libro / leer - Foro para la Investigación de los Represaliados

Transcripción

libro / leer - Foro para la Investigación de los Represaliados
(1939 – 1951)
EMILIO MONZO TORRIJO
Exiliados republicanos en el campo francés de Barcarès en marzo 1939 – Robert Capa
PRIMERA PARTE = LIBERTAD
(1939 – 1940)
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AGRADECIMIENTOS
Mi agradecimiento a Francesc Joan López Sánchez y Cristina
Escrivá Moscardó por sus consejos y ánimos sobre la primera parte de
este libro. Igualmente agradezco a mi amigo Josep Medina i Rodrigo por el
Interés y esfuerzo mostrado desde el momento en que nos conocimos en
La tertulia semanal de la Federación Universitaria Escolar (FUE).
Conversando le comenté que tenía escritas mis vivencias: desde el
Instituto para Obreros hasta mi exilio por diversos países. Él ha colaborado
en la segunda y tercera parte de EXILIO y en la documentación gráfica, de
las tres partes, que completa y enriquece mis palabras.
Dedico estos recuerdos escritos de una manera especial a las compañeras
y compañeros de la Asociación Cultural Instituto Obrero.
Emilio Monzó Torrijo
Valencia, febrero, 2010
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Foto: propiedad del autor.
EMILIO MONZÓ COMO MILITAR DE LA REPUBLICA.
LA RETIRADA. PORTBOU 10 DE FEBRERO DEL 1939.
Dos jóvenes soldados republicanos caminaban penosamente subiendo la
empinada cuesta pirenaica, apartados de la muchedumbre que se desplazaba hacia
la frontera francesa. El cielo estaba tormentoso, la noche oscura. De vez en cuando,
un relámpago iluminaba la carretera por donde caminaban miles de compatriotas
camino del exilio. De los profundos valles, situados entre la ruta y el mar,
ascendían enormes llamaradas y negras columnas de humo. Las explosiones que se
producían en los barrancos y los truenos de la vecina tormenta estremecían a los
fugitivos. Estaban cansados, deprimidos y aterrorizados por los incesantes
ametrallamientos y bombardeos de los aviones alemanes e italianos. Los soldados
republicanos, que cubrían el éxodo, se replegaban a Francia. Habían combatido en
condiciones muy adversas, consiguiendo sólo frenar el avance de las columnas
“nacionalistas”. Estaban desmoralizados por las durísimas marchas y
contramarchas nocturnas, en las que se recorrieron grandes distancias, la mayor
parte a pie, por montes y vaguadas; otras, transportados por camiones,
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presenciando las escalofriantes escenas de los pueblos inmediatos destruidos.
Hasta el último momento esperaron en vano la ayuda de los países democráticos,
que hubieran hecho tomar, posiblemente, otro curso a la guerra.
La ofensiva militar nacionalista, cuyo objetivo era la conquista de Cataluña
había empezado un mes y medio antes. Un ejército multinacional integrado por
unidades de asalto marroquíes y de la legión; soldados y oficiales españoles,
italianos, alemanes y portugueses; pero sobre todo, provistos de poderosos y
modernos medios de combate: tanques, artillería y aviones, pronto consiguió abrir
amplias brechas en las fortificaciones de los frentes. Las columnas motorizadas
aplastaron la resistencia republicana, avanzando rápidamente por el oeste y el sur.
Inútilmente se aferraban al terreno los soldados de la República. Una y otra vez
eran desbordados por los flancos y corrían el riesgo de ser hechos prisioneros.
Las tropas de choque marroquíes se desplazaban en tiempo record a los
lugares donde encontraban mayor resistencia. Durante el día la artillería y la
aviación bombardeaban sin descanso las posiciones republicanas, así como los
pueblos, carreteras y puentes cercanos. La población civil sufría el castigo tanto
como los combatientes de la primera línea. Era imposible resistir la andanada
indiscriminada de proyectiles, cuyo único objetivo era sembrar el terror.
Durante la noche, después de haber soportado estoicamente los bombardeos
y ametrallamientos diurnos, a los soldados de la República se les ordenaba
contraatacar y recuperar las posiciones perdidas. Aprovechando la oscuridad, los
combatientes se arrastraban como reptiles entre la maleza y las ondulaciones del
terreno hasta los puestos del enemigo y los asaltaban con bombas de mano.
Aunque eran hábiles en el manejo de las mismas, no siempre alcanzaban su
objetivo. El enemigo solía rehusar los combates nocturnos, porque al no poder
utilizar sus armas más eficaces, optaba por abandonar el puesto sin combatir. En
días posteriores, la posición era masivamente bombardeada y ocupada sin ninguna
oposición. Con estas operaciones nocturnas, los republicanos frenaban algo el
avance nacionalista, a costa de un gran desgaste físico y la pérdida de no pocas
vidas humanas. Era una lucha desigual entre un bando apoyado descaradamente
por los provocadores países nazi-fascistas y un pueblo, al que las democracias, con
argucias de todo tipo, le negaron su derecho a defenderse.
En los campos, caminos y pueblos donde se combatió quedaron muertos por
todas partes, de todas las edades, sexo y condición social; cadáveres en
descomposición abandonados, pueblos enteros destruidos, casas incendiadas, calles
intransitables por los escombros, puentes dinamitados . . . Imposible describir, en
todo su horror, semejante caos de muerte y destrucción. Era el preámbulo y
advertencia de lo que pasaría después en el mundo si los grandes países no se
decidían a ponerse de acuerdo y frenaban a los agresores.
Una muchedumbre formada por centenares de miles de personas, civiles y
militares se habían puesto en marcha, abandonando sus hogares y todo lo que
tenían de valor para ponerse a salvo de los terribles bombardeos, las represalias y
las humillaciones de que era objeto la población de las zonas que iban siendo
ocupadas por el “Glorioso Ejército Nacional”.
Las divisiones republicanas habían sostenido fuertes combates y perdido
parte de sus efectivos, pero no se habían desintegrado. Se mantenían operativas,
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aunque habían perdido parte de su anterior eficacia. Seguían oponiéndose, con los
medios a su alcance al avance de las fuerzas enemigas. Se retiraban hacia la
frontera en grupos unidos y solidarios; tenían la moral muy baja, viendo la
inutilidad de su sacrificio, pero siempre estaban dispuestas a acudir en ayuda de los
compatriotas que se encontraban en peligro. Los soldados habían abandonado por
el camino todo lo que significaba peso, para estar en condiciones de combatir
mejor. Su equipo se reducía a una camisa, pantalones, botas agujereadas por el uso,
el arma y el macuto, donde se podía encontrar, además de un mendrugo de pan y
algún pedazo de chorizo, bastantes municiones y un par de bombas de mano.
Algunos combatientes conservaban el casco, con el que protegían su cabeza y del
que, eventualmente se servían, para recibir el consabido guiso de lentejas, si
alcanzaba a llegar a sus manos. Eran las llamadas píldoras del doctor Negrín, como
las habían bautizado algunos.
La carretera ascendía en curvas hacia las cumbres bordeando los valles.
Sobre el costado izquierdo de la ruta, en dirección a Francia, estaban estacionados,
formando una columna interminable, cientos de vehículos de todo tipo: camiones,
autos, carros, motos, remolques, bicicletas; cualquier vehículo que tuviera ruedas
con el transportar lo poco que los sufridos refugiados de Cataluña y de otras
regiones de España pudieron salvar de sus bienes. Los grupos de combatientes,
familias, amigos o vecinos del pueblo, se desplazaban silenciosamente por la
carretera; hambrientos y temblorosos. A veces se detenían en cualquier rincón de la
montaña para tomar alimentos y continuar caminando. Había que aprovechar la
noche que los protegía de los aviones. Camiones llegados de Dios sabe dónde
bajaban la carga humana y daban la vuelta sin vacilar, para ir en busca de más
gente y acercarla a la frontera salvadora. Otros camiones y autos, faltos ya de
combustible, eran empujados hacia los abismos, con una bomba en su interior, a
fin de que no cayeran en manos del enemigo. Rodaban los vehículos por las laderas
de las montañas, chocando con las rocas y los árboles hasta estallar en llamas,
transformándose en antorchas que iluminaban los valles. La marea humana seguía
desplazándose, sin interrupción silenciosa y resignada, entre los camiones, autos y
carros que avanzaba lentamente hacia la frontera de Francia.
- ¿Faltara mucho para llegar? Preguntó Ramón, el más joven soldado a su
inseparable compañero.
- No sé, pero no puedo más. Me duelen mucho los pies. Deberíamos
descansar un poco, respondió Andrés.
- El jefe ordeno que no nos alejáramos. Debemos mantenernos agrupados
por si nos atacan. Las avanzadillas del enemigo no deben andar lejos.
- No creo que intenten nada de noche; menos ahora que estamos cerca de la
frontera. Como acostumbran, harán una hoguera y cantarán alrededor del fuego.
Para ellos, esta campaña es un paseo militar. Mañana sí, nos atacará la aviación si
estamos todavía en España.
Los dos amigos se sentaron sobre unas piedras al borde del camino. Por
delante de ellos seguían pasando, como una procesión interminable, vehículos de
todas clases y grupos humanos. De vez en cuando, se producían atascos en la
estrecha carretera; algún carro, camión o automóvil quedaba inmovilizado.
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Entonces, todo el mundo acudía en su ayuda y, silenciosamente, se restablecía el
tránsito.
Después de tomar un respiro, los dos soldados continuaron la marcha hasta
un llano al borde de la ruta, donde se estaba reagrupando lo que quedaba de la
División. El jefe ordenó formar y, después, comunicó a la unidad que iba a pasar la
frontera y en Francia cada una sería libre de tomar la determinación que creyera
más conveniente. A continuación pronuncio una breve arenga, que remató con
vivas a la República y a España.
Foto: WWW. Internet.
RECORRIDO DE LOS REPUBLICANOS EN SU EXILIO.
F R A N C I A.
Disciplinadamente formados en columna, desplegada la bandera republicana
al viento del Pirineo, los soldados de la División avanzaron resueltamente hasta el
puesto fronterizo francés.
Un numeroso grupo de militares, guardias móviles y gendarmes del vecino
país les estaba esperando. Amanecía; a lo lejos titilaban las lucecitas de un pueblo
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cuyos habitantes debían dormir plácidamente. Sorprendía la tranquilidad de aquel
lugar tan cerca del drama que se estaba desarrollando del otro lado de las
montañas, a la llegada triunfal de los ejércitos nacionalistas.
Foto: Chauvin. Perpignan.
LE PERTHUS. EN EL PUENTE INTERNACIONAL.
A puro grito, el gendarme que oficiaba de interprete ordenó que todos los
militares españoles, sin excepción alguna, arrojaran las armas sobre un montón que
había al costado de la carretera. Una vez hubieron dejado las armas, los gendarmes
hicieron cacheos a algunos sospechosos de querer ocultarlas; luego la División
volvió a formar en columna y, de inmediato, custodiada por gendarmes y soldados
senegaleses, emprendieron una larga marcha cuyo destino sería la inmensa playa
de arena que se extiende cerca del pueblo de Argelés-sur-Mer, no lejos de la
frontera española.
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Foto: Chauvin. Perpignan.
MONTÓN DE ARMAS REQUISADAS AL PASO DE LA FRONTERA.
Entre los soldados republicanos había hombres que caminaban con dificultad y
no pocos arrastraban una herida mal curada. Todos estaban muy cansados y
desmoralizados por la recepción, pero a la tropa que les custodiaba les importaba
poco. Quizás habían recibido la orden de proceder de aquella manera o actuaban
así por su cuenta; el caso es que, cuando alguien se rezagaba, los senegaleses le
empujaban o golpeaban con las culatas de sus fusiles. Los gendarmes, por su parte,
no hacían más que gritar “allez, allez”, para que la columna se desplazara más
rápidamente.
En la retirada de Cataluña, ya cerca de la frontera, Ramón y Andrés pasaron por
delante de una fábrica de leche condensada. Algunos hombres habían forzado las
puertas y la gente que pasaba se iba llevando las latas que podía transportar.
Cuando llegaron los jóvenes quedaban bastantes tiradas por el suelo. Ramón y
Andrés consiguieron juntar algunas y las guardaron celosamente en sus bolsos.
Cuando sentían hambre perforaban una y, como se suele decir, “chupaban del
bote”. La leche condensada constituyó el único alimento que consumieron durante
muchos días.
Soldados senegaleses y gendarmes franceses continuaban arreando la columna de
refugiados como si se tratara de ganado. Los que reaccionaban violentamente eran
amenazados con las armas aunque la mayoría trataba de contenerse a duras penas.
De buena gana hubieran respondido a la violencia con violencia, a pesar de que
ello no hubiera hecho más que complicar su futuro, ya de por sí bastante incierto.
A fuerza de oírla repetir, los exiliados aprendieron la primera palabra en el idioma
francés, que no era otra que el consabido “allez, allez”: (marchen, marchen). Había
que caminar más rápido, aunque hubiera exiliados heridos, enfermos o sumamente
cansados.
Durante la marcha, los gendarmes concedieron un alto en pleno campo, para
que los hombres pudieran hacer sus necesidades entre los arbustos. Un militar
francés permanecía sentado en la muralla de piedra que bordeaba la ruta. De vez en
cuando dirigía palabras en su idioma a la gente que pasaba. Nadie le respondía, no
entendían sus palabras, ni estaban de humor para conversar. Alguien comentó que
era un coronel del Ejército francés. Su porte atildado, el uniforme impecable, las
altas botas relucientes, el rostro saludable y bien afeitado contrastaba con el
desaliño y suciedad de los militares españoles. Eran las dos caras de la profesión:
la del militar de cuartel y la del militar de campaña, desprovisto de medios de
limpieza e higiene.
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Foto: Chauvin Perpignan.
COLUMNA DE MILICIANOS CAMINANDO HACIA EL
CAMPO DE ARGELÈS sur MER.
Andrés era de origen andaluz, de la provincia de Sevilla. Los padres
emigraron de su pueblo hacía muchos años y volvieron a España en 1936. En
Francia hizo la escuela primaria y algo de la secundaria; hablaba y escribía el
francés correctamente, sin acento extranjero. Ramón, su compañero de fatigas,
también lo entendía y lo hablaba un poco. Ambos eran estudiantes más o menos de
la misma edad. Frisaban los dieciocho años. Ambos abandonaron el trabajo y los
estudios para incorporarse al ejército.
Cuando el coronel les dirigió la palabra, se le acercaron y entablaron
conversación. Al instante los rodearon un grupo de curiosos que querían saber de
lo que se trataba. El coronel preguntó primero cómo se encontraban en territorio
francés y de qué forma habían sido recibidos. Andrés, interpretando el sentir de
todos los presentes, le contestó que hacía días que no comían nada caliente, estaban
muy cansados por la campaña y el recibimiento que se les había dado era peor que
el que se da a los prisioneros de guerra. Sorprendido el coronel por las
declaraciones de Andrés, replicó que la avalancha humana había sobrepasado todas
las previsiones. Francia no estaba preparada para acoger semejante invasión. Se
estaban construyendo campos de internamiento, con la mayor rapidez posible, para
albergar a todos los refugiados. Pasando a otro tema, opinó que el fin de la guerra
de España era previsible; el pueblo español era indisciplinado y los militares de la
República improvisados. Nada podían hacer ante un ejército profesional. Franco
era un gran militar y patriota. Pronto terminaría el conflicto; y los refugiados
podrían volver tranquilamente a sus casas.
Procurando mantener la serenidad ante unas palabras que escandalizaban a
todos, Ramón y Andrés le aseguraron que su pronóstico era poco realista. La
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coalición nazi-fascista-falangista, formada por estados totalitarios, pretendía la
dominación de toda Europa. Se estaban preparando para la guerra y probando sus
armas más modernas en España. El triunfo de Franco significaba que Francia
estaba siendo rodeada. El eje Roma-Berlín y sus aliados querían destruir las
democracias e imponer dictaduras por todas partes. El pueblo español luchaba por
su libertad; su gobierno había sido elegido democráticamente. Al combatir con
escasos medios el alzamiento militar rebelde, luchaba también por la libertad de los
pueblos de Francia e Inglaterra. Los gobiernos de estos países parecían no
entenderlo. Su política de apaciguamiento y claudicación ante Hitler y Mussolini
iba a ser funesta para Europa. El descaro y la audacia de los dictadores no tenía
límites; submarinos piratas italianos hundían barcos de cualquier nacionalidad en
aguas del Mediterráneo; aviones de Alemania e Italia bombardeaban la costa
republicana; tropas regulares marroquíes e italianas combatían en todos los frentes
apoyando a Franco. ¿Qué actitud mantenían las democracias frente a estos
atropellos? El mantenimiento de un comité de “No intervención”, en el que nadie
creía, una farsa, una comedia vergonzosa, que privaba al gobierno legítimo español
de su derecho a defenderse.
El coronel se mantuvo impertérrito, sostuvo que estaban equivocados. El
comité de “No Intervención” servía para que el conflicto no se extendiera.
Alemania nunca atacaría a Francia; el Ejército francés era el mejor del mundo,
como lo había demostrado en la guerra del 1914-18. Si Alemania e Italia llegaban a
atacar a las democracias, ambos países serian derrotados y ellos lo sabían. La
Marina británica y Ejército francés eran insuperables. Cambiando de tema el
coronel aseguró a todos los presentes que en el campo de concentración estarían
muy bien y no les faltaría de nada. La cuestión de los refugiados se arreglaría muy
pronto. Fueron las sabias y proféticas palabras de un coronel optimista.
EL CAMPO DE ARGELÈS sur MER.
La columna de refugiados continuó hasta su destino. El llamado campo de
concentración de Argelés sur Mer no era, en realidad, más que una extensa playa
rodeada de alambradas con púas. Se habían hecho, divisiones transversales de la
zona con el mismo alambre para obtener sectores separados a lo largo de la playa.
En el extremo sur, unas casitas ya existentes servían de oficinas y había un precario
puesto de atención médica. En el extremo norte, un barranco limitaba las ocho
divisiones existentes. Se las denominaban campos y estaban numerados del uno al
ocho. Del otro lado del barranco, habían añadido otro lugar de internación al que
llamaron el campo ocho bis. Allí fue a parar la columna de refugiados de Ramón y
Andrés.
Difícil es describir en lo que se había convertido aquella playa, que debió ser
un hermoso lugar de veraneo. No se puede decir que aquello era un campo de
concentración porque allí no existían instalaciones de ninguna naturaleza. Lo que
se veía más bien parecía a un mercado persa singular. Cada refugiado improvisó lo
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que pudo con lo que venía arrastrando de España. La cuestión prioritaria era cómo
protegerse de la intemperie. La avalancha humana, probablemente poco controlada
al principio en la playa con camiones, autos, carros, o a pié, acarreando lo que
tenían. Con los elementos más dispares; lonas, chapas, mantas, sábanas,
sombrillas, hierros, palos, ramas de los árboles o cavando la arena, improvisó
chabolas, casillas, tenderetes, o cuevas donde poder refugiarse. A los vehículos
motorizados les faltaban las ruedas o los neumáticos; seguramente habían sido
objeto de alguna transacción, ya que resulta difícil admitir que hubieran podido ser
arrastrados hasta aquel lugar en el estado en que se encontraban.
Cuando llegaron los refugiados era casi de noche, soplaba un viento
huracanado y lloviznaba. El grupo se dispersó rápidamente en busca de abrigo.
Ramón y Andrés buscaron también donde cobijarse. No encontraron ningún lugar.
Lo que podía proporcionar alguna protección, por precaria que fuera, ya estaba
ocupado y repleto de gente. El que se acercaba era rechazado con hostilidad,
sacados a empujones. Los jóvenes daban vueltas por la playa nerviosos; la llovizna
se había transformado en intensa lluvia. El agua, el viento y la poca ropa que
llevaban hacían aquella situación insostenible; se estaban congelando. Decidieron
meterse bajo un camión; la caja, cubierta con una lona, albergaba mucha gente
apiñada. El hueco, entre el chasis y la arena, era muy estrecho porque las ruedas no
tenían neumáticos. No obstante, los jóvenes se deslizaron adentro, puesto que era
el único lugar que podía protegerlos algo de la lluvia. Permanecieron allí debajo,
revueltos en la arena, temblando de frío, hasta que empezó a pasar agua por debajo
del vehículo y, al no poder contenerla, tuvieron que salir del agujero. Anduvieron
de nuevo por la playa en busca del inexistente refugio. Durante horas caminaron
mojados sin saber adónde ir. Al amanecer salió el sol y dejó de llover, pero el
fuerte viento, con un silbido tan agudo que parecía les iba a perforar los tímpanos,
no dejó de soplar en ningún momento.
Los primeros días de internación fueron horribles; los refugiados no
recibieron comida, ropa de abrigo ni cobijo. El viento seguía soplando fuerte, el
silbido era insoportable, los remolinos de aire y arena cegaban.
Un buen día aparecieron camiones del ejército cargados con panes. La
muchedumbre, los asaltó en un abrir y cerrar de ojos. Posteriormente, llegaron más
camiones con panes y soldados armados que mantuvieron la gente a raya. Desde la
caja, los soldados lanzaron los panes a los hombres y mujeres, que los atrapaban en
el aire violentamente o se los disputaban sobre la arena.
En otra ocasión, soldados y gendarmes hicieron formar en largas filas a los
internados para distribuir una taza de alubias y un pedazo de carne cruda. Ramón y
Andrés, como la mayoría de la gente; no disponían de utensilios de cocina. Tiraron
las alubias por la arena y Ramón dio su pedazo de carne a su compañero quien, con
ayuda de un palo, trató de asar los dos pedazos en una hoguera. No consiguió más
que retirarlos del fuego medio quemados, medio sanguinolentos, a pesar de lo cual
empezó a devorarlos, Ramón más delicado o escrupuloso no probó bocado.
Los dos amigos se sentían débiles y desmoralizados.
Comprendían muy bien que de continuar en aquel lugar, de aquella manera,
no sobrevivirían mucho tiempo. Tenían que hacer algo; no podían esperar la
muerte con los brazos cruzados. Todos los días ocurrían defunciones por
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enfermedad o desnutrición. El agua que se extraía del subsuelo de la playa con
bombas manuales estaba contaminada. Había que hacer algo, pero ¿qué? Escapar
lo consideraban poco menos que imposible. Del lado exterior de las alambradas,
los senegaleses montaban guardia cada cincuenta metros.
Con frecuencia, pasaban rondas de “espaíis” (4) a caballo ataviados con
vistosos trajes y exhibiendo relucientes sables. Huir por mar no era menos
peligroso; había que ser muy fuertes para nadar durante horas y alejarse lo
suficiente de la zona. El panorama se les presentaba muy sombrío.
En cada uno de los campos vivían hacinados miles de compatriotas civiles,
militares, hombres y mujeres, niños y ancianos entremezclados. Familias
completas llegadas en carros, transportado lo poco que pudieron salvar de sus
hogares apresuradamente; militares y funcionarios en camiones o autos; la inmensa
mayoría a pie, sin otra cosa que lo que llevaban encima. Nunca se sabrá con
exactitud, ni siquiera aproximadamente, los miles de personas que pasaron por los
campos, estuvieron internadas, ni las que fallecieron por enfermedad, desnutrición,
a causa de las aguas contaminadas o por falta de la más elemental higiene y
atención.
(4) Los espaíis, son soldados de caballería, mercenarios provenientes de las colonias francesas
Foto: Chauvin. Perpignan.
REPUBLICANOS TRAS LAS ALAMBRADAS Y BAJO GUARDIA ARMADA,
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EN ARGELÈS sur MER.
Cada uno de los campos presentaba características que lo diferenciaban de
los demás. En algunos predominaban los militares, ya sea del arma de artillería,
aviación, infantería, transporte, carabineros o guardias de asalto. En otros había
población civil, en su mayoría de los pueblos de Cataluña, de la ciudad de
Barcelona, y de otras regiones de España, como vascos, asturianos, gallegos,
extremeños, valencianos, castellanos… de todas las provincias había
representaciones más o menos numerosas. Gente de los pueblos y ciudades que,
pocos meses antes, tuvo que partir precipitadamente de sus hogares ante el avance
de los ejércitos nacionalistas.
Teóricamente no se podía pasar de un campo a otro, al estar separados por
una alambrada, pero ya se habían excavado pasadizos por debajo de ella, y al no
existir la vigilancia interna, era posible desplazarse por ellos de un campo a otro,
sin más inconveniente que tener que arrastrarse por el conducto subterráneo de
arena.
Los gendarmes entraban poco en los campos, si no era en cumplimiento de
alguna misión; los senegaleses entraban con frecuencia desarmados, con el objeto
de ver si conseguían alguna ganga. Los refugiados vendían objetos personales tales
como prendas de vestir, relojes, encendedores, anillos, monedas de plata, alhajas o
cualquier cosa con la que se pudiera obtener dinero francés. Se llevaban a cabo
toda clase de transacciones, no exentas de picardía y mala fe, de las eran víctimas
con frecuencia los senegaleses y también algún que otro desprevenido gendarme,
los cuales, a su vez, se aprovechaban de las necesidades de los refugiados. Se
ofrecía a los interesados bisutería como joyas, latón como oro blanco, perlas
artificiales que se presentaban como auténticas, baratijas como objetos valiosos.
Para convencer a los incautos compradores, se inventaban historias extraordinarias,
se montaban comedias convincentes con la colaboración de algún cómplice. A un
senegalés le vendieron un par de zapatos nuevos a buen precio; se fue contento con
la compra, aunque no tardó en advertir que cada uno de los zapatos era de una
medida distinta. El hombre volvió de inmediato en busca del vendedor, lo que era
algo así como querer encontrar una aguja en un pajar. Otro adquirió un par de
sábanas en buen uso; el dueño insistió en envolvérselas con papel. Cuando el
senegalés las revisó, mas tarde, se dio cuenta que las sabanas eran viejas y estaban
agujereadas. Se las cambiaron mientras contaba el dinero para pagarlas. Con ayuda
de una mesita y un cómplice, un fulano aceptaba apuestas sobre una de las tres
cartas; no hace falta decir que siempre había algún incauto que jugaba y perdía.
También era muy común la compra de billetes y monedas españolas, a precios muy
por debajo de su valor nominal. Los vendedores aseguraban que eran de curso
normal en la España franquista. A causa de la incomunicación, nadie estaba
informado del tema. Se contaban al respecto las noticias más fantásticas, los bulos
más mentirosos. Los senegaleses, como hemos dicho, no se quedaban cortos;
ofrecían precios extremadamente bajos, argumentando y sosteniendo con el mayor
aplomo que eran los vigentes en el exterior.
En uno de los campos había una nutrida representación del “Barrio chino”
de Barcelona. Prostitutas, travestidos, homosexuales y “artistas” de toda índole
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integraban una gran familia. Solían pavonearse en pequeños grupos para conseguir
clientes o defenderse de los ataques verbales de que eran víctimas por parte de
algunos refugiados, que no toleraban su presencia en el campo, bajo el pretexto de
que agraviaban a todos los internados.
Entre los travestidos se encontraba un curioso personaje conocido como la
“Niña”. Era un individuo de complexión robusta, alto, rubio, con una cara
pintarrajeada que ocultaba por completo sus verdaderas facciones. Según gente que
lo conocía de Barcelona, en otros tiempos practicó el boxeo profesional. Ahora se
dedicaba a acompañar prostitutas y a los homosexuales como él, sirviéndoles de
guardaespaldas. Como paseaban por el campo o por la playa, en pequeños grupos,
levantaban gran revuelo entre los refugiados por su estrafalaria vestimenta y los
contorneos exagerados de mujer. Siempre eran objetos de burlas; les decían
groserías y les insultaban. Pero la “Niña” no se dejaba intimidar; a cada burla
respondía con un gesto obsceno, a cada grosería, con un insulto mayor. Como no
carecía de desparpajo y cierta gracia picante en las respuestas, los ocasionales
interlocutores se sentían humillados y reaccionaban violentamente. Entonces se
armaba la marimorena con bofetadas, manotazos, tirones de pelo y arañazos. Todo
valía. La “Niña” hacía sentir su presencia dando y recibiendo golpes. La gran
mayoría de los internados repudiaban estas grescas, por la mala imagen que daban
de cara al exterior. Con palabras de serenidad, gritos y fuertes empujones
separaban a los belicosos y ponían fin a la reyerta.
En cierta ocasión, la Niña se encontraba con su pareja en el mismo borde de
la playa, cuando fueron abordados por dos sujetos que quisieron propasarse. El ex
púgil propinó un directo al hombre que tenía más cerca. Este, que no esperaba
semejante reacción, cayó pesadamente en la arena y una ola lo bañó de pies a
cabeza. Su compañero optó por lo más fácil; huyó con la mayor velocidad que le
permitieron las piernas. El prestigio de la Niña aumentó considerablemente: ¡A la
Niña hay que respetarla!
En algunas chabolas se ejercía la prostitución femenina y masculina. La
Niña ayudaba a guardar el orden de las colas que se formaban para ingresar en
aquellos antros miserables, ejerciendo de vigilante privado. En los garitos se
jugaba a las cartas con dinero, con billetes emitidos por la República, que todo el
mundo consideraba sin ningún valor, mezclados con billetes más antiguos, que
quizás lo tenían en la zona franquista. No interesaba demasiado: lo importante era
divertirse, pasar el tiempo, evadirse de la cruel realidad.
Por la noche se organizaban espectáculos. Como no había luz eléctrica, la
función se desarrollaba iluminada con lámparas de carburo, velas que se apagaban
al menor soplo de aire y candiles de aceite. Para disfrutar de la representación
había que pagar en efectivo, pero como este escaseaba en los potenciales
espectadores se admitía el pago en especies. Cada cual aportaba lo que podía:
cigarrillos, sellos de correo, monedas, cualquier cosa de algún valor o que pudiera
intercambiarse.
En la plataforma de un camión desvencijado habían improvisado un
escenario donde actuaban los artistas. Los espectadores se sentaban en la arena.
Dentro de lo posible, se trataba de ocultar el escenario con toldos, sábanas, trapos o
ramas de árbol. Pero no era fácil. Entonces había que recurrir a otros métodos más
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expeditivos: el que no pagaba tenía que alejarse so pena de soportar maltrato por
parte de los organizadores.
Sobre las tablas del escenario se presentaban los artistas travestidos con
ropas de andaluza, entonando las canciones populares de la época: “María de la O,
La bien paga, Mi jaca, Cuatro cascabeles”… El cantante o la cantante invitaba a
un público predispuesto a corear juntos las canciones andaluzas más populares;
como aquella que decía: “Píeme que coja el sol con la mano. Píeme que cuente
l’arena del mar, pero no pías, por mi salursita que de ti me tenga que desapartar.
Cadena de hierro por ti yo sería capaz de rompe”…, coplas archiconocidas, que
todo el mundo sabía de memoria y cantaba muy a gusto.
Los travestidos, desempeñándose como auténticas vedettes entusiasmaban al
público, porque no era fácil advertir su sexo. Cuando se despojaban de la ropa
cadenciosamente y con picardía para el strip-tease era el desborde general, en un
auditorio donde predominaban los hombres. Al final, un mínimo de tela ocultaba
las partes sensuales del cuerpo; entonces se podía advertir claramente si el
personaje que actuaba había nacido hombre o mujer.
Los intérpretes solían entonar tangos de moda a los que les cambiaban la
letra para adaptarlos a los temas del momento. Uno de los más populares era:
“Esta noche me emborracho”: y pensar que hace tres años/ España era/ una
nación feliz/ libre y obrera. No faltaba la comida/ no digamos la bebida/ ni el
tabaco, ni café. Había muchas diversiones/, paz en los corazones/ y mujeres a
granel. Hoy ni comemos podemos/ sin que venga un mójame. Nos tratan de
malvados/ y nos gritan los soldados/. “Allez, allez”….
No faltaban en las funciones, los cómicos que recitaban versos, contaban
cuentos o chistes en una mezcla de catalán, vasco o castellano. Con los distintos
acentos, el cuento cambiaba completamente de sentido y provocaba la hilaridad
general. El público reía a calzón suelto y, por un momento, olvidaba sus miserias.
Algunos refugiados sintiendo la añoranza de su país, formaban conjuntos
corales. Vascos, catalanes y gallegos rivalizaban en la calidad de sus
interpretaciones, aunque todo el rico folclore español se recordaba con nostalgia y
cariño. De la vieja Castilla se escuchaba: “Los cordones que tú me dabas/ ni eran
de seda, ni eran de lana”…. Del país Vasco se podía oír: “Desde Santurce a
Bilbao/ vengo por toda la orilla/ con la falda levantada/ luciendo las
pantorrillas”. Cualquier región de España posee hermosas canciones o coplas
populares con las que los exiliados rememoraban sus países sentados sobre la arena
de Argelés. Algunas, más pícaras o alegres, eran las preferidas: “Los estudiantes
navarros/ cuando van a la posada/ lo primero que preguntan/ es “¿Dónde duerme
la criada?”... Pero tampoco faltaban otras más descriptivas o nostálgicas como la
de los pastores extremeños: ya se van los pastores de la Extremadura:” ya se
queda la sierra triste y obscura. Ya se van los pastores, se van marchando; más de
cuatro zagalas quedan llorando”…. Viejas canciones, con frecuencia olvidadas,
que revivían, por la lejanía del terruño, la nostalgia del emigrante. Los catalanes
por su parte, recordaban su país cantando solemnemente L’emigrant : “Dolça
Catalunya, Patria del meu cor: Quand de tu un s’allunya, d’enyorança es mor”…
(5), que hacía estremecer a todo el auditorio.
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Tampoco podían faltar los versos de los poetas y las canciones de la guerra.
Los españoles, aunque angustiados y deprimidos cantaban para mantener alta su
moral.
En el campo de concentración de Argelés, convertido en la peor de las
cárceles al aire libre, los refugiados trataban de vivir y distraerse. Los hinchas de
fútbol organizaban partidos con inverosímiles pelotas de trapo; se celebraban
torneos de damas y ajedrez, con juegos que aparecían por cualquier lado o se
fabricaban allí mismos con materiales diversos. Intelectuales, profesores, maestros,
estudiantes, que de todo había en aquel lugar, daban clases y conferencias sobre los
más diversos temas. No faltaban tampoco los debates sobre asuntos culturales,
filosóficos o políticos. Se recitaban poemas de Alberti, Lorca, Juan Ramón
Jiménez, Miguel Hernández o Antonio Machado. Este último enfermo y
desmoralizado, murió aquellos días abandonado en el vecino pueblo de Colliure.
Los nacionalistas habían fusilado a Federico García Lorca al comienzo de la
sublevación militar. Miguel Hernández murió enfermo en la cárcel.
(5) “Dulce Cataluña, Patria de mi corazón, cuando me alejo de Ti, muero de añoranza”.
Foto: ecodiario.eleconomista.es
ANTONIO MACHADO.
EL CRIMEN FUE EN GRANADA.
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I
EL CRIMEN.
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico.
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-.
...Que fue en Granada el crimen
sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada...
II
EL POETA Y LA MUERTE.
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
Ya el sol en torre y torre; los martillos
en yunque - yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
"Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
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qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!"
III
Se le vio caminar.
Labrad, amigos,
de piedra y sueño, en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
Foto: www.nuevafotografia.com
COLLIURE.
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Foto: www.elpais.com
FEDERICO GARCÍA LORCA.
LA REYERTA.
A Rafael Méndez.
En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
su sube por la paredes.
19
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.
*
El juez con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses
*
La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.
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Foto: jordicarreno.wordpress.com
MIGUEL HERNÁNDEZ.
CANCION DEL ESPOSO SOLDADO.
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
.
21
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de, mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
.
Escríbeme a la lucha siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo.
Y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras. ,
.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
22
.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas,
recorres un camino de besos implacables.
.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
Foto: www.ladrondeagua.com
JUAN RAMÓN JIMENEZ.
LA HORA.
Cada minuto de este oro
¿no es toda la eternidad?
(¡Ramas últimas, divinas,
inmateriales, en paz;
ondas del mar infinito
de una tarde sin pasar!)
El aire puro lo mece
sin prisa, como si ya
fuera todo el oro que
tuviera que acompasar.
Cada minuto de este oro
¿no es un latido inmortal
de mi corazón radiante
por toda la eternidad?
23
Triste destino tuvieron los mejores poetas e intelectuales españoles de esa
época nefasta para la cultura: muerte prematura, prisión o prolongado exilio….
L A E V A S I O N.
Algunas mujeres empezaron a salir del campo para servir como sirvientas en
las casas de oficiales o funcionarios franceses que habitaban en las cercanías. Un
autobús las iba a buscar por la mañana y las traía de vuelta por la tarde. Como paga
por los servicios prestados recibían la comida y algún que otro regalo sin
importancia de sus patronas. A veces, llevaban a sus familiares o amigos revistas y
diarios atrasados que les daban sus empleadores. También solían prestar algún
servicio a la gente conocida, a pesar de tenerlo prohibido, tal como comprar
cigarrillos, papel y sobres para la correspondencia, sellos de correo, o alguna otra
cosa sin importancia.
Ramón y Andrés pensaron visitar otros campos para tener relaciones con
dirigentes políticos y militares, que mantenían contactos con el exterior, aunque lo
que más les interesaba era explorar que posibilidades tenían de poder evadirse.
Para su propósito, lo más difícil era atravesar el barranco que los separaba del
campo ocho. Tendrían que hacerlo de noche, para no ser vistos, y arrastrarse por
tierra entre arbustos y matorrales. Los centinelas senegaleses se encontraban algo
alejados del otro lado de la alambrada exterior, pero podrían verlos y dispararles.
Salvando este obstáculo, el desplazamiento se volvía más fácil por los conductos
subterráneos, sin otro inconveniente que el salir rebozado de arena. En el extremo
sur, junto al campo uno, había un cercado de alambradas, donde habían
concentrados gran cantidad de animales, principalmente caballos, mulas y burros
que trajeron consigo los refugiados y esperaban el destino que dispusieran las
autoridades.
Uno de aquellos aburridos días en que los jóvenes amigos se encontraban
observando el exterior, advirtieron que un oficial del Ejército francés les miraba
curioso desde el otro lado de la alambrada. Entonces se acercaron todo lo que
pudieron y Andrés, de la forma más amable que pudo, le preguntó si podía decirles
la hora. Le llamó al oficial la forma correcta en que había sido formulada la
pregunta y después de decirles la hora, les preguntó, a su vez, si ellos eran
franceses que también estaban recluidos. Andrés le aclaró que él había hecho
estudios en Francia, pero que los dos eran españoles. Entablada la conversación,
aprovecharon para contarle sus motivos de queja: no les daban de comer y los
gendarmes y senegaleses les trataban muy mal. Estos últimos les estaban
amenazando continuamente con sus fusiles.
Sobre el primer tema, el oficial les comentó lo que había leído en la prensa:
el Gobierno francés y otros gobiernos estaban tratando de resolver el problema de
los refugiados españoles y el gasto de su mantenimiento. Pero ya sabemos que la
diplomacia y la justicia actúan con extrema lentitud. Las conversaciones entre los
estados se prolongan durante semanas y meses sin ningún resultado práctico. En
cuanto a los gendarmes, están acostumbrados a tratar con delincuentes, con todo el
mundo se comportan de la misma manera; a los franceses no los tratan diferente.
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Para evitar ser golpeados, lo aconsejable es mantenerse lo más lejos posible de los
senegaleses. “No están en condiciones de poder disparar los fusiles, porque no les
suministramos municiones debido al mal uso que hacen de ellas”. El joven militar
francés, sin darse cuenta, había facilitado a los dos amigos una información que
podría serles de gran utilidad.
Acto seguido empezaron a planear la evasión. Tratarían de llegar al cercado
de los animales por la noche. Abrirían un paso por debajo de la alambrada y se
arrastrarían por el al exterior. La vigilancia en aquella zona era mínima; los puestos
de guardia se encontraban bastante espaciados. Una vez fuera del campo tendrían
que correr. Los senegaleses no podrían disparar por carecer de municiones; ni
perseguirles, porque para hacerlo tendrían que abandonar el área vigilada. Ramón
disponía de algunas monedas españolas (duros y pesetas) que guardaba ocultas. Se
habían enterado que en Port-Vendres, un pueblecito marinero cercano, un banco
cambiaba la moneda española por francos franceses. Quizás podría adquirir los dos
pasajes para viajar hasta la aldea donde Andrés vivió con sus padres estaba seguro
de encontrar amigos que les ayudarían. De cualquier manera, con unos francos en
el bolsillo les sería más fácil alejarse de la frontera muy vigilada por los gendarmes
y policías. El plan de evasión imaginado por los jóvenes contenía mucha fantasía y
no poco riesgo. ¿Y si los senegaleses disponían de municiones y les disparaban?
También era muy posible que los detuvieran y encerraran en una prisión de alta
seguridad o un cuadrilátero alambrado del campo, donde mantenían a los
refugiados rebeldes a pan y agua durante meses. Otra posibilidad era que los
mandaran a España, idea que les aterraba. En cualquier caso, podían salir
malparados de la aventura, pero al no encontrar ninguna alternativa mejor
decidieron arriesgarse y escapar como pudieran del campo.
Ya dispuestos para la acción, al anochecer entraron en el barranco y se
arrastraron hasta el campo ocho, donde no observaron ninguna anormalidad, lo
atravesaron y continuaron por el estrecho conducto de arena hasta el campo siete;
de allí continuaron al seis, cinco, cuatro, tres, dos y uno. Luego penetraron
decididos en el cercado donde estaban los animales y entonces es cuando apareció
el peligro. Los equinos se asustaron al sentir la presencia de extraños y empezaron
a moverse de un lado a otro. Fue un milagro que no los atropellaran. En la
oscuridad más absoluta no veía venir el peligro, ni sabían qué hacer para
protegerse. Trataron de conservar la calma, buscaron el rincón más adecuado y
empezaron a excavar un agujero, debajo de la alambrada por donde escapar. Los
senegaleses de guardia, aunque algo distanciados uno del otro, tienen que haber
notado que algo anormal estaba sucediendo, pero no se molestaron en acercarse
para investigar lo que pasaba. Quizás les habían ordenado no abandonar en ningún
caso su puesto de vigilancia o temían enfrentarse con algún peligro sin poder hacer
uso de su fusil. No ignoraban que algunos refugiados habían podido disimular sus
armas al pasar la frontera y las conservaban ocultas.
Con ayuda de una herramienta que habían preparado, los jóvenes empezaron
a desplazar la arena de debajo de la alambrada. No precisaban que al agujero fuera
muy grande ni largo. Los dos estaban muy delgados y la alambrada era sencilla.
25
Cuando terminaron de hacerlo, con toda la tranquilidad del mundo se tomaron un
respiro; antes de dar el paso decisivo; llenaron el tórax de oxigeno y Andrés se
arrastró rápidamente por el conducto empujado por Ramón. Luego, agachado del
otro lado, le dio la mano a su amigo para ayudarle a pasar. Los senegaleses que
hasta ese momento habían permanecido pasivos, les dieron el alto apuntándoles
con sus fusiles. Como habían previsto hacer los fugitivos echaron a correr con toda
la velocidad que les permitían sus piernas. Los centinelas no hacían más que gritar
“alto” una y otra vez, sin moverse de donde estaban; los jóvenes no les hacían caso
y se alejaban cada vez más. Un senegalés quiso perseguirlos, pidiéndoles que, por
favor, se detuvieran. Cuando vio que no le hacían caso y cada vez estaban más
lejos se volvió tranquilamente a su puesto de guardia. No deben haber informado a
sus superiores de la fuga, lo que, seguramente, les hubiera acarreado un castigo.
Ya libres, Ramón y Andrés, caminaron hasta las montañas próximas con
dirección al sur. Dentro de lo posible, trataban de ocultarse.
Por la carretera circulaban vehículos con policías y gendarmes en busca de
refugiados para internarlos en los “campos”.
Los jóvenes avanzaban en la oscuridad por senderos desconocidos de los
montes, subían y bajaban entre rocas, matorrales y arboledas. Al amanecer, desde
una altura considerable divisaron el pueblo de Port-Vêndres. Después de dudar
sobre lo que les convenía hacer, decidieron adentrarse en él. Las calles estaban
desiertas a esa hora de la mañana.
Foto: www.villagesdefrance.free.fr
PORT-VÊNDRES.
Caminaban por la calzada de una calle cuando sintieron que un vehículo se
les acercaba por la espalda. Se hicieron a un lado para facilitarle el paso, pero la
camioneta se detuvo cuando estaba por sobrepasarlos. Un hombre joven asomó la
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cabeza y les preguntó en castellano, aunque con fuerte acento francés, si eran
españoles refugiados. El aspecto los delataba de lejos por lo que le respondieron
afirmativamente. Entonces trató de tranquilizarles, diciéndoles que sus padres
también lo eran, pero hacía muchos años que vivían en el pueblo. El joven ya era
francés y formaba parte del Comité local de Ayuda a los Republicanos españoles.
Les preguntó de dónde venían y al contarle la historia y decirle que hacía días que
no habían comido nada consistente, les propuso que fueran a su casa donde su
mujer les atendería. Se disculpó por no poder acompañarlos, pero eran horas de
trabajo y tenía que terminar con el reparto. Escribió unas líneas en un papel para su
esposa, les dio la dirección de su casa y las indicaciones necesarias para que
pudieran localizarla sin dificultad. Al despedirse, les aconsejó que siguieran
exactamente sus recomendaciones, para no tener problemas, y les deseó buena
suerte.
Los dos amigos caminaron rápidamente hasta la vivienda situada en las
afueras del pueblo. Entregaron la nota a la mujer que los recibió muy atenta. Les
hizo entrar a una sala comedor y les preguntó cómo se encontraban y qué es lo que
preferían comer. Aunque los jóvenes estaban extenuados y hambrientos, le dijeron
que si podían descansar un rato en la casa, beber un trago de agua y comer un
pedazo de pan, con lo que tuviera a mano, le quedarían muy agradecidos. La
señora puso un mantel blanco sobre la mesa y sacó de la cocina dos grandes
bandejas de madera; una con varios tipos de quesos y la otra con un buen surtido
de fiambres. Una botella de vino tinto y un pan de grandes dimensiones
completaron el menú.
Tras pasar por el servicio e higienizarse un poco, empezaron a comer. La
buena mujer observaba admirada la forma en que los dos jóvenes engullían lo que
les había servido. Pronto, sin embargo, se saciaron. Los estómagos, reducidos por
el prolongado ayuno, no admitían más alimentos. Después tomaron café e hicieron
una prolongada sobremesa que se prolongó a lo largo de la tarde. Hablaron de la
situación en España, de lo que pasaba en los campos de concentración y del
sombrío porvenir de Europa, si no se detenían las agresiones de los dictadores.
La señora se presentó como madame Denise de Lopés, pero pidió que la
llamaran simplemente Denise. Era de pequeña estatura y algo gordita; poseía un
rostro agradable, la tez morena y desbordaba simpatía por los cuatro costados, con
su suave acento meridional. El marido Roberto, se ocupaba del reparto de
productos alimenticios por toda la región. Pasaba muchas horas fuera de casa: “¡El
pobre trabajaba como un negro”!, comentó. Gracias a ese sacrificio vivían bien,
sin apremios económicos y podían ayudar a sus mayores. Por el momento no
tenían hijos. En el pueblo desarrollaban actividades a favor de la República
Española y de los refugiados de la guerra. Ellos también eran trabajadores, de
posibilidades limitadas, más hacían lo que podían. Los españoles de la zona, entre
los que se encontraban sus suegros y los franceses de su misma condición social,
colaboraban con entusiasmo. Las autoridades mantenían una actitud neutral ya que
la simpatía popular estaba al lado de los republicanos y las directivas que venían de
arriba eran contrarias a ellos. A los jóvenes les aconsejó que no se hicieran ver por
el pueblo. Podrían dormir en el lugar que ella les aconsejaría. Era una casita de
monte, refugio de pastores, que no estaba lejos. Allí encontrarían paja limpia, sacos
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y bolsas vacías con las que se podían arropar para no sentir frío, y, lo más
importante que nadie iría allí a molestarles.
También les comentó que, unos kilómetros más allá, en un llano al borde de
la carretera que conduce a España, unos camiones habían volcado por tierra
mercancías que iban destinadas al territorio republicano. Cuando los chóferes se
enteraron que las tropas franquistas habían alcanzado la frontera, tiraron la carga
que transportaban en el llano, al costado de la carretera y desaparecieron. Quizá allí
los jóvenes encontrarían efectos personales u objetos que podrían serles de
utilidad. Aquel material probablemente, fue adquirido por el Gobierno republicano
en Francia o lo habían mandado a España las organizaciones que ayudaban a los
republicanos.
Como se hacía tarde Ramón y Andrés decidieron retirarse, pero antes le
pidieron permiso a Denise para higienizarse un poco más, ya que mucho lo
necesitaban. Más tarde tomaron el camino del monte, dispuestos a encontrar la
casita de los pastores. No tuvieron dificultad en localizarla y se dispusieron a pasar
allí la noche.
Durmieron bien; para ellos, aquel refugio era el equivalente a un hotel.
Envueltos en sacos, metidos en la paja, las bolsas enrolladas les sirvieron de
almohadas. Como les adelantó Denise, no tuvieron frío.
A la mañana siguiente despertaron temprano. De inmediato se dispusieron a
partir en busca de la carga depositada por los camiones. Siguiendo la ruta no
tardaron en encontrarla. Lo que descubrieron era increíble: desparramada por el
suelo o revuelta en montones había gran cantidad de ropa de abrigo, zapatos,
mantas, tiendas de campaña, medicamentos y material quirúrgico. Eran cuatro
grandes montones, en los que estaba todo revuelto y otro tanto lo esparcido por
tierra. La gente que pasó por allí, buscó lo que le convino y mezcló la totalidad.
Las tienda de campaña eran de grandes dimensiones y, por tanto, muy
pesadas. Ramón y Andrés buscaron afanosamente una pequeña, pero suficiente
para albergar a los dos. La encontraron, posiblemente era la última que quedaba.
Pensar que en Argelés, a pocos kilómetros de allí, miles de compatriotas dormían
sobre la arena, teniendo como techo el amplio cielo cubierto de nubes amenazantes
y muy cerca había tiradas por tierra grandes carpas sin usar… Los jóvenes
escogieron dos mantas cada uno, otros tantos jerséis de lana, pantalones de civil y
zapatos. Esto último fue lo más trabajoso para conseguir: las cajas que los
contenían habían sido abiertas y tirado por el aire su contenido. Había que buscar
un poco entre lo tirado para conseguir el par de zapatos.
Separado lo que pensaban llevarse, Ramón y Andrés se despojaron de la
sucia y rota ropa militar que llevaban puesta y la reemplazaron por la ropa civil que
encontraron. Cargaron lo máximo que pudieron y, procurando no ser vistos, se
dirigieron a la casa de sus amigos.
Nada más llegar, Denise les preparó un suculento desayuno y les mostró una
mesa repleta de comida enlatada y grandes panes que habían recolectado entre los
vecinos. Les preguntó cómo habían pasado la noche y si tuvieron alguna dificultad.
Al responderle que todo les había salido a pedir de boca, Denise les dijo que
podían quedarse en el refugio de pastores varios días porque era lugar poco
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frecuentado. Sin embargo, debían evitar bajar al pueblo; debido a los
acontecimientos se había reforzado mucho la vigilancia.
Los jóvenes no querían causar molestias y mucho menos indisponerles con
las autoridades. Pensaban alejarse de la zona fronteriza. Deseaban internarse en el
país, y, si fuera posible, marcharse al extranjero. Como no disponían de dinero,
intentarían cambiar monedas de plata por francos franceses. Para ello, precisaban
desplazarse hasta el centro del pueblo donde estaba el banco. Con la ropa que
llevaban ahora puesta pasarían desapercibidos. A Denise no le gustó la idea, pero
tal era la obstinación de los dos muchachos que terminó por aceptarla; les indicó el
mejor camino para evitar los gendarmes y les deseó la mejor de las suertes.
Partieron de la casa dispuestos a todo, Andrés entraría en el banco; Ramón
esperaría en la puerta para prevenirle si se presentaba algún peligro, pero todo salió
bien. Llevaron a cabo su propósito sin problemas. Andrés cambió el dinero
rápidamente. No debía ser el primero que hacia este tipo de cambio con el que el
banco obtenía buenos beneficios.
Volvían contentos y confiados por lo bien que les estaban saliendo las cosas,
cuando, al doblar una esquina, ya cerca de la casa de sus amigos, vieron venir de
frente cuatro gendarmes que charlaban animadamente. Los jóvenes continuaron
imperturbables su camino, sin hacer ningún gesto que los delatara. Los gendarmes
parecían no haberse percatado de su presencia. Ya se habían cruzado, cuando uno
de ellos, movido probablemente por su instinto profesional, se dio media vuelta y
les llamó:
- ¡Oigan muchachos, acérquense; vengan aquí!
Sin mostrar inquietud, se acercaron.
- ¿De dónde sois vosotros?
- ¿Nosotros? De aquí, de Port-Vêndres - respondió Andrés.
¿De Port-Vêndres? ¡Qué raro! Hace veinte años que estoy en este
pueblo y nunca os había visto. ¿Dónde vivís? ¿De qué familia sois?
Andrés empezó a tartamudear, no sabiendo que responder. El
gendarme ya no dudó.
Hablas muy bien el francés, pero a mí no me vais a engañar. Vosotros
sois españoles dijo.
No tuvieron más remedio que aceptarlo.
- Bueno, vais a venir conmigo.
Perdone, monsieur le gendarme, tenemos nuestras cosas personales en
casa de una señora amiga, que se prestó amablemente a guardárnoslas. Mucho se
va a preocupar si no volvemos. Pensará que nos ha sucedido alguna desgracia…
Ni lo pienses. Ahora mismo os voy a llevar al campo de Argelés,
donde se os proveerá de todo cuanto podáis necesitar. ¡Ya veréis lo bien que vais a
estar allí!
No hubo manera de convencer al gendarme de que los acompañara a
recoger sus cosas. Debía pensar que todo eran argucias para tratar de escapar y no
le iban a contar que se habían evadido del campo y sabían muy bien como las
gastaban allí.
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Caminaron hasta el puerto, donde había vehículos estacionados. El que había
conversado con los jóvenes les hizo subir en una camioneta cerrada y los llevó a
Argelés.
De nuevo estaban en el campo de donde habían logrado escapar. Los dos
estaban muy fastidiados por haber dejado tantas cosas en la casa de madame
Denise, sobre todo los comestibles y el pan. En la playa todo seguía igual. Para
recuperar lo perdido no les quedaba otra solución que volver a buscar sus cosas al
pueblo. Así lo hicieron. Aquella misma noche se desplazaron hasta el cercado de
los equinos y por el mismo agujero de la vez anterior, que nadie se había
molestado entapar, volvieron a correr delante de los senegaleses. Éstos les dieron
el alto, pero no se movieron de donde estaban. Se habían resignado a presenciar
pasivos la evasión de los internados.
Los jóvenes caminaron toda la noche por las montañas como si fueran
liebres, presentándose temprano en casa de sus amigos. Denise se puso contenta al
verlos de nuevo, pues presumía que algo malo debía haberles sucedido. Los
jóvenes le contaron su encuentro con los gendarmes y la voluntad que tenían de
alejarse lo antes posible de aquella zona cercana a la frontera, extremadamente
vigilada. Denise se mostró completamente de acuerdo; solamente insistió en que
comieran antes de marcharse.
Después de que hubieron comido un bocado, se dispusieron a partir,
cargando tantas cosas sobre sus espaldas que apenas podían trasportarlas. Se
despidieron con un gran abrazo de su amiga, rogándole trasmitiera a Roberto su
agradecimiento por todo lo que habían hecho por ellos. Quizás algún día podrían
volver a saludarles, como hombres libres, y agradecerles una vez más lo mucho
que ayudaban a los refugiados españoles.
El plan que tenían en mente consistía en situarse lo más cerca posible de la
estación ferroviaria y encaramarse a un vagón de carga, antes que el tren tomara
velocidad. Como la zona estaría seguramente vigilada, tendrían que poner mucho
cuidado en elegir una buena posición para no dejarse ver.
Caminaban felices hacia su destino, cargados como burros, cuando al volver
una esquina se toparon, con los cuatro gendarmes ya conocidos por ellos.
Quedaron petrificados, quisieron morir de rabia. ¡Otra vez los malditos gendarmes!
¿Es que no tenían otra cosa que hacer que perseguirles? No podían correr, cargados
como estaban, ni deshacerse de lo que tenían encima y mucho necesitaban.
Los servidores del orden, sorprendidos por el encuentro, explotaron en
maldiciones e insultos en tres idiomas: francés del Midi, catalán y castellano. Eran
poliglotas. El que los había descubierto el día anterior sacó la pistola para
impresionarlos y amedrentarlos. “Les aseguró que dispararía si intentaban huir”
Los jóvenes que no tenían escapatoria, recurrieron a la diplomacia: los mismos
argumentos una y otra vez: no era su intención huir del campo, donde se les trataba
muy bien, pero se vieron obligados a volver al pueblo para recuperar sus
pertenencias. No podían deshacerse de lo que trajeron de España con tanto
esfuerzo. Se sentían muy cómodos en el campo de Argelès; lo repetían en catalán y
francés, y, aunque no era probable que les creyeran, los gendarmes se fueron
calmando poco a poco. Debían ser de la región, a juzgar por las frases que soltaban
en catalán de vez en cuando. Volvieron a llevar a los jóvenes al campo, sin sacarles
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nada, aunque les prometieron, palabra de gendarme, que lo pasarían muy mal si los
volvían a encontrar por el pueblo, lo lamentarían de veras.
Ramón y Andrés se volvieron a encontrar con los miles de exiliados que
ocupaban la playa. Sin embargo, ahora disponían de una tienda de campaña, ropa
de abrigo y comida que, les permitirían sobrevivir bien algún tiempo, hasta ver
cómo evolucionaba la situación.
Lo primero que hicieron fue buscar un sitio donde la arena no estuviera
contaminada por excrementos o basura. Cuando armaban la tienda, se vieron
rodeados por decenas de compatriotas que los acribillaban con preguntas Oye!
¿Dónde habéis conseguido ese toldo? ¿Quién os lo dio?
“Unos amigos nos lo trajeron de España en el carro” era la respuesta.
Como nadie quedaba satisfecho con la explicación continuaban preguntando y los
miraban con desconfianza. Podían ser agentes de Franco o de los franceses. Tener
una tienda en la playa, donde tanta gente dormía a la intemperie, era algo extraño,
pero los jóvenes eran conocidos, tenían previsto que serian investigados y las
respuestas estaban preparadas. Los curiosos se aburrieron de preguntar y los
dejaron tranquilos.
Dentro de la tienda. Ramón y Andrés pusieron dos mantas sobre la arena y
se cubrían con las otras dos.
El Ejército francés empezó a distribuir comida en frió. Se organizaron
grupos o compañías de cien personas que tenían un responsable o jefe encargado
de buscar las raciones y repartirlas. Previamente tuvo que presentar la lista con los
nombres de los integrantes de la compañía. Los dos jóvenes lograron anotarse en
tres listas distintas con nombres supuestos. A la hora del reparto de las raciones,
tenían que espabilarse y correr de un lado a otro; estar presentes al ser nombrados y
recibir la ración correspondiente. Esto era algo complicado porque, al principio, el
que no estaba presente al ser llamado perdía la ración. Los jóvenes reclamaban por
separado, alegando que su compañero estaba enfermo y no podía desplazarse. Más
tarde, sin embargo, como pasa siempre, el miedo a ser castigados y la disciplina se
fue relajando. Los responsables hacían la vista gorda, ya que el que más y el que
menos hacia lo que podía….
La comida en frió consistía en latitas de carne congelada, atún o sardinas en
aceite. El pan y cada latita la compartían dos refugiados. Ello originaba discusiones
y peleas por lo exiguo de las raciones. Ramón y Andrés se repartían, lo poco que
había para comer como buenos hermanos.
Algún tiempo después, el Ejército distribuyó algo de café molido y azúcar.
Un amigo les prestó una olla para tomar por la mañana. Con todo, el hambre era su
diaria obsesión. Algunos días, alrededor de una cacerola compartida, los jóvenes y
sus amigos se recreaban imaginando los desayunos y comidas que harían cuando
fueran libres.
Yo decía uno,- cuando salga de este infierno, me desayunaré con una
olla de café con leche. El café tendrá que ser de moka del mejor y la leche recién
ordeñada como la venden en mi pueblo. Me prepararé tostadas con mantequilla y
les pondré por encima una buena capa de mermelada, hasta de un centímetro...
Otro de los presentes no compartía la misma idea. “A mí, los desayunos de
café con leche y todo lo que es dulce no me dicen nada, prefiero todo lo salado. Me
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desayunaría más bien, con pan tierno y jamón serrano, todo remojado con un buen
vino tinto. Mira, con el hambre que tengo ahora, me comería una pata entera de
cordero, con patatas bien doradas al horno. ¿Quieres que te explique cómo se
preparan?...
Y así cada uno iba nombrando su comida preferida y dando detalles de la
preparación. A todos se les hacia la boca agua con aquellas comidas imaginadas.
Ramón, reservado de carácter, nada decía, pero no dejaba de pensar con cuanto
gusto se comería una ración de tortilla a la española, como la preparaba su madre.
El café esparcía su aroma entre los jóvenes, mientras mordisqueaban un
mendrugo de pan y tomaban, por riguroso turno, un sorbo del espeso liquido
azucarado.
En los campos, por supuesto, no había servicios higiénicos. Para hacer sus
necesidades, los refugiados tenían que acercarse lo más cerca posible del mar,
hombres, mujeres y niños. Con los miles de personas recluidas, pronto estuvo la
extensa playa llena de excrementos, y cada vez era más difícil encontrar un lugar
limpio para agacharse y defecar. Había que mirar bien donde se pisaba, para no
poner los pies en lugar no aconsejable, especialmente de noche. El agua, extraída
del subsuelo con bombas manuales, en las que siempre se formaban colas, pronto
estuvo contaminada. Hubo numerosos enfermos y fallecimientos por esta causa,
antes de que llegaran los primeros camiones cisterna con agua potable. Casi todos
los internos tenían piojos y sarna difícil, o mejor dicho imposible de combatir y
curar, por carecer de los más elementales medios de higiene.
Foto: todoslosrostros.blogspot.com
HACIENDO SUS NECESIDADES EN LA PLAYA.
La vida en la playa era dura y peligrosa, pero había de sobrevivir como
fuera. Algunos hombres intentaron la evasión por mar. Como buenos nadadores,
confiados en su fuerza, se tiraban al agua de noche y nadaba mar adentro hasta
desaparecer. Como nadie volvía a saber de ellos, se suponía que lograron escapar o
perecieron en el intento. Los detenidos fuera del campo eran confinados en un
reducido cuadrilátero alambrado y sometidos a un régimen de pan y agua.
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Foto: Chauvin. Perpignan.
DETENIDOS POR INTENTO DE FUGA.
La gente trataba de tener la mente ocupada para no caer en la depresión más
completa. Las noticias que llegaban del exterior eran muy poco manipuladas. Las
mujeres que salían a trabajar afuera volvían con algún periódico o revista que les
daban sus patrones. Andrés y Ramón traducían directamente las noticias a decenas
de esperanzados compatriotas que escuchaban sentados en la arena. A media
mañana ya se había juntado una cantidad considerable de oyentes que esperaban
pacientemente a Ramón y Andrés para que les tradujeran lo que decían los
periódicos. Lo más difícil era responder a las preguntas que formulaba el auditorio
pidiendo aclaraciones, para las cuales los traductores no tenían respuesta. ¿Cómo
explicar la tortuosa política de claudicaciones, seguida por los Gobiernos de
Inglaterra y Francia, ante las reiteradas agresiones de los dictadores?
Llegaron noticias de la existencia de otros “campos” de refugiados: Saint
Cyprien, Barcarès, y algunos otros que se estaban habilitando. Las autoridades
francesas hicieron saber por los altavoces que, las personas que lo solicitaran,
podrían trasladarse de un campo a otro, con la finalidad de reagrupar las familias.
Esta posibilidad interesó a pocos: nadie tenía la menor idea de dónde podrían
encontrarse sus parientes y la vida en los otros campos no sería diferente de la que
tenían en el que estaban. No obstante, de vez en cuando llegaba alguien procedente
de otro campo. En el ocho bis aparecieron algunos exiliados procedentes de
Barcarès.
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Foto: Chauvin. Perpignan.
CAMPO DE SAINT CYPRIEN.
Foto: Chauvin. Perpignan.
CAMPO DE BARCARÈS.
Un día estaban pasando lista para distribuir la comida, alguien se acercó a
Ramón y le preguntó si tenía un hermano en aquel campo.
Somos seis los hermanos que estamos en el Ejército - respondió - hace
meses que no tengo noticias de ellos. Es posible que alguno se encuentre en
Barcarès.
Al pedirle el hombre que le dijera los nombres y citarle Ramón a su hermano
Manuel, aquel le aseguró que en Barcarès había conocido a un militar con ese
nombre con el que había trabado una buena amistad.
Aprovechando la autorización que dieron para poder escribir de un campo a
otro, Ramón buscó la manera de conseguir lo necesario para mandar una carta. Al
cabo de un tiempo demasiado largo para la poca distancia que los separaba, llegó la
esperada contestación. Manuel su hermano, había recibido sus líneas. Imposible
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describir la alegría del joven: no estaba solo en Francia; tenía un hermano cerca
con el que podría reunirse en breve plazo. Pero a medida que iba leyendo, su
felicidad se transformaba en pena y preocupación. En Barcarès pasaban más o
menos las mismas cosas que donde él se encontraba. A su hermano se le hacía
insoportable aquella vida mezquina. Tenía noticias de la represión tan brutal que
existía en España, pero él no había hecho otra cosa que manejar un camión, porque
estaba en la edad militar. Había decidido volver a su tierra donde lo esperaba su
esposa y que fuera lo que Dios quisiera. Ya había hecho la solicitud de repatriación
y estaba listo para partir de un momento a otro. A su llegada a España, trataría, si
le era posible, comunicar a la familia la situación de ambos.
La noticia de la próxima partida del hermano produjo en Ramón gran
alarma. Sabía de condenas a muerte o a largos años de prisión que se dictaban en
España, no solo contra los republicanos, sino también contra los simpatizantes
nacionalistas que no demostraron el suficiente celo combatiendo al Gobierno
republicano. Manuel estuvo algunos meses en una academia militar republicana
para la formación acelerada de oficiales de artillería, de la que se retiró al solicitar
y obtener el traslado a otro cuerpo. Si esta información llegaba a manos de los
jueces franquistas su seguridad personal iba a correr un gran riesgo. En la zona
franquista todo el mundo era investigado minuciosamente, y mucho más personas
provenientes del territorio republicano.
El joven no tenía la menor noticia de la familia, ni de sus amigos, quienes, a
su vez, ignoraban dónde él se encontraba. La internación parecía que iba a
perpetuarse. De los demás hermanos movilizados tampoco sabía nada; quizá
alguno habría muerto, estaría encarcelado o prisionero en algún campo de
concentración franquista. Todo era complicado y confuso por la falta de grandeza
del régimen castrense instaurado por Franco, con la ayuda incondicional de los
dictadores y la pasividad burocrática de las democracias. Ramón perdió el apetito.
Se quedaba tirado en la pequeña tienda durante horas, encima de las mantas,
mientras la sarna se le extendía por las manos. Andrés procuraba animarle, le pedía
que saliera del estado depresivo en que se encontraba, que pensara en otras cosas y,
sobre todo, que se moviera; pero no lograba hacerle reaccionar. Un día Andrés
desapareció durante horas. Cuando volvió llevaba un frasco de una pomada
amarilla con la que, según dijo, iba a curarle la sarna. Sin más explicaciones, le
aplicó sorpresivamente una cantidad de crema sobre ambas manos. Ramón lanzó
un grito desgarrado de dolor. Era como si le hubieran quemado la piel con un
hierro candente; la reacción fue violenta. Andrés, también a gritos le explicó las
dificultades que tuvo que vencer para conseguir el medicamento. La sarna es
contagiosa. Si no quería curarse, en aquella tienda estaba de más. Él no quería
contraer la enfermedad. Ramón, por fin, comprendió lo negativo de su actitud y
trató de reaccionar. No iba a dejarse morir tirado en la playa. Tenía que curarse la
molesta sarna. Es notable el cambio que experimenta una persona cuando, llegado
a un estado límite, ve peligrar la vida y logra superarlo.
Ramón reemplazó el desánimo y abandono corporal por una eufórica
actividad febril. Su mente empezó a cavilar día y noche sobre lo que podrían hacer
para mejorar su situación. ¡Qué diablos! No estaban solos en el mundo. Mucha
gente simpatizaba con ellos a pesar de la propaganda adversa que se veía sobre la
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causa republicana. Tuvieron oportunidad de vivirlo en Port-Vêndres, con la gente
humilde que se movilizó para ayudarlos. Mucho se podía hacer, incluso dentro del
campo para mantener la fe de los exiliados y contrarrestar la propaganda adversa
que hacían los agentes enemigos infiltrados entre ellos.
Ramón tuvo una idea y se trasmitió a Andrés: escribir cartas a las
asociaciones de estudiantes parisinas y de otras ciudades francesas. Ellos también
eran estudiantes que tuvieron que abandonar las aulas para luchar contra la
sublevación de los militares fascistas, amigos de Hitler y Mussolini. Explicarían su
situación en los campos y les pedirían ayuda. Andrés aprobó la idea y la redondeó
añadiendo que él se encargaría de traducir las cartas al francés; las españolas que
salían a trabajar fuera del campo se encargarían de echarlas al correo. Como no
disponían de una máquina de escribir, buscaron un estudiante que tuviera buena
caligrafía. Con los pocos francos disponibles compraron papel, sobres y sellos de
correo. Redactaron una veintena de cartas dirigidas a otras tantas asociaciones de
estudiantes. Las direcciones eran imprecisas por falta de información. No sabían
los nombres de las calles donde se encontraban las asociaciones, ni los números, ni
la denominación correcta de las entidades. No obstante, como los jóvenes estaban
decididos a que las cartas salieran como fuera, las hicieron echar al correo con
destinos tan poco claros como, por ejemplo: “Asociación de estudiantes
secundarios de París”, como si en París hubiera una sola asociación de estudiantes
secundarios, y lo mismo hicieron con ciudades tan importantes como son: Lyon,
Burdeos, Marsella, etc.
Pasaron semanas y las cartas parecían no haber surtido ningún efecto. Una
de aquellas mañanas, sin embargo, Ramón escuchó por el altavoz que tenía que
pasar por una oficina a retirar correspondencia. Su emoción fue extraordinaria. ¿De
quién podía ser? Unos estudiantes del departamento de Seine et Oise habían
recibido el pedido de ayuda y, de inmediato, se habían movilizado para hacer una
colecta. El mensaje había sido captado cabalmente, mas pedían algunas precisiones
sobre cuáles eran las necesidades más urgentes para tratar de satisfacerlas de la
mejor manera. También pedían una lista de los estudiantes internados, edades y
estudios, para conseguirles madrinas o padrinos con los que podrían comunicarse
de forma directa. Los jóvenes estaban exultantes. Hicieron reuniones con los
estudiantes que estuvieran dispuestos a mantener correspondencia con las francesas
y franceses y se enviaron las listas. Ni que decir tiene que Andrés y Ramón fueron
los primeros en anotarse. Poco después empezaron a llegar más cartas de
asociaciones estudiantiles procedentes de distintos lugares del país. Todas se
interesaban por la situación de los refugiados y preguntaban de qué forma podían
ayudar.
Como se ve, ni los carteros que hicieron llegar los mensajes con direcciones
tan imprecisas, ni los estudiantes franceses que los recibieron les fallaron a los
estudiantes españoles. Poco después de esta correspondencia, llegaron los primeros
paquetes por correo. El primero fue de los estudiantes secundarios de Viroflay; era
un cajón de grandes dimensiones lleno de ropa, papel de escribir, sobres, láminas
enteras de sellos, zapatos, novelas, etc. Las láminas de sellos podían venderse para
obtener dinero francés. Los estudiantes habían aportado generosamente y hecho
colectas entre la población; la ropa no era nueva, pero todo estaba en buen estado.
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Por intermedio de estos jóvenes, el buen pueblo de Francia manifestaba su
solidaridad con los refugiados españoles.
En este primer paquete, tan celebrado por todos, llegó un par de zapatos de
color amarillo muy chillón, con unas puntas extraordinariamente largas. Estaban en
muy buen estado, las suelas sin uso, parecían nuevos. Buscaron a un estudiante a
quien le calzaran bien y que se avino a quedarse con ellos por pura necesidad. La
forma y el color de los mismos podían haber sido una moda pasajera de hippie
excéntricos de la ciudad o usados por payasos de circo, pero dentro del campo
resultaba chocante ver a alguien calzado de aquella manera, a pesar de que allí no
tenían cabida las modas; cada cual usaba lo que podía. Pocos días después de
habérselos llevado, apareció el estudiante con los zapatos puestos: había cortado
las puntas y atado el cuero groseramente con un alambre. Eran tantas las bromas y
los chistes que se hacían a su costa que había tenido que proceder de aquella
manera, para poder usarlos. Pero no contentos con esto todavía, le llamaban
zapatero remendón, por la forma en que los había modificado y luego las bromas
continuaron por al color, que no estaba en sus manos poder cambiar. Si los amigos
no dejaban de reírse a costa suya, no tendría más remedio que deshacerse de los
maléficos zapatos y caminar descalzo. No soportaba más las interminables bromas
de sus compañeros.
Mientras tanto, la correspondencia entre los estudiantes franceses y
españoles se había generalizado. Con mucha frecuencia el altavoz del campo
llamaba a algún estudiante para que pasara a retirar alguna carta o algún paquete.
Durante meses, Ramón y Andrés se mantuvieron comunicados con sus madrinas,
Laurance de Genolac y Colette de Viroflay. Las muchachas les mandaban cartas
con mucho estilo y muy humanas. Los jóvenes nunca llegaron a conocer a sus
desinteresadas benefactoras. Como el francés de Ramón no era todavía muy bueno,
Andrés se lo corregía y ambos se consultaban para que sus madrinas se formaran la
mejor opinión de ellos.
Animados por el éxito inicial que habían tenido sus cartas, decidieron
dirigirse a personalidades políticas, funcionarios del Estado y gobernantes de los
países democráticos. Con el tiempo recibieron contestaciones a las cartas de los
Estados Unidos, el secretario del presidente Roosevelt les informó que el
Presidente y su Gobierno sabían de la situación de los refugiados españoles en
suelo francés y trataban de resolverla conjuntamente con otros estados. También el
Deán de Canterbury contestó muy amablemente, e incluso les mandó un gran
paquete con Biblias, para que fueran distribuidas entre los estudiantes y así
pudieran distraerse en el campo, leyendo el Libro Sagrado. Muy importantes
fueron las respuestas de las representaciones diplomáticas de los Gobiernos de
Méjico y Chile, ofreciendo a los refugiados la posibilidad de emigrar a aquellos
países y a los estudiantes continuar los estudios mediante becas otorgadas por
aquellos Estados. Ramón recibió un voluminoso sobre del Gobierno chileno, con
documentos personales y el pasaje para poder viajar, tan pronto como ello fuera
posible. Algunas personalidades políticas, militares y de la cultura y varios miles
de refugiados lograron salir de Francia con destino a Méjico, Chile, la Unión
Soviética y otros países de acogida, pero la guerra que se desencadenó brutalmente
en septiembre de 1939, cortó brutalmente a los exiliados la posibilidad de partir
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con destino al Nuevo Mundo y a otros países, donde hubieran podido rehacer su
vida. Las minas magnéticas y los submarinos alemanes hundían sin compasión
todo barco que entraba o salía de los puertos franceses. Conviene aquí señalar un
pequeño detalle. Por el tratado anglo-alemán del 21 de julio de 1935, la Gran
Bretaña había el visto bueno para que los alemanes reforzaran su marina de guerra
y su flota de sumergibles. Cuando empezó la guerra tenían 54 submarinos en el
mar. Contra su voluntad, la inmensa mayoría de los refugiados tuvieron que
quedarse en donde estaban, aunque no olvidarían el gesto generoso de aquellos
países hermanos.
Las cartas que los jóvenes dirigieron a las autoridades francesas surtieron él
efecto contrario al que ellos esperaban. Ramón y Andrés solían desplazarse a otros
campos para relacionarse con otros estudiantes y dirigentes políticos españoles que
se mantenían en contacto con sus correligionarios del exterior. Por su intermedio se
enteraban de las últimas novedades.
Un día de aquellos, cuando regresaban al campo ocho bis, observaron de
lejos que habían sido rodeados por tropas del Ejército francés. Todos los
internados tuvieron que pasar por delante de un grupo compuesto por gendarmes y
militares. Dos confidentes españoles, que eran gente del campo, señalaban a los
refugiados que consideraban agitadores, por haber enviado cartas a las autoridades
francesas y extranjeras. Según se supo más tarde, cinco exiliados fueron detenidos
y enviados al cercano castillo de Colliure, una prisión de alta seguridad y no se
volvió a saber nada de ellos.
En vista del giro que habían tomado los acontecimientos Ramón y Andrés
pensaron que lo mejor que podían hacer era dejar de mandar cartas y tratar de
desplazarse a otro campo donde nadie les conociera. Tuvieron suerte, pronto se les
presentó la oportunidad. Era tal el hacinamiento humano en Argelés, que
mandaban contingentes de refugiados a otros campos en construcción. Los dos
jóvenes lograron mezclarse en un grupo que salió con destino a Septfonds.
EL CAMPO DE SEPTFONDS.
Su nuevo “hábitat” no era mejor que el anterior. Estaba formado por
barracas de madera con techo de chapa. Abiertas por uno de los costados, tenían el
aspecto de pesebres, tanto más que contenían grandes montones de paja sobre la
cual dormían los refugiados. Las calles entre las barracas no estaban pavimentadas
y como la tierra era arcillosa, cuando llovía el campo entero se convertía en un
inmenso barrizal. De todas formas, hay que reconocer que ya no era el
amontonamiento de Argelès. De vez en cuando llegaban camiones con agua para
bañarse y otros para el lavado y desinfección de la ropa. Se tardaron semanas en
hacer desaparecer los piojos y en curar las heridas que se venían arrastrando desde
Argelés. Todos los internados en el campo eran hombres. A las mujeres trataron de
devolverlas a España, pero ante su violento rechazo y a la resistencia opuesta, las
mandaron a refugios habilitados expresamente en distintos departamentos del país.
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Foto: propiedad del autor.
EMILIO MONZÓ Y BARTOLOME TORRALVO, AL LADO DE OTROS
ESTUDIANTES JUNTO A UNA BARRACA. 29 de septiembre de 1939.
La custodia del campo la efectuaban soldados franceses y algunos
gendarmes. El coronel comandante era un militar muy campechano que no tenía
inconveniente en mezclarse con los refugiados, hablar con todo el mundo y
supervisar personalmente el estado de las barracas y de las calles. Aunque con
muchas deficiencias, que sería largo de enumera, y la poca cantidad y calidad de la
comida, se notaba una mayor preocupación por parte de la jefatura del campo para
mejorar las relaciones y la comunicación con los internados.
Ramón y Andrés buscaron la manera de mantenerse en actividad para no
caer en estado depresivo. Se dedicaron a la docencia: Andrés impartía clases de
francés y Ramón, como en el Ejército, enseñaba a los analfabetos y
semianalfabetos. Como había maestros y profesores entre los internos, aunque
preferían, no sé por qué razón, mantenerse en el anonimato, al final logró que se
decidieran a dar algunas charlas y conferencias sobre temas muy variados. Estas
tareas los mantenían entretenidos, pues tenían que encontrar soluciones a la falta de
comodidades y recurrir con frecuencia a la jefatura del campo, que no se oponía a
estas actividades, y concedía alguna que otra ayuda. Un pelotón de soldados
franceses rendía honores a su bandera cuando era izada o arriada del mástil. El
coronel ordenó que un pelotón de soldados españoles les acompañara en la
ceremonia. Ni que decir que la orden no fue bien recibida por la mayoría de los
refugiados, que tenían no pocos motivos de queja; no obstante, tuvieron que
cumplirla, so pena de sufrir algún tipo de represalias. El grupo designado iba de
mala gana, desordenado y presenciaba el acto sin ninguna solemnidad. El coronel
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se quejó de la poca marcialidad de los españoles; no obstante lo cual pidió que, el
14 de julio, fiesta nacional de Francia, varias compañías de españoles cerraran el
desfile conmemorativo que se iba a celebrar.
La mañana del día señalado, el coronel y un grupo de oficiales se dirigieron
a la explanada, por donde iban a desplazarse las unidades militares y de
gendarmería que tenían a su cargo la custodia del campo. El desfile se desarrolló
con toda normalidad. Como estaba previsto, las compañías de refugiados
desfilaron al final. El Coronel agradeció públicamente la participación española
aunque ésta no fue particularmente brillante.
Foto: Foto W.W.W. Internet.
REFUGIADOS EN SEPTFONDS.
Dos días después, una delegación de internados solicitó la autorización
necesaria para celebrar con un desfile el 19 de julio, fecha memorable para los
republicanos españoles. El coronel y los oficiales franceses fueron cordialmente
invitados. La autorización fue concedida. A partir de ese momento, todo el mundo
se movilizó para limpiar, decorar y engalanar las barracas y sus alrededores, cosa
nada fácil, dado los pocos materiales disponibles. Durante la noche anterior al día
19, los refugiados trabajaron febrilmente en la realización de sus proyectos, que
pasaron inadvertidos para los franceses. Los colores de la República,
confeccionados con papel y tela, surgidos de no se sabe dónde, ondeaban por todas
partes. Con barro y piedrecitas de colores los internados los internados habían
confeccionado mosaicos espectaculares con los escudos de España y algunas
regiones españolas. Pero lo más notable fue un magnífico arco del triunfo, de
grandes dimensiones, enteramente construido con ramas y hojas de los árboles del
campo. Cuando el coronel y los oficiales que lo acompañaban recorrieron las calles
y observaron cómo estaban adornadas con tan pocos medios y sin que ellos se
hubieran apercibido de nada, quedaron tan sorprendidos que no lo podían creer.
Ante algunos mosaicos, verdaderas obras de arte, hicieron comentarios elogiosos y
se interesaron por conocer a los autores y los procedimientos empleados en la obra.
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Todavía les faltaba por ver lo más extraordinario: un poco antes de las diez
de la mañana, el coronel y los oficiales se dirigieron a la explanada donde estaba
previsto el desfile y se ubicaron en la tarima. Como faltaban pocos minutos para la
hora anunciada y no se observaba ningún movimiento de gente, algunos oficiales
consultaban el reloj y comenzaban a impacientarse. Pero a las diez en punto, de la
barraca más próxima comenzó a salir una compañía correctamente formada, a la
que siguió otra y otra, las cuales fueron avanzando hasta donde se encontraban los
militares franceses y algunos oficiales españoles. De las barracas contiguas salían
más compañías que se iban incorporando al desfile en perfecta formación. Pronto
fueron cientos, miles de excombatientes los que se desplazaban con movimientos
sincronizados y se incorporaban al desfile en perfecta formación, y respondían al
grito de ¡vista a la derecha! Con un movimiento enérgico de la cabeza, al estilo
militar. Aquella demostración era increíble para los franceses que consideraban a
los españoles buenos combatientes, pero muy indisciplinados. Las compañías
pasando una tras otra, cuando de, se desencadenó una lluvia torrencial. Nadie se
dio por enterado. El ayudante del coronel, que había previsto el chaparrón, acercó a
su jefe un impermeable que fue rechazado por éste con un gesto enérgico. Todos
los oficiales siguieron el ejemplo de su comandante y aguantaron el agua sin
moverse, ni darse por enterados. Gruesas gotas se desprendían de los quepis
militares y se deslizaban formando regueros por los elegantes uniformes.
Terminado el desfile con la última compañía, el coronel felicitó a los oficiales
españoles que le habían acompañado y les pidió que felicitaran en su nombre a los
hombres que habían participado en el desfile. Todo el mundo quedó calado hasta
los huesos con semejante diluvio y, con seguridad, nadie olvidaría aquella jornada
en mucho tiempo, sobre todo los españoles, ya que la inmensa mayoría de los
refugiados no tenían otra ropa que la llevaban puesta.
La higiene personal fue mejorando merced a unas lavadoras portátiles que
llevaron al campo y que desinfectaban la ropa. Se instalaron duchas colectivas, un
consultorio médico y una enfermería. Por fin, los dos jóvenes pudieron liberarse de
los piojos, de las liendres y de la sarna. La comida, no obstante, dejaba mucho que
desear. Era rancho de cuartel, a base de lentejas, alubias, garbanzos y patatas con
algo de carne, muy poca. Se produjeron numerosas quejas porque en los últimos
platos que se servían solo había caldo. El coronel hizo difundir un mensaje
anunciando que se iba a mejorar la comida incorporándole “menudillos de buey”.
Todo el mundo se preguntaba qué es lo que podía ser aquello de los “menudillos de
buey” y, como nunca faltan aquellos que lo saben todo, se escuchaban las
explicaciones más contrapuestas: desde los optimistas que pensaban que los
menudillos podrían ser una exquisitez gastronómica, a los pesimistas que
consideraban que serían deshechos de carne, es decir lo que se tira. Finalmente se
aclaró la duda: los mentados menudillos no eran otra cosa, que lo que se conoce
con el nombre de tripa o callos, que debían conseguir a muy bajo precio o quizá de
regalo en algún matadero cercano. Como es bien sabido, la tripa para ser
comestible, necesita de una limpieza extrema y de una preparación adecuada, algo
difícil de conseguir si se tienen que preparar decenas de miles de raciones. Mejor
hubiera sido dejar las cosas como estaban. El guiso hecho con la tripa tenía mal
olor y era sencillamente algo incomible, incluso para los paladares menos
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delicados. La idea de los menudillos tuvo que ser abandonada y trataron de
encontrar otras soluciones para la comida de los internados. Las calles, entre las
barracas, se volvían extremadamente resbaladizas cuando llovía. Para agilizar la
distribución de la comida, un interno la iba a buscarla con una gran vasija metálica.
Un día le tocó a Ramón hacer ese trabajo. Caminaba cautelosamente transportando
la pesada olla, cuando resbaló y cayó de espaldas, volcándose el guiso caliente
sobre el pecho, solamente protegido por una camisa. Lanzó un grito desgarrado de
dolor. De inmediato fue auxiliado, transportado a la enfermería y atendido por un
médico. Él accidente fue muy doloroso, y las quemaduras tardaron meses en
cicatrizarse.
Andrés logró hacer contacto con un tío suyo radicado en Francia y que
desempeñaba un importante cargo en una empresa comercial. Merced a las buenas
relaciones del tío, pudo conseguir un permiso para salir del campo. Un día que le
tocó a Ramón ir a pelar patatas a la cocina, cuando volvió a la barraca su amigo ya
se había ido, apenas le dieron tiempo de recoger sus cosas. Lo echó de menos los
primeros día, pensándolo bien, se alegró de que Andrés su amigo hubiera
recuperado la libertad. Otros estudiantes y compañeros de Ramón fueron
desapareciendo del campo; algunos retornaron a España, confiados en los avales
que les conseguía la familia, en los que constaba que eran afectos al régimen.
Afectos o no, al pisar suelo español iban a parar directamente a los campos de
concentración o a las cárceles franquistas. Algunos refugiados mediante
influencias políticas, profesionales o de parentesco, consiguieron emigrar a la
Unión Soviética o a algún país americano, generalmente Méjico, Chile o alguno
donde el obierno republicano todavía era reconocido. Muchas veces tenían que dar
grandes rodeos. Pero la mayoría de los exiliados tuvo que quedarse en Francia.
El primero de abril del año 1939, ya había caído en manos de Franco la
totalidad del territorio español, bajo la mirada impasible de los países
democráticos. Cinco meses después de terminada la guerra de España, ante la
invasión de Polonia por los alemanes, Francia e Inglaterra, de mala gana, se vieron
en la obligación de declararle la guerra a Alemania. La política suicida anglofrancesa de desarme, de no intervención, de pactos con el diablo (Hitler) y el
rechazo de alianzas con la Unión Soviética y Estados Unidos para detener las
agresiones nazi-fascistas había fracasado estrepitosamente. Pronto verían Francia e
Inglaterra reproducirse en sus propios territorios los mismos o peores horrores que
presenciaron en España y otros países.
