La casa construida sobre la roca

Transcripción

La casa construida sobre la roca
Iglesia
SAN CARLOS BORROMEO
La casa construida
sobre la roca
«Todo lo que san Carlos hizo y realizó lo edificó
sobre la roca indestructible que es Cristo,
sobre la plena coherencia y fidelidad al Evangelio,
sobre el amor incondicional por la Iglesia
del Señor». La intervención del arzobispo emérito
de Milán en el Meeting de Rímini
El cardenal
Dionigi Tettamanzi
por el cardenal Dionigi Tettamanzi
Todo es gracia: la mirada dirigida a san Carlos
Sí, «todo es gracia». También este
encuentro nuestro. Siento sobre mí
la mano de la providencia de Dios.
Es esta providencia la que ha querido que mi último año al frente de la
guía pastoral de la diócesis de Milán
coincidiera con el IV centenario de
la canonización de san Carlos Borromeo, que tuvo lugar el 1 de noviembre de 1610 con el papa Pablo
V. Quiero dar gracias al Señor porque este ha sido un año muy intenso, repleto de iniciativas de gran significado espiritual, pastoral y cultural para la Iglesia ambrosiana.
Me permito señalar solo algunos
datos, recordando ante todo el comienzo de este centenario que ha
tenido como acontecimiento importante la carta apostólica de Benedicto XVI Lumen caritatis, del 1
de noviembre de 2010, el mismo
día del aniversario de la canonización; acontecimiento importante y
para mí especialmente gozoso por
la posibilidad de leer y presentar la
carta del Papa a los fieles ambrosia52
30DIAS
Arriba, San Carlos visita y asiste a los apestados, Giovanni Battista Crespi,
llamado el Cerano, Catedral de Milán. En el himno de la liturgia en honor de san Carlos
Urbis parentem Carolum se alude a la caridad maternal del obispo para con los
enfermos de peste: «Dum saevit annus letifer, tu mater aegris assidet / Mientras se
desencadena el año de la peste, como una madre asiste a los enfermos»
nos en la solemnidad de san Carlos,
el pasado 4 de noviembre. En la
carta el Santo Padre delinea en síntesis algunos aspectos fundamentales de la santidad de Borromeo.
Me gustaría citarlos aquí.
El primer aspecto nos habla de
su obra de obispo reformador.
San Carlos, llevando a la práctica
con sabiduría y originalidad los
decretos del Concilio de Trento,
reformó aquella Iglesia a la que
tan profundamente amaba; más
aún, precisamente porque la
amaba con un amor sincero, quiso renovarla, contribuyendo a devolverle su rostro más hermoso,
el de la Esposa de Cristo, una esposa sin mancha ni arruga.
Un segundo aspecto de la santidad de Carlos Borromeo: fue
hombre de oración, de oración
convencida, intensa, prolongada,
arraigada y fructífera en su vida de
pastor. Si san Carlos fue un enamorado de la Iglesia, lo fue porque antes fue un enamorado del
Señor Jesús, presente y operante
en la Iglesia, en su tradición doctrinal y espiritual, presente en la
Eucaristía, en la Palabra de Dios.
Fue sobre todo un enamorado de
Cristo crucificado, como nos documenta la iconografía que no
por casualidad quiso transmitirnos la imagen de este santo en
contemplación y adoración de la
Pasión y la Cruz del Señor.
¬
San Carlos milagrosamente salvado del atentado, Giovanni Battista della Rovere,
llamado el Fiammenghino, Catedral de Milán
30DIAS
53
Iglesia
En fin, Carlos Borromeo fue
santo –nos recuerda el Papa– porque supo encarnar la figura del
pastor celante y generoso, que está dispuesto a sacrificar por su grey
toda su vida: san Carlos estuvo
real mente “omnipresente” en la
diócesis de Milán mediante las visitas pastorales, prestó atención de
manera profética e incisiva a los
problemas de su tiempo; sobre todo, como los grandes obispos de la
Edad Media, fue auténticamente
pater pauperum, padre de los más
pobres y los más débiles: no hay
más que pensar en lo que supo realizar también desde el punto de vista caritativo y asistencial durante
los momentos dramáticos de las
penurias y la peste de 1576. La
carta del Papa se titula justamente
Lumen caritatis, porque hace referencia explícita a la caridad pastoral que cotidiana y heroicamente
san Carlos supo vivir y practicar.
