Veleidosa [microform]

Transcripción

Veleidosa [microform]
m
\Z-
vK;
869.1
?!P39v
ée^é peoip g ©orptpepai».
MÉXICO
IMPRENTA DE FKANCISCO DÍAZ DE LEOX,
Avenida Oriente
•^
•-
'"
-
'^
6,
N9 163.
1891
^
fV-
-*^
*..
•^>"
5í,
UlMlViRSUY QP
ILLINOIS LIBRARV
^
AT Uíí3ANA^CNAM2AKSH
STACKS
1
:S-
f,;
\;t,
«
*
VELEIDOSA
VELEIDOSA
POR
José Peón y Contreras.
MÉXICO
IMPRENTA DE FRANCISCO DÍAZ DE LEÜN,
Avenida Oriente
189I
6,
N9
163.
fc^s
propiedad del autor.
1
W-
PRÓLOGO.
STA novela es un poemita.
tá en verso ?
de esos
¡
Cuánto mas
ciendo á
Por qué no
Peón á
oro,
sus ideas, ha-
esta, princesa; á esa, infanta; á aquella, rei-
na. Él, tan pródigo de talento, de amor,
fué avaro ? Pido versos para esta obra
dad, vista por unos ojos
sía.
es-
con uno
luciría
recamados de
trajes fastuosos,
salpicados de perlas, que da
¿
¡Amor
tristes, al
que
¿
por qué
es la ver-
través de la poe-
aquí; olvido allá: lo que soñamos; lo
que vemos!
•
:
•
Parece, aunque no tiene las divagaciones filosóficas
y humorísticas, propias de Campoamor, uno de
esos "
Pequeños Poemas " que tanto y tan
samente hacen
V
sufrir.
Corretea
la poesía,
delicio-
abre una
PRÓLOGO
VIH
puerta, y se encuentra á la triste verdad vestida de
luto.
do,
la
Huye;
amigo
cierra los ojos; canta para
del silencio,
que cree del jardín.
no
la siga;
que
el
mie-
abre otra puerta,
detrás de ella está la
... ¡y
del vestido negro!
Dando cueq)0 y
figuro como la Mártir
Así es Veleidosa.
me
novela
la
color á esta
Cristiana de
Paul Delaroche. Es blanca, es rubia, está pálida y
flota muerta, sonriendo, en las ondas azules adormidas.
Pero esa mártir no
la
alma
triste
no
es Veleidosa, sino
de su doliente enamorado. Tiene
suprema belleza
sufrido
es ella,
mucho y
:
la
que da
el
la
haber amado mucho,
morir perdonando. Esa es la belle-
za que arrodilló á la humanidad ante
el
profeta ese-
nio de la dulce mirada.
No
puede
se
leer sin enternecimiento el libro
de
Peón. Es una historia vulgar, narrada con emoción
y con talento; y porque es vulgar, conmueve. Ni
siquiera es
de
las ocurrencias sociales
que dan asun-
to á la crónica escandalosa ó á la crónica del cri-
men. Es de
los
dramas ignorados que
gacetilla titulada "
Defunción" ú otra gace-
tras
una
tilla
titulada " Matrimonio." Salvador
dosa
—
la
desplace
llamo
—
se
así
aman
se ocultan
ama
á Velei-
porque su nombre propio
los dos-;
me
Veleidosa olvida; Sal-
vador sigue amando, y después muere. Esto
es co-
PROLOGO
mente,
llano, se
mueve más. Es
la vida,
ó es
y por eso condolor que ya sufrimos, salvando
ve todos
el
IX
^
:
los días
á que estamos expuestos. Unos,
el riesgo
recuerdan con
tristeza; otros, preven asustados;
todos los que
aman ó ya amaron,
pero
leen el libro.
No me antipatiza Veleidosa. Es mujer, y no tiene
culpa de
la
ello.
Vega cuando
dijo
Ya
había conocido Lope de
la
que
la
mujer es tornadiza como
viento y las olas; y ya la había pintado Francis-
el
co
I
en
de un
la vidriera
xima famosa:
:
:
castillo al
a'
-/i
Souvent femme varié
Bien
ya
¿
lo
fol est
grabar la má-
'
qui s'y
,
fie;
-'
'^'
sabemos todos, aunque siempre
.'
-
:»
;
lo olvidemos.
Podéis casar indisolublemente á una mariposa con
un mirto ? Imposible ¿ verdad ?
Y tal vez por esa mis-
ma volubilidad la mariposa y la mujer son tan bonitas.
Al guijarro pisamos
;
tras
de la alondra corremos. Nos
agua que travesea y que salta; la luz que
muda de trajes, ya vistiendo el de oro, ya el azul, ya el
encanta
el
y que viene, se va, nos ama y nos olvida;
nos hechiza todo lo que vuela, todo lo inconstante,
de
plata,
como
el
mo
espuma efímera; como
el
la
pez que aparece,
brilla
y se escabulle; co-
el iris
rápido. Tal vez
diamante nos parezca hermoso porque cambia de
luces.
En cambio, el ciprés impasible,
móvil, casi nos infunde tristeza
inmutable, in-
Solo que, sabiendo
.;
—
PRÓLOGO
X
todo
esto,
eterno.
vel ?
¿
aspiramos con
¿Buscarán
infinita aspiración á algo
las almas,
Vendrán de cimas
como
el
cerúleas en
agua, su ni-
donde
las ro-
¿Vamos á esas cúspide Jacob, como creen los
sas viven vida perdurable?
des por otra nueva escala
magos del espiritismo caímos de ellas,
flamantes
mo
;
asegura la doctrina cristiana, para volver á en-
cumbramos por
el
camino del Calvario; ó enfermos,
dementados, pedimos
á lo mudable.
dice
:
,
.
.
?
lo infinito
Shakespeare
embargo,
sin
tituciones en
en
la
alo
y lo eterno
finito
—^mal traducido
Fragilidad, tienes nombre de mujer.
cierto: la fi-agilidad es tan
Y
co-
Eso no
femenina como
las aspiraciones nuestras
que
las
y
es
la vida.
las ins-
hemos corporizado, descansan
perpetuidad del sentimiento.
Veleidosa
porque no
— nombre alado — no me
es responsable.
Un
antipatiza,
niño ve un juguete
y quiere cogerlo, se lo dan y lo rompe se acerca á
una bujía, palpa la flama, quémase y llora. Y Ve;
leidosa es niña,
no
es mujer,
porque
las
mujeres no
son mujeres sino después de haber amado mucho,
sufrido
mucho ó haber
Veleidosa quiso
sido madres.
al artista,
su amante,
como
la ni-
muñeco de porcelana que vio en la juguetería. Y le rompió la vida, como la traviesa rompe su muñeco
¿ No os han dado tristeza nunña quiere
al
ca los juguetes rotos?
!
PRU
oGo
I.
XI
-
Salvador era para Veleidosa un juguete encantador.
Dice un poeta:
La
mujer,
De
todo lo que brilla y hace ruido.
como
el ave, se
'-'
enamora
'
,
Y Salvador brillaba, hacía ruido, era un color her»
moso, como
de
el
los vestidos
como
sica agradable
de
la
la
en moda, era una mú-
danza que se baila de
preferencia en los salones; era un
pompón de plumas
para su tocado; un clavel escarlata para su cabello.
Tomar el alma de aquel
como
artista
se
toma una
con su corazón como con
sonajita de plata; jugar
un volante de raqueta; verse retratada por ese
cel
¡
mágico impedir que
Y
irresistible
Y
¡
/<f
Después
que cabe
hace
duermen cansados
fué
Qué
linda travesura
amo. Son
tres sílabas
!
se dice en esos
la eternidad
da sueño,
amores.
frío
por breve
se bosteza
Qué
¿
ra-
y
culpa tiene
y de que dé sueño ?
que Salvador era soñador. Pintaba
paisajes en su vida,
allá,
¡
frío,
los
Veleidosa de que haga
Lo malo
!
amaré eternamente
te
instantes en los
to.
tentación
es tan fácil decir:
casi dos.
se
retratara á otras hermosas,
;
qué
pin-
como en
el lienzo.
Aquí
flores;
aguas bullidoras, y cubriendo todo un cielo azul
que parece no acabarse nunca. Él creía en
eterno
¡
Algunos creen
no habría logrado hacer
el
así
!
Acaso
él
amor
mismo
el
suyo inmortal, porque se
;
PRÓLOGO
XII
requiere que venga la desgracia para que, convir-
tiendo en marmóreas estatuas yacentes los recuer-
haga que vivan luengos años
dos,
Qué
¡
los amores.
bien nos pinta Peón Contreras
el
contraste
que, al nacer, presentaron esas dos simpatías
á
él
de
ella, la
momento, como
Ama
por
á
ella
rehilete clavado
que cae de
la paleta
que
nombre de
él,
por
brilla,
por
la
la
de
Veleidosa se detiene un
él!
con
á Salvador por su donairoso
la luz
:
ventana
la
la
alfiler
de oro.
de
artista,
traje
al caballete,
por
marina empezada, por
el
aureola de gloria que rodea esa
hermosa y varonil cabeza.
Salvador
la llega
á querer, más que por bella, por
porque está enferma. Su alma de
débil,
menina; también
ama
lo bello
artista es fe-
por ser bello; pero
luego ese amor se convierte en hijo suyo, y entonces
como una madre. Y por eso, por ser como de
madre, vive el amor de Salvador más que el de Vequiere
leidosa.
¿
En
cuál cariño canta la maternidad cuando la
heroina de
rir ?
¿
En
No; en
el
la
el
novela está pálida, enferma, y va á mo-
de Genoveva que es
la
madre humana ?
de Salvador. Ese pintor se vuelve médi-
co; deja la alegre luz de su taller por la amarilla de
la veladora;
ya no oye á
para tener música en
el
los pájaros
alma
al
en
el
bosque,
pintar sus paisajes,
sino la tosecita de la pobre tísica ; prepara la tisana
:
PROLOGO
Xin
estudia en libros la dolencia de su amada, mientras
ella
reposa; corre al hospital á consultar á sus amigos
médicos; á ver
cómo
son,
cómo
están las atacadas
de ese propio mal; tiembla cuando
cuando
sacrificios
tura,
más
cuando
llovizna,
hoja amarillea,
la
y á costa de
el aire enfría;
y de esfuerzos, salva por fin á aquella
como
salva
una madre á su
cria-
para que
hija
tarde se la lleve algún amante.
Todo
ello está
dicho con becqueriana poesía en
algunos capítulos de la novela.
Ya
namos
va á ser pronto
feliz.
lo
que
seguirá. Salvador
al leerlos adivi-
in-
¡Es tan bueno!
Veleidosa recobra
y pierde el cariño romántico, de convaleciente, que la unía á Salvador.
Vuelve á
la salud
ser Veleidosa.
Antes había dejado de serlo
porque estaba como postrada en su
ma. El crepúsculo vespertino de
sillón
este
todavía queda cariño y gratitud, y
de
enfer-
amor en que
deseo de
el
irse
desasiendo dulcemente, sin forzar, sin ofender la
mano, todavía ardorosa, que detiene á
está pintado
afuera
— dice
admirablemente por Peón.
el
corazón
á los ojos para ver
si
— y á cada
llueve.
la helada,
Hay
rato se
Sobrecoge
frío
asoma
el espíritu
miedo vago. Está nublado. Se presiente,
un
casi se cree;
pero no se quiere creer.
—
La que ya no ama, como Veleidosa, se pregunta
¿ cómo seré algo buena, al ser mala con el ?
—
—
PRÓLOGO
XIV
Quiere que su novio entienda
selo ella.
que pasa
lo
sin decír-
Daría algunos años porque coqueteara
nada más coqueteara
— con alguna
otra.
¡
Ah, pero
muy fieles Temen sus corazones y por nada salen de aventura. De modo que
entonces los amantes son
!
algo brusco es necesario para desatar ó romper
el
nudo.
com-
Entristece ese Salvador que se resiste á
prender; apena cuando transige; conmueve cuan-
do
¿
se
queda solo en su
cuarto, y solo
Por qué amó á Veleidosa
biera
amado á
á ella
Ya
otra
?
?
¿
Y si
ya en
Pero
¿
la vida.
y
si
hu-
se hubiera unido
?
vendió sus bienes más queridos para
el artista
marcharse á Europa; ya va en
el
barco dice adiós á todo
como
lo suyo,
tado por Gleyre se despedía, en
mar, y desde
el
la orilla,
el
poeta pin-
de sus ven-
turas y sus sueños.
De
resa
Veleidosa nada se nos dice, ni tampoco inte-
que nos hablen de
ella.
Baila, juega, rie,
ma-
riposea. Salvador es apuesto, joven, tiene genio, y
más ó menos
otras mujeres
veleidosas le sonrien.
Pero pertenece á esa casta de soñadores que aman
el
dolor
más que
para siempre á
El dolor, en
va á
las
el
amor, y cuando
lo hallan se
unen
él.
el
cumbres
hombre de
,
genio,
cuando no
altísimas, lo lleva al vicio.
lo lle-
El ajen-
PROLOGO
jo atrae,
como
la
\V
mirada verde de una mujer con
la
que solo pensamos pasar algunas horas. Se quiere
como
volverse cuerdo enloqueciéndose. Para des-
preciar á la mujer, se buscan
tas confesiones
y
mudas oye
muchas mujeres. ¡Cuánel
los labios, ahí suele estar el
vaso! Entre la copa
drama.
Y en
los le-
chos impuros cuántas veces se ha refugiado un sue¡
ño
casto,
un recuerdo
reza, algo
tierno,
una memoria de pu-
hermoso que fué bueno!
'
;:
.
Salvador no se corrompe, se profana. Se mancha
y no se limpia, porque ya no necesita estar aseado.
una inmensa necesidad de sueño y bebe para
dormir. Pero no se ahoga su bondad en esas charSiente
cas á que ha caído.
Una suave resignación
exhala su
alma. ¿Por qué culpar á Veleidosa? Tal vez tu-
vo razón;
era vicioso
tal
vez
?
Y no,
la
habría hecho desdichada; ¿no
no era vicioso era desventura:
do. Pero quería afearse
amor, para disculpar á
moralmente
él
mismo, por
la traidora.
Por fin, enferma y muere. Muere perdonando. Su
última carta es de una delicadeza extrema. Parece
auténtica, escrita por Salvador, y este es
elogio que
En
sía.
más
alto
puedo hacer de Peón Contreras.
Veleidosa
hay verdad, hay ternura y hay poe-
Chispean entre sus hojas, como
brillantes luciér-
nagas, frases luminosas. Se ve que ese
pasado diríase que Peón
:
el
asistió
drama ha
como doctor al mo-
XW'
PRÓLOGO
.
ribundo y que escuchó
como poeta
sus íntimas con-
fidencias.
Al cerrar
el libro, se
aplica
el
oido á la cubierta
para oír los latidos de un corazón que en
él
Está en prosa; pero esa prosa es como
fronda de
los árboles
abriga
:
muchos nidos y en
la
queda.
los nidos
mu-
chos cantos.
¿
Por qué
I
es tan breve ? ¿
Porqué no está en verso?
M. Gutiérrez Nájera.
México,
Mayo
1891.
ELE!
i
A
luz de la alborada entra por los qui-
cios
de
^^^ mente
indeciso
pertino.
los objetos
iluminando débil-
con ese resplandor
y opaco, semejante al crepúsculo vesAmanece. La lámpara que ardió toda
noche en
la
las puertas,
la estancia,
moribunda
ya, apenas
deja ver claramente la mesa cubierta con un
mantel de lino y
los vivos
dorados del hábito
negro de una imagen de Santa Rita,
gada de imposibles. Cuando
y
la
la
abo-
llama resuella
se enciende á intervalos, se ven, bosquejadas
en
la
sombra, las dulces y juveniles facciones de
2
VELEIDOSA
::,::.
la religiosa, envueltas
suavemente en
el
blan-
quísimo tocado de su Orden, y aun pueden
sorprenderse un segundo,
el
ne con su mano derecha y
el libro
Cristo
y
que
la
sostie-
calavera
descansando en su otra mano.
Poco á poco, á
lo,
la claridad
van apareciendo
más muebles, todo
loro; nada más se
muy negro:
que surge del sue-
las sillas, el sofá
sin líneas,
detalla lo
y
los de-
esfumado, inco-
muy
blanco ó lo
un sombrero de mujer, con plumas,
pendiente de una
perilla, el
mármol
del tocador
con multitud de juguetillos de porcelana y de
cristal, frascos de aguas de olor, de esencias,
pomadas y
otras baratijas femeniles, indispen-
sables; todo herido con puntos luminosos ó
rayas brillantes.
