Religión e Iglesia ante la soberanía vasca

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Religión e Iglesia ante la soberanía vasca
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Religión e Iglesia
ante la soberanía vasca
as religiones primitivas surgieron como
formas de expresión mítica y simbólica
de la identidad de los pueblos. En el
entorno misterioso para aquellas gentes
que vivían y se relacionaban entre sí y
con la nat
naturaleza, iba adquiriendo conciencia su
identidad expresada en mitos, símbolos y ritos. En
el caso vasco, al decir de Oteiza, la religiosidad
estética se relacionaba con la intimidad vasca,
plasmada en el cromlech representación del vacío
(huts) y de la manera propia de ser vasco y ver el
mundo desde su lengua propia, el euskera.
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En esta comprensión vasca de la realidad, los
mitos, al igual que en otros pueblos, eran sagrados; expresaban y significaban su comprensión de
la existencia, de la vida y de la muerte, que relacionaba íntimamente personas, animales y cosas:
Ama Lur, Mari, Urzia, Eguzki, Ilargi….
LA CRISTIANDAD Y EL SOMETIMIENTO
DE PUEBLOS
En el devenir histórico de las civilizaciones, culturas y religiones, algunas se sintieron superiores
y, en su afán de poder, se hicieron dominantes e
invasoras, conquistadoras. No ocurrió así en otros
muchos pueblos. Entre ellos, Euskal Herria y su
mitología religiosa fueron ciertamente defensoras
y protectoras del pueblo, de su tierra, de su cultura
y lengua, pero no colonizadoras.
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Sin duda, la irrupción religiosa más potente y
avasalladora en occidente fue la llamada cristiandad. Iniciada por Constantino con habilidad política para sus objetivos estratégicos en su decadente
imperio, fue utilizada a lo largo de la edad media
y moderna por emperadores y reyes como un instrumento religioso-político para anular nacionalidades y culturas. La misma institución eclesiástica,
Félix Placer Ugarte
Félix Placer Ugarte
en lugar de ser liberadora de opresiones, como
proclamaba el evangelio anunciado, se alió en
épocas determinadas con la espada de imperios y
reinos para cristianizar pueblos. Aunque minoritarias, no faltaron voces religiosas que se alzaron en
defensa de las gentes esquilmadas y masacradas en
el nuevo mundo (Bartolomé de Las Casas, Francisco de Vitoria, entre otros). Pero el poder eclesiástico y político ahogaron aquellas denuncias.
Una de las demostraciones más flagrantes de
anulación de sentimientos y conciencia populares
en Euskal Herria, sometida ya en Amaiur –símbolo
de la lucha vasca por su soberanía–, fue la inquisición y sus criminales procesos religioso-políticos
que perseguían anular todo resquicio mitológico
y creencias ancestrales, símbolo de una identidad
siempre mantenida en la conciencia popular.
En el contexto de la dominante cristiandad y
promovida por las instituciones forales vascas, se
erigió (1862), precisamente, la diócesis de Vitoria,
que incluía Bilbao y San Sebastián. No faltaron voces, entre ellas la del abad electo de Sto. Domingo
de la Calzada quien, en carta al ministro de “gracia
y justicia”, advertía del peligro de aquella decisión
pastoral que “…contribuiría a formar en España
una nacionalidad distinta y una base de separación
“Kristau munduaren historia luzean, estatu-nazio, erreinu eta inperioen ikasbideak menperatu
du norabidea, non herriak ez diren aintzat hartu eskubide osoko subjektu bezala, eta beraien
errebindikazioak menperatu eta ezabatu dituzten ideologia eta botere menperatzaileak erabiliz,
guzti hau eta mendetan zehar erlijio ofizialaren bedeinkapenarekin”.
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política…”. Con el fin de evitar aquella desviación
fueron nombrados obispos con total garantía política de fidelidad a la Corona española, que se
apresuraron a vigilar y censurar todo atisbo nacionalista vasco (no español, por cierto) entre el clero.
El carlismo y, sobre todo, el nacionalismo de
Sabino Arana se apoyaron en la religión católica
para sus proyectos políticos. Según el fundador del
PNV “Euzkadi (independiente)deberá ser católica,
apostólica y romana…”. También el clero vasco
vio en la soberanía nacional vasca la mejor garantía de la confesionalidad católica.
Con signo totalmente diferente y opuesto, la sublevación militar de 1936 encontró en la jerarquía
española el necesario aliado para su victoria política e ideológica. El llamado “nacionalcatolicismo”
impuso en Euskal Herria la “total incorporación al
movimiento nacional, por ser defensor de los derechos de Dios, de la Iglesia Católica y de la Patria,
que no es otra cosa que nuestra madre España”,
como proclamó el administrador apostólico de
Vitoria F.J. Lauzurica (1937-1943) en su primera
carta pastoral.
VOCES EN DEFENSA DE EUSKAL
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Sin embargo y a pesar de la represión político-religiosa, no faltaron voces del clero vasco en defensa de su Pueblo. Censuradas y castigadas, fueron
el testimonio en aquellos oscuros años de la afirmación de los derechos de Euskal Herria, de sus
características étnicas, lingüísticas, sociales, denunciando el “genocidio” de una nación, como lo
expresó el “escrito de los 339 sacerdotes vascos”
(1960).
