othón, épica voz de la montaña
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othón, épica voz de la montaña
OTHÓN, ÉPICA VOZ DE LA MONTAÑA. TARSICIO HERRERA ZAPIÉN BIBLIOTECA OTHONIANA —4 OTHÓN, ÉPICA VOZ DE LA MONTAÑA. TARSICIO HERRERA ZAPIÉN GOBIERNO DEL ESTADO DE SAN LUIS POTOSÍ EDITORIAL PONCIANO ARRIAGA BIBLIOTECA OTHONIANA —4 OTHÓN, ÉPICA VOZ DE LA MONTAÑA. OTHÓN, ÉPICA VOZ DE LA MONTAÑA. ~ Ensayo estilístico ~ Sus estrofas majestuosas ~ Sus fuentes clásicas latinas ~ Sus fuentes barrocas ~ TARSICIO HERRERA ZAPIÉN México, 2010 Fernando Toranzo Fernández Gobernador Constitucional del Estado Fernando Carrillo Jiménez Secretario de Cultura Armando Herrera Silva Director General de Desarrollo Cultural José Armando Adame Domínguez Dirección de Publicaciones y Literatura Primera edición, 2010 D.R. © 2010 Tarsicio Herrera Zapién D.R. © 2010 Gobierno del Estado de San Luis Potosí Secretaría de Cultura Dirección de Publicaciones y Literatura Editorial Ponciano Arriaga Vallejo Núm. 300 Barrio de San Miguelito / C.P. 78330 Tel: (01 444) 814 07 58 e-mail: [email protected] Impreso y hecho en México Printed and made in México A mi esposa y a mis tres hijas, a mis tres yernos y a mis cuatro nietos. PREÁMBULO ... tienes para tus penas un amigo, en ese fuego salvador abrigo y un inmenso palacio: la montaña. Psalmo del fuego, M.J. Othón ¿Cómo pudo Manuel José Othón capturar la desafiante majestad de los bosques tropicales y estar presente en los momentos más gloriosos de la vida de las selvas y los valles, de los abismos y las cumbres? Ello se debió ante todo a su amor hacia la poesía, por el cual no podía presenciar un momento memorable de la inmensa vida silvestre sin lanzarse a expresar sus emociones en rotundos sonetos y en magníficas estrofas. Se debió, además, a que nunca encontró una profesión satisfactoria en la cual pudiera obtener 9 ingresos suficientes para poder vivir desahogado al lado de su amada esposa. Así que la parte más significativa de la vida del poeta que nació y murió en San Luis Potosí, eran las horas más felices de cada jornada, aquellas en que tomaba su rifle al amanecer y salía al campo a practicar su deporte favorito: la caza. A veces regresaba sin piezas de cacería en la mochila, pero con memorables estrofas en la fantasía. El poeta Armando Adame anota que llegaba a poner en riesgo su precaria salud ante los rigores del clima a la intemperie.1 Todavía a fines del siglo XIX, lo que el estudioso conocía de Manuel José Othón eran sus grandes poemas y románticas leyendas, y se pasmaba de sus desarrollos emotivos y de sus desenlaces impactantes. Tales eran los contenidos de poemas othonianos como Los amores de la tierra y La loca de las olas, de 1880, y hasta de su Cristóbal Colón, de 1876. Mas poco a poco el poeta se va trasladando hacia los austeros prados y las serenas estrofas del 1 Adame, Armando, M.J. Othón. En el desierto. Idilio salvaje. San Luis Potosí, 2006. Introducción, p.4. 10 modernismo. Así, sus vivencias líricas se volverán más mesuradas. Sus producciones, de tres o seis sonetos cada una, mostrarán un estado de ánimo sereno y sonriente. Así sucederá en páginas como el soneto titulado A Augusto Comte, o como en las décimas A Cervantes, todo ello publicado en Nuevas poesías de 1883. Pero, de pronto, el lector se topa con un Othón renovado: el del volumen Poemas rústicos, de 1902. Allí surgen revelaciones como el Himno de los bosques, de 1891 y, páginas después, la Noche rústica de Walpurgis, de 1897, y el Psalmo del fuego, de los mismos años. Es entonces cuando se vuelve a encontrar el lector con el narrador poderoso y fulgurante que gusta de entreverar sus visiones líricas con sus actitudes dramáticas. Y así, encontramos a un Manuel José Othón que ya es modernista en lo atildado de sus imágenes líricas, pero que todavía recuerda sus juventudes de dramaturgo y de narrador de leyendas en obras como su culminante En el desierto. Idilio salvaje, de 1904. 11 Todo ello aparece al fin sabiamente coleccionado en el libro Poesía(s) completa(s) de Manuel José Othón, por obra de don Joaquín Antonio Peñalosa, en 1974.2 Y así encontramos a un Manuel José Othón que ya es modernista en lo relevante de sus imágenes líricas, pero que todavía recuerda sus juventudes de dramaturgo y de narrador de leyendas. Por eso Othón, el cantor de las montañas y de los desiertos, resuena a nuestros oídos con una voz lírica pero también marcadamente épica. Porque sus ciclos poéticos tienen una actitud heroica y un mensaje poderoso. Ellos son los que lo han inmortalizado. DE LAS SOMBRAS A LA INMORTALIDAD Porque ha resultado que Othón se catalogaba a sí mismo como un oscuro cantor de los campos, pero las generaciones sucesivas lo han exaltado. Así, Othón cierra su Noche rústica de Walpurgis en Manuel José Othón, Poesía(s) completa(s), recopilación, prólogo y notas de Joaquín Antonio Peñalosa. México, Editorial Jus, 1974. Es un significativo volumen de 512 páginas. Luego, el propio investigador reunió toda la producción del egregio potosino en M.J. Othón,Obras completas, Fondo de Cultura Económica, dos volúmenes, 1997. 2 12 1897 cantándole a José Peón y Contreras, objeto de su dedicatoria, quien era dramaturgo, médico y senador: Tú al teatro, a la clínica, al Senado; yo a vegetar tranquilo y olvidado en el rincón oscuro de mi aldea. Mas hoy día, a un siglo de la muerte de Othón, el encumbrado objeto de la dedicatoria es sólo un dramaturgo romántico entre tantos, mientras que el autor de este ciclo rústico y épico se alínea entre los astros de la poesía mexicana. Hay que añadir en esta visión inicial de Othón como poeta, que todavía hoy es motivo de debates acerca de numerosas estrofas y versos sueltos los cuales, o él nunca publicó en libro, o los publicó varias veces en revistas, retocándolos en cada ocasión. Esto nos recuerda el caso de un pintor francés que, en una exposición de pintura impresionista, sacó su caja de pinturas al óleo y comenzó a retocar con decisión uno de los cuadros expuestos. Cuando un vigilante le dijo: –¿Quién es usted, y cómo se atreve a retocar una pintura en exposición?–, él contestó: –Yo soy Pierre Bonnard, autor de este cuadro. 13 El vigilante le prohibió a Bonnard tocar, ni menos retocar, ningún cuadro allí expuesto. En cambio, nadie podía impedir a Othón retocar interminablemente sus sonetos, en busca del más pequeño matiz adicional. Por ello mismo, aunque Othón siempre vivía escribiendo, su producción lírica no pasó de dos o tres álbumes publicados, pese a que dejó manuscritos otros tantos. Y, además, dejó sólo anunciados los títulos de otros dos libros líricos: Poemas del odio y Poemas brutales. Además, su libro que él tituló Páginas internas quedó disperso, mas don Joaquín Antonio Peñalosa lo tiene ya incluido en sus Obras completas. Sección «Poesía no coleccionada». ¡Qué diferencia con muchos otros poetas de hoy, cuyas obras son conocidas en edición completa, y a veces casi abrumadoramente completa, hasta en una media docena de volúmenes! Por lo demás, mientras Othón llegó a firmar muchas poesías un tanto débiles, es autor de algunos de los versos más poderosos del Parnaso mexicano. Bástenos recordar pasajes como: 14 El esqueleto rígido y monstruoso de un muerto sol pesando sobre el mundo (Las montañas épicas, I) Por tal motivo, nos concentraremos en estudiar la creación lírica de Othón, y dejaremos de lado por ahora sus cuentos de espantos, novelas rústicas y novelas cortas, en su mayoría incompletas o extraviadas. Sólo añadiremos un último capítulo referente a sus seis dramas escenificados y publicados, impresos casi todos desde 1877 a 1886 (excepto dos, hoy perdidos), y su única comedia (La sombra del hogar), que se imprimió en 1878. Es cierto que Othón se inicia como dramaturgo en 1877 con Herida en el corazón. Pero, como anota acertado don Rafael Montejano y Aguiñaga en su magistral biografía de Othón, «el poeta acabó por opacar al dramaturgo»3. MI PROSPECTO He decidido estudiar primero los poemas mayores de Manuel José Othón: Himno de los bosques (1891), Noche Montejano y Aguiñaga, Rafael, Manuel José Othón y su ambiente, San Luis Potosí, Universidad Autónoma de S.L.P., 1984, reimpresión 2001, p. 76. 3 15 rústica de Walpurgis (1897), y En el desierto. Idilio salvaje (1904). Los llamo «poemas regios». Analizo luego sus poemas de mediana amplitud, que denomino «principescos»: Psalmo del fuego, Angelus Domini, Pastoral, Las montañas épicas, Oda a la inauguración del Teatro de la Paz y sus varias Elegías. Completaré luego mi análisis de los Poemas rústicos menores, así como el de otras poesías de especial interés, aunque no las haya publicado el poeta durante su vida. Los llamaré «joyas familiares». Terminaré añadiendo un breve capítulo referente a sus obras teatrales, las cuales –curiosamente– fueron las que le dieron celebridad mientras vivía, en tanto que hoy día ya en su mayoría están olvidadas. Y lo más lamentable es que Othón ya tenía en la imprenta potosina de Bruno E. García un segundo libro ordenado por él, titulado Nuevas poesías. Ya estaba impreso en 1883. Empero, dentro de la misma línea de Edgar Allan Poe, no logró reunir un poco de dinero para completar el pago de un libro suyo ya impreso. En el caso del norteamericano, como pasmoso contrapeso, la carta en que Poe lo comunicó 16 así al editor, hace pocos años fue subastada en muchos miles de dólares. Mas, en el caso de Othón, por fortuna el editor no cumplió del todo la amenaza que había hecho al poeta de destruir toda la edición ya terminada. El licenciado Primo Feliciano Velázquez conservó un ejemplar, que ya don Joaquín Antonio Peñalosa ha logrado rescatar para la posteridad en las citadas Obras completas. Gracias a esta edición magnífica del poeta y crítico que las editó en 1997, dos años antes de morir, hemos podido disfrutar de la poesía completa (hasta donde cabe) de las 210 poesías que nacieron del atormentado genio lírico de San Luis Potosí, en cuya Noche rústica de Walpurgis ha encontrado el suscrito un extenso reflejo del Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, que parece ser el primero en señalar. Subraya gallardamente este centenario mortal de Othón el poderoso MEMORIAL OTHONIANO que el poblano maestro de poetas Salvador Cruz pone a los pies del vate potosino para añadir una nueva corona a dicho centenario. Lo ha tejido con relevante 17 habilidad. Son 17 sonetos en bronce mayor, los cuales llevan al frente el siguiente OFERTORIO Dueño y señor de la rural escena: te traigo mis saudades como pauta, al tenue son de la silvestre flauta del dios Pan o de Títiro la avena4 Cruz, Salvador, MEMORIAL OTHONIANO, Homenaje en el primer centenario luctuoso del poeta Manuel José Othón. Puebla, diciembre de 2006. Es algo así como la propia Noche rústica de Walpurgis que entreteje don Salvador Cruz en honor de su precursor Othón. 4 18 CAPÍTULO I SUS ALTIBAJOS VITALES Y EDITORIALES Manuel José Othón es el escritor más prestigiado de San Luis Potosí, donde nace el 14 de junio de 1858. Su resonancia tiene eco hasta en la capital de la literatura española. Ahora bien, surge una duda ocasionada por la historia de esa ciudad. Cuando México había tenido que ceder en 1848 todo Texas y la Alta California a los Estados Unidos, el estado de San Luis Potosí quedó situado en el centro estratégico de la república y se volvió el eje de todas las actividades sociales, políticas y comerciales del país. Pero justamente por su importancia, su capital, ocupada políticamente por conservadores, sufrió un saqueo más terrible que nunca en junio de 1858. 19 Pues bien, si la familia Othón vivía en el número 225 de la calle llamada Diamante, Jiménez, o bien Sacristía de Catedral, y había provisto a los conservadores diversos funcionarios, era probable que ellos anduvieran temerosos a salto de mata durante ese año en que atacaba a la ciudad un temible cabecilla liberal, el fronterizo Zuazua. Por ello, Manuel José pudo haber nacido en pleno monte, cerca de Ojo Caliente, S.L.P. Empero, la mayoría sostiene que nació en el domicilio de la familia5. Es sintomático saber que su padre, José Guadalupe Othón, fue descendiente de alemán y de andaluza, cosa que se refleja especialmente en las poesías juveniles de Manuel José, en las que hay huellas del romanticismo alemán y español. Por lo que hace a su madre, Pudenciana Vargas originaria de Coahuila; ella le infundió al poeta el amor a las cosas de la propia tierra y del más allá, como se ve en sus poemas mayores. 5 Montejano y Aguiñaga, op. cit. , p 34 s. 20 Manuel José cursó en forma regular sus estudios de bachillerato en el Seminario Guadalupano Josefino de San Luis Potosí, desde 1869 hasta 1875. Es sabido que los seminarios eran los centros de educación media por excelencia en el siglo XIX mexicano. O sea que muchos jóvenes veían el seminario como un excelente centro de cultura, y además asimilaban en él una buena información eclesial. Allí fundamentó Manuel José su inspiración del todo religiosa, y descubrió y cultivó su acendrado gusto por la lengua latina. Por cierto, se dice que desde que terminó la primaria había comenzado a estudiar latín con un fraile franciscano. A su vez, casi todo muchacho que deseaba hacer una carrera relacionada con la literatura o con la vida pública, no veía la hora de trasladarse a cursar Leyes. Así lo hizo Manuel José en el Instituto Científico y Literario de la capital potosina. Poseía el talento necesario para ser profesionista, pero no para ser jurista, pero siempre le entusiasmaron 21 más las revistas que trataban de las actividades literarias de la capital del país e inclusive de las de España, que los sesudos estudios jurídicos. Manuel José vivía más en los teatros y salas musicales que en las aulas. Bástenos decir que, durante su cuarto año de jurisprudencia, hay constancia de que acumuló más de ciento treinta faltas de asistencia a clases. De él se cuenta esa anécdota que a tantos universitarios les ha sucedido. Su novia, Josefa Jiménez Muro, lo enfrentó a un ultimátum: o te apuras a terminar la carrera de abogado y a presentar tu tesis profesional, o no hay boda. Inclusive hablaba Josefa de un plan de irse a España a profesar con las Carmelitas Descalzas. Manuel, ya con cinco años de noviazgo con Josefa, reanudó sus estudios y prometió recibirse en menos de un año..., o bien, de dos. Finalmente se recibió de abogado en 1881 con una tesis que trataba del principal medio de enriquecimiento que se conocía por entonces en la zona centro norte del país: «De la hipoteca y el registro sobre las acciones mineras. Regulación antigua» Era ya el momento de casarse con Josefa, si bien en un plan de absoluta austeridad. 22 Se cuenta, para colmo de lo insólito de la boda de Othón, que cuando sus amigos lo esperaban en casa de la novia para ir a la ceremonia en el templo de San Sebastián, él no llegaba. Fueron los amigos a su casa, y lo encontraron dormido. Valle Arizpe, con su picaresca fantasía, declara que se había pasado la noche en vela, leyendo. La realidad fue que, tras las desveladas previas al examen profesional, el día de la boda Manuel sufrió una recaída de sus males bronquiales. Y es sabido que le ocasionan sopor al enfermo. Fue ése un mal año para Manuel. Su padre, quien había sido causa de interminables noches de desvelo para el poeta, falleció un mes después de que éste se casara. El poeta estaba ya muy enfermo de enfisema pulmonar y de irregularidad cardíaca. En vez de viajar en luna de miel, tuvo que guardar cama. Pero, apenas pudo, procedió a desempeñarse como abogado. Claro que trabajaba sin dejar su amada vida bohemia, la cual aumentaba sus afecciones cardíacas y pleuréticas, bajo las cuales fue marcada su carrera. Y la enfermedad siempre encuentra la manera de conectarse con la pobreza. 