Císter y Temple - El Templo de Salomón

Transcripción

Císter y Temple - El Templo de Salomón
El Templo de Salomón
Císter y Temple
El Císter y su vinculación con el Temple
La Historia nos marca que en el año 1112 y habiendo transcurrido catorce años desde la fundación de la Orden del
Cister, un joven de la Borgoña de tan sólo 22 años de edad acompañado de unos treinta compañeros, golpeó a las
puertas de la nueva institución cenobítica pidiendo ser admitido en ella. Estamos refiriéndonos a quien más tarde sería
ampliamente conocido como San Bernardo de Claraval.
La orden se hallaba en una época de expansión prodigiosa, de cuya fecundidad monástica brotarían un puñado de
abadías en los cuatro años siguientes al ingreso de Bernardo y sus discípulos a sus claustros. Ya hacia el año 1136, a
la muerte de Esteban Harding, tercer abad del Cister, las abadías fundadas habían alcanzado un increíble número de
setenta y cinco, trepando hasta la cifra insólita de 350 los monasterios cistercienses diecisiete años más tarde, en 1153,
en occidente solamente.
Pero retrocedamos hacia otras fechas de singular envergadura, para apreciar desde sus raíces cómo los
acontecimientos se fueron desarrollando en forma encadenada y armoniosa entre los cenobitas de raigambre
cluniacense y los caballeros templarios.
Nos trasladaremos al 27 de noviembre de 1095, fecha en que el papa Urbano II hacía un llamamiento en Clermont a los
caballeros de occidente, a efectos de tomar las armas para solidarizarse con sus hermanos cristianos de oriente y así
luchar contra los turcos seljúcidas que asolaban esas tierras. Con la venia papal y teniendo como meta Jerusalén, el
15 de agosto de 1096 se ponía en marcha el ejército cruzado, el cuál, pocos meses más tarde se concentraría en
Constantinopla, cruzando el estrecho de los Dardanelos en la primavera de 1097 para finalmente iniciar el asedio a la
ciudad de Nicea (Asia Menor) el 14 de mayo de 1097.
Sin embargo, más de dos años de tenaces combates serían necesarios para alcanzar las murallas de Jerusalén, la
cuál, luego de un mes de cercada y asediada, sería tomada por asalto el 15 de julio de 1099. A modo de comentario,
vale la pena añadir que cinco días antes de ésta última fecha, había muerto en Valencia el héroe castellano Rodrigo
Díaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador.
Mientras el ejército cruzado circulaba allá lejos, un monje gentilhombre de Borgoña, en marzo de 1098, se trasladaba
con un grupo de seguidores a un lugar inaccesible por lo salvaje en la época, llamado Citeaux, (Cister en nuestra
lengua) situado a unos 22 kilómetros al sur de Dijon, en búsqueda de mayor pobreza y una más estricta observancia de
la regla de San Benito. Se trataba del que fuese abad de San Miguel de Tonnerre primero y luego abad-fundador del
monasterio de Molesme.
Luego del asentamiento, el nombrado abad fué obligado a retomar su oficio a la cabeza del monasterio de Molesme,
siendo elegido en su reemplazo un segundo abad llamado Alberico, a cuya muerte acaecida ocho años más tarde,
concretamente el 26 de enero de 1108, le sucediera un monje inglés, el ya mencionado anteriormente Esteban Harding,
bajo cuyas eficaces directivas la Orden del Cister iniciara su inusitada propagación, también remarcada en párrafos
anteriores.
En momentos en que la comunidad cristiana de occidente se reforzaba con la colosal empresa llevada a cabo
mediante el trabajo de los cisterciences, en oriente ocurría algo similar con otra orden de carácter religioso-temporal;
nos estamos refiriendo con ello a la Orden del Temple.
El origen de la citada Orden está íntimamente ligado a la persona de su inspirador y fundador, un noble caballero
llamado Hugo de Payns, que destacaba en el segundo rango de la nobleza feudal francesa, dotado de un valioso
señorío al servicio de los duques y condes de ésa otra primera nobleza casi soberana, cual era la de Champagne.
