Santo Domingo de Silos

Transcripción

Santo Domingo de Silos
El Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural en la Sierra de La Demanda.
Santo Domingo de Silos: la
villa y el monasterio.
Santo Domingo de Silos: foto aérea.
(Fuente: SITCYL)
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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El Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural en la Sierra de La Demanda.
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Índice de Santo Domingo de Silos
Página
Índice general
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1.- Situación
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2.- Evolución histórica de la villa y del monasterio de Silos
3
a) El monasterio de San Sebastián, San Miguel y Sto. Domingo
3
b) Breves dataos históricos de la villa de Silos
15
3.- Casco urbano, arquitectura popular y edificios auxiliares
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4.- La arquitectura y arte mueble de función religiosa
26
a)Evolución de la fábrica del monasterio de San Sebastián de Silos
desde sus orígenes a nuestros días
26
b) Iglesia de San Pedro
44
5.- La cultura inmaterial: las tradiciones, celebraciones y trabajos
51
6.- Material gráfico y planimetría aportados
60
7.- Bibliografía
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Imágenes
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Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
El Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural en la Sierra de La Demanda.
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1.- Situación.
Desde la villa de Lerma tomamos una carretera local que nos conduce hacia la cercana
peña y montes de Cervera. Atravesamos la tierra del antiguo alfoz de Lerma en dirección este.
Una vez bajada la pendiente desde la meseta hacia la villa de Quintanilla del Coco, nos
adentramos en el valle de Tabladillo, surcado por el río Ura de los textos medievales,
Mataviejas en la actualidad. Dejamos a mano derecha Santibáñez del Val camino de la zona
más nororiental del susodicho valle de Tabladillo. La población de Silos, rodeada de agrestes
picachos, se asienta a la entrada del desfiladero que abriera el no muy caudaloso Mataviejas.
La villa de Silos y el monasterio se sitúan en un pequeño sector del valle del río
Mataviejas, muy cercano a su nacimiento, caracterizado por su estrechez y por la
compartimentación del espacio como consecuencia de las barreras naturales que lo rodean: al
oriente los desfiladeros que sirven de paso al río Mataviejas nacido en las Peñas de Carazo,
que se cita en la documentación por traer siempre agua pero cuyas hoces difícilmente eran
franqueables; al sur las elevaciones de las Sierras de Cervera, con el Alto de la Yecla y la
loma de Santa Bárbara; al norte también encontramos elevaciones que interrumpen la
continuidad del valle, las estribaciones de Castroceniza, un verdadero saltus que también
impedía el paso por este sector. Quedaba, por lo tanto, sólo abierto este espacio hacia
poniente, siguiendo el curso del río Mataviejas aguas abajo, por lo que se comprende mejor su
adscripción territorial a la unidad formada por Tabladillo.
Dentro de esta unidad, el burgo y el monasterio de Silos se asentaron sobre la margen
derecha del río, que es la que presenta una mayor amplitud, ya que la margen izquierda es más
angosta y a escasos metros del cauce fluvial se presentan las elevaciones de la loma de Santa
Bárbara y de Nuestra Señora. Los puntos de ocupación en esta margen izquierda se reducen a
algunos habitáculos que se abren en los primeros escarpes, atestiguando una ocupación que no
ha llegado hasta nuestros días, pero que ha quedado fosilizada en las ermitas que, bajo las
advocaciones de santa Bárbara y Nuestra Señora, mantienen vivo el recuerdo de ocupaciones
del espacio anteriores.
Sobre la margen derecha se advierte una ocupación del espacio más intensiva, como
consecuencia de la mayor amplitud del valle, ya señalada, y de su posición más soleada. El
esquema poblacional heredero del mundo rural hispanorromano se articuló en pequeñas
unidades que, andando el tiempo, cristalizarían en torno a los monasterios de San Sebastián,
San Miguel y Santa María, que terminarían por fusionarse en el mejor conocido monasterio
de Santo Domingo de Silos y en el burgo medieval de Silos.
2.- Evolución histórica de la villa y del monasterio de Silos.
a) El monasterio de San Sebastián, San Miguel y Santo Domingo de Silos.
Hablar del monasterio de San Sebastián de Silos -más tarde bajo la advocación de
Santo Domingo tal como lo conocemos en la actualidad- y de la villa nacida a su sombra, es
reflejar que han caminado juntos históricamente, con la excepción de un breve intervalo entre
1835 y 1881. La historia de ambos se confunde con mucha frecuencia sin que ello quiera
decir que la convivencia entre monasterio y burgo de Silos haya sido siempre de buena
vecindad, pues numerosos litigios se producen en diferentes momentos. No deberemos
olvidar que la villa fue el centro administrativo y jurídico de la merindad de Santo Domingo
de Silos, que la jurisdicción del abad sobre la villa se perdió a partir del año 1432, fecha en
que pasó a manos de los Fernández de Velasco y que el Duque de Frías la mantuvo hasta la
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desaparición de los señoríos y la desvinculación jurídica de los dominios, que se produjo a
partir de 1812 y acabó fraguando años más tarde en los ayuntamientos constitucionales a
partir de 1843.
Vamos a plantear un esquema histórico de la tierra de Silos desde los lejanos tiempo
prehistóricos hasta nuestros días. Pese a que hablemos con frecuencia del monasterio de San
Sebastián y San Miguel primero y de Santo Domingo más tarde, siempre estamos haciendo
referencia a la villa y localidad de Silos.
i) Ocupación del Espacio en la Prehistoria.
El área que nos ocupa comienza a ser conocida a partir de la Edad del Bronce. No
obstante, según datos tomados del Inventario Arqueológico de la provincia de Burgos, hay
restos anteriores a esa época en algunas cuevas ubicadas dentro del término municipal como
la Cueva de San Garcia, la Cueva del Padre Saturio, la Cueva de El Picacho o la Cueva
del Ángel. La secuencia cultural de la primera va desde el Paleolítico Superior hasta el
Bronce final, pasando por el Calcolítico y el Bronce Antiguo y Medio, aunque alguna de estas
atribuciones culturales es sólo posible. Los restos más interesantes que nos proporciona son
grabados paleolíticos y abundante cerámica hecha a mano de bastante calidad. Se localiza en
un destacado espigón del interior de las Peñas de Cervera, con orientación SO - NE, a unos
1350 m del Castro de la Valdosa (Barriosuso). Se llega a ella desde Briongos. Respecto a la
Cueva del Padre Saturio, se hallaron en ella diferentes restos cerámicos y nódulos de silex
blanco de los que buena parte de ellos, llevados por el monje silense al monasterio,
desaparecieron en un incendio. La atribución cultural de la mayoría de lo encontrado es
campaniforme y de algunas cosas posiblemente calcolítica. Se llega a ella desde Peñacoba ; el
yacimiento está al lado de las Tenadas del Cerrito; el Cerrito se alza sobre la confluencia
fluvial del arroyo del Santo con el Mataviejas. Forma un conjunto arqueológico con la Cueva
de El Picacho y el castro del mismo nombre. Ambas serían lugares de habitación temporales
del habitat principal que sería el castro. Finalmente en la Cueva del Ángel los elementos más
antiguos proceden probablemente de época calcolítica y los restantes son ya visigodos,
altomedievales y plenomedievales. Se accede a ella tomando la carretera que conduce hacia
Carazo por el desfiladero del río Mataviejas durante unos 3.200 m. Es una galería con entrada
por ambos extremos de unos 20 m de longitud. Junto a la entrada occidental se localiza un
recinto de reducidas dimensiones y cerca cinco escalones tallados en la roca que conducen a
un promontorio rocoso donde se documenta una chimenea. Es sin duda la estructura de la
cueva, mucho más que los restos hallados en ella, lo más interesante.
Otros yacimientos de menor entidad nos aportan también alguna información de las
épocas anteriores al Bronce, atestiguando la ocupación del territorio desde épocas bastante
remotas. En el Inventario Arqueológico de la provincia de Burgos tales yacimientos aparecen
con las denominaciones Hombro de Santa Lucía, Peña de Nuestra Señora y Prado Chica.
En el primero, que se puede remontar al Calcolítico y donde posteriormente se ubicó un
poblado en tiempos medievales, se han hallado diversos restos constructivos muy afectados
por el laboreo agrícola; para llegar a él hay que recorrer unos 1.650 m desde Silos por el
camino de los Pradillos. En el denominado Peña de Nuestra Señora por ubicarse a escasos
metros al NE del enclave de la Virgen de la Cuesta, se han hallado abundantes restos
cerámicos bastante concentrados cuya atribución cultural más antigua –de algunos- es
posiblemente calcolítica aunque de otros es tardorromana. Para acceder a él hay que hacerlo
desde Peñacoba dirigiéndose hacia las tenadas del Cerrito. Finalmente en el de Prado Chica,
la posible atribución cultural de sus materiales es también de época calcolítica; se sitúa a unos
150 m al NO de la Cueva de San García y puede haber sido un lugar de habitación
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relacionado con ella. Es una zona desde la que se tiene un amplio control visual del entorno
próximo.
De todos modos, como decíamos hace un momento, es partir de la época del Bronce
cuando disponemos de mucha más información. Se trata de establecimientos periféricos del
sector, como La Yecla, donde se han localizado herramental y cerámicas pertenecientes al
campaniforme final, ya muy evolucionado, que han sido denominadas éstas últimas precisamente por su inclusión en este área- como "tipo silos". La Yecla será el
emplazamiento que seguirá informándonos de la permanencia de la ocupación en este tramo
del río Mataviejas, ya que contiene materiales que nos hablan del proceso de transformación
que se estaba produciendo dentro de las culturas del Bronce, desde los complejos del
Campaniforme final hacia el Bronce Final, representado en este espacio por la Cultura de
Cogotas, señalándose aquí ejemplos bien definidos de la cerámica de boquique, que señala el
fin del Segundo Milenio y los comienzos del Primero antes de Cristo.
La Edad del Hierro se encuentra muy bien representada por los castros que jalonan las
Sierras de Cervera. Vuelve ahora a plantearse un conocimiento de las ocupaciones en altura,
como ocurriera en la Edad del Bronce, mientras el valle permanece sin ellas o, al menos, eso
parece deducirse de la falta de datos relativos a su posible existencia.
Estos castros, como La Yecla, Hortezuelos, Coco, etc. nos muestran una continuidad
en la Edad del Hierro que queda interrumpida con el proceso de celtiberización, que rara vez
alcanzan (sólo detectable en El Castro, Quintanilla del Coco). Materiales que habían sido
atribuídos en un primer momento a época celtibérica, hoy son considerados como
pertenecientes al denominado Período Celtibérico Tardío, que se corresponde con el cambio
de Era -siglos I-II d. C.- y, por lo tanto, dentro del proceso de romanización. Dentro de este
ambiente habría que situar el barril decorado con pintura procedente del castro de La Yecla,
que ha servido de apoyo para prolongar la vida del mismo en este período y que hoy
consideramos que entra dentro de las producciones celtibéricas tardías de época romana.
ii) La ocupación del espacio en época romana.
En época romana el actual emplazamiento del monasterio de Santo Domingo de Silos
parece que fue ocupado por un establecimiento rural, tal vez una villa rustica, aunque
carecemos de precisiones arqueológicas suficientes para mantenerlo, salvo como mera
hipótesis de trabajo. De lo que sí hay constancia es de los hallazgos de cerámica romana, tipo
TSH y TSHT dentro del propio recinto silense. Ciertamente la ubicación del monasterio, a
orillas del río Mataviejas, en la parte más baja de esa especie de fondo de saco a la que se ha
aludido al describir el entorno geográfico, parece avalar la posible instalación anterior de una
pequeña estructura latifundista en este sector del valle en época romana.
Más interesantes resultan, por la mayor información que sobre ellos poseemos, otros
establecimientos de época romana que comparten este sector del valle del río Mataviejas con
el que ahora nos ocupa. Se trata del foco de la Yecla, situado a escasa distancia del
emplazamiento del que vendría a ser con el paso del tiempo monasterio de San Sebastián, y
de los enclaves romanos de Santa Cecilia y Santibáñez del Val.
En la Yecla se han localizado materiales de época romana y visigoda, como se verá
más adelante, que merecen un comentario aparte. El P. Saturio González Salas, monje de
Silos, excavó en la década de los años cuarenta el emplazamiento de La Yecla, en donde pudo
distinguir dos momentos muy diferenciados: la ocupación prehistórica del lugar y los
materiales de época romana y visigoda procedentes en su mayor parte de los llamados
"Callejones" y de la necrópolis que se instaló en el recinto del antiguo castro, que ya había
sido amortizado como entidad defensiva. La existencia de una gran concentración de
materiales de época romana y visigoda en la necrópolis y en las laderas de La Yecla -hoy día
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paso angosto entre el valle del río Mataviejas y Tabladillo pero hasta mediados de la presente
centuria barrera infranqueable-, obligan a plantearnos su entidad y significación.
Cabe señalar que el mayor contingente de cerámicas y objetos relacionados con una
actividad de orfebrería y con prácticas comerciales procede de los llamados "Callejones". Son
materiales muy diferentes entre sí: cerámicas de tipo sigillata hispanica, generalmente tardías
y en la mayor parte de los casos de imitación; objetos de hierro, entre los que destaca la gran
colección de tintinibulla, cencerros de hierro destinados al ganado; otros objetos
relacionados con el hogar y las actividades ganaderas, así como una silla plegable. La
existencia de este conjunto de materiales cabría explicarla como resultante de una
amortización ritual (ofrendas a una divinidad), como resultado de saqueo (en caso de
salteadores que, amparados en el carácter abrupto del terreno, se enseñoreasen sobre el llano y
los incautos viajeros que a ambos lados de la Yecla se aventurasen a emprender viaje) o bien
como resultado de una actividad artesana y comercial que se radicase en zonas defensibles y
en contacto con las vías principales y secundarias que discurrían a ambos lados de la Yecla.
Somos partidarios de esta última explicación, fundamentalmente por los signos de actividad
metalúrgica que se desprenden de muchos de los objetos recopilados por Saturio. Sin embargo
la falta de trabazón entre la ocupación del valle y este establecimiento enriscado, unido a las
condiciones en las que se desenvolvió la excavación, hacen que no podamos llegar a más
certeza.
Aguas abajo del río Mataviejas, a escasa distancia del que sería el monasterio de Santo
Domingo de Silos, localizamos el paraje de Santa Cecilia. En torno a la actual ermita,
levantada sobre un montículo, se sitúan habitáculos de época romana, excavados en la roca
caliza 1 . La excavación arqueológica, con materiales cerámicos, ha podido atestiguar la
presencia de un hábitat hispanorromano en este emplazamiento. Estos datos, unidos a otra
posible instalación latifundista en la cercana localidad de Santibáñez del Val, nos presentan
un panorama de articulación del espacio caracterizado por estructuras dominiales
compartimentando el curso alto del Mataviejas y en torno a ellas establecimientos
hispanorromanos ocupando sectores marginales, en los que se señala su carácter enriscado y
la proximidad a las vías secundarias de comunicación.
Según los datos del Inventario Arqueológico que venimos citando, un yacimiento sin
diferenciar posiblemente romano altoimperial donde han aparecido, concentrados en poco
espacio, restos constructivos (“tegulae” y piedras calizas) y fragmentos de sigilada, es el
denominado Varga Bajera, al que ser accede desde Silos por la carretera que conduce a
Espinosa cruzando el Mataviejas. Algunos autores creen que siguió siendo un poblado en
época medieval y concretamente Gonzalo Martínez localiza aquí el despoblado de Santa Cruz,
que describe como iglesia y molino de Sto. Domingo de Silos.
iii) Ocupación del espacio en época visigoda
Aunque no se produce una ruptura clara entre los asentamientos de época
tardorromana y visigoda, cabe señalar a partir del siglo V algunas novedades importantes. La
primera de ellas sería la desarticulación del sistema dominial romano. Ello conllevó la
desaparición de las estructuras latifundistas existentes en el tramo alto del río Mataviejas,
concretamente las villae de Silos y Santibáñez del Val. Sin embargo esta desarticulación no
implicaría la desaparición de la ocupación del espacio sino un cambio en el patrón del
asentamiento. Así se observa que en el espacio de Silos las estructuras dominiales dieron paso
al fenómeno eremítico. Esta transformación del patrón de asentamiento queda reflejada en
una de sus manifestaciones más importantes: las necrópolis de tumbas antropoides, que
debieron extenderse entre los siglos VII y X en torno a centros de culto de los que se tienen
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noticias relativas a sus momentos finales. Así cabe explicar la existencia de distintos centros
de culto, como fueron Santa María, San Sebastián y San Miguel, que con el paso del
tiempo se convertirían en monasterios y sufrirían un proceso de confluencia, señal de
intervenciones ajenas a las comunidades de aldea que habrían dado origen a estas entidades y
que, en el caso de Silos, se centran en torno a la familia condal.
Si en el hábitat del valle observamos transformaciones importantes, no parece suceder
así en el hábitat periférico representado por la Yecla y Santa Cecilia. Aquí no se detectan
cortes importantes entre la época bajoimperial y la visigoda, prolongándose el sistema de
ocupación de la primera a la segunda. En la Yecla los materiales procedentes de los
"Callejones" parecen prolongarse hasta los siglos V y VI. Sin embargo, durante los siglos VI
y VII reviste más importancia la necrópolis instalada en el antiguo castro. Las noticias
proporcionadas por Saturio González Salas, excavador de este yacimiento, no son todo lo
claras que desearíamos, por lo que muchos datos quedan en el aire.
La necrópolis constaba de numerosas tumbas, algunas de ellas de aspecto muy
moderno, según Saturio González Salas. Sólo dos proporcionaron ajuar, reducido éste a
sendas hebillas de cinturón. La orientación de las tumbas, según el croquis que levantó el
excavador, varía del Este-Oeste (Tumbas 1 y 4), Noroeste-Sureste (Tumbas 2, 5 y 6) y NorteSur (Tumba 3) ( las tumbas dotadas de ajuar eran las 2 y 5).
También hay elementos de ajuar fuera de las tumbas, como es el caso del anillo
localizado junto a la nº 5. En general, parece que una buena parte de las tumbas estaban
arrasadas, según señala el propio Saturio, quien observa que toda la superficie del castro
estaba cubierta de huesos humanos, mezclados con todo tipo de materiales. También existían
restos óseos y materiales en torno a la casa C de la vertiente Este.
De lo dicho hasta ahora cabe señalar que La Yecla entre los siglos VI y VIII mantiene
una ocupación funeraria, quizá articulada en torno a un centro de culto que no pudo señalar la
excavación, sin que se haya podido rastrear en estos momentos evidencia alguna de hábitat o
actividad económica.
En Santa Cecilia, por otro lado, parece también haberse reducido el hábitat
semirrupestre que se instaló en fechas anteriores en torno al montículo de la que sería luego
iglesia de Santa Cecilia. Aquí parece seguirse el patrón de ocupación del espacio del valle,
dando lugar a un conjunto eremítico, articulado en torno al centro de culto de Santa Cecilia.
iv) Los datos de época Altomedieval
Poseemos muy pocos datos sobre la configuración del patrón ocupacional del tramo
del valle del río Mataviejas entre los siglos VI al X. La documentación es prácticamente
inexistente y el conocimiento que poseemos se debe fundamentalmente a los hallazgos
arqueológicos, que no han revestido tampoco un carácter planificado sino que son, en la
mayoría de los casos, de tipo fortuito.
Las obras que se han venido desarrollando en el interior del monasterio de Santo
Domingo de Silos, así como actuaciones urbanísticas en su entorno (pavimentación, reformas
en algunos inmuebles y en las calles y plazas adyacentes) han informado de la existencia de
un área de necrópolis de tumbas antropoides y de lajas en torno al monasterio. No todas ellas
debieron estar relacionadas con éste, lo que hace suponer que se nucleaban en torno a San
Miguel. Si unimos esta información arqueológica a los datos que poseemos a través de la
documentación del siglo X, podemos entrever una ocupación del valle articulada en pequeñas
unidades de población en torno a los monasterios y centros de culto que luego aparecen en los
documentos: San Sebastián, Santa María, San Miguel. A ellos habría que añadir los
correspondientes a establecimientos más periféricos, como los eremitorios de Santa Bárbara y,
posiblemente, otras instalaciones en los parajes de San Pedro y San Francisco. Ello nos
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permite pensar en una intensa ocupación de este tramo del río Ura, articulada en pequeñas
unidades estructuradas en torno a centros de culto o pequeños monasterios. Conviene recordar
que la denominación de monasterio puede referirse a la agrupación de sólo dos o tres monjes
e, incluso, algunos presbíteros que servían el culto de una iglesia rural.
A partir de este esquema se produjo un proceso de convergencia entre las distintas
entidades monásticas y la intromisión de linajes en ellas. Ello pudo realizarse mediante
procesos de enajenación de parte de los derechos de la comunidad sobre los mismos por
algunos de los miembros de las familias que componían la comunidad, o bien como
consecuencia de las actuaciones judiciales de los merinos del conde, que se apropiarían en su
nombre de bienes de miembros de las familias que hubiesen incurrido en algún delito. Otra
vía es la aplicación de la “mañería”, que permitía que pasaran a manos del poder condal los
bienes de las personas muertas sin descendencia.
Sin lugar a dudas lo más trascendente –y al mismo tiempo lleno de enigmas- de estos
siglos altomedievales es el momento fundacional. Las referencias a Silos en el siglo X son
escasas. Los pocos datos procedentes de la actividad monástica son de tipo codicológico y
plantean serias reservas, ya que en el siglo XI registramos al menos dos donaciones de libros
litúrgicos al monasterio de San Sebastián, procedentes de los monasterios de San Miguel de
Silos y Santa Cecilia de Barbadillo 2 , lo que nos hace dudar sobre la procedencia de algunas de
las obras que son atribuidas al monasterio de San Sebastián en el siglo X.
La interpretación histórica de este momento ha descansado fundamentalmente en el
diploma de Fernán González por el que el conde castellano dotaba e ingenuaba uno de los
centros de culto que existían en este espacio, San Sebastián, centro que posiblemente habría
pasado a pertenecer al linaje de la familia condal en la primera mitad del siglo X -no sabemos
a través de qué vía- y que ahora comienza a recibir donaciones condales. El diploma fue
publicado por Férotin, que daba por buena la data del 919, aunque pronto se advirtió que era
totalmente inaceptable. L. Serrano señalará más tarde que nunca podría ser anterior a 933,
corrigiéndola Pérez de Urbel al año 954, corrección aceptada de manera general por todos los
historiadores que posteriormente han trabajado el documento. Por nuestra parte, consideramos
que tal fecha y la reconstrucción del entorno geográfico que ofrece el documento son
aceptables, aunque mostramos reservas en cuanto a la ingenuación y dotación de San
Sebastián y sobre todo, a la relación que se viene estableciendo entre este documento y la
construcción del templo primitivo de tres naves y triple cabecera de herradura, ya que de
haber existido tal modelo, sería el único ejemplo de arquitectura prerrománica de tres naves
en todo el sector serrano.
El otro documento silense del siglo X conservado en las colecciones documentales,
tampoco ofrece mayores garantías de fiabilidad. Se trata del diploma de donación a Silos del
monasterio de San Bartolomé de Villanueva de Carazo, ingenuado por el conde García
Fernández al Abad Severus y a su madre Paterna, que son los otorgantes de la donación.
Férotin ya señaló los errores en la data y en el regnante. El texto se conoce por un vidimus de
1255 e incluye cláusulas condenatorias, como el anathema marenata, características de los
diplomas de época de Fernando I y Sancho II. Podemos concluir que su fondo podría ser
auténtico, pero los indicios de manipulación resultan evidentes.
Arqueológicamente las dudas vuelven a plantearse con insistencia al abordar el estudio
del siglo X. Cuando se excavó el subsuelo del templo silense se pensó en una obra
prerrománica con cabecera exterior recta y triple ábside de herradura en su interior,
fechándose en época visigoda esta fundación. Esta adscripción se ha venido aceptando, no sin
ciertas precauciones hasta fechas recientes. En el simposio sobre el arte románico de Silos
celebrado el año 1988 se planteó que la planta de la cabecera de la vieja iglesia constituía,
como se había presentado, un ejemplo insólito en el arte prerrománico peninsular. Para el
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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ponente el edificio originario tuvo una sola nave, con un ábside de planta semicircular,
desechándose por lo tanto el esquema propuesto anteriormente de planta de herradura al
interior. La cronología de este templo se situaría a mediados del siglo X, en relación con el
documento del 954, distanciándose como se ve de las más alejadas que pretendieron situarlo
en épocas visigoda o mozárabe. El susodicho historiador no ofrece ninguna apoyatura a esta
interpretación, pero parece razonable su argumentación, ya que encaja con lo que pudo ser el
primer templo del siglo X. Resulta igualmente interesante la evolución que plantea a partir de
este modelo inicial. Entre la obra altomedieval de una sola nave y la fábrica románica existiría
un momento intermedio, correspondiente a las reformas efectuadas por el abad Domingo y
concluídas en torno a 1056. En este momento se acometería una ampliación del mismo, que
habría que ponerla en relación con el modelo facilitado por la primera fase románica del
Monasterio de San Millán de la Cogolla, cenobio de procedencia de Domingo Manso. La
gran ampliación del cenobio, que daría lugar al edificio románico, sólo cabe interpretarla
después de 1076 -fecha del traslado de los restos de Santo Domingo al interior de la iglesia- y
conllevaría la estructuración global del conjunto ya en el siglo XII.
v) La trayectoria del monasterio y burgo de Silos en la Edad Media (ss. XI al
XIV).
El año 1041 el monje Domingo Manso (antes prior de San Millán de la Cogolla)
recibe el encargo de restaurar y recuperar el viejo cenobio de San Sebastián. Este notable
gestor logra un importante éxito en su tarea pues el año 1056 Nuño de Gete (abad de San
Miguel) acaba reconociendo la supremacía de San Sebastián. Según nos recuerda su biógrafo
Grimaldo, restaura y remoza las edificaciones monásticas devolviéndolas su primer esplendor
y parece que ese es el momento en que culmina parte de su tarea. Hacia 1070 el trabajo en lo
esencial estaba concluido, se recupera la actividad intelectual, se puede decir que en el
monasterio hay vida regular estable y se ha irradiado hacia el entorno la tarea de la “cura
animorum” El monasterio de San Sebastián ha recuperado el pulso e inicia una larga etapa
de expansión y prosperidad a la sombra de su principal y más notable valor: el santo abad
Domingo Manso, elevado a los altares por aclamación popular el año 1076. La vida de
santidad y los milagros de este insigne monje riojano serán el timbre de gloria y un hito
importante en el desarrollo cultural, religioso, económico y político del monasterio silense,
antes dúplice y ahora uno solo bajo la estela benedictina.
El momento de inflexión de la situación del cenobio silense de San Sebastián se debe
a la aparición de Domingo Manso. Del período en que él gobierna el monasterio apenas
conservamos documentación pero hay por contra una inveterada tradición hagiográfica que
hace luz en algunos aspectos. De los textos del monje Grimaldo y de la obra de Berceo se
deduce que desde que el abad Domingo Manso ocupa el señorío de San Sebastián hay una
intervención regia que tiende a convertir a este cenobio en un foco de articulación eclesiástica
del entorno de Tabladillo. Independientemente del valor indudable de santo Domingo de Silos
como verdadero talismán del monasterio, lo cierto es que la acción del abad Fortunio que
toma las riendas del lugar a su muerte y del rey Alfonso VI son el verdadero motor del
cambio y transformación operados en San Sebastián de Silos que acabará colocándose bajo la
advocación de Santo Domingo.
A partir de aquí Don Fortunio, su sucesor en el abadiato, continúa la ascensión
político-social-cultural del centro e inicia una profunda remodelación de las edificaciones
monásticas para acomodarlas a las exigencias impuestas por el concilio de Coyanza (año
1055). A este gestor se debe atribuir la planificación y primeros pasos del cenobio románico
que tiene dos lugares particularmente significados como son el claustro y la iglesia. El
primero es el eje de las demás edificaciones. En esta ocasión la iglesia precedente, de formas
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prerrománicas como hemos indicado con anterioridad, va a servir de centro de culto al santo y
condicionará de manera considerable la fábrica del claustro y del templo románicos.
