Número 3 - Club Leteo

Transcripción

Número 3 - Club Leteo
The Children’s Book of American Birds
Más de cinco años acercando la ornitología al público infantil
The Children’s Book of American Birds
Número 3 - Diciembre de 2006
Equipo editor:
Nacho Abad, Javier Arce, José Manuel Donís, Yago Ferreiro, Sandra Muñiz Justel, Miguel Paz Cabanas,
Sergio Santa Cruz Santamarta, Rafael Saravia González y Alberto R. Torices.
Portada, diseño interior y texto página 5:
Javier Arce
Coordinación y maqueta:
Alberto R. Torices
Edita:
Club Cultural Leteo
Gumersindo Azcárate, 11 - 2º · 24008 · León
[email protected]
www.clubleteo.com
Depósito Legal: LE-1731/2005
ISSN: 1886-2586
Impreso en Gráficas Alse, León
[email protected]
Gracias:
Pablo Andrés Escapa · David Campos · Louis Ferdinand Céline · Mar Martín · José Antonio Rojo · Uma Thurman · Juan Carlos de la Vega · Vinalia Trippers
Este número ha contado con la ayuda del Ayuntamiento de León y de la Junta de Castilla y León
Si caminas durante dos días en dirección a la
puesta de sol, encontrarás un río de aguas
tranquilas donde nadan peces de colores. Si
sigues el curso de ese río, dejando atrás las
montañas azules, al poco tiempo hallarás un
bosquecillo de abetos que se extiende sobre
una verde colina. Casi en el centro del bosquecillo se encuentra oculta una solitaria
cabaña. En el interior de la cabaña, en la
planta baja, frente a la chimenea, reposa
una gran alfombra. Allí están bordadas, con
hilos de diferentes colores, las siguientes
palabras: "Si caminas durante dos días..."
El Hombre Que Comía Diccionarios
“Réquiem” (detalle), escultura en mármol de Amancio González
6 · González
Del arte y del hombre
Kepa Murua
DEL INTERÉS DEL ARTE POR EL ARTISTA
El miedo del artista ante la muerte
no es una novedad en el mundo del arte.
Al arte no le interesa el artista. El artista
no le supone nada al arte, ni es medio ni
fin, ni es cómplice ni es secreto. Donde
el arte descubre al hombre, el artista
huye despavorido. Donde el arte llama
al público, el artista se siente traicionado en su posición privilegiada y aislada
ante el mundo. El artista ha perdido su
identidad en el mundo del arte. El arte lo
corrompe todo, lo traga todo, lo mueve
todo, lo deja exhausto, lo exprime y
luego lo abandona frente a la insignificancia de un trabajo como otro cual-
quiera. La paradoja de ser alguien en el
mundo del arte nombra al objeto. El arte
llama al artista para que camufle su
mediocridad en un viaje inacabable que
nombra luego al hombre que mira el
objeto reproducido como se pesa una
mercancía en el umbral de una vida.
¿Qué es arte y qué necesidad tiene el
artista para firmar con su nombre la
miseria del hombre? El miedo del artista ante la muerte es el miedo del hombre
ante lo que no entiende como artista. El
miedo ante el arte por lo que no entiende como hombre. Al arte no le interesa
el hombre. Al artista le exige su muerte.
Kepa Murua
Ammodramus
savannarum
Murua · 7
DEL INTERÉS DEL ARTE POR LA IDIOTEZ
El arte muestra con sus obras el
estado de ánimo del hombre. Un arte
serio no está reñido con un arte idiota.
Artistas profundos en sus convicciones
adoptan posturas relajadas en algún
momento de su creación. ¿Es arte lo
que acontece en el interior como una
metáfora de esas puertas que impiden
ver los objetos dentro? ¿Es el humor
una decoración arriesgada de un conocimiento serio? Toda construcción
definida adquiere relevancia en numerosos lenguajes dependiendo del estado de ánimo de su creador. La ironía, la
paradoja, la caricatura son elementos
del arte y la comunicación, pero ¿quién
es más idiota, el artista o el espectador
que contempla maravillado ese doble
juego? La intención del artista que
juega con las apariencias y las necesidades del que escucha es una perspectiva arriesgada para el arte que lo engulle
todo. El espectador, inasequible al
desaliento, es capaz de quedar en evidencia en el escenario con tal de que
continúe la fiesta. ¿Quién se hace, el
artista o el arte? El arte como el espectador que necesita reír, es capaz de
comprenderlo todo, mientras que el
artista sólo puede transmitir emociones que provienen del hombre. La idiotez finalmente se apropia de su decoración porque también la exageración sin
fundamento necesita tener algo propio.
Una vez que se empieza es difícil saber
cómo acaba todo.
Del libro inédito DEL INTERÉS DEL ARTE POR OTRAS COSAS.
8 · Murua
EL SONIDO DE LOS PASOS
Habrá una lámpara sobre la mesa
para el hombre que camina hacia la casa
en una hora a oscuras.
En el centro de la sala una lámpara
para el hombre que se cansa
de abrir sus sentimientos.
Una lámpara para escribir
un nombre que se sabe
de memoria.
Con el sonido perdido
de tus pasos en la escalera
una lámpara rota si desapareces.
Murua · 9
10 · González
COMO UN HOMBRE
Los restos del naufragio
sobre la mesa.
Como el cielo se abre
se cierra el infierno.
Como el corazón intranquilo
y la costumbre del pasado.
Como la madera en el tejado.
Como sentarte a mi lado sin que lo note.
Como comer sin manos.
Perdido como un hombre esquivo.
Del libro inédito NO ES NADA.
Kepa Murua (Zarautz, 1962). Autor de los poemarios CAVANDO LA TIERRA CON TUS SUEÑOS (2000) y
CARDIOLEMAS (2002), entre otros, y de libros de ensayo como LA POESÍA Y TÚ (2003) y LA POESÍA SI
ES QUE EXISTE (2005). Dirige la editorial Bassarai y la revista virtual “Luke” (espacioluke.com).
Amancio González (Villahibiera de Rueda -León-, 1965). Autor de la pieza en bronce que constituye
el Premio Leteo. “Réquiem” es su última obra pública y puede verse en Gümüslük (Turquía).
11
Concierto para arpón
Nacho Abad
¿Qué ha pasado?
No entiendo nada.
¿Se ha caído o se ha tirado?
No lo sé.
Nacho Abad
Campephilus
imperialis
12 · Abad
El cielo tiene una nave de papel charol acostumbrada al negro del océano y
al pulso de las tormentas.
Cayó como una gota de lluvia. No
con un plof, sino con un plas-plás. Pero
no llovía. Ni siquiera había nubes. Igual
que aquel día en que salí a dar un paseo,
fumar un cigarro, tomar el aire, despejar la cabeza. Tampoco había nadie por
la calle. Era domingo, o lunes, no lo
recuerdo. Llegué al parque. En el césped, clavado como una premonición,
había un arpón. Estaba lejos, pero me
atrajo enseguida, me embrujó con la
quimérica tentación de un descubrimiento y fui a por él, conteniendo un
caudal de preguntas al Este de mi ima-
ginación. ¿Un arpón en una ciudad
donde no hay mar, ni ballenas blancas,
ni arrecifes de coral, ni playas, ni náufragos? Me acerqué lentamente, con el
sigilo de un cazador que teme ahuyentar a su presa y mide el crujir de la hojarasca, el peso de sus pasos, el silbido de
su respiración. Ya casi lo había alcanzado, casi lo tocaba con la punta de los
dedos cuando, ¡zas!, tropecé súbitamente con algo. No vi nada en un primer momento. Me sentí confuso y
lancé una mirada al suelo, hasta que me
topé de bruces con unos ojos que nadaban en el desconcierto.
¿No me vas a ayudar? Me he hecho
daño. Creo que tienes la cabeza más
dura con la que me he tropezado.
Era como un dibujo animado. Se
había caído de culo tras la colisión y
estaba sentada en el suelo. Se frotaba con
la mano izquierda un chichón incipiente que le latía en la cima de la cabeza.
Por su puesto, le tendí la mano.
(Lo mismo no ocurrió así, lo mismo
esto nunca sucedió como pasa con todo
lo que se cuenta.)
Luego fuimos a tomar un café y yo
bebí dos cervezas de más y a ella le brillaban los ojos. Mientras me hablaba de
su novio, sólo pensaba en follármela,
en que amaneciera con el estigma de la
violación en la espalda: deseaba desobedecerla y que me desobedeciera en
un ataque de celo, como una puta de
lujo pero con pasión.
V.
¿V? Por Dios, qué nombre. ¿No te
podías haber liado con un P, un C o algo
más normal?
No estamos liados. Es mi novio.
Imaginé que me desabrochaba la
camisa y yo le arrancaba las bragas, y
ella tiraba el colgante que su novio le
había regalado por el retrete, y durante
hora y media, de dentro a fuera.
Delirios de mi imaginación.
¿Y luego qué?
Luego te leería un cuento, que es
mejor que fumar.
Yo prefiero un cigarro.
La verdad es que no está mal, lo
malo es que mata.
Sí, mata el olorcillo a bestias.
Pero debiera volver a empezar.
Antes de todo esto hay un principio,
que, como siempre, viene después.
La historia comienza cuando un
día, movido quizá por los celos, quizá
por la curiosidad, decido preguntar
por un tal V. Se entenderá que al tratarse de una ciudad pequeña, como es
ésta, y de un nombre tan poco habitual,
como se ha referido, no fue difícil dar
con algo, una pista, el hilo de Ariadna
que guía por el laberinto. Pero no hay
laberinto, ni hilo, ni nada. Sólo un bar,
un lugar frío y feo que parece estar al
otro lado del espejo. Allí encuentro a V
sentado, bebiendo, mirando de reojo a
las rompecorazones quinceañeras que
dedican mucho tiempo a escoger poca
ropa.
Me acerqué a él, qué locura, quién me
lo iba a decir, y je-je, ji-ji, ja-ja, entre
trago y trago, hasta las tres de la mañana.
Abad · 13
De allí nos fuimos a otro sitio.
Tocados por la mentira cómplice de la
borrachera, nos abrazamos... Pero no
adelantemos acontecimientos. Para
que la historia se dibuje en el papel,
cada elemento tiene que ocupar su
lugar, y ahora hay que seguir avanzando, esto es, volver atrás.
14 · Abad
Es una habitación de hotel. No se
trata de nada lujoso, pero al ser nuevo,
da aspecto de limpio. La colcha de la
cama, por ejemplo, no está pasada de
moda. Las cortinas, echadas de par en
par, no son excesivamente horteras. El
sitio es modesto y acogedor. No hay
nadie alrededor, ni camareros despeinados, ni parejas entrometidas, ni vendedoras orientales de rosas. Estamos solos
por primera vez, y se hace sentir en el
silencio el zumbido de un moscardón.
Noto que ella se fija en los detalles que
hay en el cuarto de baño, en la pastilla
de jabón, en el peine, en el frasquito de
colonia. Los mira durante un instante y
luego se aleja, movida por un impulso.
Me parece que ha decidido no tocarlos
para darme buena imagen. Eso me exci-
ta. Se me pone dura al ver que está un
poco tensa. La abrazo y noto su temblor
de gorrioncito dormido en las manos.
Nos desnudamos. Los temas que
suenan en el hilo musical son patéticos,
como el resto de la escena. Sin embargo,
nos ayudan a entrar en calor. Bebemos,
entre besos, un par de copas de vino. Y
todo empieza a funcionar. Parece que
las cosas encajan perfectamente.
Métemela hasta adentro.
Hasta el corazón.
No. Hasta el corazón no, que no es
tuyo.
Ella guarda, bajo la llave del silencio,
el baúl de sus sentimientos. Tal vez por
eso se entrega a los placeres sin rubor
alguno. Nos besamos, nos mordemos,
me masturba y la masturbo, con ritmo
de soul al principio, pa-pa-pa-pa-patá.
Luego un poco de jazz, patá-patá-patápa-tapatá. Después me la chupa y se lo
chupo. Nada más lamer su coño, noto
que no tiene sabor. La excitación se
disuelve tenuemente. Soy consciente en
ese momento de cada uno de mis designios a través de un miedo que se presenta sin excusa alguna. Me baja la erec-
“Le sale de dentro”, dibujo de Mikaela Secada
Secada · 15
16 · Abad
ción. Pero alzo la vista y veo sus pechos
de Venus, sus pezones de fresas agraces
y cómo se muerde el labio, y otra vez
arriba la polla. Me araña ligeramente la
espalda. No creo que sea para tanto. Si
he de ser sincero, me cuesta mucho
adaptarme a una vagina desconocida.
Pero ella quiere complacerme. Intenta
que yo me sienta seguro a toda costa.
Seguimos en el acto. Ahora el ritmo es
más marcado. Popón-popón-popón.
