Iglesias y Capillas del Valle Central

Transcripción

Iglesias y Capillas del Valle Central
A mi madre
Iglesias y
C a p i l l a s
Va l l e
C e n t r a l
del
Fotografías
M AX D ONOSO
Te x t o s
M A G DA L E N A P E R E I R A
C RISTIÁN H EINSEN
Introducción
I SABEL C RUZ
Presentación
H ERNÁN R ODRÍGUEZ
Asistente Fotografía
I G N AC I O D E L A C UA D R A
Diseño
H OMBO
&
Z EGERS
Tr a d u c c i ó n
I G L E S I A S
Y
C A P I L L A S
M ARÍA T ERESA E SCOBAR
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IN dic e
PRESENTACIÓN5
INTRODUCCIÓN
9
LAS PALMAS DE LEYDA
20
SAN JERÓNIMO DE C ASABLANC A
26
ORREGO ARRIBA
34
LA C ANDELARIA DE ALGARROBO
40
SAN ANTONIO DE PADUA DE EL ALMENDRAL
46
SANTA ROSA DE VITERBO DE CURIMÓN52
SAN VICENTE FERRER DE LOS DOMINICOS58
LO FONTECILLA
64
SAN FRANCISCO72
LO ARC AYA DE PIRQUE78
SAN MIGUEL DE RANGUE
84
C ALERA DE TANGO
90
LA COMPAÑÍA
98
BENEDECTINAS DE RENGO
104
PENC AHUE
110
LA ESTAC ADA DE GUAC ARHUE 116
LA JAVIERANA DE ROMA
122
SAN ROBERTO DE ALMAHUE
128
SANTA AMELIA DE ALMAHUE
134
C ALLEUQUE
140
SAN JOSÉ DEL C ARMEN DE EL HUIQUE
146
LA TORINA DE PICHIDEGUA
154
MALLERMO
160
PUMANQUE
166
SAN ANDRÉS DE CIRUELOS
172
PERALILLO
178
SAN PEDRO DE ALCÁNTARA
184
BIBLIOGRAFÍA
190
AGRADECIMIENTOS
212
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P RESENTACION
“En verdad, el triunfo más perdurable de la fotografía ha sido su aptitud
para descubrir belleza en lo humilde, lo frágil, lo perecedero”.
(Susan Sontag)
Iglesias y Capillas del Valle Central nos permite ver la belleza que existe en su arquitectura, en la intimidad de su espacio interior,
y en el paisaje en el que están insertas. En un recorrido breve, que se inicia al norte en el valle de Aconcagua y concluye en el del
Tinguiririca, al sur, hace de cada templo una revelación, independiente de que los conozcamos o no. Son 27 asombros de imágenes
e historia, con orígenes y dependencias diversos.
Cuatro surgieron como sedes parroquiales en los siglos XVIII y XIX, en las localidades de Algarrobo, Pichidegua, Pumanque y
Ciruelos. Siete derivan de fundaciones conventuales a partir del XVI, como los franciscanos en Santiago, en San Pedro de Alcántara
y en Curimón; los jesuítas en Calera de Tango y en La Compañía; y los dominicos en Apoquindo. Dieciséis, los más, son expresión
de fe de propietarios en haciendas o chacras de antiguo origen. Algunos son pequeños oratorios para la familia, como los de Leyda,
Lo Orrego, Lo Fontecilla, Roma, Peralillo y Mallermo. Otros son espaciosas capillas abiertas a la devoción pública, como las de San
Jerónimo, Lo Arcaya, Rangue, Apaltas de Rengo, Pencahue, La Estacada, San Roberto y Santa Amelia de Almahue, Calleuque y El
Huique.
Las imágenes de Iglesias y Capillas del Valle Central permiten trazar sutiles relaciones con antecedentes o historiales previos. El
más obvio es con la fotografía. Con la obra de autores como Garreaud, Leblanc o Heffer que iniciaron tempranamente en Chile la
modalidad de mostrar vistas y paisajes, rescatando realidades que si bien ya existían, se hicieron reconocibles para el público a través
de sus cámaras. Realidades que siguieron descubriéndose en las fotografías de Gertsmann, Cori o Hochhausler, que se exhibieron
como obras de arte en los Salones Oficiales de la primera mitad del siglo XX.
Hay también cierta afinidad de tema, composición y colorido entre las fotografías del libro y las obras que crearon algunos
pintores de la llamada Generación del 13, como Agustín Abarca, Alfredo Lobos o Arturo Gordon. En la intimidad de las capillas y en
los paisajes, sobre todo, la cámara del fotógrafo trabaja como la paleta de un pintor. Desde el punto de vista de las iglesias elegidas,
ellas no están lejos de la mirada selectiva que dio Roberto Dávila a nuestra arquitectura tradicional, y que plasmó en minuciosos
y expresivos dibujos con los que ilustró su libro La Portada, en 1927. Finalmente, puede encontrarse alguna relación entre la
espiritualidad que surge de los templos retratados, con aquella que buscaron los escritores y poetas que pertenecieron al grupo de
Los Diez, especialmente con uno de sus integrantes más destacados, Pedro Prado, quien habría reconocido en este libro muchos de
los paisajes que sobrevoló su personaje Alsino.
Hay proximidad de espíritu y sensibilidad afín con muchos creadores de 1900 que hicieron de la belleza y la identidad una misma
búsqueda. Iglesias y Capillas del Valle Central representa una continuidad con ellos, en un soporte y expresión que son propios del
siglo XXI donde la fotografía, más que reproducir la realidad, la recicla con una vitalidad nueva.
Las imágenes de Max Donoso y los textos de Magdalena Pereira y Cristián Heinsen, apelan a la emoción. Su revelación de belleza
nos hace comprender el patrimonio cultural de Chile, sencillo, único e irremplazable. Permanente, como la fe que construyó iglesias
y capillas y las mantiene vivas, como debe ser nuestro compromiso de conservarlo.
Santiago, Noviembre de 2005
Hernán Rodríguez Villegas
Gerente de Cultura
Fundación Andes
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I NTRODUCCIÓN
VaLLE CeNTRAL Y MUNDO CAMPESINO:
U n R E COR R I D O
por
Isabel Cruz de Amenábar
Dr. en Historia del Ar te
Profesora del Instituto de Historia
Pontificia Universidad Católica de Chile.
con la colaboración de Eduardo Carrasco.
Licenciado en Historia,
Pontificia Universidad Católica de Chile.
Por los antiguos caminos rurales, entre polvo y arboledas, cruzando
acequias y potreros, se llega al centro mismo de la tierra chilena, al
núcleo originario de su identidad.
Disuelta en las nieblas matinales la ardiente resolana del verano, la
dulzura del otoño llama a recorrer el campo en busca de su historia, al
encuentro de su feracidad.
Entre los Andes y los cerros de la costa, desde el valle de Aconcagua hasta el Maule, se extiende un territorio de cultivos que es también de cultura. En su arraigo centenario, en su belleza y productividad vigentes, la tradición campesina aguarda; de ida, a la vuelta, en
el recodo, en el rincón. Comparece y acoge, trecho a trecho, cara a
cara, como experiencia sensorial en proximidad , en intimidad incluso,
transmutada por el tiempo.
Si el barro no se bate ya con la paja para armar el adobe, el arado
rotura el terreno, ni el fuego calcina y purifica los troncos rotos y malezas antes de la siembra, el barro, la greda, la ceniza, son como la madera,
la fruta, el vino y el cereal materias terrestres perdurables en su incesante renovación a través de los ciclos naturales y de la labor del hombre.
Sustancias concretas y fuerzas físicas desplegadas no bastan,
empero, para asegurar la vida de una cultura agraria. Cuando el ciclo
de la naturaleza y la mano humana han convergido al unísono sin
contradecirse ni destruirse, como ocurre aquí, es porque el corazón
de los hombres que trabajan la tierra ha sido removido y sembrado y
regado para que de frutos que trasciendan lo natural.
Apenas visibles entre bosques, lomajes y jardines, cruzando la
humana horizontal de techumbres y muros, torres y espadañas se
elevan hacia la verticalidad divina. En las iglesias de pueblo en las capillas
de fundo, la cruz ha puesto su signo de regeneración y el cristianismo
su semilla de vino y pan.
Acunado por la mole andina, madre mítica en el lenguaje de los
pueblos originarios, fuente de agua y de metales, protegido por los
cerros de la costa de los vientos y las nieblas, el valle central de Chile,
se despliega longitudinalmente como un huerto cerrado1, bajo el cielo
cálido y luminoso. Entre lomajes y cerros, bosques y cursos de agua el
suelo llano ofrece su riqueza de materias orgánicas, su extraordinaria
biodiversidad, que equipara esta zona a las mejores tierras del planeta,
verdadero paraíso natural de las latitudes australes.
En sus cartas al rey, Pedro de Valdivia, afianzada la conquista hasta la
ciudad de su propio nombre, tras la fundación de la capital del Apóstol,
alababa las cualidades de la tierra recién domeñada: …”después que
las Indias se comenzaron a descubrir hasta hoy no se ha descubierto
tal tierra a Vuestra Majestad; es más poblada que la Nueva España,
muy sana, fertilísima, e apacible, de muy lindo temple… Es muy llana
y lo que no lo es, unas costezuelas apacibles de mucha madera, muy
linda…”2. Para el conquistador no hay mejor tierra en el mundo “para
vivir y perpetuarse”. Y en un bello giro lingüístico transforma la radical
simplicidad de las tareas agrícolas en poética: “ habíamos de comer del
trabajo de nuestras manos, como en la primera edad, procuré de
darme a sembrar… y todos cavábamos y arábamos y sembrábamos
en su tiempo, estando siempre armados y ensillados de día…”3.
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Los dos almudes de trigo y la media docena de cepas de vid y los caballos, las vacas y gallinas traídos desde el Perú, con el esfuerzo de los indios de servicio se multiplican, acercándose a la medida evangélica, hasta
el 80 por uno, como decía el jesuita Felipe Gómez de Vidaurre en el siglo
XVIII, al alabar la productividad de las tierras de Colchagua. La hacienda
jesuita de Graneros es manifestación de esa fecundidad americana que
había situado el Nuevo Mundo en el ámbito de la utopía y del mito.
En sus recorridos y excursiones se internan los conquistadores en
los bosques de los faldeos cordilleranos, en los robledales, penetran la
espesura de quillayes, peumos y canelos; los llanos cubiertos de pastos,
y espinos les dejan el paso libre; disfrutan a la orilla de los esteros del
verdor de maitenes, y boldos, algarrobos y romerillos, viendo pastar
los grupos de llamas y revolotear loicas, chincoles, torcazas y perdices.
Descubren en las laderas sombrías de los cerros el perfume de boldos,
litres, maitenes y culén y en los flancos quemados por el sol,
las formas netas de chaguales, cactus columnares. En las quebradas
costinas la humedad del Pacífico les brinda la sombra refrescante de
peumos, bellotos, y arrayanes; petras y maquis, enredaderas y helechos
impenetrables coronados por el penacho majestuoso de la reina de la
flora, la jubea chilensis o palma chilena4.
Han vadeado ríos de cauce pedregoso y aguas rápidas con su
materia de arrastre ; más al sur, dulces cursos remansados que abrazan
circundan ; atraviesan el surco que riega olorosos vergeles de arrayán y
va a refrescar la tierra de los maizales. Abatidos están los sembrados y
las hierbas al paso de sus cabalgaduras, crujen las ramas desgajadas.
Pero hay vida humana en el gran valle, con mucha anterioridad,
11.000, 10.000 años atrás; y desde el 300 aC al 900 dC asentamientos
estables dedicados a la agricultura y a la alfarería; a la caza y a la
recolección que entregan a la posterioridad arqueológica5, su cerámica
negra y café6. El área septentrional ha sustentado a la “Cultura Aconcagua” que más de medio millar de años después llevará a los arqueólogos a considerarla paradigmática del período agroalfarero tardío de
Chile central. Jarros, escudillas, botellas aúnan al influjo de la cultura
diaguita, motivos propios. Sobre un fondo anaranjado, el diseño del
“trinacrio” en negro: en cada vasija el sistema de vida, la cosmovisión,
una suma de conocimientos acumulados y estéticamente procesados; un símbolo de pertenencia que perdura7. Al sur del Maipo y el
Cachapoal las vasijas prehispánicas cambian de color y de decoración.
La superficie de escudillas y jarros aparece escalonada, cruzada, triangulada por sus decoraciones en rojo sobre base crema8.
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La llamada expansión inca incorpora la zona al Reino del Sur del
Imperio o Kolla Suyu, hacia 1460, en tiempos de Túpac Yupanqui,
cuando se efectúa la primera incursión que llega hasta el valle de
Coquimbo. Bajo Huaina Cápac su hijo, 25 años después, un ejército
atraviesa el río Maule, y sufre una grave derrota que determina la
frontera inca en la orilla norte del río9.
Promaucaes llamaron los cronistas, Jerónimo de Bibar el primero, a
esta superposición y mezcla de pueblos originarios, voz quechua que
significa “los no conquistados”10. Los araucanos los nombraban como
picunches, hombres del norte, en lengua mapuche (picun norte, che
gente). Tras un primer momento de rechazo a su forma de vida; de
tabú a sus costumbres, el español aprecia y aún adopta los cultivos, que
estos hombres, transformados en “mano de obra” producen: el maíz
el poroto pallar, las papas zapallos, calabazas, quínoa y mango, el madi y
el ají. Aceptan la lana de llamas y alpacas aunque no su carne, así como
tampoco la del guanaco; les permiten continuar con sus viviendas de
forma cuadrada con quinchas revocadas y techos de totora o paja,
los ranchos; se sirven de las pircas, con que rodean sus túmulos
funerarios o “ancuviñas” para muros, deslindes de potreros y sitios;
asimismo emplean sus utensilios domésticos de greda, los morteros de
piedra local y sus textiles, los grandes paños rectangulares de lana que
les habían servido ancestralmente de vestido y frazada, abrigo y cobija,
los ponchos11.
Los intercambios entre las culturas originarias y la cultura española
–dominadas y dominantes inicialmente en la concepción de la antropología anglosajona- son incesantes y fructíferos en el área después de
la conquista y a lo largo de los siglos hasta el XIX. Si se trasplanta al
Nuevo Mundo la institucionalidad religiosa y política española de raíz
cristiana, en la vida diaria los hombres de la tierra y los conquistadores
convergen en un mestizaje que se expande desde el contacto del los
cuerpos a las almas y que no es sólo racial sino religioso, lingüístico,
constructivo, culinario, particularmente intenso en esta área de Chile,
donde no se conservan rasgos de etnias aborígenes puras.
“Chile fértil provincia” llamaba esta tierra el poeta Alonso de
Ercilla en el verso sexto de la Araucana. Es el primer epíteto que utiliza
para nombrar al país recientemente incorporado a la corona. Luego al
hablar de sus pueblos originarios apunta “la gente que produce es tan
granada…”, como si las metáforas de fecundidad fueran las primeras
que acudiesen a su inspiración, alimentado su musa12.
La agricultura hispana está aún en proyecto en esta área durante
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el siglo XVI; los campos prometen, pero apenas están definidos,
defendidos, por un par de ciudades: Santiago fundada en 1541, Chillán
en 1580; entre ellas no hay casi huella de los habitantes nuevos. Piños
de animales pastando en estado salvaje, caballos vacunos, mulas, ovejas
y cabríos cumplen con la “actividad” agrícola.
Dispersos en el paisaje, poblados indígenas, más bien caseríos:
Copequén Peumo, Pichidegua, Rapel, Malloa, Nancagua, Ligueimo,
Rauco, Gualemo, Teno.
La “zona de paz”, es para los españoles en los primeros años, sólo
de paso. Transitan por ella los soldados del ejercito del Reino hacia la
frontera sur, los postillones del correo, los comerciantes, siguiendo el
camino del Centro o Camino Real que corría al pie de la cordillera
de la costa o por el camino Real Antiguo, próximo al litoral ; después
el llamado camino de Frontera recorrió el país de nor te a su
cruzando cordones montañosos y ríos mediante puentes y balsas; el
Maipo, Cachapoal,Tinguiririca, Lontué y Maule. Los sistemas precolombinos permitían el aprovisionamiento de los viajeros en los tambos o
depósitos indígenas ; así como el cruce de los ríos y cauces por medio
de puentes colgantes, las maromas o criznejas. Se va y viene “de a
caballo”, protagonista del proceso de la conquista, el nervioso animal
andaluz de origen berberisco llevado por los moros a España en el
siglo VIII, adoptado y adaptado a Chile hasta constituir un símbolo de
mestizaje.
Precariamente, en medio del campo, la Iglesia ha osado levantar sus
conventos y capillas, como en el medioevo europeo, para esparcir la
semilla de la fe. Cinco órdenes mendicantes masculinas, desarrollan una
labor abnegada hasta defender la vida y los derechos de los indígenas
del abuso de los encomenderos peninsulares y criollos. Desde Santiago
donde primeramente se han establecido, órdenes, se expanden con
sus fundaciones misionales: los franciscanos se establecen en Quillota,
en el Monte; los mercedarios en el valle de Chimbarongo y en Rapel,
donde se asientan también los dominicos los agustinos en la ribera del
río Maule, en el valle de Longotoma y en el puerto de Valparaíso13; los
jesuitas en Bucalemo y Quillota14.
Asoladas y saqueadas las ciudades “de arriba”, las de más alta latitud
sur -norte originario de Chile a partir del viaje de Magallanes en 1520,
norte poético del poema Amereida, cuatro siglos después - Angol, La
Imperial, Villarica, Valdivia, Osorno, Castro, Santa Cruz de Oñez, las
miradas se invierten hacia el norte convencional y a esta zona llegan
huyendo sus despavoridos vecinos. Para retenerlos en el Reino, el
gobernador Alonso de Ribera les concede las tierras. Así se consolida
la vocación agraria de Chile central, favorecida por la declinación de la
actividad minera en esos años.
Se inicia una nueva etapa en la historia de poblamiento y fe.
La tierra se reparte se multiplica, se divide.
En nombre del rey se otorgan las “mercedes de tierra” –chacras
viñas o estancias- y las “encomiendas”, un cierto número de indígenas habitantes del lugar a cargo del propietario, para que trabajen par
él con la obligación de evangelizarlos. Es el uso señorial del suelo de
raíz feudal que difiere de los usos comunales de las ciudades y aldeas
españolas de esa época15 y que deviene en una organización social patriarcal que incluye a esclavos negros y asalariados indígenas y mestizos,
como fuerza laboral manejada por el hacendado desde la casa patronal16; el inquilinaje, corresponde en su desarrollo al siglo XVIII.
Casas de haciendas, “casas patronales” o más comúnmente “las
casas”, son el nuevo centro de la vida campesina. Conjunto de
construcciones viviendas y edificios que dan habitación al antiguo
encomendero y su gente; unidades autosuficientes que centralizaban
la vida agrícola y el trabajo de la tierra. El sistema agrario del cortijo
andaluz con viviendas aisladas sin formar pueblo o villa, modelo de organización y poblamiento de la hacienda chilena de los siglos XVI y XVII
es favorecido por las costumbres indígenas: “no hacen sus casas juntas
ni en forma de pueblo que de esto huyen en grande extremo –señala
el padre Rosales- por temor a los hechiceros que dicen que estando
juntos en pueblos los acaban más aprisa y asimismo los españoles los
hallan más juntos para hacerles la guerra”17.
Vivienda, bodegas, corrales, gallinero, molino, curtiembre patios, tapias
huerto, arboledas y parrones se van sumando en el tiempo, ocupando la
horizontal terrena y en torno a ellas los ranchos de los mestizos. Junto
a la casa o formando parte de ella como oratorio, la capilla alhajada
con retablos dorados cuadros, imágenes, platería ornamentos sagrados
y muebles, irradia como activo centro de evangelización. A modo de
ejemplos tempranos de mediados del siglo XVII están la capilla de la
estancia de La Ligua de Alonso de Campofrío Carvajal18; o el oratorio
de la casa de hacienda de Peñaflor de Pedro Lisperguer y Flores19.
En los potreros de la hacienda, la ganadería se complementa con
los sembrados en grandes áreas de rulo –trigo cebada pastos naturales
para engorda- humedecidas por las lluvias, y cultivos intensivos
–viñedos, frutales, hortalizas- regados por esteros y acequias20.
La expansión de las haciendas y de la población agraria a mediados
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del siglo XVII motiva al padre Ovalle a referir en su Histórica Relación: “son tantas que se puede dormir en ellas en poblado desde
Concepción a Coquimbo”21. Viene el auge de la producción y ésta a
su vez, se funda y origina la apertura del mercado exportador al Perú
para los cereales, trigo en su mayor monto, harina, carne, sebo, charqui,
frutos secos chilenos, equinos para el trabajo de las minas de Potosí,
que permite pagar la importación de ropa y mercadería elaborada. Por
su parte, el proceso se liga a la constitución de la gran propiedad rural,
tanto civil –que se afianza y perpetúa por medio del mayorazgo- como
religiosa. El trono y el altar presiden conjuntamente la incorporación de
Chile central a la productividad espiritual y material.
Transformadas a su vez en propietarias rurales –por medio de
donaciones y legados- las órdenes religiosas edifican conventos iglesias y capillas que son santuarios, centros de educación y devoción de
trabajadores, peones e inquilinos. Han adquirido estas propiedades o
fundos por concepto de compra o más comúnmente por donaciones
o legados, cuyos productos sirven para el abasto de sus casas urbanas;
los jesuitas se obtienen carnes, textiles y objetos manufacturados en su
propiedad en Calera de Tango; la hacienda de Peñalolén surte el monasterio de Clarisas de Antigua fundación de carne de carnero, legumbres y cecinas elaboradas ahí mismo, y de leche para su manjar blanco.
“La parroquia de Chile” era una sola en la jurisdicción eclesiástica
hasta 1544, año de fundación de La Serena. Dependiente del obispado
de Cuzco hasta 1555, después lo fue del de Charcas o Chuquisaca
hasta que a finales del siglo XVI Santiago es erigido en obispado. Sus
provincias o corregimientos, con sus correspondientes curatos
variables en número, son : Aconcagua, Quillota, Valparaíso, Melipilla,
Rancagua, Colchagua, Maule22.
El pastoreo de las almas -hoy pastoral rural - se asienta en tres instituciones: la Parroquia Indiana, versión trasplantada de la parroquia española
que se relaciona exclusivamente con la sociedad hispana; la Doctrina o
Parroquia de Indios, institución característica de las tierras occidentales
y orientales del Imperio español, abocada a la evangelización de las
poblaciones de habitantes originarios reducidos a la vida en común por
los conquistadores y misioneros; de ella dependían las chacras, estancias
y haciendas que quedaban dentro de su jurisdicción –incluso una de las
condiciones del otorgamiento de la encomienda era la evangelización23-;
y la Conversión o Misión donde la población a la que se le entregaba
la fe no eran estable; los indígenas quedaban sujetos al gobierno de las
obispos o del Real Patronato aunque exentos de tributos y diezmos.
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Si el soporte financiero de las fundaciones religiosas devengaba de
la munuficencia regia, los donativos particulares y el tributo de los naturales24, su apoyo espiritual proviene de lo alto. La protección de la
Virgen María -vocación mariana de América Latina arraigada hasta hoy
con sus diferentes cultos en la religiosidad popular, la Natividad, La
Dolorosa, la Concepción, La Purificación,- las envuelve como un manto;
los nombres cristológicos, el Nazareno, el Corazón de Jesús, el Niño
Dios- son modelo y talismán y los santos patrones –San José, San Francisco, San Pedro de Alcantara, San Ignacio, San Pedro Nolasco, Santo
Domingo, San Agustín, San Martín de Tours- oran, cabalgan junto a ellos,
labran la tierra, reparten el pan o sus vestidos.
Sobre los campos el tañido de las campanas de iglesias y capillas
ritma la vida rural, llama al despertar y al reposo, al trabajo y a la diversión, a la vigilia y al sueño, al jolgorio y al duelo, a la vida, a la eternidad.
El proyecto racionalista del siglo XVIII, el recelo recrudecido hacia
la barbarie, como forma de vida sustraída a la ciudad o civis, foco civilizador por excelencia, lleva a gobernadores progresistas e ilustrados de
Chile a implantar en el cerrado vergel la traza geométrica de nuevas
villas y poblaciones. El gobernador Ustáriz en 1712 ha defendido a
los hacendados : “Esta gente no por servir en el campo viven rústicamente o bárbaramente como piensan algunos con menos conocimientos pues tienen muchas prevenciones y auxilios para vivir muy
cristianamente y políticamente porque en cada partido o curato hay
varias capillas, parroquias y vice parroquias y en ellas cofradías…”25. Y
un criollo como José Perfecto Salas en 1750 no se mostraba partidario
de la implantación de pueblos por dictamen, sino por el contrario, del
sistema “pobladores voluntarios” que ligados por sus vínculos familiares
y de amistad y animados por una voluntad común se uniesen “al abrigo
de las parroquias o conventos de regulares…26” .El programa misional
se unió a la política de gobierno y al desarrollo orgánico de estos
núcleos para conducir al proceso urbanizador del siglo XVIII27. Lo inicia
la fundación de San Martín de la Concha de Quillota en 1717, y se hace
programático en julio de 1740, con la instalación del gobernador José
Antonio Manso de Velasco en el convento franciscano de Santa Rosa
de Viterbo en el valle de Aconcagua, para proceder a la fundación de
San Felipe el Real. Se suceden las villas de San Fernando de Tinguiririca
en 1742, de San Agustín de Talca y Nuestra Señora de las Mercedes de
Manso de Tutuvén de Cauquenes el mismo año; San José de Logroño,
Melipilla, Santa Cruz de Triana, Rancagua y San José de Buenavista de
Curicó en 174328. La edificación de iglesias y el traslado de los conven-
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tos desde el campo implica la vida espiritual en el desarrollo urbano. En
una carta al rey, José Antonio Manso de Velasco se refiere a la presencia
de los franciscanos en San Fernando, “grande atractivo para que aún
los más distantes y tibios se enciendan en deseos de avecinarse en la
población y solicitar sitio en ella”29.
Un hito negativo para la vida agrícola chilena fue la expulsión de los
jesuitas en 1767 por orden del rey Carlos III. La dirección del progreso
agrícola asumido en sus grandes haciendas de Chacabuco, Bucalemu,
Calera de Tango, Graneros, a través de los sistemas de producción e
industralización, el desarrollo de variadas manufacturas y artesanías
artísticas, la formación de mano de obra especializada, constituyó para
tan gran número de población mestiza del valle central una pérdida
irrecuperable. Inactivos quedaron las capillas y los batanes, los
sembrados y los hornos. Desde su exilio en Italia, el abate Molina o el
padre Lacunza describían nostálgicamente en sus libros las bellezas y
delicias de la tierra chilena que los había visto nacer.
Al cerrarse el período colonial, la zona es todavía un núcleo activo
de fe que ha alcanzado en los casi tres siglos 486 centros religiosos en
Santiago; 136 en Aconcagua; 92 en Quillota; 137 en Colchagua; 62 en
Cauquenes; 25 en Rancagua; 6 en Melipilla30.
Herida, no sólo la gente sino la tierra, esquilmada, en las guerras
de la Independencia, la recuperación se da lentamente con la estabilidad política en el período de los decenios. Los métodos de cultivo,
al decir del científico francés Claudio Gay, han cambiado poco hacia
1835: “simples en extremo … “Hacían uso de una especie de azada
o a veces de un simple bastón puntiagudo de madera para levantar la
tierra y empujar grandes terrones que las mujeres estaban encargas
de romper y desmenuzar31”. No obstante, él mismo constata la gran
diversificación de frutos y legumbres oriundas o aclimatadas de Europa
que se producen en estas tierras, como las frutillas, los espárragos, el
cáñamo, algodón tabaco, lino y comino.
Justamente a par tir de 1840, la agricultura se renueva entre
Aconcagua y Maule. Se llevan a cabo el desmonte, la transformación
de terrenos planos y pastizales en sembrados, el abono de la tierra
y entre 1830 y 1880, una red de 400 de obras hidráulicas y canales
de regadío –los de Maipo, Pirque, Las Mercedes, Mallarauco - que
aumentan el área cultivable, permitiendo asimismo, el drenaje de
sectores pantanosos32-33.
Al ofrecer un panorama de la situación de Chile en 1872, Recaredo
Tornero se explaya sobre la riquísima producción agrícola de la zona,
sus excelentes cereales, la variedad de legumbres y frutas silvestres, la
miel, el ganado vacuno, las cecinas y los quesos, productos todos de
exportación; ágilmente describe las ferias de ganado con piños de
animales y carretas tambaleantes de carga ; detalladamente registra
las pequeñas industrias derivadas del campo como molinos, panaderias, fábricas de cerveza, curtidurías, cerámica, talabarterías, suelerías34;
finalmente reseña las maderas, que transformarán al Río Maule en “la
gran arteria de por donde circulan los gérmenes del progreso que
harán un día de ese puerto- Constitución- digno rival de San Francisco
de California”35. En las dos últimas décadas del siglo XIX se produce
la industrialización de la leche, inexistente durante el período colonial,
la fabricación de quesos y mantequilla que pasan a las mesas estimulados por el gusto de la cocina gala e inglesa; el auge de la vitinicultura
que hace de Elqui, Aconcagua, Maule y Colchagua - zona de “apellidos
vinosos”, como los llama el poeta Vicente Huidobro- y localización
privilegiada de los viñedos industriales de cepa francesa.
Vuelve a cambiar el paisaje campesino. Los potreros se deslindan
con cercas de álamos, introducido por 1800 y con eucaliptus; a la vera
de los canales se multiplican los follajes de los sauces que caen melancólicamente sobre la corriente ; y en los caminos encinas y plátanos
orientales cruzan sus follajes formando un túnel verde para transitar a
salvo del sol ardiente.
Cruza el trepidante ferrocaril los campos casi vírgenes desde Santiago al río Maule a partir de 1855, trayendo el ritmo de la modernidad
que a lo largo de los rieles hace subir el valor de la tierra, fomenta su
división y consume el bosque nativo como combustible36. En su recorrido pasa por Rancagua, Rengo, San Fernando, Curicó Molina y Talca.
Se multiplican y se extienden las casas a medida que las familias
prosperan y crecen. 15 Patios llega a tener la de la hacienda de San
José del Carmen del Huique en Colchagua - todos, con sus corredores,
cada uno con su función específica: cocina, bodegas, gallinero, corrales,
matanzas- hoy el más completo y valioso testimonio de la arquitectura
rural chilena. Arquitectura acogedora en su composición, noble en su
sencillez, auténtica en sus materiales. La forma característica de U,
cuerpos porticados y “ sus tres cañones de teja sobre horcones de
espino y sus paredes de quincha embarrada con sus vigas y tijerales
clavados, todo bruto y quilas que sirven de coligües”37, como la
describe un documento, enunciando este prototipo de larga data y
extensa perduración. Similares son las casas de los inquilinos, edificadas
sobre piedras de río con un aparejo de quincha y paja por influencia
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indígena38 Envuelve a estas viviendas una floración de plantas, jardines,
huer tas y arboledas, sitios de refugio y descanso, de sueño y
ensueño. Más allá, una multiplicación constructiva y recreadora de
grandes bodegas, silos, molinos, manufacturas, establos, caballerizas
que se prolongan a lo largo de calles y explanadas formando pequeños
pueblos. Un conjunto lleno de vida, de identidad, presidido por la
capilla o la iglesia parroquial.
Artistas y viajeros recogen en sus óleos y acuarelas, en sus crónicas, este paisaje que configura el país como nacionalidad entrañable,
exhalando el “perfume de honradez antigua” que percibía Gabriel
Lafond de Lurcy.. Las aguas tumultuosas de los ríos, los cerros cónicos,
el cortijo de los árboles, los trigales ascendiendo en oleaje por las laderas, las faenas agrícolas asociadas a celebraciones festivas, plenas de
efervescencia vital –la siembra, la trilla, la vendimia, la cosecha de papas,
la parva de paja- el ganado congregándose en los atardeceres; las
flores, las frutas, los humildes ranchos, son pintados una y otra vez, con
renovado frescor por Antonio Smith, Pedro Lira, Onofre Jarpa, Juan
Francisco González, Celia Castro, Rafael Correa, Nicanor González
Méndez. Presidiendo el mundo rural, el huaso, tan atractivo para los
viajeros ilustrados como para los artistas románticos, que Rugendas
configura plásticamente en sus nerviosos y huraños jinetes, tocados de
ponchos y bonetes cónicos, a horcajadas sobre la mullida silla provista
de tantos arreos e implementos como la tradición local ha ido elaborando en torno al acto de montar a caballo. Tipo humano singular, a la
vez agreste y señorial, cruce entre el bandido del liberalismo anárquico
y el buen salvaje rousseauniano; entre el cuatrero y el caballero39.
El éxodo del campo a la ciudad, la despoblación, las desigualdades
en la tenencia y uso de la tierra han ido originando una crisis del agro,
debatida en la primera mitad del siglo XX en los escritos y estudios
sobre el tema, que entre1964 y 1973 se intenta corregir en terreno
mediante la Reforma Agraria. Son tiempos difíciles, arduos de
comprender y más aún de juzgar40.
Hoy la tierra muestra un nuevo rostro. El paisaje es inédito y a la
vez entrañable, permitiendo a la mirada explayarse sobre los campos
arados y regados y fertilizados con los métodos más recientes que
optimizan su vocación agrícola y brindan una selección de los granos
y frutos, perfeccionados, y que la era global en su doble movimiento
impulsa hacia los mercados y los consumidores en un radio planetario,
que redunda a su vez en el prestigio y la validez singular de lo local.
La cultura agraria de Chile central ha sido el producto de un suce-
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derse del tiempo lento, que a lo largo de las generaciones elaborado
concepciones y formas, lenguajes y silencios que expresan lo originario de un pensamiento, de un actuar cotidiano. Cuando una cultura
persiste en sus rasgos fundamentales en medio del rápido acontecer
contemporáneo, es porque tiene arraigo y actualidad; es porque
posee vuelo. No ha quebrado el hombre en esta zona su solidaridad
con la vida, su respeto por los ciclos de la naturaleza, el afecto por el
ámbito que lo ha visto nacer, el sentido compartido del trabajo y de
la celebración, el amor por las cosas simples, cotidianas, la relación de
la mano con las terrestres materias dignificadas generación tras generación, en artesanía, en arte: las gredas, los tejidos, la cestería, la cocina,
la respostería.
La vinculación estrecha a lo sagrado, el sentido y trascendencia de
todo trabajo, de toda funcionalidad41, custodiadas en las iglesias de la
zona, en las capillas rurales, han persistido como una constante que
sustrae su mensaje al devenir cambiante de la temporalidad. Así lo
atestiguan : Santa Rosa de Curimón y El Almendral de San Felipe; San
Francisco de Santiago, Los Dominicos de Apoquindo, Lo Fontecilla en
Las Condes; Lo Arcaya en Pirque; Orrego Arriba y San Jerónimo en
Casablanca; La Palmas de Leyda; la Candelaria de Algarrobo; La Compañía en Calera de Tango; San Miguel de Rangue en Aculeo; las Benedictinas de Rengo; la Compañía de Graneros; la Torina y San Andrés
de Ciruelos en Pichidegua; Pencahue en Tagua Tagua; La Javierana de
Roma en San Fernando; Pumanque, Santa Amelia y San Roberto de
Almahue, Calleuque, San Pedro de Alcántara, Las Estacada de Guacarhue, Mallermo y San José del Carmen del Huique en Colchagua.
Circular a alta velocidad por las autopistas cercadas, enrejadas,
para impedir el paso de animales, de hombres “de a pie” o “de a
caballo”, inaccesibles también a carretas y carretelas, es mirarlo todo,
sin ver nada.
Los antiguos caminos rurales de Los Andes, Quillota, Colchagua,
conducen nuevamente al gran vergel, con sus frutales cargados, con
sus maizales que ya no quiebra el tranco de los caballos, los alfalfares
hasta el límite de la vista y las viñas multiplicadas: un inmenso crepitar
de sangre y oro en el otoño.
Es la estación de los campos y de las iglesias; de la cosecha y la
Pasión.
En el atardecer de vino y pan, bajo las rústicas techumbres, la
ver ticalidad de la cruz acoge el encuentro y la palabra. Arde junto al
sagrario, la pequeña estrella roja de la fe.
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Las Palmas de Leyda
“A la Virgen de la Mercé que es de pobres la patrona y princesa en Barcelona acudí montado en pies;
no te traigo más que fe, que ni flores ni canciones van quedando en mis cajones;
no es por plata, ni por pan, que he venido sino pa’ declararte mis amores…”.
La hacienda Las
Palmas se ubica en el fértil
valle de Leyda, formado
por los cerros de la
Cordillera de la Costa en
la cuenca del río Maipo.
El lugar, presentado
hoy como el último gran descubrimiento de la
expansiva industria del vino, era parte del hogar
de los indios picones, que se agrupaban en los
pueblos de Melipilla, Mallarauco y Puangue y
reconocían como cabeza de linaje al cacique de
Melipilla. Los picones tenían contacto permanente
con colonias costeras y aprovechaban las
aguas del estero Puangue y del río Maipo para
su agricultura de maíz, porotos y zapallos. La
influencia de los conquistadores incas les había
permitido perfeccionar sus cultivos con técnicas
de riego. Al llegar los españoles, los picones fueron
rápidamente agrupados en las cercanías de Melipilla.
El futuro obispo de Santiago, Rodrigo González de
Marmolejo y don Juan Bautista Pastene recibieron
de Pedro de Valdivia encomiendas en esta zona.
En 1580, La evangelización de los naturales y la
atención de los españoles dueños de las tierras
vecinas correspondía a la doctrina de Melipilla. En
1585, la doctrina estaba
en manos de Jerónimo
de Céspedes, quien la
asistía junto a las de
Pico y Comaire. Desde
aquellos primeros años,
los campos de Leyda
fueron utilizados para la ganadería y la siembra
de cereales, actividades fundamentales de la
economía colonial sustentada en la producción de
charqui, sebo y cueros que se exportaba al Perú.
Hacia 1662 la doctrina de Melipilla asistía también
el denominado Obraje de su Majestad, centro
especializado en la producción de textiles, creado
por Alonso de Ribera en 1603.
Durante toda la Colonia, las estancias fueron el
gran escenario del mestizaje. Los indígenas tienden
a desaparecer, producto de enfermedades, el
traslado forzoso como mano de obra, la pérdida
de sus tierras y el mismo proceso de asimilación
de la cultura dominante. En 1695 se registraba
una queja por la escasez de mano de obra por
“haberse consumido los indios”. Y hacia 1779, un
censo del Obispado de Santiago arrojaba que
apenas el 13% de la población era indígena. Para
entonces, la fuerza de trabajo de las estancias
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IZQUIERDA Altar Mayor
Retablo de un cuerpo de
madera de La Virgen de La
Merced.
Cristo Crucificado de madera,
articulado.
DERECHA Detalle de
ventana de sacristía.
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estaba representada por indios, mestizos y un
gran porcentaje de no españoles-criollos.
A mediados del siglo XVIII, la hacienda Las
Palmas era propiedad de Alonso de Cobarrubia
y Ovalle, encomendero de los indios picones
de Melipilla, y dueño de la hacienda de Pico. En
1779, la compró el oidor de Copiapó y La Serena
Francisco Cisternas, quien la legó a su hija Matilde,
casada en 1818 con Agustín Larraín. Su hijo,
Ramón Larraín Cisterna, administró la hacienda, la
que en un inventario de 1853 registraba ya la casa
patronal y la capilla. Tras la guerra del Pacífico, los
hijos de Ramón Larraín vendieron a Pedro Pablo
Jara, casado con doña Carmen Mira Mena, quien le
sobrevive y entrega la administración a su hermano
Juan José Mira. Éste era dueño de bodegas y molinos
en Cartagena, hasta donde llevaba el trigo de la
hacienda para su molienda y exportación. Doña
Carmela no tuvo descendencia y en 1930 dejó
Las Palmas a su sobrino nieto Werner Haeussler
Cousiño. Él se casó con la señora Inés Fontecilla
Larraín, nieta del antiguo propietario don Ramón
Larraín. Haeussler había vivido desde los 16 años
en la hacienda y se encargó de realizar grandes
adelantos, como los dos grandes tranques que
aumentaron significativamente la extensión de
riego. A su muerte, la hacienda se dividió en sus
ocho hijos. Doña Inés vive aún en las Palmas,
ARRIBA Crucifijo sobre mesa
del Altar.