La vida en los campos de concentración franceses continuaba sin mejoras
notables y con una presión, cada vez más fuerte, por parte de las autoridades
francesas y españolas para que los refugiados eligieran el camino de volver a su
tierra. La ignorancia de los políticos franceses sobre el carácter de la guerra de
España, como las repercusiones y peligros que significaban para Francia, eran algo
inconcebible.
Un grupo de oficiales del ejército francés se personó en el campo con el
propósito de averiguar las razones que tenían los refugiados para oponerse a la
repatriación. En una sala habilitada especialmente, hicieron instalar una larga mesa
y individualmente. Un oficial preguntaba al investigado la edad, el grado militar, la
actividad desarrollada durante la guerra y los motivos de su rechazo a la
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repatriación. Los relatos que tuvieron que escuchar fueron tan escalofriantes, y las
razones tan convincentes, que pronto desistieron de seguir averiguando. Por el
altavoz transmitieron un comunicado en el que se hacía saber a todos los
refugiados que no se obligaría a nadie a volver a España contra su voluntad.
Por otro lado, era mucha la propaganda para alistarse a la Legión Extranjera
o ingresar en las Compañías de Trabajo Militarizada, que se destinaban a construir
fortificaciones (6). Ninguna de las tres opciones era atractiva para los refugiados,
aunque no faltaba algún desesperado, que con tal de salir del campo, era capaz de
anotarse para ir al infierno.
(6) Línea de fortificaciones francesa que lleva el nombre de su creador el ingeniero Maginot.
Foto: www.inilossum.com
LINEA MAGINOT.
ANDREA MAGINOT (El constructor).
EL MARISCAL DE CAMPO VON LEEB
EL MARISCAL DE CAMPO VON LEEB BORDEO LA LINEA MAGINOT ,DERROTO
A LOS EJERCITOS DE BELGICA Y HOLANDA Y OCUPO LOS DOS PAISES ANTES
DE ATACAR A FRANCIA
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Foto: www.inilossum.com
UNA ENTRADA A LA LÍNEA MAGINOT.
Foto: enciclopedia.elgrancapitan.org
INTERIOR DE LA LÍNEA MAGINOT.
El Gobierno francés, al declarar la guerra a Alemania, había procedido a la
movilización general de todos los hombres aptos para el servicio militar. De
inmediato, se hizo sentir la falta de mano de obra para levantar las cosechas y, en
las fábricas, para acelerar la producción masiva de armas y municiones. Los
refugiados españoles, que el gobierno hubiera querido eliminar de un plumazo
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unos pocos meses antes, eran ahora necesarios para reemplazar a los franceses
movilizados en la producción de armas y alimentos.
Empezaron a llegar a los campos pedidos urgentes de obreros
especializados: torneros, fresadores, mecánicos, electricistas, etc. Pero las pruebas
a que eran sometidos los postulantes eran tan exigentes que muy pocos llegaban a
superarlas. La guerra estaba en sus comienzos, los ejércitos se mantenían en las
líneas fortificadas en ambos lados de la frontera y la necesidad de obreros
especializados no parecía ser de tanta urgencia. Mientras Alemania la industria
trabajaba a tope, los franceses se sentían protegidos por la línea Maginot y los
ingleses por su poderosa flota de guerra.
Mas tarde llegaron demandas de trabajadores agrícolas. Las exigencias
también eran poco comunes: los hombres tenían que ser mayores de cuarenta y
cinco años, de buen aspecto físico, provenientes de zonas rurales y acostumbradas
a las labores del campo.
Ramón no cumplía ninguna de aquellas condiciones, sin embargo, decidió
tentar su suerte. Se puso al final de la cola de los hombres que fueron a inscribirse.
Por la ventanilla de una caseta de madera, un español iba anotando los datos
personales de los campesinos. Cuando al final le tocó el turno al joven, y se
presentó delante de la ventanilla, el de la caseta le preguntó qué es lo que quería.
- Quiero que me anotes para salir de agricultor.
- No puedo le contestó el otro solamente puedo inscribir a mayores de
cuarenta y cinco años y tú no los tienes, así que ¡vía, desaparece!
Los refugiados sentían antipatía hacia los compatriotas que se prestaban a
desempeñar tareas para los franceses. Aquella colaboración, por lo que recibían
una mejora en la comida les parecía servil y poco digna. Ramón se puso nervioso y
empezó a decirle todo cuanto le pasaba por la cabeza.
- ¿Y porqué no has de anotarme? ¿Quién eres tú?
- ¿Acaso yo no puedo cumplir las tareas como otro? ¿A quién le va a
importar? Tú no eres más que un chupatintas al servicio de los franceses….
Se encolerizó el hombre por lo que le estaba diciendo y la conversación
derivó a gritos e insultos. Un gendarme que se encontraba cerca fue a ver lo que
pasaba y le preguntó al de la ventanilla cual era el motivo de la discusión. En un
francés incomprensible le dio éste su versión, después de lo cual el gendarme le
preguntó a Ramón por qué insistía en ser inscrito sabiendo que no reunía las
condiciones exigidas. En un francés algo más correcto, el joven se justificó
diciendo que, aunque no tenía la edad exigida, no desconocía ninguna tarea
agrícola. Sus padres eran dueños de una granja en España y él les había ayudado
siempre, desde chico, en la explotación de la misma. Por otra parte, no temía
medirse con nadie en la ejecución de las tareas más pesadas.
Es poco probable que el uniformado creyera todas las razones del joven,
pero comprendió su discurso y le cayó simpático; así que para terminar la
discusión le dijo que se presentara a la mañana siguiente en la explanada, donde
tenían que reunirse los trabajadores y, si faltaba alguno, quizás podría incorporarlo
como agricultor.
De vuelta a la barraca, Ramón empezó a despedirse de sus compañeros y
amigos, convencido de su suerte; ellos estaban maravillados por el hecho de que
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hubiera sido admitido como trabajador agrícola, actividad para la cual otros
campesinos habían sido rechazados.
Al día siguiente se levantó temprano, preparó su hatillo de ropa y se dirigió
al lugar de la concentración. En pocos minutos más se juntaron un centenar de
agricultores. Finalmente aparecieron los gendarmes acompañados del español de la
casilla, con los papeles en la mano.
A la hora convenida, siete de la mañana en pleno invierno, el español
empezó a pasar lista. Los nombrados se iban juntando aparte; cuando alguien no
respondía, repetía varias veces el nombre, que era coreado por los presentes para
acelerar, el trámite. Faltaron bastantes y ello no era extraño que sucediera. Los
refugiados tenían muchas dudas sobre cuál era el mejor camino para recuperar la
libertad, no ya su familia, su casa o su fortuna. La España vengativa de Franco, la
Legión Extranjera, las Compañías de Trabajo militarizadas, o ser peón agrícola en
un país del que ni siquiera conocían la lengua y que los trataba como los trataba, no
eran opciones atractivas para nadie.
Cuando el español terminó de pasar lista, los gendarmes se quedaron
conversando algunos minutos, con la esperanza de que apareciera algún rezagado;
finalmente decidieron marcharse. Ramón esperaba inquieto, tratando de que lo
viera el gendarme que lo había convocado. Éste parecía ignorarlo, quizá habría
olvidado la promesa del día anterior. Cuando el grupo se puso en movimiento, el
joven perdió toda esperanza, pero, al final, el gendarme le hizo un gesto para que
los siguiera.
Al revés de lo que todos suponían, los trabajadores fueron trasladados a otro
centro de internación: el campo de concentración de Bram.
El nuevo destino de los refugiados tenía buena reputación. Se decía que era
un campo modelito por lo bien organizado que estaba. Pronto tuvieron ocasión que
no era tan diferente del de Septfonds: la comida y el trato eran iguales o peores.
Sólo las calles y las barracas estaban más limpias: grupos de internados las regaban
y barrían continuamente. La comida era escasa y distribuida en frió. Todo lo que
les daban había que repartirlo entre dos, lo que originaba no pocas discusiones y
peleas entre gente que estaba mal alimentada. Era difícil cortar el pan en dos
pedazos, no fuera o pareciese más grande que el otro. Lo mismo sucedía con las
latas de carne, de atún o de sardinas. Todos pasaban hambre, pero unos la
soportaban mejor que otros. No faltó quien se las ingeniara para construir una
balanza de cierta precisión, con los escasos medios disponibles, para que las
porciones pesaran la misma cantidad de gramos. Las manzanas o peras que
repartían de vez en cuando también había que partirlas en dos pedazos. La
partición era presenciada atentamente por los interesados para que hubiera la
mayor transparencia posible y, en caso de duda, se recurría a la balanza citada.
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Foto: todoslosrostros.blogspot.com
VIGILANCIA EN EL CAMPO DE BRAM.
Foto: www.cervantesvirtual.com
REFUGIADOS EN BRAM, A LA PUERTA DE LA BARRACA.
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Foto: www.publico.es
REFUGIADOS HACIENDO GIMNASIA EN BRAM.
El campo estaba custodiado por gendarmes. El trato era cortés pero frió y
parco en palabras. Nadie comprendía por qué los habían llevado hasta allí, con la
promesa de salir del campo como trabajadores agrícolas. Llegaron a pensar que
todo era una farsa, una burla in sentido. Cuando preguntaban a los gendarmes,
éstos se limitaban a sonreír y respondían no saber nada.
Los primeros refugiados que ocuparon Bram contaban que, al principio, todo
era diferente: disfrutaban de comida abundante y el trato era amistoso. Después
todo cambió. Ellos lo atribuían a un lamentable episodio ocurrido pocos meses
antes. Un gendarme corpulento tenía la mala costumbre de dirigirse de forma
grosera a los internados. Uno de ellos le contestó de la misma manera y
discutieron. El gendarme sacó la pistola para amedrentarlo. El sujeto pareció
asustarse y le pidió disculpas, pero cuando lo vio confiado y satisfecho, le aplicó
un directo e la mandíbula que lo tiró al suelo. En el momento en que, aun aturdido
por el golpe e intentó levantarse, recibió una patada en la cabeza que lo dejó
desmayado. Algunos refugiados presenciaron la escena sin que nadie interviniera.
Cuando comprendieron lo peligrosa que se estaba poniendo la situación
desaparecieron del lugar. El hombre quedó solo. Le sacó la pistola al gendarme y
la escondió detrás de unas plantas. No faltó quien fue a informar inmediatamente
de lo sucedido. Aparecieron gendarmes en el lugar que levantaron del suelo a su
compañero golpeado y encontraron la pistola.
El autor de los golpes fue detenido, no se supo si fue condenado, ni se
supieron noticias posteriores de él. El gendarme sufrió una severa humillación por
sus malos modos, pero los refugiados tuvieron que soportar una injusta represalia
colectiva durante el resto de su internación.
Por megafonía anunciaron el próximo examen de los conocimientos de los
internados, inscritos en las listas de trabajadores agrícolas. La noticia hizo temblar
a muchos. ¿En qué consistiría la prueba? ¿Quién la tomaría? Probablemente
expertos o ingenieros agrónomos. Muchos de los postulantes serían rechazados y
condenados a perpetuarse en los campos de concentración. Hasta los auténticos
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labradores estaban preocupados. Se hicieron reuniones para charlar sobre temas
agrícolas y se consiguió que los más idóneos dieran clase a los menos capacitados.
Algunos campesinos aceptaron enseñar lo que sabían a los demás, pero los temas
eran muchos y los instructores poco aptos para la enseñanza. Quizá no hicieron ni
la escuela primaria. Las clases redes arrollaban sin orden ni programa, se pasaba de
un tema a otro sin motivo y, con frecuencia, si uno opinaba sobre algo, otro
sostenía todo lo contrario. Los oyentes más aplicados tomaban notas, aunque
nunca estaban seguros de que la explicación era la correcta. Los días pasaban sin
que se notaran progresos. Lo que predominaba en las reuniones era la porfía.
EL EXAMEN DE LOS AGRICULTORES.
Llegó el día tan temido cuando menos lo esperaban. Llamaron a los inscritos
y los hicieron alinearse en una larga fila, codo con codo. Por un extremo de la
hilera aparecieron los gendarmes: uno llevaba en la mano hojas escritas, y el otro,
como luego se dieron cuenta, tenía la misión de oficiar de intérprete. Primero
identificaban a hombre que iban a examinar y comprobaban que estuviera inscrito
en la lista. Después, el de los papeles leía una pregunta del cuestionario que tenía
en la mano y el intérprete la traducía más o menos fielmente. Si el agricultor pedía
alguna aclaración, los gendarmes vacilaban; se limitaban a repetir la pregunta tal
como había sido formulada. El trabajador debía contestar sin pedir más
aclaraciones, para que el gendarme verificara si la respuesta era correcta, de
acuerdo a lo que estaba escrito en el papel. A veces, no obstante, los gendarmes
conversaban entre ellos para aclarar sus dudas. A la tercera pregunta formulada y
respondida, decidían si aceptaban o rechazaban al candidato como trabajador
agrícola. Si lo aceptaban, pasaba a integrar un grupo aparte, si lo rechazaban lo
mandaban de vuelta a su barraca. Las preguntas eran tales como: ¿Cuando se
cosecha el trigo, la avena o la cebada? ¿En qué mes se procede a la siembra?
¿Cómo se prepara la tierra? ¿Qué abonos se utilizan? ¿Qué trabajos requiere el
cultivo de la remolacha? ¿Cuáles son las principales actividades que se desarrollan
en una granja?
Las preguntas en realidad no eran difíciles para la gente que había vivido en
el campo, pero para la gente de la ciudad que estaba inscrita en la lista tenían cierta
dificultad. Como los gendarmes hablaban en voz alta, la fila era todo oídos porque
las preguntas se repetían con frecuencia poco a poco, los refugiados comenzaron a
hablar entre ellos, aunque los gendarmes reclamaban silencio repetidamente. Fue
así como los más avispados no tardaron en conocer las respuestas que los
gendarmes tenían en sus papeles.
Ramón esperaba inquieto su turno convencido que lo iba a pasar mal. De
todas formas, cuando los gendarmes le interrogaron contestó con aplomo las dos
primeras preguntas que le fueron formuladas, pero en la tercera no tuvo suerte. Los
gendarmes se miraron y volvieron a repetirla para ver si dudaba o se corregía.
Ramón no hizo ni lo uno ni lo otro; se mantuvo en lo dicho, insistiendo en que, en
su pueblo, se procedía d aquella manera. Los gendarmes se miraron sorprendidos,
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parecieron dudar; el joven se mantuvo firme y, finalmente, la respuesta fue
aceptada como buena, aunque no era la que figuraba en los papeles.
Ramón pasó a integrar el grupo de los trabajadores agrícolas, él, que sólo
conocía el campo por haber ido a divertirse con los amigos robando naranjas en los
huertos cercanos, para desesperación de los guardias rurales. Mas de cuatro
agricultores fueron rechazados, porque sus respuestas no satisfacieron a los
gendarmes y tuvieron que quedarse muchos meses recluidos.
Después de pasar la prueba, los refugiados admitidos como agricultores,
fueron a recoger sus cosas y conducidos a la estación del ferrocarril para ser
embarcados en furgones. En el costado de los vagones podía leerse algo así como
nueve caballos, dieciocho hombres. Se proporcionó a los viajeros comida en frío
para tres días, durante los cuales estuvieron viajando con destino desconocido.
Sólo la luz solar penetraba por cuatro ventanitas cruzadas por gruesos barrotes de
hierro, a través de las cuales podía verse el campo. El convoy se detenía en algunas
estaciones para que los hombres, en pequeños grupos, tomaran agua e hicieran sus
necesidades, siempre custodiados por los gendarmes.
En los vagones, cada cual se instaló a su gusto: algunos se tiraban por el piso
y parecían inmóviles, parecían muertos. Otros, sentados por el suelo, apoyaban la
espalda contra la pared, permanecían meditabundos con el pensamiento Dios sabe
dónde; unos pocos se alternaban para mirar por la ventanita lo poco que se
alcanzaba a ver. Luego discutían sobre su probable destino.
El convoy se detuvo en la estación de Orleáns, la histórica ciudad medieval
conquistada por Juana de Arco a los ingleses.
Foto: es.encarta.msn.com
CIUDAD DE ORLÉANS. (La Loir, el Loira)
Los gendarmes abrieron las puertas e hicieron descender de los vagones a los
refugiados. En el andén, formados en columna de tres, salieron a bulevar y se
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dirigieron caminando por las calles y avenidas hasta la sala de fiestas municipal.
La gente que transitaba por las calles se paraba para observarlos sorprendida y
preocupada. Su aspecto sucio y abandonado, bajo la vigilancia de los gendarmes,
no podía menos que inquietar a los pacíficos ciudadanos de aquella capital
burguesa, centro comercial de una región agrícola.
Fueron llevados e introducidos en el espacioso recinto de la sala de fiestas
municipal . Las amplias puertas, el elevado techo, la ancha galería a media altura y
las grandes dimensiones del salón, configuraban un espacio ideal para reuniones,
fiestas, desfiles de modas u otros actos que congregaban multitudes.
Los refugiados fueron colocados de espalda a la pared, uno al lado del otro,
y dejando sus pertenencias por el suelo. De esta manera podían ser observados más
cómodamente. A las diez de la mañana empezaron a llegar los primeros patrones
en busca de la mano de obra agrícola. Entraban uno después de otro, presentaban
los papeles a uno de los gendarmes y, a continuación, eran autorizados a escoger el
personal. El que llegó primero, dio una vuelta observando al os hombres que
estaban contra la pared y se decidió por los que le parecieron más aptos, valorando
sobre todo su aspecto físico. Hizo juntar a los elegidos, el gendarme tomó nota, le
hizo firmar unos papeles y el grupo reunido se fue con el granjero. A veces el
patrón pretendía aumentar el número de los hombres adjudicados, pero los
gendarmes se atenían a las órdenes recibidas y no admitían reclamaciones. Se
marchaban en grupos de cuatro o cinco como máximo. Cada vez quedaban menos
hombres en aquella feria humana, más moderna, aunque en el fondo parecida a las
que hacían con los esclavos que se cazaban en las costas de África para llevarlos a
trabajar a las estancias de América.
Foto: electronica.ugr.es
RUTA DE LOS ESCLAVOS.
Al final del operativo, solamente quedaban cuatro hombres para ser
adjudicados, entre los que encontraba Ramón, y no llegaban más patrones en busca
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de trabajadores. Como éstos estaban uno por aquí y otro pos allá, los gendarmes les
ordenaron que se agruparan y consultaban inquietos el reloj. Seguramente se les
estaba haciendo tarde para tomar el tren de vuelta a su lugar de origen. Los cuatro
españoles también estaban preocupados ante la perspectiva de ser devueltos al
campo de concentración. Los gendarmes, nerviosos, ya iban a optar por marcharse,
cuando apareció un señor obeso corriendo, mientras agitaba en el aire unos papeles
que traía en la mano y con la otra se secaba con un pañuelo las gruesas gotas de
sudor que le corrían por la cara. El gendarme encargado de la operación le
preguntó airado por qué razón llegaba tan tarde, cuando ya se estaban preparando
para marcharse. El patrón con la voz entrecortada por la corrida, le explicó que su
automóvil había sufrido un desperfecto imprevisible y lo había retardado. Pidió mil
disculpas a los presentes. De inmediato preguntó por los trabajadores que le tenían
reservados. El gendarme le mostró el grupo que quedaba y el buen hombre se
quedó perplejo, no pudo disimular un gesto de decepción. No sabía qué partido
tomar. Esperaba encontrar cuatro trabajadores fornidos y delante de él solamente
había cuatro seres escuálidos, de aspecto inquietante. Se mostró indeciso, no sabía
qué hacer. Los gendarmes presionaron para que se decidiera de una vez por todas.
Habían esperado demasiado tiempo y tenían que marcharse. Al no tener otra
alternativa, el patrón firmó los papeles de conformidad e hizo una señal a los
cuatro refugiados para que le siguieran.
Cerca de la puerta tenía estacionado el automóvil. Hizo subir tres
trabajadores detrás y Ramón en el asiento de delante. Como pudo les hizo saber
que iban a hacer algunas diligencias en la ciudad y luego les llevaría al pueblo
donde iban a trabajar. Recorrieron las principales calles del centro comercial,
presenciando el espectáculo, novedoso para ellos, de la villa en plena actividad.
Cuando bajaba del vehículo, el patrón les advertía una y otra vez, que no intentaran
escapar. Sin documentos y la ropa que llevaban no irían muy lejos. Serían
detenidos y deportados a España de forma inmediata.
De los cuatro hombres del grupo, Ramón era el más joven y el único que
comprendía algo de lo que decía el patrón; no todo, porque esta hablaba el lenguaje
de la zona. Luego explicaba a sus compañeros algo de lo que había comprendido,
que no era mucho.
Cuando, el patrón terminó con sus diligencias y se alejo de la ciudad camino
del pueblo, explicó a los españoles que era el alcalde, pero había tenido que
hacerse cargo de la Cooperativa Agrícola local, porque la casi totalidad de los
hombres habían sido movilizados. Solo quedaron los muy jóvenes y las personas
mayores. Faltaba mucha gente para las labores del campo. Los cuatro españoles
iban a trabajar en la trilladora, pero tendría que conseguir más trabajadores para
completar el equipo que la hiciera funcionar.
Más adelante, si se portaban bien, les facilitaría documentos para que
pudieran desplazarse libremente. Por el momento no podrían salir del pueblo.
Tendrían que procurar no emborracharse, no molestar a las mujeres solteras ni
casadas y, sobre todo, no robar nada en las granjas donde iban a trabajar. En el
caso de que no se portaran bien, serían devueltos al campo de concentración y de
allí los mandarían a España. Como se ve, el señor alcalde tenía en muy alto
concepto a los refugiados españoles.
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El pueblecito en que se encontraban era una calle extremadamente larga
sobre una carretera que conduce a París. Calcularon que podían encontrarse a unos
cuarenta kilómetros de Orléans en una región eminentemente agrícola.
Ramón conoció a sus compañeros: dos eran andaluces, el tercero madrileño;
ninguno hablaba una palabra de francés. El alcalde se dirigía a Ramón, al
comprobar que era el único que comprendía, aunque solo fuera a medias, lo que el
decía. Ramón, sin embargo tenía no poca dificultad en entenderle, a pesar de los
estudios hechos del francés que se aprende en las academias. El acento de los
habitantes de la región es muy cerrado y usan muchos términos dialectales. El
alcalde preguntó a cada uno su nombre, edad, lugar de nacimiento y lo iba
anotando en una libreta. Pedro tenía treinta y seis años era de Sevilla; Juan, treinta
y cuatro y había nacido en Málaga; Manuel (Manolo para sus compañeros), treinta
y dos y provenía de Madrid; Ramón, solo tenía diecinueve y era oriundo de
València capital. De los andaluces nunca se sabía si hablaban en serio o en broma.
Contestaban siempre con evasivas, como si quisieran ocultar su personalidad o su
pasado. A su vez, formulaban continuamente preguntas al señor alcalde, por
intermedio de Ramón, que no las sabía traducir. Pedro y Juan tenían el aspecto de
labradores, no eran altos y se veían delgados, aunque su físico parecía robusto,
tenían rasgos regulares y el pelo negro. El color de su piel también era oscuro,
como la mayor parte de trabajadores del campo de su región. Manolo, por el
contrario, era alto, rubio y de ojos azules. No tenía el menor rasgo de obrero
agrícola o industrial; más bien se le hubiera podido catalogar como un actor joven
de cine o teatro. En Madrid, según dijo, trabajaba en una oficina comercial. ¿Cómo
pudo colarse entre los trabajadores agrícolas? Es algo que siempre fue un misterio.
Ramón, como Manuel, trabajaba en una oficina y, por la noche, estudiaba en una
academia. Estaba muy delgado, era de una estatua mediana, rasgos regulares, de
ojos y cabello castaños.
El vehículo se detuvo delante de un hotel-restaurante. El patrón hizo
descender a los cuatro trabajadores y los introdujo en el comedor. Salió a recibirlos
una señora rubia de mediana edad, bastante atractiva. Era la dueña del
establecimiento. Conversó brevemente con el alcalde. Ambos indicaron a los
recién llegados que dejaran sus cosas en un rincón del salón y, como era temprano
para la cena. Les aconsejaron que fueran a dar una vuelta por el pueblo y volvieran
a eso de las ocho. Mientras, la patrona les haría preparar las habitaciones para la
noche. El alcalde les explicó, una vez más, que no había podido completar el
equipo de la trilladora, y, probablemente, tendrían que permanecer unos días en el
hotel. Luego se despidió de todos tendiéndole la mano a cada uno, como es
costumbre en Francia.
Los cuatro españoles salieron radiantes a la calle dispuestos a conocer el
pueblo. Por primera vez en muchos meses, tenían la sensación de ser hombres
libres. Iban a permanecer en el hotel unos días; podían caminar en cualquier
dirección sin sentirse vigilados, detenerse a observar algo, charlar en grupo, gritar
o correr. Ya no tenían que ocultarse de nadie. Gozaban de una libertad restringida,
pero libertad. Caminaron hasta el final de la calle, cruzaron la acera de enfrente y
continuaron en dirección contraria. En algunos minutos ya habían visto todo lo que
había que ver. Las casas eran parecidas unas a otras; de planta baja y techos muy
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inclinados, recubiertos de pizarra. Debía de nevar con frecuencia. Pasaron por
delante de un par de tiendas, mas no se animaron a entrar; tampoco hubieran
podido comprar nada. La poca gente que transitaba por la calle observó
desconfiada, aunque debían estar al corriente del motivo de su presencia. Vieron
pasar algunas muchachas en bicicleta. Como llevaban la falda bastante corta, al
pedalear se les subía hacia las caderas mostrando generosamente sus piernas. No
parecía importarles. El grupo se conmocionó. Juan le echó un piropo a una de las
chicas; ella por supuesto, no entendió nada, sin embargo, debió pensar que era algo
agradable, porque se lo agradeció con una sonrisa.
El pueblo era lindo. Las casas parecían recién pintadas; las macetas con
flores, en las ventanas y al lado de las puertas, le daban un aspecto muy agradable.
Todo se veía ordenado y limpio. En los alrededores, observaron grandes
sembrados de trigo, cebada y avena. A lo lejos, casas aisladas en pleno campo y
rodeadas de arboledas. Pedro conocía bien las plantas, los cultivos y las tareas
agrícolas. Juan no coincidía con su paisano y discutían. Manolo y Ramón no
decían nada, todo aquello era nuevo para ellos.
Volvieron al hotelito. En el comedor ya estaban las mesas preparadas con los
manteles blancos, los platos, cubiertos y vasos en su lugar. La patrona les había
hecho prepara una mesa en el lugar más apartado del salón. Cuando se hubieron
acomodado, entregó a cada uno la lista con los platos del día.
Ramón trató de descifrar loa que había para comer, pero aquella hoja parecía
escrita en chino no llegaba a entender casi nada. Sus compañeros lo ponían
nervioso al pedirle explicaciones sobre lo que él no alcanzaba a comprender.
Consideraban que tenía que saber todos los nombres que utiliza la gastronomía
francesa para designar las comidas. Entonces, ¿qué es lo que había aprendido en la
academia, francés u otra lengua?
La patrona se acercó con un bloc de notas en la mano.
- ¿Ya han decidido lo que quieren comer?
Le preguntó a Ramón que parecía entender algo. Éste a su vez, se dirigió a Pedro.
- ¡Hombre!, pues a mí me gustaría un gazpacho, seguido de algo muy simple:
un filete con patatas fritas, ensalada de lechuga con tomate y aceitunas negras,
algunos fiambres, quesos, frutas,…
Ramón trató de trasmitir el pedido a la patrona.
- ¿Gazpacho? Je ne sais pas, qu’est que c’est? - Respondió.
Ramón intentó explicarle: una sopa fría con tomate...Mensaje que pareció entender
la patrona:
- Ah, une soupe de tomate! c’est bien.
Ramón continuó con las explicaciones, la señora escuchaba con suma atención,
pero aquella era una conversación entre sordos. Sus compañeros parecían haberse
vuelto locos. A su criterio, pedía comida extravagantes de las que nunca había oído
hablar. Ramón daba toda clase de detalles a la patrona que seguía anotando
pacientemente en su cuaderno. ¿Por qué me habré metido en este embrollo? Se
preguntaba el joven.
- ¿Y para beber?
- Vino naturalmente.
- ¿blanco o tinto?
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Los andaluces lo querían tinto. Manolo y Ramón preferían el blanco. Una botella
para cada uno y que fuera del mejor. A Ramón le pareció mucho. No estaba
acostumbrado a beber vino.
- No te preocupes - dijeron los andaluces - nosotros nos encargaremos de
vaciarlas.
La patrona se retiró con sus notas ya para Ramón terminó el suplicio.
Pasaba el tiempo y la cena no aparecía, empezaron a impacientarse. Hacía
muchas horas que no comían y los estómagos estaban vacíos. Preguntaron en la
cocina si faltaba mucho todavía.
- Tranquilos, ya viene les dijeron.
Poco después, apareció la patrona, el cocinero y su ayudante trayendo grandes
bandejas con los platos servidos que fueron acomodando en la mesa hasta cubrirla
completamente. Había mucha comida, demasiada, pero nada parecido a lo que
habían pedido. No obstante, como estaban hambrientos y los platos tenían buen
aspecto, empezaron a engullir lo servido y les pareció excelente. No en balde la
cocina francesa tiene renombre internacional.
Cuando terminaron con esfuerzo de vaciar los platos, llegaron los fiambres,
los quesos y la ensalada. Los andaluces pidieron más vino para poder seguir
comiendo. Luego llagó la fruta y el café con coñac. Todas las botellas quedaron
vacías.
¿Quién pagará este festín? - se preguntó Ramón. - ¡Va, el señor
alcalde tan amable él, se encargará de todo! Cansados, contentos y mareados, a la
primera indicación de la patrona, los comensales se fueron a dormir.
Los acomodaron en dos habitaciones con camas de matrimonio. Pedro y
Juan en una; Manolo y Ramón en otra. Después de bañarse se acostaron. Los
colchones de pluma era tan altos que, al echarse en ellos quedaron sumergidos por
completo. Ni que decir tiene que, de inmediato, se durmieron.
A la mañana siguiente, Pedro y Juan, con el sol bien alto fueron a despertar a
sus compañeros y pudieron darse cuenta del lugar en que se encontraban. Las
habitaciones eran amplias, con ventanas que daban a un patio interior. Dos puertas
las comunicaban con el baño y con un amplio pasillo de acceso. Todo estaba
pintado de blanco y lucía como nuevo.
Estuvieron conversando sobre la cena del día anterior. Los andaluces no
cesaban de hacer chistes sobre lo acontecido; no eran capaces de tomar nada en
serio. Ramón no pudo evitar las cargadas de sus compañeros, que ya le estaban
molestando. Ellos para tranquilizarle, reconocieron que si bien no comieron lo que
hubieran deseado, tampoco estaban descontentos con lo que les sirvieron; todo
estaba apetitoso, les había gustado y estaban dispuestos a repetir el menú en la
próxima oportunidad. El vino, sobre todo, era excelente….
Se encontraban muy a gusto; lo único que echaban de menos era que no
disponían ni de una miserable moneda en el bolsillo. Tenían necesidad de cortarse
el pelo y cambiar de ropa. Con la que llevaban parecían pordioseros. Decidieron
dirigirse al señor alcalde para que les adelantara algunos francos a cuenta de su
futuro trabajo. No pudieron hacerse con él; estaba muy atareado tratando de
completar la cuadrilla de la trilladora con hombres de los pueblos cercanos.
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En los días siguientes a su llegada, no tuvieron problemas con la comida. La
patrona del hotel había recibido instrucciones precisas al respecto. Les serviría los
platos más económicos, sin otra opción. Si algo no les gustaba no tenían más que
rechazarlo. Para beber les servirían una botella de vino y otra de agua mineral.
A los pocos días apareció el alcalde y les avisó que, el próximo lunes
empezarían a trabajar. Tendrían que estar listos a las cinco de la mañana; a esa
hora vendría a buscarlos y los llevaría a la granja, donde ya estaba instalada la
trilladora. No tenían que dejar nada en el hotel. Comerían y dormirían en el lugar
de trabajo, como el resto de la cuadrilla. Dinero no iban a precisar; el sábado
recibirían la paga de la semana.
Esperaron el lunes con impaciencia, como si fueran a ir de fiesta. Se estaban
aburriendo solemnemente. En aquel pueblo no había nada que ver, si no era alguna
que otra de las muchachas de las que pasaban en bicicleta, pero no tenían manera
de abordarlas, o la patrona del hostal que, aunque no era tan joven, lucía unas
curvas de maravilla y unos vestidos ajustados, con su siempre buena presencia:
bien peinada y bien maquillada.
El alcalde vino a buscarlos puntual el lunes y los condujo al lugar de trabajo.
Conocieron al capataz de la trilladora, un hombre gordo de cara colorada por el
vino, y al resto del equipo; casi todas personas mayores no afectadas por la
movilización. Formaban parte del grupo, también, un polaco y un portugués;
ambos de mediana edad y robusta constitución.
Hechas las presentaciones de rigor, fueron invitados a pasar al comedor. En
la cabecera de una larga mesa tomó asiento el dueño de la granja. A su derecha se
ubicaron la patrona y una sirvienta. A la izquierda el capataz y un hombre que
parecía ser su ayudante. El resto de la cuadrilla se colocó a su gusto. El alcalde,
que se había quedado charlando con la patrona, deseó a todos buen apetito, saludó
con la mano y se marchó.
En la mesa había platos hondos y planos, cucharas, tenedores y cuchillos;
toda clase de utensilios como para hacer una comida importante. Delante de cada
comensal una botella de vino tinto de a litro.
La patrona y la criada fueron a buscar las soperas que distribuyeron en la
mesa. Los hombres empezaron a servirse; era una sopa hecha con leche y pedacitos
de cebolla tierna. Se podía comer porque estaba bien caliente y afuera hacía frío.
Tenía un gusto agradable, aunque algo dulzón. Después de la sopa, sirvieron, en
grandes fuentes, pedazos de cerdo cocinado, donde predominaba la grasa. Los
trabajadores se servían grandes pedazos que comían con pan. A los españoles no
les apetecía comer aquella grasa blancucha tan de mañana, ni a ninguna hora.
Luego aparecieron tablas de madera con quesos surtidos, donde predominaba el
camembert. Para terminar el desayuno, trajeron ensalada verde.
Todo el mundo hablaba animadamente en voz alta. Las botellas de vino que
a Ramón le parecía que iban a quedar llena, ya estaban vacías. Quedaban casi
llenas las cuatro de los españoles, los andaluces habían bebido un vaso cada uno,
Manolo y Ramón apenas lo probaron. Sus compañeros les preguntaron si no les
gustaba el vino y, en vista de que iban a quedarse llenas, decidieron repartir su
contenido. Más tarde les comentaron que no estaba bien visto dejar vino en las
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botellas. El codiciado líquido tenía pocos grados, menos mal, porque bebido en
cantidad también surtía efecto.
Foto: castresanadelosa.blogspot.com
TRABAJADORES JUNTO A UNA TRILLADORA.
A una señal del capataz, se levantaron de la mesa y se dirigieron al trabajo.
Delante de un hangar de chapa, ya estaba instalada la trilladora, propulsada por un
tractor. El capataz le dio a Manolo y Ramón una horquilla a cada uno y les mostró
cuál iba a ser su tarea; acercar las haces de trigo amontonados en el fondo del
hangar a hombre que estaba al pie de la trilladora. Éste las pasaba al ayudante del
capataz, colocado encima, que las introducía en la máquina poco a poco, tratando
de no saturarla. El polaco y el portugués esperaban a que se llenara cada saco y,
alternativamente, lo transportaban al granero, ubicado en la buhardilla de la casa.
Los andaluces atendían la prensa, colocada detrás de la trilladora, que largaba
paquetes de paja de cincuenta kilos. Varios hombres se ocupaban de la limpieza
del área, envueltos en una nube de briznas de paja y polvo.
El ayudante del capataz, que alimentaba la trilladora, marcaba el ritmo de
trabajo. Si introducía las garbas muy deprisa, cansaba a todo el equipo,
particularmente a los que trasportaban el grano y lo subían a la buhardilla, que era
el trabajo más pesado. No llegaban a dar abasto, los sacos se llenaban demasiado
de prisa. Entonces solían protestar airadamente. El capataz, trataba de moderar la
tarea, ordenaba bajar el ritmo, pero sin que tampoco hubiera pausas en la faena.
A media mañana disponían de veinte minutaos de descanso. La patrona
llegaba con una jarra de vino e invitaba con un vaso a los que querían tomar.
Algunos trabajadores aprovechaban para comer un pedazo de pan con queso.
La comida al mediodía era un guiso a base de patatas, judías y carne de
cerdo, seguida de quesos y ensalada verde, todos productos de la granja.
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Las horas de trabajo variaban de acuerdo a las necesidades del granjero. La
gente del equipo quería trabajar cuantas más horas mejor, ya que se cobraba por
horas de labor y había que aprovechar la oportunidad del trabajo.
Terminada la jornada, los trabajadores se lavaban un poco y cenaban. El
capataz y el portugués disponían de buenas bicicletas y, si no se encontraban lejos
de sus hogares se iban a dormir a su casa. Todos los demás se acomodaban en el
pajar para el descanso. La patrona suministraba sacos vacíos en los que introducían
las piernas y se envolvían el cuerpo para meterse dentro de la paja. No era como el
hotelito del pueblo, pero tampoco sentían el frío que hacía afuera.
La trilladora trabajaba tres o cuatro días en cada granja. Y luego se
trasladaba a otra que podía encontrarse cerca o lejos de la anterior. Era como
formar parte de un circo ambulante. La gente de la trilladora era de lo más bajo que
se puede encontrar en la escala social: consumían mucho vino y con frecuencia se
emborrachaban. Solamente el capataz y su ayudante lo tomaban moderadamente.
En las pequeñas granjas se comía algo mejor que en las grandes; además tenían
atenciones con los trabajadores tales como servirles café, después de las comidas, o
una copita de licor en las mañanas muy frías.
El alcalde se preocupo por los documentos de los recién llegados. Los fue a
buscar para llevarlos al fotógrafo y les hizo extender un permiso de residencia
valedero por tres meses. Antes del vencimiento tenía que ser renovado por el
mismo periodo de tiempo.
Los sábados trabajaban medio día y el capataz les pagaba las horas de la
semana. Como no disponían de medio de trasporte, a los españoles se les hacía
difícil desplazarse. Tenían que quedarse en la granja a la espera de la reanudación
del trabajo. Otros se iban con su bicicleta y, también, algún trabajador se quedaba
merodeando por los alrededores. Los españoles eran los únicos que permanecían
comiendo y durmiendo en la granja. Eran días terriblemente aburridos en los cuales
tenían la sensación de haber caído en un planeta distante de la Tierra. Cuando la
trilladora se encontraba cerca de algún pueblo, se iban caminando hasta el centro
para ver si podían adquirir algo de ropa u objetos de uso personal. Con los pocos
francos que ahorraban compraban lo más indispensable, hojitas de afeitar, jabón,
toallas, etc. Lo más difícil era conseguir prendas de vestir a su gusto: los
pantalones tenían la cintura muy grande, y las perneras muy ajustadas. Las
chaquetas eran largas, con seis botones, como los modelos del siglo anterior. Las
telas eran gruesas, de colores obscuros y rayas muy finas. Eran los trajes que
usaban los patrones en los pueblos agrícolas.
Nuestros amigos estuvieron ocupados de esta manera unos cuatro meses. La
Cooperativa decidió parar el equipo por tiempo indeterminado y prescindir de sus
servicios. Los españoles no podían soportar esta situación. Afortunadamente,
monsieur le maire se preocupó por ellos y les consiguió trabaja en trilladoras de
pueblos cercanos. Los andaluces fueron a parar a la empresa de trilladoras de un
pueblo, Manolo y Ramón a otra empresa de otro pueblo. Lamentaron tener que
separarse, pero no tenían otra alternativa por el momento. El alcalde les explicó
que no podía hacer más por ellos. En el futuro, cuando no tuvieran trabajo, tenían
que dirigirse a la oficina del Servicio Agrícola, con sede en Orléans, del cual les
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proporcionó la dirección. Después, el alcalde los llevó hasta las trilladoras, donde
trabajarían en el futuro.
Manolo y Ramón se despidieron emocionados del alcalde, que, después de
todo, no se había comportado tan mal con ellos, y de sus compañeros andaluces,
Pedro y Juan, al os que habían tomado afecto y les habían hecho llevaderos
aquellos aburridos días de aislamiento, con sus chistes e inacabable fantasía.
El nuevo capataz de los jóvenes les designó para hacer el mismo trabajo que
hacían anteriormente y les proporcionó las horquillas. Los haces de trigo estaban
amontonados a la intemperie en grandes pilas de forma circular que allí conocían
con el nombre de “meules”. Las garbas están colocadas con la paja hacia el
exterior de forma que el grano queda protegido. Los montones pueden alcanzar una
altura de tres o cuatro metros, dependiendo del diámetro del círculo. La parte
superior se termina en forma de cono y está protegida por una espesa capa de paja.
El trabajo solo difiere del anterior en que se desarrolla a la intemperie. Cuan do se
realiza la trilla, de entre las garbas suelen salir espantadas enormes ratas, que
tienen su nido en la paja.
En su nueva faena, tuvieron la oportunidad de conocer al patrón de la
trilladora, un hombre corpulento, de piel obscura, al que los trabajadores llamaban
entre ellos “el gitano”.
El ritmo de trabajo era bastante más acelerado que en la trilladora de la
Cooperativa. El capataz exigía que fuera más deprisa; los jóvenes tenían que
acercar los haces más rápidamente. Los hombres que trasportaban el grano no
daban abasto. Aquella forma de afanarse era extenuante. Se produjo una protesta
generalizada a la que se sumaron Manolo y Ramón. Cuando llegó el “gitano”, el
capataz le refirió lo sucedido y señaló a Manolo como el iniciador de la protesta, lo
cual no se ajustaba a la verdad. El patrón se subió a la pila, que tendría en ese
momento unos dos metros de altura, y se puso a gritar e insultar a Manolo. Éste no
tenía la menor idea de lo que estaba ocurriendo, ni comprendía lo que le decía,
aunque se daba cuenta que no era nada bueno, por lo que se puso también a gritar y
a decir lo que le dio la gana en español. El patrón, poco acostumbrado a ese tipo de
reacciones, le propinó una trompada en la mandíbula que le hizo caer de espaldas.
Creyendo resuelto el problema a su manera, se disponía a bajar del montón, cuando
Manolo reaccionó, tomó la horquilla con ambas manos y se dirigió hacia él con la
intención de ensartarlo. El patrón esquivó el golpe, huyendo hacia el lado donde se
encontraba Ramón. Pudo, entonces, el joven haberle herido con las afiladas puntas
de la herramienta pero se contuvo, le dejó pasar y, dándole vuelta a la horquilla le
propinó un fuerte golpe en la espalda. El “gitano” se tiró de la pila y se fue
corriendo en busca de los gendarmes. Iba diciendo, al que le quiso escuchar, que
los dos españoles se habían puesto de acuerdo para matarlo.
Manolo y Ramón, con las herramientas en la mano, que imponían respeto, se
bajaron de la pila, recogieron sus cosas y ante las miradas expectantes de toda la
cuadrilla se alejaron rápidamente del lugar.
En el primer momento no sabían qué actitud tomar. Luego recordaron que
tenían que tenían la dirección de la oficina del Servicio Agrícola de Orleáns y
pensaron dirigirse allí, pero el problema era que no tenían dinero para el pasaje y
no querían hacerse ver por si el “gitano” los había denunciado y los gendarmes los
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estaban buscando. Suponían que se encontraban a unos treinta kilómetros de la
ciudad. Caminando de prisa a campo a través podrían llegar esa misma noche.
Estaban cansados, caminando en la oscuridad más absoluta, cuando
divisaron las primeras luces de la población. Decidieron dirigirse a la estación del
ferrocarril para descansar y quizás poder dormir en la sala de espera. Así lo
hicieron, pero no se quedaron mucho tiempo; volvieron a la calle. Al haber dejado
de caminar sintieron frío. No tenían idea de donde podían pasar la noche con un
frío tan intenso como el que hacía. Se dirigieron a un hombre que pasaba y tenía el
aspecto de ser un trabajador que volvía de la faena. Le preguntaron si sabía de
algún lugar o refugio donde poder cobijarse, ya que no disponía de dinero para ir a
un hotel.
¿Por qué no vais al viejo molino, refugio de las españolas? Si no
podéis quedaros allí, podrán, al menos, prestaros algún tipo de ayuda. No está
lejos, se encuentra a unos dos kilómetros de aquí, siguiendo la ruta.
Agradecieron al buen hombre la información y se dirigieron al lugar que les
había indicado, preguntando a la poca gente que veían por la calle, si iban bien
encaminados. Encontraron, al fin, la entrada del viejo molino cerrad por un gran
portón de chapa. Llamaron con grandes golpes a la puerta, pero nadie contestó. A
una vecina que se asomó al balcón, al oír el estruendo le preguntaron si era allí el
refugio de las españolas. Dijo que sí, pero el molino se encontraba lejos y era
difícil a esa hora, escucharan la llamada. Los jóvenes continuaron insistiendo sin
resultado. Esperaron sin saber qué hacer y, como no obtuvieron respuesta,
decidieron marcharse. Cuando se disponían a marchar, en ese preciso momento, se
abrió el portón y salió una joven arrastrando un gran cajón de basura. Se le
acercaron los jóvenes y le preguntaron si era una española refugiada. Respondió
que sí. Ella a su vez, quiso saber si ellos también eran refugiados. Al contestarle
afirmativamente, en voz baja les explicó la situación: el refugio estaba dirigido por
cuatro franceses, el director, un médico y dos enfermeras. No estaban permitidas
las visitas de familiares o amigos. A las veintidós se retiraban cerrando el portón
con llave. Después de esa hora podrían saltar la muralla que circunda el molino por
la parte de detrás. Ella avisaría a sus compañeras que los estarían esperando, pero
deberían tener cuidado, no se les fuera a ocurrir saltar la pared antes que los
franceses se hubieran ido.
Manolo y Ramón se escondieron y esperaron pacientes la hora, temblando de
frío y ansiedad. Sonaron las diez en una iglesia cercana; algunos minutos después
se abrió el portón y vieron salir a cuatro personas charlando animadamente. Acto
seguido se dirigieron hacia la parte de atrás del molino y saltaron con relativa
facilidad la muralla. Un numeroso grupo de mujeres los estaba esperando. ¡Ni don
Quijote fuera de damas tan bien servido! Les saludaron efusivamente, como si
fueran de la familia, los besaban y hablaban a la vez: “¿De qué parte de España
sois? ¿De dónde venís? ¿Quién os dijo que estábamos aquí?” ¿Os habéis escapado
de la cárcel o del campo de concentración? ¿Conocéis a mengano o a sótano?
¿Cómo es que estáis libres? Y seguían preguntando y preguntando sin parar…
Al comentarles que hacía muchas horas que no habíamos comido, una mujer
que parecía tener cierta ascendencia sobre las demás, ordenó que les prepararan
comida caliente. Mientras, contestaban separadamente a las numerosas preguntas
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que les seguían haciendo. Alrededor de cada joven se había formado un grupo de
mujeres. Cuando la cena estuvo preparada, les concedieron un momento de respiro
para que pudieran comer tranquilos, aunque les advirtieron que luego continuaría
la charla de forma más organizada. Querían saber todo lo que pasaba en el exterior.
El lugar donde se encontraban era un viejo molino abandonado, cuyas
dependencias habían sido habilitadas para dar cobijo a las mujeres y a sus hijos.
Era un grupo numeroso, procedente de los campos de concentración, que había
sido separado de sus familias. Los amplios cobertizos y depósitos fueron
acondicionados para colocar en ellos el mayor número posible de camas.
Disponían de una gran cocina, un amplio comedor, baños colectivos y otros
servicios auxiliares. Las mismas mujeres hacían la limpieza y preparaban la
comida. Una camioneta les traía todos los días los alimentos y otros suministros.
No estaban mal. La única queja era porque estaban separadas de sus familias y el
aislamiento en que se encontraban, la falta de noticias.
Había mujeres de todas las edades, algunas con hijos muy pequeños. El
personal francés las trataba bien y hacía todo lo que podía con los escasos medios
disponibles; de todas formas allí se encontraban bastante mejor que en los campos
de concentración de donde vinieron. Todas consideraban que aquella situación era
transitoria y se resolvería pronto.
Después de cenar, los jóvenes fueron conducidos a una sala
preparada
por las mujeres retirando las camas. Manolo y Ramón se sentaron sobre una mesa,
las mujeres se acomodaron como pudieron en bancos de madera, sentadas por el
suelo y de pie. Continuó el interrogatorio con todo tipo de preguntas, hechas al
mismo tiempo. Poco más podían añadir los jóvenes a lo que ya les habían contado.
No obstante, la charla continuó animada hasta bien avanzada la noche. Luego les
mostraron las camas que les habían preparado y les advirtieron que tenían que irse
antes de las ocho de la mañana, hora que volvía el personal de supervisión. Si los
jóvenes no encontraban otro lugar para dormir, podrían volver la noche siguiente,
porque como dijo la muchacha todas estaban de acuerdo en que eran muy
simpáticos…. declaración que fue recibida con grandes risas. ¡Lástima que con
tantas mujeres jóvenes, los dos amigos, tuvieran que dormir solos!
A la mañana siguiente vinieron a despertarlos. Ya les habían preparado el
desayuno. Los despidieron con besos y abrazos, pidiéndoles que no dejaran de
mandarles noticias de su vida. Se fueron de la misma forma que llegaron, saltando
por la muralla.
Caminaron hacia el centro de la ciudad, en busca de la oficina del Servicio
Agrícola. No tardaron en ubicarla, pero como era algo temprano estaba cerrada.
Aprovecharon para dar una vuelta por las calles más céntricas. Por delante de la
estación de ferrocarril pasa un bulevar y frente a ella se encuentra la calle de la
República, la arteria más importante de la ciudad, con las tiendas y casas de
negocios principales. Caminaron por sus aceras admirando los lujosos escaparates.
Atravesaron la plaza Martroi, donde se encuentra emplazada la estatua ecuestre de
Juana de Arco. Continuaron por la calle Royale, orlada de arcadas y comercios,
que termina delante del puente sobre el río Loira.
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Foto: usuarios.lycos.es
ESTÁTUA DE JUANA DE ARCO.
De vuelta, se metieron por las callejuelas del casco antiguo, donde aún se
conservan algunas casas de la época medieval, incluso la que ocupara la mujer
guerrera y santa que arrebató la ciudad a los ingleses. No tardaron en divisar la
magnífica catedral gótica, con sus dos esbeltas torres, que se destacan por encima
de las casas de la villa.
En el Servicio Agrícola, los jóvenes explicaron los problemas que tuvieron
con su último patrón al funcionario que les atendió. Éste no prestó mayor atención
al asunto y les propuso trabajar en otras trilladoras donde precisaban personal.
Tenía pedidos de empresas de pueblos vecinos, con lo cual no estarían lejos uno
del otro y podrían verse con frecuencia. A los jóvenes no les gustaba la idea de
separarse, pero como no tenían otra alternativa decidieron aceptar la propuesta.
Ramón comentó que a su nuevo destino tendrían que ir caminando porque no
tenían dinero, el último patrón no les había abonado las últimas horas trabajadas.
El funcionario sacó unos francos de su billetera y se los ofreció para que pudieran
tomar el autobús. Ante la duda de los jóvenes en aceptar el dinero, les aclaró que
solamente era un préstamo que les hacía hasta que estuvieran en condiciones de
devolvérselo.
Al día siguiente Manuel y Ramón ya estaban en actividad en sus respectivas
empresas. Tenían que desempeñar la misma tarea que antes, pero en un ambiente
muy distinto. Abundaban en la zona las granjas de pequeños propietarios. La trilla
duraba dos o tres días como máximo e cada granja, aunque tenían que volver más
veces en la temporada. El trato era familiar y la comida variada, del tipo casero.
Las granjas no solían estar lejos del pueblo; ello permitía al os españoles
relacionarse con otros compatriotas trabajadores de las trilladoras o de las granjas
aledañas.
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Los fines de semana, Ramón se encontraba con Manolo y otros amigos en
los bares del pueblo. El clima frío de la región y la sacrificada labor cotidiana
invitaba a consumir bebidas alcohólicas, infusiones calientes o vino, que también
se servía habitualmente en los bares.
En aquellos pueblos agrícolas había pocas distracciones. Los hombres
jugaban a las cartas en el bar o bebían durante horas. Se hablaba de todo un poco;
los temas más frecuentes entre los españoles eran, naturalmente, la política, el
fútbol, la propia situación y las cartas que llegaban de España, controladas por la
censura. Después de ingerir algunas copas, a los parroquianos se les desataba la
lengua, levantaban la voz y contaban chistes o cuentos escandalosos, cuanto más
verdes mejor. El humor, la nostalgia, y los cantos a coro se entremezclaban.
Comentario habitual era la dificultad para comunicarse con la familia o los amigos
de España, a causa de la censura.
Se había establecido una especie de código de la comunicación para tratar de
despistar a los censores y que éstos no tacharan con tinta roja o negra aquello que
les parecía inconveniente. Franco era Paco o Paquito y en esto no eran muy
originales, aunque el Francisco abundaba. Se decía de él lo peor; era terrible, cada
día molestaba más con sus “caprichos”, lo que venía a significar que había gran
represión policial. Los fusilamientos, frecuentes en aquella época de venganzas, se
anunciaban diciendo que el pariente, padre, hermano o amigo, se había ido a vivir
con alguien que se sabía difunto. De los encarcelados o internados en los campos
de concentración se decía que estaban de vacaciones. Si escaseaba la comida,
informaban que en el pueblo no faltaba de nada. Mucho se comentó de una carta
llagada de España, en la que un padre se quejaba de su hijo: “Paquito está
insoportable, es un sinvergüenza, nos tiene hartos”… el censor escribió encima con
tinta roja: para decir que Franco es un… no hace falta dar tantas vueltas”. El censor
conocía el código o quizás compartía el sentir del autor de la carta.
Se contaban cuentos y chistes sobre la vida de los españoles de la península,
de las arbitrariedades de los fanáticos falangistas, policías y guardias civiles. Un
hombre, contaban, decidió terminar con su vida. Estaba solo, no conseguía trabajo,
y lo tildaban de “rojo”, a pesar de haber sido siempre ferviente católico. Pensó
que, para morir lo mejor era colgarse. Consiguió una cuerda; buscó un árbol en un
lugar apartado, pero no pudo concretar su propósito; al intentar hacerlo se rompió
la cuerda y cayó al suelo, donde quedó muy maltrecho por el golpe. A pesar del
fracaso, continuó con su propósito suicida. Fue al río y sin pensarlo dos veces, se
tiró al agua. A pesar de la fuerte correntada, un joven nadador consiguió rescatarlo
con vida. Estaba visto que el Señor no quería que muriera. Decepcionado por los
fracasos, le comentó a un amigo las dificultades que encontraba para suicidarse.
“Pero, hombre, si lo que quieres es la cosa más fácil del mundo. No tienes más
que ir a la comisaría más cercana y ponerte a gritar mueras a Franco y a la
Falange”. Decidió el buen hombre seguir los consejos de su amigo. Cuando llegó
a la puerta del cuartel de la Policía empezó a gritar con toda la voz que le permitían
sus pulmones? “! Muera Franco! ¡Abajo la Falange!” El policía que estaba de
guardia miró a derecha e izquierda para ver si había alguien y tomándolo del brazo
le dijo: “¡Cállate animal! ¿No te has enterado que el comisario no es de
confianza?”…
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Cuando el alcohol surtía efecto, los exiliados levantaban la voz para entonar
las canciones de su tierra y la tertulia se transformaba en un verdadero guirigay de
voces discordantes. La patrona del bar recomendaba bajar la voz, les pedía que no
gritaran tan fuerte, pero no se enfadaba., el coro generalizado dejaba buenos
dividendos. Los franceses son tolerantes; se sumaban al griterío con sus viejas y
bellas canciones. Entonces empezaba una competencia para ver qué voz o voces
sobrealzan, quién gritaba más fuerte. Los hombres que frecuentaban los bares
trabajaban en las trilladoras o en granjas cercanas; era gente conocida del pueblo.
Nunca pasaba nada. Cuando unos y otros se cansaban de gritar, discutir o hacer el
loco hasta el límite que permitía la patrona, cada uno se iba por su lado a dormir la
mona en algún pajar o se echaban a veces sobre la nieve, como si fuera un blando
colchón de plumas, en el que aseguraban no sentir el menor frío.
Un lamentable accidente vino a perturbar aquella sana diversión, que era
motivo de comentarios jocosos durante toda la semana.
Un español, algo reservado y de pocos amigos, solía ir a estas tertulias,
aunque pasaba algo desapercibido, ya que hablaba poco y no participaba de la
algarabía general excepto cuando había tomado algunas copas de más. El hombre
era de pequeña estatura y siempre se sentaba en un rincón, donde no molestaba a
nadie. Un sábado por la tarde, estaba en el bar con unos compatriotas y estos
empezaron a cantar. En otra mesa, los franceses hicieron lo propio y se armó la
consabida puja para ver quién dominaba a quién con sus cantos. Nuestro
compatriota, aburrido, decidió marcharse. Un francés bastante corpulento se plantó
delante de la puerta y le impidió el paso. El español le pidió, por favor, que lo
dejara salir y trató de apartarlo con el brazo. Se trenzaron en un forcejeo desigual,
medio en risa, medio en serio, que provocaba la hilaridad general. Estaba claro
que, por la fuerza, el más pequeño, débil e insignificante de los contendientes
jamás lograría alcanzar su propósito. Entonces, el español sacó un cortaplumas y lo
amenazó. El gordo lo empujaba con la barriga hacia el dentro del local y se burlaba
de él. Era una escena grotesca, pero que provocaba el regocijo de todos. Volvieron
a forcejear, uno queriendo salir, escape, y el otro impidiéndoselo. Exasperado el
español le pinchó con la navaja el tórax y consiguió zafarse. Los presentes
corrieron a socorrer al herido que sangraba profusamente. El jolgorio se transformó
en preocupación; nadie sabía qué hacer. Algunas personas fueron a buscar a un
medico. Cuando éste llegó, seguido de los gendarmes, no pudo hacer otra cosa que
constatar que el hombre estaba muerto. Nadie lo podía creer. Los gendarmes
encontraron al español durmiendo en un pajar, inconsciente de la gravedad de los
hechos. El pueblo comentó el accidente, cada cual a su manera:”una riña entre
borrachos” dijeron algunos. “Los españoles son crueles y sanguinarios, si no mira
lo que hacen con los toros” aseguraron otros. La vida cotidiana continuó, sin
embargo, como si nada hubiera sucedido: el muerto al cementerio; el español preso
por muchos años.
Un final de semana, Ramón y Manolo se encontraron en el bar. Al madrileño
se le veía feliz. Contó a su amigo que había hecho amistad con una viuda que era
dueña de una casa en las afueras del pueblo. Se trataba de una maravilla de mujer,
afectuosa, ordenada y limpia. Es verdad que tenía unos añitos más que él, pero
apenas se notaban. Estaban tan encariñados que le permitía pasar las noches con
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ella, sin cobrarle un franco. Invitó a Ramón a que conociera a su amiga, incluso
podría quedarse en la casa ya que la mujer no le negaba absolutamente nada. El
joven quiso saber, sin embargo, de que comodidades disponían.
Bueno- le explicó Manolo, tenemos una sala muy espaciosa que nos
sirve de comedor, cocina y dormitorio. Aparte tenemos un baño con ducha y un
pedazo de tierra….
- Y, entonces, ¿Dónde dormiré yo?
- La cama de matrimonio es grande, podemos acomodarnos los tres..
No satisfizo a Ramón la respuesta y pensó que era preferible el pajar donde solía
dormir. Puso un pretexto para volver a la granja. Ya tendría otra oportunidad para
conocer a la compañera de su amigo.
El sábado siguiente apareció Manolo por el bar que frecuentaban,
acompañados de los andaluces Pedro y Juan. ¡Qué agradable sorpresa! El
madrileño los encontró trabajando en una granja y se pusieron de acuerdo para
sorprender a Ramón. Los cuatro estaban contendimos de verse de nuevo; hacia
meses que se habían separado y perdido el contacto entre ellos. Los andaluces
contaron que habían hecho la campaña de la remolacha, trabajando a destajo
muchas horas; jornadas que empiezan al amanecer y terminan con la noche bien
cerrad, cuando es imposible trabajar en la oscuridad. Sin embargo, gracias a ese
sacrificio habían podido ahorrar una importante suma de francos que pensaban
gastarse lo antes posible, antes que perdieran su valor, como sucedió en España.
Nadie sabía lo que podía pasar mañana, tal como iban las cosas. Decidieron
celebrar el reencuentro de la mejor manera posible. Manolo sugirió que el lugar
más adecuado para hacerlo era París. Sobre este punto estuvieron todos de acuerdo,
pero querían disfrutar de la fiesta lo máximo posible. Decidieron postergar el viaje
hasta un fin de semana en que pudieran conseguir un permiso adicional de sus
patronos y disponer de tres dias, o sea del sábado, domingo y lunes.
¡PARÍS! ¡OH! ¡PARÍS!
Conseguidos los permisos, se desplazaron a la capital, como habían
proyectado. ¡Qué hermosa ciudad! Lo primero que quisieron ir a ver fue la torre
Eiffel. ¿Cómo iban a explicar a sus amigos que habían estado en París y no habían
visitado la famosa torre? Estaban decididos a subir a lo más alto y contemplar el
panorama de la gran urbe que se extiende en la llanura kilómetros y kilómetros.
¿Cuál sería la sensación que se experimenta allí arriba? Pedro propuso subir por la
escalera y ahorrarse el gasto de hacerlo por el ascensor, propuesta que fue
inmediatamente rechazada. Desde el tercer piso, a más de trescientos metros de
altura, tuvieron la oportunidad de observar vistas espectaculares. Coincidieron en
que valió la pena de haber subido tan alto. Más tarde pasearon por el Trocadero y
entraron a ver los museos del Hombre y la Marina. Se maravillaron por la
magnífica vista que se divisa desde la explanada y tiene, como telón de fondo, la
torre Eiffel.
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Foto: blocs.xtec.cat
VISTA DE LA TORRE EIFFEL DESDE EL TROCADERO.
Habían oído hablar de tres barrios muy renombrados: Montmatre,
Montparnase y Pigalle. Tomaron el metro, un medio de transporte rápido,
económico y seguro, pero como no sabían utilizarlo, mas de una vez se
equivocaron y fueron a parar a lugares muy alejados de donde querían ir.
Comieron patatas fritas, que les sirvieron en cucuruchos acompañados de
salchichas y para beber tomaron vino, por lo que la comida no les salió tan cara. Al
atardecer, estaban reventados de tanto caminar. Manolo sugirió un paseo en lancha
por el Sena, como hacen muchos turistas, pero ya era un poco tarde y estaban
cansados. Se metieron por los callejones en busca de un hotelito modesto, donde
poder pasar la noche. Encontraron uno, que tenía buen aspecto, y en el que los
precio, se acordaban con sus economías. “Nolo” y “Moncho”, como les llamaban
los andaluces, disponían de poco efectivo. Pedro y Juan les tranquilizaron; ellos
tenían bastante y no les iban a dejar colgados. Eligieron dos habitaciones con cama
de matrimonio para ahorrar. Durmieron más o menos, a pesar del cansancio. A la
mañana siguiente, comprobaron que las pulgas les habían estado chupando la
sangre durante la noche. Antes de irse, protestaron ruidosamente en la recepción.
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Foto: es.parisvision.com
PASEO POR EL SENA.
Mientras desayunaban en el bar, intercambiaron opiniones sobre lo que iban
a hacer ese día. Ya habían visto cosas interesantes, subido a la torre Eiffel, paseado
por Trocadero, viajado en el metro, visitado museos, caminando
interminablemente por calles avenidas y a lo largo del Sena; una verdadera
maratón para un solo día. ¿No era el momento preciso para ponerse en contacto
con el otro sexo, del que estaban distanciados desde hacía meses, por motivos
ajenos a su voluntad? Trataron de informarse sobre los mejores lugares adónde ir
para ello consultaron al camarero. Este les proporcionó algunas direcciones: cosa
nada difícil en París, pues había muchos lugares al alcance de todo el mundo.
Se dirigieron a un callejón que les había recomendado el mozo del bar.
Sobre dos aceras angostas se mostraban las mujeres, unas al lado de otras. Los
hombres caminaban por la calzada escrutando con la mirada la hembra que les
gustaba o convenía. Las había de todas las edades y para todos los gustos: altas,
bajas, rubias, morenas, pelirrojas, negras, amarillas, jóvenes, viejas, gordas,
delgadas, bien vestidas y cubiertas de andrajos….
Si el hombre que pasaba caminando hacía un guiño a alguna de ellas, la
mujer bajaba de la vereda, se situaba a su lado y le preguntaba cariñosa: ¿est-ce
que tu me veux, mon cheri? (7)
Cada una tenía previsto el hotel donde ir. Por el camino iba anunciando al
cliente la tarifa de sus servicios. Pedro y Juan quisieron hacer trato de inmediato
con sus elegidas, pero tenían miedo de separarse de sus amigos y perderse e la
ciudad desconocida. El no poder expresarse en francés les hacía muy dependientes.
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Se pusieron de acuerdo para entrar los cuatro en el mismo prostíbulo; el que
terminara primero esperaría a los otros. Entraron en un salón donde sonaba muy
fuerte la música. Las mujeres estaban ligeras de ropa o con ropa interior; algunas
bailaban y otras buscaban pareja con la mirada.
En un rincón, había un grupo de hombres que hablaban entre ellos y
observaban indecisos. Los cuatro amigos, al contrario, buscaron enseguida
compañera y se pusieron a bailar en el medio de la pista. Ramón se lió con una
muchacha bastante atractiva. Llevaba un camisón de seda transparente; su cuerpo
se pegó al del joven de tal manera que lo hizo ponerse muy tenso, casi de
inmediato. Al notarlo, le propuso ir a la habitación. Mientras se dirigían al cuarto,
le explicó que cobraba quince francos por servicio sencillo, veinticinco por uno
especial y cincuenta por toda la noche o varias horas juntos a su voluntad. El joven
encontró que los servicios costaban caros, pero ella le explicó que, en el precio
estaba incluida la habitación y los productos higiénicos; lo que le quedaba para ella
era muy poco, aunque no dijo cuánto.
Ramón se decidió, después de algunas dudas por el servicio especial
completo. No todo el día se podía permitir ese lujo. Ya en la habitación, la
muchacha sin más preámbulos, se apoderó de él y empezó a sacarle la ropa con
mucha habilidad, mientras él, avergonzado, no osaba moverse. Cuando se decidía a
tomar alguna iniciativa, ella insistía en que tenía que quedarse quieto para que ella
pudiera desarrollar su tarea con rapidez y eficiencia. Ya le llegaría el momento en
que tendría que actuar. Una vez lo tuvo desnudo, con ayuda de una palangana,
agua y jabón le higienizó todo el cuerpo y lo secó cuidadosamente. Luego le
preguntó si quería que le hiciera un champú. Ramón no vio la necesidad, puesto
que el cabello lo tenía limpio. Ella se puso a reír y entonces le indicó que tenía que
extenderse en la cama. Empezó su trabajo profesional, nada que ver con lo que el
muchacho había conocido en sus contadas experiencias anteriores. Lo llevaba al
punto que ella quería, lo dejaba enfriar y recomenzaba a trabajarlo. De vez en
cuando, le preguntaba si le gustaba esto o lo otro. Él se dejaba hacer, convencido
de le convenía: la muchacha era toda una experta. No obstante, llegó un momento
en que el hombre no daba para más; aquel juego placentero empezaba a cansarlo;
ya no le era posible excitarse. Le dijo que estaba bien; había quedado muy
conforme con la experiencia.
(7) ¿Me quieres querido?
Tenía la idea que ella lo había disfrutado tanto como él; pero se había cansado
bastante menos. Prefería charlar un poco. Le preguntó si trabajaba todos los días en
aquel lugar.
Por la mañana- le explicó- vendo ropa en una tienda. Al atardecer y
por la noche trabajo aquí. Hago esto para ayudarme y porque me gusta. Como
vendedora es muy poco lo que gano y no me alcanza para vivir y pagar el alquiler.
Aquí gano más; y trato de perfeccionarme porque siempre hay algo nuevo que
aprender y mis ingresos aumentarán.
La joven, a su vez, le preguntó si estaba satisfecho y volvería. Desde luego
que volvería, le aseguró Ramón, nunca había disfrutado tanto. Aquella mujer lo
había fascinado; nunca la olvidaría.
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En el salón le esperaban sus amigos. Querían ir a otra casa. Ramón se opuso
terminantemente. Para un día ya estaba bien.
Tenían que administrar su dinero o se quedarían sin un franco para poder
volver al trabajo. Se pusieron a buscar un hotel donde no hubiera pulgas y poder
pernoctar mejor que la noche anterior. Luego salieron a dar vueltas por las
inmediaciones. Las calles estaban animadísimas. Comieron algo en un bar y
volvieron al hotel. Los cuatro estaban cansados. La ciudad cansa cuando uno no
está acostumbrado…
El lunes se levantaron tarde. Manolo propuso ir a visitar el mausoleo donde
está enterrado Napoleón, del que había oído hablar. Pedro y Juan alegaron que
ellos no tenían ningún interés en ir a visitar una tumba. Manolo, apoyado por
Ramón insistió: explicó que allí se encontraban los restos de uno de los hombres
más importantes de Francia. El lugar era visitado diariamente por miles de turistas.
Al final, los andaluces aceptaron la propuesta de mala gana, pero pusieron como
condición ir a comer a un buen restaurante, tal como lo habían planear la
celebración de su reencuentro. Buscaron, pues, un buen comedor. Mientras
tomaban el aperitivo, recordaron la primera cena que hicieron juntos, en la que
Ramón interpretó el mayor papelón de su vida ante sus amigos. Ahora era
diferente. Se habían acostumbrado a la pronunciación cerrad de la zona, podía
explicarles lo que figuraba en el menú y trasmitir al camarero lo que cada uno de
ellos quería comer.
Los cuatro amigos comieron como cuatro turistas que se respetan. Después
del postre, Pedro pidió que le sirvieran café con coñac y también quiso fumar u
puro habano. El café y el coñac bajaron bien; los puros marearon a Manolo y
Ramón; no eran fumadores, pero no admitían ser menos “hombres” que sus
amigos.
Cuando fueron a visitar los Inválidos, la tumba de Napoleón, se encontraron
con la desagradable sorpresa que no era día de visita. En un negocio compraron
algunas tarjetas postales para consolarse. Luego fueron a dar una vuelta por la isla
de la Cité y entraron en la catedral de Notre-Dame, como siempre repleta de
turistas extranjeros, que deambulaban sin parar por naves y galerías. Después,
cansados de caminar, no pensaron en otra cosa que volver a su pueblo. La gran
ciudad los había colmado.
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Foto: llumsirevolucio.wordpress.com
NOTRE-DAME.
Ramón volvió a trabajar en la trilladora. El patrón, un señor mayor de
cabellos blancos, encorvado por los años y el trabajo, era el primero en llegar por
la mañana a supervisar el calentamiento de las calderas y tractores. Atento y
amable con todos, no perdía detalle en el desarrollo de las tareas. Parecía tener una
memoria prodigiosa. Se dirigía al os capataces dándoles instrucciones precisas con
todo lujo de detalles. Las calderas, tractores, trilladoras, prensas y demás elementos
necesarios para la trilla se encontraban ordenados en el patio de la casa, preparados
para salir con destino a las granjas. En total unos veinte equipos completos y
algunos de repuesto.
A una orden del patrón, los equipos se ponían en marcha y salían ordenados,
uno detrás de otro. Los trabajadores se acomodaban como podían sobre las
máquinas en marcha o las seguían caminando en grupo. El capataz de Ramón, un
hombre robusto, de cara colorada y reacciones lentas, era bastante mejor o menos
malo que lo que había conocido hasta entonces. Como el joven tenía menos edad
que el resto de los trabajadores, lo destinó a transportar los sacos de grano, en
pareja con un polaco grandote que lo sobrepasaba ampliamente en el físico. La
tarea al muchacho le resultó extremadamente pesada; no estaba acostumbrado a un
trabajo tan rudo. Su amor propio, sin embargo no admitía la idea de solicitar otro
puesto para no soportar las puyas de los franceses. Aunque andaba todo el día con
la lengua fuera y terminada la jornada deshecho no se daba por vencido. Procuraba
alimentarse bien y descansar la mayor parte del tiempo posible. Su compañero de
tarea veía la voluntad del joven, y, a veces, lo reemplazaba unos minutos
proporcionándole así algún respiro. De todas formas, aquel esfuerzo le resultaba
durísimo. El polaco le aconsejaba que pidiera otro puesto, pero Ramón no aflojaba
en su resolución; seguiría adelante mientras pudiera. Cuando el saco se llenaba de
granos de cereal al pie de la trilladora, con frecuencia sobrepasado de peso, el
joven ayudaba al polaco a cargarlo. Este lo tomaba por la boca y su compañero por
el otro extremo; a la de tres, con un movimiento de balanceo y media vuelta, el
muchacho tenía que levantar el saco y ponérselo sobre los hombros. Si la maniobra
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fallaba porque el joven no lo levantaba suficiente, el polaco ponía el grito en el
cielo y protestaba ruidosamente ante el capataz, que solía encogerse de hombros.
Si era Ramón quien debía trasportar el saco, su compañero lo tenía fácil, dada su
fuerza física. Agarraba el saco por ambos extremos y lo ponía sobre los hombros
de Ramón sin aparentar mayor esfuerzo. El joven se doblaba bajo el peso de
semejante carga, daba algunos pasos vacilantes y se iba balanceándose tratando,
sobre todo, de no caerse al suelo. El capataz observaba sin inmutarse, pensaba,
probablemente, que ya se acostumbraría a duro trajinar o terminaría en el hospital
con algún hueso quebrado. Pero eso no era todo.
Cargado con el saco, el trabajador caminaba hasta la casa, que, a veces,
estaba lejos de la trilladora; después tenía que subir pon una simple escalera de
madera, apoyada en la fachada, pasar agachándose con el saco a cuestas por una
ventana y derramar el contenido por el suelo del granero buhardilla. Si este lugar se
encontraba lejos, volvía corriendo con el saco vacío, para ayudar a su compañero a
cargar el suyo. Si se atrasaba, el saco a transportar repleto podía acercarse a los
cien kilos, y su compañero protestaba. El trabajo era extenuante. A pesar de todo,
Ramón se fue acostumbrando a tan pesada tarea para su físico, por su gran
voluntad y espíritu de sacrificio.
Aunque el salario que cobraba en la trilladora era bajo, empezó a ahorrar con
el propósito de poder adquirir una bicicleta. Una nueva, por supuesto, estaba fuera
de su alcance, pero un portugués le ofreció la suya a un precio razonable y a pagar
en tres mensualidades. Ya con la bicicleta en su poder, se puso en campaña para
alquilar una habitación, puesto que podría desplazarse al pueblo todas las tardes,
aunque se encontrara lejos. La dueña de un bar consintió en alquilarle un
dormitorio que tenía disponible. Adosado al mismo había un diminuto cuarto de
baño, con inodoro y ducha. El joven no necesitaba más.
La cama era de matrimonio, con una mesita a cada lado y, enfrente, al lado
de la puerta de acceso, había una ventana, una silla y un espejo pegado a la pared.
Para subir a la habitación existía una escalera metálica exterior. El precio mensual
de alquiler, que para Ramón era lo principal, entraba dentro de sus posibilidades.
En el pueblo, hizo amistad con algunos jóvenes franceses, con los que solía
desplazarse a la capital del departamento para ir a bailar los sábados por la noche.
A pesar de que las fiestas y los bailes estaban prohibidos por el estado de guerra,
los había semiclandestinos donde los jóvenes acudían en patota a divertirse.
También conoció algunas chicas francesas y españolas, por lo que su vida comenzó
a tener algunos atractivos. El país vivía en lo que se dio en llamar “une prole de
guerre”; (8) en la retaguardia apenas se notaba, a no ser por la ausencia de los
hombres movilizados, en los frentes no pasaba nada digno de mención.
(8) Una guerra singular, de broma.
Los ejércitos enfrentados se mantenían dentro de las fortificaciones a lo
largo de la frontera, los franceses encerrados en los fuertes de la línea Maginot y
los alemanes en los de la línea Sigfrido.
Manolo continuaba cada vez más entusiasmado con la viuda de sus amores.
Ramón no había tenido la oportunidad de conocerla; cuando la vio por primera vez
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quedo decepcionado, pensó en el gran parecido que tenía con la mujer de Popeye el
Marino; el mismo cuerpo flaco y gestos ordinarios. ¿Por qué no pudo conseguir
una amiga algo mejor y más joven? Es verdad que en el pueblo nada mas había dos
o tres muchachas francesas que se distinguían por su belleza y vestir elegante, pero
pertenecían a la clase social más elevada y no era fácil acercarse a ellas. La gran
mayoría de las jóvenes del pueblo eran campesinas, acostumbradas a las duras
labores de las granjas. Las pocas españolas que habían llegado recientemente eran
más atractivas y modernas. Ramón mantenía una buena relación de amistad y
solidaridad. Eran tiempos difíciles para todos los exiliados.
En un pueblo cercano, conoció a dos hermanas compatriotas, una de las
cuales lo atrajo desde el primer momento que la conoció. El padre trabajaba en una
granja, la madre murió en la evacuación de Málaga, cuando la población huía
despavorida y fue ametrallada en las carreteras por los aviones alemanes. Vivían
muy pobremente. La muchacha se llamaba Carmen y su hermana, que era cuatro
años mayor, Elisa. El joven empezó a frecuentar la casa, donde era muy bien
recibido.
Cuando Carmen y Elisa tenían que salir a algún lado. Ramón se ofrecía para
acompañarlas con la finalidad de conversar con Carmen.
La hermana, discretamente, ponía un pretexto para dejarlos solos y que
pudieran hablar más libremente. La chica era bellísima y de una simpatía
desbordante. La dificultad estaba en que Ramón, a causa de su trabajo, solamente
la podía visitar cada ocho días y su padre, que la consideraba muy joven para el
noviazgo, hubiera preferido que cortejara a la hermana. Un domingo que se
encontraban los cuatro en casa, el padre tuvo que salir reclamado por el patrón.
Elisa deliberadamente, puso un pretexto para retirarse y dejarlos solos un buen
rato. El muchacho aprovechó para declararse, algo que estaba más que claro por
ambas partes; tuvo la oportunidad de abrazarla y besarla por vez primera. Estaban
enamorados, ellos lo sabían aunque hasta entonces no se hubieran animado a
decirlo. Hacía ya semanas que no hacían más que pensar el uno con el otro. A
partir de aquel día, las semanas se hicieron larguísimas, interminables para ellos
dos. Ramón no veía la hora en que llegara el domingo para poder escaparse al
pueblo de Carmen.
El padre, receloso, lo recibía fríamente, pero se abstuvo de sacar la
conversación sobre tan delicado tema. Es de suponer que, en casa, las dos hijas y el
padre tenían frecuentes enfrentamientos. Sin embargo, Ramón seguía siendo
únicamente un amigo de la familia, un compatriota. En los pocos momentos en que
podían hablarse, Carmen le aconsejaba no sacar a relucir el tema; debían esperar el
momento oportuno. El padre reflexionaría, se daría cuenta de como se amaban;
poco a poco se convencería de lo equivocado de su posición. No tenían necesidad
de echar más leña al fuego por el momento. El carácter violento del padre no lo
toleraría.
Mientras tanto, la situación internacional se había deteriorado. En el mes de
abril del año cuarenta, los ejércitos alemanes invadieron Noruega y Dinamarca. En
mayo, Holanda, Bélgica y Luxemburgo; el camino histórico tradicional para atacar
Francia. En junio, las divisiones acorazadas del Reich abrieron numerosas brechas
en el frente francés. El Cuerpo Expedicionario Ingles, ampliamente desbordado, se
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vio en la necesidad de replegarse en condiciones difíciles, bajo la amenaza de ser
aniquilado. “La línea Maginot”, en la que Francia cifraba su seguridad, no protegía
la frontera belga, algo verdaderamente insólito, considerando los antecedentes
históricos. Francia quedaba así a la merced de su enemigo tradicional.
Grandes columnas de refugiados belgas y franceses subidos en camiones,
autos, carros, motos, bicicletas y a pie se desplazaban por las carreteras galas hacia
el sur del país. Estas aglomeraciones en las que a veces, se entremezclaban civiles
y militares eran bombardeadas y ametralladas sin compasión por los aviones
alemanes. No hacían diferencia entre la población civil que huía y los convoyes
militares que se replegaban. ¿Por qué y para qué? Era la repetición de lo que ya se
vio en la tragedia española, solamente que, ahora, el espectáculo lo tenían en su
propia casa.
En el pueblo del joven, todo el mundo se preparaba para la evacuación. Los
vehículos disponibles, camiones, autos, carros se cargaban con colchones, mantas,
ropa, comida comestibles y todo lo que se consideraba indispensable para
emprender un camino incierto, que se sabía dónde iba a empezar pero no dónde
podía terminar. Los granjeros apretaban los carros, con idea de llevarse lo máximo
posible, puesto que no podían prever como encontrarían la casa al volver, si es que
volvían. Necesitaban hombres que les ayudaran a conducir los caballos. Se
esperaba de un momento a otro la orden de partida. Cuando todavía no había
cundido el pánico, Ramón compró una bicicleta nueva. Entregó en parte de pago la
que tenía con llantas de madera, que se rompían con mucha frecuencia, pero que
algunos ciclistas preferían.
Cuando Ramón se enteró que la aviación había bombardeado Paris y que los
Panzer avanzaban por las carreteras francesas como Pedro por su casa, corrió en
busca de Carmen para irse con ellos y compartir su suerte. Pedaleó con la bicicleta
nueva con toda la fuerza que le permitían sus piernas y recorrió, en el menor
tiempo posible, los kilómetros que los separaban. Pero cuando llegó a la casa ya se
habían ido.
Preguntó a las personas que todavía permanecían por el pueblo; le contaron
que partieron de madrugada y ya debían estar lejos. El mundo se le vino encima al
joven. ¿Qué hacer? ¿Dónde y cuándo los volvería a encontrar? Le invadió la
angustia, estaba desolado. Con las rutas abarrotadas de carros y camiones, con
cientos de miles de personas desplazándose por las carreteras, era prácticamente
imposible encontrarlos.
Decidió volver sobre sus pasos, conducir algún carro, y, de esa forma
asegurarse momentáneamente el sustento. Un compatriota le contó, días más tarde,
que Carmen le había pedido por favor, le avisara para que fuera inmediatamente a
su casa; su padre estaba muy nervioso, impaciente por marcharse; no estaba
dispuesto a caer en manos de los alemanes bajo ningún concepto.
Llegó la orden de evacuar. Como había convenido con un granjero, puso su
maleta y bici encima de uno de los carros, ayudó a cargar los otros dos y se
pusieron en marcha. El patrón conducía el carro que salió primero; su hijo
manejaba el segundo y Ramón llevaba el tercero. La ruta, atestada de vehículos,
obligaba a un desplazamiento lento y dificultoso. Manolo y dos compatriotas
avanzaban con sus bicicletas por el borde de la carretera. Cuando alcanzaron al
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joven, le invitaron a abandonar el carro que manejaba para unirse a ellos. Ramón
vaciló; mucho le agradaba la idea de unirse a sus amigos y dejar la familia del
granjero. Pero tenía adquirido un compromiso con él; comida y retribución a
cambio de trabajo. No estaba dispuesto a cometer semejante bajeza. Había
comprometido su palabra y el patrón no estaba en condiciones de encontrar a nadie
que lo pudiera reemplazar. La mujer del granjero se encontraba enferma en el carro
de delante. Dos hombres, el granjero y su hijo, no podían conducir los tres carros,
cargados como estaban a tope y tendrían que abandonar uno. Por otra parte con
ellos tenía asegurada la subsistencia por algún tiempo; los alemanes estaban lejos
todavía. A Manolo no le convencieron sus razones, se enfadó, le volvió la espalda
como si les hubiera traicionado y se largaron sin despedirse. Nunca más los volvió
a ver.
Foto: www.taringa.net
PANZERS ALEMANES BORDEANDO LA LÍNEA MAGINOT.
Como en España, los aviones bombardeaban y ametrallaban a la gente que
huía. Los cazas pasaban rozando los árboles. Su sola presencia y el ruido de los
motores provocaban tremendas escenas de pánico. Los bombarderos dejaban caer
bombas en los pueblos y ciudades indefensas, en las rutas, puentes y lugares
estratégicos, según se considere, y también en los campos sembrados donde podían
matar algún conejo, rata o gallina suelta. Cuando se escuchaba el ruido de los
aviones, todo el mundo abandonaba los vehículos, que eran ametrallados, y la
gente corría enloquecida por los campos, camuflándose debajo de los árboles.
Orléans y los puentes sobre el río Loira fueron bombardeados causando
numerosas víctimas entre la población civil y destruyendo una parte importante de
la ciudad.
Ramón pudo observar escenas desgarradoras que le conmovieron
profundamente, a pesar de su pasada experiencia en la guerra. Un joven
matrimonio en un charco inmenso de sangre. Entre los padres, una criatura de corta
edad llorando y gritando desesperadamente. Mientras, las bombas lanzadas por los
aviones hacían volar por los aires los carros y animales detenidos en la carretera.
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Foto: www.taringa.net
AVION STUKA, DE LA LUFFWAFE EN POSICION DE ATAQUE.
El 14 de junio los alemanes entraron en París. Los tanques y camiones,
cargados de soldados, recorrían las rutas sin encontrar resistencia. Las columnas
motorizadas sobrepasaron las caravanas de vehículos que se dirigían al sur.
Ocuparon, sin problemas las rutas, pueblos y ciudades que conducían a la llamada
“Zona libre”, o sea al territorio que no estaban interesados en controlar por el
momento. Dieron la orden siguiente: “todo el mundo tiene que volver a su lugar de
origen si no quiere sufrir graves sanciones”.
Cuando Ramón se enteró que los alemanes los habían sobrepasado, le dijo al
patrón que lo sentía mucho, pero tendría que dejarlo, porque no estaba dispuesto a
caer en sus manos. El patrón trató de retenerlo por todos los medios a su alcance,
incluso con amenazas, pero el joven se mostró inflexible. Bajó la maleta del carro,
la acomodó en el portaequipajes y se marchó. En la guerra había aprendido que las
columnas motorizadas ocupan pueblos y carreteras, pero entre éstos quedan
espacios libres por donde es posible pasar a otras zonas.
La ruta estaba obstruida por gran cantidad de vehículos; algunos trataban de
continuar avanzando, a pesar que el próximo pueblo estaba ocupado por los
alemanes y no les dejarían pasar; otros procuraban dar la vuelta, progresar en
dirección contraria, lo que complicaba mas el transito. Ramón continuó adelante,
unas veces sobre la bicicleta, por el borde del camino, otras arrastrándola como
podía.
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Se abría paso entre la gente, los carros, los caballos, autos y camiones. Otro
hombre avanzaba en el mismo sentido sorteando parejas dificultades. Llevaba un
hatillo de ropa en la espalda, sujeta a un palo que apoyaba en el hombro. Vestía
una guerrera desabotonada, como las que usan los carabineros en España, por lo
que supuso que era español. Se acercó a él y le preguntó. Como le respondió
afirmativamente, se pusieron a charlar. Le contó al joven que no estaba dispuesto a
caer en manos de los alemanes, los cuales, con toda seguridad lo mandarían a
detenido a España. Era teniente de carabineros; con la República había combatido
en el frente, lo cual era un delito grave para el Gobierno franquista. El objetivo de
ambos era no caer en manos de los nazis. Se pusieron de acuerdo y decidieron
seguir avanzando juntos mientras pudieran. Cuando se encontraran enfrente de los
alemanes, tratarían de pasar a la “zona libre” a través de las montañas.
