El derecho a la experimentación

Transcripción

El derecho a la experimentación
Destrucción Creativa
Zaragoza 16-17 nov. 2013
Adolfo Estalella – http://www.prorotyping.es
Notas de una presentación
El derecho a la experimentación
Adolfo Estalella
¿Cómo pensar algunos de las formas de intervención urbana más singulares que
han acontecido en Madrid en el último lustro? La figura del 'derecho a la
experimentación' es un intento por describir el ejercicio urbano y la política que
se invoca en esos lugares. El derecho a la experimentación es la expresión de una
política que se despliega mediante infraestructuras ciudadanas, una política que
no busca la seguridad de las respuestas sabidas sino que explora nuevas
preguntas, una política que experimenta cómo podría ser un mundo común que
da cobijo a la multiplicidad. Alberto Corsín Jiménez (s/d, a) ha explorado ‘el
derecho a la infraestructura’ como expresión de política y experimental del
derecho a la ciudad. Mi intención ahora es desplazar tentativamente el
argumento desde el ejercicio de infraestructuración al de experimentación.
Digamos que el ‘derecho a la experimentación’ puede pensarse, en términos
hackers, como una bifurcación teórica (hack) del ‘derecho a la infraestructura’,
dos versiones que hacen proliferar la descripción teórica del prototipado urbano
que toma forma en esos proyectos con los que pensamos. Los días 16 y 17 de
noviembre de 2013 participé en el encuentro Destrucción Creativa, celebrado en
eTopia (Zaragoza); estas son las notas de mi presentación.
Nos hemos quedado sin instituciones legitimadas, sin referentes que nos inspiren,
sin modelos que nos orienten, pero bienvenida sea esta situación de incertidumbre que nos
ofrece la posibilidad del ejercicio creativo y de la invención, o mejor aún, la posibilidad de
la experimentación. No tenemos modelos y quizás estos han dejado de ser necesarios,
tenemos prototipos. Prototipos que despliegan ambientes para la experimentación, para
hacernos nuevas preguntas, para explorar nuevos caminos. Quiero situar mi argumento en
torno a la noción de experimentación y contextualizar a través de ella esta figura de las
culturas del prototipado.
Y lo haré tomando como ejemplos de prototipos algunos proyectos urbanos que
han aparecido de los últimos años en Madrid, específicamente me referiré al Campo de
Cebada y a las asambleas del 15M. Mi intención es describir estos proyectos como formas
de intervención material en la ciudad; ejercicios de una política que se hace a través del
despliegue de infraestructuras que equipan experimentalmente lo urbano. A través de su
esfuerzo por reamueblar la ciudad (material y conceptualmente) tales proyectos invocan lo
que me gustaría denominar el derecho a la experimentación. El argumento que quiero
plantear al final es que el derecho a la experimentación es la expresión de una política que
se despliega mediante infraestructuras ciudadanas, una política que no busca la seguridad de
las respuestas sabidas sino que explora nuevas preguntas, una política que experimenta
cómo podría ser un mundo común que da cobijo a la multiplicidad. Alberto Corsín
Jiménez (s/d, a) ha explorado ‘el derecho a la infraestructura’ como la expresión política y
experimental del derecho a la ciudad que es invocada a través de los prototipos urbanos
con los que estamos pensando desde los últimos cuatro años. Mi intención ahora es
desplazar tentativamente el argumento desde el ejercicio de infraestructuración a la
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Notas de una presentación
experimentación como práctica central. Digamos que el ‘derecho a la experimentación’1
puede pensarse, en términos hackers, como una bifurcación teórica (hack) del ‘derecho a la
infraestructura’, dos versiones que hacen proliferar la descripción teórica del prototipado
urbano que toma forma en esos proyectos con los que pensamos.
Prototipos
Descubrí los prototipos junto a Alberto Corsín en Medialab-Prado, como parte
del trabajo etnográfico que desde entonces hemos estado realizando. El software libre es
quizás un ejemplo paradigmático de prototipo, y es desde luego una fuente de inspiración
clave en el trabajo de Medialab. Muchos lo conocéis pero permitirme unas breves notas.