Llevo la cadera adelante y atrás con
movimientos bruscos. Noto que el
orgasmo empieza a segregar sus sustancias ácidas en todas las esquinas de mi
cuerpo. Sudamos, nos reímos, chillamos, nos corremos, nos abrazamos.
Es tarde. Tengo que irme.
¿No puedes quedarte un poco más?
Si quieres podemos dormir juntos, la
habitación está pagada...
No. Me esperan.
Mierda, no tenía que haber dicho
eso. Qué importancia tenía que la habitación estuviera pagada. Tenía que
haberla tratado con cariño, tenía que
haber puesto mi mueca de seductor, mi
carita de niño tonto, mi puchero.
Aunque no vale de nada arrepentirse.
Ya no hay remedio. Me quedo solo, me
siento ridículo, me hago un paja.
Mastico el cordón de mi bota izquierda,
lamo un poco las sábanas. Y me pierdo
en pensamientos que me golpean con
fuerza, me niegan, me destruyen.
¿Por dónde íbamos? Ah, sí. Estábamos en que nos abrazamos. V y yo,
quiero decir. Beodos como los mendigos que duermen en los parques.
Me produjo cierta ternura cuando
me habló de ella por primera vez. Por lo
visto, cada uno creíamos quererla más
que el otro. Él ignoraba el amor que la
profesaba, y yo, por mi parte, tenía la
impresión de que los sentimientos de V
no estaban demasiado evolucionados:
debían de asemejarse a los de un perro
que espera en el umbral a que llegue su
amo. Conmovedor. Por eso me producía
cierta ternura, por la impresión de estar ante un ser primitivo.
En mi corazón hacían su marcha
militar las cosquillas de un apego sincero. Pero como un asesino que se enamora de su víctima, tenía un plan y lo
iba a llevar a cabo. No me podía dejar
impresionar por la magia del momento. Así que le invité a un par de rayas.
A todas las tormentas del mundo las
anuncia una nave de papel charol acostumbrada al pulso del cielo y al negro
de los océanos. Sin embargo, el día que
ella se precipitó al vacío desde la ventana de mi apartamento, no llovía.
Cuando llegó, tenía la cara descompuesta. Se deshizo en lágrimas con la
velocidad de un hielo que se derrite en
una mano. Intenté tranquilizarla.
Descorché una botella de vino, puse
música suave, bajé la luz, y si hubiera
sido un prestidigitador, si hubiera
podido meterme la mano en el pecho y
sacar la paloma blanca del consuelo, lo
habría hecho sin dudarlo.
A ella le crecía el llanto más y más,
hasta hacerse una bestia acuática que le
cortaba las palabras en la garganta, con
el tajo de un suspiro hondo. La besé y
me besó en un instante de tregua. Le
acaricié la cara con mis dedos que olían
a tabaco. Y de nuevo, dos gotas diáfanas
le hincharon los párpados.
¿Qué te pasa?
Ella no contestaba. Noté en su mirada un angustia terrible. Una sombra veló
sus pupilas, les restó luz, bailó con pasos
tétricos por el negro radiante de sus ojos.
V y yo seguíamos bebiendo después
del abrazo. El polvito blanco que dignifica los baños públicos hacía brillar
nuestras palabras. Entonces V me habló
de ella de nuevo, y ahora, la conversación me dolía entre el cinturón y el
ombligo. Pensé pedirle que se callara,
que cerrara la puta boca, pero hubiera
sido un grave error: téngase en cuenta
que no éramos dos borrachos que la
noche había juntado, sino una víctima
y un depredador, y se acercaba el
momento de ejecutar el plan.
El otro día me estaba follando a mi
novia y tardé más de una hora y media
en correrme. ¡Una hora y media!
Imaginar a V tocándola me resultaba
nocivo, igual que ver a una niñita con
las nalgas tiznadas de hollín, o un pájaro chapoteando en un charco de petróleo, o el fino humo que sale cada cuarenta años de la biblioteca de Alejandría.
Abad · 17
Sus jadeos se entremezclaban en mi
cavidad craneal con el sonido de una
moneda deslizándose por un tubo de
cobre, con el estrepitoso graznido de un
cuervo atropellado por una bicicleta.
¿Quieres que vayamos de putas?
Por fin me atrevía. Creía que era el
momento de soltarlo y lo hice con mucha
naturalidad. Aquello me estaba llevando
más tiempo y esfuerzo del que habría
deseado, pero no me quería acobardar.
18 · Abad
Ahora la memoria late con el pulso
de mi testimonio. Allí tengo grabado
con la consistencia de un tatuaje aquel
día en que salí a dar un paseo, despejar
la cabeza, tomar un poco de aire, y en el
parque, clavado en el césped, encontré
un arpón. Al ir a verlo de cerca, movido
por la curiosidad, me di de bruces con
ella. Fue como una visión divina, como
pronunciar una palabra cifrada en el
lenguaje de los sueños. Tenía la belleza
de los objetos extraviados en el fondo
de una piscina.
Creo que esto hay que celebrarlo. No
todos los días puedo presumir de haber
encontrado un arpón en un parque.
¿Quién ha dicho que lo encontraste
tú y no yo?
Así que fuimos a tomar un café y
otro, y luego una cerveza y otra más. Y
cuando ya estábamos un poco sueltos,
cuando nos mirábamos más de la cuenta y hablábamos con demasiada familiaridad, ella me confesó que tenía novio. Pum. Disparo a bocajarro.
Seguro que por mucho que os queráis hay algo que no le perdonarías. Por
ejemplo que te sea infiel.
Qué tontería. Sí que le perdonaría
que me fuera infiel. ¿Quién está libre de
pecado?
Es un ejemplo. Da igual. Lo mismo
es otra cosa. Tiene que haber algo. Al
fin y al cabo, una relación es un contrato, y explícita o implícitamente tiene
cláusulas por las que una de las partes
puede rescindirlo.
Sí. Ya sé. Nunca le perdonaría que
fuera de putas.
Así que nos fuimos de putas.
Rogaría que no se me juzgara con dureza por esto. Después de todo, lo hice por
amor. Fuimos a un club frío y hermoso.
Bebimos champán con varias chicas. V
encontró una que le gustaba lo suficiente. Antes de irse con ella, me pidió
que le invitara a una raya más. En el
baño, mientras dibujaba la línea de
polvo, me confesó que era la primera
vez que venía a un sitio así, a un club.
En ese momento me sentí tremendamente aliviado.
En los seis meses que duró nuestra
relación, ella sólo me hizo un regalo,
un libro de poesía. Una noche, después de hacer el amor, leímos el último poema, que terminaba preguntando quién no lleva en la punta de su
arpón una ballena blanca. La coincidencia nos sorprendió. Un arpón en el
parque, en el verso, una ballena blanca, una pregunta. En ese momento, a
los dos nos hubiera gustado creer en
una mística que explicara las casualidades, en una presencia numinosa
situada más allá del azar que anudara
con hilos invisibles cada una de las
coincidencias de nuestras vidas. Pero
por desgracia, ambos éramos personas
de poca fe.
Meses después, un amigo común
me contó que el día en que se quitó la
vida, ella venía del médico. Se quejaba
de un dolor extraño en el bajo vientre,
de un resquemor metálico en la boca
del útero, de un picor caliente que le
incendiaba el pis. También de una
intensa cefalea, de una presión en el
pecho semejante a una gripe, de un
cansancio que le espesaba los músculos. El médico, tras interpretar el análisis, le diagnosticó que el VIH había
entrado en su organismo. Por el recorrido anaranjado de sus venas, se hacía
fuerte a gran velocidad. En esos
momentos, mientras ella lloraba y
bebía y me besaba, en la sangre que circulaba por su cuello fino, por las
minúsculas costuras de sus ojos, en el
mapamundi de sus nalgas, el virus se
multiplicaba y mutaba sin obedecer a
nada, ni a la sístole ni a la diástole, ni a
la inspiración ni a la espiración, ni al
amor ni al odio: recorría esa delgada
línea que no sabe ni del bien ni del mal,
que es la biología.
La música tenue, a lo lejos, nos
amansaba. Ella lloraba y yo no sabía por
Abad · 19
qué. No dijo ni una palabra mientras la
intentaba consolar, y guardó el mismo
silencio cuando la agasajé con mis caricias, cuando la mimé con palmas
ardientes debajo de la ropa. Permaneció
envuelta en el mismo mutismo en el
momento en que la desnudaba, cuando
besé con suavidad sus pezones, cuando
deslicé mis manos entre sus nalgas,
cuando, con una ligera presión, le metí
el dedo corazón en el ano. Pero justo
antes de penetrarla, dijo:
No olvides el condón.
El condón. Recordé aquella noche
cuando, al salir del club, ebrio y radiante, disfrutando de mi plan maquiavélico
y triunfal, escuché cómo V comentaba:
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Menuda coca. Es la hostia. Casi ni
me corro. Mira que puse empeño, hasta
rompimos el condón.
El cielo tiene una nave de papel charol que trae la lluvia. Y el día que ella se
arrojó desde mi ventana no llovía, ni
había nubes, ni nada, pero sobre los
tejados y las azoteas, al asomarme y
comprender lo que había ocurrido, vi la
nave, o la intuí, o la imaginé.
Esa noche, a escondidas, me quité el
condón. Ella estaba borracha y no se dio
cuenta.
Eyacular fue como si de un collar,
rota la tanza, se hubieran desprendido
los abalorios sobre su pecho.
Nacho Abad (León, 1980). Narrador, poeta y vídeo creador. Autor de los poemarios DE LAS PALABRAS PALOMAS (2001) y COMUNICADO (2006). Su último cortometraje se titula “Tripulantes” y se
incluye en la antología de relatos del mismo nombre (Eclipsados, 2006).
Mikaela Secada Martínez (Santander, 1977). Formada en Grabado y Técnicas de Estampación, y en
Artes aplicadas a la Escultura. Ha trabajado así mismo en forja, cerámica y restauración.
Actualmente imparte clases de dibujo y pintura en León.
Noticias del infierno
Antonio Orihuela
El señor presidente
que fumó marihuana pero no se tragó el humo.
Ven al sabor,
disfruta de la libertad sin límites de
El secretario de defensa
que confiesa gastarse un billón de dólares al año en armas
y 50.000 millones en desarrollo
esperando que este argumento traiga la paz
y la estabilidad al mundo.
Antonio
Orihuela
Camarhynchus
psittacula
Afortunadamente, hay cosas que nunca fallan, como
El Musarraf
que era un dictador
cargaito de armas de destrucción masiva
hasta que los Estados Unidos lo necesitaron
para invadir Afganistán y se convirtió,
de la noche a la mañana,
en un demócrata de toda la vida.
Orihuela · 21
La vida es móvil, móvil es
La señora ministra de la vivienda
que no va a frenar la especulación,
la construcción sin límites
los precios abusivos
y las hipotecas
pero que sabe decir keli y chachipiruli.
Profesionales que responden, te lo garantiza
El ministro de trabajo que nos llama compañeros
con los dientes sucios de bolitas de caviar.
Te lo has ganado, como
La ministra de medio ambiente
que habla de desarrollo sostenible
mientras se salta el protocolo de Kyoto a la piola
y el uso de recursos naturales supera en un 20%
la capacidad regenerativa del planeta.
Empieza a trabajar en tu futuro, mira a
22 · Orihuela
El portavoz del gobierno hablando de pluralidad informativa
cuando el 90% de las imágenes que circulan por el mundo
son suministradas por la CNN, VISNEWS y WTN.
75.000 canciones
para 75.000 estados de ánimo.
Es un consejo de
El presentador de televisión para el que no es tragedia ni noticia
la cotidiana muerte de 15.000 personas por el sida,
la tuberculosis o la malaria,
y otras 50.000 que se mueren, sencillamente, de hambre.
En Mayo, 2x1.
El que condena la violencia desde la presidencia de un banco.
El futuro elige VISA.
Los secretarios generales de los sindicatos mayoritarios
conferenciando sobre el Estatut, la tregua de ETA
y la receta del pollo al chilindrón
en el mitin del primero de mayo.
Porque el tiempo nos da la razón.
El que se crucifica con cemento y ladrillos
y pone él los clavos.
¿Tienes problemas para llegar a fin de mes?
Agrupamos todos tus préstamos en uno.
Orihuela · 23
El que sale de casa con el intermitente puesto
exigiendo como propio el carril de adelantamiento.
¿Te gusta conducir?
El que vive dentro de una serie, de un telediario
o peor aún pensando que no hay vida más allá
de verse retratado y entrevistado diariamente
en el periódico de su pueblo
pagado por su propio partido.
Ha llegado la revolución
¿Te vas a quedar fuera?
El que se queja del precio de la consola Nintendo
y su móvil de última generación
y quiere que le descuenten
los tres millones de muertos que
han provocado las multinacionales en el Congo
compitiendo por la extracción de los componentes minerales
con los que se construyen nuestras chucherías.
