DIOS PADRE RICO EN MISERICORDIA

Transcripción

DIOS PADRE RICO EN MISERICORDIA
Charlas Cuaresmales
DIOS PADRE RICO EN MISERICORDIA
Lunes, 15 de Febrero de 2016
D. Jenaro Barreales Barreales
Párroco de “San Juan y San Pedro de Renueva” de León
Durante su gobierno en la Ínsula Barataria, Sancho Panza no quedó harto de pan ni de vino sino
de juzgar y dar pareceres.
Una de las mejores muestras de su ingenio para impartir justicia se puede leer en el capítulo LI de
la segunda parte de El Quijote, cuando un forastero le plantea resolver un intricado caso que había dejado
dudosos y suspensos a los jueces aguardando el parecer del Gobernador Sancho.
El suceso era el siguiente: El dueño de un señorío dividido en dos partes por un río, levantó una
horca al final del puente que lo cruzaba para que los jueces aplicaran allí mismo su ley:
Si alguno pasare por este puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si
jurare verdad, déjenle pasar, y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se
muestra. Sucedió entonces que los jueces tomaron juramento a un hombre que juró y dijo que venía a
morir en aquella horca y pensaron: Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su
juramento, y conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y,
habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre.
A lo que Sancho le respondió que, a su parecer, Este pasajero que decís, o yo soy un porro –
tonto– o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar el puente, porque si la verdad le salva,
la mentira le condena igualmente; y siendo esto así, como lo es, soy de parecer que (…) pues están en
igualdad las razones de condenarle o absolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado
más el hacer bien que mal. Y esto lo daría firmado de mi nombre si supiera firmar, y yo en este caso no
he hablado del mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos que me dio mi
amo don Quijote la noche antes que viniese a ser gobernador de esta ínsula, que fue que cuando la
justicia estuviese en duda me decantase y acogiese a la misericordia.
Las conferencias cuaresmales de este año giran en torno al tema central del año Santo que estamos
celebrando: “La Misericordia”
El nombre de Dios es misericordia; es el carnet de identidad de Dios como nos dice el Papa
Francisco. Quien descubre y encuentra la misericordia de Dios, se hace misericordioso como Dios es
misericordioso.
“Misericordiosos como el Padre”, es el “lema” del Año Santo. Debemos escuchar la palabra de
Jesús que nos ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de fidelidad de nuestra fe.
‘Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia’ (Mt 5, 7) es la bienaventuranza en la que
hay que inspirarse durante este Año Santo” (Misericordiae Vultus, 9). La Iglesia será creíble, cuando cada
uno de nosotros, desde nuestra vida, desde nuestra fe, vayamos mostrando a nuestros hermanos aquel
amor misericordioso de Dios nuestro Padre.
El día 10 de febrero iniciábamos el tiempo de Cuaresma con el Miércoles de Ceniza. Cuaresma es
el tiempo en el que celebramos de una forma más intensa, si cabe hablar así, la misericordia de Dios.
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En la Bula de convocación del Jubileo, el Papa nos pide que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea
vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios.
La reflexión que vamos a hacer esta tarde es sobre Dios Padre rico en misericordia y nos
fijaremos, fundamental en el Antiguo Testamento, pues el Nuevo Testamento nos presenta a Cristo como
rostro visible de la misericordia del Padre, y de ello se hablará mañana.
DIOS ES MISERICORDIOSO
Dios PADRE en el Antiguo Testamento
Antes de hablar sobre la misericordia de Dios en el Antiguo Testamento, haré una reflexión sobre
la revelación que de Dios se nos hace.
La revelación de Dios en el Antiguo Testamento no es completa, nos muestra, sobre todo el actuar
de Dios y a través de este actuar descubriremos el ser de Dios.
Lo que se destaca en el A. T. es el monoteísmo, y en este monoteísmo el centro está en la relación
con que Dios interfiere en la vida de los hombres.
Es un Dios único y personal que habla con ellos, que los protege.
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Hay un momento especialmente importante que es el episodio de la zarza ardiendo en el Sinaí.
Ex. 3,6-16 “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob. He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he oído su clamor. He descendido para
librarlo de la mano de los Egipcio, sacarlo de aquella tierra y llevarlo a una tierra espaciosa
que mana leche y miel.
Es un Dios único: “Fuera de mi no hay otro Dios”.
Los profetas ahondarán en la fe de este Dios único.
Un segundo aspecto es que el Dios de Israel es un Dios que habla, es un Dios personal que se relaciona.
Lo que Dios dice se cumple. La palabra de Dios tiene una gran fuerza, es una palabra viva y eficaz en
contra de los ídolos de las otras naciones: Salmo 135: “Tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven;
tienen oídos, y no oyen.
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Otro momento importante en el pueblo hebreo es la liberación de manos de los Egipcios; el
paso del mar Rojo, la peregrinación por el desierto.
Dios libera a su pueblo de la esclavitud de los Egipcios, para hacerlo un pueblo libre.
Unido a la liberación está la alianza que Dios hace con su pueblo.
En la alianza, Dios promete muchas cosas: 1º Habitar en medio de ese pueblo con lo que esto
conlleva de protección a ese pueblo. En Ex. 19,3-5 dice Dios: “Vosotros habéis visto como he tratado a
los egipcios y como os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mi”.
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2º Les entrega la Tierra Prometida.
3º Junto con la Alianza, les da una ley que ilumine la conducta del pueblo, respecto de Dios y de
los hombres entre si (Los mandamientos).
En el A. T. la relación del hombre con Dios está, fundamentalmente en la línea de Dios creador,
del Dios trascendente, pero no llega a descubrirse una relación entrañable como de un hijo con su padre
Hay algún texto como Isaías 63,15-16 que compara la paternidad de Dios con la paternidad de los
padres antepasados como Abraham: dice así: Porque Tú eres nuestro Padre, porque Abrahán no nos
conoce ni Israel se acuerda de nosotros: Tú Yahvé eres nuestro Padre. Nuestro Redentor es tu nombre
desde antiguo.
En Ex. 4 también se dice que su pueblo es el hijo primogénito.
Jeremías llama” Padre mío a Dios”.
David es llamado hijo de Dios y de David se pasa a sus descendientes que también se dice de ellos
que son hijos de Dios.
A los justos se les cuenta entre los hijos de Dios.
En el libro del Eclesiástico también se aplica la relación paterno- filial a los huérfanos, a las viudas
y a las personas necesitadas.
La revelación va poniendo cada vez con más profundidad desde el Dios Creador, Todopoderoso al
de Dios Padre.
Pero será en el Nuevo Testamento cuando Cristo nos revele en toda su profundidad la paternidad
divina y la relación entrañable del hombre con Dios.
S. Pablo en la 2ª carta a los Corintios, llama a Dios: el “Padre de las misericordias”.
------------------------------------------------------------------------------El concepto de «misericordia» tiene, en el Antiguo Testamento, una larga y rica historia.
Una de las afirmaciones más claras del Antiguo Testamento es “la bondad y misericordia de
Dios”.
El fundamento de la fe de los israelitas en la misericordia está en la revelación en el Sinaí cuando
Dios se apareció a Moisés y se reveló como un Dios “misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico
en amor y fidelidad…” (Ex 34, 6).
Efectivamente, Israel fue el pueblo de la alianza con Dios, alianza que rompió muchas veces.
Cuando a su vez adquiría conciencia de la propia infidelidad -y a lo largo de la historia de Israel no faltan
profetas y hombres que despiertan tal conciencia- se apelaba a la misericordia.
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El concepto de “misericordia” aparece en el Antiguo Testamento cada vez que el Pueblo Elegido
se concienciaba de su infidelidad hacia Dios.
Quien no descubre la infidelidad, quien no reconoce el pecado, no puede descubrir la misericordia.
En la historia del mundo y en la historia del Pueblo Elegido, Dios iba revelando su amor
misericordioso. La Misericordia se manifiesta en cada acto externo de Dios: tanto en lo que se refiere al
acto creador como al acto salvífico. Todo los que Dios hace para el hombre, es expresión de su amor
misericordioso.
La Historia del pueblo de Israel podríamos calificarla como historia de las misericordias de Dios.
Dios no ha creado nada para la muerte, no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y
viva (Cf., Ez 18, 23; 33, 11).
En varios pasajes del Antiguo Testamento, sobre todo en los salmos, se nos muestra los rasgos de
un Dios compasivo y misericordioso:
- “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad […], no nos trata
como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas” (Sal 103, 8.10).
- La misericordia desborda la justicia. Nadie puede justificarse por sí mismo delante del Señor.
