PROF. DR. AGUSTÍN PEDRO PONg

Transcripción

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IGNACIO BARRAQUER
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PUBLICACIONES MEDICAS BIOHORM. - SECCIÓN : MEDICINA E HISTORIA | N.e R.: B. 1023-63 | D. L : B. 27541-63 | EDITORIAL ROCAS. - DIRECTOR: DR. AAANÜEL
CARRERAS ROCA. COLABORAN: DR. AGUSTÍN ALBARRACIN - DR. DELFÍN ABELLA - PROF. P. LAIN ENTRALGO - PROF. J. LÓPEZ IBOR - DR. A. MARTIN DE PRADOS-DR. CHRISTIAN DE NOGALES - DR. ESTEBAN PADROS - DR. SILVERIO PA LA FOX - PROF. J. ROF CARBALLO - PROF. RAMÓN SARRO - PROF. MANUEL USAN&IZAGA-PROF. LUIS S. GRANJEL-PROF. JOSÉ M.' LÓPEZ PIÑERO-DR. JUAN RIERA-PROF. DIEGO FERRER-DR. FELIPE CID-DIRECCION GRÁFICA: PLA-NARBQMA
De esta edición se han separado cien ejemplares
numerados y firmados por el autor.
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PROF. DR. AGUSTÍN PEDRO PONS
IGNACIO BARRAQUER
EL HOMBRE Y SU OBRA
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IGNACIO BARRAQUER: EL HOMBRE Y SU OBRA
I. El tributo que Barcelona rinde a la memoria de Ignacio Barraquer, no se limita a su proyección ciudadana más inmediata, sino que desborda los linderos de Cataluña para alcanzar a España entera. Una gran
urbe como Barcelona es concentración y síntesis de la vida de un país, es capitalidad intelectual y espiritual
de todo un pueblo y cuanto aquí se celebra tiene una repercusión que alcanza mucho más allá de su área
estricta.
El monumento conmemorativo que se ha inaugurado con solemnidad de acontecimiento en los jardines del
Parque de Cervantes ha de tener su continuidad para ser aleccionador. Debería completarse con la nominación de una vía ciudadana con el nombre del homenajeado.
Será un símbolo dar el nombre de Barraquer a una calle nueva. Una calle es un camino y una abertura
a otros senderos, simboliza en suma lo que Ignacio Barraquer hizo en su vida : guiar el paso a nuevas perspectivas, trazar nuevas vías y abrir el surco a inventos y técnicas originales. Este hombre de perfil exótico
y de voz pausada y queda, fue un innovador y el creador de una escuela.
II. La Medicina Barcelonesa en los comienzos del siglo. Cuando en la hora presente contemplamos el panorama que ofrecía la medicina en los primeros años del siglo actual, experimentamos la misma sensación de
vértigo, del que mira desde una alta cima el fondo de un valle.
Nuestra memoria no es bastante fiel para reflejar con la precisión deseada, la primera década de esta centuria. La ciudad seguía su expansión en toda su periferia ; el ensanche en plena etapa constructiva, presentaba aún más solares y campos en donde la hierba crecía, que edificios terminados.
En los linderos de la nueva ciudad que nace, en el entroque con la antigua urbe, al borde de lo que fueron
antiguas murallas, José A. Barraquer, establece en la Ronda de San Pedro su consultorio de enfermedades
de los ojos.
En aquel tiempo, los grandes de la medicina clínica eran en nuestra ciudad, Bartolomé Robert de vida y ejecutoria inolvidable, y tres profesionales valencianos : el cirujano Salvador Cardenal, el ginecólogo Alvaro Esquerdo y su hermano Pedro, internista de gran prestigio.
Declinaba el Letamendismo y en la medicina biológica y experimental apuntaba la personalidad de Ramón
Turró, una de las figuras más representativas del positivismo en nuestro ambiente científico ; en bacteriología Jaime Ferrán fue un investigador considerable.
En medio de estos hombres destaca la personalidad del oculista José Barraquer.
En contraste con la medicina privada entonces predominante, hay la hospitalaria o de beneficencia. El Hospital de la Santa Cruz era la representación genuina de esta modalidad. Vive sus últimos años de función
asistencial en el edificio de la calle del Carmen, que ha ocupado durante cinco siglos ; a su vera la Facultad
de Medicina separada por un corto pasadizo —el del «Corralet»— dispone su traslado a la nueva residencia
de la calle Casanova, el Hospital Clínico.
