La piel que habito*

Transcripción

La piel que habito*
La piel que habito*
MARU ROCHA
D
esafortunado regreso de Antonio Banderas a sus orígenes almodovarianos con La
piel que habito (España, 2011) que no da pies ni cabeza como género de ningún
tipo: un pseudo thriller con absurdos tintes de ciencia ficción barata, pero también
un lamentable intento de drama que, para colmo, causa risa involuntaria.
Ojalá Pedro Almodóvar ―el otrora cineasta de exportación ibérica― no esté
perdiendo el toque magistral que tantos éxitos había venido cosechando a lo largo de sus
más de tres décadas como realizador, con una veintena de filmes; ha obtenido cuatro
BAFTA, dos Oscares y dos Globos de Oro, nada más para dos de sus más logradas obras
cinematográficas, Hable con ella y Todo sobre mi madre; e inclusive, él mismo como
exponente artístico, ha merecido distinciones en su propio país, en Francia y un Honoris
Causa en Harvard.
La piel que habito se esperaba con ansias en este lado del Atlántico, máxime con el
retorno de un Banderas ya maduro y exitoso en Hollywood (aunque no precisamente por
sus exiguos dotes histriónicos, sino por su carisma, galanura y también porque supo
acomodarse en la Meca del Cine desde la ya mítica Mujeres al borde de un ataque de
nervios, en 1988, de Almodóvar, precisamente). Sin embargo, ha decepcionado
rotundamente no sólo él sino la cinta entera pues, no obstante de estar basada en una
novela denominada Tarántula (del francés Thierry Jonquet) que seguramente no es de tan
mala calidad como su adaptación al cine, ni eso la salva del fracaso.
La historia, demasiado inverosímil rayando en lo chocante, podría haber sido
menos deplorable de haber tenido mejores actuaciones del elenco, un guión más depurado
y creíble, con menos tiempo en pantalla (dos cansadas horas).
El manchego siempre se ha caracterizado por representar temas que suelen ser
escabrosos para otros directores de cine pero que, bajo su tutela, los imbuye de un aire
renovado y fresco, podría decirse que hasta necesario y con cierta gracia incluso; es decir,
ha tocado temas de género, la homosexualidad, la bisexualidad, de las pasiones totales,
entre otros. En este caso, hurga en una nueva temática en su filmografía: la transexualidad.
No obstante, maneja el tema de una manera nada convincente y tosca; no hay
emoción alguna durante el transcurso de la historia, tampoco buenas actuaciones de los
personajes, salvo, quizás, el esfuerzo que le imprime la guapa Elena Anaya (Vera Cruz, la
peculiar paciente sometida a trasplantes de piel y otras cirugías), porque ni Banderas (el
cirujano plástico Robert Ledgard) ni la consagrada Marisa Paredes (Marilia, la ama de
llaves de la casa del cirujano) logran cautivarnos en absoluto. Hay momentos tan chuscos y
vergonzosos que parece más bien una parodia o como si hubiera hecho une regresión a sus
inicios ochenteros con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón.
Ni qué decir de las escenas de sexo: burdas, ridículas, forzadas, grotescas.
Almodóvar había conseguido momentos sublimes, atrevidos y elegantes en casi todas sus
cintas en ese sentido, con una dosis exquisita de una cierta ingenuidad sensual al
convertirlas en una especie de “cuento de hadas erótico”; sobre todo en ¡Átame! (cuya
dupla estelar era justamente Banderas ―su última participación con él― y Victoria Abril,
en 1989), Tacones lejanos (nuevamente Victoria Abril, pero ahora con Miguel Bosé como
“chica Almodóvar”, en 1991) y en esa maravilla de película que es ―hasta ahora― la
mejor y más lograda de esa época, Hable con ella (con Darío Grandinetti, Leonor Watling,
Javier Cámara y Rosario Flores, en 2002). Contrastar esas memorables escenas con las de
La piel… es para dar pena ajena, como toda la película en general.
Por lo mismo, sorprende saber que el propio Almodóvar la categorice como filme
de “terror”, que no lo hay en ningún momento; si acaso, la referencialidad inmediata sería
el hecho de que el protagonista principal (Banderas) sería una especie de Frankenstein
posmoderno e inescrupuloso, pero risible y chusco por su pésimo desenvolvimiento dentro
de la trama. Asombra también enterarnos que la haya presentado en Cannes en 2011 y que,
incluso, se la nominaba como una de las candidatas para representar a España en los
Oscares para este año. Y, de hecho, hasta participó también con dieciséis candidaturas para
los premios Goya de su país. Obviamente, no ganó ninguno.
Ni siquiera la música de Alberto Iglesias, su musicalizador de cabecera le ayuda en
gran cosa; sólo hay una secuencia que es atractiva en este sentido, pero en ese mar de
inconsistencias y sinsentidos de la historia, de farsa involuntaria, de pasmosa descohesión
en la caracterización de los mal dibujados personajes (tan inconexos entre sí como el
propio argumento en general), se pierde también su aporte musical.
La piel que habito es, en resumidas cuentas, tan fallida como Kika (1993) y Carne
trémula (1997).
[email protected]
*Publicado en El Comentario Semanal (lunes 6 de febrero de 2012).

Documentos relacionados