Desde Mateo Múgica hubo que esperar hasta
Mons. Añoveros para que un obispo alzara su voz
a favor de Euskal Herria, de sus “propias características y personalidad específica… de su derecho a
conservar su propia identidad”. Tales afirmaciones
pastorales provocaron la consiguiente reacción política ante lo que el moribundo régimen franquista
consideró como “un gravísimo ataque a la unidad
nacional española”.
La Conferencia Episcopal Española, fiel a sus
tradicionales convicciones españolistas afirmaba
que “las naciones, aisladamente consideradas, no
gozan de un derecho absoluto a decidir sobre su
propio destino...Resulta moralmente inaceptable
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Sin embargo, los obispos vascos de años anteriores, liderados por J.M. Setién ya habían afirmado en repetidas ocasiones los derechos individuales y colectivos de Euskal Herria para solucionar
el conflicto político y lograr la auténtica paz.
También grupos cristianos, movimientos de Iglesia y, en especial, las Comunidades Cristianas Populares, la Coordinadora de Sacerdotes de Euskal
Herria, Herria 2000 Eliza defendían con tesón y
constancia los derechos de este Pueblo a decidir, a
la autodeterminación, como vías de una auténtica
solución del conflicto político y como un camino
democrático hacia la paz.
INDEPENDENCIA, LAICIDAD E IGLESIA
En la larga historia de la cristiandad ha dominado,
por tanto, el paradigma de los imperios, reinos y
estados-nación donde los pueblos no han sido reconocidos como sujetos de pleno derecho y sus
reivindicaciones fueron sofocadas y anuladas desde la ideología y poder dominantes, bendecidos
por la religión oficial durante siglos.
En el caso de Euskal Herria ha sido particularmente represiva la negación de sus derechos
colectivos. Desde los denominados “Reyes Cató-
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Pero la muerte del dictador no enfrió el patriotismo español y la llamada “transición política” reafirmó en su Constitución -no refrendada en
Euskal Herria- la “indisoluble unidad de la Nación
española, patria común e indivisible de todos los
españoles”.
que las naciones pretendan unilateralmente una
configuración política de la propia realidad y, en
concreto, la reclamación de la independencia en
virtud de su sola voluntad…” (Sobre nación y nacionalismos, 2005).
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“…herri guztien eskubideak, tartean
autodeterminazioa eta independentziarena
aurkitzen direlarik, jatorki ez badira
hartzen eta ondratzen, ez da posible
egiazko bakerik” (Pablo VI)”.
licos”, el sometimiento de los pueblos y la anulación de su soberanía e identidad han sido una
constante hasta hoy, como la historia lo demuestra
(para más información y bibliografía cfr. mi trabajo
La religión en Euskal Herria, Txalaparta 2010).
Actualmente los contextos han evolucionado en la cultura y en la sociedad. La laicidad y
aconfesionalidad estatales son el marco que establece las nuevas relaciones entre Estado e Iglesia.
Los mismos mitos –que nunca mueren– y tuvieron
en otras épocas un sentido religioso y sagrado, se
comprenden y viven hoy desde connotaciones
seculares y laicas expresándose en múltiples formas estéticas, culturales, convivenciales, sociales.
Y continúan encontrando una amplia resonancia
en la conciencias como símbolos que expresan el
sentido identitario, ahora ya, en un cada vez más
extendida conciencia laica.
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En estas nuevas referencias se expresaba el
papa Pablo VI (1974) afirmando que “...hasta que
los derechos de todos los Pueblos, entre los que
se encuentran el de autodeterminación y el de independencia, no sean debidamente reconocidos y
honrados, no podrá haber paz verdadera”. Su sucesor, Juan Pablo II, insistía en una de las jornadas
mundiales por la paz (1999) en que “…una de las
formas más dramáticas de discriminación consiste
en negar a grupos étnicos y minorías nacionales
el derecho fundamental a existir como tales. Esto
ocurre cuando se intenta su suspensión o depor-
tación, o también cuando se pretende debilitar su
identidad étnica hasta hacerlos irreconocibles”.
Sin embargo, en Euskal Herria, los actuales obispos, nombrados en la línea ideológica de la Conferencia Episcopal Española y de su presidente Mons.
Rouco, no parecen proclives a afrontar desde esos
presupuestos y afirmaciones éticas y pastorales la
solución íntegra del conflicto político y de sus consecuencias, a pesar de la afirmaciones y equilibrada defensa de todos los derechos de Euskal Herria,
expuestos en varias ocasiones por los anteriores
obispos vascos; en concreto, en una Carta pastoral
conjunta de los obispos de Bilbao, San Sebastián y
Vitoria ante el Referéndum sobre el Estatuto de Autonomía (19.8.1979) recordaban que “…ni la unidad de un Estado, ni la independencia de un pueblo, ni cualquiera de las fórmulas intermedias son
realidades definitivas…Ninguna de ellas puede ser
considerada como la única forma legítima a la luz
de la fe ni excluida en nombre de la fe”. E insistían
en otro lugar en que “la opción política en favor de
la independencia de un pueblo es éticamente aceptable” (“Erradicar la violencia, debilitando sus causas”, 1985). En una criticada Carta Pastoral de estos
obispos, ”Elkarhizketa eta negoziazioa pakerako
bide /Diálogo y negociación para la paz”(1987),
afirmaban el derecho de autodeterminación que
corresponde a cada pueblo, y proponían vías del
diálogo y la negociación, excluyendo el recurso a la
fuerza armada para imponer un determinado modelo político que debe ser refrendado por la voluntad
popular manifestada legítimamente.