Realmente, a imitación de Cristo que dio su vida por nuestra salvación, san Carlos “disolvió” literalmente su vida en la caridad pastoral. Desde que se convirtió en obispo de Milán, de manera programática y sistemática antepuso la causa
del Evangelio y el bien de la Iglesia a
todo lo demás: a sus propias comodidades, a los intereses privados y
personales, a los intereses de la familia o del círculo de amigos, a su
propio tiempo libre, hasta el punto
de no tener nunca tiempo para sí
mismo, visto que todo el tiempo a
disposición de un obispo –lo mismo
decía san Carlos– ha de dedicarse a
la salvación de las almas.
El centenario
desde Milán a Rímini
Es para mí una gran alegría que el
centenario de san Carlos, que comenzó con la palabra del Papa, en
cierto sentido termine en Rímini,
con esta manifestación que se presenta con un significado doble:
cultural y espiritual.
Tiene indudablemente un aspecto cultural: hoy se inaugura
una exposición didáctica sobre la vida y la obra pastoral de Carlos Borromeo; hay paneles, notas, soportes multimedia; hay un catálogo
con aportaciones científicas. Todo
esto es importante, porque permite
dar a conocer cada vez mejor, supe54
30DIAS
El milagro de Carlino Nava, Giulio Cesare Procaccini, Catedral de Milán
rando las muchas simplificaciones y
lecturas parciales o incluso ideológicamente apriorísticas, el verdadero
rostro de este gran obispo, auténtico intérprete de la reforma tridentina de la Iglesia.
Pero personalmente me urge
subrayar sobre todo el aspecto espiritual de la iniciativa, como pone
en evidencia el título que los organizadores han querido elegir para esta exposición: “La casa construida
sobre la roca”. La referencia es a la
célebre página que cierra el Sermón de la Montaña, con la parábola de los dos hombres que construyen su casa, el primero en la arena,
el otro sobre la roca. Y las consecuencias son totalmente previsi-
bles: la casa del primero, cuando
encuentra las primeras adversidades de la vida y las tempestades de
la historia, se derrumba inexorablemente; la del segundo, pese a las dificultades de la vida y los desórdenes de la historia, sigue en pie y
aguanta. Y la roca sobre la que está
construida la casa es Cristo Señor,
es su Evangelio de verdad y de vida
(cf. Mt 7, 24-27).
Realmente esta parábola puede
referirse de manera especial a san
Carlos y a su obra: todo lo que hizo
y realizó lo edificó sobre la roca indestructible que es Cristo, sobre la
plena coherencia y fidelidad al
Evangelio, sobre el amor incondicional por la Iglesia del Señor. Por
SAN CARLOS BORROMEO. La casa construida sobre la roca
Carlos Borromeo, si sigue
siendo todavía un santo “actual”: es decir, si tiene algo
tan significativo que se pueda decir también en nuestro
presente que sigue siendo
para nosotros –como lo fue
hace cuatrocientos años–
un modelo de vida evangélica no solo que admirar sino
también en muchos sentidos que imitar.
Es una pregunta quizá algo redundante, a la que sin
duda alguna podemos responder: ¡sí! También hoy
san Carlos nos habla, también sigue siendo hoy para
nosotros un válido modelo
de santidad. Y la carta del
Papa de la que hemos partido, la exposición que se ha
preparado aquí en Rímini,
las diferentes iniciativas que
han tenido lugar en este año
“carolino”, lo demuestran
de manera incontrovertible.