Las ondas de
chan, pero
un rincón
el
luz
y
las
día invade.
el lecho,
masas de sombra
Ya
lu-
se distingue en
un verdadero lecho de
jo-
ven, de niña mimada, de mujer bonita y ele-
gante; angosto, de bronce bruñido, con
finísi-
mas colgaduras de encajes flotantes, y con lazos
de cinta de color azul
Y
allí
celeste.
están, junto al rodapié, sobre el res-
paldar de una gondolita forrada de moire h]an-
VELEIDOSA
^
V
:
$«
co, las ropas,
ropa interior bordada, acuchi-
llada, finísima;
con
la cifra
en monograma, se
(Anselma González), El vestido de
ve: A. G.
seda, las cintas, todo en desorden, tirado
como quien
de
prisa; las
tido, color
coquetas;
allí
flor
las ligas,
una botina encantadora,
calzado,
junto, en el suelo, sobre la alfombra, la
que
anoche entre
se marchitó
descolorida: un príncipe.
Sobre
de
muy
unas ligas
con moño, con hebilla sobredorada,
chiquitita,
y
ha acostado de mal humor y
medias caladas, del color del vesse
de rosa;
el
allí,
la
;^^
mesa de noche,
al
^
^
:
lado de la terna
delgado, la palmatoria y
cristal
el cabello,
el reloj,
un
enorme boa blanco como armiño, una pulsera
de nueve
mascota, y un cofrecillo chi-
anillos,
no, abierto y, dentro
el
él,
un paquetito de
una cinta de color de
cartas liadas con
Junto con
de
lila.
paquete de cartas un retrato en
miniatura extraído de su medallón de oro, que
se ve también
allí,
vacío.
Las cortinas del lecho están
ve á nadie; pero
el
corridas,
no se
bronce cruje; de cuando
en cuando un suspiro, un quejido, se escapa del
interior.
La que
allí
se acuesta,
va á despertar
4,
VELEIDOSA
\
Ó quiere dormirse; quién sabe!
De
repente un
movimiento brusco hace que todo
han vuelto
estalle: se
del otro lado, del lado de afuera,
no del lado de
la
pared.
Una mano
pequeña,
blanca, ase la cortina, la levanta, se ve
un bra-
zo torneado, lindísimo, y en seguida, saliendo,
muy viva, muy despierta. Semblante contrariado, uraño, la ojera muy
extendida, muy morada, mucho. Aquella muuna cabecita de mujer,
jer
no ha dormido.
•t:
m
ALTA
del lecho,
y en un
instante está
vestida, vestida á la ligera,
"^^^ bata
y unas
con una
chinelas, hoja seca, bor-
dadas con hilos de colores.
;
Qué linda Anselma González pero más que
;
linda, graciosa.
Es
rubia; pero no
oro de su cabellera parece tostado
playa y
le
Lo primero
mucho;
el
de
la
al sol
rastrea hasta la mitad del muslo.
es verse al espejo;
de entrar su
tía.
Su
tía es
allí
está!
su
Acaba
tía:
muy
gruesa, ni joven ni vieja, ni alta ni baja; regular;
nada importa,
se llama
Genoveva.
.
o
.
!
VELEIDOSA
',
Genoveva,
muerde
abre tamaños ojos y se
al verla,
labio inferior, de enojo.
el
— Muy bien no has dormido.
— ¿Y qué culpa tengo yo?.
do sueño.
—
...
;
.
.
.
No
he
teni-
Pálida, ojerosa. ...
—Tía.
...
—Y
de
— ¿Y cómo es?
— Amarilla. verdosa.
gueña.
— ¿Trigueña yó?
ojalá fuera palidez
.
.
—
¡
.
.
.
esa.
.
.
.
.
como eres tri-
.
Pero no eres blanca
Efectivamente, no era blanca; pero eso valía
más que
el
blanco.
Tez color de piñón,
fina,
sedosa, limpia, cubierta de un bello, al trasluz,
dorado, transparente, casi imperceptible ....
había que buscarlo.
— Pero eso
por
sí,
gracias á Dios, tú no te apenas
eso.
— Te parece;
sí
me
apeno.
Y
ahora más,
pues necesito no parecer mal, porque estoy
decidida.
....
— Decidida
—A
á qué?
dejarle
lo
he pensado toda
la
.
:
VELEIDOSA
.
me
Carlos es un infame, y
noche
7
en-
gaña.
— Sin embargo.
usted.
—Y
— Tú no portas muy
— Pero no
— Di que ya no
.
bien,
tía,
hija.
.
.
siga
le
-o,.:,i
así fuese?
Esto último
— ¿Si
la
así
lo dice
;
.
.
acuérdate.
.
.
.
.;
.
.
que
:
gusta
te
-;,_.
::
'
;
.;
;
/
:
con imperio, como
voluntad de su
in-
í
tía.
Yo
fuese? Será lo que tú quieras.
.
.
mira,
.
voluntariosa.
;-
consentida....
aquí
.
.•
_-;
¿
;;i,
no puedo negarte nada.
— Pues
.
...
quieres.
otro. ...
quiriendo
tú.
.
lo sabe.
él
si
.
bien.
te
— ¿Y
.
tía,
anoche
.
.
.
.
v^
escribí la carta.
.
está.
Debajo de una estatuita que representaba á
Apolo cogido de
por un cupidillo ala-
la oreja
y en actitud de lanzar con la mano que le
quedaba libre una de sus traidoras flechas, yado,
cía
una esquelita que Anselma extrae cuidado-
samente para no
— ¿Es
—
la carta
Sí. ...
las,
sobre
ajarla.
el
y
allí
¿;/m
de.
.
.
La forma
.
vale.
,
.
despedida?
están sus cartas.
.
.
.
tóma-
.
o
!
VELEIDOSA
.:
Genoveva,
muerde
abre tamaños ojos
al verla,
el labio inferior,
y
se
de enojo.
— Muy
no has dormido.
— ¿Y qué culpa tengo yo?. No he
do sueño.
—
— Tía.
—Y
de
— ¿Y cómo es?
— Amarilla. verdosa. como
gueña.
— ¿Trigueña yó?
bien;
...
.
.
.
teni-
Pálida, ojerosa. ...
...
ojalá fuera palidez
.
.
—
¡
.
esa. ...
.
.
.
eres tri-
.
.
Pero no eres blanca
Efectivamente, no era blanca; pero eso valía
más que
el
blanco.
Tez color de piñón,
sedosa, limpia, cubierta de
un
fina,
bello, al trasluz,
dorado, transparente, casi imperceptible ....
había que buscarlo.
— Pero eso
por
— Te parece;
sí,
gracias á Dios, tú no te apenas
eso.
sí
me
apeno.
Y
ahora más,
pues necesito no parecer mal, porque estoy
decidida. ...
— Decidida á qué?
—A
dejarle
lo
he pensado toda
la
.
.
VELEIDOSA
7
Carlos es un infame,
noche
y me en-
gaña.
— Sin embargo.
—Y
— Tú no
— Pero no
— Di que ya no
bien,
tía,
.
le
otro. ...
'
así fuese?
Esto último
así
.
.
lo dice
acuérdate.
.
.
.
.
que
gusta
te
;--v;- -
•
\ V
con imperio, como
.
.
mira,
.
.
;
.
tía.
'
tia,
anoche
in-
:
Yo
.
.
-
escribí la carta. ...
-
está.
,
.
voluntariosa.
:
'
.
fuese? Será lo que tú quieras.
consentida....
aquí
.
}'-'}'\í.,,.;
no puedo negarte nada.
— Pues
.
;.;'.~:\-:;_
quiriendo la voluntad de su
— ¿Si
tú.
.
.
quieres.
.-
si
.
muy bien.
lo sabe.
él
.
siga usted. ...
te portas
— ¿Y
hija.
.
.
-.
Debajo de una estatuita que representaba á
Apolo cogido de
por un cupidillo ala-
la oreja
y en actitud de lanzar con la mano que le
quedaba libre una de sus traidoras flechas, yado,
cía
una esquelita que Anselma extrae cuidado-
samente para no
— ¿Es
—
la carta
Sí. ...
las,
sobre
ajarla.
y
allí
el duró.
de.
.
.
La forma
.
vale.
despedida?
están sus cartas.
,,
.
.
.
tóma-
.
VELEIDOSA
S.'
—
.!
Bien, se lo enviaré todo.
niña, diez
y
seis años, ¡y
Y apenas tienes,
van cuatro!
|
Por toda respuesta, Anselma hace un gra-
y una sonrisa de
cioso mohín,
dibuja en sus labios rojos
satisfacción se
y húmedos como una
guinda reventada.
I
Genoveva vuelve á poco. Ha entregado
carta,
un criado
un criado
posilla
porque
se la
sale el
ha llevado.
amor de
la
En manos de
aquella casa. Mari-
de alas doradas, ayer viva, hoy muerta;
así
mata Anselma;
sin piedad, sin
mi-
sericordia. ...
— ¿Ya está?
— Yá. ... ya no
remedio.
— Mejor.
— ¿Adonde vamos ahora?
— ¿Adonde dónde iremos qué
tiene
? ¿
?
¡
¡Ni á dónde
—A
—A
— Iremos.
—
fastidio
ir!
de Plateros.
la calle
ver. ... ¿lo de siempre?. ... nó.
allí
.
.
nó.
.
Calla; sé
.
adonde. ...
sí.
A la
Academia
de San Carlos.
Y cantando, alegre, risueña, Anselma se vis-
í;
VELEIDOSA
tió,
se emperejiló, se
que
le
se llama
puso guapa,
muy guapa,
porque
podía negar; y se asomó
de su
para
tía
el
9
al
sí
señor; lo
lo era;
no se
balcón en espera
Genoveva, que aun daba sus órdenes
buen
servicio
de
la casa.
;'
III
S natural, lector,
que desees informarte
de quién era Anselma, y no te cansaré
^^^ mucho para dártela á conocer.
Huérfana á
los cinco años,
había sido re-
cogida por Genoveva, hermana de su padre.
Genoveva gozaba de
cierta posición, era in-
y además, que
económica como buena
dustriosa
de profesión,
si así
puede
esto es lo principal,
solterona; solterona
decirse,
pues jamás
pensó en casarse.
Casa propia en
dice, el centro
la Alcaicería,
como quien
de México, y una renta de dos
VELEIDOSA
12
mil cuatrocientos pesos anuales
le
aseguraban
más que holgada, para ella y para
á quien tenía la debilidad de amar
subsistencia,
su sobrina,
hasta
exageración.
la
Habíala educado como á señorita de casa
grande, cuidando, á consecuencia de aquel mi-
mo, más del cuerpo que del alma de
más de
las
prendas
físicas
que de
la niña,
las cualida-
des morales de aquella criatura, por otra parte
bastante bien inclinada.
Aprendió á
Dios y
leer, escribir
ella quisieron;
y contar porque
porque
el cielo la
dotó
de inteligencia y porque su curiosidad, que era
mucha, la arrastraba á indagar lo que decían
aquellos libros que su tía leía con tanta avidez
y con tan sobrada tenacidad, incesantemente;
pues Genoveva no hizo nunca otra cosa en su
vida,
que
leer cuanta novela
Anselma, desde
los
once
cayó en sus manos.
abriles, fuera
ratos
que dedicaba voluntariamente
y de
la
hora destinada á
la lección,
de
los
al estudio,
ocupaba
él
día en componerse, en mirarse al espejo, en ju-
muñeca y en asomarse al balcón.
El balcón sobre todo. Puede decirse que en él
vivía. Su casa, por consiguiente, era la calle.
gar algo á
la
VELEIDOSA
La
calle
;>
1||^
de su casa, concurrida siempre, era
su teatro. Conocía á todos los personajes que
frecuentaban su largo escenario y estaba altante del papel
más
que representaban, Pero
le entretenía,
lo
que
absorbiendo su atención,
eran las escenas amorosas del vecindario. Se
sabía al dedillo la hora de las citas
allí
esta-
en todo tiempo, testigo implacable
ba, firme,
Tomasa,
del coloquio del amor.
ra,
y
Exaltación, Lucía.
.
sobre todo Lucía,
.
.
Elisa, Isido-
su vecina de enfrente; hábil, traviesa, interesante,
muchacha de
flores,
de
cartas,
de besos volados, de suspiros y de
lá-
grimas.
que
.
.
.
todo
allí.
.
.
.
venir,
de
delante de
Anselma
miraba llena de contentamiento, embe-
lo
lesada,
que hasta
la oía,
su amorosa exaltación
los,
y
ir
Lucía dejaba
cuando en medio de
y en
el
calor de sus ce-
caer, balcón abajo, sobre su
novio, aquella tempestad de enojosas palabras,
de amenazas, de imprecaciones, que termina-
ban siempre en un diluvio de
llenas
frases cariñosas
de arrepentimiento y de pasión.
Sistema admirable: enseñanza- objetiva.
Genoveva entretanto devoraba á
Escrich,
Dumas y á Fernández y González, y se empa-
.
VELEIDOSA
Hí
paba
lla,
la fantasía
en
las inspiraciones
de Zorri-
Campoamor y Becquer
Espronceda,
sus
poetas favoritos, y en lo cual razón tenía.
Era
preciso, necesario, indispensable
Anselma,
al
de divagar
el
muy poco
cabo de
ánimo en
que
tiempo, dejase
los entretenimientos
de
sus vecinas. Ella debía también tener un novio;
pero comenzó por
cuatro ó
Corrió
los chicuelos
seis, señitas,
el
recados.
de
.
.
la
.
vecindad,
nada.
.
.
tiempo. Era preciso un novio for-
mal, y lo tuvo.
A Genoveva le cayó muy en gracia y le pareuna monada, y hasta se imaginó quién sabe
qué cosas de su sobrina, al pensar en la preco-
ció
cidad de aquel corazoncito, impresionado vi-
va y profundamente
— "¡Qué
al
comenzar sus
latidos.
sensibilidad tan exquisita revelaba
aquella inocente alma, entregada
tierna aún!
¡Qué
le
reservaría
el
al
amor
tan
porvenir de su-
y amarguras, cuando tan niña y tan
pura, derramaba en el altar del amor las primi-
frimientos
cias
de su llanto;
Era
el
las
lágrimas del infortunio!"
amante también un niño; alumno
del
Colegio Militar, imberbe y bonito con su uni-
forme nuevo de
gala.
VELEIDOSA
'
Una noche Anselma
Acababan de sonar
de Lucía
sultaba
-
.
!
el
balcón.
El amante
las oraciones.
por tres veces. Apa-
arde Troya. El amante re-
.
de todo punto.
infiel; desleal
me, villano
prueba,
estaba en
llega, silba, silba
rece Lucía y.
15
—
— exclama Lucía. —Aquí
tienes la
de tu traición y de tus
el testigo
dades.
— Le
coge,
enmudece y Lucía continúa:
arroja
un papel,
el
¡Infa-
amante
false-
lo re-
— ¡Niega,
niégalo ahora, malvado! ¡Todos los hombres
son iguales! ¡Adiós!
de
— Y desapareciendo
balcón en ademán vio-
la persiana, cierra el
lento
y
tras
trágico.
— ¡Todos
los
hombres son
igun.les! repite
Anselma, más conmovida aún que su vecina.
Al
alumno de
día siguiente, el
Militar fué despedido
la
porque "todos
Escuela
los
hom-
bres son iguales."
Y
terminó
An-
así la
primera aventura de
se rió
mucho, á más no poder.
selma.
Genoveva
Anselma
al
contrario, lloró
trascurrido apenas
ña
el sustituto.
leyes, acicalado
un mes, entraba en campa-
Era un
y
mucho; pero
rico,
jovencillo, pasante
de
bastante rico; buen
ji-
.
|6
VELEIDOSA
¡i
A los seis
nete, valsador incansable.
meses de
relaciones fué reprobado, por tercera vez, en
exámenes y su padre
sus
envió á educarse
lo
á los Estados Unidos. Aquello fué espantoso.
Duró ocho
días el extrago
que comenzó á
di-
siparse con la lectura de la primera carta del
ausente; una carta de ocho pliegos.
Carta vá y carta viene; muchas impaciencias,
muchos viajes
al correo, viajes personales;
poco á poco aquel amor epistolar murió de
frío;
mejor dicho, de cansancio.
Anselma
se aburría; fué necesario llevarla
á toda clase de diversiones, y una noche en
teatro. ... en el teatro se
melos
fijó
en que unos ge-
disparaban con tenacidad
le
foco de sus lentes,
y
el
el
poderoso
por vencida.
se dio
El tercero entonces se presentó en escena.
amante vulgar,
cribir.
.
.
