El Renacimiento

Transcripción

El Renacimiento
El Renacimiento
por Ivorwen
New York, 26 de Febrero de 2013
El video más visto en youtube, 83.427.909 visitas en solo unos días. Todo el mundo había publicado
una parte o la totalidad en su facebook, o hecho algún comentario sobre él. Lo habían traducido a
todos los idiomas y visualizado en todos los rincones del globo. Sin embargo, la televisión y la prensa
escrita no se habían pronunciado al respecto. Pronto tendrían que hacerlo, la gente quería
respuestas.
Trisha Sellers sabía que su reportaje iba a tener repercusión en el mundo, pero nunca habría
imaginado la velocidad con la que esto había sucedido.
Desde inicios de diciembre estuvo persiguiendo huracanes, terremotos y una serie de catástrofes
meteorológicas que habían azotado el planeta y buscando una explicación para ello. La respuesta
oficial del Instituto de Meteorología y Geodinámica fue que eran “eventos aleatorios sin patrón
definido ni causa aparente”. Aquello resultaba difícil de creer hasta para los desconocedores de esta
ciencia.
El 21 de diciembre muchas personas ya hablaban del fin del mundo, de las teorías mayas y de cómo
habían vaticinado el fin de la era del hombre. Las noticias de todo el mundo hablaban de apocalipsis,
de bunkers, de apariciones de seres sobrenaturales, de evacuaciones de aldeas, de saqueos en
supermercados…
El día 1 de enero se hizo el silencio.
Su redactor jefe la había llamado al despacho. La política de la cadena había cambiado, no querían
alarmar a la gente con falsos testimonios. “La humanidad necesita esperanza y buenas noticias”. Su
mentor y compañeros se habían vendido, “No podemos hacer nada, esto viene desde muy arriba y
no admite discusión ni comentarios”. Trisha pataleó, gritó y los acusó de vendidos lame botas, pero
tan solo sirvió para que le metieran su grabadora de la suerte y una maceta un tanto destartalada en
una caja de cartón. Y Wilson, el anciano empleado de seguridad del edificio la acompañara algo
apenado a la puerta del parquing.
- Lo siento Trisha será muy triste no verte cada mañana llegar comiendo ganchitos y con ese termo
de café. Esta cadena ha perdido parte de su alma.
- No te preocupes – le contestó, la reportera metiendo sus pertenencias por las puertas traseras con
más rabia que pena - Esto no quedará así.
Su carácter temperamental y duro se vino abajo al cerrar la puerta de su Chrysler Grand Voyager.
Rompió a llorar, no entendía que estaba pasando, ¿cómo no iban a poder emitirse noticias sobre los
desastres naturales? Un puñado de freaks que veían visiones no podía alarmar a un gobierno tanto
como para censurar reportajes meteorológicos y veraces. Se secó las lágrimas con la manga del
jersey y asintió decidida a llegar al final de todo esto.
Fue entonces cuando se percató de la nota en el parabrisas.
“The Black Horse Pub, 568 5TH AVE hoy 13H”
Era un pub donde acostumbraban a televisar partidos de fútbol de todo el mundo entre otros
deportes. No tenía nada que perder. Quería información, después de siete años estudiando una
carrera y habiendo ascendido desde reportera de sucesos del barrio hasta el canal 9 donde cubría
1
ya noticias de interés nacional, todo se había ido al garete y estaba segura que su nombre habría sido
vetado en cualquier periódico o canal con un mínimo de renombre. Su carrera era un cero a la
izquierda.
Ese fue el inicio de la mayor aventura que jamás habría soñado.
Al llegar al bar encontró varios grupos repartidos por las mesas y dos chicos al fondo. Uno de ellos,
que parecía un jugador de futbol americano hasta por el atuendo: Enorme, su bíceps era como dos
muslos de Trisha, estaba devorando una Megaburguer. El otro era fibroso, atlético, de piel clara y
con pelo largo recogido en una coleta, aparentaba pesar unos ochenta kilos, bastante menos que su
compañero. Este le hizo señales para que se acercara.
Habían seguido sus reportajes, sabían que había sido despedida y acallada. No le dejaban
interrumpir sus explicaciones, ni siquiera para preguntar. Ambos se compenetraban muy bien pero
Tayron, el blanco de acento canadiense parecía que tenía la voz cantante. Quizás fuera porque Fox,
(no quedó claro si era un mote o su nombre) pasaba más tiempo asintiendo y masticando esa
enorme hamburguesa que hablando.
Eran dueños de “elportaldelaverdad” un blog de internet con más de diez mil usuarios registrados,
caracterizado por publicar noticias que resolvían misterios de fraudes o asesinatos que habían
quedado impunes, casi todo relacionado con temas de gobierno o altos cargos militares. Quien más o
quien menos del mundillo cibernético había oído hablar de ese blog. Había leyendas urbanas sobre
sus partes exclusivas para usuarios vip, sobre hackeo e incursiones en páginas gubernamentales. Ella
hasta ahora pensaba que eran unos freaks obsesionados con tramas ficticias.
Ahora le hablaban de cómo el gobierno escondía noticias de fallecidos por los accidentes
meteorológicos y le hablaban de cosas increíbles, como una isla surgida al Este de Japón que parecía
un templo medieval, o una montaña cubierta de niebla en el norte de Europa a la que cuya cima
nadie había logrado observar, ni siquiera hackeando los satélites de espionaje.
Todo aquello parecía una película de 007 o de ciencia-ficción. Si no fuera por lo vivido habría acabado
aquella pinta de Guinness y habría salido pitando de aquel bar.
Dos días después estaba recorriendo el mundo con Tayron y retransmitiendo grabaciones y
testimonios de la gente con el equipo que iban transportando de país en país a lo que Fox llamaba La
Madriguera. Él iría montando el video y se encargaría de que fuese publicado en multitud de sitios,
foros, páginas y redes sociales al mismo tiempo para que no pudieran ni ocultarlo ni acallarlo, o al
menos ese era el plan.
País tras país recogían datos y entrevistas similares todo era grabado, analizado y enviado a Fox.
Tras un vendaval de nieve y aire frio que hizo perecer a varias personas en Noruega, vinieron una
serie de temblores de tierra y el relato de unos pastores que habían visto una figura gigante vagar
por el bosque, la cual había raptado a un jornalero.
Unas colegialas japonesas aseguran haber visto como una dama envuelta en luz hablaba a una
compañera de clase, Midori, a la cual no habían conseguido encontrar ya que su familia y ella habían
marchado lejos según decían los vecinos. Quizá con algunos familiares.
En Tokio había más leyendas como la de un hombre pájaro que vagaba por las estaciones de metro y
rugidos en la noche.
Lo más alarmante de Japón lo descubrieron alquilando un helicóptero a unas millas más al este
había surgido tras los maremotos una isla pequeña la cual parecía tener templos construidos. Hasta
ese momento Trisha aun era reticente a creer la historia de Fox. Ahora ya no dudaba de nada.
Habían tomado fotografías y hecho grabaciones pero la climatología no les había dejado descender.
El dinero invertido en sobornos para poder llegar había sido descomunal; el gobierno de Japón y lo
que ellos llamaban su enemigo secreto les ponía la zancadilla a cada movimiento. Era como si alguien
les siguiera para intentar que fracasaran, Trisha lo atribuía a su suerte. Siempre alardeaba tener
mucha, pero de la mala.
Fox parecía tener una fuente ilimitada de recursos que él atribuía a sus followers del blog anónimos.
Era la menor de las preocupaciones para Trisha ahora mismo. Recibían las asignaciones y
transferencias y las usaban.
2
Acabó vomitando al ver los cadáveres en Playa del Carmen cerca de Cancún. Allí aseguraban haber
visto una serpiente emplumada y con alas, tal y como describían los aztecas a una de sus divinidades.
En Grecia había terremotos casi a diario e hicieron un reportaje sobre un tiroteo al que la policía
había clasificado de enajenación mental, entre saqueos e histeria colectiva por las hostilidades que
había en la capital.
Siguieron erupciones volcánicas en: Kilauea (Hawai), Popocatepetl (México), Ol Doinyo Lengai
(África), Shilveluch (Rusia), Milos (Islas Griegas), Soputan (Indonesia)…
Visitaron las ruinas y a afectados tras los terremotos en: Valdivia (chile), Arica (Perú), Sumatra (India),
Granada (España)…
En todos los lugares encontraban personas que aseguraban haber visto un ser mitológico o que había
acontecido algo fuera de lo normal.
Dormían en los trayectos y no había descanso. La adrenalina por cada situación les daba la fuerza
para seguir.
Lo mejor de todo, la parte más suculenta del documental seria la entrevista hecha a Pak el Monje,
quien había dedicado su vida al estudio de la Tierra, geólogo por la Universidad Autónoma de
Barcelona y que había publicado notables estudios. Les esperaba en Barcelona, donde Fox había
organizado el encuentro en el más riguroso secreto. “¿De dónde habrá sacado a este tío?” se
preguntaba Tayron.
Al llegar allí descubrieron que no les esperaba un señor calvo con toga naranja sino un joven de unos
treinta y tantos años, con el pelo largo y rizado recogido como Tayron en una coleta. Le sobresalía
parte de un símbolo que no pudieron descifrar tatuado en parte del pecho y el cuello.
Su testimonio estaba bien argumentado, tenía datos, cifras, números, gráficos y estudios. Les
entrego un dosier con fotografías de monumentos, fotografías del mapa celeste, planos de
alineaciones astrales de varios años atrás y la progresión acontecida entre todas las instantáneas.
Su teoría se reducía a que los mayas predijeron “El Fin de la Era del Hombre”, no que acabaría el
mundo, sino que habría un renacer. Como bien les enseñaba con unos jeroglíficos que habían sido
descubiertos en México y eran muy similares aunque con otros colores y formas a otros del alto Nilo,
con lo cual los egipcios ya tenían indicios de este renacer.
Un renacer que iba a ser mitológico. Lo dijo literalmente, no era un adjetivo, como pensó Trisha al
principio. Los planos temporales colisionarían, el regreso de los dioses del pasado era inminente.
Aquí fue cuando Tayron expulsó el sorbo de cappuccino por la nariz. ¿Qué esperaban oír después de
todo lo vivido?
La explicación científica era mucho más complicada pero ella se había perdido y solo escuchó
palabras sueltas, planos temporales, resurgir de panteones, Serpientes Aladas, Kappas, Gigantes de
hielo, Odín y Loki… sus personajes de cómics y libros favoritos de juventud parecían reales. Tuvo que
salir a fumar a la puerta para recuperar la compostura. Se hacía bromas a sí misma diciendo que
Dumbledore no dejaría que esto sucediera.
Después de lo visto, ¿quién podía decir que este hombre estaba loco? Trisha desde luego no.
Le enseñaron el video grabado de la nueva isla surgida en Japón. Pak solo dijo tres palabras Yomi es
visible. Maravillado con lo que venía ponía en repetición una y otra vez el portátil que reproducía la
grabación.
Según Pak no todo seria al unísono, habría una progresión. Los cataclismos irían en aumento, los
panteones surgiendo paulatinamente. No sabía cuántos ni cómo, pero si creía, y sobre esto no tenia
fuente cierta, que los Dioses estaban debilitados y necesitarían poder para quedarse en el plano
presente. Si no, volverían a caer en el olvido. Necesitaban el poder de la Fe, necesitaban creyentes.
Ésta es la parte que aún hacía dudar a la periodista.
Tenía su origen, según Pak, en viejas leyendas, manuscritos mayas y pergaminos encontrados y
recopilados por su antigua hermandad, visionarios y personas que habían hecho estudios sobre las
mitologías y la unión y conexión entre ellas. A Trisha le dio la impresión que ya no pertenecía a dicha
hermandad por un deje melancólico en sus escuetas palabras.
Fueron a un gran local que usaba como estudio o base central. Seguro que hacía poco que debía
haber sido una sala de fiestas. El cartel del pasillo de entrada citaba Sr. Lobo. Allí había paneles y
paneles con fotografías y folios pinchados. Un par de portátiles colocados en la cabina de donde
3
habría pinchado el dj. Éste era su trabajo, al cual había dedicado, decia, más de 14 años. Era una
sala alicatada con una enciclopedia mitológica, histórica y geológica.
Vieron fotos de personas que ellos mismos habían entrevistado, y tenía hasta escamas de una carpa
que según una niña había salido del kimono de una diosa. Incluso había logrado fotografiar una
montaña de hielo que con mucha imaginación se podría decir que era un gigante. Él no era el autor
de dichas fotografías, pero como Fox, parecía que Pak también tenía corresponsables en todos los
templos de monjes del mundo, o eso imaginó Trisha. O también era posible que solo las buscara en
internet, no se lo preguntó.
Ahora estaban los cuatro en la madriguera junto con dos ayudantes de Fox. No tan grandes como él,
pero seguro que también habrían pasado como jugadores de futbol americano. El video había sido
editado y montado por todos. Las voces de Pak y Trisha habían explicado catástrofes y apariciones.
Una música dramática acentuaba los momentos más duros. Resulto en treinta y cinco minutos de
documental.
Fue publicado en cuanto Fox apretó un botón rojo diseñado por él, como en las naves espaciales,
más teatral y excéntrico que nadie. Trisha lo admiraba, en estos meses que habían trabajado juntos
había pasado de un ser que devoraba una hamburguesa a un dios de la informática y la manipulación
de aduanas y políticos, con una mafia de subvenciones y padrinos que le helaba las venas cuando lo
pensaba. Tayron le aconsejó que no cuestionara el cómo lo hacía. Fox era un mago, ahora ella
también lo sabía.
Ya no había vuelta atrás. No podría aparecer en público por un tiempo. Tendría que esperar a ver
como se sucedían los acontecimientos.
Ahora el mundo sabía que los Mitos habían renacido.
4
El Fin de la Era del Hombre I
por Albert Mialet
Cerca del poblado de Maze, Noruega
La pequeña cabaña que había cerca del río Kautokeino era una construcción sólida, hecha a
consciencia para sobrevivir al duro invierno. No había una sola rendija por donde el viento gélido que
reinaba al norte de Noruega entrara en las habitaciones, ni un solo agujero en el tejado por donde la
nieve se atreviera a entrar.
Pero eso no era suficiente. Los pequeños Günnar y Johanna no estaban acostumbrados para nada al
invierno noruego, y tenían que pasarse el día delante de la chimenea, o recogiendo leña para que el
fuego no se apagase. Su padre, Harald, se había visto obligado a traerlos desde Estados Unidos. Su
madre había muerto después de sufrir una larga enfermedad, que además le había endeudado
terriblemente. Así que cuando su padre, un fuerte y experimentado obrero, se quedó sin trabajo, lo
único que pudieron hacer fue volver a su tierra natal, la fría y cruel Noruega.
Su padre estaba lejos, trabajando como jornalero, ayudando en las peores y más duras labores y
llevando un miserable sueldo a casa. Günnar era fuerte para su hermana durante las horas que
pasaban solos, susurrándole palabras dulces de consuelo y protegiéndola del frío.
Cuando oyeron el primer temblor, el jarrón de la mesa cayó al suelo y se rompió. Günnar le dijo a la
pequeña Johanna que no pasaba nada, que era su padre que había derribado un gran árbol.
Cuando oyeron el segundo temblor, más cerca, la foto de su madre, colgada en la pared, se lanzó
contra el suelo y el cristal se partió. Günnar le dijo que ese día su padre era más fuerte que nunca por
ellos, y que había derribado otro árbol.
Cuando el tercer temblor sonó al lado de la casa, los troncos apilados al lado de la chimenea se
volcaron y rodaron hacia ellos, y un poco de nieve entró por el tejado. Günnar fue valiente y besó a
su hermana con lágrimas en los ojos, y le dijo que no se preocupara, que era su padre que había
venido a darles el calor que les faltaba.
Con el cuarto temblor, la llama del fuego se extinguió, y Günnar no pudo decirle nada más a su
querida hermana.
Harald llegó corriendo a su casa. En el poblado de Maze, cada vez más gente decía haber visto a lo
lejos una figura enorme merodeando cerca del río, así que decidió terminar su jornada un poco antes
para asegurarse de que sus hijos estaban bien.
La cabaña estaba completamente destrozada. En el suelo sólo quedaban los restos de los enormes
troncos que habían formado el tejado, de las piedras que les habían protegido del frío. Harald gritaba
y gritaba los nombres de sus hijos Günnar y Johanna mientras levantaba los restos de la casa con sus
manos desnudas.
Fue al cabo de un buen rato cuando encontró el diminuto brazo aplastado de su hijo Günnar, y al
lado los dos pequeños cuerpos. Un grito desgarrador se impuso en el bosque, un grito de dolor que
sólo puede salir de la garganta de un hombre destrozado. Cuando el aire de sus pulmones se
terminó, Harald se abrazó a los restos de sus dos hijos en medio de la cabaña derruida.En mitad de la
noche, un temblor cercano sobresaltó a Harald. Luego un segundo temblor. La luna estaba llena, así
5
que Harald levantó su cabeza y vio a una especie de hombre gigantesco que sobrepasaba los árboles
más grandes del bosque, con la cabeza rapada, el torso desnudo y una maza enorme apoyada en su
hombro.
Harald cogió su hacha, el hacha afilada que llevaba cada día al trabajo, siempre preparada, y corrió
hacia el gigante. Su mente se desvaneció por completo, no había odio en él, ni venganza: tan sólo sed
de sangre. El gigante ni siquiera se dio cuenta de que estaba a su lado hasta que le clavó el hacha en
el pulgar del pie, un pulgar gigante y deforme del tamaño de un niño pequeño, cortándolo de cuajo.
Un grito monstruoso salió de la boca del gigante, ahuyentando a las pocas bestias que no habían
huido aún del bosque. El gigante bajó la cabeza y vio a Harald preparándose para un segundo
hachazo al siguiente dedo del pie, que también cortó. El gigante volvió a gritar, pero esta vez cogió a
Harald con la mano y lo lanzó lejos, muy lejos, como si fuera una bola de papel.
Harald cayó derrumbado entre la nieve, sin aire en los pulmones. Incapaz de sentir dolor. Intentó
levantarse, pero sus piernas se habían roto con la caída, así que se arrastró con los brazos como si
fuera un gusano en dirección al gigante.
Un cuervo graznó cerca de Harald, pero lo ignoró. El cuervo se acercó volando hacia él, y planeó en
círculos a su alrededor. Harald se arrastraba patéticamente por la nieve, cuando un hombre apareció
delante suyo. Un hombre viejo, de gran estatura, con una barba espesa y una larga melena
completamente blancas, cubierto por pieles, con un parche en su ojo izquierdo y una lanza en en su
mano derecha.
– Has luchado como un verdadero inconsciente, pequeño bastardo. – Con la lanza, señaló a las
piernas. – Y ahora ni siquiera puedes caminar. ¿Crees que arrastrándote vas a conseguir hacerle
mucho daño a ese desgraciado de Ymir?
Harald siguió arrastrándose, ignorando al viejo.
– Mmm, inconsciente, pero valiente, me gusta tu actitud, hijo. – El viejo se agachó delante de Harald
y lo miró a los ojos. – Nada se interpondrá entre tú y tu venganza, ¿verdad? ¿Harías lo que fuera para
matar a ese estúpido gigante?
Lo poco que quedaba de Harald miró al viejo. No dudó al contestar. – Lo que… fuera….
– Entonces está hecho. Lucharás para mí. – Odín clavó su lanza en las piernas de Harald y dibujó una
runa en cada pierna. Luego lo giró, e inscribió una runa en su pecho desnudo. Para finalizar, dibujó
una runa con su dedo en el hacha de Harald, que no había soltado pese al golpe del gigante.
Las runas se iluminaron y Harald se levantó. Sin mirar a Odín, el padre de los Dioses, alzó su hacha,
gritó y salió corriendo hacia el gigante.
El cuervo se posó en el hombro de Odín, y juntos presenciaron la matanza.
6
El Fin de la Era del Hombre II
por Albert Mialet
Tokyo, Japón
Midori estaba realmente arrepentida de haber aceptado la invitación de Kazuya para ir a tomar unas
copas con él y unos amigos. Tendría que haber sospechado que habría algún motivo oculto, pero sus
ansias por entrar en el grupo de los chicos populares de la clase y pasar un rato con Kazuya eran
demasiado grandes
Estaba siendo un día muy tempestuoso, no recordaba haber visto tanta lluvia en su vida. Al salir de
clase fueron a un bar-karaoke en el que unos chicos del curso superior estaban esperando. Les
conocía de vista, había muchos miembros del equipo de baseball de la escuela. Pidieron cerveza para
todos, ya que esta noche celebraban el fin del mundo, así que invitaban ellos y podían beber cuanto
quisieran.
Las canciones y el alcohol no dejaban de llegar, y algunos de los chicos ya estaban metiendo mano
descaradamente a las chicas más indefensas y borrachas en los sofás del bar.
Ella no tenía un pelo de tonta, y poco a poco se iba percatando de cual era el plan de los chicos para
la noche. Por suerte ella era alta y de constitución fuerte gracias a sus años de entrenamiento de
judo, y había desarrollado una inusual tolerancia al alcohol. No como su amiga Ayame, que estaba
casi inconsciente en un sofá un poco más alejado. Iba vigilando que no le pasara nada, pero se
distrajo un momento y al volver a buscarla, había desaparecido.
Dejó tirado a Kazuya, que estaba abusando cada vez más de la distancia mínima que le iba a permitir,
y salió corriendo a buscarla. Miró en un par de salas contiguas, y en la tercera, una sala de karaoke
bastante más reservada, se encontró justo lo que se esperaba. Un chico al que no conocía estaba
mirando desde la entrada lo que pasaba. Otro chico, Ichigo, tenía los pantalones bajados y estaba
violando a Ayame, totalmente inconsciente. Se acercó al mirón sin que se diera cuenta y lo lanzó por
los aires con una llave. Ichigo se giró asustado, pero mientras intentaba subirse los pantalones le
estampó la cabeza contra el suelo. Ayame seguía sin ser consciente de nada, así que le subió las
bragas, la apoyó contra ella y salió tan rápido como pudo.
Ayame iba recobrando el sentido poco a poco mientras bajaban, pero no paraba de balbucear.
Seguramente le habían puesto droga en la cerveza.
Una vez fuera, vio que la lluvia se había vuelto todavía más salvaje que cuando entraron, y apenas
podía ver qué había en la acera de enfrente. La alternativa era volver al bar, así que arrastró a Ayame
por la calle tan rápido y lejos como pudo.
A los pocos metros, Kazuya y algunos de los chicos de la fiesta la rodearon.
– Midori-chan, sabía que no tendría que haberte dicho que vinieras! – Era Kazuya el que gritaba,
rompiendo el corazón de la muchacha. – ¡Ésta es nuestra fiesta! ¡Es el fin del mundo!¿No ves esta
lluvia?¡Dicen en las noticias que se acerca una ola gigante, un Tsunami, aquí, a Tokyo!¡¿Quién eres tú
para fastidiarnos la diversión cuando podemos morir?!
Los chicos se fueron acercando cada vez más hasta Midori y Ayame, y empezaron a golpearlas, dando
puñetazos y patadas hasta tirarlas al suelo, sin compasión.
7
Ella plantó cara, pero no pudo hacer nada contra tantos. Estaba a punto de desmayarse, pero
entonces algo extraño sucedió. La lluvia se detuvo y el sol se asomó entre las nubes de tormenta,
iluminando tan sólo el espacio donde estaban Midori y los demás. Y del cielo cayó como si fuera luz
una figura de mujer, una presencia increíble. Cuanto más se acercaba, más notaba el agradable calor
que desprendía, y lo bien que la hacía sentir pese al dolor de la paliza que le acaban de dar.
Los chicos se quedaron estupefactos. Incapaces de moverse, seguían manteniendo el cerco a las
chicas, pero en la distancia. La presencia aterrizó al lado de Midori, ataviada con un magnífico
kimono oscuro con tintes rojos y colgantes dorados. Su belleza era indescriptible a los ojos de un
mortal, sus facciones perfectas y su bello peinado no parecían de este mundo. Con un grácil
movimiento le ofreció la mano de una piel blanca e inmaculada. Maravillada, hizo acopio de todas
sus fuerzas y se incorporó arrodillándose ante ella, y cogió su mano entre lágrimas. La presencia, con
una voz poderosa y profunda, habló.
– Mi dulce niña, he visto lo que has hecho. Cómo tu noble corazón ha guiado tus pasos, cómo el
honor te ha llamado y tú has acudido en ayuda de tu pobre amiga. – La presencia se giró de golpe
hacia el grupo de chicos, con los ojos completamente rojos. – Y vosotros, seres despreciables, habéis
abusado de ellas. Habéis herido a estas pobres criaturas, tan sólo porque os creéis superiores,
porque creéis que el fin ha llegado y que nadie va a castigaros. – Volvió a girarse hacia Midori. – Yo
puedo ayudarte, pequeña. Y tú puedes ayudarme a mí. La Era del Hombre ha terminado y es la hora
del nuevo orden. Voy a necesitar gente fuerte, gente con el corazón puro, gente con honor. Así que
dime, mi dulce niña, dime: ¿Crees en mí?
Midori alzó su cabeza, sabiendo que era indigna de cruzar la mirada con un ser tan maravilloso. Con
lágrimas en los ojos respondió: “Ahora y siempre, mi Diosa”.
Amaterasu sonrió y un halo de luz recorrió primero su ser, y luego el cuerpo de Midori, sanando
todas sus heridas, poniéndole una armadura y una lanza de plata en la mano.
– Tu fe acaba de salvar Japón, mi pequeña guerrera, mi primera Ashigaru. Yo ahora debo irme,
Kashima aún no ha aparecido y debo ir a detener a Namazu antes de que sea demasiado tarde.
Volverás a saber de mí. – Se giró otra vez hacia los chicos. – Todos lo haréis.
Amaterasu desapareció, y al cabo de poco empezaron a escucharse lo que parecían truenos y
relámpagos lejanos. Luego el silencio, y luego, el sol.
8
El Fin de la Era del Hombre III
por Albert Mialet
Atenas, Grecia
La noche estaba ya bastante avanzada y María llevaba unas cuantas copas de más. Dos de sus amigas
se habían ido con un par de desconocidos, y sólo quedaban ella y su amiga Theoni. El local había
abierto hacía un par de semanas y estaba muy de moda, pero la verdad es que odiaban ese tipo de
sitios, siempre llenos de hombres pesados y pegajosos que no la dejaban en paz.
– Nena, estoy cansada, voy a buscar los abrigos y nos largamos. – María asintió y Theoni fue a
guardarropía.
Mientras tanto, cogió el móvil del bolso para mirar los mensajes. Justo entonces, un hombre apareció
delante suyo. Era un poco mayor que la media del local, pero parecía realmente interesante, por no
decir que era realmente sexy. Alto, con unas facciones muy marcadas y una mandíbula fuerte y
pronunciada, una barba perfecta y un pelo rizado corto y negro con canas a los lados, de pecho
musculoso y hombros muy anchos. Y una sonrisa pícara que la dejó completamente indefensa.
– ¿Algún mensaje importante? – Ella se dio cuenta de que tenía la boca medio abierta y la cerró de
golpe. Miró el teléfono y negó con la cabeza. – Eso es porque aún no me has dado tu número.
Ella rió como una colegiala tonta con esa estúpida frase para ligar, acariciándose el pelo
presumidamente con la mano derecha.
– Me llamo… Virgilio. Encantado. – Le dio dos besos en las mejillas, el segundo más cerca de los
labios de lo apropiado.
Estuvieron hablando durante un rato, y cuando llegó Theoni con los abrigos, vio el panorama, dejó el
abrigo de María en una silla cercana y se marchó sola.A los diez minutos le estaba cogiendo la mano
con suavidad. A los veinte le acariciaba la pierna y le susurraba al oído. A la media hora se estaban
besando apasionadamente, y a los cuarenta se la estaba llevando al lavabo.
María no se consideraba a sí misma una chica fácil, ni siquiera lo había hecho nunca en un bar, pero
estaba completamente hechizada por ese portento de hombre. La excitación que sintió al entrar en
el lavabo era desmesurada, y gozó de Virgilio como nunca lo había hecho durante la media hora más
salvaje de su vida.Cuando terminaron, Virgilio le preguntó si quería ir a un hotel a terminar la noche
en la cama con él. Ella estaba destrozada, pero no iba a dejar escapar a un pedazo de hombre como
ese porque sus piernas le fallaran, así que aceptó.
Al salir del bar, había una mujer en la otra acera apoyada en una farola, mirando hacia ellos muy
seria y con odio en los ojos. Era un poco mayor, de ojos negros y fríos, con unos rasgos claros y una
piel blanca que la hacían muy bella, pero sin un ápice de amabilidad en su rostro.
Se levantó un viento muy fuerte en la calle, y la mujer se fue acercando. María se cogió al brazo de
Virgilio con fuerza, y vio que tenía el ceño fruncido. La desconocida se plantó delante de ellos y le
gritó a Virgilio con todas sus fuerzas.
– ¡No hace ni un solo día que hemos vuelto, ni siquiera doce horas, y tú ya estás suelto por ahí,
follándote a la primera puta que se te pone delante! – Ella ni siquiera pudo reaccionar a los insultos.
9
– ¡Amada mía, déjame explicarme! ¡No sabía que tú también ibas a volver!- Zeus se fue separando
poco a poco de ella e intentaba apoyar los brazos en Hera, que lo golpeó al acercarse.
– ¿Qué no iba a volver? – Hera le plantó un bofetón en la cara. En el cielo se oyó un trueno junto al
golpe. – ¡Eres un sinvergüenza!¡Y encima, encima la has dejado preñada, tu semilla es el peor regalo
que le has dado a esta tierra!
A María ni siquiera se le ocurrió que estuvieran hablando de ella, pero entonces Hera se le acercó y
posó una mano en su vientre. La dejó hacer, asustada, pero de repente empezó a sentir un dolor
terrible y cayó de rodillas.
– Hera, cariño, la pequeña no tiene la culpa, déjala en paz… – Hera levantó la mano para hacerle
callar.
– A ti no puedo castigarte, ni tampoco a tu sangre, así que será mejor que me dejes desahogar
destrozándole la vida a esta puta de mierda.
El vientre de María se hinchó rápidamente, y notó como algo le mojaba los pies mientras se retorcía
de dolor. Hera le abrió las piernas y metió sus manos dentro, sacando una criatura de dentro de ella,
un niño pequeño. Cortó el cordón umbilical con sus dientes, cogió el extremo pegado al bebé y sopló.
Puso al niño en el suelo y empezó a crecer y crecer, ante la atónita mirada de su madre, que aún
estaba en shock pese al dolor. El niño creció y se convirtió en un hombre, perfecto y totalmente
desnudo.
Zeus se puso delante del niño-hombre y lo miró de arriba a abajo. El nuevo ser se arrodilló delante
suyo. Giró la cabeza y miró un momento a su madre, que se estaba desangrando sin remedio, y luego
volvió a bajar la cabeza delante del Dios Supremo del Olimpo.
– Padre, dadme un nombre y os serviré en lo que necesitéis. Soy vuestro siervo y vuestro campeón,
haré lo que sea por gozar de vuestro favor. Zeus apoyó la mano en su cabeza
– Así sea pues, te nombraré Hércules, en honor a mi mayor campeón en los días antiguos. – Zeus
sonrió, levantó a Hércules y se fue junto a él. – Creo que pronto voy a hacer un hombre de ti, hijo
mío.
Hera marchó con ellos, y a los pocos metros se giró para ver como María moría desangrada en el
suelo. La sonrisa volvió a sus labios.
10
El Fin de la Era del Hombre IV
por Albert Mialet
El Cairo, Egipto
- Venecia está sufriendo la peor
inundación que se recuerda en su
historia. Con éste ya son dieciséis los
países que están sufriendo esta ola
de catástrofes. – La reportera Trisha
Sellers, hablaba desde el televisor de
la comisaría. – Además, se confirman
los
avistamientos
de
entes
misteriosos en diferentes puntos del
planeta, aunque aún nadie ha sido
capaz de grabarlos. Fuentes cercanas
al departamento de noticias del Canal Nueve nos informan de que estos entes aparecen cerca de las
catástrofes, y de que…
El inspector Tarif apagó la televisión de su despacho. Suficiente tenía con los problemas que estaba
teniendo como para preocuparse por estúpidas catástrofes en el resto del mundo. Además de la
crecida del Nilo, que estaba a punto de desbordarse, los informes se le acumulaban en su mesa sin
darle un respiro. Pasó la hoja que tenía delante y revisó la ficha que acababan de traerle. El
desaparecido se llamaba Yasuf Al-Amar, y era el noveno en dos días. Nueve hombres sin relación
aparente habían sido denunciados como desparecidos. No es que ese tipo de casos fueran algo
anormal en una ciudad como El Cairo, pero tantos en tan poco tiempo era algo que no podía pasar
por alto.
Llamaron a la puerta y su ayudante, Hamal, entró.- Jefe, acaban de denunciar al décimo. – Tarif se
frotó la sien y resopló. – Cerca del mercado.
– Joder. De acuerdo, vamos.Narvia, la mujer del desaparecido, se encontraba en la puerta del edificio
con un niño pequeño en los brazos, visiblemente nerviosa.
– Buenos días señora. Por favor, cuéntenos qué ha sucedido.
– Yo… Milo, mi marido, fue antes de ayer a comprar algo de fruta al mercado. Él es un buen hombre,
pero no tiene trabajo y me ayuda en las cosas de casa. Él es muy bueno. – El bebé que tenía en
brazos empezó a llorar y la mujer, con lágrimas en los ojos, le besó y lo balanceó un poco para que se
calmara. – Pero no volvió. Yo estuve esperando un rato y luego fui a buscarle, pero nadie le había
visto.
Un movimiento captó la atención del Inspector, un niño estaba a unos diez metros de él, mirándolo
fijamente. El chico le hizo señas para que se acercara y salió corriendo, adentrándose en un callejón.
Tarif se quedó un rato mirando hasta que volvió a oír la voz de la mujer.
– Hamal, sigue tú con las preguntas, quiero comprobar una cosa. – Hamal le miró extrañado, pero
asintió. Fue hacia el callejón a buscarlo, siguiendo un presentimiento que no era capaz de explicar.
Cuando llegó vio que era un callejón sin salida y no había señales del chico. Buscó un poco por si se
había escondido, pero no encontró ni rastro de él, era como si nunca hubiese pasado por allí. Cuando
decidió volver, vio a una vieja de piel oscura en la salida. Tenía pelos grisáceos colocados de forma
desordenada por la cabeza, las manos callosas y arrugadas apoyándose en un bastón, y los ojos
cubiertos por una capa blanca de cataratas. Iba vestida con ropas anchas y viejas, y se acercó al
Inspector sonriendo con el único diente que tenía.
– Hehehe, Inspector Tarif, le veo un poco perdido, ¿no le parece? – La vieja se iba moviendo
lentamente, cojeando de un pie.
– ¿Como sabe…? Qué estúpido, habrá escuchado mi nombre mientras hablábamos con la señora,
claro.
11
– Puede que sí, o puede que sepa muchas más cosas que usted, Inspector. – Ahora estaba a su lado,
sonriendo. Un pequeño mono salió de repente de su espalda y se puso en su hombro. – Sé que usted
es un hombre serio, un firme defensor de la ley. Un hombre solitario, sin amigos ni familia. Un
hombre fuerte que hará lo que sea necesario para encontrar a esa gente.
