El Principio Luciferino en el Mito del Génesis

Transcripción

El Principio Luciferino en el Mito del Génesis
El Principio Luciferino en el Mito del Génesis
W. García
En este texto exploraremos la presencia del principio luciferino en el relato del Génesis bíblico.
La Biblia es un texto sagrado, pero sobre todo, simbólico, y debido a esto ha sido objeto de
numerosas interpretaciones, dando lugar a diferentes formas de comprender al texto y a la
tradición que deriva de éste. Desde cierta perspectiva, podemos encontrar en el relato del Génesis
los rastros del principio luciferino, ése impulso que mueve a los seres humanos a ser más que sí
mismos, a ser dioses.
El Principio Luciferino
Llamo “principio luciferino” a lo que otros autores han llamado directamente como Lucifer. Esto
es con la intención de aclarar que nuestra postura no concibe a Lucifer como un ente real, y
segundo para remarcar el hecho de que este principio se encuentra latente en el alma de todo ser
humano.
El principio luciferino corresponde con aquello que en algunos círculos ocultistas es llamado
el Daemón. Este concepto proviene de la antigua Grecia, en donde se trataba de un dios (o dioses)
menor, que sin embargo no estaba subordinado a los grandes dioses. Rudolph Otto señala en su
libro Lo Santo que
el daimon nunca es un Dios, pero tampoco un Contra-Dios, un Anti-Dios, sino un AnteDios, un Pre-Dios; es decir, un estadio inferior, todavía latente y encubierto, del numen,
que después se desarrolla gradualmente en la forma más elevada de Dios.
Asimismo, el psicólogo Stephen Diamond señala acerca de la concepción del Daemón en la
cultura griega que
El daimón era ése poder divino y mediador que propulsaba las acciones del individuo y
determinaba su destino. Era, a juicio de la mayoría de los investigadores, innato e inmortal,
encarnaba todos los talentos y tendencias (tanto positivas como negativas) innatos, así
como también las habilidades naturales de la persona.
En esta dirección, en algunas vertientes modernas de la psicología (principalmente la humanista),
se maneja también el concepto de lo daimónico. En este contexto, lo daimónico es una fuerza
latente en todo ser humano, que lo mueve a uno hacia la individuación, esto es, que nos empuja
hacia la totalidad de nosotros mismos. Sin embargo, esta fuerza es inmoral, por lo que este
movimiento no siempre es placentero, y a menudo requiere de la transgresión de los valores que
sostiene la moral del individuo. Esto refleja la etimología de la palabra “demonio”: viene de
daiomai, que significa “cortar”, “separar” o “dividir”. Lo daimónico es una fuerza que separa o
rompe el orden aparente, de forma que la persona entre en contacto con lo desconocido y pueda
madurar.
Lucifer es un símbolo de lo daimónico, pues este principio permite al individuo salir de su
existencia mundana para adentrarse en la oscuridad de lo desconocido y encontrar su divinidad
interior. Lo daimónico puede encontrarse en los mitos de muchas culturas, y en este texto
exploraremos cómo podemos encontrar rastros de esta estructura en el relato del Génesis.
El Sentido del Mito
Antes de explorar el relato del Génesis, es preciso comprender qué es un mito. Por lo general, las
personas descartan a los mitos como simples historias que pueden o no tener una enseñanza
moral. En realidad, el mito es una pieza clave para la comprensión del lugar del ser humano en el
mundo arcaico. Para el historiador de las religiones Mircea Eliade, el mito es un relato que cuenta
cómo el cosmos vino a ser lo que es hoy, gracias a las acciones de fuerzas sobrenaturales. Como
señala Eliade:
los mitos describen las diversas, y a veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado (o de lo
«sobrenatural») en el Mundo. Es esta irrupción de lo sagrado la que fundamenta realmente
el Mundo y la que le hace tal como es hoy día.
Los mitos señalan hechos que, a nivel simbólico, son realidades. El mito opera en el nivel de la
fantasía, aunque este concepto no debe ser tomado en el sentido de una fantasía infantil ni
patológica: lo que llamamos realidad es una fantasía en donde se entretejen símbolos y
significados, un bordado intersubjetivo que sostiene la otra realidad del ser humano, que Eliade
llama “lo sagrado”, y que esencialmente es el “lado de lo Otro” o el “Otro Lado”. Este lado de la
realidad no se rige bajo las leyes de la física o la lógica tradicionales, sino que siguen una lógica
propia. Este es el lado del inconsciente. En este sentido, el mito señala fantasías que son
realidades psicológicas y culturales, pues hacen referencia a cómo las fuerzas de ése otro lado
configuran y determinan el mundo profano.