El año 1088 se recoge en la documentación la consagración de la iglesia, según la
tradición inveterada de los monjes silenses también del claustro, en una solemne ceremonia a
la que acude el legado papal acompañado de varios prelados. Más adelante valoraremos la
cuestión de la veracidad y el alcance de algunos de los extremos que aporta la información;
ahora basta decir que la misma pone de manifiesto la importancia del acontecimiento y el
papel principal que juega ya en ese momento el monastario de San Sebastián de Silos. En este
momento aparecen documentadas numerosas e importantes donaciones reales y de
particulares, junto a algunas concesiones especiales que pueden señalar una clara contribución
a los costos de las obras de la fábrica románica del monasterio.
Este abad emprende una profunda reforma de las construcciones monásticas para
acomodarlas a las exigencias de la reforma emprendida a partir del concilio de Coyanza. En
ese plan de obras se incluye la ampliación de la iglesia hacia el este (cabecera, crucero y un
tramo de la triple nave) y la construcción de la fábrica del claustro además del dormitorio, sala
capitular, refectorio y otras dependencias. Una parte importante de la empresa se ha concluido
o se encuentra en avanzado estado cuando se consagra el templo (según nos recuerda el
escrito de un códice) y también el claustro como se expresa la lápida aún conservada (la
misma quiere ser una copia realizada el año 1645 para reemplazar a la incrustada en la galería
norte desde finales del siglo XI). A este plan de obras responden el claustro, la sala capitular,
el dormitorio de monjes, el refectorio y la iglesia. Esta última sufrirá diferentes añadidos a lo
largo del siglo XII y el claustro verá modificada su primera idea al añadir dos arcadas hacia el
oeste y levantar un segundo piso.
La acción y el decidido apoyo por parte del rey Alfonso VI se continuará con su hija y
nieto, Urraca y Alfonso VII, colocando al monasterio como entidad dominante en el valle de
Tabladillo. A la concesión del alfoz del valle se unen los de Ura y Huerta que pasan en breve
tiempo a la jurisdicción silense. Paralelamente la administración regia va eliminando las
viejas estructuras de los alfoces para ser reemplazadas por las merindades de las que Silos
será cabeza de una de las entidades menores Se puede decir que entre 1125 y 1152 se han
liquidado las entidades menores de los alfoces y empieza a aparecer la de las merindades que
veremos plenamente consolidada en Silos en 1296.
El dominio monástico se consolidará y crecerá considerablemente desde las décadas
finales del siglo XI y sobre todo a lo largo del XII. La documentación monacal es evidente al
respecto por las numerosas concesiones que recibe el monasterio de Santo Domingo de Silos
como el priorato de San Frutos, villas de Valnegral y Villanueva de Jarama, Santa María de
Mamblas, Cilleruelo de Guimara, monasterio de Santa María de Duero, priorato de San
Román de Moroso, villa de Tabladillo, villa de Sinovas, villa de Ura y todo su territorio, villa
de Mercadillo y las de Mamolar, Pinilla, Huerta de Rey… etc. Se aprecia, según se deduce de
la propia documentación silense, que en las décadas finales de la centuria hay un cierto
retraimiento, un estancamiento posterior y a partir de la segunda mitad del siglo XIII una clara
decadencia. Se expresa en parte esa decadencia por los numerosos pleitos, cada vez más
costosos y persistentes por conservar y mantener el dominio monástico. El más pertinaz de
todos ellos tiene lugar con los clérigos de la iglesia de San Pedro (en la propia villa de Silos)
que en realidad es la expresión de la pugna mantenida con el obispo de Burgos. Los cambios
de mentalidad, el auge cada vez mayor del papel de los obispos y del clero secular y la
aparición de la ciudad como centro nuevo de poder tienen mucho que ver con este fenómeno.
Además de las obras en las dependencias monásticas a las que nos hemos referido, en
el tránsito del siglo XI al XII, al calor de las peregrinaciones a la tumba del taumaturgo
Domingo Manso, el monasterio consolidará un importante desarrollo cultural que se hace
patente en el “Scriptorium”, taller de orfebrería y esmaltes y en la calidad y singularidad de
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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las construcciones románicas de su templo y claustro. El monasterio vive largas décadas de
innovación y sucesivos cambios que darán como resultado una imagen diferente del mismo.
Igualmente la fama del santo restaurador alcanza su cénit en el siglo XII, a lo que contribuye
la “Vita Dominici Silensis”, realizada por el monje galo Grimaldo por encargo del previsor y
sabio abad Fortunio. El monasterio vive entre la tradición -como lo prueba el “beato” y la
primera parte del relieve del propio claustro- y la innovación de las formas románicas
perceptible en otros importantes códices y el propio taller de esmaltes tan ligado a las formas
y técnicas de Limoges. Silos está abierto a las corrientes culturales dominantes y se convertirá
en abanderado de la modernidad e innovación en ese campo. El monasterio es una cantera, un
cincel y lugar de trabajo continuado de la piedra desde el abadiato de Fortunio y en las cuatro
primeras décadas del XII. Su muerte (hacia el año 1100) y la situación política del reino en las
dos primeras décadas del siglo supondrán una cierta ralentización de los trabajos para luego
volver, bajo la firme batuta del abad Juan I, a una actividad febril y de alta calidad en
resultados.
La documentación no aporta referencias directas a la construcción y sucesivas
modificaciones del claustro, iglesia, sala capitular, etc. Únicamente el año 1158, en la
distribución de las rentas realizada por el abad Pedro, hay una alusión directa a las obras del
claustro y de las casas. Por ello conocemos que entonces se está en plena tarea constructiva,
que hay problemas internos por la duración y que tal vez debemos entender que alude a las
crujías superiores. Las características estilísticas de las mismas y algunos restos de la
escultura del templo nos hacen pensar que la obra está concluida a principios del s. XIII.
Se documenta un importante incendio hacia el año 1384, que supone una modificación
de la cubierta del claustro inferior cuya consecuencia es el actual artesonado de formas
mudéjares. Los cambios en la observancia monástica, derivados del proceso de reforma
iniciado a finales del s. XIV, suponen la realización de un coro elevado a los pies del templo y
tal vez la cubrición de la iglesia con abovedamiento gótico. Este hecho lo documentan las
obras llevadas a cabo a partir del siglo XVII, pues hablan, no siempre con nitidez, de lo
existente. Por ello sabemos que había una capilla gótica, en el espacio de la antigua sala
capitular, donde se entierran a partir de ese momento a los abades.
Al mismo tiempo que el monasterio se desarrolla vemos surgir paralelamente y con
idéntico ímpetu el burgo silense que nace dependiente del señorío del abad de quien
recibe los fueros y carta fundacional. No parece exagerado pensar que el ¨burgum sancti
Dominici”, asentado en el entorno del monasterio del mismo nombre, debiera tener su origen
en las peregrinaciones a la tumba del santo taumaturgo que van en aumento desde las décadas
finales del s. XI, adquiriendo mayor notoriedad e importancia en la centuria siguiente. Se
puede decir que la aparición, desarrollo y configuración del burgo corre paralelo a las
peregrinaciones y al proceso constructivo habido en el propio monasterio. Estas dos
actividades, la segunda en gran parte consecuencia de la primera, van asentando la población
en función de las necesidades y en un determinado momento el rey y el abad legalizan e
institucionalizan la situación como había sucedido en otros centros como Sahagún.
No se conserva el primer fuero -seguramente concesión de Alfonso VI, como a
Sahagún-, regulador de la vida de la naciente puebla, pero podemos suponer su existencia por
su confirmación el año 1136 por Alfonso VII. Alfonso VIII (año 1209) lo remodelará.
Fernando IV (1308) lo revocará incorporando la villa de Silos a la Corona declarándola
exenta de todo tributo excepto la moneda forera. Finalmente en 1345 Alfonso XI devolverá el
señorío de la villa al abad. En la primera mitad del siglo XV, el 3 de diciembre de 1432, el
abad Juan, el prior y los monjes de Silos acuerdan traspasar el señorío de la villa a Don Pedro
Fernández de Velasco, conde de Haro, cuyo linaje lo detentará en el futuro. La villa pasa
ahora a ser un señorío laico pero seguirá gobernada de acuerdo a los fueros precedentes.
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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La abadía de Silos, reformada a lo largo del siglo XV, acomodará las dependencias a
los nuevos usos regulares. Los abades, elegidos por los monjes, necesitan de la confirmación
del obispo de Burgos. Muchos de ellos son los conocidos como abades comendatarios que
ostentan el título, reciben las rentas correspondientes pero no residen habitualmente en el
monasterio siendo el prior el verdadero rector del lugar. Con ello se hace necesaria la
existencia de celdas individuales, un coro a los pies del templo, se levanta una nueva sala
capitular y se reacomoda el resto del monasterio sin que parezca haya grandes obras que
modifiquen lo precedente hasta que el año 1512 se integra en la Congregación de Valladolid y
se inicia una nueva etapa. A partir de ahora los abades serán trienales y más tarde cuatrienales
y tendrán menor autonomía al depender para muchas de sus actuaciones del superior de San
Benito de Valladolid.
vi) La modernidad (ss. XVI-XIX).
El año 1390 el rey Juan I, funda el monasterio de San Benito el Real de Valladolid con
la intención de que a partir de él se iniciara la reforma del monacato en la Corona de Castilla.
La Congregación de Valladolid suprimió en principio la dignidad abacial. Con ello
desapareció la figura del abad comendatario, aunque más tarde se restableció tal dignidad. A
partir de aquí no fueron vitalicios sino trienales o cuatrienales pudiendo ser elegidos en
sucesivos escrutinios.
El monasterio de Santo Domingo de Silos acaba por integrarse en la Congregación
benedictina de España, más conocida como Congregación de San Benito de Valladolid, el día
27 de marzo de 1512 por decisión personal del abad Luis Méndez. Éste, en calidad de monje,
fue enviado a Roma para que fuera confirmado en el cargo de abad el que para tal fin había
sido elegido por la comunidad, el prior Luis de Soto ; pero, luego de un acuerdo económico
con el abad comendatario Francisco de Covarrubias, fue designado abad él mismo y como tal
figuró hasta su muerte. Planteó serios problemas, pues no admitió la duración trienal del
cargo, manteniéndolo (a pesar de las controversias) hasta su muerte el año 1529; no obstante
el monasterio nombra un prior, en la persona de Diego de Vitoria, que le reemplaza en el
momento en que el cenobio entra de lleno en el régimen de la nueva congregación. A partir de
aquí hay abades trienales (que a veces permanecen en el cargo seis años) y a partir del año
1613 cuatrienales; tienen una dependencia del superior general elegido por todos los abades.
Al prior que gobierna el monasterio durante la larga ausencia del abad perpetuo, debemos la
primera intención de remodelar la vieja iglesia románica que pudo llevar a cabo gracias a las
disponibilidades económicas. En el haber de este monje se cuenta la compra de la excelente
custodia de plata sobredorada y cincelada.
Desde este momento la documentación para reconstruir la historia silense es
abundante, siendo una importante fuente de información los libros de cuentas del mayordomo,
del sacristán y los del propio consejo del abad y de las visitas regulares del General de la
Congregación. El primer abad elegido de acuerdo a las nuevas normas fue Martín de
Salamanca, monje de San Juan de Burgos. A partir de aquí se iniciarán algunas obras y se
pondrán en práctica diferentes planes que supondrán a la larga una profunda remodelación de
la viejas dependencias monásticas medievales. El resultado final será un nuevo monasterio
añadido a las edificaciones precedentes consistente en el ala meridional, el patio de San José
con las dependencias anejas y la destrucción del templo románico para levantar el actual de
formas neoclásicas, por hacer una relación sucinta.
Los primeros planes de remodelación de las construcciones medievales proceden del
prior fray Diego de Vitoria (1512-1529), que ocupó el cargo durante el último abadiato
vitalicio y comendatario, quien pretendió sustituir la iglesia románica por una edificación
renacentista. La primera obra destacable es el comienzo de los trabajos de la cerca del
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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monasterio llevada a cabo durante el mandato de los abades Alonso de Figueroa (1578-1584)
y Alonso de Belorado (1598-1601), de cara a aislar al monasterio de la villa de Silos y
permitir a los monjes la observancia más puntual de las ordenanzas regulares.
Uno de los trabajos más importantes iniciados en el siglo XVI fue la construcción de
la sacristía en el espacio que ocupa en la actualidad, reemplazando así a la medieval ubicada
en el ala norte del crucero. El trabajo de la estructura se lleva a cabo entre 1595 y 1598 se
levanta siguiendo los usos estéticos del momento y, a decir de los contemporáneos, era “una
de las mejores piezas de este género que se conocen en España”. Sus características artísticas
responden a los comienzos de las pautas barrocas dentro de formas escurialenses. La bóveda
actual se realiza entre los años 1769 y 1770.
En la década de los veinte del s. XVII, se inician las obras de ampliación del
monasterio medieval por el ángulo sudeste. La documentación da fe del proceso constructivo
habido en la realización de celdas, refectorio y otras estancias que se prolonga durante
sucesivos mandatos cuatrienales en los que se deja constancia del trabajo llevado a cabo en
este sentido. Los trabajos del refectorio y de la mayor parte de las celdas se puede decir que
están concluidos entre 1677 y 1681 cuando aún se rematan algunas celdas y sobre todo la
fachada oriental, con lo que desaparece el viejo dormitorio medieval levantado sobre la sala
capitular y otras dependencias.
El mundo silense a lo largo de los siglos XVI al XVIII es la viva expresión de la
sociedad en la que vive, pues no tardando mucho se abandona el sentido estricto de la
observancia en aras de una dedicación a la cultura universitaria, de investigación y a la
existencia de un peculio privado de los monjes. Interesa destacar la labor histórica del abad
Jerónimo Nebreda, estudiante de Salamanca, quien escribe la obra titulada “Del monasterio de
Santo Domingo de Silos”, en la que hallamos algunas descripciones interesantes para
reconstruir el templo y otras estancias medievales. En la misma idea de destacar la
importancia de Silos y sobre todo del abad santo Domingo trabajan fray Gaspar Ruiz de
Montiano quien manuscribió , en 1615, una “Historia milagrosa de Santo Domingo de Silos…
y los antiguos sucesos de su real monasterio y sus prioratos y fundaciones”. El año 1688 fray
Juan Castro imprimió en Madrid su obra “El glorioso thaumaturgo español Santo Domingo de
Silos… noticia del real monasterio y sus prioratos”; con motivo de la traslación de los restos
del santo abad de la iglesia a la capilla actual, fray Sebastián de Vergara compuso la obra
“Vida y milagros del Taumaturgo español” publicada en Madrid el año 1736. No podemos
silenciar la ingente tarea del archivero de Silos, fray Liciniano Sáez, quien fue Académico de
la Historia, reorganizó el archivo y publicó numerosas obras históricas. Nos importa
igualmente resaltar aquí, por la importancia que tienen y la información que aportan para el
templo románico, las “Memoriae Silenses”, crónica del monasterio iniciada por el abad fray
Baltasar Díaz y continuada luego por los abades Domingo de Silos Moreno y Rodrigo
Echevarría .
En el mismo tenor se encuentra fray Domingo de Ibarreta (+ 1785) quien recibe el
encargo de la Real Academia de la Historia de dirigir una Diplomática Española, más amplia
que la realizada por los monjes maurinos dirigidos por el P. Mabillon.
La tarea de contribución a la ciencia viene expresada por la labor del botánico fray
Isidoro Saracha (1723-1803). segundo boticario silense. La importancia de este monje en su
campo viene avalada porque los botánicos españoles que exploraron la flora de Chile y Perú
le dedicaron cinco plantas que se conocen en Botánica con el nombre de Saracha: “Saracha
Biflora, Contorta, Punctata, Procumbens y Dentata”.
A ese ambiente perfectamente integrado en el mundo intelectual y cultural que vive la
España del siglo XVIII, debemos los importantes proyectos que alteran de forma sustancial el
viejo monasterio medieval que hasta el momento sólo había sufrido pequeños retoques para
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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acomodar algunas partes a las necesidades de los nuevos tiempos y usos de la observancia
regular.
El siglo XVIII significa el mayor empeño constructivo habido en el monasterio desde
el siglo XII. Seguramente las mayores disponibilidades económicas, los nuevos vientos y las
modas imperantes hacen la labor que no había obrado el tiempo. Bajo la dirección de los
abades Baltasar Díaz, Isidoro Quevedo e Isidoro Rodríguez se llevan a cabo las obras más
importantes. Al primero se debe la realización de la Capilla de santo Domingo (consagrada el
año 1732) y la Escalera de los Leones que sirve de comunicación entre la parte medieval y la
fábrica nueva. Esta obra forma parte del plan de ampliación monacal hacia occidente
articulado en torno al claustro de formas puristas cuya realización se extiende por espacio de
una década, rematándose en la fachada occidental del monasterio concluida el año 1739 según
reza la inscripción.
Luego de muchas dudas, recabar los permisos oportunos y esperar el momento
propicio, se decide la demolición del templo románico colocándose la primera piedra del
nuevo el 21 de octubre de 1751. El proceso de las obras no fue totalmente rectilíneo, pues
hubo dudas, algunas paradas y deseos de salvar la cabecera eliminando el resto. El nuevo
edificio se levanta siguiendo las trazas de Ventura Rodríguez, arquitecto cortesano, aunque las
mismas sufrieron importantes modificaciones en el camino. Parece que la dirección de la obra
la llevó fray Simón Lejalde durante la mayor parte del tiempo. Parece que las obras se
concluyen el 8 de septiembre de 1792 y se consagra (luego del enlucido y yesería) el 20 de
octubre de 1816.
Los avatares políticos por los que atravesó el país entre 1808 y 1814 tuvieron su
repercusión en Silos pues se produjo el primer intento de exclaustración entre 1808 y 1812. El
verdadero valedor en tal situación fue el abad Domingo de Silos Moreno. Era este monje
natural de Cañas y supo defender con tesón los intereses de Silos, siendo entre 1814 y 1818
abad del monasterio. Luego fue nombrado obispo de Caracas donde no pudo tomar posesión
para terminar siendo obispo de Cádiz entre 1825 y 1853. El año 1820 se vuelve a disolver la
comunidad silense para restaurarse el año 1823. Pero definitivamente el año 1835 se decreta
la exclaustración que supondrá la desintegración del rico patrimonio de la biblioteca,
custodiado a lo largo muchos siglos, y el deterioro de algunas dependencias del monasterio
entre ellas parte del artesonado mudéjar del claustro.
vii).- La contemporaneidad.
La exclaustración y la consiguiente desamortización dejan las dependencias
monásticas en manos de la administración de la archidiócesis de Burgos y de las autoridades
civiles. Se abre así un paréntesis que no se cerrará hasta cuarenta y cinco años después. La
situación por la que atraviesa el clero francés después de la derrota ante Alemania hace que
algunas comunidades benedictinas busquen lugares en España donde asentarse. Finalmente la
comunidad de Ligugé decide embarcarse en la aventura de la mano de Dom Guepin que,
luego de recibir la pertinente autorización del gobierno español el 7 de Diciembre de 1880,
llega al Real Monasterio de Santo Domingo de Silos el día 20 del mismo mes.
A partir de aquí se impone una tarea de acomodación de las viejas dependencias
monásticas que a la altura del año 1916 presentaban el aspecto del plano adjuntado y
levantado en ese momento. Interesa ante todo el proceso de remodelación del claustro
románico consistente en: reacomodación del artesonado, retirada del alto pretil del claustro,
apertura de la escalera de las Vírgenes y recomposición del suelo que se concluye el año
1958. Con posterioridad se lleva a cabo una profunda remodelación de la iglesia lo que
supone descubrir parte de los cimientos de las construcciones precedentes. Lo apresurado del
proceso y una cierta negligencia han impedido que los resultados fueran más fructíferos desde
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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el punto de vista científico (se concluye el trabajo el 30 de mayo de 1963). La remodelación
de los pies del templo para museo, en una estancia que había servido como bodega,
supusieron la destrucción de parte de la pared occidental del viejo templo románico. La
organización interna de la vivienda se destruyó por el incendio del año 1970 pero se
reconstruyó inaugurándose el 20 de diciembre de 1971.
¿Qué ocurre durante todo este tiempo con la villa de Silos? Recordemos que la
habíamos dejado en 1432 cuando los derechos jurisdiccionales sobre ella los adquiere Pedro
Fernández de Velasco y los Condestables de Castilla. De hecho en el censo de 1591-1594
“Santo Domingo de Silos con sus arrabales” figuraba, en la provincia de Burgos, en la
circunscripción que se denominaba “Tierras del Condestable”.
Esa condición no parece que variara en el siglo XVII y tampoco en el XVIII, pues, en
la relación que el conde de Floridablanca encarga al intendente de Burgos el año 1785, Santo
Domingo de Silos figuraba dentro del partido de Aranda como una villa de señorío, no de
abadengo. Para conocer mejor algunos extremos de la villa de Silos en lo que respecta a la
evolución de su población, las actividades de los habitantes y las rentas deberemos acudir al
Catastro de Ensenada, del año 1752, a los libros de tazmías, bautismos, defunciones y
matrimonios de la iglesia parroquial y a lo poco que queda del que fuera rico archivo
municipal.
Como sucedió a la mayor parte de las villas existentes, los avatares políticos que
siguieron a la Guerra de la Independencia y a la puesta en marcha del sistema liberal de Cádiz
supusieron la configuración de un nuevo mapa provincial y a partir de 1843 la
universalización de los ayuntamientos constitucionales. Silos fue uno de ellos. Desde el año
1843 quedó integrado en el partido de Salas de los Infantes y sabemos que ese año tenía una
población de 584 habitantes. Unos diez años más tarde, en la medianía del s. XIX, Madoz nos
informa que era un “ayuntamiento que forma con sus tres aldeas denominadas Peñacova,
Ortezuelos e Hinojar de Cervera…partido judicial de Salas de los Infantes…”. Que tiene
“casa consistorial, escuela de instrucción primaria, dotada con 1.110 reales; un suntuoso ex
monasterio de benedictino, cuya iglesia dedicada a Santo Domingo de Silos es la actual
parroquia, servida por un cura párroco, cuyo cargo era antiguamente anejo a la abadía…
donde se halla también un ex convento de franciscanos…”. De las actividades industriales
artesanales de Silos, Madoz nos informa que había cuatro molinos de harina y una fábrica de
curtidos de pieles. También nos dice que la población estaba formada por 456 vecinos y 584
almas. Del total de la riqueza, ascendía a 795.600 reales, tenía una base imponible de 66.821
reales a las arcas públicas que daba una contribución de 11.113 reales con 42 maravedíes.
b) Breves datos históricos de la villa de Silos.
El área de la Demanda, a ambas vertientes de la Sierra de la Demanda, los Montes
Distércicos de las fuentes medievales, avena sus aguas a la cuenca del Duero y a la del Ebro.
En la zona meridional nos movemos a caballo de los ríos Arlanza, Pedroso y otros de menor
mientras que en la norte el Arlanzón y afluentes que avenan sus aguas hacia el Duero mientras
que Oca y el Tirón lo hacen hacia el Ebro. Las cumbres de la Demanda, con el San Millán,
Mencilla, Trigaza o San Lorenzo marcan geográficamente la zona central divisoria de
vertientes, mientras que las sierras de Neila y la Campiña, junto con la Demanda,
individualizan el encajonado curso alto del Pedroso. Por el contrario montañas de menor porte
como los Montes de Oca o las sierras de las Mamblas, Montes de Carazo o la Cervera
significan el resto del territorio en el piedemonte de la gran sierra sin olvidar la atractiva sierra
de Atapuerca.
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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La paleontología nos informa de la importante huella dejada por los dinosaurios y
otras especies en zonas sedimentarias como los montes de los relieves invertidos de Carazo,
Gayugar, Picón de Lara y la Sierra de Mamblas. En todo caso el hito más importante de esta
tierra, de compleja y quebrada orografía, es la evolución que científicamente hacemos
arrancar en la sierra de Atapuerca, con el “homo antecesor”, y el largo proceso de la
evolución humana hasta llegar al “homo sapiens sapiens” en el paleolítico superior. Los restos
prehistóricos no sólo de la sierra de Atapuerca sino repartidos por todo el territorio nos
informan de que los asentamientos humanos tienen una larga secuencia desde el paleolítico
medio hasta nuestros días. Nos deberemos perder de vista, según nos indica la arqueología
que hay restos musterienses en la cueva de la ermita en San Pedro de Arlanza. Ya en el
paleolítico superior encontramos algunos restos, de le etapa aurinaciense, en el abrigo de La
Aceña de Lara, en el entorno de Atapuerca y en otras zonas. La etapa de mayor trascendencia
por las transformaciones a que dio lugar fue el Neolítico del que conservamos diferentes
manifestaciones que evidencian la tendencia a la sedentarización, al cultivo de algunos
cereales y tal vez a la construcción y fabricación de cerámica. De este período prehistórico, en
su etapa más antigua, conservamos diferentes testigos en Jaramillo de la Fuente, Barbadillo
del Mercado, La Aceña, Pinilla de los Moros, Iglesiapinta y Tinieblas que son sobre todos
lascas y hachas. Las muestras de una clara sedentarización las documentamos en Cubillejo,
Jaramillo Quemado y Barbadillo del Mercado. Destacan ante todo el dolmen de Cubillejo, los
de Atapuerca, Ibeas de Juarros y otros lugares.
La edad de los metales, bronce o hierro las documentamos en la ermita de Hortigüela,
La Aceña, ambas de la primera etapa. Ya a la segunda corresponden los restos de la peña de
Lara, los torques de Jaramillo Quemado y diferentes restos de castros distribuidos por toda la
zona del valle alto y medio del Arlanza. Pero restos de esta lejana etapa los encontramos en
numerosos yacimientos de la zona. Sin olvidar la cultura de los castros, con presencia destaca
en el Fuerte San Carlos, Son Carazo y la Yecla que se reparte por todas la geografía de la
Demanda, aunque tengan mayor presencia en la zona meridional. En la población de Carazo,
en su término municipal, la arqueología nos señalaba que había al menos tres castros, todos
ellos en la zona de los Montes de Carazo, lo que pone de manifiesto la ocupación y
explotación del territorio desde lejanos tiempos.
La llegada, asentamiento y difusión de la civilización romana tiene su expresión de
mayor interés en la “civitas Lara” y numerosas villas alto y bajo imperiales que se reparten
tanto en la zona de sur, valle del Arlanza y Pedroso, como en la norte en el entorno de
Atapuerca, Arlanzón, Villafranca Montes de Oca y otros lugares como el calle de San
Vicente. De esa etapa dan fe la inscripción funeraria, los restos de la pequeña fortificación y
la calzada, como ponen de manifiesto la carta arqueológica y el inventario más reciente.
Sabemos que desde Clunia Sulpicia partía una calzada que pasaba por los Arauzo, seguía por
las cercanías de Mamolar, se aproximaba a la población de Gete, pasaba por el paraje de San
Andrés y desde Salas se encaminaba a través de la Sierra de la Demanda hasta Tritium
Magallum. Esta vía secundaria, pero de enorme importancia histórica como veremos, pasaba
por las inmediaciones de la villa de La Serna, una amplia y extensa explotación agrícola en el
término de Carazo. A lo anterior hay que sumar la existencia de numerosos núcleos de
población que son el testimonio de las transformaciones habidas en este período. Destacamos
al respecto los de Hortigüela, La Revilla, Mambrillas, Mazariegos, Villaespasa, Jaramillo
Quemado, San Millán de Lara, Quintanilla de las Viñas y un largo etc. No se puede conocer el
grado de romanización habido en esta tierra pero parece que fue bastante alto sin que ello
signifique la desaparición de algunas de sus señas de identidad precedentes.
La Alta Edad Media, con centros tan notables como Santa María de Lara, el
monasterio de San Cosme y San Damián de Covarrubias y numerosas “villae”, como la de La
Serna, nos indican que la transición hacia el mundo medieval en esta tierra se hizo desde
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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planteamientos de la baja romanidad. La cesura en la evolución histórica impuesta por la
desintegración del reino visigodo y la consiguiente desarticulación del territorio, hace que
haya una vuelta a tiempos nunca olvidados del todo en lo que se refiere a la organización
social, económica y tal vez también política. Que esta tierra mantuvo su actividad,
organización y formas de vida lo prueban los numerosos poblados altomedievales y las
numerosas necrópolis existentes en toda la zona, teniendo especial significación algunas de la
zona más escabrosa de la sierra. La Alta Edad Media nos brinda un número bastante elevado
de restos de núcleos de población, numerosos despoblados e importantes restos materiales
como Santa María de Lara, San Millán de Lara, Rupelo, Piedrahita, Lara de los Infantes, San
Pelayo de Arlanza, La Revilla, Barbadillo del Mercado, Amparo, Vizcaínos, San Eulalia en
Carazo, la Virgen del Sol en Carazo, Barbadillo del Pez, Covarrubias y un elevado número de
poblados repartidos por todo el territorio.
