Juan Pablo II Santo - Instituto Juan Pablo II para la Familia

Transcripción

Juan Pablo II Santo - Instituto Juan Pablo II para la Familia
2
3
Juan Pablo II Santo
Memoria del Congreso organizado por
el Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia
Universidad Anáhuac México Norte
Huixquilucan, 31 de marzo de 2014
4
Coordinadores de la edición: Mtro. Miguel Santiago Flores Colín
P. Gaspar Guevara L. C.
Colección Memorias
Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia
No está permitida la reproducción total o parcial de esta obra, ni su
tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio,
ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el
permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.
Derechos reservados:
© 2014, Instituto Cencalli S. C.
Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia
Av. Lomas Anáhuac # 46 Col. Lomas Anáhuac
Huixquilucan, Estado de México C. P. 52786
Teléfono (55) 53 28 80 80
[email protected]
www.familia.edu.mx
Primera edición
Hecho en México
5
Índice
DOCUMENTOS
Mons. Livio Melina
Carta a los vicepresidentes, decanos
y profesores de las Secciones y Centros Asociados ............. 7
SS. Francisco I
Homilía de la Misa de la Canonización
de los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II ............................... 10
INTERVENCIONES
Dr. Óscar Perdiz Figueroa
El panorama amoroso en la actualidad:
urgencia de repensar el amor ................................................. 14
Dr. Daniel Alberto Medina Pech
El amor humano en el corazón y en la mente
de Juan Pablo II ........................................................................ 22
Dns. Juan José Blázquez Ortega
San Juan Pablo II: un hombre de Dios ................................... 26
Mons. Christophe Pierre
Homilía de la Misa de Acción de Gracias
por la Canonización de Juan Pablo II ..................................... 45
6
Documentos
7
Carta de Mons. Livio Melina
a los vicepresidentes, decanos y profesores
de las Secciones y Centros Asociados
del Pontificio Instituto Juan Pablo II
para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia
Livio Melina
Roma, 26 de enero de 2014
Queridos amigos:
En los próximos meses hay dos eventos que nos esperan y
nos llaman a una especial responsabilidad.
En primer lugar, como saben, el próximo 27 de abril, el
Papa Francisco elevará a la gloria de los altares, junto con el
Beato Juan XXIII, también a nuestro querido Juan Pablo II,
fundador de nuestro Instituto. Si es un evento de gracia para
toda la Iglesia, lo es en modo particular para nosotros.
Acogemos este evento con estupor y gratitud, como la gracia
que nos confirma y la certeza de poder seguir la misión que se
nos ha confiado con la certeza de una nueva y singular
asistencia celestial. Lo celebramos con un Congreso dedicado al
“Papa de la familia”, en el cual deseamos que, a través de
cualificadas experiencias de vida emerja lo que desde hace
treinta años es nuestra experiencia y convicción verificada: que
su enfoque, expresado sobre todo en la “Teología del cuerpo”,
es la manera pastoral más eficaz de ayudar a las personas para
corresponder a su vocación al amor.
Por otro lado, tenemos por delante la celebración de dos
Sínodos que el Papa Francisco ha querido dedicar a los desafíos
de la familia en el horizonte de la evangelización. El Santo
Padre desea empujar valientemente a la Iglesia para colocarse
8
en la perspectiva y la dinámica de la misión hacia las personas
más lastimadas por la vida y más marginadas.
Las temáticas que se proponen a la atención de la Iglesia
entera, a través del cuestionario preparatorio, han reabierto un
amplio debate, en el cual, a nivel de la opinión pública, se han
querido poner en discusión nuevamente algunos puntos
esenciales del Magisterio y de la praxis de la Iglesia en
referencia al matrimonio y a la familia. De esta forma ha
surgido un problema real quizá no atendido: la distancia
existente entre la enseñanza oficial de la Iglesia y, por otro
lado, la vida y prácticas concretas en tantas iglesias locales.
De cara a esta situación que crea notable turbación,
nuestro Instituto juega un papel único al servicio de la Iglesia.
Hace falta superar cierto desánimo inicial y afrontar las
circunstancias determinadas de la iniciativa del Papa Francisco
como una ocasión de gracia y de responsabilidad únicas para
ofrecer la reflexión que se ha venido madurando en estos años
en nuestro Instituto. No se trata evidentemente de abandonar
los principios o de adaptarlos a una mentalidad secular, pero
tampoco se trata de atrincherarse en una defensa que se limita a
repetir nuestras convicciones. El desafío delante del cual nos
encontramos es aquel de mostrar en manera serena y fuerte,
argumentada y convincente, la conveniencia humana de la
propuesta cristiana sobre el matrimonio y la familia, como
elemento esencial y no secundario de la nueva evangelización.
Por todo lo anterior, en Roma hemos organizado dos
seminarios y congresos que afronten los temas centrales para el
Sínodo (del cual les enviamos en archivo anexo los programas).
Hemos invitado también a expertos que tienen enfoques
diversos al nuestro con el fin de propiciar un debate abierto y
franco. Con ese mismo espíritu los invito a todos ustedes a
pensar y realizar iniciativas análogas además de la publicación
de artículos, libros –sean científicos que divulgativos- que
pongan en el debate público los temas más pertinentes sobre
los temas del Sínodo. Es muy importante que en estos dos años
9
el Instituto esté presente de manera decisiva; que sea
protagonista en el debate.
Teniendo delante esta situación he pensado que sea
oportuno posponer para el año 2017 la celebración de la III
Semana Internacional de Estudios, estos es, después de la
celebración de los Sínodos y de la previsible publicación de la
Exhortación apostólica que se les dedicaría. En un principio,
dicha semana internacional estaba prevista para el mes de
agosto de 2015 y el tema central era la generatividad.
Finalmente, les pido renovar nuestro vínculo de
comunión en la oración. Este momento en el que estamos
llamados a vivir es ciertamente único e implica un reto no
exento de dificultades. Les sugiero promover en los días
sucesivos a la canonización, una especial novena de oración a
nuestro Santo Fundador, teniendo como intención especial la
buena marcha del Sínodo y la fidelidad de nuestro Instituto a su
misión eclesial. Pidamos a la Santísima Virgen, Nuestra Señora
de Fátima, y al beato Juan Pablo II que nos protejan desde el
cielo y que nos ayuden a ser dóciles y valientes discípulos del
Señor, que seamos testigos y alegres apóstoles convencidos de
la verdad sobre el amor humano en el plan divino; que seamos
personas de esperanza humilde para corresponder generosamente a nuestra vocación y servicio en bien de tantos
hombres y mujeres que son nuestros hermanos.
Livio Melina
Presidente
10
Homilía de la Misa de la Canonización
de los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II
II Domingo de Pascua (o de la Divina Misericordia)
27 de abril de 2014
SS. Francisco I1
En el centro de este domingo, con el que se termina la
octava de pascua, y que san Juan Pablo II quiso dedicar a la
Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo
resucitado.
Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los
apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de
la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, como hemos
escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que
habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara
aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se
apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos:
Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus
llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre
acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se
arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn.
20,28).
Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son
también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo
resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque
aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por
nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer
que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia,
fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos:
«Sus heridas nos han curado» (1 P. 2,24; cf. Is. 53,5).
1
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2014/documents/papafrancesco_20140427_omelia-canonizzazioni.html
11
San Juan XXIII y san Juan Pablo II tuvieron el valor de
mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su
costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo,
no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la
carne del hermano (cf. Is. 58,7), porque en cada persona que
sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la
parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y
el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes y obispos y papas del siglo XX.
Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios
fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del
hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la
misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas;
más fuerte, la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las llagas de
Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva»,
junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P. 1,3.8). La esperanza y
el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que
nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual,
purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la
cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a
causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el
gozo que los dos papas santos recibieron como un don del
Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al
Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera
comunidad de los creyentes, en Jerusalén, de la que hablan los
Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47), como hemos escuchado
en la segunda Lectura. Es una comunidad en la que se vive la
esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con
simplicidad y fraternidad.
Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II
tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el
Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su
fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo
largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los
santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la
12
convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una
delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para
la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado por el Espíritu. Éste
fue su gran servicio a la Iglesia; por eso me gusta pensar en él
como el Papa de la docilidad al Espíritu santo.
En este servicio al Pueblo de Dios, san Juan Pablo II fue el
Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría
gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta
subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre
la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo,
ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios
intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de
camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio
pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio
de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona,
porque siempre ama.
13
Intervenciones
14
El panorama amoroso en la actualidad:
urgencia de repensar el amor
Dr. Óscar Perdiz Figueroa2
Introducción
La mayoría de las relaciones amorosas en la actualidad
son desgraciadas, desastrosas o están destinadas al fracaso; es
decir, son infelices y condenadas a no durar.
¡Qué manera tan positiva de comenzar la semana! ¿a
quién le sorprende esto? ¿a quién le choca esta afirmación?
No estoy exagerando, basta ver las estadísticas, están
llenas de divorcios, existe un generalizado terror a casarse,
muchos optan por la convivencia a prueba, hay una cantidad
enorme de madres solteras, de hombres solos, se difunden los
embarazos no deseados, matrimonios no queridos. A cualquier
cosa se le llama matrimonio. ¡cuántos matrimonios son el fruto
de una auténtica decisión! ¡cuántas personas están casadas solo
porque así tocaba! ¡Cuánta gente se acerca al matrimonio sin
saber lo que es, sin ni siquiera estar convencido de lo que hace
o se casa con la persona equivocada! ¡Cuantos se casan pero en
el fondo de su corazón, siguen con el compañerito o la
compañerita de la prepa!
Todo esto es sorprendente. Sorprenderse es ya el inicio
de una vida sabia: los animales no se sorprenden, se comienza a
ser viejo cuando uno ya no se admira (aunque tenga 18 años) y
no es casualidad que el símbolo de la sabiduría sea la lechuza,
ese ave con los ojos siempre sorprendidos.
Doctor en Teología con especialidad en Familia por el Pontificio Istituto
Giovanni Paolo II per Studi su Matrimonio e Famiglia de la Pontificia Università
Lateranse. Responsable Nacional de Formación del Pontificio Instituto Juan
Pablo II para la Familia, Sección Mexicana.
2
15
Por qué amamos como amamos
De la admiración surge la cuestión más importante: ¿por
qué amamos como amamos? La respuesta es relativamente
sencilla:
1. Primero porque tenemos inconscientemente unos
modelos de amor que se siguen sin cuestionarse.