Los héroes y monstruos que encontramos en los mitos son símbolos que representan
diferentes aspectos de la psique humana, y los dramas y tragedias que encontramos en estos
relatos son escenificaciones de procesos psíquicos complejos. Al leer una novela o un cuento, a
menudo nos sentimos transportados a ése otro mundo, nos imaginamos como un personaje, o nos
identificamos con algún personaje. Esto ocurre debido a que el material profundo del mito
resuena con nuestra experiencia subjetiva, con la forma en que ésos mismos arquetipos
interactúan en nuestra propia alma.
El sentido del mito es abrir los ojos de la imaginación y permitir vislumbrar ése otro lado.
Podemos constatar esto a través de la celebración del mito, que es el ritual. En la misa católica, el
sacerdote es el nexo entre lo divino y lo mundano, y su ritual permite a los feligreses participar
del sacrificio de Jesús como fuera en un principio; los rituales de la masonería se realizan de una
manera determinada, pues permiten la conexión con ésa realidad mitológica en la que personajes
como Moisés o Hiram son reales. Es de esta manera que exploraremos el mito del Jardín del
Edén en la Biblia, no como una historia literal con ángeles y espadas de fuego, sino como un
relato simbólico que nos permitirá comprender el rol del principio luciferino en la apoteosis del
ser humano.
Y Seréis como Dioses
El relato del Génesis abre con la Creación del universo por parte de Dios. A continuación, crea
los demás elementos del cosmos, separa la luz de la oscuridad, la noche del día y la tierra del
mar. Después de crear a los demás animales, crea al final al ser humano:
y dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre
los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los
animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo.» Y Dios creó al
ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó (…) (Génesis
1:26-27).
Como señala el psicoanalista Erich Fromm en su libro Y Seréis como Dioses, en este pasaje se
revela un hecho fundamental del ser humano: es un ser hecho a imagen y semejanza de Dios.
Más adelante, en Génesis 3:22-23, esta semejanza entre ambos se revela como provocadora de
miedo en Dios, pues éste teme que el hombre coma de los frutos del Árbol del Conocimiento y se
vuelva realmente como Él. Por otro lado, escribe Fromm, en este pasaje
El hombre se concibe como creado a semejanza de Dios, con capacidad para una evolución
cuyos límites no están fijados. “Dios”, observa un maestro jasídico, “no dice que ‘era
bueno’ después de haber creado al hombre; esto indica que mientras el ganado y todo lo
otro estaba terminado después de haber sido creado, el hombre no estaba terminado”. Es el
hombre mismo, guiado por la palabra de Dios, tal como está formulada en la Tora y los
profetas, quien puede desarrollar su naturaleza inherente.
Esta “naturaleza inherente” que señala Fromm, es el potencial del ser humano de ser como Dios.
De acuerdo con la tradición exegética judía, este potencial puede ser realizado a través de la
imitación de Dios, literalmente ser como Dios haciendo lo que Él hace. Fromm escribe: “Esta
imitación de Dios mediante el obrar del modo que obra Dios significa hacerse más y más
semejante a Dios; significa al mismo tiempo conocer a Dios.”
Ser como Dios es, entonces, actuar como Dios, hacer lo que Él hace. ¿Qué es lo que hace
Dios? Él crea. Así como Dios crea, el hombre puede convertirse en un creador él mismo. El acto
creativo transforma al hombre de una creación, fruto de las circunstancias, en un creador que
puede tomar las riendas de su existencia. Como señala la cita anterior, Dios crea al hombre
incompleto, y es el acto creativo lo que permitirá al ser humano ser como Dios. El acto creativo
implica una toma de consciencia y el ejercicio de la libertad de elección, cualidades puramente
humanas que no encontramos en otros organismos, y que podríamos asociar con el aspecto divino
del ser humano.