El nuevo compañero de Ramón se llamaba Abelardo. Era un hombre de unos
treinta y tantos años, de piel morena y constitución robusta. Últimamente se
desempeñaba en la base naval de Cartagena, en el sur de la península. Los últimos
días de la República hubo allí, como en Alicante y otros lugares de la costa
valenciana gran desesperación para poder salvarse de la represión “nacionalista”.
Abelardo pasó una verdadera odisea para poder llegar a Francia en un barco
extranjero. Últimamente trabajaba en una granja; había llegado hasta allí con sus
patrones, pero al enterarse que los alemanes los habían sobrepasado, decidió
continuar solo.
Los dos hombres caminaron juntos hasta el último pueblo ocupado por las
tropas alemanas, pero no entraron en él. Esperaron la noche, tratando de pasar
desapercibidos, sentados sobre unas piedras al borde del camino. Habían pensado
internarse en el monte; la dificultad era que Ramón no podía hacerlo con la
bicicleta y la maleta a cuestas; tenía pues que deshacerse de ellas. Así que sacó de
la maleta algo de ropa e hizo un paquete para llevarlo consigo. La bici, con la
maleta encima, la dejó apoyada en la pared de rocas. No podía hacer otra cosa si
quería caminar por las montañas. ¡Con el sacrificio que le costó poder adquirirlas!
Empezaron a escalar el monte. A lo lejos columbraban las luces del pueblo.
Descubrieron un sendero por el cual pensaron sobrepasarlo; después tratarían de
acercarse de nuevo a la carretera que les servía de guía. A Ramón le pareció buena
la idea y siguieron caminando. Cuando alcanzaban una cumbre o descendían a un
valle, su compañero determinaba de inmediato el rumbo a seguir, como si
conociera la región. Ramón se desorientaba con tantas vueltas, pero tenía la
sensación de que estaban volviendo sobre sus pasos. Hizo saber a su compañero las
dudas que le asaltaban, pero éste la contestaba con suficiencia que avanzaban por
el buen camino. Siguieron ascendiendo montañas y bajando vaguadas durante
horas. Estaban cansados. Cuando clareaba el día divisaron la carretera y decidieron
acercarse a ella. A medida que se acercaban, Ramón parecía reconocer el lugar; en
efecto, después de caminar toda la noche, habían vuelto al punto de partida.
Quedaron desmoralizados. Volvieron, no obstante, a subir a la montaña en busca
de una cueva que descubrieron en la marcha nocturna. Era un buen sitio para
ocultarse, descansar y esperar acontecimientos.
Su principal temor era toparse con alguna patrulla de soldados alemanes.
Durmieron en el escondite algunas horas. Al despertar, Abelardo propuso bajar al
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pueblo a ver qué era lo que pasaba. A Ramón no le agradó la idea, aunque en
realidad, no sabía qué actitud tomar. Más bien era partidario de hacer un nuevo
intento la siguiente.
Después de pensarlo, Abelardo decidió irse solo para ver si conseguía algo
de comida y evaluar recerca la situación. Si no volvía, dijo, era porque había sido
detenido y, en ese caso, Ramón podría tomar la resolución que estimara más
conveniente. Éste quedó solo con dudas y temores. Pasaron varias horas antes que
su compañero volviera a la cueva. Cuando apareció de nuevo estaba contento;
había conseguido unas tabletas de chocolate y algo de pan, que los alemanes
distribuían a la población. Contó que había conversado con un oficial alemán que
hablaba español, el cual le dijo que los españoles eran sus amigos, porque Franco
estaba del lado de Hitler. No tenían nada que temer; lo único que tenían que hacer
era retornar a su lugar habitual de trabajo y quedarse tranquilos. “La guerra iba a
terminar muy pronto con la victoria total de Alemania. El Ejército Alemán ya la
había ganado, una nueva de prosperidad empezaba para Europa”…
En realidad, todo parecía marchar en ese sentido, Alemania ocupaba las tres
cuartas partes de Francia. El mariscal Pétain, que se había hecho cargo del
Gobierno, declaraba verse obligado a firmar el armisticio.
Ante esta situación, a Ramón le pareció que lo mejor que podían hacer era
volver a su zona habitual de residencia, como aconsejó el oficial. Si se topaban con
una patrulla alemana, tratando de huir de la Francia ocupada, serían detenidos
como sospechosos y lo pasarían muy mal. Quizá su temor a las tropas ocupantes
era infundado. Para volver al pueblo en que trabajaban tendrían que caminar
muchos días, no sabían cuantos, pero volverían a encontrase entre compatriotas,
gente amiga entre la cual se sentirían más seguros. Decidieron por tanto, abandonar
la cueva.
Al amanecer, volvieron a caminar la ruta ya recorrida. El pan y el chocolate
les habían bajado hasta los talones; volvían a sentir hambre. Al pasar cerca de una
granja abandonada observaron gallinas sueltas. Trataron de atrapar una corriendo
detrás de ellas, pero se les escapaban por el campo. Consiguieron acorralar algunas
cerca de la casa cerrada, pero no había manera de cogerlas. Abelardo les tiró una
piedra que dio en la pata de una y consiguió atraparla. De inmediato, con su
cuchilla la mató y empezó a pelarla. Ramón preparaba el fuego, observando al
mismo tiempo a su compañero, con repugnancia que no podía disimular; el hambre
le había desaparecido. Abelardo, menos escrupuloso, comió parte de la gallina
quemada y el resto quedó diseminado por el pasto.
Continuaron caminando en dirección al norte. Era pleno verano; hacían
noches muy tibias y dormían en cualquier lugar; debajo de un árbol, en la cuneta
de la carretera o debajo de un puente, al socaire del viento.
Pasaron por otra granja donde los patrones ya habían vuelto. Preguntaron si
podrían venderles algo para comer, porque estaban hambrientos. Obtuvieron una
negativa de entrada, no obstante, como siguieron insistiendo, ya sea por miedo o
lastima, consintieron venderles dos docenas de huevos. La vida en la zona ocupada
se iba normalizando muy lentamente, aunque muchas casas y granjas continuaban
abandonadas. La gente que iba de paso entraba en ellas para cobijarse o robar. Los
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dos amigos se pusieron de acuerdo para resistir mejor el hambre: consumirían
solamente dos huevos al día. Les harían un agujero para chupar el contenido.
Eran las primeras horas de la tarde de aquel verano caluroso, cuando
caminaban por medio de la carretera, que se encontraba a esa hora libre de
vehículos y de gente; de repente escucharon a sus espaldas el ruido de un motor. Al
volver la cabeza vieron acercarse una poderosa moto con sidecar que ocupaban dos
militares alemanes.
Foto: www.forosegundaguerra.com
MOTORISTAS ALEMANES.
Iban cubiertos con cascos de acero, la cara oculta con un protector
transparente y vestían largos abrigos, muy cerrados a pesar de la temperatura
ambiente. Al llegar junto a los dos hombres se detuvieron. Estos experimentaron
un momento de ansiedad, no previendo que actitud iban a tomar con ellos.
Afortunadamente, se limitaron a preguntar en francés si iban bien encaminados al
pueblo “X”. al responderles afirmativamente, dieron las gracias y se alejaron a
toda velocidad. Para Ramón fue la primera vez, no sin experimentar cierta
angustia, que cruzó unas palabras con los alemanes.
En una casa de campo, cercana a la ruta, vieron juntarse gente de la que iba
de paso. También ellos se acercaron a curiosear. La gran puerta de entrada estaba
rota, había gente que bajaba y subía por una escalera. Abelardo y Ramón también
descendieron para ver de qué se trataba y se encontraron, con gran sorpresa, con
una bodega llena de toneles de vino. Alguien había hecho un pequeño agujero en la
parte baja de cada uno de los toneles por donde chorreaba el preciado líquido con
algo de presión. Todo el piso de la bodega era un gran charco, donde sobresalían
ladrillos, sobre los cuales la gente se mantenía en equilibrio, tratando de no
mojarse los pies.
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Algunas personas llenaban vasijas, cacerolas, botellas y vasos, pero era más
lo que se derramaba por el suelo que lo que se recogía. El vino dicen muchos que
alimenta por lo que los dos amigos trataron de beber directamente del chorro, con
lo que no consiguieron más que mojarse la cara y salpicarse de vino la ropa. Unos
jóvenes que los observaban les prestaron un vaso con lo que pudieron tomar
tranquilamente unos buenos tragos. Salieron de la bodega más que contentos y la
carretera les pareció entonces menos recta y con más curvas de las necesarias.
Más adelante en una estancia, los patrones, ya de regreso, estaban apurados
por levantar la cosecha y buscaban trabajadores. Los dos amigos pensaron que
podría quedarse allí unos días con lo que matarían el hambre que arrastraban y
juntarían unos francos que les serían de gran utilidad. Cuando se presentaron a
pedir trabajo, el patrón los interrogó para cerciorarse de que conocían las labores
agrícolas y sabían manejar los caballos. Como Abelardo ya había trabajado en una
granja, el contestó con suficiencia por los dos. El patrón los condujo de inmediato
al campo y los puso a trabajar. Ya tenía varios hombres segando y atando las
garbas de trigo. A los dos españoles, sin embargo, los puso a un costado de la
cuadrilla. Los franceses, gente acostumbrada a aquella tarea, avanzaban sobre el
terreno con gran rapidez, distanciándose cada vez más de ellos. Los dos
compatriotas, aunque se esforzaban al máximo para seguir el ritmo impuesto por
los franceses, no podían alcanzarlos de ninguna de las maneras. Era evidente que,
en aquel trabajo, no les podían hacer competencia. Para colmo de las desgracias, de
vez en cuando, los franceses se detenían en su labor para hacerles burla.
El patrón vino a sacarles de aquella situación embarazosa. En un momento
determinado pareció que iba a terminar mal. Los llamó para ordenarles ir a segar
hierba para los animales con la segadora. Cuando se volvía hacia la casa, después
de haberles dado las instrucciones, le dijo a Abelardo sobre el caballo que se
encontraba en el extremo derecho del establo, ocupado por seis enormes caballos
percherones. Éste como más experto en las tareas agrícolas le dijo a Ramón que le
pusiera el collar a aquel caballo. Replicó el joven que no lo había hecho nunca,
pero su compañero insistió en que aquella era una buena ocasión para aprender a
hacerlo. Los collares de los caballos percherones son bastante pesados, hay que
mantenerlos abiertos en el aire y aprovechar un momento en que el caballo se
queda quieto para encajárselo en el cuello. Ramón lo intentó una y otra vez;
cuando iba a ponérselo el animal se movía y el collar se cerraba sin conseguir su
objetivo. Abelardo fue en su auxilio, no sin reprocharle su falta de habilidad; pero
él también tuvo dificultades; el caballo estaba muy inquieto, se movía
continuamente. Entre los dos consiguieron colocarle el collar. Después, lo sacaron
de la cuadra y lo colocaron en la máquina de segar. Abelardo subió en la silla
metálica de la cortadora y tomó las riendas. Tan pronto arreó el caballo, el animal
pareció enloquecer; partió a toda velocidad con dirección al campo. El brazo
cortador que estaba levantado se bajó de golpe y la maquina empezó acortar la
hierba a una velocidad fantástica. Abelardo hacía esfuerzos desesperados para
frenar o detener al animal, pero éste no le obedecía. Ramón no sabía qué partido
tomar: se limitaba a correr detrás de ellos. El brazo cortador se desprendió de la
maquina y quedó roto sobre la hierba.
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El patrón vio lo que pasaba de lejos y empezó a gritar mientras corría a su
encuentro. Abelardo comprendió la inutilidad de su accionar y el peligro que corría
sobre la maquina dando tumbos y optó por tirase sobre la hierba fresca.
El caballo seguía trotando a su gusto, perseguido por su dueño, que no
cesaba de proferir insultos y amenazas contra los dos españoles, a los que, según
decía, haría pagar muy caro el desastre que le estaban haciendo. En vista del giro
que tomaba la situación, mientras el patrón seguía persiguiendo al caballo, los dos
amigos pensaron que, lo más sensato, era aprovechar el momento para emprender
una prudente retirada del lugar.
Con más hambre que un maestro de escuela, como se suele decir, llegaron
los dos compatriotas al pueblo en que trabajaban. El empleador de Ramón ne se
había movido de casa, sea porque los alemanes no le dieron tiempo para
marcharse, sea porque no quiso abandonar sus trilladoras. Abelardo también
encontró a sus patrones de la granja.
La empresa de las trilladoras no había reemprendido la actividad, pero
pronto iba a tener que hacerlo; los alemanes exigían la entrega inmediata de
grandes cantidades de cereales, harinas y alimentos. Como la mano de obra no
abundaba, el patrón adelantó algunos francos a Ramón, a cuenta de su futuro
trabajo. Abelardo volvió a ocupar la habitación que tenía en la granja. El objetivo
primordial de Ramón era ahorrar algunos francos para reemplazar la bicicleta y la
ropa que tuvo que abandonar con tanto dolor de corazón.
Nada más empezaron a funcionar las trilladoras, Ramón trató de juntar unos
francos y consiguió un crédito para adquirir lo más necesario: la bicicleta y algo de
ropa. Ya podía ir a dormir a su cuarto del pueblo todos los días. Cuando llegaba del
trabajo, por más que fuera de noche y estuviera cansado, se bañaba, se cambiaba de
ropa y se iba a visitar a alguna familia española de las que habían llegado al
pueblo. Otras veces acudía a los bares, donde había buena calefacción y podía
encontrar algún compatriota con quien charlar y tomar un vaso de vino. A la región
llegaron en aquella época miles de españoles atraídos por la abundancia de trabajo
agrícola. La gran mayoría desempeñaban tareas como peones en las granjas, en las
trilladoras o en los trabajos a destajo para el cultivo de la remolacha. En la
plantación o la recolección de esta planta, a base de trabajar muchas horas, se
podía ganar algún dinero. Los años de guerra fueron particularmente duros: nevaba
con frecuencia y helaba a temperaturas muy bajas, varios grados bajo cero. Parecía
como si la Naturaleza hubiera querido asociarse a la locura humana del conflicto,
haciendo la vida de los soldados, prisioneros o población civil lo más desdichada
posible. Los españoles del exilio, mal arropados para soportar tan crudo invierno y
peor calzados, trabajaban jornadas interminables para arrancar de la tierra helada la
remolacha azucarera, cuya cosecha corría peligro de perderse.
Ramón, sin embargo, obtuvo mejoras en el trabajo. El capataz le ordenó
subir a la trilladora a cargar la maquina con los haces de grano, substituyendo al
anciano que ocupaba el puesto porque andaba mal de salud. En la escala de valores
de los hombres del equipo, pasar a desempeñar el segundo lugar en importancia, o
sea ayudante del encargado o capataz, era importante. Tenía que haberlo decidido
de acuerdo con el patrón. El cambio de tarea constituía, de hecho, un ascenso, que
notó en el leve aumento de paga semanal; aunque lo importante para él no era estar
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mejor retribuido sino dejar de trasportar los pesados sacos de grano. Un
compatriota más idóneo vino a reemplazarlo en la faena.
Un día, Monsieur Legrand le preguntó donde solía comer los domingos. El
joven respondió que, como no había ningún restaurante en el pueblo, le preparaban
algún bocadillo en los bares. Entonces sucedió algo inesperado; el patrón lo invitó
a comer en su casa. Ramón consideró la invitación como una atención muy
especial; algo poco común en aquel medio. Se preguntó cuál sería la razón por la
que le invitaba. Como no podía rechazarla, el domingo se vistió lo mejor que pudo,
no le sobraba la ropa, y se presento puntual en la casa a la hora de comer.
La patrona salió a recibirle. Muy amable, le hizo pasar al salón para que
esperara unos minutos, mientras ella terminaba, según dijo, de preparar la comida y
llegaban los invitados. No tardaron en aparecer ataviados los Legrand y llegaron a
la casa la hermana de la patrona con su hija y un hijo soltero de los anfitriones.
Madame Legrand presentó a Ramón a su hermana y sobrina, diciendo que él que
era un joven estudiante, que se había adaptado muy bien al rudo trabajo de la
trilladora. A François Legrand ya lo conocía el joven porque algunas veces solía
reemplazar a su padre en el control de las máquinas trilladoras.
Una sirvienta apareció para servir el aperitivo. Mientras, el patrón
conversaba con su hijo, las dos señoras acribillaban con preguntas a Ramón, algo,
incomodo; Cécile, la sobrina pelirroja de los Legrand, lo observaba curiosa.
Después de tomar el aperitivo, pasaron al comedor. Madame Legrand,
discretamente, indicó a cada uno el lugar que debía ocupar e la mesa... en una de
las cabeceras se sentó el patrón y en la otra su hijo; las hermanas, en uno de los
costados y en otro Cécile y Ramón. Éste, cortésmente, atendía a la muchacha, al
mismo tiempo que se fijaba en los menores detalles de su persona. Sus cabellos
eran de un rubio rojizo, los rasgos bastante correctos, tenía algunas pecas y se
peinaba con trenzas, lo que le daba una apariencia de niña adolescente. No era una
belleza, tampoco fea. Cuando le daba las gracias a Ramón, su voz apenas era
perceptible, casi un murmullo. Más tarde, cuando la conversación se generalizó y
después de ser objeto de algunas bromas por parte de su tío, ya se expresó en un
tono más alto, con un fuerte acento de la región. Por su forma de hablar, de vestir,
de peinarse y sobre todo por los gestos, se notaba la muchacha de campo. En
efecto, su madre viuda poseía una granja y Cécile la ayudaba en las tareas
agrícolas. Durante la comida, cuando entró en confianza, le contó a Ramón las
labores que realizaba en la casa y en la granja, desde las primeras horas de la
mañana hasta bien entrada la noche. A veces se dirigía a su primo para que
confirmase el relato de su vida cotidiana, como si precisara de un apoyo, aunque él
no le prestaba mucha atención y le respondía, cortante, y con monosílabos.
La charla, mientras comían, también involucró a Ramón, como si los
Legrand quisieran escribir su biografía. Le preguntaron sobre sus padres, hermanos
y parientes, la guerra de España, las creencias religiosas y políticas que tenía,
incluso cuáles eran sus comidas preferidas. El joven respondió a cada pregunta
sopesando las palabras para no molestar las convicciones profundamente burguesas
y católicas de la familia. Con diplomacia derivó la conversación hacia los temas en
los que podían coincidir más fácilmente.
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Les contó, por si no lo sabían, que Franco era un general sublevado contra el
Gobierno de la República, gran amigo de Hitler y Mussolini, a los que debía
grandes favores, acérrimos enemigos de Francia. Su régimen, una dictadura del
tipo nazi-fascista, semejante a la que tenían que soportar los países ocupados.
Sobre este particular todos los presentes se mostraron de acuerdo.
Cuando terminaron de comer, pasaron al salón a tomar el café. La
conversación continuó con los temas más urticantes del momento como la
prepotencia de las autoridades ocupantes alemanas que acaparaban la totalidad de
los productos agrícolas, hasta el extremo de dejar a los granjeros sin alimentos para
su propia subsistencia y la situación de los numerosos prisioneros, de los que
desconocía el paradero.
Algunos agricultores escondían parte de los alimentos de su producción, con
gran riesgo para su vida y hacienda; los alemanes consideraban esta actitud como
un sabotaje y obraban en consecuencia. Es más, en ocasiones, las exigencias de los
nazis sobrepasaban en mucho la capacidad de producción propia.
Los granjeros, para evitar represalias, salían desesperados a comprar a
cualquier precio para poder satisfacer las exigencias de los “boches”. El porvenir
se presentaba terriblemente incierto y la guerra no había hecho nada más que
comenzar…
François tenía que ausentarse, a la patrona se le cerraban los ojos, a pesar de
sus esfuerzos por mantenerlos abiertos, y la conversación languidecía. “Monsieur”
Legrand anunció que iba a hacer la pequeña siesta a la que estaba acostumbrado y
“Madame” Legrand añadió que si alguien quería echarse un rato, en la casa había
lugar para todos. Los presentes, con diversos pretextos, empezaron a despedirse.
La comida había sido copiosa el vino y los licores estaban surtiendo efecto: una
buena siesta era lo indicado.
Mientras Hélène, la hermana de la “madame” Legrand, se despedía de sus
hermanos, Cécile aprovechó para preguntar a Ramón si le gustaría conocer la
granja donde vivían. El joven, algo sorprendido, le contestó que le gustaría, pero
volvía muy tarde de la trilladora y los fines de semana los aprovechaba para
atender sus cosas personales y hacer compras, que no podía hacer en la semana. La
muchacha siguió insistiendo en que podía visitarlas el domingo. Ramón no atinaba
que argumentar para zafarse del compromiso. Ante la insistencia de la muchacha
no le quedó más remedio que comprometerle una visita.
François Legrand reemplazaba cada vez más a su padre en el manejo de la
empresa. Los sábados por la mañana acudía a las granjas, en su viejo Renault, para
abonar a los trabajadores las hora de la semana. Era, el joven patrón, un muchacho
rubio, robusto, de movimientos y andar tranquilos. Generalmente calzaba botas de
goma y vestía ropa ordinaria de tal forma que se podía confundir fácilmente con un
trabajador de la trilladora. En realidad no lo era. A diferencia de su hermano
mayor, estudiante en París de abogacía, más delgado y refinado, que siempre iba
bien trajeado y, algunas veces ayudaba a su padre en las tareas administrativas. Su
hermano, más joven se preocupaba por el funcionamiento de los equipos. A
Ramón le parecía un joven sencillo y simpático. Terminaron siendo buenos
amigos. La amistad con François y el dominio del idioma permitieron a Ramón
entrar a formar parte del reducido grupo de jóvenes que eran amigos. Los sábados
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por la noche salían juntos con el viejo coche a los pueblos vecinos, donde se
reunían con otros jóvenes en celebraciones familiares o fiestas.
El país estaba en guerra, ocupado en su mayor parte por los alemanes, pero
la juventud, inconsciente de lo pasaba en el mundo, aprovechaba todas las
oportunidades posibles para divertirse. En una de esas reuniones, Ramón conoció a
Jeannette, una preciosa muchacha con la que simpatizó de inmediato. Fue con
motivo del cumpleaños de una de sus amigas. Después de merendar en el patio de
la granja y comer la torta, instalaron un gramófono portátil en el extremo de la
mesa y pusieron discos bailables. Al instante se formaron pareja que se movían al
ritmo del vals “musette” muy de moda en aquella época. Ramón, algo vacilante, se
le acercó para invitarla. Ella alegó que no sabía bailar aunque le gustaba escuchar
la música. Después accedió a practicar con él y como era delgada y flexible como
el mimbre, se dejaba conducir con facilidad; no tuvieron más inconvenientes que el
que les provocaban los roces con las otras parejas. Ramón se sintió en el cielo,
ciñendo con su brazo el delicado cuerpo de la joven sintiendo un pecho tembloroso
apoyarse en el suyo. No podía llegar a creer lo que estaba sucediendo. Cuando
Jeannette se cansó de bailar, se sentaron y continuaron hablando de música y de
sus vidas. La muchacha, ayudaba a sus padres en la granja y estudiaba en Orléans.
Un domingo por la tarde, Ramón fue en bicicleta a la granja de “madame”
Hélène para ver a Cécile. Al llegar encontró a madre e hija transportando pozales
de agua; estaban regando plantas y flores frente a la casa, abandonaron la tarea y
fueron a su encuentro.
¡Ah, monsieur Ramón! Es usted muy amable por venir a visitarnos.
¿tuvo dificultad para encontrar la granja?
No señora, ninguna. El camino está en buenas condiciones a pesar de
la reciente lluvia.
Nos encuentra trabajando el domingo, pero es que si no lo hacemos
esto hoy, entre semana no tenemos tiempo. Hay cosas más urgentes….
Dirigiéndose a su hija exclamó -Vamos Cécile! Ves a cambiarte, no vas a estar
con esa facha todo el día. Mientras te arreglas prepararé algo para merendar. Venga
conmigo Ramón; hoy estamos solas; dimos asueto al personal. Nosotras o somos
como los Legrand; ellos siempre disponen de servicio. Tampoco, gracias a Dios,
nos falta nada. Pero si mi marido viviera sería diferente. Hoy en día, nadie disfruta
de una felicidad completa…
Ramón hizo un gesto de asentimiento y juntos se dirigieron a la entrad de la
casa, cerrad por una robusta puerta de madera. Entraron al salón principal, ocupado
por una larga mesa, rodeada de sillas, donde debía comer el personal los días
laborables. Una gran chimenea quemaba gruesos troncos proporcionando una
temperatura agradable. Había varios armarios, que debían servir de lacenas, varias
puertas y algunas macetas con flores. Dos amplias ventanas aseguraban excelente
iluminación. El conjunto, sin embargo, el conjunto parecía ajado y desprolijo.
Madame Hélène mostró al joven la parte del inmueble que les servía de
vivienda. Disponían de una coqueta salita donde madre e hija hacían labores, leían
o escuchaban la radio. Detrás de la casa había un patio cuadrado, con amplia salida
al exterior. Se alineaban a su alrededor la caballeriza, los pesebres, algunos
cobertizos, un hangar y dos precarias viviendas de la servidumbre permanente.
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Después de mostrar al joven las instalaciones, madame Hélène condujo a
Ramón a la cocina y, mientras conversaba con él, se puso a preparar una torta
rápida. Al rato, se presentó Cécile arreglada y merendaron. La madre sugirió
aprovechar la tarde soleada para dar un paseo en bicicleta por los alrededores. Así
Ramón podría conocer los límites de la granja.
Los jóvenes buscaron sus bicicletas y salieron. Cécile sugirió tomar un camino
que conducía a un bosquecillo cercano, por cerca del cual pasaba un arroyo.
Mientras pedaleaban, la joven explicaba a su amigo cómo funcionaba la granja,
algo que ya había oído de los labios de su madre y conocía por el tiempo que
llevaba trabajando en las trilladoras. En el bosquecillo, dejaron las bicicletas
apoyadas en los árboles y continuaron caminando. Cécile miró a los alrededores y
al no ver a nadie, se prendió del brazo de Ramón. Éste había mantenido hasta
entonces una actitud educad y respetuosa. Al sentir que Cécile se le pegaba,
mientras seguían hablando de cualquier cosa, quedó sobrecogido y trató de no
darle importancia. No eran más que amigos, pero ella no lo veía así, cada vez se
apretaba más contar él y le ofrecía sus labios y su cuerpo. Ramón comprendió que
la muchacha que lo llevo hasta allí, estaba dispuesta para todo. Él no la iba a
defraudar. Se besaron acariciaron en silencio y, cada vez más apasionados, cayeron
por la hierba en busca de más sensaciones: la respiración entrecortada por el deseo,
hasta que llegó un momento que Cécile juntó las piernas y repetía: “no, eso no; no
quiero, eso no quiero”; y se retorcía bajo el muchacho, presa de una gran
agitación. Era una situación extraña y casi intolerable, pero la muchacha no cedía y
Ramón estaba al borde de la violencia. El forcejeo continuó hasta que ambos
parecieron relajarse. Ya serenos, se levantaron del suelo, se arreglaron la ropa y,
silenciosos partieron hacia la granja. Estaba oscureciendo. Los dos estaban
nerviosos, como enfadados consigo mismo. Algo no había funcionado. La amistad,
la atracción mutua, el sexo sin más alicientes, no eran más que una relación
primitiva, silenciosa, fría y algo brutal. Al llegar de vuelta a la granja, Ramón le
dijo adiós y se marchó sin más explicaciones. Cécile quedó pensativa mientras lo
vio alejarse, después entró en casa.
A Jeannette la volvió a ver en el pueblo. Tenía allí conocidos, en particular una
compañera con la que solía salir. Ramón le habló de la posibilidad de invitar a un
amigo suyo para que se uniera al grupo. Pasearían los cuatro juntos y las reuniones
serían más atractivas. Quedaron en encontrarse el sábado. Ramón convenció a
François para que lo acompañara, aunque sin decirle quienes eran las chicas.
Cuando se encontraron los cuatro, François se puso contento: la amiga de Jeannette
era una de las muchachas del pueblo que llamaba más la atención por su belleza,
sencillez y simpatía. A las dos amigas no les faltaban admiradores, pero ellas ya
habían elegido y, estaban contentas con la elección.
A Jeannette le gustaba la música popular, entonaba bien las melodías y tenía
buena voz. Anotaba cuidadosamente las letras de las canciones. A Ramón le regaló
un cuaderno con gran cantidad de letras que ella manuscribía. Con frecuencia le
pedía que cantara canciones españolas y le explicara el significado.
En los famosos teatros de revista de París: Folies Bergères, Casino, Moulin
Rouge, A.B.C., Tabarín y muchos otros, triunfaban artistas famosos como Maurice
Chevalier, el pícaro chansonier que explicaba cómo eran las tetitas de Valentine:
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elle abatí de tout petits tetons, Valentine, Valentine…Tino Rossi, soñaba con
retener en sus brazos a Marinella, bailando la rumba de amor hasta el amanecer:
reste encore dans mes bras. Avec toi, je veux jusqu’au jour, danser cette rumba
d’amour. Edith Piaf, el gorrión de París, entonaba su famoso himno al amor.
Charles Trenes cantaba a Francia, que llevaba en el corazón: “Douce France, doux
pays de mon enfence, je te porte dans mon coeur” y también, otros artistas
renombrados, cuya lista sería interminable: Mistinguet, Josephine Baker, Jean
Sablon, Ives Montant, Danielle Darrieux hablaban en sus canciones de amor, de
desencuentros amorosos y de su dulce Francia; una Francia romántica y terrible,
llena de amores y crueldades. Las canciones, bellísima, han perdurado hasta
nuestros días y se han convertido en clásicos de la canción popular de Francia.
Jeannette y Ramón eran muy amigos. La gente del pueblo pensaba que eran
novios, pero en realidad su relación no fue muy lejos. Debido al trabajo de Ramón,
era muy poco el tiempo en que se podían ver, solamente algunos fines de semana.
Los padres de la muchacha no veían con buenos ojos la relación y trataron de
estorbarla todo lo que fue posible…. la vida a veces toma caminos insospechados.
Algo vino a perturbar aquella simpatía tan grande que se tenían.
LA SEDUCIÓN DE ROSALÍA.
Cuando el joven volvía del trabajo, una vecina cuya ventana enfrentaba a la
suya, solía encontrarse regando las macetas de su ventana y lo saludaba sonriente,
agregando alguna que otra palabra amable. Ramón no daba mayor importancia a
ese breve cruce de palabras, lo consideraba un simple gesto de cortesía al que son
tan afectos los franceses. La calle en que vivían era un callejón sin salida, el acceso
al dormitorio del joven, una escalera metálica exterior y las ventanas estaban
situadas tan enfrente una de otra que los vecinos podían verse con frecuencia,
sobre todo el verano, cuando las dejaban abiertas.
Un atardecer, Ramón se cruzó, en la cercana plaza, con su atenta vecina y
aprovechó para felicitarla por las hermosas flores que tenía.
Sí - dijo - me gustan mucho las flores y tengo tiempo para
cuidarlas. Mi marido, por razones de su trabajo, esta poco en casa. Yo me
entretengo haciendo labores y cuidando las plantas. A veces también me aburro; en
este pueblo no hay ninguna distracción, pero vivimos tranquilos. Aquí, por lo
menos, no pasa nada.
El joven le contó que a él le ocurría lo mismo; también se aburría
soberanamente. Quizás si pudieran estar juntos se aburrirían mucho menos.
- ¿Y qué diría mi marido, que es tan celoso?
- ¿No tiene porque enterarse - añadió sonriente?
- ¡Ah, no! Usted está loco.
Dio media vuelta y se fue. Los días siguientes, Ramón trató de informarse sobre
la mujer y su familia, con la mayor discreción posible. Poco es lo que pudo
averiguar que no supiera: no eran del pueblo; su marido poseía un camión con el
que se dedicaba al transporte y tenían una criatura de pocos años. El nombre de la
madre era Rosalía. Cuando hablaba se le notaba el acento meridional. Se suponía
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que vinieron a instalarse en el pueblo, o quizás fueron sorprendidos por la invasión
alemana y no pudieron regresar a su región de origen. El matrimonio tenia pocos
amigos. Una vecina de Rosalía era madre de una niña de la misma edad. Cuando
Rosalía tenia que ausentarse le confiaba a su hija, pero tampoco sabia nada de la
pareja. Rosalía llamaba la atención porque era atractiva y vestía moderna. Rubia de
ojos verdes. Sus facciones eran muy correctas. Aunque lo que más atraía de su
persona era su hermoso cuerpo, lo que más admiraba Ramón.
Después de la breve conversación, la mujer ocupó la mente del joven. Seguía
acariciándolo con su presencia todas las tardes cuando regresaba del trabajo.
Estaba en la ventana regando las flores, sacando las hojitas o moviendo las macetas
de un lugar a otro. Siempre contestaba a su saludo con gesto serio, aunque a él le
parecía notar cierto brillo en sus ojos. Soñaba con acercarse a ella, pero ¿cómo?
Por su cabeza pasaban las ideas más contradictorias y absurdas. A medida que
pasaba el tiempo, su deseo se iba transformando en una obsesión. Trataba de
reflexionar y seguir las normas de la moral y la educación sin conseguir definirse.
El instinto sexual era más poderoso. Espiaba los movimientos de su vecina, como
si fuera un ladrón que quisiera robar la casa. Estudiaba el momento más propicio
de abordarla, como el cazador que acecha su presa.
Los alemanes habían impuesto el toque de queda; estaba prohibido circular por
las calles después de las veintidós horas. En los pueblos agrícolas la orden no tenía
mucho sentido; no había vigilantes ni patrullas alemanas y la gente de campo se
acuesta temprano para levantarse de madrugada.
Después de pensarlo bien, Ramón estimó que el mejor momento para visitar a
Rosalía era el sábado de tarde, cuando su hijita jugaba con otras nenas en casa de la
vecina. Se armó de coraje y, con el pretexto de pedirle un poco de azúcar, llamó a
la puerta de su apartamento. Abrió Rosalía y no pudo evitar un gesto de sorpresa.
Ramón tenía estudiado y ensayado lo que pensaba decirle pero, llegado el
momento, no podía articular palabras.
Finalmente, como había pensado, le preguntó si le podía prestar un poco de
azúcar, pero Rosalía se desentendió del pedido convencida de que era solamente un
pretexto para hablar con ella. Debía de estar loco para presentarse en el
apartamento a semejante hora. Aceptó Ramón que no era acertado, pero tenía
urgente necesidad de verla y nunca se presentaba la ocasión. Desde que la conoció
su vida se había trastornado, ella ocupaba a todas horas su pensamiento. Sabía bien
que se sentía muy sola; ella mismo se lo había dicho en un momento de sinceridad;
su único deseo era ayudarle a soportar esa vida tan aburrida y mezquina. Rosalía le
escuchaba muy seria, se le notaba una gran turbación en sus hermosos ojos
humedecidos. Como no lo rechazó de entrada y permitía que le siguiera hablando,
el joven pensó que transitaba por buen camino y sus palabras se fueron haciendo
cada vez más audaces. Le dijo que la amaba con locura; había tratado de sacarse
esa idea de la cabeza, sin conseguirlo y estaba dispuesto a desafiar cualquier
peligro, con tal que le permitiera estar a su lado.
Mientras le decía todo esto y mucho más, se fue aproximando poco a poco y la
tomó suavemente en sus brazos. No lo rechazó, quizá ella también hacía tiempo
que había estado esperando ese momento. Aprovechó para besarla y abrazarla
apasionado. Se encontraban en la sala comedor; Ramón había visto, por la puerta
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abierta, la cama de matrimonio del dormitorio. La levantó en sus brazos, como si
fuera una pluma mientras seguía besándola, tratando que no se enfriara su pasión
que iba tan pareja con la suya. Ambos estaban muy emocionados y nerviosos. El
joven temblaba de la cabeza a los pies y no atinaba a desabrochar los pequeñísimos
botones de la blusa. Rosalía, un poco más serena, repetía: “despacio, despacio”,
temerosa de que pudiera romperlos. Tenía pocos años más que él, pero el
matrimonio le había dado ya cierta experiencia. El primer encuentro de una pareja
es siempre torpe y algo cómico. ¡Si los actores pudieran verse de afuera Rosalía
ayudó al joven a salir del paso con su serenidad y eficacia. Disfrutaron la ocasión
intensamente y quedaron muy amigos y cómplices; Rosalía ya le haría saber
cuándo podría volver a visitarla. Tendría que ser por la noche, después del toque de
queda. Una maceta olvidada en el balcón sería la señal de que tenía vía libre.
Para visitarla, Ramón no tenía más que atravesar la estrecha calle, muy oscura
a esa hora y subir la escalera que conducía el único departamento donde vivía su
amiga. Todo estaba a favor de la relación, si se exceptúa la nena de Rosalía.
Algunas veces se quedaba en casa de la amiguita con la que solía jugar, pero otras
dormía plácidamente en su habitación, mientras los amantes disfrutaban en la pieza
contigua. Rosalía había acostumbrado a su hija a que durmiera siempre en su
camita. Nunca perturbó en lo más mínimo los encuentros nocturnos de la pareja. El
peligro que comportaban los encuentros los hacía más atractivos y excitantes.
Las citas tenían lugar, generalmente, un par de veces por semana. Rosalía era
una mujer muy apasionada. Ramón se daba cuenta de lo que debía de sufrir con la
indiferencia del marido y acudía a los encuentros con impaciencia e ilusión. Si no
podían tener lugar, por cualquier motivo, se desesperaba y le hacía reproches,
olvidando el riesgo que corrían los dos si llegaban a ser descubiertos. El estado de
guerra y la ocupación alemana ayudaban a que las noches les pertenecieran. Los
pacíficos campesinos no se atrevían a salir en las horas de queda, por miedo a
toparse con alguna patrulla alemana.
Rosalía le contó al joven que su marido no se ocupaba de ella en el plano
afectivo, pero sí en todo lo demás. Le proporcionaba dinero suficiente para vivir
con holgura ella y su hijita. Estaba convencida que tenía una amante, por ciertos
detalles que había observado en su comportamiento y unas fotos que encontró
entre sus cosas. Recién casados, cuando él trabajaba de mecánico, habían sido
felices, tenían intimidad y compartían todo. Después compró el camión y empezó a
hacer frecuentes viajes a París. Entonces notó que la relación se iba enfriando; las
ausencias eran cada vez más prolongadas. Nunca le comentaba sobre su trabajo, la
mercancía que transportaba y a quién iba dirigida. Siempre tenía dinero. Cuando
partía, le anunciaba la fecha aproximada de su regreso, podía retrasarse, pero nunca
se adelantaba. Ella sospechaba que el tiempo que tomaban cada vez más viales, los
disfrutaba con su amiga o con alguna otra de sus amigas.
Ramón le preguntó por qué no lo dejaba. A lo que ella respondió que dónde
podría ir con su hijita, en plena guerra, sin poder viajar al sur, donde tenía familia y
amigos que la podrían ayudar.
Por su parte, el joven reflexionaba que no estaba en condiciones de ofrecerle
ninguna seguridad. Su relación, que era tan hermosa, si no terminaba pronto, el
final de la guerra, no permitiría que durara mucho.
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Rosalía hacía feliz al joven; se sentía orgulloso de tener tan bella amante.
También sufría al no poder compartir con nadie la alegría de su relación. Algo
cambió en su aspecto y carácter. Sus amigos y compañeros de trabajo relanzaban
indirectas para sonsacarle. Le atribuyan relaciones con Jeannette, a la que veía muy
de tarde en tarde, o con alguna de las españolas del pueblo, a las que solía visitar.
Se equivocaban por completo. Los refugiados españoles que estaban en Francia, en
general, sentían gran respeto por las españolas que compartían con ellos el exilio y
las consideraban como de la familia.
Hubo noviazgos de todo tipo entre compatriotas, entre franceses y españolas o
entre españoles y francesas. Muchos matrimonios separados por la guerra y el
exilio, pero sobre todo por la tremenda política represiva del franquismo,
rehicieron su vida en Francia y en España; los que estaban en el extranjero,
formaron otra pareja ante la imposibilidad práctica de volver a su tierra; la familia
que quedó en España, ante la dificultad de conseguir permiso para viajar al
extranjero. Los consulados españoles del régimen franquista no reconocían la
nacionalidad de los exiliados, así que eran considerados apartidas. No podían
realizar ningún acto civil al no disponer de documentos españoles. Con el paso de
los años, la justicia francesa fue encontrando soluciones y, al final, los noviazgos
se transformaron en casamientos legales de carácter civil que resultaron muy
estables.
Por su parte, el gobierno de Madrid anulo numerosos casamientos, que
tuvieron lugar durante la República, porque no habían sido consagrados por la
iglesia o por algún tipo de consideraciones relacionadas con la política
conservadora del franquismo. Muchas parejas unidas por largos años de
convivencia con hijos y nietos, resultaron legalmente disueltas: el acta
matrimonial, si llegaban a conseguir, venía con un sello rojo cubriendo el texto que
decía: “Casamiento anulado por Franco”.
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Foto: www.asturiasrepublicana.com
NOTICIA SOBRE UN CASAMIENTO CIVIL.
Todavía no se notaban en las zonas agrícolas los efectos de la ocupación
alemana. Los granjeros habían escondido parte de sus cosechas. Los hombres que
trabajaban el campo, comían donde trabajaban. La policía francesa y la
gendarmería alemana no se preocupaban por los refugiados españoles, que podían
gozar paradójicamente de una cierta libertad de movimiento.
Foto: www.iesezequielgonzalez.com
AGENTE ESPIA FRANQUISTA.
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Había, sin embargo, agentes franquistas camuflados que investigaban entre los
refugiados para identificar ex-funcionarios de cierto nivel, jefes militares,
comisarios, dirigentes políticos o sindicales o personas relevantes de la República.
Muchas de esas personas se habían cambiado el nombre, así como lo había hecho
gente mucho menos conocida. No obstante, algunas veces los agentes franquistas
conseguían identificar a alguna de esas personas destacadas y con la colaboración
de la Policía francesa o de la Gendarmería alemana procedían a su detención, tanto
si se encontraban en zona ocupada, como en la mal llamada zona libre. Los
detenidos eran trasladados a España, condenados a penas severísimas y
frecuentemente a la pena de muerte. Los pelotones de fusilamiento no daban
abasto. Los casos más conocidos por su relevancia política fueron los de
Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya, Zugazagoitia y Peiró, ex
ministros socialista y sindicalista respectivamente, pero hubo otros casos como los
de miles de republicanos menos conocidos. Muchos de ellos fueron fusilados sin
beneficiarse de una defensa adecuada y sin guardarles ninguna clase de
consideraciones. Julián Besteiro, ex ministro socialista moderado, integrante de la
junta de Madrid, que colaboró en la rendición de la zona centro y no quiso
abandonar España, también fue condenado a largos años de prisión y murió en la
cárcel, como Miguel Hernández, el eximio poeta.
Al principio de la ocupación alemana, los exiliados estaban aislados del
mundo exterior sin saber lo que pasaba. La radio y la prensa sólo distribuían las
noticias favorables a las dictaduras. Poco a poco se fueron concentrando en algunas
zonas núcleos relativamente importantes de refugiados españoles. No era difícil
identificarlos en los trenes, autobuses, bares, cines, plazas o calles por su
costumbre de hablar fuerte y gritar. Los más jóvenes pronto aprendieron a hablar
francés, pero a las personas mayores les costaba mucho adaptarse al nuevo
lenguaje. Muchos nunca lograron aprenderlo y murieron en tierra gala sin haber
pronunciado una palabra en ese idioma. Solamente se relacionaban con sus
compatriotas. Era curioso observar como algunos vendedores, patrones y
empleados en contacto diario con los exiliados aprendieron del español las palabras
más comunes; como pan, carne, patatas, tomates etc.…. o sea todo lo constituía la
compra diaria de las familias españolas. Entre los exiliados y las sujetas, españoles
residente de larga data, se podía escuchar un extraño lenguaje, una especie de
lunfardo mezcla de palabras españolas y francesas mal dichas: “Tengo que pasar
por el bureo a cobrar. La madame me dijo que no tenía bor. Tengo que comprar
ofs para hacer una tortilla”. Algunos sonidos y palabras de la lengua francesa
fueron, para muchos españoles, de difícil asimilación.
Los vendedores franceses, en cambio, ya entendían lo que los españoles
querían comprar: “Madame, ovules vous des patatas?”, ” Monsieur, cherchezvous des huevos?”, “Ovules-vous du vino?”. Los pueblos llegan siempre a
entenderse; sus necesidades son las mismas.
La ilusión de la inmensa mayoría de los refugiados era volver a su país.
Escribían a sus familiares sobre la posibilidad de hacerlo. Lamentablemente la
contestación era siempre la misma; todavía soportaban la represión y el riesgo era
grande. Tenían que esperar que pasara el tiempo y se fueran suavizando las
tensiones causadas por la guerra. Los “avales” de Falange o las garantías que
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daban las autoridades eran papel mojado. Si en Francia los refugiados estaban mal,
en España iban a estar peor y, lo más probable era, que fueran a pasar años en la
cárcel o en los campos de concentración franquista. Semejante perspectiva era
como para desalentar a cualquiera.
A medida que pasaban los meses de ocupación, aumentaban las patrullas de
soldados alemanes que aparecían en camiones por los pueblos. Todo hombre que
encontraban por el camino lo hacían subir en el camión, tanto si iba con ropa de
trabajo, como si llevaba ropa de vestir; si era un campesino o un granjero, un
trabajados manual o profesional. Lo llevaban donde querían hacer un trabajo de
emergencia, generalmente rellenar algún agujero de las pistas de aterrizaje, alguna
zanja o cualquier otra actividad, generalmente tareas de pico y pala. Terminado el
trabajo lo dejaban libre, sin derecho a quejarse, aunque se hubiera arruinado la
ropa.
Por la noche también llegaban al pueblo soldados y clases en camiones para
tomar cerveza en los bares. Si encontraban la puerta cerrada por ser la hora de
queda, la golpeaban hasta que fuera abierta. Instalados en el mostrador y en las
mesas cantaban y bebían hasta emborracharse. Algunos militares portaban armas
cortas. Cuando se retiraban de madrugada, se divertían tirando tiros al aire o hacia
alguna ventana, por donde se veía algún rayo de luz, aunque fuera muy
insignificante. Esos disparos sin sentido, no surtían otro efecto que indignar y
amedrentar a la población.
La patrona de Ramón era viuda. Tenía un bar donde despachaba bebida
ayudada por su hija, una mujer solterona. La madre, ya entrada en años y bastante
arrugada no debía atraer a los teutones, pero la hija, cuarentona, por lo visto tenía
todavía algún atractivo para los soldados. El dormitorio del joven comunicaba con
la vivienda de la patrona por una puerta, habitualmente cerrada, que usaban las
mujeres para entrar en la habitación para hacer la cama y ordenar la pieza durante
el día. Él no acostumbraba a cerrar su puerta de la escalera; no lo visitaba nadie, en
el pueblo no se sabía de ladrones y si los había poco era lo le podrían robar.
Una noche, los gritos y el barullo provenientes del bar eran más grandes que
de costumbre. Ramón estaba acostado y los ruidos apenas le molestaban y, en
modo alguno le sacaba el sueño; así que no hizo caso, ya por otra parte, era algo
bastante habitual. De pronto, despertó sobresaltado; en su propio dormitorio sentía
golpes y gritos. Encendió la luz desde la cama y cuál no sería su sorpresa al
encontrar dos soldados borrachos como cubas dentro de su dormitorio. También
ellos parecieron sorprendidos al encontrar en la pieza un hombre acostado. Le
preguntaron dónde estaba la “fräulein” y repetían una y otra vez esa palabra una y
otra vez. Aunque Ramón no entendía el alemán, estaba claro que los soldados
buscaban a la hija de la patrona. El joven se encogió de hombro para indicarles que
no lo sabía. Entonces encararon sus pasos hacia la puerta que daba al departamento
y empezaron a golpearla con hombros y pies, con intención de abrirla o hacerla
pedazos. Eran dos tipos grandotes que debían pesar cerca de los cien kilos. Estaba
claro que la puerta iba a ceder en cualquier momento y sólo Dios sabía lo que
podría suceder. Del otro lado se oían gritos de las mujeres pidiendo ayuda. Ramón
presenciaba el espectáculo sentado en la cama, sin decidirse a tomar parte,
convencido de que cualquier cosa que intentara hacer resultaría inútil y muy
91
peligroso para su integridad física. Reflexionaba sobre lo que podría hacer, pero no
se le ocurría nada. Se empezaron a escuchar gritos de hombres del otro lado de la
puerta, pero los alemanes no cejaban en su empeño y la puerta se entreabrió de
golpe. Enseguida se volvió a cerrar empujada por algunas manos. Uno de los
soldados sacó su pistola y gritó que iba a matar a todos los que estaban sujetando la
puerta: “!alles capuz, capuz!” repetía y tiró dos tiros al aire que rebotaron en el
techo y pareció como si hubieran explotado dos bombas. El estruendo de las balas
pareció devolver el juicio a los alemanes que se fueron corriendo y lanzando
maldiciones, como alma que lleva el diablo.
Una vez desaparecieron los soldados, Ramón se vistió y bajó a la calle
donde se encontraban los vecinos que habían acudido atraídos por los gritos de las
mujeres. La patrona recriminó al joven el que los alemanes hubieran podido entrar
en su dormitorio. Éste le contestó que les había abierto la puerta creyendo que lo
buscaban y si no la hubieran destrozado. Iban dispuesto a todo, como demostraron
con sus actos.
Al día siguiente, la patrona hizo la denuncia correspondiente en la
gendarmería, que tomó nota, pero no creo que haya ido más lejos.
Rosalía, se asustó muchísimo con los disparos; temió que los alemanes
hubieran matado a su amigo. Cuando vio reunirse a los vecinos en la calle, bajó a
enterarse de lo que había sucedido y respiró feliz cuando lo encontró sano y salvo.
Foto: todoslosrostros.blogspot.com
TRABAJADORES EN LAS CARRETERAS.
Era sorprendente el que los alemanes no hubieran emprendido una represión
masiva contra los miles de españoles republicanos que habitaban la zona ocupada
por ellos, ni que indujeran al Gobierno obsecuente de Vichy, presidido por el
mariscal Pétain, a que lo hiciera. Al contrario, trataron de utilizarlos como mano de
obra para los trabajos de reacondicionamiento de los aeródromos franceses que
ellos ocuparon para la construcción de fortificaciones; nuevas carreteras, refugios,
92
así como todo tipo de tareas auxiliares. No podían ignorar que esos españoles eran
enemigos potenciales y no han querido crearse problemas o tenían gran escasez de
trabajadores y no podían o no querían prescindir de una mano de obra que les iba a
ser muy útil. Encontraron una formula muy eficaz para sus planes: establecieron
una paridad cambiaria de veinte francos por marco. De esta manera, podían pagar
salarios relativamente altos, con relación al promedio francés, con pocos marcos.
Muchos trabajadores abandonaron sus puestos de trabajo habituales para emplearse
en las compañías alemanas o de otras nacionalidades que trabajaban para ellos.
Los trabajadores agrícolas no tenían ningún trato directo ni indirecto con los
alemanes, pero producían alimentos que ellos compraban a los granjeros y si éstos
se los ocultaban corrían graves riesgos. La carta de trabajador que las autoridades
francesas habían concedido a los refugiados solamente les servía para trabajar en el
campo, pero las autoridades ocupantes empezaron a manejar la mano de obra
según su conveniencia. Empresas alemanas, francesas y españolas reclutaban
trabajadores para las fortificaciones que la Organización Todd construía a lo largo
de la costa atlántica en nuevas pistas para los campos de aviación. También se
excavaban zanjas para la colocación de kilómetros de cable eléctrico, destinados a
la iluminación y señalización de los aeródromos y todo a un ritmo acelerado. Hay
que tener en cuenta que, en aquella época, no habían las maquinas que hoy existen
para el movimiento de tierras o, por lo menos los alemanes no disponían de ellas
en cantidad suficiente y todos los trabajos se hacían, la mayoría de las veces, “a
pulmón”. Las empresas concertaban las tareas a destajo, a tanto el metro de zanja o
el metro cúbico de tierra removida y, ya fuera por error de cálculo, porque no
importaba el costo o querían acelerar las tarea, los trabajadores a base de mucho
sacrificio, ganaba sumas considerables de dinero por quincena. Esa circunstancia
atraía a los obreros que abandonaban las granjas y las trilladoras para emplearse en
las empresas, según las leyes francesas, con la carta de trabajador agrícola, se
podía trabajar como peón en las empresas constructoras, pero no en las fábricas,
para lo que requería la carta de trabajador industrial. Esa circunstancia no
molestaba a la gente del campo; nadie quería ser trabajador industrial porque
podría ser reclamado para ir a trabajar “voluntariamente” a Alemania, si tenía
alguna especialidad.
En estos casos, recibían una carta certificada redactada más o menos en
estos términos: “La autoridades alemanas han recibido su solicitud para ir a
trabajar voluntariamente a Alemania que ha sido aceptada. Deberá presentarse en
la estación del ferrocarril, con sus maletas, para tomar el tren que saldrá para
Berlín tal día a tal hora”. Si la persona citada no se presentaba por su voluntad, lo
iba a buscar la gendarmería alemana, que lo expedía con una “recomendación” o
pasaba a ser buscado por la policía.
Entre los refugiados se contaba un cuento de la siguiente manera: “Conviene
ir a trabajar voluntariamente a Alemania: cuando llegas a Orleáns te dan una
cuenta; cuando llegas a París te dan otra cuenta y cuando llegas a Berlín te
liquidan”…
Muchos compatriotas abandonaron las granjas y trilladoras para trabajar en
los aeródromos cercanos. Cualquiera que fuera el trabajo que realizaban: hacer
zanjas, pintar las pistas con pintura verde (los que les daba el aspecto de
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marcianos) o recuperar los aviones abatidos, cobraban quincenas equivalentes a lo
que ganaban en las actividades agrícolas por mes.
Ramón por el momento no pensaba moverse de donde estaba. Se encontraba
a gusto en la trilladora, no quería meterse en zanjas llenas de barro, ni oler a
pintura de las pistas. Otra razón no menos importante, era que la trilladora le
dejaba más tiempo libre para estar cerca de Rosalía y no se iba a cansar tanto como
los que trabajaban a destajo. El patrón de la trilladora, de vez en cuando, lo
invitaba a comer, siempre empeñado en que se hiciera amigo de su sobrina;
también paseaba con Jeannette por los bulevares arbolados, lejos de las miradas
indiscretas de los vecinos y además, tenía las noches que visitaba a Rosalía y
disfrutaban de momentos muy placenteros. ¿Qué más podía pedir en circunstancias
tan adversas?
Una noche encontró a su amiga con muy mal semblante; se notaba que había
estado llorando. Su marido había decidido dejar el pueblo para instalarse en otro
lugar. Había conseguido una casa que se adaptaba mejor a sus necesidades; tenía
además, un hangar suficientemente grande para guardar el camión y poder instalar
un taller mecánico. Ramón le preguntó si pensaba irse con él y la respuesta fue que
no le quedaba otro remedio. El joven no dijo nada, no estaba en condiciones de
proponerle otra alternativa. Quizá más adelante, si terminaba la guerra, y
cambiaban las circunstancias, podrían hacer otros planes, pero era una esperanza
lejana.
El matrimonio no tardó en mudarse. Ramón conocía el pueblo donde iban a
vivir y Rosalía le explicó donde se encontraba su nuevo hogar. Un día de faltó al
trabajo y se fue hasta su pueblo para hablar con ella. Se presentó delante de la casa
y llamó. Rosalía abrió la puerta y lo hizo pasar, pero estaba muy nerviosa. Le
explicó que su marido estaba de viaje, pero que podría presentarse en cualquier
momento. Había pasado, según dijo, muchas horas reflexionando sobre su
relación; no podía continuar; era preciso necesario, que no se volvieran a ver. El
pueblo era pequeño, todo el mundo se conocía. Pronto serían la comidilla general;
el marido no tardaría en enterarse de su relación. Las horas que habían pasado
juntos, habían sido muy felices, nunca las olvidaría, pero llegó el final. Quizá más
adelante, si terminaba la guerra, sería diferente. Rosalía fue terminante; si
realmente la quería, si le había tomado cariño no debía comprometerla; se trataba
del bienestar de su hija y de ella, le pidió, le rogó; que no volviera nunca más.
Ramón se marchó desolado; aunque comprendía que no había otra solución.
Había terminado. Estuvo muchos días amargado; no podía sacarse a Rosalía de la
cabeza. Imaginaba proyectos disparatados, irrealizables…
Un fin de semana los andaluces Pedro y Juan aparecieron por el pueblo.
Ramón se alegró de verlos; era lo que necesitaba para cambiar de ideas. Se
dirigieron a un bar a beber unos vasos de vino. Le fueron contando las pericias de
sus vidas diarias: mezclaban el hablar andaluz con las pocas palabras que habían
aprendido. Trabajaban siempre a destajo en las granjas o en la fábrica que
industrializa los derivados de la remolacha. Durante la temporada habían ganado
bastante dinero, para probárselo, le mostraron el fajo de billetes que cada uno
llevaba en el bolsillo. El joven debería dejar de perder el tiempo en la trilladora e
irse con ellos a trabajar a destajo: formarían un buen equipo.
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Ya vacíos los vasos de vino, comentaron que sabían de un bar que tenía
autenticas botellas de Jerez.
Bueno - dijo Ramón-, debe ser algún vino de aquí, que lo sacan al
mercado con licencia.
Nada de eso, es vino de Jerez, de Jerez - insistieron los andaluces -.
Vamos a tomar una botella, y verás cómo es cierto lo que te decimos.
Ramón ya no se opuso; la verdad es que lo estaba pasando de maravilla, le
gustaba el buen vino y hacía mucho tiempo que no había bebido vino de esa
calidad, si es que alguna vez lo había tomado. Era casi un deber patriótico rendir
homenaje a un producto español de renombre internacional.
Se fueron caminando a otro bar que estaba casi a la salida del pueblo; se
instalaron bien cómodos en una mesa y pidieron dos botellas de vino de Jerez.
Ramón hizo observar a sus dos compañeros que, para probar el vinito, con una
botella era suficiente, porque además, era caro.
No te preocupes por eso - le respondieron. Vamos a tomarnos las dos
botellas, y somos nosotros los que invitamos. No te preocupes.
En el bar había pocos parroquianos; estaban bien instalados y contentos.
Cuando aparecieron las botellas, le mostraron a al joven, las etiquetas, para que
comprobara que no le habían engañado. Para acompañar la bebida, pidieron una
picada de jamón serrano, quesos y chorizos. La mayor parte del vino se lo tomaron
los andaluces y apuraban a Ramón para que vaciara su vaso. Querían dos botellas
más; el joven se oponía, estaba mareado, pero no tuvo más remedio que seguir la
corriente. Para terminar el festín como buenos burgueses, café y puros. Pero puros
no tenían, había que ir a buscarlos al estanco. Tomaron el café y se fueron en busca
de los puros.
El aire fresco de la calle les hizo bien. Caminaron por la calzada hasta el
estanco y entraron en el negocio. Les atendió un señor obeso de cara colorada.
Pedro pidió puros habanos. No vendían puros sueltos, los vendían por cajas y las
había de varias calidades. Juan dijo: “Bueno muéstrenos las cajas”. El hombre los
miró desconfiado y les pregunto si tenían dinero. No les perdía de vista mientras
bajaba las cajas de la estantería.
¿Qué si tenemos dinero? Y esto, ¿Qué es? - dijo Pedro mostrando
unos billetes que le tiró por la cara.
El buen hombre, nervioso, se puso a recoger los que cayeron por el suelo.
Ramón trató de tranquilizar a sus amigos. Le pidió al estanquero que hiciera la
cuenta de tres cajas de distinta calidad y contara el dinero que había recogido.
Bueno dijo Pedro. Está bien. Llevamos tres cajas de distintas calidades para
no equivocarnos. El hombre del estanco reclamó más dinero. Ramón, que se
mantenía más sereno que sus compañeros, argumentó que Pedro le había dado
bastante, que hiciera bien la cuenta y contara el dinero que tenia. No quiso hacer
ninguna cuenta. Entonces, Juan tomó una caja y se fue, Pedro hizo lo mismo y
Ramón para no ser menos, les imitó. El estanquero, perplejo, se quedó dudando,
quizá le convenía…
En la calle el joven se sintió cada vez más mareado y con ganas de vomitar.
Pedro y Juan estaban peor, sin embargo, insistían en querer irse a París a continuar
la fiesta. Ramón pensó que se habían vuelto locos y no quiso saber nada más de
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ellos. Se fue a su habitación a dormir la mona, no sin antes pasar por el servicio y
vaciar el estomago. Al día siguiente reparó que había dormido con una caja de
puros en la mano, que nunca sería capaz de fumar.
Ramón encontró a su compañero del éxodo, Abelardo, varios días después.
Fueron al bar a tomar unas copas. ¿A qué otro lugar podía ir con el tiempo tan
horrible que hacía? Le contó al joven que seguía trabajando en la misma granja de
siempre. El trabajo era duro, tenía que levantarse temprano, pero estaba bien, los
patrones le trataban con mucha consideración. Ramón también le contó lo que era
de su vida en la trilladora. No pudo evitar de referirle su relación con Rosalía y lo
apenado que se encontraba por haberla perdido.
Va le dijo -. ¿Te vas a hacer mala sangre por una mujer? No vale la
pena. Si pierdes una puedes encontrar otras mejores. Mira, yo me acuesto con mi
patrona, pero si se pone pesada la largo y me busco otra.
Ante la cara de asombro del joven, continuó: “Todo empezó en la fiesta que
se hizo para el cumpleaños del patrón. Vinieron parientes para la comida y por la
tarde se bailó con un gramófono. Cuando pusieron un tango, saqué a bailar a Érica,
la joven polaca que sirve en la casa. Como la muchacha no baila muy bien, me
puse a enseñarle algunos pasos sencillos. Entonces, la patrona se empeñó en que
también a ella tenía que enseñarle. El patrón dormitaba apoyando los codos sobre
la mesa, sin preocuparse lo más mínimo de los invitados ni de la fiesta. Aquella
noche estaba tranquilo en la cama cuando se presentó la patrona en camisón. Me
asusté y quise averiguar qué pasaría si, de pronto, apareciera el marido con la
escopeta de caza.
No creo que suceda semejante cosa - respondió. Duerme toda la noche
muy ocupado con Érica y no se levanta más que para ir a trabajar por la mañana.
- ¿Y durante el día qué pasa?
Pues no pasa nada -, fue la respuesta -. El patrón es el patrón, la
patrona es la patrona y Érica y yo los criados.
- ¿No piensas ir a trabajar al campo de aviación, que pagan tan buenos
salarios?
¡Qué va! En todas partes hay que trabajar y en ningún lado tendré las
ventajas que tengo en esa granja. Al principio, me chocaba un poco la situación,
pero ahora ya me acostumbré. El patrón nunca habla conmigo temas que no se
relacionen con el trabajo. A Érica le hice insinuaciones, para variar un poco, pero
me rechazó indignada. Con la vieja me llevo bien, pero si me joroba demasiado,
me mando mudar….
Bueno, pensó, el joven escandalizado, la vida cada uno se la toma a su
manera. ¿Será así el amor libre, que preconizan los anarquistas?
En el pueblo no se hablaba de otra cosa: una empresa alemana de la
construcción había conseguido un contrato de las autoridades para excavar zanjas
destinadas a la colocación de cables eléctricos y cañerías de todo tipo. La finalidad
de los trabajos era darle la máxima operatividad a los aeródromos existentes en la
región. Había que abrir zanjas por los campos de ochenta centímetros de
profundidad por cuarenta de ancho. Lo interesante de la tarea consistía en que
ofrecían pagar veinte francos o un marco por cada metro lineal de zanja abierta. En
tierra muy arcillosa y húmeda, con una pala de punta, se podía hacer más de un
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metro por hora y en ocho horas ganar más en un día que lo que ganaba un
trabajador por semana en la trilladora. Hay que tener en cuenta que en las granjas
les daban la comida, pero en los pueblos agrícolas casi todo el mundo cultivaba su
huerta y criaba animales domésticos. La diferencia de paga era grande y muchos
decidían aprovechar la oportunidad. No había límite en cuanto a la cantidad de
metros que se podían hacer. Era una buena ocasión para ganar dinero. Los hombres
se exigían al máximo. Desde el amanecer ya estaban removiendo la tierra y no
dejaban la tarea hasta bien entrada la noche. Los más fuertes competían entre sí
para ver quién hacía más metros, sin fijarse en las horas trabajadas, ni en cómo
quedaba su cuerpo, después de semejante esfuerzo. Algunos hacían diez metros,
otros llegaban a quince y muy pocos alcanzaban los veinte.
La mano de obra que sustraía al agro estaba constituida por trabajadores
extranjeros: italianos, portugueses, españoles, griegos, árabes y también por
franceses no afectados por la movilización. Francia siempre albergó en su seno
numerosos trabajadores extranjeros, llegados como refugiados políticos o
emigrantes que buscaban una mejor vida que la que tenían en su tierra. Por eso
resulta incomprensible la actitud de los gobiernos de la época con los refugiados
españoles.
UNA POLÍTICA SUICIDA.
La política suicida de los dirigentes británicos y franceses de la década de
los años treinta, cuya más nefasta expresión fueron los primeros ministros
Baldwin, Mac Donald y Neville Chamberlain, conservadores ingleses y Dadalier y
Laval radicales franceses, minaron y debilitaron la fuerza de los países
democráticos y facilitaron los resonantes triunfos de los ejércitos alemán e italiano
en todos los frentes. Y no fue porque ignoraran que Alemania e Italia (como Japón
en el extremo Oriente) se preparaban activamente para la guerra. Hitler y
Mussolini no perdían oportunidad de alardear de sus pertrechos militares en
multitudinarios desfiles, a donde invitaban a los representantes civiles y militares
de las potencias occidentales. Tampoco perdían ocasión de intervenir militarmente
con total desprecio de los compromisos adquiridos en la Sociedad de Naciones, en
cuanto conflicto se presentara o que ellos mismos crearan artificialmente.
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Foto: www.almendron.com
REUNIÓN DE LA SOCIEDAD DE NACIONES.
Sin embargo, los ejércitos de Alemania no disponían más que de las armas
convencionales de la época: aviones, tanques, armas de fuego, camiones, motos y
bicicletas muy semejantes en calidad a los que disponían los países occidentales y
la Unión Soviética. Estados Unidos simpatizaba, obviamente, con los países
democráticos y podía prestar a estos (como luego sucedió) toda la ayuda que
precisaran en una emergencia. Inglaterra y Francia no aceptaron formar una
coalición con los Estados Unidos y la Unión Soviética para detener a las
dictaduras.
La guerra de España había servido, además, para que Italia y Alemania
probaran sus armas más modernas y entrenaran a unos pilotos y conductores de
tanques en una guerra de verdad, ante la mirada indiferente de los aliados
democráticos.
Aplastada con rapidez la resistencia francesa, la Gran Bretaña se encontró,
de pronto, sola y tuvo que soportar en carne propia los horrores que observara
impasible en otras latitudes. Fue la consecuencia lógica de los errores políticos,
imprevisiones militares y la cobardía de sus dirigentes. El objetivo prioritario de
los alemanes entre agosto y octubre del año 1940 era invadir Inglaterra. Para ello,
tuvieron que reacondicionar y mejorar al máximo los aeródromos franceses para
poder golpear con todo su poderío aéreo la Gran Bretaña. Con sus poderosos
bombarderos querían destruir los núcleos de concentración y abastecimiento
militares, aniquilar la fuerza aérea inglesa y aterrorizar a la población civil, tal
como habían hecho primero en España y luego en Francia.
De los campos de aviación franceses, empezaron a partir escuadrillas y
escuadrillas de bombardeo y cazas con destino al Reino Unido, con el objetivo de
dejar caer su carga mortífera en los lugares previstos, Inglaterra y Londres
soportaron los momentos más trágicos de su historia.
El pueblo inglés soportó heroicamente los bombardeos masivos y
sistemáticos sin precedentes de sus pueblos r instalaciones, que le hubieran
obligado a capitular si no hubiese tenido la cuenta de contar, en los momentos más
difíciles, con un dirigente tenaz como Churchill, que asumió la dirección política y
militar; la calidad y movilidad de sus aviones y la aparición de una novedad
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técnica: el radar, aparato eficaz con el que pudo detectar la proximidad de la
aviación alemana y tomar las medidas más oportunas, para contrarrestar los
ataques, que ya no pudieron ser sorpresivos.
Foto: www.zonasurnet.es
RADAR.
El radar fue desarrollado por el trabajo de muchos científicos.
Descubrimientos hechos por Heinrich Hertz, Karl F. Braun, and Christian
Hülsmeyer de Alemania, Guglielmo Marconi de Italia, y Lee De Forest de los
Estados Unidos pusieron algunas de las fundaciones. Robert Watson-Watt de
Escocia patento el sistema de radar en 1935. Los científicos británicos y
americanos, trabajando conjuntamente, perfeccionaron el radar durante la Segunda
Guerra Mundial.
También los alemanes cometieron errores y muchos. En lugar de concentrar
sus ataques sobre los aeródromos y aviones ingleses, que si bien eran de buena
calidad, estaban en inferioridad numérica, se dedicaron a bombardear objetivos
militares y civiles no prioritarios en esas circunstancias. Buscaban, sobre todo,
aterrorizar a la población. Los relativamente pocos cazas disponibles ingleses
atacaban a los bombarderos alemanes y evitaban las confrontaciones con los cazas
que los escoltaban , huían ante su presencia y trataban de que se internaran lo
máximo posible en suelo inglés. De esta forma preservaban sus unidades, se
reabastecían fácilmente de combustible y tenían la posibilidad de volver a la
acción. Los cazas alemanes, en cambio, lejos de sus bases, tenían que volver a
Francia para reabastecerse y con frecuencia se encontraban con la desagradable
realidad que se les había agotado el combustible y debían aterrizar en Inglaterra o
caer al mar.
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Foto: www.forosegundaguerra.com
BOMBARDEROS ALEMANES EN LA BATALLA DE INGLATERRA.
Foto: www.librosmaravillosos.com
CAZAS INGLESES EN LA BATALLA DE INGLATERRA.
Todos los días aumentaban las pérdidas de bombarderos alemanes. Goering
no había conseguido el dominio absoluto del aire en Inglaterra, como se lo había
prometido al Führer, para llevar a cabo la operación León Marino, o sea el
desembarco y la ocupación de Inglaterra. Hitler desistió de su proyecto de asaltar
el archipiélago y se preparó para golpear en otro lado. Los españoles seguían muy
de cerca los acontecimientos. Durante el día, las emisoras de radio parisinas
exaltaban las virtudes y los éxitos de Alemania y de Italia. Prometían al pueblo que
disfrutaría de la prosperidad y felicidad nazi-fascista durante mil años. Por las
100
noches, con las luces apagadas y las orejas pegadas a los aparatos de radio, los
españoles escuchaban la BBC de Londres y se enteraban, versión inglesa, de los
últimos acontecimientos. Si los alemanes informaban que habían abatido cincuenta
aviones ingleses, desde la Gran Bretaña anunciaban lo contrario, que los cincuenta
aviones derribados eran alemanes. Nada de particular, en todas las guerras pasa lo
mismo y cada uno se queda con la noticia que más le gusta.
En Vichy, el mariscal Henri Philippe Pétain, héroe de la Gran Guerra 1914 –
1918, había formado un gobierno colaboracionista, presidido por Pierre Laval.
En Londres, el general De Gaulle pedía la unión y colaboración de todos los
franceses para continuar la guerra. Pétain gozaba de gran prestigio, pero la inmensa
mayoría de los franceses no aceptaba la colaboración con los nazis; odiaba por
tradición a los “boches”. La propaganda nazi-fascista era muy grande. Un
comentarista de radio París, Jean Herold de Paquis exaltaba las glorias alemanas y
terminaba sus encendidos discursos contra la Gran Bretaña, a la que acusaba de
todos los males del mundo y terminaba con las siguientes palabras: “porque
Inglaterra, como Cartago tiene que ser destruida”. Una soprano cantaba arias muy
del gusto de los ocupantes, que al pueblo llano le parecían cantos fúnebres.
Foto: www.nrc.nl
ENCUENTRO, PETAIN – HITLER. 24 DE OCTUBRE DE 1940.
101
Foto: www.museumofworldwarii.com
DECLARACIÓN DEL ARMISTICIO EL 27 DE JUNIO DE 1940.
La libertad del mundo entero se encontraba amenazada por el vigoroso
estado nazi y un dictador omnipotente que había aglutinado por la fuerza, la
persecución y el terror, la gran capacidad tecnológica y laboriosa del pueblo
alemán. El fascismo italiano, más teatral que efectivo, ayudaba con la presencia de
sus vistosos uniformes y desfiles. Los militares rebeldes españoles, sin ideología
definida pero con armas extrajeras y carne de cañón africana, destrozaron la
España que renacía, sometieron a su pueblo y obligaron a cientos de miles de sus
hijos a exiliarse.
E X I L I O
102
(1939 – 1951)
FIN DE LA PRIMERA PARTE = LIBERTAD
(1939 – 1940)
INDICE.
 Prologo de Cristina Escrivá y Francesc J. López. . . . . . . . . . . . . Pág. 002
 La retirada. Portbou 10 de febrero de 1939. . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 007
 Francia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 011
 El campo de Argelés sur Mer. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 015
 La evasión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 028
 El campo de Septfonds. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 044
 El examen de los agricultores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 054
 ¡París! ¡Oh! ¡París!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 071
 La seducción de Rosalía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 092
 Una política suicida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 104
 Índice. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 110
NOTA: las fotos, que aparecen en esta biografía, son: unas propiedad del autor y
otras obtenidas de diversas paginas W.W.W. de Internet. Lo cual comunicamos
para conocimiento de todos los interesados.
103
EMILIO MONZÓ TORRIJO
E X I L I O
(1939 – 1951)
SEGUNDA PARTE = IGUALDAD
(1940 – 1945)
FRANCIA 1945 - 1951.
104
Foto: www.google-earth.es
LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS.
Por el armisticio de Compiegne, firmado el 22 de junio de 1940, tres cuartas
partes del territorio metropolitano francés fueron ocupados por el Ejército alemán.
Hitler quiso humillar a los franceses y exigió que la firma tuviera lugar y en el
mismo vagón en el que Alemania firmo el armisticio de la guerra 1914 – 1918.
Tuvieron que traerlo del museo en el que se encontraba. El Führer reconoció al
Gobierno del mariscal Pétain y del vice primer ministro Laval, con dominio al sur
de la línea de demarcación y en las colonias francesas de ultramar. También se
comprometió a no utilizar la Marina de Francia en la guerra contra Inglaterra.
105
Foto: wapedia.mobi/es
VAGÓN DEL ARMISTICIO.
El armisticio del 22 de junio de 1940, es el nombre de un acuerdo de cese de
hostilidades entre las autoridades del Tercer Reich alemán y los representante de
la República Francesa, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, que fue
firmado en Rethondes en dicha fecha, en el llamado vagón del armisticio (el
mismo en el que se había firmado el armisticio del 11 de noviembre de 1918 que
puso fin a la Primera Guerra Mundial).
Foto: rtvmodeler.com
LA DELEGACIÓN FRANCESA DEL ARMISTICIO LLEGA A RETHONDES.
106
Foto: rtvmodeler.com
EL FÜHRER, FLANQUEADO POR GÖRING, RAEDER, HESS Y HIMMLER
LLEGA A RETHONDES.
Foto: rtvmodeler.com
FIRMA DEL ACUERDO DE ARMISTICIO DE RETHONDES.
Por parte de Alemania firmó el acuerdo:
Entre el Jefe de Alto Mando de las Fuerzas Armadas Coronel General Wilhelm
Keitel, comisionado por el Führer del Reich Alemán y Supremo Comandante en
Jefe de las Fuerzas Armadas Alemanas.
Por parte de Francia firmó el acuerdo:
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Los suficientemente autorizados plenipotenciarios del Gobierno Francés, General
Charles Huntziger, presidente de la delegación; Embajador Léon Noël, Vice
Almirante Maurice R. Le Luc, General del Ejército Georges Parisot y General de
la Fuerza Aérea Jean-Marie Joseph Bergeret.
El 10 de junio de 1940, después de las resonantes victorias alemanas, Italia
declaró la guerra a los aliados. El 24 del mismo mes, Francia tuvo que firmar el
armisticio con los italianos, aceptando sus condiciones; no tenía otra alternativa.
El pueblo francés no alcanzaba a comprender tanta desgracia. Todavía podía
verse en los muros de las ciudades y pueblos carteles mapamundis, en los que los
países simpatizantes de los aliados destacábanse en colores vivos y eran mayoría.
Tenían leyendas tales como “venceremos porque somos los más fuertes” o “los
alemanes carecen de alimentos y están desnutridos”. Era una propaganda absurda
que chocaba con la realidad visible. Un velo de tristeza y amargura cubría el país.
Los militares germanos, siguiendo la directrices de su gobierno, trataban de
mostrarse educados y amables: “no eran vencedores, sino libertadores”….
El pueblo, sin embargo, no lo veía de esa manera, y les trataban con mucha
desconfianza. Nada bueno podía esperarse de los odiados “boches”.
Como a la muerte de un ser querido, los primeros días de la ocupación
fueron de dolor y aturdimiento. Todo sucedió con tal rapidez que no quedó tiempo
para la reflexión; pero, poco a poco, el pueblo fue tomando conciencia del desastre.
La propaganda nazi no podía disimular que había dos millones de soldados
prisioneros; decenas de miles desaparecidos o muertos; población obligada a
trabajar para ellos en Francia o Alemania, y la minoría colaboracionista controlaba
todas las actividades. Las mujeres tuvieron que reemplazar a los hombres en los
puestos de trabajo. Tal era el panorama de la Francia ocupada y también el de la
llamada “Francia libre” gobernada por Pétain y Laval.
Desde la radio de Londres, el general De Gaulle hablaba a los franceses: “un
français parle aux français”; “hemos perdido una batalla pero no la guerra”.
Muchos militares de las colonias y de metrópoli oyeron el llamado y se pusieron a
su disposición; otros reconocieron como Gobierno de Francia el que estaba
instalado en Vichy.
El 3 de julio, la flota británica atacó a la francesa en el puerto argelino de
Mozalquivir, hundiendo varios barcos y ocasionando centenares de víctimas. Este
hecho horroroso se repitió en Dakar y lo aprovechó la propaganda nazi para
indisponer a los franceses con sus anteriores aliados.
La victoria alemana se había producido con tal rapidez, que Hitler pudo
dedicar parte del mes de junio para hacer turismo. Recorrió los lugares más
famosos de Paris: la torre Eiffel, los Inválidos, la tumba de Napoleón, la catedral
de Notre-Dame, el Arco del Triunfo, la Opera y otros, acompañado de sus
arquitectos Speer y Giesler. Quería que Berlín sobrepasara a la capital francesa en
belleza y monumentos. A continuación, visitó los parajes donde se libraron las
grandes batallas de la Primera Guerra Mundial, donde participó como combatiente.
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Foto: www.militaryimages.net
HITLER ANTE LA TORRE EIFFEL.
Foto: historia.mforos.com
HITLER ANTE LA TUMBA DE NAPOLEON.
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Foto: www.atp.com.ar
HITLER EN EL ARCO DEL TRIUNFO.
Por las calles de los pueblos se veían pocos transeúntes y vehículos
franceses. El Ejército alemán había requisado los camiones, autos, motos y
bicicletas para su uso o el de sus colaboradores. Con frecuencia se veían pasar
pelotones de soldados, golpeando con sus pesadas botas el pavimento, mientras
entonaban marchas militares o canciones de ritmo marcial. También desfilaban por
las calles, con menor frecuencia, unidades de mujeres soldados. Llevaban buenos
uniformes, quizás hechos sobre medida, pero, en general, eran poco agraciadas, al
menos para el gusto latino, y bastante corpulentas.
Las divisiones blindadas alemanas, apoyadas por aviones en picado de los
Stukas, habían destrozado las líneas de defensa del frente occidental, con lo que
amenazaban aniquilar los Ejércitos aliados. Las Divisiones inglesas se replegaban
asediadas por los tanques alemanes hacia el canal de la Mancha; su situación se
tornaba cada vez más difícil. Goering, jefe de la aviación, quiso capitalizar en su
beneficio la posible victoria sobre el Cuerpo Expedicionario inglés cercado junto al
mar. Pensaba bombardearlo hasta obligarlo a capitular. Para conseguir su
propósito, le pidió a Hitler que ordenara detener el avance de los blindados.
Interrumpir la acción de los tanques en esa situación constituyó un craso error. Dio
a los ingleses un respiro importantísimo; les permitió organizar la evacuación de su
Ejército y de algunas unidades francesas. El almirantazgo británico mandó
embarcaciones de poco calado a la costa francesa para recoger a sus soldados.
Unos 340.000 hombres y muchísimo armamento ligero pudieron ser rescatados y
alcanzaron a llegar a la costa inglesa. Los soldados derrotados en Francia, fueron
recibidos como héroes en la Gran Bretaña.
Hubo varios factores que contribuyeron eficazmente a la defensa de las islas
en la llamada “Batalla de Inglaterra”: el radar, la maniobrabilidad de los cazas
Spitfires, el manejo inteligente de las pocas armas disponibles, pero, sobre todo, las
previsiones de “Ultra”.
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Foto: 2gmblog.blogspot.com
CUERPO EXPEDICIONARIO INGLES RETIRANDOSE,
EN LAS PLAYAS DE DUNKERKE.
Parece ser que Inteligencia Británica, compró una maquina cifradora a un
matemático criptógrafo polaco por diez mil libras y un permiso de residencia en
Francia. El científico conocía el funcionamiento de la máquina por haber
participado en su diseño y fabricación; y también había memorizado las partes
principales. Con estos conocimientos y la colaboración de criptógrafos ingleses y
polacos en Londres, pudo fabricar una réplica e instruir a un grupo de especialistas.
Cuando Inglaterra declaro la guerra en 1939, la máquina denominada “Ultra” ya
estaba funcionando. Pudo advertir al Estado Mayor Británico de los planes de
Hitler. Con la información precisa suministrada por la máquina, las pocas
escuadrillas de caza ingleses se distribuían con economía en los lugares y a la
altura más convenientes.
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Foto: www.taringa.net
LA MÁQUINA DENOMINADA “ULTRA”
Foto: www.alpoma.net
LA MÁQUINA DENOMINADA “ENIGMA”
Cada oleada de aviones enemigos se encontraba con una resistencia
inesperada. El radar también cumplía una función clave al detectar con
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anticipación la presencia y dirección de los aviones atacantes. Los alemanes
estaban convencidos de que sus mensajes codificados eran indescifrables. La
eficacia de la resistencia la atribuían a las informaciones proporcionadas por algún
alto jefe alemán al Estado Mayor Británico.
Foto: www.taringa.net
CAZAS INGLESES SPITFIRES.
En el mes de septiembre, Alemania, Italia y el Japón firmaron un pacto
tripartito de alianza e invitaron a la URSS a suscribirlo; pero Stalin hizo oídos
sordos; sabía muy bien que el pacto germano-ruso no iba a tener larga vida.
Entretanto, la Francia ocupada estaba siendo convertida en una gran base militar y
sus habitantes incorporados a los planes hitlerianos de guerra y dominación.
En vista del alto costo que los bombardeos diurnos significaban para la
Aviación alemana fueron disminuyendo en intensidad, pero prosiguieron de noche.
Al principio evitaron bombardear Londres, pero un “error”, probablemente ideado
por Göering, hizo que cayeran bombas en la gran ciudad.
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BOMBARDEO SOBRE LONDRES.
Los ingleses, para no ser menos, respondieron enviando sus aviones a
Berlín, arriesgando sus aeronaves en una operación difícil y peligrosa. ¡La capital
alemana no se iba a salvar de las bombas inglesas!
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BOMBARDEOS SOBRE BERLIN.
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BOMBARDEOS SOBRE BERLIN.
En las ciudades, y en menor grado en los pueblos franceses, empezaron a
escasear los productos de primera necesidad. Las autoridades ordenaron el
racionamiento de los más necesarios: el pan, la carne, la leche, la grasa, el aceite, el
vino, etc. También los textiles, artículos de cuero, y el tabaco. Se establecieron
cartillas de racionamiento que se obtenían mediante la presentación de los
documentos de identidad en el municipio. Los precios eran fijos e invariables. Las
raciones consistían en: 350 gramos de pan y 150 gramos de carne por día, para los
trabajadores manuales. Los empleados, oficinistas, las mujeres, los menores y los
ancianos percibían raciones más exiguas. Las madres tenían la leche racionada.
Los recién casados podían adquirir lo más indispensable para su nuevo hogar. Las
raciones estipuladas de racionamiento no alcanzaban las necesidades de nadie
hasta el final de mes.
Con poco dinero se podían adquirir cartillas falsificadas, lo que era en
extremo peligroso. Se conseguían cartillas sin la firma y el sello del ayuntamiento,
algo más caras y, por último, estaban las “legales”, que eran las más caras. Las
familias adineradas podían comprar las legales, al parecer “sustraídas” del
municipio y no carecían de nada. En los pueblos se podían conseguir algunos
alimentos básicos: carne, huevos, mantequilla, etc.… si el comprador era de
confianza, conocido, y ofrecía algún otro producto a cambio. El tabaco y el aceite
mineral, utilizado en las maquinas de las granjas, eran artículos muy estimados
para el trueque.
Los zapatos de hombre y de mujer que se vendían en las tiendas, tenían en la
planta solamente una fina hoja de cuero. La suela y el tacón eran de madera pegada
al cuero. Poseían una pequeña flexión por unos ingeniosos cortes transversales de
la madera. De todas formas los zapatos así confeccionados eran incómodos, de
corta duración y ruidosos al caminar, como si fueran zuecos.
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Los judíos estaban obligados a llevar en el pecho una estrella amarilla de
identificación. Los homosexuales una rosada.
Foto: blogspot.com
ESTRELLA DE IDENTIFICACION
DE LOS JUDIOS.
Foto: dibujo del autor.
ESTRELLA DE IDENTIFICACION
DE LOS HOMOSEXUALES.
En París estaba la colonia judía más numerosa, especialmente en los barrios
comerciales. Los franceses les daban la prioridad en las colas para comprar; les
hacían pasar delante. Era su manera de protestar por la discriminación de que les
hacían objeto los nazis. Los opositores, de cualquier signo que fueran, eran
detenidos, sometidos a brutales interrogatorios, y encerrados en campos de
concentración. Los primeros campos aparecieron en Alemania en 1933, año en que
Hitler subió al poder: Oranienburgo al norte de Berlín y Dachau cerca de Múnich.
A medida que el nazi-fascismo fue ampliando su poder aumentó su criminalidad.
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Foto: americanpicturelinks.com
ENTRADA AL CAMPO DE DACHAU.
Ramón, al perder su relación con Rosalía, ya no encontraba atractivo el
trabajo en las trilladoras. Muchos de sus amigos ganaban mas en una quincena, que
lo que él percibía en un mes. Después de pensarlo con detenimiento, decidió ir a
trabajar de peón en una empresa que se dedicaba a hacer zanjas. El cambio le
planteaba la necesidad de encontrar alguien que le preparara la comida. Se enteró
que una señora española preparaba almuerzos para llevar al obrador.
Doña Margarita, que así se llamaba la mujer, aceptó prestarle el servicio a un
buen precio. Después se presentó en la empresa en que trabajaban sus amigos. El
capataz le explicó las condiciones: podía empezar cuando quisiera, pero debía
procurarse sus propias herramientas: un pico y una pala. Ya no le quedaba más que
advertir a monsieur Legrand que se retiraba de las trilladoras y comprar las
herramientas. En el fondo lamentaba cambiar de actividad, ya se había
acostumbrado al trabajo de la trilladora y todos los cambios producen inquietud.
Pero, por otra parte, no le atraía la idea de quedarse para siempre en aquel pueblo
agrícola, lejos de su familia, de sus amigos y de su país, de un clima frío y
lluvioso, dedicado a una actividad dura y poco interesante. La sobrina del patrón
tampoco tenía para él atractivo ninguno. Consideraba que la guerra era algo
transitorio; y que algún día tendría que terminar, y cada uno podría emprender
nuevos rumbos.
