuestión.
139
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Bibliografía
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140
Prosper Lucas y los debates acerca
de la consanguinidad. Un retorno
a la relación entre Charles Darwin
y la blending inheritance
Mauro Vallejo
Universidad de Buenos Aires - CONICET
[email protected]
1. Introducción. La herencia clásica en Charles Darwin
Más de una vez se ha señalado el estatuto paradójico ocupado por la obra de
Darwin. Sus preocupaciones, sus razonamientos, sus materiales poco tenían que
ver con el discurso de la biología que nacía en su tiempo; infinidad de veces se ha
repetido la atinada descripción que ubica a su figura en el conglomerado de los
historiadores naturales, a una discreta distancia de la estirpe de los biólogos1. Empero, poco se hizo esperar la impronta de las ideas darwinianas sobre la biología, y
esta atraviesa un antes y un después merced a la relevancia adquirida por las tesis
esenciales del autor de El origen de las especies. En tal sentido, es probable que
el estudio sobre la herencia sea la zona en que de forma más diáfana se percibe
el carácter insólito de la denominada revolución darwiniana. En efecto, es dable
sostener que todo el edificio de Darwin se ampara en la existencia y eficacia de
un objeto que, o bien no es definido ni formalizado, o bien es descrito con un
lenguaje que parece arrastrar a sus páginas más hacia los atolladeros de teorías
caducas, que en dirección a los elementos que supondrán una de las alteraciones
más disruptivas del conocimiento biológico. No es nuestro fin hacer un rastreo
de las hipótesis que Darwin fue construyendo para explicar los fenómenos de
la herencia, pero recordemos que la bipolaridad recién explicitada se refiere a lo
siguiente. La lógica de la obra de 1859, más aún, la verosimilitud de las tesis allí
anunciadas, exigía el planteamiento de la operatoria de la transmisión hereditaria,
sobre la cual, no obstante –tal y como ya ha sido señalado por diversos investigadores–, poco o nada se decía en las páginas de ese texto capital (Tort, 1997). En
segundo lugar, cuando en 1868 Darwin finalmente comunica de qué modo concibe tal operatoria, se dejan ver los ingredientes que, subtendiendo su concepción
1 Tal y como ha sugerido Hodge, esa distinción es tan cierta como problemática, pues es necesario reconocer que incluso las primigenias investigaciones de Darwin (reflejadas en sus cuadernos de notas de 1837)
implicaban tanto el dominio de la historia natural como el de la fisiología (Hodge, 1989).
141
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
de la herencia, ubican a esta en clara sintonía con las perspectivas más clásicas.
De hecho, sus gémulas resumen las líneas de tensión que atan su punto de vista
sobre la herencia a los enunciados más tradicionales. Heredabilidad de lo adquirido, contraposición entre herencia y variación, velado preformacionismo. He allí
los sintagmas que vertebran sin mella la teoría hereditaria darwiniana; la crítica
de cada uno de ellos será necesaria, como ya sabemos, para erigir alrededor de
1880 la concepción moderna acerca de lo hereditario.
Tenemos aquí uno de los capítulos más curiosos de la historia de la ciencia,
pues la maquinaria de Darwin pudo avanzar casi sin sobresaltos a pesar de que el
engranaje que debía garantizar el movimiento parecía destinado exclusivamente
a obstaculizarlo. Más aún, no solamente la obra del inglés pudo proseguir en la
demostración de la veracidad de sus postulados, sino que la ciencia de la herencia
(que surgió utilizando nociones que Darwin jamás había atisbado) terminó precisando del razonamiento darwiniano para ser construida. Esa es seguramente
una historia ya escrita.2 En esta oportunidad quisiéramos ocuparnos de otro de
los ingredientes de la herencia darwiniana, otro de los indicios que demuestran
cuán apegado estaba el naturalista inglés a los viejos saberes sobre lo hereditario. De hecho, gracias fundamentalmente a los trabajos de Peter Vorzimmer, ha
sido establecido que Darwin otorgaba credibilidad a la blending inheritance, es
decir a la concepción que reducía la transmisión de caracteres a una lógica de la
mezcla entre los elementos aportados por cada progenitor.3 No obstante, el designio de nuestro trabajo es describir el modo en que es formulado ese problema
por una obra que Darwin apreciaba sobremanera, y en la cual es posible hallar el
funcionamiento de muchos de los elementos de la perspectiva darwiniana sobre
la herencia.4 Con ello pretendemos no solamente colaborar en la compresión de
un posible antecedente de la obra darwiniana; estaríamos realizando también un
aporte al estudio del tratado de Prosper Lucas, normalmente descuidado por los
historiadores de la ciencia.
Más aún, es justo sostener que los escasos estudios dedicados al Traité philosophique et physiologique de l’hérédité naturelle han prestado poca o nula atención al modo en que Lucas se inscribe en la tradición de la blending inheritance.
2 Este apretado comentario sigue las conclusiones del trabajo de Peter Bowler, en el cual claramente se
constata, primero, que el sistema darwiniano, atravesado por las nociones más clásicas acerca de la generación, pudo funcionar sin problemas; y segundo, que desde ningún punto de vista puede aseverarse que
la teoría de Darwin fue un antecedente que necesariamente debía desembocar en los planteos de Mendel
(Bowler, 1989: 3).
3 En un estudio que cabe describir como definitivo respecto del asunto, Vorzimmer ha demostrado que
mucho antes de la célebre reseña de Fleeming Jenkin (1867) Darwin había abordado la objeción que la
herencia de mezcla podía significar para su tesis sobre la evolución de las especies (Vorzimmer, 1963). De
hecho, ya en sus cuadernos de 1842 el autor de El origen de las especies se había percatado de esa dificultad; en los años previos a la publicación del texto de 1859 Darwin había sopesado el problema, logrando
su resolución mediante la insistencia en dos dimensiones: las diferencias individuales y fundamentalmente
el carácter negativo (mortífero) de la selección (grandes cantidades de seres inmodificados perecerán en la
lucha por la existencia).
4 Bernard Balan ha revisado las distintas ocasiones en que Darwin se refirió positivamente a la obra de Lucas, y comenta lo siguiente: “(...) el mérito de Lucas sería el de haber tratado la variación como un resultado
necesario de la reproducción. Pero aquello que Darwin parece haber utilizado sobre todo es la documentación que pudo encontrar en Lucas en lo que concierne a los naturalistas, los veterinarios, los agrónomos y
los médicos contemporáneos, que podía confrontar con su propia documentación (...)” (Balan, 1989: 52).
142
Prosper Lucas y los debates acerca de la consanguinidad
La casi totalidad de los trabajos disponibles se han limitado a desentrañar los
postulados básicos de la teoría hereditaria de Lucas, señalando sus límites o sus
antecedentes.5 Nuestra finalidad es, por una parte, realizar una presentación mayormente descriptiva del modo en que Lucas formuló el asunto que nos ocupa, y
por otra, sugerir una hipótesis respecto de uno de sus impactos más importantes
dentro del terreno de las ciencias humanas.
2. Prosper Lucas y blending inheritance
Por las razones anteriormente explicitadas, obviaremos toda discusión respecto
de las dos leyes, de herencia e innatismo, con las cuales Lucas erige su pretenciosa
teoría acerca de lo hereditario. Dirigiremos directamente la atención al comienzo
del segundo volumen, aparecido en 1850, más precisamente a la tercera parte de
la obra, titulada “De las leyes particulares de expresión y de acción de la herencia
en el ser” (Lucas, 1847-1850: 1-434).6 El libro primero está dedicado a las cuatro
modalidades de transmisión hereditaria, es decir, a los cuatro sujetos que son capaces de legar elementos a la descendencia (pp. 1-65): los progenitores, autores de la
herencia directa; los parientes colaterales, cuya herencia se denomina indirecta; la
tercera transmisión es la atávica, o en retour, a cargo de ascendientes mediatos; y
por último, la modalidad más curiosa, que Lucas llama herencia de influencia, también conocida como de impregnación, a través de la cual aquello transmitido a lo
progenitura corresponde al material proveniente de parejas anteriores de la madre.
De todos modos, el autor aborda directamente el asunto de la blending inheritance en el libro segundo, titulado “De la parte de los dos sexos en la procreación o
de la distribución y de la proporción de las representaciones del padre y de la madre en la naturaleza física y moral del producto” (p. 66). Para ello, Lucas intentará
afrontar el análisis de dos leyes: una atinente a la calidad de la representación que
cada uno de los sexos imprime sobre su descendencia, y una segunda referida a su
cantidad. La primera pregunta que Lucas aborda es la conducente a establecer si
existen tejidos, órganos o partes que están obligatoriamente sometidos a uno de
los progenitores, o bien hay que hablar de una acción libre y recíproca de cada uno
de ellos sobre cualquier elemento (p. 66). Para responder a tal interrogante, y tal y
como es habitual en nuestro autor, procede a realizar una reseña cuidada y detenida de todos los sistemas existentes acerca de la problemática, presentando su tesis
personal como corolario y desembocadura de la crítica a sus predecesores.
La primera hipótesis a descartar es la que se refiere a la acción electiva y local
de la madre y el padre sobre diversos elementos de la organización (p. 67), defendida por tres teorías diferentes. Por una parte estarían las vertientes del preformacionismo; por otra parte, los pensadores que atribuyen a un sexo la transmisión de
5 Nos referimos sobre todo a las investigaciones de Bernard Balan (1989) y Carlos López-Beltrán (2004).
En dos publicaciones recientes nos hemos ocupado de ciertos elementos de la teoría hereditaria de Lucas
(Vallejo, 2009a, 2009b).
6 De aquí en adelante, y dado que ofreceremos numerosas citas textuales del volumen segundo de la obra
de Lucas, nos limitaremos a indicar entre paréntesis solamente el número de página de ese libro.
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
lo moral, estando lo físico bajo la órbita del sexo contrario (p. 71), y por último los
autores que plantean que hay fragmentos del organismo que invariablemente son
heredados por uno u otro progenitor (p. 73). A este sistema Lucas contrapone el
que declara la acción común y general de ambos sexos sobre la progenie (p. 75),
durante cuya presentación el autor desmiente cada una de las tres tesis anteriores
(pp. 75-82). De tal modo extrae una primera conclusión, que reza lo siguiente:
(...) no hay nada absoluto, nada constante, todo es posible. El mismo elemento, el mismo
carácter de la existencia física, o de la existencia moral, pueden ser comunicados ya sea
por el padre, ya por la madre, ya por uno y otro. Esas variaciones se desprenden sin embargo de un mismo principio y se formulan, desde nuestro punto de vista, en una sola ley.
Esta ley es la ley de universalidad de influencia de los dos sexos, o de comunidad de representación del padre y de la madre en todas las formas de la vida, en todos los sistemas, en
todos los órganos, en todas las facultades de la naturaleza del espíritu” (pp. 83-84).
Una ulterior crítica recae sobre la hipótesis de la consustancialidad de herencia física y moral, es decir, la tesis que afirma que el progenitor que transmite
lo físico transmitirá lo moral, pues este sería un derivado o consecuencia del
primero (pp. 84-99).
Todas estas consideraciones atañen a la ley de cualidad de acción de los progenitores. El capítulo segundo aborda la ley de cantidad de acción (p. 100), es decir, el
estudio de la existencia de alguna normativa que explique cuánto aporta cada progenitor. Nuevamente, se trata en primer lugar de reseñar y refutar las ideas pasadas.
La primera de ellas engloba los sistemas que postulan la desigualdad de acciones,
o preponderancia de uno de los dos ascendientes. El primero se refiere a la “preponderancia predeterminada del padre o de la madre independientemente del sexo
del producto” (p. 101), y el segundo hace depender la acción electiva del género del
producto; algunos autores dicen que la herencia se producirá sobre todo por parte
del progenitor del sexo contrario, y otros pensadores postulan lo inverso (p. 108).
A través de la crítica de tales hipótesis, Lucas demostrará la validez de la teoría de la igualdad de acción de ambos padres.
Si se acoplan animales de la misma especie, no se encuentra ningún sistema fijo de preponderancia de uno de los sexos sobre el otro (...) Las preponderancias que se ven surgir
no son específicas sino individuales, y siempre variables del macho a la hembra, y lo más
a menudo incluso constantes en uno u otro de los factores (p. 122).
La tesis esencial que Lucas desprende de sus razonamientos es que solamente
la individualidad determinará si uno de los dos sexos tendrá una mayor preponderancia. Debido al estado del individuo, debido a la puja que se establece entre su
estado y el del otro progenitor, se producirá la preponderancia de uno de ellos.
Pero la eliminación de las especies, de las razas y de los sexos como causas de estas
desigualdades y de esas variaciones en la influencia respectiva del padre y de la madre,
no nos deja en presencia sino de los individuos; por ende, es necesario que ellas procedan de la individualidad y que se subordinen a ella.
La individualidad, es decir la naturaleza, el estado y la acción de los dos individuos procreadores, ejerce, en efecto, en la unidad de especie y la unidad de la raza, sobre la
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Prosper Lucas y los debates acerca de la consanguinidad
proporción de las representaciones del padre y de la madre, una influencia similar a la que
en el cruzamiento la naturaleza de la especies y de las razas ejerce sobre el grado de sus
expresiones sobre el ser (pp. 124-125).
Es decir que la sexualidad de los progenitores, en sí misma, no es la causa de
la mayor o menos incidencia de los mismos sobre su descendencia. Lo que determina alguna forma de preponderancia, o la cantidad de lo que aporte cada progenitor, no es su sexo, sino su individualidad. El resultado es una suerte de lucha
entre estados de individualidad, y no entre sexos7. Es decir que se puede hablar de
una ley de “inacción de la sexualidad sobre todos los atributos de la organización
que no forman parte de sus caracteres” (p. 126). En efecto, los únicos elementos
que, a la hora de su transmisión hereditaria, responden al sexo del progenitor, son
los ligados a la sexualidad (pp. 155-176). Los ascendientes del sexo masculino
serán los que transmitan a los hijos varones los elementos que se hallan bajo la
órbita de la sexualidad, sucediendo lo inverso en el caso de progenie femenina.
El capítulo tercero está destinado a sopesar las aparentes inconsecuencias de
las leyes de universalidad e igualdad promulgadas (p. 177). En efecto, según la
primera, cabría esperar que haya una mezcla constante y general de todos los
caracteres del padre y de la madre en todos los elementos de la progenie. Según
la ley de igualdad, cabría esperar que las representaciones de ambos progenitores
sean equivalentes, siendo el hijo una especie de promedio de sus padres. Tal y como la observación lo demuestra, ninguna de las leyes se comprueba o manifiesta
en estado de pureza.
Para responder a las objeciones atinentes a la ley de universalidad, Prosper
Lucas construye las tres fórmulas de la procreación. La primera de ellas, denominada elección (pp. 194-207), alude a los casos en que se observa la expresión
exclusiva de uno de los progenitores; es decir, hay elementos del organismo que
son legados íntegra y exclusivamente por uno de los padres. La segunda, titulada mezcla (pp. 207-214), indica la representación mixta y simultánea de ambos
procreadores. Por último, la fórmula de combinación (pp. 214-220) es aplicable
cuando la participación de ambos progenitores genera la aparición de un nuevo
carácter que no estaba en ninguno de ellos.
De todas formas, es claro que la fórmula de la mezcla, sobre todo su expresión máxima -la fusión-, es el paradigma del modelo. Y es por ello que el autor
debe acceder a la razón por la cual, siendo cierta la ley de universalidad e igualdad de acción, no se constata una representación promedio de los progenitores
en todos los casos.
Si hay realmente universalidad de acción de los dos autores, ¿por qué la acción del padre
y de la madre no se manifiestan ambas y siempre sobre todos los elementos y facultades
del ser? En lugar de la elección y de la combinación, ¿por qué no hay una mezcla a la vez
constante y general de las representaciones de un autor y del otro?
7 En consonancia con ello, es justo realizar acerca de Lucas una apreciación que resulta válida para muchas otras teorías del siglo diecinueve: aun cuando ella se interesa fundamentalmente por las transmisiones
hereditarias, el interrogante que hace de columna vertebral de su sistema continúa siendo el de las teorías
de la generación: ¿cómo, partir de dos seres ya creados, aparece una nueva criatura?
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Si hay realmente igualdad de acción del padre y de la madre, ¿por qué los dos
autores no tienen siempre una participación igual en los caracteres de la naturaleza física y moral del producto? ¿Por qué en la mezcla e incluso en la elección y la
combinación de las representaciones del padre y de la madre, en lugar de una preponderancia continua de uno u otro procreador, no hay siempre y en todas partes
equilibrio?” (p. 223).
Es justamente esa problemática lo que ocupará a Lucas en los siguientes
capítulos, en los cuales intentará brindar las razones que explican en qué circunstancias opera cada una de las tres fórmulas de la procreación. En resumidas cuentas, su conclusión asegura que veremos aparecer la mezcla cuando hay un fuerte
parecido de los padres, cuando hay similitud de los caracteres unidos (p. 228). En
cambio, cuando ambos padres son muy distintos entre sí, surgirá la combinación,
que Lucas equipara con una manifestación de su ley de innatismo (p. 234).8 Por
último, habrá elección cuando debido a las disimilitudes predomine uno de los
progenitores en la transmisión. Por otro lado, en aras de explicar los fundamentos
de la disparidad de la cantidad de influencia ejercida por cada progenitor, Lucas
cita los siguientes factores:
• Energía natural del organismo (p. 261).
• Energía del desarrollo y del estado de la vida (p. 262).
• Estado momentáneo del organismo durante el acto de fecundación (p. 265).
3. Los debates acerca de la consanguinidad. Consideraciones finales
El recorrido por las páginas de Lucas indica que la obra del médico francés
constituye uno de los intentos más firmes del siglo diecinueve por teorizar el fenómeno hereditario en términos de mezclas de sustancias o elementos aportados
por cada progenitor.9 Las objeciones que clásicamente se podían alzar en contra
de la blending inheritance son superadas o disueltas por Lucas a través de la reducción de la procreación a una escena de contienda agónica, en la cual los seres
acoplados entran en una silenciosa lucha que determinará cuál de ellos dejará su
impronta en la descendencia. En efecto, esa argumentación, seguramente deudora del vitalismo de su época, intenta describir uno de los hechos de transmisión
hereditaria que amenazaban con socavar la validez de la teoría de las mezclas.
Así, los inquietantes casos de predominancia –el ejemplo más célebre y mejor
estudiado para comienzos del siglo diecinueve es el de la polidactilia; ese rasgo se
transmitía a veces durante generaciones, aun a pesar de que el progenitor afectado
se uniera a un sujeto que no presentaba esa anormalidad– pierden para Lucas
8 En escritos anteriores hemos subrayado el estatuto endeble que la ley de innatismo posee en el pensamiento de Lucas (Vallejo, 2009b, 2009c). La forma en que nuestro autor explica la fórmula de combinación
puede servir como un ejemplo más del modo en que el innatismo, lejos de funcionar como una legalidad
distinta a la herencia, no hace más que depender de la eficacia de esta última.
9 En continuidad con lo señalado, si bien Frederick Churchill está en lo cierto al afirmar que Lucas “(...)
prestó poca atención a los descubrimientos zoológicos recientes acerca de la alternancia de generaciones,
partenogénesis y hermafroditismo” (Churchill, 1987: 342), es válido remarcar que en lo concerniente al tópico que nos interesa el médico francés da muestras de una erudición notable, sobre todo respecto de la
literatura de cría de animales.
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Prosper Lucas y los debates acerca de la consanguinidad
toda potencia de refutación, sirviendo por el contrario como la demostración más
cabal de su perspectiva.10
Ahora bien, cabe la pregunta acerca de la incidencia que puede atribuírsele a
esta particular concepción del fenómeno hereditario. Así, más que revisar hasta
qué punto la aceptación de los desarrollos de Weismann y Mendel pudo disolver
la plausibilidad de la lógica de las mezclas, nos interesa establecer una conjetura
sobre el impacto que los lineamientos de la blending inheritance tuvieron sobre
ciertos terrenos del saber que en la segunda mitad del siglo diecinueve estaban
fuertemente preocupados por lo hereditario. En efecto, la tesis que cierra este
escrito sugiere abordar el relieve adquirido por la temática de la consanguinidad
como una consecuencia o desembocadura de la tradición de la herencia de mezcla. Dado que la blending inheritance, arrastrando consigo y perpetuando bajo
un cariz de cientificidad el valor simbólico e imaginario de la sangre, concibe a la
herencia como la mezcla de sustancias aportadas por cada progenitor, resulta natural que las uniones consanguíneas hayan sido un elemento que condensaba en
sí diversas significaciones: era una suerte de puesta al extremo del mecanismo hereditario, y era por ello mismo el tipo de procreación que podía recibir las valoraciones más contrapuestas. Dado que todo nuevo ser era visto como la mixtura de
los elementos de sus progenitores, cuando estos estaban unidos por algún tipo de
parentesco, cuando compartían la misma sangre, el resultado del acto de fecundación se destacaba como un ser saturado de herencia; si –repitiendo el adagio de
Linneo– “lo similar produce lo similar”, entonces el hijo de una unión incestuosa
era la ominosa condensación de la mismidad.
Siendo que el producto de los matrimonios consanguíneos hace las veces de
emblema apoteótico de la herencia de mezcla, no ha de sorprender que el incesto
se haya transformado en objeto de encendidos debates precisamente en la ciencia
francesa de la segunda mitad del siglo diecinueve. Dado que Francia fue –tal y
como lo ha documentado en varias ocasiones López Beltrán (1992)– el territorio
en que por vez primera, y de modo más enfático, se arriba a la construcción de
un discurso que hace de la herencia una fuerza y una ley universal de los seres, y
dado que ese derrotero estuvo abonado por los postulados de la blending inheritance, la consanguinidad no tardó en recibir una visibilidad y atención extraordinarias. A partir de 1850 aparecen en la medicina francesa una sorprendente
cantidad de tratados dedicados al asunto. Théophile Gallard escribía en 1869:
Esta cuestión de los matrimonios entre parientes, de las causas que han hecho que en
cierta medida se los prohíba, de las consecuencias que pueden acarrear, ha sido agitada mucho y muy fervientemente desde hace algunos años. Discusiones muchas veces
ardientes y por momentos apasionadas han sido dedicadas a este tema y han reunido a
las mejores mentes. Ello explica y justifica –así lo esperamos– la atención particular que
creemos tener que dar a la palabra consanguinidad, que hasta este momento no había
encontrado su lugar en los diccionarios de medicina (Gallard, 1869: 65-96).
10 Los otros dos fenómenos que podían cuestionar la blending inheritance, las monstruosidades y el atavismo, son efectivamente desarrollados por Lucas, pero jamás son esgrimidos por él como excepciones de
sus leyes de igualdad y universalidad de acción de los padres. Ello probablemente requiera un estudio más
pormenorizado, pero es verosímil que en tales casos, como en tantos otros, el subterfugio de la ley de innatismo permitiría a Lucas describir los hechos.
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Así anunciaba este autor francés la sigilosa y digna intrusión de la temática
incestuosa en las efemérides del saber médico. Alexandre Lacassagne, en el texto
más completo y erudito que la tradición francesa nos ha legado acerca del tópico
que nos ocupa, atribuirá a la memoria de Ménière de 1856, titulada Note sur
l’étiologie de la surdi-mutité congénitale, el mérito de haber iniciado la discusión
científica y documentada del problema (Lacassagne, 1876: 673). En efecto, los
primeros libros que asignaron relevancia etiológica a los matrimonios entre familiares se sustentaban en sondeos estadísticos referidos a pacientes sordomudos.
Además de la tesis de Ménière, cabe mencionar el texto de Chazarin de 1859, Du
mariage entre consanguines, considéré comme cause de dégénérescence organique et particulièrment du surdi-mutité congénitale, y sobre todo el estudio de
Jean-Christian-Marc Boudin, “Dangers des unions consanguines et nécessité des
croisements dans l’espèce humaine et parmi les animaux”, aparecido en 1862 en
los Annales d’hygiène publique et de médecine légale y publicado como libro ese
mismo año. A partir del análisis estadístico de las cifras pertenecientes a instituciones que alojaban sujetos aquejados de aquella patología, Boudin afirmaba que
“(...) los sordomudos de origen consanguíneo son de doce a quince veces más numerosos que cuanto cabría esperar si dicha enfermedad estuviese repartida de una
forma equivalente entre uniones consanguíneas y cruzadas” (Boudin, 1862: 9-10).
A pesar de que en esta ocasión no podemos reconstruir con minuciosidad
el derrotero a través del cual los médicos, higienistas y antropólogos franceses
polemizaron acerca de las uniones consanguíneas, permítasenos mencionar mínimamente dos de sus rasgos.11 El primer punto a resaltar, y acerca del cual coinciden todas las fuentes concernidas, es que los actores de este debate quedaron
divididos en dos grandes grupos: por un lado se ubicaban aquellos que, siguiendo
a Boudin, asignaban al incesto una capacidad patógena independiente de la herencia; en segundo lugar estaban los autores que, acordando con las ideas de Dally
y Sanson, proponían reducir la consanguinidad a su rol de multiplicador de la
transmisión hereditaria.12 El segundo elemento atañe a la valoración divergente a
la que fue sometida la problemática incestuosa. De hecho, casi desde el inicio de
la polémica, y dado su estatuto de ser multiplicador de lo mismo, el incesto fue
dibujado o descripto como aquello más deseado y aquello más temido, como lo
más seductor y horroroso a la vez. En tanto que muchos de estos autores endilgaban a la consanguinidad la provocación de diversas patologías, otros médicos e
higienistas vieron en ella la posibilidad de perfeccionar la raza. El texto de Gallard nos ofrece un claro ejemplo de este último razonamiento:
Si esta familia es completamente sana (...), si no hay en ellos [en los primos que quieren
casarse entre sí] ninguna de esas enfermedades crónicas o de esas predisposiciones
mórbidas que pueden ser transmitidas hereditariamente o que, modificándose, pueden
imprimir una marca malsana sobre la descendencia, entonces él [el médico] podrá, no
11 He intentado exponer y analizar con detalle los textos más importantes acerca de la consanguinidad en
uno de los capítulos de mi tesis doctoral. Por otro lado, en un escrito aparecido recientemente he explorado
los antecedentes de esa discusión y he localizado cómo ciertos puntos del abordaje realizado por la medicina francesa reaparecen en la disciplina psicoanalítica (Vallejo, 2008).
