The survival kit

Transcripción

The survival kit
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Sinopsis
Traducida por Paaau
Corregida por Mari NC
C
uando la mamá de Rose muere, deja detrás una bolsa de papel café
marcada como “El Kit de Supervivencia de Rose”.
Dentro de la bolsa, Rose encuentra un iPod, con una lista de canciones a
ser determinada; una fotografía de peonias, para crecer; un corazón de
cristal, para amar; una estrella de papel, para pedir un deseo; y una
cometa de papel, para dejar ir las cosas.
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Mientras Rose medita sobre el significado de cada objeto, se encuentra
regresando una y otra vez a una inesperada fuente de consuelo. Will es el
jardinero de su familia, la estrella de hockey de la escuela y la única
persona que comprende realmente por lo que ella está pasando. ¿Puede la
perdida provocar amor?
Sinopsis
Capítulo 22
Capítulo 1
Capítulo 23
Capítulo 2
Capítulo 24
Capítulo 3
Capítulo 25
Capítulo 4
Capítulo 26
Capítulo 5
Capítulo 27
Capítulo 6
Capítulo 28
Capítulo 7
Capítulo 29
Capítulo 8
Capítulo 30
Capítulo 9
Capítulo 31
Capítulo 10
Capítulo 32
Capítulo 11
Capítulo 33
Capítulo 12
Capítulo 34
Capítulo 13
Capítulo 35
Capítulo 14
Capítulo 36
Capítulo 15
Capítulo 37
Capítulo 16
Capítulo 38
Capítulo 17
Capítulo 39
Capítulo 18
Capítulo 40
Capítulo 19
Lista de canciones de Rose
Madison
Capítulo 20
Capítulo 21
Biografía
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Índice
Junio
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El Vestido Hecho de Noche
Uno
No puedo volver ahora
Traducido por Paaau
Corregido por Mari NC
L
o encontré el día del funeral de mi madre, escondido en un
lugar en el que ella sabía que yo buscaría. Ahí estaba,
colgando con su vestido favorito, el que siempre había
querido usar.
“Algún día, cuando seas lo suficientemente mayor”, solía decir ella.
Luego de que los últimos asistentes al funeral se fueron, papá, mi
hermano, Jim, y yo comenzamos a discutir acerca de las cosas de mamá:
¿qué íbamos a hacer con ellas? ¿quién recibía qué cosa? Papá quería
librarse de todo y yo quería mantenerlas exactamente como ella las dejó.
Después de los gritos y la tristeza, alternando silencios que se volvían
demasiado, escapé. De pronto, estaba junto a la puerta del armario de mi
madre, tomando la fría perilla de metal negro, abriéndolo y entrando,
cerrándolo detrás de mí, escuchando el golpe mientras la oscuridad me
tragaba. Busqué la cadena para encender la luz y, cuando mis dedos se
cerraron alrededor de la perrilla en la parte inferior, la tiré. Lágrimas
brotaron de mis ojos con la luz de la bombilla y una ola de vértigo pasó
sobre mí y colapsé en el taburete que mamá usa —no, usaba— para
alcanzar los estantes más altos.
Fue entonces cuando pensé: esto es un error.
Todo a mí alrededor olía como ella: su perfume, su champú, su jabón.
Levantando la mirada desde donde estaba, rodillas cerca de mi pecho, vi
Página 5
¿Tener dieciséis es ser suficientemente mayor?
cómo sus ropas estaba simplemente ahí, como si ella aún estuviera aquí,
como si en cualquier momento pudiera entrar, buscando un par de
pantalones o uno de sus delantales de profesora, salpicados en la parte
delantera con pintura. Mi mirada cayó sobre las faldas que nunca serían
usadas de nuevo, blusas y ligeros vestidos de algodón que podrían
regalarse, sus sombreros de jardinería en una gran pila en el estante más
bajo, todo colorido y brillante, como las flores en su jardín y los locos
collages de arcoíris en las paredes de su sala de clases: todo excepto por
un vestido.
Con mis manos aferrándose a la pared por equilibrio, me levanté y caminé
por entre los zapatos en el piso, empujando todo hacia los lados en mi
camino, hasta que lo vi: el vestido hecho de noche, una tela que era el más
oscuro de los azules y salpicado por un millón de manchitas de oro.
Algunas veces mi madre lo usaba para dar una caminata en una noche de
verano o para sentarse en las bonitas sillas de alambre en el medio de su
jardín de rosas, en donde, cuando yo era pequeña, ella me leía bajo un
cielo de flores.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Mamá hizo Equipos de
Supervivencia para tanta gente durante su vida… era famosa por ellas,
pero nunca antes me había hecho uno a mí. Levanté el vestido de la barra,
el Kit de Supervivencia meciéndose entre sus capas de azul media noche y
lo saqué del armario, lo saqué de su closet y por el pasillo hacia mi
habitación como si fuese un cuerpo, dejándolo con suavidad sobre la
cama.
—¿Mamá? —susurré, primero al suelo, luego hacia el techo, luego a través
de la ventana abierta hacia el césped, el cielo y a las flores en su jardín,
como si pudiera estar en cualquier parte. Una leve brisa de verano se coló
detrás de mí, acarició mi mejilla y de nuevo la palabra mamá se expandió
en mi interior, mi atención regresando al Kit de Supervivencia que estaba
ahí, esperando. La parte superior de la bolsa estaba sellada con una
solapa tan dura que pareciera como si la hubiera soldado. Mis dedos
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Colgado en su percha, había un listón celestre, atado pulcramente en un
arco y pasando a través de un perfecto y pequeño círculo perforado en una
bolsa de almuerzo de papel café. Letras grandes e inclinadas del puño de
mi madre estaban en el frente escritas con un marcador azul: El Kit de
Supervivencia de Rose.
buscaron a tientas la tapa, el crujido del papel ruidoso en el silencio,
cuando de pronto me detuve. Contuve al aliento y mi cuerpo tembló, y
antes de incluso echar un vistazo dentro, reuní todo en mis brazos,
presionándolo contra mí, y fui a mi armario. Vestidos para el Baile de
bienvenida y la graduación competían por espacio entre estantes con
pantalones, suéteres y la chaqueta de las porristas que nunca había
usado. Rápidamente, encerré el vestido junto con todo lo demás.
Cerré mis ojos fuertemente. Algún día estaría lista para abrir mi Kit de
Supervivencia, pero no aún. Era demasiado pronto.
—¿Rose? ¿Dónde estás? —La voz de papá sonó en la ahora casa vacía,
haciéndome saltar, sorprendida. Me había olvidado que no estaba sola,
que mi padre y mi hermano —lo que quedó de mi familia— estaban al final
del pasillo.
—¿Sí, papá? —respondí, tomando una respiración profunda y tratando de
calmarme.
—Te necesitamos en la cocina.
—¡Está bien! ¡Ya voy! —grité e hice lo que pude por alejar de mi mente los
pensamientos del Kit de Supervivencia.
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Al menos por ahora.
Setiembre y Octubre
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La promesa de las peonias
Dos
Sobre una chica
Traducido por Simoriah
Corregido por Mari NC
E
ra la mañana del 6 de setiembre. El verano había terminado, la
escuela había comenzado una vez más, y yo ya había aprendido a
detestar ese día. Habían pasado exactamente tres meses desde la muerte
de mi madre y ya había aprendido a odiar esa fecha en el calendario, la
forma en que incansablemente daba vueltas por el almanaque cada pocas
semanas, siempre acechando. Salí por la puerta para esperar a que me
pasaran a buscar y no había dado dos pasos antes de que casi tropezara
con un cuerpo.
Will Doniger estaba conectando regadores a lo largo del borde del camino
frontal y levantó la mirada cuando la punta de mi bota encontró su
espalda, sus ojos apenas visibles a través de su cabello ondulado. No dijo
una palabra.
Él me dio un leve asentimiento pero eso fue todo.
Will estaba en el último año de mi escuela secundaria y había estado
trabajando en nuestro jardín por tanto tiempo como yo podía recordar. Él
y yo también compartíamos algo importante ahora: él perdió a su padre
por el cáncer, justo como yo perdí a Mamá. Pero aun así, nunca
hablábamos, así que rodeé el resto de él y seguí caminando.
Antes de que mi madre muriera Will sólo había cortado el césped, pero
después se volvió una figura diaria en nuestra casa. Se encargaba del
negocio de su padre, Paisajes Doniger —eso era lo que decía en el costado
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—Lo lamento —le dije, dando un paso al costado.
de su camioneta— y habíamos necesitado ayuda con los jardines que
mamá nos había dejado. Todo se hubiera muerto o hubiera sido cubierto
por la maleza sin la ayuda de Will; aunque no sé si se lo haya dicho.
Antes de que llegara a la calle, miré atrás. Will estaba mirando a la
distancia, cada músculo de su cuerpo tenso en el fuerte sol. Palabras
flotaron en mis labios, pero mi atención fue atrapada por una brillante
yerbera roja que se erguía sobre el resto en el jardín cercano. Estiré la
mano y la tomé, llevándomela a la nariz, los largos pétalos cosquilleando
mi rostro. Una imagen de mi madre con un gran ramo reunido en sus
brazos se abrió paso por mi mente, y mis dedos automáticamente dejaron
ir el pegajoso tallo verde como si estuviera cubierto de espinas. La flor cayó
a la tierra, y la miré yaciendo allí. Una bocina sonó. Chris Williams, mi
novio por dos años, se detuvo frente a la casa. Me apresuré para ir a su
encuentro, la suela de mi bota aplastando los pétalos rojos de la yerbera
contra el ladrillo.
—Hola, cariño, luces hermosa hoy —gritó Chris sobre la canción que
sonaba en la radio—. Me gusta tu cabello suelto. Era hora de que
perdieras esa cola de caballo que llevas siempre.
—Gracias —le dije, respirando profundamente y entrando. Antes de que
tuviera una oportunidad de ponerme el cinturón de seguridad, Chris pisó
el acelerador y se lanzó en los detalles de la práctica de fútbol de anoche,
ni siquiera notando que yo había apagado la música, al menos no al
principio.
—Ey, estaba escuchando eso —protestó después de un rato.
No respondí, sólo concentré mi atención hacia adelante.
—Algún día vas a tener que comenzar a escuchar música de nuevo —
comenzó a decir, vacilando por un momento—. Tu madre no querría que
vivieras el resto de tu vida en silencio.
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Mi mano dudó en la manilla de la puerta mientras intentaba invocar una
sonrisa. Últimamente me alejaba de los comentarios sobre mi apariencia, y
tomaba algo de tiempo recordar que Chris sólo intentaba hacerme sentir
bien.
—Pero me entristece tanto —susurré—. No hagamos esto, ¿de acuerdo?
Por favor.
Chris suspiró.
—De acuerdo —dijo, y continuamos nuestro camino a la escuela. Él
golpeteó el volante suavemente con los pulgares, como si la canción
todavía sonara y él estuviera llevando el ritmo, eventualmente volviendo a
su historia—. Así que entonces le pasé el balón a Jason… cuarenta
yardas… aterrizó justo en sus brazos, y yo pensaba, sólo espero que
podamos hacer esto de nuevo en el juego del sábado. Desearía que
hubieras estado ahí ayer para verlo. —Me miró—. ¿Cariño?
Asentí, pegando otra sonrisa en mis labios, y él siguió hablando.
El fútbol americano era importante en Lewis, y Chris Williams era el
mariscal de campo, así que era el centro de todo. Él era ese chico en
nuestra escuela; el atleta estrella, el rey del regreso a clases, el chico con el
que toda chica soñaba salir. Chris era dulce, hermoso, la vida de la fiesta,
pero más importante, era mío. Cuando él me eligió a mí entre todas para
ser su novia en mi primer año, sólo sonreí y dije: “Absolutamente,
positivamente sí”. Vestir la chaqueta de cuero de un jugador de fútbol
americano era la cosa más genial a la que una chica podía desear en una
ciudad como la nuestra, y el hecho de que yo era lo suficientemente
afortunada para tener el nombre de Chris Williams bordado en la mía me
hacía esa chica. Incluso era una porrista.
Desde entonces había renunciado; las fiestas, animar, y para la pena de
Chris, el sexo. Mi cuerpo se sentía suave, vulnerable, como una gran
herida por todos lados. Tener sexo sería malo, imposible incluso, y se
había convertido en una enorme fuente de tensión en nuestra relación,
este muro que yo había puesto entre mi cuerpo y el suyo. Solía gustarme,
pero ahora apenas podía soportar ser tocada. A lo único que había
conseguido aferrarme de mi vida pasada era mi título como novia de Chris
Williams. Si no era cuidadosa, perdería eso también.
Cuando Chris se detuvo en una luz roja, se inclinó hacia mí, sus labios
rozando mi oreja y viajando por mi cuello, y temblé pero no de una buena
manera. Podía decir que él deseaba que lo besara, pero no podía obligarme
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Pero eso fue antes de que mi madre muriera.
a volver mi rostro hacia el suyo. En su lugar, miré hacia adelante, helada,
como si no lo notara allí, hasta que la señal se puso en verde y él se vio
obligado a prestar atención al camino una vez más. La expresión en su
rostro fue adusta al principio, y me sentí horrible por rechazarlo, pero
entonces se suavizó.
—Lo lamento, Rose. Olvidé que era el cuarto hoy. ¿Cómo te sientes?
El hecho de que Chris recordara el aniversario hirió mi corazón.
—No lo sé —dije finalmente, y extendí mi mano para tomar la suya,
queriendo demostrar que estaba agradecida—. Estoy bien. Supongo.
Gracias por preguntar.
—¿Pasaron cuatro meses?
—Tres —corregí, y él pasó sus dedos a través de los míos, apretando con
fuerza. Pasamos el resto del viaje en silencio y pronto estábamos entrando
en el estacionamiento de la escuela. Chris condujo por la larga fila de
autos más cercana a la entrada frontal, y como era de esperar, el mejor
lugar estaba reservado para él. El mariscal estrella de Lewis tenía ciertos
beneficios, y él estacionó en el espacio como alguien acostumbrado al trato
especial. Chris salió inmediatamente, pero yo sólo me quedé sentada allí,
notando como el sol dejaba una tira brillante sobre el capó de metal de su
SUV y deseando que fuera una de esas chicas que podía faltar a clases sin
preocuparse.
—Sí —articulé, y volví el espejo retrovisor hacia mí para verme
rápidamente. El sueño me había evitado una vez anoche y esperaba que
las gotas para los ojos calmaran algo del enrojecimiento para que nadie
comentara. Empujé los brazos en las mangas de la chaqueta de Chris, tan
grande que tragaba mi cuerpo, apreciando cómo me hacía sentir cubierta y
oculta.
Chris golpeó el parabrisas para apresurarme, su cabello rubio casi blanco
en la luz. Como pareja éramos una fotografía y su negativo, sus facciones
brillantes y coloridas, piel bronceada y dorada, las mías una serie de tonos
oscuros y pálidos de pies a cabeza. Cuando salí del auto, Chris
inmediatamente pasó su brazo por mis hombros, escudándome de los ojos
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—¿Vienes? —exclamó Chris desde el exterior.
curiosos y las miradas de simpatía de otros. Cuando el contacto físico se
sentía protector, lo recibía bien, y sólo cuando se sentía como un avance lo
alejaba.
Caminamos hacia la entrada. En mi visión periférica vi a Kecia Alli, una de
las porristas, sentada en el capó de su auto, e inmediatamente me sentí
culpable. No habíamos hablado en meses, no desde que yo había
renunciado.
—Hola, chicos —llamó una melodiosa voz sobre la fuerte charla mañanera,
y por primera vez hoy sonreí de veras. Krupa Shakti se nos unió, mi mejor
amiga en todo el mundo.
—Hola, Krupa —dijo Chris, sosteniendo la puerta abierta para que ambas
pasáramos—. ¿Estarás allí el sábado? —Se refería a su juego de fútbol.
—Sí. Sólo por los primeros cinco minutos, como siempre —contestó.
Krupa no era fan de los deportes. La escuela le pagaba para cantar el
himno nacional durante la temporada de fútbol, lo cual sólo hacía por el
dinero; estaba ahorrando para ir a Juilliard y salir de Lewis tan rápido
como sus cuerdas vocales pudieran llevarla. Krupa era pequeña, pero tenía
la voz más poderosa y locamente hermosa que yo había oído jamás, como
si alguien hubiera ubicado la capacidad de canto de una mujer de ciento
treinta y cinco kilos en el cuerpo de una chica de cuarenta kilos.
Mi corazón se hundió. Mi moratoria de partidos de fútbol americano era
otra fuente de tensión en mi relación con Chris últimamente. Tenía
dolorosas asociaciones con el estadio de fútbol. El momento en que me
vida se había partido en dos, cuando me enteré que mamá estaba en el
hospital, había estado en práctica de porristas.
Krupa debió haber leído el pánico en mis ojos porque contestó antes de
que Chris pudiera.
—Quizás Rose vaya conmigo en otro momento —dijo. Luego me dijo a mí—
. ¿Te veo en el almuerzo?
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—Quizás puedas convencer a Rose de ir contigo esta vez, incluso si es sólo
por unos pocos minutos. Eso sería un comienzo. ¿Cierto, cariño? —dijo
suavemente en mi oído—. ¿Cinco minutos?
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—Siempre —accedí, y Krupa se despidió con la mano, yendo hacia la
izquierda hacia el casillero que compartíamos. Chris y yo continuamos por
el pasillo hasta que llegamos a la puerta de mi clase de Español. Él me
miró y sonrió. Tanto como yo intentara pretender que las cosas estaban
bien, cada parte de mí se sentía tensa e incómoda y mal, y así que cuando
él se inclinó para besarme, me pregunté si mis labios se sentían tan fríos y
congelados para él como se sentían para mí.
Tres
Mi mejor amiga
Traducido por Lorenaa
Corregido por Mari NC
C
—Entonces, Rose —dijo, con su voz baja y profunda, cuando cogíamos una
bandeja azul de la estantería—. ¿Cuándo vas a hablarle bien de mí a tu
amiga? —Su cuerpo estaba encorvado para acomodarse a las barras donde
pusimos nuestras bandejas ya que el metal apenas le llegaba por las
rodillas.
Tony había estado preguntando por Krupa desde que Chris y yo tuvimos
nuestra primera cita. El pensamiento de Tony y Krupa juntos siempre me
hacia querer reírme ya que él es tres veces el tamaño de Krupa, pero me
contuve.
—Ya sabes que ella no sale con atletas —le recordé.
—Algún día, ella va a tener que cambiar esa regla —dijo con una mirada
sincera en su rostro.
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on más de tres mil estudiantes, el Instituto Lewis era enorme, y su
edificio de dos plantas se extendía por lo que parecían millas. Tenía
más alas de las que había visitado y probablemente acabaría mi último
año sin ver a algunas personas ni una vez. Chris por lo general estaba a
mí lado cuando navegaba por los pasillos, pero Tony Greco, su mejor
amigo y defensa del equipo de futbol, un verdadero gigante de unas
doscientas libras y metro noventa, frecuentemente tomó el rol de caminar
conmigo hacia la cafetería para encontrarse con Krupa para el almuerzo.
Tony sería terrorífico si no fuera por sus ojos de cachorrito y el hecho de
que era tan dulce.
—Por tu bien, eso espero —dije. Antes de que tomáramos caminos
separados, Tony hacia el puesto de hamburguesas y yo al de sándwiches,
intenté ofrecerle al menos una pizca de esperanza—. Estoy segura de que
si Krupa saliera con atletas, tú estarías en la cima de su lista.
Tony puso una mano enorme sobre mi hombro.
La cafetería estaba especialmente llena, y la mitad de mi tiempo permitido
para el almuerzo desapareció mientras esperaba en la cola para comprar
mi sándwich y mi coca cola. Con mi bandeja balanceándose en el brazo e
intentando desesperadamente no derramar mi bebida, deambulé entre las
personas que entraban y salían, fingiendo que no me daba cuenta de que
la mayoría de las mesas de las porristas estaban mirándome. Al final,
encontré a Krupa, la única persona en el mundo que me hacía sentir
segura ahora que mi madre se había ido, la amiga que me recordaba que
aún había algo de la antigua Rose y que quizás no se había ido para
siempre después de todo. Las pequeñas tazas de metal que contienen la
comida india casera de su madre se extendían delante de ella como
brillantes juguetes redondos, ella cogió un pequeño trozo de coliflor
cubierto con salsa amarilla, se lo metió en la boca y fue a por otro. El
delicioso aroma a Curry me golpeó e inmediatamente me arrepentí de mi
aburrida elección del sándwich. Mi boca se hacía agua cuando dejé mi
almuerzo sobre la mesa y me deslicé en la otra silla, nostálgica por el
tiempo en el que mi madre me solía preparar cosas deliciosas para comer
enla escuela, también.
—Entonces ¿Qué pasa? —pregunté.
—Ya sabes —contestó Krupa, ondeando su tenedor como una batuta—. Lo
normal, clases, pruebas. Bla, bla, bla. —Ella empujó una taza llena de
lentejas hacia mí y yo sumergí mi cuchara en ella. El sabor fue tan
transportador que me pregunte si la Señora Shakti podría apartar con la
cocina mis recuerdos de los últimos meses—. Aunque la Señorita Halpert,
la directora atlética, me llamó para ver si cantaría el himno nacional en los
partidos de hockey este año.
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—Tú eres agradable conmigo —dijo, y se inclinó hacia abajo para darme
un beso encima de mí cabeza antes de irse trotando. La gente
automáticamente despejaba el camino sin que tuviera que decir una
palabra.
Miré hacia arriba sorprendida.
—Pero si odias hacerlo en los partidos de futbol.
Krupa tomó un sorbo de su batido de chocolate, la única cosa que ella
siempre compra y tragó.
—Cierto. Pero por el Hockey me darán cien dólares por partido y eso es el
doble de lo que me dan por el futbol.
—¿Cien dólares? Guau —respondí, impresionada.
—Lo sé. ¿Qué locura, verdad? —Los ojos marrones de Krupa se abrieron,
con lo blanco brillando, contrastando con su piel—. Y hay como, un millón
de partidos, también. Prácticamente todos los viernes y sábados por la
noche desde noviembre hasta marzo. —Ella sumergió su pan de naan1 en
el yogurt y el olor de la propagación del ajo en el pan era tan fuerte que
casi podía saborearlo—. Es un dinero ridículo por no esforzarse.
—Bueno, mientras no cuentes que tienes todos los fines de semana
perdidos.
—Suerte, que tendré a mí mejor amiga para que venga conmigo —dijo
Krupa con una sonrisa, partiendo el resto de su pan en dos y ofreciéndome
una mitad.
—Pero es hockey. El hockey es totalmente sin complicaciones, faltando el
equipo de Rose en el escenario, así que prepara tus sudaderas y guantes…
¡hey! —protestó ella, poniendo las manos delante de sus lentejas antes de
que pudiera coger lo último que quedaba—. Comete tu pavo. Y hablando
de equipajes de escenarios de Rose…
Levanté mi mano para detenerla.
—No quiero hablar de eso.
—Rose —presionó.
—Krupa —dije, entre mordiscos de mi sándwich, con la boca aún llena.
Naan: Es un pan plano, elaborado de harina de trigo y generalmente sin levadura, es de
consumo corriente en varias regiones de Asia central y de Asia del sur.
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—Los sobornos no funcionan, lo sabes —dije, pero lo cogí de todas formas.
—Para de evitar esta conversación.
—Pero no quiero hablar sobre Chris. Estamos bien.
—No puedes mantener la actuación de perfecta pareja del instituto para
siempre.
Cogí la corteza de un lado del pan.
—No es una actuación —dije y sumergí la corteza dentro del yogurt y
cintas largas de pepinillo antes de metérmelo en la boca, disfrutando de la
espiga fresca de la raita2 cuando se deslizaba por mi garganta—. Yummy.
Krupa me miró como si hubiera pecado contra su comida.
—De ahora en adelante, cada vez que te enfades conmigo por gorronearte
en el almuerzo, simplemente piensa en los partidos de hockey —dije,
esperando que el tema se hubiera desplazado lo suficiente—. Cada viernes
y sábado por la noche durante el invierno —añadí, en buena medida, pero
fue en vano.
—Rose, sé que amas a Chris. Sé que él te ama a ti en esa cabezota de
atleta buen intencionado que tiene, y sé has estado con él prácticamente
desde siempre… ¿Cómo va la cuenta ahora?
Suspiré.
—Dos años en Octubre.
—Krupa, ¿De verdad tenemos que hacer esto? Odio incluso pensar sobre
ello.
—Sí, tenemos que hacerlo. Esta charla hace tiempo que está viniendo.
¿Por qué no ahora? —Krupa raspó el último trozo de su pan de naan por el
fondo de otra copa, disfrutando de la salsa—. Te sentirás mejor si lo
hacemos.
Raita: Es una salsa típica de la cocina india, que se emplea como condimento. En
algunas ocasiones es una especie de ensalada y/o entrante de otros platos de la comida
india.
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—…gracias. Y así, por como, un año y medio las cosas fueron buenas, pero
algo ha cambiado. Tienes que admitirlo.
—No, no lo haré. Asustada es como me siento.
—Pero después, te sentirás a-li-vi-a-da. —Krupa pronunció cada silaba
lenta y cuidadosamente.
Rodé mis ojos.
—Bien. Podemos hablar sobre eso —dije, cediendo cuando un fuerte ruido
electrónico perforó el aire—. El timbré —exclamé con alivio—. Me tengo
que ir a clase de literatura —canté, y empujé los restos de mi sándwich
dentro de mi boca, tragándolos con la soda.
—Continuaremos esto después —dijo Krupa cuando nos levantamos. Llevé
la bandeja mientras ella recogía los cacharros dentro de su gran bolsa de
mamá—. ¿Necesitas que te lleve después del colegio, verdad?
—Sí, Chris tiene futbol.
—Te veré en el estacionamiento, entonces —dijo.
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Como siempre, Chris estaba esperando en la puerta de la cafetería para
caminar conmigo a mi próximo destino. La sonrisa fue tan sincera que la
totalidad del almuerzo se desvaneció, y me preocupé de que Krupa tuviera
razón, que no pasaría mucho tiempo antes de que Chris y yo
enfrentáramos la realidad.
Cuatro
Cómo salvar una vida
Traducido por Agus
Corregido por Mari NC
L
e tomo a Krupa diez minutos arrancar su auto. Entre eso y el
estrés de si nos hubiéramos averiado en el camino a mi casa,
ella me dejo allí sin ninguna palabra sobre nuestra previa e
inconclusa conversación.
Mientras me dirigía hacia el camino de la entrada una imagen de la
margarita roja de esta mañana me vino a la cabeza, y el recuerdo me dolió.
Mis ojos escanearon el suelo por si permanecía allí pero estaba aliviada de
encontrar que no había señales de esta, como si nunca hubiera estado allí
en absoluto. Un fuerte rugido vino desde la esquina más alejada de la
casa, y allí estaba Will Doniger de nuevo, esta vez detrás de una cortadora
de césped. Él empujó la maquina hasta el borde del césped, se volteó, y
comenzó con otra fila mientras yo esperaba allí, mirándole hasta que
desapareció detrás de una larga fila de árboles. Estaba por entrar en la
casa, cuando noté que el auto de papá estaba estacionado junto a la
camioneta de Diseño de Jardines Doniger. Me congelé, cerrando mis ojos,
y tomó toda la fuerza de voluntad que tenía no gritar. Era demasiado
temprano para mi padre estar en casa luego del trabajo, lo que sólo
significaba sólo una cosa. Mis entrañas comenzaron a ceder y abracé mi
mochila, como si esta pudiera evitar que todo se desintegrara. Desde el
verano, mi padre había comenzado a beber. No es como si él no bebía
cuando mi madre estaba viva, pero últimamente él se iría a estas fiestas y
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—Nos vemos luego —llamó a través de la ventana abierta, arrancando en
una nube de humo del tubo de escape.
me aterrorizaban. Entre su ebria conducción a casa y luego pasando frío,
se sentía como si cualquier día de estos podría perderlo a él, también.
—Respira, Rose. Simplemente respira —dije en voz alta a nadie, y puse
ambas manos en mis rodillas para levantarme.
Recientemente mi padre era un frágil marco de imagen de vidrio y yo era la
base: sólida, fija, asegurándome que no cayera y se hiciese añicos.
Durante los últimos meses había desarrollado una nueva rutina para
nosotros, cualquier cosa para que él siguiera adelante. A primera hora de
la mañana molía café en esta máquina realmente ruidosa que llenaba la
casa con una vida chirriante y señalaba el comienzo de un nuevo día en el
que nos las arreglábamos para levantarnos y oponernos al estancamiento.
Eventualmente ese hermoso aroma a café arrastraría a papá de su cuarto,
y si no lo hacía, lo arrastraría yo misma. Alineaba el cereal, la leche
descremada y la fruta en la encimera, de modo que cuando mi padre se
arrastrara en la cocina, pudiera arreglárselas él mismo algo de desayuno, y
mientras el masticaba su Special K, yo iba a su cuarto y le preparaba una
camisa limpia, una corbata y un par de pantalones para que se vistiera
para trabajar. Finalmente enviaba a papá fuera de la puerta con una taza
de viaje llena de café y miraba mientras manejaba hasta la calle y salía del
vecindario, asegurándome que giraba hacía la derecha hacia la oficina y no
hacia la izquierda hacia su bar favorito.
Era algo así como librar a un chico de la escuela.
Luego de que el funeral hubo terminado y nosotros estábamos intentando
volver a algo parecido a lo normal, papá nos dijo a Jim y a mí que él estaba
yendo a trabajar, cuando realmente, estaba yendo a un bar local. Luego
un día alrededor de fines de Junio, la oficina de mi padre llamó para
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Encargarse de todo —la casa, la cocina y las tareas— era un desafío para
decirlo suavemente, y tenía una nueva apreciación por todo lo que mi
madre hizo ahora que la responsabilidad estaba en mis hombros. La única
cosa de la que no tenía que preocuparme era de mi hermano, Jim, porque
él estaba en la universidad, sin embargo lo extrañaba mucho,
especialmente en los días cuando mi padre no estaba bien.
preguntar cuando iba a volver o si iba a volver en absoluto y así es como
Jim y yo descubrimos que él nos estaba mintiendo. Empezamos a llamar a
los bares, y por supuesto, papá se presentó en uno de ellos, y no sólo
estaba ebrio cuando lo fuimos a recoger sino que estaba furioso de que su
hija adolescente y su hijo le estuvieran diciendo qué hacer y mortificado
porque habíamos descubierto su secreto. El día siguiente, sin embargo,
volvió a la oficina y avanzamos desde allí.
Ahora el trabajo de papá era como su guardería durante el día y yo lo era
el resto del tiempo, hasta que llegamos a esas ocasiones cuando él se daba
por vencido e iba a un bar durante el almuerzo para dejar que el alcohol
embote todo. La última vez que mi padre mostró cualquier emoción real
fue el día del velatorio de mamá. Antes que cualquiera fuera a presentar
sus respetos, él echó sus brazos alrededor de su ataúd como si de alguna
manera pudiera abrazar a mamá una última vez y lloró y lloró como si
nunca podría ser capaz de parar.
—Vamos, Rose. Tú puedes hacer esto —dije mientras me enderezaba,
haciendo mi mejor esfuerzo para serenarme. El auto de papá estaba vacío
así que por lo menos no estaba desmayado en el asiento de atrás. Me dirigí
a través del garaje hacia la puerta, parando antes de abrirla, nerviosa por
saber en qué estado lo iba a encontrar. Luego irrumpí en la casa, dejando
que la puerta choque contra la pared con un fuerte golpe. Mis botas
pisotearon el piso mientras retumbaba a través de la cocina y dentro de la
sala de estar, el ruido una cortesía para darle a papá la opción de
recuperarse.
Pero luego lo vi.
—¿Papá? —lo llamé.
Él no alzó la vista.
—¿Papi? —Mi voz se elevó más alto. La piel hormigueando con miedo, corrí
hacia dónde él estaba desplomado, con la parte superior de su cuerpo
hecha un ovillo en uno de los sillones. Él parecía tan pequeño entre esos
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Me rompió el corazón, ver a papá abrazar ese ataúd.
grandes y suaves almohadones mientras me agaché junto a él, mis manos
agarrando los apoyabrazos mientras trataba estabilizarme—. ¿Papi? Te
quiero —susurré como si eso pudiera ayudar, incluso cuando sabía que
todos los “te quiero” en el mundo no hacían ninguna diferencia del todo
cuando algo estaba realmente mal. Puse mi mano a través de la frente de
mi padre, sintiendo signos vitales, y traté de despertarlo—. ¿Papá? ¿Estás
dormido?
¿Desmayado? ¿Muerto?
—¡Papá! —grité, más fuerte, con mi miedo intensificándose.
Lentamente, abrió sus ojos y se quejó.
—Rose —dijo, su voz baja y confusa, entornando sus ojos hacia mí como si
estuviera teniendo problemas para concentrarse—. ¿Cómo estuvo la
escuela? —preguntó como si nada estuviera mal, arrastrando las palabras.
El ácido olor a licor en su aliento era fuerte y me alejé.
Papá se movió, tratando de levantarse.
—¿No es temprano para la cena? ¿Qué hora es?
Todo sobre el parecía arruinado, viejo, frágil, y odiaba notarlo. Mi corazón
dolía, y mi mano alcanzó mi pecho como si pudiera calmar esta parte
maltrecha de mi anatomía.
—No importa cuán temprano es, tenemos que hacer que ingieras comida
—dije furiosamente, y pisoteando mi camino de regreso a la cocina, el
ruido seguramente lastimando su cabeza pero no me importaba—. Y
mucha agua —grité, agarrando un vaso alto del gabinete sobre el fregadero
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—Necesitas comer algo —dije, mi voz dura, sintiéndome furiosa de que él
siguiera emborrachándose a mitad del día cuando se suponía que debería
estar en el trabajo, y de que ni Jim ni yo pudimos convencerlo de parar no
importa cómo le suplicamos, razonamos, amenazamos o gritamos. Pero
estaba aliviada, también, porque ahora mismo, en este minuto, papá
estaba vivo. Todavía estaba respirando y sólo estaba ebrio, y yo podía lidiar
con eso, porque ya tenía bastante experiencia con este tipo de situaciones
y estar ebrio era mucho mejor que los escenarios alternativos que mi
mente siempre estaba conjurando.
y llenándolo. Cuando regresé a la sala de estar, Papá seguía abollado en la
silla, su codo y su mano sosteniendo su cabeza. Se estremeció cada vez
que los tacones de mis botas golpearon el suelo—. Bebe esto justo ahora —
le ordené—. Luego te traeré otro. —Él suspiró y no se movió, sus ojos
apenas abiertos. Sostuve el vaso en frente de su rostro—. Papá. No me iré
hasta que haya desaparecido. —Finalmente lo agarró y bebió un poco—.
Todo —demandé.
Cuando comenzó a tomar en serio me senté en la otomana cercana a
esperar, el ruido sordo de la cortadora de césped afuera proveía el único
sonido en la casa. Cualquier evidencia de que mamá una vez le dio vida a
esta habitación con su voz alta y sus risas se había ido y una capa de
polvo cubría todo. Ninguno de nosotros quería tocar nada, como si
pasando un trapo a través de los estantes y adornos borraríamos cualquier
rastro que haya dejado atrás. Papá había quitado las fotos de ella,
también, dejando sólo el respaldo de cartón marrón opaco en los marcos
vacíos. La culpa me apuñaló mientras pensamientos de mi Kit de
Supervivencia entraron en mi mente. Como todo en esta habitación, lo
había olvidado, y este se había asentado sin tocar en mi armario desde el
día que lo encontré. Mis ojos se volvieron a mi padre, una mano todavía
alrededor del vaso, y la otra descansando en el apoyabrazos del sillón, sus
ojos vidriosos y vacíos. Quizás lo que sea que mamá haya dejado dentro
del Kit de Supervivencia me ayudaría a ver cómo componer la vida de
nuestra familia de una manera que tuviera sentido, o por lo menos fuera
menos dolorosa y triste.
Papá puso el vaso en sus labios otra vez y se bebió de un trago lo que
quedaba. Cuando había terminado, me levanté, tomé el vaso de sus manos
y fui a rellenarlo, pero esta vez no perdí el tiempo mientras él lo tomaba.
En cambio, empecé la cena, sacando la berenjena, los huevos, la leche de
la nevera, el pan rallado y el aceite de oliva del armario.
Prendí la llama debajo de la gran sartén después de que vertí una capa de
aceite de oliva en el fondo. La Abuela Madison, la malhumorada madre de
papá, me había enseñado a cocinar, y papá ansiaba la berenjena frita
cuando había estado bebiendo, algo sobre que la comida frita absorbe el
alcohol. El ritmo de cortar, mojar, empanizar y el sonido del aceite
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—Sigue tomando. Ya casi has terminado. Vamos —dije—. Te sentirás
mejor.
chisporroteando empezaron a calmarme, y por unos minutos me olvidé de
todas las preocupaciones, las responsabilidades y el desastre gigante que
era papá en la sala de estar porque cocinar para mí era como la jardinería
para mi madre: tranquilizante.
Mi teléfono sonó, desgarrando el silencio, y me sequé mis manos con una
toalla de cocina. El rostro de mi hermano me sonrió desde la pantalla y lo
tomé.
—Jim, no es un buen momento, ¿te puedo volver a llamar?
—Rosey, he estado intentando con tu celular por una hora. —Jim siempre
me llamaba Rosey.
—Hablemos luego —dije—. Estoy ocupada con papá.
—¿Ocupada? —pausó, asimilando el significado detrás de mi afirmación.
“Ocupada” era el código entre nosotros para cuando papá pasaba por otra
fiesta—. Uh. ¿Lo hizo otra vez?
—La respuesta corta es sí.
Mi hermano suspiro en el auricular.
—Pensé que se estaba poniendo mejor…
—Bueno, ha pasado un tiempo desde la última vez, pero en serio, necesito
cortar el teléfono. Tengo mis manos ocupadas.
—Pero…
—Odio que estés sola…
—Lo sé, lo sé.
—Quizás el próximo semestre debería…
—No dejes los estudios —le interrumpí antes que pudiera terminar—. Ya
hemos decido esto.
—Rosey, esto no sería permanente. Sólo por unos pocos…
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—Sin peros. Jim, por favor.
—Sabes que no me importa —le interrumpí nuevamente. El sonido de la
berenjena friéndose empezó a aumentar y empecé a preocuparme de que
podría quemarse—. Realmente sin tiempo, Jimmy. No quiero arruinar la
cena hablamos luego, te quiero, adiós —dije en un gran apuro, apretando
el botón apagar antes que él pudiera decir algo más y precipitándome a la
estufa con un par de pinzas para apagar cada uno de los discos para que
no se ahumaran. Una vez que la berenjena estaba crujiente, apagué la
llama, y gradualmente el sonido del aceite chisporroteando se calló. El
sonido de la cortadora de césped afuera había desaparecido, también, y la
casa se volvió inquietamente silenciosa. Mientras la berenjena se secaba
en servilletas de papel, limpié, poniendo la sartén en el lavaplatos y
limpiando los mostradores con una esponja. Cuando finalmente me dirigí
devuelta en la sala de estar, me las arreglé para mantener la boca cerrada.
—Come —le dije y le pasé a papá el plato con una pila alta de su comida
post-resaca. Inmediatamente, me fui a mi habitación.
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Estaba tan casada de sostenerlo.
Cinco
Cosas Preciosas
Traducido por Kathesweet
Corregido por Mari NC
L
a tela brillante del vestido de mi madre destelló en la esquina
de mi armario, la cinta azul brillante atada al Kit de
Supervivencia sólo visible en la parte superior, y lo miré
durante un largo rato, reuniendo coraje. Tenía que hacer esto. Mamá
había querido que lo hiciera y ella hizo este para mí —sólo para mí— ¿y
cómo no podía honrar su último deseo? Lentamente, mis dedos rozaron el
largo de la tela suave en todo el camino hasta las correas, levanté la
percha del estante, cuidadosa de no dejar que el vestido tocara el suelo
mientras lo llevaba a mi cama, la bolsa de papel crujiendo por el
movimiento. Antes de que pudiera perder mi valor, desaté la cinta y dejé el
Kit de Supervivencia sobre su lado, el contenido derramándose sobre el
edredón. Repentinamente, finalmente, allí estaba todo en frente de mí.
Una fotografía de peonias.
Una estrella hecha de papel de color plateado brillante.
Un iPod celeste.
Un delgado corazón de cristal en una cadena.
Una caja de crayones marca Crayola.
Y lo único que sabía que estaría allí sin tener que ver:
Una cometa en forma de diamante de color verde brillante.
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Estudié los artículos que mamá había dejado en el interior:
—¿Rose, harás las cometas otra vez? —me preguntó mamá hace dos
agostos ahora, como si esta siquiera fuera una pregunta verdadera; como si
yo ya no estuviera esperando nuestro evento anual familiar de crear el Kit
de Supervivencia y como si juntar las cometas no fuera mi trabajo todos los
años.
—Mamá —dije, dándole una mirada.
—Bueno, no sé. Quizás te estás volviendo demasiado vieja para esto. O
quizás tienes planes con Chris. —Dejó que su nombre colgara en el aire. No
podía creer que yo apenas iba a ser una estudiante de segundo año y ya
tuviera un novio serio. Se preocupaba porque yo me atara a una persona
para la totalidad de la secundaria.
—Por supuesto que las estoy haciendo —le dije.
—Oh, bueno. Sólo quería estar segura —dijo, y sonrió—. ¿Así que Chris
también se unirá a nosotros?
—Mamá —protesté.
El trabajo de papá era contar el contenido de cada bolsa de almuerzo: los
crayones, los lápices, las estrellas hechas de papel, entre otras cosas. Jim
organizaba la línea de montaje, y yo ayudaba a mamá a hacer todos los
artículos laboriosos. Ya que ella era profesora del jardín infantil en la
Primaria Lewis, la mayoría de las personas de mi escuela o habían tenido a
mamá como su profesora o conocían a alguien que la había tenido, y casi
cada padre en Lewis tenía alguna conexión con ella debido a sus hijos.
Debido a esto, todos también sabían sobre sus Equipos de Supervivencia,
ella era famosa por ellos. Mamá salió con la idea cuando notó que los
padres tenían un momento muy difícil sobrellevando el primer día de jardín
infantil de sus hijos más de lo que los niños lo hacían, y cada septiembre
ella se quedaba con un grupo de madres y padres inconsolables. Los
Equipos de Supervivencia estaban hechos para ayudarlos a enfrentarse a
esto, y mamá los llenaba con objetos que eran un símbolo de las diferentes
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—De acuerdo, lo siento, lo siento —dijo y siguió desempacando los
suministros que había traído a casa de la tienda de artesanía y la farmacia
o dondequiera que hubiera comprado así podríamos empezar.
cosas en las cuales los padres necesitaban pensar o hacer para pasar por
este año de transición. El artículo más importante de todos, y ciertamente mi
favorito, era un pequeño pedazo de papel en forma de diamante, una línea
blanca de cuerda atada a una esquina, con pequeños moños atados en la
parte inferior.
Una cometa.
Ésta simbolizaba lo obvio: ser capaz de dejar ir a tus hijos, mientras al
mismo tiempo los conservas, estando allí mientras ellos descubren su lugar
en el mundo pero también siendo capaz de soltar más y más la cuerda
cuando fuera necesario.
Amaba hacer esas cometas.
Me incliné sobre la bolsa de papel hasta ponerla hacia abajo y la sacudí
para asegurarme de que estuviera vacía, y un último artículo cayó sobre la
cama. Era una nota doblada pulcramente en cuatro con bordes
festoneados. Nerviosa de leer sus últimas palabras para mí, la abrí, mi
respiración saliendo en jadeos desiguales.
Mi hermosa Rose,
Las palabras me haya ido fueron directo a la parte en carne viva de mí que
no creía que sanara alguna vez. A través de mis ojos borrosos me obligué a
continuar.
No hay un orden para esto. Sólo es una colección de cosas que quiero que
consideres, en las que quiero que pienses, que nunca quiero que pierdas, mi
hija, mi Rose. Haz lo mejor para complacer a tu madre una última vez. Mi
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Recuerdo que cuando mi propia madre murió pareció como si el mundo
entero se hubiera oscurecido. Cada ser humano es diferente, por supuesto,
pero espero poder ofrecerte algo de sabiduría mientras te acostumbras a
vivir después de que me haya ido.
único consejo: ¡Usa tu imaginación! Siempre. Éste es un gran regalo. Te
quiero muchísimo.
MAMÁ.
Eso era todo. No adiós o siempre o tuya.
Simplemente MAMÁ en cursivas letras mayúsculas.
Justo entonces mi celular vibró en la mesa de noche, sorprendiéndome, y
limpié mis ojos con mi manga antes de inclinarme para ver quién era. La
cara de Chris había aparecido en la pantalla pero no lo tomé. En su lugar,
me quedé allí, estirada sobre mi cama con el vestido de mi mamá cerca de
mí, mi mente repasando cada artículo en mi Kit de Supervivencia una y
otra vez, preguntándome con cuál debería lidiar primero. La directriz de
usar mi imaginación era desalentadora, y deseaba que mamá me hubiera
dejado una pista o simplemente me dijera dónde empezar. Esas preguntas
sobre qué, cómo y por qué pasaron una y otra vez por mi mente hasta que
el cielo se volvió oscuro, y eventualmente caí dormida.
Esa noche soñé con peonias.
Cuando desperté la mañana siguiente, tenía mi respuesta.
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Estaba lista para empezar.
Seis
Todo al Mar
Traducido por Paaau
Corregido por Mari NC
—L
Septiembre se estaba acabando y yo pasaba más y más tiempo con mi
cabeza enterrada en uno de esos manuales de jardinería que había sacado
de la biblioteca: Guía para principiantes, guía general, guía sobre cómo
cuidar específicamente flores estacionales. Un montón de grandes y
pesados libros de tapa dura se amontonaban en el escritorio de mi
habitación y cada tarde después de la escuela estudiaba datos para
plantar peonias, como si pudieran estar en una prueba la mañana
siguiente. Después vagaba por el jardín, probando varios lugares para
poner una nueva cama de peonias, entrecerrándole los ojos al sol, al
césped, luego de regreso al sol, esperando alguna idea. Algunas veces Will
Doniger estaba trabajando cerca en alguno de los huertos y me pregunté si
escuchaba mis murmullos o si estaba curioso sobre lo que estaba
haciendo. Pero en su mayoría, no me preocupaba por nada más que el
trabajo que mi madre me había dejado y la verdad, entre más aprendía,
más intimidante se hacía esta tarea. Muchas cosas podían ir mal. La
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as peonias pueden ser floríferas —leí en voz alta
desde un grueso libro que yacía abierto sobre mis
brazos. El sol había salido, brillante y yo estaba de
pie, descalza en el jardín delantero—. ¿Floríferas? ¿Acaso es una palabra
real? —murmuré—. Un sólo tallo por lo general produce muchos brotes, el
de la parte superior florece primero, luego el segundo más alto y así… —
Unos pasos a mi izquierda y una sombra que oscureció el césped atrapó
mi atención, pero negué con la cabeza—. No hay suficiente luz.
búsqueda era una cosa, pero poner en marcha las cosas era otra y no
había heredado el dote de jardinería de mi madre.
Estaba asustada de que podría fallar.
Después de hacerme algo de café, tomé el tazón en una mano, un par de
sandalias con la otra y caminé a través de la puerta para sentarme en el
porche. Habían pasado años desde que había descansado aquí. El piso de
piedra estaba frío bajo mis pies descalzos y los almohadones azul pálido de
una silla del jardín me hicieron señas, por lo que me hundí en ellos,
levantando mis pies y admirando la forma en que mis uñas rojas de los
pies atrapaban reflejos del sol. El humo de mi café se levantaba en pálidas
líneas blancas, haciéndose visible contra todos los colores del jardín.
Maceteros estaban dispersos por todas partes, los grandes con Geranios y
los pequeños rebosantes de violetas púrpuras. Pequeñas petunias fucsias
y blancas colgaban desde sus maceteros. Los huertos del jardín delantero
corrían como arroyos, formando vívidas lagunas a lo largo del terreno y
hojas de césped brillaban como plata bajo el sol. Los viejos árboles de haya
se abrían hacia el cielo, con sus hojas gruesas y brillantes que caían en
líneas irregulares, hasta llegar al suelo como una cascada verde. Todo
parecía vivo, como si mamá aún estuviera aquí, haciéndose cargo de todo.
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Un sábado de Septiembre por la tarde, desperté con la brillante luz del sol
y salté de la cama, cambiando mi pijama por un par de viejos shorts y un
top. Por mucho que vacilara, la promesa de peonias en la primavera me
sacaba de la casa de forma regular por primera vez en meses. En el baño,
me incliné cerca del espejo, poniéndome brillo en los labios,
preguntándome si esta había sido la idea de mi madre cuando reunió mi
Kit de Supervivencia; ella sabía que me quedaría dentro de la casa por
siempre si no estaba ella para recordarme que, la luz del sol, podía
transformar, mágicamente, la melancolía en esperanza, por lo que me
había dejado una razón para disfrutar bajo el cielo azul cuando ella no
estaba para hacerlo por sí misma. Caminé de puntillas hasta la cocina,
cuidando de no hacer ningún ruido: los fines de semana, papá dormía
hasta tarde. Aún teníamos que hablar acerca de su última borrachera y si
tenía que apostar, probablemente nunca lo discutiríamos.
¿Se había ido ella realmente para siempre? El sonido de agua cayendo
llenaba el aire, recordándome quien estaba haciendo en realidad todo el
trabajo y Will Doniger apareció, arrastrando una manguera por el jardín.
Miró en mi dirección y saludó con la cabeza.
Le regresé el saludo.
Solía pensar que Will debía ser un snob, la forma en que nunca decía
nada, ni siquiera hola, a pesar de que íbamos juntos a la escuela en Lewis
—él era un año más grande que yo, un estudiante de último año como
Chris—, pero últimamente me preguntaba si Will simplemente estaba
triste la mayor parte del tiempo. Su padre también había muerto de
cáncer, también, hace un par de años y nunca le había dicho nada a él
acerca de eso. De pronto, esta falta de reconocimiento por mi parte pareció
horrible y estuve tentada de levantarme justo entonces, caminar hasta Will
y decirle lo mucho que lo sentía por su papá, incluso aunque sabía por
experiencia propia, que esas palabras eran pobres condolencias.
Pero entonces, él tampoco me había dicho nada por mamá, así que en
cambio, me quedé ahí y bebí más café.
Una SUV negra apareció por la calle y estacionó junto al borde del jardín.
Chris se bajó, junto con Tony. Saludaron y yo regresé el saludo mientras
me levantaba de mi silla y me ponía mis sandalias, las que hicieron un
satisfactorio sonido mientras caminaba hacia ellos para decirles hola.
—Hola, nena —dijo Chris cuando me acerqué. Sonrió.
—Es bueno verte, Rose. Como siempre.
—Entonces, ¿puedo tener un abrazo o qué? —le pregunté a Chris,
mirándolo a los ojos —algo que no solía hacer mucho ya— y sintiéndome
inesperadamente tímida.
Su rostro se iluminó y antes de que pudiera decir otra palabra, sus brazos
me envolvieron tan fuerte que me levantó del suelo y, una por una, mis
sandalias cayeron de mis pies. Me sostuvo contra él como si nunca fuera a
dejarme ir.
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—Hola, tú —dije y le sonreí, dándome cuenta que, por una vez, estaba de
buen humor—. Hola, Tony —dije.
—Te he extrañado —susurró en mi oído y me apoyé en su pecho,
escuchando como latía su corazón—. Es tan bueno ver tu sonrisa de nuevo
—añadió él y de pronto, sentí desaparecer la distancia entre nosotros.
Quizás Chris y yo estábamos regresando a ese lugar en el que habíamos
sido felices por tanto tiempo, ese momento en nuestra relación cuando mi
pulso se aceleraba cada vez que estaba cerca de él. A pesar de todas las
murallas que yo había levantado, Chris se había quedado conmigo y esto
significaba mucho. Quizás, de la nada, todo podía, no sé, arreglarse.
—Um, hola… tercero en discordia presente —dijo Tony después de un
tiempo, tosiendo.
—Lo siento, hombre —dijo Chris y me puso sobre el suelo, el césped
haciendo cosquillas en mis pies. Recuperé mis sandalias y fui a pararme
junto a Tony.
—No eres el tercero en discordia —le dije, empujándolo—. ¿No deberían
estar practicando ahora mismo?
—El entrenador la canceló hoy —explicó Chris, mirándome—. Si vinieras a
nuestros juegos, sabrías que ganamos una grande anoche, así que nos
ganamos un sábado libre.
Me sonrojé. Era una novia terrible.
—Eso es genial —dije e intenté apartar la mirada, pero mis ojos
encontraron los de Tony.
—Tu chico lanzó tres touchdown y corrió a la línea de meta por otro.
Deberías haber estado ahí.
Miré fijamente al piso. Una mariquita se arrastró hasta una hoja de césped
y estuve tentada de levantarla.
—Quizás la próxima vez —dije, pero sabía que esto era probablemente una
mentira porque, si era mi elección, no iba a colocar otro pie dentro del
estadio de fútbol otra vez. Nunca más.
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Él cruzó sus brazos.
—Entonces, ¿cuál es el plan hoy? —preguntó Chris, cambiando el tema y
mi corazón se hinchó con gratitud—. Vamos a comer hamburguesas. ¿Por
qué no vienes?
—Es una buena oferta, pero tengo trabajo que hacer aquí hoy —dije,
apuntando hacia el jardín. No le había dicho a Chris acerca de mi Kit de
Supervivencia o a nadie más. Ni siquiera a Krupa—. Ya sabes, cosas en los
huertos.
Chris se rió como si estuviera bromeando.
—¿Desde cuándo haces jardinería?
—No lo sé. ¿Desde hoy?
Tony se iluminó.
—Escucha, el jardín estará aquí cuando vuelvas. Podríamos pasar y
recoger a tu amiga.
Le di una mirada.
—Krupa es vegetariana.
—Tienen pasta en el menú —dijo Tony—. Vamos. Tomate un descanso. Sal
con nosotros. Será como los viejos tiempos.
Viejos tiempos. Dos pequeñas palabras y el peso del mundo llegó de prisa
otra vez. Sin importar cuánto intentara o pretendiera, las cosas nunca
volverían a ser lo que eran.
Tony hizo una mueca cuando se dio cuenta lo que yo tenía que estar
pensando.
—Rose, lo siento. No quise decir…
—Tony, está bien. De verdad —dije—. Está bien. Quizás saldré con ustedes
en otro momento.
Chris extendió su mano, acercándome más a él, su mano rozando mi
cintura, sus dedos encontrando la piel desnuda entre mi top y mis shorts y
todo mi cuerpo se estremeció —no pude evitarlo— y él lo sintió. Me sentía
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—Lo deseo —susurré.
como la botella de una gaseosa a la que habían agitado y de pronto, había
quedado completamente desinflada. Chris suspiró pero no me dejó ir y me
quedé ahí, petrificada, determinada a hacer las cosas bien otra vez, sentir
como que era normal que mi novio me tocara cuando él quisiera, porque
era normal, aunque todo el tiempo mi corazón se hundiera. Si seguía así —
calidez inexplicable un momento, frío después—, Chris iba a terminar
conmigo. ¿Por qué cuando perdemos algo grande, comenzamos a perder
todo lo demás que viene con eso?
—Nena, supongo que nos iremos. Come algo pronto —dijo Chris, besando
mi mejilla y caminando sin volver a mirarme.
Tony se encogió de hombros, disculpándose.
—Te veo más tarde, Rose.
Más tarde, estaba en la cocina haciendo un emparedado, cuando escuché
estacionarse el automóvil de papá. Había dejado la casa alrededor de las
tres y se había quedado fuera tanto tiempo que me preparé, buscando con
el oído signos de que hubiese estado bebiendo. La puerta del automóvil se
cerró de golpe y escuché el sonido pesado pero seguro de sus zapatos
entrando por la cochera. Esto me dijo que estaba sobrio y me pregunté si
estaba volviéndose estable otra vez.
—Rose, estoy en casa —dijo él cuando entró por la puerta hacia la cocina.
—Hola, papá. ¿Quieres un emparedado?
—Eso sería genial —dijo él y encendió la vieja radio en la cocina en un
juego de beisbol. Los Medias Rojas estaban jugando. Se sentó y revisó la
correspondencia mientras el presentador anunciaba lo que pasaba en la
cancha.
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—Adiós —dije, levantando mi mano para despedirlos, el césped, el cielo y
la calle volviéndose un único gran borrón mientras lágrimas llenaban mis
ojos. Esperé hasta que se subieron al automóvil y se fueron, todas las
promesas del día desapareciendo con ellas, como neblina desapareciendo
ante el calor del sol, dejando todo vacío otra vez.
Caminé hasta él y lo besé en la mejilla, lo que hizo que levantara su
mirada y me sonriera. Mi padre no había estado feliz en mucho tiempo y
verlo, me hizo darme cuenta lo mucho que extrañaba al papá que solía ser,
el papá que se preocuparía por mí y no al revés.
—¿Por qué fue eso? —preguntó él.
—No lo sé —dije—, sólo te amo.
—También te amo, cariño. —Bajó el volumen de la radio—. Así que, ¿cómo
van las cosas entre tú y Chris? —preguntó él—. No lo he visto en un
tiempo. Aunque está en la primera página de la sección de deportes cada
semana.
—Todo está bien. Está teniendo una buena temporada. Ya sabes, lo
mismo, supongo.
—¿Supones?
Hablar de novios era el territorio de mamá y no iba a decirle a mi papá el
estado de mi relación con Chris.
Cuando estaba en octavo grado, cuando le diagnosticaron cáncer por
primera vez a mamá y se sentía mal por la Quimio, papá, quien no había
jardineado ni una sola vez en su vida, se ofreció para plantar cualquier
cosa que mamá quisiera esa primavera. Llegaron a casa un sábado con el
automóvil lleno de flores y plantas. Papá puso a mamá fuera en una silla,
se puso sobre sus manos y rodillas y, con sus guantes y herramientas,
desmalezó y plantó todo el fin de semana según las instrucciones de
mamá. Fue lo más dulce que lo vi hacer alguna vez.
Mi padre recogió otra carta y abrió el sobre con el abre cartas con un
rasgón largo y fuerte.
—Claro que lo recuerdo. ¿Por qué preguntas?
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—Así que, papá —dije, cambiando el tema y abriendo la bolsa del pavo y el
queso para hacer su emparedado—. ¿Recuerdas cuando llevabas a mamá
a una de las fincas a elegir sus flores? —Sus ojos cambiaron de mí hacia la
carta frente a él y no dijo nada. Mientras esperaba por su respuesta, reuní
la carne y el queso en una rebanada de pan y puse un poco de mostaza
uniformemente en la otra, intentado ser paciente.
Luego de colocar el emparedado frente a él, me senté para terminar el mío.
—Estaba pensando en colocar algunas flores nuevas. Peonias, en realidad.
Mamá nunca… quiero decir, simplemente pensé… —Me detuve,
retrocediendo—. Me preguntaba si recordabas algunos buenos consejos.
—Me gustaría, cariño. Pero me temo que no absorbí su talento en ese
único fin de semana. —Mi padre se levantó y miró por la puerta de vidrio
hacia el jardín trasero. Aún había luz suficiente para ver los rosales de
mamá.
—Está bien —dije—, no te preocupes. —Terminé mi emparedado y llevé mi
plato vacío hasta el lavabo para lavarlo.
—Lo siento, Rose. Desearía ser de más ayuda. —Su voz era triste.
—Está bien papá. Gracias de todas formas. —Abrí el lavavajillas y
mientras dejaba vasos en los gabinetes, intenté manejar mi decepción de
que papá no tuviera la respuesta mágica o al menos un mejor recuerdo de
ese tiempo.
—Aunque sé de alguien más que puede ayudarte —dijo papá de pronto—.
¿Por qué no le preguntes al chico Doniger? Es probablemente la única
persona, además de tu madre, que conoce esos jardines. Ha hecho un
trabajo increíble.
—Por supuesto —dije finalmente—. Haré eso, papá. Le pediré ayuda a Will.
Es una buena idea.
—Tiene don para la jardinería, ese chico, al igual que tu mamá —dijo él.
Estaba a punto de ir a mi habitación cuando mi papá me llamó—. Me
alegro, Rose.
Me detuve y me di la vuelta, curiosa de saber a qué se refería.
—¿Te alegras por qué?
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Casi rió ante su sugerencia. ¿Cómo no había pensado en Will yo misma?
