H TI IS OR AS PE FRLI ES

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H TI IS OR AS PE FRLI ES
2D
EL NORTE
: Domingo 28 de Mayo del 2000
P E R FI L ES
eH I S T O R I A S
Editora: Rosa Linda González
Cierran hoy espacio vital al arte
MUSEO
DE MONTERREY
EL CIERRE
Por MARÍA LUISA MEDELLÍN y CÉSAR CEPEDA
SUS PAREDES DE LADRILLO
ROJO PODRÁN CONTAR DESDE
MAÑANA QUE AQUÍ SE GESTÓ
UNA ETAPA TRASCENDENTE
PARA LA HISTORIA CULTURAL
DE LA CIUDAD.
EL MUSEO DE MONTERREY
DIO ESPACIO DESDE 1977
A LA VANGUARDIA ARTÍSTICA
Monseñor José de Jesús Tirado, junto
con Eugenio Garza Lagüera, bendice el
espacio en noviembre de 1977.
Y PUSO A ESTA URBE
INDUSTRIAL EN EL MAPA
MUSEÍSTICO INTERNACIONAL.
DECANO DE LOS MUSEOS
DE ARTE EN LA CIUDAD,
TAMBIÉN PROPICIÓ
EL SURGIMIENTO
Y LA CONSOLIDACIÓN
DE ARTISTAS LOCALES CUYO
RENOMBRE AHORA
TRASPASA FRONTERAS.
HOY DOMINGO CIERRA
SUS PUERTAS Y CON ELLAS
TODA UNA ÉPOCA DE PONER
ANTE LOS OJOS
DE LOS VISITANTES
Hoy es el último día para visitar el Museo de Monterrey, ubicado en el edificio antiguo de Cervecería.
L
a primera vez que escuchó el rumor,
el escultor Gerardo Azcúnaga no le dio
ninguna importancia, le parecía un
disparate, pero el domingo 21 de mayo, cuando abrió el periódico y se encontró con las palabras de la vocera de Femsa
que confirmaban la noticia, se le amargó el desayuno.
“¿El Museo de Monterrey, cerrado?”, se preguntaba con incredulidad.
Para Azcúnaga no sólo era un espacio museístico, sino el foro cultural más vinculado con
su carrera. Allí, en la década de los 80, vio por
vez primera obra de Giacometti, Henry Moore,
que marcarían su estilo que años después lo llevaría a ganar una mención honorífica y luego el
Gran Premio de la Bienal de 1994 organizada por
el Museo.
A partir de entonces, Azcúnaga trabajó como
hormiga en su taller de la Independencia para
lograr lo que parecía un sueño: montar una retrospectiva de su obra en el Museo de Monterrey.
“La verdad es que era muy difícil montar esa
exposición”, opina el artista, “porque la escultura es muy tardada, yo soy muy tardado, pero
ahora nunca sabremos si era posible o no”.
Al tiempo en que Azcúnaga intentaba asimilar que ya no se concretaría su exposición, en la
Ciudad de México, el Museo de Arte Moderno
anunciaba que la exhibición “La Mirada Fuerte. Pintura Figurativa de Londres”, no terminaría el 11 de junio, sino que se prolongaría unos
meses más.
La muestra iba a descolgarse para trasladarla al Museo de Monterrey.
A
unque sorpresivos en este momento, los
ecos del cierre del espacio museístico venían de años atrás.
Seguramente aquel día fue el peor en la vida
de Jorge García Murillo. Por la oficina del director del Museo de Monterrey desfilaron 42 personas que habían laborado ahí casi desde el inicio
para recoger su cheque de liquidación.
Era 1995 y la crisis económica afectaba a la
institución.
El presupuesto anual había descendido de 4
millones de dólares a 180 mil dólares. La nómina se redujo de 100 a 50 empleados.
Por vez primera en su historia, el Altar de Dolores era creado por el personal del Museo y no
por artistas como Julio Galán y Aldo Chaparro.