ABAJO Sagrario en nicho
inferior del retablo del Altar
Mayor.
DERECHA Templete de la
Virgen “Peregrina”, en la
sacristía.
Solía salir en anda durante
todo un año de casa en casa
de la gente de la hacienda de
Las Palmas.
preocupándose de conservar el buen estado de
las casas, de la capilla y de los muchos recuerdos.
La capilla tiene muros de adobe y techumbre
con tejas de arcilla. El terremoto de 1985 no le
afectó mayormente y el gran incendio que se llevó
la estación de trenes de Leyda y la mitad de la casa
la respetó milagrosamente. En el interior, preside el
retablo del Altar Mayor la imagen de la Virgen de la
Merced, de madera policromada. La mesa de altar
es de tipo sarcófago.Al costado, llama la atención un
Cristo ar ticulado de buen tamaño de madera
policromado, que era sacado en andas para las
procesiones de semana santa. Una reja cierra el
presbiterio. En la sacristía descansa en su anda de
madera la Virgen “peregrina”.Tenía la costumbre de
visitar cada una de las 50 casas de inquilino que llegó
a tener la hacienda. Regresaba de sus andanzas
IZQUIERDA Detalle de
distintos objetos religiosos
sobre mesa de la sacristía.
DERECHA Corredor techado
de la casa patronal, los
capiteles de las columnas
fueron traídos desde Italia.
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a fin de año, en noviembre, para las celebraciones
de su mes. Un confesionario de madera recuerda
al par que se instalaba antiguamente en los
corredores para las confesiones de los hombres
de la hacienda. Durante los veranos, la capilla era
el centro de las misiones que por mucho tiempo
estuvieron a cargo de los padres redentoristas.
La causa del nombre de la hacienda, registrado
a par tir del siglo XVI, se conserva como un
tesoro. Centenarias palmas se elevan en silencio,
testigos de los muchos cambios vividos por el valle
desde los tiempos de los antiguos picones. Doña
Inés y su familia las respetan y han prohibido la
extracción de su preciada miel.
Patrona: Virgen de La Merced
Fiesta: 24 de septiembre
San Jerónimo
de Casablanca
“El profeta escucha a Dios en el viento y en la mar, lo mismo en el trabajar descubre lo que es un don;
A ti santo del Señor, Jerónimo de Dalmacia, autore de la Vulgata, te solicita este indigno,
que la Palabra de Cristo se le conceda por Gracia”.
Aunque la advoca-
y la hacienda se volcó
ción de esta capilla es en
a la crianza de ganado,
honor de la Virgen de los
llegando a ser un impor-
Dolores, su nombre con-
tante centro productor
voca al santo del siglo
de carne, sebo y cueros
IV que tradujo la Biblia
del Chile colonial. Se
al latín. Al parecer, entre
sabe que en estas tierras
los antiguos propietarios de la hacienda original
se criaba mulares en tal cantidad que se llegó a
hubo varios jerónimos destacados que inspiraron
exportar bestias a Arica, vía Valparaíso, para suplir
los bautizos de la propia estancia como también
la inmensa necesidad de transporte que exigía el
de la capilla y algunos hitos geográficos.
mineral de plata de Potosí.
La capilla se levanta en las tierras de la antigua
A mediados del siglo XIX, don Manuel José Bal-
Hacienda de San Jerónimo, en las inmediaciones
maceda heredó San Jerónimo y compró a los due-
de Casablanca, en el sector denominado Orrego
ños de la vecina hacienda Orrego el sector denomi-
Arriba, junto al estero San Jerónimo. La propie-
nado Los Canelillos. Fue en este lugar que resolvió
dad se origina en las varias mercedes de tierra
construir las nuevas casas de San Jerónimo, ya que la
recibidas por don Álvaro de Quiroga, pariente
ubicación de las antiguas se había vuelto inadecuada
del gobernador don Rodrigo de Quiroga, entre
para la administración de la hacienda. Estas casas
el borde del mar y los cerros de la Cordillera de
“nuevas” son las que se conservan hasta hoy.
la Costa. Las tierras fueron luego heredadas por
En 1924, don Toribio Larraín compró esta
su yerno, quien aumentó la extensión compran-
parte de la hacienda. Su mujer, doña María Luisa
do propiedades vecinas hasta formar lo que se
Eyzaguirre, había caído gravemente enferma. Don
conoció como la gran Estancia de la Mar. Fue-
Toribio asumió la construcción de una capilla en
ron pasando luego los años de los “jerónimos”
honor de la Virgen Dolorosa con sus propias
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IZQUIERDA Vista exterior
capilla de San Jerónimo.
DERECHA Torre de dos
cuerpos de la capilla de
San Jerónimo.
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manos, como una manda para restituir la salud de
Don Toribio Larraín, convertido en alquimista,
su compañera. Este propósito original del templo
transformó una bodega del sector de las casas
recupera el sentido más profundo del arte, en su
en una verdadera obra de arte. La conclusión del
añosa vinculación con lo sagrado, como la lógica
trabajo le tomó más de una década, dando vida
subordinación de lo bueno y lo verdadero del
a una capilla inspirada en el estilo colonial. Junto
hombre a Lo Alto y Lo Eterno. Es el espíritu de la
a sus artesanos ayudantes, realizó un gran trabajo
creación de los tiempos medievales, recreado en
de talla en madera, dando forma a puertas, rejas
nuestro continente americano en la época
para las ventanas, pilares y zócalos con adornos
colonial, con artistas anónimos levantando tem-
de flores y hojas. Creó también las sillas, los atriles
plos en honor a Dios, encomendándose al Cielo
y los muebles de sacristía donde se guardan los
en la realización de obras marcadas de identidad.
ornamentos.
IZQUIERDA Vista interior
desde el Altar Mayor.
DERECHA Altar Mayor.
Óleo de Cristo Resucitado.
Siglo XIX-XX.
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PÁGINAS ANTERIORES
IZQUIERDA Detalle interior
de la Sacristía. Rejas de
madera talladas.
DERECHA Detalle óleo de la
Virgen Dolorosa. Siglo XIX-XX.
Portada de madera tallada
La capilla es de nave con forma rectangular
La patrona no recibe aquí celebraciones
y tiene una torre adosada de un cuerpo con
especiales para su día. La capilla se ha transfor-
coronación. La techumbre es con tejas de arcilla,
mado en uno de los principales atractivos que
según el sistema tradicional de la zona. Al inte-
ofrece la antigua estancia, potenciada hoy por su
rior, unas rejas talladas dan paso al presbiterio.
dueño, don Adolfo Larraín, como un destino de
El Retablo del Altar Mayor lo preside un óleo de
turismo cultural y ecológico.
Cristo resucitado enmarcado en madera. A su
costado, la Virgen Dolorosa, patrona del lugar, se
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hace presente en una pintura que da cuenta de
Patrona: Virgen de los Dolores
sus sufrientes atributos.
Fiesta: 15 de septiembre
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Orrego Arriba
“Cuando nació el Verdadero en un pesebre de paja los pastores, sus alhajas, le presentaron primero;
Herodes, el traicionero, les salió a impedir la marcha, de alcanzar, no los alcanza,
dijo la Virgen Señora; le presentan en la gloria una almohá de pueras chauchas…”.
La hacienda se ubica
de habla quechua y fiel
en el valle de Quillota, a
al monarca (Mitimae),
seis kilómetros de Casa-
levantaron un templo al
blanca, en un área que
sol y fijaron los acuerdos
tuvo especial importan-
con los caciques mayores
cia durante el proceso
para cobrar el tributo del
de Conquista de los es-
emperador.
pañoles. Los ríos Aconcagua y Maipo, los muchos
Ésta fue la realidad que encontraron Almagro
esteros y los valles que crean los cerros de la
y Valdivia en sus respectivas exploraciones. Para
Cordillera de la Costa hacen del sector un
entonces, los problemas en Cuzco habían obli-
antiguo prodigio de agricultura. Aquí se desarro-
gado al Gran Inca a retirar las tropas y el gober-
lló lo que se ha denominado cultura Aconcagua,
nador que mantenía en Chilli, “donde acababa la
con pueblos de habla mapuche que practicaban
tierra”. Pero sus obras de riego, sus cultivos y sus
la agricultura del poroto, maíz y zapallo y que
lavaderos de oro quedaron en funcionamiento. El
modelaron una alfarería de buen nivel. En el siglo
español no se demoró en aprovechar la oportu-
XV, las tropas de Inca Yupanqui llegaron a estas
nidad. De alguna manera, tomó el relevo. La apli-
tierras para establecer el limite sur del Imperio.
cación de la Encomienda para cobrar el impuesto
Tras dejar bien señalada la larga ruta desde Cuzco
que los naturales debían al nuevo rey español no
con el Camino del Inca, los conquistadores fijaron
cambiaba mucho las condiciones que imponía el
en este valle su centro de operaciones. El carácter
tributo en trabajo exigido por el Inca y que era
belicoso de los dueños de casa, a quienes llama-
conocido como mita.
ron promaucae, complicó bastante sus planes,
La encomienda del valle de Quillota fue asig-
sin embargo, supieron imponer su poderío. En la
nada al propio Pedro de Valdivia, lo que habla del
zona de Quillota instalaron una colonia agrícola
gran valor que tenían las tierras y sus bien
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IZQUIERDA Altar Mayor
Retablo de un cuerpo Nicho
central Virgen de los Rayos.
DERECHA Detalle de Vía
Crucis.
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ARRIBA Detalle crucifijo sobre
mesa del Altar.
ABAJO Altar Mayor.
DERECHA Sacristía
Ornamentos extendidos sobre
sillas. Al frente muebles de
sacristía.
capacitados habitantes. Valdivia se asignó también
una buena merced de tierra llamada Estancia
Acuyo, en el sector del Estero de Casablanca,
donde empleó a los indios de su encomienda. En
el vecino sector de Lo Orozco se entregó una
merced a Juan Bautista Pastene. La encomienda
de don Pedro de Valdivia fue luego traspasada
al que sería primer obispo de Santiago, Rodrigo
González de Marmolejo. Años más tarde la
recibió don Francisco de Irarrázaval, para luego
desaparecer. El sector era evangelizado desde
la doctrina de Quillota, que hacia 1585 estaba a
cargo del presbítero Alonso de Madrid. La misma
doctrina prestaba servicios religiosos a los españoles que se habían instalado en las haciendas
vecinas y que por entonces comenzaban a
levantar ermitas y capillas en sus tierras.
A comienzos del siglo XVII, aparece como
dueño de una gran estancia en Quillota don Juan
Orrego Farías. Sus descendientes bautizaron estas
tierras como Estancia de Veracruz, pero la gente
la llamó siempre la Estancia de los Orrego. En siglo
XVIII quedó en manos de la familia Álvarez y,
en 1790, la estancia fue par tida en dos grandes
porciones que pasaron a denominar se
O r r e go Ariba y Orrego Abajo. Pocos años después
Corredor de casa patronal.
de esta partición se construyeron las casas de
Orrego Arriba. En las primeras décadas del siglo
XIX, Orrego Arriba es comprada por Lorenzo
Montt, primo del presidente don Manuel Montt.
En 1856 su hijo vende la estancia y se suceden diferentes dueños hasta que la compra don Teófilo
de la Cerda Eyzaguirre, en 1876. Él es quien saca
adelante la hacienda de las deudas y cargas que
la gravaban desde tiempos coloniales. Don Teófilo reconstruyó y modernizó las casas sobre los
cimientos de las antiguas y dispuso de un ala para
levantar un oratorio familiar. La hacienda conoció
entonces tiempos de prosperidad, con buenas
cosechas de cereales y una gran masa ganadera.
En 1906, el gran terremoto de Valparaíso
provocó daños en las casas y el oratorio. Los
hijos de Don Teófilo asumieron la restauración
del conjunto con el mismo entusiasmo que hoy
sus descendientes, los Cerda Álamos, se encargan
de conservarlo. El oratorio es lujoso, pero sobrio.
Un antiguo retablo de madera que pertenecía a
las monjas clarisas acoge a la Virgen del Rayo.
El retablo es de un cuerpo con columnas lisas a
cada costado del nicho y, en la par te superior,
es coronado por un sol-inti dorado de muchos
rayos. Bajo la Virgen, un pequeño Niño Dios
sostiene el mundo con la mano izquierda mientras bendice con la derecha. La mesa de Altar es
de madera y tiene pintado al centro un cáliz con
una hostia. El oratorio tiene autorización canónica
desde 1895, la que aún se conserva enmarcada y
colgada en una de sus paredes.
Patrona: Virgen del Rayo
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La Candelaria
de Algarrobo
“Madre de los desgraciados, hermosísimo tridente, sol, claro y resplandeciente arco del cielo estrellado;
la luna te ha perfumado en tu palacio esmeralda; de la mansión luminaria
parece que me estái viendo y me despido diciendo: adiós Virgen Candelaria”.
La iglesia de la Can-
Beltrán, ordenó la cons-
delaria se levanta en el
trucción de la iglesia de
balneario bautizado con
la Candelaria. Fue cons-
el nombre del Algarrobo
truida en adobe y paja
Blanco, antiguo habitante
con techo de totora, en
de estas tierras costeras.
la suave colina ubicada
Según se cuenta, el porte
frente a la rada de Los
destacado de este espinudo árbol y su madera
Lances, sobre el camino tropero que entonces
combustible lo convertían a menudo en un faro
llevaba desde Valparaíso a San Antonio. En honor
natural para las embarcaciones que se acercaban
a su luminosa advocación, la iglesia sirvió de guía
a la costa.
para los pescadores de la caleta y para los car-
Hacia mediados del siglo XIX, la rada de Alga-
gueros que anclaban en la bahía.
rrobo albergaba una sencilla caleta de pescadores,
Hacia 1854, los hacendados impulsaron la
heredera de la antigua tradición de los pueblos
habilitación de un puerto menor para el embar-
pescadores y recolectores que tenían aquí su
que de sus producciones de trigo y carbón de
hogar desde hace miles de años. Las haciendas
quillay, las que tenían por destino a Valparaíso,
cercanas, como la de San Jerónimo y la de Lo
Perú y California. El pequeño puerto tuvo cierto
Orrego, mantenían casas y bodegas en el lugar,
protagonismo en los años del conflicto con España
donde almacenaban las producciones que debían
de 1866, cuando los grandes puertos de Chile
llevar hasta Valparaíso en esforzadas caravanas de
fueron bloqueados y el gobierno autorizó la salida
bueyes y mulares. La vida generada en torno a
de productos por Algarrobo, que funcionó en-
las haciendas hizo necesaria la construcción de
tonces como puerto mayor, quedando habilitado
una iglesia para la atención espiritual de la zona.
para el comercio de cabotaje.
En 1837, el párroco de Lo Abarca, don Manuel
Algarrobo se fue convirtiendo poco a poco
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IZQUIERDA Vista desde el
corredor a la torre de la iglesia.
DERECHA Vía Crucis de
madera tallada.
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en el balneario de veraneo de las familias pro-
IZQUIERDA Vista desde el
Altar Mayor.
DERECHA Altar Mayor.
Al centro Retablo de un cuerpo
con coronación.
En el nicho central la Virgen de
la Candelaria.
pietarias de las haciendas vecinas. Se afirma que,
como tal, fue destino de varios políticos destacados, vinculados especialmente al círculo de
los Montt Varistas. El mismo Presidente Manuel
Montt tenía vinculación por familia en la hacienda
de Casablanca y, por otro lado, el primogénito de
su ministro Antonio Varas, don Miguel Varas Herrera, poseía parte de la propiedad de la cercana
Hacienda de las Papas. La invitación a veranear
trajo al lugar a artistas e intelectuales de renombre, y, coincidencia, a los dos “santos” nacionales,
Santa Teresita de los Andes y el padre Alberto
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Hurtado, quienes pasaron parte de sus místicas
La iglesia tiene planta en forma de L, con
juventudes en este rincón del inmenso Mar Pací-
fuertes muros de adobe y techo a dos aguas.
fico. De Juanita Fernández, la Santa de Los Andes,
Está rodeado en casi todo su contorno por corre-
se cuenta que dedicaba gran tiempo de sus ve-
dores porticados. El acceso principal es una am-
raneos a tocar el armonio y a enseñar catecismo
plia puerta de cuatro hojas que se abre hacia el
a los hijos de los pescadores, preparándolos para
mar. Tiene otras dos puertas laterales en el lado
la Primera Comunión en los mismos corredores
norte. El interior es sencillo y sobrio. Destaca el
de la iglesia Candelaria.
Altar de madera tallada con la imagen de madera
Entre los distinguidos visitantes del balneario,
de la Virgen Candelaria, encargada ésta por el
hubo uno que tuvo especial vinculación con la
párroco de Lo Abarca para la fundación de la
iglesia de la Candelaria: Fray Pedro Subercaseaux.
iglesia. Llama la atención un crucifijo tallado en
Hacia 1915, el pintor y su mujer, doña Elvira Lyon,
madera, de buena factura y posiblemente obra
se habían instalado a vivir en lugar. Los pobladores
del siglo XVIII. La armadura de la techumbre y
habían resuelto reemplazar la vieja techumbre del
los pilares de los corredores son de madera de
templo por modernas planchas de zinc. Fray Pedro
roble. La nave conecta con una pequeña capilla
se opuso tenazmente y aconsejó utilizar tejas de
lateral perpendicular y con la sacristía. El buen
greda, las que fueron finalmente encargadas al
estado de conservación general del templo
viejo tejero del lugar, el “maestro Zúñiga”. Con
es fruto del ejemplar trabajo de recuperación
el tiempo, Fray Pedro asumió el embellecimiento
realizado por los arquitectos Raúl Irarrázaval y
de la iglesia como un desafío personal. El campa-
Rafael García tras el terremoto de 1985. Fue
nario de pequeñas y armónicas proporciones, de
entonces que se agregó un corredor en todo
madera y techado a cuatro faldones, es obra de
el contorno de la nave lateral y se construyó la
su inspiración.
nueva sacristía. A don Raúl Irarrázaval se debe
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también el que el edificio haya sido declarado
como rito, hunde sus raíces en tiempos paleo-
oportunamente monumento nacional.
cristianos. El día dos de febrero, las velas son
Desde su construcción en 1837, La Cande-
encendidas para conmemorar la presentación
laria fue viceparroquia de Lo Abarca en Carta-
del niño Dios en el templo de Jerusalem, según
gena. En 1900 pasó a depender de Lagunillas
la antigua tradición de los judíos. La Señora sale
y, finalmente, fue elevada a parroquia en 1945,
entonces en procesión, para recibir la brisa reno-
integrando el obispado de Valparaíso. La cele-
vadora del mar y asumir las peticiones de las
bración de su patrona es un evento capaz de
almas postradas.
generar un aro de espiritualidad en el mundano
relajo de verano. La celebración incluye la práctica
Patrona: Virgen de la Candelaria
de la Novena, preparación de nueve días que,
Fiesta: 2 de febrero
Vista desde la puerta de la
iglesia hacia el mar.
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San Antonio de Padua
de El Almendral
“Hubo un santo cocinero que de tanto batir claras fue llevado hasta la Casa del Señor de todo el Cielo;
bate, bate , cocinero, le encomiendan con decoro al de Padua San Antonio señoras y señoritas,
lo mesmo feas que lindas, Pa’ que ayude a lacear novio…”
El valle del río
y las tierras cedidas en
Aconcagua se extiende
merced fueron dando
a los pies del gigante de
paso a las haciendas, de-
los Andes que los anti-
jando la propiedad del
guos supieron consagrar
campo en manos de
como eterno custodio
los españoles. Éstos, en
de las aguas. Estas tierras
teoría, tenían prohibición
fértiles han sido asiento de cultura desde hace
de instalarse en los antiguos pueblos de indios,
milenios. Los españoles, al llegar, encontraron
que sólo podían ser habitados por los religiosos
acá grupos picunches dedicados al trabajo de la
a cargo de las doctrinas fundadas para atención
tierra, quienes por entonces estaban aplicando
de los naturales. Sin embargo, con el tiempo, la
las valiosas técnicas agrícolas traídas por los con-
influencia de las haciendas se extendió también
quistadores incas que habían venido durante el
hasta estos asentamientos, los que, en muchos
siglo XV. Entre los antiguos vecinos del valle,
casos, sirvieron de base para la fundación de los
destaca el gran cacique Michimalongo, responsa-
nuevos pueblos y villas.
ble del feroz ataque al caserío fundado por Pedro
Donde hoy se levanta el pueblo de El Almen-
de Valdivia a los pies del cerro Santa Lucía, en el
dral, a escasos 3 kilómetros de la ciudad de San
origen de la historia de Santiago.
Felipe, existía en tiempos de la Colonia un caserío
Los españoles aplicaron su sistema de someti-
denominado Montecinos, con un templo bajo la
miento en base a encomiendas. De esta manera
advocación de Nuestra Señora del Rosario. En
la administración de las tierras fue pasando a
1813, ya fundada la Villa de San Felipe El Real por
manos de españoles destacados que debían asumir
Manso de Velasco, el nombre del pueblo había
la evangelización de los naturales. Las encomiendas
sido cambiado por El Almendral. En 1860, el vice
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IZQUIERDA Torre campanario
de la iglesia El Almendral.
DERECHA Detalle del cielo
con escena de la Virgen y el
Niño.
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prefecto general de misiones franciscanas, padre
vecina, donó entonces el terreno para la cons-
Antonio Gavilucci, decidió fundar en El Almen-
trucción del convento. Éste comenzó a levantarse
dral un convento, un noviciado y una casa de
en 1865. Los trabajos de la iglesia se iniciaron
estudios, para preparar jóvenes estudiantes que
a fines de 1872 y duraron más de cuatro años.
venían de Italia con el propósito de misionar en
Antes de ser concluido, el templo fue consa-
el sur del país. El territorio no era desconocido
grado e inaugurado en la primavera de 1876.
para los franciscanos, quienes ya habían fundado
Las terminaciones interiores estuvieron listas un
el convento de Santa Rosa Viterbo en Curimón,
año después.
hacia1696.
El prior Isaías Narducci encargó los planos de
La familia Silva, propietaria de la hacienda
IZQUIERDA Vista interior
hacia el Altar Mayor.
DERECHA Retablo del
Altar Mayor. Virgen de yeso
policromado en nicho central.
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la torre y el frontis al arquitecto italiano Eduardo
generadas a ambos lados por nueve columnas
Detalle del Coro bajo, de
madera.
dóricas. La mampara de madera tallada bajo el
coro alto es obra del milanés Sereno Matta. El
pavimento de baldosa y la cubierta del techo es
de tejas de arcilla.
En 1987, San Antonio del Almendral fue devastada por un incendio que arrasó tanto parte de la
iglesia como algunas dependencias del convento.
El buen estado de conservación que hoy luce el
conjunto es producto de un prolijo trabajo de
recuperación impulsado por el obispo Manuel
Camilo Vial y realizado con fondos privados. La
Provasoli, quien había realizado varias obras para
torre debió ser enderezada; se restauró la fachada
los franciscanos en diferentes lugares del país.
exterior y las pinturas de las paredes interiores,
Su singular torre, el frontis y el pórtico, fueron
recuperándose el esplendor de las escenas bíbli-
realizadas entre 1878 y 1883. Desde talleres de
cas y los detalles que simulan aplicaciones en
Alemania se trajeron grandes campanas y un reloj,
relieve hechos con la técnica “trompe d’oeil”.
los que fueron instalados en la torre.
La iglesia es sede de la parroquia el Almendral
La iglesia se compone de tres naves y dos
creada en 1929, dependiente del Obispado de
capillas laterales, siendo la nave central más
San Felipe. Tras la última restauración, en las
ancha. Los muros son de adobe y se levantan
dependencias de lo que fue el convento francis-
sobre cimientos de piedra. La armadura de
cano funciona la Escuela de Artes y Oficios El
la techumbre, el frontispicio y la torre fueron
Almendral, creada para promover la capacitación
construidos con maderas de pino oregón,
de la población rural. La escuela acoge exposi-
ciprés y roble. En el interior, preside el espacio
ciones de ar tistas y charlas sobre temas cultu-
el retablo del altar mayor, de tipo neoclásico,
rales. El predicador de Padua, patrono del lugar,
hecho en madera con una coronación en forma
se mantiene firme en su antigua imagen. Sus her-
de cúpula. Detrás del altar se encuentra el coro
manos franciscanos ya no están, pero su fiesta
bajo con sillas de madera finamente tallada.
aún es celebrada por los fieles de la parroquia
Destacan también un formidable púlpito y unos
cada 13 de junio con misa y procesión.
confesionarios de madera con aplicaciones de
fierro que aportan armonía y sobriedad a la
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decoración interior. Las naves están divididas
Patrono: San Antonio de Padua
por dos arquerías de medio punto de madera,
Fiesta: 13 de junio
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Santa Rosa de Viterbo
de Curimón
“Santo madero bendito, yo voy a introduccionar y un verso voy a cantar porque estái tan bien bonito;
Ya lo dijo San Francisco: a mi nadie me acompáña; las alturas donde vivo en las lóbregas montañas,
las aves son mis compañas, gimen y lloran conmigo…”
A la llegada de los
bajo la advocación de la
españoles, Curimón era
santa franciscana Rosa
un pueblo de indios
de Viterbo. La antigua
picunches en el fértil valle
casa misional asumió las
del Aconcagua. Como tal,
funciones conventuales
pronto se hizo asiento de
hasta que, en 1713, se dio
una doctrina o “parroquia
inicio a la construcción
de indio”. En 1585, la doctrina de Curimón figu-
del convento e iglesia. La construcción concluyó
raba atendida por el clérigo presbítero Pantaleón
en 1727 y no alcanzó a durar mucho tiempo, ya
Correa, quien además atendía las doctrinas vecinas
que cayó desplomada por efectos del terremoto
de Aconcagua y Putaendo. Al crearse la Parroquia
de 1730. En 1733 se iniciaron las nuevas obras
de Aconcagua en el siglo XVIII, esta antigua impor-
y, el 3 de agosto 1740, sin estar concluida aún
tancia de Curimón como centro evangelizador le
la nueva iglesia, se firmó en una de las salas del
hizo merecedor de la sede parroquial.
reconstruido convento franciscano el acta de
Los franciscanos habían venido a Chile en
fundación de la ciudad de San Felipe El Real, por
1553. Venían a apoyar en la evangelización de los
el gobernador Manso de Velasco. Este mismo año
nuevos territorios, adoctrinando a los naturales
la sede parroquial se trasladó desde Curimón a la
y asistiendo a los españoles. Al poco tiempo de
recién fundada villa.
llegar, iniciaron la fundación de casas de misiones
La construcción del convento terminó en
y conventos. Donde hoy se levanta el convento
1765, con las obras de la torre, que por entonces
de Curimón existió antes la casa de misiones de
se ubicada detrás del Altar Mayor. Entre los años
aquellos primeros franciscanos que servían en la
1765 y 1769 un gran incendió destruyó parte
antigua doctrina de indios. Recién en el año 1696
importante de los nuevos edificios; los sectores
se registra la primera fundación del convento,
dañados debieron ser reconstruidos. Estos
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IZQUIERDA Altar Mayor
Retablo, en nicho central Virgen
de yeso policromado. A sus pies
Santos franciscanos.
Siglo XVIII-XIX.
DERECHA San Francisco,
madera policromada.
Siglo XVII-XIX.
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últimos trabajos fueron los que definieron el
IZQUIERDA Vista interior
hacia el Altar Mayor.
actual aspecto que enseña la iglesia.
DERECHA Escena Cristo
Crucificado. Óleo sobre tela.
Siglo XVIII-XIX
Convento e iglesia fueron testigos de las maniobras de las tropas patriotas para conquistar la
independencia de España. En 1817, tras cruzar la
cordillera y cuando se preparaban para la decisiva batalla de Chacabuco, los soldados chilenos
y argentinos del ejército del Libertador de Los
Andes descansaron en los patios del convento.
El año1822 registra un nuevo terremoto, que
afortunadamente no provocó grandes problemas
en las construcciones del templo y el convento.
Sólo la torre sufrió daños en su estructura, que
no fueron solucionados hasta que, a fines del
siglo, se levantó la torre actual y el pórtico de
madera que le sirve de base.
Un año después de que se erigiera la nueva
Parroquia de San Francisco de Curimón, en
1927, un incendio destruyó algunos sectores
del convento y del claustro. Los altos costos de
mantenimiento que significaban estos constantes
accidentes obligaron a entregar la propiedad en
arriendo. Esto provocó que convento e iglesia
cayeran en un estado de franco deterioro. Por
la década de 1950, la congregación recuperó el
edificio y encargó una restauración general. La
torre fue pintada del color que actualmente luce
y se colocaron puertas y rejas antiguas en los
vanos que miran a la plaza.
La Iglesia posee una sola nave alargada y dos
claustros, rodeados de corredores con pilares
tallados. La torre es de madera y se extiende sobre
el pórtico. Éste está construido en madera de roble
y álamo y se compone de cuatro columnas que
sostienen tres arcos de medio punto. Los muros
son de adobe. La armadura de la techumbre era
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Vista exterior iglesia de
Curimón
originalmente de canelo y patagua. La cubierta es de
tejas de arcilla. Al interior, el retablo del Altar Mayor,
de un solo cuerpo con coronación, alberga en su
nicho central con forma de arco de medio punto
una serena imagen de la Virgen. A cada costado
sobresalen dos columnas que rematan en perillas.
La coronación tiene contornos ondulados.
En 1968 se inauguró un museo para exhibir
los valiosos documentos y bienes del convento
y la iglesia. En 1972 el edificio fue declarado
monumento nacional. Sin embargo, hoy, la
diócesis de San Felipe, responsable del convento,
tiene serias dificultades para sostener su
correcta conservación. Ajeno a estos problemas
mundanos, la imagen del santo de Asís recibe a
la entrada del convento. Durante todo el año se
mantiene en paciente espera a que llegue la fecha
de su fiesta, cuando los fieles acuden contentos
para cargarlo hasta un cerro contiguo donde
preside la bendición de los hermanos animales.
Patrono: San Francisco de Asís
Fiesta: 4 de octubre
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San Vicente Ferrer
de Los Dominicos
“Cuando toquen la trompeta por el lado del oriente, la tocará San Vicente que el mesmo Dios representa;
tendremos que rendir cuentas cuando presenten la lista; saldrán las almas benditas al cielo,
resplandeciendo, y los malos al infierno, son dos cosas a la vista…”.
La iglesia de los
en una gran propiedad.
Dominicos se eleva al
A mediados del siglo
cielo sobre una pequeña
XVII, se describe la ha-
loma en la tierras que
cienda de Apoquindo
pertenecían al cacique
con 2.075 cuadras de
Apoquindo, que en
tierras de regadío.
mapudungún
En 1767, doña Maria
significa
”ramo de flores”. Sus dominios se extendían
de Portusagasti y su esposo don Juan Canisbro,
desde lo que es hoy Santiago Oriente hasta los
adquirieron la hacienda. El matrimonio era
faldeos cordilleranos. Pese al smog y a la creciente
un estrecho colaborador del Convento de
presencia de construcciones, aún es posible
la Recoleta Dominica. Cuando realizaron los
admirar la belleza del lugar.
trabajos de adaptación de las casas, los nuevos
Tras la llegada de los conquistadores espa-
dueños financiaron la construcción de una
ñoles, las tierras y hombres subordinados al
capilla en memoria de sus dos hijos fallecidos.
cacique Apoquindo fueron reunidos en una
En 1800 murió doña María y, tres años después,
encomienda que Pedro de Valdivia asignó a su
le siguió su marido. Por testamento, legaron
amante, Inés de Suarez, en 1544. Como pueblo
la hacienda, las casas y la capilla a los padres
de indios, el lugar fue asiento de una doctrina.
de la Recoleta Domínica, para que “enseñen a
Hacia 1585 ésta era atendida por Francisco de
los campesinos y rústicos de los alrededores
Ochadiano, quien además estaba a cargo de la
rudimentaria cultura y deberes religiosos”.
evangelización en las doctrinas de Macul y
En 1809, Fray Justo de Santa María de Oro,
Tobalaba. La encomienda dio pie a la entrega
se hizo cargo de los trabajos de construcción
de mercedes de tierra que fueron agrupándose
de una nueva iglesia y convento para la orden.
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IZQUIERDA Torres gemelas
con cúpula de cobre.
DERECHA Oléo sobre tela de
Beato Dominico.
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Las antiguas casas se adaptaron para acoger al
se utilizan para realizar reuniones, exposiciones
noviciado. En cumplimiento a la voluntad del
y concier tos.
matrimonio donante, abrieron una escuela
La iglesia lleva dos siglos en manos de los
para los habitantes de esta zona rural, la que
dominicos, quienes han sabido conservarla en
funciona aún anexa al convento con el nombre
medio del implacable avance de la modernidad.
de Instituto Pedro de Córdova. A mediados de
Ingresar al templo resulta una experiencia muy
siglo XIX, fray Francisco Álvarez reconstruyó
valiosa. La sencillez y armonía que imperan en su
el frontis de la iglesia, con sus torres actuales
interior provocan el recogimiento del espíritu.
hechas con ladrillos y madera. Por estos años,
La iglesia es de una sola nave alargada, formada
se ampliaron las bodegas y graneros que hoy
por anchos muros de adobe. La armadura de
IZQUIERDA Virgen con el
Niño en nicho lateral. Madera
tallada policromada y dorada.
Siglo XVIII-XIX.
DERECHA Altar Mayor. Al
fondo Cristo Crucificado de
madera policromado. Cuelga
con las manos clavadas sobre
viga expuesta de los muros.
Siglo XVIII-XIX.
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IZQUIERDA Santo Domingo
Imagen de yeso policromado.
Siglo XIX-XX.
madera con su baranda de fierro forjado, al que
DERECHA Corredor exterior
del convento de los Dominicos.
al muro norte del templo está el pequeño
se accede desde fuera, por el convento. Junto
oratorio donde los padres dominicos celebran
sus oficios.
Las torres tienen planta cuadrada y son
simétricas. La mitad superior es de ladrillos y
aloja las campanas. Cada una está coronada
por una cúpula hecha con láminas de fierro
que remata en una figura de ángel. En 1987,
las cúpulas fueron recubier tas con planchas de
cobre, trabajo proyectado por el arquitecto
la techumbre es con pares tirantes de roble
Sergio Román.
alquitranado que combinan en perfecto contraste
La iglesia fue restaurada en 1960 y después
con la blanca cal de los muros. La techumbre está
del terremoto de 1985, cuando se consolidó la
realizada según el sistema tradicional, con cubierta
estructura de las torres y se restauró por com-
de coligues y barro sobre la que van instaladas las
pleto el cornisamiento. A fines de la década de
tejas coloniales. El piso es de pastelones de arcilla
los 80’, el arquitecto Julio Cabezas comandó una
cocida. Las ventanas lucen rejas forjadas de noble
reparación y pintura general del templo.
factura. Un simple vistazo a la casa conventual
Cuentan que el escurridizo don Manuel
permite capturar su distribución bien equilibrada,
Rodríguez, a quien habíamos visto enamorado
con amplios corredores sostenidos por pilares
por la iglesia de Pumanque, vino a parar acá en
de piedra y columnas de madera.
una de sus correrías independentistas. Siendo
En el interior, se suceden grandes óleos que
perseguido por las tropas realistas, encontró
relatan las vidas de diferentes santos dominicos.
refugio entre los monjes. La leyenda señala que, al
En el Altar Mayor, detrás de la mesa, cuelga desde
llegar los españoles a golpear las gruesas puertas
una gruesa viga un hermoso Cristo Crucificado
del convento, salió el mismo don Manuel, cubierto
de madera policromada. Antes del presbiterio,
completamente con el hábito fraile, a recibirles y
el muro derecho sostiene un óleo de grandes
conducirles por todos los rincones del edificio en
dimensiones que ilustra una escena de la historia
busca del guerrillero prófugo.
de la orden dominica. Junto al lienzo, un nicho
cobija la imagen de la Virgen del Rosario y el
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Niño, realizada en madera policromada y dorada.
Patrono: San Vicente Ferrer
Sobre la puerta principal se sostiene el coro de
Fiesta: 5 de abril
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Lo Fontecilla
“El cuentero satanás andaba todo cochino, venía chorreao e’ vino y manchado como animal;
de pronto a este lenguaraz, le vino a cortar el hipo la visión de que de improviso tuvo de la Inmaculada,
que con balde de agua helada lo dejó bien limpiecito…”.
Cuando Pedro de
Valdivia resolvió fundar la
villa principal del reino de
Chile en las fértiles tierras
del valle del Mapocho, el
lugar estaba sometido
a la autoridad de varios
caciques que administraban las tierras y recibían el
tributo de los indios habitantes.Cauce arriba estaban
los muy nombrados Apoquindo y Picuncahue.
Éste último era el que dominaba las tierras donde
hoy se levantan las casas de Lo Fontecilla, entre las
tierras de Tabancura y Mayeruca.
Según investigación de Hernán Rodríguez en
Casas de Campo Chilenas, la primera merced de
tierra que se registra en el sector alto del valle
del Mapocho fue otorgada en 1579 al soldado
Antón Díaz. Con los años, la merced fue sumando tierras y llegó a abarcar desde los faldeos del
valle hasta las altas cumbres de la Cordillera de
los Andes, siendo conocida como San José de la
Sierra. En 1668 la estancia se dividió en varias hijuelas, una de las cuales, que tomó el nombre de
San José, fue entregada como regalo de matrimonio a doña Lucía de Zavala, quien se casaba
entonces con don Francisco Antonio de Avaria.
Ellos construyeron las
casas de la hacienda, con
huerto y una viña. Tras
pasar a manos de su hijo,
la hacienda fue vendida y
conoció diversos dueños
en el siglo XVIII.
En 1802, la hijuela de San José aparece manos
de don Francisco de Borja de la Fontecilla,
propietario de grandes estancias en Aconcagua,
Curimón y Chacabuco. La hijuela fue heredada
por su hijo, que con el mismo nombre tuvo gran
protagonismo en la vida política de la naciente
república, siendo alcalde, intendente y senador.
Tanta actividad social le hizo ganar fama en el
Santiago de la época, por lo cual su propiedad
comenzó a ser nombrada como Lo Fontecilla.
Al morir, su viuda vendió la hacienda, pasando
ésta por sucesivos dueños hasta llegar a manos
de don Pedro Fernández Concha en 1900. Éste
era a la fecha dueño de la Hacienda de San
José de la Sierra, por lo que la hijuela volvía a
integrar la estancia original de la que había sido
desmembrada con motivo del matrimonio
de doña Lucía Zavala. Al morir don Pedro, la
propiedad es nuevamente dividida en hijuelas
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IZQUIERDA Entrada a la
capilla.
Atlantes de madera tallada
que pertenecieron al convento
de San Francisco.
Siglo XVII-XVIII.
DERECHA Vista exterior de
la capilla.
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que son repartidas entre sus hijos. Lo Fontecilla
quedó en manos de doña Mercedes Fernández
Concha, quien, junto a su marido, la vendió
a don Carlos Peña en 1918. Aquí comienza la
restauración de la casa y la recuperación de la
capilla. Don Carlos fue empresario, agricultor,
político y miembro fundador de la Academia
Chilena de la Historia. Tenía una especial
sensibilidad patrimonial y dedicó sus esfuerzos
a rescatar la esencia colonial de las casas de su
IZQUIERDA Retablo portátil
de madera tallada y dorada.
Al interior imagen de la Virgen
de madera policromada.
Siglo XVIII-XIX
DERECHA Altar Mayor
Óleo de la Virgen Inmaculada.
Mesa del Altar, sobre ella un
crucifijo y ángeles a cada
costado.
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hijuela. Restauró las partes antiguas del siglo XVII
y XVIII y recreó el antiguo mobiliario.
Carlos Peña estudió en París entre 1881
y 1902, donde fue compañero de Fray Pedro
Subrecaseaux. Cuando los benedictinos franceses
vinieron a Chile a fundar su convento con Fray
Pedro a la cabeza, Don Carlos les facilitó las casas.