La Caída
Posteriormente en el relato del Génesis, Dios “plantó un jardín al oriente del Edén, y allí puso al
hombre que había formado” (Gen 2:8). Este hombre, Adán, siente entonces uno de los
sentimientos fundamentales del ser humano: la soledad. Recordemos que Dios, en Gen 1:27, crea
al humano como hombre y mujer, esto es, como un ser andrógino. Adán, el ser andrógino, está
solo en el Jardín del Edén. Ante esta soledad, Dios hace caer a Adán en un sueño profundo y
toma una costilla de él para crear a Eva (Gen 2:21-23). Este acto pone de manifiesto una de las
fuerzas esenciales que operan en la Creación divina: la separación.
El libro del Génesis comienza con numerosos actos de separación: la tierra del agua, el día de
la noche, la oscuridad de la luz. Dios separa a Eva de Adán, partiendo a ése ser anteriormente
andrógino en dos individuos. ¿Porqué es importante esto? La separación es la raíz del mal.
En la cábala, por ejemplo, el mal se asocia fuertemente con el principio de la separación,
Geburah. El historiador y ocultista Thomas Karlsson escribe:
De acuerdo con la mayoría de los cabalistas, lo que caracteriza al mal es que éste es un
principio que divide, separa y aísla. Existe una unidad armónica creada por Dios, pero si
esta unidad se fragmenta, el mal aparece. La misma fuerza divisora es el mal. (…) Cuando
partes de la Creación, o ciertos aspectos de Dios, obtienen una existencia independiente en
relación con la unidad original de Dios, esto es definido como maligno.
No solamente en la cábala encontramos esta idea, pues en la mayoría de las concepciones
religiosas y místicas, toda desviación de la norma y de la ortodoxia es considerada una herejía
(término que significa etimológicamente “apropiación”). La cuestión aquí es, que de acuerdo con
la cábala el mal es ya un principio presente en Dios como realidad, y debido a esto, es un
principio presente también en Su creación como potencial. En numerosos relatos cabalísticos
encontramos que las fuerzas del mal son poderes que buscan la destrucción, la separación y la
escisión del orden cósmico. Naturalmente, esta visión es dualista la mayor parte del tiempo, por
lo que estas fuerzas separadoras son vistas como negativas y moralmente malas. Si vemos más
allá de esta concepción moralista, nos encontramos con que lo que en realidad podrían estar
buscando estas fuerzas separadoras, es la libertad.
El mal, entendido como un acto de separación, es necesario para la libertad. La transgresión
de los valores tradicionales es lo que permite que el individuo formule sus propios valores; es
necesario que el ave rompa el cascarón para poder nacer al mundo; cortamos el cordón umbilical
de los recién nacidos para que tengan una vida propia (aunque psicológicamente esto sea más
complicado, a veces). Cabe señalar aquí, que no hablo aquí de un mal en un sentido moral ni
legal, sino como contrapeso de la idea del bien-como-unidad. Retomando por un instante la idea
plasmada en textos anteriores, el Sendero de la Mano Izquierda no va en contra de otras
personas, sino que se mueve aparte de las personas, en contra de las ideas autoritarias que evitan
el desarrollo personal, y no implica por necesidad acciones psicopáticas ni ilegales.
El mal también se asocia con el caos. En el relato del Génesis, el mal es introducido en el
mundo debido a la Serpiente, a quien se asocia con Satán y a veces con Lucifer. Sin embargo, si
partimos desde la postura de los cabalistas, el mal habría sido ya parte de la Creación por ser
parte de Dios, y la Serpiente habría venido solamente a manifestar este principio mediante la
tentación. En cualquier caso, la Serpiente sirve como agente del caos, pues introduce desorden en
un sistema cerrado, el Jardín.
Cuando Adán y Eva comen de los frutos del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, sus
ojos son abiertos, y sienten vergüenza de sí mismos y de su desnudez. La Serpiente promete a
Eva que cuando coma del Árbol, sus ojos se abrirán y será como Dios, pero en su lugar trae
vergüenza, culpa y castigo. ¿Mintió la Serpiente? Desde la perspectiva religiosa tradicional, la
Serpiente es una manifestación del Adversario, quien engaña a los hombres para hacerlos pecar y
no ser salvados. Si, por otro lado, consideramos lo antes expuesto acerca de lo que significa “ser
como Dios”, podemos formular una interpretación alternativa. Al comer los frutos del Árbol del
Conocimiento, Eva y Adán abren sus ojos, dándose cuenta de que están desnudos. Este “abrir los
ojos” es como el primer respiro del recién nacido, no es un movimiento placentero, sino un paso
brusco de un medio a otro, un despertar violento al mundo. El consumo de los frutos del
Conocimiento da paso a su expulsión del Jardín y a su castigo: la transgresión de la Ley divina ha
destruido el orden divino perfecto del pasado, para dar paso a una existencia llena de pesares y
dolores. Sin embargo, este es el precio de la madurez.