La dirección del Museo se quebraba la cabeza para crear muestras atractivas de la misma
Colección Permanente.
Quedaban atrás los años de bonanza, en 1990,
cuando este crítico de arte y catedrático en humanidades del ITESM tomaba la estafeta de manos de José Emilio Amores, el entusiasta promotor de la SAT en los 50.
García Murillo tenía la bendición de la presidenta del consejo directivo del Museo, Maye
Rangel de Milmo, para hacer de la institución
una de las mejores en América Latina.
Antes de crear la Bienal Monterrey, que con
sus 75 millones de viejos pesos representó en su
momento el premio más cuantioso en México,
trajo a Robert Motherwell, uno de los representantes del expresionismo abstracto.
Luego, en una de las exposiciones más controvertidas, presentó las fotografías de Mapplethorpe, Sherman y los hermanos Becher.
El Museo estaba en la cúspide, al igual que
su director, principal asesor en materia de cultura de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI
a la Presidencia.
Pero en 1995, la situación cambió. García Murillo se cansó de firmar faxes rechazando exposiciones de otros Museos –el presupuesto no alcanzaba ni para pagar un traslado–y renunció
el 15 de agosto.
Entró en su lugar Sylvia Vega, una mujer tímida y discreta, egresada de la Universidad de
Monterrey, quien hasta entonces se había ocupado del registro de piezas del Museo.
La peor época del Museo coincidía con el cambio de mandos en Femsa, la empresa patrocinadora del espacio. Othón Ruíz Montemayor dejaba la dirección general en manos de José Antonio Fernández, el yerno de Eugenio Garza Lagüera, presidente general del grupo cervecero.
La solución de la dirección de Femsa era cerrar el Museo, pero Rangel de Milmo se opuso a
la decisión.
E
n 1997 nadie se imaginaba lo que iba a
ocurrir tres años después. Quizás Rangel
de Milmo lo sabía, pero no quiso opacar
las celebraciones.
El 20 aniversario del Museo de Monterrey era
la ocasión perfecta para confirmar al espacio como promotor del arte vanguardia en la Ciudad.
Lo había hecho en los 80 con Picasso, Miró, Tapies; en los 90 con Motherwell y Schnabel, y ahora con el arte virtual y su Mediateca, un centro
interactivo especializado en arte.
–¿Cómo se imagina el 50 aniversario del Museo?–, se le preguntó a Rangel de Milmo.
–¡Magnífico!–, contestó entusiasmada.
Un año más tarde renunciaría al Consejo Directivo del Museo. La sustituyó José Treviño
Ábrego, el rector del Campus Garza Sada del
ITESM.
“Todo en la vida es un ciclo, hay un principio
y un final”, dijo en su última entrevista con la
prensa.
En marzo de este año, Rangel de Milmo, alguna vez calificada por Raquel Tibol como el Ángel de la Guarda del Museo, vendió sus acciones
en la empresa y renunció al consejo de administración de Femsa.
Ella se había equivocado en vaticinar un futuro magnífico para el Museo de Monterrey, pero había acertado al recordar que la vida es un
ciclo, que tiene un principio y un final.
L
a idea de darle a la ciudad el primer museo de arte nació de la visión de un grupo
integrado, entre otros, por Javier Martínez
y Félix Palau, que trabajaban en la Cervecería,
al igual que el galerista Guillermo Sepúlveda.
Yolanda Santos de Garza Lagüera, socia fundadora de Museo de Monterrey, recuerda que
ellos interesaron a las esposas de los capitanes
de la cervecera para emprender el proyecto.
“A mí me entusiasmaba la idea de abrir un
museo para darle a la ciudad algo que no había tenido, porque aquí era muy árido en ese
aspecto”.
Santos de Garza Lagüera viajó a Nueva York
en busca de asesoría profesional.
“Alejandro (Garza Lagüera) me mandó a Nueva York y ahí me entrevisté con Barbara Duncan, doctora y curadora de arte latinoamericano. Nos ayudó a saber qué tipo de persona necesitábamos para estar al frente del museo y todos los detalles para iniciarlo”.