Como había previsto, el patrón puso mala cara cuando le anunció que se
retiraba de la empresa. Le preguntó si tenía algún motivo de queja o era porque no
ganaba lo suficiente. En el fondo éste constituía uno de los motivos, pero no era el
único. El muchacho no dio marcha atrás; estaba decidido a cambiar de ambiente.
Se despidió de monsieur Legrand de la mejor manera posible. El patrón le dijo que,
si cambiaba de idea, siempre podría volver a trabajar en la trilladora.
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RAMÓN CAMBIA DE TRABAJO.
Ramón, compró el pico y la pala que precisaba, y, con un cuchillo, marcó
sus iniciales en los mangos de madera.
De buena mañana salía de plaza del pueblo un camión que trasportaba los
trabajadores a obrador. El joven llevaba las herramientas nuevas y un bolso con la
comida que le preparó doña Margarita. Los hombres iban sentados en los bordes de
la plataforma del vehículo, con las piernas colgando en el vacío, o se arrellanaban
sobre las tablas de madera del piso. El camión no pertenecía a la empresa donde
trabajaban Ramón y sus amigos. El chofer les transportaba por voluntad propia,
eran del mismo pueblo, y les conocía.
Estaban en pleno invierno, hacía mucho frío: algunos grados bajo cero. El
aire del camión en movimiento les congelaba, aunque iban bien abrigados. El
chofer solía manejar muy rápido; si llegaba a hacer una falsa maniobra, Dios sabe
dónde podían ir a parar los trabajadores. No parecían inquietarse por tal
contingencia; al contrario, la comentaban divertidos; alababan la pericia del
conductor. Según ellos, era un “as” del volante, de reacciones súper rápidas, es
más si había ingerido unos tragos de bebida manejaba mucho mejor. Y esto lo
decían alegres; eran comentarios elogiosos que a Ramón y a sus amigos maldita la
gracia que les hacía; pero no tenían otro medio de transporte, salvo la bicicleta, y la
distancia hasta el obrador era demasiado grande, para ese medio de locomoción.
En la primera jornada de trabajo de Ramón, era de noche cuando llegaron al
obrador, ubicado en pleno campo. Dejaron sus bolsos en una casilla de madera con
techo de chapa. El capataz les trazó a cada uno la tarea: abrir unos metros de zanja
en la tierra helada por la escarcha. Los picos rebotaban en el hielo como si los
hombres estuvieran golpeando una plancha de acero. Cuando lograban profundizar
el surco, a veces se encontraban con capas de piedra o toba y tenían que usar unas
barretas de acero para poder continuar progresando. El trabajo era duro, pero,
además, cuando llovía, chapoteaban en el barro y no tenían ningún lugar para
ponerse al abrigo. La casilla estaba llena de materiales y herramientas, además de
no tener espacio para albergar a todos los trabajadores. Si sobrevenía un fuerte
aguacero, el capataz hacía guardar las herramientas y llevaba a los hombres a sus
casas con la camioneta de la empresa, aunque esperaba el último momento cuando
ya estaban bien mojados.
La paga al menos era buena, Ramón hacía planes para invertir su dinero.
Doña Margarita ofreció al joven una habitación que tenía desocupada y la pensión
completa por un monto fijo mensual. La idea le pareció excelente; después de
pagar su pensión le quedaría dinero suficiente para sus otros gastos. El marido de
doña Margarita se llamaba Agustín; también trabajaba de peón, aunque toda su
vida había sido labrador. Tenían cuatro hijos, pero en la casa solamente vivían los
más jóvenes: una muchacha adolescente y un chico en edad escolar. Al sur de la
línea de demarcación alemana habían quedado dos hijas: la mayor casada, con dos
nenas y la segunda soltera, modista, que trabajaba en un taller de alta costura.
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Ramón se mudó a la casa de doña Margarita y se sintió muy a gusto en el seno de
aquella familia.
El camión que trasportaba a los trabajadores tenía, como hemos dicho muy
pocas comodidades. Algunos hombres de la empresa propietaria del camión se
quejaban por lo bajo y lanzaban indirectas de protesta por la gente que se había
“apropiado” del vehículo. El otro pequeño grupo que lo utilizaba hacía oídos
sordos. El problema no era que el camión no pudiera llevar tanta gente, sino que no
estaba acondicionado para transportar personas, ni muchas ni pocas.
Una mañana, cuando Ramón fue a buscar sus herramientas en la casilla
donde las había dejado no las encontró; alguien se las había llevado. Preguntó a los
trabajadores por ellas; nadie las había visto. Se quejó al capataz que se encogió de
hombros; no podía saber a quién pertenecía cada una de las herramientas ni
tampoco podía vigilarlas; cada uno debía cuidar las suyas.
Cerca, se afanaban trabajadores de otra empresa; buscó entre ellos y no tardó
en encontrarlas. Las estaba utilizando un anciano. Le preguntó quien se las había
dado, como las obtuvo. El viejo le volvió la espalda, como si no le escuchara.
Cuando Ramón le increpó le respondió con insultos; las herramientas, según dijo,
le pertenecían, eran suyas. No se las iba a dar, aunque tuvieran sus iniciales
marcadas en los mangos. Como tenía la pala en la mano, el joven la cogió y tiró de
ella con fuerza, pero el hombre no la soltó y forcejearon. Los amigos de Ramón se
acercaron para calmarles y se hiciera justicia, pero los franceses no lo entendieron
así y se pusieron del lado de su paisano. Otros trabajadores, sin que nadie les
llamara se sumaron a la disputa pensando que la discusión tenía por origen el
transporte.
Unos y otros se empujaban, se desafiaban y se insultaban en varios idiomas.
Aquella disputa se había convertido en la torre de Babel. De los empujones
pasaron a los golpes; unos con los puños y los otros con la cabeza. Los capataces
pedían a gritos que dejaran de pelear, pero los ánimos estaban demasiado
caldeados. Luego amenazaron con llamar a los alemanes que les pondrían a todos
de acuerdo. Algunos tenían contusiones y otros sangraban. Al viejo le habían dado
un empujón y estaba como desmayado. Ramón se apoderó del pico y la pala y, sin
que opusiera se retiró del enfrentamiento. Pero no se marchó; se quedó
observándolo de lejos. Algunos heridos ya estaban siendo atendidos por sus
compañeros. Los capataces que echarían a los más belicosos que continuaban
peleando. El joven, que de actor se había convertido en observador, reflexionaba,
mientras tanto, que la riña no tenía justificación y hubiera podido evitarse
aplicando un mínimo de sentido común y buena voluntad. No eran las dos
herramientas el motivo de la reyerta, era la bronca acumulada por otros muy
diferentes motivos y la xenofobia latente en el pecho de no pocos trabajadores.
Para que hubiera paz en el viaje de vuelta al pueblo, los capataces acordaron
que el camión hiciera dos viajes y, además, que los obreros que no pertenecieran a
la empresa propietaria del vehículo se buscaran otro medio de transporte, porque el
camión no les llevaría ni traería nunca más.
Ramón se quedó dos días sin acudir al trabajo por la idea de que su presencia
pudiera exacerbar los ánimos. El tercer día se armó de coraje y se dirigió al
obrador en bicicleta. El capataz no sacó a relucir el tema de la pelea, pero le
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preguntó porque había faltado dos días al trabajo. El joven aseguró que había
estado enfermo. Pudo observar que el ambiente era bueno y cordial. ¿Qué es lo que
había pasado? Después de la refriega, los trabajadores se habían reunido en un bar
y las discusiones terminaron con la consumición de unos cuantos litros de vino. Él
no podía concebir que el vino hubiera podido ponerles de acuerdo. Algo o alguien
habían calmado los ánimos. Podía ser el temor a la represión alemana o las
conversaciones que hubo entre los dirigentes de los distintos grupos laborales.
Éstos estaban constituidos por italianos, franceses, españoles, argelinos, polacos,
portugueses y procedentes de los países balcánicos. Algunos eran inmigrantes y
otros exiliados políticos. A pesar de la represión nazi, los trabajadores habían
reorganizado sus asociaciones sindicales y políticas y estaban creando los primeros
grupos clandestinos de la Resistencia.
Los alemanes utilizaron esta mano de obra multinacional para la
rehabilitación de los aeródromos franceses desde los cuales atacaban Inglaterra. La
Organización Todt empleaba a la Bretaña francesa y en la costa atlántica a miles de
trabajadores. Construyeron fortificaciones y bases submarinas en Brest, Saint
Nazaire, Burdeos, Lorient y otros lugares. En suma, la monstruosa máquina de
guerra creada por los nazis movilizó a toda la población disponible, y la puso al
servicio de sus propósitos de dominación.
Foto: es.wikipedia.org
FRITZ TODT.
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Foto: www.u-historia.com
CONSTRUCCIÓN DE LA MURALLA DEL ATLANTICO.
Foto: glewis.us
PUERTO DE BREST.
Los nazis subestimaron la masa de trabajadores españoles, que eran
enemigos potenciales. Los exiliados de la guerra, desde el primer momento, se
dedicaron a espiar y transmitir datos sobre los emplazamientos bélicos, que se
construían a lo largo de costa atlántica. Información y planos de estos lugares, por
intrincados caminos llegaron a Londres y fueron de gran utilidad, años más tarde,
para que los aliados pudieran desembarcar en Francia sus tropas. Los que fueron
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descubiertos sufrieron tremendas torturas y, al final, ejecutados. Lamentablemente
sus nombres y sus actos de heroísmo no han trascendido, ni se les ha rendido el
debido homenaje. Simplemente se les considera desaparecidos…. Eran hombres y
mujeres trabajadores.
En su nueva actividad laboral, peón de pico y pala, Ramón se relacionó con
numerosos compatriotas. Como en los campos de concentración del sur de Francia,
había españoles de muy diverso nivel intelectual y social: obreros industriales,
trabajadores agrícolas, empleados, estudiantes, maestros, profesores,
ex-funcionarios, comerciantes, etc. En aquel momento de sus vidas, estos
compatriotas se habían igualado y convertido en insignificantes jornaleros de las
empresas al servicio de la máquina de guerra alemana. Andaban metidos en las
zanjas llenas de barro o nieve, removiendo la tierra con el pico y la pala,
mezclando cemento y soportando las inclemencias del tiempo, sin, ni siquiera, ropa
adecuada. Con todo, se podían considerar afortunados: millones de seres humanos
combatían y morían en los frentes, o eran internados en los campos de
concentración y exterminio nazis.
Foto: www.vinarosphotobloggers.org
PRISIONEROS ESPAÑOLES EN MAUTHAUSEN.
Los trabajadores llevaban en el bolso la comida del mediodía; almorzaban en
algún rincón de la zanja, al socaire del viento frío; volvían a su casa en algún
camión que les dejaba cerca de su pueblo o hacían el camino en bicicleta.
Trabajaban nueve o diez horas diarias; salían del hogar de noche i volvían de
noche, transitando, las más de las veces, caminos desiertos.
Muchos compatriotas, temerosos de ser identificados y extraditados a
España, se cambiaban el nombre. En la vida diaria se usaban mucho los apodos:
“el maño”, “el vasco”, “che”, “madriles”, “el gallego”, “canario”, “narigón”,
“el negro”, “Goliat” (alguien pequeño y raquítico”, “el mudo” (muy hablador),
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“el conde” (por la cartera de cuero en que llevaba la comida), “el ministro” (por
la ropa), “el marqués” (que llevaba remendada con pedazos de colores). Sin
embargo, nadie debía molestarse por los apodos, el que se enfadaba lo tenía peor.
Lo más sensato era no hacer caso.
EL FÚTBOL.
Como siempre ocurre entre los exiliados se formaban grupos de amigos, que
se juntaban por su nivel de cultura, el carácter, la edad, el origen común o la
simpatía. Los amigos de Ramón eran tres catalanes: Humberto, el de mayor edad y
estatura, frisaba los treinta y tantos años. Estaba casado y tenía un chico. Ignacio y
Ángel eran solteros, de Barcelona. Poseían el sello inconfundible de haber sido
educados en buenos colegios. Eran jugadores de fútbol en equipos de su ciudad.
Para mejorar las relaciones con los otros trabajadores, a los dos se les
ocurrió organizar un partido de fútbol. Podría celebrarse el sábado de tarde o un
domingo en algún campo cercano. Los españoles presentarían un equipo y los
demás trabajadores, en los habían jóvenes de varias nacionalidades, presentarían
otro, en representación de los franceses. Los capataces, interesados en fomentar las
buenas relaciones entre todos se adhirieron con entusiasmo a la idea. Consultados
los alemanes no opusieron obstáculos, y a partir de entonces, empezó la selección
de los jóvenes que integrarían los respectivos equipos. Las dificultades que se
presentaron se fueron resolviendo con la buena voluntad de todos. Finalmente se
fijó la fecha en que tendría lugar el encuentro.
Esta novedad, originó comentarios en los pueblos cercanos y en las
empresas de la zona. El día del partido, en el campo de fútbol se concentró una
cantidad considerable de público. Entre los espectadores, se encontraban bastantes
alemanes uniformados deseosos de presenciar el encuentro. El día se presentó
soleado y fresco. A la hora prevista salieron al campo los dos equipos festejados
ruidosamente por sus respectivos hinchas. En el equipo español jugaban Ignacio y
Ángel en la delantera. Todos los jugadores eran jóvenes compatriotas. En el equipo
“francés” predominaban los extranjeros, de varias nacionalidades, y de mayor
edad.
Nada más empezar el partido, se pudo observar que los más jóvenes
dominaban claramente el juego, mientras que el equipo contrario sólo hacía lo que
podía, o sea defenderse. Pronto se materializaron los goles y el juego dejó de
interesar. Terminó el partido con el triunfo español. El público, de mayoría
francesa, se retiró contrariado, pero contento por haberse entretenido con un
espectáculo poco frecuente, en un tarde soleada.
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Foto: www.foroswebgratis.com
BALÓN DE UN PARTIDO DE FUTBOL.
Ya se hablaba de la revancha. El partido fue muy comentado entre los
trabajadores y la población. Determinó el comienzo de una incipiente actividad
deportiva, abandonada por la guerra.
El jefe de una compañía eléctrica, que colocaba cables en las zanjas abiertas,
presenció el partido y se le ocurrió la idea de formar un equipo con los trabajadores
de su empresa, incorporando como refuerzo, algunos trabajadores experimentados
procedentes de otras empresas o pueblos cercanos.
Encontró a Ignacio en el obrador y le felicitó por su buen desempeño en el
encuentro. Le preguntó para qué equipo de fútbol jugaba en España y si le
interesaría trabajar en su empresa e integrar el equipo que pensaba formar. Ignacio
le comentó que tres de sus compañeros eran buenos jugadores y con ellos ya
tendría formado el embrión del futuro equipo. La principal dificultad provenía que
ellos solamente tenían papeles para trabajar como peones en el movimiento de
tierra. “el ingeniero”, como le llamaban en el obrador, le comentó que él,
seguramente, podría solucionar este problema, y pidió los datos personales de sus
compañeros.
El invierno del año 40 al 41 fue muy frío y lluvioso. Nevaba, helaba con
mucha frecuencia y luego llovía, convirtiendo la tierra en un inmenso barrizal. Era
como si estuvieran en Siberia. Durante las horas de trabajo lo pasaban mal,
soportando el intenso frío, la nieve o la lluvia en pleno campo; pero la tarea sólo se
suspendía en muy contadas ocasiones. El que faltaba al trabajo tenía que ser
denunciado por los capataces y aunque éstos trataban de que pasara desapercibido,
al menos es lo que decían, nadie quería verse en dificultades por este motivo.
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Foto: fernandomalo.blogia.com
DESPUÉS DE UN TEMPORAL DE NIEVE.
Cuando Ramón volvía del trabajo, su patrona le servía comida casera
abundante y bien caliente. Después de cenar, el joven se sentaba junto a la familia
alrededor del hogar donde ardían gruesos troncos de leña, que conseguía en el
campo don Agustín. Cuando se había acostado, doña Margarita golpeaba la puerta
de su cuarto para traerle un bol de leche caliente, con un huevo incorporado, algo
de café y bastante azúcar, como a él le gustaba. Ramón protestaba; había cenado
bien, pero doña Margarita insistía hasta que se lo tomaba, para no contrariarla. Ella
le decía que debía alimentarse para no caer enfermo. Estaba demasiado delgado.
La buena mujer perdió un hijo en la guerra, como tantas otras madres españolas.
A los pocos días de la primera conversación, “el ingeniero” le dijo a Ignacio
que la cuestión de los papeles para ellos estaba resuelta. Pasarían a desempeñar en
su empresa la semana próxima.
Lo cuatro amigos empezaron a trabajar en la compañía eléctrica como
ayudantes. Los fines de semana jugaban al fútbol. Competían con equipos de los
pueblos y de otras empresas. Ignacio y Ángel se desempeñaban cada vez mejor; no
así Ramón y Humberto que cada vez los seleccionaban menos. Las tareas como
ayudantes de electricistas no tenían nada de particular; ayudaban a los oficiales,
hacían hoyos, plantaban postes, transportaban materiales y herramientas. Andaban,
como antes, siempre metidos en el barro y a la intemperie. Con el transporte no
tenían problemas, la camioneta cerrada de la empresa los iba a buscar al pueblo y
los llevaba de vuelta. El lugar habitual de trabajo eran los aeropuertos y las casas
de los funcionarios y militares alemanes. En las mañanas muy frías, el capataz les
permitía astillar postes nuevos de madera para hacer fuego y calentarse; él también
sentía el frío. Las bolsas de cemento con que debían asegurar los postes tomaban el
camino de las granjas vecinas a cambio de vino, sidra o alguna otra bebida
alcohólica. Todo el equipo estaba al tanto de estos trueques dolosos, pero nunca
pasó nada, afortunadamente.
Doña Margarita vivía preocupada por las dos hijas que tenía lejos. Los
alemanes sólo permitían la comunicación entre las dos zonas por medio de tarjetas
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postales escritas en francés. Le pidió a Ramón si quería escribir una tarjeta en su
nombre para su hija Susana. El joven no tuvo inconveniente, y ya provisto de la
tarjeta, le preguntó qué es lo que quería ponerle. La señora empezó a dictarle:
Querida hija: esta tarjeta la escribe Ramón, es un joven pensionista que vive con
nosotros. Es un buen chico….
- Doña Margarita, eso no lo pongo. No hace falta.
Bueno, pues ponle que estamos todos bien. Tu padre trabaja en una
empresa. Por el momento no tenemos problemas. Tus hermanos van a la escuela y
obtienen buenas notas.
¿Y tú, cómo estás? ¿Cuándo podrás venir a reunirte con nosotros? Te
extrañamos mucho…
Luego se detuvo a reflexionar que no era posible atravesar la línea de
demarcación, establecida por los alemanes, sin un permiso especial muy difícil de
obtener por un ciudadano común.
Foto: historia.mforos.com
LÍNEA DE DEMARCACIÓN DE LA FRANCIA DE VICHY.
El Ejército alemán vigilaba los límites de la zona ocupada con el auxilio de
perros, especialmente adiestrados. Ramón indicó que todavía quedaba un pequeño
espacio para escribir algo más. Entonces añadió: “¿Sabes? La coneja tuvo
conejitos blancos”.
Pero doña Margarita ¿Cómo le voy a poner eso? ¿La censura creerá
que se trata de una consigna o de una contraseña?
- Entonces ya está bien. Muchos besos de todos nosotros.
Cuando Ramón terminó de llenar la tarjeta, su patrona le comentó: “mi hija
Susana es muy guapa; cuando la conozcas te gustará”. Haríais una buena pareja.
- Puede ser si usted lo dice….
El 23 de noviembre del año 1940 hubo un encuentro, entre Hitler y Franco
en Hendaya. Esta conferencia iba a tener una importancia extraordinaria en el
porvenir de los españoles. Hitler y Mussolini querían forzarle a que declarara la
guerra a los aliados y atacara Gibraltar. Franco puso unas condiciones tan
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exorbitantes que terminó en fracaso. Más tarde, Hitler declararía que el “Caudillo”
le hizo sentirse como un judío y prefería que le sacasen tres muelas antes que tener
que soportar una reunión como aquella.
A pesar de las reiteradas declaraciones de neutralidad, Franco apoyó todo lo
que pudo a los países del Eje. Mandó la División Azul, al mando de Muñoz
Grandes, a combatir en el frente ruso; suministró información y apoyo a la Marina
alemana e italiana, y detuvo, todo lo que fue posible, a los pilotos aliados que
pasaron por España. La deuda económica y moral contraída con Italia y Alemania
tuvieron que pagarla, durante muchos años, los sufrimientos y privaciones de los
españoles.
En el mes de junio de 1941, el Ejército alemán atacó por sorpresa a la Unión
Soviética. Las divisiones blindadas alemanas, apoyadas por aviones Stukas
irrumpieron en Rusia y rápidamente aislaron gran cantidad de divisiones
soviéticas. El avance alemán en dirección a Moscú y otras ciudades importantes
parecía imparable. Cientos de miles de soldados y oficiales fueron hechos
prisioneros en pocos días. El territorio ocupado y botín obtenido eran
impresionantes. Los rusos parecían no tener otra opción que retroceder,
destruyendo todo lo que pudiera ser útil al enemigo: incendiaban los campos y los
pueblos que abandonaban.
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OPERACIÓN BARBARROJA.
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Foto: el-área-51.blogspot.com
INCENDIO DE LOS CAMPOS.
Pero en la retaguardia alemana aparecieron importantes formaciones
guerrilleras que hostigaban continuamente a los alemanes; la resistencia rusa se fue
afirmando y apareció el terrible invierno ruso que paralizó a los tanques y
transporte invasores. El impetuoso avance germano se detuvo, y, con los campos
cubiertos de nieve y temperaturas de bastantes grados bajo cero, los rusos
emprendieron una furiosa contraofensiva.
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GRUPO DE PARTISANOS SOVIETICOS.
A pesar de la euforia de los dictadores por sus éxitos en Europa, en Francia
empezaron a producirse sabotajes y ataques aislados a los alemanes que se
aventuraban a transitar solos por las calles y el “metro” de París. Estos ataques
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tenían lugar, generalmente, en horas de la madrugada. Los nazis amenazaron con
fusilar cien detenidos por cada alemán abatido. Hubo airadas protestas
provenientes de sectores muy diversos de la sociedad por tales excesos. En las
cárceles no había suficientes prisioneros para dar cumplimiento a tan horrendo
crimen y los alemanes tuvieron que flexibilizar las órdenes, pero cuando un alemán
aparecía muerto, un número indeterminado de personas pagaban con su vida.
Algunos españoles participaron de estos primeros ataques. De día, eran pacíficos
trabajadores de grandes empresas; de madrugada, antes de dirigirse al trabajo,
empuñaban la pistola y salían a la calle en busca de alemanes. Cuando estos
combatientes anónimos eran identificados, su fotografía era ampliamente por todos
los medios y fijada en carteles por las paredes de las calles.
Aunque se castigaba severamente el menor acto de rebeldía, ya se habían
formado grupos clandestinos que conspiraban contra los nazis y sus colaboradores.
Los refugiados españoles se mantenían informados a través de sus organizaciones
políticas y militares reconstruidas en el exilio. Sabían que, por el momento,
estaban siendo utilizados, pero también que a la primera oportunidad, iban a tener a
los nazis en contra. Debían estar organizados y, permanentemente, en estado de
alerta.
Entre los exiliados prevalecían dos posiciones políticas: estaban los que no
querían comprometerse y recomendaban una actitud pasiva, y los que preconizaban
prepararse para luchar. Cada cual se guiaba por las consignas que impartían sus
respectivas organizaciones. Los comunistas y sus simpatizantes, después del
ataque alemán a la Unión Soviética adoptaron una actitud más activa de lucha
frontal. Organizaron sus grupos de acción clandestina conocida por las siglas
F.T.P.F. (Franctirerurs et Partisans Français). Otros resistentes de primera hora, los
que respondían a las consignas que desde Inglaterra les dirigía el general De Gaulle
eran las F.F.I. (Fuerzas Francesas del Interior). Muchos patriotas empezaron a
actuar en estas organizaciones clandestinas. Al principio, (finales del 1940 y
mediados de 1941) su accionar era pasivo, de propaganda y organización, no
exenta por eso, de gran peligro. Se hacían reuniones clandestinas, se preparaban
hombres y mujeres para la lucha. Los franceses de las F.F.I. tenían contactos
directos con Inglaterra, de donde llegaba importante información en clave, las
consignas del momento y, de vez en cuando, algún agente especial. Los F.T.P.F.
recibían directivas del Partido Comunista, organizado en la clandestinidad. Ambas
organizaciones mantenían contactos entre ellas y con frecuencia se confundían sus
actividades comunes.
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GRUPO DE PARTISANOS ESPAÑOLES EN FRANCIA.( maquís)
LA RESISTENCIA.
La empresa en la que trabajaba Ramón y sus amigos consiguió el contrato
para construir una línea eléctrica e un aeródromo de la zona. El campo de aviación
estaba cercado con mallas de alambre. En los portones de acceso, soldados
alemanes armados controlaban las entradas y salidas de personas y vehículos. El
capataz proporcionó a cada uno de los trabajadores una tarjeta de identificación,
que debían mostrar a la guardia a la entrada y a la salida. Como era grande la
cantidad de personas que atravesaban los portones, con mostrarla al paso era,
generalmente suficiente.
El grupo de la Resistencia en el que actuaba Ramón proporcionó al joven
una cantidad de octavillas de propaganda anti-nazi, escritas en alemán, que tenía
que introducir en el campo y esparcirlas por diferentes lugares para que diera la
sensación de que habían sido lanzadas por aviones aliados.
Debido al deshielo y las lluvias, los trabajadores andaban todo el día con los
pies metidos en un barro líquido. Las botas de Ramón estaban agujereadas y no
podía conseguir otro par de nuevas. La humedad y el agua le mojaban los pies;
necesitaba con suma urgencia reemplazarlas. Observó que uno de sus compañeros
llevaba puestas unas flamantes botas nuevas. Trató de ver si, por su intermedio,
podía conseguir unas iguales. Pero el hombre se mostró reservado; las consiguió en
una tienda, eran las últimas que quedaban y no iban a recibir más.
Ramón mostró a su compañero los pies mojados; no disponía de otro
calzado para el barro; si seguía de aquella manera pronto contraería una pulmonía.
“Pero, ¿no tienes nada para ofrecer a cambio?” Preguntó su compañero. El joven
paquetes de tabaco y pagar, como era usual, el precio de las botas. Después del
regateo llegaron a un acuerdo: diez paquetes de tabaco (cigarrillos) y pagar cada
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uno el precio de cada producto. El trueque lo harían en el mismo campo, para
evitar desplazamientos molestos.
Antes de acudir al obrador, los trabajadores de la empresa se detenían en un
bar situado en un bar situado a unos trescientos metros del portón del campo, en un
desvío de la carretera. Allí tomaban algo caliente, una copita de licor, y charlaban
un rato hasta la hora de acudir al trabajo. En el mismo bar podían conseguir pan,
mantequilla y carne, a un precio algo mayor del establecido por las autoridades,
pero sin necesidad de bonos.
El día señalado para el compromiso de las botas, el grupo de los trabajadores
salió del bar y se dirigió caminando, como solía hacerlo cada día, hacia el portón
del campo. Ramón llevaba de la mano su bicicleta mientras conversaba con
Humberto. Al doblar la curva del camino y abordar la carretera, observó una
aglomeración de gente a la entrada del campo, clara señal que los alemanes estaban
haciendo un control más minucioso que de costumbre.
Dijo a sus amigos que había olvidado algo en el bar, y volvía a buscarlo
rápidamente, antes que se perdiera. Montó en su bicicleta y partió en dirección
contraria al flujo de trabajadores que se dirigía a su trabajo. La guardia del portón
observo de lejos su actitud sospechosa y un soldado salió a buscarlo en bicicleta.
El único pensamiento del joven era desprenderse del paquete de propaganda, que
llevaba en el bolso, y algunas hojas en el bolsillo trasero del pantalón, una vez
saliera de la visual del soldado; pero tropezaba con la gente que venía en dirección
contraria y le era difícil avanzar para alejarse. Algunos trabajadores se daban
cuenta de su angustia y le abrían paso; otros, distraídos o ingenuos, le avisaban que
el soldado alemán le estaba llamando. Ramón trataba de escapar como fuera; tenía
buenas piernas y su bicicleta era superior a la del alemán, pero cada vez encontraba
más dificultades para avanzar. A los costados de la carretera había arbustos donde
hubiera podido arrojar los panfletos, pero el soldado lo hubiera visto de lejos;
necesitaba llegar al camino del bar, tomar el desvío a la izquierda para salir de su
visión. Cuando consideró que no podría verle metió la mano en el bolso y arrojó el
paquete detrás de los arbustos. El alemán había acelerado y apareció detrás de él,
apuntándole con el fusil. Le ordenó que diera media vuelta y se dirigiera al campo.
Ramón estaba intranquilo; tenía hojas impresas en el bolsillo de detrás y no podía
deshacerse de ellas con el soldado vigilándole, pensó en la manera de hacerlas
desaparecer, o tragárselas, a la primera ocasión que se le presentara.
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Foto: www.forosegundaguerra.com
HOMBRES DETENIDOS.
Dentro del campo, había cuatro hombres detenidos de espaldas a la pared,
vigilados por soldados. Al joven le ordenaron ponerse al lado derecho de ellos.
Unos minutos después apareció un oficial; registró al primero de la izquierda y le
hizo algunas preguntas en francés. Debió de encontrarle algo sospechoso porque
ordenó que le llevaran detenido, hizo lo mismo con el segundo y el tercero. Al
cuarto, después de practicarle un minucioso registro, le dijo que podía marcharse.
Ramón esperaba su turno inquieto, pero sin perder la serenidad. Le había sido
imposible deshacerse de las hojas que llevaba en el bolsillo trasero. El oficial le
cacheó de arriba abajo, le hizo mostrar lo que llevaba en los bolsillos y, por último,
le hizo vaciar el bolso por el suelo. Revisó todo minuciosamente y luego le
preguntó por qué llevaba tantos paquetes de cigarrillos y trató de huir. Ramón
respondió que el tabaco lo llevaba siempre con él, porque en la pensión se lo
robaban. En cuanto a escapar, no tenía por qué escapar de nadie. Volvía rápido al
bar para recuperar su encendedor que había olvidado y no quería perder. El oficial
le miró con desconfianza, le sacó los paquetes de tabaco, y le ordenó que recogiera
sus cosas y se largara. Ramón suspiro aliviado. El oficial no pensó en el bolsillo
trasero del pantalón, porque ellos no lo tienen en su uniforme.
Sus amigos observaban escondidos la escena de lejos, temiendo lo peor.
Cuando vieron que le dejaban libre, suspiraron distendidos. Le preguntaron por lo
que le había pasado; Ramón les dijo lo mismo que al oficial y que le había
confiscado los cigarrillos. Ellos, seguramente pensaron en otros motivos….
El joven tuvo mucha suerte durante el interrogatorio y el cacheo: fue capaz
de conservar el aplomo y mantenerse tranquilo. Los paquetes de cigarrillos
desviaron la atención del alemán y le salvaron la vida.
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Sus actividades clandestinas continuaron, pero no volvió a llevar propaganda
al campo. Todas las semanas se reunían tres activistas que constituían el grupo en
lugares distintos para no llamar la atención. Mantenían contactos con los
responsables de la Resistencia española y con los grupos clandestinos franceses.
La preocupación de Ramón también se concentraba en mejorar su
calificación profesional, que continuaba siendo la de un simple peón. Varias veces
le preguntó a su capataz cuando le iba a subir de categoría. Martín, el capataz, le
respondió a gritos su forma de habitual de hablar “todos queréis ser oficiales y
hasta capataces y jefes y no sabéis subir a los postes y ni siquiera tenéis una caja
de herramientas para trabajar”. El joven no echó en saco roto estas palabras y, al
día siguiente, mostró a Martín que disponía de una caja de herramientas completa.
- Bueno. ¿Y qué con eso qué? Nunca subiste aun poste….
- ¡Ya va ver como subo a los postes, como cualquier hijo de vecino!
Estaba alardeando, cuando quiso hacerlo se dio cuenta que no era tan fácil
como suponía y sí bastante peligroso para su integridad física. Cuando intentó
subir a los postes de madera, durante la hora de la comida, resbaló a lo largo del
palo con los trepadores puestos y quedó en una posición ridícula y peligrosa, y se
golpeó fuertemente contra el suelo.
Los oficiales electricistas y sus compañeros se reían de cada uno de sus
tropezones en los postes de los cuales salía maltrecho y le aconsejaban que
desistiera de su empeño, pero el joven era obstinado y no paró hasta alcanzar la
parte más alta del palo y saludar desde allí arriba a sus compañeros, que tuvieron
que reconocer su audacia.
Cuando terminaron la línea aérea del aeródromo, el obrador de la empresa
fue trasladado a otro campo de aviación. Las oficinas y los talleres de la compañía
estaban en Orléans. El Capataz advirtió a los trabajadores que tendrían que
mudarse a la ciudad, porque la camioneta no iría más a buscarlos al pueblo.
Ramón se encontraba a gusto con sus compañeros de trabajo, el capataz
Martín aunque muy gritón, en el fondo no era una mala persona, así que,
pensándolo bien, no quiso cambiar de ambiente y decidió buscar alojamiento en la
ciudad. El objetivo no era nada fácil teniendo en cuenta la gran escasez de
viviendas originado por los brutales bombardeos aéreos alemanes de 1940.
Después de mucho buscar, consiguió una habitación amueblada que disponía
de una cocina minúscula y un servicio, en el casco antiguo de la ciudad. El alquiler
era altísimo, para las pocas comodidades de que disponía. Se trataba de una casa
vieja de departamentos, trasformada en “hotel meublé” para poder alquilar cada
habitación separadamente.
Los muebles estaban usados, el agua había que ir a buscarla al descanso de
la escalera, pero el dormitorio, con una cama de matrimonio, disponía de una
salamandra para carbón que parecía nueva. Era lo mejor que pudo encontrar.
Ramón puso al corriente de todo a doña Margarita, que comprendió los
motivos del joven para mudarse a la ciudad, y prometió ayudarle en todo lo que
estuviera en sus manos. Le hizo prometer que les visitaría los fines de semana. Don
Agustín, su marido, había vuelto a trabajar en las granjas. Ganaba menos que con
el pico y la pala, pero, en cambio, tenía mejor asegurado el sustento suyo y de su
familia.
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Por aquellos días habían recibido una tarjeta de su hija Susana en la que les
hacía saber, de forma velada, que estaba gestionando la posibilidad de reunirse con
ellos y tenía puestas muchas y buenas esperanzas en conseguirlo.
En el campo de aviación de Vricy, los alemanes habían encontrado grandes
y modernas instalaciones, que estaban ampliando y mejorando a un ritmo
acelerado, sin escatimar los gastos. Disponían de dos grandes pistas de aterrizaje
en cruz y gran cantidad de pistas auxiliares para desplazar los aviones hasta los
hangares simulados bajo tierra. Grupos de trabajadores con equipos y máscaras
protectoras, desparramaban por las pistas grandes cantidades de pintura verde de
camuflaje. Los hangares destinados a talleres disponían de grandes puertas que se
desplazaban sobre ruedas. Los aviones de bombardeo, Junkers y Heinkel, se
introducían en ellos con gran comodidad para revisarlos y repararlos. En el
extremo de uno de los hangares había un edificio de varios pisos, ocupados por
oficinas y vestuarios. Cerca de este inmueble, el general que comandaba el campo,
disponía de una lujosa vivienda prefabricada de madera. Una guardia permanente
de soldados vigilaba la casa por los cuatro costados. En las pistas se podían
observar bimotores Heinkel de bombardeo y trimotores Junkers; así como aviones
de caza Meiserschmit y Focker Vulf. La cantidad de aviones en el aeródromo
variaba continuamente: unos partían y otros llegaban.
Operarios especializados franceses trabajaban junto a los alemanes en el
mantenimiento y las reparaciones de los aviones, pero, algún tiempo después, llegó
una orden y fueron “invitados” cortésmente a desplazarse a Alemania para trabajar
allí. Quedaron solamente dos o tres que hablaban alemán, quizá para que sirvieran
de intérpretes.
En los talleres faltaba personal para las tareas más elementales. El grupo de
trabajadores de la empresa en la que trabajaba Ramón fue puesto a las órdenes de
un supervisor alemán, que los empezó a utilizar según sus necesidades y aptitudes.
Al joven le designaron para que ayudara a un operario alemán. Se dirigía al joven
como si éste hubiera nacido en tierra germana, y se enfadaba si no entendía nada
de lo que le decía. Además de esto, era un hombre de muy poca paciencia, se
preocupaba poco o nada por hacerse entender. No hacía otra cosa que gritar todo el
día, como si su ayudante fuera sordo. Ramón, sin ser un especialista, sabía bastante
sobre baterías. Hubiera podido desempeñarse mejor solo que al lado de aquel
energúmeno, que se pasaba todo el día, como he dicho, vociferando. ¡Vaya uno a
saber cuál era su problema! Hacía mover a su ayudante los pesados acumuladores
de un lado para otro sin el menor sentido común, puesto que después de haberlos
trasladado se los mandaba poner donde estaban antes de haberlos movido; vigilaba
sus movimientos como para poderle detectar alguna anormalidad y lo tenía todo el
día al trote y a puro grito. Menos mal que Ramón no entendía nada de lo que le
decía y además se tapaba los oídos para no escucharle. El anciano debió quejarse al
supervisor y, a los pocos días, lo sacaron de manipular baterías para asignarle otra
ocupación.
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Foto: fliegerkorp1.iespana.es
MANUAL DEL AVION HEINKEL 111.
Lo mandaron a limpiar los motores que sacaban de los aviones sucios de
aceite y grasa. Los colocaban sobre una bandeja de chapa. Con ayuda de una
brocha y petróleo, debía lavarlos y secarlos hasta que quedaran limpios como una
patena. Al terminar el trabajo venía el supervisor y se fijaba en los menores
detalles e indicaba lo que no había quedado a su gusto, para que lo dejara mejor y
controlaba el tiempo insumido en la tarea. En el taller, había una cámara para la
limpieza automática de los motores, que realizaba esta tarea a la perfección, pero
estaba descompuesta y los mecánicos no terminaban nunca de repararla. El trabajo,
hecho manualmente, era sucio e insalubre. El joven olía a grasa y petróleo todo el
día y le costaba sacarse el olor de encima; además cada día le traían más motores
para limpiar, y el supervisor le reprendía porque no llegaba a dar abasto. Un día se
fue donde estaba Ramón, le sacó la brocha de la mano y se puso él mismo a
limpiar el motor, para hacerle ver el tiempo que precisaba para hacer la faena.
Cuando terminó, le señaló la cantidad de motores que tenía que limpiar en ocho
horas. Si el joven hubiera podido explicarse en alemán le hubiera replicado,
aunque ya lo debía saber, que no era lo mismo limpiar un motor, como él había
hecho, que estar ocho horas lavando motores; que el grado de suciedad de cada
motor era desigual; que no siempre los tenía a su disposición y debía ir a buscarlos
él mismo donde los dejaban los mecánicos, con la consiguiente pérdida de tiempo.
Aunque pensándolo bien, la explicación que diera era completamente inútil. La
gran mayoría de los alemanes fueron adoctrinados con la idea de que su raza. La
raza aria, era superior a todas las demás razas; los arios como ellos, eran más
capaces y trabajadores.
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La cámara de lavado se terminó de reparar un día y el superintendente
asignó a Ramón la tarea de barrer y limpiar el inmenso taller de mantenimiento. No
le iba a faltar ocupación para entretenerse. Le dieron una escoba, un pozal, una
pala y unos cuantos kilos de trapos. El nuevo trabajo le gustó más que andar
transportando baterías de un lado a otro según el capricho de un viejo loco o
limpiando motores más deprisa que la cámara de limpieza. Era mucho más
independiente y tenía menos necesidad de tratar con los operarios alemanes. Ahora
podía, de vez en cuando, esconderse en la sala donde un joven operario plegaba los
paracaídas. Se habían hecho amigos: el alemán quería aprender a hablar francés y
Ramón necesitaba con urgencia entender alemán. Como la sala de paracaídas se
ensuciaba poco, aprovechaban el tiempo para charlar sobre temas muy diversos.
EL HOTEL MEUBLÉ.
La casa en la que el joven consiguió alojamiento se componía de dos plantas
bajas, tres pisos, una estrecha escalera entre las dos plantas bajas y una buhardilla
dividida en nueve cuartos pequeños cerrados con llave, los cuales estaban
asignados a los inquilinos.
De cada piso, el dueño se las ingenió para sacar tres alojamientos, en los
cuales podían dormir dos personas, por tener cada uno de ellos una cama de
matrimonio. Los vecinos eran de lo más variopinto que se pueda imaginar; el
primer piso lo ocupaban dos albañiles polacos, de edad madura, y una mujer
soltera, de edad indefinible, que trabajaba en una oficina gubernamental: en el
segundo piso habitaba un matrimonio joven con una nena que alquilaba dos
dormitorios; el restante lo ocupaba una anciana y su gato, al que cuidaba como un
hijo; en el tercer piso, dos muchachas jóvenes vivían juntas en el mismo
dormitorio; un compatriota que frisaba alrededor de los cuarenta años ocupaba el
otro y Ramón fue a instalarse en el tercer dormitorio.
En los cuartos de la buhardilla, los inquilinos guardaban, generalmente, leña
y carbón para el invierno y también los muebles rotos y viejos de las habitaciones
que iban reemplazando por nuevos o en mejor estado por su cuenta, ya que la
portera nunca estaba dispuesta a reemplazarlos por otros a cuenta del hotel.
A los vecinos polacos se les veía poco en semana. Eran gente de trabajo que
parecía querer pasar desapercibidos; aunque los sábados se emborrachaban y la
borrachera les duraba hasta el lunes de mañana, cuando debían volver al trabajo.
Eran dos hombres corpulentos que hablaban poco francés. A uno de ellos, Ramón
lo encontraba indefectiblemente los sábados y algún domingo, más o menos a la
misma hora, tendido en la escalera en las posiciones más inimaginables que se
pueda pensar.
Ramón subía su bicicleta a cuestas hasta el tercer piso. Aquel voluminoso
cuerpo atravesado en su camino le estorbaba en gran manera, tanto más cuando se
movía, profiriendo frases incomprensibles y podía desestabilizarle.
Las primeras veces lo sacudía para hacerle reaccionar y le dejara el paso
libre, pero era inútil. Cuando lograba levantarle, perdía el equilibrio y volvía a caer
pesadamente, golpeándose fuerte en un lado o en otro. Si no le sujetaba para
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ayudarle a subir la escalera, era capaz de bajar todos los escalones rodando.
Hablaba en polaco y algunas palabras en francés, las pocas que sabía: “¡Hay,
monsieur!, cuando uno es borracho, no es inteligente” y repetía lo mismo una y
otra vez.
Como no atinaba a encontrar el agujero de la cerradura, el joven tenía que
abrirle la puerta, mientras lo sostenía de la mejor manera posible contra la pared,
evitando que cayeran escaleras abajo. Luego de pasar por estas experiencias,
Ramón encontró que lo más práctico era sacarle las llaves de la habitación del
bolsillo, cargándoselo al hombro, como hacía con las bolsas de grano, subirlo al
piso, abrirle la puerta y echarlo encima de la cama tal como se encontraba, donde
se quedaba inerte. El hombre se dejaba hacer, mientras murmuraba frases
incomprensibles. Entonces, el joven se dio cuenta por qué los franceses solían
decir, para referirse a las personas que le gustaba mucho el vino tinto: “il est plus
söul qu’un polonais” (“es mas borracho que un polaco”).
La vecina del primero era una rubia muy atractiva. Siempre andaba bien
vestida, peinada y maquillada, como si acabara de salir de la peluquería, y, como
además, tenía un cuerpo delgado y llevaba ropa juvenil, casi parecía una colegiala,
a pesar de que debía de tener sus años…….. Un joven amigo la visitaba con
frecuencia, pero no podía quedarse con ella por el reglamento del hotel, que la
portera se empeñaba en hacer respetar. Algunos fines de semana sin embargo, la
rubia y su amigo se iban, según decían, de visita a la casa de los padres de la mujer
y no volvían hasta el lunes.
La portera encargada del “meublé”, era una vieja arrugada de pocos amigos;
ocupaba las dos plantas bajas, donde, según parece se almacenaban los muebles
viejos. No permitía visitas prolongadas a las mujeres ni a los hombres; pretendía
preservar la buena reputación del hotel-alojamiento. Los controles no eran ya muy
estrictos al principio, y, con el tiempo, se fueron flexibilizando para adaptarse a las
circunstancias.
La anciana viuda del segundo piso vivía sola con su gato Michí, al que
cuidaba como un bebé. Con alguna frecuencia se le escapaba cuando tenía que
abrir la puerta a alguien, cansado de estar siempre encerrado. Cuando esto sucedía,
era como si hubiera sucedido una desgracia. Llamaba desesperada a los vecinos,
con lágrimas en los ojos, rogándoles que trataran de encontrar a su gato y
reintegrarlo a su hogar. La dama caminaba con mucha dificultad por lo que era
difícil que pudiera encontrarlo con éxito.
En una de tales ocasiones, el felino, acosado por un perro, se encaramó a lo
más alto de un pino y luego no se animaba a bajar. Estuvo maullando toda la noche
hasta que los vecinos se movilizaron porque les molestaba, pero hubo que llamar a
los bomberos, los que, con su escalera más alta, consiguieron bajarlo.
Al matrimonio joven y a su hijita se les veía poco. Vivían muy retraídos y,
apenas saludaban a los vecinos. El marido parece ser que trabajaba en la policía.
En el tercer piso, Ramón hizo amistad con las vecinitas que eran
encantadoras. Sacaban el agua del mismo grifo de la escalera y como llegaba con
poca presión, tenían que esperar algún tiempo para que se les llenara el pozal- con
frecuencia, el joven se encontraba con alguna de ellas, cuando salía a buscar agua.
Mientras se llenaban los cubos, charlaban de todo un poco. Se enteró que eran de
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un pueblecito del departamento, trabajaban en la misma tienda de ropa y tenían los
mismos horarios. Ramón les contó que era electricista y se desempeñaba en una
empresa. Las muchachas eran tan parecidas que podían hacerse pasar por
hermanas, aunque solamente se conocían por ser del pueblo. Rubias de ojos azules,
vivarachas y conversadoras tenían la piel blanca, casi transparente y se mantenían
bien delgadas. Le confiaron que salían con dos chicos más jóvenes que ellas, pero
que eran muy poco serios. Ocupaban el dormitorio desde hacía un año. No estaban
en buenos términos con la encargada del hotel, porque las celaba de cerca y les
había advertido que no podían recibir visitas de amigos, y no quería tener quejas de
los vecinos por ruidos molestos.
En el campo de aviación, Ramón continuaba barriendo el inmenso hangar.
Era la única persona que desempeñaba esa tarea. Cuando alcanzaba un extremo del
taller, el otro extremo estaba por demás sucio, a pesar de lo cual, el supervisor le
mostraba todos los días nuevos lugares que debería limpiar.
Los fines de semana viajaban al pueblo. Doña Margarita le conseguía
alimentos en las granjas. Con estos víveres y lo poco que obtenía en la ciudad,
cocinaba una gran olla de comida para que le durara varios días. Le desagradaba
hacer comida, pero no tenía otra alternativa. De cara al invierno y en previsión de
posibles contingencias, adquirió doscientos kilos de patatas y veinte de judías, pero
el problema que tenía era dónde guardar tales provisiones. Entonces se le ocurrió
que el único lugar disponible era debajo de la cama. Con algunas tablas fabricó un
cajón sin tapa y lo colocó en ese sitio. De otro espacio no disponía para guardar los
alimentos, aunque ahora debería deshacer la cama con frecuencia para sacar las
raíces de las patatas.
Con sus vecinitas andaba cada vez mejor. Le pedían pequeños servicios que
él se complacía en satisfacer. La instalación eléctrica de corriente continua se
encontraba en malas condiciones y era peligrosa. Cuando le llamaban para revisar
algo que andaba mal, se quedaba un rato charlando con ellas y le invitaban a tomar
una taza de un líquido oscuro y azucarado parecido al café. Nunca aceptó que le
pagaran un franco por su trabajo.
En estas ocasiones, Nicole le dirigía miradas furtivas, procurando que
Françoise no lo advirtiera. Pero lo mismo hacía su compañera y el joven estaba
confuso porque no sabía con cuál quedarse. Aunque físicamente eran tan parecidas,
su carácter era muy distinto. Durante la semana, cuando volvía del trabajo, las
encontraba siempre juntas. Los fines de semana, como se iba al pueblo, no las
volvía a ver hasta la semana próxima.
Un sábado, Ramón se las arregló para quedarse en la habitación. Cuando fue
a llenar el pozal de agua, Nicole estaba llenando el suyo. Llevaba puesta una bata
muy fina con el cinturón doblado en la cintura y calzaba unas chinelas. Le
preguntó por su amiga; había salido a hacer unas compras y no tardaría en volver.
La muchacha se inclinó para arreglarse la chinela y por el escote entreabierto el
joven alcanzó a ver lo que no llevaba puesto el corpiño y sus pechos erguidos eran
de una blancura lechosa. Le dijo que tenía unos senos hermosos. Ella, con un
movimiento instintivo, cerró su escote con ambas manos. Ramón aprovechó para
abrazarla y darle un beso en el cuello. “!Suéltame, déjame en paz, eres un
atrevido!” exclamó la joven, pero él, al contrario, la estaba apretando contra la
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pared, rogándole, suplicándole que le concediera un beso, después de lo cual la
dejaría tranquila, se le lo repitió repetidas veces, se lo prometió, se lo pidió por
favor. Accedió la muchacha al beso para librarse de él o porque estaba
predispuesta, pero su amigo, ya nervioso, le deslizó la mano debajo de la bata y le
acarició el pecho. La muchacha se estremeció de los pies a la cabeza. Entonces la
levantó en sus brazos y la llevaba a su habitación cuando oyeron ruidos en la
escalera, era alguien que subía. “!Es Françoise, déjame en paz, te lo ruego; el
pozal lleno está en el rellano de la escalera!” y lo rechazó con fuerza. Ramón la
soltó maldiciendo su mala suerte y salió corriendo de la habitación… Otra vez
será, pensó con resignación. ¡Qué lástima!
A las vecinitas, Ramón tenía pocas, oportunidades de verlas de nuevo, les
habían cambiado los horarios. Pero una noche sintió fuertes golpes en su puerta.
Eran Nicole y Françoise que le llamaban desesperadamente. Había un fuerte olor a
gas en la escalera, y provenía de la habitación del español solitario. Ramón se
vistió rápidamente y con las muchachas golpearon fuerte su puerta, sin obtener
respuesta. Nadie recordaba haberle visto. El joven aconsejó a las chicas que
despertaran a los vecinos y evacuaran la casa lo más deprisa posible. Mientras
tanto, él se dirigió al cuartel de bomberos que, por fortuna, se encontraba cerca. La
encargada del inmueble tenía duplicados de las llaves que nos servían. A los pocos
minutos llegaron los bomberos, subieron al piso y abrieron la puerta. Según
explicaron más tarde, el hombre estaba acostado y había fallecido. Sobre el
hornillo de gas tenía una cazuela con garbanzos. Al hervir el agua apagó la llama.
El español dormido no se dio cuenta de nada; el descuido le costó la vida. Los
bomberos bajaron en brazos el cuerpo del misterioso finado. Los vecinos estaban
en la calle temblando de frío. Una ambulancia trasportó el cadáver al hospital
donde se practicó la autopsia. Más tarde llegó la policía para informarse del
accidente. Poco es lo que pudo averiguar; nadie le conocía, ni tenía la menor
información sobre su persona. El cadáver no fue reclamado.
En el dormitorio no se encontró ningún indicio de su origen. La policía
informó sobre el día y la hora del funeral. Pero, la pregunta que se formulaban los
vecinos era: ¿se trataba de un espía de Franco o de un dirigente republicano que
deseaba pasar desapercibido? ¿Quién era el difunto? Nadie lo sabía y puede que
nadie lo sepa nunca. Ramón, que apenas lo había visto, fue la única persona que
estuvo presente en la inhumación, una fría y triste mañana de invierno.
LA PROPAGANDA, ARMA DE GUERRA.
El “contacto” entregó al grupo de la Resistencia al que pertenecía Ramón
propaganda anti-nazi para distribuir entre los alemanes. El joven era del grupo, el
que encontraba más en contacto con ellos, así que se quedó con la mayoría de las
hojas. Las escondió en el cuarto de la buhardilla, entre la leña y el carbón hasta
pensar cuándo y de qué manera las distribuiría. La misión no era fácil y
comportaba mucho riesgo, pero alguien tenía que realizarla y esta vez le había
tocado de nuevo a él.
139
Debía pensar muy bien lo que iba a hacer. No se sentía en lo más mínimo un
héroe. Si era descubierto, tendría que soportar torturas increíbles, hasta arrancarle
los secretos más bien guardados de la organización clandestina; obligado a
denunciar a sus compañeros y después de tanto suplicio la muerte. No estaba
seguro de soportar tamaña tortura. Lo mejor era cortar por lo sano: eliminarse antes
de caer en manos de los nazis. Tampoco iba a retroceder ante misión tan peligrosa.
¿Cuántos compañeros y amigos cayeron antes? Pasaría a ser uno más de ellos, no
le importaba. Pidió a sus camaradas el medio de eliminarse rápidamente ante el
peligro y se lo suministraron.
El vestuario del personal de talleres se encontraba en el último piso del
edificio situado en el extremo del hangar. El suelo era de cemento y en las paredes
había perchas numeradas donde los trabajadores alemanes y extranjeros dejaban su
ropa colgada y se enfundaban el mono de trabajo. Cuando Ramón iba a barrer los
vestuarios, llevaba consigo unas cuantas hojas de propaganda anti-nazi bien
dobladas que introducía en los bolsillos de las chaquetillas de los soldados y en la
ropa de los trabajadores extranjeros. También dejó hojas disimuladas en los
servicios y en las cabinas de los aviones. Durante unos cuantos días estuvo
dispuesto a suicidarse a la menor señal de alarma. Nadie debió denunciar la
presencia de los panfletos, para no crearse problemas ellos mismos. Debieron
hacerlos desaparecer o las sospechas recayeron sobre los propios alemanes.
En el mes de marzo de 1941, ante los pedidos desesperados de W. Churchill,
el Presidente norteamericano firmó la “Ley de arriendos y Empréstitos” por la cual
Estados Unidos podría prestar ayuda a Inglaterra. A partir de entonces, las
incursiones de los aviones ingleses sobre el continente europeo comenzaron a
hacerse más frecuentes.
También en el mar la ayuda norteamericana se hizo sentir. Los submarinos y
las minas magnéticas con las cuales Alemania hundió decenas y decenas de barcos
mercantes y de guerra de varios países empezaron a ser controlados por la Marina
y los aviones ingleses. “La jauría de lobos” alemana, submarinos que hundían
barcos a discreción al principio de la contienda. Los convoyes de barcos
mercantes, custodiados por barcos y aviones de guerra, asegurando a Inglaterra los
suministros indispensables para hacer frente a los ataques alemanes con éxito.
En los campos de aviación de la zona, al detectar la presencia de aviones
enemigos sonaban las sirenas de alarma. Urgía ponerse al abrigo rápidamente; los
aviones enemigos sobrevolaban los aeródromos a los pocos minutos. Al comienzo,
cuando hicieron los primeros bombarderos, eran pocos los aviones atacantes,
volaban a gran altura y no iban protegidos por cazas. Lanzaban las bombas con
poca precisión, en cualquier lado. Pero a medida que fueron pasando las semanas,
aumentaba el número de bombardeos y venían acompañados con aviones de caza.
Sobre el mismo campo de aviación se trenzaban en furiosos combates con los
cazas enemigos y los que eran abatidos de ambos bandos caían en las
inmediaciones. Grupos de trabajadores de los campos salían en su busca y los
traían convertidos en chatarra.
El caza alemán Focke-Wulf era un avión de pequeñas dimensiones con un
gran motor en estrella, muy maniobrable y eficaz en el combate, pero tenía el
inconveniente de aterrizar a gran velocidad y, con frecuencia, se destruía al realizar
140
la maniobra. Los neumáticos de caucho sintético de aquella época no soportaban el
impacto de las ruedas al hacer el primer contacto con la pista.
Cerca de los hangares estacionaban autobuses y camiones con los motores
en marcha las veinticuatro horas. Al sonar las sirenas de alarma, los trabajadores y
militares abandonaban sus tareas y se dirigían hacia los vehículos para alejarse de
aeródromo lo antes posible, pero tenían que esperar a que los jefes alemanes se
lavaran las manos y dieran la orden de salida. Los vehículos se dirigían a los
bosques más cercanos y se camuflaban lo mejor posible.
Este sistema duró poco tiempo. Los aviones enemigos aparecían tan
rápidamente que los alemanes se vieron obligados a correr con toda velocidad que
les permitían sus piernas con las manos sucias. El que se retrasaba corría el riesgo
de no poder salir del campo, porque cerraban las puertas, y tener que soportar el
bombardeo. Los únicos que no podían abandonar sus puestos eran los soldados de
guardia. A veces, quedaban enterrados en las zanjas que les servían de protección,
con la cabeza sobresaliendo del suelo.
Foto: www.taringa.net
FOCKE-WULF.
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Foto: 2gmblog.blogspot.com
BOMBARDEO ALIADO.
¡TORA! ¡TORA! ¡TORA!
El domingo 7 de diciembre de 1941, el Japón, sin declaración previa del
estado de guerra con los Estados Unidos de Norteamérica, lanzó un ataque
desbastador aéreo y naval sobre la flota de este país anclada en la base naval de
Pearl Harbor, en la isla hawaiana de Oahu. El objetivo era destruir la totalidad de
los barcos de guerra y portaviones de un solo golpe. Para ello, la operación debía
ser sorpresiva y realizarse desde portaviones o bases cercanas al lugar. Si la
ofensiva tenía éxito, el paso siguiente era apoderarse de toda la inmensa área del
Pacifico y de más allá. Desencadenado el ataque simultáneamente, se
bombardearon y atacaron zonas estratégicas en un frente muy extenso de islas:
Filipinas, Guam, Wike Midway y también la Malaya, Tailandia, Singapur,
Hong Kong…
Trescientos aviones modernos Kate, bombarderos-torpedos y Ceros, de caza,
de gran calidad, se lanzaron sobre los ocho acorazados y unos cien barcos de
guerra anclados en los muelles provocando de inmediato explosiones, incendios y
hundimientos. Los americanos sorprendidos y desconcertados por un ataque que
no esperaban sufrieron en pocas horas grandes pérdidas en hombres y equipos:
unos dos mil quinientos muertos y mil doscientos heridos, quinientos aviones entre
americanos e ingleses, y ocho acorazados hundidos o muy averiados, así como
otros barcos menos importantes. Dos portaviones, objetivos prioritarios, lograron
zafarse por pura casualidad.
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Foto: www.taringa.net
Foto: www.11-septiembre-2001.biz
ATAQUE A PEARL HARBOR.
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El ataque fue proyectado por el almirante Isorucu Yamamoto y dirigido por
el oficial Genda y el comandante Fuchida. Los pilotos locos de contentos, no
cesaban de gritar “!tora!” “¡tora!” (“tigre, tigre”), contraseña de que habían
alcanzado su objetivo, alcanzado la victoria; aunque, en realidad, era una victoria
pírrica: no sacaron de ella todo el provecho posible y convencieron al pueblo
norteamericano, de que era imprescindible destruir el poder agresivo del Japón.
El presidente Roosevelt en conocimiento de la agresión, se dirigió de
inmediato al Congreso y a la Suprema Corte para pedir que se declarara la guerra
al Japón: “ayer, siete de diciembre de 1941, una fecha que vivirá en la infamia,
Estados Unidos fue repentinamente y deliberadamente atacado por fuerzas
navales y aéreas de Japón”…. todo el mundo le aplaudió y así se hizo, aunque
para recuperar lo que se perdió ese día se precisarían cuatro años de sangrientas
batallas y la vida de millares de soldados.
JEANNE.
La encargada del hotel, enterada de la habilidad de Ramón para resolver los
problemas eléctricos, le preguntó si tendría inconveniente en ir a reparar los
desperfectos existentes en una casa de la vecindad. Ramón le prometió que iría el
día siguiente, al volver del trabajo.
Se presentó, como había prometido, en la dirección que le indicó la señora,
que no se encontraba muy lejos del hotel. Se trataba de una casa muy antigua, que
estuvo abandonada durante mucho años. La fachada se veía ennegrecida por la
humedad y la falta de mantenimiento. Salió a atenderle una joven sirvienta a la que
explicó que venía de parte de la encargada del hotel, para revisar y reparar los
desperfectos de la parte eléctrica. La muchacha le hizo pasar al recibidor y fue a
consultar con su señora. Mientras esperaba instrucciones, el joven estuvo
observando a su alrededor: en las paredes habían hermosos cuadros pintados con
paisajes; enfrente de la puerta de acceso, un mueble perchero con espejos; el piso
de madera se encontraba muy bien encerado. El conjunto del recibidor, sobrio y
elegante, contrastaba con la suciedad y abandono de la fachada.
Al instante se presentó la señora de la casa. Era una mujer joven, morena, de
ojos negros, elegantemente vestida.
¿Así que usted viene a reparar desperfectos eléctricos? Pues va a tener
en que entretenerse. En esta casa no hay nada que funcione correctamente. Estuvo
varios años desocupada….
Antes de empezar la faena, Ramón quiso advertir a la señora que él trabajaba
en el campo de aviación. Solo disponía de tres a cuatro horas por la tarde y también
podría trabajar algún fin de semana, si no le causaba molestia.
Bueno, lo que yo quiero, antes que nada, es que arregle la instalación
del cuarto de baño. Cuando toco el grifo me da la corriente. Un día de éstos voy a
morir electrocutada. ¿Se da cuenta? Tengo el servicio y no puedo utilizarlo por
temor a la corriente. Como le digo, lo más urgente es el baño y el lavadero. Son los
lugares más peligrosos. Lo que precise, pídaselo a Henriette.
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Ramón se fue a buscar algunas herramientas y volvió al instante para
empezar su labor. Mientras revisaba la instalación, la muchacha se encontraba
cerca, por si precisaba ayuda, como dijo la patrona, pero a Ramón le parecía que le
estaba vigilando. No le molestaba en absoluto, al contrario, la encontraba
simpática, conversaba con ella mientras trabajaba y, de vez en cuando,
aprovechaba para hacerle preguntas.
La muchacha le explicó que habían venido de París hacía poco tiempo. En la
capital vivían en el centro, pero el señor, por su delicado estado de salud, precisaba
de una vida tranquila. Estaba muy enfermo de los nervios. El menor ruido le
molestaba. La casa pertenecía a la familia, pero había estado años desocupada.
Como le dijo la señora, precisaba de muchos arreglos; trabajo no le iba a faltar. Ya
se había dado cuenta que eran muchas cosas las que no funcionaban.
Ramón trabajó con diligencia, atacando primero lo que le había señalado la
madame como más urgente. Pronto se notaron las mejoras. Los fines de semana,
madame Jeanne, como se llamaba la dama, le preguntaba se precisaba algún
adelanto o había hecho la cuenta del trabajo realizado. Le abonaba lo que le pedía
sin la menor objeción. Se ve que era gente de dinero.
Al señor de la casa lo divisó un par de veces por pura casualidad. Nunca
tuvo la oportunidad de hablar con él. Era un hombre de estatura mediana, delgado,
de pelo blanco. No pudo hacerse una idea de su edad, pero parecía evidente que
existía una notable diferencia de años en la pareja.
Con Henriette, que no le perdía de vista ni un instante, conversaba algunas
veces. Se permitía algunas bromas inocentes de doble sentido a las que la
muchacha hacía oídos sordos o fingía no entender.
Poco a poco, el joven fue conociendo los rincones de la casa. Madame
Jeanne, de vez en cuando, le pedía algunos servicios extras de forma educada y
amable: reemplazar un cuadro por otro; retocar la pata de una mesa; trasladar
macetas pesadas o mover algún mueble de lugar. Hacía todo lo que le pedía con
verdadero placer; le gustaba complacerla y era siempre bien retribuido.
Una tarde, Henriette le abrió la puerta de la calle con el semblante alterado:
había estado llorando. Al entrar en la vivienda encontró todo revuelto. La
muchacha le explicó que, la noche anterior pasaron cosas horribles: un grupo de
soldados alemanes, al mando de un oficial, habían irrumpido en la casa y
encerraron a los señores y a ella en una habitación custodiada por un soldado. Se
dedicaron a registrar la residencia, sin omitir el menor rincón, en busca de dinero y
joyas. Desplazaron muebles, vaciaron armarios y cajones, levantaron y agujerearon
colchones y escrutaron minuciosamente toda la casa. No encontraron nada de lo
buscaban. El oficial sometió a los tres, por separado, a un riguroso interrogatorio,
acompañado de continuas amenazas. También revisó los documentos de identidad
de cada uno. Finalmente, se llevaron detenido al señor. Jeanne trató de oponerse y
fue brutalmente rechazada. El oficial dijo al irse, que a su marido se lo llevaban
para completar el interrogatorio, y pronto estaría de vuelta. La señora quedó, por
supuesto, muy alterada. Por la mañana, había ido a hacer la denuncia a la Policía y
habló con un comisario. Éste le explicó que no podía hacer nada; era cosa de los
nazis y no admitían interferencias. Le aconsejó dirigirse a Cuartel General Alemán
para obtener alguna pista. Allí la atendió un oficial informándole que su marido
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estaría detenido mientras continuaban las averiguaciones. Una vez completados los
interrogatorios sería liberado, y volvería a su hogar. No debería preocuparse….
Al día siguiente, cuando Ramón volvió a la casa, madame estaba recostada;
había tomado tranquilizantes. Henriette, mientras tanto, seguía ordenado la casa,
muy revuelta todavía. El joven se puso a ayudarla y más tarde se retiró. Volvió al
otro día; madame Jeanne seguía en la cama algo mejor. Le hizo preguntar por la
muchacha si debía continuar con los trabajos o suspenderlos. Cualquier cosa que
precisara estaba a su disposición; se sentía muy dolorido por lo que había pasado.
La señora le hizo decir que continuara trabajando para dejar todo en orden. En
adelante, seguramente, le iba a precisar más que nunca….
Al cuarto día, pudo ver e intercambiar algunas palabras con madame Jeanne.
Llevaba puesta una bata y se la veía abatida y ojerosa. Le explicó brevemente, lo
que ya sabía por la muchacha. Estaba muy preocupada por la situación de su
marido. Había hablado con personas influyentes que la consolaron por su
desgracia, pero nadie se comprometió a interceder por él. ¿Qué es lo que podía
hacer? La última vez estuvo en el Cuartel General, el oficial que la atendió le dijo
que no volviera más por allí. Ellos no sabían nada de su marido; su detención era
cosa de la Gestapo y si llegaban a tener alguna noticia, no dejarían de hacérselo
saber.
Los días que siguieron empezó a ver con más frecuencia a Jeanne; se
acercaba a donde él estaba trabajando y le preguntaba sobre sus actividades; quiso
enterarse por qué no había vuelto a España; si tenía noticias de su familia; si estaba
casado o comprometido. Ramón pensó que trataba de aturdirse, olvidarse de su
desgracia. Se enteró que tenía dos hermanas y un hermano, casados en París, a los
que no veía desde hacía años. Se había distanciado de su familia porque nunca
aceptaron que se hubiera enamorado de un hombre mayor que ella y, además,
perteneciente a otra religión. Los padres de Jeanne, sin embargo, la continuaron
tratando, e incluso le habían dejado una casa en París. Su marido siempre fue muy
generoso con ella, y disponía de cuantiosos medios. Pasaron años felices, sin
privarse de nada. Viajaron por muchos países. España la había cautivado. Cuando
contaba todo esto no podía contener las lágrimas. La quería y mimaba muchísimo
y contaba su vida con cierta ingenuidad, sin omitir detalles. La maldita guerra
acabaría con todos y con todo.
La hermosa y elegante dama que el joven conoció hacía tan pocos días, no
era ahora, más que una pobre mujer angustiada y llorosa. Él la escuchaba en
silencio; no encontraba en su mente palabras que le pudieran proporcionar algún
consuelo. Aquella historia, semejante a una confesión, le desconcertaba.
Comprendía que hasta entonces fue una joven muy protegida y mimada por sus
padres y marido, pero ya no tenía a nadie. A su alrededor no había más que un
inmenso vacío y una amenaza latente. Necesitaba alguien que la apoyara y la
consolase de su terrible desgracia.
Henriette y Ramón se afanaron en ordenar de nuevo la vivienda y repararon
todo lo que pudieron, pero, pocos días después, cuando la muchacha abrió la puerta
al joven, éste notó que algo había sucedido de nuevo. En efecto, la noche anterior
volvieron los soldados y el oficial y registraron la casa otra vez, buscando incluso
en los lugares más insólitos. Las dos mujeres se hallaban asustadas. Los militares
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querían que confesaran donde guardaban las joyas y el dinero; la fortuna del
marido. ¿Dónde estaba? Jeanne tuvo un arranque de coraje y le gritó al oficial que
ella no estaba al corriente de los negocios de su marido. “Yo soy francesa gritó tengo derecho a que me respeten y no vengan cada noche a destruir mi casa. Me
quejaré al general comandante de la región. Joyas y dinero. ¡Ojala tuviera,
estaría muy lejos de aquí!”….
De todas formas, demasiado sabía que sus protestas y quejas no le servirían
de nada. Mientras permanecieran en la casa las estarían amenazando y molestando
permanentemente.
Los aviones aliados sobrevolaban con más frecuencia el territorio francés.
Dejaban caer sus bombas sobre objetivos militares, como el campo de aviación,
donde cada día había menos aviones, los puentes sobre el río Loira y las estaciones
del ferrocarril. Volaban a gran altura y dejaban caer las bombas sin gran precisión,
en cualquier lugar. Eran los llamados bombardeos por “saturación”, preconizados
por algunos altos jefes de la Fuerza aérea aliada. En este aspecto no se
diferenciaban de los alemanes; eran iguales. Por lo que se vio, en la guerra
moderna es tan importante aterrorizar a la población civil indefensa, como ganar
una batalla. Estos bárbaros ya se practicaron en España y se continuaron en otros
países. La catedral de Orléans fue bombardeada mientras se estaba celebrando un
oficio religioso, en el velatorio de las víctimas de un bombardeo anterior. La
iglesia estaba llena de ataúdes y de familiares que huyeron despavoridos.
Afortunadamente las bombas no estallaron, lo que se atribuyó a un milagro. En
otros lugares de la ciudad no se produjeron milagros, ni antes ni después. La
hermosa catedral de Orléans sufrió importantísimos desperfectos, que tardaron
años en poderse reparar.
En el campo de aviación cayeron bombas sobre las pistas, abriendo grandes
hoyos. Todo el personal civil y militar se movilizó para rellenar y compactar con
piedras y tierra los cráteres abiertos. La ciudad entera supo del bombardeo del
aeródromo y se conmocionó. No había familia que no tuviera algún pariente o
amigo trabajando en el campo de aviación.
Jeanne estuvo preocupada por Ramón. Cuando apareció por su casa no pudo
disimular su alegría. Las conversaciones entre ellos eran cada vez más personales.
La patrona procuraba alejar a Henriette, con cualquier pretexto, pero la muchacha
no tenía un pelo de tonta y se daba perfectamente cuenta de la creciente amistad
que se había establecido entre ambos. Entonces, convinieron encontrarse en los
bulevares que circundaban la ciudad, para poder conversar más libremente. Ramón
se sentía halagado por la simpatía que le demostraba Jeanne, aunque él se
consideraba perteneciente a otra clase social. No dejaba de pensar en lo que pasaría
cuando se enterara que su trabajo era el de un simple peón de limpieza.
Con la inquietud propia del primer encuentro, se vieron por la tarde en los
bulevares. Ella estaba como siempre elegantísima y hermosa.
Ramón llevaba la mejor ropa que tenía, que no era, por supuesto, gran cosa.
Estuvo horas preparándose para la cita: se puso una camisa blanca con corbata y se
lustró al máximo los zapatos. Hacía frío: hubiera debido de ponerse un abrigo, pero
el que tenía estaba muy gastado. Su amigo Humberto le prestaba el suyo algunas
veces, pero no pudo encontrarle a tiempo.
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Ella lo acogió con una amplia sonrisa que le infundió gran confianza.
Caminaron por la alameda charlando de cosas triviales, sin animarse a abordar el
motivo de la entrevista. Todavía brillaba el sol, pero la temperatura seguía bajando.
Jeanne le preguntó si no sentía frío, a lo que él respondió que estaba bien abrigado.
Algunos compatriotas que los cruzaron, y conocían a Ramón, le dirigieron miradas
cómplices. ¡Vaya mujer! Al ocultarse el sol, el frío se hizo intolerable. Decidieron
entrar en un bar y tomar algo caliente. Su amiga, al contrario de lo que suponía
Ramón, era sencilla y directa. Le expuso, sin rodeos, sus proyectos: pensaba volver
a París a su departamento, pero se quedaría muy poco tiempo, solo el indispensable
para ordenar lo más importante. Salir del país era difícil y peligroso. Trataría de
radicarse en el campo; conocía familias que no tendrían inconveniente en brindarle
albergue y pasaría desapercibida. Llevaría siempre con ella a Henriette, a la que
consideraba más como una amiga de confianza, que como una sirvienta. Cuando se
sintiera segura en algún lugar, se lo haría saber de una manera u otra. Si terminaba
la guerra, lo más probable era, en este caso, que volviera a su departamento de la
capital.
Se estaba haciendo tarde y regía el toque de queda. Ramón la acompañó
hasta su casa y se despidieron en la puerta. Quiso besarla en los labios, pero ella
sólo consintió que se besaran como amigos.
La misma noche de la entrevista, los alemanes volvieron a registrar la
vivienda. Debían estar convencidos que la fortuna del marido de Jeanne estaba allí
oculta en algún lado.
Cuando Ramón llegó al día siguiente, Henriette le adelantó que se estaban
preparando para marcharse, y le pidió discreción. Su amiga se lo confirmó más
tarde; no se iba a quedar ni un día más en aquella casa. Cuando se encontraron
solos, le preguntó si no estaría dispuesto a marcharse con ellas; pero él no podía
irse; tenía responsabilidades y compromisos con la Resistencia, imposibles de
eludir sin traicionar a sus compañeros. Además, su amistad podía perjudicarlas
más que ayudarlas. Convinieron encontrarse en un lugar seguro, cuando ella lo
encontrara, o cuando terminara la guerra, en el mismo sitio donde quiso el destino
que se conocieran. Al despedirse, delante de Henriette, estalló de pronto el
sentimiento contenido y, con lágrimas en los ojos, se besaron como dos amantes
que, a duras penas, lograron separarse. Las dos mujeres se alejaron con una maleta
cada una, sin que nadie las molestara.
Ramón nunca olvidó a su amiga Jeanne, pero pasaron meses y años sin saber
nada de ellas, y él entregado a la peligrosa actividad en la que se hallaba
comprometido, hasta el final de la guerra mundial el 8 de mayo de 1945, (Día de
Victoria en Europa y 9 de mayo en la Unión Soviética), Japón se rindió el 9 de
septiembre de 1945.
En la Conferencia de Wannsee, cerca de Berlín, en enero de 1942,
estuvieron presentes los más altos funcionarios encargados por Hitler de llevar a
cabo la “Solución Final”, es decir, el exterminio de todos los judíos y personas
contrarias al régimen nazi. En los campos de exterminio del Este europeo se
asesinaron y cremaron millones de seres humanos, hombres, mujeres y niños, de
muchas nacionalidades y credo político o religioso. De sus bienes, dinero y joyas
se apoderaron los nazis y sus secuaces. Describir el horror de los campos de
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exterminio sería tarea muy grande. Muchísimos españoles murieron en los
siniestros campos de Auschwitz-Birkenau, Mauthausen, Treblinka, y una larga
lista de campos de exterminio. Nunca se sabrá el número exacto, ni aproximado de
los españoles que en ellos dejaron sus vidas. Solamente existen conjeturas de los
pocos que sobrevivieron.
Foto: europaenguerra1939-1945.blogspot.com
TRIANGULO IDENTIFICATIVO DE LOS ESPAÑOLES
EN LOS CAMPOS DE EXTERMINIO.
(CON LA LETRA S DE SPANIEN)
VICENTE RODRIGO ANDRÉS.
DEPORTADO A MAUTHAUSEN EL 24 ABRIL 1941
HASTA LA LIBERACION EL 05 DE MAYO DE 1945.
149
Foto: Archivo familiar.
CARNET de la F. E. D. I. P.
Foto: Archivo familiar.
CARNET AMICALE DE MAUTHAUSEN.
150
Foto: www.scrapbookpages.com
ESPAÑOLES EN EL CAMPO DE MAUTHAUSEN.
Foto: murmurante.blogspot.com
JORGE SEMPRUN PRISIONERO EN DACHAU.
151
Foto: memoriaobrera.blogspot.com
HORNOS DE CREMACIÓN EN LOS CAMPOS DE EXTERMINIO.
Después de la agresión japonesa a Pearl Harbour, los Estados Unidos no
tuvieron más remedio que abandonar su política aislacionista y lanzarse a una
movilización total de sus recursos para dotar a sus Fuerzas Armadas y a la de sus
aliados y amigos de todo tipo de armamentos, aviones y barcos. Los países
totalitarios: Alemania, Italia y Japón practicaban una política de agresión
permanente que era imprescindible destruir.
En el campo de aviación de Bricy, un sábado sobrevino una gran tragedia.
Ese día, la jornada terminaba al mediodía y el franco duraba hasta el lunes. La
sirena de alarma sonó a eso de las once y algo; pasaron unos cuarenta minutos y no
había sonado todavía el final de la alarma. La gran mayoría del personal, civil y
militar, se había refugiado en el sótano o subsuelo, que se encontraba debajo del
hangar. El lugar ofrecía cierta protección, porque era de una construcción robusta,
con gruesas vigas de hormigón (por encima se desplazaban aviones), pero no
reunía las características, ni las condiciones con que debe contar un refugio.
Todo el mundo esperaba que fueran las doce para irse a su casa. Pasaron las
doce y no había sonado el final de alarma, pero tampoco se oían ruido de motores,
ni estruendo de bomba. Muchos pensaron que estaban perdiendo el tiempo allí
abajo y se consideraron libres para irse. Se dirigieron al vestuario situado en el
último piso del edificio, ubicado en el extremo del taller. Algunos trabajadores, los
menos, entre ellos se encontraba Ramón, optaron por quedarse donde estaban y
esperar pacientemente que sonara el final de la alarma.
De pronto, se escuchó el ruido de motores, el silbido y las explosiones de las
bombas. Las paredes y el techo del subsuelo vibraban tan fuerte, el desplazamiento
del aire era tan grande, que las bombas no debían estar cayendo muy lejos. Los
hombres del “refugio” estaban aterrados; los pedazos de mampostería se
desprendían de las paredes; el techo de hormigón armado parecía que se iba a
desplomar sobre ellos, e iban a quedar enterrados en vida.
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Cuando sonó el final de alarma y los trabajadores salieron del sótano,
pudieron darse cuenta de la magnitud del desastre. Las bombas cayeron sobre el
edificio de oficinas y vestuarios que quedó destruido en su totalidad. Mezclados
con los ladrillos paredes y escombros del inmueble se encontraban los cuerpos
destrozados de decenas y decenas de trabajadores extranjeros de varias
nacionalidades y de los trabajadores alemanes civiles y militares. Fueron
sorprendidos por el bombardeo cuando se aprestaban a cambiarse de ropa e irse a
su casa con su familia. El inmenso hangar, lleno de aviones en reparación, o para
ser revisados, no sufrió desperfectos de importancia.
Otros habían alcanzado la gran estación distribuidora del ferrocarril y el
barrio aledaño, habitado por obreros y empleados de la empresa. La destrucción
fue tan grande, que después del bombardeo, nadie podría imaginar que en aquel
lugar hubiera habido alguna vez una gran estación ferroviaria y un barrio de
trabajadores. La población de Orléans estaba horrorizada e indignada por tanta
mortandad y destrucción.
Foto: www.taringa.net
BOMBARDEO ALIADO SOBRE UNA CIUDAD FRANCESA.
SUSANA.
Un domingo, Ramón se dirigió al pueblo, como solía hacerlo por costumbre,
en busca de provisiones para la semana. La puerta de la casa de doña Margarita
estaba abierta. Una cortina de canutillos evitaba la entrada de insectos. Como se
consideraba de la familia y le gustaba hacer bromas entró gritando: ¡¿Quién vive
en esta casa?!
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Ingresó en el comedor y quedó sorprendido al encontrarse con una joven
bien vestida, que le miró de arriba abajo asombrada, ¡Ah! ¿No está doña
Margarita? Atinó a decir algo cortado.
Mi madre salió un momento, pero vuelve enseguida. Usted debe de
ser, sin duda, Ramón.
- Sí, claro y usted Susana, ¿verdad? ¿Cuándo llegó?
- Llegué ayer, pero siéntese por favor. Mi madre no tardará en venir.
El joven se sentó en una silla del comedor. Sobre la mesa había una bandeja
con pasteles y una botella de anís.
- ¿No le gustaría probar estos dulces que traje del Mediodía?
- Son muy buenos, - dijo la joven mientras le presentaba la bandeja.
- Con mucho gusto, - y tomó un pastelito.
- ¿Le gusta el anís o prefiere vino dulce?
- Me es indiferente. Tomaré anís. Gracias.
Mientras le llenaba una copita, le preguntó cómo había trascurrido el viaje.
¡Oh! Ha sido horrible, pero, bueno, ya estoy aquí junto a mis padres y
podré afrontar lo que venga…
A continuación, Susana le explicó las peripecias de la riesgosa aventura. En
realidad, no había sufrido grandes inconvenientes en el viaje, pero tuvo mucho
miedo durante todo el camino. Siempre desconfió de poder llegar sana y salva al
pueblo. Se puso en contacto con un hombre que, según decían, pasaba personas de
una zona a otra. Pagó una fuerte suma de dinero por adelantado. Siguió
puntualmente las instrucciones recibidas antes de partir, llevando una sola maleta.
Lo peor fue cuando atravesaron el ancho río de noche, en una barca de remos. Eran
ocho los viajeros y dos remeros. Entre los pasajeros había un matrimonio joven
con un bebé. Los demás eran todos hombres. Tenían que ir agachados en sus
asientos, sin hablar, ni hacer ruido, para, según les dijeron, no alertar a los
alemanes. Cuando alcanzaron la otra orilla, tuvieron que caminar por un sendero
cerca de dos kilómetros hasta una pequeña estación del ferrocarril, que estaba llena
de alemanes. Resulta difícil imaginar que el movimiento de gente civil pasara
inadvertido en un lugar tan cerca de la línea de demarcación. Quizá en el ir y venir
de personas, se lucraban algunos…
Mientras Susana le contaba el viaje, Ramón la observaba muy atento y
pensaba que era una muchacha atrevida y valiente. Tenía un encanto muy
particular, y poseía una cierta personalidad.
Cuando la conversación estaba más animada, llegó doña Margarita y se
interrumpió el coloquio. El joven tenía que volver a la ciudad y no quería perder el
autobús; así que llenó la maleta con lo que había adquirido para él doña Margarita,
hicieron las cuentas y se despidió de todos.
En el trabajo del aeródromo, algunas veces era requerido por un oficial
alemán para que le ayudara a cargar o descargar repuestos de aviones. Se trataba de
pesados cajones que contenían motores o piezas de avión de grandes dimensiones.
Con la ayuda de un minúsculo diccionario que siempre llevaba en el bolsillo y las
palabras sueltas que iba aprendiendo a fuerza de oírlas repetir, ya entendía algunas
de las órdenes que le daban.
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El oficial se llamaba Carl y tenía un ayudante de nombre Aldo. Ambos eran
inválidos de guerra, afectados, por tal motivo a los servicios auxiliares. Los dos
hombres no se parecían en nada. Mientras Carl era una persona educada y trataba
de hacerse entender con las pocas palabras que hablaba en francés, Aldo era todo
lo contrario; hablaba a gritos en alemán y tenía, eso sí, una notable fuerza física, de
la que se complacía en hacer ostentación con frecuencia, levantando pesados
cajones. Pero lo que le sobraba en vigor físico, le faltaba de mollera. Todo lo
solucionaba a golpes y empujones.
Carl requería los servicios de Ramón cada vez con más frecuencia y le
sacaba tiempo para poder cumplir las tares que le tenía asignadas su supervisor. Un
día se le ocurrió al joven preguntar a Carl, si no podría pasar a depender de él
directamente, y así evitaría las frecuentes reprimendas que le proporcionaba su
capataz. La contestación fue que lo pensaría y tendría que consultarlo con su jefe.
Unos días después le comunicaron que pasaba a depender de la sección de
repuestos.
Los materiales estaban concentrados en un gran almacén dentro del campo.
El trabajo más pesado se presentaba cuando llegaban vagones o camiones
cargados. Había que controlar las piezas una por una y ordenarlas en las
estanterías. De este trabajo se encargaba Aldo y dos o tres hombres más. Carl, por
su parte, se encargaba de la parte burocrática. Anotaba en un gran libro las entradas
y salidas de los materiales, y esta engorrosa tarea le tomaba la mayor parte de su
tiempo.
Cuando Ramón tuvo un poco más de confianza con su jefe, le dijo que el
trabajo burocrático lo podía hacer él, tranquilamente, porque, en suma, no se
trataba más que de copiar en el libro lo que estaba escrito en los papeles o remitos.
Eso sí, había que escribirlo con letra muy dibujada y con claridad. Además, se
repetían muchísimos nombres y los que no entendía los buscaba en el diccionario,
o le preguntaba a Aldo o a Carl. Éste le hizo hacer una prueba y quedó satisfecho.
Al verse libre de tan tedioso trabajo, el jefe pudo disponer de más tiempo para la
supervisión general del almacén y el control de las actividades que asignaba a
Aldo, con mucha desconfianza.
Cuando las incursiones aéreas aliadas se hicieron más frecuentes sobre el
campo de aviación, los alemanes requisaron varias granjas y casas aisladas de las
inmediaciones, y sacaron todo lo que pudieron de dentro del campo. Los repuestos
y materiales se distribuyeron en los nuevos depósitos, y se estableció una red
telefónica entre los talleres, depósitos y la granja, donde estaba la oficina de Carl.
Desde estos lugares se podían ver las humaredas que causaban los reiterados
bombardeos del campo. Ramón tuvo la gran suerte de poderse zafar de ellos.
Ramón y Carl se hicieron amigos. Un día, éste le mostró fotos de su familia
y de su joven esposa. No tenían hijos. Eran de una localidad cercana a Múnich. Su
familia poseía una industria metalúrgica, fundada por sus abuelos. Los nazis la
habían reconvertido para la producción de armas y municiones. Esperaba que la
guerra terminara pronto, con un armisticio, que no fuera deshonroso para
Alemania. Todos los alemanes no tenían la culpa de las locuras de Hitler. Cuando
era piloto de caza, su avión fue derribado en un combate aéreo, y si bien
sobrevivió, tuvo varias quebraduras de huesos en ambas piernas. Esta forma de
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hablar y pensar en privado, no eran excepcionales entre los alemanes, pero el
interlocutor tenía que ser persona de mucha confianza. Alemania era un estado
policíaco, donde hasta las paredes escuchaban. Cuando estaban solos, Carl le
preguntaba, casi todos los días, sobre las últimas noticias propagadas por la B.B.C.
de Londres y las contrastaba con las que transmitía Berlín. Era difícil saber la
verdad, porque siempre se contradecían.