Desde luego no podemos correr el riesgo de caer
en anacronismos, porque
hemos de reconocer abiertamente que no pocas cosas
en la Iglesia y en el mundo
de hoy han cambiado con
respecto a la situación de la
Iglesia y la sociedad de finales del siglo XVI. Y también
hemos de reconocer que algunos aspectos de la acción
pastoral de san Carlos –así
todo esto lo que san Carlos edificó
ha resistido a las tempestades de su
tiempo; ha resistido también al desgaste de los siglos, como atestigua
el que todavía hoy muchas de sus
intuiciones, muchas de las soluciones pastorales e institucionales que ideó o prefiguró conservan permanente validez, incisiva actualidad, no solo para
la diócesis de Milán, sino también para toda la Iglesia latina
occidental.
¿Un santo actual o inactual?
No es casualidad que yo esté hablando de “actualidad”, porque he
de confesaros que varias veces, durante este centenario, me he preguntado, pasando revista a los aspectos destacados de la santidad de
El anillo episcopal de san Carlos,
Museo de la Catedral de Milán
como también algunos aspectos de
su estilo de vida (pensamos sobre
todo en su muy rigurosa ascesis penitencial)— no son ni material ni automáticamente practicables hoy sin
las necesarias y adecuadas mediaciones. Pero, pese a esta constatación obvia, que por lo demás es válida siempre que nos referimos a los
personajes del pasado, hay algunos
puntos destacados de la santidad de
Carlos Borromeo que, en su significado más profundo y evangélico,
poseen realmente una validez perenne. Una validez, pues, también
para nuestra vida de cristianos del
tercer milenio, en la medida en que
también nosotros, hoy, como él hace cuatrocientos años, queremos
«construir nuestra casa sobre la roca», como “hombres sabios”.
Y sin embargo, desde este punto
de vista, la figura de san Carlos es
muy provocadora, porque pone
en crisis muchos aspectos del modo
de pensar y vivir del mundo actual.
Por ello durante el centenario, recogiendo algunas experiencias y recuerdos personales de mi acercamiento y relación con la figura de
Borromeo, he querido escribir yo
también un libro, que lleva un título
sugerente y estimulante: San Carlos, un reformador inactual.
Me permito detenerme un poco
en este adjetivo. “Inactual”, en efecto, se contrapone inmediatamente
a “actual”. Son dos términos, sin
embargo, que solo aparentemente
se contraponen, porque uno puede
fácilmente desembocar en el otro.
Así, pues, si por ejemplo por “actual” entendemos “según la moda
del momento”, “según la mentalidad del tiempo presente”, “según la
opinión compartida por la mayoría”, está claro que san Carlos es
“inactual”. Ya lo dijimos y lo queremos subrayar para comprender
mejor lo de actualidad-inactualidad:
los tiempos de Borromeo no son
los nuestros; su modo de interpretar los problemas y de resolverlos
no es el nuestro; tampoco podemos mecánicamente tomar algunas de sus soluciones y aplicarlas a nuestro mundo, “actual”, este sí.
Y viceversa, si por “inactual” entendemos lo que está
arraigado en los valores fundamentales de la tradición ¬
30DIAS
55
Iglesia
cristiana, si por “inactual” se entiende seguir anclados a aquella roca que es Jesucristo y que da verdadera solidez a toda la construcción
de la casa, si todo ello se considera
inactual solo porque no se adecúa
a lo que hoy es considerado “políticamente correcto”, deberíamos
entonces preguntarnos si la inactualidad de san Carlos no se transforma en una singular y urgente
“actualidad” de re-pensamiento,
de revalorización de nuestros parámetros de juicio, de reforma de
nuestro modo de vivir y convivir.
Una inactualidad profética y
benéfica para nuestro tiempo
En esta línea, presento tres ejemplos que tomo de la biografía de san
Carlos tratando de aplicarlos a
nuestros tiempos “actuales”.