12 Para un resumen de la discusión, véase (Falret, 1865).
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Prosper Lucas y los debates acerca de la consanguinidad
solamente autorizar el matrimonio entre [parientes] cercanos, sino que incluso deberá
aconsejarlo, deberá alentar su realización [l’encourager], con la certeza que producirá resultados excelentes (Gallard, 1869: 113).
Esta sencilla semblanza de la discusión acerca de lo incestuoso de ningún
modo hace justicia a la importancia que aquel tópico asumió a fines del siglo diecinueve en diferentes foros del saber, muchos de los cuales poca relación tenían
con los detalles de la blending inheritance –piénsese en la etnología o el psicoanálisis. De todos modos, de ser válida nuestra hipótesis de localizar a la consanguinidad como un avatar o resultante de la credibilidad de la teoría hereditaria
de la mezcla, urge reconsiderar desde un punto de vista histórico las fuentes que
más colaboraron en el despliegue y difusión de ese peculiar modo de concebir lo
hereditario. Así, el tratado de Prosper Lucas espera y amerita aún investigaciones
pormenorizadas. Por último, y tal y como el lector seguramente lo ha sospechado
ya, no son pocos los tópicos que requerirían un nuevo análisis histórico que parta
de una toma en consideración de los elementos y prescripciones de la teoría de
la blending inheritance; por caso, ¿no estará ella, cual furtivo resorte, en el centro
de la infinidad de proyectos que los médicos franceses, desde Virey hasta Morel,
idearon para perfeccionar la raza mediante cruces “convenientes”? ¿Pueden sopesarse correctamente los numerosos sueños eugenésicos del siglo XIX sin prestar
atención a la credibilidad asignada en ese entonces a tal modo de concebir la
herencia? Así, una reevaluación de la blending inheritance –tarea cuya concreción
reclama una lectura de obras como la de Prosper Lucas- permitiría a la mirada
histórica un más acabado entendimiento de elementos nodales que el siglo diecinueve legó a su sucesor: la familia, el incesto, la filiación, la eugenesia.
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
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151
Dios y la Guerra.
Lucha por la vida y extinción de
la teología natural
Pablo E. Pavesi
Universidad de Buenos Aires
[email protected]
1.
En 1798, Thomas Malthus publica el Ensayo sobre el principio de la población
donde, como es bien sabido, se enuncia la ley por la cual “la población, cuando
no se la restringe, aumenta en proporción geométrica, mientras que los medios
de subsistencia aumentan solo en proporción aritmética” (Malthus, 1798: 18).
Cabe recordar que esa ley vale para toda población posible de s eres vivos en
general: “La necesidad –continúa Malthus– esa imperiosa y omniabarcante ley
de naturaleza, los restringe [los gérmenes de vida contenidos en este lugar de
la Tierra] dentro de límites prescriptos. La raza de las plantas y la raza de los
animales se reducen bajo esta gran ley restrictiva” (Malthus, 1798: 18-19). En
1802, Sir William Paley publica, en Londres, su Natural Theology, or, Evidences
of the Existence and Attributes of the Deity, collected from the appearances of
nature, obra que, en sus sucesivas ediciones, será autoridad para dos generaciones de naturalistas, en su aspiración de fundar en los fenómenos naturales una
teología natural genuina, que, en tanto tal, y según reza su título, no solo quiere
probar la existencia, sino también conocer los atributos de una Deidad que ha
dejado su marca en el mundo. Nos permitiremos citar in extenso un párrafo
de ese libro, especialmente interesante para nosotros, por dos razones: primero,
porque, en su inteligente interpretación de la ley de Malthus (inteligente pues la
misma ley, en su referencia a los “estrictos límites” impuestos a toda población,
la permite), Paley logra reintroducir la súper fecundidad y la destrucción, que en
Darwin definirán la lucha por la existencia y el motor de la selección natural, en
el marco de un orden natural, más precisamente, en el marco de un equilibrio de
los seres vivos que todavía muestra el design (en su doble sentido de designio y
diseño) de una Deidad. En segundo lugar, porque el texto muestra bien que, a
partir de aquí, los signos de la Deidad en el mundo necesitan, para sobrevivir,
una interpretación de la destrucción o la guerra entre seres vivos en términos
que son justamente los que la lucha por la existencia o la guerra darwiniana
vendrá a destituir.
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Pero entonces –escribe Paley– esta súper fecundidad (…) excede la ordinaria capacidad
de la naturaleza para recibir o mantener su progenie. Toda superabundancia supone
destrucción, o debe destruirse a sí misma (...); por lo menos, si se permitiese a cualquier
especie singular incrementarse naturalmente sin obstáculo o restricción, el alimento para
mantener otras especies se agotaría. Es necesario entonces que los efectos de tan prolíficas facultades sean reducidos. Junto con otros obstáculos y límites, todos tendientes
al mismo propósito, se verifica una disminución de los seres vivos por la acción de unos
sobre otros. En algunos casos tenemos experiencia muy directa del uso de dichas hostilidades. Una especie de insecto se nutre de otra especie, y reduce sus rangos. Una tercera
especie mantiene quizás la segunda entre determinados límites; y pájaros y lagartijas son
una valla contra el desordenado incremento de todos los insectos, que de otro modo
nos infestaría. En muchas otras instancias, más numerosas y quizás más importantes,
la disposición de las cosas, aunque menos necesaria y menos útil para nosotros, y por
supuesto, poco observadas, puede ser necesaria o útil para ciertas especies; o para
prevenir la desaparición de ciertas especies del universo, infortunio que parece haber sido
cuidadosamente evitado. Aunque pueda haber una apariencia de error en algunos de los
detalles de los trabajos de la Naturaleza, nunca los hay en sus grandes propósitos (Paley,
1816: 411-412).1
La conclusión de Paley es la siguiente:
Nos hemos detenido en estas consideraciones más que en otras porque el tema del que
se ocupan, a saber, el devoramiento de los animales entre sí, es la principal, si no la única
instancia por la cual puede ponerse en cuestión la utilidad en los trabajos de la Deidad y
en la economía marcada por los signos de designio (Paley, 1816: 413).2
Detengámonos primeramente en la noción de guerra que ese texto sostiene.
Queda claro que:
1) La destrucción de individuos viene siempre y continuamente a restituir
un equilibrio dinámico entre los seres vivos, amenazado por la súper fecundidad,
pero nunca destituido, y que impone un orden, imponiendo para cada especie un
límite infranqueable. Súper fecundidad y destrucción son entonces, escribe Paley,
procesos “contrabalanceados” (Paley, 1816: 408).3
2) La destrucción de individuos resulta de una guerra que se da siempre entre
especies y cuyo fin, que alcanza con sumo cuidado, es justamente evitar que uno de
los contendientes muera, es decir, que una especie desaparezca de la faz de la tierra.
3) Esta visión de la naturaleza no puede percibir la lucha más que en términos
de batalla, y queda todavía obnubilada por el acto dramático de la devoración
continua entre los seres vivos, devoración que es el principal, sino el único fenómeno que podría poner en cuestión la utilidad en los trabajos de la Deidad.
Ahora bien, la guerra darwiniana, tal como se expone en los capítulos tres
y cuatro de El Origen de las Especies (1859), se opone punto por punto a esa
concepción, y de manera tan precisa, que casi podríamos decir que se construye
contra ella. Esto por tres razones principales.
1 (Young, 1985: 612). El destacado es nuestro.
2 (Young, 1985: 612). El destacado es nuestro.
3 (Young, 1985: 611).
154
Dios y la guerra. Lucha por la vida y extinción de la teología natural
1) El resultado de la guerra no es un equilibrio entre muerte y vida, sino la hecatombe incesante e ininterrumpida de seres vivos, en una escala masivamente mayor a la relativamente mínima cantidad de individuos sobrevivientes. La destrucción no balancea la superproducción, la reduce hasta una cantidad mínima de vida.
2) La guerra, por primera vez, no es una guerra entre especies, sino entre individuos, de la misma o de distinta especie, poco importa, y es justamente esta
guerra entre individuos la que permite el nacimiento de formas relativamente
estables en un territorio más o menos determinado.
3) La guerra no es necesariamente, ni principalmente, una batalla; los combates abiertos son solo muestras de una lucha sorda y continua que compromete
a cada individuo por el mero hecho de estar vivo. Luego, la guerra es inherente a
la vida misma: cada huevo y cada larva es, por el mero hecho de vivir, un sobreviviente; en esta economía, la vida es siempre una supervivencia provisoria en la
que cada individuo solo puede vivir gracias y a expensas de la muerte de otro. Una
lucha por la existencia es tal porque es una existencia en lucha.4
2.
La comparación entre la lucha por la existencia y la devoración de sir Paley nos
permite percibir la inquietante originalidad de la guerra darwiniana. Sin embargo,
para percibir el verdadero alcance del concepto de guerra en Darwin deberemos
exceder el contexto intelectual históricamente inmediato, es decir, los textos directamente recibidos. Quisiéramos proponer pues una comparación entre la noción de guerra darwiniana, o más precisamente, entre la lucha por la existencia, y
el estado de naturaleza, tal como se define en la filosofía política de Thomas Hobbes. En los inicios de la modernidad, Hobbes inventa un estado humano de naturaleza, y lo concibe como una guerra; Darwin, en la culminación, o si se quiere, en
el agotamiento de la modernidad, sume a la naturaleza en general en un estado de
guerra. Detengámonos sobre el punto.
En primer lugar, debemos justificar la posibilidad de comparación entre el
animal y el hombre en estado de naturaleza. Este es el punto más fácil porque el
mismo texto de Hobbes la permite, es decir, la exige. En efecto, la voluntad es,
para Hobbes, común a todas las criaturas vivas, pues todas ellas poseen un movimiento vital y un movimiento voluntario, es decir, la acción visible. Este último
tiene siempre su origen en pequeños movimientos interiores (una intención, una
disposición al movimiento que es ya un movimiento) al que que Hobbes llama
“esfuerzo” (Hobbes, 1651: 156-157). El esfuerzo tiene a su vez dos modos fundamentales: “Este esfuerzo, cuando es hacia algo que lo causa se llama apetito o
4 Es por esto que la noción de guerra, en su versión de lucha por la existencia, ha sido interpretada, no sin
razón, como un esfuerzo, “Parece claro –escribe un historiador– que deslizándose del concepto de “guerra”
al concepto de “lucha” (struggle), Darwin otorgaba deliberada preeminencia al esfuerzo sobre el conflicto (de
Beer, 1985: 563). Pero la noción de esfuerzo, de larga historia, puede ser aplicada a cualquier organismo
vivo singular, en tanto indica un deseo, o un principio de acción, que se enfrenta a un mundo que se le
resiste. Por lo menos en su sexta edición, El Origen de las Especies utiliza explícitamente la noción de “guerra” (Darwin, 1872: 604).
155
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
deseo, (…) Y cuando el esfuerzo se aparta de algo es generalmente llamado aversión” (Hobbes, 1651: 157). Pues bien, el conjunto de apetitos, deseos, esperanzas
o temores que antecede la acción es llamado ponderación y es común a todas las
criaturas vivas.5 La voluntad es entonces el fin de la ponderación, el acto en el cual
el animal se apropia o renuncia al objeto de deseo: “(…) el acto –insiste Hobbes–
y no la facultad de querer o no querer”. Por lo tanto, “(...) las bestias que tienen
ponderación, tendrán también voluntad” (Hobbes, 1651: 165). Entre otros inicios,
aquí también se inicia la filosofía moderna: en la aniquilación de todo deseo propiamente humano, o según los términos de la tradición escolástica, de todo “apetito racional”. El mismo apetito, un deseo de vida, mueve a hombres y animales, y
una misma voluntad decide, en todos los casos, la apropiación o la renuncia.
1) Dado lo anterior, podemos enunciar el primer término común entre este
estado humano de naturaleza y el estado de la naturaleza en general. La guerra, tal como se establece entre los humanos, antes de cualquier organización
política, es, como la guerra entre seres vivos, una guerra entre individuos, de
cada hombre contra todos los hombres, de cada ser vivo contra todo ser vivo,
y que por lo tanto nunca puede traducirse en un conflicto entre grupos, clases
o especies: “(…) tiempo de guerra, en el que todo hombre es enemigo de todo
hombre” (Hobbes, 1651: 225). En Hobbes, la condición del hombre en estado
de naturaleza es, en Darwin, la condición de la naturaleza en general, a saber: la
“guerra de todos contra todos (…)” (Hobbes, 1651: 228).6 Y, dado que el derecho “consiste en la libertad de hacer o no hacer”, se sigue que, “en una tal condición, todo hombre [luego, todo animal] tiene derecho a todo, incluso al cuerpo
de los otros” (Hobbes, 1651: 228).
2) Esta guerra es continua e inevitable. Hay hombres que se contentarían
con permanecer tranquilos dentro de límites modestos, pero, dada la hostilidad
de los otros “no serían capaces de subsistir largo tiempo permaneciendo solo a
la defensiva” (Hobbes, 1651: 223-224).7 Todas las criaturas, “en su camino hacia
su fin (que es principalmente su propia conservación) se esfuerzan mutuamente
en destruirse o en subyugarse.” (Hobbes, 1651: 223). De lo cual se sigue que, en
todos los casos, la guerra es inmanente a la vida, o lo que es lo mismo, a su conservación, porque la vida es por definición una vida a costa de la muerte de otros,
sin posibilidad de tregua. Brevemente, el deseo de conservación pone, en el siglo
diecisiete, al hombre, y, en el siglo diecinueve, a todos los seres vivos, en un estado
en el cual no existe satisfacción posible, luego, donde nunca nada es suficiente, y
reina el “miedo continuo, y [el] peligro de muerte violenta; (…) una vida solitaria,
pobre, desagradable, brutal y corta” (Hobbes, 1651: 225).
3) Esta guerra, en tanto inherente a la vida misma, no necesita de batallas.
Hobbes lo dice explícitamente: “Pues la guerra no consiste solo en batallas, o en
el acto de luchar; sino en un espacio de tiempo donde la voluntad de disputar en
batalla es suficientemente conocida” (Hobbes, 1651: 224), de manera tal que “la
5 “Esta sucesión alternativa de apetitos, aversiones, esperanzas y temores se da en otras criaturas vivientes
no menos que en el hombre; las bestias, por lo tanto, también ponderan” (Hobbes, 1651: 165).
6 Cf. Hobbes (1647: 141).
7 Cf. Hobbes (1647: 118).
156
Dios y la guerra. Lucha por la vida y extinción de la teología natural
naturaleza de la guerra no consiste en el hecho de la lucha, sino en la disposición
conocida hacia ella (…)” (Hobbes, 1651: 225). El estado de la guerra, antes que
una lucha, es la voluntad manifiesta y continua de luchar que coincide, por el
punto anterior, con la voluntad manifiesta y continua de vivir.
4) Pero el punto fundamental que caracteriza a la guerra humana en estado
de naturaleza y la guerra de los seres vivos en la naturaleza es precisamente este:
en todos los casos, la guerra se libra entre individuos iguales, más aún, ella nace
de la igualdad, o si se quiere, de una ínfima diferencia. “(…) [L]a diferencia entre
hombre y hombre – escribe Hobbes– no es lo bastante considerable como para
que uno de ellos pueda reclamar para sí beneficio alguno que el otro no pueda
pretender tanto como él” (Hobbes, 1651: 222). Es justamente por esta igualdad
de capacidades (físicas e intelectuales) que la guerra se inicia; ella nace de una
“igualdad de esperanza” respecto a una igualdad de fines. “Y por lo tanto, si dos
hombres cualesquiera desean la misma cosa que, sin embargo, no pueden gozar
ambos, devienen enemigos (…)” (ibíd.). Debemos a Michel Foucault un comentario especialmente lúcido de este texto, comentario que, proponemos, puede
aplicarse término a término a la guerra darwiniana.
[En Hobbes] La guerra primitiva, la guerra de todos contra todos, es una guerra de igualdad, nacida de la igualdad y que se desenvuelve en el elemento de esta. La guerra es el
efecto inmediato de una no diferencia, o en todo caso, de diferencias insuficientes (…) En
consecuencia, si hubiese diferencia, no habría guerra. La diferencia pacifica. En cambio,
en la condición de no diferencia, de diferencia insuficiente (…), en esa anarquía de pequeñas diferencias que caracteriza el estado de naturaleza ¿qué sucede?… [E]l débil nunca
renuncia (Foucault, 2000: 88).
De la misma manera, no es difícil mostrar que El Origen de las Especies inaugura para todos los seres vivos una forma de guerra que, siendo de todos contra
todos, se ejerce, sin embargo, de un modo tanto más cruel y encarnizado (es decir,
con mayor índice de mortalidad) cuanto más semejantes son los individuos entre
sí: “(…) la lucha [por la vida] – escribe Darwin– será siempre más severa entre los
individuos de la misma especie, pues frecuentan las mismas comarcas, necesitan
el mismo alimento y están expuestos a los mismos peligros” (Darwin, 1872: 129130). Es decir, desean lo mismo con igualdad de esperanza. La guerra más cruel
es pues la guerra con el semejante. Tanto es así que Darwin dedica una sección
entera de El Origen a demostrar que “la lucha por la vida es rigurosísima entre
individuos y variedades de la misma especie” (Darwin, 1872: 131), de manera tal
que ella ya no se ejerce principalmente entre predador y presa o entre parásito y
huésped, sino entre predadores, entre parásitos, entre presas y entre huéspedes
(Darwin, 1872: 118). Luego, concluye Darwin, dado que “(…) las formas más
afines (…) entran generalmente en la más rigurosa competencia mutua, en consecuencia, cada nueva variedad o especie, durante su proceso de formación luchará
con la mayor dureza contra sus parientes más cercanos y tenderá a exterminarlos”
(Darwin, 1872: 165). Deberíamos recuperar la sorpresa y el horror que cualquier
naturalista, o en general cualquier hombre culto, convencido de la acción continua de una Deidad inteligente, que equilibra la hostilidad entre especies a fin
de protegerlas a todas, sentiría ante esta guerra inmanente a la vida, es decir, a la
157
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
voluntad de vivir, en la cual todos son enemigos, y el primer enemigo es el igual,
el pariente más cercano.8
Sin embargo, en el caso de los seres vivos, si es verdad que la semejanza provoca la guerra, su contrario no es verdadero; no podemos afirmar, como Foucault
respecto a Hobbes, que “la diferencia pacifica”, porque en la naturaleza, a partir de
Darwin, no hay pacificación posible. Sucede que el hombre, a partir de Hobbes,
puede instaurar una diferencia artificial, porque puede, por miedo a la muerte,
renunciar a la libertad e instaurar una República, por la instauración de un gran
Leviatán, un “dios mortal” (Hobbes, 1651: 267) que ejerza el monopolio de la
violencia. Pero el animal, en su condición de ser vivo, está condenado a su libertad, es decir, a su derecho, porque en él, libertad y vida coinciden, de manera que
no puede renunciar a una para mantener la otra. Sin embargo, si la diferencia no
pacifica la guerra entre los seres vivos, al menos atenúa la cantidad de muerte. En
efecto, que la guerra darwiniana parte de la igualdad, o de la diferencia mínima,
se prueba en lo siguiente: la diferenciación progresiva por selección natural, es
decir, el origen de las especies, permite, al menos, reducir, aunque sea mínimamente, la muerte. Brevemente: la cantidad de vida es directamente proporcional a
la cantidad de diferencia. “Una gran cantidad de variabilidad, término bajo el cual
se incluyen siempre las diferencias individuales, será evidentemente favorable”
(Darwin, 1872: 157-158) a cualquier población dada.9 Permítasenos citar, al menos una vez, un ejemplo. Darwin recurre aquí, como en otros lugares, a un experimento simple pero eficaz, que él mismo realizara en su jardín: si se siembra una
parcela de tierra con una sola especie de hierba, y otra parcela igual con muchas
especies, se obtendrá de la segunda un peso significativamente mayor de hierba
(Darwin, 1872: 182).10 A partir de lo cual Darwin no duda en enunciar como un
verdadero “principio” que “la cantidad máxima de vida puede sostenerse merced
a una gran diversificación de estructuras” (ibíd.). Este principio, verificable en
8 Cabe aclarar que, si la lucha por la existencia puede entenderse en los términos de una guerra en estado
de naturaleza, la inversa no es en absoluto verdadera. La guerra en Hobbes es siempre una guerra humana.
En primer lugar, por los motivos, que exceden la conservación de la vida. El fin de los hombres es “principalmente su propia conservación, y a veces solo su delectación” (Hobbes, 1651: 223); y luego: “Así pues,
encontramos en la naturaleza del hombre tres causas principales de disputa (quarrel). Primero, competición:
segundo, desconfianza; tercero, gloria” (Hobbes, 1651: 224, corregimos la traducción). Hobbes insiste especialmente en el ansia de gloria (alegría por el propio poder): el deseo incesante de poder alcanza un lugar
principal entre las inclinaciones: “(…) sitúo en primer lugar, como inclinación general de toda la humanidad,
un deseo perpetuo e insaciable de poder tras poder, que solo cesa con la muerte” (Hobbes, 1651: 199).
Sin embargo, la conservación de la (buena) vida sigue siendo prioritaria: “En realidad, el hombre no puede
asegurarse el poder y los medios para vivir bien que actualmente tiene sin la adquisición de más.” (Hobbes,
1651: 200). Segundo, por sus medios: la guerra es siempre racional y se despliega en un cálculo de fuerzas, en una estrategia de la anticipación (Hobbes, 1647: 130; Cf. 1640: 80). Tercero, porque el hombre puede exceder la violencia necesaria a sus fines y, atentando contra le ley natural, ser cruel. La ley natural no
impone ninguna obligación pero su trasgresión acarrea deshonor: “Y los hombres no observaban allí otras
leyes sino las del honor, esto es abstenerse de la crueldad (…)” (Hobbes, 1651: 264; Cf. Hobbes, 1640:
244-245). Determinar el sujeto de la guerra hobessiana (individuos o grupos) es un asunto controversial. Seguimos una interpretación ya clásica (Strauss 1965: 1-30; Oakeshott, 1975: 34-36, 60-64; Hampton, 1986:
6-11). Para un estado de la cuestión y una discusión reciente, véase Rosler, 2010.
9 Debe notarse que la mera cantidad de individuos es también favorable, pero, justamente, en tanto tiende
a “compensar una cantidad de variabilidad menor en cada individuo” (Darwin, 1872: 158).
10 Agreguemos, a título de digresión, que la experiencia rebate todo darwinismo social que anuncie la
hegemonía de una especie o raza homogénea. Una especie solo puede ser hegemónica cuanto más diferentes sean sus individuos, es decir, en tanto diverja en múltiples subespecies, es decir, en tanto tienda a
transformarse en varias especies diferentes.
158
Dios y la guerra. Lucha por la vida y extinción de la teología natural
cualquier jardín, permite dar razón de los efectos de la selección natural en largos
períodos de tiempo, a saber, la progresiva divergencia de las estructuras y la extinción de las formas intermedias. Toda la historia de la vida, que, a partir de aquí,
puede ser cuantificada en un gráfico de dos dimensiones, tiende a diversificarse,
sin tender a fin alguno y esa divergencia, irregular, asimétrica, y, subraya Darwin,
absolutamente imprevisible, no es más que la estrategia por la cual, en la miríada
de los siglos, se reduce, mínima pero sostenidamente, la cantidad de muerte y la
crueldad de la hecatombe.11
Podemos, finalmente, señalar la última característica propia de la guerra
darwiniana. Lo que ha sido llamado el medio en el cual ella se desarrolla es un
medio político, es decir, conformado por otros individuos que, en un territorio
restringido o amplísimo, luchan por la existencia, aun sin contacto directo entre
ellos.12 Es cierto que puede haber variaciones por cambios en las condiciones
geográficas de vida, pero su incidencia es indeterminada y Darwin, aún si la
reconoce, no le otorga mayor importancia como causa de modificación, por lo
menos en El Origen de las Especies.13 El medio, en su condición puramente
física, no vital, juega una parte ínfima en la guerra. El invierno de 1844-1845
mató las cuatro quintas partes de los pájaros de la finca; la acción del clima parece
por lo tanto, “a primera vista, ser por completo independiente de la lucha por la
existencia”. Pero el clima no hace más que reducir los alimentos y por lo tanto, no
hace más que acentuar el rigor de la lucha entre las distintas especies que viven
de la misma clase de alimento. Brevemente, el clima nunca tiene una “acción
directa” sobre la vida (Darwin, 1872: 123) porque no hace más que “aumentar la
cantidad de enemigos” (Darwin, 1872: 124). De ahí la insistencia de Darwin en
considerar el medio ya no como un conjunto de lugares, sino como un conjunto
de posibilidades de supervivencia; el animal puede ocupar un lugar justamente
porque ocupa lo que Darwin llama un “puesto” en la economía de supervivencia,
que en tanto tal no existe más que en función de la lucha, es decir, del esfuerzo
de vida. Las “bellas adaptaciones” son adaptaciones a un medio que se concibe
como un conjunto cada vez más complejo de “relaciones de vida” (Darwin, 1872:
583). Luego, la adaptación es la ocupación de “muchos y diferentes puestos en la
economía de la naturaleza” (Darwin, 1872: 584).14 El medio es un lugar, pero un
lugar que se constituye como tal por las variaciones que se esfuerzan en ocuparlo.
Lo cual tiene una consecuencia importante y definitiva, a saber: son los enemigos,
es decir, el conjunto de los seres vivos en un territorio más o menos determinado,
11 Darwin mismo aclara que el diagrama es demasiado regular: “Pero debo hacer notar aquí que este proceso no se conduce siempre tan regularmente como se representa en el diagrama (…), ni que se conduce
tan continuamente; es mucho más probable que cada forma se mantenga inalterada por largos períodos
(…).” (Darwin, 1872: 172).
12 El punto ha sido ya notado en el magistral trabajo de Canguilhem, (1985: 31-32).
13 En 1861, Darwin todavía piensa que “la acción directa de las condiciones de vida no ha sido considerable”, a Davidson, 30 abril 1861, (Darwin, 1888, II: 250). Diez años después reconocerá que “el mayor error
que he concebido ha sido no conceder suficiente peso a la acción directa del entorno (...) con independencia de la selección natural”, a Moritz Wagner, 13 octubre 1876, (Darwin, 1888, II: 489-490; Cf. Darwin,
1871: 34-37; 1872: 594).
14 “Todos los seres orgánicos se esfuerzan por ocupar un puesto en la economía de la naturaleza”; “(…) y
esto creará nuevos puestos disponibles par ser ocupados por formas mejor adaptadas” (Darwin, 1872: 158
y 164, respectivamente).