2. Segundo: Porque tenemos en general una concepción
del matrimonio partida y que nos han impuesto
3. Tercero porque ni se piensa ni se cuestiona el amor: y
esto es quizá más sorprendente y grave:
1. Los modelos de amor que hemos heredado
Aquí se descubre otra pregunta: ¿Quién nos enseña a
amar o dónde aprendemos a amar? La respuesta es también
sencilla: las historias de amor. ¿y dónde más va estar la
educación amorosa? En las canciones, en las películas, en la
literatura, en las poesías y en las telenovelas, en las revistas.
Lo asombroso es que la infinita mayoría de las historias
tienen muy poco que ver con el matrimonio o conciben el amor
como algo ajeno a él o proponen el matrimonio como “la tumba
del amor”.
Otra cosa sorprendente es que casi todas las historias en
el fondo repiten, desde hace ocho siglos, la historia por
excelencia de amor apasionante e imposible: Tristán e Isolda.
En ese sentido no hay mucha originalidad.
Entonces ¿cuáles son los modelos de amor que la
sociedad impone? Se pueden identificar claramente tres y han
ido creciendo como una bola de nieve hasta llegar a nosotros.
El primero y más lejano es el amor cortés, este
complicado modelo surge como una reacción contra los
matrimonios arreglados a mitad del Medievo. “Me he visto
obligada a casarme con Marcos pero el amor de mi vida es
Tristán”: Amor sí, matrimonio no o amor contra matrimonio: de
hecho la historia de amor entre Tristán e Isolda es
elementalmente la historia de un adulterio. Es la historia de
16
amor por excelencia, eternamente representada: es la historia
emocionante y entretenida, el principal ingrediente de todas las
historias de amor imposible que vendrán y harán gimotear de
emoción a tantas generaciones, desde Romeo y Julieta hasta la
última telenovela vulgar que estarán rodando en algún pueblo
mágico. El amor cortés está impregnado por una visión
pesimista del cuerpo e implica una idealización de la mujer y
del amor en general: está claramente impregnado por la herejía
cátara pero en el fondo es un intento por rescatar lo genuino
del amor.
El segundo modelo de amor es el romántico, ya muy
cercano a nosotros en el siglo XIX: para el romanticismo amor
es sinónimo de enamoramiento, y el matrimonio no es otra
cosa que la tumba del amor: “enamoramiento sí, amor no”.
Tratando de sintetizar al máximo, nuevamente se trata de una
reacción contra el matrimonio puritano y contra la familia
tradicional y burguesa.
El enamoramiento constituye una de las grandes
contradicciones humanas, es el sentimiento más paradójico, el más
íntimo y relacionado con lo eterno. Es una probada, una
experiencia, apenas un roce de lo eterno, un anhelo convencido
de eternidad: “¡estar contigo para siempre sin que nadie nos
separe! ¡Eres el amor de mi vida! ¡fundirnos para siempre en
una historia que no acabe nunca!”. Pero es un sentimiento y un
sentimiento es por definición lo que acaba. Por ello algunos
sostienen que uno se enamora de veras, una sola vez en la vida:
la primera.
El romanticismo es la pretensión de vivir enamorado
siempre; el resultado es la búsqueda obsesiva de nuevas
experiencias amorosas y el cambio continuo de “pareja”: porque el
amor acaba.
No es de extrañarse que las historias de amor que todos
conocemos terminen con la muerte prematura de los
personajes o– terminen en el matrimonio, basta pensar en las
telenovelas: y vivieron felices y comieron perdices justo cuando
debía comenzar la historia.
17
Uno se pregunta: ¿y después qué? Nada más que
responsabilidad, contrato y aguantarse.
Nuestro tercer y más reciente modelo o paso de amor es la
Revolución sexual: se trata de un complejo fenómeno social que
consiste esencialmente en el ideal de una vida fácil –después de
los horrores de las guerras– la liberación de todos los tabúes
sexuales impuestos por la moral y la religión, etc. Lo
fundamental es que reduce el amor a sexo, aquí se da un paso
más: se ve el matrimonio como una estructura artificial que
impone un montón de cargas que nadie quiere ni puede
soportar. La consecuencia es la separación entre amor sexo y
procreación: Sexo si, enamoramiento, engancharme no.
2. El modelo actual
Estos tres modelos de amor han dado origen al modelo
actual: Amor líquido: “usémonos mientras nos disfrutemos, para
eso no tienes que volverte una pasa sino yo encontrar a otro
que me satisfaga”.
La característica de los líquidos –a diferencia de los gases
y de los sólidos– es que tienen la misma fuerza de cohesión que
de repulsión: eso es el amor actualmente: “me da igual estar
contigo porque podría estar con cualquiera”: la tremenda
fragilidad en las relaciones. Relación pura o pura relación.
En este modelo el amor es básicamente consumo: “usar y
sentirme libre de tirar a la basura cuando ya no me satisfaces”;
es lo que se hace con todas las cosas: se tiran cuando se
adquiere otra, no cuando dejan de servir: amar es consumir y
consumir consiste en desechar sin comprometerse.
Se entra así en una dinámica destructiva: las
consecuencias de este tipo de amor solo pueden ser la angustia
y miedo a terminar en el basurero del amor. De allí la obsesión
por ser sexy, la religión del cuerpo y la alucinación por las
operaciones, que lo único que hacen es retrasar la fatídica hora
de terminar desapareciendo en el cajón del desamor.
La gran intuición de los tres modelos es el intento por
rescatar la libertad del individuo frente a los moldes sociales
18
que imponen el matrimonio como un contrato y frente a la
responsabilidad que impone. Esto significa que quizá aún no
sabemos lo que es el matrimonio y que consciente o
inconscientemente se excluye de él el amor.
3. Matrimonio sin amor
La tercera pregunta casi sobra: ¿cuál es el modelo de
matrimonio que se nos ha impuesto durante siglos? Una
relación de responsabilidades. Y a partir de Kant: la obsesión
occidental por el deber y en el fondo la desconfianza luterana
por el hombre. En general se ha limitado a reducir el
matrimonio a deber, a objetividad, a responsabilidad. En todo
esto tienen mucha culpa un cierto realismo objetivista y el
idealismo: “Amor o responsabilidad”. Los últimos siglos han
estado marcados por un moralismo puritano, que condena el
placer y ve las relaciones sexuales casi como un mal menor. En
general hay un pleito, una esquizofrenia entre matrimonio y
amor.
Lo anterior ha convertido el amor en algo parecido a
subir el Everest por el lado de la muerte: hay una ruta
relativamente segura aunque pesadísima. Hay también una
vertiente lóbrega por donde algunos pocos han logrado subir
pero que está sembrada de cadáveres, o sea de fracasos.
Aquí se comprende la gran intuición y sutileza de Karol
Wojtyla al proponer “Amor y responsabilidad” y con ello, el
rescate del cuerpo (el cuerpo humano es un cuerpo amoroso y
nupcial) y del sentimiento como una brújula para el actuar.
Introducir el amor erótico al matrimonio como la expresión
máxima del cuerpo que es de por sí nupcial. Pues la vocación
del hombre es el amor, su especificidad, lo que lo distingue de
los animales.
4. El olvido de la persona
¿Por qué no se piensa en esto a pesar de la importancia
que tiene? Aquí hay otra sorpresa: se estudia de todo menos el
19
amor, normalmente se le delega al futuro y el futuro es por
definición lo que no existe. Hay una desproporción tremenda
entre el progreso técnico y las cuestiones profundamente
humanas: como la sexualidad, el amor, el matrimonio y la
familia. Son éstas las que deciden la felicidad y el destino del
hombre. Por ello decía Marcel que la crisis actual es una crisis
metafísica, de olvido de la persona. Hoy estamos mejor pero no
por ello somos mejores.
En general el hombre vive anestesiado por el trabajo, las
prisas y la falta de reflexión. El hombre actual vive en grandes
ciudades que se caracterizan por las aglomeraciones y las
muchedumbres. A pocos les sorprende que para todo haya que
hacer filas, que todos los lugares están llenos: los hoteles, los
restaurantes, las calles, los supermercados y centros
comerciales, los cines, las playas o los trasportes y arterias
urbanas. Extrañarse y sorprenderse por esto es ya comenzar a
entender.
Esta situación de aglomeración y muchedumbre corre el
riesgo de convertirse en una situación de masa. De hecho en las
sociedades actuales impera el hombre masa. La masa es por
definición lo que no opina ni piensa por sí mismo, lo propio del
hombre masa es pertenecer a la corriente y dejarse arrastrar y
vivir ¨porque sí”. Si la sociedad actual está masificada, no puede
regirse a sí misma, significa que se asiste hoy a la peor crisis que
una época o país puede atravesar. La masa se caracteriza por no
valorarse a sí misma, no se cuestiona. Quien se siente vulgar o
mediocre ya está pensando y ha salido de la masa, pero el
hombre masa está contento y no se cuestiona, se siente con
derecho a la vulgaridad y la impone donde va y quien no piense
como todos corre el riesgo de ser excluido. Hay que recordar
que fueron las masas lo que acabó con el imperio romano.
La masa ancla la vida en lo que no dura, la publicidad por
ejemplo se caracteriza por un poco de verdad y mucha
falsedad. El hombre masa no conversa, se limita a la charla
trivial, a hablar de lo que no construye. Toma como ideal la vida
sin esfuerzo y sin dolor, el capricho. Y confunde todo esfuerzo y
disciplina con autoritarismo. No se cuestiona las cosas se limita
20
a que lo motiven, que lo arrastren que lo entretengan, que le
aterricen las cosas. De allí el éxito que tienen los cursos de
superación, de imagen, las terapias, la reducción de las terapias
a religión y la religión a terapias, a “coaching”, que sean fáciles
y le resuelvan la vida, no se buscan maestros, de magis “que
llevan a lo mejor” sino “facilitadores”.
Las universidades corren cada vez más el riesgo de
renunciar a formar en lo universal, en lo personal y de reducir
su oferta a técnicas, pasos, recetas, cursos y terapias;
renunciando con ello a abrir mentes a lo universal y más bien
cerrándola a lo miope y particular. El hombre masa está
condenado desde que sale de la universidad a realizar el resto
de la vida un montón de cosas que le impone la rutina de la
vida.
Ya en los años cincuenta se lamentaba Camus de que la
vida en las ciudades se convierte en una anodina e inalterable
rutina, colgando siempre del reloj: levantarse sobresaltado y
con prisas, desayunar de prisa, tráfico, trabajo, comida,
trabajo, tráfico y descanso. Los fines de semana: alguna fiesta,
cine, alcohol y el domingo, soportar la convivencia familiar y
ordenar las cosas para el trabajo y así semanas, meses y años lo
mismo: Pour la plupart des hommes, vivre se ramené à «faire le
gestes que l’habitude commande» (para la mayoría de los
hombres vivir se reduce a ejecutar los gestos que impone la
costumbre).
