No. 2 - Revolución y Cultura
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No. 2 - Revolución y Cultura
2 Tierra sin nosotras Lourdes Gil | Una ponencia presentada años atrás que mantiene en sus planteamientos gran actualidad: la necesaria presencia femenina en las transformaciones que se acometan en nuestro país. SOCIAL EN SU CENTENARIO A cien años de su surgimiento, con este dossier RyC analiza la importancia y repercusión de esta publicación para la cultura y la sociedad cubanas, en especial en lo relacionado con la incorporación de la mujer a la vida de la nación. 6 La mujer en el origen de la revista Social Jorge R. Bermúdez 11 La literatura en Social Luis Álvarez 23 El ocaso Graziella Pogolotti 24 Miguel de Cervantes en su recinto habanero Lliliam Llanes | La reconocida crítica e historiadora del arte en Cuba nos cuenta del homenaje que se rindiera en La Habana, hace más de un siglo, al creador del Quijote, en particular la estatua que se le erigiera en el parque de San Juan de Dios, y nos da detalles sobre su escultor. 27 Por el Día Internacional del Traductor: San Jerónimo entrevista a Cervantes Lourdes Arencibia | Una hipotética entrevista entre el Patrón de los traductores y el autor del Quijote, donde se aborda el recurso literario que este empleara al presentarse como traductor de una obra escrita por un cronista árabe. ABOLICIÓN 130 Rigurosas investigaciones nos muestran algunas de las prácticas, costumbres y representaciones de este cruel y opresivo sistema de explotación, y su incidencia en la cultura y la sociedad cubanas. 31 La arquitectura del ingenio azucarero cubano Carlos Venegas Fornias 39 La fuerza de trabajo esclava en los ingenios coloniales de Cuba. La organización y división de la dotación para el trabajo Mercedes García Rodríguez 41 Historieta de un esclavo en Cuba Israel Castellanos León 49 Historias escondidas: Mujeres negras dueñas de esclavos en La Habana colonial (1800-1860) Oilda Hevia Lanier 58 La trata negrera inter-caribeña y la región oriental de Cuba María del Carmen Barcia Zequeira 64 Pepillo y los cimarrones. Otro escenario de civilización contra barbarie Alain Serrano 67 El signo francés de Santiago de Cuba Félix Julio Alfonso López | La presencia e influencia francesa en nuestra Isla, en particular en la ciudad de Santiago, es el tema del libro que reseña el autor. 71 DESDE LEJOS “La cocina”, narración de la autora neozelandesa de origen chino Renee Liang, es el texto que ofrece nuestra habitual sección, cuya traducción debemos a la profesora Astrid Schwegler Castañer. 74 A TIEMPO Una biografía de la dama peregrina | Daniel Céspedes || El tigre, almas en la vitrina y los contextos culturales en la traducción | Olga Sánchez Guevara || Los modernos invaden la escena habanera | Reny Martínez || La luz incidente contra el premio a la mediocridad | Berta Carricarte 81 VISTAZO 83 ESPACIO ABIERTO portada: Fotografía de un grillete de hierro usado por esclavos en Cuba, colección de Roberto Diago Durruthy. reverso de portada: De Conrado W. Massaguer, su dibujo “La del Vedado Tenis Club”, publicado en Social, abril, 1923, como parte de su serie Massagirls. REVERSO DE CONTRAPORTADA: Obras representativas de las diversas exposiciones acogidas durante los últimos meses en nuestra galería Espacio Abierto. CONTRAPORTADA: De la artista alemana Odine Lang, uno de los grabados de su serie “Ermitaños”. Directora Luisa Campuzano Subdirector editorial José León Díaz Consejo asesor Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet y Antón Arrufat Encargado de actv. generales Iván Barrera Redacción Israel Castellanos, y Alain Serrano Corrección Surelys Álvarez Diseño CJLCh Redacción y Oficinas Calle 4 # 205, e/ Línea y 11, Vedado, Plaza de la Revolución Telf: 7830-3665 E-mail: [email protected] Web site: www.ryc.cult.cu Precio del ejemplar: $ 5.00 (atrasado: 5.50) Fotomecánica e Impresión: Ediciones Caribe13542.2 Permiso 81279/143. Publicación financiada por el FONCE Cada trabajo expresa la opinión de su autor. No se devuelven originales no solicitados. 19 La revista Social y la presencia de las intelectuales cubanas. Apostillas al texto publicado en Damas de Social Mirta Yáñez No. 2 abril-mayo-junio | 2016 | Época V | Año 58 de la Revolución | La Habana, Cuba. 13 Alejo en Social Rafael Rodríguez Beltrán Tierra sin nosotras* Lourdes Gil 2 Revolución y Cultura Poeta y ensayista cubana, profesora de Baruch College, Estados Unidos. * Conferencia “Pensando a Cuba en femenino”. Instituto de Estudios Cubanos, Universidad de Miami, 1995. U n escritor (lo sabemos) es el extraño que habita entre los otros; el desubicado. Y la escritora lo es doblemente. Cómo olvidar la mayor alabanza que la crítica de la época dirigió a Gómez de Avellaneda: “es mucho hombre esta mujer”. A pesar de que ha transcurrido un siglo y medio, el conjunto de investigaciones feministas realizadas en los últimos treinta años nos reafirma que a la mujer que escribe, la que sostiene la fálica pluma entre los dedos, se le registra en los substratos del pensamiento contemporáneo como el clásico fenómeno de siempre –ese que conspira contra el orden natural de las cosas. En el caso de la escritora de la diáspora cubana, el instante de su destierro queda fijo como punto de partida de la conciencia. Hay que preguntarse si esa interrupción de la continuidad vivencial que significa un exilio, ese desplazamiento del ser, no constituye a su vez un fenómeno antinatural, que conspira también en contra del orden interior del individuo. Podría considerarse que la escritora cubana expatriada vive instalada en un fenómeno doble; que la escritura no es su primera transgresión, pues su “yo” geográfico ha sido subvertido con anterioridad. La escritora cubana debe, por tanto, ubicarse en un espacio literario en el país ajeno, un espacio que puede ser propicio u hostil. Desde allí, su imaginación logra conservar y reproducir los códigos de la cultura que la identifican (o con los que se autoidentifica), los rasgos y signos que le permiten una (re)encarnación de su ser disociado, desasido de su centro. De ese modo, la literatura pasa a ejercer una doble función; se sacraliza al convertirse en una nueva y empírica génesis. Desde ahí la realidad vuelve a nombrarse y la estrategia salvadora consiste en un intento de reconciliación entre la nueva realidad y la que se ha dejado atrás. Esta transformación no puede sino efectuarse desde la subjetividad, mediante una mitificación que exige, a priori, la deconstrucción del mundo anterior, así como la del ámbito inmediato. Estimo que, tanto en el caso de la escritora como en el de la artista cubana exiliada, la mitificación ha constituido una necesidad. En esa ordenación peculiar que ella imparte a la realidad, intenta vindicar el estado anómalo de desvinculación entre el “yo” y su entorno. Este puede alcanzar una ansiedad tan palpable y física que trastorna las percepciones, en algunos casos, para siempre. Ana Mendieta representa el escalofriante ejemplo de este proceso mitificador que ella encarnó, no solo con su obra artística, inscrita obsesiva y orgánicamente en la tierra, sino con su trágica muerte. Y es que el destierro, sea remoto o reciente, coloca en la conciencia una orfandad, un desamparo. La vida se torna en entramado inhóspito, que se interioriza como un deambular sin rumbo y sin tregua. Pero si la escisión que enmarca al pueblo cubano en la tragedia fuera subsanada; si la mutilación del organismo social se reparara por medio de la única prótesis posible: una “normalización” en los trámites autenticación asusta. Lo entendemos como una derrota paulatina, como una autonegación fundada en condiciones que parecen insolubles, a contrapelo del deseo comprensible y lógico del creador a la valoración de su arte. La autora norteamericana H.D., autodesterrada desde 1911, vivió primero en Londres y más tarde en Suiza y en Italia. El lector de hoy no reconoce su nombre entre los integrantes de la lost generation. Más bien recuerda los nombres masculinos: Eliot, Hemingway, Pound, Fitzgerald. Opinaba H.D. que, para la mujer, el exilio no era sino la exteriorización y consolidación de otro exilio interior que su condición femenina le imponía; una especie de dialéctica interna de alienación. H.D. veía su carrera literaria como producto de su autodestierro, que comparaba con una “cesárea síquica... (la) manifestación geográfica de un exilio más fundamental... símbolo viviente de mi marginación como mujer”. La escritora cubana de la diáspora no vincula su identidad femenina al contexto del exilio. Devorada por las palabras y las dificultades del entorno con que ella lucha, el lenguaje la ha investido de sus liturgias, pero no le ha develado el mapa de sus catalizaciones y sus pérdidas, de sus miedos y sus contradicciones. Se inserta a ámbi- Revolución y Cultura de entrada y salida del país, ¿cómo repercutiría en el discurso literario del exilio? ¿Y qué efectos podría producir en la literatura de la Isla la recuperación del miembro descartado? Independientemente de quienes ejerzan el poder, una vez que el Gobierno norteamericano revoque el embargo, y el Estado cubano abandone su política exclusionista de destitución ciudadana para los que eligen otras tierras como lugar de residencia, se derrumbaría el emblemático muro de Berlín cubano. El libre acceso al país liberaría a cada cubano de la ansiedad de las separaciones forzadas, las inacabables dependencias económicas entre familiares, la virtual incomunicación a las que se ha visto sometido. Una eliminación relativa o parcial de esa angustia se reflejaría –cómo no– en la escritura de adentro y de afuera de la Isla. Se desmantelarían, en el discurso del exilio, el morbo de la nostalgia, la abulia del sentimentalismo, el estupefaciente de las mitificaciones. Otro factor ejerce su peso sobre esta literatura. Y hablo de cómo la producción literaria en español en los Estados Unidos, ignorada por el idioma oficial, se convierte en una zona inexistente, en un exilio dentro de otro exilio, en un ilícito ritual que nos reduce a la invisibilidad más aniquilante. Planteado así, la escritura como proyecto de Ilustraciones: Martha Pérez Viñas, de la serie Continentes y países Ambrosio Fornet nos hizo llegar esta ponencia que, al cabo de los años y todavía inédita, nos ofrece, desde la diáspora, una visión novedosa sobre los cambios en Cuba y la necesaria inclusión de la mujer en dicho proceso. 3 4 Revolución y Cultura tos múltiples en su escritura –a otras geografías, a una visión metafísica, al pasado cubano, a lo personal, a la palabra misma–, pero la dialéctica interna entre marginación y exilio que señalara H.D., tan privativa para un escritor, no la resuelve en el texto. Para mí la literatura ha significado la mayor, la única aventura salvable en este periplo sin fin. A esta ventura se aferró el intelecto, se volcó en sus conjuros y en sus fiebres, en sus delectaciones y en sus acertijos. Pero si mi escritura se detuviera en el elemento trágico con el solo ánimo de fijarlo; si se cifrara solo a partir de mi individualidad, cancelaría dentro de sí ese germen capaz de autorreproducirse (me) en la palabra. No sería el texto más que una célula aislada y estéril, sin sentido, desalojada de su historia y de su tiempo. Sin embargo, cuando repaso la escritura femenina del exilio cubano, hallo invariablemente esa mitificación de la realidad circundante, que culmina en su expresión iconográfica con la obra escultórica de Ana Mendieta. Son textos que identifican la realidad como trascendente, pero que rehúyen la experiencia cotidiana, el desagrado, el lenguaje descriptivo, la alusión a la tragedia nacional, a la sociedad norteamericana, a los conflictos en otras partes del mundo. La voz poética se desvía por los surcos de la imaginación; reelabora los tentáculos de la modernidad que nos apresa; interioriza las tensiones entre la lengua y el medio. Entonces, ¿qué percepción tiene de sí esa voz; cuál es su espacio? Sus recursos estructurales y estilísticos, en una primera lectura, pueden confundirnos. Nos internamos en párrafos de inesperados atavismos, de giros aforísticos, de una desmesurada insistencia en la extrañeza. Su coherencia se dibuja como dislocación cubista, que reorganiza las imágenes y que confiere a la realidad una lógica oculta en una tinta invisible que las escritoras proyectan hacia la luz. Así entendió Sarduy nuestro exilio: un discurso desprendido de su núcleo, irradiando hacia todas las direcciones posibles y arrastrando veloz materias arcanas o disímiles, tras la eclosión del Big-Bang de la Revolución cubana. Existen, además, otras interpolaciones a la vocación literaria fuera de Cuba. Existen, por ejemplo, la indiferencia y hasta el desdén por parte de la crítica y de un público apenas existente. La escritora de la diáspora publica a la sombra de dos proyecciones inevitables: la de los escritores que las instituciones cubanas legitiman (que a ella la deslegitima) y la de las estentóreas voces (todas masculinas) que representan la literatura del exilio. Preguntemos en cualquier parte del mundo quiénes son (no dónde están) los escritores cubanos de nuestra época y no escucharemos en la respuesta ningún nombre de mujer. El valor de la obra escrita por las mujeres de la diáspora no reside en el apoyo de un organismo estatal de cultura –no lo tiene–. No se sustenta de espaldarazos académicos ni de inversiones cautelosas por parte de las casas editoriales. Su testimonio asoma desde la alteridad, sin glosar o desglosar aún; desde la condición subalterna en que yace sumido tras treinta y ocho años de expatriación. Ah, ¿y por qué esa realidad subvertida, ese discurso “otro”, al margen de la ‘cultura oficial’ (si tal cosa existiera) del exilio? ¿Tanto difiere un testimonio de mujer del canon masculino? ¿Cómo se transfigura literariamente, y desde la androginia, la realidad? ¿Cómo se la hace reverberar en un texto acuciante que, como escudo de Perseo, pueda devolvernos la mirada irritada sin que el pathos alcance a consumirnos? Sospecho que, entre las respuestas posibles a estas interrogantes, resplandece siempre Marguerite Duras. La escritora francesa nacida en Vietnam supo conjurar las propiedades misteriosas de la creación literaria y desplazó el horror de Hiroshima a la página, en su novela Hiroshima, mon amour. El cine hizo luego inolvidables sus denegaciones repetitivas: “Tú no has visto nada en Hiroshima. Nada... Tú no sabes nada... Nunca sabrás nada. Ni tú ni nadie... sabe nada”. Hay otra referencia literaria esencial a este trabajo. Su título, “Tierra sin nosotras”, es derivativo de otro título, Tierra sin nosotros, el primer libro del poeta español José Hierro, publicado en 1947. La frase, el concepto tras la frase, casi parecen el lema que define a una generación. José Hierro se proponía justamente eso: describir el momento de su nacimiento como escritor, el de su entrada a participar en la vida y la realidad de su país. El poeta sentía que la historia a la cual se asomaba los excluía, a él y a sus contemporáneos, y que su bautizo literario ocurría en un territorio de negaciones y ausencias. Transcurría la época de la posguerra española, tan imbuída de miserias y mezquindades. Miserias del espíritu y miserias materiales, consecuencia del fraticidio bélico y de un ostracismo político que duró más de veinte años. Con él sancionaban a España las naciones europeas y americanas por su alianza con el Eje fascista. El énfasis del título recae sobre la inesperada preposición “sin” (en vez de la afirmación idónea de una tierra “con” nosotros), revelando así que no se trataba solamente de una ausencia física del país para un número determinado de sus habitantes, sino que un profundo sentido de desposesión marcaba la vida de los que permanecían en el territorio nacional. Al decir “tierra sin nosotros” el len- Revolución y Cultura guaje recoge lo históricamente real como pérdida, como carencia, como un no-estar. El lenguaje nos enfrenta, de modo dramático, con un destino nacional en la España de 1947. Los cubanos de la diáspora nos reconocemos en esa no-presencia, ese destino que nos ha sido arrebatado y nos alcanza dondequiera que estemos. Desde hace ya muchos años, ser cubano es una desgarradura de la conciencia, una ruptura histórica. Esta escisión se ha instalado en el alma nacional y nos lacera a todos, dentro y fuera de Cuba. He ahí la deliberada orientación de mi título. Sé que con él me remito a un pasado que no es el nuestro, a un país ultramarino a la Isla, a una voz poética masculina, a una generación algo distante de la mía. Podrán decirme que no estoy “pensando a Cuba en femenino”. Peor aún, que no estoy pensando a Cuba siquiera. Pero he elegido con toda intención esas definiciones que nos enmascaran. Porque tendemos a plantearnos cualquier circunstancia (con frecuencia, inadvertidamente) dentro de estructuraciones que repiten el trazado masculinizante de la historia. Nuestros puntos de referencia son las hazañas de los hombres; nuestra visión del mundo responde a las estratagemas del poder de las naciones hegemónicas. ¿Por qué parece que reitero los cánones gastados que nos anulan y nos niegan? Al nombrar así este texto propongo un reajuste de óptica, una reformulación de la desoladora imagen que ese enunciado encierra. El «nosotros» describe un “yo” colectivo que, ubicado en la primera persona del plural, personaliza al sujeto. Nos sentimos aludidas. Pero el “nosotros”, ¿es también el “nosotras”? ¿De qué nosotros se habla? No pretendo modificar una lengua de singular plasticidad y riqueza, sedimentada por los siglos; una lengua que, lamentablemente, no nos representa con justeza. Pero sí creo que el examinar la compleja red de ambivalencias y equívocos que yacen ocultos tras esquemas diseñados por otros (los esquemas en que hemos sido educadas) puede también socavar el orden patriarcal que constriñe nuestro pensamiento. Debemos reflexionar sobre el anonimato histórico al que se nos reduce. ¿De qué modo asistimos al festejo innombrable? ¿Cómo participamos de la cacería sangrienta de la historia y del quehacer humano? Paso a señalar un ejemplo concreto de nuestra limitada participación como concelebrantes en las gestiones del poder y sus mecanismos. La mayoría de ustedes sabe de los congresos culturales que se organizaron en Europa en 1994 –tres de escritores y uno de intelectuales y artistas–. El objetivo era un encuentro entre los cubanos residentes en la Isla y los del exterior. Como podemos atestiguar, la presencia femenina fue mínima en estas reuniones. Por lo general se invitaba a una sola mujer en representación del exilio o de Cuba, como otra versión del sistema norteamericano del “token”, que llena cupos y guarda la forma con calculado esfuerzo. A los hombres que asistieron no se les aplicó ese criterio. No menciono dichas conferencias con ánimo de discutir el recelo con que fueron recibidas, dentro y fuera de Cuba. Una censura tácita las ha encubierto en ambas latitudes, posiblemente porque los escritores y su labor no pasan de ser instrumentaciones del poder, a ambos lados del Estrecho de la Florida. Una práctica política de antigua tradición en Cuba remite la cultura al margen del debate nacional, manipulándola según sus intereses. Lo que yo pretendo hacer resaltar es que, a la hora de las convocatorias –sobre todo para las reuniones de subtexto político–, los hombres se autodesignan como organizadores de las mismas. No sé a qué derecho divino apelan, pero nadie cuestiona ni repudia tales decisiones, que tanto repercuten después en lo que concierne a la mujer. Como consecuencia, el hombre continúa dominando esos espacios de la realidad cubana. Resulta insólito que tal desigualdad sea perpetuada en el mundo contemporáneo, especialmente en foros a nivel internacional. Vis à vis el extranjero, sentados en las salas de recibo de países más desarrollados, la falta de representación femenina en los cónclaves cubanos se advierte como un inexplicable oscurantismo; como un provincianismo inculto instalado en los engranajes del poder. Estos congresos culturales reprodujeron una de las estructuras raigales del pensamiento cubano, otra dimensión más profunda de su autoritarismo patriarcal, más allá de las ideologías políticas. Ratificaron una semejanza en el seno de la comunidad cubana global (intra y extramuros), que padece del mismo síndrome anacrónico: el espectro masculinizante que rige la jerarquización social de su dividida realidad. A pesar de casi cuarenta años de suturas artificialmente impuestas, de mutuas desacreditaciones en las nomenclaturas de su lenguaje, el discurso cubano universal se legitima a sí mismo en un integrismo seminal, vigente en su presencia múltiple y extraterritorial. Aunque el orden político determina unas divisiones falsas para nuestra literatura, sabemos hoy que nada nos une e identifica más que nuestra habla. Existimos, ustedes y yo, ellas y nosotras, en ese discurso nacional, escindido e idéntico, chabacano y erótico, supersticioso y sonoro, superficial, politizado, caribe, patriarcal. 5 La MUJER de la Jorge R. Bermúdez 6 Revolución y Cultura Autocaricatura de Conrado W. Massaguer, utilizada en una portada de Guignol, 1923. Ensayista, poeta y crítico de arte. Fundó la Cátedra de gráfica Conrado Massaguer de la Universidad de La Habana. Su último libro: Diario de una imagen (2014). S ocial (1916-1933; 1935-1938) marcó un hito en el ámbito editorial hispanoamericano. En sus páginas aparecieron artículos, ensayos y poemas de las plumas más ilustres de la literatura universal de las tres primeras décadas del siglo.1 Tales trabajos literarios se vieron asistidos por un diseño gráfico de primera línea, así como por un despliegue innovador de la caricatura, la fotografía y la ilustración artística y publicitaria, que puso a Cuba a la altura de lo que se hacía en el mundo desarrollado de la época. En 1923 devino órgano del primer movimiento de vanguardia de nuestra literatura, el Minorismo: núcleo genésico de una nueva generación de escritores y artistas cubanos, del cual se desprendió el grupo fundador de la Revista de Avance (mayo, 1927). El talento gestor de tamaña empresa de culturización, fue el notable caricaturista Conrado Walterio Massaguer (Cárdenas, 1889-La Habana, 1965), quien desarrolló toda una estrategia de posicionamiento en el naciente ámbito editorial de la República, que tuvo como matriz de promoción a la mujer cubana. Él comprendió que la mujer sería la protagonista del despegue de su proyecto editorial, en tanto receptora principal de contenidos escriturales e impresos desde los tiempos del Romanticismo y, aún más atrás, desde el Renacimiento. En el caso de Cuba, el más cercano antecedente era la llamada “prensa periódica amena”, cuyo boom al socaire de una sacarocracia criolla obraría entonces a imagen y semejanza de lo que ocurría en las revistas y periódicos de Europa y Norteamérica, lo que dio en caracterizarlas como de “recreo” o del “bello sexo”. De ahí que a la información social, en tanto sección de imperiosa presencia para la aceptación de una publicación periódica de este tipo, se le sumaran las relacionadas con los intereses culturales y estéticos de las féminas, como modas, novelas y partituras musicales, entre otras. Ni siquiera el periódico Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano, estuvo exento de una sección social. En comprensión de esta realidad, Massaguer no solo eligió el término “social” para darle título a su revista, sino que hizo de las secciones antes relacionadas uno de los núcleos esenciales de la identidad editorial de la misma; al menos, hasta inicios de la década del veinte, cuando reformulará sus contenidos a tenor con el éxito alcanzado y los cambios que empezaban a obrar en la sociedad cubana, dándole en cada nuevo número mayor peso a los contenidos de carácter histórico, artístico y literario. Esto explica que ya en 1918 nombrara a su amigo y colaborador de los tiempos de Gráfico (1913-1915), Emilio Roig de Leuchsenring, jefe de redacción de Social. Y que al año siguiente le costeara un viaje a Europa, con el propósito de sumar a la lista de colaboradores de la revista en el origen revista SOCIAL Agradecemos al autor de este trabajo, Jorge R. Bermúdez, por facilitarnos todas las imágenes utilizadas en este dossier. como un hombre con las mangas de la camisa recogidas, dispuesto a enfrentarse a su quehacer”.2 Él pertenecía a esa estirpe profesional que siempre le ha parecido que hacer de la cultura una política, es salvar la cultura de la política. Y es que, ante todo, Massaguer fue un hombre de la cultura. En consecuencia, Social no solo optimizó sus dones personales como creador y comunicador visual –entiéndase caricaturista, diseñador gráfico, ilustrador, publicista, periodista, relacionista público y promotor cultural–, sino que capitalizó, en grado sumo, las particularidades de su sociedad y momento histórico a favor de un hecho editorial de nuevo cuño, que tuvo como corolario de su pragmática la novedad, el lujo y la cultura. Revolución y Cultura las más ilustres plumas del Viejo Continente. Para tener una idea de la dimensión cultural alcanzada por Social en este período, valga citar a tres de sus corresponsales en el extranjero: Alfonso Hernández Catá y Alfonso Reyes en Madrid, Alejo Carpentier en París y José Carlos Mariátegui en Lima. Contrariamente a lo que pueda pensarse, los tempranos triunfos obtenidos por Massaguer en su vida profesional y hasta social, nunca tuvieron como base un previo posicionamiento de carácter político, aun cuando incursionó en ella por un período de tiempo limitado, hasta que tocó en su sensibilidad de artista el desengaño. Su prosperidad material fue resultado de su talento y trabajo, y la social, una consecuencia directa de la primera. “Fue, sobre todo, un trabajador infatigable –dijo de él Julio Girona–. Yo lo recordaré siempre, a pesar de su dinero, II En Cuba, con “los buenos tiempos del azúcar dorado” –como gustaba llamar Massaguer al período de las Vacas Gordas– y el auge del periodismo, se avinieron aquellas inquietudes de orden social aún insatisfechas y las que empezaban a sumar la nueva hora, en particular, las del sector de vanguardia de la población femenina, que clamaba por la ley del divorcio y el voto, entre otras reivindicaciones de corte social y político. Esta campaña se vería favorecida por la que a la sazón agitaba a los países anglosajones. Y ambas, por el destacado papel que venía desempeñando la mujer en el frente de batalla o en la retaguardia como enfermera. Lo que en la guerra fue resultado de la necesidad, terminó por imponerse en la paz, como el corte de cabello y una ropa más funcional. Proceso, en suma, que remataría su protagonismo como factor de persuasión y éxito en toda empresa editorial y publicitaria, a más de pieza esencial del star system gestado por la naciente cinematografía hollywoodense. En lo que concierne a Cuba, este amplio proceso finalmente influirá en la aprobación de la ley del divorcio en 1918. En tanto, los liberales defenderían el derecho al voto de la mujer en las elecciones de 1920, aunque con la oposición del Club Femenino, porque podía “hacerles perder su candor y pureza”. Las Honradas (1918) y Las Impuras (1919), de Miguel del Carrión, cuyos primeros capítulos reprodujo Social en su momento, recogerían para la literatura cubana el nuevo estado de opinión, 7 Revolución y Cultura 8 así como reivindicaría a la mujer frente a los prejuicios de una sociedad patriarcal, interpretando su anhelo de independencia. Estas inquietudes sociales y culturales propias de los nuevos tiempos, tampoco las pasó por alto Massaguer, ni lo mejor de la intelectualidad cubana del momento. Pero, en su caso, más que hacerlas suyas desde la nueva mentalidad social reinante, las asumió desde una sensibilidad estético-comunicativa igualmente novedosa, cuyo mayor compromiso –al menos en sus inicios– apuntó hacia el sector femenino con mayor poder adquisitivo, en tanto garante de su posicionamiento inicial; sin obviar las supuestas ramificaciones que debían lograrse en los sectores profesionales e intelectuales, y el consabido respaldo económico que le propiciaría la publicidad en razón del interés que generaría la revista. Para Massaguer solo había una fórmula: actualizar y culturizar con su revista a las clases dominantes y, a través de estas, a más largo plazo, incidir en los componentes sociales más propensos al cambio. A él no se le escapó que cualquier movimiento intelectual o artístico que hiciera suyo los cambios culturales y sociales que se avizoraban en el horizonte nacional, precisaría de la plataforma de lanzamiento que, en toda etapa de iniciación, supone una revista de vanguardia. Y para hacer firme este ideal desde su revista –siempre sintió especial preferencia por Social–, tuvo que hacer firme un público a nivel económico, para lo cual fue imprescindible hacerlo primero a nivel de la recepción. Por último –o ante todo–, valoró el ámbito editorial del momento. A ojos vista, sus posibles contrincantes, El Fígaro, Bohemia y Letras, vivían agónicamente. “El público cubano ya conocedor de las excelentes publicaciones neoyorquinas se resistía a pagar 25 centavos por esas revistas que eran literarias pero nada artísticas y sólo con una extensa crónica social”.3 En consonancia con esta valoración, se comprende que Massaguer no solo apelara a lo mejor de la ya comentada tradición existente en esta línea editorial en Cuba, sino que conjugara la misma con una más contemporánea, con la cual había contactado en sus primeros viajes a Nueva York, donde tenían real impacto en el público femenino revistas como Vogue, Elle y Jardin des Modes. A las que se sumarían Vanity Fair y Life –todavía en su perfil humorístico–, cuyo diseño y contenido estaban más en su línea de interés. Consecuente con tal propósito, solo le quedaría obtener el crédito y correr el riesgo. El crédito lo dieron los impresores Seoane y Fernández, por intermedio “del bondadoso andaluz” Pedro Gutiérrez, a quien involucró el joven caricaturista proponiéndole la hechura de los grabados de la nueva revista. El riesgo, Massaguer. III En enero de 1916 salió el primer número de Social con excelentes bicolores del grabador Pedro Gutiérrez.4 “Fue un home-rum”, recordaría en su autobiografía años después. En el editorial de presentación, Massaguer pondrá de manifiesto su orgullo de ser cubano y preferencia por el público femenino, en tanto garante del éxito de su empresa editorial. En cuanto a lo primero, es bien ilustrativo el siguiente párrafo: “Social será una revista consagrada únicamente a describir en sus páginas por medio del lápiz o de la lente fotográfica, nuestros grandes eventos sociales, notas de arte, crónicas de modas y todo lo que pueda demostrar al extranjero, que en Cuba distamos algo de ser lo que la célebre mutilada, la sublime intérprete de L’Aiglon nos llamó hace algún tiempo”.5-6 Mientras que en lo tocante a las féminas, comienza diciendo: “He aquí, bella lectora o amable lector […] Como la joven y tímida girl la noche de su debut en el gran mundo, así se presenta esta publicación, ruborosa, pero acicalada con sus mejores galas, dispuesta a conquistarte”. Y concluye: “El resto, de ti depende. Sobre todo tú, linda lectora”. Justo el año en que el profesor vienés Sigmund Freud llama a la mujer “el continente oscuro”, Massaguer, tan dado al halago como al flirt, hace en su editorial de presentación de la revista toda una declaración de amor. Y las lectoras cubanas no lo defraudarán. No es de extrañar que en el segundo número de Social sean las mujeres las primeras en darle la bienvenida al mensuario. Y entre estas, algunas pertenecientes a la estirpe de las buenas escritoras, como Blanche Zacharie de Baralt, autora del libro testimonio El Martí que yo conocí. Escribe la Baralt: “Creo que La Habana es proporcionalmente a su población, una de las ciudades que cuenta con el mayor número de periódicos; de modo que al surgir uno nuevo pudiérase poner en duda su utilidad. Pero, a pesar de esa plé- tora, el primer número de Social despertó aquí verdadero entusiasmo. Y se comprende. Bastaba hojearlo para darse cuenta de que llenaba un vacío, que correspondía a una necesidad de este medio ambiente. La belleza de la publicación, su factura, su originalidad, su elegancia, su buen humor, junto con su información fidedigna y sus artísticas ilustraciones, todo concurría a asegurar un completo e indiscutible éxito. La sociedad habanera ha encontrado su órgano oficial y el Sr. Massaguer está de pláceme por haber concebido y realizado tan feliz idea. Social confirma el aforismo inglés: There’s always room at the top”.7 Revolución y Cultura IV La condición de artista de Massaguer, prevaleció en la novedosa concepción gráfica de Social. Ello se puso de manifiesto desde la portada misma –único tópico sobre el que nos extenderemos, por razones de espacio–, a la cual supo insuflarle un atractivo visual muy particular al sintetizar humor, vitalidad y optimismo, sin merma alguna de su valor estético-comunicativo. Tres cualidades igual de presentes en su personalidad, y que hicieron que el crítico Bernardo G. Barros lo llamara el “Mark Twain de la caricatura”. (Todavía no se verificaba en el diseño de portada una plena aceptación de la imagen técnica de la fotografía.) Es cierto que sus portadas están dentro de la mejor tradición de las revistas ilustradas norteamericanas de su tiempo, pero en Social la diferencia está dada por la asimilación de aquellos elementos esencialmente gráficos (línea, color plano, dibujo sintético, dinamismo) y su adecuado manejo en función de un mensaje, cuya expresión y sentido últimos lo acercan más a la impresión de la escena evocada que a la descripción de lo representado. Con tal estrategia de codificación también se correspondió el título o logotipo del mensuario, el que, por su brevedad, altura y grosor del palo, devino un elemento gráfico más, facilitando su complementación e integración a la ilustración, sin detrimento de su jerarquía icónico-informativa. En todos los casos rigió una imagen de identidad reconocible, sin que por ello la contemporaneidad de su diseño cayera en la monotonía. Lo que bien se pone de manifiesto en las portadas de continuidad a partir de un diseño tipo, donde el único elemento variable es la escena o motivo de la ilustración. En esta línea se encuentran las portadas de Social correspondientes al año 1921, cuyas ilustraciones se enmarcan en un patrón de diseño sobre la base de un doble recuadro: en el primero se ubica el título de la revista –unas veces en la parte superior, otras en la inferior– y demás textos; en el segundo, la escena alusiva al mes: holandesa (enero), veneciana (febrero), egipcia (marzo), mexicana (abril) y así sucesivamente. Esta concepción se retomará en las portadas correspondientes a 1923 con un tema que siempre fue de su preferencia –tal y como lo había sido de los más importantes pintores y gráficos adscritos al art nouveau–: las estaciones del año a través de la mujer. Por ejemplo, marzo (viento), abril (flores), mayo (fiestas), junio (playa)… Cada uno de estos motivos o asuntos están animados por una joven: si el viento de marzo, ella se sostiene el sombrero, mientras la falda se eleva, dejando ver parte de los muslos; si las fiestas de mayo, ella se tapa los oídos por el estruendo de los cohetes... La vida a tenor con la retórica persuasiva de implicación publicitaria, siempre tendrá en la belleza y vitalidad de la mujer joven su acento más excelso en la cosmovisión gráfica massagueriana. El hombre, cuando aparece, lo hace como complemento de la dicha implícita en la mujer que acompaña; es su partenaire. Quien compre Social, comprará un poco de esa juventud, vitalidad y belleza que proyectan sus portadas. Si es mujer, querrá ser como las muchachas de Social; si hombre, amar las muchachas de Social. Luego, al abrir la revista, podrá seguir viendo anuncios que asumen igual retórica visual; pero, también, encontrará una poesía de Alfonsina Storni, un ensayo de Miguel de Unamuno, un cuento de Hernández Catá o un artículo inédito de José Martí, y todos ellos ilustrados por los más nuevos y mejores artistas del país. La ilustración de portada también buscó a veces que el lector dejara su actitud pasiva, para poder finalmente interpretarla. Una línea, un trazo en apariencia escapado del texto dibujístico o algún elemento de ambientación supuestamente insignificante, podía ser la clave visual que desatara una segunda lectura mucho más sugerente, que solo la experiencia personal de cada lector completaría. En otras, las ilustraciones de portada se sustentan en apropiaciones y recontextualizaciones de modelos relacionados con la publicidad más identificada con los nuevos símbolos de la época, como el automóvil, el avión o la escena juvenil de franca inmediatez, vitalidad y actualidad; imagen esta última, que casi siempre refuerza la representación de los personajes vestidos al último crie de la moda. 9 Revolución y Cultura 10 Esta cualidad que ya se esboza en el primer lustro de su existencia, se hará cada vez más patente durante el decenio del veinte, evidenciando un paralelismo con el proceso de radicalización de sus contenidos. De igual modo, es de advertir en el carácter anticipatorio de la portada, un lenguaje gráfico directo, sin complicación argumental alguna para el receptor. La percepción reclama precisión. De ahí su preferencia por la línea, a partes iguales texto e imagen, a la que se subordina el color como factor exteriorizador de vitalidad, amén de agilizar el recorrido visual en razón de un código gráfico identitario de estricto matiz generacional. En cuanto a las “Massa-Girls”, si bien se sigue atendiendo al sector femenino de la alta sociedad habanera, se apunta a su componente más juvenil, existencialmente apto para insuflarle la suficiente vitalidad y novedad a la sección, en la que no faltará la intención crítica. Todo hace suponer que este tipo femenino se inspiró en la Gibson-Girl, así llamada por su autor, el ilustrador norteamericano Charles Dana Gibson. Durante las primeras estadías de Massaguer en Nueva York, Dana Gibson estaba en lo más alto de su carrera. El mayor halago que se le podía hacer a una joven neoyorkina era compararla con una Gibson-Girl. Este artista de la ilustración hizo un ideal de belleza femenino con el que todo el mundo podía identificarse, independientemente de su origen social. La idea de un tipo femenino como el creado por Dana Gibson, parece haber estado en los planes de Massaguer desde el inicio mismo de Social. Se ha querido ver un precedente en Nena, concebida en 1916. Sin embargo, este personaje todavía estaba apegado al carácter descriptivo del costumbrismo decimonónico, como para que su autor alcanzara a través de él la síntesis gráfica del hecho estético-comunicativo que deseaba plasmar con verdadera novedad. En consonancia con su condición de caricaturista, se propuso dar toda una situación en un rostro, rechazando así el criterio de escena presente en los ilustradores norteamericanos. “Ellas”, sección complemento de “Ellos”, sería el otro paso. Pero solo con las Massa-Girls alcanzará ese propósito. En el número que da inicio al decisivo año de 1921, aparece la primera: “la romántica”. A esta le seguirán, entre otras, “la coqueta”, “la santita”, “la del Vedado Tennis Club”, “la del cerquillito”, “la boy”, “la debutante” y “la flapper”, antecedente esta última de lo que la escultora Clara Sheridan creyó distinguir entonces como “el tercer sexo”. Con solo la expresión del rostro y una cuidadosa selección en cuanto al peinado, la postura y el vestir del personaje aludido, donde no falta cierto tratamiento del color con un valor simbólico, Massaguer dará en cada nuevo número un tipo femenino juvenil, de gran sensualidad y vitalidad, tal y como las veía en la calle Obispo, en la semana de aviación en Columbia o en las playas aledañas al Almendares. Las Massa-Girls van a devenir, con mucho, núcleo visual dinamizador de las que darían en concebir algunos de los más importantes ilustradores y caricaturistas cubanos; por ejemplo, “las habaneras” de Enrique García Cabrera y las mismísimas “criollitas” de Wilson. Sin obviar las ultra-chic de Jaime Valls, aunque su tipo femenino casi siempre rebasó la veintena. Según Bernardo G. Barros, Valls las quería “más experimentadas y serenas”. Massaguer, al borde de expirar la adolescencia. El más conocido de los creadores cubanos olvidados, hoy está más actuante que nunca en nuestra realidad. En el Centenario de la fundación de Social, su obra editorial mayor, debemos sentirnos orgullosos de contar con una revista que puso a Cuba en lo más alto del ámbito gráfico y editorial de su tiempo. Con la llegada del libro digital, se hace hora de publicar sus más de 230 números. De su lectura total, se comprenderá mejor su tiempo y el nuestro, a más de propiciarnos una experiencia estética y comunicativa únicas, de la que saldremos mejores personas y, con toda seguridad, más cubanos. Notas 1 Ver: Jorge R. Bermúdez: “Colaboradores de Social”, en Massaguer: República y Vanguardia, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2011, pp. 255-264. 2 Ciro Bianchi Ross: Oficio de intruso, Ediciones Unión, 1999, p. 107. 3 Massaguer: República y Vanguardia. Ob. cit., p. 76. 4 El primer local de la revista estuvo en la calle 4, número 170, en El Vedado. 5 Se refiere a la actriz francesa Sara Bernhardt, quien nos había llamado en una visita reciente “indios con levita”. (N. del A.) 6 Conrado W. Massaguer: Social, enero, 1916, p. 11. 