Destierro del Cid 4 Conbidar le ien de grado mas

Transcripción

Destierro del Cid 4 Conbidar le ien de grado mas
Destierro del Cid
4
Conbidar le ien de grado mas ninguno non osava;
el rey don Alfonsso tanto avie la grand saña,
antes de la noche en Burgos del entro su carta
con grand recabdo e fuerte mientre sellada,
que a mio Çid Ruy Diaz que nadi nol diessen posada,
e aquel que gela diesse sopiesse ? vera palabra?
que perderie los averes e mas los ojos de la cara
e aun demas los cuerpos e las almas.
Grande duelo avien las yentes christianas;
asconden se de mio Çid ca nol osan dezir nada.
El Campeador adeliño a su posada;
asi commo lego a la puerta falola bien çerrada
por miedo del rey Alfonsso que assi lo avien parado
que si non la quebrantas por fuerça que non gela
abriese nadi.
Los de mio Çid a altas vozes laman,
los de dentro non les querien tornar palabra.
Aguijo mio Çid, a la puerta se legava,
saco el pie del estribera, una feridal dava;
non se abre la puerta ca bien era çerrada.
Una niña de nuef años a ojo se parava:
"¡Ya Campeador, en buen ora çinxiestes espada!
El rey lo ha vedado, anoch del entro su carta
con grant recabdo e fuerte mientre sellada.
Non vos osariemos abrir nin coger por nada;
si non, perderiemos los averes e las casas
e demas los ojos de las caras.
Çid, en el nuestro mal vos non ganades nada;
mas ¡el Criador vos vala con todas sus vertudes
santas!"
Esto la niña dixo e tornos pora su casa.
Ya lo vee el Çid que del rey non avie graçia.
Partios de la puerta, por Burgos aguijava,
lego a Santa Maria, luego descavalga,
finco los inojos, de coraçon rogava.
La oraçion fecha luego cavalgava;
salio por la puerta e en Arlançon pasava.
Cabo essa villa en la glera posava,
fincava la tienda e luego descavalgava.
Mio Çid Ruy Diaz el que en buen ora çinxo espada
poso en la glera quando nol coge nadi en casa,
derredor del una buena conpaña.
Assi poso mio Çid commo si fuesse en montaña.
Vedada l'an compra dentro en Burgos la casa
de todas cosas quantas son de vianda;
non le osarien vender al menos dinarada.
Cantar segundo
Bodas de las hijas del Cid
4
Nadie hospeda al Cid. Sólo una niña le dirige la palabra
para mandarle alejarse. El Cid se ve obligado a
acampar fuera de la población, en la glera.
De grado le albergarían, pero ninguno lo osaba,
que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña.
La noche pasada a Burgos llevaron una real carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada
mandando que a Mío Cid nadie le diese posada,
que si alguno se la da sepa lo que le esperaba:
sus haberes perdería, más los ojos de la cara,
y además se perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tienen en Burgos todas las gentes cristianas
de Mío Cid se escondían: no pueden decirle nada.
Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba;
cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada.
Por miedo del rey Alfonso acordaron los de casa
que como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada.
La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba,
los de dentro no querían contestar una palabra.
Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba,
el pie sacó del estribo, y con él gran golpe daba,
pero no se abrió la puerta, que estaba muy bien
cerrada.
La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
"Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,
el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,
porque si no perderíamos los haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas."
Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa.
Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere
gracia.
De allí se aparta, por Burgos a buen paso atravesaba,
a Santa María llega, del caballo descabalga,
las rodillas hinca en tierra y de corazón rogaba.
Cuando acabó su oración el Cid otra vez cabalga,
de las murallas salió, el río Arlanzón cruzaba.
Junto a Burgos, esa villa, en el arenal posaba,
las tiendas mandó plantar y del caballo se baja.
Mío Cid el de Vivar que en buen hora ciñó espada
en un arenal posó, que nadie le abre su casa.
Pero en torno suyo hay guerreros que le acompañan.
Así acampó Mío Cid cual si anduviera en montaña.
Prohibido tiene el rey que en Burgos le vendan nada
de todas aquellas cosas que le sirvan de vianda.
No se atreven a venderle ni la ración más menguada.
101
Los infantes de Carrión piensan casar con las hijas
del Cid
Ya le besaron las manos y se entran a descansar,
manda el rey darles de aquello de que hayan
necesidad.
Ahora de los dos infantes de Carrión os quiero habla;
en pláticas reservadas y misteriosas están.
"La prosperidad del Cid muy para adelante va,
le pediremos sus hijas para con ellas casar,
se crecerá nuestra honra y así podremos medrar".
Y allí con estas razones al rey Alfonso se van.
102
Los infantes logran que el rey trate el casamiento
El rey pide vistas con el Cid
Minaya vuelve a Valencia y entera al Cid de todo
El Cid fija el lugar de las vistas
"Esta merced os pedimos, a vos, el rey y señor:
queremos, si esta demanda tiene vuestra aprobación,
que nos pidáis a las hijas de Mío Cid Campeador,
casar queremos con ellas, honra será de los dos".
