229 - Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)
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229 - Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)
Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario Nº 228 - DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C - 9 de octubre de 2016 ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? 2Re 5,14-17 · Sal 97 · 2Tim 2,8-13 · Lc 17,11-19 1. «¿Dónde están los otros nueve?». Diez leprosos son curados por el Señor en el evangelio mientras van de camino a presentarse a los sacerdotes por orden de Jesús. Los sacerdotes tenían la obligación de declarar impuros a los leprosos (Lv 13,11-12), pero también la de constatar su eventual curación y anular el veredicto de impureza (ibid. 16). Está claro que es únicamente Jesús el que opera el milagro, que se produce mientras los leprosos van a presentarse a los sacerdotes. Pero para los judíos enfermos el rito litúrgico prescrito en la ley es tan decisivo que atribuyen toda la gracia de la curación a la ceremonia prescrita. Exactamente igual que algunos cristianos, que consideran que «practicar» es el auténtico centro de la religión y olvidan completamente la gracia recibida de Dios, que es el punto de partida y la meta de la «marcha de la Iglesia». El fin desaparece en el medio, que a menudo apenas tiene ya algo que ver con lo genuinamente cristiano y que es pura costumbre, mera tradición rutinaria. Tendrá que ser un «extranjero» (un samaritano), es decir, alguien no familiarizado con la tradición, el que perciba la gracia como tal mientras va de camino hacia la «autoridad sanitaria» y vuelva a dar las gracias al lugar adecuado. 2. «Acepta un presente de tu servidor». En el paralelo veterotestamentario de la primera lectura se describe anteriormente (cfr. versículos 1-13) el enfado de Naamán el sirio, que se niega a obedecer la orden de Eliseo de bañarse siete veces en el Jordán para curarse de la lepra. ¿Es que no hay ríos suficientes en nuestra tierra? Sus siervos tienen que aconsejarle que obedezca al profeta. El sirio obedece finalmente y queda curado: no propiamente por su fe, sino en virtud de su obediencia. El agraciado se llena entonces de admiración y rebosa gratitud por todas partes. Quiere mostrarse agradecido con regalos, pero el profeta no acepta nada, está simplemente de «servicio». Entonces se produce la segunda curación del sirio, ésta totalmente interior: se llena nuevamente de admiración, pero esta vez no por el poder que el profeta tiene de hacer milagros, sino por la fuerza del propio Dios. En lo sucesivo quiere adorar exclusivamente a este Dios, sobre la misma tierra del país que pertenece a este Dios y que se lleva consigo. Se precisa una distancia con respecto a los hábitos religiosos para experimentar lo que es un milagro y demostrar la gratitud que se debe a Dios por él. Jesús lo había dicho ya claramente en su discurso programático de Nazaret (Lc 4,25-27). 3. «Mi evangelio, por el que sufro». La segunda lectura muestra que el verdadero cristianismo, tras su degeneración espiritualmente mortífera en mera tradición, tiene la forma vivificante del martirio, que es una confesión de fe (no necesariamente cruenta) mediante el sufrimiento. Aquí se sufre «por los elegidos», para que éstos, a pesar de su indolencia, «alcancen su salvación» en Cristo y la «gloria eterna». No podemos contentarnos simplemente con el último versículo de este pequeño himno que cierra la lectura: «Si somos infieles, él permanece fiel» -esta idea, justa por lo demás, puede convertirse en una cómoda poltrona-, sino que hay que tomar igualmente en serio el versículo anterior: «Si lo negamos, también él nos negará». Si tratamos a Dios como si fuera una especie de autómata religioso, El se encargará de demostrarnos que no es eso, sino que es el Dios libre, vivo, y también la Palabra eterna, que se manifiesta libremente y no está encadenada, cuando nosotros, por el contrario, «llevamos cadenas como malhechores». Sólo «si morimos con él, viviremos con él». (H. U. von Balthasar) Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos. ¿Qué otra cosa son esos diez leprosos sino la totalidad de los pecadores? Al venir Cristo, psíquicamente todos los hombres eran leprosos; corporalmente no todos lo eran. Es verdad que la lepra del alma es mucho peor que la del cuerpo. Pero veamos lo que sigue: Se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. A lo lejos se pararon, porque en aquellas condiciones no osaban acercarse. Igual nos pasa a nosotros: nos mantenemos a distancia cuando nos obstinamos en el pecado. Para sanar, para ser curados de la lepra de nuestros pecados, gritemos a voz en cuello y digamos: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Pero gritemos no con la boca, sino con el corazón. El grito del corazón es más agudo. El clamor del corazón penetra los cielos y se eleva más sublime ante el trono de Dios. Al verlos, les dijo Jesús: Id a presentaros a los sacerdotes. En Dios, mirar es compadecerse. Los vio e inmediatamente se compadeció de ellos, y les mandó presentarse a los sacerdotes, no para que los sacerdotes los limpiaran, sino para que los declararan limpios. Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Escuchen esto los pecadores y examinen con diligencia su significado. Al Señor le es fácil perdonar pecados. En efecto, muchas veces al pecador le son perdonadas las deudas, antes de presentarse al sacerdote. Arrepentimiento y perdón coinciden en un mismo e idéntico momento. En cualquier momento que el pecador se convirtiere, ciertamente vivirá y no morirá. Pero considere bien cómo ha de convertirse. Que escuche lo que dice el Señor: Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras. Que quien se convierte, conviértase interiormente, de corazón, pues Dios no desprecia un corazón quebrantado y humillado. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. En este uno están representados aquellos que, después de haber sido purificados en las aguas bautismales o han sido curados a través de la penitencia, no siguen ya al diablo, sino que imitan a Cristo, lo siguen, le alaban, lo adoran, le dan gracias y no se apartan de su servicio. Y Jesús le dijo: levántate, vete: tu fe te ha salvado. Grande es, en efecto, el poder de la fe, sin la cual —como dice el Apóstol— es imposible agradar a Dios. Abrahán creyó a Dios, y eso le valió la justificación. Luego la fe es la que salva, la fe es la que justifica, la fe es la que sana al hombre interior y exteriormente. SAN BRUNO DE SEGNI, Comentario sobre el evangelio de san Lucas, parte 2, 40 Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario MONICIÓN DE ENTRADA Hermanos: sed bienvenidos todos a la celebración de la Eucaristía. Hoy celebramos el domingo vigésimo octavo del Tiempo Ordinario. En el Día del Señor nos encontramos para celebrar la Eucaristía. Hemos venido cargados de nuestras preocupaciones y nuestras debilidades, y sabemos que Cristo cura nuestros corazones y nos da la alegría a cuantos confiamos en Él. Oremos para que cada día nos haga capaces de darle gracias por su presencia salvadora en nuestra vida y en la historia de los hombres. Hoy, además, el Santo Padre el Papa Francisco ha querido que este día dentro del Año de la Misericordia sea un día mariano, porque el viernes celebrábamos la memoria de la Virgen del Rosario. Que la Santísima Virgen, Madre de Misericordia, interceda por nosotros ante su Hijo para que en todo momento, especialmente frente a los sufrimientos de los demás, estemos dispuestos siempre a hacer «lo que Él nos diga». ACTO PENITENCIAL (Fórmula 3ª) — Tú que con tu Espíritu Santo nos limpias la lepra del pecado: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad. — Tú que a través de los Sacramentos nos das tu amor que perdona y salva: Cristo, ten piedad. R. Cristo, ten piedad. — Tú que extiendes tu misericordia a cuantos saben acoger tu Evangelio: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad. MONICIÓN A LAS LECTURAS La confianza en el profeta Eliseo hace que Naamán el Sirio, a pesar de sus reticencias iniciales, sea curado de la lepra. La confianza de los leprosos en Jesús ha permitido su curación. Todos nosotros, por nuestra parte, hemos acogido el don de Dios con la misma fe y estamos llamados a responder gratitud. Los dones de Dios obran en nosotros si permanecemos en la fe. Dios es siempre fiel. Escuchemos con atención. ORACIÓN DE LOS FIELES Hermanos: una vez purificados por la Palabra de Dios es el momento de dirigirnos al Señor presentándole las necesidades de cada hermano, especialmente de quienes están marcados por el sufrimiento, para que escuche nuestra invocación. Oremos juntos y digamos: Señor, ten piedad de nosotros. Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C) Lector: • Por la Iglesia de Cristo, para que con su presencia de servicio y sus gestos gratuitos de amor, enseñe a los hombres el valor grande de la alabanza, la acción de gracias y el servicio incondicional. Oremos. • Por todos los cristianos, para que sepan encontrar en la Palabra de vida y en los Sacramentos de la gracia el signo vivo del amor gratuito que el Señor ofrece a todos los hombres. Oremos. • Por los frutos espirituales del Año de la Misericordia, para que, con la protección maternal y el ejemplo de María, Madre de Misericordia, nunca ignoremos ni rechacemos al que sufre en su cuerpo o en su Espíritu. Oremos. • Por nuestra sociedad, para que sepa buscar y fomentar la dignidad de todos los hombres. Oremos. • Por nuestra comunidad (parroquial), para que la Eucaristía dominical sea cada vez más una auténtica acción de gracias al Señor por las maravillas que su gracia obra en nuestra vida. Oremos Sacerdote: Dígnate, Señor, acoger nuestras plegarias: puesto que tu bondad nos las ha sugerido, que tu misericordia las escuche. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. MONICIÓN AL PADRENUESTRO Con la confianza de que es cierto que solo en Dios puede haber salvación y vida, elevemos al Padre la oración de los hijos, que Jesús nos ha enseñado. Digamos juntos: Padre nuestro... ORIENTACIONES PARA LA CELEBRACIÓN • Ornamentos de color verde. • Se dice “Gloria”. Se dice “Credo”. • Se utiliza uno de los Prefacios Dominicales. Proponemos utilizar la Plegaria Eucarística IV (con su prefacio propio). • En la Plegaria Eucarística se puede decir el embolismo propio del domingo. • No se permiten las misas de difuntos, excepto la misa exequial. • JUBILEO DE LA MISERICORDIA: El Santo Padre, además de las celebraciones el Año Litúrgico, ha querido dedicar a la dimensión mariana del Año Santo el sábado 8 y el domingo 9 de octubre, inspirada por la memoria de Nuestra Señora, la Virgen del Rosario. Conviene, por tanto, que la celebración tenga esa dimensión mariana, quizás colocando una imagen de la Santísima Virgen en el presbiterio, cantando una antífona mariana al final de la eucaristía e incensando la imagen, etc. Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)