23 Pues Othón fue siempre «poeta por esencia, abogado por accidente», como ha sido peculiar de varios otros relevantes escritores. Así, ya recorriera puestos de Juez del Registro Civil en diversas cabeceras del estado, o ya viajara a labores administrativas o incluso a declamar en otras poblaciones sus poesías más sonadas o algunos versos de ocasión, siempre vivió achacoso. LA ODISEA PROFESIONAL DE OTHÓN ¡Qué extraño fue el periplo de la vida profesional de Othón! No por nada se autodenominaba «abogado de la legua». Se habló de que, recién casado, le ofrecían el Registro Público de la Propiedad, empleo jugoso que nunca le otorgaron. De inmediato la pareja viajó a Santa María del Río para vivir él como juez de paz. ¿Qué tan incómodo se sentiría allí Manuel José, el poeta de los inmensos campos, que en un par de años decide regresar a San Luis, pero cesante? Consigue entonces un nuevo empleo de juez en Cerritos. Claro que a los tres años ya se está ahogando el poeta en su 24 oficina y renuncia al juzgado. Decide entonces viajar a Guadalcázar, y lo hace en varias ocasiones, sin duda buscando algunas oportunidades de hacerse de algún modesto capital, cosa que no consigue. Regresa la pareja a San Luis Potosí. Allí Manuel José vuelve a la vida bohemia, sin empleo alguno. Téngase en cuenta, como comenta también Montejano (op. cit, p. 121) que Othón «estaba inadaptado para el ejercicio de la abogacía por su carácter franco, bonachón y bohemio. Ni las letras le dieron para vivir ni la profesión le satisfizo... Ni pudo jamás morar en un solo lugar, pues si encontraba los corazones abiertos, en cambio topaba con los bolsillos cerrados. No le quedaba más remedio que emigrar. Y emigró. Se convirtió –en frase de él (arriba citada)– en abogado de la legua»6 Hasta se llegó a hablar de un intento de suicidio bebiendo arsénico y casi ahogándose con el ácido carbónico que emanaban numerosos jarrones de flores. Como es natural, este infundio lo fantaseó Valle Arizpe. 6 Montejano y Aguiñaga, op. cit., 121. 25 Como quiera que haya sido, comenta Montejano, su inspiración, lejos de las ciudades, tomó la forma original que le dio valor a su poesía (Ibídem, p. 128). Por esa época, sabe él de buenas perspectivas para trabajar como administrador en Tula, Tamps., y allá van. Sin haber logrado nada, regresan a San Luis durante tres años, en el 94. En el 97 vuelve a conseguir Othón un empleo de juez de paz en Santa María del Río. Mas el ansia de viajar lo hace salir hacia Saltillo. En busca de algún buen negocio, Othón decide pasar a Torreón. Y su odisea continúa hacia Ciudad Lerdo, Dgo., de la cual salió varias veces hacia los alrededores, en especial a la Hacienda de Noé, propiedad de los Lavín. Entonces el poeta se vuelve solo a San Luis, dejando a Pepita en Ciudad Lerdo. Y todavía hizo viajes a diversas ciudades entre 1904 y 1906. Todavía el año 1906, el de su muerte, titubeaba entre quedarse en Ciudad Lerdo o venir a recitar su Elegía a Rafael Ángel de la Peña en el teatro del Conservatorio de México. Aún así, el padre Montejano añade en su clásica biografía (p. 111) que Manuel José –no habiendo 26 tenido hijos propios– supo hacer de padre a tres sobrinos políticos, hijos de su cuñado Antonio Jiménez. Él y Josefa firmaron las participaciones de boda de su sobrina Felícitas. Eso es lo que se llama vivir desposado con la pobreza y dar al más pobre lo que a uno mismo le escasea. Montejano insiste con toda razón en la paradoja de la vida de Othón: En nuestro poeta advertimos una contradicción: voluntariamente se encerró en poblados de segunda categoría, y era feliz en el campo donde, en el contacto con la naturaleza, enriquecía y fortalecía su numen; pero, al mismo tiempo, padecía una intensa afición por las grandes ciudades7. Por su parte, el padre Peñalosa nos da una clave más de dicho «amargor de mi ostracismo»: La tensión constante y enfermiza de Othón, que padecía tuberculosis, hallaba descanso y alivio en la contemplación de la naturaleza... por prescripción médica pasó una temporada 7 Montejano, Ibídem, p. 129. Cap. VI «El amargor de mi ostracismo» 27 de campo en El Salitre, preciosa quinta a una legua de Tula8. Los ingresos de Othón siempre fueron inferiores a sus necesidades, y cuando intentaba realizar algunos sencillos negocios entre la gente rica de Torreón y de Saltillo, el dinero se le iba de entre las manos. En muy contadas ocasiones llegó a recibir ciertas cantidades, pero entonces salía a relucir lo que él mismo llamaba su «carácter derrochador, carente de facultad retentiva»9. Acaso ese carácter derrochador haya sido exhibido en las que con buen humor son llamadas «casas de salud». Llegó a escribir a su esposa: «Porque en materia de dinero soy, no un Quijote, sino un... que viene a ser lo mismo»10. La enfermedad no le daba tregua. Ya en 1898, tres una excursión por las sierras de Chihuahua, pasó «un mes de reumas inflamatorias, sin movimiento ni para comer, pues por manos ajenas yantaba... A un gustazo, un trancazo»11. Es difícil creer que Othón Peñalosa, J. A., en Montejano, op. cit., p. 132 -133. Montejano, loco citato, p. 118. 10 M.J. Othón, Epistolario, Glosa, esquema, índices y notas de Jesús Zavala, México, UNAM, 1946, p. 23. 11 Montejano, op. cit., p 181. 8 9 28 haya decidido emprender una excursión por cumbres heladas, exponiendo a lo peor su punto más frágil: los pulmones. Cuando agravó fue en 1900. Le escribía a Pepita desde México: «Estuve dos días en cama, pero no por enfermedad, sino por miedo, pues hacía un frío horrible, y ya sabes que me dan unas bronquitis horrorosas» (Ibídem). A esas épocas corresponde la anécdota que refiere Alfonso Junco en su discurso Manuel José Othón en mi recuerdo y en mi entraña12. Allí cuenta que el poeta, cuando iba a participar en un homenaje a Benito Juárez por invitación del general Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León, a quien reconocía como «su primero y único mecenas», comentó que se sentía débil de la garganta. Por lo demás, Othón nunca destacó como recitador. Leía en el teatro de manera deficiente, aferrando las manos al papel contra la luz de las candilejas. Entonces don Bernardo le recomendó hacer gárgaras de coñac. Junco, Alfonso, «Othón en mi recuerdo y en mi entraña». En Memorias de la Academia Mexicana. México, Tomo XVII, 1960. p. 72 . 12 29 —¿De qué?—pregunta intencionadamente Othón. —De coñac. —No puedo, porque me las trago. Estaba presente don Celedonio, padre de don Alfonso Junco, y de inmediato le improvisó este epigrama: Buen Manuel, para que hables bien mañana en el teatro, tómate unas tres o cuatro gárgaras de las potables. Justamente cuando había acudido a la ciudad de México en 1906 con el fin de declamar para la Academia Mexicana de la Lengua, en el Conservatorio, su Elegía a la memoria del maestro don Rafael Ángel de la Peña, Manuel José fue víctima de una crisis tanto pulmonar como cardíaca. Así que, cuando apenas contaba 48 años, regresó grave a San Luis Potosí en 1906. Llegó a la casa de su hermana María, pues su esposa seguía en Ciudad Lerdo. La llamó a San Luis, prometiéndole que la llevaría a Tampico, a un clima cálido. Pero, como 30 escribe José López Portillo y Rojas, «permaneció varios días en su ciudad natal, retenido, quizá, por un destino misterioso que quiso cavar su fosa al pie mismo de su cuna»13. Fue entonces, estando ya grave, cuando le escribió a su esposa este telegrama: «No tengas cuidado. Quiero vengas para irnos. Recibirás fondos. Escríbeme». Montejano escribe: «Lo del viaje fue pretexto: la llamaba para que estuviera con él en sus últimos momentos»14. Allí, el día del cumpleaños de su esposa, acabó dándole, como trágico obsequio, su propio funeral. La viuda del poeta, Josefa Jiménez, quedó en total penuria. Años después obtuvo del gobierno federal una modesta pensión. En agradecimiento, ella puso en manos del doctor Pedro de Alba todos los papeles que conservaba de su esposo. Esa acumulación de versos y prosa fue publicada en la SEP, en 1928, con el nombre de Obras de M.J. Othón, en un conjunto del todo desordenado y 13 14 López Portillo y Rojas, José, Obras, I, XXXIX–IX. Montejano, op. cit., p. 185. 31 plagado de erratas. Por ello, don Francisco González Guerrero escribe que es «preferible considerarlo como inexistente». Así que nos quedamos con las Poesías completas que le editó el doctor Peñalosa, y con el libro complementario de Jesús Zavala, Manuel José Othón, Epistolario, de 194615. Ya se ve que la vida del vate supremo de San Luis ha quedado satisfactoriamente dilucidada por la esmerada y amorosa labor de don Rafael Montejano y Aguiñaga, quien, después del concurso del Cincuentenario de la muerte de Othón (1956), ha sufrido un grave desaire al participar en el certamen del Centenario de su nacimiento (1958). Participó en el certamen «Francisco Estrada», pero fue declarado desierto. Toda nuestra admiración para don Rafael Montejano, biógrafo sumo de Othón, y para don Joaquín Antonio Peñalosa, recopilador de sus Obras completas en dos volúmenes, los cuales dan así un total de 1134 páginas: el primero, con 573; el segundo con 561. Manuel José Othón, Epistolario. Glosa, esquema, índices y notas de Jesús Zavala. México, UNAM, 1946. 15 32 LOS INFORTUNIOS EDITORIALES Nos preguntamos por qué motivo Othón, quien toda su vida la pasó retocando sus propias poesías y corrigiéndolas de nuevo cada vez que decidía publicar una de ellas en alguna revista literaria o hasta en algún diario importante, haya elaborado una colección de sus primeras creaciones juveniles en un libro cuyo manuscrito conserva la Universidad Potosina. En un ejemplar copiado a mano, ese libro inicial de Othón se denomina Ensayos poéticos, y está fechado en 1879. Suma 92 páginas numeradas y forma un libro manuscrito, que se conserva empastado. Un año después saldría a la luz con el título de Poesías. Don Joaquín Antonio Peñalosa16 señala que ese libro inicial se alínea decididamente bajo el rubro del romanticismo. Era lo que podía esperarse de un pecho sensitivo y joven sumido en la moda literaria de finales del siglo XIX. Los tópicos peculiares de la época eran, como lo especifica el mismo crítico, fides, amor, Patria. Tanto los Idilio salvaje, de Manuel José Othón. En Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, Tomo XVII, México, 1960. p. 61 ss. 16 33 asuntos como los desmayos de los vates de la época giran entre esos tópicos apasionados: el Creador, la mujer y la patria. Pues bien, la ocasión para que Othón reuniera su primer centenar de páginas líricas es la siguiente. Por ese tiempo, don Victoriano Agüeros buscaba entre la juventud potosina a algún talento lírico prometedor. Todos los jóvenes de la bohemia le señalaron a Manuel José Othón. Así fue como, a petición de Agüeros, quedó reunido el librito inicial de Othón, titulado Poesías, y formado por dos partes contrastantes. La primera parte se titula Violetas y contiene 35 poemas breves. En cambio, la segunda, denominada Leyendas y poemas, encierra seis piezas narrativas, todas de enorme dramatismo, cada una compuesta por media docena de páginas o pocas más. Se editó en San Luis Potosí, en 1880. Muy pronto se declaró insatisfecho Othón con este su libro de primicias juveniles, en el cual aún no se manifestaba la originalidad de su talento lírico. Incluía, en cambio, las narraciones poderosas que Othón gustaba crear por entonces. Su emotividad 34 estremecedora nos recuerda mucho a las Leyendas de Bécquer. Por el contrario, cuando ocho años después llevó a la imprenta su nuevo libro con el nombre de Nuevas poesías, impreso en 1888, fue el poeta mismo quien no logró su publicación, pues no pudo reunir el importe de la impresión. Además, dejó al nivel de proyecto sus Poemas del odio, y Poemas brutales. En carta a Juan B. Delgado17 refiere que la primera serie proyectada ya estaba escrita en parte, y que en cambio la segunda estaba sólo en proyecto. Bajo esos títulos tengo la impresión de que se trataba de piezas que seguían la citada tendencia de las baladas románticas de Bécquer, así como de los poemas patéticos de Espronceda, Núñez de Arce y el Duque de Rivas. Al mismo género pertenece El canto de Lodbrok, escrito en 1882, que cierra la serie de sus Nuevas poesías de 1888, al igual que los inéditos cantos El lago de los muertos (de 1879) y el «poema fantástico» El viaje del alma, que en los manuscritos de la Universidad Autónoma 17 En el Epistolario citado. Carta del 22 de noviembre de 1901. 35 Potosina se titula también «Caminos eternos». Así que el único libro publicado a su gusto por Manuel Othón fue el titulado Poemas rústicos, su obra maestra de 1902, que probablemente le patrocinaron sus amigos de «la ciudad de Guadalajara», tales como don José López Portillo y Rojas. A esa ciudad dedica el volumen. En él concentraremos principalmente los análisis estilísticos de esta obra. 36 CAPÍTULO II POEMAS «REGIOS»: EL HIMNO DE LOS BOSQUES Conocíamos ya el gusto de Othón por desplegar escenas dramáticas en largos poemas, como los de la parte final de su primer libro de Poesías, editado en 1880. Después emprendió en sus Nuevas poesías de 1883, una mesurada depuración del dramatismo romántico inicial cuando, por ejemplo, crea su balada La noche buena en un estado de fría depresión, y cuando le dirige un enérgico soneto A Augusto Comte, donde le espeta: ¡Esa es tu pena! por un sabio hay mil tontos que a porfía unen a ti su voz. Queda subrayado su despertar al modernismo cuando ha apuntado a la «deshumanización del arte». Podemos destacar las estrofas y pasajes más 37 majestuosos de Othón, como cuando concluye al entonar su soneto Morituri te salutant: ¡Bien venido y acércate, Progreso!... La humanidad que muere te saluda. Pero de pronto vemos que el Othón ya asomado al modernismo se decide a combinar su entusiasmo hacia la escena narrativa con el cincel certero del vate atildado. Aquí surge la famosa antítesis interna de Othón que apunta certero Evodio Escalante: «¿No podría sugerirse, por más que esto pueda rayar en la paradoja, que Othón se vuelve moderno en la medida en que se opone al espíritu de su tiempo?»18. Y Evodio continúa citando a Amado Nervo, quien «declara que el Othón que prefiere es el parnasiano (entiéndase: el autor de castigadas composiciones de típico corte bucólico)»19. Y así nacen tres poemas mayores: el Himno de los bosques, de 1890-91, la Noche rústica de Walpurgis, de 1897, y En el desierto. Idilio salvaje, de 1904. Es hora de saborear las bellezas de cada uno. Escalante, Evodio, El dios en el precipicio. La poesía de M.J. Othón, S.L.P. Biblioteca othoniana, 3. 2006, p. 22 . 19 Escalante, Evodio, Ibídem, p. 33. 18 38 Comencemos por el Himno de los bosques. Es sabido que lo dedicó Othón en 1891 al entonces gobernador de San Luis Potosí, don Carlos Díez Gutiérrez. Le escribe que «el poemita» (así se autodenigra el genial vate) nació luego de leer a Manuel Puga y Acal (Brummel), quien anota que «se quejaba de no encontrar en México un poeta que comprendiera, amara y describiera la naturaleza»20. Por lo demás, debe recordarse el famoso ensayo de Othón titulado «El padre Pagaza»21, donde se declara un fiel admirador de este poeta mexiquense, y lo elogia ampliamente: «¡De qué manera la poesía de Pagaza se ha abierto amplio espacio en el campo de las hispanas letras... La voz dulce y acariciadora de esa poesía, cuando llegó por primera vez a acariciar mis oídos... (Yo) abría el libro de Pagaza... y leía y leía y leía... Y llegó a tal grado mi entusiasmo y amor por la bucólica, que despertóse en mí la ya dormida y casi muerta inspiración, y escribí, escribí versos a los que intenté dar sabor y colorido campestres». 20 21 Carta de Othón al gobernador Carlos Díez Gutiérrez, S.L.P., 1891. Publicado en La república literaria, México, marzo 1889, pp. 538-542 . 39 Artemio de Valle Arizpe afirma que el citado gobernador le había prometido al poeta una copa por cada diez versos del poema. Es una total deformación del autor del Anecdotario de M.J. Othón, uno de los libros más plagados de «trampas» maliciosas. Se debe a la inquina de un escritor que pretende acrecentar el dudoso prestigio propio con el ataque soez a otro escritor mucho más encumbrado que él. Coincidimos del todo con Marco Antonio Campos, en que «una cosa es real: entre Valle Arizpe y Alfonso Toro (estaría de acuerdo Montejano) parece haber existido una contienda para ver quién escribía la mejor obra de ficción sobre el amigo»22. En efecto, es sabido que Othón gustaba de acumular los brindis, pero nunca habría compuesto un poema de esta calidad si hubiera estado envuelto en los vapores báquicos. Por lo demás, el poeta llegó a acumular tal cantidad de correciones para cada verso, que ello no correspondería a una producción realizada bajo impulsos simplemente festivos. 22 Campos, Marco Antonio, El San Luis de M.J. Othón, Biblioteca othoniana, 1. 2006, p. 39. 