.
ma, ya en
fastidioso,
muy aficionado á es-
Cada vez que hablaba con Ansella casa,
la plática, le
ya en
el
balcón, después de
entregaba un papelito que exigía
una respuesta. Aquello era
con
al
los extras,
desdoblar
cayó
al
con
las sorpresas: v. gr.:
la servilleta
suelo un
terrible sin contar
billetito.
un
día,
á la hora de comer,
Otra vez en
la igle-
VELEIDOSA
•sia, al
La última
abrir el libro de misa.
un
al ir á
baile, oculta
en
guante izquierdo, una
17
ocasión
dedo pequeño del
el
de papel delgado
tira
con dos cuartetas copiadas de una bellísima
poesía popular, en voga entonces.
Intolerable, perfectamente intolerable,
cayó encima
Anselma
la sentencia:
y
le
despedido.
se pasó los días decepcionada, in-
quieta, sin sosiego, sin alegrías, sin sueño; pero
,.;-.:
sin novio.
La temporada fué
larga:
bíase,
Y
le
le
la
misma
hacía falta aquel bultito
como
ella
misma
:,
más de un
Eso era excesivo; hasta á
noveva
1.
-
al
año.
tía
Ge-
cual ha-
solía decir, habituado.
tocó su turno, pasado este tiempo, á
Carlos; al Carlos cuya época alcanzamos aún,
en su última noche,
Dos años
aves en
al
comenzar
este libro.
vivieron estos amores
el nido.
v
como
'-:
.
.;
:
-.
las
I
V
NSELMA acababa de
cumplir diez y
nueve años; pero Genoveva, que con-
a^^^' taba mal cuando le parecía conveniente,
se los tasaba
El corazón de
do
ya,
y
este
en diez y
la
muchacha
le
-
se había forma-
amor de Carlos habíala impresio-
nado vivamente,
Carlos
seis.
í'
'-
•'(
;
enseñó muchas cosas que
ella ig-
noraba, la dedicó á la lectura de los buenos
libros, se
jiera al
empeñó en que bordara, en que
gancho, en
ocuparla, así
fin,
te-
hizo todo lo posible por
como quien no
quiere la cosa; to-
VELEIDOSA
20
do para substraerla
del balcón, de la novelería
y de los chismes de la calle.
Genoveva observaba aquel cambio de
los
hábitos exteriores de su sobrina con indiferencia, sin
darle ninguna importancia; era igual,
como que
la
niña solamente lo hacía por sa-
de un novio temático y
hasta cierto punto ridículo. Así al menos le
tisfacer los caprichos
parecía á Genoveva.
Mas
en
la
aconteció que Carlos recibió su título
Escuela de Ingenieros. Su posición so-
cial sufrió
un cambio favorable. Tenía
tección del Ministerio de Fomento.
emparentado con un
y
se le
pero
jefe
de
tío al fin, le
tenada suya,
Estaba
de
los trabajos
límites.
de sección, su
mismo tiempo
pro-
de sección, influente;
propuso un destino en
la cuestión
Este
jefe
la
le
tío
en cuarto grado,
hizo las proposiciones,
y
al
metía por los ojos á una en-
muy
bella, juiciosa,
que nunca
había tenido novio, un poco tontuna y here
dera
al
mismo tiempo de un
•
capital de consi-
deración. El porvenir así estaba hecho. Carlos
meditó, reflexionó, pidió consejos aquí y allá
ó se
los dieron á veces sin pedirlos y.
.
.
.
te-
•
VELEIDOSA
nía
lo
V:.J.
•;_
.
Jf;i:
que suceder: Anselma era un estorbo. Ella
comprendió.
lo adivinó. ... se
conven-
y después de muchos días muy largos y de muchas noches más largas aún, de
ció al cabo,
celos,
de insomnio, de desesperación; después
de buscar por todas partes algo que
jera, otro á
fin,
la distra-
quien querer, una nueva ilusión en
antes de despachar á Carlos con la música
á otra parte; una tarde, después de una escena
violenta entre ambos, durante la cual ella afir-
maba y
y con
él
fi-ases
solución.
negaba, pero negando con tibieza
entrecortadas y vagas,
su re-
El amor propio antes que nada: es-
cribió la carta aquella
de despedida, lacónica,
terminante.
día, tras
'
^
Ya sabemos cómo
de ese
tomó
ñié enviada, al
amanecer
una noche de desesperación
y de mal dormir, y ya sabemos también que
acababa de vestirse para
Academia de Bellas
Anselma tenía un
ir
á entretenerse á
la
Artes.
plan.
,
'-'
.;
\J
'y.-
BA por
la
acera seguida de su
llando con su hermosura lo
'^^^ un
arro-
mismo que
brazo de mar.
Alta y delgada, envidia en
las
mujeres y ad-
miración en los hombres despertaba
ta,
tía,
al ser vis-
aquella mujer tan joven, tan esbelta, tan
airosa;
y qué
original el ligero
movimiento on-
dulante y voluptuoso de su cabeza; y qué donaire, al andar, en el estrecho círculo de la
cintura, sosteniendo el busto elegante, sobre
la
movible y desenvuelta cadera que parecía
derrumbarse.
Y así iba,
así,
tocando apenas
el
VELEIDOSA
24
suelo con los diminutos pies primorosamente
calzados.
Altiva y majestuosa,
mirada á
al sentir la
veces inquisidora, á veces impertinente de
unas y
al oír el
¡
ah de
!
la
las
sorpresa de los otros,
dejaba vagar una sonrisa sobre sus labios en-
y desdeñosos, y afirmaba el paso y
seguía su marcha imperturbable lo mismo que
treabiertos
una reina orguUosa cruzando por en medio de
sus cortesanos.
De cuando
en cuando miraba á alguno con
esa mirada penetrante
que sabe cuánto
vale,
y luminosa de
y
la
mujer
satisfecha de su triun-
fo,
cerraba un rápido instante
cel
de sus largas pestañas, instantánea sombra
el
enrejado can-
que pasaba sobre sus pupilas como una nube
obscura por
Entró en
el sol.
la
Academia cuando acababan de
abrirse las puertas de sus vastas galerías. Poca
gente había
bre, especie
allí.
Era aún temprano, y un hom-
de cicerone, trigueño, melenudo,
se les acercó para servirles de guía.
en
el
salón de la pintura antigua,
Anselma
se
Acababa de mirar lo que había
Apoyado con el hombro en el mar-
estremeció.
ido á ver.
Al entrar
';:?$
VELEIDOSA
co de una puerta, con cierto abandono, con aire
triste,
con
la vista
clavada en una figura de
Baltasar de Echave, estaba un
mo
hombre
de veintiocho á treinta años, moreno, pá-
mirada abierta en unos ojos obscuros y lu-
lido,
cientes, rizado el pelo
el traje,
toro,
menos
la
y negro, y negro también
corbata color de sangre de
hecha lazo por delante de un cuello blan-
como blancura de
Ni en Anselma ni en su tía
co y lustroso
otros grupos de visitantes
mento invadían
tiempo, en
saba
se
así co-
el dintel
de
la
reparó, ni en
que en aquel mo-
pero pasado algún
la sala;
que Anselma traspa-
instante en
el
porcelana.
puerta en que mantenía-
apoyado aquel hombre, atraído
mente por
la
voluntariosa
hirió sus ojos, volviólos
irresistible-
y tenaz mirada que
bruscamente apartán-
dolos del cuadro, hacia la resuelta dama, ba-
jándolos en
el acto,
desviándolos de aquella
y poderosa pupila que le bañó el semblante en luz, como la llamarada de un reardiente
lámpago.
Anselma pasó; pero escuchando
de una pisada que tras
ella
la
suya
andaba, dejándola de oír
iba,
si
el
rumor
sonando
se detenía.
si
26
.
VELEIDOSA
.
Penetraron
así
en
el
salón del paisaje.
An-
selma se detuvo frente á uno, hermosísimo,
lle-
no de verdad y de seducción.
Un
rincón del
mundo en un pedazo
cua-
drangular de tela preparada.
El
la
como
cielo, azul
hora de
el cielo
puesta del
la
sol.
del
Anáhuac, á
Una
ráfaga de
viento movía aquellas ramas, aquellas hojas, y
sonaba entre
el follaje
con melancólido ruido.
y una paloma
Se desbordaba
la fuente
prendida por
golpe del agua
la baldosa,
el
al
sor-
caer sobre
tendía las alas para emprender
el
vuelo, sin satisfacer, acaso, la sed que la devoraba. Así se explicó
respondiendo
tos,
el
pintura,
vez á sus propios pensamien-
temerosa de que
más
ella
tal
Anselma aquella
el
amor que
la seguía,
por
ligero incidente volara lejos de ella, de
que tenía en su pecho
apagar
sin límites, para
alma sedienta de
la
la
caricias
fuente de ternura
sed abrasadora de
y de amores.
— ¿Quién ha pintado ese lienzo? preguntó
al cicerone.
— Está firmado,
— Ah!
verdad.
no
había
reparado, — exclamó Anselma, — y aproximóseñorita.
¡
sí.
.
.
.
es
-
...
"
lo
VELEIDOSA
,
se al cuadro
rojos:
—
y leyó en caracteres diminutos y
Salvador Morello.
Allí está
muró
el
él,
señorita; detrás de usted;
mur-
cicerone.
—
¿quién?
— Salvador Morello.
Allí está
al
2"!
.
v
;•
:
.
.
Cí
^
.'
,
Anselma volvió el rostro y miró de nuevo
hombre pálido y vestido de negro.
Pero esta vez fué
ella
quien bajó los
ojos.
E conoció en
lo
la calle;
dos ó tres veces
había visto, impresionándose con
Wi.<^^ aquella fisonomía
franca,
hermosa y
simpática, fuertemente simpática.
Aquel
día, al
pasar junto á
él,
rado con intención. Le gustaba,
Anselma ignoraba quién
v
lo
-
había mi-
lo quería.
era; eso
nada im-
porta á una mujer.
¿Por qué
los sentidos,
le
habían herido profundamente
primero
el
hombre y después
pintura?
¡Quién sabe! Eso no
lo
sabe nadie.
la
!
30
VELEIDOSA
r
Desconocidas atracciones, lazos misteriosos,
un rayo de
de
luz,
roza
la
luz
que
se encuentra
con otro rayo
una ola con otra
ola, el ala del
hoja del árbol.
.
Anselma en
alegres, soñó el
.
.
¿Por qué?.
sus tristes horas
amor de un
ave que
y en
artista.
sus horas
.
.
.¡cuán-
sueñan
tas lo
Entre
artista,
el
cuadro, delante de sus ojos,
inmóvil á su espalda, sorprendió
mundo, en un
instante.
Un mundo
y
ella
el
un
que era
suyo.
Se
volvió, arrastrando á
andar, pasó junto á
él,
sangre, arrojada por
el
Genoveva; echó á
volvió á mirarlo y la
corazón en brusca sa-
cudida á su cabeza, enrojeció sus
Como ya
era, se
le
conocía,
creyó con
el
como
mejillas.
sabía ya quién
derecho de saludarlo y
le
saludó con un ligero movimiento, imperceptible casi.
Salvador Morello se
ella.
salió á la calle tras
de
VII
LLÁ iban, el uno en pos de la otra, arrastrados por
—
7)^:^^<r
i
el destino.
Has reparado,
que nos sigue?
^
tía,
en ese hombre
-r
—
— Pues
yo amo á
hombre.
— ¡Anselma!
—Y me ama también.
— ¿Y cómo sabes?
— Una mujer como yo nunca equivoca.
— Presuntuosa.
—Ya
"•^-
Sí.
-
-----y
ese
bien,
él
;
,
í^
lo
se
.
lo verás.
^
';
"^^
^
;
-
.
.
VELEIDOSA
32
— Pero ¿quién
es?. ..
Por su parte, Salvador, que
muraba entre
— ¿Quién
yo tengo que
las seguía,
mur-
dientes:
será esta mujer? decididamente
ir
tras ella hasta el fin del
Marchaban muy de
mundo.
prisa.
paso un ami— ¿Salvador?.
llamándole.
— Hasta luego
— Oye, Salvador.
— Hasta después, contestaba á
— Una
Salvador.
— Más
ahora no.
— ¡Moreilo! — gritaba un
— Un
.
.
.
decíale al
go,
chico, adiós.
...
otro.
le
palabra,
tarde.
.
...
.
.
.
.
tercero.
le
instante. ...
— Está
— Pero.
— No.
bien.
.
... es
.
.
nos veremos. ...
que tengo que hablarte.
ahora no.
.
do detenerme.
— Es que. ...
— Voy muy ocupado!
¡
.
.
.
.
.
por favor, no pue-
VIII
INTOR, alumno de
sajista, discípulo
^^^
tudioso,
muy
la
Academia, pai-
muy es-
de Landesio;
pobre; alma de
corazón de oro,
artista,
'!
Eso era Salvador Morello.
Habitaba una vivienda en
la calle
Su
el
número
13 de
de Tacuba.
familia,
para sus recursos, numerosa.
El arte no daba, y menos encerrado en
taller del maestro.
Se emancipó,
el
Era preciso hacer esfuerzos.
se declaró en rebeldía.
Pintó sólo. Iba á buscar
al
campo en
las
ma-
VELEIDOSA
34
ñañas y en
las tardes, la
verdad de sus concep-
La
ciones, lo real de sus ensueños.
tronco, la rama,
la hoja, la flor, la
corteza, el
piedra;
el
co-
lorido, el tono, la distancia. ...
Buscaba
la
composición en su
armonía en sus recuerdos,
la
espíritu, la
belleza en su
genio.
Pasaba encerrado en su estudio largas horas
del día, solo, delante de su caballete, con su pa-
mezclando
leta;
los colores,
emborronando
los
lienzos.
Era admirable en
el detalle.
precisión de su dibujo. Pintaba
Sorprendía
triste,
la
melancó-
En
el
azul de sus lagos se reflejaba, casi
siempre,
el
azul del cielo de las tardes inver-
lico.
nales.
el
Lo
ansiaba y nunca había contemplado
mar; fué á
playa y pintó una docena de
uno de estos lienzos el agua esla
marinas.
En
piraba en
la ribera
el sol
trasponía
el
en mansos rizos de espuma,
horizonte, cruzaba
y un lirio, solitario y
de un médano de arena.
espacio,
pie
En
su estudio,
triste, se
como quien
su templo, se sentía bien,
una ave
muy
el
abría al
dice, su hogar,
bien; sólo
allí.
Del lado del Norte una gran vidriera cubierta
.
VELEIDOSA
;.;
3$
:"
con una cortina de color obscuro, corrediza;
hacía
él la luz
á su antojo. Sobre la mesa, sobre
arrimados á
las sillas,
de estudio,
los lienzos
un
.
.
sin fin.
.
cartones
en bastidores, á medio
preparadas. Cuadros comen-
restirar, las tablas
zados.
las paredes, los
muchos. Bocetos.
.
.
.
apuntes.
.
.
Algunas pinturas de su maestro, de
sus compañeros, de los muertos sobre todo;
varios cuadros místicos que tenía
taurar; remiendos.
muy lindos,
glesa,
Dos
para
res-
cuadritos de paisaje,
de Apián; paisajes de escuela
y un manequí que
á veces, sus figuras,
De
allí
le servía
in-
para diseñar,
..v'
repente llamaron á
la
puerta; tres gol-
pecitos dados con timidez.
— Adelante,
dijo,
í-
-1
Entró una mujer del pueblo con una esquela
en
la
mano,
:;
— Buenos
— Buenos
— Traigo á usted
— ¿Una esquela?. ¿de quién?
— No
me dieron para
días.
V
'
i^-
días.
esto. ...
...
lo sé, señor,
la
traer.
Adiós, señor.
— Adiós.
":
^
'
—
:V
•
/"
VELEIDOSA
36
Abrió Morello
el
sobre.
Temblaba de emo-
ción; lo presentía, lo adivinaba.
" Estoy decidida á estudiar
pintar lo
mismo que
el
usted, ó al
dibujo quiero
;
menos
lo pre-
tendo.
¿Podría usted darme una lección
diaria, Sr.
Morello?
Si
no tiene usted inconveniente, espera á
usted en esta su casa.
Su servidora Q. B. S. M.,
Anselma González."
Alcaicería, o.
Ante
la
audacia de un hombre,
la
mujer casi
siempre se iergue, combate, rechaza; ante
más
ligera insinuación de
más
si
do, cae.
es bella, el
la
una mujer audaz,
hombre, mareado, aturdi-
.-S-'f
.
IX
A
sala á
media
luz.
frente al balcón, en
^^^
cierto
resortes muelles,
Cerca del ángulo,
un
sofá amplio,
de
Anselma echada con
abandono y vestida con un
traje
blanco
y vaporoso.
El iris de sus ojos de un azul transparente
y límpido contrastaba con
de su pupila dilatada y
En
el
la
negrura intensa
brillante.
otro extremo del sofá, en actitud con-
templativa y absorto,
el pintor.
