Jardines•Peñaranda de Bracamonte

Transcripción

Jardines•Peñaranda de Bracamonte
Peñaranda de Bracamonte Conjunto histórico
Son muy escasas las noticias que tenemos de
Peñaranda en la Edad Media. A mediados del siglo XIII
suena su nombre, aunque hasta el siglo XV no contamos con detalles históricos, de gran valor e interés,
cuya documentación se conserva en el Archivo de la
Nobleza de Toledo. En 1409 Nuno Núñez de
Villasana, alguacil mayor del infante don Fernando,
vendió la mitad de la villa con sus prados y tierras a
don Álvaro Dávila, camarero del infante, pagando por
ella 800 florines de oro del cuño de Aragón y 31.000
maravedíes de moneda blanca de Valladolid. En 1418
la otra mitad era propiedad de don Alonso González
de Contreras, hijo de Pedro Gozález de Contreras,
Montero Mayor de su Magestad, canónigo de Burgos
y Segovia, quien la enajenó al dicho don Álvaro,
entonces mariscal de Aragón y mayordomo mayor
del infante don Pedro, que pagó por ella 5.000 florines
de oro de Aragón más diez fanegas de trigo y un esclavo moro llamado Mohamed1. Don Álvaro Dávila estaba casado con doña Juana de Bracamonte, hija de
mosen Rubí de Bracamonte, almirante mayor de
Francia, y de doña Leonor de Toledo2.
A partir del siglo XV la villa de Peñaranda queda vinculada a los Bracamonte. Don Álvaro de Bracamonte
II, quien en 1501, al otorgar testamento en Medina de
Campo3, figura como señor de las villas de
Cantaracillo, Fuente el Sol y Peñaranda, dejándolas en
depósito a Alfonso Rodríguez Manjón, abad de
Vista aérea de Peñaranda
Medina, pues no podían ser heredadas por su hijo
Juan por ser ilegítimo, nacido de la unión habida con
María Rodríguez. El padre solicitó en 1485 que los
Reyes Católicos lo legitimasen, a lo que accedieron en
1490, momento en que la herencia paterna pasó a su
propiedad por vía de donación del abad, excepto la
villa de Fuente el Sol, que era reclamada por los herederos de mosén Rubí de Bracamonte.
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En los albores del siglo XVI la villa inicia un período de
esplendor que se consolidará a lo largo del siglo XVII,
debido exclusivamente al mecenazgo de los
Bracamonte pues ellos son los promotores de las principales creaciones artísticas que motivaron y determinaron su declaración como Conjunto Histórico-Artístico:
la iglesia parroquial, el convento de las Madres
Carmelitas y el consistorio, aparte de las plazas, monumentos cuya cronología abarca, en lo fundamental,
desde comienzos del siglo XVI hasta el siglo XVII.
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Las plazas de Peñaranda, la de La Corralada y la de la
Constitución, apenas si están diferenciadas pues físicamente sus espacios están unidos. La de la
Constitución está dividida en dos ámbitos por el llamado palacio de los Condes, edificio moderno que
debió sustituir a uno más antiguo. Presenta una planta rectangular alargada, flanqueada en sus lados septentrional y meridional por la iglesia y el ayuntamiento, después cárcel. Los lados este y oeste están
porticados y a ellos se abren varias de las calles de la
villa. La plaza de la Constitución, en su parte más
septentrional, presenta edificios de dos plantas, uno
con cinco columnas de fustes lisos y capiteles platerescos de escuela salmantina, pues parece que provienen del claustro del convento de San Leonardo de
Alba de Tormes; hacia la cárcel los pórticos, adintelados, tienen menor entidad artística y parecen corresponder a los siglos XVIII y XIX. Su lado de naciente,
igualmente porticado, presenta columnas graníticas
sobre altos basamentos y zapatas por remate; en
otros casos lo hacen en capiteles dóricos. Junto a la
iglesia, en la plaza de la Constitución, se alza la casa
consistorial, de ladrillo, con pórtico de cuatro arcos
Plaza Mayor
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carpaneles sobre sencillos pilares, sin que podamos
precisar si el edificio actual es el primitivo o se construyó con posterioridad a 1675. Podemos decir que
en el lienzo de poniente no hay una división clara
entre ambas plazas y se prolonga, tras un quiebro en
ángulo recto, con el lienzo porticado de la plaza de
Agustín Soler, antes llamada La Corralada, que se
abre a la fachada de la iglesia y donde se acentúa el
carácter rural que vemos en otras plazas de algunos
pueblos castellanoleoneses. Obra singular, quizá la
más importante de la villa, es la llamada cárcel y que
parece que en origen fue la casa consistorial. Es un
edificio civil de gran entidad arquitectónica donde las
corrientes clasicistas no han desaparecido pese a ser
obra de la segunda mitad del siglo XVII, construida,
como bien explica una inscripción sobre una lápida,
a costa de la villa, siendo conde de ella don Gaspar de
Bracamonte, y proporcionándonos la noticia de que
ese mismo año de 1675 se reedificó la torre de la iglesia y el consistorio.