El rey Alfonso un gran rato meditando se quedó:
"Yo he echado de esta mi tierra al buen Cid Campeador,
trabajé yo por su mal y él por mi bien trabajó,
y no sé si el casamiento querrá aceptármelo o no,
mas ya que vos lo queréis hablemos de la cuestión".
A Álvar Fáñez de Minaya y a Bermúdez, a esos dos
mensajeros de Ruy Díaz, el rey entonces llamó,
y a un aposento cercano con ellos dos se apartó.
"Minaya y Pedro Bermúdez, escuchad esta razón:
Muy bien que me está sirviendo Mío Cid Campeador,
y como él se lo merece le concederé perdón;
que venga a verse conmigo, si gusta, vuestro señor.
Otras novedades hay en esta mi corte, y son
que don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión,
con las hijas de Mío Cid quieren casarse los dos.
Llevad vos este mensaje, que así os lo ruego yo,
decídselo de mi parte al buen Cid Campeador.
A honra lo habrá de tomar, que irá ganando en honor,
si por bodas emparienta con infantes de Carrión".
Habla Minaya, a Bermúdez muy bien que le pareció:
"Al Cid se lo rogaremos cual lo habéis mandado vos
y después el Cid que haga lo que tenga por mejor". "
Decid a Rodrigo Díaz el que en buenhora nació
que en sitio que a él le convenga podremos vernos los
dos
y en el lugar que designe será nuestra reunión.
En aquello que yo pueda ayudarle quiero yo".
Los mensajeros del Cid al rey le dicen adiós,
y Minaya con los suyos hacia Valencia marchó.
Cuando supo que venía, el buen Cid Campeador
a prisa monta a caballo, a recibirlos salió,
sonreía Mío Cid y mucho los abrazó.
Dijo Rodrigo: "Álvar Fáñez, Pedro Bermúdez, ¿sois
vos?
En pocas tierras se encuentran varones como estos
dos.
¿Cuáles noticias me manda don Alfonso, mi señor?
¿Está contento de mí? ¿No quiso aceptarme el don?"
Dijo Minaya: "Lo acepta con alma y con corazón.
Muy satisfecho se queda y os vuelve a su favor".
Dijo Mío Cid entonces: "Gracias, gracias, Creador".
Y luego los mensajeros le transmiten la razón
de que le rogaba Alfonso, rey de Castilla y León,
de que a sus hijas las casase con infantes de Carrión,
que con eso habrá de honrarse y de subir en honor;
así lo aconseja el rey con el alma y corazón.
Cuando lo oyó Mío Cid, aquel buen Campeador,
un rato muy dilatado pensativo se quedó:
"Mucho le agradezco esto a Cristo, Nuestro Señor:
echado fui de la tierra, me quitaron el honor,
con gran trabajo gané esto que poseo yo.
Agradezco a Dios que el rey me haya vuelto a su favor
y que me pida mis hijas para los dos de Carrión.
Minaya, Pedro Bermúdez, decidme vosotros dos
de estas bodas proyectadas cuál sea vuestra opinión".
"A nosotros nos parece lo que os parezca a vos".
Dijo el Cid: "De gran linaje vienen esos de Carrión,
andan siempre con la corte, muy orgullosos que son;
estas bodas, en verdad, no me gustarían, no,
pero si el rey lo aconseja, él que vale más que nos,
bien podemos en secreto discutir esa cuestión,
y que Dios el de los cielos nos inspire lo mejor".
"Además de todo esto, Alfonso, vuestro señor,
dijo que querría veros en donde os plazca a vos:
de veros tiene deseo y tornaros su favor,
luego vos decidiréis lo que convenga mejor".
Contestó entonces el Cid: "Pláceme de corazón".
Entonces dijo Minaya: "El rey Alfonso mandó
que el lugar de la entrevista sea escogido por vos".
"Si así lo ordenara el rey, dijo allí el Campeador,
hasta donde él estuviera iría a buscarle yo
para honrarle cual se debe a nuestro rey y señor.
Pero ya que así lo quiere acéptole yo el honor
y a orillas del río Tajo, ese que es río mayor,
podemos entrevistarnos cuando quiera mi señor".
Ya están escritas las cartas, el Cid muy bien las selló;
con dos caballeros suyos a prisa las envió:
lo que quiera el rey Alfonso eso hará el Campeador.
CANTAR DE MÍO CID
Así fueron como los juglares iniciaron su
desaparición para dar paso a los cantantes de las
Cortes (únicos lugares en donde se les podía
pagar), a éstos se les conoció como Trovadores.
En las imágenes se observa la representación del
Tercer canto: La afrenta de Corpes y el manuscrito
original que se conserva.
En esto último, existe controversia pues los
especialistas discuten las fechas de aparición.
Algunos lo sitúan en el siglo XII y otros en el XII.
Aunque se considera que los hechos históricos
son anteriores a su publicación.
En interiores, algunos fragmentos del Canto, la
primera parte, la podemos leer en el español
antiguo tal como se conoció en el siglo XII con su
respectiva “traducción”. También un fragmento del
Canto segundo en donde se habla de las bodas de
las hijas de El Cid.
Se considera el único Cantar de Gesta que se
conserva y el más importante de la Lengua
Española. El cantar de Mío Cid representa la etapa
histórica en la cual la literatura se transmitía en
forma oral.
Para tal efecto, los juglares cobraron gran
importancia pues eran el instrumento de
información más importante en la Edad Media. Los
juglares se dedicaron a cantar los actos heroicos
de pueblo en pueblo.
Al principio, lo hacían para ganarse cualquier
dinero o comida. Posteriormente hicieron de su
actividad algo profesional por cuyos servicios
cobraban determinadas cantidades.

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