José Barraquer es elegido para profesar la enseñanza de la oftalmología en la nueva Facultad ; esto ocurría
en 1915. Crece al lado de su padre su hijo Ignacio, u muchacho con especial habilidad manual para toda clase
de actividades artesanas.
Esta disposición y talento singulares de Ignacio para trabajos mecánicos es uno de los rasgos esenciales que
explica no pocos éxitos conseguidos en su trayectoria profesional. Desde arreglar un reloj, hasta desarticular
y volver a montar dejándola en perfecto uso un arma de fuego en «panne», a emplearse en cualquier técnica de cerrajería, nada se resiste a su habilidad manual. De mayor, impulsa a su hijo Joaquín a seguirle en su
taller de mecánico y le ofrece como juguete un arsenal de «Mecano» tan completo que con él, padre e hijo
consiguen realizar construcciones primorosas.
Tiene asimismo un sentido ingénito de la arquitectura y la decoración. De ello es ejemplo su propia clínica,
cuya distribución, proporciones y sentido funcional es obra que él mismo proyectó y asombra comprobar que
sus concepciones tan originales y difícilmente aceptadas hace un cuarto de siglo son admitidas en la actualidad por la fuerza misma de los adelantos en el arte de la construcción.
III. Medicina aristocrática, Medicina burguesa y Medicina Social. La generación que comienza con José
Barraquer, sigue con Ignacio y alcanza a Joaquín en la hora presente, reflejan fielmente la evolución que
ha seguido la profesión médica en estos años.
Un siglo no tiene simplemente un sentido cronológico, sino que representa una manera peculiar de sentir, de
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pensar y de vivir. El siglo xx propiamente dicho, no comenzó sino después de transcurridos los dos primeros lustros, al filo de la i.* conflagración mundial; en los primeros años se conservan aún las formas de vida
ochocentista del siglo precedente. En la primera década hallamos un estamento médico, en el que sobresalen unos cuantos hombres prestigiosos rodeados de un estado llano, de cultura sumamente rudimentaria,
integrado por la mayoría de profesionales. El ejercicio de la medicina es el reflejo de la colectividad ; una
sociedad capitalista reducida y poderosa, una ingente masa proletaria y una clase media que sirve de pivote
y equilibrio entre ambos extremos.
Las sumidades médicas de aquel tiempo tenían asimismo una consideración y un rango social relevantes»
En la capital del país vecino, en Francia, eran famosos los tiros de caballos, los coches, el lujo y boato con
que vivía el Prof. Dieulafoy. Gallart Monés, nos refería una comida a la que fue invitado en París, en casa
del Prof. Albarrán, antiguo alumno de la Facultad de Medicina de Barcelona ; refería la magnificencia de
su apartamento, los criados de uniforme y la vajilla de oro con que fue servido el ágape.
Aquellos tiempos ya pasados coinciden con la época en la que ejerció José Barraquen
La práctica de la medicina cambia en la segunda década de nuestro siglo. La vida del Profesor pierde su esplendor de antaño. Aumenta la cultura en los médicos y se eleva el nivel de sus conocimientos. En este
período que podría denominarse de medicina burguesa, los médicos con buena cíentela, viven decorosamente
sin alcanzar el nivel de los ingresos, en proporción con los de las calendas anteriores. Esta es la etapa en que
se desenvuelve Ignacio Barraquer.
Llegamos a nuestros días, en que las cúspides de los grandes prestigios médicos parecen menos altas porque el nivel cultural del médico asciende cada vez más y con ello se acortan las distancias. Todo en la
época actual tiende a la uniformidad y adquiere un tono medio que borra diferencias y disimula las jerarquías. La medicina es cada vez más una actividad cara por la riqueza de medios que exige su ejercicio ;
utilizarla escapa a veces a las posibilidades económicas de las clases modestas. Consciente de ello los Es
tados intervienen creando la obra de la Seguridad Social, que controla a médicos y enfermos. Esta es la
etapa actual de la medicina proletaria tan distinta de las anteriores, en la que el médico es un asalariado que
pide aumentos de sueldo y amenaza con ejercitar el derecho a la huelga.
Ante los nuevos derroteros, Ignacio Barraquer fue previsor y creó una clínica en la que sin división de clases
acepta y trata por igual a los enfermos con independencia de sus posibilidades económicas. Esta es la herencia que de su padre recibe Joaquín Barraquer, capitán de esta nave a la que aguardan, así lo espero, felices
singladuras.