En el extremo oriental del valle de Tabladillo se encuentra la población de mayor
entidad e importancia durante la Plena Edad Media después de Lara: el burgo de Santo
Domingo de Silos y también el monasterio de San Sebastián. Este enclave acabará por
absorber el la centralidad del alfoz de Tabaladillo e incluso acabará siendo el centro de la
merindad de su nombre, en el momento de decadencia de la “civitas Lara” y cuando aún no se
había producido el ascenso de Salas..
La documentación de este desde el siglo X es relativamente abundante. El documento
clave para conocer este espacio es el del año 919 o 954 según la corrección de fray Justo
Pérez de Urbel. De ese documento, que tiene no pocas reservas y más que razonables dudas,
se puede caracterizar bastante bien el entorno del cenobio silense. El espacio está bien
definido por los riscos y la garganta del Mataviejas en el este, al sur tennemos la vía que se
dirigía a Santa María, loma de Santa Bárbara y Peña de Nuestra Señora: al oeste la iglesia de
Santiago y la vía de Santa María y al norte la iglesia de Santiago y la de Santiuste, pasando
entre las dos villas de Silos.
En esta zona del alfoz de Tabladillo el doblamiento se basaba en una entidad de
población, la villa de Silos, que a su vez se escindía en dos asentamientos cada uno con su
iglesia. A lo anterior hay que añadir la existencia de varios centros de culto en el entorno
inmediato: Santa María de Valparaíso y San Sebastián, que es el que recibe la supuesta
donación del conde Fernán González. Es más que probable que para entonces ya existiera el
monasterio de San Miguel de Silos, muy cercano al de San Sebastián y fusionado con él el
año 1056, pese a que no se hizo efectivo hasta el año 1067 cuando muere el abad Nuño de
Gete.
A mediados del siglo XI el monasterio que tiene un mayor protagonismo es el de San
Miguel mientras que el de San Sebastián apenas aparece citado en la documentación. Todo
parece indicar que el punto de inflexión y cambio de esta situación tiene que ver con la
llegada del abad Domingo Manso en torno al año 1041 con la categoría de abad de San
Sebastián de Silos. A partir de aquí será este monasterio el centro de la nueva reorganización
de la vida monástica en el valle. Pese a ello lo cierto es que no hay ningún documento de
Fernando I dado a Silos durante el abadiato de Domingo y sólo hay uno de Sancho II. Todo
apunta que el cambio tuvo lugar con Fortunio y sobre todo por la decisiva intervención del
monarca Alfonso VI, auténtico fundador del monasterio de Silos. Será durante el reinado de
Urraca y Alfonso VII cuando el monasterio de Silos tenga el control de la demarcación de
Tabladillo. Fruto de ello es la concesión del fuero al burgo de Silos el año 1135 y algo más
tarde el monasterio logra la confirmación del término de su coto y sus fueros el año 1155. Esa
expansión continuará durante el reinado de Alfonso VIII. Y en 1135 se ratificaba la
centralidad de la villa de Silos para todo el sector serrano.
El siglo XIII viene marcado por la elección de Silos como sede y centro de una
merindad con el nombre de Santo Domingo de Silos que aparece documentada por primera
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
El Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural en la Sierra de La Demanda.
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vez el año 1296. A partir de este momento se reitera esta institución durante la Baja Edad
Media. Durante este período de tiempo tenemos numerosas referencias documentales al
funcionamiento de la villa de Silos. Por el Becerro de las Behetrías conocemos que el año
1352 el señorío de la villa estaba en manos del abad. Sin embargo el año 1432 el abad
transfiere a Pedro Fernández de Velasco el señorío de la villa, lo que mantendrá a lo largo de
la modernidad.
La modernidad nos aportará un caudal informativo muy superior y por tanto la
reconstrucción del pasado tendrá muchos más elementos y se ajustará con mayor fidelidad a
lo que entendemos fue esta tierra. En el censo de 1591-1594, la población de Silos aparece
entre los territorios conocidos como “las tierras del Condestable” y dentro del ámbito
denominado como “Santo Domingo de Silos con sus arrabales”. Esta constatación es la
confirmación del proceso de expansión de los Fernández de Velasco en estas tierras que se
consolida y amplía cuando se hace con la jurisdicción que tuviera el monasterio de Silos a
partir del año 1432.
La modernidad nos aporta un notable caudal informativo a través de los libros
parroquiales, bien desde finales del siglo XVI o desde la primeras décadas del XVII
encontramos los libros de tazmías, matrícula o de fábrica, nos aportarán una importante
documentación para poder reconstruir la evolución de la población de Contreras, los oficios y
las actividades a que se dedican y las reformas y cambios habidos en los templos parroquiales
y ermitas.
A finales del siglos XVI, a través de la información que nos aporta del censo de 159194, sabemos que la población de Silos formaba parte de las “Tierras del Condestable”, la
tercera de las circunscripciones en que se dividía la provincia de Burgos. Conocemos que
además estaba incardinada dentro de “Santo Domingo de Silos con sus arrabales”, entre los
que encontramos Solarana, Contreras, Villanueva çerca de Carazo, Caraço, Ortigüela y
Cascaxares. Era un lugar de señorío compartido entre el Condestable y el monasterio de San
Pedro de Arlanza
Es de la mayor significación para conocer la situación de la villa de Silos, sus fuentes
económicas, las actividades y los oficios; el catastro de la Ensenada elaborado el año 1752. El
cuestionario y las respuestas abordan los elementos más señalados de cada población. Importa
ante todo el “Libro Mayor de la Raíz” o el “libro de personal”. Por el que sabemos el número
de casas, las habitadas o deshabitadas; las tenadas, los pajares o los corrales; la existencia o no
de panadería; si había molinos, cuántos eran y las propiedad de los mismos; los telares; cómo
funcionaban las tabernas; si había o no escuela, médico, boticario; a que partido pertenecían,
en nuestro caso al de Can de Muñó. Tenemos noticias sobre la agricultura, la propiedad de la
tierra y el tipo de cultivo. En suma para un mejor conocimiento de nuestra población será esta
la fuente de mayor importancia juntamente con los libros de las parroquias. Por la
información que nos aporta el informe de la intendencia de Burgos que, en 1785, hecho a
petición del ministro de Estado, conde de Floridablanca, “Santo Domingo de Silos y sus
aldeas” se incardinaba dentro del partido de Aranda como una villa de señorío.
El siglo XIX, se va conformando en una nueva demarcación provincial que empieza a
gestarse desde la constitución de Cádiz, año 1812, se acentúa a partir de 1821 y se decide en
1833. Ese trabajo se completa con la nueva organización municipal que se establece
definitivamente el año 1843. En esa fecha nuestra población con una población de 584
habitantes, una de las mayores del partido de Salas en esos momentos. Santo Domingo de
Silos y sus aldeas adquirirá ahora la independencia jurídica y empezará funcionar como
ayuntamiento constitucional, ya desvinculado jurídicamente de la dependencia señorial
precedente. En esta nueva demarcación se incardinará dentro del partido de Salas de los
Infantes al que sigue vinculado en la actualidad. El liberal Pascual Madoz, en su obra
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
El Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural en la Sierra de La Demanda.
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“Diccionario Geográfico-estadístico de España y sus posesiones de ultramar”, que
publicara entre 1845 y 1850.
3.- Casco urbano: arquitectura popular y edificios auxiliares.
El casco urbano silense, muy condicionado por la presencia del monasterio de San
Sebastián, fue centro del alfoz de Tabladillo primero (a finales del reinado de la reina Urraca
en torno al año 1124); más tarde recibió el fuero dado por Alfonso VII el día 26 de mayo del
año 1135; finalmente pasará a convertirse en la sede de la entidad menor conocida como
Merindad de Santo Domingo de Silos, papel que desempeñará durante la Edad Media y gran
parte de la Moderna. Todo ello explica que estuviera amurallado. De hecho el casco urbano
que vemos en la actualidad en su gran mayoría es el medieval ceñido por la muralla aunque
ésta como tal no se conserve salvo en una parte no muy significada, reutilizada además en
ocasiones para la edificación de construcciones auxiliares (muralla.silos / muralla 4 /
muralla.cald). Madoz dice al respecto : “ Tiene 207 casas circuidas por algunos restos de su
antigua muralla, en que existen cuatro puertas con sólidos arcos …”. De las cuatro puertas
con “sólidos arcos” en la actualidad sólo vemos en pie dos, la de San Juan y de la Calderera,
habiendo desaparecido la de Barbascones, situada junto a la muralla del monasterio en la
parte occidental, que abría camino hacia el valle de Tabladillo y las poblaciones de Aranda y
Lerma. Esta puerta se eliminó al hacer la carretera que inicialmente atravesaba la población de
oeste a este por las calles de Santo Domingo, plaza mayor y calle de los romeros de Cañas.
Hubo una cuarta de la que no conocemos el nombre ni tampoco donde estuvo situada (fotos
de todas las puertas),
P. Madoz continúa :“El término confina al norte con Contreras: al este con Carazo, al
sur con Arauzo de Miel y al oeste con Santibáñez del Val; en él se encuentran las aldeas o
caseríos denominados Yecla, San Quilez, La Calderera, Barbascones y Santiago…”. De estos
caseríos sólo tenemos noticia, sabemos dónde estaban pero no quedan restos, salvo del último
situado donde se ubica en la actualidad el cementerio (Santiago).
La estructura de calles, su ordenamiento y formas nos recuerdan aún el trazado
medieval. Estamos ante una población concentrada, con casas alineadas a lo largo de las
calles y algunas de ellas –pocas- con huertos (cascourb 2/ arpop 3, 4, 7, 8, 11, 13, 16, 23, 24,
25, 26, 37, 40 / calle 1, 3 / ccabreriza). Todavía en muchos casos, donde no se han juntado
más de una casa para edificar otra con posterioridad, es posible ver la típica parcelación
medieval con parcelas estrechas y alargadas lo que determina fachadas de poca anchura y un
mayor desarrollo en altura de la edificación (arpop 32, 38). Este mayor desarrollo en altura
no llegaba a ser de planta y dos pisos en las construcciones tradicionales porque el superior
solía ser tan sólo un doblado ; pero en algunas casas que se han construido nuevas sobre las
parcelas anteriores este desarrollo en altura es muy marcado, rompiendo la tónica tradicional
(arpop 10 / casas nuevas)
En el casco y plano urbano hay tres zonas claramente definidas: el monasterio de
Santo Domingo y entorno; la plaza mayor y el problemático templo de San Pedro y el resto
del entramado urbano ceñido por la muralla (ver plano).
El monasterio tiene entidad por sí mismo y como tal lo analizaremos de forma
particular. Pese a ello no deberemos perder de vista dos hechos que tienen especial incidencia
en el casco urbano. Por un lado está completamente aislado y separado de la villa. Este hecho
no es algo contemporáneo sino que según las noticias que tenemos siempre lo ha estado. Sólo
tuvo relación con el casco urbano a través de los cementerios: uno situado en la zona norte,
frente a la iglesia monacal y el otro ubicado en parte de lo que es la actual plaza mayor,
carretera, calle y plazoleta de entrada a la iglesia conventual y el espacio ocupado por las
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
El Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural en la Sierra de La Demanda.
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escuelas y ayuntamiento actuales. De otra parte la zona no construida del recinto monacal
viene definida por la correspondiente muralla. La actual, salvadas las reformas e
intervenciones recientes, se levantó desde la década de los cuarenta del siglo XVI (en 1548 se
data la portada más antigua) hasta finales de la misma centuria. En 1584 se acaba la portada
actual y la conclusión del resto la tenemos documentada en 1601 (fotos donde sea vea el
monasterio en el pueblo y la cerca).
La iglesia de San Pedro y su barrio, con un largo conflicto jurisdiccional entre el
obispado de Burgos y el abad de Silos, al que se suma una parte importante del barrio de
francos, define otro de los espacios urbanos señalados. La actual plaza, profundamente
alterada en tiempos relativamente recientes, sólo estaba definida en su zona noroeste por el
actual Hotel Tres Coronas, la casa señorial contigua, tan maltratada, y unas edificaciones en la
zona norte y oeste de mucha menor altura que las actuales, como queda constancia en fotos
históricas (fotos de esta zona). Una parte de este espacio, ahora convertido en plaza mayor,
fue con anterioridad un cementerio de tumbas antropomorfas excavadas en roca, como
muchos de los existentes en la zona de la sierra de la Demanda. Parte de él ha permanecido
hasta tiempos recientes. La primera gran agresión la hizo la carretera y la segunda las
reformas de los años sesenta al abrir el actual acceso a la iglesia abacial.
Extramuros de la villa, aproximadamente a un kilómetro en dirección noreste, se
encuentra el convento de San Francisco (Sanfrancisco 3). La fábrica histórica respondía en su
estructura a lo habitual de la orden franciscana. Por ello el elemento en torno al que se
organizaban las edificaciones era el claustro. La iglesia conventual corría paralela a la panda
norte y el resto de las estancias, ante todo la vivienda, se distribuían por las demás alas. La
portería abría al muro este y las celdas de los frailes estaban ante todo al mediodía. La iglesia
conventual, que en lo esencial se conserva, es un edificio característico de los mendicantes,
con planta de cruz latina, capillas al lado de la nave, cúpula en el crucero y remate en
cabecera recta. La portada se abre al muro sur hacia la nave. El templo, por lo que
conservamos y la data que aún puede verse en la portada, año de 1748, es una fábrica del siglo
XVIII, de la primera mitad de la centuria.
Nosotros al realizar el inventario el año 1982 levantamos los planos cuando el lugar
era una venerable ruina llena de maleza. Sólo la iglesia conservaba parte de su alzado,
cabecera, crucero y la portada casi íntegra. En la actualidad se ha rehabilitado y levantado de
nuevo casi en el noventa por ciento.
El resto de la población tiene una historia constructiva muy diferente y diferenciada de
estas dos zonas precedentes. Es aquí donde, pese a los cambios y reformas, aún vemos el
trazado medieval de la villa silense, no muy bien conservado y peor restaurado en las últimas
intervenciones. Significaremos, además de la arquitectura popular, de dos momentos y
tipologías constructivas diferentes, algunos edificios singulares ya cercanos a la historia de los
estilos.
Según la clasificación tipológica establecida por García Grinda para la arquitectura
popular burgalesa, que estamos siguiendo, la del municipio de Silos se incluye en la
subcomarca de Carazo dentro de la comarca de la Sierra de la Demanda, pero en una zona
periférica de ella por lo que tiene contactos con la de las Tierras de Lerma. El resultado de
ello son unas construcciones donde está presente tanto la piedra como los muros de emplenta
y los cuerpos volados, con algunos ejemplos muy interesantes pero en un penoso estado que
no les augura muy buen futuro. La piedra que vemos en las edificaciones es tanto caliza
como arenisca. La primera procede de una cantera local que se ha venido utilizando desde que
se levantó el monasterio de San Sebastián a partir de la segunda mitad del siglo XI. Aunque
hay alguna fachada de sillería lo normal es que los muros sean de sillarejo o mampostería
reforzados en las esquinas con cadenas de sillares. Como es habitual la mampostería aparece
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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protegida por un revoco que tradicionalmente era de calicanto y que podría o no cubrir por
completo la piedra del fondo en función de su mayor o menor grosor, así como tener una
coloración muy blanca. De todo ello tenemos muy buenos ejemplos en la villa de Silos
(arpop 1, 2, 6, 12, 17, 18, 19, 32, 39…), aunque también de muros de mampostería
“limpiados” al arreglarse la casa (Maio 1/ arpop 9, 13, 20, 30…). En las construcciones
auxiliares, numerosas dentro del casco urbano, las piedras de los muros suelen ser de tamaño
muy desigual, preferentemente pequeño, y no estar recogidas con ningún ligante o con barro
(auxiliar 1 /muro piedra).
Una presencia importante en este núcleo de población tienen las emplentas o muros
de entramado de madera. Es una técnica que se desarrolló mucho en época romana y
muchísimo en las épocas medieval y moderna, abandonándose progresivamente a partir del
siglo XIX. En las construcciones auxiliares puede alcanzar toda la planta excepto un pequeño
basamento de piedra. En las viviendas el citado basamento ocupa toda la altura de la primera
planta y la emplenta la superior o superiores. Es conveniente recordar los nombres de los
diferentes elementos de la estructura de madera: los “tramones” son los pies derechos
verticales, las “vigas emplentas” son las horizontales esenciales que se apoyan o sirven de
apoyo a las cabezas de las viguetas de los forjados, los “arriostramientos” o “tornapuntas” son
los que van en diagonal formando en ocasiones cruces de San Andrés, los “puentes” son
horizontales, se colocan entre los tramones y no tienen una función estructural tan
trascendente como las también horizontales emplentas. El relleno puede hacerse con piedra
menuda y cascotes o con adobes; de esta última manera lo vemos en muchos ejemplos de
Silos por lo que creemos interesante detenernos en este material. Las ventajas del adobe son
muchas: la facilidad de su fabricación (sin coste energético, a diferencia del ladrillo), la
flexibilidad de su colocación y sus excelentes cualidades de aislante término y acústico.
Reproducimos por su interés un fragmento de “Arte de Albañilería”, del arquitecto del siglo
XVIII Juan de Villanueva, sobre su elaboración: Para hacer estos adobes se debe buscar una
tierra muy pegajosa y grosera y se debe amasar muy bien, mezclándola con un poco de
estiércol o paja para que tenga más unión. Después de bien amasada, se echa en unos
marcos o gradillas de la medida que se quiere dar a los adobes y extendiéndolo dentro de
ellos sobre un plano espolvoreado hasta llenarlos, se enrasan y quita lo que sobre con un
rasero. Hecho lo cual, se levanta la gradilla (…) para que se despeguen con facilidad
espolvorean con polvo o ceniza la gredilla antes de echar el barro. Finalmente todo ello se
reviste con mortero de barro, cal o yeso, que lo cubre todo excepto cuando la madera es de
sabina o enebro algo frecuente en este núcleo de población.
Los ejemplos de este tipo de muros en Silos son muy numerosos (alzado / arpop 22,
28, 35, 37 /arpopvol 1 / emplenta / entramado 2, 6, 8, 9, 10…). Deseamos detenernos en
algunos de ellos para incidir un poco más en sus peculiaridades: por ejemplo en los de las F.
22 y 28 apreciamos que el relleno es tanto de piedra menuda como de adobe; en las F. 35 y
37 observamos como el grueso revoco cubría por completo toda la estructura y que al
desaparecer éste parcialmente vemos riostras formando cruces de San Andrés; en la F.
“emplenta” apreciamos relleno tanto de adobes como de piedras ligadas con barro así como
los tramones muy juntos. Y así podríamos irnos deteniendo una a una en estas interesantes
estructuras que tienen sus días contados y cuyas peculiaridades recogemos en las fotografías.
Con estas emplentas se construyen en Silos muchos cuerpos volados. Ninguno de
ellos es de tipo balcón o solana sino que son todos cerrados; distinguimos dos tipos: los que
son de escaso vuelo, se montan sobre el saliente de las viguetas del forjado del piso y por lo
tanto se adelantan poco respecto al plano del muro inferior (arpop 35, 37); los de vuelo más
marcado que necesitan apeos en forma de tornapuntas o de pies derechos de madera o incluso
de piedra a modo de columnas (arpop 14, 15, 16, 22…).
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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Vamos a analizar a continuación los vanos. Por lo que se refiere a las ventanas hay
que diferenciar las que se abren en muros de piedra y las que lo hacen en muros de emplenta.
En las casas más antiguas, sea el tipo de muro que sea, lo habitual es el tamaño pequeño –
minúsculo en ocasiones-; en los muros de emplenta el tamaño nunca cambió demasiado pero
en los de piedra los vanos sí tendieron a agrandarse apareciendo incluso balcones. Todavía
podemos ver algún ventanuco diminuto –frecuentemente de una pieza- en muros de piedra
(arpop 12, 19), pero lo más habitual en éstos es la ventana de proporciones cuadradas
enmarcada por cuatro grandes sillares bien labrados por la parte que da hacia el vano y
dejados más irregulares en la parte que deben trabarse con la mampostería del muro (vano 1 /
arpop 6, 12, 19, 40…). Vemos también algún caso de ventanas cuyo enmarque se encala para
aumentar el efecto de luminosidad (arpop 39) y otras cuyo encuadre se hace con ladrillos
cerámicos o galleteros (arpop 33) jugando con la disposición vertical, horizontal u oblicua de
éstos. Un apartado especial merecen los balcones, muy abundantes en esta localidad, que son
de los dos tipos más habituales: simplemente un vano de mayor altura que las ventanas y
protegida su mitad inferior por un barandal pero sin vuelo, o el balcón de mayor porte que
vuela sobre el plano de la fachada (arpop 7, 20, 30, 31, 38, casonaplaza…). Creemos que
debe ser destacado el balcón de la F.30 puesto que su volado se apea en tres vistosas
ménsulas.
Capítulo interesante lo constituyen las ventanas de los muros de emplenta. Suelen ser
de pequeño tamaño, algunas muy pequeño, de proporciones cuadradas y formarse con cuatro
piezas de madera (entramado 8, 9, 10…). En las que aún lo conservan es también muy
interesante analizar las piezas de cerramiento del vano, generalmente las dos hojas habituales
en casi cualquier ventana, pero aquí con ninguna o muy poca superficie destinada al cristal,
claro indicio del primitivismo de este tipo de vanos y de los muros en los que se abren
(entramado 2 / entramado 6).
Vanos son también los bocarones o butrones que son a modo de puertas en altura por
donde se introduce a las cuadras directamente desde el exterior la hierba o la paja (auxiliar 1/
arpop 28).
La portadas son otro de los vanos fundamentales en las viviendas. Salvo alguna
excepción en Silos son adinteladas; en los muros de mampostería lo normal es que las
encuadren gruesos sillares en las jambas y un dintel monolítico de arenisca. No hemos
encontrado ejemplos de un segundo dintel de descarga. Sí por el contrario de dinteles
ligeramente curvados e incluso de dinteles adovelados; en estos casos la piedra empleada
suele ser la caliza más adecuada para este tipo de cortes (puerta 4 / arpop 5 , 33). Tenemos
también algún ejemplo de portada en la que los sillares de apeo del dintel adoptan forma de
medias zapatas elegantemente molduradas (arpopvol / portada 1675). Las portadas con
estructura de arco de medio punto habitualmente las asociamos a edificios nobles o de un
cierto porte; así ocurre en Silos en el dieciochesco edificio que ocupa actualmente el Hotel
Tres Coronas, donde el arco lleva su rosca decorada y sus jambas cajeadas al gusto barroco
(foto portada). Pero también vemos una portada así en una casa con segundo cuerpo volado
sobre soportales (arpop 14). Portada configurada por un gran arco tuvo también la casona que
vemos en la plaza, que fue posteriormente tapiada y sustituida por dos adinteladas.
Las portadas de las construcciones auxiliares o incluso de viviendas en las que el muro es de
mampostería muy menuda suelen tener tanto las jambas como el dintel de madera (auxiliar 1 /
puerta).
Dado que lo más frecuente en la población de Sto. Domingo de Silos son las casas
formando manzanas en hilera a lo largo de las calles, lo más habitual es el tejado a dos aguas
que originalmente, cuando las viviendas tuvieron la misma o muy similar altura, fue
prácticamente continuo (arpop 7, 19, 22…); hoy día, los arreglos y transformaciones de unas
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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casas sí y de otras no, ha dado lugar en algunos casos a alturas muy diferentes perdiéndose en
gran medida esa uniformidad (arpop 10, 11…). En las construcciones auxiliares exentas o que
ocupan el extremo de una manzana dicho tejado se percibe muy bien dado la escasa altura de
la edificación (auxiliar 1). Los tejados vuelan sobre dos tipos de aleros: el tejaroz formado
por varias hileras de tejas superpuestas, presente sobre todo en construcciones de
mampostería (arpop 8, 19, 33, 38...); y el alero de madera, bien formado por los propios
cabios de la cubierta salientes (frecuente en las construcciones auxiliares) o por una tablazón
sostenida por canes, decorados o no. Este segundo tipo de alero es el que predomina, por un
lado, en las construcciones de emplenta, siendo generalmente bastante volado (arpop 6, 28,
32 / alero 1 / emplenta / entramado 6) y, por otro, en muchas casonas, aunque en Silos varias
de las existentes lo tienen de piedra, con molduraciones sencillas que se limitan en algún caso
a una estructura de caveto (arpop 17, 18, 20 / Trescoronas 6).
Sobre los tejados de Silos sólo vemos asomar alguna de las chimeneas de campana
que a buen seguro abundaron en el pasado (arpop 25); hablaremos de ellas un poco más
adelante, al tratar de las cocinas. Vemos también varias mansardas, nada extraño en la
arquitectura popular de esta población con casas apiñadas en hilera de poca superficie de
planta, en las que la planta baja muy amenudo la ocupaban casi por completo las cuadras y el
doblado era frecuentemente zona vividera por lo que necesitaba aire y luz (arpop 30, 31, 39)
La estructura interna de la casa suele estar formada por una serie de pies derechos de
madera, en esta localidad muy a menudo el enebro o la sabina, sobre los que descansan las
vigas; ellas son luego las que soportan, trasversalmente las viguetas sobre las que se levanta
el piso superior y en su caso el doblado. Este esqueleto de madera se aprecia exteriormente en
aquellas casas que han perdido el revoco de su mampostería o que posiblemente nunca lo
tuvieron como ocurre en las construcciones auxiliares (arpop 2 / emplenta / muro piedra). Se
aprecia también interiormente puesto que los muros medianeros entre las casas adosadas y los
tabiques de compartimentación interna de las viviendas solían ser de entramado de madera
con relleno de adobe; incluso es las más antiguas (algo ya muy difícil de encontrar aunque
alguna localidad nos depare una sorpresa) era algo tan simple como un encestado de ramas
revocado con barro.
El piso inferior normalmente tenía un pequeño zaguán desde el que se accedía a las
estancias delanteras que muchas veces no solían ser vivideras sino tener funciones de pequeño
taller de trabajo, almacén de productos agrícolas o para guardar aperos, leña…etc. Al fondo
de la planta baja solían estar las cuadras del ganado vacuno o caballar que se empleaba en las
tareas de labranza. De todos modos en esta población esa disposición no la tenían todas las
casas pues en las de menor anchura –muy numerosas- la planta baja la ocupaba sólo un
pequeño zaguán, el acceso a la escalera resguardada y defendida mediante una puerta y sobre
todo las cuadras. En la planta superior la estancia principal era la cocina que, como en todas
las arquitecturas de montaña, jugaba aquí un papel trascendente. Es esta una estancia amplia
de planta cuadrada o cuadrangular en la que se inscribe un octógono que sirve de apeo a la
chimenea de campa de base circular. El hogar puede estar en el centro o adosado a uno de los
muros, con un elemento de madera giratorio sobre el que coloca el “allar¨o “llar” del que
cuelgan algunos recipientes. En los muros suele haber adosados bancos con alto respaldo y
una mesa plegable. La chimenea tradicional es de encestado con palos verticales y un cuidado
entramado de mimbres recubierto de arcilla. Por el exterior está recubierta de tejas
imbricadas. Reproducimos por su interés las descripciones de Torres Balbás: “La cocina es
siempre lo más esencial (….) a dos metros y medio del suelo colocánse unos cargaderos que
convierten la planta cuadrada en octogonal, levantándose sobre ellos la campana, cónica,
que cubre totalmente la cocina, no tiene más luz que la que entra por la parte superior de la
chimenea a través de su copete de tablas. El ingreso a estas cocinas queda siempre cortado
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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por un tabique que hace de biombo y sirve al mismo tiempo que para evitar la entrada
directa del aire, de apoyo al hogar. En ellas suele estar el horno; la perezosa, mesa plegable
a la pared; el burro o soporte giratorio para tener la caldera; los escaños…etc. Para
construir la chimenea se toman unas colondas (palos verticales) y se entrelazan con cestería
de ramas flexibles (bardas y bardones) de enebro o de sabina; se recubre exteriormente de un
escamado de trozos de teja, rematando con un copete calado de madera”.
