otro. Imágenes borrosas de tanques, soldados, aviones que

Transcripción

otro. Imágenes borrosas de tanques, soldados, aviones que
otro. Imágenes borrosas de tanques,
soldados, aviones que volaban rasan­
do los tejados de las casas, y siem­
pre hombres y m ujeres abrazándose
y llorando. Había sucedido un verda­
dero m ilagro, la „ciudad ro jo “ de
Málaga del día anterior, se había con­
vertido de la noche a la mañana en
„n a c io n a l“ .
Para J. empezó una nueva vida llena
de continuas novedades y aventuras.
La vida m ilitar preparatoria para él,
que pronto luchará en el frente.
Rudos entrenam ientos de orden abier­
to en la Academ ia d irigid a por o ficia ­
les alemanes de las S.S. Anécdotas
interm inables entre el eterno humor
andaluz y su tendencia a tom arlo todo
a broma y la trem enda seriedad de los
germanos. Días después y tras de
haber com pletado su adiestram iento
m ilitar, J. pasó a uno de los cuarteles
de Málaga en espera de ser enviado
al frente.
Una noche, cuando J. llegó al cuartel,
después de haber sido relevado de
la guardia de una central eléctrica,
le com unicaron que tocarían diana
dos horas antes de lo acostum brado.
No le dijeron las causas de esta
anomalía y rechazó la idea de mar­
char al frente, ya que nada se le había
com unicado para que preparase su
equipo y avisase a sus fam iliares. C ir­
cularon rum ores de que la Compañía
iba a descargar bombas de un barco
alemán que estaba atracado en el
puerto, pero en concreto nada se
sabía.
A las cuatro de la m adrugada de una
nueva mañana del mes de mayo salió
la Compañaía en form ación m ilitar con
destino desconocido. Se les ordenó
paso ordinario. Apenas se encontraba
a nadie por las calles, aún no había
amanecido, y las luces permanecían
encendidas.
J. se dió cuenta de que su destino
no era el puerto. Pasó a lo largo de
él bordeándole, continuando hacia la
salida Oeste de la ciudad. La Com­
pañía rebasó la estancia y tom ó un
cam ino por el que jam ás había pasa­
do antes. Aquel cam ino según le d i­
jeron los com pañeros conducía al ce­
m enterio civil, co nocido en Málaga
por el „B a ta ta “ . Es decir, en andaluz,
el lugar donde se siem bran batatas.
Nadia sabía de las prácticas m ilitares,
pero en su ingenuidad se iba, poco a
EXPRÉS ESPAÑOL / Octubre 1976
poco, dando cuenta de que algo in­
sólito, m isterioso y trágico iba a
presenciar.
Cuando ya era francam ente de día, la
Compañía llegó a las puertas del ce­
menterio.
Había grupos de distintas fuerzas fo r­
madas. En J. iba despertándose la
m acabra curiosidad que siente el ser
humano por todo lo trágico.
Su Compañía quedó situada junto a
uno de los m uros laterales dando
frente a una gran pared. Todas las
dudas desaparecieron de su mente.
Iba a presenciar el fusilam iento de un
jefe. La presencia de la Compañía en
el acto, tenía la finalidad de rendir
honores.
No tuvo que esperar mucho; al cuarto
de hora escaso de hacer llegado, vió
aproxim arse dos automóviles. Llega­
ron hasta la misma pared de la en­
trada del cem enterio y se apearon
varios hom bres vestidos de uniforme.
Inm ediatam ente detrás de éste se
acercó otro autom óvil que se detuvo
a su lado. De él también se apearon
otros m ilitares, pero entre ellos había
un hombre en mangas de camisa. J.
le contem pló com o hipnotizado. Vió
que era de pequeña estatura y suma­
mente delgado. Tenía los hom bros
muy subidos. En realidad era un hom ­
bre de aspecto insignificante.
Le pareció que su nariz era grande
y ganchuda. El hom bre en mangas de
camisa miró a todas
sorprendido y exclamó.
partes
como
„¡No me lo explico! ¡Tanto tiempo
esperando este momento para ,esto‘!“
J. Creyó o ir algo más, pero no lo
com prendió bien. Claram ente se ad­
vertía que aquella situación le sor­
prendía enorm em ente; el hombre en
mangas de camisa sin em bargo no
parecía tener miedo, todo lo co ntra ­
rio, se diría que dentro de su sorpre­
sa encontraba todo aquel teatro na­
tural. En aquel mom ento se acercó a
él un capitán jurídico, altísim o y des­
garbado. El capitán iba acom pañado
de un olérigo que llevaba un c ru cifijo
en las manos. El clérigo acercó el
cru c ifijo al rosto del reo. Este debió
de d ecir algo que J. no oyó, porque
aquel hizo un gesto de h ip ócrita con­
m iseración y parecía im paciente. Se
veía evidentem ente que tenía ganas
de que acabara la „ce re m o n ia “ cuanto
antes.
J. vió como el reo besaba el cru cifijo
y le oyó exclam ar con voz clara y
segura.
„Sí, creo en la justicia divina, pero no
en la h um ana..., y después con asom­
brosa naturalidad preguntó: ¿Dónde
hay que ponerse?“
J. no supo si fue entonces cuando
asoció las palabras del hom bre en
mangas de camisa, con las que nor­
m alm ente se dicen al entrar en una
barbería para cortarse el pelo. ¿Dónde
está mi sitio?
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