– ¿Es que sabe alguna cosa sobre las desapariciones? Está usted en la obligación de contestar. Si sabe
algo…
– ¿En la obligación, dice? – La vieja le interrumpió. – Creo que no sabe lo que dice, Inspector, pero le
voy a hacer caso. – Sacó un pañuelo rojo del bolsillo, y de dentro una bola de cristal. Empezó a darle
vueltas con las manos. – Al este del Cairo, en las afueras de Guiza, una vez pasada la Esfinge y un
poco antes de la gran pirámide de Keops… allí encontrará algo que busca, pero que no espera
encontrar. – La bola de cristal se puso a brillar. – Encontrará el futuro, pero también el pasado. – El
destello de la bola era casi cegador, no podía dejar de mirarla. – Encontrará la salvación… Y también
la destrucción. – El destello le cegó completamente. Cuando volvió a abrir los ojos, la vieja ya no
estaba allí.Le llamaron desde comisaría antes de coger el coche. Habían denunciado veinte
desapariciones más, otra vez sin relación aparente. Tarif había decidido hacer caso a la vieja, tanto si
era un producto de su imaginación como si no. Su padre siempre le había dicho que confiara en su
instinto, y éste le decía que eso era lo que debía hacer.
Le dijo a Hamal que fuera por su lado a entrevistar a la mitad de los familiares de los desaparecidos, y
así podría ir solo sin que le tomaran por loco en comisaría. El Cairo es enorme, e iba a tardar por lo
menos tres horas en llegar a las afueras si el tráfico no acompañaba.
Cuando llegó al Templo de la Esfinge, paró. El mes de diciembre era una temporada bastante barata
para viajar al Cairo, y solía estar bastante lleno, pero la cantidad de turistas que iba ahora hacia las
pirámides era demasiado exagerada.
Dejó el coche al lado de la carretera y siguió a la oleada de gente, que parecía estar dirigiéndose a un
sitio concreto. Montones de turistas cuchicheaban y preparaban sus cámaras. Se fue abriendo paso
hasta ponerse en primera fila, y entonces lo vio.
La base de una pirámide se encontraba delante suyo. Centenares de personas estaban cargando
bloques de piedra, que se encontraban amontonados a los lados y rodeando la base. Era enorme,
gigante, mucho mayor que la de la gran pirámide de Keops, y un poco menos de la mitad de la
construcción estaba hecha.
Tarif contemplaba la escena con la boca abierta. ¿Quién podía ser el loco que había decidido
secuestrar a toda esta gente y construir una nueva pirámide? ¿A quién se le ocurriría hacer algo así?
Pensó que seguro que había sido alguno de los sultanes de Arabia Saudí, sólo a ellos se les ocurriría
una locura semejante
Fijándose en los trabajadores reconoció a Milo, el hombre que habían reportado como desaparecido
esa mañana. Se dirigió hacia él, dispuesto a conseguir respuestas.
Estaba arrastrando un bloque de piedra empujando una extraña carretilla. La miró bien y se dio
cuenta de que estaba levitando, a unos centímetros del suelo. Parecía pesar una tonelada, pero la
cargaba sin apenas sudar. Se acercó a él y le puso una mano en el hombro.
– Milo, soy el Inspector Tarif. – Se detuvo y se giró hacia él. – Esta mañana he visto a tu mujer, y está
preocupada por ti. Dime, ¿Quién os ha traído aquí?¿Por qué le estáis ayudando a construir ésta
locura?
Sonrió y le miró a los ojos. – No es una locura. Es un símbolo, el futuro. Él nos ha hablado, Tarif. Él
nos ha dicho que nos proveerá, y que cuidará de nosotros. Él sólo nos pide una cosa, y nos promete
que todo irá bien.
– ¿Quién os promete?¿Qué os ha pedido?
– Él. – Señaló hacia al cielo. Un hombre enorme, con la cabeza de halcón y un disco solar en la cabeza
lo contemplaba todo desde el cielo. Movió un poco la cabeza y notó cómo le miraba. – Lo único que
nos ha pedido es que lo adoremos, por eso le estamos construyendo una pirámide.
Tarif notó otra vez que su instinto le llamaba, que se comunicaba desde dentro. Seguía sintiendo la
mirada de Ra encima suyo, esperando. Se puso detrás de Milo y le ayudó a cargar la piedra. Decidió
seguir su instinto.
12
El Fin de la Era del Hombre V
por Albert Mialet
Hotel Paradise, Playa del Carmen (cerca de
Cancún)
Siempre había mucha gente en el Hotel Paradise.
Fuera el mes que fuera, el hotel estaba lleno a
rebosar. Había varios ambientadores colocados
estratégicamente por todas las salas, y el aire
acondicionado siempre desprendía un leve
toque de perfume, pero aún y así para Ollie el
hotel apestaba demasiado a humanidad.
Seis días a la semana, él se encargaba de limpiar de veinte a veinticinco habitaciones por la mañana,
y por la tarde-noche hacía doble turno sirviendo cócteles en el bar de la piscina o en uno de los bares
interiores. Trabajaba muchas horas, pero le valía la pena.
Consideraba su trabajo de gran utilidad. Disfrutaba muchísimo recogiendo la ropa sucia de los
clientes, intentando adivinar qué habían hecho por el olor que ésta desprendía. El olor era uno de los
factores más importantes para determinar el comportamiento humano, y nunca había aprendido
tanto sobre ello como trabajando en el hotel. Si a eso le sumaba las horas que pasaba curioseando
dentro de las maletas, analizando los restos en las papeleras y la suciedad que los clientes dejaban a
su paso, podría decirse que el trabajo le hacía un hombre feliz.
Por las tardes aprendía a relacionarse con ellos teniendo las más intrascendentes conversaciones de
barra de bar. No había sido nunca un buen estudiante, pero si algo le gustaba eran los idiomas, y la
vida le había enseñado a hablar o chapurrear casi cualquier lengua que se escuchara en el hotel.
Las noches eran su momento favorito del día. Cuando por fin podía relajarse, irse a su pequeño
habitáculo debajo del hotel alejado de todo el bullicio, y aplicar todo lo que había ido aprendiendo
durante el día.
Últimamente, Ollie se había vuelto un poco travieso. Tenía como norma general cazar sólo a gente de
pueblos cercanos. De ésta forma no llamaba mucho la atención, pero las últimas semanas había sido
tan tentador cazar a turistas que no se había podido resistir. No a gente del Hotel Paradise, por
supuesto. Su abuela siempre decía que no cagara donde comiera, así que se paseaba por los
centenares de hoteles cercanos y allí acechaba a sus presas. El clima había sido tan sumamente
horrible en la última semana que la gente estaba más preocupada por conseguir ver un poco de sol
que por volver a ver a sus seres queridos.
Esa noche había tormenta, y la televisión había dicho que un Huracán estaba atravesando la costa en
dirección a Cancún. También hablaba de que muchas otras ciudades estaban sufriendo lluvias
torrenciales, inundaciones, terremotos y hasta erupciones de volcanes. Ollie estaba de acuerdo,
pensaba que algo habrían hecho para que eso sucediera. Mientras tanto él podía estar tranquilo en
el hotel, era una construcción fuerte que había aguantado muchos huracanes.
Su habitáculo era bastante grande. Su cama perfecta recién hecha, su butaca limpia forrada con
plástico delante del televisor, la mesa ya puesta con un plato de comida tapado y preparado para
calentar. En el suelo, tres bolsas de cadáveres ya desangrados, y al lado sus dos últimas
adquisiciones, aún conscientes, totalmente desnudas, con los brazos levantados y las manos atadas a
una cadena colgada del techo. Tenía colocadas varias páginas de periódico en el suelo para no
manchar el suelo, y les tenía rodeados de algunas de las calaveras a las que había cogido más cariño
a lo largo de los años. ¿Quién mejor para vigilar si no los muertos?
Su abuela Yolihuani le había criado en lugar de su madre, que murió en el parto. Yolihuani provenía
de una larga estirpe de sangre puramente azteca. Era tradición en su familia no mezclarse con
“colonizadores”, como los llamaba ella, pero su hija no le había hecho caso y había pagado las
consecuencias. Siempre se le tenía que hacer caso a la abuela.
Ella le enseñó el valor de la vida, el poder que desprende la sangre. Durante generaciones, su familia
había conservado los ritos y tradiciones de una religión ya olvidada basada en el sacrificio, tanto el
13
personal como el de los demás. La abuela le enseñó a respetar esas tradiciones desde bien pequeño,
y siempre había encontrado lógico buscar su felicidad a través del sufrimiento de los demás.
Nunca le había dado mucha importancia a los dioses de los que le hablaba, pero siempre los había
respetado. No veía razón para dudar de que un ser superior también disfrutara viendo cómo sus
seguidores lanzaban a las brasas a una de sus víctimas como ofrenda para que se quemara viva, o
cómo arrancaban el corazón de la gente y se bebían su sangre a cambio de bendiciones. Él lo haría.
Levantó la tapa del plato que había dejado en la mesa. Era sopa de cebolla con queso y trozos de
ternera, uno de sus platos favoritos. Lo calentó en el microondas mientras sacaba una cerveza Dos
Equis de la nevera y la servía en una copa.
Se comió la sopa sin poner la televisión, prefería estar concentrado en los momentos previos,
imaginando qué les iba a hacer, recreándose en los pequeños detalles y excitándose. Terminó,
recogió la mesa y lavó los platos.
Por fin había llegado el momento, estaba realmente ansioso por empezar. Primero les quitó las
vendas de los ojos. Eran un hombre y una mujer americanos, aunque no tenían nada que ver el uno
con el otro, les había cazado por separado. Cogió una bolsita que tenía en un cajón y sacó un puñado
de dientes que había arrancado del cadáver de su abuela. Se sentó junto a las calaveras, y lanzó los
huesos al suelo. Le dijeron que matara primero al macho.
Creó el altar, tal y como su abuela le había enseñado. Puso la mesa en el centro de la habitación, y
colocó encima un mantel precioso que le había hecho, aunque después de tanto tiempo ya estaba
bastante manchado con los restos de sangre de otras víctimas. Por una parte le sabía mal, pero por
otra le gustaba tener esos recuerdos.
Descolgó al americano sin desatarle las manos y lo puso encima de la mesa. Forcejeaba demasiado,
así que le dio un puñetazo para que se calmara y le hizo sangrar la nariz. Funcionó. La mesa era
realmente grande, así que pudo extenderlo totalmente y atar cada una de sus extremidades a una
pata. Casi estaba listo.
Sacó otra bolsa del cajón y extrajo una daga curvada y un rotulador negro. Se puso encima de
rodillas encima del hombre, y le dibujó cuatro símbolos en el pecho, uno para cada uno de los cuatro
reinos. Dejó el rotulador en la mesa y sin poder aguantar más le clavó la daga entre los dibujos
mientras la víctima gritaba sin cesar a través de la mordaza. Que gritase, no le iba a escuchar nadie.
Ollie ya había desarrollado mucha práctica a base de ensayo y error, y consiguió hacerle un agujero
perfecto en el tórax. Pese a la pérdida de sangre, aún estaba consciente, así que tuvo la suerte de ver
cómo metía la mano en su interior y sacaba su corazón. Le encantaba ver las expresiones de
incredulidad de sus víctimas, incapaces de entender cómo podían seguir vivos sin sus corazones.
Cogió el corazón con las dos manos, las alzó, y se lo ofreció a los dioses con una oración. Luego se lo
comió, apagando la vida del americano.
De repente, las puertas de la habitación se abrieron con un golpe, y la corriente que entró lo empujó
al suelo. Pudo ver como el viento se quedó en la habitación, dando vueltas, tocándolo y estudiándolo
todo, hasta que paró delante de él y se convirtió en una serpiente enorme con alas, repleta de
plumas de colores muy vivos.
La serpiente lo miró y le dijo que no estaba contenta con él, que había sido egoísta y no había
respetado a sus dioses. Había estado observando, y no le gustaba ver cómo utilizaba los sacrificios
para su disfrute personal. Le dijo que podía perdonarlo, que podía acogerlo en su seno y convertirle
en un hombre poderoso de verdad, un sacerdote, pero que para ello tenía que ofrecerle algo a él,
algo que valiera realmente la pena.
Ollie no tenía miedo de la serpiente, las palabras que resonaban en su mente le habían hecho feliz.
Pensó en su abuela Yolihuani, y en lo orgullosa que estaría de que su nieto se convirtiera en un
sacerdote, así que aceptó sin dudar.
Miró a la serpiente fijamente a los ojos y volvió a coger el rotulador de la mesa. Se quitó la camisa y
se dibujó un sólo símbolo en lugar de los cuatro que había realizado encima del americano, el que
representaba el reino del oeste: a Quelzalcóatl, la serpiente emplumada. Cogió la daga y se la clavó
en el pecho, dibujando un agujero. Cogió el corazón con su propia mano, se arrodilló y se lo ofreció al
Dios. La serpiente lo engulló y lo guardó en el fondo de su estómago.
14
Mitos Renacidos I - Última Estación
por Marcos Dacosta - Ilustración: Asier del Rosal
Cerró los ojos nada más tomar su asiento habitual.
En realidad era incorrecto hablar de asiento habitual alguno, pues unas veces se subía al tren por los
vagones delanteros y en otras ocasiones en aquellos a la cola, según la cantidad de viajeros que se
encontrasen en el interior o bien esperando a las puertas. No obstante, en todos y cada uno de los
vagones, la misma luz halógena tornaba sus párpados pesados, los mismos asientos estaban situados
de la misma manera y con el mismo recubrimiento azul. En todos los vagones su sitio era pegado a la
mampara que separaba los asientos de la primera puerta del compartimento. Había ocasiones en la
que el lugar estaba ya ocupado y era obligado a sentarse en otro lugar. Esos días le ponían de mal
humor y procuraba no pensar en ellos.
Umehara era un hombre rollizo, entrado en los cuarenta, mujer e hijo, un salaryman como los
cientos que diariamente usaban los trenes del metro de Tokyo para desplazarse desde sus hogares
en la periferia hasta el corazón económico de las islas. Apoyaba su cabeza contra la mampara de
plástico, su boca entreabierta, su respiración lenta y pesada, la luz reflejándose en su calva; el
murmullo de las conversaciones, el ocasional sonido de móvil, las puertas abriéndose y cerrándose,
eran todos sonidos a los que se había acostumbrado tras dos décadas de trabajar para la compañía
de sol a sol e ignoraba sin mayor dificultad.
Al igual que él, muchos otros viajeros aprovechaban el largo trayecto para arañar horas de sueño a
un horario inmisericorde, aferrados a sus carteras y portafolios, cabeza hundida en el pecho. Sin
embargo, cada vez que el tren se detenía en una de las estaciones, algunos de estos pasajeros
abandonaban su letargo y salían mecánicamente del vagón. El paso de los años había grabado en lo
más profundo de su mente la duración del viaje, o bien el número de paradas entre su trabajo y el
hogar. Quizá una mezcla de ambas. Quizá fuera algo distinto. Umehara era a estas alturas un experto
en esta secreta técnica compartida por trabajadores en medio mundo; entre que cerraba los ojos y
los volvía a abrir había un entreacto de sopor y bosquejos de sueños que duraba los varios kilómetros
que había entre el centro y su prefectura.
Cuando despertó se encontró con un vagón por completo vacío.
La extrañeza que le produjo tal situación le hizo otear sus alrededores con una expresión curiosa en
la cara. ¿Se habría quedado dormido? ¿Era esta la parada final del tren? Al otro lado de las puertas y
ventanas del vagón, en vez de la aséptica luz de algún andén de metro o estación de tren, solo había
tinieblas. Volvió a buscar cualquier indicación de su situación con la mirada, tan solo la fría claridad
del interior del tren en contraste con lo que esperaba afuera. Asió su cartera, se incorporó y se
acercó con paso cauto a la puerta enfrente suyo. Con los pies firmemente plantados en el suelo y su
mano derecha sujeta a la barra de seguridad, se inclinó hacia delante, sacando la cabeza para
inspeccionar el lugar. Sus ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la falta de luz.
A juzgar por la escasa claridad que ofrecía la iluminación del tren, la oscuridad frente suya parecía ser
el andén de una estación de metro. Antigua. Abandonada. Restos de basura se amontonaban en el
suelo como ofreciéndose protección unos a otros. En las columnas podía ver carteles y comunicados
de un blanco amarillento y sucio que él recordó haber leído alguna vez décadas atrás. Con cierto
nerviosismo dejó atrás la iluminación artificial y, estirando el cuello, trató de ver si había alguien en
15
los otros vagos o en la misma estación. Lo que encontró frente a él, no obstante, fue una pluma
negra bastante grande depositada en el suelo. Con esfuerzo, se agachó doblando la barriga y la cogió
entre sus dedos, llevándosela hasta cerca de sus gafas para inspeccionarla mejor.
No deberías de estar aquí, dijo una voz en su mente, asustando a Umehara quien no pudo evitar dar
un pequeño salto hacia atrás, la pluma negra descendiendo suavemente hasta el suelo.
Elevó su cartera y la aferró hasta su pecho, mirando nervioso las sombras a un lado y al otro.
¿Te has perdido?, continuó esa voz incorpórea.
El salaryman asintió más por reacción que porque de verdad buscase continuar tan incómoda
conversación, gotas de sudor perlando su frente y mejillas. Frente a él, una figura se recortó en la
negrura, avanzando hacia el hombre apoyándose en un bastón de bambú, el sonido de este al tocar
el suelo resonando en la vacía estación. Los ojos de Umehara se abrieron de par en par cuando la luz
iluminó las facciones de su acompañante.
Cabeza y alas de cuervo, cuerpo de hombre. Primero se fijó en el pico negro, afilado, luego en los
ojos astutos y fríos de rapaz. Su vista siguió por los brazos deformes de la criatura, de los que
florecían plumas negras como la que estaba a sus pies, y que terminaban en garras de ave de presa.
Umehara abrió su boca en un grito de horror silencioso.
Demasiado tarde, anunció el Karasu Tengu sin mover su pico, mirando primero al tembloroso
humano y después a la oscuridad de los túneles.
Este siguió la mirada del demonio hasta más allá de las vías del metro. Un profundo aullido les
alcanzó, haciendo temblar su pecho y su corazón; algo primario, bestial. Algo que se estaba
acercando. A la carrera. Siempre hambriento.
Es el lobo que sueña con devorar el sol, anunció el hombre cuervo, cada palabra inflamando de miedo
la mente del mortal, que se volvió hacia el Tengu aún más aterrorizado. No puede salir a la superficie,
tiene que seguir perdido aquí abajo, explicó mirando con ojos astutos a Umehara. ¿Conoces estos
túneles?
Llevaba trabajando para la compañía más de veinte años, cada día sentándose en el vagón del metro
y siendo conducido a su trabajo como tantos otros, sin prestar atención a las sombras que se movían
detrás de las ventanillas del metro. No, no los conocía. El demonio no esperó a su respuesta.
No importa. Si sobrevivimos mi señor querrá hablar contigo.
Umehara ahogó un sollozo.
16
Mitos Renacidos II - Ladina Fortuna
por Marc Gómez - Ilustración: Jonathan Pérez
Ólaffur volvió a mirar su mano. Dos sietes, un as, un
cuatro y una jota. Menuda suerte la suya aquella
noche. En la mesa ya había puesto la mitad de todo lo
que le quedaba, que no ascendía a más de cien mil
coronas, o lo que es lo mismo, unos quinientos
ochenta euros. Estaba en la más absoluta de las
ruinas y su supervivencia económica dependía de su
capacidad para hacer creer a los otros cuatro
jugadores de la mesa que no tenía una mano de
mierda.
Se esforzaba en mantener la expresión neutra, los rasgos relajados y en despejar de la mente la
acuciante pregunta que amenazaba con hacerle llorar: Dónde coño dormiré esta noche? Por si el
panorama no fuera bastante lastimoso, podía oír perfectamente el sonido de un televisor de la sala
contigua, en el que una tal Trisha Sellers informaba de los desastres acontecidos por todo el mundo,
y hacía hincapié en la terrible ola de frío polar que azotaba Islandia en esos momentos.
“Vamos muchacho! -dijo el gordo que tenía a su izquierda- No tenemos toda la noche, o pones veinte
de mil en la mesa o pasas.” Viendo las pintas repugnantes de aquel hombre-cerdo que rondaría los
sesenta, cuyo aliento y vestimenta iban a juego con el decrépito aspecto de aquel tugurio, no pudo
evitar preguntarse qué demonios estaba haciendo allí. En algún momento, jugarse lo poco que tenía
en una de las mesas clandestinas del puerto le había parecido una gran idea. Ahora no estaba tan
seguro.
La única vía de éxito posible era jugar al todo o nada, o dicho de otra forma, hacer trampas tan
pronto como viese una oportunidad.
“Veo las veinte de más.” -dijo al tiempo que movía las fichas hacia el centro de la mesa.
“Voy.” La mujer con pinta de furcia barata que se sentaba a su derecha llevaba toda la noche
ganando, Ólaffur le había cogido rabia enseguida y se preguntó si esa tipa no ganaría más jugando al
póquer que abriéndose de piernas por dos mil coronas.
“Yo también veo las veinte.” El joven simpático que se sentaba delante suyo era todo sonrisas. No
había ganado una mierda, como él, pero eso no parecía importarle demasiado, daba la sensación de
que se lo estaba pasando en grande.
“Enseñen las cartas, señoritas.” -dijo riendo el gordo, y al instante dispuso delante suyo una doble
pareja de nueves y reyes con un as a la dama.
“Yo sólo tengo una mierda de pareja!” -dijo Ólaffur alzando la voz con auténtica indignación al
tiempo que lanzaba las cartas sobre la mesa, boca abajo.“Pues gano yo de nuevo.” La furcia abrió su mano en abanico para enseñar un trío de ases al rey.
“Parece que esta es mi noche caballeros.”
“Vaya, pues parece.” -dijo el joven simpático sin dejar de sonreír.- “Yo sólo tengo dos parejas de
treses y cincos.”
Ahora o nunca, que empiece la magia. -pensó entonces, y su manó voló rápida, sin ser vista, sobre
sus cartas todavía boca abajo.
“Un momento…” -dijo clavando los ojos en la jugadora de su derecha y entonando sospecha en su
voz- “¿Cómo puedes tener un trío de ases, si aquí mi amigo tiene una doble pareja al as y yo… -en ese
momento mostró abiertamente su mano- tengo otro as? Eso en mi pueblo hacen cinco putos ases!
La expresión del hombre-cerdo palideció repentinamente mientras su mirada atónita iba de las
cartas sobre la mesa hacia el rostro de la muchacha.
“¡Crupier!” -grito entonces- ¿Cuántos ases hay en la baraja?
Todos los ojos se volvieron hacia el quinto miembro de la mesa, una figura anodina que permanecía
discretamente apartada y que sólo había intervenido para repartir las cartas de cada partida.
“Cuatro, caballero. Jugamos al póquer clásico.” -respondió con el ceño fruncido y la mirada confusa
por la situación.
17
“Esta furcia hace trampas joder! Lleva toda la puta noche ganando!” -gritó Ólaffur al ver que al resto
les costaba llegar a esa conclusión.Su declaración causó dos reacciones. La primera, la mujer se levantó de golpe y empezó a chillar
soltando improperios como una histérica señalándolo y acusándolo. La segunda, el hombre-cerdo se
levantó y desenfundó una pistola que había permanecido oculta en su pantalón, bajo los pliegues
grasientos de su barriga. Al ver el arma, la mujer palideció y empezó a balbucear. El crupier se
levantó de golpe al tiempo que llamaba a gritos a los hombres de la sala contigua.
Instantes después las balas surcaban el aire de la habitación. Dos hombres disparaban al gordo desde
la puerta, armados con pistolas de poco calibre, mientras intentaban eludir los disparos que iban en
su dirección. Ólaffur se cubrió debajo de la mesa tapándose los oídos mientras el estruendoso tiroteo
llenaba la estancia de humo, plomo y sangre.
Tan pronto como había empezado terminó. El muchacho se asomó por encima de la mesa para
contemplar con horror el escalofriante resultado. Los dos hombres de la puerta estaban medio
apoyados en el marco, con sangre derramándose por las comisuras de sus labios, aparentemente
muertos, se iban deslizando hacia el suelo. El hombre-cerdo se había vuelto a sentar. Su enorme
barriga estaba salpicada por agujeros de bala y sus ojos vidriosos observaban sin vida la escena. La
furcia estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y el vestido barato manchado
con su propia sangre. No respiraba.
Ólaffur se levantó pálido y con ganas de vomitar. Jamás hubiera pensado que su técnica pudiera
obtener semejante resultado.
“Espectacular.” -exclamó de repente el joven sonriente- “Yo no lo hubiera hecho mejor.” En ese
instante su forma cambió, sus ropas mundanas mutaron hacia lo que parecía ser una especie de
armadura de tonos cobrizos. Sobre su cabeza apreció un yelmo del que emergían dos largos cuernos
que se curvaban hacia el techo. Su sonrisa se hizo más intensa, más ladina, y al contemplarla al
muchacho se le heló la sangre.
“La ilusión y el engaño son las armas del astuto.” -dijo Loki- “y tu has demostrado ser un maestro en
su uso. Por ello deseo recompensarte. Coge el arma y pídele al caballero que se esconde detrás tuyo
que te entregue todas las ganancias de la mesa.”
Obedeciendo, se giró y miró al crupier, que observaba al Dios nórdico con terror mientras se
acurrucaba en una esquina de la habitación.
Instantes después abandonaban el tugurio, el chico cargando un maletín que debía contener por lo
menos un millón y cuarto de coronas, suficiente para salir adelante. Su rostro no mostraba
remordimiento. El dios nórdico que lo acompañaba volvió a mutar su aspecto, esta vez vistiendo un
largo abrigo gris, de cuello alto muy al estilo inglés, y un sombrero negro de copa chapado a la
antigua.
“Midgar parece haber cambiado.” -le dijo Loki una vez en el puerto.- Pero me alegra comprobar que,
en esencia, sigue siendo el mismo. Ahora debo partir. Mi libertad es, entre otras cuestiones, un
enigma que necesita respuestas. Pero no te pongas muy cómodo, mortal, pues pronto volveremos a
vernos y tus servicios serán requeridos.
Dicho eso se alejó caminando, con ese porte de otra época y desapareció tras la bruma fría típica del
gélido invierno.
18
Mitos Renacidos III - Complaciendo a un Dios
por Toni Ranchal
La desesperación le había llevado a esa situación, todo se había precipitado y ahora Owen estaba
huyendo de la ciudad. Mientras conducía aún se preguntaba por qué había sucedido.
Era un padre de familia normal, tenía mujer e hijos y cumplía con sus responsabilidades. En la fábrica
de coches no ganaba un gran sueldo, pero era suficiente para llegar holgado a fin de mes, y aunque la
cadena de montaje era lo más monótono del mundo, era feliz allí. Cada día charlaba con los
compañeros durante la hora del almuerzo, y casi todos mantenían muy buena relación, en la fábrica
se respiraba compañerismo, Owen se esforzaba para que todo se mantuviera así. Era un hombre de
unos 45 años, media 1’80, y se mantenía en forma saliendo a correr cada mañana, tenía el pelo
corto, castaño y lucía una barba del mismo color, que ya empezaba a teñirse de gris a causa de sus
canas. Era muy buen trabajador y se había ganado con creces ser el encargado de la planta B, cada
año conseguía que su planta superara el beneficio del año anterior, y se sentía muy orgulloso de ello.
El país estaba en recesión, o eso decían los políticos, y lo repetían una y otra vez, manifestaciones en
la calle, robos, atracos, todo se estaba yendo al carajo en Grecia. La fábrica de coches era de las
pocas empresas con beneficios en el país. Habían hecho llamar a Owen esa mañana, era una reunión
urgente, y eso no le gustaba. Al entrar al despacho del director se encontró con una situación que no
esperaba. Uno de los jefazos de la compañía, un joven con porte altivo y aires de superioridad estaba
en el despacho, junto con el director y el encargado de la planta A. La reunión fue corta y las noticias
malas, la compañía iba a trasladar la fábrica a la India, donde conseguirían muchos más beneficios, la
decisión estaba tomada y esa reunión era solo para informar de la decisión. Owen no podía entender
lo que sucedía, cada año conseguía que sus trabajadores trabajaran más que el anterior, seguía
dando beneficios en una época como aquella y todo eso no servía de nada. Por su cabeza empezaron
a pasar muchas cosas, la navidad se acercaba, sus hijos, su mujer, sus empleados, como iba a
decírselo, como iba a encontrar otro trabajo en la situación en la que se encontraba el país; poco a
poco y ausente a lo que sucedía a su alrededor, iba aumentando su rabia, el director y el otro
encargado intentaba convencer al directivo para que cambiara de decisión, pero este no dejaba de
sonreír y decir que no había marcha atrás, incluso se le escapo una carcajada al ver como casi
llegaban a suplicarle por que cambiara de opinión. Esa fue la gota que colmo el vaso, en ese preciso
instante Owen se levantó de la silla y grito.
-¿¿Crees que puedes venir aquí y romper todo por lo que llevo luchando más de veinte años?? Los
tres miraron a Owen con cara de incredulidad.
-Si, por supuesto que sí que puedo, de hecho ya está decidido, y no puedes hacer nada por
cambiarlo. Dijo el joven.
Owen cerro los puños y apretó con fuerza, y con una rabia desmesurada golpeo al muchacho con una
fuerza que parecía no podía estar en el cuerpo de un hombre. El directivo voló por los aires más de 2
metros y cayo golpeándose en la nuca con la esquina de la robusta mesa del director, el impacto fue
muy violento y el muchacho murió en acto, quedando con la cara destrozada por el impacto del
puñetazo del Owen y la nuca hundida al frenar toda la inercia que Owen había propinado sobre su
cabeza.
Después todo fue silencio. Owen se había dejado llevar por la rabia y había protagonizado un
incidente del que se arrepentiría toda su vida. La policía estaba apuntó de llegar y Owen les esperaba
sentado en el despacho del director arrepintiéndose por lo que acaba de suceder. Cuatro agentes de
policía y un inspector aparecieron en el despacho, Owen permanecía sentado con la cabeza gacha.
19
-¡Detenedlo! Ordeno el inspector.
Los agentes levantaron a Owen y le esposaron con las manos en la espalda. Entonces oyó como una
voz le hablaba en su cabeza.
-No lo hagas, no te rindas o tu familia sufrirá las consecuencias, mátalos a todos, compláceme y te
prometo que velare por tu familia el resto de tu vida.
Miro a su alrededor, dos agentes le cogían y le empujaban hacia la salida, entonces sus ojos
encontraron los del inspector, unos ojos grises que parecían carecer de alma, era un hombre de unos
40 años, de 1´75 de estatura, ancho de hombros y una barba bien recortada de color rojizo, vestido
con una gabardina marrón oscura y un traje gris con chaleco. La mirada lo penetro hasta lo más
profundo de su interior.
-¡¡Hazlo!! Le repitió la voz. –Hazlo y me asegurare de que todo les vaya bien.
En ese momento Owen cogió impulso echando su cabeza hacia delante, para luego impulsarla hacia
atrás como una exhalación, el golpe dio de lleno en la cara del policía que no esperaba nada, e hizo
que cayera con un grito de dolor, sangrado por la boca y la nariz, Owen se dejó caer encima del
policía dando una voltereta hacia atrás y pasando sus manos esposadas por debajo de sus pies,
consiguiendo tener los brazos hacia delante. Los otros tres policías actuaron de inmediato, dos se
abalanzaron sobre él mientras un tercero desenfundaba su pistola. La pirueta que hizo Owen le dejo
justo al lado de la silla donde antes se sentaba, la agarro y se la hizo estallar en las costillas al uno de
los dos policías que intentaba reducirlo, dejándolo tendido en el suelo retorciéndose de dolor, el otro
agente consiguió derribar al Owen con su placaje, golpeándose ambos contra la mesa del despacho,
justo al lado del directivo que yacía muerto, con la ropa llena de sangre. Owen había conseguido
mantener en la mano una de las patas de madera de la silla que había roto, ahora esta se había
convertido en una estaca, Owen alzo las manos esposadas, mientras el policía le propinaba un
puñetazo en la cara, con un chillido bajo la estaca con todas sus fuerzas sobre el rostro del policía
que tenía encima, el arma se clavó en uno sus ojos y le atravesó la cabeza, haciendo que el hombre
cayera sin vida hacia un lado y creando una escena dantesca. El tercer policía disparo su pistola tres
veces, pero solo uno de los disparos acertó en el blanco, e hirió a Owen en un brazo. Rápidamente
este desenfundo el arma del agente que tenía encima y disparo al policía que le estaba a punto de
disparar por cuarta vez. Un solo disparo salió de la pistola de Owen, pero acertó de lleno en la cabeza
del agente, cayó muerto.
El director permanecía en la habitación observando atónito la escena, pasaron dos segundos hasta
que comprendió lo sucedido y comenzó a correr hacia la puerta, un disparo le impacto en la espalda,
pero este no era de la pistola que Owen aun sostenía en las manos, sino del detective que parecía
había desaparecido durante el combate, dos tiros más después, el director cayó al suelo
desangrándose sin vida. El detective miro el arma con cara de asombro, parecía que le gustaba la
pistola que tenía en las manos, la miraba como si no hubiera utilizado ninguna antes, mato a los
otros policías que intentaban incorporarse, un disparo a cada uno, justo en el corazón. Después miro
a Owen sonriendo.
-Muy bien, has sabido complacer al Dios de la Guerra, cosa que no es nada fácil, ¡Jajajaja!, rió el
hombre.
-Ahora mantente con vida, necesitare auténticos guerreros como tú para la batalla que se avecina.
20
Mitos Renacidos IV - Sangre Envenenada
por Francisco Rodríguez
Un hombre caminaba por las estrechas calles de El Cairo, el aire festivo
era más que presente teniendo en cuenta las fechas que se acercaban,
muchos tenían en mente la tan gloriosa nochevieja, dejar atrás un año
marcado por las desgracias y catástrofes en todos los ámbitos, pero
aquel hombre misterioso vestido con un traje blanco y empuñando un
elegante bastón de caoba y cabeza de oro no hacía más que sonreír
sabiendo que había un acontecimiento aún más importante a punto de
comenzar, el equinoccio no era más que el principio a una nueva era, la
entrada a aquello que había estado esperando desde hace
generaciones.
Lentamente se quitó el sombrero y dejó que la fuerte lluvia empapase cada poro de su piel mientras
suspiraba y cerraba los ojos recordando los tiempos de la antigüedad, cuando su señor aún estaba
presente entre la mente de los mortales, ahora no era más que una anécdota de una civilización
pasada…
El sol descendía lentamente allá por las dunas del Alto Egipto, el calor abrasador dejó paso a una
brisa gélida que impasible sería objeto de sufrimiento para aquellos que no conocían refugio.
La ciudad de oro fue perdiendo su brillo a merced de la luna, Nubt era un asentamiento próspero en
auge y hogar de las castas más trabajadoras de todos los desiertos, pero el esfuerzo de los hombres y
el amparo de las mujeres nunca es lo suficientemente fuerte como para detener la implacabilidad de
los dioses.
Un estruendo se repartió por todos los rincones dentro de la ciudad, era el sonido compenetrado de
una tormenta que luchaba por apoderarse de la atención de los habitantes junto con el brusco
crujido ocasionado por repetidos golpes a una puerta.