Los monjes se instalaron en 1938 y permanecieron
por diez años, hasta que volvieron a Francia.
La hija de don Carlos Peña, María Peña Claro,
casada con don Fernando Larraín, heredó Lo
Fontecilla en 1959. Carlos Larraín Peña, su hijo,
vive actualmente en las casas. Heredero de la
sensibilidad y los conocimientos de su abuelo, el
actual propietario y su mujer,Victoria Hurtado, han
dedicado esfuerzos y cariños a mantener las casas,
la capilla y los jardines, generando una reserva de
sustancia rural en la tan moderna ciudad.
El oratorio conecta con otro tiempo y otro
espíritu. En él estaba la imagen de la Virgen, la
santa o el santo patrono encargado de velar por
la tierra y las almas de dueños e inquilinos. Y a él
acudía al alba el propietario a iniciar el día con
una oración que encomendaba a lo Alto la jornada. Ahí estaban todas las llaves de la hacienda,
de bodegas, cercos, potreros de animales y pesebreras, y allí acudían los trabajadores a recibirlas
junto con las instrucciones del día. Recién entonces, el hombre se sentaba a tomar el desayuno
que le daría las fuerzas para enfrentar el trabajo.
Al recuperar la capilla, don Carlos Peña estaba
recuperando esta tradición.
La puerta de entrada tiene un marco de madera sobre el cual sorprenden dos Atlantes tallados de buen tamaño, que sostienen un óleo con
una escena de la Virgen. Fueron comprados por
don Carlos Peña en la demolición que hicieron los
franciscanos de los claustros interiores del convento de la Alameda. Al entrar, las miradas se las
roba la Virgen Inmaculada, en un óleo enmarcado
en madera dorada y tallada con formas barrocas.
En la sacristía se conservan vasos sagrados del siglo XVII y XVIII y cinco piezas de gran tamaño
pertenecientes a un pesebre ecuatoriano repartido en la familia y que es expuesto cada Navidad.
PÁGINAS ANTERIORES
IZQUIERDA Cristo de la
columna Imagen de madera
policromada. Siglo XVIII-XIX
DERECHA Mesa de Altar de
madera policromada.
Vista hacia el exterior desde la
sacristía.
Patrona: Virgen Inmaculada
Fiesta: 8 de diciembre
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San Francisco
“Se peina en las cordilleras y llora en un fino estero, sonríe cuando en el cielo se prenden sus mil estrellas;
que el pobre tenga una reina por madre ya es un milagro; ahora ya es demasiado,
que su cariño y socorro por piedad y sin más cobro, reciba hasta un viejo diablo…”
La historia de esta
importante iglesia se
origina en una pequeña
imagen de la Virgen del
Socorro, de no más 33
cm de alto, que venía
atada a la montura de
don Pedro de Valdivia. La imagen era de factura
italiana, realizada en madera tallada y policromada
y, se le atribuía haber protegido a la expedición de
Valdivia de los muchos peligros que debió enfrentar
en estos territorios australes.Tras fundar la ciudad
de Santiago, Don Pedro solicitó al Cabildo que
concediese un solar para levantar una ermita para
la Virgen. El Cabildo aceptó y asignó un terreno
en la ribera sur del río Mapocho. El conquistador
confió a los curas mercedarios la atención de
la ermita, pero, tras su muerte, el santuario fue
dejado en abandono. En 1553, el Cabildo traspasó
el terreno a los franciscanos, que ya se habían
instalado en Santiago. Éstos aceptaron el nuevo
emplazamiento y se comprometieron a levantar
en el lugar un templo para colocar a la Virgen del
Socorro en el Altar Mayor.
La construcción se inició en 1572 y fue hecha
en adobe. En 1583 un
terremoto la devolvió a
la tierra y los religiosos
emprendieron una nueva
edificación de piedra
canteada. Los trabajos se
iniciaron con un aporte
de 1000 pesos donado por el rey Felipe II y
acabaron en 1618. El esfuerzo fue realizado por
indígenas dirigidos por los propios religiosos. El
templo tenía planta de cruz latina formada por
una nave central y dos capillas laterales, cuyos
muros de mampostería sobreviven hasta hoy.
Contaba con una torre campanario de piedra
y techo artesonado de madera de ciprés. Hacia
1628, se había concluido el claustro contiguo a la
iglesia, con arquería de ladrillo
El 13 de mayo de 1647, un terremoto derribó
la torre y el segundo piso del claustro. Estos
eventos de la naturaleza y la costumbre de los
vecinos acaudalados de financiar capillas laterales
terminaron por modificar sustancialmente el
aspecto original de la construcción. Durante todo
el siglo XVII se fue alhajando el templo, acabando
su altar barroco e instalando confesionarios
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IZQUIERDA Vista del Altar
Mayor. Retablo de dos cuerpos
y tres calles. Siglo XIX.
DERECHA Detalle San
Francisco Imagen de madera
policromada. Siglo XVIII-XIX.
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y pinturas murales. Hacia 1684 se encargó a
artesanos peruanos una serie de imágenes de la
Vida de San Francisco para adornar el claustro.
La historia arquitectónica del templo está bien
registrada. Hacia 1698 se reconstruyó la torre y
el segundo piso del claustro. Un nuevo terremoto
dañó la torre y en 1751 se levantó por tercera
vez. En 1758 se concluyó la portada principal de
la iglesia, realizada en piedra sillar. El convento
contaba entonces con cuatro claustros y un
refectorio. En 1828 se pavimentó con ladrillos el
piso del templo y se encargó la cajonería de caoba
de la sacristía. En 1854 debió demolerse la tercera
torre y se encargó a don Fermín Vivaceta el diseño
y construcción de la cuarta y actual, levantada
en 1857 en estilo neoclásico, con estructura de
madera y un funcional reloj incorporado. En 1865
se completó la nave lateral sur con muros de
ladrillo y se transformó la fachada, pintándose de
rojo lo que hasta entonces estaba pintado a la cal
y estucándose la piedra canteada. El altar mayor
original, de estilo barroco, fue reemplazado en
1881. En 1895 se agregó una capilla en la esquina
nororiente de la iglesia, completándose la planta
rectangular que enseña el templo actualmente. En
1913 se inició la demolición y venta de los claustros
interiores del convento. En la década del setenta
se emprendieron dos trabajos de restauración
general en la fachada y en la torre campanario,
removiéndose el estuco y dejando a la vista la
piedra canteada original. En los últimos años, se
realizó un completo trabajo de restauración de
ARRIBA Y ABAJO
Pinturas en el cielo. Escenas de
la vida de San Francisco.
DERECHA Interior cúpula.
la techumbre y se instaló un moderno sistema de
iluminación.
El año1969 se inauguró el Museo Colonial
de San Francisco en las dependencias anexas al
templo. El museo exhibe una importante colección
de arte sacro, en la que destaca la mencionada
serie de 54 imágenes pintadas al óleo de la vida de
San francisco, encargada a los artistas cuzqueños
Juan Zapaca Inga y Basilio Santa Cruz a fines del
siglo XVII. Además, se conservan piezas de fino
mobiliario y platerías de gran factura. Entre las
obras de origen chilote destaca un Cristo del siglo
XVIII con una fisonomía que bien podría definirse
como “isleña”.
El templo de San Francisco es el habitante más
longevo de la ciudad. Su cuerpo enseña testimonios
de las muchas aventuras que se han vivido en
estas tierras del Nuevo Extremo. Desde el altar
mayor, corazón del edificio, la pequeña imagen
de la Virgen del Socorro se mantiene vigilante. Su
legendario poder milagroso está probado en la
supervivencia de este edificio centenario, firme
aún en el país de los terremotos. Y aunque la
modernidad es escéptica frente a estos misterios,
los franciscanos aún reciben a fieles que acuden a
celebrar su fiesta en el mes de abril. El otro dueño
de casa, el santo de Asís, es celebrado aquí con
honores. Su fiesta se prepara con una novena a
partir del día 25 de septiembre. En la víspera se
conmemora su tránsito y el día 4 se celebra una
misa presidida por el superior los dominicos. Por la
tarde, los franciscanos imparten bendiciones para
los animales, las plantas y el agua, en recuerdo su
Vista exterior templo de San
Francisco
fundador, el hermano de toda la Creación.
Patrona: Virgen del Socorro
Fiesta: Abril
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Lo Arcaya de Pirque
“Doña Ana y don Joaquín tuvieron un huerto chico pa’ sembrar sus tomatitos sus porotos y el ají;
buen salto la codorniz pegó cuando una mañana sorpresa llevó tamaña:
una blanca y tierna rosa, sin espinas y olorosa, se estiraba Inmaculada…”.
de
Arqueros, Juan de Dios
Quiroga, compañero de
Carmona. La estancia,
Pedro de Valdivia en la
que para entonces ya
empresa conquistadora,
era llamada El Principal
ocupó los más altos car-
de Pirque, sumaba 3.700
gos del reino, llegando
cuadras, algo así como
a ser gobernador por
5.400 hectáreas, de
Don
Rodrigo
dos períodos. Se casó con doña Inés de Suárez
tierras más bien desér ticas y de monte. Don
y recibió de Valdivia, entre otras, la encomien-
Ramón Subercaseaux se afanó en modernizar
da de indios de Pirque. En el siglo XVI, la enco-
el campo y construyó el Canal “La Sirena” en
mienda quedó libre por la muerte de Quiroga.
1834, con el que aumentó significativamente las
Don Alonso de Córdova había recibido una mer-
tierras de riego y transformó la hacienda en una
ced en la zona y arregló entonces con el cacique
de las propiedades más productivas del País. Tras
local la compra de nuevas tierras para formar
la muerte de don Ramón Subercaseaux, la gran
una gran estancia que comenzó a ser llamada El
estancia El Principal fue dividida entre los doce
Principal de Córdova.
hijos que tuvo con su mujer, doña Magdalena
Durante el siglo XVIII, El principal está en
Vicuña. Los fundos resultantes dieron nombre a
manos de Francisco García Huidobro, fundador
los sectores principales de Pirque. El yerno de don
de la Casa de Moneda en Santiago. Tras él se
Ramón, don Melchor de Concha y Toro, casado
suceden varios dueños hasta que hacia 1832, la
con doña Emiliana Subercaseaux, introdujo en
estancia es adquirida por Ramón Subercaseaux,
la zona la actividad vitivinícola, dando inicio en
que se había hecho providencialmente rico tras
estas tierras a una de las tradiciones de vinos más
su encuentro con el descubridor del mineral de
largas y reconocidas de Chile.
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IZQUIERDA Retablo del Altar
Mayor de un cuerpo, en nicho
central, imagen de Santa Ana
de yeso policromado.
DERECHA Óleo sobre tela El
Señor en los cielos. Siglo XX.
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ARRIBA Detalle Imagen de
Santa Ana. Siglo XX.
ABAJO Vista general del
presbiterio.
DERECHA Vista de nave
lateral. Al fondo óleo de Cristo.
La capilla de Lo Arcaya se levanta junto
a las casas del fundo originado en la gran
hacienda El Principal. Las construcciones datan
de mediados del siglo XIX y fueron realizadas
según el sistema tradicional del campo, con
anchos muros de adobes y techumbre con
armazón de madera y cubier ta de tejas de
arcilla cocida. La capilla se ubica en el costado
oeste de las casas patronales.
El interior de la capilla es sencillo. Al fondo,
la nave es rematada por el retablo del Altar
Mayor, de un cuerpo y un solo nicho enmarcado por columnas simples. Está dedicado a
Santa Ana, la patrona, presente en una imagen
de yeso policromado. Dos grandes columnas
acanaladas sostienen el arco toral que delimita
el espacio del presbiterio. Éste tiene planta en
forma de arco de medio punto, siguiendo la
curvatura del muro testero. Dos lámparas de
lágrimas caen desde el techo a cada costado
del retablo. Los muros de la nave acogen sendos altares laterales.
Vista exterior de la capilla de
Lo Arcaya.
La propiedad pertenece actualmente a la
familia Ruiz Tagle. Ellos se encargaron de restaurar
las casas y la capilla, que resultaron dañadas por
el terremoto de 1985. La capilla es privada, pero
está al servicio de la comunidad de Pirque, cuyo
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párroco celebra misa aquí cada domingo. La fiesta
Patrona: Santa Ana
patronal ya no se celebra.
Fiesta: 26 julio
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San Miguel de Rangue
“Voy a echar la introducción con la Cruz que embelesa,
recordar con entereza nuestra hermosa tradición; Se celebró con devoción,
con poetas y cantores nuevos, en casa de don Alfredo se cantó a la cruz de mayo.
Fueron ciento cuatro años en la hacienda de Aculeo”.
Cuando corresponde
referirse a un templo
levantado sobre tierras
de la antigua hacienda
de Aculeo, el guitarrón
parece tocar más fuerte
y el punto hacerse obligatorio: estamos en suelos donde el Canto a lo
Divino cobró alturas fundamentales.
A los pies del Alto de Cantillana, cumbre
mayor de la Cordillera de la Costa, se extiende
la vieja laguna de Aculeo. El lugar ha invitado al
asentamiento humano desde tiempos remotos.
Donde hoy se levanta el templo de Rangue, existía
a la llegada de los españoles un poblado indígena.
En 1585, Monseñor Medellín ya daba cuenta de
la existencia de la doctrina de indios de Aculeu, la
que era atendida por Alonso Alvarez de Toledo
junto a las de Codegua y Alhué.
Desde mediados del siglo XVI se suceden diferentes encomiendas en la zona. En el año 1738, la
familia Larraín adquirió gran parte de las tierras encomendadas, conformando la Hacienda de Aculeo.
La propiedad se mantuvo en la familia hasta que,
en 1871, Patricio Larraín Gandarillas la vendió a los
hermanos Letelier Sierra,
quedando finalmente don
José Letelier Sierra como
propietario único e impulsor de varias medidas
que hacen de la hacienda
Aculeo una fuente fundamental de identidad campesina chilena.
Según relató a don Juan Uribe don Alfredo
Gárate, ilustre cantor de Aculeo, fue don José
Letelier quien trajo desde Vichiculén (sector de
Llay-Llay) a doce familias de mineros y fundidores
de metal para trabajar las minas de Pollocave. Los
mineros se instalaron en el sector de Los Hornos. Traían una Cruz y la costumbre de cantarle
alabanzas en el mes de Mayo. La Cruz de Aculeo
fue pasando de familia en familia por los sectores
principales de la hacienda, generándose una tradición que continúa hasta nuestros días. De aquellos tiempos fundacionales aún se nombra a cantores de leyenda, como don Pedro Atenas, don
Tomás Olguín, don Miguel Pitigroy, el gran Manuel
Cornejo y el ingenioso Custodio Temporal.
Don Miguel Letelier, hijo de don José, recuerda
en sus memorias otro aporte fundamental que
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IZQUIERDA Exterior Capilla
San Miguel de Rangue.
DERECHA Detalle Crucifixión
de madera policromada.
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IZQUIERDA Vista interior
hacia el Altar Mayor.
DERECHA Altar Mayor
Imagen de madera
policromada en nicho central.
Siglo XVIII-XIX. Mesa de Altar
de madera pintada. Al centro
moldura de madera tallada
con motivos vegetales.
realizó su familia a la tradición campesina: en la
Hacienda de Aculeo se criaron potros y yeguas
insignes, responsables directos de la consolidación
definitiva de la raza chilena.
En 1942 don Miguel Letelier heredó la hacienda
y asignó hijuelas a sus hijos. El sector de Rangue
correspondió a don Alfonso Letelier Llona, compositor de música, premio nacional de arte 1968
y profundo admirador de lo sagrado. En 1943, don
Alfonso y su padre decidieron construir una Iglesia
en Rangue. Encargaron los planos al monje benedictino Fray Pedro Subercaseux, quien realizó el
diseño queriendo materializar su imagen ideal de
capilla chilena. Fue construida por albañiles y carpinteros de la zona, dirigidos por el propio fray Pedro y
por don Miguel, que era un ingeniero destacado.
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La iglesia es de adobe con cimientos de
piedra. Las vigas son de madera de eucaliptos,
acacios y álamos. La techumbre es de tejas de
arcilla y posee rejas de fierro forjado sobre
los vanos exteriores. Para el interior, el monje
seleccionó un antiguo altar de madera, originario
de la iglesia de Maipo, enmarcado en un arco
de medio punto, y una imagen del siglo XVIII
de Nuestra Señora de La Merced, que situó en
un nicho sobre el altar mayor. Posteriormente,
en 1952, el artista español Juan Cabañas pintó
dos frescos de arcángeles sobre los arcos del
presbiterio. La fachada principal está compuesta
por un pórtico formado por un arco central
de medio punto y cuatro arcos laterales, de
menor tamaño, sostenidos por gruesos pilares.
Detalle de confesionario y al
frente un órgano.
En 1960, el artista Mariano Valdés realizó dos
pinturas murales que representan La Natividad
y La Anunciación.
La nave central tiene planta rectangular.
Los vanos se ubican en la parte superior de
los muros y se caracterizan por su doble arco
con una pilastra salomónica al centro. El cielo
está entablado, con las vigas a la vista. Las vigas
de apoyo están talladas. El piso es de ladrillo
cocido, según la antigua costumbre. La torre
del campanario está formada por tres cuerpos,
los dos primeros cuadrados y el tercero un
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cuadrado ochavado, con un vano de arco de
medio punto en cada uno de sus lados. El capitel
es octogonal rematado por una cruz.
La iglesia de San Miguel de Rangue fue consagrada en 1945. Hasta hoy, el templo es un activo
centro de religiosidad campesina, especialmente
para la novena del Niño Dios y para la Fiesta de
la Cruz de Mayo, cuando acoge los toquíos y
versos propios del Canto a lo Divino.
Patrono: San Miguel
Fiesta: 29 de septiembre
Calera de Tango
“Creó la luna y el sol y formó la luz más clara, formó las aves con alas también los astros mayores;
hizo los grandes autores, hizo noche tenebrosa; formó las piedras preciosas todo cuanto ya se ve,
y formó la santa fe, con sus manos poderosas”.
Calera de Tango se
en el año 1662. Junto al
ubica junto al antiguo
antiguo pueblo de indios,
Camino Real al sur, en el
existió una gran hacienda
faldeo del cerro Chena,
perteneciente a los mer-
en el fértil territorio que
cedarios. A fines del siglo
riegan los ríos Mapocho
XVII, los jesuitas com-
y Maipo. Era ésta zona de
praron la hacienda. En
“promaucaes”, voz derivada del quechua purum
1724 aparece instalado un grupo de sacerdotes
auka que recogieron los españoles y utilizaron,
y hermanos coadjutores originarios de Bavaria. A
al igual que los incas, para referir a los antiguos
mediados del siglo XVIII, se sumó una segunda
habitantes de esta zona, los muy belicosos picun-
expedición de misioneros, a cargo del padre Car-
ches. El testimonio de la vista y conquista del
los Haymhausen. En este grupo había destacados
territorio por las tropas de Inca Yupanqui aún se
ebanistas, pintores, escultores y agricultores. El
puede apreciar en el Pucara del Cerro Chena.
trabajo y sacrifico de los misioneros jesuitas con-
Los españoles, concentraron su esfuerzo eco-
virtió lo que hasta entonces era una cantera de
nómico y evangelizador en los lugares que conta-
cal y tierras secas de uso ganadero en un vergel y,
ban con población. Tango, como pueblo de indios,
sobre todo, en el gran centro de producción de
se convirtió pronto en doctrina. Se sabe que, a
arte sacro del Chile colonial. La hacienda acogió
fines del siglo XVI, era atendida por el clérigo
entonces talleres de fundición de metales, reloje-
Alonso de Toledo Cinco y, posteriormente, por
ría, mueblería, platería e hilandería, los que sirvie-
Cristóbal Alegría, quien además prestaba servi-
ron para difundir en el país técnicas avanzadas y
cios a los Guaicochas y otras estancias.
el desarrollado estilo barroco bávaro.
Tango es una de las antiguas doctrinas que
Tras la expulsión de la Compañía, en 1767,
aparecen enumeradas por el obispo Humanzoro
la hacienda quedó en manos de la Junta de
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IZQUIERDA Altar Mayor
Nicho al centro con imagen
de la Virgen de madera
policromada. Siglo XVIII-XIX.
A sus pies dos santos jesuitas.
DERECHA Virgen Inmaculada
Madera policromada.
Siglo XVIII-XIX
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IZQUIERDA Vista interior de
la sacristía.
DERECHA Asunción de la
Virgen. Óleo sobre tela. Sobre
la mesa imagen del Niño Dios.
S. XVII-XIX
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Temporalidades. Ésta la entregó en arriendo hasta
los religiosos bávaros, el templo se enriqueció
que, debido al deterioro general de la propiedad,
notablemente con pilares de ciprés, tejas y vigas
resolvió sacarla a remate. Fue adjudicada en 1783
de roble. A fines de 1759 se terminaron los muros
a don Francisco Ruiz - Tagle Larraín. Se mantuvo
y se techó con tejas la capilla y sacristía. El frontis
en poder de esta familia hasta 1912, cuando el
tiene una inscripción que lo data en 1760. En
último heredero, el presbítero Joaquín Ruiz-Tagle,
1761, se terminaron totalmente los trabajos de
dejó en testamento las edificaciones y el parque
construcción y habilitación de la iglesia. La Catedral
al propietario original, la Compañía de Jesús.
de Santiago exhibe hoy algunas piezas creadas
La construcción de la iglesia se realizó en
por los jesuitas y que en su tiempo estuvieron en
forma paralela a las casas de la antigua hacienda.
Calera de Tango. En la mesa del altar mayor se
Entre los años 1750 y 1753, tras la llegada de
aprecia el frontal de plata repujado y, en la sacristía,
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PÁGINAS ANTERIORES
IZQUIERDA Vano enmarcado
en columnas de madera
unidas por viga al natural. Al
fondo Altar del Santísimo.
DERECHA Altar del Sagrado
Corazón. Imagen de yeso
policromado. Siglo XIX-XX.
Vista exterior de la capilla de
Calera de Tango.
convertida en museo, se exhiben piezas de fina
factura, como una custodia de plata labrada, un
retablo de madera labrada de estilo barroco
bávaro, un reloj y un San Francisco Javier yacente.
A fines del siglo XIX, se reemplazó el torreón
original por una nueva torre forrada en fierro
acanalado, obra del presbítero y propietario
padre Joaquín Ruiz-Tagle. En 1936 se hicieron
varios trabajos de remodelación: se repararon los
arcos de medio punto del Altar Mayor y de los
altares laterales; se cambió el cielo de madera por
otro similar; se enyesaron y pintaron los muros;
el patio de ladrillos fue sustituido por otro de
baldosas rojas; se construyó el coro, con detalles
imitados de las barandas del comulgatorio original
del siglo XVIII; y se modificó los altares laterales,
incorporándoseles algunos elementos que
pertenecían a los originales. Actualmente, la iglesia
cuenta con tres altares: el del Sagrado Corazón,
el la Virgen de la Asunción y el del Santísimo.
Patrono: San Ignacio de Loyola
Fiesta: 31 de julio
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La Compañía
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza.
A Ti, Celestial Princesa, Virgen Sagrada, María, yo te ofrezco en este día Alma, Vida y Corazón;
mírame con compasión, no me dejes, Madre mía…
El nombre de “La
la de doña Catalina de
Compañía” corresponde
los Ríos en 1628, la
al de la antigua gran ha-
estancia llegó a tener
cienda que se forjó a
grandes dimensiones y
partir de la misión esta-
es sabido que funcionó
blecida por la Compañía
como un impor tante
de Jesús. Para cumplir
centro agrícola, gana-
con su deber evangelizador, los jesuitas realiza-
dero e industrial. Su influencia abarcó también
ban misiones circulantes, que consistían en es-
la definición de una estética tradicional de la
forzados recorridos anuales visitando poblados
zona, ya que entre los padres jesuitas se con-
indígenas y estancias para instruir a los naturales
taban impor tantes maestros carpinteros, orfe-
en la fe católica. En la zona en estudio, la misión
bres, albañiles y tejedores, que perfeccionaron
se conoció como misión circulante en territo-
a ar tesanos locales con sus conocimientos.
rio promaucae, según la denominación que los
En 1771, cuatro años después de la expulsión
incas habían asignado a los naturales picunches
de los jesuitas, la hacienda fue comprada por
que se establecían entre el río Maipo y el Maule.
don Mateo de Toro y Zambrano. Para entonces,
Hacia el final del invierno, los jesuitas salían des-
La Compañía contaba con una superficie
de su sede en Bucalemu para misionar durante
aproximada de 10.000 cuadras entre Angostura
varios meses.
y el río Cachapoal. Según el archivo jesuita, estas
Las primeras tierras con las que se fue
cuadras eran de primera calidad e incluían 38
formando la hacienda de La Compañía fueron
esclavos, 7.600 cabezas de ganado, 4.900 ovejas,
entregadas a los jesuitas en 1595 por los capi-
525 caballos, 1.250 yeguas, 104 burros, 540 mulas,
tanes Andrés de Torquemada y Agustín Brice-
junto a todos los edificios y equipamiento. Hacia
ño. Luego de sucesivas donaciones, entre ellas
1822, la hacienda aparece en manos de la nieta
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IZQUIERDA Retablo del Altar
Mayor de la Virgen Inmaculada.
Madera tallada y dorada.
Estilo barroco-americano.
Siglo XVIII.
DERECHA Detalle de Imagen
de la Virgen Purísima en altar
lateral.
Madera tallada policromada y
dorada. Siglo XVIII-XIX
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IZQUIERDA Cristo Crucificado
de madera policromada, en
muro lateral. Siglo XIX-XX.
DERECHA Vista interior de la
nave central del templo, hacia
el Altar Mayor.
del Conde de la Conquista, doña Nicolasa Toro.
Ésta se casa con el patriota don Juan de Dios
Correa de Saa, quien asumió la modernización
la hacienda con obras de regadío, aumentando
significativamente su productividad. Para entonces,
existía un molino de trigo, curtiembre, viñas y
producción de vino, registrándose hacia 1854 un
ingreso anual de $89.000, la mayor utilidad de
una hacienda en el Chile de la época.
La Compañía siguió en manos de los herederos
de don Mateo de Toro y Zambrano hasta el año
1947, cuando sus bisnietas, doña Manuela Correa
de Lira y doña Margarita Correa de Cerveró,
donaron la hacienda a la Congregación de los
hermanos Pasionistas. Este mismo año, la iglesia
de la Compañía se convirtió en sede de la nueva
parroquia de la Inmaculada Concepción.
Aunque el dogma de la Inmaculada Concepción fue definido en 1854 por Pío IX, la devoción
es muy antigua. Los jesuitas la tenían especialmente presente en sus misiones, por lo que la
celebración del 8 de diciembre tiene una raíz
profunda en la zona. El monje benedictino, rvdo.
padre Gabriel Guarda, recuerda haber asistido a
una de las últimas celebraciones de la Inmaculada en tiempos de las primas Correa. Aquel 8
de diciembre, la Purísima era festejada con esmero. En las procesiones destacaban estandartes
confeccionados con láminas de oro y plata. Y las
casas se abrían para recibir a los fieles con comidas y refrescos hechos con recetas coloniales y
ofrecidas en la antigua vajilla de don Mateo de
Toro y Zambrano.
La construcción de la iglesia data de 1763.
Su arquitectura simple alberga una obra de arte
sacro excepcional, el retablo de altar mayor. Hoy
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en día, el retablo está dedicado a La Inmaculada,
su restauración. Finalmente, el retablo fue devuelto
pero en su origen acogía la imagen de San
a la iglesia de La Compañía y ubicado en el Altar
Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de
Mayor, instalándose en su centro la actual imagen
Jesús, que se ubica en el presbiterio. Se trata de
de yeso de la Inmaculada.
un retablo de madera tallada y dorada, en estilo
La devoción a la Virgen Purísima se reafirma
barroco americano, con columnas profusamente
en otros dos rincones de la iglesia. En un
trabajadas que enseñan cabezas de ángeles en
retablo de altar lateral, una fina imagen dorada
su recorrido. El frontal del Altar es de cuero
y policromada se conserva como testimonio de
cordobán policromado y su factura corresponde
la tradición del lugar. Y afuera, en una gruta, otra
al año 1728, anterior a la influencia de los
imagen, de yeso y más simple, recibe los rezos de
jesuitas bávaros de Calera de Tango. El retablo
los fieles más peregrinos.
fue prestado por los padres pasionistas para una
exposición de arte sacro el convento de San
Francisco de Santiago. Durante años, se mantuvo
Santuario de la Inmaculada Concepción.
en poder de los franciscanos, quienes encargaron
Fiesta: 8 de diciembre
Vista exterior de la iglesia de
La Compañía, desde el jardín
que la rodea.
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Benedectinas
de Rengo
En el jardín de Belén la Virgen plantó una flor con su gracia le dio riego y le refinó el color;
se la presentó al señor esa flor tan dolorosa y era tan fragantosa que a los cielos trascendía;
nuestra madre le decía: tan bonita y tan preciosa…
La Capilla se eleva
cerca Rengo, en lo que
era la antigua estancia
de Apalta, en el sector
conocido como las casas
de Mendoza. Según la
investigación realizada
por el padre Gabriel Guarda o.s.b., la estancia
abarcaba desde el río Cachapoal, por el norte,
hasta el río Claro, por el sur. La primera
referencia sobre el lugar se encuentra en la
encomienda otorgada por Pedro de Valdivia a
quien fuera su compañero de armas, don Diego
García de Cáceres. Al no tener éste hijo varón,
heredó la propiedad su primogénita doña Isabel
Osorio de Cáceres, quien, al testar en las primeras
décadas del siglo XVII, dejó un interesante y
poco frecuente testimonio de preocupación por
los indios del lugar. Pedía doña Isabel que se les
pagara a los naturales lo que se les debía a la
fecha y que su viña en Curimon y la casa, con
vajillas y enseres incluidos, se les diera a los indios
que ahí habitaban y a los de Apalta.
La población indígena habitaba las fértiles tierras de la encomienda desde mucho antes de la
llegada de los españoles. A comienzos del siglo
XVII aparecen descritos
caseríos y tambos indígenas en lo que algunos autores llamaron los
“caseríos de Santa Ana”
en alusión a la primera
doctrina establecida en
el lugar por misioneros franciscanos. Por aquellos años se entregó la primera merced de tierras
en el sector de Apalta al capitán don Alonso de
Ribera. La estancia conoció varios dueños, entre
los que destaca don Antonio Mendoza, quien
obtuvo hacia fines del siglo XVII la autorización
del gobernador Tomás Marín de Povedala para
trasladar a los naturales de sus encomiendas a
las tierras de la estancia. La autorización le exigía
responsabilizarse de la instrucción en la fe católica de los indígenas trasladados, para lo cual se le
impuso el deber de construir una capilla.
Paralelamente al desarrollo de la Estancia de
Apalta, el sector vio nacer el poblado de Rengo,
fundado en 1692 por el mencionado don Tomás
Marín de Poveda con el nombre de “Lugar del Río
Claro o Clarillo”. La fundación tuvo el propósito
de concentrar la gente del partido de Colchagua
y facilitar la evangelización de los indios. Casi 100
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IZQUIERDA Vista interior de
la capilla de las benedictinas
hacia el Altar Mayor.
DERECHA Cristo Crucificado
de madera policromada,
ubicado delante de la mesa de
Altar Mayor. Siglo XVIII-XIX.
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105
años después, en 1792, fue creada la parroquia de
Rengo con el nombre de Santa Ana, en recuerdo
de la primera doctrina instalada en la zona.
La antigua capilla de la estancia de Apalta exigida a don Antonio Mendoza se deterioró con
el tiempo. Su descendiente, don Gaspar de Ahumada, fue autorizado por monseñor Alday para
reedificarla. En 1785 se describía el estado de la
nueva construcción como enladrillada, entablada y
rodeada de molduras. Por aquellos años, la estancia fue vendida a don Manuel Fernández, quien se
encargó de concluir la construcción del templo.
A fines del siglo XIX, Monseñor Mariano
Casanova, arzobispo de Santiago, recibió de las
herederas Valdivieso la donación de las casas,
iglesia y parte de las tierras de la estancia de
Apalta. La propiedad fue entregada entonces a los
padres agustinos de la Asunción, quienes tuvieron
en el lugar una escuela apostólica que funcionó
hasta su cierre en el año 1967. La estancia fue
puesta a disposición del Obispado de Rancagua,
que comenzó a buscar una congregación que se
hiciera cargo del sitio. En 1983 llegaron a Chile las
monjas benedictinas y recibieron la estancia para
fundar su nuevo convento. Casas e iglesia fueron
restauradas y adaptadas a las necesidades de la
vida de claustro. La labor fue hecha con excelencia
por el equipo integrado por el ingeniero don
ARRIBA Altar Lateral. San José.
Óleo sobre tela enmarcado
en columnas y arco de medio
punto, de madera dorada.
ABAJO Altar Lateral. La
Crucifixión. Óleo sobre tela
enmarcado en columnas y arco
de medio punto, de madera
dorada.
DERECHA Vista desde el Altar
hacia el coro Alto.
Vista exterior de la capilla de
las Benedictinas de Rengo.
Alberto Domínguez y por los arquitectos padre
Gabriel Guarda o.s.b. y don Raúl Irarrázabal.
La fachada del templo está formada por cuatro pilastras y tres cornisas que la dividen. Al centro, la puerta de dos hojas está enmarcada por
un arco de medio punto. Sobre éste se abre la
ventana del coro y arriba corona un nicho. En
el interior preside el presbiterio el retablo del
Altar Mayor, de un cuerpo y una sola calle. En su
coronación exhibe un friso con un gloria dorado
en el centro. En el nicho central se conserva una
hermosa imagen de la Virgen de la Asunción, realizada en madera tallada y policromada. En torno
al retablo se ubica el coro de las monjas y preside
el presbiterio la mesa del altar de tipo sarcófago.
Antes de llegar al presbiterio, en cada muro
se enfrentan dos retablos neoclásicos con sendos
lienzos del siglo XIX, uno de San José y otro de la
Crucifixión. En el extremo opuesto al Altar Mayor
se levanta un coro sobre tres arcos sostenidos
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por dos columnas macizas, al cual se accede por
una escalera ubicada en el exterior de la iglesia.
Durante la última restauración fueron removidos
el púlpito y un altar lateral barroco, reinstalados
en el nuevo refectorio.
Las monjas benedictinas practican la vida
contemplativa. Cada jornada comienza antes del
alba con el rezo de maitines y laudes. A las siete
y media asisten a la celebración de la eucaristía.
El día lo ocupan orando y trabajando en los
talleres de arte donde confeccionan ornamentos
litúrgicos, objetos de arte, estampas y tarjetas
navideñas con los que obtienen el sustento para
la comunidad. La santa rutina se rompe cada 15
de agosto, día en que la patrona del templo y
titular de las benedictinas de Rengo es celebrada
en su triunfal asunción al Cielo.
Patrona: Virgen de la Asunción
Fiesta: 15 de agosto
Pencahue
“Virgen del Carmen bendita otra vez de nuevamente pongo mis labios corrientes al compás de la
guitarrita; te miro y hallo bonita y te estamos celebrando;
el tenco estaba cantando en una mata de hualtata, la tenquita le decía sombréame esta otra mata”.
Pencahue debe su
nombre al cultivo temprano de la calabaza
americana, registrado en
la zona desde el año 600
DC. Se ubica en el valle
de Tagua Tagua, donde
existió una extensa laguna con pequeñas islas en
las que anidaban las taguas, aves silvestres con cuyo
nombre indígena los españoles bautizaron al valle
y a la cultura prehispánica que vivía alrededor.
La laguna, con una superficie aproximada de
90 Km, se emplazaba en una rinconada limitada
por un cordón montañoso en el borde oriental
de la Cordillera de la Costa, a 12 kilómetros al
sur poniente del actual pueblo de San Vicente
de Tagua Tagua. Claudio Gay la visitó en 1831 y
la describió como un conjunto de islas flotantes
formadas por grandes montones de restos vegetales y gramíneas entrelazadas. Sobre estas islas,
llamadas Chivín por los habitantes, ponían sus
huevos cisnes, garzas, flamencos, cheuques, etc.
En 1833, la laguna estaba dentro de la propiedad
de Javier Errázuriz, quien inició los trabajos de
drenaje parcial de la cuenca para impedir las
inundaciones provocadas
por la falta de un desagüe
natural. Se abrió entonces
un túnel de 4 km entre
los cerros de La Muralla
y La Silleta, denominado
El Socavón. En los
trabajos de construcción del canal de desagüe la
prehistoria presentó su evidencia. Restos óseos
y herramientas de piedra datados hace aprox.
11.500 años, permitieron reconstruir la existencia
de una playa en la antigua laguna, donde cazadores
del paleoindio acechaban y mataban mastodontes,
caballos americanos y ciervos que se acercaban a
la orilla para beber agua.
Cuando en 1541 Pedro de Valdivia llegó a
la zona para enfrentar a los indios rebelados
al sur de Santiago, la región de los Tagua Tagua
comprendía las tierras de Pelequén, Malloa, San
Vicente, Tunca y sectores adyacentes. Una vez
sometidos, los naturales de Tagua Tagua fueron
entregados en encomienda a don Juan Bautista
Pastene, explorador de los mares australes y
regidor del Cabildo de Santiago. En la información
de servicios de Juan Bautista Pastene, se señala
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IZQUIERDA Avenida de
plátanos orientales. Al fondo
capilla de Pencahue.
DERECHA Detalle de tinaja
de greda.
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IZQUIERDA Altar Lateral
Imagen San José y el Niño Yeso
Policromado. Siglo XIX-XX.
DERECHA Altar Mayor. Nicho
central imagen de la Virgen del
Carmen, Yeso policromado.
Siglo XIX-XX. Altar lateral
Cristo Yeso policromado.
Siglo XX.
que se le encomendaron “los caciques llamados
Maluenpangue… que tiene su asiento en los
promoaucaes é se llaman Taguataguas”.
Tagua Tagua fue pronto doctrina de indios. En
1585, ya era atendida por el clérigo Pedro Gómez
de Astudillo, quien servía además las doctrinas de
Copequén y Malloa. A principios del siglo XVII,
Melchor de Sanabria recibió una merced de
tierra en los contornos de la laguna. Casi cien
años después, Andrés de Gamboa y Olaso reunió
10.000 cuadras de extensión, sumando diferentes
mercedes, en lo que pasó a llamarse la Estancia
de Tagua Tagua.
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En 1824 la antigua capilla de la estancia
se transformó en sede de la parroquia de
San Francisco de Pencahue, a cargo de la
administración eclesial en la zona. En 1845, doña
Carmen Gallegos de Robles donó tierras a la
diócesis de Santiago para que se estableciera un
curato y una villa. Se fundó entonces el poblado
de San Vicente de Tagua Tagua, que se transformó
muy pronto en el centro administrativo de los
agricultores de la zona. En 1854 se construyó la
iglesia en el nuevo poblado y, en 1859, se erigió la
parroquia de San Juan Evangelista de San Vicente
de Tagua Tagua.
la capilla para que su hijo, el recién ordenado
sacerdote Javier Prado, cantara su primera misa.
Don Javier Prado Aránguiz fue obispo de Iquique,
auxiliar de Valparaíso y obispo de Rancagua.
El fundo quedó en manos de don Jorge Prado,
quien casó con doña Magdalena Lira y con quien
tuvo dos hijos, Francisco Javier y Jorge, quienes se
encargan actualmente de trabajar el campo.
A la capilla se accede por una graciosa avenida
de plátanos orientales. Tiene unas dimensiones
aproximadas de 10 x 50 m. Sobre los muros
Detalle corredor casa patronal
Por su parte, la antigua estancia conoció
sucesivos dueños hasta que fue finalmente dividida.