Con sus consejos, optaron por Carmen Marín de Barreda, ex directora del Museo de Arte
Moderno de la Ciudad de México, para dirigir el
Museo de Monterrey.
“A los 4 años continuaría su labor Javier Martínez”, menciona, “con un ojo excelente para la
adquisición de obras para la colección; él era el
alma del museo”.
E
l alboroto era grande. Ese martes 8 de noviembre de 1977, Monterrey tendría su propio museo.
El edificio de ladrillo rojo de Cervecería
Cuauhtémoc, en el que de 1905 a 1930 se elaboraba y cocía el mosto que daba cuerpo a la bebida, y después fuera el Salón de las Medallas,
donde se colocaban los premios por la calidad de
la cerveza, cedía su espacio al arte.
Con un suspiro, el teatrista Rubén González
Garza platica cómo los preparativos y luego el
arranque del espacio eran uno de los temas de
conversación en la ciudad.
“Ya teníamos visitas periódicas de la ópera,
podía soñarse con una buena escuela de ballet
(el 31 de octubre se inauguraba la Escuela Superior de Música y Danza), estaba Arte, A.C., y la
galería de Memo Sepúlveda, que exponían arte,
pero un museo era otra cosa”.
Cuenta que el día de la inauguración estaba
repleto.
“Había mucha emoción en todos; la ceremonia fue muy solemne. Estaba Margarita López
Portillo, Alejandro Garza Lagüera, presidente
del consejo de administración de Cervecería; Carmen Marín de Barreda, la directora del espacio,
y Javier Martínez”.
La hermana del presidente López Portillo, directora de Radio, Televisión y Cinematografía,
dijo entonces que el museo era un ejemplo de
que los regios, además de trabajo, sabían cultivar el arte.
Esa noche los regiomontanos pudieron apre-
ciar algo que nunca se había visto en la ciudad:
150 grabados de José Guadalupe Posada, objetos
escultóricos y ceremoniales de África, arte chino, escultura contemporánea, pintura mexicana del Siglo 19, artesanía del país y una exposición de monedas.
Los primeros días la gente llamaba al museo
para preguntar cómo debía ir vestida, no se podía desentonar con la modernidad.
D
oña Rosario Garza Sada de Zambrano donó el primer cuadro para iniciar la colección del museo; era “El Maizal”, del Dr. Atl.
A éste se sumarían luego más de mil 500 piezas para formar la colección más importante de
arte moderno latinoamericano del norte del país.
Santos de Garza Lagüera señala que en la
primera época del museo se compraron algunas
de las mejores piezas, como “Mujer Dormida”,
de David Alfaro Siqueiros; “Grande de España”,
de Diego Rivera; “El Alanceado”, de José Clemente Orozco.
Luego se recibió una colección de arte precolombino de la familia Otto Roehr, con 400 piezas, y en 1987, Cartón y Papel de México donó la
colección de Artes Gráficas Panamericanas.
Hoy, el interés del Grupo Femsa es que esta
colección se exhiba en otros espacios nacionales
o del extranjero.
E
n los primeros años, los muros del edificio
de Cervecería mostraron a los nuevoleoneses lo que antes sólo habían apreciado
en libros o postales.
Obras de Picasso, Miró y Dalí integraban en
agosto de 1980 la exposición “Vanguardia Española del Siglo 20”.
Vendría también la obra de Joaquín Torres
García, padre del constructivismo, primer movimiento artístico de América Latina, en el siglo
pasado.
En el 83, un año antes de que se desatara la
Fridomanía, el Museo traía una muestra del arte atormentado de la esposa de Diego Rivera, para dar un vuelco al surrealismo de Remedios Varo, ya en 1989.
Aunque, sin duda, dice Sylvia Vega, última
directora del espacio, dos presencias que cautivaron fueron la del pintor Rufino Tamayo y la
del dramaturgo francés Eugene Ionesco, autor
de “La Cantante Calva”, que abarrotó la sala de
exposiciones temporales el 30 de octubre de 1980,
con una conferencia sobre la fatalidad, la angustia y el absurdo.