Pocos edificios hay anteriores al siglo XVII, alguna portada blasonada en la plaza de la Constitución; otra
portadita hispanoflamenca y poco más. Sin embargo
se conservan algunas casas de interés levantadas a
finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando
desempeñaba la plaza de arquitecto municipal
Gregorio Pérez Arribas, que más tarde se trasladaría a
la cercana ciudad de Zamora.
La iglesia de San Miguel
Se trata de un magnífico ejemplo de iglesia columnaria de tres naves, más ancha la central, de tres tramos
más crucero individualizadas por pilares cilíndricos
Soportales de la Plaza Mayor
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toscanos. Las partes más antiguas del templo son la
capilla mayor y el crucero, de planta rectangular la primera, con trompas que la convierten en ochavada a
media altura, y responsiones góticas donde aún se
aprecian las basecillas poligonales de los baquetones y
las ménsulas que recibirían los nervios de las bóvedas,
hoy perdidas. Hoy conocemos algunas noticias de la
historia de la construcción de este magnífico templo,
muy desfigurado tras los innumerables desastres que
se han ensañado con él, especialmente el pavoroso
incendio acaecido en 1971 que redujo a pavesas los
excepcionales bienes muebles del interior y que a punto
estuvo de dar al traste con la fábrica, en el que se perdieron, entre otras muchas obras, el magnífico retablo
ensamblado por Gonzalo Ramiro y las preciosas esculturas y relieves que lo ornaban salidos de las gubias de
los toresanos Esteban de Rueda y Sebastián de Ucete,
sin duda el retablo y las tallas de más valor artístico de
los que existían en la provincia de Salamanca.
La obra de la iglesia se inició en tiempos de don Juan
de Bracamonte Briceño, quien en su testamento,
otorgado el 16 de julio de 1521 ante el escribano
Alonso Martín, ordenaba que su cuerpo, “si no estuviese acabada la capilla mayor... la qual tengo comenzada
a facer e se face de cada dia hasta que lleguen a la torre de
campanas, mando que si estuviese fecha la la dicha capilla
que mi cuerpo sea sepultado en la dicha capilla al
tiempo que falleciere...”4. Una inscripción
en el brazo meridional del crucero
nos informa que las capillas,
la mayor y las del crucero,
se acabaron en 1535,
en tiempos de don
Alonso de Bracamonte, siendo mayordomo Gonzalo
Galán, lo que se
aviene con la escritura de licencia
otorgada el 20 de
febrero de 1532
por el obispo de
Salamanca don
Luis Cabeza de
Vaca, quien daba
permiso para que
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la obra iniciada por Juan de Bracamonte pudiese ser
concluida por don Alonso, su primógenito; al padre y
al hijo se deben pues la capilla mayor, el crucero y el
primer cuerpo de la torre, obras plenamente góticas 5.