7 Blanche Zacharie de Baralt: Social, febrero, 1916, p. 35. Massa-girls, de arriba hacia abajo: “La romántica”, enero, 1921; “La flapper”, febrero, 1923; “La coqueta”, febrero, 1921; y “Cuando los turbantes turban”, abril, 1924. La LITERATURA en SOCIAL U Luis Álvarez Poeta, crítico, investigador y profesor cubano. Junto a Olga García Yero publicó recientemente Pensar la cultura cubana (2015). Ilustración de Jaime Valls para un anuncio en Social. Revolución y Cultura na centuria después Social exige una reevaluación. Algunas publicaciones periódicas, al añejar, adquieren un bouquet que, como en ciertos vinos, pueden sorprender a paladares demasiado condicionados por esquematismos críticos. Si bien taraceada de crónicas sociales, comentarios y fotos publicitarias y de moda, Social desempeñó –gracias a la participación inteligente y sistemática de muchos miembros del famoso grupo Minorista– una función reflexiva, de difusión, promoción y empuje cultural que la convierten, durante una etapa histórica particularmente sombría, en una verdadera institución crítica que, liderada por un intelectual de gran relieve como Emilio Roig de Leuchsenring (desde 1918), constituye hasta el presente un testimonio epocal invaluable. Ya incluso antes de que Roig asumiera esa dirección, la revista había publicado, en 1916, a autores de importancia como un romance del simbolista franco-griego Jean Moréas, además de textos de escritores nacionales, como un cuento de Raimundo Cabrera. En 1917, siempre antes de la intervención decisiva de Roig, se publicaban textos de autores franceses, algunos más o menos recientes, como Camille Mauclair o Gustave Flaubert, y otros de la primera mitad del s. XIX, como Gérard de Nerval: es la oleada del gusto afrancesado posromántico y modernista. Ese mismo año la revista publica páginas de Blasco Ibáñez, cuya fama entonces estaba a punto de declinar; poemas al uso para señoritas –“El guante”, de Schiller–, pero también de Juan Ramón Jiménez, que apenas comenzaba a instalarse en el panorama literario peninsular. Asimismo, se abren paso en la revista jóvenes poetas como Emilia Bernal, uno de cuyos primeros poemarios, Alma errante, acababa de aparecer. En julio de 1917 se advierte la presencia de latinoamericanos como José Enrique Rodó (quien acababa de fallecer en plena fama) y de José Santos Chocano, en plena producción literaria. Social se abría entonces al mundo y –al margen de sus inevitables crónicas sociales– constituía una antena de indudable interés cultural, en particular porque esos textos literarios aparecían mezclados con imágenes de una arquitec- 11 12 Revolución y Cultura Conrado W. Massaguer y Emilio Roig de Leuchsenring. tura, un cine y una danza que concordaban, aquí y allá, para trazar el rostro de una contemporaneidad que aún no acababa de instalarse en La Habana. Antes de la dirección de Roig, la presencia de la literatura en la revista apenas resultaba orgánica en cuanto a estilos y épocas, con una tendencia a la selección más bien complaciente de un público habituado al sentimentalismo y la frivolidad. A partir del año 1918 la literatura en la revista pasa por la perspectiva de Roig de Leuchsenring. El cambio es notable y, manteniendo la inclusión de textos de autores europeos, latinoamericanos y cubanos, se observa la aparición de cierta perspectiva más ponderadora de la cultura insular, como la que marca un artículo de 1919 del tempranamente malogrado crítico de arte Bernardo G. Barros, quien escribe: “Cuba, pueblo joven y vigoroso, nación que ha conocido ya la embriaguez de crear, es sin duda la más necesitada de que la buena voluntad de unos cuantos penetre en la urdimbre de esas síntesis y busque el punto que irradia, la orientación que puede llegar a ser formidable fuente de vida”.1 Disminuyen desde los primeros tres años, hasta desaparecer, los textos de autores franceses del s. XIX. Social, sabiamente condu- cida, prefiere ahora una literatura del presente, en particular cubana y latinoamericana. Social en los años posteriores insistirá en una apertura a los nuevos tiempos de la creación literaria. La variedad de autores que se publican en la sección “Literatura” va ensanchándose en la década del veinte, y orientándose cada vez más hacia lo contemporáneo, tanto europeo y norteamericano, como lo latinoamericano y lo cubano. Tagore, premio Nobel desde 1913, halla también lugar en la revista. El gran mexicano Alfonso Reyes, muy joven aún –acababa de aparecer su primer poemario, Huellas–, es publicado en 1923, en compañía de un cuento de Flora Díaz Parrado –muy joven y que sería con los años una destacada dramaturga– y un poema de Mariblanca Sabas Alomá –entonces de veintidós años–. Publica en Social, a los veintiún años, quien sería más adelante uno de los más interesantes poetas y ensayistas mexicanos, Jaime Torres Bodet; también allí, en 1923, Federico Henríquez Carvajal publicaría un artículo sobre el feminismo. Una rápida revisión de Social saca a la luz –junto con autores olvidados, merecidamente o no– una fascinante convocatoria de quienes habrían de ser, algún tiempo más tarde, figuras relevantes de la literatura, en Cuba y en América Latina. Es verdad que no hay preferencia de estilos o tendencias, pero ello mismo contribuye a su carácter de muestrario de la contemporaneidad. Ese matiz aumenta en la medida en que la revista se lee crecientemente en el subcontinente latinoamericano. No por gusto el joven Alejo Carpentier, como hace evidente en sus Cartas a Toutouche, que colabora desde Francia para Carteles, se esmera particularmente en sus crónicas de París para Social, donde sus trabajos se codean tanto con los de figuras latinoamericanas de amplio reconocimiento literario, como Alfonso Reyes o Gabriela Mistral, y con cubanos como Agustín Acosta y Enrique Serpa, Enrique José Varona y José Fernández de Castro. En la brevedad de sus páginas, esta revista constituyó, en literatura como en pintura, fotografía, danza y cine, una ventana hacia una contemporaneidad que el régimen colonial, con sus patrones vencidos, su dogmatismo decimonónico y su rigidez política habían pretendido secuestrarnos. A pesar de su veste variopinta, de la marcada incoherencia de sus primeros dos años –que nunca pudo ser por completo depurada–, Social fue un espacio donde, aquí y allá, pudieron filtrarse aires renovadores e, incluso, bien audaces para la mediocridad imperante en la Isla. A cien años de su aparición, Social sigue siendo apasionante y útil, ahora como síntoma revelador de un imprescindible movimiento, de una voluntad imparable de la cultura cubana hacia su presente y su futuro. Nota 1 Bernardo G. Barros: “El año artístico”, en Social, La Habana. Vol. IV, No. 1, enero de 1919. ALEJO en SOCIAL E Rafael Rodríguez Beltrán Profesor de la Universidad de La Habana, y vicepresidente de la Fundación Alejo Carpentier. Revolución y Cultura s cierto que los bailes del Segundo Imperio auspiciados por María Luisa Gómez Mena de Cagiga, o la soirée Oriental que apadrinó Mina Pérez Chaumont de Truffin, las frecuentes regatas del Yacht Club o el “Horse Show” celebrado en Columbia, así como una sobria pero –como es de rigor– abundante publicidad de productos decididamente de lujo (como los pianos Steinway, las Victrolas o incluso las suntuosas instalaciones del Sevilla Biltmore), acompañados de otros dirigidos a un público más democrático (como la sal de frutas Eno, las cuchillas Gillette, el chocolate La Estrella y la maltina Tívoli), ocupaban un determinado espacio entre las páginas de Social. Son reflejo de una época que para el estudioso no pueden constituir sino motivación para la más curiosa investigación sociocultural. Aparte del ya conocido avance técnico que implicó la utilización del off-set en su momento y del indiscutible valor de todo el magnífico soporte gráfico de esta revista, que incluye no solo la profusión fotográfica sino, y sobre todo, los diseños de su director, Conrado W. Massaguer, la revista se sostiene aun hoy sobre todo por la relevancia de sus colaboradores, tanto nacionales como extranjeros, y por la calidad de sus contribuciones. No podemos ver a Carpentier como un escritor verdaderamente bisoño cuando llega a las páginas de Social: desde 1922, cuando todavía no ha cumplido los dieciocho años, ya sea bajo el pseudónimo que asumirá su madre, Lina Valmont, ya sea con su nombre –con el que se va a dar a conocer desde las páginas de El País, La Discusión, Chic y Smart–, el periodista adolescente ha llenado centenares de cuartillas entre relatos –casi todos inéditos– herederos de cierto Anatole France, redactados en una prosa que se quiere flaubertiana, y artículos de orientación esencialmente cultural para esos y otros diarios, semanarios y revistas. No obstante, Social es, sin dudas, una “promoción”. Fundada en 1916, en plena danza de los millones como heredera bastante directa de Vanity Fair, ya para 1924, fecha en que comienzan las colaboraciones del futuro novelista, a pesar de que las vacas que fueron gordas han perdido mucho peso, es cada vez más una revista considerablemente prestigiosa, que se vende mucho, que sale del país y que se lee por grupos sociales muy diversos, por lo que cuesta trabajo creer que sus suscriptores y anunciantes –como se ha dicho– se limitaran en términos muy generales a comprobar que sus compromisos, bodas, bautizos, justas deportivas, fiestas, juntas, banquetes profesionales y publicidad, estuvieran bien 13 14 Revolución y Cultura En la “Sobremesa sabática”, Massaguer incluyó entre los caricaturizados al joven Carpentier. reflejados en sus páginas. No hay que pensar que los pobladores de esos mundos de la pseudo-aristocracia o de la grande, mediana y pequeña burguesía, estuvieran todos, sin excepción, ajenos a cierta curiosidad por la cultura nacional y de todo el mundo que desbordaba la revista. Porque, desde sus inicios, Social tuvo esa vocación de actualización cultural que la caracterizó a lo largo de sus casi treinta años de existencia, pero que se hace mucho más evidente a partir de la década de 1920 con el desarrollo del Minorismo, que se propone defender un arte vernáculo, revisar los credos estéticos caducos y propugnar un arte nuevo. Y, aunque Jorge Mañach, a inicios de 1924, desde las páginas de esa misma revista había bautizado el heterogéneo conjunto y solo en 1927 Rubén Martínez Villena redacta la famosa “Declaración…”, lo cierto es que durante todos esos años y hasta el recrudecimiento de la dictadura de Gerardo Machado, Social sería una suerte de órgano mediático del grupo. Carpentier, que es acaso su benjamín, pero que ha demostrado en prácticamente todo su periodismo su intrínseca filiación minorista, firmará la citada declaración y –acaso como ninguno otro de sus miembros– pondrá en práctica esa militancia programática, ese apostolado estético de vanguardia, en los artículos publicados en dicha revista (y también en Carteles, su hermana hebdomadaria que, aunque una suerte de alter ego de Social, iba dirigida, como sabemos, a otro público). Un leit motiv wagneriano atraviesa las crónicas carpenterianas aparecidas en Social: la vanguardia, ya sea la nuestra, la de nuestro entorno latinoamericano y la internacional. Leit motiv por lo reiterado, wagneriano por lo iconoclasta. Las corrientes estéticas y los autores abordados incluyen, primeramente, a artistas que se manifestaron en lo fundamental a partir de los últimos años del siglo XIX anunciando ya una nueva era o revolucionando su arte, como pueden ser, en el caso de los músicos, Claude Debussy o Erik Satie; luego vienen aquellos surgidos en los primeros años del nuevo siglo, tales como Igor Stravinski –sobre todo– y Edgar Varese y, por último, los que adquieren determinada relevancia poco después, como Darius Milhaud, Maurice Ravel y Manuel de Falla. La actualidad de estos trabajos fue entonces evidente, sobre todo para el público de este lado del Atlántico que en la práctica no conoce a los citados autores. Esos artículos, en su conjunto, servirán de introducción a los conciertos de “Música Nueva”, que organizará el propio Alejo junto a Amadeo Roldán a fines de 1927 y que constituyen, junto con los artículos, el colofón de toda una acción promocional encaminada a la difusión de la música contemporánea en nuestro país. Batallar por lograr que estos nuevos autores ocuparan el lugar que la posteridad no ha dudado en darles mucho tiempo después, implicaba también la juvenil actitud irreverente con relación a los admirados en el pasado: son transparentes sus reticencias con respecto a la obra de un Berlioz, de un Saint-Saëns y hasta del propio Wagner. Pero acaso lo más interesante es que Carpentier nos brinda casi siempre una contextualización cultural entre las distintas formas artísticas y su momento histórico, que hace de sus estudios –musicológicos en los ejemplos brindados– una implícita lección que un lector atento puede relacionar con ciertos atisbos de lo que sería una teoría de la cultura. Y veremos también, entre los trabajos aparecidos en Social, artículos consagrados a maestros de la plástica contemporánea: elogios para Pablo Picasso, Mateo Hernández, Giorgio de Chirico… y, por supuesto –recordemos una vez más el credo minorista– denuestos contra Mariano Fortuny y Jean-Louis Meissonier, representantes “de valores gastados”. Admira la simple modernidad de los proyectos de Le Corbusier, enemigo de los estucos, las grecas y los “motivitos pintados en serie”, cuando incluso en Europa la obra de este revolucionario arquitecto todavía no ha sido objeto del generalizado reconocimiento que le llegaría más tarde. En el terreno literario, Carpentier alude constantemente a la polifacética y transgresora personalidad de Jean Cocteau, que lo pone en contacto con el malogrado Jean Desbordes, lo que nos vale una crónica, que más que crónica es ensayo, sobre la obra de un autor que moriría su madre, Ekaterina Vladímirovna Blagoobrázova), pero obviamente fueron redactados por él. Sin embargo, esos textos carecían de una orientación genérica específica. Con los artículos de Jacqueline estamos en presencia de un verdadero travestismo en el que el autor, transformado en mujer, orienta la moda a las damas cubanas que quieren (y pueden) mantenerse al día con la boga vestimentaria europea y en particular –con el secular prestigio que la acompaña– la francesa. No sería difícil encontrar entre esas páginas una intención que está en consonancia con la vocación antes destacada; el hecho de que aquí implique cierta frivolidad, no puede sorprendernos, ya que está dirigida a un determinado grupo muy específico de féminas, pero no deja de tener un interés sociocultural, siempre y cuando se pretenda conocer la intimidad histórica de esas décadas cubanas. No fue fácil para Carpentier, tanto en Cuba, pero sobre todo después de su instalación en París, mantener una colaboración sistemática con Social. De estas angustias dan fe las Cartas a Toutouche, prolongada correspondencia del autor con su madre, que ejercía en La Habana las funciones de agente literario de su hijo ante las diferentes publicaciones periódicas. En esas cartas se destaca en principio el interés de distinguir la revista de Massaguer con respecto a otras, en particular, la de Quílez: “…nunca quisiera que se publicara en Social una crónica de Carteles. Las de Social están hechas con cuidado, pensando que la revista va al mundo entero”. También su interés en que los artículos fueran acompañados por un elemento gráfico impactante: grabados de Cocteau, plumillas de Picasso o fotos –en ocasiones dedicadas– de los aludidos, como es el caso de Joséphine Baker. Pero siempre la angustia por la calidad estética del trabajo, a causa de la premura, y con frecuencia por las urgencias económicas tanto de Lina como de él mismo en París. En la obra de ficción de Alejo Carpentier se revertirá todo este enorme trabajo de cronista de su tiempo. Léanse con atención las páginas de El recurso del método y constataremos la reformulación literaria de muchos de los temas abordados en las crónicas de Social (y también en las de Carteles, y de otras publicaciones periódicas, por supuesto): cuando Ofelia, por ejemplo, la hija del Primer Magistrado, da un giro total a la estética de su residencia parisina, está operando con los cánones estéticos de una vanguardia que no es solo europea; su padre, representante de una generación que todavía responde a esos “valores falsos y gastados” no se halla cómodo en ese nuevo ambiente y se recluye en las mansardas de su hôtel particulier. Todo el credo estético de los artículos carpenterianos de Social está en esas páginas. Reminiscencias de estas crónicas –si bien menores– encontraremos también en La consagración de la primavera. Pero dejemos que el lector más joven disfrute de estas auto-intertextualidades, para lo cual se impone una nueva edición de las Crónicas –incluyendo muchas que no fueron tenidas en cuenta en la publicación de 1976– para alcanzar una visión más completa de las colaboraciones de Alejo Carpentier en una de las revistas más emblemáticas de nuestra primera etapa republicana, desde cuyas páginas, y en fecha muy temprana, el futuro autor de El siglo de las luces contribuyó a la actualización del pensamiento estético de su tiempo. Revolución y Cultura años más tarde víctima de terribles torturas en los macabros sótanos de la Gestapo parisina, sin que sus verdugos pudieran obtener la información que buscaban. No escapó a la sagacidad literaria de Alejo la aparición de un texto que es hoy ya un verdadero “clásico”: Nadja, de André Breton; para esta obra que en la propia Francia solo habían leído algunos “iniciados”, Carpentier encuentra, en el mismo año de su publicación, el calificativo oportuno y juega con el significado último de esa estética a la que se sumará: “un libro –nos dice– de magia contemporánea; un libro tan lleno de misterio como de fe, un libro nutrido de la creencia de una realidad superior”. De las alusiones anteriores se pudiera inferir que desde las páginas de Social el futuro novelista quiere actualizar al lector cubano con las más recientes producciones de las vanguardias culturales que ha conocido en la Isla, y que luego redescubrirá en Francia. Esto es solo una parte de la verdad. La vocación latinoamericanista de Carpentier lo impulsa a divulgar la obra de los más destacados creadores de esta margen del Atlántico y, en particular, la de los cubanos. Así encontraremos muy sabrosas crónicas sobre sus artistas plásticos más brillantes: el mexicano Orozco, el uruguayo Pedro Figari, el norteamericano Man Ray y los cubanos Eduardo Abela, Carlos Enríquez y Marcelo Pogolotti. Carpentier será el primero en hablarnos de las creaciones del compositor brasileño Héitor Villa Lobos y de la de los cubanos Amadeo Roldán, cuya obra, inscrita en el marco de la música sinfónica, merecerá comentarios de la índole del siguiente: “nunca sabré elogiar bastante el absoluto buen gusto puesto de manifiesto en [su Obertura sobre temas cubanos]”, y Moisés Simons, autor de una página igualmente antológica que el visionario cronista calificará de “extraordinaria”: “El manisero”. Y en cuanto a las letras, entre otros temas, felicita al chileno Vicente Huidobro –que será colaborador del único número de Imán, la revista impulsada por Alejo– por su Mio Cid Campeador; y alude al “centinela de la torre”, Félix Pita Rodríguez, y a José Antonio Fernández de Castro, destinatario de algunos de los artículos publicados en Social. Algo se ha hablado de la contribución de Carpentier a dicha revista en lo que respecta a sus crónicas. Menos se ha dicho de sus traducciones. En su carácter de eficientísimo bilingüe, que implicó en su caso un conocido aunque no siempre bien interpretado “biculturalismo”, Carpentier va a ser el perfecto truchimán no solo por su competencia en francés y en español, sino también por el profundo conocimiento de la cultura francesa y en particular de de literatura de ese país. La segunda –que conozcamos– colaboración para Social, en diciembre de 1924, será una traducción a la que seguirán otras, entre las que se destaca muy especialmente un cuento de Paul Morand, “El museo Rogatkine”, acaso el primer contacto del público lector cubano con la obra de este escritor, que merecería tal vez una mayor atención entre nosotros, muy a pesar de su decididamente equivocada postura ante el fenómeno fascista. Lo cierto es que dicha traducción está incertada igualmente en la intención actualizadora del minorismo, de la revista y del joven escritor. Otra faceta poco conocida y menos estudiada –acaso la excepción sea la del investigador James J. Pancrazio– es la sección que desde las páginas de Social redactará Carpentier bajo el pseudónimo de Jacqueline, “Su Majestad, La Moda”. No es la primera vez que el joven periodista asumirá un nombre de mujer: sus primeros trabajos en la prensa, como ya ha sido demostrado, fueron firmados, con el nombre de Lina Valmont (alias que había asumido 15 A la izquierda, arriba: “Massaguer por Caruso y Caruso por Massaguer”; y debajo: “Theodore Roosevelt”, en Guignol, 1923. A la derecha, arriba: “Enrique José Varona”, en Guignol; y debajo: “Juan Marinello”, ambas de 1923. A la izquierda, arriba: “Fernando Ortiz”, 1924; y debajo: “Rafael Blanco”, 1923. A la derecha, arriba: “José Raúl Capablanca”, en Guignol, 1923; y debajo: “Foujita”, 1929. Afamado dibujante y caricaturista personal, Massaguer también incursionó con éxito en la caricatura política, y aquí presentamos dos de sus más notorios ejemplos: Arriba, “Panel del pabellón cubano en la Feria Mundial de Nueva York”, 1938. Fue mandado a cubrir con lechada por el presidente Laredo Brú, al considerarlo un insulto al pueblo norteamericano. Junto a estas líneas, Massaguer posa junto a “El doble nueve”, 1943, una de las imágenes más famosas durante los años de la Segunda Guerra Mundial. SOCIAL y la presencia de las intelectuales cubanas Apostillas al texto publicado en Damas de Social* L Mirta Yáñez Poeta, narradora y ensayista. En 2012 recibió el Premio de la Academia Cubana de la Lengua por su novela Sangra por la herida. *Nancy Alonso y Mirta Yáñez: Damas de Social, Editorial Boloña, La Habana, 2014. Premio de la Crítica. Revolución y Cultura os caballeros fundadores de la prestigiosa revista Social (191633/35-38), Emilio Roig y Conrado Massaguer, no se contentaron con realizar una publicación hermosamente diseñada, mundana y con la frivolidad imprescindible para una vida completa, sino que además conceptualizaron una revista con sectores de lectura más profunda, entre ellos, la presencia de la obra de las intelectuales cubanas de la época. El hallazgo por Nancy Alonso, a través de una carta de Aurelia Castillo a Roig, acerca de un número dedicado totalmente a las mujeres, las Damas (“Solo para señoras”, Social, vol. 4, abril de 1919), llevó a nuestra investigación acerca de esa alta presencia de las intelectuales cubanas –e internacionales– en la revista. Indica Nancy Alonso en su prólogo: Desde los primeros ejemplares que consulté, me llamó la atención la descollante colaboración de las mujeres en Social y, en particular, el hecho de que Emilio Roig comenzara a publicar en 1919 la sección fija “Poetisas cubanas”, dedicada a resaltar la labor literaria de nuestras más importantes voces líricas. (ob. cit. pp. 10) En mi colaboración para el libro, “Social, sus Damas, mi Álbum de Apuntes”, centré mi punto de vista en la participación de las intelectuales en la revista y el hecho de que casi todas hubieran intervenido en el movimiento feminista de aquellos tiempos. Estos fueron fragmentos de mis apuntes: Así llegó a asentarse Social como un compendio entre el intelectualismo cultural humanista y la crónica social, entre la hondura de sus textos de peso y el savoir vivre chic, entre los roles tradicionales femeninos y la emancipación de la mujer, entre la invasión de la naciente publicidad y el arte creativo del ingenio. […] Entre las secciones de la revista dedicadas a temas de la mujer, además de “Modas femeninas”, está la de “Cultura física” redactada por Marisabel Sáenz y cabe mencionar también el texto dirigido a “Cómo educar a los niños. Algunos preceptos de educación”, firmado por una llamada Madame de Fetiché. Del sector habitual de “Higiene y belleza femeninas”, de frecuencia sostenida bajo el seudónimo de Casil- 19 Revolución y Cultura 20 da, puede tomarse en cuenta esta recomendación: “Hay que evitar los trajes apretados, los perfumes fuertes que debilitan las carnes, el excesivo calor y la humedad, con un guante de crin deben friccionarse a diario el nacimiento del cuello y la proximidad de los hombros”. Y, como una sección destacada, aquella dedicada a las escritoras cubanas bajo la rúbrica de Emilio Roig, quien con el titular de “Poetisas cubanas” consagró mensualmente un texto durante todo el año 1919 a poetisas fallecidas. Terminado ese año, el siguiente continuó Roig su noble sección con las escritoras que comenzaban a publicar sus primeros textos poéticos, añadiendo a la crítica literaria un tono de reportaje con una entrevista a la poetisa en cuestión. Labor encomiable que aspiró a sistematizar el conocimiento de la escritura de las mujeres y a abrirles un espacio en una de las revistas más leídas de aquellos tiempos, espíritu generoso de Emilio Roig que no tendría epígonos entre los intelectuales cubanos de décadas posteriores.[…] No quiero dejar de mencionar que si bien, siguiendo la propensión sexista, otras publicaciones de la época se ensañaban con las feministas con caricaturas muy desagradables y con burlas sangrientas, ese machismo rampante no tuvo cabida en Social. Aunque Massaguer, elegante humorista que sabía atrapar las señales de su tiempo, se permitió intercalar una que otra humorada en su revista. Bromas aparte, ¡cuánto habla de la nobleza de Roig y Massaguer el apoyo a las intelectuales cubanas! Y ello, en medio de las fieras y tergiversadoras campañas antifeministas y antisufragistas detrás de las que se escondía el rechazo a que los mujeres cubanas tuvieran el merecido lugar que les correspondía en el ejercicio del poder y en el devenir de la afirmación de la nación. No debe olvidarse que la etapa de esplendor de Social coincide con la época del sufragismo. Los conservadores, y en general la mayoría de los hombres en las esferas de gobierno y dirección, negaban la capacidad intelectual de la mujer. ¿Qué había en el fondo de esa actitud? Las pugnas por la posición, el miedo a perder territorio, el ansia de control proveniente de un patriarcado que solo dejaba espacio a la mujer como esposa, madre, hija o sirvienta. No es grato recordar que, pasadas las luchas independentistas donde la mujer cubana tuviera una participación activa y con la llegada de las leyes democráticas, se instauró con la República la continuación de un machismo patriarcal y, cabe decir, cínico, con el aquello de que “las disposiciones del rey se obedecen, pero no se cumplen”, espíritu nefasto que ha perdurado hasta hoy. Los rígidos códigos heredados de la colonia, aplicaban sus grilletes en el ambiente de las primeras décadas del pasado siglo. Es más, muchos de ellos han sobrevivido incluso hasta la segunda década del siglo XXI. Por ende, en las investigaciones y estudios no se trata solo de arqueología, sino de traer a la palestra del debate un actual problema práctico y teórico. La pregunta sería: ¿quiénes son los interesados en mantener un estatus con un orden marginador? La protesta feminista, pues, por las condiciones de la época se agudizó. Y aunque se agruparon en clubes femeninos, en grupos sufragistas y obtuvieron victorias legales, el feminismo cubano no dejaría de ser un espejismo si no se alcanzaban cambios radicales profundos y perdurables. En aquel entonces, mientras más protestaban las mujeres, más se asentaba una propaganda misógina. Entre los tantos sarcasmos y críticas, se acusaba al movimiento feminista cubano de ecléctico. Y eso es cierto, había muchas tendencias dentro del movimiento feminista cubano, pero estaban unidas en una cosa: en la comprensión de que la libertad comienza por la igualdad. Por lo demás, ¿cuál movimiento se puede vanagloriar de ser compacto? Incluso algunas de ellas se despistaron y atacaron a otras por lo que se dio en llamar el “garzonismo”, como una metáfora de la homosexualidad femenina. No puede negarse tampoco que hubo confusión en el feminismo cubano con un lastre conservador y por las posturas ante la dictadura de Gerardo Machado, pero unas y otras, sufragistas o no, de distintas clases sociales, doctas o no, estaban unidas en un ideal social con un énfasis marcado en la educación. Aquellos ataques misóginos provenían también de ver la paja en el ojo ajeno, y de manera muy interesada porque, vamos a ver, ¿a quién le podía convenir que lleros y casi siempre se trata de desnudos femeninos. Habría que preguntarse qué pensarían entonces las escritoras con una conciencia feminista irrenunciable y que habían señalado en el debate la instrumentación del cuerpo femenino sólo como un objeto de placer. De todas formas, lo valiente no quita lo cortés ante la belleza de alguna de estas obras. Para ejemplificar, nada mejor que la sección, aunque esta se llama “La mujer en el arte”, se trata en realidad de la mujer representada por el arte y como modelo del arte, y dice el pie de grabado de las obras del artista checoslovaco Korbel.[…] Y yo daba fin a mi texto con este comentario: Casi todas ejercieron el periodismo, casi todas fueron feministas, casi todas pasaron por el Lyceum, casi todas estudiaron Letras, casi todas escribieron poemas, casi todas intervinieron en las inquietudes sociales de su tiempo. Todas dejaron un trazo profundo en el progreso de la cultura cubana. Todas se merecen el recuerdo y el homenaje. Y alguna vez, alguna plaza, alguna calle, alguna biblioteca cubana, llevará sus nombres. Estas son las Damas, las intelectuales cubanas que marcaron una época y pasaron su destino por las páginas de Social. Poco me queda por añadir a la relación entre la Revista Social y las intelectuales cubanas de las primeras décadas del siglo pasado. Agradecer a las intelectuales de hoy el haber colaborado con tanto entusiasmo en este proyecto y tan sólo desear con energía que el ejemplo de aquellos dos caballeros insignes de nuestra cultura, Roig y Massaguer, encuentren eco en lo mejor de nuestra intelectualidad masculina contemporánea. Revolución y Cultura las mujeres no pudieran votar? Al ridiculizar la participación de la mujer se pretendía aniquilar su representatividad entre las fuerzas vivas de la sociedad. En la defensa de la mujer y en la organización de los eventos femeninos tuvieron una notable participación las intelectuales de entonces. Ellas fueron las ideólogas, las fundadoras, las promotoras de un cambio. Entre varias figuras, a mi modo de ver, se destacaron: Mirta Aguirre (1912-1980) desde la izquierda consecuente; Mariblanca Sabas Alomá (1901-1983), una adelantada en considerar tan malo el adulterio femenino como el masculino; Camila Henríquez Ureña (1894-1973), con textos y acciones encaminados a la unidad y la organización de las mujeres, y Aurelia Castillo (1842-1920), quien desde sus primeros textos se ocupó por elevar a primer plano a otras mujeres, con una magnanimidad sin par. […] Como detalle curioso, las ilustraciones a la publicación en general y en particular a los textos de poemas y narraciones, casi siempre son realizados por caba- 21 Revolución y Cultura 22 El o c a s o M Graziella Pogolotti Ensayista, crítica y profesora. Premio Nacional de Literatura y de Enseñanza Artística. Su más reciente título es Buscando el unicornio (2015). Revolución y Cultura uchos amigos de antaño lo nombraban Massa, muestra de afecto y, quizás, de alguna condescendencia. En el declive de los cuarenta y a lo largo de los cincuenta del pasado siglo, seguía frecuentando los espacios culturales, sobre todo, las conferencias y exposiciones en el ámbito del Lyceum. Papel en mano y pluma inquieta, esbozaba caricaturas que publicaría luego en Información. Captaba los rasgos característicos al modo de un observador cordial, con el talante de buena gente que siempre lo acompañó, ajeno, como parecía estar, a guerras y guerrillas. Guardaba reserva sobre su vida familiar, marcada, según los comentarios de entonces, por una sombra trágica. Conrado W. quiso ser un empresario exitoso en el mundo de la prensa, en rápido proceso de modernización a principios del siglo XX gracias a la innovación tecnológica y a los cambios de estilo de vida. Aprendió del periodismo norteamericano, de las posibilidades renovadoras del diseño y adoptó, de acuerdo con nuestra tradición cultural, soluciones eclécticas para asegurar la sobrevida de una revista de buen gusto. Con espíritu empresarial, Conrado W. pensó en una franja social representativa de una mentalidad emergente, de inspiración modernizadora. Eran los clubmen y los sportsmen, aficionados a los deportes náuticos, asociados a las instalaciones recreativas que bordeaban la costa. En contraste, otra zona del poder económico, basada en el comercio español, se afincaba simbólicamente en el centro urbano. Cara a cara, en el Parque Central, asturianos y gallegos hacían ostentación de las marcas duraderas de un legado. Social apostó en favor de esa nueva mentalidad. No podía contar con el patrocinio de los suscriptores. Para equilibrar las finanzas, la publicidad era indispensable. Los anuncios impregnaron también diseños con sabor de modernidad. En esas circunstancias, los animadores de Social encontraron el equilibrio indispensable entre cal y arena, entre el toque de frivolidad y la apertura de un espacio para la expresión de las inquietudes de la vanguardia cultural. Sin embargo, a inicios del siglo XX Marinetti entendió que la velocidad era un signo de los nuevos tiempos. Acoplada a las demandas de un momento, Social fue perdiendo influencia. Las revistas norteamericanas llegaban a Cuba de inmediato. Time fue construyendo en toda la América Latina un lector de clase media. De manera sintética y asequible, ofrecía información variada sobre economía, política y acerca de las novedades en el campo de la cultura. Contenía todo lo necesario para comportarse de manera adecuada en reuniones recreativas y de negocios. El modelo respondía a la noción de un empresario masculino, dinámico, que en la jornada de trabajo evitaba la sombra de las cinco al afeitarse con Gillette. En la posguerra, la fórmula Time se universalizó. Las fotos de cubierta, a veces manipuladas, tenían impacto político. Recuerdo en particular la imagen del demócrata Adlai Stevenson durante su campaña presidencial, asociada a un blanquísimo huevo. Egghead, cabeza de huevo, es un despectivo que califica a los intelectuales, fuertemente rechazados por una amplia base de los electores estadounidenses. Para el consumo interno, Carteles sobrevivió a Social. De bajo costo, seguía en popularidad a Bohemia que, por la tónica de su información sobre política nacional, alcanzó enormes tiradas. Las revistas culturales circulaban entre una exigua minoría. Massaguer había sido superado por el ritmo de la época. Mantenía su vestuario atildado, con un estilo conservador, algo distante de la moda masculina con el color claro de los trajes y el estilo de las universidades de la Ivy league. Rechazó la asimilación de la guayabera para el vestir mundano en las tardes. Derrotado en muchos ámbitos de la vida, mantuvo en alto su dignidad de hombre. Guardó para sí los dramas personales que atravesaba. 23 Miguel de Cervantes y Saavedra en su recinto habanero Llilian Llanes 24 Revolución y Cultura Historiadora, ensayista, crítica de arte y profesora. El último, entre sus numerosos libros, es El Vedado de los generales y doctores (2014). Portada de El Fígaro, diseñada e ilustrada por Conrado W. Massaguer, donde se reseñaba la inauguración del monumento a Cervantes en el Parque San Juan de Dios, en La Habana. R ecientemente leí una noticia en la que varios intelectuales españoles se lamentaban del poco caso que su Gobierno le está prestando a la celebración del 400 aniversario de Miguel de Cervantes y Saavedra. Sus comentarios me llevaron a recordar que desde hace casi cien años en La Habana contamos con un monumento a tan significativa personalidad, cuya presencia lamentablemente pasa inadvertida a quienes transitan por sus alrededores, no obstante ser objeto de ofrendas florales por parte de instituciones culturales y sociedades españolas cada 23 de abril, día del idioma español. Si bien pasó a la historia como el tributo rendido por Cuba al “gran pontífice de nuestra habla”, la iniciativa había partido de quienes entonces dirigían la Lonja del Comercio y el Consejo Provincial de La Habana, el Sr. Bustillo y el Gobernador General Asbert, apoyados por la prensa española, en la persona del conde de Rivero, director del decano Diario de la Marina. ¿Por qué decidieron hacer ese tributo en 1907? Es algo que no he podido determinar. Solo me queda pensar que a sus ilustres promotores les cogió tarde para celebrar el aniversario 290 o demasiado temprano para unirse a los festejos de 1916, por los 300 años de su desaparición. De cualquier manera, fue entonces cuando cubanos y españoles se unieron por primera vez, después de terminada la guerra, en un acto inobjetable por la significación de la figura y de su portentosa obra. Al parecer, para la realización del monumento se abrió una suscripción popular, al tiempo que fue lanzado un concurso internacional, como era costumbre en la época. Y, según se informó, se recibieron varios proyectos, entre otros, uno del escultor español Julio González Pola que recibió grandes elogios en la prensa, aunque finalmente el premio le fue otorgado al italiano Carlo Nicoli y Manfredi (Italia 1850-¿?), cuya propuesta se correspondía con la estética al uso en Cuba para la escultura conmemorativa en espacios públicos y que todavía hoy preserva sus atributos como legítima expresión de una época en la historia del arte del país, en el que prevalecían los valores y las tradiciones propias del clasicismo. Inaugurado en 1908, el monumento se encuentra situado en el parque de San Juan de Dios, delimitado por las calles Empedrado, Aguiar, Habana y San Juan de Dios, en La Habana Vieja. La colocación de la escultura y su presencia a escala urbana en sitio a la sazón tan privilegiado de la capital, sirvió para que ese año de 1908 se escribiera sobre la aparición de El Quijote, calificándosele de cuadro fidelísimo de la España contemporánea de Cervantes, en cuyas páginas su autor trasladó la vida de un pueblo entero. No faltaron elogios al desembarazo con que el escritor utilizó la lengua nativa, la manera de prodigar los modismos del habla común y el conocimiento exhibido del alma humana a través de las aventuras y los diálogos de Don Quijote y Sancho Panza, sus dos maravillosos personajes que Revolución y Cultura 25 26 Revolución y Cultura Arriba, Estatua de Martí, 1906, en el Parque Central homónimo de la ciudad de Cienfuegos. Debajo, Monumento a Juan Delgado, 1908, en Santiago de las Vegas. pasaron a la historia como símbolos transparentes de la vida humana. Realizado en mármol, el monumento está configurado por la imagen del escritor vestido a la usanza de su época y sentado en lo alto de un pedestal de altura suficiente para permitir el disfrute de la figura escultórica, así como para realzar el conjunto de la obra cuya excelente factura da fe del oficio de su autor y del dominio de los cánones académicos previstos por sus promotores. Celebrada y divulgada en varios medios de prensa, El Fígaro le dedicó una portada que curiosamente fue diseñada por el muy joven dibujante Conrado Massaguer, quien colocó en el centro de la página la fotografía de la escultura recién instalada. Vale señalar que para la fecha de la inauguración de su Cervantes, Nicoli ya tenía varias piezas en diferentes ciudades de la Isla. Oriundo de Carrara, era miembro de una tradicional familia italiana dedicada a los trabajos en mármol y era bien conocido en España, donde, en 1877, había sido nombrado caballero de la Real Orden por el rey Alfonso XII y miembro correspondiente de la Real Academia. Con una activa carrera en Italia y en España durante la segunda mitad del siglo XIX, su primera obra en Cuba había sido el Monumento a los Mártires y Héroes de la Patria, llamado también Monumento a los Veteranos, erigido en Matanzas y que, exhibido originalmente en el parque frente al Cuartel de Bomberos del Comercio, fue inaugurado en la Plaza de la Vigía de dicha ciudad en 1906. Ese mismo año se inauguró también la Estatua de la Libertad de San Juan de los Remedios, que la comisión gestora había adquirido de su autor en París, así como el monumento a José Martí que la ciudad de Cienfuegos le encomendara y a la que en 1925 se le añadió la figura alegórica del pedestal, cuyo autor no se ha identificado. Por su parte, cuando en 1908 el monumento a Cervantes apareció en La Habana, otra pieza suya, esta vez dedicada a honrar la memoria del patriota cubano Juan Delgado, fue erigida en Santiago de las Vegas, su pueblo natal, en las cercanías de la capital. Todas esas obras ponen de manifiesto las características del escultor como miembro de aquella generación de artistas que, a comienzos del siglo XX, hacían gala de su buen oficio y del dominio de la técnica a la hora de manejar el material por antonomasia de los escultores clásicos, el mármol. De todo ello, el monumento a Cervantes del Parque de San Juan de Dios es un imprescindible ejemplo. Pero sobre todas las cosas, su presencia, lo mismo que el Quijote de 23, más visible a los transeúntes por su privilegiada ubicación, nos recuerda que los cubanos de todos los tiempos han sabido rendir tributo a esa figura, prodigio de la cultura española y universal, a la que este año se le dedicarán los homenajes que se merece por todo el planeta. Por el Día Internacional del Traductor: San Jerónimo entrevista a Cervantes evolución y Cultura ofrece en exclusiva una supuesta entrevista que el Patrón de los traductores, Eusebio, Hierónimo de Estridón (Estridón, Dalmacia, c. 340-Belén, 30 de septiembre, 420), más conocido por San Jerónimo, bien pudo haber realizado a la figura cimera de la literatura española, don Miguel de Cervantes y Saavedra (Alcalá de Henares, 29 de septiembre de 1547-Madrid, 22 de abril de 1616), no solo para rendirle cumplido homenaje por haber escrito una de las obras cumbres de la literatura universal y el libro más editado y traducido de la historia –superado tal vez únicamente por la Biblia–, sino, y sobre todo, porque Cervantes, sirviéndose de una poderosa ficción, presentó además su historia como si hubiese sido resultado de un ejercicio de traducción hecho por su personaje principal, Don Alonso Quijano, el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Traductora, crítica y profesora universitaria. Revolución y Cultura San Jerónimo (en lo adelante, SJ): Don Miguel, ¿es cierto que Ud. a través de Alonso Quijano, presenta su célebre relato El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha a partir de una supuesta traducción? Miguel de Cervantes: (en lo adelante MC): Por supuesto que sí. Y me interesa insistir en ello; lo calzo prolijamente en las múltiples citas que aparecen con el crédito de quien presento como el verdadero autor de la historia que traduzco y no solo que me inspira: el árabe Cide Hamete Benengeli. No son pocos los lugares de mi historia en que así lo declaro con la mayor naturalidad. El Capítulo XXVIII incluso se titula: “De cosas que dice Benengeli que las sabrá quien le leyere, si las lee con atención”. Pero, hay mucho más. SJ: A ver, “¿cómo presenta Ud. esa ficción a sus lectores? MC: Pues verá. En el Capítulo II, de la “Segunda parte de las hazañas de Don Quijote de la Mancha”, ya yo había narrado a los lectores por boca Lourdes Arencibia Ilustraciones: Alexis Abreu Barizonte R 27 Revolución y Cultura 28 de Sancho, las circunstancias que pondrían en manos de mi protagonista los escritos de un tal Cide Hamete, que una vez traducidos y reinventados por Alonso Quijano, darían vida a mi Quijote. Allí, Sancho cuenta que una noche había llegado “el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, y yéndole yo a dar la bienvenida, andaba ya en libros la historia de vuesa merced, con nombre de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió”. Dice entonces Quijano a Sancho: “debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia, que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir. –Y ¡cómo –replica entonces Sancho– si era sabio y encantador, pues (según dice el bachiller Sansón Carrasco, que así se llama el que dicho tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!”. “Ese nombre es de moro –respondió mi Quijote”. Entonces, titulé el Capítulo LIX de esa segunda parte: “Donde se cuenta del extraordinario suceso, que se puede tener por aventura, que le sucedió a don Quijote”, y allí cuento el siguiente pasaje: “–Créanme vuesas mercedes –dijo Sancho– que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho–. –Yo así lo creo –dijo don Juan–; y si fuera posible, se había de mandar que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quijote, si no fuese Cide Hamete su primer autor”. Ya antes, en el Capíitulo III, el bachiller Sansón, quien como hemos visto, fuera en mi historia el descubridor del supuesto original que traduzco, había declarado: “Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escrita, y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar castellano, para universal entretenimiento de las gentes. A lo cual, respondo yo: –Desa manera, ¿verdad es que hay historia mía, y que fue moro y sabio el que la compuso?”