Genoveva sentada en un
leyendo á favor de
la luz
sillón,
algo
lejos,
que entraba por una
.
.
VELEIDOSA
38
puerta entornada.
y
llete
No lejos del balcón
Sobre una
el lienzo.
silla la
Las pinturas de
caja de colores.
muchos días que no
¿Para qué? Era un pretexto.
cas.
.
.
hacía
— Y.
.
la
el
caba-
paleta
y
la
paleta se-
se pintaba.
¿nunca pensó usted en casarse? pre-
guntó Anselma interrumpiendo bruscamente
el silencio.
— Nunca.
— Sin embargo, habrá usted tenido
relacio-
nes. ... es decir, se habrá usted enamorado.
— Muchas
— ¿Muchas veces?
—
— Entonces usted un hombre
— Seguramente,
veces. ...
•
Sí, señorita.
será
tante.
.
.
.
incons-
veleidoso.
señorita.
Otro silencio más prolongado aún que
el
an-
terior.
— ¿No
usted hoy? Pintamos
y después.
— No, hoy no; mañana. no me
pinta
días
sólo tres
.
.
...
siento
bien.
— Entonces.
de levantarse.
...
Y
Salvador hizo ademán
,.
VELEIDOSA
— ¿Se va usted?
á pesar mío.
—
— ¿Tan pronto? No. no
Sí,
r'39
w-
señorita;
...
-v
J.-'
...
vaya usted
se
tan pronto, converse usted un rato más.
un
.
.
ratito.
— Con mucho gusto.
—
—
con mucho
...
--
"
Gracias.
Sí, señorita,
gusto.
Morello volvió á sentarse, acomodándose co-
mo
el
que
se
va á quedar; pero
sin hablar
palabra más.
Genoveva
una
-;
;
se hallaba engolfada en
un
terri-
ble pasaje del Judío Errante. Leía en el capítulo
el
aquel que refiere
cómo Rodín, azotado por
colera asiático, lucha á brazo partido con la
muerte. Genoveva pues, no estaba
allí,
se en-
contraba en París en plena epidemia.
— Y.
.
dígame usted; pero con franqueza.
Antes de todo ¿será usted franco conmigo?
— Lo
seré ¿por
Diga
pre.
usted.
— Actualmente.
de.
.
.
.
sí.
.
.
.
¿está usted
.
.
.
.
enamorado
alguien?
— Actualmente.
que
qué no? Lo he sido siem-
la
verdad. .... creo
.
VELEIDOSA
40
—Y
¿ella?
— Pues
ella. ...
sará, señorita,
no
yo no
sé. ...
le
no sé qué pen-
he dicho nada.
— Teme usted acaso.
— todo temo.
...
Tengo miedo de no
ser correspondido y tengo más miedo aún de
serlo. Es incomprensible ¿no es verdad? Pues,
lo
Sí,
.
.
.
parece incomprensible; pero no es
mujer
me
desdeñara,
sentir el dolor
se,
creo que
me
dolería;
yo no quiero
de su desdén. Pero,
me
Si esa
así.
si
me ama-
enamoraría locamente de
ella
y yo no quiero enamorarme locamente ¿comprende usted?
Necesito
arte.
el arte,
adoro en
él.
.
.
arte para la vida
y la vida para el
Esa mujer absorbería mi ser entero; para
el
mis pensamientos, mis aspiraciones, mis
ella
delirios,
tista
rra
Amo
mis días y mis noches. Necesita
el ar-
tener ojos para la naturaleza, para la
con sus límites; para
ojos en los ojos de su
irían á
el cielo sin ellos.
tie-
Sus
amada ¿ qué verían ? ¿ qué
buscar con ávida mirada en
los reduci-
dos círculos de dos pupilas de fuego, negras
como los abismos, profundas como los abismos ? Nada y todo ¿ me entiende usted ? Todo,
porque allí está el amor y el amor enaltece el
.
..
VELEIDOSA
41
espíritu, lo ilumina, lo inflama; el
za. ..
despierta.
.
Nada, porque
me
está el
. .
.
.
de sombras,
.
lo hiela; el
debilita.
.
.
fondo de su corazón.
el
¿cree usted que yo lo sé? ¿Puedo adi-
¿Qué
vinarlo acaso?
sí,
amo,
la
.
.
lo sé. ...
Así no he amado.
.
mí?
será esa mujer para
Hasta hoy, un enigma.
amo
empuja.
.
amor y el amor depri-
adormece.
de su pecho, en
.
.
pupila negra de la mujer adorada, den-
la
tro
.
fuer-
Todo depende de lo que hay allí detrás
enerva.
Y.
remora.
es
conmueve.
.
.
llena
el espíritu, lo
amor
de
allí
.
amor es
. .
un misterio.
no
.
me queda
Amar de
.
La
.
duda.
esta manera,
amar; y por eso vacilo y por eso dudo y
tiemblo y tengo miedo. Si esa mujer me coes
y olvidándome después me engañara, causaría mi muerte.
Me mataría
rrespondiera
.
yo
me
ó,
dejaría morir
Basta
Y
es lo
mismo, y.
Adiós, señorita, adiós
mañana ¿ eh ?.
á usted.
que
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
hasta
cuántas tonterías
¡cuántas tonterías!.
.
he dicho
le
.
diciendo y haciendo, dominado por los
pensamientos que expresaba, maquinalmente
había tomado su sombrero y dando golpes con
él
sobre su rodilla derecha; andando mientras
6
.
.
VELEIDOSA
42
hablaba, andando
— andando.
tró fuera de la sala
y ganando
se encon-
la escalera,
cu-
yos peldaños bajó de dos en dos, salió á la calle.
— Y bien
viendo en
sí
exclamó Anselma, vol-
tía.
de su estupefacción. ...
—Y bien ¿qué?.
.
.
.
¿Tú
sabes, hija
'
mía que
Eugenio Sué tenía mucho talento?
Rodín
es
un gran
los escritores, los
tipo.
.
.
.
Sólo
que hacen
j
Ay
así se
¡
los pintores
no han
escribir, tocar
y pincomprende que hagan lo
Qué Rodín.
pedazo de mi vida
leas esto. ...
Seguramente que
.
músicos y
de hacer otra cosa que
tar.
.
.
Este
!
.
.
.
qué Rodín
es necesario
que
!
.
tú
,,:
-y:
L salir Salvador á la calle y emprender
el
camino de su
casa, se encontró
W^<§>'^ ^^ antiguo discípulo suyo,
bía
dado en
la
Academia
al
con
cual ha-
lecciones de dibujo
y perspectiva.
Era Antonio Rojaso, precisamente aquel jo-
lineal
vencito alumno de la Escuela Militar, novio de
Anselma. El muchacho había crecido; con
gún trabajo
se atusaba
ya algunas veces
la
al-
ex-
tremidad de un bigotillo naciente.
Aunque mucho menor que Morello, era sin
embargo Rojaso como se dice vulgarmente, un
.
.
.
.
VELEIDOSA
44
tanto igualado y trataba á las gentes mayores
de tú por
vamos,
tú, sin etiquetas, ni reparos;
se subía á las barbas.
— ¡Hola,
tamos?.
y ¿ qué
.
.
tal ?
.
hola!.
.
.
Sr.
Morello.
.
¡si
usted supiera!.
.
¡si
diferencia, afectada
.
in-
por supuesto, porque cada
"si usted supiera" había llegado á su co-
razón
lo
mismo que un
—Y va á aprender
que
.
usted su-
— ¿Qué cosa? respondió Salvador con
uno
es-
mucho gusto de ver á usted.
¿ Muy bien ? ¿ La discípula es apli-
cada?. ... ¡Si usted supiera!. ...
piera! ....
¿cómo
.
es el dibujo. ...
la
martillazo.
pintura
¿No? Pues
no dibuja mal.
.
lo
.
dibujos suyos?
— ¿Usted había
— ¿Pues no había de ver?
— ¿Sí? Y. ¿cuándo?
— Hace ya algún tiempo
Al
visto
los
.
.
.
fin
no
ted es persona reservada
usted á nadie
me
us-
se lo dirá
guardará usted
el se-
creto.
—
Sí,
por supuesto.
..
El corazón de Morello
violenta
latía
de una manera
y un malestar desconocido
ba su cabeza.
trastorna-
.
.
¡^
VELEIDOSA
45
á
— Porque no quiero que Anselma
que yo
— No, hombre, no. y ¡cómo ha de saber
llegue
lo cuento.
decir
...
que hemos hablado!
— Eso
sí.
no ha de
.
.
.
tiene usted razón.
.
.
.
usted
decirle nada. ... ni en chanza.
.
.
Pues ha de saber usted que fué mi novia.
.
.
¡yo
la
enseñé á querer!
— ¡Ah! ¿Sí? pues debe usted de
satisfecho
— Que
porque es una mujer.
vale
mucho ¿no
es
.
estar
muy
.
verdad? qué
in-
¡qué ardiente!
qué graciosa, y.
¡No he conocido yo una muchacha más ar-
teresante,
.
.
.
'
~
diente!
;'\
Salvador se puso pálido. ...
— Lástima.
.
.
.
continuó Rojaso, es lástima
que sea tan vanidosa y tan coqueta
co-
queta sobre todo. ...
— ¿Coqueta? No me ha parecido.
— Con
parecer formal y
serio ....
ese aire al
¡
ha tenido tantos amoríos
ra!. ... ¡si
...
!
.
. .
usted supiera!. ...
¡si
usted supie-
Ir
XI
E pasaron muchos días
sin
que Salva-
dor apareciese de nuevo por casa de
Genoveva.
^p^^*
Anselma
lo
que
¿
Qué se había hecho de él ?
se desesperaba.
es dormir, nada.
.
.
.
.
.
.
Casi no comía y
Testigo de
aquel gabinetito que ya conocemos.
ello,
La lám-
para de Santa Rita ardía incesantemente.
Todo
lo
.
.
.
que deseaba, cuanto quería, sus me-
nores caprichos, eran pedidos á
la
milagrosa
abogada que parecía mirar á su devota con
dulce lástima, con expresión compasiva; y
da, imperturbable, aparentaba ofrecerle á
muAn-
VELEIDOSA
48
selma con
la
todo cuanto
serenidad de su mirada cariñosa,
le
pedía.
En
aquella mirada leía
siempre una esperanza; adivinaba
la
pedigüe-
ña una promesa.
En
este
!
punto conservaba Anselma
dorosa y sencilla
fe
dad de conseguir
como realmente
ras su
de
la
quería
can-
niñez; tenía la seguri-
que deseaba de
lo
la
al pintor,
la santa,
como de
pensamiento no tenía más norte,
ni
y
ve-
más
más objeto que aquel hombre que surante sus ojos, de todas partes; su misma
mira, ni
gía,
sinceridad la alentaba
en su
de
las
misma
la
interior, el triunfo
Rezaba todas
se,
y
noches, antes de recoger-
además de
la
oraciones que ella sabía
improvisaba
allí,
de
la
primo-
novena, multitud de
y
sin darse
inspiración valiente
prometía,
de sus anhelos.
rodillas, al pie del altarcillo
rosa imagen,
le
otras
muchas que
cuenta de aquella
y generosa que ponía
palabra en sus labios, para volar
ra, ferviente, suplicante, llena
la
al cielo, cla-
de unción y de
ternura.
Nunca, y era
la
verdad, había experimenta-
do Anselma ese doloroso malestar que hoy
afligía
y en medio de
la
ser doloroso, le gustaba;
.
!
!
VELEIDOSA
con
se sentía bien
'
49
deseaba
él;
el placer, la sa-
tisfacción
de sus deseos; pero no quería dejar
de
Con aquel
sufrir.
fundo sentía
acabamiento
pero sen-
físico;
noble satisfacción y la virtuosa entere-
la
Y luego.
za de todos los martirios legítimos!
la
y pro-
también llena de fortaleza moral. Gozaba
tíase
de
el
martirio pausado
duda. ...
la
espantosa duda con su cortejo
de negras sombras y de heladas cumbres y de
Mo-
insondables abismos. Esa mujer á quien
amaba ¿quién
rello
Y
¡si
allí.
.
era otra!
.
.
con su
dose en sus
era?
¿
Era Anselma?
momento
estaba en aquel
¡si
ídolo,
ojos,
Ella?
¿
con su adoración, mirán-
respirando su aliento, opri-
miendo sus manos, besando su boca
i
no
¡
no
!
Cuando
"
.
.
.
"
¡
Oh
estas bárbaras
ideas entraban en su cerebro para atenacearlo,
aun cuando estuviera de
levantaba, tiraba
el
rodillas rezando, se
cuadernito de
y arrojándose sobre su
la
novena,
lecho, desesperada, gi-
miendo, con incoherencias de
loca, se deshacía
en lágrimas que no acertaba á contener, que
no se atajaban como no se ataja
la
sangre de
una herida que está abierta.
Todos los días, Anselma, escribía cinco ó
seis
VELEIDOSA
5°
billetitos
llamando á Salvador con
tal
6 cual
pretexto; pero cinco ó seis veces se arrepentía,
haciéndolos pedazos.
uno,
el
honda
desaliento,
Cada vez que rompía
una especie de desmayo, de
tristeza, tristeza
de cuerpo y de alma,
se apoderaba de su organismo, aniquilándola,
hundiéndola en
la
impotencia, en
más amar-
el
go desconsuelo, y clavaba los ojos en los pedacitos de papel que arrastraba el viento por
el piso,
porque esto
lo hacía
de su casa, donde había
en
la
azotehuela
aire, luz, flores
Aire, flores y luz que necesitaba la pobrecita,
la pobrecita
que
se
moría por primera vez de
enamorada.
,
Como era de suponerse, este
alboroto alcan-
zó también á Genoveva. Dio de
libros,
porque era natural:
la
taba desarrollando á sus ojos,
de
ella, la
mano
á los
novela que se esallí
mismo, cerca
abstraía con sus escenas palpitantes
y vivas. La novela escrita era novela muerta.
¿Qué podría interesarle más que Anselma?
Nada.
Intentó llevarla al teatro; imposible.
Habíanla invitado á pasar un
día,
santo; la fiesta era en Santa Anita,
un día de
el viaje
en
canoas, con músicas, con flores, gran comida,
.
VELEIDOSA
51
Antes, Anselma se moría
canto
baile,
'
í;
por todas estas cosas.
La muchacha no
.
.
¡imposible también!
.
más que
quería
el
encierro,
eso le gustaba. Sola, en la soledad de su gabinete se sentía mejor que en ninguna otra
parte.
El balcón estaba tapiado para
un muro de
cal
y
había faltado un lazo en
la
con
Hasta en su vestido
canto.
se notaba negligencia, descuido.
en
ella
.
el cuello,
.
Jamás le
ni una flor
.
cabeza; acostumbraba atar la extremidad
de su cabellera trenzada, con una cinta roja ó
azul.
.
.
.
ahora no,. ...
cadejos al final
el
y flotaban
cabello se abría en
hebras de oro
las
virgen, sueltas al viento.
Genoveva no soportaba ya aquella situación;
su deidad languidecía.
— Se acabó,
al
cabo
lo
.
se acabó,
.
murmuraba. Sucedió
que tanto temía yo
da, perdida,
de remate.
.
.
Está enamora-
Y se resolvió á hacer lo
que tantas veces había pensado,
Llamó á
Morello.
Pero Morello estaba en
sin atreverse.
.^
el
campo, lejos, quién
:^
sabe dónde.
Entonces tomó una nueva determinación.
Se propuso regañarla.
í
^
VELEIDOSA
52
Inútil, inútil
sin
en
todo:
Anselma
murmurar; bajaba
llanto.
Era
peor.
oía los regaños
cabeza y se deshacía
la
Cada lágrima de aquellas
caía sobre el corazón de
Genoveva como una
gota de plomo derretido,
Había que
esperar.
Genoveva hizo
'
lo
que
hacen todos. Se entregó en brazos del tiempo.
^•3»r
XII
RA una noche
baile,
^^^
rello
á
ñol.
la
un gran
A
espléndida, dábase un
baile en el Casino
las diez
Espa-
en punto llegaba
Mo-
puerta del hermoso edificio iluminado
como el día. Vaciló al entrar.
te estaba
allí, ella,
Ella seguramen-
á quien no había vuelto á
ver durante cuatro meses.
Todo
ese tiempo se
pasó fuera de México. Creyóse curado hasta
aquel instante, hasta aquel
que herido por
de un
til,
vals, se
la luz
mismo
y herido por
imaginó á Anselma,
alegre, cogida
de
la
instante en
los
acordes
bella,
gen-
cintura por un galán,
54
VELEIDOSA
:
con
los
brazos descubiertos y
seno desnudo,
el
delizándose por los salones en voluptuosos giros en el vértigo de la alegría.