159
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
los que determinan (de manera oculta) los criterios de utilidad, y por lo tanto la
estructura orgánica de cada uno de ellos. En fin, la relación más importante de
un organismo, en la cual se decide su organización, es la relación de organismo a
organismo.15 La forma del cuerpo es hija de la guerra.
3.
La teología natural, tal como se enuncia, por ejemplo, en la obra de Paley, se conoce por el nombre de teísmo. Esta teología intentará demostrar, a lo largo de
todo el siglo diecinueve y especialmente en el Reino Unido, que Dios puede ser
conocido no solo como causa del mundo, es decir, como un principio regulativo
de la razón, impersonal, cuya existencia, vacía de todo otro concepto, quedaría
indeterminada, sino como creador del mundo, es decir, como un ente que por su
entendimiento y voluntad contiene en sí el fundamento de todas las cosas.16 Pero
si la inteligencia humana, ya huérfana de revelación, debe encontrar la Inteligencia divina en el plan de sus obras, es a costa de degradar al Creador al rango de
Arquitecto, el cual solo se muestra a los hombres a través de una laboriosa inducción, que exige cernir cuidadosamente aquellos fenómenos que se presentan a la
razón como signos, o apenas como índices, de una Inteligencia artesanal, y por lo
tanto de un designio sin el cual la complejidad de los organismos, su innegable
belleza, la delicada precisión de sus adaptaciones, sería inexplicable.17 Esta es la
Deidad que Paley viene a rescatar de la ley de Malthus, y que se revela no solo en
una Inteligencia arquitectónica, sino también legisladora y distributiva, que logra
el delicado equilibrio entre especies de intereses contrarios.
Ahora bien, Darwin, y con él, todos sus contemporáneos saben bien que la
teoría de la descendencia con modificación otorga el último golpe a esta Deidad.
Los seres vivos enmudecen, sumidos en el terror. Productos de la guerra, sus formas ya no reflejan ninguna Inteligencia, y ni siquiera pueden señalar el trabajo
de un demiurgo atareado y exquisito. Silenciosa, la divinidad, en su última figura,
la más humilde, abandona el mundo. Silenciosa, sobre todo, porque ya no se da a
conocer a los hombres, ni por la revelación, ni por la razón pura, ni por la naturaleza de sus obras, y solo se deja pensar como necesidad racional de una causa
primera, que nada nos dice y de la que nada puede decirse. La guerra darwiniana
mata, en la historia del pensamiento occidental, al último ídolo.
De la enorme cantidad de bibliografía publicada desde la aparición de El
Origen de las Especies la mayor parte, quizás con razón, solo puede recuperar la
15 “(...) la relación de organismo a organismo es la más importante de todas las relaciones” (Darwin, 1872: 131).
16 Nos limitamos a glosar aquí la distinción ya clásica entre deísmo y teísmo otorgada por Kant: “(…) Aquel
se lo representa [al ente originario] solo como una causa del mundo (y queda sin decidir si es [causa del
mundo] por necesidad de su propia naturaleza, o por libertad); este [se lo representa] como un creador del
mundo” (Kant, 1787, A631-632; B659-660; 2007: 675).
17 La obra de Paley (1804) revela desde el título ese esfuerzo, lo mismo con la obra clásica que, poco
después, lo extiende al ámbito de las llamadas ciencias inductivas (Whewell, 1816). Un párrafo, por demás
inofensivo, del Bridgewater Treatise de Whewell (1837) sirve como uno de los tres epígrafes que Darwin
elige para El Origen de las Especies. Para un panorama de esta teología natural, referido especialmente al
problema del instinto, (Richards, 1987: 127-156).
160
Dios y la guerra. Lucha por la vida y extinción de la teología natural
posibilidad de un designio en la naturaleza recusando como falso al darwinismo.
Sin embargo, nos interesa detenernos brevemente a examinar la postura contraria
y minoritaria, la cual, adhiriendo a la teoría de descendencia con modificación,
cree sin embargo que ella es compatible todavía con una teología natural, definitivamente herida, pero que la guerra, quizás, no llega a matar. El principal
representante de esta posición es el botánico estadounidense Asa Gray, amigo
y corresponsal privilegiado de Darwin, católico, profesor en Harvard, brillante
taxonomista, autor del clásico Manual of the Botany of the Northern United States
(1848), repetidas veces citado en El Origen de las Especies, y uno de los primeros
naturalistas en adscribir a la teoría de la descendencia con modificación, quien
publica en distintos periódicos de discusión y divulgación científica, ya a partir de
1860, una serie de ensayos dedicados a la teoría de Darwin en general y al problema del designio en particular, los cuales serán reunidos en 1877 bajo el título de
Darwiniana. Essays and reviews pertaining to Darwinism.18
Para entender el argumento principal de Gray, debemos citar un párrafo famoso del El Origen de las Especies, en el cual Darwin se detiene a considerar los
“órganos de complicación y perfección extremas” y, como ejemplo privilegiado,
el ojo, los cuales se erigen como un posible “obstáculo” a su teoría de la selección natural.
Confieso espontáneamente –escribía Darwin– que parece absurdo bajo cualquier punto
de vista, suponer que el ojo con todas sus inimitables disposiciones para acomodar el
foco a diferentes distancias, para admitir cantidad variable de luz y para la corrección
de las aberraciones esféricas y cromáticas, pudo haberse formado por selección natural
(Darwin, 1872: 237).
Pero Darwin resuelve rápidamente esa apariencia. En efecto: la razón dicta
que si puede demostrarse a) que existen numerosas gradaciones desde un ojo
sencillo e imperfecto a un ojo complejo, siendo útil cada grado al animal, “como
ciertamente ocurre”; b) que los ojos varían alguna vez y que las variaciones son
hereditarias, “como ciertamente ocurre”; c) que estas variaciones son útiles a cualquier animal en condiciones variables de vida, “entonces –concluye Darwin– la
dificultad de creer que uno ojo complejo y perfecto pudo formarse por selección
natural, aunque insuperable a nuestra imaginación, no sería considerada como
destructora de nuestra teoría” (Darwin, 1872: 237).19
El argumento de Gray no hace más que aprovechar una posibilidad que
Darwin dejaba intacta. “Ahora bien, –escribe– si el ojo, tal como es, o ha llegado
18 Valga recordar que uno de esos ensayos, “Natural Selection not Inconsistent with Natural Theology” publicado en el Atlantic Monthly, de Nueva York, en sus números de julio, agosto y octubre de 1860, fue reeditado en 1861 por el Atheneum de Londres, por intervención y a expensas del propio Darwin. Véase a Lyell,
30 julio 1860, (Darwin, 1888, II: 194), a Gray, 10 septiembre 1860 (Darwin, 1888, II, p. 208-209) y a Hooker,
11 diciembre 1860, (Darwin, 1888, II: 231). “Su folleto le ha hecho un gran bien a mi libro” le escribe Darwin
a Gray, 15 marzo 1862, (Darwin, 1888, II: 273). “Nadie entiende mejor mi punto de vista y lo ha defendido
tan bien como Asa Gray”, a J. D. Dana, 30 julio 1860 (Darwin, 1903, I: 160).
19 La objeción basada en la alta complejidad de algunos órganos es la primera que Darwin aborda, casi
en los mismos términos, en la Conclusión de El Origen (Darwin, 1872: 573-574). “Su punto más débil es,
creo, el que concierne a la formación de órganos, de los ojos, etc.”, escribe Gray a Darwin, 23 enero 1860,
(Darwin, 1888, II: 123). “Aun ahora –responde Darwin– el ojo me hace temblar (…)”, a Gray, febrero 1860
(Darwin, 1888, II: 124).
161
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
a ser, muestra tan convincentemente un designio, ¿porqué no cada escalón particular o cada parte de su resultado? (Gray, 1877: 84). La actividad correctora
del ojo, en tanto permite a los jóvenes animales ver más distintamente que sus
padres, indica un designio tanto como indica un designio cualquier par de anteojos. (Gray, 1877: 84- 85). Gray cree poder salvar la Deidad, o por lo menos
su testimonio en el mundo, sin otro sacrificio que otorgarle el tiempo suficiente
para que su obra pueda devenir cada vez más perfecta. “Darwin –escribe, en lo
que por otra parte es una lectura muy discutible de la conclusión de El Origen– solo os asegura que aquello que hubiese podido pensarse fue hecho directa
e inmediatamente, fue hecho indirecta y sucesivamente” (Gray, 1877: 85). La
acción de la Deidad no es pasada y definitiva, es presente e incompleta, y se declina en gerundio; no hizo, sigue haciendo, “mediatamente”, es decir a través de
la colisión de los individuos uno con otro o con el entorno. (Gray, 1877: 73-74).
Esto quiere decir simplemente que el designio ya no aparece en un resultado
sino en la serie de repeticiones de los resultados. Gray se permite un argumento
jurídico: si golpeo con mi boomerang a un paseante, mi acto puede ser debido al
azar, pero si, con puntería creciente he golpeado y sigo golpeando con cada vez
mayor eficacia a los transeúntes, la acción no puede deberse más que a un designio (Gray, 1877: 72).
Gray aprovecha además un segundo resquicio que Darwin parecía otorgarle,
este es, el del origen de las diferencias individuales. “La variación en sí es del
orden de una originación” (Gray, 1877: 75), “misteriosa e insondable, salvo por
la suposición de una voluntad ordenadora”, (Gray, 1877: 77). Gray insiste en
el punto: “la evidencia de diseño en la estructura y la adaptación nos es brindada, en forma completa, por cada individuo…” (Gray, 1877: 151-152). Más
aún: dado que la causa física de la variación es “completamente desconocida y
misteriosa”, Gray se permite “aconsejar a Mr. Darwin asumir, en la filosofía de
su hipótesis, que la variación ha sido conducida a lo largo de ciertas líneas beneficiosas”, tal como las corrientes, y todas las gotas del río son conducidas por
una única fuerza (Gray, 1877: 148). Casi está de más decir que Darwin, reacio
a admitir nada parecido a una línea beneficiosa determinada a priori, rechazará
ese consejo clara y vigorosamente.20
Pues bien, llegados aquí, es inevitable preguntar ¿cómo encontrar en la guerra
el signo de una Inteligencia? ¿Qué signo de Deidad y el signo de qué Deidad
puede revelarse en la hecatombe continua? Asa Gray apenas toca el punto, y
cuando lo hace deja abierta, tímidamente, una idea inquietante que no necesita,
veremos porqué, desarrollar. El argumento es lacónico e inteligente. Enfrentado a
las miríadas y miríadas de granos de polen, todos y cada uno de estructura compleja, dispersos en el viento, Gray escribe:
20 “Que la variación ha sido dirigida según ciertas direcciones provechosas (...) No puedo admitirlo”, a
Gray, 26 noviembre 1860 (Darwin, 1888, II: 228). Lo mismo en la carta a Gray, 5 junio 1861 (Darwin, 1888,
II: 125). Darwin es inusitadamente duro en la confidencia a otro amigo: “Las variaciones – escribe – (…) se
deben a causas desconocidas, sin propósito y, hasta cierto punto, accidentales”. La analogía de Gray, por
la cual ellas se conducen como un río por la gravedad, “arruina todo el asunto” y se ubica en lo que Comte
llamó el “estado teológico de la ciencia”, a Lyell, 2 agosto 1861, (Darwin 1903, I: 191-192). Lo mismo en la
carta a Lyell, 21 agosto 1861 (Darwin, 1903, I: 193-194).
162
Dios y la guerra. Lucha por la vida y extinción de la teología natural
En el caso (…) de los pinos, la vasta sobreabundancia de polen sería un desperdicio solo
si la intención fuese fertilizar las semillas del mismo árbol o si hubiese posibilidad de ser
transportados por insectos; pero, en tanto el fin es la fecundación más amplia, usando el
viento (…) nadie tiene derecho de declarar que el polen del pino es excesivo y superfluo.
La facilidad del transporte aéreo solo puede ser producida contra la sobreproducción de
polen (Gray, 1877: 377).
Las miríadas de semillas individuales son la condición de posibilidad para
que algunas de ellas vivan y fructifiquen; luego, en tanto condición de posibilidad, la cantidad de semillas producidas nunca puede ser en sí, excesiva. Brevemente, la utilidad de la muerte reside en el sacrificio. Según esto, la Deidad
trabajaría en el tiempo por una acción siempre mediatizada y solo puede perfeccionar las formas que produce a través de la extinción de otras formas, de la
misma manera que solo puede garantizar la mayor cantidad de vida por la mayor cantidad de muerte. Este demiurgo trabaja con la materia, como cualquier
demiurgo, pero, como un demiurgo del siglo diecinueve, la muerte misma es la
materia con la que trabaja.
Pero Asa Gray no se detiene sobre el punto. Y esto no por mala fe sino porque está convencido de que la teoría darwiniana no agrega ni quita nada a los
argumentos a favor de una Deidad, y a las dificultades que enfrentan, tal como
aquellos habían sido enunciados desde Paley.
Porque la Naturaleza – escribe el botánico– es obviamente benevolente en mil direcciones
y aparentemente cruel en mil otras, y esto ciertamente no lo sabemos a partir de Darwin,
tal como no lo sabíamos a partir de Paley; ciertamente la niebla en la que nos encontramos no es ahora más espesa (Gray, 1877: 149).
Brevemente, Gray puede prescindir de dar razón de la guerra porque sostiene
que, después de Darwin, los argumentos a favor de una deidad inteligente siguen
intactos, así como nuestro desconocimiento del íntimo mecanismo de sus actos y
que por lo tanto, la teoría darwiniana, y cualquier teoría, en tanto referida a causas
segundas, deja intacta la posibilidad de pensar una Inteligencia laboriosa y misteriosa en el fin de sus designios. No sin asombro, el lector de Gray encontrará,
cerrando el volumen, una reverente cita de Aristóteles: “(…) lo Divino es lo que
mantiene unida a toda la Naturaleza” (Gray, 1877: 390).
Ahora bien, esta afirmación es absolutamente legítima, pero a costa de un
precio elevadísimo que Gray admite con intachable honestidad intelectual y
casi con candor. La organización de los seres vivos, a partir de aquí solo muestra la posibilidad de un designio, un designio posible, es decir, no contradictorio con los hechos observados, pero esa organización, cualquiera sea la teoría
que la explique, nunca servirá para probar fehacientemente la acción necesaria
de una Inteligencia.
Ahora bien –confiesa Gray desde el principio–, debe notarse que el designio nunca
puede ser demostrado. El testimonio del acto no nos hace conocer el designio [y]…
el testimonio no es una prueba. La única vía que queda, la única posible en el caso
en que el testimonio quede fuera de duda, es inferir el designio del resultado o de
las disposiciones que se nos muestran como adaptadas o dirigidas (intended) para
163
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
producir cierto resultado, y que entonces sostienen la presunción de designio (Gray,
1877: 70). 21
Lo único que queda es pues una certeza puramente moral, es decir, al fin
de cuentas, una creencia, en suma, una legítima presunción. De hecho, lo único que Gray pretende probar es apenas esto: que “la selección natural no es
inconsistente con la teología natural” (Gray, 1877: 87). El sistema darwiniano
“no implica, por sí mismo, un designio,[pero] ciertamente es compatible con
él, y hasta lo sugiere” (Gray, 1877: 379). La evocación de Paley y de Aristóteles
encuentra ahora su sentido: si ninguna teoría sobre la organización de los seres
vivos puede probar la presencia de lo divino, ninguna, ni siquiera la de Darwin,
puede probar su ausencia. El teísmo, que ya casi se había resignado a admitir
una divinidad que trabajosamente modela por la guerra criaturas siempre perfectibles, renuncia a toda prueba y se resigna a una divinidad que solo puede
presumirse como la mejor hipótesis (Gray, 1877: 379). Se puede intuir ahora la
desilusión del lector que buscaba en Gray un nuevo Paley. La teología natural,
en efecto, se había esforzado por probar la acción inteligente de una Deidad ya
lejana, pero que todavía podía ser inferida necesariamente de los hechos, como
principio necesario de inteligibilidad. Esa inferencia ya no es posible si los hechos son apenas compatibles con la acción divina. Nada prueba la presencia de
una Inteligencia, pero nos conformaremos, y nos conformaremos para siempre,
con admitir que nada la refuta.22 Frente al último desafío de la teología, Asa
Gray ni siquiera necesita enfrentar a este dios terrible, o ya impotente, sometido
al tiempo y a una guerra que la perfección de sus obras apenas logra reducir, y se
decide por una ingeniosa renuncia. Esta última Deidad, apenas concebida, nos
abandona, sin dejar en los seres vivos ninguna marca de presencia, pero tampoco
de ausencia. El sacrificio es evidente: en su ensayo, por lo demás exitoso, Gray
cede en aquello que ninguna teología natural –en tanto teología racional– puede
ceder, y relega a la Deidad al ámbito de la creencia. Dios abandona pues la naturaleza, su último refugio, y no otorga más que una creencia verosímil, la última
versión de una fe ya degradada.
Pero, ¿quién querría creer en esta deidad meramente posible, ante el espectáculo desolador del sufrimiento y la muerte? Ante esta renuncia, el primero en
confesar su cansancio es el mismo Darwin, en una carta a Gray de 1860 que expresa, con total legitimidad, la creencia contraria, es decir, la franca descreencia.
No puedo ver –confiesa Darwin– tan claramente como otros, y como yo mismo querría,
evidencia de designio y beneficencia a nuestro alrededor. Me parece que hay tanta miseria en el mundo… Estoy inclinado a ver todo como el resultado de leyes determinadas,
cuyos detalles, sean buenos o malos, fueron dejados al trabajo de aquello que podemos
llamar azar (…).23
21 Destacado nuestro.
22 Gray volverá desarrollar esta posición pocos años después en un par de conferencias que, a diferencia
de lo que sucedía en las Darwiniana, dicta como naturalista cristiano (Gray, 1880). El argumento es aún vigente (Miles, 2001: 200-201). Debemos reconocer aquí nuestra deuda con Ellegard (1990: 136-140).
23 A Gray, 22 mayo 1860 (Darwin, 1888, II: 174-175).
164
Dios y la guerra. Lucha por la vida y extinción de la teología natural
4.
Podemos detenernos ahora, para terminar, en los textos que Darwin dedica al
asunto, que son pocos, escuetos y, salvo uno, muy discretos; esa general parquedad
testimonia la repugnancia de nuestro autor por temas teológicos o metafísicos. En
efecto, en los pocos lugares donde trata de teología, Darwin confiesa y se refugia
en la impotencia del agnóstico.24 La conclusión de El Origen –dirigida casi exclusivamente contra la teología que hace de cada especie una creación separada– es
el único lugar donde Darwin se permite cierta libertad especulativa. Allí menciona, en primer lugar y sin riesgo alguno, una Deidad que era ya lugar común: un
Creador, entendido estrictamente como causa primera, que imprime leyes en la
materia (causas segundas).
Autores eminentísimos parecen estar completamente satisfechos con la teoría que cada
especie ha sido creada independientemente. A mi juicio, se aviene mejor con lo que conocemos de las leyes impresas en la materia por el Creador, el que la producción y la extinción
de los habitantes pasados y presentes del mundo sean debidas a causas secundarias, como las que determinan el nacimiento y la muerte de los individuos (Darwin, 1872: 603).
Detengámonos brevemente en los dos términos de esta afirmación: las leyes y
el Creador. Queda claro, y la carta a Gray que citáramos poco más arriba es testimonio de ello, que la noción de ley no necesita de la suposición de un designio.
Un agregado a la sexta edición de El Origen es todavía más claro: “Se ha dicho
que por selección natural, hablo de la acción de una deidad (…) pero por naturaleza quiero decir solo la acción conjunta y el producto de muchas leyes naturales
y por leyes, la sucesión de hechos en cuanto son comprobados por nosotros”
(Darwin, 1872: 137).25
Dado este concepto de ley, que Darwin recibe de Hume, este mundo, aun pleno de bellas adaptaciones, es, por definición, imperfecto y, por lo tanto, perfectible
(Darwin, 1872: 586-587).
Respecto del Creador, ya definitivamente silencioso y borradas sus marcas de
la naturaleza, Darwin se permite, quizás por única vez, una especulación, lo que él
llama un razonamiento “por analogía”, y cuya única preocupación es numerar la
cantidad de formas creadas: “Creo que los animales descienden, a lo sumo, de solo
cuatro o cinco progenitores, y las plantas de un número igual o menor” (Darwin,
1872: 599). Pero esto exigiría admitir la presencia de dos formas irreductibles una
a otra, la animal y la vegetal, según una tradición varias veces secular; es así que
enseguida, Darwin, citando una observación de Asa Gray, por la cual los órganos
24 “El lado teológico de la cuestión es siempre penoso. Estoy confundido. No tenía intención de escribir como un ateo (...) Estoy íntimamente convencido de que la totalidad de la cuestión es demasiado profunda para la inteligencia humana”, a Gray, 22 mayo 1860, (Darwin, 1888, II: 174-175). Darwin invoca repetidas veces
este agnosticismo, a Lyell, abril 1860, (Darwin, 1888, II: 163), a Gray, 26 noviembre 1860, (Darwin, 1888, II:
228-229), 17 septiembre 1861 (Darwin, 1888, II: 260-261), 11 diciembre 1861, (Darwin, 1888 II: 267).
25 “No creo que haya mayor intervención del Creador en la construcción de cada especie que en el curso
de los planetas. Creo que es debido a Paley y compañía que se piensa que una intervención especial es
necesaria en los cuerpos vivos”, a Lyell, 17 junio 1860 (Darwin, 1903, I: 154).
165
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
reproductores de las algas inferiores tienen una existencia primero animal y luego
vegetal, se anima a proponer que “… según el principio de selección natural….,
tenemos que admitir que todos los seres orgánicos que en todo tiempo han vivido
sobre la tierra descienden tal vez de una sola forma primordial” (Darwin, 1872:
509). Pero la suposición de una criatura primordial, de la que nacen todas las formas, resulta de una pura deducción y, concluye Darwin, “(…) es de poca importancia que sea aceptada o no” (ibíd.).
Sin embargo, ya sumidos en el cansancio y quizás en el consuelo de una deidad que nos abandona definitivamente, encontramos, en el último párrafo de la
última edición de El Origen… una invocación, en la cual, sin que nada lo exigiera,
Darwin se complace en el silencio del Creador y celebra la vida en guerra.
Así pues, el objeto más excelso que somos capaces de concebir, es decir, la producción
de los animales superiores, resulta directamente de la guerra de la naturaleza, del hambre
y de la muerte. Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes facultades, fue originariamente alentada por el Creador en unas cuantas formas o en una sola,
y que (…) se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan sencillo, infinidad de formas cada vez más bellas y maravillosas (Darwin, 1872: 604).
Paley todavía podía conciliar la guerra con una Deidad legisladora, que administraba la muerte en una justicia distributiva, en un equilibrio dinámico en el
cual ningún contrincante, finalmente, moría. Gray, enfrentado a la guerra darwiniana, permitía todavía la creencia en un dios que ya nos ha abandonado, sin dejar
rastros de su presencia y sin dejar rastros de ausencia. Darwin cruza el umbral que
Gray no podía franquear: hace de la guerra el indicio de una ausencia, pues no
solo se complace en este Creador indiferente e impersonal que deja libradas sus
criaturas (una hipotética forma primordial o algunas, poco importa) a su suerte,
es decir a su muerte, sino que además celebra la grandeza de esta vida en guerra,
la cual, ya definitivamente inocente y más allá del bien y el mal, produce, o mejor,
extrae del hambre y la muerte a los seres vivos, seres que, entiéndase bien, son,
a partir de aquí, “el objeto más excelso que podamos concebir”. La naturaleza,
abandonada a sí misma, es decir al deseo y la guerra, señala la última ausencia
del último dios que la teología podía otorgarnos. Solo nos cabe, a partir de aquí,
esperar, esto es, pensar la posibilidad de pensar, todavía, a Dios, muertos los ídolos
que la razón le había erigido.
166
Dios y la guerra. Lucha por la vida y extinción de la teología natural
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
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168
Biotipología, orientación profesional y selección de personal en
el discurso de la Asociación Argentina de Biotipología, Eugenesia y
Medicina Social (1930-1943)
José Gómez Di Vincenzo
Universidad Nacional de San Martín
[email protected]
1. Consideraciones previas
La búsqueda de una esencia humana universal cuyo correlato sería la organización social tiene una larga historia en Occidente. Tanto desde la filosofía, como
más recientemente, desde las ciencias, se ha intentado fundamentar o impugnar el
orden social a partir de la defensa de una –supuesta, imaginaria, o biológica– naturaleza humana. A partir del siglo diecinueve, ocurre un cambio en la forma de
fundamentar racionalmente lo político. En efecto, desde hace dos siglos, la ciencia
se ha convertido en uno de los referentes teóricos para la elaboración de dichos
discursos. La apelación a la ciencia como conocimiento objetivo, a salvo de cualquier contaminación de tipo ideológico, vino a fundamentar el discurso político
elaborado con el fin de legitimar un orden social. Por su parte, la fuerte influencia
en el mundo académico de la teoría darwiniana de la evolución, la teoría celular,
la antropología y el éxito de la física newtoniana marcaron una fuerte impronta
en las ciencias sociales. Es en este contexto que irrumpen en escena una serie de
definiciones de la esencia humana elaboradas a partir de una lectura particular de
la teoría darwiniana de la evolución. (Palma, 2001).
El determinismo biológico vino a afirmar que tanto las normas de conducta
compartidas como las diferencias sociales y económicas que existen entre los
miembros de una sociedad determinada derivan de ciertas condiciones heredadas
o innatas que las relaciones sociales no hacen más que reflejar (Gould, 1988).
En las sociedades modernas, la naturalización de las relaciones sociales anularía –o por lo menos debilitaría– el conflicto generado por la tensión existente
entre la igualdad legal, que es propia del modelo contractualista moderno, y las
desigualdades que surgen a partir de las características específicas que adopta la
estructura socioeconómica (Palma, 2001).
El conflicto dado por la tensión existente entre desigualdad y diversidad
pretende resolverse, entonces, mediante una serie de intentos de legitimación
169
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
de la desigualdad social apelando a la diversidad biológica, vía aplicación de un
programa eugenésico que incluye, como una de las tantas tecnologías asociadas, la
confección de fichas biotipológicas de alumnos y trabajadores.
Las tecnologías sociales y médicas que hacen del movimiento eugenésico la
expresión más cabal, plena y articulada de la biopolítica, poniendo o intentando
poner a la población bajo control, pueden ser reconocidas en distintos ámbitos de
aplicación. Entre estas tecnologías, se destacan el certificado médico prenupcial;
el control diferencial de la concepción; la esterilización de individuos o grupos
como los débiles mentales o los criminales; el aborto eugenésico y el control de la
inmigración (Palma, 2002).