Este Hugo de Payns, era señor de Montigny-Lagesse, gozando asimismo de estimables posesiones en la comarca de
Tonnerre, en Champagne, lindera a la Borgoña, condados los cuales fueron cuna de la primera expansión del Cister
como flamante orden monacal. Se cree que los Payns pertenecían a una rama segundona derivada de los condes de
Troyes y emparentada por matrimonio con los Montbard, la familia de la madre de Bernardo de Claraval.
Alrededor del año 1100, al año siguiente al de la conquista de Jerusalén, el nombrado de Payns se hallaba integrado
al séquito caballeresco de otro Hugo, conde de Champagne, al que todo parece señalar que acompañó en 1104 a su
peregrinación a Tierra Santa.
Será este mismo conde Hugo I de Champagne quien generosamente en julio de 1114, donará al Cister “el
lugar de Claraval, con todas sus pertenencias: campos, prados, viñas, bosques y aguas”, donde se instalará el
monasterio que tendrá por primer abad al joven Bernardo.
Tanto la Orden del Cister como la del Temple, coinciden en sus orígenes impregnados de una misma ambientación de
Cruzada, como así también en hombres de una idéntica área geográfica dedicados al servicio divino, sin dejar de
mencionar los vínculos familiares que unían a las familias de San Bernardo y Hugo de Payns.
Tenemos entonces que el primer contacto de Bernardo con el Temple está dado a través del conde Hugo I de
Champagne, a quien para mas datos en el año 1125, dirige una carta felicitándole por haber profesado en la
recientemente creada Orden del Temple, y, abreviando, haberse convertido en un pobre soldado raso al efecto, todo a
través de sus votos de pobreza, obediencia y castidad, votos por los cuales asimismo el conde se desligara de sus
posesiones y repudiara su matrimonio.
Pasa el tiempo y en la medida que Bernardo de Claraval se hace conocer por su tesón inquebrantable y su inflamado
verbo, los primeros nueve milites Christi optan por defender los Lugares Sagrados dentro de un marco de genuino
desinterés material y profunda fe religiosa. Son los soldados de Cristo y como tales deben actuar. Bernardo decide
http://www.templodesalomon.com
Potenciado por Joomla!
Generado: 7 December, 2016, 10:16
El Templo de Salomón
apoyarlos y se lanza a predicar la segunda cruzada que lo conduciría por toda Francia y Alemania.
La inequívoca toma de posición de San Bernardo a favor de la nueva milicia del Temple resonó en toda la cristiandad
como un gran clarinazo de alistamiento, levantando oleadas de entusiasmo y provocando que muchos jóvenes caballeros
acudieran a enrolarse a las filas templarias. Aquellos en vez que no se sentían motivados por los votos de obediencia,
pobreza y castidad impuestos por dicha Orden, sucedió que se ofrecieron para la defensa de los lugares santos, por un
tiempo limitado y en calidad de cruzados. Entre las nuevas vocaciones que respondieron al llamado del futuro santo, se
encontraba su tío Andrés de Montbard, quien luego de ingresar a la Orden en 1129, partió inmediatamente para
Palestina, donde en un primer momento se convertiría en Senescal y años después, de 1153 a 1156, llegaría a ser gran
maestre de la misma.