40 Y, dato fundamental, Valle Arizpe conoció a un Othón en los últimos años de su vida, ya cuando el confesado «vicio del vino» estaba muy menguado en él. Además, esta composición es una serie de cuadros que van describiendo «el concierto de un día tropical». Es demasiado resplandeciente para ser fruto de las «gárgaras potables». En un enfoque certero, el poeta Marco Antonio Campos ha escrito que el Himno de los bosques «es una de las maravillas rítmicas de la lengua española. Una maravilla de maravillas... Para conseguir una sinfonía verbal semejante, el joven director de orquesta escuchó en minucia cada instrumento que tocan los seres del orbe vegetal y animal en el ámbito de los bosques a fin de recobrarlos en endecasílabos armónicos»23. ¡Qué soñador acento horaciano resuena desde la primera estrofa del soneto inicial de este himno!: En este sosegado apartamiento, lejos de cortesanas ambiciones, libre curso dejando al pensamiento, quiero escuchar suspiros y canciones. 23 Campos, Marco Antonio, Ibídem, pp. 57– 59. 41 Este incipit de Othón –con la variante inicial «vengo a escuchar suspiros y canciones»– es, con toda seguridad, también el inicio del Épodo II de Horacio: Beatus ille qui procul negotiis (Dichoso aquel que lejos de inquietudes). Es curioso que don Gabriel Méndez Plancarte no haya señalado en su Horacio en México24 las huellas horacianas de esta inspirada introducción, mientras que sí localizó al Horacio del Exegi monumentum aere parennius (Oda III, 30, 1), en el soneto Al señor general Díaz. Me refiero al segundo y cuarto versos de esa convencional poesía Paladín, caballero... de 1906. Allí leemos: erigiste, señor, un monumento (...) aere perennius, contra el mar y el viento25. El ms de la UAP señala una serie de variantes. En las Poesías completas leemos: «Estrofa ardiente de los antros brota». Y allí se señala la variante: De los senos. En el párrafo II del poema, Othón dio dos versiones de sus versos 3 a 5. La edición publicada dice: 24 25 Méndez Plancarte, Gabriel, Horacio en México, UNAM, 1937. Othón, M.J., Poesía(s) completa(s) citadas, p. 43. 42 Los mochuelos ocúltanse medrosos en las ruinas, y exhalan los alcores sus primeros alientos deleitosos. Y en el ms de la UAP se lee: El mochuelo a sus antros cavernosos va a esconderse, y derraman los alcores los primeros perfumes deleitosos. Es sorprendente que tantas variantes en cada verso, no cambien la vivencia lírica y la emoción penumbrosa, sino sólo ciertas minucias de la inspiración. Y ello se debe a que, para Othón, «el verso es la música del idioma». Y en cada estrofa «la rima era su preocupación constante». Así transcribe Montejano en su magnífico libro citado26. Luego, al iniciarse el párrafo III, admira el lector todo el orquestal poderío del Othón de las épocas en que se complacía en poemas como «La loca de las olas», de 1879. Ahora, ya en 1891, Othón canta con un señero entusiasmo: Allí cita unos Recuerdos de M.J. Othón en Tula, por el maestro Manuel Villarreal Ortiz. 26 43 Allá, tras las montañas orientales, surge de pronto el sol como una roja llamarada de incendios colosales, y sobre los abruptos peñascales ríos de lava incandescente arroja. Después, en la segunda silva del mismo párrafo III, nos sorprende por enésima vez el gusto de Othón por ir variando verso tras verso. Así es un cuarteto en la versión dada a la revista El Estandarte en 189027: Bala el ganado que al majuelo llevan silbando los pastores mansamente, pacen los bueyes y mugiendo abrevan en las límpidas ondas de la fuente. Mas la versión definitiva de 1891 opta por estos acordes, igualmente polícromos: Mugen los bueyes que a los pastos llevan silbando los vaqueros, mansamente, y perezosos van , y los abrevan en el remanso de la azul corriente. Redacción inicial en la revista El estandarte, S.L.P., 1890, antes de la definitiva, de 1891, dedicada al gobernador Carlos Díez Gutiérrez. 27 44 Y todavía continúa el bardo potosino variando algún acento y matizando algún epíteto. Es cierto que en 1890 había anotado: Arrojan las campanas de la aldea. Mas en 1891 asume un humor juguetón y tintinea así: Forman las campanitas de la aldea... Surge luego el párrafo IV. Othón sigue complaciéndose en retocar el acorde de algún endecasílabo. El verso 12 decía primero: Las áureas puntas de la espiga blonda. Un año después vibra así: rozando apenas las espigas blondas. Los versos 16 -17 sonaban así en 1890: Y sobre la onda de cristal fundido caen los escarabajos de colores. Pero al año siguiente ya tiene esta nueva resonancia: sobre el gélido estanque adormecido zumba el escarabajo de colores, Y luego, todavía leemos otra travesura del poeta. Antes decía en el verso 22: El manantial palpita y gorgorea. 45 Mas ya en 1891 juguetea así: El limpio manantial gorgoritea A tal grado era minucioso el vate para bordar los perfiles de un endecasílabo, que así ha ido formando aquí una de las más rotundas cosechas de la poesía bucólica de nuestro continente. Cuando procedí a revisar el párrafo V, me complació leer un pasaje en que Manuel José aproxima traviesamente las ríspidas lagartijas a las roncas cigarras que pasean por la Égloga II de su amado maestro Virgilio. Othón canta en estos versos: y las ondas armónicas desgarra, con desacorde son, el chirrïante metálico estridor de la cigarra. Corre por la hojarasca crepitante la lagartija gris; Es una de las mismas juguetonas lagartijas de Virgilio en el pasaje donde canta: Nunc virides etiam occultant spineta lacertos... Raucis / sole sub ardenti resonant arbusto cicadis (Égl. II, 9 y 13). 46 (Aún ahora las espinas ocultan a los verdes lagartos... Bajo ardiente sol resuenan arbustos con roncas cigarras). Podemos imaginarnos aquí al sólido compositor Miguel Bernal Jiménez, cuando componía las osadas páginas de su cantata El himno de los bosques, creando los más ríspidos y poderosos pasajes orquestales una vez que hubo leído el episodio conclusivo de este párrafo V. Al ser gloriosamente estrenada esta obra en Morelia, se oyó al actor dramático Narciso Busquets leer con su magnífica voz de barítono el pasaje culminante de la partitura de Bernal: En tanto yo, cabe la margen pura, del bosque por los sones arrullado, cedo al sueño embriagante que me enerva y hallo reposo y plácida frescura sobre la alfombra de tupida hierba. AGONÍA SINFÓNICA EN EL BOSQUE Hasta aquí había llegado la música instrumental de Bernal Jiménez para este Himno de los bosques de Manuel José Othón. Por cierto que allí escribió Bernal pasajes 47 tan angustiosos, que parecen transparentar el decaído estado de su salud. El compositor escribía en el acogedor saloncito que le habían preparado en León, Guanajuato los familiares de su esposa Kitty para que estuviera a sus anchas durante las vacaciones veraniegas de la Loyola School of Music en la Universidad de Nueva Orleans, donde él era director. Era el 28 de julio de 1956. Don Miguel sintió fuerte opresión en el pecho y salió a la calle para golpear a la puerta de sus suegros, que vivían allí enfrente, cruzando la calle. Cuando el señor Macouzet abrió su puerta, el compositor ya se había desplomado en plena banqueta, víctima de un infarto masivo. Su corazón no resistió que él volviera a México sólo para trabajar jornadas dobles, tanto como maestro cuanto como compositor. Si había sido un enfisema pulmonar el que había atrapado al poeta Othón a sus 48 años en 1906, fue un infarto cardíaco el que, medio siglo exacto después, ahogó al compositor Bernal Jiménez todavía más joven, a los 46. Paralelos ante el arte, paralelos ante la muerte. 48 EPÍLOGO DECLAMADO A continuación, el párrafo VI es una especie de scherzo donde tintinean pasajes como el inicial: Trepando audaz por la empinada cuesta y rompiendo los ásperos ramajes, llego hasta el dorso de la abrupta cresta, donde forman un himno a toda orquesta, los gritos de los pájaros salvajes. Con los temblores del pinar sombrío mezcla su canto el viento, la hondonada su salmodia, su alegre carcajada las cataratas del lejano río. Y aquí y allá continúa esa inagotable algarabía musical que pocos vates han hecho resonar mejor que Othón: y al mirarle por tierra destrüido, expresión de su cólera sombría, aterrador y lúgubre graznido unen a la tremenda sinfonía. El creador de aquellos efectistas dramas como Después de la muerte, hace desarrollar esos mismos 49 efectos al huracán y al terremoto, para cerrar el pasaje VI: Se desgaja el espléndido follaje del viejo tronco que al rajarse cruje; el huracán golpea los peñones, su última racha entre las grietas zumba y es su postrer rugido de coraje el trueno que, alejándose, retumba sobre el desierto y lóbrego paisaje... Si analizamos esta sinfonía verbal que es el Himno de los bosques, encontramos que su conclusivo párrafo VII, en forma paralela a la introducción musical del movimiento cumbre de la Novena Sinfonía de Bethoven (Coral), es una recapitulación de las vivencias magníficamente sonoras que la obra ha recorrido. Se puede decir que ya no necesitaba más música que su propio contenido verbal. Y suena así: Son las últimas notas del concierto de un día tropical (...) Ya empiezan melancólicos los grillos a preludiar en el solemne coro (...) y la balada azul, la precursora 50 de la noche tristísima y sombría... Todo ese inmenso y continuado arpegio, Y Othón todavía tiene aliento para crear un pasaje culminante que sin duda el compositor Bernal Jiménez ansiaba convertir en un coro magnífico para voces y orquesta. Se lo habrá llevado al Paraíso dentro de su fantasía: Y en el instante místico en que al cielo el Ángelus se eleva, condensando todas las armonías de la tierra, el himno de los bosques alza el vuelo sobre lago, colinas, valle y sierra; y al par de la expresión que en su agonía la tarde eleva a la divina altura, del universo el corazón murmura esta inmensa oración: ¡Salve, María! Para el uncioso corazón de Manuel José, nada mejor para culminar su Himno de los bosques, que un impulso hacia el más allá. 51 CAPÍTULO III DEL PRIMERO SUEÑO DE SOR JUANA A LA NOCHE RÚSTICA DE WALPURGIS Ya veíamos que, en su Himno de los bosques, le nace espontánea a Othón la descripción de todo un día en pleno bosque a través de los siete episodios que acabamos de analizar. ¡Allí brota fluidamente de la fantasía de Othón la sucesión de episodios del pleno día, del atardecer y del anochecer, hasta formar toda una sinfonía de una jornada estival en medio de la hojarasca boscosa! Ello se insertaba en el decidido gusto de Othón por referir escenas dramáticas en largos poemas. Lo desarrolló desde su libro inicial Poesías, de 1880, cuya segunda parte, titulada «Leyendas y poemas», ya hemos dicho que despliega extensas narraciones de poderoso ambiente romántico. 52 Pues esto mismo esperábamos encontrar en la Noche rústica de Walpurgis. Inclusive eso sugiere el título que inicialmente había dado Othón a esta obra: «La noche de las selvas. Sinfonía dramática». Empero, en este ciclo cincelado de abril a mayo de 1897 en la pequeña población de Cerritos, y –por cierto– sin la necesidad habitual en Othón de dedicar semanas enteras al cincelado de cada soneto, sino sólo uno o dos días, no hay ya una sucesión directamente narrativa. Es más bien un desfile de miniaturas refinadas y modernistas. Dice bien Hugo Gutiérrez Vega: «Othón, enemigo jurado de los “modernismos”, probó la justicia del refrán que afirma que “más pronto cae un hablador que un cojo” y, para nuestra fortuna, dejó que el virus modernista se metiera por la puerta entreabierta e infectara maravillosamente algunas de sus obras»28. Lo que aquí nos topamos es una magistral sucesión de 22 sonetos iridiscentes y polícromos, que describen la noche de brujas (30 Gutiérrez Vega, Hugo, Acercamientos a Manuel José Othón. Biblioteca othoniana, 2 . S.L.P., 2006, p. 22 . 28 53 de abril), que se menciona en el Fausto de Goethe. Mas aquí nos acecha un hallazgo absolutamente inesperado. Othón se ha acordado del Primero Sueño de Sor Juana, en cuanto que es éste un ciclo en que el vate se sumerge en las sombras de la noche para experimentar serenamente sus diversas emociones. A continuación musita sus temores. Y finalmente se regocija del retorno de la aurora y de las actividades diversas del pleno nuevo día, que lo relaja de los escalofríos de la noche. Nos encontramos ante una especie de vela de las armas de un caballero que se lanzará días después a la lucha contra las injusticias del mundo. Claro que, con la actitud patética que complace a Othón, desde sus primeros versos convoca a su encumbrado amigo el médico, dramaturgo y senador José Peón Contreras. Así lo proclama calurosamente la inicial «Invitación al poeta»: Coge la lira de oro y abandona el tabardo, descálzate la espuela, deja las armas, que para esta vela no has menester ni daga ni tizona. 54 Así Othón comienza con este primer fragmento magistral del telón de fondo: Tú que de Pan comprendes el lenguaje, ven de un drama admirable a ser testigo. Ya el campo eleva su canción salvaje; Venus se prende el luminoso broche... Sube al agrio peñón, y oirás conmigo lo que dicen las cosas en la noche. El vate recuerda entonces el misterioso inicio del Primero sueño, donde canta Sor Juana: Piramidal, funesta, de la tierra nacida sombra, al Cielo encaminaba de vanos obeliscos punta altiva, escalar pretendiendo las Estrellas;29 SURGEN LAS SOMBRAS Y él no se quiere quedar atrás de los cultismos de Sor Juana. Ante todo, se acuerda de que ella es una privilegiada latinista en hexámetros como aquel del Neptuno alegórico: Sor Juana Inés de la Cruz, Primero sueño, Obras completas, Tomo I, Lírica personal. México, FCE , 1951, p. 335. 29 55 Clarus honor caeli mirantibus additur astris30 (El claro honor del cielo a los astros pasmados se añade). Y decide titular a su soneto II Intempesta nox (esto es, en el latín de Virgilio, «Noche desfavorable, avanzada»). Y entonces canta extático: Media noche. Se inundan las montañas en la luz de la luna transparente que vaga por los valles tristemente y cobija, a lo lejos, las cabañas. Y, si Juana Inés comenzó a cantar los misterios de la noche evocando una piramidal sombra, Othón a su vez se refiere a otros rústicos misterios, y proclama que lanzas de plata en el maizal las cañas /semejan al temblar. El vate vibra luego a tono con las sutilezas de los pasajes sucesivos de Sor Juana, la cual canta allí: si bien sus luces bellas –exentas siempre, siempre rutilantes– la tenebrosa guerra que con negros vapores le intimaba la pavorosa sombra fugitiva (vv. 5 ss.) Idem, Neptuno alegórico, «epigrama I». En Obras completas, Tomo IV, Comedias, Sainetes y prosa, México, FCE , p. 388. 30 56 En su turno, Othón murmura en su soneto III, «El (h)arpa», o bien «El árbol»: Cuando, como a través de fino encaje, el rayo de la luna tremulento pasa, desde el azul del firmamento, la verde filigrana del follaje, desbarátase en haz de vibradores hilos de luz que tiemblan, cual tañidos por un plectro que el céfiro menea. Luego, lo que Sor Juana –invadiendo terrenos musicales– llama melódicamente «Este, pues, triste son intercadente», Othón lo denomina con una intención aún más canora, eligiendo un instrumento: ¡(H)arpa inmensa del campo! Sobrecogedora ha sonado luego Juana Inés al esbozar este paisaje: En los del monte senos escondidos, cóncavos de peñascos mal formados (...) cuya mansión sombría ser puede noche en la mitad del día, (vv. 97 ss.) Othón, a su vez, canta con voz tenue en su soneto IV, «El bosque»: 57 Bajo las frondas trémulas e inquietas que forman mi basílica sagrada, ha de escucharse la oración alada, no el canto celestial de los poetas. Y volvemos luego hacia el soneto V, «El ruiseñor». Sor Juana cantó acerca de las aves en la noche, con estos versos: Y en la quietud del nido, que de brozas y lodo instable hamaca formó las más opaca parte del árbol, duerme recogida la leve turba, descansando el viento del que le corta, alado movimiento. (vv. 123 ss) Othón toma aquí una dirección opuesta. Él proclama los muchos acentos del ruiseñor nocturno que llegó inclusive a dar consuelo al dulce Rabí de Galilea: Todo eso hay en mis cantos. Me enamora la noche; de los hombres soy delicia y paz, y, entre los árboles cubierto, sólo yo alcé mi voz consoladora con una blanda y celestial caricia cuando Jesús agonizó en el huerto. 58 PAUSA LUMINOSA El soneto VI, «El río», es, decididamente, junto con el numerado como VIII, un paréntesis dentro del paralelo de esta Noche rústica con el Primero Sueño. Othón desborda aquí una efervescencia de metonimias y metáforas: Soy vuestro padre el río. Mis cabellos son de la luna pálidos destellos, cristal mis ojos del cerúleo manto. Es de musgo mi barba transparente, ópalos desleídos son mi frente y risas de las Náyades mi canto. Y, aunque Othón se está alejando un poco del poema de Sor Juana, todavía en el soneto VII, «Las estrellas»31, recuerda este pasaje del Sueño: ... aquéllas que intelectuales claras son Estrellas, (...) en sí, mañosa, las representaba y al alma las mostraba. 