Todo este tiempo, cada día, lo veía, caminaba junto a él, lo observaba
haciéndose cargo de los jardines de mamá. La respuesta a mis problemas
había estado frente a mi rostro, era obvio ahora que papá lo sugirió.
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—De que vas a plantar algunas flores. Haría feliz a mamá. Me hace feliz a
mí, puedo decir eso —dijo él y desapareció de nuevo detrás de una carta.
Siete
Buen chico
Traducido por Paaau
Corregido por Mari NC
E
—¿Hacia dónde vas tan rápido? —preguntó Krupa mientras volaba hacia
nuestro casillero.
Si me detenía a hablarle, perdería mi valor, así que seguí.
—Te lo digo más tarde —grité por sobre mi hombro. Tenía un plan en mi
cabeza: le pagaría extra a Will por ayudarme, el dinero añadido a lo que
hacía cada semana, ya que no quería que Will sintiera como si estuviera
haciéndome un favor.
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n el momento en que la campana sonó al finalizar la escuela el jueves
siguiente, ya estaba en dirección al estacionamiento. La sugerencia
de papá de que le pidiera ayuda a Will había estado en mi mente desde el
fin de semana. Originalmente, había planeado hacerlo el lunes, luego el
martes y después el miércoles, también, pero luego me di cuenta de que
acercarme al silencioso, tímido, estoico y un poco intimidante Will no sería
algo fácil. Nunca demostraba alguna emoción o lo que estaba pensando y,
por alguna razón, no podía soportar sus ojos mirándome, como si él
inmediatamente supiera mis secretos sin tener que preguntar. Cada vez
que me preparaba para acercarme, ensayando las palabras que diría en mi
mente, en el momento en que lo veía, daba un giro en 180 grados y me
apresuraba a ir en la dirección contraria y estoy bastante segura de que
me vio hacer esto al menos una vez. Pero luego, me recordaba: Will era
sólo el jardinero, alguien a quien veía todos los días en mi casa, no un
vidente o un mago y realmente dudaba de que fuera cruel conmigo.
Cuando llegué al final del pasillo, pasé mi cuerpo por entre las barras de
metal de la puerta de salida y pronto, estaba fuera en el sol. Las personas
se apresuraban en su camino a casa o paseaban en grupos, vagando en el
césped, disfrutando del agradable día. Algunos me saludaron pero ninguno
se detuvo a hablar. Puse una mano sobre mis ojos, buscando en el césped,
pero sin ver a Will.
Quizás lo encontraría en su camioneta.
Tomé el camino corto hacia el estacionamiento, caminé por una orilla con
césped y por el cemento, pasando entre los automóviles que estaban tan
cerca que casi se tocaban. Las personas estaban sentadas en sus
parachoques en grupos, hablando y riendo. Kecia Alli estaba colocando su
bolsa en su automóvil, ya vestida para la práctica de porristas y giré
rápidamente hacia la izquierda, hacia una SUV y me dirigí hacia otra fila.
El ruido de la práctica de futbol llegó hasta mí y pensé en Chris. ¿Le
importaría que fuese a pedirle ayuda a otro chico y no a él?
Justo cuando estaba a punto de rendirme, vi la camioneta de Jardinería
Doniger, gris y golpeada, más alta que el pequeño automóvil de cuatro
puertas que estaba junto a ella y caminé hasta ahí. Me recosté contra la
puerta del conductor para esperar, el metal caliente quemando a través de
mi camiseta. Ocasionalmente, miraba alrededor para ver si Will estaba
cerca y eventualmente, lo estuvo. A través de las ventanas lo vi despedirse
de otros chicos y cuando llegó por la parte delantera de la camioneta se
detuvo, sorprendido de verme, creo.
—Hola. ¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó él, directo al grano, como si
ya asumiera que mi razón para estar ahí sólo pudiera estar relacionada a
negocios.
La falta de conversación me desalentó, pero yo también podía ser sólo
negocios.
—Um. Bueno. Supongo que tengo que averiguar cómo plantar algo en
nuestro jardín, que se supone que florezca en primavera. Peonias.
Aparentemente, son especiales y realmente no sé lo que estoy haciendo y
es importante…
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—Hola, Will —dije.
—¿Estás pidiéndome que te ayude? —me interrumpió.
Tragué, nerviosa por esos ojos suyos.
—La verdad es que sí, lo estoy. Me gustaría tu ayuda.
—Seguro. —Miró a su reloj y hubo un reflejo blanco brilló en donde su piel
no estaba bronceada—. ¿Qué hay del sábado? ¿Alrededor de la una de la
tarde?
—¿Este sábado?
Will asintió, su expresión indescifrable. Puso un pulgar en el bolsillo de
sus pantalones, esperando, viéndose incómodo.
—Claro, eso sería genial —estuve de acuerdo y luego recordé mi discurso,
lanzando rápidamente a él—. Entonces, acerca de la paga…
Negó con la cabeza y me despidió con la mano.
—No te preocupes por eso. Te iré a buscar a tu casa —dijo él, extendiendo
su mano y sus dedos tocaron mi brazo.
Mi corazón respondió latiendo con fuerza.
—¿Te importa? —preguntó él, apuntando a su camioneta.
—Oh. Lo siento —dije, avergonzada y me hice a un lado. La puerta se abrió
y se cerró con un fuete quejido mientras él entraba—. Te veo el sábado,
entonces —añadí, aunque no sé si me escuchó. Will no volvió a mirar
hacia atrás. Ni una sola vez.
Lo observé mientras se iba.
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Estaba bloqueando la puerta.
Ocho
Cómo termina
Traducido por Simoriah
Corregido por Mari NC
L
a mañana siguiente pasé corriendo junto a Will como si la
conversación de ayer nunca hubiera sucedido. Él estaba
cruzando el césped, lo suficientemente lejos para que yo
sintiera que ignorarlo no sería demasiado conspicuo. No sabía que se
suponía que actuáramos de forma diferente ahora que teníamos planes
para el sábado, o simplemente igual que siempre, apenas reconociendo la
existencia del otro. Afortunadamente no tuve mucho tiempo para debatir
esto porque la SUV de Chris ya estaba en la calle, esperando para llevarme
a la escuela.
Respondí con un “¡Estoy genial!” demasiado entusiasta, porque me estaba
sintiendo mal por la excursión de Will y Rose. Sabía que debía contarle a
Chris que una vez más me perdería su juego de fútbol, y que eso, de paso,
era porque iba a ir a algún lugar con Will Doniger, pero mientras
avanzábamos rápidamente hacia el final de la calle, estas cosas dieron
vueltas en mi cabeza y se quedaron allí.
—Estás de buen humor de nuevo —observó Chris—. Es agradable.
Intenté obligarme a contarle, pero todo lo que pude decir fue:
—Seguro. Supongo que lo estoy. —Nos detuvimos en una señal de alto y
Chris me llevó contra él, riendo suavemente en mi oído. Puso una mano en
mi mejilla y volvió mi rostro hacia el suyo, inclinándose para un beso, y
por primera vez en meses me obligué a besarlo como siempre solía hacerlo.
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—Hola, cariño, ¿cómo estás? —preguntó mientras subía.
—Quizás deberíamos aprovechar tu buen humor esta noche —dijo, un hilo
de esperanza atravesando su voz. Cuando se acomodó de nuevo en su
asiento y presionó el acelerador, la anticipación en su rostro se reflejaba
en el parabrisas.
Quería hacerlo feliz, y quería hacerme feliz a mí misma también. Quizás si
simplemente me sumergía de nuevo, las cosas volverían a la forma en que
solían estar entre Chris y yo, así que de mi boca salieron las únicas
palabras que Chris quería oír y que yo era capaz de decir en ese momento.
—De acuerdo —accedí, y cerré los ojos con fuerza.
Chris y yo estábamos de pie junto a mi casillero cuando Krupa apareció.
Mi espalda estaba contra el metal y las manos de Chris estaban
presionadas a cada lado de mi cabeza.
—Así que termino la práctica alrededor de las siete —dijo él, y me sonrió.
Conocía esa mirada.
—Te veré entonces —dije.
—Absolutamente. Me dio un último beso y se alejó paseándose, dándole
un asentimiento a Krupa.
—Lo sé. Pero las cosas están comenzando a volver a la forma en que solían
ser —dije—. Va a venir esta noche.
Krupa levantó las cejas.
—En serio. —Tomó su libro de química y cerró el casillero de un golpe.
—En serio —dije, aun cuando la incomodidad se asentó sobre mí como
una nube oscura.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, Rose —murmuró Krupa, y se
fue a clases.
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—Ahora eso es algo no he visto en largo tiempo —dijo Krupa, marcando la
combinación del candado y abriendo la puerta.
Para las ocho Chris y yo estábamos en el sótano mirando una película en
el viejo sillón que raspaba que tenía un resorte pinchando justo debajo de
la tela, la única luz en el cuarto viniendo de la televisión. Estábamos allí,
hablando ocasionalmente, o levantándonos para buscar más refrescos del
refrigerador de arriba, y todo estaba bien. Al principio. Pero cuando los
créditos comenzaron a pasar por la pantalla, esperé lo inevitable,
entumeciéndome, como si alguien hubiera inyectado Novocaína en mis
miembros y poco a poco estuviera perdiendo la sensación. Para cuando
Chris se inclinó sobre mí para besarme se sentía como si una estatua de
piedra hubiera remplazado a la chica viviente, o que de repente había
dejado mi cuerpo y me había convertido en un fantasma, flotando por
encima.
Los labios de Chris encontraron mi boca, mi boca no respondió, y cuando
él me empujó sobre el sillón, los resortes de metal se clavaron en el lugar
más vulnerable de mi espalda, donde mis pulmones dolían por respirar.
Chris desprendió torpemente el botón de mis jeans y yo jadeé, pero no de
una buena manera, y su mano se congeló. Salió de encima de mí y yo me
deslicé del sofá hacia suelo, enroscándome en un bollo apretado en la
alfombra junto a la mesa de café y observando mientras Chris estaba
sentado allí, pasando sus dedos con fuerza a través de su cabello rubio.
—¿Ya no te gusto? —preguntó Chris, su voz vulnerable, mostrándome un
lado que mantenía oculto de todos los demás—. Solían gustarte tanto las
cosas.
—Lo sé —dije, y bajé la cabeza. Besarse, el sexo, y todo entre medio solía
ser tan fácil entre nosotros. Cuando fuera que se nos acabaran las cosas
para decir eso siempre suplía lo que fuera que faltara, calmaba nuestros
desacuerdos cuando peleábamos. Pero ahora, cuando lo necesitábamos
para que nos ayudara a saltar sobre ese difícil lugar, terminamos
mirándonos sobre este enorme espacio sin manera de cruzarlo. Ya no
sabía cómo estar en mi cuerpo; no después de ver el mi madre marchitarse
y morir y llevarse su vida. Esas imágenes finales me enseñaron que los
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—Lo lamento —dije.
cuerpos eran lugares para el dolor y el sufrimiento, no el placer—. Lo
lamento. Realmente, verdaderamente lo lamento —le dije.
Chris se puso de pie, su cuerpo delineado por la luz del televisor
parpadeando detrás de él.
—¿Hay algún lapso de tiempo que puedas darme o algo? ¿Cuánto
necesitas, Rose?
Lo mire, pensando en cómo mi mundo entero estaba hecho pedazos y que
no sabía cómo volver a unirlo.
—No lo sé, realmente no lo sé. Desearía saberlo. Desearía poder arreglar
esto. Desearía poder arreglar todo.
—¿Fue algo que yo hice? —preguntó Chris—. ¿Qué te está haciendo actuar
así?
—Mi madre murió —susurré, y cada vez que lo pronunciaba se sentía
imposible.
Las manos de Chris, ambas, fueron a su cabeza y se deslizaron por su
rostro.
—Lo sé. Pero así era hace cinco meses.
—Casi cuatro —lo corregí—. Y todavía se siente como ayer.
Mi cabeza se levantó de repente y mis ojos se fijaron en los suyos. Dentro
de mí, una parte gritaba no, pero otra parte quería que este drama
terminara, que estas crudas sensaciones que continuamente rompían la
cicatriz de una profunda herida que estaba lejos de curarse se detuvieran,
y que me dejaran sola de una vez por todas.
—¿Tú quieres?
Chris se quedó de pie ahí, sin moverse, sin responder; no al principio.
Podía sentir sus ojos sobre mí mientras los míos se alejaban, estudiando
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—¿Qué puedo hacer para ayudar? ¿Qué necesitas de mí, Rose? ¿Quieres
espacio? ¿Quieres romper conmigo y simplemente estás demasiado
asustada para decírmelo? ¿Es eso?
matas individuales de la alfombra, como cortas hojas de césped. Luego lo
oí decir:
—Ya no lo sé. Quizás deberíamos terminar esto antes de que empeore
porque no parece estar mejorando.
—De acuerdo —dije.
—De acuerdo —repitió—. ¿En serio? ¿Eso es todo lo que tienes para decir?
¿Estás de acuerdo con romper?
Me encogí de hombros; no sabía qué más hacer.
—Pero dijiste…
—No creí que fueras a acceder —gritó.
Me encogí.
—Lo lamento, yo…
—Pensé que me dirías, ¡No, Chris, te amo. Chris, podemos superar esto,
Chris, estoy tan agradecida que estés aquí para mí, Chris, y pronto me
sentiré mejor y las cosas volverán a la normalidad! —Su tono era burlón y
su aliento salía en enojados jadeos.
—Pero no sé si alguna vez lo estarán —dije con voz pequeña.
Hubo una larga pausa.
Sus pasos fueron pesados en los escalones de madera que llevaban desde
el sótano a la cocina, y cuando cerró la puerta del frente de un golpe, su
fuerza reverberó a través de la casa. Me arrastré de vuelta al sillón y miré
el televisor por lo que parecieron horas, demasiado en shock como para
dormirme. Eventualmente me arrastré hasta ponerme de pie y me dirigí a
mi cuarto. Una vez en la cama, arropada debajo del cobertor y las
sábanas, las palabras “Chris y yo rompimos” se tropezaron a través de mí,
enfermándome. No era real. No podía creerlo. No lo haría. Volveríamos
porque eso era lo que siempre hacíamos. Cuando finalmente me quedé
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—De acuerdo. Supongo que esto es todo. —La voz de Chris estaba pareja
una vez más, una mezcla de dolor y furia—. Terminamos. Adiós.
dormida me revolví y di vueltas y me desperté de nuevo, mirando la
oscuridad, sintiéndome más sola que nunca.
A la una de la tarde en punto del día siguiente el timbre sonó y luego sonó
de nuevo. Salí arrastrándome de la cama, frotándome los ojos mientras me
dirigía hacia la puerta del frente para ver quién estaba ahí. Por un
momento pensé que podría ser Chris, viniendo a decirme que lo de anoche
había sido un error, que no quería estar separados, pero entonces recordé
que tenía un partido de fútbol así que no podía ser él.
Lo cual me hizo recordar quién era realmente.
Miré por la ventana y vi a Will Doniger de pie en el porche, esperándome.
Oh mi Dios. No podía creer que lo olvidara y peor aún, no podía hacer esto.
No ahora. No después de Chris. No quería ir a ningún lado o hacer nada
este fin de semana excepto quedarme en la cama y estar triste y hablar
con Krupa sobre lo que había sucedido. Me sentía horrible por un millón
de razones a la vez, pero respiré profundo y abrí la puerta de todos modos.
—Hola —dije.
Will me miró. Yo vestía sólo una camiseta y shorts, estaba descalza, y
aunque no me había mirado al espejo estaba segura de que mi cabello era
un desorden anudado.
—No —lo interrumpí—. Bueno, sí. En parte. Es complicado. Lo lamento.
Tuve una mala… —me detuve. No necesitaba contarle el por qué a Will,
sólo necesitaba disculparme y esperar que él me disculpara los suficiente
para volver otro día—. Escucha, sé que estás ocupado, realmente ocupado
—comencé a decir, buscando las palabras correctas—. Y yo odio pedir
esto, realmente lamento hacerlo, pero, ¿hay alguna forma de que podamos
hacer esto el sábado próximo? Algo importante surgió y hoy simplemente
no puedo. —Los ojos de Will estaban en el suelo así que no pude decir qué
estaba pensando—. ¿Por favor?
Después de un largo silencio, él dijo.
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—¿Te olvidaste…?
—Seguro. Él sábado próximo, entonces. A la misma hora.
—Guau, muchas gracias… —comencé a decir rápidamente
—Que te sientas mejor —dijo, y se volvió y se fue.
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Él había llegado a su camioneta antes de que yo cerrara la puerta.
Nueve
Superándote
Traducido por IreneRainbow
Corregido por Paaau
E
Como si se tratara de un día cualquiera, tenía listas las jarras de viaje de
papá y me aseguré de que desayunara antes de enviarlo a trabajar. Pero
después de eso, mientras estaba bajo el agua hirviendo de la ducha, deseé
poder borrar la noche del viernes y remplazarla con un resultado diferente
o que sólo hubiera imaginado mi ruptura con Chris y que hoy todo volvería
a la normalidad. Mientras me vestía, mi teléfono vibró y el rostro de Chris
llenó la pantalla. Me quedé mirándolo hasta que se detuvo. ¿Era bueno o
malo que me estuviera llamando? Vibró de nuevo y cerré los ojos,
pensando en que debería contestar, que tal vez, si lo hacía, nos
reconciliaríamos y todo estaría bien de nuevo, y finalmente la quinta vez
que sonó, contesté.
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l olor del café era fuerte por toda la casa. La mañana del lunes llegó y
con ella, un sentimiento de profundo terror. Chris y yo en una pelea
era una cosa: la gente en la escuela estaba acostumbrada a nuestras
peleas y todas las parejas discutían, especialmente cuando habían salido
durante tanto tiempo como Chris y yo. Estos estancamientos siempre
terminaban cuando nos reconciliábamos y usualmente nos besábamos en
el pasillo junto al casillero de Chris. Esas sesiones públicas de besos eran
como un boletín escolar oficial que decía que Rose Madison y Chris
Williams estaban juntos de nuevo. Pero esta vez era diferente. No
habíamos hablado desde el viernes y hoy sería la primera ocasión en la
que caminaría a través de los pasillos de la secundaria Lewis sólo como
Rose y no como la novia de Chris Williams. ¿Quién era yo sin él?
Realmente no lo sabía y no me sentía preparada para averiguarlo.
—Hola —dije, como si nada estuviera mal.
—Rose —dijo Chris, su tono de voz tranquilo y uniforme.
Los nervios sacudieron mi estómago.
—Me alegro de que llamaras. Pensé en llamarte todo el fin de semana
porque estaba preocupada de que tal vez nos precipitamos demasiado,
terminando como lo hicimos el viernes. —Estaba divagando, pero no me
importaba—. No sé qué pasó la otra noche, yo sólo...
—También he pensado un poco —me interrumpió él—. He sido paciente,
he andado de puntillas acerca de tus necesidades y me he quedado a tu
lado durante toda tu locura: Sin música porque te hace sentir triste, sin
sexo o ni siquiera besarte por el amor de Dios porque no quieres que te
toquen, sin partidos de fútbol porque no quieres volver al estadio, sin
hablar con las animadoras porque renunciaste y te hacen sentir incómoda,
sin beber porque tu papá bebe. No esto, no aquello.
Mi cuerpo se enfrió mientras escuchaba la lista de Chris de mis problemas
y todas las cosas que había estado evitando desde la primavera.
—Tienes razón. No es justo.
—Pero estaba confundida y estaba teniendo una noche difícil —dije, mi
mano formando un puño.
—¿Y cuándo no últimamente?
Como un pez en busca de aire, abrí mi boca, luego la volví a cerrar y hubo
un largo silencio.
A continuación, Chris dijo:
—La razón por la que te llamé es porque quiero de vuelta mi chaqueta.
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—No, en realidad Rose, lo entiendo, hasta cierto punto. La muerte de tu
madre es algo importante ¿y quién soy yo para entender por lo que estás
pasando y cómo necesitas salir de esto? Sin embargo, sobre lo que tenía
razón, fue al decirte que necesitábamos un tiempo, porque obviamente lo
necesitamos. Obviamente eso es lo que has querido desde el principio o no
hubieras estado de acuerdo cuando lo mencioné la primera vez.
Me sentí abofeteada.
—¿Qué?
—No hagas esto más difícil de lo que ya es —dijo.
—Pero... —empecé, pero no sabía cómo terminar.
La chaqueta de fútbol de Chris era tan simbólica en nuestra relación y de
lo que yo era que, regresarla, se sentía casi imposible. Nunca olvidaré la
primera vez que la usé. Estábamos en nuestra segunda cita, en el
restaurante a donde todos los jugadores de fútbol iban después de los
juegos.
—Date la vuelta —me dijo Chris, sosteniendo frente a él su chaqueta de
cuello azul brillante y blanco.
—¿En serio? —pregunté, emocionada por el gesto. Mi rostro se sonrojó de
felicidad e incliné un poco mi cabeza para ver como Chris deslizaba una
manga voluminosa por mi brazo y luego la otra, para que pudiera ponerme
sola el resto. Mis manos eran apenas visibles en los extremos. Se sentía
como Navidad, ponerme esa chaqueta y usarla era decirle a todos que yo,
Rose Madison, era la novia de Chris Williams.
Pero ahora, ese recuerdo dolía porque sabía exactamente lo que
significaría para todos en la escuela el no usarla y eso hizo que mi corazón
doliera. Devolverle su chaqueta haría que nuestra separación fuera, de
alguna manera, más real.
—Chris, yo...
—Devuélvemela —dijo, su voz aguda—. Hoy.
Una respiración profunda surgió de mi pecho, involuntariamente.
—Está bien —dije, incluso aunque las lágrimas quemaban en mis ojos y
corrían por mi rostro—. Si eso es lo quieres.
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—Consérvala —dijo Chris—. Me gusta más en ti. —Él sonrió y me puse en
puntas de pie, colocando mis manos contra su pecho y le di un beso largo y
lento. Apenas notamos los silbidos y abucheos de sus compañeros que se
sentaban en la cabina cercana.
Hubo otra larga pausa y él suspiró en el teléfono.
—Lo es.
Oí un chasquido y la imagen de Chris desapareció de la pantalla. La
chaqueta que había usado con orgullo durante dos años, me miraba desde
el respaldo de la silla de mi escritorio en donde siempre la ponía al final del
día y la tomé. Antes de salir de casa, tomé una gran bolsa de lona de la
cocina. Las letras Chris Williams bordadas en la lana robaron mi atención,
les di una última mirada y luego, guardé la chaqueta dentro de la bolsa.
Krupa estaba esperándome en la entrada de la escuela cuando llegué.
—Rose, ¿cómo estás? —preguntó, sus ojos marrones brillando con
preocupación.
—Realmente contenta de verte —dije y tendí la bolsa con la chaqueta de él.
Ella miró en su interior.
—Oh. Así que esto es algo definitivo.
—Supongo. No lo sé. Estoy demasiado molesta para hablar de eso ahora
mismo.
Amé la manera en la que Krupa dijo nosotras, como si Chris hubiera roto
con ella también. Miré hacia la izquierda y luego a la derecha, sintiéndome
ansiosa.
—Lo ideal sería hacerlo sin llamar demasiado la atención —dije cuando
empezamos a navegar por los pasillos abarrotados y llenos de atletas, la
bolsa rebotando contra mi cadera a cada paso. Algunas pocas porristas
saludaban con la cabeza, pero fingí no verlas. Esperé que la suerte
estuviera de mi lado y Chris no estuviera en su casillero: no quería una
escena. En cambio, encontré a Tony de pie ahí, un muro gigante
bloqueando mi camino y casi me di la vuelta en ese momento.
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—Está bien. Vamos a hacerlo. Lo haremos rápidamente y lo tendremos
detrás de nosotras.
—Puedes hacer esto —susurró Krupa y me dio un pequeño empujón.
Al menos no había señales de Chris.
—Hola, Rose —dijo Tony después de darle a Krupa una gran sonrisa—.
¿Qué le hiciste a nuestro capitán esta vez? Estuvo molesto todo el fin de
semana. Ustedes y sus pequeñas peleas. —Él se echó a reír y si tuviera
que apostar, Tony estaba pensando que en la práctica de futbol de esta
tarde, estaría tirando del brazo de Chris, tratando de mantenernos
apartados, para que así no llegaran tarde. Los grandes ojos color avellana
estaban llenos de risas pero entonces, vio mi rostro y su expresión cambió.
—¿Estás bien?
—Tengo que pedirte un favor —dije y tomé la bolsa de mi hombro,
ofreciéndosela, esperando que simplemente la tomara para así poder irme.
—Esa es la chaqueta de Chris —dijo Tony—. ¿Por qué me la darías a mí?
Extendí aún más mis brazos, mis músculos cansándose de sostener la
bolsa.
—Él me pidió que se la devolviera. ¿Te asegurarías de que la reciba? Por
favor.
Tony se alejó, como si de repente tuviera miedo de ser descubierto cerca de
mí, despejando el camino hacia el casillero de Chris, así que pasé junto a
él. Un silencio repentino cayó sobre todo los jugadores de futbol que
estaban cerca, observándonos, sus ojos como pequeños cuchillos cayendo
en la suave piel de mi espalda. Busqué dentro de la bosa, saqué la
chaqueta, la doblé cuidadosamente y la coloqué en el suelo delante del
casillero 49 —el número que Chris usaba en su camiseta de futbol— y lo
dejé ahí, como un homenaje.
—Vámonos —dijo Krupa, alejándome—. Todo va a estar bien —me alentó
mientras nos dirigíamos por el pasillos— y recuerda, no estás sola. No lo
olvides. Me tienes a mí.
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—¿Ustedes realmente terminaron? —preguntó, claramente sorprendido
por esto y cuando no respondí, él comenzó a sacudir su cabeza de lado a
lado—. No me pongas en medio de esto. Además, ustedes siempre arreglan
las cosas.
—Lo sé.
—Y sólo piensa —continuó, guiándonos hacia nuestro casillero—, en poco
tiempo, la temporada de fútbol terminará y todo será sobre hockey, todos
los fines de semana para ti y para mí.
—Oh, viva —dije, armándome de valor para reír.
—Mira el lado positivo: No tendremos que preocuparnos por encontrar
jugadores de fútbol en la pista de patinaje, ¿cierto? Y haré lo posible
para... —Krupa se detuvo de repente, a media frase, cambiando de
velocidad—. Um, deberíamos ir a clases. —Me empujó en dirección
contraria, así que por supuesto, tenía que ver lo que ella no quería
mostrarme.
Chris Williams estaba cruzando el pasillo, su expresión indescifrable. Él
negó con la cabeza en mi dirección, ya sea por ira, tristeza o algo más. No
estaba segura.
Mis ojos buscaron el suelo.
Suavemente, Krupa me incitó a que la siguiera.
—¿Rose?
—Vamos o llegaremos tarde —dije y así, otro día en la escuela se inició
oficialmente, como si nada hubiera cambiado, nada, excepto yo y por el
resto de la semana, traté de acostumbrarme al hecho de que ya no era la
novia de Chris Williams, sino una chica diferente, una Rose diferente y en
realidad, no tenía idea de lo que eso significaba.
Página 55
Respiré profundamente, adentro, fuera.
Diez
Fan de tus ojos
Traducido por AariS
Corregido por Paaau
l sábado por la tarde me encontré sola con Will Doniger. El silencio se
extendió entre nosotros, el único sonido el golpeteo de su camioneta
mientras conducíamos por carreteras secundarias, el asiento haciendo
rebotar nuestros cuerpos con fuertes sacudidas cuando las ruedas
golpeaban un nuevo bache. El interior de la cabina era íntimo, como hecho
para una conversación. Estábamos sentados apenas a centímetros de
distancia pero bien podrían haber sido kilómetros. Will estaba de cara
hacia delante, ambas manos en el volante, su mirada al frente, lo que me
permitió estudiarlo con impunidad. La camiseta blanca que llevaba hacía
que el bronceado adquirido con todo ese trabajo en el jardín pareciera
incluso más profundo, sus pantalones estaban desgastados en algunos
lugares, las rodillas estaban manchadas con tierra y había un cordón de
cuero atado alrededor de su muñeca izquierda. Su cabello caía en ondas
justo hasta debajo de las orejas, por lo que tenía esa apariencia
perpetuamente desaliñada que sólo un chico puede llevar bien. No había
dicho una palabra desde que dejamos la casa. Tal vez estaba enfadado
conmigo por haberle dejado el sábado pasado o quizás sólo era un chico
callado. De cualquier forma, parecía cómodo sin hablar.
Suspiré, larga y fuertemente, mirando de reojo a Will para ver si se daba
cuenta o trataba de iniciar una conversación. No lo hizo y volví mi atención
al paisaje fuera de la ventana del copiloto.
El Touchdown Diner apareció a nuestra derecha con sus familiares letreros
pintados que anunciaban tres panqueques por tres dólares y huevos,
tostadas y papitas fritas por dos. No pude reprimir la tristeza que
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E
acompañaba la posibilidad de que Chris y yo podíamos no volver allí
juntos otra vez. Con este pensamiento, el silencio se volvió abrumador.
—Así que —comencé, intentando pensar qué cosa en el mundo podíamos
tener en común para comentar—, ¿cuánto tiempo has estado haciendo la
cosa de la jardinaría? —Esta era la razón por la que nuestros caminos se
cruzaron, así que imaginé que era un lugar bastante bueno para
comenzar.
—Cuatro años —fue la respuesta penosamente corta de Will.
—Cuatro años —repetí—. Hmm —murmuré después de otra larga pausa.
Esto no estaba conduciendo a ninguna parte—. Así que… tenías, qué,
¿doce entonces? Eso es un poco joven, ¿no?
—Tenía trece —respondió, una prueba más de que no sólo era un hombre
de pocas palabras, sino más como de dos o tres máximo.
—Sin embargo, trece es muy joven, ¿no?
—Era para el negocio de mi padre. Ya estaba acostumbrado a trabajar
para él.
Estaba sorprendida con la facilidad con la que trajo a su padre a la
conversación… ciertamente yo aún no era capaz de hacer esto con mi
madre.
—Eso te haría tener, qué, ¿diecisiete ahora?
Oh Dios mío. Sabes que las cosas no están yendo bien cuando recurres a
las matemáticas básicas como medio de discusión adicional. Justo cuando
estaba comenzando a desesperarme, Will preguntó:
—¿Tú?
—¿Yo? —No estaba segura de qué quería saber.
—¿Qué edad tienes?
—Oh. Dieciséis. Este pasado verano en Julio —dije y automáticamente
pensé en lo difícil que fue mi cumpleaños sin Mamá.
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—Sip. Diecisiete.
—¿Cómo te fue? —Por el tono de Will, estaba claro que sabía lo que estaba
pensando.
—Bueno —comencé, intentando decidir la mejor manera de responder—.
Fue triste. Realmente difícil. —Vacilé—. No, en realidad apestó. Apestó
completa y totalmente. Ni siquiera quería que alguien se diera cuenta de
que era mi cumpleaños.
—En cierto modo tiene sentido —dijo Will.
Miré a Will sentado allí, relajado, su brazo izquierdo tendido sobre la parte
superior del volante, su mano derecha descansando en la palanca de
cambios, apenas a unos centímetros de mi rodilla. Encendió la
señalización y bajamos por un camino de tierra con un dosel de árboles a
ambos lados. Las hojas ya estaban cambiando a amarillos brillantes y
naranjas y mis ojos se alejaron de él hacia un gran arce ardiendo con
hojas color cereza hasta que desapareció detrás de nosotros.
—¿En serio?
—El primer cumpleaños es el más duro, pero se hará más fácil.
Me volví de nuevo hacia él.
—Quiero que eso sea cierto.
—Así que, ¿lo estás? Me refiero al otro lado. —Abordar el tema de su padre
de forma tan directa me puso nerviosa: no quería sobrepasarme. Pero tal
vez Will estaba más preparado para hablar acerca de este tema que yo. Al
menos era algo de lo que parecía dispuesto a hablar, a diferencia de
nuestra artificial conversación de antes.
—Estoy en ello. Haciendo todo lo posible. —Hizo una pausa—. Tú pareces
tener mucho apoyo. Ya sabes, por ejemplo, de tu novio.
—¿Mi novio? —dije, sorprendida por el comentario de Will, incluso cuando
me di cuenta que decir la palabra novio me hacía sentir una punzada de
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—Sólo tienes que pasar por ella. La tristeza. Hay otro lado. —Me miró por
primera vez desde que me había metido en su camioneta—. Lo digo en
serio —dijo.
arrepentimiento: tendría que practicar añadir el “ex” antes de que saliera
naturalmente.
—Sí. Chris Williams —dijo.
—Oh. ¿Cómo lo sabías? —pregunté e inmediatamente me sentí estúpida.
Por supuesto que Will lo sabía. Todos en la escuela lo sabían. Él puso una
cara que decía algo como: Vamos, no estoy ciego—. Vale, vale. Esa fue una
pregunta tonta. La gente siempre sabe lo que Chris Williams hace. O
hacía. Dios, eso salió mal. Sabes a lo que me refiero. Lo que sea.
—Te veo con él —dijo.
—Me ves… —comencé, luego me di cuenta a lo que se refería—. En mi
casa, cuando estás trabajando y Chris me recoge para la escuela. Por
supuesto. ¿Chris y tú se conocen bien?
Se encogió de hombros.
—No realmente. Sólo lo suficiente como para saludar al vernos. Los dos
somos de último año.
Asentí. Era extraño estar teniendo una conversación con Will acerca de
Chris, casi un alivio hablar de él en voz alta como si todo siguiera siendo
igual.
—La semana pasada caminaste a la escuela —constató Will.
—¿Te diste cuenta?
—Lo hice.
—Bueno, para ser honesta, la verdad —tartamudeé, preparándome para
decir en voz alta lo que venía a continuación—. Chris y yo terminamos —
confesé y ahí estaba, al descubierto por primera vez con alguien que no
fuese Krupa. Sonaba tan definitivo. Aunque podía decir que Will estaba
esperando que continuara, ahora era mi turno para jugar al silencioso,
sabiendo que dejaría el asunto en lugar de curiosear.
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Mis ojos inmediatamente se alejaron del rostro de Will y estudié su mano
en la palanca de cambios, la forma en que se tensaba cuando la movía.
Pronto, el golpear y rebotar de la camioneta por el camino se convirtió en
nuestro único ruido de fondo, los árboles radiantes, sus coloridas hojas
luminosas a la luz del sol. No pasó mucho tiempo antes de que entráramos
en el estacionamiento de tierra de la granja, deteniéndonos junto a un
largo y desvencijado cobertizo de madera con una pared abierta al frío aire
otoñal y rodeado por campos de maíz hasta donde alcanzaba la vista.
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—Estamos aquí —dijo Will, la camioneta temblando y tosiendo antes de
silenciarse. De pronto, me miró de frente, su mirada fija y sosteniendo la
mía. Entonces, con la misma brusquedad se dio la vuelta, abriendo el lado
del conductor para bajarse de un salto. Su mirada fue lo suficientemente
larga para que notara el color de sus ojos. Eran de un azul oscuro, como el
océano, relucientes, profundos y era casi imposible ver el fondo.
Once
Puedes decir
Traducido por nahirr
—P
Corregido por Paaau
ero estos son tan feos —dije.
Will y yo estábamos de pie frente a una gran caja de madera que estaba
llena de raíces gruesas y torcidas cubiertas de nudos. El andrajoso letrero
de cartón unido a una de las tablas decía “rosado”, el siguiente decía
“blanco” y el tercero decía “rubor”.
—No —dije en un arrebato, recordando las imágenes de los libros de
jardinería, exactamente las cosas que parecían patatas mutantes que Will
estaba admirando y descartando una por una, sólo rara vez poniendo
alguna dentro de la cesta que sostenía en mis brazos—. Sabía que serían
raíces. Es sólo que, las que sigues eligiendo, parecen ser las peores de
todas.
Detuvo su búsqueda y ladeó su cabeza hacia un lado.
—¿Preferirías elegir tú?
Mis ojos se posaron en el techo.
—No. No sé cómo diferenciar las buenas de las malas.
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—No vamos a plantar flores como tales. Lo sabías, ¿verdad? —Will me
miraba mientras escogía en la caja, eligiendo una raíz sobre otra, usando
un criterio que no podía imaginar: todas se veían iguales, igualmente
horribles—. ¿Pensaste que estarían florecidas?
—Está bien, entonces. —Will continuó clasificando dentro de la caja,
añadiendo raíces a nuestro montón hasta que tuvimos doce, cuatro de
cada color.
—¿Eso es todo? ¿Una docena? —Las miré fijamente, tratando de decidir si
estas cosas deformadas podían en verdad convertirse en hermosas flores al
llegar la primavera.
—Pensé que querías mi ayuda —dijo Will.
—La quiero.
—Entonces, confía en mí.
—Pero no hablamos de números.
—Doce es más que suficiente. Éstas crecerán grandes, aunque el primer
año no verás mucho. En tres o cuatro tendrás más flores con las que no
sabrás qué hacer.
—Cuatro años —exclamé—, no puedo esperar tanto.
—Vas a tener que ser paciente —dijo Will.
—Quiero que florezcan en mayo. Como que necesito que lo hagan —añadí
en un susurro, dándome cuenta de lo alto de la apuesta para esta sola
tarea.
—Oh, lo harán. Tendrás muchas. Pero el año siguiente tendrás aún más.
Eso es todo lo que trataba de decir.
—Lo prometo.
—Está bien. —Empecé a respirar otra vez, sintiéndome más que nada
aliviada—. ¿Qué es rubor de todos modos? —pregunté mientras Will
intercambiaba una raíz por otra de la caja que llevaba ese nombre sujeto.
—Un color.
—Pero, ¿cómo se ve?
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—¿En serio? —pregunté, necesitando aún más certeza.
—Es un tono de rosa. —Will parecía afligido por admitir en voz alta que
sabía eso.
Sonreí un poco.
—¿Qué tipo de rosa?
—Los tonos de rosa no son objeto de discusión —dijo y casi me entraron
ganas de reír por su repentina incomodidad. Me quitó la cesta y caminó
hasta la caja registradora, vaciando todo sobre el mostrador.
—Hola Will —dijo la chica que registraba nuestras cosas. Entre su tono de
voz y las miradas que le estaba dando, era obvio que estaba coqueteando.
—Hola —respondió él con voz plana y carente
dejando la última raíz en la parte superior del
dejándome de pie allí con ésta chica mirándome
amistosa, regresando finalmente con dos bolsas
dejándolas a mis pies.
de cualquier interés,
montón. Will se fue,
y no de una manera
gigantes de abono y
—¿Realmente las necesitamos?
Me dio una mirada irónica.
—Las peonías aman esta cosa.
—Pero…
—Sólo confía en mí —dijo. Sus ojos azules se ampliaron—. ¿Está bien?
A la cajera le dijo:
—Nos vamos a llevar todo esto. —Y dibujó un círculo en el aire con su
dedo índice para incluir las bolsas a sus pies.
Ella sonrió con dulzura.
—Seguro, Will —dijo antes de mirarme de nuevo. Mientras yo pagaba, Will
comenzó a llevar nuestras cosas a su camioneta.
—¿Estás lista para irnos? —preguntó una vez que no quedó nada.
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Asentí.
—Todo listo —dije y salí. Will me siguió, cada pisada se oía fuerte cuando
sus zapatillas se aplastaban en la grava del estacionamiento.
—Me alegra ver que estás usando la ropa adecuada —dijo y yo me di la
vuelta. Él estaba mirando mis botas, pantalones y la camiseta manga larga
que me había puesto hoy.
—Uh, gracias, supongo. —No sabía qué hacer con esa apreciación.
—Es buena para cavar —dijo y lo volví a mirar.
—¿Quieres plantar esto ahora mismo?
—Bien podríamos —contestó y se dirigió al lado del conductor mientras yo
me alzaba hacia el asiento del pasajero. Abrió la puerta y entró—. Si
quieres esperar otra semana —dijo, recordándome cómo había cancelado
el sábado anterior—, podría ser muy tarde. Sé que parece cálido ahora,
pero las heladas pueden llegar rápidamente. —Hizo girar la llave y
encendió el motor—. Y estoy asumiendo que de verdad quieres que éstos
crezcan.
—Sí. Quiero —dije para mis adentros y manejamos el resto del camino a
mi casa en silencio.
—¿No son muy grandes para ser herramientas de jardinería? ¿No
deberíamos empezar con algunas paletas? —dije.
—No si quieres plantar peonías —dijo, sacando otra pala y caminando
hasta donde yo estaba de pie en la calzada—. Necesitan mucho espacio
para crecer —añadió y comenzó a cruzar el patio trasero.
—¿No estarían mejor en el frente? —le dije.
Sin darse la vuelta, negó con la cabeza. Pala en mano, hice lo posible para
alcanzarlo, lo que no era fácil ya que la hoja seguía raspando el suelo. Una
vez que estuve al lado de Will, comenzó a hablar de nuevo.
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Más tarde, cuando Will me entregó una pala de la parte trasera de su
camioneta, lo miré, preocupada.
—Tengo una idea de dónde ponerlas. Si no te gusta, trataremos en algún
otro lado.
—Está bien —dije de mala gana.
Will tomó el camino que llevaba al jardín de rosas de mamá y se detuvo
junto a él, dejando caer la pala en el suelo.
—Esto es lo que estaba pensando —dijo, diciendo sus razones—. Hay
suficiente espacio para que las raíces se extiendan. El suelo ya es rico por
las rosas y otras flores cercanas: idealmente lo habríamos abonado
nosotros si hubiera más tiempo, pero tendremos que conformarnos. Van a
tener mucha luz todo el día y las peonías aman la luz brillante. —Will
sonaba como si supiera de lo que estaba hablando, pero antes de que
pudiera decir sí, me dijo su última razón—. Y tu mamá y yo solíamos
hablar a veces —dijo con voz baja.
Alcé la vista, sorprendida.
Dudó, como si por instinto supiera que necesitaba un momento para
procesar lo que acababa de decirme.
—A veces, nos sentábamos en la mesa del patio por allí o en ocasiones en
el banco. Sé que era su lugar favorito. Y solía verte a ti y a tu madre aquí
afuera, juntas, así que pensé…
—¿Sobre qué? —interrumpí.
—¿Sobre qué hablaban mi mamá y tú? —pregunté, más específica esta
vez.
Desvió la mirada.
—Mi papá. Cuando se enfermó y después, ya sabes, lo que siguió.
—Oh. Muy bien —dije—. Está bien.
—¿Está bien qué?
—Plantémoslas aquí. Creo que es una buena idea.
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Su ceño se frunció con confusión.
Sin mirarme de nuevo, comenzó inmediatamente a marcar los límites en
los que íbamos a cavar la hierba y el suelo y empezamos a trabajar. Will
metió la pala profundo dentro de la tierra y yo lo seguí, usando mi pie
como palanca sobre el borde superior del metal, forzándola abajo en la
tierra y echando ésta en un montículo que iba creciendo. A pesar de la
brisa fresca, no pasó mucho antes de que sudor corriera por mi espalda y
él y yo estuviéramos despojándonos de capas, formando un montón de
ropas desechadas en el césped. Era un trabajo duro, probablemente el
más laborioso que había hecho en mucho tiempo, pero se sentía bien y
empecé a disfrutarlo. El sol gradualmente hizo su camino hacia el
horizonte y yo estaba tan atrapada en el ritmo que cuando Will habló de
nuevo, me sobresaltó. Se sentía como si pudiéramos seguir así para
siempre, cavando uno al lado del otro, en silencio.
—Oye, oye, oye —dijo, corriendo hacia donde estaba parada en lo que
ahora era un hoyo de aproximadamente treinta centímetros de
profundidad. Mis pantalones estaban cubiertos con tierra desde las
rodillas hasta los tobillos. Tomó el mango de la pala, deteniéndome—.
Estamos plantando peonías, no buscando agua.
Casi sentía lástima de parar.
—No me había dado cuenta de que habíamos terminado.
El chirrido de la puerta de cristal corrediza de la cocina llamó mi atención
y vi que mi padre estaba de pie en la parte superior de los escalones.
—Hola, papá —le grité.
Una bebida caliente después de todo este trabajo era la última cosa que
quería, pero apreciaba que estuviera haciendo el esfuerzo de hacer algo
bueno.
—Hola, señor Madison —dijo Will.
Mi padre caminó hacia nosotros.
—Hola Will. Es agradable verte aquí afuera con Rose. Y encargándote de
todo en general. Significa mucho. Debería decirlo más seguido. —Hizo una
pausa, observando los jardines cercanos—. Lamento no hacerlo.
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—¿Quieren un poco de café, chicos? —preguntó.
—Estoy feliz de hacerlo. Los jardines de la señora Madison son especiales.
Papá se pasó una mano por los ojos.
—Sí. Lo sé.
La sinceridad de mi padre, cada vez que mostraba incluso hasta la más
ligera emoción, me hacía llorar. Cerré los ojos y me di la vuelta,
directamente hacia la puesta del sol.
—Entonces, ¿qué tal eso? ¿Café? —dijo papá, con su voz animada de
nuevo.
Esperaba que mi padre no se diera cuenta de que mis ojos estaban
húmedos.
—Gracias por la oferta. Estoy sedienta, pero no de algo caliente.
—Oh. Claro —dijo—. ¿Qué tal si le pongo algo de hielo?
Eso me hizo reír, estaba tratando muy duro.
—Seguro, ¿por qué no? —respondí.
—¿Will?
—Me encantaría un poco de agua.
—Un agua y un café helado en camino —dijo.
—Dos aguas —dije.
Mientras tanto, Will desapareció por el costado de la casa —tal vez podía
decir que necesitaba otro minuto sola o tal vez era solo una coincidencia—
pero no pasó mucho antes de que papá trajera una bandeja con tres vasos
balanceándose en ella y la colocara en una mesa cercana.
—Aquí tienen —me dijo.
—Gracias papá. Eso fue muy amable de tu parte.
Sonrió un poco y me entraron ganas de llorar de nuevo, recordatorio de
que, en ocasiones, mi padre todavía era capaz de hacer cosas paternas,
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—Dos aguas y un café helado —confirmó mi padre y volvió a la cocina.
como tratar de cuidarme, incluso si sólo era un vaso de agua y algo de
café.
—Está bien, niña. No quise interrumpir. De vuelta al trabajo —dijo y se
alejó con los hombros un poco encorvados, aunque no tanto como de
costumbre y yo todavía tenía ganas de llorar. Antes de que un sollozo
pudiera escapar, vi a Will dirigirse hacia aquí otra vez con una gran bolsa
de abono sobre sus hombros y con su cuerpo inclinado en un ángulo
incómodo. Llevé el frío vaso de café hacia mis labios y bebí un poco, el
sabor amargo provocándome una mueca y ayudando a eliminar la tristeza.
Papá había hecho el café potente e incluso el hielo no diluyó su fuerza. Will
dejó caer la bolsa al suelo, junto al lecho recién cavado. Hizo un ruido
sordo.
—¿Realmente tenemos que usar esto?
—Si quieres que tus flores crezcan, entonces sí —dijo Will y vació su vaso.
Hizo una abertura en la bolsa, tomó un par de gruesos guantes de trabajo
del bolsillo trasero de sus pantalones y se los puso. Comenzó a apilar el
abono en una zona de poca profundidad, cubriendo el fondo. Se veía
oscuro, rico y terroso junto a la tierra marrón clara que habíamos apilado
al haber cavado el lecho.
Este comentario me puso en acción. No quería que pensara que estaba
asustada de ensuciarme las manos, así que caminé directamente hacia la
bolsa y metí mis brazos hasta el codo en la cosa, sin siquiera molestarme
con guantes y saqué un puñado gigante. Lo tiré al lecho, tratando de
imitar la forma en la que Will estaba formando las montañas de abono, así
cada una podría contener una raíz.
Me miró fijamente.
—¿Qué? —exigí—. ¿Estoy haciendo algo mal?
Una sonrisa pequeña, tan pequeña que era casi imperceptible, se formó en
los labios de Will.
—Dije que se lava, no que tuvieras que bañarte en eso. Tengo otro par de
guantes que puedes usar.
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—Se lava, ya sabes.
—Los guantes son para los débiles de corazón —dije con arrogancia.
Me tiró algo de abono y chillé. Después le tiré un poco de vuelta, pero no
se movió.
—Lo que tú digas, Rose.
Era la primera vez que Will decía mi nombre. Antes de que pudiera buscar
en su rostro el por qué, ya estaba ocupado trabajando de nuevo.
Para el momento en que terminamos, el sol ya casi se había ocultado y el
cielo era una brillante paleta de rojo, rosa y azul. Estaba cubierta con
tierra, abono y césped, definitivamente olía horrible. No podía esperar para
tomar una ducha, pero también me sentía satisfecha. Si habíamos hecho
esto bien, habría hermosas flores saliendo de este suelo en pocos meses.
Lo mejor de todo era que había hecho algo que mi madre quería y estaba
orgullosa de mí misma porque hoy había honrado sus deseos.
—¿Está todo bien? —preguntó Will.
Estudié el cielo un momento más antes de volverme hacia él.
—Sí. Lo está.
Asintió y comenzó a juntar las cosas. Cuando los dos estuvimos cargados
con bolsas vacías y herramientas, nos dirigimos de nuevo hacia la calzada.
—Esperas hasta abril, tal vez mayo —dijo, caminando hacia el lado del
conductor.
—¿Eso es todo?
—Eso es todo.
—En serio.
—Abril es cuando el clima se vuelve cálido otra vez —explicó, pero eso no
era sobre lo que estaba preguntando.
—Entonces te estás yendo, así como así —aclaré.
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—¿Ahora qué? —pregunté después de haber devuelto las palas y la
carretilla a la parte trasera de su camioneta.
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—Síp. Te veo más tarde. —Sin siquiera mirarme, abrió la puerta de la
cabina y se metió. Puso en marcha la camioneta, puso su brazo sobre el
asiento del pasajero y comenzó a retroceder. Algo tiraba dentro de mí
mientras lo miraba irse. Tal vez era confusión, tal vez era decepción, pero
estaba fuera de práctica con las emociones así que no estaba segura.
Doce
Entre Líneas
Traducido por gaby828
Corregido por Marina012
D
—¿Tienen suficiente de esa tierra apestosa que tanto les gusta? —dije
mientras dejaba caer una fina lluvia a través de las raíces. El sonido de
pasos vino detrás de mí y cuando me di la vuelta, Will estaba de pie allí.
Apuntó hacia la regadera.
—No te excedas —avisó, y acercó su mano a la capa superior de tierra,
recogiendo un puñado y rodándola alrededor de sus dedos.
—Sé lo que estoy haciendo —dije, avergonzada de encontrarlo aquí, ahora,
mientras estaba hablando con la tierra.
Will lucía como si quisiera reír.
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espués del sábado que pasé con Will, mi rutina de la mañana
comenzó a desviarse. Como siempre, preparé café, levanté a papá y
me aseguré de que comiera y que estuviera de camino al trabajo a tiempo,
pero antes de ir a la escuela fui afuera a comprobar mis raíces. De acuerdo
con los libros de jardinería, les encantaba ese abono que Will me hizo
comprar y al menos unos buenos cinco centímetros de eso debían cubrir la
cama para mantener el suelo rico antes de que llegue el invierno. Además
la cama necesitaría ser regada o las raíces morirían. Ciertamente, no
podría dejar que eso sucediera. Lo primero que hice el lunes fue recuperar
la regadera de las escaleras de atrás, la llené, y me dirigí a la cama nueva,
el pesado recipiente estaba chocando contra mis piernas, causando que un
poco de agua chapoteara.
—Seguro. —Abrió su puño, dejando caer la tierra a través de sus dedos, y
levantándose.
Lo miré.
—Pensé que no estarías de vuelta hasta abril.
Se encogió de hombros.
—Nos vemos —dijo, y se alejó.
Pero entonces Will y yo comenzamos a encontrarnos todas las mañanas.
—Estoy aquí para ver las raíces —anunció la segunda vez que ocurrió.
—Yo también. Se ven bien —dije.
Otra vez se fue sin hacer más comentarios. Sin embargo, el cuarto día,
casi tuvimos una verdadera conversación.
—De verdad te preocupas por esto —afirmó. Hojas secas susurraban a
nuestro alrededor en el aire, los arboles casi áridos por el creciente frío y
viento. El cabello de Will estaba creciendo y siguió metiéndose dentro de
sus ojos.
—Lo hago —dije.
—¿Por qué?
—Antes que tu madre muriera —empezó a decir, y mis ojos se abrieron:
papá, Jim y yo casi nunca decíamos esas palabras en voz alta, como si no
decirlas evitaría que fueran verdad—. No te importaban los jardines.
—Lo hacía, sin embargo. —Estaba un poco indignada.
—Eso no es lo que quise decir.
—¿Qué quisiste decir?
—Quiero decir que, literalmente, nunca te hiciste cargo de ellas. Tu madre
hizo todo el trabajo.
—Oh. Bueno. Eso es verdad. Pero supongo que eso está cambiando.
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—¿Por qué no lo haría?
—Supongo que sí —dijo, y ese fue el final de otro intercambio.
Una semana entera pasó y luego otra, y mis conversaciones con Will se
acumulaban. Comencé a notar que era expresivo, que en algún lugar bajo
la superficie vivía la emoción, era sutil, pero definitivamente estaba allí.
Sólo había que prestar atención para verlo.
Durante una de nuestras conversaciones matutinas, Will estaba
explicando cómo los brotes de color rojizo y capullos empujarían para salir
de la tierra esta primavera y empecé a pensar en cómo mi madre solía
llevar su amor por la jardinería a su enseñanza. Lo interrumpí.
—A los niños de mi mamá les encantaba observar como sucedía.
Will me miró con escepticismo.
—¿Sembraron peonias?
—No, por supuesto que no —dije, y me reí porque sus estudiantes casi no
podían esperar por la hora de la merienda cada día sin importar los seis
meses de otoño e invierno—. Era un esfuerzo mucho más modesto. Brotes
de guisante en tazas. Los mantenían en la ventana y los comprobaban
constantemente. Mi madre amaba cuán emocionados se ponían los niños a
la primera señal de verde.
—Las plantas de guisantes son perfectas. Crecen rápido y son difíciles de
matar.
Will me miró fijamente.
—Las plantas de peonias son mucho más difíciles.
—¿Me estás preparando para la decepción?
—No. Simplemente te estoy diciendo la verdad. —Luego, como siempre,
Will comenzó su marcha alrededor de la casa hacia el patio delantero. Pero
esta vez, se detuvo.
Esperé para escuchar qué diría, calentando mis manos alrededor de mi
taza de café.
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—Tenían que ser fáciles o tendrían más niños traumatizados de los que
podrían consolar.
—Estos van a salir bien —me dijo—. Ya verás. Al llegar la primavera, serán
hermosos.
—Eso espero.
—Créelo —dijo, y continúo su camino.
Después de la escuela Krupa me llevó a casa y durante el camino decidí
mostrarle la cama de peonias. Era sólo tierra, pero se sentía como un
logro, y después del último mes, quería compartir algo que había ido bien
en mi vida.
—¿Tienes un minuto? —le pregunté cuando entró en mi vecindario—. Hay
algo que quiero que veas en el patio trasero.
—Por supuesto —dijo. Ingresó en el camino de entrada. El auto se sacudió
y silbó y traqueteó antes de quedarse quieto.
—Sígueme.
Cortamos a través del césped, e hicimos nuestro camino por los jardines
hasta llegar a las rosas de mi madre, donde la nueva cama de flores se
agrupaba junto al patio.
—Así que esto es todo. No es mucho, lo sé —dije.
—¿Qué plantaste aquí? —preguntó, su voz casi un susurro, y quería
abrazarla. Cuando estábamos creciendo mi madre siempre estaba
plantando y podando y excavando, invitándonos a recoger ramos de flores
cuando había tantas flores que no sabía que hacer con ellas. Krupa sabía
que lo que sea que había hecho aquí debía ser especial, porque cualquier
cosa que tuviera que ver con los jardines de nuestra casa era sobre mi
madre.
—Peonias —dije, señalando cada montón individual de abono donde Will y
yo teníamos las raíces—. En primavera esto estará lleno de flores. Con
suerte —agregué.
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Krupa miró.
—Las peonias son hermosas —dijo Krupa.
—Lo son —dije.
—Va a ser una preciosidad. A tu madre le hubiera encantado ver esto.
Mis ojos comenzaron a llenarse. Me las había arreglado para no llorar por
un largo, largo tiempo, pero no podía contener las lágrimas por más
tiempo. Se deslizaron por mis mejillas y las sequé con mi manga.
—Gracias —susurré.
Krupa se acercó y me agarró la mano.
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—Esto es bueno, Rose —dijo—. Realmente lo es.
Trece
Uno de esos días
Traducido por Dai
Corregido por Marina012
—R
oooseyy.
—Jim, ¿esperarías un minuto? No es como si hubiese olvidado que estás
allí. —Mi hermano estaba en el altavoz, lo cual odiaba, mientras yo rociaba
sal y pimienta en la parte de arriba de un pollo—. De todas formas, tu cara
me está mirando desde el teléfono.
El viento silbaba fuerte afuera. Todos los días de la última semana había
llovido, así que mis viajes a la cama de flores habían terminado.
Cambiamos los relojes y estaba oscureciendo más temprano, haciendo que
la atmósfera se sintiera triste, el cielo ya estaba negro afuera de las
ventanas.
—¡Roooseeeyyy! —gritó de nuevo la voz de Jim a través de la cocina.
—De todos modos, ¿qué foto de mí hay allí?
Reí y miré a la pantalla de nuevo, asegurándome de mantener lejos mis
manos sucias.
—Rose. Qué. Imagen.
—Recuerdas cómo en octavo grado...
—No la que tiene los frenillos…
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—Todavía estoy aquí. Te dije que estoy algo ocupada.
—... Y el sombrero y el cabello largo. Así es. Justo antes de la hora de
dormir y estás usando el pijama. Amo esa foto.
—Saca eso de tu teléfono. Cada vez que te llame, quien sea que esté
alrededor lo verá.
Abrí la puerta del horno y deslicé la bandeja para asar en la parrilla.
—Deja de ser melodramático. —El temporizador estaba puesto en
cincuenta minutos y empecé la cuenta regresiva. Me lavé las manos antes
de tomar el teléfono, sosteniéndolo entre mi oreja y mi hombro mientras
Jim continuaba despotricando.
—Jim —lo corté finalmente—, esa foto me hace partirme de la risa.
Suspiró.
—Sí, pero a mi costa.
—Nadie ve tu monstruosa sonrisa metálica excepto yo. Y tal vez Krupa.
Jim estuvo en silencio por un momento.
—¿Qué pasó contigo y con Chris? ¿Alguna vez iban a decirme?
Todavía nadie de mi familia sabía sobre la ruptura. Había estado
manteniéndolo en secreto, o tratando. No tenía ganas de hacer frente a sus
preguntas, aunque debería haber sabido que Jim lo averiguaría por su
cuenta dado que conocemos a muchas personas en común.
—Entonces es verdad. Interesante.
—¿Ni siquiera estabas seguro?
—Me encontré con Susan Hepler en el campus y ella mencionó que había
ido a casa por un fin de semana y se topó con Chris Williams. Ella se dio
cuenta de que estaba usando su chaqueta.
Dios, esa estúpida chaqueta de nuevo.
—¿Vas a decirme qué pasó o qué? —presionó.
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—¿Quién te dijo?
—No —dije—. No hay nada que contar. Rompimos, las parejas se separan,
y no es una gran cosa. Eso sólo lo que es.
—¿Quieres que hable con él?
—¡No! Por favor, no. No tienes que hacer eso.
Jim suspiró en el teléfono.
—Rosey, estoy preocupado. No me gusta que estés sola.
—Tengo a Krupa.
—Krupa no es suficiente.
—Jim —Mi voz se volvió ronca—, es mi culpa. Perdí a Chris porque no
puedo manejar el estar en una relación. He estado tan envuelta en estar
triste por mamá y por los dramas de papá que aislé a Chris, junto con
todos y todo lo restante en mi vida. Solía tener a las porristas y partidos de
fútbol, solía salir a bailar, solía ir de fiesta y tenía una vida social normal,
pero ahora soy esta persona que está asustada de escuchar música porque
me hace llorar, que ni siquiera puedo entrar a las tiendas del centro
comercial.
Esta última parte de mi incoherente confesión me recordó el iPod en mi Kit
de Supervivencia.
Podía escuchar la respiración de mi hermano en el otro extremo del
teléfono.
—Escucha, lo siento, Jim. Olvida todo lo que acabo de decir. Necesito irme.
—Rosey...
—Tengo que revisar la cena. Asegurarme de que no se queme —mentí,
mirando como el temporizador marcaba pasados los cuarenta minutos y
contando.
—Rosey...