El primero tiene que ver con la
fidelidad al deber de nuestro estado de vida como forma propia de
la identidad del cristiano. Borromeo fue muy consciente de qué significaba ser obispo de una importante diócesis en tiempos difíciles de
transición, de reforma y de cambio:
y precisamente por ello trató siempre de adecuar sus decisiones y sus
acciones a una verdadera “deontología”, a la que siguió
fiel de manera heroica
y ante la cual supo sacrificar todo lo demás. Este sentido del
deber se lo pedía
también san Carlos
a sus sacerdotes en
los oficios que debían desempeñar; y se
lo pedía a los fieles laicos, hombres y mujeres,
según su condición. Él era el
primero en no aceptar las medias
tintas ni los apaños, que fácilmente tiran hacia abajo del listón en
nombre de una insulsa mediocridad. Los historiadores nos
recuerdan que cuando era joven cardenal en Roma, antes
de su llamada “conversión”,
había vivido un “cristianismo
sin pena ni gloria”. Ese es el
riesgo que en todo tiempo corremos los cristianos, los propios
El báculo pastoral de san Carlos,
Museo de la Catedral de Milán
56
30DIAS
curas y obispos: conformarnos con
una vida cristiana insulsa, en la que
se evita justamente el mal “macroscópico” (que podría acarrearnos el
fango), pero que se reduce al mínimo indispensable para estar en paz
con nuestra conciencia, sin demasiados sobresaltos.
Hoy, cuando todos creemos que
ya hemos llegado y no queremos
sentirnos demasiado inquietos, hablar de “conversión” parecería eso,
“inactual”, o por lo menos inoportuno. Por el contrario, el ejemplo
de san Carlos es de lo más actual y
singularmente urgente, porque en
la Iglesia los cristianos, todos los
cristianos a todos los niveles, siempre están llamados a “convertirse”
de un cristianismo “sin pena ni gloria”, de un cristianismo incoloro e
insípido (es decir, sin la luz ni la sal
del Evangelio), a una vida cristiana
convencida, lúcida y vigilante, al
ejercicio fiel del deber propio siempre y en todas partes, en busca de
un camino de perfección que nos
acerca cada vez más al modelo de
toda perfección: Cristo Jesús, nuestro Señor. Eso es exactamente lo
que hizo de manera programática y
sistemática san Carlos: su ejemplo
no acepta excusas o diversivos
por nuestra parte. Él es
verdaderamente siempre actual, porque llama a los cristianos de
todos los tiempos,
también a nosotros,
cristianos del tercer
milenio, a la perenne e irrenunciable
necesidad de ponernos en discusión. He de
decir de manera particular
que con la lectura de los escritos de san Carlos y con
sus indicaciones pastorales he tenido la clara impresión de que él vivía
con una gran inquietud
la distancia –que siempre existe— entre la meta altísima a la que el Señor nos llama (la santidad) y nuestra respuesta
concreta. Si san Carlos
se sentía inadecuado –de
ahí su inquietud, el no poder sentirse tranquilo en su
conciencia— ¿qué deberíamos decir y hacer noso-
tros? Hay, pues, una pregunta que
no podemos rehuir: ¿dónde, en qué
ámbitos de nuestra vida, de nuestro
deber de estado, tenemos todavía
que “convertirnos”, imitando a san
Carlos, para salir de una vida cristiana mediocre, “sin pena ni gloria”?
Carlos Borromeo es actual también por otro aspecto: la formidable capacidad de saber conjugar
de manera equilibrada la acción
y la contemplación. Todos recordamos las muchas imágenes de
san Carlos absorto en la oración,
especialmente frente al Crucifijo,
inmerso en verdaderas experiencias místicas. Pero la fuerte dimensión contemplativa que supo imprimir a su vida nunca lo distrajo de
su deber de pastor de almas. Antes
al contrario, podemos afirmar que
se convirtió en uno de los grandes
modelos de obispo y pastor precisamente porque su actividad pastoral estaba profundamente impregnada de oración y contemplación. San Carlos “hizo” mucho en
su vida, fueron muchas las cosas
que finalizó; incluso nos preguntamos con asombro dónde encontraba el tiempo y las fuerzas para hacer todo lo que hizo. Nos atreveríamos a decir que todo lo que hizo
tiene algo de milagroso: ¡es eso!