. Y Sansón reitera: “Es tan verdad, señor, que tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca”. Consecuentemente, en el Capítulo XXIV, donde cuento mil zarandajas, no encuentro reparos en hacer que uno mis personajes declare sin ambajes: “el que tradujo esta grande historia del original, de la que escribió su primer autor Cide Hamete Benengeli, que llegando al capítulo de la aventura de la cueva de Montesinos, en el margen dél estaban escritas de mano del mesmo Hamete estas mismas razones”. En suma, asumida con creces ya la autoría del presunto original árabe y la no menos ficticia traducción de Quijano, en el Capítulo L pongo y cito: “Dice Cide Hamete, puntualísimo escudriñador de los átomos desta verdadera historia” y en el Cap. LII: “Cuenta Cide Hamete que estando ya don Quijote sano de sus aruños, le pareció que la vida que en aquel castillo tenía era contra toda la orden de caballería que profesaba”. Y por si necesario fuera a estas alturas de la entrevista, abundo que en el Capítulo LXX se lee: “en este tiempo quiso escribir y dar cuenta Cide Hamete, autor desta grande historia (…) Y dice más Cide Hamete…”. No creo que a estas alturas hace falta decirle que el tal Cide Hamete es una creación mía. SJ: ¿Cuán novedosa resulta en una obra la introducción de lo que los estudiosos llaman pseudotraducción? ¿Es acaso una innovación cervantina? MC: En lo absoluto. Al parecer, la creación por un autor de un texto suyo presentado como traducción estuvo muy de moda en el siglo XVIII y aunque la lista de sus cultivadores es larga, cito aquí el clásico ejemplo de Las Cartas persas, de Montesquieu, pero también podría citar El castillo de Otranto, de Horacio Walpole; El Manuscrito de Zaragoza, de Jan Potocki; La novela de la momia, de Teófilo Gauthier, y más recientemente, Escribiré sobre sus tumbas, de Boris Vian. Consulte Ud. por favor, las definiciones ofrecidas por diferentes autores que se aproximan a lo que yo he hecho: D. Robinson, por ejemplo, ha dicho: “una pseudotraducción es sencillamente la de un manuscrito que se ha escrito (o pretende haberse escrito) en una lengua que no es la de la persona que se sirve de su contenido”.1 Por su parte, G. Pursglove, explica que: “son aquellos textos literarios que MC: Por supuesto, y es uno de los segmentos de mi obra que más se ha citado y comentado en el ámbito del gremio. Como han sido muy estudiados e interpretados durante siglos, por razones de espacio dejo esta tarea a mis lectores, pero para facilitar su localización les diré que aparecen en el Capítulo LXII y cito: “Pero, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés; que aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada, ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trajesen”. SJ: ¿Qué otras experiencias podrían sacar los traductores de la manera en que Ud. abordó la traducción del supuesto texto de Benengeli? MC: Bueno, por ejemplo, cito algunas puntuales. En el propio Capítulo LXII, elogio los resultados de dos traductores: Cristobal Suárez de Figueroa, quien trabajó en 1602 y 1609, la muy popular comedia pastoril El Pastor Fido, de Battista Guarini, y Juan de Jáuregui, quien tradujo en verso blanco Aminta, de Torcuato Tasso, en 1607, y a mi juicio lo hicieron tan bien que es difícil saber cuál es el original y cuál la traducción. Pero, en el Capítulo LII, confieso haber modificado el nombre de una dueña que aparece en el relato como doña Rodriguez, si bien, al describirla como dolorida o angustiada, rechazo implícitamente la práctica de modificar injustificadamente los datos del original, máxime si denotan rasgos caracteriales del personaje. En el Capítulo LIV, se destaca la incomunicabilidad que acompaña la súbita presencia de lenguas desconocidas en el diálogo oral, resuelta por Cidi Hamete recurriendo al lenguaje gestual como portador de Revolución y Cultura se presentan explícitamente al lector como traducciones de uno o de varios textos presuntamente escritos en otra lengua (por personas identificadas o no) pero que en realidad son composiciones originales en la lengua en que se citan”.2 Y en fin, L. Venuti, afirma que “se trata de una composición original que el autor ha decidido presentar como si se tratase de un texto traducido”.3 SJ: ¡Para mis traductores esta será probablemente una incitación que les atañe muy directamente, y para los escritores, una novísima forma de creación para la novela moderna; mucho le agradecería entonces don Miguel, que no escatimara ejemplos ni comentarios! MC: No me faltaron tampoco reflexiones filosóficas que supuestamente traduje de boca de Benengeli; en el Cápitulo LIII digo: “sola la vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten”. Generosamente paso el crédito a su supuesto autor y concluyo: “Esto dice Cide Hamete, filósofo mahomético”. A renglón seguido, saco de dudas a cualquier lector que tenga a la vista el Capítulo XLIV mi capacidad como único autor real de autojuzgar mi obra, mi propuesta y mis personajes. “Dicen que en el propio original desta historia se lee que llegando Cide Hamete a escribir este capítulo, no le tradujo su intérprete como él le había escrito, que fue un modo de queja que tuvo el moro de sí mismo, por haber tomado entre manos una historia tan seca y tan limitada como esta de don Quijote, por parecerle que siempre había de hablar dél y de Sancho, sin osar extenderse a otras digresiones y episodios más graves y más entretenidos; y decía que el ir siempre atenido el entendimiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las bocas de pocas personas era un trabajo incomportable, cuyo fruto no redundaba en el de su autor”. SJ: ¿En alguna parte del libro, Ud. pone en boca de sus personajes sus propias ideas sobre la traducción? 29 Revolución y Cultura 30 sentidos. Examínese la escena: “comenzaron a cantar en su lengua lo que Sancho no pudo entender, si no fue una palabra que claramente pronunciaba: limosna, por donde entendió que era limosna la que en su canto pedían; y como él, según dice Cide Hamete, era caritativo además, sacó de sus alforjas medio pan y medio queso, de que venía proveído, y dióselo, diciéndoles por señas que no tenía otra cosa que darles. Ellos lo recibieron de muy buena gana, y dijeron: –¡Guelte! ¡Guelte! –No entiendo –respondió Sancho– qué es lo que me pedís, buena gente. Entonces uno de ellos sacó una bolsa del seno y mostrósela a Sancho, por donde entendió que le pedían dineros.” Me gustaría que me permitiera Ud. terminar esta entrevista, citando el segmento final de mi obra, en el cual autor/traductor y autor/original siguen de la mano y se vuelven uno solo: Capítulo LXXIV De cómo don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo, y su muerte (...) Ítem, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe; porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos. Viendo lo cual el Cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida, y muerto naturalmente; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente, y hiciese inacabables historias de sus hazañas. Este fin tuvo el Ingenioso Hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero (…). Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: “Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres: ¡Tate, tate, folloncicos! De ninguno sea tocada; Porque esta impresa, buen rey, Para mí estaba guardada. Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros, ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale. Muchas gracias. Notas 1 D. Robinson «Pseudotranslation» En: Mona Baker (ed), Routledge Encyclopedia of Translation Studies, Londres & Nueva York : Routledge 1998, pp. 183-185. 2 G. Pursglove. «Fakery, Serious Fun and Cultural Change: Some Motives of the Pseudo-Translator» En: Hermëneus: Revista de Traducción e Interpretación, 13, (2011) pp. 151-176. 3 The Scandals of Translation: Towards an Ethics of Difference. Londres, Nueva York: Routlegde 1998, p. 33. La arquitectura del ingenio azucarero cubano* Carlos Venegas Fornias Investigador del Centro Juan Marinello. Su libro más reciente sobre historia de la arquitectura y el urbanismo en Cuba, Ciudad del nuevo mundo, recibió en 2014 el Premio de la Academia Cubana de la Lengua. L as propiedades rurales en Cuba habían generado desde el siglo XVI dos grupos esenciales: las haciendas de ganado mayor y menor, llamadas hatos para el ganado vacuno y corrales para el de cerda, figuras circulares de una gran extensión medidas radialmente a partir de un centro, y por otra parte, otras propiedades menores dedicadas a los cultivos, llamadas estancias, de superficie irregular y medidas por caballerías. Los primeros ingenios se establecieron junto con las es- Ingenios agrupados en la llanura de Matanzas, 1856. Litografía de Eduardo Laplante. Revolución y Cultura * El presente artículo fue expuesto en el seminario Representando la plantación: paisajes simbólicos, sociales y materiales, Museo Nacional de Río de Janeiro, 2009. tancias y convivieron con ellas en los alrededores de las poblaciones, sobre todo en torno a La Habana, por más de un siglo, hasta mediado el siglo XVIII.1 Pero el ingenio azucarero se distinguió siempre, cualquiera que fuera su tamaño, por desarrollar un proceso completo de cultivo y de elaboración dentro de sus propios límites, con una mano de obra esclava fija al lugar, lo que le atribuía una relativa autonomía y autosuficiencia en su funcionamiento.2 El ciclo de producción del ingenio se distribuía en dos áreas fundamentales, una propiamente agrícola o de cultivo de la caña, y otra de elaboración del azúcar. Esta última estaba localizada en un espacio edificado que recibía el nombre de batey, voz indígena 31 32 Revolución y Cultura A la izquierda, plano del ingenio San José, en Arcos de Canasí, 1797. Primera representación geométrica y topográfica de un ingenio cubano conservada. Biblioteca Nacional de Cuba. Y bajo estas líneas, mapa de ingenios fundados en torno al pueblo de Bemba (Jovellanos) y su ferrocarril, 1858. Archivo Nacional de Cuba. que servía para designar el núcleo habitado de cualquier hacienda. Sobre esta superficie abierta, las edificaciones industriales se construían de modo independiente, aunque estuvieran comunicadas o muy próximas entre sí para facilitar la fluidez del flujo productivo. Algo más separadas, pero no aisladas, sino formando parte del conjunto, se encontraban las edificaciones residenciales. Por lo común estos componentes del batey se designaban con el término genérico de casas: casa de molino, de calderas, de purga, casa de vivienda, y podían ser emplazadas con flexibilidad sobre el terreno de acuerdo con las condiciones naturales para aprovechar los desniveles de elevación, la dirección de los vientos, y la facilidad del transporte. Este tipo de organización del núcleo del ingenio basado en instalaciones independientes o separadas, contaba con una considerable antigüedad en las Antillas españolas y francesas, y también en el Brasil. Con mucha probabilidad su origen estuvo en las plantaciones de los archipiélagos del Atlántico, como las Canarias, las Azores y Madeira, donde fue introducida por los portugueses así como luego lo hicieron en el nuevo mundo. Los primeros ingenios habaneros tuvieron bateyes con sus correspondientes casas de molienda, calderas y de purga, además de la vivienda del amo y los bohíos para los esclavos, aunque sus dotaciones no pasaran de una veintena de individuos.3 La transformación de los ingenios en grandes plantaciones esclavistas a partir de 1790, introdujo cambios en los bateyes. El valor de las edificaciones se elevó. Si en 1792 un ingenio mediano, de unas 30 caballerías de tierra, necesitaba una inversión promedio de 25 mil pesos para ser habilitado, en 1831 uno de la misma extensión debía poseer edificios y máquinas por valor de 58 mil pesos. Aún en este último año las tecnologías del vapor no se habían generalizado en la Isla, pues en 1835 apenas existían 20 molinos de vapor,4 pero a partir de 1840 el uso del vapor no solo se aplicó al molino sino que se empezó a extender también a la concentración del jugo de la caña y más tarde a la purga. Entre 1846 y 1854 se importaron maquinas para ingenios por valor de 3 186 745 pesos. Los estados de la industria azucarera cubana publicados en 1860,5 llegaron a arrojar un índice de 949 ingenios entre un total de 1365, que utilizaban los molinos de vapor, pero solo 66 habían extendido esta forma de energía al resto del proceso de elaboración del azúcar. Entre estos últimos se contaban 55 grandes ingenios concentrados en las llanuras de La Habana y Matanzas, los colosos de la industria esclavista. Los avances técnicos tendían a eliminar la independencia de las casas del área industrial del ingenio: la casa del trapiche dejó de ser una casa circular para la tracción animal y se unió a la de calderas, y la casa de purga se redujo a las centrífugas, quedando al final todas bajo una sola unidad constructiva y una fuente de energía común.6 El uso del vapor también se extendió a la circulación del agua, y el gas a la iluminación, de modo que las redes de cañerías atravesaron los bateyes. El resultado final se encaminaba hacia unificar el proceso de elaboración del azúcar dentro de un espacio industrial continuo y eficiente, muy bien iluminado y de grandes dimensiones, tal como lo mostraban las litografías de interiores del álbum Los Ingenios entre 1856 y 1857. Aunque pocos ingenios lograran por entonces maquinizar su producción totalmente, desde un punto de vista arquitectónico las armaduras debieron abarcar un espacio interno cada vez mayor para articular los molinos de vapor y los trenes de calderas, y a su vez necesitaron aligerar el enorme peso de las cubiertas de teja. El uso de la teja plana francesa y más tarde el uso de planchas galvanizadas, o del techo de fieltro,7 intentaron aliviar este problema. La carpintería constructiva era la técnica que predominaba en las casas industriales del ingenio, pues los muros de carga no desempeñaron un papel determinante como apoyos de la estructura, sino los pilares de madera que soportaban las armaduras de tijeras. Este sistema constructivo fue objeto de renovación desde la emigración de los franceses de Santo Domingo,8 y en algunos casos también se acudió a los conocimientos de los ingenieros, militares o civiles, pero salvo alguna excepción, la estructura de la cubierta no abandonó el empleo de las técnicas de la carpintería, ni se llegó a sustituir la madera por un material industrial moderno como el hierro fundido.9 En el nivel de la infraestructura de las casas de calderas se experimentaron cambios más radicales y generalizados, pues mucho antes de introducirse los trenes de evaporación al vacío, se habían ensayado múltiples soluciones para reducir los hornos a un solo fuego, llamados trenes de reverbero, y utilizar en estos el bagazo como combustible,10 algo que contribuyó a disminuir la dependencia del ingenio del consumo de la madera como leña, y a prolongar su existencia, pues el agotamiento de los bosques y la dificultad de renovarlos obligaban a abandonar te y fue reiterada y ampliada en otras reglamentaciones posteriores que tuvieron que ver con la colonización y la esclavitud. Un resultado de estas tendencias sobre la arquitectura del batey fue la planificación de los alojamientos de los esclavos en forma más rigurosa y disciplinada. Habitualmente los esclavos vivían en bohíos separados y colocados sin orden previo, pero el crecimiento de las plantaciones hizo planear estas aldeas y sus bohíos en orden, con hileras de calles. En la década de 1820 las aldeas no ofrecían suficiente seguridad y fue adoptada una nueva solución arquitectónica para albergar las dotaciones, una nave de celdas corridas nombrada barracón, denominación que procedía de los depósitos de esclavos de las costas africanas. Su extensión se produjo sobre todo en las regiones occidentales de La Habana y Matanzas y en las de Cienfuegos y Sagua la Grande. El carácter de prisión de la construcción y su régimen de encierro carcelario se manifestaba en sus dos formas más comunes, la de una simple nave corrida y la de varias naves dispuestas en torno a un patio cuadrado, que dio lugar al barracón de patio, variante original de la Isla y mucho más usada que la primera; ambas provistas de una puerta única y un control más estricto de las entradas y salidas del esclavo. El origen del barracón, su gran tamaño y su figura represiva, ha llamado siempre la atención de los historiadores del ingenio, bien enfatizando en el papel desempeñado en su aparición por la legislación esclavista, o en su evolución como una optimización gradual de las primitivas aldeas de esclavos a causa del aumento de las dotaciones.13 Pero la transformación de la aldea en un recinto cerrado no obedeció a un proceso evolutivo lento, llevado a cabo en el siglo XIX, pues desde 1768 esta iniciativa ya había sido esbozada a consecuencia del primer intento para instalar una plantación esclavista de considerable tamaño lejos de las zonas pobladas, fuera del territorio cultivado en torno al puerto habanero.14 No obstante, el reglamento de 1824, dictado por el gobernador de Matanzas, Cecilio Ayllón, fue el primero en disponer la edificación de barracones sólidamente construidos en los ingenios mayores de 30 esclavos.15 A partir de 1842 bajo el temor de nuevas sublevaciones y conspiraciones, estas órdenes fueron reiteradas, pero tal vez por el costo de los barracones su aplicación nunca fue tan efectiva como esperaban las autoridades: en 1851 entre los 221 ingenios del partido de Cárdenas, solo 98 tenían barracones, y el resto, poco más de la mitad, conservaban aún el sistema de aldeas y bohíos,16 un índice revelador si se toma en consideración que este era uno de los partidos rurales con mayor cantidad de esclavos en la Isla. Con la presencia del barracón las dotaciones de esclavos ocuparon un lugar más notorio y céntrico dentro de los límites del batey e inmediato a las demás casas del ingenio, como la casa de purga o las casas de calderas, y con una figura bien determinada dentro del conjunto. Los barracones de mayores dimensiones, también terminaron por atraer y aglutinar en sus frentes otras dependencias, actuando estas como piezas accesorias que se abrían al exterior sin alterar la clausura del patio central con sus cocinas, letrinas y servicios, ni de las celdas que le rodeaban, reservadas para los esclavos. En estas habitaciones accesorias y exteriores, con entrada independiente hacia el batey, o en otras similares situadas en los altos sobre la entrada, se agruparon en Revolución y Cultura la fábrica de azúcar en un tiempo limitado. La otra causa que impulsaba la obsolescencia de la plantación era el agotamiento de la fertilidad de las tierras, pero en este caso se trataba de un problema más agrícola que industrial, y debía encontrar solución fuera del área del batey, o sea, en los campos. Cuba, con respecto a otras Antillas, desarrolló algo tardíamente la producción de azúcar en gran escala, circunstancia que le obligó a coincidir y competir con los avances de la revolución industrial dentro del sector de la industria de la remolacha europea y asimilar sus adelantos técnicos. Este esfuerzo por actualizar sus plantaciones esclavistas, llevado a cabo desde la última década del siglo XVIII, no solo tuvo que ver con la producción industrial, sino que también implicó una transformación del área social o residencial de las mismas. Debe tenerse en cuenta que fue emprendido por hacendados y comerciantes que residían en el país, localizados en medios urbanos, y a quienes la seguridad ante el aumento de los esclavos les resultaba esencial no solo para proteger la riqueza rural, sino su existencia misma, pues el ejemplo de la sublevación haitiana era muy reciente y amenazador. Los bateyes de algunos ingenios llegaron a concentrar hasta 500 o más esclavos dentro de sus límites, una densidad humana que se hacía aún más notable porque las plantaciones ocupaban los terrenos guardando bastante proximidad entre sí. En 1861 la población de Cuba era de 1 396 500 habitantes; de ella residían en los ingenios azucareros alrededor de 450 000, o sea, más de un 30 % del total y casi un 50 % de la población rural.11 Este tipo de paisaje rural caracterizado por núcleos de un intenso poblamiento forzado, resultaba novedoso e insostenible sin un control estricto sobre la fuerza de trabajo, pues se realizaba sobre un área relativamente pequeña, la jurisdicción occidental de la Isla correspondiente a La Habana de unas 1 500 leguas de superficie (26 955 Km2), una extensión de llanuras con la mayor producción de azúcar en el mundo. En 1799 los hacendados habaneros elevaron a la Corona un reglamento para la disciplina de los esclavos como alternativa a los códigos negros que se habían tratado de imponer desde el reinado de Carlos III, y que ellos habían rechazado por considerarlos benignos. En realidad se trataba de una sistematización de prácticas que se habían aplicado a lo largo del tiempo con otras nuevas de proyección para el futuro.12 En primer término, proponían medidas para disminuir la movilidad y los desplazamientos del esclavo fuera de los límites de la plantación. Esto implicaba propiciar un control más riguroso sobre el ciclo vital del esclavo dentro del ingenio, mediante las dotaciones mixtas y la autorreproducción, algo que acentuó la clausura con el criadero para los niños o criollero, los cementerios internos, además de las habituales enfermerías. La supresión de la trata libre de esclavos a partir de 1820 también actuó en el mismo sentido propiciando la procreación de los esclavos dentro de las plantaciones para disminuir las compras. En segundo término, se planificó la seguridad de toda la región azucarera mediante un plan de colonización llevado a cabo con emigrados blancos agrupados en aldeas e iglesias fundadas en las haciendas que se dedicaban al cultivo. Paralelo a este poblamiento interior se encauzó el de las costas o bahías para abrir puertos al comercio. Esta estrategia global que buscaba reducir el riesgo de las sublevaciones y limitarlo a brotes aislados dentro de un territorio muy poblado y vigilado, se mantuvo vigen- 33 Revolución y Cultura 34 ocasiones algunas de las múltiples actividades del ingenio que habitualmente se encontraban en lugares separados, como la enfermería, las caballerizas, el campanario, las habitaciones del mayoral y otros operarios como el boyero y el maquinista; los colonos chinos también llegaron a ocupar su sitio en los barracones, pero separados de los esclavos negros, aunque preferiblemente tuvieron sus albergues aislados.17 El barracón llegó a comportarse como una edificación compleja y funcional, susceptible de adoptar múltiples variaciones formales para el alojamiento y otros servicios. Fue el tipo edificación más perdurable del ingenio esclavista, y llegó a superar la esclavitud, pues su diseño fue empleado como base para los hospedajes de los trabajadores temporales en los centrales azucareros del siglo XX. Si bien se trataba de favorecer la concentración y el aislamiento de las dotaciones entre los ingenios, con la población libre sucedía lo contrario, pues se promovía su dispersión por el territorio asentados en pequeñas poblaciones o aldeas que funcionaban como núcleos de servicios y abastecimiento, de control en casos de sublevaciones y de empleados útiles para las tareas de las plantaciones azucareras. Entre 1778 y 1827 los censos efectuados en la Isla registraron un aumento de 32 a 107 poblaciones, y 72 de estas, el 67 %, estaban situadas en el occidente de la Isla, sobre todo dentro de las regiones azucareras de La Habana y Matanzas. Las fuentes estadísticas posteriores reafirmaron esta tendencia hacia una urbanización concentrada en torno a las plantaciones: en 1850 se contaban 150 pueblos en el departamento occidental, 46 en el central y solo 20 en el oriental.18 Entre las redes de caminos, de ferrocarriles y de navegación a vapor que enlazaban estas poblaciones, se asentaba y se movilizaba una población libre que estaba relacionada con la producción del azúcar, su transporte y almacenamiento. Podía ser una fuente de empleo para desempeñar gran parte de las llamadas atenciones de los ingenios, sin las cuales la existencia de estas plantaciones resultaba imposible.19 Las nuevas poblaciones azucareras generaron un gran impacto sobre la arquitectura y la urbanización, sobre todo las que alcanzaron mayor jerarquía y desarrollo urbano, como fueron los puertos, o las que servían de nudos de comunicación ferrocarrilera, debido a sus notables construcciones para la infraestructura de muelles, almacenes y estaciones, fundiciones, además de otras para servicios como cafés, teatros, edificios civiles, hospitales. Dentro de este contexto urbanizado, la casa de vivienda del ingenio no constituyó el lugar principal o único del hábitat o espacio vital del hacendado azucarero. No se trataba de residencias de colonos enfrentados a vivir en un medio rural virgen e incomunicado, sino de propietarios que desarrollaban su vida de relaciones sociales en las ciudades, donde mantenían su morada y atendían sus relaciones comerciales, todo dentro de un país y un territorio donde no había obstáculos naturales considerables para viajar, y donde las distancias a los ingenios resultaban relativamente cortas, salvables en poco tiempo, más aun al contar con medios de transporte modernos y más rápidos, bien fuera por ferrocarril o alternando este con la navegación a vapor. La casa del ingenio no era un lugar para vivir de modo permanente, y se usaba por temporadas, también como sitio de recreo. La realización de la zafra era el tiempo ha- bitual de residencia del hacendado en sus ingenios y tenía lugar durante el invierno, estación de seca, cuando los caminos resultaban más transitables por no haber lluvias y coincidía con las fiestas de navidad. Los ingenios disponían de habitaciones siempre dispuestas en la vivienda para recibir huéspedes, y era algo acostumbrado llevar a los amigos y visitantes de la familia a conocer la propiedad. Las temporadas de invierno trasladaron al ingenio una costumbre complementaria de la vida urbana, propia del retiro al campo y el disfrute de la naturaleza. Abiel Abbot, viajero norteamericano en busca de salud durante el invierno, observaba en 1828 la relativa ausencia de hermosas quintas, avenidas y jardines en las cercanías de La Habana, comparada con las de Boston, en cambio, en las haciendas de campo cuidaban más las avenidas de árboles que en su país, y concluía que se debía a que las personas ricas, los hacendados, habían atribuido este papel recreativo a sus casas en las plantaciones “…a las cuales con un poco más de viaje, pueden ir a descansar, sirviendo sus visitas así a un doble propósito: vigilar sus negocios y divertirse”.20 La casa de vivienda no estaba articulada al proceso productivo de manera directa, permanecía un tanto aislada dentro del conjunto del batey, como sitio de observación, y su distribución interna estaba basada en la vieja combinación de salas y dos aposentos laterales, un tipo de planta tradicional adoptada en la arquitectura doméstica de las poblaciones de las Antillas desde el siglo XVI. Esta forma de concebir la casa del amo como una alternativa de modelos urbanos, fue común en las plantaciones desde muy temprano y pudo obedecer a una tradición propia de la quinta que databa desde la antigüedad. Los restos de una vieja casa de ingenio sobreviven aún en La Española: la casa del ingenio Engombe, fundado en el siglo XVI en Santo Domingo, de tipo semejante al palacio contemporáneo de Diego Colón en la misma ciudad.21 Los primeros ingenios cubanos contaron con casas de viviendas más rudimentarias, como la casa del ingenio habanero Río Piedras en 1655, de mampostería y techos de guano, pero que mostraba una disposición semejante, común de las primeras casas urbanas. A mediados del siglo XVIII el ingenio Barrutia, al este de la ciudad de La Habana, tenía una casa de vivienda que recibía el nombre de Palacio del Valle, pero no fue hasta inicios del siglo XIX cuando las referencias a casas de viviendas equipadas con comodidades y hasta con lujo se fueron haciendo más frecuentes.22 Habitualmente se elegía el sitio más elevado para construirla, o se le colocaba sobre un terraplén o terraza algo levantada que le permitía dominar visualmente toda la plantación. Las galerías o portales de estas viviendas, además de sitios donde disfrutar de la sombra y la brisa, fueron espacios que no faltaron para garantizar la vigilancia de los movimientos dentro del ingenio, y más lejos aún, del horizonte sembrado de cañas, donde los fuegos podían poner en peligro la fortuna del dueño. Dos testimonios del partido de Camarioca, situado entre las poblaciones de Cárdenas y Matanzas, ilustran los usos de las casas de plantación. Abiel Abbot contemplaba la construcción de una casa de ingenio elevada en las cercanías al río, hecha con sillares, y con un campanario, azoteas con aspilleras, preparada como un fuerte para repeler posibles asaltos de los esclavos en cualquier dirección. Años después, en 1866, la norteamericana Eliza Mc Hatton-Ripley, propietaria del ingenio Desengaño, ponderaba la utilidad del amplio pórtico que rodeaba su sólida vivienda: “Desde el pórtico teníamos una amplia vista de Casa de calderas del ingenio La Asunción, 1855. Litografía de Eduardo Laplante. Algunos de los grandes ingenios maquinizados tuvieron casas relativamente modestas, como las de Álava, San Martín26 y Las Cañas, y esto puede ser interpretado como el síntoma de un comportamiento coherente con el carácter más tecnificado de estas plantaciones. El agrimensor Antonio de Landa recomendaba en su manual azucarero de 1866: “Un ingenio no debe considerarse como una finca de recreo donde hay arboledas, jardines, estatuas, fuentes, surtidores de agua, estanques arroyos y pintorescos pabellones cubiertos de enramadas, ni debe emplearse el tiempo ni el dinero en objetos de lujo y recreo en él...”.27 Pero esta recomendación a la severidad y al funcionalismo nunca fue aplicada con todo rigor. La huerta del ingenio Las Cañas, el mayor de Cuba, contaba con un valioso huerto de árboles exóticos de diferentes regiones del mundo, como el mangostán de la India, la araucaria, dátiles de África, eucaliptos, cactus, y plantas de flores como jazmines del cabo, isoras y gardenias, algo que encerraba una conducta significativa por parte de su propietario, Juan Poey, considerado “…el sacarócrata criollo de más sentido burgués moderno del siglo XIX, el de más sólida preparación técnica y el más preocupado por el desarrollo industrial…”.28 El uso de la plantación como espacio recreativo estuvo muy relacionado con esta forma de apreciar la naturaleza. El ingenio actuaba como un agente depredador de la naturaleza virgen, del monte, pero a su vez dejaba instalada una nueva sensibilidad hacia el medio rural concebido como una naturaleza ordenada y cultivada, recreada artificialmente mediante el cultivo dentro del trazado lineal de los campos y de los bateyes, y también dentro de los huertos, con un resultado visual que expresaba significados de progreso y civilización asociados por tradición a la agricultura. La integración de la imagen de la plantación dentro del paisaje rural se realizaba a través de esta organización intencional de las áreas cultivadas que se asemejaban a la ornamentación de un inmenso jardín geométrico. Las plantaciones de las Antillas inglesas y francesas habían desarrollado ampliamente algunas villas palaciegas incorporando sus propias tradiciones domésticas en ma- Revolución y Cultura la ancha llanura que se extendía de la montaña al mar, y escasamente pasaba un día sin que una columna de humo indicara campos de caña ardiendo, a veces en dos o tres lugares muy separados”.23 La vivienda del amo aprovechó su emplazamiento privilegiado para ofrecer una imagen de poder y sometimiento dentro de la plantación. La novela cubana Cecilia Valdés, escrita en el siglo XIX, intentó contextualizar los espacios de la vida cotidiana del hacendado azucarero, y dramatizó el papel social de la casa de vivienda del batey del ingenio La Tinaja: desde el portal se dominaba la vista de todo el ingenio y desde allí los amos presenciaban los castigos de los esclavos y tomaban decisiones sobre la suerte de los esclavos prófugos.24 Resulta indudable que estas casas fueron advertidas por las dotaciones como una presencia donde se podía decidir su último destino, el último grado de apelación ante el castigo, donde residía la autoridad suprema del amo, casi siempre inaccesible, solo franqueada a algunos esclavos privilegiados por sus servicios a la familia. La calidad e importancia de la casa vivienda no siempre estaba determinada por la importancia productiva de la plantación, sino también por la voluntad del dueño y el papel que le podía atribuir como sitio de recreación y descanso durante sus temporadas. El hacendado Justo G. Cantero eligió el ingenio La Angosta del Conde de Fernandina, para ser incluido en el álbum Los Ingenios, y ser mostrado entre las litografías de una edición destinada a presentar los mejores de la Isla, debido a la presencia de su jardín inglés, adornado con estatuas, y por la hermosa vista del paisaje ondulado e irregular de la región donde estaba situado, muy diferente de las monótonas llanuras que habían invadido los ingenios hacia el este, aunque este no se destacaba por los adelantos técnico-productivos. De manera similar el autor incluyó en el álbum su ingenio Buenavista, dotado de una casa de vivienda neoclásica excepcional, que la litografía muestra elevada sobre una colina como un templo clásico, con jardines en terrazas, desde donde se contemplaba una magnífica vista del valle de la ciudad Trinidad y sus ingenios.25 35 36 Revolución y Cultura Esquema de las viviendas y enfermerías construidas para los esclavos del ingenio San Ignacio del Río Blanco, 1768. Archivo General de Indias. En la página siguiente, barracón del ingenio San Martín, Cárdenas. teria de jardines, de ahí sus clásicas versiones de jardines a la francesa y a la inglesa, ahora con plantas tropicales. En los ingenios de Cuba la presencia del jardín y del huerto se hizo notable a partir de la emigración de los franceses de Santo Domingo a fines del siglo XVIII. En 1794 la Sociedad de Amigos del País recomendaba a los hacendados del país, que aún carecían de casas de campo lujosas, la siembra de árboles útiles, frutales y de leña, en líneas rectas, tanto para limitar las propiedades como para realzar la perspectiva de los edificios.29 Una doble hilera de palmas reales, o de otros árboles, se adoptó por lo común como la entrada al ingenio y esta conducía a las fábricas del batey, donde a su vez, los bordes de este cuadro se tomaban como referencias para dimensionar los campos de caña, al modo de lo trazados de las plazas urbanas. La localización de un jardín o de un huerto de frutales acompañaba habitualmente la casa de vivienda del ingenio, pues estos casi siempre estaban situados junto a ella, o bien al fondo de la misma, cuidando de no interrumpir una visibilidad amplia del entorno, pero creando un conjunto, un espacio de naturaleza recreada con árboles frutales y flores. Estos huertos permitían aclimatar especies foráneas en las plantaciones, y en muchas ocasiones la enfermería de los esclavos, o el criadero de sus niños, se situaban también dentro de este ambiente más saludable y ventilado, algo apartado del trasiego fabril y propicio para cultivar algunas plantas medicinales. El palomar era también un integrante común en estos sitios pues estaba destinado a la alimentación de los enfermos. Junto con el campanario fue una de las construcciones del batey que recibió con frecuencia un tratamiento decorativo calificado. Al contrario de lo ocurrido en otras de las Antillas, los propietarios de las plantaciones en Cuba no fueron absentistas, sino dueños de la tierra y miembros de las instituciones asentadas en las ciudades, y su participación en la renovación del entorno se produjo en todos los niveles, desde la ciudad hasta el campo. La expansión de los ingenios azucareros se llevó a cabo paralelamente a un proceso de asimilación de la arquitectura neoclásica desarrollado ante todo en las ciudades, primero en La Habana y luego en los demás puertos exportadores del occidente de Cuba. Viviendas monumentales y quintas de recreos, teatros y compañías de operas italianas, már- moles importados, fueron calificando el entorno de los hacendados, tanto como los ferrocarriles y las máquinas de vapor. El neoclasicismo se extendía junto con el deseo de ponerse al día o emular con el prestigio de los grandes centros urbanos del mundo occidental, y formaba parte de un nuevo gusto actualizado con imágenes más cultas, signos de progreso, además de sus alusiones implícitas a la antigüedad esclavista dentro de un medio social donde la esclavitud moderna trataba de legitimarse. En este contexto tuvo lugar la actividad constructiva desplegada por la familia Aldama-Alfonso, distinguida por su cultura refinada y su inclinación a los adelantos tecnológicos. La renovación de sus ingenios fue acompañada de un proyecto ejemplar para construir un palacio neoclásico en la ciudad de La Habana, ejemplar dentro del modo de vida de los hacendados, y del mismo estilo fueron también la estación de ferrocarril de la empresa patrocinada por la misma familia en el puerto de Matanzas, por donde embarcaban los productos de sus ingenios, y una de sus quintas de recreo en el barrio del Cerro. Estas obras contaron con la participación del ingeniero civil Manuel Carrera, encargado del trazado de las vías férreas, quien había publicado un largo ensayo para promover el uso de los órdenes académicos en las fachadas de la ciudad de La Habana.30 La tendencia hacia una arquitectura más refinada fue la manifestación de un orden visual que se extendía hasta las mismas fábricas del ingenio. La planificación racional y el cálculo ordenado en la administración de los ingenios se habían convertido en factores esenciales de este comportamiento y de la transformación de la mentalidad económica. El proceso de producción de azúcar y sus edificios alcanzaron un diseño culto y expresivo en su totalidad dentro del ingenio Armonía fomentado en 1848. Su propietario, Miguel Aldama, se había propuesto inicialmente establecer un ingenio modelo que funcionara con mano de obra libre, un ejemplo de las ideas abolicionistas que sustentaba junto con los demás miembros de su familia, partidarios de los adelantos industriales y a su vez de la supresión de la trata de esclavos.31 Pero el proyecto ideal debió ser modificado, como lo había sido antes el del palacio neoclásico de la familia en la capital de la Isla, y adaptado a las condiciones de la realidad colonial. La plantación de Aldama empleó la mano de obra forzada de 330 esclavos y 20 colonos chinos, y si bien no transformó el régimen de trabajo, llegó a convertirse en un modelo de ingenio moderno, debido a que a sus construcciones presentaban “…la combinación más perfecta que puede hallarse en los ingenios de la isla, pues reúnen al lujo, belleza y simetría, la facilidad que ofrecen para todas las operaciones del cultivo de la caña y de la elaboración del azúcar”.32 Fue trazado de acuerdo a un plano geométrico33 para calcular la producción de caña por campos iguales y facilitar el transporte al molino. Contaba con un paradero de ferrocarril y el batey estaba diseñado de acuerdo a un eje central con las edificaciones distribuidas simétricamente y orientadas de acuerdo a los puntos cardinales y a la dirección de los vientos. La casa de máquinas situada en el centro del batey estaba también diseñada en forma simétrica o axial, y la litografía existente revela el carácter escenográfico de su espacio interior, donde se situaban y exhibían las maquinarias ordenadamente con un profundo efecto de perspectiva. La casa de vivienda en el costado sur del batey, flanqueada por jardines, abría sus portales espectacularmente hacia la contemplación del panorama de las fábricas y del resto de la plantación. Tal como indicaba su nombre la armonía entre sus partes debía garantizar el mejor funcionamiento del ingenio. En relación con los acontecimientos históricos, el ingenio Armonía también tuvo un significado trascendente. Su monumental casa de vivienda y el huerto con su palomar neogótico, se encontraban aún sin terminar del todo cuando la guerra de independencia contra España estalló y la familia emigró a Estados Unidos a causa de sus ideas separatistas. Sus bienes fueron embargados por las autoridades españolas y sus ingenios comenzaron a cerrar un ciclo económico que la abolición de la esclavitud terminaría por concluir. En la actualidad sus ruinas cubiertas por la vegetación se cuentan entre los escasos vestigios de las grandes plantaciones cubanas del siglo XIX. Revolución y Cultura Notas 1 Fe Iglesias: “La estructura agraria de La Habana 1700-1775”, Arbor, no 547-48, Madrid, 1991, pp. 104-5. 2 Resulta muy discutible asegurar que, salvo los de muy pocos esclavos, pudieran autoabastecerse y alimentar sus dotaciones solo con productos propios, pero en lo posible, lo intentaron. Contaban con áreas de cultivos para el consumo interno y hasta para la venta, y los esclavos podían tener sus pequeñas siembras y crías. Mercedes García Rodríguez: Entre haciendas y plantaciones. Orígenes de la manufactura azucarera en La Habana. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 2007, p. 114. 3 Las dos descripciones más antiguas y completas de ingenios de la Isla datan de 1601 y 1655. Ver Manuel Moreno Fraginals y Norma Roura: “Un documento iluminante”, Boletín del Archivo Nacional, No. 1. La Habana, 1986, p. 15, y Francisco Castillo Meléndez: “Un año de vida de un ingenio cubano”, Anuario de Estudios Americanos. Sevilla, 1982, p. 449. 4 M. S.:“Isla de Cuba. Montes”. Diario de la Habana. No. 308. La Habana, noviembre 5 de 1835, p. 2. 5 Carlos Rebello: Estados relativos a la producción azucarera de la Isla de Cuba. La Habana, 1860. 6 Juan Pérez de la Riva y Manuel Moreno Fraginals: El Batey azucarero en Cuba, origen, historia y futuro, Biblioteca Nacional José Martí. La Habana, 1965, ejemplar sin paginar. 7 Con este nombre se introdujo en Cuba poco después de 1853 un tipo de superficie enrollable e impermeable, resistente al fuego y al viento, que permitía cubrir las armaduras de los ingenios sin gran peso, muy similar al hoy denominado papel de techo. 8 A los constructores franceses se les atribuía utilizar pilares de mampostería y tejas planas más ligeras que no exigían ensamblajes fuertes, lo que permitía un ahorro de madera en la construcción del ingenio. Junta de Fomento. Legajo 92. No. 3933. Archivo Nacional de Cuba. 9 Este fue el caso de una estructura de hierro importada desde la fundición West Point para la casa de máquinas del ingenio Santísima Trinidad, del Conde Moré. Alvaro Reynoso: “Viaje por diversos ingenios, cafetales y otras fincas de la Isla de Cuba”. Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. No. 1. La Habana, enero-abril de 1980, p. 87. De modo similar en 1862 fue ensamblada en madera una casa de purga en el ingenio Las Cañas que había sido traída por piezas de los Estados Unidos. Archivo Nacional de Cuba, Gobierno General, leg. 344, no. 16645. 