Nuestras relaciones con Dios no pueden medirse en términos de justicia distributiva, pues en tal caso
siempre saldríamos perdiendo. El Salmista nos dice: “Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿Quién
podrá resistir? Pero de ti procede el perdón...” (Sal 130, 3-4).
“Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa y Él redimirá a Israel de todos sus delitos”
(Sal 130, 7-8). El Señor se deja llevar por su compasión. Esta misma idea expresada por el Salmista se
repite en otros pasajes.
El salmo 145 exalta la bondad y misericordia de Dios para con el pecador: “El Señor es clemente
y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, el Señor es bueno con todos…” (Sal 145, 8-9; Cf.,
también lo expresa el Sal 86, 15).
En el libro de la Sabiduría se destaca que Dios es misericordioso porque es todopoderoso: “Te
compadeces de todos porque todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres para que se
arrepientan” (Sb 11, 23).
En el Antiguo Testamento, se resalta también la fidelidad incondicional de Dios a sus promesas a
pesar de la terquedad del pueblo que olvida las grandes obras que el Señor realizó en favor de ellos:
“Rehusaron escuchar, y no se acordaron de las maravillas que hiciste entre ellos; fueron tercos y eligieron
un jefe para volver a su esclavitud en Egipto. Pero Tú eres un Dios de perdón, clemente y compasivo,
lento para la ira y abundante en misericordia, no los abandonaste” (Neh 9, 17).
Dios es fiel a sus promesas de salvación y está siempre dando oportunidades a los hombres para
que acojan la oferta de gracia y perdón, por ello “les envió desde el principio avisos por medio de sus
mensajeros porque tenía compasión de su pueblo…” (2 Cro 36, 15).
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El Libro del Profeta Jonás nos relata una bella historia en la cual se destacan los rasgos
misericordiosos de Dios que siempre está dispuesto a perdonar. El profeta recibe el encargo del Señor de
anunciar un “castigo” para todos los habitantes de la ciudad de Nínive a causa de sus pecados. Al inicio el
profeta se resiste a cumplir con anunciar la inminente destrucción de Nínive; pero, finalmente, después de
varias peripecias (como su huida a otra ciudad para “escapar” de Dios), Jonás decide cumplir la misión.
¿Cuál era la razón de la inicial resistencia del profeta para cumplir el encargo del Señor? El
profeta mismo lo dice: temía que Dios, se dejase llevar de su compasión, se retracte del castigo anunciado
y perdone al pueblo, en tal caso el profeta quedaría en una situación complicada; algunos podrían llegar a
pensar que Jonás habría hecho un “falso anuncio” (la destrucción de Nínive). Después de haber cumplido
la misión resultó que el pueblo se convirtió y, sucedió lo que había temido el profeta: Dios perdonó a los
habitantes de Nínive y la ciudad no fue destruida. Jonás, como dice el relato, se disgustó mucho por eso, y
oró a Yahvéh diciendo: “Fue por eso que me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un
Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal” (Jo 4, 2).
Los profetas del Antiguo Testamento hacen una severa crítica a una religión centrada en el culto
(entendido de un modo meramente ritualista), apartada de la justicia, donde se olvida del amor y la
misericordia para con el prójimo.
El profeta Isaías, por ejemplo, cuestiona duramente la hipocresía religiosa de quienes se sienten
satisfechos por cumplir con las “tradiciones religiosas” ignorando al pobre, al huérfano y a la viuda (Cf.,
Is 1, 10-17).
El profeta Amós nos dice que Dios no quiere “holocaustos ni sacrificios” sino que “que fluya el
juicio como agua, y la justicia como arroyo perenne” (Am 5, 24).
El profeta Oseas cuestiona la falsa religión que se reduce a un conjunto de prácticas rituales y
donde la misericordia se echa de menos: “Vuestra misericordia es como lluvia mañanera, como rocío de
madrugada que se evapora” (Os 3, 4). El profeta lanza esa célebre sentencia: “Misericordia quiero y no
sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos” (Os 6, 6). Se trata de un cuestionamiento radical
a la tradición religiosa, a una religión llena de sacrificios rituales, incienso, fiestas, dejando de lado la
justicia y la misericordia (Cf., también: Is 29, 13-14; 58, 1-8; Jr 6, 20; Jl 2, 12-14).
A partir de la reflexión de los pasajes bíblicos antes citados queda claro que el Antiguo
Testamento tiene como una de sus afirmaciones centrales la misericordia de Dios como Padre, siempre
dispuesto a perdonar al pecador, lo cual no significa, desde luego, una condescendencia con el pecado,
sino la expresión de su amor al pecador que está necesitado de perdón. Dios ofrece su misericordia para
que el hombre se convierta y viva; al mismo, tiempo exige de nosotros que seamos misericordiosos como
el Padre.
De igual modo, en el Nuevo Testamento, Jesús nos revela a un Dios, Padre misericordioso, que
quiere que todos los hombres se salven. A través de las parábolas del perdón Jesús pone de manifiesto su
mensaje de misericordia. Jesús se presenta como el Salvador; nos dice que no ha venido a condenar sino a
salvar (Cf., Jn 3, 17; 12, 47).
Santo Tomás nos dice: “Es propio de Dios usar misericordia; y en esto, especialmente, se
manifiesta su omnipotencia” . Y el mismo santo añade: “Se debe atribuir a Dios la misericordia en grado
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máximo, no por lo que tiene de pasión, sino por su eficiencia”. A Dios no le cuesta perdonar, es su oficio.
“No es nada delicado mi Dios, no se fija en menudencias. No es nada minucioso para tomarnos cuentas,
sino generoso; por grande que sea la deuda, no le cuesta perdonarla.
En la Bula Misericordiae Vultus, el Papa Francisco, comentando esta cita de Santo Tomás de
Aquino, señala: “Las palabras de Santo Tomás de Aquino muestran que la misericordia divina no son en
absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios” (Misericordiae
Vultus, 6).
Para pagarnos, nos dice Santa Teresa, es tan mirado, que no tengáis miedo de que un alzar de ojos
acordándonos de Él, deje sin premio”.
Sigue diciendo la Santa: “Sea su nombre bendito que en todo tiempo usa de misericordia con
todas sus criaturas” (Santa Teresa). Quien se parece a él, quien se precia de ser su hijo, tendrá que
aprender a vivir en la misericordia, ser misericordioso como es él.
Si la bondad de Dios comunica los bienes a sus criaturas, Conceder los bienes y perfecciones para
remediar las miserias y defectos de las criaturas, sobre todo en el hombre, es obra de su misericordia.
Misericordia y gracia
La misericordia y la gracia son confundidas con frecuencia. Mientras que los términos tienen
significados similares, la gracia y la misericordia no son lo mismo.
La misericordia es que Dios no nos castigue como lo merecen nuestros pecados, y gracia es que
Dios nos bendiga a pesar de que no lo merezcamos. La misericordia es la liberación del juicio. La gracia
es la bondad que se extiende a quienes no la merecen.
La palabra misericordia tiene su origen en dos palabras del latín: miserere, que significa tener
compasión, y cor, que significa corazón. Ser misericordioso es tener un corazón compasivo. La
misericordia, junto con el gozo y la paz, son efectos del perdón; es decir, del amor.
Un palpable ejemplo de este tipo de amor misericordioso es el de Dios que siempre está dispuesto
a cancelar toda deuda, a olvidar a renovar. Para educarnos en el perdón debemos constantemente
recordarlo.
Dios es Amor, como nos recuerda san Juan (1Jn 4,8 y 4,16). Por amor creó el universo; por amor
suscitó la vida; por amor ha permitido la existencia del hombre.
El amor, sin embargo, tropezó con el gran misterio del pecado. Un pecado que penetró en el
mundo y que fue acompañado por el drama de la muerte (Rm 5,12). Desde entonces, la historia humana
quedó herida por el dolor: guerras e injusticias, hambres y violaciones, abusos de niños y esclavitud,
etc…
Una historia en la que Dios que es capaz de superar el mal con la misericordia, el pecado con el
perdón, la caída con la gracia, el fango con la limpieza.
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Sólo Dios puede devolver la dignidad a quienes tienen las manos y el corazón manchados por
infinitas miserias, simplemente porque ama, porque su amor es más fuerte que el pecado.
Dios eligió por amor a un pueblo, Israel, como señal de su deseo de salvación universal, movido
por una misericordia infinita. Envió profetas. Repitió una y otra vez que la misericordia era más fuerte
que el pecado. Permitió que en la Cruz de Cristo el mal fuese derrotado, que fuese devuelto al hombre
arrepentido el don de la amistad con el Padre de las misericordias.