Realmente tiene algo de milagroso
porque todo estaba repleto de oración, de coloquio con Dios, impregnado de la contemplación
amorosa de los misterios de salvación de Cristo, empezando por Su
pasión, muerte y resurrección. Este es el mensaje siempre actual que
nos llega de san Carlos: la comunión con Dios, la oración, la contemplación no nos arrancan de la
historia sino que nos introducen en
ella con profundidad, dándonos la
fuerza de hacer también milagros
en el mundo y para el mundo. En
cambio el nuestro es un tiempo enfermo de activismo, frenético en la
acción, empeñado en producir bienes y servicios si no se quiere echar
a perder. De este modo nuestro
tiempo valora a la persona no por
lo que es, sino por lo que hace y
produce. En un contexto así, ¿acaso no se debe hablar de contemplación, de meditación, de oración, de silencio, como de las cosas
más “inactuales” que nuestro tiempo podría experimentar? La ver-
El milagro de Virginio Casati, anónimo lombardo, Catedral de Milán
dad, sin embargo, es exactamente
lo contrario. San Carlos nos impulsa a no dejarnos engañar por esta
especie de droga, a introducir el orden en nuestra vida, recuperando
la primacía de Dios sobre todo,
con la certidumbre de que el resto
vendrá por añadidura. Es la misma
advertencia del Señor: «Buscad
primero su reino y su justicia, y to-
das esas cosas se os darán por añadidura» (Mt 6, 33).
Y si existe un aspecto de la actividad pastoral de san Carlos que
impresionó profundamente a sus
contemporáneos hasta el punto
de que precisamente por eso comenzaron a considerarlo excepcional, fue su actividad caritativa.
Sobre todo durante la terrible pes-
te de 1576 se despojó literalmente de todo, de los bienes de familia, de sus bienes personales, no
solo de las cosas superfluas, sino
de lo estrictamente necesario con
tal de ayudar al pueblo de Milán
afectado por la epidemia. Y no solo se prodigó en los momentos de
emergencia; también quiso que algunas instituciones caritativas ¬
30DIAS
57
Iglesia
siguieran existiendo después de la
emergencia de la peste, consciente de que la pobreza, la necesidad,
la marginación, la degradación social y moral son una emergencia
de siempre, de todo momento.
Fue así como en todo momento
san Carlos brilló como paternal
auxiliador de los pobres, de todos
los pobres, de quienquiera que le
tendiera la mano para pedirle ayuda. Y fue también –para usar una
terminología de nuestra cultura
actual– un “santo social”: supo interpretar a la luz del Evangelio los
problemas sociales de su tiempo,
indicó algunas soluciones concretas, no sintió ningún miedo a la
hora de denunciar las plagas de la
sociedad, como la corrupción pública, la práctica de la usura, los
privilegios injustos de algunas castas, la falta de lo que hoy llamaríamos “conciencia cívica” o “atención al bien común”.
Pero hay también otro aspecto
de la santidad de Borromeo que
merece ser citado: es la dimensión ascética de su vida. Sobre este punto fue muy riguroso, hasta
llegar a despertar fuertes críticas y
malentendidos en quienes vivían a
El cáliz de san Carlos,
Museo de la Catedral de Milán
58
30DIAS
San Carlos se prepara para la muerte
en el Sacro Monte de Varallo, detalle,
Giovanni Battista della Rovere, llamado
el Fiammenghino, Catedral de Milán
su lado. Fue pobre, casto, humilde, penitente; practicaba con
gran seriedad el ayuno, prolongaba la oración durante las horas
nocturnas para no restarle el tiempo diurno a los compromisos pastorales; reducía a lo mínimo el reposo, e incluso tendía a no descansar nada. Sabemos que los
médicos le recriminaron varias veces que no se cuidara suficientemente, y él, como única respuesta
decía que si uno les hace caso a los
médicos no se puede ser un buen
obispo. La muerte, que le llegó
cuando solo tenía 46 años, selló
una vida que se había desarrollado
literalmente en las prácticas ascéticas. Este es un aspecto que nos
asombra, como también a sus
contemporáneos, que justamente
se preguntaban si san Carlos era
imitable en estas virtudes debido a
su carácter de heroicidad. Y nos lo
preguntamos también hoy nosotros, pero sin caer en la insidia de
juzgar excesivo el ejercicio de las
virtudes ascéticas como lo vivió
san Carlos, es decir, juzgarlo
“inactual” según los parámetros
de nuestra sensibilidad actual. Un
juicio semejante, ¿no podría ser
un modo tranquilizador para eximirnos de imitarlo? Se nos pide
más bien la honradez de encontrar en esto un aspecto de gran actualidad: hablar hoy de “ascesis”,
de “penitencia”, de “renuncia”
nos expone al riesgo de que se
burlen de nosotros y nos consideren gente fuera del tiempo y del
mundo, gente perteneciente a un
mundo de hace muchos siglos. En
cambio, precisamente nosotros
tenemos necesidad de una fuerte
llamada a purificar nuestro estilo
de vida para hacerlo más sobrio,
para redescubrir el autocontrol y
el dominio de los sentidos, de los
instintos y de las pasiones incontroladas: como camino de una libertad interior que nos hace dueños de nosotros mismos y de
nuestro auténtico camino hacia la
verdad, el bien, lo justo y lo bello.