10 Desde mediados del siglo XVIII comenzaron a usarse los trenes de un solo fuego, primero tomados de las Antillas inglesas y francesas, y luego experimentando diversas formas de colocación de las calderas que dieron lugar en el siglo XIX a diferentes trenes de caldera, acompañadas de los nombres de sus creadores, y usados simultáneamente con los molinos y las centrífugas de vapor. La mezcla de los adelantos técnicos basados en la tecnología del vapor con métodos más tradicionales fue bastante común en los ingenios. 11 Andrés Dembicz: “Poblamiento post-azucarero en Cuba: perduración y funciones socio-económicas actuales”. Economía y Desarrollo. No. 34. La Habana, marzo-abril de 1976, p. 101. 12 El plan fue conocido por Humboldt. “Plan para asegurar la tranquilidad y obediencia de los siervos de esta colonia. 1799”. Junta de Fomento. Legajo 184. No. 8330. Archivo Nacional de Cuba. 13 Juan Pérez de la Riva: El barracón y otros ensayos. La Habana, 1975, pp. 18-20, y Manuel Moreno Fraginals: El Ingenio, tomo II. La Habana, 1978, pp. 68-75. 14 El ingenio San Ignacio de Río Blanco pertenecía a los jesuitas, y al ser expulsados pasó aún sin concluir del todo al Estado español. La dotación de 242 esclavos, entre hombres, mujeres y niños, fue reorganizada por el gobernador Bucarely dentro de una aldea de 75 bohíos alineados en torno a un espacio rectangular y rodeados de fosos y empalizadas, y en el interior de este espacio estaban situadas las casas para las paridas, la enfermería y el cirujano. Archivo Histórico Nacional, Madrid, Fondo Jesuitas, leg. 125, no. 13, y Archivo de Indias, Mapas y Planos, Audiencia de Santo Domingo, no. 358. 15 Rafael de Bivar Marquese: “Barracones y Zenzalas”, Anais do Museu Paulista, No. 2, Sao Paolo, 2005, p. 165-188; Lisette Roura Alvarez y Teresa Angelbello Izquierdo. “El bohío: vivienda esclava en las plantaciones cubanas del siglo XIX”, Gabinete de Arqueología, no. 6. La Habana, 2007, pp. 136-150. 16 Rebecca Scott: La emancipación de los esclavos en Cuba. Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1989, p. 42. 17 Los chinos, traídos a los ingenios de Cuba a partir de 1848, también se agruparon en aldeas, aunque por su condición de trabajadores contratados tenían más libertad de movimiento dentro del batey que los esclavos. El viajero Aunchinloss a su paso por la jurisdicción de Cárdenas en 1865 dejó testimonio de las aldeas de chinos y afirmaba que en más de un ingenio era posible identificar la arquitectura de las ciudades asiáticas con chozas de juncos y bambúes. La Isla de Cuba en el siglo XIX vista por los extranjeros, selección de Juan Pérez de la Riva. La Habana, 1981, p. 203. 37 38 Revolución y Cultura Ruinas de la casa de vivienda del ingenio Armonía. Fotografía tomada en 2008. 18 Las aldeas se distinguían del caserío disperso de casas aisladas por tratarse de núcleos más compactos mayores de 20 casas, con la existencia de una iglesia y algunas calles delineadas; la categoría superior de pueblo, se aplicaba cuando el conjunto pasaba de 50 casas, y mostraba mayor definición urbana. Frente a los ingenios que agrupaban centenares de esclavos en una sola unidad, las aldeas y caseríos que raras veces llegaban a tener 200 habitantes libres, resultaban desproporcionadas dentro del intenso poblamiento rural. No obstante, al ser abolida la esclavitud en 1886 existía una red de poblaciones, separadas por una distancia promedio de 10 a 15 Km, la mayor parte con gobierno municipal desde 1877. Juan Pérez de la Riva: La conquista del espacio cubano. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 2004, pp. 110-149. 19 Los manuales de ingenio describen estos oficios que abarcaban desde los mayorales y mayordomos con sus subalternos, encargados de la disciplina y administración respectivamente, hasta los maquinistas, maestros de azúcar, carpinteros, boyeros, carreteros, enfermeros y otros. 20 Abiel Abbot: Cartas. La Habana, 1965, p. 192. 21 Erwin Walter Palm: Los Monumentos Arquitectónicos de La Española. Seix Barral, Barcelona, 1955, láminas IX y LXVII de los tomos I y II, respectivamente. 22 En 1803 el ingenio nuevo Ojo de Agua, del conde de Casa Montalvo, en Managua, poseía “…un hermoso jardín con calles de naranjos bien ordenadas, su cenador, algunas fuentes aunque algo destruidas, planteles de versa, flores exquisitas, y un juego de villar al lado del mismo…”, y la casa del ingenio Santa Teresa, de Martín de Aróstegui, en las cercanías del pueblo de Jaruco, contaba con sala y aposentos adornados con pinturas, portales, jardines, oratorio, muebles exquisitos, mesa de billar, y por su aspecto podía “…competir con los soberbios palacios de la Europa”. “Visita pastoral…”. En Obispo Espada, Ilustración, Reforma y Antiesclavismo. La Habana, pp. 171 y 180. El barón de Humboldt por esos años visitaba el ingenio Río Blanco, del Conde Jaruco y Mopox “…cuya mansión hermoseaba el propietario por todos los medios que el gusto de los placeres y un gran caudal pueden proporcionar.” Alejandro Humboldt: Ensayo político sobre la Isla de Cuba, Ciudad de La Habana, 1998, p. 219. 23 Viajeras al Caribe, selección, prólogo y notas de Nara Araújo, Ciudad de La Habana, 1983, p. 283. 24 Cirilo Villaverde, Cecilia Valdés, cap. V, La Habana, 1964, p. 437 y siguientes. 25 La vivienda fue construida poco después de 1830. Cantero adquirió el ingenio en 1845 y afirmaba que la casa era una de las más elegantes de la Isla. Los Ingenios. Litografía de Luis Marquier. Habana, 1857. 26 En realidad esta vivienda se consideraba aún provisional en 1856. 27 El administrador de ingenio. La Habana, 1866, p. 130. 28 Manuel Moreno Fraginals: El ingenio, complejo económico social cubano del azúcar, tomo I. La Habana, 1978, p. 295. Algunos miembros de esta familia, de origen francés, alcanzaron renombre en Cuba en el campo de las ciencias. Poey residía en La Habana, donde poseía una casa para sus oficinas en la calle de los Mercaderes, cerca del puerto, y una quinta alquilada en el barrio suburbano del Cerro. La casa del ingenio tenía una biblioteca de 241 volúmenes de obras en inglés y francés, en su mayor parte de agricultura, y 231 entregas de la Revista de Ambos Mundos, además de una vajilla de losa cifrada con las iniciales del dueño. El batey de su ingenio era un lugar de experimentos y de trabajo, y no lejos del hermoso huerto estaba un laboratorio especializado en la producción de abonos y de carbón animal, utilizando para esto los excrementos humanos de la dotación y los restos óseos de las reses que se consumían. Archivo Nacional de Cuba, Testamentaría de Juan Poey y su esposa, 1877, Escribanía de González Álvarez, Legajo 40, No 3. 29 Se afirmaba en este artículo: El arte combina la variedad de los objetos de la naturaleza y los hace más gratos a la percepción de los sentidos. “Consejo a los Hacendados”, Papel Periódico de la Havana. No. 59, jueves 24 de julio de 1794. 30 Los planos de la vivienda, hoy sede del Instituto de Historia de Cuba, fueron trazados siguiendo la orientación de Domingo del Monte, esposo de una de las hijas del propietario, a la vez que escritor y animador de distintos proyectos culturales en la época. El proyecto no se llevó a cabo en su integridad por su alto costo, pero en 1844 dio como resultado una casa considerada desde entonces como un hito dentro de la actualización de la arquitectura tradicional cubana. Sus techos fueron decorados por artistas italianos con pinturas de estilo clásico. Pedro Herrera: El Palacio Aldama. Ediciones Boloña. La Habana, 2007. El ensayo publicado por el ingeniero estaba dirigido a los capitalistas habaneros con la finalidad de conseguir que la ciudad fuera renovada y ocupara dignamente el puesto que le pertenecía “…entre las primeras ciudades de América, y aún de muchas de Europa”. Manuel Carrera: “Arquitectura”. El Plantel. Habana, septiembre y octubre de 1838, p. 20 y p. 55, respectivamente. 31 Miguel Aldama era uno de los hacendados más cultos del país. Su biblioteca poseía más de un centenar de obras de Historia, Filosofía y Literatura. Atribuyó gran trascendencia a las diferencias de la colonización en América y, amante de las simbologías, encargó dos grandes pinturas al óleo para la gran vivienda de su familia, ambas de igual tamaño y con intención de ser comparadas, una con el desembarco de los peregrinos del May Flower y otra con el desembarco de Hernán Cortés en las costas de México. 32 Los Ingenios. Litografía de Luis Marquier. Habana, 1857. 33 Tal vez el plano fuera obra del antes mencionado ingeniero civil, al servicio de las empresas familiares. La fuerza de trabajo esclava en los ingenios coloniales de Cuba. La organización y división de la dotación para el trabajo* E n la Cuba colonial, la esclavitud del africano atomizó toda la sociedad y definió el contenido mayoritario de la fuerza de trabajo en los ingenios de azúcar hasta 1886, en que se decretó, luego de un largo proceso legal de medias libertades, la abolición total de la misma. Cuba permanecía aun al inicio del siglo XVIII prácticamente virgen desde el punto de vista de la explotación agrícola, aunque su tierra estaba casi toda mercedada en enormes latifundios de explotación extensiva, conocidos como hatos y corrales, en los llamados cortes de ingenios y en las estancias de labor. La población rural campesina, blanca y libre, era escasa para cubrir como fuerza de trabajo toda Mercedes García Rodríguez Profesora de la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz, es autora de uno de los libros más importantes sobre el tema del ingenio: Entre haciendas y plantaciones. Orígenes de la manufactura azucarera en La Habana (2007). esta abundante tierra fértil. A los “señores de la tierra” les resultó imposible atar a ella al inmigrante europeo, porque este generalmente arrendaba o adquiría por merced un pedazo de suelo donde trabajar, sin someterse a la fatigosa y exigente tarea de cultivar y procesar la caña de azúcar o andar de monterías tras el ganado cimarrón en los hatos de otros. Es por ello que la esclavitud de los africanos se instaló en la Isla como una imprescindible fuerza laboral en los campos que iban a dedicarse a una agricultura comercial y exótica, como fue la caña de * Trabajo realizado en el marco del proyecto HAR2015-66152-R (MINECO), que dirige la Dra. Consuelo Naranjo Orovio. Directora e Investigadora Titular del Instituto de Historia-CCHS, CSIC de Madrid. Revolución y Cultura Esquema típico de la distribución abierta del batey azucarero cubano, con las edificaciones o casas de ingenio distribuidas aisladamente sobre el terreno. Litografía del Manual de la Isla de Cuba, 1852. 39 40 Revolución y Cultura Esclavos alimentando el fuego de los hornos o fornallas, 1860. Foto G. Barnard. azúcar; también las ciudades quedaron cautivas del trabajo esclavo pues se veía mal socialmente que un hombre blanco se dedicara a labores mecánicas o artesanales o que una dama de sociedad se fuera de compras a una pulpería o lavara su propia ropa… Esta sintética introducción al asunto no intenta en ningún modo justificar la institución esclavista, pero sí ayudará a entender el porqué del galopante incremento de la inmigración forzada de africanos durante los siglos XVIII y XIX, que hizo crecer la población negra y esclava, tanto en las ciudades como en las zonas rurales donde estaban enclavadas las haciendas ganaderas, las vegas, las estancias, pero principalmente los ingenios; estas fueron las unidades agrarias donde se concentró más del 70 % de la población negra de la Isla, especialmente en occidente. El esclavo, hombre o mujer, de piel negra y procedencia africana o criolla, fue considerado entonces, según los cánones de la época, como un “ser inferior por su color oscuro, su salvajismo innato y su falta de cultura e inteligencia al ser sujetos sin alma, más cercanos al animal útil que al hombre…” por ello fue ideológicamente posible esclavizarlos y reducirlos a la mera condición de “instrumento de trabajo”. Los africanos esclavizados fueron así vinculados legalmente a diferentes actividades económicas y de servicio, pero en su mayoría fueron adquiridos para los ingenios azucareros, donde comenzarían a funcionar, en términos de época, como “máquinas de producir ganancias”. Esta mentalidad y actitud racista desarrollada por los hacendados azucareros para el tratamiento a sus esclavos, que según Moreno Fraginals nada tenía de intereses filantrópicos, ni perversos, sino mucho de intereses económicos,1 fue asimilada y defendida por diferentes políticos, militares y funcionarios coloniales, entre los que se destacó el ingeniero militar Agustín Crame, quien desde su llegada a la Isla en la década de 1760, se identificó con todo aquella concepción esclavista, expresando en sus discursos y tratados el sentir de los propietarios de ingenios de La Habana. Él, como ellos, consideraba que: “[...] las recias fatigas del campo están como reservadas a la esclavitud [...] los negros deben mirarse [...] únicamente como máquinas utilísimas para la agricultura. [...] podemos considerar a estos infelices como unas materias primas que puestas en movimiento, cultivando las tierras, y trabajando en las manufacturas, toman un valor muy superior al que costaron [...]”.2 Esta fue quizás la primera vez en que en un escrito elaborado en Cuba se expresaba al Rey de España, con toda claridad y cinismo, el bárbaro concepto del negro como esclavo-máquina, concepto que más tarde Moreno, con un lenguaje más contemporáneo y cargado de la influencia economicista del marxismo, emplearía para explicar cómo el africano fue trasplantado de un escenario geográfico a otro y convertido por un proceso de deculturación3 en un hombre-equipo,4 advirtiéndonos así que el esclavo, intrínsecamente, tuvo la triple condición de mercancía, fuerza de trabajo y medio de producción. La explicación de esta trinidad desde lo económico limitó su interpretación del lado humano del esclavo, negándole teóricamente en sus imprescindibles páginas de El Ingenio, la posibilidad de formar familia y tener unas pocas cuotas de libre albedrío en su vida privada, pese al excluyente sistema esclavista en que vivieron. El concepto del esclavo como medio de producción, que lo convierte en mercancía primero y luego en propiedad del comprador, sirve también para comprender la oposición a la abolición absoluta de esta institución en el siglo XIX, pues en su mayoría los hacendados azucareros, más allá de su diversos credos políticos, no estaban dispuestos a perder sus propiedades de ébanos sin ser indemnizados;sus esclavos representaban para ellos, no hombres a su semejanza, sino un importante capital desembolsado al objeto de garantizar el desenvolvimiento y las ganancias en sus plantaciones. Poseer un gran número de negros esclavos en la Cuba colonial era sinónimo de distinción social, además de reflejar la riqueza y el poderío económico de su propietario. Por ello no resulta extraño que la capacidad productiva de los ingenios de este período se midiera entonces por el número de esclavos en su dotación, y se pensará que las unidades azucareras más rentables y prósperas eran las que contaban con una mayor dotación de negros para explotar. De hecho, en una Carta que envía el Cabildo habanero al Marques de Sonora, en 1787, se expresaba: “un ingenio es una hacienda que no puede serlo, que nada le da, que destruye a su dueño, y casi nada vale, si no tiene más de 50 esclavos como mínimo”.5 En 1795, en una Memoria sobre los caminos necesarios en La Habana, se expresaba que: “[...] con 100 negros se hacían regularmente diez mil arrobas de azúcar y tres mil barriles de miel de purga, [...] es una cifra optima de esclavos para obtener una buena zafra”.6 Años más tarde, Humbolt escribiría en sus notas de viaje que para que un ingenio cubano elaborase 32 000 arrobas de azúcar necesitaba unos 300 esclavos en la dotación.7 Como se advierte, desde la segunda mitad del setecientos parece que el patrón productivo por esclavo se estimaba en unas 100 arrobas por zafra, de ahí que por el número de esclavos de un ingenio se calculaba la producción anual de la unidad. (Continua en la página 45.) Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar. La noche , no puedo recordarla. Ni el mismo océano podría recordarla... (1) Vine en un barco negrero. Me trajeron … (2) Caña y látigo /el ingenio. Sol de hierro. Sudor como /caramelo. Pie en el cepo… (3) Si gavilán vuela alto, /¿por qué no… yo? (…) Si gavilán coge monte , /¿por qué no… yo?... (4) Como el cimarrón era un esclavo que se huía, los amos mandaban a una cuadrilla de ranchadores; guajiros brutos con perros de caza, para que lo sacaran a uno a mordidas/ Subí y bajé tantas lomas que las piernas y los brazos se me pusieron duros como palos. Poco a poco fui conociendo el monte . Y me fue gustando… (5) Cuando me topé con las tropas mambisas, grité y ellos me vieron (…) Desde ese día me di por entero a la guerra. De primera y pata me sentí raro, medio confundido. Es verdad que todo aquello era un arroz con mango… (6) Donde quiera que uno miraba veía un negro. Con la alegría y la contentura de terminada la guerra, las mujeres salían a la calle (...) No había un solo cubano que no gritara: “¡Viva Cuba libre!”… (7) ¡Oh Cuba! Mi voz entrego. En ti creo… (8) Idea, selección de imágenes y textos: Israel Castellanos León Diseño: José León Díaz Colaboración: Centro de Información del MNBA, Centro de Documentación del CDAV, artistas, Axel Li, Luisa Campuzano, Yanelys Núñez, Isabel Hernández e Idalma Fontirroche. 1.- Manuel Mendive. Barco negrero, 1976, óleo/madera, 102 x 126 cm, col. Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), Cuba/ Nicolás Guillén, “Vine en un barco negrero…”. En: Tengo, La Habana, 1964, versión digital, s.p. 2.- Santiago Rodríguez Olazábal. Barco negrero, 2010, mixta/tela, 127 x 152,4 cm /Nancy Morejón. “Mujer negra”. En: Parajes de una época. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1979, pp. 18-20. 3.- Édouard Laplante. Ingenio La Amistad, litografía (sin otros datos). En: Justo Germán Cantero. Los ingenios. La Habana, Editorial Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, 2011, s.p./ Nicolás Guillén, op. cit. 4.- Douglas Pérez. El cimarrón, 2000, óleo/ tela, 100 x 135 cm, col. privada/ Gerardo Fulleda León. “Azogue”. En: Algunos dramas de la colonia. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1984, p. 179. 5.- Manuel Mendive. El palenque, 1976, tempera/madera, 103 x 126 cm, col. privada/ Miguel Barnet, Biografía de un Cimarrón, p. 43. 6.- Gilberto de la Nuez. En la ruta de Oriente a Occidente, 1980, técnica mixta/ tela, 94 x 122 cm, col. familia del artista/ Miguel Barnet, op. cit., p. 143. 7.- Luis Manuel Otero Alcántara. La sangre negra de la historia, 2014, técnica mixta, 150 x 60 cm/ Miguel Barnet, op. cit., pp. 172-173. 8.- Edel Rodríguez (Mola). Pensamos Cuba, 2013, serigrafía, 70 x 50 cm, col. Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (CDAV)/ Nicolás Guillén, op. cit. 9.- Alberto Lescay. Monumento al cimarrón, 1997, bronce, hierro y otros materiales, 960 cm/ Nicolás Guillén, op. cit. Mía la tierra que beso. Mío el cielo. Libre estoy, vine de lejos. Soy un negro. (9) (Viene de la página 40.) Estos criterios económicos de época, se han empleado acríticamente por algunos historiadores para afirmar que la mayor o menor productividad de un ingenio dependía de su número de esclavos. Sin embargo, algunos casos estudiados como el ingenio San Ignacio de Río Blanco, en 1758, demostraron lo contrario, pues un número elevado de esclavos puestos a producir en un número pequeño de caballerías cultivables podía conducir a un rendimiento decreciente, es decir, a una menor productividad por hombre al asignársele una tarea menor a la que ellos podían desplegar, lo cual reducía la intensidad del trabajo y con ello los rendimientos per cápita. En relación con este problema sería más conveniente afirmar que la mayor o menor productividad de los ingenios estuvo en dependencia de la racionalidad de su propietario para lograr adecuar el número de esclavos de su dotación a la extensión de sus tierras cultivables dentro de la unidad, y al uso más efectivo de las capacidades instaladas en la manufactura.8 No obstante, la estrategia económica que primó en los propietarios de ingenios del siglo XVIII fue aumentar sistemáticamente el número de esclavos en las dotaciones para garantizar una mayor producción de azucares y mieles. Esta mentalidad incentivó el aumento de la trata y por ende de la población esclava de la Isla, como solución que buscaba el crecimiento económico azucarero, y a la expansión del renglón hacia el oeste en la segunda mitad del setecientos. Este crecimiento poblacional antinatura, es decir no de carácter vegetativo sino inducido, generó con el tiempo la alteración de las estructuras y dinámica demográfica de Cuba, particularmente de su región occidental, donde el azúcar se convirtió en rubro fundamental de su economía y la raza negra estuvo a punto de competir en número con la blanca. Revolución y Cultura Las dotaciones Estas agrupaban a todos los esclavos de cada unidad, independientemente de su sexo, etnia, estado civil o edad. Sin embargo, no conformaron una masa homogénea y compacta de hombres agrupados para la producción del dulce, pues, aunque todos sufrían por igual la falta de libertad y la explotación, no todos estuvieron en igualdad de condiciones ante el trabajo; me refiero concretamente a las diferencias individuales en cuanto a la acumulación del saber empírico sobre la producción del dulce, sobre el manejo del idioma castellano, e incluso respecto a las propias características personales, tanto físicas como étnicas, condiciones que fueron tenidas en cuenta por sus dueños y mayorales para destinarlos a determinadas labores u oficios dentro del ingenio debido a que en estas unidades la dotación debía dividirse en dos grupos de trabajo: uno para laborar en el agro, a los que se denominó esclavos de todo trabajo o esclavos de campo; y otro grupo formado por los esclavos con oficios de tacheros, purgadores, caldereros o paileros, alfareros, maestros de azúcar, maestros de aguardiente, tejeros, entre otros, que por sus conocimientos y manejo de su oficio eran regularmente destinados a las labores de la manufactura del dulce, dentro de cada unidad, o se alquilaban a otro hacendado según entendiera su amo. Por tanto, la organización de la dotación para el trabajo dentro de estos ingenios preplantacionistas del setecientos no resultó tan simple como plantean algunos autores que desconocen que en estas unidades de producción hubo una compleja división social del trabajo.9 El criterio simplificador que existió hasta hace unos años sobre nuestros orígenes azucareros contribuyó a crear una imagen compacta y uniforme de aquellos conglomerados humanos esclavizados, a los que se les consideró en su totalidad como esclavos agrícolas. Algunos autores aseguran que el trabajo esclavo, rutinario, inculto e ineficiente impedía que los mismos asumieran responsabilidades de mayor envergadura dentro del ingenio. Otros niegan al negro por su condición de esclavo, su capacidad de aprendizaje, su destreza y su inteligencia natural; por ello apuestan a que con esclavos no se podía dar el salto a la mecanización, ni a la industria. Sin embargo, la capacidad de adquirir conocimientos técnicos no tiene por qué estar asociada a la condición de libertad jurídica, ni al color blanco de la piel, ni incluso al desempeño de un determinado tipo de trabajo; este criterio, muy repetido por cierto, saca a la luz reminiscencias racistas del subconsciente, como mala herencia de aquella sociedad esclavista excluyente. En la práctica, las dos fases productivas que combinó el ingenio de pre-plantación, la agraria y la artesanal, suponía una inicial división social del trabajo dentro de cada unidad, que mezclaba en el proceso productivo un tipo de trabajo intensivo y especializado, como el que requería el arte de hacer azúcar en las casas de caldera y purga, con el trabajo rudo y extensivo de las labores agrícolas, al que se dedicaban los esclavos de machete o esclavos de campo. En este último grupo, considerado de todo trabajo, estaban además de los esclavos macheteros, los negros apiladores, los cargadores, los porteadores o transportadores de la caña a la casa de molienda, los troceadores de caña, los aserradores de madera, y los que trasladaban la leña de los montes del ingenio a la casa de calderas en carretas tiradas por bueyes. Se encargaban también de toda la transportación de los requerimientos del ingenio, y el traslado de los azúcares a la ciudad para su venta. Este tipo de trabajo requería destreza, pero esencialmente mayor fortaleza física que conocimiento artesanal. La organización interior del trabajo, basada en la división cualitativa, aunque también cuantitativa de los esclavos del ingenio, para asumir las dos fases productivas en serie que ya hemos mencionado, tuvo para los amos y 45 46 Revolución y Cultura Niños esclavos bajo los naranjos del huerto de un ingenio, 1860. Foto G. Barnard. mayorales un interés puramente económico; no obstante, provocó que hacia el interior de las dotaciones se establecieran ciertas jerarquías entre sus integrantes, de acuerdo con el lugar económico que ocupaba cada esclavo en la cadena de producción. Así, los esclavos maestros de azúcar y aguardiente, junto a los contramayorales negros, ocuparon en la pirámide esclava la cúspide favorecida de la dotación; a ellos les era permitido escoger esposa dentro de las esclavas del ingenio o de propiedades vecinas. Poseer su propio bohío, sin obligación de compartirlo con otros esclavos como era la costumbre. También se les asignaba una ración diaria de alimentos un poco mayor que al resto; por ejemplo, 16 onzas diarias de carne fresca o de tasajo, mientras que al resto solo se le repartía entre 11 y 13 onzas diarias, según los datos que hemos podido recopilar en los ingenios jesuitas y en otros de la zona occidental.10 Por último, se les daba una pequeña porción de azúcar y aguardiente al concluir cada zafra.11 Les seguían en importancia los esclavos con oficios: tacheros, caldereros, purgadores y alfareros, entre otros, que recibían algunas prebendas del mayoral cuando este veía que las tareas de producción marchaban positivamente, entre estas gracias estaba la de poder consumir guarapo en la casa de calderas mientras trabajaban, y recibir algún azúcar de raspadura al finalizar cada zafra, que podían consumir, intercambiar o vender, según estimaran.12 En la base de la pirámide laboral estaban los esclavos de todo trabajo, considerados los negros más fuertes pero a la vez “más indomables e incultos de la dotación”, incapacitados, según los amos, para atender una labor artesanal por su falta de delicadeza y conocimientos. Por lo general, estos eran jóvenes, fornidos y saludables para asumir las arduas tareas del agro, muchos tenían tacha de cimarrón, o rebeldes, dada su juventud; eran, según los mayorales, “dados a la desobediencia y al libertinaje, y debían ser domados con la fuerza, en las duras faenas agrícolas”. De esta forma, los esclavos de las dotaciones del setecientos debieron considerarse a sí mismos como un grupo desigual, ya que sus mayores o menores cuotas de libre albedrío dependían del lugar “ventajoso” que ocuparan en la cadena productiva y de su más o menos cercanía al amo o al mayoral. Pero estas sutiles prebendas y pequeñas cuotas de libertad condicionada, no nos pueden llevar a engaños sobre la realidad esclavista, creyendo que esa institución española en el nuevo mundo fue mucho más benévola o humanitaria que las instituciones esclavistas inglesa o francesa, como más de un autor ha afirmado. Toda esclavitud es terriblemente cruel por más que se le quiera pintar con tonos rosas, pues parte de rebajar la condición humana a un grupo poblacional al que se le secuestra la libertad, que es un derecho natural de todo ser humano. La estrategia de comportamiento diferenciado hacia los esclavos de una misma dotación de ingenio, respondió en esencia a la racionalidad económica de entonces: cuidar a los más aptos, diestros y con oficios, por ser difícil y cara su reposición, por lo que en la misma condición de encierro y falta de libertad no todos eran tratados de igual forma. Aquí la idea de Moreno vuelve a cobrar vida; este trato diferenciado no fue por filantropía, ni por bondad de la hidalguía hispana, sino que fueron razones económicas las que condicionaron el modelo de explotación durante los siglos XVI, XVII y buena parte del XVIII, y que puede considerarse como esclavitud patriarcal, en tanto que no se les explota de forma intensiva como en las plantaciones azucareras del siglo XIX, sino más bien en forma extensiva, pues aún Cuba no contaba con un mercado regular y seguro para su azúcar, dependiendo la realización de su producción de las irregularidades de un comercio de contrabando y de las pequeñas cuotas de dulce asignadas por el mercado monopólico español, ya que el azúcar de Cuba competía en el mercado metropolitano con las producciones de Canarias y Granada, y con las del resto de las colonias que en América también se dedicaban al preciado dulce. Los señores de ingenios de la Isla tampoco sembrar en una parte de esas tierras la excelente hoja de tabaco verdín, con notas a lograr una cifra más elevada incluso que años anteriores, pues alrededor de 10 000 cujes habían salido de esos conucos de esclavos, por lo menos 500 más que años anteriores. También le agradece su papel por incentivar a los vecinos en la formación de las milicias y le solicita que cuente con los esclavos de la zona para cualquier situación de emergencia, por supuesto con la anuencia de sus amos.13 A modo de conclusión pudiera decirse que los hacendados, aunque consideraban a todos los esclavos de igual condición social, sí reconocían que desde una óptica económica unos negros eran más aptos y hábiles que otros y por tanto mucho más útiles a sus fines. Este razonamiento, economicista y pragmático, los llevó a dar un tratamiento diferenciado a sus esclavos, no por altruismo sino con la intención de alargar, en sentido contable, la vida útil de los más rentables, incentivándolos con ciertas libertades y privilegios a producir más y ser fieles a sus amos. Por ello, cuando dividieron a sus esclavos para el trabajo, no lo hicieron pensando en la existencia de diferentes escalones sociales entre ellos, sino en correspondencia con el lugar que cada esclavo debía ocupar en la cadena de producción para poder explotar mejor sus conocimientos y condiciones físicas. Fue una estratificación puramente económica y no social. Es importante señalar también que los sostenidos altos precios del dulce, los grandes volúmenes de azúcar que fueron alcanzándose en la medida que se fundaron mayor cantidad de ingenios, y las ganancias garantizadas por el empleo del trabajo esclavo, hicieron que los propietarios azucareros de este período no se preocuparan mucho por los cálculos económicos de la productividad por hombre. Como es de suponer, de haberse preocupado hubieran logrado producir más con menos esclavos, a partir de su explotación más racional e intensiva; la ausencia de estos cálculos, es una prueba de que la mentalidad de estos hacendados azucareros aun no era propiamente la de empresarios capitalistas. Notas 1 Manuel Moreno Fraginals: “Aportes culturales y deculturación”. p. 7. En: Caminos. Revista cubana de pensamiento socioteológico. Dedicada al tema: Raza y Racismo. Publicación del centro Memorial Dr. Martin Luther King. No. 24 -25. La Habana, 2002, p. 7 2 Archivo General de Indias (en lo adelante AGI). Santo Domingo, legajo 1157. Agustín Crame: Discurso político sobre la necesidad de fomentar la Isla de Cuba. Octubre de 1768. 3 Moreno entiende por deculturación “El proceso consciente mediante el cual, con fines de explotación económica, se procede a desarraigar la cultura de un grupo humano para facilitar la explotación de las riquezas naturales del territorio en que se está asentado y / o para utilizarlo como fuerza de trabajo barata, no calificada. [...] En el caso de la esclavitud de los africanos en el nuevo mundo, la deculturación puede ser vista como un recurso tecnológico aplicado por los colonialistas, para la optimización del trabajo”. Manuel Moreno Fraginals: “Aportes culturales y deculturación”. En: Caminos. Revista cubana de pensamiento socioteológico. Dedicada al tema: Raza y Racismo. Publicación del centro Memorial Dr. Martin Luther King. No. 24 -25. La Habana, 2002, pp. 6 -18. 4 Manuel Moreno Fraginals: El Ingenio. La Habana, 1978. Tomo II, p. 11. 5 AGI. Indiferente General. Legajo 2821. Carta del cabildo habanero al Marqués de Sonora. 4 de agosto de 1787. 6 Memoria sobre los caminos necesarios en La Habana. Imprenta de la Capitanía General de Cuba. La Habana, 1795, pp. 12-13. 7 A. Humboldt: Ensayo político sobre la Isla de Cuba. La Habana, 1930, p. 215. 8 Pablo Tornero Tinajero: Crecimiento económico y Transformaciones sociales: Esclavos, hacendados y comerciantes en la Cuba colonial, 1760-1840. Edita Ministerio de trabajo y seguridad social. Madrid, 1996. Revolución y Cultura disfrutaban de las ventajas de una trata libre, que hiciera disminuir los precios del esclavo ante una mayor y mejor oferta establecida a partir de la competencia comercial entre diversas compañías, y tenían que seguir pagando mucho dinero por las piezas de indias que adquirían en la factoría del Asiento de negros, o de contrabando en las costas de tierra adentro. En busca de disminuir gastos de producción, se intenta, con logros apreciables, reducir gastos en la manutención de la dotación; para ello los hacendados insulares repartieron conucos entre sus esclavos agrícolas con la idea de dejar en sus propias manos parte de la alimentación que debía sustentarlos, específicamente garantizar desde la autogestión productiva de sus negros el consumo per cápita de viandas como los boniatos, la yuca, el maíz y los plátanos, y criar algunas gallinas, recoger huevos y tener hortalizas. Esto se ha interpretado por algunos autores como un aspecto que refuerza la idea de esa cuota de autonomía que otorgó el modelo esclavista hispano a sus siervos, por lo que tendríamos que aplaudir a nuestros señores de ingenios del setecientos. Sin embargo, la realidad desborda “las buenas intenciones” de buscar en el mayor holocausto de la humanidad un lado complaciente, que atenúe cargos de conciencia por los antepasados. Esta tendencia no ha entendido en toda su dimensión la arista económica y oscura del asunto, pues resulta evidente que las labores de los esclavos en estos conucos viene a duplicar la explotación coercitiva y económica a que eran sometidos, al obligarlos a emplear su escaso tiempo libre en el cultivo de este conuco, de cuya producción su dueño se llevaba una parte que nunca quedó precisada, y que era determinada en cada zafra a su libre albedrío. Por otra parte, se ha hablado de que esta producción del conuco le permitía al esclavo, tras entregar la parte que correspondía al amo y separar la destinada a su alimentación, vender el sobrante para ir acumulando un peculio con que pagar su libertad o la de un hijo o esposa. En esto quien salía otra vez altamente favorecido era el amo pues al llegar al punto en que su esclavo lograba reunir para su libertad, este ya le había sacado su valor varias veces y volvía a recobrar sin esfuerzo alguno el capital desembolsado en su compra, mientras que el esclavo, viejo ya, no sabía qué hacer con su libertad, no tenía a dónde ir, ni conocía otra forma de ganarse el pan que trabajando en el ingenio. Sobre las siembras de subsistencia en el conuco y cómo estas eran definidas, he encontrado un documento que esclarece, a mi modo de ver, el verdadero sentido que para el propietario de ingenios tuvo la entrega de estas tierras a su dotación, es decir, ponerlas a producir alimentos y cultivos con destino al mercado, obteniendo con ello una nueva cuota de ganancias y disminuyendo costos. En carta de D. Francisco Cajigal y de la Vega a Don Francisco de Gama, Capitán de milicias de Güines, fechada el 23 de julio de 1750, este le hace saber su satisfacción porque De Gama ha incentivado y logrado un aumento considerable en los tabacos de ese Partido, y especialmente le agradece por sus grandes envíos de la preciada hoja a la ciudad para su despacho a las fabricas de Sevilla, que por su abundancia y calidad alcanzan para cubrir las necesidades de dichas fabricas reales. Le dice que le parece muy bien que haya tratado de aumentar la producción de tabaco en los conucos de los negros del Partido, solicitando a sus dueños que los obligaran a 47 9 Fe Iglesias: Del Ingenio al Central. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1999, p. 51. 10 Ver: Base de Datos: Ingenios habaneros del siglo XVIII. En: IHC, y en tabla elaborada por la autora en su obra: Entre haciendas y plantaciones. Los orígenes azucareros de Cuba. Ciencias Sociales. La Habana, 2017. 11 AGI. Papeles de Cuba, legajo 1098. Nota de las raciones de hormas de raspadura y miel que se repartían entre la dotación de los ingenios Barrutia y Poveda. Diciembre de 1767. Y Relación de las raciones que diariamente se distribuyen en la dotación del Ingenio Poveda, de lo que se componen, su peso y costo. Octubre de 1767. 12 Ídem. 13 AGI. Fondo: Ultramar, Legajo 171. Expediente no. 7. 48 Revolución y Cultura Bibliografía Barcia Zequeira, María del Carmen: La Otra familia. Parientes, redes y descendencia de los esclavos en Cuba. Fondo editorial Casa de Las Américas. La Habana, 2003. Castillo Meléndez, Francisco: “Un año en la vida de un ingenio cubano. 1655-1656”. En: Anuario de Estudios americanos. Tomo 39. Publicación de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla. Sevilla, 1982. De la Fuente, Alejandro: “Rebeldía esclava y represión esclavista”. En: Revista de la Biblioteca Nacional José Marti: Alcance a la Revista. 