Hannibal, Duelo de Titanes y Náufrago

Transcripción

Hannibal, Duelo de Titanes y Náufrago
Hannibal, Duelo de Titanes y Náufrago*
¡Ay con el comercio del cine! ¡Qué cantidad de tontería produce! A decir verdad, tampoco
puede uno quejarse mucho. Gran parte de lo que vemos una u otra vez (lo que llamamos
clásicos) se hicieron pensando también en el dinero. Pero es que… hay tanta cosa mala,
mediocre o condescendiente con el gusto de las masas que es una lástima que se echen a
perder buenas ideas. Estas tres películas podrían haber sido cosas estupendas. Pero…
Cualquiera de las tres películas causan ese amable placer de lo bien hecho, de los guiones
bien desarrollados (Náufrago, en ese aspecto, pierde ante las otras dos), de la fotografía
cuidada, de lo que es “agradable” de observar con detalle. El sonido y la música, en tanto no
se roban el show y ayudan a la intensificación del drama o a la totalidad del sentido, parecen
bien hechos o escogidos (como lo que bailan, con algo de cursilería, en Duelo… ). Actores
buenos, de esos con quienes uno no tiene la sensación de estar viendo algo actuado (quizás
algunos de Duelo de Titanes no lo logran del todo). En las tres películas el realismo es total:
logran crear la ilusión de estar viendo algo que ha pasado de veras; de hecho, gracias a la
actuación y a los efectos especiales (sobre todo en Hannibal y Náufrago en lo que a efectos
especiales se refiere) la verosimilitud es casi lograda. Náufrago, como decía, tiene ciertas
“fugas”, cosas que se les escaparon a los factores de la película, y es más que difícil creérselo
todo; y Duelo de titanes tiene mucha cosa ridícula y un claro mensaje antiracista como para que
la película resulte creíble; pero en Hannibal la verosimilitud es total, y el espectador ve lo que
quieren mostrarle.
Respecto a las películas en sí mismas, a las historias, dejando a un lado los recursos de que
se valen quienes las cuentan (quienes me leen sabrán que pienso que, en últimas, eso es lo
que a todos importa o interesa: hay muchos que, para “dárselas” de conocedores, se
interesan en todo tipo de tecnicismos que, a la postre, son del todo irrelevantes para la
mayoría de nosotros).
En Hannibal me pareció ver los extremos del mal “justificado” y “elegantemente”
realizado. El Doctor Lecter (Hannibal es el nombre de ese médico, enfermo mental,
personaje central de El silencio de los inocentes, película de la que Hannibal es continuación) es
ahora un más refinado salvaje, y nada de lo que hace dejan de mostrarlo. La película anterior
mostraba a un psicópata que destruía brutalmente a quienes se interponían en su vida.
Buenos o malos “pagaban” si se metían con el famoso médico. Contaban que hacía
salvajismos de antropofagia, pero no mostraban esos actos. En la de ahora, por curioso que
parezca, Hannibal destruye, salvajemente, a gente que es mala, gente que, de algún modo,
uno no quiere que esté viva, gente que está planeando el mal de un modo especialmente
*
No hay ninguna razón para haber escrito sobre estas tres películas a la vez distinta de haber estado en cartelera al mismo
tiempo. En formato distinto fue publicado en ser Familia.
desagradable y evidente para el espectador; personas que aparecen como vengadores o como
aprovechados. De allí que el mal que uno ve parece “justificado’’, a nuestros ojos es “justo”.
Es burdo, pero justo. Sin embargo… es mal, y eso queda toscamente claro porque los
autores de la película se saltan todos los límites de la decencia, de lo que se puede y no se
puede mostrar; un ahorcado con las tripas afuera, gente siendo destrozada por jabalíes, una
especie de trepanación en un comedor con aderezos de antropofagia refinada… Dan ganas
de no mirar: y de hecho muchos se tapan los ojos (ahora, cuando todo el mundo casi soporta
todo). Es grotesco, y eso sin haber contado cómo un tipo se quita a sí mismo la piel…
Todo esto en una película “de masas”, en la que muchos esperan cosas más o menos
insinuadas o presentadas “sin obscenidad” (cuestiones de límites, claro está). Y no soy yo
quien tiene que pedir perdón por contar estas cosas. Se le va la mano al director, a los
productores, y a Anthony Hopkins, famoso actor que se ha caracterizado por su elegancia, y
de quien casi todos nos hemos hecho una imagen especial: no se entiende cómo es capaz de
prestarse a hacer algo semejante.
En Duelo de Titanes hay algo de fuerza dramática (no tanto como tensión en Hannibal),
pero así como resulta estimulante en algunos pasajes, tiene otros de lo que llaman “arranca
lágrimas”. Son películas como esta la que llevan a concluír que la fuerza expresiva se echa a
perder cuando se quiere moralizar, y a semejante estamos cada día más expuestos dada la
tendencia moralizante de tantos gringos y su notable influencia en quienes quieren ver
“valores”. Y es que la idea de la película es muy buena. El autor parece tener en mente la
fuerza que requiere vencer una de las plagas de la vida social (el racismo en este caso). En lo
que se refiere a la trama principal, en este aspecto, quizás logra caer menos en lo cursi, y así
abre un poco el horizonte al problema, pero su evidente deseo de enseñar daña el guión,
hace actuar mal a los actores, produce pasajes forzados y produce lo cursi, lo salido del tono
justo.
Con Náufrago la cosa es distinta. Creo que no me equivoco si afirmo que así como no pasa
nada malo si se ve (Hannibal afecta nuestros límites de la decencia, de lo que está permitido
mostrar para producir en los demás cierto impacto, y Duelo de titanes transmite la falsa moral
gringa neoprotestante) nadie se pierde de nada valioso si no se ve. Es una de esas películas
que suenan tanto (entre la propaganda y la noticia) que todos quieren verla. Muchos, de
hecho, experimentan una especie de pérdida si no la ven. Pero puedo asegurar que allí no hay
nada de la historia del cine que uno no se pueda perder. Sin duda está bien contada esa
historia, pero es una historia falsa de cabo a rabo, inverosímil y más que superficial. Quizás
hay quienes quieran verla de nuevo, pero no conozco a nadie que la haya repetido.
Está claro que no todo logro de la técnica es un logro del arte, pues éste es técnica y
plenitud de sentido. En el mundo del cine el “oficio” ha mejorado, pero muchos no logran
con los avances mostrar algo que de verdad nos conmueva, nos transforme, nos produzca
ese saludable entusiasmo o esa purificación de que hablaba Aristóteles.
Esta película me deja colegir la inutilidad de los esfuerzos de algunos que pretenden
representar una de las posibilidades humanas; para el caso, lo que puede suceder a un ser
humano en un accidente que lo arroja de la vida social durante años. Sin duda todos
colaboran: el actor, que sin duda es bueno, quienes filman, etc., etc., etc. Pero lo que hizo el
guionista no deja ver al espectador lo terriblemente dramáticas que pueden ser la soledad, el
abandono, el desamparo, el hambre… Nada de eso. Para imaginar eso y lograr mostrarlo
hace falta el arte, no solo la técnica. Si alguien quiere saber lo que de verdad es ser náufrago,
lo que esa experiencia puede significar para un ser humano (sin vivirlo en carne propia), no
espere encontrarlo en Náufrago.

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