- Abrid inmediatamente. – dijo un soldado de tez morena y elegante armadura, el cual portaba una
enorme lanza y un escudo de bronce. Tras aquel ruido no se escuchó más que el silencio. Aquel
soldado no estaba solo, había dos personas más con él, se trataba de otro soldado que lo
acompañaba y alguien distinto en todos los sentidos, era un varón de mediana edad, portando unos
ropajes blancos como la seda impoluta, sus carnes carecían de la entereza de un hombre curtido por
las batallas pero sus ojos oscuros representaban infinita sabiduría. Aferrado a un bastón de oro cuya
cabeza terminaba en forma de cocodrilo el hombre dio una orden directa.
- Ignorad cualquier intento de resistencia, echad la puerta abajo y traédmelo. – en aquel momento se
supo que ese hombre no era un ciudadano más, su nombre era Sutekh, sacerdote de Seth, voz del
faraón y su influencia estremecía a los más incautos.
Los soldados sin pensárselo dos veces derribaron la puerta con sus musculosas piernas dejando ver
con claridad el interior del humilde domicilio. Se escuchó el grito ahogado de una mujer que
vaticinaba cual podía ser el desenlace de aquella situación ¿pero qué era lo que realmente pasaba?.
Sutekh fue el sacerdote más llamativo de entre todos los conocidos por el lugar, sus actos siempre
recibían la aprobación del monarca y sobre todo, según él, de los designios de Seth. Era el primero en
contemplar las consecuencias de las destructoras tormentas de arena en las afueras, oficiaba todos
los rituales de aquellos que perecieron por el hambre y la sed en los momentos difíciles donde las
estaciones no tenían tregua y sobre todo proclamaba la palabra de Seth, como aquel que tenía poder
sobre todo lo incontrolable. Su culto iba creciendo más y más hasta el punto de dejar en segundo
21
lugar a Horus, eso era algo que satisfacía su orgullo con plenitud, pero a pesar de las creencias más
generales Seth no era alguien maligno, la propia vida tenía aspectos positivos y negativos pero el
sentimiento humano, el alma de los hombres era lo único que podía realmente rozar la maldad y
Sutekh lo demostraba con un sentimiento alimentado día a día, la envidia.
- Encontradla a ella y al neonato – gritó Sutkeh mientras alzaba la mano y su bastón apuntando al
interior de la casa. Los guardias entraron rápidamente en el lugar rompiendo todo aquello que se
interponía a su paso, la mujer que huía se llamaba Ishlana, hermosa como la noche bajo las estrellas
y deslumbrante como el sol al amanecer y tras ese inocente rostro se encontraba a la artífice del más
amargo dolor del sacerdote, un amor no correspondido desde los primeros días de su niñez, cuando
ambos aún no sabían cual iba a ser el papel que tenían para ellos los dioses.
Ishlana acababa de tener un hijo con uno de los soldados más habilidosos de Nubt, pero
aprovechando que éste se encontraba en las afueras siguiendo falsas órdenes del faraón el sacerdote
logró llegar hasta su principal objetivo, el retoño que debió haber sido consumado con él y no con un
simple guerrero. El veneno que corría por las venas de Sutekh era equiparable al de la peor de las
serpientes, y la envidia y celos que sentía por un futuro que no correspondía a lo que él quería le
llevaron a cometer actos atroces en nombre de un dios que estaba en auge, para él la fuerza
incontrolable se representaba como el dolor por no tener lo que siempre se ha querido e interpretó
la fuerza bruta como el camino hacia la obtención de lo que se anhelaba cuando la vida te colocaba
obstáculos que a simple vista parecían insalvables.
Los llantos del pequeño recién nacido fueron más estrepitosos en cuanto uno de los soldados
consiguió sacarlo de su lecho a la vez que su compañero apresaba a la mujer forzándola a estar en
silencio. Sutekh caminaba lentamente y con su sonrisa pérfida siempre en los labios mientras
contemplaba su éxito, alzó las manos a la vez que tomaba al niño y proclamaba fatales palabras…
- En nombre del Alto Señor de Egipto, yo, Sutekh, que recibí mi nombre en honor a Seth, que
proclamo su palabra y la difundo entre los ciudadanos, tomo hoy la vida de este recién nacido al
servicio del faraón y condeno a esta mujer por sus palabras de traición y deshonra a nuestro monarca
– Ishlana hizo todo lo posible por gritar ante el cielo al ver como le estaban arrebatando a su
preciado hijo a la vez que estaba siendo víctima de una acusación vacía, pero sabía perfectamente
que su palabra nunca tendría poder ante la de aquel sacerdote.
Mientras Sutekh se giraba para caminar hacia la salida con la criatura en sus brazos no pudo evitar
apretar los dientes cuando supo que estaba mandando a ejecutar a la mujer que una vez amó y que
no pudo tener, ahora tan solo buscaba paliar el dolor de esa frustración arrebatando la vida de
Ishlana con el corte de un cuchillo y proclamándose el dueño y tutor de un recién nacido que apenas
tenía dos días de vida y era desconocedor de lo que sucedía a su alrededor, de como sería mostrado
ante el faraón como un hijo bendecido por su leal sacerdote, el regalo de Seth.
El misterioso hombre volvió a abrir los ojos bajo la lluvia y no pudo evitar reír a carcajadas cuando la
tormenta llegó a su punto más álgido, alzó los brazos como haría antaño y proclamó su satisfacción a
los cuatro vientos.
- Mi señor Seth, tu legado ha perdurado a través de las generaciones, a través de las guerras, a través
de los tiempos, tu siervo está listo una vez más para demostrar quien merece ser el Alto Señor de
este mundo arrasando con sus enemigos de manera brutal, yo seré tu heraldo, tu voz y tu sacrificio si
es así como lo deseas – tras terminar una última carcajada, aquel hombre colocó de nuevo su
sombrero en la cabeza y desapareció en las sombras, Sutekh estaba listo para dar comienzo la última
batalla.
22
Mitos Renacidos V - Dolor y Vida
por LaAnjanaBrenna
Era bien pasada la media noche, cuando Izel sintió una fuerte punzada en la base de la espalda que
se extendía hacia la zona del bajo vientre comprimiendo su útero y ensanchándose hasta los
pulmones. El repentino dolor le dejó sin respiración durante unos interminables segundos. Se
incorporó, sentándose en el borde de la cama matrimonial e instintivamente echó sus manos a la
prominente barriga. Un nuevo pinchazo, esta vez acompañado del pegajoso liquido que se escurría
entre sus piernas. - No…no ahora no – musitó volviendo a respirar con dificultad. Izel estaba
embarazada de 38 semanas. Le faltaban más de dos para salir de cuentas. En su anterior embarazo
la fecha fue clavada y por una errónea intuición creyó que en éste todo sería igual.
El estado de Tabasco, al Suroeste de México, estaba en alerta máxima por intensas lluvias,
inundaciones y vientos que impedían a la población salir de sus casas, salvo en casos de extrema
necesidad. ¡Éste lo era! , pensó Izel mientras sufría la tercera contracción en menos de cinto minutos.
- Daniel… Daniel…. despierta – zarandeó a su marido que ajeno a su estado dormía aún
plácidamente al otro lado de la cama.
- mmummmmummm….
- Despierta, estoy de parto… – Una nueva contracción, más dolorosa que las anteriores ¡DESPIERTA! Tenemos que irnos.
Un Daniel ojeroso intentaba volver del mundo onírico, siendo de repente consciente de una
realidad que le abrumaba. ¿Salir? …si claro, era una situación de emergencia. Su mujer necesitaba ir
al hospital para traer al mundo a su esperada hijita.
Saltó de la cama vistiéndose deprisa, mientras Izel combatía con intensas respiraciones el dolor
provocado por el femenino cuerpo. El dolor que precede a la vida. No pudo reprimir un alarido. La
cosa iba evolucionando más rápido de lo esperado.
Su hijo de cinco años asomó la cabecita por la puerta. Sus ojos buscaban los de su madre. Era
evidente que le había oído gritar y la visión de su progenitora con hilillos de sangre por las piernas
no le tranquilizó demasiado.
Llorosa, Izel intentó incorporarse. Necesitaba caminar. Moviéndose con aquella torpeza, intentaba
llegar a la puerta de salida de la casa, pero algo en su interior le avisaba… no iban a llegar, la
pequeña Zyanya iba a llegar a este mundo sin darles tiempo a estar bajo la seguridad de un hospital
- ¡Daniel! … esto va rápido ¡Joder! , no vamos a llegar ¡Mierda! – Esta vez la contracción hizo que la
mujer apoyara el peso de su voluptuoso cuerpo sobre la fría pared- Necesitaremos ayuda…
necesito ayuda.
Izel hizo un repaso rápido de las posibilidades de ayuda. Podían llamar al servicio de emergencias, si.
Mientras pensaba en ello vio como Daniel tomaba el teléfono moviendo la cara con resignación.
Hacía poco tiempo que se habían mudado a aquella barriada y no conocían a mucha gente. Recordó
a una mujer que había llegado a vivir allí una semana después que ellos. Era una mujer de edad
indefinida, que siempre la saludaba en la cola del supermercado y mostraba un visible interés por su
embarazo.
Dos golpes secos en la puerta le sacaron de sus pensamientos. Daniel abrió y como por arte de
magia allí estaba Ella. La mujer de la sonrisa en la cola del Supermercado.
-Los aullidos se escuchan desde casi dos cuadras más allá – espeto, explicando así su presencia en el
umbral. Segundos después estaba haciéndose cargo de la situación- ¡agua caliente papá!
23
- Vamos a ver príncipe - la ronca voz se dirigió al pequeño que aterrorizado hacía un ocho con su
camiseta de pijama - ¿sabes donde están las toallas? – Nahui asintió aliviado por tener algo que
hacer.
Izel se había tumbado en la cama boca arriba con las piernas abiertas. Se retorcía con cada
espasmo y gemía a voz en grito.
- No entiendo que os ha pasado a las mujeres, os dejé sabiendo parir y os encuentro intentado traer
una niña al mundo en contra de la ley de la gravedad – La mujer tomó la mano de la parturientaestarás más cómoda si te acuclillas en el suelo o si te colocas a cuatro patas como cualquier
mamífera.
Mientras hablaba ayudaba a Izel a tomar las posturas recomendadas.
- Veamos, déjame que te de calor en la raíz del dolor…avísame cuando venga una contracción
dolorosa.
Funcionaba, no sabía que estaba haciendo a sus espaldas pero fuese lo que fuese el dolor remitía.
- Y ahora piensa en el ser que llevas en las entrañas. Háblale, dile que juntos lo conseguiréis. Siente
como con cada sacudida, tu útero te ayuda a que esa niña nazca. Ve en el dolor un aliado.
Las palabras de la improvisada partera le daban energía, sus manos le daban calor. Entrevió a
Daniel acercándose a ella sirviendo de tótem soporte de sus manos.
Todo lo demás vino solo. La cabecita de Zyanya morena y ensangrentada salía de entre las piernas
de su madre y era sostenida por ella misma. Un último empujón y el cuerpecito de la pequeña se
dejaban ver al completo.
La Matrona colocó unos cojines en la espalda de la madre y dejó que el cordón umbilical dejase de
latir antes de cortarlo. Las lágrimas corrían por las mejillas de todos los componentes de la familia y
les dejó un rato a solas para que tuviesen la intimidad que correspondía, mientras ella preparaba
una tisana para la recién parida.
- Gracias- Izel con la niña mamándole dirigía sus palabras de agradecimiento – No sé que habría
hecho sin ti. Perdona, no sé ni tu nombre.
- Tlazolteotl.
- ¿Quién eres Tlazolteolt?
- Soy todas las mujeres que habitan en ti. La madre, la fiel esposa, la mujer lujuriosa y perversa. La
que genera vida y muerte. La depravada y la clemente. Soy el placer y el dolor. La devoradora de
mugre, la comedora de suciedad.
24
Mitos Renacidos VI - Deuda de Honor
por Marc Gómez
Edificio de Oficinas de Nike, Tokio, Japón.
Adentrarse durante la noche en su interior había sido escandalosamente fácil. Aquellas modernas
torres de hierro y cristal no ofrecían ninguna protección en absoluto. Cuán distintas le parecían de las
fortalezas de antaño, los shiro, levantados para resistir ante duros asedios y diseñados para impedir
torvas incursiones.
Sin embargo, para la ocasión le había bastado ascender levemente por una de las caras de la torre y
colarse a través de una ventana que, imprudentemente, alguno de los incautos sirvientes nocturnos
de la limpieza había dejado abierta. Embozado totalmente en sus ropas negras, con tan sólo una
ligera franja a la altura de los ojos descubierta, resultaba prácticamente invisible a la vista de
cualquier posible transeúnte curioso.
Según había comprobado, los guardias de aquella torre se contentaban con permanecer cerca de
su entrada. Vigilaban su interior mediante unos extraños espejos que les mostraban lo que ocurría en
los distintos niveles.
Podía parecer pragmático, pero Sasuke no pudo evitar sentir un punto de amargura en la garganta.
Aquello le parecía totalmente deshonroso. Y con aquel pensamiento volvió a preguntarse con
desmayo qué clase de reto honorable suponía llevar a cabo aquella misión. ¿Cómo iba a demostrar
su valía enfrentándose a aquellos hombres, que ni siquiera habían efectuado la ceremonia del
genpuku para ser considerados adultos?
El único mérito que podía reconocerles era que, para esquivar su moderna vigilancia, se había visto
obligado a usar ciertas habilidades propias únicamente de algunos shinobi. Habilidades que había
perfeccionado tras duros años de entrenamiento en el otrora conocido y respetado dojo de la
Escuela Kusunoki-ryu.
Mediante el uso del arte de la ocultación que trasciende el cuerpo y llega al espíritu, su presencia
había pasado inadvertida. Las extrañas luces blancas que iluminaban todos los corredores y aquellos
ojos colgantes a los que llamaban cámaras, parpadeaban un instante a su veloz paso manteniéndole
siempre oculto en la oscuridad.
Había alcanzado uno de los niveles superiores, completamente iluminado, donde trasnochaba su
objetivo en sus aposentos personales. Acercarse sin más llamaría su atención y, muy probablemente,
no podría hacer otra cosa que terminar con su vida mediante métodos hoscos y apresurados,
requeridos en situaciones más apremiantes.
Inició entonces la sucesión de sellos con ambas manos, manteniéndolas siempre cerca del pecho, al
tiempo que con sus ojos cerrados hacía acopio de toda su voluntad. Al finalizar la coreografía,
descargó todo su ímpetu en el suelo, golpeándolo repentinamente con la palma de su mano derecha.
Fijó su mirada hacia delante, donde más allá del laberinto de pasillos de cristal, aguardaba su
propósito.
Las sombras proyectadas por su cuerpo, una en el suelo y dos sobre la pared a su espalda,
empezaron a incrementar su tamaño y a oscurecerse hasta volverse negras como la noche.
Avanzaron cubriendo toda superficie y, a su paso, las luces emitieron un sordo zumbido para después
apagarse como si hubieran sufrido una sobrecarga. Pronto toda la planta se sumió en una negrura
densa e impenetrable.
A través de la pequeña franja de su capucha, Sasuke observaba con la claridad de un día soleado a
su objetivo.
25
Tanaka Hiroto ostentaba el puesto de Presidente de la sede de Nike en Tokio. Su presencia durante
la noche en el edificio era más una rutina que simplemente habitual, ya fuera por trabajo, o por
emborracharse en compañía de prostitutas de lujo. Cuando las luces de su enorme y recargado
despacho, junto con la pantalla de su ordenador, se apagaron repentinamente, maldijo en voz baja.
Pero diligente como era aprovechó la interrupción para servirse un trago de su whisky y estirar un
poco las entumecidas piernas. Le costó lo suyo encontrar el vaso y la botella, pues aún sabiéndose el
recorrido de memoria no era lo miso recorrerlo sin ver absolutamente nada.
Volvió a tientas a su silla cargando con ambos para no tener que volver a levantarse y fue apurando
su bebida poco a poco. Cuando iba a servirse la segunda ronda, una voz proveniente de la puerta de
su despacho le interrumpió.
- El mundo se ha vuelto loco.
Hiroto se llevó tal susto que el vaso y la botella acabaron en el suelo, el whisky derramándose sobre
la cara alfombra. Se levantó de repente.
- ¿Quién es?¿Quién coño anda ahí?.
La voz, lejos de responderle, siguió hablando para sí como en susurros.
- Hace días que paseo por las calles y lo que he visto sólo me produce dolor y vergüenza. Los
hombres y las mujeres visten de formas extrañas e indecorosas, y llevan peinados horribles y
desvergonzados. ¿Por qué los hombres no llevan el corte de pelo chonmage, como es debido y
adecuado?
- Si no se marcha ahora mismo llamaré a… -empezó a decir Hiroto, que se había recompuesto y
comenzaba a tomar consciencia de la situación.
- Me horroriza escuchar a la gente hablar, usando esas palabras extrañas de idiomas extranjeros. -el
intruso siguió con su perorata, interrumpiéndole e ignorándole por completo. – Faltan al respeto a
sus mayores hablándoles de esta manera. Incluso he visto carteles escritos con caracteres
incomprensibles y toscos, tan distintos a la elegante caligrafía de los kanji. Escritura gaijin según he
podido averiguar. -su tono se tiñó de rabia.Hiroto fue sentándose lentamente. Con disimulo situó una mano sobre el intercomunicador
instalado sobre su mesa y pulsó el botón de alarma. Dicho dispositivo obedecía a ciertas normas de
seguridad para casos de emergencia y contactaba directamente con el puesto de guardia de
recepción. Deseó que los chicos de abajo no tardaran en subir. Mientras, la voz seguía su monólogo.
- ¿Dónde están los samurai, máxima expresión de aquello que es correcto y honorable?¿Dónde están
los daymio, que gobiernan y velan para que la voluntad del Shogun sea cumplida en todo nuestro
noble imperio y dónde esta el propio Shogun? ¿Por qué su Honorable Majestad Imperial se muestra
en público vestido con eso que llaman traje y rinde pleitesía a esos gaijin americanos? ¿Qué ha
ocurrido para que nuestro imperio se haya deshonrado de semejante manera y hayamos perdido las
buenas costumbres y las honorables tradiciones? – el susurro se había convertido en un grito y
Hiroto no pudo evitar notar en él un dolor y una amargura sobrecogedores. De repente escuchó a la
voz muy cerca de su rostro.
- Tú, miserable mercader. -dijo el intruso mientras su aliento cálido le empañaba el rostro- Tu que
comercias con los tejidos de esos americanos, que los vendes a aquellos que están por encima tuyo
para que vistan como el enemigo. ¿Qué pretendes marcándoles a todos con este extraño kanji como
si fuera el mon de un honorable clan? -por alguna razón, Hiroto entendió que se refería al símbolo de
Nike. – ¿Cómo te atreves a cometer semejante traición a tu Imperio y a tu Emperador?
¡Contemplarte me avergüenza y me repugna! – Hiroto se había quedado sin habla. Sin embargo, para
su alivio, vislumbró al otro lado del pasillo varios haces de luz de linterna.
- Esta usted perdido -dijo al vacío oscuro de su despacho.- ¡Mis hombres se encargarán de usted y
presentaré cargos por amenazas de muerte!
- ¿Amenazas? -preguntó la voz- Moriste en el momento en que bebiste de ese vaso. No iba a
concederte el honor de una muerte rápida por mi espada. Te retorcerás entre espasmos de dolor y
sucumbirás ahogado en tu propia sangre; una muerte adecuada para una serpiente como tú.
En ese instante Hiroto se percató de un dolor agudo en su estómago al que había atribuido hasta
entonces a la tensión del momento. La garganta empezó a hinchársele y le sobrevino una tos
26
incesante. Mientras se derrumbaba sobre su silla, paralizado por el pánico, contempló el espectáculo
que se desarrollaba en el pasillo.
Para los dos primeros, Sasuke lanzó dos dardos, puntiagudos como cuchillos y gruesos como un
pulgar, que se clavaron implacablemente en ambas yugulares. Sus linternas cayeron al suelo al
tiempo que sus manos se posaban sobre los extraños proyectiles. El primer impulso, casi instintivo,
fue arrancárselos del cuello lo que supuso un acto fatal. Sus puntas estaban impregnadas por una
concentración de una sustancia conocida en la actualidad como heparina, un potente anticoagulante. La sangre salió de sus cuellos como dos surtidores rojos, causándoles un desmayo
inmediato y una inminente muerte por desangrado.
Para los dos siguientes ya tenía preparadas sus dos espadas. Cortes precisos y rápidos les
cercenaron las muñecas para impedirles sujetar las linternas o desenfundar sus armas. Los ensartó a
ambos de una sola estocada que les atravesó el corazón dándoles muerte en el acto.
Entonces empezaron los disparos. Los tres restantes no se lo habían pensado dos veces. Los
truenos de aquellas armas acompañaban el estallido de cristales rotos mientras las paredes de los
pasillos se desmoronaban en cataratas brillantes que reflejaban destellos anaranjados.
Era momento para los shuriken. Pero antes, Sasuke hizo uso una vez más de sus misteriosas
habilidades y su forma se disolvió en la oscuridad como si fuera hecha de la misma sombra. Apareció
de nuevo un instante después a unos pasos por detrás de los guardias y a salvo de la ráfaga de
disparos que surcaba el pasillo en la otra dirección. Los shuriken silbaron y se clavaron en la parte
inferior de sus cráneos. Cesaron las balas y los estallidos y los tres cuerpos, muertos antes de tocar el
suelo, se derrumbaron.
Para aquel entonces, el cadáver de Hiroto yacía en su despacho, rodeado por un charco de sangre,
vómito y trozos de víscera que se deslizaban por la comisura de su boca. Por su expresión, había
sufrido mucho antes de morir, lo que satisfizo a Sasuke.
Luces azules y rojas acompañadas por el sonido de las sirenas provenientes de la calle se reflejaron
en toda la planta. Había cumplido con su cometido y había ofrecido una buena demostración de sus
habilidades. Esperaba haber honrado a su Señora con ello y ser digno de su reconocimiento, pero
ahora debía marcharse.
Ascendió a la azotea del edificio y contempló el paisaje mientras los coches de la policía se detenían
en la puerta principal. Una figura se le acercó por detrás y al percibirla, Sasuke se arrodilló de
inmediato, pero no como lo hace un sirviente, sino como lo hace un guerrero en tiempo de conflicto:
con una rodilla y un puño en el suelo y la cabeza gacha.
- Has cumplido bien, Sasuke-san. -dijo la figura.- Pero en la contienda que nos aguarda deberás
afrontar desafíos mucho mayores que el asesinato de un corrupto y deshonroso mercader.
Pese a que Sasuke no consideraba que aquel desafío hubiera estado a su altura, no replicó. Hacerlo
hubiera sido muy orgulloso por su parte y, cuando se está en presencia de una diosa, sólo hay una
cosa que pueda decirse.
- Hai, Amaterasu-ōmikami-sama.
27
Mitos Renacidos VI - Encuentro
por Alberto Rodríguez
La luz se filtraba entre los abetos y le iluminaba el rostro. Hanna estaba muy acostumbrada a caminar
por los extensos bosques de la selva negra. Sus interminables senderos y bosques, sus lagos, sus
cascadas y sus increíbles paisajes hacían que se sintiera como en casa. Durante el invierno, estudiaba
en un colegio situado en el Chateau du Rosey, en Suiza. Después de la muerte de su madre, su padre
se había enfrascado en los negocios y no tenía mucho tiempo para ella. En una de las pocas
conversaciones que habían mantenido le había confesado que, cada vez que la miraba le asaltaba el
recuerdo de su madre y no podía soportarlo, por ese motivo iba a ser internada en un colegio hasta
que acabara sus estudios y fuera a la universidad.
A los dieciséis años los adolescentes pueden ser muy crueles y no se podía decir que tuviera muchos
amigos. Era más dada a relacionarse con los animales que con sus propios compañeros. Los animales
no preguntaban ni te juzgaban, y sobre todo no fardaban de los coches, casas o dinero que tenían sus
padres.
El verano era la única época del año en la que Hanna era realmente feliz. Lo pasaba con su tío
Fredderick que era el jefe de la guardia forestal en la selva negra. Al contrario que su padre, su tío se
alegraba mucho cuando iba a visitarlo y pasaba todo el verano recorriendo de punta a punta los
parques naturales y disfrutando de todo lo que veía.
Esa mañana su tío le ofreció acompañarle a uno de los lugares más retirados del parque y que no
estaba abierto al público. Hanna no quiso perder esa oportunidad y preparó su mochila tan deprisa
como pudo.
Tuvieron que dejar el Jeep al pie de un lago ya que el único camino que había a partir de ahí era un
sendero que iba desapareciendo al internarse en el bosque. A los pocos minutos su tío le pidió que
esperara para inspeccionar el camino. Hanna aprovechó para sacar su cuaderno y comenzó a dibujar
las plantas e insectos que había al borde del sendero.
De repente lo oyó.
Primero fue un ruido de ramas quebrándose. A estos le siguieron unos quejidos y lamentos, propios
de un perro al que le pisas la pata sin querer y decidió ir a investigar un poco. Según aumentaban los
ruidos sus pensamientos se atropellaban por la excitación, pensando en que se encontraría al llegar
allí. Probablemente sería un zorro herido o a lo mejor un perro de alguno de los ganaderos cercanos
a la linde del parque, que se había perdido. Pero ninguno de sus pensamientos le preparó para lo que
vio al llegar.
Su pelo negro como el carbón. Sus ojos amarillos observándola con aspecto animal, pero con una
astucia que no era propia de un ser de este mundo. Era como si analizara cada pequeño movimiento
que realizaba y evaluara sus consecuencias. Era un lobo.
Por la forma del hocico y el tamaño de las patas y la cola debía de ser un cachorro, pero su tamaño
no era para nada el de una cría. Estaba agazapado y atrapado por un tronco y unas zarzas, pero de
pie, su cabeza debía de llegarle por el pecho. No se había dado cuenta pero estaba temblando.
Nunca se había encontrado cara a cara con un lobo salvaje y no sabía cómo reaccionar. ¿Qué pasaría
si lo liberaba? Puede ser que la atacase o en el peor de los casos que la devorase allí mismo.
28
Estuvo pensando unos minutos que hacer y al final se decidió a sacarlo de allí. Decidió empezar por
las zarzas y el tronco, que le impedían mover las patas traseras. El no se movió, como si
comprendiera que del éxito de Hanna dependía su libertad. Sacó una navaja que llevaba en su
mochila y cortó primero las zarzas para que no se hiciera más daño al intentar incorporarse, pero lo
que más trabajo le costó fue el tronco. No le extrañaba que no pudiera levantarse con ese trozo de
madera encima. Vio que solo con sus manos no era posible liberarlo así que decidió coger la rama
más consistente que pudo agarrar y hacer palanca. Un intento. Dos intentos. Al tercer intento el
tronco se movió y el lobo quedó libre.
Sin darle tiempo a recuperar el aliento el animal se abalanzó sobre ella y la derribó. Se quedó
paralizada al ver sus ojos amarillos clavados en los suyos, pero para su sorpresa, después de
observarla durante unos largos minutos, el lobo se marchó.
No supo si había estado horas o minutos en shock. Solo que se había despertado en el hospital y su
tío estaba a su lado. Hanna prefirió no contarle lo sucedido ya que, seguramente pondría en peligro a
ese animal, pero en los años que siguieron, Hanna nunca pudo olvidar esos ojos, tan parecidos y a la
vez tan distintos a los de un lobo.
29
Mitos Renacidos VII - La Huída
por Oriol Villanueva
Museo Arqueológico Nacional, Atenas. Grecia. 21:05
Stavros atravesaba el pasillo a toda velocidad, el pitido de la alarma resonaba cada tres segundos,
pero él sabía que nadie acudiría a socorrerlo. El fin de semana de violencia callejera, el pillaje y los
incendios provocados, tenían a la policía saturada. Tampoco sabía dónde estaba Mehmet pero
estaba convencido de que ya estaba muerto. Su compañero era turco y los radicales de extrema
derecha que cada día estaban tomando más poder en el país, habían proclamado públicamente que
no querían extranjeros y los culpaban del desastre. Él era griego de los pies a la cabeza, pero no creía
que eso le sirviera de mucho cuando la jauría de rapados que le perseguía le diera caza.
Como guardia de seguridad del museo tenía una porra y un espray de pimienta; eso no serviría de
mucho, al menos había una decena de salvajes ahí dentro, eran rápidos y le estaban comiendo
terreno. Stavros ya no era joven a sus 42 años aun conservaba algo de su fuerza de juventud, pero
tantos años de sedentarismo y falta de acción le habían pasado factura, aunque de complexión
fuerte lo que más llamaba ahora la atención de él, era su enorme barriga. Ahogado ya de la carrera
se dio cuenta de que no podía seguir corriendo, así que se adentro en la pequeña sala dedicada a
Hades el dios de los muertos; cerro la puerta atrancándola con un estante lleno de objetos cerámicos
que se precipitaron al suelo, si salía vivo de esta lo despedirían por aquello. Con la puerta bien
atrancada se giro para observar la estatua que le miraba inquisitivamente desde su pedestal. -Lo
siento pero no quiero morir hoy, Hades.- Soltó una pequeña risa cargada de amargura observando la
puerta los radicales estaban a punto de llegar, oía sus gritos y el sonido de las botas militares contra
el frió y pulido mármol blanco.
Entonces se hizo el silencio, un silencio total, casi sepulcral, el tiempo se ralentizo. La bien iluminada
sala comenzó a oscurecerse y fue como si el frió invierno hubiera llegado de golpe. Las sombras
parecieron cobrar vida a su espalda, un único sonido, un crack hueco como si algo se hubiera
desprendido de la pared. Girándose lentamente contemplo como la estatua de Hades cobraba vida.
Lo que había sido duro mármol blanco se había convertido en huesos, carne y piel pálidos, la túnica
que cubría su cuerpo parecía hecha de la misma noche, el casco que portaba en su brazo izquierdo
resplandecía plateado que brillaba con luz propia. Un rostro firme, duro y sereno, le observaba tras
una poblada barba oscura acabada en punta, a la que la luz del casco daba destellos azulados, lilas y
violetas. Sus ojos eran dos pozos negros hundidos en las cuencas, ojos que veían almas no cuerpos,
su voz resonó dentro de la cabeza de Stavros.
-Hoy no es tu día, es el suyo.-dijo señalando al final de la habitación, tras la puerta que estaban
intentando echar abajo, detrás de Hades había una figura pequeña de un perro que representaba a
Cerbero, esta no había cobrado vida pero una sombra se deslizo de ella recorriendo el suelo y la
30
pared y cuanto más avanzaba en dirección a la puerta más grande se hacía, cuando atravesó el
umbral de la puerta era enorme y tenía tres cabezas.
-Todo aquel que mancille el suelo sagrado, hogar de los dioses en la tierra, será castigado
eternamente.- Una furia silenciosa recorría su mirada. Stavros no dudo de que el Tártaro existía y era
un lugar horrible.
Hades volvió su mirada de nuevo hacia el guardia de seguridad que aterrado y maravillado se había
puesto de rodillas. -Ve fuera y proclama nuestro regreso, los Antiguos hemos retornado y pronto
reclamaremos lo que nos pertenece.- Dicho esto se coloco con solemnidad su casco y desapareció.
Stavros aun tardo unos segundos en incorporarse, estaba asombrado y aterrado a partes iguales, no
podía creer lo que había visto, la oscuridad desapareció como había venido y la luz de los focos y el
pitido de las alarmas volvieron a la sala. Trago saliva antes de mirar la puerta que había atrancado y
se acercó con paso lento, no se oía nada. Volvió a mirar donde antes había estado la estatua, el
pedestal estaba vació. Tomo aire y desatranco la puerta, cuando la abrió lo que contemplo casi le
hizo perder el sentido. La sangre en las paredes y el suelo dejaba bastante claro lo que había sido de
sus perseguidores, dio las gracias de que no hubiera cadáveres, tomo aire y se preparo para su
nuevo trabajo:
Predicar la vuelta de los dioses.
31
Mitos Renacidos IX - Acertijos en las tinieblas
por Marcos Dacosta
El transcurrir de los milenios no significaba nada ante el sagrado deber que le había sepultado en las
tinieblas desde los viejos tiempos. No tenía interés ya por recordar cómo, de haber medido el tiempo
en amaneceres y atardeceres, había pasado a hacerlo en granos de arena derramándose de las
oscuras grietas del techo; y cuando hasta la arena misma entendió que lo que aguardaba en esa
olvidada cámara no pertenecía al mundo natural y dejó de intentar reclamar ese tenebroso hueco en
su seno, el guardián decidió entonces separar los siglos en parpadeos de piedra, inmóvil frente a la
tumba de su señor.
A su errática memoria de ser inmortal venían los aromas de las flores frescas que hombres devotos y
temerosos depositaban en jarras de arcilla roja junto a las paredes del templo, fragmentos de
liturgias entonadas hace milenios por cientos de sacerdotes diferentes se mezclaban unas con otras
en su cabeza, como también lo hacían las respuestas de los hombres sabios, valientes o ambiciosos
que ante él se habían postrado, y cuyos huesos había visto convertirse en polvo para abrazar la arena
a lo largo de demasiados parpadeos. En ocasiones esas memorias casi cobraban vida propia y la
noche interior de ese pequeño reino al margen del mundo se llenaba de colores y voces que duraban
tan solo hasta que el guardián reparaba en ellas para difuminarse dejando solo atrás ecos y
confusión.
Tardó varios meses, quizá años, no podría estar seguro, pero el guardián reparó al fin en los mudos
golpecitos contra la piedra, un repiqueteo constante que le hizo girar la cabeza, tras incontables
siglos, y fijar así su mirada en la pared de la que provenía el nuevo sonido a fin de prestarle a ese
fenómeno toda la atención que merecía. Poco a poco otros ruidos fueron floreciendo. Voces en
lenguas extranjeras, palas desplazando arena, gruñidos de bestias desconocidas que hacían temblar
el polvo de hueso. Ladrones de tumbas que venían a perturbar el descanso de aquel a quien el
guardián debía obediencia eterna. Sin embargo el tiempo le había dado al vigilante la paciencia del
desierto, y este permaneció impertérrito en su peana de arenisca esperando, sus ojos clavados en la
pared por donde, de un momento a otro, dos mundos volverían a encontrarse por primera vez desde
hacía más de cinco milenios.
El primer rayo de luz atravesó la oscuridad hasta impactar en la pared contraria, cortando las
sombras a su paso, desnaturalizadas con la irrupción del casi blanco, polvo milenario
arremolinándose en el claroscuro e indicando con su baile la presencia de una nueva corriente de
aire. Con lo que casi parecía ser delicadeza, el pesado bloque de piedra cubierto de jeroglíficos fue
arrastrado poco a poco, la luz marcando su contorno mientras la arena caída en cascadas a su
alrededor. El eco de las primeras voces humanas en ser escuchadas dentro de la cámara tras el
silencio de los milenios sonó a alegría y celebración, aun cuando el guardián no pudo entender las
palabras que articulaban tales emociones. La excitación de los hombres al otro lado de la pared
continuó durante varios minutos hasta cesar de súbito, un silencio nervioso imponiéndose en donde
antes solo había habido euforia. El vigilante advirtió como algo entró en su cámara, una suerte de
serpiente negra de cuya cabeza surgía un potente halo de luz con el que inspeccionaba el lugar. No,
no era un ser vivo y no hedía a la magia de los rivales de sus señores. Cada movimiento de la falsa
serpiente, ahora en apariencia embelesada con una de las paredes de la cámara, era respondido por
32
excitados susurros de los hombres quienes, entendió el eterno vigilante, se servían de esta para
observar el lugar.