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El Kit de Supervivencia era otra cosa que mi familia todavía no sabía. Una
parte mía quería decirle a Jim, pero ¿y si mamá no le había dejado uno? El
mero hecho de pensarlo me hacía sentir terriblemente culpable.
—Cambiaré tu foto, lo prometo. Te amo. De verdad, lo hago. Adiós. —
Terminé la llamada y descansé el teléfono en la encimera. La casa estaba
tranquila excepto por el sordo sonido de la lluvia golpeando contra la
ventana.
No podía dejar de pensar en el iPod.
Hubo un tiempo en que amaba la música. Todas las clases: antigua,
moderna, alternativa, cursi, bailable, de mal humor. Desde el momento en
que comencé sexto grado, empecé a darle a mi vida una banda sonora.
Hice una lista de canciones para cada ocasión, cada emoción, cada clase
de día, para salir con Krupa, para hacer mi tarea, para empezar a salir con
Chris y para magníficas tardes de verano. No había ninguna razón muy
pequeña.
Pero ya no.
Unos pocos bares, incluso música de baile, y las lágrimas empezaban a
caer. Esta tampoco era la primera vez que cortaba la música de mi vida.
En octavo grado, cuando mamá fue diagnosticada de cáncer y fue por
primera vez a quimioterapia, también odié la música. Si alguien prendía
un equipo de música o conectaba un iPod, correría y lo desenchufaría o
presionaría el botón de apagado para silenciarlo.
Aunque sin música, una gran parte de mí se sintió perdida.
Corriendo por la casa hacia mi habitación, abrí el armario y deslicé la
bolsa de su moño. Saqué la parte superior, mis manos buscaron a tientas
en el interior hasta que mis dedos se cerraron alrededor de un rectángulo
de metal fino y suave. La música sería la tarea número dos porque era
hecha con silencio. La lámpara de al lado de la cama emitió un círculo
cálido de luz sobre la superficie azul metalizada del iPod y deslicé mi dedo
gentilmente alrededor de la rueda de clic. Estaba a punto de ponerme los
auriculares cuando hubo un golpe en mi puerta. Metí el iPod bajo las
sábanas y puse el Kit de Supervivencia en el suelo del otro lado de la
cama. Agarré un libro de la mesa y lo abrí en mi regazo.
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Mamá también sabía eso, y esa es la razón por la que añadió el iPod al Kit
de Supervivencia. Tal vez yo estaba lista para que mi vida volviera a ser
una gran y hermosa lista de canciones de nuevo.
—Adelante —dije.
—Hola, Rose. —Mi padre abrió la puerta y asomó su cabeza—. Estoy en
casa.
—Ya veo —repliqué y me levanté para darle un beso en la mejilla. Había
alcohol en su aliento y era fuerte, pero hice mi mejor esfuerzo para no
hacer una cara. Supuse que estaba equivocada y papá no estaba
mejorando.
—La cena está en el horno. Es pollo.
—Gracias, cariño —dijo, su voz monótona, triste y confusa—, pero no me
siento bien. Me iré directo a la cama.
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Otra cena que papá no comería. Jim tenía razón... estoy sola. Miré
fijamente a mi padre, pero él se fue, cerrando la puerta, sus pasos
arrastrándose lentamente por el pasillo mientras la lluvia golpeaba el techo
aún más fuerte. Saqué de nuevo el iPod de debajo de las sábanas,
sosteniéndolo con ambas manos, permitiéndome recordar a mamá
cantando al ritmo de una canción que le gustaba. Sabía que ella tenía
razón, la música era demasiado importante como para dejarla fuera para
siempre. Me tomaría mi tiempo y poco a poco la agregaría de nuevo a mi
vida, y quizás con cada canción me sentiría un poco más como yo de
nuevo. Tal vez la música me daría algo para sentirme bien de nuevo.
Esperaba que lo hiciera, ya que realmente necesitaba encontrar ese algo
nuevo pronto.
Noviembre y Diciembre
Una banda sonora para la temporada de
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vacaciones
Catorce
Semana de Hockey
Traducido por Lorenaa y Otravaga
Corregido por Marina012
—D
iez minutos, eso es todo lo que toma. Vamos. —Krupa se
volvió hacia mí desde el lado del conductor de su auto, con
una mano aún en el volante. Estábamos estacionadas fuera del MacAffe
Arena y el primer partido de Hockey del año escolar estaba a punto de
empezar. El tiempo lluvioso había permanecido durante toda la semana y
se escuchaba a través de las ventanas. Mis dedos se curvaron alrededor
del borde del viejo cuero roto como si ella fuera a necesitar retirarlos de
inmediato—. Será bueno para ti. Además no tendrás ninguna posibilidad
de cruzarte con Chris. Los jugadores de fútbol no van a los partidos de
hockey.
—Simplemente lo sé. Los play off empiezan mañana, así que no hay forma
de que estén fuera un viernes en la noche. Voy a hacer mucho dinero este
fin de semana —cantó ella felizmente y tomó un sorbo de su Coca-Cola.
Quizás esperar sola en el auto de Krupa sería más depresivo que entrar y
tener que encontrarme con otras personas.
—Bien —dije—. Iré contigo.
—Fantástico —dijo Krupa, y comenzó a hacer un redoble de tambor con
sus manos sobre el volante—. ¡Y luego iremos por panqueques para cenar!
—Está bien —dije, y me reí. Krupa había sido asombrosa desde la ruptura.
Ella abrió la puerta y se preparó para correr dentro.
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—¿Cómo lo sabes? —pregunté.
—Vamos. —Me hizo señas, y salí, poniendo las manos sobre mi cabeza
para protegerme de la lluvia, siguiéndola a través de una puerta con
grandes letras azules con “MacAfee Arena” escrito a través del cristal.
Pronto el ruido de la animada multitud fue audible. Krupa miró hacia
atrás, a mí, elevando sus cejas y yo me encogí de hombros. Ninguna de las
dos habíamos estado antes en un partido de hockey de Lewis así que no
sabíamos qué esperar. Nos apresuramos a través de la entrada de la
taquilla y dentro de la pista. El aire era tan frío que podía ver mi
respiración, y el campo estaba lleno con gente zumbando por todas partes.
Nos detuvimos en la pared, teniendo en cuenta el número de fans.
—Wow —dije.
—En serio, ¿quién sabía que el hockey era tan popular?
—No es extraño que me paguen cien dólares por partido. —Krupa frotó las
palmas de sus manos entre ellas para entrar en calor—. ¿Dónde quieres
esperarme?
Escaneé las gradas, buscando un sitio lo suficientemente alto para que
pudiera ver sobre los márgenes de hielo. Cubrí mis manos y soplé entre
ellas, deseando haber traído guantes. Se sentía como si fuera invierno
aquí.
—No sé si encontraré un lugar para sentarme. ¿Qué tal si nos
encontramos en la cafetería?
—Intenta no caerte —dije detrás de ella. Krupa había cantado el himno
nacional millones de veces, pero nunca de pie sobre una capa de hielo.
Quizás ellos la harían usar patines, pensé alegremente. Sin girarse hacia
mí se despidió con la mano antes de girar alrededor de la arena y salir de
mi vista. Me fui en dirección opuesta y me subí a las escaleras de metal de
las gradas, el taconeo de mis botas contra los escalones se ahogaba por el
ruido. La gente maniobraba mientras yo me paraba en la parte de arriba,
buscando un asiento libre, los “disculpe” fueron cortados por los gritos y
ánimos que llenaban la arena.
Vi a Kecia Allí sentada en el centro de las gradas. Ella saludó.
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—Está bien, mejor me voy. Te veré en… —Ella miró el reloj en el gigante
marcador sobre nuestras cabezas—, ocho minutos.
Tuve que responder. Kecia seguro me había visto y si yo no saludaba
estaría siendo oficialmente mal educada. Palmeó el asiento libre a su lado
y me señaló. De todas maneras no tenía ningún sitio donde sentarme, así
que subí incluso más alto hacia la fila donde ella estaba sentada con Mary
McCormack y Tamika Anderson, también porristas. No había hablado con
Kecia desde mi último entrenamiento de porrista el día que mi madre entró
al hospital.
—Hola, Rose —dijo con una cálida sonrisa—. Es agradable verte. Han
pasado años.
—Hola. —Hicieron eco Mary y Tamika, igualmente amables. Las tres se
levantaron para abrazarme. Noté que Mary y Tamika llevaban tacones, lo
que parecía demasiado para un partido de hockey.
—Hola, chicas —dije, y tomé mi asiento, sintiéndome algo nerviosa. Abrí
mi boca para decir algo más, y luego la cerré.
Las tres me miraban con simpatía. Si la mirada en sus ojos era por mi
madre o por mi ruptura con Chris, no estaba segura, y esperé a que
cualquiera de ellas mencionara esos temas incómodos, pero entonces
Kecia llevó la conversación en una inesperada dirección.
—Estoy tan contenta de que la temporada de hockey haya empezado
finalmente —soltó—. Desearía animar aquí. Es mucho más emocionante
que el fútbol. ¿No crees?
Mis ojos parpadearon con sorpresa.
—¿De verdad? —dijo Tamika, los extremos de su bufanda azul de Lewis
rozaron los dedos de sus pies cuando se inclinó—. Te va a encantar.
Acción sin parar. Los árbitros, como que, en raras ocasiones hacen sonar
sus silbatos y nunca hay ninguna espera por las terribles faltas que tienen
en el fútbol.
—Y no te olvides de todas las peleas —dijo Mary.
Tamika rodó sus ojos.
—A ella le encanta cuando los jugadores se meten en peleas.
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—No he estado nunca en ningún partido. Este es el primero —confesé.
—¿De verdad? Interesante —dije, y me sentí a mí misma sonreír. Su
entusiasmo era contagioso. Incluso con dos años en el equipo, no tenía ni
idea de las actividades de invierno de mis compañeras. Quizás esto es lo
que ocurre cuando tu cita es el centro del universo… te pierdes las otras
cosas—. Sin embargo, no me quedo —añadí.
—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no? Tienes que hacerlo —dijo Kecia—.
Porque vas a amarlo. De verdad.
—Después de que Krupa cante el himno, vamos a buscar algo de comida y
a ver una película.
—Si esperas un minuto después de que caiga el disco no vas a querer ir a
ningún lado. Te lo juro. —Kecia hizo una X a través de su pecho con su
dedo índice—. Tus ojos van a estar pegados al hielo por el resto del
partido.
—Suenas dedicada —dije.
Mary asintió.
—No dejes que te engañen. No es sólo por el amor al juego, es más sobre el
amor a los chicos calientes sobre el hielo.
Kecia y Tamika se rieron y eventualmente me uní a ellas. Estaba
empezando a pasármelo bien.
De repente la multitud estalló en ánimos y la gente se levantó, gritando,
aplaudiendo, golpeando con sus pies.
Los dos equipos de hockey salieron de sus áreas, los jugadores de Lewis
llevaban chaquetas blancas de la casa con números azules y aros azules
brillantes alrededor del borde de las mangas. Patinaron hacia la pista a
una velocidad vertiginosa y formaron dos filas, parándose tan rápido que
enviaron fragmentos de hielo por el aire. Todo el mundo en las gradas
volteó a ver la bandera americana que colgaba del techo de la parte trasera
de la pista.
Krupa hizo su camino hacia el centro y todo el mundo se tranquilizó.
Estaba un poco decepcionada de que usara zapatos normales.
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—Hablando de chicos calientes —dijo Kecia, levantándome de la grada.
—Espera por ello —dijo Kecia mientras la multitud estaba silenciosa.
Al principio pensé que debía referirse a la voz de Krupa, pero luego cada
jugador se quitó el casco, revelando los rostros que habían estado ocultos
por las máscaras protectoras.
—El momento que todas estábamos esperando —dijo Tamika con voz
soñadora.
Ahí es cuando vi a Will Doniger. Él estaba sobre el hielo en el final de la
fila de los jugadores de Lewis.
No. Puede. Ser. ¿Will Doniger estaba en el equipo de hockey? ¿Cómo podía
no saber eso?
La voz de Krupa sonó, pero mis ojos estaban clavados en el rostro de él.
Kecia empezó a susurrar.
—Los jugadores para observar son el número diez, el veintidós y el seis.
Son los mejores. Ya sabes, lo mismo que en el fútbol, como con… —Ella se
detuvo a tiempo para evitar decir el nombre de Chris, pero en ese momento
no me importó. Había un seis azul estampado en el jersey de Will.
Los gritos se volvieron más ruidosos cuando la voz de Krupa se elevó para
el crescendo final hasta que la multitud fue casi ensordecedora. Cuando
Krupa acabó, los jugadores rodearon la pista, patinando en un amplio
círculo, golpeando sus palos contra el hielo. Kecia, Tamika y Mary
aplaudieron, animaron y silbaron.
—¿Estoy en lo cierto al pensar que el número seis es Will Doniger?
—Es él. El equipo perdió el campeonato estatal sin Will estos últimos dos
años. Todo el mundo está muy contento de que esté jugando otra vez.
—Lewis perdió porque él no estaba jugando —dije con incredulidad.
—Eso es lo que dice la gente.
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Estaba restringido. Ya sabes, lesionado. Al menos técnicamente.
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Toqué el brazo de Kecia.
—¿Técnicamente?
—Hay varias historias rodando. Supuestamente se trataba de un problema
de la espalda. O un brazo, no lo sé con seguridad. Mucha gente está aquí
esta noche para ver si todavía lo tiene. Él fue, como, el novato del año,
antes, cuando nosotras estábamos en octavo grado y él en su primer año.
El segundo récord de anotación en el estado. Luego como que desapareció
de la faz de la tierra.
Eso explicaba por qué nunca había escuchado hablar de Will Doniger, la
estrella del hockey de Lewis. Él no había jugado desde que empecé la
secundaria, y cuando hice una cuenta regresiva me di cuenta de que él
debió dejarlo el invierno en que murió su padre.
Música Tecno sonó alto por los altavoces y mi cuerpo se tensó
automáticamente. La urgencia de inventar una excusa e irme se hizo
poderosa y, además, Krupa estaría probablemente preguntándose dónde
estaba. Estaba medio esperando que mis ex compañeras porristas
comenzaran de pronto una coreografía como en los partidos de fútbol, y
Kecia, Tamika y Mary estaban bailando… al igual que todos los demás,
sus manos estaban sobre sus cabezas y se movían al ritmo, no
simplemente al unísono. Observarlos me hizo sentir nostálgica,
especialmente ya que lucían como si se estuvieran divirtiendo. Kecia me
agarró el brazo e intentó levantarlo sobre mi cabeza.
—Vamos, el baile es una parte importante del partido. ¡Te ayuda a
calentar!
—No gracias —dije, esperando que pudiera oírme a través del tumulto—.
No bailo.
Kecia me miró divertida.
—Eso es totalmente mentira y lo sabes. ¡Eras una de las mejores
bailarinas del equipo! Amas bailar. Te he visto. —Ella esperó a que dijese
algo, pero no lo hice. Al final se encogió de hombros, dejando el tema, y se
volvió hacia Tamika y Mary.
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Me puse rígida y me aparté.
Me agaché por debajo del banco y busqué mi mochila, mis dedos
escudriñaron en uno de los bolsillos. El iPod estaba allí, seguro donde yo
lo había puesto. Cuando la música se detuvo, señalando que el partido
estaba a punto de empezar, cada equipo se formó de frente a cada lado de
la línea roja del centro de la pista. Un árbitro se paró en el centro,
preparado para soltar el disco. Busqué entre las chaquetas por el número
seis y ahí estaba Will, en el centro de todo. Krupa debía estar esperándome
en este momento, pero aun así dudé. La posibilidad de verlo jugar me
mantenía ahí.
—Deberías quedarte —dijo Kecia.
Estiré el cuello para ver si Krupa estaba por la cafetería, pero mis ojos se
arrastraron de nuevo hacia atrás cuando el disco golpeó el hielo y el
número seis patinó tan rápido tras éste que fue casi un borrón.
—Bueno, tal vez durante el primer par de minutos —le dije a Kecia. Will
atrapó el disco negro, con su palo destellando adelante y atrás. Gritos de
“¡Vamos, Will!” salieron de la multitud. Un jugador contrario salió
disparado en su dirección, golpeándolo tan fuerte contra el muro de tablas
que éstas tronaron.
Tragué saliva.
—¿Crees que él esté bien?
Kecia volteó hacia mí y se echó a reír.
Sacudí la cabeza, preguntándome si su tiempo como jardinero había
terminado debido a los huesos rotos que podría acabar de sufrir.
—El hockey es despiadado —dijo Kecia—. Ellos hacen cosas como esa todo
el tiempo.
—¿Qué, matarse unos a otros?
—Eso es llamado checking3 —dijo Kecia.
—¿Cómo sabes tanto de hockey?
3
Checking: Capacidad de un jugador para arrebatar el disco al contrario.
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—En realidad nunca has visto un juego, ¿no?
—Mi hermano mayor lo jugaba. Al principio fui obligada a ir a los juegos.
Luego me volví adicta.
En el hielo el número seis fue tras el jugador que lo había controlado hace
menos de un minuto con tal ferocidad que casi me cubrí los ojos. Se
estrellaron de nuevo contra el muro de tablas, pero esta vez era Will
golpeando a alguien contra el vidrio. Sin duda él era una de las estrellas
del equipo, y tenía que admitirlo, yo estaba fascinada.
—Krupa está buscándote —dijo Kecia, apuntando hacia la parte inferior de
las gradas.
Ahora estaba segura de que no podía irme. Rápidamente, me empujé hacia
Kecia, Tamika y Mary, quienes se inclinaron para ver alrededor de mí de
modo que no se perdieran nada.
—Ya vengo —dije, y bajé corriendo las escaleras—. Krupa —la llamé. Ella
me vio y sonrió, moviéndose automáticamente para salir, así que la
alcancé y puse una mano en su hombro—. Espera —dije, tratando de
recuperar el aliento—. Quiero quedarme.
Krupa volteó y me miró fijamente con dureza, y curiosidad en sus ojos.
—En serio.
—Síp. Me estoy medio divirtiendo. Algo así. Creo.
—¿En un juego de hockey? ¿Por ti misma?
—Eh, definitivamente no. Si recuerdas tengo un juego de fútbol americano
mañana. Esos son dos eventos deportivos en una semana, demasiado para
mí.
—¿Te importa si abandono nuestros planes? Lo siento, no es que no
quiera…
—Por favor —interrumpió ella—. No tienes que disculparte. Puedo manejar
una noche por mi cuenta.
Sonreí.
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—Bueno, no exactamente. Me encontré con Kecia y unas cuantas
porristas. Ven a sentarte conmigo.
—Gracias por comprender.
—Kecia es agradable. Y no has pasado tiempo con las porristas en siglos.
Creo que es algo bueno.
—Pasar el rato con ellas es menos raro de lo que pensé que sería.
—Eso es genial. Pero tengo que irme ahora —dijo ella, saltando arriba y
abajo como para entrar en calor—. Está helado aquí.
Le di un abrazo rápido.
—¿Te llamo mañana?
—Por supuesto —dijo ella, y nos separamos.
El resto de la noche, hubo tres períodos de jugadores de hockey chocando,
corriendo y casi matándose entre ellos por ponerse detrás del disco, para
conseguir el disparo perfecto hacia la portería, liderada por un arquero tan
acolchado y monstruoso que parecía como algo salido de una película de
terror, mis ojos nunca abandonaron a Will, ya sea que él estuviese en el
banquillo de los jugadores para un descanso o en el área de penalizaciones
por hacer algo violento en contra de las reglas. El constante movimiento en
el hielo, tan agresivo como era, me atrapó y me mantuvo.
Me eché a reír.
—No estaba dándote esa mirada. Grita lo que quieras. No soy la policía de
porristas.
Cuando el timbre final sonó y la multitud dejó escapar un frenesí de gritos
en nombre de la victoria de Lewis, yo estaba casi decepcionada… en
realidad no quería irme. En medio de una creciente cuenta de
penalizaciones, Will marcó dos goles. Observarlo allí fue bastante
asombroso y por un par de horas me olvidé de todo lo demás: mis
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—¡Vete al infierno, árbitro! —gritó Tamika, en compañía de otros silbidos
ligeramente más vulgares a nuestro alrededor cuando el reloj de
penalización fue reiniciado para un jugador de Lewis. Ella volteó hacia mí,
con una sonrisa formándose en sus labios—. ¿Qué? No me des esa mirada.
No estoy en uniforme justo ahora.
responsabilidades, la tristeza respecto a mi mamá, mi ruptura con Chris.
Necesitaba esto, a pesar de que no lo sabía hasta esta noche.
—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó Kecia mientras recogía sus
cosas de debajo del banco y comenzábamos a salir en fila de las gradas.
—Oh. Supongo que sí. En realidad no había pensado como regresaría a
casa después de que Krupa se fue. Gracias —dije, tanto por la oferta de
llevarme a casa como por insistir en que me quedara esta noche.
Alcanzamos la parte inferior de las gradas y una idea interesante vino a mi
cabeza—. Oye, ¿sabes por dónde salen los jugadores después del juego?
¿O no lo hacen?
Repentinamente quería una oportunidad de felicitar a Will. Quería decirle
lo mucho que me divertí esta noche. Y quería que él supiera que había
estado viendo su juego. Aunque tal vez yo sólo estaba siendo tonta.
—Sin embargo, ustedes probablemente estén yéndose de inmediato,
¿cierto? —agregué. Que eso fuera probable me hizo sentir alivio.
Vacilé. Will y yo difícilmente nos conocíamos el uno al otro, y entonces, él
podría tener una idea equivocada. Pero mi curiosidad por conocer a Will
Doniger, jugador estrella de hockey, para ver si era diferente en algo al
chico que veía en la casa eventualmente ganó sobre mi incertidumbre.
—Está bien, gracias —dije, y me dirigí hacia la multitud de padres y chicas
que estaban en la parte posterior de la pista. Una de las madres me sonrió
y me hizo señas. Tenía dos niñas jóvenes con ella y me parecía familiar,
pero no podía ubicarla.
—Rose —dijo ella cuando me acerqué lo suficiente para escucharla—. Lo
siento, probablemente no me recuerdes. Soy Cindy Doniger. ¿La mamá de
Will? Esta es Jennifer. —Colocó una mano en el hombro de la chica más
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—No iremos a ninguna parte por un rato. Por lo general pasamos el rato
por ahí y hablamos con las personas, así que tienes tiempo de sobra. Los
jugadores salen por allá abajo. —Ella apuntó hacia el otro extremo de la
pista por debajo de las gradas—. Si caminas en esa dirección verás señales
de los vestuarios y gente esperando en el exterior. Nosotras estaremos en
la entrada de la taquilla.
alta—, y esta es Emily. Sus hermanas. —Las chicas estaban inquietas,
distraídas por toda la actividad a nuestro alrededor.
—Hola —dije—. Encantada de conocerlas. ¿O, supongo, de verlas de
nuevo?
—Conocí a tu madre —explicó ella, y reconocí la mezcla de disculpa y
tristeza en su voz.
—Oh. —Nunca sabía que decir cuando este tema surgía.
La Sra. Doniger asintió con comprensión y noté que sus ojos eran del
mismo azul que los de Will. Ella colocó una mano en la parte superior de
la cabeza de Emily, palmeando las trenzas de su hija, y se estiró hacia
Jennifer, pero su otra hija revoloteaba cerca de las máquinas
expendedoras. Luego escuché a la Sra. Doniger diciéndole a Emily.
—¿Ves allá? Ese es tu hermano —agregó ella, señalando hacia la puerta de
los vestuarios.
Will estaba usando una chaqueta con las letras de la escuela que yo nunca
antes había visto, con su cabello oscuro todavía húmedo de la ducha. La
sonrisa incómoda en su rostro creció incluso más cuando un grupo de
chicas se le aproximó. Dejó caer su bolsa de lona al suelo contra la pared
de ladrillos de ceniza y colocó su palo de hockey sobre ésta a medida que
las chicas lo acorralaron. Su rostro era como de piedra mientras ellas le
hablaban.
Él asentía cuando los padres lo saludaban y se reía cuando sus
compañeros de equipo le palmeaban la espalda, pero no mostró casi
ninguna emoción hasta que se dirigió directo hacia su hermana Jennifer,
la cual todavía revoloteaba alrededor de las máquinas expendedoras. La
levantó como si no pesara nada, lanzándola arriba y abajo, mientras ella
chillaba “¡Déjame ir!”. Por la risita estaba claro que ella estaría igual de
bien si la dejaba ahí colgando. Él caminó hacia su madre y la besó en la
mejilla, todavía sujetando a su hermana por los pies, chillando y riendo,
golpeándole sus piernas con sus puños hasta que él la bajó y le dio a
Emily la misma atención. Ser testigo de esto me hizo preguntarme qué
haría falta para pasar la guardia que él levantaba.
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Supongo que Will era retraído con todo el mundo.
Allí fue cuando Will me vio y sus ojos se ensancharon. Caminó hacia mí y
me sentí nerviosa de nuevo. Tal vez yo no debería estar aquí después de
todo.
—Hola —dijo él—. ¿A quién estás esperando?
—Bueno, estuve en el juego esta noche y pensé que debía pasar a saludar.
—A… —Él esperaba por un nombre o una explicación.
—Eh, pensé que debería saludarte a ti —dije con una risa.
—No sabía que fueses una fanática del hockey.
—No me dijiste que jugabas. —Eso salió de mi boca antes de que pudiera
pensarlo.
—¿Por qué te diría algo como eso? —Sus ojos escudriñaban los míos, quizá
por una pista de por qué me había quedado a verlo después.
—Bueno, disculpa. Quiero decir, puedo irme, puesto que sé que hay un
montón de personas aquí para verte…
—No —me interrumpió, deteniéndome—. No habría pensado que el que
esté en el equipo de hockey te interesaría.
—Es algo así como una gran cosa, ¿no crees? ¿Tú y el hockey? —pregunté.
Su expresión no cambió.
—Y por un tiempo allí, nosotros estuvimos hablando, así como, todas las
mañanas.
—Lo sé.
—Pudiste haber mencionado algo. Ya sabes, ¿en función de una pequeña
charla?
Él tiró de la parte inferior de su chaqueta, el azul de sus ojos tan brillante
como su color.
—Supongo.
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—Es importante para mí.
—Bueno, ahora lo sé —dije.
—Supongo que sí.
—Conocí a tu familia —le dije cuando ya no supe que más decir.
—Lo noté.
—Tu mamá es agradable.
—Sin embargo mis hermanas… —Su voz se desvaneció, mirándolas
presionar frenéticamente los botones de las máquinas expendedoras—.
Son un poco incontrolables.
—Parece que las quieres.
Él asintió.
—No pasaste por la casa más —dejé escapar a continuación.
—Ya llegó el invierno. Tengo prácticas de hockey todos los días.
—Eso tiene sentido —dije, mirando alrededor, sintiéndome incómoda—.
Bueno, supongo que debería irme. Tengo que encontrar mi aventón. Estoy
segura de que tienes… —me detuve, mirando la escena a nuestro
alrededor, una multitud de padres y jugadores que merodeaban, además
de la familia de Will y una manada de chicas rezagadas, esperando para
tratar de hablar con él de nuevo—. Cosas que hacer.
—Despídeme de tu mamá —dije, y comencé a salir, pero había avanzado
sólo unos cuantos pasos cuando me volteé de nuevo—. Por cierto,
estuviste asombroso ahí afuera —le grité.
—Gracias —dijo Will, y entonces sonrió.
Vi cómo nuestros alientos soplaban tenues nubes blancas esponjosas
entre nosotros.
—Sabes, casi nunca sonríes.
La sonrisa de Will se convirtió en una sonrisa burlona.
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—Claro —dijo él, pero no se movió, todavía mirándome de esa forma suya.
—Ni tú, Rose —dijo antes de alejarse para saludar a un grupo de sus
compañeros de equipo, quienes lo arrollaron contra la pared en lo que
parecía un gesto de cariño… todos ellos estaban riendo.
Mientras caminaba a lo largo de las gradas para encontrarme con Kecia
una sonrisa también cruzó mi rostro. No pude evitarlo. Para el momento
en que alcancé la entrada había un ligero rebote en mis pasos. Casi
imperceptible, pero con toda seguridad que estaba ahí.
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Lo sentía.
Quince
Mi nene sólo se preocupa por mí
Traducido por Vettina
Corregido por Paaau
E
l domingo por la tarde, Krupa y yo estábamos pasando el rato en mi
casa, preparando una ensalada para el almuerzo. Ella estaba
agitando el aderezo en la mesa de la cocina, presionándome por detalles
acerca de la verdadera razón por la que me quedé a ver el partido del
viernes mientras yo rebanaba un tomate en el mostrador e hice lo posible
para evitar mencionar a Will.
—¿Qué no me estás diciendo? —preguntó, su tono de voz mezclado con
curiosidad y duda por mi respuesta.
Mantuve mi cabeza abajo para ocultar el rubor que se profundizaba en mis
mejillas. Cuando por fin me atreví a dar un vistazo a Krupa, me sorprendí
al ver el iPod en el hueco de sus palmas. Estaba dándole vueltas e
inspeccionándolo desde diferentes ángulos.
—No, no lo es —estuve de acuerdo, sin saber qué más decir.
Krupa saltó sobre un taburete al otro lado del mostrador y colocó el iPod
allí.
—Entonces, ¿de quién es?
Mis pulmones se expandieron dentro y fuera, anchos y grandes, mientras
trataba de calmarme y pensar en la mejor forma de responder.
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—Esto no es tuyo —dijo.
—Es... quiero decir, la verdad lo encontré... —me detuve. No estaba
preparada para hablarle de mi Kit de Supervivencia—. Era de mi madre —
dije finalmente, lo que estaba lo suficientemente cerca de la verdad.
—Ni siquiera sabía que tenía uno —dijo Krupa.
Me quedé mirando la tabla de cortar, dándome cuenta de los cortes, las
finas líneas y surcos hechos por años de uso. A pesar de muchos intentos
de ponerme auriculares y escuchar, todavía no había oído ni una sola
canción del iPod.
—Yo tampoco. También me sorprendió.
—¿Lo has tenido desde el funeral? —Su voz era suave.
—No exactamente —le dije—. Sólo por un par de semanas.
— ¿Dónde lo encontraste?
—En su armario.
—No puedo imaginar a tu madre con un iPod. Quiero decir, ella todavía
escuchaba la radio y, Dios, la recuerdo totalmente poniendo discos en ese
viejo tocadiscos.
—Lo sé. —Cerré los ojos ante el recuerdo. Sin pedirnos permiso ni a Jim o
a mí, mi padre se deshizo de los discos y del reproductor de mamá menos
de una semana después de su muerte. Si hubiera tenido algo que decir,
nunca habría regalado así sus cosas.
Me encogí de hombros.
—Es sólo que... es tan difícil. Cada canción me pone sensible y estoy tan
harta de llorar.
—No siempre se sentirá de esa manera —dijo Krupa.
—¿No?
Ella sacudió la cabeza.
—Quisiera creer eso.
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—Rose, ¿no extrañas escuchar música? —preguntó Krupa.
Krupa extendió el iPod.
—Entonces, ¿qué hay en él?
—Para decirte la verdad, no sé.
—Espera un segundo. —Krupa desaparecido en la sala y volvió con el
soporte para el iPod que había estado en un estante, acumulando polvo.
Observé, congelada, mientras ella conectaba y ajustaba el iPod en el
soporte.
—Krupa —le advertí.
—Vamos a escuchar una canción —dijo—. Sólo una. Lo haremos juntas.
Será más fácil una vez que comience. No has escuchado nada desde el
funeral, ¿verdad?
Negué con la cabeza.
Krupa puso una mano sobre la mía.
—Echo de menos estar contigo, escuchar música juntas y salir a bailar.
Solíamos divertirnos mucho. Recuerdas, ¿verdad?
Asentí con la cabeza. Por supuesto que lo recordaba.
Cada músculo de mi cuerpo se tensó mientras sus dedos exploraban el
menú. La mitad de mí quería desesperadamente que se detuviera y la otra
mitad, quería que siguiera adelante y comenzar esta tarea de mi Kit de
Supervivencia, porque no estaba segura de poder hacerlo por mi cuenta.
Tal vez no podía hacer ninguna de las tareas sin ayuda, no las peonías, no
la música. Mis ojos se humedecieron y tragué. No había oído ni una sola
nota y ya había lágrimas.
—Krupa, espera…
—Rose. —Me entregó una servilleta para limpiar mi cara—. Cuando
estabas en octavo grado e impusiste la prohibición de la música cuando tu
madre estaba pasando por la quimioterapia, ella literalmente se marchó a
la cocina y te dijo “es suficiente”, que tu moratoria sobre la música se
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—Está bien, entonces. Creo que es tiempo —dijo.
estaba convirtiendo en algo ridículo y te hizo escuchar a la banda sonora
completa de Rocky.
Sonreí un poco por el recuerdo.
—Lo sé.
—Porque sabía que amabas la banda sonora y que escucharla te haría
sonreír. Y tenía razón, también, y finalmente superaste esta necesidad de
constante silencio.
—Pero con el tiempo se recuperó, Krupa —dije y mi garganta se apretó—.
Ahora se ha ido para siempre.
—No soy tu mamá, pero te quiero también y no estoy pensando en ir a
ninguna parte. —Luego dijo—: ¿Lista? Porque tengo la canción perfecta. —
Pero antes de que pudiera responder, apretó reproducir.
La gran voz ronca de Nina Simone llenó la cocina y “My Baby Just Cares
for Me4” flotaba desde los altavoces. Mamá amaba a las grandes mujeres
cantantes de jazz y esta canción en particular. Con los ojos cerrados, casi
podía verla de pie junto al fregadero, lavando los platos, cantando fuerte y
por un instante, estaba viva de nuevo, como magia. La música era tan
potente y poderosa que casi podía resucitar a los muertos. Pero a medida
que la realidad vino corriendo de regreso y recordé que mamá se había ido
para siempre, fui a apagarla.
Krupa extendió un brazo para detenerme.
Nina Simone siguió llevando esas letras en la cocina y por primera vez en
mucho tiempo, me dejé caer dentro de ese hermoso ruido. Cuando la
canción terminó, Krupa presiono el botón de pausa y el único sonido que
quedó en la sala fue nuestra respiración.
—Gracias —le susurré.
Krupa retiró el iPod de su base y la colocó sobre la mesa de la cocina.
4
My Baby Just Cares for Me: Mi nene solo se preocupa por mí.
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—Espera —dijo.
—Tengo una propuesta. Mañana vas a llevar el iPod de tu mamá a la
escuela y vamos a comprometernos a escuchar una canción cada día.
Podemos hacerlo en el almuerzo. Antes de que lo sepas, la música será
parte de tu vida de nuevo. Bastante sencillo, ¿verdad?
—Está bien —estuve de acuerdo. No sería sencillo, pero, sin embargo,
estaba agradecida con Krupa. Ella sabía exactamente lo que necesitaba
para superar esto. Pasé el dorso de mi mano por mis ojos para secar las
lágrimas.
—Es una buena idea. Lo tendré conmigo en la escuela. Lo prometo.
—De nada —dijo y parecía tan satisfecha consigo misma que tenía que
burlarme de ella, al menos un poco.
—No te dejes llevar, no es un favor tan grande —dije, sintiéndome ya un
poco mejor.
Me puso los ojos en blanco, caminó alrededor del mostrador y sacó otro
cuchillo del bloque de madera, tomando un tomate de color amarillo
brillante lleno de surcos y protuberancias suaves alrededor de su
superficie y lo colocó sobre la tabla de cortar.
—Vamos a comer pronto —dijo, rebanando una sección y luego otra.
Krupa me dio un codazo—. ¿Vas a ayudar o qué?
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—Supongo que podría —contesté, sonriendo. Eventualmente, tomé el
cuchillo otra vez para terminar de preparar nuestro almuerzo, pero no
antes de que la visión borrosa desapareciera. No quería perder un dedo.
Dieciséis
Energía
Traducido por Xhessii
Corregido por Paaau
E
n la escuela, más tarde esa semana, me encontré cara a cara con
Chris Williams en el pasillo. Nos miramos el uno al otro. Ninguno de
nosotros sabía que decir o hacer y mi corazón se aceleró.
—Chris —dije, una vez que me recuperé lo suficiente para articular una
palabra coherente. Mi tono era formal y educado, como si nos acabaran de
presentar en una boda. Algunas veces el dolor de nuestra separación
estaba tan cerca de la superficie, que cubría cada pulgada de mi piel.
Como prometí, cada día durante el almuerzo, Krupa y yo escuchábamos
una nueva canción.
—Lo estoy intentando —le dije—. No es fácil, pero se está haciendo más
fácil.
—Entonces, te debes estar sintiendo mejor —dijo él.
—Eso creo.
—Me alegro.
—¿Lo estás?
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—Rose —dijo él. Su rostro no expresaba nada, pero sus ojos tenían dolor.
No había sonrisas intercambiadas entre nosotros, ni placer. Estaba a
punto de alejarme cuando Chris habló de nuevo—: Estás escuchando
música —dijo, haciendo un gesto hacia mi iPod que colgaba en bolsillo de
mis pantalones.
Chris asintió, sus ojos se suavizaron mientras me miraba y por un
segundo, pensé que este era el momento cuando Chris y yo, de alguna
manera, encontrábamos el camino para regresar juntos, pero la campana
sonó.
—Tengo que ir a clases —dijo él.
—Yo también.
—Bien.
—Bien.
—Nos vemos.
Observé mientras se alejaba, desapareciendo en el pasillo lleno de gente,
mi mente llena de Chris Williams y nuestra corta pero significante
conversación. Desde el día en el que le devolví su chaqueta, nos las
arreglábamos para no hablar para nada.
Después de mi siguiente clase, vi a Will junto a su casillero dejando libros
en los espacios. Aparecía y desaparecía mientras la gente se multiplicaba
alrededor de nosotros. Me incliné contra la pared, tratando decidir si debía
decir “hola”. Esto era lo más cerca que habíamos estado desde el fin de
semana pasado y por todo lo que sabía, a menos de que caminara hacia él
y empezara una conversación, podríamos no volver a hablar hasta la
primavera. Mi corazón empezó a acelerarse.
De pronto, Krupa apareció a mi lado y me dio una mirada curiosa.
Mis mejillas se sonrojaron.
—Nada importante.
Sus ojos se estrecharon.
—Algo te está dando una mirada soñadora.
—Nah. —Me alejé de la pared y comenzamos a caminar por el pasillo—.
Tengo que detenerme en nuestra taquilla.
—¿Estás segura de que no hay nada que quieras contarme? —preguntó.
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—¿Qué pasa por tu mente?
Me encogí de hombros.
—Chris y yo hablamos hoy.
Krupa estudió mi rostro mientras nos movíamos entre la multitud.
—Bueno, ¿qué pasó?
—Intercambiamos “holas”. No, espera, yo dije: “Chris”, luego él dijo mi
nombre y después vino un incómodo silencio, como si no nos
conociéramos para nada. Esa parte fue fantástica.
—Debió ser duro.
—Lo fue. Vio el iPod y preguntó por él. Le dije que estaba tratando de
escuchar música de nuevo y él pareció genuinamente feliz por eso.
Compartimos un momento.
—¿Un momento? Por favor, explícate.
Traté de pensar qué fue lo que sentí con Chris.
—Sabes, es gracioso. Por un segundo, pensé que quizás traería la
posibilidad de reconciliarnos y estaba tan esperanzada en ese momento.
Pero aunque aún me importa mucho Chris, con cada poco de distancia
que tengo, no estoy segura de si eso es lo que quiero.
Krupa me miró.
Llegamos a nuestro casillero. Ella abrió la puerta y retiró su libro de
Historia Americana, el que aterrizó en su bolso con un golpe.
—De verdad.
—¿Lo estás superando?
—Tal vez sí.
—Sabía que podrías.
Tomé mi libro para la clase y cerré la puerta de la taquilla.
—Suficiente engreimiento por un día.
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—De verdad.
Antes de que Krupa pudiera decir algo más, Kecia Alli apareció.
—Hola, chicas —dijo—. Estaba esperando encontrarme con ustedes.
—Hola, Kecia —dijo Krupa, colgando su bolso en su hombro y las tres
empezamos a caminar.
—¿Qué tal? —le pregunté.
—La noche del viernes es el segundo juego de hockey de la temporada.
—Lo sé.
—Ambas deberían venir esta vez —dijo Kecia—. Les guardaré asientos.
—Yo no sé. Quizás… —dudé.
Krupa no.
—Suena genial —dijo ella.
Me giré hacia ella sorprendida.
—¿En serio?
—Rose y yo estaremos ahí —le dijo a Kecia.
—Perfecto. Entonces, nos vemos mañana –dijo Kecia y se encaminó
escaleras arriba.
—¿Estás segura de que no estás enferma, aceptando a ir a un juego
completo de hockey?
La gente pasó alrededor de nosotras para entrar en el salón.
—No, tú quieres asistir a un juego de hockey y yo, tu mejor amiga, te
acompañaré.
—Pero odias los deportes.
Krupa se veía pensativa.
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Llegamos a la puerta de nuestra clase y puse mi palma en la frente de
Krupa.
—Después de tu análisis entusiasta, pensé que debería darle al hockey
una oportunidad.
Su tono me hizo sospechar.
—Tienes otro motivo. Escúpelo.
—No lo tengo —protestó.
—Bien. No lo creo.
—Está bien, bien. ¿Quieres saber por qué?
Asentí.
—Por favor.
—Corrígeme si estoy equivocada, pero el juego de la semana pasada fue la
primera cosa verdaderamente social que hiciste desde la primavera.
Pensé sobre lo que dijo.
—Bien. Te daré eso.
—Y tú solías ser la señorita Socialité.
—Eso fue porque estaba saliendo con Chris.
—Una chispa —repetí.
—Es algo bueno —dijo ella justo cuando la campana sonó. Antes de que
tuviera oportunidad de pensar mucho en su observación, la clase empezó y
la profesora estaba entregando un cuestionario.
Después de clases, estaba en mi cuarto estudiando cuando Jim llamó con
noticias con las que no estaba feliz.
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—Quizás. —Los ojos de Krupa se alzaron para encontrarse con los míos—.
Escucha, todo lo que estoy tratando de decir es que el viernes pasado,
cuando me dijiste que querías quedarte para el juego, vi una clase de
chispa en ti. Una que no había visto en mucho tiempo.
—¿Adivina qué? —preguntó, sonando irritado.
—¿En verdad vas a hacer que adivine?
—Bueno, no. La Abuela Madison viene para Acción de Gracias.
Gruñí. La Abuela Madison no era conocida por sus habilidades con las
personas y el recordatorio de que nuestro primer día festivo importante sin
mamá estaba a la vuelta de la esquina, tampoco ayudaba a mis
sentimientos.
—Dios, ¿en serio?
—Sí. Y escucha esto, ella se queda hasta Navidad.
—¿Todo un mes?
—Por todas mis vacaciones de invierno. —Él hizo un sonido ahogado.
—Estaré con ella más tiempo de cualquier manera.
—Sólo mantente mucho fuera de casa —me advirtió.
—No puedo. ¿Quién se hará cargo de papá?
—Es la Abuela Madison, idiota. Piensa que ese es el punto.
—Como que papá te dijo eso.
—No, ella lo hizo.
—¿Te dijo eso directamente?
—Bueno, durante nuestra conversación, ella insinuó que estaba a la vez,
preocupada y enfadada con papá.
Eso me sorprendió. La Abuela Madison nunca dejaba ver que sabía algo
sobre los altos y bajos de papá, pero por otra parte, yo no era la nieta a la
que ella llamaba todo el tiempo… Jim sí.
—También dijo que era importante que llenáramos la casa con mucha vida
durante los días festivos, ya sabes, sin Mamá.
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Golpeé mi resaltador fluorescente contra el borde del libro que estaba en
mi escritorio.
Ambos estuvimos en silencio antes mover la conversación del lugar triste
en que estaba.
—No imagino a la Abuela Madison como alguien que probablemente anime
las cosas —dije.
Jim se rió.
—Pero al menos, con ella alrededor, no tendrás que cocinar la cena del Día
de Acción de Gracias sola.
—Es verdad. Aunque cocinar con ella no es divertido.
—Ayudaré.
—Cierto, Jim. Como si no hubiera escuchado eso antes. La última vez que
intentaste hacer algo, terminamos con un pequeño fuego.
—Eso no fue mi culpa.
—En ese caso, me voy.
Jim se rió.
—Sabes que estoy bromeando. Pero te dejaré sola. Te amo.
—También te amo y no puedo esperar para verte.
Apreté el botón finalizar, justo mientras una tristeza aguda acerca de
mamá me golpeaba fuerte y rápido. Traté de enfocarme en el trabajo de la
escuela para distraerme, lo que no me ayudó mucho, pero entonces,
recordé lo que Krupa había dicho antes hoy, acerca de ver una chispa en
mí y me sentí un poco más brillante, sólo un poco, pero fue lo suficiente
para hacer una diferencia.
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—Lo sé. Entonces hasta el martes, chica Rosey, queda menos de una
semana.
Diecisiete
Llévalo a casa
Traducido por Jo (SOS), Zeth (SOS) y Naty (SOS)
Corregido por Paaau
L
a noche del viernes, MacAfee Arena estaba más abarrotada
con fanáticos del hockey que la semana pasada, si es que
acaso eso era posible. Mientras Krupa esperaba junto a las
cabinas de los equipos para cantar el himno, hice mi camino a través de
las graderías para encontrar a Kecia y reclamar nuestros asientos.
—Te vas a quedar, ¿cierto? —preguntó Kecia mientras me apretujaba junto
a ella en el banco.
—Sí. Las dos.
Puse mi bolso abajo para guardar el puesto para Krupa. Las porristas nos
rodeaban por todas partes, las personas sonreían cuando me veían y me
decían “hola”, como si no hubiera habido un tiempo en el que dejé de salir
con todos. Nadie parecía guardar rencores por haber renunciado y de
hecho era lo contrario. Amber Johnson, una de tercer año, incluso me dio
un abrazo y dijo:
—Deja de ser una extraña. Te hemos extrañado.
—Gracias —dije. Comenzaba a darme cuenta que evitar a las porristas
podría haber sido un error, especialmente ya que estaban actuando como
si todavía fuéramos amigas. Tal vez estaban en lo correcto y lo éramos.
Kecia buscó debajo de su asiento y sacó una taza del suelo.
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—Eso es genial.
—Chocolate caliente —explicó, sosteniéndolo cerca de sus labios para
poder soplarlo, mientras vapor blanco se levantaba desde el pequeño
círculo en la parte superior. Olía bien y consideré pedir un sorbo. Esta
noche estaba preparada para el frío con guantes, un abrigo cálido y una
bufanda, pero el chocolate caliente parecía como una idea aún mejor para
tratar con el estadio congelado—. Es parte del ritual —agregó.
—¿El ritual?
—Siempre te levantas y bailas cuando ponen música.
—Sí, recuerdo eso de la semana pasada.
—Y siempre obtienes chocolate caliente. Por alguna razón, sabe mejor en
un juego de hockey.
—Tal vez porque ponen la temperatura de la pista a condiciones del ártico.
Kecia rió.
—Como que lo hacen, ¿no?
Levanté mis manos con guantes.
—Sólo un poco.
Kecia me miró.
—Sólo quería secundar lo que dijo Amber: realmente te extrañamos.
—Cuando sólo llegaste y renunciaste, dedicamos una práctica completa a
discutir qué haríamos. —Se detuvo—. Ya sabes, um, por las
circunstancias.
Las circunstancias.
Kecia tomó otro sorbo de su chocolate caliente.
—Pero parecías querer estar sola, así que no nos entrometimos.
—En ese momento quería o pensé que lo hacía —admití—. Supongo que
animar siempre pareció algo más sobre Chris y yo que algo sólo mío.
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—¿Sí?
—No tiene que serlo —dijo ella y me pregunté si estaba en lo correcto.
Chris fue la razón de por qué lo intenté en primer año, una excusa para
estar aún más cerca de él en sus juegos, pero tal vez había otras razones
para que volviera—. De todas formas, todavía tienes un lugar en el equipo
si lo quieres. Después de todo, nadie puede dar la vuelta como tú.
—Gracias. Es bueno saberlo —dije. Era agradable sentirse querida, pero
no estaba lista para comprometerme en nada en una manera o de otra.
El timbre sonó, señalando que el juego estaba a punto de comenzar y la
gente se puso de pie para el himno. Los dos equipos ocuparon el hielo,
algunos jugadores saltaron directamente sobre la pared y otros pasaron a
través de la baja y angosta puerta en cada una de las cabinas de los
equipos. Circularon por la pista mientras Krupa salía y esta vez, cuando
los jugadores se quitaron los cascos, estaba preparada para ver a Will. Aun
así, sentí mariposas.
Para cuando Krupa terminó y llegó hasta donde estábamos sentadas, el
juego ya estaba a dos minutos de terminar el primer periodo y Will había
marcado el primer punto de la noche. La gente estaba alentando
frenéticamente.
—Mírate —dijo ella mientras yo aplaudía, mis ojos siguiendo la camiseta
de Will—. La señorita Amante del Hockey.
—Sólo estoy siendo una buena fanática.
—Debes de haber visto a Rose la semana pasada —dijo Kecia.
—¿Puedes al menos quitar los ojos del hielo lo suficiente para explicarme
qué está pasando?
—Creo que puedo hacerlo —dije, tratando de recordar que había aprendido
hasta ahora. Mientras alternaba mi atención entre Krupa y el juego, hice
mi mayor esfuerzo para tratar de explicar qué significaba estar fuera de
juego, qué era helada, un tiro alto, también y otras razones por las cuales
los jugadores terminaban en el área de castigo. No pasó mucho antes de
que Krupa estuviese alentando tanto como los otros, haciendo muecas de
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Krupa me dio un codazo.
dolor cuando había una pelea o cuando los jugadores se golpeaban contra
los tableros.
—No estoy segura de poder decir que me guste el hockey, pero es
fascinante —dijo al inicio del primer descanso. Kecia y algunas otras
animadoras se fueron a parar en la fila de los baños y una vez que
estuvieron lejos, donde no podían escuchar, añadió—: Hablando de cosas
fascinantes, ¿quién es el número seis?
Analicé las vigas entrecruzadas sobre nosotras y contemplé mi respuesta.
—Es Will Doniger —dije finalmente.
—¿El jardinero de tu casa? ¿El de último año?
—Ése es él.
—Oh —dijo ella.
—Krupa —advertí… sus engranajes ya estaban girando. Estaba segura—.
No te adelantes.
—Entonces ayúdame a entender el repentino interés.
Me encogí de hombros.
—Me ayudó a cavar el lecho para las flores nuevas.
—¿Para las peonias? ¿Y me estás contando esto recién ahora?
—No lo es, considerando lo que significa para ti. Eso fue demasiado
agradable de parte de él. —Por la esquina de mi ojo, pude ver a Krupa
mirándome, su ceño fruncido.
—Es su trabajo.
Lucía presumida.
—¿Le pagaste por eso?
Hice una mueca.
—No exactamente.
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—Sí, para las peonias y cálmate. Es algo sin importancia.
—Muy interesante. ¿Sabe él por qué lo estabas haciendo?
—¿Qué es esto, veinte preguntas?
—Deja de buscar evasivas.
—Oh, no lo sé. Algo así. Conocía a mi madre de alguna manera, supongo.
Digo, creo que en algún lugar en el fondo, él lo entiende.
—En el fondo, él lo entiende —repitió.
Me di la vuelta, exasperada.
—¿Dejarás de buscar el significado escondido, por favor?
—Es realmente guapo —fue la no respuesta de Krupa—, no me digas que
no lo haz notado.
Me encogí de hombros.
—Apenas y puedes verlo bajo todo ese equipamiento.
La comprensión iluminó su rostro.
—¿Es él la verdadera razón por la cual estamos aquí esta noche?
—Oye, no te pongas ahora a la defensiva conmigo. Sólo tenía curiosidad.
Por suerte, el timbre que terminaba el descanso sonó y los jugadores
empezaron a formarse, esperando a que el segundo periodo comenzara.
Cuando Kecia regresó ni siquiera se molestó en sentarse y no lo necesitó,
porque casi treinta segundos después de haber empezado el juego, Will y
otros dos jugadores estaban casi en una pelea.
—Creo que tu nuevo amigo está a punto de ser castigado por casi matar a
alguien —dijo Krupa y golpeé su hombro.
—¡Oye! —protestó—. Realmente necesitas calmarte.
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—No —dije, negando con la cabeza aunque fuera más o menos una
mentira—. Estamos aquí porque tienes que reclamar tus cien dólares,
porque Kecia nos invitó, porque la semana pasada fue divertido y me
vendría bien un poco de diversión como tú, de todas las personas, me
sigues recordando.
—Doniger pasa la mitad del juego en el área de penal —explicó Kecia,
dándonos a Krupa y a mí una extraña mirada antes de volverse hacia el
hielo. El resto del segundo tiempo pasó sin que Krupa hiciera algún otro
comentario que me pudiera avergonzar, un hecho por el que estaba
agradecida. Al comienzo del segundo descanso, una vez más resonaba
tecno a través del estadio. Todo el mundo se levantó para bailar y al igual
que la última semana me senté allí, congelada.
Esta vez, Krupa vino a mi rescate.
—Vamos a algún sitio.
—Buena idea —dije y nos abrimos paso a través del banco, haciendo
nuestro mejor esfuerzo para evitar brazos agitándose. En las escaleras, me
detuve y me di la vuelta. Lo que vi me hizo sentir una punzada por los días
anteriores a que mi vida cambiara tan drásticamente. Las porristas
parecían estar teniendo el momento de sus vidas, sus guantes, bufandas y
sombreros un arco iris de colores en movimiento y por un minuto, deseé
estar bailando junto a las demás. ¿Podría alguna vez sentirme
despreocupada de nuevo?
—Consigamos chocolate caliente —sugerí, pensando que al menos había
otras cosas simples de las que podía disfrutar—. Aparentemente es una
tradición.
—Suena bien, yo invito —ofreció Krupa—. Soy la única a la que le pagan
por estar aquí de todas formas.
Avanzamos a través de la multitud hacia el bar e hicimos nuestro camino
hacia el mostrador. Mis ojos estaban fijos en los vasos, el vapor elevándose
en delgadas espirales a través del frío aire y suspiré con anticipación.
—¿Pensando en el número seis? —preguntó Krupa.
—Necesitas parar —dije y le disparé una mirada de advertencia—. No
vayas saltando a conclusiones. Además, no ha pasado tanto tiempo desde
que Chris y yo rompimos.
—No siempre será así —dijo Krupa cuando llegamos al frente de la línea.
Página 113
—Exacto.
Ella ordenó, pagó y nos hicimos a un lado para esperar. Cuando nuestros
chocolates calientes llegaron, los tomé del mostrador y le di uno a Krupa.
El tercer período comenzó y nos apresuramos a volver a nuestros asientos.
El puntaje había estado fijo toda la noche en 1-1 y cuando el cronómetro
en el tablero llegó al minuto final del juego, nada había cambiado. El
público estaba tenso y, para gran consternación de los fans de Lewis, en el
último segundo un jugador del equipo contrario deslizó el disco por el arco
de Lewis y perdimos 2-1, desconcertados. El estadio quedó en silencio,
aturdido por este final inesperado y los jugadores del Lewis patinaron en
distintas direcciones, sus hombros encorvados en derrota. Los acolchados
guantes de las manos de Will estaban alrededor de su cabeza, su casco
fuera arrojado a un lado en el hielo, su rostro oculto.
Krupa se giró hacia Kecia y yo.
—Esto fue decepcionante.
—No bromees —dijo Kecia—. Supongo que no habrá ninguna celebración
esta noche.
—¿Te importa si Rose y yo te encontramos fuera en diez minutos?
—Seguro —dijo Kecia y bajó las escaleras con el resto de las porristas.
Bloqueé la salida de Krupa de la hilera.
—¿A dónde vamos?
—Detén las maquinaciones —supliqué mientras tiraba de mí—. ¿Qué te
pasa?
—Deja de acusarme de cosas. Además, estoy segura que a Will le vendría
bien algo de consuelo después de perder su juego.
Ni siquiera me molesté en responder.
Alcanzamos a la multitud fuera del vestuario. La Sra. Doniger me notó y
saludó. Esperé que Krupa no la viera, pero entonces ella preguntó:
—¿Quién es ésa?
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—A esperar junto al vestuario —dijo y pasó junto a mí.
—Si debes saber, es la madre de Will.
—Perfecto —dijo Krupa y caminó hacia ella. No había opción sino seguirla.
—Hola, Sra. Doniger —dije—. Es bueno verla de nuevo. Ésta, ah, es mi
amiga Krupa.
—Hola, Rose. Es un placer conocerte, Krupa.
—Hola —dijo Krupa y se lanzó en algo completamente inesperado—. Así
que, necesito irme y me estaba preguntando… el auto está un poco lleno y
desde que Will y Rose son amigos… —Su voz se apagó.
Quería matarla.
—Oh, por supuesto. Estoy segura de que él estará feliz de darle un
aventón a Rose —dijo la Sra. Doniger y me sonrió. Esperó que yo dijera
algo y abrí mi boca, pero ninguna palabra salió.
Los ojos de Krupa bailaban.
—¡Está bien, muy bien! Me tengo que ir, llámame más tarde, Rose —dijo y
huyó antes de que pudiera protestar. La miré mientras desaparecía a
través del estadio y cuando me giré de nuevo, Will estaba de pie ahí.
Mis mejillas ardieron.
—Hola —le dije—. Lo siento por el juego.
Sacudió su cabeza, obviamente disgustado.
—Rose necesita un viaje a casa —dijo su madre, antes que pudiera
excusarme y escapar—. Puedes llevarla, ¿cierto?
—Oh, seguro. Te llevaré —dijo, sin ninguna vacilación.
Quizás Krupa no estaba tan loca después de todo.
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—Sí. Gracias por venir.
Dieciocho
Acepto el error
Traducido por carmen170796
Corregido por Marina012
M
i segunda vez en el camión de Will resultó ser mucho menos
silenciosa.
—¿Qué? —preguntó, cuando me vio mirándolo.
—¿Radiohead? —pregunté.
—No te gusta.
—No, no es eso. Sólo imaginé que tendrías diferentes gustos musicales.
—¿Has estado imaginando mis gustos musicales?
Yo misma me había dejado al descubierto.
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Mientras cruzábamos el estacionamiento y Will desbloqueaba mi puerta,
me di cuenta de que estaba nerviosa por estar a solas con él. Se sentía
como si algo estuviese cambiando entre nosotros. Para cuando me puse el
cinturón de seguridad, él ya había encendido el motor. La oscuridad me
hacía darme cuenta de todo lo que Will y yo hacíamos, cada paso, cada
movimiento. Su iPod yacía sobre la plataforma entre nosotros, y mientras
el camión estaba en neutro, él jugaba con los cables pegados al dispositivo
equipado dentro del tablero. Su mano rozó la pierna de mi pantalón de
mezclilla. Cuando la pantalla se iluminó y el sonido de Radiohead salió de
los altavoces, ni siquiera sentí la urgencia de pedirle que lo apagara. Will
puso su brazo a través del asiento para poder ver detrás de él y retroceder.
—No. Pero si me tomara el tiempo de predecir tus gustos musicales,
Radiohead no estaría en la lista.
—¿Entonces qué estaría?
Esperamos la luz para salir del estacionamiento.
—No lo sé. Algo de metal probablemente.
Él miró a la izquierda antes de girar calle abajo.
—Crees que soy metalero —dijo algo ofendido.
—No dije eso. Pero… es sólo que… eres… —Me detuve.
—¿Soy qué?
—Tienes esa vibra —dije, inmediatamente esperando dar marcha atrás de
nuevo—. Olvida eso. Tiene que ver con la forma en que juegas hockey.
—¿Y cómo juego hockey? —Trató de sonar casual, pero pude oír la
curiosidad en su tono.
Mis dedos golpearon el asiento y pensé en lo que quería decir esta vez.
—Eres un poco brutal ahí afuera.
Él se rio por la evaluación.
—¿Brutal?
—Durante el juego eres diferente a como actúas afuera de la pista de hielo.
No me malentiendas, es algo bueno. Anotas varios puntos y ganas y todo
eso.
—No esta noche.
—Bueno, no todo el tiempo —dije—. De todas formas, habría escogido
música diferente que encajara con la sensación que tengo cuando te
observo jugar.
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Pensé en la versión de Will que vi en el hielo, contra como lo veía en
cualquier otro sitio.
—¿Tienes una sensación? —Una sonrisa apareció en la cara de Will
mientras conducía y había risa en su voz—. ¿De qué tipo?
Lo miré fijamente.
—Tengo la sensación de que eres metalero.