Una de las características definitorias del software libre es su convicción y esfuerzo por
promover la circulación del conocimiento tanto como sea posible. Las empresas han
desarrollado y comercializado las tecnologías de software siguiendo un modelo que oculta
el conocimiento inscrito en ellas y que prohíbe su circulación. El software libre le da la
vuelta completamente a ese planteamiento y no esconde su conocimiento sino que lo
muestra; el código, el interior de la tecnología, es visible; y no solo eso sino que además
puede ser modificado libremente. Esa característica habilita las condiciones para la apertura
temporal de esta tecnología, para hacer que el software libre esté en constante desarrollo. El
software libre se encuentra en movimiento permanente; su desarrollo nunca termina (al
menos en teoría), nunca alcanza su final, el cierre y la clausura. El software libre se
encuentra en un estado beta indefinido.
La apertura del software libre tiene entones un doble sentido: su conocimiento es
público (y modificable) y su desarrollo temporal está abierto, nunca se clausura. Y esta
temporalidad abierta, el hecho de que nunca se llegue al final es una condición singular que
hace saltar por los aires la sociología de la tecnología tradicional. Porque si la tecnología
nunca se finaliza y cualquiera puede tomar parte en su desarrollo, entonces ya no somos
sólo simples usuarios sino que podemos formar parte del desarrollo de esta. Que es lo que
ha ocurrido con los miles y miles de personas que han participado en las últimas tres
décadas en el software libre. Ese es quizás uno de sus logros: la construcción de un
colectivo de individuos concernidos y comprometidos con el desarrollo de esa tecnología.
Mantengamos un momento esta idea: que el software libre no es sólo un objeto
tecnológico, un programa de software sino la tecnología y el colectivo que se genera en
torno a él. El software libre es entonces un ensamblaje de individuos, infraestructuras de
Internet, prácticas de documentación, licencias legales... El software libre ya no es sólo una
tecnología sino un movimiento, o eso que el antropólogo Chris Kelty (2008) llama un
público recursivo. Un colectivo de individuos, un público, que se preocupa y se implica en
sostener las condiciones legales, materiales y conceptuales de su propia existencia. Un
público que a diferencia del público que lee un periódico o ve una televisión es recursivo
porque está implicado en el diseño y sostenimiento de la infraestructura que lo constituye
como público y en el mantenimiento de la condición pública y modificable de esa
infraestructura. Esta preocupación por la infraestructura es una de las características
Arjun Appadurai (2006) se ha referido recientemente al ‘derecho a la investigación’, una figura que resuena con el
‘derecho a la experimentación’ aunque el tipo de práctica al que cada una de ellas invoca y las tradiciones con las que
dialogan son distintas.
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cruciales del software libre sobre la cual no podremos insistir lo suficiente. El software libre
es un desafío a los formas de organización de la producción de conocimiento, a los
modelos económicos de comercialización de la tecnología, a los regímenes de propiedad
intelectual... En teoría el software libre no debería existir… pero existe. En buena medida
es el logro de un experimento, uno de los mayores experimentos de Internet.
A través de estos tres aspectos que he ido nombrando quiero caracterizar de una
manera sintética los prototipos: la doble apertura (la temporalidad de un desarrollo abierto
y la condición pública, accesible, documentada y modificable del su conocimiento); la
preocupación por la infraestructura material que hace posible su existencia, y la condición
experimental de las prácticas que invocan. Pero el software libre es uno de los muchos
prototipos que hemos visto emerger en los últimos tiempos en Internet primero y en otros
contextos después. La Wikipedia que reformula las convención enciclopédica ilustrada, las
licencias Creative Commons que trasladan al ámbito cultural el imaginario de la apertura, el
movimiento del Open Access en la academia y otros ámbitos… todos ellos son
modulaciones del software libre, ejercicios de prototipado. Algunos otros proyectos han
surgido que más allá de Internet y desde luego podríamos pensarlos como prototipos
también, regreso sobre ello más adelante.