La luz se posó entonces sobre el guardián, quien no alteró su postura o su expresión, devolviéndole
la mirada al aparato y a sus dueños a través de la cámara de este. Varios chillidos de sorpresa
llegaron nítidos hasta los oídos de la esfinge. Las lenguas podían ser extrañas, pero reconoció en
aquellos hombres la misma admiración con la que antaño los devotos se referían a él desde la puerta
de los templos. Permitió que la luz de la falsa serpiente siguiera explorando su cuerpo durante varias
horas más.
Tardaron varios días en atreverse a entrar en la cámara por sí mismos, mascarillas blancas sobre la
boca, cámaras de vídeo ojos llenos de maravilla. Dos fueron los mortales que se adentraron en la
guarida del guardián y, en tan sagrado lugar, a meros metros del lugar de reposo de un dios, cada
una de sus palabras, de sus pisadas, de sus ahogadas expresiones de sorpresa se tornaba
ensordecedora dentro de la sala. La esfinge decidió aguardar y continuar observándoles, insegura de
qué hacer ante unos bárbaros que, tras irrumpir en una cámara sagrada repleta de hermosas
estatuillas y valiosas reliquias, en lugar de saquearla musitando plegarias para evitar atraer sobre sí la
ira de los dioses, deciden estudiar los objetos sin atreverse siquiera a tocarlos.
- Esa estatua parece que nos esté mirando –dijo con una risa nerviosa una muchacha rubia y entrada
en kilos con la cara quemada por el sol mientras iluminaba a la esfinge con su linterna-.
- Este lugar impresiona mucho, ¿ves esas vasijas? Todas tienen corazones en su interior. Demasiados
para un solo faraón –respondió un hombre alto de piel morena y pelo canoso-. Por lo que puedo leer,
esta tumba parece pertenecer al primer monarca de una dinastía completamente nueva. Fíjate, lee
esta parte, ¡podría ser el origen de alguno de los dioses egipcios!
La muchacha pasó con cuidado su mano enguantada por los jeroglíficos, leyéndolos en voz alta.
Advirtieron ambos entonces un movimiento a sus espaldas y se tornaron justo a tiempo para
contemplar cómo la estatua de la esfinge se erguía en toda su terrible belleza y sacudía las capas de
arena y polvo que la habían recubierto a lo largo de los evos. El guardián permaneció en su peana,
contemplando a los aterrorizados arqueólogos.
- ¿Qué es un ladrón de tumbas que no roba de los muertos y lee los signos de los sabios? –preguntó
el guardián con voz feroz en egipcio antiguo, sus ojos posados en ambos mortales, dispuesto a juzgar
si merecían la muerte por su atrevimiento.
El mentor y la pupila se miraron entonces entre sí, incapaces de responder a la criatura con cuerpo
de león y cabeza de hombre. Esta bajó de la peana con un grácil movimiento felino y se acercó a ellos
con la misma majestad de un león a punto de caer sobre una presa herida de muerte. El hombre se
atrevió entonces a balbucear.
- ¡Escribas! –respondió con la única palabra que conocía más o menos capaz de describir su
ocupación como catedrático.
La esfinge arrugó su cara, claramente disgustada con el casi incomprensible acento del hombre, pero
se detuvo de nuevo, paciente, como un gato observando algo interesante al otro lado de la ventana.
- ¿Qué es un escriba que profana las tumbas de los dioses? –contestó el eterno vigilante con otra
pregunta, volviendo a moverse hacia ellos, sintiendo la arena y el polvo de hueso crujir con suavidad
bajo sus patas.
Esta vez los dos estudiosos tardaron en responder, la hambrienta esfinge a menos de un paso de
distancia. El hombre enmudeció del miedo y la reverencia. La muchacha contestó por él.
- ¡Escribas! ¡Escribas de pasado! –chilló sin casi atreverse a mirar de nuevo a la figura mitológica que
había decidido salir del silencio de las edades para hablar con ellos antes de devorarlos.
Y el guardián entendió. Y se detuvo. ¿Era ya el tiempo de que sus señores volviesen? Sí, podía sentirlo.
Podía olerlo en los temblorosos escribas que se apartaban de él apretándose contra la pared del
fondo. Estaban a punto de intentar escapar hacia la salida cuando notaron como, a sus espaldas, el
muro comenzaba a moverse con lentitud.
- ¿Quiénes regresan tras haber sido olvidados por los creyentes y sepultados por el desierto? –
preguntó por última vez la esfinge antes de que los mortales se diesen la vuelta y posasen sus ojos
sobre uno de los antiguos dioses.
33
Mitos Renacidos X - La Lucha Eterna
por Rémi Cavaillé y Marcela Pinilla
Las aves siempre me han apasionado. Nací hace unos años en un pequeño pueblo. Mis padres eran
tan ricos que pudieron esconder una parte de sus vidas al mundo entero. Así que derrotaron a los
periodistas.
Mientras la empresa familiar crecía sin parar celebraron las victorias comerciales con victorias
familiares. Tengo una hermana y tres hermanos mayores. Todos llevan años trabajando en la
empresa familiar. Mi hermana es la mayor, nació al poco tiempo de que mis padres firmaron el
primer contrato de abastecimiento petrolero exclusivo de un país entero. Para lograrlo, tuvieron que
luchar sin descanso: infiltrándose en la competencia, preparando miles propuestas para los
gobiernos… Este contrato duro unos años. Se acabó durante una guerra civil que permitió a la
competencia de dañar la reputación de la empresa. Los canales de negocio que mis padres abrieron
ya no solo eran suyos. Debían compartirlos debido a unas leyes anti-trust. Para el negocio, compartir
significa ofrecer y recibir. Pudieron proponer contratos a las empresas de la competencia, así que
entraron empleados fieles dentro de otras empresas. Si no conoces tu enemigo, te vencerá.
Mis hermanos nacieron unos años después. La empresa familiar seguía creciendo. Ya no solo trataba
de firmar contratos de abastecimiento de petróleo sino también de infiltrarse en todas las etapas del
negocio de esta obsidiana liquida en cada parte del mundo. Desde la fuente hasta su utilización
diaria. La llegada de mis hermanos celebró la diversidad de los sectores de la empresa familiar.
Aunque el negocio del petróleo bruto era la fuente de dinero principal, al nacimiento del tercero ya
la empresa había absorbido una empresa constructora naval y otra de motores que solo esperaba los
vehículos para poder cobrar más y más. Los mejores estrategas saben dividir una guerra en varias
batallas.
Mi hermana entró en la empresa poco después de graduarse. Pudo acceder al consejo de
administración así que nuestra empresa se volvió aún más increíble. Una mujer, además una mujer
joven, consiguió una silla famosa. Yo nací un poco después, ¿sería para celebrar el éxito de mi
hermana? Muy poca gente sabía que una de las empresas familiares más importantes de la Tierra
tenía a cinco hijos a su cargo. La verdad es que tampoco yo conocía a mi familia. Tuve que acceder a
la mejor universidad del país para entender lo que me estaba pasando. Cambié varias veces de
colegio, cinco veces. En cada cambio tuve que aprender un nuevo idioma para seguir las clases. En mi
último colegio, ya conocía las bases de la adaptación y había tenido varios ensayos. Escucha, observa,
analiza, ensaya, mejora. El camino del campo de batalla es largo.
Los contactos de los profesores me permitieron visitar unas Universidades, aunque sabía que no iba
a escoger ninguna. Ya mi itinerario estaba marcado. Mi primer año después del colegio era para
especializarme en idiomas. Además de graduarme en un solo año, un profesor del colegio me
aconsejó interesarme en la historia de las empresas de las grandes civilizaciones. Me gradué en
Historia también. Seguía construyendo mi camino universitario con las varias estrategias de negocio
34
que inventaron estas civilizaciones. Para asegurar que un negocio siga creciendo, hay que conocer las
leyes de los clientes así que estudié el derecho internacional. Cada vez conocía a más expertos, cada
año me acercaba más de las grandes empresas contemporáneas. La única que no fui a visitar era la
de mi familia. Mis padres me mandaron datos y me pidieron mi opinión cerca de temas que nunca
iban a aparecer dentro de los periódicos. Me sorprendió, pensaba que era una especie de regalo de
unos padres que casi no veía. La verdad era que tanto estaba estudiando como estaba trabajando.
Adquirir rapidez necesita paciencia así que un buen guerrero lleva los dos.
Hoy, hace casi ocho meses que me gradué, mis padres vinieron a felicitarme. Fue la primera vez y la
última vez que se desplazaron por mí. Esta entrevista fue mi última clase familiar: manejar una
empresa multinacional. La empresa familiar necesitaba ayuda. Debía salir de la oscuridad. Me enteré
que mis hermanos utilizaban nuestro apellido para su beneficio propio. Era obvio que mi
hermana reemplazaría a mis padres en unos nueve meses ya que todos los periódicos financieros y
científicos trataban de descubrir cuál sería su toque femenino para dirigir este imperio. Lo que
descubrí era que para mis padres no era una opción este toque femenino. Necesitaban una mejor
opción. Hacia demasiados años que los negocios oscuros de mis hermanos asustaban a mis padres.
La empresa necesitaba un líder para limpiar las malas costumbres. Este líder solo podía ser miembro
familiar, debía haber crecido aprendiendo el equilibrio necesario entre el respeto de la ley y el
objetivo comercial. Poco a poco entendí que mis padres esperaban una respuesta mía. El capitán
siempre tiene que motivar a sus tenientes.
Mis padres no podían aguantar más el miedo de ver a su mundo destrozado por unos guerreros
ambiciosos sin morales. Debían renunciar a manejar este imperio. Contaban conmigo para salvarlo.
Les confesé que lucharía mientras pudiera. Me dieron nueve meses para que encontrara la mejor
estrategia. Ya habían elegido la fecha de la celebración de la transición del poder. Todo el mundo
esperaba la dominación de mi hermana pero el plan era diferente. La sorpresa era mi arma, trata de
confundir tu enemigo, no lo dejes atraparte, parece cambiar de plan o sea prepara varios planes y
quédate pendiente para siempre escoger el mejor movimiento.
Hace cinco días, hubo una tormenta terrible en Europa, varios aviones se estrellaron. Mis padres
fallecieron en uno de dichos vuelos. La aerolínea del imperio se llama: Valerosas Mariposas. Su logo
representa un ala de mariposa representando la cabeza de un ave azul dentro de un circulo formado
por unas serpientes de fuego. Este logo viene de un dibujo mío de cuando tenía unos seis años
al visitar las ruinas de una ciudad perdida de las montañas mesoamericanas. Nunca olvida, solo
agrega lo que descubres, algún día tus conocimientos te abrirán puertas aún desconocidas.
Faltan cinco para las doce el año va a terminar así que la celebración de los cincuenta y dos años de
la empresa va a empezar con la lectura del testamento de mis padres. Me falta un mes de
preparación pero ya sé que estaré preparado. Mis padres dieron sus vidas por esta empresa que
permite a tanta gente de vivir en cualquier rincón del mundo. Tengo que crear un mundo para que
las mariposas sigan siendo felices. La luz tiene que triunfar de la oscuridad, un nuevo ciclo va a
empezar. Una nueva batalla, el sol tiene que triunfar una vez más sobre la Luna. Ya se hace tarde, en
otra circunstancia, me comería ya la primer uva. Ya vuelvo a renacer, soy Huitzilopochtli y nadie más
lo sabe.
35
Mitos Renacidos XI - Konibori
por Ivorwen
“… ¿Qué es ese sonido?…” – siguió durmiendo.
“…Suena como la corriente del río…”. Una sonrisa cruzó su rostro. “…Las carpas me hacen cosquillas
con sus bigotes…”, volvió a dormirse.
“…Están muy asustadas. ¿Por qué huyen?…”, intentó moverse.”…estoy demasiado débil…”
Desde hacía unos meses, Nobunaka se levantaba cada mañana al amanecer. Los terremotos que
habían asolado Japón habían provocado una fuga en la central nuclear pero, gracias a los dioses,
causaron pocas víctimas. La experiencia con el desastre de Fukushima había forzado al pueblo
japonés a estar preparado y disponer de un amplio protocolo de emergencias.
Nada de esto consolaba a Nobunaka. A sus sesenta y cinco años quedó viuda por el accidente de la
central, y poco después perdió a su hija a consecuencia de la radiación. Su única alegría era Hitomi,
una pequeña de cuatro años que vivía en la habitación de al lado y que cada noche, entre llantos,
llamaba a su madre en sueños.
-Está listo.
Extendió el Konibori y lo admiró. Había bordado con mucho esfuerzo unas carpas blancas, amarillas y
naranjas a la bandera, pero todo era poco para su pequeña.
- ¡Abuela pero qué bonito es! Joooo… yo no podré participar en el concurso de carpas… pero todos
admiraran mi konibori! – sus ojos volvían a brillar por segundos como antes pensaba al verla
emocionada corriendo por el pasillo volando la bandera.
- Tengo además otra sorpresa para ti. Hayate, el pescador, me ha prometido traer una carpa antes
del festival de las próximas semanas y podrás participar. – le hizo un guiño.
Hasta Hitomi sabía el esfuerzo que habría hecho su abuela para esto. Desde la fuga de la central,
muchísimas carpas habían fallecido, el rio andaba contaminado y el monopolio de las carpas lo tenía
el Sr. Hiroto lo más parecido a un señor feudal de la época Edo. Famoso por la extorsión y el abuso de
las familias medias y pobres como la de Nobunaka. ¿Cómo conseguiría Hayate una carpa entonces?
La puerta se abrió de golpe y la chica cayó al suelo.
- ¡Por los kappas! ¿Qué ha pasado?- se asustó Nobunaka.
Hayate la ayudo a recostarse en el futón.
- La he encontrado en la parte alta del río he tenido que apartar rocas para sacarla de abajo… – Se
quitaba la gorra nervioso y tartamudeaba un poco al intentar explicarse- No sabía dónde acudir, no
estaba atrapada bajo escombros por el terremoto pero, pero… balbuceaba ¿sabes? Cosas como
“mis ríos…” “mis carpas…” en el silencio de la madrugada pescando… jamás lo habría oído de no ser
por eso…- Sus palabras salían a trompicones y sin orden coherente.
- Has hecho bien en traerla Hayate, está muy débil y tiene fiebre. Prepararé una compresa de
hierbas, la limpiaremos, curaremos y esperaremos que despierte- Nobunaka regentaba antes de
jubilarse el herbolario y hacia pócimas e ungüentos curativos para todo el pueblo.
Cuando Hayate se hubo marchado más tranquilo y después de acordar no decir nada sobre la
muchacha hasta saber quién era, la anciana se dispuso a limpiarla y cuidarla con la ayuda de Hitomi.
- Abuela… parece un disfraz. Su piel tiene roca pegada. Tiene musgo y flores en el pelo – El camuflaje
que describía Hitomi era realmente impresionante. ¿Pertenecería a un circo ambulante? ¿Sería una
actriz de un teatro o la televisión? Jamás habría visto nada parecido.
36
Los días fueron pasando y la chica desconocida acompañaba a Hitomi con sus lloros de madrugada.
Nobunaka escuchaba los sollozos de ambas cada noche. A su edad poco dormía y se pasaba las
horas bordando y cosiendo, su pequeña pasión. Los kimonos de Nobunaka eran famosos en toda
Okuma.
En las dos últimas semanas los sueños de la chica eran cada vez más fuertes, los ríos, las carpas, los
mares, la creación… Amaterasu. Eran muchos de los comentarios que tenía entre fiebres. Nobunaka
tenía miedo al imaginar y suponer cosas, pero no podía ser posible. No podía ser real. No.
Las noticias daban imágenes de desastres por todo el mundo y apariciones extrañas de seres
sobrenaturales que los políticos y “gente importante” desmentían. Cada día sus sospechas eran más
fuertes.
Llego el Festival de la Carpa en Okuma y Hitomi aun no tenia pez alguno. Hayate se había disculpado
pero el dinero de su abuela no había sido suficiente. La pequeña tenía su bandera de carpas y un
cubo vacio. Sentada en el porche dejaba pasar la mañana hasta la hora de bajar a la plaza. Pocos
niños tendrían carpas pero ella había soñado con ser uno de ellos.
La puerta de la sala se abrió.
- Muchas gracias por su hospitalidad, sé todo lo que ha hecho por mí – La chica de cabello negro liso
y brillante estaba de pie con el kimono azul de carpas bordadas en los bajos que la anciana había
tejido. Su porte era magnifico, no parecía haber estado enferma. Irradiaba una luz y frescura
sobrenaturales.
- Soy Nobunaka y creo… creo saber quién es usted. – El té se había derramado por el tatami. Señalo
un tapiz bordado de la pared el cual relataba “… y se crearon los ríos y los mares y ella se marchó y
nadie la encontró. Y aunque los dioses la buscaron las aguas la guardaban…”
- Soy Ame-no-mi Kurami y tú eres mi Ashigaru a partir de hoy. Ahora volveré, la que no quería ser
encontrada ha despertado y su voz será oída. Tendrás noticias mías y acudirás en mi nombre.
Kurami salió por la puerta pasando al lado de Hitomi que quedó boquiabierta en el porche. Kurami
cogió dos de las carpas de su kimono y las depositó en el cubo de Hitomi. Ahora la niña estaba más
patidifusa pues: ¡Las carpas estaban vivas! Y nadaban plácidamente en el cubo.
Alzó la cabeza para agradecer o balbucear, pero allí no había nadie.
37
Mitos Renacidos XII - Despertar
por Marcos Dacosta
Ella había sido una vez una persona normal. De eso estaba segura. Una pequeña parte de su mente,
al fondo, muy al fondo, todavía recordaba esos diminutos fragmentos de cotidianidad con los que
uno envuelve su día a día: el aroma del café sentada en la mesa de la cocina, los excitados lametones
de un encantador cachorro de Beagle llamado Max, la entrada al metro de Estocolmo, esperando
para engullirla cada mañana junto a un millar más de anónimos trabajadores. Estos ecos eran frágiles
y huidizos para ella. A veces lograba atrapar uno y desenredarlo hasta toparse con otros más, como
quien trata de recordar el más vago sueño a la mañana siguiente. Sí, ella había sido una persona
normal. Mas lo peor para ella eran las cosas que no necesitaban ser recordadas, esas eran las que
más le irritaban. La otra noche encontró un uniforme en el armario de una habitación que no era
capaz de reconocer ya como suya. Era de un verde suave y apagado, con un símbolo arcano a la
altura del corazón que le hizo pensar en interminables pasillos blancos, sangre en las manos y en un
fuerte olor a algún producto químico. Sin embargo ninguno de esos datos significaba ya nada para
ella, incapaz de comprender siquiera cómo encajaban las piezas del puzle. Había salvado vidas, de
ello era consciente, pero cómo o por qué eran preguntas que poco a poco iban diluyéndose en su
mente. La antigua enfermera se sentaba de cuclillas frente a un afilado trozo de espejo,
devolviéndole este un reflejo fantasmal que le causó un pequeño escalofrío, espantando así tal vez a
lo que quiera que aún quedase de sí misma. Las demacradas mejillas habían afilado su cara, sus ojos
antaño de una dulce miel eran ahora ventanas a interminables llanuras de tormentas e invierno
eterno. A juzgar por la escasa luz de la calle que entraba a través de las gruesas cortinas de la sala de
estar, el color de su cara había sido espantado de forma permanente por lo sucedido esas últimas
noches.
Pese a ser la primera vez que realizaba el ritual, tomó el filo del espejo y se lo llevó a la cara con la
templanza de quien ha repetido esta acción a lo largo de los milenios. Sin vacilación. Un símbolo de
poder bajo el ojo derecho de la mujer hizo florecer gotas de sangre en la mejilla a las que ella no
prestó atención alguna. Depositó el espejo en el suelo y, con su mano izquierda acercó a sí lo que
antes había sido un cuenco para llaves; el sonido de la cerámica al ser esta arrastrada por el suelo sin
ningún cuidado. En el interior de la pieza de barro pequeños trozos de hueso chocaban entre sí,
runas talladas en cada uno de ellos. Se llevó uno de huesecillos a la boca, royendo con los dientes los
últimos restos de dura carne todavía adheridos a este y lo devolvió junto a los demás. El nombre de
la fiel mascota ya había abandonado su mente para nunca más regresar.
Sostuvo los huesos en sus manos y los dejó caer frente a ella; unos de cara, otros ocultando su runa,
todos formando extrañas constelaciones que le permitían ver más allá de esa oscura sala, de la
ciudad, del horizonte, elevando su mente hasta otros mundos lejos de este, reposando plácidos en
las ramas del gran árbol Yggdrasil, hasta donde uno puede atisbar los afilados hilos del destino
trenzados de acuerdo a su propio e inescrutable patrón. Lo que allí vio no pudo ponerlo en palabras
que entendiese mortal alguno, pero reconoció la tormenta acercándose y eso la llenó de temor solo
durante un instante. Solo uno. Luego no se permitió sentir más.
Tras incorporándose con solemnidad, regresó al cuarto de la mujer que ya no era ella y cubrió su
cuerpo con los primeros ropajes que encontró en el armario, su imagen devolviéndole una terrible
mirada desde el espejo de una de las puertas. Un pantalón de pijama y una camisa de botones, eso
era todo cuanto llevaba cuando abandonó el apartamento descalza, sangre seca formando perlas
38
mates en la barbilla. A su espalda la puerta quedó abierta de par en par y, aunque ya no reconocía el
lugar, supo orientarse hasta la salida del edificio.
Otros dioses estaban llegando. Podía sentirlos venir, paso a paso, atravesando continentes y
océanos; manifestándose en todo su poder. Alguien habría confundido el frío viento huracanado que
recibió a la mujer en la calle con una terrible ventisca de invierno, pero ella sabía que esta no era otra
cosa que la calma que precede a la tempestad; y esta tempestad los iba a devorar a todos. Viejas
leyendas como ella resurgían sedientas de poder, cosas que épocas civilizadas habían desterrado a
las estanterías de ficción. Criaturas terribles para las que las leyes de la realidad no servían para nada.
Sus pasos desnudos le llevaron lejos de la ciudad, los pocos viandantes que se cruzaban con ella
apartándose de su camino con presteza sin mirarla siquiera a los ojos. Al cabo de unas horas los
edificios dieron paso a casas unifamiliares y estas a árboles. Sus pies sangraban pero ella ya no los
sentía. Qué ridiculez pensar en sí misma como otra cosa que no fuera una Volva. Como algo incapaz
de sacudir la misma tierra con su poder. Groa era su nombre. Su único nombre. El que siempre había
tenido desde los tiempos antiguos. El destino se había pronunciado. Ya no importaba nada más.
Miró al otro lado de la llanura, un coro de árboles muertos eran los únicos testigos de la escena. Allí
le esperaba una armadura anacrónica, fuera de lugar tanto en tiempo como en espacio, el rostro del
guerrero oculto tras una máscara demoníaca. Él desenvainó una espada antigua, mellada tras
milenios de guerras. Ella extendió su mano y llevó el poder hasta ella; una llama azul que se movía en
cámara lenta comenzó a crecer en su palma.
Los oráculos habían hablado. Hoy moriría un dios.
39
Mitos Renacidos XIII – El Hombre Jaguar
por Alberto Rodríguez
Desde que llegaron a aquellas montañas no había dejado de llover. Era una lluvia tan densa que
apenas se podía ver a un metro de distancia y que, por muy impermeable que fuera tu ropa, te
dejaba calado hasta los huesos. A cada paso que daba, Patrick se arrepentía de haber aceptado el
trabajo.
Su tío Hank tenía unos cuantos locales de apuestas, pero su verdadera pasión y fuente de ingresos
era la caza furtiva, y le había propuesto meterse en el negocio. Había recibido un soplo de un
contacto que tenía en la organización de animales protegidos. Pasada la frontera de los Ángeles, a
150 Km., se habían avistado jaguares en las montañas de Michoacán y dentro de poco sería zona
protegida. Según le había comentado su tío su piel estaba muy cotizada en el mercado negro.
- ¡Vamos muchacho! Dinero fácil en poco tiempo. Además si no te saco de esos antros en los que te
mueves de una vez, nunca te ganarás la vida “decentemente”.
¿Por qué le habría hecho caso? El solo era un ratero de poca monta y no tenía ni idea de cómo
funcionaba un rifle. Además, ¿qué narices se le había perdido a el en la montaña?
De repente dejó de llover. No es que le molestara pero, hasta ese momento, no se había dado cuenta
de que era de noche. En la espesura de los árboles no se veía nada y los ruidos del bosque no eran
muy tranquilizadores. Casi empezaba a echar de menos la lluvia…
- Bueno chicos. Voy a pegar una meada.-dijo Carl.
No le caía bien ninguno de los tres tíos que les acompañaban esa noche. Carl y Fred eran dos
hermanos gemelos, tan feos como tontos, aunque nadie sabía más sobre la caza de animales
salvajes. El otro tío era Miguel, el gorila de Hank. Era un individuo realmente enorme y casi nunca
decía nada, pero si te pasabas de listo podía aplastarte la cabeza como un melón.
- ¡No te vayas muy lejos capullo! La última vez te caíste en unas zarzas y tardamos una hora en
sacarte. ¿Te acuerdas Hank? ¡Tenía el culo tan rojo que parecía un mandril! –dijo Fred.
Llevaban ya quince minutos esperando y Patrick se estaba empezando a poner nervioso. La noche en
la gran ciudad era su mundo y en el se movía como pez en el agua, pero la oscuridad de la selva era
algo nuevo y desconocido. No le gustaba.
- Ese idiota se habrá perdido. Seguro que no se ha llevado la linterna ¡Menos mal que soy el listo de
la familia!- dijo Fred, dándole unos golpecitos al aparato.
Miguel miró a su tío.
- Hank, esto no me gusta. He escuchado historias sobre estas montañas…
- ¿Qué… que historias? –dijo Patrick, intentando no titubear sin conseguirlo.
Su tío resopló.
- No empieces con tus historias o mi sobrino se cagará encima.
Miguel explicó que, cuando era niño, algunas personas desaparecieron en esos bosques. Su abuela
le contó que en los tiempos antiguos, una mujer fue violada por un jaguar en esas montañas, y que
de su vientre nació una criatura mitad hombre-mitad jaguar. Esta criatura fue bendecida por
Tezcatlipoca, el dios jaguar, y por ello cada año le ofrecía un sacrificio para honrar a su señor.
40
De repente escucharon un grito procedente de los árboles. Patrick se puso blanco y comenzó a
recular hasta que, sin darse cuenta, su espalda topó con Miguel. La linterna de este apuntaba
directamente hacia los arbustos y los ojos del chico siguieron el haz de luz.
De ellos comenzó a salir la cabeza de un felino de color amarillo y negro. Su boca, completamente
abierta, enseñaba dos enormes colmillos con los que desgarraría la garganta de cualquier hombre, y
sus ojos, verdes y enormes, le observaban con voracidad.
Sin previo aviso el felino se abalanzó sobre Patrick, que no tuvo tiempo de articular palabra. Solo
cerró los ojos y esperó el mordisco que lo convertiría en fiambre…pero nunca llegó.
Abrió los ojos al escuchar las carcajadas de los demás. Carl salió de los arbustos casi sin poder
sostenerse en pie del ataque de risa que tenía y señalando al lado de Patrick. Cuando miró en la
dirección que señalaba vio la piel de un jaguar tirada a su lado con una cabeza disecada cosida.
- ¡Sois unos hijos de puta! ¡Unos enfermos hijos de puta! –miró a su tío colérico.
- ¡No me mires así chico, la verdad es que ha tenido muchísima gracia!-dijo su tío apenas sin aliento.
Pese al enfado, se sintió aliviado. Por un momento se había pensado que había un jaguar de verdad.
¡Qué gilipollez!
Mientras recuperaba la compostura algo cayó en su regazo. Al apuntar con su linterna vio la cabeza
de Carl devolviéndole la mirada. Su cuerpo decapitado cayó al suelo y en su lugar apareció la figura
de un hombre fornido, que en lugar de piel humana, mostraba los colores y manchas propias de un
jaguar. En su mano derecha llevaba una especie de maza tan grande como un bate de baseball con
unos filos de piedra bordeándola, y en el lugar donde debería haber el rostro de un humano, los ojos
de un jaguar les observaban.
Los siguientes segundos parecieron ocurrir a cámara lenta. Antes de que Fred tuviera tiempo de abrir
la boca la maza le reventó el cráneo. Esa cosa se movía a una velocidad inhumana y Patrick
comprendió que no podría aportar mucho a la lucha. Tiró su rifle al suelo y se dispuso a correr como
nunca, pero escuchó un crujido enorme seguido de un intenso dolor en su rodilla. Ese monstruo le
había lanzado la maza y se la había partido. Mientras caía observó como su tío y Miguel se disponían
a dispararle pero se convirtió en un borrón amarillo y negro que, en un segundo, había recorrido la
distancia que les separaba. Apartó el rifle de Hank de un manotazo y con un giro de su cuerpo golpeó
su nuca con el dorso de la mano haciendo que se desmayara.
Miguel se abalanzó sobre la criatura para aplastarla bajo su peso, pero en el último momento esta
saltó con una agilidad felina, haciendo que el gigante cayera de bruces en el suelo. Cuando se dio la
vuelta para levantarse esa cosa se sentó sobre su pecho y le inmovilizó los brazos con sus rodillas. Sus
manos agarraron la cabeza del hombre y con sus pulgares apretó en el lugar donde estaban sus ojos.
Los gritos de Miguel sonaban en todo el bosque pero se silenciaron con un “crack” sonoro.
El hombre-jaguar se incorporó y dijo unas palabras en voz baja. Se acercó al lugar donde se había
desplomado su tío y, como si de un insecto se tratara, puso su pie en su cuello y se lo pisó hasta
partirlo.
Patrick sabía quién sería el siguiente así que intentó arrastrarse hacia la maleza.
- ¿A dónde vas muchacho?- dijo el hombre-jaguar.
Según se fue acercando, el chico pudo mirar detalladamente su rostro. Los ojos de un hombre le
observaban desde la boca abierta de la bestia. La cabeza monstruosa de aquella aberración era una
especie de máscara y, los colores de su piel, eran una piel de jaguar que le cubrían como si fuera un
traje. ¡Ese cabrón era una persona!
Se agachó a su lado y recogió la maza, que ató a su cinto. Después le agarró de la pierna rota y
comenzó a tirar de el. Patrick casi perdió el conocimiento debido al dolor, pero aún y así gritó todo lo
alto que pudo.
- ¡Tu destino es glorioso y no deberías temerlo! Ser el sacrificio del dios jaguar es un honor enorme
al que pocos hombres aspiran.
El hombre-jaguar se alejó arrastrando a Patrick tras de sí, y sus gritos se perdieron en la espesura del
bosque.
41
Mitos Renacidos XIV – Los Hilos del Destino
por Marc Gómez
Los gritos del mendigo empezaron a llamar la atención de los
transeúntes.
“¡Acercaos, es… escuchadme!” Su bamboleo etílico parecía
obedecer al ritmo de una música que sólo sonaba para él.
“¡Escuchadme… maldita sea! Debo haceros llegar la palabra…
de… Escuchadme!” Levantaba los brazos con entusiasmo para dar
énfasis a su demanda.
La mayoría de los peatones ignoraban sus gritos, sin embargo,
algunos fueron deteniéndose con aire curioso y otros sacaron sus
móviles para grabar el espectáculo y subirlo a Youtube.
Las escenas como aquella se habían vuelto habituales en Atenas.
La terrible situación que atravesaba el país añadida a los extraños acontecimientos que sacudían
todo el planeta habían sembrado la ciudad de personajes de ese estilo. Charlatanes, predicadores y
profetas aparecían por las calles para anunciar a gritos sus peculiares advertencias bajo el aborrecido
eslogan de “El Fin Esta Cerca”.
Viendo que había conseguido reunir cierto público, el mendigo se arregló sus mugrientas ropas y
prosiguió con sus devaneos.
“Cerrad los ojos, cerradlos… y abrid las orejas…” Él hizo lo propio, a modo de dar ejemplo. “¿No lo
oís? Ñic… ñic… ñic… el huso rueda de nuevo y la lana vuelve a hilarse! Ellas han vuelto y yo os traigo
su palabra.”
La mayoría de espectadores se miraron unos a otros con media sonrisa en los labios mientras el
mendigo se sumía en un misterioso silencio. Repentinamente cogió aire y gritó a pulmón abierto, con
los brazos extendidos.
“¡Honrad a las Moiras!”
Las risas se sucedieron entre el público, que por algún motivo había estado esperando alguna
revelación con cierto sentido. “¡Escuchadme!” – continuó molesto al ver que le tomaban por loco. “Os contaré una historia tan real como el vino barato que he estado bebiendo toda la mañana.” Su
tono y su porte se habían vuelto desafiantes. “Y luego me diréis si soy un loco o un mentiroso… ¡O
ninguna de ambas cosas!”
En la Maternidad de Gaia de Atenas, Helena abrazaba a su hijo neonato tumbada en su lecho,
acompañada por su esposo Gregorio y el Padre Damian, mientras el bebé se alimentaba de leche
materna. Ambos progenitores descendían de familias católicas y dado que el catolicismo era un culto
minoritario en Grecia, la relación de los sacerdotes con sus feligreses solía ser más cercana.
“Qué alegría Helena.” -dijo el Padre Damian- Dios te ha bendecido con un niño sano y fuerte. Esta
tarde rezaré para darle las gracias.”
“Qué amable de vuestra parte, Padre.” -dijo Gregorio- “Estoy seguro que nuestro pequeño será un
gran hombre y un buen defensor de la fe cristiana, que falta nos hace en este país con los tiempos que
corren.”
“Bien dicho, hijo mío.” -asintió Damian.“Creéis padre,” -dijo entonces Helena con la risa en el rostro- “que mi bebé se convertirá en
sacerdote?” Todos rieron.
“Sería una bendición que así fuera, hija mía.· -contestó- “Pero sólo Dios sabe cuál será el destino de
este angelito. Recuerda siempre que Dios tiene un plan para todos nosotros.”
Como respuesta a sus palabras, tres figuras femeninas aparecieron en la habitación rodeadas por
auras de luz blanca y dorada. Vestían túnicas de colores apagados con trazos de negro y llevaban el
pelo recogido con diademas, al estilo de los tiempos antiguos. El sacerdote ahogó un grito de
asombro al creer, por un instante, que se trataba de una aparición de la Virgen. Sin embargo, las
miradas de aquellas mujeres eran frías como el invierno y carecían completamente de bondad o
compasión.
42
Una de ellas, la más joven, sostenía en su mano una rueca antigua, compuesta por una vara y un
huso en su extremo, en el que había enrollado un ovillo de lana blanca y negra. Otra, un tanto mayor
que la primera, portaba una vara de medir de madera y la última, la más anciana, esgrimía unas
tijeras.
Ninguno de aquellos objetos era mundano, así lo decidió Gregorio cuya mirada se vio atrapada por
sus intrincadas decoraciones relucientes y el aura brillante que parecían irradiar. Helena, sin
embargo, no podía apartar sus ojos del hilo que manaba de la rueca, pues de alguna forma reconocía
que aquello no eran hebras de lana, sino de vida.
La más joven de las tres recién llegadas inició su tarea, haciendo rodar el uso. Emitía un gemido de
pena y melancolía que recordaba a eras pasadas y a tiempos olvidados. Las manos suaves y
perfectas, de tez pálida y brillante, hilaban los hilos de lana blanca y negra con una gracia y soltura
divinas. Una danza de movimientos abstrayente que dejaba sin aliento si se contemplaba.