Pencahue, que constituía una parte importante
de la propiedad, fue adquirida por don Domingo
Bezanilla Luco y Caldera en 1863. Don Domingo
se encargó de reparar y ampliar la antigua casa
del siglo XVIII e inició la construcción de una
nueva capilla sobre los restos de la antigua, la
misma que había servido de sede a la antigua
parroquia de San Francisco. Encargó a Europa los
ornamentos, los muebles para la sacristía y el vía
crucis. Don Domingo murió soltero y heredaron
el fundo sus hermanas, también solteras. Las
señoritas se dedicaron con verdadero afán a
fomentar la actividad religiosa con importantes
y tradicionales misiones. Al morir, las hermanas
legaron Pencahue a su sobrina, doña Virginia de la
Cerda, casada con don Lisandro Aránguiz, cuyos
cuatro hijos trabajaron y modernizaron el fundo
en comunidad. Al efectuarse la repartición de la
propiedad, Adriana Aránguiz se adjudicó las casas y
la mayor parte de las tierras. Doña Adriana se casó
con don Javier Prado y tuvo dos hijos, Jorge y Javier.
En 1953, se esmeró especialmente en restaurar
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de adobe, la techumbre se sostiene en vigas de
canelo de 40 por 40 cm. El acceso principal es
una sólida puerta de madera, también de canelo.
Tras la mesa del Altar Mayor está la imagen de
yeso policromado de la Virgen del Carmen,
patrona de la capilla. En un retablo del Altar
lateral derecho está la imagen de Santa Teresita
de los Andes, adquirida por doña Magdalena
Lira. También se conserva guardada en la capilla
una faja de la sotana de Monseñor Escribá de
Balaguer. Al coro se accede por una escalera
en forma de caracol. El piso es de baldosas y
corresponde a los arreglos hechos por doña
Adriana Aránguiz en 1953. Tras el terremoto de
1985, se debió reparar la techumbre y pintar los
muros. El año 2000, con motivo del matrimonio
de Jorge Prado Lira, se realizó una restauración
general de la capilla.
La familia no olvida a su patrona y cada 16
de julio, la Virgen del Carmen es celebrada
en Pencahue con una misa y un cóctel ofrecido a los trabajadores y vecinos del fundo.
Patrona: Virgen del Carmen
Fiesta: 16 de julio
La Estacada
de Guacarhue
“Santísima Trinidad fue el regalo pa’ los pobres que el Señor de los señores regaló pa’ navidad;
es tan buena la Verdad pa’ matar el desencanto, que la puso a nuestro lado,
repetida como a niños, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo…”.
En el sector del actual
pueblo de Guacarhue
existía un antiguo
asentamiento indígena
picunche. El lugar, llamado
Copequén, fue una de
las bases de la conquista
Inca del siglo XV que se propuso extender el
límite sur del gran Imperio. Los incas establecieron
aquí un Gobernador y una colonia agrícola fiel al
monarca de Cuzco. Los españoles, guiados por
los mismos quechuas en su descubrimiento y
conquista de este fin de las tierras al que llamaban
Chilli, supieron aprovechar el sometimiento de los
naturales para imponer su nuevo orden.
La conquista española utilizó la estrategia
fundar pueblos de indios allí donde había
asentamientos indígenas, con el fin de reunir y
optimizar la mano de obra que la Encomienda
asignaba y, a la vez, cumplir con el compromiso
de evangelización de los naturales. El trazado de
los pueblos de indios repetía el patrón de una
plaza, una capilla con casa para el cura doctrinero,
un terreno para la casa del cacique local, tierras
con riego de acequias para que los indígenas
instalaran sus ranchos y cultivos y un sector de
pastos comunitarios para
el ganado. Este esquema
fue el aplicado en el
antiguo pueblo de Indios
de Copequén, centro
de la gran encomienda
del mismo nombre que
fue entregada al Capitán Pedro de Miranda,
de valiente trayectoria en la sofocación de
rebeliones indígenas durante la Conquista. La
Encomienda sirvió a Miranda para trabajar la
merced de tierras que recibió también en el
sector. Según descripción del siglo XVI, las tierras
de Copequén, eran de “pan llevar”, bien regadas,
con frutales, siembras de cereales y buen ganado.
La encomienda y las tierras se mantuvieron
a cargo de la familia Miranda durante todo el
siglo XVII. Los indios eran trasladados desde el
pueblo a las tierras de la estancia, que por la
época eran bastantes y recibían ya el nombre
de La Estacada, por un cerco de estacas que la
dividía. Esta costumbre de movilizar la mano de
obra desde los pueblos de indios a las estancias
fue generalizada durante la Colonia y provocó
tanto el incremento del mestizaje como también
el deterioro de la situación general de los indios.
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IZQUIERDA Retablo del Altar
Mayor de un cuerpo, en el
nicho central un óleo de Cristo
Crucificado.
En la coronación la escena de
la Santísima Trinidad.
DERECHA Detalle de San José
y el Niño.
Imagen de yeso policromado.
Siglo XIX-XX.
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ARRIBA Santa Magdalena
Imagen de candelero, de
madera policromada.
Perteneció a la iglesia de la
Compañía en Santiago.
Siglo XVIII-XIX
ABAJO Detalle de óleo de
Cristo Crucificado, de muy
buena factura, en nicho central
del retablo del Altar Mayor.
DERECHA Altar lateral de
San José y el Niño.
A fines del siglo XVII, La Estacada contaba
ya con su casa patronal llamada casa-fortaleza.
Según investigación de Hernán Rodríguez, a
principios del siglo XVIII la estancia fue vendida a
Juan Francisco Silva, quien dividió las tierras entre
sus muchos hijos. Uno de éstos, el presbítero
Dionisio Silva y Trincado, párroco de Santa Ana
en Santiago, recibió la hijuela con la casa patronal
y se instaló en ella para trabajarla en beneficio de
la familia. Al morir en 1786, dejó en testamento
una capellanía sobre la Estancia, la que fue
entregada en herencia a sus sobrinos hombres,
con el compromiso de que construyeran una
iglesia bajo la advocación de la Santísima Trinidad.
Fue un sobrino, el también presbítero Diego Silva,
quien cumplió sus deseos y levantó una iglesia
con la renta de la hacienda. A mediados del
siglo XIX, la capilla estaba en ruinas y el obispo
de entonces, don Rafael Valdivieso, propuso
remover a los administradores de la capellanía.
Don Saturnino Silva reaccionó en nombre de su
antepasado y construyó una nueva iglesia junto a
la antigua casa-fortaleza. En1860, la estancia fue
vendida a don Santiago Prado, quien construyó a
continuación de la capilla una nueva casa de dos
pisos, con bodegas y corrales. Desde entonces,
la Estacada es el centro del singular conjunto
flanqueado por las dos casas patronales.
A fines del siglo XIX, la estancia fue vendida
a don Ezequiel Fernández. A su muerte, en 1931,
fue rematada y adjudicada a la sociedad Valdés
y Cía., la que remodeló las casas y encargó la
construcción de una torre para la capilla, diseñada
por el arquitecto Andrés Garafulic. A la muerte
de Alfonso Fernández, sus socios Carlos Valdés
y Hernán del Río, dividieron la estancia en dos
hijuelas, adjudicándose una casa para cada familia
y asumiendo entre ambos la conservación de
la iglesia para la comunidad local, según el viejo
anhelo del cura Silva.
La iglesia es de una nave, con estructura de
adobe y techumbre tradicional con tejas de arcilla.
El campanario está adosado y remata un corredor
lateral con profusión de arcos, según el diseño
del arquitecto Garafulic. En el interior, el retablo
del Altar Mayor, de un cuerpo con coronación
de forma ondulada, acoge la representación de la
Santísima Trinidad. El nicho principal cobija un óleo
de Cristo Crucificado de gran calidad artística. Una
imagen de San José con el Niño preside un nicho
lateral. Llama la atención una hermosa imagen de
candelero de María Magdalena. Es articulada, de
madera policromada y vestida con finas telas. Fue
salvada del incendio de la iglesia de la Compañía
de Santiago, a cuya sacristía había llegado donada
por uno de los antiguos propietarios. Los jesuitas
la devolvieron a La Estacada, como para que se
sobrepusiera del gran susto en la tranquilidad
campesina de su capilla.
IZQUIERDA Arcos tras la torre
proyectada por le arquitecto
Garafulic.
DERECHA Vista interior de la
capilla de La Estacada.
Patrona: Santísima Trinidad
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La Javierana de Roma
“Santísima Cruz bendita, clavelito colorado, del cielo vendrá la Virgen sobre su trono dorado;
a perdonar los pecados de poetas y cantores, novenantes rezadores de todo el suelo chileno;
Virgen Santa del Carmelo, protectora de los pobres…”.
L a J av i e r a n a s e
ubica al oriente de San
Fernando, entre el río
Claro y el río Tinguiririca.
Tras reunir a los antiguos
habitantes picunches en
encomiendas, las tierras
del sector fueron entregadas a don Melchor Jufré
del Águila, hidalgo extremeño que desempeñó el
cargo de alcalde de la capital en 1599. La reunión
de mercedes realizada por Don Melchor entre
1612 y 1628 fue conocida como La Estancia
la Angostura. A la muerte de don Melchor, La
Angostura fue heredada por su hija, doña Ana
na en la compra que a
mediados del siglo XIX
hizo don Pedro Rivadeneira de las tierras de la
hacienda Roma, división
de la gran estancia, cuyo
nombre vendría de antiguos hacendados del sector apellidados Román.
Don Pedro Rivadeneira, trabajó el fundo con esmero. A él se debe la remodelación y ampliación
de la casa patronal de la hacienda, a la que agregó
un ala completa, en la cual incluyó el oratorio.
Las tierras de don Pedro se bautizaron con el
santo de su nombre. Éstas eran en su mayoría de
María del Águila, esposa del gobernador de
Chile, Don Diego González Montero (16691670). Ambos son antepasados del prócer de la
patria, don José Gregorio Argomedo y Montero
del Águila, que había nacido en las viejas casas
de la actual hacienda Los Lingues, construidas
por sus padres. La hacienda Los Lingues fue
una de las más importantes de la zona de San
Fernando y se mantiene hasta hoy en manos de
la misma familia.
La hacienda La Javierana de Roma se origi-
rulo y el campo estaba dedicado a la crianza de
animales, principalmente vacunos, aunque en algún minuto tuvo también una gran masa ovejera.
Como no había feria cercana, los animales eran
sacrificados y faenados en el mismo fundo, donde
se transformaba su carne en charqui para exportar al Perú. La crianza de animales se combinaba
con grandes siembras de trigo, que obligaban a
realizar una larga temporada de trillas de hasta
cuatro o cinco meses. Ya entrado el siglo veinte
se trillaba con máquinas a vapor, aunque para la
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IZQUIERDA Altar Mayor del
oratorio de Roma. Retablo de
un cuerpo. Al centro óleo de la
Virgen y el Niño. Siglo XIX-XX.
DERECHA Detalle de óleo de
la Virgen con el Niño.
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IZQUIERDA Corredor de la
casa patronal.
DERECHA Detalle esquina
de corredor. Mesa y mueble de
sacristía.
trilla del poroto se conservó por un buen tiempo
el sistema tradicional de yeguas. En San Pedro de
Roma se producía también aguardiente de pera
en cantidad, para gasto de la hacienda y para venta, razón por la cual un patio de la casa todavía es
llamado el alambique.
A la muerte de don Pedro, en 1876, la hacienda se dividió en hijuelas, una de las cuales
fue heredada por don Javier Rivadeneira Besa. En
alusión a su nombre, la hijuela fue llamada Javierana de Roma. Don Javier era ingeniero agrónomo
y se concentró en la transformación del uso del
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suelo de la hacienda. Construyó canales de riego
que trajeron agua desde el río Tingüiririca y las
tierras de rulo fueron dando paso a las plantaciones de frutales. Ya en los años de 1980, la crianza
de animales fue abandonada por completo, generándose el gran quiebre con la tradición colonial
de la antigua estancia, cuyo trabajador tipo era el
huaso de rulo, vaquero y ovejero de a caballo.
En el interior del oratorio, un óleo de buen
tamaño de la Virgen del Carmen preside el
retablo del Altar Mayor, hecho en madera y de un
solo cuerpo. La mesa de Altar es de madera y se
conserva su piedra de ara. En el muro izquierdo,
una pintura mural enmarca e ilustra una escena
de la vida de San Pedro, en una práctica versión
de altar lateral. Cuando don Pedro Rivadeneira
construyó el oratorio lo proveyó de vasos
sagrados y ornamentos, algunos de los cuales
aún se conservan en una caja. El cáliz tiene una
inscripción que dice que fue bendecido por el
obispo José Ignacio Cienfuegos.
Durante muchos años el oratorio se ocupó exclusivamente para el rezo del Rosario y del mes de
María, ocasiones en que acudía la familia y trabajadores de la hacienda. Actualmente se celebra, al
menos, una misa mensual. No se festeja ya la fiesta
de la patrona, pero para la Pascua de Resurrección
y Navidad, el oratorio recibe una gran concurrencia de trabajadores y vecinos que acuden a tomar
el chocolate caliente y las galletas que ofrece la
familia Rivadeneira después de la eucaristía.
Patrona: Virgen del Carmen
Fiesta: 16 de Julio
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San Roberto
de Almahue
“Virgen del Carmen, Doña, que lo pedido me hai dao, de niño un renacuajo y de hombre una señora;
yo te ruego a vos ahora que el molino está sin piedras y el rescoldo cuece apenas,
que mis huellas borre un viento y, entregándote mi aliento, tú me lleves desta tierra…”.
Al igual que Santa
hectáreas, aprox.), era
Amelia y El Huique, la
manejada por su mujer
hacienda San Roberto
doña Antonia de Aguilera
de Almahue tiene su
y Estrada. Los Irarrázaval
origen en la vieja estancia
mantuvieron la propiedad
de Larmahue, que tomó
por cerca de 130 años,
el nombre del antiguo
adquiriéndola luego la
pueblo de indios picunches que había en el valle
familia Echeñique, cuyos descendientes, a fines del
del Cachapoal. La zona era rica en tierras fértiles
siglo XVIII, realizaron la partición de Larmahue
y mano de obra nativa, por lo cual fue pronto
en las haciendas de Almahue y El Huique. No
entregada en encomienda y asignada a un cura
es difícil imaginar la importancia capital de las
doctrinero. La encomienda correspondió a Juan
grandes estancias durante la Colonia. Sus grandes
Gómez de Almagro, sobrino del conquistador don
producciones de ganado, sebo, cueros, cereales y
Pedro de Valdivia y uno de los 14 de la fama cuya
vino constituían la base de la economía del país.
heroica resistencia en los cerros de Nahuelbuta
Además, eran el punto de encuentro forzado de
cantara Alonso de Ercilla en la Araucana. En 1613,
lo español y lo indígena, el escenario del mestizaje
Juan de Quiroga y Losada recibió una gran merced
y de la forja de la identidad campesina chilena.
de tierra que dio origen a la Estancia de Larmahue.
San Roberto es la hijuela de la hacienda
La propiedad fue adquirida en 1627 por don
Almahue que heredó las casas patronales de la
Fernando de Irarrázaval y Andía, que hacia 1621
antigua estancia Lamarhue. Como Santa Amelia,
había sido Corregidor de Santiago y por la fecha
perteneció a principios del siglo XIX a don José
lo era en Arequipa. El ilustre propietario pasaba
Manuel Ortúzar, quien reconstruyó las casas viejas
la mayor parte del tiempo en el Perú, por lo que
levantadas en tiempos de los Irarrázaval. Tras
la estancia, de más de 14.000 cuadras (21.000
obtener de Pío IX el permiso canónico, dirigió la
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IZQUIERDA Vista interior
hacia el Altar Mayor.
DERECHA Detalle de cielo
sobre el presbiterio. Madera
pintada con una estrella
dorada adosada.
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reedificación de la capilla para atender los servicios
cultivar la religiosidad tradicional de la Estancia,
espirituales de la familia y los inquilinos. Al morir
originada en tiempos de la doctrina de indios y
sin descendencia, su viuda Dolores nombró a su
expresada, sobretodo, en las anuales misiones de
cuñado Ignacio Ortúzar apoderado de la hacienda.
verano. La hacienda fue rematada en 1892, adju-
Lamentablemente, éste no pudo pagar al Banco
dicándosela don Roberto Lyon. Como se men-
de Francisco Ignacio Ossa un préstamo que había
ciona en el capitulo de la capilla de Santa Amelia,
avalado con la propiedad y doña Dolores debió
los Lyon Lynch se trasladaron a vivir las nuevas
entregar a sus acreedores la que por entonces era
casas, llamadas de Santa Amelia, dejando las casas
una de las haciendas más productivas del país.
“viejas” para las labores de administración. Éstas
Las hijas de Francisco Ignacio Ossa supieron
IZQUIERDA Vista hacia el
coro Alto.
DERECHA Detalle de púlpito
de madera, color caoba.
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fueron asumidas con éxito por Guillermo Lyon,
hijo de don Roberto, a partir de 1908. Se dice
Detalle de corredor de “Las
casas viejas”.
que levantó cerca de 200 casas para inquilinos,
instaló una lechería y plantó viñas. El fundo producía y las tradiciones huasas se engalanaban.
En el vecino cerro Del Salto se realizaron por
la época rodeos de leyenda, a los que llegaban
trenes especiales con participantes, vistas ilustres
y una muy correspondiente banda de músicos
para entonar los himnos y armar la fiesta.
Almahue fue dividida entre los hijos de don
Roberto y doña Amelia en seis hijuelas. Guillermo
Lyon Lynch quedó a cargo de la que se nombró
San Roberto y que incluye hasta hoy las casas
viejas y la capilla. Sus descendientes se encargan
de conservarla, inspirados en el recuerdo de doña
Lucía Besa de Lyon, católica antigua, custodia
de aquellas buenas costumbres como eran las
misiones de verano, las atenciones de misas y la
limosna de los curas.
La capilla data de las primeras décadas del
siglo XIX. En su interior, el retablo del altar mayor,
de un solo cuerpo, acoge la bella imagen de la
Virgen del Carmen realizada en palo de álamo.
Sobre la puerta principal se levanta un coro alto
con escala. Un púlpito de madera oscura y base
octogonal pende de uno de los muros. Arriba, el
cielo es de madera pintado con colores pasteles
y estrellas. En este pequeño universo, al llegar al
presbiterio, una gran estrella dorada refuerza la
presencia de la patrona, la milagrosa, la que se
encarga de atender las súplicas de los años malos
y bendecir los festejos de los buenos.
Patrona: Virgen del Carmen
Fiesta: 16 de julio
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Santa Amelia
de Almahue
“Virgen Santa y Milagrosa florecido aromito, en el huerto del señor habitan tres palomitos;
cantaban tres jilgueritos revoloteaban tres loros, bajaron tres reyes moros al nacimiento del Mesías;
de cariño le traían: incienso, mirra y el oro…”
Entre los ríos del
lobos monteses y de aquí
Cachapoal y el Tinguiri-
se quedaron Pormocáes
rica se extiende una
que se ha corrupto la
buena porción de tierras
lengua…”
fértiles que han sido
Según el sistema de
habitadas desde tiempos
sometimiento
de
los
remotos. Al llegar los
españoles, estas tierras
españoles, vivían aquí grupos de indios picunches
y sus naturales fueron reunidos en sendas
que los guías quechuas llamaban promaucaes.
encomiendas entregadas a Inés de Suárez y al
El Imperio Inca se había acercado hasta esta
capitán Juan Gómez de Almagro, sobrino del
zona en el siglo XV, trayendo sus adelantadas
conquistador don Pedro de Valdivia. En 1613, Juan
técnicas agrícolas. Los promaucaes fueron
de Quiroga y Losada recibió una gran merced de
tenaces defensores de sus tierras y rechazaron
tierra que dio origen a la Estancia de Larmahue.
con violencia a los invasores. El menosprecio de
La propiedad fue adquirida por Fernando de
incas y españoles por los antiguos dueños de casa
Irarrázaval en 1627, manteniéndose en la familia,
ha quedado bien referido en el testimonio del
por sucesión, durante 130 años. Hacia 1760, el
cronista Bibar, que acompañaba a Valdivia en su
Coronel Pedro Gregorio Echenique la adquirió
viaje conquistador. “… Adoran al sol y a las nieves
por matrimonio con doña Mercedes de Lecaros.
porque les da agua para regar sus sementeras,
En 1789 heredaron la estancia sus hijos Antonio y
aunque no son muy grandes labradores… Es gente
Miguel de Echeñique Lecaros, quienes sostuvieron
holgazana y grandes comedores... sembraban muy
un largo litigio para dividirse las tierras. El asunto
poco, y se sustentaban el más tiempo de raíces de
se zanjó con la partición de la estancia Larmahue
una manera de cebolla... Visto los Incas su manera
en dos hijuelas: la del sector norte, que tomó el
de vivir los llaman Pomaucaes que quiere decir
nombre de Almahue, fue asignada a don Antonio
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IZQUIERDA Altar Mayor.
Oleo de la Virgen del Milagro.
Mesa de Altar de madera
tallada, policromada y dorada.
DERECHA Vista exterior de
la capilla.
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y mantuvo las casas y la capilla; la del sector sur
IZQUIERDA Vista general
hacia el Altar Mayor.
DERECHA Detalle de
imágenes sobre columnas a
cada costado de la mesa del
Altar Mayor.
correspondió a don Miguel y fue bautizada con el
nombre de El Huique.
Casi un siglo después, en el año 1892, la
hacienda Almahue fue adquirida en remate por
don Roberto Lyon. El nuevo dueño se instaló con
su mujer, doña Amelia Lynch, y sus hijos en la antigua casa. Ésta tenía al menos seis patios, una capilla
de buen tamaño y bodega de vinos de dos pisos.
La hacienda era administraba por el cuñado de
don Roberto, Agustín Baeza, casado con doña Julia
Lyon. Doña Amelia Lynch prefería la acogedora
casa de la administración al antiguo caserón y solicitó a su marido intercambiar las dependencias.
Don Roberto la complace. Trasladó entonces la
administración a la casa antigua y ordenó la construcción de nueva casa patronal en el sector donde vivía su hermana y su cuñado. En 1905, la familia
se trasladó a la nueva casa patronal, que comenzó
a ser llamada Casa de Santa Amelia. En 1919, tras
la muerte de don Roberto y doña Amelia, la hacienda Almahue fue dividida en seis hijuelas.
La hijuela de Santa Amelia quedó en manos
de Luz Lyon Lynch, casada con Ismael Pereira. En
1940, doña Luz quiso que su sobrino arquitecto,
Manuel Marchant, que había estudiado en
Francia, realizara algunos trabajos en la casa y
proyectara una nueva capilla. El hijo de doña Luz,
don Ismael Pereira Lyon, que relata la historia,
temía que los diseños de su primo fuesen
demasiado modernos y no tuvieran en cuenta
el estilo tradicional del lugar. Propuso entonces
al arquitecto Santiago Roi para que construyera
la capilla. Ésta se hizo de ladrillos, con una
nave central y una pequeña capilla lateral. A su
costado se levantó la torre campanario.
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Al morir la Sra. Luz Lyon, en 1973, sus tres
entrada, para que durante las misiones toda la
hijos heredaron la hijuela. La casa de Santa
gente pudiera participar más cómodamente.
Amelia es compartida actualmente por don
Doña Ana instaló en el Altar Mayor un óleo
Ismael y su hermana doña Luz Pereira. Don
de la Virgen de los Milagros que su abuelo,
Ismael casó con doña Ana Irarrázaval, quien
don Domingo Fernández Concha, trajo a Chile
trajo de regreso el apellido de los antiguos
siendo embajador en Roma. Y trasladó desde el
propietarios de la Estancia Larmahue. Ambos se
oratorio de su familia en Santiago las imágenes
han preocupado especialmente de conservar
de bulto que custodian la paz del santo recinto.
la capilla y la tradición católica del fundo.
Don Ismael ordenó la ampliación del patio de
Vista del campanario adosado
a la capilla.
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Patrona: Nuestra Señora del Milagro
Calleuque
“Nació igual que los pastores, trinan las aves parleras por los campos y praderas se alegran los corazones;
el Niño, con mil amores, sonríe a la Virgen Santa, su complacencia era tanta al ver su precioso Hijo;
y el gallo con regocijo, abre las alas y canta…”
Calleuque se ubica en
el valle del río Tinguiririca,
hacia el lago Rapel. A la
llegada de los españoles,
el lugar era habitado
por grupos picunches,
a los que los españoles
llamaron promaucaes según la denominación de
los quechuas. Someter a estos pueblos indígenas
representaba para la Corona Española un asunto
complejo. Por un lado, debían cumplir con el
compromiso adquirido con la Santa Sede de
evangelizar a los naturales. Y, al mismo tiempo,
debían saber recompensar a los aventureros
que habían asumido el gasto de la empresa
conquistadora. La encomienda fue el sistema
ideado para cumplir este doble propósito. El
encomendero, “benemérito de las indias”, recibía
el derecho a cobrar para sí el tributo que los
indios debían al rey como nuevos súbditos de
la Corona. A cambio, el encomendero asumía la
tarea de evangelizar y proteger a los indios y se
comprometía a habitar y defender el territorio
asignado. Según este modelo, las poblaciones
indígenas del valle de Tinguiririca fueron incluidas
en la encomienda de
Pichidegua, que a
mediados del siglo XVI
aparece en poder de los
primos don Jerónimo
de Alderete y don Juan
Fernández de Alderete.
Lihueimo era uno de los principales pueblos
de indios que existía en la zona y, al partirse la
sociedad de los primos de Alderete, dio nombre a
la encomienda de Lihueimo, que quedó en manos
de Juan Fernández y que comprendía los pueblos
de Calleuque, Peralillo, Palmilla y los valles de
Santa Cruz y de Nilahue, llegando hasta la costa
por Cahuil y Pichilemu.
Hacia 1585 la atención espiritual de la
encomienda estaba organizada en torno a la
doctrina instalada en Lihueimo. Ésta era atendida
por la orden de Nuestra Señora de La Merced.
Por la fecha aparece sirviendo en Lihueimo
Fray Luis Martínez, responsable también de las
doctrinas de Rancagua y Colchagua. Hacia 1662,
la encomienda era atendida desde la doctrina de
Rapel, que se había transformado en el gran foco
evangelizador de Colchagua.
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IZQUIERDA Patio exterior de
la capilla de Calleuque, con
palmeras y palmas chilenas.
Capilla con torre adosada,
estilo neoclásico con
reminiscencias toscanas.
DERECHA Vista exterior de la
capilla desde el parque de la
hacienda de Calleuque.
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IZQUIERDA Óleo de la
Virgen de La Merced o de los
redentores cautivos
En su mano derecha sostiene
el emblema mercedario y en
su mano izquierda las esposas
de los cautivos. Siglo XIX-XX.
DERECHA Vista interior de
la capilla hacia el nicho con
el Cristo Crucificado del Altar
Mayor. Siglo XIX-XX.
Las tierras comprendidas por la encomienda
de Lihueimo fueron divididas y entregadas como
mercedes, cambiando su propiedad a lo largo
de los años coloniales. A principios del siglo XIX,
la antigua encomienda de Lihueimo aparece
dividida en 5 grandes haciendas: El Huique,
Pupilla, Calleuque, Puquillay y Ranquilhue. Según
la historiadora Teresa Pereira, a comienzos del
siglo XIX, la hacienda Calleuque contaba ya con
casa patronal y capilla. Sus dueños por entonces
eran don Ramón Formas y doña Carmen Ascué.
Al enviudar, doña Carmen vendió la Hacienda a
Francisco Ignacio Ossa, empresario enriquecido
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en las minas nortinas. Él se hizo cargo de las casas
y de la capilla con sus imágenes, ornamentos,
platería y vasos sagrados.
La capilla se ubica a un costado de la casa.
Hacia 1860, en tiempos de don Francisco Ossa,
fue notablemente restaurada. Años después, casi
al finalizar el siglo, la hacienda fue vendida por la
sucesión del empresario a la familia Echeñique,
cuyos descendientes la conservan hasta hoy. A
comienzos del siglo XX, Calleuque era el principal centro comercial de la zona. La hacienda contaba con un moderno molino, que daba trabajo
a un número importante de gente de la zona.
Corredor de la casa patronal,
con carretas y herramientas
utilizadas antiguamente en las
faenas de la hacienda.
Doña Mercedes Echeñique casó con don Elías
Valdés Tagle, agrónomo y notable impulsor de
modernas medidas sociales de inspiración católica para el mundo campesino. Don Elías Valdés
hijo, actual propietario, ha mantenido las convicciones familiares. La capilla se conserva en buen
estado, como testimonio de la antigua tradición
católica del lugar, originada en aquel deber evangelizador del encomendero que fue luego asumido y adaptado por los sucesivos propietarios
de la hacienda.
Para ingresar a la capilla hay que atravesar
dos columnas horizontales de palmas chilenas
y palmeras. El frontis construido en ladrillos y
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muros de adobes, es de estilo neoclásico. Tiene
campanario adosado que remata en forma
triangular, al igual que la capilla. La portada es
sencilla, con dos columnas lisas a cada lado de la
puerta principal. Al interior, un Cristo Crucificado
preside el retablo del Altar Mayor. Se trata de
una valiosa imagen de madera policromada.
Al costado derecho hay un óleo enmarcado
de la Virgen de la Merced, que recuerda
oportunamente aquellos primeros tiempos de la
doctrina de Lihueimo, cuando era atendida por
los religiosos mercedarios.
Patrona: Virgen de La Merced
San José del Carmen
de El Huique
“Virgen santa, Carmelita, yo te canto en el momento, por punto de Nacimiento porque estái tan bonita;
estái tan adornadita contemplando el mundo entero; el gallo en su gallinero abre las alas y canta,
el que duerme en cama ajena a las cuatro se levanta”.
El gran alzamiento indígena de 1598 provocó,
como respuesta, la concentración de población
española en el fértil valle
de Colchagua. Hasta entonces, la resistencia de
los belicosos picunches había retardado el proceso de sometimiento del lugar por parte de los
conquistadores. Con la incorporación de técnicas
de riego, las que eran tierras mayormente cenagosas, se transformaron en el valle que hasta hoy
destaca como uno de los más fértiles y productivos del Chile central.
La capilla de la Virgen del Carmen integra el
conjunto de las casas de la antigua hacienda de
San José del Carmen del Huique. Ésta era parte
de la estancia Lamargüe, originada en las mercedes de tierra recibidas por don Juan de Quiroga
y Losada a comienzos del siglo XVII. Larmahue
llegó a abarcar los valles comprendidos entre los
ríos Cachapoal y Tinguiririca. Tuvo sucesivos dueños hasta que, en 1760, el Coronel don Pedro
Gregorio Echeñique la adquirió por matrimonio
con la hija de doña Mercedes de Lecaros, dando
inicio a una sucesión familiar en la propiedad que
se extiende por más de
200 años. A comienzos
del siglo XIX, la hacienda
El Huique, división de la
de Larmahue, fue partida
en tres hijuelas. Juan José
Echeñique, nieto del coronel, recibió la que él mismo bautizó como San
José del Carmen del Huique y construyó, en 1829,
la casa patronal. Paralelamente, encargó la edificación de una capilla para dar atención religiosa a la
familia y a los inquilinos
La capilla fue ricamente alhajada con retablos
barrocos, imágenes quiteñas, papeles murales
y finos balaustres de cristal traídos de Europa.
Emplazada en el patio de entrada a las casas
patronales, la iglesia se constituyó en un hito del
conjunto arquitectónico. En 1852, don Juan José
Echenique recibió desde el Vaticano la autorización
canónica para su funcionamiento. En aquellos
años de prosperidad, la hacienda contaba en el
sector de las casas con teatro, escuela, consultorio,
bodegas y lecherías, además de las construcciones
destinadas a la administración del fundo y las casas
de los inquilinos.
La hija de don Juan José, doña Gertrudis
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IZQUIERDA Presbiterio
cerrado por rejas de madera.
Al fondo retablo del Altar
Mayor de un cuerpo con
la imagen de la Virgen del
Carmen en nicho central.
Delante de el, dos lámparas
de lágrimas, y los muros
empapelados con papel
europeo. Siglo XIX.
DERECHA Virgen con el Niño
Imagen de madera
policromada, con vestido de
finas telas. Siglo XIX.
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Echenique, casó con quien fuera presidente de
Chile entre los años 1896 y 1901, don Federico
Errázuriz Echaurren. De sus hijos, sólo sobrevivió
doña Elena Errázuriz, quien heredó el fundo San
José del Carmen en 1928. La nueva propietaria
casó con el diplomático don Renato Sánchez y
tras vivir en Europa, se preocupó de rescatar las
tradiciones de su hacienda. Para ello fomentó
especialmente las misiones de primavera, que
llegaron a contar con más de 600 participantes.
Doña Elena mantuvo la capilla en buen estado,
cuidando y enriqueciendo el conjunto de sus
bienes y conservando el espíritu del diseño original.
Al momento de su muerte pidió encarecidamente
a sus hijos que supieran preservar la capilla y las
costumbres. Ellos mantuvieron las tradicionales
misiones de primavera, y en 1975, resolvieron
donar la reserva de las casas e iglesia -que habían
logrado retener tras la reforma agraria- al Ejército
de Chile para asegurar su correcta conservación
como conjunto patrimonial. Pocos años antes,
en 1971, las construcciones del Huique habían
sido declaradas Monumento Nacional. El
ejército asumió el compromiso del donativo y
se preocupó de la restauración y conservación
de la casa patronal, la iglesia y sus reliquias,
especialmente luego del terremoto de 1985 y de
las inundaciones de 1986.
ARRIBA Cielo abovedado de
madera pintada.
Lámpara de bronce.
ABAJO Altar lateral.
Pintura anónima de escena
bíblica.
A cada costado inferior una
imagen de arcángel.
Al centro imagen de la Virgen
sobre mesa de Altar tipo
sarcófago. Siglo XIX
DERECHA Vista hacia el coro
Alto. En él fachada o biombo
que simula un órgano.
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PÁGINAS ANTERIORES
IZQUIERDA Jesús Nazareno
Imagen de madera
policromada. Siglo XIX-XX
DERECHA Vista interior hacia
el Altar Mayor.
Vista exterior de la Iglesia San
José del Carmen de El Huique
La iglesia sobresale en el sector de las casas,
recibiendo a los visitantes en la entrada principal.
De una nave larga y angosta, posee un pórtico de
tres arcos de medio punto que se adelanta hacia
la explanada. Sobre éste hay una torre de madera
más de 20 m de altura. La fachada recuerda el
estilo neoclásico. El pórtico y los pilares son de
albañilería de ladrillo, al igual que los cimientos
de los muros. Éstos son de adobe, levantados
según las tradicionales proporciones de esbeltez
que exige el material. Las vigas del techo son
de roble y la cubierta está formada por tejas
de arcilla hechas a mano. El piso es de pastelón
de arcilla cocida. En el interior, bajo el cielo de
forma abovedada, destaca una decoración lujosa
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pero sencilla. Al fondo, en el retablo del Altar
Mayor, de un cuerpo con coronación en arco
de medio punto, sobresalen ángeles hincados. A
cada lado del nicho central hay columnas simples.
El conjunto es todo hecho en madera, dorado y
pintado a imitación de mármol. En el nicho central
vigila la imagen de la patrona, Nuestra Señora del
Carmen, de madera policromada y de un alto de
poco más de un metro. El altar lateral acoge una
serie de imágenes de candelero entre las que
sobresalen María Magdalena y San José, ambas de
madera policromada.
Patrona: Virgen del Carmen
Fiesta: Último domingo del mes de septiembre
La Torina
de Pichidegua
“También María Santísima, plantó en su casa un jardín,
allí empezó a producir las flores más fragantísimas;
a una que era perfectísima la trata con gran cuidado era la flor de su agrado,
por lo rara y misteriosa; a Cristo lo representa, con la corona espinosa…”
Pichidegua era un
asentamiento de indios
picunches en las orillas
fértiles del río Cachapoal.
Los españoles les llamaron promaucaes, según la
denominación que empleaban los incas para referirse a los naturales que
habitaban el territorio comprendido entre los ríos
Maipo y Maule. A mediados del siglo XVI, Pichidegua y otros pueblos de indios cercanos como
Lihueimo fueron incluidos en una gran encomienda entregada a don Jerónimo de Alderete y a su
sobrino don Juan Fernández de Alderete, la que se
conoció justamente con el nombre de Pichidegua.
De vuelta de su visita a España para informar sobre
el estado de la conquista, don Jerónimo de Alderete murió en la isla de Taboga en 1556. La encomienda fue dividida, quedando la viuda, doña Esperanza de Rueda, con la encomienda de Pichidegua
y el sobrino, Juan Fernández, con la de Lihueimo.
Los encomenderos debían hacerse cargo de la
evangelización de los naturales. Para ello, apoyaban
a los religiosos en la fundación de doctrinas,
verdaderas parroquias destinadas a la atención de
los indios. Desde la doctrina se prestaba también
servicio religioso a los
españoles que residían en
las mercedes y haciendas
vecinas, en las que pronto
comenzaron a levantarse
ermitas y capillas. En
1585, las doctrinas de
Pichidegua y Peumo eran atendidas por Fray Luis
Martínez, de la orden de La Merced.
Durante la Colonia, los antiguos pueblos de
indios van interactuando con las haciendas, generándose el proceso de mestizaje. Los límites entre la hacienda “española” y el pueblo de indios
ya no fueron tan claros como en los primeros
tiempos de la Conquista, y las doctrinas comenzaron a funcionar como parroquias de hecho. En
1767, monseñor Alday aprobó el nacimiento de
la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario de
Pichidegua, que se desmembró del antiguo curato
de Colchagua. El obispo acordó entonces que se
utilizara como sede la capilla que don Emiliano
Romo había construido en su hacienda hasta que
se levantase un templo “competente”.
El competente templo fue encargado en 1793
al célebre arquitecto italiano don Joaquín Toesca
por solicitud del obispo Blas y Minayo. El autor
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IZQUIERDA Vista hacia el
Altar Mayor. Retablo en forma
de arco de medio punto. En
nicho central la Virgen del
Socorro madera natural.
Siglo XVIII-XIX. Arco Toral
decorado.
DERECHA Virgen del Rosario.
Óleo sobre tela. Siglo XIX- XX.
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de la nueva catedral de Santiago y del Palacio de
la Moneda ya había aceptado un encargo similar
para Guacarhue, donde su esposa estaba recluida en un convento por problemas mentales. La
construcción del diseño de Toesca fue iniciada al
año siguiente y, tras algunos problemas de financiamiento, estaba en pie para los primeros años
del 1800. Pero en 1810, la flamante nueva sede
parroquial de Pichidegua se incendió y debió ser
reconstruida lentamente a partir de los cimientos.
El terreno donde se levantó la construcción
era parte de lo que tiempo después fue conocido
como la Hacienda La Torina, en alusión al apellido
de la familia propietaria, descendiente de don
Mateo de Toro y Zambrano. La iglesia se mantuvo
vinculada a la hacienda y a la familia de Toro, al
punto de asumir también el apelativo de La Torina.
En 1937, por disposición del obispo Rafael Lira, se
cambió la sede de la parroquia desde La Torina
al pueblo de Pichidegua, donde se concentraba la
población. La disposición episcopal se hizo efectiva
sólo en 1979, cuando se terminó de construir la
nueva iglesia en terrenos del pueblo. La antigua
imagen de Nuestra Señora del Rosario, titular de
la parroquia, se trasladó entonces a su nueva casa.
El nuevo templo dejó a La Torina en desuso.
La mayoría de sus imágenes y pinturas fueron
vendidas y comenzó un deterioro tal que el
Obispado llegó a poner una orden de demolición.
El párroco Ernesto de Jesús Castro se negó a
ejecutar la orden, llegando incluso a condicionar
su cargo a la conservación del templo. Gracias a la
ARRIBA Custodia dorada.
ABAJO Detalle del cielo del
presbiterio. Paloma adosada.
DERECHA Detalle del
Retablo del Altar Mayor de la
Virgen del Socorro.
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voluntad férrea del párroco, la Torina se salvó de
desaparecer y se asumió su restauración.
La iglesia de La Torina está rodeada de palmeras
que armonizan aún más el conjunto neoclásico
proyectado por Toesca. Los viejos muros de
adobe fueron restaurados y cuentan ahora con
cimientos de cemento. La portada es de ladrillo
y las puertas están enmarcadas en un arco de
medio punto sobre el que se abre un nicho. Las
tejas de la techumbre original fueron guardadas
y se instaló una cubierta provisoria de planchas
de zinc. En el interior se observa el armazón
de la techumbre original hecha con maderas de
Álamo. Al fondo, un retablo de un cuerpo en
Fachada iglesia de La Torina
Portada sencilla de ladrillo.