IV. Las escuelas extrauniversit arias. Formar una escuela es lo que da categoría de Maestro, y Barraquer lo
fue. Dirigir un equipo médico con el pensamiento hacia dentro, en una introversión egoísta y estéril, es una
forma de avaricia que practican ciertos intelectuales, temerosos de que otros se apoderen de aquello que
creen, equivocadamente, que sólo ellos monopolizan, y parecen contemplar complacientes cómo los demás se debaten en la ignorancia.
El Maestro sea o no de estirpe universitaria, es aquel que enseña, que abre generosamente las puertas de su
saber, no para exhibirlas, sino para compartirlas con sus colaboradores.
La relación de Ignacio Barraquer con la Universidad se presenta a redoblados comentarios sobre una antigua y conocida problemática : la forma de elegir e integrar los nuevos valores en el seno de la Universidad.
Cuando se produjo en 1919 la vacante de la Cátedra de Oftalmología de la Universidad de Barcelona, Ignacio Barraquer trabajaba en ella junto a su padre, que era el titular de la asignatura.
Ignacio Barraquer era la personalidad más adecuada para cubrir la vacante. Pero para ello no bastaban ni
la tradición ni los méritos ; éstos, exige la ley universitaria, que se pongan de manifiesto de una manera
pública y formal, en competencia con cualquier otro aspirante que lo desee. En principio el método no es
recusable, cuando no hay una personalidad idónea y de méritos reconocidos ; pero cuando en un determinado clima y circunstancia existe quien puede ser digno continuador de la obra, entonces el método selectivo de la Oposición no sólo es injustificado, sino pernicioso. Y ello lo ha demostrado la experiencia en no
pocos casos.
Ignacio Barraquer no quiso someterse a las pruebas que la ley universitaria exige y tuvo que renunciar
a continuar en nuestro primer centro docente ; con ello se perdió un elemento valioso que la hubiera prestigiado.
Pero el que lleva dentro un Maestro nato, difunde sus enseñanzas fuera del círcuo del Profesorado oficial.
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Ignacio Barraquer en el ámbito de una Clínica privada, practicó su Magisterio igual por lo menos al que
hubiera logrado en las aulas de la Facultad de Medicina.
Comprendo que es peligroso convertir el texto de una ley en un artículo arbitrario, lo que supone que según
convenga se respete o deje de aplicarse lo legislado en materia de provisión de Cátedras ; sólo pretendo
advertir que no puede proclamarse en rigor que en todos los casos debe respetarse el reglamento oficial de
selección del Profesorado. En el caso de Ignacio Barraquer no sólo se perdió un Maestro, sino también la
escuela que él supo inspirar.
Aleccionados por esta experiencia y para obviar el inconveniente de dejar al margen de la Universidad, a escuelas que demuestran estar capacitadas, aquélla debe abrir sus puertas, derribar murallas discriminatorias y aceptar la integración de estos núcleos de trabajo para dictar cursos de especialización, asignaturas de
Doctorado y enseñanzas para postgraduados.
V. José Barraquer, el precursor. La obra de Ignacio Barraquer no debe considerarse como un hecho aislado o una circunstancia insólita. Toda su labor se basa y es continuación de la de su padre. Reputo de
excepcional que una determinada empresa científica, no tenga antecedentes y conexión con hechos inmediatos que la preceden. Esto de ser autodidacta es discutible ; la fecundación existe siempre, aunque no lo
aparente, en la obra que realiza un hombre sea del género que fuere. La inteligencia no es función hermafrodita, y existe en todo caso el polen fecundante que depositan las patas de la abeja, mientras duerme la flor.
A veces creemos equivocadamente en nuestras ideas originales e ignoramos de buena fe que existe en la
misma el germen de conocimientos que sin recordarlo, los hemos aprendido Dios sabe dónde. Un rasgo de
inspiración en nuestra mente tiene su raíz oculta en un saber que llevamos dentro casi olvidado y que ignoramos dónde y cuándo lo hemos aprendido.
La sabiduría es una cadena de conocimientos en que se engranan unos con otros hasta perderse en el infinito.
Sin José Barraquer no hubiera existido Ignacio. En el homenaje de hoy no quisiera caer en el olvido injusto
que supondría silenciar la figura egregia de José Barraquer y Roviralta.