— No
murmuró
'
no
no
la
quiero ver. ...
I
'
Pero su vacilación duró nada más que unos
segundos despojóse del sobretodo y aplastando su klac, entró resueltamente.
;
Nada más
de
grato que penetrar en un salón
nada más halagüeño, nada más
baile:
cemente conmovedor.
trajes,
qué
atavío,
elegancia en los
qué limpieza. Todos
brillantes, todas las
frentes serenas.
Qué
No
los ojos
bocas sonrientes, todas
las
se habla de negocios,
no
sombra de
las
se habla de tristezas; hasta la
desdichas humanas huye de
las
dul-
allí
espantada, y
lúgubres ideas se escapan del cerebro de los
mortales para refugiarse en
venir. ..
Un
.
las lejanías del
por-
¡donde hay nada!
I
instante, Salvador, al respirar aquel
am-
biente tibio y perfumado con cien perfumes, se
olvidó de todo.
De
repente llevó
la
mano
á su
pecho para oprimirlo, su corazón acababa de
dar un vuelco, y por un segundo creyó que no
volvería á latir. Vio á Anselma y Anselma lo
VELEIDOSA
miró á
^
Sintió en su rostro
él.
sajero frío
y
Toda
tosió.
55
í
•
un extraño y pa-
sangre había acu-
la
dido á sus pulmones cortándole
el resuello.
Hizo un esfuerzo supremo y volvió
para seguir con
de
aquella visión vestida
la vista
raso color de granate con adornos
y
tul
los ojos
negros, que había pasado á corta distancia del
en que se hallaba. Volvió á
sitio
res á buscar aire
y
garrillo, dos.
tres
.
.
.
distracción.
humo de
arrojar el
capaba con
él
que
Le
.
.
.
un
ci-
parecía que
más
al
se es-
se llevaba el viento
el
viento? Ilusio-
nerviosidades.
Cuando
volvió al salón estaban haciendo
una figura de
mento
corredo-
Fumó
su pecho, algo
Pero ¿qué se había de llevar
nes.
los
cuadrillas lanceras; era
del paseo, la
marcha
triunfal
de
el
la
mobe-
lleza;
sorprendido en su camino se replegó
hacia
el
marco de una puerta, pegándose
'
al
quicio para dejar trecho á la tropa de parejas
que desfilaban delante de
Las faldas de
al pasar.
La
él,
de dos en dos.
rozaban sus rodillas
los vestidos
vio. ... se atrevió á mirarla. ...
venía. ... se acercaba.
.
.V.
Anselma, ya próxima á
él,
'
llevó la
mano de-
VELEIDOSA
56
recha á su pecho, y arrancó de un ramito de
flores
una.
y
le
que llevaba prendido sobre su corazón,
Ya
junto de Salvador, extendió
entregó
la flor.
do, la cogió con
El, aturdido,
mano
el
brazo
deslumbra-
temblorosa, y oyó, mur-
murada en voz baja, pero al mismo tiempo
breve, distinta, como una orden, como un mandato, esta sola palabra:
— Mañana.
XIII
E levantó
llante.
^^^
ció á
.
.
el sol brillante.
.
.
.
.
muy
¡Qué hermoso día
le
bri-
pare-
Salvador después de tantos tan
y tan mudos! ¡Todo le hablaba al alma
esa mañana! ¡todo tenía para él encantos y
tristes
sonidos!
Y
¿qué
sería
para Anselma?.
de madrugada abrió
.
.
.
¿que
se-
y apenas amaneciendo, se envolvió el cuerpo en una
bata, la cabeza en un rebozo, y se salió á su
ría? Casi
jardincito á buscar
que acababa de
una
flor, la
abrirse,
los ojos
más
bonita, la
para regalarla á su
.
VELEIDOSA
58
santa, á su
adorada santa, que
la
noche ante-
rior le hizo el milagro.
Genoveva no cabía en sí de gozo, de satisfacción;
ambas tenían
11o iría.
Anselma
la
seguridad de que More-
compuso,
se
se arregló cuan-
to la fué posible, se vio al espejo mil veces
aguardó.
Serían las
y aguardaron.
nueve de la mañana cuando oye-
ron pasos de alguno que subía
se á escuchar.
de nuevo
. .
silencio profundo;
.
.
labios,
con
el
volviéron-
.
...
cada uno estaba oyendo
adelante.
.
la
.
pase usted
.
.
un
Genoveva extendién-
articuló
mano
.
el silencio.
respiración de sus pulmones.
— Adelante.
bien venido —
Los
la escalera.
pasos se detuvieron un instante.
dole la
y
á Morello, con
en los
la sonrisa
agasajo en la mirada,
avanzó
Salvador cobró aliento
entró en la sala. ...
¡
Anselma
se
puso de
da;. ... se fueron
y.
.
.
cida,
de
.
aproximando
como impulsados por
movidos por un
la felicidad
qué
pie, pálida,
en los
se abrazaron?
el
conmovi-
uno
al
otro
fuerza descono-
resorte,
con
la sonrisa
labios, se abrazaron. ¿
Por
Nunca, jamás se dirigieron
!
',"'"':/:''
-'.•'«ÍS:
VELEIDOSA
59
antes una sola palabra de amor.
se encontraba
Morello estuvo
la
allí,
como
y en
el
el día
en que
en
mismo
última vez.
Allí estaba el caballete
lugar,
Pero duran-
¡
hablado tanto!
te la ausencia se habían
Todo
mismo
el
y
lugar, la caja
la paleta
con sus promontorios de pintura endurecida,
como pedazos de
— Qué
— Y qué
piedras de colores
pálida estás
fea
¿no
y qué desmejorada
"
es cierto?
-
—-¿Fea? No, Anselma, tú no podrás nunca
estar fea; tu belleza
ridad ni en
otra cosa que
no consiste en
no
se pierde nunca.
— ¿En qué, pues?
— En expresión
la
movimientos, en tu voz.
te rodea.
.
.
.
el
¡
en
atmósfera
la
¿Has estado enferma?
lo
lo
\
el
hechizo de tus
— Y preguntas
— ¿De qué? ¿qué has tenido?
— Y preguntas
— Te vas á poner buena.
— ¡Ingrato!....
¡
,
de tu semblante, en
resplandor de tu mirada, en
que
la regula-
color de tus facciones; está en
el
*^
:
í
.-/,-
.,
-
'
.
.
..'•
XIV
N
realidad
Todos
^^^
Anselma estaba enferma.
los días iba el
desde
tarla,
la
médico á
ausencia de Morello, é
inútiles fueron todos sus esfuerzos
la.
¡
Nada
!
¡
para
aliviar-
La enfermedad seguía debilitando,
aniquilando aquel cuerpecito que era
de Genoveva,
Los
visi-
días se
el
el ídolo
ídolo también de Salvador!
pasaban
tal cual;
pero
las
no-
¡qué noches tan llenas de desvelo y
de inquietud Se quejaba dormida como si le
ches.
.
.
.
!
hicieran daño,
— ¿Qué
como
si
alguien la martirizara.
tienes? niña, despierta. ...
.
.
.
.
VELEIDOSA
62
— no tengo nada. nada.
— ¿Amas mucho
hombre, Anselma?
— Mucho, muchísimo. ¡soñaba con
— Lo mismo ha ocurrido
veces.
Cuando
— ¡Qué
— No
Sin embargo.
Tía,
.
.
.
.
. .
.
.
á ese
él!
otras
te
Carlos.
.
.
.
diferencia!
lo niego.
.
.
—¿Qué?
— Podría suceder que
— No imposible Pero yo
olvidaras á Salvador.
es
!
i
siento hoy.
es eso lo
—
.
.
.
¿me
hoy.
te
digo
lo
entiendes?
que
¿No
que me preguntas?
I
Pero tu enfermedad. ...
si
eso es lo que
te tiene enferma, prescinde. ...
—
me
|
¿
Prescindir ? de Salvador
dijo
¡
lo
que
te dijo?
médico que
me
está curando, se
es verdad; pero
que
él
el
mos! que
si
se
empeñara más.
do esfuerzos supremos
ciencia.
Sabes
anoche?
— ¿Qué
— Que
empeña
¿
!
.
.
.
En
fin.
.
.
.
cree que ¡va.
.
que hacien-
torturando á la
.
que
él,
Salvador, iba
á curarme. ¿Comprendes?
¡
— Extravagancias de enamorado.
— De todas maneras, hay que
agradecérselo.
'
.
!
VELEIDOSA
63
— No digo que
— Me
mucho.
— Indudablemente, adora
—¿Porqué?
— Porque no debía enamorarse
— ¿Sí? Adivino que me
no.
quiere
te
¡
Pobrecillo
tanto.
quieres decir.
lo
dado caso de que eso sucediera
Pero
quiero suponerlo, suponerlo no más,
olvidara. ... él
me
olvidaría también
me? ¿Yo me
do?
Una
sabe!
y
¿y por qué has de inculparhice? no. ¿Puedo ser de otro mo...
sacudida de
Duró media
si
así
soy. ...
tos, violenta,
rrumpió á Anselma.
largo.
le
.:
.
Entonces. ...
no.
yo
%",
¡ya está!
— ¡Quién
— Bueno.
si
Un
hueca, inte-
acceso terrible. ...
hora.
Después, rendida, agotadas
las fuerzas,
ba-
ñada en sudor, se quedó dormida, pensando
en su Salvador, pensando en que
mado en
médico,
ella el bienestar
le
y
él,
transfor-
devolvería la salud
la ventura.
y con
XV
STAMOS en
el
Hospital de Jesús, en un
pequeño gabinete del departamento de
í^J^ los
practicantes.
Este departamento era, y probablemente lo
es todavía, un gran salón dividido en seis compartimientos, tres en cada lado,
y separados
por tabiques de madera que no llegaban
techo. Tenían acceso por
un
pasillo
que
al
re-
mataba en una gran ventana.
lo
El techo era común,
lo
mismo que
y
los trabajos
las ideas
de
los
que
mismo que
los
allí
el aire,
pensamientos y
habitaban.
Cada
VELEIDOSA
66
uno de
estos compartimientos pertenecía á
interno, alojado
la.
allí,
como un
un
pájaro en su jau-
Había cuatro internos, las plazas
se
ganaban
por oposición; era un honor obtenerlas y en la
escuela alcanzaba consideración y distinciones
de profesores y alumnos,
llas plazas. Había además,
el
que servía aque-
casi siempre,
un su-
pernumerario, aspirante, y algunas veces dos.
Por aquellos días uno.
De manera que esta-
ba vacío un compartimiento;
la
el
de enmedio, á
derecha.
Allí, al
derredor de una mesa de pino, pin-
tada de color de caoba, sin hule, sin mantel,
sentados en unas malas
sillas,
envueltos en sus
capotes, ó en sus gabanes, porque hacía
intenso, estaban cuatro
de
ellos,
un
frío
descoloridos,
maltratados por los desvelos y
el estudio.
época de exámenes; se perdió
el
Era
tiempo, mal-
gastado: había por fuerza que reponerlo.
Acababan de dar las cuatro de
da uno tenía delante un
medio,
la
libro abierto.
lámpara de alcohol de
Ca-
la tarde.
la
.
.
.
En
greca del
café arrojaba su llama rojiza con lengüetas azuladas.
Allí estaba el vaso esperando
para todos!
j
un vaso
.
.
.
.
VELEIDOSA
67
Sonaron de repente pasos,
afuera, en el co-
rredor,
>
Empujaron
la puerta, se
goznes y alguien entró.
.
oyeron chirrear los
.
uno de
— ¿Eres Díaz?.
— No, no soy Díaz, soy mi querido Or;vañanos.
— ¡Hola! adelante. Salvador.
tú,
.
los cuatro.
dijo
yo,
%í
.
.
.
.
.
¿tú por aquí?
/
i
— ¡Qué milagro!.
— Buenas
..
cuánto
tardes, caballeros
mismo
gusto de verte, Jesús Sánchez, .... lo
te
.
digo mi querido Castañares.
tudiando ¿eh?;
les felicito
.
.
Aquí, es-
.
muy sinceramente,
futuros amigos de los pobres, bienhechores del
Y tú, buen Villada, gordiflón,
género humano.
siempre
lo
mismo.
— Siempre.
.
.
..
y ¡qué milagro, vuelvo á
petirte, es mirarte
por estos lugares
!
.
.
.
¿
re-
Qué
paisajes vas á encontrar aquí tú, pintor de mis
pecados?
¡
Qué habrás venido
— Pues no ha de
nos riendo, porque
— Tienes
ser la salud, dijo
le
á buscar!
Orvaña-
sobra.
razón, la salud no. Busco la en-
fermedad. ...
.
VELEIDOSA
68
— ¿La enfermedad?
más
vengo á pedir á ustedes un
—
interrumpió
— El que
¡cosa
rara!
señores;
Sí,
servicio. ...
quieras,
Castañares,
sabes que te queremos, que te queremos
cho,
y
te
admitamos;
que quieras,
lo
mu-
di.
— Pero con una condición — agregó Orvañanos apagando
momento
las
el
porque en aquel
el alcohol,
vapor del café se escapaba ya por
junturas de
la greca.
— ¿Cuál condición?.
sonriendo.
— Que nos pidas
.
respondió Salva-
.
.
dor,
menos dinero
todo,
chico, ¡aquí
no hay de eso!
— Convenido. pero
no
dinero
que
— ¿Y qué
— Busco una enferma.
— ¡Ah! eso
cosa
.
es
no,
. .
no hay cuidado,
busco.
lo
es? dijeron todos.
.
.
es otra
¿te interesa
alguna enferma?
i
—Sí.
i
— ¿Cómo
—No
se llama?.
lo sé.
.
.
.
tísica. ...
. .
me han
nen ustedes aquí, en
enferma
.
¿En qué número?
asegurado que
la sala
tie-
de mujeres, una
•
I
'
VELEIDOSA
—¿Una
tísica?. ... Sí
€9
por cierto.
el 3.
¿Y para qué quieres ver una tísica? ¿ Has abandonado
el
paisaje?
— No
de ningún modo; pero estudio
medicina. ...
Todos
— Con
rieron.
^
¿!
realmente
formalidad, señores
no estudio medicina; estudio
í
-
la tisis.
.
. .
Me
interesa esta enfermedad; quiero conocerla,
quiero curarla. ..
.
:,-::¿'
— ¿Curarla tú?
— ¿Por qué no?
— ¡Ah! persigues un
— Tal vez. ¿Qué
.
.
,
Villada extendía
daba vuelta á
el
la llave
largo, estrecho,
''-,
f'[y
V
específico.
haces, Villada?
de
la greca.
la tinta, hirviente,
— Servirme unos sorbos de
Villada, para
He tomado
—
acompañarte á
eso en serio
Gracias.
la
encorvado y con una cabecita
de víbora por remate, comenzó á
negro como
mesa y
Por un tubo
brazo sobre
salir el café,
aromático.
café,
respondió
la sala,
Salvador.
y voy á complacerte.
XVI
SiS^A sala de mujeres del hospital de Jesús,
^^
lo
mismo que
W^^ veinte camas.
la
de hombres, consta de
Nunca son más
menos. Cada cama está separada de
por un cancel de madera. ...
En
para colocar en
mos de
las
mer, y dos
sillas.
una mepo-
más baja para
co-
y
el ajuar.
cama y el vestido pertenecen
establecimiento. Todo es allí modesto, pero
Las ropas de
al
Es todo
una
los
ella las botellas
medicinas, otra
son
las otras
frente
cortina que la aisla del todo. El lecho,
sita
ni
limpio
la
y cómodo.
..!
.
VELEIDOSA
7*
Villada y Salvador Morello, levantando la
•
número
cortina, entraron en el
La enferma
3.
tendría veinte años á lo sumo.
'
—¿Cuánto tiempo hace que usted
preguntó
— Un año
Usted
médico? ¿Viene
su-
está
friendo?
Morello.
señor.
'
es
¿
usted á curarme ? Gracias, muchas gracias, señor.
¡
Si usted supiera
Yo me sentía muy bien,
!
Murió mi pobre
estaba buena, robusta
madre.
.
.
.
del.
pecho; dicen que no se conta-
gia la enfermedad del pecho
sí.
.
.
.
Ya
usted lo ve.
.
madre ? Nadie más que
pesar fué
muy
sucedió.
¿
¡
.
.
les
sucede!
Caí enferma.
.
.
A mí.
perdí
el
!
¡
co.
ya no pueden
.
yo no
.
lo
estar
más
notaba.
.
.
flacos
Una
nada más que
irritación
todos los días, eso
sí:
á mi
!
.
me
sí
apetito.
