EPÍLOGO El viento agitaba el vuelo de su vestido azul oscuro, que

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EPÍLOGO El viento agitaba el vuelo de su vestido azul oscuro, que
EPÍLOGO
El viento agitaba el vuelo de su vestido azul oscuro, que aunque en un principio
se había negado a aceptar, después había tenido que reconocer que le sentaba de
maravilla y se sentía muy a gusto con él.
Miraba a su alrededor, un tanto inquieta; su pareja de baile ya debería haberse
presentado, y a pesar de que intentaba mostrarse resuelta, le era prácticamente imposible
sentirse cómoda en el entorno, un entorno en el que un montón de camareros vestidos
de pingüino transportaban de un lado para el otro bandejas llenas de canapés y copas de
champagne (del caro). Sin duda, no podía sentirse a gusto.
Un grupo de jóvenes pasó por delante suyo tapándose la boca con una mano, en
un gesto que ellas consideraban coqueto, para ocultar sus risitas mientras lucían sus
destellantes vestidos de gala. Cuando pensaba en entrar en la sala por sí sola a fin de
encontrarse con alguien conocido, una voz la sobresaltó por la espalda:
- Eh, Fox – se giró con una sonrisa dibujada en el rostro.
- Llegas tarde – le espetó – otra vez.
- Esta vez tengo una excusa; tenía que pasarme por la habitación de Peter a
recoger el libro.
- Disculpas aceptadas.
Justin, que iba vestido con un elegante traje, casi negro, y una camisa malva, le
agarró del brazo y la empujó suavemente hacia el salón de baile donde se celebraba la
fiesta.
- Quiero presentarte a alguien.
Se dirigieron al centro de la gran sala donde habían puesto una larga mesa sobre
la cual descansaba un redondo recipiente de cristal de donde la gente se servía el
ponche. No muy lejos, había una señora de unos cincuenta años aproximadamente,
junto a un hombre de la misma edad, y al lado una chica joven que vestía un vestido
negro que le llegaba bastante por encima de las rodillas, y parecía no querer saber nada
de lo que ocurría a su alrededor.
Justin y Alanna se acercaron hasta ellos.
- Alanna, te presento a mis padres – dijo Justin – papá, mamá, os presento a
Alanna.
Alanna, que ya se venía esperando aquella presentación desde que entraron en el
Plaza, intentó dedicarles la mejor de sus sonrisas, lo cual le resultó difícil ya que no
estaba acostumbrada a sonreír de verdad. Se estrecharon las manos.
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-
Oh, Alanna, estamos encantados de conocerte – dijo la señora Grant – es un
alivio saber que ya no está con esa chica… ¿cómo se llamaba? Bueno, da lo
mismo, no era una buena influencia para él, ya sabrás que Justin se deja
llevar muy fácilmente y…
- Mamá, creo que ya lo ha pillado – contestó el aludido, un tanto molesto.
- Hijo, sabes que tengo toda la razón, salir con ella sólo te servía para
despistarte y desconcentrarte de los estudios. Además…
Justin no la dejó terminar porque cogió a Alanna de la mano y se la llevó hacia
la joven del vestido negro.
- Te presento a mi hermana Lizzy.
Las dos chicas se saludaron con la mirada.
- Liz, ésta es Alanna.
La presentación entre ambas resultó ser la más incómoda de todas para Alanna,
sobre todo por lo fría y distante que se mostraba la hermana.
Salieron del salón principal y Alanna aprovechó para reprenderle.
- ¿Por qué no me dijiste que tenías una hermana?
- Porque tú no me lo preguntaste – contestó alzando los hombros.
- ¿Es que nunca vas a contarme nada por propia voluntad?
Justin no tuvo tiempo de responderle.
- ¡Alanna! – alguien se aproximó hacia ellos a paso ligero, una anciana con
pelo de color albo.
- ¡Abuela! – exclamó, sorprendida – no esperaba tu visita.