Este es el fundador de la dinastía, el rey natural que supo elevar a la categoría de un solio el sillón de la
Cátedra.
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Fue don José un Maestro prodigioso ; como tal poseía el don de la sencillez y de la claridad expositivas.
En sus lecciones clínicas resumía en cuatro rasgos lo principal de un proceso morboso. No se perdía por las
ramas y alcanzaba rápido y recto como una flecha el objetivo diagnóstico. Hace medio siglo que le oí explicar, ante un enfermo, los síntomas del tracoma, y no los he olvidado jamás.
El saber cuando es auténtico no es una laguna, sino corriente fluvial que no se detiene; a veces se remansa,
en los meandros silentes del pensamiento, pero otras adquiere de nuevo el impulso arrollador del flujo torrencial.
Y esta continuidad en la corriente es lo que eleva a la categoría de escuela tradicional la que fundó José Barraquer. Escuela y tradición se aunan en esta hora histórica. Una escuela sin continuidad, no es trascendente ;
como el atleta de las olimpíadas, cada generación ha de mantener encendida la antorcha del saber y pasarla a la
venidera.
Una escuela es importante cuando se sostiene en un firme basamento; y ésta es la obra de los antecesores,
una Institución que nace hoy, aún sin tradición ni historia, tiene su porvenir comprometido y pocas perduran
en estas condiciones. La mejor ejecutoria de una escuela es mostrar la efigie de los que la han precedido, ellos
constituyen sus títulos de nobleza y es difícil que se tambalee lo que se construye sobre tan poderosos sillares.
VI. Las manos de Ignacio Barraquer. Dos cualidades integran la personalidad de este hombre : su pers=
picacia y dotes de observador, con lo primoroso de su técnica. Estas dos condiciones se daban en alto grado
en Ignacio Barraquer. Asombra la cantidad y disparidad de elementos que convergen en su formación.
Practicó Física y Química en el Instituto general y técnico de Barcelona, cursó histología en la Facultad de
Medicina de París, se ocupó de Botánica en el Laboratorio Químico Farmacéutico de nuestra ciudad, concurrió a sus cursos de Bacteriología; y de entre tanta variedad de conocimientos de Ciencias básicas y aplicadas,
surge lo sorprendente, lo inesperado : Ignacio Barraquer cursó en 1908 las enseñanzas de Mecánica en la
Escuela de Artes y Oficios de Barcelona, así como de Moldeado y Arte plástico en la misma Institución.
Me contaba el Dr. Carlos Amat, uno de sus discípulos, que el padre de Ignacio le había adiestrado para operar asimismo con su mano izquierdaj caso que guarda cierta analogía con la del genial dibujante Urrabíeta
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Vierge que afecto de hemiplejía del. lado derecho, ocurrida antes de los cuarenta años, aprendió y siguió dibujando con la mano izquierda.
La importancia de la habilidad manual en el Cirujano es tanta que nos parece poco todo cuanto se haga
para el mejor logro de su eficacia.
Cuando revisamos la obra de Barraquer destacan la invención de procedimientos técnicos y nuevos métodos operatorios ; el perfeccionamiento y creación de instrumentos originales destinados a la cirugía ocular.
Se dan en Barraquer estas dos modalidades formativas : la técnica manual y artesana y la propiamente científica y doctrinal. Como un sabio del Renacimiento se integran en su obra por un lado sus creaciones técnicas
y por otro sus vastos conocimientos específicamente oftalmológicos y de ciencias médicas auxiliares.
En otra ocasión hemos definido que arte y ciencia no se oponen, sino que convergen en un tronco común.
Como ramas de un mismo árbol que dieran frutos distintos, se nutren de las mismas raíces y una misma
linfa las alienta y vivifica. En todo artista creador hay también un científico y en cualquier obra científica
hallaréis el estro inspirado del bardo.
A través del arte en apariencia más puro, se asciende y se atraviesa la sutil e invisible barrera de la abstracción científica más pura.
Shakespeare y Hugo son a la vez hombres de letras y científicos ; ClauJe Bernard y Freud son dos científicos cuyo diapasón alcanza la nota más aguda del humanismo y la inspiración.
Cultivar la habilidad manual del cirujano, es por igual arte y pensamiento, pues la motilidad de los dedos
es la más intelectiva que posee el hombre ; es por así decirlo un movimiento ideatorio el de las manos, que
traduce en actos la fuerza creadora de las ideas.