Descubrimos así que Dios es misericordioso, capaz de olvidar el pecado, de arrojarlo lejos. “Como
se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para quienes le temen; tan lejos como
está el oriente del ocaso aleja Él de nosotros nuestras rebeldías” (Sal 103,11-12).
En la lengua hebrea para decir o expresar qué es la misericordia, unas veces, se usa la palabra
"entrañas" y otras la palabra "benevolencia".
Cuando al hablar de la misericordia usan la palabra "entrañas" nos dan a entender que misericordia
significa ese amor tierno y entrañable que una madre siente y tiene a su hijo que lleva dentro. La
misericordia está en relación, no solo con la paternidad sino también con la maternidad: Dios tiene
corazón de padre y de madre (trasciende el sexo).
Y cuando usan la palabra "benevolencia" para ellos significa que misericordia es una disposición
favorable de una persona hacia otras. En ambos casos misericordia es sinónimo de amor, de lealtad, de
bondad, de cariño y de amistad.
Cómo ha mostrado y muestra Dios su misericordia
Dios ha mostrado su misericordia de diferentes maneras, que se pueden expresar así:
1.- mediante el perdón de los pecados,
2.- mediante la justificación de la humanidad pecadora, y
3.- mediante la liberación realizada por la muerte y resurrección de Jesucristo.
1.- Dios muestra su misericordia mediante el perdón de los pecados, y esto significa:
a) que Dios restablece con el hombre pecador una relación de amistad, amor, bondad o gracia;
b) que el hombre está en paz con Dios:
c) que retira el castigo del pecado y
d) que Dios renueva una alianza o compromiso no solo de perdonar sino también de tener
misericordia con la humanidad.
Además esta alianza o compromiso de amor compasivo de Dios a la humanidad es permanente, es
decir, Dios no la cambia. (Mt 26,28) “Esta es mi sangre derramada por vosotros”
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“Si somos infieles, El permanece fiel porque no puede negarse a si mismo”
Esto no significa que a Dios le dé igual el pecado de la humanidad. Dios no lo desea por el daño
que el pecado causa al hombre. La Biblia expresa este rechazo de Dios al pecado mediante el término la
"ira de Dios". El perjudicado es el hombre.
Dios odia el pecado, no al pecador.
Ejemplo de unos padres que rechazan el comportamiento de su hijo porque es drogadicto. Sufren,
no porque su hijo les trate mal, sino porque se está perjudicando.
2.- Dios muestra su amor justificando a la humanidad
Justificar es más que perdonar o absolver; justificar es hacer que el hombre pecador, dominado por
la fuerza del mal, se ha hecho justo animado por la fuerza del Espíritu del bien y por tanto agradable a
Dios, amigo de Dios, hijo de Dios, heredero de Dios. Dios ha realizado está justificación usando su
justicia, es decir, su misericordia.
Desde su misericordia, al culpable lo declara inocente (lo perdona) y no sólo lo declara inocente
sitio que lo hace justo. Así lo expresa Pablo en Romanos (5,1-11). Esta justificación no hace que el
hombre sea impecable, que no pueda pecar, sino que la fuerza del mal es contrarrestada y puede ser
vencida por la fuerza del bien. Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.
3.- Dios muestra su amor a la humanidad por medio de Jesús
Amó Dios tanto al hombre que le entregó a su propio Hijo para que no perezca nadie de los que
creen en El.
La vida de Jesús de Nazaret es una vida de servicio, de ayuda, de misericordia: pasó haciendo el
bien y curando a los poseídos por el diablo. Con su muerte y resurrección Jesús de Nazaret Jesucristo
rescató a la humanidad, es decir, la liberó de todo mal. (Rom.5,1 1 y Jn. 3.16.)
Durante la audiencia general realizada en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Papa Francisco ha
comenzado un ciclo de catequesis sobre la misericordia de Dios en la Biblia que nos pueden ayudar a
profundizar en los que yo estoy diciendo de una manera mucho más simple.
¿Dónde encontrarnos con la misericordia de Dios? o, como podemos descubrir la
misericordia de Dios?
Yo indicaría tres de momentos significativos donde encontrarnos con la misericordia de Dios.
1.- “Un lugar donde se encuentra la misericordia de Dios en el pasado es la Escritura Santa
Hemos reflexionado sobre algunos textos bíblicos que nos hablan de la misericordia.
La Bula papal nos presenta muchas referencias de la Biblia que exponen a Dios ofreciendo a los hombres
su misericordia.
Desde siempre Dios dispensa su misericordia.
Esta celebración de la misericordia de Dios se encuentra en la Biblia como testimonios vividos. El
pueblo de Dios experimentó la misericordia divina. Esta misericordia se realizó en un tiempo determinado
en el pasado y en un pueblo concreto.
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Aún en medio de su locura, don Quijote afirmaba de las letras divinas: “tienen por blanco llevar y
encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como éste ninguno otro se le puede igualar”.
2.- El segundo lugar en la Iglesia, de modo especial por sus sacramentos. Dios nunca ha dejado al
hombre, le ofrece siempre su misericordia. Y eso se realiza en los sacramentos de la Iglesia.
El Papa nos habla de este lugar de la celebración de la misericordia en varios números de la Bula
(Nº 10(La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción
pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y
en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a
través del camino del amor misericordioso y compasivo.,
Nº 12(La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del
Evangelio……….Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y
testimonie en primera persona la misericordia.
Nº 25 la primera tarea de la Iglesia es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de
Dios.
3.- Y el tercer lugar en la misma vida de cada uno de los cristianos. Lo que leemos en la Biblia
como testigos de la celebración de la misericordia y celebramos en los sacramentos de la Iglesia, debe
seguir celebrándose en la vida de cada uno de los miembros de la Iglesia. La misericordia que Dios dio a
su pueblo Israel en el pasado, la misericordia que Dios nos da en su Iglesia, el Papa nos invita a dársela a
nuestros hermanos en la vida de cada día. El creyente está llamado y obligado a compartir en su vida el
amor y la misericordia que recibe y experimenta en la liturgia.
Como medios personales para descubrir o experimentar nosotros la misericordia de Dios
EN LA ORACION.
Solo descubrirá el verdadero rostro de Dios quien tiene un trato asiduo con el Dios del amor.
EN LA EUCARISTÍA.
La celebración y la participación frecuente en la Eucaristía nos hace entrar en contacto con el
Dios amor. En la comunión palpamos el amor infinito de su corazón.
EN LA CONFESIÓN
En el sacramento de la penitencia, los confesores, actúan como «el signo y el instrumento del
amor misericordioso de Dios con el pecador»
Los sacerdotes son presencia y prolongación de Jesús Buen Pastor, que corre hacia nosotros para
abrazarnos y colmarnos de su amor, y la Iglesia se alegra por la vuelta de aquél hermano que estaba
muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado (Lc 15, 32).
En la bula “Misericordiae vultus”, el Papa dice sobre los confesores:”Nunca me cansaré de insistir
en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se
improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón.
Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto
de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva” (MV 17).
Los confesores debemos se signos de la misericordia, buscadores de la misericordia, ministros de
la misericordia. Invito a todos a acercarse con frecuencia al sacramento de la Penitencia, a confesarse y
recibir así el abrazo de la infinita misericordia del Padre, que nos está esperando para darnos un fuerte
abrazo.
D. Jenaro Barreales Barreales
Párroco de “San Juan y San Pedro de Renueva” de León
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Charla Cuaresmal
“CRISTO ROSTRO DE LA MISERICORDIA DEL PADRE”
Martes 16 de Febrero de 2016
Manuel Santos Flaker Labanda (Párroco de San Martín)
Esta tarde, me gustaría que la meditación que haga la acojáis no como una clase para
aprender, sino como una predicación-catequética que anima y suscita la Fe y llama a conversión,
porque no hay que olvidar que la cuaresma es un itinerario para convertirnos y entrar con Cristo en
su Misterio Pascual.
La Bula de convocación del Año Jubilar de la misericordia “Misericordiae Vultus”, inicia
con este título de la charla de este día “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”. El
misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva,
visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El padre, “rico de misericordia” (Ef. 2,4)
después de haber revelado su nombre a Moisés como “Dios compasivo y misericordioso, lento a
la ira, y pródigo en amor y fidelidad” (Éx 34,6) Dios no ha cesado de dar a conocer en varios
modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la plenitud (Gál 4,4) cuando
todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María
para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cf. Juan 14,9).
«Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la
misericordia de Dios» (Misericordiae Vultus nº 1). Y también dice la Bula: «Con la mirada fija en
Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad» (nº 8).