Un último aspecto que quiero señalar. Nuestra contemporaneidad ha sido
caracterizada como un momento histórico en el que el orden de nuestras sociedades es
reconfigurado a través del conocimiento. Dependemos cada vez más de sistemas expertos,
los flujos de información se constituyen en motores de nuestra vida social y el
conocimiento se torna en una nueva fuerza de producción. En ese contexto, los prototipos,
aparecen como una figura de conocimiento prometedora; porque el conocimiento no es su
producto final sino que es el lugar en que se instalan nuestras formas de sociabilidad:
prototipamos nuestro mundo social al tiempo que producimos conocimiento sobre él; y lo
hacemos de una manera particular, suspendiendo indefinidamente la clausura, en un
esfuerzo por prolongar ese ejercicio indefinidamente. Esa apertura ad infinitum hace que el
prototipo sea, como dice Alberto Corsín (s/d, b) (y Antonio Lafuente), más que muchos y
menos que uno. Más que muchos porque es la promesa y potencia de las múltiples
versiones que contiene como tipos posibles. Y menos que uno porque carece de existencia
unitaria, apenas alcanza a ser uno, cuando intentamos atraparlo se dispersa en múltiples
versiones. Podemos entonces pensar en los prototipos como ambientes esperanzadores
porque nuestro mundo tiene la posibilidad de proliferar hacia nuevas posibilidades
imprevistas.
Experimentación
Pero antes de continuar quiero precisar el sentido de eso que llamo
experimentación situándola históricamente; en un recorrido que nos lleva desde los
primeros experimentos de los gentlemen británicos en la Inglaterra del siglo XVII hasta los
sistemas experimentales de las biotecnologías contemporáneas o las grandes
infraestructuras de los aceleradores partículas. La experimentación, la idea de que podemos
producir conocimiento fundado y fiable a través de la manipulación de la naturaleza surge
en un momento preciso, el siglo XVII. Steve Shapin y Simon Schaffer (1985) nos lo han
contado ejemplarmente al narrar la historia de la bomba de vacío y las controversias en las
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que se enzarzan James Boyle y Thomas Hobbes. Shapin y Schaffer nos han mostrado que
la experimentación es el resultado de la invención de tres tecnologías: una tecnología
material, máquinas que producen hechos; una tecnología literaria que hace públicos los
relatos de lo que acontece y que permite a los no presentes, a los lectores, ser testigos
virtuales de esos hechos; y una tecnología social que regula cómo se dirimen las
controversias y que construye un público para los experimentos.
Y un elemento esencial dentro de todo ese proceso de invención de la
experimentación es la construcción de unos lugares específicos para ello: los laboratorios.
Si la alquimia se había desarrollado tradicionalmente en lugares privados los filósofos
naturales buscan lugares públicos para sus experimentos. Su idea es que el conocimiento
experimental constituye una empresa colectiva y ha de ser validado públicamente. Esos
lugares de la experimentación son unos sitios muy particulares. Frente a las sangrantes
disputas filosóficas de aquella época, a sus formas de conocimiento especulativa y a los
criterios de autoridad, el laboratorio establece un espacio radicalmente distinto: abierto
(aunque esto tiene muchos matices), donde no hay ataques ad hominen sino que se discute
sobre el conocimiento, y sobre todo, un espacio donde no sólo se acepta el disenso sino
que se promueve como una instancia productiva. Así que el desarrollo histórico del
conocimiento experimental es también un proceso de construcción y diseño de los lugares
de la experimentación, de los laboratorios. Un proceso que ha continuado y se ha
transformado en las últimas décadas (Gallison, 1999) y que en los últimos años nos ha
llevado a presenciar la aparición de espacios singulares para la experimentación: hacker
spaces, medialabs, espacios maker… no me cabe ninguna duda de que muchos de estos
nuevos espacios podemos situarlos en la tradición de las culturas experimentales a las
cuales están transformando.