- Tenía ganas de verte. ¿Quién iba a decir que te vería estudiando en la
universidad? Si parece que fue ayer cuando se te calló tu primer diente de
leche.
- Abuela, te presento a Justin – dijo señalándole – Justin, ésta es mi abuela
Mary.
- Encantado de conocerla, señora – la saludó tendiéndolo una mano. Sin
embargo, Mary no reaccionó; se le quedó mirando, inexpresiva, y en vez de
saludarle, preguntó:
- ¿Justin qué más?
- Justin Grant – respondió él, un tanto desconcertado.
La mujer pareció volver a la realidad, y le sonrió de manera afectuosa.
- Es increíble como pasa el tiempo… Bueno, tengo que ir a ayudar a tu madre
y a Kyle con el equipaje, luego nos vemos.
Alanna los divisó a lo lejos. Su madre tenía mucho mejor aspecto que la última
vez que la vio y el tal Kyle parecía un buen hombre, quizás su futuro padrastro. Como
estaban muy ocupados con las maletas, decidió que iría más tarde a hablar con ellos.
Entonces recordó que también había llamado a su padre, pero éste no se había
presentado.
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Cuando volvieron a encontrarse a solas, Justin le comentó al oído:
- Tu abuela es una mujer un tanto extraña, no te ofendas.
- No me ofendo. Tiene ochenta y dos años, es normal que se le vaya la cabeza
de vez en cuando.
Entonces se cruzaron con un grupo de chicos a los que Justin saludó
amistosamente. Resultó ser el equipo de fútbol americano, los bulldogs y entre ellos
Jason y Derek, los únicos a los que saludó Alanna; al fin y al cabo no conocía a ninguno
más.
- Hola tío, ¿qué te cuentas? ¿Y tú, Aly? – les preguntó Derek alegremente,
parecía estar divirtiéndose a lo grande.
- Pues… nada, lo de siempre, vamos. Hay buen ambiente…- Justin no sabía
qué decir.
- Pues no te lo vas a creer, pero he visto antes a una tía que creo, no es de la
uni, pero te lo aseguro; estaba como un tren. – Alanna sabía que ese
comentario no era apto para ella, que era más bien una conversación de
hombre a hombre y decidió ir en busaca de Chelsea para saludarla.
- Te lo digo en serio, creo que le gusto y todo, y eso que todavía no he hablado
con ella.
Justin sintió curiosidad por descubrir quién había conquistado el ingenuo
corazón de Derek y le pidió que se la enseñara, pero nunca se imaginó que se tratase de
una chica de dieciséis años y un vestido negro.
- ¡Serás idiota! – exclamó Justin.
- ¿Qué? No me irás a quitar la razón ¿verdad?
- Derek, es mi hermana.
- Alégrate de que vaya a salir con alguien como yo – le dijo todo decidido
mientras se acercaba a entablar conversación con ella. Justin observó
complacido, como su hermana le daba calabazas.
Derek le miró y Justin alzó los hombros. Respiró aliviado cuando su amigo se
separó de Lizzy. Aunque fuese muy buen amigo suyo era justo todo lo contrario a lo
que se imaginaba como posible novio de su hermana. Alanna volvió a aproximársele.
- ¿Qué hacemos ahora? – le preguntó Justin.
- ¿Podemos salir fuera? Me apetece tomar el aire.
Mientras caminaban hacia la salida, se encontraron con Gregy, que vestido como
iba de gala, parecía más afeminado que nunca.
- ¡Alanna, cuánto tiempo! – tras decir esto la miró de arriba abajo – ay, cariño
que elegante vas – después desvió la mirada hacia Justin - ¿quién es este
chico tan guapo que te acompaña?
- Es Justin.
- ¡Qué bien! Me alegro de conocerte. ¡Anda, ven y dame dos besos! – Gregy
se acercó a él, pero Justin retrocedió en un acto reflejo.