—Hay algo de rock clásico ahí —admitió, y levantó su iPod de nuevo,
cliqueando a través del menú hasta que el sonido de Van Halen salió de
los altavoces.
—Estás bromeando —dije—. Por favor.
Will sonrió y le bajó el volumen.
—Sólo escucho esto a pedido tuyo.
—Yo no pedí Van Halen.
—Creo que lo hiciste.
Él dio golpecitos al bolsillo de afuera de mi bolso. El iPod era visible.
—Entonces, ¿qué hay en el tuyo? —preguntó.
Pensé en ello por un momento y me di cuenta que al menos una pequeña
parte de mí quería compartirlo con él.
—Hasta ahora un montón de Nina Simone y algo de Ella Fitzgerald. Es
todo lo que sé hasta ahora. Todavía no he escuchado todo.
—Es una larga historia —dije. Él me lanzó una mirada, en sus ojos había
una pregunta—. Alguien más cargó las canciones —expliqué.
—Fue un regalo.
—Podría decirse.
—De Chris Williams —adivinó.
—Definitivamente no —respondí rápidamente—. Aquí está el asunto: no
escucho música. No desde abril, al menos.
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—¿A qué te refieres? ¿Cómo es que no sabes lo que hay?
—¿Nada de nada?
—Bueno, técnicamente estamos escuchando música ahora mismo.
—Sabes a qué me refiero.
—No tuve opción —aclaré—. Solía estar obsesionaba con cada nueva
banda y con crear la perfecta lista de reproducción y ese tipo de cosas, así
que estoy tratando de superar esta aversión. Y lo haré, quiero decir, ya lo
estoy haciendo. —Saqué el iPod de mi mochila y me le quedé mirando—.
Sin embargo, ha sido difícil.
—Por tu mamá —adivinó.
Asentí.
—Un montón de cosas me deprimen, pero la música realmente me
deprime, y ya no quiero ponerme emocional todo el tiempo así que la
eliminé totalmente de mi vida. Pero mi amiga Krupa me tiene en un tipo de
programa de recuperación. Escuchamos una canción por día juntas.
A pesar de cuán bello era, no pude evitar desear que las festividades
pasaran inadvertidas este año.
—No tenías que hacer eso —dije mientras las luces se alejaban detrás de
nosotros.
—¿Hacer qué?
—Apagar la música. Además, no es tan malo cuando la escucho con
alguien más.
—Está bien. Además, ya llegamos de todas formas —dijo mientras
aparcaba frente a mi casa y apagaba el motor.
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Will se estiró para alcanzar su iPod y presionó pausa. La pantalla se volvió
oscura así que el único ruido que quedó era del motor acelerando y
desacelerando mientras pasábamos por las señales de alto. Eventualmente
la plaza de la ciudad apareció a la vista. Ni siquiera era Día de Acción de
Gracias y todo ya estaba iluminado para Navidad. Largas hebras de
diminutas luces blancas estaban envueltas alrededor de farolas y colgadas
a través de las ventanas frontales de las tiendas y restaurantes. Incluso las
largas filas de arbustos que rodeaban el centro destellaban de blanco.
—Gracias por traerme —dije.
—No hay problema. Aunque perdimos, me alegra que hayas venido al
partido.
—Fue divertido. Creo que oficialmente soy fan del hockey.
Él me miró.
—Después de Acción de Gracias la temporada realmente mejora.
—¿Ah sí?
—Sí.
Podía decir que él quería decir algo más, y yo sabía que debía abrir la
puerta e irme.
—Entonces supongo que tengo mucho que ansiar.
Will mordió su labio. Quitó sus manos del volante y las volvió a poner de
nuevo, como si no estuviera seguro de dónde debían ir.
—Tal vez te podría ayudar a escuchar música de nuevo algún día, sabes,
en el camino. Si tú quieres.
—¿En el camino?
—Está bien —le dije.
—Es el sábado después de Acción de Gracias.
—Estoy libre esa noche.
Los ojos de Will estaban fijos en el parabrisas.
—Entonces te recogeré a las seis.
—Es un plan —dije, y supe que era hora de salir. Me estaba sintiendo
tímida y nerviosa acerca de qué más podría pasar si me quedaba, así que
abrí la puerta y salté al suelo, lista para irme, cuando al último segundo
Página 120
—A mi siguiente juego. Dado que eres oficialmente una fan. —Sus
palabras quedaron suspendidas en el aire, junto con el hecho de que me
acababa de invitar a salir, o algo así.
me volví—. Bueno, si no me choco contigo en la escuela la próxima
semana, que pases unas buenas festividades.
—Tú también.
Página 121
—Gracias otra vez por traerme. —El crujido de la puerta cerrándose fue
ruidoso en el silencio del vecindario, los árboles sombríos a la luz de la
luna. Will encendió el motor y lo escuché a ralentí mientras caminaba por
el camino de ladrillo hacia la casa. Él arrancó sólo después de que girara
la llave en la cerradura y estuviera segura adentro. Cuando el seguro se
cerró me apoyé contra la puerta, cerré mis ojos, y suspiré.
Diecinueve
Reprimirlo
Traducido por Otravaga
Corregido por Simoriah
—¿Q
uién era ese? —exigió una voz en la oscurecida casa, y
casi salté un kilómetro. Mis ojos se ajustaron a la
tenue luz y pude ver la silueta delgada y recta de mi abuela.
—Abuela Madison —exclamé—. Ya estás aquí.
Ella encendió la luz.
—Bueno, obviamente —dijo, molesta. Los bordes de sus mangas y
pantalones estaban hechos perfectamente a medida, terminando en sus
muñecas y rozando la parte superior de sus zapatos—. ¿Vas a responder a
mi pregunta o vas a mantenerme en suspenso toda la noche?
—Lo siento, ¿qué es lo que querías saber?
—¿Quién te dejó aquí?
—Oh. Nadie. —Me moví hacia ella. Alguien necesitaba hacer un gesto de
saludo para cortar la incomodidad en la habitación. Intenté besarla en la
mejilla pero ella dio un paso al costado.
—Estás diciéndome que ésa era una camioneta invisible sin conductor.
—Encantada de verte, también —dije, y la obligué a un abrazo antes de
dirigirme hacia la cocina. Sus suaves pisadas sonaron quedamente en el
suelo detrás de mí. Abrí el refrigerador para mirar fijamente los estantes
Página 122
Me miró ferozmente.
en caso de que algo me tentara y vi que estaba abastecido con comida y
por primera vez no había sido yo quien lo hiciera. La abuela Madison debe
haber traído un cargamento de víveres. Quizás no era tan mala después de
todo—. Sólo era un amigo —dije, y saqué un yogurt, pateando la puerta
para cerrarla—. No te preocupes por eso.
—¿Suspiras así cuando todos tus amigos te dejan en la puerta? Y no
intentes decirme que era ese jugador de fútbol americano —agregó ella
antes de que yo pudiera responder—. Jim me contó que ustedes
rompieron.
Abrí un cajón de la cocina y tomé una cuchara, hundiéndola dentro del
yogurt.
—Entonces ya sabes todo, abuela. Deja de ser tan metiche.
Ella carraspeó.
Quizás la abuela Madison era en realidad el antídoto perfecto para el dolor
de soportar nuestra primera gran celebración sin Mamá. Ella no toleraba
el sentimentalismo y proveía un constante flujo de comentarios sarcásticos
que casi instantáneamente disipaban cualquier emoción que hubiese en la
habitación.
El lunes después de la escuela mientras yo estaba cerca del horno,
distraída por los deliciosos aromas que flotaban en la cocina, me puse
nostálgica y comencé a decir.
—Recuerdo cuando mamá solía… —Cuando la Abuela inmediatamente me
interrumpió.
—¡Maldita sea, Rose! —ladró—. ¿Qué te dije sobre dejar el pan de carne en
el horno por más de cincuenta minutos? ¡Se secará!
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—Entonces deja de ser tan obvia, Rose —dijo, y me dio una mirada
acusadora antes de marcharse hacia el cuarto de huéspedes. Cerró la
puerta con un contundente golpe detrás de ella, y por una vez estuve
agradecida de estar sola de nuevo.
—Lo siento, abuela —dije monótonamente, cualquier rastro de nostalgia
succionado por su dura actitud. Tomé un guante de cocina—. Cálmate.
Luego el martes cuando escuché el auto de Jim detenerse en el camino de
entrada estaba tan emocionada que dejé todo y corrí afuera a abrazarlo y
ayudarlo con sus bolsos. Cuando ambos entramos arrastrando ropa sucia
y varias maletas, en vez de ofrecernos ayuda o siquiera saludar a Jim, la
única cosa que la Abuela se las arregló para hacer fue gritarme por dejar la
sopa desatendida en la cocina.
Y el miércoles, cuando yo estaba en la cocina haciendo puré de papas a
mano, comencé a llenarme de lágrimas —Mamá y yo siempre habíamos
adorado apretar el prensador sobre la mezcla de leche, mantequilla y papa,
viendo como las líneas serpenteaban a través de los agujeros con forma de
waffles— y repentinamente hacer puré de papas se convirtió en una
experiencia triste y significativa en vez de sólo otro plato que preparar en
la lista de Acción de Gracias.
—No vayas a empezar a moquear en la comida, Rose —chasqueó abuela
cuando me vio sollozando sobre el tazón.
Después de eso mantuve mis lágrimas fuera de la cocina.
Por el lado positivo, las continuas, francas observaciones de la Abuela
Madison me venían muy bien en lo que concernía a Papá, especialmente
con respecto a su forma de beber.
Los cuatro estábamos sentados en la mesa de la cocina, Jim, papá y yo
devorando el pollo asado y diminutas colinas de puré de papas… la Abuela
casi no nos había dejado tomar nada porque afirmaba que era “el puré de
papas de Acción de Gracias” reservado para el jueves.
Papá se detuvo, con el tenedor a medio camino entre su boca y el plato.
—¿De qué estás hablando?
—No te hagas el tonto conmigo —dijo la Abuela, estrellando su vaso de
agua contra la mesa, haciendo saltar a todo el mundo—. Seca, James.
Sin alcohol. Sin vino. Sin licores fuertes. Nada.
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—Vamos a tener una celebración seca mañana, James —anunció ella en
ese tono dominante de soy-tu-madre que siempre usaba con él.
—Ma —dijo él, dejando caer su tenedor, y éste resonó contra el plato.
Esto no iba a terminar bien. Me levanté y me apresuré hacia el refrigerador
para volver a llenar mi vaso así estaba fuera del camino en caso de que los
cubiertos comenzaran a volar.
—James, esto no está en discusión. Simplemente es así. Tomas un sorbo
de cualquier cosa que no sea una gaseosa o agua o cualquier bebida sin
alcohol que quieras beber este fin de semana de fiesta y te vas…
En ese momento, la Abuela me impresionó. Estaba segura que diría
que ella se iría y no al revés, que se dejaría llevar por la reacción de mi
padre, pero se mantuvo firme.
—Y simplemente tendremos nuestra Acción de Gracias sin ti —finalizó ella.
—Ma…
—Nada de Ma conmigo —dijo ella, poniéndose de pie e inclinándose sobre
la mesa. No era una mujer grande, pero aun así era intimidante—. Eso es
todo. Fin de la historia.
Acción de Gracias fue incómodo y relativamente tranquilo, casi silencioso,
incluso a pesar de que la Abuela estaba con nosotros.
—¿Puedes pasarme el camote? —Fue casi el alcance de la conversación de
la cena.
La ausencia de Mamá se cernía por encima de todo. No estaba allí para
trinchar el pavo, o para decir qué platos habían quedado mejor, o para
hacer un brindis o incluso entretenernos con historias divertidas sobre sus
hijos. Resultado final: Mamá no estaba aquí, y todos lo sentíamos.
Ocasionalmente, Jim trataba de llenar el silencio con chismes de su
primer año en la universidad, pero incluso cuando dijo:
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La boca de Papá se cerró. La miró fijamente con algo parecido a la
incredulidad. Yo, por otra parte, me senté de nuevo y examiné el pollo en
mi plato, tratando de ocultar la sonrisa de alivio de mi rostro.
—Así que conocí a esta chica en la clase de Sociología. Es realmente
bonita. —Nadie picó. Sólo hubo cubiertos tintineando sobre los platos y un
único comentario de parte de la Abuela Madison.
—No vas a especializarte en Sociología, ¿verdad? Nunca conseguirás un
trabajo.
Hubo un único punto brillante, sin embargo, por el cual estuve
increíblemente agradecida. La Abuela mantuvo a Papá apegado a su regla
de no beber. Me hizo desear que yo también pudiese tener ese poder sobre
Papá. Pero por ahora aceptaría la ayuda de donde viniera. Mientras Jim y
yo despejábamos la mesa esa noche y Papá estaba en la cocina con la
Abuela guardando las sobras, di las gracias por este indulto porque a
veces tienes que estar agradecida por las pequeñas cosas cuando las
grandes cosas llegan a ser demasiado.
La mañana siguiente Jim y yo salimos a desayunar, sólo nosotros dos. Era
una tradición, y este año, más que cualquier otro, necesitábamos que al
menos un ritual de fiesta permaneciera igual.
Le sonreí con satisfacción a mi hermano al otro lado de la mesa y tomé su
menú para que no pudiera esconderse tras éste.
Jim me arrancó el menú y examinó las selecciones de desayuno incluso
cuando siempre ordenábamos lo mismo: panqueques de arándano con
arándanos adicionales encima.
—No hay una chica… lo inventé —explicó—. Estaba dispuesto a decir
cualquier cosa para romper ese horrible silencio ayer.
—¿Quieres decir que los comentarios sarcásticos de la Abuela no cuentan?
—Hagamos de éste un desayuno libre de la Abuela. A partir de ahora ni
siquiera diremos su nombre.
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—Cuéntame sobre la chica de Sociología.
—Está bien —dije, y apoyé ambos codos sobre la manchada mesa de
fórmica, arrugando el mantel individual sin ningún temor ya que la Abuela
no estaba aquí para corregirme—. Secundo eso.
—Rose —dijo una voz detrás de mí, y vi cómo los ojos de mi hermano se
agrandaban y luego se volvían soñadores. Kecia se movía con desenvoltura
hacia nuestra mesa y me sacó del reservado y me abrazó—. Es tan bueno
verte —dijo ella.
Sonreí.
—Es bueno verte, también. ¿Tuviste un agradable día de Acción de
Gracias?
—Estuvo bien. Ya sabes, lo usual. Mi familia siempre tiene que hacer de
todo una gran producción.
Jim se aclaró la garganta.
—Rosey.
—Oh, lo siento. Jim, esta es Kecia, y Kecia, éste es mi hermano, Jim. Vino
a casa de la universidad. —A Jim le expliqué—. Kecia y yo solíamos ser
animadoras juntas.
—Lo sé, jugué fútbol americano, ¿recuerdas?
Kecia extendió una mano delgada, con la manicura perfectamente hecha
hacia mi hermano.
Me preocupaba que Jim pudiera besarle la mano, o que no la dejara ir.
Felizmente, sólo se la tomó brevemente.
—Igualmente —dijo él, con los ojos pegados a los de ella—. ¿Entonces me
recuerdas?
—Sí —admitió ella.
Jim sonrió al oír esto y estaba segura de que él estaba a punto de
avergonzarme así que cambié el tema.
—¿Van a ir al partido mañana? —le pregunté a Kecia.
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—Pero nunca nos conocimos oficialmente hasta ahora.
—Por supuesto. ¿Tú?
—Sí. ¿Me guardarás un puesto?
—Definitivamente —dijo ella, y se volvió hacia mi hermano, cuyo rostro
registraba alegría ante la atención—. Estoy intentando convertir a Rose en
fan del hockey. Hasta ahora está funcionado.
—¿Rosey en un partido de hockey? —Jim me dio una mirada burlona—.
Interesante.
—Le encanta… pregúntale —le dijo ella—. Escucha, tengo que irme. Estoy
recogiendo comida para llevar y mi papá está esperando afuera en el auto.
—Kecia echó un vistazo por la ventana—. Pero te veré mañana a la noche.
—Suena bien —dije.
—Adiós, Rose. Adiós, Jim. —Kecia nos saludó con la mano antes de
dirigirse a la caja registradora.
Los ojos de Jim la siguieron todo el camino.
—Oh, Dios mío —dije, pero eso no fue suficiente para obtener la atención
de Jim. Chasqueé los dedos junto a la mejilla de mi hermano—. Jim, oye,
¡Jimmy!
—Qué —dijo, levantando su taza de café, sus ojos mirándome por encima
de ésta.
Él sonrió.
—Oh, no, claramente es mucho más. Yo también
absolutamente, pero no puedo recordar que luciera así.
la
recuerdo,
—Por favor ahórrame los detalles que corren por tu cerebro. Es mi amiga.
—Bueno, qué suerte la tuya —dijo, y se volvió una vez más para mirar a
Kecia una última vez mientras ella se dirigía hacia la salida, la bolsa de
comida para llevar en la mano. El juego de campanas atado a la parte
superior de la puerta tintineó cuando ésta se abrió y cerró y ella
desapareció de la vista. La camarera vino a tomar nuestro pedido, luego se
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—Ella no es un objeto para comérsela con los ojos —señalé.
alejó apresurada, metiendo la libreta y la pluma en el bolsillo de su
delantal—. Así que cuéntame más sobre el hockey.
—No es nada. Sólo algo que hacer.
—Pero es una cosa nueva, ¿verdad? Quiero decir, me alegra que estés
saliendo y haciendo cosas, especialmente si la involucra a ella. —Meneó
las cejas y yo puse los ojos en blanco.
—Deja de ser tan repulsivo —dije.
Esperé que él continuara, pero en vez de eso dijo:
—Supongo que todo el mundo quiere panqueques esta mañana. —Se
levantó del reservado—. Chris, es genial verte.
Mi pulso se aceleró, y por el rabillo del ojo vi a Chris Williams y a mi
hermano estrecharse las manos.
—Hola, Jim —dijo él—. Te echamos de menos este año en la cancha.
—Sí, bueno, mi cuerpo no lo extraña.
—Apuesto a que no.
Sentí la mirada de Chris.
Levanté la mirada, esperando sentir la usual mezcla de dolor,
arrepentimiento y esperanza que venía al ver a Chris desde nuestra
ruptura, pero lo que sentí en su lugar no fue mucho. Quizás sí
estaba superándolo.
—Hola, Chris —dije, y me las arreglé para sonreír—. Feliz día de Acción de
Gracias.
—Pensé mucho en ustedes ayer, chicos. Ya saben, primera gran
celebración sin su mamá. —Los ojos de Chris nunca abandonaron mi
rostro.
—Gracias —dijo Jim—. Eso significa mucho.
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—Hola, Rose —dijo.
—Sí —dije, e intenté leer la expresión en los ojos de Chris. Lucía como si
quisiera decir algo más, pero nuestra mesera llegó a la mesa con una serie
de platos equilibrados sobre su brazo. Colocó una pila de panqueques
frente a mí y otra frente a mi hermano.
—Bueno, supongo que los veré más tarde —dijo con algo de vacilación, y
caminó lentamente hacia el reservado en la parte trasera que el
restaurante apartaba para los jugadores de fútbol americano de Lewis.
Jim se me quedó mirando a través del vapor que se elevaba entre nosotros
proveniente de los panqueques.
—Todavía no puedo creer que ustedes hayan terminado.
Comencé a cortar una sección de mis panqueques en pedazos del tamaño
de un bocado.
—Bueno, lo hicimos.
—Pero obviamente todavía le gustas.
Clavé el tenedor en mi plato y levanté una cuña hasta mi boca.
—Si así fuese, ¿no crees que me lo diría?
—¿Volverías con él si él lo quisiera?
Al principio respondí sin pensarlo y dije:
—Me gustaba más tu primera respuesta.
—Bueno, la segunda se mantiene.
Jim vertió almíbar en un costado de su plato.
—Rosey, vamos, déjame hablar con él. Tal vez pueda ayudar.
Su preocupación era tan genuina y el gesto significaba tanto que casi
quise decirle que sí, sólo para tener la experiencia de que mi hermano
mayor interviniera por mí para tratar de arreglar mi vida. Pero no
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—Sí. —Pero un segundo después, cambié de opinión—. De hecho, no, no
creo que lo hiciera —dije, y tomé un bocado completo de arándanos.
necesitaba que la arreglara, al menos no de esa forma en particular… ya
no.
Apunté mi tenedor hacia su plato.
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—Come tus panqueques. Se están enfriando —dije, y cambié la
conversación a otras cosas.
Veinte
Conversación Privada
Traducción SOS por Little Rose, carmen170796 & Paaau
Corregido por Simoriah
E
l sábado a la tarde exactamente a las 5.55, la Abuela Madison asomó
la cabeza por la puerta delantera.
—¿Estás esperando la camioneta invisible sin conductor? —quiso saber.
Levanté la vista de la silla en el porche, donde estaba temblando e
intentando leer, acurrucada en mi grueso abrigo de invierno.
—Abuela —gemí, y la ahuyenté. Soportar el frío unos minutos mientras
esperaba que Will me recogiera era preferible a que tocara el timbre y
sufriéramos los comentarios de la Abuela y de Jim. Había debatido por
media hora qué ponerme, y sólo quería que Will llegara para que
pudiéramos comenzar con lo que fuera que nos esperara.
—Vuelve adentro o te enfermarás.
—Estoy bien.
—Pero está helado.
—En serio, estoy bien.
—Oh, como quieras. No es como si fuera a morder a alguno de tus novios.
—Claro —dije por lo bajo.
—Oí eso.
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La Abuela golpeteó con el pie impacientemente.
—No tengo un novio —agregué a la defensiva.
—Mm-hm. Justo como cuando no estabas teniendo sexo con ese jugador
de fútbol americano.
—Abuela —siseé, pero ella ya había cerrado ruidosamente la puerta.
Las luces de una camioneta aparecieron en la esquina y Will se detuvo
frente a la casa. Metí mi libro en el bolso y corrí por el camino de entrada,
abriendo la puerta del pasajero antes de que él pudiera sacar la llave y
bajarse.
—Hola —dije sin aliento.
—Hola —dijo. Su mano descansaba en la palanca de cambios, pero no hizo
ningún movimiento para poner la camioneta en primera. Llevaba vaqueros
y un grueso suéter gris carbón, el borde de una camiseta negra apenas
visible alrededor de su cuello, y pude ver su equipo de hockey en la parte
trasera de la camioneta a través de una angosta ventana detrás de
nosotros. Aire caliente salía con fuerza del tablero y ocasionalmente las
ráfagas levantaban su largo flequillo del costado de su rostro. Él sacudió la
cabeza y el pelo volvió a su lugar.
—¿Tuviste un lindo Día de Acción de Gracias? —pregunté.
—Tan bueno como podía ser —dijo encogiéndose de hombros—. Mis
hermanas alegran un poco las cosas.
Asintió.
—Lo sé.
Me volví por un momento e intenté ver si había algún movimiento en las
ventanas frontales de la casa, preguntándome si la Abuela estaba
mirando.
—¿Todo bien? —preguntó Will.
—Eso creo. Mi Abuela puede ser terrible. Probablemente nos esté
espiando.
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—El nuestro también estuvo bien. —Pensé en el jueves y lo reconsideré—.
A decir verdad, apestó. ¿Sabes?
Will rió. Me quité el gorro de un tirón y, uno a uno, saqué los dedos de mis
guantes. Encajé todo en el pequeño espacio entre nosotros y puse las
manos frente a la calefacción, disfrutando de la calidez. Will tironeó el gran
pompón verde de mi gorro.
—Lindo.
—Gracias. Ver hockey es un trabajo duro —dije, y Will volvió a reír.
Sacó la camioneta de su estado neutral y nos dirigimos hacia la calle. Su
mano casi chocaba contra mi rodilla cada vez que cambiaba la marcha.
Consideré arrimarme a la puerta del pasajero para no terminar en una
situación incómoda, pero no había mucho espacio para moverse de todos
modos.
—Tengo algunas preguntas para ti —dije.
Will subió a la autopista.
—¿Qué clase de preguntas?
—Del tipo que explican por qué pasas tanto tiempo en la caja de
penalización.
Sonrió.
—Oh, ese tipo. Todo lo que tengo que decir es que nunca es realmente mi
culpa.
—No, en serio.
—Ya basta de bromas. Esta vez quiero la verdad.
—De acuerdo, de acuerdo. ¿Qué tal si te explico cómo llegué ahí durante el
último juego?
—Ése es un buen comienzo… aunque podríamos quedarnos ahí por
siempre —dije—. Sólo asegúrate de no excluir detalles importantes e
incriminatorios.
Will me miró.
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—Estoy segura.
—Criticona.
—A veces. Ahora empieza de una vez —urgí, y procedí a interrogarlo el
resto del viaje hacia la pista de hielo. Como en los últimos dos partidos, me
senté con Kecia, Krupa no cantaba esta noche; se había ido de vacaciones.
Pero a diferencia del fin de semana anterior, esta noche Lewis ganó. Will
anotó una vez e hizo dos asistencias, así que estaba de buen humor
cuando volvíamos a la camioneta para el viaje a casa. Levanté la bufanda
que estaba alrededor de mi cuello hasta la boca para ocultar la sonrisa.
—¿Tienes todo? —preguntó antes de salir del espacio.
—Todo listo —dije.
—Dado que respondí tus preguntas cuando veníamos hacia aquí, ahora
tienes que responder las mías —dijo.
—Pero…
Él interrumpió mi protesta.
—Es lo justo. —La camioneta se detuvo en un semáforo y me miró—.
¿Lista?
—Supongo —accedí reticentemente.
—¿Si pudieras ir a cualquier lugar en el mundo sin problemas de dinero,
adónde irías?
—Eso no cuenta como respuesta.
Reí.
—Tú evadiste mi primera pregunta, ¿recuerdas?
—Cierto. Pero luego la respondí.
—Sí, sí. De acuerdo, desde que tenía, no lo sé, ¿seis años? He querido ir a
Bangalore… esa es una ciudad en India.
—¿Quieres ir a la India? —Sonaba intrigado.
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—Cualquier lugar es mejor que Lewis.
—La familia de Krupa es originaria de Bangalore y ella y yo hemos estado
hablando sobre hacer ese viaje por años. Y no me hagas hablar de la
comida que comeríamos.
—¿Tienes un plato favorito?
—Para ser honesta, es difícil elegir —dije, intentando decidir—. Pero la Sra.
Shakti —esa es la mamá de Krupa— hace unas lentejas que son para
morirse.
Él hizo una cara de asco.
—¿Lentejas?
—Lo sé, ¿verdad? Cambiarias de opinión si probaras las de ella, lo juro.
Después de discutir detalladamente no menos de cincos de mis platos
indios favoritos, Will cambió el tema de nuevo; podía ser conversador
cuando quería.
—Esta siguiente pregunta —dijo, y me miró mientras esperábamos en otro
semáforo—. No tienes que responderla si no quieres.
—Uh-oh —dije, preparándome.
—De todas las canciones que has escuchado hasta ahora en ese iPod tuyo,
¿cuál es tu favorita?
—Creo que puedo responder eso. Esto va a sonar al azar, pero creo que
“You Are My Sunshine” la versión de O Brother, Where Art Thou?5 ¿La
conoces?
—De hecho, sí. Mi mamá ama esa banda sonora. Solía cantarme esa
canción cuando era pequeño, y después también a mis hermanas.
—¿Crees que es necesario que todos los padres le canten eso a sus hijos?
—No lo sé, no me sorprendería —dijo, y se deslizó hacia otro tema menos
delicado.
5
O Brother, Where Art Thou?: Película estadounidense del año 2000.
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Pensé en ello.
Will parecía verdaderamente interesado en saber más de mí, y me encontré
ofreciendo opiniones sobre todo tipo de temas y confesando cosas que
soñaba hacer algún día. Pronto estaba moviéndome hacia él en lugar de
alejarme. Cuanto más natural se volvía él, más alejaba su cabello de su
rostro para poder verme realmente y para que yo pudiera verlo. Me volví
consciente de cómo el azul de los ojos de Will cambiaba cuando se
entusiasmaba por algo, y cómo su rostro se volvía una gran invitación
abierta cuando sonreía, como ahora mismo, después de que llegáramos a
mi casa y yo accediera a ir a su juego el próximo viernes.
—No puedo esperar —le dije antes de salir. Cuando me dirigía hacia mi
casa, escuchando el sonido de la camioneta de Will esperando hasta que
yo estuviera a salvo adentro, al igual que la última vez, después de la
puerta delantera se cerrase detrás de mí, me apoyé contra ella y suspiré.
—No puedo creer que la Sra. Jantzen tome un examen justo después de
un feriado —se quejó Krupa mientras él pasaba junto a nosotros
echándome apenas un vistazo.
Mis pulmones exhalaron con un alivio que no me había dado cuenta que
sentiría.
—¿Rose? ¿Estás escuchando? —Krupa agito una mano frente a mi rostro,
su brillante esmalte de uñas atrapando la luz.
—Sí. Lo lamento. Examen de Biología hoy —dije.
—¿Tu hermano ya volvió a la universidad?
—¿Qué?
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El lunes siguiente estaba en mi casillero cuando vi a Will viniendo por el
pasillo, y me pregunté qué sucedería después, si sólo seguiríamos donde lo
habíamos dejado la noche del sábado, o si en la escuela continuaríamos
actuando como si no nos conociéramos. Inmediatamente vi cuán diferente
estaba. El Will de la camioneta que reía y me sonreía había sido
reemplazado por un chico cuyos ojos eran distantes, casi vacíos, como si
estuviera a miles de kilómetros de distancia.
—¡Rose! ¿Jim volvió a la universidad?
—Oh. Sí. Volverá en un par de semanas después de terminar los exámenes
—respondí distraídamente, y Krupa me miro extrañada.
Ese encuentro con Will fue el principio de una extraña serie de
interacciones —o no interacciones— entre nosotros. A medida que
noviembre se convertía en diciembre, entramos en una especie de rutina.
Cada viernes y sábado me buscaba para ir a su juego, me dejaba en la
puerta delantera de la pista de hielo, y conducía de vuelta al
estacionamiento. Yo ocupaba mi asiento en la gradas con Kecia, Tamika, y
Mary, y eventualmente, también Krupa. Nadie me preguntaba cómo
llegaba ahí, o por qué estaba tan interesada en ver a Will en el hielo, como
si hubiera una regla tácita de no curiosear por detalles acerca de lo que
fuera que él y yo estábamos haciendo. Mientras mi cuenta de juegos se
elevaba, era difícil creer que no siempre había hecho esto los fines de
semana. Pero durante la semana, Will y yo apenas reconocíamos la
existencia del otro; no nos llamábamos o nos enviábamos mensajes. No
nos comunicábamos en lo absoluto.
—Rose, sólo habla con el chico —dijo Krupa un día cuando, una vez más,
él había pasado por el corredor sin decir hola.
—Creo que es mejor que mantengamos nuestra amistad en privado, por
ahora, al menos. Es diferente cuando estamos aquí. Él es diferente.
—¿Y tú no? —preguntó Krupa, llenando su mochila con libros para llevar a
casa.
—No pareces cómoda con él como en los partidos, eso es seguro. Quizás si
ustedes se acostumbraran a pasar tiempo juntos aquí…
—No —interrumpí—. Es sólo lo que él y yo hacemos, y funciona y no
quiero arruinarlo.
Con cada viaje a casa desde la pista de hielo, Will y yo nos quedábamos
juntos más y más tiempo, estacionados frente a mi jardín. A veces
hablábamos hasta después de las 2 A. M., hasta que ambos estábamos
bostezando y nuestros ojos estaban pesados por el sueño. No pasó mucho
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—No lo sé. ¿Crees que lo soy?
tiempo hasta que me enamoré del interior de la camioneta de Will, la
intimidad de hablar por horas en ese pequeño espacio, observando los
árboles balancearse en el viento mientras estábamos adentro, tibios y
protegidos, y durante la ocasional nevada que convertía al mundo
alrededor de nosotros en blanco. Cuanto más tiempo pasábamos juntos,
más nos abríamos a hablar incluso sobre los temas más difíciles.
—Así que, ¿recuerdas ese iPod? —le pregunté una noche, cuando, como
era usual, estábamos estacionados frente a mi casa, con Will encendiendo
el motor ocasionalmente para que pudiéramos encender la calefacción y
entibiarnos.
Él asintió.
—Bueno, en cierta forma es de mi mamá —confesé—. Espera, no en cierta
forma —me retracté—. Ella lo hizo para mí. Es como si me dejara una
banda sonora para cuando ella se fuera. Ya sabes, para tener después de
que muriera. —La última palabra fue como un golpe en el silencio—. Ella
armó estas listas de reproducción para mí. —Me reí un poco, pensando en
como solía molestarla de que necesitaba un iPod porque la mejor parte de
tener uno era que podías acomodar tus canciones para que contaran una
historia, y como podías armar la lista de reproducción perfecta para un
momento de tu vida o para recordarte una experiencia que nunca querías
olvidar—. Ella puso una lista de reproducción en él con todas sus
canciones favoritas. Después hay otra de música de festividades… aún no
he tocado esa. Hay una llamada “Rose Feliz”, llena con música bailable
cursi que yo solía escuchar que la volvía loca. Debe haberle tomado una
eternidad armarlas a todas. —Mi voz fue perdiendo intensidad.
—Que cosa más increíble para darte. Para hacer para ti.
—Lo sé —susurré, mis palabras dos breves exhalaciones en el silencio.
Estaba aliviada de que Will entendiera la importancia del iPod y por lo
tanto, decidí confesar algo más, algo sobre lo que no podía dejar de
pensar—. Una de las listas de reproducción se llama “ASD por Rose”. A ser
determinada, supongo. Está en blanco.
—¿Ni una sola canción?
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—Sigo esperando que lo traigas para que así podamos escucharlo.
—Ninguna. No aún —añadí.
—Así que, ella quiere que hagas una nueva lista de reproducción. Eso es
intenso.
—Lo sé —dije, sintiendo el peso de esta tarea—. A veces es abrumador
tener este gran espacio abierto que se supone debo llenar, cuando todavía
es difícil escuchar cualquier cosa, mucho menos escoger y seleccionar
entre varias canciones para tener una lista de reproducción correcta…
para hacer que esta lista sea correcta. Solía ser tan obsesiva respecto a
ellas. Ni siquiera sé cómo comenzar. —Miré fijamente la calle frente a
nosotros, mirando las desnudas ramas de los árboles moviéndose hacia el
parabrisas con el viento—. Entre más nos acercamos a Navidad, más difícil
se hace pensar en llenarla alguna vez. Dios, temo que llegue la Navidad
este año. —Me removí, tirando de los dedos de mis guantes. Apoyé mi
cabeza contra el asiento, preguntándome cómo interpretar el silencio de
Will—. ¿Fue eso demasiada información?
—No —dijo él—. Para nada.
—Está bien. Bien. Porque puedes decírmelo.
—De verdad, está bien. Simplemente estaba pensando en tu lista ASD y en
qué podrías poner en ella, o quizás en qué pondría yo si mi papá me
hubiese dejado algo parecido.
—Creo que te dejaré eso a ti. Lo descubrirás. Te las arreglaste para plantar
las peonias y eso estaba bien por fuera de tus habilidades.
Ese comentario me levantó el ánimo y yo le di un codazo en el brazo.
—Oye, me fue genial en el jardín.
—Sí, con mi ayuda.
—Entonces, ¿tu papa te dejó algo? Ya sabes, ¿para después? —pregunté.
Las manos de Will se apretaron alrededor de la parte inferior del volante.
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—Oh —dije, sorprendida por esta respuesta tierna y vulnerable—. ¿Alguna
sugerencia? —pregunté, casi deseando que me diera una canción para
comenzar con esto.
—Hockey —dijo él.
—¿Qué quieres decir?
—Mi papá me crió con el Hockey; él también jugaba cuando tenía mi edad.
Estoy agradecido, pero algunas veces es un poco abrumador, como dijiste
antes. Para mí, es la presión que siento porque este es su legado. Que yo
juegue al hockey, quiero decir. No me mal entiendas; amo el juego.
Siempre ha sido mi cosa favorita… —En el brillo de las luces de la calle, vi
el azul de los ojos de Will profundizarse en esa forma familiar—. Pero a
veces el hockey se siente como esta cosa inacabable que siempre le deberé
a mi papá. Tienes suerte de que el iPod de tu madre sea tan tangible. Tan
concreto.
—Supongo —dije y pensé en cómo el iPod era sólo una pieza en un gran
rompecabezas. El viaje esbozado por mi Kit de Supervivencia era cualquier
cosa menos tangible, y todavía había muchas cosas sin respuesta. A veces
me preocupaba no hacer las cosas de forma correcta o no entender lo que
las tareas realmente significaban—. Tú papá estaba en lo correcto al darte
el hockey.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando te veo jugar, puedo decir que amas estar ahí.
—No siempre —dijo él.
—Espero que compartas el iPod conmigo alguna vez —dijo Will—. Dijiste
que era más fácil escucharlo con alguien más. Estoy aquí si alguna vez
quieres hacerlo.
—Lo sé —dije, y miré el reloj. Era después de medianoche y habíamos
estado sentados frente a mi casa por casi dos horas. Quizás habíamos
revelado suficientes secretos por una noche—. Pronto. Quizás después de
que las fiestas se acaben. Por eso, probablemente sea hora de que me
vaya. —Abrí la puerta y aire frío se deslizó entre nosotros—. Gracias por
decirme algo acerca de ti y de tu padre.
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—Bueno, cada vez que te he visto.
—Rose —dijo Will y me detuvo de salir al poner una mano sobre mi brazo.
Su palma era cálida contra mi piel—. Me estoy divirtiendo. Esto —se
detuvo, asintiendo hacia mí—. Esto es divertido, lo que estamos haciendo.
El aire glacial se precipitaba hacia el interior, pero antes de saltar hacia la
calle miré sus ojos azules.
—Lo sé. Para mí también —dije.
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La mano de Will permaneció ahí un momento más y cuando me dejó ir,
cerré la puerta. Mientras caminaba hacia la casa, siempre consciente de
cada paso que nos alejaba cada vez más, sentí sus dedos presionados
contra mi piel como si todavía estuvieran ahí.
Veintiuno
Navidad Azul
Traducido por IreneRainbow
Corregido por V!an*
M
—Tomaste mi iPod —grité enojada sobre la música.
Jim levantó la vista de su tostada untada con mermelada, deteniéndose en
medio de la canción.
—Hey, Rosey.
—¡Apágalo! —grité. De toda la música que encontré difícil escuchar, los
villancicos de Navidad eran los peores.
Pero Jim sólo disminuyó el sonido.
Página 143
e desperté por la nieve que caía en el exterior y la música de
Navidad a todo volumen atravesando la casa. Me di cuenta que era
“The Wassail Song”, uno de los villancicos favoritos de mamá, y sabía que
estaba en la lista de reproducción de festividades de su iPod. Me apresuré
a salir de la cama y agarré la chaqueta colgada en el respaldo de mi silla
de escritorio, envolviéndome con ella. La lista de reproducción saltó a “The
Holly and the Ivy” al momento en que llegué a la cocina. Los recuerdos de
mi madre cantando mientras hacía galletas inundaron mi mente con tanta
fuerza que casi creí que la encontraría ahí. Pero la voz de Jim rompió el
hechizo. Él debe haber llegado tarde la noche anterior después de terminar
su último examen.
—Cálmate —dijo, pareciendo sorprendido por mi ira—. Cuando vi que eran
los favoritos de mamá, no me pude resistir.
—No quiero escuchar —espeté y caminé hacia la base del iPod y apreté
stop. El silencio cayó sobre nosotros.
—Estaba sobre el mostrador. —Jim dio marcha atrás—. No pensé que
sería gran cosa.
Mordí mi labio, incapaz de hablar, y un sollozo se levantó por mi garganta.
Sólo unas rimas de esas canciones familiares y quería llorar.
—Oh, Rosey, ¿Estás bien? No lo estás, ¿Cierto?
Negué con la cabeza.
—¿Estás pensando en mamá?
Asentí con la cabeza.
—Yo también. Pienso en ella todo el tiempo. —Su voz se detuvo y suspiró—
. ¿Quieres un abrazo?
Mis sollozos se convirtieron en estornudos.
—¿Rosey? —Jim me dio una servilleta para sonarme la nariz. Vi que sus
ojos estaban enrojecidos, también de llorar—. A veces no puedo creer que
mamá no entrará caminando de repente en la cocina. Sigo esperándola,
¿sabes?
—Sí —dije—. Siento haber perdido el control.
—No tienes que pedir disculpas. ¿Por qué no habríamos de haberlo
perdido? Esta es nuestra primera Navidad sin ella.
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Asentí con la cabeza de nuevo y Jim envolvió sus brazos alrededor de mí y
apoyó su barbilla en la parte superior de mi cabeza. Las lágrimas rodaban
por mi rostro. Si pudiera regresar al día del funeral de mamá, cuando todo
el futuro estaba por delante como una gran pesadilla, me he preparado
para llorar al menos una vez al día y salir adelante. Aunque tal vez decir
que amé a mamá es poco para expresarlo con palabras. Las lágrimas eran
realmente buenas para cuando nos quedábamos sin palabras.
—Lo sé. Es una locura que no esté aquí. Es como, imposible o algo así.
Jim sacó dos rebanadas de pan de la bolsa y las puso en la tostadora.
—A veces siento que la Navidad no va a pasar si ella no está aquí para
hacer que suceda; lo que significa que debemos hacerlo nosotros mismos.
Pensé que despertarte a villancicos podría ser alegre.
—Eso suena estúpido; pero oigo una canción, cualquier canción y quiero
llorar —confesé—. Obviamente —agregué.
Jim se inclinó sobre la tostadora, observando las orillas volverse rojas.
—Cuando puse “Have Yourself a Merry Little Christmas” antes de que te
despertaras, lloré fuertemente.
—¿En serio?
—Sí. —El pan tostado salió y Jim atrapó las dos piezas y las colocó en un
plato para mí. Abrió un bote de mermelada y me entregó un cuchillo—. La
música a veces... No sé... Esto puede sonar extraño, pero casi...
—Trae a mamá de vuelta a la vida —terminé, por él.
—Sí.
—Salieron hace rato. La abuela lo arrastró a las compras de Navidad en el
centro comercial. Dijo que él tenía que ir.
—Dios, ni siquiera he pensado en los regalos de este año. Quiero decir, la
idea de no comprarle un regalo a mamá me mata —dije. Por un rato, los
únicos sonidos eran los que Jim y yo hacíamos al comer.
Entonces, Jim habló:
—Creo que debemos estar a la altura de las canciones navideñas.
—Estoy tan cansada de sentirme triste, sin embargo.
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—Sé exactamente lo que quieres decir. —Hablándole a mi hermano sobre
mamá me hizo sentir menos sola; especialmente desde que mi padre
apenas la mencionaba—. ¿Dónde están papá y la abuela, de todos modos?
—Te acostumbraras a no sentirte así. Tenemos que empezar en algún lado,
y ¿Qué es la Navidad sin música?
—Pero...
—Rosey, vamos. Significaría mucho para mí.
Suspiré.
—¿Puedo tener el derecho de saltarnos algo sí creo que no puedo
manejarlo?
—Eso es justo —dijo Jim.
—Está bien, supongo.
Jim desplazó su dedo alrededor del iPod.
—Aquí hay una buena. —Me miró, pidiéndome permiso.
Asentí con la cabeza y Jim presionó play.
Los primeros compases de la canción “Wonderful Christmastime” de Paul
McCartney flotaron por los altavoces e inmediatamente sentí un nudo en la
garganta.
Después de un rato, comencé a moverme por la cocina, sacando tazas de
mezclas del gabinete, junto con harina, bicarbonato de sodio, azúcar, y
polvos rojos y verdes para las galletas.
Le di a Jim diversas tareas; y juntos horneamos mientras la lista de
reproducción de festividades se desplazaba de una canción a otra y la
nieve caía graciosamente en el exterior.
Poco a poco, nuestro estado de ánimo se volvió más festivo.
Pronto estábamos llenos de recipientes sucios y escurreplatos fríos,
apilando las galletas sobre el mostrador. Era fácil decir las que Jim hizo,
porque tenían forma irregular. Para el momento en que la abuela y papá
regresaron del centro comercial, mi hermano y yo estábamos bailando y
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Pero entonces Jim se acercó, tomó mi mano y la apretó, sosteniéndola
hasta que la canción terminó. La siguiente fue “Do You Hear What I
Hear?”, seguida de “We Need a Little Christmas”.
cantando hasta el límite de nuestros pulmones, nuestras bocas medio
llenas de migas de galletas que volaban por todas partes. No nos dijeron ni
una palabra ni nos pidieron que bajáramos la música o que limpiáramos.
Sólo atravesaron la cocina y nos dejaron continuar.
Más tarde, vi a la abuela Madison con la nariz pegada contra la ventana de
la puerta principal.
—Está el chico Doniger, afuera, paleando nieve.
Parte del trabajo de jardinería de Will incluye trabajar con palas. Tan
pronto como vi la nieve esta mañana, sabía que él estaría hoy en la casa.
Pero me sorprendió que la abuela lo reconociera.
—¿Conoces a Will? Doniger —añadí rápidamente.
—Sí, lo conozco y al parecer tú también. Tu padre y tu hermano están
afuera con él, en caso de que te interese. —Me acerqué a su lado y ambas
vimos a los tres trabajando por quitar la nieve del camino hasta la acera—.
Es mejor que seas cuidadosa —añadió después de un tiempo.
Sentí sus ojos en mí.
—¿Cuidadosa?
—Tus ojos te delatan.
—Rose, si no lo sabes, entonces es mejor que hagas un poco de auto
conciencia y lo descubras.
—Está bien —dije, para sacarla de mi espalda.
—Sabes que su padre murió de cáncer...
—Hace dos años, en enero —terminé—. ¿También conocías al Señor
Doniger?
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—¿De qué estás hablando?
—Tu madre me dijo cuando él murió. Cuando tuvo la primeras noticias
sobre el cáncer, los dos discutieron los tratamientos y las remisiones y... —
Hizo una pausa, suavizando su tono—. El hospital para enfermos
terminales. Creo que ella quería estar preparada.
—Oh —fue todo lo que pude responder.
—Ella apreciaba tener a alguien con quien hablar sobre eso. —El aliento
de la abuela empañó el vidrio mientras hablaba y ella sonaba triste—. Está
escrito en el rostro de este chico.
—¿Qué abuela?
—Que ha perdido a su padre. Es una pena. Siempre puedo decirlo.
La miré.
—¿Puedes?
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—Sí. —La abuela me miró como si pudiera ver a través de mis más
profundas entrañas. Sus ojos brillaban como el cristal y por un instante
me pareció perderme en ellos—. Está todo sobre el tuyo, también —dijo y
se alejó, dejándome sola en la ventana para considerar si su observación
era cierta.
Veintidós
¿Somos amigos o amantes?
Traducido por Caami
Corregido por V!an*
L
os días antes de las vacaciones de Navidad pasaron
rápidamente.
Todo
el
mundo
estaba
festejando,
intercambiando regalos de Santa Secreto y cantando
canciones festivas fuera de tono en los pasillos. La gente más feliz se volvió
mayoría y me di cuenta de mi propia tristeza. Krupa y yo ni siquiera
decoramos el exterior de nuestro casillero con papel de embalaje y
guirnaldas. Parecía solitario junto a los demás cubiertos en brillantes
oropeles y guirnaldas doradas arriba y debajo de las puertas.
—¿Necesitas un paseo hoy? —me preguntó Krupa—. Acabo de recibir el
auto de la tienda así que prometo que realmente llegarás a casa.
Reuní una sonrisa.
—Entonces te veré en, —Krupa comprobó la hora, —exactamente
cincuenta y tres minutos, ¡cuando seamos libres por casi dos semanas
enteras!
—Sí. No puedo esperar —le dije, mi voz plana—. Estaré justo aquí, lista
para ir.
Ella me miró con simpatía.
—Pronto vas a estar fuera de aquí y todo parecerá mejor. Diviértete en tu
tiempo libre.
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—Claro, me encantaría. Gracias.
Krupa se alejó, y los pasillos comenzaron a vaciarse. El último rezagado
desapareció y estuve sola, o pensaba que lo estaba, hasta que sentí a
alguien viniendo detrás de mí.
—Hola, Rose.
Apoyé la frente contra el frío metal de la puerta del casillero.
—Hola, Chris.
—¿Qué pasa?
—Oh, ya sabes, Feliz Navidad y todo eso —dije y me obligué a volverme
hacia él. Allí estaba, alto, rubio y hermoso como siempre. Me sorprendí al
ver que no llevaba su chaqueta de futbol, y casi equitativamente me
sorprendí al darme cuenta de que eso no me molestaba más.
Parecía nervioso.
—Estoy seguro de que deber ser difícil, en esta época el año.
—Sí, lo es. Apuesto a que estás emocionado, sin embargo —dije—. Amas la
Navidad.
Chris dio un paso hacia mí. Tan cerca que pude ver la pequeña línea curva
que se formaba siempre en su mejilla izquierda cuando estaba a punto de
sonreír, y cada pestaña individual cuando parpadeó, tan rubias que
coincidían con el color de su piel.
—¿Pensando en qué? —pregunté, preocupada hacia dónde estaba llendo.
—Nada es igual sin ti, Rose —empezó a decir, y la línea en su mejilla se
profundizó cuando sus labios cambiaron a una sonrisa.
Mis ojos se abrieron. Estaba a punto de suceder: Chris me diría que me
quería de regreso, como yo había imaginado tantas veces en octubre,
cuando había esperado este resultado tan desesperadamente.
—¿No?
Negó con la cabeza. Dio otro paso más cerca.
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—Sí. He estado pensando mucho.
—Te extraño.
—Te echo de menos también —dije automáticamente. Después de dos
años de noviazgo me había acostumbrado a decirle esto si él me lo decía.
Si Chris decía, “Te amo” probablemente habría devuelto el mismo
sentimiento sin pensarlo dos veces. Este era exactamente el problema, no
había pensado antes de hablar. Si yo fuera inteligente, me habría quedado
en silencio.
—Me extrañas —dijo aparentemente aliviado.
Esta vez me cuidé de no decir nada más. Me miró a los ojos, tratando de
leerlos. Su nerviosismo había desaparecido, reemplazado por una creciente
confianza, e inclinó su mano derecha casualmente contra el casillero junto
a la mía.
—¿Recuerdas la Navidad de tu segundo año, cuando te llevé a Gianni para
una cena realmente agradable?
Asentí. Por supuesto que lo recordaba. Esa noche Chris y yo tuvimos
relaciones sexuales por primera vez. No podía entender hacia dónde se
dirigía, pero algo me dijo que me hiciera a un lado así la pared de los
casilleros no estaría a mi espalda.
—¿Te acuerdas del paseo allí?
—Cómo amaste lo que había hecho. —Se rió y sonaba feliz—. Me dijiste lo
dulce que era y que te hacia sonreír y de esa manera lo dejamos ahí por
semanas. —Alcanzó su mochila y comenzó a cavar dentro—. Todo estaba
tan bien entre nosotros en aquel entonces. —Su mano volvió a surgir y en
su palma vi hojas verdes y un destello de una baya blanca.
Esa temporada de vacaciones, Chris había fijado muérdago en el techo de
su camioneta, sobre el asiento del pasajero por lo que cada vez que se
detenía en una luz, tenía una razón para besarme.
Lo sostuvo por encima de mi cabeza.
Oh Dios, esto era Chris tratando de ser romántico y todo lo que podía
pensar era en Will Doniger, cómo esperaba que no viniera a esta escena y
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El paseo… Vamos, Rose, piensa.
obtuviera la idea equivocada, y cómo, si iba a ser honesta, si hubiera
estado de pie bajo el muérdago con Will mis sentimientos sobre la
situación serían totalmente diferentes. Este pensamiento hizo correr color
a mis mejillas, y al parecer le dio a Chris una idea equivocada.
—Sabía que te haría feliz —dijo, inclinando la cabeza hacia un lado.
—Chris no —le dije poniendo mis manos adelante y alejándome. Su brazo
izquierdo estaba extendido todavía, el muérdago colgaba de sus dedos,
dejando un espacio de mi tamaño debajo. Empecé a retroceder por el
pasillo, primero un paso, después otro y otro—. Esto fue dulce de tu parte,
pero yo sólo… no puedo… lo siento.
Sus ojos se volvieron fríos y el muérdago cayó de su mano al suelo con un
shhhh.
—¿Es por Doniger?
Me detuve, sorprendida, y cerré los ojos.
—Es por él, ¿no? Lo sabía.
No dije una sola palabra, temiendo lo que venía después.
—Escuché acerca de esta cosa que tenías con él. ¿Creíste que no me
enteraría? ¿Qué alguien no me lo diría? —La voz de Chris se resquebrajó y
abrí los ojos. Sus pies se plantaron un poco separados, los hombros hacia
tras, los brazos a los lados del cuerpo y las manos en puños, grande e
impotente.
Respiré profundamente, busqué las palabras adecuadas para manejar esta
situación.
—No, no estoy saliendo con Will Doniger, o cualquier otra persona.
—¿Estás segura?
—Sólo somos amigos. —Fue la más cercana aproximación de mi relación
con Will que podía ofrecer en este momento—. ¿Chris? —pregunté con
nerviosismo.
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—¿Estás saliendo con él?
—¿Qué? —espetó.
—¿Por qué debería importarte con quién he estado saliendo? tú y yo nos
separamos.
Algo pasó por su rostro, tal vez lamento, pero estuvo allí sólo un momento
y se fue.
—Pero todavía te amo, Rose —dijo y apartó la mirada—. ¿No sigues
amándome? —preguntó, estas palabras resonaron por los casilleros a
ambos del pasillo vacío. Un largo silencio siguió a esta pregunta, y cuando
estaba a punto de responder, Chris alzó una mano, deteniéndome—.
Espera, no contestes en este momento. Sólo piensa en ello, ¿al menos lo
harás?
—Está bien —susurré, porque no quería hacerle más daño del que ya le
había hecho. Agarró su mochila del suelo y se marchó. Todo lo que vi fue
su espalda antes de doblar la esquina.
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Sintiéndome deprimida, recogí mis cosas, me puse el abrigo y la bufanda,
y salí al aire invernal, copos de nieve de las grises nubes flotaban a mí
alrededor. Por lo menos aquí había paz y tranquilidad. Quería alejarme del
confundido Chris y acababa de hacerlo, y del espíritu festivo de la gente
entusiasmada por las vacaciones, así que empecé a caminar. Cuando
llegué al borde del terreno de la escuela, me dirigí a la izquierda y continué
hasta que había caminado tan lejos que estaba casi a mitad de camino a
casa. No necesitaría el viaje con Krupa después de todo.
Veintitrés
Árbol Familiar
Traducido por Panchys
Corregido por V!an*
C
uando estaba casi en los escalones del porche, la puerta se
entreabrió y apareció la abuela Madison.
—Rose estás en casa. Bien, bien. Ven. Vamos a buscar un árbol de
Navidad. ¡Es hora, Jim! —gritó al tope de sus pulmones,
sobresaltándome—. Ella está aquí. ¡Vamos!
—¿Ahora? —exclamé. Un viaje al campo para elegir un árbol era lo último
que quería en ese momento—. Tenemos que…
—Sí, tenemos. ¡Jim! ¡Vamos! ¡Ella está de pie en la puerta!
—Hola Rosey —dijo con tal alegría que podría decir que era falsa. En el
momento en que cerró la puerta con llave, la abuela estaba en la mitad de
la calzada. Jim bajó de un salto los escalones y me llevó con él.
—¿Qué está pasando? —le pregunté, sospechando que estaban ocultando
algo—. Ustedes están actuando raro.
—No te esperábamos tan pronto en casa —dijo a la ligera—. Todos tus
regalos están sobre la mesa de la cocina sin envolver. —Él sonrió de tal
forma maliciosa que casi le creí, hasta que vi la mirada de sus ojos.
—Creo que estuvimos de acuerdo en que no estaríamos comprando regalos
este año —le dije.
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Jim apareció detrás de la abuela, elevándose por encima de ella.
—Estaba ayudando a la abuela a envolver los suyos cuando llegaste a casa
temprano y nos sorprendiste. —Tocó en la parte delantera del coche,
mientras rodeaba en torno al lado del pasajero—.Te sientas en la parte
trasera —me dijo.
La abuela desactivó su camioneta y las puertas se abrieron y cerraron a
medida que nos subimos. Giró la llave en el encendido, los ojos visibles en
el espejo retrovisor mientras se salió de la calzada.
—No sería Navidad sin un árbol, por lo que vamos a conseguir uno,
llevarlo a casa, poner las luces y decorarlo —dijo enumerando las diversas
tareas, como elementos para marcar en una lista de compra—.
Deberíamos haber hecho esto hace semanas —añadió.
—Pero papá es con quien siempre vamos…
—Tu padre no está interesado en conseguir un árbol este año —
interrumpió la abuela—. Si lo estuviera, ya los habría llevado a ustedes.
—¿Qué te parece este? —propuso con una sonrisa, aunque sus ojos se
pusieron tristes—. A mamá le hubiera gustado. ¿No te parece?
—Sí. Pero ella se hubiera enojado si realmente lo hubiéramos llevado a
casa —le dije—. Vamos. —Agarré su brazo y lo arrastré más abajo en el
pasillo central, mientras que la abuela se quedó atrás. Cuando nos
alcanzó, comíamos con los ojos un árbol de hoja perenne gigante que no
cabría en la sala de estar.
La abuela negó con la cabeza.
—No —dijo. Una sonrisa se dibujó en sus labios, sin embargo.
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Jim estaba en silencio, mirando por la ventana, y yo no hablé el resto del
viaje tampoco. Sólo cuando nos estacionamos en la granja de árboles de
Navidad fue que las cosas comenzaron a iluminarse. Los niños corrían con
sus familias, muy contentos de elegir un árbol, y el olor de los pasteles
recién horneados flotaba el camino de la granja cuando nos bajamos del
coche. Había una caja llena de campanitas, y cada vez que alguien las
recogió sonaron. Jim se acercó de inmediato al árbol más Charlie Brown a
la vista, con ramas que iban a cualquier parte, las más bajas ya estaban
marrones. Le tocó la parte superior y una cascada de agujas cayó al suelo.
Después de discutir sobre los pros y los contras de ciertos árboles por casi
una hora, finalmente encontramos uno que estuvimos de acuerdo era
perfecto en altura, tamaño y forma. Mientras que la abuela Madison pagó
por él, Jim y yo conseguimos cuerda y lo atamos a la parte superior de la
camioneta. El estado de ánimo en el auto de camino a casa era
decididamente mejor, incluso alegre, mientras Jim y yo discutíamos acerca
de las decoraciones y la abuela Madison añadió su opinión. Pronto
estábamos girando por el camino, y estaba emocionada de comenzar la
decoración. Jim y yo desatamos el árbol, y con cuidado de no romper las
ramas, seguimos a la abuela en el garaje mientras ella nos dirigió a la
izquierda, luego a la derecha, para que no chocáramos con nada. Pero en
el instante en que entramos por la cocina me di cuenta de por qué la
abuela y Jim no querían que entrara antes.
Papá estaba desmayado en la sala de estar, sólo la mitad de su cuerpo en
el sofá.
—Oh, Dios mío —dije cuando lo vi. Parecía como si una tormenta lo
hubiera golpeado. Vidrios rotos yacían por todas partes y la colección de
mamá de las obras de arte de estudiantes había sido vaciada de los
estantes al suelo, algunos rotos en pedazos. Su violeta africana estaba
inclinada hacia un lado, la tierra se derramaba y la mayoría de sus difusos
verdes tallos quebrados por la mitad.
—Papá —dije con desaliento. Las lágrimas llenaron mis ojos y comenzaron
a rodar por mis mejillas.
Me volví hacia ella.
—¿Simplemente lo dejaron así? —grité—. ¿Qué creen que pasaría? ¿Que él
limpiaría al tiempo que nosotros regresáramos? ¿Qué algún tipo de
milagro se produciría al mismo tiempo que nos habíamos ido y él estaría
sobrio? —Miré a Jim. Él todavía estaba luchando para meter el árbol el
resto del camino en la sala de estar. En el fondo yo sabía que no era su
culpa, que no era la culpa de nadie más que de papá, pero ellos estaban
aquí y yo estaba cansada de él sin mejorar y de que yo tuviera que ser la
responsable, incluso con la abuela Madison y Jim alrededor.
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—Rose —gritó la abuela y puso un brazo, como si pudiera ser capaz de
protegerme.
La abuela no dijo ni una palabra, los brazos crispados a los lados, como si
quisiera envolverlos alrededor de mí, o tal vez fijarlos, pero no pudo hacer
un movimiento de las extremidades. Jim me miró, sosteniendo el árbol en
posición vertical, tan alto que superaba la parte superior de su cabeza por
treinta centímetros.