El proceso de maduración psicológica no puede darse en automático, siempre debe ir
acompañado por una toma de consciencia. Este proceso no es sencillo ni placentero. Ser
consciente implica cuestionar y romper las ilusiones que construyen nuestra realidad. Este
proceso ha sido descrito por los alquimistas como la “fase negra”, la muerte simbólica en que
nuestros valores y los objetos de nuestro mundo se desvanecen en la nada. La mayoría de las
personas elige vivir de acuerdo a ideales externos, de forma que dejan de lado su propia libertad y
su propia responsabilidad para con sus propias vidas. Esto es lo que ocurre con Adán y Eva,
quienes aún después de haber sido expulsados del Jardín, mantienen su fe hacia Dios.
El despertar a la consciencia que experimentan Adán y Eva los lleva a ser separados. En
primera instancia, Adán-Eva son un ser andrógino, a imagen y semejanza de Dios. El
androginado es una condición que simboliza los estadios indiferenciados del desarrollo, por
ejemplo cuando en el vientre materno el producto aún no tiene un sexo definido. Este estado
andrógino podría considerarse como una fase prenatal en la evolución espiritual del ser humano:
Adán-Eva unidos en un solo ser, que debido a su soledad es separado por Dios, y esta separación
es la que eventualmente trae consigo la caída del hombre por el pecado de Eva. Esta es la
segunda separación: cuando Eva toma una existencia separada de Adán, es libre de andar por el
Jardín y es tentada por la Serpiente. La transgresión fue un acto de mal desde la perspectiva de
Dios, pues rompe el orden divino, y por tanto el castigo es la escisión de este estado espiritual
perfecto. Esto mismo ocurre con los personajes mitológicos que transgreden el orden cósmico,
como Loke o Prometeo o Atlas, quienes son castigados por sus acciones. Del mismo modo, los
personajes históricos que trastocan el orden social, son a menudo tachados de locos o enfermos,
brujos o herejes.
No hay nacimiento sin dolor de algún tipo, y el mito de Adán y Eva nos revela esta realidad,
que se repite una y otra vez en nuestra vida, la mayoría de las veces sin darnos cuenta de ello.
Todo cambio en nuestra vida puede verse como un proceso iniciático, un proceso de
transformación, pero sobre todo aquellos momentos cargados de angustia, pues esta es la entrada
en la fase negra de los alquimistas, y el primer paso hacia la reestructuración del alma.
El Miedo a la Libertad
La tragedia del ser humano, escribiría Fromm, es que muchos morimos sin haber nacido
realmente, refiriéndose al segundo nacimiento, el de la consciencia. Para nacer plenamente, es
necesario romper las ataduras que nos mantienen ligados al mundo de la infancia. Como señala
Génesis 2:24, dejar atrás el hogar paterno para unirse a su esposa, esto es, abandonar las ataduras
del pasado y dirigirse hacia el futuro con la capacidad de ejercer su poder creativo, de ser como
Dios. Para destruir este lazo, sin embargo, es necesario el mal, o mejor dicho, el acto antinómico.
El acto antinómico es el acto de separación necesario para la emancipación del ser humano
de las estructuras autoritarias que rigen su vida. Sin embargo, pocas personas las que pueden dar
este paso, debido a que la libertad es un peso en la consciencia. Como se mencionó al principio
del texto, el principio luciferino o daimónico se manifiesta como ése impulso que nos mueve
fuera de nuestra zona de comodidad para ponernos en camino hacia lo desconocido. Pocos
escuchan la voz del Daemón, y optan por regresar a la vida cómoda que llevaban antes. El acto
antinómico es el acto consciente de separación, detrás del cual está el impulso de lo daimónico, la
pulsión de autorrealización que nos fuerza a avanzar como la gravedad fuerza a una fruta madura
a caer de la rama de un árbol. Y del mismo modo que la fruta, caemos con estrépito.