Elígenos y no te preocupes de nada.
24 · Orihuela
El que elimina el costo de las interacciones de la vida diaria,
el manipulado que objetiviza sus opiniones
y las imágenes correspondientes.
Acrílico de Elia Torrecilla Patiño
Elia · 25
Buscamos personas como tú.
El que cede sus órganos en el chat oniric love on line
los fines de semana
y en el de la Congregación Virtual de la Amistad Galáctica
sólo los jueves.
Buscamos personas como tú.
Lo que se achata, se serializa, se vuelve repetitivo y reiterativo
y es vendido cada vez como la última novedad del mercado.
Pronto todo el mundo lo tendrá.
La locomotora que valía, en 1980, 12.910 sacos de café
y que vale hoy 137.400,
siendo la locomotora y el saco de café los mismos.
¿Necesitas dinero?
Reventamos los precios.
Tú eliges.
26 · Orihuela
La Organización Mundial de la Salud
que se plantea apoyar el derecho de los países pobres
al uso de genéricos
mientras los Estados Unidos lo bloquea
y amenaza con recortar sus aportaciones
a esta organización.
Donde no llegan las medicinas
llega Coca-Cola,
bébete la chispa de sus vidas
y eructa.
Antonio Orihuela (Moguer, 1965). Doctor en Historia. Poeta, ensayista y narrador. Sus últimas
publicaciones son LA CIUDAD DE LAS CROQUETAS CONGELADAS (Baile del Sol, 2006) y TÚ QUIÉN ERES TÚ
(Ediciones Idea, 2006). Cultiva también la poesía visual y coordina los Encuentros de Poetas “Voces
del Extremo”, de la Fundación Juan Ramón Jiménez.
Elia Torrecilla Patiño (Vigo, 1984). Estudia Ilustración en la Escuela de Arte de Segovia. Ha obtenido el Primer Premio en el Certamen Nacional de Artes Plásticas de Pola de Laviana. Participó en la
exposición colectiva itinerante “José Lapayese Bruna” (Teruel).
27
Un horizonte más
Macarena Trigo
a F. P.
Macarena
Trigo
Catamenia
inornata
Anoche mal dormía y te soñaba. Estábamos en casa y no llovía. Yo dejaba los
grifos abiertos como venas y el agua te inundaba y tú dormías y no te dabas cuenta de mojado. Y entonces me asustaba y te llamaba pero no respondías esta vez.
Encontré tu cabeza entre las aguas. Seguías muy dormido como si... Creo que yo
grité que despertaras y entonces sí, lo hiciste. Sacaste la cabeza como un pez volador y me miraste. Entendiste el desastre y lo arreglaste pronto y secaste mi llanto
por debajo del agua, pese al susto tan grande de verte así... dormido.
*
Y si duermo y te sueño como acaso los peces que no descansan nunca, que no
recuerdan nada y no saben de trenes o ganas de perderse en el fondo de un cuento
que no sea tan propio, entre líneas de Oriente, con letras dibujadas como si fueran
cuadros que guardaran secretos de tiempos milenarios donde el amor llegaba
como hasta aquí la lluvia, de golpe, sin aviso, enrareciendo todo sólo para aclararlo, para salvar al mundo de tanta geometría, tanto perfil exacto, tanto tictac al fin.
28 · Trigo
Y si despierto y pienso en ti por accidente como acaso los gatos que miran distraídos, aunque muy fijamente, a esas almas en pena que sólo ellos aciertan a oler
entre las sombras de antiguas medianoches que nunca terminaron y que siguen
acá, recordando quién sabe qué besos nunca dados, qué promesa incumplida, qué
pena de vivir entre tanta tristeza, viendo pasar las fiestas donde nadie recuerda el
color de sus ojos.
Y si tú te enfadaras o te asustaras mucho y pensaras que no, que es del todo
imposible, del todo innecesario, muy desaconsejable, tenerme así de cerca, a toda
hora del día, ignorando delirios que cruzan por mi frente cada vez que apareces
como si fueras alguien del todo inolvidable con quien soñar despierta.
Y si tú me dijeras que hasta aquí hemos llegado, que nada de esto existe, que no eres
el que pinto con mis torpes palabras y que no he retratado ni un pedazo de ti en toda
esta montaña de papel deslucido, emborronado ahora con este desatino que trata de
enredarte como si fueras pez, acaso azul y frío, ignorando el anzuelo que tan pacientemente...
Y si tú me miraras como sueles hacerlo, así, sin darte cuenta, a corazón abierto, encontrando respuestas que acaso sólo tú, y entendieras que estoy estando en
todo sólo porque estás cerca, como si mereciera tu presencia en mis días, tus ojos
sobre mí, tu voz cansada.
Nada sucederá. Por eso escribo. No importa no entender. No importo yo.
*
Entonces poco más. Un corazón de charcos, con mis dudas, unas manos atentas, un mar vulgar de llanto, una ceguera antigua y este miedo de no poder besar
el horizonte y dejar de dormir. Soñar, mejor, soñar, y ser siempre feliz o estar tranquilo con hormigas debajo de los pies y algún torpe reloj que nos atrase las ganas
de partirle la boca a tanta gente.
Trigo · 29
Ilustración de Dalmiro Zantleifer
30 · Zantleifer
Macarena Trigo (Madrid, 1979). Autora de LOS POEMAS PERDIDOS DE ELEONORA QUE MARIANA ENCONTRÓ NO SABE DÓNDE (Amarú, 2006), Premio Internacional de Poesía Iberoamericana Víctor Jara.
Dalmiro Zantleifer Ojeda (Buenos Aires). Realizó estudios de Diseño Gráfico y Dibujo Humorístico.
Actualmente estudia Ilustración con Daniel Roldán. Su web es www.dalmiro.com.
El silencio que pasa
Adolfo Alonso Ares
I
Me gusta ese silencio que conjuga
La nada con el signo de mi tierra
La eclosión que se nutre a cada paso
Navegando sin rumbo. Me detengo
En las horas que nombro, en el constante
Latir, en el verdugo que me espera
Donde la noche rompe su espejismo.
Adolfo Alonso
Ares
Passerina
amoena
Febril misterio, desdén que me cobija
Alud de la agonía y el recuerdo
Explicación veraz, mancha que rompe
Un sueño en la palabra, piel desnuda.
Rival en ese ruido que se vierte donde el hombre no existe.
Ares · 31
Dibujo de Adolfo Alonso Ares
32 · Ares
RETOMARÉ EL OTOÑO
Como renglón que agota tu presente.
Raíz que se ha servido de la escarcha
Para acotar el cielo.
Templo donde la piedra se hace lajas
Plegaria que se nutre de emociones
Lumbre de las hogueras apagadas
Pudor que fue conciencia.
Viviré en el jardín, donde la lluvia
Es vieja y el tiempo no transcurre.
Adolfo Alonso Ares (Astorga, 1956). Autor de los poemarios UN RENGLÓN INFINITO (1998), EL VÉRTIGO SAGRADO (1998), ALACENAS BLANCAS (1999), EL LIQUEN DE LOS ROBLES (2000), DEL ROJO AL
NEGRO (2000) y PLEGARIA DEL METAL (XIII Premio Gil de Biedma, 2003). Coordina los encuentros
poéticos anuales “Poemas en el claustro”, que se celebran en la Catedral de León.
33
El desahucio
Roxana Popelka
Roxana
Popelka
Certhidea
olivacea
Pasar aquí el resto de tu vida.
¿Piensas pasar aquí el resto de tu vida?
34 · Popelka
¿En este lugar?
¿Con el olor? Es por el olor.
¿Qué es exactamente lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos?
A veces el olor llegaba a marearme. Por el olor, era por el olor.
Popelka · 35
Las paredes desconchadas y los azulejos grasientamente siniestros. Me oían.
Apuesto a que los azulejos escuchaban lo que decía.
36 · Popelka
Y las moscas, miles de moscas, moscas posadas sobre las mondas de patatas,
jugando con las mondas de patatas, cagando sobre las mondas de patatas.
¿Qué es exactamente lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos?
Y un solo aviso para el desahucio.
¿Quieres que te cuente cómo se movían las paredes? Se movían las paredes.
Popelka · 37
¿Cuánto tiempo llevas ahí sentada? ¿Una hora o más? ¿Llevas una hora o más con
la mente perdida, flotando?
A lo lejos las fábricas, las lúgubres acerías.
38 · Popelka
¿Qué es exactamente lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos?
Las cosas no van a ser diferentes el año que viene, tampoco el otro.
La memoria cada vez más frágil. El deterioro final. Es la demolición. Es mi casa
deshabitada.
Popelka · 39
¿Qué es exactamente lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos?
40
Roxana Popelka (Gijón, 1966). Licenciada en Ciencias Políticas y Sociología, y Doctora en Filosofía.
Ha publicado los poemarios CIUDAD DEL NORTE (1989) y SIMPLEMENTE NADA COMÚN (1991). Dirige la
revista literaria “Lúnula”, del Ateneo Obrero de Gijón. Es codirectora y guionista de cortometrajes
como “La vida en corto” o “El aparcamiento” (premiado en el Festival de Cine de Gijón).
Preludio nº2
Jesús Díez Fernández
Estaba acostado en la cama, con los
ojos abiertos. Sonó el timbre del portal
de la calle. No hizo caso, pensó en los
carteros comerciales. Giró levemente la
cabeza y sintió el roce suave de la almohada en su mejilla. Dejó que se hundiera su rostro y el resto del cuerpo desnudo, en las señales de bruma perfumada
que aún tenía la tibieza del recuerdo y
que le había dejado entre las sábanas
una mujer, antes de irse para siempre.
Pensó en el asedio diario de los carteros comerciales y siguió escuchando
en su equipo de música a Chik Corea,
en el tema The Loop. Volvieron a insistir
en la llamada, pulsando el timbre del
portero automático. El hombre miró
hacia la mesilla de noche. Con los rayos
de luz solar, que a esas horas del día
entraban a través de las lamas de la persiana no bajada al completo, pudo ver el
resto de la bebida alcohólica que aún
quedaba diluida con el hielo, en el
fondo del vaso.
Bebió sin ningún temblor aquel
último trago, como un sediento que a
través de un espejismo llega a un oasis
y no repara en si el agua está turbia.
Cerró los ojos y siguió escuchando el
siguiente tema del álbum… I hear a
Rahpsody. Sólo sintió unos segundos el
dolor. Fingió que se levantaba, que salía
a la calle, que caminaba sin rumbo, en
medio de la gente que iba y venía inundando las aceras de la ciudad. Se paraban frente a los escaparates, sin saber el
porqué y para qué. Fingían ser felices
mirando a las grandes pantallas de los
televisores, que anunciaban más pantallas de otros televisores. Así hasta el
infinito.
Sus ojos se llenaron de espejos inútiles en los que poder reflejarse. Siguió
Jesús Díez
Fernández
Molothrus
badius
Díez · 41
Óleo de Rosa Puertas
42 · Puertas
caminando. Abatido, dejó caer la cabeza sobre el hombro y el pecho de una
mujer, que fingió al cruzarse con él,
mirarle intensamente y comprenderle.
Estaba acostado en la cama, con los
ojos muy abiertos y fijos en el trenzado
que había tejido una araña, entre la
lámpara que seguía encendida y el
techo de la habitación; en los últimos
minutos de su vida, mientras él ya via-
jaba a través de la noche de verano, que
latía en el corazón de un piano…
Summer Night.
Volvieron a insistir en la llamada los
carteros comerciales y también un
agente bancario, para ofrecerle un
seguro de vida o un plan de pensiones.
Él fingió que cerraba los ojos Night And
Day para siempre, escuchando el
Prelude nº 2 de Scriabin. Mock up.
Jesús Díez (Sopeña de Curueño, León). Autor de los poemarios LA NIEVE ¿QUÉ SILENCIO? (Huerga y
Fierro, 2005), CLEPSIDRA DE OTOÑO (Ed. Libertarias, 1995) o NOGAL DE PERGAMINO (Andrómeda,
1991), así como de los libros de relatos EQUIPAJE DEL OLVIDO (Huerga y Fierro, 2006) y EL NIÑO DEL
TREN HULLERO (Alfasur, 2004), entre otros títulos.
Rosa Puertas. Ha expuesto en el Certamen Anual de Artistas en la Estación de Atocha, en el
Aeropuerto de Barajas, en el Botánico, Estudios Solana de Madrid, etc. Forma parte del grupo
Estudio Arte Cras. Ha ilustrado varios libros de Jesús Díez.
43
Candidata a la presidencia del CCL, reponiéndose
The Children’s Book of American Birds
el hambre
Y después que hubimos gustado los alimentos y la
bebida, envié algunos compañeros —dos varones
a quienes escogí e hice acompañar por un tercero
que fue un heraldo— para que averiguaran cuáles hombres comían el pan en aquella tierra.