Doña Margarita había pedido a Ramón si le podía conseguir un poco de
aceite mineral, del que carecían las granjas, y con el cual se podían conseguir
alimentos a cambio. El joven preguntó a Carl si podía llevarse el contenido de una
botella. En el depósito de carburantes había gran cantidad de tambores de aceite de
diversas calidades. Su jefe no vio mayor inconveniente. En la granja no había
guardias, ni aparentemente vigilancia. Entonces el joven se aprovechó del permiso
que le había dado: todos los días llevaba una botella de vino vacía y se la llevaba
llena de aceite mineral. Los franceses siempre traían una botella de vino en su
bolso con la comida. Ramón cuidaba de que nadie se enterara, ni que nadie
encontrara la botella llena de aceite lubricante en el depósito, lo que le hubiera
podido traer malas consecuencias. Sobre todo desconfiaba de Aldo, que no le
miraba con buenos ojos, desde que se había convertido en “ayudante” del jefe.
Nicole y Françoise, sus simpáticas vecinitas, se mudaron de casa. Cada día
le resultaba más difícil verlas. Cuando, por casualidad se encontraba con ellas
(siempre solían andar juntas), Nicole le dirigía una mirada pícara y cómplice,
procurando que su amiga no se diera cuenta.
Un domingo, Ramón se fue al pueblo en busca de provisiones. Tenía en la
mente la secreta esperanza de encontrar a Susana. Estaba en casa, vestida y
arreglada. Doña Margarita le preguntó si tenía inconveniente en acompañar a su
hija hasta una granja cercana, para que aprendiera el camino y no fuera sola. Desde
luego; él aceptó con gusto: se le presentaba la oportunidad única de conocer mejor
a la joven. Era un día soleado y fresco, que no son tan frecuentes. Tomaron el
camino de la granja y pudieron charlar a placer. Susana le explicó sus proyectos.
Pensaba adquirir una máquina de coser, de segunda mano, para dedicarse a la
costura. Últimamente, había trabajado en talleres de “alta costura” en el sur de
Francia. En España, aprendió de muy joven el oficio de sastresa, pero prefería
dedicarse a la ropa fina de mujer. Para empezar, tomaría todo el trabajo que se le
presentara. A él le pareció que la muchacha tenía muy buenas ideas y le prometió
ayudarla en todo lo que estuviera en sus manos.
Pronto se le iba a presentar la oportunidad: Carl consiguió quince días de
licencia y pensaba viajar hasta su casa en Alemania. Había adquirido dos cortes de
vestido de seda francesa, decorados con flores de bellos colores, que pensaba
regalar a su esposa. Hubiera querido llevárselos hechos, pero no conocía ninguna
modista que pudiera confeccionarlos. Ramón le comentó que tenía una amiga que
había trabajado en talleres de “alta costura”. Ahora vivía con sus padres en un
pueblo cercano, debido a la delicada situación del momento. Podía consultarle si se
animaba a hacer los vestidos. Cuando se lo comentó, Susana le hizo ver la
dificultad de confeccionar los vestidos, sin tener la posibilidad de probarlos, ni
saber las medidas, ni tener idea del tipo de mujer. Era algo difícil, por no decir
imposible… Iba a correr un gran riesgo…
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Pero Carl estaba decidido a llevarle a su mujer los vestidos hechos, para que
pudiera ponérselos de inmediato y salir a lucirlos. Él le proporcionaría las medidas
y una foto para que se diera cuenta de sus formas de mujer. El cuerpo de ella lo
conocía de memoria; tomó un lápiz y trazó su silueta en un papel; buscó un metro
y lo puso en las manos de Ramón. Separó sus propias manos en el aire para que el
joven pudiera medir la distancia entre hombro y hombro. ¿La cintura? No era
problema. Tenía el contorno que mostraban sus dos manos abiertas y separadas.
Pero, ¿y el contorno del pecho? Menos todavía. Como buena alemana estaba bien
dotada por la Naturaleza, pero él sabía que, abrazándola bien fuerte, casi llegaban
a tocarse sus dedos por detrás de la espalda…
En cuanto a la altura, casi tenían la misma, y ella usaba zapatos con muy
poco taco. El modelo ya lo había elegido en una revista de modas. Para más
información, le proporcionó una foto de la pareja. Por las dudas, convenía que
dejara unos centímetros de tela sobrante en las costuras. Ramón le llevó la
información y los cortes de seda a Susana. Después de no pocas vacilaciones, la
joven aceptó el reto de confeccionar ambos vestidos, en tan singulares condiciones.
Carl se fue a Alemania con los vestidos terminados para su querida esposa.
Ramón se quedó preocupado por lo que pudiera suceder a su vuelta, tanto más que
su Jefe le abonó, sin pestañear, el importe por la hechura de los vestidos.
Los días de su ausencia pasaron rápidamente. Cuando volvió el joven evitó
sacar a relucir el tema, pero Carl le encargó de felicitar a su amiga. Los vestidos le
habían salido “perfectos”: a su mujer le sentaban como un guante. Lo podía ver en
las numerosas fotos que se hicieron juntos. ¡Menos mal! y el joven soltó un
profundo suspiro de alivio…
Los fines de semana, Ramón continuaba yendo al pueblo a reabastecerse.
Doña Margarita le pedía que acompañara a su hija a las granjas vecinas. ¡La pobre
no conocía la región! A veces, se iban en bicicleta por los senderos del campo para
acortar camino; otras veces a pie, si la distancia no era muy grande. Las tardes
soleadas de invierno, cansados de estar en la casa bajo la mirada discreta de los
padres, salían a caminar por los bulevares. Susana siempre estaba bien puesta y
elegante; contrastaba con las muchachas del pueblo. La gente los veía pasar juntos
y pensaba que era n novios. Sin embargo, entre ellos no había nada más que
amistad y respeto mutuo. Ambos tenían miedo de comprometerse. Los tiempos en
que les estaba tocando vivir no eran los más propicios para pensar en noviazgos. Se
consideraban más bien como si fueran miembros de la misma familia.
A Ramón le gustaba, cada vez más, la hija de doña Margarita, pero quedaría
mejor no podía dejar de pensar que el noviazgo en aquellos momentos era una
locura. La guerra estaba en su apogeo; el futuro se presentaba muy incierto. Los
alemanes eran vencedores en casi todos los frentes, parecían invencibles; los
japoneses se apoderaban, una tras otra, de las islas del Pacifico y de más allá. En el
África la situación no estaba nada clara. Ramón estaba muy comprometido con la
Resistencia y, ese tema, no lo comentaba con nadie. En cualquier momento podía
caer en manos de la Gestapo. Su situación económica no podía ser más precaria:
con el alquiler que pagaba y la comida, no podía ahorrar ni un franco. Ropa tenía
muy poca y bastante ajada. Si era descubierto en sus actividades ilícitas sería
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arrestado y las consecuencias imprevisibles. Algunos de sus compañeros fueron
detenidos y enviados a los campos de concentración del Este.
Susana también veía el porvenir muy difícil. Después de la alegría del
reencuentro con sus padres, se daba cuenta que en aquel pueblo agrícola tenía
pocas probabilidades de ganarse la vida con su profesión. Las mujeres del campo
usan ropa ordinaria de confección o se la hacen ellas mismas. Pensaba irse a
trabajar a la ciudad; no podía ser una carga más para sus padres. Quizá en Orléans
encontraría trabajo y si no lo conseguía lo buscaría en Paris.
Ramón conocía Orléans, incluso tenía allí buenos amigos y se ofreció a
acompañarla. Podrían ir juntos un sábado por la mañana y volver por la tarde.
Susana comentó la idea con sus padres y no debió de gustarles; pero logró
imponer su criterio. La semana siguiente preguntó al joven si le vendría bien
acompañarla, como habían proyectado. Ramón tuvo el presentimiento que, aquella
salida juntos influiría en su futuro. Pidió permiso a su jefe para faltar al trabajo.
No habían podido elegir peor día. Después de las últimas nevadas, la
temperatura había descendido varios grados y la nieve se había convertido en hielo.
Los árboles destacábanse en la blanca llanura, mostrando las extrañas formas de
sus ramas desnudas. Una densa neblina ocupaba los espacios más bajos, poniendo
una nota de tristeza en el ambiente.
Cuando el joven llegó a la casa, Susana ya estaba lista para partir. Llevaba
puesto un abrigo color azul marino, una boina, y la bufanda de seda anudada,
protegía le la garganta. Calzaba unos zapatos azules muy finos, demasiado finos,
para transitar por las calles cubiertas de nieve y hielo. Ramón llevaba su viejo
abrigo y unos botines de cuero algo usados. Doña Margarita les había preparado
una bolsa, que contenía bocadillos, y un termo de café caliente.
Tomaron el autobús que les condujo a la ciudad. Cuando bajaron del
vehículo, soplaba un fuerte viento helado. Las aceras estaban cubiertas de nieve,
hielo y sal, que echaban los empleados municipales.
Susana caminaba con dificultad y resbalaba con frecuencia, debido a la suela
lisa de sus zapatos y al suelo helado. Ramón tenía que sostenerla para evitarle la
caída. Las aceras eran verdaderas pistas de patinaje. Se sostenían mutuamente por
el brazo y, a cada resbalón, les daba por reír como locos. Se había establecido entre
ellos una cierta confianza. Él le tomaba el brazo o ella se sujetaba al suyo, y
seguían caminando con mucho cuidado. Soplaba un viento frío y les venían a la
cara ráfagas de agua nieve. La muchacha se colocaba detrás de él, para protegerse
de las inclemencias del tiempo.
En el centro, recorrieron varios talleres de costura sin éxito. Susana se
presentaba en las tiendas y talleres y ofrecía sus servicios mientras Ramón
esperaba en la puerta. Hablaba un francés fluido tenía facilidad de palabra, pero
parecía que tendría que volver al pueblo sin conseguir nada. En el último taller que
visitaron, la patrona, después de examinar los certificados de trabajo, le manifestó
que podría tomarla a prueba por una semana, y si quedaba conforme con su
trabajo, la guardaría de forma permanente.
Ya conseguido algún resultado, se sentaron en un banco de la alameda para
comer los bocadillos y tomar el café caliente del termo. Tenían varias horas por
delante antes de poder emprender el regreso y la temperatura no era como para
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seguir caminando, ni para quedarse sentados en el banco. Ramón propuso entrar en
un cine; allí estarían cómodos y no tendrían frío. A Susana se le había mojado y
congelado el pie; la fina suela del zapato se había roto y le entraba agua. En el
servicio del cine se sacó la media y se envolvió el pie con la bufanda de seda.
Luego se dispusieron a ver la película que, probablemente, era lo que menos les
interesaba.
Ramón buscaba la forma de decirle que la amaba, desde el mismo día que la
conoció, cuando ella le ofreció los pastelitos, pero, ¿Cómo decírselo? ¿De qué
forma reaccionaría? ¿Qué es lo que debería hacer? Era el momento más propicio,
pero él no se animaba, tenía miedo y ansiedad. ¿Miedo de qué? De hacer el
ridículo, de no encontrar las palabras adecuadas; de que le rechazara y surgiera una
situación incómoda para los dos. El corazón le latía fuertemente, se removía en la
butaca, sin decidirse a nada. Susana parecía estar interesada en la película, o quizá
fingía…
Ramón se inclinó hacia su oído y, haciendo de tripas corazón, apenas
susurró: “Susana, te quiero”. Ella no dijo nada, como si no hubiera escuchado, pero
inclinó la cabeza hacia su lado. Cuando él notó que sus cabellos húmedos le
rozaban la cara, pasó el brazo por encima del respaldo del asiento y se acercó todo
lo que pudo a ella complacido. El primer paso se había dado; el hielo estaba roto.
La cabeza de la joven se apoyó en su hombro y juntos siguieron viendo la película,
sin decir más nada.
A la salida del cine, Ramón la tomó resueltamente del brazo. Ella no lo
rechazó; dijo simplemente: “tenemos que hablar”. Por la calle, caminando con
dificultad, ni en el autobús, eran lugares apropiados para conversar de sus cosas;
así que acordaron verse al día siguiente solos, o cuando se les presentara la
oportunidad. Susana no quería que sus padres se enteraran del noviazgo hasta que
su relación estuviera sólidamente consolidada. El joven desbordaba de alegría;
Susana era la compañera que él deseaba, pero, ¿Cómo lo veía ella? ¿Estaba
realmente interesada en su persona? ¿Se había enamorado de él, como él de ella?
Ramón sabía por su madre que a Susana nunca le habían faltado
admiradores. ¿No estaría comprometida con alguien, o influenciada por sus
padres? ¿Cómo saberlo?
En casa de doña Margarita se comportaron como si nada hubiera sucedido.
Susana sólo comunicó a los padres sus perspectivas de trabajo y el mal tiempo con
que los recibió la ciudad. Estaría obligada a viajar todos los días, hasta que pudiera
conseguir un alojamiento.
El domingo pasó como de costumbre. Susana se mantuvo distanciada de
Ramón. El joven insistió en la conveniencia de hablar ellos dos lo antes posible.
Tenía que volver a su vida habitual y pasaría una larga semana antes que pudieran
verse de nuevo. Quedaron en encontrarse en la plaza, a eso de las ocho de la tarde.
A las veinte horas era ya la noche cerrada en pleno invierno. Ramón se despidió de
la familia como de costumbre.
Antes de la hora convenida ya estaba esperando en la plaza. El último
autobús partía de allí a las veintiuna. Sonaron las ocho en el campanario de la
iglesia, Susana no aparecía, helaba y el muchacho estaba poco abrigado. Las pocas
personas que pasaban por la plaza le miraban curiosas y desconfiadas. Los minutos
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se hacían largos; sonó el cuarto de hora sin novedad; Susana no terminaba de llegar
y él se estaba congelando. ¿Le habrá pasado algo? Esperaré un poco más se dijo. A
las ocho y media. ¡Maldita sea! A esta hora ya no vendrá. ¿Habrá cambiado de
idea? Me lo podría haber dicho. ¡Oh! Las mujeres ¿Quién las entiende?....
Una sombra apareció en la esquina de la calle. Apenas la pudo reconocer.
Iba envuelta en un abrigo negro de piel y la cabeza tapada con un pañuelo. Era ella.
El corazón le dio un vuelco.
- ¿Cómo llegas tan tarde? No vamos a tener tiempo de hablar nada……..
A las ocho, mi padre me pidió que fuera a buscarle tabaco. No pude
venir antes….
- ¿Y qué es de lo que tanto tenemos que hablar?...
- Y qué sé yo. De lo nuestro…
- Tú fuiste la que lo dijiste… ¿De quién es ese abrigo?
- Me lo prestó mi madre. Hace mucho frío…
- Ya me di cuenta. Hace tiempo que espero….
- ¡Va! No es para tanto…….
Caminaron por las calles dando vueltas mientras exponían sus planes.
Susana quería un noviazgo corto, lo suficiente para conocerse mejor. Pensaba
trabajar en lo que fuera; no quería ser una carga para sus padres, ni para nadie.
Tampoco quería vivir sola. Si Ramón se sentía capaz de quererla y compartir su
vida con ella se casarían tendrían hijos y serían felices. Quería amar y ser amada.
Le gustaría llegar a tener una casita blanca, su color preferido. Si él pensaba de otra
manera, sería mejor que cada uno siguiera su camino y, tan amigos como antes…
Ramón le habló de sus actividades clandestinas; de la esperanza que tenía
de volver alguna vez a su casa en España, al seno de su familia y de sus amigos,
con el orgullo de haber cumplido su deber con la Patria. Por esos ideales combatía,
en su medio, contra los nazis-fascistas-falangistas y sus aliados. Aparte de todo
eso, sufría penurias económicas y disponía de poca ropa decente. De valor,
solamente poseía una bicicleta y una vieja radio, que reparaba él mismo, para que
pudiera seguir funcionando. Resumiendo, no era un buen candidato para ser su
novio, era pobre, muy pobre, pero estaba seguro de quererla….
A Susana nada de eso pareció importarle. Lo peor eran las actividades
clandestinas; sería conveniente que las dejara; podrían acarrearle muchos
problemas. Si disponía de poco dinero era porque no sabía administrarse; era como
la mayoría de los hombres; lo gastaban todo en cosas superfluas. Ella tampoco
disponía de prendas de valor, como dinero o joyas. Suya era la máquina de coser y
algo de ropa que ella misma se confeccionaba.
Pero ambos se aceptaban como eran y se querían: lo esencial para formar
una pareja estable. El autobús iba a partir; sellaron su compromiso con su primer
beso de enamorados. ¡Ya eran novios! Ramón tuvo que correr loco de alegría, para
no perder el autobús.
El joven volvió a la casa de doña Margarita temprano por el acuerdo con su
novia de hablar a sus padres de forma conjunta, Ramón notó un trato algo afectado,
o por lo menos, así le pareció. Cuando don Agustín se preparaba para salir, Susana
le pidió que se quedara un momento más, porque tenía algo que comunicarle. El
viejo se puso serio y como doña Margarita estaba presente, Susana le pidió a
160
Ramón que les informara del compromiso adquirido. Haciendo uso de su mejor
diplomacia, el joven les explicó que su hija y él se querían, y habían decidido ser
novios.
Después de la breve declaración hubo un momento de silencio.
Doña Margarita les preguntó si lo habían pensado bien. A Ramón le había
considerado siempre como un hijo; mucho lamentarían que se comportara de
manera incorrecta con su hija, y la relación terminara en un fracaso, de mala
manera, lo que sería muy penoso para todos.
Ramón les aseguró sus buenas intenciones; tendrían oportunidad de
comprobarlo muy pronto. Hacía mucho tiempo que se estimaban, desde el día que
se conocieron, por lo que esta decisión tardaron tiempo en tomarla, precisamente
para no cometer una equivocación. Ahora estaban muy seguros de lo que iban a
hacer. La noticia de su noviazgo, como es natural, se propagó como un reguero de
pólvora.
Los fines de semana siguientes fueron inolvidables. La novia le esperaba
vestida de punta en blanco y perfumada. Salían a pasear por los bulevares, o iban
de visita a la casa de las familias amigas donde eran agasajados. Tomados de la
mano, o enlazados por la cintura, recorrían las alamedas poco frecuentadas, la
cabeza de Susana apoyada en el hombro de su novio, sintiendo el calor de su
cuerpo. Escondidos detrás de un árbol, o semiocultos en el rincón de un umbral, se
besaban con la pasión de los jóvenes amantes.
Después de estos días dichosos, venían las semanas interminables a la espera
del próximo sábado y domingo. Cuando hablaban de su matrimonio, el primer
tema que aparecía en la conversación era en qué lugar establecerían su hogar. A
Ramón le parecía que podrían vivir en la casa de doña Margarita. La vivienda
estaba deteriorada, pero era grande y tenía mucho espacio disponible. Necesitarían
reparar los desperfectos, y en el pueblo, no tendrían problemas de abastecimiento.
Susana rechazó de plano la idea. “El casado casa quiere”, dijo. Le fastidiaba la
idea de convivir con sus padres y hermanos. Por otra parte. ¿Dónde conseguir una
vivienda digna en una ciudad semidestruida? Susana propuso vivir en la habitación
que alquilaba Ramón; con ese pequeño espacio se las arreglarían. ¿Acaso su novio
no ocupaba una cama de matrimonio?
Otro tema, no menos enojoso, consistía en los “papeles” franceses del
novio, que no servían para casarse. El famoso “recepissé”, que constituía su único
documento, no lo aceptaban para contraer matrimonio civil. Era sólo un papel
provisional; no un verdadero documento de identidad. Ramón, legalmente, era un
“apátrida”, un desertor a los ojos del gobierno franquista, a pesar de haber
combatido más de un año en el Ejercito de la República. Algo parecido le sucedía a
Susana con sus papeles. De los consulados españoles de Francia, los exiliados no
conseguían nada, ni esperaban obtener nada.
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Foto: www.portaldelexilio.org
VICENTE VERDEGUER HIPA.
CARNÉ DE APÁTRIDA.
Esta situación no agradaba, por supuesto, a los padres de Susana, que
hubieran querido verlos casados legalmente y con toda solemnidad. En aquel
momento no era posible. Pero la pareja no veía las cosas de igual manera. Si no
podían contraer matrimonio legalmente, se irían a vivir juntos. Los papeles
vendrían después, cuando el mundo fuera normal.
Los polacos que ocupaban las dos terceras partes del primer piso
abandonaron el “hotel”. Tan pronto como Ramón se enteró fue a ver a la
encargada y le pidió las llaves para revisar las habitaciones. El estado en que se
encontraban era calamitoso y los alquileres exorbitantes. Cuando se lo comentó a
Susana, ella se empeñó en ir a verlas y no hubo manera de convencerla de que no
les convenía. Reconoció que se encontraban en malas condiciones, pero no tenían
nada mejor… Las limpiarían y pintarían. Con lo que ganaba Ramón pagarían los
alquileres y con su sueldo comerían. En caso de necesidad, sus padres les
ayudarían; de eso no le quedaba la menor duda. Ramón le advirtió que pasarían por
dificultades. Ella le recordó que hacía seis meses que eran novios. ¿Hasta cuándo
tendrían que esperar para poder estar juntos?
Ramón trabajaba los sábados hasta el mediodía. Acordaron que Susana
prepararía las maletas y él vendría a buscarla al pueblo: juntos partirían en el
autobús hacia su nuevo hogar.
Para ir a buscar a su novia, desde el lugar en que trabajaba, Ramón tenía que
tomar dos transportes. Aquel sábado, el joven estuvo nervioso e impaciente toda la
mañana. Controlaba el reloj con frecuencia; le parecía que los minutos tardaban
más en pasar que de costumbre. Cuando finalmente llegó la hora de marcharse, se
dirigió a la parada habitual del autobús, y se extrañó de no encontrar a nadie
esperando. Preguntó a una familia que vivía cerca de la parada y se enteró que la
empresa concesionaria no había podido conseguir combustible y había suprimido
162
el servicio de los sábados hasta nueva orden. A él, nadie le había avisado; si lo
hubiera sabido habría utilizado la bicicleta. Estas cosas solían ocurrir; cada día era
más difícil conseguir combustible que lo controlaban los alemanes. Si no les daban
el necesario, las empresas suprimían algún recorrido o el servicio completo de la
línea.
Al joven no le quedaba otro recurso que recurrir a la buena voluntad de los
camioneros. El tiempo iba pasando y los camiones que transitaban la carretera se
desviaban mucho de su lugar de destino.
Finalmente, apareció un camión que pasaba cerca del pueblo de Susana, a
unos seis kilómetros. Ya era algo. El conductor iba solo, por lo que se pudo
acomodar en la cabina. Mientras conversaban de una i otra cosa, le explicó que iba
a buscar a su novia para inicia su vida en pareja, ya que no podían casarse por
problemas burocráticos. Si lo llevaba hasta su pueblo, se lo agradecería y
recompensaría generosamente. El hombre le dijo que lo que le pedía era imposible.
Tenía la ruta trazada, iba muy cargado y do se podía desviar de su itinerario, sin
correr el riesgo de una pesada sanción. Si no fuera así, le llevaría, con mucho gusto
hasta el pueblo, y no tendría que pagarle nada. Le dejó en el lugar más cercano y le
deseó la mejor de las suertes y felicidades.
Allí se quedó esperando otro camión. El autobús de la línea ya había pasado
y el próximo tardaría horas en presentarse. Apareció un camión que se dirigía hacia
su pueblo. Ramón le hico señas, pero el chofer le ignoró. La cabina iba llena de
gente y la caja con mucha carga. El joven insistió con señas muy enérgicas al
conductor hasta que éste se detuvo. Le explicó que tenía absoluta necesidad de
llegar Al pueblo lo antes posible, se trataba de un caso de emergencia. Le pedía por
favor que le llevara. “Bueno” le dijo el hombre “acomódate como puedas detrás,
pero yo no te he visto. Procura no caerte; ambos tendríamos problemas”.
Cuando Ramón llegó a la casa encontró sola a doña Margarita.
- ¿Dónde está Susana? Preguntó ansioso.
Como no venías se fue a buscar leche a la granja. Si vas a buscarla la
encontraras por el camino. Pensó que, como era tarde, ya no vendrías. Tenía las
maletas preparadas empezó a desempacar. ¿Qué te pasó?
- Es una larga historia. Ya se la contaré.
Ramón salió corriendo en busca de su novia. Cuando la encontró llevaba en
la mano la lechera llena. Tenía el semblante preocupado. Su cara se iluminó de
golpe. Corrió hacia ella y se abrazaron.
¿Qué pasó? Pensé que habías tenido un accidente. Mi madre me decía
que quizá habías cambiado de idea, que ya no me querías…
El joven le contó rápidamente lo sucedido.
- ¿Y ahora que vamos a hacer?
- Lo que teníamos pensado.
- Pero si el último autobús sale a las nueve. Nos queda muy poco tiempo.
Yo había empezado a desempacar…
Llevaremos lo que podamos. La semana que viene vendremos a buscar el
resto.
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Corrieron hacia la casa. Susana se cambió de ropa y puso lo más necesario
en las maletas. Se despidieron de la familia y se fueron a la plaza lo más rápido
posible, cargados como estaban.
El autobús acababa de ponerse en marcha. Le hicieron señas para que se
detuviera, pero el chofer no les hizo caso. Los pasajeros se pusieron a gritarle. No
se había detenido el vehículo cuando Ramón tiró las maletas adentro, por la puerta
trasera, y ayudó a Susana a subir.
Los viajeros les cedieron los asientos para que pudieran estar juntos, y
recriminaron agriamente al conductor por su actitud. Cuando el joven se serenó un
poco, se dio cuenta que la mayoría de las personas del autobús le conocían de la
época en que trabajó en las granjas. Les preguntaron si era su viaje de bodas a lo
que respondieron afirmativamente. ¿Qué otra cosa podían decir? Entonces les
manifestaron su simpatía y les desearon muchas felicidades.
Cuando llegaron a su hogar, de inmediato se pusieron manos a la obra.
¡Tenían tantas cosas que hacer! Después de la “noche de bodas” la relación de
pareja funcionó perfectamente. Susana empezó a trabajar en el taller de “alta
costura”. Como era una buena artesana, su patrona la contrató de forma definitiva.
Cuando volvían del trabajo, la pareja se ponía a sacar del piso la pintura de los
polacos hasta encontrar de nuevo el color de la madera. Con un poco esfuerzo y
dedicación, las habitaciones que estaban tan sucias y mal pintadas fueron
recuperando el color y aspecto original.
Susana era una mujer activa y romántica. Gustaba de que su marido la
mimara y no se olvidase de ofrecerle flores en las fiestas y fechas para ella
importantes: cuando se conocieron, se prometieron o se fueron a vivir juntos.
Algunas veces, Ramón para hacerla hablar y que luego hubiera reconciliación
fingía haber olvidado el día en que estaban. Ella se ponía seria, nerviosa empezaba
a lamentarse y, entonces Ramón, como si fuera un mago, sacaba de los lugares más
inesperados el ramo de claveles rojos, que ella tanto apreciaba.
Conseguir los claveles no era siempre fácil, aunque Ramón contaba con la
complicidad de doña Margarita. Menos aún introducirlos en el piso y esconderlos
en algún lugar donde no se diera cuenta de su existencia. Para esto, el joven tenía
que hacer uso de toda su imaginación y habilidad.
Pero no siempre sus trucos salían como él había pensado. En el dormitorio,
que ellos habían transformado en comedor, había un viejo armario en cuya parte
superior tenía, como remate, un adorno en forma de voluta, y detrás un hueco
bastante profundo. Allí ponían los diarios y revistas viejas, porque quedaban fuera
de la vista. En una ocasión en que Susana cumplía años, Ramón le compró una
docena de claveles rojos, los envolvió cuidadosamente con papeles de diarios y los
puso encima del armario. Cuando Susana fuera a sacar los diarios y papeles para
limpiar, encontraría el paquete de las flores y se llevaría una agradable sorpresa.
Al día siguiente, cuando Ramón fue a buscar las flores encontró el hueco
vacío. Supuso que Susana, al quitar los diarios, habría encontrado, con toda
seguridad, el paquete de las flores y habría sido feliz.
Pero no tardó en darse cuenta que su mujer no estaba nada contenta.
Comenzó por reprocharle que se hubiera olvidado del día en que estaba, y ni
siquiera había pensado en traerle flores. Ramón creyó que ahora era ella la que le
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estaba haciendo una comedia. Sí, él sabía buen bien el día en que vivía, y le había
traído flores, como siempre.
- ¡Ah! ¿Sí? ¿Y dónde están que no las veo? - Refunfuñó enfadada.
- Encima del armario.
Encima del armario no había más que diarios viejos y papeles que tiré
al cubo de la basura.
- Entonces, en el cubo de la basura tienen que estar.
Fueron a revisar el cubo y, en efecto, allí estaba el paquete con las flores, por
supuesto machucadas. Susana, al vaciar el rincón, pensó que el paquete era un
envoltorio de diarios viejos. El enfado pasó después de algunos reproches,
recuperaron los claveles y sobrevino, como era habitual, la dulce reconciliación.
En éstas oportunidades, Susana preparaba para la noche una cena de “gran
gala”, a base de pollo relleno y champán, su bebida preferida. Ni pensar en
celebraciones fuera de casa. Susana ponía el mantel blanco, cubiertos y servilletas
para la ocasión y adornaba la mesa con velas y flores. Se vestía con la mejor ropa
de la que podía disponer: un vestido de seda fino de noche y Ramón de traje y
corbata. No faltaba detalle. Después de la cena, buscaban en la radio si había
alguna música romántica. En realidad no la precisaban; bailaban lo mismo con
música que sin música. Estas fiestas íntimas terminaban como se puede suponer.
No lo voy a contar, pero el lector o la lectora tienen la posibilidad de imaginárselas
a su gusto.
En una de tan solemnes celebraciones. Ramón sintió fuertes pinchazos y
picores en la espalda, pero no quiso romper la fantasía del momento. Se movía en
la silla suavemente tratando de frotarse dorso y que su mujer no se percatara de las
molestias que estaba experimentando.
Pero Susana notó su estado nervioso y saltó como leche hervida; “¿Pero qué
es lo que te pasa? Te mueves continuamente como si tuvieras el baile de San
Vito”.
- Me pica la espalda.
- ¿Y por qué no te rascas?
- No puedo y no deja de picarme.
- ¿Dónde te pica?
- Me pica toda la espalda.
- ¡Anda, sácate la chaqueta! - Y se fue a encender la luz.
¡Santo cielo! Si tienes toda la espalda cubierta de ronchas. ¡Son
picaduras de pulga! Una, dos, tres - y seguía contando.
- Te voy a poner algo - y se fue a buscar un remedio.
Mientras le extendía un liquido por la espalda decía: “! Pobre hombre mío!
Las pulgas lo estaban comiendo vivo y no decía nada. Deben venir del piso de
madera. Hay que encontrar la manera de exterminarlas… Quizá las atrapaste en el
“cine de las pulgas”.
El “cine de las pulgas” era un viejo cine de barrio donde solían ir algunas
veces, porque pasaban buenas películas. Lo notable del caso es que siempre era
Ramón a quien le venían a chupar la sangre. Susana parecía estar inmunizada de
los diminutos parásitos.
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Cuando salían del cine, el viento frío les congelaba. Susana se ponía detrás
de Ramón para protegerse y cuando llegaban a la casa exclamaba: “! Qué cansada
estoy. No puedo más!”. Era para que la alzara en brazos y subiera la escalera con
ella. No era mucho el esfuerzo que necesitaba hacer, era liviana como una pluma.
Sin duda eran una pareja feliz.
EL LADRÓN DE BICICLETAS.
En los años de la ocupación alemana había muchos controles policiales en
los trenes y por las carreteras. Las comunicaciones entre los grupos guerrilleros
españoles o del “maquís” francés se hacían en bicicleta y eran las mujeres las que
asumían los mayores riesgos porque pasaban más desapercibidas por los alemanes.
El grupo de Ramón recibió la misión de conseguir bicicletas de mujer por
cualquier medio, incluso, si era preciso, robándolas. El grupo se puso de inmediato
manos a la obra con gran entusiasmo y, en menos de un mes, entregó a su contacto
una docena, completamente equipadas con luces y frenos.
Foto: antoncastro.blogia.com
BICICLETAS ROBADAS.
Lo más difícil, sin embargo, no era el robarlas sino el hacerlas cambiar de
aspecto para que quedaran irreconocibles. Se necesitaba repintarlas y cambiarles
algunas piezas para que quedaran como nueva. Por suerte, había un compañero
mecánico de bicicletas, que las desarmaba y las armaba en un santiamén.
Solamente hubo un caso, que originó problemas. Una de las bicicletas robadas
llevaba en el portaequipajes un paquete conteniendo un par de zapatos de mujer
nuevos sin estrenar. Los zapatos en cuestión fueron a parar a las manos de uno de
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los “ladrones”, que se daba la casualidad de que era zapatero de profesión. Al
hombre le llamó la atención el modelo y la forma en que habían sido
confeccionados los zapatos. Los estuvo estudiando y revisando con mucha
atención. A la mujer, en cambio no le faltó el tiempo para ponérselos y salir a
caminar con ellos para lucirlos. Por puro azar, vino a cruzarse en el mercado con la
dueña de los zapatos. Los reconoció al instante e increpó a la otra mujer tratándola
de ladrona. Se armó gran revuelo y bronca lo que hizo que hubiera de intervenir la
policía. Las dos mujeres fueron a parar a la comisaría, donde fueron interrogadas
por un oficial.
La dueña de los zapatos declaró que el modelo era único y habían sido
confeccionados de forma exclusiva para ella; era imposible que otra persona
pudiera tener unos zapatos completamente iguales a los suyos. Le habían robado su
bicicleta y el paquete con los zapatos que llevaba en el portaequipajes.
La mujer acusada declaró que ella no había robado ninguna bicicleta. Su
marido era zapatero de profesión, y le había confeccionado los zapatos
especialmente para ella, y a s medida.
Los policías fueron a buscar al marido de la acusada y lo encontraron
trabajando en la zapatería. El policía le hizo explicar cómo eran los zapatos y de
qué forma los había fabricado, lo cual no fue problema alguno de explicarlo al
artesano, que los describió con todo lujo de detalles.
Como las dos partes sostenían lo mismo, a la policía no le quedó otra opción
que declarar que, si no aparecían nuevas pruebas, no había posibilidad alguna de
dilucidar el caso.
Cuando salieron de la comisaría, la dueña de los zapatos le gritó a la pareja:
“tu marido y tú sois unos mentirosos y ladrones. Podéis decir lo que os dé la gana,
pero tú y yo sabemos que los zapatos que llevas en los pies y, con toda seguridad,
la bicicleta con la que te desplazas son míos. Sois unos grandísimos”!!!ladrones!!!
Pero cómo explicarle a la señora que, con las bicicletas robadas otras
mujeres exponían sus vidas y la de sus familias para ayudar a que un día Francia
pudiera liberarse de los odiados “boches”. Los alemanes robaban camiones, autos,
motos, bicicletas, obras de arte y el ahorro de los franceses y no admitían derecho a
reclamación alguna….
LA GUERRA CAMBIA SU CURSO. (Finales de 1942)
Los aviones aliados sobrevolaban el territorio francés a diario. Su destino era
generalmente Alemania, pero también otros “objetivos” en cualquier parte del
continente europeo. A su paso dejaban caer bombas causando victimas
destrucciones y terror en la población. Algunas veces, los bombarderos eran
atacados por los cazas alemanes y se deshacían de su pesada carga para huir. Tan
pronto como los aviones eran detectados sonaban las sirenas, pero el tiempo para
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ponerse a salvo en un precario abrigo era muy poco. No obstante las familias se
vestían con su mejor ropa, se llevaban en un maletín el dinero, las joyas y algún
otro objeto de valor, puesto que al sonar el final de la alarma, y volver al hogar,
podían encontrarse con la desagradable sorpresa de haberlo perdido todo. La
seguridad de los “refugios” era algo relativo. La mayoría de ellos consistían en
simples zanjas abiertas en la tierra, revestidas de madera y cubierta con tablones
sobre los cuales se amontonaban cierta cantidad de tierra. Si las bombas no caían
muy cerca proporcionaban una relativa protección.
El inmueble en que vivían Susana y Ramón disponía de un subsuelo que
debió servir de bodega en otros tiempos. Los vecinos se concentraban allí cuando
el ruido de los motores y las explosiones les alertaban del inminente peligro, y nos
les daba tiempo de alcanzar el “refugio” más próximo. Algunos vecinos, sin
embargo, no querían refugiarse en aquella especie de cueva, argumentando que si
el inmueble se desplomaba, quedarían atrapados bajo los escombros, con pocas
probabilidades de supervivencia. Preferían correr por las calles hasta el refugio, lo
que constituía también una temeridad.
Foto: www.taringa.net
REFUGIO.
Una tarde sonó la alarma, pero solamente bajaron al subsuelo Susana y
Ramón. A los pocos minutos de estar sentados en los bancos de madera,
empezaron a escucharse explosiones. Los vecinos bajaron precipitadamente; solo
faltaba la joven señora del primer piso. Todos preguntaban por qué no había
descendido al subsuelo como los demás. Alguien debía subir para averiguar si le
pasaba algo. Ramón era el más joven y ágil. Subió rápidamente los escalones de
dos en dos. La puerta de la habitación estaba abierta y la joven sentada en la cama,
presa de un ataque de nervios. Le habló invitándola a bajar con él para estar con los
vecinos y sentirse mejor. Ella ni le escuchaba, ni reaccionaba y las explosiones
retumbaban cada vez más cerca. El joven la levantó en brazos y la bajó por la
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escalera. En la planta baja, Susana esperaba impaciente. En el subsuelo, los
vecinos la reconfortaron hasta hacerla recuperarse.
A finales de 1942, una serie de acontecimientos militares hicieron cambiar el
curso de la guerra a favor de los aliados. En África del norte, los Ejércitos alemán e
italiano fueron derrotados en El Alamein. Rommel, el “zorro del desierto” y sus
soldados tuvieron que emprender una hábil retirada para no ser aniquilados. Tropas
aliadas, al mando del general Eisenhower, desembarcaron en Marruecos y Argelia.
Las autoridades francesas firmaron el armisticio. Darlan, almirante francés,
prometió que los franceses combatirían al lado de los aliados. Ante tal
acontecimiento, las tropas alemanas e italianas ocuparon todo el territorio
metropolitano de Francia.
Foto: guerramundial.info
EL MARISCAL ROMMEL CON SUS AYUDANTES.
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Foto: usuarios.lycos.es
EL MARISCAL MONTGOMERY SOBRE UN TANQUE.
Foto: charokhan-salvador22.blogspot.com
BATALLA DEL ALAMEIN.
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Foto: guerramundial.info
DESEMBARCO EN MARRUECOS Y ARGELIA.
Foto: es.wikipedia.org
DESEMBARCO EN MARRUECOS Y ARGELIA.
La mayor parte de las Divisiones alemanas, las unidades de tanques y aéreas
más numerosas y eficaces estaban concentradas en el frente oriental. Sin embargo,
el Ejército Rojo emprendió una vigorosa ofensiva consiguiendo desbordar al Sexto
Ejército nazi en Stalingrado, después de encarnizados combates, al mando del
general Von Paulus. El general quiso retirarse de la destruida ciudad para preservar
el grueso de sus fuerzas, pero Hitler le negó el permiso, prometiéndole ayuda aérea
y refuerzos terrestres, que no llegaron a materializarse. Para evitar la rendición del
general cercado con sus tropas, el Führer le ascendió a mariscal; ningún mariscal
se había rendido hasta entonces en el campo de batalla. Pero, general o mariscal, el
Sexto Ejercito estaba rodeado por numerosas Divisiones rusas bien equipadas. Los
alemanes, después de semanas de asedio y combates, habían agotado víveres y
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municiones. Von Paulus, su Estado Mayor y sus soldados combatieron
abnegadamente hasta el último momento; no tenían otra opción que rendirse o
morir. Optaron por rendirse. A partir de esa gran batalla, las fuerzas del eje
tuvieron que replegarse atacadas por ejércitos más numerosos, mejor equipados y
que habían aprendido, a su costa, el arte y técnica de hacer la guerra moderna. La
tozuda actitud del Führer, de no permitir retirada alguna de sus ejércitos, cuando
eran superados en hombres y material, hizo que los descalabros de la Wehrmacht
fueran cada vez más estrepitosos.
Foto: www.madboxpc.com
BATALLA DE STALINGRADO.
PARTICIPACIÓN DE LA ESPAÑA FRANQUISTA.
En los años 1941 y 1942, Franco colaboró con los alemanes mandando al
frente ruso la “División Azul”, entre cuarenta y sesenta mil hombres “voluntarios”
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muchos de ellos adolescentes, siendo general jefe Muñoz Grandes. Esta importante
unidad militar, como las divisiones de los otros países aliados de Alemania,
también sufrieron fuertes descalabros y derrotas.
Foto: www.nodo50.org
MUÑOZ GRANDES.
GENERAL JEFE DE LA DIVISIÓN AZUL.
Foto: Archivo familiar.
ADOLESCENTE EN LA DIVISIÓN AZUL (1941).
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Foto: www.bellera.cat
TROPAS DE LA DIVISIÓN AZUL.
Sanz Yáñez
Foto: Archivo familiar.
HERIDOS EN EL HOSPITAL DE KÖSINGSBERG (1942).
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Foto: www.historiadelahumanidad.com
RECONOCIMIENTO DE HITLER A LA DIVISIÓN AZUL.
Tampoco eran muy favorables para el Eje los acontecimientos que se
producían en el Extremo Oriente. El Japón perdió la batalla naval de Tarrafaconga,
frente a Guadal canal (Islas Salomón). A continuación tuvo que ir cediendo, una
tras otra, las islas que ocupó los primeros meses de la guerra.
Cuando los alemanes se acercaban a Toulon, base de la flota francesa del
Mediterráneo, los marinos hundieron los barcos de guerra. La Wehrmacht sólo
pudo apoderarse de la base naval.
Como todo el territorio francés metropolitano estaba en manos de los
alemanes e italianos desapareció la línea de demarcación, que partió Francia en dos
pedazos. Los trenes, aunque con dificultades, se desplazaban de un extremo a otro
del país; la correspondencia circulaba con más facilidad, siempre controlada por la
censura.
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Foto: www.vidamaritima.com
PUERTO DE TOULON.
Doña Margarita no tenía noticias de su hija mayor y familia. Vivían en un
pueblecito aislado del Puy de Dôme, a pocos kilómetros de Clermont Ferrán, en
una zona boscosa. La madre sugirió a Susana que podría ir a visitarles; tenía pocas
noticias de ellos y no eran alentadoras. Su yerno ganaba muy poco dinero cortando
leña y haciendo carbón; apenas les alcanzaba para vivir y carecían de los servicios
más indispensables. Ramón comprendió la preocupación de los padres por sus
hijos y nietas, pero no le gustó la idea de que Susana tuviera que viajar a un lugar
tan aislado sola, estando el país en guerra, montañas y bosques recorridos por las
guerrillas y las patrullas alemanas de soldados persiguiéndoles. Además, los trenes,
vías férreas, estaciones y puentes constituían los objetivos preferidos de los
bombarderos aliados. Semejante viaje era correr un riesgo seguro, pero Susana al
contrario de Ramón, se entusiasmó con la idea. Estaba dispuesta a ir hasta el fin del
mundo con tal de poder ayudar a su hermana. Ramón no aceptaba el que pudiera
viajar sola. Pidió a su jefe que le concediera unos días de permiso y le hiciera un
certificado para exhibir en los controles, que encontrarían por el camino. Decididos
a emprender el viaje, avisaron con tiempo al matrimonio de su próxima visita.
En el vagón de tercera del tren, dos policías alemanes les controlaron los
documentos y no les volvieron a molestar.
JULIA.
Llegaron a Clermont por la mañana. En la estación les esperaba su cuñado
Omar. Había llegado hasta allí con la calesa de su patrón. Después de unos saludos
algo tibios, les condujo por un camino vecinal hasta un pueblecito de montaña, y
de allí a unas casas aisladas de campo, cerca de un arroyito y un viejo molino
abandonado. El paisaje era hermoso; se veían las montañas cubiertas de bosques; el
camino que serpenteaba; el arroyo; el puente de piedra, el molino y las casas en
ruinas, que estuvieron un día habitadas, pero que se caían a pedazos. Una imagen
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para tarjeta postal. La casa que habitaba el matrimonio estaba, como las demás
deteriorada, aunque habitable, y algunas macetas con flores le daban un mejor
aspecto.
Julia la hermana mayor de Susana, impresionó favorablemente a Ramón;
con su marido sólo habló lo indispensable. La mujer abrazó a su hermana y cuñado
con lágrimas en los ojos que no podían contener. Quiso saber cómo era que habían
decidido tan pronto formar pareja, cuando ella estuvo años de novia, y por qué se
habían molestado en llegar hasta allí para visitarles, con lo peligroso que se había
convertido el viajar. Se notaba la mujer sencilla y hacendosa, atada a un medio
pobre y adverso. Les mostró sus hijas, hermosas criaturas de seis y tres años.
Jugaban con los conejitos, en el cercado, detrás de la casa. El interior de la
vivienda estaba limpio y ordenado; los muebles eran rústicos y pesados, empero
disponía de una gran chimenea y abundante leña con que afrontar las nevadas del
invierno.
Las dos hermanas salieron a caminar por los alrededores, con el pretexto de
visitar algunas familias que vivían cerca. Ramón se quedó en la casa con Omar,
que se puso a cortar leña, despreocupándose de su cuñado. Las nenas jugaban
siempre en el cercado con los conejitos a dentro de casa. La madre no las dejaba
salir afuera, por miedo a que se fueran al arroyo. Estaban tan poco acostumbradas a
ver gente, que cuando su madre les pidió que besaran a sus tíos, se pusieron a
llorar. Cuando Elvirita veía a Ramón estallaba en llanto, con gran decepción de
éste, que hacía todo lo posible para congraciarse con la criatura.
Omar trabajaba para un patrón; su actividad consistía en cortar leña del
monte para hacer carbón, a tanto el metro cúbico. Durante el buen tiempo, se iba a
trabajar muy de mañana y volvía por la tarde, cansado, sucio y de muy mal humor.
En el invierno se marchaba de noche y volvía de noche.
Foto: ketari.nirudia.com
UNA CARBONERA.
Al día siguiente de la llegada de sus cuñados, Omar se fue a trabajar y Julia
les contó, con lujo de detalles, la vida que llevaban. Los ingresos por tantas horas
de sacrificio eran pocos en casa, como podían ver, no ofrecía comodidades. La
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ropa la lavaba en el arroyo; también sacaba agua de allí para el baño y los usos
domésticos; la de beber la compraba. Una vez por semana pasaba un carromato
con artículos para la alimentación, la limpieza y el hogar. Lo que el comerciante no
llevaba se lo podía encargar para la semana siguiente. A veces, cuando surgían
necesidades inmediatas, tenía que ir hasta el pueblo más próximo, distante unos
cinco kilómetros. Ese camino lo había hecho más de una vez Julia a pie. No
disponía ni de una simple bicicleta. La carne que comían era de su corral: pollo,
gallina y conejo, criados por ellos mismos, o que conseguía en las inmediaciones.
El pan lo amasaba Julia y lo cocinaba en el horno que le hizo Omar fuera de la
casa. Siempre tenía que estar contando hasta el último céntimo. En fin, que aquello
no era vida; subsistían alejados de la gente con poco provecho. Cuando su marido
tenía que irse a trabajar lejos, ella se quedaba sola con las criaturas y tenía miedo.
Para la iluminación usaban petróleo, pero, como solía escasear, procuraban
siempre tener carburo, velas y candiles.
Había días que Omar volvía del trabajo cansado i contrariado; entonces
descargaba sus nervios en Julia, como si la mujer disfrutara de una vida fácil.
En aquel lugar, Susana y Ramón no veían ningún porvenir para el
matrimonio, ni para sus hijas. Las nenas no iban a la escuela porque se encontraba
lejos, pero Omar estaba empeñado en no moverse de allí. No había manera de
conversar sobre el tema con él. Susana lo intentó una y otra vez sin resultado. Julia
y Ramón no se entrometían temerosos de alcanzar una situación violenta.
Los jóvenes explicaron a Julia que ellos no eran ricos, ni mucho menos, pero
trabajando los dos podían llevar una vida casi normal, únicamente perturbada por
los ramalazos de la guerra. Estaban seguros que Omar encontraría un trabajo a su
gusto: faltaban hombres en las empresas y en el campo. Vivirían con un menor
sacrificio y mayor provecho; sus hijas irían a la escuela; estarían más cerca de la
familia e incluso Julia podría conseguir algún empleo, con lo que su situación
económica mejoraría ostensiblemente.
La mujer se ilusionaba con el pensamiento de irse de allí, aunque sabía que
su marido no cambiaría de opinión. Tenía un carácter dominante y era celoso en
extremo; no quería que Julia hablara con ningún hombre algunos minutos, ni
siquiera con el comerciante que les abastecía, o el cartero que les traía una carta
contadas veces. Ella insistía en que nunca le dio motivos para tener celos. En aquel
paraje olvidado del mundo, su marido era dueño y señor. Podía gritarle y hasta
pegarle sin que nadie interviniera, ni se enterara de sus disputas. Por lo demás,
parecía querer a sus hijas; a veces jugaba con ellas y les fabricaba juguetes
rústicos; empero eran más las veces que se mostraba huraño, sin que pudiera
saberse cuál era el motivo.
Susana, Julia y Ramón urdieron la manera de convencer a Omar para que
consintiera que los tíos se llevaran a Elena con ellos. Le dijeron que los abuelos
querían conocer a su nieta mayor y ni ellos, ni los abuelos tenían la posibilidad de
viajar por el momento, lo cual era verdad. La tendrían unos meses y luego ellos la
traerían de vuelta con sus padres. La niña podría asistir a una escuela, aunque fuera
por breve tiempo, lo que le haría mucho bien.
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Los jóvenes se habían congraciado con Elena. Susana le prometió hacerle
vestidos nuevos y comprarle juguetes ¿Qué es lo que no le dijo para poder
llevársela con ella?
No fue fácil convencer a Omar; pero todos coincidían que a la criatura le
haría bien conocer a los abuelos y, al final, Omar accedió, no sin dejar de poner un
sinfín de condiciones. Por otra parte, Ramón se comprometió a conseguirle trabajo
y vivienda si se decidían a irse a vivir a la misma región que ellos.
Julia dio a la pareja la ropita de Elena y se dispusieron a viajar. La despedida
fue triste, con la constante preocupación de que en el último momento Omar
cambiara de idea y todo quedara igual que antes. Felizmente se aclararon las dudas
y Elena se fue con los tíos.
De vuelta a casa, la vida de la pareja cambió bastante. La llevaron al pueblo
con los abuelos, y mientras, ellos hacían algunos cambios en el apartamento para
acomodar a la niña. Susana consiguió que la admitieran como oyente en la escuela
más próxima. La pequeña parecía encontrarse más a gusto con los jóvenes que en
la casa de los abuelos, a pesar de lo mucho que ellos la mimaban.
Susana y Ramón volvieron a sus tareas habituales, pero ahora como si ya
fueran padres de una criatura de seis años. Se ocupaban de las cosas familiares,
como en la vida normal, aunque la guerra seguía destruyendo vidas y arrasando
pueblos y ciudades.
KURSK.
En la primavera del año 1943, Hitler tuvo que enfrentarse a un tremendo
dilema. No consiguió doblegar a la Gran Bretaña, ni vencer a la Unión Soviética, a
pesar de haber invadido una parte importante de la Unión y haber infligido al
Ejército Rojo humillantes derrotas. En el África, los Ejércitos aliados conseguían
brillantes victorias. En Stalingrado, los rusos demostraron que no habían sido
vencidos, a pesar de las pérdidas experimentadas, y que estaban en condiciones de
derrotar a los alemanes y a sus aliados. El Führer iba a tener en Europa los dos
frentes de batalla que siempre quiso evitar utilizando su ya famosa “blitzcrieg” o
guerra relámpago.
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Foto: rosegundaguerra.com
BATALLA DE KURSK.
Hitler y sus generales decidieron derrotar a la Unión Soviética; asestarle un
golpe mortal, definitorio. Para ello, prepararon minuciosamente la operación
“Ciudadela” y eligieron para la batalla la región de Kursk. Pensaron poner en
juego la mayor parte de las fuerzas con que contaban en el Este: los grupos de los
Ejércitos Centro y Sur. Concentraron diez mil cañones, 2.700 tanques, 1.800
aviones y un millón de experimentados soldados. Pero los rusos tenían un buen
servicio informativo, y estaban al tanto de los preparativos alemanes. Además, por
diversos motivos, la ofensiva alemana había sido aplazada tres veces. Los rusos
tuvieron tiempo de sobra para prepararse a encajar la tormenta que se les venía
encima. Construyeron sistemas defensivos escalonados de miles de kilómetros,
colocaron millares de trampas, juntaron el doble de cañones, mayor número de
tanques, aviones y soldados de los que disponían los alemanes. Con semejante
fuerza, esperaron pacientemente a que los germanos se decidieran a iniciar la
ofensiva. Cuando éstos atacaron las posiciones rusas, fueron sorprendidos por el
fuego de treinta mil puestos de artillería y morteros. No se arredraron con
semejante infierno de fuego. Lanzáronse al asalto de las posiciones con fanático
coraje y alta capacidad técnica, pero al final del primer día, solamente habían
avanzado siete kilómetros a costa de grandes pérdidas en hombres y material. Unos
seis mil tanques rusos y alemanes estaban trenzados en la mayor de las batallas
jamás libradas, que duró dos semanas. Cuando parecía que los rusos estaban
cediendo, aparecieron nuevas Divisiones rusas de repuesto, que iban a decidir a su
favor el espantoso pleito. Hitler decidió interrumpir la batalla que se estaba
comiendo sus divisiones más aguerridas, una tras otra. Después de Kursk ya no
hubo más “blitzcrieg”, y aunque Alemania no estaba vencida, fueron los rusos los
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que tomaron la iniciativa y continuaron golpeando sin tregua, cada vez con más
fuerza, a la Wehrmacht en continua retirada.
Foto: 1939-1945.blogspot.com
BATALLA DE TANQUES EN KURSK.
En el verano de 1943, los soviéticos iniciaron su ofensiva con gran
superioridad de hombres, material y conocimiento del terreno. Respetaban el
poderío alemán, pero sabían que eran superiores en hombres y medios. Sus
soldados estaban entrenados para la guerra. Semejante fuerza era imparable.
Alemania no podía traer divisiones del Oeste o del Sur porque esperaban la
ofensiva aliada en aquellos frentes.
Los aliados de Hitler era poco lo que podían aportar y de escasa confianza.
A finales de 1943, los rusos habían avanzado más de trescientos kilómetros,
en el frente que se extendía desde Moscú al mar Negro.
El Führer ordenaba a sus mariscales y generales no ceder más territorio y
contraatacar para recuperar los pueblos y ciudades que perdían. Eran las quimeras
de un loco, que desconocía la realidad o no quería reconocerla.
Los aliados occidentales tuvieron que apresurar los preparativos para
desembarcar en Francia, que Stalin reclamaba desde hacía meses. El Ejército Rojo
avanzaba triunfante y las potencias occidentales corrían el riesgo de ver toda
Europa ocupada por los soviéticos. Los bombardeos diurnos y nocturnos se
intensificaron al máximo sobre los objetivos militares, las ciudades y los pueblos.
Nada se salvó de los mortíferos y destructores bombardeos.
LO QUE LE PASO A HUMBERTO.
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Humberto, el amigo de Ramón y su esposa se habían ilusionado con la idea
de volver a España. Este anhelo lo tenían todos los exiliados, aunque era dar un
paso peligroso. Hicieron averiguaciones, por intermedio de la familia, sobre las
responsabilidades que le pudieran atribuir a Humberto, según las leyes de Franco.
Las garantías recibidas fueron satisfactorias y decidieron seguir adelante con su
proyecto. No obstante, como con frecuencia los avales se convertían en papeles sin
valor al llegar a España, Humberto pensó no correr riesgos innecesarios y volver a
su pueblo de incógnito o con una documentación falsa. Sobre el terreno evaluaría
la validez de las garantías y, en caso de peligro, regresaría a Francia. Su pueblo no
estaba lejos de la frontera y tenía muchos amigos que le ayudarían en caso de
necesidad. La esposa gestionó en el Consulado español la repatriación de ella y su
hijo. Claudio; el cuñado de Humberto, se entusiasmó también en volver, y decidió
acompañarle en la aventura.
Se pusieron en contacto con españoles conocedores de los pasos pirenaicos
que servían de guías para atravesar la frontera. Estos hombres llevaban gente de un
lado al otro mediante el pago adelantado y no les faltaban “clientes”. Eran
dirigentes políticos o activistas que se sumaban a la acción de los partidos u
organizaciones sindicales clandestinas o compatriotas que huían de la represión
franquista.
Por este medio, no pocos pilotos aliados, cuyos aviones fueron derribados en
territorio francés, pudieron salvarse. Una vez atravesada la frontera, tenían que
tratar de llegar hasta un consulado aliado o de un país neutral, para conseguir ser
repatriados. Si eran detenidos por la policía española o por la Guardia Civil, no se
les habían terminado los problemas: eran interrogados infinidad de veces,
amenazados y retenidos con interminables excusas burocráticas, a pesar de las
reiteradas declaraciones de “neutralidad” del gobierno español.
Los conocedores de los pasos fronterizos, ya fueran ex-contrabandistas o
vigilantes del Estado, hicieron su “agosto” en aquella época, colaborando con
unos o con otros, mediante pago en efectivo.
La frontera francesa pirenaica, controlada por los alemanes durante la
ocupación, estaba poco vigilada. Hitler consideraba al régimen de Franco un
aliado, y no veía la necesidad de distraer fuerzas militares en la zona.
Humberto y su cuñado Claudio partieron un día de su casa hacia el Pirineo, e
intentaron pasar a España clandestinamente. Tuvieron la desgracia de ser detenidos
por una patrulla alemana. Quiso su mala suerte que los alemanes hubieran
reforzado la vigilancia con patrullas de soldados y perros amaestrados unos días
antes de su intento. Les mandaron al campo de concentración de Compiegne, un
campo de tránsito en Francia. Hasta allí llegaban y de allí salían en camiones
centenares de detenidos con destino a Alemania. Se construían barracas para
albergar provisionalmente a los numerosos presos.
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Foto: www.forosegundaguerra.com
CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE COMPIEGNE.
Un día le tocó a Humberto y a Claudio partir en camión. Estaban de pie en la caja
del mismo con sus compañeros de infortunio, esperando la orden de salida, cuando
llegó un oficial alemán gritando que precisaba dos “tichlers” (carpinteros).
Claudio tenía ese oficio y saltó de inmediato, mientras le hacía una señal a
Humberto para que le siguiera, pero éste tuvo un momento de vacilación. Otro
hombre se tiró y los camiones se pusieron en marcha. Un segundo de vacilación
determinó el destino de los dos cuñados. Claudio trabajó en campo como
carpintero hasta su liberación por los aliados occidentales. De Humberto nunca se
tuvieron más noticias, a pesar de las intensas gestiones llevadas a cabo por su
esposa y familia. Probablemente murió en algún campo de exterminio del Este,
como tantos millones de seres inocentes. Españoles detenidos en Francia por
pertenecer a la Resistencia, o a las compañías de trabajo militarizadas, hubieron en
casi todos los campos. Su número exacto o aproximado se desconoce. Mientras los
alemanes llevaban estadísticas muy detalladas, con fotografías y otros datos de las
victimas pertenecientes a otras nacionalidades, no pasó lo mismo con nuestros
compatriotas. En el siniestro campo de Mauthausen se estima que murieron unos
cinco mil, al decir de algunos sobrevivientes. Los que lograron sobrevivir en
Mauthausen, Dachau, Auschwitz, Treblinka y muchos otros, salieron de los
campos convertidos en verdaderos esqueletos andantes
PREPARAN EL DESEMBARCO.
Los aliados occidentales preparaban afanosamente el desembarco; Inglaterra
estaba abarrotada de soldados y material de guerra. Los ingleses decían que si no
hubieran estado los cables de protección aérea, la isla entera se hubiera hundido en
el mar. Eisenhower fue designado comandante en jefe del ejército aliado
occidental. Los planes elaborados en secreto, solamente eran conocidos por los
responsables principales, muy pocas personas. Los grupos de Resistencia francesa
183
recibieron instrucciones en clave. Deberían entrar en acción tan pronto recibieran
la orden. Unos versos del poeta francés Verlaine serían la señal convenida para
anunciar la proximidad del desembarco y el mismo desembarco.
En el mes de mayo de 1944, en vista del rumbo que tomaban los
acontecimientos y la posibilidad que les concedió un juez de poderse casar, Ramón
y Susana decidieron contraer matrimonio civil. Satisfacían así el deseo de los
padres de Susana, que no veían la hora de que la pareja oficializara la unión. La
boda tuvo lugar en el salón de actos del Ayuntamiento de Orléans.
Foto: noalosfalsosprofetas.blog.com
BODA CIVIL.
Fue una sencilla ceremonia altamente emotiva. La novia lucía un vestido
corto blanco: estaba radiante y hermosa. La unión la presidió el teniente de alcalde,
con traje de ceremonia y la bandera tricolor cruzándole el pecho. Estaban presentes
los padres de Susana, la familia y algunos paisanos y amigos. Doña Margarita no
cesó de llorar durante todo el acto; no podía contenerse. Los anillos eran de acero
inoxidable, los únicos que se podían conseguir a un precio razonable. Justo hacía
dos años que los novios vivían juntos y seguían tan enamorados como el primer
día. Después del casamiento pasaron por la fotografía. El fotógrafo no les pudo
garantizar la calidad de las fotos por la escasez de materiales. Después, hicieron
una sencilla reunión en el “departamento”, donde los novios soportaron las
consabidas bromas, brindaron por su felicidad, y recibieron los mejores deseos de
todos para que la unión fuera por muchos años. La familia durmió en un hotelito
cercano y partió de vuelta a su pueblo al día siguiente.
La ofensiva aérea sobre Alemania y otros países de Europa se intensificaba
día a día. Al amanecer, se veían pasar por el cielo de Francia centenares y
centenares de aviones de bombardeo y caza. Volaban muy altos, pero se les podía
distinguir y contar fácilmente: los rayos del Sol naciente hacían brillar las
estructuras metálicas. El ruido era imponente y ensordecedor; llevaban mucha
carga, ¿A dónde iban a bombardear? ¿En qué población dejarían caer su carga
mortífera? La gente se entretenía contando los aviones y se cansaba de contar. Eran
centenares y centenares los que pasaban muy altos en el cielo. La caza alemana no
aparecía por ningún lado; la poca existente se limitaba a huir de un campo a otro.
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Foto: lasegundaguerra.es
ESCUADRILLA DE BOMBARDEROS.
El departamento francés del Loira y la ciudad de Orléans ya habían sufrido
importantes bombardeos, tanto de los alemanes en el año 1940, como de los
aliados en el transcurso de la guerra. Sin embargo, una de aquellas noches sonó la
alarma. Susana despertó a Elena, que dormía el primer sueño y estaba perezosa
para levantarse, y se dirigieron al “refugio” más cercano en el bulevar. Se sentaron
en los bancos de madera adosados a la pared. Poco a poco fue llegando gente hasta
llenarse. Pasó como una hora sin que se produjera ninguna novedad, hasta que
sonó la sirena anunciando el final de la alarma. Ordenadamente, cada una de las
personas se volvió a su casa.
Al volver al hogar, Susana acostó de nuevo a Elena y luego se acostó la
pareja. Hacía unos minutos solamente que habían apagado la luz del velador,
cuando volvió a sonar la alarma. Susana saltó inmediatamente de la cama y vistió a
la criatura; Ramón no se movía. La joven le reprendió: ¿Qué esperaba para
levantarse? Ramón replicó que no le iban a tener toda la noche bajando y subiendo
escaleras. Al día siguiente tenía que trabajar. Que se fuera Susana con la pequeña,
si ese era su gusto, pero él prefería quedarse en la cama donde estaba. Susana se
enfureció. Ahora, eran una familia; si les pasaba algo tenía que ser a los tres o a
ninguno. Insistió en que debía levantarse rápidamente, ¿Cómo podría presentarse
ante su hermana si llegaba a pasarles algo fuera del refugio?
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Foto: www.lacoctelera.com
DIBUJO DEL INTERIOR DE UN REFUGIO.
Se levantó Ramón renegando y se dirigieron de nuevo al abrigo. No había
nadie; eran los únicos que habían vuelto. Esto le dio motivos para seguir
protestando. En los minutos siguientes sólo se presentaron tres o cuatro personas.
De pronto empezó a escucharse ruido de motores. La primera escuadrilla en
sobrevolar la ciudad lanzó gran cantidad de bengalas en paracaídas; descendían
lentamente. Toda la población se iluminó como en pleno día. Al mismo tiempo,
arrojaron miles de cintas metálicas para confundir a los radares.
Cuando las calles se iluminaron, cundió el pánico en la población: hombres,
mujeres y criaturas corrieron a los refugios con la ropa interior que llevaban
puesta: pijamas, camisones u otras prendas menores… Al llegar, se golpeaban en
la puerta demasiado estrecha para permitir la entrada simultánea de tanta gente. Se
empujaban, pugnando por conseguir entrar; algunos caían y otros pasaban por
encima, al bajar tan precipitadamente la corta escalera. Se escuchaba el estallido de
las bombas. Susana y Ramón, sentados en el banco, extendieron a Elena sobre sus
rodillas y la cubrían con sus pechos y brazos, tratando de protegerla lo máximo
posible. Las oleadas de aviones seguían llegando una tras otra. Primero se
escuchaba un rumor sordo que se iba acrecentando hasta convertirse en un
estruendo rítmico, acompasado. Los corazones latían cada vez con más violencia.
Se escuchaba el silbido penetrante de las bombas al caer y el estampido brutal de
las explosiones. El refugio vibraba, caía polvo y tierra por las rendijas de los
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tablones del techo, pero, al menos, pensaban las aterrorizadas personas, aquellas
bombas no eran para ellos, aunque caían bien cerca…
El refugio estaba colmado de gente, apiñada de pie. Muchos querían ponerse
de rodillas para orar, lo que era prácticamente imposible. Detrás de una escuadrilla
venía otra y todo recomenzaba de nuevo. Parecía que el bombardeo no iba a
terminar nunca. Se distinguía claramente el ruido de los motores que se alejaban, y
el estruendo de los que llegaban con su carga mortífera. Fueron cuarenta y cinco
minutos interminables de terror….
Pareció haber terminado el bombardeo, aunque no había sonado el final de la
alarma; algunos hombres angustiados se animaron a salir del refugio para averiguar
si su vivienda estaba destruida. Al volver, las noticias que trajeron eran
escalofriantes: una amplia zona del casco antiguo de la ciudad ya no existía.
Solamente se alcanzaban a ver las ruinas. Las calles estaban llenas de escombros,
intransitables. Uno de los hombres afirmó que la calle donde vivían Susana y
Ramón fue muy castigada; quedaban pocas casas enteras.
Foto: www.taringa.net
DESPUÉS DE UN BOMBARDEO ALIADO.
En el refugio, la gente seguía aterrada, como no queriendo saber la realidad
de lo sucedido; si todavía existía su hogar. Corría el rumor de que algunas bombas
no habían explotado y podían estallar en cualquier momento.
A pesar de lo que comentaba, Ramón decidió verificar por sí mismo en qué
estado se encontraba su vivienda. Le dijo a Susana que esperara con la nena en el
refugio hasta que él volviera. Tuvo que dar un rodeo para acercarse a la casa y
caminar por encima de los escombros. En su calle, casi la mitad de los edificios
habían desaparecido; sólo quedaban montones de ladrillos, vigas, muebles y
residuos, pero el suyo seguía en el mismo lugar. Con algunas dificultades logró
llegar a su departamento. Los vidrios de las ventanas estaban rotos; la totalidad de
los muebles cubiertos por una importante capa de polvo; grandes pedazos de yeso
se habían desprendido de las paredes y el techo, y estaban esparcidos por todas
partes. Faltaba la luz, el agua y el gas, pero al menos, quedaba el techo, no poca
cosa dadas las circunstancias.
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Volvió Ramón al refugio con las novedades y juntos se dirigieron al
departamento. Iluminándose con bujías, se acomodaron como pudieron para
terminar de pasar la noche. El día siguiente lo dedicaron a limpiar y trataron de
cerrar las ventanas con los materiales que pudieron conseguir: sábanas, cartones y
maderas. De todas formas tenían que marcharse. Se prepararon para irse al pueblo
con los padres.
De día, pudieron apreciar la magnitud del castigo infligido a la ciudad. El
bombardeo causó centenares de muertos y heridos. Otra parte importante del
centro de la villa vino a sumarse a lo que ya habían destruido loa alemanes. El
objetivo de semejante bombardeo no podía ser otro que el de sembrar el terror,
puesto que las bombas cayeron en lugares muy diversos.
Susana, Ramón y Elena se dirigieron al lugar donde partían los autobuses.
Una muchedumbre hacía cola, pacientemente, para conseguir pasaje y abandonar
la ciudad. Gendarmes y policías trataban de imponer el orden para evitar el caos.
La posibilidad de poder partir aquel día o los siguientes parecía remota. Susana
conocía al dueño al dueño de la empresa y los chóferes por la frecuencia con que
solía viajar al pueblo. Se abrió paso entre la gente y consiguió hablar con el
hombre, pero éste movió la cabeza con un gesto negativo: no estaba en sus manos
hacer nada. Los gendarmes eran los que organizaban la evacuación. Ante la
insistencia de Susana, se puso a pensar de qué forma podría prestarles ayuda.
Hablaría con uno de los chóferes de su confianza para que les permitiera subir al
autobús a la salida de la ciudad, empero tendría que ser en el último viaje, el que
saldría a la medianoche. No podrían llevar más que lo indispensable porque los
vehículos iban repletos. Es todo lo que podía hacer por ellos…
No teniendo nada mejor, pusieron en una pequeña maleta lo más
indispensable y se dispusieron para ir a pie hasta el límite de la población, para
encontrarse allí a la hora señalada. Elena se quejaba, tenía frío y estaba cansada.
Tuvieron que llevarla en brazos y consolarla una buena parte del camino. En la
última esquina de la carretera se pusieron a esperar y se impacientaban. Pasaron las
doce y cuarto de la noche y el autobús no aparecía. Elena lloraba; no sabían que
hacer; por un momento pensaron en volver a su vivienda. En la oscuridad más
profunda aparecieron dos faros por la carretera que se iban aproximando. Era el
autobús; le hicieron señas y se detuvo. Los viajeros protestaron; el vehículo iba
colmado de gente, no cabía un alfiler, pero el chófer bajó, acomodó la maleta en el
techo y exigió que les hicieran lugar.
En Orléans, las autoridades hicieron colocar grandes tiendas de campaña en
los bulevares para albergar a las numerosas familias siniestradas. Los bombardeos
continuaron sobre los objetivos militares, la ciudad y los pueblos; la población
tuvo que acostumbrarse a soportarlos y convivir con ellos.
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Foto: www.diplomatie.gouv.fr
TIENDAS DE CAMPAÑA.
EL DESEMBARCO.
El primero de junio del año 1944, entre frases sin sentido la, B.B.C. de
Londres transmitió un verso del poeta francés Verlaine: “les sanglots longs des
violons de l’autonomne” (“los largos sollozos de los violines del otoño”). Era el
preaviso del desembarco.
El cinco de junio del mismo año difundió el mensaje para la acción:
(“blessent mon coeur d’une langueur monotone”) (“hieren mi corazón de una
languidez monótona”). La Resistencia hizo esa noche mil actos de sabotaje:
volaron vías férreas, cables telefónicos, se tendieron trampas y emboscadas por
todas partes.
Los altos jefes militares: Jodl, Keitel, Von Runsted y otros estaban
convencidos que no habría desembarco por el momento, debido a las malas
condiciones climáticas y si se llegaba a producir sería por el lugar más cercano y
lógico: el canal de la Mancha, el paso de Caláis. Para reforzar esa idea en la mente
del Alto Estado Mayor alemán, los aliados urdieron toda clase de estratagemas:
tanques de cartón medio ocultos bajo los árboles, comunicaciones radiales a
ejércitos inexistentes, movimiento de barcos y aviones hacia el paso de Caláis,
bombardeos de la costa francesa cercana.
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Foto: historiasconhistoria.es
SABOTAJES DE LA RESISTENCIA.
El seis de junio de 1944, aprovechando el tiempo favorable para la difícil
operación de desembarco, la flota aliada compuesta de unos cinco mil barcos de
todo tipo, transportando entre ciento cincuenta y doscientos mil hombres y veinte
mil elementos de equipo (tanques anfibios, destructores de minas, lanzallamas,
etc.) zarpó con dirección al canal de La Mancha, como si el desembarco fuera a
producirse en el paso de Caláis, pero al llegar a un punto determinado cambió de
rumbo y se dirigió resueltamente a las costas de Normandía.
Foto: luisvia.org
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Foto: punkindustries.blogspot.com
DESEMBARCO EN NORMANDIA 6 DE JUNIO DE 1944.
Los alemanes, como hemos dicho, no esperaban el desembarco ese día, ni
por ese lugar. El mariscal Rommel había pedido permiso para ausentarse por ser el
cumpleaños de su esposa. El joven general Speidel, que lo reemplazaba, invitó a
unos amigos a tomar champaña. El general Dollman, que mandaba la zona que
recibiría el primer impacto del desembarco, había organizado ese día unas
maniobras teóricas sobre el mapa. El tema era: “cómo rechazar un intento de
desembarco enemigo”. A la reunión con Dollman debían asistir los jefes de
división acompañados por dos jefes de regimiento.
En Rennes, el general Pemsel preparaba la reunión ordenada por su jefe
Dollman, mas no estaba tranquilo. Rommel se había ido. Los aliados habían
trasmitido un mensaje a la Resistencia francesa. ¿Qué sentido tenía retirar los jefes
de las unidades para jugar a los soldaditos en simulacros de batallas sobre el papel?
La noche del cinco de junio, a las veintidós y treinta horas, el coronel Meyer
sufrió un sobresalto al escuchar el segundo verso de la poesía de Verlaine.
Comunicó la novedad al Grupo de Ejercito B de Rommel y al Cuartel General de
Hitler. Los jefes superiores no dieron importancia a la novedad. Pensaron que era
una falsa alarma, un ataque de diversión.
Entre los alemanes la confusión era grande. Las trampas de los aliados
aumentaban el desconcierto: habían lanzado falsos paracaidistas, muñecos con
petardos que al tocar tierra explotaban, dando la sensación de armas de fuego
disparando. Mientras tanto los desembarcos continuaban a lo largo de las playas
elegidas con resultados diversos.
Von Rundsted pronto se dio cuenta que el desembarco no era una maniobra
diversiva, sino el segundo frente que buscaban establecer los aliados desde hacía
tiempo. Pidió permiso para desbloquear dos divisiones acorazadas de reserva y
lanzarlas sobre los aliados; empero solamente Hitler podía autorizar el empleo de
estas poderosas unidades. Jodl, jefe de operaciones del alto Estado Mayor no tomó
191
en serio el aviso y no quiso despertar a Hitler que dormía. Los alemanes seguían
perdiendo un tiempo precioso.
Ya se luchaba muy duramente en las playas de Normandía y en la península
de Cotentín. Los ejércitos enfrentados disputaban el terreno palmo a palmo, con
heroísmo y poderosos medios. Los aliados disponían del dominio aéreo, apoyo
naval y armas poderosas. Los alemanes fortificaciones, campos minados y el
terreno de setos, lleno de senderos con peligrosas trampas (el “bocage de
Normandía”), que favorece la defensa.
Mientras, en la península de Cotentín rugía la batalla, Hitler convocó a los
jefes para decirles que “el Ejército se ha dejado sorprender durmiendo. El
enemigo ha avanzado por la debilidad de los jefes y la cobardía de la tropa”.
Rommel defendió a sus soldados. Había una gran desproporción de fuerzas y
medios de combate. Propone reforzar el frente de Normandía, pero Hitler no
atiende a razones; los jefes convocados tendrán que arreglarse con las tropas de
que disponen.
Foto: www.militar.org.ua
BOCAGE DE NORMANDIA.
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Foto: grieska.blogcindario.com
FORTIFICACION EN LA PENÍNSULA DE COTENTÍN.
Una semana después del desembarco, el Führer estaba esperanzado con el
éxito de sus armas secretas. El 13 de junio, desde las bases de lanzamiento del
norte de Francia, comienza el bombardeo de Inglaterra con “la bomba volante
V 1”. Se trata de un pequeño avión, que transporta 900 kilos de explosivos a una
distancia de 370 kilómetros. Los científicos y técnicos alemanes habían proyectado
una variada gama de “bombas volantes con las que pensaba bombardear la Gran
Bretaña y obligarla a rendirse. A la V 1 siguió la V 2, un misil que llevaba una
carga explosiva de 975 kilos a una mayor distancia. Los alemanes llegaron a tirar
sobre las Islas Británicas unas doscientas bombas diarias. Los efectos devastadores
de las bombas fueron muy grandes. El Alto Mando aliado no sabía cómo
defenderse de ellas; sin embargo, su eficacia era muy relativa. Los miles de
bombas lanzadas sobre Inglaterra cayeron en lugares muy separados. Algunas
alcanzaron Londres y otras ciudades, otras fueron derribadas por la Aviación
británica antes de alcanzar su objetivo, y muchas cayeron en los campos. Los
aliados respondieron con bombardeos masivos (de “saturación”) sobre los lugares
donde se fabricaban las bombas y sus rampas de lanzamiento en el norte de
Francia. Las nuevas “armas secretas” de Hitler no tenían todavía la perfección y
eficacia que alcanzarían más tarde.
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Foto: www.taringa.net
BOMBAS VOLANTES V1 Y V2.
Foto: www.portierramaryaire.com
BOMBA VOLANTE V1 EN SU RAMPA DE LANZAMIENTO.
Cuando Rommel volvió a su puesto de mando, los generales le pidieron una
retirada de las fuerzas para reorganizarse y apoyar la resistencia sobre posiciones
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más sólidas. Rommel hizo suyas las propuestas y las transmitió a Von Rundsted
quien las aceptó de inmediato y ordenó transmitirlas al Estado Mayor Central.
Fueron rechazadas de plano. Von Rundsted solicitó ser liberado de un
mando en el que se le rechazaba toda iniciativa. El Führer aceptó su petición y lo
hizo reemplazar por el mariscal Von Kluge, que venía del frente oriental y estaba
decidido a reorganizar el debilitado Ejército nazi. El nuevo jefe chocó de inmediato
con Rommel que estaba más compenetrado con la situación. Al día siguiente fue a
visitar las avanzadas alemanas y se dio cuenta del infierno en que se movían sus
soldados sometidos a continuos bombardeos aéreos. Von Kluge terminó por
adherirse al juicio de Rommel: el frente se desplomaría en cualquier momento; era
mucha la superioridad material del Ejército enemigo.
Foto: www.homeofheroes.com
ROMMEL DE INSPECCIÓN EN NORMANDIA.
Un importante grupo de militares y civiles estaba conspirando para eliminar
a Hitler del poder, pero querían mantener el frente normando para obtener
condiciones de rendición más ventajosas y menos humillantes. Rommel estaba en
conocimiento del complot aunque no aprobaba el asesinato de Hitler. Quería que
fuera sometido a un proceso. Una vez separado Hitler del poder, el partido nazi y
las organizaciones dependientes serían disueltas. Los conjurados le preguntaron
cuánto tiempo estimaba que podría contener la invasión: “de quince días a tres
semanas” fue la respuesta del mariscal.
Entre los conjurados había importantes personalidades militares y políticas.
Tres prestigiosos jefes de la Wehrmacht estaban dispuestos a intervenir: Rommel,
Von Kluge y Von Witzleben y también el jefe del Servicio Secreto almirante
Canaris.
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Foto: histo-50-literatura.blogspot.com
MARISCAL ERWIN VON ROMMEL.
Foto: www.ibiblio.org
MARISCAL GÜNTHER VON KLUGE.
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Foto: history.howstuffworks.com
MARISCAL ERWIN VON WITZLEBEN.
Foto: www.fotosmilitares.org
ALMIRANTE WILHELM FRANZ CANARIS.
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Foto: proyectointegradoangeldavid.wordpress.com
CONDE CLAUS VON STAUFFENBERG.
El 20 de julio de 1944, el coronel Von Stauffenberg, uno de los conjurados,
debía asistir a una reunión en la “Guarida del Lobo”, el Cuartel General del
Führer en Rastenburg (Prusia Oriental). Estaba situado dentro de un tupido bosque
donde apenas penetraba la luz. Llevaba en la cartera una bomba que dejó apoyada
en la pata de la mesa, cerca del lugar que ocupaba Hitler. Le dijo en voz baja al
coronel Heins Brand: “dejo aquí la cartera un momento. Tengo que telefonear y
vuelvo enseguida”. Brand, sin sospechar nada, levantó la cartera y la colocó algo
más allá. Este desplazamiento y el hecho de que la reunión se desarrollaba en una
construcción a ras de tierra y no en el “bunker” en que se hacía habitualmente,
salvó la vida de Hitler.
El coronel Stauffenberg se retiró de la junta y se dirigió a su coche donde le
esperaba su capitán ayudante. Consiguieron salir del campo, pasando los controles
de vigilancia. Cuando estaban en ruta camino de Berlín, escucharon el estallido de
la bomba. Dieron por hecha la muerte de Hitler.
De los veinticuatro presentes en la reunión murieron cuatro, uno de ellos el
confiado coronel Brand, pero Hitler siguió vivo. Se le quemaron los cabellos, la
pierna derecha y le quedó el brazo paralizado. Del techo cayó una viga
golpeándole la espalda y las nalgas. “! Mis pantalones nuevos; me los acababa de
poner!”, se lamentaba. A pesar de todo está sereno y se va a recibir a Mussolini
cubierto con una capa. A Mussolini le cuenta el atentado:… “He salido ileso. Ahí
veo la confirmación de la misión que me ha confiado la Providencia”… Más
adelante anunció una venganza terrible: “no habrá tribunales militares. Los
llevaremos ante el tribunal del pueblo”. Dos horas después de la sentencia deberá
ser cumplida mediante la horca. Quiere verlos colgados como bestias.
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Foto: www.editorialjuventud.es
HITLER EN MEDIO DE SU ESTADO MAYOR.
Foto: tejiendoelmundo.wordpress.com
ATENTADO CONTRA HITLER 20 DE JULIO DE 1944.
Los conjurados tuvieron mala suerte, cometieron muchos errores y no
faltaron los arrepentidos de última hora. Himmler partió a Berlín con la orden de
aplastar la revuelta. Ayudado por Goebbels consiguen hacerse dueños de la
situación. Los conjurados son detenidos, torturados, algunos fusilados y otros
colgados. Seguirá una feroz represión nazi, durante la cual morirán dos mil
militares y otros tantos civiles. Rommel sospechado, será invitado a suicidarse,
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aunque se le rendirán grandes honores militares. Su esposa recibirá una carta
preguntándole como desea el mausoleo de su marido. Von Kluge también se
suicidará. Horrible y humillante final tuvieron los conjurados y sus simpatizantes.
EL JUEZ FREISLER.
Roland Freisler, nació en Celle, Alemania el 3 de octubre de 1893 y murió
en Berlín el 3 de febrero de 1945.
Abogado, político nazi y presidente del Tribunal Popular de la Alemania
Nazi.
Foto: bpeinfo.wordpress.com
ROLAND FREISLER.
Nada más ganar las elecciones, Hitler dictó una orden en 1933 para expulsar
de la Justicia a los funcionarios no afectos al régimen.
Muchos dejaron de ser jueces, pero el doctor Roland Freisler culminó su
carrera con el ascenso a presidente del Volkergerichtshof, el Tribunal del Pueblo.
Freisler participó como representante del Ministerio de Justicia en la
Conferencia de Wannsee, donde se decidió llevar a cabo la “Solución Final” del
problema judío en Europa.
En agosto de 1942 es nombrado Presidente del Tribunal Popular.
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Foto: www.superstock.com
EL TRIBUNAL DEL PUEBLO.
LOS METODOS DEL TRIBUNAL DEL PUEBLO.
El "Volkergerichtshof" condenaba con extrema facilidad a la pena de muerte,
que se imponía, por ejemplo, a quienes eran sorprendidos escuchando emisiones
radiofónicas extranjeras, a quienes criticaban al Führer aun en círculos privados o a
quienes manifestaran dudas acerca de la victoria final (Endsieg).
No obstante también es reseñable que estas penas se siguieron ejecutando
incluso una vez finalizada la guerra, y que los funcionarios (jueces, fiscales, etc.)
después del proceso de "desnazificación" en la mayoría de casos volvieron a sus
puestos de trabajo.
Luego del fallido atentado y golpe de estado contra Hitler del 20 de julio de
1944, fue el encargado de juzgar a los desafortunados miembros de la resistencia
alemana anti-nazi quienes fueron humillados por el juez, entre ellos a: Witzleben,
Hoepner, Hofacker, Goerdeler, Leber, Leuschner, Trott, Moltke, Schwanenfeld, y
el reverendo Bonhoeffer.
Su manera humillante de dirigirse a los encausados y la prohibición de usar
cinturones ocasionó que los mismos nazis del entorno de Hitler lo rechazaran.
Freisler fue enterrado en el mausoleo familiar de la manera más anónima, no se le
rindieron funerales de estado por órdenes expresas de Hitler, muy probablemente
por su antigua filiación comunista.
Sus hijos dejaron de utilizar el apellido luego de su muerte y su viuda siguió
cobrando la pensión de viudez mucho tiempo después de haber concluido la
guerra.
Juzgado el mariscal Erwin Von Witzleben por el Volksgerichtshof el 8 de
agosto de 1944, fue sentenciado a la pena de muerte y ahorcado desnudo con una
cuerda de piano ese mismo día, en la prisión de Plötzensee.
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Foto: sternezine.blogspot.com
ALBERT SPEER (Arquitecto del Tercer Reich).
Foto: ciberiada.wordpress.com
“Es preciso cambiar esto. Aquí el águila ya no debe estar sobre la esvástica, sino
sobre el globo terráqueo. La coronación de este edificio, el mayor del mundo, debe ser el
águila sobre la bola del mundo” [indicaciones de Hitler a Speer para el Gran Pabellón].
HITLER Y SPEER ANTE UNA MAQUETA DE BERLÍN.
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Foto: ciberiada.wordpress.com
(La imagen anterior muestra cómo sería el pabellón en comparación con la Puerta de
Brandeburgo).
PROYECTO DE EL GRAN PABELLÓN.
En frente de Normandía se continuaba combatiendo duramente; cada vez la
tropa con la moral mas disminuida por la aplastante superioridad de los aliados, y
los jefes asustados por la feroz represión de los nazis.
Después del atentado, Hitler perdió completamente los estribos. Ordenó
llevar adelante la “guerra total”. Movilizó a toda la población: adolescentes,
ancianos, mujeres, prisioneros e internados en los campos de concentración. La
explotación de éstos últimos se incrementó al máximo hasta hacerlos morir de
fatiga. El Führer pensaba poder continuar la guerra hasta conseguir la división de
los aliados: “En la historia antes o después todas las coaliciones se han disuelto”,
proclamó muy ufano.
El incansable ministro de armamentos Speer multiplicó varias veces la
producción de pertrechos de todo tipo, a pesar de los bombardeos que soportaban
las fábricas. El 18 de julio entró en servicio el primer caza con motor a reacción
alemán, el Messerschmit 262. Científicos y técnicos del país buscaban
afanosamente impulsados por el fanatismo, el miedo, o el patriotismo, el “arma
total” capaz de destruir a Inglaterra o la Unión Soviética y obligarlas a rendirse.
Otros científicos, asustados por los excesos nazis, habían huido de Alemania
o trataban de pasar desapercibidos, ocupados en proyectos intrascendentes. Cuando
Hitler hablaba de sus armas secretas, nadie sabía concretamente a qué armas se
refería y el mundo temblaba…
"HITLERS GEHEIMWAFFEN - RAKETEN FÜR DIE SIEGER" (ARMAS
SECRETAS DE HITLER - COHETES PARA LOS VENCEDORES).
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Los científicos alemanes que investigaron respecto a los cohetes, muchos de
ellos fueron reclutados por los Estados Unidos de América
una vez concluida la guerra.
Foto: www.forosegundaguerra.com
HITLER VISITA UNA FACTORÍA DE MESSERSCHMITT EN AUGSBURGO
GUIADO POR EL PROPIO WILLI MESSERSCHMITT.
