Dejó con manos temblorosas la taza de café sobre el escritorio

Transcripción

Dejó con manos temblorosas la taza de café sobre el escritorio
LO SIENTO
Dejó con manos temblorosas la taza de café sobre el escritorio. No había
podido terminársela. El viento azotaba con fuerza la ventana y apenas había
luz que alumbrara la habitación. Un cielo de color grisáceo se extendía
sobre ella, vacío, sin expresión alguna, como una página en blanco que ha sido
olvidada. La inquietud crecía en su interior pero no lograba encontrar un
motivo para ello. Sabía que algo pasaba y llevaba horas intentando averiguar
qué. Sin éxito. Sus delgados dedos seguían el ritmo del reloj dando pequeños
golpes al borde de la taza, pronto, acabó marcando el ritmo de su corazón,
acelerado y con fuerza. Lo sentía retumbar en su pecho, cortándole la
respiración con cada latido. De pronto, el ruido del teléfono rompió el
silencio e inundó el piso haciendo eco en las paredes. Se apresuró a cogerlo
y contestó algo aturdida. Una voz aguda se encontraba al otro lado,
entrecortada y débil, pero pudo reconocerla en seguida. Era su amiga. Esa
chica que llevaba semanas encerrada en su casa sin dar signos de su mera
existencia. Ella, inestable y al borde de la locura. A duras penas oyó como su
querida amiga pronunciaba esas dos palabras, esas que consiguieron que su
corazón se frenara. Sin comprender muy bien a qué se refería, se quedó
paralizada y una sucesión de imágenes y recuerdos asaltó su cabeza. La
inquietud fue sustituida por el miedo y lágrimas se escaparon de sus ojos.
No sabía qué hacer. Estaba a punto de entrar en pánico. Escuchó como la
acelerada respiración de su amiga se alejaba cada vez más e intentó captar
su atención. Pero ya era tarde, y unos pitidos se escucharon, había colgado.
Rápidamente salió de su casa en dirección a la de su amiga, sin importar el
frío o el viento. El sonido amortiguado de las ambulancias irrumpieron en una
calle próxima y pudo sentir como moría un poco por dentro, de tan solo
pensar que… Pero no, no podía ser, ella se lo había prometido. Ella era fuerte.
Ella no lo merecía. A lo lejos pudo divisar como un grupo de personas
transportaban algo, tal vez alguien. Pero una manta le tapaba la vista. Y lo
supo. Sus rodillas se debilitaron y cayó al suelo. Se había ido. Tan rápido.
Tan frágil. Tan fácil. Una respiración y ella ya no estaba. “Lo siento”, sus
palabras se repetían en su mente. Sí, sí que lo sentía.
Alejandra Fernández Noriega 4ºESO

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