El esfuerzo de los eugenistas argentinos por otorgar un papel preponderante a
la educación de los jóvenes se caracteriza como uno de los principales rasgos de la
mentalidad eugenésica y al mismo tiempo, se articula con la necesidad de realizar,
tan pronto como sea necesaria, una debida orientación profesional en función de
las aptitudes o cualidades relevadas por medio del fichado biotipológico junto a la
corrección de las posibles desviaciones que puedan darse en el individuo mediante la medicina social. Los diferentes roles que los individuos asumirían y desempeñarían en el proceso productivo se definen apelando a cierta esencia humana
ya no desde de la filosofía sino por medio de un discurso de orden biológico y
concretamente, biotipológico.
El control y la tipificación de la población a través de las llamadas “fichas eugénicas” o, en general, por medio de las “fichas biotipológicas” jugaban un papel
central a la hora de anticipar aptitudes y prescribir roles laborales para satisfacer
de un modo eficiente las demanda de mano de obra calificada propia de la creciente industria. Los estudios psicotécnicos preocupacionales, articulados con la
ficha biotipológica, procuraban optimizar la selección de trabajadores y asignar
roles en función de las aptitudes demostradas.
2. Medicina del trabajo, orientación profesional y selección de personal
La medicina del trabajo o medicina laboral es una especialidad de las ciencias
biomédicas cuyo objetivo consiste en estudiar las enfermedades causadas por la
actividad laboral y los accidentes producidos como consecuencia de la misma, así
como las medidas de profilaxis para evitar las primeras y las de prevención que
permitan reducir las posibilidades de que se produzcan los segundos. No se encarga, solamente, de la aplicación de una terapéutica adecuada al medio especial
en el que se desenvuelve la tarea del trabajador sino también, del estudio de la
profilaxis, de la seguridad y de la higiene laboral.
De la mano de la modernización de los procesos industriales, comienzan
a desarrollarse en el campo de la medicina del trabajo, una serie de estudios
relacionados con las pautas de selección de trabajadores y con el desarrollo de
la orientación profesional de la juventud. El surgimiento y posterior desarrollo
de la orientación profesional y la selección de personal dentro del campo de
la medicina laboral en nuestro país se encuadran dentro de los cambios que
comenzaron a darse a principios del siglo veinte en el proceso productivo, espe170
Biopolítica, orientación profesional y selección de personal en el discurso de la AABEMS
cíficamente, con el creciente desarrollo de la industria. En efecto, el crecimiento
de la actividad industrial dado por la necesidad de sustitución de importaciones
alentó la demanda de una fuerza de trabajo capacitada y altamente especializada
que pudiera llevar a cabo las tareas que las modernas fábricas requerían (Kosacoff y Azpiazu, 1989).
Al mismo tiempo, se dan una serie de investigaciones y aportes teóricos provenientes del campo de la psicología y la psicotécnica que procuran satisfacer la
demanda de instrumentos de intervención surgidos gracias a la aplicación del
conocimiento científico para llevar a cabo la gestión del personal dentro de lo que
conocemos como organización científica del trabajo. La psicología aplicada a distintos campos no era un fenómeno nuevo a mediados del siglo veinte. Esta disciplina ya había adquirido un fuerte impulso luego de la Primera Guerra Mundial
al remarcarse su papel como profesión destinada a la promoción del bienestar
humano (Klappenbach, 2005).
A partir de lo expuesto, tenemos dados todos los condimentos necesarios para
la consolidación de la medicina laboral como disciplina científica en nuestro país.
En efecto, durante la primera mitad del siglo veinte, junto con la instalación de
una serie de laboratorios e institutos especializados en realizar investigaciones
en el campo de la psicotécnica, se realizan congresos y reuniones científicas, se
publica una importante cantidad de bibliografía especializada y se crean cátedras
universitarias o carreras con el objeto de proporcionar herramientas teóricas y
prácticas de intervención para la satisfacción de las demandas sociales relacionadas con el desarrollo económico (Klappenbach, 2005).1
Básicamente, a los largo de la década del treinta, la Asociación Argentina de
Biotipología, Eugenesia y Medicina Social (en adelante, AABEMS)2 impulsará
una nueva concepción de la organización científica del trabajo, de la orientación
profesional y la selección de personal fuertemente influenciada por la biotipología. Para los médicos de la AABEMS, la medicina del trabajo es una biotipología
del trabajador.
3. Biotipología, psicotécnica y medicina laboral
La biotipología, constituye un área especial de investigación que se diferencia
de las doctrinas constitucionalistas clásicas por prestar especial atención al estudio de los biotipos somáticos y psíquicos humanos apelando a otros principios
y método de investigación, extendiendo las aplicaciones prácticas con respecto
a dichas doctrinas pero tomando también a aquellos estudios como referentes
1 En rigor, es a partir de las décadas de 1940 y 1950 cuando este proceso adquiere mayor empuje debido
a los fuertes cambios que se operan en el proceso productivo como producto del proceso industrial y la
sustitución de importaciones operadas sobre todo durante el primer y segundo gobierno de Juan Domingo
Perón.
2 La AABEMS fue fundada en el año 1932 en Buenos Aires, Argentina. Entre sus principales actividades se
encontraba la realización de investigaciones en el área de la medicina constitucional para determinar los biotipos étnicos de la población argentina y obtener, de este modo, un diagnóstico que permita llevar a cabo
un programa eugenésico a través de la medicina social. En 1943 la AABEMS es absorbida por la Secretaría
de Salud Pública de la Nación.
171
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
valiosos.3 Desde la biotipología, se sostiene que es posible establecer una clasificación de los seres humanos a partir de determinadas características corporales,
anatómicas, manifestaciones de orden hormonal, humoral, factores genéticos,
ambientales y aspectos neuropsicológicos y que existe una relación entre el biotipo obtenido y ciertos rasgos temperamentales, aptitudinales y morales del sujeto.
En la evaluación biotipológica, el médico realiza un fichado recabando una serie
de datos biométricos, clínicos y psicológicos con el fin de determinar el biotipo
del sujeto e inferir las características temperamentales específicas, cualidades
morales y aptitudes que corresponden a dicho biotipo, evaluando las posibilidades del sujeto, por ejemplo, para el cumplimiento de determinados roles u ocupaciones prácticas (Pende, 1947).
La psicotécnica, básicamente, consiste en el estudio de los problemas psíquicos
inherentes al trabajo con el objeto de realizar una adecuada orientación profesional
o selección de personal. Incluye el estudio y la implementación de una batería de
test cuyo objeto es indagar ciertas aptitudes psicológicas especiales del individuo y
averiguar lo que lo caracteriza desde el punto de vista psicológico con respecto a
los demás. En articulación con la psicotécnica, la biotipología cumple un rol central en cuanto a la implementación de fichados a partir de los cuales, relevar aptitudes y establecer diagnósticos y prescripciones de roles laborales (Rossi, 1934).
En articulación con la psicotécnica, la biotipología cumple un rol central en
cuanto a la implementación de fichados a partir de los cuales, relevar aptitudes y
establecer diagnósticos y prescripciones de roles laborales.
4. La propuesta de la AABEMS para la prescripción de roles laborales
Desde el primer número de los Anales de Biotipología, Eugenesia y Medicina
Social, principal órgano de difusión de la asociación, la dirección de la revista dejó
claramente expresado que uno de los objetivos de la institución apuntaba a clasificar biotipológicamente a los niños y jóvenes con el objeto de hacer más eficiente
la formación y la selección de la fuerza laboral.
Es el endocrinólogo italiano, Nicola Pende, quien eleva la medicina constitucional al estatus de ciencia biotipológica. Para Pende, principal referente para los
médicos de la AABEMS, la orientación profesional y la selección de personal son
tareas biotipológicas, y desde esta perspectiva, es la biotipología la encargada de
prescribir los futuros roles laborales. El trabajo, según Pende, tiene un “elemento
esencial”, el “individuo que trabaja” el cual, se define como una “personalidad
biopsíquica que se encuentra en la situación psicofiosiológica compleja del trabajo” (Pende, 1947: 469). Desde esta perspectiva, el trabajo se define en términos
individuales, como una actividad que se realiza en soledad e independientemente
del contexto social en el que se encuentra. Es a partir del sujeto aislado como se
define aquello que el trabajo es. Como puede apreciarse, se trata de una concepción de trabajo fuertemente marcada por el esencialismo, una postura que invier3 La medicina constitucional busca establecer relaciones entre ciertos rasgos físicos y psíquicos de los
seres humanos.
172
Biopolítica, orientación profesional y selección de personal en el discurso de la AABEMS
te, por ejemplo, las premisas materialistas desde las que se concibe al ser humano
como esencialmente trabajador pasando a otra en la que el hombre es la esencia
del trabajo. Esta postura es coherente con las características que asume el modelo
epistemológico sobre el que se fundamenta la práctica biotipológica. En efecto,
dicha episteme toma al individuo como eje central a partir del cual, diagnosticar
enfermedades y plantear las terapias en pos de su cura en vez de prestar atención
a los agentes ambientales que puedan producir la enfermedad. Siguiendo esta línea, será el biotipo individual aquello a partir de lo cual, se definirá o determinará su futuro del sujeto como trabajador, ya delineando una orientación, ya permitiendo su selección como apto para determinadas actividades, ya como proclive
a enfermarse padeciendo ciertas dolencias en el desempeño de un determinado
puesto de trabajo.
Tenemos, hasta aquí, planteadas dos dimensiones en la relación de la ciencia
biotipológica y la medicina del trabajo. Por un lado, una dimensión positiva en la
que la relación de la biotipología con el trabajo está dada por el proceso de orientación profesional que tiende a mostrarle al sujeto biotipificado cuál sería el mejor
camino para desempeñar su rol laboral o a qué dedicar su esfuerzo para el beneficio de todos. Por otro lado, una negativa, que se plasma en la selección de personal siendo aquí más importante el juicio negativo que el positivo, la exclusión que
la inclusión en determinadas actividades.
La orientación profesional se lleva a cabo en la juventud y casi siempre, busca
concordar con el período de escolarización. En efecto, para Pende, una de las
mejores maneras de lograrlo era realizando una buena orientación desde la adolescencia (Pende, 1947). De aquí, la importante relación que existe entre la biotipología de los trabajadores y la biotipología de los alumnos. En relación con la
medicina laboral, el biotipólogo debe actuar en el mismo sentido que el docente
en el contexto educativo. Esto es, lo antes posible, para seleccionar y orientar al
joven con el fin de maximizar el aprovechamiento de sus cualidades o aptitudes
productivas. Pende sostiene que como no somos todos iguales y está claro que
existe diversidad entre los hombres, es preciso realizar una buena demarcación de
roles a futuro. Ambas disciplinas, biotipología y pedagogía, actúan en sincronía
mediante la aplicación del fichado biotipológico de estudiantes y jóvenes y en
diacronía durante toda la niñez y pubertad, gracias a los aportes de la biotipología ontogenética o auxológica4 para, no solo prescribir la educación acorde a sus
aptitudes sino también, para definir su futuro desempeño laboral y/o profesional
(Pende, 1947).
Esta es otra de las razones por las cuales, era fundamental para la AABEMS,
instalar el debate político, la discusión sobre la aplicación de la ficha biotipológica escolar en todas las escuelas del país. Con ello, además de tener una base de
datos universal más que importante para llevar a cabo el programa eugenésico, se
4 La biotipología ontogenética o auxológica se encarga de llevar adelante el estudio del biotipo en las distintas fases del crecimiento. Según los más destacados exponentes del campo su estudio es la parte más
esencial de toda la Biotipología puesto que es fundamental conocer no solo las cualidades esenciales desde su surgimiento sino también las anomalías cuando el individuo se encuentra en pleno desarrollo. Su estudio representa todo un nutrido campo de investigación dentro de la Biotipología humana y es fundamental
en la relación Biotipología, Eugenesia y Educación y Biotipología, Eugenesia y Medicina Laboral.
173
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
lograba prescribir roles sociales no solo en cuanto a facultades intelectivas y a las
posibles aplicaciones pedagógicas especiales para cada biotipo sino también, las
capacidades laborales y los futuros desempeños profesionales.
Para los médicos de la asociación, la medicina del trabajo es, básicamente, una
biotipología del trabajador. Los biotipólogos realizarán sus aportes al campo de la
orientación profesional y la selección de personal articulando la implementación
de la ficha biotipológica y la realización de test psicotécnicos para la confección
de una ficha del trabajador.
El Doctor Arturo Rossi, principal representante de la biotipología argentina,
inspirado por su maestro el Doctor Pende, aporta sus conocimientos biotipológicos para establecer su vinculación con la medicina del trabajo y para difundir en
los Anales, la importancia de la implementación de los estudios biotipológicos
en el campo de la medicina del trabajo. Desde la perspectiva de Rossi, la ficha
biotipológica se constituye en una herramienta central a partir de la cual, llevar a
cabo la orientación profesional de la juventud o selección del personal. En pocas
palabras, desde la mirada de Rossi, la psicotécnica debe complementarse con la
biotipología para llevar a cabo las tareas de selección de personal y fundamentalmente, las de orientación profesional en el campo de la educación (Rossi, 1934).
Arturo Rossi se interiorizó de los alcances de la biotipología en el campo de la
medicina laboral en su estancia en Italia, a principios de la década del treinta. Es
en el Instituto Biotipológico Ortogenético de Génova donde estudió psicotécnia
bajo la dirección de la Doctora Tamburri y del Profesor Vidoni. En un artículo
publicado en Anales el 1 de septiembre de 1933, Rossi cita textualmente la opinión de la Doctora Tamburri acerca del rol de la biotipología en el campo de la
medicina del trabajo. Según la doctora,
de todo individuo se deberían conocer las cualidades positivas y negativas, sea en el
campo somático como en el psíquico”. Ambos exámenes deben tenerse en cuenta y
realizarse al mismo tiempo puesto que “el deficiente físico no puede adaptarse a todos los
trabajos, aun cuando se lo permitieran sus energías físicas y viceversa (Rossi, 1933b: 11).
Según cita Rossi, de sus aprendizajes del Dr. Pende puede extraerse la conclusión de que es gracias al examen biotipológico que puede estudiarse al ser
humano y su orientación profesional mientras al mismo tiempo, “realizar el doble
fenómeno: de adaptar las varias profesiones a los varios individuos” además de
“los varios individuos a las varias profesiones” (Rossi, 1933b: 11). La mención
al tratamiento que Pende da a la biotipología en su relación con la orientación
profesional da cuenta de la rigurosa tarea de optimización de la fuerza laboral en
la que se encontraba inmersa la AABEMS. Aquí, la orientación profesional no se
entiende como una forma de asesoramiento que permita al sujeto distinguir entre
todas las posibles profesiones, una que se ajuste a su vocación e intereses sino más
bien la adaptación del individuo a la tarea más acorde según sus aptitudes físicas y
psíquicas en función de los intereses del Estado.
Orientación y selección adquieren en el discurso de Rossi un significado
particular. En efecto, según el biotipólogo argentino, el fenómeno de adaptar las
varias profesiones a los varios individuos corresponde con la orientación profe174
Biopolítica, orientación profesional y selección de personal en el discurso de la AABEMS
sional mientras que adaptar los individuos a las profesiones con la selección de
personal (Rossi, 1933b).
5. Los aparatos utilizados por los biotipólogos para la confección de las fichas
biotipológicas y psicotécnicas
El Profesor Ugo Pizzoli, un importante representante de la escuela italiana en el
campo de la medicina laboral, fue quien diseñó una serie de pruebas y aparatos
cuyo fin apuntaba a obtener datos psicotécnicos para confeccionar una ficha. Esta
ficha psicotécnica tenía la finalidad de brindar datos importantes para la educación y la orientación profesional y consejos para la práctica laboral. La misma
apuntaba a la realización de cuatro tipo distintos de estudios: estesiométricos, cinesiométricos, dinamométricos y un examen de la inteligencia maniobradora. El
Doctor Arturo Rossi explica, en los Anales, de qué se trata cada uno de ellos. El
examen estesiométrico consiste en el estudio de la agudeza visual, auditiva, táctil,
el sentido muscular, olor y gusto. Por su parte, el examen cinesiométrico apunta a
relevar datos acerca del movimiento y sus características tanto cuantitativas como
cualitativas. El examen dinamométrico medía la fuerza y la cualidad de su aplicación mientras que el examen de la inteligencia maniobral, indagaba sobre la capacidad de atención y memoria de movimientos, el tipo de imaginación, el poder de
adaptación a los cambios, el índice de voluntad o resistencia al trabajo, curiosidad,
orden y limpieza, humor, conducta y capacidad de rendimiento y autocontrol.
Estos exámenes integran la ficha psicotécnica que complementaba a la ficha biotipológica realizada al futuro trabajador (Rossi, 1933a).
Como sosteníamos más arriba, para su implementación se utilizaban una serie
de máquinas inventadas por el Profesor Pizzoli. Según el Doctor Arturo Rossi,
estos artefactos dan cuenta del alcance de los estudios biotipológicos en el campo
de la medicina laboral “permitiéndonos al propio tiempo vislumbrar la enorme
importancia que tiene la Biotipología en sus aplicaciones prácticas en todos los
campos de la actividad humana” (Rossi, 1933a: 14). Cada artefacto ideado para
llevar a cabo los estudios psicotécnicos buscaba lograr cierto grado de funcionalidad y comodidad, intentando obtener el mayor número de datos posibles mediante el empleo de una sola unidad. En el mismo mueble –estas máquinas iban
todas montadas sobre una especie de modular de madera– encontramos dispositivos útiles para relevar distintas aptitudes. Rossi destaca que un solo artefacto
de estos podía relevar “la perspicacia, el ingenio, el sentido del tiempo, el sentido
geométrico, el sentido muscular, la memoria visual” junto a las “capacidades gráficas” (Rossi, 1933c: 11).
Por una cuestión de espacio no nos detendremos en la descripción de cada
uno de los artefactos utilizados en los gabinetes psicotécnicos para la obtención
de datos. Tomaremos solo algunos de ellos, tal vez los más ilustrativos, con el objeto de dar cuenta de sus características principales.
Uno de estos aparatos se denominaba polidinamocinesiómetro. Diseñado
también por Pizzoli, su propósito era estudiar tanto la cantidad como la calidad
del tipo de fuerza y movimiento en el sujeto examinado. Mediante su implemen175
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
tación, se trataba de indagar acerca del tipo dinámico de cada biotipo humano. El
polidinamocinesiómetro contaba con un tablero repleto de aparatos de relojería
que incluía cronómetros, dinamómetros y demás artefactos para medir el movimiento. Según Rossi, dichos instrumentos permitían valorar matemáticamente
tanto el movimiento como el tipo de fuerza empleado para desarrollarlo. Con este
aparato se desarrollaba el examen de fuerza, el cual constituía solo una parte del
examen psicotécnico integral. Los datos obtenidos se transcribían en una gráfica
para su debido análisis.
El polidinamocinesiómetro no fue el único aparato ideado por el Doctor Ugo
Pizzoli para medir movimientos y fuerzas. Había otros aparatos creados con el
objeto de medir fuerzas y movimientos para ser implementados, por ejemplo, en
el ámbito de la medicina del deporte. Uno de ellos se denominaba boxedinamómetro. Esta máquina registra el número de golpes de puño que un boxeador realiza sobre una almohadilla y permita relevar no solo su número y frecuencia sino
también la potencia, intensidad y duración.
En otro de los artículos escritos y publicados en los Anales con el fin de
divulgar los avances en el área de la psicología experimental y la psicotécnica
llevados a cabo en el Instituto de Biotipología y Ortogénesis de Génova, el
Doctor Arturo Rossi retoma la descripción del funcionamiento de una serie de
aparatos utilizados para medir la sensibilidad.5 Rossi describe detalladamente
cómo se llevaban a cabo en Italia, los estudios experimentales de la sensibilidad
para obtener datos relacionados con el sentido del olfato y del gusto, táctil, muscular, sentido bárico activo y pasivo, sentido técnico y dolorífico, agudeza visual
y auditiva. Nuevamente, la idea es implementar una tecnología que permita
indagar una serie de datos mediante la utilización de unos cuantos instrumentos
específicos distribuidos en un solo mueble dividido en seis compartimentos tres
por lado. De un lado, se encontraban los instrumentos necesarios para medir el
sentido muscular, bárico, de la vista, del gusto y del olfato mientras que en el lado
opuesto, se hallaban los que se necesitaban para obtener datos referidos a las sensibilidades térmica, dolorífica, táctil y acústica. Como en todos los casos, la idea
central es establecer una media de rendimiento por debajo de la cual, el sujeto
es clasificado como insuficiente siendo considerado poco apto para llevar a cabo
una tarea en la que el sentido examinado y clasificado como tal, sea importante
para obtener un rendimiento eficiente.
6. Conclusión
La confección de fichas biotipológicas cuyo objeto era relevar datos a partir de
los cuales, formular una orientación profesional y la selección de personal no fue
solamente un discurso en el cual se expresaba la ideología de algunos sujetos interesados por mantener o reproducir el statu quo apelando al discurso eugenésico
sino una práctica académica, basada en el estatus científico, que reproducía el mi5 Por entonces, se denominaba “psicología experimental” a todos aquellos estudios que permitieran un
abordaje controlado de la experiencia en laboratorios.
176
Biopolítica, orientación profesional y selección de personal en el discurso de la AABEMS
to de la objetividad de las ciencias apuntando, entre otras cuestiones, a tornar más
eficiente la gestión de la fuerza laboral. En efecto, la biotipología intentó contribuir a saldar la tensión entre desigualdad y diversidad mediante una apelación a
ciertas características esenciales del ser humano definida desde el discurso biomédico. El control y la tipificación de la población mediante la confección de fichas
biotipológicas desempeñó una función central a la hora de anticipar aptitudes y
prescribir roles laborales. De este modo, desde la perspectiva de de la AABEMS,
se haría posible, al mismo tiempo, gestionar la masa trabajadora para satisfacer de
un modo eficiente las demandas de mano de obra calificada propia de la creciente
industria y legitimar el orden social. Con este fin, los biotipólogos desarrollaron
una serie de interrelaciones entre saberes diversos, mediante los cuales, procuraron inferir las aptitudes laborales futuras de niños y jóvenes no solo con el objeto
de prescribir los lugares que estos ocuparían en el esquema productivo sino también, para controlar y corregir posibles desviaciones por medio de la implementación del programa eugenésico y de una política sanitarista que evitara el desgaste
y la enfermedad del conjunto de los trabajadores útiles al desarrollo económico
del país. La biotipología consideró, entonces, a cada individuo como el punto de
partida para prescribir un rol a futuro. Las características esenciales descriptas
desde el discurso biotipológico actuaron como fundamento de una determinada
concepción del trabajador y del trabajo dentro de la sociedad y acentuaron el predominio del discurso médico a la hora de fundamentar cierto orden social.
En cuanto al modelo epistemológico mediante el cual, se fundamenta la
biotipología y su estrecha relación con la política y la sociología es preciso detenernos un poco y realizar una breve digresión. Si bien es preciso reconocer
junto a Vallejo (2005) que el modelo de Pende tiene mucho de funcionalismo
organicismo –en el sentido de que toma como punto de partida el todo social y
considera a cada individuo como una célula cuyo trabajo unitario es fundamental
para el buen funcionamiento del Estado– paradójicamente, para legitimar el orden dado o prescribir el deseable, debe operar a partir del individuo, indagando
una esencia que se encuentra más allá del plano material de las relaciones sociales a la cual, solo puede accederse desde la biología y específicamente, desde la
medicina y la biotipología. En este sentido, es interesante plantear que lo que
tenemos es un doble fundamento de la perspectiva y un doble proceder: por un
lado, un emergentismo –de corte funcionalista organicista– y por otro lado, una
suerte de reduccionismo –al estilo individualista esencialista. Se trata de un doble discurso que se plasma en una apelación al primer modelo epistemológico, el
organicismo funcionalismo, para fundamentar el orden y alcance político de la
propuesta, considerando a los individuos como células del organismo social y a
la desigualdad como resultado de la diversidad biológica y al segundo modelo, el
individualismo de corte esencialista, para sostener la intervención a nivel clínico
sobre el individuo y prescribir las funciones que desempeñará en el todo social.
El todo es anterior a las partes pero se define en gran medida por lo que las partes individuales son o mejor dicho deben ser para construir ese todo. Como todo
funcionalista que construye una totalidad abstracta apelando a la metáfora biologicista pretendiendo subordinar el interés particular al general, en algún punto, el
biotipólogo debe bajar su discurso a tierra y dar cuenta de cómo se construye ese
177
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
todo. Al no ver relaciones sociales como nexo entre la esfera individual y la esfera
estatal, al no poder dar cuenta de una totalidad rica y de múltiples determinaciones y no dar lugar al conflicto que las relaciones estructurales vigentes generan,
negando su carácter intrínseco y pretendiendo sostener un orden dado, al biotipólogo no le queda otra alternativa que centrarse en la parte y legislar sobre
lo que dicha parte constitutiva del todo deber ser, para que a partir de la suma
de los individuos, se llegue a obtener un mejor funcionamiento del Estado. El
estudio de las diferencias a partir de las cuales, se adjudicaban los distintos roles
futuros dentro de la sociedad se realizaba en términos estrictamente individuales
mediante el examen biotipológico.
En síntesis, el discurso argumental que permite la intervención política del
biotipólogo y el eugenista se basa en el presupuesto de que el todo es más que las
partes pero para que ese todo sea como se pretende, debe operarse sobre las partes
anticipando los efectos no deseados que alejen a la nación de ese ideal de totalidad. Es de este modo que se hace posible construir teóricamente el fundamento
político de la desigualdad social a partir de la diversidad biológica.
178
Biopolítica, orientación profesional y selección de personal en el discurso de la AABEMS
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179
Darwin: el caminante sin
camino ni religión.
Aproximación a una explicación
en clave no teleológica
Dante Augusto Palma
CONICET-Universidad Nacional de San Martín
[email protected]
1. Introducción
Este trabajo partirá de la siguiente pregunta general: ¿es compatible la teoría de
Darwin con el cristianismo. A pesar de la infinita literatura existente al respecto,
la pregunta sigue teniendo sentido en la medida en que, en los últimos años, varios pensadores y científicos respetables han publicado sendos libros en los que
intentan mostrar algún punto de encuentro entre la teoría de la evolución y la
mayor religión de Occidente.