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Revolución y Cultura Las protagonistas de esta historia1 En este texto me acercaré a la vida de sesenta y cinco mujeres de ascendencia africana. Quienes, en una sociedad esclavista, profundamente opresiva para las personas de tez oscura, fueron capaces de generar disímiles iniciativas y estrategias para convertirse en propietarias de esclavos. Un logro que les sirvió a muchas de ellas para ganar en movilidad económica y social, contribuir a mejorar la calidad de vida de sus familiares y descendientes, y a la vez demostrar que eran capaces de insertarse con relativo éxito en la sociedad, a pesar de todos los obstáculos y limitaciones que les imponía el sistema. Una aspiración que la inmensa mayoría de las personas de su mismo color de piel no pudo materializar. Las mujeres de esta historia proceden de culturas diferentes. Cuarenta y cinco de ellas fueron traídas de manera forzosa de África. Dieciocho de ellas se reconocieron como carabalíes, cuatro mandingas, dos congas, dos gangá, una mina, una lucumí, dos expresaron provenir de Guinea y quince se declararon o fueron registradas como “procedentes de África”. Otras cinco llegaron a la Isla desde distintos puntos del Caribe, y quince nacieron en La Habana. De las caribeñas, dos llegaron desde Santo Domingo, una de Nassau y otra de Jamaica. Sus puntos de partida fueron diferentes. Algunas se iniciaron en el mundo de la compra/venta de esclavos luego de trascender la condición de esclavas. Otras nacieron en el seno de familias ya iniciadas en esa tradición y la continuaron. Y por último, estuvieron aquellas que, por un golpe de suerte del destino, se convirtieron en herederas del patrimonio (inmuebles, esclavos, dinero, etc.) de sus compadres y/o amigos de nación, trataron de mantenerlo y, si les era posible, aumentarlo por esta vía. Todas nacieron entre las décadas finales del siglo XVIII y los primeros años del XIX. Probablemente, lo único que tienen en común es que la parte más activa y fecunda de sus vidas, transcurrió indistintamente en La Habana 49 Revolución y Cultura 50 durante los primeros sesenta años de esta última centuria. Diecisiete declararon ser solteras, veintitrés casadas, veinte y dos viudas, y tres no hacen mención del tema. En todos los casos, los matrimonios se efectuaron con hombres de su mismo color de piel, unos libres, otros esclavos, y, en ocasiones, eran de su misma nación africana. Veintiocho de ellas tuvieron hijos. Dieciséis, durante el matrimonio; seis declararon tener hijos naturales, y las otras tampoco hacen alusión a ese aspecto de sus vidas. Sin importar el estado civil, veintinueve de ellas no tuvieron descendencia alguna. Casadas o no, seis tuvieron la desdicha de que sus hijos fallecieran. A veces perdían a uno, como la criolla Maria Josefa Palacios, cuya única hija murió a los pocos meses de nacer; en otras ocasiones, a varios, y hasta las hubo que los perdieron a todos. Este tipo de eventos podía ocurrir a los pocos días de nacer la criatura, a los meses o durante su juventud. La falta de preparación que tenían las madres era, según el Dr. Luis Ros de Cárdenas, la causa de que cerca del 75 % de los niños no sobreviviesen los primeros siete días de nacidos. La pérdida de esos seres queridos contribuye a explicar por qué algunas de ellas, como la antes mencionada criolla, al final de sus vidas estaban solas.2 Seis criollas y tres africanas mencionan que tienen familiares en la Isla. Mientras, entre las últimas dos refieren como familiares a los hermanos y la otra, a una tía que tuvieron la dicha de reencontrar en La Habana; las criollas, mencionan a sus propias familias nucleares. Algunas de estas propietarias integraban a sus familias niños que, sin importarles su raza y condición social, los criaban como suyos. No siempre la causa era que no tenían hijos propios; hay historias de especial cariño y piedad, como la de Rafaela Vázquez, casada y madre de dos hijos, que crió a las mulaticas Juana y Daniela. La formación de nuevas familias, ya fuese nuclear o de cualquier otro tipo que les permitieran sus circunstancias personales, es una muestra de la capacidad de readaptación de estas personas y de la necesidad de crear nuevos vínculos afectivos que les sirvieran de estímulo en sus vidas.3 El pasado de las mujeres africanas es una incógnita. Conocer aspectos sobre su vida personal y familiar, o cualquier tipo de experiencia laboral que hayan tenido en África, apenas es posible. Es cierto, algunas no conocieron a sus padres, como la lucumí Juana Gavá, o salieron de África siendo muy pequeñas, como Manuela Pacheco, que por tener solo diez años no podía rememorar nada sobre su vida pasada; pero hay evidencias que confirman como otras sí conservaban esos recuerdos, ya fuese porque llegaron jóvenes o porque contaron con la suerte de encontrarse en la ciudad con familiares o personas que pertenecieron a sus mismos pueblos en sus tierras de origen.4 Cuando eso sucedía, lo mismo en el ámbito familiar que en los cabildos, cofradías y hermandades que los africanos crearon en la Isla con el propósito de mantener vivas sus costumbres, estas mujeres recuperaban buena parte de las tradiciones y cultura de sus ancestros, que, por haber sido arrancadas de sus tierras muy jóvenes, no tuvieron la oportunidad de conocer.5 En más de una ocasión, hijos, sobrinos, hermanos y nietos de estas féminas dieron fe de ello sacando a la luz en causas judiciales nombres africanos y trozos de historias sobre antepasados que nunca conocieron. De aquellas que poseían esa información, no ha sido posible precisar los motivos por los cuales no la mencionan en sus testamentos. Según las autoridades, como la introducción de negros en la Isla se producía de manera ilegal y los traficantes no podían dejar rastro alguno, no había manera de justificar documentalmente la troncalidad de africanos venidos a esta Isla con los que quedaron en África. Otras posibles explicaciones pudieran estar relacionadas con el dolor que podía suponer para algunas recordar su pasado o, todo lo contrario, percibían como un estigma para ellas y sus descendientes dejar plasmada en un documento de carácter legal una información que aludía a su antigua condición de esclavas. Dicho comportamiento no sería de extrañar, debido a los prejuicios que pesaban sobre los africanos.6 De las cuarenta y cinco africanas elegidas, solo tres ofrecieron algunas referencias de su familia africana. Pero esa parte de sus vidas fue expuesta solo en casos de extrema necesidad ante los canales legales pertinentes, y no precisamente por ellas, sino por otros familiares o amigos que provenían de las mismas tierras de origen y con quienes, luego de un azaroso reencuentro, se estrecharon lazos en La Habana. Una que se vio precisada a hurgar en el pasado de su familia, fue la criolla Evarista Gonzáles, sobrina de la africana de nación lucumí, Belén Álvarez (Luoco en su tierra). Como su tía murió sin otorgar testamento y era poseedora de algunas propiedades y dinero, Evarista y sus hermanas, como únicas herederas, promovieron una causa judicial para reclamar esos bienes. Pero, para tener derecho a la herencia debían probar legalmente que eran hijas legítimas de Agustín, hermano de Belén. Imposibilitada de presentar cualquier tipo de documento legal probatorio de esos vínculos, Evarista, según disponían las leyes, buscó a varias personas de la nación lucumí procedentes del mismo pueblo que los hermanos allá en África, para que sirvieran como testigos del parentesco. Luis Pastrana, Jorge Soto, Manuel Curuñe, Cayetano Lundier, Prudencio Cersibier, Felipe Pitarrúa y José Acosta, todos mayores de 68 años, lucumíes y habitantes del pueblo de Regla, testificaron ante las autoridades que habían conocido a los padres de Belén y Agustín en África. Se llamaban Elocun Esín y Dada, y que se unieron en su tierra según las costumbres de su nación. Ambos pertenecían al imperio de Oyó y fallecieron antes que sus hijos fueran sacados de África. Probablemente, en alguna de las guerras en que se vio envuelto ese territorio, los padres perdieron la vida y los hijos fueron capturados por cazadores de esclavos y traídos como cautivos a la Isla.7 Belén y Agustín no solo tuvieron la suerte de reencontrarse en La Habana, sino también la de ser comprados por amos que residían en el mismo entorno urbano, lo que les permitió reconstruir, aunque fuese en otras condiciones, los vínculos familiares rotos por la trata ilegal. Belén, al parecer nunca se casó, pero su hermano Agustín (Oyó en su tierra) sí, y tuvo tres hijas, una de ellas era Evarista, la demandante.8 De las nacidas en la Isla, es más factible establecer sus datos generales, pues contaban con documentos legales (partidas de bautismo y matrimonio), padres, hermanos y abuelos. De las quince criollas elegidas, doce son hijas de matrimonio constituido y mencionan referencias de sus padres e hijos. Si de las otras tres no se dispone información alguna, es porque no aluden al tema en sus testamentos. En ciertos casos, dicha omisión está relacionada con la premura con que se redactaba el documento, y en Algunas fueron reservadas en cuanto a expresar la cuantía de sus bienes. Casi siempre porque dejaban previamente repartidas sus propiedades entre sus herederos, o estos ya estaban al corriente de cómo debía ser la distribución de los mismos. De esa forma se evitaban largos y engorrosos procesos judiciales. En cambio, otras dejan todo muy bien estipulado, en particular en los casos de matrimonios que no contaban con familiar alguno, y querían protegerse mutuamente instituyéndose herederos el uno del otro. Una preocupación central para muchas de estas mujeres, fue esclarecer quiénes eran sus beneficiarios y las razones por las que merecían esos beneficios. Y asimismo, señalar a aquellas personas a las que se les debía pagar, cobrar, exonerar del pago de alguna deuda o que quedaban desheredados por cualquier motivo. Si bien los inventarios de bienes nos ofrecen una idea del patrimonio material que construyeron a lo largo de sus vidas y las posibles maneras de las que se valieron para lograrlo, las explicaciones que ofrecen para justificar el modo en que lo distribuían nos adentran en sus conflictos, desavenencias, temores, errores cometidos, así como en el universo íntimo afectivo que lograron construirse en esta parte del mundo, o la inmensa soledad en que terminaron sus vidas. Todas declararon en su testamento tener un esclavo, y la mayoría adquirieron otras propiedades siempre dentro de los límites que les imponía el gobierno colonial. Por lo general, compraban terrenos, cuartos, solares, ciudadelas y casas. En algunos casos para arrendarlos, y en otros para introducirles algunas mejoras y posteriormente revenderlos a más alto precio. También adquirieron sitios de labor y vegas de tabaco, y las había que se concentraban en la cría de animales. Por ejemplo, la “mediana fortuna” que logró Cayetana Beato, la construyó a partir de la cría de caballos, cerdos y aves. En una demanda judicial que emprendió contra las autoridades de su localidad, con cierto orgullo declaró Revolución y Cultura otros con la intención de evitar mencionar que son hijas naturales o que alguna vez fueron esclavas. No ha sido posible precisar la edad de todas ellas. Según el célebre escritor Francisco Calcagno, un negro de nación nunca sabía su edad, ni en cuál año llegó de África. Sin embargo, al parecer esa afirmación no es válida para todos los africanos que llegaron a la Isla. Algunas féminas sí pudieron ofrecer ese dato y en el momento en que mandaron a redactar su última voluntad cifraban entre 34 y 80 años. Por ejemplo, la liberta carabalí Isabel Santa Cruz declaró al momento de testar, que tenía 45 años; mientras, la también carabalí Maria Concepción no solo declaró que tenía 50 años, sino que también sabía que una de sus esclavas, de origen lucumí, contaba 30. Lamentablemente, no ha sido posible precisar si eran ellas mismas las que a partir de determinadas precisiones podían establecer su verdadera edad, aproximada o no, o un cálculo realizado por los escribanos de acuerdo con la apariencia física o los datos que ellas les ofrecían de sus vidas.9 De manera excepcional, fueron encontradas dos mujeres nonagenarias. Probablemente, esa longevidad está relacionada con su permanencia en el entorno urbano, con la posibilidad que tuvieron algunas de libertarse siendo jóvenes y poder vivir de pequeños negocios que no requerían de grandes niveles de esfuerzo físico y estrés psíquico. Además de aquellas que procedían de familias acomodadas, donde nunca sirvieron en trabajos duros o sufrieron castigos corporales. Por lo general, no se expresa la causa de muerte, pero casi siempre fueron víctimas de enfermedades relacionadas con un pasado de pobreza, o de largas y agotadoras jornadas de trabajo. Entre ellas la angina de pecho, las enfermedades cerebrales, el cólera y la gangrena. Las hubo que fueron víctimas de las distintas epidemias que asolaron a la ciudad. Las consideraciones aquí expresadas, se sustentan principalmente en la información recogida en sus testamentos, aunque también se utilizaron documentos de compra/venta de esclavos y pleitos judiciales. Mientras algunas, como la carabalí María de la Concepción, solo cuando agonizaba víctima de un ataque cerebral se decidió a expresar su última voluntad, otras tomaban esa decisión ante determinadas circunstancias personales o urgidas por eventos específicos que afectaron a la ciudad a lo largo del siglo XIX. Por ejemplo, la epidemia del cólera morbo que se desató en 1833 fue motivo para que los cónyuges Juan Calderón y Tomasa Entralgo, ambos de la nación carabalí, temerosos por el inminente riesgo que corrían sus vidas, decidieran testar de manera conjunta para “… arreglar nuestros negocios y distribuir nuestros bienes…”, y en especial, para no quedarse desamparados en caso de que solo falleciese uno de ellos, pues antes del matrimonio no poseían bienes. Razón no les faltó, pues Juan fue una de las víctimas mortales de esa tragedia. En ausencia del cónyuge, Tomasa quedó al frente del patrimonio construido durante el matrimonio. Este consistía en una casa y once esclavos. Lamentablemente no se ha podido precisar si Tomasa gozaba de la fuerza y juventud necesarias para controlar ella sola a sus esclavos, pues el matrimonio carabalí no dejó descendencia.10 51 Revolución y Cultura 52 que eran “exclusivamente suyos” lo mismo que su esclavo Manuel.11 Otras, en cambio, preferían trabajar dentro de sus casas y les introducían modificaciones para tales fines. En su interior, montaban trenes de lavado, plancha, talleres de costura y pequeñas fábricas de distintos productos. Así lo hizo Maria Francisca Ruíz, quien en 1852 estableció en una casa de su propiedad, sita en Factoría No. 13, una fábrica de velas de sebo.12 Las que elegían establecer sus negocios fuera del entorno del hogar, vendían efectos por las calles, se empleaban como criadas o montaban puestos callejeros de ventas variadas. Como muchos de esos artículos eran de escaso valor y las ganancias a partir de estos pequeños negocios eran variables, hubo féminas más habilidosas que con una misma licencia del gobierno mantenían varias ventas de manera simultánea. Por lo general, tenían cuidado de que fuesen mercancías similares, para así poder justificarse o alegar “ignorancia” si eran descubiertas por las autoridades.13 También en la plazuela de alguna iglesia, instalaban puestos de frutas, como hizo la gangá ña Tula, con cuyos zapotes, anones y mameyes, reunía sus mediecitos para poder descansar cuando fuera vieja; o como hizo la parda libre Eusebia Peñalver, quien en1847 pidió permiso para vender tabaco elaborado y frutos del país.14 Respecto a estas últimas, el escritor Francisco de Paula escribió: Uno de los puestos de frutas más notables […] es el que diariamente establecía la negra Mariana en los portales de la antigua Intendencia y al cual acudían á refrescar y á matar el tiempo, alla por los años 1850 á 1860, todos los empleados de Hacienda y de Gobernacion, haciendo en él gran consumo de naranjas, de agua de coco, de caimitos y de otra diversidad de frutas. (…) Mariana debió enriquecerse vendiendo frutas a los empleados de aquella década, algunos de los cuales aún deben recordarla con fruicion…15 Las más osadas, con los beneficios que obtuvieron a partir de esos desempeños, o usufructuando los esclavos e inmuebles, adquirieron nuevas propiedades. Esas otras adquisiciones eran casi siempre del mismo tipo y con la intención de ponerlas en usufructo. Además de bienes muebles e inmuebles, a los africanos les gustaba comprar prendas de oro. Las joyas entre estas personas cumplían una doble función. Era un dinero invertido que podía ser prontamente recuperado en caso de ser necesario, al tiempo que representaba un símbolo exterior de la solvencia económica alcanzada. De no ser necesario venderlas, las guardaban celosamente y al final de sus vidas se las dejaban en herencia a sus seres más queridos –de preferencia sus ahijados–, como muestra del cariño que hacia ellos sentían. Algunas más apegadas a la tradición prefirieron guardar su dinero. Al igual que sucedía con las joyas, dejar repartidas pequeñas cantidades entre sus seres más queridos era, entre estas personas, una demostración de cariño. También, por caridad y para salvar su alma, ayudaban a alguien enfermo, necesitado o que le hacía falta una pequeña ayuda para comprar su libertad. En alguna que otra ocasión, depositaron su dinero en el Banco Español de La Habana. Con independencia del nivel económico alcanzado es posible concentrarlas en determinadas áreas de la ciudad. Según el censo de 841, 13 298 mujeres libres de color vivían en la parte extramuros de la capital, junto a 12 827 hombres; mientras 5 207 de ellas residían en la zona intramuros y 3 927 varones. A ambos lados de la muralla, la presencia de mujeres libres supera, con amplio margen, la de los hombres. Destacan en particular los barrios extramuros de Chávez (2 733), Guadalupe (2 295), Nueva Cárcel (2 231), Peñalver (2 226) y Jesús María (2 119), como los de mayor concentración de estas féminas. Todos en los actuales municipios de Centro Habana y La Habana Vieja. No ha sido posible determinar si en esta nueva etapa de sus vidas sus condiciones materiales fueron proporcionales al nivel socio-económico alcanzado.16 Transcurrido el tiempo, algunas abandonaban el trabajo fuera de la casa, pero otras no. En este aspecto, si bien influía el monto de los bienes adquiridos y los beneficios que recibían por su explotación, válido es destacar que algunas con una posición económica desahogada eligieron seguir desempeñándose en alguna ocupación. El trabajo era símbolo de independencia para ellas, y quizás para otras, después de años de duro bregar, no se acostumbraban a la vida ociosa y, si por casualidad conocieron la extrema pobreza, el temor a volver a esa condición era incentivo suficiente para mantenerse trabajando. A partir de la compra/venta y alquiler de esclavos, todas no obtuvieron los mismos beneficios. Mientras algunas pudieron construirse un pequeño o mediano patrimonio, otras no trascendieron la pobreza o la subsistencia de ellas y sus familias. Si por casualidad su patrimonio permanecía intacto hasta el momento de sus muertes, casi siempre este se deshacía luego de concluidas sus vidas. Por lo general, ellas mismas lo repartían entre sus herederos o estos se veían precisados a venderlos para saldar las deudas de la fallecida, pagar los funerales o las costas judiciales del proceso testamentario. También algunos esclavos aprovechaban este momento para liberarse, cambiar de dueño y, si les era posible, hasta desaparecer de la ciudad. Rara vez, se aprecia el interés de los beneficiarios por mantenerlos a todos junto a la familia. De quedarse con algunos, elegían a aquellos que consideraban necesarios para el cuidado de la casa o por los que sentían especial cariño por haberlos amamantado y criado. Por qué comprar esclavos Para las mujeres de esta historia, comprar esclavos fue una estrategia de sobrevivencia. En la Cuba colonial, los esclavos constituyeron uno de los más importantes símbolos de prestigio y riqueza. Los esclavizados fueron una inversión de dinero cuyas dueñas podían recuperar en cualquier momento. Como mano de obra, constituyeron una fuente segura de ingresos a corto plazo, y desde una perspectiva humana eran de inestimable ayuda para sus amos, pues eran capaces de realizar las más disímiles labores dentro y fuera de la casa. En términos sociales, mientras más esclavos una persona tuviese, mayor era el reconocimiento social del que gozaba. Si la propietaria era una mujer negra, a los antes mencionados se sumaban otros beneficios. De una parte, ser dueña de esclavos les atraía el respeto entre muchos de sus congéneres de raza, quienes veían en ellas a personas que habían sido capaces de superar la esclavitud y, en parte, la pobreza, dos de los más importantes retos que en una sociedad esclavista y patriarcal debían enfrentar las personas de tez oscura. De otra, la solvencia económica que algunas de ellas lograron alcanzar, las hizo convertirse en “atractivos partidos” para realizar un buen matrimonio, tanto ante los ojos de hombres de su mismo color de piel como ante algunos hombres blancos. Para estos últimos, los logros económicos de estas féminas y/o sus familias compensaban las desventajas del color oscuro de su piel. Cómo adquirir un esclavo Las vías legales para comprar esclavizados eran las mismas para todas las personas de la sociedad. Se podían adquirir en los distintos barracones que había en la actual calle de Prado, en los remates públicos, a través de los anuncios de compra-venta que aparecían en los periódicos de la época, o al aviso de pregones callejeros. Con frecuencia establecieron de manera directa acuerdos de compra/venta con otras personas. Estas podían ser amigos, conocidos o personas desconocidas, pero recomendadas mediante terceros.17 Aunque menos frecuente, también hubo otras maneras que no dependían de su trabajo personal para adquirir esclavos. Los regalos que a una pareja o a uno de sus miembros se les hacía antes del matrimonio, y principal- Para ganar dinero, mejor esclavos jornaleros Todo apunta a que de los distintos tipos de esclavos que componían el paisaje humano de la ciudad, estas mujeres preferían poseer a los llamados jornaleros. Llamados así por tradición popular, los jornaleros o ganadores de jornal eran aquellos que sus dueños les entregaban un papel o escritura que los autorizaba a salir a la calle a buscar trabajo y a desempeñarse en ellos. Del dinero que percibían por sus esfuerzos debían entregar a sus señores una cantidad acordada de antemano entre ambas partes. Dicha cantidad varaba casi siempre en dependencia de las necesidades o ambiciones del dueño y podía ser diaria o semanal. Eran ellos quienes desempeñaban la mayor parte de los oficios que garantizaban el funcionamiento de la ciudad. Las mujeres se ocupaban sobre todo en labores relacionadas con el servicio doméstico. Lavanderas, planchadoras, costureras, cocineras y amas de leche. Mientras los hombres podían ser caleseros, carpinteros, pintores, cocineros, peones, carretilleros, aguadores, zapateros, albañiles, estibadores y trabajadores en los muelles. Muchos de ellos, también se ocupaban en las distintas tareas asociadas a la distribución y venta por calles y mercados de productos del agro. También, fueron muy populares como vendedores en puestos fijos en los mercados, o ambulantes por las calles de la ciudad. Vendían carnes, huevos, manteca, piña, chirimoyas, frutas bombas, aguacates, mameyes colorados y de Santo Domingo, anones, zapotes, plátanos de Guinea y de la India y otros productos del agro. Los ambulantes, llevaban sus productos en unos enormes tableros de madera que cargaban sobre sus cabezas y que manejaban con gran destreza y naturalidad. En algunos casos caminaban por horas y sin rumbo fijo, en otros tenían barrios donde ellos y sus pregones ya eran conocidos por los moradores, además de los que tenían clientelas fijas a las que llevaban los productos hasta la puerta de sus casas. La amistad que entablaban con las esclavas domésticas encargadas de efectuar este tipo de compras en las casas viviendas de sus dueños, probablemente contribuyó a aumentar la clientela de algunos de ellos y que vendiesen sus productos con mayor rapidez. Mientras más calificado y versátil era un esclavo, mayor la cantidad de dinero que percibían por sus desempeños. Por tal motivo, sus dueñas al comprarlos los elegían con el mayor número de habilidades adquiridas. De no estar calificados porque eran bozales, niños o criollitos hijos de Revolución y Cultura mente las herencias, jugaron un importante papel en esa dirección. Siendo un regalo de bodas, por lo general provenía de los padres. De manera excepcional un antiguo amo hacía un presente de este tipo a sus exesclavas. La condesa de Mopox y Jaruco, por medio de una carta dote, le hizo donación de una casa y un esclavo a su antigua esclava Maria de Regla Santa Cruz. En cuya casa vivió el matrimonio hasta el fin de sus días, ocurrido en 1833.18 Cuando la herencia era la vía, varios podían ser los benefactores y distintos los motivos. Por lo general, el legado provenía de familiares consanguíneos: padres, hermanos e hijos. Aunque también de los esposos/as, compadres y personas que les debían alguna suma de dinero. Entre los africanos, los cofrades y hermanos de las naciones africanas, jugaron un destacado papel en esa dirección. Por cualquiera de estas vías, una fémina podía convertirse en dueña de esclavos, pero también aumentar el número de los que ya poseía. Como la mayoría de ellas no podía comprar esclavizados a altos precios, para tener uno o el mayor número posible las alternativas que generaba el sistema esclavista para su funcionamiento las convirtieron en oportunidades que aprovecharon en beneficio propio. Compraban una madre junto a su hija pequeña por un precio razonable. Adquirían esclavos de edad madura, pues, como estos tenían menor rendimiento laboral y eran más propensos a enfermarse, su valor era menor. Elegían aquellos que tuviesen pequeños defectos físicos o alguna tacha, siempre y cuando no le impidiese trabajar, o procuraban conseguir esclavos que estaban coartados en una cantidad de dinero ($100-$250), posibles de pagar o que podían reunir en un corto plazo de tiempo. 53 sus esclavas, entonces buscaban las maneras de procurarles el aprendizaje de uno o más oficios. ¿Cuántos esclavos tenía un ama? Es difícil precisar el número exacto de cautivos que las protagonistas de esta historia llegaron a poseer en el transcurso de sus vidas, pues las cifras que ofrecen los testamentos, de forma general, solo son válidas para la época en que se confeccionaban esos documentos. A partir de estos se ha podido precisar que fueron propietarias de una pequeña cantidad de esclavos. Las cifras oscilan entre uno y treinta y uno, entre hombres, mujeres y niños/as. Múltiples son las razones por las que el número de esclavos que poseían variaba a lo largo de su vida. El esclavizado era un tipo de propiedad muy dinámica. Salvo aquellos que se consideraban imprescindibles para el servicio doméstico o alguna otra razón específica, no se mantenían junto a un mismo dueño para siempre. Eran vendidos, intercambiados, entregados en pago de deudas o regalados a otras personas. También, podían morir, abandonar la isla, fugarse o alcanzar la libertad. Las formas mediante las cuales prescindían de ellos y los motivos varían de una historia a otra. Mujeres propietarias de esclavos Propietarias Esclavos Africanas Criollas Caribeñas Total Poseídos Esclavas Esclavos Total 45 104 63 167 15 20 7 27 5 41 16 57 65 165 86 251 54 Revolución y Cultura Tabla elaborada por la autora. Archivo Nacional de Cuba. Fondo: Escribanías de Barreto, Barreto-Intestados, Barreto-Ordinarios, Bienes de Difuntos, Luis Blanco, Cabello-Ozeguera, Cotes, Daumy, Galleti, Guerra, Gobierno, González López, Guas, Hacienda, Intendencia, Junco, de Guerra, Ortega, Pontón, Luis Rodríguez, Rodríguez-Pérez, Salinas, Testar, Varios, Valerio-Ramírez y Vergel. Y Protocolos Notariales de Arturo Galleti (1800-1850) Veinte y cuatro mujeres de las aquí mencionadas declararon en su testamento que poseían un solo esclavo. Si a esto le unimos que el conjunto de sus otras propiedades no trascendían de un cuarto o casita pequeña, sus ropas y escaso menaje de casa, se puede concluir que salvo alguna que otra excepción la vida de estas mujeres transcurría en el límite de la pobreza. Las otras cuarenta y una, llegaron a tener entre dos y treinta esclavos. Casi todas, vivían de las entregas de dinero que les hacían sus jornaleros o de los frutos que les reportaban los pequeños negocios que montaban y donde esos esclavos constituían la mano de obra fundamental. Aquellas dueñas que se mantenían trabajando en las calles o se dedicaron a la compra-venta y alquiler de inmuebles, no excedían la cifra de tres esclavos bajo su dominio. Las primeras, porque los ingresos obtenidos en esos pequeños negocios solo les alcanzaban para la subsistencia y alguna pequeña inversión adicional que también les reportara pequeñas cantidades de dinero; mientras que las arrendadoras preferían reinvertir sus ganancias en otros inmuebles para destinarlas igual al alquiler. Estas últimas, llegaba un momento en que detenían sus actividades de compra/venta y se dedicaban a vivir de las rentas. Para unas y otras, los esclavizados cumplían funciones auxiliares en el negocio y en el hogar. Salvo excepciones, estas mujeres no compraban todos sus esclavos al unísono. Se hacía de manera escalonada, y hasta podía transcurrir un considerable número de años entre la compra de unos y otros. En dicha decisión, influían tres elementos: los precios de los esclavos, las posibilidades monetarias de la interesada y el rumbo de sus intereses económicos. Por qué esclavas mujeres y africanas Cuarenta y tres de estas féminas eligieron tener mayor número de esclavas que varones de igual condición. Esta preferencia fue una de las muchas costumbres que trajeron de sus tierras africanas y que el contexto urbano de la Isla les permitió retomar. A pesar de las diferencias regionales, la preferencia por las esclavas fue un rasgo que distinguió al África pre-colonial. Según la investigadora Claude Meillasoux, el trabajo de las mujeres era un hecho generalizado en África. Se les consideraba superiores físicamente a los hombres y eran pocas las sociedades donde la mujer estaba exenta de realizar las actividades más duras. Ellas trabajaban por más tiempo y en el mayor número de tareas. Participaban en casi todas las faenas relacionadas con la agricultura y cubrían todas las actividades domésticas. Por esas razones, alcanzaban en los mercados de esclavos mejores precios que los hombres. A estos últimos, los cazadores de esclavos preferían matarlos en el campo de batalla por las dificultades que suponía re-insertarlos en la sociedad.19 En La Habana, por muy escasos recursos que tuviese una familia, siempre procuraban tener al menos una esclava dentro del hogar que realizase las labores domésticas más engorrosas. Desde tiempos inmemoriales, en la mentalidad de los habitantes de La Habana, y principalmente de las mujeres blancas, todas las labores necesarias de realizar a diario dentro de la casa eran consideradas despreciables. Semejante mentalidad, hacía que se requiriera de un personal capaz de ocuparse de esos desempeños. Esas eran las esclavas, quienes además de cubrir todas las labores dentro del hogar, amamantaban y cuidaban a los hijos de los amos. Hasta las había que se veían obligadas a buscar algún trabajo adicional para contribuir al sostén de sus amas y el de ellas mismas. La capacidad de procrear propia de las mujeres, constituía otro elemento decisivo a la hora de elegir. También las esclavas tenían fama de ser más trabajadoras, dóciles y menos propensas a las fugas. Además, manejar esclavos hombres debió resultar tremendamente difícil, sobre todo si éstos eran jóvenes, por su propensión a la indisciplina y la rebeldía. Al mismo tiempo, con gran frecuencia incumplían los pagos en los jornales, se fugaban o se veían envueltos en procesos judiciales por riñas públicas. Esos excesos obligaban a sus amas a acudir con ellos a los juicios, hacerse responsables de que cumplieran con la pena establecida, y si estos eran culpables, pagar las costas judiciales del proceso. Si por alguna razón el esclavo no cumplía lo establecido en la sentencia, entonces las consecuencias las debía afrontar la dueña. Por último, era más fácil crear afinidades con alguien del mismo sexo. En caso contrario, si en vez de tener una buena relación humana y laboral, surgían tensiones entre una y otra, algo que también sucedía, entonces el enfrentamiento se producía en “igualdad de condiciones”, al menos en el aspecto físico y moral. Y, por lo general, el ama lograba imponer su voluntad. Cuarenta y siete de estas propietarias eligieron comprar todos o la mayoría de sus esclavos africanos. Otras no lo precisan y solo cinco declaran (se exceptúan los niños) que sus esclavos eran criollos. Cuando así sucedía, en el conjunto de sus esclavos los criollos eran los menos y en la mayoría de las oportunidades eran la/os hija/os de sus cautivos. Aparecen con más frecuencia esclavizados de nación carabalí –quienes eran reconocidos por trabajadores y organizados– aunque también los había lucumí, gangá, arará, mina, mandinga y aparece algún que otro macuá. Es posible que siendo la mayoría de ellas africanas, prefirieran cautivos de sus tierras, además del ya antes mencionado reconocimiento que tenían los africanos como más trabajadores y dispuestos a desempeñarse en oficios que los criollos no querían asumir. Dieciocho de ellas compraron esclavos de su misma nación. Las afinidades culturales, laborales y lingüísticas entre personas de una misma nación, pudieron ser algunas de las razones que estas féminas tuvieron en cuenta al momento de comprar a sus esclavos. También, conocerse antes de llegar a la Isla por vivir en el mismo pueblo, caserío o pertenecer a la misma tribu en África, haber creado lazos de amistad durante la travesía en los barcos negreros o antiguas compañeras de esclavitud, así como ser hijas de familiares, cofrades o conocidos, también fueron factores que influyeron en la selección. Ser buen esclavo, con la esperanza de ser libre Algunas de ellas establecieron en sus testamentos que, luego de su fallecimiento, se les otorgase la libertad a sus esclavizados. El agradecimiento por la lealtad demostrada, los buenos servicios prestados y el especial cariño que sentían por ellos, son los motivos que alegan las dueñas para hacer esa concesión. En realidad, detrás de estas palabras amables se esconde una historia particular de libertad construida a partir de las relaciones que lograron establecer cada una de las dueñas con sus esclavos. En ocasiones repletas de tensiones y resentimientos acumulados. Revolución y Cultura Amas y sus esclavos Contrario a lo que establecían las leyes, todos los esclavos no vivían bajo el mismo techo de sus amas. Aunque no se han encontrado referencias de que en dichas casas hubiese espacios destinados para los esclavos, es posible que los de servicio doméstico sí viviesen con sus dueñas. Pero aquellos que trabajaban en la calle, ya fuese como jornaleros o coartados, casi siempre vivían fuera de la casa de su ama. Algunos en cuartos de solares y casas propiedad de los cabildos de nación de exesclavos y libres, en los cuales el costo del alquiler era más barato y se les ofrecía facilidades de pago. Visto desde el lado de las dueñas, en ocasiones ellas no contaban con las suficientes condiciones espaciales ni materiales para mantener a todos sus esclavos dentro de las casas. Pues ellas mismas vivían con estrecheces en cuartos de solar y de ciudadelas. Otro elemento que no debe obviarse, es que los esclavos estuviesen aprendiendo un oficio y en ese caso permanecieran junto a sus maestros. O también que se encontrasen trabajando lejos de la casa de su ama y terminasen sus actividades a altas horas de la tarde o la noche. Por ejemplo, el esclavo Casimiro, inicialmente no se incluyó en el inventario de bienes realizado después de la muerte de su ama, la morena libre Rosa Andrade, debido a que él vivía en Guanabacoa donde aprendía el oficio de carpintero.20 Cuando una dueña lograba tener numerosos esclavos, no todos ocupaban el mismo lugar en la escala de preferencias. Las que tenían más probabilidades de ganarse la consideración, confianza y el afecto de las amas eran los niños que nacían bajo sus cuidados, las esclavas domésticas y los que llevaban muchos años a su lado sirviéndoles de manera incondicional. El roce cotidiano que implicaba la convivencia bajo el mismo techo es un elemento de la mayor importancia. En épocas pasadas, las posibilidades de desarrollo social de las mujeres eran muy limitadas, por lo que permanecían casi todo el tiempo dentro del hogar. Particularmente, las africanas se esforzaban en ayudar a sus amas a asumir las distintas esferas de la vida, para lo cual ponían a su disposición el enorme caudal de conocimientos médicos, culinarios y de faenas de hogar que tenían. Esa realidad generó distintos grados de acercamiento entre unas y otras de límites poco posibles de delinear. Visto del lado de las esclava/os, no se trataba solo de cumplir sus funciones. Siendo domésticas, la lealtad prácticamente constituía la única arma en sus manos. Por tal motivo, muchas de ellas fueron capaces de generar estrategias para hacerse imprescindibles ante los ojos de su dueña. Lo más importante era conseguir su afecto y confianza con todo tipo de favores, atenciones y complicidades. Lo mismo hacían los esclavos, quienes, con un poco más de libertades fuera de la casa, buscaban las maneras de convertirse en sus cómplices, en particular en cuestiones amorosas. Los caleseros, ilustra José E. Tray, llevaban cartas de amor y servían de enlaces para encuentros furtivos. Acciones que se revertían en un mejor trato por parte de sus amas, menos carga de trabajo, la posibilidad de ser defendidos ante alguna injusticia, incluso ante el mismo amo y hasta ciertas libertades sentimentales. Además, la posibilidad de obtener la libertad por esa vía o ciertas facilidades para lograrlo.21 También cuando una esclava quería contraer matrimonio o ya era casada, las dueñas podían convertirse en una gran ayuda para evitar que las separaran de su esposo e hijos. Y asimismo, lograr para estos últimos un mejor trato, la enseñanza de un oficio y hasta la libertad. La necesidad de lealtad funcionaba en ambos sentidos. Las dueñas también necesitaban de la fidelidad y confianza de sus esclavos para sobrevivir y ascender en un medio que les era completamente hostil. Pues, aunque en menor medida, también estaban desamparadas en una sociedad que las discriminaba por su género y color de piel. Sobre todo aquellas que no contaban con familiares o con un esposo que las ayudara a enfrentar los inconvenientes de la vida. 55 56 Revolución y Cultura Aquellas que tenían esposos e hijos, apenas mencionan el tema. Son las dueñas sin herederos directos, quienes con mayor frecuencia otorgaban la libertad a sus esclavos por esa vía. Coincidentemente, y a causa de esa soledad, un importante número de ellas mandaba a confeccionar testamento, lo que pudiera crear una impresión errónea sobre excesivas muestras de magnanimidad incompatibles con el sistema esclavista. Esa promesa de libertad era, casi siempre, con la condición de que se mantuviesen a su servicio hasta el instante de su deceso. El inconveniente que presentaba mantenerlos a su lado hasta el último momento, es que los esclavos quedaban expuestos a la voluntad de los herederos, quienes podían o no cumplir la voluntad del testador. En caso de no hacerlo, los esclavos tenían derecho a reclamar, pero estos procesos podían ser excesivamente largos y costosos para estas personas desamparadas legal y materialmente. Notas 1 El presente texto se inscribe en el proyecto de investigación HAR2012-36481, de la Dirección General de Investigación Científica y Técnica (MINECO). La autora agradece las sugerencias hechas por el grupo de Historia Social Comparada de la Universidad de Jaume I a la versión final de este texto y al Dr. José Antonio Piqueras, por invitarme a participar en ese proyecto. 2 Según este médico, las madres no bañaban a a los bebés con agua hervida por lo que quedaban expuestos a los gérmenes. No tenían los cuidados necesarios con el cordón umbilical, ni le daban el valor que tenía la leche materna. Dr. Luis Ros de Cárdenas: Guía práctica de la madre de familia, Editorial La Concha de Venus, La Habana, 1895, p. 1-2. 3 Archivo Nacional de Cuba, en lo adelante ANC. Escribanía de Cabello-Ozeguera, leg. 444, no. 8. Testamentaria de la morena Rafaela Vázquez. 1822 4 Investigadores como David Eltis y Stanley Engerman han demostrado que desde finales del siglo XVIII aumentó la presencia de niños en los barcos esclavistas. Después de la abolición inglesa en 1807, los traficantes los prefirieron porque podían transportar entre un 5-15 % más de carga en sus bodegas. Las distintas leyes que se promulgaron para definir qué era un niño y evitar los fraudes contra la Corona, fomentaron el “embalaje apretado”. En algunas naves se cambiaron los diseños para maximizar la proporción del área de cubierta disponible para llevar esclavizados. De esa forma, se podían transportar el doble de niños que de adultos. Paul Lovejoy: “Los niños del Atlántico”. En: Rina Cáceres, compiladora. Del Olvido a la Memoria. África en tiempos de la esclavitud. Oficina Regional de la UNESCO para África y Centroamérica, 2008, pp. 49-54, y David Eltis and Stanley L. Engerman: “Fluctuations in Sex and Age Ratios in the Transatlantic Slave Trade, 1663-1864”, En: The Economic History Review, New Series, vol. 46, no. 2, mayo de 1993, pp. 308-323. ANC. Escribanía de Barreto, leg. 238, no 8. Testamentaria de la morena libre Juana Gavá. 1859 y ANC. Escribanía de Damy, leg. 11, no 8. Testamentaria de la morena Manuela Pacheco. 1842. 5 Para profundizar en el papel desempeñado por los cabildos de nación africana y las cofradías religiosas pueden consultarse las obras: María del Carmen Barcia: La otra familia. Parientes, redes y descendientes de los esclavos en Cuba. Fondo Editorial Casa de las Américas, 2003 y María del Carmen Barcia, Andrés Rodríguez y Milagros Niebla: Del cabildo de nación a la casa de santo. Fundación Fernando Ortiz, 2012, y Oilda Hevia: Las cofradías religiosas de pardos y morenos. Revista Universidad de La Habana, no.273, 2012. 6 Como la inmensa mayoría de esos seres dejaron descendencia, la ley de Enjuiciamiento Civil, en su artículo 978, dispuso que estas personas en causas abi-intestadas justificasen su parentesco con las pruebas que les fuera posible. Intestado de la morena Belén Álvarez. ANC. Fondo: Escribanía de Gobierno. Legajo 864, expediente 9. 7 Belén era en 1887 propietaria de una casa ubicada en la calle de Rayos no. 74; un solar en la misma calle con el no. 72; otra casa en la calle Apodaca no. 18, ropas, muebles de poco valor y una cuenta de $6 500 depositada en el Banco Español de La Habana. Intestado de Belén… Doc. cit y Oilda Hevia: “Reconstruyendo la historia de Belén Álvarez”. En: Daysi Rubiera e Inés María Martiatu, comp. Afrocubanas. Historia, Pensamiento y Prácticas Culturales. Edit. Ciencias Sociales. La Habana, 2011. 8 Intestado de la morena Belén Álvarez. ANC. Fondo: Escribanía de Gobierno. Legajo 864, expediente 9. 9 Francisco Calcagno: Los crímenes de Concha. Librería e Imprenta de Elías Casanova, editor, La Habana, 1887, p. 20. 10 Testamentaria del moreno Juan Calderón promovido por su viuda Tomasa Entralgo. ANC. Escribanía de Vergel. Legajo 253, expediente 7. 11 La negra Cayetana Beato reclamando el conocimiento de los autos que siguen por la justicia de la villa de Guanabacoa. ANC. Fondo: Gobierno Superior Civil. Legajo 1110, expediente 40894. 12 Sobre la licencia concedida a la morena libre Maria Francisca Ruiz para una fábrica de velas de sebo. ANC. Fondo: Gobierno Superior Civil. Legajo 363, expediente 13703. 13 Disposiciones para el año de 1848. ANC. Fondo: Gobierno Superior Civil. Legajo 1405, expediente 55007. 14 Licencias para fábricas. Archivo Nacional de Cuba. Fondo: Gobierno Superior Civil. Legajo 1244 y Francisco de Paula Gelabert: “El puesto de frutas”. En: Colección de artículos Tipos y costumbres de la Isla de Cuba por los mejores autores de este género. Obra ilustrada por D. Víctor Patricio Landaluze. Fototipia Taveira. Editor Miguel de Villa, Obispo no. 50, La Habana. Colección facsimilar de la Biblioteca Nacional de Cuba, 1881, pp. 117-121. 15 Francisco de Paula Gelabert: “El puesto de frutas”. En: Colección de artículos. Tipos y costumbres de la Isla de Cuba por los mejores autores de este género. Obra ilustrada por D. Víctor Patricio Landaluze. Fototipia Taveira. Editor Miguel de Villa, Obispo no. 50, La Habana. Colección facsimilar de la Biblioteca Nacional de Cuba, 1881, pp. 117-121. 16 Resumen del Censo de población de la Isla de Cuba a fin del año 1841. Habana, Imprenta del Gobierno por SM la Reina, 1842, pp.24-25. 17 Los barracones fueron construcciones hechas a propósito para alojar a la escuadra española al mando de D. José Solano que arribó a La Habana en agosto de 1871, como parte de los conflictos entre Inglaterra y España (1779-1881). Posteriormente se les utilizó como viviendas de pobres hasta que en 1786 pasaron a poder del Real Consulado y este lo destinó a los bozales traídos de África. Eran unas cuarenta construcciones de madera redonda sin labrar y techo de guano. Los hubo en Regla y la parte de extramuros donde hoy está la calle Prado. Estaban ubicados entre la calle de Consulado y la Alameda. Empezaban en la calle Colón y se extendían de norte a sur hasta la de Zanja. Además de lugar de alojamiento, allí se vendían a los nuevos bozales que llegaban. En la época de la trata legal los arribos de bozales eran anunciados por la prensa oficial. Según Ortiz, cuando un comprador llegaba al barracón, aquellos seres casi desnudos, débiles y sin apenas fuerzas para ponerse en pie, eran obligados a levantarse y revisados meticulosamente. Previamente, se les esparcía aceite para que brillasen como signo de salud. El 25 de febrero de 1822 fueron consumidos casi en su totalidad por un incendio. El último duró hasta 1836. Fernando Ortiz: Los Negros Esclavos. Edit. Ciencias Sociales. La Habana, 1987, pp. 166-174. 18 Testamentaria del Capitán de Morenos Leales Ciriaco Acosta. ANC. Escribanía de José Antonio Rodríguez. Legajo 148, expediente 21. 19 Claude Meillasoux: “Mujeres esclavas en África subsahariana”. En: Revista Arenal 7:1, enero-junio 2000, pp. 123-145. 20 Intestado de Rosa Andrade. ANC. Fondo: Escribanía de Gobierno. Legajo 703, expediente 4. 21 José E Tray: “El Calesero”. En: Colección de artículos. Tipos y costumbres de la Isla de Cuba por los mejores autores de este género. Obra ilus- trada por D. Víctor Patricio Landaluze. Fototipia Taveira. Editor Miguel de Villa, Obispo no. 50, La Habana. Colección facsimilar de la Biblioteca Nacional de Cuba, pp. 110-111. 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Editor Miguel de Villa, Obispo no. 50, La Habana. Colección facsimilar de la Biblioteca Nacional de Cuba, 2008. 