Guillermo Oliveri - Observatory on Latin America

Transcripción

Guillermo Oliveri - Observatory on Latin America
JORNADA ARGENTINA PLURAL
“ARGENTINA, MODELO DE CONSTRUCCION DE UNA
SOCIEDAD DIVERSA E IGUALITARIA”
1. Los paradigmas: De la religión de estado a la
libertad religiosa
El elemento común más significativo entre los países de
América Latina es el haber sido colonias de España o Portugal,
entre el descubrimiento de América por parte de Europa a final
del siglo XV y los comienzos del siglo XIX.
La conquista española y portuguesa fue un hecho militar,
político, económico, pero también y fundamentalmente religioso.
Los reyes de España y Portugal legitimaron jurídicamente la
conquista a partir de una decisión del Papa, que les reconoció
derechos sobre el territorio americano, con la explícita misión y
condición de implantar en ellos la fe católica. La Iglesia Católica
acompañó a los conquistadores desde sus primeros viajes y
estableció sus estructuras en América desde el comienzo.
A. El primer paradigma lo constituye el monopolio religioso
otorgado a la Iglesia Católica Romana, por los reyes de España
desde la conquista de América, junto con la prohibición de
establecerse en el Nuevo Mundo a otras expresiones religiosas (en
particular, al Judaísmo, el Islam y el Protestantismo), y la
estrechísima relación entre la Iglesia Católica y el poder civil,
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expresada mediante el régimen de “Patronato”.
Hay que tener en cuenta, asimismo, el reemplazo de las
expresiones religiosas indígenas o de los pueblos originarios, por la
religión católica. Esa desaparición fue sólo aparente o, mejor
dicho, parcial; porque lo que en realidad ocurrió fue la
conformación de formas religiosas sincréticas que subsisten hoy en
día y que constituyen un desafío para su encuadre jurídico.
La independencia, a partir del año 1810, tuvo motivaciones
económicas y políticas, pero no religiosas. Los hombres de la
independencia eran todos ellos católicos, muchos formados en
universidades católicas y en la teología política de la escuela
española del siglo XVI. Si bien los obispos, en general, fueron
contrarios al movimiento independentista, muchos sacerdotes lo
apoyaron con entusiasmo e incluso lo encabezaron en distintos
lugares. En casi todas las asambleas constituyentes que dieron lugar
a los nuevos estados, buena parte de los miembros o diputados
eran sacerdotes o religiosos católicos.
Por lo tanto, no es extraño que la República, en sus albores,
mantuviera la confesionalidad católica en sus primeras leyes
constitucionales, e incluso la prohibición de otras expresiones
religiosas, al menos en público. Una de las excepciones fue el
Tratado de Libre Comercio con el Reino Unido de 1825, que
garantizaba, a su vez, el libre ejercicio de su culto a los súbditos
británicos.
Un paso importante fue la Constitución de 1853 que
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proclama la libertad de cultos, pero el gobierno argentino
continuaba una tradición de la colonia, adhiriendo oficialmente a
la Religión Católica.
El tránsito de la confesionalidad del Estado con monopolio
religioso de la Iglesia Católica, a la neutralidad religiosa del Estado
con admisión de la pluralidad religiosa, dominó la segunda parte
del siglo XIX y la primera parte del siglo XX.
La década del sesenta se abre a nuevas perspectivas, sociales,
políticas, filosóficas, y también religiosas (desde el punto de vista de
ver y relacionarse con ella). Desde la Santa Sede, su Santidad Juan
XXIII al convocar al Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965),
invitó a observadores de otras confesiones religiosas, mostrando el
camino por el cual marchaba la sociedad universal de entonces.
En Argentina, la relación del Estado con las confesiones no
católicas adquirió en estos últimos años una gran significación. No
sólo por el crecimiento y desarrollo de ellas sino por la manera
que en la comunidad argentina interactúan.
Un gesto simbólico inicial desde el Estado fue, en 1958,
quitarle a la Dirección de Cultos no Católicos y Disidentes esta
última partícula denominativa a su nombre oficial, de cariz
netamente prejuicioso y peyorativo.
Se inicia un proceso en el país donde se empieza a aceptar el
concepto de los no católicos. Y constituirán verdaderos paradigmas
de la libertad religiosa y el diálogo interreligioso que se da en la
República Argentina.
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B. Un segundo paradigma está constituido por la “tolerancia
religiosa” Una aproximación al otro que se da a través de verse,
hablarse e intercambiar opiniones. Se comenzó con una tolerancia
real (pues ya se contaba con ella en el texto constitucional), de gran
valor en si misma.
Cuando se habla en términos de tolerancia, la relación del
Estado o grupo mayoritario con el resto de creencias consiste,
principalmente, en un “permitir”, un progreso evidente con un
régimen de intolerancia, en el que se prohíbe y un claro avance
hacia la libertad religiosa
Pero sin embargo, el progreso de los encuentros y la
necesidad de profundizarlos hizo que con el tiempo se quisiera
algo más que tolerarse, algo más que admitir algo del otro, así la
tolerancia tiende a ser ampliada y enriquecida con más elementos
de aproximación al otro, de cercanía más vital, de reconocimiento
y valoración.