Estas afirmaciones del Papa Francisco, dan luz, sobre el texto de la Bula, son la síntesis de
todo él, y no solo de la Bula, puedo afirmar sin miedo a equivocarme que son la síntesis de la Fe
cristiana, son la revelación definitiva que Jesús de Nazaret ha venido a traernos. La misericordia se
ha hecho carne en Jesús de Nazaret.
Pero veamos la importancia del Rostro, se ha dicho que el rostro es el espejo del alma, hay
incluso un arte que se llama la Fisiognomía (el arte de leer el rostro) en China se da mucho este
arte. Hay un alfabeto oculto en el rostro de una persona; los ojos, la nariz, la boca, los pliegues de
la frente, las cejas, y el entrecejo, la barbilla, el mentón, las orejas, los pómulos, los labios, los
párpados, todos estos elementos llenos de gestos, etc. El rostro es la identidad y nos distingue
entre los demás. El rostro humano es comunicador, más que las palabras, todos tenemos
experiencia de ello. Se dice que un rostro puede desarrollar 7000 expresiones faciales, a veces
involuntarias. De manera que el rostro humano se utiliza para transmitir mensajes, sentimientos y
emociones.
Es más, nuestra palabra “persona” se origina en el rostro que los actores en el teatro
Griego se ponían con las máscaras; del griego prósopon “”.
En el origen de las religiones se encierra un anhelo de ver el rostro de Dios, de conocer su
esencia, su ser. En la fenomenología de la religión hay un grito constante “ver el rostro de Dios”.
Israel en el A.T. se hace eco de esto:
- Salmo 24 (23) “Tal es la raza de los que le buscan, los que van tras tu rostro, oh
Dios de Jacob”.
1
-
Salmo 27 (26) “dice de ti mi corazón: «Busca su rostro» Sí, Yahveh, tu rostro
busco: No me ocultes tu rostro”.
Para Israel era ir al Templo y participar del culto, el Rostro de Yahveh se identifica en el
A.T con el culto del Templo y su presencia allí. Jesús es el Nuevo Templo.
Dios ha hecho un camino con Israel para pasarles de la religión a la Fe. Es en la Fe que se
puede ver el rostro de Dios. Es el caso de Jacob Gn 32,31 “Jacob llamó a aquel lugar Penuel,
pues se dijo «he visto a Dios cara a cara y tengo la vida salva»”. Las religiones le han puesto
rostro a Dios, moviéndose entre el temor y el amor, entre lo sacro y lo profano, entre lo fantástico
y fascinante, pero todos ellos eran un intento humano, pero lejano de la realidad. Realidad
revelada por iniciativa de Dios en la persona de Jesús de Nazaret.
¿Cómo sería el rostro de fascinante de Jesús? El hombre más bello, su mirada ha cautivado
y convertido al publicano Mateo. El arte ha querido representarlo ya desde antiguo ¡Cuántos
Iconos! con el rostro de Jesús. Incluso la Verónica y la sábana santa las más preciadas reliquias de
la cristiandad, nos muestran al Varón de dolores, como dirán los cantos del Siervo de Yahveh en
Isaías.
Israel ha visto el rostro de Yahveh en el culto del Templo de Jerusalén, es allí que han visto
la misericordia. Allí se estaba preparando la revelación del rostro de la misericordia de Dios en
Cristo. En Juan 2,12 Jesús afirma: “Destruid el Templo y en tres días lo levantaré”. Es en el
Templo donde estaban las piscinas para las purificaciones (Mikvá), que para el pueblo judío tienen
un sentido de útero. Saco a colación el sentido etimológico de la palabra misericordia en hebreo
«Rajamín» que precisamente significa útero, entrañas maternas.
El pueblo judío experimentaba la misericordia como una nueva creación, un nuevo
nacimiento. Dios usa misericordia recreándonos.
También en el Templo han experimentado la misericordia de Dios en la fiesta del Yom
Kippur (día de la Expiación), día en que las puertas de la salvación estaban sujetas por la Jesed
(benevolencia) y la Rajamín (Misericordia). Los sacrificios perpetuos del Templo, la profecía que
allí se realizaba, la Pascua, Pentecostés, las Tiendas, etc. Todo esto se ha hecho carne en Jesús de
Nazaret.
Decía el Papa emérito Benedicto XVI “Para ver a Dios es necesario conocer a Cristo”.
En Juan 14,9-10 dice Jesús a Felipe “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo
dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?”
Moisés es agraciado con la visión de los trece atributos de la Misericordia Divina, esto
según la tradición rabínica.
Recordemos que Moisés según Éx. 33,18-23 deseaba ver a Dios, pero Dios le permitió ver
sus espaldas. Dios le dice: “pero mi rostro no puedes ver”.
Trece atributos de la Misericordia:
1. Tolerancia
2. Paciencia con los demás
3. Perdonar
4. Buscar el bien de los demás y para los demás
2
5. No guardar la ira
6. Realizar actos de bondad
7. Amar y buscar el bien para el que te ha hecho daño
8. Recordar las buenas acciones de los demás y olvidar las malas
9. Sentir compasión por los demás
10. Actuar con honestidad
11. Actuar con bondad e indulgencia
12. Ayudar a los demás a arrepentirse y no guardar rencor.
13. Buscar maneras de mostrar misericordia y compasión.
En plenitud estos trece atributos están en la vida y misión de Jesús en el Evangelio por
ejemplo en las tres parábolas de la misericordia.
El evangelio nos muestra en los gestos de Jesús la misericordia del Padre, y sobre todo en su
Pasión -Muerte- y Resurrección, al Misterio Pascual. Dice San Pablo a los Romanos 8,35 ¿Quién
nos separará del amor de Cristo?
Jesús sigue mostrando el rostro de la misericordia del Padre en la vida y misión de la
Iglesia, ya decía San León Magno “que lo que estaba presente en la vida de Jesús ha
permanecido en sus Misterios” es decir, en los sacramentos, acudamos a ellos en este tiempo
propicio al Sacramento de la Penitencia.
El Misterio Pascual de Cristo es la máxima expresión de la Misericordia de Dios,
preparémonos en esta cuaresma para asociarnos a la Pascua de Cristo.
El Bautismo ha configurado el Rostro de Cristo en nuestra Alma, pero quizá el Pecado ha
ofuscado este rostro en nosotros. Nuestros contemporáneos están esperando ver el rostro de Cristo
en nosotros, por eso ¡CONVIRTÁMONOS! ¡CONVIRTÁMONOS!
Un poeta Sirio de Edesa, del siglo IV Kirillonas, decía “Dad a la Iglesia un rostro
pascual”. Este rostro de Cristo lo tenemos que mostrar nosotros.
La fuerza del Misterio Pascual, la gracia en nosotros nos lleva a realizar y visibilizar el
rostro de Cristo a través de las obras de misericordia.
Anunciemos a todos el Kerigma, la Buena Nueva del amor de Dios que se hace efectivo
siempre que se proclama “Que Cristo ha muerto por nosotros y ha resucitado para el perdón de
los pecados” Y esto gratis, esto se hace eficaz ¡Ahora! ¡Ahora es tiempo de la gracia! ¿Te lo
crees? Te invito a ver el rostro misericordioso del Padre en la misión de la Iglesia y en la vida de
ésta. El ejemplo lo tenemos en las vidas de tantos santos.
Para concluir, decía el Papa en la audiencia jubilar del 30 de enero pasado: «Todos somos
“Cristóforos” Portadores de Cristo. Es el nombre de nuestra actitud, una actitud de portadores
de la alegría de Cristo, de la misericordia de Cristo».
Por eso la cuaresma está en función de renovar esta actitud en nosotros. Que es renovar la
gracia del bautismo.
La oración colecta del II Domingo de Cuaresma dice:
«Señor Padre Santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta
nuestro espíritu con tu Palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria
de tu rostros. Por Nuestro Señor…»
3
Charlas Cuaresmales
MARÍA MADRE DE MISERICORDIA
León, 17 de febrero de 2015
D. Juan Carlos Fernández Menes (Profesor del CSET)
A tener en cuenta (Misericordiae vultus):
24. El pensamiento se dirige ahora a la Madre de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe
en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como
María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la
presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la
misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor.
Elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María estuvo preparada desde siempre por el amor del Padre
para ser Arca de la Alianza entre Dios y los hombres. Custodió en su corazón la divina misericordia en
perfecta sintonía con su Hijo Jesús. Su canto de alabanza, en el umbral de la casa de Isabel, estuvo
dedicado a la misericordia que se extiende « de generación en generación » (Lc 1,50). También nosotros
estábamos presentes en aquellas palabras proféticas de la Virgen María. Esto nos servirá de consolación y
de apoyo mientras atravesaremos la Puerta Santa para experimentar los frutos de la misericordia divina.
Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que
salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde
puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites
y alcanza a todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve
Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de
contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.