57 La trata negrera inter-caribeña y la región oriental de Cuba María del Carmen Barcia 58 Revolución y Cultura Profesora de Mérito de la Alta Casa de Estudios Fernando Ortiz, distinguida con el Premio Nacional de Ciencias Sociales en 2003 y el Premio Nacional de Historia en 2005. Su último título: Oficios de mujer: parteras, nodrizas y amigas (2015) L a trata inter-caribeña ha sido escasamente estudiada a pesar de que resulta de gran interés e importancia para complementar la información que hasta el momento existe en las principales bases de datos,1 ya que hasta 1808 las islas inglesas, danesas y francesas fueron depósitos de africanos esclavizados en tránsito hacia Cuba, el sur de los Estados Unidos y otras islas con plantaciones grandes, medianas o pequeñas. Como es de suponer desde esos reservorios llegó un número apreciable de esclavos a la Isla de Cuba.2 Pero durante algunos años también entraron forzados que provenían de la costa este de los Estados Unidos, sobre todo desde Charleston, Baltimore y Nueva Orleans. En 1790 el capitán Duncan Wilde, por ejemplo, introdujo en La Habana 35 esclavos de ambos sexos, y su homólogo Antonio Cantor, otros 55, ambos desde Baltimore. De acuerdo con los datos suministrados por El Papel Periódico de La Habana, hasta el año 1792 se introdujo desde esa costa un número de esclavos moderado, que oscilaba entre los 55 y los 6 por embarcación, pero en 1793 entraron a la capital de Cuba 4 595 africanos. Cabe destacar que ese año arribaron al puerto habanero 53 embarcaciones procedentes de los Estados Unidos, lo cual implicaría un promedio de más de 80 esclavos por nave. El ingreso de esclavos procedentes de los Estados Unidos cesó abruptamente en 1808 tras la prohibición del comercio negrero, aprobada por su Congreso en marzo de 1807. A partir de ese momento, como es lógico suponer, se produjo un incremento en la demanda interna de esclavos, por lo que algunos estados, como Georgia y Carolina del Sur, por ejemplo, impidieron la exportación de forzados. Las últimas cifras del tráfico sureño que aparecieron en El Papel Periódico... procedían de Nueva Orleans y reportaban la introducción de 305 esclavos en La Habana. Un cálculo aproximado, sobre la base del número de esclavos introducidos entre 1793 y 1806 desde los puertos sureños de los Estados Unidos, permite suponer que en esos años ingresaron, desde ese territorio, aproximadamente 50 000 esclavos. Pero una incógnita se mantiene, ¿cuántos pudieron haber entrado desde Jamaica, privilegiada por los ingleses, o desde Curaçao, Saint Thomas o Saint Domingue, e incluso desde el Santo Domingo español o desde Puerto Rico, privilegiado desde 1760 por el Asiento de Iriarte? Según D.C. Corbitt, en 1790 arribaron al menos 115 africanos procedentes de Jamaica y otros 92 de Saint Thomas, en solo tres viajes.3 la Intendencia de Hacienda y que incluso pagaron los impuestos correspondientes En similares condiciones arribaron en 1820 y 1821, por el puerto de La Habana, 21 316 africanos esclavizados, y por el de Matanzas, 10 119. En diciembre de 1825 el vicealmirante Lorenzo W. Halsted se dirigía a D. Francisco Illas, Gobernador Político Militar de Santiago de Cuba, para informarle sobre un bergantín nombrado Pelícano o Galvano. Este habría llegado al puerto santiaguero con una carga de africanos y, para hacer el asunto más controversial, expresaba que el capitán de ese buque, junto a otro que piloteaba una goleta portuguesa, habían obtenido los esclavos del asalto a un crucero británico que se dirigía a Sierra Leona.11 La introducción, real o tentativa de esclavos por los puertos de la región oriental continuaron: en septiembre de 1826 fue capturada, por un buque inglés, una embarcación con 263 bozales.12 Las redes de tratantes habían quedado establecidas y continuaban funcionando, y, por supuesto, en estas participaban las autoridades de la región. En 1827 D. José Vival, vecino de Santiago de Cuba, quien se presenta como regidor del Ayuntamiento, acusa al gobernador de esa ciudad de favorecer el tráfico negrero y menciona los nombres de otros funcionarios que eran accionistas del referido comercio, se refiere a la goleta Atajá Primo, fletada para la costa de África13 y capturada y juzgada por la Comisión Mixta por estar equipada con los objetos e instrumentos de uso común en el tráfico negrero; no obstante, su capitán José Maury era devuelto a Cuba y hacia 1830 seguía formando parte de tripulaciones negreras.14 En 1828 el Tesorero de Rentas de Bayamo, D. Ignacio Zaragoitia, se pronuncia contra el Intendente de Hacienda de Santiago de Cuba, D. Félix Bourman, porque este había permitido la descarga de algunos buques negreros. La introducción de alijos era tan frecuente que en 1828 se solicitó una descripción de los puertos de la costa sur del Departamento Oriental:15 Revolución y Cultura Pero fuentes de los archivos cubanos muestran que fueron muchos más. Según estas, entre 1764 y 1810 penetraron por el puerto de Santiago de Cuba, supuestamente considerado como poco privilegiado para la trata negrera, 14 846 esclavos, 13 301 de ellos lo hicieron antes de 1808; estos procedían, en su mayor parte, de Jamaica y de las colonias francesas, sobre todo Saint Domingue, aunque también llegaron desde Curaçao, Martinica, Saint Thomas y Puerto Rico, que funcionaba, por el denominado Asiento de Puerto Rico, como una especie de trampolín del comercio negrero con Cuba y otras regiones caribeñas. Este tratado, apenas referido, fue importante. En 1760 Carlos III había autorizado a D. Miguel Iriarte para transportar quince mil africanos a las Antillas en un período de diez años. Ese contrato fue ratificado el 14 de junio de 1765 y, según lo convenido, el comerciante gaditano se comprometía a llevar esclavos a Cartagena, Portobelo, Honduras, Campeche y Cuba.4 Pero en uno de los apartados del documento se indica que en Puerto Rico se establecería un depósito de negros africanos con el propósito de reembarcarlos hacia tierra firme y las otras Antillas. El 15 de octubre del propio año fueron incluidos como socios del Asiento D. Lorenzo de Arístegui, D. Francisco Aguirre, D. José María Enrile y D. José Ortuño Ramírez. El contrato se prorrogó hasta 1773, año en que se firmó un nuevo documento con la sociedad Aguirre-Arístegui. El Asiento se mantuvo hasta septiembre de 1779, aunque desde 1773 la mayor parte de los esclavos introducidos en Cuba provenía de Jamaica. En 1789 se liberalizaba la trata y el principal beneficiario era el puerto habanero, pero también resultaba favorecido el de Santiago de Cuba, ya que embarcaciones pequeñas y medianas podían arribar y también zarpar desde este hacia las cercanas colonias extranjeras, en especial Jamaica y Saint Domingue; cabe destacar que la relación con esta última cesó en 1793, debido al estallido revolucionario ocurrido en esa isla. Las fuentes españolas revelan que entre 1789 y 1794 arribaron a Santiago de Cuba 94 esclavos procedentes de Curaçao, 596 desde Saint Domingue, y 4 208 desde Jamaica. También llegaron desde otras regiones para hacer un total de 4 992,5 1 672 de estos –el 33,5 %–,6 fueron reembarcados a otras regiones de Cuba –la mayor parte a Puerto Príncipe, La Habana y Trinidad–.7 No obstante, según fuentes depositadas en el Archivo Nacional de Cuba, se introdujeron, solamente desde julio de 1792 hasta diciembre de 1793, 4 823 esclavos en Santiago de Cuba, permaneciendo en la región el 67 % –3 223–,8 los restantes fueron enviados a La Habana, Puerto Príncipe y Trinidad. Según otros informes de la Intendencia de Hacienda, desde 1764 y hasta 1823, fueron introducidos en la región oriental de Cuba 47 232 esclavos,9 de estos 9 659 –el 20,5 %–, lo hicieron a partir de junio de 1820, cuando ya la trata era ilegal.10 Llama la atención que hasta 1823 se reporta la entrada de barcos negreros que fueron autorizados por 59 Relación de los Puertos ensenadas, Bahías y esteros desde este Puerto a varlovento (sic) hasta el de Baitiquirí, y desde el mismo a sotavento hasta Cayo de Damas, con expresión de las distancias de unos a otros. 60 Revolución y Cultura • Juragua: Puerto para buques menores hasta Bergantines que no calen de diez pies de agua para arriva (sic). Dista cinco leguas • Guaquiri: Ensenada para toda especie de buque, ídem. seis le guas. • Verracos (sic): Puerto para embarcaciones menores hasta Ber gantines que no calen de diez pies para arriba (sic), Dista siete leguas • Ciguas (sic) Ensenada para canoas y bongos. Dista nueve le guas. • Cazonal: Ensenada para ídem ídem. Dista diez leguas • Vaconao (sic) Idem para toda clase de buques. Idem doce le guas • Jatibonico: Puerto para canoas y bongos, ídem catorce leguas • Guantanamo: Bahía para toda clase de buques, dista diez y ocho leguas. • Puerto Escondido. Para buques hasta la clase de Fragatas de guerra ¿? dista veinte y una leguas • Cativar: Estero para embarcaciones menores dista nueve leguas • Guivifan: Idem para ídem, dista nueve y media leguas • Francés: playa para ídem, dista diez leguas • Río Seco: Puerto para ídem, dista diez y media leguas • Bahía Larga: Para embarcaciones hasta Goletas de poco porte, dista once y media leguas • Rincón Santiago: Bahía para ídem. Dista doce leguas • Sevilla: Playa para canoas y bongos, dista doce y media leguas. • Tabacal: Puerto para buques hasta Goletas, dista trece y media leguas • Cayo de Damas: Puerto para embarcaciones hasta Bergantín de guerra, dista catorce y media leguas. Cuba. Octubre 22 de 1828 Francisco Xavier de Radillo. Esto no implica, desde luego, que en ese año cesase la introducción de esclavizados, solo que existe un vacío informativo que nos impide establecer la continuidad de la trata en una zona de gran demanda por los cafetales que se habían establecido desde principios del siglo XIX. En septiembre 23 de 1842 fueron capturados en la provincia de Santiago de Cuba, específicamente en la costa de Sabana la Mar, 168 africanos, 144 fueron enviados a la Habana y 23 permanecieron en Santiago.17 Entre ese año y la década del sesenta, cuando el tráfico alcanzó gran fuerza en la región occidental, es de presumir que en oriente ocurriese lo mismo, solo que no contamos con la información que permita probarlo. En los años sesenta el tráfico negrero continuaba siendo abundante en la región. Entre el primero y el 3 de abril de 1861 se produjo un desembarco de esclavos por la playa de Tortuguillas, en la costa de Guantánamo; era este un lugar idóneo para esos menesteres, pues muy cerca estaban las grandes plantaciones cafetaleras. Era imposible que las autoridades ignorasen el desembarco, pues en ese lugar se habían encontrado restos de una embarcación y el cadáver de un negro en estado de putrefacción. Paralelamente a estas acciones, el cónsul inglés, Mr. John Crawfod, informaba sobre el desembarco y añadía que D. Carlos Ducoreau, comerciante de la zona, había vendido 660 negros a varios plantadores y que la expedición había sido financiada por la Casa de Baró y Moré, radicada en la capital. Para ocuparse del complicado asunto se dispuso que D. Carlos Sánchez, oficial de la Secretaría de Gobierno del Departamento Oriental, fuese a la jurisdicción de Guantánamo a trasmitir personalmente las instrucciones conve- En los gráficos que se adjuntan, puede apreciarse la importancia que alcanzó la trata negrera en la región desde 1809 hasta 1823.16 nientes. Como el desembarco era ya notorio y la efectividad de las autoridades nula, unos días después se envió al Coronel D. Juan Vidarte, jefe del Estado Mayor del Departamento Oriental, con instrucciones precisas y un listado de las fincas y puntos donde supuestamente podían estar los bozales. Tenía además autorización expresa para cesar en sus cargos y responsabilidades a todos los que se considerasen involucrados en ese contrabando. Vidarte caracteriza la región como “una costa de peñas cortadas”, y añade “que en sus entrantes se han formado unas pequeñas playas a las que difícilmente pueden acercarse botes de corto calado”. Varado en esa costa encontró, con la proa hacia la tierra, un brick (barca grande). Aclara que en espejo de popa tenía grabados dos nombres, por un lado el de Merceditas y por el otro el de Nancy, y concluye su informe expresando que los africanos habían sido trasladados a tierra en embarcaciones pequeñas. Los interrogatorios comenzaron. Cerca de Tortuguillas vivían D. Clemente Núñez, práctico del vapor Bazan, y el pescador Juan Frómeta, propietario de una casa en la que residía el pardo Felipe Durán; este último fue detenido e interrogado, y declaró que en la costa hubo cierto movimiento porque acudieron en varias ocasiones D. Francisco Pérez, dueño de la hacienda La Candelaria, y sus hermanos D. Leonardo y D. Fernando. Durán logró escabullirse de la cárcel, pues para muchos era importante que hablara poco. Algunos datos interesantes salieron a la luz en la pesquisa: Juan Frómeta era un contacto eficaz para los tratantes, pues su esposa Elena Díaz vivía en la ciudad de Santiago de Cuba, en un callejón cercano al Tíboli, esto le permitía viajar sin sospechas. Declaró este que había ido a vender manejos fue destituido y enviado a la capital acusado de “falta de celo en sus funciones”, para relevarlo fue designado el Coronel D. Telesforo Aróstegui, Primer Teniente de Infantería del Rey. Además, fue aprehendido el Cabo del Cuartón de Yateras, D. Ramón González, pues se consideró que estaba involucrado en el desembarco. Tras las averiguaciones iniciales, Vidarte decidió ampliar el área de búsqueda y encargó al Teniente de la Compañía de Indios que examinara el camino de la playa Baitiquiry, donde encontraron, primero, veinte bozales cansados y enfermos, y luego otros tres. También se revisaron las haciendas Río Seco, Quemado, Palma Mocha, Tortuguilla, Yateras, Yateritas y Yaraguana; los cafetales Virginia, Er- mitaño, Felicidad, Monte Verde, Cubana, Perla, Palmarito, Naranjos, Santa Cecilia y Mont Friendship. Cerca de este último fueron apresados otros trece africanos, dos más fueron aprehendidos por Frómeta, y ocho en una trocha que comunicaba el camino de Mont Rus a Matibán. Además, se revisaron los ingenios San Miguel, Santa Isabel y La Esperanza. Este último pertenecía a los señores Baró y Moré y estaba ubicado cerca de Puerto Escondido, lugar muy apropiado para los desembarcos de bozales. Amparado en la letra y espíritu de la resolución reservada de 18 de diciembre de 1860, Vidarte entró en este ingenio. Tanto el administrador como el mayordomo negaron la existencia de bozales pero el oficial se valió de datos aleatorios, como comparar el consumo de víveres entre los días anteriores al desembarco y los que coincidían con este; pidió además el libro de cuentas y por este supo que se habían comprado dos calderos grandes y provisiones de bacalao, tasajo, arroz y galletas, superiores a las usuales. Vidarte concluyó que el administrador de este ingenio, D. Louis Goubers, era uno de los principales implicados en la introducción de africanos. Todos los esclavos que se fueron encontrando se depositaron en el cafetal Mont Friendship, pero varios fallecieron por su precario estado de salud. Todo parece indicar que la estrategia de los encartados en el tráfico era similar en todos los espacios: para evadir a las autoridades se “permitía” localizar a algunos africanos y para este menester se destinaba a los enfermos, mientras que los más fuertes eran introducidos subrepticiamente en los ingenios y cafetales de la zona. Se calculaba la ganancia de la expedición en 150 000 pesos, ya que los africanos habían sido vendidos a 54 onzas cada uno.18 Revolución y Cultura conchas de carey a la Casa Ducoreau, pero lo cierto es que era portador de una carta ambigua, en la que se refería un supuesto trabajo cuya retribución era considerable, es decir, mucho dinero para una venta intrascendente. La firmaba D. Eduardo Pérez, hermano de Fernando y propietario de una hacienda inmediata al puerto de Tortuguilla, su destinatario era D. Ramón Arango. Supo D. Carlos Sánchez en el pueblo que D. Carlos Ducoreau, representante en Guantánamo de los tenebrosos intereses de Moré y Baró, había tenido una larga conversación en la casa de Mácsimo García Pastor la noche del 4 de abril; habían participado además el Alcalde Mayor, el Promotor Fiscal y Capitán de Yateras, y el cabo D. Juan Fubillo, que era el agente particular de García Pastor. Allí había quedado convenido el negocio. Otros actores pagados generosamente fueron D. Eduardo y D. Francisco Pérez, el pardo Felipe Durán, D. Ramón González, Cabo del cuartón de Yateritas, y el Tte. Pedáneo de Yateras, D. Cipriano Valdés. También se enteró Sánchez que la expedición pertenecía a los Sres Baró y Moré de la Habana y que D. Carlos Ducoreau se había ocupado de ajustar todos los detalles, cuestión que era de público conocimiento. El desembarco había sido propiciado, además, por los señores D. Francisco, D. Leonardo, y D. Fernando Pérez, por D. Juan Gómez y por la Casa González y Hermanos. También se supo que D. Macsimo García Pastor, aprovechándose de sus funciones y conociendo que había tres caminos para llegar a los ingenios y cafetales de la zona, dejó sin vigilancia la vía más expedita y concentró la atención de los investigadores sobre los ingenios La Isabel, de D. Merced Limonta, y San Miguel, de D. Antonio Vinent, que no estaban implicados en el trasiego. Por ese y otros 61 62 Revolución y Cultura Tras este descubrimiento, se reunió una partida de las escuadras de Santa Catalina y Guaso, que marchó por el monte, hasta llegar a la hacienda Los Pozos, y después al ingenio Santa Fe y a la hacienda Soledad. En este recorrido se evidenció que habían ramas cortadas, que había huellas y ranchos, por lo cual era de creer que habían servido de paradero a los bozales Tanto Sánchez como Vidarte estaban convencidos de la existencia de un desembarco y qué personas estaban implicadas, pero carecían de suficientes pruebas legales, los datos eran dispersos y podía alegarse que eran suposiciones, solo disponían de comentarios y de informaciones personales, pero carecían de noticias oficiales sobre el desembarco que pudieran ir más allá de sospechas subjetivas sobre quiénes eran los armadores, quiénes sus cómplices. Era difícil obtener evidencias porque nadie se mostraba dispuesto a creer las promesas de las autoridades en tanto temían otras consecuencias. Como ocurría en la mayor parte de los casos de alijos capturados en tierra, los grandes implicados concluían convirtiéndose en acusadores. José Eugenio Moré se dirige al Gobernador Superior Civil y Capitán General de la Isla; le expresa que es el dueño del ingenio La Esperanza en la jurisdicción de Guantánamo y pide protección, ya que su propiedad había sido ocupada “por las fuerzas armadas” el 12 de abril de ese año. Añadía que, violando la Ley Penal, sus esclavos habían sido ahilados e interrogados, y que además se había ocupado la correspondencia de su administrador. También protestó D. Carlos Ducoreau, alegando que jamás se había ocupado del tráfico negrero, justificaba la ausencia de su hermano debido a su quebrantada salud. Acudió dos veces a los médicos para eludir su traslado a la capital. Finalmente, tanto él como su socio Víctor Arnaud, D. Macsimiano García Pastor –ex Teniente Gobernador de Guantánamo–, y el Capitán Pedáneo de Yateras –D. Juan de la Cruz Martínez–, fueron enviados a La Habana en el Pájaro del Océano, para ser juzgados. Solo se aprehendieron 43 africanos que estaban en pésimas condiciones físicas; el resto no pudo ser capturado, todos procedían del Congo. La ganancia de Moré y Baró fue impresionante, lograron ubicar más de 600 esclavos en los cafetales y haciendas de la región. Las autoridades declaraban: “Es un hecho demostrado que una vez verificado el alijo, la cuestión de las personas introductoras y sus cómplices se ha quedado sin solución en casi todos los casos”. Desconociendo hechos objetivos, alegaban que no se había podido demostrar quiénes eran los armadores, ni sus cómplices, tampoco se conocía el nombre del capitán del barco ni de sus tripulantes. A pesar de que las investigaciones habían arrojado una información importante, el fallo del tribunal fue dubitativo: los bozales apresados fueron declarados, como era de suponer, emancipados, pero el allanamiento a las haciendas fue desaprobado. Hubo presiones para que D. Carlos Sánchez, que había dirigido las investigaciones, fuese destituido de su cargo, pero esa decisión hubiera sido demasiado escandalosa, entonces el Capitán General decidió alejarlo del escenario de los acontecimientos y destinarlo a otro lugar. También fue criticada la asignación del caso al oficial Vidarte. La honestidad administrativa, como puede apreciarse, no era la tónica de ese momento. Tres meses después, en julio de 1861, se produjo otro desembarco, al parecer por la bahía de Sigua –nombre que en esos años se daba a la jurisdicción de Guantánamo–, pero el Gobernador de la provincia declaró que se había hecho un reconocimiento profundo del sitio sin encontrar rastros del alijo. A pesar de tan rotunda afirmación, el Comisario de Policía del Primer Distrito de la ciudad, D. Victoriano Taracena, aseguró que el desembarco había tenido lugar el día 7 por la mañana en los pedregales de esa costa, que un número crecido de negros había sido descargado y que inclusive se habían vendido algunos; añadía que los consignatarios del alijo eran los señores Pons y Compañía, y que D. Pedro y D. Joaquín Griñán habían receptado el alijo en ese preciso lugar. Después añadió que la información procedía de D. Francisco Cortina, quien se había acercado a su domicilio la noche del 4 al 5 de julio para informarle que el desembarco se había producido el día antes y que los hermanos Griñán habían enviado una carta a la Casa Pons, informando que había entrado la primera barcaza con veintiocho bozales, y que él, Cortina, viajaba hacia Sigua para comprar algunos africanos. Cortina, que era un comerciante de la ciudad, fue interrogado y, temeroso de las consecuencias, fue menos rotundo en sus afirmaciones, pues declaró que no había visto el desembarco aunque sí a unos setenta negros, vestidos de esquifación, que eran de ambos sexos y estaban bajo un techo de guano, cerca de la hacienda Cuero o Cuerito en Caletón, aproximadamente a una legua del mar; que un francés le ofreció venderle algunos pero que se retiró sin cerrar el trato. Reiteró que los dueños del alijo eran los Griñán y Pons, y tal vez para no comprometerse tanto, consideraba que existía la posibilidad de que los africanos procedieran de la otra expedición que habría llegado por Guantánamo en abril o mayo, a cargo de los señores Ducoureau. Justificaba su presencia en el lugar diciendo que había ido a cazar, a caballo y solo, que por eso llevaba escopeta, municiones y “provisión de boca”. A partir de esa declaración, el Gobernador de Santiago decide excluirse del caso, declara que la zona del desembarco pertenece a la Jurisdicción de Guantánamo y que de acuerdo con el plano geográfico de la Isla de Cuba, publicado ese preciso año por D. Jose María de la Torre, ese territorio le era ajeno. A su vez el cónsul inglés en Santiago de Cuba, Mr. Santiago Forbes, afirmaba que un barco, tras descargar parte de sus bozales, había seguido viaje hacia Bahía Honda. El Alcalde Mayor y el Promotor Fiscal con dos alguaciles salieron para la bahía de Sigua con el propósito de recorrer las haciendas de la zona. Visitaron las haciendas Daiquirí, Damajayabo, Potrero, Limoncito, Las Julias, Altagracia, y La Moka, siguieron para Bacona y, al igual que nómicos del comercio negrero enraizados en la sociedad decimonónica. Notas 1 David Eltis, David Richardson, Stephen D. Behrend y Herbert S. Klein, eds. The Trans- Atlantic Slave Trade: A database on CD-ROM. Cambridge, Cambridge University Press, 1999; Gwendolyn Midlo Hall: Louisiana Database, 1719-1820. In Databases for the Study of Afro-Louisiana History and Genealogy 1719-1860: Computerized Information from Original Manuscript Sources: A compact Disk Publication, edited by Gwendolyn Midlo Hall. Baton Rouge. Louisiana State University Press, 2000. 2 Un interesante aporte al tema se encuentra en los artículos de José Luis Belmonte Postigo: “El impacto de la liberalización de la trata negrera en Santiago de Cuba, 1789-1794”. En: Tiempos de América, No. 14, Castellón 2007, pp. 35-47 y “Brazos para el azúcar, esclavos para vender. Estrategias de comercialización en la trata negrera en Santiago de Cuba, 1789-1794”. En: Revista de Indias, 2010, vol. LXX, no. 249, pp. 445-468. 3 Corbitt, D. D. “Shipmentes of slaves from the United States to Cuba, 1789-1807”. En: The Journal of Southern History, Vol 7, no. 4, 1941, pp. 540- 549. 4 Las cantidad de esclavos comprometida para Cuba era de 1 000. 5 José Luis Belmonte Postigo: “Brazos para el azúcar, esclavos para vender. Estrategias de comercialización en la trata negrera en Santiago de Cuba, 1789-1794”. En: Revista de Indias, 2010, vol. LXX, no. 249, p. 456. Para la elaboración de sus tablas, Belmonte cita, como su fuente esencial, los fondos Indiferente General 2822, 2823 y 2824 y Santo Domingo 2207 del Archivo General de Indias. 6 Ibidem, p. 463. 7 Ibidem, p. 458. 8 ANC. Fondo Intendencia de Hacienda, legajo 431, expediente 15, adjuntar el documento en el tomo. Aparece en fotos, año 1793 tráfico interior de negros por Santiago de Cuba. 9 Si se tienen en cuenta las cifras aportadas por Belmonte en el trabajo citado, la cifra de esclavos se incrementa considerablemente, pues según los datos de la Intendencia de Hacienda del Departamento Oriental y la Junta de Fomento, referidos en este trabajo, solo 554 habrían entrado entre 1764 y 1808, una cantidad muy inferior a la citada por Belmonte; por este motivo si sumamos los datos que ha referenciado, a los nuestros, el número de esclavos llegados a esa zona, entre 1764 y 1823 fue de 52 224 individuos esclavizados. 10 La fecha límite establecida por el Tratado Anglo-Español de 1817 para la entrada de barcos negreros a Cuba fue el 30 de mayo de 1820. 11 ANC. Fondo Asuntos Políticos, legajo 125, expediente 32. 12 ANC. Fondo Asuntos Políticos, legajo 124, expediente 118. 13 ANC. Fondo Intendencia de Hacienda, legajo 1052, expediente 37. 14 Arturo Arnalle Barrera: El Tribunal Mixto Anglo Español de Sierra Leona. Tesis doctoral defendida en el Departamento de Historia Contemporánea Universal. Facultad de Geografía e Historia. Universidad Complutense de Madrid, Volumen I, 1992, pp. 147 y 191. 15 ANC. Fondo Gobierno General, legajo 491, expediente 25168. 16 ANC. Fondo Intendencia de Hacienda, legajo 1124, expediente 74. 17 Buscar en Foreing Office. p. 31. 18 En realidad se da una cifra moderada de algo más de 227 pesos por bozal. Los precios en ese año eran mucho más altos y el beneficio para los armadores y encartados en el tráfico debía ser mucho más alto. Bibliografía Belmonte Postigo, José Luis: «El impacto de la liberalización de la trata negrera en Santiago de Cuba, 1789-1794»,. En: Tiempos de América, No. 14, Castellón 2007, pp. 35-47. ___ “Brazos para el azúcar, esclavos para vender. Estrategias de comercialización en la trata negrera en Santiago de Cuba, 17891794”. En: Revista de Indias, 2010, vol. LXX, no. 249, pp. 445-468. Corbitt, D. D.: “Shipmentes of slaves from the United States to Cuba, 1789-1807”. En: The Journal of Southern History, Vol 7, no. 4, 1941, pp. 540- 549. Díaz Soler, M.: Historia de la esclavitud Negra en Puerto Rico. San Juan, La Editorial, UPR, 1981 Roldán de Montaud, Inés: Las haciendas públicas en el Caribe hispano durante el siglo XIX. Revolución y Cultura en Sigua, revisaron los arenales, el rancho de pesquería y los matorrales. Pero como resultaba usual en estos casos, las investigaciones se disolvían en el aire sin que se pudieran probar los hechos. Las consortes de los hermanos Griñán –Magdalena Nariño y Desideria de la Cruz–, afirmaban que sus maridos estaban fuera de la ciudad, en la hacienda Altagracia, del Partido de Yaguas. Ambos vivían en casas vecinas, en la calle de la Marina esquina a San Juan de Nepomuceno. Se añadía que la Casa Pons y Cía., no existía, aunque en realidad solo había cambiado su nombre, pues la original que era de Pons, y de los hermanos D. Pedro y D. Joaquín Griñán y Beola, ahora había pasado a ser de los dos últimos. Algunos de sus propietarios, Jaime Bauch y los Griñán, estaban en Europa, y solo Pablo Beola, natural de la provincia de Coro, estaba viviendo en Santiago de Cuba. Este último declaró que no tenía negocio alguno con los hermanos Griñán, y que Pons se había retirado muchos años atrás por su avanzada edad. Como solía ocurrir, recorrieron las haciendas en busca de información. En Damajayabo, Julián Ramírez, administrador, dijo que el camino estaba muy distante de la finca y que no sabía si habían pasado bozales. En la hacienda Daiquirí se les notificó que D. José Aguilera, que se les había sugerido como práctico, estaba en la ciudad, entonces continuaron hasta la finca Potrero, del Sr. Antonio Vinent i Ferrer, padre del Sr. Marqués de Palomares, con el propósito de encontrar un sustituto. Allí D. León Muguerza los condujo hasta la morada del Teniente del Cuartón de Andalucía, Partido de las Yaguas, D. Conrado Mallet, dueño de la hacienda Limoncito. En esta finca encontraron a Enrique Barrere, natural de Francia, soltero, de 40 años, oficio de campo, y a Candelario Herrera, natural de la ciudad, vecino del cuartón de Andalucía, de campo, soltero, 44 años, quien les dijo que D. Luis Macarise y D. Augusto Courtony, mayorales respectivamente de las hacienda Las Julias y Altagracia, habían prometido acomodarlo en esta última, cercana a un punto nombrado Palmar, que había ido con Courtony y con D. Pedro Joaquín Griñán, pero que el mayoral Antonio Heredia estaba ausente y ambos señores habían regresado a la ciudad. También interrogaron al mayoral de la hacienda La Julia, Luis Macarise, de Bordeau. Todas las personas confrontadas dijeron desconocer el alijo de bozales. Después pasaron por La Moka, donde comparecieron los alguaciles D. Bergantiños y Francisco Casal. Continuaron su recorrido por cuatro leguas hasta Baconao, donde al igual que en Sigua, revisaron los arenales, el rancho de pesquería y los matorrales sin encontrar a los bozales. El comandante del bergantín de S.M., Habanero, estuvo en Guantánamo el 15 de julio; una lancha con su Segundo Comandante viajó por la costa hasta Guantánamo, sin detectar el buque. No se pudo probar la complicidad de ninguno de los supuestos encartados. La culpabilidad de la Casa Griñán y Beola nunca pudo ser probada, nadie fue detenido, los cómplices se difuminaron, pero desde luego los bozales fueron alijados y debieron estar en las haciendas y cafetales de la zona. Armadores, agentes internos y funcionarios corruptos formaban una intrincada madeja, los procedimientos usados eran similares a lo largo de toda la Isla, y nada habían cambiado en más de cuarenta años de ilegalidad. En realidad, se habían perfeccionado y concertaban intereses de diversos sectores sociales, fuera y dentro de Cuba, incluidas las capas populares. Eran muchos los beneficios eco- 63 Pepillo y los cimarrones. Otro escenario de civilización contra barbarie 64 Revolución y Cultura A lexander Selkirk fue abandonado en las costas del archipiélago de Juan Fernández en octubre de 1703. Su historia, una verdadera terra incognita apetecida por quien sea escritor, golpeó en su instinto a Daniel Defoe. Fue atemperada luego para los niños por un tal Campe, fabulista alemán que gozó de gran favor en el segundo tercio del siglo diecinueve europeo. José María de la Torre, como los autores citados, también vio en ella la realización del paradigma del hombre blanco, la parábola ancestral de la civilización contra la barbarie (desarrollada por Odiseo en la isla del Cíclope), o más exactamente, una civilización inherente en el hombre que se escribe sobre el papel en blanco de la barbarie. La analogía, por no decir imitación –como dice el propio autor–, lleva a de la Torre, siguiendo a Campe, a titular su obrita El Robinsón cubano, publicada por primera vez en 1863, con una sexta edición en 1887. Para muchos de los que hoy leen acaso el año 1886 suene a parteaguas. No lo sabemos. ¿De algún modo habría de notarse en este libro de lectura para niños de José María de la Torre? Lo que podemos decir es que la edición de 1887 fue una reimpresión con meras correcciones editoriales u ortográficas, ortotipográficas o gramaticales. El autor había muerto 10 años antes, en 1877, y lo esencial del relato quedó incólume. Quien conozca la ficción de Defoe sabrá que esta se inicia con un naufragio. En el caso de Pepillo Bravo, el protagonista literario de José María de la Torre, sucede lo mismo, pero bajo otras circunstancias. Este joven estudiante de medicina, de unos diecinueve años, se junta con Luisito, un coetáneo que carece de educación, quien lo empuja a una travesía marítima improbable entre La Habana y Canímar: es, en la ficción, el 11 de octubre de 1846 y nuestro protagonista tiene la desdicha de revivir el huracán que asolara La Habana en aquella fecha. Pero la peripecia de la historia lo excluye de una muerte cantada, a favor de un naufragio en la costa norte de la Vueltabajo. Nuestros náufragos, Pepillo y Luisito, son singulares, no están ante una tierra desconocida. El primer gesto de Pepillo es extender un mapa sobre la geografía del terreno y señalar los principales accidentes: “¡Cuánta fue su satisfacción al notar que coincidía el original con la pintura! ‘¡Estamos sin duda alguna –exclamó– frente a la costa N. de la Vueltabajo! Aquella montaña debe ser el notable Pan de Guaijabón y estas las de Cajálbana, Guacamayas, &c’.” (Torre, 1873: 73). Así pues, este naufragio conduce en la ficción al redescubrimiento de nuestra flora y fauna, que el autor se encarga de nombrar prolijamente. Pero las excursiones que realizaban nuestros protagonistas para el redescubrimiento y utilización de las especies animales y vegetales nunca se extendían muy lejos, porque “era horror el que tenía Pepillo de encontrarse con los cimarrones” (Torre, 1873: 96). El acto civilizatorio de conocer o redescubrir tiene sus límites: la montaña Alain Serrano Revolución y Cultura de las Antípodas para Dante o los cimarrones para José María de la Torre. Nuestro protagonista (en cierto momento muere Luisito) no es un náufrago en sentido estricto, sino quien sobrevive en condiciones inhóspitas por medio de una herencia civilizatoria que siempre lo acompaña (omnia mecum porto). Condiciones inhóspitas ficcionales, porque es conocido que por aquellos tiempos se asentaba en la cordillera de Guaniguanico, en la loma del Cuzco precisamente, un gran palenque de cimarrones, mayomberos ancestrales, al que nadie se atrevía a acceder. El tabú impide a José María de la Torre mencionar el nombre de esta loma; sin embargo, el peligro que representa siempre se cierne en torno a Pepillo. Así, una mañana mientras contemplaba el aspecto de la comarca desde la cumbre de una “alterosa” colina, una columna de humo llamó su atención. Yendo a su encuentro se encontró “la horrorosa escena de varios miembros humanos, y ardiendo unas piezas interiores, que era lo que producía la columna de humo. Erizados su cabellos y sin atreverse a entrar en el interior, ya iba presuroso a emprender la retirada […]” (Torre, 1873: 183). Debemos decir que los destinatarios de este Libro Cuarto de Lectura (como también es conocido El Robinsón cubano) son “los alumnos que ya leen de corrido” (Torre, 1873, III), acaso los de cuarto o los de quinto grado, que tendrían entre ocho y diez años. La sucinta descripción que hemos copiado de José María de la Torre posee la ponzoñosa intención de inocular en las débiles mentes de estos niños los prejuicios del miedo. Si bien es cierto que la edición posterior a 1886, no corre directamente a su cargo, el libro sirvió para expandirlos, pero no por mucho tiempo. Se podría pensar que luego, podemos decir en 1888, ya no se transigía respecto a la admisión en la enseñanza de textos pro-esclavistas o pro-racistas, porque El Robinsón cubano no conoció más ediciones. Después de este suceso (“la horrorosa escena”), recala en las cosas occidentales un segundo barco que deja como únicos sobrevivientes a una familia irlandesa, los O’Reilly con su pequeño hijo. Entre los múltiples inventos occidentales que rescatan de la embarcación Pepillo y el Sr. O’Reilly, se encuentra un globo aerostático de pequeñas dimensiones con el que Pepillo en cierta mañana iba por los alrededores haciendo la acostumbrada recolecta de frutos silvestres. Ese día, cuando se disponía a proveerse de aguacates, se vio de improviso acometido de seis u ocho negros cimarrones, que provistos de chuzos, macanas y piedras, hubieran puesto fin a su existencia, si el respeto al gran animal que le acompañaba (así calificaron al globo) no los hubiera contenido y llamasen al capitán o jefe para mejor proceder (Torre, 1873: 274). Pero una sorprendente coincidencia evita que se narre un hecho sangriento –aunque el grado de sugestión es grande– al impresionable pensamiento de los jóvenes lectores, ya que Al presentarse este [el jefe], hubo afortunadamente de reconocer a Pepillo, y dando un alarido aún más agudo y selvático, que el de sus compañeros para que no le matasen, hubo de preguntarle: “¿Su merced es el niño Pepillo, hijo de D. Severo Bravo?” –“El mismo” –contestó Pepillo (Torre, 1873: 274). En este diálogo no se debe dejar de admirar la forma que tiene José María de la Torre de reproducir las palabras de Eusebio Lucumí, que es el nombre del jefe de los cimarrones. 65 66 Revolución y Cultura Debemos decir ahora que este librito sigue el modelo estructural que dejaron sentado obras como el Decamerón, de Boccaccio, y El Conde Lucanor, del Infante Don Juan Manuel: un marco episódico que da paso a la trama principal, ya sean cuentos, como en el Decamerón, ya sean fábulas, como en El Conde Lucanor. (Este tipo de modelo también se pudiera pensar como de dos niveles diegéticos). En este caso particular, el marco lo constituye la reunión que cada tarde sostienen José María, Miguelito, Margarita y Conchita con su padre, quien, en presencia de su esposa y madre de familia –en verdad este personaje femenino solo está presente las dos primeras tardes–, les relata la historia del Robinsón cubano, Pepillo. Con esta aclaración podemos contar entonces el episodio en que una de las hijas le presenta al padre, y narrador de la historia de Pepillo, una cartica de “la negrita que me cuida” (Torre, 1873: 150) (un gran eufemismo). La cartica, debemos decir, no fue escrita por la esclava –la palabra que evita de la Torre–, sino dictada a Conchita, la menor de las hijas del padre, y dice: Niño Pepillo y Luisito. Su mercé tá na monte. Yo lo conoce la monte, está muy güeno. Naitica yo jasía cuando yo taba neye, man que cojé langatija é jugá. Mandá á mí uno manguito que entuabía no á comío ningunito nese año... (Torre, 1873: 150) ¿Por qué entonces José María de la Torre se desprende de esta fidelidad en la transcripción del habla de los esclavos? La especulación más verosímil es la que se decanta porque, una vez que ha sido indicada cuál era la verdadera naturaleza de esta habla, el lector solo debía suplir la convención (un habla y la misma para todos los personajes) por la realidad (el habla deficiente de los esclavos). No falta en José María de la Torre, como en José de la Luz antes, el llamado a la separación de la criadita del lado de la hija, y alumna, para evitar la influencia de esta habla corrompida. Pero, volviendo a nuestro punto en la historia, luego del reconocimiento entre Pepillo y Eusebio Lucumí, el jefe de los cimarrones decide agasajar a nuestro joven protagonista en una de las cimas de la Cordillera de Guaniguanico que no se menciona (nuevo silencio, nuevo tabú). Pepillo acepta la invitación pero con la condición de invitar igualmente al matrimonio irlandés que había quedado en la improvisada cabaña ese día. Eusebio Lucumí acepta y es una pieza imperdible el diálogo que se desarrolla entre la otra de las hijas, Margarita, y el padre: Margarita. – ¡Ay papá, qué corazón tan bueno!, ¡qué alma tan noble la de Pepillo!, ¡cómo prefirió exponerse á los salvajes desmanes de los cimarrones, á ser inconsecuente con sus compañeros! ¿Y el negro Eusebio accedió á sus deseos, papá? El padre. – Sí, hija mía: y sirva el proceder de Eusebio para probar como hasta en los salvajes se encuentran nobles principios de generosidad y agradecimiento, virtud esta última que, como dice, Masillon, hace criminal al que la desconoce. (Torre, 1873: 275) Este discurso que parece propio del siglo XVIII pre-Enciclopedista y refleja el atavismo inherente en ciertas personas que acuñaban subespecies humanas, es, sobre todo, coherente con la historia que desarrolla José María de la Torre: los cimarrones representan en su conjunto al indígena Viernes, con virtudes a la espera de ser potenciadas. Y en fin de cuentas, este diálogo y el episodio, son una mise-en-scène, una vez más, del tema de la civilización sobre la barbarie (o salvajismo). Luego, en nuestra historia, de un banquete de viandas y frutos silvestres y la promesa de Eusebio Lucumí y los suyos de conducir a Pepillo y el matrimonio irlandés al poblado de los Baños de San Diego, nuestro protagonista le paga con una exhortación como buena moneda de cambio, “aconsejando a todos los del palenque que se presentasen a sus amos, que él intercedería para que los perdonasen” (Torre, 1873: 280). Los intentos de una vuelta al pasado bajo un status quo inamovible era fruto de la fiebre de un Iluminismo trasnochado (por vía sobre todo de Jovellanos). No solo no seguirían el consejo de José María de la Torre, sino que simbólicamente este autor prolífico sería derrotado en su propio terreno, como hemos indicado y creemos verosímil: a partir del año 1888 no sería publicado. Otro de los hechos que afirman esta creencia es que, cuando en años posteriores se habla de la esclavitud, es necesario un llamado de atención. Así, Catalina Rodríguez de Morales antes de presentar su poema “El amo y la esclava”, debe aclarar: “Aunque ya felizmente no existe entre nosotros la esclavitud, no obstante damos cabida a la presente composición poética, no solo por su bella forma literaria, sino por lo conceptuosamente que define el amor maternal en sus delicadas estrofas” (Rodríguez, 1892: 13). Bibliografía: Rodríguez de Morales, Catalina: Libro de las niñas, Imprenta de Fernández Casona. La Habana, 1892. Torre, José María de la: El Robinsón cubano, Librería e Imp. de Andrés Pego, Editor. La Habana, 1873. El signo francés en Santiago de Cuba Félix Julio Alfonso López Ensayista, historiador y profesor universitario. Dirige Caliban, Revista Cubana de Pensamiento e Historia. L Revolución y Cultura a bibliografía sobre la huella francesa en Santiago de Cuba, en sus múltiples dimensiones migratorias, históricas, económicas, sociales, culturales, arquitectónicas y urbanas, cuenta con un nutrido grupo de trabajos, donde destacan entre otros, los de José Antonio Portuondo, Jorge Berenguer, Laura Cruz Ríos, Fernando Boytel Jambu, Rafael Duharte Jiménez, María Cristina Hierrezuelo, Jean Lamore, María Elena Orozco, Marta Elena Lora, Carlos Padrón y Olga Portuondo. A este selecto grupo de estudiosos se incorpora, con una voz propia y un sólido trabajo de indagación historiográfica, la Dra. Aida Liliana Morales Tejeda con su libro El signo francés en Santiago de Cuba.1 La trayectoria autoral de Aida incluye numerosos trabajos relacionados con la escultura conmemorativa, las relaciones entre arte e historia y el desarrollo urbano de su ciudad natal, pero aquí su interés se centra en el estudio de la vida cotidiana en un grupo social especifico: las élites santiagueras, con particular énfasis en aquellos aspectos que tienen su origen o su signo, como prefiere llamarlo Aida, en la cultura francesa. El lapso de tiempo de esta indagación abarca poco menos de cuatro décadas, las que van desde 1830 hasta el estallido de la Guerra Grande. Como nos advierte desde un inicio, la presencia de varias huestes migratorias francesas en la ciudad le imprimió a su vida cotidiana “una renovación material y espiritual que se manifestó en los ámbitos público y privado”.2 Asimismo, se verificaron nuevos ritos y ceremoniales de sociabilidad, lo cual tuvo su expresión en connotaciones simbólicas y en expresiones de una cultura cosmopolita, que sirvieron para legitimar el habitus, al decir de Pierre Bourdieu, de un sector acomodado de la sociedad santiaguera. Todas estas novedosas manifestaciones de adaptación a las modas y gustos franceses alcanzaron su clímax en la década de 1850, e hicieron de Santiago de Cuba, como la autora se encarga de demostrar con suficiencia, la más afrancesada de las urbes cubanas del siglo XIX. Un asunto de gran importancia en la investigación, radica en que la autora se propuso un trabajo de carácter multidisciplinario, pues debió integrar saberes propios de diversas áreas del conocimiento: la historia, la arqueología, las bellas artes, la iconografía y la literatura, para de este modo ir imantando los fragmentos de la vida cotidiana entre aquellos sectores que mayor influjo recibieron de la cultura gala. Una primera influencia francesa importante fue la que trajeron las ideas ilustradas desde la segunda mitad del siglo XVIII, materializadas en dinámicas modernizadoras y progresistas, que fueron promovidas por instituciones como el Seminario de San Basilio Magno o la Sociedad Económica de Amigos del País. Las imprentas y bibliotecas dieron acceso a la literatura iluminista y también a grandes autores como Dumas o Hugo, cuya obra cumbre, Los