Nada sabemos del arquitecto que proyectó esta obra,
cercana a Pedro de la Nestosa pues se puede relacionar con otras salmantinas. En un segundo momento
se levantarían los restantes tramos de las naves, realizados a partir de la década de los cuarenta y que concluirían en 1590, documentándose la intervención de
Juan de la Puente antes de 1584, a quien se puede
atribuir la portada de poniente y seguramente los dos
últimos tramos de las naves, respondiendo ya a unos
criterios clasicistas que la hacen un ejemplo excepcional dentro de la arquitectura salmantina del siglo
XVI. La capilla de San Antonio, coetánea a la obra de
la nave, se abre a ella en la tercera capilla del evangelio, constando que se construyó en 1559 bajo el
patronazgo de don Cristóbal Gutiérrez, que para ello
legó la cantidad de 45.000 reales. Más tarde, entre
1600 y 1614, se levantó el cimborrio, sustituido a
mediados del siglo XVIII por otro de ladrillo que tras el
incendio de 1971 dio paso al que hoy vemos. En
1760, ante el estado de ruina eminente del cimborrio
se escribe al duque de Frías para que se repare la iglesia, solicitando informes a algunos arquitectos como
el dominico fray Marcos de la Rosa, y también a
Francisco Sabattini y a Ventura Rodríguez, de quien
se conserva un precioso plano6, y a otra serie
de maestros locales que se venían
ocupando de la ruina del
mismo7. Por último, señalar que a finales del
siglo XIX la iglesia
conoció la intervención del arquitecto
Joaquín de Vargas
tras el incendio
acaecido el 16 de
agosto de 1893,
obras que no modificaron sustancialmente la imagen de la iglesia
pues afectaron
únicamente a los
muros de entibo
JARDINES, SITIOS Y CONJUNTOS HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
que se levantaron para trabar los pilares y que dieron
al interior una imagen de arquitectura clasicista.
La capilla mayor, panteón de los Bracamonte, acoge
los arcosolios donde reposarían los restos de don
Gaspar de Bracamonte y de su esposa doña María de
Bracamonte, obras que materializó en 1643 el cantero
Juan de Herrera y que no llegaron a servir para el
fin que se construyeron pues los condes recibieron
sepultura bajo unas sencillas losas de granito sitas en
uno de los ángulos del claustro del convento de las
Madres Carmelitas.
El convento de las Madres Carmelitas8
Gracias al rico archivo que conservan las Madres
Carmelitas conocemos con detalle los pormenores de
su fundación y otra serie de datos relativos a los preciosos tesoros que se custodian en su clausura9.
Intentaremos resumir en unas breves líneas la historia
Convento de las Madres Carmelitas
de la fundación. El primer intento de fundar un convento de carmelitas en Peñaranda se debe a doña
María, condesa de Medellín y de Prado, tía de don
Gaspar de Bracamonte, proyecto que se vio truncado
por fallecer ésta en 1646. La devoción que la condesa
sentía por la Santa la heredó su sobrino, acrecentada
tras leer el capítulo X de las Fundaciones donde se narra
cómo el Señor libró de las penas del infierno a don
Bernardino de Mendoza por haber fundado las carmelitas de Valladolid. En 1649 don Gaspar confió sus
deseos de fundar el convento al padre Nicolás de Jesús
María, quien se encarga de exponérselos al padre
general fray Jerónimo de la Concepción, quien acepta
la idea y promete presentar y defender el proyecto en
el primer Definitorio que se celebrase. El padre
Gabriel de la Madre de Dios, electo Definidor General
por la provincia de San Elías, expuso algunos reparos
a las pretensiones de don Gaspar, especialmente en lo
tocante a dos aspectos que él creía fundamentales: le
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parecía grave limitar a 13 el número de religiosas así
como la dificultad de no existir religiosos de la Orden
en Peñaranda, problemas que hicieron desistir al
conde, quien intentó fundar una capilla dedicada a
Santa Teresa en la iglesia parroquial. En 1660 fue
nombrado por Felipe IV virrey en Nápoles partiendo
para Italia al año siguiente e interviniendo allí en la
renovación de la iglesia de las Carmelitas cuya fundación databa de 1607, agradecido tras la curación de
unas fiebres tras encomendarse a la Santa. No abandonó su idea de fundar un convento de carmelitas en
Peñaranda y desde Nápoles encomendó a Antonio
Monasalve, oidor del Consejo, se interesase ante los
superiores de la Orden para que allanasen e hiciesen
lo posible por solventar los problemas, idea que fue
cuajando en el padre Nicolás de Santa María, vicario
general, y en el Definidor General por la provincia de
Castilla la Vieja, quienes aceptaron la idea, aprobándose en el Definitorio General celebrado en Alcalá en
1661. Los detalles de la fundación, tales las rentas con
las que se sutentaría el convento, 2.000 ducados, así
como los capellanes, dos, que evitarían el desplaza-
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miento de los frailes de Duruelo, se fueron perfilando
y concretando con don Juan de Aguirre, regidor de
Ávila, en quien había delegado el conde para éstos y
otros detalles así como para elegir el sitio en que se
levantaría el nuevo cenobio, aconsejando don Gaspar
las condiciones que debía reunir el lugar e imponiendo que la advocación sería de Nuestra Señora de
Loreto. En el Definitorio de 1667 se aprobaron las trazas del hermano Juan de San José y a continuación se
buscó y eligió el sitio donde se levantaría el convento
para poder así comenzar las obras, prolegómenos que
son narrados por el padre Silverio de Santa Teresa y
están recogidos en el Libro Protocolo que se conserva
en el archivo del convento10.