Fuéronse pronto y juntáronse con los lotófagos,
que no tramaron ciertamente la perdición de
nuestros amigos; pero les dieron a comer loto, y
cuantos probaron este fruto, dulce como la miel,
ya no querían llevar noticias ni volverse; antes
deseaban permanecer con los lotófagos, comiendo loto, sin acordarse de volver a la patria.
·
Mas yo los llevé por fuerza a las cóncavas naves y,
aunque lloraban, los arrastré e hice atar debajo
de los bancos. Y mandé que los restantes fieles
compañeros entrasen luego en las veloces embarcaciones: no fuera que alguno comiese loto y no
pensara en la vuelta. Hiciéronlo en seguida y,
sentándose por orden en los bancos, comenzaron
a batir con los remos el espumoso mar.
Homero, Odisea, Canto IX
El hambre
“Ambre”, fotografía de Eva Vaz
48 · Vaz
Caín leyendo
José Luis Piquero
Mon semblable, mon frère
Escucha tú, de quien sé bien el nombre
pero has de ser un tipo poco recomendable —como todos nosotros—,
que devuelve los golpes con precisión de fiera
y sabe un par de cosas que todos sospechábamos.
Dime que hasta la última palabra
todo es verdad, verdad,
o dame una señal para olvidarme el libro en el asiento.
En esta negra tarde se busca una certeza
y cruzo la ciudad como un feto motoro,
respirando en el libro.
No vayas a decirme que el mundo está ahí afuera.
No es más real que este terrible soplo al corazón.
José Luis
Piquero
Arremon
abeillei
El hambre
En mi tarde más negra quiero tocar el cielo.
Sentado en lo más hondo
del autobús, y el libro entre las uñas,
¡adiós, vertiginosa jornada laboral; adiós, salario;
adiós a mi Macintosh, que ronronea y piensa por su cuenta!
Leo como leía cuando era adolescente:
moriría de versos.
Piquero · 49
¿Nos hemos olvidado de escribir,
idiotas instruidos mientras ella se va dando un portazo?
Entonces hasta el más sórdido adolescente
debería escupirnos su desprecio en la cara.
Sea Dios el libro mientras nos susurra
su espantosa verdad. Reseña: calla,
no vales el talón que te ha pagado.
Escucha bien:
te doy mi libertad, eres la sombra
que vigila la luz de mi ventana.
Yo te he dado las llaves y ahora asústame.
Eras el preferido de mi Padre, jamás te perdoné, el mejor de nosotros.
Tú y yo somos iguales, sólo eso sé decir.
El hambre
Y que todo el dolor y la alegría y la furia
son verdad, son verdad,
porque si no soy yo quien está muerto y tú estás muerto
y en esta gran mentira de los poemas arderemos todos
hasta que cada libro no sea más que ceniza.
50
José Luis Piquero (Mieres, 1967). El conjunto de su poesía, reunida bajo el título AUTOPSIA (2004),
le valió el Premio Ojo Crítico de RNE. Escribe crítica de libros y arte, y ha traducido al asturiano
obras de Charles Dickens, Herman Melville o Arthur Miller.
Eva Vaz (Huelva, 1972). Ha publicado, entre otros, los poemarios LA OTRA MUJER (2003), LEÑA
(2004) y METÁSTASIS (2006). Se ha dedicado al campo de la escena, el periodismo y las artes plásticas. Dirige la empresa de gestión cultural Ex-Libris. Su web es www.evavaz.net.
La gran dieta
Alberto R. Torices
Nuestro querido Micael C. Peace ya ha pasado a engrosar (con perdón) la nómina de los
inmortales. Requiescat in pace. Escritor desmedido y amigo entrañable, prodigioso ser
humano, fue también miembro del oscuro y ya casi olvidado Oblivion’s Club; atlante,
titán, portento de la naturaleza, su silueta ensombreció la de todos sus colegas. Hoy, el
honor de haberlo conocido y tratado me impone el deber de glosar, con la ignominia de la
brevedad, la odisea emprendida por este hombre formidable. Pues bien, hela aquí:
Recuerdo bien el día que Micael se
presentó en las oficinas de Mnemosyne
Publishers Ltd., por aquel entonces
situadas en un sótano de All Saints
Avenue. Pálido como un cadáver,
escuálido y tambaleante como si acabara de escapar de un campo de concentración, portaba bajo el brazo una
carpeta sencilla e insuficiente para
dar cabida a los papeles que contenía.
Tras presentarse, dijo: «Éste es el primer capítulo de una novela un poco
larga. Si se deciden a publicarla les
haré llegar los ciento ochenta y tres
restantes por mensajería. Estoy un
poco débil.»
Alberto R.
Torices
Ictinia
mississippiensis
El hambre
Antes de comenzar la redacción de
El banquete, la novela por la que será
recordado en los tiempos venideros,
Micael C. Peace pesaba ciento setenta y
dos kilos y era un hombre feliz.
Durante los nueve años que tardó en
escribirla, perdió ciento veinte kilos,
buena parte del cabello y la totalidad de
sus relaciones con el mundo. Opera
prima y a la vez postrema, hercúlea,
insuperable, el manuscrito de El banquete se componía de seis mil trescientos veintinueve folios numerados y
homogéneos, escritos por ambas caras
con una letra menuda pero legible, y
con más agregados que tachaduras.
Torices · 51
El hambre
52 · Kovacs
disciplina a que se sometió durante la
redacción de El banquete, la más grande
novela de nuestros días y acaso... en fin.
Se levantaba a las seis de la mañana. Sin
lavarse ni quitarse el pijama, se sentaba
a su mesa y comenzaba a escribir. A las
ocho, su mujer, la adorable Rosario
O’Babian, entraba sigilosa en el cuarto y
dejaba sobre sus papeles una bandeja
con café, leche, azúcar, zumo recién
exprimido, tostadas y las píldoras para
la vesícula. A las diez, la hoy viuda aparecía otra vez en la habitación donde
trabajaba el genio, le reprochaba que
sólo hubiera tomado el café, suplicaba
que hiciera al menos el esfuerzo de tragar las píldoras y salía al fin murmurando: «Qué va a ser de este hombre, Dios
mío...» Al mediodía, una nueva bandeja
llena de comida aterrizaba sobre la
mesa del escritor; a las catorce, era retirada fría e intacta. A las diecisiete y a las
veintiuna horas, otro tanto ocurría con
la merienda y con la cena. Por lo demás,
cada tres horas Micael C. Peace se levantaba para estirar las piernas, vaciar la
vejiga y el cenicero, y hacer más café. Y
a las veintidós horas, se metía en la
El hambre
Si he de ser sincero —y pretendo
serlo, acaso más de lo que me conviene—, bastó la primera página para convencerme de que aquella carpeta contenía la promesa del que había de ser mi
mayor logro como editor.
La primera edición de El banquete,
que yo dirigí y hoy es fetiche de coleccionistas, constaba de seis volúmenes
de unas mil quinientas páginas cada
uno, impresos en papel biblia y a cuerpo nueve.
Pues bien, por más que cueste creerlo, Micael C. Peace escribió esta inconcebible historia de un solo tirón, como
quien dice. A lo largo de las entrevistas
que mantuvimos durante el proceso de
corrección de pruebas (en cada una de
las cuales aparecía ante mí un Micael
más recuperado y risueño, saludable y
orondo), tuvo la generosidad de contarme el relato de los nueve largos años que
le supuso el alumbramiento del prodigio. Así conocí el secreto literario y
metabólico del más grande autor de
nuestros días, y acaso de todos los tiempos: escribir le adelgazaba, engordaba si
no lo hacía. Supe, también, cuál fue la
Torices · 53
El hambre
54 · Torices
cama y se entregaba a un sueño siempre
insuficiente y agitado.
Con el tiempo, y tras mucho rogar e
insistir, Rosario consiguió que su marido tomase al menos zumos naturales y
frutos secos sin sal. Pero no logró, durante los nueve años de su cruzada, que
el infatigable autor descansase una sola
tarde, ni que al menos los domingos
sumara más de ocho horas de reposo.
Micael C. Peace, sin embargo, nunca
temió por su salud. Antes de abordar El
banquete, me dijo, había llenado su
cuerpo con reservas grasas suficientes
para aquella larga hibernación. Y conforme a este carácter previsor, durante
los catorce años que había permanecido como contable en la plantilla de una
empresa dedicada a la importación de
carnes, había ido ingresando dinero en
una cuenta bancaria hasta alcanzar la
cifra que le permitiría tan prolongado
período de inactividad laboral. Así,
cierto día, volvió de la oficina antes de
la hora habitual y le dijo a la mujer que,
a su modo, tanto amaba: «He dejado el
trabajo. Voy a escribir una novela. Me
llevará algún tiempo, pero aquí —y
mostró la cartilla del banco— encontrarás dinero para ir tirando. Llama
antes de entrar en mi cuarto, y sólo si es
imprescindible. Gracias, cariño.» Dicho
lo cual, besó a una Rosario estupefacta,
y se encerró en su despacho.
Como cabía esperar, a la sensata,
enamorada y temperamental mujer,
semejante discurso no le bastó, y
Micael C. Peace tuvo que hacer el esfuerzo, paciente, amoroso, de explicárselo un par de veces más, tras lo cual se
mostró inflexible, hermético, inexpugnable. No permitió más intrusiones
que las preestablecidas, no toleró ruidos domésticos, no habló apenas.
Comenzaron tiempos difíciles para
el matrimonio, pero nada hay contra lo
que no pueda la Costumbre, esa vieja
tejedora. Rosario cambió el estridente
aspirador por la sigilosa mopa, empezó
a escuchar con auriculares su programa
de radio favorito y hasta para sonarse la
nariz buscaba el rincón más alejado de
la habitación donde trabajaba el astro.
Es verdad que al principio, cauta y
cabal, Rosario había pensado que aquello sólo sería una extravagancia pasaje-
masticaba trabajosamente mientras las
lágrimas surcaban su rostro, ocho pitillos. A pesar de la repugnancia que,
durante su encierro, Micael mostró
hacia la comida, aquel delicado equilibrio mercantil logró mantener los
mínimos dietéticos imprescindibles
para un organismo humano e impidió
que el escritor fuese víctima de un enfisema pulmonar.
Hubo, claro es, muchos más dilemas, graves disputas familiares y numerosos problemas de todo tipo, dada la
testarudez con la que Micael se negó a
salir de su guarida e incluso a emitir
sonidos. Su limitado interés con respecto al caso que nos ocupa, además de la
deuda contraída con el insigne creador,
nos impide, no obstante, que hagamos
aquí tan enojosa enumeración.
Por fortuna, y aunque ya en el límite de la capacidad menguante de su
organismo, Micael C. Peace terminó la
novela. El día que escribió la palabra
“Fin” en el último folio, en una bella
mañana de junio, salió de su cuarto silbando y dio la buena nueva a su esposa,
que lloró durante mucho rato. Luego se
El hambre
ra; la crisis de los cuarenta, quizá, o
algún sueño de juventud no del todo
olvidado. Por eso hizo llamadas y,
valiéndose de piadosas mentiras, obtuvo de la John & James Transoceanic Meat
Corporation la promesa de que readmitirían en plantilla a su marido una vez
se le pasara la tontería. Pasaron, en
cambio, los días, las semanas y los
meses, y Micael no se atuvo a razones.
Al final, vista la inutilidad de sus amonestaciones, de sus reclamos y sus
lágrimas, Rosario se limitó a lo único
que, aun con esfuerzo, podía hacer:
preservar mínimamente la salud de su
marido. Y la principal herramienta de
que dispuso para ello fue, de manera
paradójica, el tabaco. Tras años de abstinencia, el mismo día que comenzó a
escribir su novela, Micael volvió a
fumar, y como se resistía a salir de casa
siquiera para ir al estanco, su mujer le
proveía de cigarrillos siguiendo una
pauta innegociable: por un desayuno
completo, tres cigarrillos; por medio
desayuno, sólo uno. Por una ensalada
bien surtida, cinco cigarrillos; por una
chuleta con guarnición, que Micael
Torices · 55
El hambre
56 · Torices
duchó, se afeitó y vino a verme. Ese
mismo día, también, dejó de fumar y
recuperó su fabuloso apetito. Lo celebraron en un restaurante francés, y
comenzó para el matrimonio un nuevo
período de dicha... que no había de
durar demasiado, por desgracia.
Micael C. Peace pudo haberse conformado con recuperar el peso previo a
El banquete y con la gloria que le proporcionó la publicación de esta ingente
novela, grande entre las más grandes.
No lo hizo. En realidad, ya nunca dejó
de engordar. En menos de un año había
ganado los ciento veinte kilos perdidos.
Y cuando se cumplió el primer aniversario de su gesta, ya superaba los doscientos. No salía de casa, esta vez no por
propia voluntad, sino porque hubiera
hecho falta tirar varios tabiques.