Mucho tiempo había callado aquella rueca, mucho se había enredado el hilo, y sin embargo al volver
a hilarlo, pareció que no había pasado tanto. Pero ellas sabían que por demasiado tiempo los
designios del destino escaparon de su abrazo, arrebatados, a pesar de haber sido siempre su divina
potestad y derecho. No era sabio ofender a las Moiras, ni siendo dios ni mortal, pues las tres
hermanas presenciaban el alumbramiento de todo lo que nace y en ese instante decidían cuánta de
su suerte y cuándo de su muerte. No había quien pudiese escapar a la voluntad del hilo de vida, ni
quien pudiera eludir al destino que ellas le hubieran tejido. Sólo Zeus, su padre, podía otorgar su
indulto y librar así al mortal del destino que las Moiras le hubieran hilado.
Habló Clotos, la más joven, sin apartar la mirada de su tarea.
“Somos las Moiras. Desde el principio de los tiempos hemos designado el destino de los hombres,
pues esa es nuestra misión divina como nos fue encomendada por nuestro padre.” -dicho esto
empezó a pasar el hilo a su hermana mediana, Láquesis, que con su vara de madera lo fue midiendo.
Y mientras lo medía tomó la palabra.
“Nosotras designamos el largo de cada vida de este mundo. No hay destino que no sea el que
nosotras tejemos, ya sea de nobles, esclavos, o clérigos.” Cogió el hilo por un punto con dos dedos y lo
pasó a su hermana mayor, Átropos, mostrándole la marca que había escogido. Ésta abrió sus tijeras y
dispuso el hilo entre sus cuchillas.
“Y aquellos arrogantes que crean lo contrario,” -dijo Átropos mirando al sacerdote- “serán testigos de
la veracidad de nuestras palabras y aprenderán a honrarnos a nosotras y a nuestro deber sagrado.”
Entonces las tijeras se cerraron emitiendo un ruido estridente y el hilo se desprendió deshaciéndose
en volutas de un humo blanco.
La vida del recién nacido se escapó con un último suspiro de entre los brazos de Helena, y en ellos
sólo quedó la fría muerte.
A los pocos días, la pareja se divorció. La madre fue internada en un centro psiquiátrico para suicidas
potenciales mientras que Gregorio encontró la muerte en una pelea de borrachos. El padre Damian
dejó el sacerdocio y ninguno de ellos volvió a pisar una iglesia. Pero todos recordaron por siempre
más que no se debe ofender a las Moiras.
Los transeúntes observaban al mendigo con cara de incrédulos. Algunos de ellos se habían unido al
corrillo a mitad del cuento y no sabían muy bien de qué iba el tema. La reacción mayoritaria seguía
siendo de escepticismo y poco a poco el público empezó a dispersarse siguiendo su camino.
“¡No me creéis! -afirmó el mendigo indignado. Entonces apartó las harapientas ropas de sus
antebrazos para mostrarlos claramente a la muchedumbre. Las marcas rojas producidas por
jeringuillas salpicaban su piel blanca y escuálida.
“Joder si sólo eres un puto yonki.” -dijo uno de los transeúntes que había escuchado su historia.
“Sí.” -respondió el mendigo.- “Me pincho heroína para acallar el llanto de un bebé muerto, los gritos
de una madre loca y la rabia sangrienta de un padre destrozado. Me pincho porque lo único que no
oigo es a Dios diciéndome nada al respecto.”
Y con estas palabras echó a andar hasta perderse entre el gentío.
43
Mitos Renacidos XV – El Vínculo
por LaAnjanaBrenna
No era la primera vez que ocurría. De repente una mañana, alguna parte del mundo despertaba con
la noticia de alguna matanza en un País lejano o no tan lejano. Daba igual quien se llevase la gloria
de los hechos, los resultados eran los mismos. Disparos y detonaciones dejaban el rojo rastro de la
sangre de los que simplemente se encontraban en el lugar elegido a la hora equivocada.
La zona que tras la matanza se asemejaba a un campo de batalla con heridos chillando o
agonizando, era sitiada por los cuerpos sanitarios y de seguridad del Estado. Y por cientos de
periodistas que merodeaban en busca de carnaza con la que bombardear a sus clientes.
Durante unas semanas, los muertos eran llorados, los heridos visitados en hospitales y los culpables
odiados y maldecidos y tras ello… Olvidados.
Recuerdo el olor a pólvora y el dolor que inmediatamente después se instaló en mi cuello. El eco
del pánico que retumbaba como un tambor en mi cabeza y tras ello el silencio. El verdadero silencio
en el que eres consciente de que no escuchas nada. Pensé que aquello era el preludio de la muerte
y me asusté.
La luz blanca se volvió cegadora, como un sol de verano que taladra el iris dejando tras su paso
infinitos destellos que cualquiera pudiera confundir con pequeñas y brillantes estrellas. Y tras la
estela de luz, apareció Ella.
Bella muerte, pensé, agradecido de no haber perdido mi raciocinio. Siempre imaginé que la Parca
sería una mujer pues son ellas las que generan vida y justo sería que fuesen ellas las que en su
regazo te recojan cuando tu hora llegue. Algo fallaba, aquella imagen de mujer vestida de negro
con guadaña, nada tenía que ver con la hermosa joven cuyos cabellos dorados ondeaban salvajes
sacudidos por la brisa que forjaba el vuelo de su montura.
Se acercó a mí. Vi mi imagen reflejada en el brillante casco que cubría su cabeza, en él tallada en
relieve distinguí una runa. En sus manos, lejos de portar guadaña alguna, sujetaba lanza y escudo. Y
cubría su torso con un corselete de color rojo oscuro. Sin duda alguna la efigie que tenía ante mi era
la de una mujer guerrera.
Sus labios, a tan solo un palmo de los míos comenzaron a susurrar palabras que no entendía,
envueltas en un halo blanquecino frío como la nieve de invierno. Vinieron a mi memoria los cuentos
que la abuela me contaba de niña. Leyendas de Diosas guerreras que surcaban los cielos en busca de
fieros guerreros muertos en la batalla. Todo esto empezaba a no tener sentido y temí que
ciertamente hubiese perdido la razón.
Cerré con fuerza los ojos, deseé frotarlos con ahínco pero mi cuerpo estaba paralizado. Intenté
emitir alguna palabra, pero era incapaz de abrir la boca. Al abrir los ojos, observé como a mi
alrededor otras mujeres de figura similar a la que tenía frente a mi, recogían del suelo a hombres y
mujeres inertes y se los llevaban cruzando las nubes.
¡Tú no! – La mujer me habló – Tú me servirás a mi. Yo te enseñaré y tú me ayudarás. Soy Sigrun
y he venido a darte una segunda vida, Thorey.
Si, Thorey es mi nombre. ¡Quería decir a aquella mujer tantas cosas! El dolor se hacía insoportable,
tanto que perdí en conocimiento.
44
Lugares que difusamente vienen a mi mente, lugares cálidos de gratos susurros y perfumes de
hierbas. Lugares que no quiero abandonar… no, no quiero. Alguien me llama. No quiero ir.
- Thorey… Thorey… ¿Me oyes?….
- Thorey abre los ojos ¿puedes abrir los ojos? …
- ¡Oh esto es un milagro Doctora!…
Abro los ojos. Varias personas están a mí alrededor. Tengo la boca seca y logro decir la palabra agua.
Todos me miran como si estuviesen observando un espécimen de dinosaurio. Poco a poco empiezo a
reconocer caras, gestos, sonrisas. El personal sanitario me rodea con sus aparatos y sus carpetas de
anotaciones. Mi gesto debe dibujar mi contrariedad.
- Thorey, soy la Doctora Sigrun. Te acabas de despertar de un estado severo de pérdida de
conciencia. No te preocupes, estamos aquí.
Fijamente observo a la Doctora. Una mujer joven, de rasgos delicados. Sus cabellos rubios atados en
una coleta a su espalda. Acerca la mano hacia mi cabeza y me inunda el perfume a hierbas que
desprende. Me sonríe. Miro la abertura de la bata blanca, sobre la piel brilla un colgante con aquella
runa. Nos miramos y sin decirnos nada estrechamos nuestro vínculo.
45
Mitos Renacidos XVI – La canción de los cielos
por Marcos Dacosta
Ladeó la cabeza y escuchó las múltiples pisadas que, con premura, se acercaban hasta él desde todas
direcciones. Dio unos pasos hacia adelante y estudió sus alrededores con desapasionado interés. El
olor de la mar se mezclaba con el de los óleos y miasmas que surgían de los buques amarrados al
muelle, tornándolo en una desagradable parodia del aroma marino que él todavía recordaba de la
última edad en la que había recorrido este mundo. Como quien afina un delicado instrumento, el
dios del trueno permitió que esa pequeña nota de ira resonase libre en sus entrañas, su cara
impávida como una máscara de madera de ciprés. Afianzó su lanza de metal en su mano derecha y
adoptó una postura recta, los músculos tensos y los ojos cerrados, dejando que sus oídos se
habituasen a todos y cada uno de los pequeños sonidos que le rodeaban.
El grupo encargado de darle la bienvenida a esta nueva tierra se acercó, una cacofonía de pasos y
respiraciones agitadas que sirvió a la deidad para calcular el número total de enemigos a los que se
enfrentaba sin necesidad de observarles. Un breve segundo de silencio sirvió para advertirle de que
le habían visto y se dirigían ya hacia él. Inhaló profundamente y la electricidad estática de la
atmósfera le abrazó durante tan solo un segundo para luego regresar al éter como si ese momento
de intimidad nunca hubiera pasado. Expulsó entonces el aire, que caracoleó en el aire convertido en
vapor debido a las bajas temperaturas de la madrugada. Su cuerpo adoptó una posición de combate,
lanza extendida, rodilla izquierda flexionada. Él era el ojo de la tormenta; sereno, majestuoso, letal.
Solo entonces se permitió abrir los ojos y encarar a aquellos mortales que servían a sus enemigos en
el laberinto de asfalto y cristal que llamaban Los Ángeles. Sus caras estaban deformadas por
escandalosos tatuajes, escarificaciones y toscos pendientes de madera y piedra, sus ojos parecían
casi salírseles de las órbitas y enarbolaban mazas de madera y cuchillas de obsidiana. Algunos tenían
la boca cubierta de espuma blanca, presas de un frenesí provocado por la ingesta de alguna sustancia
sagrada en uno de sus rituales. Otros mortales habrían advertido el fulgor en los ojos de la deidad,
quizá incluso sentido su poder a pesar de estar este escondido tras capas de carne y hueso; mas
quienes hacia él avanzaban lo hacían contagiados de una fe primitiva y aterradora, más antigua que
los volcanes y mucho más violenta. Estos eran hombres que habían visto a su dios, y ese dios les
había azuzado contra su enemigo más como una suerte de mensaje que como un obstáculo a
superar: el alma y el corazón de los habitantes de Los Ángeles eran suyos para devorar, y ningún otro
dios, mucho menos uno perteneciente a otro panteón, estaba invitado al banquete. El dios del
trueno aceptó la situación con la paciencia de un cielo negro a punto de estallar en furiosos rayos.
El primero se abalanzó contra él gritando antiquísimas plegarias en una lengua casi muerta, la
sobrehumana fuerza y velocidad de sus movimientos fruto sin duda tanto de saberse elegido por un
verdadero dios como de los terribles venenos que corrían por su sangre. La deidad bloqueó la maza
46
de su atacante con un simple movimiento de su lanza, madera chocando contra metal. Movió sus
pies y, ejerciendo firmeza, se sirvió de los bordes aserrados del arma del mortal para empujarla lejos
de sí; dejó llevarse por la inercia en una feroz pirueta que culminó con la hoja de su lanza firmemente
insertada en el pecho del pobre infeliz. Este tardó unos instantes en darse cuenta de que estaba
muerto, la incomprensión evidente en su rostro. Sí, se creían protegidos por su dios de todo daño.
Aún así, la muerte de su compañero no amedrentó al resto de la jauría.
Otro se acercó por la espalda del dios, quien pudo advertir una hoja negra y afilada en las manos del
mortal. Una patada al cadáver le permitió liberar su lanza a tiempo de volverse para encarar a su
nuevo rival. En un movimiento fluido, hizo girar su arma en su mano derecha, la parte roma de la
lanza ahora dirigida hacia adelante. Antes de que el sirviente de su enemigo pudiera acercarse más y
hundir el puñal en sus entrañas, la deidad sujetó la lanza con decisión y golpeó su cuello más para
detener su avance que para matarle. El mortal dejó caer el cuchillo y se llevó las manos a la garganta.
El dios del trueno aprovechó para, con gesto impasible, volver a hacer girar la lanza en sus manos,
trazando una línea invisible en el estómago de su atacante que, solo un segundo después, comenzó a
marcarse en rojo. Piernas juntas, brazo izquierdo separado del cuerpo, brazo derecho sosteniendo la
lanza dejando que pequeñas gotas carmesíes bailen al final de la punta de esta. El humano y la
primera de las gotas cayeron al suelo al mismo tiempo.
Se dispuso entonces a terminar con esa charada ahí mismo, avanzando hacia el grupo de fanáticos
con la determinación del relámpago. Antes de que pudieran reaccionar, su lanza ya se había cobrado
la vida de dos hombres, dos precisos cortes a la altura del cuello; avanzó a través de las neblinas de
sangre, pequeñas motas rosas floreciendo en su traje blanco. Con celeridad esquivó una de las mazas
de madera, respondiendo al ataque con una rápida patada usando su lanza para mantener el
equilibrio. Fue entonces cuando escuchó su nombre.
- Aji-Suki-Taka-Hi-Kone… –gorgoteó una voz profunda y baja que parecía haberse arrastrado desde
las entrañas de la tierra hasta acariciar los oídos del dios del trueno con repugnante odio.
Notó este entonces la presencia del otro dios. A un suspiro de distancia, oculto entre las alargadas
sombras de la ciudad. Se había acabado el juego. El dios del trueno abrió la boca y dejó que un canto
surgiese de su garganta. A qué sonaba nadie lo sabría nunca, los mortales supervivientes
convulsionando en el suelo, manos tratando de proteger unos oídos que jamás podrían volver a oír.
La voz del dios aumentó de intensidad hasta que su misma lanza comenzó a vibrar y a vibrar, los
únicos testigos de este hecho contemplándolo en absoluto silencio. Fue entonces cuando el arma
comenzó a brillar, como si estuviera siendo calentada por el fuego de un herrero. Y el rojo se tornó
amarillo, y el amarillo blanco; y el blanco cegó a todos, pues Aji-Suki-Taka-Hi-Kone blandía ahora el
rayo y dejó que este rugiese sobre su cabeza.
Salió al encuentro de su enemigo.
47
Mitos Renacidos XVII – Desaparecidas
por LaAnjannaBrenna
Estás ausente….
Zenoc, sentado en el estrecho asiento del autobús, observaba el paisaje
distraído. Las palabras de Sara le hicieron volverse hacia Ella
sonriendo.
- Es la impaciencia. Necesito llegar ya.
Parecía que llevaba toda una vida de viaje y tan solo hacía unas 12 horas que había salido de su casa.
Evidentemente no era demasiado tiempo, pero siendo sinceros Zenoc llevaba años esperando ese
viaje. Casi una vida…Los progenitores de Zenoc, egipcios inmigrantes establecidos en Madrid desde
que su primogénito tenía tres años, hicieron de éste un enamorado de la cultura de su país natal.
Hacía unos meses había terminado sus estudios del Master en Lengua y Civilización del antiguo
Egipto y fue entonces cuando sus ahorros de toda la vida fueron destinados a comprar los billetes
necesarios para acudir a observar in situ una de sus mayores obsesiones, el templo de Hathor en la
ciudad de Dendera. El convoy en el que viajaba les dejaría en Qena y debido a que los horarios no
cuadraban, hasta el día siguiente no visitaría el templo de la Diosa Vaca.
- Hay algo en la vía que interrumpe el paso. Nos detenemos – La mirada de Zenoc se cruzó con la de
Sara. Ella intentó acercar el rostro hacia la ventanilla desde la que su compañero de estudios no
quitaba ojo a lo que ocurría en la cabecera del minibús. Allí unos hombres armados apuntaban a la
luna delantera del vehículo mientras su compañero encañonaba, a través de la ventanilla abierta, al
conductor.
- ¿Ladrones? …- No lo se, esto no me gusta nada. Sara cámbiame de asiento y cúbrete el cabello con
el velo Sara no dudó ni un instante en seguir las instrucciones de Zenoc. Antes de viajar a Egipcio se
habían hecho eco de la creciente oleada de secuestros por todo el país a manos de diferentes grupos
tribales e incluso se sospecha que a manos de Libios, estaba realmente asustada.
El conductor del transporte no tuvo más opción que la de abrir las puertas de acceso al interior del
autobús. Por ellas subieron, visiblemente alterados, cuatro hombres armados que dando golpes y
gritos hicieron bajar a los varones del vehículo. Zenoc intentó protestar, pero de nada le sirvió el
conocimiento de la lengua ni su evidente procedencia egipcia. Lo único que consiguió fue un fuerte
golpe en la cabeza al intentar forcejear con uno de los asaltantes. Una vez tomaron tierra, los
asaltantes les hicieron colocarse de rodillas de cara al arcén de forma que no podían ver que pasaba
en el autocar.
Tan solo escuchaban las exaltadas voces de los agresores que iban rifándose el turno para probar la
mercancía. Zenoc sentía ardor en la franja herida. Llevó sus manos hacia la zona para cerciorarse que
no había sangre. Gracias a los Dioses estaba seco. Uno de sus compañeros de cautiverio se lanzó, en
un intento desesperado por proteger a la mujer que había dejado sentada, a golpear al hombre que
les apuntaba con su fusil. Inmediatamente su cuerpo inerte cayó al suelo envuelto en el golpe secó
que les dejó a todos la sangre helada. Parecía que iban muy en serio y que no saldrían de ninguna de
las maneras bien parados.
Y de repente, el tiempo pareció detenerse. No sabía muy bien como ni cuando sintió aquella especie
de serenidad. Como si hubiese entrado en otra dimensión y no se hubiera dado cuenta de lo
ocurrido, cuando volvió en sí aquellos hombres permanecían quietos atados a los asientos del
autobús. Buscó con la mirada ansiosa a Sara, pero no la veía. Ni a Ella ni a las otras mujeres que le
acompañaban en el vehículo.
Corrió desesperado buscando aquí y allá. No podían estar muy lejos del lugar. ¿Cuando tiempo había
pasado? Los otros hombres tampoco parecían haber visto ni escuchado nada. Una carcajada, alguien
se estaba divirtiendo con todo aquello. Una voz femenina que parecía proceder de las mismísimas
piedras a los lados de la carretera y la Fugaz visión de una mujer de pelo negro peinado como
antiguamente lo hacían las mujeres egipcias , un halo de resplandor sobre la cabeza y aquellas
extrañas ropas.
- Juraría que era la Diosa Hathor – les diría Zenoc a la policía de Qena y estos estallaron en
carcajadas.
48
Mitos Renacidos XVIII – La Separición de Zeus y Hera
por Albert Mialet
Hace dos meses
- No te puedes ni imaginar lo harto que estoy. – Un trueno hizo vibrar las paredes del British Museum
londinense por donde paseaban Zeus y su hijo Apolo. – Pensaba que en esta nueva era las cosas iban
a ser diferentes, que la cólera de Hera se apaciguaría con las grandes maravillas y distracciones que
nos ofrece este mundo… Pero no, sigue siendo la puta rencorosa y vengativa de antaño.
Los dos Dioses pasaron cerca del monumento a las Nereidas, aunque no le estaban prestando
ninguna atención en su paseo. Los dos eran ejemplares magníficos, Zeus con su barba y melena
blancas y su porte señorial, y Apolo radiante y rubio, un hombre perfecto. El museo estaba lleno, y la
gente mostraba casi más interés en ellos que en el arte y las reliquias expuestas.
- Las mujeres no cambian, padre, manipulan a su hombre una y otra vez para moldearlo a su gusto,
pasen cinco, diez, o mil millones de años.
- Lo peor es que con esta nueva era delante no puedo permitirme encadenar a Hera como cuando
intentó usurpar mi trono. Tengo que demostrar a los mortales que hemos evolucionado y que ya no
somos tan salvajes.
- En eso tienes toda la razón.
- Cuando pienso en esa pobre chica… Ella solo quería divertirse y pasar un buen rato, ¿sabes lo que
quiero decir? Lo vi en sus ojos, solo quería desconectar del estrés diario y dejarse llevar. Pero no,
tenía que venir ella y cumplir con su papel de mala víbora y matar a la pobre muchacha. ¡Y así hará
con cualquier mujer u hombre que yazca conmigo! ¡Maldita sea la hora en que hice que Cronos la
vomitara!
Zeus y Apolo llegaron a la sala dieciocho del museo, la sala del Partenón. Se quedaron unos segundos
mirándolo y luego siguieron con su paseo.
- Tu hermana debería hacer que restauraran el templo de Atenas como debe ser. Es uno de nuestros
mayores símbolos, debe volver a tener la gloria de antaño. Creo que voy a ir a verla, ¿quieres venir?
- Te lo agradezco, pero me gustaría pasear por el museo un rato más.
Se dieron dos besos y Zeus desapareció con el retumbar de otro trueno. Apolo siguió caminando
hasta que entró en la sala dedicada a Alejandro Magno. Allí se acercó a un hombre alto y elegante
que lo observaba apoyado en la pared.
- ¿Lo has oído todo?
- Cada consonante y cada vocal.
- ¿Y bien, podrás hacerlo?
- Por supuesto que podré hacerlo, la pregunta es: ¿podrás tú pagar el precio?
Apolo meditó unos instantes y contestó con firmeza. – Sí.
- ¡Excelente pues, que empiecen los juegos!
Loki y Apolo chocaron sus manos y sellaron el acuerdo.
49
Hoy
Zeus está sentado en el trono de su mansión en lo alto del monte Olimpo, presidiendo la enorme
mesa de marfil de su salón principal. Once sillas la rodean, la mayoría ocupadas por su dueño, pero
no todas, pues algunos osados no han acudido ante la llamada del Padre de los Dioses.
Nadie habla. Una gran tormenta se puede ver a través de los muros de cristal, reflejo del terrible
humor del Dios del trueno y el cielo. Hacía mucho tiempo que el Concilio de los Dioses no veía a Zeus
tan enfadado, quizá desde el golpe de estado mediante el cual Atenea, Apolo, Poseidón y Hera
habían intentado arrebatarle el trono.
Precisamente Hera es la última en llegar. Entra orgullosa y altiva, como siempre hace ella, y también
increíblemente bella, ataviada en una finísima túnica blanca de seda que transparenta las increíbles
curvas que hay debajo de ella.
- Por fin llegas. – Habla Zeus, con una voz seca y muy profunda que retumba en los oídos de todos los
presentes.
- Terminemos con esto Zeus. ¿Qué demonios quieres, para qué nos has llamado?
Zeus respira profundamente y con un gesto hace aparecer un sobre marrón delante de todos los
Dioses sentados en la mesa.
- Os he llamado porque quiero que veáis algo. Abrid los sobres.
Uno por uno, los abren. Las caras van variando al extraer los documentos, desde la mueca de asco de
Atenea a la pícara sonrisa de Afrodita, o la indiferencia absoluta de Ares. Pero donde todos coinciden
una vez han visto lo que hay dentro, es en posar luego su mirada en la protagonista del contenido del
sobre.
Hera se va poniendo cada más roja, tanto por vergüenza como por ira. Los documentos son varias
fotos en las que se ve a Hera manteniendo relaciones sexuales de lo más explicitas con un gigantón
rubio muy bello.
Ares se gira de golpe hacia Zeus. – ¿Éste no es…?
- Así es. – Responde Zeus. – El Dios del Trueno nórdico, el mismísimo Thor.
Un suspiro colectivo se escapa de las bocas de los dioses. Hera se levanta de golpe.
- ¡Sí, me he follado a Thor, ¿qué pasa?! ¡Tú no me has tocado en siglos, y no creo que tengas ningún
derecho a decirme nada después de todas las putas con las que te has acostado!
- ¡Cállate, mujer! – Zeus se levanta del trono, una luz cegadora ilumina la sala y luego un trueno
sacude los cimientos de la mansión. – ¿Cómo osas desafiar al Padre de los Dioses y los Hombres? ¡¿A
mí, vuestro rey?! ¡Puede que me haya acostado con muchas mujeres y hombres, pero jamás he
traicionado al Olimpo follándome a uno de sus enemigos!
- ¡Deja de decir tonterías, Thor no es nuestro enemigo!
- ¡Sí lo ES! – El retumbar de otro trueno crea un pequeño seísmo en la casa, tirando al suelo a
Afrodita, que inmediatamente recibe la ayuda de su esposo, el monstruoso Hefesto. – ¡Estamos en
guerra, querida, a ver si te entra en la cabeza! ¿Es que aún no te has dado cuenta de que nos
estamos disputando la fe del hombre en esta guerra de mitos? ¿Que cualquier Dios nórdico, azteca o
de dónde coño sea es nuestro enemigo? ¡Hemos estado muy cerca del Olvido, y cualquier paso en
falso nos puede llevar a él!
Zeus vuelve a sentarse en el trono y el silencio reina por unos segundos en la sala, dejando que sus
palabras reposen en los oídos de sus hijos.
- Yo… Lo siento. – Hera agachó la cabeza, con lágrimas cayendo por sus mejillas. – No lo había
pensado, no creí que esta guerra fuera tan importante…
- ¡Pues lo es! – Esta vez, Zeus respira intentando calmarse. – Mira Hera, sé que te he hecho mucho
daño, y lo siento de verdad. Y sabes que te quiero, pero esto no puede seguir así.
Zeus hace un gesto y otro sobre aparece delante de Hera.
- Antaño, te hubiese atado a una roca por toda la eternidad, te hubiese dado de comer a los gigantes
o algo mucho, muchísimo peor. Pero estoy intentando cambiar, quiero adaptarme a los nuevos
tiempos y entender mejor el mundo en el que estamos.
- ¿Qué es esto? – dice Hera con el contenido del sobre en las manos.
- Los papeles del divorcio. – Los ojos del resto de dioses se abren como platos. – Nuestro matrimonio
ha terminado Hera. En la antigüedad fuiste la diosa del matrimonio, un símbolo para los mortales
50
que, ahora mismo, ha quedado desfasado. Mira a tu alrededor, mira el nuevo mundo. La gente vive
el día a día, y lo sigue haciendo con amor en sus corazones, pero no con la sumisión que tú
representabas, no por establecer un estúpido lazo entre una pareja. Los mortales no quieren que
ningún Dios esté presente mientras intercambian unos votos llenos de palabras vacías, a ellos lo
único que les importa es que su amor sea correspondido. ¡Les he observado Hera, y siguen siendo
igual de felices, incluso más! Por eso creo que tenemos que modernizarnos, adaptarnos a la nueva
era. Y para ello, vamos a empezar rompiendo una relación que lleva ya muchos años quebrada. Estoy
harto de ti, de tus celos, de tus manipulaciones y de todo el mal que has provocado a mis hijos. Así
que firma estos papeles, rompe nuestro matrimonio y olvidaré tu traición acostándote con el hijo de
Odín.
El Concilio de Dioses está totalmente petrificado y mudo ante el discurso, incapaz de articular
palabra. Hera mira fijamente a Zeus con una catarata de lágrimas cayendo desde sus bellos ojos
oscuros. No hay odio en su mirada, solo hay tristeza, sabiendo que ha cometido un grave error.
Piensa que es posible que Zeus tenga razón, que la venganza la ha cegado y en lugar de intentar
arreglar una relación rota, se ha dedicado a vengarse de sus bastardos y sus fulanas. Piensa que
podría haber sido diferente, porque sabe que pese a todo, él la ama, y ella a él. Piensa que
demasiado ha sucedido entre ellos, y ahora no hay punto de retorno.
Hera firma los papeles y se marcha del Olimpo, mientras los Dioses siguen con su silencio y una gran
parte del corazón de Zeus se va junto a ella.
Tan solo Apolo esconde un atisbo de sonrisa en su rostro.
51
Mitos Renacidos XIX – Vuelta al trabajo
Por Fernando Arsuaga
La tarde comenzaba a marchitarse cuando el silbato de la fábrica marcó el cambio de turno de tarde
y el principio del turno nocturno. El edificio de esta antigua Compañía familiar parecía desperezarse
al verse el ajetreo de entrada y salida de trabajadores. Pero había algo distinto desde la formación
del conglomerado metalúrgico llamado Mytilineos Holdings…, se respiraba un ambiente más
apagado, sombrio… Era el resultado de una necesidad que planteó la fusión con tantas otras
pequeñas empresas de la industria metalúrgica: La competitividad.
El trabajo antaño hecho con mimo y satisfacción, desde unos trabajadores que eran “cómo de la
familia”, se convirtió en una fea y grotesca aberración de dobles turnos, empleados asfixiados por la
presión empresarial y rebajas en la calidad de los materiales…
Cedalión, conocido como Celas, sabía de esta situación y no la aceptaba de ningún modo…, es más,
con la crisis, había incluso liderado las protestas en contra de más recortes en una industria que no
podía “apretarse el cinturón” más de lo que lo había hecho…
…pero la tarde se presentaba distinta, se habían oído rumores sobre un cambio de liderazgo en el
grupo empresarial, un soplo de aire fresco con nuevas ideas para revigorizar la producción sin dejar
caer la calidad, cómo hasta ahora…Se le presentaba la oportunidad de mejorar las condiciones de
trabajo y los estándares de calidad ante un nuevo jefe, con la esperanza de volver a tiempos mejores,
y eso le volvió a dibujar una tímida sonrisa en su desacostumbrado semblante gris…
DÍAS ANTES…
El despacho era bastante amplio, MUY ostentoso y con la búsqueda de la pomposidad ante todo.
Todo estaba jalonado de galardones de las antiguas empresas que formaban el grupo, cogiendo
polvo del olvido por glorias pasadas… Unas volutas de humo rodeaban el sillón de detrás del
escritorio, como protegiendo a la persona que estuviera en ese lugar sentada. Al oír el gozne de la
puerta, se giró el orondo presidente y mostró una sonrisa burlona.
- “Pasa, no te cortes, estás en tu casa”.
Una figura recia y firme avanzó por el despacho hasta colocarse delante del escritorio, sus pasos
resonando de forma asimétrica, intentando disimular una antigua dolencia en una pierna.
- “He venido a por tu compañía, Giorgios. No te puedes negar”.
La figura terminó de darse la vuelta, asombrada, puesto que ésta no era la visita que esperaba. Dio
una mirada escrutadora a la persona que esta ante él y sólo pudo decir, algo irritado: – “¿Con quién
crees que estás hablando?”
- “Con el inepto que está deshonrando a una industria antes muy prolífica, que ha rebajado el arte de
moldear el metal a un simple juego de números vacio, un ser despreciable entre los suyos…”,
respondió en un tono aún más iracundo.
Ante esta afirmación, golpeó con su puño en la mesa, haciendo caer el puro que estaba fumando y
espetó a su intercomunicador, pulsándolo con violencia: – “¡¡¡LLAMA A SEGURIDAD!!! Que se lleven
a este lisiado loco mientras espero una visita importante de un posible nuevo socio y…”
52
Antes de que pudiera acabar la frase, de su boca comenzó a salir un líquido humeante y rojo,
parecido a la lava, que ahogo cualquier otro sonido y le hizo caer muerto entre horribles estertores
ante el visitante, que veía impasible la escena. Mientras se terminaba de calcinar ese amasijo de
carne maloliente que antes era una persona, miró con desprecio diciendo:
- “Estúpido mortal, nadie se opone a la voluntad de un DIOS…”
UN MES DESPUÉS…
Celas estaba inquieto. Su petición para hablar con la nueva gerencia le había resultado muy sencilla.
Traía un maremágnum de papeles, bocetos, planos…, así como varios cedés y un ordenador portátil
algo obsoleto.
Los primeros reajustes en las fábricas le parecían el camino correcto, estaba entusiasmado con el
aumento de productividad y la rebaja de los horarios, la espada de Damocles de un ERE había
desaparecido por completo y habían recuperado los retrasos salariales de hace un año.
Pero Celos seguía inquieto, la idea de unas consecuencias de todo esto le incomodaba… Tenía que
tener truco, nadie mejora una empresa tan rápido desde la legalidad… Ese pensamiento le hizo
estremecerse.
Con una voz temblorosa, anunció su presencia a la secretaria. Ésta, a su vez, comunicó por un
interfono que ya había llegado la cita de las 18h. Lentamente, Celos, pasó la puerta cada más abierta
en dirección al nuevo Presidente del holding empresarial. Intentando parecer más tranquilo, avanzó
con pasos firmes y seguro, dejando todo lo que llevaba sobre una mesa supletoria, que parecía
puesta a propósito para tal efecto.
- “Buenas tardes, soy el representante de los trabajadores y antiguo gerente de la fábrica de…” pero
fue interrumpido.
- “No te preocupes, Cedalión. Sé quién eres y lo que has hecho a favor de la industria del metal, a
pesar de la adversidad. Te he llamado para que ocupes TU LUGAR en el mundo, es decir, para que
seas mi ayudante personal en el gran trabajo que estoy realizando”
Con la emoción no se había fijado, pero Celas se dio cuenta que este despacho era MUY extraño… La
zona donde estaba un gran escritorio, se veía ahora como una zona de trabajo manual, con su forja y
su yunque, usados pero bellísimamente ubicados y forjados. Al fondo, los premios polvorientos se
transfiguraban en una reserva de armas gloriosas colocadas de forma funcional y a la vez
ornamental, jalonando la pared. Los tabiques y el techo parecían ahora expandirse hasta tomar las
dimensiones de toda una planta industrial.
- “Eres el primer mortal al que permito observar este lugar en su verdadera forma, con lo que
deberías sentirte halagado…, tanto tú como tus antepasados…”
Con una mezcla de ilusión infantil y asombro, comenzó a unir pensamientos y rebuscó por su pecho
un colgante familiar, que había pasado de generación en generación desde hace tantos años que ni
su tatarabuelo se acordaba. Recordó la historia de ese colgante de bronce, que obtuvo de su padre
cuando alcanzó la mayoría de edad y, sin querer, comenzó a balbucear el final de ese, que hasta
ahora pensaba, cuento infantil: -“…y dado que eres descendiente de forjadores y moldeadores del
metal, tuya es la bendición de Hefésto imbuida en este medallón, para lograr lo que requieras de
ellos, sin temor al fuego surgido de su concepción, hasta el momento que seas requerido a la Gran
Fragua de los Dioses.”
Ante esas palabras, la persona que hablaba con él adquirió dimensiones descomunales y el aspecto
de un herrero griego de hace varios siglos, y con voz profunda continuó:
- “…y he ahí que deberás hacer honor a esa promesa, realizada hace muchos siglos, para crear
instrumentos ante esta Guerra que se avecina”
53
Mitos Renacidos XX – La nueva droga
Por Antonio Montenegro
Odiaba las reuniones pactadas en el medio del
desierto. Entendía porque a sus asociados les
gustaba reunirse ahí, nunca había gente alrededor
y era fácil observar si alguien se estaba acercando,
pero él las odiaba. No era por el tiempo que tenía
que perder conduciendo ahí, ni por el calor
sofocante. Tampoco era que tuviera miedo de ir a
esas reuniones. A pesar que sus asociados eran
conocidos por la extrema violencia con la que les
gustaba mandar mensajes, él sabía que estaba a
salvo. Su trabajo era demasiado importante para
ellos y sería muy difícil reemplazarlo. Era la arena.