¡
Dios mío
Poco á po-
irritación;
sin faltar
uno!
pero
La
tos
Recéteme
usted alguna cosa para no toser tanto.
me
.
calenturita.
poca, al principio; después, ¡mucha!
noche es más. Cuando
el
¡Pero tantas quedan
Ve usted mis brazos ? Qué flacos
Si
asistía
Es verdad que
yo.
grande.
huérfanas y nada
¿Quién
.
.
pero yo digo que
;
de
quiero dormir
I
la tos
i
esta tos
!
me
despierta
y me ahoga
.
.
'
VELEIDOSA
'
me
ahoga,
sí,
duermen y yo
ellas
me
señor.
¡
;^:
Todas mis compañeras
oigo dormir! Si cada una de
las
diera una noche, ¡qué dichosa sería
yo, señor doctor!
—Y ¿no
?.
se hizo usted
— No,
Ya
señor.
usted sabe.
qué pagar
tenía con
-v
:
nada para curarse
principio de la enfermedad?
yo no
13
.
al
~
íi-
los
pobres.
médico. ...
al
médicos que no cobran á
— Hay
pobres!
— Pero yo no conocía ninguno. Eso
tantos
¡
los
"
*
á
me han
Ya
aliviada
bien; estoy
muy
!
.
.
.
.
.
lo
que
Tóqueme
queman. Ponga usted su
aquí, en el
duele, ahí
estoy
sí
me deAquí me tratan muy
Era mentira
agradecida
usted las manos.
me
estoy mejor,
mentira.
mano.
.
yo no hubiera tenido tanto
¡Si
al hospital
cían
.
dicho: que dejé á la enfermedad que
avanzara
miedo
.
pecho ¿ve usted? ¡Ahí
donde tiene usted sus dedos!
¡Qué flaca estoy! ¿No es cierto? Doy lástima,
^Y¿qué está usted tomando?
—
— ¿De medicinas?
—Sí.
— Arsénico.
:
---:';'
"
'^-'
'
^y/ :'-:''':
,
r_
.
VELEIDOSA
74
—
—
^Y
¿qué más?
cuando tengo
Quinina
muy fuerte, me
la calentura
dan quinina.
—
qué
me hace
— ¿Eso?. muy bueno,
mucho
—Y nada más hacen á usted
Este señor — y
á Vi—
enflaquecida mano — me
con
^Y esto ¿
es ?
.
.
señor;
es
bien. ... es alquitrán,
le
¿
Sí, sí tal.
.
?
señaló
. .
su
llada
aplica,
aquí, en el pecho, unos cáusticos;
lestan. ...
un poco.
un poco; pero me
jor.
¿Me han
sí.
.
.
,
alivian la tos
no
me mo-
nada más que
y
respiro
me-
de poner más?
— Seguramente que
¿sanaré?
—Y usted que
— ¡Pues no ha de
—Yo
pienso.
—Y hace usted bien de
— ¿Sanan muchas de que yo tengo?
— Muchas....
—
me consuela
— Adiós.
— ¿Ya va usted? ¿volverá usted?
— tenga para cuando
sí.
cree.
sanar!
...
así lo
pensarlo.
esto
Gracias, señor,
usted.
.
.
se
esto
Sí,
Salvador
le
puso en
salga.
la
mano unas monedas
,
.
VELEIDOSA
—
Ah! Dios se lo pague á
Villada, mañana un cáustico.
-
usted.
i
que son
muy
Villada
.
.
.
.
.
.
—
Sr.
Ya oye usted
buenos. ...
y Morello
75
'.
?
En
salieron.
la
puer-
ta se encontraron con el supernumerario de la
sala,
que entraba.
— Hola, Peón, como
ve.
.
le ofrecí,
''->::-''
.
— ¿Se
i-
•
conocían?
—
ya usted
lo
-'-
dijo Villada, interrum-
^
piendo.
^
,
:
— Pues cómo — Respondió Morello.
no.
^Tanto, añadió
á lo que vino.
el
supernumerario, que sé
,
Y^
XVII
A
situación de
Anselma
más en más.
su salud decaía de
Una
^^:f^^
era alarmante,
calentura todas las tardes.
enflaquecimiento.
.
.
.
tos.
.
.
.
"¡Como
la
.
.
.
en-
ferma del 3!" pensaba Morello.
Genoveva y Morello hablaban de eso á escondidas; tenían miedo de que ella, de que
Anselma
se preocupara,
—Y ¿qué
noveva — ¿que
— Que teme.
— La ¿no
:
dice el médico?
le
.
tisis
— preguntaba Ge-
ha dicho á usted?
.
.
es
:
v;
verdad?
\
'
t
.
VELEIDOSA
7»;'
— ¡Eso! ¡Y como
— Ese mal no
es tan joven!
tiene remedio. ...
se des-
si
arrolla. ... ¡en esa edad!. ...
'
— Pero no tenga usted cuidado, Genoveva.
Sobre todo, yo estoy haciendo un estudio
pecial
de este
ve.
.
.
.
¿No
lo
Ya
mal
desde que toma
es notable.
misma
terrible
el arsénico, la
es-
usted lo
mejoría
ha observado usted? Ella
lo confiesa. ... se siente mejor.
— ¡Ahí
no fuera por usted, Salvador;
si
no fuera por usted que
la
ha cuidado tanto
si
.
con tanto interés. ...
— ¿Y de qué
-
otra
,
manera podría
— Anselma se moriría. ...
sí.
ser?
!
... se mori-
y yo ... ¡ni quiero pensar en eso
Hará usted muy bien.
ría ....
.
—
— No tendremos nunca
usted
muy
!
.
.
.;
|
ni ella ni yo, óigalo
bien; ni ella ni yo, con qué pagar
á usted, lo que usted, Morello, ha hecho por
salvarla.
Y era
I
la
verdad.
1
Salvador estaba tan enamorado de Anselma
que no podía
estarlo más.
enteras, inmóvil,
más que en
ella.
Pasábase
pensando en
las
ella
Si pintaba, pintaba
horas
nada
maqui-
VELEIDOSA
79
^t^
nalmente, en fuerza de hábito y en fuerza de
Cuando
genio.
la
hora. del crepúsculo invadía
con sus melancólicos
pores
la
y
tintes
sus sombríos va-
soledad de su estudio,
apoderaba de su
espíritu
el
desaliento se
levantando en su ima-
ginación los sombríos fantasmas del terror.
las
lobregueces del cerebro, lo
lobregueces de
La
espantan.
que en
el
mismo que en las
transformaciones
la tierra, las
fantasía es la
misma en
hombre; pero ante
se
espanto, el ni-
el
en un bulto negro;
movía extendiendo
el
los cabellos; los árboles
niño
el
ño se paraliza y el hombre huye.
Su manequi, al entrar las sombras por
driera, se convertía
En
el
la vi-
bulto
brazo para cogerlo de
de los cuadros se trans-
formaban en animales extraños, en insectos horrorosos
de
.
.
.
Asomaban en
los ángulos,
las sillas, entre los cartones
de
debajo
los dibujos,
muchas cabezas; cabezas de iguanas, de
pientes,
de perros con
hasta cabezas
las
ser-
lenguas de fuera,
humanos con
los ojos bizcos
y
y las
bocas enormemente abiertas. Salvador huía.
Y
sin
embargo, no podía huir de su propio
pensamiento. ... Se lanzaba fuera de su casa;
pero en
las calles,
en
las plazas,
en
el
templo.
.
VELEIDOSA
8o
en todas partes pensaba en Anselma muerta.
Lo pensaba y la veía y se llenaban de humedad
sus ojos.
I
Anselma, por
feliz.
lo contrario, se sentía dichosa,
Amaba y era amada. La
mejor época de
su vida; esa vida, creía, sería interminable con
sus goces, con sus ternuras, con sus halagos.
Las sonrisas de su labio eran sonrisas
libres,
espontáneas,
del alma,
como que eran verdaderas
y se creía que así eran también las sonrisas de
Genoveva y de Salvador. ¡Qué engañada vivía
el
!
Salvador y Genoveva sonreían
alma
llena
;
pero con
de funestos presentimientos.
.
.
XVIII
RUZANDO
Morello una mañana
la pla-
za mayor, se encontró á Villada.
^^^ —Malas
^¿Malas?
— más malas no podrían
— Ah
murió
— Murió.
—Y ¿cómo eso?
— La entrada invierno. ...
noticias, le dijo éste, del 3.
ser.
Sí,
!
¡
.
.
.
.
?
i
.
.
'
'-'r/
"':''}''[
fué
del
y
la tisis.
.
el frío.
...
.
Corrió á casa de Anselma, lo hizo cerrar to-
do.
..
.
todo.
puertas y
le
.
.
.
calafateó las rendijas de las
prohibió que
saliese.
.
.
VELEIDOSA
fp;-
— ¿Ni
— Ni
— ¿Tomaste
— Lo tomé.
de hígado de bacalao.
— Pero
murmuró Genoveva,
— ¡Imposible! Anselma. yo no
á la sala?
'^
á la sala.
el
.
alquitrán?
.
el aceite
.
.
no,
dijo
mo
...
eso ... su vista solamente
toda.
.
.
.
me
'
to-
me descompone
trastorna.
i
— Lo tomarás.
morirme!
— No tomaré.
morirte?
—
—Sí.
— Entonces. que venga médico.
— Menos; aseguro que menos
entonces abando— ¿De qué me ha
todo para ocuparme nada más que de
— Pues ya
de nada; no
culpa tuya.
— Pero
— ¿Mía?
— No tomas
— Esa
— La más
— ¿Lo
'
lo
.
.
.
¡prefiero
¿Prefieres
I-
.
.
el
.
lo tomaría.
te
servido
narlo
tí?
lo ves, Salvador,
...
tuya,
sí.
la
medicina.
no.
eficaz.
crees?
es
.
VELEIDOSA
— Traiga usted
el
B^
frasco del aceite,
Geno-
veva.
— Salvador,
— Lo veremos
es inútil.
-
v
;
quiero ver cómo, dán-
.
dotelo yo, lo rechazas. ... lo quiero ver.
— Pues
lo verás.
Genoveva
lar
y una
.
^
-o
v
;
trajo el frasco,
un frasco triangu-
cuchara.
Salvador
en
virtió
ella el aceite, aceite
Hogg. Se acercó á Anselma; quedo,
de
muy que-
do, para no derramar la cucharada; le pasó la
mano por
cabeza, le acarició la mejilla,
la
muy suave, muy cariñoso
dio un pellizco
hoyuelo de
la
barba y
la
cuchara.
.
.
¡
no hables.
¡
ya
! .
cias;
¿ya
.
.
.
¡
.
debimos
Aquí
sí.
!
.
.
.
.
Espera chiquitína,
ahí viene. ... no hables. ...
.
.
bien
ahora
lo
.
.
.
torpes, Dios mío,
antes prepararlo todo!.
un momento.
-
vermout
¡pronto!
Qué
-
boca
el
vino
el
el
'
bebió.
—
la
en
'^
^
^^
Anselma
Ahora
Genoveva
aproximó á
le
le
.
.
.
.
.
está. ... el vermout.
gracias,
eres
Anselma,
.
.
.
.
.
gra-
una buena muchacha;
ves?
— Sólo porque
te quiero
mucho.
.
. .
•
•
.
.
VELEIDOSA
84
— Pues, por supuesto.
bía de ser
!
.
.
,
.
¡que por algo ha
.
— ¡Te amo
—Y me amarás,
así.
Anselma
un instante antes de
tanto!
vaciló
.
.
.
ponder.
— No,
así
no.
.
.
,
¡más!
¿siempre?.
.
.
res
-
.
\>~-,
XIX
NSELMA comenzaba
á experimentar, á
Comen
B^^^* zaba á levantarse en su espíritu, como
una atmósfera de indiferencia, como se levanpesar suyo, cierto cansancio.
ta, al
En
caer
sombra de
la tarde, la
todo era
lo
mismo.
En
la
noche.
sus menores in-
clinaciones, en sus amistades, en sus trajes
Veía un mueble.
.
.
y después de
paba más de él!
nía. ...
Lo mismo
con
las flores.
le
.
le
.
.
gustaba. ... lo te-
tenerlo, ... ¡no se ocu;:í
acontecía con los pájaros ....
\v
-.--
m
VELEIDOSA
Hoy
amiga
SU
un encanto.
fulanita era
podía pasársela sin
ella.
.
.
No
¡qué linda! ¡qué
.
simpática! Quería estarla viendo por la maña-
medio
na, al
duraba
esto.
en
.
después
.
.
Todo
cualidad!
la
Dos meses
noche.
día,
¡Cuánta mala
era falso en su
amiga ¡qué pe-
sada! ¡qué tonta!
Delante de un aparador de
teros, se extasiaba
la calle
de Pla-
mirando un sombrero con-
feccionado por Mad. Arnaud. "¿Es
muy caro?
pues no importa. Tía, cómpramelo."
Y
Genoveva, sucumbiendo, tenía que com-
prarlo.
Llegaba
el
trémula por
como
si
la
sombrero á
emoción,
la casa.
Anselma,
lo extraía
de su caja
mayor
tesoro del
extrajera de ella el
mundo. Lo alzaba á
la altura
de sus
ojos, lo
contemplaba sonriente, palpitante, y en seguida, al espejo. ...
i
y tan acabadas! ¡Qué
cintas y qué blondas! ¡Y qué bien le sentaba
á aquel rostro de querubín el más encantador
¡Qué
de
los
ya no.
flores tan bellas
sombreros
.
.
.
!
.
.
.
para tres
días.
Al cuarto
había que comprar otro mejor.
¡mucho mejor!
VELEIDOSA
87
Entonces Anselma, dueña ya de
la
nueva
prenda, regalaba la anterior á alguna pobre
muchacha que
todo
ella protegía;
Anselma
esto,
pues en medio de
tenía el corazón
más bue-
no que imaginarse puede. Tenía sus pobres de
sábados y jamás se excusó de dar limosna
los
cuando podía, y ¡hasta cuando no podía!
Siempre que la desgracia tocó á su puerta,
salióle al
vuelta en
encuentro
la
el silencio,
caridad de su alma, en-
ocultándose, ciega
da, sin esperar siquiera
una mirada de
y sor-
gratitud,
una palabra de reconocimiento.
Extraños fenómenos del corazón humano,
i
Cómo
podían amalgamarse en su pecho, alo-
jándose en
él
simultáneamente, tanta ternura,
tan bondadosos sentimientos
y la
y la mudabilidad
inconstancia!
Y no
á ser
así
se crea
que Anselma había aprendido
de alguien, de alguna amiga suya por
mal ejemplo. No. Cuando era
el
ñuela hacía lo
las
mismo con
sus juguetes.
Todas
mañanas quería uno nuevo.
El único juguete que no
que
muy peque-
la
le fastidió
nunca y
entretuvo sin llegarla á aburrir, durante
meses enteros, fué un kaleidoscopio.
1.,
"
.
i
XX
ENOVEVA
'SM
menzó
se volvía loca de gusto.
Co-
á leer de nuevo sus novelas,
-s^-:f^ porque Anselma, restableciéndose á
gran prisa, recobraba su antigua lozanía.
Salvador
la salvaba.
Ella, envolviéndolo
las
Su
triunfo era seguro.
en esa dorada nube de
seducciones femeniles, lo dominaba, lo ha-
cía su esclavo.
vista dulce
raba,
y fija,
De
repente, clavando en él la
y penetrante,
lo
miraba. ...
lo
mi-
inmóvil, aquella pupila negra, dila-
tándose, arrojaba sobre sus ojos,
como un
rrente de explendores, quién sabe
to-
qué luz que
'.>;•
VELEIDOSA
90
lo desvanecía,
quién sabe qué mágicas exha-
laciones poderosas, irresistibles, dominadoras.
Con qué
.
frases tan llenas
firmeza y de verdad
le
de seducción, de
pintaba su cariño, su
amor sin límites, su pasión inmensa y profunda. Le cogía una mano y oprimiéndola suavemente entre
las suyas,
blancas y delicadas, lo
en tanto que, aproximando su
atraía hacia
sí,
cabeza á
de Salvador, hacía rozar
la
tantes rizos del fleco,
los flo-
que caían sobre su frente
como un dosel dorado, con las sienes de aquel
hombre que se extremecía, que sentía la sangre subir en olas zumbando en sus oídos, y lo
agotaba y lo rendía, haciéndole aspirar el aliento escapado de aquella boca llena de gracia,
de hechizo y de voluptuosidad.
Una tarde, al oscurecer de una hermosa
de,
,
tar-
después de una de estas violentas escenas
de ardoroso entusiasmo y de ternura infinita,
él, después de jurarse en su interior amor eter-
no y
lealtad inacabable á aquella criatura que,
más que mujer,
en
el
se le aparecía
camino de su
— Así
— Y yo.
así
.