31 Titulado «Canto de las estrellas» en El estandarte. 59 La cual, en tanto, toda convertida a su inmaterial sér y esencia bella, aquella contemplaba, participada de alto Ser, centella que con similitud en sí gozaba; (vv. 295 ss.) Othón parece recordar el contenido trascendente de esta «participada de alto Ser, centella» por ser Dios, en las mentes humanas, que Juana Inés ha cantado en este pasaje, y entonces tanto la monja como el vate deciden subrayar aquí la alta dignidad del espíritu humano. Y es allí cuando Othón entona su deslumbrante soneto «Las estrellas»: ¿Quién dice que los hombres nos parecen, desde la soledad del firmamento, átomos agitados por el viento, gusanos que se arrastran y perecen? ¡No! Sus cráneos que se alzan y estremecen, son el más grande asolador portento: ¡fraguas donde se forja el pensamiento y que más que nosotras resplandecen! 60 Bajo la estrecha cavidad caliza las ideas en ígnea llamarada fulguran sin cesar, y es, ante ellas, toda la creación polvo y ceniza... Los astros son materia... ¡casi nada! ¡y las humanas frentes son estrellas! En este soneto la «participada de alto ser centella» de Sor Juana se ve reflejada en las «fraguas que más que nosotras resplandecen». Tan fulgurante soneto merece que lo interpretemos en el latín inmortal del gusto medieval que Juana Inés cultivaba en varios villancicos, unos navideños y otros mariológicos, todos ellos medidos «de oído» y rimados: Quis dicit viros nobis simulare, A solitúdine inde firmamenti, Atomos quos furtivi ágitant venti, Vermes nati perire atque reptare? Non! Cranei eriguntur, agitantur, máximum sunt irradians miráculum, officina ut forgetur cogitatio 61 unde plus vobis lux irradietur! Subter vacuum cranei subtilis Ideae, sicut flammae urentes belle Fúlgurant indefesse, et coram illis Totus mundus est pulvis et est cinis... Sídera sunt materia!... Nil fere! At sublimes humanae frontes stellae. Una apacible pausa es a continuación el soneto VIII («El grillo») que es llanamente una tierna evocación de la infancia: Luces, flores, perfumes, armonías, sueños... EL PAVOR RETORNA Y vuelve Othón a recordar El sueño en su soneto IX («Los fuegos fatuos»). Sor Juana evocaba así las tétricas sombras nocturnas: En los del monte senos escondidos, cóncavos de peñascos mal formados –de su aspereza menos defendidos que de su oscuridad asegurados, (vv. 97 ss.) 62 Y así lo refleja hoscamente Othón: Bajo los melancólicos saúces que sombrean el fétido pantano y en la desolación del muerto llano sembrado de cadáveres y cruces, Llegamos al soneto X («Los muertos») de Othón. La evocación del Sueño es tenue, pero inconfundible. Sor Juana cantaba así a la muerte: El alma, pues, suspensa (...) no, a los de muerte temporal opresos lánguidos miembros, sosegados huesos, los gajes del calor vegetativo, el cuerpo siendo, en sosegada calma, un cadáver con alma, muerto a la vida y a la muerte vivo, (vv. 190 ss.) Y, por su parte, Othón lo canta como queja de los muertos mismos dirigida a los propios deudos supervivientes mientras son roídos por los gusanos: Si oyerais el roer de los gusanos en el hondo silencio, cómo espanta, sintiérais oprimida la garganta por invisibles y asquerosas manos. 63 Y escuchamos luego el murmullo del soneto XI («Las aves nocturnas»). Sor Juana ya había cantado en torno a ellas: del orbe de la Diosa que tres veces hermosa con tres hermosos rostros ser ostenta, (...) sumisas sólo voces consentía de las nocturnas aves, tan oscuras, tan graves, que aun el silencio no se interrumpía. (vv. 10-20 ss.) Con el mismo acento aterrador, dicen las aves nocturnas del soneto XI de Othón: ¡A seguir a los pájaros perdidos de la arboleda entre la sombra oscura y con la garra ensangrentada y dura a darles muerte y a asolar sus nidos! Llega aquí el soneto XII, Intermezzo (llamado por otro nombre «El poeta»). Se refiere al aquelarre. Las aves y demás fieras nocturnas han seguido proliferando en El sueño: 64 Y aquellas que su casa campo vieron volver, sus telas hierba, (...) aves sin pluma aladas: aquellas tres oficïosas, digo, atrevidas Hermanas, que el tremendo castigo de desnudas les dio pardas membranas. (vv. 39 ss.) Y Othón vuelve insistente en su respectivo soneto sobre ellas y sobre el propio demonio, que la gente del campo llama desenfadadamente «El Vaquero Marcial»: Tras nahuales y brujas el coyote ulula clamoroso, y aletea, sobre negro peñón, el tecolote. La lechuza silbando horrorizante se junta a la fatídica ralea ¡y el Vaquero Marcial llega triunfante! El aquelarre se expande en el soneto XIII («Las brujas»). Ya El sueño contenía vagos antecedentes de amantes atormentadas: 65 Con tardo vuelo y canto, del oído mal, y aun peor del ánimo admitido, la avergonzada Nictimene acecha (vv. 25 ss) y entre ellos, la engañosa encantadora Alcione, a los que antes en peces transformó, simples amantes, transformada también, vengaba ahora, (vv. 93 ss) Pero Othón no muestra menos energía al hacer ganguear a estas mefíticas criaturas: —Sin ojos, pues así se ve en lo oscuro, como ven los murciélagos, yo vuelo hasta escalar del camposanto el muro. —Trae un cadáver frío como el hielo. Yo a los hombres daré del vino impuro que arranca la esperanza y el consuelo. El soneto XIV («Los nahuales») es uno de los pocos que no contienen antecedentes en El sueño. En éste, Sor Juana se eleva desde la tierra hasta el firmamento, pero no desciende al reino infernal. El terceto final suena así en Othón: ¡Oh, representación de los mortales!, 66 mostrad aquí vuestro asombrado gesto en la danza infernal de los nahuales. ESPLENDORES MATUTINOS Por el contrario, el soneto XV («El gallo»), sí venía ya anunciado en El sueño. Nos parece, incluso, que Othón se enamoró de la metáfora capital del clarín con que Sor Juana personifica el canto del gallo al amanecer. Juana Inés cantaba: tocando al arma todos los süaves si bélicos clarines* de las aves (diestros, aunque sin arte, trompetas sonorosos), (vv. 920 ss.) Y Manuel José canta con similar euforia en su soneto XV: Hombre, descansa. De tu hogar ahuyento el nocturno terror y estoy en vela. Sombras de muerte cuyo soplo hiela con mi agudo clarín* os amedrento. (...) Ya pondrá fin a su croar la rana, y yo, con alegrísimo sonido, entonaré la jubilosa diana. *Subrayado del autor 67 El soneto XVI («La campana») es todo un clamor de victoria en que Othón vuelve a aludir a Sor Juana. No bien amanece, la campana proclama: ... La muerte está vencida, ya en todo se oye palpitar la vida, ya el surco abierto la simiente espera. Pero, a renglón seguido, nos evoca la sentencia medieval de enérgico colorido: Vivos voco, mortuos plango, fulmina frango. (A vivos convoco, a muertos sollozo, los rayos destrozo). Othón la formula así: Convoco a la plegaria a los vivientes, plaño a los muertos con el triste y hondo son de sollozo en que mi duelo explayo. Mas esto no es todo. El vate se acuerda aquí de un poderoso hexámetro de Virgilio, el cual le servirá para formular el último terceto de este soneto magnífico: Luctantes ventos tempestatesque sonoras (Eneida, I, 53; I, 80) (Luchantes vientos y tempestades sonoras). 68 Y entonces Othón canta: Y, al tremendo tronar de los torrentes en pavorosa tempestad, respondo con férrea voz que despedaza el rayo. Llega luego el soneto XVII («La montaña»). Sor Juana hablaba de aquellas montañas en las que se aprendieron voces blasfemas, cuando cantaba: Estos, pues, Montes dos artificiales (bien maravillas, bien milagros sean), y aun aquella blasfema altiva Torre de quien hoy dolorosas son señales –no en piedras, sino en lenguas desiguales, porque voraz el tiempo no las borre– los idiomas diversos que escasean (vv. 412 ss) Y, a su vez, Othón canta acerca de esa voz del Génesis: La piedra tiene acentos. Vibra cada roca, como una cuerda, intensamente, que en sus moles quedó perpetuamente del Génesis la voz petrificada. Ya desde el soneto XVIII («Un tiro»), Othón se aleja de Sor Juana y estampa de pronto todo un desfile fulgurante de sujetos armíferos. 69 lo producen lo mismo el caminante y el guarda, el asesino y el suicida. Después, «El perro» del soneto XIX tiene la misma perennidad clásica del soneto Il bove de Carducci, aquel que contempla Il divino del pian silenzio verde (el divino del plan silencio verde) Toda su apacible magia queda encerrada en este solo dístico: Soy compañero fiel en tus fatigas y celoso guardián junto a tu puerta. El soneto XX («La sementera») contiene vivencias memorables, como esta visión conmovedora del proceso fecundante: Oye cuál se hincha el grano rubicundo que el sol ardiente calentó en la era. Y luego tenemos el soneto XXI (Lumen). Significa «el resplandor», muy diverso en latín de lux, que es llanamente «la luz». (Ya se ve que Othón tenía el latín clásico entre las uñas). Allí, desde el comienzo en que «las sombras palidecen», el vate personifica jubilosamente la llegada de la madrugada, la cual: 70 va a empaparse en el agua sonrosada que ya muy pronto verterá la aurora. COLOFÓN LÍRICO En el soneto XXII («Adiós al poeta«), nuestro vate agradece a la «Santa Naturaleza»: y disipaste con tu soplo intenso la nube del dolor que me envolvía. Luego, el terceto final subraya la versatilidad profesional del destinatario de esta corona de veintidós sonetos, el doctor José Peón Contreras: tú al teatro, a la clínica, al Senado; yo a vegetar tranquilo y olvidado en el rincón oscuro de mi aldea. En efecto, Othón escribió este conciso poema épico lírico en la que entonces –según ya hemos dicho– era una modesta aldea llamada Cerritos. Disponiendo de todo el tiempo del mundo, lo cinceló ágilmente de abril a mayo de 1897. Desde luego, el vate llamaba así tenuemente la atención del senador José Peón Contreras para solicitarle algún puesto más relevante que el de simple juez en un poblado. 71 Con toda razón, Manuel José esperaba conseguir cuando menos alguna triunfadora actuación en la que pudiera lucir la que llamaban «su voz de trueno». Y esto, más como poeta que como litigante, que no era su fuerte.32 Y sabemos bien que es algo más que una humorada del poeta Salvador Cruz cuando le ha cantado a Othón en su reciente homenaje citado: La soledad fue tu verdad primera. Con esta intimidad leve y sonora de la provincia rancia, que a deshora tu voz de trueno coaguló en ronquera33. Ahora bien, si Othón nunca obtuvo nada a cambio de su poema egregio, resulta que hoy día José Peón Contreras casi está olvidado, pues su género teatral se centra en dramas del género de conflictos familiares que Othón abandonó a finales del siglo XIX. En cambio, este vate entró en el siglo XX con Montejano, op. cit, p. 106. Salvador Cruz, Memorial othoniano citado. Puebla, 2006. Cito aquí una estrofa del soneto V de Salvador Cruz. Así resume travieso este poeta la situación ya citada de un Othón que buscaba alivio a su tuberculosis en campos y montañas. 32 33 72 la publicación de sus Poemas rústicos (1902). Con ellos se inmortalizó. Le sucedió ni más ni menos que a Mozart frente a Salieri, quien (al margen del exagerado drama de Pushkin Mozart y Salieri) era el músico más admirado de su generación en Viena, pese a no ser austriaco como lo era Mozart, el salzburgués. Era Salieri nada menos que el Director de la Orquesta de la Corte de Viena, y en cambio Mozart, aun siendo uno de los creadores musicales de la historia, vivía sólo de sus honorarios por encargos ocasionales como compositor. Pero, al igual que Mozart, Othón, que pasó toda su vida en extrema pobreza, después de muerto es rico en prestigio e incluso ha producido beneficios a sus investigadores. ENSAYO GENERAL Un poco conocido manuscrito de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, bajo el nombre actual de Noche rústica de Walpurgis, despliega un índice de doce sonetos, entre los cuales se cuentan cinco que sí 73 aparecen en la versión definitiva. Son: Intempesta nox, «Los fuegos fatuos», «Las campanas», «Las brujas» y «Amacuzac» (que tal vez sea el que Othón tituló finalmente Lumen). Ahora bien, es de gran interés anotar que en ese índice iban los títulos de otros ocho sonetos que no se conservan. Son los siguientes: «Las luciérnagas», «Los murciélagos», «Los tecolotes», «La violeta», «Las sabandijas», «Las ranas», «Los coyotes», «El rancho». Ya se ve que predominan en esta lista de sonetos desconocidos, los títulos referentes a animales muy mencionados a nivel popular. Inclusive, muestran un aire ligeramente humorístico, títulos como «Los tecolotes», «Las sabandijas» y «Los coyotes». O sea que en su admirada Noche rústica de Walpurgis Othón había descubierto varios rincones que acabó por dejar en el misterio. 74 CAPÍTULO IV EL IDILIO SALVAJE. TESTAMENTO SECRETO DE OTHÓN Ya el Himno de los bosques, de 1891, o la Noche rústica de Walpurgis, de 1897, habrían bastado para inmortalizar a Manuel José Othón. Pero todavía nos esperaba otra hazaña aún más memorable de su pluma: su Idilio salvaje. Con la maestría que había alcanzado el vate a sus 46 años, sintetizó en un breve ciclo de seis sonetos, más uno de prólogo y otro de epílogo, una aventura amatoria inquietante que muestra todas las características de ser el único desliz grave sufrido por un poeta que vivió enamorado de su esposa Josefa Jiménez durante los 26 años que la vida les concedió convivir. Es un ciclo poético secreto porque «Othón lo leía a sus amigos más íntimos con gran sigilo y aún en voz 75 baja», escribe Joaquín Antonio Peñalosa con ocasión del centenario natalicio del mayor vate potosino34. Es una obra paralela a la Suave Patria de López Velarde en cuanto que fue el ciclo poético postrero de la vida del poeta. Luego, tuvo dos o tres versiones «definitivas», con lo cual comenzó a volverse una obra legendaria. Todo comienza por el título mismo. Unos lo llaman En el desierto. Idilio salvaje. Otros lo llaman concisamente Idilio salvaje. Además, en agosto de 1904, Othón transcribió para su amigo Juan B. Delgado «casi todo» su poema, sin el prólogo ni el epílogo. Luego, algunos amigos del poeta presentaron su obra a El mundo ilustrado, revista que lo dio a conocer el 16 de diciembre de 1906. Por su parte, el autor había destinado su obra a la Revista Moderna de México, la cual lo publicó póstumamente en enero de 1907. Peñalosa, J.A., «El Idilio salvaje de M.J. Othón» citado, en Memorias de la Academia Mexicana. Tomo XVII. México, 1960, p. 61- 69. Ya hemos señalado que este estudio fue presentado por Peñalosa en la sesión solemne de homenaje por el centenario natalicio de Othón en que también disertó Alfonso Junco. 34 76 A su vez, el historiador Alfonso Toro, destinatario del soneto inicial del poema, hizo después varias rectificaciones: 1) El mundo ilustrado había publicado la obra sin permiso del autor; 2) él, como sólido historiador, protestaba porque habían suprimido el soneto inicial; 3) protestaba también porque habían eliminado la dedicatoria «A Alfonso Toro», que mucho lo honraba; 4) señalaba que habían transcrito «brisa» y no «grisa»35, como había escrito el poeta. UN POEMA CON VASTEDAD DE IMÁGENES Emociones intensas e imágenes inéditas caracterizan a este poema único en su género. Es una unidad cerrada y clásica por su equilibrio entre continente y contenido, entre sustancia y accidentes. Resulta un excelente ejemplo de transición entre romanticismo y modernismo. El Diccionario de la Real Academia Española anota: grisa: femenino, anticuado, «piel de una especie de ardilla de Siberia» 35 77 Yo he encontrado en este ciclo de Othón toda clase de marcas virgilianas. La derivación de la Eneida se perfila hasta en el hecho de que la aventura amatoria del vate con una «india brava» se consuma en una caverna. En efecto, la Eneida refiere que Dido y Eneas han salido en tumultuosa cacería, pero que de pronto los sorprende una tempestad. En esa circunstancia Speluncam Dido dux et Troianus eandem/deveniunt (En la misma caverna Dido y el jefe troyano/ se refugian. Aen. IV, 165 s). Con el mismo sentido se lee en el soneto IV de este Idilio: Y en el regazo donde sombra eterna, del peñascal bajo la enorme arruga, es para nuestro amor nido y caverna, las lianas de tu cuerpo retorcidas en el torso viril que te subyuga con una gran palpitación de vidas. En el citado ensayo «El Idilio salvaje de M.J. Othón», Joaquín A. Peñalosa señala como peculiar 78 de este ciclo de Othón la atmósfera épicamente virgiliana. Para Peñalosa, es virgiliano todo el acento del Idilio salvaje. Lo demuestran esas: ... águilas serenas, como clavos que se hunden lentamente. Y lo muestran también versos como: La llanada amarguísima y salobre, Porque son peculiares de Virgilio los superlativos con fuerte carga lírica: laetíssima Dido, gratíssima tellus. Son igualmente inseparables de Virgilio vocablos como «lento», «sereno», «llanto». «profundo». Ese epíteto «amarguísimo» que pasa del soneto 1 al 4. Y, ante todo, el vocablo «sombra», que aparece tanto en los sonetos 4 y 5, como en el «Envío» postrero. Dicha «sombra» es el máximo acento de la poesía de Virgilio, pues tan sólo en la Eneida aparece docenas de veces. Umbra(s) es, ni más ni menos, el vocablo conclusivo de la Eneida en el hexámetro Vitaque cum gemitu fugit indignata sub umbras (Y con gemido la vida indignada escapó so las sombras). 