Las manos pueden ver en los invidentes y hablar en los sorsomudos.
Percatado de su importancia Ignacio fomentó hasta el divismo la habilidad manual. Las manos de Ignacio Barraquer fueron prodigiosas y la base y fundamento de su prestigio profesional.
VIL Invención y Genio. Observar, es interpretar lo que se ve ; no es igual que mirar. Los ojos del perro
y los del hombre ven por igual el mundo circundante ; pero la retina del animal registra servilmente lo que
distingue su mirada, mientras el hombre interpreta, deduce y da significado a lo que ve.
Mirar es ver distraídamente; observar es ver con inteligencia. En la primera circunstancia visión e intelecto
son dos funciones desconectadas. Sólo entran en contacto coordinadamente en la visión interpretativa deí
observador.
Una de las adquisiciones técnicas más interesantes de la oftalmología moderna la debemos a Ignacio Barraquer ; es útil recordar en qué condiciones se produjo la revelación, lo que podríamos llamar técnica del descubrimiento. Ello ocurrió con la simplicidad de observación propia del genio ; de igual manera como Fleming
descubrió el primer antibiótico, la Penicilina, eso es sin proponérselo, de una manera casual. Casualidad sólo
aparente, ocurrida al contemplar una placa de cultivo de estafilococos contaminada por unos hongos triviales. A su alrededor, las colonias del germen primitivamente sembrado, estaban en trance de desaparecer.
Ante este pequeño acontecimiento, banal por su frecuencia, otro bacteriólogo había desdeñado tal contingencia. Pero de ello se sirvió Fleming, nada menos que para descubrir el primer antibiótico.
Hace algunos años contemplaba Ignacio Barraquer un acuario y vio cómo una sanguijuela cogía una de las
pequeñas piedras que formaban el fondo del depósito y sosteniéndola con su pequeña ventosa la trasladó a otro
lugar. Ignacio se dijo: si yo pudiera remover el cristalino del ojo humano de la misma manera que la sanguijuela coge una piedra sin remover el agua del acuario, la prehensión neumática producida por la ventosa
rompería las trabéculas de la zonula -.—que es el ligamento que fija el cristalino— y podría extraer así, suavemente, la catarata con mínimo traumatismo.
Esta simple observación que luego llevó a la práctica fue el origen de esta nueva técnica quirúrgica, llamada
Facoéresis, y que ha sido adoptada por muchas escuelas del extranjero.
La nueva técnica se discutió apasionadamente, años más tarde, en un Congreso Internacional de Oftalmología ; muchos especialistas preferían extraer el cristalino con la pinza. En medio de una gran expectación se
levantó su autor para defender el método y dijo brevemente: Señores, comparen ustedes la pinza de prensión
del cristalino con la uña de un gato y mi ventosa a los labios de una mujer bonita, ¿qué preferirían ustedes,
sentir sobre su mejilla ? A estas breves palabras siguió un murmullo de aprobación en el auditorio y la discusión terminó aquí.
VIII. Los ojos de una muñeca. En tono íntimo y confidencial voy a relatar algunos hechos entresacados del
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rico anecdotario de este hombre. Estas anécdotas forman su pequeña historia y son reveladores del genio
y carácter de una personalidad, que para muchos fue desconocida. Pese a su trato cordial y sencillo que
dispensaba a los enfermos, Barraquer huyó siempre de la vida social; le aburrían las reuniones del gran mundo, las recepciones, los banquetes, las comidas y salidas con amigos inseguros y convencionales. De todo
ello se apartó no como reacción de escarmentado, sino simplemente porque este mundo no era el suyo ni le
interesaba. Salía algunos viernes a cenar, habitualmente acompañado por el Dr. Perpiná Robert. En una de
estas salidas, después de cenar fueron a pasear por el barrio chino barcelonés ; al pasar delante de un cabaret,
las notas del «Amor brujo» de Falla les dicidieron a entrar. Sentáronse en una mesa y pidieron una botella
de champagne ; en seguida acudieron dos muchachas a sentarse en la misma mesa. Una de ellas dirigiéndose
a Ignacio le dijo : Tiene usted cara de bueno, señor, y continuó, a qué se dedica usted ? Adivínelo, contestó
Barraquer sonriendo. Ya lo sé, respondió la muchacha, usted es artista, pinta; y prosiguió, escultor... o violinista. No, no esto, iba respondiendo Ignacio, se equivoca. Pues entonces, ¿qué es usted? Inquirió la muchacha. Yo me dedico contestó el Dr. Barraquer, a colocar ojos a estas muñecas que abren y cierran los ojos
al levantarse y al acostarse.