Resulta claro que dado que Darwin se ocupó de explicar cómo evolucionó la vida sobre la Tierra dejando a un lado el problema de cómo se originó, el cristianismo parece tener allí un espacio por donde poder ubicar “la mano del Creador”. Sin
embargo, visto desde una perspectiva general, el darwinismo ha dejado una marca
más profunda: se trata de la idea de que los fenómenos naturales vinculados a la
vida sobre el planeta deben y pueden ser explicados en términos de leyes naturales
sin recurrir a ninguna hipótesis de genios trascendentes.
Bien podría decirse que esto obedece al clima cientificista del siglo diecinueve
pero si somos más específicos encontramos un elemento a contramano del clima
de época y que parece derribar cualquier intento de una lectura de la teoría de la
evolución compatible con la religión. Me refiero aquí a la crítica a la teleología
que Darwin formuló y que pese a las tergiversaciones y reapropiaciones arbitrarias que recibió, se mantuvo firme aun en el contexto del siglo cuya característica
decisiva era su fe incondicional en el progreso.
En este sentido, recordemos que, para Darwin, no hay finalidad en la
naturaleza y las adaptaciones que los organismos producen a través del mecanismo de la selección natural no los convierte en superiores ni implica
progreso alguno.
181
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
2. Evolución sin progreso
Adoptar el evolucionismo implica dar cuenta de una serie de interrogantes que
son respondidos de manera mucho más directa por el fijismo, a saber:1 en primer
lugar está el problema de la relación entre los cambios y la edad de la Tierra. Es
decir, si como afirma Darwin, el cambio se da gradualmente a través de las sucesivas generaciones y la diversidad de la vida se explica a partir de uno o unos
pocos antepasados comunes, la necesidad más imperiosa es demostrar que lejos
de las explicaciones creacionistas que situaban la edad de la Tierra en unos 6000
años, esta tiene millones de años. Para esto, los estudios geológicos de Lyell fueron un apoyo importante como también lo fue, por supuesto, el descubrimiento
del registro fósil.
En segundo lugar, está la controversia en torno a la modalidad del cambio.
Es decir, los cambios pueden darse de manera gradual o a través de saltos, esto
es, la supervivencia de una mutación con profundas diferencias respecto de la
especie progenitora.
En tercer lugar, si evitamos la explicación saltacionista y nos pronunciamos
por la gradualista, aparece la necesidad de demostrar que los cambios son acumulativos puesto que de lo contrario no sería posible afirmar una línea de continuidad entre las especies.
Por último, en cuarto lugar y derivado del punto anterior, se encuentra la
controversia acerca de la dirección de estos cambios. Es decir, si los cambios son
acumulativos habría que interrogarse si esta acumulación tiene o no alguna direccionalidad y si, a su vez, esta implica progreso alguno. Este es un punto clave que
diferenciará el evolucionismo no teleológico de Darwin del evolucionismo finalista de Lamarck.
Detengámonos sobre este punto pues el asunto resulta tan interesante como
complejo en la medida en que confluyen en él varias cuestiones. Pero especialmente se trata de la relación entre evolución y progreso. En otras palabras, ¿la
evolución supone progreso? De la lectura de los textos de Darwin se sigue que no
y así lo entiende un comentador como Ruse:
Los supervivientes, los “mejor adaptados”, son diferentes de los fracasados, de manera que,
dado un tiempo suficiente, se produce un cambio o progreso natural. Pero se trata de un
progreso relativo. Lo que es adaptativo en un contexto particular no tiene por qué serlo en
otro contexto. Por lo tanto, no cabe hablar, “como el mismo Darwin se encargó de señalar”,
de “superiores” ni “inferiores”. Y tampoco puede haber progreso en sentido absoluto. La
evolución es contemplada como un fenómeno oportunista, y no como algo teleológicamente
orientado hacia un fin (un fin que se mide en términos de valores humanos) (Ruse, 1998: 70).
En esta misma línea Mayr afirma:
La selección natural, por cierto, constituye un proceso de optimización, pero no tiene finalidad definida, y considerando la cantidad de limitaciones y la frecuencia de los eventos
azarosos sería sumamente delusorio denominarla teleológica. Tampoco cualquier mejora
1 En este punto como en otros a lo largo del trabajo sigo la reconstrucción que realizan H. Palma y E. Wolovelsky (2001).
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Darwin: El caminante sin camino ni religión. Aproximación a una explicación en clave no teleológica
en la adaptación es un proceso teleológico, porque el que un cambio evolutivo pueda ser
calificado o no como un aporte a la adaptación constituye una decisión estrictamente post
hoc (Mayr, 2006: 88).
Sin embargo, existen interpretaciones que afirman que Darwin suponía no solo la idea de progreso sino también que el carácter progresivo de lo natural podía
traspolarse como variable explicativa a lo social.
Estas variantes en las interpretaciones obedecen a razones de diversa índole:
por un lado existe cierta equivocidad en el término evolución; por otro lado, la
corriente evolucionista es amplia y posee divergencias internas; asimismo, algunos
pasajes del propio Darwin parecen dejar cierto resquicio para suponer que evolución y progreso se encuentran emparentados. Por último, el contexto histórico de
Darwin, ideológicamente hablando, era propicio para una interpretación progresionista (SIC) de la evolución.
La equivocidad del término es la que permite entender por qué Darwin nunca
lo utilizó. Si bien se lo conoce como el padre de la evolución, Darwin solo habló,
más allá de algunos bemoles, de descendencia con modificaciones justamente para desembarazarse de la idea de cambio como progreso hacia mejor.2
En este sentido, debemos pensar que evolución, progreso y teleología son tres
ideas que se encuentran estrechamente ligadas en la medida en que la evolución y
el progreso suponen una doctrina de causas finales con una referencia que permite
ubicar los diferentes sucesos en una línea ascendente y claramente dirigida. En
términos de Ayala:
El concepto de progreso contiene dos elementos: uno descriptivo –que se ha producido
cambio direccional– y otro axiológico (...) –que el cambio experimentado representa una
mejora. La noción de progreso requiere que se emita un juicio de valor que establezca lo
que es mejor y lo que es peor. (...) El progreso puede ser definido también de forma más
sencilla como un “cambio direccional hacia algo mejor” (Ayala, 1999: 67).
Asimismo, tras mencionar distintos criterios para determinar si existe o no
progreso en el mundo natural, Ayala concluye que la clave está en la referencia
que determina qué es y qué no es progreso. Dado que esa referencia no es universal nos queda, simplemente, la idea de un progreso perspectivista muy lejos de los
ideales del siglo diecinueve y sus herederos.
Pero volvamos a los dos términos centrales del progreso: direccionalidad
y juicio valorativo. Este es un punto importante para ingresar en algunas de
las disquisiciones de uno de los más relevantes evolucionistas de la actualidad:
Ernest Mayr.
2 “Tanto los partidarios de Darwin como sus adversarios lo clasificaron ocasionalmente como a un teleólogo. Es verdad que lo fue a comienzo de su carrera, pero abandonó la teleología tras adoptar la selección
natural como mecanismo del cambio evolutivo (...) no hay ciertamente apoyo para la teleología en El origen
de las especies aunque, en particular, en sus últimos años y en su correspondencia, Darwin se mostró a
veces descuidado con su lenguaje” (Mayr, 2006: 63).
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
3. Desandando la teleología
Mayr (2006) encara el problema de la teleología para mostrar que hablar de algún
rasgo direccional en ciencias biológicas no implica necesariamente suscribir a un
pensamiento metafísico propio de la teleología tal cual la venimos entendiendo. Para ello construye una serie de diferenciaciones que permitirán precisar el contenido
de lo teleológico y el sentido en que entendemos el progreso y la direccionalidad.
La primera categoría es la que Mayr denomina “procesos teleomáticos”. Por
tal entiende aquellos procesos dirigidos a un fin de manera automática y regulados estrictamente por leyes naturales. El fin de un proceso teleomático sobreviene
cuando el potencial se agota (por ejemplo, cuando un hierro calentado se enfría
o cuando el sol se pone y el día deja lugar a la noche). Estos procesos tienen un
punto final pero no una finalidad. De aquí que resulte absurdo afirmar que la finalidad del hierro caliente es enfriarse.
Como segunda categoría Mayr habla de procesos teleonómicos para identificar a aquellos que están determinados por un programa3 previo. Un proceso teleonómico supone entonces un programa y un punto final hacia el cual se apunta.
El programa es anterior al comienzo del proceso (pensemos aquí en los ejemplos
de los programas genéticos). Esto significa que la finalidad no reside en el futuro
sino que se encuentra codificada previamente en el programa.
La tercera categoría es la de la conducta orientada a fines. Con esto Mayr
quiere decir, simplemente, que las intenciones y los actos deliberados de los humanos tanto como los del resto de los animales suponen también un proceso
teleológico en el que entran en juego nociones tales como “propósito” “intención”
y “conciencia”.
La cuarta refiere a los rasgos adaptativos. Aquí, por lo ya expuesto a partir de
Darwin, se debe afirmar que los cambios no obedecen a una finalidad como podría ser Dios.
Darwin nos ha enseñado que los cambios evolutivos en apariencia teleológicos y la producción de rasgos adaptativos constituyen simplemente el resultado de la variación evolutiva consistente en la producción de grandes cantidades de variaciones en cada generación, y en la supervivencia probabilística de los individuos que quedan tras la eliminación
de los fenotipos menos aptos. La adaptación es por tanto un resultado a posteriori más
que una búsqueda de objetivos a priori (Mayr, 2006: 83).
Por último la quinta categoría será de suma importancia. Aquí Mayr habla de
la Teleología cósmica como el pensamiento teleológico por antonomasia y con
un profundo arraigo aun hacia fines del siglo diecinueve. La teleología cósmica
correspondería a la creencia en que los cambios en el mundo se deben o bien a
una fuerza interna o bien a la tendencia, aunque sea asintótica, hacia algún tipo
de entidad sobrenatural o idea metafísica que oficia de referencia. Según Mayr,
fue nuevamente Darwin quien dio razones para eliminar este tipo de teleología
3 “Un programa podría ser definido como una información codificada o preordenada que controla un proceso (o conducta) dirigiéndolo hacia un objetivo (...) Un programa no es una descripción de una situación dada
sino un conjunto de instrucciones” (Mayr, 2006: 76).
184
Darwin: El caminante sin camino ni religión. Aproximación a una explicación en clave no teleológica
en las ciencias biológicas, especialmente a partir de la hipótesis de la selección natural como categoría explicativa que podía dar cuenta del proceso, aparentemente
teleológico, de la tendencia hacia una mayor complejidad de la vida.
A partir de la clarificación hecha, lo que Mayr intenta mostrar es que hablar
de teleología sin más aplicado a cualquier tipo de proceso en el mundo natural
puede prestarse a equívoco. De ese modo, deja en evidencia que las explicaciones
teleológicas ahora redefinidas como procesos teleomáticos, teleonómicos, conducta orientada a fines o rasgos adaptativos, es decir, procesos explicables solo
en términos de leyes naturales, pueden sobrevivir en la Biología aun después de
Darwin. Pero lo que sí parece haber derribado para siempre la teoría del inglés
es la teleología cósmica, esto es, la apelación a fuerzas sobrenaturales que ofician de finalidad. Esto, claro está, parece ser el punto de mayor conflicto entre el
darwinismo y la religión.4 De hecho, Darwin aclara expresamente que la selección
natural y la adaptabilidad no obedece a ningún plan trascendente ni pueden tener
una dirección clara. Tampoco existen variaciones buenas en sí de manera tal que,
en todo caso, si entendemos que los adaptados son superiores a los no adaptados,
se trata simplemente de una afirmación relativa al contexto que le ha tocado vivir
a esa comunidad. De este modo, en algunos contextos ser grande y fuerte puede
ser una ventaja adaptativa pero en otros no. Esto significa que no se puede determinar a priori una ventaja y que esta siempre se evalúa a posteriori. Este elemento azaroso, sumado a los descubrimientos de Mendel para quien las mutaciones
resultan completamente aleatorias y con total independencia de las necesidades
del poseedor, parecen ser dos razones suficientemente importantes como para
abandonar el progresionismo.
El antiguo argumento en torno a la predestinación en la naturaleza según lo expone Paley, que antaño me parecía tan concluyente, falla ahora que se ha descubierto la ley de
la selección natural. No podemos sostener por más tiempo que, por ejemplo, la hermosa charnela de una concha bivalva tenga que haber sido creada por un ser inteligente,
al igual que la bisagra de una puerta ha de hacerla el hombre. En la variabilidad de los
seres orgánicos, y en la acción de la selección natural no parece haber más predestinación que en la dirección en la que sopla el viento. Todo en la naturaleza es el resultado
de leyes fijas (Darwin, 1997: 158).
Sin embargo, como se indicara algunas líneas atrás, había otras variables que
entraban en juego. Por lo pronto cabe mencionar las divergencias en el seno
mismo de la corriente evolucionista. En este sentido, la teoría de Lamarck, era el
mejor ejemplo de un evolucionismo teleologista, dado que suponía una suerte de
vitalismo inherente a cada organismo que hacía que naturalmente estos tendieran
a escalar hacia posiciones cada vez más complejas y evolucionadas en la gran Cadena del Ser. Asimismo, Lamarck con su hipótesis de la generación espontánea
de seres que de repente irrumpían desde el material inorgánico, evitaba la idea
catastrofista que intentaba dar cuenta del porqué de la extinción de algunas espe4 “Se ha caído en la cuenta de que cuatro de los cinco fenómenos tradicionalmente denominados teleológicos pueden ser explicados por la ciencia de modo completo, mientras que el quinto, la teleología cósmica,
no existe” (Mayr, 2006: 71).
185
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
cies y del porqué de la aparición otras. Esta visión lamarckiana se adecuaba muchísimo mejor que la darwiniana al ideal de progreso propio del siglo diecinueve
y permitía lograr una síntesis entre el individualismo romántico que hacía énfasis
en el valor de lo particular, y los ideales progresionistas y racionales que el siglo
diecinueve había heredado del iluminismo.
4. Palabras finales
Por lo dicho a lo largo de este trabajo resulta claro que Darwin se opuso a cualquier tipo de explicación en clave de teleología cósmica. No hay finalidad que
guíe los cambios adaptativos y el azar resulta un elemento ineludible para explicar
las transformaciones y su supervivencia. El elemento antiteleológico es aquel que
estrictamente no deja lugar para una conciliación con la religión dado que la idea
de salvación o la de la promesa de un porvenir que siempre resultará “mejor”,
resulta distintivo a la hora de darle un sentido al creyente para justificar su fe. Si
Dios no está en el fondo del camino esperando o garantizando que lo que viene
será mejor, lo que resta es una angustia existencial que podrá arrojarnos por diversos caminos pero nunca por los de la fe.
Ahora bien si tomamos los elementos de la teoría de la evolución por separado analizando cada una de sus hipótesis podría decirse que especialmente a
partir del espacio que Darwin dejara en lo que respecta a la cuestión de cómo se
originó la vida, existe allí una hendija en la que puede filtrarse algún intento de
hallar compatibilidad entre cristianismo y evolución darwiniana. De hecho, están
quienes afirman que Dios ha creado el Mundo y todo lo que existe en él y que la
evolución a través de la selección natural es el mecanismo elegido por el Creador
para el desarrollo de la vida y la diversidad. En la misma línea estos sectores religiosos afirman también que el big bang es el origen a través del cual Dios determinó que surgiera el Universo.
Para dar cuenta de este problema que, como se ve, va mucho más allá de
Darwin, hay que realizar una lectura desde una perspectiva menos específica. Por
tal entiendo lo que a falta de un término más adecuado y sin ánimo de provocación, llamaré el “espíritu” del darwinismo. Es decir, hay dos maneras de encarar la
cuestión de la compatibilidad entre cristianismo y darwinismo. La primera sería
hacer un análisis más específico de los diferentes postulados de la teoría (que es
lo que hemos hecho algunos apartados atrás). Esto es lo que ha arrojado que es el
elemento antiteleológico que se sigue de la hipótesis de la selección natural lo que
específicamente se opone a la religión. La segunda, es una visión de carácter más
general y que apunta a ver cuáles son los supuestos epistemológicos de Darwin.
En este sentido, creo que subyace al darwinismo un espíritu profundamente
cientificista y, en ese sentido, antimetafísico que no deja lugar a una explicación
sobrenatural ni siquiera en lo que respecta al origen de la vida. Es decir, el aparente flanco dejado por Darwin desde una perspectiva de análisis pormenorizado se
cubre con la sentencia “no admitiremos explicaciones de los fenómenos naturales
en clave sobrenatural”. Esto se sigue incluso a despecho de algunos pasajes en
los que Darwin resulta ambiguo y puede entenderse en la medida en que se lo
186
Darwin: El caminante sin camino ni religión. Aproximación a una explicación en clave no teleológica
vincule al espíritu empiristo-positivista que se venía gestando desde la revolución
científica del siglo diecisiete.
En este sentido lo que Darwin ha legado, además de una de las teorías más
revolucionarias de la humanidad, es un sentido y una forma de pensar los límites
de la ciencia y el lugar del Hombre en el mundo. Desaparecida la teleología y
la perfección como horizonte, Darwin nos invita a pensar al Hombre como un
caminante sin destino, un viajero que dejó su morada en pos de caminar sin finalidad y aprendiendo a cada paso que no puede más que hacerse camino al andar.
187
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Bibliografía
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188
La revalorización de la
reconstrucción del pensamiento
científico argentino como punto
de partida para la enseñanza
significativa de la Evolución en
las escuelas secundarias
Flavia Boglione
Universidad Nacional de San Martín
Instituto Superior del Profesorado Nº 7 .Venado Tuerto
[email protected] Desde un enfoque renovado de la enseñanza de las ciencias, superador de visiones empiristas, acumulativas y ahistóricas de la construcción de la ciencia, parece
una alternativa más que pertinente utilizar el eje de la Historia de Ciencia como
un recurso que permite desentrañar el proceso de construcción del conocimiento científico a través de un tratamiento CTS (Drewes y Hurtado de Mendoza,
2004), en este caso, para trabajar los contenidos de biología evolutiva. Incluso
parece sencillo para alguien ya formado en la disciplina de la biología, reconocer
e interpretar los principales interrogantes que se plantearon los hombres de ciencias para poder comprender el corpus de conocimientos que constituyen hoy la
evolución. Pero el planteo directo de tales interrogantes a un adolescente que cursa la escuela media, parece a simple vista, una propuesta bastante alejada de sus
intereses y poco tiene que ver con el contexto en particular al que pertenece. Aquí
surgen entonces una serie de cuestiones que plantean cómo realizar este tipo de
abordaje en forma significativa.
De acuerdo con Ausubel,
La esencia del proceso de aprendizaje significativo es que las ideas simbólicamente expresadas sean relacionadas de manera sustantiva (no literal) y no arbitraria con lo que los
estudiantes ya saben, o sea, a algún aspecto de su estructura cognitiva específicamente
relevante (por ejemplo los subsunsores), que puede ser una imagen, un símbolo, un concepto o una proposición (Ausubel, 1980).
En nuestro caso, se trata de cómo acercar la historia de la ciencia para anclar
los conceptos relativos a la evolución a subsunsores que el alumno posee. Entonces deberíamos pensar en cuáles podrían ser esos subsunsores.
189
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
La historia de la Ciencia constituye un argumento que ya ha empezado a tenerse en cuenta en los libros de textos. Por eso podría resultar interesante analizar
de qué modo se lo hace y en qué conceptos se apoyaría para que resulte significativo para los estudiantes.
Pese a que el tratamiento de contenidos históricos se basa en recursos como
análisis de textos divulgativos de la Historia de la Ciencia, proyectos de investigación, visita a museos, dramatizaciones de controversias científicas, debates sobre
disparadores, reconstrucción de experimentos históricos y resolución de “enigmas”
basado en documentos históricos (Drewes, 2004) dado que el principal material
didáctico que más utilizan los docentes sigue siendo el libro de texto, se decide
realizar una pequeña indagación sobre la manera en que se introduce el eje de la
historia de la ciencia con respecto a la evolución en las propuestas editoriales en
los libros de textos de una Escuela Media de la ciudad de Venado Tuerto (EEM
Nº 447), que incluyen contenidos de evolución para inferir el tipo de herramientas con las que cuentan los docentes para abordar esta cuestión en sus planificaciones. Se tomó como indicador el tipo de exposición de historia que se presenta
(interna-externa) (Lakatos, 1970), prestando especial interés en si se hacía referencia al contexto del desarrollo de la teoría (en Inglaterra-en Argentina) o si
solo se presenta una “historia interna” de la disciplina. En este punto es necesario
aclarar que si bien estas categorías epistemológicas bien pueden ser discutidas y
debatidas, resultan válidas para evaluar la inserción del eje histórico, en este caso
en función de la significatividad, aludiendo a que la presencia de una historia externa que incluya el contexto al que pertenece el alumno, es más significativa que
aquella que no lo hace.
1. El eje de la Historia de la Ciencia relativa a la evolución en libros de secundaria
Se encontró que en general, en los cuatro libros analizados, aparece detallada la
historia interna de disciplina lo cual se puede ver sintetizado a través de la secuencia de aportes y controversias suscitadas por personajes representativos: Linneo
- Buffon - Cuvier - Lamarck - Darwin - Representantes de la T. sintética, con
alguna variante como citar a los griegos u otros. Solamente en dos de los libros se
hace referencia las cuestiones sociales en general (a través de consignas: Trabajo
Práctico de Historia de la Ciencia en Biología y Ciencias de la Tierra, Santillana
de Polimodal y, en capítulo 13 “La sociedad y la Teoría de la Evolución”, en Biología II Ecología y evolución, de Estrada, 2005. Solamente en este último se desarrolla el contexto histórico, en Inglaterra victoriana en un capítulo aparte. En los
de Tercer ciclo directamente no se contextualiza. Solamente se menciona algo referido al contexto en nuestro país cuando se alude al viaje de Darwin a bordo del
Beagle. En ninguno se hace referencia al pensamiento científico argentino ni a
ningún personaje de ciencia local, como así tampoco de otro campo no científico.
Lo observado no es una cuestión trivial ya que desde un punto de vista
didáctico buscar la manera de contextualizar el desarrollo de la teoría de la
evolución en un entorno cercano a los alumnos, podría resultar un andamio
adecuado para abordar los hitos de la historia evolutiva que se desarrollaron en
190
La revalorización de la reconstrucción del pensamiento científico argentino
Europa y constituyen ejes centrales que hacen a la lógica interna del desarrollo
de la biología, ineludibles en el tratamiento de la teoría de la evolución. Es más,
sería útil analizar incluso, cuándo “la historia se producía desde acá” pero circulaba hacia ese “centro”.
No es casual que en los libros de textos para enseñanza secundaria ni siquiera
se insinúe la cuestión del contexto intelectual argentino. ¿Acaso ningún hombre
de ciencia argentino se planteó cuestiones que tienen que ver con el origen de las
especies? ¿Nunca se ha desarrollado algún estudio aquí en alguna zona cercana
sobre ello? ¿Cómo repercutió aquel entonces en el contexto social, político y
científico argentino la teoría de la evolución? ¿No es acertado conocer y valorar
el contexto de las producciones locales para luego abordar lo extranjero? ¿En qué
sentido podríamos decir que la evolución “es argentina”? Esto no quiere decir que
“otra” historia no debe tenerse en cuenta, al contrario. La cuestión pasa por pensar
en el contexto local temporal y espacial como punto de partida para ampliarlo,
para dotar de sentido a esa historia que en los libros de secundaria, pareciera que
se cuenta directamente “desde allá”.
Pero esta cuestión de tirantez entre lo de “acá” y lo de “allá”, no es nueva. Para
entenderlo mejor podríamos preguntarnos sobre lo acontecido en nuestra región y
en nuestro país en aquellos tiempos en que toma cuerpo la teoría de la evolución, y
quizás esto nos ayude comprender mejor cómo se instaura aquí el debate evolutivo
y las tensiones que se produjeron en la construcción del conocimiento científico. Estos conocimientos adquieren un gran valor didáctico para ofrecer un marco de contextualización clave para el abordar la enseñanza de la evolución en las escuelas. Un
claro panorama en este sentido lo podemos encontrar en el estudio que realiza Leila Gómez en “La piedra del escándalo: Darwin en la Argentina (1845-1909)” el cual
nos proporciona una mirada crítica sobre el pensamiento evolucionista argentino.
2. Contenidos posibles para trabajar a partir de una mirada sobre el pensamiento evolutivo argentino
La riqueza de contenidos con respecto a la evolución para abordar desde el contexto local es amplia:
• Controversia creacionistas – evolucionistas. (Ej. Burmesteir, Ameghino).
• Mecanismos de especiación y mutaciones en animales domésticos (Ej. La
vaca ñata de Muñiz).
• Caso de atavismo darwiniano / involución (La vaca ñata: contribuciones de
Sarmiento).
• Circulación de datos científicos: el debate entre lo local y lo metropolitano. Ej. “El caso del pájaro carpintero de la pampa”, según correspondencia entre
Hudson y Darwin, (Leila Gómez, 2008).
• Institucionalización de la ciencia en el país. (Contribuciones de Muñiz,
Ameghino, Moreno, Burmesteir).
• Evidencias sobre el tamaño de la fauna que niegan la inferioridad de las formas de vida del nuevo continente con respecto al viejo. (Hallazgos de Muñiz: “el
Muñi-felis”, opuesto a lo argumentado por Buffon).
191
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
• Darwinismo social. Discusiones políticas, éticas y económicas legitimadas
por la teoría de la evolución a través de la lucha por la vida: la campaña de aniquilación de los pueblos nativos y su consecuente exclusión / inclusión. (Ejemplos:
conferencia pronunciada por Holmberg en el Teatro Nac. De Bs. As. en 1882,
ideales de progreso de la ilustración, asociación del evolucionismo a ideales de
progresistas, laicos, a veces socialistas como oposición al catolicismo). Análisis
evolucionista del inmigrante, el gaucho y el mestizo (en Ramos Mejía, José Ingenieros, y Carlos Bunge en “Principios Biológicos del mestizaje y el hibridismo”).
• Rol de la paleontología en la institucionalización de la ciencia en argentina.
• El positivismo como ideología que inspiró la modernización argentina.
• El significado de los viajes de naturalistas europeos en el contexto del auge
del colonialismo. El caso del viaje del Beagle. (para esto es muy interesante el libro de Mary Louis, Ojos imperiales. Literatura y viajes de transculturación.