—¡Traten de cuidar de él cuando está así, por una vez! Limpien este
desastre —les dije con los dientes apretados, tratando de no gritar. Justo
cuando parecía que mi familia podría haber empezado a mejorar y que las
cosas serían más fáciles, algo pasó a configurar todo de nuevo—. Que se
diviertan poniendo el árbol ustedes mismos —escupí y salí hacia mi
habitación. Me metí en la cama y tiré el cobertor encima de mi cabeza para
cerrar al mundo.
Durante la noche, mis ojos se abrieron y no se volvieron a cerrar. Eran
sólo las dos de la mañana y estaba exhausta, pero mi cuerpo se negaba a
cooperar. Me levanté para hacer un poco de té, esperando que pudiera
ayudarme a volver a dormir. Llegué al pasillo fuera de mi habitación y
escuché la voz de la abuela.
—Ellie nunca hubiera aguantado esto. Contrólate —dijo—. Tus hijos te
necesitan. Rose en particular. Estás obligando a esa niña a actuar como
un padre. Tienes un problema, James.
—Apuesto que sí. —Oí el ruido de pastillas contra las paredes de un
recipiente de plástico, el movimiento de alguien dejándolas en su palma—.
Estás haciendo daño a tus hijos y tienes que parar.
—Si le estoy haciendo daño a alguien, es a mí mismo.
—¿Realmente crees que Rose quiere verte así? ¿Realmente crees que tu
hijo quiere hacer frente a esto cuando llega a casa de la universidad en las
vacaciones? Necesitan ser capaces de confiar en ti.
—Ellie era la que…
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—Yo no tengo un problema —dijo papá su voz ronca—. Dame esa botella
de ibuprofeno. Me duele la cabeza.
—Tú sigues siendo su padre y no sólo estás llegando a casa borracho y
obligándolos a presenciarlo, sino que estás conduciendo, James. Estás
conduciendo a casa borracho.
—Pero…
—Nada de peros. Podrías matar a alguien —susurró la abuela—. Podrías
terminar en la cárcel. Podrías matarte y entonces, ¿dónde estarían Rose y
Jim? Sin madre y sin padre. ¿Es eso lo que quieres?
Me tapé la boca en estado de shock. La abuela estaba diciendo las cosas
que yo quería decir, pero no había tenido el coraje. Pero entonces oí
sollozar, grandes, pesadas e incontrolables arcadas, y mi pecho se apretó,
y mi garganta, todo el camino hasta mis mejillas y ojos. Desde el día del
funeral, mi papá había estado tan estoico, que no creí que volvería a oírlo
llorar de nuevo.
—Lo sé, lo sé —tranquilizó la abuela Madison.
—No puedo hacer esto, Ma —lloró mi padre—, sólo no puedo.
El llanto se hizo más intenso, y me di la vuelta, caminando de puntillas a
mi habitación. No pude escuchar más. Cerré la puerta sin hacer ruido
detrás de mí y volví a la cama, tirando de las mantas sobre los oídos,
cerrando los ojos, esperando que si me dormía pudiera olvidar.
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A la mañana siguiente simulamos como si nada hubiera sucedido. No
sabía quién había limpiado el desorden en la sala de estar, pero se había
ido. La suciedad y el vidrio y las piezas rotas se limpiaron como si nunca
hubieran estado allí, y todo brillaba.
Veinticuatro
Todo lo que quiero para Navidad eres tú
Traducido por Areli97
Corregido por V!an*
N
o fue hasta la Nochebuena que Jim y yo finalmente empezamos a
decorar el árbol. Estábamos tratando de decidir acerca de la música
navideña. Nos estábamos haciendo buenos en no volvernos excesivamente
tristes. Golpeteé mi dedo contra mi barbilla, pensando.
—Hmm, ya sé, escuchemos la única buena canción que alguna vez vino de
los labios de Mariah Carey.
—Como desees —dijo Jim buscándola en la lista de reproducción.
—I don’t want a lot for Christmas/there is just one thing I need6 —cantó Jim
desafinadamente, tomando un adorno—. I don’t care about the
presents/underneath the Christmas tree!7 —continuo mientras colocaba
una esfera brillante arriba en una rama que yo no podía alcanzar.
—Tu voz es terrible —grité por encima de la música, riendo—. ¿Alguien se
molestó en mencionarte que no eres Mariah Carey?
—Como si tu voz fuera mucho mejor —dijo entre la letra.
I don’t want a lot for Christmas/there is just one thing I need: No quiero mucho
para Navidad / sólo hay una cosa que necesito.
7 I don’t care about the presents/underneath the Christmas tree!: ¡No me importan
los regalos / debajo del árbol de Navidad!
6
Página 159
Después del incidente con Papá, Jim y yo nos habíamos sumergido dentro
de un frenesí navideño, decorando las paredes como locos, como si esto
nos ayudaría a olvidar o por lo menos a poner una barrera entre esa noche
y el presente.
—Punto tomado —dije uniéndome y cantando mal de sobra a propósito
para hacerlo sonreír. Descubrimos que el mejor antídoto para la tristeza
era cantar cada letra ruidosamente y fuera de tono. Las sabíamos todas de
memoria, muy a pesar de la abuela.
—Están hiriendo mis oídos —se mantenía diciéndonos, y en un punto
inclusive gritó—: Van a conseguir carbón en sus medias si ustedes dos
siguen así. —Y levantó las manos pisoteando fuera de la cocina.
—¿Realmente acaba de decir eso? —preguntó Jim temblando de risa.
Cualquier otro año y en cualquier otra circunstancia, Jim y yo jamás
habríamos actuado así, tan inconscientes acerca de lo que normalmente
consideraríamos comportamiento embarazoso. Pero si era necesario hacer
de nosotros mismos unos idiotas y exagerando la alegría de las fiestas para
pasar por estas Navidades entonces que así sea. Ponemos acebo en los
barandales, en los estantes y en la repisa de la chimenea. Colgamos luces
afuera. Jim colgó muérdago en cada dintel, lo que, aparte de recordarme a
Chris, encontraba divertido.
—¿Estás esperando que Kecia nos visite? —le preguntaba cada vez que lo
veía colgando otro ramo.
—Quizás —respondía crípticamente—. Entonces, ¿qué si lo hacía? Te ríes
ahora.
Y lo hice, hasta que Will tocó el timbre principal.
—¡Rose! El conductor de la camioneta invisible está aquí para verte. —Y se
alejó sin invitarlo a pasar, dejando a Will de pie en el porche delantero en
la nieve y el frío.
—Abuela, eres tan grosera algunas veces —siseé en mi camino hacia la
puerta.
—Así que esa es la Abuela Madison —dijo Will, mirando más allá de mí
hasta que ella desapareció dentro de la cocina.
Página 160
La Abuela Madison contestó, llamando:
—La única y exclusiva. No le hagas caso, no puede evitar lo que dice —
dije, incapaz de esconder la gran sonrisa en mi cara por esta visita
inesperada.
—¿Por qué me llamó el conductor de la camioneta invisible?
—Oh, no te preocupes. Es una larga historia.
—Así que traje la guirnalda que querías —dijo Will sosteniéndola en alto.
—Gracias. Um, disculpa, ahora yo estoy siendo grosera, ¿quieres pasar? —
pregunté, repentinamente nerviosa.
Dudó.
—Lo haría, pero realmente sólo tengo un segundo. Tengo que llevar a casa
a Mamá y mis hermanas. Ya sabes, Nochebuena y todo ese asunto.
—Por supuesto. Perdón, no estaba pensando. Gracias por traer esto —dije
tomando la guirnalda—. Fue realmente lindo de tu parte.
—Quería saber cómo lo estabas llevando, también —dijo.
—Estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo, de ahí la increíble cantidad
de decoraciones. —Cada pulgada del porche estaba llena de luces, los
hacendados, los arbustos a lo largo de la parte delantera, incluso los
muebles. Jim había pasado horas aquí afuera poniendo todo perfecto. La
mayoría de las luces eran blancas, pero cuando se le agotaron esas,
rompió en los anticuados, filamentos multicolores con los feos focos
gigantes—. Creo que tal vez estemos sobre compensando.
Will se rió y sus ojos se dirigieron a lo alto de la puerta.
Estábamos parados debajo de un muérdago. Iba a matar a Jim.
—Entonces, um, Feliz Navidad, supongo —dije incómodamente.
—Tú, también —dijo Will, y pensé que estaba a punto de irse, pero en
cambio preguntó—: Vas a venir al torneo de Año Nuevo, ¿cierto?
—Si todavía quieres que vaya.
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Hice un ademán al frente de la casa.
Asintió.
Me mecí sobre los talones, sintiendo el peso de la guirnalda gigante que
sostenía contra mi cuerpo.
—No puedo esperar —dije mi voz estridente, mientras pensamientos
volaban por mi mente acerca del hecho que, por lo menos teóricamente,
Will tenía una excusa para besarme. Si es que quería. O yo podía besarlo,
si lo quería. ¿Lo hacía? Nosotros podíamos besarnos el uno al otro. Ni
siquiera tenía que significar algo. Era una tradición, sólo lo que la gente
hacía cuando estaban de pie bajo un muérdago.
Will tenía una mirada divertida en su rostro.
—Está bien, bueno, Feliz Navidad.
—Adiós —dije rápidamente cerrando la puerta justo cuando Jim rompió en
risas histéricas—. ¡No es gracioso, Jim! —grité pisoteando detrás de él, con
guirnalda y todo, buscando por algo más pequeño con lo que golpearlo.
—Oh, pero es tan gracioso Rose —se burló esquivándome—. Aunque
estaba esperando que fuera Kecia entonces te podría empujar fuera del
camino.
—¿Qué tienes, doce? —dije persiguiéndolo dentro de la sala, donde
procedió a esconderse detrás del árbol.
En un punto casi caímos sobre el árbol, lo que envió a la Abuela en una
diatriba, pero todo lo que podía pensar era que si Mamá estuviera aquí,
estaría sonriendo, riendo y corriendo alrededor con nosotros.
La mañana de Navidad llegó y nos reunimos alrededor del árbol. Las
ramas estaban pesadas con adornos, y espumillón plateado brillaba de
arriba abajo. Papá se las arregló para despertarse temprano con el resto de
nosotros y nos sentamos con tazas de café en las manos, tratando de
despertar, y tratando fuertemente de olvidar lo obvio, también. Estaba
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—Voces —llamó la Abuela desde la cocina, sonando cansada—. Por favor
bájenlas.
contenta de que el día estaba finalmente aquí. Quería decir que pronto la
primera Navidad sin Mamá estaría detrás de nosotros.
—¿De dónde sacaste eso, Rose? —me preguntó Papá, levantándose y
acercándose para un vistazo más cercano. Sonrió mientras alcanzaba el
diminuto pendiente de cristal colgando de mi cuello, tomando el corazón
en sus manos y tirando de él hacia la luz donde centelleó y envió pequeñas
manchas de arcoíris brillando en el techo.
Esta mañana había decidido que estaba lista para algo nuevo de mi Kit de
Supervivencia. Antes de que el sol tuviera la oportunidad de asomarse
sobre el horizonte, busqué dentro de la bolsa de papel. Mi mano se cerró
alrededor del diminuto corazón de cristal y sonreí. Sin duda, el corazón
debía ser sobre el amor, y el amor parecía un buen siguiente paso,
especialmente en Navidad.
—Mamá me lo dio —dije llana y simple, dejando que la palabra Mamá
rodará sobre mi lengua y tomara vuelo. La imaginaba revoloteando por la
habitación como una luciérnaga, iluminando en diferentes momentos para
recordarnos que ella estaba ahí, posándose en la parte superior del árbol
de Navidad como una estrella—. Esta es la primera vez que lo uso.
—Te quiero tanto, Papá —dije y me levanté en las puntas de mis pies para
besarlo en la mejilla. Estaba mojada con lágrimas.
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—Es bonito —dijo mi padre poniendo su brazo alrededor de mi espalda y
tirándome en un abrazo. Cuando dejó ir el corazón, lo tomé entre mis
dedos y cerré los ojos, casi creyendo que Mamá había planeado dármelo
para Navidad, un último regalo para disfrutar. Esto era lo suficientemente
cercano a la verdad que me dejé a mí misma tener este deseo, y hoy de
todos los días sentía que lo tenía permitido.
Enero y Febrero
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Un corazón de cristal
Veinticinco
El Corazón de la Vida
Traducido por AariS y gaby828
Corregido por Simoriah
E
l Día de Año Nuevo, cuando Will me vino a buscar para su torneo de
hockey, el sol estaba alto y brillante contra la nieve. Aparte de la vez
que habíamos conducido hacia la granja, sólo había estado en su
camioneta de noche, y la luz que iluminaba la cabina esta tarde casi
parecía extraña. Los colores eran vivos, y de repente me preocupé por
cómo lucía, tan expuesta en la luz. Tiré del cinturón de seguridad sobre mi
cuerpo y me volví hacia él.
—Es bueno verte —dije, y sonreí, feliz de que estuviéramos de vuelta en
territorio familiar.
Pero él parecía nervioso e inquieto, con un abrigo negro de lana con el
cuello levantado como si quisiera esconderse.
—A ti también —dijo.
—Seguro. Um. —No me miraba—. Mi madre va a invitarte a cenar esta
noche —dijo, y abruptamente cambió a primera, pisando el acelerador. La
camioneta se lanzó hacia delante mientras salíamos de mi vecindario.
Esperé que dijera más, la cabina sintiéndose más pequeña de lo normal
con nosotros tan cerca y a la vez inseguros de cómo actuar.
—¿Y?
—Quería advertirte, eso es todo —dijo.
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—¿Estás preparado para este partido o qué?
Una casa tras otra pasaba, estatuas de Santa Claus, bastones de caramelo
gigantes, y otros variados adornos navideños aún esparcidos por el césped.
Unas pocas personas estaban fuera descolgando luces de árboles y
arbustos y desmantelando sus exhibiciones.
—Sólo puedes advertirme si crees que habrá un problema, así que cuando
tu madre pregunte, ¿cuál quieres que sea mi respuesta?
—Lo que tú quieras —dijo, y entró a la autopista.
—Will, vamos. —Necesitaba más orientación—. En serio, ¿sí o no?
Nos metimos en la interestatal y aumentamos la velocidad, pasando dos
salidas antes de que él respondiera.
—Sí. Dile que sí y ven a cenar —dijo, pero aun así se resistió a mirarme.
El calor estaba haciéndome sentir sofocada y acalorada por todas partes
así que cerré el respiradero de mi lado y aflojé mi bufanda.
—De acuerdo, así que está decidido —dije—. Iré a tu casa.
Asintió, su rostro hacia adelante, mirando a la carretera.
Lewis ganó sus dos partidos con facilidad y para el atardecer Will y yo
estábamos en su casa. Él subió a cambiarse y sus hermanas pequeñas,
Emily y Jennifer, reclamaron una mano cada una y me guiaron dentro de
la sala de estar y hacia el brillante árbol junto a las ventanas,
encargándose de entretenerme. Había un lugar cubierto de muñecas en el
suelo junto a él, y las dos niñas comenzaron orgullosamente a presumir de
sus botines de Navidad.
—Esta es la Barbie que Santa me trajo —explicó Emily.
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Ninguno habló por el resto del viaje y tuve esperanzas de que sólo fuera
porque teníamos toda la noche por delante y por una vez podíamos tener
nuestra conversación en otro lugar. Cuando llegamos a la pista de hielo y
salí al aire frío y nevoso, no pude evitar preguntarme adónde ese otro lugar
podría llevarnos.
Antes de que pudiera responder, Jennifer estaba empujando a Emily a un
lado para mostrarme su Barbie, la cual me aseguró era mejor que la de su
hermana.
—No dejes que Emily te engañe. Ya no cree en Santa —dijo, dejándose caer
en mi otro lado después de que Emily me mostrara otra muñeca más
cortesía de Santa—. De hecho, lo ha sabido desde hace, como, tres años,
pero sigue fingiendo porque teme no recibir más regalos si admite que sabe
la verdad. —Jennifer se cruzó de brazos, segura de que había tenido la
última palabra.
—Eso no es verdad. Papá dijo…
—Ya no importa lo que Papá decía… —La boca de Jennifer imitó la de
Emily, y con la mención de su padre de repente estábamos en territorio
complicado.
—¡Mamá! —gritó Emily.
—Seguro —dije, agradecida de librarme de lo que parecía ser una dolorosa
pelea gestándose entre las hermanas. La señora Doniger se agachó junto a
ellas y comenzó a susurrar, su voz demasiado baja para que yo oyera qué
consejo le estaba dando a sus hijas sobre un tema tan delicado. Esto me
dio una oportunidad para examinar detenidamente los estantes de fotos
familiares en el vestíbulo junto a la cocina. Al contrario que en nuestra
casa, no había polvo aferrándose a los retratos. Unas cuantas eran de la
mamá y el papá de Will, y los niños de año en año, unas pocas eran viejas
fotos de boda; había fotografías de Emily y Jennifer, por separado,
posando en diferentes trajes de baile, algunas de Will en el hielo, y Will y
su padre en una pista de hockey, Will aún en uniforme, sin su máscara
para que pudieras verle el rostro. Me interesaba ver cuánto Will se parecía
a su padre y que sonreía en todas. Estudié esa sonrisa por un rato; nunca
había visto esta versión. Era grande y ancha y casi engreída, revelando
genuina felicidad y naturalidad, del tipo que sólo es posible cuando nunca
has conocido un corazón roto o una pérdida. Recordé cómo era sonreír así,
y me pregunté si Will notaba que había una diferencia entre sus sonrisas
del antes y el después.
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—Rose. —La señora Doniger apareció en la puerta—. ¿Por qué no vienes a
pasar un tiempo conmigo en la cocina?
—Rose, ¿puedo traerte algo de beber? —preguntó la señora Doniger,
pasando junto a mí para entrar a la cocina. Abrió el refrigerador,
estudiando el contenido dentro de la puerta—. Tenemos casi todo lo que
puedas querer: agua, jugo, agua con gas, refrescos…
—Sólo refresco, gracias.
Sacó una botella del estante y se estiró para tomar un vaso de una
alacena.
—Lamento lo de las niñas. La muerte de su padre está ligada a las
fiestas… es tan complicado. Emily ha estado aferrándose a su creencia en
Santa desde entonces. Jennifer ha hecho lo contrario que Emily, por
supuesto, y desea que las Navidades no existieran en lo absoluto. —
Suspiró, entregándome el vaso, el refresco haciendo efervescencia con
burbujas diminutas que llegaban a la parte superior y estallaban—. ¿Cómo
fue tu Navidad?
—Recuerdo ese mismo momento —dijo—. Es extraño, ¿verdad? Cómo el
cambio de un día en el calendario puede hacer tanta diferencia en cómo
nos sentimos.
Asentí.
—El aniversario del séptimo mes se está acercando el cuatro de enero.
Siete meses suena como mucho tiempo y creo que debería sentirse como
mucho tiempo, pero bien podría haber sido ayer.
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—Tan buena como podía ser, supongo —dije, y pude decir por la expresión
en los ojos de la señora Doniger que entendía—. Ha sido bueno que mi
hermano volviera de la universidad, y mi abuela se ha estado quedando
con nosotros desde Acción de Gracias, aunque puede ponerse bastante
difícil. —Reí y tomé un sorbo de mi Coca-Cola—. Para ser honesta, la parte
más extraña fue pasar la noche de Año Nuevo. Todos nos quedamos en
casa y nos fuimos a la cama temprano, como si quizás pudiéramos
simplemente ignorarlo. Pero al despertar esta mañana, me di cuenta de
que finalmente puedo decir que mi mamá murió el año pasado. De algún
modo eso ayuda. Lo hace sentir más lejano. —Bebí más refresco,
sorprendida de haberle revelado tanto.
—No te esfuerces. Siete meses es apenas un abrir y cerrar de ojos, créeme.
—La señora Doniger abría y cerraba cajones, sacando utensilios de
cocina—. Debe haber sido duro compartir a tu madre con tanta gente en
nuestra ciudad. Apuesto a que todo el mundo tiene algún recuerdo
especial de ella que quiere contarte.
—Sí. Se sintió como si todo el mundo se presentara en su velatorio. Casi ni
siquiera recuerdo ese día. —Una imagen de la larga, interminable fila que
serpenteaba por la puerta en la funeraria destelló a través de mi mente—.
Cambiemos de tema. Lamento haber tocado este tema. Es tan
deprimente…
—Rose —interrumpió ella—. No te preocupes. Está bien. Está más que
bien, en realidad. Necesitas hablar de ello. Es parte de cómo superas el
dolor.
—Gracias. En serio. Lo aprecio —dije. Removió una olla en la estufa y
colocó una tabla de cortar en el mostrador—. ¿Puedo ayudar?
—Está bien, tengo todo bajo control. Tú relájate. Además, estoy segura de
que mi hijo bajará pronto para llevarte hasta que la cena esté lista. —Miró
detrás de mí hacia el corredor—. Hablando de Will.
—Ey —dijo, y me volví.
—Ey.
—Por qué ustedes niños no van arriba…
—Lo siento, cariño. —Sonrió y se encogió de hombros—. ¿Por qué Rose y
tú no van arriba ya que Jennifer y Emily los volverán locos si se quedan
aquí? Gritaré cuando sea hora de la cena.
—De acuerdo —dijo, y avanzó hacia el segundo piso—. ¿Vienes? —
preguntó, volviéndose hacia mí.
—Ah, seguro —dije, siguiéndolo hacia arriba, mi mano aferrando la
barandilla como si en cualquier momento pudiera perder el equilibrio.
—Aquí huele un poco a vestuarios —advirtió Will cuando llegamos a la
puerta de su habitación.
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—¿Niños? —interrumpió Will—. Mamá, ¿en serio? —protestó.
—Nah —dije una vez que estuve adentro. Estaba acostumbrada a la
habitación de Jim, que estaba llena de sus cosas de fútbol. Sin importar
cuánto lavaras todo todavía tenía el olor del sudor. Pero la de Will olía a su
jabón, un aroma que había llegado a gustarme.
—Es el equipo de hockey —explicó, señalando el bolso en la esquina.
—No te preocupes.
Me miró con escepticismo.
—Ey, si estabas tan preocupado por tu habitación, ¿entonces por qué me
invitaste aquí arriba? —Él se encogió de hombros pero no dijo nada más,
así que me tomé eso como una invitación para mirar alrededor y ver si algo
me daría una mayor comprensión de lo que hacía que Will fuera Will. Las
paredes estaban pintadas de azul y había unos pocos posters de deportes
diseminados en ellas. Un calendario con animales bebé colgaba en una
esquina, casi oculto de la vista, y en el segundo en que mis ojos
aterrizaron en él, él explicó rápidamente:
—Mis hermanas.
La parte superior de su tocador estaba llena de trofeos de hockey, y las
inscripciones de las placas decían cosas como Jugador más Valioso,
Asociación Juvenil de Hockey y Mayor Cantidad de Goles Marcados,
División A, Hockey de Lewis Junior, y en el más grande, Equipo Estatal, Will
Doniger, de la temporada cuando estaba en primer año en Lewis. Un
gancho junto al armario estaba cargado de medallas y lucía como si el más
mínimo empujoncito las estrellaría contra el suelo.
—Muy impresionante —dije, después de descubrir otro PJMV8 más, un
honor grabado en una medalla que colgaba de una gruesa cinta azul y
blanca.
—No realmente —dijo.
La luz en la habitación hacía difícil decir si Will de hecho estaba
ruborizado.
8
PJMV: Premio al Jugador Más Valioso.
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—Nunca lo habría adivinado —dije, riendo.
—Realmente no puedes esperar ser modesto con todo esto en exhibición.
Él metió las manos en los bolsillos.
—Normalmente no tengo invitados.
—Oh —dije. Por un momento dejé que esto se asentara, que Will me
estaba dando acceso a una parte de sí mismo que normalmente no
compartía. Sin estar segura de qué más hacer, volví a estudiar los trofeos y
medallas, y noté que se detenían después del primer año de la escuela
secundaria de Will—. Así que, ¿qué ocurrió? —le pregunté.
—¿Qué quieres decir?
—¿Por qué dejaste de jugar? Oí que estuviste lesionado.
—Sí. Lo estuve —dijo, pasando una mano por su cabello.
—Bueno, ¿qué hiciste? ¿Te metiste en una pelea? ¿Te golpeaste la cabeza
demasiado fuerte contra las tablas y tuviste una conmoción cerebral?
—No, nada tan simple.
—¿Una conmoción cerebral es simple?
—Bueno, la verdad es complicada.
—La respuesta corta es, fue lo suficientemente malo para que dejara de
jugar durante mucho tiempo.
—¿Y la respuesta larga?
Will se paró junto a la ventana y miró hacia afuera. Las luces de Navidad
de los Doniger estaban encendidas, los árboles fuera de su habitación
estaban entretejidos con diminutas hebras blancas centelleantes. Esperé
que dijera algo más pero no lo hizo.
—No quise disgustarte —dije.
Página 171
—Tengo tiempo —dije, sentándome en la cama. Sentí el corazón de cristal
rebotar contra mi pecho, bajo mi camiseta. Lo había llevado cada día desde
la Navidad—. ¿Entonces?
—Lo sé. —Después de un rato se acercó y se sentó junto a mí, dejando
cerca de treinta centímetros de espacio entre nosotros, y de repente fui
consciente de que estábamos pasando el rato en su cama. Nunca había
estado cerca de la cama de un chico que no fuera la de Chris o la de mi
hermano. Will respiró hondo antes de comenzar a hablar—. Supongo que
podrías decir que mi mente estaba lesionada y que por eso no jugaba.
Esto no era lo que había esperado.
—¿Qué quieres decir?
Él se dejó caer contra la cama y se cubrió los ojos, las piernas colgando de
los lados.
—La razón por la que dejé de jugar al hockey fue mi padre… estaba
demasiado triste. —Se cruzó de brazos y miró hacia el techo—. Ya no podía
soportar estar en el hielo.
Esa era una reacción que yo entendía. Esperé que continuara.
El silencio se reunió a alrededor de nosotros una vez más, como el viento
haciendo girar el aire frío. Lentamente, me recosté sobre la cama, hasta
que Will y yo estuvimos juntos.
—Así que ese juego en Noviembre, ¿fue la primera vez que jugabas desde,
tú sabes, tu papá?
—No. Lo intenté una vez antes al comienzo del segundo año.
—¿Qué sucedió?
9
NHL: National Hockey League, Liga Nacional de Hockey de Estados Unidos.
Página 172
—Antes de que mi padre enfermara nunca se perdía un partido. Siempre
me decía que era lo bastante bueno para ser profesional algún día, y cómo
jugar en el equipo de Lewis era como un trampolín a una beca
universitaria y luego la NHL9. Él creyó en mí como nadie más lo ha hecho
nunca. —Will paró y el único sonido que quedó en la habitación fue de
nuestra respiración—. Nunca se me ocurrió que mi padre no mejoraría,
que mi último juego al que él había ido sería el último. Y luego se enfermó
más y más y entonces… —Will se detuvo—. Y luego murió.
—Me expulsaron del hielo y del partido por pelear a los dos minutos de
que el árbitro dejara caer el disco. Me había sacado los guantes y la
camiseta del tipo a medio camino sobre su cabeza y todo.
—Eso es intenso. —A estas alturas sabía que cuando las peleas se ponían
realmente feas, un jugador intentaba levantar la camiseta de su oponente
hasta los brazos para atraparlo en una posición vulnerable. Era el pecado
capital del hockey.
—Sí, ligeramente. De todos modos, no pude obligarme a volver después de
eso. Cada vez que salía al hielo todo lo que sentía era rabia, así que me
tomé un tiempo libre. Al principio el entrenador pensó que sólo necesitaría
un par de semanas pero luego se convirtieron en un par de años. Me
suspendió para guardar mi lugar en el equipo.
—Eso fue agradable de su parte.
—Fue bastante comprensivo. Y eso significa que tengo la oportunidad de
jugar un año más para tratar de conseguir de nuevo el interés de los
cazatalentos de las universidades. Tengo un montón de trabajos de clase
que completar, de todos modos.
—El año pasado el entrenador comenzó a molestarme para que volviera, y
entrené con el equipo de vez en cuando. No fue hasta este otoño que me
sentí preparado para intentarlo de nuevo.
—Huh.
—¿Huh, qué?
—Pensé que era la única que evitaba cosas que me recordaban temas
dolorosos.
—Este último par de años, he aprendido lo bueno que soy evitando cosas.
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—Efectivamente —afirmé. Will y yo nunca habíamos hablado acerca de si
él planeaba ir a la universidad después de graduarse. Mucha gente en
Lewis no lo hacía, y además, yo no me había permitido pensar con tanta
anticipación, aunque de vez en cuando me preguntaba si Will
desaparecería de mi vida casi tan de repente como se había vuelto parte de
ella.
—¿Sí?
—Oh, sí.
—¿Qué te hizo decidir que estabas preparado?
Él rio un poco, pero fue una risa triste.
—Mi padre.
—¿A qué te refieres?
—Me di cuenta de que si había algo que lo disgustaría, sería averiguar que
había dejado el hockey por él.
Me volví para mirar a Will, el edredón suave contra mi mejilla.
—Estoy segura de que estaría feliz de saber que volviste.
Will me miró, sus ojos brillando en la oscuridad.
—Me alegra haberlo hecho. Fue lo correcto, y si no lo hubiera hecho, no
creo que tú y yo hubiéramos empezado a pasar el rato.
Mi respiración se detuvo al oír esas palabras y mi rostro se entibió. Volví
mi atención al techo y de repente vi estrellas. Esperé que se desvanecieran,
pero en su lugar sólo se volvieron más claras, hasta que me di cuenta de
que había constelaciones enteras ocupando cada centímetro de espacio.
—Han estado ahí desde que mi papá y yo las pusimos después de un viaje
al planetario cuando yo tenía seis años —explicó, y los dos miramos su
improvisado cielo nocturno durante un largo rato sin decir nada—.
Entonces, ¿qué evitas? —preguntó finalmente.
—Todo —dije al principio, aun cuando no era una respuesta verdadera—.
La música, como ya sabes. Básicamente, cualquier cosa que me recuerde a
mi madre, lo cual es mucho. E intento evitar tener sentimientos.
—Eso es imposible, lo sabes, ¿verdad? Te obliga a cerrarte completamente
a la gente.
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—Guau, tienes el Cinturón de Orión ahí arriba —jadeé—. Y la Osa Mayor.
—Me recordaron a la estrella que me esperaba en mi Kit de Supervivencia.
—Me he vuelto buena en eso.
—¿Qué parte?
—Todo.
—¿Es por eso que Chris y tú rompieron?
Estaba un poco sorprendida por una pregunta tan atrevida.
—Probablemente —respondí después de pensarlo un poco—. Al menos fue
parte de la razón. O la mayor parte de ella.
—Mi novia y yo rompimos cuando mi papá se enfermó —dijo Will, y yo me
incorporé a medias, sorprendida por este nuevo pedazo de información
sobre su pasado—. Tampoco podía soportar estar en una relación.
—Tu novia. —La palabra me salió ahogada.
—¿Es tan difícil de creer que tuviera una novia?
—Um, no. Es sólo que… —dije, y me detuve. Nunca me había permitido
pensar en ello—. No lo sé. No es difícil de creer en lo absoluto. Así que,
¿quién era?
—Nadie que conocieras. Era de otra escuela.
Me sentí extrañamente aliviada por esto.
—Suficiente de mi pasado —dijo—. Nuevo tema.
—De acuerdo —dije, golpeteando mis dedos contra el edredón. Mi mano
izquierda estaba tan cerca de la suya que tuve que asegurarme
conscientemente de que no nos tocáramos—. Hmmm. Oh, ya sé. —Me
levanté de la cama y esperé a que mis ojos se ajustaran a la oscuridad
para poder encontrar mi mochila. Busqué a tientas y saqué el iPod,
desplazando el dedo por el menú para que se iluminara. Se convirtió en el
único brillo en la habitación además de las estrellas—. En cuanto al tema
de las cosas que evitábamos. —Me senté de nuevo y se lo tendí—. Toma.
Como lo prometí.
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—Interesante. —Quería preguntarle más acerca de ella, averiguar cómo
lucía, entender el tipo de chica con la que él saldría, pero me resistí.
—Guau, el iPod.
—Dijiste que lo escucharías conmigo —le recordé.
—Lo hice —dijo, y lo tomó de mi mano, buscando a través de las listas de
reproducción. Se levantó de la cama y lo colocó en la base de sus
altavoces. “El corazón de la vida” de John Mayer comenzó a sonar y se
tendió a mi lado otra vez. Podía sentir sus ojos en mí mientras
escuchábamos.
—Pasé por una fase obsesiva de John Mayer —expliqué, cuando comenzó
otra de sus canciones. El iPod era como una cápsula del tiempo de la
música que había escuchado cuando mi mamá aún estaba viva.
—¿Cómo va la lista ASD?
—En ninguna parte en este momento. Pero pronto, creo. Me estoy
acercando.
—¿Quieres saber el nombre de la lista de reproducción que elegí? —
preguntó, y pude oír la sonrisa en su voz.
Respiré hondo.
—Seguro —dije, aun cuando ya sabía cuál era.
—Malhumorada Rose. Tenía curiosidad por saber lo que había en ella.
—John Mayer, obviamente.
—Sí, graciosísimo. Bueno, no hago mucho uso de esta lista de
reproducción ya que he terminado con los enredos amorosos. Demasiados
sentimientos involucrados.
—Suenas segura al respecto.
—Lo estoy —dije, volviéndome para mirarlo
remordimiento comenzó a latir a través de mí.
Will me miró fijamente.
incluso
mientras
el
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—Un puñado de canciones bastante buenas para besarse —dijo, y rió. Por
el sonido de su voz, pude decir que estaba sonriendo.
—Qué mal —dijo.
Mi interior me dijo que cambiara de tema antes de que uno de nosotros
dijera algo que no pudiéramos retirar, pero no pude evitarlo.
—¿Qué se supone que significa eso?
—No estoy seguro. Pero puedo entender por qué te sientes así.
—¿En serio?
—Te lo dije. Pasé por ello yo mismo.
—Lo sé —dije, pero no pude decidir si que Will fuera tan comprensivo todo
el tiempo era algo bueno o no. Sabía que él lo iba a dejar ir, fuera lo que
fuese. Pero por un segundo, un momento que pasó tan rápidamente que
casi me lo pierdo, deseé que él me empujara más allá de este lugar donde
me había estancado. Mientras escuchábamos la lista de reproducción,
jugué con el corazón en mi pecho y pensé en cómo los artículos de mi Kit
de Supervivencia estaban comenzando a entrelazarse, uno fundiéndose
con el otro. Will me había ayudado con las peonías y ahora con el iPod.
¿También se suponía que debía enamorarme de él?
—¿Will? ¿Rose? —Su madre nos llamó—. La cena está lista.
Si quizás, sólo quizás, nos hubiéramos besado.
Creo que si lo hubiéramos hecho, habría sido perfecto.
Página 177
Nos levantamos y ambos nos estiramos. Cuando encendió la luz, que
pareció extra brillante después de todo este tiempo en la oscuridad, me
pregunté qué habría pasado si su familia no nos estuviera esperando
ahora mismo, si nos hubiéramos quedado aquí, en esta habitación,
escuchando música toda la noche.
Veintiséis
Difícil de Explicar
Traducido por Otravaga
Corregido por Simoriah
E
l primer día de escuela después de las vacaciones estuvo lleno de
pesada reticencia a medida que el largo recorrido del invierno se
establecía. Aparte de un fin de semana largo, no había vacaciones
programadas hasta marzo, y lo mejor que se podía esperar era una
suspensión de clases por nieve de vez en cuando. Estaba junto a mi
casillero, pensando en esta deprimente realidad, cuando vi a Will
caminando hacia mí por el pasillo. Todavía no habíamos hablado después
de toda esa charla a oscuras en su casa. Asumí que continuaríamos como
siempre, apenas reconociéndonos mutuamente, pero estaba equivocada. Al
momento en que me vio se dibujó una sonrisa en su rostro.
Y repentinamente, nuestra amistad privada se volvió pública.
—Hola, Rose, qué bueno verte de nuevo —dijo, su voz llena de confianza.
Me mordí el labio, nerviosa por este cambio de actitud.
—Me divertí la otra noche —continuó. De repente el Will de las fotografías,
aquel cuya sonrisa era feliz y segura, estaba de pie frente a mí—. ¿Tú? —
preguntó.
Le devolví la sonrisa.
—Yo también.
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Will apoyó el hombro contra el casillero junto al mío. Usualmente
pasábamos tanto tiempo en su camioneta que a veces olvidaba lo alto que
era.
Nos quedamos de pie ahí, sonriendo, sin decir nada más, como si
mantuviésemos algún delicioso secreto entre nosotros. El timbre de un
minuto nos advirtió que teníamos que ir a clases pero ninguno de nosotros
se movió.
—¿Te veo más tarde? —dijo.
—Sí —respondí—. Pronto.
A medida que los fríos días de enero pasaban, algunos de ellos pesados
con nieve, oscuros y breves como si el sol no pudiera soportar vernos, algo
cambió y comencé a sentir como si, en su lugar, la primavera estuviese
sobre nosotros. Cada mañana un poco del peso que mi corazón había
estado llevando era levantado. Sonreía y reía más fácilmente y el mundo y
todos en él parecían brillar. Algo invisible dentro de mi pecho estaba
trabajando a destajo para reparar las más grandes heridas del año pasado
y también los rasguños y cortes más pequeños en cualquier otra parte.
Incluso mientras las costuras eran cosidas y comenzaban a sanar, mi
todavía tierno corazón se tensaba contra esos hilos y se expandía hasta
que yo pensaba que podría estallar.
Will y yo comenzamos a pasar todo el tiempo juntos en la escuela; en el
corredor junto a nuestros casilleros, en el almuerzo, durante los períodos
libres en la biblioteca. Tanto que la gente estaba comenzando a hablar. No
Krupa o Kecia, quienes aceptaban la presencia de Will como si él siempre
hubiese estado ahí, pero había muchos otros que se juntaban y
murmuraban cuando pasábamos. Después de la tercera vez que Will vino
a mi casa a pasar el rato después de la escuela, mi familia también
comenzó a tener preguntas. La noche antes de que Jim regresara a la
universidad para el semestre de primavera y que la Abuela Madison
tuviera programado volver a casa, fui emboscada en la cena.
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Cada día antes de irme a la escuela tomaba el corazón de cristal de un
diminuto plato en mi mesa de noche y abrochaba la cadena alrededor de
mi cuello, cuidadosa de mantenerlo oculto bajo las camisetas y los
suéteres en los que me envolvía para evitar el aire helado. Llevaba ambos
corazones, el mío, lleno de crecientes sentimientos por Will, y el regalo de
mi madre, como secretos.
—Así que, Rose —dijo la Abuela—. Asumo que has superado lo que tenías
con ese jugador de fútbol americano.
Al otro lado de la mesa, Jim sacudió la cabeza antes de llevarse otro
bocado de pastel de carne y puré de papas a la boca. La Abuela había
preparado nuestro platillo favorito, lo suficiente para que tuviésemos un
montón de sobras después de que ella se hubiese ido para darme un
pequeño respiro antes de que fuera la única cocinera en la casa una vez
más.
Papá me miró, esperando mi respuesta.
Pero no estaba segura de qué decir. Me había malacostumbrado a la
buena voluntad de Krupa y Kecia para mantenerse en silencio sobre este
tema, y había pensado que también podría escapar de esta clase de
interrogatorio aquí.
—Chris y yo rompimos hace mucho tiempo.
—Eso no es a lo que me refería y lo sabes —dijo la Abuela, y levantó su
vaso de gaseosa entre dos dedos con manicura francesa. Ahora sólo
bebíamos gaseosa, agua o jugo en la casa, según las órdenes de la Abuela.
Ella tenía a papá a raya, y yo estaba impresionada por su mejoría… no
había vuelto a llegar a casa borracho en semanas y me preguntaba si esto
duraría después de que ella se fuera. La Abuela me dio una sonrisa
atípicamente genuina—. Me alegra. Me gusta el chico Doniger y creo que
ha sido bueno para ti.
—Estoy de acuerdo —dijo papá, soltando una risita ahogada, antes de
volver a su pastel de carne.
—Will y yo no estamos saliendo. Sólo somos amigos.
La Abuela resopló.
—Claro —dijo—. Puede que sea vieja pero no estoy senil.
Jim me miró mientras masticaba y tragaba.
—Bueno, yo no sé cómo me siento al respecto. Nunca vas a encontrar a
nadie mejor que Chris. En serio.
Página 180
Abrí la boca con sorpresa.
—¿Puedes dejar de aferrarte a esta idea de que Chris y yo vamos a volver a
estar juntos, por favor? —dije—. ¿Por qué siquiera te importa?
—Quiero que seas feliz —dijo él.
—Ella es feliz —dijo la Abuela, y lo fulminó con la mirada—. ¿No te das
cuenta? De otro modo no me estaría yendo —agregó suavemente. Colocó
una mano sobre la mía, sus anillos fríos contra mi piel—. No me iría si no
pensara que estás bien, Rose. Te amo demasiado.
Un nudo se formó en mi garganta. Estaba tan acostumbrada a los bordes
afilados de la Abuela que esta revelación de por qué ella sentía que estaba
bien irse, de que no estaba aquí sólo para cuidar a Papá o ayudar con las
comidas y la casa con Jim en ella, que había estado cuidando de mí
especialmente, me volvió insegura de cómo responder. Así que no dije
nada, no en ese momento, y eventualmente terminamos nuestra cena sin
que el tema de Will surgiera de nuevo. Pero a la mañana siguiente después
de que nos despidiéramos de Jim y los tres lo viéramos alejarse, su auto
lleno de paquetes de ropa limpia doblada, libros y comida, detuve a la
Abuela Madison justo cuando ella estaba abriendo la puerta de su
minivan.
—Abuela, espera —dije, mi voz ronca. Corrí por el camino de entrada.
—Si me retrasas y me topo con el tráfico voy a culparte —dijo, el sarcasmo
al que estaba tan acostumbrada de regreso en su voz.
Pero esta vez no me lo creí.
Ella sacudió las llaves con impaciencia.
—¿Podemos hacer esto por teléfono? Sé que prefieres que toda la
comunicación se haga a través de tu hermano, pero podías intentarlo
conmigo de vez en cuando. Tienes mi número después de todo, y ese lindo
celular tuyo —dijo, lo que era la extraña y tosca manera de abuela de
decirme que estaba ahí para mí.
—Sí, lo tengo. Y te llamaré más. Pero esto no es para hacerlo por teléfono
—dije. Antes de que pudiera acobardarme, caminé hacia la Abuela y la
envolví con mis brazos en un gran abrazo. Se sentía tan delicada, tan
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—Quería decirte…
delgada y frágil, cuando todo acerca de su personalidad era tan fuerte y
severo. Me devolvió el abrazo y sus llaves resonaron cuando cayeron al
suelo—. También te amo, abuela —susurré, finalmente respondiendo lo
que ella me había dicho anoche en la cena—. Y gracias. —Cuando nos
separamos, recuperé sus llaves del camino de entrada y se las entregué—.
No quieres toparte con el tráfico. —Hice lo que pude para sonreír a través
de la tristeza, observando mientras ella se sentaba, ajustaba los espejos y
dejaba que el auto se calentara. Antes de retroceder, bajó la ventanilla.
Sus mejillas estaban manchadas con lágrimas.
—Llámame, Rose —dijo.
—Lo haré.
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Me quedé ahí, saludando con la mano, hasta que ella desapareció por la
calle.
Veintisiete
Coloridos
Traducido por Mari NC
Corregido por dark&rose
Krupa y yo estábamos en nuestra taquilla antes de nuestra última clase.
—Tengo un favor que pedirte —le dije.
Ella miró su reflejo en el espejo.
—Cualquier cosa por ti, querida —dijo, distraída, acariciando su cabello,
tratando de alisarlo. Hizo un mohín y comenzó a aplicarse brillo labial.
—¿Tienes algún plan en este momento, quiero decir, aparte de química? —
pregunté.
Página 183
L
os recuerdos de mi madre comenzaron a emerger de los
lugares en que los había enterrado, cuidadosamente
saliendo a la luz de nuevo. A diferencia de antes, ahora me
senté con ellos, permitiéndome recodar una conversación entre nosotras
que fue especialmente importante, o la forma en que me sonreía cuando
llegaba a casa de la escuela llena de noticias que reportar. Estas eran sólo
pequeñas cosas y todavía me ponían triste, pero me volví mejor en estar
triste y resistir la tentación de ahuyentarla. Un recuerdo en particular, uno
que me creó un dolor mucho más grande que los otros, encontró su
camino a la parte delantera de mi mente. Durante un tiempo, lo dejé
reposar sin tocarlo, negándome a reconocerlo, a pesar de que cada día me
daba más cuenta de su presencia. El 4 de febrero, en el aniversario de los
ocho meses, decidí que estaba lista para enfrentarlo.
—No si me necesitas para algo. —Krupa me miró—. No te preocupes, no
hay ninguna prueba hoy, ni nada parecido. Dime lo que quieres hacer…
¡ooh espera! ¿Tiene que ver con Will? —preguntó.
Me sonrojé.
—No, en absoluto.
—Oh, bueno, pensé que debía preguntar de todos modos. Entonces, ¿qué
es?
Jugué con el corazón de cristal en mi cuello, oculto a la vista justo debajo
de la abertura de mi camisa. Jugar con él se había convertido en un hábito
casi constante, como si fuera mi propio corazón y necesitara mantenerme
chequeando que todavía estuviera allí.
—Quiero acercarme a la escuela primaria.
—Oh. —Estuvo un momento en silencio—. Hoy es 4 de febrero.
Asentí con la cabeza.
—Ocho meses.
—¿Estás segura de que no quieres esperar por Will?
—Bueno, vamos ahora mismo. Estoy lista. —Krupa metió un brazo,
después el otro en las mangas de su hinchada chaqueta roja. Agarró mis
cosas de la segunda percha y las empujó hacia mí. Mi corazón se expandió
con gratitud por mi mejor amiga—. Vamos —dijo ella, y se dirigió hacia la
salida de la escuela.
La seguí, poniéndome mi abrigo y envolviendo una bufanda alrededor de
mi cuello en el camino. Una vez afuera, nuestro aliento sopló pequeñas
nubes blancas en el aire frío e hicimos nuestro mejor esfuerzo para
desplazarnos por los caminos resbaladizos, nuestros pasos crujiendo sobre
la fina capa de nieve que las palas no habían removido. A cada lado de
nosotras había cúmulos amontonados.
—¿Por qué hoy? —preguntó—. ¿Es por el aniversario?
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—Sí. Esto es algo que quiero hacer sólo contigo —dije.
Pensé en su pregunta.
—En parte es por eso —dije—. Pero es más el que sé exactamente lo que
mamá estaría haciendo en estos momentos con sus niños si todavía
estuviera enseñando. Quiero ver si mantienen la tradición.
Krupa asintió con la cabeza, enlazando su brazo con el mío como si
fuéramos dos anillos de una cadena de papel, y bajamos por el camino
entre la escuela secundaria y la escuela primaria. No había estado aquí
desde el día del memorial de mi madre, pero ya era hora de permitirme
recordar, volver a repasar uno de los recuerdos más tristes, así tal vez un
día sería capaz de avanzar una vez más y tal vez incluso seguir adelante.
Sin embargo, cuando el patio de juegos quedó a la vista, mi respiración
quedó atrapada en mi garganta.
—Siempre he querido caber en una talla dos —exclamó. Había perdido
tanto peso que sus ropas le quedaban grandes y sueltas y estaba ansiosa
por mostrar su nuevo aspecto.
Mi madre nunca perdió de vista el lado bueno de su situación. Leyó los
libros que siempre había querido leer, veía películas, y nos dejó mimarla
por una vez. Se perdió un año completo de escuela, pero sus colegas
unieron sus días de enfermedad por lo que ella no se agotó… estaban tan
decididos como mamá a que iba a estar enseñando a inicios del siguiente
año escolar. Y lo estuvo, como si nunca hubiera estado enferma.
Los médicos llamaron a mamá un milagro.
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La muerte de mi madre no fue un shock sólo para nosotros, sorprendió a
todo el pueblo. Todo el mundo, sus compañeros maestros, sus niños, sus
padres, sus antiguos padres, todos ellos esperaban que tuviera una
recuperación completa del cáncer. Ella lo había hecho una vez, cuando yo
estaba en octavo grado, así que ¿por qué no una segunda vez? En aquel
entonces ella superó la cirugía, la quimioterapia y la enfermedad con una
sonrisa en su rostro y alegría en su voz. Un día incluso regresé a casa para
encontrar a mi madre esperándome en la cocina después de que algunos
de sus amigos la hubieran llevado de compras.
Pero nos advirtieron, también. Yo nunca iba a olvidar esa parte. Papá, Jim
y yo estábamos hablando con su oncóloga después de su último
tratamiento; yo estaba a punto de comenzar el primer año en la escuela
secundaria. Teníamos muchas ganas de oírla decir que el cáncer se había
ido, hasta la última gota.
—Así que está totalmente curada, ¿verdad? ¿Está todo superado? —le
pregunté.
Papá y Jim asintieron con la cabeza, como si eso ayudaría a que fuera
cierto.
La Dra. Stellar suspiró y se inclinó hacia delante en su silla.
—No hay cura para el cáncer —nos dijo, haciendo hincapié en no y cura—.
Su esposa —le dijo a papá, luego se volvió hacia Jim y yo—, su
madre siempre tendrá cáncer.
—La buena noticia es que tu madre está en remisión, y
esperanzadoramente estará en remisión por años. Así que no más
tratamientos por ahora —dijo con una sonrisa, pero aún no había
terminado—. Ustedes deben saber, sin embargo, que cuando el cáncer
regrese, y apuesten a que volverá… —La Dra. Stellar hizo una pausa para
dejar que esto penetrara, preparándonos—, el tipo de cáncer que tiene es
virulento. Es agresivo. Cuando vuelva, es muy probable que lo sea. —Se
detuvo, mirando a cada uno de nosotros, uno por uno, a los ojos. Quería
que comprendiéramos el pleno significado de sus palabras.
No dijimos nada. Estábamos tan contentos con la recuperación de mamá
que no nos dejamos a nosotros mismos verdaderamente escuchar esta
última parte. Estábamos convencidos de que mamá estaba demasiado
llena de vida para alguna vez dejar al cáncer ganar. Sin embargo, la Dra.
Stellar tenía razón al final, y cuando sucedió no estábamos preparados.
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Esta no era exactamente información nueva. Todo el mundo sabe que no
hay una cura, tu cerebro absorbe esto inconscientemente de los anuncios
que ves en la televisión y todas esas carreras por la cura que la gente
patrocina. Pero cuando alguien que amas es diagnosticado, toda
racionalidad desaparece. Crees que tiene que haber excepciones a esta
regla, y yo quería que la Dra. Stellar nos dijera que mamá era una de ellas.
Cuando mi madre se enfermó de nuevo el pasado abril todo el mundo
asumió que iba a estar bien. Los profesores estaban dispuestos a donar
sus días de enfermedad de nuevo, y los niños en la escuela hicieron
tarjetas y arte para decorar su habitación del hospital. Móviles colgaban
del techo y brillantes flores de papel de construcción se alineaban en las
paredes alrededor de todas esas máquinas parpadeantes y de pitidos. Era
un arco iris dondequiera que mirabas.
Pero a principios de junio, justo antes de que el año escolar terminara,
mamá murió.
Tener un maestro muerto era complicado, nos dimos cuenta,
especialmente para niños tan jóvenes como los estudiantes de mi madre.
Ellos estaban confundidos sobre a dónde fue y por qué no regresó, por lo
que la escuela primaria se quedó con un dilema: cómo ayudar a los niños
de mamá a hacerle frente, incluso cuando trataban de procesar esta
inesperada pérdida por sí mismos. Decidieron celebrar un servicio
conmemorativo unos días después del funeral de mamá. Invitaron a mi
familia y fuimos, por supuesto, sentíamos que teníamos qué a pesar de
que lo último que queríamos era ir a otro evento en torno a la muerte de
mamá.
—Sólo de la vuelta —le dijo uno de los administradores a papá mientras
dirigía los coches al estacionamiento al lado del patio de juegos de la
escuela. Los niños estaban por todas partes, dando vueltas con sus padres
y otros maestros, todos con marcadores, bolígrafos, lápices de colores y
pedazos pequeños de papel, estaban muy ocupados dibujando y haciendo
garabatos. Uno de los colegas de mamá preguntó si queríamos participar y
sólo negué con mi cabeza y me quedé congelada allí.
Habían llevado un árbol —un abedul, el favorito de mamá— y lo plantaron
en el patio de juegos. Los niños estaban acariciando la tierra alrededor de
la parte inferior como si fuera un juego o sólo otro de los proyectos de
mamá. Entonces, la señora Delaney, mi maestra de tercer grado, reunió a
todos en un círculo alrededor del árbol y los guió en una canción.
Mi padre, hermano, y yo nos quedamos atrás, mirando desde lejos.
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Ese día fue precioso, el sol alto en el cielo.
Cuando oí las voces de los niños, tan altas y dulce, casi perdí el control.
Contuve la respiración, apreté mis manos contra mis mejillas, diciéndome
a mí misma que terminaría pronto, la canción y el memorial, también.
Eran de edades entre tres y cuatro años, después de todo y su capacidad
de atención casi no existía. Cuando el canto llegó a su fin, me dispuse a
salir, pensé que todo había terminado y que podíamos finalmente, por
suerte, volver a casa
Pero había una cosa más en su agenda y nos enteramos de lo que cada
uno había estado escribiendo antes: mensajes para mi madre, cartas de
colores de despedida, mejores deseos y te extrañamos. Con la ayuda de los
padres, sus niños comenzaron a añadirlos a cometas, de entre todas las
cosas.
Cometas. Reales.
Mi pecho se apretó y giré mi cuerpo, empujando mi puño contra mi boca,
los codos clavados en mis costados. ¿De verdad esperaron que mi familia
soportara esto? Las cometas estaban de repente en todas partes a las que
me giraba, hermosas, coloridas, del tipo simple en forma de diamante,
ralladas, con lunares, arco iris, todas ellas sujetas en las manos de los
niños con sus padres ayudándoles a sostenerlas.
El cielo azul se llenó de franjas brillantes de color, las cartas a mamá en
papel rayado de cuaderno y artículos de papelería ondeando al viento. Era
un día perfecto para ello. Madres y padres corrieron con sus hijos por todo
el patio de juegos, ayudándoles a liberar la cadena y tirar de ella hacia
atrás para mantener las cometas en lo alto y bailando en el viento.
Ella lo habría amado, casi podía oír la voz de mamá, llena de alegría ante
la vista y aplaudiendo con sus manos, mirando a todo este espectáculo.
—Díganle adiós a la Señorita Ellie —gritó la señora Delaney, mientras
estábamos allí, nuestros ojos dirigiéndose hacia los cielos viendo aquellas
cometas, escuchando mientras los niños corearon fuertemente sus
despedidas a mi madre, agitando sus manos sobre sus cabezas como si
realmente pudieran verla flotando allá arriba, en algún lugar.
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Cuando los niños estuvieron listos, las dejaron elevarse.
Me precipité al interior de la escuela, buscando alivio en los pasillos
oscuros, sólo para descubrir que las paredes enteras estaban llenas de
pinturas de dedos que los niños de mi madre habían hecho de ella. Me
dejé caer al suelo y me hice un ovillo, mi cabeza metida en mis rodillas. No
volvería aquí otra vez. Jamás
No había puesto un pie cerca de la escuela primaria desde entonces.
—No quiero entrar —expliqué, cuando Krupa se dirigió a la entrada.
—¿No? Pero pensé…
—Vamos por atrás.
—Está bien.
Dimos la vuelta por un camino, y cuando llegamos al final del edificio de
ladrillo y rodeamos la esquina, nos detuvimos.
—Aquí, ¿verdad? —Me miró, sus ojos pidiendo permiso para ir más lejos.
El patio de juegos de la guardería mostraba signos de niños jugando
recientemente en la nieve. Tres pequeños muñecos de nieve se elevaban
como tocones gruesos y redondeados, y un fuerte de nieve, tal vez un iglú,
era evidente desde el montículo grande en la esquina. Mis ojos se posaron
en el árbol de abedul de mi madre a lo largo del borde posterior de la valla,
su corteza pelada blanca y ondulada de color marrón, sus ramas afiladas
en el hielo como si estuvieran cubiertas de cristal, justo como el corazón
que mamá me dio.
Krupa se dirigió directamente hacia el árbol.
—Es tan bonita en la nieve. —Con una mano enguantada pasó sus dedos
por la superficie lisa y cristalina en la rama más baja—. Rose. —Hizo
señas.
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Asentí con la cabeza.
Negué con mi cabeza, y en su lugar me dirigí hacia la ventana de la clase
de mi madre, mis pies hundiéndose en la nieve, los montones se
profundizaron con cada paso.
Por favor, no dejes que todo se haya ido.
Cuando llegué a la ventana me detuve y cerré mis ojos, preparándome a
mí misma.
—Oh —hipé mientras miraba a través del cristal. Los pasos de Krupa
crujieron detrás de mí y juntas miramos al interior. Los niños se habían
ido ya, pero colgando del techo, desde todas las diferentes alturas, habían
cientos de copos de nieve, del tipo que haces doblando una hoja de papel,
una y otra vez, utilizando tijeras para cortar pequeños triángulos y
cuadrados, o, si te sientes ambicioso, estrellas, corazones y otras formas
también. Podrías cubrirlos con brillo o chispas o lentejuelas, o tal vez
dejarlos limpios y hermosos todo por su cuenta. Cada año, los niños de
mamá empezaban haciendo copos de nieve en el día de la primera nevada
y a partir de entonces durante todo el invierno para que finalmente el
techo del salón de clases se viera como una nevada perpetua. Algunos
eran brillantes, otros gigantescos, y todavía otros en miniatura, como
pequeñas obras maestras.
—Rose —dijo Krupa, poniendo ambas manos en la cornisa de ladrillo en la
parte inferior de la ventana, de pie sobre los dedos de sus pies para una
mejor visión—. No olvidaron.
—Mira ese —dijo Krupa, y se echó a reír, señalando a un copo de nieve tan
grande y pesado con decoraciones que se arrugó por el pegamento y se
balanceaba pesadamente en su cadena—. Y ese brillante de allá —dijo ella,
y otro, y luego otro, hasta que finalmente me uní a ella.
Pensé en el amor mientras nos quedamos allí, el día convirtiéndose en
anochecer y la temperatura cayendo, y mi corazón, ese dentro de mí,
volviéndose más completo.
En silencio, Krupa y yo hicimos nuestro camino de regreso a través de la
nieve al patio de juegos y descendimos por el camino a través de los
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Asentí con la cabeza porque no podía hablar. Se sentía como si mi madre
estuviera todavía aquí, todavía una parte de este lugar.
terrenos de la escuela. Comenzó una ventisca, suaves copos de nieve
cayendo del cielo sobre nuestras mejillas y narices. Se arremolinaron a
nuestro alrededor como magia.
—Gracias —le
despedirnos.
susurré
a
Krupa,
cuando
estábamos
a
punto
de
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—Por supuesto —dijo, y se giró hacia una dirección, hacia su casa,
mientras me giraba hacia la otra, hacia la mía, moviéndome lentamente
hacia delante, un pie delante del otro.
Veintiocho
Vas a ser mi chica
Traducido por Vero
Corregido por dark&rose
E
l Día de San Valentín llegó y tarde por la mañana estaba cargando
una docena de rosas rojas. Bueno, casi... había once hasta el
momento. Cuando salí por el pasillo hacia nuestra taquilla, Krupa miró el
ramo con recelo.
—Sé que esas no son de Will, él no es del tipo demostrativo.
Negué con la cabeza.
—Por favor, dime que no son de Chris. Dime que no está todavía tratando
de regresar contigo después de ese desastre del muérdago.
—Estoy tan sorprendida como tú y un poco abrumada. Pensé que se había
dado por vencido.
—No estarás considerando...
—Definitivamente no.
—Por lo tanto, está decidido: se las devolverás.
La fragancia de las flores era casi insoportable.
—Krupa, no voy a ser malvada al respecto, y además, ni siquiera lo he
visto todavía.
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Una mirada de preocupación se apoderó de su rostro.
Ella deslizó una rosa del ramo y estrujó los pétalos de color rojo oscuro
contra su nariz con tanta fuerza que algunos cayeron sobre la alfombra.
Hizo una mueca.
—Entonces, ¿cómo las obtuviste?