De allí el sinsentido y lo absurdo de la vida. El hombre
masa es el nuevo Sísifo, ese personaje al que «Los dioses
condenaron a rodar una pesada piedra hasta lo alto de una
montaña desde donde rodaba hacia abajo por su propio peso…»
día tras día lo mismo: arrastrar la piedra hasta la cima. “Il n’est
pas de punition plus terrible que le travail inutile et sans
espoir”: no hay castigo más terrible que el del trabajo inútil y
sin esperanza”.
21
Conclusión: urgencia de una gramática del amor
La vida es drama pero a veces se la reduce a tragedia:
delegar la propia vida a los demás; o a comedia: la actitud
cínica. Estoy seguro que los únicos dos sentimientos que no
experimentó Cristo en toda su vida fueron el aburrimiento y el
cinismo.
La vida humana tiene grados de intensidad: puede ser vivida
desde lo social, lo psíquico y lo personal. Vivir a nivel social
consiste en conformarse con las costumbres. Quedarse en el
nivel psíquico es reducir la vida a bienestar emocional y a
comodidad individual sin aspirar a más.
En el nivel estrictamente personal, el individuo toma las
decisiones y es consciente de sus actos, da razón de sí mismo.
Quedarse en los dos primeros niveles es limitarse a vivir
dormido. Aquí hemos llegado ya a Karol Wojtyla y a la urgencia
de una gramática del amor frente al analfabetismo afectivo
reinante: la cuestión central “Quiero saber y sentir qué es el
amor: quero que tú me lo enseñes” puede significar dos cosas:
“quiero usarte para sentir el amor” o “aprendamos juntos lo que
es el amor, entregándonos mutuamente”. O vivir para el amor o
vivir amando a alguien.
22
El amor humano en el corazón y en la mente
de Juan Pablo II
Dr. Daniel Alberto Medina Pech3
Estas palabras quieren ser sólo una breve aproximación al
corazón de un ser humano de nuestro tiempo, hijo de familia,
hermano, prójimo de todos, enamorado de Dios y de su Iglesia,
sacerdote y pontífice, cuya vida, cual perfume de nardo que
llena la casa (cfr. Jn. 12, 3), se percibe ya como fragancia de
santidad en medio del mundo pues, en realidad, él hizo del
mundo su casa ya que si en vida su amor convocó pueblos y si
en su muerte reunió a casi todas las naciones, su canonización
será una ocasión de esperanza renovadora para el orbe.
La sonrisa que tanto cautivó al mundo, reflejo de un alma
pura y universal, de un corazón de poeta y pastor, sin duda
tiene raíces muy profundas que se reflejan en sus escritos.
Existe en éstos un centro y un fulcro que podemos descubrir en
las palabras del mismo Juan Pablo II le escribe al Profesor
Giovanni Reale, agradeciéndole el haber reunido en una sola
obra todos sus escritos literarios, poesía, drama y teatro: “Al
centro de cada escrito se encuentra siempre el hombre en
cuanto persona. Es una clave interpretativa, la cual, recibe de la
Revelación pleno valor. En efecto, es precisamente en el
encuentro con Dios y el diálogo con Él como el hombre toma
conciencia de sí mismo como “persona”, imagen del Ser
subsistente, que de hecho no es soledad, sino absoluta y
misteriosa comunión”.
Para Karol Wojtyla esta conclusión no es algo
especulativo, en el mundo de lo ideal. Es un amor vivo, se trata
de él mismo, es un amor humano con innegable sabor a familia:
Doctor en Teología con especialidad en Familia por el Pontificio Istituto
Giovanni Paolo II de la Pontificia Università Lateranse. Responsable de la
Comisión Diocesana para la Familia, Juventud, Laicos y Vida en la Diócesis de
Toluca.
3
23
la suya propia. Como filósofo llegaría a escribir que para
conocer a una persona hay que partir de la experiencia, de las
acciones concretas. Y eso es precisamente lo que él vivió en su
infancia, adolescencia y juventud: amor humano purificado en
el dolor por la muerte de su madre, de su hermano y de su
mismo padre. Amor humano con sabor a dolor por los efectos
de la guerra y la ideología, y, en medio de ella, amor humano en
la experiencia de amistad con jóvenes de ambos sexos. Amor
humano con sabor divino en su encuentro con la experiencia
mística de San Juan de la Cruz.
Éste es el núcleo experiencial de donde nace su visión
sobre el amor humano, sí, muy humano, pero que también
desde su pequeñez y fragilidad participa del amor divino
gracias a Jesucristo que ha tomado nuestra naturaleza. Y así,
contemplando a Cristo, el verdadero amigo que da la vida por
sus amigos, concluye que el amor humano en su esencia y en su
centro es una acción exodal de sí mismo, es salir de sí para
donarse al otro y su máxima expresión es la cruz. Así es como
lo descubre en la Sagrada Escritura y, desde ella, lo descubre
también en el arte y la poesía y en la reflexión filosófica sobre
el Ser mismo. Por eso, el citado profesor Reale puede decir que
el vasto conocimiento que admiramos en Juan Pablo II le viene
de su íntima vena espiritual como poeta, teólogo y filósofo sin
ignorar la aportación positiva de la ciencia humana.
Ese amor, por tanto, genera en cada ser humano una
responsabilidad hacia el otro y esta responsabilidad debe
generar acciones concretas, acciones éticas, de belleza, bondad,
verdad y unidad: “No se puede pensar sólo con un fragmento
de verdad, es necesario pensar con toda la verdad” escribe el ya
inminente San Juan Pablo II. Y este amor humano, sin dejar su
centro que es Jesucristo, es puesto en evidencia en su
esplendor de belleza y verdad en el matrimonio y la familia, en
donde el proyecto de Dios Creador se plasma continuamente
en la historia. Para el Papa de la “Carta a las Familias” el amor
esponsal y familiar está tan profundamente unido al amor de
24
Cristo Esposo que, con singular audacia llama a la familia
esposa de Cristo:
“La familia misma es el gran misterio de Dios. Como
«iglesia doméstica», es la esposa de Cristo. La Iglesia
universal, y dentro de ella cada Iglesia particular, se
manifiesta más inmediatamente como esposa de Cristo en la
«iglesia doméstica» y en el amor que se vive en ella: amor
conyugal, amor paterno y materno, amor fraterno, amor de
una comunidad de personas y de generaciones” (CF 19).
Toda la vida personal y pastoral de Juan Pablo II se puede
decir que transcurrió en la contemplación y profundización de
este amor humano que, a través del sacramento del
matrimonio, participa del amor divino. En su conjunto, los
escritos del hasta ahora Beato son un canto poético de su
corazón al amor humano, matrimonial y familiar, cuna de la
vida humana y fuente de riqueza para la sociedad misma. Son,
podría decirse en nuestro tiempo, un eco del Cantar de los
Cantares pues, en realidad, el amor humano, transformado por
el amor divino es el verdadero canto que suena en la historia.
De allí brota en Karol Wojtyla su humanismo, un amor al
hombre, al grado que se le puede aplicar, parafraseando el título
de un libro dedicado a Francisco de Asís, Juan Pablo II no es el
hombre que quiso ser Santo, sino el Santo que quiso ser
hombre, es decir, un poeta de la grandeza y belleza de la
dignidad de ser hombre, varón y mujer, grandeza que consiste
en mirar y seguir a Jesucristo modelo del hombre, que nos
enseña, como dice Gaudium et spes: “Esta semejanza –con Diosdemuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios
ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud
si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS 24).
Entrega personal, es decir, no sólo en el espíritu sino en
también con el cuerpo (FC 11), al cual considera como un
sacramento de la persona, como un signo de la entrega total y
25
de todo esto fundamenta lo que él llama una antropología
adecuada, fundamento real del amor humano, del cual fue y es
cantor con experiencia de plenitud en la santidad.
26
San Juan Pablo II: un hombre de Dios
Dns. Juan José Blázquez Ortega4
Parece que el título original de la conferencia “Juan Pablo
II Santo” quiere resaltar la figura del Papa polaco, más allá de
las calificaciones mediáticas o sentimentales a las que estamos
acostumbrados todos. Y ésa sería una justa dimensión de su
personalidad, modelada por una vida de intimidad con Dios.
Pero, me he permitido modificarlo levemente, de cierto modo,
por el de “San Juan Pablo II: un hombre de Dios”, por las
razones que expondré.
Pero, antes quisiera agradecer la invitación que se me ha
hecho para hablar de ello, más que animado por la confianza en
un profundo conocimiento histórico o de la espiritualidad del
Papa Juan Pablo II, que no tengo, me alienta el pensar que he
podido compartir parte del mundo que lo vio nacer, crecer y
madurar como hombre. Me refiero no sólo al hecho de visitar
casualmente como turista su patria polaca o de residir en ella,
sino al de ‘habitar su tierra’, es decir, estar en ella
experimentando su vida propia, presente sobre todo en su
gente, su lengua, su credo y su cultura. Me anima también el
hecho de pensar que, de este modo, pueda quizá ayudar a
reencontrarnos con Juan Pablo II, con su imagen real y
verdadera, más cercana, a descubrirlo de nuevo como una
figura humana palpable de la santidad y del amor de Dios.
Me ha parecido que, en razón de este propósito, en mi
caso particular lo mejor sería seguir tres líneas de indagación,
cuyo orden no es precisamente cronológico aunque lo parezca:
la primera, es la consideración de Karol Wojtyła como filósofo
Candidato a doctor en Ciencias humanísticas, área de Filosofía con
especialidad en Filosofía de la Naturaleza y Ciencias Naturales por la
Universidad Católica de Lublin Juan Pablo II – KUL JPII/Departamento de
Biología Teórica, Lublin, Polonia). Profesor-investigador de tiempo-completo,
director adjunto del Centro de Estudios en Ciencia y Religión (CECIR) de la
UPAEP.
4
27
polaco; la segunda, como profesor en la Universidad Católica de
Lublín; y, la tercera, como “el teólogo del cuerpo”. En todo
caso, procuro no perderlo de vista como hombre de fe y como
pastor supremo de la Iglesia, que es el modo como fue
universalmente conocido, y teniendo presente su riquísimo
magisterio pontificio, especialmente el de las Encíclicas
Veritatis splendor, Evangelium vitae y Fides et ratio.