A continuación se esboza una pequeña propuesta de actividades para trabajar
esta dimensión en escuelas medias, a modo de ejemplo que constituye un itinerario posible pero que no se agota aquí ya que trata de ofrecer un punto de partida
para plantear luego otros contenidos y favorecer la construcción y re-construcción
de los principales núcleos conceptuales de la teoría de la evolución los cuales superan el alcance de este trabajo.
3. Ejemplos de actividades iniciales sugeridas para introducir las ideas darwinianas a partir del contexto local
3.1. Actividades exploración, de explicitación, de planteamiento de problemas o
hipótesis iniciales
Dentro de las actividades de este tipo se puede incluir cualquier actividad que pretenda estimular la explicitación de aquello que el alumno conoce acerca del tema.
Podría ser conveniente tomar como punto de partida alguna situación
concreta que tenga relación con el contexto de enseñanza y que pueda ser problematizada. Se puede optar por un trabajo con un audiovisual sobre la biodiversidad del entorno local como disparador ya que constituye una interesante
oportunidad para diagnosticar los conocimientos básicos relacionados con la
ecología que serán necesarios para comprender los mecanismos de la evolución.
Se podrán observar e identificar los ejemplares autóctonos que se congregan en
el lugar para alimentarse de los desperdicios, la flora típica, etc. Otra utilidad de
este material es favorecer el desarrollo de la sensibilidad por las cuestiones relacionadas con el medio ambiente.
Guía tentativa:
• ¿Qué animales no domésticos conoces que habiten dicho ambiente? ¿Y
plantas autóctonas (no introducidas por el hombre)? ¿Cómo son? ¿Habrán sido
siempre así? ¿En qué se basan para responder esto?
• ¿Por qué crees que estos seres vivos habitan esta región y no otra?
• Explicar cómo creen que se originó la diversidad de seres vivos observada.
Relata si conoces algún mito local o creencia que explique el fenómeno de la diversidad de la vida.
192
La revalorización de la reconstrucción del pensamiento científico argentino
• ¿Les gustaría conocer más sobre el origen de la biodiversidad y las problemáticas ambientales que la afectan? ¿Qué podrían proponer para ello?
A continuación, a modo de ejemplo se detallan una serie de propuestas que
corresponden a una segunda instancia destinada a promover la evolución de los
modelos iniciales.1
a) Después de haberse trabajado en una instancia inicial (llámese ciclo, año, período anterior) las ideas básicas relativas al ecosistema local, incluyendo su biodiversidad,
el docente retomaría los modelos explicativos proporcionados por los alumnos en la
primera actividad y se formularía el interrogante general para estructurar los nuevos
conceptos: ¿Cómo ha variado en el tiempo la biodiversidad actual? ¿A qué se debe esto?
En Argentina hubo algunos hombres de ciencia a quienes han mostrado un
especial interés en ese tipo de planteos. Una de esas personas fue el naturalista
argentino Florentino Ameghino pero se puede tomar también a otros. Aquí se
propone el trabajo con fuentes (para el caso de alumnos de polimodal) o adaptaciones de las mismas que debería hacer el docente para adecuar al nivel de
los alumnos. En tal sentido son varios los documentos que versan, por ejemplo,
sobre la biografía de Ameghino. El trabajo con biografías también es útil para
humanizar la imagen de ciencia y del científico. Una muy completa y en lenguaje
muy claro, es la que realiza José Ingenieros en “Las doctrinas de Ameghino” que
podría resultar útil para extraer algún fragmento. También existen versiones digitalizadas accesibles en línea como por ejemplo la que se encuentra en la página de
la fundación de Historia Natural Félix de Azara.
b) Algunos datos e interrogantes para introducir a través del diálogo el trabajo
con fuentes que podrían resultar de interés para los alumnos sobre Ameghino:
Nació en una ciudad que pertenece a nuestra región, Luján. Realizó sus primeros estudios
bajo situación de extrema pobreza. Se dice que en su adolescencia (edad aproximada a
la de los alumnos), había leído a Darwin, a los 16 ya era preceptor de escuela, leía 3 idiomas (…) Algunos lo llamaban “el loco de los huesos (…) ¿Por qué creen? (...). ¿Conocen qué
son los fósiles? ¿Podrían mencionar ejemplos? ¿Se ha encontrado algún fósil en nuestra
región? ¿Quiénes más trabajaron con fósiles? ¿Qué utilidad tienen los fósiles para la biología? (Si no se ha trabajado con anterioridad este concepto sería de utilidad que el docente
solicitara que los alumnos investiguen y registren su significado).
c) También podría resultar interesante trabajar con la correspondencia científica que existió entre Muñiz y Darwin. Una actividad tipo, a modo de ejemplo:
“Conociendo a Darwin a través de Ameghino”.
Realizar la lectura del fragmento2 extraído de “Un recuerdo a la memoria de
Darwin. El transformismo considerado como ciencia exacta”, tomado de la antología de Leila Gómez.
1 Para proseguir con las actividades se consideran conocimientos previos necesarios: caracterización ecosistema local, componentes, relaciones. Trabajo previo de conceptos estructurantes: diversidad, cambio,
interacción, continuidad. Referencias de la historia nacional y mundial.
2 Para esta actividad se podría realizar una adaptación de la segunda parte de la conferencia “La edad de
Piedra”: Un recuerdo a la memoria de Darwin. El transformismo considerado como ciencia exacta. 1889,
documento incluido en la antología de Leila Gómez “La piedra del escándalo” (2008) Simurg. En el caso de
niveles educativos superiores se podría trabajar directamente con el documento.
193
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Responder a la siguiente guía de análisis:
• Ameghino se describe como partidario de las ideas darwinistas transformistas o evolucionistas. ¿Cómo explica el origen de la diversidad de las especies
desde esta postura científica?
• ¿Cuáles son los argumentos que sostiene para defender sus ideas? ¿En qué evidencias se basa? Cita un ejemplo que explique el origen de alguna especie autóctona.
• ¿Cómo justifica la crítica de la carencia de formas intermedias que debería
unir las especies actuales con las extinguidas en el viejo continente? En cambio,
¿cuál es la situación en la Pampa?
• Explicar las analogías: escala zoológica / cadena de eslabones; serie animal /
árbol ramificado. Detallar que representa cada parte. (En relación al árbol: tronco,
ramas cortas, las últimas ramificaciones)
• ¿Cuál es el mecanismo que opera para producir las “ramificaciones” del árbol?
• ¿Por qué Ameghino ubica a Cuvier como precursor del darwinismo?
4. Conclusiones
Volviendo al problema planteado al comienzo de este trabajo, sobre el análisis de
la forma en que se inserta el eje de la historia de la ciencia relativo a la teoría de la
evolución y cómo favorecer su enseñanza y aprendizaje significativos, se trata de
buscar no solo alternativas que conecten sustancialmente ciertos conceptos teóricos con aquellos que el alumno ha desarrollado espontáneamente sino también
aquellas que permitan resignificar el desarrollo mismo de la teoría en el propio
contexto socio-histórico.
A partir del análisis de los libros de textos de una escuela media para corroborar con qué herramientas cuentan los docentes para esto, se pone de manifiesto
una falta de contextualización, a través de referentes sociales y políticos de la época que sirvan de anclaje; y plena ausencia de los acontecimientos y producciones
a nivel local en tal sentido. Por lo tanto, tomando como referencia los indicadores
seleccionados, se determina que el eje histórico en relación a la teoría de la evolución se presenta de modo muy poco significativo ya que cuando se realiza un
tratamiento del mismo, se lo hace prácticamente con exclusividad de la historia
interna. En los libros dirigidos a cursos inferiores paradójicamente es donde directamente hay menos contextualización, o si la hay es menor.
Cabe preguntarse: ¿En qué sentido los conocimientos sobre el pensamiento
evolutivo argentino sirven de anclaje para desarrollar dichos contenidos? ¿Cómo
llevar a la práctica una inserción significativa del eje histórico si los materiales
curriculares más usados no incluyen esta dimensión? En relación a la primera
pregunta, dichos conocimientos sirven de anclaje o de subsunsores debido a que
toman como punto de partida un entorno que es conocido por el alumno. Con
respecto a la segunda, si bien no hay una única respuesta ya que estas dependen
incluso del contexto de los alumnos (lugar de origen, grupo al que pertenecen,
nivel de escolaridad, entre otros), una alternativa idónea consiste en comenzar
con el planteo de interrogantes que tengan que ver con el espacio local y, realizar
aunque más no sea un breve desarrollo sobre el pensamiento científico argentino,
194
La revalorización de la reconstrucción del pensamiento científico argentino
previo al clásico abordaje que se realiza en los libros de textos, utilizando referencias históricas a nivel nacional y mundial. En cuanto a los recursos, la propuesta
es trabajar directamente con fuentes, adaptaciones o fragmentos de las mismas,
dependiendo del nivel del grupo de alumnos a través de variadas estrategias como
debate, dramatizaciones, entre otras que se pudieran proponer.
La revalorización de la reconstrucción del pensamiento científico argentino
permitiría no solo abordar el aspecto de la significatividad psicológica del aprendizaje, sino también, ofrecer un marco epistemológico que favorezca la construcción de una imagen de ciencia más acertada y la posibilidad de desentrañar
cómo se realiza la construcción del saber científico y las diversas relaciones que se
ponen en juego. Para llevarlo a cabo es necesario profundizar los conocimientos
acerca del desarrollo e institucionalización de la ciencia en nuestro país, de las
vinculaciones que se establecían con la metrópolis, de sus repercusiones, entre
otros, y elaborar entonces propuestas didácticas que incluyan no solo la historia
interna de la disciplina sino también, la externa, la que tiene que ver con el contexto del desarrollo de la misma, con los aspectos sociales, políticos e ideológicos;
en particular, los de “aquí”.
5. Libros de secundaria de referencia para el análisis
Alberico, P.; Burgin, A.; Celis, A.; et al. (2004). Ciencias Naturales y Tecnolo-
gía 8. Buenos Aires, Aique.
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195
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
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www.fundacionazara.org.ar/Artic/Divulgacion/Biografia_florentino_ameghino.
www.museosargentinos.org.ar.
www.apaleontologica.blogspot.com.
www.grupopaleo.com.ar/paleoargentina.
196
El uso de representaciones y
controversias en la enseñanza
de la evolución
Fernando G. Sica
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
[email protected]
En esta ponencia se analizarán, a partir de los resultados arrojados por diferentes
diseños de investigación cualitativa efectuados en colegios de nivel medio, las
condiciones y posibilidades de utilización de las representaciones gráficas en la
enseñanza de la evolución, así como de las controversias que históricamente se
identificaron como parte del proceso de consolidación de la teoría evolucionista.
En el primer caso, señalaremos la riqueza que tiene la introducción en el alumnado de una nueva lectura a partir de las imágenes, y en el segundo caso buscaremos
desmitificar el supuesto conflicto (planteado en los textos en forma dominante)
entre lamarckismo y darwinismo, un claro abuso didáctico que no resulta funcional ni a los fines de enseñanza de la teoría evolutiva, ni al más amplio objetivo de
presentar una historia de las ciencias integrada y contextualizada.
1. Representaciones de la Evolución: el árbol del progreso
En el desarrollo histórico y didáctico de la teoría de la evolución, se han ido utilizando diferentes representaciones, de las cuales dos son especialmente notables
por lo difundidas y populares que se tornaron. Se trata, en primer lugar, del árbol
de la vida, un esquema a modo de árbol profusamente ramificado que, partiendo
en su tronco primario y central de los organismos más primitivos y simples, se
dicotomiza en ramas cada vez más finas que representan una creciente diversificación y variabilidad. Todos hemos visto alguna vez imágenes como esta en los
textos escolares o de enseñanza superior, especialmente cuando tratan contenidos
de sistemática o filogenética.
En todas ellas se aprecian algunos rasgos distintivos:
• Se entiende (y esto está bien demostrado en el registro fósil) que la vida es
un proceso continuo de diversificación y aumento de la complejidad.
• En estos gráficos se da una ubicación precisa de carácter genealógico a cada
grupo de plantas, animales o protistas, y con escasas variantes entre un autor y
otro, puede decirse que la coincidencia en dichas ubicaciones es notable.
• En el borde superior se colocan los grupos que tradicionalmente se han con197
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
siderado más avanzados o especializados, y a la vez los de aparición más reciente,
a modo de pináculo de la evolución.
Su enorme claridad para expresar a la vez la evolución (el desprendimiento de
unas ramas de otras) y el progreso (lo simple deriva en lo complejo, lo antiguo en
lo actual) ha contribuido a su difusión y uso indiscriminado en manuales, libros
de biología general, y artículos de divulgación científica.
Pero es curioso hacer notar, como menciona Spivak en su artículo de Ciencia
Hoy (2006) que los primeros “árboles de la vida” surgieron bastante antes de la
formulación darviniana de la evolución, para ilustrar la taxonomía de plantas primero y grupos animales después, en pleno dominio creacionista.
Hay muchas cosas interesantes para reflexionar a partir de estos “árboles”.
Primero, el uso que hacemos de las imágenes no es inofensivo, y entrañan mucho
más que una simple comparación o ilustración de hechos. Porque un gráfico de
este tipo parte de una gran cantidad de supuestos no tan fácilmente comprobables. Veamos:
• Es central la visualización del problema de la descendencia, el gráfico supone que hay escasas y muy estrictas opciones de origen para los grupos actuales, los
que se acomodan (en general con trazos firmes y continuos) en ramas bien definidas. Tales genealogías solo en raros casos están fehacientemente demostradas,
pero el gráfico disipa cualquier prudente duda con notable seguridad.
• Se supone también que todo desprendimiento filético es descendencia de
algún grupo ancestral, lo cual es parcialmente cierto, dado que se discute y mucho si todos los individuos de un grupo evolucionan en la misma dirección y al
mismo tiempo (selección direccional) o la evolución es el producto de derivas y
selecciones parciales y muy delimitadas que originan pequeñas ramas coexistentes
de gran variabilidad y similares capacidades adaptativas. Con lo que la evolución
se presenta, en forma un tanto determinista, como un paso necesario (y simplificado) de unos pocos grandes grupos en otros mejores.
• También el árbol refleja claramente la idea de un avance hacia lo mejor y
más evolucionado, cuando a lo sumo lo mejor que podemos afirmar es que las
formas de vida complejizaron algunos caracteres, y es muy debatible si la mayor complejidad hace a un ser vivo más exitoso (¿con qué escala o parámetros
podría medirse el éxito?). Algunos de los organismos más sencillos del planeta
son también (o al menos eso creemos) los más antiguos, por lo que la “duración”
geológica, o la capacidad de sortear fenómenos de extinción masiva, (o peor aún,
el ser más grande, o más veloz, o más fuerte...), difícilmente puedan considerarse
caracteres “mejores” porque abundan los contraejemplos. Sin embargo, el árbol de
la vida siempre coloca en la copa los grupos que naturalmente hemos considerado
superiores, como si tal palabra se justificara naturalmente. Y tales grupos ocupan
un lugar (en el gráfico) desproporcionado a su historia natural y su registro fósil,
en dicha copa, reflejando tal vez nuestros prejuicios o egocentrismo. Y después de
todo, ¿por qué aquellos grupos que consideramos los más evolucionados no podrían ir debajo, y la figura adoptar la forma de una pirámide?, sería una decisión
tan arbitraria como su opuesta.
• A la vez, el “árbol” frecuentemente ignora los muy diversos y complejos
grupos que se extinguieron, con su enorme variabilidad, y lo que no aparece no se
198
El uso de representaciones y controversias en la enseñanza de la evolución
significa (es decir, se le quita importancia). Esto puede conducir inconcientemente a creer que los grupos que se extinguieron “se lo merecían” (podríamos cambiar
el tradicional “algo habrán hecho” por “en algo habrán fallado”), y aludo aquí a
mecanismos mentales o psicológicos muy humanos, en los cuales nuestras funciones cognitivas seleccionan ciertos conceptos “a expensas” de (o descartando) otros.
Cualquier encuesta a personas comunes nos permitiría confirmar que “los que se
extinguieron” lo hicieron por menos capaces, menos rápidos para adaptarse a las
nuevas condiciones y requerimientos del ambiente, por lentos o torpes o no muy
buenos (piénsese en la forma tradicional de concebir a los dinosaurios de cuello
largo, que por suerte se ha modificado en los últimos años). Estos son prejuicios
que en unos pocos casos pueden demostrarse, y en los más resultan falaces. Buena
parte de los fenómenos de extinción son absolutamente aleatorios y contingentes,
y cualquier especie en cualquier época geológica si ha conseguido una mínima
continuidad es porque ha sido beneficiada por un proceso de selección natural
muy eficiente en mantener a los organismos con una adaptación óptima. No puede surgir otra cosa como resultado de la selección.
• Finalmente, ha quedado claro en el artículo de Spivak que el origen del
árbol fue mostrar las relaciones taxonómicas entre grupos, y los evolucionistas
post-darwinianos lo encontraron singularmente apto para representar las imágenes que querían transmitir para consolidar la teoría ante un público impregnado
de positivismo victoriano. Por ello lo adoptaron rápidamente como ícono, aunque
sin advertir en absoluto sus limitaciones. Es el riesgo que se corre al simplificar.
Por ello la indicación didáctica es válida para esta y otras iconografías de uso
habitual: un uso informado, un aprovechamiento integral de las posibilidades que
esta unidad audiovisual posee, una explicitación de sus alcances y sus problemas.
2. Representaciones de la Evolución: Una marcha hacia ninguna parte
El otro gráfico frecuentemente asociado a la evolución (y la imagen más referida
por los estudiantes) es el que muestra una secuencia de 5 o 6 individuos que caminan en fila, el primero de los cuales se asemeja a un chimpancé y el último a
la derecha termina siendo un hombre moderno desnudo. En el medio, una serie
más o menos grotesca de hombres-mono que parecen indicar una progresión ineludible hacia nosotros y poner en evidencia nuestro “lamentable” origen primate
por suerte superado.
A esta secuencia se le ha llamado “la marcha del progreso”, y se le pueden señalar también muchas deficiencias.
Indico a continuación algunos problemas importantes que esta imagen, tan
habitual y familiar, transmite:
• Se sugiere la noción de una única línea de descendencia, en la cual cada nueva “creación” suplanta y mejora a la anterior. Sabemos que es muy probable que
haya habido un origen múltiple de líneas de homínidos, muchas de las cuales pudieron haber coexistido, por lo que una única línea de descendencia como la que
muestra esta ilustración es absolutamente improbable a la luz de los descubrimientos fósiles de, digamos, los últimos 60 años (desde Homo habilis hasta hoy).
199
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
A pesar del “aire gradualista” del gráfico, no dejan de delimitarse compartimentos estancos en cada una de las etapas representadas por los homínidos, que
pareciera borrar (por no tan buena) cada etapa anterior. ¡Pero los chimpancés
siguen allí! ¡Qué sería de los primates si no hubieran evolucionado en nosotros!,
pero allí están como grupo muy rico y diversificado, del que solo una rama lateral
(una yemita insignificante, en realidad) poco importante derivó en un clado cuantitativamente escaso (por lo menos hasta hace (...) 500 años atrás) y que sufrió
una fuerte restricción en su variabilidad (todo rastro de subespecie o grupo familiar del género Homo fue borrado o aniquilado por H. sapiens). En condiciones
normales, cualquier grupo animal que sufriera una restricción en su variabilidad
tan drástica como la que sufrió el género Homo debería haberse extinguido en
muy poco tiempo, pero ahí quedamos nosotros... escribiendo sobre la evolución
de la vida, y considerándonos tan exitosos.
3. La enseñanza de la Evolución y el control de sus representaciones
La enseñanza de la evolución tiene varios ejes de abordaje posibles, todos valiosos
en tanto estructurantes de los contenidos y capaces de direccionar los esfuerzos
didácticos. La singularidad de la teoría evolutiva radica en que se ha constituido
en un constructor interdisciplinario desde sus inicios. Es decir, se ha configurado
como un corpus de conocimientos que desbordó al componente científico (inicialmente la propuesta darviniana, luego la de la Síntesis) para integrar en forma
casi natural elementos históricos, sociológicos y epistemológicos complementarios y relevantes en distintos niveles de análisis (hecho que no es frecuente en la
mayoría de los abordajes tradicionales de contenidos de ciencia).
La preocupación de sustentar de un modo filosófico, epistemológico e histórico la teoría de la evolución tal vez ha estado justificada por el intenso debate
social (al menos en círculos intelectuales y religiosos) que suscitó, lo que puso el
tema bajo la lupa cuando surgió la cuestión de su integración curricular. Quizás
resulte comparable en este aspecto a otras temáticas socialmente sensibles, como
la educación sexual por ejemplo.
Por ello toda propuesta de enseñanza de la evolución debería conformarse
como una red de conceptos pertenecientes a distintos órdenes, y el profesor o
equipo encargado de tomar las decisiones debe poseer una formación amplia que
igualmente desborde los conocimientos puramente académicos de la Biología.3
Aunque es cierto que la organización disciplinar escolar conspira para una mirada
más integrada, y el currículo siguió históricamente un recorrido de fuerte restricción biologicista.
Es en esta red conceptual donde las decisiones que el docente toma conforman un acento o énfasis, debiendo resignar en parte el dominio de la lógica disciplinar (tan tradicional y familiar) para destacar otros ejes igualmente enriquecedores. En las intervenciones que hace, así como en la dirección que se imprime
3 En realidad la Biología nunca renunció (¿o debería decir “nunca debió haber renunciado”?) a incorporar
temáticas sociales, filosóficas, o en general transdisciplinares.
200
El uso de representaciones y controversias en la enseñanza de la evolución
a los recursos y lecturas que se priorizan, se ajusta el contenido a las necesidades
del aula pero fundamentalmente a las posibilidades intelectuales de desarrollo en
los estudiantes, permitiendo potenciar otras capacidades o habilidades de pensamiento no tan habituales en las clases de ciencias.
Entonces, un docente podrá detenerse en la dinámica histórica de las ideas
evolucionistas, otro tal vez pondrá el énfasis en la comprensión del mecanismo de
selección natural y sus limitaciones, y un tercero podría interesarse mayormente
en destacar el conflicto con el creacionismo (a modo de confrontación ideológica). Hay otras posibilidades, pero quiero remarcar que la elección de un eje
(cualquiera que sea) no implica renunciar a enseñar los otros, sino simplemente a
destacar o enfatizar una de las dimensiones, alineada con objetivos de aprendizaje
muy precisos. El elemento destacado estructura (y en parte subordina) a todos los
demás (y es, por supuesto, una decisión a priori que solo el docente experto está
capacitado para tomar).
La enseñanza de la evolución tiene unos obstáculos cognitivos muy específicos,
entre los cuales figuran: la escala temporal, la carencia de observables directos, el
alto grado de abstracción de las modelizaciones, los abordajes metateóricos, la
formación insuficiente del profesorado y también las representaciones populares
indicadas, que constituyen una carga cognitiva persistente y distorsiva.
Lejos de suponerlas obstáculos irreductibles, dichas representaciones constituyen verdaderas oportunidades didácticas para el docente, brindándole las posibilidades de realizar recorridos transversales por las formas de comunicación del
conocimiento, en este caso de los conocimientos científicos. Para lograr reflexiones de orden superior en torno a la conformación de un conocimiento científico
y su identificación con un modelo hegemónico y su comunidad de referencia. Le
da la posibilidad de trabajar mensajes verboicónicos propios de una época y las
condiciones de su perdurabilidad. Discursos en imágenes que no pueden enunciarse como simples errores de comunicación, sino mucho más como recursos discursivos que desde la misma comunidad científica se han generado con un fondo
ideológico que forma parte de su propia historia.
Estas representaciones deben formar parte de la ciencia a enseñar. Esto tanto
a docentes como a estudiantes. Las mismas constituyen el rasgo más fácilmente
divulgable, y por ende el primer contenido que los adolescentes deben deconstruir
para comprender la vigencia y el poder explicativo actual de la teoría de la evolución para el aprendizaje de las ciencias de la naturaleza.
4. Una controversia fallida: Lamarck versus Darwin. El germen de la evolución y la hegemonía creacionista
El pensamiento propio de cada época puede condicionar y ser tanto o más fuerte
que la racionalidad de cualquier argumento, por lo que aún el más eminente científico se encuentra, por decirlo de algún modo, atrapado en un momento histórico,
una forma de mirar las cosas, y un corpus teórico en el que ha sido formado y
que configura sus categorías de análisis. Súmese a esto que “la ciencia” no era una
actividad fácilmente individualizable en los siglos diecisiete y dieciocho, al punto
201
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
que se identificaba como “filósofo naturalista” al que estudiaba (mayormente de
modo solo descriptivo) los fenómenos naturales.
Linneo pone orden en la sistemática de lo viviente allá por el 1737, pero se
enrola claramente en el creacionismo y el fijismo (que sostiene centralmente que
las especies fueron creadas por Dios y se mantuvieron inmodificadas en el tiempo), pese a que su sistema permitía sin mayores esfuerzos imaginar secuencias de
cambio y organización evolutivas, tanto vegetal como animal. El creacionismo
justificaba fundamentalmente a los seres vivos de apreciable tamaño, porque las
alimañas o plagas y los “animálculos” recientemente descubiertos con el microscopio, podían explicarse por la teoría de la generación espontánea.
Georges Buffon, contemporáneo de Linneo, escribió una “Historia Natural”
en la que, con suma prudencia, sugiere a modo de especulación filosófica la existencia de antepasados comunes a especies cercanas en semejanza. “Si fuera cierto
que el asno y el caballo descienden de los mismos progenitores, también el hombre, el mono, los cuadrúpedos y todos los demás animales podrían considerarse
como miembros de una sola familia, y no sería erróneo suponer que a través del
tiempo la naturaleza haya ido produciendo todos los seres orgánicos a partir de
un solo ser inicial”.4 Frase tan precursora resulta notable un siglo antes de la obra
cumbre de Darwin, pero Buffon se apresura a proclamar a continuación su fe
en la verdad revelada y en la creación sobrenatural, y a señalar aquello como una
simple reflexión circunstancial y carente de importancia, con lo que nos queda la
duda sobre sus auténticas convicciones.
Antes y después del 1800, la biología europea tuvo su mayor maestro y exponente en el francés Georges Cuvier, quien fuera asistente en el museo de ciencias
naturales de París (creado inmediatamente a la revolución francesa) de otro gran
naturalista, Geoffroy, antes de sucederle en la dirección del mismo.