—Ni siquiera quieres saberlo —le dije.
Krupa comenzó a arrancar los pétalos de la rosa que sostenía.
—Lo amas, no lo amas, lo amas... —dijo, mirándolos caer suavemente
hasta el suelo. Arrancó el último—. No lo amas. —Puso los dedos sobre su
superficie aterciopelada de color rojo y sonrió—. Creo que la decisión está
tomada.
—Hilarante.
Se dejó caer contra la pared y suspiró.
—Muy bien, dime cómo lo hizo.
—Orquestó un loco ataque sorpresa, “Rose y Rosas”, al estilo fútbol, eso es
lo que Tony me dijo cuándo le exigí una explicación. Once futbolistas
diferentes se han acercado a mí hoy, uno tras otro, cada uno de ellos me
entregó una rosa. —Señalé hacia las pequeñas etiquetas blancas alrededor
de los tallos—. Echa un vistazo.
Ella agarró el papel y lo leyó.
Dejé caer mi brazo haciendo que el ramo se sacudiera hacia el suelo, los
pétalos susurrando en el aire.
—Lo sé, pero ese es Chris.
—Prométeme que no vas a caer bajo su hechizo de nuevo.
—Terminamos ¿bien?
—Bien —dijo.
Le ofrecí el ramo.
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—Oh, Dios mío, me estás tomando el pelo: “Para mi única Rose”. ¡Qué
cursi!
—Por favor, llévatelas.
Ella hizo una mueca.
—Yo no las quiero.
—Yo tampoco.
—¿Por qué no las tiras? —sugirió Krupa con una sonrisa.
—Nunca te gustó, ¿verdad?
Ella se encogió de hombros.
—¿Qué tal esto? Dáselas a una estudiante de primer año que se vea triste
y solitaria hoy. O a once estudiantes de primer año diferentes. Tú decides.
Los ojos de Krupa se iluminaron y me quitó el ramo.
—Ooh, me gusta la idea de jugar a Cupido. Y, Rose, asegúrate de mirar
dentro de nuestro casillero antes de ir a clase. Hay algo ahí para ti y es
mucho mejor que esto —dijo, agitando el ramo de flores con tanta fuerza
que oscuros pétalos rojos llovieron sobre el suelo—. ¡De cualquier modo! —
Saltó fuera dejando un rastro detrás de ella.
—Recuerda quitar las etiquetas en primer lugar —dije detrás de ella, y dejé
caer mi bolso al suelo. Cuando abrí la puerta y vi lo que estaba allí, me
quedé sin aliento.
Su centro negro estaba rodeado por filas y filas de rojo, irradiando hacia el
exterior. Los pétalos eran largos y delgados, de color vibrante. La acerqué a
mi rostro y sonreí, el tacto sedoso de la flor haciéndome cosquillas en mi
barbilla. Mi corazón latía tan rápido y fuerte que pensé que mi colgante
debía estar palpitando contra mi pecho.
Me acordé de aquella mañana de setiembre, y la flor que había recogido,
recordando cómo Will había estado allí en el jardín, trabajando. Girando el
tallo en mi mano, como un molinillo de viento, vi el efecto borroso del
molinete rojo.
Qué gesto tan dulce. Tan considerado, tan especial.
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Una sola margarita roja estaba en el estante más alto.
Tan Will.
Tenía que encontrarlo.
Antes de que pudiera ir a cualquier parte, antes de que pudiera salir de mi
casillero, Chris me encontró. Lo vi doblar la esquina y entrar por el pasillo,
sonriendo. Su pelo rubio luciendo como si acabara de cortarlo, usando
una camiseta ajustada de manga corta que le hacía parecer aún más
imponente de lo habitual.
Llevaba una sola rosa roja en su mano para completar la docena. Cuando
vio que no tenía ni una de las rosas, sino una sola margarita, su sonrisa se
tornó en confusión. Se detuvo en seco y esperó a que le explicara.
Sin embargo, no lo hice. Sólo me giré y caminé hacia el otro lado, segura
de que Chris y yo habíamos terminado real y definitivamente. Tal vez algún
día en el futuro pudiéramos encontrar una manera de ser amigos.
Aquel fin de semana, Kecia tenía una fiesta y yo estaba muy emocionada
por ir. En lugar de la vida de secundaria de fantasía envasada que había
tenido con Chris, estaba empezando a tener una de mi propia creación.
Cuando Kecia abrió la puerta principal, Krupa y yo nos encontramos
mirando hacia arriba en tres pisos de espacio abierto y ventilado, con sólo
una araña de cristal brillante para llenarlo.
Kecia se echó a reír.
—Ostentosa, querrás decir. —Nos hizo señas para que la siguiéramos al
piso de arriba—. Me encanta tu vestido —le dijo a Krupa, cuya camisa,
hecha de material sari, era una explosión de remolinos de hilos de color
rosa y plata.
—Mi madre lo hizo.
Kecia pareció sorprenderse al escuchar esto.
—Me gustaría que mi mamá fuera así de talentosa.
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—Bueno, tu casa es muy… agradable —le dije.
Tamika apareció, inclinándose sobre la barandilla. La parte superior de
sus mejillas brillaban, un rubor iridiscente dándole a su piel un brillo
sutil, y se había recogido sus largas, gruesas y casi permanentes trenzas
en un moño, mostrando su rostro.
—¡Hola, chicas!
—Te ves increíble —le dije.
—¡Gracias! Apúrense. La gente va a empezar a llegar. —Se dio la vuelta y
se alejó, el sonido de sus tacones de diez centímetros amortiguados por la
gruesa alfombra.
—Tamika se pone mandona cuando hacemos una fiesta —explicó Kecia, y
nos condujo por un largo pasillo hacia la parte posterior de la casa.
Doblamos a la derecha en el cuarto de baño, que era suntuoso. Los suelos
y las encimeras eran de mármol, los accesorios de cristal, y había una
bañera gigante debajo de las ventanas. Suaves toallas estaban apiladas
por todas partes y cinco lavamanos alineados en una pared, cada uno con
su propio conjunto de espejos, donde Mary y Tamika estaban retocándose
su maquillaje.
—Creo que no tenemos que luchar por el espacio —dije.
Kecia se encogió de hombros.
—Mis padres están en el piso superior. Elige el lugar que desees.
—No lo necesito —dije—. Vine aquí ya lista.
—Rose Madison, no vas a ir a nuestra fiesta vestida así.
Bajé la vista hacia mi suéter, pantalones vaqueros y botas.
—¿Por qué no?
—Tengo la cosa perfecta para ti —dijo Kecia, y salió corriendo del cuarto de
baño y volvió con un largo top rojo, con volantes que colgaba de sus dedos
por los tirantes. Me lo tendió.
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Tamika se volvió.
—Um, eso es bueno —dije, cuando por dentro estaba pensando que no
había manera en que llevara algo tan fino—. Pero ¿no es un poco
veraniego?
—La fiesta es dentro de casa —dijo Mary.
—Pero...
—Sólo pruébatelo —instó Krupa—. Si no funciona, puedes usar lo que
tienes puesto.
—O algo más de mi armario—dijo Kecia rápidamente—. Rose, confía en mí.
Se verá increíble.
—Bien. —Lo sostuve con un dedo y dejé que las cintas satinadas, delgadas
como hilos, resbalaran sobre él—. Siempre y cuando pueda mantener los
pantalones vaqueros. —Me deslicé dentro de la zona del vestidor y me
quité el suéter y camiseta por encima de mi cabeza. Miré el elegante top, se
veía muy pequeño y no del todo cálido.
—No puedo usar un sostén con esto, ¿no? —dije.
—Está bien, está bien. —Me deshice de mi sostén y dejé caer la blusa por
encima de mi torso. Estuve tentada de lanzar un suéter sobre ella, pero
luego vi mi reflejo en el espejo. Cada corta capa de gasa roja cayendo en
cascada una sobre la otra. Me recordó a un vestido típico del charlestón de
1920. Y era del mismo color que la margarita que Will me había dado—.
Está bien —dije, pensando que tal vez no era tan mala idea después de
todo—. Estaban en lo cierto. Me gusta. —Asomé la cabeza por detrás de la
puerta.
—Muéstranos —solicitó Kecia, y di un paso fuera.
—Oooh —dijeron efusivamente todas.
—Ese colgante de corazón es perfecto —dijo Krupa, y se estiró para verlo
más de cerca—. Me he dado cuenta que lo llevas puesto últimamente, pero
este atuendo realmente lo luce. Es hermoso. —Me miró fijamente. Tal vez
pensaba que era un regalo de Will—. Perfecto para una fiesta de San
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—No necesitas uno. Es ajustado —explicó Kecia.
Valentín —añadió, justo cuando el timbre sonó, anunciando la llegada de
los primeros invitados.
Una detrás de la otra nos dirigimos hacia las escaleras, un tren de cinco
chicas —cinco amigas— listas para una fiesta. La felicidad corría a través
de mí. Durante mucho tiempo había pensado que esta parte de la escuela
secundaria había terminado para siempre, que nunca me gustaría hacer
cosas como estar en una fiesta o disfrutando de vestirme con amigas, ya
que después de que murió mi madre, simplemente no me parecía bien.
Pero aquí estaba yo, acabando de hacer estas cosas, y con cada paso el
corazón de cristal rebotaba contra mi piel desnuda.
Esta noche llevaba mi corazón por fuera, a la vista, para que todos lo
vieran.
Krupa se unió a mí en el blanco y suave sofá, donde había estado sentada
durante la última media hora, mis ojos concentrados en el quicio de la
puerta que podía ver desde aquí. Las personas se arremolinaban en torno
a toda la habitación, vasos del barril de cerveza en sus manos. Un grupo
de chicas cuchicheaban cerca, y un estallido de risas profundas provenían
de algunos chicos de la esquina. Krupa puso su cabeza sobre mi hombro,
su pelo largo, negro y espeso cayó en cascada por mi brazo. Sus grandes
ojos parpadearon hacia mí.
—Como si realmente necesitaras preguntar. —Me encogí de hombros—. Él
no está aquí todavía y tal vez no venga para nada. —Cuanto más tiempo
continuaba la fiesta sin la aparición de Will, más decepcionada me sentía.
—¿Por qué no le escribes y ves dónde está?
—Will y yo no nos comunicamos así.
Krupa me miró.
—¿Qué quieres decir?
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—¿A quién estás mirando? ¿Hmmm? —preguntó.
—Siempre arreglamos todo en persona. Cuando nos vemos hacemos
planes para la próxima vez y así... no pasa nada entre medias. Es como
una extraña regla tácita que tenemos. No estoy segura de por qué.
—Pero la mitad de la diversión está en la mensajería constante.
—¿Qué? ¿Te refieres a la espera para ver si responde a un mensaje o no, y
entonces lo que dijo si lo hizo, y después, lo que dices en respuesta, y bla,
bla, bla hasta el infinito? Honestamente, es algo así como agradable tener
una amistad sin todo el drama adicional por el que preocuparse.
Krupa se burló.
—¿Una amistad? Por favor. Admítelo, estás completamente enamorada.
—Shhhh —susurré—. No ha pasado nada... —empecé.
Una mirada traviesa cruzó el rostro de Krupa y bajó la voz hasta un
susurro.
—Bueno, mejor me voy llenar esta bebida —dijo, y saltó del sofá,
agarrando el vaso de la mesa de café.
—Pero estábamos...
Cuando me volví, vi a Will en el lado opuesto de la habitación, viéndose
incómodo, sus pulgares en los bolsillos de sus jeans, algo que yo sabía qué
hacía cuando estaba nervioso. Su expresión estaba en blanco, cerrada,
aun cuando la gente lo saludaba. A veces esbozaba una pequeña sonrisa
que desaparecía en el instante en que se iban. Pero cuando nuestros ojos
se encontraron sonrió de verdad y comenzó a hacer su camino a través de
la multitud hacia mí.
Las mariposas tomaron vuelo dentro de mí.
—Estás aquí —dije devolviéndole la sonrisa con una aún más grande.
Cada vez era más difícil ocultar lo que sentía.
—Todos nosotros estamos aquí —dijo, y se hundió en los cojines a mi lado,
dejando un poco de espacio entre nosotros.
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—Regreso en un momento —dijo, y desapareció en la habitación de al lado.
Consideré desplazarme hacia él, pero me quedé donde estaba.
—¿Nosotros?
—El equipo de hockey. Casi nunca tenemos la oportunidad de ir a fiestas
durante esta época así que cada uno aprovechó la oportunidad para venir
a esta. Sin embargo, pronto todas mis noches de fin de semana estarán
libres —agregó mirándome con curiosidad. El próximo fin de semana las
eliminatorias por el campeonato estatal de hockey comenzarán, marcando
el final de la temporada. Tal vez estaba nervioso sobre lo que sucedería
entre nosotros una vez que nuestra rutina regular se hubiera ido.
—Creo que es algo bueno —le dije mirándolo de vuelta—. ¿No será
agradable poder hacer lo que quieras otra vez? ¿Cada vez que quieras?
—No es como si fuera mucho a fiestas de todos modos. No he estado en
una desde... —hizo una pausa, para contar—, más de dos años.
—¿En serio? —pregunté, aunque no debería haberme sorprendido porque
no recuerdo nunca haberlo visto en una.
—¿Cuándo fue la última vez que fuiste a una? —contestó.
La respuesta era el marzo pasado, hace casi un año, pero antes de que
pudiera responder un montón de jugadores de hockey se precipitaron
hacia nosotros.
Cuando se volvió hacia mí una vez más, había dos manchas rojas en sus
mejillas.
—No les hagas caso —comenzó, pero fue interrumpido de nuevo.
—Will, Will, Will —Tim Godfrey, un senior que había visto después de los
partidos, pero que nunca había conocido formalmente, estaba cantando el
nombre de Will una y otra vez como un fan en un juego. Se apretó en el
sofá entre nosotros y pasó un brazo alrededor del cuello de Will, en un tipo
amistoso de llave de cabeza, si una llave de cabeza alguna vez podría ser
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—Will tiene una chica —dijo uno de ellos, y le dio un golpe en el hombro.
Will trató de agarrar su brazo pero su compañero de equipo era demasiado
rápido y ya estaba en su camino a la habitación de al lado.
considerada amistosa. Tim me sonrió—. Rose Madison, no creo que jamás
hayamos tenido el placer. A Will no le gusta compartir.
Traté de esconder mi sonrisa. Cuando fui a darle la mano a Tim, la atrajo
a sus labios y la besó.
—Encantada de conocerte —le dije, y reí.
—Vamos —le dijo Will—. ¿No tienes otras personas a quien hostigar?
—¿No te encanta este hombre? —Tim me preguntó, con una expresión
tonta en su rostro.
—Déjalo —dijo Will, y lo golpeó en el hombro. Hacia mí, articuló: “Lo
siento” y “Está realmente borracho”.
Tim no se dejó intimidar.
—Déjame darte algunos consejos acerca de Will —añadió—. Es muy tímido
y, a veces, sólo necesita un pequeño empujón. —Apretó un solo dedo en la
parte superior del brazo de Will para demostrarlo.
—Ah, creo que lo entiendo —dije.
Si él no estuviera actuando tan claramente por cariño, me hubiera sentido
más avergonzada, pero la intención era obvia: Para dar a Will un pequeño
empujón. Algo que conocía sobre mí misma. Tal vez ambos lo
necesitábamos.
—Me encantaría —le dije, y me levanté. Tim tomó mi mano y se la pasó a
Will. Nuestros dedos se enredaron de forma automática, como si nos
hubiéramos tomado de las manos un millón de veces antes. El ruido y las
luces y la gente que nos rodeaban desapareció y lo único que notaba era la
sensación de su mano contra la mía y el hormigueo de su piel tocando mi
piel.
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—Will. —Se inclinó más cerca, como si le fuera a contar un secreto—. A las
chicas les gusta cuando les pides bailar —susurró, pero lo suficientemente
fuerte, así lo podía oír—. Muchos otros chicos han hecho lo mismo con las
damas en la habitación de al lado. —Se levantó y tiró de Will con él, que
parecía que podría morir en el acto. Tim se volvió hacia mí—. Rose, te
encantaría bailar con Will, ¿no?
Tim nos dio unas palmaditas en la espalda, como si Will y yo fuéramos
pequeños barcos que deseaba enviar flotando sobre el agua. Aun
sosteniendo nuestras manos, nos dirigimos a la habitación contigua,
donde una canción lenta tras otra había estado sonando toda la noche. Sin
mirarme Will dijo:
—No tienes que hacer esto, ya sabes. Simplemente estaban jugando. Les
gusta...
—Quiero hacerlo —dije, sin dejarlo terminar—, bailar contigo, quiero decir.
—Está bien —dijo, pareciendo aliviado y empezando a relajarse. Los dos
nos movimos hacia la multitud de parejas que se estaban meciendo bajo
un techo de luces blancas parpadeantes. Will se detuvo—. En medio o en
la esquina —preguntó, observando el suelo.
—Desde el medio a la esquina —decidí, y lo conduje a la multitud de
personas.
—Al menos aquí tal vez los chicos nos dejarán en paz. —Will se encogió de
hombros, su sonrisa avergonzada—. Tim tenía buenas intenciones.
—Estoy al tanto —le dije, y puse mis brazos alrededor de su cuello.
Ocasionalmente me llamaba la atención el hecho de que no estábamos
solos en la habitación, como cuando noté a Kecia sonriéndonos y cuando
Mary pasó por al lado y susurró “Lindo” en mi oído.
—He estado queriendo darte las gracias —dije, pasado un rato.
—¿Darme las gracias? —Se retiró un poco hacia atrás, para mirarme.
—Por la flor. En el Día de San Valentín.
—Oh. Eso. Fue sólo un pequeño...
—Sé lo que fue. Fue perfecto —le dije, arrastrándolo cerca de nuevo—. Me
encantó.
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Will dudó un momento, pero luego sentí sus brazos deslizarse alrededor de
mi cintura. Mientras nos balanceábamos, girando lentamente, aspiré el
aroma de su piel.
—Me alegro —dijo—. Tenía la esperanza de que lo hiciera.
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Apoyé la cabeza en el hombro de Will, disfrutando de la sensación de su
suéter en mi mejilla y sus manos sobre mi espalda. Lo único que
importaba era donde estaba y con quién estaba ahora, y cuándo los brazos
de Will se apretaron a mi alrededor supe que estaba donde tenía que estar
todo el tiempo.
Veintinueve
Mi Corazón
Traducido por Paaau (SOS) y Shadowy (SOS)
Corregido por dark&rose
E
l día del primer partido del campeonato de hockey llegó y todos en la
escuela estaban emocionados. A primera hora de la mañana, me
encontré con Will en el pasillo de la escuela.
—¡No me dijiste que necesitaba planificar esto! Escuché que es imposible
conseguir ahora boletos para esta noche.
Sus ojos azules se ampliaron.
Volví a la realidad.
—Lo siento. Boletos. Entonces, ¿tienes uno para mí?
—Ayuda si conoces a un jugador. Tenemos un cupo.
Traté de contar en mi cabeza cuántos necesitaba —Krupa, Kecia, Tamika,
Mary—, pero volví a distraerme por el hecho de que estábamos tomados de
la mano y en público.
—Entonces, ¿cuántos puedes conseguir?
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—¿Realmente crees que te dejaría afuera? ¿Qué no me aseguraría de que
puedas ir? —Se recostó contra la pared de los casilleros y deslizó su mano
en la mía. Nuestros rostros estaban separados por centímetros, lo bastante
cerca para un beso. Olvidé que estábamos en la escuela, que no estábamos
solos, que debería estar respirando—. ¿Rose? —presionó él.
—¿Cuántos necesitas? —preguntó él, e hice mi mejor esfuerzo para
repasar la lista.
Más tarde esa noche, cuando llegamos a la pista, las personas entraban en
tumulto por la puerta, revendedores en el exterior vendiendo boletos.
Nevaba ligeramente y el reporte del clima predijo que se haría más fuerte y
continuaría hasta mañana. La tormenta inminente sólo intensificaba la
anticipación a nuestro alrededor.
Los fans animaban más fuerte que nunca, mientras los jugadores salían
de las casillas de los equipos hacia el hielo al comienzo del primer tiempo,
patinando en círculos mientras el árbitro conferenciaba en la esquina de la
pista. Cuando Krupa se nos unió a Kecia y a mí, unos minutos después de
empezado el partido, me dio un empujón.
—¿Por qué no estás mirando?
Estaba cubriéndome los ojos, así que separé mis dedos para mirarla a
través de los huecos.
—Estoy nerviosa —admití—. Si pierden, será horrible.
Krupa alejó mis manos de mi rostro.
—¿Admitirás que ya estás enamorada de él?
No respondí.
—Y es obvio que el sentimiento es mutuo —añadió Krupa.
Will patinó hasta la caja de penalización, elevándose sobre las tablas para
esperar sus tres minutos y el reloj comenzó la cuenta atrás.
—No sabes eso.
—¿Has considerado preguntarle si él quiere ser más que amigos?
—No. No puedo.
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—Es bastante obvio —dijo Kecia desde mi otro lado.
Krupa suspiró y nos sentamos en silencio por un tiempo. El último
segundo de penalización de Will desapareció y él estuvo de regreso en el
hielo en un instante. La multitud saltó sobre sus pies y entre dedos
cubiertos de lana, observé mientras los jugadores de Lewis se pasaban el
disco entre ellos, los oponentes controlándolos tan fuerte en las tablas que
me hacía estremecerme. Cuando se acercaban a la portería, las ovaciones
aumentaban. Después de que ninguno anotara, todos dejaron salir un
suspiro colectivo y los equipos corrieron hasta la otra punta de la pista.
Mientras la tensión desaparecía, puse las manos en mi regazo, pero el
alivio no duró mucho. Pronto la multitud estaba de pie de nuevo mientras
dos jugadores de Lewis, uno de ellos Will, pasaban el disco de atrás hacia
adelante, deslizándose entre los jugadores del otro equipo como si no
estuvieran ahí y el bastón de Will bajó como un rayo para lanzar el disco
en el arco.
El marcador subió: Lewis 1, Jackson 0.
Salté sobre mis pies con el resto de la multitud. Cuando Will se desprendió
del montón de compañeros que lo golpeaban en la espalda en felicitación,
dio una rápida vuelta por la pista y cuando llegó bajo nuestro bloque en
las gradas, se detuvo. Incluso a través de su rostro enmascarado, pude
decir que estaba buscando entre la multitud. Cuando me vio, asintió con
la cabeza muy ligeramente, luego se alejó patinando.
Mis mejillas enrojecieron.
—Oh. Mi. Dios. ¡Rose! —chilló Krupa—. ¡Viste eso!
—Claro, como si él no estuviera enamorado de ti —dijo Krupa.
Durante el resto del partido tuve que soportar sonrisas de mis amigas,
pero realmente no me importaba y cuando, entre el segundo y tercer
tiempo, la música tecno resonó como siempre y todo el mundo se levantó
para bailar, por primera vez en todo el año bailé junto con ellos.
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—Creo que voy a llorar, eso fue tan tierno —dijo Kecia a mi otro lado.
Para cuando nos fuimos del estadio la nieve estaba cayendo muy fuerte y
varios centímetros se habían apilado. Ahora, el reporte del tiempo estaba
pronosticando al menos 30 centímetros, así que las celebraciones por el
triunfo de Lewis tendrían que esperar. Will condujo directo a mi casa, sus
ojos pegados al camino. Cuando llegamos a mi casa, no hubo ninguna
conversación ni estar sentados en su camioneta porque él se dirigía
inmediatamente a despejar las entradas de las casas de las que Paisajismo
Doniger era responsable durante el invierno.
Fue difícil esconder mi decepción cuando nos despedimos rápidamente.
Pero más tarde esa noche, Will me sorprendió con un mensaje de texto.
Había estado dormida y cuando mi teléfono móvil vibró, lo tomé desde la
mesita de noche, molesta. Luego vi que era Will y me hundí de nuevo en
las suaves almohadas de mi cama. Todo el mundo se ve como en el interior
de un globo de nieve, leí, sonriendo soñadoramente en la silenciosa
oscuridad. Minutos más tarde envió otro mensaje, luego otro y yo salía y
entraba del sueño en el intertanto.
El pino del Sr. D’Angelos se ve como el abominable hombre de las nieves,
escribió Will, y me envió una imagen.
Hay ángeles de nieve en el parque. De nuevo, una imagen, tres figuradas
aladas que ya desaparecían bajo una cubierta de blanco.
La siguiente vez que mi teléfono vibró, el mensaje de Will era diferente. Sal.
Ponte botas. Trae una bufanda extra. Y quizás una mazorca de maíz. La
imagen era de Will, una mano lejos de su cuerpo para tomar la fotografía.
Estaba de pie junto a los comienzos de un hombre de nieve y un alto poste
de luz se levantaba cerca, iluminándolo.
Él estaba aquí. En el jardín delantero.
Mi corazón latió con fuerza ante las palabras Will está afuera, Will está en
mi casa y me apresuré por levantarme, buscando en mi habitación las
cosas para la nieve, pero salí sin nada.
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Quizás cerrarán la escuela el lunes. La entrada de la escuela estaba
oscurecida por un montón tan alto que alcanzaba la parte superior de la
puerta.
Luego recordé el armario de profesora de mamá.
Tomé el corazón de cristal desde el tocador y caminé sobre las puntas de
mis pies por la sala de estar y la cocina. El suelo del recibidor estaba
resbaladizo por el agua de la nieve que papá y yo sacamos más temprano
esa noche e hice lo posible por evitar las pozas. Inhalé profundamente y
abrí el armario.
Entre las batas de pintura de mamá y delantales, encontré lo que estaba
buscando: pantalones de nieve, su chaqueta azul para esquiar y sus botas
amarillo brillante, el atuendo que ella usaba para jugar con sus niños en
la nieve en la escuela. Me puse los pantalones sobre mi pijama y también
la chaqueta de mamá, metiendo el corazón en lo profundo del bolsillo
izquierdo. Tomé una bufanda y un sombrero extra del estante y corrí hacia
la cocina para tomar una zanahoria del refrigerador. Tras ponerme mis
botas, caminé hasta la puerta, envolviendo una bufanda alrededor de mi
cuello y poniéndome los mitones mientras salía. En el segundo que estuve
afuera, me detuve.
La nieve me llegaba por encima de las rodillas.
—Hola, Rose —llamó Will mientras limpiaba mi rostro. Protegiéndome con
el brazo de otro ataque, me giré en su dirección. Estaba de pie a unos
buenos seis metros de distancia —demasiado lejos para mí para
defenderme—, sonriendo ampliamente.
—Te ves terriblemente orgulloso de ti mismo —le dije—. Cuando dijiste que
saliera, no mencionaste la parte de ofrecerme a mí misma de tiro al blanco.
Otra bola de nieve se precipitó hacia mí y me tambaleé para evitarla, y casi
plantándome de cara en los montones de nieve empinados, pero me golpeó
en la espalda. Moverse a través de nieve tan profunda era como tratar de
correr a través del océano.
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El mundo estaba totalmente silencioso bajo una gruesa capa blanca
resplandeciente, como si estuviera hecha de luz. Los suaves y húmedos
copos de nieve se posaron en mi nariz y labios y mi respiración se
entrecortó. Era hermoso. En medio de este momento de admiración, una
gruesa, húmeda y helada bola de nieve aterrizó en mi mejilla y me hizo
falta toda mi moderación para no gritar.
—Tregua —grité.
—Todas las apuestas están cerradas en una tormenta de nieve —dijo,
lanzando otra bola de nieve a mí.
Esta la esquivé. Frenéticamente, comencé a empacar nieve en mis manos
enguantadas, observando a Will acercarse por el rabillo de mi ojo. Lancé
una gorda bola de nieve en su dirección que se rompió en un millón de
destellos de hielo a mitad de camino entre nosotros, ni siquiera cerca de
golpearlo.
—Vamos, Rose. Puedes hacerlo mejor que eso.
—Oye —protesté, ya empacando más nieve—. Me atrajiste aquí afuera con
la promesa de construir un muñeco de nieve. Incluso traje una zanahoria.
—Habrías salido sin importar para qué —se burló.
—¿Eso crees? —Di media vuelta por lo que la bola de nieve salió de mis
manos como un lanzamiento de peso, y esta vez golpeó en el pecho de Will.
Levanté mis manos en señal de victoria.
—Lo hago —dijo, y lanzó otra de vuelta hacia mí.
—Estás soñando si crees que habría salido de mi confortable cama para
esto.
Él sonrió.
—¿No tienes otros caminos a los que quitar la nieve o algo así?
Miró hacia el cielo, la tormenta espesa y blanca sobre nosotros, pequeñas
manchas de nieve cayendo.
—No durante unas cuantas horas. Guardé tu casa para el final.
—¿Así podrías lanzarme bolas de nieve en tu tiempo libre? Que dulce.
Sus ojos brillaban.
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—No estoy soñando. Estás parada justo aquí.
—¿Así que piensas que soy dulce? —Dio un golpe fuerte en la nieve,
enviando un arco en mi camino y me moví a tiempo de evitar la mayor
parte de ella.
—Eso no es lo que quise decir —dije, y lancé otra bola de nieve como si
estuviera lanzando un strike pasando a un bateador en la base. Salió
desviado y pasó por completo lejos de Will. Inmediatamente agarré más
para formar otra. Di un paso—. Cuidado, Sr. Estrella del Hockey.
—Así que la verdad por fin sale: Crees que soy una estrella del hockey. —
Dio un paso más cerca—. Interesante.
—Sabes que estás probando mi punto, ¿verdad?
Se rió.
—Tú eres la única que dijo que yo era dulce.
—¿Desde cuándo te hiciste tan atrevido, Will Doniger?
Se encogió de hombros y caminó hacia los inicios del muñeco de nieve
elevándose de los montones de nieve empinados.
Caminé detrás de él, gritando:
—Tal vez sea la tormenta de nieve. Está actuando como alcohol o algo así.
Haciéndote decir cosas que no dirías normalmente.
Él comenzó a empujar brazos llenos de nieve en la base.
—Lo hice. Quiero decir, lo hago.
—Entonces ven aquí.
Nos miramos uno al otro a través de las nevadas, manchas de hielo a la
deriva a nuestro alrededor. No me moví.
—Te prometo que no voy a usarte más de tiro al blanco. Tregua —dijo.
—Está bien —cedí, y me abrí paso hacia él, lentamente, cada paso un
esfuerzo.
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—Pensé que querías construir un muñeco de nieve —dijo.
Will y yo comenzamos a empacar nieve más y más alto, hasta que nuestro
muñeco de nieve llegaba hasta mi barbilla. De vez en cuando rompíamos el
silencio con una palabra o una risa, pero la mayor parte estábamos en
silencio, concentrándose en nuestra obra maestra de hielo, y recordé ese
día cuando cavamos el lecho de peonías, de vuelta a cuando apenas nos
conocíamos el uno al otro. Ahora aquí estábamos en la mitad de la noche,
disfrutando de este mágico paisaje y construyendo un muñeco de nieve de
todas las cosas.
—¿Por qué estás sonriendo? —preguntó Will.
—No sabía que lo estaba.
Alisó la cabeza con las manos.
—Dime.
Tomé la zanahoria de mi bolsillo, rompí el final, y le di al muñeco de nieve
una nariz.
Will se giró y se fue en la otra dirección.
—Hey, ¿adónde vas? —grité.
—Ya lo verás. —Caminó hasta llegar a la orilla de uno de los jardines,
desapareciendo detrás de un banco de nieve alto. Sólo unos pocos
arbustos eran lo suficientemente altos para despejar la nieve. Cuando
regresó, su chaqueta y pantalones vaqueros estaban cubiertos de blanco.
Abrió la mano y en su palma estaban dos bolas de madera—. ¿Qué te
parecen?
Me miró por aprobación.
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—Primero te conviertes en atrevido, luego te vuelves exigente —le dije, y
saqué la bufanda extra de mi bolsillo, caminando alrededor del cuello del
muñeco de nieve, con cuidado de no enroscar a Will en ella. Era azul y
blanca, a rayas, los colores de nuestra escuela—. Mira eso. Ella es una fan
de Lewis. Tal vez ella es una de tus admiradoras. —Sonreí, tirando de los
dos extremos a través del lazo que había hecho, y saqué el sombrero,
dejándolo sobre la cabeza del muñeco de nieve. Arreglé el pompón, así
caería hacia adelante en una especie de forma de moda—. Necesitamos
algo para los ojos.
—Perfecto —dije, y él los empujó en la cara justo por encima de la nariz, lo
suficientemente separados para los ojos. Copos de nieve ya estaban
dispersos a través del sombrero y la bufanda y me pregunté si nuestro
muñeco de nieve se habría ido en la mañana, enterrado en la tormenta,
toda la evidencia de este sueño borrado. No sabía si era un copo de nieve
lo que se posó sobre la mejilla de Will, la parte que se curvaba de su
sonrisa, o la forma en que sus ojos brillaban azules en el reflejo de la
nieve, pero llegué a cepillar esos copos lejos con mi guante.
Y entonces lo besé.
Me incliné hacia Will, hasta que nuestros labios estaban apenas a un
centímetro de distancia, puse mi mano en la parte trasera de su cuello y lo
acerqué hasta que allí estábamos, besándonos en medio de una tormenta
de nieve, sus labios suaves contra los míos, sus brazos alrededor de mi
cintura y sus manos en mi espalda.
—Hey —susurró él después de un rato. Su cálido aliento se sentía como el
cielo en el aire frío.
—Hey —le susurré como respuesta.
—Pensé…
—Lo sé…
No estaba segura de lo que esto significaba o lo que pasaría mañana. Todo
lo que sabía era que ahora mismo, besar a Will era la mejor idea en el
mundo.
Así que lo besé de nuevo.
La nieve caía a nuestro alrededor como un sueño y no se sentía real,
pasando esta noche con Will, un chico que apenas había conocido hace
menos de un año, que se había convertido en alguien sin quién no podía
imaginar la vida. Él tomó mi mano y me llevó todo el tiempo a través de
otro montón de nieve y pensé en el corazón de cristal. Cuando se detuvo y
me acercó una vez más, lo saqué del bolsillo de mi chaqueta y lo metí en la
suya, preguntándome si lo encontraría más tarde y sabría que era mío.
Puso sus brazos alrededor de mi cintura y yo envolví los míos alrededor de
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—¿Nosotros estamos…?
su cuello, presionando mis labios contra los suyos en otro beso, y estaba
completamente y perfectamente feliz.
Después de que Will se fuera, volví a la cama. No podía dormir y durante
la primera hora me quedé allí, acurrucada bajo mi confortable edredón, los
ojos cerrados, repasando cada único beso, queriendo pellizcarme. Entre la
nieve, la tranquilidad, la oscuridad, la belleza y la sorpresa, se sentía como
que tal vez yo lo había imaginado todo.
Me quedé dormida sonriendo.
Cuando desperté, el cielo brillaba con la luz del amanecer y la nieve había
disminuido, había un mensaje de texto más de Will esperándome. Era una
foto que él había tomado de nosotros. Mis brazos estaban envueltos
alrededor de su cintura, su brazo izquierdo atrayéndome cerca y el otro
sosteniendo el teléfono para tomar la fotografía. Incluso entonces, sus ojos
estaban fijos en mí, y yo no estaba mirando a la cámara en absoluto.
Estaba con la vista fija en él porque no podía separarme a mi misma, lo
cual parecía ser como un 100 por ciento correcto.
Yo parecía una chica enamorada.
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Pensé en cómo le había dado el corazón de cristal a Will y sabía con cada
fibra de mi ser que eso era lo correcto a hacer. Mi corazón, el real en el
centro de mi cuerpo viviente, respirando, le pertenecía a él.
Treinta
La última noche
Traducido por Little Rose (SOS) y Paaau (SOS)
Corregido por V!an*
E
n la mañana, cuando entré en la cocina, papá estaba trabajando con
su portátil en la mesa. La luz blanca de la nieve contra los vidrios lo
hacía resplandecer. Levantó la mirada.
—¿Por qué la gran sonrisa?
Me serví una taza de café, sorprendida de que papá hubiera hecho una
jarra él solo.
—Oh, no lo sé. Debe ser la nieve. —Me sentía ligera, tan feliz que podría
volar, y me moría de hambre—. ¿Quieres desayunar?
—Claro.
—¿Qué tal unos panqueques?
Fui a buscar los ingredientes y me encontré con una bolsa de chispas de
chocolate en la alacena.
—Hmmm, podemos comer panqueques con chispas de chocolate. No hay
nada como postre en el desayuno —dije y mi padre rió. Tomé un
recipiente, le puse harina, y añadí una cucharadita de polvo para hornear
y algo de sal, y luego mezclé todo.
—Te pareces más a tu madre cada día —dijo papá sacudiendo la cabeza—.
Panqueques con chispas de chocolate después de una tormenta de nieve.
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—Lo que tú quieras.
Saboreé el cumplido mientras batía los huevos en otro recipiente, medía la
cantidad de leche, y juntaba todo, intentando mezclarlos. Con una mano
puse chispas de chocolate en la sartén y comencé a cocinar los
panqueques.
—¿Acaso ocurrió algo cariño? ¿Algo bueno?
Me quede mirando la mezcla que comenzaba a hacer burbujas en el fuego.
—Hoy es el segundo juego del campeonato estatal y voy a ir —dije y toqué
un panqueque con el cuchillo para ver si ya se podía dar vuelta.
Papá sonrió.
—¿Y a quién le pedirás los boletos? —bromeó.
Puse los ojos en blanco.
—A Will Doniger, como si no lo supieras.
—Recuerdo cuando tenía tu edad y Lewis jugaba en el campeonato. Esos
juegos eran muy divertidos. Recuerdo que a tu madre le encantaba ver las
peleas. Tenía que hacerla sentarse.
—Todos en Lewis van a los partidos de hockey, pero tu madre y yo
comenzamos a hacerlo en nuestro último año, justo cuando yo intentaba
persuadirla de que saliera conmigo. —Se reclinó en su asiento, perdido en
los recuerdos. Esperé que dijera algo más de mamá, pero no lo hizo. Uno a
uno di vuelta los panqueques—. Sabes —dijo papá después de un rato—.
Will está teniendo una temporada genial. Ha estado en toda la sección de
deportes. Ese chico es lo suficientemente bueno para hacerse profesional,
en mi opinión.
Con la salsa y la crema apiladas en una mano, llevé un plato con una pila
de panqueques a la mesa.
—Sí, también he oído eso —dije con una sonrisa. Luego, papá y yo
desayunamos juntos como una familia normal por primera vez en casi un
año.
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—¿Mamá y tú iban a ver hockey?
Cuando Will me pasó a buscar para el último juego estaba nerviosa.
—Hola —dijimos al mismo tiempo, con los rostros muy juntos en su
camioneta. Rápidamente, ambos desviamos la mirada y reímos. Volví a
mirarlo, pero su mirada estaba al frente. Sonreía.
—¿Lista? —preguntó.
—Claro —dije.
Arrancamos, las ruedas de la camioneta levantando nieve mientras Will
navegaba por los caminos congelados. Cuando llegamos a la arena, rompí
el silencio.
—No puedo creer que es la última vez que hacemos esto.
—Tampoco yo —dijo y entró en el estacionamiento. Se detuvo frente a la
entrada para que me bajara.
—Te veo en el hielo —dije y estaba a punto de saltar al pavimento, pero
antes de perder el coraje me incliné y le di un beso en los labios. Al
principio parecía sorprendido, pero luego sonrió—. Buena suerte —añadí,
y me fui sin que pudiera responder, concentrándome en el ruido de mis
botas sobre la nieve, con el rostro rojo. No podía dejar de sonreír.
Toda la noche, mientras los jugadores chocaban contra los paneles, mis
ojos siguieron a la camiseta número seis de Lewis en el hielo. El marcador
estuvo vacío la mayor parte de la noche, hasta la mitad del tercer período
cuando Will chocó fuertemente a otro jugador y se adueñó del disco. La
multitud se puso de pie mientras corría al arco contrario, luego le pasó el
disco a un compañero quien se lo devolvió enseguida. Will estaba casi
sobre el arquero, ambos luchando por mantener el disco, empujándose,
con las piernas y patines chocando con fuerza. Luego Will golpeó el disco
justo al final de la red y miles de manos se elevaron en el aire, gritando y
avivando y aplaudiendo.
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Cuando el juego estaba a punto de empezar y Will se sacó el casco para el
himno, también tenía una sonrisa.
Krupa apretó mi brazo.
—Eso fue increíble.
—Lo sé —dije y deseé con todo mi corazón poder embotellar esta felicidad
para asegurarme de no volver a perderla. No necesitaba el corazón de
cristal en mi cuello para recordarme lo que se sentía estar enamorada.
Lewis terminó la temporada como campeones estatales.
Krupa, Kecia, y todos los demás se dirigieron hacia la fiesta mientras yo
esperé a Will con su familia. Se sentía la celebración en el aire y no me
podía quedar quieta. La hermana de Will, Emily, estaba dando vueltas.
Concentré mi energía en peinar el largo cabello castaño de Jennifer, de
manera que cayera alegremente y los mechones más claros destellaran.
—Hermosa —le dije mientras le retorcía una banda elástica. Esto me dejó
con manos temblorosas de nuevo y agarré el borde de madera a lo largo de
los tableros, picoteando la descascarada pintura roja.
—Te ves feliz —remarcó la señora Doniger.
Sonreí.
—Ganaron.
Estaba intentando pensar en qué responder cuando Will salió del
vestuario. Una parte de mí quería correr entre sus familiares a verlo.
La señora Doniger se apresuró.
—Estoy tan orgullosa de ti —dijo a su hijo, y lo abrazó—. Tu padre
también lo estará.
Apoyó su barbilla en la cabeza de ella y parpadeó varias veces.
—Gracias mamá.
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—Will también ha estado muy contento últimamente.
La Sra. Doniger se hizo hacia atrás, sus ojos brillando y Jennifer y Emily
se apretaron entre ellos. Aunque este triunfo se sentía genial, también
sabía que debía ser agridulce, haber jugado una temporada como Will lo
hizo y no haber tenido a su papá para que lo presenciara. Luego de
susurrarle algo a su madre, Will vino a saludar.
—Felicidades —dije.
—Gracias. —Se movió de un pie a otro. Había un disco entre nosotros y él
lo pateó contra las gradas, en donde llegó con un golpe seco—. Entonces,
¿quieres irte de aquí?
—¿Estás seguro? Quiero decir, deberías disfrutar esto. Tomate tu tiempo.
—Bueno, si quieres quedarte aquí…
—No —dije rápidamente—. Estoy lista si tú lo estás.
—Entonces, vamos. —Se dio la vuelta y se encaminó hacia la salida, sólo
deteniéndose para recoger su equipo.
—Eso podría valer mucho dinero, sabes. —Señalé el palo de Hockey en la
mano izquierda de Will y él me miró con curiosidad—. Ganó el campeonato
estatal —dije y él rió. Fuera, le aire era frío y copos de nieve flotaban
ligeramente hacia el suelo. Las llaves de Will tintineaban mientras nos
acercábamos a su camioneta y en el momento en que desaparecimos
alrededor del lado del copiloto, él me acercó para besarme. Cuando nos
detuvimos para tomar aire, me di cuenta que había estacionado en una
esquina contra la pared de concreto.
—Escogiste este lugar a propósito, ¿verdad? —lo acusé, pero lo atraje
hacia mí antes de que pudiera responder.
—Quizás —dijo él después de un rato.
—Muy bien pensado.
—¿Sí?
—A penas he sido capaz de pensar en otra cosa.
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Lo seguí, mi corazón latiendo fuertemente.
—Otra cosa además de… —Esperó a que terminara.
—Besarte, tontito —dije.
—¿De verdad?
—No deberías estar tan sorprendido —dije.
Él sonrió.
—Simplemente estoy agradecido de que estemos en la misma página.
—¿Tú también? —pregunté y temblé.
Envolvió sus brazos a mí alrededor.
—Estás fría.
—No creo que sea el frío.
—Deberíamos ir a la calidez de la camioneta y además, debemos reunirnos
con el equipo en la fiesta.
—Lo sé —dije de mala gana. La verdad, no me preocupaba el frío glacial, ir
a la fiesta o nada más. Me incliné para besarlo de nuevo pero él se alejó.
—Oye —protesté—. ¿A dónde vas?
—Deberíamos entrar.
estacionamiento.
Si
sigo
besándote,
nunca
saldremos
del
—A mí también. Pero… —dijo él, prácticamente levantándome y
moviéndome hacia un lado para que pudiera abrir la puerta del copiloto—.
Vamos. Podemos continuar esta…
—¿Conversación? —terminé, tratando de ayudar.
—Sí, podemos continuar está conversación más tarde. Lo prometo.
—¿Puedes creer —dije—, que nosotros ni siquiera solíamos hablarnos?
—Rose…
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—Me gusta este estacionamiento.
—En serio, solíamos ignorarnos. Si hubiera sabido entonces lo que sé
ahora… —me callé.
Esto lo detuvo un momento y me miró.
—¿Y qué, exactamente, sabes ahora?
—Oh, toda clase de cosas. —Sonreí.
—Dime.
—Deberíamos entrar en la camioneta, ¿recuerdas?
Will hizo un sonido ahogado, frustrado ante mi falta de respuesta mientras
subíamos a la cabina, cuidando no tocarlo. Pasaron sólo cerca de diez
segundos después de que él se subió en el lado del conductor, antes de
que estuviéramos besándonos de nuevo. Ni siquiera nos separamos
cuando un grupo de sus compañeros de equipo pasaron junto a nosotros,
silbando, gritando y golpeando la parte trasera de la camioneta. Will les
hizo un gesto para que se alejaran a través de la ventana trasera de la
cabina, pero esto sólo los hizo aullar más fuerte.
—Eres como una droga o algo —dijo Will mucho después de que ellos se
habían ido.
—Tú también.
Él respiró profundamente.
—Y beberlo cada mañana.
—Y cada día al almuerzo, otra vez en la cena y antes de ir a la cama.
—Te hartarías de esto —dijo él.
Negué con la cabeza.
—Nunca.
—De verdad —dijo él—. Quiero congelar este momento.
—Que bueno que no necesites hacerlo.
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—Desearía poder embotellar esto —susurré.
—¿No?
—Will Doniger, no hay nada en todo este universo que me hiciera dejar de
querer estar contigo. Y así sucesivamente hasta el infinito.
—De verdad.
—Lo juro —dije. Pensé en el corazón de cristal que había dejado en el
bolsillo de su chaqueta y me pregunté si ya lo había encontrado.
—Deberíamos irnos —dijo él—, ¿verdad?
Suspiré.
—Supongo.
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Ambos nos sentamos contra nuestros asientos. Will puso sus manos en el
manubrio, las mantuvo allí y yo agarré el asiento, mis dedos cerrándose
alrededor del borde. Finalmente, luego de varias respiraciones profundas,
íbamos de camino.
Treinta uno
Cayendo lentamente
Traducido por Caamille
Corregido por V!an*
A
comienzos de Marzo, Will y yo éramos oficialmente una pareja y
finalmente empezamos a actuar como una, también. Cada día me
iba a buscar para la escuela y me llevaba a casa después, caminábamos
por los pasillos tomados de la mano, lo visitaba en su casillero y él en el
mío. Krupa y Kecia se acostumbraron a tenerlo alrededor, y sus
compañeros de equipo se acostumbraron a mí, también. Comíamos en
grandes grupos en la cafetería, íbamos a ver películas, pasábamos el
tiempo en la casa del otro.
Empecé a creer que había una vida más allá de mi madre, más allá del
dolor y la tristeza, y casi olvidé los artículos que quedaban en mi Kit de
Supervivencia. La estrella de plata, la caja de lápices, la pequeña cometa
artesanal. Will y yo aún teníamos que hablar del corazón de cristal,
aunque no le daba mucha importancia.
Una mañana después de otra fuerte nevada, quizás la última del invierno,
Will me llevó a la escuela como siempre. Lentamente, cuidadosamente, viró
hacia el estacionamiento y avanzó a lo largo de la fila, el camino cubierto
de una capa de hielo. Cuando alcanzó la esquina más lejana, lo dirigí
hacia un lugar.
—Estaciona aquí —dije.
Me dio una mirada divertida.
—¿No es algo lejos de la entrada?
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Todo era perfecto.
—Hmmm, quizás.
—¿Algo está mal? —preguntó.
—¿Por qué habría algo de estar mal? Nada está mal. Confía en mí.
—Okay —dijo con un encogimiento de hombros y viró hacia el espacio. El
bosque cubierto de nieve nos recibió a través del parabrisas, gotas de hielo
a lo largo de las delgadas ramas, ramas tan pesadas que casi rozaban el
frente de la camioneta. La mano de Will fue directo hacia la manija de la
puerta.
—Espera —lo detuve.
—¿Qué?
—¿A dónde vas?
—Al mismo lugar que tú. Creo.
—¿No tienes el primer período libre?
—Sí. ¿Por qué?
—Bueno, yo también.
La mano de Will se retiró de la manija de la puerta.
—Veamos, no hay nadie alrededor, tenemos una hermosa vista. —Hice un
gesto hacia las ramas, balanceándose en el viento, el ocasional rayo de sol
bailando sobre el hielo—. Ninguno de nosotros tiene que ir a clases en este
momento.
Esto le saca una sonrisa.
—Oh.
—Sí, oh.
Se estiró y tomó mi mano, jugando con mis dedos.
—Tus mejillas están rojas —observé.
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—¿Qué significa eso?
—Nah —dijo, mirando por la ventana.
—Es extremadamente lindo.
—¿Lindo? No estoy seguro de querer ser lindo. Las personas dicen que mis
hermanas son lindas.
—Caliente entonces.
—¿Crees que soy caliente? —Una sonrisa tiró de sus labios mientras
miraba al frente de la camioneta, pero el rojo sólo se profundizó.
—Quizás —dije—. Oye, ¿dónde va el Will de después cuando llegamos a la
escuela? Es como, besarme en la escuela fuera contra las reglas o algo así.
Se río.
—Supongo que lo siento diferente cuando estamos en casa. O en realidad,
en cualquier lugar fuera de aquí. La escuela, quiero decir. Soy más, no lo
sé… yo cuando estamos solos o en otros lugares.
—Quieres decir, ¿te conviertes en el Sr. No-me-importa-quién-me-veabesando-a-Rose-Madison?
—¿Así es cómo soy? —En realidad parecía sorprendido.
—Um, sí. Me gusta esa versión de ti.
Río nerviosamente.
—Mm-hm.
—No soy muy… —pausó, pensando—… público cuando estoy en la
escuela. Nunca lo he sido. Mantengo un bajo perfil.
—Sí, lo sé. Mantenías tan bajo perfil que apenas sabía que existías hace
dos años.
—Vamos, trabajaba en tu casa.
—Pero nunca me hablaste. Nunca.
—No soy como tú, el centro de atención.
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—¿Sí?
Parpadeé, sorprendida de que pensara eso de mí.
—Para ser honesta, no estoy segura de que alguna vez lo fuera realmente
yo tampoco. Y nunca fui el centro. Sólo estaba cerca.
—Bueno, por lo que a mí concierne —dijo, e hizo una pausa como si se
preparara a sí mismo—, no me gusta alardear de lo que está pasando en
mi vida personal en frente de todos en Lewis. Espero que eso esté bien. —
Me miró de reojo.
—Creo que viviré. Además, también me gusta el tímido Will.
—Oh, genial. Ahora soy el tímido Will.
—Sí, en este momento en particular lo eres, pero de vuelta a las cosas más
urgentes —dije, comprobando el tiempo—. Tenemos exactamente treinta y
cincos minutos antes que necesitemos entrar al edificio. —Me deslicé a
través del asiento, más cerca—. Mucha privacidad, nadie alrededor de que
preocuparse. Sólo tú, yo, la camioneta, y algunos árboles.
—No eres tímida en absoluto, ¿cierto?
—Ten cuidado, o podría besarte en tu casillero entre clases en frente de
todos.
—Quizás eso no sería tan horrible.
Puse mis brazos alrededor de su cuello.
—Suena como un compromiso razonable.
—Me alegro que pudiéramos llegar a un acuerdo —dije, y esas fueron las
últimas palabras que dijimos entre nosotros hasta que tuvimos que ir al
interior.
La llamada fue durante el sexto período. Estaba pasando el rato en la
biblioteca, buscando en los estantes por algo para leer. La fotografía de
una hermosa chica en la portada de un libro capturó mi atención así que
lo saqué. La felicidad zumbaba a través de mí mientras lo hojeaba,
disfrutando de la promesa de terminar el día y ver de nuevo a Will. Cerré
mis ojos y me apoyé contra la alta estantería, recordando esta mañana.
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—Empecemos con el estacionamiento de la escuela y vamos desde ahí.
Un suspiro vino desde el final de la fila.
—Así que no pudiste esperar —dije sin levantar la vista, asumiendo que
era Will.
Él sabía que estaba aquí y estaba esperando que pudiera encontrar una
salida en historia así podríamos reunirnos. Había imaginado una sesión de
besos en algún remoto rincón de las filas.
Hubo otra inspiración. Entonces una voz de mujer.
—¿Rose Madison?
Abrí mis ojos. De repente pude sentir lo que venía, ominoso, como el
susurro al apagar una vela. La bibliotecaria de la escuela se acercó a mí,
ya a mitad de camino por el pasillo.
—¿Qué pasa? —susurré cuando vi la expresión en su rostro.
—El director está buscándote. ¿Has revisado tu celular? —vaciló un
momento—. El hospital ha estado tratando de ubicarte. Es tu padre.
Paso a la bibliotecaria pero ella me detiene. Su mano se sentía caliente y
reconfortante a través de mi camiseta y desearía que pudiera hacer que
ese sentimiento irradiara hasta mis dedos de los pies.
—Debería ir —dije.
—¿Necesitas que te lleve? ¿Hay alguien a quién pueda llamar?
Negué con la cabeza.
—Tengo que ir —repetí, y empecé a caminar, luego corrí hacia la salida.
Tenía que encontrar a Will. Él sabría qué hacer, cómo manejar esto. La
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La sangre se drenó de mi cuerpo, comenzando desde la cima de cabeza
bajando a través de mi rostro y torso hacia mis piernas y pies, todo frío.
Me estiré para agarrar el borde del estante de metal y traté de calmarme,
mis dedos golpearon contra los gruesos lomos de los viejos libros. Los
pensamientos corrían a través de mi mente como una pizarra en la parte
inferior del canal de noticias. ¿Mi padre está muerto? ¿Muriendo? ¿Cómo
sucedió? ¿Estaba bebiendo? Perdí a mi mamá y ahora voy a perder a mi
papá, también. Voy a perder a mi papá, mi padre.
puerta de la biblioteca era pesada, resistiendo mi cuerpo como si no
quisiera dejarme salir. La empujé e inmediatamente me doblé, ambas
manos agarrando mis rodillas, mis pulmones jadeando, todo borroso,
como si el mundo girara fuera de control. Tuve que reponerme, así que me
forcé a levantarme y comencé a tropezarme a través de los corredores,
serpenteando mi camino por los pasillos hasta que estuve afuera del salón
de Will. Manos ahuecadas contra la ventana, mirando hacia adentro,
necesitando verlo, mi respiración corta y desigual. Se sintió como una
eternidad antes de que Will notara que estaba ahí. Cuando salió caminé
hacia un lado, aferrándome a la pared cercana a los casilleros por apoyo.
Cerró la puerta suavemente detrás de él, el corto clic del pestillo el único
sonido.
—¿Qué pasa? —preguntó, su voz un silencio en el vacío corredor.
Comencé a llorar, no podía contener las lágrimas por más tiempo.
—Algo pasó —dije entre sollozos—. Algo malo. Mi papá está en el hospital y
estoy tan asustada. —Enterré mi cara en mis manos y esperé que pusiera
sus brazos a mí alrededor, para mover mi cuerpo en la dirección en la que
necesitaba ir, ser fuerte por mí, para ver a mi padre y decirme que todo
estaría bien, que podríamos manejar esto. Pero sus manos nunca se
acercaron a mí y la tranquilidad nunca llegó, así que limpié mis ojos con
mis palmas y miré hacia arriba. Will me miraba desde la distancia, sus
brazos pegados en sus costados, con una expresión en su rostro que no
podía leer.
—Rose, lo siento —dijo antes que pudiera terminar.
—Pero, necesito… ¿puedes llevarme? ¿Al hospital?
preguntando por qué incluso necesitaba preguntarlo.
—tartamudeé,
—Lo siento mucho —repitió, y empecé a sentir pánico.
¿De qué se estaba disculpando, exactamente? ¿Y por qué no estaba
haciendo nada, sólo estaba ahí, congelado? Antes de que pudiera plantear
alguna de esas preguntas, oí otra voz en el pasillo, fuerte y profunda.
—Rose —dijo—. Rose. —Oí, más cerca ahora.
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—¿Will? Puedes…
Me di la vuelta y vi a Chris Williams ahí.
—¿Estás bien? ¿Qué pasa? —Esas palabras salieron de sus labios y de
repente eran nueve meses atrás y él estaba haciendo las mismas
preguntas pero por mi mamá. Chris de repente estaba a mi lado, alguien
que podía abrazar, aferrarme, y todo lo que tenía que hacer era alcanzarlo.
Pero para eso quería a Will.
—Es mi papá —susurré.
Eso fue todo lo que hice. Hubo una ráfaga de palabras desde Chris hacia
mí pero lo oí como si estuviera bajo el agua, sus palabras distorsionadas y
borrosas, la tierra comenzó a girar otra vez, altibajos, más cerca que lejos.
Había un brazo, grande y fuerte, a través de mi espalda, no era de Will, y
por alguna razón me di cuenta cómo el cabello rubio blanco de Chris era
tan brillante que destacaba incluso contra las luces fluorescentes en el
techo. Todo esto era tan familiar, como si lo hubiera vivido antes.
—Me encargaré de ti —dijo, las mismas palabras que esperaba de Will—.
Estaremos en el hospital en poco tiempo. —Justo antes de llegar a las
puertas del estacionamiento, oí mi nombre una última vez.
Chris trató de moverme hacia adelante pero mis pies estaban plantados
sólidamente, y me pregunté si podría sólo romperme. Me di la vuelta para
ver a Will de pie ahí, luciendo perdido, este chico quien usualmente me
hacia sentir segura, cuidada, amada y escuchada. Esperé que se explicara,
para hacerse cargo, para decirme que sólo necesitaba un momento y ahora
estaba listo. Pero Will no se movió o dijo algo más, y ahí es cuando supe
que no iba a estar ahí para mí como imaginaba. Esos grandes ojos azules
que me habían invitado a entrar esos últimos maravillosos meses, en un
instante se cerraron, quedaron en blanco, y esos ojos se convirtieron en los
del Will que conocí años atrás, él que estaba muy lejos y estoico, como una
puerta cerrada.
—Lo tengo desde aquí —dijo Chris finalmente, su voz fuerte y nítida, un
pinchazo en el silencio—. He hecho esto antes —agregó con confianza,
lanzando esas palabras en la dirección de Will.
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—¿Rose?
Escuché el apagado sonido de mi propia respiración y sentía como si cada
célula de mi cuerpo que se hubieran prendido durante el invierno, una por
una, una interminable cadena de pequeñas luces brillando después de un
largo sueño, se hubieran apagado de nuevo. De repente, mi cuerpo estaba
a oscuras.
—Rose, deberíamos ir —instó Chris—. No quieres perder más tiempo.
Escuché las botas de Will contra el corredor de la escuela, el sonido
resollando de la pesada puerta abriéndose y cerrándose, y sabía que se
había ido.
Entonces hice lo que tenía que hacer. Dejé a Will, por ahora.
Era tiempo de enfrentarme con mi padre.
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Dejé que Chris me guiara hacia afuera para enfrentar lo que sea que venía
después.
Marzo
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Una caja de crayones
Treinta y dos
Ha sido un día largo
Traducido por Miranda. (SOS) y Shadowy (SOS)
Corregido por Marina012
E
se olor familiar a hospital me golpeó como una ola y me tambaleé
unos pasos atrás, pero sabía que tenía que seguir, enfrentar lo que
fuera que esperaba dentro.
—Rose —dijo alguien mientras la fuerza disminuía, y me hice a mí misma
entrar al vestíbulo. La voz llamó de nuevo—. Cariño, ven aquí.
Me dejó ir después de un momento.
—Voy a ponerte en algún lugar privado mientras esperas al doctor.
—Pero mi papá. ¿No puedo? ¿No debería ir a verlo? Ahora. ¿Ya sabes? —
tartamudeé.
Las suelas de goma de los zapatos de Anna chirriaron mientras ella me
giraba hasta que estuve enfrentando una oficina que conocía bien, la
reservada para discusiones que los doctores no querían tener delante de
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—Anna —dije, girándome hacia la mesa donde ella estaba, sus brazos
extendidos, esperándome… Anna había sido la enfermera de mi madre—.