Seguramente, ustedes conocen también la extensa y
completa biografía que del Papa hizo George Weigel, “Testigo
de esperanza”, a fines de los años 1990’s. Y, desde luego, los
libros autobiográficos e icónicos del Papa, Cruzando el umbral
de la esperanza, Don y misterio, el conjunto poemático Tríptico
romano, y, finalmente, Memoria e identidad, publicado poco
antes de su muerte. Estos me servirán también como marco de
estas reflexiones, aunque lamento adelantar que, sin embargo,
no me detendré en los datos biográficos que ahí se pueden
encontrar, para no ser repetitivo.
Con todo, no obstante, debo confesar que la idea
impulsora de este perfil biográfico y doctrinal del Papa Santo
Juan Pablo II que trato de esbozar aquí, es más bien otra y tiene
su origen en el conocimiento de algunos personajes cercanos a
la vida y al corazón de Juan Pablo II, en Polonia. En un texto
intitulado “¿Quién fue precisamente Juan Pablo II?” (Lublín,
1999), escrito por el P. Tadeusz Styczeń, SDS (1931-2010),
discípulo y amigo íntimo del Papa, quien le acompañó en su
lecho de muerte, según sé, se remite a una idea planteada por
Juan Arias, uno de los primeros autores de libros sobre el Papa
(L’enigma Wojtyła) y que le hizo reflexionar: el Papa-enigma,
el Papa-misterio. Esta idea se convirtió en una inquietud, cuya
respuesta constituye la inspiración de lo que vengo a
compartirles hoy. En particular, me refiero a lo que el P.
Styczeń una vez me dijo a solas sobre Juan Pablo II y como
expresión de una honda conmoción, que no puedo olvidar. Sus
palabras, cálidas, finas y muy inteligentes, como él, fueron
éstas: “El Papa fue un gran hombre porque fue todo un
hombre”. Y yo añado, todo un hombre porque se hizo
naturalmente un hombre de Dios.
28
Pero, ¿qué significa esto? El P. Styczeń no se refería sólo a
la grandeza de alma de Karol Wojtyła-Juan Pablo II como
elogio, sino a que vivió grandemente su humanidad, como
debemos vivirla todos, siendo fieles a quienes somos. Pero, aun
así, ¿qué significa eso? Pues, esto significa que se dio todo él
mismo, como todos sabemos, con todos sus dones y
debilidades, pero no sólo viviendo a plenitud su propia vida,
entregándola al servicio generoso de la Iglesia y de la
humanidad, esto es, de los demás, sino confiándola totalmente
al designio de Dios para él. Muy en particular, esto significa que
respondió afirmativamente con su vida, sin reservas, a la
imperiosa exigencia que todos tenemos de buscar la fuente
original y originaria, es decir, la fuente inconfundible e
inagotable que dé sentido a la vida, que apague nuestra sed de
gozo y esperanza. Más todavía, respondió desde el fondo de su
ser al hecho insólito de la invitación que Jesucristo hace a todo
hombre a seguirlo como la respuesta definitiva a esa búsqueda.
Porque, por otro lado, es innegable que pensar en la vida y
en la obra de Juan Pablo II es inseparable del pensamiento de
Cristo Redentor. Este convencimiento se apoya firmemente en
la declaración programática de Juan Pablo II de que “sólo Cristo
revela plenamente el hombre al mismo hombre” (RH 10),
repitiendo la expresión del Concilio Vaticano II (GS 22). Pero,
esto no sólo lo pensó, sino que lo buscó siempre. Esto es, más
que el descubrimiento intelectual de la filosofía y la teología de
Dios como origen de toda verdad, su vida anticipó y participó
de la revelación que Cristo le hacía de sí mismo, unido
íntimamente a Él, sumergido siempre en profunda oración,
como lo atestiguan sus amigos y sus colaboradores más
cercanos. Esto es lo más saliente y provechoso para nosotros,
creo yo, del regalo que Dios nos hizo de la vida del Santo
polaco Karol Wojtyła, que llegó a ser el Papa Juan Pablo II.
Esto es así porque la revelación de Cristo la hace al
hombre concreto, a cada uno de nosotros, sólo que para
apreciarla debemos ser valientes y generosos como san Juan
Pablo II, para escucharnos en verdad, sin guardarnos nada para
nosotros mismos, dándolo y arriesgándolo todo, como enseña
29
el Evangelio: “el que quiera salvar su vida la perderá; y el que
quiera perder su vida por Mí, la salvará” (Mc. 8,35). Por otro
lado, la conocida declaración de Polonia semper fidelis,
“Polonia siempre fiel”, tuvo en Juan Pablo II una realización
acabada y concreta, precisamente porque él fue siempre fiel a
su fe, porque su vida no fue otra cosa que fidelidad a sí mismo y
a Jesucristo Salvador de los hombres.
Debemos escucharnos, decía, escuchar la voz interior de
lo más hondo de nuestro ser, porque Cristo habla ahí, en el
sancta sanctorum de la conciencia, corazón del hombre, tema
preferido del filósofo Wojtyła. La revelación que Cristo hace de
nosotros a nosotros mismos en la conciencia ocurre, sin
embargo, paradójicamente sólo en el seguimiento de su voz, sin
pretender sustituirla por la nuestra, ése fue el camino recorrido
en su largo peregrinaje como hombre que abrazó la fe de
Jesucristo y de su Iglesia.
Recordamos cómo él también nos llamó “México siempre
fiel”, estableciendo semejanzas con su nación. Quiso decirnos a
nosotros y a los polacos en México, la primera vez que nos
visitó, que nuestra patria común es la Iglesia, que ahí tenemos
nuestro lugar como cristianos, y que Nuestra Madre común es
María, alma de su espiritualidad cristiana y de nuestras
naciones que, creo yo, él las sintió muy hermanadas, como lo
siento yo, si me permiten el atrevimiento de confesarlo.
Podemos recordar a tal efecto su despedida a la comunidad
polaca en México, en ese entonces: “Deseo abrazaros una vez
más a todos con el corazón y bendeciros en este nuestro
camino polaco y católico” (27 de enero de 1979). No quisiera
que olvidáramos esto, por dos razones: una, porque es
significativo en la interpretación de su pensamiento; pero, la
otra es que ésta es una forma de decir que estuvimos cerca de
su corazón.
Karol Wojtyła, filósofo polaco
Ahora, en relación con el plan propuesto más arriba,
quisiera introducir su humanidad concreta como polaco y
30
filósofo. La riqueza de su talento filosófico indiscutible ha sido
recogido por los especialistas sumando cerca de 300 trabajos
suyos, desde 1948 hasta 2003, más unos 20 no publicados, sin
mencionar otros 50 trabajos artísticos o de crítica literaria. Sin
duda alguna, fue un potente pensador. Sus obras filosóficas más
destacadas son, sin duda, El sistema ético de Max Scheler como
medio para construir la ética cristiana (1953), trabajo con el
que consiguió su habilitación a la docencia universitaria; Amor
y responsabilidad (1960), la obra clave de su antropología y
ética de la sexualidad; y Persona y acto (1969), su obra maestra.
La filosofía en la Polonia que vivía su independencia
recién conquistada apenas en 1918, es decir, en la época de la
juventud de Karol Wojtyła, latía fuertemente, como expresión
de la vitalidad de la cultura polaca que luchaba por sobrevivir.
La corriente más destacada era la de lo que ahora se llama la
“Lógica polaca”, con Kazimierz Twardowski a la cabeza, que
combatía el irracionalismo. Wojtyła se benefició de esta actitud
y, de hecho, la incorporó a la ética. Para él, el bien se encuentra
ligado a la verdad, una verdad que es plenamente racional.
Pero, su primer contacto académico con la filosofía fue ya
como seminarista, más bien con el pensamiento escolástico
tradicional al que, no obstante su dificultad y forma, supo
aprovechar como ejercicio serio y disciplinado de búsqueda de
la verdad, que fue también, debemos enfatizarlo, la pasión de su
vida. Ya desde entonces se manifestará su decidido propósito
de buscar la verdad no en fórmulas abstractas, sino de buscarla
como experiencia vital y en fidelidad a la propia conciencia.
Por eso, se interesa después en la fenomenología, esto es, una
forma de hacer filosofía que justamente le ofrece lo que busca.
Introducida magistralmente en Polonia por Roman Ingarden, la
fenomenología polaca trata de extraer desde el fondo de las
vivencias y usando de toda la capacidad de razonar, las
verdades fundamentales sobre el mundo, el yo y Dios, en
conexión con la vida y la realidad. Este método será
característico también del Papa filósofo.
Por otra parte, unido a su talento artístico como actor y
poeta, el talento filosófico que descubre lo pone al servicio de
31
su patria y del momento histórico, muy trágico de la II Guerra
Mundial, que vive. Pero, no sólo es un joven patriota, valiente
y sagaz, consciente de su deber para con su nación, sino que
existe también en él la convicción de que como católico y como
futuro clérigo tiene igualmente un alto deber intelectual como
miembro de la Iglesia. Hay que aclarar aquí que esto se explica
también por razones históricas de las que, a veces, se habla
poco.
Me refiero a dos hechos de la cultura polaca. Resulta que
la Polonia del siglo XVIII, a diferencia de la Ilustración francesa
que culminó en el ateísmo, materialismo y anticlericalismo, y a
diferencia también del racionalismo de la Ilustración alemana,
que acabó reduciendo el misterio a pura razón y la religión a
moral, la Ilustración polaca fue inspirada y llevada a cabo por la
misma Iglesia católica, en un amplio esfuerzo nacional bien
organizado, que fue la base de la resistencia polaca que hizo de
su cultura el único recurso para conservar su existencia como
nación, en el siglo XIX, cuando los polacos se vieron obligados
a acatar el dominio extranjero, al desaparecer como Estado.
Esta tendencia político-cultural, sin embargo, continuó en la
Polonia de principios del siglo XX. Con la ocupación nazi, que
quiso arrancarle el alma a Polonia, ésta tenía que volver a su
lengua y a su cultura para sobrevivir de nuevo. Karol Wojtyła
ve comprometida su formación y su actuación por esta
imperiosa necesidad, que hace propia. Y así es toda la vida de
nuestro Santo, siempre comprometida en servir a los demás,
totalmente, sin escatimar nada que esté en sus manos.
Otra última consideración general sobre su filosofía es la
de que, aun insertándose inicialmente, como dije, en el
pensamiento tradicional, particularmente en la filosofía de
Santo Tomás de Aquino, su pensamiento propio se orientó no a
reproducirlo simplemente, sino a recrearlo, adoptando formas
de la filosofía contemporánea. De hecho, en cuanto al proceder
se refiere, su tomismo puede definirse como fenomenológicoexistencial, para diferenciarlo del tomismo clásico, inductivodeductivo. Porque, en toda doctrina filosófica, ciertamente, uno
32
puede y debe distinguir, por lo menos, entre principios,
contenido y método.