Micael, sin embargo, era feliz, no se
quejaba, no pedía nada... excepto tener
siempre a mano un plato de comida.
Supe todo esto porque recibí un día
la llamada de Rosario. Estaba desesperada, no sabía qué hacer. Llegó a decirme que se volvería loca si Micael no
reventaba antes. Había tenido que
poner un candado en la despensa, mantenía el frigorífico bajo mínimos para
evitar los ataques nocturnos y temía
que la economía familiar, pese a los
notables dividendos obtenidos por las
ventas de El banquete, no pudiera resistir el desaforado apetito de su marido.
Hice lo posible por consolarla y prometí que hablaría con Micael. Le llamé,
traté de hacer que entrara en razón.
Nunca olvidaré sus palabras: «No sé de
qué te quejas, Thomas. Sabes mejor que
nadie que yo no engordo, yo acumulo
ideas. Escucha, creo que en dos años
más, si Rosario no me mata de hambre,
habré conseguido el peso que necesito
para acometer mi nuevo proyecto. Lo
titularé La orgía, y puedes creerme: ésta
sí que será una gran novela. Calculo que
andará por las cincuenta mil páginas,
quizá más.» Micael siguió hablando
largo rato de la nueva novela que pretendía escribir. Estaba entusiasmado,
febril. Yo tardé algunos minutos en
articular palabras. Nada deseaba más
que leer nuevas páginas del maestro,
pero la perspectiva de una edición
semejante me resultó terrorífica.
una vez que empieza ha de limitar su
ingesta al puro numen divino.
Cualquier otro alimento estorbará en su
intestino sobrecargado. A excepción
del café y los cigarrillos, por supuesto.»
Y añadía: «No sabes, amigo mío, cuántas veces trabajé inútilmente durante
horas, las mismas que tardaba en digerir un simple huevo frito. Pero eso,
claro, la pobre Rosario no lo entendía.»
La pobre Rosario, como él dijo, me
llamó de nuevo pocos días después de
mi última conversación telefónica con
el escritor. Su voz fue, en esta ocasión,
gélida e inapelable. Me dijo: «Micael ha
muerto», y añadió el lugar y la hora en
que tendría lugar el entierro. No me dio
detalles sobre el modo en que ocurrió el
deceso, ni yo se los pedí. Para qué.
Afirmé que el mundo perdía un gran
hombre, y el silencio de Rosario me hizo
sentirme idiota, tal vez justamente
insultado. No le dije —tuve esa mínima
lucidez— que se había perdido también
una gran novela, que además hubiera
sido la novela más grande jamás escrita.
El 6 de abril de 1989, festividad de
San Samuel, profeta, Micael C. Peace
El hambre
Mientras él hablaba, hice el cálculo del
número de mecanógrafos, correctores
y maquetistas que necesitaría para editar aquella monstruosidad en un plazo
razonable. Colgué el aparato recorrido
por fuertes temblores.
Le llamé más veces. En cada ocasión, Micael comenzaba por ponerme al
tanto de los kilos que había ganado.
Siempre creía, sin embargo, que sus
ideas aún no tenían suficiente “peso”.
De nada sirvieron mis consejos, mis llamadas a la prudencia. Micael hablaba
siempre con la boca llena y, a la vez que
masticaba y deglutía, me aseguraba que
esta vez sí, lo presentía, iba a escribir la
más grandísima novela de toda la historia de la humanidad, la obra definitiva,
insuperable, aplastante. Yo le repetía
que aquella obsesión acabaría arruinando su salud, que debía cuidarse,
comer menos, empezar a escribir poco
a poco y sin hacer locuras. «La obesidad
—me dijo una vez— es incompatible
con la escritura, pero al mismo tiempo
es su condición fundamental. El escritor tiene que aprovisionarse primero
del material que se propone evacuar, y
Torices · 57
El hambre
58 · Torices
fue enterrado en su tierra natal: en una
parcela del sector dedicado a Grandes
Personalidades del cementerio de
Monticello, en el condado de Jefferson,
Florida.
Durante el sepelio, diez hombres
cargaron con un féretro que, por sus
dimensiones, parecía más bien una
cama de matrimonio. El foso, recién
excavado, me hizo pensar en los
cimientos de una casa. Al triste evento
acudieron autoridades y hombres de
letras, lectores devotos, endocrinólogos, célebres maîtres. Lamentablemente, también hicieron acto de presencia los miembros vivos del ya citado
Oblivion’s Club, amigos de juventud de
Micael C. Peace.
Cabe informar a los lectores que lo
ignoren, que el Oblivion’s Club fue una
especie de capillita literaria integrada
por una media docena de escribidores
sin talento ni suerte, pseudointelectuales iluminados, hombres de poco edificante carácter, bebedores, prostibularios... Es cierto que podría juzgarse la
pertenencia de Micael C. Peace a dicho
círculo como un desliz, un tanteo, un
insignificante pecado de juventud. Pero
tampoco podemos eludir la importancia que semejante experiencia llegaría a
tener en su condición de escritor, como
sin duda había comprendido la afligida
Rosario O’Babian.
Ésta, cuando vio aparecer a semejante panda, comenzó a dar gritos, se
abrió paso hacia ellos acumulando
furia y los abofeteó, escupió e insultó.
—¡Vosotros —gritaba—, vosotros
aquí! ¡¿Es que no respetáis nada?!
No desprovista por completo de
razón, la desdichada mujer les hacía
responsables del infortunio al que se
vio abocado su marido, por haberle
contagiado el delirio de la grandeza
literaria:
—Si no os hubiera conocido nunca,
“Mikki” y yo estaríamos ahora paseando por Blossom’s Boulevard.
—Pero señora —alegó uno de ellos,
el flaco Henry Pathè—, si él ya escribía
cuando le conocimos...
—¡Cuentos, maldita sea, relatos
cortos!
Mientras la sujetaban, la viuda, casi
delirando, dijo que al principio Micael
El hambre
Kovacs · 59
solo escribía por placer y en ratos perdidos, y que nunca hasta que empezó El
banquete le había negado una tarde de
paseo, de compras, de chocolate con
churros. Y amenazando con el puño a
los del Oblivion’s Club, prudentemente
retirados, añadió:
—¡Al menos sé que la novela de
“Mikki” eclipsará todos vuestros ridículos opúsculos! ¡Vuestras obritas!
¡Vuestras cagaditas de literatos estreñidos! —y Rosario lloraba y reía, se arañaba el rostro y lamentaba su triste
suerte.
Ciertamente, El banquete eclipsará
muchas cosas, y no sólo por el espacio
que ocupa. En cuanto a La orgía, no me
atrevo a imaginar lo que habría sucedido, Micael, si hubieras logrado tus propósitos. Probablemente, una densa
oscuridad se hubiera cernido sobre
todo el planeta durante años. Y sin
embargo, te imagino y sólo puedo pensar con tristeza en esa obra monumental de la que ahora mismo —paciente,
trabajosa, inevitablemente— ya están
dando cuenta los gusanos.
Sit tibi terra levis.
El hambre
Relato perteneciente a la serie “Memorias del Oblivion’s Club”
60
Alberto R. Torices (Guernica -Vizcaya-, 1972). Se ha ido a vivir a un pueblo muy pequeño.
Lazslo Kovacs (Lensk -Siberia-, ¿1946?). Personaje de tupé ensortijado que camina siempre en diagonal porque necesita pensarse dos veces las cosas. Es omnívoro y zurdo para todo menos para
escribir y para los deportes que no practica. Fumador pasivo empedernido, nunca se acuesta sin
hacer sus ejercicios de glúteos para mantener el culo inquieto.
Alimento para un sueño
Rafael Saravia González
I
Tú que acumulas tanto y tan bueno,
nunca tendrás suficiente.
Harás de tu primera montaña cordillera,
de tu primer logro,
un múltiple canal de prosperidad;
de tu mayor victoria,
tu punto de partida
en las sucesivas conquistas.
Rafael Saravia
González
Paromachrus
mocino
El hambre
Pero el hambre siempre será hambre,
cielo sin reposo para un sueño
que nunca se antoja eterno.
Despliega, a través de la renuncia,
tus anhelos atrapados en la infancia.
En tu intento de gloria,
pájaros de colores se aferrarán a tu cebo
y el aire te colmará de nuevo.
Saravia · 61
El hambre
Fotografía de Sandra Muñiz
62 · Muñiz
II
Rafael Saravia González (Málaga, 1978). Poeta, editor y fotógrafo; fundador y miembro del Club
Leteo y Ediciones Leteo. Formó parte de las antologías poéticas Novilunio (1998) y Petit
Comité (2003), y en 2001 publicó la plaquette de poesía Pequeñas conversaciones de
rojo, títulos todos ellos de Ediciones Leteo.
Sandra Muñiz Justel (León, 1983). Licenciada en Publicidad por la Universidad Complutense de
Madrid. Ha realizado diversas campañas publicitarias, así como el diseño de varias publicaciones
del Club Leteo.
El hambre
Fuiste tenue, de arroz.
Caminabas por medio de un río de migas
gustando el zumbido de avispas a un lado,
al otro un hilo de hambruna callado.
Después te fuiste de amor.
Más tarde, si cabe.
63
El hambre
Ilustración de Javier Arce
64 · Arce
Brion LeBunny
Vladimir Laxa
A Vito Gallo
El ajenjo (jilguero de rubí) adulteraba tanto la percepción del que lo consumía, brillaban tanto sus pupilas que
parecían sumideros ebrios sobre las
cuencas de los ojos... Adulteraba tanto
la percepción —ya digo— que nohabíamanerahumanadiablosdeescribirunalíneasinfaldasdeortografia.
Aprendieron los jóvenes maléficos
a administrárselo a nuestro Brion
Lebunny sin que lo supiese. Cuando lo
hacían, veía cosas horribles. Buen
ejemplo de ello eran los cráneos de
generales franceses con murciélagos
bicéfalos enroscados en jazmines por
sombrero, o los dientes de gato, distribuidos en platos como comida para
aves vigías del parnaso... Además,
molestos ancianos vestidos tan sólo
con chanclas se amontonaban sobre un
televisor de ébano y bebían distraídos
zarzaparilla. Cosas terribles, el pobre...
Surgían de los haces de luz, divinas
orgías de mujeres cuyos pechos estaban cubiertos de muérdago y los clítoris fumeteaban palabrotas tales como
hijodegrandísimafulana, intentaban
alzar el vuelo dedos que habían afanado diamantes marfileños de los cajones
y (en ocasiones) el mismisisisimo
Barrabás, enfundado en un traje espacial color miel de la Alcarria, le daba de
lo lindo al grog codo con codo con el
cónsul irlandés de Valparaíso bajo el
volcán.
Vladimir Laxa
Larus pipixcan
El hambre
Aprendieron los jóvenes maléficos a
cultivar ajenjo (furioso golem de verdes
ojos) en la azotea y huía espantado
Brion Lebunny cada vez que se convocaba una nueva fiesta en el piso.
Laxa · 65
Y se cagaba en diosyensumadre
mientras pensaba para él: “Lo han vuelto a hacer”, y es que se veía nuestro
heroico protagonista conducido del
brazo del opiáceo (kaleidoscopio de
caléndula) hasta la nevera en plena
madrugada sin saber bien por qué ¡diablos! y sentía tanta hambruna que se
proclamaba Oliver Twist por el pasillo
mientras gritaba ¡¡¡¡ostiaputaaa!!!!
El hambre
Aunque volviese saciado a la cama
no tardaba en verse fotografiado en
cada vidrio, criaturita, con la cara tan
desencajada como un peso pesado después de haber perdido el título mundial
(no precisamente a los puntos) contra
uno de esos negratas del Bronx con
nombre de trapero.
66 · Laxa
Aunque hubiese devorado delicioso
emparedado de atún en escabeche y
mayonesa con aceitunas verdes rellenas
de anchoas y aceitunas negras con
hueso, el ajenjo le hacía cosquillitas en
la planta de los pies y se sentaba a la
altura de su caja torácica susurrando:
“Eres tú, esta bola de cheedar eres tú,
chiquitín, este trozo de carne a la brasa
que pronto vomitaré, eres tú, pequeñajo, cachorro de marsupial” y negaba tan
fuerte con la cabeza que siempre acababa dándose contra alguna pared.
Oía carcajadas, nuestro Brion
Lebunny, mientras depositaba sin elegancia alguna alimentos en la taza de
váter. Risas desbocadas que se abrían
camino sobre su nuca, mientras —ya
digo— echaba a perder un embutido de
primera... Después, otra vez el hambre,
atrapado como un pájaro en la barriga
de un adolescente somalí, arañaba las
entrañas del tierno Brion Lebunny que
suplicaba un trozo más de pan, un poco
más de comida “por favor” —clamaba— y las risas cesaban ya por un nanosegundo para volver con más alegría a
sobrevolar aquel piso de estudiantes...