79 Llega a haber pasajes del Idilio salvaje que podrían haber sido escritos por Virgilio si el español hubiera sido su lengua. Por ejemplo el citado verso: es para nuestro amor nido y caverna. LAS COINCIDENCIAS VIRGILIANAS El citado terceto de Othón encierra notables coincidencias con pasajes virgilianos como éste: Ingenti ramorum protegat umbra. (Con la enorme sombra de sus ramas te guarde. Geórg. II, 489) Y todavía encontramos un pasaje del mantuano que acaso contiene más coincidencias en vocablos y en emociones: Sub rupe cavata Arboribus clausi circum atque horrentibus umbris (Bajo una roca excavada. En torno envueltos por árboles y por sombras horrendas. Eneida III, 229 s.) Encontramos aquí, en áureo latín, la «sombra», y «la enorme arruga del peñascal» que nos ha cantado Othón. 80 Y estas «sombras horrendas» de Virgilio son, sin más ni más, la «aterradora lobreguez» del mismo soneto IV de Manuel José. Incluso, la propia voz caverna(s) es inseparable de Virgilio. ¿Quién no recuerda el penitusque cavernas (Aen. II, 20) y el gemitumque dedere cavernae (Aen. II, 53). OTHÓN EN SONETOS LATINOS De modo que vale la pena versificar en endecasílabos latinos, ritmados y rimados, cada uno de los sonetos de este ciclo de Othón. Yo ya los había versificado en 198636. Aquí recapitulo esas versiones mías e –imitando la costumbre cara al propio Othón– les hago varios retoques. (Preámbulo) A fuerza de pensar en tus historias y sentir con tu propio sentimiento, han venido a agolparse al pensamiento rancios recuerdos de perdidas glorias. Herrera, Z. Tarsicio., «M.J. Othón ante Horacio y Virgilio». II.«Latín virgiliano para el Idilio salvaje», NOVA TELLUS , 1986, p. 147-179. 36 81 Y evocando tristísimas memorias, porque siempre lo ido es triste, siento amalgamar el oro de tu cuento de mi viejo román con las escorias. ¿He interpretado tu pasión? Lo ignoro, que me apropio al narrar, algunas veces, el goce extraño y el ajeno lloro. Sólo sé que, si tú los encareces con tu ardiente pincel, serán de oro mis versos, y esplendor sus lobregueces. Doy ahora cadencias latinas al soneto en estas estrofas: Saepe, volvuntur tuae dum historiae Partemque sumo tuae affectionis, Meae acervatur cogitationi Evocatio prisca amissae gloriae. Dumque évoco tristíssimas memorias, Nam quod recessit triste est semper, sentio Commixtum aurum magni tui eventus Véteris nostri amoris inter scorias. Tuam flammam percepi? Id ignoratum, 82 Nam narrans, aliquando feci lusus Alíus meos, aliusque planctum. Agnosco tantum quod, si tu celebras penicillo flammato, meos versus Fácies aurum, lucem tum tenebras. Y vuelve en el soneto I del Idilio salvaje, el superlativo «amarguísimo» del verso «en el mar amarguísimo y salobre». I ¿Por qué a mi helada soledad viniste cubierta con el último celaje de un crepúsculo gris?... Mira el paisaje, árido y triste, inmensamente triste. Si vienes del dolor y en él nutriste tu corazón, bien vengas al salvaje desierto, donde apenas un miraje de lo que fue mi juventud existe. Mas si acaso no vienes de tan lejos y en tu alma aún del placer quedan los dejos, puedes tornar a tu revuelto mundo. 83 Si no, ven a lavar tu ciprio manto en el mar amarguísimo y profundo de un triste amor, o de un inmenso llanto. Cur gélidum eremum advenisti Cinérei crepúsculi adoperta Extrema nube? Panorama specta Áridum, triste, immenso more triste. Si venis a dolore in quo nutristi Tuum cor, bene veni usque ad perustum Desertum ubi vix dispersum frustum Mea a longinqua juventute exsistit. Si autem forsan non venis a tam longe Et adhuc aestus restant tuo in corde, Verti potes ad tuum sparsum mundum. Sin, lava tuos Cyprios amictus Inter mare amarissimum, profundum Tristis amoris vel immensi fletus. DENSA SÍNTESIS DRAMÁTICA Peñalosa sostiene, en el mismo ensayo del centenario natalicio othoniano, que «en ningún otro poema 84 logró Manuel José Othón una síntesis tal, ni sus paisajes jamás, como éste, se transformaron en carne y en espíritu, en amor y odio, en viva humanidad... Como en Virgilio, las cosas tienen un rocío de lágrimas»37. El estudioso le ha añadido también al carácter virgiliano de Othón en lo bucólico y en lo épico, el rasgo de emotividad propio del mantuano. Alfonso Reyes, por su parte, declara que «un divino pudor de su alma y el deseo de no lastimar a su compañera con versos de aventura –lo oí de sus propios labios– le habían impedido publicarlo antes. Por fin escribió un soneto al frente de los demás, donde aplicó la historia a un amigo, cuyos sentimientos fingió cantar, y los dio a la estampa»38. Clásicamente humanista es también este rasgo: «De un desierto inmóvil y asordado, surge el dinamismo musculoso, el estrépito del galope, los berrendos salvajes que anticipan el desenfreno de las pasiones»39. Peñalosa, J.A., ensayo citado, p. 66. Reyes, A., Conferencia sobre los Poemas rústicos. Recuérdese que Othón era amigo del general Bernardo Reyes, padre de Alfonso Reyes. 39 Ibídem. Por el norte de México cruzan los desiertos las manadas de berrendos, o antílopes americanos, comunes también en el oeste de Estados Unidos y de Canadá. Son de vientre blanco y lomo castaño, coloración peculiar del ganado que también llamamos «berrendo». 37 38 85 Daré mi versión latina del soneto , que así canta: II Mira el paisaje: inmensidad abajo, inmensidad, inmensidad arriba; y en el hondo perfil, la sierra altiva al pie minada por horrendo tajo. Bloques gigantes que arrancó de cuajo el terremoto, de la roca viva; y en aquella sabana pensativa y adusta, ni una senda, ni un atajo. Asoladora atmósfera candente do se incrustan las águilas serenas, como clavos que se hunden lentamente. Silencio, lobreguez, pavor tremendos que viene sólo a interrumpir apenas el galope triunfal de los berrendos. Panorama specta: infra, immensitatem, Immensitate(m), immensitatem supra: In finítima línea, alta juga Quae subter horrent ob profunditatem. 86 Moles radícitus evulsae immanes A terraemotu ex rupis sinu aperto; Et in cogitabundo illo deserto Asperoque, nec sémita nec trames. Athmósphaera debellans propter aestum, Ubi figuntur áquilae serenae Ceu clavi permeantes altum, lentum. Silentium, tenebrae, horrendus pavor Quae quandóquidem tantum rumpit aegre Cervorum víctor agitatus fragor. LA INDIA BRAVA Alfonso Toro, a quien fue dirigido el soneto encubridor, testificaba haber visto en Aguascalientes, durante la Revolución, a la «india brava», llamada Guadalupe Jiménez40. Inclusive, algún otro amigo de Othón hasta oyó a la propia Guadalupe referir su aventura con el poeta, por lo cual sí hay ciertas pruebas de que la aventura Por cierto que la nota respectiva del editor crítico puede llegar a entenderse en el sentido de que Alfonso Toro no desea que se conserve su nombre y su soneto inicial. En realidad, el historiador protesta por los desaciertos de la edición de El mundo ilustrado, que no estaba autorizada. 40 87 cantada en el Idilio salvaje fue real. Sería inverosímil, por lo demás, que el más excelso vuelo de Manuel José hubiera sido un trabajo de encargo, cosa que no se suele ver ni al alto numen de Sor Juana. Veamos ahora el soneto sucesivo, con mi latinización. Comienza así: III En la estepa maldita, bajo el peso de sibilante grisa que asesina, irgues tu talla escultural y fina como un relieve en el confín impreso. El viento entre los médanos opreso canta como una música divina, y finge, bajo la húmeda neblina, un infinito y solitario beso. Vibran en el crepúsculo tus ojos un dardo negro de pasión y enojos, que en mi carne y mi espíritu se clava: y destacada contra el sol muriente, como un airón, flotando inmensamente, tu bruna cabellera de india brava. 88 Sub póndere, in planitie exsecrata, Brumae quae síbilans nos interfecit, Scultórea figura tua stetit Ut facies in fínibus calcata. Ventus, quem rétinet harena oppressum, Cántitat talis ut divina música, Caliginemque figit subter húmidam Ósculum quoddam solum, indefessum. Vibrant óculi tui sub crepúsculum Aestus et irae tétricum venábulum In carne in animoque meo immersi; Et ante solem morientem micant, Quasi vexillum quod immense vibrat, Indae saevae capilli tui tetri. DOS CORRECTORES MORIBUNDOS El bardo potosino presentó al director de la Revista Moderna el ciclo inmortal, y alcanzó a corregir las pruebas de imprenta. En dicha revista aparece la versión definitiva en enero de 1907, dos meses después de fallecido el poeta. 89 Allí se rectifica la versión incompleta que había dado a conocer un mes antes, y sin autorización, El mundo ilustrado. Sorprende el paralelismo entre el testamento lírico erótico de Othón, En el desierto. Idilio salvaje, y el testamento lírico patriótico de López Velarde, La suave Patria. Uno y otro bardo dieron el visto bueno a su poema culminante en el lecho de muerte. La perspectiva clásica de los ocho sonetos que forman el Idilio salvaje es vista por Peñalosa en varios sentidos: «Todo, todo es aquí inmenso: inmensa la serranía, inmensa la llanura, inmenso el desierto, inmenso el cielo... El paisaje como protagonista, como agonía, pasión y vida». Doy aquí mi latinización del soneto sucesivo, que comienza así: IV La llanada amarguísima y salobre, enjuta cuenca de océano muerto, y en la gris lontananza, como puerto, el peñascal, desamparado y pobre. 90 Unta la tarde en mi semblante yerto aterradora lobreguez, y sobre tu piel, tostada por el sol, el cobre y el sepia de las rocas del desierto. Y en el regazo donde sombra eterna, del peñascal bajo la enorme arruga, es para nuestro amor nido y caverna, las lianas de tu cuerpo retorcidas en el torso viril que te subyuga con una gran palpitación de vidas. Planus ille amaríssimus, salober, Sicca concha ubi exstinctus fuit pontus; Et in fusca longinquitate, ut portus, Saxorum massa, derelicta et pauper. Linit vesper in meo vultu algenti Perhorrentes tenebras, et perustum Sólibus super cutim tuum, cuprum Atque saxorum sépiam deserti. Et in gremio ubi umbra fere aeterna, Saxorum massa sub ingenti ruga, 91 Nostro est amori nidus et caverna, Volutum corpus tuum lianarum Per viri latera quae te subjugant, In palpitatione alta vitarum. LA SILUETA A CONTRALUZ Y no menos clásica es la visión a contraluz de la protagonista, que en el soneto III había sido captada con la pupila y el cincel: «Irgues tu talla escultural y fina» El editor crítico cierra su ensayo señalando otros dos rasgos delicados en Othón: primero, el epitalamio es narrado «con ritmo acelerado, no con morosa delectación». Y, en fin, Manuel José se duele de la aventura con «un arrepentimiento tan hondo y tan veraz, que le conturba el paisaje circundante y le estremece la conciencia... El campo de amor es campo de matanza». Don Octaviano Valdés subraya el recurso de la reiteración del mismo vocablo: «Esta insistencia, tan característica de la poesía othoniana, se desenfrena en 92 el Idilio, produciendo la sensación de un arco siempre más y más en tensión»41. Así comienza el soneto siguiente, que sucesivamente procedo a latinizar: V ¡Qué enferma y dolorida lontananza! ¡Qué inexorable y hosca la llanura! Flota en todo el paisaje tal pavura, como si fuera un campo de matanza. Y la sombra que avanza, avanza, avanza, parece, con su trágica envoltura, el alma ingente, plena de amargura, de los que han de morir sin esperanza. Y allí estamos nosotros, oprimidos por la angustia de todas las pasiones, bajo el peso de todos los olvidos. En un cielo de plomo el sol ya muerto, y en nuestros desgarrados corazones ¡El desierto, el desierto... y el desierto! Valdés, Octaviano, Amado, Manuel José y otros exámenes, ediciones Las hojas del mate, México, 1975. 41 93 Quam aegrotans longínquitas, quam tristis! Inexorábilis quam fusca vallis! Vibrat in agro toto terror talis, Campus si foret plenus ut occisis. Umbraque quaedam pergens, pergens, pergens, Videtur, trágico in paludamento, Anima immanis, quassa sub tormento In morituris spe privatis degens. Atque ibi nos versamur tunc, oppressi Angustia cunctarum passionum Póndere ómnium sub oblivionum. In plumbeoque caelo astrum confertum Inque córdibus nostris jam disjectis Est desertum, desertum... et desertum! EL AMOR PROHIBIDO Don Joaquín Antonio considera que de la misma hondura del hombre bueno que cantó la armonía del universo, brotó este canto al episodio de amor prohibido. Él supo, como Nervo, que «pecar en la creación es disonancia». 94 Muy lejos estaba Othón de la pasión desbordada, casi satánica de que hablaba el poeta Ramón Gálvez42. Tal episodio torturado en el himnólogo Othón nos recuerda el paréntesis que representan en la producción del organista catedralicio César Franck su Quinteto y su poema sinfónico El cazador maldito. Ambas obras han sido vistas por la perspicacia de Jean Gallois43 como el desahogo estético del amor prohibido hacia la rubia discípula Augusta Holmés, quien no recibió del maestro «seráfico» más confidencias que las musicales. ¿No se dice lo mismo del pintor Dominique Ingres, quien desahogó sus apetencias extraconyugales, dejando encerradas en sus lienzos a las mujeres que lo turbaban? Veamos ahora el comienzo del soneto penúltimo, con mi versión latina: VI ¡Es mi adiós!... Allá vas, bruna y austera, por las planicies que el bochorno escalda, Castañeda Batres, O., «M.J. Othón y el modernismo». En Boletín bibliográfico de la Secretaría de Hacienda, México, 1958, p. 7. 43 Gallois, Jean, César Franck, Solfêges. Editions du Seuil, Paris, 1966, p. 132 ss. 42 95 al verberar tu ardiente cabellera, como una maldición, sobre tu espalda. En mis desolaciones, ¿qué me espera?... –ya apenas veo tu arrastrante falda– una deshojazón de primavera y una eterna nostalgia de esmeralda. El terremoto humano ha destrüido mi corazón, y todo en él expira. ¡Mal hayan el recuerdo y el olvido! Aún te columbro y ya olvidé tu frente; sólo, ¡ay! tu espalda miro, cual se mira lo que huye y se aleja eternamente Vale dico! Illac is, fusca et austera, In vállibus ardoris solis arsis, Verberántibus ignis comis sparsis, Tibi maledicéntibus, in terga. Quid exspectare possum in moerore? (jam vix tuam reptantem vestem cerno) Frondem decerptam témpore sub verno Amissique smaragdi ampli dolores. 96 Jam destruxit humanus terraemotus Meum cor in quo mundus perit totus. Memoriae et oblivio sit male! Adhuc te cerno et frons a mente cedit: Tergum, heu, tantu(m) intúeor et tale Ut quod aeterne fugit et recessit. EL HONDO CATACLISMO En estos sonetos «que parecen haber sido hechos de un solo ímpetu, con un dinamismo feroz del principio al fin» el vate sabe evitar la sobreactuación, y siempre troquela ceñidamente sus versos. «Y al mismo tiempo que mantiene en toda su fuerza y pureza el ritmo poético principal... le queda el poder para sacar estrofas escultóricas, de entre el desfilar de versos hoscos, doloridos, sacudidos de pánico»44. Así se abre el «Envío» conclusivo, con mi conclusiva latinización: En tus aras quemé mi último incienso y deshojé mis postrimeras rosas. Do se alzaban los templos de mis diosas ya sólo queda el arenal inmenso. 44 Valdés, O., ensayo citado (p. 41 s). 97 Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso! ¡Qué andar por entre ruinas y entre fosas! ¡A fuerza de pensar en tales cosas Me duele el pensamiento cuando pienso! ¡Pasó!... ¿Qué resta ya de tanto y tanto deliquio? En ti ni la moral dolencia, ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto. Y en mí, ¡qué hondo y tremendo cataclismo! ¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia y qué horrible disgusto de mí mismo! EMISSIO Tuis in aris ussi últimu(m) incensum Atque effrondavi últimas rosas meas. Aras ad meas ubi dabam deas, Desertum modo nunc restat immensum. Qui descensus, cum ánimam temptavi! Qui gressus inter fossas et ruinas! Cum multum cogitavi inter res illas, Cogitatio alsit cum cogitavi! Pertransivit! Quid nunc restat ex tantis 98 Affectus? Neque in te ánimae dolentia Nec turpis dolor neque sapor plancti. In me, altum quam et atrox cataclismus! Qualis umbra pavorque in conscientia Meíque ipsíus quam tetrum fastidium! Sólo unos poetas tan señeros como Peñalosa, Octaviano Valdés y Alfonso Reyes han podido desentrañar los secretos del Idilio salvaje, extrayendo la miel de la boca de león del bardo potosino. De ellos aprendemos que la perfección sólo se logra con una larga paciencia. 