Diríamos que Wojtyła ha conservado los dos primeros,
pero ha modificado la metodología. Pero, los ha conservado no
como verdades absolutamente inamovibles y estériles, sino que
los ha renovado o reanimado por un esfuerzo de comprensión
original del pensamiento en sí mismo y por un esfuerzo de
entrar en diálogo con la cultura contemporánea. Este doble
esfuerzo es siempre una exigencia para todo filósofo, porque la
filosofía, como amor a la sabiduría, no puede confundirse con
un amor espurio a las ideas preconcebidas, sino amor a la
verdad, que es siempre novedad original, porque es experiencia
personal, pensamiento propio, respuesta a la propia vida. En
este sentido, más que un filósofo polaco con ideas nuevas,
podemos afirmar que Wojtyła fue todo un filósofo y, por
supuesto, un gran filósofo.
Ahora bien, su filosofía, nuevamente, como diálogo e
intento y comprensión de la verdad y del mundo
contemporáneo, nos muestra a un Wojtyła afanado en
comprender y ayudar al hombre concreto, de carne y hueso.
Sus elaborados análisis de la conciencia y de la acción humana
en Persona y acto, que hace decir incluso a otros filósofos
polacos que Wojtyła no es un autor fácil de entender
inmediatamente, parecen siempre guiados por el amor por el
hombre. Ésta es la clave de interpretación de su pensamiento.
No le interesa alcanzar un concepto de hombre, sino de
conocerlo, de lograr un pensamiento y un método filosófico
que le permita siempre acercarse a él y estar en contacto con él,
para poder manifestarle su amor y el amor de su Cristo amado.
Es su amor por la persona la que le ha llevado a desarrollar una
filosofía característica. No entro en la discusión, a veces ociosa,
de clasificarla como tomista o como personalista. Más bien, lo
que quisiera destacar es el perfil de ésta como realista y, de
algún modo, naturalmente cristiana, donde se subraya el
realismo y el dramatismo de la existencia humana, y que le
permite, como hombre de fe, comprender mejor que Cristo no
es una idea, ni una teoría, sino una Persona viva. De esta forma,
33
puede, a su vez, llevar a un Cristo vivo, no a una imagen falsa
de él, al hombre de hoy. Él buscaba para los demás, porque lo
vivía, un encuentro con Jesucristo vivo, no la mera
comprensión de una doctrina sobre el Redentor del hombre.
No pretendo, como se ve, hacer una exposición acabada
de su filosofía, sino que trato de sacar lo que a mi juicio nos
descubre más de su santidad como hombre de Dios, como
hombre de Cristo. También por eso, sin embargo, es preciso
ahondar un poco en su filosofía. Así que, otro rasgo de ésta es
que, con ella, “captamos no sólo la estructura subjetiva de la
experiencia por su naturaleza, sino también su vínculo
estructural con la subjetividad del hombre”, nos dice en La
subjetividad y lo irreductible en el hombre (1978). Si me
permiten interpretarlo de este modo, podemos entender con
eso que lo que Wojtyła pretende es adentrarse en la vida
interior del sujeto humano, llegar a comprender cómo
experimenta la vida, vivida desde su yo personal, descubriendo,
no obstante, que tal experiencia es posible porque el yo
preexiste a su experiencia. Pero, el yo sólo se revela en la
acción, y la acción más reveladora del hombre es la acción libre
y responsable. Más todavía, la acción más reveladora de la
estructura no puramente subjetiva de la subjetividad del yo
personal es el amor, que nos hace salir de nosotros mismos. Se
trata, por eso, de una acción extática, que no permite que
nuestra subjetividad nos encierre en sí mismos, sino que
permite la relación interpersonal. Esto es, Wojtyła nos
descubre de un modo nuevo, la apertura radical de nuestro ser
a los demás y la exigencia de arriesgar la libertad en el amor
como acción. Pero, que conste que esto mismo él ya lo vivía, en
verdad.
Por otro lado, esta acción es vista por Wojtyła no sólo en
su dimensión antropológica, sino también en su dimensión
moral. Quiere hallar la razón del bien y del mal y no se
contenta con la sola idea de un deber puramente formal y
abstracto, sino que lo halla en la estructura de la experiencia
moral del hombre. Esto es, que la vivencia moral le descubre al
hombre que sus actos no son ajenos a la estructura misma de su
34
subjetividad, o sea, que la razón del bien, del mal y del deber se
halla en la estructura de la persona, sujeto y portador de un
valor o dignidad inestimable, por su trascendencia respecto de
toda ser natural. De este modo, coloca el fundamento de la ética
nuevamente en la naturaleza personal del hombre,
distinguiéndolo netamente del mundo de los objetos. De aquí la
llamada “norma personalista” wojtyliana, esto es, la de que
nadie puede tratar a otro como un medio o como un mero
objeto útil, cuyo valor sólo está en función de otros intereses
ajenos al valor de la persona misma, o por el placer que
produce su trato con ella. El filósofo Wojtyła hace una férrea
defensa de la dignidad humana contra toda reducción indebida
de la persona humana. No hay para él otro ser más fascinante y
valioso sobre la Tierra que el hombre mismo, imagen verdadera
de Dios y como tal debe ser amado.
El Cardenal Wojtyła, un profesor Santo
Este camino intelectual del filósofo se explica, otra vez,
mejor a la luz del camino que siguen su vida y su corazón.
Como saben, el joven sacerdote, filósofo polaco, es llamado
como profesor de ética a la Universidad Católica de Lublín y
comienza sus primeros cursos en el año académico de 19541955, que continuaría hasta 1978, cuando fue elegido Sumo
Pontífice de la Iglesia. Pero, había sido nombrado antes Obispo
auxiliar de Cracovia en 1951 y, entretanto, participaría de
manera importante en el Concilio Vaticano II en 1962 y en
1963, y sería nombrado también Arzobispo titular de la misma
sede episcopal en 1963 y cardenal en 1967. De tal suerte que,
aun con obligaciones eclesiales cada vez mayores, mantuvo una
intensa actividad profesoral y académica.
La Universidad Católica de Lublín fue fundada en 1918, el
mismo año de la independencia de Polonia. Se trata de una
universidad del episcopado polaco. La elección de la ciudad de
Lublín, 160 km. al sureste de Varsovia se debió, además de las
circunstancias históricas del momento, al papel de puente entre
la Europa Oriental y la Occidental que había tenido. Esto no son
35
meros datos informativos, sino que tienen su importancia para
entender qué hacía Wojtyła ahí. Fundada para cultivar la
armonía entre el saber y la fe, formar a la intelectualidad
católica polaca y para elevar el nivel de la vida religiosa e
intelectual de la Polonia de esos años, Wojtyła se sumó a la
iniciativa una vez concluidos sus estudios doctorales en
Teología en 1948, en Roma. A este respecto, no podemos dejar
de mencionar su brillante tesis doctoral, Doctrina de la fe según
san Juan de la Cruz, escrita en latín, pero a cuyo autor leyó en
español. Ya vemos cómo la Providencia le fue ayudando o nos
lo fue acercando.
En esta tesis, que rezuma espiritualidad carmelita, a la que
conoció desde los veinte años, aplica también un análisis
fenomenológico a la experiencia mística, en el que destaca
cómo la fe es un encuentro vivo con Dios y de unión con Dios y
consigo mismo, nuevamente. Se trata de una fe intelectual
también, es decir, no ajena a la razón, pero no una razón fría y
abstracta, sino cálida y viva, como hemos señalado antes. En
este sentido, lleva a cabo un vaciamiento emocional de la
experiencia mística, para no reducir la fe a sentimiento. Por
otro lado, su análisis también descubre a Dios como Persona,
no como un mero objeto de pensamiento sino, en su caso,
como el objeto de una relación recíproca, aunque Dios siempre
permanezca en el Misterio y sólo quepa adorarlo. De cualquier
forma, se trata de Alguien con quien podemos dialogar
íntimamente en todo tiempo y circunstancia, lo que el
sacerdote católico polaco practicó él mismo. Su trabajo
consiste, diríamos, en un análisis de la experiencia de la fe que
nos permite llegar al umbral del núcleo más íntimo de la
persona humana, que es el santuario de su conciencia, donde se
refleja la imagen de Dios de modo más eminente.
Es con esta experiencia detrás que el joven teólogo
ingresa a la vida académica como profesor Teología moral en el
Seminario de Cracovia y de Ética en la Universidad Católica de
Lublín. Su primera encomienda en ésta fue la dar cursos sobre
la historia de la ética, precisamente. Notemos que con esto
puede ejercitarse en la práctica que tanto estimó, la de
36
acercarse a otros para escucharlos, para comprenderlos, antes
que juzgarlos. Para hacer esto, se necesita un mínimo de
simpatía por el interlocutor y es también en lo que introdujo a
sus alumnos, cada vez más interesados en su filosofía y en su
persona. Como prueba de ello, en una reseña sobre la
experiencia de sus alumnos le describieron como “uno de esos
profesores a los que no puede dejarse de seguir sus huellas con
un recuerdo muy agradecido por parte de sus educandos”
(Jadwiga Michalczyk, 1994).
El P. Styczeń, por su parte, lo describía como “un maestro
espléndido: discreto, no imponía su opinión, tomaba distancia,
pero no se alejaba de sus oyentes, profundamente respetuoso
del pensamiento de los demás; más aún, interesado en el otro,
en lo que decía y en quién era. Trataba los trabajos de sus
estudiantes como algo serio, como lo hacía con los suyos”. O
sea, se tomaba en serio la vida de los demás, como se tomaba en
serio la suya. Ésta fue siempre su actitud. Me atrevería a decir
que como buen cristiano, como hombre de Cristo, siempre
estuvo dispuesto a “descalzarse ante la tierra sagrada del otro”,
según la bellísima expresión del Papa Francisco en el n. 169 de
Evangelii gaudium.
Como anécdota sobre esto, por ejemplo, podría contar
cómo, debido a su cargo como Obispo, destinaba su sueldo
como profesor como beca para sus estudiantes, sobre todo a
partir de 1961, cuando tenían que viajar hasta Cracovia, a unas
cinco horas por tren, para encontrarse con su profesor. Esta
situación duró hasta su elección al papado. Pero, también es
memorable cómo llevaba a sus estudiantes de excursión, para
convivir y profundizar en sus reflexiones filosóficas y
existenciales, al calor de un amor que podía palparse. Ante esto,
debe uno confesar que, justamente, el crecimiento intelectual
rara vez se da en el vacío y en la soledad confinada en la
individualidad, más bien florece en la compañía humana de una
empresa y amistad común. Por eso, la vida de comunidad en
una universidad, en una institución educativa o en una familia
es fundamental.