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forma de arco de medio punto preside el espacio.
El nicho central lo ocupa ahora una imagen de
Virgen del Socorro traída desde la antigua capilla
de Larmahue. El retablo está enmarcado por dos
grandes óleos de santos donados por la familia
Serrano, actuales dueños de la hacienda La Torina.
El arco toral es de madera y está decorado con
pintura mural. A la izquierda del altar mayor está la
imagen de San José con el Niño, conservada de los
primeros tiempos de la capilla. La antigua patrona
está presente en un lienzo de buena factura.
Patrona: Virgen del Rosario.
Fiesta: primer fin de semana de octubre
Mallermo
“Como liebre no saltara y el invierno ya era largo, fui a rogarle con un llanto a la Madre Inmaculada;
no fuere me condenara por andar truqueando en verso; yo les canto en verdadero:
no saltó sólo una liebre, sino cien y hasta tres duendes en las lomas de Mallermo…”.
La capilla de la Virgen
Pailimo y Topocalma ha-
Inmaculada de Mallermo
cia 1544. Desde aque-
se ubica junto a las casas
llos primeros tiempos,
patronales de la antigua
los naturales del sector
hacienda, a orillas del que
eran atendidos por la
fuera el antiguo camino
doctrina de Rapel, ins-
a la costa, al sur de La
talada en lo que es hoy
Estrella. El fundo no se ha sometido a los cambios
el pueblo de Rosario Lo Solís o Litueche, como
experimentados por el sector del secano costero,
se le nombra recientemente. La doctrina de
que acoge hoy grandes extensiones de pinos y
indios de Rapel fue la más grande e impor tante
eucaliptos, manteniéndose como un tradicional
de toda la zona de la antigua Colchagua, apare-
predio ovejero costino.
ciendo nombrada ya en la nómina del obispo
El poblamiento humano de esta zona es
Diego de Medellín en 1585.
muy antiguo, con registros de más de 10.000
En la descripción del funcionamiento de la
años. A la llegada de los españoles, la zona de
doctrina que el obispo Humanzoro envía al rey
Mallermo estaba habitada por grupos picunches
en 1662, se menciona la asistencia a las estancias
que fueron reunidos en una de las tres enco-
Chocalán y Mallermo. A principios del siglo
miendas que aparecen registradas en el sector
XVII, Mallermo estaba en manos del capitán
a par tir del siglo XVI y cuyos límites están difu-
Gómez de Silva. Continúa en su familia hasta
sos: la entregada a Inés de Suarez; la del Corre-
fines del siglo, cuando la adquiere el capitán
gidor don Alonso Pérez de Valenzuela, que in-
del ejército español don Antonio y Joseph del
cluía las tierras de La Estrella a la costa; y la de
Pino, hijo del propietario de la vecina hacienda
don Juan Gómez de Almagro, encomendero de
de La Aguada. Don Antonio y su mujer, doña
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IZQUIERDA Altar Mayor
Retablo de estilo neoclásico de
madera tallada. Al centro óleo
de la Virgen y el Niño. Marco
de madera tallada dorada.
Siglo XIX-XX.
DERECHA Detalle de
Virgen Inmaculada Madera
policromada.
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ARRIBA Detalle de interior de
Sacristía.
ABAJO Vista interior hacia el
Altar Mayor.
DERECHA Virgen Inmaculada
Madera tallada y policromada
Escuela quiteña.
Siglo XVIII-XIX.
Francisca Hernández, fueron empadronados
como hidalgos y se cuenta que administraban
las 2.560 cuadras como firmeza, como “señores
feudales”, repar tiendo incluso su apellido entre
los hijos de los indios y mestizos del campo.
Los Del Pino mantuvieron la estancia hasta bien
entrado el siglo XVIII, naciendo y muriendo
en su tierra según consta en las par tidas
parroquiales. En 1769, la viuda de José Antonio
del Pino vendió la propiedad a don Pedro de
Escanilla. Entre 1819 y 1833 se registra como
dueño a don Juan Latapiatt, quien construyó las
casas patronales que se conservan hasta hoy.
Junto a las casas, en el sector nor te, se levantó
una capilla que, según consta en el inventario de
1833, tenía un retablo de Altar Mayor con dos
columnas, presidido por un lienzo de San Pedro
Nolasco. En un altar lateral había una imagen de
la Virgen de la Merced.
En 1868 la hacienda fue adquirida por don
Fernando de Vic Tupper. La capilla se había
deteriorado y, en 1920, la viuda de su hijo Fernando,
doña Ignacia Prieto de Tupper, resolvió trasladarla
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al costado sur de las casas, en el sector que se
Corredor de la capilla
ubica actualmente. La hacienda fue adquirida
tiempo después por don Julio Pereira Íñiguez,
amigo de los Tupper y vinculado por familia a la
antigua hacienda San José de Marchigue. Su mujer,
doña Luz Larraín García Moreno, en la década de
1930 terminó de alhajar la capilla. Instaló la imagen
de bulto de la Virgen de la Asunción, quiteña y de
fina talla, herencia de su familia ecuatoriana. Y del
palacio Pereira de Santiago trajo finos ornamentos
franceses y platería como la Custodia, el Copón
y las vinajeras. Dentro del retablo del Altar
Mayor, de estilo neoclásico y compuesto por dos
columnas, colocó un óleo de la Virgen y el Niño.
La mesa de Altar tipo sarcófago pertenecía a la
antigua capilla.
Doña Luz Larraín, Misia Luz, es recordada
hasta hoy por su entusiasta promoción de
mejoras sociales y antiguas tradiciones católicas
como las misiones de verano. Esta preocupación
fue heredada junto a la hacienda por su hijo,
don Julio Pereira Larraín y su mujer doña
Teresa Larraín. Hoy, a cargo de sus cuatro hijos,
la capilla está restaurada y se mantiene muy
activa, acogiendo misas, bautizos y matrimonios
de la gente del campo y de la propia familia. Y,
siguiendo la buena costumbre, cada febrero se
convierte en el centro de la misión realizada al
viejo estilo, con rosarios, catequesis, cuasimodo,
vía crucis animado y una alegre convivencia final
con cantores a lo humano y lo divino.
Patrona: Virgen Inmaculada
Fiesta: 8 de diciembre
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Pumanque
“Virgencita milagrosa la introducción yo daré y un verso te cantaré por lo bonita y preciosa;
entre claveles y rosas a los pies de la cruz santa; el buey trabaja con l’asta la mula con la costilla,
la mujer con la cadera y el hombre con la rodilla”.
La Virgen del Rosario
la doctrina de indios de
recibe al peregrino en
Rapel. Luego, a partir de
el templo de Pumanque
1778, la zona de Pumanque
en una imagen que data
comienza a ser atendi-
del siglo XVIII, de escue-
da por la recién creada
la cuzqueña, realizada en
parroquia San Andrés
madera de palo de rosa
Apóstol de Ciruelos.
y policromada. Se trata de un encargo hecho por
De aquella época rústica queda el relato de un
doña Mariana Castillo de Valenzuela, viuda de
primer templo de quinchas tapiadas con barro y
don Juan de Dios Valenzuela Torrealba, antigua
techo de paja, con piso de tierra, a la que acudían
propietaria de la gran hacienda de Pumanque.
las señoras con esteras para sentarse y donde se
La iglesia preside el pueblo, que conserva el
daba sepultura a los vecinos que iban muriendo.
tiempo y el espíritu tranquilo del secano costero.
Esta antigua construcción fue reemplazada por
El estero Pumanque corre tras la iglesia, para ir a
un gran bodegón, construido conjuntamente
juntarse luego con el estero Nilahue. El lugar está
con un cementerio emplazado en el sector sur
bellamente contorneado por líneas suaves que
del pueblo.
se deben a las estribaciones de la Cordillera de la
El siglo XVIII va terminando y con él la Colonia.
Costa. Aquí debieron observar los antiguos habi-
En 1789, Don Jacinto Pérez de Valenzuela e
tantes picunches el vuelo vigilante de los muchos
Iribarren, fundador del pueblo de San Fernando
cóndores que hasta hoy dan nombre al sitio.
y dueño de la estancia de Pumanque, testa en su
El pueblo surge de la antigua hacienda de
yerno don José de Montt y Prado, casado con
Pumanque. Hacia fines del siglo XVII, comienza el
su hija Josefa Valenzuela y Urzúa. Se avecinan
poblamiento de lo que es el actual caserío. Des-
décadas de cambios y definiciones para todo el
de 1585, la hacienda dependía espiritualmente de
territorio de Chile.
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IZQUIERDA Interior iglesia de
Pumanque.
Arco toral y segundo cuerpo
sostenido por gruesas
columnas.
Al fondo Cristo Crucificado de
yeso policromado.
Siglo XIX-XX.
DERECHA Detalle de cielo del
templo.
Madera decorado con figuras
geométricas.
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IZQUIERDA Nave lateral.
San Antonio de yeso
policromado. Siglo XIX-XX.
DERECHA Detalle de imagen
de Cristo Crucificado en el
Altar Mayor.
Yeso policromado.
Siglo XIX-XX.
En los años de la Independencia, la figura
La relación dejó un hijo declarado legítimo, que
intrépida de don Manuel Rodríguez hizo apari-
nació el 21 de agosto de 1818 y recibió el nom-
ción por la zona. Hasta hoy se narran las correrías
bre de Juan Esteban Rodríguez. Hasta el fin de sus
del prócer por San Fernando, Chépica, Rastrojos
días, doña Paula se refugió en su tierra para con-
y Pumanque, dejando aquí y allá fervientes parti-
servar el buen recuerdo. Al heredar la hacienda,
darias de la causa independentista. Entre estas ro-
cambió el nombre de ésta por el de “Manuel
mánticas anfitrionas, encontró el prócer especial
Rodríguez”. El año 1874, doña Paula fue sepul-
afecto en doña Francisca de Paula Segura y Ruiz,
tada en el cementerio parroquial de Pumanque.
santiaguina de origen distinguido y miembro de
En la partida de defunción, se dejó constancia de
la familia propietaria de la hacienda Pumanque.
que moría la viuda de don Manuel Rodríguez.
En 1824, Pumanque se erige finalmente como
templo. El diseño no respetó el aspecto original,
parroquia, en honor de “Nuestra Señora del
lamentablemente. La antigua techumbre fue
Rosario”. El antiguo bodegón se va deteriorando
reemplazada por calaminas y el frontis se cor tó,
y, en 1866, el párroco toma la iniciativa de levantar
perdiendo su campanario de aguja. El piso se
un nuevo templo. Éste se terminó de construir
recubrió con baldosas.
en 1870 y duró hasta que el terremoto de 1906
lo devolvió a la tierra.
Pero el Crucificado de yeso policromado y
la imagen cuzqueña de la Virgen del Rosario no
En 1913 se levantó la nueva iglesia. Varias
parecen afectados con los cambios. Su tiempo es
restauraciones le permitieron sobrevivir el
el de los antiguos cóndores, un tiempo que se va
siglo hasta que el terremoto de 1985 dio
urdiendo de a poco, cruzando las hebras viejas
con su fachada y campanario por el suelo. El
con las nuevas, como en las perfectas mantas que
párroco de entonces, padre Francisco Cáceres,
crean las tejedoras de esta tierra ovejera.
consiguió financiamiento con una fundación
Alemana y, junto al arquitecto de la zona, don
Patrona: Nuestra Señora del Rosario
Pedro Letelier, proyectaron la nueva fachada del
Fiesta: 7 de octubre
Corredor techado sostenido
con columnas.
Típico de casa rural de
Pumanque.
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San Andrés
de Ciruelos
“Viniendo de Topocalma, oíme, San Andresito, tú que al mismo Jesucristo le viste su santa cara;
a tu fiesta voy por manda, que una flor me está esperando, y no pudiendo ir yo volando,
voy al tranco de mi bestia, haz que el tiempo se detenga pa’ su olor gozar por años…”
Los pinos que hoy
envíos de sebo, charqui,
saturan los cerros de la
grasa y suelas a Santiago
Cordillera de la Costa
y a Valparaíso. Con el
confunden al viajero. El
tiempo, la hacienda fue
viejo paisaje de lomas
abasteciendo mercados
costinas,
boldos,
importantes como La
peumos y algunos ro-
Frontera, el presidio de
con
bles, ya casi ha desaparecido. Hay que buscar
Valdivia, sectores mineros del norte e incluso las
rincones para reconstruir el magnífico encuentro
distantes plazas de Lima y Potosí, que en algún
de la tierra y el mar que sirvió de hogar a los
momento llegaron a requerir envíos de mulares
antiguos habitantes picunches y que atrajo el es-
para el transporte de sus minerales. El Virreinato
tablecimiento de los españoles al poco tiempo
era un gran demandante de cordobanes (cueros
de su llegada.
curtidos de cabra), blancos y teñidos, por lo que
Hacia 1611, don Bartolomé de Rojas y
en la estancia se generó una activa industria
Puebla recibió la merced de tierra que había sido
artesanal integrada por especialistas zapateros,
otorgada en 1607 al capitán Tomás Durán por el
guanteros, petaqueros y talabarteros.
gobernador Alonso García. El nuevo propietario
El pueblo de Ciruelos se revela como
fue adquiriendo nuevas tierras hasta conformar
testigo de un tiempo colonial activo. La sierra
la gran estancia de San Antonio de Petrel, que
costera recorrida entonces por recuas de
abarcaba toda la zona costera entre Topocalma y
mulas cargadas con cueros, sebo, charqui y sal,
Nilahue y que estuvo dedicada especialmente a
por ruidosas tropas de ganado guiadas por
la ganadería, tanto de vacunos como de ovejas y
huasos arrieros hasta tierras lejanas. Un simple
cabras. A partir del siglo XVII, ya hay registros de
templo de quincha y paja se erige en aquellos
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IZQUIERDA Vista exterior
iglesia de Ciruelos.
DERECHA Pila de agua
bendita.
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primeros tiempos, dependiente de la antigua
de la economía y la identidad cultural del país
doctrina de indios de Rapel. Finalmente, el
naciente.
desarrollo de la estancia y de todo el período
Ciruelos per tenece a otra época. Los
queda bien manifiesto en la construcción de la
tiempos ganaderos acabaron y, hacia fines del
actual iglesia, realizada hacia 1779 para servir de
siglo XIX, San Antonio de Petrel estaba dedicada
asiento a la parroquia de San Andrés de Reto
principalmente a la producción de trigo. La
o Cáhuil, desmembrada aquel mismo año de la
familia Or túzar, propietaria de la estancia,
de Rapel (Rosario). La nueva parroquia asumió
construyó entonces un muelle par ticular
la atención espiritual de una vasta zona, que
en la costa para embarcar sus cosechas a
cumplió un papel fundamental en el desarrollo
Valparaíso. Es el origen del desarrollo de
IZQUIERDA Vista interior
hacia el coro del Alto.
DERECHA Vista hacia el Altar
Mayor.
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La iglesia actual de Ciruelos mantiene el
Pila bautismal de madera.
Donde fue bautizado el Cardenal Caro
aspecto de su construcción original. Fuer tes
muros de adobes se coronan en un sistema
de techumbre hecho en madera y tejas de
arcilla, con una fachada que integra la torre
campanario. En el interior, se destaca un
armonio, confesionarios y algunas antiguas
imágenes de santos. El retablo de altar mayor
es fruto de una remodelación de 1940. Aquí se
conserva la imagen de San Andrés, realizada en
car tón piedra y encargada a España hacia 1865
por los dueños de la hacienda, con motivo de la
Pichilemu, impulsado fundamentalmente por las
creación de la nueva Parroquia de San Andrés
importantes obras de adelanto realizadas por
de Ciruelos por monseñor Valdivieso en 1864.
Agustín Ross para conver tirlo en un distinguido
La imagen fue traída en andas desde Pelequén,
balneario, y coronado triunfalmente con la
fin de la línea férrea por entonces, cargada
entrada del ferrocarril en 1926. Y es el fin de la
por un grupo de fieles mocetones en piadosa
era de protagonismo de Ciruelos.
y larga romería.
El primer municipio de Pichilemu contó
La fiesta de San Andrés, como tantas fiestas
entre sus regidores a don José María Caro,
tradicionales de la zona, ya no se realiza como
llavero de la estancia San Antonio de Petrel
antes, cuando se festejaba durante los tres días
y parroquiano ilustre de San Andrés. Se sabe
correspondientes, con misas, procesiones y
que en 1881, el canónigo de la catedral, Ramón
canto a lo divino. Sin embargo, el apóstol aún es
Saavedra Jiménez, que solía pasar los veranos
celebrado cada 30 de noviembre, cuando sale
en su propiedad cercana a Cahuil, solicitó el
en procesión a contemplar los cambios que
párroco de Ciruelos un muchacho para que le
enseña su tierra. Los fieles pueden entonces
ayudara en las misas. El párroco recomendó al
dirigirle un favor o manda, como la que, según
hijo de don José María, que llevaba el mismo
se cuenta, habría realizado la madre del Cardenal
nombre y mostraba ya una marcada vocación
Caro para bien de su embarazo, ofreciendo
religiosa. El encuentro con el canónigo fue
al santo y a la Iglesia al niño que esperaba.
el comienzo de la formación sacerdotal del
que llegara a ser primer cardenal de la Iglesia
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Católica de Chile y en cuyo honor se bautizó
Patrono: San Andrés
a esta provincia costera.
Fiesta: 30 de noviembre
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Peralillo
Cantó el gallo en Galilea en sus limitadas horas, y al amanecer la aurora la Virgen ya se pasea;
con el Hijo se recrea, era Dios el tierno niño; le llevaron tres anillos pa’ aumentar su placer;
y canta, al amanecer, en Belén, un pajarillo…
La hacienda de Peralillo
tiene origen común
con la de Calleuque.
Ambas se originan en la
encomienda del pueblo
de indios de Lihueimo,
en el valle de Colchagua.
En el siglo XVIII, varias de las antiguas mercedes
entregadas en la zona fueron reunidas en la gran
estancia de la Compañía de Jesús en Colchagua.
Ésta era regentada por el Capítulo de Melipilla
y, administrada con el sello de los jesuitas, llegó
a ser un importante centro económico del
Chile colonial, con una gran masa ganadera para
abastecer la producción de sebo, charqui y cueros
curtidos, amén de cultivos de cereales y viñedos.
Tras la expulsión de los jesuitas, la gran
estancia fue adjudicada en remate a don Miguel
Tomás Baquedano Andueza, original de Navarra,
quien la dividió luego entre sus hijos. Algunas de
estas tierras fueron compradas en 1877 por don
Federico Errázuriz Zañartu, quien, sumándolas a
la propiedad heredada por su mujer, doña Eulogia
Echaurren, logró reunir parte importante de lo
que era la antigua estancia. Comienza entonces
una tradición familiar en
Colchagua que, junto
con proporcionar ilustres
presidentes, tuvo una
activa participación en
el desarrollo de la zona,
considerada corazón de
la tradición huasa chilena.
A la muerte de don Federico, las hijuelas de
Peralillo y Las Garzas fueron heredadas por su hijo
Javier Errázuriz Echaurren, nieto, hermano y primo
de presidentes. Agricultor visionario introdujo
grandes adelantos en sus tierras y en toda la zona.
Impulsó directamente la creación de la comuna
de Peralillo, donando los terrenos para la plaza de
armas, la municipalidad, la iglesia y la estación de
trenes del pueblo. En 1880, decidido a dar forma
a la hacienda de Peralillo, don Javier, encargó los
planos de las nuevas casas, que incluían un oratorio.
En 1913 muere en su querida tierra colchagüina.
Carlos, su hijo mayor, se hace cargo de la hacienda
y de sus hermanos Javier y Ana Errázuriz Mena.
Cuando éstos ya estuvieron mayores, Carlos dejó
en sus manos la hacienda de Peralillo y asumió
la administración de la hacienda de Lihueimo,
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IZQUIERDA Altar Mayor del
oratorio de Peralillo.
DERECHA Corredor de
acceso al oratorio.
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también herencia familiar. Famosas son las disputas
que sostuvo con el dueño de la vecina hacienda
Calleuque, Miguel Echeñique Tagle, por la alcaldía
de la flamante comuna de Peralillo.
Don Javier Errázuriz Mena siguió el ejemplo de
su hermano mayor y trabajó el campo de manera
intensiva. Plantó olivares, de los que obtenían los
famosos aceites Carmen, cultivó arroz y ayudó a
crecer a muchas palmas chilenas. Tuvo dos hijos,
Francisco Javier y José Antonio Errázuriz Huneeus.
El mayor fue sacerdote, correspondiendo a José
Antonio continuar con el trabajo y modernización
de la hacienda. Lamentablemente falleció de forma inesperada en un accidente en la zona junto
a su señora, dejando a tres niños, Pilar, Francisco
Javier y Gerardo. Francisco Javier, es uno de los
actuales propietarios y vive junto a su mujer
Yolanda Correa y sus hijos en las casas de Peralillo. Él administra el fundo mientras doña Yolanda
mantiene una dulcería en Peralillo donde ofrece
recetas coloniales, quizás las mismas que los jesuitas
hacían en su tiempo. Prudentes herederos, se han
encargado de preservar en buen estado las casas,
el oratorio y las antiguas buenas costumbres.
Al oratorio se ingresa por un corredor de la
casa.Tras cruzar la puerta principal, destaca al fondo,
el retablo de madera, de un cuerpo y enmarcado
por dos columnas, que cobija en su nicho central
a la patrona, la Virgen de Lourdes. Sobre la mesa
de la sacristía, descansa otra manifestación de la
Señora. Se trata de una pequeña y delicada imagen
de la Virgen del Rosario, de madera policromada
ARRIBA Virgen del Rosario
Madera policromada.
Siglo XVIII-XIX.
ABAJO Vista desde el oratorio
al exterior.
DERECHA Vista exterior del
oratorio de Peralillo.
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con rostro moreno. La Virgen se ubicaba dentro
de la ermita o mausoleo de tipo gótico que se ve
al pasar por el camino que va de Peralillo hacia
Marchigüe, construido para acoger a los primeros
Errázuriz de la hacienda, quienes pidieron quedar
para siempre en la zona. La familia consideró que
La Señora estaba ahí muy expuesta y resolvió
trasladarla al oratorio.
El valle de Colchagua luce orgulloso los viñedos
y modernas bodegas que lo sitúan como una
denominación de origen de nivel internacional.
La zona goza de un merecido período de
prosperidad. Cercano a Peralillo, Lihueimo se
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mantiene en un discreto papel de villorrio. El
tiempo de la Colonia, donde se gestó realmente
la esencia campesina, parece aquí más cercano.
El pueblo recibe la visita de algunos curiosos
que llegan a conocer su singular artesanía, que
en sus famosos pesebres expresa la profunda
tradición mestiza del campo chileno. Las piezas
son de cerámica policromada, modeladas en la
misma tierra que tan bien conocían los vecinos
del antiguo pueblo de indios.
Patrona: Nuestra Señora de Lourdes
Fiesta: 11 de febrero
San Pedro
de Alcántara
Ya es pasado el aguacero y la diuca bien mojá se lanza como si ná a despertar al convento;
“No se me hagan los muertos” larga una loica cantora, y diz la tenca sonora:
“Hay que cantar mañanitas, que ya despuntó el día del santo de las ojotas”
La historia del pobla-
además de constituir un
do de San Pedro de
importante elemento de
Alcántara guarda estre-
intercambio o “concha-
cha relación con la histo-
beo” entre habitantes de
ria de la explotación de
la costa y del interior.
la sal en la zona costera
La técnica de extrac-
de Colchagua. El poblado
ción de sal se mantiene
se emplaza cerca de las lagunas de Boyeruca y Lo
desde los tiempos de los primeros habitantes
Valdivia, en las que desde tiempos prehispánicos
indígenas. El proceso es por simple evaporación
se realiza la extracción artesanal de la sal. Fue tal
de agua de mar, causada por la radiación solar.
la importancia de este recurso durante los pe-
La faena consiste en fabricar al costado de la
ríodos de La Conquista y La Colonia, que entre
laguna estanques artificiales o corrales donde se
1695 y 1697, don Juan de Mendoza y Saavedra,
almacena el agua que va a ser procesada. Estos
gobernador del Partido del Maule, las declaró
estanques están separados por pretiles de barro
de propiedad del Rey, “para auxilio de sus reales
y ramas y unidos a la laguna por una compuerta
huestes”. Las salinas dieron nombre a la ruta cos-
que permite regular los flujos de agua salada
tera que se conoció como “Camino de los costi-
entrante. Contiguos al corral están los sitios de
nos” o “Camino de la sal”, y también a la doctrina
salina donde se realiza el proceso productivo,
del pueblo de indios de Vichuquén, que se cono-
compuestos por calles y éstas por piezas. A
ció como “de las salinas”. Su importancia histó-
través de este sistema se obtiene la cosecha de
rica se explica sobre todo por ser un elemento
sal después de 30 a 35 días. En este proceso se
primordial en la preservación de los cueros y
utilizan distintas herramientas de madera manu-
el charqui que se exportaban en grandes canti-
facturadas artesanalmente, entre las que se cuen-
IZQUIERDA Vista exterior
de la iglesia de San Pedro de
Alcántara.
dades al Virreinato del Perú durante la Colonia,
tan palas, angarillas, pisones y mateadores.
DERECHA Crucifijo.
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El templo de San Pedro de Alcántara se levanta
En 1722 se ratifica la fundación de la
como testimonio de la presencia franciscana en
hospedería y se recibe la orden, emanada de de
la zona. En 1689, doña Francisca Muñoz Gormaz
Felipe V, de fundar un convento en el lugar. El
donó a la congregación cuatro cuadras de tierra
convento se concluye en 1725 y toma el nombre
en el lugar conocido hasta entonces como San
de San Pedro de Alcántara, santo de origen noble,
Antonio de Quequén. Fray Bernardo Ormeño y
nacido en Alcántara, España, en el siglo XVI, quien
un grupo de hermanos religiosos llegaron por la
fue un reformador de la congregación franciscana
fecha con el objetivo de fundar una hospedería
y consejero de Santa Teresa de Ávila. Alrededor
que atendiera a los propios religiosos franciscanos
del convento y tomando su mismo nombre, se
que iban en tránsito hacia las casas y misiones
comenzó a formar el caserío que dio origen al
que mantenía la congregación más al sur.
pueblo actual.
IZQUIERDA Vista hacia el
Altar Mayor.
DERECHA Detallle de escena
de San Francisco. Óleo Altar
Mayor
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En 1905, los franciscanos abandonaron el
Detalle de puerta en muro
lateral.
convento y cedieron sus bienes al Arzobispado
de Santiago. En 1907, el antiguo convento fue
transformado en asiento de la nueva parroquia
de San Pedro de Alcántara. Para entonces, la
construcción ya había sufrido seriamente con
una gran crecida del estero, que arrasó con todo
el poblado, y con el terremoto de 1906, que la
destruyó casi por completo.
El templo actual fue levantado sobre la base
del antiguo refectorio y la escuela. Los grandes
muros de adobe forman una nave de 25 x 6 m.,
aprox. La construcción rústica da cuenta de lo
La fundación de conventos franciscanos en la
que debió ser el estilo del antiguo convento,
antigua Colchagua se había iniciado ya en 1635,
con su sistema de techumbre tradicional en
cuando se creó el convento franciscano de San
base a vigas de madera y cubier ta de tejas de
Antonio en el pueblo de indios de Malloa. El fun-
arcilla. La proyección del puente sobre el estero
cionamiento del convento reforzó le preeminencia
y el corredor que se incorpora a la fachada
de Malloa como centro político y administrativo, si-
adelantada con su peculiar arco de entrada,
tuación que se mantuvo hasta la fundación de San
genera un verdadero sello arquitectónico al
Fernando en 1742. Los franciscanos ya se habían
edificio. El campanario es una torre exenta
adelantado a este evento, trasladándose desde
hecha con vigas de madera.
Malloa en 1740 para fundar en la naciente villa un
nuevo convento y el Hospicio de San Francisco.
En 1974, el Consejo de Monumentos
Nacionales declaró al pueblo y la iglesia de San
Del antiguo convento franciscano de San
Pedro de Alcántara zona típica. Por su parte, la
Pedro de Alcántara sólo se conservan algunos
comunidad católica se encarga cada año de
muros, dos grupos de celdas, un sello, numero-
conservar el patrimonio espiritual de la zona en
sos documentos y libros de contabilidad donde
la celebración de la fiesta de San Francisco. Cada
consta el pago en especies como sal de Cáhuil,
4 de octubre, el santo de Asís sale a recorrer esta
trigo de la zona, sebo y velas, que efectuaban los
inolvidable reserva del Chile rural, llevado en andas
antiguos propietarios de las tierras por los servi-
por los vecinos fieles que se acercan a solicitar
cios religiosos que los franciscanos prestaban. De
favores y reafirmar su identidad campesina.
aquel tiempo colonial se mantiene como firme
testimonio un conjunto de palmas chilenas cuya
188
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cosecha reúne hasta hoy a la comunidad en un
Patrono: San Francisco de Asís
rito que es parte importante de su tradición.
Fiesta: 4 de octubre.
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I NTRODUCTION
“Indeed, the most enduring triumph of photography has been its aptitude for
dicovering beauty in the humble, the inane, the decrepit”.
(Susan Sontag)
Iglesias y Capillas del Valle Central lets us see the beauty in their architecture, in their inner privacy, and in the landscape that
surrounds them. In a brief journey that starts in the Aconcagua valley in the north and ends in the Tinguiririca valley in the south,
each temple is a revelation, irrespective of whether we known them or not. Twenty-seven images and histories astonish us with their
diverse origins and dependencies.
Four arose as parish churches in the 17th and 19th centuries, located in Algarrobo, Pichidegua, Pumanque, and Ciruelos. Seven
were founded by religious orders from the 16th century on, including the Franciscans in Santiago, in San Pedro de Alcántara, and
in Curimón; the Jesuits in Calera de Tango and La Compañía, and the Dominicans in Apoquindo. Sixteen, the largest number, are
expressions of the faith of owners of estates or farms of ancient origin, some being small family oratories, such as those in Leyda,
Lo Orrego, Lo Fontecilla, Roma, Peralillo, and Mallermo, while others are spatious chapels open to public devotion, such as those of
San Jerónimo, Lo Arcaya, Rangue, Apaltas de Rengo, Pencahue, La Estacada, San Roberto, and Santa Amelia de Almahue, Calleuque,
and El Huique.
The pictures in Iglesias y Capillas del Valle Central allow subtle relations to be traced with backgrounds or previous histories. The
most obvious link is to photography, to the work of men like Garreaud, Leblanc, or Heffer, who began in Chile at an early date the
habit of showing scenes and landscape that, though in existence, became recognizable to the public thanks to their cameras. New
scenes continued to be discovered in the photographs of Gertmann, Cori, or Hochhäusler, which were shown as works of art in the
Official Salons of the first half of the 19th century.
There is also some afinity of subject, composition, and color between the photographs in the book and the works of certain
artists of the so-called Generation of 1913, such as Alfredo Abarca, Alfredo Lobos, or Arturo Gordon. In the privacy of chapels and,
above all, in the landscapes, the photographer’s camera works like the palette of a painter. From the standpoint of the churches
chosen, they are not far from the selective look that Roberto Dávila gave our traditional architecture, describing it in expressive
painstaking drawings with which he illustrated his book La Portada in 1927. Finally, some link may be seen between the spirituality
rising from the churches pictures and the spirituality sought by the writers and poets who belonged to the group known as Los
Diez, particularly with one of its most distinguished members, Pedro Prado, who would have recognized in this collection many of
landscapes over which his character Alsino once flew. Spirit and sensitivity are close to many creators of 1900, who pursued beauty
and identity in the same search. Iglesias y Capillas del Valle Central represents a continuation of their work, supported and expressed
in a form unique to the 21st century, where photography, rather than reproduce, recycles reality with new vitality.
The pictures of Max Donoso and the texts by Magdalena Pereira and Cristián Heinsen, appeal to the emotions. Their revelation
of beauty helps us to understand the cultural heritage of Chile, simple, unique, and irreplaceable. Steadfast, like the faith that built
churches and chapels, and keeps them alive, as much alive as our commitment to preserve that heritage must be.
Hernán Rodríguez Villegas
Gerente de Cultura
Fundación Andes
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Santiago, November 2005
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CENTRAL VALLEY AND WORLD:
A JOURNEY
By
Isabel Cruz de Amenábar
PhD Ar t Histor y
Professor, Instituto de Historia
Pontificia Universidad Católica de Chile.
With the collaboration of Eduardo Carrasco.
BA Histor y,
Pontificia Universidad Católica de Chile.
Along the old country roads, dusty, flanked by trees, across ditches
and fields, one comes to the very heart of the land, the original core of
Chile´s identity.
The burning glare of summer melts in the morning haze and the
mildness of fall calls one out to walk in the country, in search of its history,
in pursuit of its fertile soul.
Between the Andes and the hills along the coast, from the Aconcagua
Valley to the Maule, a land of crops –and also of culture- spreads before
one. Centuries old, its beauty and fertility unimpaired, peasant culture
awaits one: on the way out, on the way back, around the bend, in the
corner. It arises and welcomes, piece by piece, face to face, a close –even
intimate- sensory experience, transmuted by time.
Though the mud is no longer mixed with earth to make adobe bricks,
nor does the plough break up the soil or the fire burn up and purify
broken-down trunks and weeds before sowing, mud, clay, ashes, like wood,
fruit, wine, and cereal, are earthly matter enduring in unceasing renewal
through the cycles of Nature and the labor of man.
Concrete substances and physical strength, however, are not enough
to endure the life of an agrarian culture. When the cycle of nature and
the hand of man have worked in concert, neither opposing nor destroying
each other, as happens here, it is because the heart of the men and
women who work the soil has been turned over and sown and watered
that they may yield fruit beyond nature alone.
Barely visible among forests, rolling hills, and gardens, rising above the
horizontal human line of roofs and walls, steeples and belfries reach up in
divine verticality. In village churches and private estate chapels, the cross
has placed a sign of regeneration, Christianity a seed of wine and bread.
Cradled in the arms of the Andes, the mythical mother in the language
of the original peoples, fountain of water and source of metals, shielded
by the coastal hills from winds and fog, the central valley of Chile spreads
longitudinally like a walled garden11 under the warm luminous sky. Among
hills and downs, forests, and watercourses, the flat land offers a wealth of
organic matter, an extraordinary biodiversity owing to which this area is
comparable to the most fruitful lands on the planet, a veritable natural
paradise in southern latitudes.
In his letters to the king, Pedro de Valdivia, having extended the
conquest to the city that bears his name, following foundation of the
capital in the name of the Apostle, praised the bounty of the newly
conquered land . . . “since the discovery of the Indies began until today no
finer land has been discovered for Your Majesty; it is more populated than
New Spain, very healthy, most fertile, and very beautiful . . . It is quite flat
and wherever it is not there are low downs covered with abundant wood,
most lovely . . .”2 For the conquistador there is no better land in the world
“to see and settle . . .” Then, in his inspired words, the radical simplicity of
farming rises to the heights of poetry: “ we had to eat from the work of
our hands, as it was in the beginning, I had to learn to sow . . . and all of
us dug and ploughed and sowed in the proper season, always carrying
our weapons and the horses ever saddled by day. . .”3
The two almudes of wheat and the half-dozen species of vines, the
horses, the cattle, and the poultry brought from Peru multiplied, with the
help of Indian servants, to near the Gospel measure, by eighty to one,
as the Jesuit Felipe Gómez de Vidaurre wrote in the 18th century, in his
praise of that fertile American soil that had placed the New World in the
domain of Utopia and myth.
In their explorations and excursions, the conquistadors go into the
forests of the Andean foothills, the oak groves, the thickets of soapbark,
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peumo, and cinnamon; the grassy plains and the hawthorns let them cross
freely; on the banks of the esteros they enjoy the leafy shade of maitenes
and boldos, carobs, and romerillos, watching the herds of grazing llama,
and seeing redbreasts, chincoles, turtledoves, and partridges flying about.
In the shadows of the hillsides they discover the perfume of boldo, litre,
maitén, and culén, and on the bare sun-baked slopes, the sharp shapes of
chagual, columnar cactii. In the quebradas along the coast, the moisture of
the Pacific provides refreshing shade of peumos, bellotos, and arrayanes,
petras, and maquis, tangled creepers and impenetrable ferns, crowned by
the majestic plume of jubaea chilensis, the Chilean palm.4
They have waded across swift rivers running over stony beds and
carrying débris; south of these, slow gentle backwaters embrace, surround,
cross the furrows that water sweet-smelling thickets of arrayán and flow
on to cool the soil of the maize fields. Grass and crops are crushed under
their horses’ hooves, broken branches creak.
There is human life in the great valley, nonetheless; there, for many
centuries, 11,000, 10,000 years earlier. From 300 BC to 900 AD, stable
settlements farmed the land and made pottery, hunted and gathered,
and bequeathed to archaeological posterity5 their unique black and
brown ware.6 The northern area supported the Aconcagua Culture that
– more than half a thousand years later- would lead archaeologists to
consider it paradigmatic of the late agriculture-pottery period of central
Chile. Jars, saucers, bottles add their own motifs to the diaguita influence.
The trinacrio in black stands out against an orange background: on each
vessel, the system of life, the cosmovision, a sum of cumulative, aesthetically
processed knowledge, an enduring symbol of belonging.7 South of the
Maipo and the Cachapoal, the pre-Hispanic ware changes color and
decoration. The surface of vessels and jars is stepped, crisscrossed, and
triangulated by red designs on a cream background.8
The process known as the Inca expansion brings the area into the
Kolla Suyu, or kingdom of the south of the empire, towards 1460, under
Tupac Yupanqui, when the first incursion took place, reaching as far as the
Coquimbo valley. Twenty-five years later, under his son Huaina Capac, an
army crossed the Maule and suffered a serious defeat, which settled the
Inca frontier on the north bank of the river.9
The chroniclers, headed by Jerónimo de Bibar, used the term
promaucaes –a Quechua word meaning “the unconquered”-10 for this
mixture and overlapping of original peoples. The dwellers in Arauco they
named picunche or men of the north in Mapuche (picun - north; che
- people). After the initial rejection of their way of life, a taboo on their
customs, the Spaniard appreciated, even adopted, the crops that these
men –now transformed into “manpower”- produced: maize, pallar beans,
potatoes, pumpkins, calabashes, quinoa, and mangoes, madio and chile
peppers. The newcomers accept the wool of llama and alpaca, though not
their meat, nor that of guanaco. The indigenous population are allowed
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to continue building their square homes of whitewashed mud and wattle
walls, with thatched roofs, known as ranchos, and the Spaniards erect
pircas or stone walls –such as the Indians build around their ancuviñas
or funeral mounds- as walls, field and site boundaries; they also adopt
the clay utensils that the natives use, the local stone mortars, and their
garments, the large wool rectangles that for centuries had served as
clothing and blanket, cloak and covering, the poncho.11
The exchanges between the original cultures and the Spanish
culture, initially dominated and dominant, in the Anglo-Saxon concept of
anthropology, are unceasing and fruitful in the area, after the conquest
and through the centuries until the 19th. The Spanish religious and political
institutions rooted in Christianity, when transplanted to the New World
and daily life, the men of the earth and the conquistadors merge into a
half-breed identity that extends from bodies to souls and is not only racial
but also religious, linguistic, constructive, culinary, particularly intense in this
area of Chile, where no features remain of pure aboriginal ethnicity.
“Chile, fertile province”, is how poet Alonso de Ercilla describes Chile
in verse six of La Araucana. It is the first epithet he applies to the land
so newly added to the crown. Then, referring to the original peoples, he
adds, “the people it bears are so choice. . .” as though fertility-related
metaphors were the first to spring to his mind and inspire his muse.12
The Spanish style of farming is still a dream in this area during the
16th century. The land is promising, but hardly yet defined, defended, by a
couple of towns: Santiago, founded in 1541, Chillán in 1580. Hardly any
trace of the new inhabitants can be seen from one to the other. Animals
grazing in a wild state: herds of horses, cattle, mules, flocks of sheep and
goats complete agricultural “activity.”
Scattered over the landscape, Indian settlements, hardly more
than hamlets: Copequén, Peumo, Pichidegua, Rapel, Malloa, Nancagua,
Ligueimo, Rauco, Gualemo, Teno.