.
.
¡te
vida,
como una
murmuró:
¡siempre! ¡cuánto te
adoro!
diosa
|
amo!
.
.
VELEIDOSA
— ¿Me adoras?
pre?
— No
— Pues ¿no
— Por ahora
•
lo sé.
.
.
¡ah!.
.
.
.
Morello sintió
cho
la fría
.
.
Pero ¿será siem-
'.^S^.-^.V::.-.-
dices
sabe!.
.
91
-;].>
me
que
adoras?
sí;
mañana
vi
>^
como
si
le
¡quién
atravesara
el
pe-
hoja de un puñal, y se quedó mi-
rándola, pálido, serio. ..
— ¿Es posible? añadió pasado un ¿Es
formal eso que me has respondido
— No. no creas
he chanceado
rato.
?
...
lo
contigo nada más.
XXI
UÉ
trabajo costó al pintor dormirse
aquella noche
'^:f^
!
Hacía muchos días que
observaba algo extraño en
de Anselma, en su
modo de
la
conducta
ser.
Menos expansión, menos ternura. También
notó que entre ella y Genoveva pasaba algo.
Un día,
al
entrar bruscamente en la sala
él,
ha-
bía sorprendido estas palabras de la tía: " Pues
dícelo; vale más,"
y Genoveva estuvo después,
contrariada, pensativa, indiferente con su sobrina, sin dirigirle la palabra,
la
ocasión de reñirla.
como
si
esperara
"
-
.
..
VELEIDOSA
94
—¿Qué
algo?
— Nada.
les
'
pasa? preguntó Morello ¿acon-
tece
Y
los dos,
i
.
.
contestó Genoveva, no tal.
.
.
después de mirarse rápidamente
soslayo, bajaron los ojos.
al
I
Muchas veces la mirada de Anselma, en otro
tiempo clavada siempre en Salvador y siguien-
do sus movimientos,
vaga.
.
.
.
se perdía en el espacio.
indefinible.
.
.
.
Parecía que su pen-
samiento estaba en otra parte.
Además, y esto
sí
tud y de amargura,
chas veces en
¡
el
llenó á Morello de inquiela
había encontrado
balcón
al
pasar por
mu-
la calle.
Hacía muchos meses, muchos, que Anselma
no
se
asomaba á su balcón!
Todo
che
esto lo recordó Morello aquella no-
Los
celos entraban en su
mados de todas armas, lentamente,
que un
ejército
pecho
lo
ar-
mismo
de verdugos: heríanlo, tortu-
rábanlo. Se acordaba de aquel Rojaso y de sus
misteriosas palabras.
do "coqueta;"
él,
Al preguntarle
ella le
Además,
la
había llama-
Antonio Rojaso; un
si
lo
niño.
amaría siempre, cuando
respondió "quién sabe," su expresión
era sencilla, natural, su acento sincero,
el
mis-
VELEIDOSA
mo
95
::^
.
acento con que tantas veces
le
había di-
cho: "te quiero, te amo." Después, sorprendida, cogida, había tratado de componerlo,
La duda
corazón humano y tiene
de componerlo; pero ya era
duerme siempre en
el
el
sueño ligero: ¡es tan
Qué
tristeza,
apoderó del
como
ras;
la luz
despertarla!
espíritu del pintor
que
y
que
se
vivía, el día
tan contento de su ca-
Una
palabra es á veces
se hace en
un cuarto á obscu-
de sus amores.
riño,
fácil
tarde.
qué amargura tan grande
anterior, tan dichoso
sí,
todo aparece á un tiempo á nuestros
ojos.
Deseaba ardientemente que amaneciera; quería
volver á verla, á hablarla, á
que Anselma fácilmente
aquella pena,
como
le
oiría.
Creía
arrancaría del alma
cree el enfermo que va á
arrancarle su médico el dolor que lo tortura,
con sólo su voz, con su presencia
Cjqv
sólo.
#
W
XXII
pbTA escena se repetía frecuentemente,
con más ó menos variantes; pero en
fondo
— ¿Tienes
— Así
— ¿No
la
misma:
algo, Salvador?
seno, con-
trariado.
es.
estás contento?
—No.
— ¿No me amas ya?
.1*,
— Mucho.
— Parece
— Nunca amé
.
lo contrario.
te
el
tanto.
«s
.
9^
'
VELEIDOSA
;':
— Entonces ¿qué
— Que no tengo
— Me
— Me
— No
— ¡Quién sabe!
— Pues
es lo
te
que
tienes ?
confianza. ...
ofendes.
quejo.
tienes razón.
si
desconfias, paciencia, hijo, pa
Y Anselma tarareaba,
ciencia.
mirando
el te-
cho, una tonadilla entre dientes, llevando
compás con
los
dedos sobre
Salvador se ponía más
llón.
ma de cuando en cuando le
y
al
brazo de su
el
serio.
dirigía
.
.
.
el
si-
Ansel-
una mirada,
notar en su semblante tanta sombra, tan-
ta abstracción, le
ternezas
tomaba
la
mano y
y le decía primores, tan
losa, tan llena
le
hablaba
dulce, tan
me-
i
de gracia y de suavidad, que su-
I
cedía lo que sucede siempre cuando se está
enamorado: Salvador se dejaba halagar yse-¡
ducir
ría
.
.
.
tanto
Pero
nes, los
¡
!
.
Ay, era Anselma tan
.
bella
y la que-
^
.
al día siguiente
volvían las distraccio-
embelesamientos. ... y
las salidas al
balcón.
Aquello no tenía remedio.
taba enamorada nuevamente.
I
.
.
Anselma
.
.
.
.
es-
¿De quién?
XXIII
s
temprano: Anselma, apoyada en
antepecho del balcón, con
^^^ echado
afuera, sigue con la
el
busto
el
mirada á
un hombre, un caballero, elegante, vestido de
negro, que va ya lejos
que da vuelta á
la
y
esquina.
lo
En
sigue hasta
el
momento
en que ha desaparecido, Anselma desaparece
también. Salvador lo ha visto todo.
.
casualidad. ... así pasan estas cosas.
.
Una
.
.
.
.
¡La
casualidad interviene en todo!. ...
Salvador echa á andar, á
prisa,
muy
llega á la calle para la cual aquel
dado vuelta.
.
.
.
allá va.
.
.
.
á prisa,
hombre ha
distante; pero lo
....
..
VELEIDOSA
lOO
alcanza.
.
.
Tiene
.
que
alcanza, sino
Pero no solamente
alas.
lo
llama por su nombre
lo
.
.
quiere convencerse, nada más; porque antes
ya
ha conocido, de espaldas; como que es
le
amigo suyo, muy amigo.
diputado
Congreso de
al
mucho
simpático,
Es Diego Vargas,
la
talento,
muy
Unión
gran orador.
i
— Hola Diego. ...
— Ah, Morello! —Y
— Chico,
no andas.
— ¿Por qué?
— Desde Alcaicería vengo dando
— ¿De veras? ¿Desde Alcaicería?
por
que había
—
¡
se detiene.
.
.
.
.
.
vuelas. ...
te
la
caza,
la
Si tal.
.
.
.
en un balcón.
.
cierto
.
— ¿Lo reparaste?
— Hombre,
ga mía; más
.
.
digo. ...
.
sí.
allí.
.
.
¿la conoces?.
.
la
te diré: es
.
.
conozco. ... es ami-
mi
discípula.
— Pues vaya que me
— ¿Te.
— No, palabra de honor, pero
alegro. ...
.
¿cómo
.
interesa?
.
.
en su balcón.
.
se llama?
— Anselma.
— Siempre
la
casi
guapa.
es
veo
todos los días.
allá.
.
.
Z't'
XXIV
NA
noche, Salvador anticipó
la
hora de
sofá
un pe-
su visita.
-s^:f^¡s-
riódico.
para
No
el
Al entrar
vio sobre
el
Esto significaba un acontecimiento
que conocía
las
costumbres de
la casa.
estaban suscritos á ningún diario.
Anselma
aún en su gabinete y Geencontraba sola en la sala, al
se vestía
noveva, que se
mirar á Salvador,
así
quien pone arreglo en
enfilar los sillones,
como
distraída,
las cosas,
de empujar
al
como
después de
centro de la
mesita redonda un florero que estaba cerca de
..
VELEIDOSA
I02
y de componer el mechero del quinqué, que estaba demasiado salido, dejándolo
la orilla
todo envuelto en una suave y misteriosa media
mano
echó
luz,
periódico. ...
al
— Con permiso,
do
el
|
dijo á
Genoveva extendien-
brazo, ¿qué papel es ese?
La
nido aquí? ¡Ah!
¿cómo ha
ve-
Excelentes co-
Iberia.
como que
lumnas. ... ¡ya
lo creo!
D. Anselmo de
la Portilla, el distinguido es-
critor.
.
¿
las
redacta
Quién ha traído á ustedes La Iberia?
— La verdad. — murmuró Genoveva —
.
quiere usted que yo
Ah
lo sé.
.
.
es.
.
porque se
en
.
.
.
¡
mano
la
!
con franqueza, no
le diga,
es probable
sí
lo vi
á Orsini
el
en
la
.
.
.
.
.
.
.
ya
.
se necesita-
Tendremos pronto que cambiar
uno americano.
fuertes
se lo vi
el
.
sí.
ba.
.
lo dejó olvidado.
—Y. ¿afinó piano?
— Por supuesto que
.
mano.
eso
afinador de pianos.
estuvo aquí esta mañana;
si
.
.
esos
eternos
sí
ese por
que son buenos.
¿
Conoce usted
.
los
pianos americanos, Salvador?
I
Pero Salvador no oía. ... no entendía.
.
.
Salvador estaba leyendo un largo artículo encomiástico,
muy encomiástico, referente á Die-
.
.
.
^rl
VELEIDOSA
go Vargas, en
mente, hasta
el
las
103
cual elevábanlo,
muy justa-
quemando
incienso en
nubes,
aras de su talento, de su elocuencia, de su ilus-
y
tración
del ruidoso triunfo
nido en una de
:/••'•::;'
— Ah! murmuraba
¡
.
.
.
zando
^:';'.-'
.
.
.
. .
y ¿creerá usted que no nos
'^'=
'-
"
Entró Anselma.
Sí,
Genoveva en
el
al-
Anselma y yo no
Aquí hemos es-
.
curiosidad?
— ¿Leyendo
— ¿quién
.
leído este periódico?
leemos nunca periódicos.
la
sí.
'
leer!.
ha tentado
.
-
—Y ¿Anselma ha
— ¡Qué ha de
las dos,
.
duda. ... y luego
la voz, dijo:
tado juntas
:}'C
•U",'
entre dientes.
me queda
ya no
Con-
las últimas sesiones del
greso. ..
sí.
que había obte-
periódico? dijo
^
al entrar.
te lo trajo?
este instante se salió de la sala,
tosiendo.
— Que.
... ¿quién
me
lo trajo?
—Sí.
Jv^;.'--"^::V
— ¿Y eso qué importa? ¡vaya una bagatela!
— ¿Quién ha traído?
— Jesús! que exigente
una
lo
.
;
lo trajo
i
amiga. ...
r
¿Y qué?
s
v;P'^-.
VELEIDOSA
104
— ¡Nada!. Toca un poco
— Está
— ¿Pues no vino hoy Orsini?
—No.
— Entonces. leeremos
.
.
.
al
piano,
desafinado.
i
;;.
.
.
este artículo en
.
que se habla de mi amigo Diego Vargas.
— ¿Ese?.
leído ya.
;
.
.
-
.
—^¿Te
— ¿A mí?.
.
.
Léelo
¿Es
interesa
.
.
.
tu
tú, si quieres,
yo
amigo?
Diego Vargas?. ...
Nada.
lo
he
XXV
ASARON dos
ro
T¡^:^^5-
:
días.
Anocheció
el terce-
un domingo de carnaval.
Salvador fué
al baile.
Multitud de máscaras llenaban
el
salón
y
Salvador buscaba.
De
repente vio venir, á cierta distancia, una
pareja.
El, alto, bien formado,
raso color de
plomo á
listas
con dominó de
negras. Ella, con
dominó negro y capucha blanca. Su mismo
andar, sus mismos movimientos
trataba de disimularlos; pero no podía. Era Anselma.
.
.
.
.
VELEIDOSA
Io6
Salvador
la
reconoció en
alcance y pasando cerca de
—
y dándole
acto
el
ella, le dijo al
oído:
¡Diviértete!
'
Pocos momentos después Anselma y Salvador estaban juntos.
compañero, Anselma?
— ¿Quién
— Diego Vargas.
—¿Le conocías
— conocía y no
— Pero nunca
— Hasta hoy.
es tu
.
.
.
?
lo ignorabas.
tú
Sí, le
le trataste.
¡No me
dijiste
que
— A última hora.
¿Qué
piezas
.
acompañaría!.
.
.
un compromiso.
.
.
te
...
.
vamos á
.
bailar?
— ¡Quién
que
— ¡Anselma! eso quiere
— ¿Ya empiezas con
— No. no empiezo. no
sabe!. ... las
puedan.
se
decir.
.
.
.
.
.
tus celos?
.
selma.
.
.
acabando
Y
.
No.
.
!
.
.
.
.
.
.
.
lo creas,
¡No empiezo!.
.
se alejó de ella para siempre.
.
.
.
An-
¡estoy
.
XXVI
NSELMA
el
Eso
con su compañero en
torbellino de la
^^^ naval
¡
se lanzó
es el
!
.
.
¡
mascarada
Carnaval
!
.
mundo siempre
.
.
¡
.
.
.
¡
Car-
Carnaval
!
.
para quien sabe
p-arlo!
juzs
¿
Qué
le
importaba ya á Anselma
¿Quién era yapara
¡Nadie!
ella
el
pintor?
Salvador Morello?
XXVII
ENTÓSE en una
ces sobre la
^^^p* Era
cemos, á
y se echó de brumesa que tenía delante,
silla
esto en su estudio,
las tres
de
la
que ya cono-
mañana para amanecer
lunes de carnaval.
Volvía del
baile, ebrio
;
En
pero de dolor.
aquella actitud apretaba los párpados para
comprimir sus ojos porque
así le parecía
que
torturaba su cerebro para reconcentrar sus
le iban.
Y
masa confusa de sus pensamientos,
se-
ideas, locas, desperdigadas,
entre la
que se
mejante á una penumbra sin
límites,
aparecían
.
!
no
VELEIDOSA
no más aquellas dos
figuras, aquel
máscara
al-
robusto, hermoso,
y su compañera, ella, con
aquellos graciosos y gentiles movimientos lleto,
nos de soltura, de nerviosidad, de histerismo,
de gracia
él,
y
con
la
cabeza vuelta hacia
los ojos, al través
de
la careta, brillantes,
infantil,
luminosos, ardientes: dos ascuas, dos soles, dos
que alumbraban á otro que no era
soles
para
el
máscara
eterna.
¡
No
para Morello,
el día;
volvería á
la
él;
noche
amanecer para su cora-
zón y para su alma
Cayó sobre
lo
él el
|
sueño, brusco, aplastándo-
de repente, y durmió, despertándose á
seis,
con
los ojos
hinchados y
las
las escleróticas
inyectadas de sangre. Salvador, dormido, había llorado.
lias la
.
.
.
Conservaba aún en
humedad de
las meji-!
sus lágrimas, la cabeza pe-
sada, aturdida.
|
Sintió
la
un horrible desconsuelo,
soledad y
el
el
vacío.
.
ansia intensa, desesperante, de
ver á Anselma, de oírla, de hablarla. ¡Ay,
nunca! Volvió
la vista
en derredor, experi-
mentó vehementes deseos de
le
espantó su locura, su
correr,
delirio, la
de
gritar,
ebriedad
de su pasión profunda, arraigada en su pecho
VELEIDOSA
III
;;^
como árbol secular en la tierra de la montaña, y
exhalando un suspiro rencoroso y apasionado,
de desaliento, de estupor, tomó una determinación rápida, instantánea, pero decisiva.
"Lo venderé todo y me iré lejos, muy lejos".
dijo y se salió á la calle á buscar un
.
.
.
un conocido, cualquiera, á quien
amigo
contarle sus penas, sus dolores, su resolución.
El despecho abriría sus labios; necesitaba consuelo, necesitaba socorro.
Era
raposo que salía en busca de
la
centavo, para satisfacer la sed y
le
mendigo ha-
el
miseria de un
el
hambre que
devoraban, necesidad del alma,
cruel, el
la
sed
más
hambre más exigente, más punzado-
ra, irresistible.