37
A esto aún puedo añadir otra anécdota, pero esta ya no
como algo leído o conocido a través de terceros, sino más
directamente escuchado una vez, en un simposio dedicado a
Wojtyła en la misma universidad de Lublín, que me impresionó
mucho. Exponía un tema el Titular de la Cátedra de Ética Social
y Política, el Profesor, ahora jubilado, Jerzy Gałkowski. Este
profesor era, ni más ni menos que aquel ex-espía del servicio de
seguridad del Estado comunista, enviado para vigilar al Obispo
de Cracovia. Se trataba de un brillante alumno suyo en aquel
entonces, cuya novia también era una de las estudiantes
estimadas del profesor Wojtyła. Fue la fuerza auténtica de la
personalidad espiritual del Obispo polaco y el amor de su novia
lo que le hizo tomar la valiente decisión de dejarlo todo lazo
político con el régimen y convertirse en un buen cristiano.
Pues, en aquel simposio el ahora veterano profesor Gałkowski
narraba con lágrimas en los ojos, profundamente agradecido
cómo fueron Wojtyła y su después esposa, “quienes me
salvaron. Fue el amor el que me salvó”, nos dijo, dirigiéndose
por igual a su esposa, presente en la sala. Es más, su carrera
como profesor de la Universidad Católica de Lublín contó con
el apoyo incondicional del Arzobispo Wojtyła. Éste, una vez
más, nos da muestras elocuentes de haber sido un buen
cristiano, como sacerdote, Obispo y profesor.
Por otra parte, no estaría de más anotar aquí algo para mí
importante, que es su interés desde los años 1950’s en conectar
la filosofía, la fe y la ciencia. También organizaba excursiones
con colegas filósofos y con físicos, médicos o psicólogos. El
diálogo que hoy constatamos entre ciencias, filosofía y teología
en el mundo católico y fuera de él, se debe al impulso de su
temprano pontificado, pero esto tenía ya una larga historia. Esta
historia resultó muy provechosa incluso para él y para
nosotros, pues, particularmente, Amor y responsabilidad fue
elaborado también con la ayuda de sus amigos médicos,
psicólogos y psiquiatras.
Esta búsqueda de unir el pensamiento cristiano con el
mundo contemporáneo, así como hacerlo, de igual manera, en
comunidad, donde mediaba la amistad y la profesionalidad, es
38
algo que extendió también al trabajo filosófico estricto,
especialmente en lo que concernía a su interés por el hombre.
Cabe destacar la personalidad de figuras como la del ahora
cardenal Marian Jaworski y del P. Józef Tischner, ya fallecido,
entre muchos otros, desconocidas para nosotros quizá por el
problema de la lengua, pero a quienes habría que conocer
igualmente.
Por lo demás, el interés por el pensamiento profundo y la
cultura contemporánea, uniendo arte, ciencia y fe, filosofía y
teología, ha dejado una huella sensible en varias universidades
en Polonia y me hace recordar cariñosamente asimismo la
figura cálida por igual del Arzobispo de Lublín, Profesor y Gran
Canciller de la Universidad, Józef Życiński, fallecido hace pocos
años, una autoridad intelectual también de primer orden, sobre
todo en lo tocante al diálogo entre fe y cultura y entre fe y
ciencia, quien siempre se mostraba agradecido e inspirado por
el interés de Wojtyła por defender la vida, la dignidad humana
y la justicia. ¿Cómo no olvidar la enseñanza de Juan Pablo II a
este respecto, de defender la primacía de las personas por
encima de las cosas, de poner la prioridad en la ética por
encima de la técnica, por sostener la superioridad del espíritu
sobre la materia” (RH 16)?
Por supuesto, son muchos otros los personajes que
podríamos mencionar, profesores de su universidad, pero me
gustaría más bien concentrarme, finalmente, en lo que toca a
esta sección, en las ideas que se generaron en su alma como
fruto maduro de su vida universitaria y que permitan traslucir
su íntima relación con Dios y que explica por qué el profesor
Gałkowski afirmó que “su actividad consistió en dar darle
plenitud al hombre y a toda la comunidad en la que vivió”. Más
allá de las anécdotas, su perfil como profesor nos muestra por
igual una evolución intelectual, una maduración que, de nuevo,
no es sólo de ideas, sino de una forma de vida auténticamente
humana y de fe que se despliega en el tiempo, a la vez que
desarrollaba y maduraba su pensamiento cristiano sobre la
Iglesia y el mundo.
39
Encontramos una síntesis personal en su discurso al
mundo polaco de la cultura y de la ciencia en la Universidad
Católica de Lublín, durante la tercera visita apostólica a su
patria, en 1987. El marco general nos toca muy de cerca, pues
en aquella ocasión exhortaba: “¡Universidad! ¡Sirve a la verdad!
¡Si sirves a la verdad, sirves a la libertad! A la libertad del
hombre y de su nación. ¡Sirviendo a la verdad, sirves a la vida!”
Ésta es nuestra tarea principal en la universidad católica. Ésta es
nuestra tarea en el Instituto Juan Pablo II, y no otra. El mismo
Papa Juan Pablo II entonces se confesaba “con la conciencia de
la deuda contraída para toda la vida con lo que es la
universidad”. Éste es nuestro servicio concreto a la humanidad
que se nos acerca, a la comunidad humana que no espera
menos de nosotros. El Santo Padre tenía en mente, desde luego,
las palabras de Cristo: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará
libres” (Jn. 8, 32) y las ha asumido como programa.
Más todavía, nos dice el Papa: “Sirviendo a la verdad por
amor a la verdad y a aquellos a quienes la transmitimos,
edificamos una comunidad de hombres libres en la verdad,
formamos una comunidad de hombres unidos por el amor a la
verdad y por el recíproco amor en la verdad, una comunidad de
hombres para los que el amor a la verdad constituye el
principio del vínculo que les une”. Pero, la verdad es Cristo,
Ícono del Padre (“Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Jn. 14,
6). Ésta es la verdad que parece motivar a Juan Pablo II a
lanzarse mar adentro, en el inmenso océano del mundo y de la
historia. Esta convicción de fe profunda que acepta lo inaudito
de que un hombre, un humilde carpintero de un pueblo
pequeño, Jesucristo, sea el Camino del hombre, con todas sus
exigencias, nos debe mover a nosotros a ponernos en camino
de seguir las huellas de Santos como Juan Pablo II que
confiaron su vida al Crucificado, como Aquél que no defrauda.
Continuaré con algunos elementos de este mismo
discurso enseguida, para adentrarnos ya en la tercera y última
parte de mi exposición, pero antes quisiera decir que este rico
periodo del cardenal Wojtyła incluye al final un momento de
intensidad que pre-anuncia lo que reconoceremos después en
40
él como teólogo dramático y fuertemente simbólico. Me refiero
a Signo de contradicción, la obra que recoge los Ejercicios
Espirituales que predicó a Paulo VI en 1976. Comprendemos
con ella por qué Juan Pablo II se centra en el Dios de la Alianza,
el Dios de la Vida que quiere que el hombre viva y viva en
abundancia, que nos suena familiar en su magisterio;
comprendemos su aceptación al sufrimiento como
continuación de la oración de Cristo en Getsemaní; y
comprendemos también cómo predicó la plenitud de la vida
como la comunión de las personas en el amor.
Juan Pablo II, teólogo del cuerpo
Es muy poco tiempo para desarrollar la teología del
cuerpo del Papa Juan Pablo II, ni siquiera pretendo esbozar sus
líneas principales. No pretendo aquí un análisis pormenorizado
de las 130 catequesis que desarrolló de 1979 a 1984. No es el
propósito de la reflexión del día de hoy. Quisiera más bien
colocarla ante ustedes en el contexto de su vida como Santo.
Esta teología sólo se explica sólo como fruto de un hombre que
ama mucho al hombre, metido profundamente en Dios y que,
así, quiere llevarnos, meternos en este mismo misterio de Dios.
En aquel discurso en la Universidad Católica de Lublín el
Papa expresaba también en síntesis su teología del cuerpo en el
contexto de la historia de la salvación. Ahí apelaba a
comprender la “constitución del hombre, su puesto en el
cosmos”, para lo cual había que remitirse “al principio, al
arché”, cuando el hombre había sido creado. Pero, nuestro
puesto en el cosmos y en la historia sólo se nos revela a la luz
de Cristo, quien nos revela al Padre y a la Trinidad divina. Esta
cristología trinitaria joánica-paulina nos revela también dónde
estaba su espíritu. Juan Pablo II se entendía con Dios, porque
sabía que Dios se había hecho hombre para hacer que el
hombre fuera Dios, como dice, por ejemplo, San Agustín. ¡Y de
qué modo!
Su teología del cuerpo no sólo nos descubre el “evangelio
de la sexualidad”, con el que llama de manera particular a los
41
esposos a ser “profetas” de la verdad y del significado del
cuerpo y de su sexualidad, especialmente el uno para el otro,
sino que se trata de una teología que nos descubre el misterio
de lo que Dios es. Juan Pablo II quiere darnos a conocer la
Palabra de Dios, quiere que conozcamos la verdad de Dios, para
que, conociéndola, la probemos, quiere que seamos libres y nos
llenemos con la vida de Dios, fuente de agua viva (Jn. 4, 10). La
clave de esta teología es, desde luego, la Encarnación del Verbo.
Su teología del cuerpo, por tanto, forma parte del
entendimiento del mensaje de la salvación de Dios. En ella nos
introduce por los caminos menos sospechados, los de la
humildad de la carne, hasta el misterio altísimo de la íntima
vida divina de la Trinidad. La parte más conocida de esta
teología, que reflexiona sobre el Génesis, cuando “varón y
mujer los creó”, esta antropología riquísima se convierte pronto
en un tratado sobre la Trinidad, pero una Trinidad que “se
puede ver”, por decirlo de algún modo, en el cuerpo mismo.
Porque, si bien, “varón y mujer los creó, a imagen y semejanza
suya” (Gn. 1,27), donde además la humanidad se dice de dos y
no sólo de uno de ellos; esta imagen y semejanza, enseña el
Papa, no es sólo la de su espíritu sino también la de su cuerpo.