¿Pero qué tipo de conocimiento es el experimental?, cuáles son sus características
distintivas si lo comparamos con el conocimiento observacional propio de la astronomía (al
menos la astronomía de aquella época) o con el conocimiento demostrativo propio de las
matemáticas. El historiador alemán Hans-Jörg Rheinberger (1997) ha caracterizado la
experimentación a través de lo que denomina sistemas experimentales, las unidades
mínimas de los experimentos. Lo ha hecho a través de un minucioso estudio sobre la
síntesis de proteínas en la década de los cuarenta. Rheinberger dice que la experimentación
es la producción de algo nuevo; y los sistemas experimentales, constituidos por
infraestructuras que forman el núcleo de los laboratorios, no proporcionan simplemente
respuestas sino que permiten a los experimentadores hacer preguntas que aún no son
capaces de plantear claramente. Los sistemas experimentales son el vehículo que permite
materializar preguntas, son “máquinas para hacer futuro”.
El derecho a la experimentación
Regreso ahora a los prototipos que he caracterizado por su apertura permanente,
su esfuerzo infraestructural y su condición experimental. ¿Alguien es capaz de imaginar una
ciudad que se diseñara siguiendo esos principios?, ¿cómo sería trasladar las prácticas e
imaginarios del software libre a la construcción de ciudad?, ¿cómo o qué sería un prototipo
urbano? Lo mismo podemos preguntarnos del mercado o de la política, ¿cómo sería una
política que prescinde de los modelos y se piensa y pone en práctica a través de los
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prototipos?, ¿cómo sería un prototipo político? La sugerencia no es peregrina. El hardware
libre o el hardware de código abierto desarrollados en años recientes son ejercicios que
traducen materialmente el imaginario y las prácticas del software libre, podríamos decir que
son gestos de infraestructuración de la apertura. Y hay otros más, desde luego, quiero creer
que podemos pensar el Campo de Cebada en Madrid o las asambleas del 15M como
prototipos urbanos. Hagamos un excurso para poner a prueba la hipótesis.
Las asambleas de mi barrio Lavapiés, en Madrid, siempre me recordaban al
software libre al menos en un aspecto: la prolongación ad infinitum de las decisiones.
Surgía un asunto en una asamblea, un sábado por la mañana, se discutía y no se cerraba. Se
trasladaba a la semana siguiente, y ocurría lo mismo. Llegaba una asamblea en la que
finalmente se cerraba el asunto y se decidía. Pero ¡oh!, sorpresa, por alguna razón semanas
después alguien traía a colación el asunto de nuevo y volvíamos a discutirlo. La política de
las asambleas como un ejercicio en beta.
Antes de continuar quiero traer al primer plano una imagen que muchas personas
tendrán presente, la de la #AcampadaSol que tomó el centro de Madrid durante un mes en
2011. Las asambleas comenzaron con un gran ejercicio infraestructural. Aquella una ciudad
en miniatura que desplegó su propia infraestructura en el centro de otra ciudad. Librerías
para una biblioteca, sofás para el descanso, un dispensario médico, una guardería… La
acampada amuebló el centro de la ciudad e hizo posible lo que vino después, las asambleas
que se diseminaron por todo Madrid. La acampada primero, y las asambleas después,
reamueblaron la ciudad con nuevos materiales y un nuevo imaginario, prototiparon una
nueva forma de lo urbano. Tanto como el Campo de Cebada lo ha hecho a través de su
esfuerzo por equipar el espacio que antes era puramente vacío. Una nueva forma de lo
urbano emergía a medida que el campo era amueblado.