Don Gaspar impuso algunas condiciones relativas no
sólo a la advocación sino también a ciertos detalles
decorativos que no siempre fueron respetados. Se
establecía que en el retablo sólo estaría la custodia, que
él enviaría desde Italia, y que el remate lo presidiría la
imagen de Nuestra Señora de Loreto que tenía en su
oratorio, enviando él incluso la planta de la capilla de
Iglesia de San Miguel
Portada de la iglesia de San Miguel
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Loreto, diciendo que tenía dos delineadas por un lego
de la Cartuja. Lo primero que se construyó fue la capilla de Loreto, a espaldas de la capilla mayor de la iglesia, y a continuación ésta, el claustro y las demás
dependencias conventuales, obras que en su mayor
parte parece estaban concluidas año y medio más
tarde, siendo ayudado fray Juan de San José en la
dirección de los trabajos por un tracista de la Orden.
El 19 de octubre de 1669 las monjas estaban ya reunidas en el palacio del conde y se encontraban en
Peñaranda el padre general, fray Gabriel del Santísimo
Sacramento, y los superiores de Ávila, Medina de
Rioseco, Duruelo y Medina del Campo, así como don
Gabriel de Esparza, obispo de Salamanca, quienes
asistieron al día siguiente a la toma del hábito de las
aspirantes y a la elección canónica de los oficios de la
comunidad, momento en que se puede dar por concluida la fundación, no así las obras del conjunto que
se prolongarán al menos hasta comienzos de la centuria siguiente, momento en que fray Pedro de la
Visitación levanta en el lado del evangelio la capilla de
San José y en 1714 el atrio, proyectos de los que se
conservan las trazas, así como del enlosado de la iglesia. Los siete años que median entre la fundación y la
muerte de don Gaspar y de su esposa, catorce meses
después de él, fueron suficientes para hacer llegar
desde Italia una serie de obras de arte, especialmente
pinturas que, como veremos más adelante, constituyen una verdadera pinacoteca de pintura barroca italiana única en Castilla y León.
La planta y exterior de la iglesia, de ladrillo visto salvo
las partes nobles como son las portadas, responden
en general a lo que se ha llamado genéricamente estilo carmelitano. Planta de cruz latina de brazos muy
cortos, nave de tres tramos, y sendas capillas dedicadas a San José y a Santa Teresa abiertas, respectivamente, a la nave en las costaneras del evangelio y de
la epístola. A las espaldas de la capilla mayor se sitúa
la capilla de Loreto, de igual anchura que la nave de la
iglesia y dividida en cuatro tramos que voltean bóvedas barrocas decoradas con yeserías que dibujan en
planta formas geométricas. Desde los brazos del crucero se accede a la sacristía y a las dependencias conventuales, orientadas éstas, como es norma, al sur. El
claustro, como los de otros muchos conventos de la
Orden, es de pequeñas dimensiones, de gran sencillez
arquitectónica y muy austero, a base de cinco arcos de
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medio punto en el piso inferior y adintelados en el
superior, todos cerrados, y con bóvedas de lunetos en
cada una de las capillas, excepto las de los ángulos que
lucen bóvedas de arista. Se completa el conjunto con
la casa de la demandadera y la portería, ambas flanqueando la fachada principal que preside el atrio, en
uno de cuyos lados se abren viviendas que pertenecieron al convento, cerrados los otros dos por unas
tapias rematadas en rejas y abriéndose la puerta de
ingreso en la costanera norte, proyecto que se realizó
siguiendo la traza pergeñada en 1714 por fray Pedro
de la Visitación.