The peace area for the Spaniards in the first few years, was only for
transit. It was crossed by soldiers of the army of the kingdom to reach the
southern frontier, postillions carrying the mail, merchants traveling along
the Center, or Royal, Road along the foothills of the coastal range or the
Old Royal Road following the coastline; later, the Frontier Road traveled
the country from north to south across mountain ranges and rivers, over
bridges and on rafts: Maipo, Cachapoal, Tinguiririca, Lontué, and Maule.
The pre-Columbian routes allowed travelers to replenish their provisions
at tambos or Indian storehouses; and to cross rivers and streams on
hanging bridges known as maromas or criznejas. Everyone comes and
goes on horseback. The principal player in the conquest, the nervous
Andalusian animal of Berber origin, was taken by the Moors to Spain
in the 8th century, adopted by, and adapted to, Chile until it became a
symbol of the half-breed identity.
Precariously, in the middle of the countryside, the Church has dared to
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erect convents and chapels, as in medieval Europe, to sow the seed of faith.
Five male mendicant orders are indefatigable in the defense of life and
rights of the Indians from abuse by peninsular and native encomenderos.
From Santiago, where they first settled, the orders expand and found
missions: the Franciscans in Quillota and El Monte; the Mercedarians in
the Chimbarongo valley and Rapel, where the Dominicans also come; the
Augustinians along the banks of the Maule, in the Longotoma valley, and
the port town of Valparaiso; 13 the Jesuits in Bucalemu and Quillota.14
The “high” cities – those at the highest south latitudes, the original
north of Chile since Magellan´s voyage in 1520, poetic north of the poem
Amereida four centuries later-: Angol, La Imperial, Villarrica, Valdivia,
Osorno, Castro, Santa Cruz de Oñez- having been sacked and destroyed,
all eyes turn to the conventional north and the panic-stricken landowners
flee to this area. To persuade them to remain in the kingdom, governor
Alonso de Ribera grants them land. The agrarian vocation of central Chile
is thus consolidated, aided by a decline in mining at the time.
A new stage begins in the history of settlement and faith.
The land is distributed, multiplied, divided.
Grants of land including small farms, vineyards, and estates, were given
out and also encomiendas composed of a certain number of local Indians
in charge of the landowner, to work for him while he, in turn, is bound to
evangelize them. It is the seigneurial use of the land with its feudal roots,
different from the communal use of land in Spanish towns and villages
at the time.15 Gradually it becomes a patriarchal social organization
including black slaves and wage-earning Indians and halfbreeds, as a
labor force managed by the landowner from the casa patronal or main
house. 16 The tenant system developed in the 18th century.
The houses on the estate, the owner´s house, or more commonly “the
houses”, are the new center of country life. A set of living quarters and
other buildings housing the former encomendero and his people, selfsufficient units centralizing farm life and work on the land. The agrarian
system of the Andalusian cortijo, composed of isolated dwellings without
forming a village or town, model of organization and settlement in the
Chilean estate of the 16th and 17th centuries is supported by Indian
customs. “They do not build their houses together in a town”, Father
Rosales relates, “but they avoid this utterly for fear of witches who they
say will finish them off much more rapidly if they are gathered together in
towns, and so did the Spaniards find them to make war on them:”17
House, barns, compounds, chicken coop, tannery, courtyards, orchard,
avenues of trees, and grape arbors gather together over the years, built
horizontally and surrounded by the ranchos of the halfbreeds. Close to
the main house or forming part of it, like an oratory, the chapel, decorated
with gilt altarpieces, paintings, images, silverware, sacred vestments,
and furniture, radiates outward as an active evangelization center. Early
examples dating from mid-17th century include the chapel of the estancia
La Ligua, owned by Alonso de Campofrío Carvajal,18 or the oratory at the
main house of hacienda Peñaflor, owned by Pedro Lisperguer y Flores.19
In the fields, animal husbandry goes together with crops covering
extensive dry-farming areas –wheat, barley, natural grazing- moistened
by rain, and intensive crops: vineyards, fruit orchards, vegetable gardens,
irrigated by streams and ditches.20
The expansion of haciendas and of the agrarian population in mid-17th
century inspires Father Ovalle to state in his Histórica Relación . . .: “they are
so numerous that one can sleep under a roof all the way from Concepción
to Coquimbo.”21 Production booms and originates an export market in Peru
including cereals, mostly wheat, flour, meat, tallow, dried meat, dried fruit,
equines to work in the mines at Potosí, which pays for imported garments
and processed items.The process is supported by the formation of extensive
rural estates, both civil, consolidated and perpetuated by the mayorazgo, a
form of entail, and religious. The throne and the altar preside jointly at the
incorporation of central Chile into spiritual and material productivity.
Turned into rural landowners by virtue of donations and legacies, the
religious orders build convents, churches, and chapels, which are sanctuaries,
centers of education and devotion for workers, peasants, and tenants. The
orders have acquired the land or fundo by purchase or more often by gift
or legacy, and the products supply their urban establishments; the Jesuits
get meat, textiles, and manufactured objects from their property in Calera
de Tango; the hacienda Peñalolén keeps the old monastery of Clarisas,
nuns of St Claire, supplied with mutton, légumes, and processed pork, and
milk for their manjar blanco.
The “parish of Chile” was one only in ecclesiastical jurisdiction until
1544, when La Serena was founded. At first it belonged to the bishopric
of Cuzco until 1555; then it belonged to Charcas or Chuquisaca until
Santiago was named a bishopric in the late 16th century. Its provinces
or corregimientos, each with a varying number of curacies, include
Aconcagua, Quillota, Valparaíso, Melipilla, Rancagua, Colchagua, Maule.22
The shepherding of souls, now called rural pastoral, is based on
three institutions: the Parish of the Indies, a transplanted version of the
Spanish parish, which deals exclusively with the Spanish society; the
Doctrina or Parish of Indians, a typical institutions of the western and
eastern lands of the Spanish Empire, devoted to evangelizing populations
of original inhabitants reduced to communal life by the conquistadors
and missionaries; the small farms, estancias, and haciendas within its
jurisdiction were governed by it; indeed, one of the requirements for
granting the encomienda was evangelization;23 and the Conversion or
Mission, where the population to whom the faith was preached was not
a stable one; the Indians were subject to government by the bishops or
the Royal Patronage, and were exempt from taxes and tithes.
While the financial support of religious foundations arises from the
royal munificence, private gifts and tribute from the natives,24 spiritual
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support comes from on high. The protection of the Virgin Mary, -the
Marian vocation of Latin America rooted to this day in popular religious
feeling in its various forms of worship: the Nativity, Our Lady of Sorrows,
the Immaculate Conception, Candlemas- wraps them as in a mantle; the
Christological names, the Nazarene, the Sacred Heart of Jesus, the Child
Jesus, are a model and a talisman, while the patron saints: Saint Joseph,
Saint Francis, Saint Peter of Alcántara, Saint Ignatius, Saint Peter Nolasco,
Saint Dominic, Saint Augustine, Saint Martin of Tours, pray, ride beside
them, work the soil, distribute bread or share their garments.
Over the fields, the sound of church and chapel bells marks the rhythm
of rural life, calling to rise and to retire, to work and to play, to watch and
to sleep, to laughter and to mourning, to life, to eternity.
The rationalist project of the 18th century, distrust retreating to
barbarianism as a form of life away from the city or civis, the civilizing
influence par excellence, bring progressive and enlightened governors to
Chile to lay out inside the walled garden the geometric grid of new towns
and settlements. Governor Ustáriz stands up for landowners in 1712:
“Not because they work in the country do these people live as rustics
or barbarians as some more ignorant persons believe, for they are well
supplied and furnished to lead highly Christian lives, and political lives
also, for in every district or curacy there are several chapels, parishes and
viceparishes, and in them various fraternities . . .”25 And a native like José
Perfecto Salas, in 1759, opposed setting up towns by edict, advocating the
method of “voluntary settlers” who, linked by family ties or the bonds of
friendship, and fired by a common purpose, would unite “in the shelter of
parishes or convents of regular orders . . .”26 The mission program joined in
the government policy and the organic development of these core groups to
head the 18th-century urban development process.27 The first foundation
was San Martín de la Concha de Quillota in 1717, which became official in
1740, when governor José Antonio Manso de Velasco took up residence in
the Franciscan convent of Santa Rosa de Viterbo, in the Aconcagua valley, in
order to found San Felipe el Real. San Fernando de Tinguiririca was founded
in 1742, San Agustín de Talca and Nuestra Señora de las Mercedes de
Manso de Tutuvén de Cauquenes followed in the same year; in 1743,
San José de Logroño, Santa Cruz de Triana, Rancagua, and San José de
Buenavista de Curicó.28 Construction of churches and transfer of convents
from the countryside involves spiritual life in urban development. In a letter
to the king, Manso de Velasco refers to the Franciscans in San Fernando,
saying that they are “a great attraction for even the least pious to be fired
by the desire to settle in the town and apply for a site there.” 29
A somber milestone in Chilean agricultural life was the expulsion
of the Jesuits in 1767 by order of King Charles III. Agricultural progress,
headed by the great Jesuit haciendas at Chacabuco, Bucalemu, Calera de
Tango, Graneros, with new forms of production and industrial development,
manufactures of various kinds, arts and crafts, training of skilled workers,
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were irretrievably lost to a vast number of the half-breed population of the
central valley. Chapels and fulling mills, fields and furnaces became idle.
From exile in Italy, Abbott Molina or Father Lacunza wrote nostalgically in
their books of the beauties and charms of Chile, the land of their birth.
At the close of the Colonial period, the area is still an active core of
faith totaling in nearly three centuries 486 religious institutions in Santiago,
136 in Aconcagua, 92 in Quillota, 137 in Colchagua, 62 in Cauquenes, 25
in Rancagua, 6 in Melipilla.30
The land, as well as the people, is deeply scarred, devastated by the
wars of independence; recovery comes slowly with political stability under
the early presidents, each in office for ten years. Methods of cultivation,
in the opinion of the French naturalist Claudio Gay, have changed little
by 1835: “extremely simple . . . They used a kind of hoe or even a simple
pointed stick to break open the earth and release great clods that the
women then broke up and crumbled.”31 Nonetheless, he himself remarks
on the wide variety of produce and other plants of European origin or
acclimatized and grown in this country, such as strawberries, asparagus,
hemp, cotton, tobacco, flax, and cummin.
Precisely, agriculture between Aconcagua and Maule is reborn as from
1840. Land is cleared, plains and grasslands are ploughed for crops, the
soil is fertilized, and a network of 400 hydraulic works and irrigation canals
– Maipo, Pirque, Las Mercedes, Mallarauco- is completed between 1830
and 1880, increasing the arable area and draining marshy ground.32-33
In 1872, Recaredo Torres, while describing the condition of Chile at
the time, waxes enthusiastic over the wealth of farming products in the
area, the excellent cereals, the variety of produce and wild fruits, the
honey, the beef cattle, the processed meats, and the cheeses, all export
items; he vividly describes the cattle fairs, with droves of animals and
heavily laden carts swaying under their loads; he records in detail the
small industrial works supported by farming, e.g. mills, bakeries, breweries,
tanneries, tiles, saddleries, leatherworking;34 finally he lists the varieties
of timber, which are to turn the Maule into “the great artery along
which the germs of progress circulate that will one day make the port
–Constitución- a worthy rival of San Francisco in California.”35 Industrial
production of milk, unknown during the Colonial period, began in the last
two decades of the 19th century, together with cheeses of various kinds
and butter, which appear on dining tables, fostered by French and English
taste in cooking. The boom of winegrowing and winemaking, which makes
of Elqui, Aconcagua, Maule, and Colchagua an area of “vinous names”, as
poet Vicente Huidobro calls them, and a privileged location for industrial
growers of French varieties. The face of the countryside again changes.
Fields are bounded by rows of poplars, introduced around 1800, and
eucalyptus; willows border the canals, their foliage weeping sadly into the
water; while along every road the branches of oaks and plane trees meet
overhead in a green tunnel shading the traveler from the burning sun.
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From 1855 on, the noisy railroad click-clacks across the nearly
untouched country from Santiago to the Maule, bringing with it the pace
of modernity that raises the price of land beside the tracks, encourages
division of land, and fells the native forests for fuel.36 On its way, the train
stops at Rancagua, Rengo, San Fernando, Curicó, Molina, and Talca.
The number of great houses increases as families prosper and
grow. The Hacienda San José del Carmen del Huique, in Colchagua,
has as many as fifteen courtyards, each surrounded by a verandah,
each assigned to a specific function: kitchen, storerooms, chicken coop,
cattle pens, slaughterhouse, it is today the most complete and valuable
testimony of Chilean rural architecture. This architecture is welcoming in
its composition, noble in its simplicity, genuine in its materials. Typically
U-shaped, with verandahs and “roofed with tiles supported on wooden
rafters, walls of mud and wattles, beams and rafters nailed together, all
crude and bamboo serving as canes”37 , as it is described in a document,
a prototype of ancient origin and long duration. Tenant houses are very
similar, built on river stones and walled with straw and mud under Indian
influence.38 All houses, large and small, are surrounded by flowering plants,
gardens, orchards, and tree stands, places for shelter and repose, for sleep
and waking dreams. Farther off, a maze of barns, spacious storerooms,
silos, mills, workshops, stables, cowsheds, forming a small town of streets
and squares. The whole brimming with animation, with identity, presided
over by the chapel or the parish church.
In oil painting and watercolors, in chronicles, artists and travelers
describe this landscape that gives the country its appealing nationality,
giving out the “perfume of ancient honesty” that Gabriel Lafond de Lurcy
perceived. The tumbling course of the rivers, the cone-shaped hills, the
shelter of trees, wheatfields climbing uphill wave upon wave, the farm
work associated to festivities crammed with effervescent vitality: sowing,
threshing, the grape harvest, the potato harvest, the haystack; the cattle
coming home in the evenings, the flowers, the fruit, the humble ranchos, are
painted time and again with renewed freshness by Antonio Smith, Pedro Lira,
Onofre Jarpa, Juan Francisco González, Celia Castro, Rafael Correa, Nicanor
González Méndez. Presiding over the rural world, the huaso, as attractive
to enlightened travelers as to painters of the romantic school, portrayed by
Rugendas as rough riders wearing ponchos and conical straw hats, sitting
astride the soft saddle bedecked with the numerous appurtenances and
devices with which local tradition has gradually bedecked the act of riding
a horse. A curious human type, at once rustic and lordly, a cross between
the highwayman of liberal anarchy and the good savage of Rousseau,
halfway between the bandit and the gentleman.39
Migration from the countryside to the town, depopulation, inequities
in ownership and use of land, have gradually brought about a crisis in
farming, discussed during the first half of the 20th century in numerous
papers and studies on the subject, and an attempt is made between
1964 and 1973 to reverse the situation by means of Land Reform. The
times are difficult, difficult to understand, even more difficult to judge.40
Again today, the land has a new countenance. The landscape is novel and
simultaneously appealing; it allows the eye to feast on fields ploughed, irrigated,
and fertilized by the newest methods, optimizing the agricultural vocation and
providing a choice of improved grains and fruits that the global era, in its
twofold movement, drives to markets and consumers on a global scale, while
simultaneously enhancing the prestige and unique validity of what is local.
The agrarian culture of central Chile has been the result of the slow
succession of time, the development of notions and forms in the course of
many generations, the rise of languages and silences that picture the origin
of a way of thinking, a daily routine of action. When a culture persists in
its fundamental traits in the midst of a rapid succession of contemporary
events, it is because it has roots and actuality, because it is highflying. In
this area man has not broken off his solidarity with life, his respect for
natural cycles, his affection for the place of his birth, the shared feeling for
work and celebration, the love for simple day-to-day things, the association
of the hand and earthly materials dignified, generation upon generation,
into handicrafts, art, pottery, woven cloth, basketwork, cuisine, pastries.
Close links to sacred matters, the meaning and transcendence of all labor,
all functionality,41 given in safekeeping to the churches of the area, to the
rural chapels, have persisted as a constant that holds its message safe from
the changing fate of temporality. Santa Rosa de Curimón and El Almendral
in San Felipe; San Francisco in Santiago, Los Dominicos in Apoquindo, Lo
Fontecilla in Las Condes; Lo Arcaya in Pirque; Orrego Arriba and San Jerónimo
in Casablanca; La Palmas of Leyda; Candelaria in Algarrobo; La Compañía
in Calera de Tango; San Miguel de Rangue in Aculeo; the Benedictine nuns
of Rengo; La Compañía in Graneros; Torina and San Andrés de Ciruelos in
Pichidegua; Pencahue in Tagua-Tagua; San Pedro de Roma in San Fernando;
Pumanque, Santa Amelia, and San Roberto de Almahue; Calleuque, San
Pedro de Alcántara, La Estacada de Guacarhue, Mallermo and San José del
Carmen del Huique, in Colchagua, bear witness.
To travel at high speed along the expressways, hedged in, lined with
railings to prevent the access of animals and men, whether “on foot”
or “on horseback”, inaccessible also to carts and wagons, is to look at
everything and see nothing.
The old country roads of Los Andes, Quillota, Colchagua, again lead
to the great garden, with its laden fruit trees, the maize fields no longer
crushed by horses’ hooves, the alfalfa fields stretching as far as the eye
can reach, and the vineyards growing close together: a boundless field of
blood and gold in the autumn.
It is the season of fields and churches; of the harvest and the Passion.
As the sun sets on wine and bread, under the rustic roofs, the vertical
cross welcomes the meeting and the word. Beside the tabernacle, the
small red star of faith burns bright.
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Las Palmas de Leyda
San Jerónimo
Orrego Arriba
La Candelaria
de Casablanca
The hacienda Las Palmas is located in the fertile valley of Leyda, formed by the hills
of the Coastal Range in the Maipo River basin. The place, renowned today as the latest
great discovery of the expanding wine industry, was part pf the land of the picone
Indians, who peopled the villages of Melipilla, Mallarauco, and Puangue, and recognized
the cacique of Melipilla as their chief. The picones were in constant contact with
colonies on the coast and utilized the water of the Estero Puangue and the Maipo River
for their maize, bean, and pumpkin crops. The influence of the conquering Incas taught
them to improve their farming with irrigation. With the coming of the Spaniards, the
picones were rapidly grouped around Melipílla. The future bishop of Santiago, Rodrigo
González de Marmolejo, and don Juan Bautista Pastene received from Pedro de Valdivia
encomiendas in the area. In 1580, the evangelization of the natives and religious
service for the Spanish owners of neighboring lands were provided by the doctrina at
Melipilla. In 1585, the doctrina was served by Jerónimo de Céspedes, who was also
in charge of those at Pico and Comaire. From the first, the Leyda land was devoted to
cattle farming and cereal crops, basic activities of the Colonial economy supported by
the production of dried meat, tallow, and hides, which were exported to Peru. Around
1862, the doctrina at Melipilla also assisted His Majesty´s Works, a center specializing
in textile production, established by Alonso de Ribera in1603.
During the entire Colonial period, the estancias were the great domain of the
half-breed population. The Indians tended to disappear, as a result of disease, the
forced transfer as labor, loss of their lands, and the process itself of assimilating to the
dominating culture. A complaint was filed in 1695 about the lack of labor because the
“Indians had died off.” And around 1779, a census taken by the Bishopric of Santiago
showed that barely 13% of the population were Indians. By then, the labor force on the
estancias was composed of Indians, half-breeds, and native-born Spaniards.
In mid-18th century, the hacienda Las Palmas was owned by Alonso de Cobarrubia
y Ovalle, encomendero of the picones of Melipilla and owner of the hacienda Pico. In
1779, Francisco Cisternas, oidor of Copiapó and La Serena, bought it and bequeathed it
to his daughter Matilde, who married Agustín Larraín in 1818. Her son, Ramón Larraín
Cisternas, managed the hacienda, which was registered in an inventory of 1853 as
already having a main house and chapel. After the War of the Pacific, the heirs of
Ramón Larraín sold the property to Pedro Pablo Jara, married to doña Carmen Mira
Mena, who survived him and turned over the administration to her brother Juan José
Mira, who owned warehouses and mills in Cartagena. There the wheat from the estate
was taken for grinding and export.
Doña Carmela had no children and in 1930 she left the estate to her grandnephew
Werner Haeussler Cousiño, who later married Inés Fontecilla Larraín, grand daughter
of the sometime owner, Ramón Larraín. Haessler had lived on the hacienda since
adolescence abd he introduced major developments, including two extensive reservoirs,
which significantly increased the irrigated area. At his death, the property was divided
among his eight children. Doña Inés still lives at Las Palmas, caring for the preservation
of the house, the chapel, and many memories.
The chapel has adobe walls and is roofed with clay tiles. The earthquake of 1985
failed to damage it to any significant extent and the fire that destroyed the railroad station
miraculously spared the chapel. Inside the chapel, the altarpiece of the high altar features
an image of Our Lady of Mercy, made of polychromed wood. The altar is of sarcophagus
type. A large jointed image of Christ in polychromed wood stands at one side. It used to be
taken out in the processions of Holy Week. A railing closes the chancel. In the sacristy, the
“pilgrim” Virgin stands on a litter. She was in the habit of visiting each of the fifty tenant
houses on the hacienda. She returned from her pilgrimage in November for the celebration
of her month. A wooden confessional recalls that it used to be set up in the verandahs for
the men of the hacienda to go to confession. In summer, the chapel was the center of the
mission that for many years were conducted by the Redemptorist monks.
The reason for the name of the hacienda, registered in the 16th century, is guarded
like a treasure. Centuries-old palm trees bear silent witness to the many changes that
have taken place in the valley since the times of the ancient picones.
Doña Inés and her family respect them and have forbidden the extraction of their
precious sap.
Although this chapel is dedicated to Our Lady of Sorrows, its name recalls the
4th-century saint who translated the Bible into Latin. It seems that there were many
distinguished Jeromes among the long-ago owners of the original hacienda, who inspired
the names given to places on the estancia, the chapel, and some other landmarks.
The chapel is located on the site of the original Hacienda de San Jerónimo, near
Casablanca, in the sector known as Orrego Arriba, close to the estero San Jerónimo.
The estate had its origin in divers grants of land received by don Alvaro de Quiroga,
a relative of governor Rodrigo de Quiroga, between the seashore and the hills of the
Coastal Range. The estate was later inherited by his son-in-law, who increased the area
of the estate by purchasing adjacent land until he had what was then known as the
great Estancia de la Mar. The “Jerome” years went by and the estate focused on cattlefarming until it became a major supplier of meat, tallow, and hides in Colonial Chile. It is
a fact that mules were bred on this land in such numbers that they were even exported
to Arica via Valparaíso, to fill the immense need for transport associated with the silver
mines at Potosí.
In mid-19th century, Manuel José Balmaceda inherited San Jerónimo and
purchased from the owners of the neighboring Hacienda Orrego the section named
Los Canelillos. Here he decided to build the new house for San Jerónimo, for the
existing one was now in the wrong location for managing the estate. This “new” house
is what is preserved today.
In 1924, don Toribio Larraín bought this part of the estate. His wife, doña María
Luisa Eyzaguirre, was seriously ill and don Toribio undertook to build with his own hands
a chapel in honor of the Sorrowful Virgin as an offering to restore the health of his
spouse. This original purpose of the church related to the most profound meaning of
art, in its ancient link to sacred things, as the logical subordination of what is good
and true in man to what is all-highest and eternal. It is the spirit of medieval creation,
recreated in our American continent in the Colonial period, when anonymous atists
raised churches in honor of God, entrusting to Heaven the execution of works marked
with their identity.
Don Toribio Larraín, turned alchemist, transformed a shed in the neighborhood of
the house into a true work of art. The effort, which took more than a decade to finish,
gave life to a chapel inspired in the Colonial style. With his assistant craftsmen he
executed a great deal of woodcarving, giving shape to doors, railings for windows, pillars,
and skirting boards ornamented with flowers and leaves. He also created the chairs, the
lecterns, and the sacristy furniture where the vestments are kept.
The chapel is rectangular in shape; it has a single nave and an adjacent tower of a
single story and crowning top. The roof is of clay tiles, in the tradition of the place. Inside,
carved gates lead to the chancel. The altarpiece on the high altar features a framed oil
painting of Christ resurrected. To one side, the Virgin of Sorrows, patroness of the place,
is shown in a painting with her sorrowful attributes.
The patroness here is not specially celebrated on her day. The chapel has become
one of the major attractions of the old estancia, empowered today by its owner, don
Adolfo Larraín, as a destination for cultural and ecological tourism.
Patroness: Our Lady of Sorrows
Feast: September 15
Patroness: Our Lady of Mercy
Feast: September 24
196
I G L E S I A S
de Algarrobo
The estate is located in the Quillota valley, six kilometers from Casablanca, in
an area of particular importance during the Spanish conquest. The Aconcagua and
Maipo Rivers, countless esteros, and the valleys among the hills of the Coastal Range
make the sector an ancient agricultural prodigy. Here the so-called Aconcagua Culture
developed among Mapuche-speaking peoples who raised bean, maize, and pumpkin
crops, and modelled fine pottery. In the 15th century, the soldiers of Inca Yupanqui
came to these lands to set the southern boundary of the empire. After clearly marking
the long route from Cuzco over the Inca Road, the conquistadors made this valley their
center of operations. The belligerent nature of the native population, whom they called
promaucaes, rather impeded their plans; nonetheless, they succeeded in establishing
domination. In the Quillota area they set up a Quechua-speaking farming colony loyal
to the monarch (Mitimae), raised a temple to the sun, and made agreements with the
major caciques for collecting tribute to the emperor.
This was the situation that Almagro and Valdivia found in their respective expeditions.
By then, the difficulties at Cuzco had forced the Great Inca to withdraw his troops and
the governor he had appointed in Chilli, “where the earth ends.” His irrigation works,
however, his crops, and gold mines were still working. The Spaniards were not slow to
take advantage of this opportunity and picked up where the Inca had left off. The
encomienda as a way to collect the tax that the natives owed the new Spanish king was
not so different from the tribute in work exacted by the Inca and known as mita.
The encomienda in the Quillota valley was allocated to Valdivia himself, which
proves the high quality of the land and its well-trained inhabitants. Valdivia also
allocated to himself a good grant of land called Estancia Acuyo in the area of the
Estero de Casablanca, where he employed the Indians of his encomienda. A grant
of land was assigned to Juan Bautista Pastene. Pedro de Valdivia’s encomienda was
later transferred to Rodrigo González de Marmolejo, who would be the first bishop of
Santiago. Years later it came to the hands of Francisco de Irarrázaval and subsequently
disappeared. The area was evangelized from the doctrina at Quillota, which by 1585
was served by the priest Alonso de Madrid. The same doctrina supplied religious
services to the Spaniards who were living on the neighboring haciendas and had by
then begun erecting shrines and chapels on their land.
Early in the 17th century, don Juan Orrego Farías is registered as owning a large
estate in Quillota. His descendants named the land Estancia de Veracruz, but the people
always knew it as Estancia of the Orregos. In the 18th century, the estate belonged to
the Alvarez family and, in 1790, was aplit into two large sections that came to be known
respectively as Orrego Arriba and Orrego Abajo. or Upper Orrego and Lower Orrego.
Shortly thereafter, the house at Orrego Arriba began to be built. In the early decades of
the 19th century, Orrego Arriba was purchased by Lorenzo Montt, a cousin of President
Manuel Montt. His son sold it in 1856 and several owners held it until Teófilo de la
Cerda Eyzaguirre bought it in 1876. He cleared the estate of the debts and charges
that had encumbered it since Colonial times and he rebuilt and modernized the house
on the foundations of the old house, and allocated a wing for erecting a family oratory.
The estate then enjoyed prosperity, with good cereal crops and a large mass of cattle.
In 1906, the Valparaíso earthquake damaged the house and oratory. The heirs of
don Teófilo took up the task of restoring the buildings with the same energy that their
descendants, the Cerda Alamos family, apply today to their maintenance. The oratory
is rich but subdued. An old wooden altarpiece has columns on each side and on top a
gilt Inti sun of many rays. Below the image a small Child holds the world in its left hand
and while it raises its right hand in blessing. The altar table is made of wood and has a
chalice and host painted in the middle. The oratory was given canonical permission in
1895 and the framed document still hangs from one of the walls.
Patroness: Our Lady of the Rays
The church named in honor of Candlemas rises in the seaside resort originally known as
Algarrobo Blanco or white carob, a long-standing feature of this coastal area. Tne story goes
that the large size of this thorny tree was a signal for small vessels approaching the coast.
Towards the middle of the 19th century, a simple fishing village fronted the bay
at Algarrobo, its inhabitants following the ancient tradition of the fishing and gathering
peoples who had their home here for thousands of years. Large neighboring estates,
e.g. San Jerónimo and Lo Orrego, kept cottages and warehouses on the site for storing
the products to be sent to Valparaíso on long caravanas of oxen and mules. The active
life surrounding the haciendas required the construction of a church to care for the
spiritual wellbeing of the population. In 1837, the parish priest of Lo Aabarca, Manuel
Beltrán, ordered the building of La Candelaria. It was made of adobe and straw with a
thatched roof, located on the gentle slope facing the inlet at Los Lances, at the edge of
the mule trail leading at the time from Valparaíso to San Antonio. The building became
a landmark for the village fishermen and freighters anchoring in the bay.
About 1854 the estate owners had minor port facilities installed for loading their
wheat and charcoal shipments destined for Valparaíso, Peru, and California. The small port
took on some significance during the war with Spain, in 1866, when the large ports in Chile
were blockaded and the government permitted exports to be shipped from Algarrobo,
which then operated as a major port and was equipped for the coasting trade.
Gradually, Algarrobo became the summer resort of the families owning the
neighboring estates. It is said that as such it was the destination of many high-ranking
politicians, especially those connected with the party known as montt-varistas. President
Manuel Montt himself had family connections with the hacienda Casablanca, while the
eldest son of his minister Antonio Varas, don Miguel Varas Heredia, was part owner of
the nearby Hacienda de las Papas. Invitations to spend the summer attracted renowned
artists and intellectuals, including both Chileans saints, Teresa de los Andes and Alberto
Hurtado, who at different times spent part of their mystical youth in this remote corner
of the vast Pacific Ocean. During her summer visits, Juanita Fernández, later to be
canonized as Teresa de Los Andes, is reported to have played the harmonium in church
and to have taught the village children the catechism in preparation for their First
Communion, sitting on the same verandahs of La Candelaria.
.Among the distinguished visitors at the resort, one was particularly connected with
the church.: Pedro Subercasaux, who later became a Benedictine monk, was married
at the time to doña Elvira Lyon and both had decided to live in Algarrobo. The villagers
wished to replace the old roofing of the church with modern zinc plates. The artist sternly
opposed this notion and advised the use oif clay tiles, which were finally ordered from
a local tilemaker named Zúñiga. In time, Pedro Subercaseaux took on the decoration of
the church as a personal challenge. The small beautifully proportionaed belfry, made of
wood with a four-sided roof, was inspired by him..
The plan of the church is L-shaped with thick adobe walls and tiled roof. The
building is almost entirely surrounded by pillared verandahs. The main entrance is a
wide four-leaf door looking out on the sea. There are two other doors on the north side.
The interior is simple and unpretentious. The carved wooden altar with the image of
Our Lady of Candlemas is notable. The statue was commissioned by the parish priest
at Lo Abarca for the foundation of the church. There is also a carved wooden crucifix
possibly dating from the 18th century. The rafters and verandah pillars are of oak. The
single nave leads to a side chapel and the sacristy. The present excellent condition of
the church is the result of restoration work done by architects Raúl Irarrázaval and
Rafael Gardia folliowing the earthquake of 1985. The verandah around de side aisle was
added at that time, together with the new sacristy. Raúl Irarrázaval is also responsible
for having the building declared a landmark.
Since its construction in 1837, La Candelaria was a viceparish of Lo Abarca in
Cartagena. In 1900 it came into the purviews of Lagunillas and was finally given
parish status in 1945, in the bishopric of Valparaíso. The feast of its patroness marks a
spiritual beat in the mundane summer environment. The celebration includes a novena,
a practice descended from ancient Christian rites. On February 2 the candles are lit for
the presentation of the Divine Child at the temple of Jerusalem, according to the old
Jewish tradition. The Lady is then carried out in procession to feel the refreshing breeze
from the sea and hear the prayers of disconsolate souls.
Patroness: Our Lady of Candlemas
Feast: February 2
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San Antonio de Padua
Santa Rosa de Viterbo
San Vicente Ferrer
de El Almendral
de Curimón
de Los Dominicos
The valley of the Aconcagua River extends at the foot of the colossal mount of
that name in the Andes, which the ancient peoples consecrated as eternal custodian
of the water. This fertile region has been farmed for thousands of years and when the
Spaniards came to it, they found here numerous groups of picunche Indians working
the soil with the valuable agricultural techniques that the conquering Incas had brought
in the 15th century. One of the old inhabitants of the valley was the renowned cacique,
or chief, Michimalonco, who led the ferocious attack on the hamlet founded by Pedro de
Valdivia at the foot of Mt Santa Lucia, at the beginning of the history of Santiago.
The Spaniards applied their system of domination based on encomiendas.
Management of the land thus became the responsibility of distinguished members of
the expedition, who were bound to evangelize the native peoples. Encomiendas and
grants of land gradually gave way to haciendas, estates owned by Spaniards. In theory,
the owners were not allowed to occupy the old Indian settlements, where only the
monks in charge of the doctrinas set up to assist the native peoples might live. In time,
however, the influence of the estates also extended to those settlements, which often
served as the base for the foundation of new villages and towns.
Where the village of El Almendral rises today, a scant 3 kilometers from the town
of San Felipe, in Colonial times there was a settlement known as Montecinos, with a
chuirch dedicated to Our Lady of the Rosary. By 1813, after the town of San Felipe el
Real had been founded by governor Manso de Velasco, the name of the village had been
changed to El Almendral. In 1860, father Antonio Gavilucci, vice prefect general of the
Franciscan missions, decided to found a convent, a novitiate, and an academy designed
to train young students coming from Italy as missionaries in southern Chile. The territory
was not unknown to the Franciscans, who had already founded at Curimón the convent
of Saint Rose Viterbo, around 1696.
The Silva family, who owned the adjacent estate, donated the land on which to
build the future convent. Construction began in 1865; work on the church was started
in 1872 and lasted four years. The building was consecrated and inaugurated in the
spring of 1876, before it was totally finished. The inside finishing took another year
to complete.
The prior, Isaías Narducci, commissioned the drawings for the tower and front of
the churh from an Italian architect, Eduardo Provasoli, who had executed several works
for the Franciscans in various places in the country. The single tower, the front and porch,
were executed between 1878 and 1883. Several large bells and a clock were brought
from Germany and set up in the tower.
The church has three aisles and two side altars, the central aisle being wider.
The walls are of adobe on stone foundations. The roof structure, front, and tower were
made of Douglas fir, cypress, and oak. Inside, the altarpiece on the high altar is made
of wood in Neo-Classic style, crowned by a cupola. The lower choir is placed behind the
altar, with finely carved chairs. The magnificent pulpit and wooden confessionals with
iron applications provide harmony and sobriety to the interior decoration. The aisles are
separated by two rows of round arches made of wood supported on each side by nine
Doric columns. The carved wooden doors below the high choir were made by a Milanese
artist, Sereno Matta. The floor is paved with tlagstones and the roofing is of clay tiles.
In 1987, San Antonio del Almendral was devastated by a fire that consumed some
of the convent facilities as well as part of the church. The present good condition of
the whole is the result of careful restoration work fostered by bishop Manuel Camilo
Vial and funded privately. The tower had to be straightened and the front restored. The
paintings on the inside walls were also restored and the splendid Biblical scenes were
recovered together with numerous details in trompe l’oeil.
The church is the seat of the parish of El Almendral, created in 1929, in the purview
of the bishopric of San Felipe. Since the latest restoration, the El Almendral School of
Arts and Crafts, organized to foster training among the rural population, operates in
the old convent. The school welcomes art exhibitions and talks on cultural subjects. The
preacher of Padua, patron saint of the place, stands firmly in his centuries-old image. His
Franciscan brethren are no longer there, but his feast is still celebrated by the faithful
each year on June 13, with Mass and a procession.
When the Spaniards came, Curimón was a village of picunche Indians in the valley
of the Aconcagua River. As such, it shortly became the seat of a doctrina or “parish of
Indians.” In 1585, the doctrina of Curimón was served by Pantaleón Correa, a priest
who in addition served the neighboring doctrinas of Aconcagua and Putaendo. When
the parish of Aconcasgua was created in the 17th cenury, the long-standing importance
of Curimón as a center of evangelization earned it the status of parish seat.
The Franciscans had come to Chile in 1553. Their mission was to evangelize
the new lands, indoctrinate the natives and assist the conquistadors. Shortly after
their arrival they began to found mission houses and convents. Where the convent
of Curimón stands today there was once the mission house of the first Franciscans
who served the old Indian doctrina. Not till 1696 did the first foundation of the
convent take place, under the apellation of Rosa de Viterbo, a Franciscan saint. The
old mission house served as convent until 1713, when construction started on the
convent and church. The building was finished in 1727 and did not last long, however,
for it collapsed owing to the earthquake of 1730. The new works began in 1734 and
in 1740, although the church was still unfinished, governor José Manso de Velasco, in
one of the rooms of the reconstructed convent, signed the record of the foundation of
the town of San Felipe el Real. In the same year, the parish seat moved from Curimón
to the newly-founded town.
Construction of the convent was finished in 1765 with the works of the tower, at
the time placed behind the high altar. Between 1765 and 1769, a great fire destroyed
a major portion of the new buildings, which had to be rebuilt accordingly. This work gave
the church its present appearance.
Both convent and church witnessed the maneuvers of the Chilean troops to conquer
independence from Spain. In 1817, after crossing the Andes, the Chilean and Argentine
soldiers of the liberating army, on their way to the crucial battle of Chacabuco, rested in
the courtyards of the convent.
Another earthquake was registered in 1822 and, fortunately, failed to do much
damage to the church and convent works.The tower structure, though, suffered damages,
which were not repaired until mid-century, when the present tower and wooden portico
at its base were repaired
One year after the new parish of San Francisco de Curimón was created, in 1927,
a fire destoyed part of the convent and cloister. The high maintenance costs broght
about by these constant accidents required putting up the property for rent. As a result,
both convent and church fell into a state of frank decay. In the fifties the congregation
recovered the building and ordered major restoration works. The tower was painted its
present color and genuine old doors and railings were placed in openings in the walls
facing the square.
The church has a single long nave and two cloisters surrounded by verandahs
supported by carved wooden pillars. The tower is made of wood and placed above the
porch. This is built of oak and poplar and comprises four columns supporting three round
arches. The walls are adobe. The rafters were originally patagua and cinnamon. The roof
is of clay tiles. Inside, the altarpiece on the high altar, made in one piece with a crown,
contains a serene image of the Virgin in a central niche.shaped like a round arch. Two
columns, one on each side, end in pear-shaped tops. The crown has scalloped edges..
A museum designed to exhibit the valuable documents and objects of the convent
and church opened in 1968. Four years later, the building was declared a landmark
building. Notwithstanding, today the diocese of San Felipe, which is reponsible for
the convent, is hard put to ensure its correct upkeep. Untouched by such mundane
problems, the image of the saint of Assissi welcomes visitors at the entrance to the
convent. He waits patiently all year for the date of his feast rto come around, when
the faithful joyfully carry him to a nearby hill, where he presides over the blessing of
brother animals.
The church of the Dominicans rises upon a low hill in the land that belonged to
the cacique Apoquindo, a word that in Mapudungún means “a bunch of flowers”. His
domain extended from what today is known as Santiago Oriente to the foothills of the
Andes. In spite of smog and the ever-increasing number of tall buildings, it is still possible
to admire the beauty of the site.
When the Spanish conquistadors came, the land and the people ruled by cacique
Apoquindo were assembled in an encomienda that Pedro de Valdivia presented to his
mistress, Inés de Suárez, in 1544. As an Indian village, the place became a doctrina
for Indians. In 1585 it was served by Francisco de Ochadiano, who was also in charge
of evangelization in the doctrinas of Macul and Tobalaba. The encomienda gave rise
to grants of land that were assembled to fom a large estate. In mid-17th century, the
hacienda Apoquindo is registered with an area of 2,075 cuadras of irrigated land.