Foto: www.taringa.net
AVION A REACCIÓN MESSERSCHMIT 262.
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Foto: www.forosegundaguerra.com
COHETE ESPACIAL.
Foto: www.portierramaryaire.com
WERNER VON BRAUN, PADRE DE LA ASTRONÁUTICA,
FUE RECLUTADO TRAS LA GUERRA POR EEUU.
A pesar de todo, el fenomenal esfuerzo alemán no era suficiente. La calidad
de los armamentos del Reich, la competencia de sus jefes militares y el heroico
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sacrificio de sus soldados no alcanzaban, ni de lejos, la cantidad de las armas que
llegaban a los frentes de batalla, procedentes de los Estados Unidos, la Unión
Soviética, de Inglaterra, el Imperio Británico y otros países aliados.
RESISTENCIA Y REPRESIÓN.
Soldados de muchas naciones, guerrilleros, partisanos y maquísards de
Francia luchaban con idéntico heroísmo en los frentes de batalla y en los territorios
de las naciones ocupadas. Las guerrillas sostuvieron luchas terribles, sin cuartel,
contra el Ejército alemán, los fascistas mussolinianos y sus aliados declarados o
encubiertos, que se hacían pasar por neutrales. Los nazi-fascistas respondieron con
acciones de una criminalidad indescriptible contra la población civil. Cuando no
podían atrapar a los guerrilleros, mataban a la gente del pueblo que se cruzaba en
su camino, sin importarles la edad o el sexo de las víctimas.
El cuatro de junio de 1942, dos patriotas checos Kubis y Gabcik tendieron
una emboscada y mataron al jerarca nazi Reinhard Heydrich. Ciento dos patriotas
checos fueron abatidos en una iglesia de Praga. La vecina aldea de Lidice fue
arrasada, los hombres fusilados y las mujeres enviadas al campo de Ravensbrück.
La aldea Lezaki sufrió una venganza similar. Como represalia por la muerte del
jerarca nazi, mataron unas cinco mil personas, la inmensa mayoría inocentes.
Foto: panzergroup.net
REINHARD HEYDRICH.
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Foto: www.historyplace.com
PUEBLO DE LIDICE.
Foto: germanhistorydocs.ghi-dc.org
PUEBLO DE LIDICE.
Producido el desembarco aliado, la División Panzer SS “Das Reich”, que se
encontraba en el sur de Francia, cerca de Toulouse, recibió la orden de dirigirse a
Normandía. La Resistencia trató por todos los medios de obstaculizar el
desplazamiento de la poderosa unidad. A medida que avanzaba, la División iba
aplastando todo lo que se oponía a su marcha, empero cada vez encontraba
mayores dificultades para progresar.
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Foto: www.forosegundaguerra.com
MAQUÍS.
Tulle, en el Limousin, había sido ocupada por el “maquís”; en el combate
murieron ciento treinta y nueve alemanes. El nueve de junio, los nazis se
apoderaron de ciento veinte civiles y colgaron a noventa y nueve de postes y
balcones. Los veintiuno restantes salvaron la vida porque a los alemanes se les
terminaron las sogas.
Foto: santiago.indymedia.org
MAQUÍS AHORCADOS EN TULLE.
Pero no terminaron ahí las atrocidades. La Resistencia capturó y mató cerca
de Limoges a un mayor del “Das Reich”. Los nazis buscaron por las aldeas
vecinas a los presuntos culpables. A Oradour-sur-Glane llegaron veinte divisiones
granaderos al mando del mayor Otto Dickman. Los hombres de Oradour fueron
encerrados y fusilados. Las mujeres y los niños asesinados en la iglesia y la aldea
incendiada. Murieron seiscientas cuarenta y dos personas de todas las edades y
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sexos. La iglesia nunca fue reconstruida. Las ruinas se levantan como testimonio
del horroroso crimen, Dickman murió en los combates de Normandía. Después de
la guerra, veintiún hombres de la División fueron enjuiciados por el horroroso
crimen, dos fueron condenados a muerte, pero luego se les conmutó la pena. El
resto condenados a penas menores.
Foto: lasegundaguerra.es
ORADOUR-sur-GLANE.
Foto: lasegundaguerra.es
ORADOUR-sur-GLANE.
Hechos similares se produjeron en distintos países ocupados. En Italia hubo
fusilamientos indiscriminados y destrucciones en Marzabotto, en las Fosas
Ardeantinas de Roma, y otros lugares del país. Walter Reder y el dieciséis batallón
SS mataron a cientos de civiles en su mayoría mujeres, ancianos y niños. La
matanza de civiles en actos de represalia no se limitó a un país o una etnia; fue
general en los países ocupados: lo mismo en la Unión Soviética, que en Polonia,
Francia, Italia, Checoslovaquia, Yugoslavia o cualquier lugar del planeta ocupado
209
por sus tropas. Era la manera nazi para tratar de terminar drásticamente con los
actos de rebeldía.
Foto: www.forosegundaguerra.com
CUEVAS ARDEANTINAS.
Foto: www.partitodemocratico.it
FUSILAMIENTOS EN ARDEANTINAS.
210
Foto: en.wikipedia.org
WALTER REDER.
Para contar la historia, la lucha y el sacrificio de los guerrilleros y de la
población civil de los territorios ocupados por los nazis se necesitarían muchos
libros. Los refugiados políticos d la guerra de España participaron de las acciones y
combates que se libraron contra los nazis-fascistas, integrando grupos más o menos
numerosos, que hostigaban y en ocasiones enfrentaban a los soldados alemanes y
sus colaboradores. Dos generales españoles, cuyos nombres de guerra eran
Fernández y Blanco y un coronel Hernández dirigían las unidades de combate, en
coordinación con el Consejo Nacional de la Resistencia, creado por Jean Moulin,
ex Prefecto de Eure et Loira. Este patriota detenido en Lyon y torturado por la
Gestapo fue expedido a Alemania y no se sabe dónde murió. Otros patriotas
continuaron su obra.
211
Foto: www.dinosoria.com
JEAN MOULIN.
Muchos hombres y mujeres de distintos países se destacaron en la desigual
lucha y sus nombres han perdurado en la historia de la Resistencia: Violette Szabó,
agente inglesa; Andrée de Yong “Dedé” que, con el vasco Florentino, hicieron
numerosos viajes de Bruselas a Bilbao, conduciendo pilotos y perseguidos
políticos; Marie Madelaine, que dirigió una red de agentes; Odette Samson correo
del capitán Churchill, en el sur de Francia; el legendario mariscal Tito y sus
esforzados hombres; el coronel Rol Tanguy; Marie Claude Vaillant Couturier,
diputada; el español Francisco Boix, fotógrafo prisionero en Mauthausen; el
francés Maurice Lampe, evadido de Mauthausen y una larga lista de combatientes
y héroes de la Resistencia. La mayor parte de la actividad clandestina la realizó
gente común de cada localidad, que sabía muy bien a lo que exponía y no dudaba
en sacrificarse para ayudar a destruir la infernal coalición nazi-fascista y falangista.
Sus nombres no trascendieron más allá de la familia o del pueblo. Cada país ha
reivindicado sus héroes, los ha sacado del anonimato, pero los héroes españoles,
que los hubo y fueron muchos, quedaron olvidados, tanto los que combatieron con
las armas en la mano en lejanos países; los que fueron exterminados en
Mauthausen, Auschwitz-Birkenau, Dachau y otros muchos campos; los
guerrilleros que lucharon en España y murieron combatiendo el fascismo y los
combatientes de la guerra de España que lucharon y murieron también defendiendo
la República, agredida por la coalición nazi-fascista y por último los exiliados en
Francia y otros países que cayeron defendiendo sus ideales. Héroes olvidados en
fosas comunes o en cenizas enterradas de los hornos de cremación.
212
Mientras se combatía en Normandía, la retaguardia francesa era
bombardeada y ametrallada por los aliados, tal como hacían los alemanes en el año
cuarenta. Se destruían las estaciones, vías férreas, puentes, aeródromos y no se
libraban los pueblos ni las ciudades. Los cazas aliados recorrían las carreteras a
baja altura y ametrallaban cualquier vehículo que se desplazaba por ellas. Los
trenes eran incendiados o quedaban inmovilizados en las vías al ser destruidos los
rieles. La población, muy necesitada, aprovechaba para asaltarlos y apoderarse de
la carga cuando podía. Los soldados alemanes estaban demasiado ocupados en
contener el avance de las fuerzas aliadas.
Foto: mejoresfotos2gm.blogspot.com
UN GRUPO DE B-26 MARAUDERS CONSIGUEN UN IMPACTO DIRECTO EN EL
PUENTE FERROVIARIO SOBRE EL ROINE, EN LA CIUDAD DE ARLES. FRANCIA,
AGOSTO DE 1944.
En Normandía, los frentes estaban inmovilizados. El mal tiempo impedía la
utilización a fondo de la aviación y de la artillería aliada por falta de visibilidad.
Algunos bombardeos a ciegas habían causado bajas en sus propias filas.
A finales de julio el tiempo mejoró y se reanudaron los ataques, como estaba
previsto por la abrumadora superioridad aliada, cedió la resistencia alemana y
avanzaron las divisiones aliadas. Más importante que los propios avances fue que
los soldados aliados lograron salir de la zona pantanosa y pudieron utilizar la
totalidad de sus armas. Los aliados continuaron avanzando apoderándose de
Avranches y de tres puentes sobre el río Sée. Hitler ordenó una contraofensiva con
fuerzas retiradas de otros frentes, pero los aliados descifraron los mensajes y
pudieron organizar una eficaz resistencia. Las equivocadas órdenes del Führer
terminaron por desestabilizar los frentes de batalla. El general Patton y sus
divisiones blindadas aprovecharon para atacar en tres direcciones distintas. Su
213
objetivo principal era cercar los ejércitos alemanes concentrados alrededor de
Falaise, y sobrepasar París por el sur, hasta alcanzar el Sena. Los rusos primero, y
los norteamericanos después, pusieron en práctica la “blitzcrieg” alemana. Los
tanques americanos avanzaron por la llanura sin encontrar mayor resistencia.
Foto: commons.wikimedia.org
AVRANCHES.
Foto: es.wikipedia.org
SOLDADOS CANADIENSES ENTRANDO A
FALAISE EL 17 DE AGOSTO DE 1944.
214
Foto: www.911truth.ch
GENERAL GEORGE SMITH PATTON.
RAMÓN Y LA GUERRILLA.
Ramón continuaba trabajando a las órdenes de Carl en el suministro de
repuestos a los aeródromos. Con la ayuda de sus compatriotas había logrado
organizar una red que informaba a los aliados, a través de los franceses, del
movimiento de aviones en los campos. Cuando cayó Avranches, los resistentes
españoles recibieron la orden de reunirse en los bosques al norte de Orleáns y
atacar a los alemanes, con la finalidad de entorpecer sus desplazamientos. Los
aviones aliados dejaban caer en paracaídas armas automáticas, municiones y
explosivos en los lugares predeterminados por el “maquís”, o sea los grupos de la
Resistencia francesa F.F.I. (Fuerzas Francesas del Interior).
Foto: www.historiasiglo20.org
BRAZALETE DE LAS FUERZAS FRANCESAS DEL INTERIOR.
215
Foto: es.geocities.com
RECONOCIMIENTO POR EL GOBIERNO FRANCÉS A
ESPAÑOLES DE LAS F.F.I.
En el trabajo, Carl y Aldo se veían preocupados. Tenían reuniones con
algunos de sus compatriotas civiles y discutían entre ellos. Uno de los últimos en
que Ramón estuvo con Carl, este admitió que la situación militar se había agravado
considerablemente, como consecuencia del desembarco. Vislumbraba el final de la
guerra. Alemania tendría que firmar un armisticio con los occidentales; sin
embargo, la lucha contra los soviéticos continuaría. Parecía ser ésta la opinión más
generalizada entre los alemanes, quizá inducida por el propio gobierno de su país;
una paz por separado, ¿la aceptarían los aliados occidentales?
Ramón no volvió a su trabajo habitual, ni volvió a ver a Carl. No supo si fue
hecho prisionero. Como era inválido de guerra, y tenía buenas relaciones con los
altos mandos, quizá consiguió ser repatriado.
La situación militar era confusa. Pasaban columnas alemanas motorizadas en
autos y camiones, en una u otra dirección. No se sabía exactamente hasta dónde
habían alcanzado a llegar las tropas aliadas.
El joven se dirigió al pueblo en bicicleta, evitando los convoyes militares,
para despedirse de Susana y familia e incorporarse a un grupo de la Resistencia. En
casa de doña Margarita se produjo una situación extremadamente penosa. La
familia entera, encabezada por Susana y su madre, se oponía por todos los medios
a su alcance a que Ramón se fuera. Las razones de su mujer no dejaban de tener su
peso: se enfrentaban dos ejércitos poderosos, dotados de los más modernos medios
de combate; la actividad guerrillera, atacando a los alemanes, no era más que una
forma de suicidio. Ramón argumentaba que el poder de los nazis era mucho y el
resultado de la batalla incierto; los pueblos debían unirse para terminar con las
216
odiosas dictaduras. Derrotar a Hitler era abrir el camino para terminar también con
el régimen franquista, que los había obligado a exiliarse; la posibilidad de volver a
España con sus familias…
La discusión continuaba, no conducía a ningún lado y se volvía cada vez
más violenta. El joven, enfadado, se marchó sin decir adiós. Susana quedó
estremecida por un violento ataque de nervios. Su familia la estaba atendiendo...
El grupo con el que encontró Ramón había aumentado considerablemente.
Se componía de una veintena de hombres ex combatientes de la República. En
atención a sus antecedentes militares y de la clandestinidad fue nombrado jefe de
grupo. Se les había asignado la tarea de obstaculizar el movimiento de las tropas
alemanas y destruir las vías férreas. A esta tarea se dedicaron con entusiasmo y
eficacia. Disponían de metralletas, municiones y explosivos.
En Falaise, Chambois y Argentan estaban concentradas gran cantidad de
divisiones alemanas, o lo que quedaban de ellas, formando una gran bolsa, que los
tanques iban cercando inexorablemente. La artillería y aviación anglonorteamericana descargaban toneladas de obuses y bombas sobre ellas. El caos y el
horror reinantes en la bolsa eran indescriptibles. Decenas de miles de soldados
alemanes y ciudadanos franceses, que no habían querido abandonar la ciudad,
sufrían los bombardeos entre los escombros de las casas destruidas y los heridos
que reclamaban angustiosamente auxilio. El olor nauseabundo de los muertos en
descomposición se esparcía por todas partes. Gran cantidad de tanques, cañones,
vehículos y pertrechos militares obstaculizaban el desplazamiento de hombres y
máquinas. Los soldados y civiles sobrevivientes atrapados pugnaban por huir de
aquel infierno de fuego, lo que era menos que imposible. Hitler había ordenado no
ceder terreno y luchar hasta la muerte. Ninguno de los combatientes estaba en
condiciones de obedecer tales consignas, aunque quisiera hacerlo por fanática
sumisión.
Foto: www.150th.com
217
VEHÍCULOS Y SOLDADOS ALEMANES, EN CHAMBOIS.
En Italia, en vista de las continuas derrotas de los Ejércitos del Eje, y el voto
adverso hacia Mussolini del Gran Consejo Fascista, el rey Víctor Manuel III le
destituyó el 25 de julio de 1943 y le hizo arrestar. En su reemplazo nombró al
mariscal Badoglio, quien formó nuevo gobierno y, de inmediato, entró en
negociaciones con los aliados para establecer un armisticio y firmar la paz. Al
“Duce” le llevaron a un lugar secreto para evitar que trataran de rescatarle y
devolverle el poder. Hitler encargó al capitán Otto Skorzeny que averiguara su
paradero y le liberara. Mussolini se encontraba en un hotel del Gran Sasso, a dos
mil metros de altura, en los montes Abruzaos. Una arriesgada operación comando
de paracaidistas logró liberarle y que pudiera presentarse ante el Führer. Pero
Mussolini ya había perdido definitivamente el poder. Capturado por los partisanos
cuando trataba de huir a Alemania, fue ejecutado por éstos el 28 de abril de 1945,
junto a su fiel amante Clara Petacci, que no quiso abandonarle en ningún
momento. La pareja y uno de sus secuaces fueron expuestos al público, colgados
por los pies, en una gasolinera de Milán.
Foto: es.wikipedia.org
VOTO DEL GRAN CONSEJO FASCISTA.
VOTACION: 19 SI.
8 NO.
218
1 ABSTENCION.
Foto: www.cascoscoleccion.com
VICTOR MANUEL III REY DE ITALIA.
Foto: historia.mforos.com
MARISCAL PIETRO BADOGLIO.
219
Foto: www.fotosmilitares.org
CAPITAN OTTO SKORZENY CON MUSSOLINI.
Foto: www.taringa.net
LOS CUERPOS DE MUSSOLINI, CLARA PETACCI
Y MIEMBROS DE SU GOBIERNO.
220
Foto: www.taringa.net
DESPUÉS DE ASESINADOS, LOS CUERPOS DE
MUSSOLINI Y CLARA PETACCI FUERON COLGADOS.
Al capitán Otto Skorzeny no se le juzgó. Skorzeny se estableció en Madrid y
siguió trabajando de ingeniero. Su estancia en Madrid se vio manchada por la
sospecha de que ayudó a criminales nazis a escapar a Málaga y Alicante a través de
la organización ODESSA, creada por antiguos miembros de la SS.
Durante sus últimos años Otto Skorzeny vivió en Alcudia (Mallorca) y
murió de cáncer en Madrid el 7 de julio de 1975 a los 67 años. Fue incinerado y
sus restos inhumados en Austria.
El cuatro de junio de 1944, los aliados ocuparon Roma; el 9 de agosto
conquistaron Le Mans y el quince del mismo mes, fuerzas aliadas desembarcaron
en el sur de Francia, a cuarenta kilómetros de Cannes y avanzaron por el Valle del
Ródano y la costa, en dirección a Marsella y Tulón.
221
Foto: www.historiasiglo20.org
LA LIBERACIÓN DE ROMA.
Con las fuerzas que desembarcaron en Provenza se encontraban tres
divisiones francesas al mando del general De Lattre de Tassigní. Estaban
integradas por franceses nativos, marroquíes y argelinos que habían combatido en
Italia, junto a otras tropas coloniales. A estos soldados se asignó el objetivo de
liberar Tulón, base naval del Mediterráneo, y Marsella. Aprovecharon de una
importante ayuda de la Resistencia, en la que estaban integrados numerosos
refugiados de la guerra de España.
Una gran emoción embargaba a los soldados franceses desembarcados. Era
el primer contacto con la Patria, después de cuatro años de exilio. Se lanzaron a la
lucha con un valor y heroísmo extraordinarios.
El general De Lattre les había dirigido una proclama el día anterior,
exaltando el significado de la lucha, y el sacrificio de los soldados y resistentes
encuadrados en las filas de las F.F.I.
La población francesa estaba exultante; eran sus propios hijos los que
liberaban Francia de la odiosa ocupación nazi. Hombres jóvenes y adultos, cada
vez en mayor número, se incorporaban al “maquís”, a pesar de las represalias de
los alemanes. Habían perdido el miedo; atacaban con los medios a su alcance las
unidades alemanas, y destruían vías férreas y puentes.
Marsella se sublevó el mismo día del desembarco y atacó a los alemanes.
Una columna acorazada penetró en la ciudad, aprovechando la insurrección
popular. Pasó aclamada por la multitud delirante, que enarbolaba banderas
francesas y aliadas, a pesar de que una parte de la ciudad continuaba en poder de
los nazis.
Los jefes y soldados de la Wehrmacht estaban desmoralizados. Constituían
una fuerza respetable de soldados con suficiente armamento; sin embargo, su
222
espíritu era de derrota. Después del fallido atentado contra su vida, Hitler
desconfiaba de los generales y mariscales. No aceptaba sus sugerencias que él
consideraba traiciones. Ante cualquier sospecha de deslealtad tomaba resoluciones
drásticas. No aceptaba que sus divisiones pudieran ser superadas en hombres,
armamento y combatividad. Ordenaba no retroceder ante ninguna circunstancia y
resistir hasta la muerte. A pesar de semejantes órdenes algunos generales ya
obraban según su leal saber y entender.
Aplastadas las divisiones de la “bolsa” de Falaise-Argentan, que resistieron
obstinadamente, los ingleses avanzaron hacia Rouen y los americanos en dirección
a Chartres y Orléans. Era la derrota, sin paliativos de la Wehrmacht en Francia. El
pueblo francés vivía con extrema emoción el desarrollo de los acontecimientos.
LA INSURRECCIÓN DE PARÍS.
En París, los dirigentes de la Resistencia discutían si había llegado la hora de
proclamar la Insurrección Nacional. La capital tenía una guarnición alemana
importante; además, Hitler había dado órdenes expresas de destruir la ciudad en el
caso de tener que abandonarla.
El rápido avance por las carreteras principales de las divisiones blindadas
aliadas, dejaba en la retaguardia numerosos y amplios “bolsones”, con regimientos
alemanes más o menos abundantes, disparmente armados. En esas grandes zonas
de campos y pueblos, el caos era total: había población indefensa, tropas alemanas
pugnando por no ser cercadas, pero sin saber por dónde evadirse; grupos de
“maquísards” con armas ligeras, sin poder enfrentarse con los alemanes, que
disponían de pesadas, y patrullas de reconocimiento sobre “jeeps” armados con
ametralladoras del Ejército aliado.
Ardían los depósitos de combustible, elevando hacia el cielo negras
columnas de humo; en los pueblos, casas y edificios públicos estaban en llamas;
había numerosos muertos militares y civiles sin enterrar; se escuchaban tremendas
explosiones de bombas volantes V 2, depositadas en vagones del ferrocarril, que
no pudieron ser evacuadas; pueblos que pasaban varias veces del dominio de un
ejército a manos del ejército contrario; población que huía aterrorizada de un lugar
a otro en busca de seguridad; escaramuzas de los “maquísards” con los soldados
alemanes. En fin, un desastre completo, con muertos y heridos por todas partes,
abandonados a su suerte.
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Foto: misiglo.wordpress.com
SITUACIÓN, DE IGNOMIA A UNA FRANCESA QUE
MANTUVO RELACIONES CON UN ALEMÁN.
El 17 de agosto, las vanguardias aliadas llegaron a Chartres y Orléans.
Durante días, la población vivió en sus precarios refugios y en las bodegas de las
casas, escuchando los duelos de artillería en el campo, y los obuses que
atravesaban el Loira, con la angustia de no saber si, al salir de su escondite,
encontrarían su precario hogar en ruinas.
En París, el 14 de julio fiesta nacional, grupos de ciudadanos se
manifestaron públicamente, enarbolando banderas francesas y cantando la
Marsellesa. Acompañaban a la multitud guerrilleros armados de la Resistencia. Era
un abierto desafío a la ocupación alemana.
El general Stulpnagel era el comandante militar de la ciudad. Hasta aquellos
días, la policía francesa había controlado la situación y mantenido el orden, pero si
en los barrios periféricos la población se animaba a manifestarse, era un claro
indicio que los policías no actuaban con suficiente energía, o hacían causa común
con el pueblo. El general no tuvo tiempo de averiguarlo: estaba comprometido con
el fallido complot contra Hitler y, a los pocos días, se encontraba en un calabozo de
la Gestapo, sometido a tan grandes torturas que le ocasionaron la muerte.
El Führer nombró a Von Choltitz en su reemplazo. Se lo habían
recomendado la Gestapo y las SS. Le hizo ir a Rastenburgo, su Cuartel general,
para elevarle a la categoría de general de ejército, pero, sobre todo, para darle
órdenes muy precisas de cómo debía actuar en la capital francesa. Tenía que
convertir París en una ciudad fortaleza y defenderla si era atacada, casa por casa.
En el caso de que tuviera que abandonarla, antes tendría que destruirla en su
totalidad. No quería que quedara piedra sobre piedra. Los edificios públicos y
privados convertidos en escombros, sin miramiento de ninguna clase, ni
sentimentalismos estúpidos. Tan pronto como Von Choltitz tomó posesión de su
224
cargo se puso manos a la obra. Se minaron los puentes, palacios, estaciones, puntos
estratégicos y un sin número más de lugares. Los parisinos miraban estupefactos y
alarmados, el minucioso trabajo de los zapadores, que preparaban metódicamente
la destrucción de su hermosa ciudad. Aquella salvajada no podía tolerarse bajo
ningún concepto. Urgía entrar en acción para impedirlo.
Los resistentes de la ciudad estaban muy excitados por los acontecimientos,
pero no se ponían de acuerdo sobre la acción a seguir para evitar una masacre de la
población. Unos, los más numerosos y combativos, querían una revuelta armada;
atacar a los alemanes allí donde se encontraran. Otros preferían esperar a que los
acontecimientos se produjeran y elaboraban planes para los momentos decisivos.
Militantes de varias ideologías, ex prisioneros de guerra, y patriotas sin partido
político colaboraban con la Resistencia. El general De Gaulle había formado un
gobierno en Argelia, donde estaban representadas la mayoría de las opciones
políticas, excepto los militares y civiles que apoyaban la República de Vichy,
presidida por el mariscal Pétain, y que, contra todo sentido común, abrigaban la
esperanza de la victoria del Tercer Reich y del nuevo orden fascista en el mundo.
También estaban los acomodaticios, que habiendo colaborado con Vichy, e incluso
ocupado cargos oficiales, se habían pasado a la Resistencia. La verdad es que las
organizaciones clandestinas de la Resistencia no prestaban tanta atención a la
ideología de sus miembros, sino más bien a la actitud asumida frente a la
ocupación, es decir, a su patriotismo.
Mandaba las F.F.I. de París el coronel Rol, cuyo verdadero nombre era
Henry Tanguy, ex obrero de la fábrica Renault. A la cabeza de la llamada
“Francia Libre”, fundada por De Gaulle, se encontraba Alejandro Parodi, que se
ocupaba de las cuestiones políticas, y Jacques Chabán Delmás de las militares. Al
mando unificado de las formaciones militares se encontraba el general de carrera
Koenig, aunque debido a la dificultad en las comunicaciones y las persecuciones
alemanas, muchos grupos actuaban con gran independencia.
Rol Tanguy quería proclamar la insurrección, atacar a la guarnición alemana
y facilitar el camino a los aliados para conquistar la ciudad. Chabán Delmás
sostenía que la insurrección era prematura; los alemanes tenían fuerzas suficientes
para dominarla y cualquier imprudencia podía desencadenar un desastre total.
225
Foto: www.ordredelaliberation.fr
HENRY TANGUY (coronel “ROL”)
JEFE DE LAS F.F.I. DE PARÍS.
En el Alto Mando Aliado existía la misma divergencia: Eisenhower y el
general Bradley no querían atacar París directamente. Preferían cercar la capital, y
obligar a los alemanes a rendirse. De Gaulle y Leclerc estaban ansiosos por
conquistar la ciudad; querían entrar en ella de inmediato.
Cuando se supo del desembarco en Provenza, ya no hubo forma de calmar y
contener a la Resistencia. Los trenes y el “Metro” se paralizaron; el Correo dejó de
funcionar, bajo el pretexto de una huelga. Policías y gendarmes desaparecieron de
las calles. Nadie hubiera podido prever una huelga de los guardianes del orden. El
17 de agosto se reunió el Comité de Liberación Nacional y, después de fuertes
discusiones, decidió la proclamación de la Insurrección Nacional para el día
siguiente.
El alcalde de la ciudad Taittinger fue recibido por el general Von Choltitz. El
general consideraba que las huelgas proclamadas, eran insurrecciones disfrazadas.
Pero el comandante militar tenía instrucciones muy precisas al respecto. Los
parisinos tenían que tener mucho cuidado con lo que hacían:Monsieur le maíré
(señor alcalde) debía hacérselo saber. Si era necesario, no dudaría en ordenar el
bombardeo de los enclaves rebeldes. Taittinger le replicó si no le importaba pasar a
la historia, como el hombre que ordenó la destrucción de tantas obras de arte, de
tanta cultura…
A Von Choltitz le importaba, pero le recordó que estaban en estado de
guerra, y él no era más que un general alemán cumpliendo órdenes….
El 18 de agosto, las F.F.I. hicieron poner por todas partes carteles
proclamando la insurrección: “Todos los ciudadanos a sus puestos de combate”.
Inmediatamente ocuparon la Central de Correos, el Mercado Central, y algunas
226
alcaldías de distrito. Los desórdenes se extendieron por toda la ciudad; se
levantaron barricadas en las calles y plazas. Las SS y la Gestapo pidieron una
represión ejemplar, pero el general en jefe contemporizaba, permanecía indeciso;
mientras, la insurrección seguía en aumento. La Resistencia ocupó la Jefatura de
Policía y algunos ministerios….
Foto: www.ordredelaliberation.fr
BARRICADA EN UNA CALLE DE PARÍS.
Los combates callejeros se generalizaron por toda la ciudad. Von Choltitz
amenazó con hacer bombardear por la Luftwaffe los principales reductos rebeldes;
principalmente la jefatura de Policía, situada en la isla de la Cité, entre valiosos
edificios históricos-artísticos: la catedral de Notre-Dame, la Sainte Chapelle y
otros...
El comandante militar tenía, como sabemos, la orden de arrasar la capital, si
la rebelión se generalizaba, como estaba ocurriendo.
Las cargas explosivas estaban colocadas en los lugares estratégicos: no tenía
más que dar una orden y París sería arrasado. Pero el general seguía poniendo
excusas para no cumplir las órdenes de Hitler. En la noche del 19 de agosto aceptó
un cese el fuego negociado con el cónsul sueco Nordling. La actitud de Von
Choltitz era observada muy de cerca por las SS y la Gestapo; se tornaba cada vez
más difícil y peligrosa.
De Gaulle pidió a Eisenhower un avance inmediato sobre la ciudad, pero el
general en jefe aliado no quería comprometer tropas en luchas callejeras, que
hubieran ocasionado infinidad de víctimas civiles y militares. Tampoco estaba de
acuerdo en que el general Leclerc, al mando de la Segunda División Blindada, se
separara del grupo de ejércitos norteamericanos y avanzara resueltamente sobre el
centro de la capital.
227
Von Choltitz solicitaba continuamente refuerzos que él sabía perfectamente
que no le podían ser suministrados. Model su jefe, le hizo saber que “haría lo
posible”, pero, por el momento, tendría que arreglárselas con las tropas de que
disponía. Entonces, por un lado, ordenó la retirada de sus tropas hacia el Este y por
otra, se puso en contacto con el cónsul Nordling para explicarle la situación. No
podía capitular como general en jefe, teniendo su familia en Alemania y tampoco
estaba en condiciones de resistir. Quizá el cónsul podría hacérselo saber a los
norteamericanos…
Ante esta situación, una fuerza francesa de tanques y carros se puso en
marcha, seguida de una división norteamericana de infantería.
Foto: www.cervantesvirtual.com
GENERAL JACQUES-PHILIPPE LECLERC JEFE DE LA SEGUNDA DIVISION,
CON SU ESTADO MAYOR.
ESPAÑOLES EN LA LIBERACION DE PARÍS.
Hombre de España, ni el pasado ha muerto,
ni está el mañana - ni el ayer - escrito.
228
ANTONIO MACHADO.
A pesar de la resistencia alemana, los tanques y carros blindados del general
Leclerc se dirigieron resueltamente hacia el centro de París, y alcanzaron la plaza
del Hotel de Ville (Ayuntamiento de la ciudad) en la medianoche del 24 de agosto.
Los primeros blindados en alcanzar la plaza eran conducidos por soldados
excombatientes republicanos de la guerra de España. Llevaban escritos, con letras
bien visibles, sobre las planchas de acero de sus vehículos, los nombres de las
ciudades españolas donde se desarrollaron durísimas batallas contra el fascismo:
Madrid, Brunete, Guadalajara, Belchite, Guernica,… En la División Leclerc
combatían franceses provenientes de distintas partes de África, pero también
marroquíes, españoles y tropas de varios países africanos.
Foto: paris.cervantes.es
LA NUEVE (con el teniente Amado Granell).
La Nueve, es la novena compañía del III Batallón del Chad de la II División
Blindada del general Leclerc que fue la primera en entrar en París en agosto de
1944. De los 160 soldados que la integraban, 144 eran españoles o de origen
hispano. Ex-combatientes en el Ejército republicano o en las milicias populares
durante la Guerra Civil. Anarquistas, socialistas, comunistas, gudaris... Internados
en campos de concentración franceses, se alistaron en la Legión de África del
Norte. En el verano de 1943 fueron enrolados en la 2ª División Acorazada al
mando del general Leclerc. Curtidos en las batallas del desierto contra los África
Korps del mariscal Rommel, un año después desembarcaron en Normandía y
liberaron París.
El primer vehículo que atravesó la plaza del Ayuntamiento fue el
229
“half-track” Guadalajara, seguido por el Guernica, el Teruel... "Zubieta, Abenza,
Luís Ortiz, Daniel Hernández, Argüeso, Luís Cortes, alias El Gitano, Ramón
Patricio, alias Bigote, junto al sargento jefe, de Possese, saltaron del blindado y se
instalaron en posición de defensa con las ametralladoras en la mano.
Foto: flickr.com
Arriba izquierda: teniente Amado Granell. (valenciano).
Arriba centro: sargento Domínguez. (extremeño).
Arriba derecha: brigada Josep Cortés. (catalán).
Abajo izquierda: alférez Montoya. (andaluz).
Abajo centro: alférez Moreno. (madrileño).
Abajo derecha: alférez Campos. (canario).
230
Foto: www.cervantesvirtual.com
GUERRILLEROS ESPAÑOLES, DE LAS F.F.I.
EN LA LIBERACIÓN DE PARÍS.
Foto: www.elmundodecerca.com
JEEPP GUERNICA, EN LA LIBERACIÓN DE PARÍS.
231
Foto: Colección/ Evelyn Mesquida
TANQUETA GUADALAJARA, EN LA LIBERACIÓN DE PARÍS.
Foto: www.cervantesvirtual.com
JEEPP MADRID, EN LA LIBERACIÓN DE PARÍS.
232
Foto: Colección/ Evelyn Mesquida
TANQUETA GUADALAJARA, EN LA PORTE DE GENTILLY.
Desde su cuartel general de Rastenburgo, Hitler preguntaba ansioso una y
otra vez: “¿Arde París?”, mientras soldados aliados la ocupaban y se dirigían a la
jefatura alemana para detener a Von Choltitz y obligarle a capitular.
Foto: http://es.geocities.com/eustaquio5
CHOLTITZ ES CONDUCIDO AL AYUNTAMIENTO DE PARÍS.
233
Foto: www.paris.org
ULTIMÁTUM AL GENERAL VON CHOLTITZ,
POR PARTE DEL CORONEL BILLOTTE EL 25 DE AGOSTO DE 1944,
PIDIENDOLE, EL CESE INMEDIATO DE TODAS SUS OPERACIONES.
Foto: http://deuxiemeguerremondia.forumactif. ... tz-t38.htm
CHOLTITZ FIRMANDO LAS ÓRDENES DE CESE EL FUEGO EN EL CUARTEL
GENERAL DE LA 2ª DIVISIÓN ACORAZADA EL 25 DE AGOSTO DE 1944,
A LAS 15.30 horas.
234
El día 25 de agosto de 1944, llegó el general De Gaulle a la capital y se
instaló en el Ministerio de la Guerra. En la ciudad se seguía combatiendo contra las
tropas alemanas y con los franco-tiradores colaboracionistas. El General, no
obstante, empezó a recibir en audiencia a sus partidarios, tan seguro estaba que los
focos restantes que aún seguían combatiendo, serían destruidos en breve plazo. El
pueblo exultante, se lanzó a la calle para celebrar la liberación con una gran fiesta.
El día veintiséis de agosto se realizó la marcha de la Victoria, presidida por De
Gaulle, entre multitudes delirantes que recorrieron los Campos Elíseos hasta el
Arco del Triunfo y, luego, se dirigieron a la catedral Notre-Dame para celebrar un
Te Deum.
En el desfile militar participaron la División Leclerc y las unidades
combativas de la Resistencia, entre las cuales estaban encuadrados los grupos de
soldados y resistentes españoles.
El veintinueve de agosto desfiló por la avenida de los Campos Elíseos la
veintiocho División de Infantería Americana entre las aclamaciones entusiastas del
pueblo agradecido a sus libertadores.
De Gaulle se presentó al Consejo Nacional de la Resistencia como el jefe del
Gobierno Provisional de Francia, constituido en Argel y reconocido por los
gobiernos aliados. A partir de la Liberación de la capital, el General, cuyo prestigio
aumentaba cada día, tomó en sus manos el gobierno del país y empezó la
depuración de los ex-funcionarios colaboracionistas del gobierno de Vichy, que
fueron remplazados por degaulistas.
Foto: www.ordredelaliberation.fr
EL DESCENSO POR LOS CAMPOS ELÍSEOS,
26 DE AGOSTO DE 1944.
235
Foto: www.cervantesvirtual.com
DESFILE DE LA 28ª DIVISIÓN DEL EJÉRCITO DE LOS ESTADOS UNIDOS,
POR LOS CAMPOS ELÍSEOS, EL 29 DE AGOSTO DE 1944.
236
Foto: www.lanueve.net
HOMENAJE AL SOLDADO DESCONOCIDO,
SON APRECIABLES LOS VEHÍCULOS DE LA 9ª COMPAÑÍA.
París había sido liberado, los Ejércitos occidentales cruzaron el Sena, el
avance sobre la Alemania nazi parecía despejado. Por otra parte, la situación
militar no podía ser más desfavorable para las fuerzas de los países del Eje: por el
valle del Ródano progresaban las divisiones desembarcadas en el sur de Francia.
En Italia, el mariscal Kesserling no podía impedir el lento pero seguro progreso de
los aliados. La Wehrmacht, otrora victoriosa en la Unión Soviética, era vapuleada
continuamente por el Ejército Rojo y, en el Extremo Oriente, los japoneses
perdían, una tras otra, las islas que conquistaron al principio de la guerra. El Alto
Mando Aliado suponía que la guerra iba a terminar pronto.
LOS ALEMANES SE REORGANIZAN.
237
Sin embargo, no iba a suceder así. El jefe alemán del frente occidental,
mariscal Model, había logrado salvar algunas divisiones a las que posicionó en las
líneas Sigfrido y Maginot. En ésta última, ya había dado la vuelta a los cañones
para que apuntaran a Francia. También trajo fuerzas de otros frentes y recibió de
refuerzo divisiones formadas apresuradamente en Alemania.
Los aliados, por su parte, tenían dificultades para abastecer con camiones
sus ejércitos, internados profundamente en territorio francés, lejos de los puertos de
desembarco. Con los ferrocarriles no se podía contar; los bombardeos habían
destruido vías, instalaciones y material rodante. En el otoño e invierno del año 44,
las carreteras y caminos se habían convertido en lodazales, que el tránsito de
vehículos pesados hacía cada vez más intransitables.
Americanos e ingleses discrepaban del rumbo que debían seguir las
operaciones militares. Montgomery, ascendido a mariscal y apoyado por Churchill,
quería penetrar en Alemania a través de Holanda, contorneando las líneas
fortificadas Maginot y Sigfrido. Para poder llevar esta operación con éxito, tropas
aero-transportadas tendrían que ocupar, por sorpresa, los principales puentes sobre
las vías fluviales holandesas.
Foto: mejoresfotos2gm.blogspot.com
CADAVERES DE PARACAIDISTAS BRITÁNICOS Y TRANVÍAS ABANDONADOS
CUBREN LAS CALLES DE ARNHEM, HOLANDA.
El plan era complicado, audaz y los norteamericanos tenían que
suministrar divisiones y pertrechos aerotransportados. Ni que decir que los
generales de los Estados Unidos no participaban del optimismo inglés, ni estaban
de acuerdo en poner a sus soldados y equipos a las órdenes de Montgomery. A
238
Eisenhower tampoco le gustaba la idea, pero ante las presiones de su aliada
Inglaterra tuvo que ceder y ordenó a Montgomery que preparara la ofensiva, a la
que denominó “Operación Huerto”.
El plan inglés no funcionó y fue un serio descalabro, a pesar de haber sido
minuciosamente preparado. Hizo mal tiempo; los paracaidistas cayeron lejos de sus
objetivos; hubo una descoordinación y errores que en la guerra se pagan muy
caros. La reacción alemana ante la audaz operación fue rápida y contundente.
En el otoño de 1944, los ejércitos aliados volvieron a presionar sobre la
frontera alemana bajo lluvias torrenciales. Se toparon con una obstinada defensa de
las divisiones alemanas en la posición ventajosa que ofrecían las fortificaciones.
Los aliados habían vuelto al frente amplio que propugnaba Eisenhower.
Mientras tanto, Hitler estaba preparando una inesperada sorpresa para los
aliados. El plan ideado por el Führer también era audaz y ambicioso: quería
sorprender despreocupados a los ejércitos aliados con una gran ofensiva donde
menos la esperaban; dividir las fuerzas enemigas y aplastarlas, ocasionándoles una
gran derrota. Si golpeaba fuerte a los ejércitos aliados occidentales, estaba
convencido que aceptarían negociar la paz por separado con él. Eran los últimos
manotazos desesperados de Hitler. Sus ejércitos estaban siendo derrotados por los
soviéticos y necesitaba con urgencia hacer la paz en el frente occidental, para
poder sostener el oriental.
Con el mayor sigilo, concentró veinticinco divisiones, de las cuales diez
acorazadas en la región boscosa de las Ardenas, al Sureste de Bélgica. El objetivo
era dividir en dos el Ejército aliado para aniquilar luego las divisiones que
quedaran atrapadas en el norte. Bajo el mando de los generales Dietrich, Von
Manteuffeld y Banderderger, 275.000 soldados con 1.900 cañones de grueso
calibre y 950 blindados, atacaron con dureza a las fuerzas del general norteamericano Hodges, muy inferiores en hombres y pertrechos. Fue el 15 de
diciembre de 1944. Después de un fuerte bombardeo de artillería, los alemanes se
lanzaron resueltamente al ataque con tanques e infantería. Los americanos,
sorprendidos, se retiraron precipitadamente, y cundió el pánico en sus filas. Los
germanos lograron abrir una brecha de cuarenta kilómetros. Parecía que la ofensiva
iba a constituir un éxito. Por los bosques y las colinas de las Ardenas avanzaban
los blindados sin encontrar oposición. Pero una vez pasado el efecto sorpresa, las
unidades que se replegaban empezaron a reorganizarse y ofrecer resistencia en
aldeas y granjas. Mientras se desarrollaba la ofensiva alemana nevaba
copiosamente, la visibilidad era nula. Por parte de los alemanes hubo
descoordinación en el lanzamiento de los paracaidistas, que debían apoderarse de
puntos claves y atacar por la espalda a los norteamericanos. Las divisiones
blindadas también tuvieron problemas en el abastecimiento, por la escasez crónica
de combustible.
La batalla continuó, sin embargo, bajo las condiciones climáticas más
adversas: nevadas y frío insoportables para hombres y vehículos. Los germanos
alcanzaron Celles, pero no pudieron tomar Bastogne, importante nudo de
comunicaciones en el camino de Amberes.
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Foto: www.voltairenet.org
SOLDADOS ESTADOUNIDENSES E INGLESES HECHOS PRISIONEROS
POR LOS NAZIS EN LAS ARDENAS. (BÉLGICA) 1944.
Foto:es.wikipedia.org
SOLDADOS ALEMANES MUERTOS DURANTE
EL DESARROLLO DE LA BATALLA.
El general Patton recibió la orden de contraatacar por el sur con mayor
número de divisiones. Cuando el cielo aclaró, la aviación aliada se adueñó del
espacio aéreo y terminó con la esperanza de Hitler de llegar al mar. Sus ejércitos
tuvieron que replegarse ante el peligro de ser cercados y destruidos por la aviación
y los tanques aliados.
Tampoco tuvo éxito la ofensiva lanzada más al sur por el general
Blascowits, desde la bolsa de Colmar. Perdió 25.000 hombres que pronto iba a
240
necesitar para defender su país. En la durísima batalla de las Ardenas, los
americanos tuvieron 75.000 bajas, entre muertos, heridos y desaparecidos. Los
alemanes 120.000, con el agravante de que estas pérdidas eran más difíciles de
reponer por ellos.
LA GUERRILLA ESPAÑOLA AL SUR.
Mientras los ejércitos aliados combatían en las Ardenas y presionaban
hacia la frontera alemana, en la inmediata retaguardia de los frentes y más allá,
quedaban extensas zonas, pueblos y ciudades que no se habían liberado. Formaban
“bolsas” dominadas por los alemanes o administradas por funcionarios
colaboracionistas. La Resistencia tenía la misión de eliminarlas. El grupo de
Ramón atacó convoyes que se replegaban hacia la frontera y cuando la zona quedó
liberada, atravesaron el río Loira y se dirigieron hacia el sur, donde todavía
quedaban bolsas a liquidar.
Los militares alemanes y colaboracionistas, aunque cercados y sin
posibilidades de evasión, se negaban a rendirse a los grupos de la Resistencia, por
temor a que éstos se tomaran la justicia por sus manos. Sólo aceptaban rendirse a
las unidades militares aliadas. Pero éstas, a veces se encontraban lejos y el pueblo,
tantos años esclavizado por ellos, no aceptaba que impusieran condiciones. La
obstinación de los nazis era aplastada sin miramientos.
El país entero se había levantado y puesto al lado de las F.F.I. para
liberarse de la ocupación extranjera y sus aliados los colaboracionistas. Después de
algunos combates de los primeros días, cuando el grupo de Ramón llegaba a los
lugares donde hasta hacía poco se combatía, ya los alemanes se habían rendido o
habían muerto, y lo mismo había sucedido con los colaboracionistas. De todas
formas, la llegada de los españoles era apreciada y a éstos no les quedaba más que
participar en la euforia general y de las celebraciones multitudinarias con que se
celebraba la liberación.
Ramón era uno de los pocos oficiales españoles que hablaba francés. Sus
compañeros le designaban para representar a los “maquís” españoles en los mítines
y reuniones que se celebraban en los pueblos y ciudades donde, prácticamente,
acudía toda la población.
El camino emprendido hacia el sur con el propósito de combatir a los
alemanes y colaboracionistas se transformó en una marcha triunfal llena de
alegrías, fiestas y celebraciones.
En los frentes occidental, oriental y en el Extremo Oriente se combatía con
dureza, pero ya nadie dudaba de las derrotas de la Alemania nazi, de la Italia
mussoliniana y del Japón Imperial. Se comenzaba a vislumbrar la victoria.
Empero, ¿y en España? ¿Qué es lo que iba a pasar en España, donde perduraba una
dictadura odiosa y sanguinaria? La opinión generalizada era que el régimen
franquista no podría sobrevivir después del triunfo de las democracias.
En el mediodía de Francia, la presencia de los “maquís” españoles había
sido muy importante. Habían participado en innumerables acciones guerrilleras,
atentados, voladuras de puentes y vías férreas, liberación de pueblos y ciudades de
241
la dominación nazi. Su actividad combativa contra el enemigo común era conocida
y apreciada por la población desde hacía años.
Todo a lo largo de la frontera española, del lado francés, los soldados
alemanes desaparecieron, siendo reemplazados, en gran medida por los guerrilleros
españoles del “maquís”. En Toulouse se concentraba una numerosa colonia de
compatriotas, en la cual algunos dirigentes políticos y ex militares de la República
pasaron desapercibidos. Estaban saliendo de la clandestinidad, del anonimato y ya
no temían mostrarse en público.
Liberada la mayor parte de Francia, importantes personalidades refugiadas
en lejanos países, volvieron a aparecer en tierra francesa. En París, Marsella,
Burdeos, Lyon, Toulouse y otras ciudades y pueblos existían importantes
concentraciones de españoles. Las organizaciones políticas y sindicales
organizaban reuniones y mítines a las que acudían millares de esperanzados
compatriotas y simpatizantes franceses de distinta extracción social, era, como ya
dijimos, que el franquismo no debería subsistir a la derrota de las dictaduras. Era
inconcebible, para un ciudadano común, el que las democracias victoriosas
permitieran la supervivencia de un régimen impuesto al pueblo español por el nazifascismo, que tanta sangre y sacrificios costó a sus pueblos poder derrotar.
Por otra parte, entre la dirigencia republicana no existía la misma unidad
de criterio que entre los sufridos exiliados, cuyo único deseo era poder volver a su
tierra, a su casa, al lado de su familia, amigos, de los que estaban separados
cruelmente desde hacía tantos años, en un ambiente de paz, dignidad y respeto.
Perduraban entre ellos los rencores, diferencias de opinión y rivalidades
que existieron durante la guerra y que la derrota exacerbó. Unos propugnaban la
lucha en todos los frentes, la actividad sindical reivindicativa, la acción guerrillera
y una vigorosa campaña diplomática promovida por un gobierno donde estuvieran
representados todos los partidos políticos y organizaciones sindicales que
defendieron la República. Otros consideraban que, por ese camino, no se llegaría a
ningún lado; únicamente la diplomacia internacional, las Naciones Unidas, podrían
solucionar “el caso español”. Habían olvidado el fracaso de la Sociedad de
Naciones y el famoso “Comité de la No Intervención”, que de hecho permitió la
descarada intervención nazi-fascista a favor de Franco. También estaban los que
proponían un acercamiento a los monárquicos y a los demócratas cristianos, que
habían apoyado en el pasado la instauración del franquismo, pero la dictadura
militar les había decepcionado. En fin, resulta difícil comprender por qué no se
podían poner de acuerdo todas las tendencias en el objetivo común de restaurar la
democracia en España. Esto lo hicieron en su momento los franceses e italianos.
¿Por qué en nuestro país no se pudo hacer? Quizá el personalismo de los políticos
españoles tuvo más peso que el interés común, que su patriotismo.
El pequeño “ejército” integrado por los combatientes del “maquís”
español tenía su cuartel general en Montréjeau, una pequeña localidad no lejos de
los Pirineos. Dos guerrilleros armados montaban guardia permanente delante de
una casa convertida en cuartel. Los hombres que allí se reunían eran
excombatientes de la República, con grado militar, o militantes de izquierda que se
habían distinguido en la lucha clandestina. Aunque la mayoría simpatizaba con la
izquierda republicana, había también combatientes de otras tendencias, cuyo deseo
242
era ir a España a luchar contra la dictadura, como lo habían hecho en Francia
contra los nazis.
En nuestro país también existían, a pesar de la implacable persecución de
las Fuerzas de Seguridad, organizaciones clandestinas de distinto color y grupos
guerrilleros armados. A medida que los ejércitos del Eje iban perdiendo batallas, la
actividad guerrillera y la oposición a la dictadura se iba incrementando bajo
diversas formas. A finales del 1943, se produjeron desembarcos de combatientes
provenientes de África en las costas de Almería y granada. En el segundo semestre
de 1944, algunos centenares de guerrilleros del “maquís”, integrando pequeños
grupos armados se infiltraron por las fronteras de Navarra, Huesca, Lleida y
Girona. Algunos de esos grupos alcanzaron el Ebro.
El grupo de Ramón se había reforzado considerablemente. Disponía de
trescientos hombres, soldados veteranos experimentados. Su comandante era un
competente ex jefe de División, de inteligencia y audacia excepcionales,
demostradas a todo lo largo de la guerra de España. Ramón se desempeñaba como
ayudante, lo cual le proporcionaba cierta tranquilidad, porque le conocía bien y
sabía de sus cualidades como militar y persona. No iba a exponer la vida de nadie
inútilmente, ni dejar librado a su suerte a ninguno de sus soldados.
El grupo guerrillero pasó la frontera de noche y se internó en la provincia
de Lleida. Hubo una reunión previa en la que discutió la actitud que debía seguirse
con la población civil durante la campaña. Contrariamente a lo que se podría
presumir, el grupo no encontró ninguna oposición armada. Llevaba comida y
municiones para varios días. En los pueblecitos del Pirineo había destacamentos de
la Guardia Civil, y más hacia el interior, compañías de soldados en sus cuarteles.
En ningún momento trataron de oponerse al desplazamiento de los guerrilleros. Por
intermedio de pastores o de los curas párrocos, la Guardia Civil hizo saber a los
guerrilleros que no debían bajar a las aldeas ni pueblos. El jefe hizo poco caso de la
advertencia; los guerrilleros bajaban a los poblados las veces que necesitaban
reabastecerse y los guardias, en inferioridad numérica, se encerraban en el cuartel.
Cuando el grupo fue atacado repelió la agresión y hubo muertos por ambas partes.
Se rumoreó que oficiales republicanos y franquistas habían mantenido contactos,
sin llegar a ningún acuerdo. Es posible que el gobierno de la dictadura se
comunicara con las autoridades francesas para saber si las incursiones contaban
con su apoyo.
El pueblo, terriblemente castigado durante la guerra, estaba aterrado ante el
temor de un nuevo conflicto. Existió, sí, una actitud expectante por parte de la
población, de las fuerzas armadas, y del gobierno franquista, temerosos de lo que
podía suceder. Cuando fue evidente que los guerrilleros no tenían el apoyo de
nadie, Franco mandó a la frontera fuerzas suficientes para empujar de vuelta a
Francia a los intrusos, evitando, en la medida de lo posible, la confrontación
directa. Al Valle de Arán se dirigió la cuarenta y dos División y a los otros sectores
algunos batallones bien armados y equipados.
El grupo de Ramón empezó a ser rodeado por soldados del Ejército
franquista de forma cautelosa. Patrullas de reconocimiento se acercaron a la aldea
donde el jefe guerrillero tenía la comandancia; Ramón le avisó de la proximidad
del enemigo y él, tranquilamente, tomó las medidas oportunas. Durante los
243
siguientes días hubo enfrentamientos, pero a los guerrilleros no les quedó otra
alternativa que ir retirándose hacia la frontera, ante el peligro de ser rodeados por
fuerzas muy superiores, mejor equipadas y abastecidas. El grupo fue acompañado
por doce guardias civiles prisioneros, que fueron liberados al pasar a Francia. Al
separarse de sus captores, les agradecieron efusivamente por el trato recibido.
“La chica del maquís”.
Su nombre era Asunción Ezquerra.
Foto: es.geocities.com
GUERRILLEROS ESPAÑOLES, VETERANOS DE LAS F.F.I.
Guerrilleros españoles, veteranos de las FFI en Francia. Algunos morirían
en combate, otros encarcelados o fusilados en España, otros conseguirían volver a
Francia, para luchar y morir en las guerras de Indochina o Argelia como condición
para establecerse allí para siempre, hasta que unos pocos pudieron regresar a la
llegada de la democracia a España, cuarenta años después a la muerte de Franco.
244
LA OPERACIÓN "RECONQUISTA".
La AGE, con Vicente López Tobar al mando, era la responsable del diseño
de la operación.
El 19 de octubre de 1944 a las seis de la mañana 3.000 hombres iniciaron
el avance de los cuales 1.500 entraron por el valle central. El valle, rodeado de
altas montañas, se presta para la defensa y más en otoño, cuando pronto están por
desencadenarse las grandes nevadas. Los grupos guerrilleros eran provenientes de
las F.F.I. francesas.
En principio la operación fue un éxito, pues se ocuparon las aldeas de
Abusen, Canejan, Porcingles, Pradell, Lés, Bossot, el Portillón, La Bordeta,
Vilamós, Benòs, Bòrdes, Aubert, Betlán, Vilach, Mont, Montcorbau, Vila y Besos.
Se detuvieron delante de Viella que era la población más importante y el
objetivo principal de alcanzar, pues allí se había previsto instalar el embrión de
Gobierno provisional. La plaza estaba bien defendida con armamento suficiente y
aunque los guerrilleros también iban bien armados, comenzaron los titubeos y las
vacilaciones. Había algo que no "olía" bien,...había sido demasiado fácil llegar
hasta allí, corrían el riesgo de verse cercados por los flancos en una enorme bolsa.
El propósito de la ocupación era llamar la atención de la comunidad
internacional en el sentido de que el pueblo español seguía luchando por su
liberación, y que la República dominaba un lugar del territorio nacional, por más
exiguo que fuera. Se esperaba, al mismo tiempo, la insurrección popular y el apoyo
de un sector militar, en un momento en que ya no era posible la intervención
extranjera. Nada de eso ocurrió: la respuesta de la población no tuvo la
trascendencia que se esperaba y los soldados no se pusieron del lado de los
guerrilleros libertadores.
Parece ser que en estos momentos de zozobra y duda, apareció Santiago
Carrillo de regreso del Norte de África, donde había estado organizando la ayuda
norteamericana a la guerrilla andaluza, el cual después de examinar la situación la
consideró casi de locura, por tanto pidió a Vicente López Tobar sin más dilación la
retirada urgente.
Foto: www.cervantesvirtual.es
245
VICENTE LÓPEZ TOVAR CORONEL
DEL “MAQUÍS” FRANCÉS.
La acción armada contra el régimen franquista, al no contar con los apoyos
necesarios fue un fracaso y, en cierto modo, supuso un descrédito para la causa de
la República. Planeada como una operación militar clásica, no contaba con
reservas, ni apoyo logístico. El resultado era previsible. Los esforzados hombres
que participaron en ella, podían haber sido mejor utilizados desarrollando su
acción en el interior de España, organizados como guerrillas.
Rechazados por el Ejército franquista, los “maquís” españoles se
instalaron a lo largo del Pirineo francés a la espera de nuevas directivas. Se
dedicaron a cortar leña, empleados por una empresa española de leñadores. Ramón
volvió a Montréjeau a cumplir tareas administrativas y de coordinación para lo
cual tenía que viajar con frecuencia a Toulouse. Se hizo confeccionar un uniforme
nuevo con el grado de teniente, no faltaba de nada, pero su moral estaba muy
disminuida. No veía claro el porvenir de los exiliados que tanto habían sufrido y
luchado los últimos años.
De su mujer seguía sin tener noticias. Le había escrito varias cartas sin
obtener contestación. ¿Las recibió? El correo no funcionaba bien. ¿Cómo
reaccionó Susana al separarse? ¿Le guardaba rencor? ¿Comprendió, al fin, el por
qué de la separación? ¿Le estaba esperando, o había conocido a otro hombre? Eran
muchas las preguntas que se hacía, sin saber las respuestas, y se angustiaba.
Recordaba también a las mujeres que amó y desaparecieron de su vida. ¿Dónde
estaban? ¿Qué fue de ellas? Carmen, Rosalía, Jeanne…. ¿Vivían? ¿Eran felices?
EL EJE SE ROMPE.
Dos semanas después del desembarco en Normandía, el Ejército Rojo inició
la gran ofensiva de verano, solicitada insistentemente por Churchill - - - ahora era
Churchill el que solicitaba ayuda - - -. La superior en hombres, armas y pertrechos
de los soviéticos era abrumadora. Los rusos habían hecho un esfuerzo
sobrehumano en la movilización de sus recursos. Además superadas las
dificultades de transporte, recibían de los Estados Unidos grandes cantidades de
armas y municiones. El Ejército Rojo se había convertido en una tremenda
aplanadora, que aplastaba todo lo que encontraba por delante. Los generales
alemanes solicitaban angustiosamente autorización para retirarse a posiciones más
sólidas, fáciles de defender, pero el Führer rechazaba sistemáticamente los pedidos
y, cuando los autorizaba, era demasiado tarde. Las divisiones atrapadas en el
infierno de fuego eran exterminadas. Avanzaron rápidamente recuperando las
ciudades y pueblos perdidos los años anteriores en Bielorrusia, Polonia, y
siguieron adelante en dirección a los países bálticos, Prusia Oriental y el Cáucaso.
246
Foto: www.casarusia.com
BANDERA DEL EJÉRCITO ROJO.
Foto: www.taringa.net
EJÉRCITO ROJO.
En el Extremo Oriente, al Japón no le iban mejor las cosas. Tras la victoria
de la Marina estadounidense en Midway, los aliados continuaron recuperando las
islas del Pacífico. En el golfo de Leyte, durante tres días, se libró la batalla naval
más grande que registra la historia.
247
Foto: www.histarmar.com.ar
BATALLA NAVAL EN EL GOLFO DE LEYTE.
Foto: www.historialago.com
BATALLA NAVAL EN EL GOLFO DE LEYTE.
Los norteamericanos, ayudados por la suerte, asestaron un golpe mortal a
la Marina nipona. Al vicealmirante Onishi, comandante de la flota aérea de Manila,
no le quedaban más que unos pocos y anticuados aviones para hacer frente a la
cada vez más poderosa flota de los Estados Unidos. Se propuso crear un escuadrón
de pilotos suicidas: los “kamikaze”. Con estos hombres, pensó Onishi, destruiré la
armada americana. Se equivocó. Pasado el efecto sorpresa, la Marina logró
controlar los ataques suicidas.
248
Foto: www.emule.us
(1ª Foto) USS COLUMBIA ATACADO POR UN KAMIKAZE.
Foto: www.emule.us
(2ª Foto) USS COLUMBIA ALCANZADO.
Los aliados occidentales querían llegar a la márgenes del Rin los primeros
días del año. El caudaloso río constituía un importante obstáculo natural para los
futuros avances previstos. La batalla de las Ardenas retrasó estas operaciones, pero
en febrero ya estaban en condiciones de continuar con el “frente amplio” de
Eisenhower. Los alemanes habían perdido muchas divisiones en el frente oriental y
en Francia; movilizaron lo poco y débil que les quedaba: ancianos, jóvenes y
niños.
Empujadas inexorablemente hacia el Rin, las divisiones alemanas cifraban
sus esperanzas en detener los aliados ante el gran río. Hitler ordenó que se
249
mantuvieran intactos los puentes hasta que el enemigo estuviera a veinte
kilómetros de distancia y luego fueran destruidos.
En el mes de marzo, el Primer Ejército norteamericano alcanzó el Rin por
Colonia. Cuál no sería la sorpresa de los soldados al observar que frente a
Remagen había un puente del ferrocarril que no había sido destruido. Intentos de
última hora no habían causado daños de consideración. Los americanos lograron
cruzarlo y establecieron una vital cabeza de puente al otro lado del río. Cuando
Hitler se enteró fue presa de un ataque de histeria. Destituyó a Von Rundsted,
comandante del frente occidental y lo reemplazó por Kesserling, comandante en
Italia. Cuatro jefes superiores fueron fusilados.
La misma operación de los aliados no fue tan fácil en otros sectores del
frente. Para atravesar tan importante obstáculo se precisaron grandes recursos
humanos y materiales, pero, a finales de marzo toda la ribera occidental del Rin
había sido conquistada y en la oriental se habían establecido tres importantes
cabezas de puente. El 25 de abril, cerca de Thurgau, sobre el río Elba, hicieron
contacto los soldados norteamericanos con los rusos. El Reich alemán quedaba
dividido en dos.
El 20 de abril, Hitler cumplió 56 años. Los principales jerarcas nazis
fueron a saludarle al refugio de Berlín, un “bunker” a prueba de bombas donde
estaba instalado con su amante Eva Braun y sus colaboradores inmediatos.
Algunos de estos jerarcas ya estaban complotando para sustituirle y, después de
celebrar el cumpleaños, abandonaron la ciudad en masa y con urgencia. Hitler
estaba convencido de que todavía podía disponer de Ejércitos y divisiones que
habían sido aniquiladas hacía tiempo. Berlín estaba cercado por los rusos. De sus
poderosos Ejércitos sólo le quedaban soldados desmoralizados, hitlerianos, SS., la
Gestapo y funcionarios que seguían luchando con fanática resolución, sabiendo
que todo estaba perdido. Eran unos diez millones de soldados esparcidos por
Europa, que todavía dominaban extensas zonas, pero con una moral bajísima.
Hacía meses que venían sufriendo humillantes derrotas. Hitler había logrado
incorporar a sus diezmadas divisiones los hombres de muchos países: rumanos,
húngaros, croatas, eslovenos, escandinavos, belgas, franceses, albaneses, italianos,
turcos y hasta musulmanes, gente a la que consideraba de razas inferiores. El sueño
del “soldado ario puro”, dominando el mundo se había desvanecido.
Los ejércitos rusos de Zukov por el norte, y Koniev por el sur, asediaban
Berlín. Miles de familias aterrorizadas habían abandonado la ciudad. Debajo de los
escombros yacían decenas de miles de soldados y civiles muertos. Los hospitales
estaban abarrotados de heridos. No había electricidad, gas, ni agua para beber. Los
tanques y soldados rusos avanzaban imparables.
El 23 de abril de 1945, las avanzadas de los rusos estaban cerca de sus
últimos objetivos. Keitel, de las fuerzas armadas, sugirió a Hitler capitular o
trasladarse a Berchtesgaden para negociar la paz. El Führer no aceptó: “Defenderé
Berlín hasta el final; o venzo en esta batalla, o caigo como símbolo del Reich”.
Nadie se atrevió a contradecirle conociendo sus reacciones histéricas.
Sus colaboradores trataron de hacerle comprender su verdadera situación.
Nadie sabía de las fantasmales divisiones que el Führer pretendía concentrar en la
ciudad. “No es posible volver el frente occidental contra los soviéticos, por la
250
sencilla razón que el frente occidental no existe”, le informaron Keitel y Jodl los
máximos jefes militares.
Los últimos días del mes de abril, Hitler y los jerarcas nazis vivieron
dentro de una histeria colectiva. Traicionado por algunos de sus colaboradores más
encumbrados, Hitler expulsó del partido a Göering y a Himmler. Nombró a
almirante Döenitz, presidente del Reich, a Goebbels canciller y Bormann, jefe del
partido.
Foto: www.topnews.in
HERMANN GÖERING.
Foto: www.worldfuturefund.org
HEINRICH HIMMLER.
251
Foto: www.museumofworldwarii.com
KARL DOENITZ.
Foto: jeremayakovka.typepad.com
JOSEPH GOEBBELS, MAGDA GOEBBELS Y FAMILIA.
252
Foto: educate-yourself.org
ALBERT MARTÍN BORMANN.
Hitler el 29 de abril, se casó con su fiel amante Eva Braun en una sencilla
ceremonia celebrada en el “bunker”. El 30, después de la conferencia del
mediodía, mientras los rusos iniciaban el ataque al Reichstag, los recién casados se
despidieron de Goebbels, de Bormann y de sus colaboradores que permanecían en
el refugio. Luego se retiraron a sus aposentos. A las quince y treinta se escuchó un
disparo. Cuando el personal que se encontraba en el refugio ingresó en el
departamento encontró dos cadáveres; Hitler se suicidó con un tiro en la cabeza y
Eva con cianuro. Sus cuerpos fueron retirados del bunker y quemados con
gasolina, entre escombros. Goebbels, su esposa e hijos también se suicidaron con
veneno.
Foto: www.fpp.co.uk
253
HITLER Y EVA BRAUN.
El 30 de abril de 1945, ya de noche, la bandera roja soviética fue izada en la
cúpula del Reichstag. El primero de mayo ondeaba triunfante sobre el edificio
incendiado.
Foto: www.adn.es
SOLDADOS SOVIÉTICOS LEVANTAN LA BANDERA RUSA
DESDE EL EDIFICIO REICHSTAG, EN BERLÍN, EN MAYO DE 1945.
Se estima que en la batalla de Berlín, murieron unos cien mil soldados
alemanes y otros tantos civiles. El edificio del Reichstag lo defendieron con
obstinación cinco mil SS., Juventudes Hitlerianas y Volkssturm (Guardia
Nacional). La mitad de ellos murieron y el resto cayeron prisioneros.
El almirante Döenitz recibió asombrado la noticia de su nombramiento por
el Führer de presidente del Reich, ministro de la guerra, y comandante supremo de
las Fuerzas Armadas. Lo primero que izo fue difundir una proclama y formar un
nuevo gobierno del que excluyó a los viejos dirigentes, retuvo solamente como
ministro al arquitecto Speer. Como objetivo inmediato, se propuso conseguir el
repliegue de todos los alemanes hacia zonas que iban a ser ocupadas por los
aliados occidentales. Esperaba preservarlos así de la venganza de los rusos y
conseguir mejores condiciones de rendición por parte de los occidentales. Sin
embargo, los aliados occidentales no estaban predispuestos a regalar concesiones.
OCHO DE MAYO DE 1945.
Cuando Montgomery recibió a los enviados de Döenitz en su tienda de
campaña de Lüneburg, cerca de Hamburgo, el día cuatro de mayo, les conminó a
firmar de inmediato la rendición incondicional, bajo la amenaza de reanudar las
hostilidades. Sin más alternativa, los representantes del almirante firmaron la
rendición sin condiciones. Se fijó el ocho de mayo como último día de guerra, o
sea el día de “la Victoria en Europa”. Por transmisiones radiales, el siete de mayo
254
ya se sabía que la guerra estaba por terminar y la noticia se propagó como un
reguero de pólvora.
El general alemán Alfred Jodl (tercero a la derecha), flanqueado por el
almirante Von Friedeburg (segundo a la derecha), firma el 7 de mayo de 1945 en
Reims, Francia, la rendición alemana, dando fin oficial a la guerra en Europa. Pero
el día oficial de la victoria es todavía motivo de debate: los rusos no aceptaron la
firma de Reims y exigieron una ratificación en Berlín el 9 de mayo.
Foto: www.bbc.co.uk
FIRMA DE LA CAPITULACIÓN EN REIMS.
El general alemán Hans Jürgen Stumpff, el mariscal de campo alemán
Willhelm Keitel y el almirante Hans-Georg von Friedeburg de la Marina alemana,
posan para la foto antes de firmar oficialmente la rendición definitiva alemana, en
Berlín, el 9 de mayo de 1945.
Foto: www.bbc.co.uk
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FIRMA DE LA CAPITULACIÓN EN BERLÍN.
Foto: www.pegatiros.com
(8 de Mayo) DÍA DE LA VICTORIA EN EUROPA.
Foto: moscu-berlin.blogspot.com
(9 de Mayo) DÍA DE LA VICTORIA EN RUSIA.
Un delirio colectivo se extendió por los pueblos y ciudades de Europa.
Multitudes exultantes llenaron las plazas y avenidas desbordantes de entusiasmo.
La horrible pesadilla de tantos años estaba por terminar. No más muertes, los
prisioneros podrían volver a sus hogares, la paz. Era algo increíble. El pueblo
cantaba, reía, bailaba y bebía sin límites. Las mujeres, llenas de alegría, abrazaban
y besaba a los militares. Era el delirio generalizado. La guerra, empero, no había
terminado en el mundo, puesto que se seguía combatiendo en el Extremo Oriente.
Pero nadie dudaba que al Japón le fuera posible resistir los ataques aliados, una vez
256
que se desplazaran a Oriente los formidables ejércitos que habían derrotado en
Europa las dictaduras de Mussolini y de Hitler.
El ocho de Mayo, “día de la Victoria en Europa”, Ramón se encontraba en
Toulouse, realizando gestiones y encargos que la habían ordenado sus superiores.
Llevaba puesta la ropa militar. Terminada su tarea, se reunió con un grupo de
jóvenes compatriotas y salieron a caminar. Las calles eran un hervidero de gente
que se dirigía hacia el centro. La temperatura era muy agradable; los bares estaban
abiertos, colmados de parroquianos, que comentaban los últimos acontecimientos y
bebían. Los jóvenes también refrescaron la garganta con vino y, siguiendo la
costumbre, cada uno de los seis compañeros pagó su ronda, por lo que pronto se
sintieron muy alegres. Aunque todos procedían del “maquís”, únicamente dos
vestían uniforme. Las muchachas y mujeres con las que se cruzaban se dirigían
resueltamente a los dos de uniforme, lo que provocaba las protestas y bromas de
los que estaban de civil.
Cuando llegaron a la plaza la encontraron profusamente iluminada con
reflectores. Una abigarrada multitud de miles de personas la ocupaban en su
totalidad y también las calles adyacentes. Los altavoces difundían discursos,
noticias y música. La muchedumbre jubilosa celebraba cada novedad con gritos y
vivas. Cuando se hizo completamente de noche, los altoparlantes empezaron a
emitir música bailable. En el centro de la plaza se formaron parejas y, a su
alrededor, formando un gran círculo, espectadores alegres observaban el
movimiento de los bailarines, y a los cómicos, hombres algo bebidos entregados a
la tarea de divertir al pueblo con sus dichos y excentricidades. La gente contenta y
predispuesta, festejaba las ocurrencias y reía a carcajadas. No era para menos;
había soportado seis años de guerra y de odiosa ocupación nazi.
En primera fila, las mujeres esperaban que las sacaran a bailar. Un
compatriota, conocido por el apodo de “Madriles”, invitó a una joven a danzar y
empezaron a moverse al compás de la música con la gracia y destreza de
profesionales. Atrajeron de inmediato las miradas de muchos y se formó a su
alrededor un corro que los jaleaba entusiasmado. El madrileño era de baja estatura,
pero bailaba como una estrella del teatro; la muchacha, delgada y alta, le seguía los
pasos y filigranas sin complejos, con una gracia y flexibilidad admirables. Cuando
terminaron de bailar, el público les premió con un caluroso aplauso y les pidió
insistentemente que continuaran con su espectáculo. Una señora exclamó: “! Ah,
esos españoles, como saben mover el esqueleto; lo llevan en la sangre!”.
Los jóvenes compatriotas encontraron pareja y desaparecieron. Ramón
buscó una muchacha a su gusto y la halló en primera fila esperando. Cuando la
invitó a bailar, se excusó diciendo que no sabía y además era torpe para aprender.
Ante su insistencia, aceptó acompañarle y se mezclaron con pareja. Pero aquello
no era un baile común; como disponían de poco lugar para moverse, los jóvenes se
empujaban, tropezaban y giraban desordenadamente. La muchacha, además le
había dicho la verdad: era torpe. Se pisaban los pies arrastrados por el torbellino de
los bailarines. Pero aguantaron hasta el final de la pieza. Ramón le agradeció su
gentileza y se fue a buscar otra compañera.
Encontró una joven morena de lindas facciones y hermoso cuerpo. No era
tan elegante como la anterior. La chica le explicó al joven que vino a la celebración
257
con un agrupo de amigos de su barrio, pero con el tumulto les había perdido de
vista. Se pusieron a bailar y, desde el comienzo se acoplaron de lo más bien, como
si siempre hubieran bailado juntos. Como la gente les empujaba fuerte tenían que
sujetarse, sin embargo, ninguno de los dos parecía molesto por eso. Giraban como
trompos al ritmo del vals “Musette”, tan popular en Francia. Depuse de un par de
piezas, la muchacha dijo tener sed y querer encontrar a sus amigos. En los bares no
había más que vino fresco, las demás bebidas se habían agotado, así que bebieron
unos vasos. A los amigos no los pudieron localizar y continuaron bailando. Sus
cuerpos se acoplaban cada vez mejor sin complejos. El joven experimentaba gran
placer al sentir el cuerpo de su compañera pegado al suyo. Ella también parecía
estar pasándolo bien.
Cuando terminó la fiesta, de madrugada, hicieron un último intento para
encontrar a los amigos. Ella estaba muy contrariada por no poder encontrarles y
como seguían teniendo sed volvieron a tomar vino. Le dijo llamarse Colette y vivía
en un barrio alejado; a esa hora no tenía medio de transporte y tendría que irse a
pie hasta su casa. Ramón se ofreció para acompañarla, no era aconsejable que
caminara sola por las calles desiertas a esa hora. La chica puso algunos reparos,
aunque terminó aceptando su compañía. Emprendieron el camino de su casa,
charlando amigablemente. Colette le contó de su familia, de la fábrica en que
trabajaba, de sus amigos, y de su novio del que se había distanciado hacía poco.
Seguramente que pronto volvería pidiéndole perdón por sus infidelidades. Siempre
lo hacía, pero ahora ella estaba cansada de tanta informalidad.
Caminaba con dificultad a causa de sus zapatos, le dolían los pies. Se
sentaron en un banco de la avenida para sacárselos. Ramón iba a tratar de estirarlos
de la parte de atrás, que es donde le rozaban. Mientras lo hacía, ella se recostó,
estaba muy cansada, como aletargada y se quejaba mucho de los pies. Ramón se
los friccionó y mientras le decía palabras cariñosas. Con voz apagada, ella le
respondía: “déjame, estoy muy cansada. Ya voy a estar bien”; él se había excitado
le recorría el cuerpo por encima del vestido; Colette continuaba acostada sobre el
banco, parecía dormir, aunque respiraba fuerte. Él la seguía acariciando y su
cuerpo empozó a estremecerse de placer. Miró a su alrededor por si venía alguien y
se apoyó sobre ella. “Déjame, déjame, no quiero y se giraba hacia un lado y hacia
el otro tratando de evitarle, sin mucha convicción. Era un juego que no podía
prolongarse por el lugar en que se encontraban y la excitación que habían
alcanzado. Cuando finalmente llegaron a la cópula, ella era un puro gemido y
sollozo. Estaba tan excitada que le arañó con sus uñas y le decía toda clase de
obscenidades e insultos, como si la hubiera obligado por la fuerza a hacer algo que
no quería, y ahora lamentaba.
Cuando se serenaron, siguieron su camino a lo largo de un canal. Caminaban
enlazados por la cintura besándose. Al costado de la ruta habían apilados gran
cantidad de materiales para la construcción: ladrillos, piedra, canto rodado… El
juego amoroso era cada vez más ardiente. Ramón se sacó su guerrera y la extendió
sobre el pedregullo la muchacha se acomodó sobre ella e hicieron el amor hasta el
límite de sus fuerzas. Cuando se saciaron ya aclaraba.
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Cerca de la casa se despidieron con un beso. Prometieron volver a verse.
¡Qué manera tan deliciosa de festejar la Victoria! Nunca olvidarían, creo yo, noche
tan maravillosa.
Las celebraciones no terminaron en Francia el ocho de mayo de 1945;
mientras en Estados Unidos, Inglaterra, la Unión Soviética y demás países
festejaron el final de la guerra en Europa con grandes concentraciones populares y
brindis, pero al día siguiente se concentraron de nuevo en la actividad bélica, el
pueblo francés siguió conmemorando la Victoria en concentraciones patrióticas,
reuniones danzantes y fiestas familiares. Se improvisaban los bailes con orquestas
o un simple acordeón en cualquier parte. Los refugiados, que habían participado
tan intensamente de la cruel lucha, participaban entusiasmados de la alegría y de la
euforia generalizadas.
RAMÓN SE DESMADRA.
El joven volvió, tan pronto como le fue posible, a esperar a su amiga Colette
a la salida de la fábrica en que trabajaba. Disimuló su presencia detrás de un árbol
para darle una sorpresa. ¡La sorpresa se la llevó él! La vio salir muy acaramelada ,
del brazo de un joven, seguramente su novio, con el que debió haber hecho las
paces. Decepcionado, se retiró sin que ella lo viera, y no volvió nunca más por allí.
No teniendo mejor cosa que hacer, los jóvenes españoles de la Resistencia
salían por la noche a divertirse. Frecuentaba bailes, fiestas y estaba invitados en
casas particulares, donde permanecían hasta altas horas de la madrugada,
comiendo, bebiendo y bailando. Ramón se había acostumbrado a beber y mezclaba
las bebidas sin preocuparse lo más mínimo. En ocasiones, se emborrachaba hasta
perder el sentido de las cosas e incluso la memoria. Sus amigos le aconsejaban no
cometer tales excesos, perjudiciales para su salud, y le ayudaban en caso de
necesidad.
Uno de aquellos días despertó en un dormitorio desconocido. Estaba solo y
se sentía mal, muy mareado; no obstante lo cual trató de averiguar dónde se
encontraba y cómo había llegado hasta allí. Recordó una fiesta celebrada en casa
de unos amigos y haber bebido más de la cuenta, pero el lugar en que se
encontraba era otro distinto. En el lado izquierdo de la habitación, observaba desde
la cama de matrimonio, se veía la foto de un hombre de mirada penetrante y gran
bigote de puntas levantadas, en un marco dorado de forma oval. En el otro lado de
la pieza, estaba la foto de casamiento de una pareja. El de los bigotes permanecía
sentado y la novia de pie a su lado, ambos con el semblante muy serio. Ramón
llevaba puesto un pijama de seda verde, de talla varios números mayor que la suya.
Cavilaba sobre la circunstancia de aquella situación cuando escuchó unos ruidos,
se abrió la puerta y se presentó una mujer en batín, llevando una bandeja con
alimentos.
- ¡Hola querido! ¿Cómo te encuentras? ¿Has dormido bien? - Preguntó.
259
- ¡Muy bien! - Contestó, tratando de identificarla. Su cara le pareció
conocida. Aunque le dolía mucho la cabeza.
- Ponte cómodo. Te traigo café con leche y medias lunas a menos que
prefieras café solamente.
Al joven le pareció haber conocido aquella mujer la noche anterior, aunque
no estaba muy seguro de ello. Era rubia, delgada, difícil de determinar su edad a
primera vista.
- ¿Usted es Denise, verdad?
- Pero no; yo soy Susana. ¿Ya no me recuerdas?
- ¡¿Susana?! Aunque mareado, aquella no podía ser la Susana que él
pensaba; no podía haber envejecido tanto….
- Pero sí, madame Sánchez nos presentó anoche, y, ¡cómo nos divertimos en
el baile ¿verdad? Tú bebiste mucho, tenías sed, mezclaste las bebidas. No debes
hacerlo. Los Sánchez son gente buenísima. Yo los aprecio mucho, pero disponen
de poca comodidad para alojarte, te encontrabas muy mal. Les ofrecí mi casa. Tus
amigos te trajeron aquí. Te ensuciaste la ropa, pero no te preocupes, ya está limpia
y secándose. Después te la planchará la sirvienta.
- Muchas gracias señora. Usted es muy amable.
- No me trates de usted, hemos dormido juntos…. - Dijo ruborizándose quise
estar a tu lado porque te veías mal. Estabas nervioso, inquieto, hablabas sir cesar de
forma incoherente… ¡Anda, toma un poco de café¡ Te hará bien.
Tomó un sorbo y, aunque seguía mareado, le preguntó quién era el hombre
de la foto, que le perseguía con la mirada ¡igual que la Gioconda!
- Es mi marido - contestó muy tranquila.
- ¡Oh! ¿Y si viene y me encuentra en tu cama?
- No te preocupes por eso; no va a venir y si viene no le voy a dejar entrar.
Hace tiempo que estamos distanciados. Él va por la suya y yo por la mía. Esta casa
y el negocio de la carnicería, son míos y lo seguirán siendo. A mi marido le gustan
las jovencitas, pues que se vaya y me deje tranquila….
Ramón no estaba en condiciones de analizar la situación; asintió con la
cabeza.
- Te daré una pastilla y puedes seguir durmiendo todo el tiempo que quieras.
Luego te traeré la ropa planchada. Si no quieres comer nada me llevaré la bandeja.
Cuando despertó de nuevo, tenía la ropa impecable al pie de la cama. Susana
se presentó otra vez para traerle toallas limpias por si quería bañarse, algo que le
agradeció muchísimo porque lo precisaba. Se fijó en la hora y, como ya era tarde,
le dijo que después del baño, tendría que irse con urgencia a cumplir con sus
deberes. Susana le hizo prometer que volvería a verla al día siguiente, aunque fuera
de noche, y se lo prometió muy serio, sin la menor gana de cumplir su promesa.
Aquella mujer le cansaba con sus atenciones, y no era precisamente de las de su
tipo preferido. Cuando salió a la calle, se fijó en la fachada de la casa ¡una
carnicería! ¡Qué horror. Con lo que odiaba la sangre!.
Con sus compañeros y amigos siguió saliendo de noche en busca de nuevas
aventuras con mujeres predispuestas y no le faltaban oportunidades, que
comentaban divertidos entre ellos. Pasaron unos meses felices y disfrutando de la
vida.
260
Por desgracia, algunos de estos jóvenes valientes, verdaderos idealistas,
pasaron la frontera para actuar en España en la clandestinidad y terminaron en las
cárceles nacionalistas cumpliendo condenas de muchos años. El espionaje
franquista tenía un muy buen servicio de información: la Guardia Civil les estaba
esperando en los senderos al pasar los Pirineos.
El ocho de agosto de 1945, la Unión Soviética declaró la guerra al Japón. Un
millón y medio de soldados, apoyados por miles de tanques y aviones, arrollaron al
ejército japonés sobre un extensísimo frente. En realidad, hacía meses que se
estaban preparando para el ataque. Los japoneses estaban tan fanatizados o más
que los nazis y resistieron abnegadamente, pero los soviéticos, bien entrenados,
experimentados, y disponiendo de excelente armamento, los empujaron con tal
fuerza que no tuvieron más opción que retirarse o caer prisioneros.
Por su parte, la flota y aviación norteamericanas habían conseguido
aplastantes victorias sobre las fuerzas niponas, conquistando la mayor parte de las
islas cercanas al Japón (Iwo Jima, Okinawa) y destruido sus gigantescos
portaaviones y acorazados. Los submarinos aliados, por otra parte, hundían
convoyes de abastecimiento indispensables para su supervivencia.
Foto: www.sosyalci.org
DESEMBARCO EN IWO JIMA, 19 DE FEBRERO DE 1945.
261
Foto: www.ww2incolor.com
DESEMBARCO EN OKINAWA, 13 DE ABRIL DE 1945.
Las superfortalezas volantes B-29 sobrevolaban los puntos estratégicos
arrojando sobre ellos miles de toneladas de bombas. A pesar de semejante castigo,
los japoneses seguían resistiendo. En vano habían tratado de idear nuevas armas
para poder volcar, milagrosamente, la guerra a su favor, como habían hecho con
anterioridad italianos y alemanes: lanchas y aviones con pilotos suicidas, bombas
volantes, nuevos tipos de aviones, globos con cargas explosivas transportadas por
el viento hasta los Estados Unidos, lucha a muerte de sus soldados…Nada podía
detener el avance de los norteamericanos y de sus aliados. Según el shintoismo, su
religión más extendida, el piloto que se sacrificaba voluntariamente estrellándose
contra el objetivo con su avión, ganaba el paraíso de los héroes. Exaltaban el
desprecio por la muerte y la gloria de los que morían por la Patria, que llegaba a
confundirse con la de los mismos dioses. El Japón estaba derrotado, pero los
militares se obstinaban en negarlo.
Las superfortalezas B-29 empezaron a dejar caer bombas incendiarias sobre
populosas ciudades niponas, con casas de madera. El nueve de marzo de 1945
descargaron sobre Tokio miles de toneladas. Las casas de madera y los materiales
combustibles ardieron, avivados por el viento, convirtiendo la gran ciudad en un
inmenso brasero con millares de muertos y quemados.
JAPÓN SE RINDE.
Como si con los bombardeos no tuvieran bastante, los americanos lanzaron
sobre Hiroshima la primera bomba atómica de la historia, (Little boy) y, al no
sobrevenir la rendición inmediata, tres días después, la segunda bomba sobre
Nagasaki (Fat man). Las importantes ciudades japonesas quedaron reducidas a
escombros con cientos de miles de muertos y quemados de consideración, que
262
tardarían años en sanar. Al Japón no le quedaba más opción que capitular o morir.
Con todo, las opiniones en el seno del gobierno estaban divididas, y sobrevino la
lucha entre las dos facciones. Hiroito hizo inclinar la balanza del lado de los que
deseaban poner fin a una guerra imposible de sostener. Algunos rebeldes se
suicidaron al estilo japonés, practicándose el harakiri. El dos de septiembre se
firmó la rendición incondicional exigida por los aliados a bordo del acorazado
Missouri, por el ministro Shigemitsu y el general Umezu, por parte de los
japoneses, y el general Mac-Arthur y el almirante Nimitz, por los Estados Unidos,
el almirante Fraser por Inglaterra, y el general Blamey por Australia. La guerra
había terminado sobre el papel, aunque continuó en muchos lejanos rincones de la
tierra, por ignorancia u obstinación fanática.
Foto: www.laguia2000.com
A LAS 8,16 HORAS Y 17 SEGUNDOS DEL 6 DE AGOSTO DE 1945, UNA BOMBA
NUCLEAR ESTALLÓ SOBRE HIROSHIMA PROVOCANDO 140.000 MUERTOS.
„LITTLE BOY‟ LIBRÓ UNA ENERGÍA EQUIVALENTE
A 12.500 TONELADAS DE TNT.
263
Foto: error404.blogsome.com
EFECTOS DE LA BOMBA ATÓMICA SOBRE HIROSHIMA.