99 CAPÍTULO V LOS POEMAS «PRINCIPESCOS» La producción lírica de Manuel José Othón ha abarcado muy variados niveles. Los he dividido, convencionalmente, en «regios», «principescos» y «familiares». Ya hemos visto que Othón alcanzó las cumbres poéticas en tres poemas «regios»: uno surgió cuando fue desplegando las diversas horas de una jornada en ambientes tropicales, en su Himno de los bosques, de 1891. Un segundo poema «regio». Todavía se irguió más arriba cuando continuó su heroico recorrido a todo lo largo de la noche. Así supimos que, bajo la pluma de un mago de la lírica, en las sombras de la noche es más fecundo el recorrido de las sorpresas y de las criaturas de los campos, que en pleno esplendor 100 del día. Así lo hemos descubierto al ir recorriendo la Noche rústica de Walpurgis, de 1897, con sus veintidós sonetos. Tal es su segundo poema «regio». Para sus últimos años de creación, nos reservó Othón toda la densidad de su fantasía lírico dramática para referirnos una estrujante aventura amatoria con una «india brava». Tal ha sido su tercer poema «regio»: su Idilio salvaje, editado en 1907, a raíz del deceso del poeta. RECORRIDO POR LOS POEMAS «PRINCIPESCOS» Mas vamos a recorrer ahora el ciclo de sus poemas de un impulso excelente, pero más cotidiano, aunque no menos admirable. Son los que llamo «poemas principescos». Primero aparece su «poema rústico» de 1899 titulado Pastoral (A). Luego, su panorama campestre de 1901 titulado Angelus Dómini. (B). Y en tercer lugar su drama nocturno denominado Psalmo del fuego, de 1902 (C). Debe incluirse también en este capítulo su clasicista Oda al Teatro de la Paz, de 1894. (D). Y también debe caber aquí la evocación horaciana titulada Nostálgica, de 1898 (E). Vendrán 101 luego las Elegías a Joaquín García Izcazbalceta, a Gutiérrez Nájera, a Marcos Vives y a Rafael Ángel de la Peña. (F). Cabe aquí el pequeño himno a Benito Juárez, titulado clásicamente Vis et vir (El valor y el varón), de 1906. (G). Además, como cumbre entre los pequeños grandes poemas de Othón se cuenta, naturalmente, el tríptico de Las montañas épicas, de 1898, combinación de poderío tectónico y de dignidad nacional. (H). A. El poema Pastoral Nos encontramos aquí con un ciclo de diez silvas que despliegan la magistral versificación que Manuel José Othón llegó a manejar en su madurez. Estamos ante una bitácora lírica que va siguiendo a un pastor entre las montañas a lo largo del día. Este recorrido ya lo ha hecho Othón más de una vez, tanto en el monte como en el pliego, pero cada vez nos reserva nuevos hallazgos líricos. Nos llama la atención leer que Othón anotó en carta a Juan B. Delgado: «Casi dos años tardé en escribirla». En realidad fue menos de un año: del 2 de diciembre de 1898 al 18 de septiembre de 1899. 102 Ahora bien, es cierto que, como Othón gusta de escribirlo a sus amigos, él es «premioso» para crear sus poemas, o sea que compone en forma lenta y pausada. Esta lentitud yo la percibo en poemas que están cuajados de imágenes y de primorosos hallazgos. Pero justamente este poema titulado Pastoral es lo contrario de una pieza cuajada de vivencias. Sus imágenes son brillantes, pero espontáneas; sus estrofas son nutridas, pero diáfanas. Sin duda lo que Othón anotó sobre haber durado más de un año para componer este poema sólo indica que estaba en una etapa en que hacía descansos de largos días o semanas entre la creación de un pasaje y de otro. En el episodio I conocemos al protagonista único de este poema: Es solo habitador de aquel albergue un pobre rabadán: mas nunca el día lo encontró bajo el rústico techado, pues apenas ha el alba despuntado, sus perlas derramando en cielo y tierra, ya la figura del pastor se yergue sobre el excelso pico de la sierra. 103 La audacia de este poema consiste en que sólo encierra una anécdota abstracta. El pastor es, para el poeta enamorado de la vida campestre, ni más ni menos que un héroe que realizará gloriosamente su jornada rústica: Como un dios se le mira desde el valle en la roca granítica tallado, El episodio II reitera que el pastor solitario «es el rey y señor de la comarca/solamente habitada por las fieras». A continuación, el episodio III se prodiga en describir el paisaje con una magnífica «metáfora continuada»: Abajo, la llanura, las vecinas/selvas; arriba, un océano: el oleaje de las cimas rocosas y onduladas... Continúa desplegando el episodio IV el majestuoso panorama: Y, cuando empieza a modular el viento los himnos de su agreste sinfonía, circula de la cima por la espalda un divino temblor. 104 Una nueva incidencia en la vida agreste llena el episodio V: el sol canicular su sangre abrasa que, por las anchas venas, a torrentes con ritmo libre y vigoroso pasa; Reaparece en el episodio VI la anécdota del trabajo creador: El recio leñador, casi desnudo, hiende los troncos jadeando. En el episodio VII, Othón despliega la gloriosa comparación del campo infinito con la estrecha ciudad. Y es curiosa esta proclama campirana del poeta, si tomamos en cuenta que cada vez que acudía a alguna gran capital, disfrutaba tanto de las tertulias, del reconocimiento y de los brindis de sus colegas, que le escribía a su esposa que tanto él como ella habían nacido para vivir en la capital. Manuel José sabía exaltar los atractivos de las ciudades, pero aquí el que canta es un Othón que tiene los ojos abiertos a los vastos horizontes: ve el triste solitario de los montes –a mirar lo infinito acostumbrado 105 y a esparcirse en los vastos horizontes– el ruin y miserable hacinamiento que forma la ciudad: ¡tapias y muros! (...) Y divisa el pastor, con la mirada que hiende, poderosa, los espacios, las torres muy pequeñas, los palacios aun más pequeños. ¿Y los hombres?... ¡nada! ¡Atención a las diversas hipérboles de Othón! En la Noche rústica de Walpurgis hace decir psicológicamente a las estrellas: Sus cráneos ... fraguas donde se forja el pensamiento... Los astros son materia... ¡casi nada! Y en cambio en esta Pastoral, físicamente las torres son pequeñas..., y los hombres ¡nada! En el episodio VIII: ya el pastor baja a su cabaña y disfruta el esplendor de la noche: y, cuando para orar alza la frente, clavan en su pupila transparente sus dardos de diamante las estrellas; Ya es media noche de plenitud serena en el episodio IX, desarrollado en medio de la inmensa soledad: 106 ... Cuando la luna llena baña la sierra en ondas plateadas, el pico enhiesto de esplendor se viste y se incrusta en la atmósfera serena. Cierra este austero poema Pastoral, el episodio X, que anuncia ya la aurora: Repose en calma. La diurnal tarea ya pronto volverá, pues tras el monte una indecisa claridad blanquea... Ya en las cumbres destácase el granito. Ya se bañan de azul el horizonte y el alma. ¡Oh infinito! ¡Oh infinito! Más de algún lector podría decir: Othón es el poeta del infinito, en la medida en que el espacio logra embellecer las tareas del labrador con sus visiones etéreas. B. El tríptico Angelus Domini Nos encontramos aquí con un poema dedicado a Rafael B. Delgado, fechado en Santa María del Río, en julio de 1894. 107 Nuestro vate ya había roto sus amarras con los poetas románticos de voz fogosa, y había tomado la senda de la austeridad. Por ello emprende aquí un ciclo de tres pares de sonetos, que en un manuscrito que se encuentra en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí había titulado, con cierto aire simbolista, Blanco, Rojo y Azul. Empero, la antorcha de su fantasía era tan centelleante, que le brindaba nuevas sendas de esplendor para recorrer desde el impresionismo hasta el expresionismo. Por ejemplo, delicadamente impresionista como un amanecer de Claude Monet nace el primer par de sonetos de este ciclo, con el subtítulo Blanco: Rompe el alba el botón de la mañana con sus dedos de niebla luminosa Y culmina con una fogosidad expresionista que nos remite casi hasta la pintura de Vincent Van Gogh, porque está trazado directamente con la fuente del propio tubo denso de pigmento: Y, de la cima oriente por los flancos, ríos de luz descienden y chorrean, hasta petrificarse en los barrancos. 108 Este expresionismo de ingentes tornasoles se proyecta hasta el final del segundo soneto: El ángel toca su clarín de plata y el sol, que nace, a sus espaldas prende una clámide roja de escarlata. Con el número II (y el subtítulo Rojo) nos deslumbran otros dos sonetos, que se cierran con este estruendo que nos evoca la majestad radiosa de la Gloria de Bernini, enmarcando a la Paloma Sagrada: ¡Oh salmo de las fuerzas, soberana voz que el clamor universal encierra y vibra por los ámbitos profundos, como el gigante son de una campana fundida en las entrañas de la tierra o forjada en los yunques de los mundos! Y llega luego con el número III y el título Azul, el tercer par de sonetos. ¡Qué delicadeza posee la mano de Manuel José Othón para trazar matices de una sutileza digna del pincel de William Turner! Así nos suena el dístico: y a lo lejos vaguísima se esfuma, profundamente azul, la serranía. 109 Las vivencias más cotidianas pueden prolongarse, en la pluma de Othón, hacia deliciosas visiones: Suenan los cantos del labriego; cava la tarda yunta el surco postrimero. Y el tríptico de pares de sonetos, que nació con un botón de rosa y se prolongó con el gigante son de una campana, se esfuma hasta una visión penumbrosa digna de Remedios Varo: Su voz tristezas y consuelos vierte. Humedecen sus ojos de zafiro auras de vida y ráfagas de muerte. C. Psalmo del fuego Es un poema majestuoso y osado, fruto de los años culminantes de Othón, hacia 1898. Como es natural, está en los Poemas rústicos. Está trazado a vigorosas pinceladas, desde los primeros párrafos. Noche muy negra. Un paso: la cañada defendida por ásperos pretiles (...) el enorme talud de los cantiles. Tiene hallazgos memorables como la creativa reiteración encerrada en el párrafo que dice: 110 ... y hay un reposo en las cosas, tan lóbrego y medroso, que hasta el silencio duerme. Y nuestro poeta sigue desplegando el paisaje desolado, mortecino, cuajado de cactus y espinas: ... entonces aparece de improviso allá, sobre la negra cordillera, el rojo pincelazo de una hoguera, cuya luz junta, con ardiente broche, el velo del abismo al de la noche... Así vemos que, con la hoguera, surge la visión de un feliz refugio: Un paso más. La inmensa lontananza tuvo límite al fin ¡y Dios es bueno! Ha entrado ya el espíritu en el pleno triunfo de la esperanza. Y la vastedad de las soledades la sigue desplegando el vate con magníficos latinismos: Y en tanto que se extiende por la callada bóveda del cielo adamantino velo, (...) se eleva hasta las cumbres misteriosas 111 donde llamea ignipotentemente la eterna zarza ardiente, el gran clamor del alma de las cosas. Con el pecho estremecido, se dirige el poeta al antes desolado caminante y le anuncia el egregio oxímoron que transforma aquella soledad montaraz. Al estar iluminada por una hoguera palpitante, la montaña ha adquirido el inmenso resplandor nacido del fuego capaz de transformar la montaña en un palacio: Tienes para tus penas un amigo, en ese fuego salvador abrigo y un inmenso palacio: la montaña. Y el vate proclama luego que el caminante, por haber encontrado una lumbrera salvadora en medio de la noche, ya está vivificado: Pasa la noche. Ya la madrugada fortalecido encuentra al caminante que a emprender se apercibe la jornada por llanuras y montes, siempre errante. Este último verso parece haberlo trazado Othón como un epíteto que a él le sienta de maravilla: «siempre errante». 112 Y el poeta proclama de nuevo la presencia deslumbrante del Creador. Y lo hace nada menos que con siete proclamas de uno o dos dísticos cada una. La más perfecta de ellas dice: Porque en la soledad prestas abrigo, y calor, y consuelo, te bendigo; y porque hiciste el sol de fuego y oro. ¡oh Señor! yo te adoro. D. La Oda a la inauguración del Teatro de la Paz La más vasta poesía de Othón con carácter horaciano sólo salió al público hasta que Peñalosa publicó las citadas Poesías completas de M.J. Othón en 1947. Es un encargo oficial para el estreno del máximo teatro potosino en 1894. Para tan resonante ocasión, Othón rebasa su costumbre inicial de imitar a Bécquer y a Espronceda. Ahora se remonta al Carmen saeculare que Horacio había entonado por encargo de Augusto en los Juegos Seculares que él presenció en el año 17 antes de Cristo. Inclusive, evoca también la célebre Égloga IV de Virgilio. 113 Si ese clásico canto latino de circunstancias, encargado a Horacio por el emperador Augusto, resultó una poesía perdurable, Manuel José tomará de él la inspiración para que su propia poesía de encargo resulte igualmente duradera. En efecto, Othón ya había tomado del mismo Carmen saeculare el inicio «¡Oh padre Sol!» para su soneto «Bajo el sol», de 1899. Allí evocaba el Alme Sol, del v. 9 del mismo Carmen. Si el nombre del protector Mecenas inicia cada uno de los libros de Horacio, a su vez el nombre de su inspirador Horacio aparece en el umbral de esta Oda othoniana, silva de endecasílabos y heptasílabos con consonancias ocasionales: ¡Oh padre Horacio! Si me fuera dable tañer una vez sola de tu lira las cuerdas de oro con robusta mano,... Y viene, a renglón seguido, la referencia al propio Carmen saeculare: ¡Oh, de Venusia orgullo, gloria y amor de Apolo y de sus hijas!: tu Canto Secular escuchó Roma y sus dioses oyeron tu plegaria. 114 Entra luego de lleno Othón en la imitación del citado poema. Allí se leen los tópicos Fertilis frugum... Caererem corona... Et Iovis aurae (vv. 29 a 32). Y entonces una estrofa de Manuel José parodia esa estrofa de Horacio: Para el romano imperio le pedías paz y prosperidad. A Ceres casta blandas espigas y rosadas pomas. A Júpiter el soplo de su aliento,... Horacio pide luego protección para vírgenes y matronas, y Othón también pide: virtud y castidad para los pechos de tus dulces y tímidas doncellas, de tus nobles y olímpicas matronas. También sigue Manuel José a Horacio cuando continúa pidiendo: Para el anciano a los sagrados númenes pedías bienestar, luz para el niño, valor para los hombres y nobleza... Así va escalando Manuel Othón los pináculos de la Poesía. Y de pronto le nacen alas de águila y se remonta audaz hasta el dístico final donde ve «abrazada la tierra con el cielo»: 115 Y antes que el siglo feneciera, todo gratos te concedieron: que la tierra sintió otra vez la celestial pisada con que la hollara la virtud, tornando el honor y la fe con la pureza; y la Abundancia derramó en el suelo su rebosante cuerno, y vióse en tanto, a los ecos triunfales de tu canto, abrazada la tierra con el cielo. Pero después, el vate potosino se vuelve hacia el otro Dióscuro latino, Virgilio. Ahora se vuelve hacia su tan celebrada Égloga IV. Así comienza: Ya parece volver la edad dorada con que soñó Virgilio. Y emprende ahora Manuel José su más vasta referencia a aquel pasaje de dicha Égloga IV del Mantuano, a la cual se refería Borges cuando escribía: «El inocente Virgilio, hará dos mil años, creyó anunciar el nacimiento de un hombre, y vaticinaba el de Dios»45. Se trata del dístico que los creyentes 45 Borges, J.L., «La otra muerte», en El Aleph, Buenos Aires, 16ª impresión, 1972 116 solemos llamar profético, y el genial Borges nos ha dado la razón: Iam redit et Virgo, redeunt Saturnia regna, Iam nova progenies caelo demittitur alto. (Ya vuelve la Virgen, vuelven los reinos saturnios, Ya una nueva progenie de lo alto del cielo es enviada). Y así canta virgilianamente el clasicista Othón: Los númenes sagrados nos protegen, que cerca están los tiempos de que antes nos hablaba la Cumea. Ya vienen otros siglos y con ellos baja del cielo la divina Astrea. Vuelven ya los imperios de Saturno y a consolar nuestros acerbos males desciende del Olimpo la gloriosa generación de dioses inmortales. Es la más vasta paráfrasis clásica que Othón creó. En ella se han disputado el lugar de honor tanto Horacio como Virgilio. E. La horaciana oda Nostálgica Nos encontramos ante la silva que Othón tituló 117 Nostálgica. Se inicia con el epígrafe O, ubi campi?, que hemos encontrado –tomado directamente de las virgilianas Geórgicas II, 486. Además, evoca vagamente el hexámetro O rus, quando ego te aspiciam? (Oh campo: ¿cuándo te contemplaré?) de la Sátira II, 660, de Horacio. Y las cinco estancias de esta silva «nostálgica» tienen varias referencias a Horacio. Así, cuando el vate potosino canta: «La tenaza/del odio, de la envidia el corvo diente» nos recuerda el Jam minus dente mordeor ínvido («Ya menos muérdeme el diente envidioso»). (Oda IV, 3, 16 de Horacio). Enseguida, Othón se refiere enérgicamente al Pállida mors de la Oda I, 4, 13. Lo hace en esta añoranza de la muerte: ¡y yo quiero la muerte triste y pálida! Esta poesía Nostálgica de Othón subraya su sabor horaciano cuando reelabora con audacia la oda Ille et nefasto (II, 13) de Horacio, en su dístico: Te, triste lignum, te caducum In dómini caput immerentis (vv. 11 y ss.) (¡Oh triste árbol, que a caer ibas en la testa de tu amo inocente!) 