Sin pretender hacer un inventario de los variados y
excepcionales bienes muebles, ya lo hicimos y publicamos en su día, que se conservan en la iglesia y en el
convento, reseñaremos aquellos que por su importancia y calidad merecen ser resaltados. La capilla mayor
la preside un retablo del siglo XVII de los denominados
“canescos”, semejante y casi idéntico al del convento
de las Carmelitas de Alba de Tormes y como él seguramente proyectado en Duruelo por fray Francisco de
Jesús María y materializado por Juan de Arenal. Sin
lugar a duda lo más interesante del retablo es el lienzo de La Anunciación que lo preside, obra de Lucas
Jordán y que según consta fue enviada entre el 13 de
septiembre y el 12 de octubre por el conde juntamente con otros cuatros lienzos del napolitano11. La pintura sigue el modelo del grabado de Caraglio de una
Anunciación de Tiziano, guardando relación con la
que pintó Lucas Jordán para San Ginés de Madrid. En
el cuerpo bajo de la calle central del retablo, a manera
de gran expositor, se encuentra colocado el magnífico
expositor de jaspe y malaquitas de colores verdes,
rojos y grises, completándose la arquitectura con
pequeñas figurillas de bronce sobre las columnillas del
segundo cuerpo. Sabemos que se realizó entre 1670 y
1671, cuando el conde escribe a las madres y les
comunica que “...en la custodia que ha de servir en el altar
maior se travaja fino que con las mentiras que de ordinario
rifan los oficiales espero en Dios que saldrán muy bien por
ser diferentes jaspes y bronces dorados...”; en septiembre
el sagrario estaba ya asentado y se pensaba en colocar
unas gradas, indicándonos que ambas se hicieron en
Madrid12. El ático lo preside un magnífico Calvario de
bronce enmarcado por columnas de ébano que tiene
un frontón triangular partido adornado con detalles de
Convento de las Madres Carmelitas. Retablo de la capilla de Loreto
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broce en pedestales y enjutas. Las figuras están inspiradas en las obras de Bernini y es seguramente el que
se registra en el Libro Protocolo del Archivo, cuando
se cita “...otro tabernáculo de ébano en que está N.S. donde
está Nuestra Señora y San Juan que el respaldo de él se hijo
y una mesa grande para coger los recados... este señor está
en lo superior del retablo...”.
A ambos lados de las costaneras del presbiterio se han
colocados dos lienzos: en uno se representa a la
Virgen con el Niño acompañados de Santa Isabel y
Santa Ana, obra que copia la Madonna del`Impanata de
Rafael pintada por el murciano Lorenzo Vila, un gran
copista del florentino como bien lo demuestra la
Sagrada Familia con San Juan Niño, frente a la anterior
y ambas firmadas.
En el brazo este del crucero lo preside un retablo atribuido igualmente al maestro Arenal. En él se ensambla una pintura de Cristo ayudado por el Cirineo, obra de
Lucas Jordán que guarda relación con el lienzo del
mismo tema que se conserva en la iglesia de Santa
María de Nápoles, constando que fue uno de los cinco
cuadros enviados por el conde entre el 13 de septiembre y el 12 de octubre de 1669 “...cinco pinturas grandes
del Jordán: La Encarnación, la Oración en el Huerto, un
Ecce homo, la Cruz a Cuestas y el Descendimiento...”. En
el banco se han ensamblado una serie
de pinturas sobre cobre que
tiene un gran interés
por su calidad:
La Anunciación, copia
de un
original de Murilllo; La Adoración de los pastores,
siguiendo un modelo de Rubens que conocemos a través de un grabado de L. Vosterman; La Pesca milagrosa, inspirada en un grabado de S. á Bolswert del original de Rubens, y Las Bodas de Caná, obra seguramente de S. de Vos. En el brazo oeste del crucero lo preside un retablo gemelo del anterior y en él encontramos ensambladas una serie de magníficas pinturas. Lo
preside un lienzo de La Dolorosa, obra firmada por
Lucas Jordán, y en el banco un conjunto de pinturas
sobre cobre de gran calidad: La Virgen con el Niño; La
Trinidad de la tierra, copia del lienzo del mismo tema de
Rubens conocido a través del grabado de Shelte á
Bolswert; La degollación de Santa Catalina, firmada en el
ángulo inferior derecho. S. D. Vos. In.et f.1636, y La
Adoración de los Reyes, igualmente copia de un cuadro de
Rubens conocido a través de un grabado de L.
Vosterman fechado en 1621.
No termina aquí la magnífica serie de pinturas. En los
brazos del crucero se hallan colocadas una serie de
pinturas sobre lienzo a cada cual de más calidad.