C. Se inicia así el tercer paradigma, que lo constituye el
“diálogo interreligioso”, el diálogo ya es entre pares, ya no hay un
arriba y abajo, uno que da y uno que recibe lo que el otro le quiere
dar. Pero como se señala el diálogo es entre pares, no
necesariamente entre iguales. Una oportunidad igual para unos y
otros, una búsqueda de lo que tiene el otro. Se parte de la base de
que aquel con el cual dialogo tiene su verdad.
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Las características de todo diálogo, y más el interreligioso, es
que no será auténtico si no afirma su propia identidad y evita, al
mismo tiempo, todo sincretismo que pretenda conciliar lo
inconciliable.
D. El cuarto paradigma lo constituye la “convivencia
interreligiosa”, que se da en esta última década en la Argentina,
cuando en el resto del progresista mundo se continúa hablando
“tolerancia”, aquí se brega por convivencia.
En la práctica no puede ser más amplia la libertad religiosa
en la República Argentina: se trata de una convivencia que es real
entre las diferentes comunidades o confesiones. Libertad y
convivencia que todavía, en el plano mundial, muestra dificultad.
Nos estamos refiriendo a la expresión de la libertad religiosa en
relación con el Estado o la autoridad civil, por un lado, y en
especial a la actuación pacífica de la sociedad.
Conocer al otro en su diversidad, sin renunciar a la propia
identidad, y apreciar sus valores, es indispensable para la sana
convivencia, y para desmentir la naturaleza religiosa de
enfrentamientos políticos o de otra índole, que algunos desearían
convertir en enfrentamientos entre religiones. (Huntington – “El
choque de civilizaciones”)
De ahí el estar juntos, rezando, pero no rezar juntos: esto
sería sincretismo o multiculturalismo. Si estar juntos, rezando,
trabajando, ayudando, aportando, desde lo que cada uno es, según
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su tradición. Es más bien una voluntad que tiende a generar la
asociación de energías en un sentido amplio y de objetivos
comunes en pos del bien común.
Es importante percibir, en el campo de la convivencia
interreligiosa, la creación de puentes en los lugares en que se
puede conservar lo propio, sin desdibujarlo, sin renunciar a la
propia identidad, pero descubriendo dimensiones en común, áreas
de encuentro.
Las identidades así expresadas ya no portan la dimensión de
lo total. Son totales en cuanto fundamento de una propia tradición
o creencia, pero en esa calidad de fundamentales no se hacen
fundamentalistas.
Esa pluralidad en la diversidad, no es relativismo, es convivir, es decir, vivir con el otro en su propia verdad, sin
fundamentalismos ni sectarismos.
2. La Secretaría de Culto
El área de Culto está integrada, desde 1898, en el ámbito del
Ministerio de Relaciones Exteriores. Su función es entender en la
formulación de políticas, tanto nacionales como internacionales,
relacionadas con la materia religiosa y de culto.
a. En el ámbito internacional
Tiene responsabilidad sobre las relaciones de la República
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con la Santa Sede y lo inherente a la negociación y celebración de
instrumentos
internacionales,
participación
en
reuniones,
congresos y conferencias internacionales y misiones especiales ante
gobiernos extranjeros y entidades internacionales relacionados con
la temática religiosa.
También es de destacar la actividad de seguimiento y
actualización del fenómeno religioso internacional, que adquiere
una magnitud e importancia cada vez más significativa en la agenda
de las relaciones internacionales.
b. En el ámbito nacional
Debe actuar en todo lo atinente a las relaciones con la Iglesia
Católica Apostólica Romana y con las Iglesias cristianas no
católicas y las demás organizaciones religiosas que funcionen en el
país “a efectos de garantizar la libre profesión de su culto a todos
los habitantes de la Nación”. A tal fin, cuenta con las áreas
específicas, con sus propias responsabilidades primarias: La
Dirección General de Culto Católico y la Dirección General del
Registro Nacional de Cultos.
c. Otras actividades
Más allá de las funciones antes mencionadas, la Secretaría de
Culto constituye el ámbito de interlocución institucional entre el
Estado y el mundo religioso, estableciendo políticas públicas
relacionadas con el diálogo y la cooperación en el marco de la
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inclusión, la pluralidad y la convivencia.
Esto comienza a plasmarse en los Censos Nacionales de la
República Argentina de 1895, 1947 y 1960 mostraron un contraste
entre el primer censo y los dos últimos. Ya que en 1895 la la
población que pertenecía al culto católico constituía el 99 %; en
1947 el 93% y en 1960
el 90 %; producto de las oleadas
migratorias posteriores a las Guerras Mundiales.