118 Horacio maldecía ayer al árbol que casi lo había asesinado. Hoy, Manuel José desea que otro árbol sea el que lo asesine: Quiero morir allá; que me triture el cráneo un golpe de tus fuertes ramas que, por el ronco viento retorcidas, formen, al distenderse, ruda maza. El horacianismo de Othón es muy flexible. Primero, en una actitud paralela a la de Horacio, Othón rehúye el «diente envidioso» de los ciudadanos, en tanto que añora pasearse por los campos. Mas luego toma una actitud opuesta a la del Venusino. Anhela la muerte, con tal que se la cause la naturaleza: un árbol o una maza, un despeñadero o un pantano. F. Las elegías: a Icazbalceta, a Gutiérrez Nájera, a Marcos Vives, a Rafael Ángel de la Peña Othón dedicó a cada uno de sus mejores amigos su respectivo himno mortuorio, y todos resultaron memorables. Ellos quedarán unidos a su recuerdo para siempre. En 1894 cantó un treno en tercetos a Joaquín García Icazbalceta, donde evoca la sentida Oda I, 24, de Horacio: Quis desiderio? en estrofas como ésta: 119 ... de la Fama el clarín menos ruidosa lanza su voz; mas la Verdad austera se doblega llorando silenciosa. Al año siguiente falleció el inspirado Manuel Gutiérrez Nájera. Y para él reelaboró Othón el mismo tema, pero con otra estrofa memorable: Pero, ¡ay! tan dolorosa y tan terrible se hace para nosotros tu partida, que la resignación es imposible. Y Othón se lanzó hasta dedicar al mismo colega incluso una reminiscencia de la Antología griega que decía: Si Homero es un dios, que entre los dioses se le honre, pero si no es un dios, merecería serlo. Entonces Manuel José comenta ante Gutiérrez Nájera: Si el artista es un dios, no fuiste un hombre. Vivas están tus obras inmortales; vive en ellas eterno su renombre. Pero Othón, conmovido al ver que su colega y tocayo había vivido sólo 35 años (1860 -1895), le cantó anonadado: 120 ¡Oh pálido poeta! Tu agonía no fue un triste crepúsculo que muere; fue un eclipse de sol a medio día. Ni don Gabriel ni don Alfonso Méndez Plancarte han señalado este dato innegable: el viril tema de la Oda III, 3, (vv. 1 a 8), el famoso Justum et tenacem, es obsesión de Manuel José, igual que lo ha sido de Díaz Mirón, poeta al cual cita Othón al respecto, según diremos. En la poesía In terra pax46, a la memoria de Marcos Vives, ya Othón introduce atenuado el tópico viril de Horacio: Yo, como el gran poeta47, ante el despojo del hombre de virtud sencillo y fuerte, no estéril grito de piedad arrojo; (...) Aún me parece verte, el alma llena de reposo viril, franco el semblante bajo la ardiente atmósfera serena: En la edición de las Obras de M.J.O., SEP, 1928, In terra pax se lee, sorpresivamente, Interna pax. 47 «El gran poeta» es sin duda Díaz Mirón, quien en su oda Requiescat in pace cantaba: Ante el despojo inerte/del hombre de virtud, yo no maldigo/sino aplaudo la muerte. Y, desde luego, también puede ser el propio vate romano Horacio. 46 121 Mas donde Manuel José despliega en toda su grandeza el tema inicial de la Oda III, 3, es en las clásicas estrofas de su Elegía a la memoria de Rafael Ángel de la Peña. La Academia Mexicana de la Lengua había encargado a Othón entonar un treno por el ilustre gramático. El vate potosino aceptó escribirlo, pese a su salud gravemente dañada, y luego leyó fatigosamente su creación en la sesión solemne del 24 de octubre de 1906, que celebró en México la propia Academia en el Teatro del Conservatorio. Y esta fue la conmovida paráfrasis horaciana de Othón para don Rafael: Fue el varón fortunado de alta frente, nunca sentado en la manchada silla de pecadora y fementida gente; que crece en altivez cuando se humilla, incrustando, con ánimo sereno, la frente en Dios y en tierra la rodilla, y desprecia el relámpago y el trueno. Pero, por desgracia, el poeta que cantaba «Endulzo el amargor de mi ostracismo en miel de los 122 helénicos panales y en la sangrienta flor del cristianismo» (en la misma Elegía), encontró demasiado amarga la desaparición de su amigo De la Peña. Dos semanas duró en la capital sin atender los consejos de moderación que le daba su médico. La enfermedad no se le separaba. Refiere Montejano: «(Desde 1904) el trajín del drama (en honra de Cervantes) El último capítulo, los homenajes, las idas y venidas, acabaron por arrimarlo a la sepultura.» (op. cit., p. 181). Othón parecía sentir, como refiere la tradición acerca del Réquiem de Mozart, que había compuesto un canto para su propio funeral. Manuel José tenía la impresión de que las doloridas quejas ante la tumba de don Rafael las había escrito para sí mismo. El potosino, en las largas noches bohemias entre escritores, solía mezclar «la miel de los helénicos panales» con los espíritus báquicos, los cuales agravaban su cardiopatía y su enfisema pulmonar. El 10 de noviembre regresó el poeta a su natal San Luis, gravemente enfermo. Y, durante el transcurso de su enfermedad, telegrafía a su esposa, pidiéndole 123 que acuda desde Ciudad Lerdo hasta San Luis Potosí. Hace coincidir el cumpleaños de Josefa con su propio funeral. G. Vis et vir (El vigor y el varón). El Himno a Juárez. Es un caso relevante el que Manuel José haya aceptado la invitación del general Bernardo Reyes, entonces Gobernador de Nuevo León, para entonar un himno «Al Benemérito de las Américas, Benito Juárez». Lo debía recitar en Monterrey, en la velada solemne del 21 de marzo de 1906. Era cosa sabida entre amigos que Othón tenía escasa admiración por el Benemérito. Pero era buen amigo del General Reyes, el padre de Alfonso Reyes. Entonces echó mano de todos sus recursos lírico dramáticos, volvió la vista hacia todos los puntos de la Naturaleza, y se lanzó a crear un peán magnífico en catorce estrofas de alejandrinos multirrimados, que suena así: No el simbólico canto de la lira y la trompa, para cantar al Indio nacido entre la pompa 124 de la naturaleza, que sólo en su alma incrusta amor, y hará que el canto brote y los aires rompa de su seno de madre eternamente augusta... H. Las montañas épicas El citado general Bernardo Reyes, Gobernador de Nuevo León, ya había encargado a Othón, hacia 1898, un ciclo de sonetos que exaltara esa cadena montañosa que se ve por largos tramos corriendo junto a las vías férreas que unen a Monterrey con Saltillo. Othón escribió esta nota para su edición príncipe de los Poemas rústicos: «Con el nombre de Montañas épicas designa el autor las formadas por una gran cordillera, grueso ramal de la Sierra Madre, avanzadas hacia el Norte de la República». Les dio un epígrafe que tomó de los sonetos A las montañas divinas, de los Trofeos de José María de Heredia. Lo traduzco así: En estas cumbres claras en que el silencio vibra en el aire inviolable, puro y vasto, ascendente, creo escuchar aún la voz del hombre libre. 125 Othón creó un memorable trío de sonetos, el primero de los cuales termina así: Y en la noche, los áridos peñascos, las vértebras enormes del coloso, sus empinados riscos y crestones, semejan, en bosquejo tremebundo, el esqueleto rígido y monstruoso de un muerto sol pesando sobre el mundo. En el segundo soneto surge una nueva alegoría con otra visión poderosa de la cordillera: Sus arrugas de piedra, sus picachos (...) aparecen cual hachas formidables, titánicos puñales y saetas, lanzas ingentes y ciclópeos sables. Y el tercer soneto cierra el tríptico con la majestad de las águilas que sobrevuelan aquellas montañas: Y allá, sobre las cumbres de granito, las águilas indianas siempre alertas, bajo el dosel azul del infinito guardando están de nuestro honor las puertas, al ultraje cerradas y al delito, a la esperanza y al amor abiertas. 126 CAPÍTULO VI LAS PEQUEÑAS JOYAS FAMILIARES El poeta Othón, que tan abundantes y sonoros poemas había elaborado hasta el año 1880, guarda silencio por cerca de veinte años y, a fines del siglo XIX, comienza a cincelar y a reunir sus inspiraciones con una actitud opuesta. Ahora se inclina hacia los sonetos más austeros y hacia los poemas de una o dos páginas. Y él, que había prodigado los adjetivos estruendosos tales como «la sombra ensangrentada» y los «folios inmortales», ya hacia fines del siglo XIX opta por los epítetos mesurados y por los adjetivos espléndidamente latinos: Frons in mare, Intempesta nox, Angelus Domini. Ya no impera en él desde entonces el desbordamiento, sino la pureza de los tonos y la mesura en 127 las emociones, tales como el «fondo gris perla» de las montañas. Así es como ha abierto los ojos dentro del Olimpo mexicano el poeta modernista Manuel José Othón, compañero de Nervo y Urbina, precursor de López Velarde y González Martínez. Por algo le había dicho Díaz Mirón: —¡Vámonos, Manuel! Tú y yo somos los poetas más grandes de América. Revisemos ahora este cofre de pequeñas joyas líricas familiares en Othón. Invocación Aquí el poeta Othón traza un soneto que invoca a la «Musa adorada» y le pide que proteja su alma sufriente que «Abrasa el sol y el desaliento enfría». El vate culmina dicho soneto con su amor a la Belleza, al Arte, a Dios y a la Naturaleza. Súrgite Así es como comienzan los títulos latinos entre los Poemas rústicos. Allí estiliza Othón su inspiración con el «fondo gris perla» de los montes y con la perspicaz alegoría: «Un alfanje de plata la luna». Luego, las 128 sombras cruzan el espacio «tripulando sus góndolas negras» y Venus vibra «su mirada imperiosa de reina». Y luego, allí es «el sol, rosa inmensa de fuego». Y el poema se cierra con «los rayos/en que inunda tu Dios las esferas». Eso sí: la honda convicción creyente de Othón no deja de vibrar en tesitura de estremecida transparencia. Sonetos paganos Avanza aquí el poeta clasicista: Primero, «de Citeres la virgen» surge «del mar de Chipre». Y aparece una mejilla blanca «como del cisne de Estrimón la pluma». Y cierran el soneto Pan y Apolo. Este es un Othón que ya navega en esquife modernista. En el segundo soneto de este grupo vemos brillar «de Gliceris la mirada» y fluir «la Castalia fuente». Luego vemos derramarse «sangre de Pan y leche de Afrodita». Othón cerraba este segundo «soneto pagano» con el verso: La divina alma Genitrix palpita. Así evocaba el inicio del vasto poema de Lucrecio De natura rerum: 129 Aeneadum genitrix, hóminum duvumque voluptas, alma Venus. (Madre de los Enéadas, deleite de hombres y dioses, Amada Venus). Pero después recibe de su amigo Ambrosio Ramírez una amplia versión de Odas de Horacio, y entonces hace cambios en el mismo soneto, y lo dedica «A Ambrosio Ramírez, después de leer su traducción de Horacio» (1889). Entonces introduce al «Venusino» y un pasaje suyo: Áltera jam téritur, inicio del Épodo XVI. Y termina así el soneto: Y de tu lira en vibración sonora ¡el áltera jam téritur se escuche! Anexo aquí un dato curioso. A la mitad del soneto «Ya de Gliceris», Othón crea el endecasílabo que acabará siendo una firma inconfundible de dos modernistas mexicanos. Othón cincela el verso: Coronada de pámpanos la frente. Este endecasílabo viene del asclepiadeo de Horacio: 130 Ornata víridi témpora pámpino (Oda III, 25, in fine) (Ornada en pámpanos verdes la frente) Gutiérrez Nájera recuerda luego el endecasílabo de Othón, y escribe en una «Epístola a Justo Sierra»: «Y de pámpano y hiedra coronados». González Martínez lo imitará también así: Que lleva «coronada de pámpanos la frente» («Elogio de la vid»). Voz interna Esta melancólica poesía era una de las que Othón gustaba de editar varias veces. Una vez la presentó en Tula de Tamaulipas, en 1889. Otra, la dio a la Revista Azul, en 1895, con el título de «Voz interna». Cincela allí una página que comienza así: En las noches tediosas y sombrías buscan su nido en mi cerebro enfermo, plegando el ala ensangrentada y rota mis antiguos recuerdos. Crepúsculos Es un par de sonetos, de los cuales sólo el segundo 131 alude al atardecer, en tanto que el primero evoca el amanecer. Está fechado en Sierra de Santa Bárbara, Tamps. Tiene dos emotivos finales pietistas. El primero dice casi al terminar: «Y alza a su Dios sus rítmicos acentos».Y el segundo concluye: «Hasta perderse en ti. ¡Gracias, Dios mío!» Paisajes Estamos ante dos sonetos aceradamente modernistas. Austera inspiración los invade, léxico murmurante y clasicista los nutre, títulos latinos los coronan. Ambos son de 1889. El primero es Meridies y está dedicado a Gutiérrez Nájera. El vate estaba satisfecho de su soneto, sobre todo del terceto final: Desierto el robledal, secos los cauces, y, tendido a la orilla del estero, abre el lagarto sus enormes fauces. También el otro soneto, Nóctifer, se cierra con un impagable terceto: Y Venus, melancólica y tranquila, desde el perfil del horizonte lanza la luz primera de su azul pupila. 132 Lobreguez, Scherzo trágico. Es un fragmento de una leyenda inédita, publicado en 1895. Aquí, Othón recuerda las abundantes creaciones en que había parafraseado con sin igual fogosidad las leyendas de Espronceda y Núñez de Arce. Baste con citar este cuarteto: Los corrales de piso fangoso que han hollado pezuñas y cascos, sobre el cual, por el piso impelidos, flotan acres y fétidos vahos. La Brevis descriptio, tarde campestre. En el más puro estilo europeo, Othón incluye entre sus obras propias una muy libre versión del poema bucólico en neolatín Brevis descriptio vésperis verni, del muy admirado neolatinista potosino, el padre Modesto Santa Cruz. Lo tenía incluido en su libro Tentámina poética («Intentos poéticos»), de 1851. Denominamos neolatín al lenguaje que utiliza don Modesto, porque cultiva esmeradamente el lenguaje más clásico de Virgilio (según se comenzó a practicar desde el Renacimiento), así como su 133 versificación cuantitativa, que era propia de la edad áurea del idioma del Lacio. Así comienza el poema en hexámetros neolatinos de don Modesto: Vesper veris erat. Flabat perléniter aura: Tum Zéphyrus colludebat fontálibus undis Fróndibus arbóreis, herbis et flóribus arvi. Y así traduce Othón el pasaje en un castellano acariciador, dentro de los más clásicos tercetos a la italiana: De mayo era una tarde. Mansamente soplaba el viento y céfiro jugaba de la fontana con la azul corriente; en las frondas y hierbas susurraba y en las flores del campo. Delicioso era el lugar, y el valle deleitaba. A Clearco Meonio Esto es lo que se llama un tríptico clasicista. Lo dedica Manuel José al obispo académico Joaquín Arcadio Pagaza un año antes de 1895, en que fue preconizado obispo de Veracruz en Jalapa. Othón se lo envía desde Santa María del Río, S.L.P. 134 Por cierto que este tríptico de sonetos lo interpretó el obispo de San Luis Potosí, don Ignacio Montes de Oca y Obregón, Mantenedor de los Juegos Florales de esa ciudad, como parte de su discurso del 6 de abril de 1913. En el primer soneto, «La Musa», desfilan el griego cantor de Dafnis (o sea Simónides), y el latino Virgilio. Luego, pasan Gracilaso y André Chenier. El soneto se cierra con este dístico: ¡Anda, pastor! Devuélveme la avena melificada por tu dulce labio. Esa «avena» es típíca de Virgilio, pues nos evoca su Bucólica I, v. 2: Silvestrem tenui Musam meditaris avena (Silvestre Musa evocas con tu flauta ligera) Y, en el tercer soneto del grupo, «Los poetas», cuando leemos al final: Una gota de miel en los oídos, una gota de miel dentro del alma... Percibimos un eco de Horacio cuando canta: Dulce ridentem Lálagen amabo, Dulce loquentem (Oda I, 22, in fine). 