Nuestra plegaria se extienda también a tantos Santos y Beatos que hicieron de la misericordia su misión de
vida. En particular el pensamiento se dirige a la grande apóstol de la misericordia, santa Faustina
Kowalska. Ella que fue llamada a entrar en las profundidades de la divina misericordia, interceda por
nosotros y nos obtenga vivir y caminar siempre en el perdón de Dios y en la inquebrantable confianza en
su amor.
25. Un Año Santo extraordinario, entonces, para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde
siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se
cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su
vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando
con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un
momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a
todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a
ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de
Jesucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y
corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean
los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la
misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable
la riqueza que de ella proviene.
En este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida
como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y
sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita
con confianza y sin descanso: « Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos »
(Sal 25,6).
Corría el año 1914 cuando un monje belga Dom Lambert Beaudin escribía un
célebre libro, “La piedad de la Iglesia”. En él recuerda que: «contemplando la potente
estructura de nuestras grandes catedrales góticas, ¿habéis pensado alguna vez en
todas las leyes de técnica arquitectónica, en todos los datos científicos sobre el equilibrio
y la resistencia de los materiales, en todos los teoremas geométricos y fórmulas
algebraicas que se han aplicado en su construcción? Sin duda que no. No obstante,
están allí presentes, ordenando toda la construcción, regulando en todos los detalles la
medida y el lugar de cada piedra, asegurando la estabilidad y la conservación del
edificio. El ojo no los distingue; la mente apenas si los sospecha: son como el alma
invisible de este cuerpo de piedra. Lo mismo ocurre con la liturgia: el dogma se
encuentra por doquier y en ninguna parte; inspira y regula los mínimos gestos y las
mínimas fórmulas, y todo, al mismo tiempo, con discreción y con minucia; es la teología,
no expuesta científicamente, pero aplicada al arte de glorificar a Dios y de santificar a las
almas. A su vez, la liturgia proporciona al dogma dos servicios significativos en la vida de
la Iglesia: da testimonio del dogma y su afirmación del mismo es sin apelación; difunde
el dogma introduciéndolo en el espíritu, en el corazón, en el alma de los fieles con un
consumado arle pedagógico; se ha dicho que la liturgia es la teología del pueblo». Lo
que Dom Lambert afirma de la oración litúrgica se puede aplicar también en buena
medida a la más genuina piedad popular manifestada entre otras formas en bellas y
conocidas oraciones muchas de ellas dirigidas a la Madre de Dios. Me fijo en alguna de
ellas, objeto de nuestro tema.
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia;
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos.
Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Una vieja oración: «Ponte en camino, alma cristiana». Pide que, en el momento
de la muerte, María salga al encuentro del difunto y le mire con sus ojos misericordiosos.
María es querida en todo el mundo; a la «Madre de misericordia» acuden
personas de toda la tierra. En todo el mundo se puede ver lo que dice una de las
oraciones marianas más antiguas que se conocen: «Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras
necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y
bendita!».
Las versiones más antiguas de esta oración, recogidas en papiro, tienen una particularidad: el comienzo no dice «Bajo tu amparo», sino «Bajo tu misericordia nos
refugiamos, oh Madre de Dios»1. El término original significa el buen seno, las «entrañas
1
Cfr. Hans Förster, Zur ältesten Überlieferung der maria- nischen Antiphon «Sub tuum praesidium»,
en: Biblos. Beiträge zu Buch, Bibliothek und Schrift, voi. 44, 2, Viena 1995 pp. 183-192.
2
de cariño»; es decir, el corazón maternal en el más puro sentido: a tu corazón maternal
nos acogemos; en tu seno materno nos sabemos acogidos; se trata de lo que más
puramente caracteriza a una madre: su mirada, su corazón, su regazo.
Nos vamos a acercar al misterio de María como Madre de misericordia dando tres
pasos: en primer lugar, su elección aparece como obra pura de la misericordia de Dios;
después, el camino de la fe de María como «escuela de misericordia» y, por último, su
ser Madre de la misericordia, a la que podemos dirigirnos para recorrer nuestro camino
cristiano.
1.- La elección de María
El secreto de María es, en primer lugar, el de una elección. De modo
completamente libre, en una elección de pura gracia, Dios la predestinó, la preparó y la
donó a la humanidad. Esta es la base de todo lo que confesamos de María en nuestra
fe. Nada hizo por sí misma, sino que dijo libremente «sí» a la elección de Dios; pero la
elección la hizo Dios de modo enteramente libre. Esta elección libre y soberana de Dios
es algo maravilloso y encantador; no es el resultado de un logro humano, fruto de la
convocatoria de un puesto, de una solicitud de trabajo, un jurado y un método de
selección, sino solo de la elección libre de Dios.
En María vemos en cierto modo el plan original del Creador y al mismo tiempo el
fin, el hombre redimido, del que Pablo dice: «Él nos arrebató del poder de las tinieblas y
nos trasladó al reino del Hijo de su amor» (Col 1, 13). Por ello, María es más más
atractiva y consoladora que cualquier otra figura humana.
2.- María como creyente
María, sin embargo, no nació como «Madre de misericordia», sino que se
convirtió en ella. «Avanzó en la peregrinación de la fe» (Lumen gentium, 58). Su camino
es modelo para nosotros, para alcanzar misericordia y apropiárnosla.
María manifiesta precisamente cómo la Virgen recorre la «peregrinación de la fe».
En un primer momento, «no comprende», lo cual resulta doloroso (cfr. Lc 2, 50); pero
confía, asintiendo en las bodas de Caná: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Jesús
remite a sus oyentes -y también a su Madre- a la voluntad de Dios. De eso es de lo que
se trata. La voluntad de Dios es «alimento» (Jn 4, 34), a donde nos quiere llevar: «Venid
y veréis». Pero este es también el camino de la Madre de Jesús: «¡Hágase en mí según
tu palabra!». Su camino es la voluntad de Dios, una entrega plena e indivisa a Él. María
ha de recorrer paso a paso el camino que Jesús exige de Ella, quien ha de superar las
espontáneas reacciones maternas y entrar en la perspectiva de la misión de su Hijo.
La devoción popular lo ha sabido captar con el fino sentimiento del corazón, meditando sobre los siete dolores de la Virgen, acompañando a María en su sufrimiento, intentando comprender su sufrimiento (cfr., por ejemplo, la antífona «Stabat mater
doloroso.» o la estación del Vía Crucis: «Jesús encuentra a María, su Santísima
Madre»).
3.- María, arquetipo de la misericordia
«Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía
peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria
bienaventurada» (LG 62, Dives in misericordia 9).
3
En el curso de su historia, la Iglesia ha aprendido a ver a María no solo como
testigo y tipo, sino como creación especial de la misericordia divina. María es una
redimida como el resto de redimidos, pero, a diferencia de estos, María fue preservada
desde el primer instante de su existencia de toda mancha de pecado. Así, María es
signo de que el poder del pecado no puede por principio frustrar el originario plan divino
de salvación para la humanidad; ella es, por así decir, el arca segura en el diluvio, el
resto santo de la humanidad y, al mismo tiempo, la aurora de la nueva creación. En su
belleza, encomiada por la literatura y el arte religiosos de todas las épocas, resplandece
la originaria y definitivamente perfecta belleza creatural. Ella es la criatura perfecta. «En
María vemos en cierto modo el plan originario del Creador y, al mismo tiempo, al ser
humano redimido».
Por consiguiente, tampoco en nuestro mundo actual resulta anticuado referirse a
María como espejo concreto y realización especial de la misericordia divina. Esta forma
de hablar sigue mostrándonos en la actualidad que el mensaje cristiano de la
misericordia ha cobrado una concreta forma humana, de tal manera que podemos captar
la fuerza transformadora de la misericordia divina no solo con la cabeza, sino también
con el corazón.
María es, de todas las criaturas, donde toma cuerpo y sangre el evangelio de la
misericordia divina de la forma más pura y bella. Ella es la más pura representación
creatural de la misericordia de Dios y el espejo de aquello que constituye el centro y la
suma del Evangelio. Refleja todo el encanto de la misericordia divina y muestra el
resplandor y la belleza que, proyectándose sobre el mundo desde la graciosa
misericordia de Dios, todo lo transforman. De este modo, justamente a la vista de las
actuales circunstancias vitales, con frecuencia deficientes, y de la a menudo tan plana
comprensión de la vida, María puede ser tipo y resplandeciente modelo de una nueva
cultura de la misericordia.