In 1767, doña María de Portusagasti and her husband, don Juan Canisbro,
purchased the estate. The couple were close collaborators of the Convento de la
Recoleta Dominica. When work began to adapt the house, the owners ordered a chapel
to be built in memory of their two deceased sons. Doña María died in 1800 followed,
three years later, by her husband. In their will they left the estate, the house, and the
chapel to the monks of Recoleta Dominica, for them to “teach the peasants and rural
people in the neighborhood the rudiments of culture and religious duties.”
In 1809, Friar Justo de Santa María de Oro took over the construction work on
a new chapel and convent for the order. The old house was adapted to serve as a
novice house. In compliance with the will of the donors, they opened a school for the
inhabitants of this rural area, which is still in operation, next to the convent, under
the name of Instituto Pedro de Córdova. In mid-19th century, Friar Francisco Alvarez
rebuilt the front of the church with its present towers made of bricks and wood. The
warehouses and granaries were restored about the same time and are now used for
meetings, exhibits, and concerts.
For two centuries, the church has been in the hands of the Dominicans, who have
succeeded in preserving it from the pitiless encroaching of modernity. Entering the
church is a most valuable experience. The simplicity and harmony that dominate the
interior bring peace and serenity to the spirit.
The church has a single long nave with thick adobe walls. The rafters and roof
structure are of tarred oak in perfect contrast to the white plaster of the walls. The roof
is traditionally covered with wattles and mud on which the Colonial tiles are placed.
The floor is of fired clay flagstones. The windows have nobly-made forged iron railings.
A glance at the convent house discloses its well-balanced plan and wide verandahs
supported by stone pillars and wooden columns.
Large oil paintings tell the lives of various Dominican saints. Behind the high altar,
a handsome crucifix in polychromed wood hangs from a beam. Before the chancel, on
the right-hand wall a large oil painting depicts a scene in the history of the Dominican
Order. Next to the picture, a niche shelters an image in polychromed and gilt wood of
Our Lady of the Rosary and Child. Above the main door is the choir, made of wood with
a forged iron railing. It is entered from outside, through the convent. On the north side of
the church there is a small oratory where the Dominican monks hold their offices.
The towers are square and symmetrical. The top half is of brick and holds the bells.
Each is crowned by a cupola made of iron plates and topped by the figure of an angel.
In 1987 the cupolas were covered with copper plates under the direction of architect
Sergio Román.
The church was restored in 1960 and again following the earthquake of 1985,
when the structure of the towers was consolidated and all the cornicework was restored.
In the late 80s, architect Julio Cabeza headed complete repairs and general painting
of the church.
Tradition tells that the renowned guerrilla Manuel Rodríguez, whom we met at
the church in Pumanque, came here in the course of one of his forays in the cause of
independence. Fleeing from Royalist troops, he found refuge among the friars. Legend
has it that when the Spanish soldiers knocked on the heavy doors of the convent,
Rodríguez answered, completely enfolded in the Dominican habit, and conducted the
soldiers all over the building in search of the runaway bandit.
Patron saint: Saint Francis of Assissi
Feast: October 4
Patron saint: Saint Anthony of Padua
Feast: June 13
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Lo Fontecilla
When Pedro de Valdivia decided to found the principal town in the kingdom of
Chile in the fertile valley of the Mapocho River, the area was under the rule of several
caciques who administered the land and received tribute from the Indians. Upriver
was the domain of the renowned Apoquindo and Picuncahue. The latter ruled over the
land where the house at Lo Fontecilla now rises, between the holdings of Tabancura
and Mayecura.
According to research by Hernán Rodríguez in Casas de Campo Chilenas, the first
grant of land registered in the upper valley of the Mapocho was made in 1579 to a
soldier, Antón Díaz. In time, the grant was increased until it extended from the foothills
of the valley to the heights of the Andes mountains and was known as San José de la
Sierra. In 1668 the property was divided into several farms, one of which, called San José,
was given as a wedding gift to doña Lucía de Zavala, on occasion of her marriage to
don Francisco Antonio de Avaria. The new owners built the house, with an orchard and
vineyard. After their son inherited it, the property was sold and had successive owners
until the 18th century.
In 1802, San José is registered in the name of don Francisco de Borja de la
Fontecilla, owner of extensive estates in Aconcagua, Curimón, and Chacabuco. His son
of the same name inherited San José and pursued intensive political activities in the
new republic, as mayor, intendente, and senator. His intense social activity made him
renowned in the Santiago of that time and his property began to be called Lo Fontecilla
in his honor. When he died, his widow sold the estate and it had various owners until it
came to the hands of don Pedro Fernández Concha in 1900. At that time he owned the
farm called San José de la Sierra, so Lo Fontecilla rejoined the original estate from which
it had been severed owing to the marriage of doña Lucía Zavala. When don Pedro died,
the estate was again divided among his children. Lo Fontecilla went to doña Mercedes
Fernández, who, with her husband, sold it to don Carlos Peña in 1918. Recovery of the
house and chapel now began. The owner was a businessman, farmer, politician, and
founding member of the Chilean Academy of History. He was profoundly sensitive to
heritage and applied his best efforts to rescuing the Colonial essence of the house. He
restored the 17th- and 18th-century sections and recreated the old furniture.
.Carlos Peña studied in Paris between 1881 and 1902, where he met Pedro
Subercaseaux. When the French Benedictine monks came to Chile to found their
convent, headed by Fray Pedro, don Carlos gave them the run of the house. The monks
arrived in1938 and stayed for ten years until they returned to France. The daughter of
don Carlos Peña, María Peña Claro, who was married to Fernando Larraín, inherited Lo
Fontecilla in 1959. Her son, Carlos Larraín Peña, currently lives in the house. Heir to the
sensitivity and knowledge of his grandfather, the present owner and his wife, Victoria
Hurtado, have spent efforts and love on the upkeep of the house, chapel, and gardens,
maintaining a reserve of rural serenity in the midst of the busy modern city.
The oratory connects to another time and another spirit. The image of the Virgin
or the patron saint was there watching over the land and the souls of owners and
tenants. There the owner would come at dawn to start each day with a prayer for Divine
protection and guidance in the day´s work. All the keys of the estate were kept ther,
keys to warehouses, gates, pasture fields, and stables, and there the farm workers would
come to colect the keys together with instructions for the day.
Only then the workers would sit down to the breakfast that would give them
strength and energy for the day´s tasks. In recovering the chapel, don Carlos Peña was
recovering this tradition.
The entrance door has a wooden frame over which two unexpected atlantes hold
up an oil painting depicting the Virgin. They were purchased by don Carlos Peña at the
demolition of the inner cloisters of the Franciscan convent on the Alameda. On entering,
all eyes focus on the image of the Immaculate Conception, portrayed in an oil painting in
a gilt frame carved in Baroque style. The sacristy holds holy vessels of the 17th and 18th
centuries, and five large-size images from a creche made in Ecuador and distributed
among the family, which is assembled and exhibited every year at Christmas.
Patroness: Immaculate Conception
Feast: December 8
Patron saint: Saint Vincent Ferrer
Feast: April 5
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San Francisco
Lo Arcaya de Pirque
San Miguel de Rangue
Calera de Tango
The history of this major church has its origin in a small image of Our Lady of
Succour, not more than 33 cm high, which came to Chile tied to the saddle of Pedro de
Valdivia. The image was of Italian make, carved in wood and polychromed, and was held
to have protected the Valdivia expedition from the many dangers and hazards that had
to be faced in these southern lands. After founding the city of Santiago, Valdivia asked
the Cabildo to grant a site on which to build a shrine to the Virgin. The Cabildo agreed
and allocated a plot of land on the south bank of the Mapocho River. The conquistador
entrusted the care of the shrine to the Mercedarian monks. After his death, however,
the shrine was neglected, and the Cabildo transferred the land to the Franciscans, who
were already installed in Santiago. The Order accepted the new location and engaged to
build a church wherein to place the Virgin of Succour on the high altar.
Construction began in 1572 using adobe. In 1583 an earthquake leveled it and the
Franciscans undertook another building of quarried stone. Construction began with a gift
of 1,000 pesos from King Philip II and was completed in 1618. The work was made by
Indians under the direction of the monks themselves.The plan was in the shape of a Latin
cross composed of a central nave and two side chapels, the brickwork of which survives
to this day. It had a stone belfry and panelled ceiling in cypress wood. Around 1628 the
cloister adjacent to the church and featuring brick arches had been finished.
On May 13, 1647, an earthquake destroyed the belfry and the upper floor of
the cloister. Such natural catastrophes and the habit of wealthy residents of funding
side chapels ended by altering substantially the original appearance of the building.
In the course of the 17th century the building was decorated, the Baroque altar was
finished, confessionals and wall paintings were set up. About 1684 a series of paintings
describing the life of Saint Francis were ordered from Peruvian craftsmen, intended to
decorate the cloister.
The architectural history of the church is well documented. The belfry and upper floor
of the cloister were reconstructed around 1698. Another earthquake damaged the belfry
and in 1751 it was erected for the third time. The main entrace to the church, built of
ashlar stone, was completed in 1758. The convent then had four cloisters and a refectory.
The church floor was paved with bricks in 1828 and mahogany furniture was ordered for
the sacristy. The third belfry had to be demolished in 1854 and don Fermín Vivaceta was
retained to design and build the fourth,which is still standing. It was erected in 1857, in
Neo-Classic style, with a wooden structure and a functioning clock added to it. In 1865,
the south aisle was completed with brick walls, the frontage was altered and painted
red where it had previously been whitewashed, and the quarried stonework was covered
with stucco. The original high altar, in Baroque style, was replaced in 1881 and in 1895 a
chapel was added in the northeast corner of the church, thus completing the rectangular
plan that the church shows today. Demolition and sale of the inner cloisters of the convent
began in 1913. In the seventies, general restoration was performed on the frontage and
belfry to remove the stucco and clear the original quarried stone. In the past few years the
roof was completely restored and a modern lighting system was installed.
The Museo Colonial de San Francisco was inaugurated in 1969 in facilities adjacent
to the church. The museum exhibits an important collection of religious art, especially
the series mentioned above of 54 oil paintings illustrating the life of Saint Francis,
ordered in the late 17th century from Cuzqueño artists Juan Zapaca and Basilio Santa
Cruz. In addition, there are fine pieces of furniture and finely crafted silver items. There
are works originating in Chiloé, notably a figure of Christ from the 18th century, whose
features strongly recall those of the islanders.
The church of Saint Francis is the most long-lived inhabitant of the city. Its structure
bears witness to the many adventures that have taken place in this land of Nuevo Extremo.
From the high altar, heart of the building, the tiny image of Our Lady of Succour is always
vigilant. Her legendary power for performing miracles is abundantly proved in the survival
of this centuries-old building, holding fast even in a land of earthquakes. And although
modernity looks askance at these mysteries, the Franciscans still welcome the faithful who
come to celebrate her feast in April. The other host, the saint of Assisi, is celebrated here
with honors. His feast is introduced with a novena beginning on September 25. His transit
is commemorated on the eve and, on October 4, a mass is celebrated, presided by the
father superior of the Dominicans. In the evening, the Franciscans bless animals, plants,
and water, in memory of their founder, brother to all Creation.
Don Rodrigo de Quiroga, who accompanied Pedro de Valdivia in the conquest,
served in the highest offices of the kingdom and was governor for two terms. He married
Inés de Suárez and received from Valdivia, among others, the Indian encomienda of
Pirque. In the 16th century the encomienda became vacant when Quiroga died. Don
Alonso de Córdova had received a grant in the area and arranged with the local cacique
for the purchase of new land to make up a large estancia that began to be called El
Principal de Córdova.
In the 18th century, El Principal belonged to Francisco García Huidobro, founder
of the mint in Santiago. Other owners followed him until 1832, when the estancia was
purchased by Ramón Subercaseaux, who had become providentially wealthy upon his
encounter with Juan de Dios Carmona, discoverer of the mine at Arqueros. The estate,
which by then was known as El Principal de Pirque, totaled 3,700 cuadras, or about 5,400
hectares of rather desert land and woodland. Don Ramón Subercaseaux modernized
the farm and built the La Serena canal in 1834, which contributed substantially to
increase the irrigated area and made the estate one of the most productive in Chile.
Upon the owner´s death, the property was divided among the twelve chldren born to
him and his wife, doña Magdalena Vicuña. The resulting fundos gave their names to
the main sectors of Pirque. A son-in-law of Don Ramón, don Melchor de Concha y Toro,
married todoña Emiliana Subercaseaux, introduced winegrowing and winemaking to the
area, thus originating one of the longest and most renowned wine traditions in Chile.
The chapel at Lo Arcaya stands next to the main house of the estate originated in
the vast hacienda El Principal. The buildings were completed in mid-19th century and
were executed in the traditional way, with thick adobe walls and roofed with fired clay
tiles on wooden rafters. The chapel is located on the west side of the main house.
The interior of the chapel is plain. The nave ends at the high altar with an altarpiece
of a single niche framed by plain columns. It is dedicated to Saint Anne, the patron saint,
present in a polychromed plaster image. The arch that closes the chancel is held up by
grooved columns. The chancel is rounded in shape, following the contour of the end wall.
Two chandeliers hang from the ceiling, one on each side of the altarpiece. There are also
two side altars, one on each side of the nave.
The estate currently belongs to the Ruiz Tagle family, who restored the house and
chape, damaged by the earthquake of 1985. The chapel is private, but at the service
of the Pirque community and the parish priest of Pirque celebrates Mass here every
Sunday. The feast of the patron saint is no longer celebrated.
When it is time to speak of a church built on land of the old hacienda de Aculeo,
the guitar seems to sound more loudly and boldly: we are in the area where popular
religious song rose to splendid heights.
At the foot of Alto de Cantillana, a major height in the Coastal Range, spreads
Lake Aculeo. The place has attracted human settlements since remote antiquity.
Where the church of Rangue rises today there was, at the time of the Conquest,
an Indian settlement. In 1585, Monsignor Medellín already reported the existence
of an Indian doctrina in Aculeo, ser ved by Alonso Álvarez de Toledo together with
Codegua and Alhué.
Various encomiendas were successively established in the area since mid-16th
century. In 1738, the Larraín family purchased a substantial portion of the land included
in the encomiendas and formed the Hacienda Aculeo. It remained in the family until
1871, when Patricio Larraín Gandarillas sold it to the brothers Letelier Sierra and
eventually don José Letelier Sierra remained as sole owner and promoter of various
measures owing to which the hacienda Aculeo is a fundamental source of Chilean
country identity.
According to what Alfredo Gárate, a distinguished singer of traditional songs in
Aculeo, told don Juan Uribe, don José Letelier brought over from Vichiculén (Llay-Llay
area) twelve mining and smelting families to work the mines at Pollocave. The miners
settled in the Los Hornos sector. They brought with them a Cross and the habit of
singing praises to it in the month of May. The Cross of Aculeo was handed from family
to family in the main sections of the hacienda, giving rise to a tradition that continues
to the present time. The names of legendary singers from those early times are still
recalled, including Pedro Atenas, Tomás Olguín, Miguel Pitigroy, the great Manuel Cornejo,
and the clever Custodio Temporal.
Don Miguel Letelier, son of don José, recalls in his memoirs another major
contribution that his family made to country tradition in the Hacienda Aculeo. Fine
stallions and mares were raised, directly reponsible for the definitive consolidation of
the Chilean species.
In 1942, don Miguel Letelier inherited the hacienda and allocated sections to
his children. The Rangue section fell to don Alfonso Letelier Llona, composer, winner
of the national art award for 1968, and profound admirer of things sacred. In 1943,
don Alfonso and his father decided to build a church at Rangue. They asked the
Benedictine monk Fray Pedro Subercaseaux to make the drawings, and he designed
it seeking to materialize his ideal image of a Chilean chapel. It was built by local
bricklayers and carpenters, directed by Fray Pedro himself and by don Miguel, who
was a distinguished engineer.
The church is made of adobe on stone foundations. The beams are of eucalyptus,
acacia, and poplar wood. The roof is of clay tiles and there are forged iron railings in
the windows. For the interior, the monk selected an old wooden altar originally from the
Maipo church, framed in a semicircular arch, and an 18th-century image of Our Lady of
Mercy, which he placed in a niche over the high altar. Later, in 1952, the Spanish artist
Juan Cabañas painted two frescoes of archangels over the chancel arches. The front
features a porch with a central semicircular arch and four smaller side arches, supported
by thick pillars. In 1960, artist Mariano Valdés completed two wall paintings respectively
representing the Nativity and the Annunciation.
The central nave is rectangular. The top of the walls has openings typically in
the form of double arches with a grooved pillar in the center. The ceiling is boarded,
the beams exposed. The supporting beams are carved. The floor is baked brick in the
traditional style. The belfry is in three parts, the first two are square, the third is eightsided, with a semicircular opening in each of its sides. The capitel is octogonal and
topped with a cross.
The church at San Miguel de Rangue was consecrated in 1945. It was the
expression of the profound traditional devotion of the area. The church continues to
be an active center of country religion, especially during the novena of the Child Jesus
and the feast of the May Cross, at this time playing and singing of popular songs with
religious themes are heard in its interior.
Calera de Tango lies on the old Camino Real, or Royal Road south, at the foot
of Mt Chena, in the fertile area irrigated by the Mapocho and Maipo Rivers. This
was promaucae territory, so-called from the Quechua term purum auka, which the
Spaniards adopted and applied –like the Incas did- to the earlier inhabitants of the
area, the belligerent picunches. Testimony of the sight and conquest of the territory by
the troops led by Inca Yupanqui may still be viewed at the Pucara on Mt Chena.
The conquistadors focused their economic and evangelizing effort on populated
places. Tango, as an Indian village, soon became a doctrina. We know that by the end of
the 16th century it was served by a priest, Alonso de Toledo Cinco, and later by Cristóbal
Alegría who also served the Guaicochas and other estancias.
Tango is one of the old doctrinas listed by bishoop Humanzoro in 1662. Next
to the old Indian settlement there was an extensive farm owned by the Mercederian
Order. The Jesuits purchased the farm in the late 16th century and by 1724 a group of
friars and lay brothers, originally from Bavaria, had settled there. A second missionary
expedition came in mid-18th century, led by father Carlos Haymhausen. The group
included distinguished cabinetmakers, painters, sculptors, and farmers. The labor and
dedication of the Jesuit missionaries made a flowering garden out of what until then had
been no more than a limestone quarry and a dry plain used for cattle; above all, they
made it into the great center of sacred art production in colonial Chile. The farm then
welcomed the workshops of metal smelters, clockmakers, cabinetmakers, silversmiths,
and weavers, who helped to disseminate across the country the latest techniques and
the well-developed Bavarian Baroque style.
After the Society was expelled in 1767, the farm remained in the hands of the
Junta de Temporalidades, a body specially created to dispose of the assets of the
expelled Society, which leased it until, because it was in such poor condition, it was
decided to sell it by auction. Don Francisco Ruiz-Tagle Larraín purchased it in 1789 and
the farm remained in the family until 1912, when the last heir, Joaquín Ruiz-Tagle, a
priest, willed the buildings and park to the original owner, the Society of Jesus.
The church was built at the same time as the house of the old estate. From 1750 to
1753, following the arrival of the Bavarian religious, the church became much enriched
with cypress pillars, tiles, and oak beams. The walls were completed in 1759, together
with the tiled roofing of the chapel and the sacristy. The front bears an inscription dating
the work in 1760. All construction and outfitting work on the church was finished by
1761. The Cathedral of Santiago exhibits today some of the pieces created by the
Jesuits, which belonged in their time to Calera de Tango. On the high altar there is an
altarpiece of chased silver and in the sacristy –now a museum- there are finely worked
objects, including a chased-silver monstrance, a wooden altarpiece carved in Bavarian
Baroque style, a clock, and an effigy of Saint Francis Xavier, recumbent.
In the late 19th century, the original tower was replaced by a new one covered
in corrugated iron, the work of the owner, Father Joaquín Ruiz-Tagle, and remodeling
was undertaken in 1936: the semicircular arches of the high altar and side altars were
repaired; the wooden ceiling was replaced by a similar one; the walls were plastered and
painted; the brick courtyard was repaved with red tiles; the choir was added with details
carved in imitation of the original 18th-century communion railing; and side altars were
modified. with the addition of parts belonging to the original altars. Today, the church has
three altars, devoted severally to the Sacred Heart of Jesus, Our Lady of the Assumption,
and the Holy Sacrament.
Patroness: Saint Anne
Feast: July 26
Patron saint: Saint Ignatius of Loyola
Feast: July 31
Patron saint: Saint Michael
Feast: September 29
Patroness: Our Lady of Succour
Feast: April
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La Compañía
Benedectinas
Pencahue
La Estacada
de Rengo
The name La Compañia is that of the old extensive estate that developed from
the mission established there by the Society of Jesus, in Spanish Compañía de Jesús.
To fulfil their obligation to evangelize, the Jesuits conducted circulaitng missions, which
required traveling each year with great effort to visit outlying Indian villages and estates
in order to preach the Christian religion to the native population. The area was known as
promaucae territory, from the name that the Incas had given to the native picunches
who had settled between the Maipo River and the Maule. As winter ended, the Jesuits
left their house in Bucalemu to conduct missions for several months.
The first land that eventually formed the estate of La Compañía was granted to
the order by captain Andrés de Torquemada and captain Agustín Briceño. Several gifts
of land followed, including one from doña Catalina de los Ríos in 1628, and the estate
extended over a considerable area; it is known to have become a major agricultural,
animal husbandry, and industrial center. It also helped to establish a traditional esthetic
in the area, for among the Jesuit priests there were cabinetmakers, gold and silversmiths,
bricklayers, and weavers, who improved the work of local craftsmen,
In 1771, four years after the expulsion of the Jesuits, the estate was purchased by
don Mateo de Toro y Zambrano. By then, La Compañía extended from Angostura to
the Cachapoal River. According to Jesuit records, the land was of the best quality and
included 38 slaves, 7,000 heads of cattle, 4,900 sheep, 525 horses, 1,250 mares, 104
donkeys, 540 mules, together with buildings and farm equipment. Around 1822, the
estate was owned by a granddaughter of don Mateo named Nicolasa Toro. She married
a patriot, don Juan de Dios Correa de Saa, who undertook to modernize the estate by
adding irrigation works that considerably improved productivity. At that time there was
a flour mill, tannery, vineyards and winery; yearly earnings amounted to 89,000 pesos
in 1854, the highest among the estates in Chile at the time.
La Compañía was held by the heirs and successors of don Mateo de Toro y
Zambrano until 1947, when his great granddaughters, doña Manuela Correa de Lira
and doña Margarita Correa de Cerveró donated the estate to the Congregation of
Passionists. That same year, the church of La Compañía became the seat of the new
parish of the Immaculate Conception.
Although the dogma of the Immaculate Conception was announced by Pius IX
in 1854, the devotion is very old. The Jesuits preached it in their missions and the
celebration of 8 December is deeply rooted in the area. A Benedictine monk, the Rev.
Father Gabriel Guarda, recalls having attended one of the last celebrations of the
Immaculate Conception in the times of the Correa cousins. On that 8 December, the
occasion was celebrated to the full. Standards embroidered in gold and slver thread
adorned the processions, and the main house was open to welcome the faithful with
refreshments prepared according to Colonial recipes and served on the century-old
china ware that had belonged to don Mateo de Toro y Zambrano.
The church was built in 1763. Its simple architecture shelters an exceptionally fine
work of religious art, the altarpiece on the high altar. Today, the altarpiece honors the
Immaculate Conception; originally, however, it held the image of Saint Ignatius of Loyola,
founder of the Society of Jesus, which is now in the chancel. The altarpiece is of wood,
carved and gilt in the American Baroque style, featuring columns profusely carved and
decorated with the heads of angels. The altar front is polychromed cordoban leather
manufactured in 1728, before the influence of the Bavarian Jesuits of Calera de Tango.
The Passionist fathers lent the altarpiece to the convent of Saint Francis, in Santiago, for
an exhibition of religious art. For several years the altarpiece remained in the care of the
Franciscans, who had it restored. The altarpiece was finally returned to the church of La
Compañía and placed on the high altar, holding in its center the present plaster image
of the Immaculate Conception. Devotion to the Virgin is expressed in two other corners
of the church. In the altarpiece of a side altar, a fine gilt and polychromed image is
reserved as witness to the tradition of the place. And outside, in a shrine, another statue,
less elaborate and made of plaster, receives the prayers of pilgrims.
Shrine of the Immaculate Conception.
Feast: December 8
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de Guacarhue
The chapel stands close to Rengo, on land that formerly belonged to the old estancia
Apalta, in the area known as the Mendoza house. From research by Father Gabriel
Guarda, OSB, the estate extended from the Cachapoal River in the north to the Claro
River in the south. The earliest reference to the place is found in the encomienda that
Pedro de Valdivia granted his former comrade-in-arms, don Diego García de Cáceres.
As he had no male issue, the estate was inherited by his eldest daughter, doña Isabel
Osorio de Cáceres, who made her will in the early years of the 17th century, exhitiing an
interesting and unusual concern for the local Indian population. Doña Isabel asked that
the Indians be paid what was due to them to date and that her vineyard in Curimón
and the house, complete with crockery and furnishings, be given to the Indians who lived
there and to the Indians of Apalta.
The Indian population inhabited the fertile territory of the encomienda long before
the Spaniards came. Early 17th-century descriptions mention Indian settlements and
tambos in what some authors called the “settlements of Saint Anne”, alluding to the
first doctrina established there by the Franciscan missionaries. About that time, too, the
first grant of land in the Apalta sector was awarded to captain Alonso de Ribera. The
estancia had several successive owners, notably don Antonio Mendoza, who towards the
end of the 17th century obtained permission from governor Tomás Marín de Poveda to
transfer the natives from their encomiendas to land on the estancia. Such permission
required becoming responsible for the instruction in the Roman Catholic faith of the
Indians so transferred; to this end he was bound to build a chapel.
Simultaneously with the development of the estancia de Apalta, the sector saw the
birth of the town of Rengo, founded in 1692, under the name of “Lugar del río Claro
o Clarillo”, by don Tomás Marín de Poveda. The foundation was intended to gather
together the people of the partido of Colchagua and facilitate the evangelization of the
Indians. The parish of Rengo was created nearly one hundred years later, in 1792, under
the name of Saint Anne, in memory of the first doctrina organized in the area.
In time, the old chapel of the estancia Apalta, required from don Antonio Mendoza,
fell into decay. Monsignor Alday authorized his descendant don Gaspar de Ahumada to
rebuild it. In 1786 the new building was described as made of brick, with floor boards,
and moldings all around. The estate was sold at that time to don Manuel Fernández,
who undertook to complete the construction of the church.
At the end of the 19th century, Monsignor Mariano Casanova, archbishop of Santiago,
received from the Valdivieso heiresses the gift of the house, church, and part of the land of
the estate. Title was then granted to the Augustine monks of the Assumption, who opened
an apostolic school there that ran until it was closed in 1967. The estate was placed at
the disposal of the bishopric of Rancagua, which began to look for a congregation to take
over the place. The Benedictine nuns came to Chile in 1983 and received the estate to
found their new convent. House and church were restored and adapted to the needs of a
cloistered life. The job was excellently performed by the team formed by engineer Alberto
Domínguez and architects Gabrel Guarda, OSB and Raúl Irarrázabal.
The front of the church features four pilasters and three cornices that divide it. In
the center, the double doors are framed in a semicircular arch. The window of the choir
opens above this and is in turn crowned by a niche. Inside, the altarpiece of the high
altar dominates the chancel. It is crowned by a frieze with GLORIA in gilt letters in the
center. The central niche contains a handsome image of the Virgin of the Assumption
finely carved in wood and polychromed. The choir of the nuns surrounds the altarpiece
and altar table of sarcophagus type.
Before the chancel, two Neo-Classic altarpieces face each other from opposite walls,
each framing a 19th-century painting: one of Saint Joseph, the other of the Crucifixion. At
the end opposite the high altar there is a choir on three arches supported by two massive
columns, reached by a staircase from outside the church. The pulpit and a Baroque side
altar were removed during the latest restoration and reinstalled in the new refectory.
The Benedictine nuns practise the contemplative life. Each day begins before dawn
with matins and lauds. At seven thirty they attend mass. The day is spent in prayer
and work at the art shops where they make liturgical vestments, decorative objects,
holy pictures and greeting cards, which provide sustenance to the community. The holy
routine is broken each year on August 15, when the patroness of the church and of the
Benedictine nuns of Rengo is celebrated on her triumphant assumption to heaven.
Pencahue owes its name to the early farming of the American squash, known in the
area since 600 AD. It is located in the Tagua Tagua valley, where there once was a large
lake with small islands where the taguas nested; the Spaniards gave the Indian name of
this wild species to the valley and the pre-Hispanic culture surrounding it.
The lake, with an area of 90 sq.km., approximately, was hemmed in by mountains
on the east side of the Coastal Range, 12 km southeast of the present town of San
Vicente de Tagua Tagua. Claude Gay visited it in 1831 and described it as a set of
floating islands composed of great quantities of vegetable débris and grasses tangled
together. On these islands, named chivin by the inhabitants, swans, herons, flamingoes,
cheuques, an dother species laid and hatched their eggs.
In 1833, the lake was part of the estate owned by Javier Errázuriz, who began
works for partial drainage to prevent the floods caused by the lack of a natural outlet.
A 4-km tunnel was dug between Mt La Muralla and Mt La Silleta, named El Socavón.
Prehistorical bones and stone tools dated about 11,500 years ago turned up during the
construction of the canal, evidencing the existence of a beach on the ancient lake, where
hunters of the Paleoindian period watched for and killed mastodons, American horses,
and deer that came down to the water to drink.
When Pedro de Valdivia came to the area in 1541, to put down the indian rebellion
south of Santiago, the Tagua Tagua region comprised the territories of Pelequén, Malloa,
San Vicente, Tunca, and adjacent land. Once overcome, the natives of Tagua Tagua were
granted in an encomienda to Juan Bautista Pastene, explorer of the southern seas and
councillor of the Cabildo of Santiago. The report on the services of Juan Bautista Pastene
remarks that he was entrusted with “the caciques named Maluenpangue . . . who have
their seat in the promaucaes and are called taguataguas.”
Tagua Tagua soon became an Indian doctrina. By 1585 it was served by a priest,
Pedro Gómez de Astudillo, who also served the doctrinas at Copequén and Malloa. Early
in the 17th century, Melchor de Sanabria received a grant of land on the shores of the lake
and, one hundred years later, Andrés de Gamboa y Olaso assembled 10,000 cuadras of
land from various grants into what came to be known as Estancia de Tagua Tagua.
In 1824, the old chapel on the estancia became the seat of the parish of San
Francisco de Pencahue, in the purview of the local ecclesiastic administration. In 1845,
doña Carmen Gallegos de Robles donated land to the diocese of Santiago for the
establishment of a curacy and village. The settlement of San Vicente de Tagua Tagua was
then founded and very soon became the administrative center for the farmers of the
area. The church in the new town was built in 1854 and in 1850 became the parish of
Saint John the Evangelist of San Vicente de Tagua Tagua.
The old estancia passed through several hands and was eventually split. Pencahue,
a major portion of the estate, was purchased by don Domingo Bezanilla Luco y Caldera
in 1863. He undertook to repair and expand the old 18th-century house, then build
a new chapel on the remains of the old, the same that had been the seat of the San
Francisco parish. He ordered from Europe vestments, furniture for the sacristy, and
the way of the cross. He died unmarried and his sisters, also unmarried, inherited the
estate. With great zeal, the sisters fostered religious activity, organizing important and
traditional missions. When they died, Pencahue was bequeathed to their niece, doña
Virginia de la Cerda, married to don Lisandro Aránguiz, whose four children worked and
modernized the estate jointly. When the estate was divided, Adriana Aránguiz received
the house and most of the land. She married Javier Prado and had two sons, Jorge and
Javier. In 1953 she took special care to restore the chapel for her son Javier Prado,
recently ordained, to say mass for the first time. Javier Prado Aránguiz was bishop of
Iquique, auxiliary bishop of Valparaíso, and bishop of Rancagua. The estate remained
in the hands of don Jorge Prado, who married doña Magdalena Lira and had two sons:
Francisco Javier and Jorge, who currently run the farm.
The chapel is reached by a gracious avenue of plane trees. It measures about 10
x 50 m. Above the adobe walls, the roof rests on cinnamon beams measuring 40 x 40
cm. Behind the high altar stands the polychromed plaster statue of Our Lady of Carmel,
patroness of the chapel. In an altarpiece on a right-hand side altar there is an image of
Saint Teresa de los Andes, bought by doña Magdalena Lira. The chapel also keeps a sash
from the cassock of Monsignor Escrivá de Balaguer. The choir is reached by a winding
staircase. The tiled floor is one of the repairs made by doña Adriana Aránguiz in 1953. In
2000, for the wedding of Jorge Prado Lira, the chapel was completely overhauled.
The family do not forget their patroness and each year, on 16 July, Our Lady of
Carmel is honored in Pencahue with a mass. Later, a cocktail party is held for the
workers and neighbors.
Patroness: Virgin of the Assumption
Feast: August 15
Patroness: Our Lady of Carmel
Feast: July 16
C E N T R A L
In the area where the present village of Guacarhue stands, there used to be a
picunche Indian settlement. The place, called Copequén, was one of the bases for
the Inca conquest of the 15th century, designed to extend the southern limits of that
great empire. Here the Incas established a governor and an africultural colony faithful
to the monarch at Cuzco. The Spaniards, guided by the Quechuas in their discovery
and conquest of this end of the earth that they called Chili, took advantage of the
submission of the natives to impose a new order.
The Spanish conquest employed the strategy of founding Indian towns where there
were Indian settlements, in order to bring together and optimize the labor allocated with
the encomienda and simultaneously comply with the commitment to evangelize the
native population. The plan of the villages followed a standard pattern, with a square,
a chapel with a house for the priest of the doctrina, land for the house of the local
cacique or chief, plots irrigated by ditches for the Indians to build their huts and farm
their crops, and a common for the cattle to graze. This plan was applied in the old Indian
village of Copequén, center of the extensive encomienda of the same name that was
granted to captain Pedro de Miranda, a valiant leader against Indian rebellions during
the Conquest period. The encomienda also served Miranda to work the grant of land
that he also received in the area. A 16th –century description says that the land around
Copequén was excellent, well irrigated, with fruit trees, cereal crops, and good cattle.
Both the encomienda and the land remained in the Miranda family for the entire 17th
century. The Indians were transferred from the village to the estate, which at the time
was quite extensive and was already known as La Estacada from the stake enclosure
that divided it. Transferring labor from Indian villages to the land was a general custom
during the Colonial period and contributed to increase the half-breed population and to
deteriorate the general status of the indians.
By the end of the 17th century, La Estacada had a large main house called a
fortress-house. According to research by Hernán Rodríguez, the estate was sold early in
the 18th century to Juan Francisco Silva, who divided the land among his many children,
one of whom, the Rev. Dionisio Silva y Trincado, parish priest of Santa Ana, in Santiago,
received the portion with the house and settled there to work the land for the benefit
of the family. At his death, in 1786, he left in his will a chaplaincy on the estate, which
was given as a legacy to his nephews with the obligation to build a chapel dedicated
to the Holy Trinity. One such nephew, Diego Silva, also a priest, fulfilled this wish and
built a church with the income from the estate. By mid-19 th century the chapel was
in ruins and the bishop of that time, Monsignor Rafael Valdivieso, suggested removing
the administrators from the chaplaincy. Don Saturnino Silva reacted on behalf of his
ancestor and erected a new chapel next to the old fortress-house. In 1880 the estate
was sold to don Saturnino Silva, who built a new two-story house, with warehouses
and cattle pens, next to the chapel. Since then, la Estacada stands in the middle of an
unusual arrangement, flanked by the two main houses.
At the end of the 19th century the estate was sold to don Ezequiel Fernández.
When he died, in 1931, the property was sold at auction and purchased by Valdés y Cía,
a business organization that remodelled the houses and ordered construction of a tower
for the chapel, designed by architect Andrés Garafulic. When don Alfonso Fernández
died, his partners, Carlos Valdés and Hernán del Río, divided the property into two lots
with one house for each family, and both families sharing reponsibility for the upkeep
of the church for the benefit of the local community, as had been the long-ago wish of
Father Silva.
The church has a single nave, adobe walls, and traditional roof of clay tiles. The
belltower is adjacent to the building, at the end of a verandah with numerous arches, as
designed by architect Garafulic. Inside, the altarpiece on the high altar, topped by a wavy
frieze, contains a depiction of the Holy Trinity. The central niche holds an oil painting of
Christ on the cross, of fine workmanship. An image of Saint Joseph and Child presides in
a side niche. There is a candleholder with a remarkably fine image of Mary Magdalen.
The figure is jointed, made of polychromed wood and dressed in fine garments. It was
salvaged from the fire that destroyed the Jesuit church in Santiago, to the sacristy of
which it had come as a gift from onw of the former owners. The Jesuits returned it to La
Estacada, there to recover peace and serenity in the quiet country chapel.
Patron: Holy Trinity
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C A P I L L A S
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C E N T R A L
203
La Javierana de Roma
La Javierana is located east of San Fernando, between the Claro River and the
Tinguiririca River. After gathering the former picunche inhabitants in encomiendas,
the land in the sector was granted to don Melchor Jufré del Águila, an hidalgo from
Extremadura, who became mayor of Santiago in 1599. The several grants collected by
don Melchor between 1612 and 1628 were known as Estancia La Angostura. Upon
his death, La Angostura came to his daughter, doña Ana María Mercedes del Águila,
the wife of don Diego González Montero, governor of Chile (1669-1670). Both are
ancestors of don José Gregorio Argomedo y Montero del Águila, a distinguished patriot
who had been born in the old house of the present hacienda Los Lingues, which had
been built by his parents. The hacienda Los Lingues was one of the most important
estates in the San Fernando area and remains to this day in the same family.
The estate La Javierana de Roma originated in the purchase by don Pedro
Rivadeneira of land in hacienda Roma, a division of the larger estate, whose name
might come from that of previous owners, who were called Román. Don Pedro
Rivadeneira worked the estate with care. He was responsible for remodeling and
expanding the main house on the hacienda, to which he added an entire wing that
included the oratory.
Don Pedro´s land was named for his namesake. It was mostly given over to animal
husbandry, mainly beef cattle, although at some point there was also a large flock
of sheep. As there was no fair near, the cattle were slaughtered and processed on
site, where their meat was dried to make charqui for export to Peru. Livestock was
combined with vast wheat crops that required a prolonged threshing season lasting as
much as four or five months. In the 20th century threshing was done with steam-driven
machinery, though in the case of beans the traditional method using horses continued
for some considerable time. San Pedro de Roma also produced large quantities of pear
brandy for home consumption and for sale, which is why one courtyard in the house is
currently known as the still.
When don Pedro died, in 1876, the estate was subdivided; one of the sections was
inherited by don Javier Rivadeneira Besa, in whose honor the land was named Javierana
de Roma. Don Javier was an agricultural scientist and he focused on transforming
the use of land at the hacienda. He built irrigation canals that brought water from
the Tinguiririca River and dry-farming began to give way to fruit trees. By the 1980s
livestock had been given up entirely, thus fully breaking away from the Colonial tradition
of the old estancia, where the typical worker was the dry-farm huaso, cowboy and
shepherd on horseback.
Inside the oratory, a large-size oil painting of Our Lady of Carmel fills the altarpiece
on the high altar, made of wood in a single panel. The altar table is of wood and the
altar stone is preserved. On the left-hand side, a wall painting illustrates a scene in
the life of Saint Peter and decorates a side altar. When don Pedro Rivadeneira built
the oratory, he supplied it with sacred vessels and vestments, some of which are still
preserved in a chest. The chalice bears an inscription stating that it was blessed by
bishop José ignacio Cienfuegos.
For many years the oratory was occupied solely for prayers, including the rosary and
the month of Mary, attended by the family and the workers on the estate. At present a
mass is held at least once a month. The feast of the patroness is no longer celebrated; at
Easter and Christmas, however, large numbers of workers and neighbors gather in the
oratory after mass for hot chocolate and cookies hosted by the Rivadeneira family.