A esa infraestructura del 15M hecha de cartones, tablas y plásticos reciclados se
sumó una infraestructura digital. A través de ella las asambleas han ido dando cuenta de lo
que ocurría mediante fotos, videos, streammings en directo, actas de las asambleas, tweets…
Un enorme esfuerzo documental: los streammings que nos muestran los desahucios o los
abusos de la policía; o las cadenas de tweets que narran de manera sintética y sincopada las
asambleas… constituyen esfuerzos por explorar los géneros narrativos con los que
podemos dar cuenta de nuestra presencia en la ciudad e intervenir en ella a través de esos
relatos. El 15M desplegado por toda la ciudad a través de la acampada y las asambleas
constituye un enorme experimento sobre lo urbano. Literalmente. Es un prototipo que a
través de su apertura, su esfuerzo infraestructural y su condición experimental ensaya
nuevas formas de habitar el espacio público, otras maneras de narrar la ciudad, y otros
modos de diseñar, imaginar y practicar lo urbano.
No cuesta mucho pensar en esa forma de intervenir en lo urbano a través de la
invocación al derecho a la ciudad. Una figura que el filósofo francés Henry Lefebvre (1969)
acuñó a finales de los 60 y que ha sido recuperada en la última década para pensar en las
transformaciones y conflictos urbanos actuales. En realidad cuando Lefebvre acuña esa
idea del derecho a la ciudad no está claro a qué se refiere, si es un derecho individual o
colectivo, cuáles son los sujetos o cuál es el objeto de reclamación. David Harvey, geógrafo
marxista, ha vuelto sobre el derecho a la ciudad recientemente, en su libro Ciudades Rebeldes
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(2012), para pensar el movimiento Occuppy y formularlo como el derecho a cambiar y
reinventar la ciudad.
El Campo de Cebada, el 15M… parecen mostrarnos que reinventar la ciudad
requiere de unas condiciones particulares. La calle donde las asambleas celebran sus
encuentros, la plaza donde la acampada se instala, el campo donde la cebada se construye;
son todos ellos lugares equipados con una infraestructura que amuebla experimentalmente
las condiciones para hacernos nuevas preguntas. El derecho a la ciudad, a reimaginar la
ciudad, a habitar el espacio público de una manera distinta, a reamueblar nuestras
condiciones de vida y nuestra misma identidad como habitantes adopta una particular
configuración en estos lugares. No es el derecho a esto o a aquello sino el despliegue de las
condiciones para la experimentación. Amueblar el derecho a la ciudad, dotarle de
infraestructura es ambientar las condiciones para hacernos preguntas que aún no tenemos.
El derecho a la experimentación es una expresión recursiva del derecho a la
ciudad. Es el resultado de hacer de la ciudad el objeto de nuestras reclamaciones y, al
mismo tiempo, la infraestructura material que permite generarnos preguntas que ni siquiera
ahora tenemos. Es la invocación de una política que no busca la unicidad, la clausura del
consenso, o la seguridad de las certezas repetidas, es, por el contrario, el ejercicio político
que persigue habilitar las condiciones de una multiplicidad que nos proporciona la
esperanza para vivir en un mundo común
Referencias
Appadurai, A. (2006). The right to research. Globalisation, Societies and Education, 4(2), 167–
177.
Corsín Jimenez, A. (s/d, a). The right to infrastructure: a prototype of open source
urbanism. Environment and Planning D: Society and Space.
Corsín Jimenez, A. (s/d, b). The prototype: more than many and less than one. Journal of
Cultural Economy.
Galison, P., & Jones, C. A. (1999). Factory, Laboratory, Studio: Dispersing Sites of
Production. In P. Galison & E. Thompson (Eds.), The Architecture of Science (pp. 497540). Cambridges (Mass.), Londres (Inglaterra). The MIT Press.
Harvey, D. (2012). Rebel Cities. From the Right to the City to the Urban Revolution.
Kelty, C. (2008). Two Bits. The Cultural Significance of Free Software. Durham: Duke University
Press.
Lefebvre, H. (1969 [1968]). El derecho a la ciudad. Barcelona: Península.
Rheinberger, H.-J. (1997). Toward a History of Epistemic Things: Synthesizing Proteins in the Test
Tube: Stanford University Press.
Shapin, S., & Schaffer, S. (1985). Leviathan and the Air-Pump. Hobbes, Boyle and the
Experimental Life. Princeton: Princeton University Press.
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