Odiaba la arena del desierto, no solo significaba
que tendría que llevar su coche a lavar después de
regresar a Pasadena, sino que también tendría que poner su ropa a lavar, y los zapatos. La arena se
filtraba en todo.
Al menos sabía que sus contactos en el cartel de Sinaloa eran muy puntuales, algo bastante raro en
mexicanos, pero lo agradecía. Le permitía calcular su tiempo mejor para pasar lo menos posible en el
odiado desierto. Siempre procuraba llegar al menos medio hora antes de la hora pactada, para
asegurarse que no había nadie alrededor y que la reunión podría pasar sin problemas. Tenía que
admitir que esta reunión lo había cogido por sorpresa. No era la normal reunión de cada mes que
siempre tenía que asistir, sino que era excepcional. No estaba seguro que estaría pasando, pero no
se preocupaba mucho.
A lo lejos vio una nube de polvo levantarse. Justo a tiempo, pensó. Aun así se cercioro que el coche
que se acercaba era el que esperaba. Usando sus binoculares, vio como era un BMW X5 tal como las
últimas veces. A los miembros del cartel les gustaban los coches de alta gama que pudieran llevarlos
rápidamente a una reunión o permitirles huir fácilmente a través de cualquier terreno. Y
últimamente tenían preferencia por los coches europeos.
El coche paro a la par del suyo. No era posible ver dentro por los cristales oscuros que tenía, pero
sabía que vendrían cuatro. Siempre eran cuatro. Las puertas se abrieron y salieron, como se
imaginaba, cuatro hombres. A dos de ellos los conocía. Pedro, un mexicano bastante bajo incluso
para la media de ese país, pero con una cara de muy pocos amigos, y al que llamaban el Tortrix, un
extraño guatemalteco que había podido subir rangos en el cartel por su fama de sanguinaria, eran las
caras conocidas. Junto a ellos salieron dos hombres más, ambos con apariencia latina, vestidos
totalmente de negros. Eran tan parecidos que se imaginó que podrían ser gemelos.
“Que pasa, pinche gringo” hablo Pedro. Él sabía que Pedro era el de más rango del cartel después de
los capos mismos.
“Nada, frijolero. Tú eres el pendejo que ha convocado esta reunión. Tú me dirás que pasa”
Pedro lo miro fijamente. Soltó una gran carcajada. “Por eso me caes bien, Robert. Eres el único
gringo capaz de insultar a un miembro del cartel a su cara y no cagarte. Tu sí que tienes unos huevos
de acero.”
Lo abrazo con mucha fuerza. Tenían años de conocerse.
“Bien, Robert. Te hice llamar porque tengo nuevas órdenes de los jefes. Hay que dejar de vender
nuestro producto como lo hemos hecho hasta ahora, debemos cambiar las cosas.”
“¿Que quieres decir? ¿Cómo que un cambio? No van las cosas bien, estamos sacando tanto dinero
que no se ni qué hacer con el… y eso que mi parte es pequeña.”
“Hay mi gringo, siempre tan ocurrente. Tu parte no es pequeña. Un cuarenta por ciento es mayor de
la que le damos al resto de distribuidores. Esto no es algo negociable. Los jefes son bastante
insistentes con sus peticiones.” Noto que mientras decía esto, Pedro miro de reojo a los dos
desconocidos con bastante nerviosismo. Es más, justo en ese momento se dio cuenta que el Tortrix
54
estaba muy nervioso. Algo tenían esos personajes que lo ponía nervioso, y si el Tortrix estaba así era
porque estos personajes eran muy peligrosos. Conocía las historias, de como el Tortrix había matado
a seis colombianos que intentaron matarlo en una emboscada, cuando él no tenía ningún arma y los
mato con un pedazo de tortilla seca, riéndose como un loco todo el tiempo. Que podían representar
estos desconocidos si ambos hombres, viejos operarios del cartel, estaban nerviosos por su
presencia. En este momento maldecía haber venido solo y desarmado.
“Bueno, si no es negociable, dime que es el cambio. ¿Hay que cobrar más? ¿Hay que cortar más el
producto para vender más?”
“No, no, gringo. Para nada. Simplemente que ahora lo tienes que distribuir en estas bolsas.” Se
metió la mano en el bolsillo y saco una bolsa pequeña de plástico de color negro con un dibujo
extraño en blanco sobre él. Le parecía uno de los jeroglíficos que había visto una vez en su visita a
unas pirámides aztecas cerca del D.F.
“¿Qué? ¿Esto es el cambio? Es una tontería… la mayoría de mis vendedores les gusta usar sus
propios empaques. A parte que usar un mismo tipo de empaque para vender las drogas hará que
sepan de donde viene. Los del DEA no son tontos, con esto podrán ir cerrando el cerco a mí
alrededor. No voy a arriesgar a toda mi operación por poner un símbolo estúpido en los empaques
para que…”
No logro terminar de decir la oración antes de que los dos desconocidos se movieran a una velocidad
sorprendente hacia él. No pudo reaccionar, y rápidamente recibió un golpe en seco en el estómago
que lo obligo a doblarse del dolor. Le agarraron el brazo y lo somataron contra el capo del BMW. Lo
hicieron tan rápido y con tanta violencia que Robert sintió como le habían dislocado el hombro. Pego
un grito de dolor. Los dos extraños sonrieron al oír el grito.
“¡Alto! ¡¡No lo matéis! No sabía lo que decía, es un pinche gringo ignorante, pero lo necesitamos.
Por favor, dejadlo ir.” Grito Pedro. El Tortrix se había echado hacia atrás, con temor en sus ojos.
¿Por favor? ¿Desde cuándo un teniente del cartel pedía por favor, algo? Los hombres se miraron
entre si y lo soltaron. Robert cayó al suelo sujetándose el hombro con gran dolor.
“Robert” le dijo Pedro “te dije que esto no era negociable. De ahora en adelante así debe de ser. Si
alguno de los jefes se entera que has desobedecido las ordenes, primero irán por tu familia. No
aceptaran ni un error al respecto. Recibirás dentro de poco un envió con nuestros empaques, así
como instrucciones de cómo llenarlos.”
Lo ayudo a levantarse y le susurró al oído “Hazlo, por favor, Robert. Nuestras vidas y nuestras almas
dependen de ello.”
Robert miro con sorpresa a los ojos a Pedro. En ese momento lo vio. No era nerviosismo ni miedo lo
que tenía en los ojos. Era terror. Aquí se encontraba un hombre que había sobrevivido varios años
como teniente de una de las organizaciones más violentas del mundo, y sin embargo, sentía terror.
******
El paquete llego al hotel donde se encontraba Trisha Sellers. Oyó como llamaban a su puerta y
cuando la abrió con cuidado no vio a nadie, solo encontró el paquete en el suelo. No tenía ninguna
dirección, ni de entrega ni de devolución, por lo que Trisha sabía que se lo habían dejado
personalmente. Era muy extraño, ya que nadie sabía dónde se encontraba, salvo Fox, pero ya estaba
acostumbrada a lo extraño.
Abrió el paquete y vio que contenía una simple nota que decía “Mira el video” con un extraño
símbolo que parecía a alguno de los jeroglíficos aztecas que había visto en las notas de Pak. También
contenía una llave USB. La introdujo en su ordenador y abrió el archivo que contenía. Lo que vio la
horrorizó como nada nunca lo había podido hacer.
Era la escena de un par de drogadictos afroamericanos abriendo un extraño sobre que debía de ser
una droga. Era un sobre negro con el mismo símbolo que había visto en la nota. Tras de aspirar la
droga, ambos drogadictos cayeron al suelo con enormes convulsiones. Uno de ellos logro para tras
un momento y se levantó con una cara de éxtasis y camino fuera de la escena. El otro, sin embargo,
continúo convulsionando cada vez más violentamente. Se veía como golpeaba su cabeza de una
55
manera muy fuerte contra la pared en la que se había logrado apoyar. Golpeaba la pared con tal
violencia que pronto se vio como le salía sangre de la cabeza, pero esto no hizo que parara. Continuo
golpeándose la cabeza cada vez más fuerte hasta que se vio como su cráneo explotaba y materia gris
se esparcía por todos lados.
Luego escucho una voz muy baja, casi gutural que decía “Aquellos que realmente me adoren lograran
conseguir un éxtasis inimaginable, aquellos que no, morirán.”
Rápidamente tomo la llave USB y llamo a Fox para concretar una cita. Querría mostrarle lo que tenía
y preparar una historia para publicar. Uso su ordenador para encontrar información al respecto y vio
varios historias sobre una nueva droga que los carteles estaban distribuyendo por todos lados.
Siempre estaba en sobres negros con un extraño símbolo en ellos. Decían que esta nueva droga era
la más fuerte y adictiva que había en el mundo ahora. Y lo más sorprendente, que los carteles habían
dejado de pelear entre ellos y que solo se dedicaban a distribuir esta droga, nada más. También
encontró que el símbolo representaba al dios azteca Mictlantecuhtli, el dios de la muerte y de las
tinieblas. Preparo la información para dársela a Fox al día siguiente cuando se juntaran.
******
Trisha se encontraba sentada nerviosa en la mesa de la cafetería donde había quedado con Fox. Algo
de esta historia la había vuelto un poco paranoica, miraba por todos lados para asegurarse que nadie
la seguía. Incluso por este lado del continente la violencia del cartel era algo que temer.
Aún quedaban unos minutos antes que llegara Fox, así que estaba tomándose un té para calmar un
poco los nervios. De pronto, una mujer se sentó en la mesa donde ella estaba. Era una mujer de
claros rasgos latinos, algo avanzada en edad pero que tenía una belleza incuestionable y un aura de
grandeza a su alrededor.
“Disculpe,” dijo Trish “este asiento está ocupado. Estoy esperando a alguien.”
“No te preocupes Trish,” dijo la mujer “solo estaré un momento.”
“¿Cómo sabe mi nombre?”
“Eso no es importante. Mi nombre es Coatlicue. Esa historia que tienes en tus manos es algo que
nunca debe de salir a la luz.”
“Mire, señora. No me dejare intimidar por los carteles para evitar que publique una historia en su
contra. Soy una reportera con principios…”
“No vengo a amenazarte. Es una petición. Veras, Mictlantecuhtli fue el que te mando el video.
Durante todos los siglos su poder viene tanto de la adoración de sus seguidores en sus múltiples
formas, la última de ellas La Santa Muerte, como también del terror que induce. ¿Qué crees que
lograra tu historia, salvo provocar más terror? Piénsalo bien antes de publicarla…”
Con eso la extraña mujer simplemente se esfumo.
******
Mictlantecuhtli se encontraba en una caverna mezclando en un mortero.
Los dos mexicanos que parecían gemelos entraron y se arrodillaron.
“Levantaos mis hijos, no es necesaria tanta reverencia. ¿Qué noticias me traéis?”
“Mi señor,” dijeron los dos al unísono “el video fue entregado como nos pediste. La reportera
preparo la historia, pero…” ambos se callaron y se vieron mutuamente.
“Hablad sin miedo. Sé que siempre hay complicaciones.” Lo dijo con una gran sonrisa en su rostro
alargado y pálido.
“Coatlicue hablo con la reportera. Le pidió que no publicara la historia. No sabemos si decidirá
publicarla o no.”
“Siempre metiéndose en mis asuntos, que molesta. Bueno, da igual, si no es ella habrá otro
reportero que lo hará. Siempre puedo contar con la ambición humana.”
Se volteo y continúo con su trabajo, tomando otro hueso humano de la pila y mezclándolo en el
mortero con la anfetamina. Esta nueva droga era su mejor invención.
56
Mitos Renacidos XXI – Las Sombras Reunidas
Por Fernando Arsuaga
1ª parte: La pregunta
Tártaro, en la actualidad…
- “No veo que gano con ese plan…” Las palabras salían con desdén
de la gran figura sentada sobre un enorme trono formado a base de
cráneos y esqueletos amarillentos por el paso del tiempo.
Un hombre encapuchado y con túnica blanca estaba de pie ante tan imponente imagen,
imperturbable pero respetuoso. Después de unos segundos eternos, el humano contestó con una voz
profunda y ronca:
-“ Siempre has estado a la sombra del resto de Dioses, expulsado del Olimpo por tu propio
hermano…, y aun así, te pide librar una batalla en contra de otros Dioses tan patéticos y miserables
cómo él. A esta misma conclusión llegarán otras deidades de otros Panteones, tan DEMONIZADOS
cómo tú por sus propios congéneres…” y tornándose aún más oscura y melosa su voz continuó
“…pues de este modo conseguirás, tanto tú como el resto de Demonios, la DULCE VENGANZA”
Hades arqueó levemente una ceja, intentando no demostrar el creado interés por estas últimas
palabras pronunciadas por el insignificante mortal.
- “Bien, aunque yo acepte participar… ¿qué me garantiza que haya otros de mi estatus realmente
interesados en acudir?” dijo en un tono pasivo.
- “Sólo acude con otros interesados al lugar indicado y lo verás por ti mismo” y le entregó una tarjeta
con una misteriosa e intrincada letra “M” de color Rojo rubí, que tornó en una llamarada e introdujo
una información a la mente de la Deidad, con una orden suya. “Allí será el punto de reunión, sólo
deberás pensar en esta clave para poder pasar sin interrupciones”
Un encapuchado con una túnica de un color diferente se acercó al interlocutor y, con un estruendo
de metal entrechocando, desaparecieron entre las sombras del inconmensurable hogar del Dios del
Inframundo.
Una agradable voz femenina surgió de unas cortinas –“Tiene razón y lo sabes, querido. Nunca te
respetarán a pesar de todo. Es hora de demostrarles a todos esos pretenciosos su GRAVE error”.
- “Perséfone, mi amada, debo meditar… No deseo precipitarme en una acción tan arriesgada, y
menos cuando las puertas para acceder a la Tierra se han abierto, mostrando así toda una gama de
posibilidades…”
En ese mismo instante, la imagen del 2º encapuchado y su brillante mirada, un fulgor imposible
saliendo de su capucha, le hizo recordar y murmurar: - “Creo haber conocido a este ser, y no era un
mortal, ni mucho menos…”
Mirando al oscuro horizonte, pensó en voz alta: - “De cualquier modo, debo cerrar las puertas de
este lugar…, hacerlo inexpugnable ante cualquier ser vivo o muerto, humano o divino. No quiero que
esta reunión trascienda más allá de esta dimensión…”
Un terrible sonido resonó por todo el Tártaro, que hizo temblar desde el más pequeño de los
espíritus hasta al mismísimo Señor del fuego Infernal. Los pesados goznes de las gigantescas puertas
57
chirriaron como el lamento de todas las ánimas allí contenidas y cesaron de hacerlo tras un bramido
seco al terminar de cerrarse.
Recostándose en su macabro asiento y con la respuesta a la pregunta que le intrigaba desde hace
siglos tan cerca, si finalmente se aliaba con el Mago, surgió de forma imprevista una gran mueca de
satisfacción…
ALEJANDRÍA, hace más de 2000 años…
El fuego parecía voraz, cómo si encontrara placer en comerse tantos papeles y pieles escritas, y la
estructura interior de mármol estaba sucumbiendo al desastre de igual forma. Este hecho le hacía
gracia a Hades, ya que las lágrimas de la hija favorita de su hermano Zeus, Atenea, le complacían.
También el hecho de poder traer hacia su Reino tantas almas al unísono, trayendo una sensación de
confort por haber urdido el plan que llevó a esta masacre humana y de conocimiento.
Apareciendo en el lugar que se estaba calcinando, vio el Locus de poder que albergaba, en la sala
más interior de la majestuosa biblioteca…, pero alguien ya lo estaba reclamando. Un anciano, con el
aspecto de un gran bibliotecario de Alejandría, recogía ese poder de forma natural… Llevaba ya
consigo varios sacos cerrados llenos de documentos que… ¡no parecían quemarse!
Ante este acto de robo frente a un Dios, Hades profirió un grito de disgusto y una llamarada de fuego
negro surgido de sus manos se abalanzó contra la figura. Ésta perdió el equilibrio y el Poder pareció
seguirle en su caída bajo el incendio negro.
Unos instantes después, de entre las oscuras llamaradas, surgieron cuatro cadenas que aprisionaron
e inmovilizaron las extremidades del Dios de los Muertos, haciendo surgir una mirada de asombro y
rabia en su cara, pues NINGUN MORTAL había sido, hasta ahora, siquiera capaz de rivalizar con él,
salvo qué…
Sin tiempo para reflexionar, la figura del anciano surgió de entre las lenguas de fuego, totalmente
mercurial y rodeado de las mismas cadenas que le impedían a él moverse, aunque no sería durante
mucho tiempo…
Con unos ojos centelleantes de un color rojo sangriento, inquirió:
- “Has destruido una fuente de Poder y Conocimiento. Por el Equilibrio Supremo, no DEBO dejar que
se pierdan ni que caigan en manos Divinas”
Después de decir ésto, desapareció junto con otros cientos de rollos y manuscritos, así como las
cadenas que le aprisionaban, en un estallido de metales golpeándose violentamente. Mientras, hacia
el techo surgió un manantial de Poder puro que lo desgarró como si fuera de papel y se diseminó en
todas direcciones.
- “Debo investigar y descubrir a este ser, que aun no siendo humano, no se considera un Dios, y es
capaz de tales proezas…”
58
Empieza la Guerra I: Moscú
por Albert Mialet
Oslo, Noruega
La sala Rockefeller estaba llena a rebosar. Más de mil
personas habían acudido en masa para ver a uno de los
grupos de metal de moda, “The Doomed Warriors”, en su
último concierto antes de salir de gira por Estados Unidos.
Odin atravesó la sala directo a la barra de bar y pidió una
cerveza. Llevaba ya un par de meses entre los humanos y
les había estado estudiando, viendo cómo habían
cambiado. Al principio le había fascinado ver lo mucho que
habían evolucionado, sobre todo las maravillas
tecnológicas que habían conseguido por ellos mismos, pero poco a poco se fue dando cuenta que en
realidad seguían siendo los mismos brutos borregos de hace dos mil años. Eran tan sumamente
fáciles de engañar que estaba perdiendo el interés en ellos. Si no los necesitara…
El concierto empezó bastante tarde, pero cuando salió al escenario el público se entregó totalmente.
El cantante, Michäel Ljublig, un gigante pelirrojo con una voz muy potente al que le faltaba una
mano, llevaba el ritmo del concierto desde el escenario como si fuera el director de una orquesta. La
gente cantaba y saltaba como en trance, siguiendo sus órdenes sin dudarlo. Fueron dos horas de
música metal sin interrupción, y casi diez minutos aplaudiendo al grupo, un verdadero éxito.
La sala se fue vaciando poco a poco, pero Odín se quedó esperando en la barra. Al cabo de media
hora, los músicos empezaron a salir, y unas cuantas fans que también se habían quedado se lanzaron
encima de Michäel para que les firmaran su disco y sus tetas. A Odín se le empezaba a agotar su
paciencia, y su cuervo Hugin graznó encima de su hombro. Las chicas se giraron extrañadas al oírlo y
Michäel abrió los ojos como platos al verle. Apartó a las fans de golpe y fue hacia él.
- Odín, padre de todos. – Se arrodilló delante suyo. – No soy digno de teneros delante…
- Sí, sí, por supuesto que no lo eres, no me vengas con chorradas. Llevo dos putas horas de pie
esperando a que termine el concierto, así que recoge tus cosas y vámonos a un bar.
Odín dejó a Tyr estupefacto y plantado en el suelo. Cuando reaccionó, se levantó corriendo, cogió su
bolsa y se fue con él.
- Al parecer te lo estás pasando bien fuera de Asgard, pequeño cabroncete. – Tyr bajó la cabeza
avergonzado. – No pasa nada hijo, no tengo reproches. Si te hubiera necesitado, hubiese venido
antes.
- Yo… imaginaba que también habíais vuelto, pero la verdad es que no sabía cómo encontraros. No
tuve confirmación hasta que Loki vino a verme…
- ¿Loki te encontró? Bueno, no debería sorprenderme. ¿Y qué quería?
- La verdad es que nada, dijo que había leído buenas críticas de nuestro grupo y que le apetecía
vernos.
Odín se quedó un buen rato mirando a Tyr, estupefacto. – Maldito Loki, siempre sale por donde
menos te lo esperas. En fin, a él ya iré a verle, primero vamos a lo que importa, necesito que vayas a
Rusia.
- ¿A Rusia? Queda un poco lejos de nuestras tierras, pero de acuerdo, iré.
- Sí, queda un poco lejos, pero déjame decirte algo muchacho. – Odin se puso muy serio. – Las reglas
del juego han cambiado. El Ragnarok ha pasado a un segundo plano para nosotros, aunque aún deje
su huella en nosotros. – Señaló el muñón de Tyr. – Hemos vuelto porque el mundo nos necesita, la
gente necesita a alguien en quién creer, ya sabes que ésto ha sido así desde siempre. Pero ahora
veo… que quizá no somos todo lo que el mundo necesita. Ha pasado mucho tiempo, y la gente nos
recuerda por lo que no somos, por películas y libros estúpidos que han hecho con nosotros lo que
han querido. Nos han menospreciado, y eso ha hecho que nuestro poder no sea el mismo que
antaño. Y creo que ahora mismo no somos suficientes para esta nueva era.
- ¿Y eso… que tiene que ver con Rusia?
59
- A eso voy muchacho, a eso voy. He notado algo en Moscú, siento una especie de llamada que me
empuja a ir hacia allí. También la noto de otros sitios, pero ésta es más fuerte. Creo que tú también la
notarás cuando llegues, así que quiero que me digas lo que hay allí. Quiero que vayas de inmediato. –
Odín sacó un sobre y una llave del bolsillo y los puso encima de la mesa. – Sales dentro de dos horas.
La llave es para una taquilla en el aeropuerto. Es una espada inscrita con runas. Tranquilo, los
mortales pensarán que es una guitarra.
- Sí, mejor ir preparado. Gracias, oh gran padre, seré digno de la misión que me habéis
encomendado. Partiré inmediatamente.
Tyr se levantó y se marchó del bar, dejando a Odin bebiendo en el bar.
- Sí. Mejor ir preparado…
Moscú, Rusia
Tan sólo con pisar tierra rusa, Tyr notó la llamada de la que le había hablado Odín. Algo etéreo le
atraía, algo que era incapaz de entender. Mejor, prefería no pensar demasiado y centrarse en su
misión.
Recogió su bolsa y su espada sin que ninguno de los numerosos guardias del aeropuerto Sheremétivo
reparara en él. ¡Benditas runas! Cogió un taxi y se dirigió hacia la ciudad.
Decidió que la mejor forma de encontrar el origen de la llamada sería ir al centro de la ciudad, y al
llegar allí notó que estaba realmente cerca. Siguió el río Moskova hacia el oeste y al poco rato vio el
origen de la llamada. El Kremlin se extendía majestuoso delante suyo, y dentro de sus muros sintió
un calor extraño dentro de su ser, y vio una luz. Dio la vuelta al muro y encontró la entrada de
turistas. Había bastante gente de visita, y muchos guardias, pero ninguno hacía caso a la luz. Se fue
acercando, dejándose llevar por la atracción que le empujaba. Y delante de la Campana Zarina, vio la
luz, una luz blanca y muy brillante, aunque no cegadora, que le daba calor incluso en el frío invierno
ruso. Tyr se acercó poco a poco, hipnotizado. Estaba cerca, muy cerca, podía sentirla dentro de él,
notaba como si miles de voces se concentraran en esa luz, notaba como si la esperanza, la fe del
hombre, estuviera allí dentro, al alcance de su mano. Estaba justo al lado, muy cerca, Tyr levantó su
muñón hacia la luz… y algo le golpeó por la espalda, tirándolo contra la campana.
Un hombre muy grande vestido con una armadura de samurai y blandiendo una katana de fuego se
acercaba poco a poco hacia él. Su cara estaba cubierta por un mempo, y llevaba un casco que le
tapaba completamente. ¡Era Hachiman, el Dios de la Guerra japonés! Cuando se encontró delante de
Tyr, levantó la katana y le asestó un golpe. Tyr rodó y lo esquivó por muy poco. La campana recibió la
estocada de lleno, rompiéndose por la mitad y cayendo encima de una familia de turistas, que murió
aplastada en el acto. Lleno de rabia, cogió su espada y se lanzó con un grito contra el samurai, que
interceptó el golpe. Dejó ir toda su furia y empezó una cadena de golpes salvaje, pero Hachiman los
paró todos con maestría. Ahora se lanzó él con su katana, y el nórdico decidió cambiar la táctica
tirándose al suelo y rodando para atacar por el flanco. Le clavó la espada en el costado derecho,
haciendo mella a la armadura, pero no tocó carne. Hachiman se giró y embistió con toda su fuerza
contra Tyr, que paró el golpe, pero el dios japonés le dio una patada y lo tiró al suelo. Tuvo que
detener los golpes desde allí hasta que consiguió rodar y levantarse. Los dos guerreros se pusieron
otra vez en posición de combate y volvieron a la carga.
Cada vez que uno de los dos cedía, el otro recuperaba inmediatamente, era una lucha terriblemente
igualada. Muchos turistas huyeron por miedo, pero unos pocos se quedaron a verla en la distancia.
Las fuerzas de seguridad intentaron intervenir, pero los luchadores les ignoraron y siguieron a lo
suyo.
Parecía que el tiempo se hubiera detenido y que el combate no fuera a terminar nunca, pero la luz,
el punto de poder, reclamaba a un vencedor para ella. ¿Quién sería finalmente su campeón?
60
Empieza la Guerra I: Moscú II
por Albert Mialet
Santuario Itsukushima, Japón
La paz y la calma reinaba en el santuario. Después de los días de tormenta que se habían sucedido sin
cesar, todo Japón estaba agradecido por el descanso y disfrutaba de esta temporal tranquilidad.
El monje que meditaba delante del Honden, el edificio principal del santuario, parecía un elemento
totalmente ajeno a los días de terror que el mundo había vivido en las últimas semanas. En posición
de flor de loto, parecía un elemento de decoración más del templo, una estatua que no se había
movido de de allí en años. Era uno con el aire que atravesaba las puertas, uno con el agua del mar
que los rodeaba, e incluso uno con el fuego que habitaba en su interior. Pero poco le iba a durar.
De la nada se formó un puente en el mar, atravesándolo y dirigiéndose al lugar de meditación del
monje, que no se inmutó. Era un puente precioso, lleno de color y de luz, flotando de forma
imposible hacia el santuario. Desde el otro extremo empezó a aparecer una figura celestial: la diosa
Amaterasu cruzaba el puente Ama-no uki-hashi con elegancia, soltando destellos de luz a su paso.
Los peces revoloteaban felices a su alrededor, conscientes incluso en su ignorancia de estar delante
de un ser supremo. El monje abrió los ojos cuando ella llegó a su lado.
- Amaterasu. Es un honor volver a gozar de tu presencia y tu hermosa visión. – dijo el monje con una
voz cálida y amable.
- No soy merecedora del cumplido, Hachiman, pero muchas gracias por tus palabras.
- Dime, Diosa del Sol, ¿qué motivo te ha hecho dejar el Takamagahara para venir hasta aquí a verme?
¿Echabas de menos la tranquilidad de Itsukushima?
La Diosa miró a su alrededor – Nunca me cansaré de ver las maravillosas creaciones de los mortales,
especialmente de una tan espectacular como este santuario, pero no es por su visión que estoy aquí.
He venido a verte a ti. Necesito que te pongas la armadura.
Hachiman apartó la mirada de Amaterasu y la posó en el horizonte tras el mar. La paz interior que
había conseguido durante los ejercicios de meditación se estaba yendo, y poco a poco era sustituida
por tristeza.
- Después de tantos años y de conseguir volver desde el olvido, hay cosas que nunca cambian.
- Sabes que no te lo pediría si no fuera realmente necesario, pero una guerra está a punto de
empezar, y necesito a su Dios.
Hachiman siguió disfrutando de la apacible vista durante un rato más, sin decir nada. Luego se
levantó y se fue.
Moscú, Rusia
Sintió la llamada tan solo con poner el pie en la ciudad, y se dirigió hacia su origen en la Plaza Roja de
inmediato. Amaterasu tenía razón, ya había alguien dirigiéndose hacia el punto de poder, un gaijin
manco muy grande con barba y pelos del color del fuego. Hachiman invocó su armadura y su espada
61
de llamas y se dirigió corriendo hacia él, y cuando llegó le asestó un golpe que lo lanzó de pleno
contra una campana enorme.
Mientras Tyr estaba en el suelo aún sorprendido, se acercó a él levantando la katana, preparándose.
Le asestó un golpe, pero rodó y lo esquivó por muy poco, haciendo que la campana recibiera la
estocada de lleno. Ésta se rompió por la mitad y cayó encima de una familia de turistas, que fueron
aplastados. Tyr cogió su espada y se lanzó con un grito contra el samurai, que interceptó el golpe.
Dejó ir toda su furia y empezó una cadena de golpes salvaje, pero Hachiman los paró todos con
maestría. Ahora se lanzó él con su katana, y Tyr decidió cambiar la táctica tirándose al suelo y
rodando para atacar por el flanco. Le clavó la espada en el costado derecho, haciendo mella a la
armadura, pero no tocó carne. Hachiman se giró y embistió con toda su fuerza contra Tyr, que paró
el golpe, pero el dios japonés le dio una patada y lo tiró al suelo. Tuvo que detener los golpes desde
allí hasta que consiguió rodar y levantarse. Los dos guerreros se pusieron otra vez en posición de
combate y volvieron a la carga.
Cada vez que uno de los dos cedía, el otro recuperaba terreno inmediatamente, era una lucha
terriblemente igualada. Muchos turistas huyeron por miedo, pero unos pocos inconscientes se
quedaron a verla en la distancia. Las fuerzas de seguridad intentaron intervenir, pero los luchadores
los ignoraron y siguieron a lo suyo.
Parecía que el tiempo se hubiera detenido y que el combate no fuera a terminar nunca, pero la luz, la
fuente de fe, reclamaba a un vencedor para ella. ¿Quién sería finalmente su campeón?
Hachiman concentró totalmente su fuerza interior y la furia que sentía por haber sido obligado a
volver a luchar, y la canalizó en un golpe brutal, el Do Ryu Sen, un golpe de abajo arriba tan fuerte
que abrió la tierra. Tyr no pudo detenerlo y lo recibió de lleno, realizándole un profundo tajo en el
pecho y dejándolo inconsciente en el suelo.
Con su rival noqueado y sin nadie que lo detuviera, se acercó al punto de poder. Acercó sus manos y
toda la luz se concentró en ellas, formando una pequeña esfera etérea. Hachiman podía sentir
millones de voces en su cabeza, adorando la Plaza Roja y a la gente que les había gobernado desde
allí, las voces del pueblo que había depositado su fe en en ellos durante años. Y ahora, toda esa fe
era para el panteón japonés. Sentía por dentro como su poder aumentaba, era una sensación
extraña y agradable.
El Dios de la Guerra hizo desaparecer su armadura y volvió a su atuendo de monje. Se acercó a Tyr,
que aún sufría en el suelo, y se arrodilló a su lado. Pasó su dedo índice por la herida del pecho y la
curó. Tyr abrió los ojos de golpe y lo miró fijamente.
- Ha sido un combate magnífico. – dijo Hachiman con una sonrisa que nada tenía que ver con la
careta diabólica de su mempo – Espero que nos volvamos a encontrar.
Hachiman se alzó, cambió su forma por la de una paloma y se fue volando.
Castillo de Bran, Rumania
El sirviente subió las escaleras que llevaban a la habitación de su señor tan deprisa como pudo.
Llevaba una perilla mal recortada y un pelo largo negro y un tanto salvaje, y llevaba colgando unas
cadenas que tintineaban incesantemente mientras caminaba a paso ligero. Estaba ansioso por
compartir las noticias con su señor, llevaban ya mucho tiempo preparándolo y por fin había sucedido
el primer enfrentamiento. ¡Ya nada podría detenerlos!
Llamó a la puerta, esperó unos segundos y entró. El maestro estaba sentado delante del escritorio y
revisaba unos libros muy antiguos mientras una iguana enorme vigilaba plácidamente al lado de
ellos.
- Mi señor. – El maestro ni siquiera levantó los ojos del libro. – Los japoneses han conseguido el
primer punto de poder, el Dios de la Guerra Hachiman venció en combate a Tyr.
- ¿Tyr está muerto?
- No, Hachiman le perdonó la vida e incluso le curó. El honor japonés, supongo.
- Sí, el dichoso honor japonés, qué desperdicio. – El maestro se levantó y fue a coger un libro de la
estantería. – Dile a nuestros agentes en Roma que se preparen. La guerra ha empezado.
El sirviente se inclinó sumisamente y se fue, haciendo un ruido terrible con sus cadenas, y dejando al
maestro con sus libros, sus planes y su iguana.
62
Empieza la Guerra II: El Coliseo
por Marcos Dacosta
Algún lugar de Suecia, Marzo de 2013
Se aseguró por última vez de que el arma estuviera bien engrasada, lista para realizar la labor con la
que los armeros de este siglo la habían diseñado en mente. Todavía no se había acostumbrado a
todo ese galimatías extraño repleto de acrónimos y extranjerismos con el que los guerreros
distinguían unas armas de otras, pero ello no le impidió admirar la brutal herramienta que tenía ante
sí, cada pieza metálica encajando de forma perfecta con las demás, la culata del rifle de asalto
reposando en su mano con mil veces más naturalidad que las incontables espadas que había
empleado a lo largo de eones.
Y los sonidos. Los sonidos le habían cautivado por completo, encontrando casi hipnótico el seco
tintineo de las distintas partes del arma entrechocando entre sí al ser esta desmontada y vuelta a
montar. No había sonido más satisfactorio para él que el click que hacía el arma al aceptar un nuevo
cargador, hasta el punto de que casi le hacía salivar ante la promesa de próximas batallas. Sin
embargo todo ello palidecía ante el atronador rugido del cañón al disparar una ráfaga de balas, el eco
rebotando con fuerza casi divina en las cercanas montañas, el campanillear de los casquillos al caer al
suelo a modo de delicado punto y aparte tras cada ráfaga. Era difícil no encontrar admirables estos
artefactos, mas tuvo que reconocer ante sí mismo un cierto desagrado ante cómo las armas de fuego
habían tornado la guerra en algo impersonal, frío, donde los guerreros ya no miraban a los ojos a sus
rivales ni terminaban benditos por la sangre de estos a consecuencia de un golpe de gracia.
Llevó la mano a las últimas piezas, reposando estas sobre el mapa de una gran ciudad que, entre
nombres de calles e iconos que indicaban lugares de interés, mostraba también restos del líquido
empleado para engrasar el arma y huellas dactilares aquí y allí, concentrándose en los bordes del
mapa y en las posiciones donde él y los suyos esperaban encontrar alguna resistencia. No había sido
sencillo planear esto, el mundo había cambiado y fue difícil para él admitir que se había quedado
obsoleto. Era un dios orgulloso. Era un dios fuerte. Encontrar generales dispuestos a servir bajo su
mando resultó ser más complicado de lo que en un principio supuso. El medio-gigante compraba a
sus lacayos sirviéndose de oro, tal y como siempre había hecho. Era su naturaleza. Él, por otra parte,
apeló siempre a la gloria del combate, a la sed de sangre y a la venganza; estandartes bajo los cuales
antaño nunca faltaron las espadas. Los tiempos habían cambiado.