Y Brion Lebunny, que cursaba primero de ciencias exactas en la Autónoma, que calzaba un cuarenta y dos,
que se leía el prospecto de los profilác-
Brion Lebunny, que hablaba con la
boca llena, que se afeitaba con una
navaja herrumbrosa, que arrastraba
los pies y tarareaba ese estúpidoestúpido tema de Neil Diamond mientras
preparaba té, que se rascaba los huevos prácticamente la mayor parte del
día y fumaba esa mierda de tabaco de
liar llenando la moqueta de hebras,
que apestaba a neo burgués y que se
comportaba como un bañista vacacional.
Brion Lebunny, al que Jules y Jim
aburrió mortalmente (sic) dejándola
sin rebobinar, que encontraba todo tan
barato, todo tan bonito y que / nunca,
jamás, nunca / había oído hablar de
Viaje al final de la noche, se agarraba las
saciadas tripas y gimoteaba.
Salió esta mañana cargado con sus
cosas, como alma que lleva el diablo,
cargado con sus maletas camino de la
hermosísima Buffalo que le vio nacer.
No hemos tardado mucho en poner un
anuncio en la prensa, calculamos que
esta misma tarde vendrán los primeros
jovenzuelos rosados a visitar nuestra
bella habitación en alquiler*.
El hambre
ticos porque era alérgico a noséqué,
cuyo estómago era lo suficientemente
duro como para echarle un centenar de
polvos a su rolliza y fea novia.
*Hemospensadoaumentaren30$elpreciodelosgastosestadulceflor(musgoenlaaxiladeldemiurgo)no
sestádejandocasisinBlanca.
Vladimir Laxa (Nizhni Nóvgorod, 1956). Cursa actualmente segundo de bachillerato en el Instituto
de las Artes “Anna Nietochka Nezvanova”, Moscú. Compagina sus estudios con un trabajo a media
jornada en la mayor fábrica exportadora de estramonio de Rusia. Su madre aún espera la conclusión de su primera novela (UN ARTIFICIO EPISTOLAR SOBRE LA GUERRA DEL PELOPONESO).
Javier Arce (León, 1981). Programador informático, diseñador y fotógrafo. Responsable de algunos
diseños del Club Leteo. Edita el weblog elhombrequecomiadiccionarios.com.
67
La boca del estómago
David González
que no
que ya está bien de tanta coña
que ya os vale, joder,
que no
que no subimos al chabolo
para la hora de la siesta, ¿vale?
El hambre
David
González
Camarhynchus
heliobates
Vinieron más boqueras.
que no
que esto no hay quien lo coma
que esto
ni es comida
ni es nada
que no
que pasamos de subir al chabolo
para la hora de la siesta, ¿vale?
Llegó el Jefe de Servicios.
68 · González
¿cómo que qué pasa aquí?
¿a usted qué le parece?
se supone que esto son lentejas, ¿no?,
pues mire, ¿lo ve?,
aquí no hay más que agua, ¿lo ve?,
y
hasta que no nos traigan
una jala como dios manda
de aquí no nos movemos
no subimos a la celda
para la hora de la siesta, ¿queda claro?
Tuvieron que avisar al Doble1.
y
y
voy a ir pasando lista de uno en uno
al que no deponga su actitud
siga negándose a subir a su celda
se le castigará con un fin de semana
de aislamiento
en las celdas de castigo.
¿He hablado con la suficiente claridad?
El hambre
con tanta claridad
que perdimos el culo
escaleras arriba
a ver cuál de nosotros
cogía primero
el sueño.
Después, por la noche, para cenar,
las mismas
putas
lentejas.
1 El director.
González · 69
JUGO DE NARANJA
El hambre
y
Apenas te sostienes de pie.
Son cinco días ya sin probar ni bocado.
Los dos últimos, además, sin beber nada.
Una huelga de hambre en plan salvaje.
Piensas constantemente en comida.
En la comida de la cárcel.
En el agua tibia con cuatro lentejas.
En los garibolos, que podrían servir
muy bien para jugar a las canicas.
En el arroz viscoso:
prueba a tirarlo contra la pared
verás como se queda allí pegado.
En las patatas fritas, frías y revenidas.
En los huevos fritos, sin yema,
cachos de cáscara rasgando la clara.
El Mellado entra en la celda.
Lleva una naranja en la mano.
La naranja más grande que has visto en tu vida.
Se la pasa de una mano a la otra.
La lanza al aire, la recoge.
Te mira, se cachondea.
70 · González
y
y
y
y
Se apalanca en la cama, a tu lado,
se pone a pelar la naranja.
La pela despacio, sin ninguna prisa,
cuidadosamente.
Las mondas las arroja al suelo.
No consigues apartar la mirada
de sus uñas llenas de roña.
El jugo de la naranja
le resbala por los dedos sucios
deja por un momento de pelar
se los chupa,
haciendo todo el ruido de que es capaz,
haciéndolo adrede, por supuesto.
Se pasa la lengua por los labios.
Relamiéndose. Como lo perra que es.
Algunas gotas han caído sobre la almohada,
muy cerca de tu cara, de tus labios,
demasiado cerca diría yo.
Termina, por fin, de mondar la naranja,
la acerca a los labios, abre la boca,
cuando va a pegarle el primer mordisco,
parece arrepentirse, entonces te mira, sonríe.
El hambre
¿Qué, pringao?
¿Cómo lo llevas?
¿Todavía no te has muerto?
González · 71
¿Quieres que te dé un gajo?
y
El hambre
y
No. Uno no.
Uno es poco. Todos. Los quieres todos.
Le arrancas la naranja de las manos
te la llevas entera a la boca. No entra.
Te muerdes la lengua.
También un trozo de labio.
Entonces arrancas los gajos de tres en tres,
los llevas a la boca
para que entren del todo
los empujas con la yema de los dedos.
Tienes tanta gusa que los pasas enteros.
Sin masticar. Lo que masticas
son tus propios dedos, tus propias uñas.
Te atragantas con las pepitas.
Te empapizas. Toses. Te dan arcadas.
Te entran ganas de vomitar.
Pero sigues devorando epilépticamente
la naranja.
Después te tiras de cabeza al suelo.
Todavía tienes que comer
las mondaduras.
David González (San Andrés de los Tacones,-Gijón-, 1964). Entre sus poemarios, figuran: REZA LO
72
QUE SEPAS (2006), EL AMOR YA NO ES CONTEMPORÁNEO (2005) o SPARRINGS (2000). Dirige la colec-
ción de poesía “Zigurat”, del Ateneo Obrero de Gijón. Su web es www.davidgonzalezpoeta.com.
El hambre
Acrílico de Elia Torrecilla
Elia · 73
El devorador de luciérnagas
Miguel Paz Cabanas
El hambre
Miguel Paz
Cabanas
Tachycineta
thalassina
74 · Cabanas
Están locos si piensan que saldré
sin rechistar, si aceptan que cederé mi
lecho, mis muebles, la silla en que me
balanceo al atardecer… Mientras conserve un gramo de ira (un soplo minúsculo de fuerza), no consentiré que
me expulsen de aquí.
Viene a mi memoria, con fiel exactitud, el engañoso comienzo: cuando
todo era alborozo y creíamos, unidos
por la aventura, que lo pasaríamos en
grande. Íbamos en capilla, confiados,
anhelosos por llegar a él. Nos sorprendió la tormenta en el Valle, su estrépito bronco y bárbaro. Los relámpagos
(culebras de oro) y los truenos (negros
timbales) nos llenaron de pavor.
Alguien señaló la casa entre las peñas
y rompimos a correr. Siendo innumerables, sólo yo vi el peligro: el puente
angosto, las tablas frágiles, nuestro
grupo bisoño y civil. Me giré para dar
la alarma, pero era demasiado tarde:
entre un mar de astillas, como piezas
de ajedrez, ellos —todos ellos— se fueron al fondo.
Los primeros días en el refugio fueron hostiles. Pensé que el hambre,
sobre todo el hambre, me haría enloquecer. Exploré los rincones con celo,
pero sólo hallé despojos: carne dura,
pan rancio, un puñado de nueces
amargas. Algo de lo que comí me
causó fiebre y estuve cerca de morir.
Me soñé girando en una esfera, como
un gusano en una bola de cristal.
Poco a poco, de modo insensible,
conseguí hacerme a él. Pasaba el tiempo esperando y meciéndome sin cesar.
Vivía casi del aire que impregnaba sus
cuatro paredes; y de las luciérnagas,
siempre brillantes, carnales al venir la
noche.
Fue una noche, precisamente,
cuando los oí por primera vez: no
susurros ni pasos torpes, sino algo de
sé que mi suerte será esquiva. Hace
tiempo que oigo sus pasos y sé que
nada los detendrá. Son numerosos y
fuertes, actúan sin escrúpulos. Pero
están locos si piensan que saldré de
aquí. Por puñales que esgriman, por
gritos que den, les plantaré cara sin
miedo. Gastaré mi último hálito y me
aferraré a este sangriento cordón…
Incluso ahora, cuando, en el paroxismo de mi humillación (mientras me
flagelan las nalgas), les oigo decir:
—¿Qué es, doctora?
—Un varón.
—¡Un niño!
—Sí. Y, por todos los santos... ¡El
muy capullo se negaba a nacer!
El hambre
mayor magnitud. Sonidos tensos y
oscuros que me infligían un leve
pavor. Aquellos ruidos, crecientes, se
intensificaron días después. Eran rítmicos y velados, siempre al morir el
día. Volví a evocar los muertos y su
lúgubre destino: el río, furioso, los
habría llevado al mar... y sólo los buitres, de alas inmensas, podrían llegar
hasta ellos.
Una de esas noches, la más larga, oí
un golpe en el exterior. Supe entonces,
con una certeza sombría, que había llegado mi hora. Por primera vez sentí
miedo e imploré a Dios su ayuda. Fue
complaciente, diré magnánimo, y
reparó en mi torpe oración. No los
escuché por un tiempo y simularon
dejarme tranquilo. Pero yo sabía, finalmente, que no se olvidarían de mí.
Ahora (mientras lucho con encono,
mientras bloqueo la puerta maltrecha)
Incluso ahora, mientras me arrojan, en esta noche virgen y helada, en
los brazos de mi mamá.
Miguel Paz Cabanas (Sestao, 1963). Narrador y ensayista, su publicación más reciente es CUENTOS
CRUELES PARA LEER TUMBADO EN LA CAMA (Ediciones Leteo, 2004). Escribe relatos cortos en la web
clubleteo.com, dentro de la sección “Libro de necrológicas”.
Cabanas · 75
Poesía urgente
Uberto Stabile
PHOTO PRESS
El hambre
Uberto Stabile
Anas sibilatrix
76 · Stabile
Te conozco bien,
tu eres la fotografía de un niño hambriento,
la última morada de la conciencia
junto al anuncio del nuevo software.
Tú eres la conversación que no se sostiene
el reducto de mi rabia y la paciencia desbordada.
En tu ignorancia vivimos todos
en tus ojos saltones
—tripón y canijo—
en tus envejecidos rasgos que anuncian
la inminente muerte y el debate en televisión.
Te conozco tanto que ya no te temo
ni me quitas el sueño que no tengo
ni podrás nunca competir
con la imagen que te robó el alma.
Campo de refugiados
donde gravitan los corazones
donde los cuerpos tendidos como ropa
se sostienen al filo de la media vida.
Desconfía entonces
de quienes fotografían sin pudor tu suerte,
vuestra muerte está sobrevalorada.
El hambre
Fotografía de Rafael Saravia
Saravia · 77
JACK KEROUAC, POCAHONTAS Y YO
Íbamos Jack Kerouac, Pocahontas y yo
camino del sur en mi vieja furgoneta escuchando
John Lee Hooker en la radio
Despeñaperros pa’bajo y algo más en el cuerpo
cuando recogimos al estudiante colombiano
haciendo autostop en la gasolinera de Bailén
con un maestría en geología y dos piedras de hachís en el bolsillo,
contando historias de Manu Chao y las FARC
y el estadio de sitio y una muchacha de Cáceres que le prometió el amor
y se quedó con sus travelcheques como recuerdo.
El hambre
Íbamos, digo, camino del sur desentonando a coro al Camarón
palmeando sobre el salpicadero de la Nissan
creyéndonos libres y soberanos en un país que no reconocemos
ni quiere reconocernos,
cuando vimos la luna sobre la ciudad de Córdoba y suspiramos
como si fuéramos niños de plata en un jardín prohibido,
y nos cogimos de la mano porque en un momento todos fuimos indios
como Pocahontas, Moctezuma y nuestro amigo colombiano,
indios en una reserva de vino, ceniza y hechizos,
y conjuramos al futuro para que nos fuera propicio
y el futuro se nos hizo de pronto irreversible, irreverente, irrevocable.