Podemos concluir diciendo que María recapitula en sí y refleja los principales
misterios de la fe. En ella resplandece una imagen del hombre nuevo, redimido y
reconciliado y del mundo nuevo y transfigurado que en su inimitable belleza puede
fascinarnos y debería arrancarnos de cierta vaguedad y estrechez de miras. María nos
dice y muestra que el evangelio de la misericordia divina en Jesucristo es lo mejor que
se nos puede decir y lo mejor que podemos escuchar y, al mismo tiempo, lo más bello
que puede existir, porque es capaz de transformarnos a nosotros y de transformar
nuestro mundo. Esta misericordia, como don divino, es simultáneamente tarea de todos
los cristianos. Debemos practicar la misericordia. Debemos vivirla y atestiguarla de
palabra y obra. Así, por medio de un rayo de la misericordia, nuestro mundo, a menudo
oscuro y frío, puede convertirse en algo más cálido, algo más luminoso, algo más digno
de ser vivido y amado. La misericordia es reflejo de la gloria de Dios en este mundo y
quintaesencia del mensaje de Jesucristo que nos ha sido regalado y que nosotros, por
nuestra parte, debemos regalar a otros, con nuestro corazón en el cielo y nuestros pies
en el suelo.
D. Juan Carlos Fernández Menes
Profesor del CSET
4
Charlas Cuaresmales
LA CARIDAD, TESTIMONIO DE LA MISERICORDIA DE DIOS
18 Febrero 2016
Sor Consuelo Ajenjo Miguel
(Hija de la Caridad de San Vicente de Paul)
“Nunca faltarán pobres en la tierra. Por eso yo
te mando: Sé generoso con tu hermano, con el
indigente y con el pobre de tu tierra” (Dt 15,11).
Existe desde antiguo, la constatación de la desigualdad entre los hombres a muchos
niveles: Ricos y pobres, esclavos y libres, primogénitos y menores. El libro del
Deuteronomio, en el contexto del año del perdón, hace esta afirmación, que parece de
obligado cumplimiento en la tierra. La pobreza como fenómeno social, enturbia el caminar
del pueblo de Dios.
Toda la historia de la salvación anduvo a vueltas, con esta realidad, en el antiguo
testamento. Los profetas volvían una y otra vez sobre lo mismo. Erigidos en defensores de
los débiles, no cesan de denunciar todas las formas de opresión: el comercio fraudulento
(Os 12, 8; Am 8, 5), el acaparamiento de las tierras (Miq 2, 1-3; Ez 22, 29), la arbitrariedad de la
justicia (Am 5, 7), las reducciones a esclavitud (Neh 5, 1-5), las violencias de las clases
poseedoras (2 Re 23, 30.35), y los funcionarios sin entrañas tras los que se escudaban los
propios reyes (Jer 22, 13-17).
¡Cambian el derecho en amargura y echan por tierra la justicia! (Am 5, 7). La medida del
mal se ha desbordado, no se respeta el derecho, no se defiende la causa de los pobres (Jer
5, 28).
La solución que proponen los profetas, siempre es la misma, volver al Señor, convertirse a
él, que ha derrochado paciencia con su pueblo, que ha ejercido la misericordia, sin medida.
Lo que ocurre es que la conversión, no se hace por decreto. Las leyes entran en la cabeza,
pero si no se hace sitio en el corazón… Este era el problema, no entender el amor de Dios,
no porque no estuviera bien anunciado y bien experimentado. “Eterna es su misericordia”,
grita el salmo 136, “Él perdona tus culpas y sana tus heridas”, dice el salmo 113. “El Señor
es paciente y misericordioso”, afirma el 147…
Y el aliento en esperanza de aquel día… El gran sueño de Isaías 25, 6: Aquel día, el Señor de
los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares
suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Para
todos los pueblos sin exclusiones ni descartes…Y arrancará en este monte el velo que
cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. El Señor Dios enjugará las
lágrimas de todos los rostros...
Así entre escapadas de Dios y vueltas a él, entre la esperanza y el desencanto, la animación
y el cansancio, el pueblo fue caminando, hasta que “se cumplió el tiempo y, Dios envió a su
Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gál 4, 6). Llegó Jesús, llegó el Hijo, el rostro de
la misericordia del Padre y empezó a ejercer la misericordia a tope, a la vista de todo el
1
pueblo. Nada ni nadie se le ponía por delante, él acogía a los pecadores y pecadoras de
toda clase y condición, a los enfermos y endemoniados, expulsados de la comunidad. Las
parábolas de la misericordia, nos sitúan muy bien en el contexto vivo de la bondad de Dios.
Qué es misericordia: Una virtud que nos inclina a ser compasivos y clementes. Es
misericordiosa, la persona que se conduele de los males ajenos (Diccionario de la lengua).
“Con”, es decir, toma parte, en los trabajos, sufrimientos penas y dolores de la persona
que los padece. Es una virtud activa, comprometida.
El catecismo de la Iglesia católica (nº 1829), dice que es un fruto de la caridad: La Caridad,
a su vez, tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia.
Exige la práctica del bien y la corrección fraterna.
Es benevolencia, suscita la reciprocidad.
Es siempre desinteresada… Es amistad y comunión…
Resumiendo: Misericordia es todo afecto positivo hacia la persona: mirada, palabra,
actitudes..., independiente de su comportamiento conmigo o con otros.
Claro, amar a los amigos, es fácil, pero Jesús dice que es poco… “si sólo amáis a los que os
aman ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también eso los publicanos?” (Mt 5, 46).
El misterio de la fe cristiana encuentra su síntesis en esta palabra: MISERICORDIA.
El papa Francisco, remite constantemente a las enseñanzas del Vaticano II, a su filosofía de
cambio y apertura. Ni dureza, ni rigidez. Afirma que, la misericordia del Padre, a lo largo de
la Historia de la Salvación es:
Medicina, que cura como madre amable de todos, benigna y paciente, llena de
misericordia y de bondad…
Caridad, samaritano volcado sobre la humanidad herida, con respeto y amor a
situaciones y circunstancias diversas…
Amor, que brota de lo íntimo y permanece para siempre: “Eterna es su misericordia”
“Dios es amor” (Jn 4, 8), repetirá Juan una y otra vez, un día y otro día, porque si hacéis
esto, ya está todo. Sencillamente estamos ante el gran reto del mandato nuevo:
Esta afirmación constante y reiterativa de Juan, podría ser el resumen, porque en Jesús, se
han hecho visible y tangible, los signos hacia los pecadores, los pobres, los excluidos, los
enfermos y todos los sufrientes… Se compadecía:
Sintió compasión por ellas, porque estaban como ovejas sin pastor (Mt 19, 36).
Al desembarcar, vio una gran muchedumbre, se compadeció de ellos y curó a todos sus
enfermos (Mt 14, 14).
Compadecido de la muchedumbre hambrienta, calmó su hambre, con unos panes y unos
peces (Mt 15, 37).
Sintió una gran compasión por la madre que llevaba al sepulcro a su único hijo (Lc 7, 15).
Compadecido del endemoniado de Gerasa, después de curarle, le encarga una misión
“anuncia y cuenta la misericordia que el Señor ha tenido contigo” (Mc 5,19).
2
Y uno de los más bellos episodios evangélicos, es la vocación de Mateo (Mt 5, 19). Pasando
delante del banco de los impuestos, Jesús posó los ojos en él, una mirada cargada de
misericordia que perdonaba a aquel hombre, contra la resistencia de todos los discípulos…
Y lo escoge. “Y amándolo lo eligió”. El Papa cautivado por esta expresión la escogió como
lema de su pontificado.
Son sólo algunos ejemplos. Nunca en Jesús la compasión se queda en el mero lamento de
la situación, siempre se conmueve, siempre actúa…
Muchos pasajes evangélicos son un canto a la misericordia, pero hay unos relatos en el
evangelio de Lucas, llamados así: las parábolas de la misericordia, con la característica de la
alegría (Lc 15, 1-7; 8-10; 11-32):
La oveja perdida: Alegraos conmigo, he encontrado la oveja que buscaba…
La moneda extraviada: Alegraos conmigo porque he hallado la moneda…
El hijo pródigo o el padre misericordioso. Prepara el banquete y el vestido nuevo y el anillo,
y la música y la fiesta. Le dice al hijo “bueno”: Alégrate, porque este hermano tuyo estaba
muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado… Es preciso hacer fiesta…
La alegría que Dios siente cuando un pecador se convierte, es la que mueve a Jesús a
acercarse a los pecadores y la que debe impulsar a los discípulos a poner en práctica la
misericordia y el perdón:
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO
Hay unos rasgos comunes en estas parábolas: la búsqueda y el hallazgo, la conversión y la
alegría, el corazón humilde y desinteresado.