El resto del espacio podía estar organizado en salas con las correspondientes alcobas o
con otro tipo de compartimentaciones dando lugar a espacios de uso versátil. Sí era muy
frecuente que en el fondo de la casa, sobre las cuadras, se reservara un espacio para almacenar
hierba o paja, que se vertía directamente sobre la cuadra eliminando en una parte el suelotecho que las separaba; desde el exterior solía introducirse a través de una puerta en altura que
recibe el nombre de bocarón o butrón (auxiliar 1/ arpop 28). Cuando había desván solía ser
diáfano, sin ninguna compartimentación, aunque ya hemos visto como en Silos la presencia
de mansardas nos puede estar indicando que éste espacio tenía también usos de vivienda.
Especial relevancia por sus formas, organización de la fachada y estructura del interior
de la construcción tienen algunas casonas de porte nobiliario y cercanas a las formas y
planteamientos de los estilos artísticos. La casa de mayor antigüedad que hemos podido
documentar es una de la calle Herrería, calle que arranca de la de Santo Domingo de Silos,
frente a la muralla del monasterio que lleva el número 5. En el dintel de piedra de la puerta
leemos:
“AÑO DE 1683. ALAVADO SEA
EL SANTÍSIMO SACRAM
ENTO”
En la calle Condesas, una de las que atraviesa la población de norte a sur, en una
pequeña plazoleta, encontramos una casa solariega, con fachada armónica, de sillarejo con
cadenas de sillares en los ángulos y escudo de caballero de la orden de Alcántara en la
fachada (arpop 20). Interesa igualmente la casona contigua, que lleva el rótulo de “Casa
Augusto Septién Salesiano”. Haciendo ángulo con esta plazoleta y la calle está la conocida
como casa de la familia “Maio”. Según dicen es una casa solariega de un caballero que, con el
grado de alférez, participó en la guerra de Granada. El edificio actual se levanta sobre el solar
anterior, parece una obra del siglo XVII. Esta casona ha tenido diferentes usos después que la
dejaran sus nobles inquilinos, entre otros el de cárcel municipal; actualmente es la sede del
museo “Los sonidos de la tierra”, con una importante exposición de instrumentos musicales.
La leyenda situada junto a los escudos que flanquean la fachada hace alusión a la Virgen
Inmaculada concebida sin pecado de origen (varias fotos de Maio).
Otro edificio reseñable, ubicado la calle Santo Domingo de Silos, frente a la iglesia del
monasterio, con escudos y fachada de piedra de sillería, nos dicen que fue un hospedería de
peregrinas. En el escudo podemos leer: “Spes mea, deus”.
En la plaza mayor, la que está frente al ayuntamiento y templo de San Pedro, hay dos
casas de porte nobiliario. La primera está notablemente alterada al haberla convertido en
sendas casas y adosar otras que la han desvirtuado (casonaplaza). Pero la segunda es una de
las casas nobiliarias de mayor entidad porque está completamente exenta y la fachada
principal responde a las pautas estilísticas del barroco dieciochesco. Es una construcción en la
que la fachada principal se articula en dos cuerpos. En el inferior destaca la portada con
trasdós decorado con casetones y los vanos, a diferente altura que flanquean la entrada. Una
moldura señala el piso principal con balcón en el centro que presenta cuidadas molduras,
acompañado de otros dos balcones, con sencillo herraje de molduras con orejas en los ángulos
superiores. El conjunto se remata en una cuidada cornisa precedida de una en entablamento
con triglifos y metopas. En el centro resalta el escudo nobiliario, protegido con una cornisa y
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
El Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural en la Sierra de La Demanda.
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elevado del resto. Las otras tres fachadas no presentan esta organización, los muros son de
mampostería o sillarejo y en los ángulos vemos las correspondientes cadenas de sillares. La
cubierta es a cuatro aguas.
Los datos históricos indican que fue la residencia de un noble de origen cántabro,
Domingo Septién. Algunos de los miembros más destacados de esa familia fueron escribanos
y secretarios del sector nobiliario de Silos. Uno de ellos, Domingo Septién, es ante quien
comparecen varios arquitectos para dar fe de la necesidad de derribar la iglesia románico
abacial porque amenazaba ruina y para poder luego levantar la actual. Nos dicen que luego
pasó a ser propiedad de la familia Castrillo y se convirtió en farmacia. Luego de varios
avatares en lo que se refiere a la propiedad, acabó siendo comprada por Emeterio Martín que
instaló en ella el hotel Tres Coronas. Así permanece en la actualidad (fotos)
Dentro del casco urbano junto a las viviendas encontramos edificios que convenimos
en llamar auxiliares. En Silos algunas de estas construcciones están ubicadas en la zona
cercana a la antigua muralla, cerca de la calle de San Pelayo, ante todo en la zona norte
(Murallasilos). También los encontramos en la zona de la puerta de la “Calderera”. De todas
las maneras, como ya hemos indicado al hablar de la disposición de la planta baja, la vivienda
ha servido hasta tiempos recientes para cuadra de las vacas y para los cerdos.
Las tenadas, destinadas sobre todo a guardar rebaño ovino o caprino, en su mayor
parte no está en la actualidad en el casco urbano. Las que hubo, estuvieron situadas en la
zona alta y más exterior de la villa en la zona por donde partían los caminos hacia Contreras,
Carazo y Retuerta. Las más características son las de muros son de piedra, sin revoco, con una
puerta de considerables dimensiones en la fachada sur a veces con sendos ventanucos. La
cubierta habitual es a dos aguas, tanto las que están el pueblo como las que vemos distribuidas
por los montes, solas o en pequeñas agrupaciones de mayo o menor entidad (auxiliar 1).
Un edificio frecuente en muchas localidades es la fragua que se asocia o está cerca del
potro. En Silos tenemos noticia de que ambos existieron pero han desaparecido. La fragua se
compone de un fuelle, hogar para calentar el hierro, yunque y un pilón de agua para templar
las herramientas o utensilios reparados o elaborados. El potro es una sencilla estructura de
madera, de uso público, preparada para herrar los animales de uso, bien para el trabajo o para
el transporte.
En Silos encontramos hornos y horneras, de propiedad pública y privada. Es un
edificio habitual en todos las poblaciones, generalmente de planta cuadrada, con un horno
fabricado de adobe en forma cónica, colocado sobre una plataforma de piedra. Le acompañan
la artesa o artesas donde se prepara la masa, un banco para depositar la masa preparada para
cocer y las palas. También hay un espacio para ubicar la leña que se utiliza para calentar el
horno. La boca del horno, donde se enciende inicialmente el fuego, comunica con una
chimenea para la salida de humos. Es un edificios que tiene habitualmente cubierta a cuarto
aguas porque suele ser una construcción exenta y de planta cuadrada. De todos modos en
Silos el horno más espectacular, auténtica reliquia del pasado es el que vemos adosado al
muro de la casa, en el piso de vivienda, junto a la cocina de campana (emplenta / entramado
2/ horno).
Otro elemento señalado en nuestra población son las fuentes. En la plaza de la villa
vemos una de varios caños y con conducción de agua a través de tubería; pero sin duda la más
señalada es el gran manantial conocido como “fuente grande”, bordeado de losas de piedra,
que en realidad surte de agua al monasterio a través de la “fuente del cañuelo” o “del santo” y
que además aporta agua al lavadero cercano. No tenemos noticia de la existencia de otras
fuentes significativas y tampoco hemos vista ninguna de las cubiertas con piedra formando la
bóveda de medio cañón que denominamos de tipo romano, muy común en la mayor parte
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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poblaciones serranas. El lavadero silense responde a los de pileta, de piedra, inclinada hacia el
interior, por donde corre el agua. Aún se conserva la estructura del tejado cubierto a dos aguas
con el sistema tradicional del parhilera (foto lavadero)
Otro de los edificios habituales en la mayor parte de las poblaciones es el molino. En
Silos tenemos noticias de que en el siglo XIX hubo cuatro molinos, así lo recoge Madoz, pero
nosotros únicamente hemos podido localizar tres. Uno de ellos se situaba a la vera de la
antigua calzada y puente romano, cerca del arco de San Juan, extramuros de la villa. En la
actualidad en el espacio que ocupa se levanta el hotel Arco de San Juan. El segundo, del que
aún podemos ver la edificación, el caz y el desagüe, se sitúa a mano izquierda de la carretera
que desde Silos va camino de Caleruega luego de atravesar los túneles de la Yecla. Por los
datos que tenemos ambos eran de tipo rodezno y han sido utilizados hasta la década de los
setenta del siglo pasado. La construcción que conservamos es de planta rectangular, casi un
cuadrado, los muros son de piedra, la cubierta a dos aguas y la caída del agua se hace por la
zona noreste y el desagüe al Mataviejas, por la fachada suroeste. El tercero se encuentra ya
bastante alejado de la villa silense, aguas abajo del Mataviejas, en las cercanías de la ermita
de San Cecilia. Se conserva en la actualidad en buen estado pues ha sido utilizado hasta
tiempo reciente.
Sin que sean construcciones en sentido estricto, nos importa destacar ahora algunos
elementos expresión de jurisdicción, los rollos o picotas, y otros de delimitación sagrada y de
devoción como son los cruceros. En Silos se ha reconstruido la picota ubicada en una
plazoleta en la zona alta del pueblo. Tanto las gradas, tiene tres, como la columnas y el
remate, responden a los usos tradicionales. Parece una obra que pudiera ser del siglo XVI o tal
vez XVII. Los cruceros, aunque existen, no tiene especial relevancia.
En este mundo serrano suelen ser elementos destacables las puertas de madera que
cierran los vanos de acceso a las viviendas. Aunque en Silos muchas de ellas han
desaparecido, las que se conservan son de la tipología de puertas de una sola hoja
configuradas por una especie de sólido bastidor de madera sobre el que se clavan tablones de
gran envergadura cuyos bordes suelen estar biselados e incluso moldurados. En estas puertas
se abre un cuarterón. Alguna de las pocas que se conservan en esta población destacan por su
anchura e incluso por incorporar rejas al cuarterón (arpop 32 / portada 1675). Finalmente,
aunque anteriormente al hablar de las ventanas ya los hemos mencionado, destacar los
cerramientos también de madera de las ventanas más antiguas, la mayoría de ellas en
muros de emplenta: suelen ser una o dos hojas acasetonadas que en ocasiones no tienen
cristal, en otras éste ocupa sólo los casetones superiores o los intermedios y en otras todos,
pero conservando siempre una gruesa cuadrícula de madera para que los cristales necesarios
sean de pequeño tamaño. Estas ventanas son sin duda uno de los rasgos más antiguos de la
arquitectura popular silense (entramado 2 / entramado 6 / alero 4)
4.- La arquitectura de función religiosa.
a) La evolución de la fábrica del monasterio de San Sebastián de Silos desde
sus orígenes a nuestros días.
Plantear una reconstrucción de las edificaciones monásticas a lo largo del tiempo
histórico del cenobio de Santo Domingo de Silos pudiera parecer una pretensión fatua y sin
mayor sentido, pero entendemos que es una empresa estrictamente necesaria, pues de esa
tarea se puede obtener respuesta a algunos interrogantes que gravitan sobre este conocido
cenobio. Hay que aclarar que aunque esta reconstrucción se realizará en base a la
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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documentación histórica cuando sea posible, tendrá como punto de apoyo fundamental los
restos arqueológicos del lugar. Cuando no sea posible esa apoyatura se indicará que es una
hipótesis amparada en otros planteamientos.
1.- El monasterio medieval
1.1.- Los monasterios antes del año 1041.
A tenor de las informaciones históricas, el monasterio de Santo Domingo de Silos
tiene su precedente en el de San Sebastián que, a su vez, resulta del proceso de fusión de otros
anteriores bajo la autoridad del abad Domingo Manso (S. Sebastián y S. Miguel entre otros) a
partir del año 1056, se hará efectiva a la muerte del abad Nuño (año 1067).
Con las dudas que presenta el supuesto documento fundacional del monasterio de San
Sebastián del año 954 (3 de junio) -es un documento falso y falsificado hacia mediadosdel
siglo XIII-, sabemos que en ese momento existía ya una basílica en el suburbio de Tabladillo,
junto al Ura. Poseía reliquias de San Sebastián, San Pedro, San Pablo y San Millán. Se supone
vivía bajo la regla de San Benito, era de varones y se podía situar en torno a lo que es el
claustro actual. Al mismo daban la iglesia y el resto de las dependencias sin que podamos
especificar cuáles eran y dónde estaban. Por lo que era habitual en los monasterios parece que
debiéramos encontrar: sala capitular (tal vez no lejos de la actual), dormitorio (encima de la
misma), refectorio, archivo-scriptorium. Todo ello si suponemos que estamos en monasterio
de una comunidad de observancia benedictina.
Había otro monasterio bajo la advocación de San Miguel, San Martín y Santa María.
La documentación a él referente, libros y otros derechos pasaron al primero por el acuerdo
habido entre los abades Domingo Manso y Nuño de Gete “Xete” (que se hizo efectivo el año
1067 a la muerte del segundo). La opinión generalizada es que era femenino, observaba la
regla hispánica y tenía mayor importancia jurídica que el de San Sebastián. Compartía con él
la iglesia. Del resto de las dependencias aún podemos decir menos que en el caso del
monasterio anterior. Tradicionalmente se le han adjudicado dos zonas distintas: Al norte del
templo abacial, tal vez en las cercanías del ala occidental del claustro actual, probablemente
en la conocida como "antigua bodega de los monjes llamada iglesia de San Miguel"; al sur de
la iglesia de San Sebastián, en la zona occidental. Por su parte Baltasar Díaz dice que estaba
en "qui paries Borealis communis erat atrio, et ipsi ecclesiae St. Michaelis monialium". Se
debe deducir de todo ello que había un monasterio dúplice con doble advocación. Uno de
ellos tenía sus estancias sobre parte del claustro actual, el otro se ubicaba hacia el oeste y
tenían en común el templo.
El edificio que nos permite mayor precisión es la iglesia, suponemos común a ambos
monasterios. Es probable que se tratara de una edificación de formas prerrománicas, de
similares características a otras construcciones del siglo X del entorno. Aunque hay alguna
reconstrucción que nos la presenta como un templo de tres naves y tres ábsides, parece que de
existir, tuvo una sola rematada en una cabecera con forma cuadrangular. Debió tener una
portada a los pies o abierta al muro meridional. Este templo es el que pudo servir al
monasterio que el año 1019 logra recuperar la vida monástica organizándose como
monasterio familiar y dúplice (¿dentro del benedictinismo?), algo bastante frecuente en la
zona. Con posterioridad se abre una portada al claustro y otra a los pies de la iglesia. La
restauración del santo abad Domingo parece que pudo consistir en iniciar la transformación
del templo precedente en una construcción de tres naves, algo mayor la central que las
laterales y tres ábsides de planta semicircular en su interior y rectos al exterior.
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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1.2.- El monasterio del abad Domingo Manso (1041?-1073).
Cuando este monje, ligado a San Millán de la Cogolla, recibe el encargo real (con
categoría de abad) de recuperar el señorío de San Sebastián se encuentra con un panorama
poco alentador y prometedor: debe rehacer las construcciones monásticas (iglesia y otras
dependencias). Según recuerda su biógrafo Grimaldo, hacia 1056 ha logrado con creces su
objetivo y además ha unificado los dos monasterios precedentes bajo la batuta de San
Sebastián, aunque con algunas condiciones. No es aún una entidad de primera magnitud entre
las castellanas pero al menos está organizada y va ocupando poco a poco un papel principal
en el valle de Tabladillo.
Llegados aquí las dudas y lagunas documentales a la hora de recuperar el monasterio
que "restaura" son muy grandes y difíciles de resolver. ¿Hace algo de nueva planta o
simplemente recupera y rehabilita lo ya existente? ¿Qué características tenían las
construcciones monacales? ¿Debemos colocar en su haber el diseño del monasterio románico
o por contra el mismo es obra ya de su sucesor Fortunio? ¿Su obra hay que incluirla dentro de
la reforma monástica aprobada a partir del concilio de Coyanza (1055), con una tendencia a
aceptar la observancia benedictina?. Estas dudas y algunas más que se pudieran plantear nos
colocan en la senda de las posibles soluciones a la imagen y estancias que pudo tener el
monasterio de San Sebastián hasta 1056 y conocer el alcance de las restauraciones y
reedificaciones llevadas a cabo.
Los datos que aporta el biógrafo Grimaldo, los restos que han llegado hasta nosotros y
lo que sucede en los otros grandes monasterios benedictinos de la zona no avalan la hipótesis
de un monasterio del románico pleno pensado e iniciado por santo Domingo sino que más
bien esas formas se deben colocar en el haber de Fortunio. Pero ¿qué características tenía?
Hemos de pensar que no sería muy distinto de San Millán de la Cogolla, que su fisonomía no
cambia cuando se integra el de San Miguel y que su trazado se ajusta al de los monasterios
hispanos.
Parece que en este momento el monasterio, supuestamente ligado al benedictinismo
desde el manipulado y falsificado documento fundacional del año 954, inicia la acomodación
a los usos benedictinos y se organiza en torno al claustro. Nada conocemos con exactitud de
sus formas, arquitectura y espacio preciso que ocupaba. Si hacemos caso a lo que nos informa
Grimaldo, el claustro ya existía en el sentido que hoy entendemos por tal pues el año 1073 el
abad restaurador es enterrado en él ante las puertas de la iglesia "intra claustrum fratrum, ante
portas ecclesie". A este santo varón debemos atribuir la restauración, reconstrucción y
restitución de la ornamentación y construcciones a su primer y mejor estado, según se deduce
de las noticias que aporta su biógrafo Grimaldo.
No conocemos con exactitud cuando se concluyen esos trabajos; la información que
nos aporta un documento del año 1056 pudiera ser la clave en este complicado asunto. En esa
fecha las advocaciones del monasterio son de S. Sebastián, Santa María y San Martín. Es el
momento en que el abad Nuño y el presbítero Muño entregan el monasterio de S. Miguel
("omnia ad integro concedimus post obitum nostrum"). Parece que hasta ese momento la
iglesia tenía un único altar y a partir de aquí posee tres, cada uno ubicado en un ábside
diferente según se ha podido comprobar a través de las descripciones realizadas en el siglos
XVIII cuando se descubren al hacer el nuevo templo.
El proceso de ampliación de la iglesia debió plantear algunos problemas (a causa de la
orografía del espacio en que se ubica el monasterio o por otras razones desconocidas) y se
optó por hacerlo hacia el atrio añadiendo dos naves a la existente, siendo algo mayor la
central. Según nos informan los estudiosos, se adopta una solución parecida a la empleada por
entonces en San Salvador de Leyre o San Millán de la Cogolla, con pilares circulares
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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monolíticos. Las "Memoriae silenses" nos informan que los mismos eran bajos “crassisimi”,
estaban encapitelados y eran de formas jónicas. Estos soportes son usuales en las
ampliaciones de los siglos X y XI, algo que pudo ver el propio abad Domingo en el templo de
San Millán. De parecidas características debía ser la primitiva iglesia del cercano monasterio
de San Pedro de Arlanza de la que únicamente conservamos algunos lienzos del muro sur. Se
debe suponer que la cubierta fuera de madera (armazón) para las naves y abovedada para los
ábsides. Algunos autores significan la existencia de dos edículos (es una hipótesis sugerente
pero sin bases documentales ni arqueológicas), estancias que simularían un crucero, que
avalarían la celebración de la liturgia hispánica (la puerta de San Miguel de que hablan los
textos debería corresponderse con el acceso a una de las estancias existentes). Se puede
suponer que la ampliación del antiguo templo (siempre dentro de las formas del primer
románico) se hace a partir de una iglesia de una sola nave (seguramente no muy diferente de
la de San Pedro el Viejo de Arlanza, de la más cercana de santa Cecilia, iglesia parroquial de
Vizcaínos, ermita de Cueva de Juarros, Villanueva de Carazo, Tolbaños de Abajo…) y que el
resultado final fuera una edificación de tres naves rematadas en los correspondientes ábsides
de planta semicircular en su interior pero sin los supuestos edículos. Los aportes
arqueológicos de la base de la torre románica indican que la misma se realiza después de la
iglesia, pues calza sobre el muro preexistente y no se engatilla en el mismo. Esta ubicación de
la torre es algo habitual en muchos templos de la zona de la Sierra desde el siglo XI, hecho
que se prolongará y trasladará a los usos del románico pleno en la zona. Parece lógica la
existencia de una puerta a los pies de la nave central y otra, la de San Miguel, abierta en el
muro meridional de la nave de la epístola que daba directamente al espacio claustral. La
existencia de ambas puertas hace que se pueda conjugar el texto de Grimaldo y el epígrafe
colocado junto al sepulcro. Junto a ellas la arqueología ha demostrado la existencia de una
portada practicada en el muro norte que comunicaba con el atrio o iglesia de San Miguel
sobre la que más tarde se levantará un notable pórtico. La portada de San Miguel era de
estructura sencilla, desde ella se accedía a la iglesia baja mediante seis escalones y no tuvo
escultura monumental. Todo parece indicar que este vano debía ser muy similar del que
encontramos en los templos de San Pedro de Arlanza y San Salvador de Oña.
Esta ampliación y profundas reformas de la iglesia abacial se debieron dar comienzo a
partir del año 1067, momento en que muere el abad “Nunnius” y por tanto el monasterio de
San Miguel se integra plenamente en el de San Sebastián, pues según el textos del año 1056
esa integración plena se debía suceder “post obitum nostrum”. Es más que probable que en
este momento se de comienzo a levantar los planos del monasterio y, que la iglesia, ya de
cinco tramos, sea una de las decisiones importantes.
1.3.- El monasterio románico.
Debemos iniciar este recorrido por lo que fuera el espacio ocupado por el monasterio
románico -nos referimos a las construcciones del románico pleno- aludiendo a la
reconstrucción que del mismo realizara el monje silense Román Sáinz. En lo fundamental el
trabajo de este benemérito e infatigable monje sigue siendo válido pero se hacen necesarias
algunas matizaciones y puntualizaciones que aclaren al día de hoy la posible reconstrucción
de esa fábrica.
Hay que tener presente que estamos, ahora sí, ante un monasterio de monjes negros
(benedictinos) pero no ligado directamente al mundo cluniacense. A lo anterior debemos
añadir la sospecha de que el aura de santidad del abad Domingo Manso y los excelentes
oficios de su sucesor Fortunio convierten a San Sebastián de Silos en un centro especialmente
considerado y tratado con esmero por el monarca reinante, Alfonso VI. Silos se va a ver
particularmente favorecido por la corte y su entorno, entrando la institución bajo el patrocinio
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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regio, hecho que, con diferentes altibajos, va a mantener hasta la desamortización del siglo
XIX.
La reforma monástica castellana se inicia a partir del concilio de Coyanza (1055),
aunque la misma da sus frutos más tardíamente en lo que hace referencia a la transformación
de los edificios de la mayor parte de los grandes señoríos monacales. Unos dentro de la órbita
cluniacense y otros con mayor independencia, acogen indefectiblemente las nuevas formas
constructivas y decorativas llegando a veces a verdaderas cumbres de la arquitectura,
escultura, pintura etc… Al igual que los abades de los monasterios castellanos de Arlanza,
Cardeña y Oña, el de Silos va a emprender una tarea constructiva que durará más allá del
siglo y que configura el que hemos denominado "monasterio románico". Para una más clara
explicación y comprensión, vamos a documentar brevemente las distintas dependencias que
podemos reconstruir con certeza o con algunas garantías de certidumbre.
1.3.1. El claustro.
Sin que sepamos la fecha exacta de su comienzo, parece que el mismo estaba
construyéndose hacia el año 1088, cuando tiene lugar la hipotética consagración de la iglesia
baja y tal vez parte del claustro, a la muy probablemente ahora se traslada el cuerpo del santo
abad Domingo. No sería extraño que es hipotética consgración haga referencia a este hecho.
Los datos arqueológicos que aún podemos contemplar en los propios muros de esta
dependencia indican que inicialmente se pensó de una sola planta, de formas cuadradas, con
galerías de catorce arcadas, gruesos pilares en los ángulos y quíntuple columna con
contrafuerte exterior en el centro de cada una de ellas. Se puede demostrar arqueológicamente
que llegó a levantarse de una sola planta. Esta primera fábrica tenía abierta en su zona este la
sala capitular y sobre ella se ubicaba el primitivo dormitorio. Aún podemos ver algunas de las
ventanas de aspillera que iluminaban esta estancia y más tarde indirectamente la portada de
las Vírgenes, abierta en el brazo meridional de la nave transversal del templo. La crujía norte
se adosaba al muro meridional de la iglesia. Aquí existía una portada, la de San Miguel, desde
la que se accedía a la iglesia, parece que tuvo igualmente una lápida con la inscripción de su
hipotética consagración el año 1088 y varios signos de la misma.
Los datos arqueológicos vienen en nuestra ayuda y nos informan que la crujía norte ha
sido retranqueada respecto a su alineación primera, el pilar del ángulo N.E. ha cambiado la
orientación respecto a la crujía este, se ha movido el pilar del ángulo N.O. y se han añadido
dos arcadas al plan primero. No tenemos documentación que nos informe del momento en
que se llevan a cabo esas remodelaciones, pero parece que muy bien pudieran iniciarse las
reformas en el momento que se hace cargo de la abadía D. Juan I hacia 1.110. Las galerías
oeste y sur, tal como las vemos en la actualidad, se levantan de acuerdo con los planes
primeros pero se prolongan dos arcadas hacia occidente. Es igualmente importante hacer notar
que se habían completado las cuatro galerías pero que en los cambios de planes posteriores se
reutilizan materiales de lo levantado hasta el momento y se hacen algunas modificaciones.
El único aporte documental, admitido por todos los historiadores, es del año 1158 en
que aparece recogida una cantidad de los dineros del monasterio destinada a sufragar las obras
del claustro ("opera claustri"). No resulta fácil elucidar a cuáles se está refiriendo, pero a
nosotros no nos parece descabellado suponer, desde un análisis estilístico del relieve de los
capiteles silenses y los del entorno, que son las de las crujías superiores. El claustro alto no
altera los planes primeros del maestro de la fábrica que inicia los trabajos de este recinto,
aunque ya introduce algunos cambios propios del momento en que se realiza. El relieve
denota deudas evidentes con los artistas que trabajan en las galerías inferiores pero dista
bastante en cuanto a la calidad. El mismo tiene profundas relaciones con algunos edificios
románicos del entorno que se concluyen en la segunda mitad del siglo XII.
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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1.3.2. Edificaciones de la panda este.
* Sala capitular.
Una vez más carecemos de documentación que nos informe respecto a su fecha pero
los datos arqueológicos y los restos conservados indican que la misma se abría a la crujía este
del claustro mediante cinco arcadas de las que la central servía de portada de acceso. Todo
hace pensar que la misma tuvo planta rectangular y que se alineaba con el muro meridional
del primer templo románico. Se puede decir que su fábrica pertenece a la misma etapa de
obras de la crujía este y que muy bien pudo estar concluida en las décadas finales del siglo XI.
Esta opinión viene avalada por la tipología de los capiteles de las arcadas, la decoración de la
arquivolta y la temática y técnica de labra de los capiteles. La pintura, tanto de las arcadas
como del muro norte, tiene características románicas y parece realizada a lo largo del siglo
XII. A finales de este siglo o tal vez en el siguiente se amplía el espacio por el muro este
rematándolo en una estructura poligonal que aún conserva en el momento actual. Algunas de
las características de esa nueva obra apuntan ya formas tardorrománicas y sobre todo góticas.
En varias excavaciones realizadas en la iglesia, a principios del presente siglo (años
1929 y 1934), se encontraron tres capiteles exentos que, según algunos autores, muy bien
pudieron pertenecer a los pilares desde los que arrancaban los nervios de la bóveda. Las
características del relieve, temática y los esquemas compositivos tienen profundas relaciones
estilísticas con la galería este. Todo indica que esos capiteles debieron pertenecer al sepulcro
de la familia Finojosa que se levantaba en el claustro, hacia el centro.
* Otros espacios.