Patroness: Our Lady of Carmel
Feast: July 16
San Roberto
Santa Amelia
Calleuque
de Almahue
de Almahue
Like Santa Amelia and El Huique, the hacienda San Roberto de Almahue has its
origin in the old estancia Lamarhue, which took its name from the old picunche Indian
village in the Cachapoal valley.The area abounded in fertile land and native labor, so that it
was soon awarded as encomienda and allocated to a doctrina priest. The encomienda
went to Juan Gómez de Almagro, a nephew of conquistador Pedro de Valdivia and one
of the famed fourteen whose heroic resístance in the hills of Nahuelbuta was described
by Alonso de Ercilla in La Araucana. In 1613, Juan de Quiroga y Losada received
a substantial grant of land that originated the estancia Lamarhue. The estate was
purchased in 1627 by don Fernando de Irarrázaval y Andía, who had been corregidor
of Santiago in 1621 and now filled the same office in Arequipa. The distinguished owner
spent most of his time in Peru and the estancia, of more than 14,000 cuadras (about
21,000 hectares) was managed by his wife, doña Antonia Aguilera y Estrada. The estate
remained in the Irarrázaval family for nearly 130 years, when it was purchased by the
Echenique family, whose descendants, in the late 18th century, divided Lamarhue into
the haciendas Almahue and El Huique. The capital importance of the large estates
during the Colonial period is not hard to imagine. Their vast productions of cattle, tallow,
hides, cereals, and wine were the base of Chile´s economy. In addition, they were the
unavoidable meeting-place of Spanish and Indian cultures, the| origin of the halfbreed
population and of the Chilean country identity.
San Roberto is the section of the hacienda Lamarhue that retained the main house
of the old estancia Lamarhue. Like Santa Amelia, in the early 19th century it belonged
to don José Manuel Ortúzar, who rebuilt the old house erected when the Irarrázavals
owned it. Having obtained canonical permission from Pius IX, the chapel was rebuilt
to serve the spiritual needs of family and tenants. When the owner died without issue,
his widow, Dolores, named her brother-in-law Ignacio Ortúzar agent for the hacienda.
Unfortunately, he was unable to repay the Bank of Francisco Ignacio Ossa a loan that
he had secured with the estate and doña Dolores had to give up to his creditors what
was then one of the most productive estates in the country.
The daughters of Francisco Ignacio Ossa cultivated the traditional religious spirit
of the estate, originated at the time of the indian doctrina and expressed, above all,
In the yearly summer missions. The estate was sold at auction in 1892, and purchased
by don Roberto Lyon. As described here in the section on Santa Amelia, the Lyon
Lynch family moved into the new house called Santa Amelia, leaving the “old” house
for the management. Guillermo Lyon, son of don Roberto, successfully undertook the
management from 1908. He is said to have built about 200 tenant houses, organized
a dairy and planted vineyards. The farm was productive and the huaso traditions
flourished. Legendary Chilean rodeos were held then, to which special trains came
bringing participants, distinguished visitors, and a band to lead the anthems and keep
the party going.
Almahue was divided in six parts among the children of don Roberto and doña
Amelia. Guillermo Lyon Lynch remained in charge of the one called San Roberto, including
to this day the old house and the chapel. His descendants care for it, inspired by the
memory of doña Lucía Besa de Lyon, a Roman Catholic of the old school, guardian of
those good habits that included missions in summer, masses, and alms for the priests.
Tha chapel was built in the early decades of the 19th century. The altarpiece of the
high altar, holds the beautiful image of Our Lady of Carmel, carved in poplar wood. A
high choir rises above the main door, with a staircase. A dark wooden octagonal pulpít
hangs from one wall. Above, the wooden ceiling is painted in pastel colors with stars. In
this small universe, a large gilt star signals the arrival of the priest and enhances the
presence of the patroness, the miraculous one, who undertakes to listen to the prayers
of the lean years and bless the celebrations of the good years.
Between the Cachapoal and Tinguiririca Rivers there is a substantial extension of
fertile land that has been inhabited since the remote past. When the Spaniards came,
groups of picunche Indians that their Quechua guides called promaucaes had settled
here. The Inca empire had come here in the 15th century, bringing advanced farming
techniques. The promaucaes stubbornly defended their land and violently rejected the
invaders. The disdain that Incas and Spaniards felt for the ancient lords of the land
is clearly told in the chronicle of Bibar, who accompanied Valdivia on his conquering
expedition: “. . . They adore the sun and the snow, bcause it gives them water to irrigate
their crops, although they are not very great farmers. . . They are a lazy people and large
eaters . . . they sowed very little and fed most of the time on roots of a sort of onion
. . .The Incas, having seen the way they live, call them Pomaucaes, which means wild
wolves, and there the name remained as Pormocáes, because the word is corrupt . . .”
Following the Spanish system, the land and the natives were gathered together in
encomiendas awarded to Inés de Suárez and to captain Juan Gómez de Almagro, a
nephew of conquistador Pedro de Valdivia. In 1613, Juan de Quiroga y Losada received
an extensive grant of land that was the origin of the Estancia Lamarhue. The estate was
purchased in1637 by Fernando de Irarrázaval and remained in the family by succession
for 130 years. About 1760, colonel Pedro Gregorio Echenique acquired it by marriage
to doña Mercedes de Lecaros. In 1789 her two sons, Antonio and Miguel de Echenique
Lecaros inherited the estate and went through a prolonged lawsuit to divide the land
between them. The case was resolved by dividing the estate into two sections: the north
section was named Almahue and allocated to don Antonio with the house and chapel;
the south section went to don Miguel and was given the name El Huique.
Close to a century later, in 1892, the hacienda Almahue was bought at auction
by don Roberto Lyon. The new owner settled into the old house with his wife, doña
Amelia Lynch, and their children. The house had at least six courtyards, a good.sized
chapel, and a two-story wine cellar. The estate was managed by a brother-in-law of
don Roberto, Agustín Baeza, married to doña Julia Lyon. Doña Amelia liked the cheerful
management house better than the gloomy old mansion and asked her husband to
make the change. Don Roberto agreed. The management was then moved to the old
house and he ordered the construction of a new main house in the section where a
sister and brother-in-law lived. In 1905, the family moved to the new main house, which
began to be called House of Santa Amelia. In 1919, upon the death of don Roberto and
doña Amelia, the estancia Almahue was divided into six sections.
The Santa Amelia section was awarded to Luz Lyon Lynch, married to ismael
Pereira. In 1940, doña Luz wished her architect nephew, Manuel Marchant, who had
studied in France, to do some work in the house and design a new chapel. The son of
doña Luz, don Ismael Pereira Lyon, who tells the tale, was afraid that the designs would
be too modern and fail to take proper account of the traditional spirit of the place, and
suggested architect Santiago Roi to build the chapel. It was made of brick, with a central
nave and small side chapel. Next to it was the bell tower.
When doña Luz Lyon died, in 1973, her three children inherited the estate. The
Santa Amelia house is currently shared by don Ismael and his sister, doña Luz Pereira.
Don Ismael married doña Ana Irarrázaval, who brought back the name of the early
owners of the estancia Lamarhuee. Both have taken special care to conserve the chapel
and the Roman Catholic tradition of the farm. Don Ismael ordered the entrance court
expanded so that there would be room for everyone at the summer missions. Above
the high altar doña Ana placed an oil painrting of Our Lady of Miracles that her
grandfather, don Domingo Fernández Concha, had brought to Chile from Italy when he
was ambassador to Rome. From the oratory of her own family in Santiago, she brought
the sculptured images that guard the peace of the holy place.
Patroness: Our Lady of Carmel
Feast: July 16
Patroness: Our Lady of the Miracle
Calleuque is located in the valley of the Tinguiririca River, towards Lake Rapel.
When the Spaniards came, the place was inhabited by groups of picunches, whom
the newcomers named promaucaes, like the Quechuas did. Vanquishing these
indigenous peoples was a complex matter for the Spanish Crown. On the one hand, the
commitment made to the Holy See to evangelize the natives while, at the same time,
the adventurers who had taken upon themselves the cost of the conquest must be
rewarded. The encomienda was the method chosen to comply with this dual purpose.
The encomendero, styled “benemérito de las Indias”, was granted the right to collect
for his own benefit the tribute that the Indians owed the king, as new subjects of
the Crown. In exchange, the encomendero was bound to evangelize and protect the
Indians and engaged to inhabit and defend the allocatded territory. According to this
model, the Indian villages in the Tinguiririca Valley were included in the encomienda
of Pichidegua, which was listed in mid-16th century as belonging to two cousins: don
Jerónimo de Alderete and don Juan Fernández de Alderete. Lihueimo was one of the
main Indian villages in the area, and when the partnership of the de Alderete cousins
broke apart, gave its name to the encomienda of Lihueimo, which remained in the
hands of Juan Fernández and included the villages of Calleuque, Peralillo, Palmilla, and
the valleys of Santa Cruz and Nilahue, extending to the coast at Cáhuil and Pichilemu.
Around 1585, the spiritual care the encomienda was organized around the
doctrina set up at Lihueimo, served by the order of Our Lady of Mercy. About that
time, Friar Luis Martínez served at Lihueimo and was also responsible for the doctrinas
at Rancagua and Colchagua. Towards 1662, the encomienda was served from the
doctrina of Rapel, which had become the great envangelizing core of Colchagua.
The land comprised in the Lihueimo encomienda was divided and awarded as
grants, changing hands variously during the Colonial period. By the early 19th century,
the old Lihueimo encomienda was registered as composed of five large estates: El
Huique, Pupilla, Calleuque, Puquillay, and Ranquilhue. According to historian Teresa
Pereira, Calleuque already had a main house and chapel at the beginning of the 19th
century. Its owners at the time were don Ramón Formas and doña Carmen Ascué.
When doña Carmen becamer a widow, she sold the estate to Francisco Ignacio Ossa,
a wealthy businessman who had made a fortune in the mining ventures of the north.
He took over the house and the chapel, with its images, vestments, silver objects, and
holy vessels,
The chapel is situated on one side of the house. About 1860, in don Francisco
Ossa’s time, the house was notably restored and many years later, near the end of the
century, the heirs of the successful businessman sold it to the Echenique famly, whose
descendants have owned it to this day. In the early 20th century, Calleuque was the
main commercial center in the area. The estate operated an up-to-date mill, which
employed a significant number of local labor. It was boom time, and the estate had a
golf course and a memorable park.
Doña Mercedes Echenique married don Elías Valdes Tagle, an agricultural scientist
and a notable promoter of Roman Catholic social measures in favor of the peasant
world. Elías Valdés, his son and current owner, has kept up the family values. The chapel
is preserved in good condition, a witness to the ancient Roman Catholic tradition of the
area, which had its origin in the evangelizing obligation of the encomendero and which
was taken up and adapted by the successive owners of the estate.
The way to the entrance lies between parallel rows of jubaea chilensis and date
palms. The front is built of brick, the walls of adobe, in Neo-Classic style. The bell tower
is next to the chapel and has, like the chapel, a triangular roof. The entrance is very
simple, with two straight columns on either side of the main door. Inside, the crucified
Christ presides over the altarpiece at the high altar. It is a highly valuable image in
polychromed wood placed in a niche and framed in a round arch. Above the arch there
are three moldings with vegetable motifs, one on each side and one in the center. On
the left side is a statue of the Virgin in polychromed plaster and a side altar has Saint
Joseph and the Child. On the right side, a framed oil painting of Our Lady of Mercy is
a timely reminder of the early days of the doctrina of Lihueimo, when it was served ny
the Mercedarian monks.
Patroness: Our Lady of Mercy
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San José del Carmen
La Torina
de El Huique
de Pichidegua
The great indian revolt of 1598 resulted in the concentration of Spanish settlers
in the fertile valley of Colchagua. Until then, the resistance of the warlike picunches
had retarded the process of bringing the area under the rule of the conquistadors.
With the adoption of irrigation techniques, the land that until then had been mostly
larshy became what to this day isoneof the most fertile and productive valleys in
central Chkle.
The chapel of Our Lady of Carmel is part of the house on the old hacienda San
José del Carmen de Huilque, which had been part of the estancia Lamargüe, itself
arising from the land grants freceived by don Juan de Quiroga y Losada in the early
17 th century. Lamargüe once comprised all the valleys between the Vachapoal River
and the Tinguiririca River. It had various owners until colonel Pedro Gregorio Echeñique
acquired it upon his marriage to the daughter of soña Mercedes de Lecaros and
initiated a family succession that owned the estate for more than two hundred years.
In the early 19 th century Huilque, which was part of Lamargüe, was in turn divided
into three farms. Juan José Echeñique, a grandson of the colonel, received the one he
named San José del Carmen del Huilque and erected the main house in 1829. At the
same time, he commissioned the construction of a chapel for the religious care of the
family and tenants.
The chapel was richly decorated with Varoque altarpieces, Quiteño images,
wallpapers and fine crystal balusters brought over from Europe. Located in the entrance
court of the main house, the chapel became the focal point of the architectural design
and in 1852 don Juan José Echenique received canonical permission from the Vatican
for the chapel to function. In those prosperous years, the area of the main house
contained a theater, a school, an outpatient clinic, storerooms, and dairies, in addition to
addition to offices and the tenants´ houses.
The owner´s daughter, doña Gertrudis Echenique, married Federico Errázuriz
Echaurren, who would later be President of Chile. Of their two children, only Elena
Errázuriz survived to adulthood andf she inherited the estate, San José del Carmen,
in 1928. The new owner married don Renato Sánchez, a diplomat, and, after living
for some time in Europe, she took care to revive the traditions of her estate. Spring
missions were particularly observed, often attended by upwards of 600 participants.
Doña Elena kept the chapelmin good condition, caring for, and ading to, its belongings,
and preserving the spirit of the original design. When she was about to die she begged
her children to preserve the chapel and customs. They kept up the traditional missions
in the spring and decided in 1975 to donate the house and chapel, which they had
managed to retain after land reform, to the Chilean Army in order to ensure that it was
properly preserved as heritage of the past. The Army undertook to restore and preserve
the main house, the chapel, and its relics, especially following the earthquake of 1985
and the floods of 1986.
The chapel stands out among the rest of the buildings and welcomes visitors at
the main entrance. It has a single long and narrow aisle, and a porch with three round
archejutting out into the explanade. On the porch there is a wooden tower over 20
meters high. The front is reminscent of the Neo-Classic style. The porch and pillars are
of brick, as are the foundations of the adobe walls. The rafters are of oak and roofed
with hand-made clay tiles. The floor is of fired clay flagstones. Inside, under the vaulted
ceiling, the decoration is rich nut unpretentious. The altarpiece of the high altar has a
single niche crowned by a round arch with kneeling angels. There are simple columns on
each side of the central niche.
The entire piece is made of wood, gilt and painted to imitate marble. The image of
the patroness, Our Lady of Carmel, watches from the central niche. It is a polychromed
wood carving a little over one meter in height. The side altar features a number of
images as candleholders, among which those of Mary Magdalen and Saint Joseph, in
polychromres wood, are particularly noteworthy.
Pichidegua used to be a settlement of picunche Indians on the fertile banks of
the Cachapoal River. The Spaniards called them promaucaes, using the name the Incas
gave to the natives who inhabited the territory between the Maipo and Maule Rivers. In
mid-16th century, Pichidegua and other nearby Indian villages were included in a large
encomienda granted to don Jerónimo de Alderete and his nephew don Juan Fernández
de Alderete, which was known as Pichidegua. On his return from a trip to Spain to
report on the status of the conquest, Jerónimo de Alderete died on the island of Taboga,
in 1556. The encomienda was divided and the widow, doña Esperanza de Rueda, kept
the part of Pichidegua while the nephew, Juan fernández, kept the part of Lihueimo.
The encomenderos were bound to evangelize the natives. To this end, they
supported the religious orders in the foundation of doctrinas, veritable parishes devoted
to caring for the Indians. The doctrinas also provided religious services to the Spanish
families living on the premises and neighboring haciendas, where shrines and chapels
were soon built. En 1585, the doctrinas at Pichidegua and Peumo were served by Fray
Luis Martínez, of the Mercedarians.
During the Colonial period, the Indian peoples interacted with the haciendas,
originating a half-breed race.The bounds between the “Spanish” hacienda and the
Indian village were no longer as clear as they had been during the Conquest and the
doctrinas began to function as actual parishes. In 1767, monsignor Alday approved the
foundation of the parish of Our Lady of the Rosary of Pichidegua, which broke off from
the old curacy of Colchagua. The bishop then resolved that the seat of the parish might
be the chapel that don Emilio Romo had built on his hacienda until a “competent”
church should be erected.
The competent church was ordered in 1792 from the renowned Italian architect
Joaquín Toesca, at the request of bishop Blas y Mayo. The builder of the new cathedral
in Santiago and the Mint had already completed a similar commission for Guacargúe,
where his wife, who suffered from a mental disorder, was living in a convent. Construction
of Toesca’s design began the following year and, after financial problems had been
overcome, was finished in the early 1800s. In 1810, however, the brand-new parish seat
caught fire and had to be painstakingly rebuilt from the foundations.
The land on which the building was erected formed oart of what some time later
would be known as Hacienda La Torina, alluding to the name of the family who owned
it and who were descendants of Mateo Toro y Zambrano. The church remained linked to
the Toro family, to the point of going by the same name of La Torina. In 1937, by order
of bishop Rafael Lira, the seat of the parish was moved from La Torina to the town of
Pichidegua, where the population concentrated. The episcopal order did not take effect
until 1979, when a new church was completed in the town, The old image of Our Lady
of the Rosary, that gave its name to the parish, was moved to its new home.
The new church put La Torina out of use. Most of the images and paintings were
sold and the building fell into decay to such an extent that the bishopric ordered its
demolition. The parish priest, Ernesto de Jesús Castro, refused to obey the order, even
making conservation of the church a condition for his remaining in office. Thanks to his
iron resolve, La Torina was rescued from destruction and restoration began.
The church at La Torina is surrounded by palm trees that enhance the harmony of
the Neo-Classic ensemble that Toesca had designed. The old adobe walls were restored
and now rest on cement foundations. The front is of brick and the doors are framed in a
round arch crowned by a niche. The original roof tiles were preserved and a provisional
covering of zinc plates was installed. The original rafters of poplar wood can be seen in
the interior. An altarpiece framed in a round arch presides over the whole. The central
niche now holds an image of our Lady of Succour, brought over from the chapel at
Lamarhue. Two large oil paintings of saints, one on each side of the altarpiece, were the
gift of the Serrano family, current owners of the hacienda La Torina. To the left of the high
altar there is a statue of Saint Joseph and Child, preserved from the original chapel. The
patroness is depicted in a fine painting.
Patroness: Our Lady of Carmel
Feast: Last Sunday in September
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Mallermo
Pumanque
The chapel of the Immaculate Conception at Mallermo is located beside the main
house of the old estate, facing what used to be the old road to the coast, south of La
Estrella. The estate has not submitted to the changes made in this area of coastal dryfarming, now covered with pine and eucalyptus forests, and has remained a traditional
coastal sheep farm.
Human settlement in the area is ancient, with records of over 10,000 years. When
the Spaniards came here, the territory of Mallermo was inhabited by picunche groups,
who were then gathered into one of the three encomiendas registered in the sector
since the 16th century, though their limits are uncertain: one given to Inés de Suárez; one
belonging to Corregidor Alonso Pérez de Valenzuela, which included the land from La
Estrella to the sea; and one belonging to don Juan Gómez de Almagro, encomendero of
Pailimo and Topocalma, around 1544. From the beginning, the natives were served by
the doctrina of Rapel, located in what is today the village of Rosario Lo Solís or Litueche,
as it is more recently known. This indian doctrina was the largest and most important
in the entire area of old Colchagua, and is named in the list drawn up by bishop Diego
de Medellín in 1585.
The description of the work of the doctrina that bishop Humanzoro sent to the
king in 1862 mentions asistance to the estancias Chocalán and Mallermo. Early in
the 17th century Mallermo belonged to captain Gómez de Silva.and it remained in his
family to the end of the century, when it was acquired by don Antonio y Joseph del Pino,
son of the owner of the neighboring estancia La Aguada and a captain in the Spanish
army. Don Antonio and his wife, doña Francisca Hernández, were registered as hidalgos
and are reported to have administered their 2,560 cuadras showing much firmness,
like “feudal lords,” even giving their names to the children of Indians and halfbreeds in
the area. The Del Pino family kept the estate until well into the 18th century, all family
members being born and buried on their land as shown in the parish registers. In 1768,
the widow of José Antonio del Pino sold the estate to don Pedro de Escanilla. Between
1819 and 1833 the registered owner is don Juan Latapiatt, who built the main house
extant to this day. A chapel stands on the north side of the house; according to an
inventory of 1833, it had an altarpiece on the high altar with two columns featuring a
painting of Saint Peter Nolasco. A side altar held an image of Our Lady of Mercy.
In 1868 the estate was bought by don Fernando de Vic Tupper. The chapel had
fallen into decay and in 1920 the widow of his son Fernando, doña Ignacia Prieto de
Tupper, resolved to move it to the south side of the house, where it is currently located.
Some time later, the estate was purchased by don Julio Pereira Íñiguez, a friend of the
Tuppers with family connections to the old hacienda San José de Marchigüe. In the
thirties, his wife, doña Luz Larraín García Moreno, finished decorating the chapel. She
set up the statue of Our Lady of the Assumption, finely carved in Quito, a legacy from
her relatives in Ecuador. From the Pereira mansion in Santiago, she brought fine French
vestments and silver objects including the monstrance, the ciborium, and wine vessels
for the mass. In the altarpiece on the high altar, in Neo-Classic style and heaturing
two columns, she placed an oil painting of the Virgin and Child. The altar table, of
sarcophagus type, belonged to the old chapel.
Doña Luz Larraín is remembered to this day for her unflagging advocacy of social
improvements and such old Roman Catholic traditions as the missions in summer.
This concern was inherited with the estate by her son, Julio Pereira Larraín and his
wife, Teresa Larraín. Today, in the care of their four children, the chapel is restored and
remains highly active, welcoming masses, christenings, and weddings of the country
people and the family themselves. Faithful to the good tradition, each year in February
it becomes the center of the mission conducted in the old style, with rosaries, catechism,
quasimodo, animated way of the cross, and a joyful celebration at the end, with singers
of old popular rhymes on human and divine subjects.
Our Lady of the Rosary welcomes pilgrims to the church at Pumanque from an
18th-century image of the Cuzqueño school, carved in rosewood and polychromed.
It was ordered by doña Mariana Castillo de Valenzuela, widow of don Juan de Dios
Valenzuela and sometime owner of the hacienda Pumanque.
The church presides over the village, which preserves the time and serene spirit of
coastal dry-farming. The estero Pumanque flows behind the church to join the estero
Nilhue. The site is beautifully contoured by the gentle slopes of the Coastal Range
foothills. From here, in the old days, the picunche inhabitants must have followed the
watchful flight of the many condors that to this day give the place its name.
The village arose in the old hacienda Pumanque. Settlement of the present village
began in the late 17th century. Since 1585, the hacienda was spiritually served by the
Indian doctrina at Rapel. Then, as from 1778, the Pumanque area began to be served
by the recently created parish of Saint Andrew in Ciruelos.
From that rustic age there remains the tale of a first church built of mud and
wattles, roofed with straw, with a bare earthen floor, where the ladies came bringing
mats to sit on and where the deceased were buried. This ancient building was replaced
by a large shed raised jointly with a cemetery located at the south end of the village.
The 18th century is coming to an end and so is the Colonial period. In 1789, don
Jacinto Pérez de Valenzuela e Iribarren, founder of the town of San Fernando and owner
of the Pumanque estate, bequeathed the latter to his son-in-law don José de Montt y
Prado, the husband of his daughter Josefa Valenzuela y Urzúa. Decades of changes are
coming up, changes and definitions for the entire territory of Chile.
In the years of independence, the daring figure of Manuel Rodriguez made its
appearance in the area. Tales of his forays in San Fernando, Chépica, Rastrojos, and
Pumanque, designed to inspire in many ladies the spirit of independence, are told to this
day. Among his romantic hostesses, the vagabond patriot received particular affection
from doña Francisca de Paula Segura y Ruiz, a high-born native of Santiago and a
member of the family that owned the hacienda Pumanque. A child came of this affair
who was born on 21 August, 818, was declared legitimate and named Juan Esteban
Rodríguez. To the end of her days, doña Paula took shelter on her land and preserved
her good memories. When she inherited the estate she changed its name to “Manuel
Rodríguez.” Doña Paula was buried in 1874 in the parish cemetery at Pumanque. The
death certificate states that she was the widow of don Manuel Rodríguez.
In 1824, Pumanque finally became a parish in honor of Our Lady of the Rosary.
The old shed was decaying and, in 1866, the parish priest resolved to build a new
church. The building was completed in 1870 and lasted until the earthquake lof 1906
crumbled it back to the earth.
The new church was erected in 1913. Various restorations enabled it to survive until
the earthquake of 1985 ruined the front and the belfry. The parish priest at that time,
Father Francisco Cáceres, obtained funding from a German foundation and designed
the new church front jointly with don Pedro Letelier, a local architect. Unfortunately,
the design failed to preserve the original appearance. The old roof was replaced by
corrugated iron and the front was cut short, losing the belfry and spire. The floor was
covered with tiles.
Notwithstanding, neither the polychromed plaster crucifix nor the Cuzqueño picture
of Our Lady of the Rosary seem to be affected by the changes. Their time is the time of
the condors of the past, a time that is woven little by little, the old strands twisted with
the new, like the perfect mantas created by the weavers of this land of sheep-farmers.
Patroness: Our Lady of the Rosary
Feast: October 7
Patroness: Immaculate Conception
Feast: December 8
Patroness: Our Lady of the Rosary
Feast: first weekend in October
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San Andrés
Peralillo
de Ciruelos
de Alcántara
The pine forests that overwhelm the hillls of the Coastal Range confuse the traveler.
The old landscape of rolling coastal downs with boldos, peumos, and a scattering of
oaks has almost disappeared. One must look for corners to reconstruct the splendid
vista of earth and sea that was home to the ancient picunche inhabitants and that
attracted the Spaniards to settle there shortly after their coming.
About 1611, don Bartolomé de Rojas y Puebla received a grant of land that
governor Alonso García had originally awarded tio captain Tomás Durán. The new owner
gradually acquired more land until he owned the extensive estate San Antonio de Petrel,
which encompassed the entire coastal area from Topocalma to Nilahue, mainly devoted
to animal husbandry, including beef cattle, sheep, and goats. From the 17th century on
there are records of shipments of tallow, dried meat, fat, and leather soles to Santiago
and Valparaíso. In time, the estate supplied larger and larger markets, including La
Frontera, the Valdivia prison, mining operations in the north, even such distant locations
as Lima and Potosí. At some point, the latter required droves of mules to carry its loads
of mineral ore. The Viceroyship was a great consumer of cordoban leather (tanned
goatskin), both white and dyed, as a result of which the estate set up an active craft
industry especially composed of shoemakers, glovers, chestmakers, and saddlers.
The village of Ciruelos bears witness to an active Colonial period. The coastal sierra
was then traversed constantly by droves of mules laden with hides, tallow, dried meat,
and salt, noisy herds of cattle driven by huaso drovers to far-off lands. A simple temple
of straw and canes rises in those early times, included in the Indian doctrina of Rapel.
The growth of the estate and of the entire period is manifest in the construction of the
present church, completed around 1779 to be the seat of the parish of Saint Andrew of
Reto or Cáhuil, separated that same year from the parish of Rapel. (Rosario). The new
parish became responsible for the spiritual wellbeing of a vast area, which played a
leading role in the developing economy and cultural identity of the fledgling country.
Ciruelos belongs to another age. The cattle-farming years came to an end and San
Antonio de Petrel was given over mainly to wheat farming. The Ortúzar family, who then
owned it, built a private dock on the seacoast to ship their harvests by sea to Valparaíso.
This originated the development of Pichilemu, driven mainly by major improvements
carried out by Agustín Ross, designed to turn it into a fashionable seaside resort and
triumphantly crowned by the advent of the railroad in 1926. It was also the end of the
boom for Ciruelos.
One of the members of the first city council of Pichilemu was José María Caro,
keeper of the keys at the estancia San Antonio de Petrel and distinguished parishioner of
San Andrés. It is a fact that Ramón Saavedra Jiménes, canon of the cathedral, who used
to spend the summers on his property close to Cáhuil, asked the parish priest at Ciruelos
for a boy to serve as altarboy at his Masses. The priest recommended the son of don
José María, who bore the same name as his father and who already showed a marked
religious vocation. His meeting with the canon marked the beginning of the religious
formation of the man who was to become the first cardinal of the Roman Catholic
Church in Chile, in whose honor this coastal province was given its present name.
The present church at Ciruelos keeps the appearance of the original construction.
The thick adobe walls are roofed with wooden rafters covered with clay tiles, while the
bell tower is part of the front. Within, there is a harmonium, confessionals, and some old
images of saints. The altarpiece on the high altar is the result of remodelling undertaken
in 1940. The papier-maché image of Saint Andrew is preserved here. It was ordered
from Spain by the owners of the estate around 1865 on occasion of the creation of the
new parish of San Andrés de Ciruelos by monsignor Valdivieso in 1864. The image was
carried on a litter from Pelequén, then at the end of the railroad tracks, on the shoulders
of a group of sturdy young parishioners in a devout and lengthy pilgrimage.
The feast of Saint Andrew, like many other traditional feasts in the area, is no longer
celebnrated as before, when masses, processions, and popular religious songs took place
for three days. The apostle is nonetheless celebrated every year on November 30, when
he is brought out in a procession to witness the changes that have taken place on his
land. The faithful may then address prayers or offerings to the saint, as the mother of
Cardinal Caro is said to have done when she was pregnant and offered the child she
was bearing to the saint and to the Church.
The hacienda Peralillo shares a common origin with Calleuque. Both originated in
the encomienda of the Indian village called Lihueimo, in the Colchagua valley. In the
17th century, several of the old grants located in the area were assembled in the vast
estate of the Society of Jesus in Colchagua. This was ruled by the Chapter of Melipilla
and, managed in the Jesuit style, became a major economic center in Colonial Chile, with
a substantial herd of cattle to supply the production of tallow, dried meat, and tanned
hides, in addition to cereal crops and vineyards.
After the expulsion of the Jesuits, the vast estate was sold at auction to don Miguel
Tomás Baquedano, a native of Navarra, who divided it among his children. Some of
this land was bought in 1877 by don federico Errázuriz Zañartu, who, adding the land
inherited by his wife, doña Eulogia Echaurren, succeeded in assembling a major part
of the former estate. A family tradition then began in Colchagua that, in addition to
supplying distinguished Presidents, participated actively in the development of the area,
which is held to be the core of Chilean country tradition.
When don Federico died, the estates named Peralillo and Las Garzas were inherited
by his son Javier Errázuriz Echaurren, grandson, brother, and cousin of Presidents. A
visionary farmer, he introduced major improvements to his land and the entire area.
He advocated the creation of the commune of Peralillo, donating the land for the main
square, the city hall, the church, and the reailroad station for the town. In 1880, don
Javier resolved to give shape to Peralillo and ordered drawings for the new house, which
included an oratory. He died in 1913 in his beloved Colchagua and Carlos, his eldest
son, took over the estate and the care of his brother and sister, Javier and Ana Errázuriz
Mena. When they were grown, Carlos left Peralillo in their hands and undertook the
management of Lihueimo, another family inheritance. His arguments with the owner of
the neighboring estate, Calleuque, Miguel Echenique Tagle, over the mayorship of the
brand-new commune of Peralillo were famous at the time.
Don Javier Errázuria Mena followed the lead of his elder brother and worked the
land intensively. He planted olive trees, which produced the renowned Carmen brand
of oil, farmed rice and helped many Chilean palms to grow. He had two sons, Francisco
Javier and José Antonio Errázuriz Huneeus. The eldest became a priest and José Antonio
undertook the work and modernization of the estate. Unfortunately, he and his wife
died in an accident, leaving three children: Pilar, Francisco Javier, and Gerardo. Francisco
Javier is one of the present owners and lives with his wife, Yolanda Correa, and their
children in the house at Peralillo. While he manages the estate, Yolanda runs a pastry
shop in Peralillo, where she sells items made from Colonial recipes, perhaps the same
that the Jesuits made in their time. As wise heirs, they have taken care to preserve in
good condition the house, the oratory, and the good old customs.
The oratory is entered from the verandah of the house, Having crossed the main
doorway, attention focuses on the altarpiece of wood framed by two columns, which
contains in its central niche the patroness, Our Lady of Lourdes, Another image of the
patroness stands on a table in the sacristy. It is a small delicate statue of Our Lady
of the Rosary, made of polychromed wood, with dark features. This image was in the
shrine or mausoleum in Gothic style that can be seen along the road from Peralillo to
Marchigúe, built to welcome the first members of the Errázurizfamily to the estate, who
wished to stay forever in the area. The family felt that Our Lady was far too exposed
there and decided to transfer her to the oratory.
The Colchagua valley is proud of its vineyards and modern wineries that have
earned it denomination of origin status at international level. The area is going through
a well-deserved period of prosperity. Close to Peralillo, Lihueimo stays in the discreet role
of village. The Colonial period, when the true country spirit acttually originated, seems
closer here. The village is visited by people wishing to see its original handicrafts and
pottery that expresses the deeply felt halfbreed tradition of the Chilean countryside.
The items are of polychromed ceramics, made of the same mud and clay that the
inhabitants of the old Indian village knew and worked so well.
Patroness: Our Lady of Lourdes
Feast: February 11
Patron saint: Saint Andrew
Feast: November 30
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San Pedro
The history of the settlement at San Pedro de Alcántara is closely linked to the
history of salt production in the coastal area of Colchagua. The settlement is close
to Lakes Boyeruca and Lo Valdivia, where artisanal extraction of salt has been going
on since pre-Hispanic times. The importance of this resource was so great during the
Conquest and the Colonial Periods that between 1695 and 1697 don Juan de Mendoza
y Saavedra, governor of Maule, declared the salt mines to be the king´s property, “to aid
his royal hosts”.The salt flats gave their name to the coastal route that was known as the
“salt road,” and also to the doctrina of the indian village at Vichuquén, which was referred
to as “of the salt flats.” Its historical importance is due above all to the fact that it is a
primary element in preserving hides and dried meat, both items that were exported in
huge quantities to the Viceroyship of Peru during the Colonial period, in addition to being
a major item of exchange or trade among inhabitants of the coast and of the interior.
The salt extraction technique remains the same since the time of the earliest
indigenous inhabitants. The process is based on simple evaporation of seawater caused
by solar radiation. The process requires making artificial ponds close to the lake, where
the water to be processed is stored. These ponds are separated by low walls of mud and
branches communicating with the lake by a gate to regulate the incoming flow of salt
water. Next to the pond are the drying sites where the process takes place, laid out in
a pattern of streets and rooms. The salt is collected after 30 to 35 days. Handmade
wooden tools, including spades, litters, tampers and spreaders are used in the process.
The church of San Pedro de Alcántara bears witness to the Franciscan presence in
the area. In 1689, doña Francisca Muñoz Gormaz made the congregation a gift of four
cuadras of land in a place known until then as San Antonio de Quequén. Fray Bernardo
Ormeño and a group of religious brethren arrived around that date to found a hostel
that would serve the Franciscan monks traveling to convents and missions kept by the
congregation further south.
In 1722 the foundation of the hostel was ratified and an order came from Philip V
to found a convent there. The convent was finished in 1725 and took the name of San
Pedro de Alcántara, a saint of noble origin, born in Alcántara, Spain, who reformed the
Franciscan congregation and was adviser to Saint Teresa of Avila. Around the convent
and with its name, a settlement began to form, originating the present town.
The foundation of Franciscan convents in old Colchagua had already begun in 1635,
when the Franciscan convent of San Antonio was created in the Indian village of Malloa.
The presence and activity of the convent reinforced Malloa´s standing as a political and
administrative center, a status that remained unchanged until San Fernando was founded
in 1742. The Franciscans had aniticipated this development and moved from Malloa in
1740 to found a new convent and the Hospicio de San Francisco in the emerging town.
Few things remain of the old Franciscan convent of San Pedro de Alcántara: fragments of
walls, two groups of cells, a seal, numerous documents and account books, showing payments
in kind, including Cáhuil salt, local wheat, tallow, and candles, made by the owners of the land
for the religious services supplied by the Franciscans. Firm testimony of the Colonial period
is found in a group of Chilean palms, around which the community meets to the present day,
when it is time to harvest the sap, in a rite that forms an imprtant part of their tradition.
The Franciscans left the convent in 1905 and donated their assets to the
Archbishopric of Santiago. In 1907, the old convent was turned into the seat of the new
parish of San Pedro de Alcántara. By then, the building had suffered serious damage
when the estero overflowed its banks and swept away the entire settlement, and with
the earthquake of 1906, which destroyed it almost entirely.
The present church was built on the basis of the old refectory and the school. The
lofty adobe walls form a nave about 15 x 6 m. The rustic construction hints at what the
old convent must have been like, with its traditional roof structure of wooden beams and
clay tiles. The bridge projecting over the estero and verandah that is part of the jutting
front with its odd entrance archway, gives the building true architectural identity. The bell
tower is built separately of wooden beams.
In 1974 the Consejo de Monumentos Nacionales declared the town and church of San
Pdro de Alcántara a typical area. Each year, the Roman Catholic community endeavors to
preserve the spiritual heritage of the area by celebrating the feast of Saint Francis. Each year
on October 4, the saint comes out to visit this unforgettable reserve of rural Chile; he is carried
on the shoulders of the faithful who come to pray for favors and reaffirm their rural identity.
Patron saint: Saint Francis of Assisi
Feast: October 4
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A GRADECIMIENTOS
Al ministro de Relaciones Exteriores Ignacio Walker, y al
director de cultura de la cancillería Emilio Lamarca, por su
incondicional apoyo.
A la corredora de bolsa LarrainVial que gracias a su
compromiso de promover y valorar el patrimonio cultural
de nuestro país se ha logrado concretar esta serie acerca
de las iglesias chilenas.
A Hernán Rodríguez por la gran colaboración desde el
inicio de este libro.
A Raúl Irarrázaval por sus buenos consejos.
A Francisco Rivera por su hospitalidad.
A Carlos Larraín de Lo Fontecilla.
A Francisco Errázuriz y Yolanda Correa de Peralillo.
© 2005 por Max Donoso Saint
Registro N˚151.470. Santiago de Chile.
Derechos reservados para todos los países.
A Elías Valdés de Calleuque.
A Jorge Prado de Pencahue.
I.S.B.N. 956-299-968-8
A Ismael Pereira de Santa Amelia de Almahue.
Ningún medio puede reproducir, almacenar o transmitir en
forma parcial o total, el contenido de esta obra, sin previa
autorización escrita del autor.
A Leonel Lyon de San Roberto de Almahue.
A Ricardo Rivadeneira de La Javierana de Roma.
Autorizada su circulación, por resolución N˚336 del 18 de
noviembre de 2005, de la Dirección Nacional de Fronteras y
Límites del Estado.
La edición y circulación de mapas, cartas geográficas u otros
impresos y documentos que se refieran o relacionen con
los límites y fronteras de Chile, no comprometen, en modo
alguno, al Estado de Chile, de acuerdo con el Art. 2˚, letra
g) del DFL. N˚83 de 1979 del Ministerio de Relaciones
Exteriores.
A Carlos Valdés de La Estacada de Guacarhue.
Al Coronel Ramón Raposo de El Huique.
A Teresa Pereira de Mallermo.
A Adolfo Larraín de San Jerónimo de Casablanca.
A la familia Cerda Álamos de Orrego Arriba.
A Miguel Letelier de San Miguel de Rangue.
Primera Edición
A Carlos Haeussler de Las Palmas de Leyda.
Diciembre de 2005
A Pedro Ruíz Tagle de Lo Arcaya en Pirque.
Impresión
A las hermanas Benedictinas de Rengo.
Ograma
Manuel Antonio Maira 1253, Providencia, Santiago, Chile
A Pilar Ovalle y María Teresa Escobar.
Contacto
www.maxdonoso.cl
A la fotógrafa Mané Lecaros.
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I G L E S I A S
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C A P I L L A S
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C E N T R A L

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