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-
Estoy un poco constipado y no querría contagiarte.
Ay, cari, muchas gracias. No me gustaría pasarme las navidades en la cama.
Bueno, ya nos veremos. Ah, ¿y qué es de mi querido amiguito de cuatro
patas?
- Lo he dejado en un hotel para perros, aquí no admiten animales.
- ¡Qué pena! Con las ganas que tenía de verle. Bueno, en otra ocasión será.
- Sí, esto… tenemos que irnos – cortó Justin.
- ¡Chaíto! Ah, y cuídate ese resfriado, tienes mala cara.
Se alejaron rápidamente y salieron a la calle. Una vez lejos de la muchedumbre,
donde aún podía distinguirse perfectamente el sonido de la música, Justin le preguntó:
- ¿Por qué no me dijiste que tenías amigos gays?
- ¿Qué te habría costado darle dos besos?
- ¿Qué que me hubiera costado? Es… es un tío.
- ¿Y qué más dará? Seguro que si fuese una chica le hubieses besado.
- Pues claro que sí. En cambio, si me hubiese pedido que le estrechara la mano
no hubiera tenido ningún problema.
Alanna no dijo nada más, no tenía sentido discutir por aquella bobada. Entonces,
le vino a la cabeza una pregunta que le venía rondando desde hacía tiempo.
- Justin, dijiste que sabíais que yo cogería el libro, ¿no?
- No me apetece hablar de eso ahora – replicó él. La cogió por la cintura – este
momento es sólo para ti y para mí. Nada de sombras, ni de libros, nada. Sólo
tú y yo.
Él la estrechó contra su cuerpo y se inclinó para besarla, pero ella lo detuvo:
- Pero, tal vez yo no estaba destinada a acabar con el mundo.
Justin se separó de Alanna, resignado.
- ¿No sabes hablar de otra cosa?
- Es que no puedo dejar de pensar en ello. No es fácil asumir que has estado a
punto de crear un Apocalipsis – él la dejó que continuara – y se me ha
ocurrido que si todo lo que vosotros sabíais era que encontraría el libro, a lo
mejor eso no significaba que yo fuese a liberar a las sombras… ¿no te
parece?
- Supongo… - pareció no interesarse mucho con el comentario de la joven. Su
tono de voz más bien sugería impaciencia.
- Pero sería posible que otra persona…
- Shh – Justin le retiró el pelo del rostro y le sujetó la cara con la dos manos –
no tiene sentido que intentes culparte ahora que todo ha pasado. Tienes que
intentar olvidarlo, seguir como si nada hubiese ocurrido.
“Olvidar”, “como si nada hubiese ocurrido”. Eran dos expresiones que Alanna
conocía bien. Pero en aquel momento, con la música sonando en el gran salón del hotel
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Plaza de Nueva York y con Justin tan cerca suyo, no encontró ganas de discutir por
ninguna parte.
- Tienes razón – le dijo en un susurro.
Se abrazó a él y apoyó la cabeza en su pecho. “Sí” se dijo, “todo ha acabado”.
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Chicos, no tiene gracia – repitió por enésima vez – devolvedme la llave.
Tendrás que encontrarla – el resto del equipo de fútbol seguía vacilándole –
te daremos una pista: está en un bolso…
- El bolso de una chica… - siguió Derek.
- Una chica cuyo nombre empieza por “t”… - dijo Jason.
- Y acaba por “race” – terminó Andrew.
- Eh, tíos, no seáis así… - suplicó.
- Mira, Ross – dijo Terry poniéndole una mano sobre su hombro desnudo – te
dejamos entrar en el equipo con la condición de que pasases una prueba; y tú
aceptaste.
