Cronohistoria - instituto de las hijas de maria auxiliadora

Transcripción

Cronohistoria - instituto de las hijas de maria auxiliadora
Fundación del Instituto
de las Hijas de María Auxiliadora
Suena la hora de Dios
A las nueve, apenas terminada la misa
celebrada por el obispo, comenzó la función.
Monseñor Sciandra, con ornamentos
pontificales, tenía a su derecha a Don Bosco,
con roquete y estola, como los otros
sacerdotes, a la izquierda, a Don Domingo
Pestarino, y lo asistía su secretario, Don
Francisco Berta, Don Tomás Ferraris,
coadjutor de Canelli, los predicadores,
canónigos Raimundo Olivieri y Don Marcos
Mallarini, y el párroco de Mornese Don Carlos
Valle.
Se abre la puerta interna. El coro y el
clero entonan el Veni Creator Spiritus; las
quince afortunadas, con su mejor atuendo
seglar y los ojos resplandecientes de alegría,
desfilan llevando cada una en sus manos el
propio hábito religioso, y van a arrodillarse
ante el altar.
Monseñor pregunta: «Hijas mías, ¿qué
pedís?». Las Hijas responden con alegría que
piden ser admitidas a vestir el hábito religioso
de las Hijas de María Auxiliadora.
Su Excelencia asiente, sigue preguntando, y,
al final, pronuncia la gran palabra: «Id, pues,
a despojaros del hábito secular y a revestiros
del hábito religioso». Después bendice
solemnemente los hábitos que las Hijas le
presentan.
Desfila nuevamente el pequeño cortejo y
sale de la capilla, mientras el obispo y el clero
permanecen en oración ante el altar.
Pocos minutos después, se abre la puerta
y entran las quince novicias, sencillamente
vestidas con su hábito de color marrón, y en
la cabeza, un amplio velo azul claro, en
recuerdo del primitivo título de Hijas de la
Inmaculada.
Con los ojos bajos, entre un murmullo de
sorpresa y de comentarios en voz baja de los
que acudieron a la ceremonia, con las manos
a la altura del pecho, y el paso tranquilo,
vuelven al altar y se arrodillan.
El obispo bendice las medallas y se las
presenta, diciendo: «Hijas mías, os presento
la imagen de aquélla que tomaréis como
modelo. La Santa Iglesia Católica proclama a
esta celestial Madre, Auxilio seguro de los
cristianos. Amadla, imitadla, acudid a Ella a
menudo; ninguno ha recurrido a Ella, sin ser
prontamente escuchado».
Después, el obispo, seguido paso a paso
por Don Bosco, quien se las coloca, una a
una toma las medallas y se las impone a las
cuatro novicias: Corina Arrigotti, María
Grosso, Rosina Mazzarello y Clara Spagliardi,
todas las cuales, al unísono, dicen con voz
temblorosa, que conmueve hasta a los menos
dispuestos: «Virgen Santísima, Madre de mi
Jesús, poderoso Auxilio de los cristianos y
consuelo del alma, me pongo en vuestras
santas manos. Protegedme, defendedme y
ayudadme a perseverar en el divino servicio».
Las cuatro novicias se retiran del altar; y a
las once que permanecen arrodilladas, el
obispo les pregunta de nuevo:
-Hijas mías, ¿qué pedís?
Once voces responden con seguridad:
-Pedimos profesar la Regla de la
Congregación de las Hijas de María
Auxiliadora.
Nuevo murmullo entre la gente, mientras
el obispo continúa:
-¿Habéis practicado estas Reglas?...
Y a la respuesta afirmativa, insiste con
otras preguntas:
-¿Sabéis bien lo que significa profesar las
Reglas de esta Congregación?... ¿Estáis
dispuestas a profesar con voto lo que acabáis
de decir?
-Sí, estamos dispuestas, lo deseamos de
todo corazón y, con la ayuda del Señor,
esperamos mantener nuestra promesa.
-¿Por cuánto tiempo queréis hacer los
votos?
-Aunque tenemos firme voluntad de pasar
toda la vida en esta Congregación, no
obstante, para secundar lo que prescriben las
Reglas, queremos hacer votos por tres años.
El obispo continuó:
-Que Dios bendiga vuestra resolución y os
conceda la gracia de poderla mantener
fielmente. Ahora, poneos en la presencia de
Dios y pronunciad la fórmula de los votos de
castidad, pobreza y obediencia, según las
Reglas de la Congregación.
Hasta aquí las once respondieron a coro
y, en la excusable confusión del momento, sin
acordarse del aviso recibido de Don Bosco,
comienzan también a coro la fórmula de los
votos, pero el obispo le dice en voz baja a
Don Bosco: «No, todas a la vez, no». El buen
Padre sonríe, comprendiendo la emoción del