Thor se incorporó, las patas de la silla chirriando contra el suelo y, llevándose el arma a los hombros,
caminó con paso decidido fuera de la pequeña cabaña de madera que le había servido como cuartel
general desde que su presencia se hizo de nuevo conocida en el mundo. Vestía un pantalón con
camuflaje invernal y una camiseta negra, sus botas negras dejando profundas huellas en la nieve; aún
así nadie en su sano juicio podría haberle confundido por un simple mercenario más, tal era el aura
de poder que despedía. Los demás dioses se reunían entre sí, trazaban planes y conspiraciones como
mujeres ancianas tratando de emparejar a los jóvenes de una aldea. Otros se habían entregado al
vino y a la carne en un patético intento de recuperar el tiempo perdido. No Thor. La cerveza sabía
mejor tras una gran batalla. Suyo era el martillo que habría de ensordecer al mundo.
Las aspas de los helicópteros comenzaron a girar, hombres y mujeres elegidos a lo largo y ancho del
mundo acudieron raudos a ocupar sus sitios en el interior de las aeronaves, armados con lo mejor
63
que podía suministrar el mercado negro sin alertar a nadie que pudiese estar prestando atención de
que un nuevo ejército se estaba preparando en las montañas del norte de Suecia. Y qué ejército era
este, pensó admirado el dios del trueno. La guerra había cambiado, sí, pero estos seguían siendo
guerreros y, al igual que en milenios ya olvidados, iba a dirigirlos a la victoria.
Puede que no hubiera bombas atómicas en aquellos tiempos antiguos, pero Thor tenía algo
guardado en su manga. Se subió a la cabina de uno de los helicópteros y dio orden de despegar al
resto de la flota. Era hora de hacer saber al mundo que la Edad de los Vikingos había vuelto y su más
terrible dios con ella.
Gifu, Japón, Marzo de 2013
El viento sopló sobre las copas de los árboles, formando ondas caprichosas desde la ladera de la
montaña hasta la parte más densa del bosque en el corazón del valle. El sol se resguardaba tímido
tras un velo de nubes bajas, la neblina añadiendo un cierto halo irreal a esa ya de por sí hermosa
zona de la prefectura de Gifu. Lejos, varios kilómetros al este, podían adivinarse tradicionales tejados
de madera esbozados contra el horizonte; un lugar todavía sin deformar con edificios de oficinas y
Love Hotels. Había pureza allí. Una pureza apenas perturbada por el paso de los milenios que
cantaba bajo los susurros de las ramas.
Allí, en un diminuto claro y sin realizar el más mínimo sonido, una figura envuelta en ropajes
tradicionales blancos y grises danzaba junto a su lanza, las manos firmes en el arma, la hoja silbando
con cada movimiento preciso y veloz. Sus pies se deslizaban sobre la hierba, apenas haciendo rodar
alguna piedrecilla mientras continuaban siguiendo los pasos requeridos en cada movimiento. Apoyó
su peso sobre su pierna izquierda y, con un giro, se sirvió de la inercia para realizar una última
estocada a un enemigo invisible. Alzó a continuación su brazo izquierdo para bloquear un posible
contraataque y se sirvió entonces de un movimiento de cadera para impulsar la parte de atrás de su
lanza contra el espacio de aire a su espalda. Juntó entonces sus pies de nuevo, enderezó su espalda y
apoyó la hoja de su lanza contra el suelo, siempre con los ojos cerrados.
Aji-Suki-Taka-Hi-Kone dejó escapar el aire de sus pulmones, formando este algo de vapor. El cielo
respondió con un guiño de luz y un rugido satisfecho unos pocos segundos más tarde.
La deidad había realizado este ejercicio durante más días que estrellas adornaban el firmamento,
cada pequeño paso y gesto grabado a fuego en su memoria inmortal. Perderse en él tan sencillo y
natural como respirar lo era para un mortal. La paz y la serenidad que le reportaba la repetición
mecánica de esos movimientos acallaban por unos instantes la tempestad dentro de sí, el grito
cargado de furia y poder que se asomaba a su garganta cada vez que algo hacía flaquear su férrea
concentración. Él era el dios del trueno y los cielos cantaban con él. Permaneció unos instantes más
en silencio contemplativo, dejando que el viento le rodease acariciando su rostro y haciendo ondear
los cabellos sueltos a causa del ejercicio. A pesar de su soledad podía sentir a lo lejos a los demás
dioses, su fuerza evidente incluso a océanos de distancia. Algunos dioses eran capaces de disfrazarse
de mortales, ocultando su chispa divina a ojos curiosos, pero Kone no veía honor en ello. Rehuir un
desafío habría llenado de vergüenza no solo a él, sino a todo el panteón de dioses que representaba.
Las batallas entre las distintas deidades eran inevitables y él tenía que prepararse para ellas.
Abrió los ojos de nuevo y se dispuso a iniciar de nuevo su metódica y letal danza, cortando otra vez el
viento con la hoja de su arma, los pies firmemente plantados en la tierra; mas algo le sacó de su
concentración, un sonido a duras penas audible bajo los primeros bostezos de la tormenta, una hoja
de papel navegando los vientos a través de kilómetros y kilómetros de distancia, dejándose agitar
con violencia hacia el claro donde se encontraba Aji-Suki-Taka-Hi-Kone. Con un rápido movimiento
este capturó entre dos dedos la blanca nota y, apoyando la lanza en su hombro, usó sus dos manos
para sujetar el mensaje. Si el dios leyó algo en los símbolos contenidos en la hoja su rostro no
traicionó emoción alguna, otro feroz rayo seguido de su correspondiente trueno fue la única
respuesta que pareció producirse.
Acto seguido la deidad dobló la nota hasta formar una hermosa figura y la depositó sobre la hierba.
Usando su lanza a modo de bastón, Kone comenzó a caminar en dirección al oeste, al principio con
calma, pero luego la calma se tornó en rápidos y veloces pasos entre los árboles, casi compitiendo
64
contra el viento por ver quién era capaz de llegar antes a su destino. Y la tormenta le siguió por todo
el valle refunfuñando de forma atronadora. Su objetivo estaba claro, el honor de su panteón pendía
pues de su acción en aquellas tierras extrañas. Los oráculos habían hablado y los dioses mayores
habían puesto en él su confianza. El dios se prometió que, incluso a continentes de distancia, estos
escucharían su grito de victoria.
Roma, Abril de 2013
A primeras horas de la tarde una serie de explosiones sacudió la ciudad eterna, llenando los grises
cielos de humo y el asfalto de la calle con cristales y escombros. El caos fue absoluto, la atención del
mundo entero fijada en la capital de Italia desde que lo acontecido llegó a las redes sociales apenas
veinte segundos más tarde. Las aceras se llenaron de policías, “carabineri” y aterrados civiles que
regresaban aterrados a sus casas u hoteles: una patada a un hormiguero de casi tres millones de
almas. Fue entonces cuando llegaron los helicópteros y comenzó el fuego en las calles; un ejército
compuesto por experimentados mercenarios, veteranos de más guerras de las que muchos países
reconocen, contra una primera fuerza de choque compuesta por equipos especiales de la policía sin
apenas conocimiento de su trabajo y policías que no habían disparado jamás un arma fuera de la
galería de tiro.
La galería Borghese, los museos Capitolinos, el Vaticano. Los helicópteros dejaban descender grupos
fuertemente armados que irrumpían con violencia en algunos de los lugares más seguros de la
ciudad arma en ristre y sin ningún reparo en asesinar a cualquiera que pudiese interponerse entre
ellos y las valiosas obras de arte contenidas en aquellos edificios. Un golpe bien coordinado y que
buscaba aprovecharse de una ciudad que todavía no había recuperado el aire tras la cadena de
atentados de la tarde. Camiones blindados servían para desplazar las obras más pesadas o
voluminosas desde el museo hasta algunas localizaciones seguras en la ciudad donde otros
helicópteros de carga esperaban para llevárselas al norte, ocultos entre las gigantescas columnas de
humo.
Había pasado casi un milenio desde los tiempos en que terribles hombres del norte caían sobre las
ciudades sureñas exigiendo rescates en oro y joyas a cambio de no saquear la ciudad y pasar a
cuchillo a todos sus habitantes. En ese milenio las ciudades se habían convertido en metrópolis
donde las murallas eran edificios de oficinas y las riquezas se guardaban en ordenadores, pero las
expresiones de pánico y miedo entre los habitantes de la urbe seguían siendo las mismas. Thor
sonrió orgulloso mientras paseaba triunfal por una de las calles principales, un comando de
guerreros detrás suyo, sembrando muerte con fría celeridad. Sí, ya no había gloria en la guerra, la
canción del Berserker ya no hacía hervir la sangre de los hombres ni empañaba sus ojos con
ensueños de fuego y acero; pero ningún mercenario que se precie de tal sería capaz de rechazar la
oferta de saquear una ciudad entera, su paga una parte de todas las obras de arte obtenidas durante
la operación. La deidad nórdica había tardado mucho tiempo en preparar el ataque, pero merecía la
pena. Que sus soldados tomasen aquello que quisiesen, la verdadera joya de la corona era solo para
él.
La alarma de su reloj le arrancó de sus pensamientos. Había pasado una hora. El ejército italiano ya
había llegado. El sonido de un tanque desplazándose por la calle a toda velocidad puso en guardia a
sus mercenarios. Thor no borró su sonrisa. El tanque entró en la calle, una columna de soldados
avanzó junto a este, rifles en posición. Helicópteros de combate cortaron el cielo, dispuestos a
espantar de la ciudad eterna a la nube de aeronaves que servían de aparato logístico a los
mercenarios nórdicos. En efecto los mortales de hoy en día contaban con impresionantes
herramientas a su disposición, pero el dios del trueno había contado con ello y decidió que era
momento de recordar al mundo contra quién se estaban enfrentando.
Alzó un walkie-talkie y dio una breve orden, sus ojos azules chispeando con energía.
La calle se abrió con violencia, asfalto apedreando los edificios cercanos, cañerías y cables eléctricos
rompiéndose mientras desde las entrañas de la tierra un gigante se alzaba contra el naranja del
atardecer. El tanque abrió fuego contra la gigantesca criatura, sirviendo de poco más que para atraer
la atención de esta hacia los soldados. Sutur, tal era su nombre, rugió con ferocidad, provocando una
65
lluvia de cristales en los edificios más cercanos. Entonces llamó al fuego, y este cubrió al gigante, las
llamas danzando sobre su piel de piedra. Una de las cañerías de gas, expuestas por la irrupción del
titán, explotó llevándose consigo la fachada de un edificio colindante. Fue entonces cuando Sutur se
abalanzó contra los enemigos de su dios y la ciudad de Roma se llenó de fuego, gritos y tanto humo
que, cuando finalmente anocheció, nadie pareció darse cuenta.
Thor y su grupo de élite avanzaron por las calles desiertas, cadáveres y coches ardiendo los únicos
testigos de su presencia. Frente a él se alzaba el motivo por el cual había venido hasta la ciudad, la
razón de todo este caos y destrucción. La estructura había sufrido el paso de casi dos milenios,
algunos de sus muros poco más que ruinas, pero incluso estas habían logrado atrapar una buena
parte de la majestuosidad del edificio original. Si Thor cerraba los ojos podía todavía escuchar el rugir
del populacho romano mientras festejaban cada gota de sangre derramada en la arena, el horror en
sus gargantas cuando alguna fiera salvaje arrastrada desde las ignotas fronteras del imperio lograba
atrapar finalmente a algún gladiador popular. Con el paso de los siglos el lugar había sido
abandonado, entregado a la naturaleza, las zarzas creciendo en su interior mientras los habitantes de
la ciudad apuraban el paso bajo su sombra pues lo temían embrujado por los demonios paganos de
aquellos tiempos antiguos. Hoy hordas de turistas lo asediaban guiados por nativos disfrazados de
antiguos centuriones. A pesar del olvido, de la indignidad, de la ruina, el Coliseo recordaba. El dios
del trueno sintió cómo el poder inflamaba su espíritu.
Fue entonces cuando reparó en que no era el único dios en la ciudad, una presencia brillando con
fuerza le aguardaba dentro del viejo anfiteatro. La furia del dios nórdico se hizo patente en su cara y
apresuró el paso hacia el interior del edificio. Pronto las piedras del suelo dejaron paso al crujir de la
arena. Una figura aguardaba allí, lanza apoyada contra el hombro, ojos cerrados y expresión serena.
Los mercenarios de Thor apuntaron a Aji-Suki-Taka-Hi-Kone y se separaron de su señor, atentos a
cualquier movimiento súbito del dios japonés. Finalmente el de la lanza abrió los ojos y reconoció al
nórdico. Fuertes vientos comenzaron a barrer el humo hacia el oeste, nubes aún más negras y
peligrosas comenzaron a cubrir la ciudad eterna, brillos de fuego producto del rastro de destrucción
que el gigante de fuego dejaba a su paso reflejándose en ellas.
- Tú -se limitó a decir Thor al reconocer al otro dios del trueno. Un fogonazo de luz iluminó el coliseo
brevemente.
Por respuesta, Kone permitió que el cielo rugiese por encima de Sutur.
- Puede que seas poderoso en tu isla, oriental, pero en estas costas el trueno solo responde ante su
verdadero señor –continuó el nórdico en voz alta y con una sonrisa confiada-.
- Tú también estás lejos de tu tierra –murmuró Aji-Suki-Taka-Hi-Kone, y ese simple murmullo hizo
estallar los focos de luz que todavía alumbraban el coliseo, los mercenarios de Thor llevándose las
manos a los oídos, intentando protegerse demasiado tarde de la voz del dios del trueno japonés-.
Thor se llevó una mano a su oído derecho y observó sangre al retirarla. El poder del lugar inundó por
completo al dios nórdico, una sonrisa feroz asomándose en su pálida cara.
- Esto no nos va a hacer falta –dijo el señor de los vikingos dejando caer el rifle de asalto a la arena y
empuñando el Mjöllnir-.
A pesar de todo su control, Kone no pudo evitar una mueca de preocupación ante la visión del
martillo. Asintiendo, más para sí mismo que para su enemigo, el dios del trueno japonés hizo girar su
lanza con un movimiento rápido y fluido, adoptando la posición inicial que tantas veces había dado
inicio a sus entrenamientos. Cerró los ojos en un momento de concentración.
Cuando los abrió, Thor cargaba contra él con todo el poder del trueno.
Arriba, en las nubes, se formó la gran tormenta. Y esta no dejaría Roma nunca más.
66
Empieza la Guerra II: Coliseo II
por Marcos Dacosta
Roma, Abril de 2013
Aji-Suki-Taka-Hi-Kone contempló de forma casi desapasionada cómo su rival, el dios del trueno
nórdico, se abalanzaba sobre él, Mjöllnir sujeto con manos firmes, dientes apretados al concentrar
fuerza y rabia en lo que iba a ser el descomunal primer paso de su enfrentamiento. Bajo los pies de
Thor se levantaban nubes de la arena que cubría esa zona del Coliseo, testamento de la potencia y
velocidad de ese primer ataque. Mas la deidad oriental no era una criatura primeriza en el arte de la
guerra. Un guerrero menor habría intentado bloquear el potente ataque de martillo, tal vez servirse
de la fuerza del rival para apartar de sí el peligro y, con algún movimiento ágil, desequilibrar al rival.
Sin embargo Kone conocía el trueno, lo había sentido rugir en su interior desde su nacimiento, y
podía reconocerlo en los ojos azul eléctrico de su enemigo. El dios japonés se limitó a dar un
pequeño paso a un lado, alejándose de la trayectoria de un arma mítica capaz de levantar montañas
y romper los cielos.
Mjöllnir golpeó el suelo a los pies de Aji-Suki-Taka-Hi-Kone, quien con celeridad giró sobre sí mismo,
pie izquierdo firme en la tierra, e hizo silbar la lanza con un veloz ataque al desprotegido costado de
Thor; su intención más desequilibrar al oponente que hacerle daño, usando para ello la parte roma
de su arma. Su lanza vibró al impactar contra el cuerpo del dios escandinavo, casi como si hubiera
impactado contra roca en lugar de contra las costillas de un ser vivo. Si ese descubrimiento perturbó
en algo a Kone, este no permitió que emoción alguna afectase a la serena expresión de su rostro. El
dios del trueno nórdico alzó de nuevo el martillo, elevándolo sobre su hombro izquierdo y
sirviéndose de la posición del dios oriental para devolverle el toque en el costado. Kone tuvo tiempo
de agacharse, su pie izquierdo desplazando piedrecillas y nubes de arena, Mjöllnir silbando por
encima de su cabeza, la electricidad estática haciendo que algunos cabellos de la deidad japonesa
siguieran el paso del martillo con atención. Thor lanzó un rugido, el trueno refulgente tras una
mirada cargada de rabia.
- ¡Estate quieto y pelea como un guerrero! –resonó la voz del antiguo dios de los vikingos, su rostro
una máscara de ira en contraste con la calma y el silencio que casi parecían irradiar de su enemigo-.
Aji-Suki-Taka-Hi-Kone no consideró cabal devolver el ataque. Ante un rival poseedor de un arma tan
terrible, el instinto del dios del trueno japonés le instaba a mantenerse cerca de él, casi en contacto
con el cuerpo de Thor, asegurándose así de que este no tuviera espacio en el que blandir su martillo
de forma eficaz; mas a esas distancias su lanza se tornaba también en un arma inútil y, aunque Kone
confiaba en la destreza de sus pies y manos, pocas cosas habían tan poco juiciosas como confiar en la
propia fuerza cuando el rival a batir no era otro que el señor del Mjöllnir. Con rapidez, dio dos pasos
hacia atrás, creando distancia entre ambos dioses. Si Thor quería continuar su potente ataque,
tendría que abrir su guardia y quizá, así, abrir también un espacio que permitirse a la lanza del dios
del trueno japonés alcanzar la carne de su enemigo. Kone conocía a la criatura que se encontraba
enfrente suya, podía advertir en sus movimientos una impaciencia y una rabia que, en lugar de haber
67
sido templadas por milenios de ejercicios y contemplación, habían sido alimentadas con desenfreno
y falta de disciplina. Thor era poderoso, sí, pero el poder por sí mismo no gana combates y el dios
japonés iba a demostrarlo esa misma noche.
Cada intento del nórdico por acercarse era respondido por un rápido amago de la lanza de Aji-SukiTaka-Hi-Kone, a veces apartada por un veloz golpe de Mjöllnir, obligándole entonces al dios japonés
a realizar una pirueta para evitar quedar desprotegido ante los golpes de su rival. El oriental rodeó a
Thor, aprovechando un nuevo ataque de este para tratar de ganar su espalda o, al menos,
sorprenderlo a fin de que este cometiese un error. El dios del trueno escandinavo respondió con un
gruñido, girando con una velocidad que desmentía su tamaño, Mjöllnir de nuevo intentando alcanzar
a Kone con un movimiento desesperado. Ahora sí, la deidad oriental usó su lanza para apartar el
martillo, creando un espacio entre él y Thor. Un giro rápido, sus pies danzando sobre el circo romano,
la hoja de la lanza reflejando el lejano rojo de las llamas que cubrían la ciudad eterna. Esta se hundió
en el costado del dios del trueno nórdico, quien dejó escapar un gruñido de dolor antes de apartarse
de forma torpe, blandiendo su martillo a fin de crear algo de espacio entre él y la lanza del japonés.
Kone no se permitió sonreír.
- Mierda –volvió a gruñir Thor, una sonrisa feroz asomando a sus labios, sus ojos todavía
relampagueando con furia a duras penas disimulada-. Ese ha sido un buen golpe. Voy a lamentar
tener que acabar contigo.
- Tu arrogancia es insultante –se limitó a contestar la deidad nipona, sus susurros suficientes para
obligar al dios del trueno nórdico a taparse los oídos-.
- Sé algo que tú no sabes, bastardo oriental –sonrió el escandinavo-.
Aji-Suki-Taka-Hi-Kone ladeó la cabeza.
Ignorando la lacerante herida de su costado, Thor hizo acopio de toda su fuerza, la tormenta que
había conquistado los cielos de Roma respondiendo a la llamada del señor del trueno con terribles
fulgores entre el humo y las sombras de los fuegos. Mjöllnir centelleó antes de que el gigante nórdico
lanzase un potente martillazo al suelo del coliseo haciendo que este se abriese bajo los pies de
ambos contendientes y lanzándolos al hipogeo, la zona subterránea bajo la arena donde los animales
salvajes y los esclavos aguardaban antes de ser llevados frente al populacho romano a fin de
proporcionales algunos minutos de salvaje y sangriento entretenimiento. Las entrañas del viejo
anfiteatro eran unas ruinas oscuras y laberínticas, la escasa luz que alcanzaba los subterráneos era
filtrada a través una densa nube de polvo y arena, haciendo aún más difícil la visibilidad. Ello no
suponía problema alguno para Kone, quien cerró los ojos, como tantas veces había hecho en sus
entrenamientos, y dejó que los apagados ecos y sonidos del lugar fuesen guiándole hasta encontrar a
su presa.
Un ruido a su izquierda le hizo volverse con rapidez, ojos abiertos y lanza en posición. La vieja pared
enfrente suyo saltó en pedazos, arrastrando al dios del trueno japonés con una explosión de cascotes
y antiguos ladrillos. Apartó de sí los restos de piedra y se incorporó de nuevo, en alerta. Otro fuerte
ruido a la derecha. Esta vez lo reconoció. Era un martillo golpeando las paredes. Aji-Suki-Taka-HiKone volvió a ser golpeado por una lluvia de piedras y grandes trozos de pared, uno de los cuales
alcanzó su rodilla antes de que tuviese tiempo de apartarla. La normalmente impávida expresión en
la cara del dios nipón fue cambiada de forma temporal por una de dolor. Se agachó un breve
momento, ojos cerrados para concentrarse en el ahora e ignorar el dolor. No podía permitirse un
solo momento de debilidad. Había subestimado al nórdico, considerándolo poco más que un bruto.
Unas piedrecillas se movieron frente suya. Abrió los ojos. Mjöllnir impactó en su barbilla, lanzando el
cuerpo de la deidad japonesa varios metros en el aire hasta chocar con fuerza contra una de las
paredes de hipogeo que todavía estaban en pie. Kone sacudió la cabeza, intentando que su cuerpo
volviese a responderle. Demasiado tarde, Thor se encontraba ya sobre él, el martillo listo para el
golpe final.
- No sé a dónde van los dioses cuando mueren –jadeó la deidad escandinava-, pero allí a donde
vayas, cuando te pregunten, diles que te manda el auténtico dios del trueno.
Aji-Suki-Taka-Hi-Kone abrió la boca y dejó escapar un grito. Del cielo llovieron rayos mientras, a su
alrededor, las paredes vibraron hasta estallar, cubriendo a ambos dioses con ladrillos y piedras. El
dios nórdico se desenterró con velocidad, apartando cascotes a golpes y buscando a su rival vencido
68
con la mirada. Apartó varios montones de piedras y hasta se permitió levantar una pared caída, a fin
de encontrar el cadáver de Kone. Thor cerró los ojos y se concentró, sintiendo la potente presencia
del otro dios del trueno alejándose del coliseo en dirección al sol naciente. El guerrero nórdico dejó
escapar un aullido de frustración.
- ¡Cobarde! –gritó Thor a la noche, que ardía a su alrededor junto al resto de la ciudad-. ¡Nos
encontraremos de nuevo, Kone!
Entonces se dio la vuelta y dejó que el antiguo poder del lugar le inundase; las incontables muertes
en la arena, la infinita sed de sangre en las gradas, un monumento eterno a las pasiones más bajas
del ser humano. Unas pasiones que no habían cambiado en dos mil años y que, aún bajo las luces del
mundo moderno, seguían siendo tan poderosas como entonces. Thor bebió del coliseo y dejó
escapar una risa atronadora, borracha de poder. El viejo Padre no tendría queja alguna con él.
Abandonó con paso lento el coliseo, el calor de las llamas que consumían la ciudad de Roma era casi
inaguantable, pero no era algo que le preocupase en esos momentos. En el horizonte Thor podía ver
al terrible gigante de fuego tornar una ciudad moderna en poco más que un desierto de cenizas y
vigas retorcidas. Sus mercenarios le rodearon, escoltando su paseo triunfal hasta un helicóptero
cercano. El dios del trueno ni siquiera se molestó en echar una última mirada a Roma antes de que la
aeronave se perdiese entre las columnas de humo en dirección a Suecia.
>conectar
Introducir Apodo o Crear
APODO: profeta47
CONTRASEÑA: ********
¡Bienvenido, profeta47!
Conexión iniciada en 25-04-2013 23:15:07
Última conexión: 20-04-2013 18:34:56
No has recibido ningún mensaje nuevo desde tu última conexión.
> entrar sala oráculos
> CONTRASEÑA: ***********
¡Contraseña incorrecta!
> yomiesvisible
¡Comando desconocido!
> entrar sala oráculos
>CONTRASEÑA: *************
Estás hablando en la sala Oráculos.
La sala es privada.
[fox]: Llegas tarde, profeta47.
[profeta47]: Estaba pegado al televisor. Es justo como os dije que ocurriría.
[olaffur]: Vete a la mierda, profeta.
[olaffur]: Tus “profecías” son de chiste y lo sabes. Te tomaré en serio cuando me adivines los
números de la lotería de mañana.
[rittinger1]: Hola, profeta47. ¿Has visto el vídeo?
[profeta47]: ¿Qué vídeo?
[fox]: Uno de los contactos del monje en Roma grabó algo en el Coliseo. Estoy todavía descargándolo
del FTP, voy a intentar colgarlo mañana en el blog.
[olaffur]: ¿Y no preferirías dárselo como exclusiva a la deliciosa Trisha Sellers? Oh, sí, nos hemos
enterado. Seguro que estaría encantada de… darte una recompensa.
[rittinger1]: Das auténtico asco, payaso. Profeta, ¿tienes el password del FTP, no?
[profeta47]: Sí, Rittinger, gracias. Por lo que he visto Roma es un caos. ¿Qué tiene de especial ese
vídeo? En YouTube hay cientos con el gigante de fuego y las bandas de mercenarios.
[fox]: En ese video sale el dios del trueno.
[olaffur]: No, no es él. Seguro que monje sacó eso de alguna película de acción china o algo. Los
efectos especiales son una cutrada.
[rittinger1]: Deja de trollear, olaffur. Es Thor. Al otro no le reconozco.
69
[olaffur]: Todos los aquí presentes sabéis perfectamente que el vídeo de Thor era aquel con el
maromo ario bailando techno en Alemania.
[profeta47]: ¿Alguien puede volver a banear a olaffur? Fox, continúa.
[fox]: Olaffur tiene razón, parece sacado de una película, pero os prometo que es auténtico. Y me fío
de Rittinger, ese tipo es Thor. Monje opina igual. Estoy imprimiendo algunas fotografías.
[rittinger1]: Tenemos que hacer algo. No voy a dejar que le hagan a otra ciudad lo que han hecho en
Roma.
[olaffur]: Para el carro, bonita, son dioses. Busca un agujero bien profundo, ponte una manta encima
de la cabeza y reza para que no se fijen en ti.
[profeta47]: ¿Pero estamos seguros de que son dioses?
[fox]: No, por el amor de Dios, los alienígenas de nuevo no.
[profeta47]: Bueno, o entidades interdimensionales.
[fox]: Ahórrate las conspiranoias y ponte a ver el vídeo, profeta.
[olaffur]: Yo te aconsejo que te olvides de esto y te pongas a ver algo de Jackie Chan. De veras,
chicos, es una suerte que ningún sirviente de los dioses se haya infiltrado todavía y le haya
comentado a sus jefes lo patéticos que somos. Si esta es “la última línea de defensa de la
humanidad” entonces estamos jodidos.
[rittinger1]: Cierra el pico, Olaffur.
[fox]: Cierra el pico, Olaffur.
[profeta47]: Cierra el pico, Olaffur.
[profeta47]: Por cierto, de un tiempo a esta parte he estado teniendo sueños bastante extraños.
[fox]: No. Basta. No.
[profeta47]: Algo se está moviendo en Europa del Este. Os dije en su día que la guerra iba a comenzar
y que la humanidad sufriría por ello. Ahora os digo: aún está por llegar lo peor.
[olaffur]: Así también hago yo profecías, no te jode. Déjame volver a repetirme: vete a la mierda,
profeta. Estamos jodidos.
[monje]: ¿Europa del este? He escuchado algo. Y por cierto, en ese video salen dos dioses del trueno.
Uno es Thor, el otro es Aji-Suki-Taka-Hi-Kone.
[rittinger1]: No sabía que estabas conectado, monje. Tenemos que hablar.
[fox]: No me digas que profeta por una vez está haciendo honor a su apodo.
[monje]: Alguien aparte de nosotros está prestando atención a lo que sucede tras las cortinas. No os
puedo ofrecer nada concreto todavía, pero
*** monje se ha desconectado
*** fox se ha desconectado
*** olaffur se ha desconectado
*** rittinger1 se ha desconectado
*** user92387 se ha desconectado
> ¿Qué?
¡La red no responde! ¡No hay conexión!
> Mierda
¡La red no responde! ¡No hay conexión!
> iopjksaodfas
¡La red no responde! ¡No hay conexión!
70
Empieza la Guerra III: El Concurso
por Marc Gómez
Pocas cosas existen en este mundo capaces de desviar la atención de un dios de sus asuntos. Y si ese
Dios es Loki, menos cosas existen todavía. Sin embargo, allí estaba él, sentado en su trono de piedra
esculpido en lo más alto del Shard Bridge de Londres oteando la capital inglesa desde la posición más
alta de la ciudad. No, no puede decirse que la humildad se contara entre sus virtudes, pero la vista
era estupenda.
Desde que abandonara Islandia, pocos días antes, se había propuesto desentrañar los motivos por los
que los Aesir volvían a campar a sus anchas por Midgard y más concretamente, las razones ocultas
tras la liberación de su propio cautiverio y lo que pudiera significar, fuera lo que fuera. Había hecho
de ello su prioridad ya que las cosas con sus hermanos no andaban muy claras y cualquier
información de la que dispusiese podía suponer la diferencia entre la continuidad de su libertad o la
vuelta a su confinamiento. Huelga decir que no tenía intención ni interés en que eso último
sucediera.
Pese a todo, sólo fue necesario poner un pie en Londres para que aquello cambiase por completo.
Ahora sus anteriores prioridades se le antojaban banales y superficiales en comparación a la única y
verdadera primacía: el pulso latente que resonaba en su interior como el repicar previo de los
tambores antes de la batalla.
Al principio lo sintió más como un presentimiento que como una verdadera fuerza, pero según fue
adentrándose en la ciudad aquel pálpito se intensificó exponencialmente, volviéndose cada vez más
evidente, más insistente, más… irresistible. Su existencia fue dominando paulatinamente sus
pensamientos hasta el punto en que no pudo pensar en otra cosa y lo que empezó como mera
curiosidad se convirtió en la obsesiva determinación por localizar su fuente.
Sus primeras pesquisas le revelaron un detalle un tanto desalentador. Aquella fuerza se encontraba
dispersa y todavía no se había revelado en su totalidad; era como una fruta verde que cuelga de un
árbol. Tal vez podía alcanzarla y comérsela pero resultaría ácida o amarga en comparación al sabor
dulce que adquiriría estando madura. Y para ello, estaba seguro, no faltaba mucho. Así que se
dispuso a aguardar como un buen granjero a que llegase el momento de la cosecha.
Dígase algo de Loki Hijo de Fárbauti: Era un dios paciente. No hay muchas cosas que puedan
aprenderse confinado durante siglos, pero la paciencia es definitivamente una de ellas. En su caso
paciencia y venganza venían de la mano. Cuando permaneces atado a tres monumentales losas con
las vísceras de uno de tus propios hijos como cuerdas y el constante goteo del veneno de una
serpiente en tu rostro como única compañía, la venganza te da algo en que pensar. Es innegable que
la crueldad más terrible es la que proviene de la propia familia.
Pero aquello, de momento, lo había recluido al pasado y lo recogería de nuevo a su debido tiempo.
Ahora lo importante era esperar y mientras esperaba, sintiendo hora tras hora como aquel poder iba
adquiriendo forma y concepto, se dedicó a observar la ciudad desde su aventajada posición sentado
en su trono como lo hubiera hecho un rey que contempla sus dominios. No es que nadie fuera a
verle ni a rendirle pleitesía, claro, pero la sensación le resultaba muy agradable. Y más aún, pues
mientras contemplaba Londres fue descubriendo patrones que definían su estructura y su alma, que
se repetían y entretejían dentro de otros patrones. Y, como no podía haber sido de otra forma
tratándose de Loki, su mente empezó a bullir como una forja recién encendida y a elucubrar planes
dentro de otros planes.
71
Según pudo ver, los londinenses se afanaban día tras día para dar sentido a sus exiguas e
insignificantes vidas, todos ellos convencidos de que en su propia e individual existencia recaía el
peso del centro mismo del universo. Al mismo tiempo, sin embargo, ansiaban la presencia de una
autoridad superior que les gobernara y les protegiera del caos existente más allá de aquella
estructura a la que llamaban civilización. Y tan terrible era aquella ansia que permitían que dicha
autoridad se desacreditara, errando una vez y otra en su papel de líder y pisándoles y
manipulándoles luego de las más diversas y creativas formas para enmendar sus errores. A pesar de
ello, nadie parecía hacer mucho al respecto.
En los Tiempos Antiguos de Midgard un jefe así se hubiera encontrado con un hacha atravesada en
su cráneo al mínimo despiste. Por eso a Loki le resultó desconcertante cómo podían aquellos
londinenses tenerse en tan alta estima para unas cosas y al mismo tiempo ningunearse tanto para
otras.
Entonces se topó con una idea que se le antojó bastante interesante. El descrédito de aquellos
líderes ineptos podía ser elevado a cotas desconocidas incluso en estos turbios tiempos, lo suficiente
para incitar cierta rebelión en el pueblo llano que cuestionara la legitimidad de sus autoridades. Y tal
vez hacerlos receptivos a un nuevo tipo de gobierno al mismo tiempo, uno libre de corrupción y de
los defectos y carencias típicas de los hombres mundanos; uno que pudiera restaurar la grandeza y la
riqueza de los tiempos pasados. Al fin y al cabo, ¿quién no aceptaría ser gobernado por un Dios?
Aquella línea de pensamiento le estaba resultando altamente satisfactoria pero algo la detuvo en
seco. Frunció el ceño y centró su atención en otra presencia que había aparecido en las cercanías,
extraña y poderosa en cierta forma, que nada tenía que ver con este lugar ni ningún otro que Loki
hubiera visitado antes.
***
Paso. Bastón. Tintineo. Su mente se concentraba en el rítmico avance e intentaba mantenerse ajena
a lo que le rodeaba. Primero un paso, luego el golpe sordo de su báculo Shakujō seguido del tintineo
de las anillas colgantes en su parte superior. Se concentraba en aquella sucesión como si fuera un
mantra que le impulsara a seguir adelante.
La urbe le había abrumado desde el primer instante, pero no agradablemente sino todo lo contrario.
Todo en aquel lugar se le antojaba terriblemente ajeno, incluso la pronunciación de su nombre:
Londres, la ciudad de la niebla y del pescado frito con patatas.