La panda este, seguramente la más antigua del monasterio de San Sebastián de Silos,
se continuaba en otra estancia (ocupada actualmente por la portería de acceso al claustro) que
nos resulta difícil caracterizar dentro del conjunto monástico. Es posible que pudiera ser un
espacio dedicado a los trabajos manuales (como luego harán los monjes cistercienses). Las
importantes modificaciones habidas en esta zona a lo largo del siglo XVII impiden mayores
precisiones. Sólo los muros sur, con su portada de acceso a la fuente del santo (zona del
bañuelo), y oeste mantienen algunos restos de ese pasado pero los mismos son de complicada
catalogación. Lo que sí parece cierto es que sobre la sala capitular, en un segundo nivel,
estaba situado el dormitorio común de los monjes. Su ubicación se ajusta plenamente a lo que
suele ser habitual en los monasterios benedictinos de los siglos XI-XII, hecho que pasará
luego a las plantas y usos de la reforma cisterciense. Del mismo queda el espacio y sobre todo
gran parte del muro occidental (que daba al claustro) donde aún se pueden ver algunas
ventanas desde las que se iluminaba el conjunto por poniente. Las mismas perdieron esa
función al incorporarse las crujías superiores. Asimismo en ese muro aún se pueden ver
algunos de los orificios donde apoyaron las vigas de la primitiva cubierta de madera del
claustro inferior. Ambos hechos confirman la existencia del dormitorio y de los planes
primeros de un claustro de una sola altura. La orientación del muro este de esta panda,
dormitorio, sala capitular y sacristía ponen de manifiesto que forman parte del mismo plan de
obras que la “iglesia baja”. Los cambios habidos después suponen eliminar parte del
dormitorio y la propia sacristía para dar espacio a la escalera y portada de las Vírgenes que
comunican el claustro con el brazo meridional del templo románico, ya de una etapa de obras
y planes posteriores.
Posiblemente en el extremo meridional se situara la celda abacial. Tanto para ubicar
esta última como el dormitorio no tenemos más constancia arqueológica que la pared
occidental y los usos monásticos más habituales. Es igualmente probable que en el extremo de
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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esta panda, en el espacio conocido como "torre”, pudiera situarse durante algún tiempo el
archivo y el "scriptorium", al menos en los planes del monasterio ideados por el abad Fortunio
y en gran parte realizados por sus sucesores. En el tramo inmediatamente próximo al templo
abacial, iglesia baja, se ubicaba inicialmente la sacristía y al lado de ella, el “armariolum”
(posiblemente el espacio ocupado hoy día por la denominada capilla gótica) que en algún
momento fue archivo.
1.3.3. Las edificaciones de la panda sur.
* El refectorio.
De la organización habitual de los monasterios benedictinos, bien que hay
excepciones, se debe deducir que el primer refectorio debió correr paralelo a la galería
meridional. Lamentablemente no ha llegado a nosotros otra cosa que el espacio que ocupó,
notablemente alterado a partir de las obras emprendidas en toda la panda sur en los siglos XV
y XVI y sobre todo en el XVII. Con los datos que tenemos en el momento presente
únicamente podemos afirmar que el primer refectorio estuvo situado debajo de lo que es en la
actualidad la sala de audiciones y otros espacios próximos. La cocina se ubicaba en la zona
oriental y la portada de acceso desde el claustro se debió situar en el centro de la galería. En el
muro norte del refectorio aún se puede ver la portada de acceso al claustro, pero al nivel de
este primer refectorio. Ya en pleno siglo XII se colocó el refectorio al nivel actual del
claustro, galería meridional, anulando la parte inferior que parece se convirtió en cilla. Las
actuales ventanas tardogóticas o de gusto ya cercano el mundo renacentista no son otra cosa
que la expresión de las reformas introducidas en este refectorio a finales del siglo XV o
comienzos del XVI. El refectorio posterior, adosado a los anteriores, se levanta en un espacio
que con anterioridad no tuvo construcción alguna. Este nuevo comedor se enemarca entra las
dos torres de la fachada meridional, obra del siglo XVI. También se puede comprobar en el
claustro alto, la altura que alcanzó inicialmente la galería que cobijaba el acceso al refectorio
por los restos de los orificios donde se asentaron las vigas que sustentaban el armazón de
madera.
El refectorio y las estancias correspondientes, necesarias para cumplir su función,
estaba flanqueado por sendas torres que parece eran el remate de las pandas este y oeste, que
fueron desempeñando diferentes funciones a lo largo del tiempo, entre la que destaca la de
archivo y tal vez “scriptorium” cuando existió en el monasterio. Esas torres medievales,
posiblemente alineadas con la panda meridional, fueron muy alteradas y reformadas a lo largo
del siglo XVI. La occidental parece que se prolongó hacia el sur traspasando
considerablemente la alineación de la fachada y que bien pudo ser uno de los palacios de los
que habla la documentación del siglo XIII, en concreto fray Pero Marín.
1.3.4. Las edificaciones de la panda oeste.
Es muy probablemente la que cierra y completa el claustro y seguramente estamos
ante una de las últimas obras del arte románico en el monasterio de Santo Domingo de Silos.
Siguiendo las trazas habituales de los monasterios benedictinos, los edificios existentes en
esta zona se corresponden con impedimenta: cilla, bodega y el dedicado a los hermanos
encargados de los trabajos manuales. Afortunadamente aún conservamos, en aceptable buen
estado, algunas de estas dependencias y, lo que es más importante, casi íntegra la fachada de
poniente de las edificaciones románicas.
Lo que pudo ser la cilla o bodega -al menos inicialmente-, almacén de alimentos y
otras provisiones, se corresponde básicamente con el espacio que se ha dedicado a museo,
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
El Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural en la Sierra de La Demanda.
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pero se prolongaba hacia el mediodía hasta llegar a completar la alineación de la fachada con
el refectorio medieval. Esta estancia corre paralelamente a la crujía occidental del claustro al
que abre mediante varios vanos de tipo aspillera y la correspondiente portada al exterior de su
muro occidental Las transformaciones habidas en ella para convertirla en museo han alterado
los muros sur y norte por lo que hemos perdido el testigo de la comunicación con otras
dependencias monásticas. En todo caso todo parece indicar que sí la hubo hacia otra estancia
abierta al mediodía, que daría a la puerta y escaleras que comunican en el momento actual con
la huerta y otras estancias monacales. En el momento actual estamos ante una estancia
rectangular, con cubierta abovedada (bóveda de medio cañón apuntado), articulada en cinco
tramos mediante cuatro arcos fajones que arrancan de pequeñas ménsulas. Las trazas del
espacio, las formas de las bóvedas y el diseño de la misma nos inclinan a pensar en una obra
de la primera XII. A esas mismas características responde la portada, abierta en el centro del
muro occidental, con doble arquivolta, no adelantada al muro, de formas cuidadas y de
notable calidad plástica, actualmente tapiada.
Esta panda, al menos tal como la podemos ver en la actualidad, parece que se debe
incluir en la modificación del plan de obras que alarga el claustro hacia poniente en dos
arcadas pero aún de una sola altura como se puede ver por los vanos y orificios de de las vigas
abiertos en la zona alta. De un análisis de la arqueología del muro occidental, en su fachada
exterior, se deduce que todo él se levanta en dos etapas diferentes; este hecho se puede
comprobar igualmente en la crujía sur. Frente a las arcadas treinta y dos a treinta y cuatro del
claustro alto se abre una portada de comunicación con la antigua biblioteca, recolocada aquí
por los monjes franceses que en 1881 restauran Silos, cuyas características estructurales, de
temática y relieve de sus capiteles permiten deducir que muy bien pudo ser practicada al
mismo tiempo que las galerías superiores. Ello nos hace pensar que las obras de la parte alta
se inician, muy probablemente, a partir del año 1158. Las características formales de las
ventanas occidentales del piso superior, su doble arcada con arranque de ménsula central y el
tipo de relieve nos hacen ver que estamos ante una obra del tardorrománico, que puede
situarse en las últimas décadas del siglo XII. Por ello deducimos que esta parte se concluye al
mismo tiempo y forma parte del mismo plan de obras que el segundo piso del claustro.
Más complicado resulta, por falta de documentación y por las notables modificaciones
internas que ha sufrido esta zona, conocer con cierta fiabilidad qué función pudo desempeñar.
Tal vez pudo ser el dormitorio común de los conversos pues se solía ubicar en esta zona de las
edificaciones monásticas. Ello choca con la tradición inveterada de situar la celda abacial, la
que ocupó santo Domingo, asentada en la zona meridional de la panda. Nos parece extraño y
poco ajustado a los usos monacales benedictinos que la misma se situara en esta zona del
monasterio, cuando en esta zona se localizaban la Hospedería y Enfermería. A pesar de ello
aquí estaba la enfermería-hospedería y en el siglo XIII el palacio del abad, pro loqeu muy bien
pudo ocupar este espacio durante algún tiempo, durante la enfermedad que le llevóa a la
muerte el 20 de diciembre de 1073. La estancia, con no pocas reformas y modificaciones,
conserva parte del muro del siglo XI con un sillar en el que se graba un altar similar a los que
vemos en los códices mozárabes y en concreto en el propio Beato de Silos. Es probable que
en esta panda pudiera estar en algún momento el archivo o tal vez el "scriptorium",
posiblemente situado en la torre.
Uno de los elementos más significativos y esclarecedores de esta panda es
precisamente el muro exterior, el que en la actualidad confronta con el oriental del patio de
San José. En el mismo se observa la existencia de dos momentos claramente distintos en su
alzado románico, excluidas las alteraciones posteriores. El primer dato que salta a la vista es
la existencia de sencillos contrafuertes que llegan hasta la altura de la base de las ventanas
superiores. Esta primera parte del muro tiene dos tipologías de ventanas, ambas de aspillera y
sencilla portada abierta en el centro. Se aprecia cómo a partir del final de los contrafuertes hay
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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una nueva tipología muraria, se abren dos vanos de doble arcada y una portada que dan acceso
al actual espacio ocupado por la biblioteca. Este hueco tuvo también varios vanos abiertos
hacia el claustro, los cuales pierden parte de su función al levantar la crujía occidental del
claustro alto.
1.4.- La iglesia abacial.
Con anterioridad apuntábamos algunos datos en relación al templo abacial que
restaura, acomoda y en definitiva utiliza el santo abad riojano Domingo Manso. La iglesia
románica, en lo que aún podemos contemplar y lo que fue se debe en sus inicios a los planes
del abad Fortunio. A tenor de las últimas investigaciones, con la certeza que los datos
existentes permiten, se puede afirmar que la segunda ampliación del templo abacial consiste
en prolongar las tres naves hacia oriente en dos tramos (absorbiendo el primero los ábsides
precedentes) y cerrarlas con los correspondientes ábsides de planta semicircular en su remate.
Estas obras son las que parecen que podrían estar realizándose hacia la tercera o cuarta década
del siglo XII. Dado que son dos templos claramente diferenciados durante los trabajos se
sigue utilizando el templo anterior de cinco tramos y sólo cuando se completan los ábsides es
cuando se anulan los precedentes, se completa el tramo anterior al crucero -levantado sobre
los ábsides del templo anterior y se abren los arcos que comunican ambos templos. La
documentación indica que el templo del románico pleno se adosó al anterior. El abad fray
Baltasar Díaz dice “quippe parietes utriusque contigui, non uniti essent”. Este nuevo templo
se piensa y realiza con sendos brazos de los que conservamos sólo el meridional y el mismo
supone una ruptura de los planes del monasterio románico iniciados por santo Domingo y
continuados por Fortunio, como pone de manifiesto el hecho que los templos, iglesia baja y
alta adosen sus muros y que el que se incardine tan mal dentro de la planta general del
monasterio.
Parece que esta parte se acabó convirtiendo en el templo propiamente dicho, donde se
celebraban los “Divini Officci”y la inferior en el recinto dedicado al culto popular del santo.
La “iglesia alta”, la que cumplió la función monacal en el sentido estricto y que se acomodaba
a las exigencias de la nueva liturgia y observancia monástica, se completa con sendos brazos
que tenían un acusado desnivel en sentido norte sur, que tenían un ábsidiolo en su muro este,
espectaculares ventanas y sendas portadas, siendo la más señalada la conocida como de las
Vírgenes que abre al claustro. El brazo meridional rompe con parte de la panda este del
monasterio pues, parte del dormitorio, y la sacristía se eliminan para abrir la escalera que
comunicaba el claustro con el brazo meridional de la iglesia alta. La forma de incardinar la
nueva fábrica con la precedente, las ventanas del muro oeste del dormitorio y el tipo de
alzado nos señalan que el brazo meridional y la propia iglesia alta son posteriores a esta panda
del monasterio. Este hecho pone de manifiesto igualmente que la irregularidad inferior del
muro es algo existente desde origen y viene condicionada por la presencia de la edificación
mencionada. Los dos brazos de la nave transversal parece que eran de similar superficie,
tenían ambos un pequeño arcosolio abierto en el muro este, vanos practicados en los restantes
muros y se cubrían con bóveda de medio cañón, como aún se puede ver en el que queda en
pie.
Desde el brazo meridional se abre al claustro una portada, la de las Vírgenes, cobijada
en un gran arco de medio punto, con doble arquivolta, muy abocinada y luz con arco de
herradura. Parece que esta portada debe corresponder enteramente al plan de obras de la
segunda ampliación del templo abacial que supone la fábrica de la “iglesia alta”.
Otro elemento destacado es el crucero rematado en la correspondiente cúpula, apeada
sobre una estructura ochavada y con las habituales trompas. No podemos saber con certeza si
existió un tambor al estilo de los de Salamanca, Zamora, Toro (parece que no fue así);
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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tampoco si la cúpula era de planta ligeramente elíptica o plenamente semicircular (similar a la
existente en el cercano monasterio de San Quirce). Lo cierto es que las fuentes que nos hablan
de la obra, descripción de fray Gerónimo Nebreda (s. XVI), "Memoriae Silenses" y plano de
M. Machuca y Vargas nos confirman su existencia y su carácter notable y singular.
De los restos conservados se puede deducir la existencia de una galería porticada
(pórtico) que recorría el muro norte del templo a partir de la torre. De ella aún se conservan
parte de los arranques de los muros y uno de los machones sobre los que se puede reconstruir
lo que fuera la portada que daba directamente a la villa de Silos. Desde ella se accedía a una
segunda portada, adosada a la nave norte de la iglesia cuya ampliación y restauración da
comienzo el santo abad Domingo Manso, por la que se penetraba directamente al templo,
más en concreto a su tramo tercero. A la misma parece perteneció el tímpano actualmente
guardado en el museo y tal vez el trozo de arquivolta con un detalle de la matanza de los
Inocentes, escena que se desarrollaba en una de las arquivoltas (según comenta el fray
Gerónimo Nebreda).
Asimismo aún se pueden ver las soleras y parte de los muros norte y sur de los dos
tramos occidentales del templo románico primitivo, profundamente alterados al mismo
tiempo que se levanta el pórtico. Se conoce también el límite occidental del templo pues, en
este siglo se descubrió el lienzo meridional con la parte correspondiente de la portada pero fue
destruido al hacer las escaleras que dan acceso al actual museo. Igualmente ha aparecido
alguna clave de bóveda, de procedencia incierta, lo que ha llevado a algunos historiadores a
reconstruir los dos tramos de los pies del templo con bóveda de crucería, extremo éste
altamente discutible. Es perfectamente posible que sobre el último tramo de la nave central se
levantara un coro alto a finales del siglo XV o principios del XVI, según las noticias
conservadas, al que se accedía directamente desde la crujía oeste del claustro superior; la
clave que se ha encontrado podría pertenecer a las bóvedas góticas de los tramos primeros del
templo que se realizan al mismo tiempo. Desde el susodicho coro se estaba a mayor altura que
la compleja y complicada cabecera de la iglesia medieval y se salvaba el escollo del primitivo
templo que se intercalaba entre ambas partes.
El gran problema y dilema que encontramos a la hora de datar con cierta verosimilitud
las reformas y añadidos más tardíos del templo románico es la carencia absoluta de base
documental y la enorme incertidumbre de los restos arqueológicos. Para una aproximación,
bien que problemática y llena de dudas, debemos acudir a los restos escultóricos conservados
y compararlos con el panorama que presenta el propio claustro y el románico del entorno. El
primer dato que se pone de manifiesto es la gran cercanía técnica y de concepto de relieve
entre los escultores de la portada y quienes labran los capiteles 38 y 40, lo que nos hace
suponer que el trabajo de adosar la portada a la precedente, abierta al atrio o antiguo templo
de San Miguel, se hace al mismo tiempo que se completan los planes del claustro inferior y
por tanto nos situamos en la segunda o tercera década del siglo XII. Ello coincide con el
proceso seguido en alguno de los grandes templos románicos del entorno; lo que nos lleva a
suponer que hacia 1158 la obra está muy avanzada y por tanto se debe incluir dentro del
románico pleno y no del tardorrománico. Con posterioridad se completan la obras con el
pórtico o galería porticada y la profunda reforma de los dos tramos de los pies juntamente con
el rediseño de la fachada occidental, que tiene una grosor algo mayor que los dos metros y
medio. Estas obras, juntamente con la utilización de gruesos pilares y las portadas norte -con
estatuas de los reyes y santos protectores del monasterio- y la occidental parecen coincidir con
las obras de las crujías superiores del claustro y las modificaciones efectuadas en la panda
occidental del monasterio. De otro lado los restos escultóricos, parciales pero numerosos,
posiblemente de esta parte del templo, no desmienten categóricamente lo anterior sino que
más bien lo avalan y confirman.
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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La torre, adosada al muro norte del templo cuya ampliación restauración da comienzo
en tiempos de santo Domingo de Silos, posiblemente a partir del año 1067, parece ser una
obra del románico tardío a juzgar por las descripciones que de la misma han realizado
diferentes crónicas de monjes silense. En todo caso se adosa a una de las arcadas ciegas que
recorrían exteriormente el templo, tenía columnas en los ángulos rematadas en capiteles y se
completaba con almenas a la manera de una estructura defensiva. En el ángulo sudeste se
ubicaba el correspondiente husillo que comunicaba con el cuerpo superior donde se ubicaban
las campanas. El cuerpo inferior debía tener bóveda se utilizó como sacristía de la “iglesia
baja”.Se ubicaba inmediatamente antes del sepulcro de santo Domingo. Esta construcción y
la galería no debían distar mucho de las realizadas por los maestros de obra ligados al último
de los artistas del claustro, como se puede comprobar en Jaramillo de la Fuente, Jaramillo
Quemado, Vizcaínos, Pineda de la Sierra, etc… Una data de obligada referencia es la de San
Millán de Lara, año 1165, seguramente relativa a la portada occidental: aunque la inscripción
nunca estuvo allí colocada y tampoco se concluyó, el relieve guarda importantes relaciones
con Silos y puede ser un buen punto de referencia. A pesar de lo anteriormente dicho no es
descartable por su ubicación, canon de planta y usos de la zona que la misma se pudiera
levantar sobre otra preexistente, la que correspondía al primer templo y que siguió existiendo
hasta este momento en que se transforma y acomoda a los nuevos gustos y conocimientos de
la escuela silense. Ello nos hace suponer que la torre pudo presentar unas formas similares a
las existentes en S. Pedro de Arlanza y S. Salvador de Oña.
1.5.- El monasterio gótico.
Este monasterio medieval, comenzado por el abad Domingo Manso, completado y
remodelado en gran medida por Fortunio, se verá definido y en gran medida completado
durante el abadiato de don Juan I. A partir de mediados del siglo XII sufre algunas reformas
notables en el templo, fachada norte de la iglesia abacial y sobre todo se modifica el plan
primero del claustro con las galerías superiores y la ampliación de la panda occidental con lo
que todo parece indicar que con ello se configura el monasterio medieval que mantiene sus
líneas maestras hasta la Edad Moderna. No tenemos noticia documentada ni tampoco
arqueológica de que haya habido modificaciones que alteren la esencia y las formas del
monasterio románico que se configura a lo largo del siglo XII.
En el propio claustro se levanta una capilla, ubicada entre la sala capitular y la portada
de las Vírgenes, que tiene también su expresión en el arco ojival existente en la fachada
oriental del claustro. Posiblemente ahora se complete la panda occidental con el palacio del
abad o de los huéspedes que prolonga la misma hacia el mediodía. Posiblemente, al mismo
tiempo que se levanta la capilla gótica, se prolonga hacia occidental la antigua sala capitular
hasta rematarla en forma poligonal, tres lados, y haciéndola coincidir con el alineamiento de
la nave transversal de la “iglesia alta”. Las trazas de los arcos, las molduras que presentan y su
tipología indican que pudiéramos estar ante una obra de finales del siglo XIII o comienzos del
XIV.
Tal vez una de las obras más importantes sea la modificación de la sala capitular
románica. En el momento actual, con los datos que tenemos, no se pueden hacer grandes
precisiones, pero los restos arqueológicos sí admiten alguna reflexión que nos permita dar una
explicación lógica y comprensible. Se debe empezar afirmando que no sabemos con exactitud
cuál era la superficie y forma de la antigua, aunque parece que pudo tener planta rectangular,
posiblemente cubierta abovedada apeada sobre doble columna cuyos capiteles podrían ser los
que están en el museo. Lo que ahora se produce es una prolongación hacia el este, ocupando
casi todo el muro meridional del brazo transversal sur del templo, rematándose en un muro
poligonal en vez de recto. Las trazas de los vanos que quedan en los muros, parte de la
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decoración escultórica y los baquetoncillos angulares nos hacen pensar que la obra pudo
realizarse dentro de las pautas del gótico pleno, concluyéndose y modificándose a finales del
siglo XV. Se levantó seguramente una nueva cubierta de formas góticas (a ella puede
pertenecer la clave aparecida en los rellenos de la iglesia neoclásica), y se hizo el banco que
recorre los nuevos muros del remate; el resto permanece prácticamente igual que antes.
Tenemos noticia documental, por las provisiones reales y los aportes de nobles y
eclesiásticos, que el año 1384 hay un importante incendio en el monasterio. No conocemos su
alcance real, en qué medida afectó a la estructura de las edificaciones monásticas y si las
mismas se modificaron de forma sustancial por su causa. La documentación guarda un
silencio sepulcral sobre el particular, como es norma y costumbre en el lugar y sólo los restos
arqueológicos vienen en nuestra ayuda. Parece que una de las dependencias más afectadas fue
el claustro, tal vez no tanto en su estructura como en la cubierta por lo que se procede a una
reforma completa. El resultado es el excelente artesonado que cubre las galerías inferiores y
que parece obra realizada en las décadas finales del siglo XIV y primeras del XV. Sus formas
y técnicas son las de los artesonados del gótico-mudéjar tan extendidos en la Corona de
Castilla.
Una de las reformas importantes es la ubicación de un coro alto en los tramos de los
pies del templo que parece se levanta a finales del siglo XV, se cubren los tramos de los pies
con bóvedas de crucería tardogóticas y el sotocoro se cubre con bóveda de formas igualmente
góticas. Con posterioridad sobre el muro occidental, el más consistente y grueso del templo
abacial luego de la reformas llevada a cabo a finales del siglo XII, se levanta una espadaña,
que según opinión de técnicos, arquitectos y monjes del siglo XVIII es la causa de la ruina de
la iglesia y uno de los motivos de su demolición para sustituirla por la actual.
Otro trabajo destacado es la reforma habida en el refectorio. Los datos de que
disponemos nos permiten afirmar que la misma consistió en adosar un nuevo muro al anterior
y abrir tres grandes ventanales. Las trazas de estos últimos nos indican que la obra debió
realizarse a finales del siglo XV o comienzos del XVI.
2.- El monasterio Moderno.
Las grandes transformaciones y adiciones al monasterio medieval, en lo fundamental
conformado a lo largo de los siglos XI y XII, se llevan a cabo a partir del siglo XVI, cuando el
mismo entra a formar parte de la Congregación de Valladolid (a partir del año 1512). Ya
desde finales del siglo XIV se venía observando una tendencia a cambiar y reformar la vida
monástica. Seguramente en función del nuevo concepto de la observancia regular, se plantean
amplias reformas por los sucesivos abades y algunos priores que no llegar a cuajar en hechos
reseñables hasta las décadas finales del siglo XVI. Pero las grandes obras, las que transforman
de forma importante la fábrica románica y se completan en nuevo monasterio acomodado a
los usos modernos, tienen lugar a lo largo de los siglos XVII y XVIII.
2.1. El siglo XVI.
* La antigua sala capitular.
El año 1505, el abad D. Francisco de Curiel convirtió la antigua sala capitular en
capilla funeraria gótica (según nos informa el monje Marius Ferotin) lo que muy
probablemente no supuso una transformación sustancial respecto a lo que era antes, sino solo
un cambio de función, convirtiéndose en lugar de enterramiento de los abades. A estas
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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reforma pudieran pertenecer los arranques de los arcosolios que cobijaron las tumbas de
algunos de ellos.
* Modificaciones en la iglesia abacial.
La primera de ellas tiene lugar a los pies del templo y consiste en la realización de un
coro alto que aisle a los monjes en sus rezos de los fieles, al igual que sucede en otros lugares
de la provincia de Burgos y de la Corona de Castilla en general. El mismo cubre el tramo
primero de los pies de la "iglesia baja". Parece, sin que tengamos prueba documental alguna,
que se realiza desde finales del s. XV y a lo largo del siglo XVI. Asimismo, sobre el muro
occidental del templo románico, se levanta una espadaña en la que se ubica el campanario del
monasterio, según nos informa el arquitecto José de Landa: se ha "fundado de poco tiempo a
esta parte en el Lienzo deel poniente una Espadaña en pared Antigua". Por ello entendemos
que debe tratarse de una obra moderna, seguramente llevada a cabo a lo largo del siglo XVI.
Este mismo arquitecto nos informa del mal estado de las bóvedas "Altas y bajas deel coro de
d(ic)ha Yglesia...". De la misma opinión son Domingo Ondategui y Juan de Sagarvinaga, que
plantean, entre otros problemas, los que presenta la pared occidental, la espadaña y las
bóvedas de crucería "Bobeda de d(ic)ho Choro assi en el pisso, como lo de arriba,". No
podemos saber con exactitud a qué fecha pueden corresponder esas crucerías pero parecen
pertenecer a una obra llevada a cabo, tal vez, a lo largo del siglo XVI. No sería de extrañar
que al mismo tiempo que se modifican las cubiertas y se levantan los coros monacales de los
pies en Oña, Arlanza y Cardeña, se siga el mismo proceso en el propio monasterio de Silos.
Ello hace que el trabajo se pueda muy bien datar en las décadas finales del siglo XV o en las
primeras del XVI. Nos parece que tal hecho es posible porque esas transformaciones tienen
sentido en el nuevo concepto de observancia aplicado a partir del ingreso en la Congregación
de Valladolid.
Los primeros intentos de remodelar sustancialmente la iglesia románica datan del siglo
XVI. Se trata de los proyectos del prior Diego de Vitoria (ocupa el cargo entre los años 15121529) quien no los pudo llevar a cabo por carencia de los medios necesarios y porque como
dice fray Gaspar Ruiz de Montiano "El prior fray Pedro de Vitoria tenía pensamiento
determinado de derribar la iglesia antigua y de fabricarla de nuevo a lo moderno, pero antes se
le acabó el oficio y la vida".
La otra obra importante en el templo románico fue la construcción de una nueva
sacristía y capilla de las reliquias. La misma se adosa al ábside lateral derecho de la iglesia
alta y al muro oriental del tramo meridional de la nave transversal, abriendo una puerta en el
muro del absidiolo que se enfrenta directamente a la portada de las Vírgenes. La obra consta
del espacio actual de la sacristía, capilla de las reliquias y triconque. La cubierta actual y el
aguamanil se realizan en el siglo XVIII, iniciándose el día 9 de octubre de 1769 y
concluyéndose el día 9 de julio de 1770.
* Obras en otras dependencias.
Que desde finales del siglo XV y sobre todo a lo largo del XVI se piensa en remodelar
profundamente la fábrica medieval para acomodarse a los usos monásticos impuestos por la
reforma en curso, no es algo exclusivo de Silos sino de todos los monasterios castellanos
(sobre todo benedictinos y cistercienses). A ello obedecen las reformas habidas en el templo
abacial y en el mismo proceso debemos incluir las emprendidas en otras dependencias,
aunque no finalizadas en su mayoría hasta la centuria siguiente.
Los cambios planificados afectan a las pandas oriental y meridional, concretamente al
dormitorio monástico y al refectorio. El primero se verá sustituido por celdas individuales,
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más acordes posiblemente con los nuevos usos monásticos. El segundo se trasladará más
hacia el sur, colocándolo paralelamente al precedente pero en un nivel superior. Paralelamente
a este hecho se levanta ahora dos grandes torres que flanquean la fachada meridional del
monasterio, adelantándolas a la alineación precedente. Estas nuevas torres, obras llevadas a
cabo a finales del siglo XVI o muy comienzos del XVII, transforman de manera sustancial la
panda meridional medieval. Ambas parece ser la prolongación de las existentes y con las
mismas se completan el dormitorio y el palacio del abad medievales.