Tío y sobrino, soldado y monje, estuvieron toda la vida estrechamente unidos por una amistad que rebasaba los límites
de la sola familia, como lo demuestra una carta de Bernardo llena de cariño y exultante en expresiones de afecto, que
nos habla del deseo de poder ver y abrazar a su tío antes de morir. Dice así: “Tu carta, que me enviaste
recientemente, me encuentra postrado en el lecho; la recibí con mis manos tendidas; la leí con gusto, la releí con deleite,
pero con mucho más gusto te hubiera visto a ti. Leí en ella el deseo que tienes de verme y leí también el temor que te
embarga por el peligro de esa tierra, que el Señor honró con su presencia...Deseas verme y de mi voluntad, según tu
dices, depende que el deseo se cumpla, pues solo esperas mi mandato para ello. Y qué quieres que te diga: Deseo que
vengas y temo que vengas. Puesto así entre el querer y el temor, no sé qué elegir, lo que no satisface por igual a tus
deseos y a los míos. No sé si atenerme a la gran opinión que reina acerca de ti, según la cuál eres necesario en esa
tierra y que tu ausencia acarrearía no poca desolación. Así no sé qué mandarte, sin embargo deseo verte antes de morir;
tu puedes mejor juzgar y calibrar, si puedes venir sin daño y sin escándalo de esas gentes...Una cosa te digo: si has
de venir ven pronto, para que no vengas y ya no me encuentres, pues yo ya estoy acabado y creo que ya no me
quedaré mucho en este mundo...Al maestre y a todos los hermanos templarios y a los del Hospital los saludamos a
través de ti...” Como era previsto por Bernardo, tío y sobrino no volverían a reencontrarse jamás, dado que el
abad fallecería en su abadía poco después de escrita la carta precedente, incluso bien antes de que su tío fuese elegido
quinto maestre general del Temple ése mismo año de 1153, sucediendo a Bernardo de Tremelay.
Al igual que incontables jóvenes caballeros se alistaron en la milicia templaria, o prometían participar en la defensa del
Santo Sepulcro durante un tiempo determinado como cruzados, otros tantos que por su edad o condición no pudieron
seguir esos caminos, se sintieron impulsados a contribuir a la misma empresa mediante la entrega de bienes y diversas
heredades donadas a los templarios para que con sus productos se sostuviera a los hermanos de la cristiandad que
luchaban en Palestina. De esta forma, en los años siguientes al apoyo de Bernardo al Temple con su De nova militia
Christi y al concilio de Troyes, van a surgir centenares de encomiendas templarias en toda Francia, Flandes, Inglaterra,
Escocia y en la Península Ibérica.
Concretando, la relación entre el Cister y el Temple pasa toda ella por la avasallante personalidad de San Bernardo en
los años que éste había llegado a la cumbre de la fama y se había convertido en la voz de la Cristiandad, con un influjo
en la sociedad europea superior al del propio pontífice de Roma.
Es enorme lo que el Temple debe a Bernardo de Claraval. Sin su considerable y poderosa ayuda, es probable que
éste nunca hubiese pasado del grupo formado por los primeros nueve caballeros a cuya cabeza cabalgara Hugo de
Payns. Es más, las cuantiosas donaciones recibidas difícilmente hubiesen tenido lugar, así también como los
adherentes voluntarios a la Orden y a las cruzadas en general, pues es bien cierto que todo ello brotó de la exteriorización
de la fuerza imbatible del aprendiz de Santo, cuál producto innegable de su llama interior.
No nos extenderemos sobre la historia que sobrevino a nuestros caballeros-monjes. Es harto conocida por todos
nosotros y demasiadas elucubraciones se han tejido al respecto en calidad de colorido tapiz bordado de suposiciones.
Por ende, nos quedaremos con el sentimiento de su patrimonio guerrero y religioso a la vez, con sus lejanos caminos
surcados por los pasos de una antigua caballería sudorosa y polvorienta, con los sufrimientos acaecidos lejos de casa y
con sus drásticos votos surgidos del sentir cenobítico, ora tan idealistas como difíciles de asumir.
Demasiado les fue exigido, es justo que lo reconozcamos y su recompensa fue la hoguera.
Revisemos la historia pues, profundicémosla y dediquemos a todos aquellos que brindaron su vida por una causa
Superior, nuestra mejor disposición para continuar construyendo la ruta hacia la Jerusalén Celeste.
Mary-Su Sarlat
(1) Fuentes consultadas: revista Cistercium, El Cister y la Fundación de la Orden del Temple, Gonzalo Martínez.
http://www.templodesalomon.com
Potenciado por Joomla!
Generado: 7 December, 2016, 10:16

Documentos relacionados