Sobre la puerta de la sacristía una obra que representa a Santa Rosa de Lima, la primera santa americana,
lienzo que tras la restauración a que ha sido sometido
ha recobrado todo el colorido y ha recuperado la calidad que se ocultaba tras una gruesa capa de polvo y
suciedad. Posiblemente sea obra de
Lazaro Baldi, quien en 1668,
con motivo de la canonización de la
Santa, pintó
una serie
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lienzos para la iglesia romana de Santa María Sopra
Minerva. La pintura de
Cristo en el pretorio, en el
brazo sur de poniente, es
otra de las obras de Andrea
Vaccaro, recientemente restaurada, en la que ya se puede
apreciar el colorido y la técnica del
napolitano. Para terminar con esta galería de obras italianas excepcionales no podemos olvidar
el cuadro de Pilato mostrando a Cristo al pueblo judío, obra
de Lucas Jordán y que al igual que las dos anteriores ha
sido recientemente restaurada.
Destaquemos las pinturas que ornaban las paredes de
la iglesia, pendientes de estudio, y que han podido ser
catalogadas al ser bajadas para limpiarlas. La Matanza
de los inocentes; La Epifanía; La Virgen con el Niño y San
Juanito y La Adoración de los pastores, apenas perceptibles hace unos años por estar colocadas en alto y llenas de suciedad, y que han podido ser documentadas
como obras de los pintores españoles F. A. Diego Vega
Bazán, Diego Díez Ferreras y Enmmanuel F. P.T.
A la nave se abren dos capillas: la de San José, en el lado
del evangelio, y la de Santa Teresa, en la epístola. La primera, levantada en 1714 siguiendo la traza de fray
Pedro de la Visitación, la preside un retablo con la imagen del titular, que recientemente, tras el descubrimiento de una cartela en el pedestal que estaba oculta tras
una moldura del sagrario, hemos documentado como
obra del excepcional escultor Villabrille y Ron; la capilla
de Santa Teresa, en el lado de la epístola, frontera de la
anterior, la preside una imagen de la Santa de escuela
castellana, acompañada de una serie de lienzos salidos
de los pinceles de José García Hidalgo, que dejó su firma
en la Imposición del manto y collar.
Detalle de la Plaza Mayor
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La capilla de Loreto, situada a las espaldas de la capilla mayor, de escasas dimensiones, nos sorprende
por la calidad de las obras de arte que se exhiben.
Aquí vemos una copia del retrato original de don
Gaspar de Bracamonte, fundador del convento, con
una inscripción en la parte inferior del lienzo en la
que se nos da cuenta de los innumerables cargos que
desempeñó y dónde reposan sus restos13. El retablo
que preside la capilla, obra barroca del siglo XVII, sin
otro interés si no fuese por la Virgen de Loreto, de
mármol, que luce en la hornacina del ático, que estaba en el oratorio del fundador y fue enviada por él
desde Nápoles. Obra excepcional es la urna de bronce con los restos de San Faustino, constando que fue
donada al conde por su tío el cardenal Portocarrero,
es obra napolitana de indudable interés, como lo son
las que figuran en las hornacinas laterales, de bronce
y ébano e igualmente italianas. Se completa el conjunto con una espectacular talla napolitana de San
Pedro de Alcántara, traída de allí al igual que dos
Niños Jesús en 1669. No acaban aquí las sorpresas,
obra excepcional, apenas conocida pese al indudable
valor histórico y artístico, es el relicario que se oculta
tras unas sencillas portezuelas de madera, obra siciliana donde los más diversos materiales: ámbar, oro,
márfil, etc., acogen infinidad de reliquias bajo cristales de roca, con un lignun crucis y una pequeña custodia que remata en la figura de la Santa, destacando el
Calvario de ámbar y quizá coral e incrustaciones de
márfil14. Sin salir de la capilla vemos otra de las obras
importantes, Los Novísimos, de cera policromada,
copia del que existe en Florencia, corservándose
alguna replica en el Museo del Prado, y obra sin duda
cercana a Gaetano Giulio Zumbo.
La clausura depara gratas sorpresas pues en ella se
conservan una serie de obras de arte de gran interés.
