¡Corred! –chillé-. ¡Corred, joliín! Corrimos. Las

Transcripción

¡Corred! –chillé-. ¡Corred, joliín! Corrimos. Las
- ¡Corred! –chillé-. ¡Corred, joliín!
Corrimos. Las escaleras se convirtieron en un pasadizo que torcía
primero a la derecha y luego a la izquierda. ¿Habéis estado en el
túnel del terror del Tibidabo? Pues aquello parecía igual de
terrorífico. Claro que allí no había peligro de que, de repente, se
abriera una puerta en un lado y apareciera la niña del exorcista, por
ejemplo. ¡O que al doblar una esquina nos saliera un hombre lobo!
- ¡Arrg! ¡Ya sois míos!
Pegamos un bote que llegamos hasta el techo. Nuestra linternas
iluminaron la cara monstruosa y babeante de la bruja de la
cocinera. ¡Uuaaauuu! Seguro que había utilizado un atajo para
atraparnos. Corrimos más aún que antes, con la bruja pisándonos
los talones. Llegamos frente a otra puerta, la abrimos no sin
esfuerzo y nos colamos dentro. Digo dentro porque estábamos en
una gran sala. Dimos luz con las linternas: ¡era una cripta, como
aquella donde duerme el conde Drácula!
Allí también había condes: a nuestro alrededor, en las paredes,
desde el suelo hasta tocar el techo, se disponían hileras de
agujeros alargados como gusanos de seda, y en su interior se veían
los capullos…, digo los ataúdes de piedra de condes, obispos y
barones muertos hacía mucho tiempo. Perdonad el lapsus, pero es
que me pongo nervioso perdido, sólo de pensarlo. Los pasos de la
bruja se acercaban cada vez más. Vencimos nuestro pánico y entre
los tres cogimos un pequeño ataúd que había en un hueco junto al
suelo, ¡y que pesaba como un muerto!, y lo arrastramos contra la
puerta.
¡Justo a tiempo! La bruja se abalanzó contra ella y empezó a
golpearla con todas sus fuerzas. Retrocedimos aterrorizados, pero
la puerta resistía. Entonces la bruja se puso a cantar una extraña
canción que produjo unos efectos terribles: con un ruido
sobrecogedor ¡las tapas de los ataúdes empezaron a abrirse…!
Y nos desmayamos.
¡Cuando me desperté estábamos en el cementerio! Enfrente, al
otro lado de una pequeña vaguada, se podía ver el pueblo, con la
iglesia y la casa de colonias, donde todos seguían durmiendo, tan
panchos. Mientras que nosotros…
Alguien nos había atado a una gran cruz de piedra. Alguno de
nosotros se había hecho caca en los calzoncillos, seguro, porque
olía fatal. Alex gritaba: “¡Socorro! ¡Socorro!”, pero con una voz tan
flojita que no le oía ni el muerto de la tumba de al lado. No había
luna, ni falta que hacía, porque alguien había encendido un montón
de velas por todas partes, con lo que podíamos ver todo lo que
pasaba la mar de bien. ¡Y en primera fila!
De momento no pasaba nada, pero yo no dejaba de gritar: “¡Papá!
¡Mamá!”, aunque más bajito aún que Alex. El que no decía nada era
Miguel, que sudaba y tenía la cara supercolorada porque intentaba
soltarse. ¡Pobre!
¡Y entonces ocurrió el milagro! Miguel, el tío, consiguió mover una
mano lo suficiente para sacar del bolsillo del pijama su navaja
multiusos, y empezó a cortar las cuerdas.
Pero justo cuando acabábamos de desatarnos, se abrió la puerta
del cementerio con un chirrido siniestro: la bruja avanzó hacia
nosotros en medio de un silencio sepulcral, ¡claro! De repente se
puso a cantar otra vez con aquella voz suya, poderosa y lúgubre. Y
al conjuro de aquella música los muertos empezaron a levantarse
de sus sepulturas, y se unieron a la bruja cantando y desafinando a
tope, sobre todo los esqueletos, porque no tienen lengua, ni
garganta, ni nada, mientras se acercaban cada vez más.
- ¡No puede ser! ¡Estoy soñando! -exclamé-. ¡Alex, pellízcame
fuerte, a ver si me despierto!
- ¡Vale!
- ¡Ay! ¡Animal! -grité, y le arreé una bofetada con todas mis
fuerzas.
Alex se volvió y empezamos a pelearnos a lo bestia.
- ¿Pero qué os pasa? ¿¡Estáis locos o qué!? -chilló Miguel.
¡Así que no era un sueño! ¡Pues vaya, hombre! La situación, como
en las películas de miedo, era desesperada. ¡Ya sólo faltaba que
saliese el Michael Jackson y se pusieran todos a cantar y a bailar
“Thriller”!
Y en aquel momento no se me ocurrió otra cosa que hacer una
foto. Es que creo que yo, ya, alucinaba. Tal vez de esta manera,
pensé, alguien sabría qué nos había pasado. Y jolín, una buena foto,
es una buena foto.
Saqué la cámara, apunté y disparé.
El resultado fue total: todos los zombis desaparecieron de golpe.
Se esfumaron. Como lo oís. Fue el flash de la cámara, seguro. Pero
el peligro no había pasado, no amiguitos. Porque la bruja viéndose
sola se lanzó sobre nosotros aullando, echando espuma por la boca
y con unos ojos encendidos como brasas de la hoguera de San
Juan. ¡Estábamos perdidos! Menos mal que Alex, el muy valiente, le
atizó en todo el cabezón con el cepillo de su madre. ¡Uf, salvados
por los pelos!
Volvimos a la casa de colonias muertos de miedo y de frío.
Cuando entrábamos por la puerta empezaba a nevar.
A la mañana siguiente, Castellar de N’Hug amaneció
completamente blanco. Había un montóoon de nieve. Después de
desayunar salimos a hacer un muñeco y a tirarnos bolas de nieve.
Por cierto, la cocinera del desayuno era una sustituta, se ve que la
otra se había puesto enferma (¡del cepillazo del Alex!, ¿qué os
apostáis?).
Más tarde subimos con los coches por la carretera, hasta que
encontramos un sitio en la montaña donde nos estuvimos tirando
en trineo. La madre de Miguel voló por el aire, y la mía acabó su
bajada patas arriba y con la cabeza dentro de la nieve.
Nos lo pasamos de muerte. Sí, ya sé, no tengo que usar palabras
como ésa.
Cuando ya nos íbamos en el coche oí que mi padre le decía a mi
madre: “¡No comprendo cómo no hay cementerio! ¡En todos los
pueblos hay uno, no lo entiendo!”. Mi madre tenía cara de pensar
que vaya tontadas decía mi padre. Es un poco farfollas, mi papá,
pero cuenta unos cuentos de miedo muy buenos.
- ¡Papá, papá, cuéntanos un cuento anda!
- Bueno, bueno. A ver… Vale. Hoy el cuento se titulará…: ¡No
bajes al sótano – 6! !Chan, chan, chan…!
¡Lo sabía!
- FIN -

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