El anillo, el báculo pastoral,
el cáliz
Concluyo volviendo a hablar de la
exposición que se inaugura hoy,
para subrayar un rasgo original de
la misma. En el centro de la exposición no hay tres obras de arte, sino tres auténticas reliquias que
de algún modo revelan la personalidad de san Carlos, son una epifa-
SAN CARLOS BORROMEO. La casa construida sobre la roca
nía de su corazón, una manifestación de su secreto espiritual.
Encontramos ante todo el anillo de Borromeo. El anillo de un
obispo nos habla simbólicamente
de su vínculo esponsal con la Iglesia que le ha sido confiada. Es,
pues, la señal del amor pastoral,
de la fidelidad al ministerio, de la
dedicación total.
Encontramos luego el bastón
pastoral: es el símbolo de la autoridad y del gobierno del obispo.
Pero, como sabemos, está en
cuestión una autoridad que nunca
puede practicarse como puro
ejercicio de poder. A imitación de
Cristo –el Buen Pastor por antonomasia– el ejercicio del gobierno
pastoral coincide con el ofreci-
miento de la propia vida hasta las
últimas consecuencias. Es lo que
hizo Cristo, es lo que han hecho
los santos pastores como Carlos
Borromeo.
En fin, podemos contemplar
su cáliz, el que usaba para celebrar el sacrificio eucarístico. El
cáliz es un testimonio de la vida
de oración que ha de tener el
obispo; como una llamada que,
en último análisis, es el sacrificio
de Cristo en la cruz, son su palabra y sus sacramentos –en los que
está presente con su eficacia su
acción de salvación– los que edifican la Iglesia, la iluminan, la animan y la guían.
Como decía al comienzo, con
este IV centenario de la canonización de san Carlos he llegado al final de mi mandato pastoral en la
Iglesia de Milán. Pues bien, os
confieso que estos tres “símbolos” expuestos (el anillo, el báculo
pastoral y el cáliz de san Carlos)
encienden en mí un profundo gozo espiritual cuando pienso que
así como los he recibido yo de mis
predecesores dentro de poco se
los transmitiré a mi sucesor.
Es el misterio hermosísimo de
la “traditio”, de la tradición viva
de la Iglesia, que –como nos ha
enseñado san Carlos– realmente
es «la casa construida sobre la roca». Sí, «cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron sobre aquella
casa, pero esta no cayó, porque
estaba construida sobre la roca»
(Mt 7, 25). Esto vale para la Iglesia que nos ha precedido, para la
Iglesia que estamos viviendo ahora, para la Iglesia que se abre al
futuro: una Iglesia siempre repleta de la gracia y del amor de su
Esposo y Señor. Es entonces
cuando, sin ningún miedo, con la
inalterable y sobreabundante
confianza que nos viene de Cristo, todos juntos estamos llamados a continuar nuestro camino
hacia la santidad, escuchando su
palabra y convirtiéndola en experiencia cotidiana de vida: «Así
pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica
será como el hombre prudente
que edificó su casa sobre la roca»
(Mt 7, 24).
¡Que san Carlos nos ayude! q
30DIAS
59

Documentos relacionados