miserables, se conoció en Santiago en el mismo año de su publicación en Francia. Seguramente en la versión española realizada en 1862 por la Imprenta de las 67 Revolución y Cultura 68 Novedades de Madrid, en traducción de Nemesio Fernández Cuesta. Pero el mayor cambio cultural se produjo asociado a la corriente francesa que arribó a la ciudad como consecuencia de la Revolución de Haití, en la que junto a los propietarios blancos y sus esclavos, también llegaron numerosos mulatos y negros libres. De tal suerte, nos dice la autora: “la ciudad se nubló de comerciantes, marinos, sastres, panaderos, costureras, médicos”, los que unidos a oleadas migratorias posteriores trasladaron sus oficios y saberes a su nuevo entorno, y del mismo modo normas de comportamiento, hábitos de vida y costumbres propias, la mayoría de ellas de signo civilizatorio asociado al desarrollo del capitalismo europeo de la época. Los testimonios de numerosos contemporáneos y viajeros que visitaron la ciudad en el siglo XIX, dejaron una vívida imagen de esa profunda estela francesa en Santiago, al punto que, como afirma la autora, el francés era un idioma compartido con el español en numerosos estratos sociales, como símbolo de elegancia y buen gusto y “palabras o frases sueltas en francés salpicaban las conversaciones como señal de refinamiento y distinción”.3 Otras influencias eran visibles en los ámbitos educativos, en el periodismo, el baile, la música, la pintura y las prácticas de ejercicios corporales como la esgrima y la gimnástica. En el área citadina y como parte de la modernización arquitectónica, la autora devela numerosos influjos, entre ellos la renovación de la imagen urbana, nuevos usos del suelo, expansión de la trama como en el llamado “barrio francés”, medidas de orden y saneamiento urbano y el predominio del neoclásico en el ámbito de las construcciones domésticas. A ello contribuyeron numerosos alarifes, carpinteros, maestros de obras y herreros de origen galo, los que aportaron sus conocimientos y prácticas específicas, como es notorio en el caso de los forjadores oriundos de la región de Aquitania. Fue precisamente la herrería uno de los signos más notables de la decoración en la arquitectura local, emparentada con ejemplos similares del sudoeste francés. Las grandes mansiones también incorporaron a sus espacios tradicionales otros nuevos, como es el caso de las saletas y del salón comedor, “idea traída por los franceses como parte de los ambientes Luis XVI”.4 El libro también aborda con gran discernimiento otras dinámicas de interacción económica y comercial de influencia francesa, como es notorio en el muy conocido ejemplo de los cafetales, y en la existencia de una densa red de navíos pertenecientes a la Compañía de Vapores Correos Franceses, en los cuales se transportaban los productos extraídos de la colonia y se importaban numerosísimos rubros destinados a las viviendas, el confort personal y la vida doméstica. Asimismo, se describen y examinan la prolija urdimbre de establecimientos y comercios de capital francés, entre ellos los dedicados a tiendas de ropas, peluquerías, hospedaje, ventas de bebidas y alimentos, locales de ebanistería y talabartería. Cada uno de ellos hizo un aporte específico al imaginario de los pobladores de Santiago en los productos, bienes y servicios que proponían, asociados a la modernidad diferenciadora y distinguida que les daba su origen en el Hexágono. Otras novedades introducidas por los franceses tuvieron que ver con el ramo de la medicina, como es el caso de las vacunas, los servicios de cirugía dental o las inefables boticas, donde se vendían medicamentos importados de Francia. De igual modo, no pocas enfermeras y comadronas eran de dicha nacionalidad. En la esfera comercial, un papel destacado fue el que impuso la publicidad impresa, especialmente la realizada mediante elaboradas litografías, la cual propagó un ima- duras, el empleo de rocallas y faldones ondulados, con patas de cabriolé y sobre de mármol”.8 Existieron muebles lujosos para este tipo de espacio, como los armarios bibliotecas resguardados por cristales, los bargueños o secretaires; y también para mujeres como los escritorios íntimos llamados Bonheur de jour. Igualmente se destaca un profuso mobiliario destinado a la gastronomía doméstica, la higiene y la iluminación, tan de moda en el Siglo de las Luces. Entre estos destacan las espléndidas vajillas con minuciosas cristalerías y cuberterías, algunas de lujo y otras de uso cotidiano. Era común la presencia en las mesas de las familias ricas santiagueras de las porcelanas francesas de Limoges y Sevres y los cubiertos de plata labrada francesa. En el mobiliario higiénico se acentúan los usos de escupideras, bañaderas, lavamanos, aguamaniles, orinales, palanganas y jaboneras de diversos materiales, plata, porcelana y cristal y mármol con herrajes de bronce; e incluso se sugiere que el hábito de bañar todo el cuerpo a diario “tomó mayor interés entre los santiagueros a partir de la inserción de los franceses en la ciudad”.9 Las luces se encendían al anochecer en una multitud de objetos y soportes que comprendían lámparas, faroles, candelabros, candiles, quinqués, candeleros y palmatorias y “su abundancia en las viviendas distinguidas era indicio de jerarquía socioeconómica”.10 Las Bellas Artes y todo su repertorio de ornamentos decorativos también conformaron el territorio material de las moradas santiagueras, incluyendo pinturas de paisajes, bodegones y retratos familiares, litografías y grabados, esculturas diversas, daguerrotipos, floreros, figurillas de porcelana cromática, relojes de pared y otros muchos objetos. El tercer y último gran apartado de este libro, es el referido al aporte francés a las modernas prácticas de sociabilidad, incluyendo dentro de estas las funciones de teatros, los paseos por plazas y alamedas, las visitas a tertulias y cafés, y las veladas artísticas y literarias en salones públicos y privados. Dichas prácticas incluyen también, por Revolución y Cultura ginario de consumo que asociaba los productos franceses a patrones de elegancia, buen gusto y calidad, por supuesto no muy alejados de la realidad. Esto está asociado, desde luego, al hecho que la autora nos recuerda de que “la presencia de artistas de origen francés en Santiago de Cuba contribuyó a dar un impulso considerable al desarrollo de las artes plásticas. Una de las manifestaciones privilegiadas en ese sentido fue el grabado, y dentro de este la litografía”.5 Uno de los mayores exponentes en este campo lo fue el cartógrafo y miniaturista Luis Francisco Delmés, autor de anuncios comerciales y de varios planos de la ciudad. También destacaron Emilio Lamy y Carlos Collet, autores de un Álbum pintoresco del Departamento Oriental de la Isla…, con 32 litografías de ciudades, villas, pueblos, ingenios y cafetales, inspirado en el realizado para el occidente por otro francés, Federico Miahle. Uno de los apartados de mayor interés dentro del volumen, es el que propone un acercamiento al universo material de la vida doméstica de las clases acomodadas, como clave para desentrañar contextos sociales, influencias culturales y gustos estéticos de dichos grupos. Los espacios familiares son examinados en cada uno de sus ámbitos particulares, con separaciones por sexos y funciones, así como en la incorporación de novedosos mobiliarios y decoraciones. Entre estos últimos destacó el estilo Imperio, con su gusto arqueológico por el clasicismo, que la autora subraya entró al Oriente por la vía del gusto por lo francés, en contrapunto con la versión que se refiere a su entrada desde Estados Unidos. También surgieron variantes de mobiliarios locales con influencia bordelesa, favorecida por la inmigración de carpinteros ebanistas desde aquella ciudad de Aquitania. Dichos muebles fueron adaptados a las condiciones de clima tropical húmedo y variaban en sus formas y materiales de acuerdo con su uso, en lo que la autora denomina, siguiendo a Maurice Agulhon, espacios de sociabilidad y representación. Entre ellos sobresale con características muy propias el “balance”, ese cómodo sillón que tanto abunda en las salas de Santiago de Cuba y que la autora dice “resultó ser la pieza del mobiliario de mayor uso por toda la familia, desde el patriarca hasta la joven casadera”.6 La comadrita, por su parte, era de uso esencialmente femenino, como seguramente lo fueron también otros muebles como consolas, espejos y los distinguidos pianos de cola, muchos de ellos fabricados por las firmas francesas Pleyel, Erard y Boisselot. Un minucioso inventario del mobiliario de las casonas de la burguesía santiaguera (sofás, mesas diversas, cómodas, costureros, jugueteros, mesas de juegos, de comedor, tinajeros, loceros, coperos, estanterías, etc.), nos permite apreciar tanto su buen gusto estético, como su aprecio por la comodidad y el confort que ofrecen una posición económica desahogada. La huella francesa aparece por ejemplo en los llamados “criados mudos”, suerte de mesas auxiliares para colocar alimentos y bebidas, lo cual fue una “trasposición desde los salones franceses a los cubanos”.7 En los recintos de mayor privacidad destacan las camas de madera en bateau (forma de barco), las camas de bronce con una rica ornamentación, la mesa toilette y los peinadores o coquetas, así como los voluminosos armarios con variadas decoraciones. Un espacio esencialmente masculino era el despacho o la biblioteca, con sus estanterías de maderas preciosas llenas de libros y el inefable escritorio o bureau, al decir de la autora “una verdadera joya de la carpintería, en la que la presencia francesa se hace patente en sus movidas mol- 69 70 Revolución y Cultura supuesto, el cuidado del cuerpo y el uso del vestuario. En este nuevo escenario de representación pública, lo simbólico alcanzó gran importancia, y de ahí la notoriedad de la moda “a la francesa”, que incluía no solo los vestidos y calzados, sino un prolijo arsenal de accesorios de perfumería, peluquería y maquillaje. Florecieron los negocios de este tipo y los anuncios de modas se pusieron a la orden del día. La importación de telas y modelos franceses se convirtió en habitual, y dio nombre en su lengua a tejidos, formas de bordado, tipos de lencería, prendas de vestir, tanto las de mujer como las masculinas, zapatos, joyas, abanicos, sombreros, polvos, elíxires, perfumes, eau de toilettes, productos para el cabello, etc. Todo ello está descrito con minucioso y concienzudo detalle en estas páginas, con informaciones que se toman de fuentes muy diversas: la prensa, los diarios de viajes, las pinturas y grabados, las novelas y artículos de costumbres y los inventarios de precios. Entre los hábitos alimentarios aportados por los franceses se destacan las formas de cocción y elaboración de determinados platos, así como la introducción de condimentos y alimentos nuevos, tales como la pimienta, salsas, aderezos, combinaciones de carnes y legumbres, frutos del mar y ciertos tipos de vinos como los célebres chateaux de Aquitania o los espumosos champañas. Se degustaban una enorme cantidad de productos provenientes de Francia, tales como panes y jamones, salchichones de Arlés, jamoncitos de Bayona, mantequillas y quesos, sardinas y bacalaos, perdices y alcaparras, aceitunas rellenas, carnes en conserva, pepinos en vinagre, setas en aceite, petits pois, trufas, y un largo etcétera. Todo ello redundó en una mejor calidad y variedad dentro de la cocina santiaguera, caracterizada hasta ese momento por el mestizaje y una relativa sencillez. Los cocineros franceses trajeron sus modos de preparar y cocer los alimentos, así como sus secretos gastronómicos, que les deban gran fama entre los comensales. La tradicional repostería y pastelería francesa tuvo gran acogida, y fue muy extendida, tanto la importada como aquella de origen local. Asimismo sucedió con el consumo de frutas europeas como ciruelas, fresas, frambuesas, manzanas, melocotones, albaricoques, grosellas y cerezas en almíbar, en aguardiente o naturales. Nuevas prácticas alimenticias como tomar el café después de las comidas o café noir, o incorporarlo con leche, son también elementos de indudable influencia francesa. Un último aspecto, y no por ello menos importante, tiene que ver con la sociabilidad privada y pública, expresada en la asistencia a teatros, veladas, tertulias y bailes, las cuales “generaron nuevas formas de intercambio social como legitimación simbólica de los valores y puesta en función de rituales vinculados en mayor medida a ese grupo privilegiado […] se establecía así todo un discurso jerarquizado en el que importaban el escenario […] el vestuario de moda, el lenguaje y las conversaciones que se sostenían”.11 Afianza este notabilísimo estudio de historia cultural, un útil glosario de términos usados en la época, no pocos de los cuales son de origen francés, o galicismos que pasaron a formar parte del modo de expresarse en la vida cotidiana. Entre estos destacan numerosos nombres de tejidos como batista, brabante o muselina; alimentos como la crema de Chantilly o el pescado marinado; bailes como el minuet o el rigodón, o arreglos del cabello al estilo tupé.12 Un copioso anexo da cuenta de los oficios más practicados por franceses o artesanos de origen galo, como son los casos de los herreros, carpinteros y ebanistas, sastres y costureras, cocineros y panaderos; se relacionan los dueños de establecimientos comerciales y sus diferentes tipologías; se ofrecen precios de servicios médicos, catálogos de mobiliarios, distribución de quitrines, inventarios de daguerrotipos, repertorios comparados de joyas familiares y precios de los servicios masculinos y femeninos de peluquerías –por cierto, tan caras entonces como ahora. Al final, una exhaustiva y actualizada bibliografía, tanto de libros, revistas, artículos y folletos impresos, como de tesis de diploma, de maestría y doctorales, así como las cada vez más frecuentes y nutridas fuentes digitales, junto a las siempre afanosas búsquedas en los archivos, dan un formidable apoyo informativo, teórico y metodológico a este libro. Estamos en presencia de una obra de madurez, escrita con erudición, maestría conceptual y una prosa elegante y amena. Su consulta será obligatoria para todos los que se interesen en los modos de vida y comportamientos cotidianos de las elites en Santiago de Cuba, con particular énfasis en aquellos elementos que fueron aportados por la cultura francesa, cuyo legado perdura hasta el presente. La Habana, febrero de 2016 Notas 1 Aida Liliana Morales Tejeda: El signo francés en Santiago de Cuba, Editorial Oriente. Santiago de Cuba, 2015, 330 pp. 2 Ídem, p. 20. 3 Idem, p. 43. 4 Ídem, p. 63. 5 Ídem, p. 88. 6 Ídem, pp. 110-111. 7 Ídem, p. 123 8 Ídem, p. 136 9 Ídem, p. 150. 10 Ídem, p. 155. 11 Ídem, p. 235. 12 Ídem, pp. 249-256. La cocina Renee Liang E Astrid Schwegler Castañer Profesora Asociada en el área de Estudios Ingleses en la Universitat de les Illes Balears. Se interesa por la relación entre la temática culinaria, el multiculturalismo y la identidad en la literatura y cultura australiana, desde una perspectiva poscolonial y de género. Revolución y Cultura l domingo ella limpia los fogones. Empieza con el trapo que encuentra al lado del fregadero, desgastado por limpiezas frecuentes. Observa cómo el amarillo viscoso del Palmolive empapa las fatigadas fibras verdes. Su primer ataque apenas logra mellar la mugre. La casa está en silencio. Fuera, en el árbol puriri, se oye a palomas torcaces cantar. Un cortacésped ruge en la distancia y repentinamente se calla. Se oyen voces de niños tras el cerco, un juego de cricket en curso en el patio. El olor de la primera barbacoa ya flota en el aire. Siempre le ha gustado sentarse aquí arriba en la cocina. No era precisamente una vista espectacular, pero hay algo magnífico en estar en lo alto de la cresta, observando desde arriba el valle, casa tras casa con sus tejados arrugados y sus esmerados árboles. Cuando era niña solía sentarse junto a la ventana los viernes por la noche y espiar a los vecinos a través del visillo naranja. Siempre parecían estar montando fiestas. Observaba a los coches pasar zumbando por el camino, aminorar buscando los números de las casas con sus focos. En ocasiones se asomaban a su entrada por error, o la utilizaban para dar la vuelta. Los neumáticos rotando en la grava suelta. Vuelve a rociar los fogones con más Palmolive. Mejor ser generosa porque no se irá con facilidad. Lástima que no hubiera nada más fuerte, pero ya había hecho una búsqueda exhaustiva en los armarios. La porquería dorada está sólida, con capas de cebolla quemada, bigotes de gamba y trozos de champiñón caídos a lo largo de los años. Se ve frotando a través de los estratos de comidas familiares, como una especie de aficionada a la arqueología. De momento no debe de haber llegado más allá del 2005, el año de la última gran reunión familiar, el año en que la tía Julia se había roto una pierna esquiando en la Isla Sur. Aquello había sido un asunto importante. Dra. Renee Liang es pediatra de día y escritora de noche. Nació en 1973 en Auckland, Nueva Zelanda, después de que sus padres, de origen chino, emigrasen de Hong Kong. Como médica especialista en pediatría, es parte del grupo de investigación Growing Up In NZ, cuyo propósito es estudiar el desarrollo de la infancia hasta la adolescencia en Nueva Zelanda. Es una artista multidisciplinar que explora diferentes géneros como la poesía, el blog, la no-ficción o el teatro, además de colaborar con compositores, escultores y cineastas. Su obra, además de haber sido publicada en numerosas revistas y antologías, consta de varios libros de poesía y cinco obras de teatro: Lantern (2009), The Bone Feeder (2009), The First Asian AB (2011), Under The Same Moon (2015), The Quiet Room (2015) y Bubblelands (2015). Está involucrada en la organización de eventos artísticos centrados en la creación colaborativa como la iniciativa Metonymy de citas a ciegas artísticas y New Kiwi Women Write, un taller de escritura para mujeres migrantes del cual se han editado cinco antologías. 71 Revolución y Cultura 72 “¡No, no te acerques a mí!” dijo la tía Julia, malhumorada por la falta de sueño en el hospital. “Pero solo te estaba ayudando a meterte en la cama. ¿No quieres acostarte?”. Su madre estaba por una vez tierna y preocupada. El accidente había perturbado la tensa rivalidad que tenía con su hermana. “¡Deja de tratarme como si fuera vieja!”. “No te trato como... oh miumiu, solo estaba tratando de ser una buena anfitriona”. “¡Bah!” Y la tía Julia había apartado su brazo de un tirón, no le gustaban las finuras de su hermana mayor, incluso en su momento de debilidad. Ese había sido también el año en que Dai Sook al fin había fallecido. Su tataratío había estado en una residencia de ancianos en Henderson durante años, desde que su mujer había sido atropellada en un paso de peatones. Tras su muerte se descubrió que el anciano jamás había aprendido a cocinar. Su madre le había preparado comida durante una temporada, agotando su repertorio de exquisiteces. Entonces, cansada de escuchar al viejo quejarse de su cocina, convocó una reunión familiar. “¡Pero si construyó esa casa con sus propias manos! Sería un crimen echarle”. Ese era el tío Trevor. Había ayudado con el jardín de la familia antes de que se vendiera para ser parcelado. El tío Trevor se había hecho de oro desde entonces en el negocio inmobiliario. Él y su esposa pseudoartista y sus tres perfectas hijas pianistas vivían en una mansión en Parnell. Mamá solía burlarse de ellos. “Oh mira, ahora es todo un gweilo”. “Bueno entonces porque no vas y limpias tú el pis de Dai Sook del retrete. Su puntería ya no es la que era”. dijo la tía Julia, siempre la más franca. “¡Eso no significa que tenga que perder su dignidad!”. “¿Quién habla de dignidad?” interrumpió Mamá. “Mírale, completamente solo en esa enorme casa suya. Ya ni siquiera puede subir las escaleras por su cuenta. El otro día lo encontré dormido en el salón, cubierto de periódicos viejos”. La bayeta que había sido verde está casi completamente saturada de grasa. Ella intenta enjuagarla bajo el grifo. Las gotas forman perlas en su superficie. Incluso el agua parece rechazar la suciedad en este lugar. Busca en la antigua caja de manzanas hasta que encuentra una bolsa de pan vacía y deja caer el trapo verde en su interior. Abre un paquete de plástico nuevo con un chasquido. Lo sacude hasta sacar los paños rosas de su interior. Era gracioso que su madre fuese tan crítica con el desorden en las casas de los demás, cuando la suya propia era muy caótica. Viejas revistas del corazón, tubos de pasta de dientes aplastados, cartones de rollos de papel higiénico guardados, recubriendo los pasillos, haciendo de las habitaciones ciudades en miniatura. Ninguna caja que entrase en la casa parecía salir sin pasar un tiempo cubriendo el pasillo, como un paciente en una sala de espera. Cada vez que sus padres iban a Hong Kong, volvían orgullosos cargados de numerosas bolsas de viejos periódicos chinos. “Conseguimos 33 kilos esta vez,” su padre decía, con orgullo, el sudor resaltado por los pliegues profundos de su frente. Los pliegues eran una leyenda familiar. Uno de sus trucos favoritos era coger objetos usando solo sus arrugas. Los diarios solían llevar meses de retraso. Ella lo notaba por las fotografías, aunque no podía leer lo que decían los artículos en sí. “¿Para qué los queréis?”. Ella sabía que los diarios terminarían amontonados bordeando el baño y el salón. “De todas formas no los vais a leer”. “Sí que los leeremos”, su madre había replicado, “y si leyeras chino correctamente tú también podrías”. Siempre terminábamos hablando de eso. Parecía molestar a sus padres que estuviera estudiando idiomas en la universidad mientras sabía tan poco de su supuesta lengua tradicional. Je ne sais pas. I don’t speak Chinese. Ella había nacido en Nueva Zelanda, claro. Incluso se habían referido a ella una o dos veces como banana, amarilla por fuera, blanca por dentro. Los chinos son así, cubren los insultos y los elogios bajo capas de metáforas cuidadosamente elaboradas, referencias oblicuas o miradas de reojo. También era algo muy chino ignorar estos comentarios y tragarse sus réplicas como una medicina amarga cada vez que los oía. ¡Si tan Revolución y Cultura Ilustraciones: Hanna G. Chomenko solo supieran lo china que era realmente! En algún lugar del garaje aún estaban las viejas cajas de plástico que contenían los bloques de madera que su padre había hecho para ella y sus hermanos. Estaban tiernamente lijados, pintados con caracteres chinos previamente trazados con cuidado a lápiz. Debería bajar y buscarlos antes de que se los llevaran. Serían perfectos para Tony, que ya tenía cierta edad. Ve el agujereado par de zapatillas de su mamá todavía en el suelo junto al viejo jersey que usan como felpudo. Sus pies están fríos. Seguramente no le importe a nadie. Sentir las suelas desgastadas bajo sus pies era relajante, cada bulto, un vestigio de las pisadas de su antigua dueña. Arrastrando los pies, va al fregadero y escurre la bayeta. Cuando estaba acabando con los lados de la cocina, pasando el trapo por el agua marrón y espumosa, disfrutando del resplandor del brillante esmalte blanco, oye abrirse la puerta de la entrada y un murmullo de voces irrumpen en el silencio. Se oyen los golpes de pies, el sonido de zapatos al quitarse y un portazo al cerrarse la puerta. Y una voz. “¿Wendy? ¿Estás ahí arriba, Wendy? Hemos visto tu coche fuera”. Ella baja las escaleras, sin soltar la bayeta rosa manchada, los guantes de goma amarillos pareciendo relucir mientras oscurece. Sus hermanas y su hermano están allí de pie con el tío Trevor, la tía Julia, y papá. Papá la mira, sin parecer verla bien del todo. Ha envejecido mucho en tres días. “Estaba limpiando la cocina de mamá”. “¿Para qué? No van a venir a la casa después del funeral. Hemos reservado una sala con catering. No deberías haberte molestado”. Baja la mirada para verse, las manchas amarillas cubriendo su camiseta descolorida, los gruesos guantes de goma que llegan hasta sus codos, una talla más grande como a su madre le gustaba comprarlos. “Yo... No lo sé. Solo quería hacerlo”, dice ella. “Deberíamos tirar esa vieja cocina de todos modos. Comprar una mejor”, dice el tío Trevor. Tía Julia frunce el ceño. “¿Para qué molestarse? La casa entera está patas arriba, y el Gran Hermano no será capaz de cuidar de ella ahora que está solo. Yo opino que deberíamos venderla y buscarle un sitio más pequeño. Será más fácil para todos”. “¡No!”. Wendy no es consciente que es ella quien ha hablado hasta que todos la miran. Sus hermanos parecen sorprendidos. “No... Quiero decir, puedo venir a echar una mano”. Papá levanta la cabeza y la mira. “De vez en cuando”, añade, bajando la mirada para ocultar las lágrimas que por fin han llegado, abriéndose camino desde algún profundo lugar en su vientre. Mientras los demás pasan a su lado, se da cuenta de que aún lleva puestas las zapatillas de su madre. 73 Una biografía de la dama peregrina Daniel Céspedes …cuando he sido profesora y me han llamado en unas partes doctora, porque era el tratamiento, en otras licenciada, en otras no sé qué, entonces yo me callaba, yo no me bajaba de la tarima, yo seguía hablando tranquila, segura que a los quince días me llamarían María. María Zambrano 74 Revolución y Cultura E n una época en que los grandes biógrafos son ensombrecidos por sus biografiados, reinaría la satisfacción porque cuanto suele importar son esos protagonistas “privilegiados” de la Historia. Pero, para un lector más exigente por curioso, un gozo mayor dependería de las cualidades del cronista, del analista, del escritor. ¿Qué se necesita entonces para entusiasmarse con una biografía? Seamos justos: el sujeto escogido, su historiador y cómo este último anda y revela acerca de una vida diferente, acaso con verdaderas dosis de singularidad. Dicho y hecho: Juan José Téllez, intelectual español, ha escrito María Zambrano. Razón de vida, una biografía de la notable pensadora andaluza y universal. El libro aparece recién iniciado el año por Ediciones Ávila, de Cuba. Juan José Téllez posee un currículo muy estimable de artículos y libros publicados. Poeta, narrador, ensayista y periodista, es conocedor y promotor además de la música flamenca. Desde 2012 es el director de programas y contenidos del Centro Andaluz de las Letras. Con el perdón de Juan José, el recorrido profesional hacia él es expresamente conciso de mi parte en vista de que ahora se nos presenta como biógrafo de la Zambrano. Y no por mi amor a la pensadora voy a demeritar otras zonas del reino intelectual del autor, sino por cuenta de ello vale la parada por interés doble: Juan José Téllez y María Zambrano o tal vez fuera más oportuno decir: María Zambrano en Juan José Téllez. Estructurada la obra en tres capítulos: «La República niña», «Viviente sin lugar» y «El retorno de la dama peregrina», amén de esos textos complementarios como «Procedencia de algunos testimonios», «Bibliografía» y «Obras de María Zambrano», el libro de Téllez viene a resaltar, sin dudarlo, por el acopio de información en torno a una existencia movediza, misteriosa y, por tanto, lejana como la de la Zambrano. Si bien numerosos estudios sobre ella se ampliaron cuando España comenzó a reconocerla, sobre todo, después de su muerte, aceptemos que los mismos han sido más afortunados en su obra que en su vida. Y ello pudiera alegrar porque complace y satisface al parecer extraordinariamente: es lo que queda. Como dijera el alemán Rainer Gruenter en su meritorio libro Sobre la miseria de lo bello cuando se centra en la figura de Oscar Wilde: «Cuando alguien comunica lo que hace y se queda con lo que sabe, ha alcanzado la zona de protección de lo humano, abierta a todos y por todos encontrable, donde se conservan en el misterio los trozos y migajas de una vida fracasada, inconclusa, disipada y vana».1 Lo anterior no le acomoda ni a Wilde y menos a María Zambrano, a quien es necesario seguir en su duro y plural peregrinaje a fin de comprender muchas aristas de una obra muy autobiográfica y confesional. Es verdad que la gran mayoría de los artículos sobre María enlazan su vida y obra. De manera que el lector está habituado a enfrentarse a un pensamiento otro en torno al de ella, donde se aborda un reparo de la filósofa, o uno de sus aportes o añadidos conceptuales, pero casi todos describen o rememoran segmentos de su existencia. Por lo general los datos coinciden, pero uno tiene que ir atesorándolos para una mayor y mejor complementación de cuanto fue su vida. Aunque soy de los que piensa que en el caso de la Zambrano, su principal biogra- fía se encuentra en su obra. Y he ahí el primer valor de María Zambrano. Razón de vida. El segundo, que Juan José Téllez los haya asimilado por cuenta de acomodar un discurso informativo, analítico y valorativo por cabeza propia. Pudo haber optado por el ensayo más creativo, pero a mi entender hubiera desechado referentes y testimonios muy significativos que el género periodístico sí asimila y aprovecha de buena gana. Y esto lo sabe Juan José Téllez. Y es precisamente la agilidad y la frescura del estilo periodístico del libro de Téllez lo que admite todo ese recorrido historiográfico por una España interior y exterior, experimentada y auscultada en lontananza no solo por María Zambrano, sino por tantos desterrados y exiliados del terruño ibérico, incluso por algunos que decidieron desvivirse o expatriarse sin salir. Hoy, cuando subsiste la importancia de la Generación del 27, de sus hombres en general, un documental: Las sinsombrero (2015), ha venido –sin pretensiones feministas–, a reivindicar para una historia más justa y completa, la presencia decisiva de notables mujeres que pertenecieron y sobrevivieron a aquel grupo intelectual. El libro de Juan José Téllez, centrado en la Zambrano, es precursor desde antes en proyectar otra visión, una visión imparcial de muchas de estas damas españolas. Clara Campoamor fue la principal adalid de un movimiento que tenía serios precedentes en figuras como Emilia Pardo Bazán o Concepción Arenal, pero cuya energía justiciera resulta excepcional. Seis años mayor que María Zambrano, se licenció en Derecho en 1925 y fue la defensora del voto femenino en el Congreso, en la histórica sesión del 1 de octubre de 1931, oponiéndose incluso al criterio de otra de las pioneras del feminismo español, Victoria Kent que, por aquel entonces, era directora general de Prisiones. María Zambrano. den al veterinario de extinguirlos, para evitar así que fuesen inmolados en peor holocausto. La otra hermana, la que aparentemente ha muerto ahora, giraba como impulsada por manos invisibles en la estancia sin límites. Ya no tenía límites la hora. Araceli atrajo hacia su boca mi cabeza o mi oído. Dijo solo: “Mi hermana ha perdido el juicio. Cuídala”». No le fue dado hacerlo, concluye Valente: «Ni supe entonces ni lo sé ahora cuál de las dos sobrevivió a la otra ni qué juicio tuvo o tenía ya sentido entonces».3 Este es un retazo de María Zambrano, razón de vida harto sintomático por cuanto va a predominar expresamente en todo el libro: no solo raciones textuales de las obras más conocidas de la filósofa, su comunicación epistolar, que por María vuelve a acontecer como el género literario que también es, sino también todas esas opiniones, incluyendo la de Téllez, que vienen a ajustar un texto sobre personalidad tan compleja y complicada como la de la andaluza. Amén de alguna que otra errata que todo libro alberga (y este no es la excepción), lamento mucho la imagen de cubierta, el primer encuentro con esta obra, la cual desmerece a María Zambrano, al autor y al libro como obra de arte. Es ya difícil trabajar con una fotografía de internet. Pero distorsionarla hasta casi convertirla en un puzle que la pierde, molesta al conocedor de la iconografía zambraniana. ¿Qué pudiera quedar entonces para el nuevo adepto? La solución hubiera sido tal vez colocar una de las tantas siluetas de María o acaso una de sus caricaturas. Pero no, un amarillo y un rojo se empeñan en deslucir un rostro extraño. Y si la imagen de cubierta es incorrecta es por efecto además de la mala impresión. A ochenta años del inicio de la Guerra Civil Española (aunque toda guerra viene gestándose desde antes), celebramos María Zambrano. Razón de vida, de Juan Antonio Téllez por el amplio y riguroso estudio, potenciado aquí en la frescura y amenidad de su lenguaje periodístico, lo cual ha sido y será siempre un reto enorme. Fundar un discurso personal influido por la Zambrano y citándola, para colmo, te privilegia o te despersonaliza. La prosa elegante y profunda de la dama peregrina casi no admite términos medios sino extremos estilísticos, donde puede terminar ninguneado quien la deja entrar por el mero hecho de transcribirla o siquiera referirla. En este sentido, el autor de este libro ha sabido andar con cuidado. “Mi librito es apenas un barrunto periodístico. Ojalá tuviera tiempo y talento para escribir la obra biográfica plena que María merece”, me ha dicho en un correo Juan José Téllez. Con la primera afirmación no estoy de acuerdo; con parte de la segunda tengo mis dudas y con lo que continúa después de la copulativa estoy completamente seguro: a Téllez le sobra talento. Aunque, María Zambrano. Razón de vida es un osado ejercicio intelectual porque, ¿acaso precisará una biografía quien revela tanta vivencia desde su obra? Notas 1 Rainer Gruenter: Sobre la miseria de lo bello. Editorial Gedisa, Barcelona. España, 1992, p. 255. 2 Juan José Téllez: María Zambrano. Razón de vida. Ediciones Ávila, 2015, p. 54. 3 Ibídem, p. 205. Revolución y Cultura Aquella modistilla que había sido dependienta, se había convertido antes en la primera mujer que actuó ante el Tribunal Supremo, la primera que ingresó en la Real Academia de Jurisprudencia y la única que formó parte de la Comisión encargada de redactar la Constitución de 1931. También fue la primera mujer española en hablar en nombre de nuestro país ante la Sociedad de Naciones, en Ginebra.2 Existen disímiles cuestiones que no quedan claras cuando nos asomamos a un recorrido tan fecundo como el de María Zambrano. Por una parte sus inicios escriturales. Aquí se revela que emprendió el camino de la escritura siendo ella aún una niña. Ello no sorprende porque tuvo un ambiente familiar propicio para la lectura y la edificación de un pensamiento propio sobre generalidades y detalles. Cabe reconocer la mirada siempre sagaz de María. Luego están sus amores, sus viajes a diferentes naciones, su afecto y decepciones para con su maestro José Ortega y Gasset, de quien nunca renegó a pesar del machismo del distinguido pensador y de las discrepancias políticas e intelectuales con el director de la Revista de Occidente, el cual la llegó a considerar su discípula más aventajada. En este propósito el libro de Téllez es muy esclarecedor. Ahora, ese pasaje hacia el último capítulo (mi preferido) que el autor titula «La doble muerte de María Zambrano» posee un fragmento sorprendente que me atrevo a citar en sus párrafos finales: Las dos hermanas eran una sola, insistía Valente, por más que distinguiera entre la belleza orate de Araceli, que temía, aún en los días del Jura y casi olvidada la Segunda Guerra Mundial, que las fuerzas alemanas fueran a capturar al poeta para ahorcarle. «La casa estaba rodeada por la Gestapo. Los gatos maullaban en el piso de arriba y Araceli había dado ya la or- 75 El tigre, almas en la vitrina y los contextos culturales en la traducción Olga Sánchez Guevara 76 Revolución y Cultura E l tigre, Panthera tigris, está en peligro de extinción. Hoy existen más tigres en cautiverio que en estado salvaje, y el número de tigres en las selvas se ha reducido: de cien mil que eran en 1900, a solo tres mil en 2013. Si el proceso que ha llevado hasta este punto no se detiene, dentro de algún tiempo quedarán solo el tigre de William Blake fulgurando en su selva poética, y El tigre en la vitrina de la novelista griega Alki Zei. Un colega traductor ha escrito que nuestro trabajo resulta generalmente ingrato. Discrepo: me gusta traducir, me hace feliz saber que mi tarea acercará a otros a las obras literarias que amo, y el hecho de que algunas veces no sea una actividad bien remunerada o valorada, es menos importante para mí que “la alegría de traducir” a que alude Martí: placer que por momentos me acerca al paraíso. Pero ya se sabe que en todo paraíso ronda siem- ¿Y el alma? No se puede afirmar que esté en peligro de extinción, pero ya no se habla de ella como antes. Durante los primeros siglos del cristianismo, para los teólogos, el término fue tema de discusiones que se mantuvieron por mucho tiempo. En la primera mitad del siglo XIX, Nikolai Gogol escribió su novela Almas muertas; en el XX, la compositora mexicana María Grever titulaba Alma mía a una de sus canciones más populares, mientras Bertolt Brecht escribía su obra teatral a la que en traducción española se dio el título de El alma buena de Sechuán. En el siglo XXI, hasta donde sé, la palabra alma no ha tenido tanto protagonismo. Pero un aciago disparate relacionado con almas en una traducción, puede ser puesto en la vitrina frente al público, según veremos un poco más adelante. pre alguna serpiente, induciendo a la culpa. Y no hace mucho una de esas me susurró al oído la palabra “mil” mientras traducía una novela. Tal vez fue la misma serpiente la que tapó los ojos de la colega que revisó el texto contra original, y los de todos aquellos que lo leyeron antes de que se imprimiera. Solo después de impreso el libro, cuando ya no había remedio, el disparate fue descubierto por el autor, quien lo comunicó por correo electrónico a la editorial y a las traductoras, y luego lo reveló al público, disculpándose por nuestro error, en su charla durante la presentación de la novela. El texto traducido, en su totalidad, consta de cincuenta y nueve mil cincuenta y nueve palabras, y en él invertimos mucho tiempo y grandes esfuerzos para cumplir nuestra tarea con acierto y decoro, mientras que una sola palabra de más dio lugar a un error que nos puso en entredicho públicamente. Lo sucedido con aquellas almas, que “al soplo de la serpiente” se convirtieron de cien en cien mil, sin que nadie se percatara de ello en su camino hacia la imprenta, es una cuestión de contextos culturales. El alma es inmaterial, y además ha pasado de moda hablar de ella o siquiera mencionarla. Era común hacerlo en el tiempo en que transcurre aquella parte de la narración que nos ocupa. Actualmente, a muy pocos se les ocurriría decir, por ejemplo, que un estadio tiene capacidad para cien mil almas. Si en el texto se hubiera hablado de personas en vez de almas (inmateriales) reunidas en una iglesia, el disparate habría saltado a la vista, si no de todos, al menos de algunos de los que lo leyeron durante el proceso editorial. Porque es difícil imaginar un templo, aun entre los mayores del mundo, capaz de albergar a cien mil personas; no sé si la Basílica de San Pedro en Roma, o la catedral de Salzburgo, que me pareció más grande que la propia ciudad, podrían contenerlas. Así son las trampas de un oficio que requiere no solo conocimientos de los idiomas implicados y otras destrezas, sino también estar muy alertas a cualquier matiz o sutileza, relacionados con el entorno histórico de una obra y los usos lingüísticos de la época en que se sitúa. Los modernos invaden la escena habanera Reny Martínez L sar del lirismo y lo vertiginoso, con la intención de recrear metafóricamente las posturas arquetípicas en la práctica del béisbol. El coreógrafo utiliza un soporte musical elaborado por él mismo. En este programa se destaca también el dúo My Very Empty Mouth (Mi boca tan vacía), con coreografía de Wynn Fricke en colaboración con los bailarines, sobre música original de David Lang. Fricke Wheel (La rueda de Ezequiel), donde deslumbró la solista Mary Ann Bradley por su interpretación dramática y ejecución precisa al recrear corporalmente la voz icónica del poeta James Baldwin. La pieza se basa en una grabación en off de su elegía “Another Country”, apoyada por la banda sonora de Peter Jones a partir de los “Baldwin Blues” de Philip Hamilton. A pesar de los esfuerzos, las debilidades entrega una pieza de claras referencias erótico-lésbicas y gran fuerza dramática, no exenta de una hermosa sensualidad y dominio corporal. El diseño de luces de Mike Grogan mostró las astucias necesarias para delinear, en la brevedad de la obra, las sugestiones de Fricke. La última pieza fue una coreografía grupal de Danny Buraczeki, de 1999, con el sugerente título bíblico de Ezekiel’s técnicas del cuerpo de baile no lograron hacer trascender la imagen bíblica sugerida por el coreógrafo. El movimiento circular de lucha y la búsqueda de la tolerancia en el discurso de Baldwin no llegó en toda su elocuencia. Compañía de danza Malpaso Al siguiente fin de semana, y otra vez en el teatro Martí, tocó el turno a la compa- Revolución y Cultura a danza contemporánea acaparó las carteleras de la capital cubana durante los dos primeros meses del corriente. Primero, una compañía norteamericana residente en Minnesota y, luego, dos compañías locales con sede en La Habana conquistaron el entusiasmo de un público heterogéneo, mayoritariamente juvenil, ávido de novedosas propuestas. Los programas que se presentaron fueron acometidos con vigor, profesionalidad y pasión en cada uno de los variados títulos presentados, tanto por sus estilos coreográficos como por el discurso de los temas abordados. La compañía Zenon Dance, fundada y dirigida desde 1983 por Linda E. Andrews en Minneapolis, Minesota, pudo presentarse en el rescatado teatro Martí, poseedor de una hermosa sala de estilo italiano decimonónico. La actuación de esta agrupación, dueña de un amplio repertorio, fue posible gracias al éxito de la obra Coming Home (Volver a casa), del coreógrafo cubano Osnel Delgado en agosto de 2014 en Minnesota. La compañía, a su vez, aprovechó su estancia habanera para “profundizar la conexión artística y cultural” con Delgado y su compañía Malpaso, como también con el público cubano. La mencionada pieza resultó la más relevante (y aplaudida) del programa mostrado aquí. En este “proceso creativo” entre un creador del patio y bailarines foráneos que recién se conocían, en solo diez días, fue acertado utilizar el pretexto de “jugar a la pelota”, es decir el baseball, juego que, si bien nació en los Estados Unidos, llegó a enraizarse en la Isla a mitad del siglo XIX. Sin embargo, no constituye el tema central de Coming Home. En este desafío personal de Delgado, las tradiciones están presentes en las articulaciones del fraseo coreográfico, de enorme exigencia física, a la pa- 77 Fotos: Buby Revolución y Cultura 78 ñía Malpaso. Fundada hace menos de un lustro por el bailarín y coreógrafo Osnel Delgado, la agrupación, de corta andadura, ya es reconocida allende los mares, a tenor de la buena repercusión en los medios de comunicación especializados, dentro y fuera del país. Está auspiciada por la filial cubana de la germana Fundación Ludwig, por la Embajada de Noruega en Cuba, y otras entidades afincadas en la Isla. De las tres obras programadas para esta, la primera temporada del grupo en 2016, Bad Winter, del coreógrafo invitado Trey McIntyre, era la novedad. McIntyre se formó como bailarín en la Academia de Ballet de Houston, pero muy pronto, en 1989, se desempeñó como coreógrafo aprendiz en esta misma institución. Después, al integrarse de lleno a la coreografía, desde 1995 