En el coro alto se puede admirar una preciosa Santa
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Teresa escribiendo del pintor Alonso del Arco; dos grupos de cera representando La Adoración de los reyes y la
Última cena, obras rococó, sin duda francesas; un
lienzo de la Virgen del Carmen entre San Joaquín y
Santa Ana salido de los pinceles del vallisoletano
Diego Díez Ferreras, de igual factura que la Sagrada
Familia que se puede admirar en la capilla de Loreto
y ambas del mismo artista. En la sala baja de recreación había, hoy están repartidas por los muros de la
iglesia, una preciosa pintura del Entierro de Cristo,
obra de Leandro Bassano que ha recuperado toda su
belleza tras una limpieza y restauración que ha permitido admirarlo y valorarlo, resaltando el original
marco. No menos importante es el lienzo de La
Anunciación, copia del siglo XVII de La Anunciación de
Santa Annunziata, de Florencia, siguiendo sin duda la
realizada por Alejandro Allori que se conserva en El
Escorial. En la sala alta de recreación un preciso grabado de la Sagrada Familia con la inscripción:
Bellegrani pinx. Venetet(?), Caesar Majest en
Charles(?)A.V.
En el locutorio se podían ver el precioso lienzo de La
Transverberación de Santa Teresa, magníficamente
restaurada para la exposición que sobre pintura
napolitana se celebró en Madrid, donde fue catalogada como una obra excepcional e inédita de Lucas
Jordán, y la Virgen de Guadalupe, preciosa, seguramente de Arellano.
En uno de los ángulos del claustro se encuentran las
sepulturas de los condes, cubiertas con unas sencillas
y toscas lápidas de granito donde figuran las siguientes inscripciones: “Aquí yaze el Exmo. Sr. Conde de
Peñaranda D. Gaspar de Bracamonte; la de la condesa:
Aquí yaze la Excm.a Sra. Condesa de Peñaranda Dª. Mª.
de Bracamonte fundadora del cto.murº Año de 1677”.
En las paredes del coro bajo se encontraba una preciosa pintura sobre cobre que representa La Transverberación de Santa Teresa, con marco de plata, y una
pintura sobre tabla de La Coronación de la Virgen, posiblemente de Guido Reni pues es exacta a la que se
conserva en el Museo del Prado. Un delicado Calvario
de bronce en el que aparecen Gestas y Dimas, sin
duda otra de las muchas obras napolitanas que conserva el convento.
En los altares de las capillas de los ángulos del claustro se encuentran colocadas una serie de pinturas de
indudable interés, especialmente Las Ánimas del purgatorio, obra napolitana que creo de Lucas Jordán, inspirada en La Intercesión de la Virgen por las ánimas del purgatorio que se encuentra en la iglesia napolitana de
Santa María del Pianto, o la Sagrada Familia, del tantas veces citado Diego Díez Ferreras.
No podemos por menos de referirnos a la riquísima
colección de orfebrería barroca salmantina que se conserva en su interior, pues no en vano Manuel García
Crespo trabajó para el cenobio dejándonos algunas de
las obras más preciosas de la provincia como son la
custodia de sol, las sacras o el expositor, por no citar
los relicarios de la Santa y de San Juan de la Cruz,obras
anteriores que hasta hoy eran desconodidas.
No podemos olvidar la Ermita de San Luis y el
Humilladero, que sin tener el interés de los monumentos anteriormente citados complementan el patrimonio Histórico Artístico de la villa.
Es posible que en la memoria de algunos peñarandinos perviva la imagen del convento de franciscanos de
Nuestra Señora de Gracia, levantado a partir de 1571 en
el sitio que ocupaba la ermita de Santa María de las
Viñas, donada a los frailes por el obispo don Fernando
de Mendoza, terrenos que se ampliaron con otros
cedidos por don Juan de Bracamonte de Guzmán, de
los que tomó posesión fray Martín de Sotomayor15.
Del convento aún eran visibles algunos restos a finales del siglo XIX, y existe una fotografía antigua que
nos hace lamentar aún más su pérdida. De la fuente
que levantó Pedro de Bárcenas en junio de 1622 sólo
conocemos el dibujo de la traza que presentó al consistorio para su construcción, ignorando cuándo y
cómo desapareció.
Pocos Conjuntos Históricos han sufrido tantos y tan
pavorosos desastres como la villa de Peñaranda, varios
incendios en la iglesia, entre ellos el de 1971, y la explosión del polvorín cercano a la estación que arrasó parte
del caserío, lo que nos hace valorar aún más los monumentos que se han salvado de la destrucción y que figuran por derecho propio, especialmente el convento de
las Madres, entre los más importantes de la provincia.
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