Otra de las obras significadas del siglo XVI es la cerca o muralla que rodea la huerta
actual del monasterio y lo independiza del resto de la villa. La misma tenía continuidad y
complementaba en parte a la muralla medieval del burgo de Silos. Según los datos aportados
por la propia documentación del monasterio, las obras se inician el año 1578 y se concluyen
(al menos en una parte notable) en 1584, durante el abadiato de fray Alonso de Figueroa. La
inscripción existente en el muro reza así "ESTA CERCA SE HIZO SIENDO ABAD EL
MUY RVDO. P. F. ALONSO DE FIGUEROA, AÑO 1584". Esta data no expresa el fin de
los trabajos que no se concluyeron hasta el mandato de fray Alonso de Belorado (abad entre
los años 1598-1601).
2.2.- El siglo XVII.
Por razones que no conocemos -tal vez económicas, políticas o por cierta falta de
audacia y ánimo de asumir riesgos-, lo cierto es que a lo largo del siglo XVI se planifica y se
piensa en los cambios pero los mismos no se llevan a cabo salvo en aspectos secundarios. La
gran obra de este momento es la acomodación y transformación de las alas este y sur del
monasterio en vivienda monacal.
El primer trabajo de cierta entidad, tal vez previo a los otros planes, es la construcción
de la biblioteca y la organización de la cámara santa en el ala oeste del claustro, sobre lo que
pudo ser el antiguo dormitorio de los conversos, la hospedería y enfermería. Ambas obras son
iniciadas y pensadas por el abad Alonso de Belorado a finales del s. XVI o comienzos del
XVII.
Se inician los trabajos por el ángulo sudeste, por el lugar que ocupaba "la torre" (tal
vez expresión del poder señorial, posible archivo-scriptorium) en el límite meridional de la
panda este. Según reza la inscripción del lugar, se comienzan las obras el año 1630, bajo el
abadiato de fray Plácido Fernández y a lo largo del s. XVII se completan las alas este y sur,
ambas convertidas en vivienda de los monjes. La fachada este se ha concluido el año 1680
según reza la inscripción del muro "SOLI DEO HONOR ET GLORIA AÑO DE 1680". Las
torres que flanqueaban el refectorio medieval serán ahora el punto de referencia para adosar el
nuevo refectorio y construir encima de él las correspondientes celdas de que nos habla la
documentación. Las nuevas obras, dan comienzo el año 1630 y se concluyen en 1680, se ven
condicionadas por las torres que ahora quedarán embebidas e integradas dentro de la nueva
fachada y alineación de la fachada sur habiéndose podido constatar su existencia y volumen
durantes las últimas excavaciones llevada a cabo bajo el refectorio nuevo, adosado al
precedente. Estamos ante el remate de las obras del siglo XVII, con las que se da por acabada
la modificación del antiguo dormitorio común y se levantan las celdas del ala meridional
encima del nuevo refectorio. Hacia 1677 se ha terminado todo el ala sur (estructura y obras
interiores de celdas y estancias diversas) y se inaugura el nuevo refectorio monacal en la
planta baja.
Se puede decir en suma que a lo largo del siglo XVII, sobre todo a partir de la tercera
década (con algún parón intermedio), se completan las obras en curso que consisten en la
acomodación de las pandas este, sur y oeste en el entorno del claustro románico. Las mismas
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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no suponen una transformación radical de la imagen del monasterio precedente, sino que se
acomodan y completan en gran medida el espacio del monasterio medieval.
2.3.- El siglo XVIII.
A lo largo del s. XVIII, tal vez porque las condiciones económicas mejoren, algunas
de las dependencias amenacen ruinas, los gustos y valoración del arte medieval cambien, o
porque las personas que rigen los destinos del monasterio sean más emprendedoras, lo cierto
es que vamos a asistir a la mayor remodelación y transformación que el monasterio de Silos
haya sufrido a lo largo de su historia desde que se concluyó el cenobio románico a principios
del s. XIII. En todo caso vemos surgir un nuevo monasterio, adosado al medieval y a las
reformas llevadas a cabo hasta ese momento, aprovechando los espacios abiertas hacia
occidente. En esa zona no conocemos si había o no alguna construcción aunque la portada alta
de la panda occidental del monasterio románico parece indicar que debía comunicar con
alguna estancia contigua de la que no tenemos noticia alguna. Una de las figuras estelares y
que mayor empeño ponen en la empresa es el abad fray Baltasar Díaz, que rigió el cenobio
silense durante tres cuatrienios.
* El nuevo claustro occidental y la escalera de los leones.
Por decisión del susodicho abad, el año 1729 se da comienzo a los trabajos del
conocido como claustro de San José, cuya fábrica se levantará en una década
aproximadamente. Las formas son del más puro rigorismo clasicista, aunque la portada de
acceso a esta parte tenga todo el sabor del barroco de las primeras décadas del siglo XVIII.
Sabemos que se da fin a la obra el año 1739 según consta en la inscripción de la portada
citada (la de la portería actual del monasterio) que se expresa así : "ESTA OBRA SE HIZO
SIENDO SEGUNDA VEZ ABAD N.P.M.F YSIDORO QUEVEDO AÑO DE 1739. BEATI
QUI HABITANT IN DOMO TUA DOMINE IN SAECULA SAECULROM LAUDABUNT
TE".
Se trata de un patio de planta bastante regular, cuadrado en lo esencial, organizado en
tres plantas: la inferior recorrida por grandes arcadas de medio punto en sus cuatro alas
(algunas tapiadas) y las superiores configuradas por vanos adintelados aunque algunos
enmarcados por arcos de medio punto.
En el conjunto destacan sobremanera dos puntos: la portada de la fachada occidental
(la que da al exterior) y la "escalera de los leones". La primera se articula en torno a un gran
arco de medio punto rematado en dintel y definido por doble pilastra cajeada. En un segundo
cuerpo se coloca una hornacina que alberga una escultura en piedra de Santo Domingo
enmarcada asimismo en pilastras cajeadas y entablamento clásico. Finalmente un gran escudo
real completa el conjunto rematado en frontón partido. A la misma altura encontramos dos
balcones recorridos por una moldura exterior con las clásicas orejas. Esta parte ofrece todas
las características decorativas y escultóricas de una obra barroca, correspondiente con la fecha
de 1739 que figura en la inscripción.
La otra gran obra es la Escalera de los leones que forma parte del proyecto conjunto.
Es un trabajo que se inicia en 1729 y se concluye el año 1731 según reza la inscripción "AÑO
DE 1731 D.O.M. AC B.P.N. DOMCO (DEO OPTIMO MAXIMO AC BEATO NOSTRO
DOMINICO) SIT HONOR ET GLORIA". Se trata de una estructura que servirá de punto de
comunicación entre las dependencias medievales (el claustro fundamentalmente), la vivienda
de los monjes realizada a lo largo del siglo XVII y el patio que forma parte de este plan de
obras. Su planta es prácticamente cuadrada, se eleva en altura sobre el resto de las
construcciones de este patio occidental, se articula en cuatro cuerpos, el cuarto ciego y con
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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sencillos medallones en cada calle y los restantes con tres vanos de distinta factura en cada
tramo. Una vez más las molduras, las pilastras cajeadas, la cubierta y el diseño del conjunto
hablan un lenguaje plenamente barroco, aunque de una gran limpieza de líneas y apenas
recargado. Con ambas obras se culmina la imagen exterior del monasterio en su zona
meridional y en la parte occidental.
* La capilla de Santo Domingo.
Una obra que afectará profundamente a una de las dependencias fundamentales del
monasterio medieval (la sala capitular) es la capilla del santo abad Domingo Manso o de
“S.P.N. Dominici”. La misma se levanta sobre lo que en ese momento se conoce como capilla
gótica, lugar de enterramiento de numerosos abades. Las obras comienzan el año 1732 y se
consagra el año 1733. Se trata de un edificio de planta octogonal que se asienta en gruesos
pilares sobre la sala capitular y transforma sustancialmente su cubierta y parte de sus muros.
Incluso se llega a tapiar parte de las arcadas de acceso. La construcción nueva, rematada en
cúpula con linterna, se adosa al muro meridional del único brazo que queda en pie de la nave
transversal del templo románico y se comunica con la iglesia mediante una arco de medio
punto enmarcado en las clásicas pilastras cajeadas.
* La iglesia neoclásica según planos de Ventura Rodríguez.
Es sin lugar a dudas la empresa más importante de todas las llevadas a cabo en el
monasterio, después de las construcciones medievales. La decisión y empeño por acabar con
las incomodidades y problemas que planteaba a los gustos del momento la iglesia medieval (o
las iglesias medievales) y sus añadidos posteriores, se debe incluir en el haber del abad Fr.
Baltasar Díaz, quien una vez elegido (por segunda vez), retoma los planes e ideas precedentes
y encarga los informes, pide licencia y manda que se hagan los planos de la nueva obra. El
año 1750 se concede licencia de demolición por parte del General de la Congregación de
Valladolid previo informe elaborado por Joseph de Landa (27 de septiembre de 1749) y la
declaración de los arquitectos Domingo de Ondategui y Juan de Sagarvinaga (4 de junio de
1750). La demolición del templo se inició, según expresión de la documentación, por la "la
Yglesia vieja por la parte de poniente hasta la mitad". Del nuevo edificio, diseñado por el
arquitecto Ventura Rodríguez, se puso la primera piedra el día 21 de octubre de 1751, jueves.
Al tiempo que se está construyendo la parte occidental, posiblemente porque los
criterios han cambiado con el nuevo abad, se cuestiona la viabilidad del proyecto y sobre todo
la conveniencia o no de la demolición total de todo el templo románico. Nuevamente, en esta
caso por decisión del prior silense fray Antonio Quintanal, se encargan a distintos arquitectos
informes periciales. El primero de ellos lo hace el maestro de cantería Juan de la Teja (3 de
noviembre de 1753), quien se muestra favorable a una destrucción total de la fábrica románica
por los inconvenientes, desniveles, etc … que presentaba. El propio Ventura Rodríguez
(arquitecto de su Majestad) emite otro informe a petición del susodicho prior fechado el 25 de
abril de 1755; considera que, aunque la iglesia alta (la única que queda en pie en ese
momento) se encuentra en buen estado y no presenta problemas, se debe demoler por las
dificultades de engarce con la nueva. Finalmente Antonio Machuca y Bargas, 8 de octubre de
1756, se muestra asimismo favorable a la demolición de la "Iglesia alta" .
Es a partir del 12 de mayo de 1766, siendo nuevamente abad fray Baltasar Díaz,
cuando se inicia la demolición la iglesia alta y con ello se desarrolla en gran medida el
proyecto ideado por Ventura Rodríguez. En la Pascua de 1767 se ha completado esta tarea y
únicamente queda en pie del viejo templo el brazo sur de la nave transversal. Los trabajos
prosiguen durante el mandato de fray José de Almazán con quien se realiza la bóveda actual, -
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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muy modificada respecto al plan inicial- y se continúan las obras hacia el oriente del templo.
Finalmente en la década final del siglo se da fin a la empresa con la realización de la torre
(había dos en el proyecto inicial), se acomoda la iglesia con el encalado (ahora desaparecido),
se hace el pavimento y parece que el año 1792 se inaugura (8 de septiembre) siendo abad fray
Joseph de Zevallos. Se consagra finalmente el 20 de octubre de 1816 en el abadiato de fray
Domingo de Silos Moreno.
La obra que contemplamos en la actualidad, salvo algunas modificaciones posteriores
(realizadas a lo largo del presente siglo) responde a los planes, diseño y trazas del arquitecto
cortesano Ventura Rodríguez. Pero esta afirmación categórica requiere algunas
puntualizaciones pues los dibujos conservados en el archivo del monasterio ponen en
evidencia que algunas de sus ideas no se respetaron y que no se ha realizado todo de acuerdo
a sus planes. Se ha suprimido el zócalo en el que se habían de apoyar las bóvedas, no se
ejecutó la gran cúpula con notable tambor y rematada en linterna de 52 metros de altura, no se
realizó el pórtico de entrada y tampoco se ha levantado la segunda torre gemela.
Se levanta sobre la medieval precedente y mantiene su orientación, superándola poco
en anchura y longitud. Hacia occidente se añaden aproximadamente 16 pies y en el este (por
problemas del terreno) se acortan en torno a 13. Ello hace que en la práctica la iglesia actual
no llegue al metro más que la románica. Respecto a la anchura, según apuntan algunos
estudiosos de este templo, quienes han podido comprobar o deducir las medidas por los datos
que aporta la documentación existente, la de la iglesia románica era de 16 metros (las tres
naves) más los 7,60 m del pórtico norte, con lo que tenía cerca de tres metros menos que la
actual.
3.- Los cambios contemporáneos.
El monasterio de Silos, como tantas otras instituciones similares, vive unos momentos
complicados a raíz del año 1808 por las circunstancias político-militares que atraviesa el reino
de España. La guerra de la Independencia, los expolios franceses, la primera exclaustración
desde 1820 a 1823 y una clara incertidumbre de futuro tendrán indudables consecuencias en
la conservación del patrimonio monástico. La exclaustración, la desamortización y el
desorden en que se ven envueltas las construcciones monásticas (también vemos desaparecer
gran parte de su bien surtida biblioteca, platería, pinturas, etc…) entre 1835 y 1880 afectarán
a algunas partes que deberán ser remozadas a la llegada de los monjes galos de Ligugé el 20
de diciembre de 1880 .
Le restauración de la vida monacal (con el gesto simbólico de la entrega de llaves del
monasterio por parte del último monje después de la exclaustración P. Sebastián Fernández, 2
de septiembre de 1882, al abad de D. Bourigaud) va precedida de una restauración de las
diferentes estancias para el uso monástico. Las obras emprendidas, tanto más notables por el
significado que tienen, se llevan a cabo en la sala capitular, coro monástico y claustro
románico. En los dos primeros casos se trata de recomponer las cubiertas y acomodar un
nuevo mobiliario a los espacios. Los trabajos llevados a cabo en el patio románico son los que
presentan mayor entidad y requieren una explicación.
El mal estado de las cubiertas del claustro, sobre todo del artesonado mudéjar, el
desplome que presentaban las crujías por el peso debido a la mala colocación de los techos,
obligó a desmontar el maderamen y realizar una completa afirmación, consolidación y
reubicación que es la que podemos ver en la actualidad. En este proceso se debe tener en
cuenta el cambio de parte del material gótico, en muy mal estado, que tuvo como resultado
que el artesonado de la galería este y parte de la norte sea completamente nuevo. Los
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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responsables de las reformas, el monje galo Dom Julio Mª Mellet y el ingeniero de caminos
español D. Eduardo Lostau , realizan su trabajo entre los años 1888 y 1889.
Otras obras importantes son las llevadas a cabo en el propio claustro y entorno. Los
primeros trabajos (año 1931) consisten en la restauración de la escalera que conduce a la
portada de las Vírgenes y en la transformación del arco de ingreso tal como lo vemos hoy. El
año 1945 se descubren las arcadas de la antigua sala capitular tapiadas en 1732 al levantar la
capilla de Santo Domingo, configurando el espacio tal como lo vemos en la actualidad. Con
posterioridad, bajo la dirección del arquitecto D. Francisco Iñiguez Almech, se procede a la
consolidación y reforma del piso del claustro dando lugar al que podemos ver en el momento
actual. En el proyecto inicial se encuentra igualmente la tarea de eliminar el antepecho que
recorría las galerías inferiores y superiores del claustro y reponer algunos fustes que se
encontraban en mal estado. Los trabajos iniciados el año 1953 se dan por concluidos en 1958
con lo que el claustro recupera sus perspectivas originales. Algunas de las reformas, como la
retirada de los contrafuertes adosados al centro de las galerías norte y este, suponen una
alteración importante respecto a los planes iniciales como podremos ver más adelante.
La gran reforma y cambio del monasterio del siglo XVIII se produjo en la iglesia
monacal y en la antigua cilla del monasterio medieval (la "bodega" según la expresión más
corriente). El trabajo en el templo abacial, iniciado en febrero del año 1963, consistió en picar
el enlucido y encalado realizado a finales del siglo XVIII, remover el piso y reacondicionar el
conjunto cambiando el ábside de su primera ubicación a la actual, tapiar la portada abierta en
el lienzo norte y abrir la actual en la cabecera primitiva rebajando la altura de la piedra hasta
abrir las actuales escaleras y espacio en torno a la portada actual. Durante estos trabajos, como
luego veremos, salieron a la luz gran parte de los restos de la antigua iglesia románica sin que
ello supusiera un estudio arqueológico y científico de los mismos. El resultado es el que
podemos contemplar en el momento actual y la cripta en la que aún se pueden ver parte de los
restos de la iglesia baja medieval.
Otro elemento importante es el nuevo museo, antigua bodega, que se ubica
paralelamente al ala oeste del claustro y desde la que se accedía directamente a la fachada
occidental del monasterio medieval. Se trata de una sala de planta rectangular, cubierta con
bóveda de medio cañón apuntado y articulada en cinco tramos mediante cuatro arcos fajones.
Su primitivo muro norte se adosaba directamente a la fachada occidental del templo románico
correspondiendo geográficamente con el lugar que ocupan las actuales escaleras. Ese
habitáculo de entrada ha supuesto destruir parte del templo antiguo y hacer dasaparecer
importantes restos arqueológicos. Otro elemento recuperado y reubicado es la farmacia del
monasterio. Parte del espacio que ocupa debió corresponder, probablemente con la antigua
cocina conventual.
Para completar el panorama de intervenciones en las históricas dependencias
monacales se debe tener en cuenta el incendio que sufre el lugar en la noche del 21 al 22 de
septiembre de 1970. El mismo afecta ante todo a la vivienda monacal (ala sur), escalera de los
leones, ala este del patio de S. José, etc… Las consecuencias, aunque desastrosas en sí
mismas, no supusieron una destrucción de las estructuras básicas precedentes y la reforma
consiguiente sólo hubo de reparar los pisos, habitaciones, mobiliario y adaptación a los usos
contemporáneos. La labor se concluye y da por terminada el 20 de diciembre de 1973.
La última intervención arqueológica ha tenido lugar bajo el refectorio barroco, el que
empieza a utilizarse a partir de 1677. Se ha procedido a eliminar la solera del piso, se han
picado las paredes desprendiendo la cal que las cubría y al mismo tiempo se ha procedido a
excavar en el suelo primitivo, el colocado a la altura del refectorio románico. Esa intervención
nos ha permitido documentar las torres levantadas a finales del siglo XVI, conocer con
bastante exactitud la cocina moderna, levantada en la parte inferior de la torre este y conocer
la existencia de edificaciones anteriores a la fábrica románica y conocer que se mantiene en
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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pie la pared meridional perimetral del monasterio románico, que a la misma se ha adosado un
muro a finales del siglo en la zona del refectorio románico y que con posterioridad se
añadieron las torres que lo flanqueaban en los extremos. Este hecho nos ha permitido
documentar que las torres fueron el punto de referencia para alinear la nueva fachada al
levantar el refectorio y las celdas en el siglo XVII. La prolongación de las mismas hacia
poniente supuso anular una construcción que prolongaba sus muros hacia el sur hasta la actual
huerta y que la misma se alineaba con la panda oeste del monasterio románico.
b) La iglesia de San Pedro.
Este templo tiene una larga historia constructiva y es la expresión material de la larga
polémica que mantuvieron, durante siglos, el abad y la comunidad de monjes de un lado y el
obispado y los clérigos de San Pedro de otra por la jurisdicción y los derechos parroquiales.
Como hemos hecho en la fábrica monástica nos limitaremos a describir la fábrica, a plantear
el proceso constructivo y a señalar el arte mueble que aún queda.
Muerto el abad Domingo Manso su tumba se convertirá en un centro de
peregrinaciones y milagros por lo que acabará siendo proclamado santo por aclamación
popular. El lugar se irá convirtiendo en un centro de peregrinaciones con lo que en el entorno
se afincarán comerciantes, artesanos y una población que se agrupará en barrios y tendrá su
propio fuero concedido por el abad silense. La villa se convertirá en cabeza de una de las
merindades castellanas que llevará el nombre de Santo Domingo de Silos, pero el señorío de
la misma lo ostentará el abad. La importancia creció tanto que el rey Alfonso VII adaptó los
fueros de Sahagún a Silos (los concedió el día 26 de mayo del año 1135), y sus vecinos
obtuvieron exenciones comerciales, y estaban amparados los nativos y extranjeros. La misma
villa estuvo amurallada y llegó a tener barrios diferentes, con su propia estructura. El señorío
de la misma perteneció al abad, hasta que en el siglo XV lo vendió al Condestable de Castilla.
La iglesia de San Pedro, es una fundación del abad en el siglo XII a petición de los
comerciantes, dependiente del abad y que posteriormente será un foco de conflicto
permanente durante el siglo XIII y parte del XIV, entre el obispo de Burgos y el monasterio
silense por problemas de jurisdicción y cobro de los diezmos.
El lugar sobre el que se ubica este templo, junto con la cercana plaza, levantados sobre
roca viva son el espacio sobre el que hubo una necrópolis altomedieval con tumbas
antropomorfas excavadas en roca. Ese espacio funerario parece que pudo prolongarse hasta
los ábsides del templo románico del cercano monasterio de San Sebastián.
El templo actual se inicia en la segunda mitad del siglo XII, con el ábside lateral
derecho y se continúa en épocas posteriores hasta terminarlo en estilo gótico ya en los siglos
XIV-XV. Es una iglesia de tres naves, de planta basilical, con muros mampostería y cubierta
de madera, par e hilera, que descarga sobre unos altos pilares. Se aprecian en la misma
diferentes etapas constructivas. El ábside central es de mayor tamaño que los laterales, es
recto, de planta cuadrangular y la cubierta presenta bóveda de crucería, ya de formas góticas,
lo mismo que el lateral izquierdo, que es poligonal y tiene ventanas ojivales y cubierta de
bóveda de crucería. Sólo el ábside lateral derecho, el de la epístola, es completamente
románico y consta de una parte semicircular y otra recta, con cubierta de bóveda de horno y
de medio caña respectivamente. Los muros de la triple cabecera son de piedra sillería, de
aparejo regular. Adosado al ábside lateral derecho vemos un husillo, por el que se accede al
torre, que se levanta sobre el ábside central. El exterior de los ábsides laterales va recorrido
por una cornisa sobre la que se apea y tejado y descarga sobre canecillos, todos ellos de estilo
románico y también en parte de la nave lateral derecha, la que se conserva del alzado
románico. Es pues una iglesia en la que se ven restos románicos que se conservan en su estado
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primitivo como la nave de la epístola, y con materiales reutilizados en las otras dos restantes,
lo mismo que en sus ábsides.
El templo presenta un proceso constructiva que arranca a finales del siglo XII o
comienzos del XIII. A esa primera etapa de obras corresponden el ábside lateral derecho. Ya
de una segunda etapa constructiva es el ábside central, plenamente gótico pero con algunos
elementos que delatan que hubo otro anterior de trazas románicas. El ábside lateral izquierdo,
por las formas que presenta, el tipo de vanos, bóvedas y contrafuertes exteriores es una obra
de finales del siglo XIV o tal vez del XV.
Las tres naves, con cubierta de armazón de madera y estructura de salón. Se levantan
sobre airosos pilares de sección circular, articulándose en tres tramos. Esta parte del templo
parece que se levantó e lo largo del siglo XVI.
La portada se abre al muro norte, en el segundo tramo de la nave del evangelio. Es un
sencillo arco de medio punto, que presenta factura neoclásica.
La ventanas son arquitrabadas y de arco de medio punto. Destaca el cuidado rosetón
de las nave central, de recuerdos del primer gótico y las tracerías de las ventanas del ábside
norte, con tracería casi flamígera.
* Descripción y análisis de la escultura monumental del templo.
Vamos a hacer una descripción de los restos escultóricos de este templo tal como
estaban colocados en la en el propio templo. Prescindimos de la reciente intervención que ha
supuesto dotar de ménsulas de formas románicas a unas partes del templo que nunca las
tuvieron ni se pensó que las hubiera.
El canecillo primero es un busto humano colocado de frente y que está mirando hacia
el suelo. Tiene un largo cuello, bien modelado y la cabeza tocada con una pequeña capucha.
Frente de formas suaves, ojos rasgados, barbilla puntiaguda y labios apenas sugeridos y
tallados. Es un relieve medio, casi alto, con los volúmenes perfectamente logrados por medio
de un perfecto modelado, bien acomodado al espacio escultórico y de pocas calidades
plásticas y ornamentales.
El número dos presenta un busto de buey colocado de frente, realizado en casi
altorrelieve, tanto que parece más bien acomodado al espacio escultórico. Los cuernos nacen
en sentido lateral, describen una leve ondulación y acaban en los ángulos superiores. Junto a
ellos vemos nacer también unas pequeñas orejas. Ojos almendrados, laterales y poco
prominentes. Morro largo, bien modelado, de formas suaves, boca longitudinal, abierta y
muestra una poblada dentadura. Es un relieve bien acomodado al espacio escultórico de una
realización poco detallista, colocado en posición frontal y de formas rígidas y poco
naturalistas.
El tercero es un modillón de rollos superpuestos, colocados en posición horizontal.
Son un total de cuatro, de un modelado cuidado, perfectamente definido el volumen y que
terminan llenando toda la superficie del canecillo. Sobre ellos coloca otros tres, de menor
longitud y volumen, pero de una realización cuidada y bien acomodados al espacio
escultórico. Es un relieve medio, bien modelado, con los volúmenes perfectamente definidos,
de una gran calidad plástica y ornamental.
En el número cuatro vemos un busto masculino labrado de frente y en medio o casi
altorrelieve. Tiene una larga cabellera que cae hacia la nuca y tapa las orejas, pero el tallado
de la misma se reduce a marcar el volumen sin que realice un estudio detallista de los pelos.
Rostro modelado, de formas suaves pero la ejecución de los rasgos de la cara es poco
naturalista y se reduce a una simple incisión realizada a bisel. Es una composición frontal,
solemne, de una realización poco detallista y sin excesivas calidades plásticas y ornamentales.
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El cinco es un busto femenino ejecutado de frente y en altorrelieve. Toca la cabeza con
un paño y el clásico brial, enmarcando las facciones de la cara y terminan sujetos a la barbilla.
El estudio de pliegues de las telas es muy somero y de poca calidad plástica. Cara de formas
suaves, pero la boca, la nariz y la boca se reducen a una leve incisión. Composición frontal,
de formas rígidas y de una realización sin demasiada calidad. De similares características es el
número ocho.
Sigue el canecillo número seis con busto humano, masculino, cuyo cuello parece salir
de la ménsula. Este es largo, estilizado y bastante bien modelado y lo coloca casi en posición
horizontal. Dirige su mirada hacia el suelo desde un ángulo del canecillo. Es un altorrelieve,
con los perfiles modelados y perfectamente logrado el volumen, tanto que parece adosado al
espacio escultórico. Es un relieve de una realización poco detallista y mal acomodada al
canecillo.
El número siete es un busto de animal colocado de frente y en altorrelieve. Tiene un
largo cuello bien modelado, frente despejada, grande y unas pequeñas orejas apenas
sugeridas. Largo morro de modelado cuidado y que termina en forma casi puntiaguda. Boca
longitudinal sólo sugerida mediante una pequeña incisión y los ojos colocados en posici6n
lateral. Tiene todas las características de un lobo. Es un relieve de una realización poco
cuidada y detallista, pero bien acomodarlo al espacio escultórico, aunque es una composición
frontal y mal acomodada al espacio escultórico.
En el número diez de la base de la ménsula nace una hoja de acanto, se eleva y termina
en la parte superior doblada sobre sí misma y acaba describiendo un elegante y airoso
caulículo. Está realizado en altorrelieve, modelado y los detalles ejecutados a bisel v son de
una gran plasticidad.
En el canecillo número once e1 escultor ha colocado dos baquetoncillos en posición
vertical y paralelos. Describen una elegante ondulación para mejor acomodarse al espacio
escultórico. Entre ellos coloca tres puntas de diamante, compuestas por cuatro láminas, con
los perfiles realizados a bisel y muy resaltadas y marcadas. Es un relieve bajo, casi medio de
una realización poco cuidada y detallista, pero bien acomodada al espacio escultórico.
