DOMINGO DE PASCUA - VIGILIA PASCUAL Homilía del P. Josep M

Transcripción

DOMINGO DE PASCUA - VIGILIA PASCUAL Homilía del P. Josep M
DOMINGO DE PASCUA - VIGILIA PASCUAL
Homilía del P. Josep M. Soler, abad de Montserrat
4 de abril de 2010
Gn 1, 26-31
Queridos hermanos y hermanas que, en esta basílica de Montserrat o a través de la
radio, veláis en oración y acción de gracias en la noche santísima y gozosa de
Pascua:
Para profundizar todos juntos el sentido de esta noche y para hacer más plena la
alegría, quisiera volver a la primera lectura de esta liturgia de la Palabra. La
recordaréis. Era del libro del Génesis y hablaba de la obra creadora de Dios. Una obra
que culminaba con la creación del ser humano, del hombre y la mujer. El autor bíblico
lo narra con una solemnidad especial. Empieza haciendo notar que la creación del ser
humano es fruto de una deliberación de una decisión especial de Dios: Hagamos al
hombre a nuestra imagen y semejanza, dice Dios, con un plural que, desde el Nuevo
Testamento, nos evoca la obra trinitaria de la creación.
Por un lado, pues, el ser humano es una criatura más entre las otras. Pero, por otro
lado, la narración del Génesis nos dice cuál es el fundamento verdadero de la dignidad
humana desde el momento que el ser humano es la única criatura a la que Dios
infunde su aliento (cf. Gn 2, 7), y a la que constituye señora de todas las demás
criaturas que, en nombre de él, cuide como un pastor solícito. Además, le concede la
libertad de optar, de vivir con la relación interpersonal y de tener un diálogo amical con
Dios mismo. Para subrayar aún más la dignidad de la criatura humana, querida
deliberadamente y querida con predilección, el autor bíblico muestra cómo Dios le
tiene un cuidado particular.
El ser humano, pues, está hecho a imagen de Dios. Es imagen particularmente porque
ha recibido de él el honor y la responsabilidad de hacer visible el señorío divino en el
mundo. Cada persona humana -rica o pobre, importante o marginada- es portadora de
esta dignidad altísima de ser imagen de Dios. La reflexión cristiana da un paso más y
nos dice que el hombre y la mujer son creados según la imagen que tenía que tomar el
Cristo cuando llegase la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4, 4). Dios nos quería ya desde
el inicio similares a Jesucristo (cf. Ef 1, 4). Pero la libertad de opción que había
recibido, llevó el hombre y la mujer a querer ser independientes de Dios, a querer ser
ellos el último criterio de actuación y de los valores que debían regir. La consecuencia
fue el orgullo, el desorden egoísta, el pecado, la ruptura de la amistad con Dios, el
tener la muerte como última esperanza. El hecho de ser imagen de Dios, sin embargo,
no quedó anulado. Sí que quedó herida, deteriorada, la semejanza divina que le venía
de la amistad con Dios, de la santidad de vida.
Pero Dios no nos abandonó en esta situación, que comportaba no encontrar respuesta
a los deseos más profundos y más nobles del corazón humano y ver como un absurdo
el anhelo de felicidad plena y de inmortalidad. Dios ha hecho en Cristo, y con la
cooperación del Espíritu Santo, una nueva creación para liberar a la persona humana
de la situación a la que le han llevado sus opciones negativas, de las cuales ella sola
es incapaz de salir. Efectivamente, Jesucristo se ha hecho solidario de toda la
situación precaria y sufriente de la humanidad. Y, en su pasión, él mismo ha asumido
la semejanza deteriorada de la humanidad, hasta no parecer ni siquiera un hombre (cf.
Is, 52, 13), y ha sido tomada de la muerte. Pero, en la resurrección de Jesucristo, el
Señor, la naturaleza humana vuelve a resplandecer con la semejanza divina. Y abre
para todos el camino de la restauración espiritual. De ahí la alegría inmensa del pueblo
cristiano. En definitiva, Jesús no sólo es el salvador, el restaurador universal de la
dignidad humana, sino el cumplimiento definitivo del proyecto originario de Dios sobre
el ser humano. Es la realización plena de la imagen y de la semejanza divina. Y su
vida es modelo de cómo ser persona humana. En el Hijo hecho hombre, llega a su
plenitud el plan que Dios se había propuesto al crear el ser humano. Y se inaugura la
nueva creación realizada, también, por la Trinidad.
Incitados esta noche santa por el amor abnegado y comprometido de Jesucristo a la
humanidad y conscientes de la dignidad innata que el hecho de ser imagen de Dios
confiere a cada ser humano, al final de la misa haremos una colecta a favor de la obra
social que realiza Cáritas para atender las necesidades de tantos hombres y mujeres
que pasan necesidad, cuyo número ha aumentado la crisis económica actual.
Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. El sacramento pascual del
bautismo rehace la semejanza de Cristo que al nacer tenemos deteriorada debido a la
incapacidad humana de superar las consecuencias negativas de la rotura del plan de
Dios, que tuvo lugar en los inicios de la humanidad, y que se difunden a lo largo de
las generaciones humanas. Después del bautismo, sin embargo, para que esta
semejanza llegue a su plenitud, es necesaria una vida de seguimiento del Evangelio.
En el gozo de la solemnidad de la resurrección de Jesucristo y de la restauración de la
dignidad humana a través de su misterio pascual, llevaremos ahora al bautismo a tres
niños -Laura, Violeta y Arnau-, que sus padres y padrinos quieren incorporar a Cristo
para que sean semejantes a él y, a medida que vayan creciendo, se vayan
identificando con la manera de hacer de Jesús. Por el bautismo, entrarán, también, a
formar parte de la Iglesia, el pueblo pascual de los renacidos a la vida en
Cristo. Nuestra comunidad cristiana -hecha de monjes, de escolanes y de pueblo fielacoge con gozo a estos tres niños, mientras nosotros también nos disponemos a
renovar nuestros compromisos bautismales para corresponder al don de ser, a pesar
de nuestra debilidad, imagen y semejanza de Dios.

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