¿Por qué? Porque el cuerpo es sexuado y la sexualidad es,
estructuralmente, relacionalidad, referencialidad, alteridad, o
bien, complementariedad y reciprocidad. Esto es, la sexualidad
masculina y femenina de la persona humana es capacidad para
entrar en relación con otra persona, a quien estamos
orientados, a quien estamos llamados a reconocer como
persona. Más todavía, esta mutua referencialidad personal del
cuerpo humano es portadora de un imperativo antropológico,
que se corresponde con la llamada norma personalista
wojtyliana: “amar a la persona por la persona misma”. Es decir,
el cuerpo del otro, signo visible y constitutivo de su persona es
un signo elocuente ―pero que se desvela sólo por el amor― de
que la persona humana es aquel ser que ha de ser no otra cosa
que amado. La solidaridad con sus hermanos, a quienes tenía
que confirmar en la fe, se mostró ciertamente como solicitud
por hacer conocer esta verdad.
42
Porque, descubierta la amabilidad del cuerpo hombre, ésta
se hace más grande cuando reflexiona, por lo mismo, en que el
cuerpo sexuado es un llamado a la participación intersubjetiva
de las personas, esto es, a la comunión interpersonal. Es decir,
la sexualidad humana, con todos sus dinamismos, se orienta a
establecer lazos fuertes de amistad entre hombres y mujeres.
Lazos que pueden culminar en un vínculo esponsal y hasta
alianza sacramental, en donde el hombre y la mujer han de
constituirse en una comunidad de vida y de amor, en una
comunidad íntima de personas que se aman y se entregan
totalmente. Pero, resulta que esto es precisamente Dios,
Trinidad de Personas que viven en comunión de vida y de
amor, que se comparten y donan infinita y absolutamente la
riqueza insondable de sus Personas.
¿En qué estaba pensando Juan Pablo II? O, lo que
enseñaba, ¿se trataba sólo de un pensamiento teológico genial?
Yo creo más bien que no dejaba de amar a Dios y al hombre.
Que este amor fue el que le llevó a “amar el amor humano”,
como gustaba decir. Y más, porque esta revelación trinitaria en
la sexualidad humana, le permitía mostrar el camino elegido
por Dios para nuestra salvación. Porque, aceptada con
confianza la Palabra del Verbo Encarnado y la Promesa de la
Resurrección, del Dios hecho hombre, esto debía tener,
consecuentemente, un significado también para el cuerpo
humano. Gracias al cuerpo, pues, el hombre incluso puede
verse como más imagen de Dios que los ángeles, porque el
cuerpo permite la unión de las personas. En el extremo, se trata
de la humanidad, que se dice de dos, hombre y mujer, como
una imagen viva y fiel de Dios, que no es un Dios solitario sino
comunitario. Pero, esta imagen, a su vez, es una llamada a vivir
en el amor como reflejo de la vida íntima de Dios mismo.
¿Cómo no podría ser, entonces, el matrimonio como base de la
unidad de la familia?
Podríamos, por eso, completar esta reflexión con el
pensamiento del Papa Benedicto XVI, cuando nos dice en Jesús
de Nazaret que Dios ha querido crear un mundo visible,
digamos aquí, el cuerpo humano, para descubrir a través de la
43
maravilla de su ser, al ser de Dios. Pero, más aún, ha creado el
cuerpo para encontrarse con el hombre, por eso los esposos
deben ser imagen de Dios para su cónyuge y los cónyuges para
sus hijos, para que se encuentren con Dios. Al último, todavía
más, Dios ha querido al crear al cuerpo humano para establecer
una alianza con los hombres en la historia concreta de sus
vidas. La sexualidad, en este sentido, es la obra de Dios para
establecer una alianza entre los hombres y las mujeres. O bien,
por otro lado, podemos afirmar aquí lo que nos ha dicho el Papa
Francisco, recientemente: “Dios se ha encarnado para tener al
hombre cerca de su corazón”. Porque la Encarnación del Verbo
sugiere, en este plano, que Cristo es el signo elocuente de que el
cuerpo no le es ajeno a Dios, de que lo humano no le es ajeno a
lo divino, de que la Encarnación es, por decirlo así, de lo más
“natural” a Dios, a un Dios que nos ama, que siempre nos ama,
que sólo nos ama. ¡Dios ahora es carne! Esto es inaudito e
incomprensible para muchos. Pero, es el camino escogido por
Dios y en él está la vida.
Por consiguiente, la pregunta inicial de ¿quién fue
realmente el hombre que se convirtió en Juan Pablo II?, creo
que se puede formular ahora de otro modo: ¿Cómo no podía ser
él lo que fue, si vivía profundamente este misterio? Si todo el
peregrinaje de su vida fue una vida de profunda oración, de una
oración que fue contemplación, de una contemplación que se
hundía en el insondable misterio del amor de Dios por cada uno
de nosotros, ¿cómo no pensar que vivía ya en el Cielo aun en la
Tierra, cuando estuvo entre nosotros? ¿Cómo no pensar que
quizá siempre estuvo mirándonos desde el balcón de quien
tenía puestos los ojos arriba y desde allí no quería otra cosa,
sino darnos la bendición del Cielo, de la que él disfrutaba?
Conclusión
Porque, si no, no se entiende su continua preocupación
por resaltar la necesidad del amor y la misericordia, la continua
pregunta de Antígona, que contestó de manera abundante con
innumerables escritos y gestos magnánimos. El munus regale,
44
el don de la realeza que Dios ha querido para el hombre, le
llevó a predicar “el amor sincero de sí”, como el acto que más
nos engrandece. Su predicación y su apostolado por la
humanidad hay que comprenderle desde esa preciosa
definición del amor que elaboró porque lo vivía: “amar es
hacerse cargo de la vida de otro” (Evangelium vitae 40 y 87).
Pues bien, después de esta imagen obtenida con algunas
pinceladas, después de este recorrido de reflexión y
reminiscencia, que deja mucho por mencionar, podemos no
obstante comprender la figura de todo Santo como “aquél que
se identifica visiblemente con Cristo”. Finalmente, quisiera
decir también que, si bien guardando las debidas proporciones,
todos podemos afirmar algo más de Karol Wojtyła, Juan Pablo
II, al igual que lo podemos hacer de Cristo: “Él me amó a mí.
Juan Pablo II me amó a mí”. Ésta es, al menos, mi convicción,
que empezó a nacer desde el mismo día que supe de él y que,
como creo fue el caso de la inmensa mayoría, cuando supimos
de su elección como Pontífice. Esta convicción se fue haciendo,
empero, más honda, a medida que, al igual que a Jesús,
preguntamos: y, ¿quién es éste, llegado de una tierra lejana? La
respuesta no puede iniciarse sino con un mínimo de simpatía,
que después se vuelve asombro y estupor, sin duda.
¿Qué me queda decir ahora, para terminar, como alguien a
quien han invitado para hablar de su experiencia personal tras
un encuentro geográfico con la vida y obra del Santo polaco,
sino lo mismo que él nos dijo en aquella ocasión?: “No tengáis
miedo, abrid de par en par las puertas de vuestro corazón a
Cristo”. Pero son puertas igualmente hacia el interior, donde ya
está Él, esperándonos, para estrecharnos con un gran abrazo.
Así lo entendió nuestro próximo Santo y así lo vivió. De ahí el
secreto de su fuerza y entereza, de ahí el secreto de su amor y
misericordia. Niech będzie pochwalone Jezus Chrystus!
¡Alabado sea Jesucristo!
¡Juan Pablo II, ruega por todos nosotros!
Muchas gracias.
45
Homilía de la Misa de Acción de Gracias
por la Canonización de Juan Pablo II5
S. E. R. Mons. Christophe Pierre6
Muy queridas hermanas y hermanos:
Me alegra encontrarme hoy con todos ustedes
celebrando la Eucaristía y ofreciendo al Padre nuestra acción de
gracias por el don que ha hecho a la Iglesia y al mundo en la
persona del Beato Juan Pablo II, sucesor de Pedro, Pastor de la
Iglesia Universal y próximamente Santo; guía indiscutible para
todos, en los caminos de la fe, de la esperanza y del amor.
Han pasado nueve años de su regresó a la casa del Padre
aquel 2 de abril de 2005. ¡Cuántos eventos inesperados y
asombrosos han tenido lugar en estos años! Y, sin embargo,
para millones de personas Juan Pablo JI sigue siendo un
maestro y compañero de camino que, como entonces, nos sigue
iluminando con el legado de su palabra y perenne testimonio
de vida.
También por ello, con el salmista podemos decir: "Te
alabaré, Señor, eternamente". Porque, también así, enviando a
nuestro mundo apóstoles como Juan Pablo II, se hacen
progresivamente realidad aquellos "cielos nuevos" y aquella
"tierra nueva", anunciados por el profeta. Esa renovación
cósmica, que como atestigua el Nuevo Testamento, ha iniciado
con la muerte y resurrección de Jesús, seguirá su curso y tendrá
su cumplimiento pleno como fruto de la poderosa intervención
divina.
En esta nuestra jubilosa celebración, toda la liturgia de la
Palabra nos habla de renovación y alegría. El profeta Isaías
vaticina y anuncia lo que Dios quiere realizar. La acción de Dios
que a través del Mesías prometido construirá una sociedad
Publicada en http://www.cem.org.mx/contenido/319-congreso-ssjuan-pablo-ii-catedra-universidad-anahuac-31-marzo.html
6
Nuncio Apostólico en México5
46
nueva, porque el Espíritu palpitará en todos los hombres y
mujeres que escuchen la Palabra de Dios y vivan en armonía'
con su mensaje. Promesa que sustentó la esperanza del antiguo
pueblo, revelándole las dimensiones cósmicas del designio
divino: las tribulaciones pasadas pronto se olvidarán, porque el
Señor se dispone a realizar una nueva creación inundada de
alegría.
Un anuncio, el del profeta, en el que se entrelazan el
canto del corazón de Dios y el de la humanidad. En la nueva
Jerusalén se desvanecerá toda tristeza y habrá prosperidad,
bienestar y serenidad. La obra salvífica del Señor transformará
el mundo.
Una promesa, cuyo cumplimiento se vislumbra ya de
alguna manera en el episodio del Evangelio, en el que San Juan
nos habla de un pagano que, acercándose a Jesús, le hace una
extraordinaria súplica. Episodio que deja al descubierto las
condiciones de la fe: confianza en la persona de Jesús
suficientemente firme como para resistir sus reproches y para
aceptar volver a casa sin todavía haber visto algún signo visible,
fiándose únicamente en su palabra: "Vete, tu hijo ya está sano".
Aquel día, el Maestro había regresado a Galilea en donde
fue bien acogido porque las noticias de cuanto había hecho en
Jerusalén habían llegado también ahí. Va a Caná, donde realizó
el primero de sus "signos": la conversión del agua en vino.
Ahora, es un funcionario de Herodes quien le suplica que baje
con él a Cafarnaún donde su hijo se está muriendo.