Mientras las gotas de lluvia mojaban su jingasa y sus plumas, y sus patas pisaban el frío suelo
asfaltado, cayó en la cuenta de que si alguno de aquellos humanos le viese, cosa que no ocurriría a
no ser que él lo deseara expresamente, probablemente reaccionaría de la misma manera. Era triste
pensarlo, pero se sentía muy lejos de su hogar. Allí al menos podía mostrarse y esperar un trato
respetuoso y honorable.
Batió ligeramente sus alas y se sacudió el agua de sus plumas negras mientras los transeúntes que le
rodeaban se sorprendían y buscaban en vano al coche responsable de tanta salpicadura. No era
momento de auto-compadecerse, había acudido a ese lugar por orden expresa del Gran O-Tengu y
contra eso no había réplica posible. Debía cumplir su misión y explorar los rincones desconocidos del
mundo como de seguro estaban haciendo sus hermanos diseminados por otros lugares igualmente
extraños y lejanos. Su honorable Señor les había advertido del advenimiento de una terrible guerra
en la que se verían comprometidos incluso los Grandes Kami, así que no podían permitirse dudas,
miedos o errores.
Se dispuso a seguir con su mantra de movimientos cuando lo sintió. Era un delicioso aroma que
destacaba por encima de los desagradables olores de Londres, incluso por el del pescado frito. Era
más bien dulce, le hizo pensar en el más delicioso de los manjares y sin darse cuenta sus pasos se
desviaron de su camino, atraídos inconscientemente por aquel efluvio. La rítmica y ordenada
sucesión de sus movimientos se convirtió en un desordenado correteo con el bastón en alza para no
enlentecer el ritmo, acompañado de unos graznidos semejantes a jadeos. Giró por varias calles hasta
alcanzar una plaza despejada de altos edificios y se dispuso a coger carrerilla para alzar el vuelo pero
72
antagónicamente se detuvo tan en seco que sus patas resbalaron por la superficie húmeda y a punto
estuvo de caerse.
Una figura había aparecido repentinamente en medio y permanecía inmóvil a varios metros de él. Su
apariencia recordaba a uno de esos caballeros ingleses, vestido con un abrigo oscuro y largo con el
cuello hacia arriba y con un sombrero alto demasiado anticuado para encuadrar bien en el conjunto.
La sonrisa que asomaba bajo sus largos mechones castaños no tenía nada de caballerosa, sin
embargo. Instintivamente el Tengu se puso en guardia; al parecer Londres tenía algo más que ofrecer
a parte de niebla y lluvia.
- Oh, vaya. Un hombre pájaro. -dijo el caballero al tiempo que su sonrisa se ensanchaba. El Tengu
parpadeo aparentando indiferencia ante tan ingenua definición de su persona. – Permíteme que me
presente: Soy Loki, Gigante por descendencia y Dios por derecho y ésta -dijo levantando los brazoses mi ciudad.
- Puedes quedarte tu ciudad, Dios-Gigante, no es eso lo que vengo buscando.
- Sé bien lo que vienes buscando, pero no permitiré que te lo lleves. Es mío. -enfatizó las dos últimas
palabras para no dejar duda al respecto.
El Tengu cerró sus ojos un instante, frunciendo el ceño si eso es posible en un pájaro.
- No. Todavía no lo es, todavía es libre, aunque ya esta listo para ser reclamado. -lo había sentido
fácilmente y aquello pareció molestar manifiestamente a Loki, que ya no sonreía. – No obstante no
espero que lo cedas sin presentar batalla.
La sonrisa volvió a los labios del dios nórdico.
- ¿Batalla? -preguntó.- ¿Tengo acaso aspecto de aguerrido luchador? Yo soy un dios civilizado, no me
tomes por un salvaje como mis hermanos!
El Tengu emitió unos extraños graznidos que Loki alcanzó a interpretar como carcajadas.
- Eres extraño. No había oído hablar nunca de dioses que no supieran luchar, ni siquiera sabía que
alguien incapaz de ello pudiera ser considerado un dios.
- Bueno, se me dan bien otro tipo de cosas. -respondió.Todo aquello no era más que una representación, por supuesto. Uno no llega a ser considerado Dios
entre los Aesir sin saber empuñar un arma, aunque a otros se les diera mucho mejor que a él. Pero la
llegada de aquella criatura a Londres justo en ese momento no podía ser una casualidad y no quería
arriesgarse a perder el dominio sobre aquel nuevo poder. Había otras formas de sacar partido de la
situación mucho más ventajosas que resolverla a golpe de espada. No, dejemos a Thor lo de propinar
golpes, a Loki se le daban mejor las palabras.
- Te propongo un reto, hombre-pájaro. -dijo entonces.- Un reto que te parecerá mucho más justo,
estoy seguro. No habría gloria en un simple combate contra mí, pero si te consideras alguien de
intelecto, te sugiero que esgrimas tu mente en lugar de ese extraño bastón en el que te sostienes.
El Tengu pensó sobre ello unos instantes. Combatir contra un semejante oponente sería igual que
luchar contra un niño o un anciano, fácil pero en ningún caso honorable. Además, como único de los
suyos en aquel recóndito y húmedo lugar, sus palabras y sus actos representarían a sus hermanos y
al Gran O-Tengu. No podía faltar a semejante responsabilidad. Entendió que seguirle el cuento ese
dios vulgar podía ser peligroso, pero dadas las circunstancias no vio otra salida y tampoco era que los
tengu fueran conocidos por ser indoctos precisamente. La astucia y la sabiduría eran rasgos de los
que no iban faltos gracias a sus entrenamientos y a las enseñanzas de su honorable Señor y Maestro,
entre las que se encontraba el arte de la precaución.
- ¿Qué tipo reto propones exactamente? -preguntó meditabundo.- Seguro que a estas alturas ya habrás percibido que aquello que anhelamos proviene de las gentes
de este lugar, de los objetos y los símbolos y la importancia y aliento que depositan en ellos.
- Sí, puedo adivinar la naturaleza de ese poder y hay verdad en lo que dices.
- Bien. Entonces seguro que también coincidirás conmigo en que no sería justo arrebatarles tal cosa
sin otorgarles algo a cambio, ¿cierto?
El Tengu entrecerró los ojos. De nuevo veía la verdad en sus palabras pero al mismo tiempo percibía
con sospecha la propuesta de su rival. Pese a todo, arrebatar aquel poder sin más a aquella gente,
por extraña que fuera, sería más típico de bandidos que de guías o maestros, tal y como eran
considerados los tengu. Asintió lentamente.
73
- Perfecto. Dado que estamos de acuerdo, te propongo que nos encontremos mañana y presentemos
a estas gentes un presente digno de ser intercambiado por el poder que late en Londres y que sean
ellos los que decidan quién de los dos es más merecedor del mismo. No es algo nuevo, me consta
que algo así ya se ha hecho con anterioridad.
- ¿A todos? -preguntó el Tengu intentando calcular en vano la cantidad de habitantes de la ciudad.Pero, ¿cómo?
- Dejalo en mis manos. -la sonrisa de Loki volvió a ensancharse siniestramente.
***
El show matinal de la BBC conocido como Coffee with Jeffrey era de los programas con mayor índice
de audiencia de la capital británica. Tal era así que a menudo se hacia referencia a su presentador,
Jeffrey Northman, como el Oprah blanco. Concretamente, el programa tenía una sección de debate y
entrevistas por la que había discurrido todo el famoseo británico y parte del norteamericano.
- Queridos telespectadores. -decía Northman mientras le hacían un primer plano- Hoy es un día
histórico que nuestra gran nación jamás olvidará. Por si acaban de unirse al programa, tenemos con
nosotros a dos invitados de una exclusividad totalmente insólita. ¡Por favor, den un fuerte aplauso al
Señor Loki, Dios de Asgard!
En ese momento la cámara fue apartándose para revelar el resto del plató. Northman se encontraba
sentado en su sofá de los debates mientras que en el sofá de su izquierda se sentaba Loki, vistiendo
su abrigo inglés y su alto sombrero, luciendo la más encantadora de las sonrisas.
- Sea bienvenido a este programa, Señor Loki. -continuó Northman cuando se apagaron los aplausos.- Gracias, Jeff, es para mi un placer estar aquí hoy.
- Y este… caballero que tengo a mi derecha es… -centró su vista en una tarjeta que sujetaba entre sus
manos.-… por favor discúlpeme si no lo pronunció bien, ¿Kurasu Tengu-san?
- Así es. -contestó el hombre-pájaro al tiempo que un clamor de asombro arrancaba entre el público
al escucharle hablar.- Demos un fuerte aplauso a nuestro invitado el Señor Kurasu Tengu-san! -al tengu le pasó por la
cabeza comentarle que referirse a alguien con el título de Señor y san era redundante, pero descartó
la idea.- Nunca ha acontecido antes nada como esto en la historia de la televisión, y lo están viendo
en directo aquí, en Coffee with Jeffrey, el programa donde también se hace historia. Nuestros
invitados han pedido venir hoy a nuestro plató para anunciar al pueblo británico una insólita
iniciativa, la cual se hará efectiva en cuarenta y ocho horas ante el mismísimo Big Ben. Ahora
pasaremos unos minutos a publicidad pero si quieren saber de qué se trata, ¡no cambien de canal!
74
Empieza la Guerra III: El Concurso II
por Marcus Gómez
Londres había hervido como nunca durante los dos últimos días. La emisión del programa matinal se
había convertido en uno de los vídeos de Youtube más visitados de la historia y no quedaba ni un
solo habitante en todo el país que no estuviera al tanto de los recientes acontecimientos. Siendo así,
en la mañana del día señalado, la marabunta británica empezó a concentrarse en los alrededores del
Big Ben, colapsando por completo las calles y obligando a las autoridades locales a distribuir
prácticamente la totalidad de sus efectivos por la zona.
En la base misma del emblemático reloj se había dispuesto un escenario cuya apariencia recordaba a
un plató televisivo en el que fuera a desarrollarse un debate político. A su alrededor, varios técnicos
de sonidos instalaban enormes altavoces mientras un cuantioso grupo de seguridad mantenía una
línea de defensa contra los alterados seguidores que blandían carteles y gritaban como las groupies
de un concierto.
Loki lo observaba desde su trono en lo alto del Shard Bridge con una sonrisa en los labios. Todo
estaba aconteciendo como había previsto. Los hechos se sucedían uno tras otro como notas
musicales en un pentagrama en el que había escrito su extraordinario plan. El momento culmen se
acercaba y le tocaba a él interpretar el solo.
Entretanto, Tengu se había mezclado entre el gentío manteniendo su presencia invisible a ojos
humanos e intentaba identificar y entender la fuerza que movía a semejante turba. Se comportaban
como si hubieran perdido cualquier resquicio de sentido civilizado, enfervorizados por la repercusión
de los acontecimientos que estaban a punto de suceder. Desde que había llegado a Londres todo le
resultaba extraño y confuso y ante aquella situación no podía más que dejarse guiar por su instinto. Y
su instinto le advertía de que no confiase en aquel dios nórdico, por ese motivo decidió permanecer
oculto y esperar a que su contrincante moviera ficha y revelase la verdad de sus intenciones, como si
estuvieran jugando una partida de shōgi.
Llegado el momento, el presentador televisivo cuya fama se había propulsado hacia la cima gracias al
programa emitido dos días antes, subió al escenario acompañado por el griterío y los aplausos de la
masa. Les observó sonriente, sintiendo como el corazón le palpitaba con fuerza embriagado por el
éxito. Todo estaba sucediendo como Loki le había prometido. Su caché se había disparado y varios de
los dirigentes más importantes de los medios de comunicación se peleaban por contratarle. Pronto
se convertiría en una de las personas más influyentes del país.
Los realizadores le informaron por el comunicador que llevaba en la oreja de que todo estaba listo.
Decenas de cámaras enfocaban el escenario desde todos los ángulos posibles retransmitiendo para
todas las cadenas del país y varias internacionales e incluso se había programado una intervención
del primer ministro para dar la bienvenida a aquellos seres de leyenda.
“¡Buenos días Inglaterra!”
La gente respondió a gritos con entusiasmo.
“Esta mañana queridos conciudadanos haremos historia. Lo que hoy suceda aquí cambiará la vida de
muchos y será inmortalizado a través de los años venideros como un punto crucial en la historia de
nuestra amada nación. Tenemos con nosotros a un invitado muy singular, un auténtico Dios del
pasado que ha venido a bendecirnos con su presencia. Demos una cálida bienvenida al todopoderoso
Loki de Asgard!”
La multitud empezó a chillar de nuevo. En ese momento una figura descendió de los cielos flotando
grácilmente: un titán ungido en una resplandeciente armadura de la que manaban destellos dorados.
75
Cubría su cabeza con un imponente casco del que surgían dos largos cuernos curvos apuntados hacia
el cielo y de su espalda caía una larga capa oscura que ondeaba con el viento.
Tocó el suelo junto a Jeffrey Northman como si acabara de bajar un escalón en lugar de caer desde
las alturas y observó a la multitud que aclamaba su nombre con una carismática sonrisa de perfectos
dientes blancos. Le sacaba dos cabezas al presentador y su presencia era tan imponente que nadie se
hubiera atrevido a negar la divinidad de su condición. En ese instante sopló un fuerte aire sobre el
escenario y su capa ondeó con fuerza revelando la bandera de Inglaterra que teñía su lado interior.
Hubo ataques de histeria, desmayos y lloros por doquier y las fuerzas de seguridad se vieron
abrumadas por la reacción del público ante semejante despliegue patriótico.
Dígase algo de Loki Hijo de Fárbauti: Sabía cómo hacer una entrada.
“Pueblo de Londres, me alegra que hayáis podido venir hoy.” -dijo, y su voz retumbó con fuerza
inhumana pese a no usar micro- “Hace dos días me presenté ante vosotros portando una promesa
que a muchos os habrá parecido extraña, la promesa de un regalo. Primero debo confesaros que
hace tiempo que me encuentro en Londres, oculto entre vosotros observando vuestras vidas,
vuestras costumbres y vuestra cultura. Pero sobretodo, observando a vuestros dirigentes. Primer
Ministro, ¡suba al escenario si es tan amable!”
Pasó más de un minuto antes de que la figura del primer ministro apareciera desde detrás del
escenario con una sonrisa petrificada en el rostro. Realización le comunicó a Northman de que
aquello no había sido programado y que debería intervenir en caso de que algo no saliera como es
debido. “Buenos días Señor Loki. -empezó el jefe del gobierno británico- Es para mí un honor darle
la...”
“Le agradezco sus palabras Primer Ministro pero no es a mí a quien debe dirigirlas.” -interrumpió
Loki- “Le he pedido que subiera para que pudiera contemplar el rostro de Londres.” -señaló a la
multitud agolpada cuya extensión se perdía entre los edificios colindantes- “Quiero que les cuente a
sus ciudadanos, aquellos que le eligieron democráticamente y que están aquí presentes, por qué está
su gobierno atendiendo las demandas del comité administrativo de las principales bancas, las
compañías energéticas y las explotadoras petrolíferas, cuando ello conlleva incumplir reiteradamente
sus promesas electorales e irrumpir en drásticas medidas que socavan la seguridad de su pueblo.”
La multitud calló de golpe y el silencio consecutivo fue como el caer de una enorme losa de piedra
sobre todos los espectadores. La sonrisa del líder británico se desvaneció como había hecho el
griterío y el pinganillo de Northman empezó a zumbar con urgencia para que interviniera de
inmediato. Él lo ignoró.
“¿Cómo dice?” -respondió el inquilino del número diez de Downing Street.
“Quiero que dé explicaciones Señor Primer Ministro sobre lo que he dicho y sobre todos los casos de
corrupción que empañan su gobierno sin que ni uno solo de sus miembros haya sido juzgado por
ellos.”
Loki chasqueó los dedos y en el escenario aparecieron montañas de papeles y discos duros apilados
en columnas.
“¡Documentos, certificados, contratos, transacciones!” -siguió- “¡Todos ellos ilegales de una forma u
otra, todos reflejos de los actos corruptos de su gobierno decadente! ¡Usted y los suyos creían que
podían ocultarlo a su pueblo pero no pueden ocultarlo a un Dios! Todos y cada uno de los ciudadanos
de esta noble nación acaba de recibir en sus correos electrónicos un detalle de todos sus actos
ilícitos, incluyendo violaciones de la ley de otra índole, como comportamientos sexuales amorales,
financiación con fondos públicos a dictaduras fundamentalistas e incluso asesinato.”
El primer Ministro había palidecido de golpe e intentaba cortar a su interlocutor pero su voz apenas
era audible ante el vozarrón que salía de los labios del Dios. Miró a un lado y a otro en busca de
soporte y finalmente abandonó con prisas el escenario.
Millones de personas estaban siendo testigos de ese evento, ya fuera de forma presencial o a través
de la televisión. Varias cadenas habían suspendido en ese momento su emisión por orden política
pero los medios independientes la mantenían a través de internet. En ese instante la red fue
saturada por un envío masivo de datos a cada uno de los correos electrónicos registrados en el Reino
Unido. Los móviles y las tabletas de los asistentes al evento empezaron a sonar como locos en un
76
coro digital que acalló los ruidos de la ciudad mientras sus tarjetas de memoria eran colapsadas con
la oleada de datos que fluía imparable como una tempestad.
“Escuchadme, pueblo de Inglaterra.” -siguió Loki- “Después de observaros tan detenidamente me
rompe el corazón y me entristece sobremanera que un pueblo tan noble, tan loable y grandioso
como es el vuestro esté siendo gobernado por semejantes alimañas. Todo vuestro sistema esta
corrupto, no es sólo el gobierno de los conservadores. También los liberales son culpables e incluso la
cámara de los lores ha sido manchada por la avaricia y la perversión. Por no hablar de los bancos que
son el fruto de toda esta podredumbre deshonesta que infecta a vuestra nación. Yo no miento, no
tengo por qué hacerlo pues al fin y al cabo soy un dios y como tal no podía quedarme de brazos
cruzados ante esta injusticia. En vuestras manos están las pruebas que secundan mis palabras. Este
es mi regalo, el regalo de Odin y de los dioses de Asgard.”
Northman observaba el devenir de los hechos con absoluto terror. No por la naturaleza de lo que se
acababa de descubrir, lo cual, como se describiría posteriormente, relegaba el caso de wikileaks al
calificativo de broma pesada, sino por el poder que Loki acababa de demostrar. En sólo cuarenta y
ocho horas había orquestado la mayor operación política jamás contemplada y la había secundado
con pruebas que llevaban ocultas largo tiempo mediante una red de sobornos y mentiras de
complejidad insondable. No es que todas esas pruebas fueran ciertas, claro, pero eso primero
debería demostrarse.
El Tengu llevaba varios minutos con el ceño fruncido (si eso es posible en un hombre-pájaro) y sentía
como la irá iba creciendo en el interior de su pecho emplumado. Aunque no comprendía muy bien
cómo funcionaba toda aquella tecnología, sabía perfectamente lo que acababa de ocurrir. Con un
pequeño discurso de apenas unos minutos aquel nórdico fantoche había desacreditado toda la
estructura de poder que reglaba la nación y había puesto en entredicho la operatividad de cada uno
de sus pilares. Ya sabía cuál era el objetivo de su rival y no iba a permitir que se saliera con la suya sin
presentar batalla. Levantó su Shakujō y golpeó con fuerza el suelo con su extremo inferior haciendo
tintinear las anillas de las que emergió un retumbar ensordecedor que hizo que todo temblara un
instante. La multitud se apartó de él con prisas al advertir repentinamente su presencia al tiempo
que él extendía sus alas y alcanzaba el escenario de un solo salto.
El silencio fue roto por los aplausos de unos y los abucheos de otros pero en el escenario todo el
mundo observaba al Tengu en silencio, conteniendo la emoción por ver qué nuevas traería su
llegada. La expresión de Loki no disimulaba su disgusto.
“Tus palabras suenan muy bien pero su verdadero significado traiciona tu honradez y tu altruismo. empezó el hombre-pájaro- Tal y como actuaron otros líderes del pasado, pretendes minar la
confianza de este pueblo en los estamentos que lo definen hasta el punto de que acepten tu
autoridad y la de los tuyos como única salvación posible a la crisis que su nación está sufriendo.”
Loki mantuvo su expresión impasible, las piezas estaban dispuestas sobre el tablero y no podía
permitirse ningún error.
“¿Tan terrible sería? -contestó- “Yo soy un Dios y estoy por encima de las mundanas necesidades de
los hombres. Soy todopoderoso así que no hay poder que pueda tentarme ni corromperme. Mi
naturaleza garantiza la impecabilidad de mis actos y de mis decisiones y la pureza de mi impoluta
consciencia.”
Se acercó al linde del escenario y se arrodilló para acercarse al público. Miró directamente a las
cámaras de los móviles que le estaban grabando. “Con la sabiduría de mi padre Odin, Inglaterra
renacería, erigiéndose como una nación nueva y poderosa.” -levantó un puño delante de su rostroCon el coraje y la fuerza de Thor, Inglaterra vencería a la crisis y acabaría con aquellos que manchan
el buen nombre de esta nación. No hablo de volver a glorias pasadas, hablo de una edad de oro
jamás vista donde los buenos ciudadanos de este país no conocerían la miseria, la enfermedad o el
hambre. Donde cada inglés tendría un trabajo y un hogar para su familia. ¡Donde sus hijos irían al
colegio y a la universidad sin preocuparse de nada más que de estudiar y establecerse para
engrandecer a su nación!”
El público empezó a gritar de júbilo. Entre sus filas se desataron sollozos y un retumbar que clamaba
el nombre de los dioses nórdicos. El Tengu apuntó a Loki con su Shakujō y sus plumas se erizaron
indignado como estaba por aquellas palabras.
77
“¡Siempre bajo tu mando!” -gritó imponiéndose por encima del bullicio de la masa inglesa“¡Demasiado se parece tu discurso a otros que llevaron a su nación a la desgracia bajo sus puños de
hierro! Bastante ha sufrido este mundo ya con dictadores ávidos de poder cuyo gobierno ha
derramado la sangre de millones de inocentes, no hay necesidad de ninguno más. ¿Quieres que
Inglaterra conozca una edad de oro? Entonces enseña a los ingleses a escoger a sus gobernantes con
sabiduría y enseña a esos dirigentes a gobernar con honor y justicia, pero no les impongas tu eterno
mandato. ¿O has olvidado mencionar que tu condición divina también te otorga la inmortalidad?
¿Vas a gobernar a este pueblo hasta el fin de los tiempos? ¿Va a vivir esta gente bajo tu yugo
eternamente?”
El Tengu calló y observó como Loki hacía acopio de toda su voluntad para controlar su ira. Podía
escuchar desde donde estaba el rechinar de sus dientes blancos y perfectos. Se dirigió entonces al
público como hiciera antes su rival.
“Ingleses, sé que os parezco extraño y ajeno, al igual que vosotros me parecéis extraños a mí. Pero
creo estar en lo cierto cuando os digo que debéis ser libres para gobernaros a vosotros mismos y que
si cometéis errores debéis aprender de ellos, corregirlos y seguir adelante. Mi regalo es, como
siempre ha sido entre los míos y los humanos, el consejo y la sabiduría adquirida a lo largo de los
siglos para enseñaros y ayudaros en vuestras dificultades. Soy un Tengu y en mi tierra los hombres
me llaman Maestro.” -dicho esto hizo una profunda reverencia.
No hizo falta celebrar unas votaciones para averiguar cuál de los dos regalos había convencido a los
ingleses. Ambos podían sentirlo claramente y así se manifestó la voluntad de aquel pueblo al
aparecer el punto de poder sobre la cabeza del hombre-pájaro. Los humanos no podían verlo pero a
ojos de los dos seres legendarios brillaba con la intensidad de un Sol.
Ensimismado como estaba ante su visión, el Tengu apenas pudo reaccionar ante el ataque del dios
nórdico. No es que se sorprendiera, pues ya había sospechado que llegado el momento Loki no
mantendría su palabra e intentaría hacerse con la fe de aquella nación a cualquier precio. Detuvo el
embate con su bastón y al contacto con el hierro de la espada que blandía su contrincante el
escenario se llenó de centellas y luces. Las armas salieron disparadas, los focos reventaron con un
estridente ruido así como todo el equipo audiovisual que fue víctima de una súbita sobrecarga
eléctrica salpicando el entorno con llamas y chispazos.
La marabunta entró en pánico y empezó a abandonar el lugar entre gritos y empujones. No
mostraron piedad para con aquellos que se veían arrastrados por su fuerza y varias víctimas
murieron asfixiadas por la marea. Entretanto, los dos seres míticos seguían con su combate sobre el
escenario sembrando la destrucción a su paso.
Loki no daba cuartel, atacaba con la fuerza que le otorgaba su ira desatada y estaba resultando un
rival más diestro de lo que el Tengu había previsto. Golpeaba incansable pecho, cabeza y brazos,
nada podía hacer el hombre-cuervo contra el dios. Finalmente el emplumado ser perdió pie y cayó al
suelo, Loki continuo con sus golpes magullando todo el cuerpo del Karasu Tengu evitando siempre
lastimar las alas. El final estaba cerca, apenas podía mantener la conciencia, cerró los ojos esperando
el golpe de gracia. Nunca llego. Abrió los ojos de nuevo para ver la figura del dios nórdico en pie
junto a él.
-Espero que esas alas te permitan volar, coge el poder del pueblo de Londres y huye.- Ya no
quedaban testigos en la calle, todo el mundo había huido aterrado.- Puede que un día te pida algo a
cambio por esto, ahora huye y recuerda que le debes la vida a Loki.
El Tengu no se lo pensó dos veces, extendió sus alas y se alejó lo más rápido que pudo, no entendía
nada, pero en ese momento solo le preocupaba poner distancia entre él y el dios del engaño.
78
Empieza la Guerra IV: Triada
por LaAnjanaBrenna
Oslo, Marzo de 2013.
Se despertó con sudores y taquicardias. Desde que había
regresado las pesadillas habían vuelto a ser grotescas y
virulentas. En los últimos días no recordaba haber descansado y
su mal humor se hacía evidente para los que le rodeaban. Le
asfixiaba la idea de que todo aquel renacer tan solo fuese un
camino hacia la muerte y ya estaba cansado de evadir su destino.
Quizás fuese una buena idea el dejarse ir hacia la profecía.
Los últimos sueños tenían extrañamente el mismo contenido.
Unos enormes moluscos de cáscara blanca emergían del mar y se
aposentaban en la tierra tomando la forma de un moderno
edificio de cuyo interior brotaba la cautivadora música de alguna
variedad de tambor metalizado. El son de la danza guerrera le
atraía y decidía descubrir el lugar del cual procedía. Justo antes de
alcanzar la puerta sentía la presión de una enorme sombra sobre
él. La sensación de que alguien apretaba hasta hacer estallar su
corazón la hacía despertar.
El mal humor y la sensación de debilidad, en otros tiempos le hacían salir hacia el patio del Breidablik
a entrenar con furia evitando tener que dar explicaciones, pasando día y noche inmersa en
choques de hachas y golpes secos de espadas. Cuando el cuerpo estaba tan cansado que ni la cabeza
funcionaba, volvía sudoroso y relajado a los brazos de su esposa, aunque el temor a dormir le
acompañaba día y noche.
Aún no había salió el sol, pero daba igual, tenía que sacarse de encima aquella sensación de
impotencia. Así que se levantó de la cama y se fue directo a dar golpes a un saco que días atrás había
colgado de una de las vigas del techo. Sus puños chocaban con la inerte víctima, la cual se
balanceaba propinándole algún que otro golpe. Si se concentraba en esquivarla, la cabeza dejaba de
pensar en la sombra y en aquella absurda quimera.
Cuando Frig entró en la estancia, Baldur ni tan siquiera reparó en su presencia. Fueron sus palabras
las que le sacaron del frenesí. Miró a su madre con los ojos desorbitados y Ella supo que a su amado
hijo le rondaban de nuevo las pesadillas.
- He decidido enfrentarme a mi destino, madre – dijo mientras se secaba el sudor que caía por su
hermoso rostro – Llevo días teniendo el mismo sueño y sé que tiene que ver con el hecho de que
hayamos vuelto. Se acerca una batalla
Desde luego que nada en este mundo apenaría más a Frigg que la muerte de uno de sus hijos, pero
sabía que Bald tenía razón. La hora había llegado.
- Se que ves el futuro. Madre dime lo que me depara – La voz de Baldur estaba llena de amargura.
- Los designios de Orlog no me han sido revelados.
Santuario de Ise. Marzo 2013
Decididamente, caminar no era lo suyo y ya estaba pensando en utilizar otras vías más rápidas
cuando recordó el acuerdo que habían tomado tiempo atrás de no llamar excesivamente la
atención. ¡Como si no llamar la atención le fuese algo posible!
Las carnes que rebosaban del Mawashi temblaban a cada paso. Los practicantes del Shinto que
fieles a la tradición del o-ise-mairi visitaban el Santuario se apartaban a su paso haciéndole sutiles
reverencias, posiblemente le confundiesen con un luchador de sumo o tal vez reconociesen al
Zouka-Sanshin.
Takami Musubi, recorría a paso lento los escasos metros que le separaban del Santuario Naiku y
allí esperaba encontrarla a Ella. Llevaba días buscando el encuentro pero parecía que Amaterasu
79
estaba muy ocupada, no la culpaba por ello, todos lo estaban en esos tiempos inciertos. Pero era su
función la protección de los japoneses, de sus hijos y esta vez el peligro no se encontraba físicamente
en Japón, aún así tenían que acudir. Era una Revelación Divina tan real como que habían vuelto a
estar junto a su prole. No había tiempo que perder.
Pasó bajo el Torii, sobre cual dos petirrojos se acicalaban las alas, pisando suelo sagrado.
- ¡Amaterasu! ¡Amaterasu! , sé qué estás ahí, no me hagas esperar demasiado, sabes que la
paciencia no es la mejor de mis virtudes – el vozarrón de Musubi resonó entre las paredes del
templo.
La luz que iluminó su aparición fue cálida como los rayos solares. Por un momento Takami tuvo que
apartar la vista de la brillante figura que se definía frente a El. Su rostro parecía por momentos
molesto, quizás por haber sido interrumpida en su reposo.
- ¡Habla, Takami musubi no kami! , parece ser que en esta tierra el descanso no me es permitido –
mostraba cierto deje irónico en su forma de hablar.
- Ha llegado mi hora, el próximo seré yo, es lo justo.
- ¿Donde irás?
-Australia es mi destino. Combatiré con honor por la prosperidad de Japón.
Sydney. Marzo 2013
Narell, sentada en la butaca de la quinta fila de asientos de la sala Drama Theatre del Sydney opera
House. Hacía días se había hecho con una de las últimas entradas para el Message Sticks Festival.
“Wantok: SING SING” Un viaje épico que sigue los trazos de la canción de los pueblos indígenas de
Oceanía. En una exuberante fusión de música y danza. Así rezaba el panfleto con el que se abanicaba
distraída, mientras esperaba que la función comenzase.
No podía evitar pensar en cuanto le hubiese gustado que su padre pudiera acompañarla. El, que
tanto se jactaba de su naturaleza Aborigen y que tantas noches le había cantado canciones en su
lengua madre. Pero el destino había querido que su padre enfermase días atrás y que el ticket que
había comprado para él, tuviese que revenderlo casi a mitad de precio al hombre que ahora se
sentaba a su lado.
Sin duda alguna era extranjero, su acento y las extrañas ropas que vestía lo delataban. Se trababa
de un hombre bien dotado de bíceps, tríceps y todos los “iceps” más que estuviesen repartidos por
sus musculosos brazos. Su rostro era hermoso.
Cuando sus ojos se encontraron al iniciar la venta, Narell no pudo sostener la luz de aquella mirada y
aún ahora, evitaba que volviese a suceder, recordando cómo se había ruborizado.
Las luces se apagaron. Una voz metalizada dio la bienvenida al público y tras ello un temblor que
sacudió a todos de sus sillas. Sobre el escenario un enorme oriental les observaba con cara de pocos
amigos.
Narell pensó en buscar refugio en el extraño hombre que se sentaba a su lado, pero cuando se quiso
da cuenta éste, se encontraba frente al orondo ser que había a aterrorizado a los cientos de
personas que abarrotaban el teatro.
Se miraron…Sabían que no había marcha a tras.
80
Empieza la Guerra IV: Triada
por LaAnjanaBrenna
Mientras el público corría hacia la salida, Narell se quedó
paralizada en el asiento observando el extraño espectáculo que se
desarrollaba en el teatro. La acústica del mismo permitía que lo
que allí se hablaba se pudiera escuchar desde la fila donde se
encontraba la muchacha.
El Hombre oriental elevó sus manos con las palmas hacia arriba,
Narell dudo de si iba a utilizarlas para aplastar como quien
aplasta una hormiga a su adversario. Estaba pensando que así
sería, cuando las tablas del suelo del escenario comenzaron a
ceder, elevándose empujadas por lo que parecía una enorme
corriente de aire. De donde salía dicha corriente era algo que
Narell no podía comprender. Era como si aquel gordo hubiese
invocado al mismísimo viento.
Baldur combatía contra aquel torbellino de madera, blandiendo el hacha con inusual celeridad. Las
maderas eran reducidas a cientos de astillas que saltaban hacia el propio Takami Musubi quien
debiendo evitar que se le clavasen como aguijones molestos y dolorosos si llegaban a los ojos,
perdió toda concentración sobre su invocación.
El viento cesó, las maderas cayeron al suelo y el Nórdico se lanzó con furia hacia su atacante. Era
conocedor de las cualidades que le podían llevar al éxito en el combate. Velocidad y Resistencia. El
japonés podría ser más fuerte y conocer el manejo de los elementos, pero parecía un ser lento y
perezoso. Si conseguía dañar sus extremidades era posible que se desmoronase.
Musubi no esperaba la rápida respuesta de su contrincante. Cuando se quiso dar cuenta le tenía
demasiada cerca del cuerpo con aquel filo reluciente amenazando con clavarse en el costado de su
muslo. Alzó la pierna con la celeridad de un paquidermo y el arma del Hijo de Odín quedó clavada en
el flanco derecho a la altura de la cadera.
Baldur observó a Takami, no podía creer que estuviese en pie. Su arma solía ser letal allá donde
desgarraba músculo y hueso. Cuando hubo sacado el metal se dio cuenta de que no había restos
óseos. Con tanta carne alrededor no había llegado al hueso.
El teatro se había quedado vacío, desde fuera llegaba el murmullo de agitación y pánico que se había
desatado. Tan solo tres figuras eran mudas espectadoras del encuentro. Dos de ellas se miraban de
reojo con la tensión latente en sus rostros. En la butaca Narell no perdía de vista a ambos guerreros,
por una parte horrorizada, por otra sintiendo que algo grande estaba ocurriendo frente a Ella.
El grito del japonés sobrecogió a todos. Parecía realmente enfadado. Con una mano cubría la herida
dando muestras de dolor, con la otra se había apropiado de una gruesa vara de madera que agitaba
de forma amenazante ante Baldur. Este agachaba y enderezaba su cuerpo intentando evitar los
golpes. No todos fueron evitables y los músculos doloridos comenzaron cansarse.
El Dios Nórdico lanzó su último ataque. Saltando sobre la estaca de madera, hacha en mano asestó
un certero golpe en la pierna herida del Dios invocador. Cuando Musubi cayó sobre el escenario un
golpe seco pareció estremecer al mundo. Los Nórdicos habían ganado.
81

Documentos relacionados