- Pero imaginé que sería una prueba para medir mis capacidades físicas, no…
- No seas así, todos hemos tenido que pasar por algo parecido – dijo Darrell. Y
tras estas palabras, todo el grupo excepto Ross, vestidos con sus elegantes
trajes y esmóquines, bajaron las escaleras para llegar al salón principal,
donde les esperaban sus parejas de baile.
Ross se quedó ahí de pie, sin saber que hacer exactamente. En ese momento, lo
que necesitaba era ropa. Aunque podía pedir otra llave en recepción, no era muy
inteligente bajar en calzoncillos. La única persona que se le ocurría que podría ayudarle,
aunque no antes de reírse de él durante un buen rato, era Grant, pero, claro, su móvil
estaba en su pantalón, el cual no llevaba puesto.
Tal vez… con un poco de suerte Justin estaría en su habitación. A pesar de que
era un hecho poco probable, no tenía nada que perder (excepto su dignidad, aunque de
eso ya le quedaba más bien poco).
Llegó a la suite en la que se alojaba su amigo, pero antes de que llamase a la
puerta, ésta se abrió sola.
- ¿Grant? – preguntó con voz temblorosa.
No obtuvo respuesta. No tenía tiempo de quedarse en el pasillo, así, tal cual
estaba. Decidió entrar y lo primero que hizo fue agenciarse una camisa y un pantalón,
que le quedaban un poco prietos, aunque largos. Se dirigió a la salida y la puerta se
cerró de golpe, como si una ráfaga de viento hubiese aparecido de la nada. “Qué
extraño” pensó. Intentó abrirla, pero parecía atascada.
Volvió hacia la mesita de noche y descolgó el teléfono para llamar a recepción.
Sin embargo, no pudo realizar ninguna llamada porque no había línea.
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Vale, chicos, ya basta – dijo lo suficientemente alto como para que pudiesen
oírle desde fuera – estoy cansado de esta novatada.
Nadie contestó. Se sentó en la cama y se sujetó la cabeza con las manos
pensando en una manera de salir de allí.
De repente oyó un extraño sonido. Asustado, levantó la mirada hacia el libro que
reposaba en la mesa. Las páginas pasaban a gran velocidad hasta detenerse en una que
estaba en blanco.
Seguidamente notó la presencia de alguien tras de sí, y se giró lentamente, a
tiempo de ver una sombra; una sombra que no era la suya.
---------------Alanna y Justin seguían abrazados, moviéndose al compás de la tenue música
que les llegaba desde el hotel. El mundo parecía detenerse a su alrededor y podrían
permanecer de aquella manera durante toda la noche, una noche en la que, a pesar de ser
pleno invierno, no hacía tanto frío como debería, y además, no estaba nublado y se
veían perfectamente las estrellas y la luna.
En ese preciso instante el móvil de Alanna empezó a sonar. Se separó de Justin,
no sin gran resignación, abrió el bolso, y sacó el teléfono.
- Es Chelsea – informó.
- No cojas – le dijo él, en ademán de estrecharla otra vez. Demasiado tarde;
ella ya había contestado.
- Hola, Chelsea.
- Alanna – la voz del otro lado parecía entusiasmada – no te pierdas el eclipse,
está a punto de comenzar.
“Estoy yo como para acordarme del dichoso eclipse…” pensó Alanna. Sin
embargo, contestó:
- Gracias por avisar, Chelsea.
- No hay de qué – se despidieron, pero antes de colgar añadió – no habré
interrumpido nada ¿verdad?
- No, tranquila.
- ¿Qué quería? – preguntó Justin.
- Avisarme de que va a empezar el eclipse lunar.
Los dos miraron instintivamente hacia el cielo. Justin rodeó a Alanna por detrás
y apoyo su barbilla en el hombro de ella, que no pudo por menos que sonreír de
felicidad.
Observaron como la luna empezaba a desaparecer del firmamento hasta
convertirse en un círculo negro.
En ese mismo instante, un escalofriante estruendo atravesó el cielo estrellado
desgarrando el silencio de la noche.
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