La situación geográfica de Caná respecto a Cafarnaún
explica el uso del verbo 'bajar', pero no agota su significado. Su
importancia se refleja en la insistencia con la que el hombre
suplica a Jesús que 'baje'. Él es, de suyo, el que "por nosotros los
hombres y por nuestra salvación bajó del cielo". En todo caso, la fe
de aquel funcionario es aún demasiado imperfecta, y sin
embargo no desiste, y como respuesta a su desesperada
invocación, el Señor le ofrece la palabra que da vida.
"Vete, tu hijo ya está sano". Palabra que da vida pero
exigiendo la fe. Palabra, que si creída y obedecida, encierra un
milagro, como sucedió al funcionario, que al alejarse de Jesús
47
llevaba consigo, resonando en su corazón, la palabra que Él le
había dicho: "Vete tu hijo ya está sano". Esta palabra, su única
esperanza, acompañaba y sostenía sus pasos de regreso a casa,
desde donde mientras tanto vinieron a su encuentro los
siervos, que llenos de alegría le dieron la certeza que esperaba
con las mismas palabras de Jesús: "Tu hijo ya está sano". Y,
entonces, "creyó".
Creer en la Palabra, hermanas y hermanos es dejarla que
se conviel1a en luz y alimento para el camino hacia la promesa;
es permitir que nos diga adónde debemos ir y cómo debemos
caminar, quién nos espera y qué quiere de nosotros. Un creer,
que no es solo "creer en Jesús", sino también un "creerle a
Jesús", aceptando, sin "peros" ni condiciones, su palabra.
Jesús es esa Palabra: la Palabra viviente de Dios. Y por
ello, amigas y amigos, para quienes creemos verdaderamente
en Él, la ciencia más eminente es lograr conocerlo a fondo; y la
alegría más profunda es revelar a todos las insondables riquezas
de su amor. Conocer y amar a Cristo para hacerlo conocer y
amar. Es esta la dicha y la más bella tarea que tenemos los
creyentes. Una verdad de la que nuestro amado Juan Pablo II
fue testigo, ejemplo y maestro.
Todos sabemos qué fue lo que Juan Pablo II contempló al
inicio de su pontificado: Un mundo poblado por millones de
personas acosadas por el miedo, en busca de razones de vida y
esperanza. Y para ellas fueron sus primeras y proféticas
palabras: "¡No tengan miedo de acoger a Cristo y de aceptar su
potestad!" -dijo-o "¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par
en par las puertas a Cristo! A bran a su potestad salvadora los
confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los
extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo.
¡No tengan miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre»
(...). Permitan, pues, -se los ruego, se los imploro con humildad y
con confianza-, permitan que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene
palabras de vida, sí, de vida eterna! (22.10.1978, n. 5).
"¡Abran las puertas! " suplicaba el Papa. Abran las puertas
de la mente, del corazón, del alma -como el funcionario ante
Jesús-; ábranlas al don de la fe. A una fe vivida, gozosa,
48
militante, comprometida, irradiadora: precisamente como la
que él mismo hizo vida, también en el calvario y hasta la
muerte, sin nunca bajarse de la Cruz. ¡Sí! Juan Pablo II, a
semejanza de su amada Santa María, ha sido grande en su fe.
Junto con ello, más aún derivada de su fe, una de las
características más bellas del Papa Juan Pablo II, que muchos
pudimos contemplar en muchas ocasiones, fue su capacidad de
orar, y de orar profundamente. Una característica clave para
entender el porqué de su innegable influencia en el mundo. Él
fue un hombre de Dios sumergido en el Misterio.
Cuantas veces, a través de la televisión nos fueron
compartidas las imágenes de muchos de sus momentos
privados, arrodillado, en oración, en pleno contacto con Dios,
vaciándose de sí mismo para dejar que el espíritu lo llenara y
para, luego, ponerse de pie con renovada energía, y lanzarse a
la acción. Así, su vida y su pontificado fueron recorridos con la
pasión de presentar al mundo entero la fe que él vivió, y la
consoladora y entusiasmante grandeza de la misericordia de
Dios.
He ahí su secreto. He ahí el motivo por el cual Juan Pablo
U fue lo que fue y es lo que ahora es. "En la raíz de su incansable
acción apostólica está claramente la intensidad y la profundidad
de la oración" -decía el cardenal Camilo Ruini al conmemorar el
30° aniversario de la elección de Juan Pablo II-. "En él, la
oración y la acción estaban íntimamente conectadas: era un
hombre que vivía de cara a Dios y que actuaba tratando siempre de
interpretar la voluntad de Dios".
Pero si Juan Pablo II vivía permanente y profundamente
unido a Dios en la oración, esta unión no lo apartaba, más aún,
lo unía más estrechamente también a cada persona humana en
quien veía la imagen de Dios y a la que amó, defendió y enseñó.
Su amor y preocupación por la humanidad, siempre amenazada,
lo llevó a realizar una titánica acción para evitar las guerras y
restablecer la paz, para asegurar a los pueblos más pobres una
esperanza de vida y desarrollo, para defender la dignidad
sagrada de toda existencia humana, desde su concepción hasta
su fin natural.
49
"El hombre -escribió el Papa-, no puede vivir sin amor. Él
permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está
privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con
el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él
vivamente (...). El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo
a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser
inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentesdebe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y
pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo.
Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser" (RH10).
Muy queridas hermanas y hermanos. Recibiendo a Juan
Pablo II en cinco ocasiones, el pueblo mexicano tuvo la dicha
inmensa de mirarlo transitar por las calles de sus ciudades, de
escuchar su palabra, de acoger su testimonio de vida, de fe y de
amor. Su presencia sacudió el alma de todos, y su humildad y
devoción particularmente profunda a Santa María de
Guadalupe, los cautivó profundamente.
El tiempo ha transcurrido. Sin embargo, en nuestros
corazones han quedado grabadas aquellas sus palabras
pronunciadas ante la Bendita Imagen de Nuestra Señora de
Guadalupe: "¡Me voy, pero no me voy. Me voy pero no me ausento;
pues aunque me voy, de corazón me quedo!". Efectivamente,
sabemos que desde la comunión de los Santos, él está
verdaderamente con nosotros invitándonos a hacer memoria
existencial de sus mensajes, sin miedos ni temores. "Podemos
estar seguros -decía el entonces Cardenal Ratzinger, en el
funeral de Juan Pablo II-, de que nuestro querido Papa ahora está
en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice". Esta es
nuestra certeza y por ello damos gracias al Señor con todo el
corazón. Estamos seguros que junto a Santa María de
Guadalupe está también Juan Pablo II favoreciéndonos con su
intercesión.
El funcionario del evangelio "creyó en la Palabra que le
había dicho Jesús y se puso en camino". ¡Creamos también
nosotros y pongámonos en camino! Que esta nuestra
celebración y la ya próxima canonización de los amados
pontífices Juan Pablo II y Juan XXIII, nos impulse a releer el
50
Evangelio, proponiéndonos entender lo que Jesús nos dice y
nuestros nuevos Santos nos repiten permanente con su palabra
y testimonio. Dejémonos evangelizar, para que también
nosotros nos decidamos a ser más y más convencidos,
entusiastas, creíbles y eficaces evangelizadores de los demás; de
modo que también ellos, encontrando a Cristo y escuchando,
creyendo y obedeciendo su palabra, en Él tengan vida; vida en
plenitud.
Así sea.
51
Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia
El Instituto Juan Pablo II es la respuesta y solución ante
los desafíos y problemas que Familia y Matrimonio encuentran
en nuestros días, ciertamente tiempos de crisis pero también
tiempos de profunda esperanza.
En el Instituto contamos con una larga experiencia y
tenemos como fundador al mismo Papa Juan Pablo II, que
después de una larga reflexión y experiencia como pastor erigió
el Instituto en Roma el 13 de mayo de 1981.
El Matrimonio y la Familia constituyen ‘‘realidades
fundamentales de nuestro tiempo’’ y junto a ellas, otras como la
sexualidad, el amor y la mujer; el Instituto ofrece la preparación
adecuada para una vida profesional dedicada al apoyo y
atención de las familias y constituye un trampolín privilegiado
para trabajar por una sociedad más justa y humana que
reconozca el puesto y papel esencial de ambos: Matrimonio y
Familia como la base y cimiento más sólidos del mundo de hoy.
La Familia está pasando por profundas trasformaciones y
todo ello se convierte en un ambicioso objeto de estudio y de
trabajo profesional en múltiples áreas. El Instituto tiene la
ventaja de abordar toda la realidad matrimonial y familiar
desde una visión interdisciplinaria que incluye la pedagogía,
con la consciencia de que el hombre es persona; la psicología,
sin olvidar la dimensión relacional y familiar del individuo; el
derecho, conscientes de que la familia es de por sí sujeto de
derecho; la medicina, conociendo los aspectos relacionados con
la procreación y la dimensión biológica humana y sus
consecuencias éticas.
Y todo estudio se centra una antropología fundada en la
comunión de personas que deriva una comprensión integral del
ser humano en sintonía con el plan de Dios para el hombre.
Con esta visión completa e integral, el Instituto Juan Pablo
II está convencido de la prioridad que se debe dar a la Familia:
 como comunidad de amor y de solidaridad
por excelencia
52
como lugar de encuentro y alianza entre los
hombres
 como principal recurso con que cuenta
nuestra sociedad
El Instituto es una gran comunidad internacional y tiene
su Sede Central en Roma, en la Universidad Lateranense, está
presente también en España, Zambia, Benín, Brasil, Corea,
Australia, India y Estados Unidos; su presidente internacional
es Mons. Livio Melina, autor de varias obras sobre el
Matrimonio y la Familia. En México comenzó en 1992 con las
sedes de Guadalajara, México y Monterrey y tiene más de
veinte años formando profesionales comprometidos con
programas de licenciatura, maestría y diplomados con el fin de
colaborar eficazmente en una cultura de la Familia en y para
México. Actualmente el Instituto está presente también en
León, Mérida, Puebla y Querétaro.

53
JUAN PABLO II SANTO
se publicó en formato electrónico con motivo
de la Canonización de los Papas Juan Pablo II y Juan XXIII
el 27 de abril de 2014,
en el Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia,
Universidad Anáhuac México Norte
Edificio de Posgrado Planta Baja
Av. Lomas Anáhuac # 46 Col. Lomas Anáhuac
C. P. 52786 Huixquilucan, Estado de México.
www.familia.edu.mx
Se utilizó la fuente tipográfica Gandhi Serif.
Informes:
Mtro. Miguel Santiago Flores Colín
[email protected]
Teléfono (55) 53 28 80 80 ext. 7877

Documentos relacionados