Muchas personas, percibiéndose incapaces de cargar con su propia existencia en todas sus
dimensiones, prefieren llevar una vida que los existencialistas llamarían “inauténtica”, esto es,
enfocada en la satisfacción de placeres pasajeros por medios superficiales. Esto, debido a que
detrás de todo hecho de la existencia, está la muerte. Es la realización de la propia muerte lo que
viene a envenenar la vida de los hombres. En el texto rabínico Pirké de-Rabbi Eliezer, se cuenta
cómo Samael (el equivalente judío de Satán), el ángel de la Muerte, es quien tienta a Eva a comer
del Árbol del Conocimiento. Cuando Eva come, sus ojos se abren, y se vuelve capaz de ver a
Samael detrás del Árbol. Sus ojos se abren y perciben por primera vez la única realidad del ser
humano: la Muerte.
Quien camina en el sendero del conocimiento, carga con el peso del conocimiento de su
propia muerte. El miedo a la libertad se manifiesta en el hecho de que nadie más que uno mismo
es responsable de la propia vida, y por tanto también uno mismo es responsable de morir su
propia muerte.
Conclusión: el principio luciferino en el Génesis
El principio luciferino, llamado a menudo “Lucifer” y “el Daemón”, es la fuerza que nos mueve a
buscar nuestra autorrealización. Este movimiento nos saca de nuestra zona de seguridad y
comodidad, y la mayoría de las veces es un movimiento inconsciente. El Daemón es el impulso
que nos lleva a lo desconocido, al “otro lado”, para alcanzar un conocimiento más profundo
acerca de nuestro universo interior.
En el relato del Génesis, el principio luciferino se manifiesta, por ejemplo, en la tentación de
la Serpiente. De no haber en Eva una curiosidad latente, las palabras de la Serpiente no habrían
sido escuchadas. Sin embargo, el animal fungió como el principio luciferino, como el Daemón de
la humanidad, haciendo que los ojos de ambos fueran abiertos a la realidad de la Muerte y de la
vergüenza, esto es, de la limitación y la separación. Acto seguido, son expulsados del Edén,
arrojados al mundo para sufrir las penas del trabajo y el parto, como recién nacidos. Podríamos
decir que es la necesidad latente de conocimiento, el ser incompleto del ser humano, lo que
movió a Eva a aceptar la tentación, a ir más allá de los límites establecidos por la autoridad de
Dios, y transgredir su Ley.
El principio luciferino está asociado muy de cerca con el “mal”, o mejor dicho, con el acto
antinómico. La desobediencia es un requisito necesario para la emancipación del ser humano, y
este acto de desobediencia puede ser visto como malo desde la perspectiva de la autoridad. Sin
embargo, la presencia de este principio en el ser humano indica que el “mal” es ya una fuerza
activa en Dios, mientras que en el ser humano es un potencial que debe ser realizado para
alcanzar la autonomía. Este potencial para el acto antinómico es el potencial para la separación.
Para ser libre, el ser humano debe separarse de su origen y adentrarse en lo desconocido, en el
desierto de Set o la tierra de Nod.
Lucifer representa esta búsqueda incesante e interminable, terrible pero también satisfactoria,
que nos aleja de los otros para encontrarnos con nosotros mismos.
Bibliografía/lecturas recomendadas:
La Biblia, Nueva Versión Latinoamericana. En: https://www.biblegateway.com
Stephen Diamond. (2003). Anger, Madness and the Daimonic: the Psychological Genesis of
Violence, Evil and Creativity. Nueva York: SUNY Press.
Mircea Eliade. (1983). Mito y Realidad. Calabria: Editorial Labor.
Erich Fromm. (1984). Y Seréis como Dioses. México: Paidós.
(2003). El Miedo a la Libertad. México: Paidós Mexicana.
Carl G. Jung. (1981). Psicología y Religión. Buenos Aires: Paidós.
Thomas Karlsson. (2009). Qabalah, Qliphoth and Goetic Magic. Oregon: Ajna Bound.
Rudolph Otto. (2009). Lo Santo: lo racional y lo irracional en la idea de Dios. Madrid: Alianza
Editorial.
Rüdiger Safranski. (2003). El Mal o el Drama de la Libertad. México: TusQuets.

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