J.M.Setién ha sido, sin duda, el obispo vasco
que más ha incidido en la reflexión ético-política
sobre esta temática. La profundidad y alcance de
sus escritos no permiten desarrollarlos aquí con la
debida extensión. Baste citar algunos párrafos, recogidos de sus “Obras Completas”:
“La opción nacionalista como proyecto sociopolítico-cultural no puede ser rechazada como
algo perverso y por ello inaceptable por una conciencia cristiana rectamente formada… Ni siquiera
si esa opción se propone en términos de soberanía
e incluso de independencia” en O.C. II, pag. 25).
Y, por tanto, recuerda en otro lugar: “El principio
de intangibilidad de la unidad de Estado no puede
ser elevado a la categoría de un principio doctrinal político inconmovible o al rango de una norma
ética a la que haya de sujetarse necesariamente la
voluntad de la comunidad”(O.C.II, pag. 684).
SOBERANÍA Y RECONCILIACIÓN
En la nueva situación política y social, tras el cese
definitivo de la lucha armada de ETA, la reconciliación es una tarea ineludible y un objetivo difícil,
pero alcanzable. La Iglesia vasca, por boca de su
jerarquía se refiere a ella con insistencia aunque
sin concretar sus términos y dimensiones.
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Es evidente que se trata de una categoría de
complejo significado y profundas implicaciones
para personas –sobre todo, para las víctimas de
tanto sufrimiento y daño infligido por ambas partes– y para instituciones gubernamentales ancladas
en la permanente acusación de terrorismo a quienes persiguen objetivos independentistas; también
para partidos encerrados en sus posiciones beligerantes y para la misma izquierda abertzale y su capacidad para el diálogo abierto y flexible superando posturas en otro tiempo intransigentes.
Pero, a mi entender, la clave de una reconciliación auténtica comienza y consiste ante todo y en
principio en el reconocimiento de los sujetos. Será
imposible una verdadera reconciliación si uno de
los términos no es reconocido en su plena expresión y ejercicio de todos sus derechos. Mientras
a Euskal Herria se le niegue desde el poder que
emana de la Constitución española su derecho a
decidir, el diálogo, la consulta, la reconciliación
no serán entre iguales.
Como ya subrayé en esta misma revista recordando a tres entrañables compañeros, auténticos e
incansables inspiradores del diálogo, la reconcilia-
Probablemente tenga mucho de utopía la Europa de los Pueblos soberanos en este momento,
como también lo tiene, dentro de la globalización
neoliberal, una sociedad igualitaria en una Europa de bienestar para todos, solidaria con los países
más pobres del mundo, ecológica, con igual reconocimiento y respeto para culturas, lenguas, religiones. Sin embargo Euskal Herria puede ser hoy
un lugar, junto a otros Pueblos de la tierra, donde
nacen y se cultivan esas flores prometedoras de los
frutos de un mundo distinto y donde es posible soñar y hacer realidad la existencia libre de personas
y Pueblos solidarios. Proponer y favorecer estas
propuestas es una auténtica apuesta ética, evangélica y eclesial por la paz.
“Benetako adiskidetzea, lehendabizi eta
ororen gainetik, subjektuen eta beraien
eskubide guztien onarpenean datza jatorriz.
Espainiako konstituziotik datorkion boterea
erabiliz, Euskal Herriari erabakitzeko
eskubidea, elkarrizketa eta kontsulta egitea
ukatzen zaionean, adiskidetzea ez da
berdintasun egoeran emango”.
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Así lo expresaban con claridad los textos citados de autoridades de la Iglesia. La reconciliación
en cualquiera de sus dimensiones comienza por
el mutuo y pleno reconocimiento de los sujetos.
Y desde una perspectiva laica, tanto el “Acuerdo
de Gernika” como la ”Declaración de Aiete” instaban a una reconciliación basada en el reconocimiento y reparación de todas las víctimas, por vías
plenamente democráticas de diálogo y acuerdo y
también de un reconocimiento que alcanza a la
realidad nacional vasca y su derecho a decidir, sin
exclusiones.
ción y la soberanía vascas, Joseba Goñi, Jexuxmari
Zalakain-hoy injustamente preso político-y José
María Rz. Erdozain, se trata, en definitiva, de que
los diversos Pueblos o Comunidades Nacionales
lleguen a ser dueños de sí mismos y al mismo tiempo solidarios con los demás Pueblos del mundo’
(en Herria 2000 Eliza, Soberanías y Pacto, 2005).

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