Qué ocupación más rara, dijo la muchacha, y ¿ cómo se llama usted ? Ignacio, contestó el Dr. ; ¿ Ignacio
qué?, porfió la ínterlocutora. Ignacio Barraquer, contestó éste. Ignacio Barraquer «—exclamó la muchacha—
¡usted está loco, Ignacio Barraquer es el nombre de uno de los más célebres oculistas! Yo tengo una hija
ciega que estoy segura que él la curaría.
El Dr. Perpiñá terció en la conversación : Conozco, dijo, al verdadero doctor Barraquer y puedo hacerle una
carta para él. Con ella vaya mañana a la consulta con su hija con la seguridad que él la atenderá.
Al día siguiente a las 7 de la tarde la recibió el Maestro sonriente y amable. Ves cómo te decía, dijo a la
madre mientras acariciaba la cabeza de la niña, que yo sabía poner ojos a las muñecas.
Esta niña, según me cuentan, es hoy una maravillosa mujer, que es feliz y que ha recobrado la vista.
IX. Historias de animales. Una Junta médica en la Jaula de los leones. Sentía amor y curiosidad por los
animales. Si era más lo uno que lo otro es difícil de discernir, seguramente eran ambas cosas pues lo que
atrae acaba por amarse. Tenía para los animales el único gesto digno que un hombre puede realizar con ellos :
acercarse para conocerles y amarles. Jamás practicó contra ellos esta persecución bárbara y cruel que es la
caza, eufémicamente calificada de deporte por algunos.
Su atención se proyectaba especialmente a la gran fauna africana. En las sucesivas estancias de Torre Vilana,
en la Bonanova, primero, y después la que pasó a ocupar en la Avenida Pearson, instaló en ellas su pequeño
Zoo. Allí albergó Pumas, Guepardos, Ocelotes, Cocodrilos, Chimpancés ; uno de éstos le mordió inadvertidamente la mano derecha mientras jugaba con él. En otra ocasión una enorme serpiente boa le marca sus
dientes en una mano. Poseía el don innato de comprender a las fieras y en su mirada un poder de sugestión
que las amansaba.
Ello explica asimismo su afición a los espectáculos circenses, de modo preferente para los números de fieras.
Era en los tiempos en los que por el Olimpia —aquel magnífico circo barcelonés al que nadie defendió en el
momento insentato de su demolición— desfilaban las mejores atracciones del mundo. Los viernes cenaba en
un pequeño bar cercano al circo en compañía de sus amigos y con los domadores más famosos ; con Trubcka,
el de los imponentes tigres siberianos, con Belli, el de los enormes leones de impresionante melena negra,
con Jesús Vargas con sus fieras y chimpancés. Uno de estos últimos era un chimpancé hembra, de nombre
Susana y que fue objeto de la más original y linajuada consulta médica de que yo tengo noticia.
Susana era de gran talla, de empuje y fuerza extraordinarios y muy peligrosa a pesar de la doma. Este animal enfermó gravemente y el domador rogó a Barraquer y al Dr. Perpiñá que la examinasen. Al animal
se le abultaba el vientre y como el caso era complejo Barraquer llamó al día siguientes en consulta a los
doctores Francisco Gallart, Jacinto Raventós, Soler Roig y a mí, que no pude asistir por estar ausente.
En el interior de la jaula preparada para el número de los leones, entraron los facultativos y poco después
la paciente, Susana, con su domador. El animal azorado e inquieto por la insólita presencia de aquellos desconocidos, se puso furioso, enseñando unos colmillos casi tan grandes como los de un tigre, emitiendo gritos
guturales que revelaban a la vez su estado de agitación y de ira; no había manera de acercarse a Susana,
a la que cuatro hombres sujetaban con una cadena que el animal agitaba furiosamente.