Cuvier es un extraño caso, porque une un acentuado conservadurismo en sus
posiciones científicas (tal vez por su afán de separar la ciencia de las turbulencias
políticas de su época) con un enfoque funcionalista en su obra que es más apropiado para un evolucionista. Pero Cuvier defendió la postura creacionista y fijista
con todo un arsenal de hechos y una contundente retórica, incluso utilizando su
gran fama erudita para ridiculizar cualquier intento de alterar el statu quo.
Sostenía que “las leyes que determinan las relaciones de los órganos se
fundan en su dependencia funcional mutua y en la ayuda que se prestan unas
y otras” (op.cit.). Es decir, que las leyes de las formas orgánicas tienen una base
puramente funcional, y pueden rastrearse a lo largo de las distintas clases de seres vivientes. Con sus estudios funda la anatomía comparada, y estudia exhaustivamente gran cantidad de fósiles estableciendo semejanzas y diferencias con
los organismos actuales. Determina planes anatómicos comunes que permitirían
inferir fácilmente una relación genealógica, pero no da este paso crucial, sino
que adhiere profundamente a un origen independiente y adaptativo (determinista) de cada parte.
No es fácil culpar a Cuvier por su postura antievolucionista, porque todos los
naturalistas notables de su época lo eran, y resultaba difícil pensar visiones alter4 Citado en Gould (2004).
202
El uso de representaciones y controversias en la enseñanza de la evolución
nativas desde el puesto de curador de un museo y desde un inmenso prestigio
acumulado (que debía cuidar y preservar).
Suele asociarse su nombre al catastrofismo, como una teoría que explicaba la
historia de la vida sobre la Tierra como una serie limitada de eventos paroxísticos
(hechos geológicos globales y devastadores, como el diluvio universal). Esta teoría
se interpretaba como una subordinación de la ciencia a los relatos bíblicos y las
creencias religiosas tradicionales, dado que a posteriori de cada evento Dios procedía a realizar un nuevo acto creador. Esta relación es cierta solo en parte, porque el catastrofismo postulaba efectivamente el cambio geológico a través de tales
episodios dramáticos (producidos por el enfriamiento progresivo de la corteza
terrestre) y las consecuentes extinciones masivas, pero no como forma de ajuste a
dictados religiosos sino como una explicación a las discontinuidades o disrupciones constatables en el registro fósil.
Cuvier y otros reconocieron las extinciones, y se limitaron a suponer nuevas
creaciones divinas luego de cada evento, documentando con los hallazgos paleontológicos una direccionalidad de dichas creaciones en concordancia con el
pasado y en el sentido de una creciente complejidad. Hay una lejana relación de
parentesco entre el catastrofismo de Cuvier y el saltacionismo del siglo veinte, al
menos en su intento de explicar las abruptas apariciones de estirpes completas de
organismos, en lugar de un cambio lento y gradual (que en el registro fósil no es
visible salvo casos excepcionales).
5. Lamarck y un entorno hostil a la evolución
En pleno dominio cuveriano, J. Lamarck (también francés) tuvo la osadía de
plantear un modelo evolucionista y desafiar el orden científico de entonces. A
cargo del jardín botánico de París, y de la cátedra de zoología de invertebrados en
la universidad, publica en 1809 (el año del nacimiento de Darwin) su teoría del
cambio de las especies a través de la descendencia y las modificaciones adquiridas
y heredadas. Sus ideas han sido repetidas de manual en manual, generalmente
en forma de tres o cuatro puntos característicos: tendencia de los organismos al
ascenso en la escala natural o deseo de perfección, desarrollo de características por
el uso o desuso, herencia de caracteres adquiridos.
Pero la exposición de sus principios ha conllevado una excesiva simplificación.
Lamarck fue evidentemente una víctima de sus escasas dotes de argumentador
unidas a una débil contrastación empírica de las ideas que exponía; pero más que
nada, fue víctima del prestigio imponente de Cuvier, que denigró públicamente su
obra caricaturizándola repetidamente. Siempre que pudo, lo redujo a un vitalista
místico que creía en una elevación de los seres vivos a niveles crecientemente elevados de perfección, munidos de un impulso interior por acercarse a su Creador.
Una lectura más cuidadosa sugiere que dicho vitalismo es solo una apariencia,
un mote adosado a la figura de Lamarck por sus detractores. En su principal obra,
Filosofía Zoológica, afirma: “Es principalmente en los seres vivientes, y más notablemente en los animales, donde algunos han pretendido vislumbrar un propósito
en las operaciones de la naturaleza. Incluso en este caso el propósito es mera apa203
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
riencia, no realidad. En efecto, en cada tipo de organismo animal subsiste un orden de cosas cuyo único efecto es conducir a algo que nos parece un objetivo, pero que en esencia es una necesidad”. Los teólogos de la época atacan con dureza a
Lamarck, porque su visión ¡no era teleológica sino materialista! Y su conjunto de
ideas ampliamente discutidas (y denostadas) advirtió a Darwin de la seriedad que
debía tener su propio intento de teorización, dado el flanco débil que Lamarck
mostraba al afirmar sin más (sin ejemplos o pruebas empíricas) conceptos que en
su época eran revolucionarios (esto justifica que “El origen” sea un extenso y agotador muestrario de “pruebas” observables y comprensibles a favor de la idea de la
evolución, difícilmente rebatible en su conjunto).
Enfatiza la adaptación de los organismos como una respuesta a los cambios
(graduales y continuos) del ambiente.5 Ellos deben acomodarse a tales cambios,
modificando sus hábitos y estructuras en forma activa, y estas modificaciones
debían transmitirse a la siguiente generación (creencia generalizada en su época,
al menos en las prácticas de los granjeros con los animales domésticos, y de todos
los que escribieran dos líneas sobre la herencia). Por esto, Lamarck marca una
influencia poderosa del entorno ambiental sobre los hábitos, y de estos “sobre la
forma, disposición y proporciones de las partes de los animales”.
La idea corriente en su tiempo era que un cambio ambiental podía, de manera
casi mecánica, inducir una respuesta orgánica como resultado de la alteración de los
hábitos del organismo. Lamarck exagera la nota sobre el alcance de dichos cambios.
Es ciertamente notable que el mismo Darwin señalara al uso y desuso y la herencia de caracteres adquiridos como mecanismos secundarios del cambio evolutivo
(el primario era la selección natural), la diferencia radicaba en que los hábitos alterados generaban nuevas presiones selectivas (en la visión darwiniana) mientras
que para Lamarck producían modificaciones heredables directas. Pero se observa
un claro compromiso funcionalista o adaptacionista en ambos. Recién hacia 1930
los constructores de la Síntesis Moderna o neodarwinismo refutarán ambos conceptos, pese a que el mismo Darwin los aceptó con reservas.
En cuanto a la escala natural a la que todo organismo pretendía ascender,
esta es también una visión distorsionada del lamarckismo. No porque no lo
sostuviera, sino porque era una creencia generalizada en su tiempo: el grado
creciente de perfección de los organismos en una secuencia taxonómica ordenada (desde la obra de Linneo), culminando en el nivel máximo representado
por el ser humano.
Más allá de lo confusas y contradictorias que son sus argumentaciones, no
escapa a la lógica general de su época pensar en una generación espontánea que
continuamente produce los organismos más primitivos, y una serie de peldaños
ocupados por seres de complejidad creciente que muestran un camino de progreso hacia el hombre. Lamarck imprime en este camino un mecanismo de dinámica adaptativa, que permite dar sentido a las discontinuidades. Allí se encuentra su
gran novedad.
5 Es esta una idea claramente intuitiva y precientífica, que los textos escolares y nosotros los profesores
transmitimos sin más, descuidando la falta de armazón teórica de la que carecen los alumnos, y que permitiría atribuir un significado distinto (y de corte metodológico-histórico más adecuado) al término “adaptación”.
204
El uso de representaciones y controversias en la enseñanza de la evolución
6. La Síntesis y las caricaturas de Lamarck
Cuando la Síntesis se impone como paradigma evolucionista hegemónico, devuelve a Darwin el papel central en la conformación del núcleo teórico duro de
la evolución. Era entonces un momento de ensalzamiento y fuerte reducción de
las controversias, que se extiende al menos por 30 años (1940 hasta principios de
los años setenta), y coincide con la identificación, en la posguerra, de importantes dificultades en la enseñanza de las ciencias naturales. Estas se ven entonces
afectadas por una profunda revisión de contenidos y didáctica, que conduce a la
reescritura de los primeros siguiendo un proceso de integración y codificación renovados. En los textos escolares de los distintos niveles aparecen repentinamente
algunas ideas centrales sobre la teoría evolutiva, la ecología, la genética…
El esfuerzo sintético por rescatar y transmitir las ideas darwinianas, rápidamente las reduce a una serie de “observaciones” y “conclusiones” clásicas, que
presentan las ideas de Darwin como una secuencia lógica y virtuosa de apreciaciones e interpretaciones del mundo natural. La realidad es que el “despertar”
de Darwin a este nuevo modelo natural fue mucho más tortuoso y confuso, pero las síntesis que alumbraba “la Síntesis” no podían permitirse reflejarlo.
En este marco, la teoría de Lamarck se redujo a unas pocas ideas que permitían establecer oposiciones prácticas a las de Darwin, como si este se hubiera propuesto refutar el modelo lamarckiano y elaborar una propuesta superadora. Nada
de eso ocurrió entre los dos hombres que, a pesar de aparecer en los textos en solución de continuidad y profunda divergencia teórica, no mantuvieron contacto ni
afinidades de ningún tipo. La oposición señalada, entonces, fue un invento de la
síntesis y la renovación didáctica que reescribió los textos escolares anglosajones
desde los últimos años de la década del cincuenta.
7. La fallida utilidad didáctica de las falsas controversias
Mucho se ha escrito acerca de las limitaciones que los recortes didácticos
imponen a una adecuada transmisión de las ideas científicas. Lamarck se
convirtió en una caricatura funcional a la gloria de Darwin, muy a pesar del
mismo Darwin. Se convirtió en sinónimo de fracaso, y este se atribuye exclusivamente a errores internos del modelo teórico propuesto, a saber: a) falta de
pericia en la observación; b) errónea lógica argumentativa; c) abuso del recurso
teleológico-teológico. En la reconstrucción sintética de las ideas de Lamarck,
él supuestamente falla siguiendo un anacrónico análisis que le acusa de no
aplicar el método científico y la observación fiable, como si en su época estos
fueran procedimientos instalados en la comunidad científica y que la familia
couveriana pudiera esgrimir en su contra. La realidad es que los debates en los
cuales se denosta a Lamarck se realizaron en el mismo tono especulativo que
caracteriza a su Filosofía Zoológica, sin aportar más pruebas en contra que las
que había a favor. Es una controversia que se resuelve al modo kuhniano: la
comunidad científica se abroquela alrededor del modelo dominante, y rechaza
de plano el modelo novedoso.
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
La utilidad didáctica de enfrentar ambas teorías es evidente. Se alimenta una
controversia, se utiliza un aparente fracaso para sobredestacar el modelo darwiniano, se elogia el modo “positivista” y claramente reduccionista del avance científico como confrontación de ideas y superación de unos modelos “obsoletos” por
otros superadores, se elimina cualquier rastro de arbitrariedad y autoritarismo en
la dinámica de la comunidad científica, se produce un autoelogio del racionalismo
científico. Y la didáctica, deudora de una reflexión epistemológica propia más
profunda, adopta las posiciones referidas en sus propios desarrollos, siendo funcional a los modelos científicos dominantes.
8. Conclusión
La enseñanza de las ciencias debe acompañar los procesos que se han dado en la
epistemología, filosofía e historia de las ciencias en las últimas décadas. Debe incorporar los desarrollos que han tenido lugar en la comprensión de la naturaleza
de la ciencia, para brindar una imagen más adecuada de la investigación científica
y el manejo de sus controversias. La falsa antinomia entre Lamarck y Darwin
debe terminar, y reescribir la historia de la idea de evolución desde los aportes
positivos y negativos que en cada época pudieron realizarse. La lectura directa de
los textos que escribieron estos notables puede contribuir a alcanzar una mejor
comprensión y dimensionar más adecuadamente el contexto en que esas ideas
germinaron y se discutieron.
Tan importante como los contenidos mismos de las teorías, puede ser el análisis de las discusiones públicas que generaron, y de las cuales hay documentos
suficientes que pueden adaptarse para su uso en el aula.
La teoría evolutiva, por su amplitud y alcances, es terreno adecuado para el
debate y la discusión fértil, y se pone continuamente a prueba desde hace 150
años. Es un excelente modelo entonces para mostrar, en la Escuela, la fecundidad
de la empresa científica, a partir de una revisión permanente de la fidelidad de los
contenidos que se seleccionan para la enseñanza.
206
El uso de representaciones y controversias en la enseñanza de la evolución
Bibliografía
Darwin, Ch. (1983 [1859]). El origen de las especies por medio de la selección na-
tural. Madrid, Sarpe.
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evolución de una representación”, Ciencia Hoy N° 91, Buenos Aires.
Valadez, R.; Téllez Estrada, R. (2000). “Errores en la enseñanza de la
evolución del hombre”, Correo del Maestro N° 48, México.
207
Una larga argumentación
Marcela Torreblanca
Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires
Instituto Superior de Formación Docente Nº 129 ( Junín)
[email protected]
Ana Lía De Longhi
Universidad Nacional de Córdoba
[email protected]
Graciela Merino
Universidad Nacional de La Plata
[email protected]
1. Una de las cinco teorías
Aunque Darwin presentaba como “mi teoría” a El Origen de las Especies, E. Mayr
(2004) reconoce que en realidad “su teoría” está compuesta por cinco teorías principales que pueden tratarse de forma independiente. Esto explicaría, por qué algunos evolucionistas pudieron aceptar solo algunas e integrarlas a otros sistemas,
y descartar otras, buscando explicaciones alternativas.
Las cinco teorías identificadas por Mayr son: 1) la evolución propiamente
dicha; 2) la ascendencia común; 3) el gradualismo; 4) la multiplicación de las
especies (origen de la biodiversidad); 5º la última teoría en ser formulada, la más
elaborada e innovadora, la Selección Natural (Mayr, E., 2004) .1
La quinta teoría de Darwin fue la más rechazada e incomprendida. Los evolucionistas tardaron más de medio siglo en ponerse de acuerdo en su aceptación
como único mecanismo evolutivo.
La idea de la selección natural fue el aporte más original de Darwin. Para
construirla necesitó el aporte de los criadores, de sus colegas y de algunos pensadores extradisciplinarios de su época.
2. El origen de la teoría
Darwin en 1837, comenzó a coleccionar antecedentes relacionados con las
especies domésticas, hizo circular cuestionarios impresos entre los criadores
1 E. Mayr desarrolla esta idea en Por qué es única la biología, 2004, p. 144, ampliando lo expuesto en 1991
en “Una Larga controversia”, p. 49.
209
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
y leía muchos libros y publicaciones, incluso series completas de informes
de sociedades científicas. “Pronto me di cuenta que la selección era la clave
del éxito que ha encontrado el hombre para razas útiles de animales y de
plantas.”¿Cómo podría ser aplicada la selección a organismos vivientes en estado natural?” (Darwin, 1946).
Él intuía que ese sería el mecanismo que provocaría el cambio a través del
tiempo, del cual estaba convencido desde su viaje con el Beagle. Pero no se daba
cuenta aún como operaba. Puesto que en la selección artificial era el hombre
quien seleccionaba. ¿Qué o quiénes seleccionaban en la naturaleza? ¿Existía un
agente seleccionador? No, ¿entonces cómo sucedía? Aún no lo sabía: “Constituyó
para mí un misterio durante algún tiempo”.
Según su autobiografía, la lectura oportuna elucidó la cuestión: “En octubre
de 1838, es decir 15 meses después de comenzada mi encuesta sistemática, alcancé a leer solo por vía del entretenimiento el libro de Malthus sobre la Población”
(Darwin, 1946: 81).
Malthus le brindó la idea de la “lucha por la existencia”
Estaba bien preparado, por haber observado prolongada y continuamente los hábitos de
los animales y las plantas para apreciar la lucha por la existencia que se encuentra en todas partes; entonces se me ocurrió la idea de que en tales circunstancias, las variaciones
favorables tenderían a ser preservadas, mientras otras menos felices, serían destruidas. El
resultado de esto sería la formación de nuevas especies. Había por fin llegado a formular
una hipótesis sobre la cual apoyar mi trabajo. Pero estaba tan deseoso de evitar todo preconcepto, todo prejuicio, que decidí no escribir ni el más leve bosquejo. Recién en julio
de 1842 me di por primera vez, la satisfacción de redactar un resumen sucinto de mi teoría, de 35 páginas escritas a lápiz. Durante el verano de 1844 ese resumen fue alargado
hasta alcanzar 230 páginas (Darwin, 1946: 81).
Al releer los cuadernos de notas que escribió Darwin desde marzo de 1837
hasta fines de 1839, se puede observar que la idea de la selección natural estaba
en germen desde marzo de 1838, en el cuaderno C. Luego en el siguiente, el
cuaderno D, que inició a mediados de julio de ese mismo año, contiene las verdaderas especulaciones de esa teoría. En ese cuaderno nombra a Malthus, pero
no hay evidencias que para él esto fuera un hecho trascendente. La lectura del
ensayo de Malthus le brinda, quizá la cuña que le faltaba, pero sin embargo, no
exclama “Eureka” (Eldredge, 2009), y luego sigue escribiendo y discurriendo
sobre otros temas, recién en el cuaderno E comienza a darle importancia a su
nuevo hallazgo, en ese borrador comienzan las notas sobre los criadores y la
selección artificial.
Stephen J. Gould (2002) denomina annus mirabilis a lo que en realidad
fueron algo más de dos años, desde el regreso de su viaje con el Beagle hasta
la lectura de Malthus. Según él durante ese lapso, Darwin fue muy prolífico en
formular hipótesis y explicaciones del mecanismo que promovía el cambio en las
especies a través del tiempo.
En su empeño por formular un mecanismo evolutivo durante su annus mirabilis… Darwin
había abrazado, y rechazado en última instancia, una variedad de teorías contrapuestas
que incluía la saltación, la variación inherentemente adaptativa y la senescencia intrínseca
de las especies (…) Todas estas aproximaciones desechadas tienen en común el postula-
210
Una larga argumentación
do de un impulso interno, basado bien en una variación a empujones (saltacionismo) bien
en un cambio inherentemente direccional (Gould, 2002: 118).
Cómo mencioné anteriormente, Darwin se autoproclamaba empirista, siguiendo los preceptos de Bacon. Pero ¿realmente desarrolló de esa manera su teoría?
Para Gould, el método utilizado fue el de ensayo-error. A medida que
iba leyendo y acumulando datos probaba y desechaba teorías. “El método de
ensayo y error, paso a paso, se convierte en la metáfora central del Darwinismo”. Se puede seguir esta metodología en las anotaciones en sus cuadernos de
notas de 1838-1839.
Gould (2002) establece que luego de haber establecido un dominio de verificabilidad, Darwin comenzó a acumular datos y delineó su metodología histórica
(nunca de manera explícita, desde luego, pero con tal fuerza acumulativa a base
de ejemplos que el libro entero se convierte en “una larga argumentación sobre la
tratabilidad de su nueva ciencia” (Gould, 2002: 126).
Darwin vio la necesidad de desarrollar varios métodos de inferencia histórica,
cada uno a la medida de la naturaleza y calidad de la evidencia disponible.
Al proponer la teoría de la selección se basó en observaciones empíricas (actualmente las dividiríamos en ecológicas y genéticas) sobre el potencial reproductivo y la existencia de la variabilidad. Y estableció inferencias sobre la correlación
de ciertas características biológicas de los individuos y sus probabilidades de sobrevivir y dejar descendencia sin intervención del azar. Y que dichos resultados de
ese proceso selectivo se acumulan con el tiempo produciendo el cambio evolutivo,
por un lado y la adaptación de los organismos al medio por el otro.
Ernst Mayr y Gregorio Klymovsky trataron de representar esquemáticamente
el modelo explicativo de Darwin con respecto a la Selección Natural (figuras 1 y
2). Mayr se basó en el encadenamiento de hechos correlacionados e inferencias,
en cambio Klimovsky utilizó el ejemplo simplificado para ilustrar el método hipotético deductivo en versión simple.
ció
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3. Una manera de explicar
Para argumentar a favor de la selección natural Darwin introduce una nueva forma de explicación utilizando una metodología histórica.
Un modelo de explicación se considera histórico porque introduce en el “explanans” aspectos contingentes que no están subordinados a leyes realizando una
descripción temporal de un proceso que relaciona de manera causal variedades
ancestro-descendientes.
La explicación consiste en una serie de narraciones propuestas con el fin de
respaldar la credibilidad de cierto suceso o serie de sucesos que se corresponden
evolutivos, singulares e irrepetibles. Esta descripción significa un cambio en la
manera de ver el mundo y, por lo tanto, de explicarlo, a partir del cual se genera
una nueva práctica científica.
El aporte teórico fundamental del Origen radica en mostrar que las observaciones relativas a la variación, competencia y herencia responderían a cues211
1M
2K
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Figura 1. Cuadro explicativo presentado por Mayr.1 Representaciones esquemáticas de
la teoría de la Selección Natural.
tiones que hasta ese momento parecían estar más allá del ámbito científico
para su consideración.
La novedad en la propuesta de Darwin consiste en la introducción de procesos históricos y la inclusión de factores contingentes como componentes fundamentales del proceso explicativo. En efecto, tanto los aspectos contingentes como
los azarosos se incorporan al conocimiento del mundo, a través de un tipo de
explicación denominado narrativa histórica el cual recurre a argumentos que no
solo tienen en cuenta experimentos o leyes, sino también metáforas y analogías
que necesitan constituirse históricamente.
1 Mayr (1992: 86).
212
Una larga argumentación
Figura 2. Esquema del método hipotético deductivo en versión simple presentado por
Klimovsky.21 Representaciones esquemáticas de la teoría de la Selección Natural.
Las explicaciones por leyes pueden completarse intrínsecamente mediante
el agregado de más condiciones iniciales o más leyes al explanans. En cambio,
las explicaciones históricas pueden introducir aspectos extrínsecos, pues hacen
referencia a dimensiones contextuales, con lo cual las explicaciones históricas se
constituyen en las únicas que dan cuenta de cierto tipo de información. Es en
este sentido que debe tenderse la explicación darwiniana del origen de las especies en tanto atribuye la explicación del mundo orgánico a aspectos contingentes
de interacción de los organismos y el medio, independientemente de la dirección
inteligente del creador.
El gran logro de Darwin, según Mayr, fue ser capaz de explicar por la selección natural todos los fenómenos para los cuales Kant había considerado necesario invocar la teleología.
Ruse, analiza la teoría del origen para encontrar valores epistémicos en relación con la ciencia de la época. Primeramente se fija si posee valor predictivo. En
2 Klimovsky (1999: 179).
213
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
ese caso dice, deja mucho que desear porque no tiene fuerza predictiva. Pero no
se puede negar si tomamos la predicción en un sentido general, no la predicción
de fenómenos futuros, sino la de acontecimientos o fenómenos actuales desconocidos para el autor en el momento de formularla. También, existen predicciones
en situaciones hipotéticas cuando describe casos particulares.
Asimismo, no existe predicción absoluta, dado la intervención de componentes probabilísticos y aleatorios en el seno de la teoría. Mayr sostiene que los
cambios se fueron dando por la sustitución de un análisis grueso por uno más
fino y el desarrollo de métodos enteramente originales. Los cambios teóricos
en la biología parecen ajustarse a las descripciones de la epistemología evolutiva darvinista. Las hipótesis exitosas son “seleccionadas” hasta que son reemplazadas por otras aún mejores o que explican mayor cantidad de fenómenos.
4. Los obstáculos del lenguaje
Darwin, intentó dejar claro que el uso de la expresión selección no es una
“proyección” antropomórfica de las acciones teleológicas en los mecanismos
causales, ni una simple metáfora afortunada. La selección artificial puede
haberle sugerido a Darwin la idea de selección natural, como él mismo confesaba en una carta a Wallace de 1858, un año antes de publicar El origen
de las especies: “Llegué a la conclusión de que la selección era el principio
del cambio a partir del estudio de las producciones domésticas; y después,
leyendo a Malthus, vi enseguida cómo aplicar este principio” (Citado por
Mayr, 1998: 308).
Pero la validez del principio depende de conexiones objetivas que desbordan
la sugerencia metafórica.
Diversos autores han interpretado erróneamente o puesto dificultades al término
selección natural. Algunos hasta han imaginado que la selección natural produce
la variabilidad, aunque implica únicamente la conservación de las variaciones que
surgen y son beneficiosas al ser en sus condiciones de vida. Nadie pone reparo a
los agricultores que hablan de los poderosos efectos de la selección del hombre, y ,
en este caso las diferencias individuales dadas por la naturaleza, el hombre elige con
algún objeto, tiene por necesidad que ocurrir antes. Otros han puesto que el termino
selección implica selección consciente en los animales que se modifican, y hasta se
ha argüido que, como las plantas no tienen volición, la selección natural no es aplicable a ellas. En el sentido literal de la palabra, indudablemente, selección natural es una
expresión falsa; pero ¿quién no pondrá nunca reparos a los químicos que hablan de
las afinidades electivas de los diferentes elementos? y, sin embargo de un ácido no
puede decirse estrictamente que elige una base con la cual se combina preferentemente. Se ha dicho que yo hablo de la selección natural como de una potencia activa
o divinidad; pero como, ¿quién hace caso a un autor que habla de la atracción de la
gravedad como si regulase los movimientos de los planetas? Todos sabemos lo que
significa e implica estas expresiones metafóricas, que son casi necesarias para la brevedad. De la misma manera, también, es difícil personificar la palabra naturaleza; pero
por naturaleza, solo la acción conjunta y el producto de muchas leyes naturales, por
leyes, la sucesión de hechos en cuanto son conocidos por nosotros. Familiarizándole
un poco con los términos, estas objeciones, tan superficiales, quedarán olvidadas”
(Mayr, 2005: 172).
214
Una larga argumentación
5. Metáforas y analogías
El empleo de la metáfora como estrategia de explicación y comprensión era muy
común en el momento histórico en que vivió Darwin.
Darwin aclara que utiliza la lucha por la existencia como una metáfora. Es decir que no se refiere únicamente a los enfrentamientos directos y violentos como
aquellos en que los depredadores, en época de hambre, luchan entre sí para disputarse los alimentos necesarios para su subsistencia, sino que se refiere a todas las
situaciones en que los seres vivos han de hacer frente a dificultades que amenacen
su subsistencia.