Un corazón en búsqueda: La pequeña moneda, no el que tiene mucho, el satisfecho.
Un corazón converso: El hijo pródigo, no el “bueno”
Un corazón humilde: El samaritano, extranjero, mal valorado, no el levita, ni el
sacerdote.
Sólo estos disfrutan de una verdadera alegría y la comunican, la contagian.
Vale, hasta aquí el evangelio y bonito, pero qué hago yo, ante situaciones que desbordan…
Que es la sociedad, los gobernantes, la Iglesia…, las Instituciones los que tienen que actuar.
Sí, de acuerdo, en los grandes ámbitos de actuación así es, pero eso, en modo alguno
justifica mi pasividad, mi inoperancia como cristiano.
Decíamos que con la venida de Jesús a la tierra, algo había cambiado y después, sobre
todo, después… Porque Jesús hizo cosas extrañas para aquel tiempo y para éste. Él que, de
adolescente, había hecho una buena jugada a sus padres, por quedarse en el templo
preguntando a los Maestros de la ley e interesándose, por las Escrituras, cuando comenzó
su ministerio apostólico, no fue a buscar compañeros de tarea entre los Doctores, se echó
unos amigos pobres, incultos, que después de mucho tiempo con él no terminaban de
aclararse de qué iba aquello, y así prácticamente hasta su muerte. Algo sí intuían, por eso
quedaron enganchados y continuaron con él hasta el final.
3
Pero después, cuando vino el Espíritu, todo cambió. Aparecieron unas comunidades
cristianas vivas, por puro contagio, por simple atracción. Ellos oraban, celebraban la
Palabra, compartían su tiempo y sus bienes. Se amaban, sobre todo se amaban, todo lo
demás brotaba como consecuencia.
Eran comunidades idílicas, no porque no hubiera las luces y las sombras, que radican en la
debilidad humana, sino porque se querían: “Mirad cómo se aman”. Y, dicen los Hechos,
que al verlos, todos se apuntaban.
Los cristianos, a lo largo de la historia hemos ido perdiendo la pista de estas primeras
comunidades. Fuimos perfilando formas, agregando metodología, poniendo adornos al
mensaje, incluso peleándonos por quién lo presenta más bonito, ¿el qué?, porque lo
esencial del anuncio puede quedar diluido en florituras.
¿Hay que trabajar? Sí, pero antes, en medio y después, hay que orar.
¿Hay que orar? Sí, pero también hay que celebrar juntos la Palabra, el ágape fraterno. Y
hay que orar creyendo que es Él el que actúa: “Sin mí, no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
¿Hay que celebrar? Sí, pero hay que compartir, hay que intercambiar tiempo y afán.
¿Hay que compartir? Sí y de ese compartir humilde, ha de brotar el corazón en búsqueda
constante de la fuente que mana, la alegría del encuentro con el hermano, porque la fe se
enriquece con el compromiso.
A partir de aquí, no de otros presupuestos, que pueden ser complementarios, pero nunca
sustitutorios de lo esencial, ya se puede empezar, ya puedo seguir ejerciendo de cristiano.
¿Cómo? Muy receptivos al momento, atentos a las realidades de nuestro entorno, sin
sueños de grandeza caritativa.
Corazón, cabeza, voluntad. Es el programa del buen samaritano; junto con el silencio, que
acompaña todo su hacer, los gestos elocuentes de misericordia…
Él se paró, los anteriores no, él se acercó, los otros pasaron de largo… Como se acercó se
conmovió, de lejos no se ven las heridas… Le hizo una cura de urgencia…, Hasta aquí, el
corazón…
Pero no basta, tiene que funcionar la cabeza, él poco más puede hacer, algo todavía sí, le
monta en su cabalgadura, lo conduce al mesón, pero no lo deja allí, “oye, aquí te queda
esto, que yo ya hice bastante, si no es por mí…” Sigue sin decir nada. Pasa la noche con él,
le da un dinero al mesonero y le dice, “atiéndelo, si gastas más, yo te lo abonaré a la
vuelta…”
Ya está funcionando otra potencia, la voluntad, que requiere un compromiso de
continuidad, no quitar el problema del medio.
4
Observemos que en esta como en otras parábolas de la misericordia, sólo hay gestos
silenciosos, elocuentes y eficaces; pocas palabras, en este caso, las suficientes para el
compromiso… Después el samaritano desapareció, con el mismo silencio que llegó y su
nombre quedó para siempre en el anonimato, dejando como única firma, la acción bien
hecha. No dejó teléfono para que el hombre al recuperarse le agradeciera la vida…, no le
pidió el DNI, porque vete a saber quién es éste…
El papa Francisco, dice que “en este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el
corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales… ¡Cuántas
situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo de hoy...!” “Es mi vivo deseo
que el pueblo cristiano reflexione durante el jubileo sobre las obras de misericordia
corporales y espirituales. Será una manera de despertar nuestra conciencia” (Misericordiae
Vultus nº 15).
Hay muchas formas de ejercer el amor misericordioso, sin programación ni metodología, el
amor que forma parte de la misma vida:
Sólo hay que poner a punto el corazón. El médico, que después de una noche de guardia,
antes de ir a su casa a descansar, pasa a ver a un terminal… Se acerca, se conmueve… No le
va a hacer nada desde la ciencia, la enfermedad sigue su curso inexorablemente.
Simplemente la mano que se pone sobre su frente y sin palabras le dice que está allí con
él…, y derrama el bálsamo de la cercanía, del apoyo… (visitar a los enfermos)
La mujer que antes o después de hacer la compra, sube al piso de la anciana que está sola,
que no ve a nadie durante el día, más que a la auxiliar, que por la mañana va, con prisa, a
controlarle la glucosa. El sonido del timbre, le anuncia que la visita de cada día está allí y se
alegra. Corre, es un decir, se arrastra como puede hasta la puerta y abre. No le lleva nada
material. Le lleva su presencia cercana, amistosa, el abrazo que rompe la soledad del día,
mañana más… (acompañar al que está solo)
El muchacho, la chica, que se sienta pacientemente al lado del abuelo, para escucharle, por
enésima vez sus batallitas, esas que le arañan por dentro y tiene que depositarlas en un
corazón amigo, en un corazón que sintoniza con él porque le quiere (tener paciencia).
El niño, la niña que descubren al compañero solitario, porque mil cargas afectivas pesan
sobre él y le invitan a hacer juntos el trabajo y se despiden con un abrazo y se encuentran
con la mirada al día siguiente, nada más entrar en la clase… (consolar al triste).
Es una pequeña muestra, de las obras de misericordia. “Un modo de despertar nuestra
conciencia, muchas veces aletargada, ante el drama de la pobreza, y de entrar todavía más
en el corazón del evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia
divina”, sigue diciendo el mismo número de la Misericordiae Vultus.
Ya, lo que pasa es que a veces, cada uno tiene sus propias soledades y no está para
acompañamientos. Dice San Juan Pablo II: “Cuando te sientas solo, busca a otro que
realmente lo esté y habrás hecho dos cosas buenas, tendrás compañía y habrás aliviado
otra soledad.
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No hace falta ser profesionales de la salud o de la acción social, para poner la mano sobre
una frente ardiente, ofrecer el hombro a la persona que no tiene donde reclinar su cabeza,
escuchar al que está repleto de angustia y desesperanza, hacer latir el corazón al unísono
del que jadea con el esfuerzo diario; solamente hacen falta unos ejercicios rehabilitadores
del espíritu, que nos capaciten como expertos en humanidad, expertos en comunión con el
hermano, con la hermana, que camina a nuestro lado o que está en el piso de arriba. Salir
de nosotros mismos, no replegarnos… el camino de la caridad que se abre ante nosotros es
casi infinito. Son pasos hacia el ideal de la fraternidad.
Esto es misericordia de andar por casa. O dicho de otra forma, esto es ejercer de cristianos.
Sin colgarnos medallas, porque los primeros beneficiarios somos nosotros que nos
encontramos con Cristo. No hay otra forma. San Vicente grabó a sangre y fuego el carisma
en las Hijas de la Caridad, “cien veces iréis a ver a un pobre y cien veces encontraréis allí a
Cristo y esto es tan verdad como que estamos aquí”. San Vicente de Paúl no se inventó
nada, lo único que hizo, desde la propia experiencia de acercarse, de conmoverse… (él
debía su conversión a los pobres), fue copiar el capítulo 25 de Mateo que había dicho esto
unos años antes. “Porque tuve hambre, tuve sed, estuve solo… y me diste o no me diste de
comer, de beber, me acompañaste…”
“Jesús nos dejó como dos sacramentos de su presencia, uno hacia el interior de la
comunidad: la Eucaristía y el otro existencial, en el barrio, en el pueblo, en la chabola del
hispánico o las graveras, en los marginados, en los enfermos de sida, en los ancianos
abandonados, en los hambrientos, en los emigrantes” (La Iglesia y los pobres, nº 22). Ahí está
Jesús, tirado en el camino, herido por la vida, esperando al samaritano de paso…
¿Quién es, qué necesita? No vale todo. No se trata de dar un euro y seguir el camino.