Foto: www.taringa.net
A LAS 8,16 HORAS Y 17 SEGUNDOS DEL 9 DE AGOSTO DE 1945, UNA BOMBA
NUCLEAR ESTALLÓ SOBRE NAGASAKI PROVOCANDO 80.000 MUERTOS.
“FAT MAN” LIBRÓ UNA ENERGÍA EQUIVALENTE
A 25.000 TONELADAS DE TNT.
264
Foto: www.reopen911.org
EFECTOS DE LA BOMBA ATÓMICA SOBRE NAGASAKI.
Se designó “Día de la Victoria” sobre Japón el día 15 de agosto de 1945,
en razón de ser el día en que el emperador Hirohito hizo difundir por radio la
proclama anunciando la aceptación de las condiciones impuestas por los aliados
para la rendición. Ese día sonaron de nuevo las campanas, sirenas, bocinas de
automóviles y silbatos de todo tipo, para anunciar el final de la guerra.
Foto: usuarios.lycos.es
FIRMA DE LA CAPITULACION DE JAPÓN, SOBRE EL
ACORAZADO MISSOURI, EL 2 DE SEPTIEMBRE DE 1945.
265
Las multitudes se echaron a la calle a festejar, como lo hicieron al terminar
la contienda en Europa, con vivas, cantos y bailes. Las mujeres aprovecharon, una
vez más, para abrazar y besar a los militares, sobre todo si eran jóvenes y buenos
mozos. Los nuevos jefes de las naciones victoriosas: Truman, en los Estados
Unidos, (Roosevelt falleció el 12 de abril, sin disfrutar de una victoria a la que tan
eficazmente contribuyó), Attlee, de Inglaterra, que sustituyó a Churchill el 27 de
julio, y Chifley, de Australia, anunciaron los días de festejos.
Foto: www.gratificados.com
CELEBRANDO EL FINAL DE LA GUERRA CON JAPÓN.
Mientras sucedían los acontecimientos que pusieron fin a la Segunda Guerra
Mundial, la vida en Francia se normalizaba y comenzaba la reconstrucción. Las
organizaciones políticas y sindicales españolas en el exilio funcionaban y los
franceses las observaban con simpatía. Los consulados franquistas atendían
solamente a los compatriotas con los papeles “en regla”, es decir, a muy pocos.
De los principales organismos del Estado se habían hecho cargo los degaullistas,
aunque muchos de los puestos claves seguían siendo desempeñados por los
antiguos funcionarios de Vichy. El correo y los ferrocarriles se movían con grandes
dificultades. No obstante, Ramón aprovechó para escribir una carta a Susana
explicándole su situación y las perspectivas que tenía para el porvenir. Después de
un tiempo, llegó la contestación: unas breves líneas preguntándole cuando pensaba
volver al hogar y si tenía intención de hacerlo.
REENCUENTRO.
266
Estaba inmerso en tales cavilaciones y dudas, cuando un día, su compañero
de alojamiento, le avisó que una joven señora preguntaba por él a la puerta de casa.
Salió curioso para averiguar quién le buscaba y cuál no sería su sorpresa y emoción
al comprobar que se trataba de su propia mujer, Susana en persona le estaba
esperando. Quedó paralizado y confuso. ¿Cómo logró llegar hasta allí? Se la veía
bellísima. Se abrazaron temblando de emoción y alegría. No encontraban palabras
que decirse, las lágrimas les inundaban los ojos y les resbalaban por las mejillas.
Cerca de ellos, los compañeros de Ramón les observaban fascinados. Luego se
acercaron para saludar a Susana y felicitarles por el reencuentro. Le preguntaron a
la joven cómo se había animado a emprender tan largo viaje, con tantos puentes
destruidos y vías de ferrocarril cortadas.
Mientras Susana conversaba con los jóvenes, Ramón se comunicó con su
jefe para pedirle unos días de permiso: necesitaba encontrar un lugar adecuado
para albergar a su mujer. Conocía algunas familias en la ciudad, así que fueron de
visita hasta que consiguieron un dormitorio de matrimonio desocupado. Los
compatriotas les recibían con simpatía y les colmaban de atenciones. ¿Quién de
ellos no había pasado por situaciones parecidas? Después de tener alojamiento,
disfrutaron de días inolvidables, llenos de ternura, besos y amor sin
complicaciones; una segunda luna de miel sin los peligros, temores y sobresaltos
de la guerra.
Caminaron por la ciudad y la ribera del río, enlazados por la cintura, se
detenían en los bancos de los bulevares para reposar un poco y charlar a la sombra
de la alameda, mientras observaban pasar el agua y admiraban el paisaje, que ahora
se les presentaba distinto.
Tuvieron tiempo de conversar sobre los largos meses de su separación, los
duros años de la guerra, pero tenían que analizar lo que les iba a deparar el
porvenir. Los meses de separación y angustia debían de tener un límite. Ramón
quiso aportar su contribución al esfuerzo colectivo de lucha contra el fascismo y
había cumplido con su deber. ¿Qué es lo que esperaba ahora? La liberación de
España se encontraba en punto muerto. Mientras otros compatriotas aconsejados
por sus organizaciones, se mantenían a la expectativa, a la espera de lo que
resolvieran las cancillerías, Ramón parecía querer elegir nuevos riesgos para
terminar como miles de sus compañeros en las cárceles españolas o en los campos
de concentración franquistas. Como premio de su devoción de años, le quedaba la
opción de ir a prestar servicio como militar en alguna lejana colonia de Francia,
alistarse en la Legión extranjera o ir a hacerse matar en España. ¿No estaba
cansado de semejante vida? hacía nueve años que el pueblo español estaba
enredado en una guerra interminable, soportando sacrificios y humillaciones.
¿Cuándo tendría derecho a poder vivir en paz, trabajando y disfrutando de la vida?
España nunca podría liberarse de la dictadura, si la mayoría de los españoles no se
unía en un proyecto común y conseguía el apoyo de la comunidad internacional.
Ambas cosas estaban aún por verse.
Pensándolo bien, Ramón llego a la conclusión de que Susana tenía razón.
Estaba perdiendo el tiempo lamentablemente. Después de la fracasada incursión en
España, ya no quedaba allí nada que tuviera significado para él. Solamente se
podían escuchar encendidos discursos sobre proyectos utópicos, en multitudinarios
267
mítines políticos ante ilusionados compatriotas, completamente alejados de la
realidad.
Sus aventuras galantes y su vida desenfrenada tenían que terminar, no eran
más que desahogos circunstanciales de la vida militar que pronto olvidaría. El
matrimonio estaba corriendo peligro. Amaba a su mujer y ella le amaba. Se lo
había demostrado en múltiples oportunidades; había compartido con él los peligros
de su arriesgada vida militante, y esperó pacientemente el desenlace final. No
podía seguir defraudándola más.
Ramón habló con su jefe para comunicarle que renunciaba a su cargo y se
retiraba de la vida militar a la vida civil. No estaba ligado por ningún compromiso,
ni siquiera verbal. El día siguiente de su renuncia se despidió de sus amigos y de
las familias españolas; juntaron sus cosas y se dispusieron a emprender el azaroso
viaje de vuelta a su modesto hogar orléanes. No hacia tantos meses que la guerra
había terminado, los puentes y las vías férreas se estaban restableciendo de forma
precaria. Los trenes se desplazaban a baja velocidad. Con frecuencia se detenían
para ceder la vía a otros convoyes y esperaban pacientemente la señal para seguir
adelante.
Durante el viaje, Susana le hizo preguntas sobre lo que fue su vida durante
los largos meses de separación. ¿Se había relacionado con alguna mujer, teniendo
como tenía en la ciudad tantos amigos y amigas? Le rogó que le dijera la verdad; le
aseguró que le perdonaría porque se daba cuenta de las difíciles circunstancias por
las que tuvo que pasar. Ramón no quiso admitir sus infidelidades. Fueron
solamente aventuras pasajeras de las que no quedaron huellas. No entristecería en
vano a su mujer, ni le proporcionaría preocupaciones innecesarias que pudieran
afectarla en el futuro.
En Orléans no encontraron su apartamentito en las mejores condiciones.
Aunque Susana había hecho reponer vidrios, empapelar paredes y limpiar todo lo
que pudo, era necesario mejorar muchas cosas y reparar. Con todo su situación era
envidiable: miles de familias vivían en tiendas de campaña instaladas en los
bulevares y tendrían que esperar muchos meses y años antes de poder volver a
disfrutar de una vivienda digna.
CONSECUENCIAS DE LA GUERRA.
Cuando Ramón salió a caminar por la ciudad, pudo apreciar las tremendas
destrucciones que sufrió por los bombardeos alemanes del cuarenta y por los
cañoneos y bombardeos aliados del cuarenta y cuatro. Barrios enteros fueron
destruidos y el mismo centro de la ciudad había desaparecido en parte. Bajo los
escombros se encontraban cientos de cadáveres que todavía no se habían podido
desenterrar y llevar al cementerio. La villa tardaría años en reconstruirse, dando
lugar a interminables polémicas urbanísticas; la ciudad medieval no volvería a ser
como era y la familia que tenía una casita, ya no le alcanzaría su valor para poder
conseguir un modesto apartamento moderno.
También pudo ver con sus propios ojos las atrocidades cometidas por los
nazis y sus secuaces en los campos de concentración y de exterminio. Los hombres
268
y mujeres que volvieron de aquellos infiernos, entre ellos los españoles, eran
verdaderos esqueletos andantes. Los ejércitos aliados en su avance liberaron los
campos; internaron de urgencia en los hospitales a los sobrevivientes y pudieron
ver, directamente, escenas inimaginables de terror. Se hicieron numerosas
fotografías y filmaciones de lo que era la vida habitual en los campos. Nombres
siniestros como Auschwitz-Birkenau, Buchenwald, Mauthausen, Treblinka,
Majdanek, Dachau, Bergen-Belsen, y muchos otros se hicieron del dominio
público. Se sabía de su existencia, pero nadie podía imaginar que hubiera seres
humanos capaces de cometer semejantes atrocidades. Auschwitz-Birkenau se
componía de tres campos de internamiento y se estaba proyectando un cuarto. El
comandante de los campos, Rudolf Höss suministró datos de sus “actividades” y
“records”: un millón y medio de personas incineradas en sus eficaces instalaciones.
Otras fuentes consideraron que entre 1940 y 1945, solamente entre AuschwitzBirkenau y Majdanek mataron a 6.320.000 personas de ambos sexos, varias
religiones y veintiséis nacionalidades.
Bajo el dominio de los dictadores, Mussolini, Hitler y los militares japoneses
se cometieron crímenes y destrucciones que su perversidad y magnitud no tenían
parangón en el planeta Tierra. Ramón recordaba los bombardeos de las ciudades y
pueblos de España: Madrid, Barcelona, Guernica, Durango…. Siguieron luego las
ciudades europeas de Polonia, Dinamarca, Noruega, Países Bajos, Luxemburgo,
Francia, Inglaterra, la Unión Soviética… que luego tomaron el relevo. Las bombas,
aviones y engendros ideados para matar y destruir, fabricados durante años por los
países totalitarios, no eran, precisamente, para tenerlos almacenados en los
depósitos. Mientras esto ocurría, las “democracias” no se cansaban de predicar la
paz y hacer arreglos bajo mano con los dictadores. Pensaban, seguramente, que las
bombas y demás armas estaban destinadas para otros países. La guerra que se
desencadenó a continuación vino a mostrarles su error. Durante muchos meses los
dictadores se cansaron de matar gente, destruir ciudades y pueblos cometer
atrocidades inimaginables, hasta el día que, felizmente, cambió el curso de la
guerra, y los aliados lanzaron sobre estos países veinte veces más de explosivos
que los que cayeron sobre sus territorios. Berlín, Hamburgo, Dresde, Tokio y una
larga lista de ciudades y pueblos fueron arrasados e incendiados hasta culminar con
el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki que pusieron
punto y final a la guerra. ¿Se puede concebir mayor monstruosidad? ¿Por qué
bombas atómicas sobre un Japón rodeado y vencido? Siempre se encontrarán
argumentos para justificar lo injustificable….
Seis años de una guerra universal, con decenas de millones de muertos,
desaparecidos, mutilados y destrucciones inimaginables de pueblos y ciudades que
hubieran podido ser evitados, si la comunidad internacional encabezada por los
principales países, hubiera frenado las agresiones de los países totalitarios, cuando
empezaron a producirse.
269
PERDIDAS HUMANAS EN LA GUERRA
CIVIL ESPAÑOLA.
Países
Militares
Civiles
En % de la
población de 1936.
Españoles
577.000
53.000
2,32
Brigadistas
9.934
430
---Alemanes
300
------Italianos
4.500
------Otros
37.700
------1939 - 1975
105.000
22.000
---Exilio
455.000
275.000
2,68
TOTAL
1.032.000
328.000
5,00
Fuente: Josep Medina y diversas páginas WWW. de Internet. Los habitantes en España en el año 1936 eran
aprox. 27.200.000. (Estas cifras están siendo revisadas con la documentación que se va actualizando).
PERDIDAS HUMANAS DURANTE LA
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL 1939 – 1945.
270
E X I L I O
(1939 – 1951)
FIN DE LA SEGUNDA PARTE = IGUALDAD
(1940 – 1945)
INDICE.
 Francia 1940 / 1945. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 002
 Ramón cambia de trabajo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 015
 El fútbol. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 020
 La Resistencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 027
 “Hotel Meublé”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 033
 Propaganda, arma de guerra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 037
 ¡TORA! ¡TORA! ¡TORA!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 040
 Jeanne. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 041
 Susana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 051
 Ladrón de bicicletas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 064
271
 La guerra cambia de curso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 066
 Julia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 074
 Kursk. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 077
 Lo que le pasó a Humberto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 080
 Preparan el desembarco. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 081
 El desembarco. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 087
 Resistencia y represión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Pág. 104
 Ramón y la guerrilla. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 114
 La insurrección de París. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 121
 Españoles en la liberación de París. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 127
 Los alemanes se reorganizan. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 136
 La guerrilla española al sur. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 139
 El eje se rompe. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 145
 8 de mayo de 1945 (Día de la Victoria). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 153
 Ramón se desmanda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 158
 Japón se rinde (15 de agosto de 1945). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 161
 Reencuentro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 165
 Consecuencias de la guerra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 167
 Índice. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 170
NOTA: las fotos, que aparecen en esta biografía, son: unas propiedad del autor y
otras obtenidas de diversas paginas W.W.W. de Internet. Lo cual comunicamos
para conocimiento de todos los interesados.
272
273
EMILIO MONZÓ TORRIJO
E X I L I O
(1939 – 1951)
TERCERA PARTE = FRATERNIDAD
(1945 – 1951)
LA POSGUERRA.
274
Terminada la Segunda Guerra Mundial, con la rendición del Japón,
quedaban, sin embargo, muchos problemas derivados del conflicto de complicada
solución: estaba la cuestión del castigo a los máximos responsables y a sus
numerosos secuaces; los millones de prisioneros retenidos lejos de sus países de
origen; las ciudades y pueblos destruidos; en estados sin recursos; el
mantenimiento de los ejércitos ocupantes; la creciente rivalidad entre los aliados de
Occidente y Oriente que derivaría, finalmente, en la llamada “guerra fría”. Las
Naciones Unidas trataron de solucionar estos problemas, pero la posguerra fue
larga y conflictiva.
Hitler, Himmler, Goebbels, Ley y Göering se habían suicidado; éste último
dentro de la misma cárcel de alta seguridad donde estaba prisionero. Otros jerarcas
nazis fueron detenidos, procesados y condenados a la horca en el proceso de
Núremberg. Tal fue el caso de Frank, Von Ribbentrop, Frick, Jodl, Ratenbruner,
Keitel, Rosenberg, Seys-Inquart y Streicher. Todos ellos con grandes
responsabilidades en la gestación de la guerra y de sus horrores. Sin embargo,
Döenitz, Funk, Hess, Von Neurath, Raeder, Schirach y Speer fueron condenados a
años de prisión, aunque posteriormente, se beneficiaron con grandes reducciones
de penas, a excepción de Hess, que murió en la prisión de Spandau, custodiado por
cuatro guarniciones, representantes de los cuatro países aliados. Por último,
Fritzsche, Von Papen y Schacht fueron ¡ABSUELTOS!
Foto: www.zweiterweltkrieg.org
CÁRCEL DE SPANDAU EN BERLÍN.
En los países conquistados por los nazis y sus aliados hubo, después de la
guerra, miles de juicios para castigar los crímenes cometidos en ellos, pero sólo
una parte de las condenas se cumplieron. Los jueces y dirigentes políticos
occidentales fueron extremadamente benévolos en las condenas y, posteriormente,
en la disminución de las penas.
275
La organización Odessa nazi, por otra parte, ayudó a escapar a más de
veinte mil dirigentes, con la colaboración de las autoridades de países neutrales y
organizaciones humanitarias. Franz Stangl, por ejemplo, ex-comandante del campo
de exterminio de Treblinka, pudo huir al Brasil, y Adolf Eichmann, de la Gestapo,
y funcionario clave de la “Solución Final”, emigrar a la Argentina, aunque, años
después, un comando israelí lo capturó ilegalmente y le llevó a Israel, donde fue
juzgado y ejecutado.
Foto: luisvia.org
PASAPORTE FALSO DE ADOLF EICHMAN.
Los guerrilleros europeos, los partisanos italianos y el maquís francés no
esperaron los veredictos de los jueces y se tomaron la justicia por su mano en
muchas ocasiones. El caso más resonante fue la ejecución de Mussolini y de su
amante Clara Patachi, (a la que se invitó a retirarse pero ella se negó) y algunos de
sus seguidores, cerca de la frontera suiza. En el sur de Francia, dominado por el
maquís, se ejecutaron muchos nazis y colaboracionistas en juicios sumarísimos. La
Unión Soviética y los países de su zona de influencia fueron muy severos con los
nazis y colaboracionistas; les castigaron cumplidamente por los horrores cometidos
en sus territorios.
276
El Japón también tuvo su proceso parecido al de Núremberg en el mes de
marzo de 1946. Los aliados procesaron en Tokio a veintiocho acusados de
crímenes de guerra, pero solo se dictaron ocho condenas de muerte. La más
significativa fue la de Hideki Tojo, ministro de la guerra desde 1940 a 1944. Tojo
trató de suicidarse, aunque no lo consiguió. Durante su juicio defendió su
actuación en la contienda y, en ningún momento, se mostró arrepentido por los
horrores que desencadenó. Dieciocho políticos y militares fueron condenados a
Foto: search.japantimes.co.jp
HIDEKI TOJO.
largos años de prisión, empero, como sucedió en Europa, quedaron en libertad,
bajo palabra, en 1954/55. Por estos años, algunos habían muerto, otros se habían
suicidado o les habían absuelto. El Emperador y su familia que tuvieron gran
responsabilidad en el estallido de la guerra fueron respetados. Hirohito, en enero de
1946, llegó a negar su origen divino. Criminales de menor jerarquía fueron
juzgados en Yokohama y otras regiones de Asia. Se pronunciaron un millar de
condenas de muerte y cuatro mil en prisión, lo que viene a confirmar la sentencia
de que “el hilo siempre se rompe por lo más débil”…
277
Foto: blog.detounpoco.com
HIRO HITO EMPERADOR DE JAPÓN.
EL VEREDICTO EN EL NUREMBERG DE TOKIO.
Nombre
Cargo
Sentencia
Tojo Hideki
Primer Ministro.
Muerte.
Kenji Doihara
Comandante del Servicio Aéreo del Ejército.
Muerte.
Kōki Hirota
Ministro de Relaciones Exteriores.
Muerte.
Itagaki Seishiro
Ministro de la Guerra.
Muerte.
Kimura Heitaro
Comandante Fuerza Expedicionaria de
Burma.
Muerte.
Matsui Iwane
Comandante Fuerza Expedicionaria de
Shanghái.
Muerte.
Akira Mutō
Comandante Fuerza Expedicionaria de las
Filipinas.
Muerte.
Araki Sadao
Ministro de la Guerra.
Prisión perpetua
278
Hashimoto Kingoro
Instigador de la Segunda Guerra SinoJaponesa.
Prisión perpetua
Hata Shunroku
Ministro de la Guerra.
Prisión perpetua
Hiranuma Kiichiro
Primer Ministro.
Prisión perpetua
Hoshino Naoki
Secretario jefe del Gabinete.
Prisión perpetua
Kaya Okinori
Traficante de opio en China.
Prisión perpetua
Kido Koichi
Lord Guardián del Sello Privado Imperial.
Prisión perpetua
Kuniaki Koiso
Gobernador de Corea y Primer Ministro.
Prisión perpetua
Minami Jiro
Comandante del Ejército de Kwantung.
Prisión perpetua
Oka Takasumi
Ministro de la Marina.
Prisión perpetua
Oshima Hiroshi
Embajador en la Alemania Nazi.
Prisión perpetua
Sato Kenryo
Jefe de la Oficina de Asuntos Militares.
Prisión perpetua
Shimada Shigetaro
Ministro de la Marina.
Prisión perpetua
Shiratori Toshio
Embajador en Italia.
Prisión perpetua
Suzuki Teiichi
Presidente de la Oficina de Planificación del
Gabinete.
Prisión perpetua
Umezu Yoshijiro
Ministro de la Guerra.
Prisión perpetua
Togo Shigenori
Ministro de Colonización.
279
20 años
Shigemitsu Mamoru
Ministro de Relaciones Exteriores.
7 años
EXCLUIDOS DE LA ACUSACIÓN.
Matsuoka Yosuke
Muerto el 27 de junio de 1946.
Nagamo Osami
Muerto el 05 de enero de 1947.
Okawa Shumei
Internado en un hospital de enfermos mentales el 04 de
junio de 1946.
Mac-Arthur, el general norteamericano, actuando como gobernador con
plenos poderes, trató de ordenar, con los medios disponibles, el caos existente en
los extensos territorios ocupados. Recibió importantes ayudas de los Estados
Unidos, interesados en reforzar la posición del Japón como principal aliado en el
Pacífico y explotar su gran mercado potencial. La guerra, por otra parte, aceleró los
movimientos independentistas de numerosas regiones de Asia y del mundo.
En Francia el mariscal Philipe Pétain, de 90 años de edad, que firmó el
armisticio con los alemanes en 1940, presidió el gobierno colaboracionista hasta el
final de la guerra. Fue juzgado y condenado a muerte. De Gaulle conmutó la
sentencia a cadena perpetua en razón de su edad y sus méritos como militar de la
Primera Guerra Mundial. Fue liberado por enfermedad y murió en 1951. En
cambio, su jefe de gobierno, el fascista Laval, que sirvió lealmente a los nazis y
puso a su servicio toda la administración, fue condenado a la pena de muerte y
ejecutado. Muchos de los funcionarios del gobierno de Vichy continuaron, después
de la liberación, al servicio de la Cuarta República.
Uno de los casos más notables fue el de Maurice Papón, que mandó a la
muerte a miles de judíos, y luego fue Jefe de Policía y hasta ministro en el
gobierno del general De Gaulle. El celoso funcionario del gobierno de Vichy
ascendió rápidamente durante la ocupación alemana y colaboró con Maurice
Sabatier, hombre de confianza de los nazis, encargado del “asunto judío”. En su
proceso, instituido años después, se le acusó de haber mandado a la muerte a por lo
menos 1.560 judíos. Como Jefe de Policía tuvo que ver también con la represión de
los manifestantes argelinos en París, particularmente sangrienta.
280
Foto: www.nytimes.com
MAURICE PAPON (Enero de 1946).
La desnazificación se fue diluyendo con la huída de los criminales nazifascistas a los países que los acogieron y las conmutaciones de las penas por parte
de los aliados occidentales. Algunos no obstante, pagaron sus culpas más tarde,
como fue el caso de Claus Barbie, el “carnicero de Lyon”. Este nazi mandó
torturar y ejecutar a gran número de miembros de la Resistencia francesa. Al caer
en manos de los norteamericanos lo usaron contra los comunistas. En 1983,
Francia logró la extradición y le sentenciaron a cadena perpetua por “crímenes
contra la humanidad”.
Foto: www.davidicke.com
CLAUS BARBIE (el carnicero de Lyon)
Alfred Krupp, cuya importante planta productora de armas empleó
trabajadores extranjeros como esclavos, fue sentenciado a doce años de cárcel y la
281
confiscación de sus bienes. A los tres años fue liberado y volvió a regir la
siderúrgica alemana.
Foto: intlawgrrls.blogspot.com
ALFRED KRUPP ANTE EL TRIBUNAL.
De las 170.000 personas sometidas a juicio por sus actividades
colaboracionistas durante la guerra por los aliados occidentales, a la gran mayoría
se les aplicaron castigos irrelevantes. Otra suerte tuvieron, como hemos dicho, los
que cayeron en manos del Ejército Soviético o los guerrilleros en los países
ocupados; sin embargo tanto los aliados occidentales, como los orientales
compitieron por poner a su servicio a los científicos y técnicos más cualificados,
sin importarles su pasado nazi. El caso más notable fue el de Wernher Von Braun,
creador de las bombas volantes V 1 y V 2 que tanto daño ocasionaron en Inglaterra
y en los lugares donde fueron utilizadas, convertido, después de la guerra, en el
principal impulsor de cohetería norteamericana.
Pasó de ser un personaje de las SS., a pertenecer a la NASA norteamericana.
A los horrores propios de la guerra en los campos de batalla, y en los
bombardeos indiscriminados de las poblaciones indefensas, hay que añadir las
torturas y sufrimientos infligidos a los prisioneros en los campos de concentración
o de exterminio, y también a los internados o presos por cualquier motivo. ¡Pobres
seres humanos que cayeron prisioneros o fueron internados! Su destino era
horroroso y un gran porcentaje de ellos no lograron sobrevivir. La crueldad
humana se mostró en toda su plenitud.
282
Foto: www.reformation.org
WERNHER VON BRAUN, JUNTO A HEINRICH HIMMLER
Y EL GENERAL WALTER DORNBERGER.
Se calcula que hubo alrededor de quince millones de prisioneros. Ya
comentamos sobre los internados en los campos de concentración o exterminio
nazis, pero también hay que señalar a los miles de alemanes y austriacos, huidos de
su país por la persecución política, que fueron capturados e internados en los
campos de prisioneros de Inglaterra o deportados a Canadá y Australia.
En el Lejano Oriente, también los japoneses se ensañaron con los prisioneros
y llevaron su crueldad a límites extremos. Cientos de mujeres y niños de los países
ocupados sufrieron lo indecible en los campos de concentración: se les trataba
como animales. Sin apenas comida, con el tiempo se transformaban en verdaderos
esqueletos humanos. La Convención de Ginebra de 1920, firmada por los países
combatientes, no la tuvo en cuenta nadie. Unos y otros la consideraron papel
mojado. Los campos de concentración en mejores condiciones parece ser que
estaban en los Estados Unidos, quizá por su situación geográfica alejada de los
campos de batalla; sin embargo, ciento diez mil residentes de origen japonés
estaban internados, a pesar de ser ciudadanos norteamericanos, permanecieron
presos hasta el final de la guerra.
Hubieron diez “Campos de internamiento o de Reubicación”: Heart
Mountain, Minidoka, Tule Lake, Topaz, Granada, Manzanar, Poston, Gila River,
Rowher y Jerome.
La repatriación de las personas desplazadas constituía un problema de gran
complejidad, debido a que muchas de ellas habían huido de su tierra por motivos
políticos, militares o porque sus pueblos o ciudades de residencia estaban
destruidos y en ellos era difícil o imposible la subsistencia.
283
Foto: minimasletras.blogspot.com
"CAMPOS DE INTERNAMIENTO O DE REUBICACIÓN"
ENTRE 1942 Y 1948. EN LOS ESTADOS UNIDOS.
Muchos de los hombres liberados querían quedarse en donde habían estado
prisioneros. En sus pueblos de origen no quedaban más que escombros y población
hambrienta. A pesar de tales dificultades, varios millones de japoneses
diseminados por toda el Asia, tuvieron que volver a su país donde, a veces, les
esperaba la prisión a la condena a muerte. Por otra parte, un millón de extranjeros
que trabajaban en Japón fueron repatriados a sus países de origen.
En Europa pasó algo parecido con los soldados de varias naciones que
combatieron al lado de los nazi-fascistas. Los rusos que estuvieron al lado de las
tropas alemanas, tampoco estaban predispuestos a volver a Rusia. La recién creada
Organización para los refugiados de la O.N.U. y de la Cruz Roja Internacional
cumplió un papel importante para resolver estos conflictos, aunque no siempre a la
entera satisfacción de todos los involucrados.
Muchos años después de aquella época, la Iglesia de Francia pidió perdón a
los judíos por haber mantenido silencio frente a la masacre de tantos inocentes.
También lo hicieron algunos sindicatos policiales y ex-colaboracionistas. Muchos
criminales de guerra enjuiciados en sus países o en lugares donde cometieron sus
crímenes, pidieron perdón y trataron de justificar sus atrocidades por la ley de la
“obediencia debida”. ¿Está un soldado obligado a matar civiles, mujeres y
criaturas porque lo mande un superior jerárquico? No figura en ninguna ley ni
reglamento, es criminal e inmoral. Miles de miserables asesinos y
colaboracionistas, que mandaron a la muerte a millones de seres humanos, o los
mataron por su cuenta, no recibieron su merecido castigo, e incluso fueron
utilizados por los gobernantes de los países vencedores para llevar a cabo objetivos
políticos.
LA FAMILIA.
284
Susana y Ramón, una vez que ordenaron en el hogar lo más necesario, no
tuvieron en mente otro pensamiento que ir al pueblo a visitar la familia y conseguir
que Elena, su sobrina, volviera a estar con ellos. Los abuelos tratarían de retenerla
a su lado el mayor tiempo posible, pero a la niña no le convenía estar tantos meses
sin ir a la escuela. Pusieron en una maleta lo más indispensable y se fueron a tomar
el autobús de línea, que ya funcionaba. Como no había ningún medio para hacerse
anunciar se presentaron en la casa de improviso. La puerta estaba siempre abierta,
por lo que Susana no tuvo más que separar la cortina de canutillos para entrar.
Margarita preparaba la comida en ese momento. ¡Menudo sobresalto experimentó
al verlos aparecer de golpe! Madre e hija se fundieron en un abrazo, mientras las
lágrimas les resbalaban por las mejillas. “¡Hija mía! ¡Hija mía! exclamaba la
madre, sin atinar a decir otra cosa. Ramón observaba la escena con un nudo en la
garganta. Al serenarse, la anciana se volvió hacia él, secándose los ojos con el
delantal exclamó: “¡Hijos, por fin estáis de vuelta, bienvenidos!”, después abrazó y
besó a Ramón en ambas mejillas.
La sobrina jugaba con otras nenas en la vecindad. La abuela salió al patio
para llamarla a gritos: “¿Elena ven corriendo que ya llegaron los tíos?” La chiquilla
se presentó de inmediato y se abrazó a las piernas de Susana. La tía la levantó en
brazos y la cubrió de besos.
Los jóvenes estaban comentando las incidencias del viaje cuando se presentó
don Agustín. Abrazó a la pareja con los ojos humedecidos y mandó a Elena que
fuera a avisar a la familia y a los amigos, que ya llegaron los tíos. Pronto la casa se
llenó de gente festejando a los recién llegados. La pareja contó lo que fueron sus
vidas las últimas semanas. De vez en cuando, les interrumpían para preguntarles lo
que se comentaba por el sur del país, concretamente en Toulouse. ¿Cuál era la
posible solución del “caso español”?, como llamaban entonces a la tragedia
española los políticos y diplomáticos extranjeros. “¿Podremos volver pronto a
España? ¿Cuál era la posición de las autoridades francesas?” Ante tales preguntas.
¿Cómo explicar que, a las grandes potencias, les preocupaba poco la situación de
los cientos de miles de españoles dispersos por el mundo, y, que “el caso español”
era únicamente objeto de amables conversaciones de los diplomáticos, sentados en
cómodos sillones de los organismos internacionales. Los mismos republicanos,
políticos y sindicalistas que defendieron la República, no se ponían de acuerdo
sobre la forma de presentarse ante las Naciones Unidas, formando un bloque
homogéneo olvidando sus rencillas y rivalidades para conseguir una solución
honorable y pacifica del viejo conflicto, mientras que, en España, el pueblo
proseguía la lucha clandestina contra la dictadura.
Elena era feliz con la llegada de los tíos. Doña Margarita les contó que todos
los días preguntaba por ellos y si iban a volver pronto acompañados de sus padres
y hermana. Estaba convencida de que habían ido a buscarlos y no tardarían en
aparecer juntos. Su tío le conseguiría trabajo a su padre, pero no para hacer carbón
en los hornos, como hacía antes, y una casa grande donde podrían vivir todos
juntos, ¿verdad?
Don Agustín trabajaba en una granja. El salario era más bien bajo, pero en
ella conseguía alimentos a muy bajo precio. Había conseguido, además, que le
cedieran un pedazo de tierra, que el patrón no utilizaba, donde cultivaba verduras y
285
criaba animales domésticos. Los dueños eran muy considerados, le trataban como
si fuera de la familia. El viejo tenía el genio alegre, hablaba una mezcla de catalán,
francés y castellano, acompañado de muchos gestos para hacerse entender, que lo
hacían aparecer simpático. Solía entretenerse con las mujeres de las granjas
vecinas que le hacían preguntas y les daba consejos sobre los árboles frutales, en lo
que era muy entendido, para desazón de doña Margarita que sufría porque era
celosa. Él siempre estaba dispuesto para el trabajo y era generoso en el esfuerzo,
aunque no fuera recompensado. Sin embargo, cambiaba con frecuencia de patrón,
pues buscaba siempre hacer las faenas más pesadas para ganar más dinero, aunque
ya no tenía el vigor de los años mozos. No le importaban las jornadas a destajo,
duras e interminables, de donde regresaba extenuado por el esfuerzo. Quería
demostrar, a sus años, que todavía podía competir con los más jóvenes. Doña
Margarita le reprochaba su tozudez: “¿No se daba cuenta que ya no era joven? ¿Es
que quería suicidarse?” Si ganaba un poco menos en una granja que en otra, lo
mismo se arreglaban; para comer y cubrir sus necesidades mínimas les alcanzaba.
Su hija menor se había casado ya, y vivía con su marido en el pueblo. En la casa
solo quedaba el muchacho, todavía en edad escolar. Pero el viejo era obstinado;
trabajando a destajo tenían la posibilidad de vivir mejor y ahorrar un dinero que
nunca viene mal en los tiempos actuales. No iba a despreciar las ocasiones que se
presentaban; seguiría adelante mientras pudiera y le acompañara la salud; voluntad
y fuerza, según él, tenía de sobra.
Susana y Ramón volvieron a la ciudad con Elena. La chiquilla, era feliz,
hablaba por los codos y hacía proyectos para el porvenir. Consultaba a los tíos
sobre las posibilidades de hacerlos realidad. “¿Verdad tía que mamá y papá
vendrán pronto a vivir con nosotros? Susana le respondía afirmativamente, pero
Elena repetía la pregunta a su tío, para quedar más conforme.
Susana no se sentía bien. Había engordado mucho, a pesar de lo que se
cuidaba en las comidas. Consultado el médico: el diagnóstico fue que su
metabolismo funcionaba mal, probablemente como consecuencia del terror sufrido
en los bombardeos de la ciudad. Debía seguir el tratamiento adecuado, llevar una
dieta estricta y, sobre todo, dejar de trabajar en la costura, una tarea demasiado
sedentaria para su organismo. Era imprescindible que desarrollara actividades en
que estuviera obligada a desgastar energías: caminar, moverse, hacer esfuerzos….
Había renunciado, hacía tiempo, a trabajar en relación de dependencia. Sus
clientas eran muy fieles, le llevaban telas para la confección de vestidos, que ella
les hacía de forma artesanal y las señoras acumulaban en grades armarios para
estar siempre a la moda. En cada reunión o fiesta estrenaban vestido nuevo, para
despertar la envidia o admiración de sus amigas o amigos. “¡Por favor, Susana,
necesito este vestido para el sábado; no tengo nada que ponerme y estoy invitada a
un casamiento muy importante!”. Y la pobre modista se esforzaba por cumplir con
el compromiso, aunque tuviera que pasar noches enteras cosiendo. Siempre
acumulaba faena para varias semanas por delante, pero ahora su salud no le
permitía tales excesos. Le era imposible terminar los vestidos y tendría que pedir
ayuda para poder cumplir con los compromisos adquiridos.
Por su parte, Ramón había hecho gestiones para encontrar empleo, pero, por
el momento, era difícil conseguir trabajo y tendría que esperar. El Estado debía
286
mucho dinero a las empresas de la construcción y hasta que no se normalizaran los
pagos no tomaban más obreros. Dejó sus datos personales para que le avisaran a la
primera oportunidad.
Las semanas iban pasando sin que cambiara la situación. Las reservas se
agotaban. Susana entregó los últimos vestidos, no tenía más trabajo y su salud no
mejoraba. Por otra parte, el país sufría una importante inflación; el matrimonio se
encontraba en paro, y el alquiler que pagaban por su mini-apartamento se les hacía
insoportable. Estaban muy preocupados. Los padres de Susana les ayudaban con la
comida; dinero no les podían pedir porque ellos tampoco tenían. El peor momento
se presentaba al comienzo del mes, cuando debían abonar el alquiler. Pero,
además, para Elena también precisaban dinero; su ropita le quedaba pequeña y
tenían que renovársela. Consiguieron hacerla entrar en la escuela y precisaba
algunos materiales indispensables. La niña estaba muy atrasada respecto a sus
compañeritas. Tendría que hacer un esfuerzo considerable para ponerse a su nivel.
Afortunadamente, Elena era inteligente y sus tíos la ayudaron a recuperarse del
atraso. De todas formas, el panorama se les presentaba complicado. Ramón pensó
volver al pueblo para trabajar en la agricultura. Susana le pidió que esperara un
poco más; ella trataría de coser para sus clientas y, al mismo tiempo, haría más
ejercicios como le recomendó el médico. Todo se iba a arreglar, ya lo vería y
saldrían, como siempre, adelante.
Para paliar el desempleo que afectaba a miles de trabajadores, el
Ayuntamiento creó cuadrillas de peones con picos y palas. Los ocupaba en tareas
de remoción de escombros y limpieza de la ciudad, muy castigada por los
bombardeos de unos y otros. El salario era muy bajo y el trabajo sucio y pesado,
pero cobrar algo a la quincena es mejor que no cobrar nada. Los jornales de
“terrassier” les sirvieron para ir poniéndose, desde entonces, en mejores
relaciones con la encargada del inmueble y evitar males mayores. Ramón volvió a
usar como herramientas de trabajo sus viejas amigas, el pico y la pala. En cuanto a
la comida, un viajecito al pueblo cada semana y la ayuda de los padres de Susana
llegaba a completar el disminuido menú cotidiano.
Un día de aquellos de privaciones, con un panorama por delante siempre
angustioso, Susana llegó del mercado contenta. En la vidriera de un comercio del
centro, un anuncio en el escaparate solicitaba una costurera para hacer retoques en
las prendas de vestir y ayudar en las ventas. No era precisamente el trabajo que ella
buscaba, pero se armó de coraje y entró en la tienda a solicitar el puesto. La
atendió el dueño, un señor, de edad avanzada, con fuerte acento extranjero. Le
preguntó sobre su experiencia como costurera y vendedora. Susana le respondió
con sinceridad: se consideraba buena costurera, por los años que llevaba en el
oficio, pero en ventas tenía que aprenderlo todo. No obstante, si otras mujeres eran
vendedoras, no veía la razón para que ella no pudiera serlo. El patrón decidió
tomarla a prueba por un mes. Le pagaría para empezar ochocientos francos
mensuales, un sueldo más bien bajo en aquella época y tendría que observar el
horario comercial. Susana le comentó a Ramón, medio en serio medio en broma,
que tendría que ayudarle en las tareas domésticas: lavar los platos y los pisos, hacer
las compras, llevar y traer la niña de la escuela, y un montón de cosas más, puesto
que a ella le quedaría muy poco tiempo libre.
287
Por supuesto respondió Ramón. Haré todo eso y lo que se precise, aunque
sea para no oírte quejarte…
Unos días después de haber empezado a trabajar Susana en la tienda, el
joven recibió también ofertas de trabajo. Bueno, pensó, ahora tendremos que
compartir las tareas domésticas, y si llego a ganar bastante, será mejor que mi
mujer se quede en casa, para cuidar de la niña y ocuparse de todas las cosas del
hogar, porque yo no dispondré tampoco de tiempo…. Se decidió por ir a trabajar
en las líneas aéreas, donde se disfruta de pocas comodidades, pero los sobres con la
paga suelen venir más abultados.
A las pocas semanas de estar trabajando los dos y compartiendo las tareas
domesticas, su precaria situación económica había mejorado y la crisis, por el
momento, pasó.
LA RECONSTRUCCIÓN.
Europa entera salió de la guerra destruida y arruinada. En sus pueblos,
campos y ciudades reinaba el hambre, la desolación y el caos. No sucedió lo
mismo en países de otros continentes: Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y
Canadá, por no citar más que unos pocos, vieron desarrollarse sus economías de
forma extraordinaria durante el conflicto bélico. Los norteamericanos pudieron
ayudar eficazmente a la reconstrucción europea a través de las Naciones Unidas y
el “Plan Marshall”, ideado por su secretario de Estado en 1947.
España, Finlandia y los países de la órbita soviética no aceptaron acogerse a
los beneficios del plan. Franco tenía la convicción de que nuestro país “no
necesitaba la ayuda de nadie, porque su tierra era privilegiada”. Esto lo decía a
pesar de la enorme deuda acumulada por su gobierno con los gobiernos de Italia y
Alemania y otros estados; además de las enormes destrucciones ocasionadas por la
guerra en sus ciudades, pueblos, medios de transporte, industrias y campos por los
bárbaros bombardeos… llevados a cabo por la aviación ítalo-germana.
Los militares españoles sublevados, como es sabido, no disponían de otros
recursos financieros que los que les proporcionaban los créditos otorgados por los
países del Eje y otros, a lo largo de la guerra.
Es decir, los militares rebeldes hicieron su campaña “a crédito”, a pagar
cuando terminara el conflicto. Esta actitud del “Caudillo” costó años de hambre y
miseria a la población. Las deudas, después de sustanciales descuentos, se pagaron
principalmente con productos agrícolas y minerales. No se liquidaron
completamente hasta muchos años después de terminada la contienda.
288
Foto: historiasiglo20.org
DECLARACIÓN PLAN MARSHALL.
En esos momentos, además, se estaba iniciando la "guerra fría". Los Estados Unidos, aplicando
la denominada "Doctrina Truman" cuya finalidad era frenar la expansión del comunismo y de la Unión
Soviética, lanzaron el denominado "Plan Marshall" de ayuda económica a los países europeos. Se
trataba de fomentar el desarrollo económico de la destrozada Europa con el objetivo político de impedir
la extensión del comunismo.
EL PLAN MARSHALL FUE NEGADO A ESPAÑA.
La implicación italiana y alemana en la Guerra Civil española en favor del bando nacionalista,
las frustradas negociaciones con Hitler y la apariencia fascista del régimen fueron motivos suficientes
para que los aliados considerasen a España como un sistema afín al de los países derrotados. Por ello,
España fue condenada por la ONU por su origen, naturaleza, estructura y comportamiento en general,
excluida del Plan Marshall y aislada por los países occidentales. Sólo la Argentina de Perón desafió el
acuerdo de la ONU. La negativa de España a reconocer el estado de Israel le valió la simpatía de los
estados árabes, con los que España decía tener unos tradicionales lazos de amistad según la propaganda
oficial.
Precisamente fue el rey Abdulah de Jordania el primer jefe de Estado que visitó España desde
1936.
La respuesta de Franco a la presión internacional fue la defensa numantina de su régimen: "A
nosotros no nos arrebata nadie la victoria". Fue entonces cuando Franco desplegó su disparatada teoría
de la conspiración masónica y comunista a escala mundial contra España. La estrategia funcionó y el 9
de diciembre de 1946 más de medio millón de personas aclamaron a Franco en la Plaza de Oriente de
Madrid.
En Francia, al contrario, pronto, se pusieron en marcha los mecanismos de la
reconstrucción de pueblos y ciudades, y las medidas adoptadas reactivaron la
economía. La numerosa colonia española, originada por el exilio, participó
activamente en las obras programadas y en la construcción masiva de modernas
viviendas para la población.
Al término de las hostilidades, los “maquís” o F.F.I. pasaron a depender del
Ejército Francés, perdiendo la autonomía de la que dispusieron durante la
ocupación alemana. La mayor parte de sus hombres volvieron a sus actividades
habituales de antes de la guerra. Los jóvenes en edad militar se incorporaron al
Ejército regular; los jefes y oficiales que combatieron en el “maquís”, pero no eran
289
profesionales, fueron invitados a seguir la carrera castrense, pero previo paso por la
Academia Militar.
La mayoría de los españoles que actuaron en la Resistencia volvieron a la
vida civil. Aconsejados por sus organizaciones políticas o sindicales se quedaron
en los pueblos y ciudades del sur de Francia, ocupados en tareas agrícolas,
forestales o en la industria, para estar lo más cerca posible de España. Algunos no
habían perdido la esperanza de poder pasar la frontera e incorporarse a la lucha
guerrillera existente en nuestro país; otros cifraban sus ilusiones en la actividad
política que desarrollaban los dirigentes que presionaban, tanto en Europa como en
algunos países de América, para que el gobierno franquista fuera repudiado por las
Naciones Unidas por su pasado nazi-fascista y se pudiera, de un modo u otro,
restablecer la democracia en España.
Las organizaciones políticas y sindicales mantenían relaciones clandestinas
con sus correligionarios del “interior”, con las que permanecían en contacto
permanente. Cada una de ellas tenía su propio programa de acción y consideraba
que su proyecto, era el único que podía resolver con éxito “el caso español”. La
falta de unidad, cuando no una abierta hostilidad, era la tónica permanente entre los
partidos políticos y sindicatos que defendieron la República.
La primera asamblea de la flamante “Organización de las Naciones Unidas”
(O.N.U.) tuvo lugar en Londres en 1946. Lamentablemente, el mundo estaba cada
vez más dividido en dos grandes bloques y ello perjudicó en gran manera la causa
republicana. También hizo mucho daño en el pasado el accionar del mal llamado
“Comité de No Intervención”, organizado por los gobiernos de Francia e
Inglaterra, para encubrir la intervención nazi-fascista en España y ganar tiempo
para su demorado rearme.
En Orléans y en el departamento del Loiret, las nuevas autoridades
provenían de la Resistencia y mantenían una actitud amistosa con los refugiados
españoles. El viejo “recepissé”, un simple papel con los datos personales y la
fotografía, valedero para pocos meses, lo reemplazaron por un verdadero
documento de identidad, con diez años de validez. Se concedieron cartillas de
trabajo, necesarias para desempeñar cualquier actividad laboral. Y en las oficinas
administrativas los españoles eran bien atendidos y sus problemas resueltos. No
sucedía así en otros departamentos franceses, en donde a los españoles se les
trataba diferente…
Ramón volvió a encontrarse con los amigos y compatriotas con los que
estuvo relacionado en los aciagos días de la ocupación alemana. Faltaban algunos,
sin embargo, que desaparecieron sin dejar huellas. Otros retornaron a España
silenciosamente, como avergonzados por lo que entonces se consideraba una
debilidad o se fueron a vivir a las soleadas regiones del sur. De los detenidos por
los alemanes pocos volvieron. Los que retornaron de Auschwitz-birkenau,
Mauthausen y otros campos se encontraban en un estado físico tan lamentable que
impresionaba.
Por otra parte, todos los días aparecían por allí caras nuevas; eran
compatriotas provenientes de otros departamentos franceses o fugitivos de la
España vengativa, que llegaban en busca de trabajo, documentos y mejores
condiciones de vida.
290
En Orleáns, los transeúntes se desplazaban por el boulevard de la ciudad,
hacia el lado derecho de la estación del ferrocarril, al llegar a la esquina de aquel
con la calle de la República, principal arteria de la villa, se topaban con un grupo
de españoles que, a cualquier hora del día o de la noche, se la pasaba charlando o
discutiendo, según su costumbre, en un tono de voz bastante elevado. Si el recién
llegado prestaba atención a lo que allí se decía podía enterarse, sin leer el diario, de
lo que sucedía en la población y sus alrededores, conocer el resultado de los
eventos deportivos, en particular del fútbol español y francés; enterarse de los
chismes del día o que empresa buscaba trabajadores para sus obras. Además,
trasmitían mensajes, se concertaban acuerdos y se proyectaban reuniones. Como
cerca habían dos cines, a veces una sala de baile trashumante, algunos bares y la
estación del ferrocarril por donde transitaban trabajadores de los obradores lejanos,
el lugar estaba siempre frecuentado por gente de paso, o por los que no teniendo
nada mejor que hacer se quedaban en el lugar durante horas para pasar el tiempo y
enterarse de lo que pasaba. El sitio lo conocía todo el mundo por el nombre del
“consulado español”, no cabía equivocarse porque no había ningún otro.
Tan popular era y tan concurrido estaba a todas horas, tanto si hacía frío
como calor, que a un maduro matrimonio francés se le ocurrió la idea de poner un
hornillo sobre el piso de tierra, debajo de los árboles, y empezar a freír patatas
palito y expenderlas en cucuruchos de papel. De esa manera. Los asiduos del
“consulado” y la gente que salía del cine o de la estación podía engañar un poco el
hambre y sentir menos el frío, comiendo patatas palito bien calientes.
A primera vista, aquella actividad gastronómica, iniciada con medios tan
precarios, parecía destinada al fracaso. No fue así, la avispada pareja que
temblando de frío o sudando de calor, vendía patatas fritas durante jornadas
interminables tuvo su justa recompensa; pudo ampliar las ventas con castañas
asadas, salchichas, cacahuetes y bebidas. Con el tiempo consiguió el permiso para
instalar un quiosco y hasta llegó a inaugurar un bar-restauran en las inmediaciones.
El invierno hizo su aparición, como era habitual aquellos años: nevó, y luego
la nieve se convirtió en hielo. Las aceras se volvieron resbaladizas y la temperatura
se mantuvo por debajo de cero grados durante semanas. El sol aparecía
esporádicamente entre las nubes, pero apenas calentaba.
Un día Ramón pidió permiso en la empresa en que trabajaba para hacer
algunas diligencias en la ciudad. Se encontraba en el “consulado” charlando con
compatriotas, cuando vieron salir de la estación un joven que parecía desorientado
y, al divisar el grupo de personas bajo los árboles, se dirigió directamente a su
encuentro. El joven era alto, delgado y llamaba la atención porque caminaba en
mangas de camisa, como si estuvieran en pleno verano, cuando todos los presentes
iban arropados con abrigos de lana, llevaban bufanda, guantes, y algunos se
cubrían la cabeza con pasamontañas.
Cuando estuvo cerca y escuchó hablar en español, se dirigió resueltamente a
su encuentro para preguntarles si eran españoles.
- ¡Hombre claro que somos españoles! Tú debes de ser marciano porque
con el frío que hace caminas en mangas de camisa. Vas a coger una
pulmonía…
- No tengo frío dijo, y estaba temblando de los pies a la cabeza.
291
- ¿Cómo no vas a tener frío con semejante temperatura? - Comentó el
mismo.
- ¿De dónde sales con tan poca ropa? - Preguntó otro.
- Es que vengo de España…
Y cuando dijo esto, los presentes se quedaron expectantes.
- Si - continuó el joven - salí de la cárcel donde pasé encerrado dos años.
Cuando me liberaron, me enrolé en un circo y con él logré pasar la
frontera. Cogí el primer tren que pude para internarme en el país y ser
libre. He bajado aquí por miedo a que me detuvieran. Aunque no sé
donde me encuentro…
- Estás en una ciudad que se llama Orléans – le dijo alguien.
- ¿Qué es lo que hiciste para estar dos años preso? - preguntó otro.
- Nada - lo juro. Huí de mi casa cuando fusilaron a mis padres, pero me
detuvieron.
- ¿Por qué fusilaron a tus padres? - insistió el mismo.
- No sé lo que pueden haber hecho… Eran republicanos eso sí.
- ¿Qué edad tienes? - preguntó el que había hablado primero
- Voy a cumplir veintidós años.
- ¿Cómo te llamas?
- Mi nombre es Rodrigo.
- ¡Bueno, basta de charla! - No puedes andar así por el mundo.
¡Vaya, ponte este abrigo! - dijo sacándose la prenda.
- Pero señor ¿y usted?
Yo voy bien abrigado debajo. No te preocupes…
- ¡Toma! Tápate el cuello con la bufanda - dijo el otro.
- Pero...
- No hay pero que valga. ¡Te la pones!...
- Vas a venir conmigo - continuó el del abrigo. Comerás algo caliente y
hay un rincón en la casa donde podrás dormir. Te prestaré ropa de mi
hijo. Mañana ya veremos donde puedes alojarte mejor…
- Gracias señor, gracias.
- No las merece. Vamos.
Y diciendo esto se llevó con él a Rodrigo.
Durante esta conversación, Ramón no dijo nada. Pensaba que él tenía muy
poco que ofrecer, pero conocía gente en la ciudad que quizá podría ayudar al
joven. Reflexionó un momento y encontró la solución: hablaría con el director de
la escuela para la Formación Profesional Acelerada, un señor que él conocía. Allí
podría practicar un oficio, empezaría a aprender el francés y recibiría una
retribución monetaria durante su permanencia en el curso, que le ayudaría a
subsistir durante meses.
Como había proyectado, se puso en contacto con el director del Centro de
formación, y le expuso el caso de su joven compatriota. El hombre movió la
cabeza; los cursos ya habían comenzado hacía tiempo y estaban al completo. Ante
la insistencia de Ramón, le prometió consultar a los supervisores si se había
producido alguna baja en los cursos. Unos días después le hizo saber que podría
292
hacerle ingresar en la escuela de albañilería, en donde se habían producido
vacantes.
Aunque parezca increíble, en una ciudad destruida por los bombardeos de
los alemanes y aliados, a lo que se ve, eran pocos los hombres con vocación de
albañil…
LOS NORTEAMERICANOS.
La ciudad no había sido ocupada militarmente, sino invadida por el ejército
norteamericano. Se les podía ver transitando por las calles paladeando chicle,
entrando y saliendo de los bares o dirigiéndose al barrio antiguo de la ciudad, que
había sobrevivido a los bombardeos alemanes del año cuarenta, y de los aliados
occidentales en 1944. En esa zona se encontraban la mayoría de las casas de citas
de la villa.
En las calles aledañas había militares que, para procurarse dinero francés, se
instalaban en las aceras para vender sus pertenencias: pantalones, camisas, cajas
completas de herramientas, botines de cuero, bultos de cartón o maletines con ropa
interior o de comida enlatada. A su alrededor se formaban grupos de civiles
franceses, hombres y mujeres, que pujaban por adquirir lo que se vendía,
convencidos de poder hacer una buena compra. En la ciudad todavía escaseaba la
comida, la ropa y persistía la inflación.
Camiones y “jeeps” con militares se desplazaban a gran velocidad por las
calles y avenidas, asustando a los transeúntes y provocando más de un accidente.
Las divisiones de infantería se habían alejado de la costa atlántica y los transportes
tenían que abastecer con rapidez grandes cantidades de suministros a los ejércitos
aliados. Con el ferrocarril no se podía contar: vagones y vías habían sido
inutilizados. Hubo protestas de la población, y reclamaciones de las autoridades,
para que apaciguar el tráfico por las calles y avenidas de pueblos y ciudades.
Como la afluencia de los militares al barrio de los prostíbulos era muy
grande, los jefes decidieron cerrar la zona con un vallado de madera, todo a lo
largo de las estrechas calles, al estilo de los poblados del viejo “far west”.
Colocaron dos grandes portones para la entrada y salida de vehículos y personas
del barrio, vigilados por soldados policías del ejército, que portaban cascos
blancos, y estaban provistos de bastones del mismo color. A los habitantes del
lugar les suministraron tarjetas de identificación que debían exhibir al entrar o salir
por los portones.
Los soldados necesitaban tener permiso de sus superiores para poder
ingresar en la zona cerrada. A pesar de no estar autorizados, algunos insistían
querían convencer al guardia para que les dejara entrar. Éste conversaba con ellos,
pero se mostraba inflexible en cuanto a dejarles pasar. Sin permiso de sus
superiores no se puede. Pero los hombres no cejaban en su empeño. Entonces al
policía no le quedaba otra opción que alejarlos a bastonazo limpio. Unos cuantos
golpes de bastón tenían que ser suficientes para convencer a cualquiera menos
obstinado, pero a los bravos mozos del norte no se les amedrenta tan fácilmente.
Hasta no haber encajado una verdadera paliza no se alejaban…
293
Algunos eran, por demás, porfiados; se proveían de una cuerda, subían hasta
el segundo piso de una casa colindante y pedían permiso a los vecinos para salir al
balcón. Una vez allí, se ataban la soga a la baranda y se descolgaban por la fachada
hasta la altura aproximada de la valla de madera. Luego, con un movimiento
pendular trataban de acercarse a ella y se dejaban caer del otro lado de la
empalizada. Era algo parecido a lo que hacen los acróbatas en el circo. Pero los
soldados son soldados no acróbatas. Algunos caían del otro lado de la valla y
conseguían su propósito; otros menos hábiles o con menor fortuna se precipitaban
sobre las tablas de madera, rebotaban y caían al suelo sin conseguir su objetivo y
también los había que se rompían algún hueso al caer y se quedaban sin poderse
mover. Una ambulancia y los llevaban al hospital. Se suele decir que un pelo de
mujer tira más que cien caballos, lo que parece exagerado, pero tirar, tira…
Los vecinos observaban divertidos el espectáculo bastante frecuente y reían;
los que se habían golpeado tan fuerte, no se iban en la ambulancia contentos, ni
con ganas de reír…
En el pueblo, doña Margarita hacía su agosto preparando comida para los
soldados de origen mejicano, aburridos con el rancho a base de enlatados.
Llegaban a su casa en grupos, para pedirle, por favor, que les hiciera de comer.
- No sé lo que ustedes quieren que les prepare…
- Pues queremos comer comida casera. Usted sabe, un buen puchero con
fríjoles, patatas y carne vacuna; algún guiso bien condimentado, con
mucho ají picante, o si no, tomates fritos con blanquillos (huevos)
revueltos y ají bien fuerte…
Pero doña Margarita no podía atenderlos a todos. Su cocina era más bien
pequeña y tenía que rechazar muchos pedidos.
Para beber, elegían el vino tinto, y podían consumir muchas botellas, por lo
que iban más contentos y agradecidos.
Los vecinos preguntaban curiosos a doña Margarita dónde había aprendido a
hablar ingles-americano y a preparar comida mejicana.
- En mi pueblo - era la respuesta, y ellos se quedaban perplejos, sin poder
admitir que, lo que les decía, era la pura verdad.
LA SALA DE FIESTAS.
Las autoridades francesas surgidas de la Liberación, no ponían obstáculos
para el libre funcionamiento de los partidos políticos y organizaciones españolas en
el exilio. Mientras en España se luchaba en la clandestinidad para recuperar las
libertades perdidas, y se perseguía con saña cualquier actitud hostil al régimen, por
insignificante que fuera, en Francia, los refugiados se manifestaban públicamente,
editaban periódicos, celebraban reuniones y mítines, sin tropezar con obstáculos.
La sala de Fiestas de la ciudad era el lugar donde franceses y españoles
realizaban la mayor parte de los actos públicos. El Ayuntamiento concedía la
amplia nave a las entidades que la solicitaban, por riguroso turno, de forma
gratuita. Sólo había que abonar los gastos de limpieza y climatización. Estaba, de
costumbre, muy solicitada, pero, algunas veces, las personas que la tenían
294
reservada, en el último momento renunciaban a ocuparla y, entonces, el primero
que la pedía alcanzaba a obtenerla.
El edificio estaba rodeado de amplios espacios abiertos donde solía
concentrarse una considerable cantidad de personas. Esto sucedía cuando se
presentaban políticos del ámbito local o nacional y la sala se colmaba de público.
Por medio de altavoces, los discursos se retransmitían al exterior.
Era costumbre que, al final del acto programado, el Presidente concediera la
palabra a toda aquella persona que deseara ejercer su derecho a la contradicción. El
secretario anotaba los nombres de las personas que pedían la palabra por riguroso
turno. Cuando terminaba su exposición el último orador de los organizadores, el
Presidente concedía la palabra unos minutos a los que la habían solicitado para que
expusieran sus comentarios o críticas sobre los temas tratados, de la forma más
clara y concisa. Las intervenciones de los contradictores se recibían, casi siempre,
con silbidos o protestas por parte del público, aunque también no faltaban los que
aplaudían. En la rechifla se entremezclaban los aplausos, los silbidos, las protestas
y el griterío.
Cuando terminaba el tiempo concedido para las réplicas, uno de los oradores
respondía brevemente a las críticas y el Presidente daba por terminado el acto,
mientras muchos seguían protestando y otros aplaudiendo.
A Ramón le gustaba asistir a estas reuniones, donde casi siempre se hacían
referencias a España. Durante las campañas electorales todos los días había mítines
de un partido u otro. La gente mayor acudía temprano para conseguir buena
ubicación y llevaba algo para comer y beber. No se perdían detalle del espectáculo
y lo disfrutaban de lo lindo. A pesar del alboroto que se producía siempre al final,
cuando intervenían los contradictores, las reuniones no dejaban de ser un excelente
ejercicio de democracia. Por la Sala de Fiestas de la ciudad desfilaron los políticos
más importantes del país, y tuvieron que escuchar, en la voz de sus competidores,
las más acervadas críticas.
Ramón había conseguido juntar un grupo numeroso de chicos y chicas. Se
reunían en un local prestado y se dedicaban, además de practicar deportes, hacer
colectas y organizar bailes, cuyo beneficio iba destinado a los presos de España y a
sus necesitadas familias.
Los bailes tenían lugar en pequeños locales que alquilaban y la música la
ponía un acordeonista, o uno o dos músicos. Entonces no se contaba con los
equipos electrónicos de hoy. El resultado económico, después de cubrir gastos, era
más bien modesto, si es que no había pérdidas, aunque la juventud se divertía.
En estas tareas, Ramón contaba con la ayuda entusiasta de los jóvenes y,
sobre todo de José, el hijo de un matrimonio de compatriotas emigrantes de vieja
data, que siempre dispuesto a colaborar en todas las actividades del grupo.
En vista del escaso beneficio obtenido en los bailes que organizaban, en una
reunión José propuso hacer un gran festival en la Sala de Fiestas de la Ciudad.
Podrían contratar dos grandes orquestas y la colaboración de renombrados artistas
del arte español, como los que actuaban habitualmente en Paris. “Podríamos invitar
a Luís Mariano” propuso.
295
Foto: embusteria.blogspot.com
LUÍS MARIANO.
Ramón calificó de descabellada la propuesta; el fisco se queda con el
cincuenta por ciento de los ingresos por entradas; con el resto tendrían que pagar a
las dos orquestas, los gastos de la sala y las remuneraciones de los artistas, que si
son estrellas populares se hacen cotizar muy alto. Por si fuera poco, iban a precisar
de un gran despliegue publicitario para atraer el máximo de público. Si por
desgracia llegaban a fracasar. ¡No quería ni pensarlo! El descalabro económico
sería mayúsculo y tendrían que afrontarlo entre todos.
Sin embargo, a los jóvenes no les convencieron los argumentos de Ramón;
estaban entusiasmados con el proyecto y expusieron sus puntos de vista: las
entradas “oficiales” las venderían al público en la taquilla, los compatriotas y
jóvenes amigos ingresarían por las puertas de servicio a precios “más populares”;
las madres se habían comprometido a colaborar haciendo tortas, pastelitos y
empanadas. En cuanto a los artistas, les pedirían reducciones de sus honorarios por
tratarse de un festival con fines benéficos. Todos los problemas tienen solución…
Pero Ramón seguía disconforme: semejantes propuestas eran extremo
peligrosas, corrían el riesgo de no sólo tener que pagar los impuestos y gastos, sino
también las multas que les pondrían por las falsas declaraciones. Sin embargo, los
jóvenes no estaban dispuestos a ceder, no quisieron escuchar las sensatas razones
de su dirigente, casi por unanimidad estaban decididos a seguir adelante. No le
quedó más remedio, aunque de mala gana, sumarse a la aventura.
Rodrigo aprendía el oficio de albañil en la Escuela Profesional. Asistía a las
reuniones de los jóvenes muy a gusto, tenía la oportunidad de conversar con
compatriotas y se sentía hermanado con ellos. Ante la sorpresa de todos les
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comunicó que él sabía recitar, cantar y bailar al estilo andaluz. Según explicó,
había actuado ante el público francés durante el tiempo que permaneció en el circo
ambulante. Si alguien le podía proporcionar un traje andaluz, no tenía
inconveniente en interpretar algunas canciones de su repertorio.
A pesar de las numerosas familias andaluza que habitaban la ciudad no fue
posible conseguir un traje de andaluz a su medida, a lo sumo podían prestarle un
par de castañuelas. Los jóvenes recurrieron a Susana para la confección del traje.
Pero ella no sabía bien como era; si le pudieran proporcionarle una foto podría
pergueñar algo que se le pareciera... Lo más complicado iba a ser la confección del
sombrero cordobés, de todas formas, iba a hacer todo lo que estuviera en su mano
para lograrlo.
Faltaba conseguir el presentador-animador del espectáculo. Alguien propuso
traer a Perico “el Marquesito”, un artista andaluz que trabajaba en las “boîtes de
nuit” (locales nocturnos) de la capital con notable éxito. El apodo de Perico le
venía porque su nombre verdadero era Pedro Marqués y de altura no debía
sobrepasar en mucho el metro cincuenta. No obstante, interpretaba bien el arte
andaluz: cantaba, bailaba y divertía con sus cuentos y chistes verdes de doble
intención. Por otra parte, tenía maneras muy finas, muy delicadas, algo común en
muchos artistas...
Los jóvenes se dedicaron febrilmente a organizar el baile. Consiguieron la
colaboración del “Marquesito”, que les prometió cobrar la tarifa mínima de su
categoría. También solicitaron la Sala de Fiestas y fueron solucionando, una tras
otra, las dificultades de su atrevida empresa. Susana confeccionó el traje andaluz
con ayuda de una foto, la colaboración de Rodrigo, ropa de Ramón modificada,
una blusa floreada y otros materiales de su taller. Los pantalones ajustados, la
chaquetilla, los zapatos de taco alto y el sombrero “cordobés”, de cartón y tela
negra, dieron a Rodrigo la apariencia de un artista andaluz.
Foto: boards5.melodysoft.com
BAILAOR ANDALUZ.
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El sábado del baile, por la tarde, Ramón y José acudieron a la sala a
comprobar si todo estaba en orden. Chicos y chicas se presentaron temprano para
ocupar sus respectivos puestos de trabajo. A las veintiuna horas llegaron las
orquestas, el “Marquesito” y Rodrigo, aunque público, en la sala y los alrededores,
se veía muy poco. Llegaban grupos de gente, a un ritmo muy lento y se instalaban
en las mesas. De tal manera, la amplia nave nunca se iba a llenar… Los jóvenes
estaban preocupados; Ramón desesperado. Cuando la orquesta empezó a tocar,
salieron a bailar tres parejas a la pista.
- ¡Esta fiesta va a ser una catástrofe! exclamó.
- No te preocupes tanto - respondió José. - Ya vas a ver cómo van a venir
muchos más. Todavía es temprano. Primero van a cenar, después el cine
y luego vendrán a bailar, a divertirse. Ya verás…
- ¡Que Dios te oiga!...
En efecto, a partir de la media noche, el público empezaba a presentarse en
grupos más o menos numerosos pero de forma continuada. Ramón contaba las
personas y pronto dejó de contar; la sala se llenaba por la puerta principal y por las
puertas de servicio, a ojos vista.
En el primer descanso, para el cambio de orquesta, se presentó el
“Marquesito” en el escenario, pero la gente lo que quería es seguir bailando. No
obstante, un grupo de jóvenes se acercaron al estrado y no quedaron defraudados.
Perico tenía oficio y supo atraerse rápidamente la simpatía del público con sus
chistes, las canciones y el baile flamenco.
La segunda actuación correspondió a Rodrigo. Se presentó en el escenario
cantando con su poderosa voz de tenor. El auditorio quedó sorprendido, no lo
podía creer. Cada canción era acogida con grandes aplausos y, cuando terminaba
una, le pedían que cantara otra más. Cuando concluyó el recital le despidieron con
una gran ovación. Decididamente obtuvo un triunfo completo.
Después de su representación, el joven se cambió de ropa y fue en busca de
una amiga para bailar. Charlaba con la muchacha cuando se les acercó un señor
con el deseo de poder hablar con él. Como no podían llegar a entenderse, la
muchacha les sirvió de intérprete. Esta persona se presentó como monsieur
Laporte, presidente de la sociedad recreativa “La Alegría”. Les explicó que su
asociación iba a celebrar su cumpleaños con una cena seguida de baile. Quería
averiguar cuánto les cobraría para cantar en su fiesta las canciones que acababa de
interpretar. Rodrigo quedó perplejo, no esperaba semejante pregunta. Respondió
humildemente que se sentiría feliz de poder presentarse de nuevo ante el público
francés, por tanto no les cobraría nada en absoluto. No obstante, después de
conversar brevemente llegaron a un acuerdo.
El baile continuó hasta la madrugada. Al finalizar, los jóvenes organizadores
invitaron a Perico a tomar unas copas para festejar el éxito obtenido. Le llevaron a
un reservado y le preguntaron cuál era su bebida preferida.
- ¿Tenéis vino de Jerez?
- ¡Hombre claro! No faltaba más.
Al instante, trajeron platos con tapas y las botellas de vino. Mientras comían y
bebían se pusieron a charlar.
- ¡Perico! Has obtenido un éxito completo…
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- Hoy no me encontraba en mi mejor forma. Tenía la voz algo velada, pero
creo que no se notó, el público quedó conforme.
- ¿Cómo que conforme, si te aplaudieron a rabiar? ¿Qué te pareció
Rodrigo?
- Tiene mucha voz. Llegará lejos.
- ¿No te parece que canta mejor que Luís Mariano?
- ¡Hombre! ¿Qué es lo que dices? Como Luis Mariano no hay dos.
- ¿Y podría actuar en Paris?
- Todavía no. Antes tiene que aprender bien francés.
- ¿Si hablara francés le ayudarías?
- Podría presentarles a algunos empresarios que conozco.
Vacías las botellas de vino terminadas las tapas fueron a por más.
¿Hace mucho tiempo que estás en Paris?
- Cinco años.
- ¿Qué es lo que hizo irte allí?
- Me costó decidirme, pero los señoritos de mi pueblo me hacían la vida
imposible.
- ¿Te encuentras bien ahora?
- Por supuesto. Nadie me molesta, tengo trabajo y no me puedo quejar de
cómo me van las cosas.
- Se comenta por ahí que tus piernas son más perfectas que las de
Mistinguete, según los expertos las más bellas de Francia…
¡Va! Eso son cosas de mis competidores y de los periodistas que meten
cizaña. Yo no me comparo con nadie, pero como podéis ver mis piernas son
perfectas. Algunas veces me visto de andaluza y lo hago tan bien como la misma
Carmen Sevilla. Me tienen tanta envidia, porque gusto tanto a las mujeres como a
los hombres…
- ¿Y qué tal Luís Mariano?
- Pues lo mismo. ¿Qué es lo que hace Luís Mariano que yo no haga? Lo
que pasa es que a él le hacen mucha publicidad…
Perico tartamudeaba y se le cerraban los ojos, pero los jóvenes le ofrecían
otro vaso de vino de Jerez y mientras le explicaban que, con el dinero recaudado,
ayudaban a los presos y a sus familiares que sufrían en España. Todos colaboraban
en esta obra humanitaria: Rodrigo no les cobraba nada, las orquestas lo mínimo;
“Tú, Perico, podrías hacernos una rebaja más sustancial en tu presupuesto”…
- Pero si ya les rebajé mucho. No me vais a dejar dinero ni para volver a
París - murmuró medio dormido y se quedó mosca en el sofá.
Allí le encontraron las mujeres, cuando fueron a iniciar las tareas de
limpieza, en horas de la mañana.
LA JUVENTUD.
El baile dejó beneficios a los jóvenes, pero no de la magnitud que ellos
esperaban. Después de saldar las cuentas contraídas, Ramón y José se presentaron
299
en la oficina de Recaudaciones para abonar el impuesto correspondiente, con los
talonarios de las entradas en la mano.
- ¡Cómo! ¿No vendieron más entradas que las que faltan aquí? - exclamó
el funcionario al examinar los talonarios.
- En efecto. Nadie, que yo sepa, ingresó en el salón sin entrada - respondió
José muy serio.
- Miren, muchachos, yo estuve en el baile a eso de las cuatro de la
madrugada y no cabía un alma más en el recinto…
- Deben haber entrado de alguna forma que nosotros desconocemos. De
madrugada, la gente está cansada y se aflojan los controles. A veces
sucede. Los jóvenes de nuestra organización pagaron toda la entrada,
salvo aquellos que prestaron servicios para atender al público. Sería el
colmo que para tener que trabajar toda la noche, hubieran tenido que
pagar la entrada.
- Bueno, bueno, hagan con mucho cuidado y controlen bien, porque si
llegamos a detectar que nos hacen fraude, les puede costar caro…
- Descuide, monsieur, puede estar tranquilo, no va a suceder.
En la siguiente reunión de la juventud se puso el tema sobre la mesa, si los
inspectores, que ya sospechan, daba la casualidad que descubrían a alguien en la
sala sin entrada o con entrada no autorizada, les impondrían una fuerte multa y les
impedirían poder organizar más festivales. ¡Con lo bien que les había ido con este!
Se hicieron algunas nuevas propuestas, pero todas presentaban inconvenientes
mayores.
A Susana se le ocurrió una nueva idea:” ¿Por qué no organizamos un baile
amenizado, con la entrada al salón gratuita?”.
Los jóvenes estallaron en sonrisas, pensaron que se trataba de una broma,
pero ella, sin inmutarse pidió por favor que la escucharan, y explicó su propuesta,
así como la manera de llevarla a cabo.
- Si no vendemos entradas, no nos pueden cobrar impuestos, pero nosotros
podemos aumentar el precio de todo lo que se expenda en el bufe; la
última vez no nos quedó nada por vender. El público no podrá protestar
porque no pagó entrada y el control de los inspectores sobre lo recaudado
y las ganancias será muy difícil ¡tendrían que controlar venta por venta!
Se discutió la propuesta, llegando a la conclusión de que la ida no era mala,
aunque convenía asegurarse de poder llevarla a cabo en la forma prevista,
consultando a algún experto que les pudiera asesorar. “Hecha la Ley hecha la
trampa” dice el refrán, pero ellos la iban a hacer por una buena causa.
Una vez seguros de poder llevar a cabo su plan, pusieron manos a la obra. El
próximo festival bailable se realizaría en la Sala de Fiestas Municipal y la entrada
sería libre y gratuita; prescindirían del “Marquesito”; actuarían Rodrigo y un grupo
de muchachas que bailarían sevillanas; buscarían un presentador de la ciudad y
prepararían una buena reserva de comida, bocadillos y bebida, con la colaboración
de las madres.
Pocas semanas después, ya estaban en condiciones de anunciar el festival.
Se desarrollaría de la misma forma que el anterior, pero, con la novedad, que la
entrada sería “gratuita”. Los franceses, jóvenes y mayores no lo podían creer: un
300
baile gratis y con dos orquestas. “¡Ah, Bon Dieu de Bon Dieu! ¡Ces espagnols sont
étonnants!
A partir más o menos, de la una de la madrugada, como la vez anterior, el
público empezó a aparecer de forma masiva y la fiesta se desarrolló con toda
normalidad. Hubo algunas quejas por los precios del bar, pero, en general, el
público comprendió que de algún lado tenía que salir el dinero para pagar los
gastos. El balance económico fue excelente. Los bailes próximos organizados por
los jóvenes serían gratuitos…
Rodrigo terminó el curso de albañil, pero pensó que tal oficio no se había
hecho para él. Se fue a Paris a visitar al “Marquesito”, quien como había
prometido, lo presentó a empresarios locales nocturnos y de teatro de revistas.
Consiguió trabajo y empezó a ser conocido y apreciado en el ambiente artístico de
la ciudad. Años más tarde, formó su propia orquesta. Durante el otoño e invierno
actuaba en Paris y su zona de influencia; en la primavera y el verano se presentaba
en la Costa Azul: Niza, Cannes y San Rafael. Artista ya renombrado, volvió a
Orléans con su orquesta para dar un concierto gratis de recompensa a sus primeros
amigos, a los que nunca olvidaría…
Los jóvenes exiliados españoles organizados hicieron esos años numerosos
festivales y bailes a beneficio de sus compatriotas, que sufrían en España la odiosa
represión franquista. La población francesa, especialmente los jóvenes, acudía sin
prejuicios a las fiestas para divertirse y colaboraba así en una noble actividad.
En uno de estos festivales, que obtuvo un resonante éxito, se eligió la
primera “Miss Orléans”. El alcalde de la villa fue invitado al acto y se dignó
colocar la corona y la banda a la muchacha elegida entre las candidatas como la
más bella e instruida, así como a las señoritas que constituyeron su “Corte de
Honor”
Ramón dejó de trabajar en la empresa de las redes eléctricas y consiguió
ingresar en una compañía que se dedicaba a la rehabilitación del material
ferroviario dañado en la guerra.
En la gran fábrica, tenía más oportunidades de aprender sobre circuitos
eléctricos y, además, se inscribió en unos cursos nocturnos de electrónica, que se
impartían en una escuela municipal. Lo que enseñaba aquel profesor era pura teoría
porque no disponía de un taller, ni tampoco de instrumentos de medición tan
indispensables en esta materia. Por otra parte, Ramón tenía dificultades para asistir
a las clases, ya que, con frecuencia, debía que quedarse a trabajar horas extras en la
fábrica. No obstante, siguió el curso durante tres años, y fue uno de los pocos
alumnos que llegaron hasta el final. En la ceremonia de fin de curso le entregaron
un diploma oficial que le acreditaba como “electricista de radio” y unos cuantos
libros de la especialidad, por haber seguido el curso hasta el final, a pesar de las
dificultades.
Había adquirido conocimientos teóricos de electrónica, pero no tenía
práctica, ni posibilidad de adquirirla. Pensó montar un taller para experimentar por
su cuenta, pero ¿dónde? El apartamento en que vivían siempre era muy pequeño;
no existía un lugar apropiado para colocar un banco de trabajo. Le pidió a Susana
que le dejara instalarse en la cocina. Susana no estuvo de acuerdo, pero tuvo que
ceder ante la exigencia de su marido. Le concedió un rincón para poner una mesa o
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banco, pero no tuviera más de ochenta por ochenta centímetros, para su uso
exclusivo, aunque con condiciones: la mesa o banco tendría que estar siempre
limpio, ordenado y cubierto, en su ausencia por una funda de tela florida que ella le
facilitaría. “¡Ah, las mujeres siempre exageran, no nos comprenden!” pensó
Ramón, pero tuvo que aceptar el trato para no discutir más se dedicó a construir
una mesa metálica de las medidas acordadas, que cubrió con un tablero de madera.
Debajo colocó dos estantes para guardar sus “cachivaches”, como designaba su
mujer a sus instrumentos.
En aquel pequeño banco, Ramón construyó sus aparatos de medición y
control, así como un moderno superheterodino. En las frías y largas noches de
invierno se quedaba hasta altas horas de la madrugada ocupado en sus aparatos y
muchas veces, de allí se iba a trabajar, directamente a la fábrica.
Susana tuvo que admitir que su nuevo y moderno aparato de radio
funcionaba de lo más bien, y no les había costado caro. Ahora podían enterarse de
las noticias provenientes de todo el mundo con comodidad y escuchar música de su
gusto a cualquier hora.
Cuando los amigos de Ramón se enteraron que era capaz de construir
buenos aparatos de radio, con los que se podía captar las emisoras más lejanas a un
precio accesible, le encargaron tal cantidad de aparatos, que le era imposible
satisfacerlos a todos. El primer receptor que montó con sus propias manos lo
guardó toda la vida, primero como una reliquia del pasado; luego como una pieza
de museo. La electrónica se desarrolló después de la guerra, a una velocidad de
vértigo….
Foto: Internet.
APARATO DE RADIO.
Entre las horas que pasaba en la fábrica, las que dedicaba a la electrónica y
las que consumía con los jóvenes y sus actividades a Ramón no le quedaba ningún
tiempo libre. Susana protestaba con frecuencia. ¿Cuándo sería el día que podrían
estar juntos y disfrutarlo ellos solos?... Muchos días apenas se veían y por la noche
los dos se acostaban cansados y con ganas de dormir. ¿Es que había dejado de
quererla? No, no había dejarlo de quererla. Tenía muchos compromisos y mucho
trabajo. ¿No era capaz de entenderlo? Ya vendrían tiempos mejores que los
podrían disfrutar juntos… Pero Susana seguía quejándose y, a veces, discutían.
302
REENCUENTRO.
A medida que avanzaba la reconstrucción de la ciudad, resuelta la porfía
entre los que deseaban dar a la nueva Orléans su antiguo carácter medieval y los
que pretendían convertirla en una urbe moderna, fueron desapareciendo las grandes
tiendas de campaña instaladas en los bulevares, donde vivieron durante años las
numerosas familias cuyos hogares fueron destruidos por los bombardeos. Los
refugiados españoles, que trabajaban casi todos en los pueblos del departamento,
ocupados en tareas agrícolas, buscaron empleo en las empresas de la capital, y
consiguieron vivienda en las casas viejas que quedaron desocupadas,
Ignacio, Ángel y Claudio, los amigos de Ramón, se habían casado con
muchachas españolas y vivían en los arrabales de la ciudad. Con alguna frecuencia
se encontraba con ellos en el “consulado” o en los bailes. También habían
aparecido algunos matrimonios españoles provenientes de otros departamentos
franceses o del extranjero, con los cuales Ramón y Susana trabaron amistad y se
solían reunir los fines de semana. José, el más cercano colaborador de Ramón en la
organización juvenil, tenía la nacionalidad francesa; era de mediana estatura,
moreno, delgado, de rasgos muy regulares. Aunque ya tenía veintitrés años no
trabajaba en relación de dependencia, ni estudiaba. Hacía algunos trabajos de
pintura por su cuenta. Era hijo único y sus padres, sin ser ricos, disfrutaban de una
situación económica holgada. Vivía feliz y contento sin preocuparse en lo más
mínimo de su porvenir. Como disponía de mucho tiempo libre, siempre estaba
dispuesto a colaborar en cualquier actividad y se encontraba muy a gusto entre los
jóvenes.
Con Ramón era como si fueran hermanos. Le contaba sus aventuras galantes
y le pedía consejos en las situaciones embarazosas. Su amigo siempre le
aconsejaba lo correcto y trataba de encauzarle para que aprendiera bien un oficio o
hiciera alguna carrera corta, ya que tenía la posibilidad; pero el joven no había
madurado; quería pasarla bien y disfrutar su vida. Le contó, haciéndole prometer
que guardaría la mayor reserva, que había conocido a una joven andaluza de
extraordinaria belleza y simpatía; tanto le había impresionado que no podía dejar
de pensar en ella. Sus hermosos ojos negros y su sonrisa contagiosa le habían
cautivado. Trabajaba en la tienda de Mohamed, un comerciante marroquí, dueño
de una tienda de ropa en el centro. Era como una socia; llevaba los papeles de la
oficina y, en ocasiones, atendía en el mostrador, como las demás vendedoras. El
patrón viajaba bastante, a París todas las semanas; allí compraba la mayor parte de
lo que vendían en la tienda. En su ausencia, la joven mujer se ocupaba de todo y
decidía por su cuenta. Por comentarios de gente que los conocía, se había enterado
que Mohamed era viudo y, a simple vista, se podía advertir que debía tener, como
mínimo, el doble de edad de la mujer. Parece ser que la pretendía, pero ella no
parecía interesada en compartir su vida, aunque no se privaba de decir que le debía
mucho y le apreciaba.
¿Cómo la conoció José? Un amigo le consultó si estaría interesado en tomar
los trabajos de pintura de un apartamento. Una tarea fácil en la que podría ganar
303
algunos francos con poco esfuerzo. Para conseguir la faena no tenía nada más que
presentarse en la tienda y hablar con Mohamed, pero cuando fue a verle estaba de
viaje y le atendió la encargada. Quedaron de acuerdo en verse en el piso para que
pudiera pasarle el presupuesto. José le preguntó a Ramón si tendría inconveniente
en acompañarle a la cita: conocería a la mujer y le ayudaría en la confección del
presupuesto. No tenía ganas Ramón de perder el tiempo en algo que no era de su
incumbencia, pero a José no le podía negar nada, ya que siempre le ayudaba en
todo lo emprendía.
Por la tarde, los dos amigos acudieron a la cita con la señora, pero no se
encontraba en el departamento y tuvieron que esperarla en la calle. Ramón, poco
interesado en aquel asunto y algo molesto por la tardanza, pensaba en todo lo que
podría haber hecho aquella tarde si no se hubiera comprometido con José.
Aguardaba impacientemente cuando apareció la mujer. Saludó a José y cuando
este quiso presentarle a Ramón se vieron de frente y quedaron congelados por la
emoción: “¡Carmen!” “¡Ramón!” fue lo único que atinaron a decir.
José al observar la turbación de ambos, exclamó: “¡Ah! ¿Se conocen
ustedes?”
- Sí explicó. Carmen más serena. Nos conocimos cuando vivíamos en el
pueblo, hace años ¿seis? ¿siete? ¿Cómo estás? No has cambiado…
- ¿Y tú? ¿Cómo te encuentras? siempre igual.
Se abrazaron y besaron en las mejillas muy emocionadas, aunque, a pesar de lo que
dijeran, ya no eran los mismos de antes. El tiempo y las circunstancias cambian las
personas y, en esos pocos años ocurrieron acontecimientos mayúsculos que les
afectaron muy directamente.
Carmen, algo más serena propuso: “Bueno, ¿Queréis que veamos el piso?
No dispongo de mucho tiempo…
En el departamento, Carmen abrió la puerta y las ventanas. Estaba tan
nerviosa que no lo podía disimular. Ramón observaba con atención sus
movimientos; por su cabeza pasaban mil ideas distintas; ya no era la chiquilla
inquieta y espontánea que él conoció y amó; ahora se movía despacio, sus palabras
eran medidas. Quería hacerle infinidad de preguntas, pero el momento no era
apropiado. Tendría que esperar mejor ocasión. Ahora sabía dónde poder encontrar
la amiga que conoció casi niña, transformada en espléndida mujer, a la que tanto
quiso y buscó por todas partes.
Carmen se movía por el departamento explicando a José, con todo lujo de
detalles, lo quería hacer en cada lugar. José la seguía sin separarse de ella lo más
mínimo. Ramón permanecía en el mismo sitio silencioso, retraído, aislado de lo
que allí se hablaba. Los dos interlocutores no le permitían participar de su animada
conversación.
Cuando ya habían visto lo que había que ver y estaban por separarse, Ramón
preguntó a Carmen por su padre y hermana.
- Papá falleció poco después de haber vuelto al pueblo; cuando partimos
no pudimos ir muy lejos. Mi hermana está bien; vivimos juntas en una
casita de las afueras, y consiguió un trabajo interesante. Le contaré que te
he visto; se alegrará... Tengo que irme, no puedo faltar un minuto de la
304
tienda sin que pase algo. Espero que nos volveremos a ver alguna vez. Y
cada uno se fue por su lado, sumido en sus pensamientos.
A Ramón, aquel encuentro le hizo revivir una vieja ilusión. Por los años
trascurridos casi la había olvidado, pero ahora reaparecía hecha una mujer muy
atractiva, que despertaba en su interior un fuerte deseo, una nueva ilusión. Ya
habían transcurrido algunos días después de su encuentro y no la podía alejar de su
mente. Ejercía una fuerte influencia en su persona, aunque no la había vuelto a ver.
¿Porque tenía que ser así? ¿No era, acaso, feliz en su matrimonio? ¿No adoraba a
su mujer? ¿Qué necesidad tenía de complicarse la vida en una aventura innecesaria
y peligrosa?