El número doce presenta un tema similar al precedente, pero aquí coloca los
baquetoncillos en posición horizontal y las puntas de diamante se componen de ocho láminas
y no de cuatro como en el caso precedente.
En el canecillo número treces vemos un busto masculino tallado de frente y realizado
en medio relieve. Dirige su mirada hacia el suelo y tiene un cuello pequeño. Cabellera tupida
pero sin un estadio individualizado de los mechones y pelos. Frente apenas marcada, ojos
almendrados pero apenas resaltados, nariz rectilínea y una poblada barba ejecutada de la
misma manera que la cabellera. Es un relieve de una realización poco cuidada y mal
acomodada al espacio escultórico.
El número catorce presenta una cabeza masculina colocada de frente y mirando hacia
el suelo. Tiene una poblada cabellera que tapa las orejas y casi por completo la frente. La
ejecuta a base de mechones sueltos, desordenados y de un estudio poco cuidadoso y detallista
de los mismos. Es un relieve medio, bien acomodado al espacio escultórico, de una
realización poco minuciosa y detallista. Rostro de formas suaves, bien definido, nariz
rectilínea, ojos almendrados y labios reducidos a una leve incisión realizada a bisel.
El siguiente, quince, es un canecillo de tipo quilla, es el primero del ábside de la nave
de la epístola. marca dos partes claramente diferenciadas, con un modelado cuidado en el
centro y que terminan en arista viva y realizada a bisel. Es un relieve bajo, no está muy
cuidado el acabado y las láminas no se individualizan respecto al canecillo. De las mismas
características son las ménsulas dieciséis, veinticuatro, veintiséis, veintiocho y treinta y uno.
El número diecisiete está completamente perdido.
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El dieciocho es un sencillo caveto bien modelado, de cuarto de caña y que cobija un
tonel completamente cilíndrico, bien modelado y perfectamente acomodado al espacio
escultórico.
En el número veinte en el centro de la ménsula vemos un baquetoncillo bien modelado
y colocado en posición vertical, flanqueado por dos molduras que terminan en arista viva
luego de describir una cuidada ondulación. Es un relieve bajo, de una realización pobre y sin
calidad plástica.
Toda la ménsula veintiuno está decorada a base de puntas de diamante, nueve en total,
de basa cuadrada, que forman un bloque compacto y en el que únicamente se marcan los
perfiles de las mismas, por medio de un tallado a bisel. Es un relieve bajo, bien acomodado al
espacio, de un tallado duro y de una realización poco cuidada y detallista. El número
siguiente, esté algo deteriorado, pero el tema que repite es el mismo. Igual el es canecillo
número veinticinco.
El canecillo número veintitrés es un canecillo de tipo quilla, partida en el centro y que
no termina en arista viva. Cobija una bola, que bien pudiera ser un pomo. Realiza un buen
modelado en el centro.
En el veintisiete vemos doble baquetoncillo bien modelado, colocado en posición
vertical y que describen una elegante y airosa ondulación en el centro, que cobija tres puntas
de diamante, talladas a bisel, con los perfiles perfectamente definidos y formando un bloque
compacto. Es un relieve bajo, bien acomodado al espacio escultórico y de pocas calidades
plásticas.
El canecillo veintinueve presenta en el centro de la ménsula coloca un baquetoncillo,
en posición horizontal flanqueado en cada lado por tres puntas de diamante. Es un relieve
bajo, tallado a bisel y a veces de buen modelado, pero de pocas calidades plásticas y
ornamentales.
El número treinta es un canecillo de tipo quilla truncada y que tiene un perfecto
modelado en la parte central, que cobija unas puntas de diamante, de las que sólo vemos
algunos restos, ya que en gran parte se ha perdido. A pesar de ello aún se puede apreciar que
formaban un bloque de planta cuadrada y en ellas marcaba los perfiles por medio de una labra
a bisel. Es un relieve bajo, bien acomodado al espacio.
El canecillo número treinta y dos es un doble baquetoncillo colocado en posición
horizontal y que sirve de marco a cuatro puntas de diamante realizadas a bisel, que se forman
en un bloque compacto y en las que únicamente marca los perfiles. Es un relieve bajo,
realizado a bisel, bien acomodado al espacio, de un acabado poco detallista y de una gran
calidad plástica.
El treinta y tres y último de los que podemos considerar obras tardorrománicas con
algunos elementos góticos, es un canecillo tipo quilla, pero truncada, de una modelado
cuidado y de una realización detallista.
A estos canecillos, obras realizadas en el momento en que se levantan los ábsides y
algunos reutilizados al reformar la cabecera en los siglos XIV y XV, hay que sumar los que
lamentablemente se ha colocado en el muro norte hace algunas fechas. Es una restauración e
innovación que carece de sentido histórico y están fuera de contexto pues alteran la historia
constructiva y escultórica de esta iglesia falsificándola.
* Características del relieve.
Es en general un taller que reitera los temas y en la manera de labrar y componer se
observa una gran monotonía. En primer lugar la figura humana se reduce a excavar el busto,
unas veces sólo la cabeza y más frecuentemente también el cuello. Están colocadas en
posición frontal. Al hombre nos lo realiza con una larga cabellera que cae hacia la nuca, o a
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voces más menuda pero de una ejecución más detallista y en alguna ocasión también ejecuta
la barba. La mujer cubre la cabeza con el clásico manto y brial que sujeta a la barbilla y
enmarca y resalta las facciones de la cara. Tanto cuando realiza el busto masculino, como el
femenino, los rasgos de la cara se reducen a leves incisiones poco profundas para los ojos,
boca y nariz y con características marcadamente antinaturalistas.
La temática animal la vemos únicamente en dos ocasiones: de un lado el busto del
buey, con una poderosa cornamenta, morro bien modelado, largo y boca entreabierta
mostrando una tupida dentadura. De otro tenemos el busto de lobo, muy estilizado, cuello
largo y de características marcadamente antinaturalistas. Sólo en una ocasión realiza el motivo
vegetal, se trata de una hoja de acanto que nace en la base de la ménsula, se eleva y termina
doblada sobre sí mismas y formando un elegante, voluminoso y airoso caulículo. Los temas
que más voces vemos realizados son los geométricos, y ante todo está realizados en el muro
sur y en el ábside de ese lado. De una parte vamos las puntas de diamante, que a veces son el
elemento decorativo único de los canecillos y a voces se asocian a otros elementos. Hay dos
formas de realizarlas: de un parte el bloque de base cuadrada, labrado a bisel y con los perfiles
bien definidos y de otra están las que definen las láminas, que a veces llegan hasta ocho. Otro
de los motivos geométricos muy realizados es la quilla, que la ejecuta de dos maneras: bien
terminado en arista viva, o truncada en el centro. Pero en ambos casos no se individualiza del
canecillo y el modelado de cada cara es cuidado y de un acabado perfeccionista.
En general es un relieve bajo y en otras ocasiones medio o casi alto, pero esto lo
vemos en los canecillos del ábside del evangelio. El trabajo en este caso es modelado, de
formas suaves, basca definir los perfiles y el volumen, pero el acabado es poco detallista y
minucioso. En el segundo caso la realización es de formas más duras y angulosas, con
predominio de la técnica del biselado, aunque también sabe emplear con maestría en el
modelado, sobre todo cuando realiza los baquetoncillos y las quillas. Es una composición
bastante bien acomodada al espacio escultórico, frontal y de rasgos rígidos y duros en
ocasiones, pero de pocas calidades plásticas y ornamentales y sin grandes variaciones en el
esquema compositivo.
* A modo de conclusión.
La realización de la arquitectura de este templo, se inicia en estilo románico, buena
prueba de ello es parte de la nave y el ábside de la epístola, lo mismo que parte del alzado del
ábside central, pero luego se acaba en formas góticas, como se puede ver en los ábsides
central y lateral derecho. Hay un largo proceso constructivo y algunas reformas a lo largo del
tiempo histórico siendo la cabecera la parte más cuidada y en donde se aprecian con mayor
nitidez las diferentes etapas. Parece que el templo se levanta sobre un espacio que con
anterioridad fue una necrópolis de tumbas antropomorfas excavadas en roca
Luego de lo expuesto, por el tipo de relieve, la manera de componer y de labrarlo, todo
ello parece realizado por un mismo taller, y seguramente una misma mano. Se aprecia que hay
diferencias de tema y de labra entre los canecillos del ábside norte y los del sur, pero son
pequeñas y no tan grandes como para que podamos hablar de diferente taller. A pesar de la
proximidad de los grandes maestros que trabajan en el claustro silense, no se ven influencias
de ellos, no desde el punto vista temático, de labra o composición. El autor es de poco
recursos y lo podemos definir como un aficionado, de características rurales y que
seguramente sólo trabaja en este templo. Los debemos situar en la segunda mitad del siglo
XII, tal vez ya en pleno siglo XIII.
No deberemos confundir las ménsulas tardorrománicas con los añadidos recientes, en
la última década del pasado siglo XX. Esta intervención es un pastiche, una falsificación y la
expresión de lo que no se debe hacer nunca en una construcción histórica.
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* El arte mueble
En la iglesia aún conservamos algunos de los retablos que hubo. El primero de ellos,
ubicado en el ábside norte, es una sencilla hornacina que sirve de marco a una cuidada talla de
alabastro, de formas y trazas tardogótica, que se conoce como la Virgen de la Buena Leche.
Es un retablo de piedra policromada de trazas renacentistas. En el banco leemos : “ESTA
OBRA HIZO FRANCISCO MAIO, DEXO EN ELLA VN CAPELLAN PERPETUO. AÑO
DE 1554”
El retablo mayor se adosa al muro este del ábside central. Es una estructura de madera
policromada que consta de banco, articulado en tres netos con mensulones y rocallas que
sirven de basa a las columnas de los cuerpos superiores. Consta de dos cuerpos, tres calles y
remate que presenta forma arquitrabada. En el banco vemos seis pinturas sobre tabla, que
representan a San Juan, crucifixión de San Pedro, San Pedro, San Pablo, la Asunción y un
santo obispo. En los cuerpos primero y segundo, organizados en tres calles con las
correspondientes hornacinas, encontramos seis de San Roque, San Pedro en la cátedra, San
Lorenzo, sendas tallas de San Pedro y San Pablo y el Virgen del Mercado. El remate es un
notable relieve de la Visitación ,e clara alusión ala fiesta del 2 de julio. Este retablo presenta
trazas y formas clasicistas de recuerdos herrerianos o postridentinos. Consta que el año 1628,
Juan Montes recibe una cantidad de dinero “…para ayuda de hacer el retablo…”.
El tercer retablo es de madera de madera policromada que consta de banco formado
por cuatro netos, un cuerpo , tres calles y remate en ático rectangular. Las calles se enmarcan
mediante las correspondientes columnas estriadas y onduladas. Las trazas y formas que
presentan son las propias de una estructura barroca de la primera mitad del siglo XVIII. En
todo caso se aprecia que es una obra que se realizó en dos momentos por lo que la primera
parece que pudo realizarse hacia la tercera o cuarta década del siglo XVII mientras que la
obra se completa ya en el siglo XVIII.
c) Ermita de Nuestra Señora del Camino.
La ermita se ubica en una ladera en la margen izquierda del río Mataviejas, a la vera
del camino hacia Peñacoba, del camino medieval y de la calzada romana. El edificio que
vemos en la actualidad es una reconstrucción reciente, con planta y algunas formas de lo que
fuera el mundo románico. Es una sencilla aula que remata en cabecera de planta semicircular
con cubierta de armazón de madera en la nave y aboveda en la cabecera (ver croquis). La
portada se abre el norte y sobre ella hay una pequeña espadaña de ladrillo y cemento. La obra
no tiene mayor interés de que parece que se levanta sobre otra ermita anterior que pudo tener
formas y trazas románicas.
d) El cementerio
El actual cementerio se levanta sobre un antiguo lugar de culto. El templo, bajo la advocación
de Santiago, era de una sola nave, planta de salón, muros de mampostería, cubierta de
armazón de madera, portada abierta al mediodía y cabecera que respondía a los usos del
románico pleno con parte recta y capilla absidal semicircular. Los muros de esta parte también
eran de mampostería y la cubierta de medio cañón y horno. Los canecillos del alero se han
recolocado en el museo del monasterio.
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e) El convento de San Francisco
Extramuros de la villa de Silos, hacia el nordeste, por donde iba el camino medieval
hacia Covarrubias y Retuerta, estuvo situado el convento franciscano. Esta institución
conventual, de una historia larga y conflictiva historia, está marcado por los violentos
enfrentamientos con los monjes negros, benedictinos, del monasterio de San Sebastián y
Santo Domingo. Los monjes silenses, los benedictinos, siempre han obviado esa historia, pero
tiene una larga secuencia que arranca desde que en la Baja Edad Media los franciscanos se
establecieran en ese lugar, uno de los espacios donde estuvo uno de los poblados que dieron
origen a la villa y monasterio de Silos.
El año 1982 hicimos el inventario y levantamos el croquis que ahora presentamos,
cuando el antiguo convento no era otra cosa que unas venerables ruinas. Pese a ello se pudo
reconstruir la mayor parte de lo que fuera el convento. En el croquis que presentamos se
aprecia como el claustro, un patio de planta cuadrangular, fue el elemento vertebrador de la
fábrica conventual (ver croquis). Al sur estaba el refectorio y una parte sustancial de las
celdas, en la zona oeste también había celdas mientras que en la opuesta, se ubicaba la
portería, el espacio de comunicación con el mundo exterior y al norte se adosaba la iglesia
conventual.
Aún pudimos ver en pie parte de las celdas, del refectorio y su gran chimenea; la
fachada este, con varias portadas era la que presentaba un mejor aspecto del conjunto de la
fábrica. La iglesia conventual, en su planta y desarrollo respondía a lo que era habitual entre
los franciscanos. Esta era y es la parte del convento que conservaba la mayor parte su
estructura en pie. Fue un templo de planta de cruz latina, con cúpula en el crucero, cabecera
recta, coro alto a los pies y sendas portadas abierta al muro sur. La más occidental abría hacia
el claustro y espacio conventual mientras que la segunda, de mucho mayor porte y calidad
formal lo hacia al exterior y por tanto entendemos que es la de los fieles. Sobre esta se levanta
una elegante espadaña que consta de tres cuerpos: el primero liso y los dos superiores con las
correspondientes troneras, dos en el inferior y una en superior, donde estuvieron las
campanas. Presenta formas y aires barrocos pero muy clasicistas.
La portada principal, la del público, abre al lado de la epístola, en el tramo tercero. Se
cobija en arco y bóveda de ladrillo. La puerta es de estructura arquitrabada enmarcada
mediante molduras aboceladas y convexas pero acabando en forma curvada en la zona de la
clave. Todo se enmarcado mediante pilastras cajeadas y entrablamento recorrido por triglifos
y metopas. Hay un segundo cuerpo, con hornacina avenerada enmarcada por pilastras y
rematada en frontón triangular. En el segundo cuerpo, en las pilastras leemos “AÑO DE
1748”.
Las bóvedas del templo son de ladrillo y yesones. Los muros del templo son de sillería
en el crucero y cabecera y mampostería con cadenas de sillares en el resto. Los arcos que
quedaban cuando hicimos el inventario eran de medio punto que arrancan de pilastras
cajeadas. La iglesia presentaba trazas y formas barrocas, propias de la primera mitad del siglo
XVIII, como pone de manifiesto la fecha de la portada.
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5.- La cultura inmaterial: las tradiciones y celebraciones.
a) Algunos de los ritos del ciclo vital.
Uno de los elementos existentes en toda el área estudiada son las celebraciones y
festejos que tienen relación con el ciclo vital, con frecuencia envueltas en tradiciones
religiosas más o menos recientes que buscan darles un valor cristiano o católico.
El primero de los hechos que tiene un tratamiento especial es el nacimiento y
bautismo. Al muchacho recién nacido, y en tiempos modernos, se le inscribía en el registro de
la iglesia y cristianaba al día siguiente de haber nacido. El niño, vestido con una indumentaria
propia de la ceremonia, era llevado a la iglesia por los padrinos. A la puerta salía a recibirlo el
sacerdote, quien hacía los rezos y gestos adecuados, según el ritual católico-romano, para
exorcizar al pequeño. Con posterioridad, con unos cirios encendidos portados por los
padrinos, era introducido en la iglesia y en pequeña procesión se dirigían hasta el baptisterio.
Una vez allí hacía el pertinente interrogatorio a los padrinos sobre sus intenciones y las
obligaciones que contraían, para concluir preguntándoles sobre su deseo de bautizar al
pequeño, con el “¿Vis baptizare…?”, a lo que los padrinos debían responder “Volo”. Hacía lo sigue haciendo- el signo de la cruz con los óleos en el pecho, espalda y cabeza del infante,
para luego derramar agua sobre su cabeza haciendo la señal de la cruz imponiéndole al mismo
tiempo el nombre; finalmente tocaba la cabeza del recién bautizado con un gorro o paño
blanco. Viene luego la recogida de los datos por escrito en el correspondiente libro en
presencia de los padrinos.
La fiesta popular viene a continuación pues a la salida de la iglesia era frecuente que
los padrinos lanzaran a los asistentes regalos, dulces era lo habitual, como expresión de
alegría y celebración comunitaria. Dado que con frecuencia los bautismos solían ser los
domingos o en algunas fiestas, la asistencia de los habitantes del pueblo era lo normal y por
tanto esta fiestas popular, más bien de la gente menuda, tenía mucho arraigo.
La madre no asistía al bautizo pues lo normal era que la mujer, cuando daba a luz,
guardara lo que se denomina “cuarentena”. Durante cuarenta días la mujer tenderá a
desaparecer de la vida pública, bien para recuperarse o a la espera de ser nuevamente recibida
por la comunidad en una ceremonia religiosa. El día señalado, la mujer con su retoño en
brazos, acudirá a la iglesia con una vela y un pan o similar. A la puerta saldrá a recibirla el
sacerdote que encenderá la vela, bendecirá a la madre y al niño y les introducirá en el templo.
En el momento del ofertorio, la madre acudirá con su hijo, la ofrenda y la vela encendida,
siendo recibidos en ese momento por la comunidad mediante unos rezos y ceremonia
apropiada.
Por su parte la mujer, después del parto, permanecerá en cama unos ocho días, siendo
alimentada con caldos de pollo y chocolate. Su incorporación al trabajo de la casa e incluso
del campo no tardará mucho en producirse.
El noviazgo y la boda son otros momentos importantes en las comunidades rurales de
la Sierra de la Demanda. Hasta tiempos relativamente recientes los matrimonios se
concertaban entre los familiares, padres u otros ascendientes. A partir de ese momento se
veían los novios en determinadas circunstancias y festejos públicos. Había en todo caso una
petición de mano y de recepción oficial del novio en la nueva familia, la de la novia.
Una vez que había transcurrido un tiempo prudencial, que se aproximaba al año o a
veces más, se procedía a los acuerdos y transacciones entre las familias. La boda iba
precedida de las amonestaciones, tres en total, que leía el sacerdote en la iglesia en la misa
principal. Además de leer los nombres de los futuros esposos preguntaba a los presentes si
había algún impedimento para que el matrimonio se pudiera celebrar. La última de las
amonestaciones tenía lugar una semana antes del enlace matrimonial.
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La boda propiamente dicha tenía dos partes diferentes: la ceremonia religiosa y los
festejos del convite. El segundo lo preparaban ambas familias con todo cuidado. Había una
comida que a veces se prolongaba durante tres o más días y casi siempre se acompañaba de
música: tamboril, gaita, a veces rabel, acordeón o instrumentos de viento. La música
acompañaba a los novios desde su casa a la iglesia, ante todo a la novia, y luego amenizaba la
comida y el baile posterior. La ceremonia religiosa, habitualmente con misa, se ajustaba al
ritual católico romano. Los invitados eran habitualmente los allegados de los novios, algunos
familiares lejanos, a veces el cura, el secretario y el sacristán.
El otro componente del ciclo vital, que cerraba el ciclo de la vida, era la muerte y lo
que le acompañaba. La muerte de un vecino se anunciaba mediante repiques de campana
diferentes según se tratara de un hombre, una mujer o de un infante. Había un velatorio
durante el que los familiares invitaban a comida, una concreta para la ocasión, a los que
acudían a expresar sus condolenciass.
El sepelio era más bien una demostración de camaradería de cara a los vivos por lo
que participaba toda la comunidad. De un lado los cofrades, compañeros de cofradía del
finado, que tenían obligación de asistir y portar cirios, bajo pena de multa caso de ausentarse.
De otro estaba la población en general que por solidaridad acompañaba a los familiares en ese
terrible trance. En las poblaciones de menor entidad el cura, acompañado de los monaguillos
y sacristán, acudía a la casa del velatorio a recoger el cadáver para conducirlo, entre rezos y
cánticos a la iglesia. Una vez recibido en ella se oficiaba la misa de difuntos, con mayor o
menor solemnidad según la riqueza o importancia social del finado. Una vez concluida, en
procesión precedida por la cruz y los ciriales, se llevaban al muerto al cementerio. Antes de
depositar el cadáver en la tierra se rezaba o cantaba un responso.
Hasta mediados del siglo pasado la costumbre era llevar el difundo con un simple
sudario, colocado sobre unas parihuelas y así depositarlo directamente en la tumba.
En algunas localidades era frecuente una comida en casa del difunto a la que asistían
ante todo los familiares que habían venido de lejos o de pueblos cercanos. Pero con frecuencia
también participaban en ella otras personas de la localidad. Era un ágape de gran
significación, de acogida y de recuerdo al finado.
Era frecuente que los familiares, además de las misas de entrada y salida, tuvieran una
sepultura en el templo. Allí se colocaba un pequeño mantel blanco, con velas o velones y en
ocasiones con ofrendas denominadas en algunos lugares “bodigos”. Al concluir la misa el
sacerdote iba a rezar un responso, recibiendo a cambio una ofrenda, en tiempos más recientes
en dinero pero con anterioridad en especie. Los familiares guardaban luto, muy riguroso, al
menos un año. Era costumbre en algunas localidades que durante la misa dominical se
colocaran en primera fila al lado de los velones.
b) Fiestas, tradiciones, costumbres…
La cultura inmaterial, para algunos el mundo del folklor, forma parte de la memoria
colectiva. Las tradiciones, festejos, decires, usos, canciones y un largo etc. forman parte de un
mundo ancestral que no resulta fácil recuperar. Todo ello tiene que ver con la vida misma, las
creencias, la cultura y la manera de sentir y expresarse.
Por convicción, uso, costumbre o tradición, las gentes del lugar participaban en los
distintos momentos del año litúrgico lo que siempre se ha interpretado como expresión de
religiosidad. Sea cierto o no, la verdad es que muchas fiestas tienen un añadido o sobrepuesto
religioso a tradiciones mucho más antiguas que acabaron por ser anuladas en parte por las
supuesta creencias o celebraciones religiosas. Se puede afirmar que todas las fiestas y
celebraciones presentaban casi siempre un contenido, al menos en lo formal, religioso.
Incluso en esta tierra se celebraban las Navidades y Reyes. En muchas localidades tiene
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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especial relieve los Inocentes y las inocentadas. A veces, como en Barbadillo Herreros, se
hacía una representación del nacimiento ante el portal con personajes como el ganadero , los
pastores, zagales, el mayoral, el rabadán y un coro. Para la ocasión existen los
correspondientes textos.
Hasta fechas muy recientes -en algunas poblaciones aún subsiste- la vida de las gentes
se regía y ordenaba por los toques de la campanas o campanas: los toques de oración – al
comienzo y final del día-, el toque de mediodía, el redoble de los muertos u otros
acontecimientos. Las gentes de cada población conocían el significado de los distintos toques
por la forma de ejecutarlos. Es muy frecuente en casi todas las poblaciones el “Tente nublo,
tente tú, que Dios puede más que tú” que se ejecutaba para ahuyentar la tormentas.
De las fiestas populares de esta tierra destacamos las marzas, cantadas con variantes
en la puesta en escena, la noche última de febrero que es el paso a marzo, con todo el valor
simbólico que hay detrás. También se celebra en muchos lugares Santa Águeda, con
cánticos, toque de campanas, petición de recompensa y con posterioridad celebrando una
merienda entre los mozos. Otra señalada es el pingar el mayo, hecho que tenía lugar el
domingo primero del mes bien con el esbelto tronco de un árbol que concedía el
ayuntamiento. Los sanjuanes tenían relación con la fiesta del solsticio.
En la mayor parte de los pueblos se celebraba de forma especial el ciclo de la Pascua
Mayor. Daba comienzo la Semana Santa con la procesión de Ramos. Los ramos llevados a la
procesión, bendecidos, se colocaban luego en los balcones, ventanas u otros lugares para
protegerlos de cualquier mal. Tradicionalmente se celebraban la procesión del mandato
(Jueves Santo), los oficios de tinieblas (Viernes Santo); este último día eran muy tradicionales
las carracas u otros instrumentos de madera para anunciar los festejos. La celebración de las
tinieblas, ya al atardecer, además de los rezos y las canciones populares, se hacía con fuertes
golpes y produciendo un ruido notable con diferentes objetos, entre los que destacaban las
susodichas carracas. El Domingo de Resurrección completaba la Semana Santa con la
procesión del encuentro, común a muchas poblaciones.
En la mayor parte de las poblaciones de la zona de la Demanda se celebraban otras
festividades de cierto sabor popular como las Candelas, el día de la Purificación en que se
bendecía a las mujeres que habían dado a luz hasta esa fecha. Por Santa Isabel en muchos
lugares se engalanaba la portada de la parroquia y las casas de las novias, las enramadas.
También han tenido gran arraigo popular las celebraciones del Corpus, la Ascensión y la
Virgen del Carmen. En todo caso las más populares y anheladas fueron y siguen siendo las
fiestas mayores que se celebran en diferentes fechas predominando las de la Virgen y San
Roque. También tiene mucho predicamento la fiesta de acción de gracias, con la advocación
de alguna Virgen o santa: Santa Lucía en Hacinas, Virgen del Sol en Carazo, Costana en
Barbadillo de Herreros… En la actualidad las fiestas mayores que no se celebraban en el
verano se han cambiado para hacerlas coincidir con la presencia de mayor número de gente,
los veraneantes, en su mayor parte originarios del pueblo. Tendremos ocasión de ir viendo en
cada lugar lo que ha sucedido y cuáles fueron las fiestas patronales y las de mayor arraigo.
En las tradiciones populares también se celebraba de forma especial la memoria de los
difuntos, sobre todo con una especial significación la noche de Todos los Santos, con el
toque de campanas o de difuntos. Los mozos rezaban el rosario y luego se reunían a cenar. El
día de difuntos se repartía el galacho a los asistentes o mozos animeros que eran unas
ofrendas en la iglesia. En Navidades se pedía el aguinaldo.
Se celebraba San Blas, cuyo báculo se pasaba por las gargantas para sanar los
problemas o evitarlos. Las romerías son muy frecuentes destacando entre todas la de
Valpeñoso (Villaespasa y Jaramillo Quemado), Santa Lucía (Hacinas), Santa Julita, San Juan
de Ortega, Las Navas, Nuestra Señora de Mamblas y las advocaciones locales de cada
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población. Por San Marcos, 25 de abril, se bendecían los campos y ya casi en junio tenían
lugar las letanías.
Los niños celebraban sus fiestas de carnaval, las “carnestolendas”, el jueves de todos,
que los niños y niñas pedían por las casas con unas canciones adecuadas a la situación, con
pequeñas variantes según la población. En la mayor parte de los pueblos se celebraban estas
fiestas, disfrazándose y con alguna frecuencia con la presencia de la vaca romera y la tarasca.
Hay otras tradiciones como la de los gallos con variantes según la localidad pero con un
tronco común.
En los carnavales se acostumbraba, por parte de los más acomodados de las
poblaciones, a vestir traje antiguo, con usos y formas particulares en cada lugar. Ese traje
consistía en calzón y chaqueta cortos adornados con botones o monedas de plata, medias de
lana, abarcas y sombrero de fieltro. De esa guisa contemplan la aventura de matar el gallo
suspendido de una cuerda con los ojos vendados. En muchas poblaciones de nuestra zona la
costumbre de matar el gallo, colgado de las patas de una cuerda se solía celebrar también el
día de San Juan. En este caso los mozos a caballo trataban de descabezarlos con la mano
premiando a quien lograra tres cabezas.