Caridad no es el qué, es el cómo. Caridad no es dar, es darse. Dar lo que sobra... La
“Sollicitudo rei socialis”, de S. Juan Pablo II, (1987), una encíclica que nos removió a todos
las entrañas, parecía que aquello iba a ser definitivo en cuanto a toma de conciencia, decía
que no se trataba de dar las sobras, dar de lo superfluo, que había que dar de lo
necesario… Urgía a que de algún modo experimentásemos en nosotros mismos, la
mordedura, el zarpazo, de la pobreza… Y decía que el remedio radical de la pobreza no es
otro que la conversión ¡Qué pronto la olvidamos!
No vale todo. El pobre de ayer era agradecido, el de hoy es reivindicativo. La pobreza
tradicional afecta al individuo aislado, es una pobreza localizada en el suburbio, en zonas
periféricas.
El pobre de ayer aceptaba la caridad, el de hoy exige justicia, no quiere un trozo de pan,
pide poder ganarlo con un trabajo digno. Esta nueva pobreza afecta a grupos específicos,
en sectores amplios y diversos.
El pobre de ayer era sumiso, agradecido, el de hoy es rebelde, conflictivo, agresivo…
El pobre que sabe dónde tiene que comer, donde puede vestirse, tiene una pobreza
superada, pero el pobre que no llega ahí, ese hay que buscarlo…
El pobre de ayer, el pobre tradicional, nacía pobre y moría pobre y feliz, la pobreza era un
status. La pobreza de hoy, la pobreza coyuntural, producida por la crisis, es movediza. A
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una familia que desenvuelve su vida en una clase media, normal, le cesa de repente la
fuente de ingresos y se ve abocada a la calle. Carece de recursos y tiene unos hábitos de
consumo imparables… La letra del piso, del coche…
¿Cómo hacer caridad, cómo ejercer la misericordia en estos casos sin herir la dignidad de
la persona?
Hay mucho tipo de pobreza, pero no todas las pobrezas requieren el mismo tratamiento.
No todas las enfermedades se curan con la misma medicina
La Beata Rosalía Rendu, una Hija de la Caridad, audaz, que vivía la intuición del pobre, que
esperaba al que llegaba y buscaba y encontraba al que escondía su pobreza. En una
ocasión, apareció un hombre en la fila de los que esperaban la comida en su centro… No
era un mendigo. Dios mío, aquel hombre allí, con la cabeza baja, medio escondido…, un
obrero despedido de su precario trabajo, con el que, sin embargo, mantenía a su familia.
Sor Rosalía entró en casa y volvió a salir con un enorme paquete. Se dirigió a aquel
hombre: “cómo me alegra encontrarle a usted, tengo que enviar este paquete a su calle,
¿podría, por favor llevarlo?” El hombre asintió y decepcionado cogió el paquete. Cuando
miró la dirección para cumplir el encargo, leyó su propio domicilio, su propio nombre.
El amor es inventivo hasta el infinito… Dar un bocadillo, unas monedas… eso cualquiera
puede hacerlo, sigue diciendo San Vicente… Derrochar amor, ejercer misericordia, es otro
cantar: “Sólo por amor, te perdonarán los pobres el pan que tú les das”, le dice moribundo
a la joven novicia, al final de la película “Monsieur Vincent”.
Y por encima de todo, el respeto, el respeto. Sin sonrisas irónicas, ni comentarios fáciles:
“estos pobres diablos…” El respeto a situaciones y circunstancias, a su estilo de vida. El
acercamiento, la contemplación.., brotada de su amor a Cristo en el pobre, hace exclamar
a Concepción Arenal: “Que lleve en mi corazón dilatado, aunque éste deba romper, a toda
la humanidad”.
Sigue diciendo: “Haber vivido mucho con los desvalidos, haber sentido sus males, haber
estudiado los medios para aliviarlos, haber presenciado hasta qué punto la maldad
humana puede agravar la suerte de los infelices y todo lo que es capaz de hacer la virtud
para aliviarlos, esto no se aprende en las cátedras, ni en los libros, se aprende en los
hospitales, en los hospicios, en las cárceles, en la calle; lo contrario conduce a esa
hipocresía cruel, que hace tan poco para que no haya pobres y tanto para que no se vean ”
(La beneficencia, la filantropía y la caridad pg. 36).
En “El visitador del pobre”, que podría llamarse el libro de texto de la caridad cristiana,
como tal lo tienen los caballeros de la Asociación de San Vicente de Paúl, Concepción
Arenal insiste en que el que visita a un pobre, antes, debe rehacer actitudes: “Para entrar
en casa del pobre, con humildad de corazón y de inteligencia, investiguemos, si en su lugar,
nos conduciríamos mejor que él y dirijámonos esta pregunta: ¿los pobres serían lo que son
si nosotros fuéramos lo que deberíamos ser? (El visitador del pobre, pg. 17).
Le duele profundamente el pobre y termina su libro diciendo: “No pases de largo por la
puerta del afligido; entra, si eres dichoso para ser bendecido, si eres infeliz para ser
consolado”.
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No quisiera que de todo esto se derivase la conclusión de que “yo hago un testimonio de
caridad en privado y ya está, para qué otras complicaciones”. No, no es suficiente, es una
parte que no puedo eludir y que también tiene sus riesgos. Claro que hay que dar un
dinero a Cáritas, claro que hay que contribuir al sostenimiento de los centros de acción
social, pero es muy poco para un cristiano. Esto, es funcionar con la cabeza. Eso es dar.
Solos podemos poco, pero ese poco, es lo que pide el Señor, como materia prima para
bendecirlo y hacer el milagro, como sobre el agua de las tinajas, en las bodas de Caná o
como sobre los pocos panes y peces del muchacho aquel, que supo ponerlos a disposición
de todos.
Volvemos al principio, Porque siempre habrá pobres en la tierra, tiende la mano a tu
hermano, no pases de largo, sé generoso, pon junto al suyo tu corazón para sentir los dos
su latir al unísono. Para ello hay que tener la audacia de “cambiar” y “Este es el tiempo
oportuno para cambiar de vida, el tiempo oportuno para dejarse tocar el corazón, para ir al
encuentro de cada persona, llevando la bondad y la ternura de Dios” (MV 19). La cuaresma
es tiempo de cambio. “Que nuestras manos estrechen sus manos y acerquémoslos a
nosotros, para que sientan el calor de nuestra presencia” (M.V. 15). Se lo pedimos al Señor,
con la plegaria IV de la misa:
“Danos Señor, entrañas de misericordia, frente a toda miseria humana, inspíranos el gesto
y la palabra oportuna, frente al hermano solo y desam-parado. Ayúdanos a mostrarnos
disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, que tu
Iglesia, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y paz, para que todos
encuentren en ella un motivo, para seguir esperando” (Misal romano, texto unificado de lengua
española. Coeditores litúrgicos, 1996, pg. 1045).
Terminamos el día de hoy, terminamos las Jornadas cuaresmales del Año de la
Misericordia. Todo encuentro, toda celebración cristiana, ha de abocar al compromiso,
sino queda incompleto. Cuando mañana, nos acerquemos al Señor, para manifestarle
nuestras miserias, nuestras debilidades, en el sacramento de la penitencia, llevemos
también marcada en nuestra agenda personal, la obra de misericordia diaria, que nos
comprometemos a ejercer, bien apuntada, para no olvidarnos, pero bien marcada sobre
todo en nuestro corazón y en nuestra mente, para rehacer actitudes, para modificar
comportamientos, para dar pasos, para aportar nuestro poquito, el agua de las tinajas de
Caná, los poquitos peces que el muchacho supo ofrecer, la materia prima, para que el
Señor tenga sobre qué bendecir… Creo que es la forma de contribuir a una sociedad más
humanizadora y más humanizante, a una Iglesia más creíble, a fundir nuestro rostro, con el
rostro misericordioso de Cristo, el rostro de la misericordia del Padre.
Y como ya hemos recordado el qué y el cómo testimoniar la misericordia de Dios,
tomemos las palabras del Maestro: “Vete y haz tú lo mismo”. Vayamos con prisa y sin
miedo, el Señor está con nosotros.
Sor Consuelo Ajenjo Miguel
Hija de la Caridad de San Vicente de Paul
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