De dos animales carnívoros, en tiempo de escasez y de hambre, puede decirse verdaderamente que luchan entre sí por conseguir alimento y vivir. Pero de una planta en el límite
de un desierto se dice que lucha por la vida contra la sequedad, aunque fuera más propio
decir que depende de la humedad. De una planta que produce anualmente un millar de
semillas, de las que, por término medio, solo una llega a la madurez, puede decirse con
más exactitud que lucha con las plantas de la misma clase y de otras que ya cubren el
suelo. El muérdago depende del manzano y de algunos otros árboles; más solo en un
sentido muy amplio/ puede decirse que lucha con estos árboles, pues si creciesen demasiados parásitos en el mismo árbol, este se extenúa y muere; pero de varias plantitas
de muérdago que crecen muy juntas en la misma rama, puede decirse con más exactitud
que luchan entre sí. Como el muérdago se disemina por los pájaros, su existencia depende de estos, y puede decirse metafóricamente que lucha con otras plantas frutales, tentando a los pájaros a devorar y así diseminar sus semillas. En estos diversos sentidos, que
se relacionan entre sí, empleo por razón de conveniencia la expresión general de “lucha
por la existencia (Darwin, 2001: 63).
En ese marco ecológico del conjunto de restricciones u obstáculos al aumento de
las poblaciones quedan subsumidas las poblaciones humanas de Malthus de forma
semejante a como quedaba subsumida la selección artificial en la selección natural.
La metáfora es empleada por Darwin para entender los diferentes sentidos de
la lucha por la existencia, que no solo implica el exterminio del otro, sino también
la dependencia de otros para ocupar nuevos lugares en la naturaleza. También define la función de la selección natural personificándola como un ente que se dedica a “escrutar” cada día y cada hora las modificaciones que se producen en la naturaleza conservando las favorables a cada aspecto y “trabajando” silenciosamente
para el mejoramiento de los mismos. Luego está la otra expresión, que como él
mismo señala, tomó de Herbert Spencer: “supervivencia del más apto”.
(…) he denominado a este principio, por el cual toda variación ligera, si es útil, se conserva, con el término de “selección natural”, a fin de señalar su relación con la facultad de selección del hombre. Pero la expresión frecuentemente empleada por Mr. Herbert Spencer
de “la supervivencia de los más aptos” es más exacta y, a veces, igualmente conveniente
(Darwin, 1872: 61).
Por otro lado existe un texto paralelo a ese realizado por Spencer: La supervivencia de los más aptos, que aquí he intentado expresar en términos mecánicos, es lo
que Mr. Darwin ha llamado “selección natural o conservación de las razas favorecidas
215
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
en la lucha por la vida” (Principles of Biology).3 La expresión “supervivencia de los
más aptos” tiene, frente a la de “lucha por la existencia”, el sentido de un resultado
de un proceso, es decir que los mecanismos causales aludidos por “la lucha por la
existencia” producen los diferentes estados y procesos de coexistencia de las distintas formas competentes con “la supervivencia de los más aptos”. Darwin distingue, incluso en lo títulos de los capítulos III y IV, esos dos tipos de selección
natural que están continuamente entrelazándose.
Las expresiones “lucha por la existencia” y “supervivencia de los más aptos” no
son, por tanto, simples metáforas secundarias de una metáfora primordial: “selección natural”. Son los puentes que unen “selección natural”, interpretada apropiadamente, con sus referentes en las explicaciones efectivas. Mayr va más allá de
identificar a la selección natural en base a una simple analogía con la selección
artificial. Él compara los aspectos intrínsecos de ambos procesos y detecta que la
selección puede operar a dos puntas.
Darwin tomó prestado el término selección de los criadores de animales y de los cultivadores de plantas, pero pasó por alto que los criadores al igual que la naturaleza, utilizaban
dos métodos muy diferentes para mejorar su ganado. De acuerdo con uno de estos
métodos se seleccionaba como reproductores de la próxima generación, los individuos
con aquellas características que presentaban el ideal al que los criadores apuntaban. Ellos
dirían simplemente que escogían como reproductores “los mejores ejemplares” de su ganado. Fue este el método que Darwin pensaba cuando empleaba la palabra seleccionar.
Sin embargo, los criadores a menudo usaban un método diferente, al que llamaban “tría”
(culling). En este método se eliminaban solo los ejemplares realmente inferiores y todos los
restantes se empleaban como reproductores. Por supuesto, no era en absoluto una “selección de los mejores”. La naturaleza emplea los mismos dos métodos (Mayr, 2004: 172).
Darwin mismo, realiza aclaraciones sobre la elección de la expresión “selección natural”. Al parecer utiliza esta al no encontrar “alguna mejor”.
6. Explicación y tautología
Desde algunos sectores de la Filosofía de la Ciencia surgió la crítica hacia la teoría
de la selección natural, acusándola de tautológica, es decir circular en su razonamiento. Si bien esta crítica parte de un reduccionismo, se podría analizar de dónde
surge tal imputación. La selección natural se define por la supervivencia de los
más aptos. Ante la pregunta ¿Cuáles sobreviven? Los más aptos. ¿Cuáles son los
más aptos? Los que pueden sobrevivir y reproducirse. Se sostiene que “los individuos con variaciones favorables son los que sobreviven y se reproducen, debido
a que la teoría define como favorable la capacidad para sobrevivir y reproducirse”.
La clave para resolver este problema, es darse cuenta que la palabra “favorable”, es falsa. Es decir, se utiliza como posibilidad. No necesariamente “tener las
variaciones favorables” es decir “ser apto” es garantía de supervivencia. El único
requerimiento para la selección natural es que ciertas variantes lo hagan mejor
3 Citado por Juan Ramón Álvarez, “Analogías Darwinianas: Modelos y/o Metáforas”. Actas del III Congreso
de la sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia. San Sebastián, España.
216
Una larga argumentación
que las otras, como opuesto a las aleatorias. Siempre que un grupo no aleatorio
de una población sobreviva y deje más descendientes, se produce selección natural.
Según Ruse se reduce empíricamente a una tautología porque se define “aptitud” en términos de supervivencia y adaptación. Cita a Manser: “No puede haber
un criterio independiente para definir la aptitud o la adaptabilidad; la supervivencia y la adaptabilidad o aptitud están necesariamente ligadas” (Manser, 1965).
Para Ruse, el inconveniente surgió en la errónea definición de los términos.
Para resolver esta situación, Brandon habla de una “aptitud diferencial” que se
define probabilísticamente y de reproducción diferenciada.
Cuando se simplifica se asocia la selección natural a la supervivencia de los
más aptos. Así mismo, la idea básica de selección natural, incluso en su versión
original darviniana, no es tan simple como para reducirla en una sola frase. Además, entendiendo que esa frase implica el uso de analogías y metáforas.
Un biólogo jamás se plantearía el problema de la taulotología; porque operativamente no existe. Mayr destaca que la selección natural es mucho más que la
lucha por la existencia y la supervivencia de los más aptos.
Cuando se habla de selección natural siempre se piensa inconscientemente en la lucha
por la existencia. Se piensa en los factores que favorecen la supervivencia tales como la
capacidad de superar condiciones meteorológicas adversas, la de escapar de los enemigos, la de lidiar mejor con parásitos y agentes patógenos, y la de ser exitosos en la competencia por el alimento y el hábitat; en pocas palabras la de tener cualquier característica
que incremente las probabilidades de supervivencia. Esta “selección de supervivencia” es
aquello en la que la mayoría de la gente piensa cuando habla de selección natural. Darwin,
empero, vio con toda claridad que existían otros factores que aumentaban la probabilidad
de dejar descendencia. Cualquiera de estos factores puede describirse como selección
para el éxito reproductivo, que abarca la competición por la pareja. Entre estos factores
que Darwin aisló para se objeto de atención especial se encuentran rasgos que afectan
al éxito de la competencia por la pareja, ya sea por medio del combate entre machos o
por selección de las hembras. Combinó esos dos modelos de selección de pareja bajo la
denominación de selección sexual. Para indicar cuan importante consideraba Darwin este
proceso le dedicó los dos tercios del origen del hombre (Mayr, 2004: 177).
Los que sostienen que la selección natural es un concepto tautológico, se olvidan
de dos puntos esenciales, uno es el elemento temporal y otro es la definición de adaptación. Es decir tener la característica de aptitud no garantiza estar “mejor adaptado”.
Como Brandon (1990, 1996) apunta, la explicación ecológica de las estructuras adaptativas debe siempre partir del presupuesto de que estamos ante el caso
de una característica cuyos “portadores están mejor adaptados a un ambiente selectivo particular que los portadores de estructuras alternativas”. Una adaptación,
podemos decir, es una variante fenotípica que produce la mayor aptitud (fitness)
entre un conjunto especificado de variantes en un ambiente dado y esto significa que estamos ante una noción estrictamente relativa. Cuando una estructura
es una adaptación se toma la hipótesis de que en un determinado ambiente la
misma contribuye, o ha contribuido, al éxito reproductivo de sus portadores en
mayor grado que alguna forma alternativa. Por eso, la explicación darvinista debe
siempre aludir a las condiciones bajo las cuales la característica positivamente
seleccionada pudo resultar mejor o más ventajosa (en términos del éxito repro217
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
ductivo de sus portadores) que una o más alternativas fisiológicamente viables y
efectivamente presentes en una población.
Es menester no confundir la explicación seleccional darviniana de la presencia o frecuencia de una estructura en una población con una simple descripción del modo en que esa
estructura actúa en beneficio de sus portadores o está asociada a alguna estructura que
produce tales beneficios. Como sabemos, “el hecho de que una característica sea beneficiosa para su poseedor no es una condición ni necesaria ni suficiente para considerar que
la misma sea una adaptación (Brandon, 1990: 43).
Ruse deja claro que ser “más apto” no necesariamente implica que deje mayor
descendencia. No se da una relación estricta entre los organismos que son “aptos”
y aquellos que sobreviven y se reproducen. Si dicha aptitud está en los genes. Se
transmiten unos genes en mayor proporción que otros, que sería la consecuencia
de la reproducción diferencial. Él cita el ejemplo de la anemia falciforme, donde
tener los “genes aptos” (que no producen la enfermedad) no implica la sobrevivencia para los individuos que viven en zonas donde existe la malaria. En cambio
los híbridos que poseen un gen defectuoso son los que son seleccionados y sobreviven y pueden dejar descendencia.
Las dificultades en salvar estas objeciones al concepto de selección natural
se superan al acordar la definición de los términos implicados y al tener en claro
cuáles son los datos observacionales y las inferencias que se tienen en cuenta en
su formulación y las predicciones que surgen de la misma.
7. La enseñanza de la selección natural
Nuestra propuesta didáctica gira en torno a la utilización de la historia para
generar el debate y plantear situaciones problemáticas similares a los dilemas y
conflictos históricos que influyeron en la construcción de la teoría. Valiéndonos
de los textos y los recursos accesibles por medio de Internet (textos originales,
documentos de la época) ubicándolos en su contexto histórico cultural. Simular
las situaciones, construir esquemas y mapas conceptuales siguiendo el hilo de las
especulaciones, analizar los ejemplos y evidencias, refutar, justificar, buscar correspondencia con hechos actuales. Así, por medio del diálogo y la argumentación,
los alumnos irán construyendo sus conclusiones.
El eje de este enfoque es la utilización de la argumentación entendida en sus
dos acepciones, ( Jiménez Aleixandre, 2008) por un lado, construir un discurso
para apoyar los enunciados con pruebas y justificar las conclusiones y por otro
lado como persuasión, que los alumnos sean capaces de convencer y convencerse
con sus propias ideas una vez justificadas.
Hay algunos planteos y discusiones que deberían estar presentes en clase, como
por ejemplo ¿cuándo una explicación se convierte en científica?, las mismas evidencias pueden justificar distintas explicaciones, ¿existen los errores y las equivocaciones en las ciencias o solo depende del contexto y de las posturas que se tomen
cuando se analizan? Se deben confrontar las ideas del “sentido común” con las
fuentes históricas y las evidencias empíricas.
218
Una larga argumentación
También es importante que se evidencie que la historia, como está escrita desde una visión actual, puede adecuarse a las necesidades o intenciones del relator
en relación al modelo que se desea transmitir. Frente a esta se debe desarrollar un
sentido crítico.
Es importante que el docente desarrolle un rol activo. Debe informarse para
conocer y manejar cómodamente el tema para lograr ser un guía facilitador, que
le permita a sus alumnos la construcción de su propio discurso a partir de la interacción, la indagación bibliográfica, el debate y la confrontación, sin abandonar el
diálogo y la socialización de ideas.
Se trata en última instancia de problematizar el contenido para hacerlo
funcional en el marco del currículum y promotor de la comprensión en el
aprendizaje. Propuestas de este tipo promueven el desarrollo de habilidades
cognitivo lingüísticas como la argumentación y explicación, conduciendo a
hablar y hacer ciencias en el aula, desde actividades e interacciones verbales
planificadas (De Longhi, 2007).
Darwin construyó El Origen de las Especies como una “larga argumentación”.
La concepción darviniana de la argumentación coincide con la idea de argumentación que manejamos en la construcción del discurso en las aulas de ciencias.
219
Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Bibliografía
Álvarez, J. R. (2000). “Analogías Darwinianas: Modelos y/o Metáforas” en Actas
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Ruse, M. (1990). Filosofía de la Biología. Madrid, Alianza.
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220
LOS AUTORES
Abriata, José P.: Doctor en Física (Instituto Balseiro, Universidad Nacional de
Cuyo). Especialista en Termodinámica y sus aplicaciones a sistemas y materiales
complejos. Es autor de numerosas publicaciones nacionales y extranjeras. Fue
Profesor Titular del Instituto Balseiro entre 1984 y 2007 y Director del mismo
Instituto entre el 2000 y 2003. Ha desarrollado una intensa actividad académica
en los temas de su especialidad prestando especial atención a los procesos de enseñanza y aprendizaje de la Termodinámica.
Asúa, Miguel de: Médico y Doctor en Medicina (UBA), Bachiller y Licenciado en Teología (UCA), Master en Historia y Filosofía de la ciencia y Ph. D. en
Historia (University of Notre Dame). Miembro de Clare Hall (Cambridge),
investigador visitante en Harvard y Yale, fellow de Boston College y Becario
Guggenheim 2007-08. Miembro de la carrera del investigador de CONICET y
profesor titular de historia de la ciencia y de la medicina en UNSAM. Titular de
la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Autor y compilador de 10
libros y 60 artículos sobre historia y filosofía de la ciencia.
Blasina, Eduardo: es ingeniero agrónomo. Trabaja como analista de mercados
agrícolas desde la empresa Blasina & Tardáguila Consultores radicada en Montevideo. Es columnista del diario El Observador. Participó del congreso de teoría
evolutiva realizado en Punta del Este en el año 2009 en homenaje a los 200 años
de Darwin, disertando sobre evolución y educación y como comentarista de la
ponencia realizada allí por el filósofo Daniel Dennet. El año pasado publicó el
libro El descubrimiento de la evolución, Darwin en el Plata. Lleva adelante el blog:
evolutivamente.blogspot.com.
Boglione, Flavia L.: Licenciada en Enseñanza de las Ciencias con orientación
en Biología. (UNSAM). Actualmente cursa la Maestría en Enseñanza de las
Ciencias y la Matemática con orientación en Biología en la misma universidad.
Profesora en Ciencias Naturales. Se desempeña en escuelas medias y es docente
en el ISP N º 7 de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe.
De Longhi de Pedrotti, Ana L.: Doctora en Ciencias de la Educación. Licenciada en Ciencias de la Educación y Profesora en Ciencias Biológicas. Investigadora
categoría 2, 1998. Trabaja en el Departamento de Enseñanza de las Ciencias y la
Tecnología. Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales. (FCEFyN), UNC.
Profesora Titular, dedicación exclusiva. Cátedras de Didáctica General, Didáctica
Especial y Didáctica Universitaria. Docente de varias carreras de Postgrado, en
Doctorados, Maestrías y Especializaciones: Universidad Católica de Santa Fe.
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Universidad Nacional del Litoral. Universidad Nacional de Jujuy. Universidad
Nacional de Córdoba. Directora de proyectos de Investigación. Autora de de artículos y libros relacionados con el área de Didáctica de las Ciencias.
Gómez Di Vincenzo, José: Profesor de Enseñanza Primaria; Licenciado en
Educación (UNSAM). Actualmente, se encuentra terminando su tesis de doctorado sobre la relación entre ciencias biomédicas, tecnologías y orden social, la cual
será presentada para su evaluación académica en la Universidad de Tres de Febrero. Desde 2006 es jefe de trabajos prácticos en la cátedra de Epistemología de las
Ciencias Sociales en la Escuela de Humanidades de la Universidad de San Martín. Como investigador, trabaja en Centro de Estudios de Historia de la Ciencia
y la Técnica “José Babini” participando en distintas líneas de investigación en el
campo de la Filosofía e Historia de las Ciencias.
Gasparini, Sandra: Licenciada en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como docente de Literatura
Argentina e investigadora. Ha publicado ediciones críticas y diversos artículos
sobre literatura argentina del siglo diecinueve y, especialmente, sobre el género
fantástico a fines de ese período. Actualmente ha concluido su tesis doctoral
sobre la fantasía científica en Argentina del siglo diecinueve y espera realizar su
defensa en la Universidad de Buenos Aires.
Ginnobili, Santiago: Licenciada en Filosofía (Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires). Actualmente se encuentra finalizando su doctorado en la misma institución con beca de CONICET. Dicta clases en el área
de Filosofía e historia de la ciencia en la carrera de Filosofía de la Universidad
de Buenos Aires, y en el área de Filosofía en la Universidad Nacional de Quilmes. Sus áreas de interés se enmarcan dentro de la Filosofía de la ciencia y, especialmente en la filosofía de la biología. Ha publicado artículos en revistas como
Ludus Vitalis, Endoxa, Análisis filosófico y Scientiae Studia y varios capítulos en
diversos libros.
Gorga, Marcelo: Docente Adjunto de “Neurociencias aplicadas al aprendizaje”.
Escuela de Humanidades, Carrera de Psicopedagogía (UNSAM). Médico Neuropediatra. Programa comunitario UTEN (Un Tesoro En Cada Niño), FLENI. Ex
residente y jefe de residentes de Pediatría del Hospital General de Niños Doctor
Pedro de Elizalde. Ex residente de Neurología Infantil del Hospital Nacional de
Pediatría Doctor Juan P. Garrahan. Alumno de la carrera de Filosofía. Escuela de
Humanidades, UNSAM.
López Torres, Lorena P.: Profesora de Lenguaje y Comunicación (2005) y Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea por la Universidad Austral
de Chile (2009). Dicta clases de literatura y trabaja en proyectos de gestión cultural
dentro de la universidad, colaborando paralelamente con agrupaciones artísticas
independientes. Actualmente se desempeña como asistente editorial de la Revista
Documentos Lingüísticos y Literarios de la Facultad de Filosofía y Humanidades de
222
Los autores
la misma casa de estudios. Sus líneas de investigación giran en torno a la literatura
y la identidad patagónica e hispanoamericana. También posee investigaciones en el
campo de la musicología y su relación con la producción etnoliteraria mapuche.
Merino, Graciela: Doctora en Ciencias de la Educación. Licenciada en Ciencias
de la Educación, Profesora en Ciencias Biológicas. Especialista en Enseñanza de
las Ciencias (orientación biológica) diplomada superior en Ciencias Sociales con
mención en Gestión Educativa. Profesor Titular ordinario “Didáctica Especial y
Prácticas de la Enseñanza en Ciencias Biológicas”. Secretaria Académica Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de La
Plata. Investigadora categoría I en el área de Didáctica de la Ciencias Naturales.
Miembro Titular y Secretaria Ejecutiva de la Comisión Asesora de la Dirección
Ejecutiva de la Red de Popularización de la Ciencia y la Tecnología para América
Latina y el Caribe, UNESCO. Directora de proyectos de Investigación. Directora
y Docente de carreras de posgrado.
Miranda, Marisa: Doctora en Ciencias Jurídicas. Investigadora Independiente
del CONICET y Profesora de la Universidad Nacional de La Plata y de la Universidad Nacional de San Martín. Entre su producción científica pueden mencionarse las tres compilaciones de las cuales es co-autora: Miranda, Marisa y Vallejo,
Gustavo (comp.). Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino. (Buenos Aires,
Siglo XXI, 2005); Vallejo, Gustavo y Miranda, Marisa (comps.). Políticas del
cuerpo. (Buenos Aires, 2007) y Miranda, Marisa y Girón Sierra, Álvaro (coord.).
Cuerpo, biopolítica y control social (Siglo XXI, Buenos Aires, 2009).
Montserrat, Marcelo: Marcelo Montserrat nació en la Paternal en 1936. Es
abogado (Diploma de Honor) de la Universidad de Buenos Aires, profesión que
nunca ejerció. Es académico de número de la Academia Nacional de la Historia
y, en la actualidad, tras una larga carrera docente en universidades públicas, privadas, nacionales y extranjeras, es profesor titular de Historia de las Ideas Políticas
Modernas y Contemporáneas de la UCEMA. Desde 1972 enseña Historia de las
Relaciones Internacionales en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Ha
publicado seis libros sobre la historia de la ciencia en Argentina e Historia Contemporánea en Buenos Aires, Dordrecht y Torino y numerosos artículos en obras
colectivas.
Palma, Dante Augusto: Profesor de Filosofía egresado de la Universidad de
Buenos Aires y doctorando (becario CONICET) en Ciencia Política en la Universidad de San Martín. Además es docente e investigador de la UNSAM. Autor
del libro Relativismo e inconmensurabilidad. Apuntes sobre la filosofía de T. Kuhn, J.
Baudino Ediciones (2007). Ha participado en publicaciones y congresos internacionales y publica columnas asiduamente en el Periódico Miradas al Sur y en las
Revistas Caras y Caretas y Ñ entre otras. Palma, Héctor A.: Doctor en Ciencias Sociales y Humanidades con una tesis
sobre el uso de metáforas en las ciencias (Universidad Nacional de Quilmes);
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Jornadas 200/150: año Darwin en la UNSAM
Magíster en Ciencia, Tecnología y Sociedad (Universidad Nacional de Quilmes)
y Profesor en Filosofía (Universidad de Buenos Aires). Actualmente es profesor
regular de Filosofía de las Ciencias e investigador del Centro de Estudios sobre
la Ciencia y la Tecnología ‘J. Babini’ en la Universidad Nacional de San Martín.
Es autor de numerosos artículos en publicaciones especializadas, nacionales
y extranjeras. Sus últimos libros son: Metáforas en la evolución de las ciencias
( J. Baudino Ed., 2004); Gobernar es seleccionar. Historia y reflexiones sobre el
mejoramiento genético en seres humanos ( J. Baudino Ed., 2005); Filosofía de las
ciencias. Temas y Problemas (UNSAMedita, 2008) y Darwin en la Argentina
(UNSAMedita, 2009).
Pavesi, Pablo E.: obtuvo una maestría en filosofía en la Universidad de París IV,
Sorbona y es doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Es autor
del libro La moral metafísica. Pasión y virtud en Descartes (Prometeo, 2009) y de
una edición crítica de las Meditaciones Metafísicas (Prometeo 2009). Actualmente
se desempeña como profesor adjunto en la cátedra de Historia de la Psicología
(UBA) y en la cátedra de Metafísica (UNGS). Corresponsal del Bulletin cartésien
en América Latina, es miembro pleno del Centro de Investigaciones Filosóficas.
Scheinsohn Vivian G. FALTA CV
Sica, Fernando G.: Licenciado en Enseñanza de las Ciencias (UNSAM); Magíster en Ciencia, Tecnología y Sociedad (UNQUI). Actualmente, profesor de la
Universidad Nacional del Centro (Biología) y dictado de distintas asignaturas en
Institutos de Profesorado de la ciudad de Tandil: Investigación en Didáctica de
las Ciencias Naturales y Comunicación Pública de las Ciencias.
Torreblanca, Marcela: Licenciada en Enseñanza de la Biología, Profesora en
Ciencias Naturales, Profesora en Psicopedagogía. Diplomada Superior en Enseñanza de las Ciencias. Docente en los niveles superior y secundario. Capacitadora en las áreas de Ciencias Naturales e Informática Educativa. Investigadora
de la Universidad Nacional del Noroeste de la provincia de Buenos Aires sobre
simulaciones informáticas para la enseñanza de los mecanismos evolutivos. Actualmente desarrolla la tesis de la Maestría CTS de la Universidad Nacional de
Quilmes y concluyó la Maestría en Didáctica de las Ciencias Experimentales en
la Universidad Nacional del Litoral, cuya tesis “El Enfoque Histórico contextualizado como facilitador de la enseñanza de los mecanismos evolutivos” está en
proceso de defensa.
Vallejo, Gustavo: Doctor en Historia e Investigador del CONICET. Obtuvo diversas becas y premios y en España fue distinguido en 2003 con un Sabático para
investigadores extranjeros por el Ministerio de Cultura y Educación. Ha abordado
la historia cultural urbana, de la cultura científica y del control social, en numerosos
artículos, en obras compiladas con M. Miranda y en libros realizados individualmente: Escenarios de la cultura científica argentina. Ciudad y Universidad. 1882-1955
(Madrid, CSIC, 2007) y Utopías cisplatinas (Buenos Aires, Las Cuarenta, 2009).
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Los autores
Vallejo, Mauro: Becario del CONICET (Beca Interna de Posgrado Tipo I), con
sede en el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología. Licenciado
en Psicología, doctorando por la Facultad de Psicología de la UBA. Docente Ayudante de trabajos prácticos de la Cátedra I de Historia de la Psicología.
Miembro del Proyecto UBACyT (2008-2010) “El dispositivo “psi” en la Argentina (1942-1976): Estudios de campo y estudios de recepción” (P004). Autor de los
libros Incidencias en el psicoanálisis de la obra de Michel Foucault (Letra Viva, 2006)
y Los miércoles por la noche, alrededor de Freud (Letra Viva, 2008).
Vallejos Llobet, Patricia: Profesora Asociada de la cátedra Análisis del Discurso
en el Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur e Investigadora del CONICET. Desde 2006 es Directora de la carrera de posgrado
del Doctorado en Letras del Departamento de Humanidades de la UNS. Ha participado como miembro titular en el Consejo Asesor de la Secretaría de Ciencia
y Tecnología de la UNS. Directora de becarios, pasantes y tesistas de doctorado.
Ha participado como miembro titular de jurado de tesis de doctorado y maestrías.
Posee numerosas publicaciones tanto nacionales como extranjeras, referidas al
análisis del discurso científico.
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