momento, y hace una ligera indicación a las
novicias.
En seguida, se oye una sola voz,
decidida, aunque emocionada: «Yo, Sor
María Dominga Mazzarello, conociendo mi
debilidad y temiendo por la inestabilidad de mi
voluntad, me pongo en vuestra presencia,
omnipotente y sempiterno Dios; e implorando
las luces del Espíritu Santo, la asistencia de
la B. V. María y de mi ángel de la guarda, en
manos de vuestra Excelencia reverendísima,
hago voto de castidad, pobreza y obediencia
por tres años. Vos, oh misericordioso Jesús,
me habéis inspirado hacer estos votos, vos
ayudadme con vuestra santa gracia para
cumplirlos. Virgen Inmaculada, poderoso
Auxilio de los cristianos, sed mi guía y mi
defensa en todos los peligros de mi vida.
Angel de mi guarda, Santos y Santas del
cielo, rogad por mí». Así sea.
La que precede a todas en el amor de Dios, la
que a todas ha precedido y animado con la
palabra y el ejemplo en el nuevo camino, es
justo que sea también ahora la primera en
recibir el hermoso título de religiosa,
ligándose públicamente por los santos votos
que la consagran a Jesús.
A ella le sigue su fiel compañera Petronila
Mazzarello y después, Felicina Mazzarello,
Juana Ferrettino, Teresa Pampuro, Felicitas
Arecco,
Rosa
Mazzarello,
Catalina
Mazzarello, todas de Mornese, y Angela
Jandet, de Turín, María Poggio, de Acqui,
Asunción Gaino, de Cartosio; una tras otra,
las once consagraciones son recibidas por el
Pastor de la diócesis, asistido por el
Fundador; y María Auxiliadora las presenta al
trono de Dios.
Monseñor bendice los crucifijos y,
acompañado siempre de Don Bosco, que se
los va entregando sucesivamente, se los
impone a las nuevas profesas.
Habla Don Bosco y da nombre a su
«Monumento»
Don Bosco se dirige humildemente, casi
suplicante a monseñor: «Excelencia, dirija
unas palabras a las nuevas religiosas»; pero
el obispo responde solícitamente: «No, Don
Bosco, no; hable usted a sus religiosas». Y
toma asiento entre los sacerdotes que le
rodean.
Don Bosco, visiblemente emocionado, habla.
Habla de la importancia del acto realizado;
recuerda la santidad de los votos y los
deberes que éstos imponen. Alude, con toda
prudencia, al malhumor que podrá rodearlas,
porque todas las cosas de Dios llevan el sello
del sufrimiento; pero añade que eso
contribuirá a su santificación, haciéndolas y
manteniéndolas verdaderamente humildes:
«Entre las plantas más pequeñas, hay
una de gran perfume: el nardo, nombrado con
frecuencia en la Sagrada Escritura. En el
oficio de la Virgen se dice: Nardus mea dedit
odorem suavitatis, mi nardo ha exhalado un
suave perfume. ¿Pero sabéis cuándo sucede
eso? El nardo exhala su perfume cuando es
pisoteado. No os dé miedo, pues, que el
mundo os maltrate. El que padece por Cristo
Jesús, reinará con El eternamente.
Vosotras, ahora, pertenecéis a una
Familia Religiosa que es totalmente de la
Virgen; sois pocas, desprovistas de medios y
de la aprobación de los hombres. Nada os
turbe. Las cosas cambiarán pronto, y tendréis
tantas alumnas que no sabréis dónde
ponerlas; y no sólo alumnas, sino también
tantas postulantes que os veréis en aprietos
para aceptarlas.
Sí, os puedo asegurar que el Instituto
tendrá un gran porvenir, si os mantenéis
sencillas, pobres y mortificadas.
Observad, pues, todos los deberes de
vuestra nueva condición de religiosas, y
ayudadas por nuestra tierna Madre María
Auxiliadora, pasaréis ilesas por los escollos
de la vida y haréis un gran bien a vuestras
almas y a las de los demás.
Considerad como una gran gloria vuestro
hermoso
título
de Hijas
de
María
Auxiliadora, y no olvidéis que vuestro Instituto
deberá ser el monumento vivo de la gratitud
de Don Bosco a la Madre de Dios, invocada
bajo el título de Auxilio de los cristianos».
Después de una oración y la triple bendición
del obispo, la función quedó terminada. María
Auxiliadora tiene ya la Familia que, desde
hacía tantos años le pedía a Don Bosco;
sobre las colinas de Mornese se ha renovado,
el mismo día que en Roma, una suave
nevada de copos frescos y puros que se
derretirán sobre el altar de Dios, para difundir
candor de virtud y de fe.
Cronohistoria 1, 253-256

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