Hola —me ahogué. Me abrazó y el olor del hospital desapareció,
reemplazado por la dulce fragancia de su perfume y la sensación de sus
suaves rizos contra mi mejilla. Durante los dos meses que mamá estuvo
aquí, Anna había presenciado todo, las recuperaciones e increíbles
bajadas, hasta el mismo final cuando el pulso de mi madre recorrió el
camino hasta cero y se detuvo para siempre.
las demás personas en la sala de espera, la misma oficina donde había
sabido las noticias sobre mamá.
Anna me guio dentro y cerró la puerta detrás de mí.
El principio del fin para mi madre llegó en su tipo de día favorito, en una
brillante, soleada tarde en abril, del tipo que te da fiebre de primavera,
donde quieres ponerte una camiseta de tirantes y falda y exponer tanta
piel como sea posible al calor y a la luz. Yo estaba abajo en la pista que
rodeaba el campo de fútbol en la práctica de animadoras, y entre bailes y
acrobacias, lanzamientos a la canasta y viejos aplausos simples, mis
compañeras de equipo y yo extendíamos elásticas sudaderas naranja en la
quemada superficie de modo que nos podíamos tumbar al sol. Estiramos
nuestros brazos, tratando de absorber tanta vitamina D como la que
nuestros cuerpos habían perdido en los oscuros, invernales meses. Qué
feliz me sentí ese día, tanta energía circulando a través de mí, mi sangre
acelerándose, todo dentro de mí regocijándose porque el tiempo caliente
estaba aquí y el verano estaba a la vuelta de la esquina.
Durante uno de esos descansos mi papá llamó.
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Me encorvé en el sillón donde me había sentado hace menos de un año,
inclinando mi cabeza hacia atrás contra el suave, frío cuero. Recuerdos
que había tratado muy fuerte de borrar se arrastraron de vuelta a mi
conciencia, primero a cuentagotas… el último día que vi a mi madre
verdaderamente viva, de pie en el porche delantero, donde me había
despedido mientras me iba a la escuela y me había dicho que me quería.
Los minutos finales de su vida cuando había sujetado su mano, cómo mis
dedos agarraban los suyos, cómo sentía su calor, y me dejaba llevar por el
sonido de su corazón en la máquina, incluso más bajo, mirando su cara
hasta que la besé en la mejilla, su piel tan fina y cansada, mis dedos
deslizándose de los suyos, uno por uno, nunca olvidando por un segundo
que nunca la tocaría o vería de nuevo. La tristeza que equivocadamente
había creído que se había alejado para siempre era como una marea en la
playa, fuera por unas pocas horas, hasta que al final del día se precipitaba
de nuevo, recordándome que todavía estaba ahí.
—Tu madre no se está sintiendo bien —dijo, su voz mezclada con
preocupación—. Creo que voy a llevarla al hospital.
—Bueno, ¿qué dice ella? —pregunté, sin preocuparme, quitándome otra
capa, amando la sensación de calor en mi cuerpo—. ¿Incluso está
dispuesta a ir?
Mi madre siempre había recurrido a las inyecciones cuando se trataba de
su cáncer y sólo podía imaginar sus protestas contra papá tomando una
decisión en su nombre.
—No estoy seguro si me importa lo que quiere —dijo—. Está adolorida.
Ni siquiera esto me perturbó demasiado. Ella había soportado todo tipo de
agonía durante esto último, confirmando que podía manejar todo. Había
superado un tipo y grado de cáncer a través del cual casi nadie vivía y todo
el mundo la llamaba un “milagro andante”, incluso sus doctores.
—Voy a llevarla —dijo papá, la desesperación deslizándose en su voz.
Rebecca, nuestra capitana en el momento, me hizo señas porque la
práctica iba a empezar de nuevo.
—Claro —le dije a mi padre, distraída—. Lo que quieras. Solo llámame
para dejarme saber qué pasa.
—Lo haré —dijo, y oí el sonido de puertas de auto abriéndose y cerrándose
de golpe a través del teléfono.
—De acuerdo —oí decir a mi padre, y entonces hubo un clic.
Las porristas ya estaban colocadas para ejecutar nuestra más difícil
pirámide, tres filas de chicas y una en la cúspide… yo.
—Rose, ¿estás preparada para unírtenos o qué? —Rebecca quería saber.
—Ya voy —dije, y aparté pensamientos de mis padres de camino al
hospital mientras practicábamos la formación una y otra vez. Kecia,
Tamiza y Mary eran responsables de tirarme alto en el aire de modo que
podía aterrizar en la segunda fila de compañeras.
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—Dile a mamá que la quiero.
—¿Lista? —decían como normalmente, o tal vez nuestro octavo intento ese
día.
—¡Lista! —respondí, preparándome para volar.
—¡Abajo, arriba! —ordenó Kecia.
Podía oírlo ahora, claro como el día.
Recuerdo viajar alto, alto, alto, mis músculos tensos, mis dedos de los pies
de punta, mi cuerpo recto como un tiro, llevando el momento hasta el
último segundo, cuando empecé a bajar y aterricé justo en los hombros de
dos chicas, quienes agarraron mis piernas inmediatamente, sujetándome.
Una vez estuve asegurada, subí mi brazo directo al caliente sol y sonreí a
la multitud imaginaria en las gradas. Esta vez cuando miré, mis ojos se
encontraron con los de Jim y reí sorprendida. Por casi dos años había
acosado a mi hermano para que me visitara en la práctica.
—¡Eh, Jimmy! —grité, mi voz haciendo eco en el estadio. Saludé pero no
sonrió, y ahí fue cuando supe que algo estaba mal.
—¡Kecia! —chillé—. Necesito bajarme. Ahora. —Ansiedad circuló a través
de mis ya tensos músculos. Después de unos momentos de organización
en el suelo que duraron por siempre, oí su voz.
—¿Preparada?
—¡Abajo, arriba! —Las chicas justo debajo de mí gritaron, y de nuevo sentí
el momento de viajar alto en el aire hasta que mi cuerpo comenzó su
descenso, Kecia, Mary y Tamika sosteniendo mi espalda y piernas antes de
que pudiera alcanzar el suelo y saltar en la pista. En el segundo en que
aterricé corrí hacia Jim.
—Rose —dijo con voz ronca, sus ojos llenándose con lágrimas.
De repente me sentí desesperada.
—¿Qué? ¡Qué! Háblame.
—Papá ha estado intentando comunicarse contigo, pero no atendías. Es
mamá. Algo pasó justo después de que llegaran al hospital. Tenemos que
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—Preparada —contesté, todo en mí volviéndose inestable.
ir. Ahora. —Girando en sus talones, se alejó deprisa, y yo lo seguí, ya
paralizada, sin una sola mirada a mis compañeras detrás de mí. Incluso
dejé mis cosas allí. Cuando entré en el auto de Jim, miré la hora. Sólo
treinta minutos habían pasado entre la llamada de papá y ahora. Ni
siquiera había pedido hablar con mamá por teléfono cuando había tenido
la oportunidad.
—Debería haberla traído antes —dijo papá cuando entramos
apresuradamente en la sala de espera, su cabeza en sus manos, luciendo
encorvado y roto en una silla—. No debería haberla escuchado. Estaba
muy adolorida.
—Va a estar bien —dijo Jim, poniendo una mano en la espalda de papá.
Pero no habíamos visto a mamá todavía así que no sabíamos.
La puerta de la oficina se abrió con un crack. Mi cabeza estaba agachada,
los ojos pegados a la mesa de la oficina.
Un suspiro pesado salió de mis pulmones como si hubiera estado
aguantando la respiración. Asentí para hacerle saber que la había oído.
Sin pensar, mis dedos se encontraron con el colgante del corazón de
cristal, pero entonces recordé que no estaba y pedí por ello, por cualquier
cosa que pudiera proporcionarme comodidad. Apenas podía creer que
había dejado algo tan preciado en la chaqueta de Will, un último regalo de
mi madre, y él podría ni siquiera saber que estaba ahí. ¿Qué si se perdía?
Mi mente vagó de nuevo a esta mañana, cuando Will y yo estábamos en su
camioneta, y ya se sentía muy lejos, como si hubiera sido otra Rose ahí,
otra chica que él había besado. Con Will había recorrido lentamente mi
camino hacia la antigua Rose, la que reía a menudo, la que sentía las
cosas muy profundamente, la que se movía por el mundo llena de
sentimientos y emociones. Pero ahora se había ido, otra vez, esa Rose. En
algún lugar profundo pienso que había sabido que no duraría mucho.
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—¿Rose? —Miré arriba mientras Anna asomaba su cabeza dentro—. Cinco
minutos más y el doctor estará aquí.
—No asumas lo peor —dijo Anna, abriendo más la puerta, una abertura
triangular de fuerte luz fluorescente entrando en la habitación—. No es tan
malo como piensas. —El brillo chocó con las suaves bombillas
incandescentes iluminando la oficina—. Si no fuera verdad, no lo diría. Tú
sabes que siempre soy honesta, incluso si la realidad no es lo que una
familia quiere oír.
—Lo sé —logré decir después de un corto silencio, mi voz ronca—.
Recuerdo —dije, hundiéndome de nuevo en las memorias de mi madre,
porque querían volver y yo ya no tenía la fuerza para echarlas lejos.
—¡Su madre está despierta! —dijo mi padre, emocionado, entrando
apresuradamente donde Jim y yo habíamos estado sentados por semanas,
apenas marchándonos para la escuela. Hicimos todo tipo de cosas para
pasar el tiempo: jugar a las cartas, hacer los deberes que se amontonaban
más cada día. Cuando papá apareció estaba pintando mis uñas de los pies
de un color rosa fuerte, y el envase casi se inclinó mientras me ponía de
pie. Corrí detrás de mi padre y mi hermano, todo el amplio pasillo blanco
abajo, el brillante esmalte de uñas mojado y tres de mis dedos todavía sin
pintar. No sé qué había esperado, pero “despierta” resultó ser algo muy
diferente de lo que había imaginado.
—Mamá —dijimos Jim y yo a la vez, antes incluso de que hubiéramos
tenido una oportunidad para entrar en la habitación y acercarnos lo
suficiente para verla.
Los ojos de mamá estaban definitivamente abiertos, pero sólo hasta la
mitad, su boca mostrando dos hileras de dientes, su mandíbula floja. Lo
peor eran sus piernas y brazo izquierdo, se movían con espasmos y dando
tirones a través de la cama, después cayendo al lado y colgaron ahí hasta
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Los peores momentos que pasamos en este hospital fueron las veces
cuando mamá despertó de su coma. En tres ocasiones distintas volvió a
nosotros, cada una más optimista que la anterior. La primera vez lo
habíamos esperado. Estábamos seguros de que marcó el principio de su
recuperación, que mamá mágicamente se transformaría de un cuerpo sin
vida en un respirador en su persona vibrante y comunicativa una vez más.
que la enfermera los puso debajo de la manta, sólo para tenerlos
rebotando de un lado hacia abajo una vez más.
—Te quiero. —Tomamos turnos para decirlo en caso de que pudiera
oírnos, en caso de que lo pudiera entender. La mujer que yacía ahí, a veces
parpadeando hacia nosotros, incapaz de hablar y controlar sus
extremidades, no era la madre que conocía. A las pocas horas se fue de
nuevo.
Unas pocas semanas más tarde, se despertó una segunda vez, pero de la
misma forma. Estaba nuestra ráfaga inicial de emoción, la promesa, la
esperanza de recuperación, la posibilidad de quitar tubos y desconectar
máquinas, y después el shock y la decepción acompañantes cuando ella se
marchó. La única cosa que cambió fue en cómo tocamos fondo cuando la
perdimos.
Pero la tercera vez que despertó fue diferente que antes.
—Mamá está consciente —dijo papá, levantándonos a Jim y a mí de
nuestras sillas de la sala de espera. Su cambio en describirlo, de despierta
a consciente, fue destacado, y me pregunté si había marcado
intencionalmente la diferencia, si veríamos a la mamá real en esa
habitación o aún la mujer de ojos vacíos cuyo único parecido era que
compartían el mismo cuerpo—. Ellie —dijo papá mientras entrábamos
corriendo a verla, su voz llena de emoción.
Mamá giró su cara hacia la puerta.
Mamá estaba viva.
Para nosotros, esto significaba que su recuperación era inminente, que
lucharía contra el cáncer con coraje y esperanza justo como la última vez y
que ganaría de nuevo. Lo sabía, todos lo hacíamos. Estábamos muy
seguros.
—Tus chicos te hicieron estos —le dije, apuntando la parte de tulipanes
hechos de papel pegados a través de una pared de la habitación. Con
mamá viendo, Jim y yo nos alternamos, llevándola a un recorrido de las
tarjetas y decoraciones caseras y móviles colgando del techo… de quién
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No habló, pero estaba claro que nos veía, nos reconocía.
eran, qué profesores, y cuándo habían llegado. Tomamos turnos para
meternos en la cama con ella, asegurándonos de hacer eso en el lado
donde sus piernas y brazo seguían colgando, nuestros cuerpos ahí cerca
de ella tanto como para impedir que se diera cuenta de que no podía
controlar sus movimientos por más tiempo. Papá, Jim y yo hablamos unos
sobre otros, llenando el silencio que ella no podía, contándole todo lo que
pudimos pensar acerca de las semanas en las que había estado dormida,
tratando de hacerla reír, haciendo lo mejor para ocupar su atención,
diciéndole que iba a ponerse mejor, que la queríamos y estábamos muy
contentos de verla. Su habitación del hospital se convirtió en el sitio de
una fiesta familiar.
Nos quedamos más tiempo de las horas de visita ese día.
Finalmente, Anna entró para espantarnos fuera.
—Hola ahí, hermosa —le dijo a mamá, siempre la llamaba así, incluso
cuando mamá estaba inconsciente, y amaba que Anna hiciera eso.
Comprobó los tubos y los monitores que medían el pulso del corazón de
mamá, su respiración, y otros signos vitales, su voz alegre—. Esta gente
necesita darte algo de descanso.
—Estaremos de vuelta a primera hora de la mañana —dijo papá
rápidamente.
Estábamos tan contentos, tan emocionados, que no nos importó la
directiva de Anna de ir a casa. Esta noche, nos estábamos marchando con
esperanza real en nuestros corazones, con el futuro en mente, con fe en la
recuperación de mi madre.
Justo antes de deslizarme fuera de la cama del hospital sentí el suave
apretón de una mano en mi brazo.
La mano de mi madre.
—¿Mamá? —Un estremecimiento corrió a través de mí—. ¡Papá! ¡Jim! —
grité para llamar su atención y se juntaron detrás de mí, mirando a mamá,
esperando. Todavía no había dicho una palabra desde que despertó,
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—En el segundo en que nos sea permitido estar aquí —añadió Jim.
simplemente nos había mirado, escuchado y pasado tiempo estando
consciente.
Estando viva.
Esta vez estaba luchando para comunicarse con algo más que sus ojos.
Una máscara transparente cubría su boca, pero podíamos ver sus labios
trabajando mientras los ponía a prueba. Después de un largo rato y con
enorme esfuerzo, logró de decir tres palabras.
—Yo. —Su boca se abrió amplia y se detuvo. Después—: Los. —Y después,
—Quiero —dijo, sus labios cerrándose después de esta última palabra. Fue
cuidadosa de mirarnos a cada uno a los ojos, papá, Jim y después yo.
—¡Oh, Mamá! —estábamos gritando—.
queremos mucho! ¡Vas a ponerte bien!
También
te
queremos.
¡Te
Fue entonces cuando me di cuenta de las lágrimas rodando bajo su cara
hacia la almohada.
Las aparté, mis dedos suaves a lo largo de su mejilla.
La puerta de la oficina se abrió y saqué mi mente de estos dolorosos
recuerdos. La doctora caminó dentro y acercó una silla a mi lado,
poniendo su portapapeles en la superficie lisa de madera de una mesa
auxiliar. Por un momento quise alcanzar y tocar las hermosas trenzas que
caían pasando sus hombros, preguntándome cuánto tiempo llevaría tejer
tanto y deseando que pudiéramos discutir esto en lugar de lo otro. Pero
empezó a hablar y tuve que centrarme en por qué estábamos aquí.
—Soy la Dra. Stone —empezó.
—Soy Rose Madison —dije, un reflejo.
—Lo sé. —Su voz era firme, pero de alguna forma reconfortante—. ¿Tu
hermano no está aquí todavía?
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A la mañana siguiente, se marchó de nuevo, esta vez para bien.
—Lo llamé. Está en la universidad. Aunque no sé cuándo llegará. Quizás
en otra hora. —Si continuaba balbuceando quizás podría aguantar lo que
fuera que viniera después—. Jim dijo que ya estaba entrando en el auto
cuando estaba en el teléfono con él…
La Dra. Stone puso una mano en mi brazo, como si pulsara un botón
invisible de pausa.
—Hablemos acerca de tu papá —dijo.
—De acuerdo —susurré, la palabra apenas audible incluso en la tranquila
habitación.
Todo lo que quería que saliera de mi boca era una serie de preguntas:
¿Había bebido? ¿Es por eso el por qué esto pasó? ¿Hirió a alguien más?
¿Mató a alguien más? ¿Va a morir? ¿Va a morir, también, como murió
mamá?
La Dra. Stone me miró, sus ojos marrones firmes.
—Lo primero que necesitas saber, y necesitas recordar mientras
discutimos los detalles, es que tu papá se va a poner bien. Necesitará
tiempo para recuperarse pero se pondrá mejor.
—¿De verdad? —La esperanza encontró su camino en mi voz.
Se sintió como si me estuviera llevando abajo por un camino rocoso en el
medio de un arroyo, poco a poco, guiándome con cada paso, esperando,
paciente, asegurándose de que estuviera preparada para poner mi pie en la
siguiente superficie resbaladiza.
—De acuerdo —accedí.
—El auto de tu padre chocó contra un árbol de un lado de la carretera —
empezó.
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—Sí —replicó la Dra. Stone—. Pero ahora vamos a hablar sobre las
circunstancias. ¿De acuerdo?
El tiempo en un hospital pasa de manera diferente, como con su propio
reloj. Unos pocos minutos a veces pueden sentirse como días y viceversa.
Una semana puede pasar sin que te des cuenta. No tenía ni idea cuánto
tiempo estuve en esa oficina, quizás horas. Cuando salí y volví a la sala de
espera, mis ojos se entrecerraron con un bizco en el brillante pasillo, la
parpadeante luz blanca intensa después de la suave oscuridad de la
habitación privada.
—Rose. —Oí mi nombre, dicho por varias personas a la vez, y los brazos de
Krupa se envolvieron alrededor de mi cintura y su pelo, largo y suave, se
presionó contra mi hombro.
—Quiero irme a casa —le dije.
—¿Qué pasa con tu padre? —Miró mi reacción—. ¿Está bien?
—No hay nada que hacer sino esperar.
—Oh, Rose...
—No. —Mi voz era suave y firme—. No quiero hablar de ello.
—Gracias por venir. —Me forcé a mí misma a mirarla, a mirar más allá de
Krupa, dándome cuenta que Mary y Tamika se sentaban en una cercana
fila de sillas en la sala de espera. Chris también estaba ahí. No sólo había
esperado, había llamado a mis amigas. Aunque Will faltaba en este grupo.
No había venido, no había cambiado su forma de pensar. Este
pensamiento se pasó rápido y se marchó.
—¿Ha oído alguien sobre Jim? —El sonido alto de mi voz cortó el silencio
de la sala de espera.
Krupa miró al reloj en la pared.
—Se marchó alrededor de las dos, y son pasadas las cinco así que debería
estar aquí pronto, dependiendo del tráfico.
Me senté en el sitio libre entre Chris y Tamika. Kecia y Krupa tomaron
asiento en la fila enfrente de nosotros.
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—¿Rose? —Kecia vino hacia nosotros, sus tacones, normalmente haciendo
mucho ruido contra el suelo, ahora silenciosos, como zapatillas—. ¿Puedo
hacer algo?
—¿Estás aguantando? —preguntó Chris, y miré como si él pudiera ser un
extraño, su estructura ósea perfecta, sus ojos con forma de almendra, su
cara tan hermosa. Por primera vez en toda la tarde comencé a
preguntarme por qué estaba realmente aquí, si este era otro extraño
intento de hacerme considerar en salir con él de nuevo. Me encogí de
hombros en respuesta a su pregunta desde que no sabía qué decir. A
pesar de sus intenciones, estaba agradecida. Necesitaba a alguien y él
estaba allí para mí.
Como si pudiera leer mi mente, él dijo:
—Sólo déjame ser un amigo. Eso es todo lo que quiero, lo juro, estar aquí
como tu amigo.
—¿En serio? —le pregunté.
Chris asintió, sus ojos tristes, pero podía decir que hablaba en serio. En
cuestión de segundos, con sólo unas pocas palabras, resolvimos seis
meses de incertidumbre y dolor y conexiones perdidas. Estaba tan
increíblemente aliviada de tener este repentino consuelo de cierre.
—¡Rosey! —Jim llamó desde el otro lado de la sala de espera, corriendo
hacia mí, y me sentí siendo levantada de la silla, los brazos de mi hermano
a mi alrededor, sosteniéndome apretada contra su pecho. Se sentía tanto
como en casa que empecé a llorar. Todo el día lo había hecho tan bien
reteniendo las lágrimas, pero ahora que Jim estaba allí no podía
detenerlas. Él me dejó sollozar en su sudadera durante mucho tiempo,
nunca disminuyendo su agarre. Finalmente, cuando me calmé lo
suficiente para hablar, le dije lo que había decidido en esas horas en esa
oficina pequeña.
—Tienes que tratar con papá —le dije—. No puedo más. Es tu turno.
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La manecilla de segundos en el reloj marcaba en círculos, alrededor y
alrededor, el tiempo pasando lentamente. Toda mi energía se dedicó a
desear que Jim entrara por la puerta, y que Will, también, apareciera de
repente. Yo lo necesitaba para explicar cómo lo que pasó antes en la
escuela había sido un error, un malentendido, que estaba dispuesto a
estar allí para mí y no dejaría mi lado, sea lo que sea que pasara a
continuación. Pero mi atención fue pronto atraída de estos deseos por el
bienvenido sonido de la voz de mi hermano.
Jim me miró con confusión.
Pero yo sabía que esto era lo que tenía que hacer.
Antes de que Jim pudiera decir algo, hablé de nuevo.
—Este es el trato: Papá va a estar bien. —Me detuve, manteniendo mi voz,
incluso cuando le contaba esta noticia, como si le estuviera dando una
lista de elementos a recoger en la tienda y no discutiendo el destino de
nuestro padre—. Pero él se ha roto huesos y tiene una conmoción y está
siendo sometido a algún tipo de cirugía. Lo están manteniendo… —Hice
una pausa, poniendo en orden las palabras— inconsciente, pero por sólo
unos pocos días, así su cuerpo puede descansar. Él va a volver a casa,
probablemente en unas semanas. Tal vez tres. Tal vez cuatro. Tenemos
que esperar y ver. —Tenía que dar marcha atrás—. No, tú tendrás que
esperar y ver. Yo no quiero hacerlo. No puedo. No puedo verlo en una de
esas máquinas como mamá estaba. Simplemente no puedo. —Lágrimas se
derramaban por mis mejillas y sorbí por la nariz, limpiando mi cara con mi
manga.
—Rosey. —Jim parecía sorprendido—. ¿No te vas a quedar? ¿En serio?
—No lo haré. —Me alejé, como si la proximidad podría encadenarme aquí.
Hubo un largo silencio antes de que hablara de nuevo.
—¿Estaba él... había estado...? —Jim no podía siquiera decir la palabra.
—¿Bebiendo? —Había perdido mi habilidad para cuidar lo que las otras
personas oían o sabían—. No lo sé. La doctora no dijo nada. Pero por como
sonaba, supongo que sí. Probablemente. Aunque no golpeó a nadie, sólo
un árbol —añadí, como que esto fuera una buena noticia, y de una forma
supongo que lo era.
—Oh dios. Oh dios. —Jim subió ambas manos hasta su cabeza—. ¿Qué
deberíamos hacer? ¿Qué vamos a hacer?
Suavemente, toqué el hombro de mi hermano.
—La pregunta es: ¿qué vas a hacer tú? —En esta última línea, mi voz se
quebró y me volví hacia mis amigos, las lágrimas corriendo por mis
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Así que la dije por él.
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mejillas, una después de la otra—. ¿Alguien me llevaría a casa? Necesito ir
a casa. Ahora. Por favor —dije, y sin mirar atrás empecé a alejarme por el
pasillo hacia la salida, escuchando los pasos de los otros detrás de mí,
alternativamente haciendo clic y acolchando y arrastrando los pies contra
el brillante, suelo embaldosado del pasillo del hospital. Estaba haciendo lo
correcto para mí, pero tal vez era lo correcto por papá, también. Tal vez
dejándolo aquí, negándome a verlo, finalmente haría que el mensaje se
fijara, sobre cómo si continuaba bebiendo, no sólo se ponía a sí mismo en
riesgo, sino que corría el riesgo de perderme a mí, su hija, también. Jim
podía manejar esto por su cuenta, al menos por ahora. Tendría que
hacerlo, al igual que yo había hecho. Hoy, sin embargo, no sería la única
en soportar esta responsabilidad. Alguien más que yo, pensé, mientras el
aire invernal corrió a través de mi jersey como si fuera delgado como una
telaraña, teniendo ese familiar agrio olor de hospital con él.
Treinta y tres
No es tu año
Traducido por Xhessii
asó una semana y luego otra, y la lluviosa melancolía de marzo
combinaba con mi humor gris. Mantuve mi palabra sobre mi padre
y me negué a verlo. Borraba los mensajes diarios que él dejaba en mi
celular incluso antes de escucharlos. Aparte del intercambio ocasional de
palabras con mi hermano o con la Abuela Madison, que había venido a
quedarse mientras esto durara, no hablaba con nadie. No iba a la escuela.
En cambio, me encerraba en mi habitación, las cortinas cerradas con
fuerza para evitar ver la deprimente imagen de la nieve vieja, derritiéndose
y convirtiéndose en lodosa aguanieve marrón, los árboles todavía
desprovistos de hojas. La Abuela Madison rondaba, hacía comentarios
acerca del descuidado estado de mi cabello y de mi apariencia desalineada,
aunque no podía ocultar la preocupación que se anudaba en su voz. Krupa
llamó, Kecia llamó, y vi la pantalla de mi celular encenderse con sus
fotografías y luego ponerse negra una vez más cuando sus llamadas
pasaban al correo de voz.
La única persona que esperaba que llamara no lo hizo.
Era como si Will hubiera desaparecido de mi vida tan repentinamente
como había aparecido. No había venido a verme una sola vez, a
explicarme, a preguntarme si estaba bien, o siquiera para ver si mi padre
se estaba recuperando. Continuamente volvía al día del accidente, cuan
paralizado Will había parecido, esa mirada cerrada en sus ojos, y cómo me
había permitido irme de la escuela con Chris. Mientras más días pasaban
sin señal alguna de él, más se sentía como si yo hubiera soñado todo lo
que había sucedido entre nosotros, las noches en su camioneta y en su
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P
Corregido por Simoriah
habitación, la tormenta de nieve y todo lo que había sucedido después.
Una distancia imposible se abría entre nosotros, una que yo no quería ni
había creado.
Me sentía impotente.
Jim viajaba desde y hacia el hospital con información sobre la condición
de Papá, la quisiera yo o no. Me enteré de que mi padre se estaba
recuperando, que estaría de nuevo en casa en abril, pero ni siquiera estas
noticias me ayudaron a sentir algo. Su accidente me había robado la poca
felicidad y seguridad que me había arreglado para recuperar. Si él no
hubiera seguido tomando, si hubiera oído mis ruegos, los de Jim, los de la
Abuela, nada de esto hubiera sucedido.
Todavía tendría a Will.
La vida era frágil y el amor también. En cualquier momento, incluso en los
más felices, nuestro mundo podía romperse y no lo veríamos venir. Sólo
había más pérdida en el futuro, mostrándonos su feo rostro cuando menos
lo esperábamos. La Rose en que me había convertido cuando mi madre
murió, la chica que no quería ver a la gente, que no podía divertirse, que
no quería ser tocada, la que rechazaba la ayuda de sus amigos, la Rose
que yo era antes de Will, estaba arrastrándome hacia abajo una vez más,
un ancla atada a mis piernas, permanente e implacable, negando
cualquier esfuerzo que yo hiciera para alejarme. Pensaba que la había
perdido, pero estaba equivocada.
Entonces una tarde el timbre de la puerta sonó, y después de un rato sonó
una vez más. Estaba en la cama leyendo un libro, y le grité a Jim para que
contestara, luego a la Abuela. El sol se asomaba entre las menguantes
nubes de marzo, brillando en el espacio entre las cortinas de mi
habitación. Cuando el timbre sonó una tercera vez, concluí que estaba sola
en casa y esperé que el silencio me dijera que los visitantes se habían dado
por vencidos y se habían ido.
Eran persistentes.
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Ésta fue la lección que el accidente de mi padre me obligó a aprender.
Eventualmente los repiques se volvieron demasiado, así que me levanté.
Todavía estaba en pijama, descalza, con mi cabello en una cola de caballo
malhecha, mechones cayendo alrededor de mi rostro y cayendo por mi
espalda. Cuando abrí la puerta, Krupa, Kecia, Tamika y Mary estaban de
pie en el porche delantero.
—Te hemos echado de manos —dijo Krupa, pasando junto a mí sin
esperar una invitación.
—No aceptaremos un no por respuesta —dijo Kecia mientras Mary y
Tamika la seguían. Las observé desaparecer por la esquina hacia la cocina.
Luego cerré la puerta y fui a su encuentro, sintiéndome como una zombi.
Sillas chirriaron contra el suelo y un frenesí de actividad lo siguió,
abriendo, desempacando y murmurando. Pendiendo de los dedos de Kecia
había una bolsa gigante de barras de chocolate, y Tamika vertió el
contenido de su voluminoso bolso en la mesa de la cocina. Sombras de
ojos, delineadores, polvos compactos, botellas de esmalte para uñas y de
quitaesmalte, lápices de labios y hebillas para el cabello se derramaron por
la superficie de madera, haciendo ruido mientras se esparcían y rodaban
hasta detenerse. Mary sacó una serie de viejas y estropeadas cajas de
DVD. Me miraron, esperando mi reacción, pero yo no tenía corazón para
esto hoy. Una lágrima rodó por mi mejilla y luego otra. Abrí la boca para
protestar, pero Krupa habló antes de que pudiera decirles que se fueran.
—Sólo nos quedaremos una hora —dijo—. Hoy sólo será salir de la cama y
sentarte con tus amigas en tu casa, nada más.
—De acuerdo —dije después de un largo silencio—. Sólo por un rato. —Las
dejé conducirme a la sala, luego me consolaron con chocolate, labial,
películas, y lo mejor de todo, su amistad.
Cada tarde que siguió, mi casa se llenó de amigos. Estaba rodeada de
gente y actividad, pero todavía me sentía perdida. Mi padre vendría a casa
pronto, y ya no estaba segura de cómo comenzar o de quien tenía la culpa;
él por ser tan imprudente, o yo por negarme a perdonar. Con el final de
marzo vino el clima más cálido. Pequeños brotes verdes comenzaron a
manchar las ramas de los árboles, el suelo comenzó su deshielo de
primavera, y las plantas en el jardín de mi madre se asomaron por la
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Sabía que tenían razón, que tenía que comenzar en algún lugar.
tierra, bebiendo el sol y estirándose hacia el cielo. Cada mañana miraba
por la ventana para ver si Will había regresado a trabajar; sabía que
sucedería eventualmente y quería asegurarme de no perdérmelo.
Entonces, un día, él apareció en el jardín.
Estaba en la parte trasera, junto al lecho de peonías, abriendo una bolsa
de fertilizante. Mi respiración se detuvo cuando lo vi a través de las
ventanas de la sala de estar, mi corazón se aceleró y extendí una mano
para equilibrarme en el alféizar. Quería que él se volviera hacia mí, pero no
lo hizo, como si adrede evitara mirar la casa. Ahora era mi oportunidad de
descongelar el hielo entre nosotros, de salir y encontrarme con Will en el
mismo lugar donde él y yo habíamos comenzado y donde pequeños puntos
rojos estaban a punto de salir de la tierra, para ser pronto las peonías que
él me prometió que crecerían. Se agachó por un momento, revisando el
lecho, luego se volvió de repente y miró al lugar exacto donde yo estaba
parada junto a la ventana.
Nuestros ojos se encontraron.
Rápidamente, me volví.
Krupa estaba de pie detrás de mí.
—Deberías salir y hablar con él.
—¿Por qué no le preguntas qué sucedió? Sus razones quizás ni siquiera
tengan que ver contigo.
Más que nada, quería que mi madre regresara. Quería que me cuidara,
que me dijera qué hacer con Will, que me mostrara cómo arreglar todo con
mi padre. Quería que me quitara este dolor sin fin y las complicaciones, y
más emoción de la que sabía cómo manejar. Sin consultar a mi cerebro,
mis pies comenzaron a moverse, llevando a mi cuerpo por la casa, pasando
junto a Krupa y a todas las demás en la cocina hasta que llegué a una
puerta que no había abierto en casi un año, y tomando el pomo, lo giré,
entré y la cerré detrás de mí.
Estaba en la oficina de mi madre.
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—Lo extraño —susurré—. Pero él me dejó sin decir una palabra, o dar una
explicación.
Pilas de papeles de construcción estaban apiladas en los estantes,
brillantes limpiapipas se asomaban de las tazas como lápices, móviles
colgaban del techo, y pinturas de los niños de mamá cubrían cada
centímetro de muro disponible. Resaltadores brillantes y tijeras y bolas de
algodón de colores estaban desparramadas sobre el escritorio, como si
mamá todavía estuviera ahí, trabajando en un proyecto que planeaba
enseñar mañana. Su oficina siempre había sido una versión en miniatura
de su salón de clases. La experiencia de asimilar estas posesiones que una
vez fueron de mi madre evocó recuerdos de otro momento similar, cuando
había ido al armario de mamá después del funeral y había descubierto el
Kit de Supervivencia que ella había dejado para mí.
Había estado tan fuera de todo por demasiado tiempo, ignorando las
tareas que quedaban. Recordé la caja de crayones, y de repente supe qué
venía después. De los estantes de Mamá, tomé tantas tijeras como cabían
en una mano, metí una gruesa pila de papel de construcción debajo de mi
brazo, tomé una taza de limpiapipas, y llevé todo a la cocina. Entré y salí
llevando las cosas de la oficina de Mamá, armando pilas en la mesa y en
las mesadas: marcadores, limpiapipas, pegamento con brillantina y
pintura para usar con los dedos, lápices de colores, servilletas de papel y
papel metálico plateado y platos de papel y una docena de cosas más.
Además de una enorme pila de bolsas de papel para el almuerzo color
marrón.
Porque los crayones, por supuesto, eran para compartir.
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Había mantenido el Kit de Supervivencia en secreto por mucho tiempo y
era suficiente.
Treinta y cuatro
Mejor
Traducido por maleja.pb & Caami
Corregido por Simoriah
R
euní a todas en la cocina. Krupa, Kecia, Tamika y Mary. También
la Abuela Madison.
Los ojos de Krupa se abrieron como platos.
—Como mi papá viene a casa del hospital —continué—. Pensé que un Kit
de Supervivencia podría venirle bien, y quizás nos ayude a mejorar la
relación, así que traje estos materiales de la oficina de Mamá para hacerle
uno. Ya que están aquí, pensé que podrían querer hacer un Kit de
Supervivencia para alguien en su vida o incluso para ustedes mismas.
Supongo que la mayoría de nosotras podría necesitar uno en algún
momento de nuestras vidas —lo dije con una pequeña risa, y una vez que
las palabras salieron supe que eran verdad—. Tomen lo que quieran —dije,
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—En primer lugar, quiero decir que sé que no he sido la mejor compañía
últimamente, o la mejor amiga o la mejor nieta —comencé—. Pero
realmente aprecio que ustedes estuvieran ahí para mí. Espero poder
compensar cómo he estado actuando, al menos un poco. —Sostuve mi Kit
de Supervivencia en alto, la delgada cinta azul colgando de mis dedos, el
lado con mi nombre escrito por mi mamá hacia afuera—. Creo que ya
saben sobre los Equipos de Supervivencia de mi madre… los que hacía
para los padres de sus niños en la escuela. El día de su funeral, encontré
éste esperándome. Creo que fue la forma de mi madre de ofrecer sabiduría
sobre cómo yo podría… —me detuve, tomándome el tiempo y otro
respiración profunda—. Sobre cómo podría empezar a descifrar la vida sin
ella.
señalando los materiales que había regado por todas partes—. Mamá no
hubiera querido que todas estas cosas divertidas fueran a parar a la
basura. Amaba sus proyectos y estoy segura de que estaría feliz de
compartir.
—Oh, Rose —dijo la Abuela, rompiendo el silencio que siguió. Una lágrima
se derramó por su mejilla—. Qué cosa especial lo que te dio Ellie.
Asentí.
—Lo sé. Lo es.
Kecia tomó un par de tijeras y esperó a que las demás la siguieran.
—Rose, me encanta esta idea. Ya sé a quien quiero hacerle un Kit de
Supervivencia.
Sonreí. Esto había sido lo correcto.
El estado de ánimo en la sala, el estado de ánimo en toda la casa, comenzó
a levantarse. Se sentía como si el sol se asomara en el horizonte para
comenzar un nuevo día después de una larga e interminable noche. Todas
se pusieron a trabajar. Las tijeras se deslizaban contra las
cartulinas, limpiapipas temblaban en el aire mientras eran levantados de
la mesa, brillantina centelleaba al salir de sus frasquitos hacia hinchadas
líneas de pegamento, motas brillantes flotando a la deriva sobre la mesa y
el piso. La cocina se llenó de vida y charla y caos, pero esta vez yo era la
que la había invitado a entrar.
El Kit de Supervivencia, mi Kit de Supervivencia, estaba sentado en el
centro de la mesa de la cocina. Nadie pidió mirar dentro o me presionó
sobre su contenido, un hecho que agradecí. Me incliné entre Mary y
Tamika para tomar el bolso y llevarlo de vuelta a mi habitación, pero
cuando di vuelta a la esquina de la cocina, me congelé.
Jim estaba allí de pie, mirando el Kit de Supervivencia en mi mano, su
rostro desprovisto de color.
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—Voy a empezar el mío también —dijo Tamika, y fue directo a un pedazo
de brillante papel dorado.
—¿Mamá hizo esto para ti? —Su voz se quebró, su tono fue de
incredulidad—. ¿Ni siquiera te molestaste en contármelo?
Mi boca se abrió y lo miré fijamente, sin saber qué decir. Todas las buenas
sensaciones que habían comenzado a levantarse dentro de mí se
disolvieron en un instante. Ni siquiera había sabido que él estaba en casa.
Me sentí muy mal. Horrible. Era una terrible hermana.
—Respóndeme, Rosey —susurró.
—No sé qué decir. Se me ocurrió, pero…
—¿Qué se te ocurrió? ¿Qué estaría disgustado? ¿Celoso? ¿Que mamá se
preocupaba más por ti que por mí? ¿Qué se preocupaba de lo que te
pasaba a ti, pero no a mí? ¿Eso es? Ella pensó que de alguna manera yo
lidiaría con su muerte mejor que tú así que me dejó sin nada.
—Sabes que eso no es cierto…
—¿Y qué si lo es, sin embargo? No eres la única que está triste por mamá.
No eres la única que está teniendo un año difícil. No eres la única que
quedó atascada cuidando a papá.
—Pero…
—Ah, y me encanta la forma en que estás haciendo uno para papá
después de no hablarle por un mes. Eres tan virtuosa y tan considerada,
Rose. Qué gran idea, Rose. Qué dulce de tu parte.
—Exactamente. Es eso exactamente. No pensante. No pensaste en
involucrarme. No pensaste que me importaría que revisaras la oficina de
mamá sin mí, que decidieras entregar sus cosas. No pensaste que quizás
yo no estaba preparado para ver las cosas de mamá por toda la cocina. Y
no pensaste que a lo mejor que mamá te hiciera algo tan especial, que
mamá te eligiera a ti para tener un Kit de Supervivencia y no a mí, podría
lastimarme. No se te ocurrió porque estás tan encerrada en tus propios
dramas que ni siquiera has echado un vistazo a los míos.
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—Ni siquiera pensé… —Seguía intentando hablar, pero Jim no me dejaba
terminar.
—Por favor, Jim. —Di un paso hacia él, extendí la mano, y él respondió
dando un paso atrás— Quizás ella sí te hizo uno —intenté—. Quizás
simplemente no lo has encontrado aún —dije, pero mis palabras cayeron
en el vacío. Jim se volvió y salió bruscamente por la puerta principal y la
cerró con fuerza detrás de él. El sonido del motor de un coche rugió en el
camino de entrada, vibro allí por un momento, y luego desapareció.
Bajé la cabeza. Había sido tan desconsiderada. Que estúpido de mi parte
había sido por mantener algo como esto en secreto de mi hermano, y que
descuidada por permitir que lo descubriera al oírme por casualidad
contándoselo a otras personas. Abatida, puse el Kit de Supervivencia en la
mesa de café en la sala de estar y me hundí en el sofá.
En silencio, Krupa se acercó y se sentó junto a mí.
—Déjalo ir, Rose. Necesita un poco de tiempo. —Puso una mano sobre mi
brazo—. Apuesto a que tomó mucho coraje de parte de tu mamá planear
ese Kit de Supervivencia. Ella quería estar allí para ti incluso después de
haberse ido.
—Lo sé —susurré—. Lamento haberte ocultado esto. No era mi intención
lastimar a Jim, ni a nadie, yo sólo... —Mis dedos presionaron los pliegues
de la manta afgana que cubría el apoyabrazos—. No estaba lista para
compartir.
—Dios. —Me moví para poder recostarme—. Lo peor es que pensé en esta
posibilidad exacta. De hecho, me pregunté en diferentes momentos si
mamá había hecho uno para Jim, pero nunca le dije nada porque temía
que ella no lo hubiera hecho. ¿Cómo voy a arreglar esto?
Krupa suspiró.
—No lo sé. Pero él se calmará eventualmente y entonces ustedes sólo
tendrán que hablar al respecto. —La expresión de su rostro me dijo que
debatía algo.
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—A mí me parece bien —dijo—. Espero que te des cuenta de eso. No puedo
imaginar cómo ha sido atravesar aquello con lo que tú has lidiado este
año. La cosa con Jim, sin embargo. —Su voz perdió fuerza—. Eso va a ser
más complicado.
—¿Qué? Dime en qué estás pensando.
Ella extendió la mano, que se cernió sobre el Kit de Supervivencia.
—¿Puedo verlo? —preguntó con un hilo de voz, e inmediatamente retiró su
brazo—. Quizás no debería haber preguntado. De hecho, olvídalo. No
tienes que mostrarme…
—No, está bien. Estoy lista. De otra forma no le hubiera contado a todas
sobre esto. —Lo recogí y lo puse entre nosotras en el sofá.
—¿Dónde lo encontraste?
—En el armario de mi mama —expliqué—. Con su vestido favorito.
Krupa jadeó.
—El vestido hecho de noche… recuerdo cómo siempre le rogabas que te
permitiera usarlo.
—Ella sabía que lo buscaría y que allí encontraría el Kit de Supervivencia.
—Vacié los contenidos restantes de la bolsa en el cojín: la caja de
crayones, la brillante estrella de papel y la cometa. Luego corrí a mi
habitación para traer la foto de las peonías y el iPod. Cuando regresé, la
estrella de plata descansaba delicadamente en la palma de Krupa. Añadí
los dos objetos restantes a los demás.
Lo único que faltaba era el corazón de cristal.
—Las peonías del patio trasero —dijo con una sonrisa conocedora al ver la
fotografía—. Esto no pertenecía a tu madre —exclamó cuando revisó las
canciones en el iPod—. Lo hizo para ti —dijo, y yo asentí—. ¿Y los
crayones? —preguntó, la delgada caja en su mano.
—Son para compartir con otros. Como, compartir el Kit de Supervivencia
con ustedes —expliqué—. Conoces a mi madre… quiero decir, la
conocías… cómo se sentía respecto a este tipo de cosas. Pensé que quizás,
aun cuando ella se había ido, algunas de las tradiciones que había
comenzado podrían, bueno, tal vez, continuar a través de otras personas.
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Krupa miró cada uno, lo recogió, lo giró, examinándolo desde diferentes
ángulos.
Los ojos de Krupa estaban tristes pero sonrió.
—A tu madre le habría encantado vernos aquí en la casa, haciendo
Equipos de Supervivencia, al igual que ustedes lo hacían como familia
cada año.
—Excepto por la parte en que me olvidé de mi hermano —dije con pesar.
Había un artículo que Krupa aún no había tocado.
—¿Qué hay de la cometa?
—Estoy lejos de estar lista para lidiar con eso —dije—. Para ser honesta, ni
siquiera puedo imaginar cuando lo estaré. —Levanté la estrella, girándola
en la mano—. La próxima es la estrella, supongo.
—¿Para qué es la estrella?
—Aún no lo sé —admití.
—¿Esto es todo?
Sacudí la cabeza.
—También había un corazón de cristal.
El entendimiento apareció en el rostro de Krupa.
—El de la fiesta de San Valentín… ¡es tan bonito! ¿Por qué no está aquí?
—Oh —dijo Krupa, pero no me presionó más al respecto. Luego
prosiguió—. Sabes, dijiste que tu mamá dejó tu Kit de Supervivencia con
su vestido.
—La cinta estaba atada a la percha.
—Obviamente quería que lo usaras, Rose —dijo suavemente—. Siempre
quisiste hacerlo. Y ahora es tuyo.
—¿En serio? —No era que usar el vestido nunca me hubiera pasado por la
mente, sino que no me había permitido pensar con tanta anticipación a un
momento en que tuviera una razón para usarlo.
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—Will lo tiene —respondí simplemente.
—Sabrás cuando la ocasión sea la correcta —añadió.
Mi garganta se apretó y mis ojos se llenaron de lágrimas. Sabía que lo que
Krupa decía era verdad, que llegaría un momento en que deslizaría ese
hermoso vestido por mi cuerpo y lo llevaría igual que mi madre lo había
hecho una vez. En algún lugar dentro de mí siempre lo había sabido, que
habría una noche que sería lo suficientemente especial.
Porque finalmente era lo suficientemente mayor.
No fue hasta después de la cena que conseguí hablar con Jim. Noté que su
coche estaba de vuelta en el camino de entrada y lo encontré acostado en
su habitación, mirando el techo.
—Mamá también te hizo un Kit de Supervivencia. Estoy segura de ello —
dije desde la puerta.
Él se movió y levantó la cabeza de la almohada.
—No, no lo hizo y no quiero hablar de eso. O contigo.
Pero no me iba a ir tan fácilmente. Me acerqué a él y me senté.
—Ella los hizo para ambos. Lo hizo, te lo prometo.
—Rosey, simplemente detente. Estas haciéndome sentir peor de lo que ya
estaba.
—Mira, no es como si mamá me hubiera entregado personalmente el Kit de
Supervivencia. Lo escondió en la casa donde sabía que lo encontraría, con
ese vestido por el que siempre estaba molestándola. Sólo necesitamos
averiguar dónde dejó el tuyo.
La expresión del rostro de Jim era triste y vulnerable.
—Rosey, si no es verdad, si no tienes razón, no quiero decepcionarme. —La
esperanza entró en su voz como un niño asustado, y se sentó de forma que
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Jim se frotó los ojos y se apoyó en los codos una vez que se dio cuenta de
que no iba a ir a ninguna parte. Me dio una mirada feroz.
nuestras piernas colgaron a un lado de la cama, excepto que las suyas
llegaban al suelo.
—No lo estarás. —Confiaba en mi madre que no lo estaría.
—¿Realmente lo has tenido desde el funeral? ¿Todo este tiempo?
Asentí, evitando sus ojos, eligiendo concentrarlos en cambio en el
rododendro afuera que empujaba sus hojas contra la mitad inferior de la
ventana.
—Lamento no haberte contado, realmente lo siento.
Jim tamborileó los pulgares contra sus rodillas.
—Así que asumamos por un momento que tienes razón —dijo, sus dedos
golpeteando—. Si mamá dejó el tuyo en el vestido... —De repente, saltó de
la cama, tomó una sudadera de una silla, y la pasó por su cabeza—.
Entonces el mío tiene que estar en alguna parte de la casa. —Comenzó a
caminar de un lado al otro—. ¿Dónde lo pondría? —Jim fue de un lado de
su cuarto hacia el otro, cavando bajo pilas de ropa, abriendo y cerrando la
puerta de su armario, atacando todo—. Rosey, ¿qué tal si ella me hizo uno
y nunca lo encuentro? —Salió de la habitación pero regresó no más de
treinta segundos después. Abrió la boca para decir algo, luego desapareció
una vez más sin decir palabra.
Pasaron cinco minutos antes de que oyera “sé dónde está” desde la puerta.
—¿Vendrás conmigo a buscarlo?
Con mi corazón golpeando, me levanté y lo seguí hasta la puerta del
sótano. Lo abrió y comenzamos a descender, sus zapatillas de deporte
golpeando los escalones, los listones de madera crujiendo bajo su peso. Se
dirigió hacia los estantes de metal abiertos que recubrían la pared de
fondo. Estaban llenos de cajas, algunas marcadas “Navidad” en el costado,
y otros con “Suministros/guardería”. Había alrededor de diez que decían
“JIM” en letras de quince centímetros de alto, y “No Tirar”. Todo en la letra
de mamá. Uno de los estantes estaba forrado por completo con libros de
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—Jim —lo llamé, intentando convencerlo para que volviera para que
pudiéramos hablar de esto y quizás ejercitar su memoria para darle una
pista sólida.
Jim de cuando era niño. Él comenzó a sacarlos del estante, uno tras otro,
hasta que llegó a uno que tenía la cara hacia afuera y se detuvo. “El Ratón
y la Motocicleta” por Beverly Cleary.
—Mamá y yo leímos éste juntos alrededor de mil veces —dijo, y lo recogió.
Allí estaba, detrás del libro.
Una bolsa para almuerzo de papel marrón, con KIT DE SUPERVIVENCIA
DE JIM escrito en letras mayúsculas en el frente. Un viejo cordón
azul de zapatilla de Lewis estaba atada en un moño a través de un
agujero hecho en el pliegue. Jim lo miró con asombro, como si no
creyera que realmente estaba allí.
—Sí me hizo uno.
—¿Vas a abrirlo? —pregunté, mi voz queda.
Jim sacudió la cabeza.
—Todavía no. Voy a esperar.
Suavemente, toqué su brazo.
—Deberías esperar tanto tiempo como fuera necesario. Yo esperé meses
antes de abrir el mío. Un verano entero.
Mi hermano estalló en lágrimas, con profundos sollozos, del tipo que no
había visto en él desde que mamá había muerto. Mi mano
automáticamente se alejó de su brazo y di un paso atrás. Unos meses
habría permanecido anclada a este lugar, incapaz de reconfortarlo… había
aprendido por experiencia que abrazar a alguien sólo animaba a la persona
a llorar aún más fuerte y yo siempre había querido que las lágrimas se
detuvieran. Pero estaba comenzando a entender que siempre habría
tristeza cuando se tratara de nuestra madre. Una capa de dolor ahora
estaba entretejida a través de nosotros de forma que ciertos momentos,
recuerdos, incluso nuevas experiencias, la tocarían, y éste era uno de esos
momentos. Así que en lugar de dejar a Jim solo hasta que las lágrimas se
secaran y desaparecieran, reuní el valor para extender mis brazos y
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—Simplemente no estoy listo —dijo.
envolverlo con ellos, y cuando lo hice, él se inclinó hacia mí y lloró aún
más fuerte en mi hombro.
Estaba dispuesta a ser su hombro por tanto tiempo como me necesitara.
Estaba aprendiendo que así era como sobrevivíamos.
Durante los días que quedaban antes de que mi padre volviera a casa, la
mesa de la cocina, las mesadas, la mesa de café en el vestíbulo, estuvieron
regadas de cada color imaginable de crayón junto con cosas como tijeras
que cortaban en zigzag y pequeños recipientes de pinturas solubles al
agua y restos desechados de papel de construcción. Mis amigas iban y
venían, portando objetos especiales para añadir a sus Kits de
Supervivencia y buscando espacios libres para hacer algo nuevo.
Me hizo feliz tener la casa tan llena de vida una vez más.
Juntos, Jim y yo trabajamos en nuestro Kit de Supervivencia para papá.
Dentro de la bolsa incluimos una foto de una pizza que habíamos cortado
de una revista; las noches de domingo en nuestra casa solían ser noches
de pizza, una tradición que perdimos junto con mamá. Añadimos una
pelota de béisbol de cuero en miniatura en un llavero para recordarle a
Papá cuanto amaba pasar las noches de verano fuera viendo los partidos
de las ligas menores. Hicimos un pequeño collage de fotografías de nuestra
familia y lo deslizamos dentro de un marco hecho en casa; queríamos que
Papá recordara que todavía nos tenía. Luego, para insinuar que no
debíamos dejar pasar otro verano sin una visita al océano, Jim llenó una
pequeña bolsa transparente con un poco de arena de la playa.
Por último, por supuesto, pusimos una cometa.
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Pensé en como, si Jim había cambiado después de la muerte de mamá y
yo me había convertido en una chica diferente, tenía que permitir la
posibilidad de que papá también fuera diferente. Quizás necesitaba ayuda
para seguir adelante tanto como nosotros.
La mano de Jim descansaba sobre el volante del coche de la Abuela
mientras conducía. Señales del Hospital del Condado de Lewis
aparecieron.
—Va a estar bien, Rose. Puedes hacer esto —dijo.
Cada palabra me hizo estremecer.
—Eso espero —dije, nerviosa por ver a nuestro padre por primera vez en
casi un mes.
—Papá se ve genial y creo que su actitud está cambiando. Este accidente
realmente lo sacudió de una manera que tú y yo nunca jamás habríamos
podido. —Giró hacia el estacionamiento y comenzó a conducir hacia arriba
y abajo por las filas en busca de un espacio.
—Dejen de hacerse eso a ustedes mismos —dijo la abuela Madison desde
el asiento trasero—. Nunca fue su responsabilidad arreglar la relación de
su padre con la bebida.
—Pero tú también lo intentaste, Abuela. —Me volví para mirarla. Sus
largos brazos delgados estaban cruzados, su cabello gris recogido en un
severo moño en la parte superior de la cabeza—. Jim y yo estamos
agradecidos por tu ayuda. Con todo.
—Bueno, a diferencia de ustedes, James es mi responsabilidad. Soy su
madre. Es mi trabajo asegurarme de que se enderece.
Sus oscuros ojos se suavizaron.
—Oh, Rose, Jim, es difícil dejar de intentar con alguien que amas. Siempre
esperas que la próxima vez pueda funcionar, puedas cambiar todo para
mejor. Después de todo, echen un buen vistazo a lo que ustedes le trajeron
hoy a su padre y luego díganme que se han rendido.
El Kit de Supervivencia, su bolsa de papel marrón con grandes letras
mayúsculas verdes impresas en un lado, estaba sentado en mi regazo y
pensé en toda la esperanza que habíamos puesto en este proyecto, a través
de los elementos que habíamos optado por incluir.
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—Abuela, la siguiente parte le corresponde a papá —dije, nerviosa de
contradecirla.
—Sí, pero cómo papá interprete lo que hay adentro depende de él. Todo lo
que podemos hacer es ofrecérselo y esperar que avance desde allí.
Me cerní sobre la puerta de la habitación de hospital de papá, y en el
momento en que lo vi mi ira por su estupidez, su temeridad, se evaporó.
Estaba sentado en la cama buscando en el contenido de su bolso, las
piernas colgando de un costado, una de ellas con un espeso y pálido yeso
desde la rodilla hacia abajo, su brazo izquierdo en cabestrillo.
—Rose —dijo cuando me vio de pie allí—. Cariño. —Sus ojos eran
suplicantes—. Estoy tan feliz de verte.
—Hola, papá —dije, mi voz pequeña.
—Lo siento tanto, cariño —dijo—. Te he echado tanto de menos. No puedo
soportar perderte. Nunca. Sé que tengo un largo camino por recorrer antes
de que pueda volver a ganarme tu confianza, pero déjame intentarlo. Por
favor, perdóname. —Lágrimas rodaban por el rostro de mi padre—. Quiero
una segunda oportunidad para hacerlo mejor.
Me volví, cubriéndome el rostro con las manos. Ver a mi padre llorar era
tan doloroso, pero también quería ser justa, incluso si era doloroso de ver.
—¿Rose?
Él extendió el brazo sano, la palma abierta, vuelta hacia arriba.
—¿Puedes venir aquí y darle un abrazo a tu papá?
Al principio no me moví. Pero luego me precipité hacia él, subiéndome al
pie de la cama y sentándome en las rodillas, así estaba lo suficientemente
cerca para apretarlo con fuerza.
—Te amo, papá —susurré.
—También te amo. Tanto. —Me miró, realmente mirándome en los ojos, y
dijo—. Sé que extrañas a mamá. —Papá casi no había mencionado a
mamá en voz alta desde Navidad—. Y nada, nadie podría jamás reemplazar
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Asentí para hacerle saber que todavía estaba escuchando.
a tu madre. —Abrí la boca para decir algo, pero la mano de papá se elevó,
deteniéndome. —Pero soy tu papá, nunca dejaré de serlo, y estoy aquí para
ti —dijo una vez más.
Me mordí el labio con fuerza, los ojos vidriosos por las lágrimas que traté
de alejar parpadeando.
—No me voy ir a ninguna parte —dijo—. Lo prometo.
—No sabes eso —dejé salir.
Una expresión dolorida cruzó su rostro.
—No, tienes razón. No lo sé. Ninguno de nosotros sabe lo que está a la
vuelta de la esquina. Pero voy a hacer lo mejor que pueda de aquí en
adelante y por tanto tiempo como tú quieras.
—Quiero que estés aquí siempre —dije.
Su brazo me acercó.
—Vamos, niña. Sabes que a veces no deseas a tu viejo alrededor.
—Sí, lo quiero. Siempre —susurré.
Una sonrisa se abrió camino en su rostro.
—Puedo recordar más de un par de veces en que me regañaste por
avergonzarte frente a tus amigos.
—¿Es seguro entrar?
—Sí —exclamé, y Jim entró con la Abuela Madison detrás.
—Hola, papá —dijo.
La Abuela asintió.
—James.
—Estoy casi listo —dijo papá, extendiéndose para tomar sus cosas cuando
Jim lo detuvo.
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Estaba abriendo la boca para protestar cuando oí la voz de Jim desde el
pasillo.
—Espera —dijo, y me miró, asintiendo. Era el momento.
—Así que, papá —comencé a decir, recordando lo que había ensayado,
obligándome a dejar salir esto—. Cada mes de agosto, cuando mamá aún
estaba viva, nos sentábamos alrededor de la mesa de la cocina como una
familia y la ayudábamos a hacer sus Equipos de Supervivencia…
El rostro de papá se iluminó, como si de pronto recordara algo.
—¡Los encontraron! —dijo con entusiasmo, su mirada yendo de Jim hacia
mí y de nuevo a Jim—. Encontraron los Equipos de Supervivencia que su
madre les dejó.
—¿Estabas al tanto de ellos? —Mi voz era alta.
—Tu madre me lo dijo justo después de que decidiera hacerlos y pensé que
era una maravillosa idea. Me mostró dónde planeaba dejarlos. Se suponía
que debía decírselos en el primer aniversario.
—He tenido el mío desde el funeral —dije.
Papá asintió.
—Oh. Tanto tiempo. —Su cabeza se balanceó arriba y abajo.
—Yo recién encontré el mío la semana pasada. Con la ayuda de Rose —dijo
Jim.
Mi garganta estaba casi demasiado apretada para hablar, pero luego
recordé mi discurso.
—Bueno, Jim y yo decidimos que quizás los papás también necesitan un
Kit de Supervivencia. —Mi voz se quebró—. Así que te hicimos uno. Es una
especie de regalo de bienvenida.
Jim reveló la bolsa detrás de su espalda, presentándosela a papá.
—Equipos de Supervivencia para Padres/Papá —leyó mi Papá en voz alta,
secándose las comisuras de los ojos. Se rio suavemente—. Esto es
maravilloso. Gracias.
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—Estoy muy contento. Ella los amaba tanto.
—Es para ayudarte a descifrar la vida, ya sabes, ahora que mamá se ha
ido —dijo Jim.