En estos censos se puede observar como en
el mapa
poblacional de la Argentina comienzan a perfilarse nuevos grupos
religiosos, que si bien son minoritarios generaran la base del
diálogo interreligioso de hoy en día. Es importante destacar, que
dichos grupos religiosos lograron afincarse en la República
Argentina
y alcanzaron reconocimientos en ámbitos políticos,
económicos y sobre todo culturales.
. Este 10% de población que en 1960 no profesaba la fe
católica estaba formado por protestantes, judíos, católicos
ortodoxos e islámicos.
En el año 2008, el Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) realizó la primera encuesta
poblacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina, lo
que arrojó que el 91,1 % de la población cree en Dios y que el
76,5 % pertenece a la fe católica y el 11, 3 % dice ser ateo,
agnóstico o no tener religión; mientras que el porcentaje restante
se divide de la siguiente manera: 9% comunidades evangélicas, 1,2
%
Testigos de Jehová, 0,9% mormones, 1,2 % otras religiones
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(entre ellas islámicas y judías principalmente). Allí también se
plasmó que la población consideraba que además de las
actividades fundamentalmente religiosas, era importante que las
comunidades religiosas se ocuparan de actividades educativas a los
jóvenes, defensa de los derechos humanos, compromiso con los
pobres, toma de posición sobre cuestiones sociales, promover la
paz entre las naciones y diálogo con otras religiones. Teniendo en
cuenta que la población Argentina asciende a 40.091.359 habitante
de acuerdo al censo poblacional del año 2010, 36.523.228
habitantes se manifiestan ser creyentes. Los datos de dicha
encuesta destacan el pluralismo y la diversidad presente el campo
religioso, junto con la continuidad de una cultura cristiana.
La Secretaría es también un ámbito propicio para el
encuentro entre iglesias y confesiones, y fomenta que los actores
asuman un rol participativo y comprometido con el diálogo
ecuménico e interreligioso.
En ese sentido, se realizan sistemáticamente una serie de
iniciativas que promueven el diálogo interreligioso y la articulación
solidaria entre los distintos credos, y que permiten la cohabitación
de las instituciones y actores religiosos.
Por otra parte, se realiza una tarea preventiva a fin de evitar
toda actividad que tienda a generar focos de enfrentamiento o de
discriminación para aquel que adscribe a una doctrina religiosa
diferente, contribuyéndose, así, a la consolidación de un clima de
armonía en el plano religioso. Es decir, la Secretaría se constituye
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en una plataforma estatal desde la cual se contiene, estimula,
alienta y protege la convivencia. Evidentemente, todo ello conlleva
a la consolidación de una sociedad más democrática y plural.
Un ejemplo representativo de esa línea programática es la
firma, el 25 de julio de 2006, por parte de las máximas autoridades
en Argentina del judaísmo, el catolicismo y el Islam, y la Secretaría
de Culto, de un documento por la paz, en momentos en que
arreciaba la crisis de Medio Oriente. La Declaración “La vocación
de paz y el diálogo entre las comunidades” es un documento que
tiene escasos antecedentes a nivel mundial, por la oportunidad en
la que se llevo adelante y por la representatividad de los actores.
Esa significativa declaración, promovida por la Secretaría de Culto
y firmada en las dependencias del Ministerio de Relaciones
Exteriores, ha sido resultado de la madurez y el coraje de los
actores involucrados, pero también del encuentro de un espacio
donde canalizar estas iniciativas.
La Secretaría se esfuerza en promover que la actividad de cada
creencia y sus instituciones se desarrolle en el país con la más
amplia libertad. Fruto visible de esto son los periódicos encuentros
interreligiosos que, en el ámbito de la Cancillería, se realizan con
asistencia de dirigentes de todas las confesiones religiosas. Y otro
claro ejemplo, destinado a la comunidad, son las Jornadas
Deportivas Interreligiosas, que se desarrollan anualmente, en las
que participan en más de diez deportes, estudiantes de colegios
religiosos de diversos cultos, católicos, judíos, musulmanes y
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evangélicos. Una política pública que aúna lo educativo con lo
lúdico y que fomenta el respeto mutuo en quienes serán los
dirigentes de mañana; y nuestro reconocimiento a líderes y
comunidades religiosas por su compromiso con la justicia socialy
los derechos humanos y su labor solidaria con la comunidad en la
que habitan.
En este aspecto, se trata de ser siempre un estímulo a toda
actividad y alentar dichas iniciativas como valiosas para la sociedad
toda, pero sin inmiscuirse en el orden espiritual. Un estilo de
vinculación entre el Estado y todas las confesiones religiosas en el
que priman la autonomía y la cooperación. El respeto mutuo y la
dignidad de las instituciones (religiosas y civiles) exigen esa
prudencia y esa sana distancia que no dificulta, sino que acrecienta
las líneas vigorosas y saludables que separan pero no enfrentan lo
estatal de lo eclesial, marcando un principio clave en lo relacional:
“distinguir para unir”.
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