Una costumbre popular bastante arraigada eran las rondas de los mozos. Estos iban
acompañados de algún personaje de mayor o menor significación. En Barbadillo de Herreros
a este personaje de aspecto grotesco le llamaban “cachidiablo”. Vestía traje de colores a
manera de payaso: verde, rojo y naranja. La cabeza la cubría y embellecía y en las piernas y
brazos llevaba cascabeles que hacía sonar a ritmo a compasado o todo lo contrario. Su misión
era dirigir la danza y formar el corro y sacudía con el bastón que llevaba a quienes se
acercaban. Es igualmente importante la danza guerrera, conocida como de los palos. Los
danzantes chocaban los palos al ritmo de la música.
Se celebraban de forma especial los acontecimientos más trascendentes de la vida (el
nacimiento -bautismo-, la boda y la muerte) como ya hemos visto anteriormente. De la misma
manera se hacían presentes, bajo signo religioso, los hechos más importantes del año en cada
comunidad con variantes según se dedicara a la agricultura, ganadería…etc. El Catastro de la
Ensenada del siglo XVIII -año 1752- se hace eco con frecuencia de todo ello. El ciclo
vegetativo es el que significan muchas de las celebraciones religiosas que se distribuyen de un
forma ordenada siguiendo el calendario litúrgico. Es algo muy similar a lo que veremos
sucede en la mayor parte de las poblaciones de la zona, a ambas vertientes de la Demanda,
bien que con algunas variantes no significativas.
En la villa de Silos también se celebraban muchas de las tradiciones y fiestas que
hemos presentado como características de la zona serrana, pero dada su historia y la
importancia del monasterio de Santo Domingo, ha tenido algunas celebraciones propias que
en parte lo singularizan. Sin duda una de las más vistosas es la Fiesta de los Jefes y la
corrida de gallos o de las crestas.
Esta singular y peculiar celebración popular, con notables mezclas y confusiones
intencionadas de un pasado oscuro y en parte sumido en la nebulosa, con resabios clericales y
de un evidente romanticismo retardatario, ha sido recientemente recuperada luego de un
tiempo de olvido. Todo apunta que tal costumbre y celebración se recupera en el momento en
que los monjes de la congregación de Solesmes se instalan en el monasterio, el año 1881. Por
tanto la celebración está vinculada a un momento y a la actividad investigadora y
recuperadora de los primeros monjes de finales del siglo XIX, no todos de origen francés. A
esa tarea se sumarán con cierta ilusión y devoción las gentes de la villa de Silos que harán el
resto.
De esa fiesta no se hacen eco los historiadores del monasterio de los siglos XVII y
XVIII y tampoco los grandes cronistas de la orden benedictina española de la Edad Moderna,
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los de la Congregación de Valladolid. Por todo lo anterior vinculamos esta celebración al
mundo romántico, retardatorio, que lo harán realidad, con la ayuda inestimable de la memoria
de las gentes del lugar, los monjes de Solesmes. Pese a todo lo anterior no podemos por
menos que hacernos eco de las palabras que, el antropólogo y etnógrafo Domingo de Silos
Represa, dedica a esta fiesta. Se expresa de esta manera: “Cuenta la leyenda que durante la
invasión musulmana de la Península, un ejército de moros puso sitio a la villa de Santo
Domingo de Silos. Ante la desigualdad de las fuerzas encontradas, un vecino de la misma
ideó una estrategia singular: simulando un incendio, y con él la destrucción de cuantos bienes
hubiera en el pueblo, el enemigo daría por inútil cualquier intento de asedio. Y así fue. En la
oscuridad de una fría noche castellana, ardieron numerosas hogueras, resonaron gritos de
alarma, retumbaron en todo el valle los ecos de cientos de cencerros en estampida y, por fin,
el gran teatro del caos y la devastación dejó atónito al sitiador, quien optó por volver grupas y
olvidarse de aquella villa arrasada por el fuego.
Hasta aquí la leyenda. Sin embargo, la complejidad de la fiesta y la variedad
etnográfica de los elementos que la componen nos hacen pensar que estamos en presencia de
un ritual conformado a través de la suposición de diversas tradiciones; fundamentado en
múltiples orígenes, algunos históricos, otros imaginados, y, en fin, dotado de un
plurisignificación antropológica tan apasionante como intrincada.
Fuego, caos, hombres vestidos de animales, ruido, carreras de gallos, ecos lejanos de
una pasado moruno, acoso de nobles y resistencia de un pueblo comandando por su enérgico
abad, jerarquías palpables, presencia de la comunidad de los muertos, protagonistas vestidos
con indumentarias militares decimonónicas y señas inequívocas de la francesada y las guerras
carlistas, advocación franciscana que combate la blasfemia, jefes que recuerdan una
peculiarísima forma de organización politico-administrativa de la Villa de Silos, son algunos
de los fascinantes componentes de la fiesta de Los Jefes un mosaico irrepetible de tradiciones
intercaladas y perfectamente compatibles.
Pero hay algo más. Las tradiciones no son algo estático, carente de dinamismo,
fosilizadas. Muy al contrario. Evolucionan parejas al devenir de los pueblos que las
conservan. Por ello, nuestra fiesta ha sufrido uno de los cambios más bellos de cuantos se
podían esperar: la inversión del motivo que la dio origen: Si Los Jefes surgió para respetar a
un enemigo y cobijar a un pueblo, hoy se nos muestra como el mejor vehículo para abrirnos al
exterior, para recibir a los amigos, para que todos tengan el privilegio de compartir con
nosotros el gran botín que es Silos y sus aldeas. El fuego que hoy encendemos es expresión
del calor de la amistad que brindamos a tos los que nos visitan. Sed bienvenidos y disfrutad de
la fiesta.
No podemos compartir tal fantasía en la que se hace una mezcla de tradicionales
orales, mitos y valores, supuestamente religiosos, ligados a una determinada concepción de la
historia, que es lo que subyace en esta celebración. En toda ella hay un determinado mensaje
subliminal, muy inducido desde determinada concepción, de ascendencia claramente
eclesiástica. En los parámetros y planteamientos de la fiesta hay una clara intervención de la
mentalidad monacal y de afirmación de determinadas ideas y sentimientos, confundidos
intencionadamente con la historia y las tradiciones mas arraigadas, que se hacen presentes en
esta celebración, supuestamente popular y de tradición ancestral.
La fiesta da comienzo el día de Reyes, la fiesta del final de la Navidad con la Epifanía.
Ese día se procede a sortear los cargos de Capitán, Cuchillón y Abanderado. La elección se
hace entre los varones casados de la localidad.
La mañana del sábado último de enero la población silense se reúne en la plaza. Desde
ahí se acude a recabar la presencia de los Jefes en sus casas. Entre la población veremos a
unas personas vestidas con capa castellana, los denominado comisarios de la fiesta, en
principio todos los cabeza de familia de la villa silense. Por su parte muchos niños irán
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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ataviados con polainas de becerro y cargados de cencerros, expresión de los ganados en el
supuesto incendio de la población de Silos. Los niños son guiados por un tambor para recoger
al Cuchillón., luego al abanderado y al Sargento.
Una vez que se ha completado el rito primero, todos se dirigen al monasterio. Los
monjes les reciben en el patio de San José -expresión del monasterio aparecido a partir del
siglo XVIII-. Los gritos rituales allí proferidos: “¡Viva nuestra devoción al Dulce nombre de
Jesús y María!”, expresan la fecha de esta celebración, o al menos su manipulación y
reconversión. Desde el monasterio se regresa a la plaza donde se lleva a cabo la lectura del
pregón. Una vez concluido se procede a presentar a los Jefes.
A primera hora de la tarde tiene lugar la “corrida de gallos o de las crestas”. El ritual
consiste en que los jefes o cualquier jinete, pueda cobrar alguno de los objetos o prendas que
cuelgan de la soga, que es manipulada por una persona para intentar dificultar la acción de los
jinetes. Concluida la anterior celebración se procede a la denominada Carrera de San Antón,
que no es otra cosa que una prueba ecuestre en la que compiten los jefes y los vecinos a través
de las calles del pueblo de Silos.
Una vez anochecido se procede a la celebración más espectacular: “Silos en llamas”.
Se enciende las correspondientes hogueras por hombres que van escoltados por los jefes,
quienes recorren varias veces el pueblo al grito de los nombres de Jesús y María. Esta nueva
advocación, lo mismo que la proferida en el monasterio, delata la clara manipulación de los
monjes en determinados aspectos de la fiesta y que la misma, tal como la conocemos en la
actualidad, no es otra cosa que una puesta en escena de finales del siglo XIX o tal vez ya de
principios del XX, que expresa una determinada actitud ante los acontecimientos políticos
españoles. Todo se completa con una gran cencerrada de ruido ensordecedor.
Se completa la celebración, un signo más de la intervención decidida de los monjes,
con el día de la “Benditas Ánimas”, el domingo. Hay una misa por los difuntos y por la tarde
se reza el “Rosario”, algo particularmente emotivo, por el luto de los jefes, el recitado de las
letanías, la austeridad del sonido del tambor y el conjunto de la procesión. Se concluye en la
plaza donde las mujeres de los Jefes, vestidas de luto y cuidadosamente tocadas, toman la
bandera y dan comienzo a un desfile, que concluye con el inevitable y significativo grito de
los nombres de Jesús y María” (folleto Fiesta “Tradición de los Jefes”, santo Domingo de
Silos 28 y 29 de enero de 2006, CIT de Silos y sus aldeas).
El desarrollo y los presupuestos de esta singular celebración de la Fiesta de los Jefes
de Silos, nos están indicando que quienes la compusieron, idearon y pusieron en marcha, se
hicieron eco de alguna tradición, recuerdo y mito anterior, perdido en la noche de los tiempos
y del que había un memoria muy confusa. La presencia de determinados ritos religiosos,
gritos y advocaciones, hablan de una época muy concreta, y expresan la mentalidad clerical
de las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. Una celebración así organizada y
preparada no tiene cabida en la tradición popular si la misma no tiene su origen en el mundo
clerical, en esta caso en los planes pastorales y de relación con el pueblo de Silos de los
hábiles monjes benedictinos, en su inmensa mayoría de origen francés en los primeros
momentos.
Creemos que no estamos ante una tradición antigua, lo pudiera ser el motivo. La
antigüedad mayor que pudiera tener hay que situarla en la guerra de la independencia y en
ningún caso en tiempos anteriores, pues como hemos indicado con anterioridad, de la misma
no se hacen eco los cronistas benedictinos de la Edad Moderna.
Otra de las fiestas de notable importancia y tradición en Silos es la de Santa Isabel.
Esta fiesta se celebra desde tiempo inmemorial para conmemorar la Visitación, en honor de la
Virgen del Mercado que preside el altar mayor del templo de San Pedro. La fecha es el do de
julio. El hecho de mayor significación relieve es el baile que ocho danzantes, niños entre
nueve y trece años, interpretan unas danzas guerreras, con el habitual paloteo. Los muchachos
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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llevan un traje en el que destacan la falda, las enaguas, las puntillas, la camisa, medias,
zapatillas todo ello blanco, dos bandas anchas de seda que cruzan en el pecho, cintas que
ciñen en la cabeza y los brazos y una pañoleta, también de seda, que ciñen a la cintura. El
grupo lo preside el “zarragón” o jefe de los danzantes que vista pantalón, chaqueta de colores
rojo y amarillo y un gorro, de colores similares, pero propio de militar de campaña.
Los danzantes llevan castañuelas mientras que el “zarragón” porta un crótalo que hace
sonar de forma continua. Las danzas se interpretan al son de la dulzaina y el tamboril. Una de
ellas se interpreta en torno a un mástil, con ocho cintas que van poco a poco enrolando. Otra
el es paloteo de claro signo guerrero. Por contra el baile ante la Virgen es a cuatro, ocho y
dieciséis calles y otro festivo y bien acomodado pasacalles.
Los bailes en honor de la Virgen del se hacían bajo un árbol centenario, situado en el
espacio que había entre la iglesia de San Pedro y el templo abacial, pero un violento huracán,
el año 1947, acabó con el árbol. Poco más tarde un incendio acabó con el antiguo
ayuntamiento y las escuelas, 11 de octubre de 1956 y todo se levantó de nuevo, tal como lo
vemos en la actualidad.
Otra fiesta destacada en el calendario silense, además del 20 de diciembre, que hacen
coincidir con el reinado y eventos navideños festividad de Santo Domingo, es la de la cruz, el
día 3 de mayor. Nuevamente se repiten las danzas y los festejos populares que enlazan con la
noche de los tiempos
c) Canciones.
La villa de Silos es uno de los lugares donde se han conservado con bastante fidelidad,
hasta tiempos muy recientes, algunas canciones y música que forman parte del cancionero
popular burgalés. Antes de particularizar y presentar algunas de las canciones y dichos de
Silos, vamos a dar una visión general de la zona serrana, dentro de la que incluimos a la villa
silense, aunque ya como una zona casi periférica. El cancionero popular burgalés es amplio y
ha tenido una feliz resurrección a través de la monumental obra de Miguel Manzano, que de
alguna manera recupera las tradiciones, las inmortaliza en el pentagrama y se hace eco de los
trabajos precedentes, sobre todo de Federico Olmeda, Agapito Marazuela, Manuel García
Matos, Domingo Jergueta y tanto otros. La obra susodicha nos ha servido para recoger
algunas de las canciones, vinculadas a diferentes tradiciones, usos y costumbre de esta tierra.
Canciones de Ronda (del reinado).
Estamos ante unas canciones en las que el texto y la música, nosotros no la
transcribimos aparecen muy compenetrados. En este caso hace referencia a una tradición muy
extendida que eran las rondas del reinado, que se hacían desde San Andrés hasta Enero, en
Villanueva de Carazo, Carazo, Hacinas, Contreras y muchas otras poblaciones de la
Demanda. Es un tipo de letra y melodía muy repetitiva. Con frecuencia detrás de ellas hay un
gran lirismo. La ronda puede expresar el sentir del rondador hacia una determinada moza, lo
hace cuando tiene la seguridad de ser correspondido por miedo al ridículo o a los decires.
Pero también puede ser una canción mucho más genérica en la que no haya nada personal
hacia la moza a la que se ronda. La ronda puede ser la de policía, que se hace dando un paseo
por las calles y no sólo frente a una casa concreta, como la anterior.
Unas veces las rondas son individuales, de un grupo de mozos, que con ocasión de
fiestas o tradiciones, se dedican a rondar. En suele estar con alguna frecuencia la del cortejo,
pero puede haber también chanzas o bromas. Unas las cantan todos a coro por la calle y otras
son solos de la persona que ronda a su moza.. Cuando las rondas son colectiva, los textos
están codificados y son siempre los mismos que todos conocen. UN ejemplo característico de
esta ronda colectiva, es la del reinado a que aludimos con anterioridad. En este caso había una
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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junta, con varios cargos, siendo el mayordomo el principal, que se encargaban de organizar
las rondas y de velar porque todos cumplieran las normas y se recitasen las canciones
establecidas.
Hacia la Inmaculada se nombraba el rey y la reina, con frecuencia una pareja casada
que no tuviera hijos. Al mismo tiempo se elegía al alcalde de mozos o mayordomo, dos
contadores, dos “cachivarros” que iban pidiendo por las casas, un cocinero y un alguacil. A
las puertas de las casas cantaban siendo la canción adecuada a la condición de la casa bien
hubiera mozas, viudos, viejo, casados jóvenes etc. Los normal es que cada año se
compusieran nuevas canciones y los vecinos solían dar vino, morcillas u otros alimentos para
que luego lo festejaran los mozos o no tan mozos. También se elegía guardador del rey y de la
reina. El de la reina la debía seguir a todas partes para que no le arrebataran el pañuelo y el del
rey también para que guardar la bandera acreditativa de su reinado.. Cuando alguien conseguir
arrebatar el pañuelo o la bandera, el guardador debía pagar media cántara d vino para el resto
de los mozos. Se cantaba fundamentalmente en tres ocasiones: Noche Buena, Noche Vieja y
la noche de Reyes. Todos los mozos debían cantar una canción independientemente de la voz
que tuviera. Era una buena ocasión para gastar bromas. Una vea concluído el reinado, el día
23 de Enero, San Ildefonso, se rifaba la bandera. Cada año los mozos debían costear una
nueva. Esta celebración solían coincidir con las fiestas de los quintos que acostumbraban a
tener fiesta y baile todos los domingos y fiestas desde el 8 de diciembre. En Santo Domingo
de Silos a las fiestas tradicionales se unía la de Santo Domingo, el 20 de diciembre. También
se podía cantar, en día sin especial significación si así lo decidía la junta de mozos. Como
dijimos con anterioridad es esta una tradición con sus cánticos, letras y rondas que se extendía
por la mayor parte de los pueblos de la Demanda. Es una forma de celebrar las fiestas
navideñas que en ocasiones, como en Carazo y otros se acompañaban de fiestas patronales, la
de Santa Eugenia el día 29 de diciembre.
Las rondas iban acompañadas de instrumentos musicales, que con frecuencia se
reducía a instrumentos de percusión que permitían el mantenimiento de un ritmo. Uno de
ellos era el conocido como “tambor de mozos” que era de uso exclusivo de los hombres.
Utilizan también almireces, botellas, cajas o redobles, a veces dulzaineros, triángulos,
tarrañuelas de madera, carracas o cualquier instrumento que sirviera para hacer ruido y
mantener el ritmo vivo de las canciones. Las rondas son las del reinado, en el tiempo
navideño, de las marzas, del mayo, San Juan y San Pedro como tónica dominante. A veces
como en Castrillo de la Reina, en Carazo y otros pueblos se ajustaba la música desde la
Inmaculada hasta después de Navidad. En Contreras el reinado duraba desde Navidad hasta
Reyes. Este festejo, con unas grandes similitudes era común a la mayoría de los pueblos de la
Demanda. Con alguna frecuencia los niños también celebraban el reinado, con unos rituales,
preparativos y formas muy similares a los de los mozos, pero estos lo celebraban en los
carnavales como sucedía en Cabezón de la Sierra.
d) Algunos de los trabajos y actividades.
Dado que en la mayor parte de las poblaciones la ocupación principal fue durante
mucho tiempo la agricultura, un instrumento tradicional es el arado. Hasta la década de los
cincuenta del siglo pasado, con algunas variantes, se utilizó masivamente el conocido como
arado romano. El trabajo de la tierra con el arado se hacía con bueyes, vacas serranas y en
ocasiones con burros, machos o mulas y a veces con caballos. Otro de los instrumentos de
trabajo y acarreo era el carro. Este vehículo, tirado por bueyes o mulas, presentaba pocas
diferencias entre unas zonas y otras. La mayor diferenciación estaba en las carretas madereras,
de ruedas más pequeñas, mucho más estrechas que los carros de uso local, tiro más largo y
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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casi sin cartolas. El sistema de tiro y la manera uncir a los animales era muy similar. De una
forma se uncía a los bueyes y vacas y de otra diferente a las caballerías.
La siega de cereales se hacía masivamente a mano con la hoz. Por el contrario para la
siega de hierba se utilizaba el dalle o guadaña.
Lo segado se recogía en gavillas, atadas con vencejos de centeno o con cuerdas. Se
apilaban luego en los tresnales, que tenían forma piramidal. Así preparados se procedía al
transporte desde la tierra a la era para la trilla. La siega tenía lugar desde finales de julio hasta
finales de agosto e incluso primeros días de septiembre.
La trilla era otra de las actividades principales del año. Para ello se utilizaba el trillo.
Era una estructura de madera con piedras cortantes en la su parte inferior. Tirado por bueyes,
vacas, mulos o burros, dando vueltas y guiado por una persona se acababa por separar y
triturar la paja del grano. Con posterioridad había que beldar. Esta tarea se hacía bien a mano
con horcas y palas o mediante beldadoras movidas a mano. Así se separaba el grano de la
paja.
Un trabajo habitual en algunas localidades era la realización del carbón vegetal.
Habitualmente se utilizaba la encina, donde no la había también a veces se utilizó el roble.
Tenemos noticia de que se hacía en Hortigüela, Jaramillo de la Fuente, Tinieblas, Iglesiapinta,
Ura, Retuerta, Quintanalara… Esta actividad era un trabajo colectivo, habitualmente de
familia, en el que las mujeres tenían unas tareas y otras los hombres. Unas veces se hacía a las
afueras de las poblaciones y en otras en pleno bosque.
La primera tarea era la corta de la leña y la limpieza de las ramas pequeñas hasta dejar
los palos que debían servir para hacer el carbón. Esta tarea se llevaba a cabo en el otoño e
invierno. Una vez que está la leña, viene la preparación del túmulo para hacer la “cocción”.
Desde una base que lo levanta del suelo se prepara una estructura que se cubre de piedras y
barro dejando respiraderos laterales y el más importante y trascendente en la parte superior,
denominado ojo o cocota, por donde se irán introduciendo los palos, leña de encina
habitualmente, para ir rellenando el interior. Una vez encendido se irá consumiendo a fuego
lento. Para impedir que se queme se controla, incluso se echa agua si no funciona
correctamente y además el proceso de la “hurga”, introduciendo más palos hasta rellenar lo
más posible se ralentiza y controla la “cocción”. La labor suele durante entre quince y treinta
días. La tarea final es la de tirar el horno, recoger el carbón vegetal y con posterioridad
llevarlo a los puntos de venta o consumo.
En muchas de las localidades de la zona de la Demanda tenemos noticias tanto por la
información de las gentes del lugar como por los topónimos del cultivo de cáñamo y del lino.
Ello dio lugar al trabajo de los tejedores, en los correspondientes telares. Rara era la localidad
que no tenía uno o varios telares cuya producción se destinaba al consumo local. De esa
actividad quedan algunos telares, de trabajo completamente manual. En algunos lugares hay
asimismo noticia de la existencia de batanes para dar apresto a estos tejidos: en Vizcaínos,
San Clemente del Valle, Garganchón, Covarrubias, Salas de los Infantes y Pradoluengo.
Otra actividad era el trabajo de la lana. Esta actividad era propia de las mujeres y se
hacía casi exclusivamente para el consumo familiar. Una vez lavada y cardada la lana se
procedía al hilado que se hacía bien con la rueca y el huso o a veces se utilizada el carro
movido con el pie. Era frecuente que este trabajo, esencialmente femenino, se hiciera en
compañía de otras mujeres, en los denominados hilorios, o en las amplias cocinas de campana
al amor de la lumbre. Los instrumentos (huso, rueca, carda y el carro), los encontramos en
todas la localidades.
En la zona de Pradoluengo, la transformación de la lana y de otros productos, dieron
lugar a una actividad industrial desde la Edad Media. Ello acabó en la conformación de una
industria textil que ha llegado hasta nuestros días. De todas las maneras no es lo habitual.
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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Los talleres de carpintería u otras actividades, eran frecuentes en muchas localidades.
Trabajaban muebles, tablas, arados, carros, bolos del juego, escobas, cestos. Otro trabajo era
el de los canteros y albañiles. Los primeros se dedicaban a la construcción y al trabajo de la
piedra. Lo normal es que el cantero, al menos algunos, fueran algo más que picapedreros y en
su actividad tuviera que ver con la carpintería. Por ello no es infrecuente que junto al trabajo
de la piedra hiciera labores de carpintero, no necesariamente de ebanista. Era normal que el
cantero llevara a cabo todos los trabajos de la construcción y por tanto hiciera al mismo
tiempo de albañil, montando toda la estructura interna de las viviendas: maderamen, tabiques,
suelos, enlucidos y el acabado de las cocinas y otras estancias de la casa.
El herrero con su fragua era quien recomponía las rejas de los arados o las hacía de
nuevo cuño. También fabricaba clavos y los herrajes que necesitaban los carros o carretas, el
aro de hierro para las ruedas de éstas, las cerraduras, las llaves, los cuchillos, las herraduras de
los animales, las hoces, las guadañas o dalles y todo un sin fin de utensilios de uso frecuente
entre las comunidades agrícolas o ganaderas de estas tierras. Sólo en algunos lugares, como
Barbadillo de Herreros, esta actividad adquirió un mayor porte y acabó por convertir a
algunas ferrerías o ferrones en industrias que abastecían de hierro a mercados muy lejanos. En
esto caso la actividad del trabajo del hierro y la existencia de las herrerías y fraguas está ya
documentado desde la época medieval en toda la zona
No es infrecuente que encontremos en muchas localidades el topónimo “tejera”. Es
con frecuencia el indicio y la evidencia de donde estuvo ubicada esta actividad. No está en
todas las localidades pero este trabajo se suele dar donde hay arcilla apropiada para modelar y
cocer las tejas curvas y algunos ladrillos. Lo más habitual es que esta actividad se dedicara al
consumo local pero en algunos lugares llega a tratarse de una actividad mucho más amplia e
industrial para abastecer a un área más amplia. Asociado a la tejera estaba el cacharrero, que
solían vender su producto no sólo en la localidad que los realizaba sino en un área bastante
amplia.
También hay campaneros, actividad que requería un horno y un taller especializado,
relojeros, que atendían, a partir del siglo XVIII, los relojes de los iglesias o ayuntamientos que
existían en la mayor parte de las localidades.
6.- Material gráfico y planimetría aportados.
Fotografías:
General del municipio.
Casas más representativas.
Templo.
Croquis:
Croquis del conjunto y foto aérea.
Croquis del conjunto monacal
Croquis del templo de San Pedro.
Total: 169 imágenes.
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novedoso que se haya realizado hasta el presente sobre este período histórico del entorno
histórico de Santo Domingo de Silos, pues hace un planteamiento general desde la Edad del
Hierro hasta el siglo XI.
“Análisis de las estructuras territoriales del sudeste del Condado de Castilla:
perspectivas de investigación”. I Jornadas Burgalesas de Historia, Burgos (1990), pág.
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el día 26 de mayo del año 1135. También se recoge el pleito entre el abad y los presbíteros de
la iglesia de San Pedro, por motivo de los diezmos, que hay situarlo dentro de un problema
más amplio y que enfrenta a los monasterios con los obispos por problemas de cobre de los
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
El Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural en la Sierra de La Demanda.
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diezmos en las iglesias dependientes de los monjes. Es un pleito que se inicia en los primeros
año del siglo XIII y que durará casi un siglo.
(1898) Histoire de l’ Abbaye de Silos. Ernest Leroux, París, pág. 5. Nos trae a
colación una obra del obispo burgalés Alonso de Cartagena titulada Annalia
Gothorum, en que se fija la existencia del monasterio de Santa María y San Sebastián
en el año 593, fundado por Recaredo y dice así:
"Monasterium dicta hodie Sanctus Dominicas Silensis, quod primum fuit in honora
Beatae Mariae Virgines et Sancti Sebastiani martyris dedicatam, edificavit Recaredus
Leovigildi filias et frater Hermenegildi martyris Hispalensis, ano 593 ".
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Imágenes de
Santo
Domingo de
Silos.
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Santo Domingo de Silos: croquis del monasterio a finales del s. XV.
(Autor: F. Palomero, M. Ilardia, F. Reyes y L. Maté)
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Santo Domingo de Silos: vista del monasterio.
Santo Domingo de Silos: claustro románico, galería norte y oeste.
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Santo Domingo de Silos: claustro de San José.
Santo Domingo de Silos: escalera de los leones.
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Santo Domingo de Silos: iglesia abacial desde los pies.
(Autor foto: J. Alonso)
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Santo Domingo de Silos: croquis del templo de San Pedro. (Autor: F. Palomero)
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Santo Domingo de Silos: templo de San Pedro.
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Santo Domingo de Silos: arquitectura popular, calle.
Santo Domingo de Silos: arquitectura popular.
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El Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural en la Sierra de La Demanda.
Santo Domingo de Silos: arquitectura popular.
Santo Domingo de Silos: arquitectura popular, calle.
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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Santo Domingo de Silos: arquitectura popular, volado.
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Santo Domingo de Silos: arquitectura popular.
Santo Domingo de Silos: arquitectura popular, antigua cerca.
Félix Palomero, Magdalena Ilardia, Francisco Reyes, Julio Escalona y María Luisa Menéndez.
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Santo Domingo de Silos: arquitectura popular, muro de entramado.
Santo Domingo de Silos: arquitectura popular, horno.
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Santo Domingo de Silos: arquitectura nobiliar del siglo XVIII.
Santo Domingo de Silos: vista desde “la copeta”.
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