Barraquer se acercó a la fiera y en voz baja y cariñosa entonación la llamó por su nombre : Susana, dame la
mano, y ante el asombro de todos el animal le estrechó la mano. Dame 1.a otra, prosiguió y míramej^ y los
IGNACIO BARRAQUER
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ojos de la fiera miraron al profesor que sereno e impasible sostenía las dos manos del animal, Dr. Gallart,
dijo el Dr. Barraquer, puede usted acercarse y examinar a Susana que no le hará nada. El Dr. Gallart se
acercó y comprobó la existencia de líquido en la cavidad peritoneal del chimpancé que al siguiente día Benito
Perpiñá procedía a su evacuación sin anestesia, teniendo el mono la mirada fija en los ojos del Dr. Barraquer
y las manos entrelazadas con las suyas.
X. Un diagnóstico oportuno. Una noche, del verano del año 50 dejaron la terraza del café «Oro del Rhin*,
Ignacio Barraquer y el Dr. Perpiñá para tomar el coche del primero. Antes iremos a ver los escaparates de
los «Dos Leones», dijo Barraquer ; cada día Pedro Inglada y su amigo Barris lo arreglan con un gusto más
depurado. Voy a ver si encuentro una herramienta que me hace falta para mi taller.
Después de contemplar los escaparates, él y su amigo tomaron su coche y lo pusieron en marcha, olvidando
encender los faros. A los pocos metros al cruzar la esquina de Rambla de Cataluña con Diputación el sonoro
silbato de un agente de tráfico le hicieron detener.
El Dr. Barraquer rogó cortésmente al guardia, que si bien era cierto que había dejado de encender las luces,
le dejaran seguir su camino pues quería llegar pronto a su Clínica. Soy el Dr. Barraquer .—dijo con su voz
queda y afectuosa— tengo prisa, déjeme seguir. El agente continuó increpando a los dos pasajeros hasta
ponerse pesado y reiterativo y terminó exigiendo la documentación. Ninguno de los dos la llevaba y cuando el
agente se disponía a tomar alguna severa determinación Barraquer, miró fijamente al agente y con una
autoridad natural, irresistible, le dijo : ¡ Cómo puede ser usted agente de la circulación si no ve bien con el
ojo derecho! ¿Cómo ha podido usted saberlo?, preguntó el asombrado agente. Porque soy el Dr. Barraquer,
y sin una palabra más puso el coche en marcha y continuó su camino.
XI. El gran silencio. Pocos años antes de la muerte de Barraquer, me invitó a pronunciar una conferencia
en su Instituto, con ocasión de un curso de perfeccionamiento oftalmológico. Al terminar la disertación Ignacio se acercó a mí y me dirigió unas palabras amables ; se las agradecí y apreté su brazo ; mi mano recibió la sensación de tocar un humero descarnado, tal era su estado de desnutrición i en contraste, el rostro
no reflejaba por igual su delgadez corporal extrema. Al cabo de un tiempo Barraquer enfermeba de una dolencia lenta y progresiva que debía acabar con su vida. Presintió su final y en el trance expresó su última voluntad : ceder sus ojos, una vez muerto, para que le fueran extraídas aquellas estructuras que aún podían ser
útiles para injertarlas a un invidente por causa de una opacidad de la córnea. Así se cumplió y la operación «post mortem» la realizó su hijo Joaquín.
En todo gesto humano hay la razón consciente y la oculta que nosotros mismos desconocemos. El acto de Barraquer fue su última prestación de servicio; con ello terminaba su dedicación entera a una actividad por la
que sintió pasión y sirvió con sacrificio.
Pero es posible que en esta donación de sus ojos, exista una motivación oculta que escapó a su propia conciencia : En este gesto se concreta el ansia de perpetuarse y de seguir viendo a través de sus propios tejidos,
revitalizados por el trasplante a ojos ajenos. Es no resignarse, no querer entrar en la zona oscura del gran
silencio que a todos aguarda y a todos espanta. Es una expresión de rebeldía y un punto de vacilación en la
misma fe de la que no escapa ni el místico ni el creyente y que el poeta plasmó en sus versos :
Si el tnon ja es tan formós, Senyor, si es mira
amb la pau vostra a dintre de l'ull nostre,
que mes ens podren dar en una altra vida?
Al morir los restos mortales de Ignacio quedaron con las cuencas orbitarias semivacías, pero sus ojos siguen
vivos y dan luz a aquellos otros que antes no la percibían.
Pero este deseo de pervivencia lo ha conseguido, más aún con la trascendencia de la gran obra médica que
supo realizar.
El hombre pasa, la obra queda y cuanto tiene la vigencia de una realización tan conseguida, sobrevive hasta
un cierto punto, al paso del tiempo.
A.
PEDRO-PONS
31-III-1967

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