78 · Stabile
Uberto Stabile (Valencia 1959). Fundador de la Editorial Malvarrosa y Ediciones del 1900. Es responsable de los “Encuentros Internacionales de Editores Independientes y Ediciones Alternativas”
(EDITA). Entre sus libros de poemas, figuran: LOS DÍAS CONTADOS (2000), PERVERSO (1997), LAS
EDADES DEL ALCOHOL (1995) o RENDEZ VOUS (1991).
Rafael Saravia (Málaga, 1978). Ha realizado las exposiciones individuales “Nos queda la memoria” (2004) y “Ramblas” (2005). Ha sido comisario de la Exposición Colectiva de Fotografía
“Estupor y temblores” (2006), en torno a la figura y obra de Amélie Nothomb.
El hambre
Y tuvimos que enterrar en una sola noche
a los amigos que habían muerto desbocados, de amor,
de sobredosis, de locura, de la vida misma que ahora nosotros
en el umbral del siglo reclamamos desde la memoria.
Como pasajeros de un poema sin destino
íbamos Jack Kerouac, Pocahontas y yo
camino del sur encañonando con insolencia
la sien plateada y sospechosa de una Europa limpia
ordenada y preparada para repeler el hambre que nunca
nos dejaron reclamar.
79
El hambre
Fotografía de la serie “Niebla”, de Remedios Carrera
80 · Carrera
Hambre
de niebla
Sergio Santa Cruz Santamarta
puñalada drogadicta. El peligro que
siempre entraña explorar, se hace próximo, más cercano, en las noches de
niebla.
De niño soñaba con piratas, aventureros perdidos en el corazón de una
selva, guerreros a caballo y damas aladas que formulaban encantamientos
contra las hordas enemigas. Hazañas
cultivadas en el fondo de su almohada.
Creció y comprobó que aquello nunca
estaría a su alcance. Todo el imaginario
que había nutrido durante tantos años
su alma infantil, todas las imágenes de
sí mismo salvando el mundo con las
que se había alimentado, se derretían
en la lumbre de una caldera de gas ciudad. Leyó páginas nuevas. Recientes
autores que apelaban de nuevo al sabor
de la aventura. No era lo mismo. Qué va.
Las nuevas empresas le parecían aburridas, con todos aquellos datos técni-
Sergio
Santa Cruz
Charistopiza
eucosma
El hambre
Necesitaba aquella noche. Salir a
pasear. Dejarse guiar por las sombras y
deleitarse con las ondas que formaban
sus zapatos al pisar los charcos.
La niebla se espesaba dejando atrás
la tarde lluviosa. Una tarde de olvido
para caer en la melancolía, supongo.
Como cualquier otra tarde de otoño. Es
lo que tiene esta época del año. Ya lo
sabemos. Él no buscaba sentirse desgraciado, o simplemente especial. Sin
embargo, la atracción de la niebla era
superior a cualquier tópico estacional y
manido.
Lo que más le gustaba era el proceso
de formación. El paulatino desdibujo
de la ciudad. Las sombras que pierden
su poder ante el reflejo anaranjado de
las farolas. La única verdad del charco
que pisas porque medio metro por
delante el mundo está por descubrir.
Tal vez una hermosa muchacha, puede
que un agrio encorvado o quizá una
Santa Cruz · 81
El hambre
82 · Santa Cruz
cos que distanciaban su atención de lo
que realmente le importaba. Ahora
sabía algunas cosas, no demasiadas,
pero las suficientes como para que su
mente no se dejara engañar. Cuestiones
físicas y matemáticas que aseveraban
que un hombre no podía volar por sí
mismo. La química suficiente como
para afirmar que ningún bebedizo
puede hacerte invisible. La historia
necesaria para creer que los caballeros
más valerosos son leyendas y, claro, las
leyendas no son reales. Pero eso era
exactamente lo que necesitaba, rebelarse contra las normas del ser adulto. No
quería seudoensayos envueltos en el
celofán de una frágil intriga. Había
madurado hasta ser racional. Y sentía
que su cuerpo crecía hueco, sin sustancia. Experimentaba con las nuevas lecturas una pavorosa bulimia. Devoraba
las páginas con ansiedad que poco después se transfiguraba en decepción
hasta hacerle regurgitar todas y cada
una de las palabras. Su cuerpo se hinchaba con la edad. Con calorías de más.
Su alma por el contrario se apagaba
como velas sustentadas en parafina,
artificial y moderna, versátil y barata;
productiva. Estaba harto del lado oscuro de la condición humana, de los deseos colectivos de triunfo sobre cualquier
cosa, del sexo cuasireligioso, del amor
desventurado y de los justificantes
políticos de toda condición. Sentía náuseas en las carnicerías donde podía
comprar cuarto y mitad de novela de
ficción documentada y te regalo un
ramillete de falsa poesía. Y llegado a
este punto, está claro que no había otra
salida. Tenía que autoalimentarse.
Crearse a sí mismo, a diario, como un
enfermo de muerte que precisara de un
suero para no desfallecer. Tenía que
inventar algo. Historias que pudiera
creer con los anhelos del niño que había
sido. Cuentos para engañar a su mente
adulta y aleccionada. No necesitaba
compartirlas, pero surgió la duda en él.
¿Habría más personas en una situación
parecida? Descubrió que sí. Legiones
enteras de hombres y mujeres hambrientas de imaginación. Regimientos
de creadores que no buscan sino relle-
El otoño, como dije antes, suele
martirizarnos con la decadencia, la
melancolía y todas esas vainas tan propicias a los versos, pero tiene algo realmente hermoso. La niebla.
Esa niebla que le impedía ver más
allá de las ondas que forman los pies en
los charcos. El vértigo y la fascinación
de la nada que nutre el alma de los
soñadores como él, que nunca quiso ser
gran cosa y sin embargo inventó un
mundo para sí donde no tener que dar
explicaciones y volar, si quería, para
salvar al mundo de su inminente destrucción. Lentamente, después de diez
minutos de espera en mitad de esa
nada, cuando estuvo completamente
seguro de estar sólo, comenzó el verdadero banquete. Cerró los ojos y aspiró la
humedad. Recogió con las manos
pequeños fragmentos de condensación, los llevó a la boca y masticó con
deleite. Con cada ración que tragaba,
sentía alojarse en su alacena una colección de fantasmas y héroes a los que
haría bailar más adelante. Sobre el
fondo blanco de su ordenador. En paraísos. Infiernos. Y también en extrañas
tierras de compleja determinación.
Sergio Santa Cruz Santamarta (Etterbeck -Bruselas-, 1974). En 2005 publicó la selección de relatos
CÁRABO, EL TÉ DE LA VERDAD (Ediciones Leteo). Escribe regularmente en la web clubleteo.com,
dentro de la sección “Trillando aldeas”.
Remedios Carrera (Casayo -Orense-, 1972). Fotógrafa y pintora, ha participado en diversas ferias y
exposiciones de arte en España y Portugal; entre las más recientes, la Bienal de Pintura de Zamora
(2006). Dirige la Galería DOSMILVACAS.arte (Ponferrada).
El hambre
narse mutuamente el alma vacía.
Participó en alguna pitanza con la sana
intención de hacer acopio en la despensa, aunque no era su principal fuente de
nutrientes. El sustento primordial
nacía de la soledad, de la confusión y la
paradoja, de qué coño quiero hablar y
cómo empiezo. Y el momento propicio
para lograr este objetivo era, precisamente, en esta época del año.
83
Hambre
Vicente Muñoz Álvarez
Vicente
Muñoz Álvarez
Arremon
taciturnus
Ya no tengo
pellejos en los dedos
que arrancar
para sentir
otro dolor
distinto al tuyo
estoy perdido
y solo
y tú no estás
El hambre
y aunque estuvieras
seguiría estándolo
yo creo.
Necesitaría devorarte
para llenar
84 · Muñoz
tu vacío.
El hambre
“Gritos desde el interior”, grabado de Silvia Álvarez López-Dóriga
Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966). Editor del fanzine “Vinalia Trippers”. Entre sus títulos figuran
el poemario PARNASO EN LLAMAS (2006) y el libro de relatos LOS QUE VIENEN DETRÁS (2002).
Silvia Álvarez López-Dóriga (León, 1982). Pintora y escultora, cursa actualmente Bellas Artes en la
Universidad Complutense de Madrid por las especialidades de Grabado y Restauración.
Dóriga · 85
The Children’s Book of American Birds
el hambre
Hora del almuerzo del secretario del Club
Confesiones
Ignacio Escuín Borao
LA NOCHE
Ignacio Escuín
Borao
Xolmis pyrope
88 · Escuín
La noche en la que mi padre sintió que le costaba respirar la pasé casi despierto
hasta más allá de las seis y media de la mañana. Mucho más allá no, sólo un poco,
quizá. Pasé las horas pensando en lo adorables que eran las vecinas del apartahotel en el que nos alojábamos. Pensaba en ellas y en lo divertidas que resultaban
cuando jugaban a las palas en la playa, y a cada golpe recolocaban su biquini para
no mostrar más de lo que deseaban. Pensaba también en sus padres, sobre todo en
él, que miraba a cualquiera que se acercase como un perro de presa o un doberman
o algo así. Veía, sin necesidad de cerrar los ojos para pensar mejor, sus biquinis
relucientes y felices, recién comprados, adquiridos seguramente para estos días
familiares en el mar. Veía sus biquinis tendidos y expuestos al sol y a ellas de cuerpos teñidos y pechos y nalgas blancas sin necesidad de hacer esfuerzo ni de usar
en exceso la imaginación. Sé que concilié el sueño cuando pasadas ya las seis y
media de la mañana mi padre venció a la ansiedad y los ronquidos anunciaron que
estaba mejor. De tanto pensar en mis vecinitas el que casi no podía respirar a esas
horas de la mañana era yo.
LISBOA
Si esto fuera Lisboa yo podría hacerte creer en algún café que soy heredero de
Pessoa, o rodeados por las luces amarte y decirte que un collar de uvas blancas nos
abraza. Adoro las luces de Lisboa, redondas y descomunales, sueño con ellas tantas noches que al despertar creo estar allí en ocasiones. Pero no, mire donde mire
no encuentro Lisboa, y quizá tampoco encuentro lugares más cercanos y conocidos. Busca Lisboa en tu corazón y llena tus manos de su primavera, aquí y en mi
pecho hace frío.
Ignacio Escuín Borao (Teruel, 1981). Licenciado en Filología Hispánica. Es director de la Editorial
Eclipsados y fue fundador y director de la Revista Literaria Eclipse. Ha publicado los poemarios
PROFUNDIDADES (2005), EJERCICIOS ESPIRITUALES (2005) y POP (2006). Dirige el ciclo de encuentros
poéticos “Este jueves, poesía” en la Universidad de Zaragoza.
89
Fotografías de la serie “Autorretrato de Kahlo”, de Marta Castro
90 · Castro
Tres poemas
Luis Alberto de Cuenca
PUERTA ABIERTA
“¿Te gusta mi corpiño?” (Aquel corpiño
y un antifaz de raso eran sus únicas
concesiones al lobby de la tela.)
“¿Te gusta mi perfume?” (Aquel perfume
derretía el cerebro como el polvo
blanco de la novela de Arthur Machen
y no dejaba sana una neurona.)
“¿Qué es lo que más te gusta de mi cuerpo?”
(Díganme qué podría responder
a una pregunta tan abstracta.) “Cómeme.”
(Y me puse, sin más, a la tarea.)
Luis Alberto
de Cuenca
Chondestes
grammacus
Madrid, 9 de marzo de 2006.
De Cuenca · 91
92 · Castro
PUERTA ENTREABIERTA
Era el cuarto de baño de un hotel
de contactos: jacuzzi circular
y patitos de goma deslizándose
por la bañera, grifos sicalípticos
y espejos tapizando las paredes.
Había una rendija de luz tibia
por la que pude ver cómo llevabas
a cabo turbadoras ceremonias,
excitantes caricias digitales.
Agrandé la rendija poco a poco,
velado por la niebla del deseo.
Barcelona, 2 de marzo de 2006.
De Cuenca · 93
94 · Castro
PUERTA CERRADA
¿Me abrirías la puerta? Era importante
pensar qué llevarías puesto entonces.
O qué no llevarías. O si aquello
se quedaría en un paraklausíthyron.
Pasé todo un verano imaginando
cómo te dirigías a la puerta,
cómo manipulabas los cerrojos,
cómo, al fin, te mostrabas a mi vista
y me decías: “Pasa, no te quedes
ahí. La noche es larga, interminable.
En esta casa no se duerme nunca.”
Madrid, 9 de marzo de 2006.
Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950). Poeta, traductor y ensayista. Autor de poemarios como LA
CAJA DE PLATA (Premio de la Crítica, 1985), EL HACHA Y LA ROSA (1993) o LA VIDA EN LLAMAS (Premio
Ciudad de Melilla, 2005). Fue director de la Biblioteca Nacional.