Tamayo ha sido el pintor más aclamado en
la historia del recinto, pues su exposición recibió 63 mil 852 visitantes.
“Cada quien puede dar su opinión sobre lo
Detalle de “El Maizal”, del Dr. Atl, primer cuadro que formó la colección permanente del Museo.
que más le ha gustado, pero las muestras más
taquilleras fueron ‘Las Castas Mexicanas’, con
pinturas de escenas del Siglo 18 (que se exhibió
en septiembre de 1989); ‘Si Colón Supiera…’, con
11 instalaciones efímeras (en octubre de 1992), y
‘Los Palacios de la Nueva España’ (en marzo de
1991, vista por 81 mil 901 personas )”.
P
ara algunos artistas locales, el Museo de
Monterrey se convirtió en su casa, en su
escaparate, en su pedestal.
“La mención honorífica por Nuevo León en
la primera bienal, en 1992, marcó un parteaguas
en mi carrera, surgiendo así una serie de oportunidades, una de ellas en el propio museo, en
el 98, con la exposición ‘Ni Soles Ni Lunas’”, dice la pintora Rosario Guajardo.
Y para Julio Galán, fue el despegue de su carrera en el país, su primera exhibición importante en aquel 1987, recién desempacado de Nueva York.
Otros nombres regios que trascendieron en
estas paredes fueron los del escultor Jorge Elizondo y Gerardo Azcúnaga; los pintores Enrique
Canales, Arturo Marty, Águeda Lozano; y los fotógrafos Juan Rodrigo Llaguno y Roberto Ortiz.
Se puede decir que el Museo de Monterrey le
dedicó, sin saberlo aún, su última gran página
al talento local, con “Cien Años, a través de Cien
Artistas”, presentada en noviembre del año pasado y admirada por 52 mil personas que tuvieron ante sus ojos la historia visual de la región.
Su curador, Xavier Moyssén, dice que ésa fue
una de las mejores pruebas de que el recinto estaba interesado en servir a la comunidad, al abrir
sus puertas a los artistas locales.
“En cuanto concurso tuvo invitó a los artistas locales: en bienales, salones Bancomer, siempre se preocupó por la gente de la ciudad. Desgraciadamente con el cierre del museo damos
un paso atrás no como de 23 años, sino de 50;
es un retroceso terrible”.
A
la par que el museo crecía en proyectos y
espacios –en 1997 inauguraba la mediateca, con 22 computadoras para accesar por
diferentes medios información especializada en
arte, y hace un año, la biblioteca, con más de 6
mil 300 volúmenes en artes plásticas para consulta del público– la directiva del Grupo Femsa
reflexionaba en un giro hacia la filantropía y la
educación.
La decisión de cerrar el museo se comunicó
hace apenas un par de meses tanto a Vega como a su equipo; no bastó que se presentaran
muy diversas propuestas para continuar.
Había compromisos ya establecidos y mucho qué dar por parte del museo, indica con el
semblante triste la directora, pero era demasiado tarde.
“La gente que maneja la economía no se da
cuenta que en la vida no nada más hay que hacer dinero, que la cultura es necesaria y el cierre
del museo va a ser muy dañino para Monterrey”,
fue la voz de Yolanda Santos de Garza Lagüera.
Hoy a las 20:00 horas, cuando el guardia
ponga llave a la puerta del museo para no abrir
nunca más al público, casi 23 años de promover siglos de arte y cultura habrán pasado a la
historia.
Entonces, los regios que pensaban en un
Monterrey como polo cultural habrán despertado del sueño.
Fotos: EL NORTE/ Enrique Martínez, Claudia Susana Flores y Miguel Ramírez, y tomadas del libro “Artes Plásticas de Nuevo León: 100 Años de Historia” / Fotoelectrónica: Ana Padua
EL ARTE DE SIGLOS.

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