El Miércoles de Ceniza, á
las seis
de
la tarde,
había vendido ya sus muebles, sus prendas,
prendas de su corazón,
allí tenía,
las
las
obras de arte que
acumuladas una á una, en medio de
su pobreza, con sólo su voluntad, con el "quiero,"
sin
haciendo esfuerzos supremos,
sacrificios
;,-.:-
nombre.
Tres días antes no hubiera dado sus cuadros
por todo
que
el
oro del
lo recreaban,
mundo;
aquellas pinturas
que levantaban su
espíritu
VELEIDOSA
112
vislumbrador y activo á
donde están
de
las
soñadas alturas, en
las águilas del arte,
los genios luce,
plandece con
donde
el brillo
la
donde
el sol
inmortalidad res-
eterno de la gloria.
Nada quedaba ya en aquel espacio desnudo
y triste como la losa de un sepulcro. Al entrar
imaginábase al pintor muerto, cualquiera creería
que acababa de
salir
de
allí el
cadáver de
Morello.
I
A la semana siguiente se leía esto en las columnas de un
diario:
i
"Copiamos de un colega de
la capital:
'
"Salvador Morello, nuestro insigne pintor,
se
en
ha embarcado para Europa, tomando pasaje
el
vapor francés "Etoile" que zarpó ayer
de Veracruz.
I
Deseamos á nuestro amigo un
viaje feliz,
gran cosecha de triunfos y laureles y pronto
regreso."
'
"Nosotros, admiradores entusiastas del notable viajero,
abundamos en
los
mismos
mientos.
R. R."
senti-
XXVIII
LEGÓ
Los primeros
á París Morello.
días fueron dichosos. ...
^^^
la
ánimo de
La novedad,
vivísima impresión que causó en su
artista,
de verdadero
artista, la
gran
ciudad, emperatriz del
mundo:
sus calles, sus
edificios, sus plazas, sus
museos;
el
monumentos,
Bosque,
las iglesias, las tabernas, la
los
Mor-
gue, el Sena con sus aguas sombrías y sus puentes
más sombríos aún;.
.
.
.
cuanto
contado, lo que había leído en
le
habían
y
la
novela, la novela sobre todo. Se encontraba
él
allí,
en
el
la historia
terreno, en el escenario, en los luga-
VELEIDOSA
114
res
mismos donde
se habían desarrollado, en
otro tiempo, ante su ardiente imaginación de
niño
cas,
joven, los dramas de distintas épo-
y de
maravillosamente referidos por Dumás,
Víctor Hugo, Sué, y tantos otros privilegiados
ingenios.
.
.
.
de Anselma.
Pudo
.
.
.
así olvidarse
algunos ratos
Esto era algo.
j
Nada más algunos
ratos.
Después, como
si
su espíritu buscara reposo, ¡cosa rara! se
em-
peñaba de nuevo en aquella
con
terrible lucha
de imágenes del pasa-
los recuerdos llenos
do. Pretendía sondear el corazón de
echábase á nadar en
el
Anselma;
mar de fuego de
aquella
alma adorada, donde tantas tempestades
se
habían levantado bajo un cielo azul y sereno,
y como
el
náufrago que salta
al fin
se sienta á descansar, presa de los
á
la orilla
gos pensamientos, disculpaba á Anselma,
rodeaba de sus
afectos,
y
más amar-
de sus ternuras,
la
la
en-
volvía en la aureola luminosa de su perdida
gloria de artista y, divinizándola, le entregaba
allí,
de
solo, el
mundo de sus
los suspiros
ilusiones, el torrente
de su pecho,
el
caudal de sus
lágrimas, amargas
"Sí,
—
y silenciosas.
murmuraba ella no tiene
—
la culpa.
VELKIDOSA
es buena,
muy
ftv
'^S
buena; su amor, aquel amor
tantas veces jurado, era sincero. ¿Por qué ha-
bía de ser eterno? ¿Por
tanto
como
los afectos
el
con
mío ?
el
¿
qué había de durar
Han de perecer siempre
barro quebradizo, con la ma-
humano
sentimiento ? No. Esto es lo real
Pobre Anselma mía! Yo mismo, continuaba: ¿No creí
amar tantas veces? ¿No huyeron de mi memoria visiones del amor que creí también duteria vil
y deleznable que guarda
!
¡
el
¡
raderas? ¡Ah! dichosas, dichosas, mil veces,
las
,
la
almas mellizas que han de parecerse como
fisonomía de los seres que
juntos,
y con
al
mundo
misma identidad de
la
llegan
facciones
y de movimientos bajan al sepulcro un día.
¡Qué multitud de ideas, extravagantes y
extrañas, pululaban en la mente de Morello!
Ideas que en
el
reducido espacio de su cráneo,
se mezclaban, se confundían,
como en inmensa
plaza en día de carnestolendas, las gentes de
distintas razas,
con diferentes
dos, de diverso idioma,
trajes,
que
codean, ganando y perdiendo
se
el
abigarra-
empujan, se
terreno, dis-
putándoselo, vociferando, sin comprenderse,
hasta que la noche sobreviene y las dispersa.
VELEIDOSA
Il6
quedando
el
sitio,
donde hubo tanto movi-
miento y vida, envuelto en sombras, desolado,
yermo, lóbrego como,
el caos.
Tal quedaba
el
cerebro de Morello después de uno de estos
frecuentes accesos de sentimentalismo tan po-
hombre que no tiene ya
poderoso incentivo de la pasión más grande
sitivo,
el
tan natural en
de su vida:
Al
el ser
el
amado.
día siguiente, después del escaso
y
cori^
turbado sueño, Salvador saltaba del lecho,
tigado, con torturas de cuerpo
salía
á la calle.
tas!
Una
tras
.
.
.
fa-
y de alma, y
¡Cuántas mujeres! ¡cuán-
de otra pasaban ante sus
ojos,
deslumbrantes de hermosura, de belleza, en
plenitud de sus abriles, llenas de
de
yas,
cintas,
flores,
la
de jo-
de encajes, y llenas sobre todo
de seductora gracia y femenil hechizo. Pero,
¡ay! ninguna de esas mujeres era Anselma,
ella
había de
ser.
¡Ninguna
Una noche, pasado el
en
el
Teatro de
espléndido.
un
la
tiempo, se encontraba
Opera, grandioso, soberbio,
Terminada
pasillo, se
acercó á
la función, al salir,
él
un lacayo y
le
y leyó
esto, escrito
de prisa y con
en
entre-
gó una esquela, pequeña, perfumada. Rasgó
sobre
y
otra!
el
lápiz:
VELEIDOSA
" Caballero:
si
en tratar á una
y de
sa
no
117
tiene usted inconveniente
dama que
se precia de
hermo-
discreta, siga usted al portador."
--^'Aquella era una aventura.
na aventura.
Siguió
al
criado
;"v
-
/
.
.
.
una peregri-
í
y á algunos pasos
del pór-
gran Coliseo, su guía se detuvo junto
tico del
á un magnífico carruaje tirado por dos soberbios caballos negros
y
lustrosos
como
el
aza-
bache.
Abrió
la
portezuela
y quitándose el sombre-
ro respetuosamente, dijo;
— Pase
usted, señor.
Morello subió y sentóse
jer
que
allí
Ni
estaba.
al
lado de una
ella ni él
mu-
hablaron una
y nada más.
puerta de un palacio,
palabra. ... él saludó
Se detuvieron á
la
ce-
rrado todo por fuera. Por dentro, profusamente iluminado.
Al
,
*>
.
^
v
pie de la escalera de
aquella mujer pidió
el
de embarazo, confuso.
v
mármol
blanco,
brazo á Salvador lleno
.
.
.
aturdido
No
tenía la costumbre.
Entonces fué cuando pudo
la,
y
extasiarse,
porque
la
verla,
dama
examinar-
era hermosa
.
VELEIDOSA
ii8
y muy bella; una rubia soberanamente bella.
¡Qué lujo, qué suntuosidad! El piso, las paredes, los techos.
.
.
columnas, estatuas,
regio.
za!.
.
por todas partes luces,
flores.
.
.
ostentoso.
.
.
.
Llegaron á un pequeño gabinete,
.
á media luz, y correctamente amuebla-
tibio,
do.
.
.
..
.
colgaduras.
las
.
sobre
¡Cuánto buen gusto.
.
lo
cogía á
cuánta rique-
mismo tiem-
dejó caer, al
el cual ella se
po que
.
las sillas. ... el sofá
.
.
.
de
él
la
mano y
lo hacía ro
dar á su lado
Cuando Morello
salió
de aquel palacio era
ya de día.
Al obscurecer, después de algunas horas de
fiebre,
de vacilaciones, de dudas, Morello vol-
vió
Quería verla otra vez
¡
!
Un
lacayo
estaba encargado de no dejarlo subir. ... ¡lo
echaron
!
.
.
.
Después
.
la vio
en
el
teatro dos
veces, en su palco, arrobadora con su original
belleza; pero ella
dignó mirarlo.
sa
.
le
reconoció ni aun se
Dijéronle que era una con-
amiga de un embajador
belga.
Aquel placer satánico de unas breves
horas;
desa
el
.
no
italiana,
extraño capricho de aquella mujer misterio-
y extravagante, no
hicieron otra cosa
que
.
!
VELEIDOSA
más
despertar de nuevo,
119
más
intenso,
recuerdo de Anselma en
el
vivo, el
corazón de Salva-
dor. Volvía á presentársele
en todas partes,
risueña, seductora, llena de aquel
amor
tan
puro, tan dulce, tan lleno de ilusiones para
porvenir y.
El pintor
¡tan falso!.
era,
impresionable.
.
.
.
el
¡tan pasajero!
desgraciadamente, demasiado
.
.
Así había nacido, era su temperamento, y
se entregó al dolor de aquella pasión tan mal
correspondida. Vinieron, primero, la honda
amargura, después
triste
abandono. ...
embriaguez,
res
la
y de enervantes
el
Más
la inacción
la orgía
pereza
y
tarde la
con su cadena de horroplaceres,
y por
y ¡la enfermedad!
La una del alma!
la otra
último, la
miseria. ...
—
—
.
i
dijo Morello
—y
.
j
del cuerpo
se acostó en el lecho del
dolor
«
>
'"-ir"
i-t''
XXIX
OMü
no recibían periódicos,
selma
Genoveva
ni
An-
ni
se informaron del
'^Tf^r párrafo que anunciaba el viaje de Salvador. Supieron, pasado el tiempo, por casualidad,
dad
que
el
pintor vivía en París; pero la ver-
es que, eso,
Una
en nada
les interesaba.
.
,
noche, serían las diez, cuando se pre-
aposento de Anselma
sentó una criada en
el
con una carta en
mano.
la
La muchacha
se
preparaba para concurrir á un baile en casa de
su
amiga Rosa Beltrán, hermana, precisamen-
te,
de un gallardísimo joven, poeta novel, pero
16
.
.
yH--^
VELEIDOSA
122
de claro ingenio y donosa inspiración y que
pasaba en aquellos días por rival (afortunado)
de Diego Vargas, cuyo
sol trasponía el hori-
zonte.
Así, á lo menos, la crónica lo aseguraba.
— ¿Una carta?
—
Y
Sí, señorita.
cartero aguarda el va-
el
lor del porte.
— ¿Cómo
— Viene
— ¿Y quién puede escribirme á mí
así?
del extranjero,
tranjero?
¡
Ah,
sí!.
.
del ex-
.
Cruzó una idea por
cerebro de Anselma.
el
— paga porte de
Sabes
qué me he imaginado?.
— ¿Qué? — Genoveva entregando
una
— Que me
— Después de
tiempo. imposible.
Tía,
esta carta.
el
¿
...
á la
dijo
criada
peseta.
escribe Morello.
tanto
.
¿Y qué ha de
¡más de ocho meses!. ...
birte?.
¿para qué?
— ¡Quién sabe! aguarda.
Anselma rompió
—
escri-
Vístete.
.
.
curiosidad!. ...
.
el
.
.
.
Voy á ver.
.
.
sobre.
niña;.
.
.
.
después.
.
.
.
¡qué
.
VELEIDOSA
'
—
dad
es
mucha
sa. ..
.
tal
me
Bien que sólo
los pendientes. ...
Anselma
;."
-
.
V;}ia3
verdad es que mi curiosi-
la
Sí, tía
..
y
el
polvo.
.
.
.
¡
faltan
Ah!.
.
.
dio un grito, un grito de sorpre-
vez de vanidad.
.
.
— ¿Qué pasa? murmuró Genoveva.
— Él
decía yo
Aquí
— "Salvador"— ¿A ver?.
su firma. mírala
¡
!
.
.
.
.
¡
te lo
! .
.
.
está
.
.
Pasó
la vista
por
primeras
las
En seguida se puso
voz sombría,
—
dijo,
carta:
— ¡Qué cosas tan
lívida
líneas.
y balbuciente, con
apartando
los ojos
de
la
.^
tristes
hay aquí!. ...
.
XXX
"_-:'
Anselma:
OMO
"
Enero
París,
tí
podré tomar
despida
.
. .
..
en breve no
pluma entre mis dedos.
la
me vieras, no me conocerías.
es vivir, en
me
y te hable unos momentos.
Me apresuro, porque conozco que
Si
-
tanto has influido en mi vida, es
natural que antes de morir
^^^ de
6.
'~^':'
Vivo,
si
esto
un aposento tan pequeño, que ape-
mi lecho y una silla. Es bastante para mí que no puedo moverme; estoy
nas caben en
paralítico.
puloso que
él
Me
me
un criado imbécil y craolvida, que me deja casi siem-
sirve
.
VELEIDOSA
IZÓ
pre sin alimentos y sin medicinas ...... Esto
No
último no importa
quiero es no sufrir
Anselma,
¡
soledad y
la
quiero sanar, lo que
el
Qué
horribles son,
abandono
Ni una
!
palabra de consuelo, ni una amiga mano, ni
una
¡
mirada de compasión y de ternura.
sola
Se respira aquí
la
Cuando
menterios!
helada tristeza de los ceestuviste enferma.
.
.
¡qué
diferencia!. ... ¿te acuerdas?
Anoche
estuve recordando aquellos hermo-
sos días del
amor cuando á
tu lado
bebecía mirándote acabada de
me em-
salir del
baño,
envuelta en la lluvia de oro de tu copiosa cabellera, todavía
Me
húmeda, oliendo á
limpio.
he acordado de tus palabras, de
las
y de tanto delirio
Todo ¿para qué? Mi amor al arte, mi amor al
trabajo, mi amor á mis hermanos
á mi
madre
todos mis amores, perdidos por tu
amor que era nada: un capricho tuyo, pasajemías, de tanta locura
¡
!
ro,
la
.
.
fugaz -
.
.
-
.
¡
Eso
fué
!
Para
tí
muerte. ¡Ya lo ves!
mi corazón,
lo
mismo que un
la vida,
Tú
para mí
despedazaste
niño hace peda-
zos la luna del espejo ante la cual se divirtió
mirándose, algunas horas antes de romperlo!
.
•:?»*•
VELEIDOSA
No puedo
más.
.
me
mi memoria. ... y
trabajo, recordar.
Hoy ha
Mañana
dicho
iré al
.
.
;
así
me
de esta casa.
me
lo
.
.
•
•
íC:
doctor que
el
mucho
cuesta trabajo,
confiese
-
acaba de re¡Mejor! Si
.
¡qué horribles penas!. ... de día
.
.
.
hospital
petir la portera
supieras.
todo se va borrando en
.
.
127
?^; >
descanso pero de noche qué dolores se ha!
;
¡
cen pedazos mis huesos. ... mi cuerpo todo
es
la
una lástima.
.
.
una miseria.
.
manera de que esto termine.
be pronto.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Yo
veré
que se aca-
pronto. ...
Adiós.
Salvador."
Dentro de
ta
la
misma
cubierta venía otra car-
más pequeña en papel de
abrió.
Decía
luto.
la
así:
"Enero
'
r
Señorita:
me recomendó al
7.
-
El enfermo que escribió
el
Anselma
la
adjunta carta y
entrar hoy, que la pusiera en
correo; poco después, inadvertidamente, por
una inconcebible equivocación,
dicina del
numero
7,
se
bebió
la
me-
que estaba destinada para
uso externo, en lugar de
las
cucharadas que
le
'i
128
VELEIDOSA
había ordenado
el
médico en
A pesar de los esfuerzos
ha
fallecido
sia,
jefe
de
la sala.
hechos para salvarlo,
hoy mismo, en
á las lUieve y media de
el
la
seno de
la Igle-
noche.
Vuestra respetuoso servidor,
A. JaNIN,
i
'••*,>
Interno del hospital de San Luis."
Wl
'tílg"*S»Z"
Mérida, Feb. Marzo,
1891.
.^:
»;-•-
i
V'

Documentos relacionados