José también estaba preocupado. Carmen le había deslumbrado desde el día
en que habló con ella por primera vez. Sentía en su fuero interno que no le era
indiferente, o es que era muy coqueta. Conquistarla no iba a ser tara fácil. Pensaba
que ella, aunque lo negara, mantenía alguna relación con Mohamed. Entonces, se
preguntaba. ¿Por qué no se casan? Del enlace podría obtener algunos beneficios, si
es que ya no los tenía. Por otra parte, no le había pasado inadvertida la emoción
que experimentaron Carmen y Ramón cuando se encontraron de nuevo. En su
amigo le pareció haber encontrado un rival afortunado que corría, en la aventura de
conquistar el corazón de la joven mujer, con mucha ventaja.
Carmen, por su parte, estaba angustiada y confundida. Había averiguado que
Ramón era casado. Los tres hombres le interesaban de forma distinta. Mohamed
era como su padre, pero la deseaba aunque ella no quisiera aceptarlo como marido;
le había proporcionado bienestar y tranquilidad frente al porvenir cuando más lo
precisaba. Los años de guerra y la posguerra habían sido muy duros para las dos
hermanas huérfanas. Pasaron desgracias y penurias para sobre vivir tuvieron que
adaptarse a las circunstancias. Cuando consiguió entrar a trabajar en la tienda de
Mohamed su vida cambió. Él se preocupó para ayudar a las dos hermanas a salir de
su permanente conflicto con la pobreza.
Ramón fue su primer amor: ideal, romántico, delicado, el que nunca se
olvida. La intransigencia del padre y las circunstancias adversas de la guerra
rompieron la relación. Al encontrarle de nuevo su corazón latió muy fuerte, no
podía ser de otra manera; él debía amar a su esposa, aunque su mirada estaba llena
de pasión.
¿Y José? ¿Qué papel jugaba en aquel momento? José era lo nuevo, un
hombre joven, despreocupado, vital, enamorado, la aventura apasionada que atrae.
¿Sería un buen amante? ¿Cómo saberlo?
Son los tres ideales de hombre, con que sueñan las mujeres, y desearían
verlos reunidos en uno sólo.
El inesperado encuentro con Carmen despertó en Ramón los sentimientos y
deseos que había olvidado. Salían de nuevo a la luz bajo formas apremiantes.
Durante unos días se sintió muy perturbado; pensaba con ella, no se la podía sacar
de la cabeza. Como si fuera corriente eléctrica, una vibración interna le recorrió el
cuerpo las veces que sus miradas se cruzaron, aunque notó que trataba de evitarlas
bajando la cabeza. Pero estaba nerviosa y desconcertada. Ambos habían sufrido
una fuerte conmoción interna, lo sabían y trataban de ignorarla. No hacía tantos
años se querían, se habían prometido amor y fidelidad de por vida. ¿Qué es lo que
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no se dicen los jóvenes enamorados? Por desgracia, la relación fue cortada de
golpe por la invasión alemana, pero los nazis ya se habían ido. ¿No debería haber
entre ellos, por lo menos, una explicación?
Esta idea era absurda, debido a las circunstancias y al tiempo transcurrido,
era una forma de querer justificar su actitud ante la fuerte atracción que sentía
hacia ella. Estaba decidido a hablar con Carmen de su pasión y decirle que la
seguía queriendo.
Averiguó sus horarios de trabajo, la hora de la tarde en que abandonaba la
tienda y se dirigía a su casa en bicicleta, adonde la esperaba su hermana.
Simuló un encuentro casual por la calle; sabía por dónde iba a pasar. La vio
venir pedaleando y caminó en sentido contrario para toparse con ella de frente.
Carmen no pareció sorprendida al verle.
- ¡Ramón! ¿Qué haces aquí?
- Vine a visitar a un amigo y ya me iba. Me alegra encontrarte, porque
quiero hablar contigo.
- ¿Hablar conmigo? ¿Qué me quieres decir?
- No es éste el lugar adecuado para que hablemos.
- ¿Para qué hablemos de qué?
- De lo nuestro, de lo que nos quisimos. Yo nunca te olvidé. Te busqué por
todas partes y no te pude encontrar. Cuando fui al pueblo te habías ido.
Creo que me debes una explicación, algo tendrás que decirme…
- ¡Ramón! ¡Por Dios! No fue culpa nuestra, ni de nadie, y han pasado años.
Hemos cambiado, no somos los mismos, nos hemos tenido que adaptar a
las circunstancias. El destino nos separó sin remedio; lo que se rompió
hace años, no es posible recomponerlo…
- Yo sólo quiero que nos veamos y hablemos un poco. Nada más, sólo eso.
No me puedes negar una simple entrevista ¿Te lo tienen prohibido?
¿Acaso me temes? En ninguna circunstancia te haría daño…
- ¡No es eso! Ya lo sé. Pero tengo compromisos y responsabilidades que
no puedo eludir… Hay gente que depende de mí… Dispongo de poco
tiempo…
- Trataré de ser breve. Lo prometo.
- No sé si podré. Hay días que estoy muy ocupada...
- ¿Te viene bien mañana por la tarde?
- ¿Dónde?
- Podría ser en el Botánico. Hacia las cinco no hay nadie y podríamos
aislarnos…
- Bueno, voy a ver. No sé cómo me las voy a poder arreglar.
Y sin más, la joven se fue en su bicicleta muy nerviosa.
LA CONFESIÓN.
Al día siguiente, Ramón la esperó ansioso en el jardín, dudando si acudiría a
la cita. Llegó puntual, se abrazaron y besaron en las mejillas como simples amigos.
Ramón no se decidía a iniciar la conversación para decirle lo que esperaba de ella,
306
ni por qué había insistido tanto en aquella entrevista. Carmen estaba hermosísima;
la belleza que ya se insinuaba en la adolescencia resplandecía ahora en su plenitud
de mujer, mejorada por su vestido moderno y los arreglos femeninos. Sus
hermosos ojos negros brillaban de forma extraordinaria; era muy atractiva.
Finalmente fue Carmen la que se decidió a hablar: Ramón, me doy cuenta
que te cuesta aceptar que lo que nos sucedió hace años terminó. Nos amamos, a
pesar de la oposición de mi padre; y quizá todo hubiera terminado felizmente si no
hubiera producido la invasión alemana y el éxodo de nuestro pueblo. Mi padre
estaba desesperado por las noticias que divulgaba la radio, y nos tenía muy atadas a
sus decisiones, nos controlaba continuamente, muy de cerca. No nos dejaba ir a
ningún lado, ni siquiera hablar con nadie. Tanto nos quería proteger que, al final,
nos estaba dejando sin fuerzas para luchar contra la adversidad. Mi madre, ya lo
sabes, murió cuando huíamos de Málaga. Tuvimos que abandonarla en el camino.
Aquel duro golpe, mi hermana y yo lo sobrellevamos como pudimos, pero el viejo
corazón de mi padre apenas lo pudo soportar. Cuando los alemanes avanzaban por
las rutas de Francia, con sus tanques y aviones, yo te mandé un mensaje que,
desgraciadamente, te llegó tarde. Nunca dudé que, si lo hubieras recibido a tiempo,
habrías venido volando a nuestro lado. Salimos del pueblo muy de mañana con el
carro y los caballos del patrón. No alcanzamos a ir muy lejos. A los pocos días, los
alemanes ya nos habían sobrepasado y obligado a volver sobre nuestros pasos.
Aquello fue terrible para el débil corazón de mi padre. Cuando regresamos falleció.
Está enterrado en el cementerio municipal. Quedamos desamparadas. El patrón,
además de ser el propietario más importante del pueblo, era alcalde y dueño de la
casa en que vivíamos; se encargó del sepelio y de todas las diligencias. Los vecinos
nos apoyaron en tan triste acontecimiento. El patrón nos permitió seguir viviendo
en la casa hasta que pudiéramos empezar a trabajar, mantenernos por nuestros
propios medios y pagar el alquiler. Nuestro padre nos dejó algunos ahorros, algo
de dinero que guardábamos celosamente para hacer frente a alguna emergencia, y
más tarde nos sería de gran utilidad… Mi hermana y yo buscamos trabajo
dispuestas a hacer lo que fuera, pero las opciones eran muy pocas: sólo sirvientas
para trabajar por horas o semana. Mucho esfuerzo y poco beneficio, pero lo
hicimos, no nos asustó el trabajo duro, lo hicimos….
Los dos hijos del patrón, que sabían de nuestras necesidades nos visitaban
con frecuencia y nos ayudaban. Nos ofrecían pequeños obsequios, cosa que a
nosotras nos era imposible adquirir y agradecíamos muchísimo: colonia,
cosméticos y, también bombones, pastelitos, bebidas…. Eran chicos muy
agradables, sencillos y simpáticos que nos alegraban la vida y nos gustaban. No sé
si su padre les alentaba o actuaban por su propia iniciativa…. El caso es que lo que
tenía que suceder sucedió…. Mi hermana se acostó primero con su amigo y luego
yo hice lo mismo con el mío…. El pueblo es pequeño y hubo murmuraciones….
Nosotras, a qué negarlo, nos habíamos hecho ilusiones, pero el padre, por
supuesto, no tenía las mismas ideas que nosotras y cortó por lo sano. Los jóvenes
desaparecieron del pueblo y no los volvimos a ver. El padre nos visitó para
insultarnos y amenazarnos: “¡Habíamos seducido a sus hijos con malas artes!” La
gente nos miró de reojo. Para ellos, nosotras éramos un par de mujeres peligrosas.
Tuvimos que marcharnos del pueblo con poco más que lo que llevábamos puesto.
307
Con el poco dinero que teníamos, pudimos alquilar la modesta casita en la
que vivimos en las afueras. Conseguimos trabajo algo mejor remunerado, pero la
vida aquí también es más cara y hay que contar los céntimos. Afortunadamente,
hace tres años entré a trabajar en la tienda de Mohamed y nuestra vida mejoró. Mi
patrón quiere casarse conmigo, pero yo no estoy todavía dispuesta… pero tenemos
relaciones de cuando en cuando. ¿A qué negártelo? No sé si, al final me casaré con
él, aunque no lo ame, pero no puedo defraudar a un hombre que confió conmigo
desde el primer momento y tanto nos ayudó a mí y a mi hermana… ¡No lo puedo
engañar! ¡Dios mío! ¡No lo puedo traicionar!.... y rompió a llorar
desesperadamente, mientras le abrazaba y apoyaba la cabeza en su hombro.
Ramón estaba conmovido por la declaración. Era algo que no podía
comprender. Una sensación de frío le recorrió el cuerpo. Su joven y bella amiga en
los brazos del árabe Mohamed… Era algo que le hería profundamente.
- Por favor, Carmen, no llores- atinó a decir y la retuvo en sus brazos. Pero
ella se separó de él y buscó un pañuelo en el bolsillo.
- Estoy bien. Es tarde. Me tengo que ir….
- ¿Nos volveremos a ver?
- No lo sé… y se marchó corriendo. Él quedó indeciso y paralizado, sin
saber qué actitud tomar.
La revelación de su amiga le había espantado y entristecido. La fina silueta
de la joven desapareció entre los árboles del parque.
Ramón se marchó caminando cabizbajo y pensativo.
NOTICIAS.
Al volver a su casa, Ramón presentaba un aspecto abatido. A Susana al
contrario, se la veía contenta y feliz. Le preguntó qué es lo que le pasaba.
- Nada importante. Tengo dolor de cabeza. Debí comer algo que no me ha
sentado bien.
- Pues alégrate, porque he tenido carta de mi hermana en la que me dice
que Omar riñó con su patrón y acepta la posibilidad de venir a vivir aquí
con nosotros, si le consigues una vivienda y trabajo permanente. “¿Qué te
parece?”
- Trabajo le puedo conseguir, lo de la vivienda, también se consigue, pero
¡a qué precio! Aquí, en este “hotel meublé”, se vacían las habitaciones
por lo caro que es el alquiler… Ya lo sabes…
- Bueno, se lo explicaré y que ellos decidan. Mañana mismo voy a
escribirles. ¡Que felicidad si pudiéramos reunir a toda la familia!
Susana escribió a su hermana alentándola a que convenciera a su marido y
se vinieran a vivir con ellos lo antes posible; por el momento, les conseguirían dos
habitaciones separadas, pero, después, como ellos hicieron, podrían procurarse dos
juntas y formar un mini-apartamento. En cuanto a trabajo había para elegir: si se
quedaban en la ciudad, Omar podría trabajar en una empresa para la
reconstrucción, y si prefería la faena del campo, en el pueblo, cerca de los padres,
308
podría emplearse en las trilladoras o en alguna de las granjas. También había las
tareas a destajo, donde, con un poco de sacrificio, podría ganar algún dinero más.
Julia contestó que su marido no terminaba de decidirse, aunque esperaba
convencerle porque cada vez estaban peor y la situación de la familia se estaba
volviendo insostenible; que trataran de conseguirles dos habitaciones juntas, ya
que ésta era su principal objeción; no quería que tuvieran de vivir en piezas
separadas.
Susana estaba muy atenta con las mudanzas que se producían en el “hotel” y
alcanzó a conseguir lo querían sus hermanos. Un mes después pudo, acompañada
de Ramón, ir a esperarles a la estación del ferrocarril. Llegaron con Elvirita muy
cansados, pero contentos; se abrazaron a los hermanos y la niña muy emocionados,
derramando abundantes lagrimas sobre todo Julia, que era una mujer muy sensible.
De la estación fueron a su apartamento y les ayudaron a instalarse. Luego, todos
juntos partieron al pueblo a visitar a los padres y buscar a Elena, que se había
quedado con los abuelos. El reencuentro de la familia fue conmovedor; hacía
tantos años que no se veían; transcurrió toda la guerra sin apenas poderse
comunicar, pero, ahora, al fin, estaban todos juntos y felices. Apenas se
reconocían, las niñas crecieron, eran casi unas señoritas, los mayores envejecieron
más de la cuenta por el paso inexorable de los años y las penurias y tormentos de la
odiosa ocupación alemana. Contentos y felices lloraban de emoción y reían.
Solamente Omar parecía ajeno a lo que pasaba a su alrededor. Se mostraba
cabizbajo y taciturno, nada parecía conmoverle.
Sólo permanecieron en el pueblo dos días. La fiesta no podía durar mucho.
Cada uno debía volver a sus tareas habituales, y Omar empezar a trabajar en una
empresa de la reconstrucción.
Julia era feliz con sus dos hijas, cerca de sus hermanos y padres, aunque
tenía que sufrir algunas incomodidades en el apartamento por la falta de espacio y
confort, pero se adaptó pronto a la nueva situación. A Omar, en cambio, nada le
venía bien, se quejaba de todo y no se mostraba nada conforme con el nuevo
alojamiento. Como cuando trabajaba de leñador y en los hornos de carbón,
descargaba su mal humor en su mujer, acusándola de haberle obligado a ir al lugar
en que se encontraban.
Las niñas entraron en la escuela. Susana podía ocuparse de ellas mientras
Julia buscaba un empleo, porque había prosperado en la tienda de ropa en que
trabajaba. Los patrones eran judíos, personas mayores que habían sufrido lo
indecible durante la ocupación nazi y gozaban de poca salud. Vinieron de París,
donde tenían una tienda y compraron la de Orleáns porque les pareció que pasarían
más desapercibidos de la persecución nazi. El patrón viajaba con su auto todas las
semanas a París para reabastecerse, pero esta tarea le resultaba cada día más
pesada. Consultó con Susana si ella se animaría a reemplazarle en esta faena, ya
que estaba más familiarizada con los cambios de moda y podía elegir mejor la
mercancía que compraban. Susana aceptó con gusto y en la práctica llegó a
manejar a su manera el movimiento de la tienda. El patrón le concedió un mejor
sueldo y un pequeño porcentaje sobre el beneficio de las ventas. Además, disponía
de más tiempo libre.
309
Julia, en cambio, tenía cada vez más problemas con su marido. Cuando
volvía de su trabajo le pedía cuentas detalladas de lo que hizo durante el día y en
qué gastó el dinero que la había dado. Si había olvidado alguno de sus encargos o
no había podido hacerlo por algún motivo la reprendía con dureza y nada de lo que
hacía le venía bien. Con frecuencia, discutían agriamente, pero ahora se atrevía a
contradecirle, quizá porque se sentía apoyada por sus hermanos. Un día apareció
con un golpe en le cabeza; Susana le preguntó que le había pasado y Julia le
explicó que resbaló en la escalera recién lavada y se golpeó contra la pared. “No es
nada” le dijo, pero al otro día se quejaba al caminar, le dolía la cintura y siempre se
lamentaba de algo. Susana dedujo que su marido la golpeaba, pero ella no quería
admitirlo. Al final no tuvo más remedio que sincerarse con su hermana, aunque le
pidió encarecidamente que no se lo contara a sus hijas. Si, su marido le pegaba
todos los días; ya lo había tomado como una costumbre. La acusaba de infidelidad
a ella que apenas ponía los pies en la calle si no era para ir de compras. Susana le
aconsejó que lo denunciara a la policía, pero se opuso. Omar guardaba el dinero
que ganaba; todos los días le daba lo justo para la comida y para comprar lo más
imprescindible. ¿Qué es lo que ella iba a poder hacer con sus hijas si él llegaba a
dejarlas?
Susana insistió en que aquella situación no podía durar ni un minuto más.
Un día la iba a matar con alguno de aquellos golpes que la daba. Urgía pararle los
pies. “Mañana mismo vamos a ir las dos a denunciarle y tú no tienes nada que
temer: en el caso de que te golpee de nuevo, no tienes más que gritar con toda la
fuerza de tus pulmones. Nosotros estaremos a tu lado a los pocos segundos. Puedes
estar segura”.
Omar discutió con su mujer el mismo día que lo denunciaron las dos
hermanas. Se fue de casa con algunas de sus pertenencias y el poco dinero de que
disponían. Susana y Ramón se hicieron cargo de las niñas y de todo. Julia salió a la
calle en busca de trabajo y consiguió que la admitieran en una fábrica cercana que
se dedicaba a la confección de ropa.
Pasaron algunas semanas sin que se produjeran novedades. Ramón entre el
trabajo de la fabrica y sus horas extras, el curso de electrónica que seguía, los
aparatos de radio que armaba y el conflicto de sus cuñados, le quedaba muy poco
tiempo libre. La entrevista con Carmen le había dejado muy amargado; seguía
pensando con ella; pero menos. El sufrimiento aumentó cuando se enteró del
próximo enlace de su amiga con su patrón Mohamed. Aquel golpe que no esperaba
le partió el corazón.
Se empeñó en verla de nuevo y pedirle una explicación. José seguía cerca de
ella por el motivo de su trabajo. Ya terminó con la pintura, pero continuaba
prestándole algunos servicios. Le comentó que había comprado los muebles y solo
faltaban algunos detalles para que pudieran habitar el departamento. Carmen
seguía viviendo con su hermana con la que, a su entender, iban a ocuparlo. Ramón
se propuso encontrarla y hablarle cuando se dirigía a su trabajo.
- ¡Hola Ramón! Exclamó cuando se vieron. Parecía de buen humor.
- ¿Cómo estás? Pareces contenta……
- ¿Ya sabes lo de mi casamiento?
- Por su puesto ¿Qué locura es la que vas a hacer?
310
- No es ninguna locura. Lo he estado pensando durante semanas, durante
meses…
- ¿Y el amor? ¿Qué haces con el amor?
- Si te refieres a gozarlo, a disfrutarlo, te diré que las pocas horas de pasión
que tuve me costaron años de miseria y padecimientos a mí y a mi
hermana. Hay también otros amores que desechamos, empeñados en
placeres efímeros que solo nos traen desgracias. Antes que nada hay que
pensar en la realidad, en poder seguir viviendo. Aquello de que “contigo
pan y cebolla” no funciona. Debemos saber elegir; procurarnos el
bienestar para hoy y para mañana al lado de alguien que nos quiera de
verdad; no solamente para disfrutarnos, que nos mime y que no nos sea
totalmente indiferente. Con el tiempo llegaremos a amarle también
porque lo habrá merecido. Y si al final la vida con ese hombre se nos
hace odiosa, si no lo podemos soportar, tenemos el recurso legal de
separarnos con beneficio. Ya nunca volveremos a estar tan mal como
estábamos……
- La gente comenta tu casamiento de mala manera.
- Déjales que comenten. No tienen otra cosa que hacer. Cuando podían
habernos ayudado a mi hermana y a mí a salir de la miseria nadie nos
ayudó sino a cambio de ofrecerles nuestro cuerpo. Ya sabes como es…
- Ramón quedó anonadado. ¿Qué es lo que él podía ofrecerle? Una vida de
trabajo y sacrificio…
- ¿Quieres venir a mi boda?
- No creo que pueda ir por el trabajo.
- Pues entonces hasta la vista. Yo siempre te recordaré, aunque no lo creas.
Fuiste mi primer amor, después vinieron otros sin mayor beneficio y sí
muchas miserias. Fue una época para olvidar… Ahora, muy pronto va a
empezar otra…. Que deseo y espero será más venturosa… y se fue
pedaleando con su bicicleta.
Ramón se dirigió a su casa con una amargura infinita en su cuerpo. La
entrevista con Carmen le partió el corazón de nuevo y le revolvió el estomago.
Susana al verle lo notó de inmediato: “¿Qué te pasa? Te veo mal, estás
preocupado”.
- No es nada, quizá el exceso de trabajo y las preocupaciones.
- Si, ya veo. Deberías descansar más. Apenas nos vemos. Nunca estamos
juntos. Hace semanas que no hemos ido al cine, ni al pueblo a ver la
familia. Tampoco nos reunimos con los amigos, como antes, ni vamos al
baile. Dime la verdad: ¿Ya no me quieres? Quizá no me ocupo bastante
de ti por mi trabajo y los disgustos de mi hermana. Tenemos que
administrar mejor nuestro tiempo. Si no quieres que trabaje a fuera me
quedaré en casa para cuidarte. No quiero perderte por nada del mundo….
y se puso a llorar desconsoladamente.
- No, no llores. Él también estaba emocionado y con ganas de llorar.
- Tienes razón, toda la razón. Yo también te amo. No he dejado de amarte.
He cometido equivocaciones seguramente. No me he ocupado bastante
311
de ti. También tú eres mi principal y única prioridad, eres la esposa que
quería. Si te perdiera, la vida no tendría ya ningún sentido para mí.
Y era la pura verdad lo que le decía, la seguía amando. Lo de Carmen era
distinto: una pasión exaltada, sexo, aventura, algo muy atractivo para hombres y
mujeres, pero con resultados a corto plazo desastrosos para los dos. Había llegado
el momento de elegir; seguir presionando a su ex novia hasta conseguirla o
valorizar de nuevo el amor de su mujer, muy desatendida últimamente por sus
múltiples preocupaciones. Eligió lo correcto: conjugar todos los amores que la vida
nos brinda: la familia, el amor, el trabajo, los amigos, el deporte, que son las
prioridades para alcanzar la plenitud de la existencia humana. No seguiría
perdiendo el tiempo; lo que más amaba de la vida lo tenía en casa. En adelante,
procuraría pasar más tiempo con su mujer, saldrían juntos a todas partes, como al
principio de su relación.
Susana, por su parte, se preocupó por hacer la vida de pareja más atrayente;
ya no se perdían ninguna buena película, ni las mejores representaciones teatrales.
Irían a los bailes con los amigos o harían escapadas los fines de semana a París
para presenciar los mejores espectáculos de la temporada en el Folies Bergères, el
casino o el Moulin Rouge…
El S.E.R.E. la J.A.R.E. y la J.E.L.
Los republicanos españoles tenían sus centros más activos en Francia y en
Méjico. Sin embargo, entre sus dirigentes existían profundas divisiones, cuando no
abierta hostilidad. Azaña, presidente de la República, había renunciado, como ya
hemos dicho, a su cargo a los pocos días de pasar a Francia. Martínez Barrios,
presidente de la Diputación, no quiso aceptar el cargo de presidente de la
República, que le obligaba a trasladarse a la peligrosa zona centro-sur todavía en
manos de los republicanos, pero que no iba a tardar mucho en caer en manos
“nacionalistas”. El doctor Negrín, presidente del gobierno seguía en funciones.
Había organizado el S.E.R.E. (Servicio de evacuación de los refugiados españoles)
con los fondos disponibles, que financiaba el desplazamiento de los exiliados
españoles a los países dispuestos a acogerlos: Méjico, Chile y la república
Dominicana. Su desempeño al frente de la administración era muy criticado por
otros dirigentes, incluso de su propio partido, aunque nadie podrá negar que se
mantuvo firme en su puesto contra todas las adversidades y cuando sus enemigos
lograron desplazarle y sustituirle no lograron más que resonantes fracasos y el
trágico final que tuvo la rendición de las fuerzas de la zona centro-sur con sus
millares de víctimas.
312
Foto: historiasiglo20.org
DOCTOR JUAN NEGRIN – INDALECIO PRIETO.
Prieto, ex-ministro y dirigente socialista moderado, logró hacerse cargo del
tesoro que llegó a Méjico a bordo del barco Vita, el 24 de marzo de 1939. Eran
unos sesenta millones de dólares con los que podían hacerse muchas cosas en
ayuda de los refugiados. Varios meses duró la pugna entre Negrín y Prieto, ambos
socialistas moderados, para hacerse cargo de tan importante suma de dinero. La
Diputación Permanente se inclinó del lado de Prieto y constituyó la J.A.R.E. (Junta
de auxilio de los republicanos españoles). La enemistad de Negrín y Prieto que no
era la única entre los dirigentes que apoyaron la República, perjudicó en gran
manera la causa republicana.
Foto: cervantesvirtual.com
PUCHE, FOLCH I PI, MIRA Y D'HARCOURT, CUATRO FIGURAS REPRESENTATIVAS
DEL EXILIO CIENTÍFICO ESPAÑOL EN MÉXICO.
ESPAÑOLES AUXILIADOS POR EL S.E.R.E.
313
Foto: cervantesvirtual.com
DOCUMENTACION J.A.R.E.
A medida que la victoria se inclinaba del lado de los aliados aumentó la
presión política y diplomática de los exiliados sobre las naciones victoriosas.
Cuatro dirigentes republicanos y un socialista (Prieto) formaron la J.E.L. (Junta
Española de Liberación), que desplegó una intensa labor de propaganda. El 17 de
Agosto de 1945, un grupo de diputados se reunieron en el Cabildo de Méjico y
nombraron un Presidente de la República en el exilio y un Presidente del gobierno.
Los comunistas que había desplegado una activa lucha guerrillera en la península
no fueron invitados a participar en el flamante gobierno.
Foto: cervantesvirtual.com
LIBRO DE ACTAS DE LA J.E.L.
314
Negrín, al que consideraba próximo a los comunistas, aunque había sido
muy atacado por éstos, renunció a formar parte del nuevo gabinete, quizá por su
enemistad con Prieto.
En Enero de 1946, los máximos dirigentes republicanos, Martínez Barrios,
Giral y otros se encuentran en París. Como ya comentamos cuatro países
reconocían a la República Española: Méjico, Guatemala, Panamá y Venezuela,
pero tenían poco peso en el ámbito internacional. En Febrero de 1946, el gobierno
francés, quizás el más influenciado por los republicanos españoles, cerró la
frontera franco-española y presentó el “caso español” en el Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas.
La respuesta de las potencias victoriosas no pudo ser más decepcionante
para los sufridos exiliados y antifranquistas españoles.
En la declaración conjunta del 4 de Marzo de 1946, los gobiernos de los
Estados Unidos, Inglaterra y Francia condenaron el régimen político español, pero
la condena se redujo a meras palabras. No tomaron ninguna medida concreta para
cambiar el modelo político franquista; es más, en la declaración se señala: “esta
cuestión compete al pueblo español”, como si el pueblo español aplastado por las
armas nazi-fascistas, disueltos sus partidos políticos y organizaciones sindicales,
dominado por un Estado policial, tuviera alguna posibilidad de manifestar
libremente su voluntad política.
El 12 de diciembre de 1946, la Resolución 39-1 va más lejos aún:
“Documentos irrefutables redactan que franco fue culpable, junto
a Hitler y Mussolini, de haber fomentado la guerra contra los
países que, durante la Guerra Mundial, finalmente se asociaron
bajo el nombre de las Naciones Unidas”.
Esta misma Resolución de la ONU denuncia el régimen franquista
que califica sin rodeos de “Gobierno fascista de Franco impuesto
por la fuerza al pueblo español”.
Extracto: Espagne en Coeur ACCUEIL
DECLARACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS.
No se rompieron las relaciones diplomáticas ni comerciales. No faltaría más.
Los que confiaban en una “solución diplomática del conflicto” originado por los
nazi-fascistas quedaron servidos.
Los Estados Unidos e Inglaterra tuvieron, probablemente, una influencia
decisiva en semejante resolución y Francia muy dependiente de ellos, no quiso
disentir de sus aliados. El Presidente Truman no tenía la talla política de Roosevelt;
Inglaterra y su gobierno laborista (¿socialista?) seguían una política con los
conservadores y Francia, gobernada por De Gaulle, seguía atada a sus aliados de la
guerra. De hecho, “los países democráticos” volvían a la funesta política del
“Comité de la No Intervención”, de resultados tan desastrosos para España y para
sus propios pueblos y el mundo.
315
Foto: historia1imagen.cl
Foto: the666.com
Foto: juiciosdenuremberg.blogspot
CHURCHILL, DE GAULLE Y TRUMAN.
Pero hay más todavía. Añade la declaración; “la ruptura de las relaciones
diplomáticas es un asunto que se ha de decidir a la luz de los acontecimientos y
después de tener en cuenta los esfuerzos del pueblo español para conseguir su
propia libertad”. A lo que se ve a juicio de los tres gobiernos, el pueblo español no
habría hecho suficientes esfuerzos para conseguir su libertad…
Aquí, los gobernantes de los países “democráticos” alcanzaron la cima de la
hipocresía y del cinismo, no se enteraron de la intervención armada en la guerra de
España de las unidades militares de Italia y Alemania, de los “voluntarios
marroquíes”, portugueses y de la Legión extranjera. Bueno, a lo mejor no se
enteraron tampoco de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial. Entonces, ¿para
que formaron el Comité de la No Intervención? No sabían que a Franco lo eligió
“Caudillo” los militares rebeldes que juraron lealtad a la República. No se iban a
fijar en detalles tan insignificantes para un demócrata. El pueblo español tuvo que
improvisar un ejército para hacer frente a las tropas coloniales, comandadas por
oficiales facciosos e integradas en su mayor parte por marroquíes y mercenarios,
transportadas a la península por aviones alemanes. Combatió también a la Legión
Cóndor hitleriana, a las divisiones regulares, aviones y tanques alemanes e
italianos, luchó en el maquís francés y español y en casi todos los frentes de batalla
de Europa y África. En Mathausen, Auschwitz-Birkenau y otros muchos campos
de exterminación nazis murieron miles de españoles por el sólo delito de haberse
enrolado al lado de los combatientes de la libertad. El pueblo español tuvo tantos
muertos, desaparecidos y sufrió tantas pérdidas y desgracias como cualquier otro
pueblo de los que participaron en la lucha. Y como si todo ese sacrificio no fuera
suficiente. ¿Cómo pudieron olvidar esos gobiernos la colaboración de Franco con
las potencias del Eje, muchos de sus muertos lo fueron por proyectiles fabricados
con materias primas provenientes de España o información transmitida desde la
península? Mayor desvergüenza es inconcebible.
Hay que señalar, como ya se comentó en otra parte, que muchos de los
dirigentes republicanos no estuvieron a la altura de las circunstancias, ni
merecieron representar a un pueblo magnífico, que luchó valerosamente en todos
los lugares donde le tocó vivir por su noble causa. Antepusieron sus ambiciones y
rencillas personales a los intereses de la República. No mostraron al mundo el
316
frente compacto y homogéneo necesario en aquella oportunidad para presentarse
en los foros internacionales y hacerse escuchar.
Ni el gobierno republicano presidido por el profesor Giral, ni los comunistas
dirigidos por Dolores Ibárruri dejaron de actuar activamente para conseguir un
cambio político del régimen español, pero su actividad se realizó en campos
distintos y descoordinados. Por su parte Indalecio Prieto seguía con sus gestiones
para convencer, a todo aquel que le quería escuchar, que en nuestro país tendría
que realizarse un plebiscito para que el pueblo se manifestara libremente si prefería
la República o la Monarquía.
Como en 1939, cuando todavía existía el Gobierno republicano y se
combatía en Madrid y en la zona centro-sur, los Gobiernos de Francia e Inglaterra
se apresuraron a reconocer al Gobierno de Franco; de la misma forma, los dos
países normalizaron rápidamente las relaciones de todo tipo con la España
“nacionalista” y mandaron sus embajadores. Franco por su parte, trató de irse
acomodando a los nuevos tiempos y cambiando la apariencia exterior de su
régimen. La dictadura continuó gobernando España como siempre, igual que
siempre. Para resumirlo brevemente, después de la declaración tripartita, la suerte
de la democracia en España estaba echada. La ilusión de los republicanos
españoles dispersos por el mundo de volver a su patria, perdida.
Foto: fernandovera.es
Foto: labibliotecafantasma.blogspo...
PROFESOR GIRAL Y CARRILLO.
El profesor Giral no bajó los brazos. Trató de ampliar su gobierno e hizo
entrar a Santiago Carrillo en representación del Partido Comunista. Varios
gobiernos de la órbita soviética lo reconocieron, pero la U.R.S.S. se abstuvo. Los
forcejeos en las Naciones Unidas continuaron para obtener medidas eficaces contra
el régimen franquista. Solamente se consiguieron condenas morales y algunas
retiradas de embajadores que, con el tiempo, fueron volviendo a sus puestos.
En el Pirineo francés quedaron miles de combatientes españoles de la
Resistencia francesa, esperando la oportunidad de pasar a España y continuar la
lucha armada. Muchos de ellos fueron detenidos por la Guardia Civil, que les
estaba esperando al pasar la frontera en los lugares estratégicos. Franco disponía de
317
una eficiente red de espionaje en el país vecino. Conocía el itinerario que iban a
seguir. Todos los caminos, además, estaban muy vigilados y sabía que estos
combatientes no estaban apoyados por potencia alguna.
UN NUEVO ÉXODO.
Después de la declaración tripartita, pocos exiliados españoles podían
esperar la posibilidad de un próximo regreso a su país. El régimen franquista
continuaba siendo como siempre, igual que siempre, persiguiendo a todos los
republicanos antifascistas. No había restablecido las libertades políticas, de
asociación, ni de expresión y aun cuando los consulados otorgaban permisos para
viajar en España y visitar la familia, las autorizaciones eran otorgadas sólo para
pocos días; al llegar a su destino la persona debía presentarse al Cuartel de la
Guardia Civil y también el día previsto para el regreso, y acudir con el billete en la
mano del medio de transporte elegido. No se otorgaban prórrogas a la estadía y en
el caso de sobrepasar el tiempo previsto, la persona corría el riesgo de ser detenida
y llevada ante los tribunales para ser juzgada por los presuntos delitos de los que
estaba acusada en nuestro país.
En las montañas de las diversas provincias todavía quedaban grupos
guerrilleros hostigando a la Guardia Civil y los organismos estatales, pero cada día
iban disminuyendo; sus integrantes, caminando, se dirigían hacia la frontera
francesa y al pasar al país vecino se les consideraba refugiados políticos.
Ante este panorama, muchas familias y personas solas se decidían a viajar a
América. Los destinos preferidos eran Méjico, Argentina, Brasil, Chile, Venezuela
o algún otro país de habla hispana o portuguesa. El S.E.R.E. i la J.E.L. ayudaban a
los refugiados con el costo del viaje y la instalación en el país de acogida. Había
que llenar una serie de formularios y cumplir ciertos requisitos para poder llevar
consigo la mayor cantidad posible de sus pertenencias. Las organizaciones
políticas y sindicales de los españoles en Francia aconsejaban a sus afiliados y
familias a quedarse en el sur del país lo más cerca posible de la frontera pirenaica o
del Mediterráneo. En estas regiones ya existían importantes concentraciones de
compatriotas y eran de costumbres y tradiciones muy parecidas a las de España.
Como estaba anunciado, Carmen se casó por lo civil con el árabe Mohamed
y partieron a la Costa Azul en viaje de bodas. José, desairado y decepcionado, se
consoló cortejando a la hermana mayor de Carmen, Elisa, la cual le acogió de mil
amores como novio y tiempo después se casaron. Julia encontró pareja con un
paisano, conocido de su pueblo, también separado de su mujer que se quedó en
España por circunstancias de la guerra. Con sus dos hijas y su compañero se fueron
a vivir a la región de Languedoc-Roussillón (Catalunya nord), a un pueblo rodeado
de viñedos, cerca del mar. En cuanto a Omar, su ex marido se juntó con una señora
francesa, que, según parece por las habladurías de los vecinos, tenía bastante mal
genio y cuando se enfadaba la emprendía a golpes con él, proveyéndose de algún
objeto de los que tenía más a mano. El hombre encontró la horma de su zapato,
como se suele decir.
318
Julia escribió a sus padres contándoles el buen clima de que disfrutaban en
aquel pueblo del sur y lo acogedores y buena gente que eran sus vecinos. Les
invitaba a que fueran a pasar unos días en su casa para que conocieran el lugar.
Estaba segura que les gustaría. Doña Margarita y don Agustín fueron a verles y
decidieron trasladarse a aquel lugar con toda la familia para estar todos juntos. No
tuvieron dificultad en conseguir trabajo y vivienda para todos y el clima del sur es
más suave.
Ramón y Susana decidieron, sin embargo, quedarse en Orléans.
A pesar de que la reconstrucción estaba muy avanzada, todavía no habían
podido conseguir un departamento en alquiler que les conviniera, pero entre los
dos juntaban un buen ingreso mensual; las perspectivas de futuro les convenían y
habían hecho nuevas amistades interesantes, además de las que ya tenían.
Foto: commons.wikimedia.org
PLANO DEL ROUSSILLON (Catalunya Nord).
Durante el verano se tomaban unas largas vacaciones y se iban a visitar la
familia. Trataban de ir en la época de la vendimia para ayudarles en la recolección.
La familia reunida formaban una “colla” para trabajar a destajo, por tanto a la
tonelada, con lo que ganaban una buena cantidad de francos y unos cuantos litros
de vino (seis por día y pareja). De esta forma ayudaban económicamente a sus
padres y el vino, cuando se iban se lo dejaban a don Agustín, que hacía buen uso
de él. Los francos que ganaba la pareja se los iban a gastar en las playas cercanas;
disfrutando de una segunda luna de miel.
La vida en Francia se iba normalizando lentamente; quedaban todavía
muchos destrozos a reparar, pero el panorama internacional no había dejado de
empeorar desde la terminación de la guerra. La rivalidad entre los dos grandes
bloques de naciones persistía.
LA GUERRA FRÍA.
319
Unos días antes del 8 de mayo de 1945, los rusos habían tomado Berlín y
una amplia zona de su alrededor, pero la capital alemana fue dividida en cuatro
sectores que se adjudicaron a las tropas de las cuatro potencias vencedoras: la
Unión Soviética, Estados Unidos de América, el Reino Unido y Francia.
Europa estaba destruida y arruinada. Debía grandes sumas de dinero a los
americanos que le habían estado suministrando durante años grandes cantidades de
armamentos, barcos, aviones y alimentos. Con más préstamos de dinero a los
Estados europeos, no se solucionaban los problemas. Hacían falta conceder
grandes sumas a muy largo plazo y bajos intereses para que Europa pudiera
resurgir del caos total en que se encontraba. Dependía de los Estados Unidos para
su reconstrucción.
En Junio de 1947, el secretario de Estado Marshall propuso un plan para
poner en marcha la necesaria rehabilitación que fue aceptado de inmediato por la
mayor parte de los países afectados. Como ya dijimos España, Finlandia y los
Estados de la órbita soviética, presionados por Rusia, rechazaron participar en el
plan. Esta decisión de los países del Este aumentó la división entre los Estados de
Occidente i Oriente.
Churchill, en un discurso pronunciado el 5 de mayo de 1946, en Fulton
(Missouri) declaró solemnemente “desde el mar Báltico hasta el Adriático ha caído
en Europa una cortina de hierro y detrás de esa cortina están todas las capitales de
los antiguos Estados de la Europa central y oriental”.
Berlín se convirtió en el centro más peligroso de la rivalidad entre los dos
grandes bloques de naciones europeas. Solamente por el “Metro” se podía pasar de
una zona ocupada a otra zona ocupada y de esta última a la Alemania del Oeste.
En marzo de 1948, Francia, el Reino Unido y los tres países del Benelux
(Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo) formaron la Unión Europea Occidental,
alianza militar permanente y después el gobierno de la Alemania Occidental. Por
este motivo, la Unión Soviética se retiró del Consejo de Control Aliado que
gobernaba la Alemania derrotada. Las tres zonas de ocupación asignadas a las
potencia occidentales formaron una unidad de 48 millones de habitantes y
establecieron como moneda común de uso general el marco alemán. La capital del
nuevo Estado sería Bonn. La economía de Alemania Occidental empezó a crecer
de forma espectacular. La Unión Soviética no veía con agrado la prosperidad de la
zona Occidental, que empezó a hacerse atractiva para los alemanes del Este.
Reaccionó tratando de debilitar, en lo posible, el crecimiento de Berlín occidental.
La primera medida fue cortar el abastecimiento de la antigua capital cerrando las
vías terrestres y más tarde el abastecimiento de electricidad, carbón y alimentos.
Las potencias occidentales vencieron el bloqueo con un extraordinario puente
aéreo iniciado el 26 de junio de 1948. El 12 de mayo de 1949, los rusos eliminaron
las restricciones impuestas a la capital.
320
Foto: germany.info
EL PUENTE DE BERLÍN. Un grupo de berlineses observan uno de los
aviones participantes en el puente aéreo a la ciudad.
BLOQUEO DE BERLIN.
Como consecuencia del bloqueo de los soviéticos, la Unión Europea
Occidental en abril de 1949, se convirtió en la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (O.T.A.N.), alianza defensiva entre los Estados Unidos, Canadá y
diez Estados de la Europa Occidental. En la posguerra los bloques antagónicos se
dividieron siguiendo las fronteras establecidas al final de la Segunda Guerra
Mundial.
Foto: chirag.blogia.com
FUNDACION DE LA OTAN.
En el mes de julio de 1949, los rusos hicieron explotar su primera bomba
atómica. El primero de octubre del mismo año se proclamó en Pekín la República
Popular China y el 30 de diciembre, Francia concedió la independencia a Vietnam
(Indochina). En 1950 estalló la guerra entre la Corea del Norte, comunista, y la
Corea del Sur capitalista.
El mundo asistía angustiado al engrandecimiento de los dos bloques de
naciones y a la perspectiva inquietante de un posible conflicto a nivel mundial, que
podía asolar el planeta Tierra, con sus medios de destrucción masiva.
321
Foto: cshistorica.com
MAO ZEDONG. Proclamando la fundación de la República China.
1 de octubre de 1949 en Pekín.
Foto: es.wikipedia.org/
INDOCHINA FRANCESA EN 1950.
En naranja las zonas bajo control total del Viet Minh.
INDEPENCIA DE LA PENÍNSULA INDOCHINA DE FRANCIA.
322
Foto: mexteki.org
COREA DEL NORTE Y DEL SUR.
UNA DECISIÓN TRASCENDENTAL.
Susana y Ramón habían logrado un cierto bienestar material trabajando los
dos y llevando una vida moderadamente austera, pero Ramón aspiraba a algo más.
Se sentía preparado y con ánimo para desempeñarse al más alto nivel profesional
y, en aquella ciudad, no veía ninguna posibilidad de progreso. Pasarían los años,
llegaría la edad de jubilarse y se encontrarían, de pronto, viviendo en una modesta
casa de los suburbios, padeciendo las mismas estrecheces que sufrían la mayor
parte de los pensionistas. Por otra parte, a su espíritu militante le preocupaba la
peligrosa pugna entre los dos grandes bloques de potencias.
Algunos de sus amigos habían emigrado a Sudamérica y le mandaban cartas
muy alentadoras sobre las posibilidades de progreso en aquella región. Ernesto y
María, una pareja joven, con dos hijos de poca edad vivían en Asunción, capital
del Paraguay, en el corazón de América del Sur. Hacía apenas dos años que se
fueron y ya tenían una pequeña empresa de montajes electro-mecánicos que les iba
de maravilla.
María de ocupaba solamente de sus hijos y del hogar. Alquilaban una casa
no lejos del centro de la ciudad, demasiado grande para ellos cuatro. Si sus amigos
Ramón y Susana se animaban a emigrar podrían trabajar juntos en la empresa y, a
su llegada, hospedarse en la misma vivienda hasta encontrar otra más de su gusto.
Trabajo, que era lo principal, había mucho y se podía ganar dinero. Los dos
amigos, trabajando juntos, podrían comprometerse en obras de mucha más
envergadura y complejidad. Además, al contrario de lo sucedía en los países
vecinos, en el Paraguay disfrutaban de una “democracia”. El Presidente era
elegido por el pueblo en votaciones, y existían los partidos políticos.
323
A Ramón le sedujo la idea de inmediato: partir en busca de una vida mejor, a
un país que hablaba la misma lengua, donde podría hacer valer sus conocimientos
en una empresa propia, en que su mujer no tuviera necesidad de trabajar y pudieran
tener hijos. El panorama de futuro en Europa no estaba nada claro: cada veinte
años terribles guerras azotaban el continente, ocasionaban la destrucción de
pueblos y ciudades y la muerte de decenas de millones de seres humanos. Una vez
instalados, traerían a toda la familia para estar juntos y que los padres de Susana
disfrutaran de una vejez tranquila; con las comodidades que brinda el dinero. Les
comprarían unos sillones cómodos para que pudieran descansar de las muchas
fatigas que soportaron a lo largo de su vida de trabajadores agrícolas.
Susana no participaba plenamente de las ilusiones de su marido, pero se
dejaba seducir por él, puesto que es lo que siempre hubiera deseado hacer, cuando
tuviera la posibilidad. Pero, por otro lado no le gustaba la idea de partir tan lejos,
alejarse de sus padres y familia que podrían necesitar de ella. El viaje era muy
largo e incómodo, como había podido averiguar. El avión estaba lejos de sus
posibilidades. Tendrían que viajar en barco, con todos los inconvenientes que ello
representa: muchos días en el mar, aburridos y mareados. Durante semanas
estuvieron comentando o más bien discutiendo, los pros y los contras de tan largo
viaje.
Susana trabajaba muy a gusto en la tienda que estaba y pensaba que, más
pronto o más tarde, sus patrones, ya ancianos y cansados, se retirarían del negocio
y se lo cederían en muy buenas condiciones. Ya habían hablado sobre el particular,
ya que querían seguir viviendo en la misma finca. Su único hijo, casado, era dueño
de una tienda importante en París, y no estaba interesado en la de Orléans. La
América soñada la tenían allí donde estaban, más cerca de la mano. Solamente
precisaban tener un poco más de paciencia y esperar su oportunidad. No precisaban
arriesgarse tanto, partir tan lejos de la familia…
Las noticias que les llegaban de sus amigos eran cada vez más apremiantes;
estaban dejando pasar la gran oportunidad de su vida. Tan pronto como se
decidieran, Ernesto y María se preocuparían por conseguirles el permiso de ingreso
en el país en calidad de emigrantes, lo que comportaba unos beneficios nada
despreciables.
Al final, la pareja se decidió a emprender la gran aventura, pero con la
condición de que si las cosas no salían como ellos esperaban, al cabo de un año
emprenderían el viaje de regreso a Francia.
Escribieron a la familia explicándoles la decisión que habían tomado: iban a
probar fortuna. Si las cosas no funcionaban como ellos querían, estarían de vuelta
antes de un año, pero si tenían éxito y prosperaban los llamarían para que fueran a
vivir con ellos, y la familia volvería a estar reunida.
Comunicaron su decisión a Ernesto y María, pero los papeles del Paraguay
tardaban en llegar. Pensaron que su admisión en el país quizá habría sido denegada
y tendrían que quedarse donde estaban, cuando habían decidido irse.
Después de meses de espera, el cartero les trajo un voluminoso sobre con el
permiso de ingreso en el país concedido. Tuvieron que ponerse de inmediatamente
manos a la obra.
324
Buscaron dos grandes cajones para tratar de poner todo lo que tenían que
llevar, según les aconsejaron los amigos, porque, en el Paraguay, eran muchas las
cosas que escaseaban y solo se conseguían a precios prohibitivos. Todo lo que era
frágil tenían que envolverlo muy bien para evitar la ruptura, ya que los cajones
sufrían muchos golpes en el camino y, si podían, que trataran de llevar también el
colchón para dormir…
Unos días antes de la partida, cuando tuvieron todo preparado y en orden,
fueron a despedirse de los padres de Susana y de toda la familia al sur de Francia.
Les tocaron pasar horas muy difíciles; doña Margarita y don Agustín
trataron de disuadirles del viaje cuando ya lo habían decidido y organizado. La
familia entera les pedía, por lo que más quisieran, que no se marcharan. Ramón
quería irse y Susana estaba dispuesta a compartir con su marido, la arriesgada
aventura.
- ¡Hijos míos! Exclamó la madre cuando les dio el último beso, - ¡ya no os
volveré a ver más! Y las lágrimas le resbalaban por las mejillas…
- Sí madre, sí - le respondía Susana, ya verá que sí. Nos encontraremos de
nuevo. Nunca les podremos olvidar. Les hablaremos por teléfono. Vamos
a luchar para que ustedes tengan una vida mejor, una ancianidad más
digna, más feliz… Ya verán…
La madre seguía llorando y repitiendo, como una letanía: “no os volveré a
ver más, no os volveré a ver más” y abrazaba a su hija con toda la fuerza de sus
débiles brazos.
Toda la familia, a su alrededor, lloraba amargamente. Ramón muy
emocionado, trató de separarlas y poner fin a la despedida. Aquella situación era
insostenible.
- ¡Vámonos! ¡Vámonos! Es la hora. No podemos esperar más; y trató de
arrastrar a Susana fuera de la casa.
La madre la retuvo por el brazo hasta que la fuerza del joven logró
separarlas y la empujó hasta el coche que les estaba esperando.
- ¡Adiós madre! ¡adiós! Hasta pronto, ya os escribiré. Pronto nos veremos
de vuelta. Ahora tenemos que irnos, pero no os vamos a olvidar nunca.
Es sólo una separación momentánea para el bien de todos. Os mandaré
fotos para que veáis que estamos bien y progresamos. - ¡Adiós a todos,
adiós madre, adiós padre, adiós, adiós!...
La pareja subió al coche que partió de inmediato, mientras los jóvenes
agitaban las manos por las ventanillas y la familia les respondía desde la acera; el
vehículo se fue alejando y desapareció por la calle.
EL VIAJE.
La joven pareja descendió del taxi en la estación de ferrocarril parisina de
Saint-Lazaré, recogió dos maletas rápidamente y entró corriendo en el vestíbulo. El
325
amplio salón se encontraba repleto de pasajeros que esperaban abordar el tren con
destino al puerto francés de Le Habre. Cuando consultaron la hora en el gran reloj
del la pared, parecieron serenarse.
Foto: casanovacarlos.blogspot.com
ESTACIÓN DE TREN SAINT-LAZARÉ.
- Ya ves como teníamos tiempo de sobra para venir aquí - exclamó Susana
podríamos - haber dejado ordenada la habitación del hotel. Tú siempre
tan apurado...
- ¡Y tú tan tranquila! El servicio limpiará y ordenará todo - replico Ramón.
- Recuerda aquella vez, en el pueblo, cuando llegamos a la estación con
una hora de retraso y, solamente, pasaba un tren por día. Tendríamos que
habernos quedado veinticuatro horas más esperando.
- ¡Oh! Siempre me sales con lo mismo. No pasó nada ¿recuerdas? El
convoy llegó a la estación con dos horas de retraso y pudimos viajar de lo
más bien…
- Pero ahora no es igual; la guerra terminó. El barco partirá a la hora
prevista y si no estamos abordo no nos va a esperar. De eso puedes estar
segura.
- Pues si no nos espera, tanto mejor, nos quedamos donde estamos. No sé
porque tenemos que irnos tan lejos, habiendo tanto que hacer en Francia.
- ¿Otra vez vas e empezar con lo mismo? Ya lo hablamos muchas veces.
Cerca de la pareja, un grupo de personas hablaban en español.
- Perdone la molestia - dijo Susana dirigiéndose a una señora del círculo. ¿Viajan ustedes a la Argentina?
- Si - respondió la mujer - una rubia bastante robusta - nosotros vamos a
Buenos Aires, pero el barco hace escala, como debéis saber, en Lisboa,
Río de Janeiro, Montevideo y la capital Argentina. Yo sé que algunas
familias continúan viaje en otro barco a Santiago de Chile y, también las
hay que, desde Río, se dirigen a Asunción del Paraguay o La Paz, en
Bolivia. Seguramente vosotros también sois refugiados de la guerra.
326
- Sí, sí - respondieron a coro. Nosotros desembarcamos en Río y
continuamos viaje en avión hasta Asunción.
- ¿Habéis hecho controlar vuestros papeles? - preguntó la rubia.
- Todavía no. Acabamos de llegar.
- Pues tenéis que daros prisa y presentaros allí, dijo la mujer, indicando
una ventanilla del salón.
La pareja fue a cumplir con el requisito y volvió al instante.
- ¿De qué parte de España sois? – preguntó la rubia de nuevo.
- Mi esposa es catalana, de la provincia de Tarragona y yo soy de València
capital.
- ¿Catalana? Mi marido también es catalán, de Barcelona, y dirigió la
mirada al hombre que estaba a su lado, un individuo alto y delgado de
piel morena.
- Yo soy de un pueblecito de la provincia de Cuenca - continuó diciendo,
aunque eso no tiene mayor importancia; ahora todos somos refugiados de
la guerra de España. No podemos volver a nuestro país por la represión
franquista y no nos queda otra alternativa que diseminarnos por el ancho
mundo, por donde nos dejen estar… ¿De que nos ha servido la victoria de
las democracias? ¿De qué nos sirve la lucha que libró nuestro pueblo?
¿Por qué todos los españoles demócratas no estuvimos más unidos
defendiendo la República?... Es que es una fatalidad…
Después de estas palabras, escuchadas con atención por todos
comenzaron las presentaciones y los saludos. La señora rubia, cuyo nombre era
María, presentó a su esposo José y así continuó haciéndolo con las parejas que
formaban el círculo, algunas con hijos de corta edad.
Un matrimonio que acompañaba a un anciano se acercó al grupo.
- Dispensen ustedes. ¿Viajan a Buenos Aires?
- Sí - ¿Por qué?
- Es que el abuelo también va a viajar y estará solo. Tenemos miedo de que
pueda sucederle algo. Tiene ochenta y cuatro años, aunque goza de buena
salud. Nosotros somos sobrinos y tratamos de disuadirle que no
emprendiera tan largo viaje, pero no hay nada ni nadie que pueda hacerle
cambiar de idea. Es porque tiene un hijo allí y quiere estar con él. Si
ustedes pudieran vigilarle durante el viaje harían un acto de bondad por el
que les quedaríamos muy agradecidos. Nos duele que se vaya y que tenga
que viajar sólo, pero no podemos hacer otra cosa. Nosotros trabajamos
los dos y no nos es posible acompañarle. Su nombre es Juan González.
- No se preocupen por el abuelo. Nosotros le cuidaremos durante el viaje.
No faltaría más, prometieron algunos de los presentes.
Juan vestía una chaqueta de pana, una amplia bufanda le protegía el cuello y
se tocaba con una gran boina.
Las puertas de acceso a los andenes se abrieron de par en par. Los pasajeros
empezaron a despedirse emocionados con besos y abrazos de las personas que
habían ido a acompañarles. En el andén quedaban parientes, amigos y vecinos que,
quizás, nunca más se volverían a ver. Con el corazón angustiado, y toda la
amargura del mundo en el cuerpo con lágrimas en los ojos, aunque procurando
327
mantenerse serenos y hasta felices, los pasajeros empezaron a desplegarse
lentamente por el andén en busca del vagón que les fue asignado para viajar. “¡A
ver si nos escribís pronto!”, “¡Contadnos cómo os va por aquellas tierra!”,
“¡Cuidaros mucho!” “¡Adiós, adiós!” “¡Suerte!” - se escuchaba por todas partes.
Cuando todo el mundo se hubo acomodado en los compartimientos del tren,
aparecieron gendarmes por ambos extremos de los vagones. Pedían los
documentos de los pasajeros y retenían la célula de identidad de los refugiados.
Algunos reclamaban la devolución del documento francés, que acreditaba su
identidad, a falta de otro documento español.
- En América no los van a precisar. Tenemos orden de retirárselo explicaban los gendarmes.
El señor Juan buscaba sus papeles por los bolsillos y no terminaba de
encontrarlos. El gendarme empezó a impacientarse, quería llevárselo detenido. El
anciano se acordó de pronto de haberlos puesto con el dinero en una bolsita que
llevaba sujeta al cuerpo, debajo de la ropa. El gendarme revisó los papeles
cuidadosamente se guardó la célula de identidad y se retiró con gesto airado.
- ¡Que simpáticos son los gendarmes! - Comentó el abuelo Juan.
- ¡Vinieron a recibirnos enfadados cuando llegamos a Francia, y ahora nos
despiden de la misma manera. No les gustó que viniéramos entonces, y
no les gusta que nos vayamos ahora. Pero ya no somos refugiados
políticos, sino, simplemente, “emigrantes comunes” aunque, en realidad,
continuamos siendo exiliados forzosos en algún lugar del mundo.
Terminado el control de los viajeros, el tren se puso en marcha.
En El Habre descendieron para abordar el trasatlántico que hacía la ruta de
Sudamérica… Eran los últimos días del año 1951. En la ciudad y el puerto todavía
se observaban los destrozos ocasionados por los bombardeos previos al
desembarco de los ejércitos aliados en las costas de Normandía.
Era de noche y hacía un tiempo horroroso. Un viento glacial y huracanado
soplaba con fuerza. Los pasajeros, en su gran mayoría españoles, se agolpaban en
la escalera del trasatlántico para ponerse al abrigo, lo más rápidamente posible.
Una vez a bordo, el contramaestre, asistido por los marineros, hacia conducir
a cada viajero al camarote que tenía asignado y, de inmediato, al comedor para la
cena. Los camareros ya estaban sirviendo las mesas. Cada uno de los comensales
ocupó el lugar que pudo en las mesas instaladas, aunque fueron advertidos que, al
día siguiente, a cada uno se le asignaría un lugar y un turno para todo el viaje.
Susana y Ramón se instalaron en una mesa situada junto a un “ojo de buey”,
desde donde podían observar algo del muelle aunque la noche era tan oscura que
apenas si podían ver las luces de las farolas del puerto. Ambos estaban muy tristes.
En su memoria permanecían los recuerdos de los recientes días de Navidad, junto a
sus padres y la familia de Susana, preocupados por la próxima partida y los
angustiosos momentos de la despedida. ¿Cuándo volverían a ver su familia?
Un camarero vino a distraerles de tan tristes pensamientos. ¿Tomarían vino,
cerveza o gaseosa? Iban a servirles la cena, pero ellos no tenían hambre, aunque les
habían aconsejado comer lo máximo posible, con el fin de soportar mejor el mareo.
Las luces del muelle parecían moverse lentamente. ¿Era una alucinación?
No, el barco había empezado a desplazarse muy despacio.
328
La pareja se retiró de la mesa sin probar bocado. En el camarote que les
habían asignado había tres literas. Cansados y margados amontonaron las maletas
y los bolsos sobre una de ellas y vestidos con estaban se echaron sobre las otras
dos e intentaron dormir. No les fue posible, el trasatlántico se balanceaba cada vez
con más violencia. El camarote parecía haberse quedado sin oxígeno. Se sentían
muy mal. Tomaron unas pastillas que llevaban para combatir el mareo y se
sintieron peor, tuvieron que salir corriendo para vaciar lo poco que contenía su
estómago, pero en los aseos había largas colas. Tuvieron que sacar lo que llevaban
dentro donde pudieron. Ramón tenía dificultad para respirar en el camarote, salió
al pasillo en busca de aire fresco. Susana permanecía aletargada en la litera. Todo
el mundo, incluidos muchos marineros, estaban descompuestos. Hombres, mujeres
y criaturas vomitaban en cualquier lado, donde podían, y menos mal que otros
marineros, pacientemente, iban limpiando los vómitos. El médico de abordo corría
de un camarote a otro atendiendo a los enfermos más graves. Ramón, caminando
por los pasillos llegó al final de un corredor con una puerta que daba al exterior. La
abrió para poder respirar mejor, pero tuvo que cerrarla de inmediato como pudo,
aunque no le fue posible evitar recibir una ducha de agua salada. A través del
grueso vidrio empañado por el agua, pudo observar como el gigantesco
trasatlántico se hundía en las gigantescas olas y volvía a reflotar. Cansado,
mareado y angustiado volvió al camarote. Susana dormitaba. Aunque Ramón se
sentía muy mal no quiso despertarla. Se sentó en la litera, pero la cabeza le daba
vueltas. Vencido por el cansancio, se acostó y logró dormir un poco.
Foto: aderradeirafrontera.artabra.net
TRASALANTICO EN UNA TORMENTA.
Al día siguiente todo el mundo estaba enfermo; nadie fue al comedor. El
barco continuaba dando tumbos en el mar embravecido. Algunos pasajeros habían
experimentado una ligera mejoría, pero la mayoría se encontraba mal. Ramón y
Susana continuaban igual. Habían llamado varias veces al médico, pero el doctor
329
estaba muy atareado con los enfermos más graves, y no los había podido atender.
Hablaban de ello, cuando oyeron llamar a la puerta de su camarote. Pensaron que
era el facultativo, pero se sorprendieron cuando apareció el anciano Juan, el abuelo
que conocieron en la estación de París.
- ¿Cómo se encuentran ustedes? - preguntó nada más entrar.
- Más o menos - minimizaron. ¿Y usted, Juan, no siente el mareo?
- Pues hasta ahora, no. Quería preguntarles si precisan algo de comer o
beber.
- No tenemos hambre ni sed, estamos muy mareados. Si comiéramos algo
lo devolveríamos.
- Sí, claro, pero lo mismo hay que comer y beber. De lo contrario se
sentirán aún peor. ¿Quieren que les traiga una bebida o cualquier otra
cosa?
- No quisiéramos molestarle. Usted está ya muy ocupado.
- No es ninguna molestia. Al contrario. Todos tenemos que ayudarnos en
lo que podemos. La señora María está muy mal. El doctor la está
atendiendo. ¡Con tal de que se recupere! El marido tampoco se encuentra
bien. Voy a ver si precisan alguna cosa.
A los pocos días, Ramón y Susana se encontraron algo mejor y pudieron ir a
comer, pero hubo pasajeros que los tuvieron que bajar en camilla cuando el vapor
atracó en el puerto de Río de Janeiro.
Como estaba previsto, el trasatlántico hizo escala en Lisboa. Lo abordaron
unas trescientas familias que se dirigían en su mayoría a Brasil.
A partir de la capital portuguesa, el tiempo empezó a mejorar. Vinieron días
de mar tranquilo en que los viajeros comenzaron a salir de sus camarotes a tomar
un poco de sol. Grandes peces se desplazaban alrededor del barco, dando grandes
saltos en el agua, que describían círculos en el aire, y atraían la curiosidad de los
pasajeros. El sol brillaba cada día con más fuerza. Los marineros habilitaron una
piscina en cubierta e instalaron hamacas por todas partes. El viaje se hizo más
entretenido con los juegos de destreza organizados por el contramaestre con
premios, durante el día y la proyección de películas, los bailes y las fiestas por la
noche. El capitán quería, probablemente, hacer olvidar a los viajeros el mal trago
de los primeros días.
El trasatlántico disponía solamente de dos clases: la primera era de lujo;
llevaba pocos viajeros. La clase “turística”, mucho más económica, transportaba
la mayoría de los pasajeros, por supuesto, emigrantes. Por nacionalidades, el grupo
más numeroso era el de los españoles, seguido de cerca por los portugueses, pero
habían también de otras nacionalidades: alemanes, franceses, checos y rusos que se
mezclaron en las mesas del comedor. Esto dificultaba la comunicación, pero se fue
solucionando poco a poco por la buena disposición de todos. El grupo de los
españoles contaba con dos jóvenes polizones (viajeros clandestinos). Dormían
escondidos en las lanchas de salvamento, que estaban cubiertas con lonas, aunque
de día, salían de su escondite y se mezclaban con los viajeros. Parece increíble que
la tripulación no se percatara de su presencia o hacia “la vista gorda”.
Cuando Susana y Ramón fueron al comedor, después que se hubieron
repuesto del mareo de los primeros días, el contramaestre los instaló en una mesa
330
que ya ocupaban cuatro personas. Los comensales se levantaron de inmediato para
saludarles, les hicieron una profunda reverencia y se volvieron a sentar. De pronto,
los jóvenes se encontraron incómodos al lado de desconocidos que hablaban
idiomas incomprensibles para ellos. Pensaron pedirle al contramaestre que les
cambiara de mesa. Cuando se dirigían la palabra, acompañaban la voz con gestos
que les hacían recordar cómo se comunicaban entre ellos los sordomudos. La joven
pareja empezó a interpretar algunas de las cosas que se decían, aunque, con
frecuencia, permanecían callados, ceremoniosos, y se observaban discretamente.
En la mesa, además de Susana, se encontraba otra joven mujer. No era fácil
poder estimar su edad porque llevaba puesto un ajustado vestido negro, iba muy
maquillada y bien peinada. Calzaba unas relucientes botitas de charol. El hombre
joven que sentaba a su lado debería tener alrededor de los treinta años. Su aspecto
era de atlético y vestía ropa deportiva. Ambos parecían de origen eslavo. Otro
hombre de la mesa era un señor mayor de unos sesenta años, gordo, de cara
redonda y estaba completamente calvo. Llevaba un clásico traje gris. Otro hombre,
de aspecto más ordinario, campesino, era portugués.
Los comensales empezaron a cruzarse algunas palabras acompañadas, como
he dicho, de gestos. La mujer del vestido negro hablaba un poco de francés, aunque
dijo ser rusa. Las botitas relucientes de charol, explicó como pudo, que las había
comprado en París. El joven atleta hablaba un poco de alemán, pero era, según dijo
checo, y el señor más mayor, que trataba siempre de explicarse en inglés, más tarde
se enteró que era alemán. Con el portugués, Susana y Ramón, no tuvieron
dificultad para comunicarse, aunque resultó ser hombre de pocas palabras.
- ¿Por qué no habrá un idioma universal en el que puedan entenderse todos
los habitantes del planeta Tierra?- se preguntaba Ramón, pero luego
reflexiono que tal idioma tendría poca vida porque cada habitante se
encargaría de desfigurarlo y degenerarlo.
La comida del trasatlántico era excelente y si alguien quería repetir un plato
podía hacerlo sin dificultad. No obstante, a Ramón le sorprendía que algunos
españoles se preparaban emparedados y bocadillos para llevar. Un compatriota
vino a aclararle el misterio, rogándole que no lo difundiera. La comida que sacaban
del comedor estaba destinada a los dos polizones españoles y a algunos otros de
distinta nacionalidad. Los días de calor llegaron cuando el barco se acercó a la
línea ecuatorial. Todo el mundo permanecía en cubierta tomando sol u observando
el mar y los peces que acompañaban el barco. Algunos pasajeros hacían nuevas
amistades y hablaban de proyectos fantásticos, sin saber exactamente con lo que se
encontrarían cuando llegaran al país de su elección.
El checo se pasaba todo el día en la popa del barco, un lugar poco
frecuentado, poniendo crema en la espalda de la rusa. Al llegar a la línea del
ecuador, se celebró el bautismo del mar en honor de Neptuno, consistente en echar
al agua de la piscina a todo aquel que no hubieran bautizado anteriormente. La
juventud aprovechó para echar al agua a casi todas las personas que estaban en
cubierta tomando sol.
Sería interesante conocer el origen, historia y destino final de los emigrantes,
con lo que se podrían escribir muchas historias conmovedoras.
331
Ramón y Susana encontraron a María y su marido José recuperados del
malestar de los primeros días. Conocieron más de cerca de su hijito, un chico de
siete a ocho años que pasaba su tiempo haciendo maldades y molestando a todo el
mundo. Siempre iba comiendo alguna fruta con la única finalidad de obtener
carozos para lanzarlos, oprimiendo dos dedos, sobre cualquier persona,
preferentemente de edad, con una puntería inigualable. En el comedor, pasaba
corriendo entre las mesas, tropezando adrede con los camareros, para ver si podía
hacer caer alguno con la bandeja. La madre iba corriendo detrás de él gritándole:
“¡chiquitín! no hagas eso, no molestes a las personas mayores, pórtate bien”, sin
que el pequeño monstruo le hiciera el menor caso. El padre, cinturón en mano,
trataba de corregirle, pero la madre lo defendía con toda la fuerza de una oculta
energía. “¿No ves que el nene es demasiado pequeñín para comprender lo que le
dices y quedarse quieto. ¿Cómo quieres que se quede quieto a su edad?”. Pero el
contramaestre, al que ya había hecho alguna de las suyas, amenazó a los padres
con encerrarlo hasta la finalización del viaje, si volvía a hacer alguna otra maldad.
Maite e Iñaki eran una pareja de vascos muy simpáticos. Tenían dos niñas
preciosas y educadas. Iñaki pretendía encontrar trabajo en Buenos Aires. Si no
tenía suerte en gran ciudad, se trasladarían a una capital de provincia. Era
mecánico armero, confiaba emplearse pronto y establecerse por su cuenta más
tarde. “El negocio de las armas siempre funciona, pero primero trabajaremos los
dos para salir adelante”.
Pedro y Jacinta eran dos andaluces simpáticos y muy amables, aunque entre
ellos siempre estaban riñendo porque a Pedro le gustaba en exceso el vino tinto y
como era delgado y de poca estatura se embriagaba fácilmente. Jacinta era también
de poca estatura, pero gordita. A Ramón le gustaba que Pedro le contara sus
“hazañas” de la guerra donde mezclaba, probablemente, algo de realidad y no poca
de su fantasía andaluza.
El joven había observado a un hombre solitario que se pasaba todo el tiempo
mirando el mar y nunca le había visto conversar con ningún otro pasajero. Le
impresionó su soledad y quiso acercarse a él para ver si podía serle útil de alguna
forma o animarle si es que se encontraba en un estado depresivo. Mantuvieron, al
principio, algunas conversaciones intrascendentes, pero un día Ramón logró que se
sincerara con él y le contara la historia de su vida. Antes de la guerra era militar
profesional y tenía el grado de capitán. Cuando se produjo la rebelión se
encontraba de servicio en Granada. Como era conocido por sus ideas republicanas,
tuvo que huir precipitadamente de la ciudad y perdió el contacto con la familia.
Estaba casado y tenía un hijo de corta edad, pero no sabía donde se encontraban los
suyos. Logró incorporarse al Ejército de la República y combatió en los frentes de
Andalucía. Al perder la guerra la República, se unió a la lucha guerrillera,
convencido que la causa republicana finalmente triunfaría y recuperaríamos la
democracia. Pero no sucedió así; los aliados victoriosos no reconocieron la lucha
del pueblo español por la República y apoyaron a Franco. El grupo guerrillero en
que estaba soportó combates muy duros y, al final, tuvo que disolverse. Con uno
de sus compañeros atravesaron toda la península, caminando por los montes y
tuvieron la suerte de alcanzar la frontera pirenaica. El comité de Ayuda a los
refugiados le consiguió el pasaje para Suramérica donde pensaba rehacer su vida,
332
pero él quería, sobretodo, recuperar su familia, si es que estaban vivos, y traerlos a
su lado. Trataría primero de localizarlos por intermedio de la Cruz Roja
Internacional y, después, vería lo que podía hacer, aunque sabía que todo iba a ser
muy difícil.
Entre los españoles que viajaban en el trasatlántico abundaban los jóvenes,
pero las muchachas solteras eran muy pocas. Las miradas de los mozos se dirigían
hacia las portuguesitas que eran más numerosas. Estas jóvenes llevaban ropa
pueblerina y sus cabelleras, peinadas con trenzas, las hacían parecer adolescentes,
pero tenían bellos rostros y bajo sus toscos vestidos se adivinaban hermosos
cuerpos. A los padres de las chicas no les gustaba que sus hijas se relacionaran con
los españoles, pero los jóvenes encontraban la manera de comunicarse y
confraternizar, ya sea durante la proyección de las películas, en la piscina o en los
bailes.
Cuando el barco atracó en Río de Janeiro, se habían establecido
compromisos firmes entre las parejas de jóvenes que serían muy difíciles de
deshacer. La mayoría de los portugueses y gallegos desembarcaron en esta ciudad.
También lo hicieron Ramón y Susana, como tenían previsto, así como los
españoles que debían continuar viajando en avión hasta Asunción del Paraguay o a
La Paz, en Bolivia.
En Buenos Aires bajaron los emigrantes que pensaban radicarse en la
Argentina y los que debían continuar viajando, con otra embarcación, enfrentando
las aguas de la costa patagónica, las turbulentas y peligrosas del canal Beagle y de
la costa chilena hasta la capital Santiago de Chile.
Así se fueron dispersando por el sur del continente americano, como por
otros países y continentes, de forma parecida, los miles y miles de compatriotas a
los que no les fue posible regresar a España, su tierra, por la intolerancia represiva
de la dictadura franquista. Muchos de ellos, quizá la mayoría, nunca pudieron
volver a su país donde les esperaban sus padres, su mujer, sus hijos, familia y
amigos. Tuvieron que morir lejos de los suyos y ser enterrados en los lejanos
países que les dieron asilo.
Ramón y Susana, como la mayoría de los emigrantes, también tuvieron que
enfrentar dificultades, tropiezos y contrariedades hasta que se radicaron en la
Argentina, pero perseveraron y consiguieron abrirse camino en un medio difícil y
conflictivo; tuvieron dos hijos, ocho nietos y hasta el día de hoy (mayo del 2011)
cuatro bisnietos. Lástima que Susana, que tanto amaba las criaturas, su vida no le
alcanzó para conocerlos a todos… Pero si pudo volver a España casi cuarenta años
después de la guerra, con Ramón y su hijo. Los padres de ambos y algunos
hermanos ya habían fallecido, pero quedaban todavía primos y nuevos sobrinos.
También quedaban muchos amigos y ex compañeros y compañeras del Instituto
Obrero y de la F.U.E.
Ramón recordaba a un compatriota que conoció en un pueblecito del norte
argentino, en una zona casi selvática, poco desarrollada.
- ¡Don José! ¿Por qué no aprovecha las facilidades que da el gobierno de
para regresar a su tierra y ver a los suyos?
- Pues mira. Aquí tengo enterrados a mi único hijo y a mi mujer. Yo vivo
de lo que me da esta tiendecita. No es mucho, pero para mí me alcanza.
333
Si me fuera, aunque por poco tiempo, quizá la perdería. Y, después de
tantos años como han pasado, no reconocería a nadie de mi pueblo. De
mi familia no debe quedar casi nadie. No. Yo esperaré aquí mi hora,
tranquilamente, hasta el final, cerca de los míos, aunque ya no están….
Lo lamentable de esta historia es que no se trata de un caso único. A estos
hombres, mujeres y niños, que no cometieron ningún delito, nunca les alcanzó el
mensaje con que soñó el Presidente de la República Española Manuel Azaña, que
era también el sueño de la gran mayoría del pueblo español, de alcanzar un día la
Paz, la Piedad y el Perdón para todos los hijos de nuestra Patria.
"Y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras
generaciones, que se acordaran si alguna vez sienten que les hierve la sangre
iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con
el odio y con el apetito de la destrucción, que piensen en los muertos y que
escuchen su lección. La de esos hombres que han caído embravecidos en la
batalla, luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora,
abrigados en la tierra materna, ya no tiene odio, ya no tienen rencor. Y nos envían
con los destellos de su luz tranquila y remota, como la de una estrella, el mensaje
de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad y perdón".
Foto: comunidad.terra.es
MENSAJE DE AZAÑA.
ÚLTIMAS CONSIDERACIONES.
El Guerra de España (1936 – 1939) fue, en realidad, la rebelión de un grupo
de militares “africanistas” contra el gobierno legal de la República, que pretendía
devolver a la aristocracia terrateniente, al ejército y a la Iglesia, los privilegios que
le concedía la monarquía desacreditada. Este “pronunciamiento” estilo siglo IXX,
estaba alentado, apoyado y financiado por países nazi-fascistas y totalitarios que
ambicionaban dominar política y militarmente a Europa.
Marruecos ayudó a los rebeldes suministrándoles soldados en abundancia
(carne de cañón) y la Legión Extranjera. Italia envió a España divisiones regulares
de su Ejército y toda clase de suministros bélicos, armas terrestres, marítimas y
aéreas. Alemania cañones de gran calibre, fusiles y municiones, así como la
División Cóndor, con pilotos y expertos militares que se entrenaron, a costa del
pueblo español, para bombardear y destruir poblaciones indefensas en la Segunda
Guerra Mundial. Portugal, por su parte, proporcionó su territorio y centenares de
“voluntarios” para actividades bélicas de todo tipo. O sea que en la guerra “civil”
española participaron desde los primeros días militares y pertrechos bélicos
extranjeros, en su mayoría.
334
Los gobiernos de dos importantes Estados europeos - la Gran Bretaña y
Francia - que ya tuvieron la trágica experiencia de la Primera Guerra Mundial,
fueron testigos, sin inmutarse, de las agresiones de los países nazi-fascistas - Italia
y Alemania - a Abisinia y España, y no tomaron ni apoyaron ninguna medida
eficaz contra ellos en la Sociedad de Naciones.
En el caso de Abisinia, prepararon un borrador para reconocer la
ocupación de este país por Italia, que no pudo prosperar (pacto Laval-Hoare del
9 de diciembre de1935). Para España, idearon el famoso (Comité de no
Intervención), que impedía a la República comprar e importar armas del extranjero
para defenderse de la agresión fascista, mientras que a Franco, italianos y alemanes
le suministraban armas y hombres por el territorio portugués, gobernado por el
dictador Salazar. Los integrantes del citado Comité alcanzaron la cumbre y el
colmo de la hipocresía.
Como al parecer, el gobierno de su majestad británica - presidido por el
ultra conservador Neville Chamberlain - consideraba que las medidas adoptadas
contra España no eran suficientes, este personaje firmó el 16 de abril de 1938, el
acuerdo anglo-italiano por el cual la Gran Bretaña dejaba las manos libres para que
el dictador Benito Mussolini pudiera actuar en Abisinia y España con toda
libertad…
El gobierno ingles, presidido por Chamberlain, pensaba llegar a un acuerdo
con los dictadores, para que éstos dirigieran sus proyectos de expansión territorial
hacia el Este. Francia no confiaba en esta peligrosa política, pero no quería perder
su alianza con Gran Bretaña, en el caso de que se desencadenara una guerra. Así
las cosas, el 21 de junio de 1935 se anunció el acuerdo anglo - alemán por el cual
Alemania podía rearmarse navalmente. Este hecho unilateral constituía un duro
golpe para Francia y la Sociedad de Naciones, puesto que violaba el Tratado de
Versalles, sin haber consultado a Francia ni a la Sociedad de Naciones.
En Octubre de 1935, Italia atacó a Abisinia, y se apoderó de este país. La
Comunidad internacional adoptó contra el agresor una serie de ineficaces medidas
que la afectaron muy poco. En 1936, los militares rebeldes españoles, apoyados
por cuatro países extranjeros, atacaron a la República Española. La Sociedad de
Naciones hacía agua por los cuatro costados. El fascismo se estaba apoderando del
mundo civilizado.
En pocos años, la Alemania nazi había dedicado toda su energía, capacidad
tecnológica y científica a la producción de armamentos y al desarrollo de nuevas
armas. Se había convertido en una gran potencia militar y tenía como aliados a dos
importantes países como son Italia y Japón. Todo esto lo había hecho bajo la
mirada de los países “democráticos” que, mientras tanto, no hicieron otra cosa que
preconizar el “desarme general y la paz”. Mayor ingenuidad es inconcebible.
En su libro “La Segunda Guerra Mundial”, tomo 1º, Pág. 273, Sir
Winston Churchill reconoce la responsabilidad de su país en el desencadenamiento
de la guerra. “En esta lamentable historia de juicios erróneos formados por gente
inteligente y bien intencionada nos acercamos al punto culminante. Que llegáramos
a aquel trance es cosa que hace responsables ante la historia a quienes ejercían el
mando, por honrosos que fueran sus móviles. Mirando en retrospectiva vemos que
los gobernantes habían ido permitiendo sucesivamente todo esto: una Alemania
335
desarmada en virtud de solemnes tratados, a una Alemania que se rearma, violando
esos tratados solemnes; una superioridad área - y en el caso peor una paridad aérea
tirada - a la calle; la violación de Renania; la construcción de la línea Sigfrido; el
establecimiento del eje Roma-Berlín; la absorción de Austria por el Reich; la ruina
y abandono de Checoslovaquia a causa del pacto de Múnich; la línea checa de
fortificaciones en manos alemanas; los esfuerzos de Roosevelt para traer a los
Estados Unidos en auxilio de Europa, rechazados; la indudable decisión de Rusia
de unirse a las potencias occidentales en pro de Checoslovaquia, desdeñados; los
servicios de treinta y cinco divisiones contra el aún inseguro frente alemán
eliminados; mientras la Gran Bretaña sólo podía socorrer a Francia con dos. Todo
se lo había llevado el viento”.
Foto: propiedad del autor.
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.
Todas estas acusaciones son justas, aunque Churchill se olvida de los dos
países que primero soportaron los ataques de los Estados fascistas de Europa: de la
aviación italiana bombardeando la atrasada e indefensa Abisinia y la moderna
aviación ítalo-alemana bombardeando las ciudades y pueblos indefensos de
España. El mundo no podrá olvidar nunca el criminal bombardeo de Guernica, ni
los muchos otros que la aviación ítalo-germana efectuó en España. Estos
bombardeos y estas guerras no fueron más que el prólogo de lo que todo el mundo
sabía que iba a venir: la Segunda Guerra Mundial, que tanto temían los aliados
occidentales. Los gobernantes ingleses de la época ¿era gente que tenia juicios
erróneos, pero inteligente y bien intencionada?.
En la Pág. 88 del citado libro Churchill escribe: ¿Hemos de considerar
como digno de vivas censuras ante la historia el comportamiento del gobierno
nacional inglés, conservador en su mayoría, y asimismo cuanto hicieron los
partidos laborista y liberal, estuvieran o no en el poder durante aquel fatal periodo.
Muchas cosas lamentables se dieron entonces: complacencia en vulgaridades
retumbantes; negativa a reconocer los hechos ingratos, deseo de popularidad y
éxito electoral con desprecio de los intereses vitales del Estado, auténtico amor de
paz y patética creencia de que para gozar de paz, basta amarla; obvia falta de rigor
intelectual de los dos jefes de la coalición gubernamental inglesa; marcada
336
ignorancia de las cosas de Europa y aversión de sus problemas de Baldwin; fuerte
y violento pacifismo en el Partido Social Laborista; completa adhesión de los
liberales a sus sentimientos en mengua de la realidad; fracaso - si no algo peor - de
Lloyd George, el antaño gran dirigente de guerra en la continuación de su tarea.
Todo ello sostenido por abrumadoras mayorías en ambas cámaras del Parlamento,
constituye una triste imagen de la necedad y la incapacidad de los políticos
británicos, los cuales sin intención dolosa, no pueden ser exentos de culpa. Porque
todo ello, si bien al margen de toda perversidad o mal designio, desempeñó un
papel harto definido en el desencadenamiento sobre el mundo de una serie de
horrores y miserias que, hasta la fecha, rebasan toda comparación en la historia
humana.
Se podría escribir otro tanto del gobierno francés de la época presidido por
el radical Dadalier.
Churchill señala las torpezas y debilidades de los gobernantes
conservadores ingleses ante las agresiones de los dictadores Hitler y Mussolini,
aunque trata, en la medida de lo posible de excusarlas. El mismo Churchill ocupó
altos cargos en los gobiernos ingleses en la Primera y la Segunda Guerra Mundial
y, en algunos casos, no estuvo exento de responsabilidades.
Al ser desplazado Neville Chamberlain de la jefatura del gobierno lo
reemplazó Churchill como Primer ministro, en una muy difícil situación y condujo
la política inglesa con acierto hasta el final victorioso de los aliados en la guerra.
Al término de la misma, el Partido Laborista, liderado por Attlee, reemplazó al
Partido Conservador. Se esperaba del nuevo gobierno inglés un mejoramiento de
su política internacional, pero no fue así. En la declaración conjunta del cuatro de
Marzo de 1946, como ya se comentó, los gobiernos de Estados Unidos, Inglaterra
y Francia condenaron el régimen político de Franco, pero la condena no pasó de
meras palabras. Nada importante se hizo para desplazar al dictador, cuando se
presentaba la oportunidad, por su colaboración con el nazi-fascismo derrotado.
En el tema del primer volumen de “las memorias de Churchill” 1919-1939
escribe: “De cómo los pueblos de lengua inglesa, en virtud de su imprudencia, su
negligencia y su bondad, permitieron a los malvados armarse”. Así que fueron los
pueblos de lengua inglesa y no los políticos y gobiernos conservadores ingleses los
que autorizaron el rearme alemán. Pero Alemania no podía rearmarse por el
Tratado de Versalles y los gobiernos inglés y francés lo permitieron, es más, el
rearme naval de Alemania lo acordaron el Almirantazgo Británico y el gobierno
alemán, sin ni siquiera consultar con los franceses. Y creo que no hace falta
recordar ahora el convenio de Múnich entre Hitler, Mussolini, Chamberlain y
Dadalier para entregar a los dictadores la República Checa, sin consultar tampoco a
los checos, ni a nadie.
337
La conferencia de Múnich de septiembre de 1938
Elimina la esperanza de que la guerra civil española se internacionalice.
Foto: taringa.net
TRATADO DE MUNICH 1938.
Muchas páginas se han escrito sobre la irresponsabilidad de los gobiernos
inglés y francés de la época, empeñados en alcanzar acuerdos con los dictadores a
costa de otros países. Abisinia y España fueron las primeras víctimas de su nefasta
política, pero, al final, Inglaterra, Francia, los Estados Unidos, la Unión Soviética y
otros países se vieron también envueltos en los horrores de una terrible guerra
mundial. La hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, con sus millones de
víctimas, desgracias y destrucciones podría fácilmente haberse evitado con sólo
obligar a unos pocos dirigentes a hacer respetar los pactos y compromisos
adquiridos, y cumplir y hacer cumplir las leyes internacionales.
El pueblo español tuvo que soportar muchos años la odiosa dictadura
franquista, sus crímenes y arbitrariedades. Hasta la muerte del dictador no pudo
recuperar la libertad y la democracia por la que tanto lucharon sus hijos en
numerosos y lejanos lugares del mundo.
En el proceso de Núremberg se juzgaron algunos criminales de guerra, así
como en otras capitales como Tokio, Paris, y en muchos otros lugares. Pero no se
juzgaron a muchos políticos y gobernantes irresponsables que contribuyeron a
facilitar los desafíos de los dictadores y traicionaron a los pueblos que los
eligieron.
E X I L I O
338
(1939 – 1951)
FIN DE LA TERCERA PARTE = FRATERNIDAD
(1945 – 1951)
INDICE.
La posguerra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 002
La familia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 012
La reconstrucción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 015
Los norteamericanos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 020
La sala de Fiestas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 022
La juventud. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 027
Reencuentro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 030
La confesión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 034
Noticias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Pág. 036
El S.E.R.E., la J.A.R.E., y la J.E.L. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Pág. 040
Un nuevo éxodo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Pág. 046
La Guerra Fría. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 048
Una decisión trascendental. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 051
El viaje. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 054
Últimas consideraciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 063
Índice. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 068
NOTA: las fotos, que aparecen en esta biografía, son: unas propiedad del autor y
otras obtenidas de diversas paginas W.W.W. de Internet. Lo cual comunicamos
para conocimiento de todos los interesados.
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