logró estrenar piezas en compañías profesionales importantes de los Estados Unidos, hasta que decidió fundar en 2005 el Trey McIntyre Project. En la actualidad, ha enfocado su carrera hacia la experimentación en las artes visuales como documentalista. La producción del dúo intitulado Bad Winter, estuvo encargado a un equipo estadounidense de experiencia y dominio de las nuevas tecnologías, eligiendo como soporte musical eficaz creaciones del The Cinematic Orchestra Arthur Tracy. Lo cual contribuyó a otorgar la adecuada relevancia a una serie de reiterada gestualidad, y así potenciar la interpretación de los solistas, a pesar de la brevedad de la pieza en cuestión. Ha sido muy gratificante, tanto para los numerosos aficionados como a los especialistas, rencontrarse y disfrutar de Ocaso, uno de los primeros dúos creados por Osnel Delgado para su agrupación, donde se le vio en toda su potencia como intérprete. Junto él, la juvenil Daite Carrazana, elegante y precisa, sin menoscabo de su fuerza expresiva en su baile. Como cierre del espectáculo, otra obra apreciada de Delgado (con la colaboración de sus bailarines), 24 horas y un perro, con el estupendo soporte musical del laureado pianista y compositor Arturo O´Farrill junto a su ensamble jazzístico, con arreglos de conocidos ritmos cubanos. Esta obra, estructurada en siete momentos rítmicos, es el resultado de una colaboración y complicidad artística entre el coreógrafo y el músico. Danza Contemporánea de Cuba Poco más de tres años ausentes de su escenario habitual, la Sala García Lorca del Gran teatro de La Habana Alicia Alonso –por los motivos conocidos de su restauración y renovación–, la compañía Danza Contemporánea de Cuba (DCC), siempre bajo la exigente dirección general del ex bailarín Miguel Iglesias, retornó con un atractivo programa. En esta primera temporada presentaron dos estrenos mundiales y tres reposiciones. Y asímismo, una nueva hornada juvenil de bailarines recién egresados de la Escuela Nacional de Danza, quienes –con urgencia– cubren las plazas abandonadas por una docena de antiguos miembros. La joven coreógrafa colombiano-belga, Annabel López-Ochoa (actualmente requerida por varias importantes compañías de las cuatro esquinas del planeta), estuvo invitada para el montaje de una nueva pieza, e invirtió parte de su tiempo en el rescate de su precedente título, Reversible, asistida por la cubana Yoerlis Brunet. Esta última trabajó, igualmente, junto al coreógrafo George Céspedes en la recuperación para el repertorio de dos de sus creaciones: Identidad – 1 y Matria Etnocentra. Ambas con diseños grupales articulados con precisión matemática, los cuales trascienden los tópicos al uso de los avatares de género, los juegos entre rivales, o las concepciones acerca del sentido de pertenencia nacional. Heterodoxo (estreno mundial), según su autora López-Ochoa, es una pieza motivada por los recientes ataques cometidos en París, el pasado diciembre, por los grupos islamistas radicales vinculados al ISIS, que están insertados en la sociedad civil francesa, u otras de Europa. Sobre la escena iluminada, están en pose 16 bailarines solistas de ambos sexos uniformados con vestimenta militar de camuflaje. Ellos se agitan vertiginosamente, y luego a ralenti o con pasos marciales, diseñados por Vladimir Cuenca. En apenas 27 minutos, la atmósfera creada mantiene en vilo al espectador, con una mezcla de emociones angustiosas e inquietantes en desarrollo, hasta su desenlace imprevisible. El eficaz soporte musical resultó de un collage que incluyó piezas corales en creole, cubanas, y temas de películas, entre otras. La respuesta del público fue positiva, mas con un evidente desconcierto. El segundo estreno anunciado, Cenit de Laura Domingo –egresada de la Escuela Nacional de Ballet y dotada de un real talento para la escritura poética–, logra convencer con su talento para la creación de este trío de solo siete minutos. Los tres bailarines, un hombre y dos mujeres, desarrollan con coherencia su discurso cual un ménage á trois. Si bien la paleta de su vocabulario revela su formación clásica, no se muestra encorsetada, y consigue explayarse a la hora de comunicar sentimientos, pasiones íntimas en esta concentrada miniatura coreográfica cargada de virtuosismo. Un punto a su favor ha sido la elección de la pieza para guitarra “La catedral”, del desaparecido genio paraguayo Agustín Barrios “Mangoré”. La luz incidente contra el premio a la mediocridad Berta Carricarte A a la sexualidad. Fagundes supo trasmitir la enorme complejidad de su personaje, cuyo conflicto es básicamente psicológico, poniendo el énfasis en las acciones cotidianas, en la emotividad gigantesca que domina su vida, tal como él la lleva, sin una queja, sin una lágrima, con un dolor mudo –pero no patético– que, a través de sus ojos, desborda la pantalla. No obstante, el más escandaloso despojo le concierne a Erika Rivas quien luce monumental en un personaje que le exige la máxima contención y la mayor ecuanimidad, cosa que el prestigioso jurado no estimó. Si un año antes en Relatos salvajes (2014, Damián Szifrón), esta actriz dejó que la gobernaran los impulsos de la ofendida novia, que gritó, lloró y brincó al compás de su rabia, en La luz incidente (2015, Ariel Rotter) veremos todo lo contrario. No colmará la pantalla mostrando su ansiedad lúbrica –subsumida en una elipsis–, a pesar de ser mucho más profunda y voraz que la de la escandalosa Romina de Relatos… En la tarea de encarnar a Luisa, doblegada al dolor de una viudez prematura, bastarán el brillo de su mirada y el perfecto control de su gestualidad facial y corporal, para describir estados de ánimos muy diversos, y a veces transicionales dentro de una misma escena. Luisa, mujer joven de carácter flemático, cuyas urgencias sexuales la llevan a entablar relaciones con un hombre a quien no conoce lo suficiente, exigió de la Rivas altas cuotas de profesionalidad. Ya decía Marcel Martin que toda imagen implica más que explica, pues todo lo que se muestra en la pantalla tiene un sentido cuyo significado, con frecuencia oculto, solo puede aflorar gracias a la reflexión. Ese principio anima a La luz incidente, filme argentino cuyo director, Ariel Rotter, puede vanagloriarse de haber conseguido potenciar tanto el intelecto como la curiosidad de los espectadores. Rotter no necesita que sus personajes enarbolen un panfleto explicando las causas de sus actos, sus pesadillas o sus anhelos más íntimos. Una vez más el personaje es lo que hace, la acción o la omisión hablan por él, especialmente si los roles protagónicos están en manos de dos monstruos de la escena: la mencionada Erika Rivas y su enamorado Marcelo Subiotto. Este último sacará chispas de encanto a su personaje que parece un tipo demasiado galante y sospechosamente amoroso. No obstante la inexplicable negligencia en el rubro de mejor actriz, gracias a la dirección de arte y a la fotografía preciosista puesta en función de aquella, La luz incidente se adjudicó sendos premios. El tercer largometraje de Ariel Rotter (Sólo por hoy, 2001, y El otro, 2007), cuenta la historia de una mujer que, tras la muerte de su esposo y su hermano en un acci- Revolución y Cultura juzgar por ciertos lauros repartidos en la noche de premiaciones del 37 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, lo que importa es epatar. Mucho cine hoy se urde como simulacro de la realidad violenta y absurda, del corre-corre y la persecución de autos, de la pistola y el chorro de sangre, la ráfaga de balas y la fuga enloquecida, de manera que la proyección del actor o la actriz, cuanto más beligerante e hiperquinética sea, más virtuosa parece. El premio femenino de actuación concedido a Jana Raluy por Un monstruo de mil cabezas (México), no tiene otra explicación. El filme mexicano cuenta la historia de una mujer que se lanza –¡arrastrando a su hijo adolescente con ella!– a una serie de asaltos a funcionarios de una compañía de seguros, para obtener los beneficios de un tratamiento contra el cáncer, que su marido padece. Jana Raluy no cae en el facilismo de la interpretación histérica, sino que se mantiene en una planicie expresiva sin mayor portento. Nada del otro jueves, se los juro. Pero se llevó el premio. Semejante despropósito también eleva la fortuita consecución de escenas a la categoría de mejor guión, aun cuando haya oportunidad para decantarse por otra cinta con una mejor organización del argumento, un contenido de alta sensibilidad y un significado profundamente humanista, positivo y alentador. Te prometo anarquía (México) jamás será mejor película (si algún día llegara a ser una película) que Ausencia (Brasil), ni el mimetismo histriónico del dueto protagonista (¡premiado!) en la cinta mexicana, merecerá nunca, así les regalen cien corales, siquiera verse aproximado a la calidad y rigor interpretativo del joven Matheus Fagundes en Ausencia. Este filme dirigido por Xico Texeiras, constituye una preciosa fábula sobre la necesidad de amor de un adolescente que, al propio tiempo, está despertando 79 Revolución y Cultura 80 dente de tránsito, tiene lógicas dificultades para aceptar la viudez. Su nueva condición implica, además, el sostén de sus dos pequeñas hijas, en un hogar donde la presencia masculina no es más que una estela dolorosa. Aunque la película está ambientada en los años 60, más allá de la atmósfera epocal, el uso del blanco y negro lo que persigue es modelar el ambiente sombrío, gélido, imperante en esta casa de gente “clase media”, que todo lo vive al borde de la incertidumbre y el miedo, tanto lo malo como lo bueno, lo mismo el bautismo que el funeral. Toda la concepción visual del filme esgrime esa premisa, apoyado en una fotografía de suaves contrastes entre la luz y la sombra. Al propio tiempo se luce en muy cuidadosos encuadres, donde los personajes entran y salen en campo estableciendo una dinámica de presencia-ausencia que refuerza la duda y la zozobra. No hay momento feliz que no sea precedido y atravesado por una angustia hormonal, que se manifiesta en largos planos e interminables silencios, cita consciente o no, del más íntimo Antonioni. Escena clave es aquella en la que Luisa visita a Ernesto. Él le muestra todas las habitaciones, y de pronto, en una de ellas –que él ha sugerido podría ser la de las niñas–, hecha a andar el mecanismo de una caja de música. Se escucha el típico sonido metálico y placentero, al ritmo del cual se abre la cobertura de la caja y deja ver algo inesperado, inusual para un artefacto tan noble. La secuencia cierra en el momento en que Luisa se ha ido al fondo del plano, a la habitación de Ernesto, y de espaldas a él, bajo su mirada oblicua, comienza a bajarse la cremallera del vestido. A pesar de que, sin dudas, fue educada para cuidar un marido y un hogar, al punto de que aun se levanta de madrugada a planchar las camisas del muerto, esta mujer no cede ante el chantaje emocional de Ernesto en relación con la necesidad de una figura masculina que la “represente”. Ella acepta de buen grado el vínculo erótico sexual, pero le cuesta someterse al esquema estructural de una nueva familia, quizás porque no está lista para admitir la desaparición del marido, o porque no le halla sentido a un nuevo proyecto matrimonial, o porque el pretendiente no le resulta confiable. Ernesto interrumpe constantemente su duelo, demostrando una paciencia infinita ante la resistencia de Luisa, que no desea ver su espacio privado invadido por un extraño. Una de las últimas secuencias corresponde a una sesión de fotos familiares: Luisa, las niñas y Ernesto. Estos últimos momentos de la pareja en pantalla, nos revelan que Luisa no pierde el recelo que la atormenta contra el “intruso”, y que esas fotos serán el testimonio revelador de su errática voluntad. El plano final, cuando la cámara se aleja lentamente abandonando una historia en cierto modo inconclusa, parece como si en realidad se alejara de una escena del crimen. Cierre fantástico para un argumento manipulado con tanta cautela y elegancia expresiva. Eso se llama estilo. Por contraste, me hizo recordar el filme chileno también en competencia La memoria del agua (2015, Matías Bize), donde la pérdida de un hijo conduce a la fractura de un joven matrimonio. Él sobrevive al dolor gracias al amor que siente por ella. Pero ella, primero toma distancia del marido, luego asume a un antiguo amante, más tarde consiente en re-vivir con el esposo la felicidad de tiempos pasados; pero todo no es más que una despedida masoquista, para enterrarse en una culpabilidad extenuante, donde ella misma se niega la posibilidad de reencontrar en su pareja el impulso necesario para reconstruir su vida. Lo dice sin pestañear: “Sé que esto es enfermo”; aun así no quiere parar de sufrir, porque según ella eso compromete el recuerdo de su hijo. Y se marcha sola, a continuar su martirio, como quien acepta no solo que con dolor parirás los hijos, sino que el dolor, Eva, te toca. Hay una diferencia esencial entre estas dos mujeres: Luisa se irá de viaje con Ernesto, aunque cargue toda su desconfianza en las valijas; en el plano final su imagen protagónica se va desdibujando en un dolly-back, y ese retroceso de la cámara, ese final inacabado nos deja libres para interpretar o para clausurar la historia a nuestro antojo. Mientras la protagonista de La memoria…, viene de vuelta, viene a ingresar en el sufrimiento. El rostro finalmente “liberado” y sonriente de su excónyuge, contiene la clave del filme. Tan sutil puede llegar a ser un gesto misógino. Toda imagen implica: non è vero? Rollings Stones y un concierto sin precedentes La noche del 25 de marzo será recordada, al menos en Cuba, como la noche de los Rolling Stones. Durante horas (antes, durante y después de la actuación de “sus satánicas majestades”) cientos de miles de melómanos pudieron, por fin, abrazar la historia del rock and roll. La abrazaban, y de hecho, le estaban añadiendo un nuevo capítulo. Considerada una velada inolvidable por los propios protagonistas, la presentación de la alineación londinense resultó un espectáculo repleto de color, símbolos y movimientos singulares, desatados por su vocalista Mick Jagger, acompañado de Keith Richards, Charlie Watts y Ron Wood. Con los acordes de “Jumpin’ Jack Flash”, se inició el momento esperado durante décadas por los fanáticos cubanos, quienes, además, corearon temas como “It’s Only Rock’n’Roll”, “Angie”, “Sympathy for the Devil” y “You can’t always get what you want”, esta última interpretada junto al coro Entrevoces, dirigido por la maestra Digna Guerra. Cuba palpitó en los alrededores de la Ciudad Deportiva de La Habana, donde los Rolling agradecieron a la Isla por toda la música que ha regalado al mundo. “Sabemos que años atrás era difícil escuchar nuestra música en Cuba, pero aquí estamos tocando en su linda tierra; pienso que finalmente los tiempos están cambiando”, aseguró Mick Jagger a la multitud presente, a la que también regaló frases locales como “ustedes están en talla” o “están escapados”, evidenciando así su afán por llegar al corazón del público de la Mayor de las Antillas. Cada estribillo prendió en los amantes del rock and roll y desde el gigante escenario, los Rolling Stones se despidieron de una marea brillante, donde miles de celulares y linternas se movieron al ritmo de “Satisfaction”, un himno de la banda británica. Y antes de decir adiós, los cuatro miembros oficiales de una de las agrupaciones más famosas del mundo, se juntaron en el centro de la escena a mirar por última vez al público cubano, tras un show que duró más de dos horas. (Basado en RDRebelde) Más de cien miradas a la bandera cubana Desde los más reconocidos nombres de las artes visuales del país, hasta noveles e incipientes creadores de la plástica nacional, fueron convocados para crear y recrear, con las más disímiles manifestaciones y técnicas artísticas, nuestro más querido símbolo nacional (la bandera) en una genuina expresión de identidad nacional. Fuerza y sangre. Imaginarios de la bandera en el arte cubano, tal fue el título de la muestra resultante, la cual estuvo dedicada al Héroe Nacional, José Martí. La exposición quiso conectar diversas generaciones y formas expresivas a partir del montaje de Ingeniería del Arte. Según señaló la curadora Isabel Pérez: “se organiza desde el arte y desde un entramado histórico ineludible”. Destacaron en la muestra una selección de 65 carteles y un grupo de piezas encargadas para la ocasión, también sobresale un uso contemporáneo de los símbolos patrios y se incluyen elementos de la cosmogonía de la masonería. Fuerza y Sangre…, organizada por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas de conjunto con la Asociación Hermanos Saíz y el Ministerio de Cultura –que propone además un programa colateral de conferencias, visitas dirigidas y talleres sobre la historia nacional–, recorrerá el resto del país. Delegación del Comité Presidencial para las Artes de Estados Unidos El Comité Presidencial para las Artes y las Humanidades de Estados Unidos es un ente asesor de la Casa Blanca en esos temas y trabaja directamente con las principales agencias vinculadas a la cultura. Por ello, y como parte del lento proceso de normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, más de setenta integrantes de dicho comité visitaron la Isla. Diversas fueron las instituciones y organizaciones de la sociedad civil y del sector cultural cubano incluidas en el recorrido de la delegación norteamericana, y amplios fueron los intercambios que sostuvieron con artistas e intelectuales cubanos. Entre los lugares comprendidos figuraron el propio Ministerio de Cultura, los consejos nacionales de Artes Escénicas y de Patrimonio Cultural, los institutos cubanos de Arte e Industrias Cinematográficos y de la Música, la Univer- sidad de las Artes, los estudios Areíto de la EGREM, el Museo Ernest Hemingway en Finca Vigía, el Museo Nacional de Bellas Artes y el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. Y entre los proyectos culturales que conocieron, destacan La Colmenita, la intervención de Fuster en la comunidad de Jaimanitas, la compañía de Lizt Alfonso y el taller del artista de la plástica Choco. La visita sirvió para el intercambio sobre temas referidos al cine cubano, su producción, comercialización, y eventos que lo distinguen; así como otros asuntos especializados en el campo de las artes visuales y las escénicas. Fue, además, un momento propicio para abordar las limitaciones que aún impone el bloqueo y los retos que implica para la posible colaboración artística. Pues, aun cuando entre las últimas medidas tomadas por el gobierno de Obama, se incluye la posibilidad de contratar en el país norteño a artistas cubanos, todavía se prohíbe que las empresas cubanas que los representan se beneficien de esta relación contractual. Tampoco ha logrado concretarse, por obstáculos bancarios, la medida de utilizar el dólar en las transacciones financieras, aspecto que limita una relación normal. No obstante, constituyó esta una oportunidad para que, mediante el diálogo franco y respetuoso, se continúe avanzando en el proceso de mejoría de las relaciones con los Estados Unidos, y se den pasos más ostensibles en favor del levantamiento del bloqueo, concluyó un mensaje emitido por el Ministerio de Cultura. Por su parte, la delegación norteamericana dijo sentirse muy impresionada por el desarrollo de las artes y la cultura de Cuba, y por ello están interesados en todas las áreas de la cultura cubana y esperan que en conjunto, se pueda hacer más en el futuro. (ACN) Carlos Repilado, Premio Nacional de Danza 2016 En reconocimiento a sus proyectos lumínicos, escenográficos y de vestuario para numerosas producciones artísticas, el diseñador y teatrista cubano Carlos Repilado mereció el Premio Nacional de Danza 2016. Nacido en la suroriental provincia de Santiago de Cuba, este creador cuenta con una extensa trayectoria asociada al teatro y a la danza como parte del equipo de prestigiosas compañías antillanas. Su impronta se extiende desde la década de los 60 del pasado siglo hasta la actualidad, y ha transitado por compañías como Teatro Estudio, Ballet Nacional de Cuba, Danza Nacional de Cuba, Ópera Nacional, Compañía Hubert de Blanck y Danza Contemporánea de Cuba, entre otras. Asimismo, colaboró con diversas compañías y grupos foráneos y ha recibido numerosos reconocimientos y premios por obras de gran diversidad de estéticas y estilos. (RDRebelde) XXV Feria Internacional del Libro Con 522 novedades editoriales y un estimado de más de 850 mil ejemplares vendidos Revolución y Cultura Debuta Acosta Danza en el Gran Teatro de La Habana La Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso fue la plaza escogida para la puesta en escena de Carmen, el más reciente trabajo coreográfico del bailarín cubano Carlos Acosta, como parte de la selección contemporánea de la compañía Acosta Danza. Se trata del estreno que hiciera Acosta en 2015 con el Royal Ballet en el Royal Opera House de Londres, basado en la novela homónima de Prosper Mérimée, con la música de Georges Bizet y Rodión Shchedrín, las adaptaciones orquestales de Giovanni Duarte y la música adicional de Denis Peralta. También fueron presentadas allí obras como: Alrededor no hay nada, del coreógrafo Goyo Montero, guiada por la narrativa de poemas de Joaquín Sabina y Vinícius de Moraes, en donde la interpretación corporal y las palabras se hilvanaron en una mixtura clásica y a su vez contemporánea; Fauno, bajo la coreografía de Sidi Larbi Cherkaoui, pieza que fue creada por encargo del teatro Sadler´s Wells de Londres para componer la gala En el espíritu de Diaghilev, celebrada en 2009 en homenaje al centenario de los Ballets Rusos; y De punta a cabo, en su estreno mundial, con coreografía de Alexis Fernández (Maca) y música de Kumar, Kike Wolf y, a partir de “La Bella Cubana” de José White, Omar Sosa. Esta última coreografía logró imprimir en cada uno de los danzantes el ademán cotidiano del cubano. (ACN) 81 82 Revolución y Cultura concluyó en Santiago de Cuba, como ya va siendo tradición, la Feria Internacional del Libro Cuba 2016, que había iniciado sus andares el pasado 11 de febrero en La Habana. En el Salón de los Vitrales de la Plaza de la Revolución Antonio Maceo, Zuleica Romay, presidenta del Instituto Cubano del Libro, destacó que esta edición contó con una mejor organización y diseño en relación con otras anteriores. Expresó, además, que marcó el comienzo de las celebraciones por el centenario del novelista José Soler Puig, con el protagonismo de la Editorial Oriente, y el aniversario 130 de la abolición de la esclavitud. Romay señaló que, aunque en la Feria podían hallarse otras ofertas, el libro y la lectura fueron y serán siempre la razón de ser de este encuentro cultural. Comentó que, entre los retos futuros, está la necesidad de incrementar las habilidades para la lectura digital y los soportes multimedia que brindan las modernas tecnologías de la información y las comunicaciones, ante el auge del acceso al libro en otros formatos, que distan de los tradicionales. En el cierre de la cita, los escritores Lina de Feria y Rogelio Martínez Furé, a quienes estuvo dedicado el evento, recibieron reconocimientos del Centro Provincial del Libro (CPL), el Fondo Cubano de Bienes Culturales, la Fundación Caguayo, la Casa del Caribe y la Dirección Provincial de Cultura. A Lina, además, le fue otorgada la distinción José Soler Puig, que confiere el CPL, por su vida consagrada a la poesía y sus notables aportes a ese género literario. La ocasión fue propicia para presentar los textos Iwé Olumo Yono. Libro de las descargas, de Martínez Furé, además de De la pérdida del safari a la jungla y La conjetura crítica, ambos de Lina de Feria. (RDRebelde) Carteles en la memoria de una Casa Con la muestra colectiva De unos y de otros, la Casa de las América celebró sus 57 años. Conformada por 75 carteles cuya autoría corresponde a más de 40 diseñadores de 16 países latinoamericanos y caribeños, la muestra abarcó los más diversos estilos en el período que va desde los años 60 hasta la actualidad, representando, de paso, la historia de los pueblos de la región a partir del lenguaje visual de los carteles. Según afirma Cristina Figueroa, una de las curadoras y especialista del Departamento de Artes Plásticas de Casa de las Américas: “El cartel ha sido uno de los testigos esenciales del devenir de los pueblos del continente. Hoy podemos hacer una historia lógica y cronológica de nuestros hechos a través de este arte gráfico”. Otro rasgo de la exposición, fue el hecho de recoger tanto la obra de artistas anónimos como de grandes maestros del diseño gráfico, entre ellos el brasileño Fernando Pimienta, el puertorriqueño Lorenzo Homar, el venezolano Santiago Pol y el cubano Alfredo Rostgaard. La Bienal de Arquitectura en Brasil, el Salón de Mayo en La Habana de 1967, las Olimpiadas de México 68… constituye- ron algunos de los momentos recogidos en De unos y de otros, y vinieron a demostrar el valor de los fondos de la Colección de Arte de Nuestra América, resguardados por la institución cubana. ADIÓS Entrañables figuras del arte y la cultura cubana se despidieron con ese eterno “hasta luego” que es la muerte. Dos fueron las pérdidas para el cine cubano: Julio García Espinosa y Rogelio París, realizadores ambos de una inmensa obra documental y fictiva. El primero de ellos, Premio Nacional de Cine 2004, era el único fundador del ICAIC que se mantenía con vida, institución que presidió entre 1983 y 1991. En 1955 dirigió el corto El Mégano, considerado el principal antecedente del nuevo cine cubano; y a lo largo de su carrera realizó seis filmes de ficción entre los que se cuenta Aventuras de Juan Quinquín (1961) y La inútil muerte de mi socio Manolo (1989). Además, estuvo al frente de siete documentales y más de una veintena de cintas como guionista, entre ellas Lucía, de Humberto Solás, y La primera carga al machete, de Manuel Octavio Gómez. Fue merecedor de decenas de premios a nivel nacional e iberoamericamo. Por su parte, París nos legó una obra que es reflejo de su compromiso estético con el pensamiento revolucionario. A generaciones enteras de cubanos han marcado cintas suyas como Caravana (1990), la cual codirigió con Julio César Rodríguez. En ella, como en Patty Candela y Kangamba, sobresale su peculiar modo de contar conflictos bélicos y la forma en que aborda valores morales y éticos. Siempre dispuesto a enseñar, fue profesor titular de Dirección de Cine en la Facultad de Cine, Radio y Televisión del Instituto Superior de Arte, y en 2009 le fue concedida la categoría especial de Profesor de Mérito. También la música se vistió de luto con la partida de Sergio Vitier, uno de los músicos más completos y auténticos de la cultura cubana. Reconocido por su indiscutible magisterio en la composición y la interpretación de la guitarra, mereció en 2014 el Premio Nacional de la Música. Primogénito de una pareja que ha dejado una honda huella en la cultura cubana, los escritores Fina García Marruz y Cintio Vitier –no olvidar que este último fue también violinista– y hermano de José María Vitier, otro nombre imprescindible en la vida musical insular, Sergio tuvo un temprano paradigma en la familia, su tío el pianista Felipe Dulzaides, jazzista y formador de intérpretes en sus agrupaciones. Estudió guitarra con Elías Barreiro e Isaac Nicola, y completó su educación musical con Leo Brouwer, Federico Smith, José Loyola y Roberto Valera, al tiempo que bebió de la sabiduría de hombres y mujeres portadores de seculares tradiciones de origen africano. Ello se reveló en su obra, caracterizada por la síntesis de las culturas fundacionales de la identidad cubana, y en la portentosa labor que desarrolló junto al folclorista Rogelio Martínez Furé en el grupo Oru. Decisivo re- sultó su aporte como autor e intérprete al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y al cine cubano, para el cual escribió diversas partituras. Mas, en el imaginario popular, con ribetes legendarios, figura la banda sonora, compartida con su hermano José María, para la serie de televisión En silencio ha tenido que ser. En fecha cercana al deceso de Sergio, pero en Camagüey, otra desaparición se lamentaba: Candita Batista, la llamada Vedette Negra de Cuba. Casi centenaria, esta ilustre camagüeyana y extraordinaria cantante será siempre recordada por su singular interpretación de la canción “Angelitos negros”, del venezolano Eloy Blanco. Y por último, en el terreno de las letras, también se marcharon Susana Lee, destacada periodista, y Maité Vera, reconocida guionista de televisión. Susana, quien recientemente había recibido el Premio Nacional de Periodismo, ejerció esta profesión durante más de 50 años. En mayo de 1962, se inició de manera empírica en el periódico Hoy, cuando todavía era estudiante de bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Años más tarde se graduaría de Derecho, aunque nunca abandonaría el periodismo. Fue fundadora de Juventud Rebelde y Granma, en los cuales dejó una impronta memorable como reportera. En cuanto a Maité, famosa por las creaciones audiovisuales que dedicó a la televisión y la radio cubanas, baste citar lo que el crítico Joel del Río resaltara en ella: “su inveterada capacidad para pulsar la contemporaneidad, en tanto conoce al dedillo los modos de combinar el diario acontecer de nuestra trama con un entramado de conflictos, identificaciones y moralejas concernientes a la intimidad de muchísimos cubanos y cubanas”. NOTA Los deslices de nuestra profesión quizá gocen de la suerte (o la desgracia, según algunos) de hacerse públicos. Tal fue, entre otros, la omisión del crédito de las fotografías que acompañaron el trabajo “Las sibilas de la calle Mercaderes leen a Pedro de Jesús”, aparecido en el No. 3 de 2015. Por deseo de sus autores, dicho artículo se publicó sin firma, y ello pudo llevarnos a creer que también las fotografías poseerían igual carácter anónimo, pues nos las entregaron sin crédito. Aunque tarde, lleguen a Omar Sanz, el fotógrafo de dichas imágenes, nuestras más sinceras disculpas. El ciclo de exposiciones programadas para este año en nuestra galería se inició el pasado febrero con un proyecto de carácter colectivo que redescubría la colección de artes plásticas de la revista Revolución y Cultura. Las subsiguientes: Principio de Incertidumbre, Botánico y PullFreight, todas presentaciones individuales, fueron realizadas en distintos momentos por artistas de diferentes generaciones y procedencias –Alemania, Canadá, Cuba– y mostraban, independientemente, lo más reciente que, en materia de trabajo, ellos desarrollaban. A continuación, algunos comentarios que ilustran estos eventos. Todos los cretenses son unos mentirosos1 Tres mentes geniales del siglo xx –la santísima trinidad de los científicos– convirtieron la incertidumbre en el sello de una época. La teoría de la relatividad de Albert Einstein, los teoremas sobre la incompletitud de Gödel, y el principio de incertidumbre de Heisenberg, hicieron que decir sustantivos como verdad, o adjetivos tales como exacto fuera motivo de bromas y de escalofríos. Con el fin de traducir la teoría de la relatividad a algo, digamos, asequible, existen tantos documentales como cadenas de televisión satelital: los convido a verlos. Para acercarnos al legado matemático de ese abrelatas mental que era Kurt Gödel –tenía una nariz ganchuda y algo pronunciada– puedo utilizar una frase de un escritor mexicano: “Esta proposición de la lógica no es demostrable con las leyes de esta misma lógica” (Jorge Volpi). Del principio de incertidumbre –Heisenberg, por ejemplo, incluyó en su carácter la rara ambigüedad distintiva de los científicos que colaboraron con el nacional-socialismo– es posible afirmar que convirtió la física clásica en un instrumento obsoleto apto solo para adolescentes de secundaria básica: su éxito consistió en asumir el error, la inexactitud como la autopista de las ciencias y no como su precipicio. ¿Cuáles fueron las consecuencias de estos enunciados, de esta ciencia propositiva –en fin–, de este lenguaje? Imaginen un virus con altas propiedades de reproducción y resistencia. La filosofía, la política, la literatura, el arte etc., infectadas por el dengue, por el zica de las ideologías. Un virus de gran magnitud que atacó los igualmente enormes sistemas de referencia. Piensen, en este caso, que las civilizaciones humanas se han construido sobre la base de estos sistemas que tienen la forma de libros sagrados: La Biblia, La Torá, El Corán, las enciclopedias, los tratados, los manifiestos y todos los puntales del pensamiento moderno –la fe, por supuesto, también quedó muy maltrecha después de esta plaga–. Los cabalistas y los exégetas bíblicos jamás han estado de acuerdo acerca de los significados de la sagrada escritura. Se puede acuñar un término: “la era de las aproximaciones”, donde el realismo más esforzado, la palabra más ambiciosa define simplemente una posición arbitraria en relación con su objeto. Tarea difícil la de vivir en estos tiempos. Preguntas, preguntas y más preguntas, luces, sombras, hallazgos enigmáticos seguidos de hallazgos aún más enigmáticos, así han subsistido los hombres durante su diminuto trasegar en la tierra. La obra de José Manuel Mesías nos habla misteriosamente de todo eso, lo hace de esa forma peculiar que tiene el arte para hablar sobre lo mismo, pero de otra manera. Además, hay algo en ella que me llama la atención con respecto al contexto, su diálogo con la cultura parece localizarse en el imperio austrohúngaro. (Abel González) De la gracia de las aquilegias Entre el mítico perfume producido por la aquilegia vulgaris2 y la fuerza del KA que rige a todos los seres vivos y no vivos3 se labró la esencia de Botánico. Tratando de emparentar propuestas artísticas disímiles que desarrollaran algo más que un orgánico Revolución y Cultura Tesauro RyC Tesauro, proveniente del latín thesaurus, es un término desusado para significar tesoro pero muy vigente en el argot museístico para designar al conjunto de bienes culturales que integran una colección. Tal es el caso del que ha ido gestando Revolución y Cultura (RyC) en el decurso de varias “épocas editoriales” y con el concurso más o menos personalizado de varios staffs. En medio de tanta variedad no ha cambiado, sin embargo, la existencia de un denominador común; ese que precisa toda colección para ser considerada así. La de RyC se ha conformado, esencialmente, con obras de artistas de la visualidad cubana contemporánea. Una producción simbólica que la historiografía del arte jalona a partir de la década de 1960: justamente, la correspondiente a la fundación de la revista. Ello no implica, necesariamente, que en este tesauro haya exponentes de aquellos años iniciales. Tampoco los hay en esta exhibición, la cual constituye una visión parcial de la colección, un sondeo por las paredes de oficinas adonde no acceden todos los que visitan la institución, pues generalmente son atraídos por exposiciones temporales de la galería Espacio Abierto y nuevas presentaciones de la publicación impresa. Los muros de una y los cromos de la otra han acogido, una o más veces, creaciones de artistas representados en esta exposición. Pintura, dibujo, grabado, fotografía, ensamblaje, técnicas mixtas, diseño gráfico e industrial se conjugan en una muestra donde convergen autores de diferentes promociones, poéticas y tendencias artísticas que basculan entre la figuración (pop, primitivista, documental, telúrica, mágico-religiosa, onírica, neohistoricista…) y la abstracción formal (concreta, geométrica). Esta exhibición allega artistas vivos y fallecidos, residentes en Cuba o en el exterior, pero renombrados todos en el archipiélago cubano y más allá. Algunos, inclusive, con el aval del Premio Nacional de Artes Plásticas por la obra de la vida. La muestra deviene, asimismo, otro acercamiento a una colección forjada no solo por la contribución de los autores implicados, sino también por el temprano y sostenido interés hacia el coleccionismo institucional. Representa una ocasión privilegiada para visualizar una parte del tesauro, del tesoro no escondido pero sí menos expuesto en RyC. 83 Revolución y Cultura 84 herbario, surge la idea de cultivar un proyecto que pensara el mundo natural y sus posibles vínculos con la sociedad contemporánea. Odine Lang, de origen alemán, y Antonio Núñez, nativo de Cuba, confluyeron en el mes de marzo en la galería Espacio Abierto, como parte de una colaboración espontánea y un tanto atípica, para celebrar dicha empresa. Odine inauguraba la muestra en el piso bajo de la institución con una exquisita presentación de sus “ermitaños”.4 Constituidos a partir de catorce grabados al linóleo, intervenidos con objetos naturales encontrados, la artista se interesaba por el tema de los insectos que se apropian de conchas, caparazones vacíos, o cualquier otro tipo de cubierta para establecer su hogar. Tratando de recrear esta común dinámica, se inventó intuitivamente distintas criaturas y les añadió, o les brindó, un hábitat particular. La repoblación de un espacio que contuvo vida, sugiere, en primera instancia, un exclusivo proceso de exploración, y luego de adaptación, que se encuentra muy cerca de las masivas experiencias migratorias actuales y sus mecanismos de sobrevivencia. Antonio descubría el primer piso al público con un collage sobre madera de más de dos metros de altura. Su protagonista, una vitiligosa o blanquinegra niña, usaba una máscara de arabescos vegetales, rostros humanos… mientras parecía que entornaba los ojos al cielo pidiendo anhelante el cumplimiento de un deseo. Desde el fondo de la pieza, alguna papelería de envolver regalos alternaba con otras historias, más breves, a veces casi imperceptibles, pero que componían el entorno mágico del personaje. Con esta obra, Antonio daba inicio a un amplio espectro de collages, que en otras producciones de la misma muestra, se harían más profusos, confusos y densos. Y en este sentido resalta Botánico, un trabajo que devenía en obsesivo y “científico” estudio de la fauna fashion de los mass media. Sus rostros de mujeres acudían al “llamado de la selva”, cubriéndose de una flora robusta, que a veces se tornaba acariciante, inofensiva, y otras, más bien asfixiante; al unísono, animales prehistóricos envueltos en una naturaleza que no entendían, pero que parecían disfrutar, se movían entre flores camufladas y follajes inhóspitos que podían torcer la memoria. Estos monstruos, que emergían de más de sesenta impresiones sobre un lienzo de 230 por 195 centímetros, en su gran mayoría en blanco y negro, constituían el zoológico de ordinario papel de Antonio Núñez. Otro tipo de jardín componía Odine en las dos restantes salas –Antonio ocupó el hall y la habitación más grande de la galería–. El suyo oscilaba por entre formas más sencillas. Destacan sus observaciones microscópicas de alas de mariposas, que luego eran ensambladas en imaginarias representaciones florales. En este caso, a través de papeles color café cortados a mano, Odine manipulaba la percepción del espectador, y mientras este se preguntaba si realmente podrían existir tales especies de mariposas o de plantas, ella se divertía jugando en medio de dos campos, el de la botánica y el arte. La aquilegia es un género de plantas de alrededor de 60 a 70 especies. Su flor, casi siempre acampanada y de alrededor de 7 centímetros de diámetro, tiene la notable distinción de parecer que crece en dos direcciones completamente opuestas, quizás por eso se le tiene en gran estima. Odine, no necesariamente ajena a esto, construye algunas de ellas inflando jabas de nylon de distintos tonos, y las siembra en la pavimentada terraza de Espacio Abierto. Su jardín multicolor, como cualquier otro, sería efímero. Pero quizás, para los que disfrutaron de su momentánea belleza, quedase la ventura de su olor y la magnificencia de su creación. (YNL) PullFreight En su segunda edición, PullFreight llegó a La Habana por el mes de mayo. Su estreno, que aconteciera en junio del año anterior en la galería Actual Contemporany, de Winnipeg, comprendía dentro de su proyecto veinticinco personaliza- das instalaciones que refrendaban a un variopinto grupo de personajes fabulados por Gilles Hébert, su autor. En aquel momento, la visualidad de la muestra –algo que pude apreciar por documentaciones de la misma– se encontraba más vinculada al entorno moderno del espacio galerístico, por lo que una brisa de sutil glamour y elegancia lo inundaba todo. A su traslado a Cuba, bajo la gestión de la que suscribe, PullFreight se transforma. Los soportes de las instalaciones –cajas de madera– a propósito se vuelven más rudos, hoscos, sencillos y el número de “héroes” se reduce a once. Pero el proyecto, aun en el nuevo entorno, continuaba abordando el tema de la memoria individual y colectiva. Pues, durante su producción, Hébert al tiempo que rescataba un filme incompleto realizado en los años 90, descubría un patrimonio fotográfico cubano prerrevolucionario de carácter doméstico, popular, en sus diferentes, y ya múltiples, viajes a la Isla.5 De este modo, la recolección de instantáneas en La Habana, y el acopio de objetos procedentes de distintos países, armaron una experiencia artística, cercana a las prácticas de los 80 del siglo XX, pero que se actualiza con la reformulación de asuntos como “la eternidad y la fluidez de los significados”. Gilles Hébert, además de su labor como artista visual, ha desarrollado una formidable carrera como curador de innumerables exposiciones, y también como director de importantes museos canadienses, entre ellos el Mendel Art Gallery, el Art Gallery of Windsor y el Art Gallery of Alberta; y la influencia de esa trayectoria se encuentra implícita en cada detalle de este proyecto. El marcado interés por el valor de lo anónimo heredado, por ese patrimonio extraviado entre los vericuetos del tiempo, viene a reforzar la actitud del conservador o historiador interesado en el resguardo de lo mutable trascendente. (YNL) Notas 1 Paradoja enunciada por el filósofo griego Epiménides (siglo VI a. c). Esta sentencia, también llamada paradoja del mentiroso, intenta probar que cada afirmación se verifica y se contradice de forma simultánea. Dicha por un espartano o un cubano, esta afirmación es de una claridad y veracidad extrema, pero al ser Epiménides de origen cretense todo es muy distinto. Si suponemos que es verdadera, Epímenides alega que como cualquier otro cretense está mintiendo, por lo que la afirmación sería falsa. Si suponemos que es falsa, Epímenides niega que los cretenses mienten en lo absoluto, por lo que la afirmación alcanzaría el estatus de verdadera. De tal modo que no es posible asignar un valor de verdad a la afirmación sin contradecirse. Sobre este handicap de la lógica Kurt Gödel edificó sus teoremas sobre la incompletitud de los sistemas matemáticos. 2 Aquilegia vulgaris, la aguileña común, es una especie del género Aquilegia perteneciente a la familia de las ranunculáceas, nativa de las zonas templadas de Europa y Asia. Tomado de Wikipedia 2015. 3 Definición tomada de Wikipedia 2015. Ka es un término que aparece desarrollado en la saga de Stephen King, La Torre Oscura, y es adoptado por Antonio Núñez para titular una de las piezas más significativa de la muestra. Ella parece ser el origen de una de las subtramas encontradas en la exposición. 4 Título de la pieza de Odine Lang producida entre 2014 y 2016. 5 Todas las fotografías que formaban parte de las instalaciones de PullFreight fueron adquiridas en los free markets de la capital cubana.