135 (Dulce-rïente, a Lálage he de amarla, Dulce-locuente) Poema de vida Es éste un excelente despliegue de virtuosismo poético que bastaría para dar un lugar de honor a Othón en nuestro Parnaso. Aquí nuestro vate se ostenta como un gran señor del fraseo métrico y de la rima. Estamos ante un tríptico de tres sonetos cada sección. El primero se titula Idilio. Allí, Manuel José exalta entusiasta la ubicua floración de la naturaleza: Doquier la vida su vigor ostenta: festonea las lilas y los dragos, hace brotar los mustios jaramagos, hincha la yema y el botón revienta. El segundo canto es un Epitalamio, donde las efusiones del amor son expresadas por Othón con estrofas tan densas como ésta: La vida, como el alma de Afrodita, todo lo enciende: al hongo en el pantano, al ave y al cuadrúpedo en el llano y en el huerto a la humilde bellorita. 136 Y en los tercetos del soneto final de esta sección, el vate luce su genio oculto para manifestar los secretos de una vida amatoria que para él, «errante, siempre errante», era más una quimera que una realidad: Tálamo de las tiernas golondrinas es el aire, del tigre la espelunca, del triscador ganado las colinas... Nada tu fuerza poderosa trunca, pues, renaciendo tú de las rüinas ¡oh fecundante Amor, no mueres nunca! Y, dentro de la fogosa entraña de Othón, el canto tercero no podía ser otra cosa que una Elegía, donde él declama el contraste entre el dolor del clima helado y la esperanza de la vida que renacerá: Mas, ¿quién puede escuchar las misteriosas voces que eleva en místico murmullo el más oculto seno de las cosas? Nada sucumbe: el encendido germen, la crisálida envuelta en su capullo, la célula y el grano... ¡todos duermen! 137 Procul negotiis Amo y señor del soneto modernista se demuestra Othón en este tríptico de sonetos entonados para tres momentos del día. Y sucede que en el primero, titulado Matinal, encierra Othón el soneto más argentadamente neoclásico que he detectado en toda su vasta producción. Estos son sus cuartetos: Quiero, bajo una bóveda de frondas, tras muro grácil de temblosa hierba, hundir los miembros, que el calor enerva, en el fresco zafiro de las ondas; columbrar desde ahí las parvas blondas que el bruno y fuerte labrador acerva y escuchar a la alígera caterva que trina oculta en las cañadas hondas; En seguida, el primer terceto encierra un formal homenaje al Virgilio que había iniciado sus Églogas cantando así: Títere: tu pátulae récubans sub tégmine fagi (Títiro: tú recostado a la sombra de un haya extendida) 138 Y así lo homenajea Othón: y luego reposar, sin un quebranto que en el enfermo corazón se hospede, bajo el haya de Títiro florida; Entonces, el corazón del poeta se evapora en incienso de afectos dirigidos a lo alto: y alzar a Dios, como oración, un canto, si tan sólo este goce me concede por las muchas tristezas de mi vida. Como broche de oro del soneto, y casi de toda su creación lírica, Othón proclama que estas rústicas vivencias son su mayor goce en medio de una vida de sinsabores. Éstos incluían las para él tediosas rutinas como juez de paz en los poblados; la escasez de tiempo para cincelar sus poemas; y la conjunción de afecciones cardíacas y pulmonares, agravadas por lo que Othón mismo calificaba como «el vicio del vino». A este respecto, Marco Antonio Campos declara que «si Valle Arizpe mira al amigo como un beodo sin salvación, Montejano, espigando en las cartas a 139 Josefa, lo considera un bebedor morigerado y culposo. Creemos que se encuentra a medio camino»48. Pero lo que no cabe duda es que el poeta consideraba la embriaguez como una de «las muchas tristezas de mi vida». 48 Campos, M.A., op. cit., Capítulo «Quién no llega a la cantina», p. 66. 140 CAPÍTULO VII OTHÓN, EL DRAMATURGO RELEGADO Manuel José tenía puesta toda su atención en el teatro, en los años que iban de 1880 a 83, cuando él era novio de Pepita. Y ya hemos visto que fue famoso antes por su teatro que por su poesía. Es propio del teatro de Othón el efectismo, recurso que siempre estará ante su vista, incluso en todos sus poemas mayores y en los poemas de la época de Poesías publicadas en 1880, cuya segunda parte, «Leyendas y poemas» sigue a sus «Violetas». Claro que ese efectismo se centra en la mujer, eje moralista fundamental de todos sus dramas. Y añade acertado Álvaro Álvarez Delgado que el tercer recurso 141 básico de Othón, tras el efectismo y tras la presencia de la mujer, es la repercusión del pasado en el presente49. Algunos ejemplos del efectismo de Othón se ven en páginas como un colofón de la «leyenda marina» La loca de las olas: «¡Una rival le arrebató sus dichas/y del martirio le brindó la palma!» (Episodio V). Otra muestra de efectismo en la misma serie othoniana está en la Historia de un beso: «Y se queda sin alma quien da un beso/porque se lleva dos quien lo recibe» (Episodio X). Un nuevo ejemplo de efectismo está en el poema Paolo. Y tiene un final más que efectista, extravagante: «¡Y desde entonces, con la vista errante!,/del infinito en la región remota/cree ver una figura deslumbrante/ que le recuerda a la mujer idiota!» (Epílogo). Y la leyenda La estatua de carne muestra el mismo efectismo del final de la novela Nötre Dame de Paris, de Víctor Hugo. «Y allí la halló sobre la tumba, inerte./ Pasó después un día y otro día.../¡y allí está todavía,/ en un diálogo eterno con la muerte!» (En el epílogo). Álvarez Delgado, Álvaro, Introducción al Libro III, «Teatro», en M.J. Othón, OBRAS COMPLETAS, Compilación de J.A. Peñalosa. México, FCE , 1997, Tomo II, p. 209. 49 142 Hay, además, un feroz efectismo en el colofón del poema Los amores de la tierra: «Atravesó a los dos de una estocada.../Pero en el acto de morir Paolo,/Viendo a su hermano por la rabia ciego,/con moribunda voz le dijo sólo: /–¡Te perdono, Caín!– y expiró luego». Es una realidad que Othón vivió muchos años rondando en el teatro. Además de una docena de proyectos y de fragmentos, Othón cuenta con cinco o seis dramas (dos de ellos perdidos), una comedia y dos monólogos. 1. El más apreciado de sus dramas fue Después de la muerte, de 1883. Argumento levemente dramático de fondo moralista. El eje es Consuelo, esposa de Carlos, quien la ve abrazándose con Román. El esposo cree que la esposa lo engaña, pero se acabará sabiendo que Román es medio hermano de Consuelo, pues la madre de ella lo había engendrado en un desliz. Y esa falta la persigue aún después de la muerte. Es común señalar que este drama fue inspirado a Othón por El gran galeoto, del hoy ya olvidado Premio Nobel hispano José Echegaray. Empero, fue tal su éxito, primero en San Luis y luego en la capital, que los 143 amigos de Othón le pagaron al poeta el viaje a la ciudad de México para que presenciara una función en su beneficio. 2. Lo que hay detrás de la dicha. Es un drama creado en 1886, pasados tres años de Después de la muerte. Se le comparó con el citado drama triunfador de Othón, y siempre se le consideró inferior. Suele comentarse que la principal diferencia es el cambio de verso a prosa. El citado Álvaro Álvarez Delgado subraya que el personaje de Virginia parece querer salir del acartonamiento usual en los personajes de Othón. 3. Viniendo de picos pardos, monólogo masculino de 1892. Es un notable ejercicio de versificación humo- rística. El actor despliega una fácil jocosidad al referir que viene saliendo de una fiesta de gran sociedad. La técnica teatral está aquí hábilmente manejada. 4. A las puertas de la vida, es un monólogo femenino de 1904. Fue estrenado en una reunión familiar del general Bernardo Reyes. Resultó un tour de force para el poeta, quien tuvo que componer esta pieza de aire melodramático, en unos pocos días. La actriz, Otilia Reyes, realizó la hazaña de aprenderse las 144 13 páginas del texto en una sola noche. Su valor es sólo anecdótico, pues su trama es muy sencilla: una tarde de felicidad para una joven que tendrá una fiesta, se oscurece cuando le llega la noticia de que su hermano, ingeniero de minas, ha caído víctima de un hundimiento. 5. El último capítulo, es un drama en un acto y en prosa, de 1905. Este drama fue solicitado por el gobernador José María Espinosa y Cuevas, dentro de los festejos del tercer centenario del Quijote, y se estrenó en el Teatro de la Paz. Encierra un lirismo relevante, pues Othón amaba como pocos a Cervantes. Tuvo el acierto de incluir en sus parlamentos abundantes pasajes del Quijote y, como anota Álvarez Delgado, encierra un carácter evanescente tanto en los personajes como en las situaciones. La realidad histórica da vida a las diversas escenas. Allí, Cervantes está indignado contra Avellaneda, quien ha escrito, como «Segunda parte de Don Quijote», una novela saturada de extravagancias, la cual ofende al propio Cervantes. 145 Luego, la pobreza proverbial del novelista se muestra cuando llega un caballero a pagarle mil maravedís. Pero muy pronto llega otro caballero a cobrarle una deuda de tres mil. Cervantes apenas logra calmar al acreedor con los mil recién recibidos. En otra inspirada y larga escena, Gutierre de Cetina muestra a Cervantes su admiración personal, adjudicándole a Dulcinea el célebre Madrigal «Ojos claros, serenos» (ya sea suyo o de un homónimo). Mas llega luego el religioso Fray Luis de Aliaga a solicitarle a Cervantes que no dé a las prensas su Segunda parte de Don Quijote, pues Avellaneda ya ha publicado la propia, y este trabajo remediará la pobreza de Avellaneda, si es que Cervantes no le pone reparos. Don Miguel protesta indignado por las propuestas del fraile. Éste le formula primero evasivas promesas si acepta... luego, amenazas si se opone. Cervantes no cede. Aliaga se retira, indignado. Cervantes redacta de inmediato el último capítulo de Don Quijote, y dice luego a su esposa y a su sobrina: —¡Ha muerto Don Quijote!... Recobró la razón... ¡Volvió a la vida! 146 —¿Por qué lo habéis tornado cuerdo? —Porque había perdido la esperanza.— Es entonces cuando suena el toque de las Ánimas. —¡Don Quijote ha muerto!... Roguemos a Dios por la suya. Con sus convicciones habituales, Othón ha exhibido la nobleza de Cervantes, y también su propia alma de creyente. 6. Herida en el corazón, fue un drama en tres actos y en verso, de 1877. Aunque fue representado con éxito, no tenemos más datos sobre él. 7. La sombra del hogar, fue un drama en tres actos y en prosa, de 1878. Tuvo poco éxito. 8. La cadena de flores, es una comedia familiar en un acto y en verso, publicada en 1878. Obra incompleta, pero de fluida versificación. Trata del esposo rico e infiel, que acaba por convencerse de la felicidad en familia. 9. El maestro Zacarías, drama lírico en verso. Sólo se conserva poco más de un acto. Por lo demás, de diez proyectos dramáticos de Othón que conservamos, el que el autor más 147 menciona se titula Victoriosa (proyecto de drama en cuatro actos y prosa). Es de notar que el drama más admirado de Othón ha sido Después de la muerte, el cual llegó a filmarse en la época inicial del cine mexicano, si bien con poco éxito. Ahora bien, la obra dramática de Othón que todavía se suele transcribir en antologías es, sin duda, su drama cervantino El último capítulo. Por lo demás, este drama es el último de su vida. En suma, Othón había entrado en el torbellino del teatro de la segunda mitad del siglo XIX, pero acabó por decepcionarse de él, tanto por las premuras de los estrenos, como por la inexperiencia de los actores que solía encontrar como colaboradores. Pronto comprendió Othón que para él no tenía caso ser un dramaturgo oscuro entre muchos, si podía ser un poeta lírico brillante como pocos. A ello se refiere el citado dicho de Díaz Mirón a Othón: —¡Vámonos, Manuel! Tú y yo somos los más grandes poetas de América. 148 EPÍLOGO ¡VÁMONOS, MANUEL! Con toda razón, admiradores de Othón como Alfonso Junco50 se han pasmado ante la honda visión etérea de un poeta que llevó siempre como símbolo el sufrimiento. En medio del dolor, ha logrado Manuel José hacer brotar la belleza lírica, como una flor delicada en medio del desierto. No es sólo lirismo el conocido terceto: Endulzo el amargor de mi ostracismo en miel de los helénicos panales y en la sangrienta flor del cristianismo51. El helenismo clásico (a través de Virgilio y de Horacio) es para él una miel necesaria para endulzar Junco, Alfonso, «Othón en mi recuerdo y en mi entraña» citado, p. 77. En mi latinización, dice: Edulco ruditatem ostracismi / inter favorum mel hellenicorum / et in cruento flore christianismi. 50 51 149 su ostracismo, junto con «la sangrienta flor del cristianismo», que él supo cultivar siempre con gallardía de poeta orgulloso de su tradición judeocristiana. Así hemos encontrado en Manuel José Othón al poeta que, entre bosques, desiertos y montañas, buscaba la salud para sus pulmones dañados en los meses de agonía de su padre, pero que en esas soledades encontró la inspiración para los poemas más majestuosos del Parnaso de América. Si sus estrofas más memorables ameritan una versión latina, vierto así su más célebre cuarteto: Remember! Señor, ¿para qué hiciste la memoria, la más terrible de las obras tuyas? ¡Mátala por piedad, aunque destruyas el pasado y la historia!... Memento! Dómine, cur fecisti tu memoriam, Terribilem valde inter gestas tuas? Illam occide, quaeso, etsi tum ruas delapsa et tum historiam! 150 BIBLIOGRAFÍA Campos, Marco Antonio, El San Luis Potosí de M.J. Othón, S.L.P., Gobierno del Estado de S.L.P., Editorial Ponciano Arriaga, Biblioteca Othoniana, 1, 2006. Escalante, Evodio, El Dios en el precipicio. La poesía de M.J. Othón, S.L.P., Gobierno del Estado de S.L.P. Biblioteca othoniana, 3, 2006. Gutiérrez Vega, Hugo, Acercamientos a M.J. Othón, S.L.P., Gobierno del Estado de S.L.P. Biblioteca othoniana, 2, 2006. Herrera Z., Tarsicio, «Othón ante Horacio y Virgilio». Sección II: Latín virgiliano para el Idilio salvaje. NOVA TELLUS, 1986, pp. 147–179. Pagaza, clasicista y precursor del Idilio salvaje, Toluca, Instituto Mexiquense de cultura, 1990. 151 Junco, Alfonso, «Othón en mi recuerdo y en mi entraña». Memorias de la Academia Mexicana. Tomo XVII. México, 1960, pp. 70 -79. Montejano y Aguiñaga, Rafael, Manuel José Othón y su ambiente, San Luis Potosí, Universidad Autónoma de S.L.P. Primera edición, 1984. Primera reimpresión, 2001. Othón, M.J. Obras completas, compilación de Joaquín Antonio Peñalosa. México, Fondo de Cultura Económica. Colección «Letras mexicanas». 2 tomos, 1997. Poesía(s) completa(s). Compilación, prólogo y notas de J. A. Peñalosa. México, Editorial Jus, 1974. Epistolario. Glosa, esquema, índices y notas de Jesús Zavala. México, UNAM, 1946. Poesías y cuentos, Selección, estudio y notas de Antonio Castro Leal. México, Editorial Porrúa, 1963. En el desierto. Idilio salvaje. Introducción de Armando Adame. S.L.P., 2006. Peñalosa, Joaquín Antonio, «El Idilio salvaje de Manuel José Othón». Memorias de la AM. México, 1960, pp. 61- 69. 152 P. Virgilii Maronis, Aeneidos libri I–VI. Introducción, versión rítmica y notas de R. Bonifaz N. México, UNAM. BSGRM, 1972. Bucolicae. Introducción, versión rítmica y notas de R. Bonifaz N. México, UNAM, BSGRM, 1961. Eclogae, Introducción, versión rítmica y notas de R. Bonifaz N. México, UNAM, BSGRM, 1967. Q. Horatii Flacci, Odes et Épodi, a cura di Giorgio Vitali, Zanichelli, Bologna, 1968. 153 ÍNDICE Preámbulo CAPÍTULO I, I9 Sus altibajos vitales y editoriales La odisea profesional de Othón Los infortunios editoriales CAPÍTULO II, 37 Poemas «regios»: El Himno de los bosques Agonía sinfónica en el bosque Epílogo declamado CAPÍTULO III, 52 Del Primero sueño de Sor Juana a la Noche rústica de Walpurgis Surgen las sombras Pausa luminosa El pavor retorna Esplendores matutinos Colofón lírico Ensayo general CAPÍTULO IV, 75 El Idilio salvaje. Testamento secreto de Othón Un poema con vastedad de imágenes Las coincidencias virgilianas Othón en sonetos latinos Densa síntesis dramática La india brava Dos correctores moribundos La silueta a contraluz El amor prohibido El hondo cataclismo CAPÍTULO V, 100 Los poemas «principescos» A. Poema Pastoral B. El tríptico Angelus Domini C. Psalmo del fuego D. La Oda a la inauguración del Teatro de la Paz E. Las horaciana oda Nostálgica F. Las elegías: a Icazbalceta, a Gutiérrez Nájera, a Marcos Vives, a Rafael Ángel de la Peña G. Vis et vir (El vigor y el varón). El Himno a Juárez H. Las montañas épicas CAPÍTULO VI, 127 Las pequeñas joyas familiares Invocación Súrgite Sonetos paganos Voz interna Crepúsculos Paisajes Lobreguez, scherzo trágico. La Brevis descriptio, tarde campestre. A Clearco Meonio Poema de vida Procul negotiis CAPÍTULO VII, 141 Othón, el dramaturgo relegado EPÍLOGO, 149 ¡Vámonos, Manuel! Bibliografía Impresión Procesos Gráficos Av. Salvador Nava Núm 1553 Colonia Constituyentes San Luis Potosí, S.L.P. Agosto de 2010 Producción Editorial Ponciano Arriaga Vallejo 300 Barrio de San Miguelito 78330 San Luis Potosí San Luis Potosí Mil ejemplares más sobrantes