Marta Castro Suárez. (Sabadell -Barcelona-, 1982)Diseñadora, fotógrafa e ilustradora. Creó y dirige
los blogs “Dadanoias” (dadanoias.blogspot.com) y “Ternura porno” (unavidarosa.blogspot.com).
Su obra gráfica puede verse también en www.martacastro.com.
95
Cuatro puntos suspensivos
Lucas Rodríguez Luis
NO SÉ
Lucas
Rodríguez
Troglodytes
aedon
96 · Rodríguez
Me he desprendido de casi todo aquello
que de ti
se me quedó atrapado dentro
filtrándose como el gas sarín
lento
hasta que no hubo manera de expulsarlo.
Y ya no me quedan las noches
en tu sofá, tu sonrisa
los orgasmos
los paseos, las ciudades
los momentos, las mañanas
las camas
aquel mundo por descubrirnos
todo aquello que del mundo escondimos
todo lo malo.
—¿Por qué me quieres tanto?
—No sé.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—¿Ahora?
—No, ahora no, a partir de ahora supongo.
—Pues, no sé.
Ya no me quedan fotos
imágenes
historias o recuerdos
cicatrices, sueños húmedos
pintadas en la calle
papeles repletos de palabras
nada,
nada de todo eso
pero joder
cómo te echo de menos.
Dibujo de Lucas Rodríguez
Rodríguez · 97
CIUDADANO QUIÉN
Tengo la iniciativa
de un puñetazo encajado.
El diálogo habitual
de una acera tras el desfile.
Soy así, frío
como la nariz de un perro de presa
jugueteando entre tus piernas.
Eternamente mojado bajo esas nubes privadas
que te persiguen
con sus pequeños diluvios a domicilio.
Con esta cara de mala hostia
que dios me ha dado
haciendo rebotar cualquier gesto de buena intención
de los rostros que observo.
Me gusta ser quien no soy
aparentar lo que nunca quise llegar a parecer
y es que me importa muy poco
el resto de las cosas
hoy soñé que tenía tatuada en la cabeza una diana.
98 · Rodríguez
ESTRENO DE LA MAÑANA
Se cae la mañana
desde abajo
arden los dos extremos de mi barrio
su cielo se erige en colores
soberano burlón
todo cansa
las paredes que soportan el peso
la calzada
su envoltura
el constante murmullo
de una sirena sobre el asfalto
perdida, inmóvil, que anhela el mar
y a Ulises
y a toda su tripulación,
cobrando 50 por un completo.
Se cae
y éste el afilado aguijón
que despliega Babilonia
lenta como el despertar de un titán
quedamos ensartados
tocados
y
hundidos.
Rodríguez · 99
MALABARES
Mira mamá,
sin manos…
Barájalos y contempla cómo caen
de mano en mano
como la auténtica moneda.
Hasta que alguien se la guarda
y hace suyos tus problemas
por el sentir social
o por solidaria conveniencia
o por mera estupidez.
O por lo que suceden al final
la mayoría de las cosas más bellas
y más sucias:
100 · Rodríguez
Por un jugueteo de color
evitando que se caigan al suelo
tus sentimientos,
un baile a ritmo de piel que resbala
y contorsiones
y espectáculo
y al final gritos
y aplausos
y el truco final.
Una locura de colores
rítmica y equilibrada.
Malabares son
pero llámalo sexo.
Lucas Rodríguez Luis (Logroño, 1978). Autor de los poemarios QUEDA LO COTIDIANO (www.paginadeausicaa.com, 2003), SAMSARA (Ediciones del 4 de Agosto, 2005) y NARCISO EN SODOMA
(Eclipsados, 2006), entre otros. Dirige el proyecto editorial “Elkoalapuesto”, así como la serie de
sueltos poéticos “Versus” y el fanzine “Minimal”.
101
Portada de Víctor Mardaras. Técnica digital.
102 · Mardaras
Single nº5, “Fetish Control”
David Murders & The Representatives Of Evil
Cara A. GENTE DIVIRTIÉNDOSE
En el cuarto, dos chicas se ponían
rayas. El Coronel entró primero y nos
presentó. Eran dos mujeres altas y corpulentas que llevaban los pezones anillados y el cuerpo salpicado de tatuajes.
—Estas son Katia y Vera —dijo el
Coronel.
Las chicas me miraron y sonrieron.
Una de ellas comenzó a esnifar.
—Están colgadas —apostilló el
Coronel.
—Invítale a una raya —dijo la que
se llamaba Vera.
Katia vino hacia mí con una copa en
la mano. Una magnífica melena pelirroja enmarcaba su rostro y lanzaba
destellos dorados mientras cruzaba la
estancia como una nube.
Me cogió de la mano y me guió
hacia el centro de la reunión. El Coronel
se acomodó en una butaca y encendió
un cigarrillo. Yo me senté en el sofá y
nos pusimos todos a charlar.
Había una bandeja con trufas sobre
una mesa de cristal. Katia me dijo:
—¿Quieres?
—Sí —dije, y me incorporé hacia la
mesa. Me acercó una trufa a la boca y
me la introdujo en ella.
Jugamos una partida de billar. El
Coronel contó algunas de sus anécdotas. Katia y Vera reían y aportaban sus
propias historias y contra-anécdotas
entre susurros y exclamaciones como
“oh, sí” y “toma ésa” cuando conseguían una buena carambola.
Al acabar la partida comenzó la
música y el baile. Katia puso Dancing
Queen, Licence to Kill, Jesus to a Child y
The Girls in the Beach; Vera, The Land of
David Murders
Torreornis
inexpectata
Murders · 103
Rape and Honey, Golden Dawn, South of
Heaven y Reign in Blood. En cuanto al
Coronel, resultó ser de gustos más clásicos. Puso temas de blues tipo Hoochie
Coochie Man y Back Door Man.
Pero para entonces todo estaba
totalmente desmadrado. Recuerdo que,
en algún momento, mientras la fiesta
seguía su curso entre música, copas y
besuqueos de toda clase, el Coronel,
presa de un apasionado entusiasmo, se
levantó, descolgó el teléfono y comenzó
a perorar:
Hemos vampirizado las artes como alimañas sarnosas acariciando el alma de un
niñato repeinado que es el hijo del presidente de la nación. Estamos en su cerebro, atrayéndolo a conversar con el lado oscuro, la
tentación vertiginosa de una cremallera
loca, la auténtica diversión.
Cara B. TAKE NO PRISONERS / POWERFUCK
104 · Murders
—Quiero que todo se vaya a la mierda. Que los que tienen poder pero carecen de autoridad se pongan a temblar,
quiero su destrucción a todas luces.
¿Comprenden ustedes o se lo tengo que
explicar en chino?
—Cálmese, señor Gutiérrez, seguro
que hay alguna manera de solucionar
su problema.
—¿Mi problema? No es mi problema, no quiero solucionar mi problema,
quiero solucionar un problema.
—Ahora mismo es más tu problema
que el de cualquier otro, socio. Al
Coronel Gutiérrez no le vengas con sonrisas conciliadoras, acepta sus consejos
y no le des tú ninguno o te puede partir
la cara por listo.
—Pero Guti, hombre —intervino el
segundo funcionario— que yo te
conozco desde que éramos críos.
—¡Quiero ver a vuestro jefe ahora
mismo!
—¡Ar! ¡Firmes! ¡Ar!
...
—¡Me cago en la hostia puta! —saltó
el Coronel. Por fin había logrado acceder al pasillo posterior. Llegó a la
puerta del fondo del pasillo y el gorila
que le había estado acompañando se la
abrió.
Bajo las bragas de la señora
ministra ardía
un
infierno
hormigueante.
La mueca aviesa e incontenible en el rostro,
el brillo anormal de su cris-
talino, la dilatación de la pupila, el vello
erizado sobre la piel, los pálpitos y escalofríos que la turbaban desde la nuca
hasta los pliegues del esfínter, podían
no ser percibidos o interpretados a primera
vista por cualquiera, pero el
Coronel Gutiérrez Satisfaction sabía perfectamente lo
que estaba sucediendo.
David Murders & the Representatives of Evil son D. Mardaras y los Representantes del Mal. Sus
singles han aparecido en espacioluke.com, clubleteo.com y bluesdeluzazul.blogspot.com.
Forma parte de la antología “Tripulantes” (Eclipsados, 2006). Estos textos son extractos de su primer libr0, TERRORIZER.
Víctor Mardaras (Bilbao, 1978) es diseñador, ilustrador y pintor, y se encarga habitualmente del
diseño en los singles de David Murders & the RoE.
105
Tinta china sobre papel, obra de Luis Martínez de Merlo
106 · Merlo
Siria
Luis Luna
Poemas para una exposición de Guadalupe Luceño
ZOCO
1
Traza
líneas en el aire.
Estudia
la arquitectura
de su soledad.
Luis Luna
Amphispiza
belli
2
El trazo curvilíneo de la bóveda
acomete la esfera del membrillo
se derrama en la duna bermellón de la especia
en el oro esplendente del alfanje
en el gajo encendido de una boca.
Luna · 107
3
Siento cómo la especia
nos otorga fragancias
de un lugar recordado.
Un espacio que algunos
designan paraíso.
4
Contemplo dos muchachos
que ríen bajo el sol.
Ellos no saben
de los símbolos de la divinidad
del lenguaje que escribe el sudor en su cuerpo.
5
Me encuentras
como una piedra
en tu camino.
No te inquieta mi calma
te completa.
108 · Luna
6
El té oscuro
que juntos disfrutamos
habitará en nosotros
forjando nuestra sangre.
La sangre idéntica que nos recorre.
7
La palabra esperada
derrota
la experiencia
perfila los matices
delimita sus sombras.
8
El tiempo se acumula
bajo las blancas
esteras del olvido.
Disemino semillas
para que permanezca mi memoria.
Luna · 109
PROFUNDIDAD DE CAMPO
I
Convoca breve luz e inevitable
mente adquieren su relieve
los rincones,
las cajas donde guarda su memoria
los pequeños objetos que va diseminando
en este espacio inútil del poema.
II
A Armando Zanón
“Soy el que se echa al suelo y me suplica.”
J. Martínez Mesanza
Se resiste a ser cómplice.
En los márgenes traza
un plano que le guíe
a través del olvido.
Esa forma final de la intemperie.
110 · Luna
III
Busca su nombre verdadero
aquel por el que un día será convocado
al último inventario de existencia
al balance final de su anonimia.
IV
(Las razones de mi éxito)
A Carlos de Gredos
Adopta identidades que no le pertenecen
se ampara bajo nombres casi siempre supuestos
e inventa un pasado por él reconstruido.
Usurpa una existencia.
Pretende demostrar que es prescindible.
V
Y con qué claridad se hace carne el andamio
configura un paisaje
de escombros
o de cuerpos
que renuncian a alzarse
en este ensayo previo
de la luz y su angustia.
A G. Escarpa
Luna · 111
VI
“Una surtida colección de máscaras y detrás,
creo, un agujero negro.”
J. Cortázar
Enfermos sí. Convalecientes.
Se ha extendido el tumor de la melancolía
con su fuerza de lluvia
y su insistencia
en dar forma a un paisaje
donde hasta nosotros
somos solo figuras
que no nos representan.
VII
Radical negación de la espesura
callamiento
y fulgor de lenguaje
geografía suma de la boca
testimonio de fiebre
o hueco
en un pasillo blanco
como última forma de inocencia.
112 · Luna
EPÍLOGO
Negación del silencio
(o estudio sobre composición de figuras)
Un niño ofrece
su comida a los pájaros:
soborna su sonido.
No quiere llorar solo. No quiere
llorar
solo.
Luis Luna (Madrid, 1975). Ha participado en varias antologías, entre las que destaca TODO ES POESÍA MENOS LA POESÍA (Eneida, 2004). Es miembro del equipo de la revista “Silencios” y de la Red de
Arte Joven de la CAM. Sus obras visuales han podido verse en la Galería Catarsis de Madrid o en
ALBIAC, Bienal de Arte Contemporáneo Cabo de Gata-Níjar, Almería.
Luis Martínez de Merlo (Madrid, 1955). Autor de los poemarios EL TRUENO, LA MENTE PERFECTA,
FÁBULA DE FAETONTE (Hiperión, 1996 y 1982) y ORPHENICA LYRA (Premio de Poesía Ciudad de
Alcalá, 1985), entre otros, así como de la novela UN HOMBRE ANTICUADO (A la luz del candil, 2005).
Ha traducido al castellano a Dante, Leopardi, Baudelaire, Verlaine...
113
“Otro punto de vista”, dibujo de Mikaela Secada
114 · Secada
Este número 3 de la revista
The Children’s Book of American Birds,
dedicado a “El hambre”,
se acabó de imprimir el día
14 de diciembre de 2006
(vulg.)
14 Sable 135, E.P.:
Don Quichotte, champion du monde.

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