Papá lo sostuvo frente a él, mirándolo, y sonrío.
—No tienes que abrirlo ahora —dije rápidamente—. Cuando sea que estés
listo.
—De acuerdo —dijo Papá—. Realmente aprecio esto. Qué increíble regalo
para recibir de mis hijos.
—Te amamos —dije, inclinándome para besar a papá en la mejilla.
—Sí, te amamos, papá —dijo Jim.
—Muy bien —dijo la Abuela Madison en voz alta, levantándose de la silla
en la esquina; casi había olvidado que estaba allí—. Salgamos de aquí. Los
hospitales son tan desagradables.
Me eché a reír.
—¿Qué haríamos sin la Abuela? Probablemente lloraríamos todo el día.
Juntos, Jim, la Abuela, Papá, y yo nos dirigimos a casa. Como una familia.
Mientras nos alejábamos del hospital, me acordé de las palabras de la nota
que mamá había dejado en mi Kit de Supervivencia, sobre usar mi
imaginación. Finalmente, después de todo este tiempo, sentí las ruedas
comenzar a girar una vez más, lentamente al principio, como si estuvieran
oxidadas, después con más confianza, como si alguien hubiera encendido
un interruptor. A la luz de esta conciencia, comencé a tener fe de que mi
madre todavía estaba conmigo, incrustada y entretejida en esta parte de
mí que había intentado enterrar con tanta fuerza, la parte que era más
como ella: mi imaginación. Aun cuando ella ya no estaba aquí, no
literalmente, de repente podía sentirla en todas partes, ver su presencia en
todo, en los recuerdos que creó y nos dejó, en la esperanza que ella tenía
para nuestra supervivencia como familia, y que había empacado en una
serie de bolsas de papel marrón con grandes letras mayúsculas en un
lado.
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—Probablemente. —Ella chasqueó la lengua, tomando su bolso—. Vamos.
Abril y Mayo
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Deseando en las estrellas
Treinta y Cinco
Todos
Traducido por Areli97
Corregido por dark&rose
L
os primeros días de Abril pasaron, uno dando paso al otro, e
inventé una lista de las cosas que necesitaba llevar a cabo,
todas ellas relacionadas con el Kit de Supervivencia y mi
madre. Ya no iba en ningún orden en particular ni interpretando mis
tareas de manera demasiado literal y restrictiva. Ellas adquirieron vida
propia, una vida que les estaba dando ahora.
En mi lista de Cosas Por Hacer, entre otras cosas, estaba lo siguiente:
Superar el miedo de entrar en el estadio de futbol
Hacer de la música una parte de mi vida de nuevo de verdad
Ocuparme de las ponías, debían florecer pronto
Esta última tarea requería hablarle a Will, por supuesto, y tuve muchas
oportunidades, él estaba afuera en el jardín cada mañana y cada tarde.
Cada vez que lo veía, sentía mariposas y mi corazón golpeteaba como loco,
pero no estaba segura de que pudiera perdonarlo por abandonarme
cuando más lo necesitaba, por dejarme como si no significara nada, como
si fuera la cosa más sencilla en el mundo dejarme ir.
Cuando dejé la casa y me dirigí hacia la acera para esperar a que Krupa y
Kecia me recogieran para ir a la escuela, él pretendió que no estaba ahí.
Me evitaba y se lo permitía.
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Pedirle devuelta a Will mi corazón de cristal
Por ahora.
—Rose, te dije que cambiarías de opinión —dijo Tamika, un día en el
almuerzo.
—¿Sobre qué? —pregunté.
Kecia, Tamika, Mary, Krupa, y yo, estábamos sentados en un extremo de
una mesa de cafetería con unas cuantas otras animadores en el otro.
—Sobre animar —dijo Mary, empujándome.
—No tenemos la fuerza para continuar sin ti, y quiero decir eso
literalmente. —Antes de pudiera conseguir que la palabra no saliera de mi
boca, Tamika habló otra vez—. Pero, ¿qué pasa si te pido que lo hagas por
Kecia?
Kecia estaba enfrascada en una conversación con Krupa, pero cuando
escuchó su nombre se volvió hacia nosotras.
—¿Quién me necesita para hacer algo?
Tamika y Mary se sonrieron la una a la otra como si tuvieran un secreto.
—Tenemos una pequeña sorpresa —dijo Mary.
—El equipo te votó oficialmente como capitana anoche.
Kecia se quedó sin aliento.
—¿En serio?
—Es tan perfecto —digo, y lo digo en serio—. Felicidades.
—Vamos —le dijo Mary a Kecia—. Lo viste venir.
—No lo hice. En serio —protestó—. Lo juró. Pero me siento honrada.
Acepto.
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Tamika colocó su gigantesco bolso en la mesa y rebuscó en él.
Desde las profundidades de su bolso, Tamika sacó su familiar bolsa del
almuerzo de color marrón, cuidadosamente doblada en la parte superior, y
la puso sobre la mesa.
—Bien. Porque Mary y yo trabajamos duro en esto. Es tu propio Kit de
Supervivencia de la Capitana de las Animadoras de Lewis.
Me rio mientras Kecia salta de su silla y corre alrededor de la mesa para
abrazar a Tamika y Mary.
—Felicidades, Kecia —dijo Krupa.
—¿Qué hay adentro? —preguntó Kecia.
—Míralo por ti misma —dijo Mary—. Para eso es que lo hicimos.
Kecia sacó una fotografía del equipo y la estudió. Se inclinó hacia mí.
—Mira, Rose —dijo, extendiéndola hacia mí—. Eres esencial para mi
sobrevivencia.
Observé la fotografía y me vi a mi misma parada en lo alto de la pirámide.
Sentí una punzada de dolor al recordar el compromiso que había hecho
sobre volver al campo de futbol.
—Ya veremos —dije.
Kecia coloca una mano en mi brazo.
Esa tarde tomo mi decisión. Cuando extendí mi mano para abrir la puerta,
una oleada de ansiedad me atravesó y vacilé, pero luego abrí la puerta y
entré en el estadio por primera vez desde el año pasado. El sol estaba en lo
alto y las animadoras estaban calentando en el campo y casi pude sentir
como si se estuvieran extendiendo los días más fríos, cuando el sol
calentaba la superficie de modo que se sentía como mantas calientes
contra la parte posterior de mis piernas.
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—Cuando sea que estés lista.
—Hey, Rose —gritó Kecia cuando me vio en la primera fila de las gradas.
Corrió y se detuvo frente a mí, justo debajo de la subida.
—Es un bonito día para practicar —dije, acercándome a la barandilla.
—No te preocupes, no voy a pedirte de nuevo que te vuelvas a unir al
equipo, pero me estaba preguntando algo.
—Oh, no. ¿Qué? —Pude sentir venir un desafío.
—¿Piensas que aún puedes hacer una carrera de cincuenta metros10?
Durante mis dos años en el equipo, solía recorrer casi cincuenta metros de
longitud del campo frente a las gradas haciendo volteretas. La práctica
empezó un día cuando una animadora senior me preguntó cómo de lejos
podría desplazarme haciendo vueltas. Le dije que no tenía idea, pero para
averiguarlo me di la vuelta, me paré en la línea de la carrera de cincuenta
metros, e hice volteretas hasta la meta. Para el final, mis compañeras
estaban gritando con apreciación. Cuando empecé a hacerlo en los
partidos, la multitud realmente se interesó en ello, y pronto termino
aclamando por esa cosa. Los admiradores se calmarían cuando me vieran
caminar al punto de partida. Luego ellos contaban cada voltereta hasta la
última. Normalmente necesitaba cerca de unas treinta más o menos para
hacer los cincuenta metros, y la multitud se haría cada vez más ruidosa
mientras me acercaba a la meta. Amaba hacer eso y sentir mi cuerpo
volando por la pista.
—Tengo algo de ropa que puedes tomar prestada —dijo. El resto del equipo
se había acercado para escuchar y estaba esperando para ver lo que haría.
—Ya te lo dije, no voy a… —dije, pero Kecia me interrumpió.
—No es un compromiso para que vueltas. Sólo hazlo por diversión.
Mary se acercó a nosotras y sostuvo en alto una camiseta sin mangas y
unos pantalones cortos.
Carrera de 50 metros: En realidad son yardas, que es una de las líneas del campo de
fútbol. Equivale exactamente a 45, 72 metros, lo que no son exactamente 50 metros.
10
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—Quizás otro día —le dije—. Además, llevo puestos unos vaqueros
ajustados y botas—no es buen vestuario para dar volteretas.
—Tómalos —dijo—. Vamos.
—Está bien. De acuerdo —estuve de acuerdo, y agarré las cosas de la
mano de Mary, dirigiéndome a los vestuarios para cambiarme y estirar.
Cuando salí de nuevo caminé directa a la línea. Antes de que pudiera
perder el coraje, me giré, reboté en mis talones un poco, concentrándome.
Estiré ambos brazos justo frente de mí, lista para oscilarlos por encima de
mi cabeza durante la primera vuelta, fijé mi vista en los dedos… y
entonces, lo hice. Arrojé mi cuerpo hacia arriba y hacia atrás, arqueando
mis manos justo cuando aterricé, mis piernas listas para el movimiento de
oscilación así que de inmediato pude lanzarme a otro, y luego a otro, y al
siguiente. En el momento en que mis pies golpearon el suelo, el equipo
empezó a contar, justo como solían hacerlo, mientras continuaba dando
vueltas, mi ímpetu creciendo al acercarme a la meta, y hasta que aterricé
en la última, la número veintinueve. Mi cara estaba roja, mi respiración
viniendo en jadeos, pero empecé a reír. Me había olvidado de lo que podía
hacer mi cuerpo largo, ágil y flexible, y lo divertido que era esto.
Kecia corrió hacia mí y me abrazó.
—Sabía que todavía lo tenías en ti.
—Bueno, yo no lo sabía —dije, mis pulmones aún pesados—. Gracias por
presionarme.
—Claro —contestó, y sonreí.
Cuando llegué a casa fui directamente a mi armario. Ahí, junto al vestido
de mi madre, había una chaqueta estampada. Azul brillante y blanco, con
mangas de cuero y todo lo demás. Mi chaqueta rotulada, con mi nombre
cosido a un lado, Rose Madison, y Animadora en el otro, y Lewis High
School en un gran arco a través de la espalda. Cualquier miembro de un
equipo de la escuela era elegible para una y mamá y papá me la habían
comprado al final de mi primer año como una sorpresa.
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Se sintió maravilloso.
—¡Felicidades! —dijo mamá ese día, cuando llegué de la escuela. La
sostuvo en alto para que pudiera verla—. Ahora tienes la tuya.
Papá estaba radiante.
—Estoy tan orgulloso de ti —dijo
En ese momento, no pudo haberme importado menos. Ya tenía la
chaqueta de Chris Williams, el jugador de futbol estrella, así que ¿para qué
querría otra?
—Um, gracias —dije.
Mamá me la entregó.
—Pruébatela.
Pero no lo hice.
—Más tarde —le dije, y me dirigí a mi cuarto, donde rápidamente la dejé
enterrada entre mis otras ya olvidadas ropas. Allí permaneció desde
entonces. Nunca me la probé, ni siquiera una vez. Recordar esto me hizo
desear regresar y cambiar las cosas, reaccionar de manera diferente ese
día, probármela por mi madre. Algunas veces ella solía preguntarme
acerca de ella, y un día incluso me dijo frustrada:
Arrastré los dedos a lo largo del cuero y la deslicé fuera de la perchas,
sosteniéndola en alto delante de mi cuerpo, inspeccionando la brillante
escritura cursiva en blanco, los miles de pequeños puntos que, juntos,
hacían que mi nombre se destacara contra el azul de lana. Desabroché los
botones y metí mis brazos dentro de las mangas, quedándome mirando
fijamente mi reflejo en el espejo.
Era mucho más pequeña que la de Chris.
Porque esta estaba hecha especialmente para mí.
Deseé tanto poder gritar, “¡Mamá!”, todo lo alto que pudieran mis
pulmones, que entonces ella viniera corriendo a mi habitación. Estaría tan
Página 271
—Rose, no hay una buena razón para estar usando una chaqueta rotulada
de chico cuando tienes una propia.
contenta de verla. Pero antes de que pudiera acobardarme, en cambio
grité,
—¡Hey, papá! ¡Ven aquí! Necesito mostrarte algo.
Y luego esperé, escuchando sus pasos desiguales y las muletas golpear
contra el suelo de madera, cada vez más cerca, hasta que apareció en mi
puerta.
—¿Está todo bien? —preguntó, su voz cansada. Cuando entró en la
habitación sus pisadas se hicieron más tranquilas, los calcetines haciendo
ligeros sonidos deslizantes mientras cojeaba hacia mí.
—Oh, Rose —dijo—. ¡Tu chaqueta! Te queda perfectamente.
—Lo sé —dije. Independientemente de que volviera o no a las animadoras,
me había ganado esta chaqueta, era mía para usarla, y lo decía claramente
en la parte delantera.
—Agradezco que tú y mamá la consiguieran para mí —le dije, finalmente
mostrando este agradecimiento retrasado.
—Bueno, trabajaste duro por ella, cariño —dijo, su rostro orgulloso.
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—Gracias. En serio —dije, y esta vez lo dije en serio.
Treinta y Seis
Amable y Generoso
Traducido por LizC
Corregido por dark&rose
E
l siguiente día fue hermoso y el sol brillaba a través de las puertas
corredizas de cristal de la cocina. Salí, disfrutando del calor que
enardecía a través de mi camiseta, las escaleras de cemento ásperas
calentando las plantas de mis pies. Poco a poco, entretejí a lo largo de los
caminos en los jardines de mi madre y sólo me detuve al llegar al lecho de
peonías, donde gruesos rayos rojizos incidían con un color verde fangoso
donde ya emergían a un pie y medio del suelo. Ramas salían disparadas en
todas direcciones, ya cargadas de hojas. Pronto estaría lleno de flores.
No pude dejar de sonreír. Will había estado en lo cierto, por supuesto. Era
el lugar perfecto para plantarlas y tendría flores en la primavera después
de todo. Pensé en cómo había estado aquí casi todos los días de este mes,
cuidando de los jardines de mi madre como siempre, pero con tendencia al
lecho de peonías, también.
Lo extrañaba tanto que dolía.
Esa misma tarde, cuando estaba sentada en el porche delantero, perdida
en una novela, escuché pasos rozar el suelo y detenerse a mi lado. Miré
hacia arriba y un millón de diferentes pensamientos inundaron mi mente.
Will estaba allí de pie, y un bulto llenó mi garganta cuando vi lo que tenía
en la mano. El corazón de cristal oscilaba entre sus dedos.
—Tómalo —dijo él, sacudiéndolo un poco, de modo que rebotó en el
extremo de la cadena. Me miró fijamente, con los ojos fijos—. Lo encontré
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Peonías.
en el bolsillo de mi chaqueta y sé que es tuyo. Quería devolvértelo. Me
imaginé que lo querrías.
No podía hablar, así que levanté mi mano y lo dejó caer en mi palma, la
cadena escurriéndose contra mi piel, donde reflejaba la luz y brillaba.
Como siempre cuando veía a Will, mi corazón latió apresuradamente
dentro de mi pecho. Esperé a que dijera más, a que explicara su ausencia,
a que me dijera qué demonios le había pasado para hacer que se alejara,
pero en cambio se dio la vuelta.
La ira se apoderó de mí.
—¿Simplemente te vas a ir? ¿Así como así? —grité tras él, y ante esto se
detuvo. Las preguntas comenzaron a derramarse de mi boca, cada una
más fuerte que la otra—. ¿Dónde has estado? ¿Por qué no me has
hablado? ¿Cómo pudiste sólo desaparecer así? ¿Ni siquiera me echas de
menos? —Él me miró de nuevo con esa mirada firme, sus ojos azules sin
fondo—. Has estado en mi casa todos los días —continué—. Cerca de mis
ventanas. Cruzando el césped. Obligándome a ver lo mucho que no te
importo.
—Lo siento —dijo él, su voz sonaba plana.
—¿Lo sientes? ¿Eso es todo?
El dolor cruzó por su rostro, el primer signo de sensibilidad en tantas
semanas.
—Lo dices como si eso fuera el pasado —dije en una voz más pequeña—.
Pero no estás aquí para mí ahora, tampoco —le supliqué, mi voz
apagándose.
—Me alegro de que Chris fuera capaz de ayudar cuando yo no pude.
—Quería que fueras tú, no él.
Él negó con la cabeza.
—No lo entiendes, ¿verdad? Cuando viniste a mí ese día para decirme que
tu padre estaba en el hospital, yo sólo, simplemente me cerré. La última
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—Lo siento, no estuve allí para ti.
vez que estuve en el hospital fue cuando mi padre murió, y aunque sabía
que me necesitabas, aunque quería estar allí para ti, no había manera de
que pudiera enfrentar ese lugar otra vez. Ni siquiera por ti.
—Pero han pasado más de dos años —dije en voz baja, e inmediatamente
deseé no haberlo hecho. Sabía mejor que no debí decirlo.
—Dios, de todas las personas pensé que entenderías —espetó, y me
asusté. No estaba acostumbrada a presenciar su ira fuera del hielo—. ¿No
tuvimos toda una conversación entera sobre las cosas que evitamos? Dos
años, tres años, algunas cosas simplemente no se hacen más fáciles.
Cuando pienso en ese hospital muy bien podría ser ayer que murió mi
padre.
—Podríamos haber tratado con esto juntos…
—Vamos, Rose. Lo último que necesitabas era cargar conmigo encima de
todo lo demás.
—Nunca serías una carga…
—No creas que esto no me ha estado torturando, tampoco, el hecho de que
después de todo lo que has pasado con tu madre y tu padre, te he fallado
también. Pero lo hecho, hecho está. Sólo déjalo así. Se ha terminado, ¿de
acuerdo? Me equivoqué contigo desde el principio. Casi nunca salgo con
nadie, y menos con una chica como tú. No soy ese chico, nunca he sido
ese chico, Rose. No soy bueno en dejar a las personas entrar y no sé en
qué estaba pensando al permitirme estar cerca de ti. —Sus palabras
resonaron en mis oídos, y no supe qué decir. La tristeza, el dolor y la
frustración corrían a través de mí, y deseé poder retroceder el tiempo a ese
día a principios de marzo, para rehacer nuestro primer encuentro en el
pasillo, el temblor que desencadenó esta avalancha de errores. Abrió su
mochila y sacó una bolsa de papel marrón de almuerzo, la parte superior
arrugada en su puño—. ¿Sabías acerca de esto? —preguntó.
Lo miré con asombro, reconociendo la escritura de Krupa en el exterior.
Había hecho un Kit de Supervivencia para Will.
—¿Krupa te dio eso?
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Extendió una mano para detenerme.
Él asintió con la cabeza.
Luego me encogí de hombros, sintiéndome derrotada ya que no parecía
importar lo que dijera a este punto.
—Sabes, todo esto empezó, tú y yo, porque mi madre me hizo uno de
esos… —señalé a la bolsa en su mano—… para después de que ella se
hubiera ido. Ella fue la que quería que plantara las peonías. —Levanté el
corazón de cristal y lo dejé oscilar entre mis dedos antes de bajarlo de
nuevo—. Ella me dio este corazón. En realidad, casi todo dentro de mi Kit
de Supervivencia se la pasó conduciéndome de vuelta a ti. El iPod estaba
en él, también.
—Bueno, te dirigió mal —dijo.
Me levanté de mi silla, extendí mis brazos en señal de frustración, mis
palmas hacia arriba hacia el cielo.
—No importa, porque sólo tienes que dejarme ir. Tus amigos también
deben hacerlo. Se acabó. —Dejó caer esta palabra entre nosotros en el
porche, pesada y densa. Su voz era ronca, sus ojos tristes. Sabía que debía
impedir que esto fuera más lejos, que debería caminar hasta Will, poner
mis brazos alrededor de su cuello, decirle que resolveríamos todo, y
empujar sus labios hacia los míos. Necesitaba saber, creer que él y yo
todavía podíamos estar juntos, que el amor todavía puede suceder entre
nosotros a pesar de todo en nuestro pasado y la pared que de repente
golpeamos. Que podríamos arreglar esto.
Pero esperé demasiado tiempo.
Antes de que diera un sólo paso, Will se había ido. La puerta de su
camioneta se abrió y se cerró de golpe y el motor rugió a la vida en el
camino de entrada. Miré desde el porche mientras conducía por la calle y
luego se había ido.
Traté de volver a mi novela, a disfrutar del sol, el calor en mi piel, el
hermoso día, pretender que Will y yo no acabamos realmente de terminar,
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—No, no lo creo. Realmente no lo hago. —Esperé a que él respondiera,
pero no lo hizo—. ¿Qué te dio Krupa de todos modos?
pero nada ayudó y las lágrimas no se mantendrían alejadas por más
tiempo.
Mientras permanecí allí llorando, sucedió algo inesperado.
Empecé a pensar en las canciones que quería poner en una lista de
reproducción para este momento en particular, estos sentimientos
particulares, este evento particular en mi vida… igual que antes. Lo
extraño de todo era que no tenía que esforzarme; quería hacerlo. La
música no siempre había profundizado mi dolor. Durante la mayoría de
mis dieciséis años, había curado mis heridas, las había calmado, dándome
una manera de recordar y la fuerza para seguir adelante.
De repente, no pude soportar su ausencia por más tiempo. Fui a mi
habitación, abrí mi portátil, y conecté el iPod de mi Kit de Supervivencia,
desplazándome por el menú hasta que encontré la lista de reproducción
“ASD por Rose.” Hice clic en la carpeta llena de la música que había
acumulado durante todos los años de mi vida y comencé a buscar a través
de ella, destacando canciones y arrastrándolas a la lista de reproducción
en blanco. Entonces empecé a ordenarlas, comenzando con la del día del
funeral de mi madre.
Pronto, había puesto todos los eventos importantes del año pasado en
música, incluso las veces que hizo que me doliera el corazón. Me prometí
que iba a seguir añadiendo a esta lista de reproducción por cada una de
las nuevas experiencias que justificara una canción hasta el 4 de junio, el
aniversario de la muerte de mi madre. Estas canciones contarían la
historia de todo lo que me había pasado desde que me había despedido de
ella.
La última canción fue la que me decidí que era la adecuada para este día,
en este momento, la que siguió corriendo por mi mente una y otra vez. Me
ayudaría a recordar cuán extraordinario era el regalo del Kit de
Supervivencia de mi madre, en qué medida se las había arreglado para
guiarme hacia adelante con todas las cosas que ella había puesto en su
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La primera canción de la lista era “Can’t Go Back Now” por los Weepies.
“About a Girl” de The Academy Is... vino después. A continuación, “My Best
Friend” de Weezer, seguida de “How to Save a Life” de The Fray, y seguí y
seguí.
interior. Lo elegí no sólo por mi madre, sino por mis amigos también, y
sobre todo por Will. Sin él no habría llegado hasta aquí, a este lugar. No
sería así de fuerte. Y estaba agradecida.
Así que agregué: “Kind and Generous” de Natalie Merchant.
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Cuando terminé, cerré mi laptop y saqué mi Kit de Supervivencia. Tenía
una cosa más que hacer antes de que terminara el día, y con la estrella de
plata en la mano, salí por la puerta principal y empecé a correr.
Treinta y Siete
Estrellas
Traducido por maleja.pb
Corregido por dark&rose
C
—¡Rose, qué sorpresa! —dijo la señora Doniger cuando apareció en la
puerta. Llevaba un holgado vestido de verano de color verde claro
salpicado con minúsculas flores blancas, perfecto para una noche calurosa
como esta, sus ojos del mismo color azul oscuro del océano de Will.
Parecía joven y hermosa.
—Hola, señora Doniger —dije.
—Te ves como si hubieras estado corriendo. ¿Puedo ofrecerte algo de
beber? —preguntó la señora Doniger—. ¿Un poco de agua?
—¿Puedo pasar? —Yo casi esperaba que ella me enviara lejos.
—Por supuesto. —Se volvió y la seguí al interior.
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on las sandalias colgando de una mano, corrí a través de los
céspedes y atravesé los vecindarios que se interponían entre mi casa
y la de Will, a pasos rápidos, estirando mis piernas cada vez más lejos.
Cuando llegué a los escalones delanteros de su casa estaba agotada y me
agarré a mis rodillas, mi cuerpo doblado por la mitad mientras trataba de
recuperar el aliento. Inmediatamente me arrepentí de llevar los viejos
vaqueros rotos, que quedaban demasiado bajos en mis caderas y mi top
sin mangas demasiado pequeño, que dejaba una franja de piel de mi
cintura expuesta. Una vez que mi respiración se normalizó, me levanté y
toqué timbre.
Mi cuerpo se tensó al ver la pared más cercana llena de retratos familiares.
Se oyó el ruido de armarios abriéndose y cerrándose en la cocina, de un
cristal siendo colocado en el mostrador, y el tintineo del hielo en el fondo.
La Sra. Doniger apareció de nuevo y me dio el agua, brillantes rodajas de
limón flotando en su superficie. Me acerqué el vaso a los labios y lo vacié,
pero antes de que la señora Doniger volviera a la cocina a buscarme otro,
la detuve.
—¿Está aquí?
Ella asintió con la cabeza.
—Arriba. Adelante. Sube y ve a verlo —me alentó.
—Puede ser que no… —empecé a decir, pero me interrumpió.
—Creo que sería bueno para él y para ti. Nunca fue más feliz que cuando
estuvieron pasando tiempo juntos. Me di cuenta del momento en que se
acabó.
Empujé la puerta de la habitación de Will con una mano para abrirla y
observe cómo la puerta se mecía para revelarlo a él, escuchando música,
sentado en el suelo, al pie de su cama. La luz iba desapareciendo mientras
el sol se sumergía bajo en el cielo, exponiendo su cuerpo en sombras
oscuras. Se quitó los auriculares cuando me vio de pie en la puerta.
—Hey —dijo, y eso fue todo.
—¿Puedo pasar? —pregunté.
Él asintió, pero su expresión no me dijo nada. Podía estar enojado, feliz, o
indiferente, y no lo sabría, y me preocupaba que él Will que había
conocido, el que tardaba en confiar, y no dejaba a nadie pasar más allá de
la barrera que había construido, hubiera vuelto para siempre. Di un paso
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—Oh. —Hice una pausa, tratando de reunir valor—. Gracias, señora
Doniger —dije, y volvió a irse a la cocina, tenía la esperanza de que
encontrara la manera de acortar la distancia que había crecido entre Will y
yo de una vez por todas.
al frente, mi pecho latiendo con fuerza. No hizo ningún movimiento para
levantarse o para invitarme a sentarme.
—Llevas el corazón —dijo.
Este comentario fue suficiente invitación, así que dejé caer mis sandalias a
un lado y me senté frente a él, con las piernas cruzadas, una de mis
rodillas lo suficientemente cerca como para rozar la pierna derecha de sus
vaqueros. Él extendió la mano para tocar el corazón de cristal en mi cuello,
el suave contacto de sus dedos rozando mi piel cuando lo alzó, y se detuvo
mi respiración. Él puso el corazón en la palma de su mano, estudiándolo,
como si mirarlo el tiempo suficiente pudiera revelar una visión de los
corazones reales que llevábamos dentro de nuestros cuerpos. Finalmente
lo dejó ir y el corazón volvió a caer contra mi pecho, un golpe suave y ligero
contra mi piel.
—No debería haberte dejado salir de mi casa —comencé, mis ojos
escaneando el suelo, las ventanas, las paredes, huyendo de su mirada—.
Quería decirte que no entiendo por qué hiciste lo que hiciste, la razón de
que te fueras, me refiero. ¿Por qué me has evitado después de lo que pasó
con mi padre —dije—. Yo podría haber hecho lo mismo si hubiera sido al
revés. Pero no importa lo que digas, tú y yo estamos lejos de haber
terminado. No me estás protegiendo evitándome, sólo estás lastimándonos
a ambos. Tú lo sabes, también, incluso si no te lo quieres admitir a ti
mismo. Ni a mí. —Mi mano se fue al bolsillo trasero de mis vaqueros y
deslicé fuera la estrella de plata, mostrándola a través de mi mano abierta,
brillante y arrugada—. Este es uno de los últimos elementos de mi Kit de
Supervivencia. —Incliné mi mano un poco, por lo que la estrella brilló con
la luz—. Has estado conmigo durante cada parte de este viaje que mi
madre trazó. Es casi increíble. —Puse la estrella en el suelo entre nosotros
y me moví para que mi espalda estuviera contra la pata de la cama de Will,
nuestras piernas estiradas una al lado de la otra—. Esta noche, después
de que te fueras, recordé algo.
—¿Qué? —Esta única palabra por parte suya fue un susurro.
Señalé hacia arriba a las constelaciones de su techo, ahora brillante
cuando la oscuridad empezó a filtrarse en su habitación.
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—¿Por qué estás aquí? —preguntó, mirándome, su rostro todavía ilegible.
—A veces, cuando cierro los ojos antes de irme a dormir, pienso en aquella
noche de enero, cuando todo lo que había entre nosotros pareció cambiar y
cómo nos pasamos todo ese tiempo mirando las estrellas. —Una brisa
entraba a través de las ventanas abiertas y los grillos cantaban su canción
de la noche. Mi mano izquierda estaba tan cerca de la de Will, que casi
estábamos tocándonos—. Por eso he venido aquí esta noche para pedir un
deseo. —Tomé la estrella otra vez y cerré los ojos un momento. La conexión
era tan obvia una vez que había pensado en ello, que las estrellas y los
deseos iban de la mano. Cuando los abrí de nuevo, dije—: Desearía que
pudiéramos intentarlo de nuevo. Te echo de menos.
Había dolor en los ojos de Will.
—Pero yo te defraudé.
—No voy a mentir, fue difícil no tenerte para que me ayudaras a superar el
asunto con mi papá —dije—. Pero yo no soy perfecta. Y no es como si tú no
tuvieras una buena razón. Yo no la vi al principio, y lo siento. Debería
habérseme ocurrido la razón de por qué no pudiste ir al hospital ese día.
Tú no tendrías que habérmelo explicado.
Tomó la estrella de mi mano y la sostuvo entre los dedos, mirándola
fijamente durante un momento. Luego la puso sobre las rodillas de mis
vaqueros y movió su mirada hacia el techo. Mis ojos siguieron los suyos y
apoyé mi cabeza contra la cama.
—Que estaríamos locos si no lo intentamos de nuevo. Que eres bueno para
mí, Will Doniger. Lo has demostrado una y otra vez.
Vaciló antes de volverse hacia mí, las palabras rondando en sus labios.
—Dime —dije—. ¿Qué estás pensando?
—Que te amo, Rose. Lo he hecho desde hace un tiempo.
Dejé de respirar.
—Yo, también. Te amo, también —dije.
Luego, lentamente, me incliné hacia delante hasta que nuestros labios se
tocaron, vacilantes al principio, como si ninguno de nosotros estuviera
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—Entonces, ¿qué estás diciendo? —preguntó.
listo para esto, porque nosotros no sabíamos, no nos habíamos preparado
para el resultado posible de este momento en particular.
Pero entonces, a veces nos olvidamos que nuestros cuerpos tienen
recuerdos, también, que nos ayudan a evocar lo que nuestras mentes
tratan tan difícil de olvidar. El sentimiento me atravesó de punta a punta,
hasta la punta de los dedos de las manos y los dedos de los pies, la
emoción crecía y me abrí a ella, completamente. Cuando sentí los brazos
de Will a mi alrededor, sus manos haciendo su camino hacia arriba por mi
espalda, su dedos entrelazándose en mi pelo, juntos, cambiamos de esta
tentativa de labios unidos a entregarnos al beso que realmente queríamos,
como la primera noche en la nieve. Cuando finalmente nos separamos de
nuevo, ambos sin aliento, me reí, pensando que estaba justo donde todo
empezó cuando llegué a los escalones de la entrada de la casa de Will esta
noche, que besarlo hizo que mi cuerpo se sintiera exhausto como cuando
había corrido todo el camino desde mi casa a la suya.
—Wow —fue todo lo que dijo, y se apoyó en la cama, como si estuviera
mareado y necesitara el apoyo. Me puse de pie, sintiendo una corriente,
como si mi cuerpo no estuviera lo suficientemente preparado para ese
movimiento. La estrella se deslizó por mi pierna y se deslizó entre los
pliegues de su camisa y él la recogió de nuevo, sosteniéndola en la mano.
Estiré mis brazos en alto, cada músculo de mi cuerpo se alargó, mis
manos estirándose hacia arriba, levantándome de puntillas como si
pudiera tocar las estrellas por encima de nosotros en la oscuridad del
cuarto de Will.
—¿Deberías? —preguntó Will—. ¿Ahora?
—Realmente debería hacerlo.
—Quédate —dijo, y extendió la mano para coger la mía, la estrella entre las
palmas de nuestras manos.
Sonreí.
—Es sólo por ahora. No para siempre.
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—Debería irme —dije, aunque me quería quedar. Me sentía mareada.
Antes de que pudiera decir algo más o irme, Will me detuvo con una
confesión.
—Te vi el otro día. Estaba en la pista en el campo de fútbol.
—¿En serio? —estaba sorprendida.
—Vi que hiciste un millón de volteretas hacia atrás.
—Oh. Las animadoras me retaron a hacer eso —dije, sintiéndome un poco
avergonzada, deslizando mis pies de nuevo en mis sandalias, tratando de
parecer indiferente. Me dirigí hacia la puerta, no queriendo irme, pero
sabiendo que debería hacerlo. Antes de desaparecer en el pasillo él me
llamó y me volví.
—La forma en que volaste por la pista, Rose. —Sacudió la cabeza, como si
estuviera impresionado—. Estuviste increíble allí, ya sabes.
Sonreí, recordando que había dicho esas mismas palabras una vez a Will,
hace mucho tiempo, la primera noche que lo había visto jugar a hockey.
—Gracias —dije.
Will suspiró.
—¿Realmente te tienes que ir?
—Se está haciendo tarde —dije, pero una gran sonrisa se deslizó en mi
cara.
—Adiós, Will —dije, y esta vez me fui, flotando por las escaleras y por fuera
de su casa. En mi camino a casa me tomé mi tiempo, ya no estaba
apurada. Quería saborear los restos de este atardecer de primavera
inesperadamente hermoso, una noche para la que no me había preparado,
una noche de grandes cosas que la vida había enviado en mi camino, pero
de las de buena clase.
De la mejor clase. De la más asombrosa de todas.
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—Está bien. Lo entiendo. Te veré mañana antes de la escuela.
Treinta y Ocho
Azul Medianoche
Traducido por Andy Parth
Corregido por dark&rose
—E
se vestido está prácticamente hecho de estrellas —dijo Will.
Ese vestido.
Sonreí y me giré hacia Will, nuestros rostros lo suficientemente cerca para
besarnos.
—Estás hermosa Rose —dijo simplemente, como si eso fuera obvio y mis
mejillas se ruborizaron.
—Siempre he llamado a este vestido hecho de noche. Era de mi madre.
—Un vestido hecho de noche. Eso es realmente hermoso. Gracias por
usarlo.
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Estábamos tumbados en nuestras espaldas sobre unas mantas, mirando
el cielo azul sobre nuestras cabezas. Dos copas, medio llenas de
champaña, estaban al alcance. El baile era más tarde esta noche, pero no
íbamos a ir, a pesar de los ruegos de Krupa y las protestas de Kecia. Will y
yo teníamos otras cosas que celebrar… era nuestro aniversario de algún
tipo. En este día, hace siete meses, Will y yo habíamos plantado una cama
de raíces de peonías en una tarde cálida y soleada. Ahora, junto a
nosotros, un nuevo jardín de flores estaba lleno de vida, peonías blancas y
rosadas floreciendo a través de las plantas que habían crecido y florecido
esa primavera. Más temprano, cuando había ido a mi armario buscando la
cosa correcta para usar para esta ocasión especial para nosotros, supe
inmediatamente que usaría el vestido.
—Sólo necesitaba la ocasión adecuada.
Will tomó un sorbo de champaña.
—Creo que tengo otro nombre para él.
—¿Para qué? ¿El vestido?
—Mm–hm —dijo él entre sorbos, entonces bajó la copa. Recogió un puñado
de la gasa suave, moviéndola ligeramente, viendo como brillaba en la luz
del sol por la tarde—. Quizás es un vestido de deseos.
Me senté recta.
—Me gusta eso —dije, y pensé acerca de mi madre, quién habría amado la
idea—. Va bien con la estrella en mi Kit de Supervivencia.
Will empezó a contar, sus dedos moviéndose a lo largo del vestido.
Me reí mientras lo miraba.
—¿Qué estás haciendo?
—Contando deseos potenciales —dijo él.
—Esos son un montón de deseos. Sería difícil pensar en tantos.
—Si todos tus deseos son por un beso, probablemente has tenido
suficiente por al menos la mitad de las estrellas de este vestido en las
últimas semanas.
—Pero, ¿Qué hay acerca de la otra mitad? —preguntó Will y me besó otra
vez. Cuando nos detuvimos para respirar, de mi boca salió un deseo que
yo no había anticipado, uno que hace unos meses, nunca habría osado
decir en voz alta.
—Deseo —comencé, luego alejé la mirada, pensando un momento—. Deseo
que mi madre pudiera vernos. Deseo que hubiese vivido para verme usar
su vestido favorito, solo una vez. Y deseo, más que todo, que ella supiera
que estoy bien.
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—Puedo pensar en algunos. Fácilmente. —Will hizo una pausa en su
recuento para sonreír y se inclinó hacia mí, besando mis labios—. Aquí va
uno —dijo, después de alejarse.
Will tomó mi otra mano.
—Deseo eso también Rose. Por ti y por tu mamá. Por mí y mi papá.
Dio una sonrisa triste, lejana.
—Quizás ellos lo sepan —dije.
—Quizás —dijo Will, corriendo la punta de sus dedos por mi brazo
desnudo hasta mi hombro y enviando un escalofrío por mi espina dorsal—.
Me alegra conseguir verte en tu vestido —susurró, su dedo trazando la
línea a lo largo de mi mandíbula.
—A mí, también —dije, preguntándome si él iba a besarme otra vez.
Will se detuvo, su boca a centímetros de distancia de la mía.
—¿Qué?
—Nada.
—Dime.
—No sé si debería. —Su voz cambió de seria a juguetona.
—Siempre deberías —dije, jugando con sus dedos, una feliz sonrisa
trabajando su camino de vuelta en mi rostro.
—¿Sabes cómo pensabas que todos mis deseos eran por un beso?
—Bueno, uno de mis deseos puede haber sido por algo que no sea un
beso.
—En serio.
—En serio —dijo él.
—Está bien. Así que… dime. Estoy escuchando.
Will guardó silencio al principio, haciéndome esperar. Luego lo soltó
abruptamente.
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—Sí —dije, queriendo que continuara, curiosa de lo que él estaba a punto
de decir.
—¿Quieres ir al baile?
—¿Estás preguntándome ahora? ¡Es apenas en un par de horas!
—Sí —dijo él y sonrió todo el camino hasta sus ojos.
—Estás hablando en serio.
—Lo estoy. Y si todavía estás en el ánimo para conceder deseos… —Se fue
apagando, sus ojos tan azules que coincidían con el cielo.
—¿Tú quieres ir al baile? —pregunté, como si no lo hubiera escuchado la
primera ni la segunda vez—. No tenemos boletos.
—De hecho… —Will metió la mano en su bolsillo y sacó dos boletos
delgados, con caligrafía plateada brillando a través de ellos—. Krupa puede
ser que pensara por adelantado.
—¿Krupa?
—…Estos estaban en el Kit de Supervivencia que ella me dio.
Él los puso en la manta.
—Escucha, ya estás vestida para eso. —Él se levantó y caminó por el
jardín, se inclinó, inspeccionando las peonías. Entonces, cuidadosamente
arrancó una flor de la parte inferior de su tallo—. Y ahora tienes flores. Lo
siento porque sea una flor, pero es una belleza. Y siempre puedo recoger
algunas más. —Me la tendió, interminables capas de sedosos pétalos
blancos con bordes rosa brillante rizados hacia arriba en un delicado
recipiente lleno, incluso, de más pétalos. Los tomé de su mano, mirando
en su centro, tan grande y lleno y perfecto que no parecía real.
—No lo sé —dije vacilante.
—Vamos. Todos nuestros amigos van a ir. Tamika va con Joe, Mary con
Tim, y por algún milagro Krupa va con ese defensa que te gusta tanto…
¿Cuál es su nombre?
—Tony.
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—Oh, Krupa. Por supuesto, Krupa haría eso.
—Así que tu mejor amiga Krupa va con el defensa Tony, lo que sé que te
hace feliz porque lo dijiste mucho y tu hermano… —Will dejó esas tres
sílabas colgar en el aire un momento, dejar que se asentaran—. Va a ir con
Kecia.
—Lo sé —dije con una persistente incredulidad.
—Es prácticamente la historia más antigua en el libro.
—¿Cuál es?
—Ya sabes, la animadora y el jugador de hockey, ellos salen, se enamoran,
van al baile. Es el clásico de la secundaria, tú y yo.
Tomé otra peonía de la mano de Will, juntándola con las otras que seguía
entregándome.
—Creo que estás un poco confundido. La animadora, seguro, pero ella sale
y se enamora del jugador de fútbol. Nunca es el jugador de hockey.
¿Cuándo has visto una película o has leído un libro en el que se trata de
una animadora y un jugador de hockey? —Mi sonrisa suplicó por una
respuesta—. Además, ya no soy una animadora.
—Bueno, en mi versión de este clásico de la secundaria, la animadora… lo
siento, la ex animadora, se llama Rose Madison y ella no termina con el
mariscal de campo. Ella se enamora del ala derecha delantero del equipo
de hockey, cuyo nombre resulta ser Will Doniger.
Estudié el buqué en mis manos, cientos de pétalos delicados
derramándose en otros, líneas rosadas fusionándose con blanco, rojo
derritiéndose en fucsia y cuando miré a Will otra vez pregunté:
—Ellos se enamoraron ¿cierto?
Él asintió muy ligeramente.
—Entonces, ¿qué dices Rose?
Ahora, era mi turno de ir al jardín y buscar otras flores, esta vez una más
pequeña, un capullo grueso, todos los bordes blancos con sólo el verde del
tallo en la parte inferior. Cuidadosamente, lo arranqué con mis dedos.
Página 289
Me entregó otra flor.
—Esta es para ti —dije, y caminé hacia Will, quién estaba esperando por
mi respuesta. Ensarté el tallo en el ojal de la camisa.
Will me miró fijamente.
—¿Conseguí una respuesta oficial o sólo una vaga?
Página 290
—Sí, iré al baile contigo. Tengo que hacerlo, ¿cierto? Aparentemente, es la
historia más antigua del libro. La ex animadora y el jugador de hockey. Ya
sabes de la que estoy hablando —dije, y tomé la mano de Will y lo llevé
hacia la casa.
Treinta y nueve
Sueños
Traducido por Caamille
Corregido por Paaau
—O
h, Rose, deja de ser tímida —dijo la abuela Madison,
sacudiendo la cabeza.
Jim, Kecia, Will y yo estábamos discutiendo la logística de la graduación
mientras la abuela, papá y la Sra. Doniger nos acorralaban con cámaras
en el patio trasero, entre los jardines.
—Volviste loca a tu madre por usar ese vestido, ahora que estás en él,
vamos a conseguir una fotografía.
Puse los ojos en blanco.
Will apretó mi mano.
—Ahora, tú —le ordenó la abuela—. Sí, tú, el conductor de la camioneta
invisible —añadió, dándome una sonrisa malvada—. Ve a pararte junto a
Rose por allá, en el banco de piedra y sonríe de verdad.
—Sí, señora —dijo Will.
—No estoy para que me llamen señora. Mi nombre es Maggie —refunfuñó.
—Bueno, yo también tengo un nombre. Es Will —le dijo.
Todos se detuvieron. Contuvimos la respiración, esperando para ver lo
siguiente que diría la abuela, pero ella sólo le sonrió.
Página 291
—Vamos. Haz a todos felices y sonríe.
—Me gusta este, Rose. Tiene agallas. No como ese otro imbécil con el que
saliste…
—¡Mamá, por favor! —interrumpió papá.
—Oh, como si el Sr. Will no supiera quién es su competencia. Era —la
abuela se corrigió a sí misma, acercándose a él, cepillando su cuello y
enderezando la peonía que había sujetado ahí—. Pero también eres lo
suficiente inteligente para saber que no hay competencia entre tú y ese
otro chico. ¿Cierto? —Levantó la mirada hacia el rostro de Will.
—Sí, Maggie —dijo, sonriendo.
—Es bueno oírlo —dijo ella y retrocedió otra vez para dirigir la sesión de
fotos—. La confianza es atractiva en un hombre.
Dos manchas rojas aparecieron en sus mejillas y Will se giró hacia mí, sus
ojos ampliándose. Luego se inclinó y me dio un beso rápido. El momento
en que nuestros labios se tocaron, oí un clic y una risa de la abuela.
—Ahora, ésa es la manera en que se hace. Buen chico —le dijo a Will.
—¡Abuela! Él no es un perro —protesté.
—No, no lo es —respondió y silbó.
—Está bien, chicos, consigamos una fotografía en grupo y listo, se irán —
dijo papá, tomando el control, un hecho por el que estaba agradecida.
Cojeó hasta donde la abuela y la Sra. Doniger estaban para sacar la
fotografía, mientras Kecia, Jim, Will y yo nos arreglábamos frente al jardín
de peonias.
—Es tiempo de que te apresures para hacer tu trabajo, James —le dijo la
abuela Madison a papá.
—Mamá, déjame en paz. Estás distrayéndome de mis apuestos hijos y sus
parejas. No quieren llegar tarde a la graduación. —Hubieron muchos clics
más mientras sonreíamos, luego reíamos y después hicimos caras
graciosas y poses mientras papá tomaba fotografías. Finalmente, después
de más fotografías de lo que alguna vez imaginé por las que estaría
Página 292
—Oh Dios mío —dije, negando con la cabeza, dándole una mirada
suplicante—. Eres tan vergonzosa.
libremente de acuerdo, papá dijo—: Bien. Creo que conseguí algunas
buenas. Tiempo de irse. Su limosina, automóvil, o lo que sea que
consiguieron para la graduación, espera. —Justo antes de girarnos para
irnos, nos dio a Jim y a mí un abrazo—. Su madre habría estado tan
orgullosa de ustedes dos —añadió en un susurro.
Los cuatro cruzamos el patio hacia la entrada, donde la camioneta de Will
y el automóvil de Jim estaban estacionados, mi vestido —el vestido hecho
de estrellas, deseos y noche— arrastrándose a lo largo del césped, flotando
con cada paso. La mano de Will sostenía la mía, nuestros dedos libremente
entrelazados y como había hecho tantas veces antes este último año,
alcancé la puerta del pasajero de la camioneta de Will. Él llegó primero,
abriéndola para mí y me subí. Se aseguró de que todas las capas de mi
vestido estuvieran protegidas por mis pies antes de que cerrara la puerta y
miré como caminaba hacia el lado del conductor y entraba.
—¿Qué estás pensando? —preguntó.
—Ahora mismo, estoy apreciando este momento. Siento como que necesito
pellizcarme.
—¿Por qué?
—Tú y yo. —Hice una pausa para dejar que el efecto completo del nosotros
que había dicho con esas dos palabras hiciera eco en el espacio entre
nosotros—. Eso sería Rose Madison y Will Doniger. Vamos a la graduación.
Juntos.
—Nunca lo hubiera pensado, ¿sabes? Nunca lo hubiera imaginado. Todo
esto ha sido, quiero decir… sólo estoy tan sorprendida.
—Yo no —dijo Will, retrocedió por la entrada y se puso en frente de Jim y
Kecia, quienes estaban esperando en el camino para seguirnos—. No del
todo —añadió mientras nos dirigíamos por nuestro camino.
Página 293
—Definitivamente vamos —dijo y me dio una pícara sonrisa.
—Esto va para Rose Madison, por petición especial —escuché decir al Dj
sobre el micrófono. Cuando los primeros compases de “Dreams” de Van
Halen se emitían a través de los altavoces, le di a Will una mirada.
—¿Qué? —Se encogió de hombros y levantó sus manos en un gesto de
inocencia. Kecia y Krupa se rieron y agarraron mi mano.
—No podemos bailar esto —protesté, pero continuaron arrastrándome
hacia la pista de baile donde habíamos bailado toda la noche, a través de
canciones lentas y canciones rápidas, en grupos y en parejas. Cantamos
fuerte, ocasionalmente avergonzando a nuestras citas con nuestras malas
voces, bueno, excepto Krupa.
No podía creer que la graduación fuera tan divertida.
Más tarde, cuando Chris Williams fue coronado Rey de la Graduación —lo
que no fue una sorpresa para nadie— y una chica que pensé que podría
ser una estudiante de segundo año o incluso de primero fue coronada
Reina de la Graduación, todos mis amigos estaban mirándome.
—¿Por qué —dije— están mirándome de ese modo?
Kecia habló primero.
—Sí, bueno, ya no soy esa chica —dije, mirando la forma en que ella
miraba a Chris mientras bailaban. La reconocí, vi una antigua versión de
mí misma en su rostro, y me sentí aliviada de estar en un lugar diferente
ahora. Esperaba que él fuera feliz—. Mientras ustedes se comen con los
ojos a la realeza de allí, Will y yo —dije, tomando la mano de Will,
empezando a alejarlo del grupo— vamos a encontrar una esquina oscura.
—¿Lo haremos? —preguntó, siguiéndome, ambos mirando hacia nuestros
amigos, Krupa, Tony, Kecia y mi hermano, Mary y Tamika, quienes ya
habían abandonado a sus citas. Will les dio a todos una especie de feliz
encogimiento de hombros—. Supongo que lo haremos —dijo y pronto era
Will quien me llevaba hasta un punto contra la pared en el que las luces
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—¿No es obvio? —Señaló con la cabeza hacia el espacio abierto que la
multitud había formado para que Chris y su reina tuvieran su baile
especial—. Ésa solías ser tú. El año pasado, tú fuiste esa chica.
no llegaban, en donde estuvimos por un largo tiempo, durante tantas
canciones que dejé de contar.
Así que en esa noche de Mayo, descubrí exactamente el tipo de chica en la
que me había convertido este año, la que fue a la graduación después de
todo y bailó toda la noche con sus amigos. La chica quien pasaba el rato
con las porristas y salía con la estrella del equipo de hockey. La chica cuya
madre murió el año pasado, demasiado pronto y trágicamente, una
realidad que siempre traería más tristeza de la que parecía razonable
asumir. Sin embargo, poco a poco, me fui convirtiendo en la chica que
aprendió a vivir con eso, todo eso, dejándolo juntarse con algo más —lo
bueno y lo malo—, mientras la vida continuaba, porque eso es lo que la
vida hace, independientemente de si estábamos preparados para ello o no.
Antes, la primavera pasada, cuando todo comenzó a desmoronarse, nunca
se me ocurrió que la chica que había sido en la secundaria podría
doblarse, transformarse y cambiar sin romperse totalmente.
Pero la chica que soy ahora, esta chica… ella sobrevivió.
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Sólo necesitaba conseguir un poco de ayuda aquí.
Epílogo
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4 de Junio - La cometa
Cuarenta
Todo estará bien
Traducido por LizC
Corregido por Paaau
—¿H
iciste esto para Rose?
La voz de Jim sonaba incrédula, acallada. Nos observó a Will y a mí atar
los últimos nudos, tirando de ellos para asegurarnos que estuvieran
apretados. Will levantó la vista después de haber terminado.
—Fue idea de Rose. Sólo ayudé con la construcción.
El día era hermoso, la brisa era cálida pero firme, el sol una gran bola
redonda y amarilla en el cielo y las olas del océano se estrellaban
suavemente con un ritmo dócil y uniforme. Una nube ocasional pasaba a
lo largo, como una mota de algodón rasgada en dos de modo que se hacía
tenue en un extremo. Una vez más, tiré con fuerza cada hebra de hilo. Will
se arrodilló a mi lado en la manta, paciente, viéndome mientras me
deslizaba de ida y vuelta, revisando y verificando. Colocó una mano sobre
mi brazo.
—Están listas. Te lo prometo, Rose.
Me detuve y lo miré, observando sus ojos azules profundos.
—Está bien —dije. Entonces—: papá —grité y mi voz fue llevada por el
viento por la playa hasta donde él esperaba en una de las sillas de
salvavidas donde mamá colocaba su manta y un paraguas cuando íbamos
a esta playa juntos como una familia durante los veranos. Mamá amaba la
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Jim asintió. Como si se sintiera igual que yo, su garganta muy apretada
para hablar.
playa. Ella solía decir que era prácticamente un pre requisito de ser
maestro y el gran beneficio de tener los veranos libres. Papá, Jim, y yo no
habíamos venido aquí ni una vez desde el verano pasado.
Pero hoy, con motivo del aniversario del primer año, nos decidimos a hacer
el viaje.
Papá se encaminó hacia la manta, su cojera casi desaparecida, sus ojos
entrecerrados bajo el sol brillante. Le entregué sus gafas de sol.
—Gracias —dijo, su voz ronca, mientras se los ponía.
Jim y papá, Will y yo, evaluamos las tres cometas en forma de diamante
que yacían planas, lado a lado en la manta; tres salpicaduras de color
extendidas a través de varillas delgadas y flexibles. Will y yo habíamos
pasado tardes enteras sentados en el jardín trasero, cortando círculos,
líneas onduladas, corazones, estrellas y cosiendo las velas en las cometas.
Luego nos repartimos entre cada uno una cola larga, fluyendo en el aire,
atando cintas que volarían por detrás de ellas en el viento.
—Son hermosas, Rosey —dijo Jim, caminando de un extremo de nuestro
lugar a otro—. Mamá las habría amado.
—Lo sé, ¿cierto? —Miré hacia mi hermano, acunando mis ojos del brillo de
la luz.
—Entonces, ¿cuál es la mía? —preguntó él.
Mis ojos se movieron de un cometa a la siguiente.
—Tómate tu tiempo —dijo Will, y extendí mi mano a la suya, sintiendo sus
dedos entretejerse a través de los míos.
Pero había sabido desde el principio que cometa volaría hoy… aquella que
tiene la vela de color verde brillante, en la que cuidadosamente había
cosido una estrella de plata, un corazón rojo, una sola nota musical, una
flor rosa, y un crayón amarillo. Reuniendo todo mi valor, agarré mi
cometa, con su delgada cola arrastrando diferentes tonos de azul ya
atrapada por la brisa.
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—Dejemos que Rose escoja primero —dijo papá—. Ella las hizo. Planeó
este día.
—Es tu turno —le dijo papá a Jim, y él inmediatamente se fue por la
morada brillante, dejando el cometa azul pálido para papá.
Los tres nos detuvimos un momento, las colas de nuestras cometas como
arco iris extendiéndose hacia el océano. Luego, las extendimos a cabo por
la playa, moviéndonos lo suficientemente lejos para que las tres líneas de
hilo no se enredaran.
Will me entregó la carta que le había dado a guardar para este día.
Enhebré el papel con una cuerda y la até a la varilla, esta carta a mamá,
aquella que no pude soportar escribir el año pasado en el monumento,
aquella que iba a enviar a ella ahora. Cuando estuvo atada, me volví hacia
Will.
—Estoy lista.
—Lo sé —dijo y se inclinó para besarme. Luego se apartó.
Vi como mi padre se movía por la playa, su cometa baja al principio, luego
más y más alta a medida que soltaba más cuerda. Entonces Jim,
moviéndose más rápido que papá, envió su cometa a saltar rápidamente
hacia el cielo. Y ahora me tocaba a mí. Comencé a caminar hacia adelante,
tropezando en la arena blanda, pero a medida que ganaba un mejor
posicionamiento, sentí la cometa tirar y tirar de mí en la brisa como una
cosa viva, por lo que mis pasos se aceleraron y luego la dejé ir.
Mis piernas estiradas sobre la arena, mis pies dejando huellas detrás de
mí, tallando pequeñas colinas en los granos de arena. No podía dejar de
imaginar que la colorida cometa era mi madre, bailando y dando vueltas y
girando alto en el cielo, dejando que el viento la llevara arriba y abajo,
saltando en el horizonte. La llamé mientras saltaba por la playa, mis
palabras tragadas por los sonidos del océano.
Papá y Jim se detuvieron junto a la silla de salvavidas de mamá, tirando
de sus carretes, dejando salir la línea y luego tirando de ella hacia atrás
para hacer saltar sus cometas, sus ojos en los triángulos de colores
girando hacia el cielo. Vi como mi cometa apareció más allá del sol, y eché
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Mientras volaba hacia arriba, atrapada por el viento, empecé a correr por
la playa.
un vistazo de vez en cuando a mi papá y a mi hermano, sabiendo que Will
estaba aquí, también, manteniéndome en su punto de mira, su presencia
ayudándome a mantener el coraje que necesitaba para el día de hoy,
estabilizándome.
Entonces dejé que mi imaginación fuera otra vez. Me permití creer que, de
alguna manera, mi madre y yo estábamos conectadas por esta cuerda en
mis manos. Que ella sabría lo que había escrito y se iría al cielo, que ella
podría oírme llamarla. Que ella estaba conmigo hoy en esta playa donde
solíamos volar cometas juntos. Que ella estaba aquí, en la alegría gozosa
de este día con mi familia, una alegría que habíamos heredado de ella, que
nos dio a nosotros y a tantos otros durante su vida.
Esto es lo que me imaginé cuando vi mi cometa, mi hermosa cometa, con
su corazón, su estrella y crayones, su nota y la flor brillando intensamente
gracias a la luz del sol detrás de ella. Sentí amor, dolor, alegría y todas las
emociones de por medio, dejando que mi desgastado corazón roto se
entretejiera de nuevo entre sí a medida que le decía adiós a mi madre.
“Nuestras imaginaciones son tales regalos”, solía decir.
Fin
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Así que le di las gracias por la mía.
La lista de Reproducción de Rose Madison
1. Can’t Go Back Now – The Weepies
2. About a Girl – The Academy Is …
3. My Best Friend – Weezer
4. How to Save a Life – The Fray
5. Precious Things – Tori Amos
6. All at Sea – Jamie Cullum
7. Nice Guy – The Animators
8. How It Ends – Mike Errico
9. Over You – Echo & the Bunnymen
10 .Fan of Your Eyes – Tim Blane
11. Can You Tell – Ra Ra Riot
12. Between the Lines – Sara Bareilles
13. One of Those Days – Joshua Radin
15. My Baby Just Cares for Me – Nina Simone
16. Energy – The Apples in Stereo
17. Take It Home – The White Tie Affair
18. I Stand Corrected” by Vampire Weekend
19. Bottle It Up – Sara Bareilles
20. Private Conversation” by Lyle Lovett
21. Blue Christmas – Elvis Presley
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14. Hockey Week – The Zambonis
22. Are We Friends or Lovers – The Zutons
23. Family Tree – Julian Velard
24. All I Want for Christmas Is You – Mariah Carey
25. The Heart of Life – John Mayer
26. Hard to Explain – The Strokes
27. Colorful – Rocco De Luca & the Burden
28. Are You Gonna Be My Girl – Jet
29. My Heart – Lizz Wright
30. Last Nite – The Strokes
31. Falling Slowly – Glen Hansard & Marketa Irglova
32. Been a Long Day – Rosi Golan
33. Not Your Year – The Weepies
34. Better – Toby Lightman
35. Everybody – Madonna
36. Kind and Generous – Natalie Merchant
37. Stars – The Weepies
39. Dreams – Van Halen
40. All Will Be Well – The Gabe Dixon Band
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38. Midnight Blue – Lou Gramm
Donna Freitas
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Nacida en Rhode Island, donde Las Posibilidades de la Santidad se
desarrolla, Donna recibió su licenciatura en filosofía y Español de la
Universidad de Georgetown y su doctorado en religión de la Universidad
Católica. Ahora divide su tiempo entre Nueva York y Boston. Donna se
describe como una ardiente feminista, una católica a pesar de todo, una
intelectual intensa, y una devota de la moda, todo en uno.
Agradecimientos
Moderadora: Paaau
Aaris
Dai
Lorenaa
Panchys
Agus
gaby828
maleja.pb
Shadowy
Andy Parth
IreneRainbow
Mari NC
Simoriah
Areli97
Jo
Miranda.
Vero
Caami
Kathesweet
Nahirr
Vettina
Caamille
Little Rose
Naty
Xhessi
carmen170796
LizC
otravaga
Zeth
Staff de Corrección:
Dark&rose
Marina012
Simoriah
Mari NC
Paaau
V!an*
Recopilación y Revisión:
Diseño:
Mari NC
Mari NC
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Staff de Traducción
http://www.bookzingaforo.com
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